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Spanish Pages [289] Year 2010
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NÚRIA BENACH y ABEL ALBET
EDWARD W. SOJA LA PERSPECTIVA POSTMODERNA DE UN GEÓGRAFO RADICAL
Icaria
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ESPACIOS CRÍTICOS
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Diseño e ilustración de la cubierta: Adriana Fàbregas © Núria Benach y Abel Albet © Traducción del inglés de los artículos de Edward Soja: Núria Benach y Abel Albet © De esta edición Icaria editorial, s. a. Arc de Sant Cristòfol, 11-23 08003 Barcelona www. icariaeditorial. com ISBN: 978-84-9888-534-7 Depósito legal: B-23.764 Primera edición: junio de 2010 Fotocomposición: Text Gràfic Printed in Spain. Impreso en España. Prohibida la reproducción total o parcial.
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ÍNDICE
Introducción 9 I. Trayectorias geográficas e intelectuales: de Kenia a Los Ángeles, del análisis locacional a la geografía postmoderna radical 17 Orígenes: la vuelta al mundo en un atlas, o del Bronx a Andorra 18 Caminos: de Madison a Syracuse y... ¡a África! 20 Aproximaciones: Los Ángeles como laboratorio espacial 27 Llegadas: cerrando el círculo en Çatalhöyük 38
II. Entre la compulsión por conocer el mundo y la construcción de un pensamiento espacial crítico: una conversación con Edward W. Soja 49 III. Antología de textos: 81 La dialéctica socio-espacial 81 Los Ángeles, 1965-1992: de la reestructuración generada por la crisis a la crisis generada por la reestructuración 110 El estímulo de un pequeño desconcierto: Spuistraat (Ámsterdam) 176 Tercer Espacio: extendiendo el alcance de la imaginación geográfica 181
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Tensiones urbanas: globalización, reestructuración económica y transición postmetropolitana 210
IV. Texto inédito: Mesogeografías: sobre los efectos generativos de las aglomeraciones urbanas 225
V. Tres aportaciones de Edward W. Soja a la geografía y a la teoría social 257 La reaserción del espacio en la teoría espacial 259 La trialéctica de la espacialidad 268 La causalidad espacial 275 Y ahora... buscando la justicia espacial 278
Selección de la bibliografía de Edward W. Soja 283
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INTRODUCCIÓN
Son varios los motivos que nos impulsaron a dedicar este primer volumen de la colección «espacios críticos», que pretende ofrecer textos e ideas de autores que han destacado por su visión crítica del espacio, a la obra y la personalidad de Edward W. Soja. El más importante de todos ellos es, desde luego, la misma relevancia intelectual del autor, un eminente y muy conocido geógrafo interesado en los aspectos espaciales de la teoría social, la globalización y la economía política urbana y regional. En la actualidad, próxima ya su jubilación académica, es catedrático de planificación urbana y regional en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y profesor del programa «Cities» de la London School of Economics (LSE), y mantiene una viva reflexión sobre la naturaleza del fenómeno urbano y de los profundísimos cambios que en él se han producido en las últimas décadas. Según afirma Soja con rotundidad, nos hallamos ante una nueva realidad urbana. En los últimos treinta años, la ciudad habría cambiado más que a lo largo de toda su historia y es preciso encontrar los instrumentos analíticos para su comprensión, pero también para anticipar el futuro y controlar la evolución contemporánea. Para ello, son necesarias nuevas formas de pensar el territorio, la región, la escala, y, en definitiva, de comprender la relación entre el espacio y la misma sociedad.
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Por otra parte, cabe señalar que Edward Soja ha sido una figura que ha tenido una gran influencia en nuevas corrientes de pensamiento social de muy diversa índole. Hoy es, sin duda alguna, uno de los científicos sociales más conocidos, reconocidos y mejor valorados por un amplio espectro de estudiosos de la realidad urbana, de las transformaciones metropolitanas, de la teoría social, de la economía urbana, de la reflexión teórica y epistemológica desde la geografía y la ciencia social contemporáneas. A menudo es reivindicado como una de las voces esenciales de la reflexión postmoderna contemporánea; su mirada crítica enmarcada en una perspectiva radical, le convierten en un referente obligado. Prueba de ello es que su pensamiento es habitualmente citado tanto por científicos y académicos como por artistas y profesionales. Sus textos constituyen ya una presencia habitual en antologías y obras colectivas que seleccionan las aportaciones esenciales del pensamiento postmoderno y de las transformaciones urbanas en tiempos de postmodernidad. Además, su propuesta de «reintroducir el espacio en la teoría social crítica» ha conllevado que sus ideas sean reivindicadas, utilizadas o cuestionadas por un muy diverso abanico de disciplinas: desde la geografía y la arquitectura, hasta la filosofía o la economía. Edward Soja se distingue también por mantener un posicionamiento intelectual marcadamente crítico. Crítico con los devastadores efectos sociales y espaciales que el funcionamiento de la máquina capitalista desencadena en todas las escalas geográficas. Crítico con las posiciones intelectuales que, por acción o por omisión, legitiman y refuerzan los mecanismos de actuación de esa máquina. Y crítico también con el mismo pensamiento radical, a menudo demasiado dogmático e inflexible para admitir en su razonamiento conceptos y visiones que no encuentran con facilidad el lugar donde encajar en
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marcos conceptuales predefinidos pero que aportan la frescura y la vitalidad necesaria para abordar unas dinámicas sociales cambiantes que escapan inexorablemente de toda lógica preestablecida. Podemos añadir, además, que para nosotros era lógico dedicar un volumen a la obra de Edward Soja, el primer volumen de esta colección, por el mismo papel que ha desempeñado en nuestras preocupaciones intelectuales. Núria Benach y Abel Albet, directores de esta colección y autores del presente volumen, ambos profesores de Geografía Humana de dos universidades que parecen sentirse mucho más lejos una de otra de lo que su distancia física y de lo que la coincidencia de intereses de muchos de sus integrantes indican, conocimos a Edward Soja por separado y, sin saberlo, compartimos una profunda fascinación por los temas relacionados con el pensamiento y la teoría del espacio, en parte gracias al conocimiento de la obra de este autor. Desde hace algunos años y, curiosamente, por una intuitiva sugerencia del mismo Edward Soja, hemos venido poniendo en común preocupaciones intelectuales y también algunos proyectos de trabajo; fruto de esta colaboración, surgió precisamente la idea de esta colección. Preparar un libro sobre la obra de Edward Soja ha sido un enorme reto por la profundidad teórica de sus ideas y por un endiablado uso del lenguaje que a duras penas permite una incierta y a buen seguro traidora traducción. Pero también ha sido, desde luego, un gran privilegio, ya que siempre hemos pensado que los trabajos de Soja, discutibles, polémicos y provocadores, eran una fuente inagotable de inspiración y estímulo intelectual. Es por todo ello que introducir este autor y su obra en castellano nos pareció una posibilidad especialmente sugestiva y de gran utilidad para una gran variedad de lectores potenciales. Máxime cuando, a pesar de la relevancia del autor, no existían prácticamente versiones de su obra al castellano
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hasta la aparición de la traducción de Postmetropolis,1 mientras que una parte sustancial de su obra continúa inédita para el público de habla hispana. Para acercarnos con la mayor amplitud de miras a la figura intelectual de Edward Soja, hemos concebido este libro con una estructura algo inusual, combinando textos del propio autor con ensayos sobre su biografía intelectual, sobre algunos aspectos relevantes de su obra e incluso con una entrevista, con el fin de poder aproximarnos desde diferentes ángulos al autor y su obra. Así pues, el libro se estructura en cinco partes. La primera de estas aproximaciones pasa por un recorrido a través de su biografía intelectual que hemos llamado «Trayectorias geográficas e intelectuales» para aludir a la variedad de caminos, cruces, e intersecciones por la que transcurre casi obligadamente una vida intelectual dilatada aún cuando siempre se haya movido en territorio universitario. Nos ha interesado de modo especial poder poner esos trayectos individuales en un contexto social y geográfico más amplio, atendiendo a las influencias recibidas y ejercidas, a los acontecimientos que marcan una época y, también, la vida de las personas y, en definitiva, a todo aquello que contribuye a entender cómo se forja y cómo cambia un pensamiento. Hemos subtitulado esta sección «De Kenia a Los Ángeles, del análisis locacional a la geografía postmoderna radical» para enfatizar el tránsito desde un tipo de aproximación geográfica que en los años 1960 fue rompedora (la nueva geografía cuantitativa, la geografía teorética, la ciencia espacial o el análisis locacional, según las distintas terminologías que se adoptaron) a una interpretación radical de inspiración marxista a la que unió una posición crítica próxima 1. Postmetrópolis: estudios críticos sobre las ciudades y las regiones. Madrid: Traficantes de Sueños, 2008.
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a planteamientos postmodernos, con los que simpatiza por su reconocimiento a la relevancia del espacio en la vida social. En la segunda parte, hemos incluido la transcripción de una entrevista con el autor. El formato de entrevista, atractivo y ágil, ofrece una visión diferente, más viva, del autor y sus ideas. Somos del parecer de que el conocimiento de la persona a menudo contribuye enormemente a la comprensión de sus ideas. Esta entrevista corresponde a la combinación de diversas charlas que los autores han mantenido con Edward Soja a lo largo de estos últimos años. Buen conversador, le gusta ser escuchado pero siempre sorprende la claridad y la pasión con la que defiende sus planteamientos. De las muchas horas de conversación que hemos mantenido con Edward Soja, hemos seleccionado aquellos aspectos que mejor le representan y hemos tenido que suprimir, lamentablemente, una gran cantidad de anécdotas y referencias con las que ilustra sus ideas, aun cuando creemos que las palabras escritas mantienen parte del tono y de la vivacidad con la que fueron pronunciadas. Convencidos, además, del poder de las imágenes para evocar la importancia de los lugares y las circunstancias, hemos insertado una serie de fotografías que reflejan buena parte de la trayectoria reciente de Edward Soja: su relación con UCLA (incluyendo el «Sojafest» celebrado en 2008 con motivo de su jubilación, que fue ocasión para realizar una profunda reflexión sobre su obra), su participación en foros y seminarios por todo el mundo (entre los cuales su especial querencia con los «Seminarios del Egeo» organizados por Costis Hadjimichalis y Dina Vaiou), sus vínculos con profesionales y académicos españoles, etc. La tercera parte, extensa, es el núcleo central de la obra e incluye la traducción al castellano de una selección de sus publicaciones. Hemos intentado recoger textos, no sólo representativos en la trayectoria del autor, sino que fueran impor-
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tantes en sí mismos y que pudieran leerse fuera del contexto de un libro. Dejando aparte el caso del primer texto, «La dialéctica socio-espacial», pieza fundamental que fue publicada originalmente como artículo de revista, hemos optado por seleccionar algunos capítulos de libros porque en ellos ha sido el mismo autor el que ha realizado el esfuerzo de condensar y contextualizar sus ideas. En la cuarta parte hemos incluido, además, por generosidad del autor, el texto inédito «Mesogeografías: sobre los efectos generativos de las aglomeraciones urbanas» que se publica por primera vez y que recoge sus preocupaciones más recientes sobre la causalidad espacial. En la quinta y última parte, proponemos un análisis de algunas de las ideas centrales de la obra de Soja. Las palabras del propio autor hablan, desde luego, mejor que nadie sobre sus ideas. Sin embargo, habida cuenta del carácter provocador, inspirador y a menudo algo críptico de sus textos, hemos creído que un comentario a modo de ensayo podía ser útil para el lector y podía también estimular la lectura de su obra. Hemos escogido sólo tres líneas argumentales para este comentario, las fundamentales en la obra de Soja y que se corresponden en buena manera a lo propuesto en sus tres libros principales, Postmodern Geographies, Thirdspace y Postmetropolis. Se trata, en primer lugar, de la afirmación de la centralidad del espacio en la teoría social; frente al historicismo que ha teñido toda la ciencia social durante siglos, el autor propone una acérrima defensa de la espacialidad de la vida social a partir de la reivindicación de figuras clave como Michel Foucault o Henri Lefebvre. Ahí reside el carácter postmoderno de su pensamiento geográfico radical. El segundo argumento del autor, inspirándose de nuevo esencialmente en Lefebvre, afirma la multidimensionalidad del espacio. A partir de aquella visión central de Lefebvre en La production de l’espace que distinguía entre espacio percibi-
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do, espacio concebido y espacio vivido, Soja reelabora dicho planteamiento hasta llegar a proponer el concepto de «Tercer Espacio», un espacio de simultaneidad de experiencias, percepciones y visiones que se aproxime a la complejidad de la vida social en estos tiempos de cambios acelerados. Finalmente, el tercer argumento que contemplamos parte de la afirmación de los efectos generativos de las aglomeraciones urbanas que realizara con tanto énfasis Jane Jacobs a finales de los años 1960, y así, de nuevo, volver a situar la centralidad del pensamiento espacial para la comprensión de la sociedad. El mismo Soja afirma a menudo que toda su obra se dirige en el fondo a un único objetivo: mirar la sociedad bajo una óptica, si no exclusivamente, desde luego sí primordialmente, espacial. Hace años que mantenemos un contacto personal, discontinuo aun cuando siempre intenso, con el autor. En la preparación de esta publicación, él mismo ha intervenido activamente charlando largas horas con nosotros, proporcionándonos material e incluso un artículo inédito para su publicación en primicia. También hemos mantenido contacto con muchas personas que le han conocido y que nos han aportado ideas, impresiones, anécdotas... Agradecemos la amable colaboración de Marco Cenzatti, Costis Hadjimichalis, Barbara Hooper, Olivier Kramsch, Jackie Leavitt, y Dina Vaiou. Nuestro agradecimiento también se dirige a Stuart Elden que amablemente nos proporcionó textos adicionales y a Mariona Tomás que nos facilitó material fotográfico. También queremos mencionar a Marsha Brown que nos mantuvo al tanto de la novedades en la UCLA, a Carles Carreras, Josep Anton Acebillo y Eva Serra por haber propiciado múltiples ocasiones de encuentro con Soja, y a Anna Clua, Perla Zusman y Maria Dolors García Ramon por haber apoyado el proyecto de este libro. Cada uno a su manera nos ha dejado entrever aspectos nuevos de un autor y de su obra que esperamos haber sabido reflejar de algún
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modo en este libro. Al mismo tiempo, también desearíamos haber sido capaces de transmitir la pasión y la convicción que Edward Soja muestra en sus escritos, en sus palabras e incluso con su vigorosa presencia física, con la esperanza que el lector se deje llevar por la fuerza de ese poderoso argumento espacial para interpretar críticamente los cambios por los que atraviesa nuestra sociedad. Barcelona, julio de 2009
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I. TRAYECTORIAS GEOGRÁFICAS E INTELECTUALES: DE KENIA A LOS ÁNGELES, DEL ANÁLISIS LOCACIONAL A LA GEOGRAFÍA POSTMODERNA RADICAL
Edward William Soja es una figura crucial del pensamiento espacial crítico actual. Nacido en Nueva York en 1941, ha trabajado y vivido la mayor parte de su vida en Los Ángeles, donde ha contribuido en buena medida a esa concentración de ideas sobre el fenómeno urbano que se ha dado en llamar la «Escuela de Los Ángeles». Antes de Los Ángeles, sin embargo, Soja pasó por y vivió en diversos lugares, reales e imaginados, dando lugar a una trayectoria vital e intelectual que a continuación se esboza en cuatro etapas («orígenes», «caminos», «aproximaciones», «llegadas»), a semejanza de lo que él mismo ensayó a propósito de Lefebvre en el primer capítulo de Thirdspace («The extraordinary voyages of Henri Lefebvre»). Este capítulo pretende ser un paseo por los espacios y las circunstancias en los que se ha forjado su personalidad como geógrafo: sus primeros momentos en los espacios vitales más cercanos, los caminos profesionales que le llevaron por diversas regiones intelectuales y geográficas, la construcción de su pensamiento teórico espacial en Los Ángeles, y sus más recientes propuestas crecientemente dirigidas a formular conceptos relacionados con las demandas espaciales de los movimientos sociales.
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Orígenes: la vuelta al mundo en un atlas, o del Bronx a Andorra I want to go to Andorra, Andorra, Andorra, I want to go to Andorra, it’s a place that I adore, They spent four dollars and ninety cents On armaments and their defense, Did you ever hear of such confidence? Andorra, hip hurrah! («I want to go to Andorra!» (1962), letra de Malvina Reynolds y música de Pete Seeger)
En el verano de 2007 Edward Soja, invitado para dar la conferencia inaugural en un congreso sobre turismo, realizó una estancia en Barcelona que aprovechamos para conversar largamente. Para romper con un ritmo de trabajo que, en pleno mes de julio, era a todas luces excesivo, nos ofrecimos para acompañarle en alguna visita a la ciudad o a sus alrededores. Soja nos realizó una petición insólita que nos dejó atónitos: «Me gustaría ir a Andorra». Pensando en el carácter eminentemente urbano de toda su obra intelectual, rebuscamos mentalmente con rapidez para adivinar qué interés podía tener Andorra para él. Pero la respuesta no era de tipo intelectual sino vital; con total naturalidad exclamó «es que siempre he querido ir a Andorra, desde niño». No había nada especial que ver ni hacer en Andorra en aquella ocasión, tan sólo se trataba de satisfacer un deseo antiguo y tan ingenuo como el de un niño que descubrió un pequeño territorio en un atlas, donde nunca nadie hubiera podido suponer que existía. Soja afirma sin un ápice de duda ni de falsa convicción que en seguida se sintió geógrafo. Las calles del Bronx, donde nació y creció, fueron una microgeografía donde todos los juegos infantiles parecían tener un sentido geográfico: el béisbol (del que
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sigue siendo un fanático hasta el punto de seguir partidos enteros a través de Internet desde cualquier rincón del mundo), las «cuatro esquinas», las canicas, incluso el bridge al que, sorprendentemente, jugaba con sus compañeros de pandilla. Pero Soja afirma tener ya entonces una inquietud, una verdadera compulsión por conocer lo que había más allá de la microgeografía de aquel sector del Bronx en el que creció. Como otros geógrafos afirman haber hecho de niños, Soja también fantaseaba entre las páginas de los atlas escolares y, más aun, analizaba la información contenida en esos atlas. «Creo que nací para espacializar» afirma en un reciente escrito autobiográfico (Soja, 2008). Desde el principio su atención se vio atraída por las ciudades, elaborando interminables listas mecanografiadas de las mayores ciudades del mundo para luego situarlas convenientemente en los atlas o, cándidamente, dirigiendo cartas, por supuesto sin respuesta, a la embajada china en Washington para solicitar un listado completo de las ciudades chinas mayores de 100.000 habitantes. Su vocación geográfica también se haría patente a través de su veta artística ya que muchos años más tarde, cuando se instale en Los Ángeles, con su potente voz Soja impulsará un conjunto musical llamado, no por casualidad, «Song of Earth», especializado en canciones populares de todo el mundo que el grupo entonaba en sus idiomas originales y difundía en discos y en conciertos por toda California. Tras «su» descubrimiento de Andorra, escondida en los Pirineos en la frontera entre España y Francia (con la misma ingenuidad con la que, diez años más tarde, Malvina Reynolds y Pete Seeger cantarían a un estado «pacifista» que no dedicaba su presupuesto a comprar armas), su imaginación le llevó a «viajar» a todos los territorios minúsculos que se escondían en los atlas. La geografía era su afición, su diversión, algo que definitivamente le hacía sentir bien. Poco se imaginaba entonces que ello podía convertirse en un oficio, en un trabajo, en algo de lo
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que vivir. En la escuela secundaria de Manhattan a la que acudió, asistió al único curso de cartografía que existía en la enseñanza secundaria de todo Estados Unidos. Allí empezó a intuir que aquello podía tener un sentido más allá de la satisfacción personal, aun cuando, llegado el momento de ir a la universidad, se hizo patente el conflicto entre su determinación por la geografía y la conveniencia económica: «¿Cómo podía pedir a mis padres o a nadie que sacrificaran dinero para estudiar algo que yo amaba de modo egoísta pero con lo que no podías hacer nada para ganarte la vida...?». Hijo de emigrantes polacos y con una situación familiar no especialmente próspera, la universidad pública era la única opción posible. Ni la mejor universidad pública en Nueva York, el City College, ni la del campus de Brooklyn tenían departamento de geografía; la única que lo tenía era precisamente la más próxima, ¡la del Bronx!
Caminos: de Madison a Syracuse y... ¡a África! It was a time of great intellectual excitement, the sort of excitement that can only come from seeing new paths opening up, new connections being made, and real challenges to be met. There was a sense of discovery, and forging, of breaking out of the banal, factual boxes erected by the old men, and a sense of reaching out to scholars in fields to which we had never been properly introduced, but which seemed friendly enough if you were prepared to learn. Peter Gould, Becoming a Geographer. Syracuse: Syracuse University Press, 1999; p. 84
En los años 1960 Nueva York es un erial en lo que respecta a la enseñanza de la geografía. La excepción es el Departamento 20
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de Geografía y Geología del Hunter College (actualmente Lehman College) del Bronx que, curiosamente, está situado muy cerca del hogar de la familia Soja. En el Hunter College obtiene su B.A. en Geografía y toma forma la vocación geográfica que, desde niño, le empuja compulsivamente a consultar atlas y estadísticas, a inventar países remotos, y a imaginar viajes sentado en el sofá de su casa. Su afición por la geografía le lleva, casi de una manera lógica y sin transición, a ampliar su formación en la Universidad de Wisconsin en Madison, donde obtendrá su M.S. (Licenciatura) en Geografía en 1961. Aunque su paso por Madison es breve y poco entusiasta, le abre el camino a un interés por la reflexión teórica y conceptual, a partir de un elemento casi anecdótico: en un manual de climatología, un cartograma muestra un fascinante «mundo de continentes hipotéticos» definidos a partir de las zonas climáticas «previsibles» sugeridas por la clasificación convencional de Köppen y considerando la dinámica atmosférica, los efectos de la orografía básica, las corrientes oceánicas, así como otros factores y fuerzas que modelan el clima en las diferentes partes del mundo. Este cartograma le permite concebir una nueva y maravillosa fórmula para percibir el mundo tanto de manera real como figurativa, ya que hace posible predecir (aunque sea de manera aproximada) las pautas térmicas y de precipitación de prácticamente cualquier rincón del planeta, así como presuponer el tipo de vegetación, de paisaje e incluso de producción agrícola. Este cartograma no muestra unos continentes «reales» sino que es una especie de quimera inventada por la imaginación de algún geógrafo: una remarcable condensación de conocimiento geográfico que estimula la comprensión general de una enorme variedad de condiciones efectivamente existentes. Esta visión que, de hecho, viene a ser una perfecta definición de lo que es la teoría, es la que contribuye a que Soja empiece a considerarse no sólo como geógrafo sino más bien
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como teórico de la geografía a la búsqueda de modelos evocadores de mundos imaginarios que no se hallan sobre el terreno. En Madison, Soja sigue un curso con Glenn Trewartha, autor de la obra The Earth’s Problem Climates que pone su atención precisamente en los lugares donde no se cumple el esquema hipotético planteado en aquel cartograma y que se convierten, pues, en «anomalías climáticas» que necesitan de detallados análisis para interpretar las razones de su desviación respecto a lo considerado normativo. Soja se da cuenta de que lo que las teorías no pueden explicar resulta ser tan importante como lo que efectivamente explican: este interés pronto lleva a Soja a interesarse en cartografiar las variaciones geográficas que los modelos de regresión general no pueden explicar y que en las técnicas cuantitativas aparecen como residuos de regresiones. Más adelante este mismo interés le conducirá a identificar en la geografía humana esa múltiple complejidad que combina lo general y generalizable con lo único y singular o, dicho de otro modo, lo nomotético con lo idiográfico. Este afán por la teoría es una de las razones esenciales que empujan a Soja a dejar la Universidad de Wisconsin y optar por la Universidad Estatal de Nueva York en Syracuse donde obtendrá su doctorado en Geografía en 1967. Aquí las todavía incipientes geografías teoréticas y cuantitativas tienen gran predicamento y sus principales técnicas y métodos (los modelos de gravedad, los círculos de Von Thünen, las olas de innovación de Hägerstrand, la teoría del lugar central de Christaller, los mosaicos de Lösch, etc.) son tratados en profundidad. Es así que la «imaginación teórica» de Soja encuentra campo abonado, especialmente a través de la mano de Peter Gould (con quien, además, comparte su interés por África) y su docencia sobre los modelos espaciales de la «nueva geografía». Soja reconoce, como tantos otros geógrafos del momento, el gran estímulo recibido de Análisis locacional en Geografía Humana, la in-
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novadora obra de Peter Haggett pionera en la definición de la organización espacial de la sociedad humana a partir de cinco elementos: movimientos, redes, nodos, jerarquías y superficies. En Syracuse, Soja halla el contrapunto a esta geografía rompedora en las clases de Donald Meinig. Gracias a las vívidas descripciones de los centros y periferias culturales que plantea Meinig, Soja reinterpreta el papel de la cultura y de las regiones culturales así como de la geografía histórica de las civilizaciones. Merced a las aportaciones de Gould y de Meinig (quizá perfectos reflejos de la más nueva y la más tradicional de las geografías, respectivamente) Soja confirma aquella vocación infantil que veía en la geografía la razón explicativa esencial. Cargado con nuevos instrumentos y argumentos, Soja se convierte en un ardiente propagador de las posibilidades y capacidades que posee el pensamiento geográfico para interpretar el mundo. Definitivamente, Soja entiende la geografía como la «organización espacial de la sociedad humana» que, posteriormente y ya aplicando la influencia lefebvriana, adjetivará como «la espacialidad de la vida social». El primer ámbito al que Soja se dirige para convencer de los beneficios de la teoría geográfica es el de las ciencias políticas, apelando la labor de los especialistas en política comparada y de los expertos en movimientos independentistas y de construcción nacional a partir de los procesos descolonizadores que estaban teniendo lugar en aquel entonces. De hecho, es Gould quien le plantea el reto de «revolucionar» el campo moribundo de la geografía política. En aquel momento Soja ya se define como «geógrafo político», si bien con un sentido totalmente distinto al que él mismo adopta en la actualidad. Sus primeras investigaciones se basan en el «Heartland» propuesto por Halford Mackinder, realizando un estudio sobre la colonización china en Sinkiang.
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Al estilo de las clásicas autobiografías gráficas realizadas por Torsten Hägerstrand o Peter Gould, este cuadro, elaborado por los autores, intenta reflejar la evolución intelectual junto con los hechos, libros, lugares y personas que, a lo largo del tiempo, han influido en el pensamiento de Edward Soja. Además, una última columna muestra la difusión de su obra en los diversos campos de conocimiento en los que ha recibido especial atención.
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No obstante, pronto su interés pasa a África, convirtiéndose en geógrafo africanista por más de 15 años: tras una breve estancia en la School of Oriental and African Studies de Londres para aprender swahili, Soja marcha al continente africano en 1963. Allí, durante un año y medio, investiga acerca de la geografía de la modernización en Kenia para preparar la que será su tesis doctoral; asimismo, entre 1967 y 1968 realiza una estancia en Ibadán (Nigeria). Los dos siguientes años tras su regreso a los Estados Unidos traen numerosos cambios: presenta la tesis en Syracuse, obtiene su primer trabajo estable en el ya desaparecido Departamento de Geografía de la Northwestern University en Evanston (Illinois), se casa con Maureen, a quien había conocido durante su etapa africana, y nacen sus dos hijos, Christopher y Erika. Los siete años (1965-72) en la Northwestern University (que incluyen dos años de nuevas investigaciones en Nairobi) son como una especie de interludio ambiguo. Por una parte, le dan el tiempo y las oportunidades para publicar libros y artículos sobre África que le permiten obtener un contrato estable en la universidad (la «tenure») antes de cumplir 30 años en 1970. A la vez, aparece su primer intento serio de reteorizar la geografía política: el texto «The Political Organization of Space» (1971) en el que Soja explora el concepto de territorialidad humana, esencial para el estudio de las políticas comparadas. Por otra parte, Soja reconoce que este no es un periodo especialmente estimulante ya que aunque en el Departamento de Geografía de la Northwestern University se aplican a fondo las propuestas, métodos, técnicas y modelos de la geografía teorética y cuantitativa, todo ello es llevado hasta extremos de tal abstracción que los hace absurdos e inoperantes. Según Soja, el espíritu de Haggett estaba vagando por allí pero expresándose tan sólo a través de ecuaciones inertes y de estadísticas vacías.
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Aproximaciones: Los Ángeles como laboratorio espacial Il est extrêmement difficile de répondre sur la ville qu’on aime/déteste car la ville détestable est en même temps fascinante. Je pense à Los Angeles. (Henri Lefebvre, «Hors du centre, point du salut?», EspacesTemps, 33, 1986; p. 19)
Soja reconoce que, inicialmente, no se dio cuenta de la trascendencia que llegaría a tener su traslado al Departamento de Planeamiento Urbano1 de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) en 1972… y, pues, del alcance que tendría su mudanza a la ciudad de Los Ángeles. Desde el punto de vista de la geografía académica estadounidense este traslado fue visto como una especie de traición a la propia identidad de geógrafo. De hecho, tanto para Soja como para una buena parte de la comunidad de geógrafos, la sensación de ser un «primo lejano» o una especie de «exiliado de la geografía» ha sido algo recurrente hasta el momento presente, siendo especialmente evidente en determinadas ocasiones y eventos como congresos y foros de la geografía académica corroborando también que él es mucho más conocido fuera que dentro del ámbito de la geografía.2 UCLA resulta ser extremadamente estimulante para Soja. En primer lugar, y como se demostrará posteriormente en su carrera y publicaciones, por su imbricación en la peculiar reali1. Dentro de la Graduate School of Architecture and Urban Planning. En 1994 esta facultad pasa a denominarse School of Public Policy and Social Research y en 2004 se convierte en School of Public Affairs. 2. Es significativo recordar que Soja no es catedrático de Geografía sino de Planificación Urbana en UCLA y de Sociología en la London School of Economics.
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dad metropolitana de Los Ángeles. Pero también, y de manera muy significativa, por el hecho de involucrarse en un departamento de planeamiento urbano que no estaba, ni de largo, tan estrictamente ligado a una disciplina ni tan intelectualmente introvertido como lo podía estar cualquier departamento norteamericano de geografía de principios de la década de 1970. En UCLA, Soja se siente espoleado y con gran libertad para expandir sus horizontes teóricos y para promover nuevas formas de pensamiento geográfico. Un estímulo paralelo lo genera la doble necesidad de transmitir la vigencia de la geografía a los planificadores urbanos así como hacer que la reflexión teórica tenga utilidad y validez práctica para ellos: todo ello no hace sino agudizar su comprensión y explicación acerca de las capacidades de la geografía. Los Ángeles y las impresionantes transformaciones de su territorio le sirven de incomparable fuente de estudio y dan un vigoroso sentido a las propuestas que Soja irá elaborando a nivel teórico. Los Ángeles se demuestra como un extraordinario laboratorio para entender la producción de teoría espacial, para explorar las muchas expresiones de las causalidades espaciales urbanas, y para evidenciar el potencial intuitivo de la perspectiva espacial crítica. Para Soja, pensar espacialmente sobre Los Ángeles a través de un trabajo empírico detallado tiene una intencionalidad esencialmente nomotética y de producción de conocimiento generalizable. El objetivo no es mostrar la incomparable singularidad de la ciudad californiana sino más bien presentar cómo el conocimiento localizado puede ayudar a entender lo que sucede en otras ciudades del mundo. Según él, Los Ángeles (mucho mejor que la gran mayoría de ciudades del mundo) hierve como laboratorio de hipótesis para desarrollar nuevas teorías urbanas centradas en los procesos de reestructuración que han reconfigurado las ciudades de todo el mundo
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en los últimos 40 años, y en especial en relación con la formación de una nueva economía flexible postfordista, con la globalización del capital, del trabajo y de la cultura, así como con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Por si fuera poco, todo ello se solapa con el llamado «Giro Espacial» y el que es uno de sus aspectos clave: el renacido interés por las ciudades y las regiones. En este sentido, las investigaciones y las publicaciones de Soja sobre Los Ángeles, juegan un papel muy destacado en la creación y expansión del Giro Espacial y en la propagación del pensamiento espacial a un número cada vez mayor de ámbitos y disciplinas que conceden un peso creciente a los estudios urbanos y regionales. Así, desde que en 1975 es nombrado catedrático distinguido de Planificación Urbana en UCLA, él y sus propuestas han sido uno de los principales impulsores (consciente o inconscientemente) de la «Escuela de Los Ángeles de estudios críticos urbanos», del Giro Espacial así como de los foros de debate postmoderno surgidos de los distintos ámbitos académicos californianos. A su vez, cabe reconocer que dicha Escuela y dichos foros han supuesto el perfecto caldo de cultivo que han retroalimentado las propuestas y reflexiones de Soja (Dear, 2003; Hooper, 2009), a pesar de las notables discrepancias existentes entre los miembros de dicha Escuela a propósito de los objetivos y orientaciones de la misma: así, según Soja, tan sólo las reflexiones de temática espacial deberían ser consideradas como propias de la Escuela de Los Ángeles. Coincidiendo con su llegada a UCLA Soja inicia también una lenta pero contundente deriva en sus convicciones ideológicas y conceptuales. Poco a poco va empapándose de los textos (todavía escasos) que la incipiente geografía radical norteamericana está introduciendo en el marco académico y nace en él un claro compromiso ideológico inequívocamente
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identificado con el marxismo: de hecho, todavía hoy se reconoce como renacido a un espíritu de geógrafo-planificador marxista. Que el proceso es lento y meditado lo demuestra el desierto de sus publicaciones en la década de 1970: los textos que aparecen son todavía una rémora de su bagaje africano y de su preocupación (más política que ideológica) por el desarrollo y la independencia de los pueblos. El «giro radical» de Soja tiene lugar entre 1974 y 1978 y encuentra fácil acomodo en el potente ambiente de pensamiento radical generado en el Departamento de Planificación Urbana de UCLA por personas como John Friedmann, David Stea, Peter Marcuse o Harvey Perloff, y en un contexto universitario politizado por el activismo contra la guerra del Vietnam e influenciado por las revueltas de Berkeley. La plena inmersión en los principios de la geografía marxista le hacen abjurar del resto de enfoques aprendidos y practicados anteriormente. Pero, por otra parte, hace que se multiplique, (todavía más, si ello era posible) su defensa de la importancia del espacio y la espacialidad. Ahora, no obstante, lejos de verlos como la necesaria descripción para comprehender las geografías humanas que marcan la superficie terrestre, el interés se centra en evidenciar los procesos sociales y las relaciones sociales de producción y de acumulación capitalista que están configurando decisivamente la formas espaciales. Como sucede con la gran mayoría de geógrafos radicales norteamericanos de esta época inicial, las primeras lecturas radicales de Soja resiguen los textos originales de Marx. Costis Hadjimichalis y Dina Vaiou, por aquel entonces dos estudiantes griegos enrolados en el programa de doctorado instaurado en la Graduate School of Architecture and Urban Planning de UCLA desde 1970, serán quienes aproximen a Soja a la obra de Henri Lefebvre, Michel Foucault, Raymond Ledrut, Jean Lojkine, Edmond Préteceille así como Antonio Gramsci,
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Nicos Poulantzas y otros pensadores marxistas europeos, prácticamente desconocidos en los Estados Unidos, pero que estaban siendo de gran influencia en la Europa revolucionada en torno a 1968. Así pues, tras aquella larga etapa de silencio, el primer texto (firmado conjuntamente con Hadjimichalis, su primer doctorando) del «nuevo Soja» autocalificado ya no sólo como geógrafo sino como «teórico espacial crítico», aparece publicado en Antipode en 1979 y es, junto con otro de 1980, toda una declaración de principios. Este segundo artículo («The SocioSpatial Dialectic») inicialmente Soja pretendió, de manera provocadora, titularlo como «Topian Marxism». El argumento principal, basado esencialmente en las propuestas de Lefebvre, es que los procesos espaciales configuran las formas sociales al igual que los procesos sociales definen las formas espaciales. A partir de ello, Soja deduce de manera obvia que las relaciones espaciales propias del desarrollo desigual son tan importantes en la teoría y en la práctica política como las relaciones sociales de clase. Paralelamente, Soja expresa su desencanto hacia la geografía marxista y su incapacidad para explorar adecuadamente el poder convincente de la imaginación espacial crítica. Soja denuncia las enormes reticencias que sostienen los geógrafos marxistas para dar protagonismo a cualquier otra cosa que no sea la «clase social»: para Soja es esencial la gran capacidad explicativa que posee la causalidad espacial urbana y el potencial que mantienen los procesos espaciales para estructurar las formas sociales. Este posicionamiento llevará a que Soja sea a menudo acusado (por parte de los colegas geógrafos) de «fetichismo espacial», lo que implicará una profundización en el mutuo alejamiento y, pues, en el «exilio» de Soja al ámbito de los planificadores urbanos. A partir de este momento la obra de Soja contendrá una premisa común y constante: a pesar de que las sucesivas re-
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organizaciones del capitalismo tienen una mayor incidencia en la dimensión espacial que en la temporal, en los últimos cien años las ciencias sociales (y, en ellas, la teoría social crítica) han privilegiado la dimensión espacial sobre la temporal. Otros geógrafos y sociólogos radicales (como David Harvey, Neil Smith, Doreen Massey, Richard Peet, Anthony Giddens, Derek Gregory, Nigel Thrift, Manuel Castells, etc.) también reconocen que el discurso de la teoría social tradicional ha marginado la geografía y lo espacial frente a la historia y lo temporal, pero Soja afirma que no es suficiente con reconocer esto de manera que, para que la sociedad afronte con éxito sus retos y problemáticas, el pensamiento radical debe tomarse muy en serio y situar en el mismo núcleo de su quehacer la «reinserción del espacio en la teoría social crítica», tal como reza el subtítulo de su Postmodern Geographies. El planteamiento de Soja remarca que la sociedad es, desde su inicio, intrínsecamente espacial y espacializada, de la misma manera que el espacio es intrínsecamente social y socializado. La socialización y la espacialización forman un complejo entresijo interdependiente que a menudo se presenta en conflicto. Según él, ni lo social ni lo espacial deberían privilegiarse uno sobre el otro, pero parecería que las propuestas surgidas del marxismo y, especialmente, de las interpretaciones sobre el materialismo histórico-geográfico creadas por David Harvey y otros teóricos esenciales de la geografía marxista habrían contribuido muy poco a conseguir dicho equilibrio. Tras «The Socio-Spatial Dialectic» es en Postmodern Geographies (1989) donde Soja repite estos argumentos de manera más ordenada, extendiendo su crítica inicial a las diversas vertientes de la geografía moderna: desde la geografía positivista a la marxista así como la feminista o la cultural. En esta misma obra, que Soja considera su mayor crítica hacia la geografía moderna, confluyen la dialéctica socio-espacial con
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su contrapunto filosófico: la interrelación mutuamente constructiva entre la historia y la geografía. Es decir, la dialéctica espacio-temporal que, según Michel Foucault, fue ontológicamente distorsionada a finales del siglo XIX y que ha persistido hasta la actualidad. Que estas críticas se incorporen en un libro titulado Postmodern Geographies no es nada anecdótico ni oportunista. Soja se reconoce plenamente en el marco del postmodernismo porque ve en este momento una excelente y oportuna ocasión para deconstruir los discursos anteriormente privilegiados y las dicotomías incontestablemente establecidas, entre los cuales este predominio del tiempo sobre el espacio. También porque Soja ve en la etapa de la postmodernidad (es decir, en las transformaciones económicas, sociales, culturales y territoriales llegadas a través del postfordismo, la globalización y la economía flexible) la penúltima manifestación de la evolución del desarrollo capitalista. Este cúmulo de transformaciones propias del capitalismo tardío es considerado por Soja como un conjunto de circunstancias suficientemente poderosas como para evidenciar que tienen como base común una profunda alteración de sus dimensiones espaciales o, dicho de otra forma, suponen el momento adecuado para hacernos dar cuenta del papel decisivo y cambiante que posee el espacio. Ello se hace patente en muchas ciencias y bajo muy diversas ópticas: es el Giro Espacial que se da en casi todas las disciplinas, especialmente en las relacionadas con las ciencias sociales y las humanidades. Desde el punto de vista de la geografía más tradicional y ortodoxa, el Giro Espacial es visto con suspicacias no solo por las ya habituales reticencias ante cualquier innovación (y especialmente ante una innovación no surgida dentro de la propia disciplina que, además, implica una redirección del pensamiento geográfico y de la teoría espacial) sino por la dispersión, heterogeneidad y
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eclecticismo de dicho Giro que adopta muy diversas versiones: desde la simple inserción de unos toques espaciales hasta la profundización conceptual en esta dimensión. Soja ve este Giro Espacial como una fantástica oportunidad lo que, una vez más, supondrá un factor de distanciación respecto muchos de sus colegas geógrafos. Así pues, en conjunto, la teoría social postmoderna parece ofrecerle a Soja el marco explicativo óptimo para comprender e interpretar la restructuración capitalista contemporánea. Entender la espacialidad y las relaciones de poder que hay detrás de esta restructuración es el punto clave para comprender (y cuestionar), tanto de manera teórica como de manera práctica y políticamente comprometida, la realidad de la sociedad actual. Este posicionamiento en el contexto del postmodernismo resulta ser muy conflictivo para Soja ya que, por un lado, debe marcar claramente las diferencias con la mirada laxa y neoliberal que, al menos en sus inicios, resulta mayoritaria en el discurso postmoderno: así Soja muestra grandes suspicacias frente a las interpretaciones alegremente pluralistas, inclusivas y eclécticas que caracterizan este primer postmodernismo lo que, a su vez, le supone un primer enfrentamiento con los estudiosos del feminismo, del postcolonialismo y de otros foros subalternos. Su mirada postmoderna también supone un ataque directo a los postulados de la geografía marxista clásica ante su estancamiento en unos principios dialécticos incuestionables. Todo ello le vale un alud de críticas (a veces furibundas) tanto por parte de los conservadores como, sobre todo, de los marxistas, lo que no deja de ser doloroso para él ya que, además de tener que resistir «desde su exilio en el país de los planificadores» a la dureza de los comentarios recibidos por algunos colegas «instalados en el país de los geógrafos», Soja en ningún momento reniega frontalmen-
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te del marxismo al que sigue valorando por su carácter emancipador. Por todo ello, no ha de extrañar que se profundicen sus apelaciones a las fuentes críticas y marxistas a través de las interpretaciones hechas por Antonio Gramsci, Michel Foucault, Ernst Mandel, Louis Althusser, John Berger, o Henri Lefebvre, entre otros, tanto por lo que suponen de hibridez y antidogmatismo (y en lo que puede considerarse como una muy diversa colección de inspiraciones puestas en común, muy propia de lo que debería ser la nueva geografía humana postmoderna) como en lo que suponen de una declaración de principios para alejarse de las fuentes y las formas utilizadas por aquellos geógrafos radicales fieles seguidores del Marx original (entre los cuales David Harvey). Así pues, el peculiar posicionamiento de Soja en el contexto de la perspectiva postmoderna y de la marxista le confiere un reto y una problemática añadida. Si en los años 1970 Soja ya presenta una profunda preocupación por la reflexión teórica, es en la década de 1980 cuando esta reflexión se concreta en la «dialéctica socio-espacial» que, ya en los años 1990 y bajo la óptica postmoderna, se refina hasta convertirse en «triple dialéctica» del espacio, el tiempo y lo social. Esta triple dialéctica de la espacialidad-historicalidad-socialidad (o «trialéctica del ser», según la denominación ideada por Soja) junto con el reconocimiento implícito de la causalidad espacial urbana, lleva a Soja a enfatizar en las proclamas que Lefebvre y, en menor medida Foucault, había elevado en la década de 1960 cuando reclamaba la centralidad del espacio y la espacialidad en tanto que elemento constitutivo fundamental de la cotidianeidad de la vida social. Se proponía una reteorización transformadora de las relaciones «triplemente dialécticas» existentes entre la historia, la geografía y la sociedad, como única garantía para un modo de pensar espacializado.
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Para afrontar aquella distorsión ontológica espacio-temporal creada en el siglo XIX, para combatir las persistentes fuerzas del historicismo social, y para introducir un modo diferente de pensamiento y praxis crítica espacial, es necesario que el espacio se sitúe estratégicamente en primer lugar en tanto que marco interpretativo de la realidad. La formulación de esta trialéctica y la denuncia de la persistente priorización concedida al tándem socio-histórico frente al socio-espacial y al espacio-temporal, da a Soja una nueva mirada interpretativa acerca de por qué la geografía y, en concreto, el pensamiento espacial crítico, ha sido tan menospreciada desde el punto de vista relativo y relacional y tan periferizada en la división académica e intelectual del trabajo durante, al menos, el último siglo. El pensamiento espacial, la imaginación geográfica, y la geografía como disciplina, han sido enterradas de manera muy efectiva bajo una losa de historicismo social; se trata de una oclusión epistemológica activada por la priorización de lo social y lo histórico sobre lo espacial, que continua configurando el pensamiento social contemporáneo. La crítica también alcanza la geografía contemporánea, dado que habría fallado estrepitosamente a la hora de ver sus limitaciones internas, ignorando las potentes críticas de, por ejemplo y una vez más, Foucault y Lefebvre. La idea de la trialéctica también surge de la poderosa imaginación y del innovador vocabulario de Soja, al igual que el concepto de «tercer espacio» que da nombre a la obra que Soja publica en 1996: Thirdspace. El tercer espacio es propuesto como paradigma del análisis postmoderno, entendido como una aproximación que sitúa la trialéctica en el centro de atención, pero también entendido como una forma de asumir la complejidad que caracteriza la configuración cotidiana de los espacios vividos. La idea de tercer espacio permite, además,
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superar la compartimentalización de los conocimientos de las ciencias sociales convencionales, diferenciando ahora un «primer espacio» (integrado por el mundo real y material) y un «segundo espacio» (el del mundo imaginado de las representaciones de la espacialidad) del «tercer espacio» propiamente dicho (convertido en el espacio privilegiado de análisis). Ciertamente el tercer espacio es un concepto complejo y escurridizo del que ni el mismo Soja propone una definición clara. Se le critica que tanto el concepto de trialéctica como el de tercer espacio los discuta únicamente a altos niveles de generalidad ontológica y, además, para acabar utilizando justificaciones tan etéreas como «Il y a toujours l’Autre» extraída, una vez más, de las propuestas lefebvrianas.3 Quizá, de nuevo, haya que entenderlo todo a la luz del lenguaje enrevesado, rompedor y provocador (y, pues, postmoderno) de Soja. Quizá, también, esta metodología postmoderna que reniega de lo absoluto y lo definitivo explique, al menos parcialmente, las abundantes reediciones y reelaboraciones que llenan su listado de publicaciones. Es a lo largo de la década de 1990 cuando la proyección internacional de la obra de Soja se hace más patente lo que se traduce en numerosísimas invitaciones a participar en conferencias, coloquios, seminarios y actividades diversas, la inmensa mayoría de las veces fuera de los Estados Unidos. Sus propuestas científicas son especialmente valoradas y consideradas en América Latina, Australia y, sobre todo, Europa: además de otras universidades en las que es profesor invitado, 3 Soja justifica, en parte, estas dificultades en el hecho que, inicialmente los contenidos de Thirdspace y de Postmetropolis debían agruparse en un solo volumen de manera que las argumentaciones teóricas y las explicaciones prácticas hubiesen tenido una correlación cercana y comprensible. Los cuatro años que, por razones editoriales, finalmente separan una de otra obra acabarían por suponer un abismo notable.
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desde 1999 Soja es catedrático distinguido de Sociología del programa «Cities» de la London School of Economics and Political Science. En España han sido habituales sus contactos con universidades y administraciones públicas de Canarias, Cataluña y el País Vasco.
Llegadas: cerrando el círculo en Çatalhöyük Du siehst, mein Sohn, zum Raum wird hier die Zeit… [¿Ves, hijo mío? Aquí el tiempo se hace espacio…] El caballero Gurnemanz al joven Parsifal, en «Parsifal», de Richard Wagner, 1882
Çatalhöyük y Los Ángeles quedan estrechamente entrelazados en la trayectoria vital y académica de Soja gracias a lo que él ha reconocido como un cúmulo de coincidencias y casualidades. El proceso empieza, quizá, con Ian Hodder (a cuyo padre Soja había conocido en tanto que africanista), un destacado arqueólogo dedicado a vincular la teoría arqueológica con la geográfica, hecho que suponía ya una importante transgresión y marginación dados los tradicionales lazos de la arqueología con la historia. Hodder habría orquestrado una inusual conexión entre geografía y arqueología resiguiendo la evolución de la teoría espacial desde la geografía cuantitativa y positivista de las teorías del lugar central y los modelos de localización espacial hasta las críticas postmodernas, postcoloniales y postestructuralistas, pasando por las corrientes marxistas, feministas y culturales, lo que marcaba grandes paralelismos con la trayectoria de Soja. A través del trabajo de Hodder, Soja observa la que, en principio, parece ser la primera pintura mural de la historia que reproduce la imagen de una ciudad, Çatalhöyük, a su vez, considerada por James Mellaart (mentor de Hodder) 38
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la primera ciudad neolítica: una metrópolis integrada no por granjeros sedentarizados sino por cazadores y recolectores implicados en el comercio a larga distancia y radicados en esta ciudad en tanto que centro de intercambios y encuentros. El mural parece reflejar a la perfección una escena urbana, el comienzo de la sedentarización, el paso de cazadores recolectores nómadas a sedentarios: dicho en otras palabras, el inicio del proceso de urbanización. Con una cierta sorpresa por su parte, Soja redescubre, ya en los años 1990, que Jane Jacobs también menciona Çatalhöyük en su texto seminal La economía de las ciudades (de 1969), de donde extrae su idea que las ciudades y los procesos de urbanización pueden haber sido la fuente primaria generadora de creatividad, de innovación y de desarrollo social desde Çatalhöyük y durante los últimos 12.000 años. Según Jacobs, la chispa inicial de la vida económica urbana fue la causa primaria de todo el crecimiento y cambio económico, incluyendo el pleno desarrollo de la agricultura y la ganadería además de muchas otras actividades productivas especializadas. Y no a la inversa. Es, pues, el hecho urbano, la existencia de lo urbano, lo que genera el cambio y el desarrollo económico (también la implantación de la agricultura y la ganadería) y no al revés, si bién el desarrollo de la agricultura permitirá la consolidación de una población sedentaria y de una economía excedentaria típicamente urbana. Es decir, y siguiendo las palabras de Jacobs: sin las ciudades seríamos pobres, ya que no se habrían desarrollado nuevas formas de economía y de relación social. Esta chispa economicista de Jacobs que suponía la respuesta a la mirada historicista y pasiva (fatalista) de Lewis Mumford en La ciudad en la historia (1961) caería durante años en un desprestigio y marginación (que Soja paraleliza con la marginación de las propuestas de Foucault y Lefebvre) hasta ser recuperada muy recientemente por la teoría económica pero
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ya bajo una óptica economicista y entendida como una «externalidad». Solo muy recientemente las economías de urbanización, entendidas como evocaciones de causalidad espacial urbana, empiezan a ser hoy aceptadas como la causa primaria del desarrollo económico. Es en este sentido que Soja, siguiendo a Jacobs, crea el concepto de sinecismo o «el estímulo de la aglomeración urbana.» Soja lleva a religar este concepto desde la arqueología hasta la economía urbana y regional, y le da una de las interpretaciones más revolucionarias que surgen del Giro Espacial y que hoy dan sentido a dicho Giro: que las ciudades y, especialmente, sus espacialidades sociales, son en la actualidad (tal como lo vienen siendo desde hace ¡12.000 años!) la primera y más importante fuerza de creatividad artística, de innovación económica, de cambio tecnológico y de desarrollo social. Para Soja, Los Ángeles supone, indudablemente, el ejemplo máximo de sinecismo. «It all comes together in Los Angeles», proclama un capítulo de Postmodern Geographies y, ciertamente, según Soja Los Ángeles es el paradigma, el escaparate de todo, el lugar donde todo sucede, donde todo toma sentido, donde todo cuadra: donde la teoría y la praxis se fusionan. Sus trabajos sobre Los Ángeles, casi siempre realizados a partir de materiales elaborados por otros estudiosos, presentan los cambios geoeconómicos que han alterado el espacio social de Los Ángeles y lo han convertido en el epítome y la avanzadilla de las transformaciones postfordistas, de la economía flexible, de la sociedad del conocimiento y de la información, de la cultura del consumo, de la gobernanza liberal... Según Soja, ello conduce a que la mejor interpretación de lo que está sucediendo llegue a través de las formas y los métodos del análisis postmoderno. Es así que Los Ángeles resulta ser, para Soja, la metrópolis donde acontece la postmodernidad y donde el postmodernismo re-
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sulta ser el marco de interpretación privilegiado. Los Ángeles es la postmetrópolis por excelencia. Como una consecuencia inevitable de todo ello, el cuerpo central de dicho pensamiento espacial surgido en Los Ángeles (la llamada «Escuela de Los Ángeles») ha generado muchas críticas y controversias, especialmente entre los que lo ven como la imposición de un modelo de estudio, interpretación y proyección urbana a otros lugares donde quizá no es apropiado o los que denuncian que estas reflexiones no son sino propias de un club exclusivo, excluyente y autoreferenciado. Ciertamente, Soja se ha visto totalmente involucrado en estos debates y en estas críticas, dada la centralidad de su pensamiento (en relación con los temas y enfoques propuestos) y ante la difusión (territorial y disciplinar) de sus reflexiones. La emergencia de postmetrópolis como Los Ángeles le sirve a Soja para ejemplificar lo que sucede en esta última ola de la evolución del capitalismo y lo hace, esencialmente, en Postmetropolis. Critical Studies of Cities and Regions (2000) así como en The City: Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century (1996), obra coordinada juntamente con Allen J. Scott. En ambos textos, pero especialmente en el primero, Soja propone retratar esta realidad postmetropolitana utilizando una propuesta metodológica postmoderna según la cual se entremezclan las escalas, las miradas, los actores, los comentarios, las fuentes, las reacciones, las disciplinas… en un juego trialéctico a través del cual implementa sus anteriores propuestas sobre el tercer espacio. El resultado de este juego de miradas y de escalas es una serie de «viajes a lugares realese-imaginados» (tal como reza el subtítulo de Thirdspace) hasta configurar uno de los posibles relatos sobre la postmetrópolis angelina. En estos viajes el sinecismo resulta clave para entender la fuerza dinamizadora del espacio urbano que, a su vez, resulta imprescindible para comprender no sólo la evolución
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histórica de Los Ángeles sino ciertos momentos que resultan ser determinantes en su devenir. En Postmetropolis Soja construye seis discursos que ayudan a componer un retrato de la realidad urbana-metropolitana contemporánea y que, en línea con sus habilidades para servirse del lenguaje y manipular el vocabulario, etiqueta como: la metrópolis postfordista, la cosmópolis, la exópolis, la ciudad fractal, el archipiélago carcelario, y las «simcities». La propuesta pretende que, a través de estos seis discursos interrelacionados y junto con la perspectiva del tercer espacio, sea posible elaborar un punto de partida para interpretar el paisaje urbano contemporáneo y entender cómo la experiencia del espacio y del tiempo es creada y transformada en la postmetrópolis. El resultado en su conjunto es un excelente retrato de lo que sucede en Los Ángeles (y, de hecho, se ha convertido en un texto imprescindible para cualquier estudio sobre Los Ángeles), pero quizá la mejor consecuencia es que, a través de la condensación de los seis discursos y de este análisis de Los Ángeles, Soja alcanza las más altas cotas de reconocimiento en todo el mundo y en disciplinas que trascienden ampliamente el marco de los estudios urbanos. Gracias a ello, y quizá de una manera mucho más intensa y extensa que en sus intentos precedentes, consigue introducir el debate sobre la importancia del espacio y de la espacialidad (sobre la reinserción del espacio en la teoría social y en la comprensión de la cotidianeidad) en foros inesperados (desde la teología y el turismo hasta el diseño y los estudios literarios) o abiertamente reticentes (como los de los economistas, los sociólogos, los arquitectos). Ciertamente la propuesta de interpretación resulta muy atractiva porque supone una nueva manera de entender y acercarse a la ciudad que, aunque cuestionable, es sugerente, interesante y provocadora. Además, partiendo del concepto de postmetrópolis Soja propone la necesidad de un «nuevo
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regionalismo», descargado de connotaciones nacionalistas e identitarias pero entendido como la forma de debería adoptar la planificación urbanística a la escala regional propia de la ciudad de dimensiones postmetropolitanas. Aunque el éxito de sus propuestas neoregionalistas aun está por ver, no deja de ser una sugerente forma de reforzar el protagonismo de la geografía y del análisis espacial regional en el contexto de la ordenación del territorio y del llamado «nuevo urbanismo» propio de las grandes áreas metropolitanas. * * * La trilogía básica de Soja (y, en especial, Postmodern Geographies) se ha convertido en una obra extremadamente influyente en la teoría social contemporánea y, por lo tanto, con una enorme capacidad para seducir y también para enojar. Es considerable la contribución de Soja a los debates contemporáneos sobre el espacio y la espacialidad de la vida social, hasta el punto de poder afirmar que prácticamente ha logrado uno de sus objetivos iniciales: reintroducir el espacio (o, al menos, el debate sobre el espacio) en la teoría social (crítica). Como consecuencia de ello también ha conseguido situar a la geografía humana en el centro de la teoría social, hasta el punto que Soja es de los escasos geógrafos reconocidos y aclamados de manera habitual por la mayoría de teóricos sociales y culturales de las ciencias sociales: a la vista del listado de sus participaciones invitadas en foros, conferencias y actos académicos diversos, son mayoría aplastante las que se sitúan fuera de la comunidad científica de la geografía en sentido disciplinar estricto. Aunque quizá sin conseguir liderar una «escuela» propia, Soja ha abierto una puerta trascendental que ha sido traspasada por muchos y que ha dado paso a un vasto territorio teórico que ha dado pie a grandes exploraciones.
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La obra de Soja ha conseguido ser también una respuesta, suficiente y convincente, ante el reto que el postmodernismo propone a la geografía, obligándola a cuestionar o, al menos, a replantear el proyecto de la geografía humana tradicional: la disciplina, sus límites, sus estructuras, sus teorías, sus métodos, sus contenidos. A pesar de que actualmente cualquier estudio sobre geografía postmoderna y sobre las múltiples geografías de la postmodernidad tiene que contar con sus textos, Soja no destaca por la claridad de sus propuestas geográficas sino por haber ampliado los horizontes teóricos y conceptuales de la geografía humana. En cualquier caso, su contribución puede calificarse de enorme dado que ha permitido resituar la geografía en el marco de las ciencias sociales generando un gran debate entre ambas y con respecto a la teoría social crítica. En el estrecho mundo de la academia, todo ello ha creado recelos y ha generado debate (véase la quinta parte de este libro «Tres aportaciones de Edward W. Soja a la geografía y a la teoría social»), dado que sus propuestas no dejan indiferente y obligan a un profundo replanteamiento de la manera en que se piensa y se hace la geografía y las ciencias sociales.
Referencias citadas DEAR, Michael (2003), «The Los Angeles School of Urbanism: an intelectual history», Urban Geography, 24(6); pp. 493-509. HOOPER, Barbara (2009), «Los Angeles School of Post-Modern Urbanism», en Rob Kitchin & Nigel Thrift (eds.), International Encyclopedia of Human Geography. Nueva York: Elsevier; pp. 293-297. SOJA, Edward W. (2008), «Taking Space Personally» en Barney Warf & Santa Arias (eds.). The Spatial Turn: Interdisciplinary Perspectives. Nueva York & Londres: Routledge; pp. 11-35.
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1. Celebración del 30.ª aniversario de la School of Urban Planning de UCLA (2000) - 2. Foto «oficial» de la página web de la UCLA. - 3. Conferencia en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee (1990). - 4. Coloquio «Does Los Angeles need a downtown?» (Los Ángeles, 1990). - 5. Simposio «Trans-urbanism» (Rotterdam, 2001). - 6. En el curso «Ontology, Space and Radical Politics», impartido en la California State University (Long Beach, 2008).
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1. Con Larry Barth en la Architectural Association School of Architecture (Londres, 2005). - 2. En la 36.ª International Conference of the Austrian Association for American Studies (Graz, 2009). - 3. Participación en un debate sobre «Place Making» en rebell.tv (Hamburgo, 2007). - 4. Con John Friedman y Barbara Hooper durante el «Sojafest» organizado en UCLA (2008). - 5. Con Josep Anton Acebillo en casa de Richard Sennett y Saskia Sassen (Londres, 2002). - 6. Sobrevolando el área metropolitana de Barcelona con los autores (2001).
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1. Con Enzo Mingione en Milos (1996). - 2. Conferencia en el Aegean Seminar en Naxos (2003). - 3. Con Sarah Whatmore en Milos (1996). - 4. En Barcelona, entrevista con Mariona Tomàs (2003). - 5. Con Costis Hadjimichalis en Naxos (2003). - 6. Con Maureen Soja, Abel Albet, Olivier Kramsch y Sabine Motzenbacker en Naxos (2003). - 7. Con Núria Benach en Barcelona (2007).
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1. Con Abel Albet y Anna Clua en Naxos (2003). - 2. Con Maureen Soja y Dina Vaiou en Naxos (2003). - 3. Con Núria Benach en Los Ángeles (1992). 4. En Andorra (2007). - 5. En Barcelona, en una de las entrevistas mantenidas con los autores (2007). Procedencia de las fotos: Dina Vaiou, Abel Albet, Mariona Tomàs, Anna Clua, Núria Benach y la web del Departamento de Urban Planning de UCLA.
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II. ENTRE LA COMPULSIÓN POR CONOCER EL MUNDO Y LA CONSTRUCCIÓN DE UN PENSAMIENTO ESPACIAL CRÍTICO: UNA CONVERSACIÓN CON EDWARD W. SOJA
Edward Soja es un conversador infatigable. La fluidez y la naturalidad con la que discurren sus pensamientos, a menudo sazonados con anécdotas y recuerdos, permiten no sólo que sus ideas lleguen con claridad a su interlocutor sino que éste se contagie casi de inmediato de la pasión con la que las defiende. Aunque las conversaciones con Soja han sido múltiples a lo largo del tiempo, aquí se recoge el resultado de una larga entrevista realizada en el verano de 2007 y en la que, de modo deliberado, se intentó condensar una buena parte de lo hablado a lo largo de los años. —¿Cómo llega uno a convertirse en geógrafo? ¿Se siente aún geógrafo? —Creo que prefiero definirme como un geógrafo educado por la densidad del Bronx. Cuando era niño la intensidad de los juegos en las calles del Bronx me hicieron sentir muy implicado en la vida comunitaria de este barrio de Nueva York. De hecho, mi mundo se reducía a mi trecho de calle ya que tan sólo unas manzanas más allá ya lo consideraba territorio extranjero. Nuestra esquina era el centro de nuestras vidas: ciertamente, existían unas microgeografías con usos muy intensos. Yo era uno de los encargados de decidir a qué se jugaba en cada momento del año, de manera que me vi involucrado en los juegos de varias generaciones de niños y jóvenes. Esta ilusión por
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organizar espacios, así como por explorar mapas y encontrar lugares fue lo que, ya desde muy joven, me hizo identificar la geografía con algo que me hacía sentir bien. Querer conocer el mundo entero se convirtió en algo compulsivo, de manera que lo primero que hice fue sumergirme en los atlas. Pronto tuve un mapa mental del mundo bastante exacto… y fue así como descubrí Andorra: creía que ya lo conocía todo pero de pronto descubrir un pequeño lugar que supuestamente «no debía estar allí» me dejó completamente fascinado. —Pero su paso por la universidad le convirtió en geógrafo profesional... —Asistí a un instituto de enseñanza secundaria que resultó ser el único en todos los Estados Unidos donde se enseñaba cartografía. Cuando tras el instituto tuve que elegir universidad, me sentí mal ya que yo ya estaba plenamente decidido a estudiar geografía pero… ¿cómo podía pedir a mi familia, que no tenía grandes recursos económicos, el sacrificio de dedicar tanto dinero para pagarme unos estudios que a mi, de manera bastante egoísta, me gustaban mucho pero con los que difícilmente podía salir adelante en la vida? Finalmente me matriculé en el Hunter College de la City University of New York (una universidad pública y gratuita) ya que ni la mejor escuela universitaria del campus central de dicha universidad (donde están David Harvey, Neil Smith y Cindi Katz) ni el campus de Brooklyn tenían departamento de geografía: la única sección de geografía estaba, precisamente, en la escuela universitaria del Bronx, la más cercana a mi casa. A pesar de que Nueva York nunca ha sido un buen lugar para estudiar geografía, me encontré con un departamento de geografía y geología pequeño pero interesante. Cuando entré en la escuela universitaria era muy muy joven, apenas 16 años, pero pasé con gran éxito los exámenes de geografía física lo que me permitió avanzar dos cursos de golpe.
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Tras esta etapa ya sabía que había una ciencia llamada Geografía y que había personas que incluso trabajaban como geógrafos y se ganaban un sueldo de manera que ya me pareció lógico dedicarme plenamente a la geografía y optar por las mejores universidades del momento: Chicago, Clark, Wisconsin, Columbia… Elegí Wisconsin para poder encontrarme con Richard Hartshorne de profesor y también para poder dedicarme a la geografía política, que era un campo que me atraía especialmente. Acababa de cumplir 20 años: era la primera vez que salía del Bronx. A los pocos meses murió mi madre lo que contribuyó a que la decisión de partir para Wisconsin se convirtiese en una especie de declaración de independencia personal, ya sin retorno. Por aquel entonces yo estaba fascinado con cosas como el mapa de climas del mundo. Un mapa así te permitía predecir el tipo de clima que haría en cada lugar del planeta y a pensar en las condiciones de vida que se dan allí y, pues, te abría las puertas a imaginar e interpretar el mundo. Os podéis imaginar la sensación que tuve al «descubrir» el clima mediterráneo: la región alrededor del Mar Mediterráneo, un poco de California, algo de Chile, una esquina de Sudáfrica… En cierta manera era como el descubrimiento de Andorra. Así que en Wisconsin me decidí a seguir una asignatura de climatología avanzada, en concreto sobre el sistema de Köppen y la teoría del «continente ideal». La impartía Glenn T. Trewartha, que nunca me tuvo simpatía y dio las mejores notas a «sus» estudiantes de climatología (para él yo era un chico de 21 años del Bronx que seguía la geografía de Hartshorne). Él acababa de publicar un libro, The Earth’s Problem Climates, en el que estudiaba qué sucedía en las zonas en las que la teoría del continente ideal predecía un clima determinado «A» pero que en realidad tenían un clima «B» o «C» o «D»: estudiar estas consecuencias me interesaba muchísimo pero Trewartha nunca creyó en mí ni se interesó por mí.
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Estuve en Wisconsin tan sólo un año ya que pronto me di cuenta de que si algo nuevo se estaba forjando en geografía… no era precisamente allí. Tenía una amiga, que conocía de la escuela universitaria en el Bronx, que por aquel entonces estaba en la Universidad Estatal de Nueva York, en Syracuse, y me contaba acerca de las muchas cosas novedosas que se daban allí… de manera que me fui para allá. Nada más llegar, en el verano de 1961, la universidad organizó un viaje de estudio por el estado de Nueva York a modo de curso orientativo para todos los estudiantes de geografía; fue allí donde empecé a fumar. De hecho nunca antes había fumado pero vivir en Potsdam, en un rincón del estado de Nueva York, no conlleva grandes alicientes de manera que tienes muchos momentos aburridos: un estudiante mayor me dio un cigarrillo como si fuese droga... y desde entonces no he dejado de fumar tabaco mentolado. Aquel 1961 también fue un año muy famoso para el beisbol: tanto Roger Maris como Mickey Mantle consiguieron récord de home runs. Syracuse era uno de los principales campos de batalla de la revolución cuantitativa en geografía, de manera que allí pude experimentar tanto lo mejor de la geografía tradicional (incluso con gente más tradicional que Hartshorne y el resto de profesorado de Wisconsin) como de las novedades que se estaban dando. Donald Meinig fue de gran influencia para mí: él daba clases de geografía cultural, especialmente sobre las culturas y civilizaciones del mundo, enseñando acerca de centros y periferias y cartografiando los núcleos originarios de determinados grupos culturales. Fue la asignatura más emocionante de todas. Siempre he tenido buena memoria de manera que para entonces simplemente me dedicaba a absorber como una esponja todo lo que recibía: aquella asignatura me influyó muchísimo ya que era muy creativa y ofrecía propuestas nuevas y geniales para entender la geografía cultural del mundo.
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Y también estaba Peter Gould. Aprender geografía cuantitativa con él fue otra experiencia extraordinaria: poder explicar las variaciones que se dan entre los continentes y después estudiar las excepciones y así ser capaces de conocer más de lo que sucede. Comprender la lógica de las cosas a partir del análisis de regresión fue otro de esos momentos orgásmicos: ¡Dios mío! Aplicas unas estadísticas y ya tienes un mapa de algo y luego lo correlacionas con un mapa de aquello otro y luego está la variable dependiente y la independiente, explicas la tasa de varianza, consigues el coeficiente de correlación que te explica cuan buena es tu teoría… pero a continuación puedes calcular lo que te ha quedado sin explicación y no sólo estadísticamente sino que lo puedes cartografiar. Y para entonces haces tu propio análisis espacial para explicar qué es lo que causa tal o cual modelo de regularidad. Todo ello me convirtió en un convencido de los métodos cuantitativos: me vi haciendo una especie de lógica teórica y utilizando una metodología que abría la mente a nuevos conocimientos, a nuevas geografías capaces de entender, explicar y descubrir. En aquel momento yo ya disponía de un amplio conocimiento acerca de climatología, geomorfología, población, ciudades y localización urbana, geografía política y fronteras, la problemática regional del mundo que yo había estudiado con Hartshorne, etc. Todo ello fue elevando mi conciencia analítica sobre los aspectos geográficos y, de nuevo, me convenció de algo que, de una manera algo inocente y simplista ya había experimentado a los 10 años: la geografía es una manera extremadamente interesante de comprender el mundo. —Pero además aquella fue una época muy movida en el terreno político en los Estados Unidos, al menos en determinados círculos intelectuales. Imaginamos que su evolución intelectual fue de la mano de la de su pensamiento político...
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—No: la mayor parte de mi conciencia política llegó mucho más tarde aunque, ciertamente, se respiraba una cierta forma de socialismo en las calles del Bronx del que yo participé de una manera u otra. En el instituto estudié ruso: me interesaban la Unión Soviética y China (uno de mis primeros trabajos de curso versó acerca de los nuevos asentamientos en Sinkiang) y me fascinaba la región de Asia Central. Mi conciencia política no estaba muy activa en aquellos momentos pero fue evolucionando. Así, en Syracuse, se acababa de crear un gran programa de estudios sobre África Oriental, lo que propició mi interés por África y por los movimientos independentistas y de identidad nacional. Todo ello fue instigando en mí una especie de sentimiento anticolonial y una profunda simpatía hacia los africanos, pero todavía sin componentes políticos. Seguramente yo todavía era demasiado joven para esta conciencia política, al menos más joven que mis compañeros (aunque físicamente era mucho más grande que ellos ¡lo que me ayudó muchísimo!). Así pues, empecé a investigar sobre África en Syracuse. Hice mi tesis doctoral y conseguí un trabajo en la Northwestern University en 1965. Me casé en Chicago en septiembre de 1965 (justo antes de empezar el curso) y mi primer hijo nació en 1966. En la facultad mis mejores amigos eran una pareja afroamericana que vivían en nuestro mismo rellano y daban clases en el departamento de ciencias políticas: al igual que cuando era niño, mi vida estaba de nuevo rodeada por amigos de color. Corre el año 1968. Los estudiantes organizan manifestaciones por todas partes y yo tengo casi su misma edad (28 años) pero una distinta posición de autoridad dado que ya soy profesor ayudante. Me acuerdo en una ocasión que los estudiantes estaban gritando y manifestándose por el campus y que yo estaba en el departamento tomando café con Bill
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Ellis, el politólogo, y preguntándole, de una manera un tanto incocente, si él pensaba que una revolución era efectivamente posible: las manifestaciones en las calles de Chicago suponían un reto diario pero yo, por aquel entonces, no creía posible una revolución en los Estados Unidos (ahora empiezo a creer que sí es posible). Por aquellos días yo no me manifesté por las calles ni participé en ningún acto y debo reconocer que por aquel entonces mi conciencia política no era muy fuerte; aquellos sucesos apenas afectaron mi trabajo e investigación, si bien empecé a ser consciente de un cierto tipo de crítica socialista marxista sobre el capitalismo como forma de interpretar lo que estaba pasando. —Su carrera académica se inicia con su tesis sobre África en 1967. Sin embargo, luego siguieron unos años de silencio hasta que hacia 1980 empieza un camino como «teórico del espacio» que sigue hasta hoy. —Cuando publiqué el libro sobre Kenia algunas de las reacciones y de las reseñas escritas por geógrafos africanos no fueron muy favorables. Me decían: «¿cómo te atreves a hacer un trabajo tan cuantitativo sobre África? ¡Es vergonzoso!» o «¿Utilizas datos fiables?». Además, era la época del auge de las teorías del subdesarrollo y de la dependencia, de manera que también empecé a recibir críticas de contenido político provinientes de la incipiente geografía marxista radical: a pesar de mi mirada anticolonial se me acusaba de aceptar las teorías de la modernización. Todo ello me hizo reflexionar profundamente y comencé un período de muchas lecturas (y ninguna publicación) que me hicieron dar cuenta de cuan poderosa crítica podía derivarse de mi propio trabajo… a la vez que asumía el reto de mejorar mis textos a partir de las críticas que se me estaban haciendo desde el marxismo y las teorías del subdesarrollo.
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Al llegar a Los Ángeles en 1972 esta profunda autocrítica de tipo político me hizo abandonar definitivamente todos los temas que había investigado hasta entonces y empecé a elaborar notas y comentarios acerca de la praxis espacial y también en torno a la nodalidad urbana. De hecho, la idea de praxis espacial era para mí el concepto central en mi traspaso desde la geografía no aplicada hasta la planificación territorial. Cuando estaba en la Northwestern University ya impartía docencia relacionada con la teoría de los lugares centrales y con otros temas propios de la geografía teorético-cuantitativa pero tan sólo desde una óptica teórica, que es lo que se puede hacer esencialmente en un departamento de geografía. Al pasarme a un departamento de planificación territorial decidí que lo que yo enseñase tenía que ser aplicable y relevante para los profesionales del territorio. Todo esto supuso un gran giro en mis intereses académicos e investigadores pero, en cierta manera, me implicó todavía más en la reflexión teórica y en mi argumentación acerca de la importancia del espacio. De hecho, en un departamento de geografía, atrapado por las tradiciones disciplinares (es decir, la necesidad de impartir unas asignaturas introductorias, otras de tipo temático, otras de geografía física, etc.), nunca habría podido realizar esta transformación. El marco científico de la planificación urbana y territorial no estaba encorsetado por ninguna tradición disciplinar y, además, el plan de estudios del departamento de planificación donde me incorporé (orientado por John Friedmann y dos o tres personas más) era muy respetuoso con el pensamiento espacial; de hecho, esto es lo que ellos me invitaron a impartir allí. Fue así como empecé a escribir unos pequeños comentarios sobre la praxis espacial. —¿Cuándo empieza a incorporar las tesis marxistas a su obra? ¿A través de Henri Lefebvre?
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—Yo ya conocía algo de Henri Lefebvre cuando David Harvey le citó en Urbanismo y desigualdad social en 1973 pero, ciertamente, quienes me introdujeron a la obra de Lefebvre fueron Costis Hadjimichalis y Dina Vaiou (dos de mis primeros alumnos de doctorado en la University of California, Los Ángeles): ellos dos conocían bien los textos de Lefebvre ya que casi todos habían sido traducidos al griego. Yo nunca había tenido la oportunidad de leer a Lefebvre y hacerlo me permitió consolidar la influencia de Manuel Castells y de David Harvey. Y, como una consecuencia casi lógica, me convertí en geógrafo marxista… y todavía hasta hoy. Mi marxismo incorpora algo que, intelectualmente, resulta estar muy poco de moda en todos los campos: pienso que no es necesario rebuscar en las fuentes originales (es decir, leer El capital entero) para convertirse en un buen crítico marxista o en un buen geógrafo marxista. No estoy diciendo que se debería evitar leer todo El capital, pero siempre me he resistido a los rituales catequísticos que han existido respecto a esta obra. Esto es así, en parte, porque pienso que si encuentras un intérprete suficientemente potente que pueda ofrecer aproximaciones útiles, ¿por qué debatirse con el original? Si este intérprete coincide plenamente o no con el original es algo que no me importa demasiado pero si su argumentación me proporciona nuevas miradas, nuevos instrumentos, nuevas formas de interpretar la realidad políticamente o teóricamente, entonces… me parece bien: no tengo por qué rebuscar en el pasado. The Socio-Spatial Dialectic aparece en 1980 como el primer gran texto público tras aquel largo período sin publicaciones en el que me dediqué a re-pensar muchas cosas y me convertí en marxista. De hecho el título previsto originalmente era Topian Marxism: un guiño hacia el marxismo utópico pero espacializado. No pretendía ser una prueba para mí mismo sino
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una crítica a todos los geógrafos marxistas por no tomarse el espacio suficientemente en serio. Incluso hoy en día, cuando me comparo con David Harvey, veo que tratamos acerca de muchas cosas similares pero la diferencia radica en que yo situo el espacio en primer lugar, y después la política… y él lo hace al revés. Mi visión política va tras mi pensamiento espacial. Ciertamente tiene que haber una politización pero esta tiene que basarse en la necesidad de espacializar el pensamiento de todos. Así, al poner antes que nada el espacio, en tanto que geógrafo marxista tenía que escribir, casi de manera inevitable, acerca de la dialéctica socio-espacial fundamentada en la obra de Lefebvre. Rechacé todas las metodologías que había aplicado anteriormente en mi trabajo académico y me pasé a una geografía humana marxista crítica, pero sin abandonar la firme confianza y la profunda motivación en el poder del pensamiento espacial. Aunque no lo parezca, todo ello suponía una perfecta continuidad con la forma de ser que me caracteriza desde niño. De hecho, yo nunca he tenido ninguna crisis personal o de identidad: desde mis ocho años siempre he sabido lo que he querido hacer y adónde he querido ir y nunca me he detenido. Siempre me he referido al mismo tipo de argumentos simples y esenciales: que todos deberíamos participar de la perspectiva espacial ya que es estimulante, poderosa, perspicaz, traza nuevas ideas, crea nuevas posibilidades. Y en la década de 1980 todo ello todavía me motivaba. —Después de tanto debate, ¿todavía se siente marxista? —Hace 30 años yo era marxista porque el marxismo aportaba una gran perspicacia, una excelente visión acerca de lo que estaba sucediendo en el mundo. Hoy en día… ¿soy un post-marxista? ¿Soy marxista en un 25%? ¿En un 40%? En
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cualquier caso, el marxismo ya no es suficiente para entender la dinámica de lo que pasa. Lo que sí se ha mantenido a lo largo de estos 30 años, aunque con diferentes significados, es el sentido de resistencia. Además del estudio de algo que ocurrió en el siglo XIX, otro aspecto que es absolutamente esencial en mi trabajo es el análisis de lo que sucedió en los años 1960 y 70 y que provocó el inicio de un nuevo periodo totalmente distinto al precedente. Este nuevo periodo, que abarca hasta el momento presente, es tan diferente del anterior que no pueden usarse las mismas categorías de análisis y ni tan sólo los mismos conceptos. Así, temas como la globalización, la suburbanización, la difusión urbana, la sostenibilidad, y tantos otros, no encajan con los viejos modelos de análisis y requieren otros completamente nuevos. Todo ello se relaciona con mi argumentación filosófica pero también con mis planteamientos urbanos y postmetropolitanos, según los cuales, los estudios urbanos deben transformarse totalmente. —En 1989, el mismo año en que David Harvey publica La condición de la postmodernidad, aparece su libro Postmodern Geographies, que alcanza una gran difusión, especialmente entre los no geógrafos, y pone ante las cuerdas muchas bases de la disciplina geográfica. —Empecé a reunir el material con el que elaboraría Postmodern Geographies para intentar resolver una pregunta recurrente: ¿por qué la gente no adopta una perspectiva espacial? ¿Por qué no lo hacen los marxistas? ¿Por qué los politólogos y sociólogos y demás científicos no asumen esta perspectiva? ¿Qué se lo impide? Postmodern Geographies también fue escrito como un intento de explicar qué había impedido a los geógrafos, y a los no-geógrafos, avanzar en la perspectiva espacial si esta era su progresión lógica.
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La cuestión básica es: ¿por qué al tiempo se le considera dialéctico, en movimiento, en proceso, en cambio… y por el contrario al espacio se le trata como fijo, muerto, con un trasfondo inmóvil? ¿Por qué esto ha llegado a ser así? ¿Qué ha sucedido para que esto sea así? Nadie como Lefebvre había planteado esta cuestión de manera tan explícita, si bien Foucault ya había expresado este tipo de inquietudes en algunos de sus artículos (algunos de los cuales yo, y muchos otros, citamos muy a menudo)… y quizá todo empezase en Bergson. En cualquier caso, fue Lefebvre quien sugirió una respuesta de tipo especulativo que tenía que ver con algo que sucedió en la segunda mitad del siglo XIX y con la emergencia de la Historia y de la expliación histórica en tanto que forma narrativa básica de todo el pensamiento social occidental. Lefebvre describió este proceso de manera muy precisa en La producción del espacio y, a través de este texto, yo empecé a desarrollar un discurso (que originalmente no era sólo mío) en el que denunciaba que todo ello estaba sucediendo a la vez que surgía el materialismo histórico y se generalizaba el pensamiento marxista y, con ellos, la teoría socialista. Yo conocía bien la cuestión porque en mis clases de geografía regional había impartido muchos temas relacionados con el anarquismo del siglo XIX: mientras que los anarquistas se preocupan preferentemente del medio ambiente, de lo regional, de lo federativo y de todo este tipo de cosas… Marx llega, da un portazo y barre con todo. Por ejemplo: Marx criticó duramente a Proudhon, fue muy cruel con él, incluso más que con pensadores capitalistas como Adam Smith. Veo esta segunda mitad del siglo XIX como la época en la que se perdió la oportunidad de un verdadero pensamiento socialista. Ciertamente, se vivió la aparición de las utopías así como el crecimiento significativo de diversas formas libertarias de socialismo, anarquismo y anarcosindicalismo (siendo España uno de los principales lugares
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donde esta realidad floreció), pero todo ello fue aplastado por la pujanza del materialismo histórico, el socialismo científico y el marxismo. En éstas llega Lefebvre y me ofrece las claves imprescindibles para entenderlo todo. Él fue el único que, de manera algo críptica al principio, empezó a explicar cómo Marx había manipulado muchas de las ideas de Hegel, cambiando su idealismo por materialismo a la vez que transformando su espacialidad en historicidad y todo su discurso territorial en uno de temporal. En Hegel la espacialidad está muy escondida, tanto que a él siempre se le ha considerado estrechamente relacionado con lo «histórico»: es así como empecé a excavar en la bibliografía hegeliana. En un artículo publicado en una revista hegeliana, encontré a alguien que afirmaba: «Al leer La filosofía de la naturaleza veo que Hegel sitúa al tiempo como un producto del espacio.» Nunca antes habíamos pensado de esta manera. Así pues, empecé a desarrollar este tipo de argumentación a la vista de la evolución del socialismo, del marxismo y del pensamiento socialista a lo largo del siglo XIX y me dediqué a leer textos acerca de la evolución de las ciencias sociales. Por lo que encontré, estas siempre se autodefinían a través de argumentaciones internas de tipo social, económico, político o cultural acerca de la sociedad humana y de su historia y evolución. Nunca incorporaban una explicación externa de tipo geográfico ya que cualquier interpretación geográfica era vista como algo ajeno y de la que había que escapar… tal como había sucedido a finales del siglo XIX, cuando el posibilismo y el determinismo ambiental habrían dado a la geografía una posición particularmente preeminente. Después me interesé en los debates sobre el historicismo alemán, especialmente en torno a aquella afirmación que atribuía a los neokantianos la responsabilidad de la total destrucción del proyecto de Kant en relación con el equilibrio,
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similaridad y equivalencia entre tiempo y espacio. Fui profundizando en esta misma linea para tratar de entender por qué la historia entró en tal proceso de transformación a finales del siglo XIX hasta convertirse en una especie de disciplina seminal para toda la teoría, la filosofía y el pensamiento occidental… mientras se relegaba a la geografía a tener que aceptar un papel exclusivamente idiográfico y descriptivo. En la misma época había geógrafos desarrollando estimulantes propuestas teóricas, como fue el caso de Elisée Reclus y su Nueva Geografía Universal, pero fueron completamente marginados, de manera que la desespacialización avanzó arrolladoramente durante gran parte del siglo XX. Esencialmente lo que dije en Postmodern Geographies es que a lo largo del siglo XX la geografía moderna había evolucionado encerrada en sí misma como una disciplina periférica, introvertida, descriptiva y nada teórica, y que la fuerza de esta mirada introvertida moldeó incluso a la geografía marxista, la geografía cultural y la geografía feminista: a medida que estas nuevas geografías iban emergiendo ya eran rodeadas por el armazón de la tradición y la subordinación. Afirmé que todo ello es, precisamente, un buen ejemplo de lo que es el subdesarrollo: la historia subdesarrolló a la geografía, en una relación similar a la de colonizador-colonizado. Y la geografía escondió su rabo entre las piernas y aceptó su posición periférica. Escribí Postmodern Geographies como una forma de decir «¡Eh! ¡Ya está bien! Romped vuestras cadenas, liberaos de todo esto. El pensamiento espacial va a cambiar todo esto, va a abrir un montón de nuevas posibilidades.» Ahogados por una geografía británica y norteamericana completamente atrofiadas, para muchos jóvenes geógrafos resultó muy estimulante que alguien que apenas conocían de nada, les conminase a liberarse de aquellas estructuras y les empujase a probar caminos nuevos y extraños. Efectivamente, y tal y como yo suponía,
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Postmodern Geographies, tuvo interesantes consecuencias para mucha gente. Y, por supuesto, generó ciertas críticas algunas de las cuales acepté en tanto que puntos débiles que debían haberse reforzado. —Thirdspace se publica en 1996, cuando el llamado «giro espacial» incide notablemente en todas las ciencias sociales… —Thirdspace fue escrito para profundizar en ciertas argumentaciones previas, para aclarar determinados puntos y para rellenar algunos vacíos, valiéndome sobre todo de Lefebvre así como de Foucault, quien también jugó un papel destacado en el desarrollo de mis investigaciones. En realidad, relativamente poca gente parecía entender lo que yo pretendía pero al empezar Thirdspace supe que estaba haciendo algo parecido a una hagiografía de Lefebvre: yo lo denominé su «biografía espacial» y formaba parte integral de mi crítica al historicismo. Hasta entonces, el concepto de biografía era visto como una descripción del tiempo vivido por alguien: una biografía siempre había sido entendida como temporal; una biografía «es» historia. Lo que yo intentaba hacer era una geografía espacio-temporal, de manera que una biografía debería ser a la vez espacial y temporal. Pero debido a la dominación hegemónica de lo histórico, siempre profundizamos muy poco en los aspectos espaciales de las biografías. Es de esta manera que me planteé hacer la biografía espacial de Lefebvre, el gran pensador espacial del siglo XX, tan sólo para poder presentar su pensamiento espacial (aunque Lefebvre hizo un montón de cosas más). A menudo fui acusado de que tan sólo enfatizaba en ciertos aspectos de la obra de Lefebvre pero, ciertamente, esta era mi intención porque quería mostrar por qué las biografías debían ser redactadas de una forma totalmente distinta para poder dar respuesta a la crítica del historicismo planteada por la geografía postmoderna.
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Todos mis textos posteriores (tanto el artículo sobre Ámsterdam como el capítulo sobre el condado de Orange o el que trata sobre el Downtown de Los Ángeles) pretendieron mostrar cómo cambian las cosas cuando se le añade espacio al tiempo, cuando se espacializa lo que uno está haciendo. Ciertamente yo jugué un papel destacado en el llamado «giro espacial» de los años 1990, pero no fui el único. Desde 1984 dediqué gran parte de mi vida intelectual a esparcir la proclama «piensa espacialmente» y a intentar encontrar 50 maneras distintas de plantear el mismo argumento y así convencer a más y más gente sobre el hecho que pensar espacialmente podía ser muy positivo. Y de pronto casi todo el mundo empezó a pensar espacialmente. Creo que incluso puedo fechar este momento y que quizá yo jugué un papel más decisivo que Harvey, Foucault y Lefebvre en la difusión de esta idea. Es por este conjunto de razones que en aquella época yo me sentía tan entusiasmado con esta geografía tal y como lo había estado con la vieja geografía cuando yo tenía diez años. Pero la de ahora es una geografía que no necesariamente tiene que ver con lo que los geógrafos piensan que es la geografía… pero está en linea con lo que yo intenté convencer a la gente. Thirdspace era una forma de utilizar las ideas de Lefebvre y de Foucault a través de un lenguaje diferente pero con el objetivo de promover la misma cosa. Thirdspace no es totalmente original mío sino que es otra manera de plantear el argumento que Lefebvre y Foucault desarrollaron en los años 1960 y con el que fueron enterrados… así que se trataba de una propuesta de resucitar aquellos primeros intentos y darles fuerza renovada, de manera que este giro espacial (o como queramos llamarlo: giro espacial es quizá la manera más clara y sencilla) se ha convertido no sólo en un pequeño cambio de paradigma sino en una transformación radical en las formas de pensamiento. De manera similar a lo que sucedió con los «estudios cultura-
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les» (y a diferencia del «giro lingüístico» y del «filosófico»), no se trata de una moda menor y pasajera sino algo que produjo un efectivo cambio teórico, educacional, institucional, y en otros muchos ámbitos. Insisto: no se trata de un pequeño cambio de paradigma sino del inicio de la transformación de la macroestructura de todo el pensamiento occidental. Este es mi planteamiento básico (que es diferente del de los economistas) y es que el giro espacial no es un hecho cualquiera; en algunos aspectos es todavía muy débil, pero en otros ya es altamente transformador. Si todos los planteamientos sobre historicismo, dialéctica socioespacial y trialética son ciertos, ello significa que durante los últimos 150 años el pensamiento social occidental ha ido sustentándose sobre un vínculo muy débil, sobre un componente muy frágil y potencialmente equivocado. Además, evolucionó sin una perspectiva crítica espacial suficientemente fuerte y central que la guiase de manera firme y potente, lo que acabó por enterrarlo. Si todo ello es cierto, significa que muchos (pero no todos) de nuestros hallazgos, de las colecciones de conocimientos acumuladas en las bibliotecas de todo el mundo, de los cánones académicos, y de un sinfín de cosas más… pueden ser cuestionados. La inserción de la perspectiva espacial no va a afectar a todo pero habrá muchas áreas en las que se van a evidenciar interpretaciones equivocadas y juicios erróneos debido a la ausencia de la perspectiva espacial. Cuando esta perspectiva espacial se consolide va a provocar que ciertas áreas del conocimiento se desmoronen, se transformen de arriba a abajo y se abran nuevas perspectivas radicales inimaginadas en los últimos 150 años. —¿Por qué cree que tanto Postmodern Geographies como Thirdspace fueron recibidos con tantas reservas por parte de los geógrafos y, especialmente, los geógrafos marxistas?
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—De Postmodern Geographies ya se escribieron algunas reseñas críticas pero en Thirdspace fueron quizá menos amables y más contundentes: ¿por qué toda esta gente se enfadó tanto? De hecho, me di cuenta de lo que estaba sucediendo sólo indirectamente, a través de mis amigos. Allen Scott dijo: «Bueno pues, ¡parece ser que yo sólo me dedico al Primer Espacio!» Sobre Thirdspace muchos de ellos entendieron que lo único que yo estaba diciendo era: «geógrafos, sois todos unos idiotas, no sabéis hacer geografía, sólo os sabéis dedicar al Primer o al Segundo Espacio». Yo nunca afirmé esto pero pronto comprendí que era así como se estaba entendiendo mi texto. Elaboré las tesis sobre Lefebvre y sobre todo lo demás para mostrar la importancia de proceder a través de esta «tercera vía» y resultó que no había ningún geógrafo entre los que estaban siguiendo dicha tercera vía (quizá entre las feministas espaciales mencioné a Doreen Massey)… sólo Foucault, Lefebvre, hooks, podían citarse como ejemplos. Postmodern Geographies pretendió ser una crítica de la geografía moderna, tanto de las corrientes positivistas como de las nuevas tradiciones críticas del marxismo, del feminismo y de la geografía cultural: ninguna de ellas era suficientemente espacial. En cierto modo yo estaba reinventando la geografía y proponiendo una geografía mejor que no estaba dedicada exclusivamente a geógrafos con mentes privilegiadas sino a cualquier geógrafo que, leyendo aquel libro, hiciese el esfuerzo de atreverse con ese Tercer Espacio. Así pues, muchos geógrafos empezaban a leer mi libro como viniendo de un amigo y lo terminaban muy enfadados y escribiendo duras reseñas contra mi. La peor crítica que Massey me lanzó fue afirmar que «todo esto que dices no es tan nuevo ni tan interesante: ¿tenemos que aguantar toda la primera parte de tu libro para llegar a entender
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el Tercer Espacio?» La razón de esta frase radica, seguramente, en el hecho que, por razones editoriales tuve que repartir mis argumentaciones teóricas en los dos primeros libros, de manera que sólo leyendo los tres ensayos a la vez podrían entenderse de manera completa las razones de mi argumentación (siendo la tercera entrega, Postmetropolis, la parte aplicada, el análisis empírico contemporáneo de la nueva mirada sobre las ciudades). —La crítica de las geógrafas feministas fue espacialmente dura... —Sí: en la geografía feminista británica se produjo una fuerte ola de críticas contra mi a pesar de que, secretamente, admitían que mi texto les era muy sugerente. Si bien a menudo ello no era reconocido públicamente, supe que mi obra estaba teniendo un fuerte impacto; con todo, Postmodern Geographies nunca tuvo una reseña propia en una revista británica de geografía. Michael Dear publicó una en los Estados Unidos, pero en Inglaterra nunca tuve una reseña de Postmodern Geographies que no estuviera relacionada con la obra de David Harvey. Y en todas las reseñas conjuntas del libro de Harvey y el mío siempre se repetía el mismo tipo de crítica: «la ciudad según los hombres y para los hombres», «perdidos en el espacio», etc. Por aquel entonces, Harvey era muchísimo más conocido que yo, pero para Doreen Massey y otras personas, Harvey y yo éramos hombres maduros y con mucho poder de influencia en nuestro ámbito. Comparado con Harvey yo era muy poco conocido, de manera que a muchos geógrafos Postmodern Geographies les llegó de manera algo sesgada. Imagino que en España sucedió algo parecido pero, a la vez, fuisteis capaces de entrar en contacto directo con mi trabajo, lo que debe considerarse muy positivo ya que no padecisteis estas otras
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cosas que estaban sucediendo paralelamente. Aunque con cierta distancia, los geógrafos australianos valoran mucho más mi trabajo, mientras que hasta cierto punto los británicos y norteamericanos continúan pensando aquello de que «Soja es aquel antifeminista y terrible masculinista» o «es aquel que ha destrozado la geografía». —Postmetropolis debía ser la segunda parte de Thirdspace pero parece que tomó entidad propia. En Postmetropolis retoma, con una tremenda fuerza, la tesis que Jane Jacobs formuló en 1969 sobre la precedencia de las ciudades. —El propósito original era que Postmetropolis apareciese seis meses después de Thirdspace pero al descubrir Çatalhöyük me quedé prendado de esta ciudad. De hecho me interesé por Çatalhöyük antes de darme cuenta que Jane Jacobs ya había escrito sobre ella: entonces fui a hablar con Jane. En aquel momento yo también estaba muy atento a las propuestas de Allen Scott y los nuevos geógrafos económicos, con su discurso sobre el poder generativo de las ciudades; a partir de todo ello empecé a pensar que esta mirada poderosa y explosiva acerca de las ciudades era el descubrimiento más importante que el pensamiento espacial había propiciado nunca. Nunca habría imaginado la cantidad de ideas que todo ello me permitió generar a lo largo de la década de los años 1990; es cierto que no estaban en la primera versión de Postmetropolis sino que los fui desarrollando desde entonces. ¿Sería la espacialidad urbana la causa originaria del desarrollo económico? ¡Oh, Dios mío! La causa más decisiva del desarrollo económico… y Jane Jacobs habría añadido «¡desde hace 12.000 años!». Algunos economistas me lo confirmaron: «sí, por supuesto, pero todavía no sabemos muchas cosas acerca de ello; no sabemos cómo es que es así ni cuáles son sus mecanismos pero ya comenzamos a entender algo». Entonces empecé a contactar con los
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economistas que en sus artículos venían a decir: «bien, sí, de entrada aceptamos la idea de que la urbanización es la principal causa del desarrollo económico, pero este principio tiene algunas pequeñas debilidades: quizá deberíamos hacer algunas comprobaciones para contrastar si es cierto o no y ver si todavía hay algo más». Y bien, tras estas comprobaciones se modificaron algunas ideas pero esencialmente se dio pleno apoyo al argumento básico: la urbanización es la causa primaria del desarrollo económico. Ello me permitió ir mucho más lejos de lo que nunca antes había escrito en los anteriores libros pero, en cualquier caso, estaba perfectamente correlacionado con mi discurso. Michael Storper reconoció la influencia de Jane Jacobs y la referenció en sus artículos, pero hay muchos geógrafos económicos que utilizan los textos de Jacobs y nunca citan Muerte y vida de las grandes ciudades. En La economía de las ciudades es donde Jacobs plantea de manera más directa y efectiva el argumento sobre la primacía de las ciudades en el proceso de desarrollo económico, y lo hace a través del ejemplo de Çatalhöyük y de la ciudad ficticia de Nueva Obsidiana. Lo importante de Jacobs es que no está diciendo que para que la urbanización tuviese lugar se necesitaba de un excedente social procedente de la agricultura, sino que la urbanización era necesaria para la producción de un excedente social y, pues, para la revolución agrícola: ¡justo al revés del discurso más habitual de la arqueología y la antropología marxistas! Cada año se descubren asentamientos urbanos más antiguos en los territorios incas, mayas y de otras civilizaciones antiguas… lo que empieza a hacerme creer que la mayor parte de manuales están equivocados. Por cierto, en Postmetropolis yo exageré al usar el argumento de Jacobs acerca de que las ciudades precedieron a la revolución agrícola: pienso que probablemente es mejor ver este tema
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como una evolución paralela, pero es cierto que no podía haberse dado la revolución agrícola sin dos de las fuerzas básicas originadas en los asentamientos urbanos: la creatividad y la necesidad. O si no: ¿cómo te explicas que 2.000 cazadores y recolectores vivan juntos? ¿Por qué demonios los granjeros tenían que reunirse? ¿Por qué decidieron vivir juntos? Aparentemente no hay ninguna razón para mantener estos conjuntos urbanos que no eran útiles para cazar y recolectar. En el Neolítico se crean aglomeraciones fundadas a partir de los intercambios comerciales de productos como aquella maldita y pesada obsidiana, los pedernales de sílex u otras piedras importantes. ¿Y qué haces con este pesado material? ¿Lo distribuyes entre las poblaciones nómadas y vas cargado de tienda en tienda repartiendo «aquí están tus piedras»? ¿No es lógico que las bandas de cazadores se junten en determinados asentamientos hasta formar aglomeraciones de incluso 2.000 o 5.000 habitantes? Çatalhöyük tenía 12.000 o quizá 15.000 habitantes. El desarrollo artístico precoz de Çatalhöyük es impresionante y dicha creatividad espectacular es muestra de su prosperidad. Ian Hodder es el arqueólogo que ha venido desarrollando gran parte de las excavaciones y que ha ganado una gran reputación por su sensibilidad a las temáticas espaciales y por colaborar estrechamente con Waldo Tobler y otros geógrafos cuantitativos dedicados a predecir los lugares de excavación gracias a la aplicación de la teoría de la localidad central a los sistemas comerciales de antaño. La gran ironía de todo ello es que Ian Hodder es el hijo de un colega geógrafo con el que mantuve una gran amistad durante mi estancia en África. —Usted es un geógrafo que es conocido y apreciado sobre todo fuera de la geografía, ¿tiene alguna explicación para ello? —Lo que afirman muchas personas, desde muy diversos marcos científicos, es que el desafío que yo le propongo a la
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geografía les inspira a plantear un reto espacial a sus propias disciplinas. Este es uno de los mayores efectos de mis proposiciones. También es cierto que muchas de mis propuestas sobre el giro espacial han tenido unas repercusiones muy superficiales, quizá por haber coincidido con el momento en el que el espacio «se ha puesto de moda» y gracias a lo cual todo el mundo ha empezado a insertar vocabulario típicamente geográfico en sus trabajos: es el caso, por ejemplo, de «cartografía» («cartografiando el estado-nación», «remapificando el imperialismo», «la cartografía del poder», «la poética de la cartografía», etc.). Pero todo ello no contiene el espacio: son simples palabras que no aportan nada. Todo esto está muy bien, pero hay que reflexionar sobre lo que está sucediendo en la geografía tras 150 años de segregación, de aislamiento, de periferalización: el estallido del pensamiento espacial se ha hecho presente a una escala y con un alcance sin precedentes y, además, a un nivel transdisciplinar. En algunos aspectos y lugares se ha desarrollado de manera muy superficial, mientras que en otros lugares y circunstancias ha penetrado mucho más a fondo. Pero en conjunto se trata de un proceso nuevo, que tiene diez años como mucho. En un momento de euforia, yo dije que este podía ser el hecho más importante del siglo: es un cambio transcendental en el pensamiento occidental. Es cierto que a finales la década de 1990, cuando yo decía algo así todavía me sentía incómodo. Pero tan sólo cinco años más tarde (y reconozco que no por mi causa, sino que han venido ocurriendo muchas cosas para que esto suceda) las cosas cambiaron completamente. Y todo esto me parece extraordinario. Desde la música étnica hasta la ecología, hoy todo el mundo me dice: «ya leí su libro sobre Lefebvre», y me invita a dar conferencias sobre el impacto del giro espacial. Y muchos me dicen: «explíquenos qué es lo que pasa, ¿por qué nunca antes
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había sucedido algo así?» Cuando hace diez años impartía estas conferencias muchos asistentes se enfadaban ostensiblemente o se marchaban confundidos y sin haber entendido nada; hoy, al impartir esa misma conferencia ante esa misma audiencia me dicen: «bien, esto ya lo sabemos: ¿no nos dices nada nuevo?» Ciertamente, las cosas han cambiado radicalmente en tan sólo diez años… —Tal vez lo que debería cuestionarse son las barreras entre disciplinas o la misma existencia de esas disciplinas científicas. ¿Quizá tendríamos que abandonar el término «geografía» y empezar a hablar sólo de «pensamiento crítico espacial»? —Sí, estoy de acuerdo: esto es exactamente lo que yo he estado planteando, sin negar por ello mi propia identidad académica. Este siempre ha sido mi objetivo: crear una especie de «departamento de estudios críticos espaciales»… pero la mayor oposición a este proyecto ha llegado precisamente de los geógrafos, que ante este mayor énfasis en el espacio temen la desaparición de los departamentos universitarios de geografía. Su reacción ha sido volver al historicismo espaciotemporal y aceptar que cada disciplina tenga su historiador: incluso la biología o la física tienen sus historiadores y, de hecho, los departamentos de historia enseñan metodologías sobre cómo implementar todas estas «historias de las disciplinas académicas». Ciertamente hay una variedad infinita de «historias» porque todo lo que ha existido en un momento u otro tiene una dimensión histórica significativa y esto lo aceptamos como una ley incuestionable. Lo que vengo a decir es que el espacio debería ser considerado de la misma manera: cada departamento debería tener a alguien con una perspectiva espacial crítica encargado de analizar no ya el devenir histórico de cada disciplina sino también su dimensión espacial. En este sentido, deberían existir departamentos de estudios espaciales
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críticos, ya fuesen denominados de geografía, de geografía humana crítica o de cualquier otra forma. Esta también sería una manera de superar aquellas arcaicas divisiones internas entre, por ejemplo, geografía física y geografía humana. En todo esto se ve que las cosas están evolucionando y se nota que es un ámbito interesante: es una prueba de la postmodernización de la geografía. —¿Hacia dónde está dirigiendo ahora su reflexión? —Ahora estoy escribiendo acerca de la «justicia espacial» en relación con muy diversos ámbitos. Se trata de un concepto todavía muy poco desarrollado pero que creo que tiene un gran potencial, similar al que viene observando el concepto de «capital espacial» gracias al cual estamos empezando a entender la ciudad como el fundamento de la política mundial, tal y como Aristóteles ya había afirmado. Me gusta mucho Engin Isin cuando argumenta, de una manera casi ontológica, que ser político equivale a ser urbano, y que vivir en ciudades y asimilar el estímulo de la aglomeración urbana no sólo genera desarrollos y desigualdades económicas sino que es la fuerza generativa de todas las políticas… incluso de las políticas rurales. Lo urbano genera nacionalismo y regionalismo y ruralismo: todo tipo de políticas, incluso una política sobre los recursos dentro de la ciudad. Pero la espacialidad y, en concreto, la espacialidad urbana, ha sido casi totalmente eliminada de los debates sobre democracia, ciudadanía, derechos, justicia, libertad, etc. Ahora está siendo redescubierta no solo como otra moda pasajera más sino como un fundamento, un elemento central y esencial que nos lleva a entender la verdadera naturaleza de la democracia, de la ciudadanía, de la misma política. Todo ello supone que el giro espacial comienza a salir de los debates académicos disciplinares abstractos y teóricos y empieza a introducirse en la práctica política como tal. Y, a
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mi entender, la «justicia espacial» trata de esto, precisamente. Aunque obviamente podrían analizarse muchos otros lugares, creo que los ejemplos que voy a tratar están en Los Ángeles y no en Chicago, Nueva York, París o Barcelona, porque en los últimos 20 años esta ciudad ha concentrado el mayor grupo de estudiosos dedicados al pensamiento espacial de todo el mundo. En muchos de ellos ha habido una voluntad explícita de que este saber académico se filtrase hacia el «mundo real» y el dominio público: sindicatos de trabajadores, asociaciones de vecinos, movimientos comunitarios, gente de clase obrera de los barrios periféricos, etc. Es así, por ejemplo, como desde el departamento de urbanismo de UCLA (y mucho menos desde el de geografía) se ha propiciado que en Los Ángeles haya existido una estrategia espacial de solidaridad laboral, de organización social, o de enfoques territoriales acerca del desarrollo comunitario. Se trata de algo así como un «regionalismo comunitario de base» que ha sido hecho partícipe gracias a las aportaciones de estudiantes y profesores (yo no soy el único: cabe resaltar el trabajo de Allen Heskin o el de la urbanista especialista en vivienda Jacquie Leavitt), involucrados en numerosas iniciativas de desarrollo comunitario. Se trata de gente dedicada a realizar microestudios de planificación comunitaria: un tipo de investigación que hasta ahora ha tenido escasa conexión con la geografía ya que la mayoría de ellos son urbanistas y planificadores. El término de «justicia espacial» ha sido utilizado por muchos investigadores pero por ningún geógrafo marxista: ni tan sólo por David Harvey o Don Mitchell. Harvey, en sus formulaciones liberales, habló de «justicia territorial» pero en el momento en que se convierte en marxista, lo abandona: ¡a los marxistas no les gusta hablar de justicia! No es que no les guste la justicia ni que crean que no deba hacerse justicia pero la justicia es como los barrios pobres: es un problema
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que no puedes resolver sin una transformación estructural. De manera que, ¿por qué fijarse en ella si se convierte en un tema reificado? Este es el pensamiento tradicional marxista y los geógrafos marxistas simplemente rehúyen el tema. En un fantástico artículo Gordon Pirie se pregunta si la justicia espacial es posible: ¿qué es lo que falla para que no la alcancemos? ¿Por qué ni tan sólo conseguimos desarrollar el concepto de «justicia espacial»? ¿No podríamos intentar adoptar este nuevo pensamiento espacial y esta noción de justicia territorial y con ellos desarrollar un verdadero concepto de justicia espacial? —Visto así, el concepto de «capital espacial» parece algo casi obvio... —Sí, pero creo que hay que recordar que el capital espacial también tiene una gran capacidad para generar desigualdad, para propiciar (a la vez) inclusión y exclusión, efectos positivos y negativos. Tal como afirmaba John Friedmann (y, con él, los que nos dedicamos al pensamiento espacial regional), podemos tener eficiencia y equidad a la vez pero, una amplia mayoría de economistas todavía defiende que si hay eficiencia habrá intercambios desiguales y si hay igualdad habrá ineficiencia en los intercambios. Así, muchas teorías clásicas del desarrollo siguen considerándolo como un proceso único cuando, en realidad, el desarrollo tiene dos caras opuestas: el crecimiento de los países centrales implica el subdesarrollo de los periféricos. Perroux, Myrdal, Hirschman, Friedmann tienen muy presente esta duplicidad y tienden a considerar ambas caras a la vez: las repercusiones, la polarización, la diseminación, etc. Ello permite que surjan conceptos como el del capital espacial o teorías como la de los «polos de desarrollo». Mucho de lo que hoy se está investigando en geografía económica tiene que
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ver con las economías de aglomeración, con la formación de clusters, etc. lo que nos permite empezar a entender algo del funcionamiento de dichos polos. Storper ha aportado más que nadie acerca de estos procesos gracias a su esclarecedor The Regional World (¡qué gran título!): yo le considero a él un nuevo regionalista, más de lo que él mismo admitiría. Storper afirma que las regiones son tan importantes como las familias, los estados o los mercados; en tanto que fuerzas motrices, las economías regionales son tan decisivas como la competencia capitalista o la estratificación y desigualdad social. Esta afirmación se convierte en una contundente proclama sobre el poder de las regiones y contribuye a hacernos comprender la flexibilidad económica, los enfoques relacionales, el capital social, los elementos vinculados a los aspectos sociales y políticos, y un largo etcétera que se sintetiza en las llamadas «interdependencias fortuitas». Me acuerdo de la primera vez que leí esta palabra y pensé «¡qué concepto tan estúpido!» y cuando empecé a entender su significado pensé… ¡Dios mío! ¡Eso es! ¡Esa es la clave que abre todo nuestro conocimiento! Es un concepto que no trata del mercado y difícilmente se mide con estadísticas y modelos econométricos sino que habla de una interdependencia humana y social: este concepto es un buen ejemplo de los avances que produce el pensamiento espacial… y, pues, ello me hace especialmente entusiasta de la potencialidad del concepto de «capital espacial». Ahora estoy intentando convencer a los economistas de que reconozcan la importancia de este tipo de cosas, especialmente desde que ellos aceptaron utilizar la idea del «capital social». ¿No parece lógico que Soja llegue y empiece a hablar de capital espacial? El capital espacial parte del mismo tipo de lógica que el capital social, ahora tan en boga: los factores espaciales, las relaciones, los recursos, las ventajas, la localiza-
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ción, la distancia, la atmósfera, la creatividad, la densidad, la proximidad… todo ello da prioridad a todo tipo de procesos económicos, desde el comportamiento de una empresa hasta la generación de riqueza y desarrollo. El «derecho a la ciudad» es, junto con el de justicia espacial, otro concepto emergente, también con claras connotaciones políticas… pero ninguno de los dos ha llegado al gran público, que aún no está convencido de la necesidad de reclamar justicia espacial. Hasta donde yo conozco, esto sólo ha empezado a suceder en Los Ángeles aunque algunas pequeñas cosas han empezado a moverse también en Londres, en Italia... Tal y como ya ha empezado a pasar con el capital espacial, en los próximos cinco o diez años vamos a ver como el concepto de justicia espacial se interrelaciona con el derecho a la ciudad y quizá con el de justicia ambiental. El tema del medio ambiente «funciona» en la política y entre el público norteamericano, británico y de todas partes; el tema del espacio aún no ha funcionado pero lo hará pronto: el concepto de capital espacial ya casi está aquí y el de justicia espacial necesita todavía un pequeño empujón. —Usted parece preferir el término «espacio» a otros menos abstractos y con mayor sentido social como territorio o lugar. —Sí, a mi entender «territorio» es utilizado, demasiado a menudo, como una forma de evitar denominar las cosas por su carácter «regional» o «espacial». Para mí el espacio y la espacialidad son una categoría esencial que debe ser considerada en conjunción con ese compromiso a gran escala del que estaba hablando: el pensamiento espacial. Dentro de esta categoría existe un buen número de componentes básicos que interactúan entre sí: el territorio y la territorialidad son uno de ellos. El lugar y la formación de lugares es otro. No veo muy clara la confrontación entre lugar
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y espacio. El lugar forma parte de lo espacial. La escala y lo escalar forma parte de lo espacial pero mucha gente, incluyendo a Neil Smith, afirma que «la escala lo es todo», lo cual es absurdo. Yo no quiero considerar ni el territorio ni el lugar como algo que «lo es todo». Para mí, todos estos elementos están incluidos en lo espacial al igual que la regionalidad, la nodalidad, las redes espaciales… Pero también es cierto que no hemos sabido definir el espacio de manera muy efectiva, de manera que todavía existe una gran confusión y es difícil darle un significado claro. El lugar es algo concreto, real, político, delimitado. El espacio es abstracto, funcional, aleatorio, capitalista, manipulador. Los investigadores antiteóricos no dicen que se dedican al espacio sino al lugar. El territorio es algo bueno: es el lugar, es la historia, es real, es lo social, es la memoria, es lo humano. El concepto de «territorio» es algo confuso: de ahí mis constantes batallas con Robert Sack, quien es la personificación del debate entre lugar y espacio (si bien reconozco que me gustó su libro sobre la territorialidad humana). Os gustará un artículo mío, muy antiguo, sobre la territorialidad: uno de mis textos más importantes que recientemente ha sido recuperado por muy diversas personas, entre las cuales Stuart Elden. Se trata del primer texto efectivamente teórico que yo escribí y que titulé The Political Organization of Space. En geografía existe una dicotomía clásica que enfrenta el espacio, entendido como algo abstracto, con el lugar, considerado como algo concreto; mi opinión es que esto es una supersimplificación que, además, te obliga a escoger… y yo no quiero elegir: quiero a ambos, quiero tener a los dos y a muchos más. También es cierto que las dicotomías son algo habitual en el pensamiento filosófico y geográfico y que contienen algo de verdad pero no me gusta verme en la obligación de optar por una u otra verdad: para superar las dicotomías
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aparece el deseo de plantear las cosas de manera relacional y creativa y, pues, más interesante. Pero ahí surge, una vez más, la resistencia de la geografía tradicional a aceptar los cambios y los planteamientos del giro espacial: fuera de la geografía no existen tales restricciones y resistencias. Yo hago geografía y me identifico con el espacio, y me siento bien así. Dejemos a los no geógrafos que nos den su apoyo: será muy positivo para la geografía. —¿Es posible trasladar la fuerza de ese análisis espacial y de conceptos como capital espacial o justicia social, ya no sólo hasta la gente corriente para intentar dar respuestas a los problemas de cada día, sino introducirlos en el lenguaje de los políticos y de las personas que están decidiendo lo que pasa en el territorio? —Esta es una de las razones por las que yo estoy trabajando con la justicia espacial y el capital espacial: es otra vuelta de tuerca a mis argumentos tradicionales. Mis tres primeros libros son, en el fondo, un mismo libro, pero intentando explicar las cosas de maneras diferentes. Ahora estoy escribiendo la misma historia que siempre he escrito, pero con la intención de que esta vez llegue a quien vive el día a día. La respuesta es: sí, puede hacerse pero no va a ser fácil. Quizá de momento solo se pueda decir qué es lo que Soja está intentando hacer y que tiene la firme promesa de llegar hasta el final. Por cierto: pienso que sí se está alcanzando a esta gente que mencionas… pero el paso de incorporar estas propuestas, de una manera plena y efectiva, a su propia manera de hacer las cosas es algo mucho más difícil. No es nada fácil pero lo que se puede hacer es intentar llegar hasta estas personas y explicarles tanto y tan claramente como sepas acerca del por qué estas propuestas son tan importantes, qué alcance y dimensiones tiene este reto y qué tipo de nuevas formas de pensamiento se
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están abriendo. De hecho, esto es lo que más me atrae del argumento sobre el capital espacial: no tanto el desarrollo teórico implícito sino que la gente reconoce que el capital espacial es la más importante fuente de desarrollo económico.
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III.
ANTOLOGÍA DE TEXTOS:
LA DIALÉCTICA SOCIO-ESPACIAL * El espacio y la organización política del espacio expresan las relaciones sociales pero también influyen en ellas... La industrialización, que en tiempos produjo el urbanismo, está siendo ahora producida por éste (…). Cuando usamos la expresión «revolución urbana» designamos al conjunto de transformaciones por las que atraviesa la sociedad contemporánea y que provocan el cambio de un periodo en el que predominaban las cuestiones de crecimiento económico y de industrialización a un periodo en el que la problemática urbana se convierte en decisiva.
Estas observaciones están extraídas del epílogo de Social Justice and the City (1973: p. 306) en el que David Harvey realiza un breve repaso y una crítica de las ideas de Henri Lefebvre sobre la realidad urbana, la organización del espacio y el análisis marxista contemporáneo. Pero la interpretación de Harvey es algo más que una presentación positiva de Lefebvre para la geografía marxista anglófona. También resume el modelo de respuesta a la teoría del espacio de Lefebvre que ya había aparecido en francés en el importante trabajo
* Traducido de Postmodern Geographies. Londres & Nueva York: Verso, 1989; pp. 76-93.
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de Manuel Castells La question urbaine (1972). A pesar de que ensalza a Lefebvre, Harvey no está de acuerdo con su insistencia en el papel «decisivo» y «pre-eminente» de las fuerzas de estructuración espacial en la sociedad capitalista moderna. Tanto Harvey como Castells reconocen la brillante contribución de Lefebvre al considerar la organización del espacio como un producto material, la relación entre las estructuras espaciales y sociales del urbanismo, así como el contenido ideológico del espacio creado socialmente. Pero tal vez Lefebvre habría ido demasiado lejos. Ambos insinúan que Lefebvre había colocado la problemática espacial urbana en una posición aparentemente autónoma e intolerablemente central. Había puesto un acento exagerado en la estructura de relaciones espaciales mientras que los papeles más fundamentales de la producción (frente a la circulación y el consumo), de las relaciones sociales de producción (frente a las espaciales), y del capital industrial (frente al financiero) habían quedado diluidos en una interpretación excesiva —lo que Lefebvre llamó «revolución urbana», La révolution urbaine (1970). En su conceptualización de lo urbano, Lefebvre parecía estar sustituyendo el conflicto de clases por un conflicto espacial/territorial como la fuerza generadora de las grandes transformaciones sociales. La cuestión fundamental para Harvey en 1973 era si la organización del espacio (en el contexto de lo urbano) era «una estructura separada con sus propias leyes de construcción y transformación interna» o bien era «la expresión de un conjunto de relaciones que formaban parte de alguna estructura más amplia (como las relaciones sociales de producción)». Para Harvey —como antes para Castells— Lefebvre era más bien un «separatista espacial» y sucumbía así a lo que podría llamarse fetichismo del espacio. Así, pioneros de la geografía marxista como Harvey y Castells, en su pretensión de ser se-
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rios y rigurosos en su aplicación del marxismo, empezaron a establecer las barreras que un análisis espacial radical nunca debía traspasar. Este modelo de respuesta impregnó el nuevo análisis marxista del espacio que se desarrolló en los años 1970, mitigando sensiblemente su impacto y debilitando sus logros. La reacción contra Lefebvre y el mal entendimiento de sus ideas fue una de las manifestaciones de esa tendencia a la rigidez. Puede incluso darse un paso más y argumentarse que la primera generación que desarrolló una forma explícita de análisis marxista —ejemplificada de la mejor manera en los trabajos pioneros de Harvey y de Castells pero también en la literatura sobre economía política radical regional y urbana (véase el capítulo 4*)— se construyó sobre una conceptualización innecesariamente limitada de las relaciones espaciales. De modo que las que debían haber sido unas implicaciones de gran alcance del análisis espacial marxista fueron innecesariamente recortadas por los esfuerzos bien intencionados, aunque de cortas miras, de los científicos radicales para evitar los supuestos peligros del fetichismo espacial. Irónicamente, la primera fuente de malentendidos parecía residir en la propia incapacidad del análisis marxista para apreciar el carácter esencialmente dialéctico de las relaciones espaciales y sociales así como las de otras esferas estructuralmente relacionadas, como la producción y el consumo. Como resultado, en lugar de explorar con sensibilidad la mezcla de oposición, unidad y contradicción que define la dialéctica socio-espacial, la atención se dirigió demasiado a menudo a
* N.T.: Se refiere a «Urban and Regional Debates: the First Round», capítulo 4 de Postmodern Geographies, pp. 94-117.
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incidir en la cuestión de la primacía causal.1 Dentro de la rigidez de esta lógica categórica, era difícil ver que la dialéctica socio-espacial no encajaba en ninguna de las dos alternativas que Harvey cuestionaba a Lefebvre. La estructura del espacio organizado no es una estructura separada con sus propias leyes autónomas de construcción y transformación ni tampoco es simplemente una expresión de la estructura de clases que emerge de las relaciones sociales (y, por tanto, ¿aespaciales?) de producción. Es, en cambio, un componente dialécticamente definido de las relaciones generales de producción, relaciones que son simultáneamente sociales y espaciales. Para establecer esta simultaneidad, debe demostrarse con claridad que existe una homología espacial con las relaciones de clase definidas tradicionalmente y, por lo tanto, con las contingencias del conflicto de clase y de transformación estructural. Como intentaré demostrar, esta homología clase-espacio puede encontrarse en la división regionalizada del espacio organizado en centros dominantes y periferias subordinadas, perfectamente captada por el concepto de desarrollo geográficamente desigual. Esta conceptualización de los vínculos entre la diferenciación social y la espacial no implica que las 1. El comentario de Richard Walker a mi visión inicial de la dialéctica socioespacial del trabajo sobre «Marxismo tópico» presentado en el Congreso Anual de la Asociación de Geógrafos Americanos de 1978 en Nueva Orleans, es típico de este impulso a proteger la eterna primacía de lo social (no espacial). Walker, en un interesante artículo sobre desarrollo desigual en el capitalismo avanzado (1978) argumentaba que el análisis dialéctico ya incorpora las relaciones espaciales en el modo de producción, pero que las relaciones sociales (como relaciones de valor) continuaban siendo las principales. Las relaciones de valor, sin embargo, eran definidas como abstractas y aespaciales pero, aun así, como sociales. Esta presentación fue descrita por el mismo Walker como no dialéctica y de conveniencia; yo estoy de acuerdo. Es precisamente esta exclusión del razonamiento dialéctico «por conveniencia» lo que permite que las relaciones espaciales se incorporen pero al mismo tiempo se subordinen (y no de modo dialéctico y, si se quiere, ni crítico) a una noción desespacializada de lo social, aparentemente como un universal estructural rígido, evidente en todos los momentos histórico del desarrollo del capitalismo.
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relaciones espaciales de producción o la estructura centro-periferia estén separadas y sean independientes de las relaciones sociales de producción, de las relaciones de clase. Por el contrario, los dos conjuntos de relaciones estructuradas (lo social y lo espacial) no sólo son homólogas, en tanto que surgen de los mismos orígenes en el modo de producción, sino que son dialécticamente inseparables. La existencia de esta asociación dialéctica entre lo que puede llamarse las dimensiones horizontal y vertical del modo de producción ya estaba sugerida en los escritos de Marx y Engels: en las discusiones sobre la antítesis entre ciudad y campo, sobre la división territorial del trabajo, sobre la segmentación del espacio residencial urbano bajo el capitalismo, sobre la desigualdad geográfica de la acumulación capitalista, sobre el papel de la renta y de la propiedad privada del suelo, sobre la transferencia sectorial de la plusvalía, y sobre la dialéctica de la Naturaleza. Pero cien años de marxismo no han bastado para desarrollar la lógica y el alcance de estas visiones.2 La atrofia de la imaginación geográfica en el transcurso de estos años ayuda a explicar por qué el renacimiento del análisis espacial marxista ha sido tan difícil y tan cargado de un infundado miedo al fetichismo espacial. Este largo vacío explica también por qué ha habido tanta controversia sobre terminología, énfasis y referencias; así como por qué han persistido las divisiones entre la economía política internacional, regional y urbana en lugar de conducir a la creación de una economía política espacial más unificada. Finalmente, nos ayuda a entender por qué, con la excepción de Lefebvre, ha existido esta falta de audacia, es decir, por qué en medio de reivindicaciones de que
2. Uno de los pocos intentos de explicar por qué el análisis espacial ha estado tan poco desarrollado históricamente en el marxismo puede hallarse en La pensée marxiste et la ville (1972) de Lefebvre.
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la resurgencia de una economía política radical, espacialmente explícita, representaba una «nueva» sociología urbana, una «nueva» geografía económica, una «nueva» política urbana, o una «nueva» teoría de la planificación, nadie más parecía estar preparado para comprender la implicación realmente radical de que lo que estaba emergiendo era un materialismo dialéctico que era simultáneamente histórico y espacial. Lo que sigue es un intento de volver a la afirmación inicial de la dialéctica socio-espacial y de la necesidad de un materialismo histórico-geográfico tal como figuraba ya en Soja (1980) y Soja & Hadjimichalis (1979).
Espacialidad: la organización del espacio como producto social Hay que empezar aclarando al máximo la distinción entre espacio per se o espacio como un contexto dado, y espacialidad de base social o espacio creado por la organización social y la producción. Desde una perspectiva materialista, sea ésta mecanicista o dialéctica, el tiempo y el espacio en sentido general o abstracto representan la forma objetiva de la materia. El tiempo, el espacio y la materia están inextricablemente conectados, siendo la naturaleza de esa relación un tema central en la historia y en la filosofía de la ciencia. Esta visión del espacio esencialmente física ha influido profundamente en todas las formas de análisis espacial, ya sea filosófico, teórico o empírico, aplicado al movimiento de cuerpos celestes o a la historia y al paisaje de la sociedad humana. También ha tendido a imbuir todo lo espacial de un persistente sentido esencialista y físico, de una áurea de objetividad, inevitabilidad y reificación. En esta forma física abstracta y generalizada, el espacio ha sido conceptualmente incorporado al análisis materialista de la historia y de la sociedad de manera que interfiere con la inter86
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pretación de la organización espacial humana como producto social, que es el paso inicial fundamental para entender la dialéctica socio-espacial. El espacio entendido como contexto físico ha generado un amplio interés filosófico y largas discusiones sobre sus propiedades absolutas y relativas (un dilatado debate que se remonta más allá de Leibniz), sus características como «contenedor» ambiental de la vida humana, su geometría objetivable, y sus esencias fenomenológicas. Pero este espacio físico ha sido una base epistemológica engañosa para analizar el significado subjetivo y concreto de la espacialidad humana. El espacio en si mismo puede estar básicamente dado, pero la organización y el significado del espacio es un producto de la experiencia, la transformación y la dinámica social.3 El espacio producido socialmente es una estructura creada comparable a otras construcciones sociales resultantes de la transformación de las condiciones inherentes a estar vivo, de modo semejante a cómo la historia humana representa una transformación social del tiempo. De manera similar, Lefebvre distingue entre la Naturaleza como un contexto dado y lo que puede denominarse «segunda Naturaleza», la espacialidad transformada y socialmente concretada surgida de la aplicación de trabajo humano intencionado. Es esta segunda 3. El predominio de una visión fisicalista del espacio ha penetrado tanto en el análisis de la espacialidad humana que tiende a distorsionar nuestro vocabulario. Así, mientras que adjetivos como «social», «político», «económico» e incluso «histórico» generalmente sugieren, a menos que se especifique otra cosa, un vínculo entre la acción y la motivación humana, el término «espacial» por regla general evoca una imagen física o geométrica, algo externo al contexto social y a la acción social, una parte del «entorno», una parte del marco para la sociedad —el contenedor no cuestionado— más que una estructura formativa creada por la sociedad. En inglés no tenemos, de hecho, una expresión utilizada y aceptada normalmente para expresar la cualidad inherentemente social del espacio organizado, especialmente desde que los términos «espacio social» y «geografía humana» se han corrompido con significados múltiples, y a menudo incompatibles. Por éstas y otras razones, he preferido utilizar el término «espacialidad» para aludir a este espacio producido socialmente.
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Naturaleza la que deviene sujeto geográfico y objeto del análisis materialista histórico, de una interpretación materialista de la espacialidad. El espacio no es un objeto científico separado de la ideología y de la política; siempre ha sido político y estratégico. Si el espacio tiene un aire de neutralidad y de indiferencia con respecto a sus contenidos y parece así como «puramente» formal, el epitome de la abstracción racional, es precisamente porque se ha ocupado y utilizado, y ya ha sido el centro de procesos pasados cuyas huellas no son siempre evidentes en el paisaje. El espacio ha sido conformado y moldeado a partir de elementos naturales e históricos, pero ello ha sido un proceso político. El espacio es político e ideológico. Es un producto literalmente cargado de ideologías. (1976b: p. 31) El espacio organizado y el modo de producción: tres puntos de vista
Una vez que se ha aceptado que la organización del espacio es un producto social —que surge de una práctica social intencionada— entonces ya no queda nada de su existencia como una estructura separada con reglas de construcción y de transformación que sean independientes de un marco social más amplio. Desde una perspectiva materialista, lo que pasa a ser importante es la relación entre el espacio organizado, creado, y otras estructuras dentro de un modo de producción dado. Es esta cuestión básica la que dividió el análisis espacial marxista en los años 1970 en, al menos, tres aproximaciones diferentes. En primer lugar, estaban aquellos cuyas interpretaciones del espacio organizado les hacía desafiar los enfoques mar-
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xistas imperantes, especialmente en relación a las definiciones de base económica y de superestructura. De nuevo, Lefebvre ofrecía un argumento clave: ¿Puede definirse la realidad urbana como algo superestructural, que emerge de la base económica, ya sea capitalista o socialista? No. La realidad urbana modifica las relaciones de producción sin llegar a transformarlas. Se convierte en una fuerza de producción, como ocurre con la ciencia. El espacio y la organización política del espacio expresan las relaciones sociales pero también influyen en ellas.4 Aquí hemos abierto la posibilidad de una dialéctica socioespacial compleja que opera dentro de la estructura de la base económica, en contraste con la formulaciones materialistas imperantes que contemplaban la organización de las relaciones espaciales sólo como una expresión cultural confinada a la esfera de lo superestructural. La noción clave que introduce Lefebvre en la última frase se convierte en la premisa fundamental de la dialéctica socio-espacial: que las relaciones espaciales y sociales son dialécticamente interactivas, inter-
4. Esta observación, con las cursivas añadidas, procede de la traducción de Harvey (1973) de un fragmento de La révolution urbaine (1970: p. 25). En este punto de su argumentación sobre la producción del espacio, Lefebvre se aferra a la realidad urbana como conceptualización que sumariza la espacialidad capitalista. Lamentablemente, esta metáfora urbana tan explícita impidió que los lectores vieran el énfasis espacial mucho más general que residía bajo ese argumento y provocó respuestas a lo que se percibió como una cosificación de lo urbano. Castells cristalizaría esta visión al describir la conceptualización de la revolución urbana de Lefebvre como una versión de izquierdas de la «ideología urbana» promulgada por los teóricos burgueses de la Escuela de Ecología Humana de Chicago, que él consideraba una sobrespecificación igualmente desconcertante de lo urbano como objeto teórico.
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dependientes; que las relaciones sociales de producción a la vez que conforman el espacio, son condicionadas por éste (al menos mientras tengamos, de entrada, una visión del espacio organizado como socialmente construido). Dentro de un marco regional en vez de urbano, Ernest Mandel desarrolló ideas muy parecidas. En su examen de las desigualdades regionales bajo el capitalismo, Mandel (1976: p. 43) afirmó que «el desarrollo desigual entre regiones y naciones es la misma esencia del capitalismo, al mismo nivel que la explotación del trabajo por el capital». Al no subordinar la estructura espacial del desarrollo desigual a las clases sociales sino poniéndola «al mismo nivel», Mandel identificó una problemática espacial en la escala regional y nacional que se parecía mucho a la interpretación de Lefebvre de la especialidad urbana, hasta el punto de sugerir el surgimiento de una poderosa fuerza revolucionaria surgiendo de las desigualdades especiales que claramente veía como necesarias para la acumulación capitalista. En su trabajo principal, Late Capitalism (1975), Mandel se centraba en la importancia histórica crucial del desarrollo geográfico desigual en el proceso de acumulación y, por tanto, para la reproducción y supervivencia del mismo capitalismo. Al hacerlo, presentó uno de los análisis marxistas más sistemáticos y rigurosos de la economía política del desarrollo regional e internacional que jamás se haya escrito. Sin embargo, ni Lefebvre ni Mandel lograron alcanzar una síntesis multiescalar de la dialéctica espacial y sus formulaciones quedaron así incompletas. Pese a ello, al atribuir un potencial transformador significativo a la estructura de las relaciones espaciales comparable a lo que normalmente se ha asociado a la lucha de clases «vertical», el conflicto social directo entre trabajo y capital, tanto Lefebvre como Mandel ofrecieron un punto de vista que despertó fuertes resistencias por parte de
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otros marxistas que vieron surgir nuevamente el espectro del determinismo espacial. Esta resistencia a la idea de que el espacio organizado representa algo más que el reflejo de las relaciones sociales de producción, de que puede suscitar contradicciones de enorme importancia y de su potencial transformador en relación al modo de producción, de que el espacio es, de alguna manera, homólogo a la estructura y las relaciones de clase, define otro grupo, mucho mayor, de autores radicales. Aquí hay que incluir un grupo creciente de críticos buscando mantener alguna forma de ortodoxia marxista por medio de un rastreo persistente de la «nueva» economía política urbana y regional. Característica de este grupo es la creencia de que el análisis neo-marxista añadía poco que fuera inherentemente nuevo a las aproximaciones marxistas más convencionales, que la centralidad del análisis de clase convencional era inviolable y, por tanto, que los análisis urbanos y regionales neo-marxistas, aunque interesantes, eran a menudo inaceptablemente revisionistas y analíticamente confusos. No hace falta añadir que la conceptualización (o no conceptualización) del espacio a la que se adhería este grupo se alejaba poco del historicismo tradicional del marxismo después de Marx. Un tercer enfoque que puede identificarse cae, no obstante, en algún lugar entre estos dos extremos. Sus practicantes parecían adoptar en gran manera, al menos implícitamente, la misma formulación descrita por Lefebvre y Mandel. Aunque cuando se veían forzados a una posición más explícita, siempre mantenían la preeminencia de las definiciones aespaciales de clase social, algunas veces hasta el punto de intentar resistir tortuosamente las implicaciones de sus propios análisis. En este grupo estaban Manuel Castells, David Harvey, Emmanuel Wallerstein, André Gunder Frank y Samir Amin, todos los
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cuales han contribuido con descripciones muy agudas a la dialéctica espacial tal como la he definido anteriormente. Todos ellos, sin embargo, huyen de un reconocimiento abierto de la importancia formativa de la espacialidad para caer en posiciones vulnerables y analíticamente débiles sobre el papel de la estructura espacial en el desarrollo y supervivencia del capitalismo. Mientras que el primero de los grupos mencionados ocasionalmente exageraba la dialéctica socio-espacial, este grupo se bate en retirada sin capturar efectivamente su significado e implicaciones, creando una ambivalencia difícil de entender, contra la que, a su vez, reaccionaban los críticos marxistas más ortodoxos. Para tomar un ejemplo destacado, considérese la conceptualitzación del espacio de Castells en La cuestión urbana, un libro intencionadamente titulado así en contraste con La revolución urbana, escrito por su antiguo profesor, Lefebvre. «El considerar a la ciudad como una proyección de la sociedad en el espacio es, al mismo tiempo, un punto de partida indispensable y una afirmación demasiado elemental. Pues si bien es cierto que hay que superar el empirismo de la mera descripción geográfica, se corre el grave riesgo de figurarse el espacio como una página en blanco sobre la que se inscribe la acción de los grupos y de las instituciones, sin encontrar otro obstáculo que la huella de las generaciones pasadas. Esto equivale a concebir la naturaleza como algo enteramente modelado por la cultura, mientras que toda la problemática social tienen su origen en la unión indisoluble de estos dos términos, a través del proceso dialéctico mediante el cual una especie biológica particular (particular, puesto que está dividida en clases), el «hombre», se transforma y transforma su medio ambiente
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en su lucha por la vida y por la apropiación diferencial del producto de su trabajo. El espacio es un producto material en relación con otros elementos materiales, entre ellos los hombres, los cuales contraen determinadas relaciones sociales, que dan al espacio (y a los otros elementos de la combinación) una forma, una función, una significación social. No es, por tanto, una mera ocasión de despliegue de la estructura social, sino la expresión concreta de cada conjunto histórico en la cual una sociedad se especifica. Se trata, por tanto, de establecer, al igual que para cualquier otro objeto real, las leyes estructurales y coyunturales que rigen su existencia y su transformación, así como su específica articulación con otros elementos de una realidad histórica. De lo que se deduce que no hay teoría del espacio al margen de una teoría social general, sea ésta explícita o implícita.» (p. 115; cursivas añadidas)* Este complejo pasaje implica una dialéctica socio-espacial pero se presenta como una alternativa a la visión lefebvriana, la cual es rechazada. No es de extrañar que los lectores de la traducción inglesa quedaran confundidos. La misma conceptualización de Castells fue atacada por revisionista y weberiana por representantes del segundo grupo. Harloe (1976: p. 21), por ejemplo, afirmaba que Castells cometía el mismo error que criticaba de Lefebvre al separar la estructura espacial de sus raíces en las relaciones de clase y de producción. Este supuesto error, argumentaba, suscitaba un énfasis inapropiado en el consumo colectivo y otros aspectos sociales y espaciales del proceso de consumo, un énfasis que era contemplado
* N.T.: Tomado de la traducción castellana La cuestión urbana, p. 141.
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como opuesto al papel más fundamental de la producción en la urbanización capitalista.5 Pero volvamos a la principal contribución de Castells a lo que él llamó «el debate sobre la teoría del espacio». Castells presenta con claridad el espacio como un producto material que emerge dialécticamente de la interacción entre cultura y naturaleza. El espacio no es, por tanto, un simple reflejo, una «mera ocasión para el despliegue» de la estructura social, sino la expresión concreta de una combinación de instancias, un «conjunto histórico» de elementos materiales e influencias en interacción. ¿Como puede, pues, entenderse e interpretarse ese espacio creado? El camino era a través de lo que Castells describió como «las leyes estructurales y coyunturales que rigen su existencia y su transformación», una clara muestra del estructuralismo althusseriano que entonces imperaba en la aproximación de Castells a la cuestión urbana. Lo que parecía separar Castells de Lefebvre era que, para Castells estaba claro que «las relaciones sociales concretas» dan forma, función y significado a la estructura espacial y a todos los otros «elementos de la combinación». Una «estructura» —las supuestamente aespaciales relaciones sociales de producción (que de alguna manera incluyen los derechos de propiedad aunque se ignore su dimensión territorial/espacial)— a la que se concedía así un papel determinante. Pero es preci-
5. Es interesante notar que más o menos en el mismo momento se generaba una reacción muy similar contra Wallerstein y otros que intentaban dar una dimensión espacial explícita a la división internacional del trabajo y al desarrollo desigual de la economía capitalista mundial. Ellos también fueron atacados por sobrenfatizar el consumo y el intercambio (frente a la producción), por su vuelta atrás no reconocida a las mistificaciones burguesas de clase (via Adam Smith más que Max Weber), por sus espacializaciones inapropiadas de la historia y el desarrollo capitalista (es decir, el énfasis excesivo en fuerzas externas al desarrollo de las relaciones sociales de producción in situ a través de la estructura centro-periferia y el funcionamiento de escala global de la acumulación capitalista).
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samente esta relación determinativa la que Lefebvre empezó a matizar y a enmendar asociando la formación de clase con las relaciones de producción, tanto sociales como espaciales, e incorporando la «problemática social» en una división del trabajo simultáneamente social y espacial, es decir en una dimensión vertical y horizontal. En los años 1970 aún no existía una formulación rigurosa de estas relaciones espaciales de producción y de las divisiones espaciales del trabajo, y ciertamente ninguna que igualara la profundidad y la capacidad de persuasión de los análisis marxistas de las relaciones sociales de producción y de las divisiones sociales del trabajo. Pero tampoco existía ninguna razón para rechazar la formulación de una dialéctica socio-espacial sobre la base de que un siglo de marxismo había fracasado en incorporar una interpretación materialista de la espacialidad que igualase su interpretación materialista de la historia. Los orígenes del olvido de la espacialidad en el marxismo occidental
En los años 1970 era una práctica común entre geógrafos marxistas y sociólogos urbanos argumentar que en los trabajos clásicos de Marx, Engels y Lenin había poderosas intuiciones geográficas y espaciales pero que éstas habían sido débilmente desarrolladas en generaciones sucesivas. Muchos se aproximaron así al análisis espacial marxista en términos de desarrollar y elaborar aquellas observaciones clásicas en el contexto del capitalismo contemporáneo. El análisis de David Harvey de la geografía de la acumulación capitalista (1975) y el trabajo de Jim Blaut sobre imperialismo y nacionalismo (1975) son ejemplos excelentes, al tiempo que se iniciaban proyectos más amplios de extraer las implicaciones geográficas de los escritos de Marx bajo la dirección de colaboradores de Antipode y
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de miembros de la organización a la que estaba vinculada, la Unión de Geógrafos Socialistas. Sin embargo, se dedicó relativa poca atención a explicar por qué el análisis espacial había permanecido tan débilmente desarrollado por tanto tiempo. Realmente, hasta hace poco, el marxismo occidental era equiparable a la ciencia social burguesa al contemplar la organización del espacio como un «contenedor» o reflejo externo, como un espejo de la dinámica social y de la conciencia social. De una manera casi durkheimiana, la espacialidad de la vida social quedaba externalizada y neutralizada en términos de su impacto en los procesos históricos y sociales y era contemplada como poco más que un telón de fondo o un escenario. Explicar esta desaparición del análisis espacial en el Marxismo es una tarea pendiente. Sin embargo, pueden lanzarse algunas hipótesis: 1. La tardía aparición de los Grundrisse. Los Grundrisse de Marx, cuya traducción no se difundió con amplitud hasta bien después de la Segunda Guerra Mundial, contienen probablemente más análisis geográfico explícito que ningún otro de sus escritos. Sus dos volúmenes fueron publicados inicialmente en ruso en 1939 y 1941. La primera edición alemana apareció en 1953, y la primera edición inglesa en 1973. Además, como ahora se sabe con certeza, Marx nunca completó sus planes para los volúmenes subsiguientes de El Capital que debían tratar del comercio mundial y de la expansión geográfica del capitalismo, cuyo posible contenido sólo quedó insinuado posteriormente en los Grundrisse. En ausencia de esas fuentes, el énfasis se puso en la teorización de sistema cerrado, mayormente aespacial, de los volúmenes publicados de El Capital. Aunque Marx nunca dejó de ilustrar sus argumentos con ejemplos históricos y geográficos concretos, en particular los volúmenes I y II de El Capital permanecen concentrados en
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los supuestos simplificados de una economía nacional cerrada sistemáticamente estructurada como si existiera en la cabeza de un alfiler. El volumen III y los volúmenes adicionales previstos tenían que aportar concreciones a la teoría de Marx, proyecciones hacia fuera del análisis geográfico e histórico de los mercados mundiales, del colonialismo, del comercio internacional, del papel del estado, etc. —en esencia, hacia un análisis del desarrollo desigual de los sectores productivos, de las regiones y de las naciones. Gracias a las contribuciones de Bukharin, Lenin, Luxemburg, Trotsky y otros, la teoría del imperialismo y las conceptualizaciones asociadas de los procesos de desarrollo desigual se convirtieron en el principal contexto del análisis geográfico dentro del marxismo occidental. Había una problemática espacial implícita en estas teorizaciones del imperialismo, pero se quedaban simplemente en un mero reconocimiento de una limitación física final a la expansión geográfica del capitalismo. Para la mayoría de los principales teóricos, estos límites geográficos al capital difícilmente se llegarían a alcanzar ya que la revolución social se interpondría mucho antes que el mundo en su totalidad deviniera uniformemente capitalista. No obstante, los procesos de desarrollo geográficamente desigual fueron reconocidos y puestos en la agenda política y teórica, y serían recuperados por una nueva generación de autores marxistas, dirigida por figuras como Wallerstein, Amin, Emmanuel, Palloix, Hymer y, especialmente, Ernest Mandel. Hasta qué punto esta generación fue influenciada por las traducciones de posguerra de los Grundrisse es una cuestión interesante que aún está abierta. 2. Las tradiciones anti-espaciales en el Marxismo Occidental. El fracaso para desarrollar aquel énfasis espacial inherente en los trabajos de Marx y en otros posteriores sobre la expansión
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geográfica del capitalismo y las interpretaciones igualmente espaciales sobre la antitesis campo-ciudad que aparecían tan vivamente en La ideología alemana y en otros escritos de Marx, puede relacionarse también con una profunda tradición de anti-espacialismo. De modo quizá paradójico, esta tradición de rechazar las explicaciones geográficas de la historia se originan en Marx mismo, en su respuesta a la dialéctica hegeliana. En muchos sentidos, Hegel y el hegelianismo transmitían una potente ontología y una fenomenología espacializada, que reificaba y fetichizaba el espacio en forma de estado territorial, el locus y el medio de la razón completa. Como Lefebvre argumentaba en La production de l’espace (1974: pp. 29-33), para Hegel el tiempo histórico quedaba congelado y fijado dentro de la racionalidad inminente del espacio como una idea-estado. Así, el tiempo quedaba subordinado al espacio y la historia misma era dirigida por un «espíritu» territorial, el estado. El anti-hegelianismo de Marx no se limitaba a una crítica materialista del idealismo. Era también un intento de devolver la primacía a la historicidad —la temporalidad revolucionaria— sobre el espíritu de la espacialidad. De este proyecto emergió una sensibilidad poderosa y una resistencia a la afirmación del espacio en una posición de determinación histórica y social, un anti-espacialismo anti-hegeliano que está presente prácticamente en todos los textos de Marx. La posibilidad de una «negación de la negación», una recombinación no priorizada de la historia y la geografía, el tiempo y el espacio, quedó enterrada por las codificaciones subsiguientes de la teoría del fetichismo de Marx. Se aceptó una dialéctica histórico-materialista en la que los seres humanos quedaban contextualizados en la construcción de la historia; pero una dialéctica espacial, incluso una que fuera materialista, con los seres humanos construyendo sus geo-
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grafías y sintiéndose obligados por lo que habían hecho, era inaceptable. Seguramente esta forma de anti-espacialismo fue fijado del modo más rígido por Lukács en su Historia y conciencia de clase, en la que la conciencia espacial era presentada como el epítome de la reificación, una falsa conciencia manipulada por el estado y por el capital para desviar la atención de la lucha de clases. Esta coraza anti-espacial fue útil para resistir los muchos ataques al marxismo y a la clase obrera basados en una indiscutible reificación espacial —siendo el más inocuo de estos ataques la alternativa de Le Corbusier entre «arquitectura o revolución», y el más atroz, con diferencia, el fascismo— pero también tendió a asociar todas las formas de análisis espacial y de explicación geográfica con el fetichismo y la falsa conciencia. Esta tradición no sólo continúa interfiriendo en el desarrollo de un análisis espacial marxista sino que ha sido también parcialmente responsable de la característica confusión que rodea una formulación suficientemente concretizada de una teoría del estado marxista, del nacionalismo, y de la política local. Mención aparte merece el carácter anti-espacial del dogmatismo marxista que surgió de la Segunda Internacional y que se consolidó bajo el estalinismo. Las cuestiones espaciales, entre otros muchos aspectos de la teoría y la práctica marxista, fueron tratados por la Segunda Internacional y sus líderes dentro del marco de un estéril reduccionismo económico. El marxismo viró hacia un cientifismo positivista bajo Stalin, enfatizando la fe en el pensamiento tecnocrático y estableciendo una estricta causalidad económica en los vínculos entre base y superestructura. La cultura, la política, la conciencia, la ideología y, con ellas, la producción del espacio quedaron reducidas a meros reflejos de la base económica. La espacialidad quedó absorbida en el economicismo y su relación dialéctica con otros elementos de la existencia material quedó rota.
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3. Las condiciones cambiantes de la explotación capitalista. El abandono inicial y la recuperación reciente del interés del marxismo por la problemática espacial puede ser, después de todo, un reflejo de unas condiciones materiales cambiantes. En La pensée marxiste et la ville (1972) Lefebvre argumentó que durante el siglo XIX y hasta principios del XX, la problemática espacial era simplemente menos importante de lo que es hoy con respecto tanto a la explotación del trabajo como a la reproducción de los medios esenciales de producción. Bajo las condiciones del capitalismo industrial competitivo, las máquinas, las mercancías y la fuerza de trabajo se reproducían bajo una legislación social específica (contratos de trabajo, leyes civiles, acuerdos tecnológicos) y un aparato de estado opresivo (policía, militares, administración colonial). La producción del espacio era acorde, conforme y directamente modelada por el mercado y el poder del estado. La estructura espacial de la ciudad capitalista industrial, por ejemplo, se repetía a si misma una y otra vez en su concentricidad funcional y en su segregación en clases sociales. La explotación y la reproducción social formaban parte esencial de una matriz manipulable de tiempo. La tasa de explotación, el cociente de Marx entre plusvalía y capital variable es, después de todo, una expresión derivada de la teoría del valor trabajo y su medida fundamental del tiempo de trabajo socialmente necesario. Como las fórmulas de la composición orgánica del capital y de la tasa de beneficio, su derivación asume una visión de sistema cerrado de las relaciones de producción capitalistas, desprovista de diferenciación y desigualdad geográfica significativa. Además, dada la urbanización masiva asociada con la industrialización en expansión, la reproducción de la fuerza de trabajo era un asunto mucho menos crucial que el proceso de explotación directa a través de un sistema de salarios de subsistencia y la dominación del capital sobre el trabajo en el lugar de la producción. En la extracción de plus-
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valía absoluta, la organización social del tiempo parecía tener más importancia que la organización social del espacio. En el capitalismo contemporáneo (dejando a parte por el momento la cuestión de la transición y la reestructuración, sus causas, su temporalidad, etc.) las condiciones que subyacen a la continuada supervivencia del capitalismo han cambiado. La explotación del tiempo de trabajo continúa siendo la fuente principal de plusvalía absoluta pero con unos límites crecientes que surgen de la reducción de la duración del día de trabajo, los niveles salariales mínimos y los acuerdos salariales, y otros logros de la organización de la clase obrera y los movimientos sociales urbanos. El capitalismo se ha visto forzado a dedicar cada vez mayor énfasis a la extracción de plusvalía relativa a través del cambio tecnológico, las modificaciones en la composición orgánica del capital, el rol crecientemente dominante del estado, y las transferencias netas de excedente asociadas a la penetración de capital en esferas de producción no del todo capitalistas (internamente, a través de la intensificación, así como externamente, a través del desarrollo desigual y la «extensificación» geográfica a regiones menos industrializadas de todo el mundo). Ello ha requerido la construcción de sistemas totales para garantizar y regular una reproducción no problemática de las relaciones sociales de producción. En este proceso, la producción del espacio desempeña un papel de primer orden. Es este cambio de significado entre la temporalidad y la espacialidad del capitalismo lo que llevó a Lefebvre a argumentar que «la industrialización, que una vez fue la productora de la urbanización, está ahora siendo producida por ésta»).
Definiendo la problemática espacial El desarrollo de un análisis espacial marxista sistemático coincidió en buena parte con la intensificación de las contradiccio-
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nes sociales y espaciales tanto en los países centrales como en los periféricos a causa de la crisis general del capitalismo que se inicia en los años 1960. Pero con anterioridad habían ya algunos precursores importantes dentro de la tradición marxista occidental que no deberían ser pasados por alto. Generalmente, se consideran las teorías del imperialismo como la fuente principal del pensamiento espacial en el marxismo occidental. Hay, sin embargo, otros antecedentes significativos. Por ejemplo, entre 1917 y 1925 en la URSS, un movimiento de vanguardia de planificadores urbanos, geógrafos y arquitectos trabajaron para conseguir una «nueva organización espacial socialista» en correspondencia con otros movimientos revolucionarios en la sociedad soviética (véase Kopp, 1971). No se asumía la transformación espacial como un subproducto automático del cambio social revolucionario sino que implicaba también lucha y la formación de una conciencia colectiva. Sin ese esfuerzo, la organización pre-revolucionaria del espacio habría continuado reproduciendo la desigualdad social y las estructuras de explotación. Las actividades innovadoras de este grupo de pensadores espaciales radicales nunca fueron aceptadas del todo y su experimento revolucionario en la reconstrucción socialista del espacio fue finalmente abandonado en el camino hacia la industrialización y la seguridad militar bajo Stalin. El productivismo y la estrategia militar llegaron a dominar la política espacial de la Unión Soviética, casi sepultando por completo el significado de una problemática espacial más profunda en la transformación socialista. Las contribuciones precursoras de Antonio Gramsci
Otra contribución importante para el desarrollo del análisis espacial marxista, aun cuando a menudo olvidada, puede encontrarse en el trabajo de Antonio Gramsci. En parte, el tra-
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bajo de Gramsci se relaciona con la situación contemporánea porque contiene algunos análisis bien elaborados de los problemas urbanos y regionales en Europa durante los años 1920 y las primeras fases de la Gran Depresión. Pero aún más importante que esos estudios específicos sobre el atraso regional del Mezzogiorno, el desarrollo urbano de Turín, la cuestión de la vivienda y el desarrollo de las alianzas entre el proletariado rural y urbano, fue el esfuerzo más general por centrar la atención en las dimensiones políticas, culturales e ideológicas del capitalismo (contra el economicismo predominante en el momento) y, especialmente, para explicar con mayor detalle el papel del moderno estado capitalista y la división territorial del trabajo que éste impuso. Gramsci, en su énfasis sobre el «conjunto de relaciones» que conforma una formación social particular, concretó el modo de producción en el tiempo y el espacio, en la historia y en la geografía, en un marco coyuntural específico que se convirtió en el contexto necesario para la estrategia revolucionaria. No se planteaba una problemática espacial explícita como tal, pero sus fundamentos eren claramente evidentes en las relaciones espaciales implicadas en la formación social y en sus particularidades de lugar, localización y comunidad territorial. Para Gramsci la estrategia revolucionaria se sitúa en tres campos interconectados, todos vinculados de un modo u otro con la espacialidad de la vida social bajo el capitalismo. Primero, en sus análisis de las estructuras políticas e ideológicas de la formación social italiana se pueden encontrar los cimientos de las teorizaciones contemporáneas del estado capitalista y sus funciones duales y contradictorias de represión/ legitimación y reproducción material/ideológica. Su acento en la hegemonía y su trabajo sobre la cultura popular, el control del estado sobre la vida cotidiana, la importancia de las organizaciones de «consejo» locales, y la relación entre las estruc-
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turas ocupacionales y territoriales reflejan una comprensión implícita de la dialéctica socio-espacial. Este primer énfasis se relaciona con el segundo: el papel de la explotación de la clase obrera en su lugar de residencia, el lugar de consumo y reproducción versus el lugar de producción, el puesto de trabajo. Los escritos de Gramsci no sólo reabrieron la «cuestión de la vivienda» a nuevas consideraciones sino que directamente cuestionaron tanto el economicismo y el productivismo de la Segunda Internacional como el «obrerismo» de los partidos socialista y comunista italianos del momento. También prefiguraron el ascenso de una nueva economía política regional y urbana centrada en las luchas locales sobre el consumo colectivo y la movilización de los movimientos sociales urbanos, rurales y regionales. Finalmente, estos dos énfasis estratégicos se unieron de nuevo en la conceptualización de Gramsci del bloque histórico revolucionario, una alianza de movimientos populares luchando por objetivos similares y vinculados coyunturalmente a las condiciones específicas de las crisis capitalistas. Estas condiciones no eran sólo económicas sino también políticas, culturales e ideológicas; combinaban tanto la producción y la reproducción como el lugar de trabajo y la comunidad residencial. En los Cuadernos de la cárcel, Gramsci vio la creciente complejidad de la sociedad capitalista moderna y la necesidad de elevar las luchas políticas, culturales e ideológicas a un nuevo nivel dado que el estado parecía cada vez más confiar en su hegemonía legitimadora más que en la fuerza directa o la opresión. La conciencia revolucionaria pasó así a tener sus raíces en la «fenomenología de la vida cotidiana». El paso que media entre Gramsci y Lefebvre es básicamente el de la explicitación y el énfasis en relación a la espacialización de esta fenomenología de la vida cotidiana. Lefebvre, como Gramsci, combatió insistentemente las interpretaciones reduc-
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cionistas y dogmáticas del marxismo y reafirmó la explotación multifacética de la vie quotidienne como la base para una crítica del ouvrièrisme de la izquierda moderna: el limitado acento en la explotación y la lucha en el lugar de trabajo y por tanto en estrategias totalizantes como la huelga general. Para Lefebvre, como para Gramsci, «la revolución sólo podía producirse coyunturalmente, es decir, en ciertas relaciones de clase, un conjunto de relaciones en la que entrara el campesinado y los intelectuales» (1976a: p. 95). Sin embargo, Lefebvre continúa y «espacializa la coyuntura» e insiere así una problemática espacial en el centro de la conciencia y la lucha revolucionaria. La problemática espacial y la supervivencia del capitalismo
Los escritos de Lefebvre están marcados por una búsqueda continua de la comprensión política del cómo y del por qué el capitalismo ha sobrevivido desde la forma industrial competitiva de los tiempos de Marx hasta el actual capitalismo industrial avanzado, estatalizado y oligopolístico. Como se ha descrito en el capítulo 2,* él presentó una serie de «aproximaciones» crecientemente elaboradas, empezando por su conceptualización de la vida cotidiana en el mundo moderno para llegar, mediante la consideración de lo urbano y de la urbanización revolucionaria, a su tesis principal sobre la producción social del espacio. Esta tesis está perfectamente resumida en The Survival of Capitalism (1976a: p. 21), el único de sus textos explícitamente espacializados que ha sido traducido al inglés.**
* N.T.: Se refiere a «Spatializations: Marxist Geography and Critical Social Theory», capítulo 2 de Postmodern Geographies, pp. 43-75. ** N.T.: Desde la publicación de Postmodern Geographies, numerosos trabajos de Lefebvre han sido traducidos al inglés en diversas antologías. Destacable por su impacto en la literatura anglosajona fue, sin embargo, la traducción inglesa de La production de l’espace de 1991 (Blackwell).
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El capitalismo ha sido capaz de atenuar (si no resolver) sus contradicciones internas durante un siglo y, consecuentemente, en los cien años transcurridos desde la escritura de El Capital, ha logrado alcanzar el «crecimiento». No podemos calcular a qué precio, pero sabemos los medios: ocupando espacio, produciendo espacio. Lefebvre relaciona este espacio capitalista avanzado directamente con la reproducción de las relaciones sociales de producción, es decir, los procesos mediante los cuales el sistema capitalista en conjunto puede extenderse manteniendo sus estructuras definidoras. Define tres niveles de reproducción y argumenta que la capacidad del capital para intervenir directamente y afectar a estos tres niveles se ha desarrollado a través del tiempo, con el desarrollo de las fuerzas productivas. En primer lugar, hay la reproducción bio-fisiológica, esencialmente en el contexto de la familia y las relaciones de parentesco; en segundo lugar, la reproducción de la fuerza de trabajo (la clase obrera) y de los medios de producción; y tercero, la reproducción aún más amplia de las relaciones sociales de producción. Bajo el capitalismo avanzado la organización del espacio pasa a estar predominantemente relacionada con la reproducción del sistema dominante de relaciones sociales. Simultáneamente, la reproducción de esas relaciones sociales dominantes se convierte en la base fundamental para la supervivencia del mismo capitalismo. Lefebvre fundamente su argumento en la afirmación de que el espacio producido socialmente (esencialmente el espacio urbanizado en el capitalismo avanzado, pero incluso en el campo) es donde se reproducen las relaciones dominantes de producción. Se reproducen en una espacialidad creada y concretada que ha sido crecientemente «ocupada» por un capitalismo expansivo, fragmentado en pedazos, homogeneizado
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mediante mercancías diferenciadas, organizado a través de localizaciones de control, y extendido a escala global. La supervivencia del capitalismo ha dependido de esta producción y ocupación distintiva de un espacio fragmentado, homogeneizado y jerárquicamente estructurado, alcanzado en gran medida por un consumo colectivo controlado burocráticamente (esto es, por el estado), la diferenciación de centros y periferias en múltiples escalas, y la penetración del poder del estado en la vida cotidiana. La crisis final del capitalismo sólo puede producirse cuando las relaciones de producción ya no puedan reproducirse más, no sólo porque se pare la producción (la estrategia permanente del ouvrièrisme). Así, la lucha de clases (sí, aún hay lucha de clases) debe incluir y focalizarse en el punto vulnerable: la producción del espacio, la estructura territorial de explotación y dominación, la reproducción, espacialmente controlada, del sistema como conjunto. Y debe incluir también todos los que son explotados, dominados y «periferializados» por la organización social impuesta por el capitalismo avanzado: campesinos sin tierras, pequeños burgueses proletarizados, mujeres, estudiantes, minorías raciales, así como la clase obrera misma. En los países capitalistas avanzados, argumenta Lefebvre, la lucha tomará la forma de «revolución urbana», luchando por le droit à la ville y el control sobre la vie quotidienne dentro del marco territorial del estado capitalista. En los países menos industrializados, también se centrará en la liberación y la reconstrucción territorial, en tomar el control de la producción del espacio y su sistema polarizado de centros dominantes y periferias dependientes dentro de la estructura global del capitalismo. Con esta cadena de argumentos, Lefebvre define una completa problemática espacial en el capitalismo y la eleva a una posición central dentro de la lucha de clases al colocar las relaciones de clase dentro de las condiciones configurativas del
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espacio socialmente organizado. No defiende que la problemática espacial haya sido siempre tan central. Ni presenta la lucha por el espacio como sustituta o alternativa de la lucha de clases. En su lugar, argumenta que ninguna revolución social puede triunfar sin ser también al mismo tiempo una revolución conscientemente espacial. Del mismo modo que la tradición marxista ha analizado otras «abstracciones concretas» (como la forma mercancía) para mostrar que contienen las relaciones sociales del capitalismo, mistificadas y fetichizadas así también hay que aproximarse al análisis del espacio. La demistificación de la espacialidad revelará las potencialidades de una conciencia espacial revolucionaria, las bases teóricas y materiales de una praxis espacial radical dirigida a tomar el control sobre la producción del espacio. La afirmación de Berger vuelve de nuevo: «predecir implica ahora una proyección geográfica más que histórica; es el espacio, no el tiempo, lo que nos oculta consecuencias.»
Referencias citadas BLAUT, James (1975), «Imperialism: The Marxist Theory and its Evolution», Antipode, 7(1); pp. 1-19. CASTELLS, Manuel (1972), La question urbaine. París: Maspero [trad. cast.: La cuestión urbana. México: Siglo XXI, 1974; trad. inglesa: The Urban Question. Londres: Edward Arnold, 1977]. HARLOE, Michael (ed.) (1976), Captive Cities. Nueva York: John Wiley and Sons. HARVEY, David (1973), Social Justice and the City. Baltimore: Johns Hopkins University Press & Londres: Edward Arnold [trad. cast.: Urbanismo y desigualdad social. Madrid: Siglo XXI, 1977]. — (1975), «The Geography of Capitalist Accumulation: A Reconstruction of Marxian Theory», Antipode, 7(2); pp. 9-21. [trad. cast. 1977 «La geografía de la acumulación capi-
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talista: una reconstrucción de la teoría marxista», Documents d’Anàlisi Metodològica en Geografia, 1; pp. 109-142]. KOPP, Anatole (1971), Town and Revolution. París: Brazillar. LEFEBVRE, Henri (1970), La révolution urbaine. París: Gallimard [trad. cast.: La revolución urbana. Madrid: Alianza Editorial, 1972]. — (1972), La pensée marxiste et la ville. París: Casterman. — (1974), La production de l’espace. París: Anthropos. — (1976a), The Survival of Capitalism. Londres: Allison and Busby. [trad. al inglés de La survie du capitalisme: la re-production des rapports de production. París: Anthropos, 1973]. — (1976b), «Reflections on the Politics of Space», Antipode, 8(2); pp. 30-37. [trad. al inglés de: «Réflexions sur la politique de l’espace», Espaces et Sociétés, 1; 1970]. MANDEL, Ernest (1975), Late Capitalism. Londres: Verso [trad. cast. El capitalismo tardío. México: Era, 1972] — (1976), «Capitalism and Regional Disparities», Southwest Economy and Society, 1; pp. 41-47. SOJA, Edward (1980), «The Socio-spatial Dialectic», Annals of the Association of American Geographers, 70; pp. 207-225. — HADJIMICHALIS, Costis (1979), «Between Geographical Materialism and Spatial Fetishim: Some Observations on the Development of Marxist Spatial Analysis», Antipode, 11(3); pp. 3-11. WALKER, Richard (1978), «Two Sources of Uneven Development under Advanced Capitalism: Spatial Differentiation and Capital Mobility», The Review of Radical Political Economics, 10; pp. 28-37.
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LOS ÁNGELES, 1965-1992: DE LA REESTRUCTURACIÓN GENERADA POR LA CRISIS A LA CRISIS GENERADA POR LA REESTRUCTURACIÓN*
Entre 1965 y 1992, la metrópolis de Los Ángeles experimentó una espectacular transformación. Siempre en cabeza de las nuevas tendencias de urbanización ya desde su rápido crecimiento a finales del siglo XIX, Los Ángeles ejemplificó, una vez más, la dinámica de una nueva ola de restructuración urbana acelerada, emergiendo ahora de las diversas crisis con las que finalizó la larga explosión económica de la postguerra, hasta reconfigurar profundamente la ciudad norteamericana en las últimas décadas del siglo XX. Tras la rebelión de Watts de 1965 aparecieron nuevas y diferentes geografías urbanas: todas ellas se desarrollaron a la vez, adquiriendo una impresionante sinergia durante casi treinta años de rápido crecimiento económico; y, en el mismo momento en que el Los Ángeles reestructurado estaba ya cómodamente consolidado como una de las metrópolis paradigmáticas de finales del siglo XX, el «nuevo» Los Ángeles explotó en la insurrección urbana más violenta de la historia norteamericana. Atrapada dentro de los paréntesis espacio-temporales de este periodo y lugar se desarrolla una historia remarcable, que tiene implicaciones mucho más allá de su contexto local. A través de su narrativa, puede evidenciarse una historia y una geografía sintomática del mundo contemporáneo, un atisbo revelador de lo que ha significado vivir durante las últimas tres
* Traducido de «Los Angeles, 1965-1992: From Crisis-Generated Restructuring to Restructuring-Generated Crisis», en Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 426462.
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décadas no sólo en Los Ángeles sino prácticamente en cualquier lugar del mundo. Muchos sitios proporcionan puntos de vista igualmente reveladores desde los cuales hacer interpretaciones teóricas y aplicadas del mundo contemporáneo, pero pocos ofrecen un panorama tan vívido y abigarrado como el que provee la experiencia de Los Ángeles, desde la restructuración generada por la crisis, que siguió a los acontecimientos de 1965, hasta lo que describiré como la crisis generada por la reestructuración que afloró en 1992.
Mirando atrás hacia el futuro: Los Ángeles en 1965 Tanto para los forasteros como para muchos de sus propios habitantes, el Los Ángeles que estalló en la rebelión de Watts de 1965 era, virtualmente, una ciudad desconocida escondida detrás de la gruesa capa aislante de una imaginación estadounidense hiperactivada. El mundo académico de los estudios urbanos, todavía influido por las atractivas líneas maestras de Chicago y la indescriptible densidad de poder y cultura de Nueva York, evitó cualquier contacto con la California meridional, dejando toda esperanza de oportuna interpretación a otros observadores más en la onda con el aparentemente extraño excepcionalismo de esta región. Lo más ampliamente conocido de Los Ángeles, tanto a través de las publicaciones académicas como de las de carácter popular y divulgativo, era típicamente ajeno e impresionista, construido sobre una colección de imágenes mediatizadas que se daban, casi por defecto, en lugar de lo real. Cada ciudad genera, interna y externamente, su propio imaginario pero Los Ángeles estaba (y todavía está) mucho más especializado en la producción de imagen y es más propenso a ser entendido a través de su imaginario que cualquier otra región urbana. Desde los años 1920 se localizan aquí las
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«fábricas de sueños» de lo que todavía se conoce como «la industria», la producción masiva de películas de cine de Los Ángeles en las que las historias de película substituyen insistentemente a las historias y geografías reales. Los equipos de filmación «rodando» escenas que reproducen prácticamente cualquier lugar del planeta (y a veces de fuera de él) son algo habitual en las calles de la ciudad, así como un constante recordatorio local de la confusa interrelación entre fantasía y realidad que impregna la vida urbana cotidiana, especialmente en la ciudad de Los Ángeles. En 1965, diez años después de su apertura, Disneylandia había añadido nuevos elementos a este paisaje de irrealidad ajena. Su protogeografia imaginaria de América reconfiguró los mapas mentales del subconsciente nacional para hacer encajar el artificio familiar depositado en un minúsculo rincón del condado de Orange. Una «Main Street» inteligentemente inventada, orientó el mapa y guió al visitante «todo-consumidor» a los mundos separados de la fantasía, del futuro, de la frontera, de los «lugares más felices» de la Tierra. Cuando se le añadió la audiencia masiva de la televisión, el manto de este imaginario creador de conciencia no sólo era más grueso que en cualquier otro lugar, sino que el más creativamente heterogéneo y divertido en Los Ángeles: el lugar donde el imaginario urbano había sido inventado, mercantilizado, producido en masa, y proyectado a una escala y alcance mundial. Sin embargo, detrás de estas escenas emitidas estaba otro Los Ángeles que solamente ahora empieza a enfocarse a través de un proceso casi arqueológico de escarbar que Mike Davis describe en su City of Quartz como «excavando el futuro».1
1. Mike Davis. City of Quartz: Excavating the Future in Los Ángeles. Londres: Verso, 1990 [trad. cast.: Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles. Madrid: Ediciones Lengua de Trapo, 2003].
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En medio de mágicas ruinas imaginarias de este pasado extensible, empieza a tomar forma una fotografía más clara del Los Ángeles de 1965 «que existía realmente». Lo que muestra, tanto puede ser visto como el lado oscuro del Sueño Americano o bien como el momento culminante de la modernidad urbana del siglo XX, una representación particularmente vívida de la urbanización, a la vez utópica y distópica que ha estado alimentando el desarrollo de Los Ángeles desde sus orígenes (véase el capítulo 1 de este libro).* Más de un siglo de anglificación obsesiva (haciéndola pasar como americanización) había «purificado» progresivamente a los habitantes de El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles hasta el punto que, en 1960, más del 80% de su población eran blancos no-hispanos o «anglos» (por utilizar un término profunda y provocativamente enraizado en el proceso de recolonización de la antigua América española). A pesar de que las estadísticas pueden ser cuestionables, esta población anglo tenía un estilo de vida casi plenamente suburbano, nada diferente del que mostraban las series televisivas, construyendo lugares allí donde la ciudad y el campo se fusionaban en una nueva síntesis de la experiencia. Esta síntesis situacional era claramente definible como WASP (acrónimo en inglés para blanco, anglo-sajón y protestante) dado que Los Ángeles había contenido durante muchas décadas los mayores porcentajes de protestantes autóctonos de todas las mayores ciudades de los Estados Unidos. En 1965 Los Ángeles podía ser descrito, con una substancial dosis de ironía y en un sentido bastante figurado, como la «Primera Ciudad Norteamericana» (véase
* N.T.: Se refiere a Edward W. Soja & Allen J. Scott. «Introduction to Los Angeles: City and Region», capítulo 1 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 1-21.
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el capítulo 2 de este libro).* Una mentalidad casi de cruzada impregnó esta mayoría cristiana blanca, a menudo antipapal, y racialmente orgullosa, extremadamente segura de su exitosa ocupación y preservación de un terrenal y preternatural paraíso americano. Pocas zonas de Los Ángeles contenían las densidades habituales que caracterizan la vida urbana, incluso en las zonas pobres y de clase obrera de cualquier raza, dado que los ghettos y los barrios** de la ciudad eran más suburbanos que en ningún otro lugar de Norteamérica. «Sesenta suburbios en busca de una ciudad» se convirtió en la descripción tópica de la vida en Los Ángeles de los años 1960, y muchos de aquellos suburbios vestían cuello azul. Sobre este crecimiento homogéneo no urbano de comunidades del tipo «sueño americano», estaba lo que dos de los mejores tratados sobre Los Ángeles de aquella época denominaron «metrópolis fragmentada» y un «dominio urbano de no-lugares»,2 siendo el primero el reflejo de los municipios suburbanos de producción en masa (lo que un analista posteriormente calificaría de «ciudades por contrato»),3 y siendo el segundo el exponente del desarraigo y artificialidad de las identidades basadas en un topónimo y en la comunidad «de proximidad». Habiendo escapado de la
* N.T.: Se refiere a Richard S. Weinstein. «The First American City», capítulo 2 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 22-46. ** N.T.: En castellano en el original. 2. Robert M. Fogelson. The Fragmented Metropolis: Los Ángeles, 1850-1930. Cambridge: Harvard University Press, 1967; reeditado con un prólogo de Robert Fishman, por University of California Press (1993). La visión de Los Ángeles como un «Dominio Urbano de No-Lugares» puede ser encontrada en Melvin Webber. «Culture, Territoriality, and the Elastic Mile». Papers of the Regional Science Association, 11, 1964; pp 59-69. 3. Gary Miller. Cities by Contract: The Politics of Municipal Incorporation. Cambridge: MIT Press, 1981.
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claustrofóbica estrechez de la Norteamérica provinciana y de la imperfecta urbanidad de las grandes ciudades, los angelinos acomodados construyeron extensas y atomizadas redes de contactos y de actividades, centradas más entorno a espacios residenciales cada vez más protegidos que entorno a comunidades vecinales bien definidas. Los números telefónicos no recogidos en los listines y las residencias cerradas y amuralladas simbolizaron estos paisajes urbanos plenamente privatizados. Los verdaderos espacios públicos eran pocos y alejados entre sí, mientras que lo que los teóricos sociales denominan «sociedad civil» parecía desvanecerse entre rutas aéreas, autovías y otros circuitos de la escena urbana en expansión. La suburbanización masiva y otras fuerzas centrífugas habían vaciado el congestionado centro urbano de los años 1920, dejando tan sólo un centro financiero y comercial en declive, algunos pocos hoteles, y el todavía imponente Civic Center, que recientemente había sido rehabilitado de forma filantrópica con la apertura del Music Center en diciembre de 1964, producto de un esfuerzo fantásticamente exitoso de la elite Anglo para situar muy alto su cultura acropolitana en el mapa de la ciudad. A pesar de todo, en el centro urbano todavía se alzaba imponente el Ayuntamiento, que para 1965 se había ya convertido en un símbolo global del sistema judicial Norteamericano tras ser retratado cada semana en el «Dragnet» y en otras series televisivas de crímenes. El sobrio sargento Joe Friday de «Dragnet» epitomizaba tajantemente la justicia modernista para la América blanca al insistir siempre en «just the facts, ma’am» («sólo los hechos, señora») en guiones que, para confirmar su verosimilitud, eran revisados por el entonces jefe de policía William H. Parker del Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD). En este caso, nada de imágenes banales superfluas, ya que había un amenazante lado oscuro de la vida en el brillo de la simulada Ciudad de Ángeles, un contrapunto
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de duro paisaje lleno de peligros estigios nunca muy lejanos de la reluciente superficie. Al menos desde los años 1920 el centro de Los Ángeles ha sido la distópica Main Street de la más visible Ciudad Noir del mundo; es fácil trazar un recorrido histórico desde el crudo Bunker Hill de Raymond Chandler hasta las calles empapadas de lluvia ácida del solo ligeramente futurista Blade Runner de Ridley Scott. Y hacia 1965, el lado oscuro del paisaje de sueños del Sur de California parecía ofrecer un contraste bastante habitual según el cual muchos defensores de la paz estaban convencidos de que su máxima amenaza era nada más y nada menos que una alianza global de fuerzas diabólicas pretendiendo dominar el planeta, haciéndose eco de tantos guiones perversos concebidos a partir de las más humildes calles de Los Ángeles. Cuando Watts explotó en el verano de 1965, los acontecimientos que tuvieron lugar parecieron a la vista muchos como los productos de un maníaco Disney-noir poniendo en escena un demonio espectacular en Negrolandia, el más oscuro y oculto anexo de la Ciudad Noir. El Jefe de policía Parker, que ahora da nombre a la sede central del Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD) en el centro urbano, dañada por los disturbios y que fue el objetivo primordial en el levantamiento de 1992, como era de esperar vio todo desde una óptica en blanco y negro, con un poco de rojo por añadidura. Dijo que los «monos» revolucionarios en el «zoo» de Negrolandia estaban enloquecidos, y que habían sido aleccionados por los «comunistas» y sus hordas de simpatizantes hollywoodienses. Con escaso conocimiento y nada de comprensión para distinguir la diferencia entre los dos, el Los Ángeles real una vez más pareció hundirse en un imaginario vívido. ¿Cómo sino podía uno entender el último acontecimiento puesto en escena en esta utopía distópica, en este lugar donde lo único y lo paradójico son algo universalizado para que todos lo puedan ver?
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Tan solo después de que los disturbios, incendios y saqueos se generalizasen a otras ciudades, es cuando se empezó a revelar una fotografía distinta acerca de aquel Los Ángeles y del más profundo —y amplio— significado de la rebelión de Watts. Estimulada por su creciente papel en tanto que arsenal militar norteamericano durante las tres sucesivas guerras en el Pacífico, la región de Los Ángeles había experimentado el más rápido crecimiento industrial del país tras la Gran Depresión. La suburbanización subvencionada con fondos federales se combinó con la promoción federal del crecimiento industrial para crear una máquina urbana sumamente eficiente destinada a estimular simultáneamente la producción en masa y el consumo en masa, una de las joyas de la corona del «contrato social» Fordista-Keynesiano que permitió que al «Big business, Big labor, Big government» (negocios lucrativos, trabajo organizado y gobierno intervencionista) liderar el boom norteamericano de la postguerra. Después de que, en 1942, el Decreto 8802 obligó a los empresarios del sector armamentista a detener sus prácticas contractuales racistas, un nuevo ingrediente inducido desde el ámbito federal se añadió a la situación local.4 Una de las mayores corrientes migratorias internas de la historia norteamericana condujo a casi 600.000 afroamericanos al condado 4. El año 1942 fue especialmente interesante para Los Ángeles. Los primeros campos de concentración fueron creados para expulsar a los norteamericanos de origen japonés de sus propiedades y de sus negocios en la ciudad; un submarino japonés torpedeó un pozo petrolífero cerca de Santa Bárbara, y un raid aéreo totalmente imaginario condujo a una situación disparatada en el que se llegó a informar de que un «aparato hostil» había sido derribado en la Vermont Avenue. Cinco ciudadanos habrían muerto en esta invasión imaginaria, tres de ellos en accidentes de circulación y dos más de ataques al corazón. En el mismo año, se construyó la Base Naval Militar de Camp Pendleton y el asesinato de «Sleepy Lagoon» desencadenó otra ola frenética de racismo en la que una pandilla o «boy gang» (tal y como eran denominados) de hasta 150 mexicano-americanos fueron arrestados por la muerte de un joven en una fiesta en East Los Ángeles.
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de Los Ángeles sólo entre 1942 y 1965. Ellos llevaron consigo la vanguardia de la política negra nacional, incrementada por el poder creciente del movimiento de derechos civiles, la Lucha contra la Pobreza, los sueños de Martin Luther King Jr., y del puño levantado del nacionalismo negro. Una segunda gran corriente migratoria, atraída de manera similar por la hiperactiva máquina de crear puestos de trabajo que era Los Ángeles desde la Gran Depresión, añadió una cantidad parecida de Sureños blancos relativamente pobres a la combinación cultural de la ciudad que había sido conocida como «el puerto marítimo de Iowa».5 De una manera quizá nada sorprendente, ambos grupos se concentraron alrededor de la inmensa zona urbana industrial (para entonces probablemente la segunda mayor en el mundo, después del Ruhr) extendiéndose desde el centro urbano hasta los puertos gemelos de Los Ángeles y de Long Beach, una zona delimitada en su parte occidental por Alameda Avenue, que en 1965 había llegado a ser una de las líneas divisorias más pronunciadas de entre todas las ciudades norteamericanas. A un lado de esta divisoria, conocida como Cortina de Algodón, estaban las fábricas y los puestos de trabajo de suburbios de clase obrera blanca tan ejemplares como South Gate; justo al otro lado se situó otra peculiar serie de barrios suburbanos afroamericanos, muchos de ellos construidos sobre terrenos del condado sin organización municipal y sorprendentemente desprovistos de establecimientos industriales importantes así como de servicios sociales básicos: Florence, Watts,
5. En 1965 se introdujeron cambios significativos en la legislación de los Estados Unidos sobre inmigración, tras el fin del programa bracero el año anterior. La persistente necesidad de mano de obra extranjera barata para alimentar el crecimiento industrial y contribuir a disciplinar la creciente mano de obra nacional habría estimulado la extraordinaria inmigración desde México, América Central, y Asia en las décadas siguientes.
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Willowbrook, Compton. A pesar de una tentadora proximidad física a una de las más grandes concentraciones de puestos de trabajo de alta remuneración, sindicalizados, y de cuello azul de todo el país, casi una tercera parte de la mano de obra afroamericana estaba desempleada y casi el 60% sobrevivía gracias a los subsidios de beneficencia. Esta geografía racial de la parte sur proporcionó el telón de fondo inmediato para la «guerra civil» urbana que formó parte de los acontecimientos de 1965, ilustrando una vez más cómo la raza divide Norteamérica en maneras que a menudo atraviesan las poderosas divisiones de clase. Aunque concentrada en el distrito de Watts de la Ciudad de Los Ángeles, la rebelión alcanzó su clímax a lo largo de todo el corredor justo al oeste de Alameda, un área que había llegado a ser uno de los mayores centros de conciencia negra radical a nivel local, nacional y global en los años 1960. Quizás en ninguna otra parte existían condiciones tan maduras para una rebelión. Los Ángeles, después de una larga tradición de administración racista, de segregación y de violencia, había llegado a ser una de las ciudades más segregadas del país; su alcalde, su jefe de policía, su principal periódico, habían dado señales suficientes de que esta tradición del racismo recalcitrante todavía prosperaba en los centros del poder político; y otra tradición obsesiva, la del anticomunismo McCarthysta, alimentado por los agresivos juicios hacia «simpatizantes» de Hollywood y la derrota de un vigoroso movimiento «socialista» de defensa de vivienda pública en los años 1950, había centrado de manera creciente su atención sobre los negros con aires de superioridad como la gran amenaza revolucionaria hacia el sueño Americano blanco. El espíritu del momento fue capturado un mes antes de la insurrección de agosto. En una intento de detener lo que parecía ser una marea creciente de brutalidad policial, el entonces teniente Tom Bradley del Departamento de
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Policía de Los Ángeles protestó formalmente contra la profusa difusión de panfletos de la John Birch Society en los tablones informativos del Departamento de Policía de Los Ángeles, panfletos que calificaban a Martin Luther King y a otros líderes negros de comunistas de peligrosos e implícitamente promovían el terrorismo blanco policial contra el enemigo interior (véase el capítulo 11 de este libro).* A nivel nacional, los negros urbanos habían asumido, tanto por activa como por pasiva, el liderazgo de la política de los movimientos sociales americanos y se convirtieron, pues, en la más potente de las voces de resistencia contra el statu quo y el desarrollo racial desigual del boom económico fordista/ keynesiano. Aunque los afroamericanos en Los Ángeles probablemente se habían beneficiado del boom más que los de cualquier otra gran región urbana, la geografía social segregada de la mayor metrópoli, se presentó de una manera demasiado evidente como un mosaico extraordinariamente polarizado de extrema y visible riqueza y pobreza, un cuadro para aumentar la concienciación acerca de la pobreza relativa intensificada por causa de la raza. Que el peor alboroto civil del siglo ocurriría donde y cuando lo hizo fue, pues, tan previsible como la reacción inmediata ante él. Treinta y cuatro personas fueron asesinadas (31 de ellas por disparos de la policía), 1.032 fueron heridas, y 3.952 fueron detenidas (la inmensa mayoría afroamericanas). Los daños a las propiedades privadas alcanzaron los 40 millones de dólares y 6.000 edificios fueron afectados, especialmente los de la Calle 103, que pasó a ser llamada Charcoal Alley. * N.T.: Se refiere a Susan Anderson. «A City Called Heaven: Black Enchantement and Despair in Los Angeles», capítulo 11 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 336-364.
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Con una mirada miope, los disturbios, las quemas, y los saqueos parecieron ser una herida local autoinfligida instigada por las frustraciones y la impaciencia propias de una población empobrecida desde mucho tiempo atrás y racialmente aislada. En retrospectiva, sin embargo, los acontecimientos tuvieron una significación más global. Hoy pueden ser vistos como un anuncio violento de que en la Norteamérica urbana e industrial, ya no podían continuar realizándose como si nada sin que se diese una resistencia explosiva, incluso en la más exitosa de todas las ciudades de rápido crecimiento del siglo XX. La rebelión de Watts y la serie de alzamientos urbanos que le siguieron a finales de la década de 1960 por todo el mundo (y, de nuevo, en Los Ángeles en agosto de 1970, con la Moratoria Chicana, la mayor protesta masiva de mexicanos-americanos en la historia de los Estados Unidos) marcó uno de los inicios del fin del boom económico de la postguerra y el contrato social y la planificación estatal Fordista/keynesiano que apuntalaron su empuje. Tal y como había ocurrido un siglo antes, las peculiares articulaciones entre raza y clase en los Estados Unidos quebraron la expansiva economía espacial aproximadamente en el mismo momento en que estaba alcanzando su momento estelar. La recesión mundial al inicio de la década de 1970, la peor desde la Gran Depresión, ayudó a confirmar el punto de inflexión de la década anterior, pero una confirmación incluso más convincente puede derivarse del dramático proceso de reestructuración que ha ido más lejos en las transformaciones del paisaje urbano y la misma naturaleza de la modernidad urbana durante las últimas dos décadas. Visto desde hoy, los mundos urbanos de 1965 no solo han sido «deconstruidos», sino que también se han convertido en algo cada vez más «reconstituido» de muy distintas formas. La manera en que esta deconstrucción y reconstrucción generadas por la crisis tuvieron lugar en Los Ángeles ofrece un relato particularmente revelador.
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Transformaciones urbanas Hasta principios de la década de 1980, Los Ángeles se mantuvo tan escasamente estudiado y teoréticamente incomprensible como lo era en 1965. La reducida atención que le había sido dedicada tras la rebelión de Watts había pasado inadvertida en una economía nacional que intentaba luchar con la estanflación, el declive industrial, y la percepción ampliamente generalizada de caída de los salarios reales que posteriormente sería descrito como el «Gran giro de 180º».6 Dado que otra grave recesión golpeó la Norteamérica urbana (1979-1982) y el «reaganomics» empezó a tomar forma, Los Ángeles fue «descubierta» por un grupo de analistas locales que pretendían construir en sus investigaciones no solo una más profunda comprensión de lo que estaba sucediendo en Los Ángeles sino también un retrato de cómo estos desarrollos locales proporcionaban una mirada sobe los cambios que estaban teniendo lugar en las economías regional, nacional y global. La reestructuración urbana fue el tema central de estos nuevos trabajos sobre la región del Gran Los Ángeles. En la década entre 1982 y 1992 se generarían más textos académicos sobre Los Ángeles que en los dos siglos anteriores. El descubrimiento más influyente que configuró esta nueva corriente llegó al evidenciarse que la región urbana de Los Ángeles desde los años 1920 se había desarrollado como uno de los mayores polos industriales del mundo, y que aquellas entretenidas fábricas de sueños de Hollywood resultaron estar entre las que la convertirían en la mayor ciudad manufacturera de América del Norte. El hecho que esta expansión industrial hubiera crecido rápidamente durante un periodo de extensiva
6. Bennett Harrison & Barry Bluestone. The Great U-Turn: Corporate Restructuring and the Polarizing of America. Nueva York: Basic Books, 1988.
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y generalizada desindustrialización, intensificó el reto de explicar tanto en la teoría como en la práctica, la aparentemente anómala experiencia de Los Ángeles. Entre 1970 y 1980, todo el país experimentó un incremento neto de menos de un millón de puestos de trabajo en industrias y Nueva York perdió más de 300.000, desencadenando reflexiones sobre el declive industrial a gran escala y sobre la aparición de la sociedad «post-industrial». Sin embargo, en la misma década, la región menos post-industrial de Los Ángeles incrementó en 225.000 los nuevos puestos de trabajo industriales, a la vez que sumó 1.300.000 habitantes e incluso un mayor numero de total de puestos de trabajo en todas las categorías del empleo. ¿Cómo podía explicarse esta extraordinaria tendencia a contracorriente? ¿Por qué había sido tan invisible durante tanto tiempo? ¿Qué impacto estaba teniendo en la economía local? Esta industrialización de Los Ángeles, ¿era simplemente una continuación de las tendencias de la postguerra, o estaba tomando nuevas formas y direcciones? Este panorama de conjunto de la explosión de la economía regional, ¿cómo podía ser reconciliado con los crecientes indicadores locales de un aumento de la pobreza, del desempleo, y de personas sin hogar? Estas y otras preguntas iniciaron una exploración empírica y teórica sobre las dinámicas de la restructuración urbana de Los Ángeles que fue en consonancia con las particularidades del contexto regional y que, al mismo tiempo, conectaba con los debates más generales acerca de la cambiante organización de las economías políticas nacionales y globales. Reflejando la perspectiva espacial que ha informado buena parte de su investigación sobre la restructuración urbana, sus conclusiones pueden ser resumidas en torno a seis «geografías», representando cada una de ellas una dimensión importante del acelerado cambio urbano a la vez que una particular forma de interpretar el «nuevo» Los Ángeles que se configuró en el
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período entre 1965 y 1992. Como se evidenciará aquí y como ha sido mostrado en diferentes maneras en cada capítulo de The City: Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century, el estudio de la restructuración urbana se ha expandido mucho más allá del foco inicial del cambio industrial hasta alcanzar temas con una significación local y global mucho más amplia. I. Exópolis: La restructuración de la forma urbana
Los Ángeles ha venido participando de la redefinición de la forma urbana a lo largo de todo el siglo XX. El modelo clásico de la forma urbana, construido inicialmente en torno a la ciudad capitalista industrial decimonónica, presentaba una imagen monocéntrica de una creciente regularidad geográfica modelada por la dinámica del empleo y de la aglomeración residencial. Todo giraba en torno a un único centro urbano. Desde este punto máximo, densidades de población, de puestos de trabajo, y de inversiones de capital fijo provocaban zonificaciones concéntricas de usos residenciales del suelo, de composición de hogares, y de vida familiar. Desplegando estas concentricidades hacia el exterior, estaban unos sectores radiales desarrollando unas determinadas especializaciones transversales: zonas de industria y de comercio, habitualmente una zona residencial de alto nivel extendiéndose desde el centro hasta los límites suburbanos, y una o más zonas de clase obrera, normalmente asociadas con comunidades fuertemente segregadas de minorías raciales o étnicas. Las ciudades que habían crecido extensamente antes del rápido aumento de la industrialización urbana del siglo XIX, mostraban mucha menos regularidad, pero cualquiera que las buscase con insistencia podía encontrar regularidades incluso en estos casos.
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Desde su primera gran explosión urbana a finales del siglo XIX, Los Ángeles pareció tener una personalidad morfológica propia. Las formas urbanas clásicas nunca estaban del todo ausentes, y algunas muestras de ellas todavía se pueden descubrir hoy en día, pero ya desde el principio el tejido urbano de Los Ángeles adoptó una textura muy diferente. A pesar de que la centralidad del núcleo de Los Ángeles ha sido reconocible durante más de doscientos años, la región urbana que la rodea creció como una metrópolis fragmentada y sin centro, un mosaico de comunidades suburbanas de baja densidad desplegándose sobre un terreno extremadamente irregular de montañas, valles, playas, y desiertos. Inicialmente se estableció una notable red de trenes eléctricos interurbanos y posteriormente un todavía más destacable sistema de autovías, que sirvieron a la vez como elemento integrador de la trama y para darle una inusual elasticidad; ambas redes se orientaban visiblemente hacia el nodo central pero vertebrando una multitud creciente de centros y periferias exteriores (véase el capítulo 5 de este libro).* Esta ecología urbana tan flexible y adaptable pareció estimular especializaciones y segregaciones excéntricas. En 1965, el mosaico de Los Ángeles incluía un fuertemente circunscrito ghetto afroamericano y un barrio** mexicoamericano así como, tal como se ha mencionado anteriormente, una extensa zona urbana industrial y una área muy bien definida de blancos empobrecidos procedentes de los estados del sur. Había también mini-ghettos y mini-barrios** esparcidos por todo el * N.T.: Se refiere a Martin Wachs. «The Evolution of Transportation Policy in Los Angeles: Images of Past Policies and Future Prospects», capítulo 5 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 106-159. ** N.T.: En castellano en el original.
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territorio, al igual que otros pequeños pero no menos significativos clusters de producción industrial y de otros usos del suelo especializados, a menudo presentes en los topónimos de ciertos municipios: City of Industry, City of Commerce, Studio City. En 1965 Los Ángeles se había convertido en algo excepcional y paradigmático a la vez, un lugar peculiar que parecía ser sintomático de las tendencias más novedosas de la urbanización y modernidad norteamericana. En los años 1950, era la única de las 15 mayores ciudades del país que había crecido en población, e incluso su fuertemente ghettoificada comunidad afroamericana fue reconocida como el mejor lugar de residencia para los negros y negras de entre 68 ciudades, según la Urban League* en 1964. ¿Qué ha sucedido desde 1965? La respuesta, tal como confirmarían todas las geografías de la reestructuración urbana, implica tanto continuidades significativas y cambios pronunciados en el proceso de urbanización como en los modelos correspondientes de vida y de experiencia urbana. En primer lugar, la población continuó creciendo a un ritmo inusualmente acelerado, igualado solamente por otras ciudades del Oeste de los Estados Unidos o aquellas similares a Los Ángeles tales como Houston y Phoenix. En 1992, la expansión metropolitana regional había ya ocupado la mayor parte de un radio de 100 kilómetros alrededor del Civic Center, englobando el área edificada de cinco condados y una constelación de más de 160 ciudades y municipalidades. Con una población cercana a los 15 millones de habitantes, hoy Los Ángeles se ha convertido en una de las mayores «megaciudades» del mundo (otro de los nuevos conceptos
* N.T.: Liga Urbana, movimiento cuya misión es reforzar el empoderamiento de los afroamericanos.
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ideados para aprehender las tendencias contemporáneas de urbanización) y estaba atrapando rápidamente a las otras tres megaciudades del llamado primer mundo: Tokio, Nueva York y Londres. Este crecimiento fue caracterizado por una continuada descentralización de las zonas residenciales, de los establecimientos industriales, de las sedes corporativas de las empresas, así como de las actividades comerciales, trasladándose todo ello más allá del radio de 100 kilómetros, siguiendo las tendencias establecidas por la práctica totalidad de las ciudades norteamericanas desde finales del siglo XIX. Pero entre 1965 y 1992, esta descentralización pareció superar los límites metropolitanos convencionales. Tal y como había sucedido anteriormente, la localización de nuevas industrias y oficinas se trasladó a la parte más externa de los anillos urbanos concéntricos y, resiguiendo determinadas zonas, llegó hasta ciertas ciudades satélite y hasta espacios verdes suburbanos. Pero dicha tendencia se incrementó más y más para alimentar lo que, según el censo de 1980, sería calificado (de una manera que hoy parece algo precipitada) como el «gran giro nometropolitano», cuando por la primera vez en la historia de los Estados Unidos, pueblos y condados no-metropolitanos crecieron más rápidamente que las ciudades centrales y los anillos suburbanos. Al menos los suburbios fueron capaces de recuperarse en los años 1980 (hablaremos de ello dentro de un momento), pero lo que quedó claro es que la escala y el alcance de la descentralización estaba convirtiéndose en cada vez más globalizada, y que la industria norteamericana no sólo estaba dejando su emplazamiento metropolitano concentrado, sino que estaba abandonando todo el país. Ello significaba que las dinámicas que perfilaban las formas urbanas ya no podían ser vistas como algo restringido al espacio metropolitano, incluso cuando se expandieron hasta incluir el sistema urbano a nivel
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nacional extenso. Más que en cualquier momento anterior, lo local estaba convirtiéndose en global, y ello estaba requiriendo de nuevas formas de comprensión acerca de la «especificidad» de lo urbano. La reestructuración de Los Ángeles ejemplificó todas estas tendencias descentralizadoras. Sin embargo, en el mismo momento que se estaba dando dicha descentralización, se estaba produciendo otro importante acontecimiento por el que se reconfiguraba de manera radical la morfología urbana de Los Ángeles y de otras muchas regiones metropolitanas: un proceso de recentralización que generaría una gran presión sobre los marcos conceptuales tradicionales del análisis urbano. La forma primigenia de esta recentralización puede ser descrita de una manera sencilla como una urbanización periférica o una urbanización de los suburbios, pero esta frase que resulta ser casi un oxímoron, contiene lo que algunos estudiosos contemporáneos afirman que es una de las más contundentes transformaciones de la vida y del paisaje urbano nunca antes vistas: una deconstrucción y reconstitución de la forma urbana de largo alcance. Hacia 1990, el censo de la población mostraría otro giro histórico. Por primera vez, la mayoría de norteamericanos vivían en megaciudades, extensas regiones metropolitanas de más de un millón de habitantes. En el nivel más primario y descriptivo, la urbanización periférica se refiere al crecimiento de las ciudades en los suburbios, la concentración creciente de puestos de trabajo, de fábricas, de oficinas, de centros comerciales, de actividades culturales y de ocio, de poblaciones heterogéneas, de nuevos inmigrantes, de bandas, de crimen, y un cúmulo de atributos que anteriormente se pensaba eran específicamente urbanos y ahora se localizan en zonas que nunca antes habían experimentado tales niveles de aglomeración intensiva. Recientemente, esta urbanización de los suburbios ha desencadenado un esta-
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llido de inventos descriptivos para dotar de un vocabulario que se corresponda con las nuevas morfologías que están tomando forma, con lo que algunos han descrito como «la ciudad patas afuera». Contraurbanización y crecimiento de las Outer Cities (Ciudades Exteriores) son hoy, quizá, los conceptos más extensamente utilizados, pero la lista de palabras alternativas sigue creciendo: postsuburbia (evolución de los suburbios de clase media), edge cities (ciudades en el margen urbano), urban villages (pueblos urbanos), metroplex (área metropolitana compleja), technopoles (parques tecnológicos), technoburbs (ciudad de la tecnología), technopolis (tecnópolis). Tratando específicamente el caso de Los Ángeles, yo he añadido otro concepto sintético: «Exópolis», que literalmente significa «ciudad sin» en el doble sentido de la Ciudad Exterior (vs. Interior) en expansión, y de la ciudad que ya no existe, la ex-ciudad.7 Este doble significado representa un ataque explícito a nuestro uso convencional de los conceptos urbano, suburbano, ex-urbano, y no-urbano para describir las diferencias internas de las áreas metropolitanas contemporáneas. Dado que la reestructuración geográfica actúa cada vez más para difuminar estas distinciones, debemos no sólo renovar nuestro vocabulario sino también reconceptualizar la naturaleza misma de los estudios urbanos, para ver la forma urbana más como un complejo y policéntrico mosaico regional de desarrollo geográfico desigual afectando y siendo afectado por fuerzas e influencias locales, nacionales y globales. Analizar Los Ángeles (o Tokio, o São Paulo, o Little Rock) se convierte, entonces, en una ventana a un panorama ampliado de una temática que tradicionalmente ha sido considerada dentro del
7. Edward W. Soja. «Inside Exopolis: Scenes from Orange County» en Michael Sorkin (ed.). Variations on a Theme Park: The New American City and the End of Public Space. Nueva York: Noonday Press, 1992; pp. 94-122.
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campo de los estudios urbanos. Este tema y este reto están presentes en cada capítulo de este libro.* Se pueden identificar cuatro Ciudades Exteriores principales en la exópolis regional de Los Ángeles. Ninguna de las cuatro tiene un nombre o una identidad urbana convencionales, y no figuran claramente en las tablas estadísticas del país, pero cada una de ellas se encuentra entre las áreas «urbanas» de más rápido crecimiento del país durante los últimos treinta años. Si se las identificara como ciudades diferenciadas, estarían las cuatro entre las quince mayores del país. La mayor y tal vez más paradigmática de todas las ciudades exteriores es el policéntrico condado de Orange, una aglomeración de unos cincuenta municipios mancomunados (ninguno con más de 300.000 habitantes) con una población total de más de 2,5 millones de habitantes. El condado de Orange ha sido un centro especialmente importante de estudio de la reestructuración en todas sus dimensiones y se ha convertido en modelo para todo tipo de estudios urbanísticos comparativos en todo el mundo.8 De tamaño similar e incluso más expansivo en los años recientes es lo que podríamos llamar el «Greater Valley,» que se extiende desde Glendale y Burbank a través del valle de San Fernando, anteriormente la epitomización de los suburbios norteamericanos, hasta el parque de Chatsworth-Canoga (administrativamente parte de la ciudad de Los Ángeles) y más
* N.T.: Se refiere a Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). (1996). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press. 8. Ibid.; Allen J. Scott. Metropolis: From the Division of Labor to Urban Form. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1988; y R. Kling; S. Olin; M. Poster (eds.). Postsuburban California: The Transformation of Orange County since World War II. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1991.
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allá hasta la adyacente condado de Ventura, con otra extensión hacia el norte a la zona desértica de cañones del norte de Los Ángeles. En el capítulo 9*, Allen Scott ha seguido intensamente la evolución del complejo industrial de alta tecnología que ha jugado un papel central en el desarrollo de esta Ciudad Exterior, como réplica del crecimiento del condado de Orange que ha descrito en publicaciones anteriores. Una tercera Ciudad Exterior ha crecido a lo largo de las costas del Pacífico del condado de Los Ángeles, desde Malibú hasta Long Beach, que, con su puerto gemelo de San Pedro, le hacen la competencia a Randstad y Tokio-Yokohama como mayor complejo portuario del mundo. En el centro de esta región de la Ciudad Exterior se encuentra el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles (LAX) y la gran aglomeración de edificios de oficinas, hoteles, y centros de investigación y desarrollo de alta tecnología que lo rodean. Llamada a veces «Aerospace Alley» esta región contiene la que probablemente sea la mayor concentración del país de complejos de la industria militar norteamericana y ha sido un semillero de armas e investigación militar, desde el desarrollo del DC-3 hasta la Guerra de las Galaxias. La cuarta Ciudad Exterior se extiende desde el límite este del condado de Los Ángeles hasta las partes más desarrolladas de los condados de San Bernardino y Riverside. Llamada Inland Empire tras su expansión industrial en tiempos de guerra durante las décadas de 1940 y 1950, esta subregión de la Exópolis es la menos desarrollada de las cuatro en térmi-
* N.T.: Se refiere a Allen J. Scott. «High-Technology Industrial Development in the San Fernando Valley and Ventura County: Observations on Economic Growth and the Evolution of Urban Form», capítulo 9 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 276-310.
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nos de empleo industrial y crecimiento de oficinas, habiendo sufrido significativamente por el proceso de desindustrialización de los últimos treinta años. Su rápido crecimiento de población, alimentado por el desarrollo extensivo de vivienda relativamente barata, ha creado algunas de las repercusiones más crueles de la reestructuración de la forma urbana, especialmente en términos de lo que los técnicos llaman «equilibrio empleos-vivienda.» Atraídas por las experiencias de éxito de otras Ciudades Exteriores, cientos de miles de personas se trasladaron a los nuevos núcleos planificados con la esperanza de encontrar pronto oportunidades de empleo locales. Con demasiada frecuencia, sin embargo, los empleos prometidos no llegaron, dejando a poblaciones enormes viviendo a más de cien quilómetros de distancia de sus puestos de trabajo. Si tomamos el ejemplo tal vez más extremo, la ciudad de Moreno Valley, situada en el límite oriental del círculo de 100 kilómetros del gran Los Ángeles, vemos que ha sido foco de atención nacional como caso claro de los nuevos problemas que surgen en las áreas con abundantes viviendas y escaso empleo de la Ciudad Exterior. El censo de 1990 señalaba Moreno Valley como la ciudad de más de 100.000 habitantes de todo el país con un crecimiento más rápido (de las 10 primeras, 7 eran del sur de California). Con un crecimiento del empleo local muy inferior al prometido por los promotores de la ciudad, un gran número de residentes se ven obligados a levantarse mucho antes del amanecer para ir en coche, furgoneta o autobús, con frecuencia durante más de dos horas de trayecto, hasta los lugares de trabajo que ya tenían antes de trasladarse a Moreno Valley. Sin una gran base de ingresos por impuestos comerciales o industriales, los servicios públicos son deficientes, las escuelas están saturadas, las autopistas colapsadas y la vida familiar sufre un estrés profundo puesto que los residentes se enfrentan a los costes psicológicos y económicos de vivir en
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una nueva «edge city» de más de 120.000 habitantes y que se está convirtiendo en lo que podría llamarse una nueva barriada exopolitana. Las cuatro Ciudades Exteriores de la re-regionalizada Exópolis envuelven una Ciudad Interior residual que ha experimentado su propia y dramática recentralización. Invirtiendo la tendencia de décadas de huida de población a los suburbios (aunque no se trate de la «huida blanca» que ha sido fundamental en la formación de las Ciudades Exteriores), el centro de Los Ángeles y el anillo de la Ciudad Interior que lo rodea han probablemente doblado su población desde 1965, hasta los más de 5 millones. Este cambio de signo, al igual que la transformación de los suburbios, ha sido geográficamente irregular y los altibajos de desarrollo han ido cambiando rápidamente durante los últimos treinta años. Con aparente ironía, mientras que muchas Ciudades Interiores más al Este han experimentado continuas reducciones en sus densidades de población y de empleo, esta pauta de urbanización de baja densidad los ha ido concentrando. Muchas sectores de la Ciudad Interior de Los Ángeles tienen ahora densidades de población superiores a las de Chicago o Saint Louis, a menudo sin cambios significativos en la estructura de viviendas, lo que crea graves problemas de hacinamiento residencial y aumento de personas sin techo (véase el capítulo 13 de este volumen).* Pero para comprender mejor la cambiante Ciudad Interior exopolitana, así como para entender mejor el variable mosaico regional de desarrollo geográficamente irregular en las Ciudades Exteriores debemos fijar la mirada en otros procesos de reestructuración. * N.T.: Se refiere a Jennifer Wolch. «From Global to Local: The Rise of Homelesness in Los Angeles during the 1980s», capítulo 13 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 390-425.
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II. Flexcities: La cambiante geografía de la producción
Los cambios en la morfología urbana de Los Ángeles han estado acompañados por cambios sustanciales en la división social urbana del trabajo y en la organización y tecnología corporativas de la producción industrial. Esta importante relación entre la reestructuración industrial y la reestructuración de la forma urbana ha sido un punto de atención clave de gran parte de los nuevos estudios sobre Los Ángeles. También ha contribuido a un cambio en el énfasis dentro de los estudios urbanos en general y en las prácticas de planificación urbana y regional. Durante gran parte del siglo XX, el análisis urbano y la planificación urbanística han centrado su atención principalmente en temas relacionados con el consumo colectivo: vivienda, provisión de servicios sociales, políticas de bienestar social y programas contra la pobreza, desarrollo de sistemas de transporte colectivo, regulación en los usos del suelo, y la emergencia de movimientos sociales urbanos alrededor de estas cuestiones. Hoy, cada vez se presta mayor atención (en dinero, tiempo y esfuerzos) al aspecto productivo de la economía urbana y a cuestiones tales como cómo atraer a nuevas empresas para detener el deterioro económico y competir con las fuerzas mayores de la reestructuración económica global. Los análisis académicos de esta potente relación entre la reestructuración industrial y la urbana se han basado en un cambio pronunciado en la organización y la tecnología industriales desde las prácticas fordistas-keynesianas de producción en serie y consumo masivo que dominaron el boom económico de posguerra en Estados Unidos hasta lo que hoy se describe cada vez más como un sistema postfordista de producción flexible y desarrollo empresarial que ha ido a la vanguardia de la reestructuración económica urbana desde al menos 1965. La producción en serie fordista se fundamentaba en líneas especializadas de montaje y sistemas de producción integrados 134
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verticalmente que retroalimentaban unas crecientes economías internas de escala que sólo eran sostenibles por enormes empresas oligopolísticas comprometidas en un contrato social relativamente estable con los principales sindicatos y un gobierno federal dedicado a incentivar el consumo de la economía americana mediante prácticas keynesianas de estímulo de la demanda y provisión de bienestar social. En estas condiciones, no era ninguna exageración afirmar que así fueran General Motors o Ford, así iría la economía americana, ya que era en la industria automovilística donde se manifestaba más característicamente toda la gama de prácticas fordistas y keynesianas. El fordismo continúa siendo importante en la economía nacional, pero la reestructuración generada por las crisis durante los últimos treinta años ha llevado al surgimiento de nuevos sectores destacados y a innovaciones tecnológicas y organizativas que se han unido en lo que algunos han llamado un nuevo régimen de acumulación, más capaz de competir con éxito en una economía nacional reestructurada y cada vez más global. Este nuevo régimen se caracteriza por sistemas de producción más flexibles (en contraposición a los jerárquicos) situados en clusters de intercambios intensivos formados por empresas predominantemente pequeñas y medianas entrelazadas para lograr aumentar las economías de escala «externas» a través de complejos acuerdos de subcontratación, un mejor control de inventarios, el uso de maquinaria controlada numéricamente (o sea, computerizada), y otras técnicas que permiten repuestas más fáciles a las señales del mercado, especialmente en tiempos de recesión económica e intensificada competencia global. Con la creciente desintegración del contrato social de posguerra mediante prácticas antisindicales, recortes salariales, reestructuración empresarial, retirada del gobierno de la mayor parte de sectores de la economía (con la principal excepción de la industria de defensa), y el debilitamiento de
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la red de seguridad social sostenida federalmente (que señala lo que algunos han descrito como un cambio del estado del bienestar al estado de guerra),* el fordismo tradicional ya no era sostenible tal como era. El resultado de todo ello ha sido un complejo proceso de desindustrialización sin precedentes vinculada a una reindustrialización inicialmente experimental pero cada vez más concreta que ha tenido importantes repercusiones en la geografía de la economía regional de los Estados Unidos. Las industrias de rápido crecimiento y el creciente Sun Belt en contraste con el ocaso del fuerte fordismo industrial en el Frost Belt, señalaron uno de los cambios más drásticos en los roles regionales de la historia de los Estados Unidos, aunque estas metáforas sólo captan una parte de la historia. Lo que subyacía tras los cambios en la geografía regional quedó claramente manifiesto en el sur de California. Todavía cebada por la munificencia federal del keynesianismo militar y el estado de guerra fría que llegó a su apogeo en los años Reagan-Bush, la región del gran Los Ángeles siguió un camino particularmente revelador y aparentemente exitoso económicamente mediante esta profunda reestructuración industrial. Desde 1965, Los Ángeles ha sufrido la casi total destrucción de sus industrias fordistas, las cuales habían formado la mayor aglomeración industrial al oeste del Mississippi, en una versión a menor escala de lo que estaba sucediendo en Detroit, Cleveland y otros centros del Cinturón Industrial americano. Al mismo tiempo, la fuerte economía espacial regional, fundamentada sobre unos pocos grandes sectores industriales (como las aeroespaciales y las de estudios cinematográficos) y muchos miles de pequeñas y medianas empresas industriales,
* N.T.: Juego de palabras entre welfare state y warfare state.
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a menudo artesanales, adaptaron flexiblemente su capacidad productiva para emerger como un prototipo mundial de metrópolis industrial postfordista. Reflejando las tendencias nacionales, los sectores industriales más característicamente fordistas de Los Ángeles, incluidas las que habían sido las segundas mayores concentraciones de montaje de automóviles y fabricación de neumáticos del país, desaparecieron por completo entre 1965 y 1992, igual que gran parte de las industrias del acero y bienes de consumo duraderos. Los sindicatos industriales quedaron diezmados y decenas de miles de trabajadores manuales bien pagados, a menudo con bastante antigüedad y en una importante medida formados por minorías y mujeres, perdieron sus empleos a causa de despidos generalizados y cierres de fábricas. Particularmente afectado resultó el sector del trabajo doméstico (anglo, chicano y negro) de la Ciudad Interior y de las Ciudades Exteriores del Inland Empire y del este de San Fernando Valley. La huida blanca masiva de la Ciudad Interior, iniciada tras la rebelión de Watts, se aceleró hasta el abandono casi total en ciertos barrios de clase obrera, al mismo tiempo que grandes cantidades de afroamericanos que podían permitírselo dejaron por completo la región, provocando que el censo de 1990 registrase la primera disminución de población negra en la historia del condado de Los Ángeles. Las comunidades afroamericanas que quedaron atrás en las antiguas zonas de disturbios sufrieron un empobrecimiento aun más profundo del existente en tiempos de la rebelión de Watts, hundiéndose en lo que se ha llegado a describir nacionalmente como la formación de una subclase urbana permanente y predominantemente negra — triste símbolo de hasta qué punto había servido la reestructuración industrial para castigar a los principales instigadores de los disturbios urbanos de finales de los años 1960. Más localmente, las des-
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cripciones eran aún menos benignas (véase el capítulo 11 de este volumen).* La reestructuración en todas sus formas estaba estrechamente vinculada al «asesinato de South Central» y «la creación de un bantustán americano,» un enclave abandonado a su propia economía de subsistencia y supervivencia de un desarrollo separado definido racialmente. Hay quien llega a equiparar este abandono e implosión con una nueva forma de genocidio indirecto, ya que los índices de mortalidad aumentaron drásticamente para casi todos los grupos de edad afroamericanos, especialmente entre niños y hombres jóvenes. Sean cuales sean las causas más profundas, la desindustrialización y la disminución concomitante del estado del bienestar tuvieron efectos devastadores sobre los afroamericanos de Los Ángeles, cuyos principales canales de ascenso económico se concentraban en gran medida en la industria y el funcionariado. Mientras, la máquina laboral del gran Los Ángeles continuaba produciendo nuevas oportunidades de empleo a un ritmo casi de récord, indiferente al declive de las comunidades afroamericanas y, en menor grado, mexicoamericana. Durante la mayor parte del período entre 1965 y 1992, la generación de empleo fue incluso mayor que el crecimiento neto de la población. La inmensa mayoría de estos empleos eran trabajos no sindicalizados y en su mayoría con sueldos muy inferiores (con pocas o nulas prestaciones sociales) que los que se habían perdido mediante la desindustrialización fordista, creando, entre otros muchos efectos, una crisis en la atención sanitaria de proporciones sin precedentes, ya que más de una tercera parte * N.T.: Se refiere a Susan Anderson. «A City Called Heaven: Black Enchantement and Despair in Los Angeles», capítulo 11 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 336-364.
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de la población se quedó sin seguro médico. Pero también se estaba produciendo otra cosa, un proceso de desarrollo industrial postfordista que reconstituyó rápidamente la economía regional de al menos tres modos distintos. El que recibió más atención por parte de los analistas y la población fue el desarrollo de las «tecnópolis» del sur de California, los complejos de zonas industriales de alta tecnología, oficinas de investigación y desarrollo, y servicios auxiliares a las empresas que impulsaron el crecimiento de las Ciudades Exteriores y agruparon a su alrededor la que se considera la mayor concentración mundial de ingenieros, físicos, científicos, matemáticos, técnicos informáticos y especialistas en armamento militar. No sorprende que Los Ángeles se convirtiera en uno de los casos «de manual» para estudiar las nuevas formas de industrialización y desarrollo regional postfordista. Mientras las tecnópolis han tejido sus espirales de crecimiento industrial principalmente en las (Flex)Ciudades Exteriores, dos otras formas de especialización flexible han sostenido el redesarrollo de la Ciudad Interior y especialmente del centro de Los Ángeles. La primera gira alrededor de redes de producción artesanales y de la densa agrupación de muchas empresas pequeñas y medianas con gran capacidad de adaptación a las señales nacionales y globales del mercado y a los cambios de estilo y de preferencias de los consumidores; mientras la segunda se basa principalmente en la provisión de servicios financieros especializados, comunicaciones tecnológicamente avanzadas y procesamiento de la información. En ambos casos, la Ciudad Interior de Los Ángeles ha sido particularmente receptiva. La industria del vestido ha cuanto menos igualado a la industria aeroespacial (otro sector más orientado a la producción especializada que no a la producción en serie) en cuanto a volumen de crecimiento de empleo y probablemente ahora es la mayor del país, habiendo superado
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recientemente a la ciudad de Nueva York. Significativamente, la industria del vestido de Los Ángeles está muy especializada en prendas deportivas y otras ropas particularmente sensibles a tendencias y modas y menos susceptibles a una mecanización fácil. También existe una especialización importante en muebles, joyería, impresión, diseño industrial y la serie de servicios relacionados con la industria del entretenimiento, en que el liderazgo de Los Ángeles se estableció desde la década de 1930 pero que se ha intensificado desde 1965 (véase el capítulo 8 de este volumen).* El crecimiento en el sector FIRE (acrónimo en inglés para el sector financiero, de los seguros y de las inmobiliarias) ha alimentado la emergencia de Los Ángeles como importante competidor del triunvirato de Tokio, Londres y Nueva York en la cumbre de la jerarquía global de las «capitales del capital.» Al mismo tiempo que extendía el alcance global de la región, este crecimiento se ha localizado en una densa red de bancos de consumo, préstamo de hipotecas, contabilidad empresarial, control de créditos, procesamiento de información, gestión de personal, mantenimiento de edificios y servicios legales que activan la economía local de forma que probablemente tienen un mayor impacto positivo que los distritos financieros más cerrados en sí mismos y orientados externamente de Nueva York y Londres. El corazón de esta red lo ocupa el distrito financiero del centro, con importantes subcentros en Century City (a lo largo de Wilshire Corridor) y Newport Beach, en el condado de Orange.
* N.T.: Se refiere a Harvey Molotch. «L.A. as Design Product: How Art Works in Regional Economy», capítulo 8 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 225275.
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Ayudan a mantener estos distritos flexiblemente especializados una abundante economía sumergida y una reserva de mano de obra inmigrante mal pagada que se dedica a la venta de drogas y que llena los talleres ilegales, las tiendas de vídeos piratas y los mercadillos, así como una enorme reserva de conserjes, jardineros, lavaplatos, vendedores callejeros y trabajadores precarios en el propio domicilio como una parte tan esencial de las Flexcities postfordistas de Los Ángeles como cualquier otra de las que he descrito. Comprender más acerca de esta geografía industrial de doble cara nos lleva a otra dimensión clave de la reestructuración urbana. III. Cosmópolis: Globalización y formación de la ciudad mundial
El proceso de internacionalización expansiva que se aceleró tras los importantes cambios en las políticas federales de inmigración que tuvieron lugar en ese año decisivo de 1965 fue crucial para la transformación de Los Ángeles. Este proceso ha comprimido dentro de la región a la población más heterogénea culturalmente de inversores, empresarios, trabajadores y familias que jamás haya visto ciudad alguna. Tal vez hasta 5 millones de emigrantes han llegado a Los Ángeles desde 1965, la mayoría de ellos procedentes de Latinoamérica y los países asiáticos de la Cuenca del Pacífico. Acompañando a esta inmigración se ha producido una entrada igualmente global y heterogénea de inversiones de capital, especialmente de Japón, Canadá, la Unión Europea, los nuevos países industrializados del Este asiático y los países ricos en petróleo de Oriente Medio. Conjuntamente, estos flujos de mano de obra y de capital han tenido probablemente mayor responsabilidad que cualquier otro proceso de reestructuración en el continuo crecimiento económico de la región y los cambios radicales
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que han tenido lugar en el entorno regional y el carácter de la vida urbana cotidiana. (Para el impacto de la arquitectura y el diseño urbano, véase el capítulo 3 de este volumen).* Si la Exópolis reestructurada industrialmente ha puesto la ciudad al revés, la nueva Cosmópolis la ha vuelto a poner del derecho en una globalización de gran alcance de lo local, un proceso que ha dado luz a un nuevo término: «glocalización.» Tras años de promoción local relativamente infructuosa, el desarrollo del centro de Los Ángeles se aceleró drásticamente en los años 1970 con la entrada de capital extranjero y la disponibilidad de un suministro aparentemente ilimitado de trabajadores inmigrantes baratos y no organizados. Por primera vez, apareció una ciudad central de primer orden que era casi comparable con el tamaño y la complejidad de la economía regional. Aunque todavía lejos de las alturas y densidades de Manhattan o el Chicago Loop, el desarrollo del centro de Los Ángeles reflejaba más directamente los efectos de la glocalización económica y cultural. Su geografía específica se dividió en dos, con media ciudad de rascacielos y poder financiero del Primer Mundo que se eleva desdeñosa sobre la otra media ciudad de culturas y escenas callejeras del Tercer Mundo. Salvando esta división y manteniéndola unida, se sitúa la «Ciudade-L.A.» de poder local,9 una área de control social y vigilancia que contiene, además de la denominada acrópolis cultural (Music Center, Museo de Arte Contemporáneo y pronto se construirá el Disney Concert Hall, diseñado por * N.T.: Se refiere a Charles Jencks. «Hetero-Architecture and the L.A. School», capítulo 3 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 47-75. 9. Edward W. Soja. «Heterotopologies: A Remembrance of Other Spaces in the Citadel-L.A.,» Strategies, 3, 1990; pp. 6-39.
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Gehry) y los cuarteles adyacentes del LAPD (Departamento de Policía de Los Ángeles), la compañía Times-Mirror, y la mayor archidiócesis católica del país, lo que la ha convertido en la segunda mayor concentración de funcionarios locales, estatales y federales del país tras Washington DC (el centro de la exópolis más expansiva de la Costa Este). Aquí, el impacto de la glocalización sobre el gobierno y la planificación domésticos es más directo, ya que la toma de decisiones locales se ve cada vez más afectada por las limitaciones y oportunidades globales. Como ejemplo, la ciudad de Los Ángeles obtuvo hace varios años un préstamo del gobierno japonés para cubrir parte de su déficit presupuestario, la primera vez en que un gobierno local del país recurría a una fuente de financiación extranjera. La mayor parte de estudios sobre la formación de la ciudad global han puesto el énfasis en la concentración de funciones de control financiero global. Para la sumamente heterogénea ciudad global de Los Ángeles, este aspecto debe extenderse para incluir no sólo la enorme base industrial (en comparación sobre todo con Tokio más que con ninguna otra ciudad global) sino aun más enfáticamente la extraordinaria fuerza laboral global, especialmente en la corona de comunidades étnicas diversas que rodea y mantiene el complejo financiero, comercial y administrativo del centro. Este anillo interior constituye el corazón de la Cosmópolis de Los Ángeles, un tipo especial de ciudad global donde actualmente se está redefiniendo la naturaleza misma del cosmopolitanismo urbano, la glocalización y el carácter urbano del mundo moderno. En este anillo de etni-ciudades existe una brillante constelación de culturas globales que llegan simultáneamente a todos los rincones del planeta y atraen hacia Los Ángeles una amplísima gama de influencias «extranjeras». También hace posible un campo de pruebas inusualmente rico para el multicultura-
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lismo urbano y lo que puede describirse como la nueva política cultural de la identidad y la diferencia, muy alejada de la imagen del melting pot de americanización anglificante. Se reproducen en sus calles y barrios microcosmos de Hong Kong y Taiwan, Vietnam y Filipinas, Mumbai y Beirut, São Paulo y Medellín. Hay un Pequeño Tokio y un vasto Koreatown, un enorme barrio mexicano establecido hace mucho tiempo y un barrio nuevo lleno de una mezcla de emigrantes centroamericanos que representan a todas las facciones políticas diversas de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. La vieja comunidad armenia (procedente de la antigua Unión Soviética) y una nueva (procedente del Líbano, Irán y otros lugares) dividen sus simpatías entre turcos y azerbaiyanos. Los colonos de la diáspora judía de Irán, Rusia y la ciudad de Nueva York debaten sobre la política en Oriente Medio, mientras que los mercados africanos abundan en discusiones sobre lo que sucede actualmente en Ciudad del Cabo y Addis Abeba o la construcción de un currículo escolar afrocéntrico. La lista de mundos culturales separados en microcosmos en lo que Charles Jencks ha llamado la «heterópolis» de Los Ángeles parece interminable, pero existe aun otra dimensión para este complejo panorama de multiculturalismo urbano, un creciente sincretismo cultural que podría resultar ser la novedad más importante que surja de la Cosmópolis contemporánea. El multiculturalismo se suele describir de dos maneras: primero, como la formación de espacios étnicos segregados (ghettos, barrios,* Koreatown, Chinatown, etc.) y segundo como una proliferación de fronteras y territorios conflictivos donde los distintos mundos culturales chocan frecuentemente en luchas para mantener la identidad cultural
* N.T.: En castellano en el original.
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y la cohesión. Pero algo más está pasando en las zonas limítrofes de la ciudad. Lentamente están tomando cuerpo culturas multiformes «compuestas» que expresan su mestizaje en el paisaje local y la vida cotidiana: en la creación de nuevas tendencias gastronómicas, diseños, ropa y estilos de música y arte popular; y en el desarrollo de nuevas identidades políticas y culturales. Los Ángeles, por ejemplo, ha sido un centro principal para la afirmación de la identidad latina (frente a categorías impuestas como hispano o hispanohablante) como medio para unir de las diversas poblaciones cuyos países de origen van desde el Cabo de Hornos hasta el Río Grande. Una heterogeneidad todavía mayor se está sintetizando en el crecimiento de la identidad asiático-americana, nuevamente con Los Ángeles como protagonista. Muchas otras formas de fusión intercultural y coaliciones están teniendo lugar en los colegios y en los barrios, en las organizaciones comunitarias y los proyectos de viviendas, en el gobierno local y en los festivales culturales, en maneras que apenas ahora empezamos a reconocer y entender. Comprender la cosmópolis, el lugar donde se globaliza lo local y al mismo tiempo se localiza lo global, es una tarea difícil e interesante. Contemplando de nuevo este desafío, recuerdo las palabras de Jorge Luis Borges, cuyo relato «El Aleph» ya utilicé una vez para caracterizar el Los Ángeles contemporáneo.10 —¿El Aleph? —repetí. —Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos…
10. Edward W. Soja. «Taking Los Angeles Apart: Towards a Postmodern Geography,» capítulo 9 de Postmodern Geographies: The Reassertion of Space in Critical Social Theory. Londres: Verso, 1989; pp. 222-248.
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¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?... Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es… Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba… Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto… vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo. IV. El Laberinto Astillado: La metrópolis repolarizada
Las tres primeras geografías de la reestructuración urbana están estrechamente entrelazadas y, tomadas en conjunto, presentan los argumentos explicativos más poderosos que subrayan las causas de los nuevos procesos de urbanización que han remodelado Los Ángeles y, hasta cierto punto, otras regiones metropolitanas del mundo. Las siguientes tres geografías se pueden considerar principalmente como consecuencias o reacciones a la transformación metropolitana, aunque también están marcadas por la misma dinámica de reestructuración de deconstrucción (descomposición de un orden antiguo) y reconstitución (creación de formas nuevas o significativamente distintas de modernidad urbana). Empezaré con el cambiante orden social y, en particular, con las crecientes y multilaterales
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desigualdades socioeconómicas que han estado estrechamente asociadas a la reestructuración generada por las crisis de los últimos treinta años. Paralela a la estructura espacial de la Exópolis globalizada postfordista, existe una estructura social y económica que se ha vuelto cada vez más fluida, fragmentada, descentralizada y remodelada en maneras que difieren significativamente de la antigua ciudad dividida por clases de burgueses y proletariado; la ciudad jerárquica claramente repartida entre los ricos, la clase media y los pobres; y la ciudad de las «dos Américas» de negros contra blancos que se describió en los días posteriores a las insurrecciones urbanas de los años 1960. Esta segmentación y repolarización policotómica ha empezado a reconstituir los extremos de riqueza y pobreza y a hacer menos rígidas las fronteras sociales de clase, raza y nivel de ingresos, poniendo en duda los viejos sistemas de comprender la sociología de lo urbano. Por ejemplo, ahora hay más millonarios que nunca en Los Ángeles, muchos de los cuales constituyen un ejército de reserva de ricos que incluye a estrellas del rock y jugadores de béisbol, especialistas en software informático y agentes de la propiedad inmobiliaria, peluqueros y cazatalentos, narcotraficantes y dentistas, así como miles de propietarios que tuvieron la suerte de comprar sus casas en el momento y el lugar adecuados. Nunca antes el 10% superior de la escala de ingresos había sido tan heterogéneo, tan segmentado y tan políticamente imprevisible. Y, en gran manera, lo mismo puede decirse del 20% inferior, que ahora contiene a representantes de las mismas profesiones y entornos sociales que los millonarios y demuestra la misma imprevisibilidad política. Como ha quedado ya claro, la reestructuración urbana de Los Ángeles ha agudizado la pobreza incluso en unas condiciones regionales de rápido crecimiento económico y de
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generación de empleo (véase el capítulo 10 de este volumen).* Hasta 80.000 personas duermen sin techo habitualmente en la región, y tal vez hasta el triple vivan en la calle durante algún momento del año. Pero ésta es sólo la punta más visible de un iceberg de extrema pobreza que se amplía a una población de bastante más de medio millón de personas que viven precariamente en condiciones de vivienda poco mejores que las de los peores barrios de chabolas del Tercer Mundo, una situación que ha creado la que presumiblemente es la crisis de vivienda más grave en América (véase el capítulo 13 de este volumen).** Muchos de los 1,3 millones de habitantes que vivían por debajo del límite de pobreza en el condado de Los Ángeles en 1989 (las cifras han aumentado drásticamente desde entonces; véase el capítulo 10 de este volumen)*** son desempleados y personas dependientes de la seguridad social, el núcleo incuestionable de lo que los sociólogos y politólogos urbanos han llamado la «subclase urbana permanente». Pero el mismo número, o tal vez más, forma parte del contingente en rápido ascenso y principalmente latino de trabajadores pobres, que a menudo trabajan mucho más de cuarenta horas semanales en más de un empleo a cambio de sueldos que resultan insuficientes para alimentar y vestir a una familia.
* N.T.: Se refiere a Paul Ong & Evelyn Blumenberg. «Income and Racial Inequality in Los Angeles», capítulo 10 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 311-335. ** N.T.: Se refiere a Jennifer Wolch. «From Global to Local: The Rise of Homelesness in Los Angeles during the 1980s», capítulo 13 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 390-425. *** N.T.: Se refiere a Paul Ong & Evelyn Blumenberg. «Income and Racial Inequality in Los Angeles», capítulo 10 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 311-335.
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Se ha desarrollado una perversa simbiosis entre los extremos de riqueza y pobreza en Los Ángeles, cada uno de ellos alimentando el crecimiento del otro. Ocasionalmente, la perversidad sale a la luz causando alarma, como en varios casos claros que sólo pueden denominarse como de esclavitud. Inmigrantes de Indonesia, China y Centroamérica han sido importados (en algunos casos como «artistas» con visados culturales) y vendidos a casas adineradas como servicio doméstico que vive en la misma casa. Sus «amos» les confiscan el pasaporte y a cambio de sus servicios sólo les dan alojamiento y comida limitados. Esta nueva esclavitud, sin embargo, sólo está un escalón por debajo de la que existe en fábricas y en muchos negocios (y casas particulares) donde se explota a trabajadores indocumentados a cambio de sueldos muy por debajo del mínimo, en puestos de trabajo a menudo peligrosos y bajo la amenaza constante de la deportación. El fondo de este iceberg de pobreza y nueva división social urbana del trabajo es efectivamente muy amplio y profundo. Como se demuestra claramente en muchos capítulos de The City, a la máquina laboral de Los Ángeles le ha faltado un «espacio medio», bifurcándose en cambio en un pequeño flujo de trabajos altamente remunerados que alimentan a la nueva tecnocracia y a un turbulento caudal de trabajos mal pagados (muchos de ellos también dedicados a alimentar a la tecnocracia) que difícilmente merecen el adjetivo de subsistencia. Esta polarización polivalente ya no se puede clasificar en simples categorías raciales, étnicas, ocupacionales, de clase o condición de inmigrante y oposiciones binarias. Una encuesta reciente a nivel nacional ha demostrado, por ejemplo, que Los Ángeles alberga tanto a las comunidades predominantemente afroamericanas más ricas como a las más pobres de la América urbana, y me atrevo a pronosticar que los resultados serían similares si este estudio se hubiera hecho con los méxico-americanos
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o con los asiático-americanos. También hay algunos indicadores de estudios comparativos no publicados de ciudades estadounidenses, canadienses y australianas que indican que la polarización y la desigualdad medidas entre las poblaciones de inmigrantes recientes se extiende de las Ciudades Interiores a las Exteriores, con Los Ángeles-Long Beach, el condado de Orange, y San Bernardino-Riverside ocupando los tres primeros lugares de todas las áreas metropolitanas estudiadas. El impacto de la repolarización también se extiende en gran medida a las clases medias, que, como en la mayor parte del país, se han desestabilizado progresivamente en su posición de clase durante los últimos treinta años, escindiéndose de su antaño robusta posición intermedia en la escala de ingresos, algunos de ellos mejorando o manteniendo sus estándares de calidad de vida, en casas donde cada vez trabajan más miembros de la familia, y otros muchos, especialmente mujeres y niños, empeorando para integrarse con los trabajadores pobres, en las nuevas subclases y las personas sin hogar. La reconstitución de la clase media norteamericana ha originado un nuevo vocabulario para la sociología urbana, con términos como yuppies (young urban professionals —jóvenes profesionales urbanos), guppies (groups of young urban professionals— grupos de jóvenes profesionales urbanos), dinks (double income no kids couples —parejas con dos sueldos y sin hijos), woopies (welloff older people— gente mayor de buena posición), infomercaderes y la alta tecnocracia, hiperghettoización y gentrificación, barreras a la promoción laboral y feminización de la pobreza. Una creciente población de «nuevos huérfanos» —hijos abandonados por sus padres y ancianos abandonados por sus hijos— puebla las calles. Los trabajadores se ven abocados a los «K-Mart» y «Burger King» al reducirse sus ingresos a la mitad con el cambio de una economía de producción a la floreciente economía de los servicios.
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Con un paisaje socioeconómico que se vuelve cada vez más fluido y caleidoscópico, se ha producido un descenso estadístico en los principales índices de segregación racial y étnica, ya que latinos y asiáticos en particular aumentan rápidamente en número y se trasladan fuera de sus asentamientos tradicionales hacia nuevos territorios y estilos de vida diferentes. La ciudad de Cerritos, por ejemplo, cerca del límite entre los condados de Los Ángeles y Orange, ha sido designada recientemente como la ciudad con mayor mezcla racial de Estados Unidos, con una población que en 1990 era integrada por un 44% de asiáticos, un 36% de anglosajones, un 13% de latinos y un 7% de negros. En Gardena, otra ciudad de unos 50.000 habitantes, los cuatro grupos están casi igualados en número, alcanzando un equilibrio racial que tal vez no se ha logrado jamás en la historia de ninguna otra ciudad: 32% asiáticos (principalmente japoneses), 23% negros, 23% latinos, y 21% anglosajones. Los asiáticos han sido el segmento de más rápido crecimiento en casi todas las zonas más ricas (y todavía con más de un 80% de anglosajones) del condado de Los Ángeles y se han convertido en el mayor grupo étnico en varias ciudades y en mayoría en Monterey Park, que se convirtió en centro de atención nacional por sus luchas interétnicas por el uso del idioma, con latinos y anglosajones aliándose para detener el uso exclusivo del chino y declarar el inglés «idioma oficial». Igualmente indicativo ha sido el rápido «reciclaje» de ciudades y comunidades urbanas, a medida que una mayoría es sustituida por otra. Al sureste del centro, municipios como Huntington Park y Maywood han visto como su población pasaba de casi un 80% de anglosajones en 1965 a más de un 90% de latinos en una ola demográfica que ha llegado incluso más lejos, a South Central, donde los latinos serán muy pronto la mayoría de los más de 250.000 habitantes de este barrio de la ciudad de Los Ángeles, antes abrumadoramente
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afroamericano (véase el capítulo 12 de este volumen).* La amplia proliferación de latinos ha sido tan extensa que casi todas las 163 localidades relacionadas en un informe sobre el censo de 1990, incluidas Beverly Hills, Bel Air y Brentwood, tenían poblaciones de al menos un 5% de latinos. Las únicas excepciones estaban en los extremos occidentales del condado, cerca de la frontera con el condado de Ventura, en algunas de las comunidades de playa obstinadamente anglosajonas, y Ladera Heights con la elite negra, y las urbanizaciones cerradas de la península de Palos Verdes. El número de ciudades y localidades con más de un 60% de población negra se han reducido a cinco: la mayor (169.000) es el distrito de West Adams-Baldwin Hills-Leimert, en la ciudad de Los Ángeles, y cuatro pequeñas bolsas (Westmont, West Compton, West Athens y View Park-Windsor Hills), con una población total de unos 55.000 habitantes. Los mismos nombres de estas áreas indican el pronunciado cambio hacia el oeste, así como la disminución general, del núcleo central del Los Ángeles negro. Con el crecimiento de Koreatown y la gentrificación anglosajona empujando desde el norte, y la latinización destruyendo toda huella del antiguo Cinturón del Algodón y extendiéndose a través del corredor Watts-WillowbrookFlorence-Compton desde el este, el Los Ángeles negro no sólo se ha compactado, sino que también se ha polarizado cada vez más, con las comunidades afroamericanas más ricas y más pobres encerradas juntas, con sus desigualdades más visibles que nunca. Y, todavía más al oeste, al otro lado de la autovía a San Diego, una nueva barrera racial amenaza en el gran re-
* N.T.: Se refiere a Raymond A. Rocco. «The Rise of Homelesness in Los Angeles during the 1980s», capítulo 12 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 365-389.
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ducto anglosajón que se extiende a lo largo de las costas del Pacífico al sur del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. En esta franja de «surfurbios», como los llamó una vez Reyner Banham, se contaron 1.603 afroamericanos en el censo de 1990 de cinco ciudades con una población total de casi 140.000 habitantes.11 V. Ojos sin fin: modernizando la ciudad carcelaria
La nueva topografía de raza, clase, género, edad, ingreso y etnia ha producido una geografía urbana incendiaria en Los Ángeles, un paisaje lleno de fronteras violentas, territorios enfrentados, límites inestables, espacios vitales peculiarmente yuxtapuestos, y enclaves de riqueza ultrajante y desesperación. La explicación para que esta metrópolis inherentemente conflictiva evitara un estallido social hasta 1992 la encontramos en el desarrollo de la Ciudad Carcelaria, una geografía de fortificaciones y cercados de tiempos de guerra, de vigilancia siempre atenta y medios creativos de control social y espacial, un lugar donde los polis sustituían de manera insistente a la polis. Encontramos descripciones provocativas de esta Ciudad Carcelaria en City of Quartz, de Mike Davis, probablemente el libro mejor y más leído de todos los que se han escrito sobre el Los Ángeles contemporáneo. Una simple lista de los títulos de los capítulos y temas destacados de City of Quartz nos proporciona una sinopsis aclarativa de la historia y la geografía de la Ciudad Carcelaria. El capítulo más directo es el cuarto, «Fortaleza L.A.», un excepcional trabajo sobre el entorno construido de un urba11. Sin embargo, el número de distritos censales del condado de Los Ángeles sin residentes afro-americanos se ha reducido de casi 400 en 1960 a tan sólo 4 en 1990; es una prueba del éxito de las luchas legales antiracistas en el mercado de la vivienda de Los Ángeles.
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nismo obsesionado por la seguridad. Los títulos de sus apartados incluyen «La destrucción del espacio público» (descrita como una «ofensiva de seguridad» para cubrir «la demanda de la clase media de un mayor aislamiento espacial y social»); «La ciudad prohibida» («que toma la forma de una arquitectura brutal que define el nuevo Downtown como una ciudadela»); «Entornos sádicos en la calle» («que endurecen la superficie de la ciudad contra los pobres,» con bancos anti-vagabundos, ausencia de lavabos públicos, contenedores de basura protegidos con alambradas, y sistemas de aspersión que se encienden aleatoriamente durante toda la noche para disuadir a la gente de dormir en la calle); «Frank Gehry como Harry el Sucio» (en las «casas furtivas» tipo fortaleza de este arquitecto angelino de vanguardia); «El centro comercial panóptico» (del «centrocomercial como cárcel panóptica» al «proyecto de viviendas como aldea estratégica»); «De Rentacop a Robocop» (el «esfuerzo frenético» de los barrios adinerados por «aislar sus bienes y estilos de vida» en urbanizaciones cerradas, «castillos de alta tecnología», «jardines beligerantes» y el «consumo voraz de servicios de seguridad privada»); «El Departamento de Policía de Los Ángeles —LAPD— como policía espacial» (la «metamorfosis a tecnopolicía» del Departamento de Policía de Los Ángeles al estilo La Guerra de las Galaxias); «La ciudad carcelaria» (aludiendo a la cárceles que rodean el centro y que contienen «la mayor población reclusa del país»); y finalmente, «El miedo a las multitudes» (sobre los crecientes intentos de controlar o evitar cualquier reunión pública y de borrar los últimos vestigios de espacio público). Otra dimensión de la Ciudad Carcelaria es el «Bolchevismo del Cinturón del Sol» que explora Davis en el capítulo 3. Estas insurgencias «revolucionarias» de crecimiento lento apoyadas por propietarios de casas han creado normativas de planeamiento para excluir la población no blanca, ágiles movimien-
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tos de protesta NIMBY (acrónimo inglés para «no en mi patio trasero»), un creciente «separatismo suburbano» y nuevos «soviets de propietarios de casas» en un intento por darle la vuelta a la marea (y al reloj) de la reestructuración urbana. En lo que se ha llamado «los disturbios Watts de las clases medias», en parte para rememorar las victoriosas revueltas contra los impuestos de los años 1970, aunque también evocando imágenes del poder de las bandas y de las guerras de territorios de los adultos blancos adinerados, se ha producido lo que Davis denomina «una reafirmación de privilegio social» por parte de las clases medias anglosajonas en el momento justo, dada la disminución de su número y la creciente confusión de la identidades de clase. En el capítulo 5, «El martillo y la piedra», Davis se centra en el estado policial y las guerras secretas y no tan secretas de LAPD-FBI-CIA contra el crimen, las bandas, las drogas, la «juventud prescindible» y el «lumpenproletariado revolucionario». Aquí encuentra uno las continuidades más flagrantes en la historia y geografía de Los Ángeles entre 1965 y 1992, una vena permanente de racismo, brutalidad policial, teorías conspirativas de la derecha, redes secretas de espionaje, y cruzadas de los Blue Knights para salvar de una inminente destrucción a este mundo dejado de la mano de Dios, una vena que abarca a las generaciones desde William Parker hasta Ed Davis y hasta Daryl Gates. Los Ángeles sigue teniendo una densidad menor de policías a pie que cualquier otra ciudad importante de los Estados Unidos, pero ha continuado reforzando su defensa militar, su vigilancia del espacio y su tradicional producción de armas para contar con las fuerzas armadas urbanas más avanzadas tecnológicamente, tanto por tierra como por aire, otro órgano vital de la poderosa tecnópolis militarizada del Sur de California. La metrópolis policial aumenta por la presencia más silenciosa de la que podría ser la mayor red de instalaciones milita-
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res alrededor de cualquier ciudad, una fuerza de ataque global supuestamente preparada para hacer frente a cualquier reto del universo. Varias instalaciones militares tenían previsto cerrar durante los años 1990, aunque su abundancia y versatilidad garantizan un impacto continuado aun cuando se reconviertan a funciones de tiempos de paz. Sirva de ilustración que las tropas se prepararon para la Guerra del Golfo Pérsico en los desiertos del Sur de California, imitando tan fielmente las condiciones que hasta hubo maniobras especiales alrededor de un pueblo abandonado llamado Bagdad. A una escala más personal, en la mayoría de las casas y en muchos automóviles se guardan armas letales, lo que crea una milicia heterogénea, fragmentada y muy móvil que también patrulla los territorios y fronteras de la Ciudad Carcelaria, tratando por medio de la violencia que todo el mundo permanezca en su sitio y, cada vez más en las autopistas, en su carril y a la velocidad adecuada. En el Los Ángeles reestructurado, el potencial de violencia ha alcanzado cotas nunca vistas, lo que provoca atracciones a menudo fatales hacia una tecnología disciplinaria de seguridad y vigilancia que patrulla la región con infinitos ojos. Un importante efecto secundario que con frecuencia se ha pasado por alto de esta intensificación de los conflictos locales ha sido focalizar la conciencia y las energías de la política de base en lo que Michel Foucault, el primero en utilizar el término de Ciudad Carcelaria, describió como «pequeñas tácticas del hábitat», o lo que los analistas contemporáneos denominan la «política de lugar». Este resurgir de la importancia de lo local con una adscripción e identidad política activas se ha extendido a los barrios más pobres y ha originado las que han sido las expresiones más poderosas de resistencia social a la Ciudad Carcelaria y a los demás efectos opresivos de la reestructuración urbana. Algunas de estas luchas micropolíticas han cruzado conscientemente las barreras raciales, étnicas, de
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clase y de género para comprometerse en una nueva política multicultural de espacio y lugar, que difiere significativamente de la política polarizada de oposición binaria (negro contra blanco, trabajo contra capital, mujeres contra hombres) que había sido la base de muchos movimientos sociales anteriores. Tal vez nunca antes la gente de Los Ángeles, en otros tiempos la quintaesencia del reino urbano como no-lugar, haya estado tan implicada políticamente con los barrios y localidades, otro de los cambios importantes que han ocurrido entre 1965 y 1992, y es un cambio que, como el del sincretismo cultural de la Cosmópolis, tienen que reconocer y basarse en él quienes todavía conservan algún optimismo acerca del futuro de la región. VI. Simcities: Reestructurando el imaginario urbano
Una sexta reestructuración ayuda a completar el panorama de la transformación urbana. En muchos aspectos se trata de una reestructuración cultural, ideológica y de comportamiento de más profundo alcance y por tanto resulta más difícil de describir brevemente. Lo que representa es un cambio radical en el imaginario urbano, en la manera como relacionamos nuestras imágenes de lo real con la propia realidad empírica. Es por tanto, de raíz, una reestructuración inherentemente epistemológica, que afecta a nuestra vida cotidiana y nuestra interpretación práctica del mundo contemporáneo, lo que significa estar vivo ahora y aquí, en un lugar y un momento determinados. Fundamentada en este cambio de la consciencia individual y colectiva de lo contemporáneo, de sus nuevos peligros y posibilidades, la sexta reestructuración relaciona más directamente que cualquier otra las transformaciones urbanas de Los Ángeles con los actuales debates más amplios sobre modernidad y postmodernidad.
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El modo más sencillo de ejemplificar esta relación es reafirmar lo que he venido diciendo en este capítulo de conclusión, que la reestructuración de Los Ángeles entre 1965 y 1992 nos proporciona una ventana inusualmente clara hacia el mundo contemporáneo, y lo que se puede ver a través de esta ventana nos dice forzosamente que las formas tradicionales de observar y comprender la metrópolis moderna, siguiendo las epistemologías establecidas de los estudios urbanos, ya no parecen tan eficaces como podían haber sido. Yendo un paso más allá en la argumentación, sugiero que la experiencia de Los Ángeles se puede utilizar eficazmente para ilustrar e iluminar la transición postmoderna, un cambio pronunciado que, desde finales del siglo XX, ha tenido lugar en las cosmovisiones seculares (lo que se ha llamado nuestros «discursos» de la realidad) y en las condiciones materiales y contextos de nuestras vidas (o sea, el propio mundo presumiblemente «real»). En otras palabras, lo que se puede ver a través de los procesos localizados de reestructuración urbana es una reestructuración más global de la naturaleza y del significado de modernidad, modernismo y modernización como se han entendido históricamente en las sociedades occidentales industrializadas (véase el capítulo 4 de este volumen).* La transición a la postmodernidad, como los otros cinco procesos de reestructuración urbana que he destacado, no debería interpretarse como una ruptura total con el pasado. Del mismo modo que el fordismo sigue siendo importante en la economía de los Estados Unidos y del mundo a pesar del
* N.T.: Se refiere a Michael Dear. «In the City, Time Becomes Visible: Intentionality and Urbanism in Los Angeles, 1781-1991», capítulo 4 de Allen J. Scott & Edward W. Soja (eds.). The City. Los Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century. Berkeley & Los Ángeles: University of California Press, 1996; pp. 76-105.
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auge de las prácticas postfordistas y de los sistemas de producción flexible, y a pesar que los rasgos y características de las antiguas formas urbanas siguen siendo visibles en la Exópolis reconstituida, la postmodernidad se ha desarrollado mediante una profunda reestructuración del anterior «orden» de modernidad, otro proceso de deconstrucción y reconstitución selectivas que otorga cada vez más poderes a lo nuevo sobre lo antiguo en un contexto de persistente continuidad histórica. Lo que define la condición de postmoderno, pues, es el peso relativo que se da al cambio respecto a la continuidad, a las nuevas estrategias y estructuras respecto a las antiguas, en la respuesta a la pregunta fundamental de cómo deberíamos actuar según nuestro conocimiento del mundo en que vivimos. Qué hay de nuevo y qué hay que hacer con lo que acabamos de descubrir son las preguntas invocatorias que han definido una larga sucesión de modernidades y modernismos cambiantes desde la Ilustración europea. Durante las últimas décadas, quienes se sienten más cómodos con la etiqueta de postmodernos en sus puntos de vida han argumentado que otra nueva modernidad, constituida por formas significativamente distintas de responder a las viejas preguntas, está tomando forma a partir de los procesos de reestructuración social, a partir de la continua deconstrucción y reconstitución de la geohistoria del mundo contemporáneo. En estas condiciones cambiadas, las epistemologías y estrategias de acción y comportamiento largamente establecidas se vuelven cada vez más problemáticas y cuestionables. Su antigua hegemonía es puesta en duda a todos los niveles, desde lo local a lo global, a medida que toman fuerza nuevas maneras de actuar más rápidamente adaptables, para lo bueno y para lo malo, en la economía, la política, la cultura popular y la vida cotidiana. Adopte uno personalmente o no una postura explícitamente postmoderna, un hecho parece evidente: tanto en sentido posi-
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tivo como negativo, el mundo contemporáneo se está volviendo cada vez más postmoderno. He elaborado estos argumentos más extensamente en otros escritos.12 Aquí los ilustraré sólo brevemente examinando el impacto sobre Los Ángeles de un proceso de postmodernización particularmente influyente: la reestructuración del imaginario urbano que surge de lo que el teórico francés de la postmodernidad Jean Baudrillard ha llamado «la precesión de simulacros», la difusión cada vez más extendida de «hipersimulaciones» de la realidad en la vida cotidiana y a través de todo el tejido de la Exópolis de Los Ángeles. Estas hipersimulaciones o simulacros (copias exactas de originales que ya no existen o incluso tal vez nunca llegaron a existir) han existido siempre en todas las religiones del planeta y en muchas otras formas de simbolismo cultural. En la modernidad actual de Los Ángeles, centros de ocio especializados como Disneylandia y Hollywood han proporcionado activamente a los consumidores hipersimulaciones y mundos de fantasía tecnológicamente más avanzados. Durante los últimos treinta años, sin embargo, estas «falsificaciones auténticas» han escapado de los territorios y fábricas a los que estaban circunscritos originalmente para infiltrarse más profundamente que nunca en la vida cotidiana íntima de la sociedad, la economía, la política y la cultura urbanas postmodernas. En estos nuevos lugares y situaciones seculares, las hipersimulaciones de la realidad urbana han desdibujado, más que nunca antes, los límites entre nuestra imagen de lo real y la propia realidad, insertando en la confusión una hiperrealidad que afecta cada
12. Edward W. Soja. Postmodern Geographies, «Heterotopologies,» «Inside Exopolis,» y «Postmodern Geographies and the Critique of Historicism,» en J.P. Jones; W. Natter; T. Schatzki (eds.). Postmodern Contentions: Epochs, Politics, Space. Londres: Guilford Press, 1993; pp. 113-136.
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vez más a dónde elegimos vivir y trabajar, qué ropa llevamos y qué comemos, cómo nos relacionamos con los demás, a quién votamos, cómo damos forma al medio urbano, cómo pasamos el tiempo libre... en otras palabras, todas las actividades que en conjunto constituyen la construcción social de la vida urbana. La escala y el alcance crecientes de la hiperrealidad es tal vez el producto más importante de la Nueva Sociedad de la Información, otra de las muchas formas alternativas de describir «qué hay de nuevo» en el mundo contemporáneo reestructurado. Los medios de comunicación populares y las redes en expansión de tecnología de las comunicaciones han puesto el «hiper» a la hiperrealidad y han ayudado a promover su difusión omnipresente, para crear un nuevo «ciberespacio» mejor, electrónicamente lleno de «demagogos», «frases jugosas», «inteligencia artificial,» y «realidad virtual.» Hasta qué punto ha afectado esta difusión de hiperrealidad en la política nacional, la política exterior de los Estados Unidos, la visión popular del estado de la unión y de la economía mundial, y el papel del gobierno federal en nuestra vida cotidiana, abre un debate que no podremos completar aquí. Es importante reconocer estas conexiones, sin embargo, ya que nos ayuda a completar la historia de la transformación urbana y nos acerca a comprender por qué la insurrección urbana más violenta en la historia de Estados Unidos tuvo lugar en Los Ángeles en 1992. Los Ángeles sigue siendo el centro más productivo e influyente del mundo en fabricación y marketing de hiperrealidad. En un mundo cada vez más postmoderno, esto no sólo ha ampliado su alcance global y el poder de sus ‘imagenieros’ creativos y propagandistas sino que también ha tenido un profundo efecto en el paisaje urbano local. Se han formado por lo menos dos nuevas geografías postmodernas entre las densas capas de hiperrealidad que cubren el Sur de California, una de ellas dando lugar a una conversión cada vez más generalizada de la vida y la experiencia
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urbanas en un «parque temático», la otra creando un scamscape (paisaje del timo), un espacio de duplicidad en que se practica el fraude con lo último en honestidad hipersimulada. Haciéndonos eco del título de un libro reciente,13 se puede considerar que la Nueva Ciudad Americana se recompone cada vez más en «variaciones de un parque temático,» organizada divergentemente como un mundo hiperreal de culturas, estilos y preferencias de los consumidores simulados. En la ciudad «parquetematizada», uno no elige vivir según los antiguos estándares de precio, proximidad al trabajo, o acceso a buenos servicios públicos. También elige, si es que puede elegir, un sitio simbólico que simule un tema o un estilo de vida concretos, que recree el propio «fantasyland» o «frontierland» o «comunidad experimental del mañana».* El mosaico de comunidades residenciales especializadas que ello produce presenta, en cuanto a territorialidad, es mucho más diverso que las ciudades segregadas por raza y clase del pasado, ya que no sólo contiene las viejas segregaciones sino también otras muchas nuevas. Actualmente existen en Los Ángeles Leisure Worlds (Mundos de Ocio) y Sun Cities (Ciudades del Sol) especializados para diferentes grupos de la tercera edad, puertos deportivos con bloques de pisos para «singles», ciudades gays y lesbianas como West Hollywood, ghettos para ingenieros en las ciudades costeras al sur del aeropuerto internacional, y lugares y espacios especiales para familias que preparan a sus hijos para competir en las Olimpiadas (los jóvenes de Mission Viejo ganaron más medallas en 1984 que ningún otro país del mundo exceptuando a seis o siete), o un entorno ecotópico, o la California
13. Michael Sorkin (ed.). Variations on a Theme Park: The New American City and the End of Public Space. Nueva York: Hill and Wang-Noonday Press, 1992. * N.T.: Áreas temáticas de los parques Disney.
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Promise. Existen urbanizaciones residenciales y aldeas urbanas para quienes deseen vivir en réplicas de la España de Cervantes o de una isla griega («¡Bienvenidos a Mykonos!» proclama un anuncio), o de Nashville o Nueva Orleans, el Pequeño Tokio o el Pequeño Saigón, suburbios blancos de los viejos tiempos o la vieja Nueva Inglaterra. Estas tan auténticas y compulsivamente atractivas Simcities, copiando el nombre de un popular juego de ordenador, están disponibles en casi cualquier lugar de Los Ángeles, pero son particularmente abundantes en los nuevos pueblos y comunidades planificadas del condado de Orange, hogar de la Disneylandia original aunque ahora prácticamente cubierto con los más avanzados complejos residenciales de fábricas de hiperrealidad del mundo. En la Ciudad Interior se puede encontrar otro semillero de hiperrealidad. Aquí se encuentran las reproducciones creativas y cuadros vivientes de todas las culturas del mundo, juntas al alcance de la mano para la experiencia vicaria de millones de visitantes itinerantes, los modelos «originales» del más popular (y postmoderno) de todos los parques temáticos tradicionales, el Disney World de Florida. Del mismo modo que se puede visitar Tailandia o Alemania en Disney World sin tener que viajar a grandes distancias, también se puede probar la comida, observar a la gente, oír el idioma y hacerse una idea de las tradiciones de casi cualquier nación de la Tierra sin salir del condado de Los Ángeles. Basta dejar volar un poco la fantasía para imaginar el día en que los visitantes de la Cosmópolis-Ciudad Carcelaria de Los Ángeles del futuro puedan comprar lotes de entradas para visitar Korealandia, Mundo Negro, la Pequeña Tijuana, Villa Olímpica, País Redneck,* Funky Venice,**
* N.T.: Nombre dado a los campesinos blancos del sur. ** N.T.: Funky Venice alude a la intensa vida del barrio de LA llamado precisamente Venice.
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Suburbios Extraterrestres y una o dos tecnópolis, arrancando vales para una comida en restaurante, un encuentro cultural o una noche de espectáculos en la ciudad. En lo que puede ser el caso extremo de hipersimulación, la inmensamente popular recreación de Hollywood Boulevard en Disney World (Florida) se está copiando ahora en la vieja Disneylandia del condado de Orange, sin ninguna nostalgia del ya olvidado y hoy sórdido original, que también se está restaurando a tan sólo cincuenta kilómetros de distancia.14 Sin embargo, tal vez no sea éste el caso extremo. Un anexo recientemente abierto del popular parque temático del mundo del cine, Universal City, situado en una colina sobre la autopista de Hollywood, se denomina CityWalk, y sus ‘imagenieros’ lo describen como «una realidad idealizada estilo Los Ángeles,» un intento por «ofrecer la promesa no cumplida de Los Ángeles». Con un coste de 100 millones de dólares, City Walk, la nueva adición a la «Entertainment City» de la MCA, quiere capturar la «auténtica» sensación de una calle de Los Ángeles con fachadas de boutiques prestadas de Melrose Avenue, paneles publicitarios móviles y tridimensionales copiados de Sunset Strip, y una falsa playa de Venice, equipada con arena, olas artificiales y músicos ambulantes. Incluso la historia ha sido prefabricada, con los edificios pintados como si ya hubieran sido ocupados anteriormente y envoltorios de caramelos integrados en los suelos de material cerámico para
14. El «auténtico» Hollywood Boulevard todavía mantiene una posición muy significativa al menos en un segmento del imaginario urbano norteamericano. Es el principal referente para la mayor comunidad nacional de jóvenes escapados de casa y sin techo. Para un análisis de las luchas entre estos jóvenes, sus proveedores institucionales de servicios, y los promotores inmobiliarios (tanto públicos como privados), véase Susan M. Ruddick. Redrawing the Maps of Meaning: The Social Construction of Homeless Youth in Hollywood. Tesis Doctoral. Urban Planning, UCLA, 1992.
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lograr «una pátina simulada de uso.» Se necesita un «Los Ángeles nuevo y mejorado», según dicen los analistas de mercado del proyecto, porque «la realidad se ha convertido en una molestia excesiva.»15 Un producto menos ameno aunque igualmente evocador de esta recomposición general de la realidad urbana es el scamscape más exagerado del mundo, un medio muy creativo de engaño que ha llevado el fraude a nuevos niveles de perfección. La región de Los Ángeles, y el condado de Orange en particular, lidera el país en prácticamente todo tipo de fraude legal e ilegal: en propiedades inmobiliarias (siempre una especialidad local), en compra-venta de acciones (los bonos basura se inventaron en Beverly Hills), en seguros de automóvil (produciéndose por doquier «accidentes de papel» cuidadosamente preparados y teatralizados), en telemarketing (con timadores que desde sus centros telefónicos se embolsan miles de millones al año), en la industria de defensa (desde falsificar informes de seguridad de los sistemas de disparo de los misiles nucleares hasta cargar 1.200 dólares por destornilladores), en seguridad laboral y cuotas de la seguridad social (hay un ejército de abogados siempre dispuestos a presentar demandas falsas), en política (con otro ejército de charlatanes preparados para difamar a cualquier candidato con los «hechos» que haga falta), y también en dos momentos culminantes de especialización fraudulenta, el primero en la industria de los ahorros y los préstamos, con el cuartel general de Keating’s Lincoln Savings del condado de Orange a la vanguardia del mayor escándalo bancario de la historia de los Estados Unidos, y el segundo en las prácticas fiscales del gobierno local, con la alarmante bancarrota del condado
15. Los Angeles Times, 29 de febrero de 1992.
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de Orange en 1994.16 En una de las más de trescientos centros telefónicos de telemarketing de los condados de Los Ángeles y de Orange, un letrero en el mostrador capta la auténtica sinceridad y compromiso público que alimenta el scamscape hiperreal, anunciando orgullosamente: «¡Estafamos al prójimo para darte sus ahorros!» Cómo explicar el crecimiento de este excesivo scamscape urbano nos lleva de vuelta a la escala nacional y a la producción altamente especializada de hiperrealismo que se practicó durante los años Reagan-Bush. Sin recurrir a ninguna teoría de conspiración o menospreciar el intento patriótico de sus principales líderes, se puede argumentar que las políticas postmodernas neoconservadoras, ya en movimiento desde finales de los 60, se aceleraron rápidamente tras la elección, en 1980, de un actor de Hollywood y ex-gobernador de California como presidente. La mayoría republicana ya se había construido alrededor de una «estrategia sureña» que cubría con un fino velo una llamada al racismo blanco en el Sun Belt y en los suburbios, y que se completó con la huida de la población blanca temerosa de los rincones más negros de las ciudades interiores tras las revueltas urbanas de finales de los 1960. Desde el poder, el régimen de Reagan actuó astutamente para consolidar el apoyo de la «mayoría silenciosa,» una de la serie de deslumbrantes hipersimulaciones utilizadas para vender el neoconservadurismo al público norteamericano. Conviene recordar aquí la diferencia entre simulación y disimulación. Disimular es fingir que no tienes lo que realmente tienes; es mentir o encubrir.
16. La bancarrota del condado de Orange sucedió después de que este capítulo fue escrito. Para una interpretación de sus causas y consecuencias así como un debate más detallado de las seis geografías de la reestructuración urbana en Los Ángeles, véase Edward W. Soja. Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Places. Oxford: Blackwell, 1996) y su volumen paralelo, Postmetropolis. Oxford: Blackwell, 1997.
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Watergate es un buen ejemplo de disimulación a la antigua. Por contra, simular es fingir que tienes algo que realmente no tienes. Cuando esta simulación se vuelve tan intensa que no se puede distinguir la diferencia entre lo simulado y lo real, has alcanzado realmente la hipersimulación. Entre las hipersimulaciones más convincentes de la era Reagan estuvo la cruzada contra el «Big Government»* un simulacro político que reestructuró la ideología nacional y con ella lo que he llamado el imaginario urbano. Se utilizó como arma ideológica para atacar al estado del bienestar keynesiano, para desmantelar muchos programas contra la pobreza a través de un astutamente recompuesto imaginario de «racismo inverso» y «corrección política» para explicar los orígenes de la recesión y la necesidad de una nueva austeridad, y para deconstruir y reconstituir en la práctica el significado de democracia liberal y gobierno representativo. Los valores familiares (en un período en que el número de hogares tradicionales norteamericanos con un ingreso económico por familia, una esposa y dos hijos disminuía más rápidamente que nunca), el Sun Belt y las virtudes suburbanas (incluyendo la tienda abierta, un nuevo crecimiento industrial y la agresividad blanca), y sobre todo el poder mítico del libre mercado y de la capacidad empresarial estadounidense se combinaron como substituto hiperreal del Big Government. Sostenida por hiperfraudes incluso mayores que el escándalo de Savings and Loans,** como la teoría de la economía del goteo, la desregulación y la privatización del sector público, una de las naciones * N.T.: Expresión utilizada por políticos conservadores para aludir a un gobierno excesivamente intervencionista (juego de palabras con el Big Brother de Orwell). ** N.T.: Se refiere a la quiebra masiva de instituciones financieras de ahorro y préstamos en la década de los 1990 y que fue cubierta por el gobierno de Estados Unidos.
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industrializadas con los impuestos más bajos racionalizó uno de los mayores programas gubernamentales de la historia reciente para subvencionar a los ricos. Que esto pudiera ocurrir durante una década de agudización de la pobreza, desindustrialización devastadora y deuda nacional gigantesca da fe del auténtico poder de los simulacros. Tras el abandono simulado del Big Government aumentó la intervención federal y local en la economía y la vida cotidiana, una estafa de tales proporciones que sólo podía ser productora de la ‘imageniería’ de otra hipersimulación más global. Durante la era Reagan, una creciente ola de «desinformación» fáctica reconstruyó la amenaza de la Guerra Fría creando lo que finalmente se ha llamado Nuevo Orden Mundial, con los Estados Unidos como un postmoderno Robocop y los medios de comunicación de masas como su principal campo de batalla. Esta hipersimulación tan americana, salpicada por hechos como Granada, Libia, Panamá, Nicaragua, y la hipersimulación más postmoderna de los espectáculos militares, Operación Tormenta del Desierto, legitimó la reconversión doméstica del estado del bienestar a un estado de guerra* más especializado. El keynesianismo militar activó la economía con muchos miles de millones de dólares para la defensa, recibiendo nuevamente el Sur de California la mayor parte de todas las iniciativas estratégicas de defensa. Retroalimentándose una vez más de los miedos de la mayoría de sus votantes, un régimen neoconservador adicto a la hipersimulación abrió una ofensiva contra las ciudades centrales, que eran percibidas como la amenaza interna más grave para el Nuevo Orden Mundial. La guerra contra la pobreza se convirtió en una guerra contra los pobres urbanos, una promulgación de ley y orden que militarizó a la
* N.T.: Juego de palabras entre welfare y warfare.
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policía local (y federal) en una lucha contra la droga, la bandas, el crimen, la inmigración ilegal, y otros muchos objetivos de la ciudad interior. Como hipersimulaciones, estas imágenes impactantes fueron, y para muchos todavía son, creídas como auténticas y ciertas. Arrancar simplemente lo imaginario para exponer la supuesta realidad que se esconde tras ella, sin embargo, ya no supone un reto suficiente ni una respuesta crítica eficaz. Para utilizar una frase que capta tanto el significado de la condición postmoderna como los efectos de los procesos de reestructuración que se han producido estos últimos treinta años, ¡la realidad ya no es lo que era! Pero aunque tal vez no seamos capaces de resolver aquí los problemas políticos que emanan de la precesión de simulacros y el poder de las hipersimulaciones, sí que podemos empezar a utilizar los conocimientos extraíbles de una perspectiva postmoderna para comprender mejor la reestructuración urbana de Los Ángeles y lo que allí ocurrió en primavera de 1992.
Coda para 1992 Las descripciones precedentes de la experiencia de Los Ángeles durante los últimos treinta años se han enmarcado entre dos momentos decisivos. El primero lo define retrospectivamente la rebelión de Watts en 1965, una de las chispas más portentosas para la concatenación de crisis que han marcado el final del boom económico de posguerra y el inicio de la búsqueda de nuevas estrategias para recuperar el firme crecimiento económico y evitar un malestar social aun mayor. Retrospectivamente, se puede seguir el rastro de las seis geografías de reestructuración hasta los días de Watts, y a través de la ventana de la experiencia de Los Ángeles, tras 1965 se pueden ver muchas reestructuraciones generadas por la crisis del
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mismo tipo, que han afectado a otras muchas áreas del mundo. Eso no quiere decir que Watts por sí mismo fuera la causa de la reestructuración urbana ni que la reestructuración no hubiera tenido lugar sin Watts. Lo que sí puede decirse, sin embargo, es que, para Los Ángeles, 1965 fue un momento decisivo y que, para el resto del mundo, lo que ocurrió después de 1965 en el Sur de California representa un caso a estudiar particularmente interesante y revelador sobre la reestructuración urbana. El segundo momento decisivo, 1992, se proclama con menos decisión, ya que es demasiado inmediato para tener una retrospectiva suficiente. Aun así, los hechos que tuvieron lugar en Los Ángeles justo después del 1 de mayo de 1992 parecen señalar otro principio del fin de una era, una obligada interrupción local de una (reestructurada) rutina que podría ser precursora de una crisis más generalizada de la postmodernidad y el postfordismo, del mismo modo que Watts ejemplificó la crisis de la modernidad que marcó el final del auge económico postfordista de la posguerra. Se puede ver cómo emerge esta nueva crisis de las prácticas y estrategias mismas que han tenido más éxito para recuperar un firme crecimiento económico y controlar eficazmente el malestar social durante los últimos treinta años: en la reestructuración de la forma urbana en el tejido extendido de la Exópolis; en los productivos paisajes industriales flexiblemente especializados del postfordismo; en la formación de una Cosmópolis multicultural globalizada; en las cada vez mayores diferencias de ingresos y en las fronteras de clase desdibujadas del nuevo (des)orden socioeconómico; en las fortalezas protectoras y las periferias violentas de la Ciudad Carcelaria; y en el auge de un imaginario urbano neoconservador de hipersimulaciones encantadoras y engañosas. Lo que todo esto retrata, sostengo yo, se puede resumir como un cambio de una reestructuración generada por la crisis a una crisis generada por la reestructuración.
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Hasta los primeros años 1990, el lado brillante del nuevo Los Ángeles destacaba por definir una de las mayores historias de éxito de finales del siglo XX. En abril de 1992, sin embargo, esa atmosfera ya había cambiado a medida que todo lo que era tan irresistiblemente brillante parecía autodestruirse. La perestroika (esa potente palabra rusa que significa reestructuración) y el final de la Guerra Fría simultáneamente segaron la hierba bajo los pies de la economía regional postfordista y eliminaron uno de los pilares ideológicos clave que habían sostenido la rigidez del control social por parte de los guardianes locales y federales de la paz. Al entrar en crisis la tecnópolis, también lo hizo el sector FIRE que lo apoyaba, una combinación de tensión económica que tejió una espiral recesiva que pareció más profunda en el Sur de California que en la mayoría de las demás regiones del país. Las masivas pérdidas de empleo golpearon fuerte a la «burbuja» superior del mercado laboral bimodal: banqueros y corredores de bolsa, trabajadores aerospaciales con sueldos altos y la nueva tecnocracia, abogados y agentes de la propiedad inmobiliaria, yuppies y nuevos ricos: todos los que estaban en la cresta de la ola del boom más reciente. Mientras, la Cosmópolis se volvió cada vez más inestable. Por cada nuevo logro multicultural en arte, en los negocios, en la política local, aparecían nuevos tipos de violencia y conflicto interétnicos, al chocar sin mezclarse gran cantidad de mundos culturales diferentes. Cada vez se añadían más inmigrantes pobres a la población, pero la entrada de capital extranjero se redujo e incluso hoteles, edificios de oficinas y negocios de propiedad japonesa entraron en bancarrota. Los «sin techo» se multiplicaron drásticamente en número y visibilidad, convirtiendo a observadores antes simpáticos en irritables NIMBYs hostiles. Las prisiones abarrotadas empezaron a liberar a miles de delincuentes supuestamente no peligrosos, y ni siquiera los
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núcleos urbanos más encantadores parecían lo bastante lejos para huir de la creciente violencia cosmopolita. En 1992 se cometió una cifra récord de delitos con violencia en el condado de Los Ángeles, incluidos 2.589 homicidios y más de 800 asesinatos relacionados con bandas criminales. Hubo advertencias de lo que podría ocurrir, especialmente en la música callejera local, pero el «rap» resultaba incomprensible para la mayoría o fue reducido a una mezcla de ruido y entretenimiento. El 29 de abril, Los Ángeles estalló en lo que pareció para muchos una tozuda continuidad con el pasado: brutalidad policial, racismo e injusticia social provocaron unos disturbios igualmente brutales, con motivaciones raciales y del estilo Watts, con incendios y saqueos. Cuanto más cambian las cosas, como diría alguno, más parecen seguir igual. A pesar de ello, existió otra dimensión en los sucesos concretos de 1992 que ponía en duda estas apelaciones a la continuidad histórica a izquierda, derecha y centro. Resultaba difícil de identificar y etiquetar, pero parecía proceder de otro aspecto de la postmodernidad, de un postmodernismo de resistencia que se había criado en la nueva política multicultural de lugar, espacio e identidad local; en una comprensión más profunda de las redes de vigilancia que controlan la geografía de la Ciudad Carcelaria y cómo defenderse contra ellas; en un conocimiento más sofisticado del impacto racialmente y localmente desigual de la desindustrialización y la reindustrialización; en el lentamente creciente otorgamiento de poderes a una «mayoría de minorías» en la política local; y en la utilización táctica de hipersimulaciones mediáticas como medio de contrarrestar y enfrentarse al scamscape neoconservador. Lo que estoy sugiriendo es que la mayor insurrección urbana en la historia de los Estados Unidos fue significativamente diferente de la segunda mayor, pese a ser ambas una consecuencia y una estrategia política de la transición postmoderna.
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Dicho de otro modo, mientras Watts significó la primera rebelión importante contra el último modernismo de la América de la posguerra, los disturbios civiles de 1992 podrían representar la primera explosión de resistencia al postmodernismo neoconservador americano y al postfordismo. Ambos hechos tuvieron lugar en la región urbana que había sido la vanguardia del desarrollo de sus respectivas eras, y cada uno de ellos reflejó las condiciones políticas y económicas concretas de su tiempo y lugar. En 1965, la insurrección se concentró en la comunidad afroamericana y emanó directamente de las políticas modernistas del movimiento por los derechos civiles y el nacionalismo negro. En 1992, aunque concentrada inicialmente casi en las mismas áreas y liderada por hombres jóvenes negros, la insurrección fue decididamente más global y cosmopolita, y se combatió más como la Operación Tormenta del Desierto que como la Guerra del Vietnam. En el momento en que la noticia del veredicto sobre Rodney King llegó desde la sala de juzgados en Simi Valley (ciudad limítrofe de clase obrera principalmente anglosajona en el condado de Ventura que se ha convertido en el lugar favorito para policías y familias blancas que huyen de la extranjerizada Ciudad Interior) al simbólico rincón de Florence (nombre de una de las principales comunidades afectadas por los incendios y saqueos de 1965, ahora principalmente latina) y Normandie (calle que se extiende hacia el norte, hasta el corazón de la nueva Koreatown), dos series de sucesos se conjuntaron, uno local e inmediato, el otro global e hipersimulado, con los noticiarios retransmitiendo al mundo entero más imágenes y de más extensión sobre Los Ángeles que nunca antes. Las imágenes más memorables, que incluían la paliza a Reginald Denny, eran característicamente ambiguas. Para la mayoría, proporcionaban una clara evidencia visual de frustración violenta y anarquía, la ausencia de orden y la falta de pre-
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ocupación por la vida humana. Para otros, había otra realidad, en este caso, una realidad que surgía de una puesta en escena conscientemente televisiva de resistencia y rabia hacia una larga historia de impunidad de la brutalidad policial, impunidad llevada al extremo cuando el tribunal de Simi Valley desestimó la «verdad» de las imágenes de la cámara de vídeo. Como si quisiera reafirmar el poder de una hipersimulación visual sobre otra, el jefe de policía Gates puso al aparato militar de sus unidades de élite SWAT a arrestar a presuntos miembros de bandas callejeras de modo que resultara muy visible en todas las pantallas de televisión. Esto planteaba una pregunta inquietante, que tal vez trataron de plantear conscientemente los agresores de Reginald Denny: si la cinta de vídeo de muchos hombres blancos dándole una paliza a un solo hombre negro podía ser desestimada como imagen engañosa de la realidad, ¿sería posible que ocurriera lo mismo con una cinta de vídeo de muchos hombres negros dándole una paliza a un hombre blanco solo? Para muchos, ésta era una pregunta irrelevante. Para algunos, era y es una pregunta crucial. Los sucesos e imágenes locales se propagaron mucho más allá de South Central Los Ángeles. Long Beach, la segunda mayor ciudad de la región, estalló con tanta violencia como los demás lugares. El barrio salvadoreño de Pico-Union también estuvo particularmente activo, lo que atrajo a un pequeño ejército de funcionarios de inmigración que, contra las políticas locales establecidas, deportaron inmediatamente a cientos de trabajadores supuestamente indocumentados. Más del 50% de los arrestados en el apogeo de los disturbios fueron latinos, frente a un 36% de negros, y no habían sido sólo los negros y latinos quienes habían participado en los saqueos. Yuppies anglosajones con teléfonos móviles asaltaron tiendas de ordenadores y cámaras, mientras otros formaron grupos parapoliciales de vigilantes para defender sus barrios frente a cualquier
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intruso. En otro acto simbólico, un grupo especialmente diverso se adentró inmediatamente en la Citadel-L.A., atacando los cuarteles del Departamento de Polícia de Los Ángeles en Parker Center y también el Ayuntamiento y otros centros institucionales de poder y vigilancia. Las llamas se extendieron hacia San Fernando Valley, Pomona, Long Beach, South Bay y otras partes de la Ciudad Exterior, y saltaron hasta el satélite más exterior de la región: Las Vegas. Se produjeron rebeliones solidarias en el área de la bahía de San Francisco, Atlanta, Omaha, Minneapolis, Toronto. A cada momento, los sucesos locales se volvían regionales, nacionales y globales a la vez, y a una velocidad e intensidad inauditas. Nuevamente, hay que decir ahora que Los Ángeles se reconstruye o, para ser tal vez más precisos y optimistas, inicia otra ronda de reestructuración generada por la crisis, porque si hay una conclusión general que se pueda extraer de los hechos de 1992 es que los procesos de reestructuración de los últimos treinta años, especialmente donde parecen haber sido más avanzados y prósperos como en Los Ángeles, producen nuevas condiciones para el deterioro económico, opresión racial y étnica, y agitación social. Esta dialéctica de extremos, de sueños utópicos y pesadillas distópicas, de éxitos paradigmáticos y fracasos ejemplares, ha caracterizado siempre la historia y la geografía de Los Ángeles, lo que nos frena de cualquier predicción categórica sobre su futuro. Lo único que se puede decir a modo de conclusión es que Los Ángeles, como siempre, merece ser observado.
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EL ESTÍMULO DE UN PEQUEÑO DESCONCIERTO: SPUISTRAAT (ÁMSTERDAM)* En 1990 habité durante un cierto tiempo una de las casas tradicionales de los canales de la Spuistraat de Ámsterdam: se trata de una de las calles que bordean el sector occidental de la parte más vieja del Centrum, el casco histórico mayor y mejor conservado de Europa. Vivir en uno de estos espacios sabiamente preservados significa toparse de manera inmediata y precipitada con el pasado y el presente de Ámsterdam. Con sus estrechos escondrijos y sus pasajes retranqueados, sus esquinas llenas de tiestos con flores y sus ventanas sin persianas que a la vez se abren y se cierran a las vistas del exterior, la vida cotidiana interior se convierte en un recuerdo exuberante de al menos tres ricos siglos de historia urbana y de geografía urbana preservada a una escala y un alcance que son singulares de Ámsterdam. En casa, a uno se le invita cada día a la creativa espacialidad de la vida social y cultural urbana; una invitación que es inclusivamente tolerante a la vez que cuidadosamente resguardada. No todo el mundo se puede convertir en un verdadero amsterdamés, pero a todos se les da la oportunidad de intentarlo. La vista a través de la ventana principal de mi casa era una magnífica ilustración de este peculiar carácter urbano. Justo al frente, en un edificio muy similar al mío, cada piso era una sola vivienda y cada nivel contaba una historia vertical de construcción urbana sutil y creativa. Seguramente había sido una casa okupada en época reciente y probablemente lo era todavía ahora, ya que Spuistraat ha sido un escenario muy * Traducido de «The stimulus of a little confusion: on Spuistraat, Amsterdam» en Iain Borden (ed.). Strangely familiar. Narratives and architecture in the city. Londres: Routledge, 1996 pp. 27-33.
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activo en el contexto del movimiento okupa. En el primer piso de la casa de enfrente estaban las estancias residenciales más elegantes, ocupadas por una mujer que probablemente las había okupado cuando era estudiante pero que ahora ya había entrado cómodamente en el mercado laboral. Ella pasaba gran parte de su tiempo en la ventana principal de la casa; a menudo tenía invitados en sus cenas a la luz de las velas y, de vez en cuando, nos saludaba con la mano desde su casa. En el piso superior había una pareja joven. Probablemente todavía eran estudiantes y todavía pobres, si bien él podía ser que trabajase al menos a tiempo parcial dado que se le veía poco, excepto por la mañana y ya entrada la noche. Ella estaba embarazada y pasaba la mayor parte del tiempo en casa. Excepto cuando el sol brillaba y calentaba lo suficiente, ellos tendían a permanecer lejos de la ventana principal y nunca saludaban a nadie de la calle, ya que su orientación vital era decididamente interior. El pequeño piso superior, poco más que una buhardilla, todavía tenía lonas de plástico cubriendo el tejado. Vivía allí un único estudiante que casi siempre comía su almuerzo solo, apoyándose en la ventana principal. Este transecto vertical a través del estadio actual del movimiento okupa se correspondía con un panorama horizontal incluso más contundente a lo largo de la parte oriental de Spuistraat. A mi izquierda, mirando al norte, se desplegaba una secuencia informativa de estructuras simbólicas, empezando con una cómoda casa esquinera de dos pisos que había sido rehabilitada recientemente conteniendo arrendatarios okupas en los pisos superiores; en la planta baja, se situaban una serie de tiendas también regidas por el mismo grupo de arrendatarios okupas socialmente absorbidos y rehabilitados: otra de esas contradicciones creativas que caracterizan a Ámsterdam. De entre dichas tiendas una vendía frutas y verduras: estaba muy bien provista de productos básicos vendidos a muy
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buen precio; también una pequeña tienda de cata de cervezas llena de docenas de marcas de cerveza de importación (belga, principalmente) con sus correspondientes y peculiares vasos y jarras; una minúscula librería y tienda de regalos especializada básicamente en literatura negra, gay y lesbiana; una tienda de muebles usados con docenas de sillas y mesas expuestas en la acera; y, finalmente, la más próxima a mi vista, una tiendecilla de sombreros de mujer hechos a mano sobre tela. Este remarcable y logrado ejemplo de gentrificación llevada a cabo por parte de jóvenes de bajo nivel adquisitivo, está tan sólo a un tiro de piedra del Palacio Real sobre el Dam, el eje central de las manifestaciones del movimiento radical okupa que florecieron por toda la ciudad coincidiendo con la coronación de la reina Beatriz en 1980. Sin embargo, una explicación más inmediata de sus orígenes se encuentra justo en la siguiente puerta de la Spuistraat, donde una nueva oficina de promoción inmobiliaria ha reemplazado antiguas viviendas okupas tras una muy trabajada negociación de toma y daca con las autoridades locales. Y justo al lado de dicha oficina, incluso más cerca de mi ventana, todavía se mostraba otra más de las paradójicas yuxtaposiciones que caracterizan el constante devenir del movimiento radical okupa en sus viejos colores ácratas. Un edificio de propiedad privada había sido recientemente intervenido por okupas; su fachada había sido pintada con colores estridentes y con grafitis y festoneada con pancartas políticas y con la habitual simbología anunciando la peculiar forma, función y objetivo de la okupación. El propietario absentista fue caricaturizado como un turista gordo retozando en alguna playa con sus gafas de sol y su refresco tropical en la mano, mientras que una pancarta hecha con una sábana blanca atravesaba la calle hasta conectar con un edificio, también okupado, en el lado de la calle donde yo residía, también
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engalanado con colores impactantes y eslóganes; una música estruendosa sonaba desde el pub okupa allí establecido. Me habían informado al llegar que este era el asentamiento okupa más provocativamente dinámico de todo el Centrum. Estos panoramas verticales y horizontales concentran y destilan el espectro de fuerzas que han rejuvenecido creativamente la vida residencial del Centrum y han evitado la superabundancia de la gente de alto poder adquisitivo que solo induce a la ansiedad. El eje de este rejuvenecimiento ha sido el movimiento okupa, que probablemente se ha inserido de manera más profunda en la trama urbana de Ámsterdam que en ningún otro casco histórico del mundo. Para muchos de sus líderes más radicales, el movimiento parece estar hoy en recesión, desvirtuado si no ya totalmente cooptado por una tolerancia cívica tan incluyente que hasta accede a distribuir oficialmente panfletos que informan sobre «Cómo convertirse en okupa». Pero ha sido esta sutil tolerancia represiva la que ha mantenido abiertos los canales oportunos para crear formas alternativas de vivienda, estilos de vida contraculturales, y el más vital de los derechos de la ciudad: el derecho a ser diferente. Desde mi mirador privilegiado de Spuistraat se desplegó visualmente una película acerca de la realidad contemporánea en el centro vital de Ámsterdam, abriendo mis ojos a mucho más de lo que yo nunca habría esperado ver. La visión desde mi ventana me confirmó la que todavía hoy creo que es la máxima cualidad de esta ciudad: su no publicitado logro de un anarquismo urbano altamente regulado, otra de aquellas paradojas creativas como la «tolerancia represiva», la «flexible inflexibilidad», los «okupas de alquiler» y por supuesto lo «extrañamente familiar» que el filtro de doble cara a través del cual la geohistoria de Ámsterdam se ha desarrollado de tal manera que parecería desafiar las comparaciones con casi
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cualquier otra polis, del pasado o del presente. Este profundo y permanente compromiso con los valores del socialismo libertario y con la democracia espacial participativa, aparentemente puede observarse en toda la trama construida y en las prácticas sociales de la planificación urbana, la cultura popular y la vida cotidiana. Uno siente que Ámsterdam no sólo está sosteniendo su propia Edad de Oro sino que está manteniendo activamente viva la auténtica posibilidad de un urbanismo socialmente justo y a una escala humana. Y lo está haciendo al añadir, a nuestras formas habituales de pensamiento, el entretenido estímulo de un pequeño desconcierto.
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TERCER ESPACIO: EXTENDIENDO EL ALCANCE DE LA IMAGINACIÓN GEOGRÁFICA* Mi propósito aquí, el mismo que tuve al escribir Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Places (1996), es el de alentar el desarrollo de una nueva manera de pensar sobre el espacio y sobre otros conceptos relacionados con la espacialidad inherente a la vida humana y con todo lo que se describe en este volumen como Human Geography Today. Cuando animo a geógrafos y a no geógrafos a «pensar de modo diferente» sobre nociones familiares como espacio, lugar, territorio, ciudad, región, localización y medio, no estoy sugiriendo que descarten los tradicionales modos de pensar, ya conocidos y familiares, sino más bien que estos se cuestionen de formas nuevas para poder así abrir y extender el alcance y la sensibilidad crítica de las imaginaciones espaciales y geográficas ya asentadas. En este capítulo he comprimido lo que escribí en Thirdspace en cinco argumentos o tesis recapitulativas. Cada una está expresada con atrevimiento, dirigida específicamente a una audiencia de geógrafos humanos, y de una forma cordial y abierta en sus implicaciones para la geografía humana de hoy. Los breves comentarios que siguen a cada afirmación amplifican y espero que clarifiquen los puntos fundamentales y que al mismo tiempo proporcionen variaciones acumulativas como si de una fuga se tratara; variaciones, en definitiva, sobre las muchas maneras de definir el Tercer Espacio.** No se de* Traducido de «Thirdspace: Expanding the Scope of the Geographical Imagination», en Doreen Massey; John Allen & Phil Sarre (eds.). Human Geography Today. Londres: Polity Press, 1999; pp. 260-278. ** N.T.: Se han traducido «Firstspace», «Secondspace» y «Thirdspace», términos acuñados por el autor, como Primer Espacio, Segundo Espacio y Tercer Espacio, respectivamente.
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fiende aquí una única definición para esta manera diferente de pensar sobre el espacio y la espacialidad, sino que más bien se presenta un conjunto abierto de momentos definidores, cada uno de los cuales añade nuevas perspectivas potenciales a la imaginación geográfica y contribuye a expandir las fronteras exteriores del dominio intelectual de la geografía humana crítica. TESIS I: Los estudios críticos contemporáneos en las humanidades y en las ciencias sociales han experimentado un giro espacial sin precedentes. En lo que en retrospectiva puede contemplarse como uno de los desarrollos intelectuales más importantes de finales del siglo XX, algunos autores han empezado a interpretar el espacio y la espacialidad de la vida humana con la misma perspectiva crítica y el poder interpretativo que tradicionalmente se ha concedido, por un lado, al tiempo y a la historia (la historicalidad de la vida humana) y, por otro, a las relaciones sociales y a la sociedad (la socialidad de la vida humana).
Pocos negarán que la comprensión del mundo sea, en su sentido más básico, un proyecto simultáneamente histórico y social. Al escribir la biografía de un individuo en concreto, o al interpretar un acontecimiento importante, o simplemente al tratar las rutinas personales de nuestras vidas diarias, las imaginaciones histórica y social, tan estrechamente ligadas entre si, han estado siempre en el primer plano del esfuerzo por obtener un conocimiento informativo y práctico del sujeto en cuestión. Ello ha sido especialmente cierto para el desarrollo de un pensamiento crítico en el marco de unas ciencias sociales definidas de modo amplio, donde el propósito expreso es el de obtener un conocimiento que, visto de modo acumulativo, sea, si no emancipador, sí al menos útil y beneficioso Sin restar significado a la historicalidad y socialidad inherentes a la vida ni ensombrecer las imaginaciones críticas y creativas que han generado su comprensión teórica y práctica, una tercerca perspectiva ha empezado en los últimos años a
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generar nuevos modos de pensamiento y de interpretación para el estudio de la historia y la sociedad. Mientras nos vamos aproximando al fin de siècle, hay una creciente conciencia de la simultaneidad y de una complejidad que entrelaza lo social, lo histórico y lo espacial, de modo inseparable y, no sin problemas, a menudo interdependiente. Este importante «giro espacial», tal como ahora se ha descrito, es lo que yo asocio con la emergencia de una perspectiva del Tercer Espacio y con la extensión del alcance y la sensibilidad de la imaginación geográfica. En gran medida, estos nuevos desarrollos giran en torno a lo que ha sido descrito como un giro ontológico, un cambio fundamental en la manera de entender el mundo para obtener un conocimiento fiable de él. Durante los dos últimos siglos, la discusión ontológica se ha centrado fundamentalmente en las características temporales y sociales de la existencia humana, en lo que puede describirse como las relaciones existenciales entre la historicalidad y la socialidad del ser o, más concretamente, del ser-en-el-mundo. Hubo algunos intentos tempranos por parte de filósofos críticos como Martin Heidegger o Jean-Paul Sartre de dar una espacialidad apropiada a ese ser existencial y a su expansión dinámica mediante la noción de «devenir», pero hasta muy recientemente esta espacialidad estaba subordinada básicamente a la dialéctica dominante de historicalidad-socialidad, a la interacción entre lo que puede llamarse más colectivamente la formación de las historias y la constitución de las sociedades. En la actualidad, sin embargo, la espacialidad inherente y abarcadora del ser y del devenir está empezando a ser claramente más reconocida de lo que jamás había sido antes, infundiendo un poderoso tercer término en la ontología de la existencia humana. Este desarrollo trascendental está creando lo que he descrito como trialéctica espacialidad-socialidad-historicalidad o, más simplemente, como una manera de conceptualizar y entender el mundo con tres caras
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en lugar de dos. Dicho de una manera algo diferente, la producción social de la espacialidad humana o la «formación de las geografías» se ha convertido en algo tan fundamental para entender nuestras vidas y nuestros contextos vitales como la producción social de nuestras historias y nuestras sociedades. La Figura 1 es un intento de capturar de forma visual esa relación de tres caras. Una versión diferente con los colores primarios aparece en la cubierta de Thirdspace. En esta configuración hay tres relaciones interactivas que son de aplicación no sólo a la ontología sino también a otros niveles de formación de conocimiento: epistemología, construcción de teorías, análisis empírico y praxis, transformación del conocimiento en acción. No sólo existe la antigua relación historicalidad-socialidad, que ha sido el foco dominante del pensamiento crítico occidental al menos durante los últimos doscientos años, sino también la relación entre socialidad y espacialidad, que años atrás describí como la «dialéctica socio-espacial»; y la relación entre historicalidad y espacialidad, tiempo y espacio, que da lugar a una substancial dialéctica geohistórica o espacio-temporal que exploré con detalle en Postmodern Geographies (1989) y después en Thirdspace, especialmente en el capítulo 6, «Re-Presenting the Critique of Historicism». Figura 1 La trialéctica del ser (publicada originalmente en Soja, 1996: p. 71)
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La clave para entender la «trialéctica del ser», y una razón fundamental por la cual la reafirmación del pensamiento espacial crítico es de importancia trascendental y no sólo por su impacto entre geógrafos, arquitectos, urbanistas y otros, para quienes el pensamiento espacial es una preocupación profesional principal, reside en la ausencia de cualquier superioridad a priori de ninguno de los tres términos. Estudiar la historicalidad de un acontecimiento, persona, lugar o grupo social, no ofrece necesariamente una mejor aproximación que estudiar su socialidad y su espacialidad. Los tres términos y las complejas interacciones entre ellos deben estudiarse conjuntamente como fuentes de conocimiento fundamentales y entrelazadas, ya que «ser-en-el-mundo» consiste precisamente de ello. La combinación de las perspectivas histórica, social y espacial da mejor cuenta teórica y práctica del mundo. Los diferentes especialistas (historiadores, geógrafos, sociólogos) pueden centrarse con mayor profundidad en uno de estos modos de pensamiento pero, cuando al hacerlo se deja de prestar una atención significativa a las otras dos dimensiones existenciales, se corre el peligro de silenciar una parte demasiado importante de la vida humana, de caer en un determinismo histórico, social o espacial-geográfico corto de miras. La utilidad práctica o la preferencia puede llevar a que enfaticemos uno de los tres campos por encima de los demás pero siempre debemos intentar mantener una conciencia crítica sensible y abierta al potencial que ofrece la interdependencia de los tres. Sin embargo, la misma naturaleza y el tempo social de esta «reestructuración» ontológica lleva a tener que resaltar temporalmente, incluso a conceder una prudente supremacía a la espacialidad. No porque la espacialidad sea intrínsecamente más importante sino porque hasta hace relativamente poco ha ocupado una posición periférica en las humanidades y en las ciencias sociales y, de modo especial, en la construcción
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de una teoría social crítica. En Postmodern Geographies y en Thirdspace señalé específicamente a la enraizada tradición del historicismo como una razón fundamental para esta limitación del pensamiento espacial crítico. Por desgracia, ello ha sido interpretado a menudo, y añadiría que con mayor frecuencia por parte de los geógrafos, tanto como un intento de reducir la importancia del análisis histórico —una especie de anti-historia que raya en el espacialismo— o bien como el no saber reconocer que los buenos historiadores siempre han sido sensibles al espacio y al análisis geográfico. No podré enfatizar suficientemente que mi crítica espacial al historicismo no es una anti-historia, un rechazo desmedido de la historiografía crítica o del poder emancipatorio que emana de la imaginación geográfica creativa. Los historiadores han producido algunas de las mejores geografías humanas y deben continuar haciéndolo. Mi crítica al historicismo puede describirse de mejor modo como un intento de reequilibrar la trialéctica básica historicalidad-socialidad-espacialidad, para lograr que los tres modos de pensamiento operen conjuntamente «a pleno rendimiento» en todos los niveles de formación de conocimiento sin que ninguno esté de entrada privilegiado o minimizado respecto a los demás. Si el actual giro espacial transdisciplinar continúa con la misma intensidad que en los años 1990, puede alcanzarse un punto en el que ya no haya necesidad de acentuar la importancia de la imaginación espacial crítica o de enfatizar cómo un historicismo o un sociologismo persistente impiden ver el papel del espacio. Del mismo modo que hemos llegado a aceptar que todo en el mundo y que todo modo de pensamiento sobre el mundo tiene una dimensión histórica o social significativa hasta el punto de que tenemos historiadores y sociólogos de la ciencia, de la filosofía, de la geografía, incluso de los deportes y de la sexualidad, así también finalmente reconoceremos la
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inherente y abarcadora espacialidad de todo y de todo modo de pensamiento, siendo los geógrafos humanos aceptados como analistas críticos de la condición humana de igual a igual con los historiadores y con los científicos sociales. Pero este momento aún no ha llegado. El proyecto de reequilibrar la trialéctica aún tiene un largo camino que recorrer y el poder persistente del historicismo y el sociologismo (¿o deberíamos llamarle «socialismo»?) para restringir el desarrollo y la expansión del alcance de la imaginación geográfica continúa siendo algo contra lo que luchar. Pero, ¿será capaz la imaginación geográfica y la geografía humana actual de afrontar este reto? Ello me lleva a mi segundo razonamiento. TESIS II: La imaginación geográfica, especialmente tal como ha sido desarrollada en las disciplinas sociales, continúa estando limitada por un dualismo omnipresente, o una lógica binaria, que ha tendido a polarizar el pensamiento espacial alrededor de oposiciones fundamentales tales como objetividad frente a subjetividad, material frente a mental, real frente a imaginado, cosas en el espacio frente a pensamientos sobre el espacio. Expandir el alcance de la imaginación geográfica a la amplitud y profundidad que han alcanzado la historicalidad y la socialidad, y por tanto reequilibrar su capacidad crítica, exige una deconstrucción creativa y un repensar esa bifurcación de dos modos de análisis y pensamiento espacial.
La Figura 2 resume visualmente una idea central de Thirdspace que pertenece a lo que llamo, siguiendo la tríada ontológica mencionada anteriormente, la «trialéctica de la espacialidad». Ve en el Tercer Espacio, definido aquí por la noción de espace vécu de Henri Lefebvre, un modo alternativo de investigación espacial que extiende el alcance de la imaginación geográfica más allá del dualismo restrictivo de lo que describo como epistemologías de Primer Espacio y de Segundo Espacio —o a lo que Lefebvre se refiere como a las prácticas espaciales o «espacio percibido» por un lado, y las representaciones del espacio o «espacio concebido» por el otro—. Unas pocas defi187
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niciones simples ayudan a explicar las relaciones del diagrama que refleja la Figura 1.
Figura 2 La trialéctica de la espacialidad (publicada originalmente en Soja, 1996: p. 74)
El Primer Espacio (espacio percibido) se refiere al mundo experimentado directamente de los fenómenos cartografiables y empíricamente mesurables. Esta espacialidad materializada, que presenta a las geografías humanas básicamente como resultados, ha sido la dominante y es el enfoque familiar del análisis geográfico, a menudo conllevando la exclusión de otros modos de pensamiento sobre el espacio y la geografía. Para muchos, especialmente para aquellos que ven la geografía como una ciencia formal, éste ha sido el único objetivo o espacio «real» que valía la pena estudiar. Constituye el «texto» o contenido fundamental del geógrafo y puede «leerse» o explicarse de dos modos claros. Los enfoques endógenos explican las geografías de Primer Espacio a través de descripciones precisas de patrones y distribuciones (como en el estudio de la diferenciación de áreas), la búsqueda de regularidades empíricas recurrentes (el fundamento de la ciencia específicamente espacial), y la correlación de la covarianza espacial de una
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configuración geográfica con otra (el método básico tanto de la geografía idiográfica como la nomotética). El punto clave aquí es que tanto el análisis empírico como la construcción de teorías y la explicación permanecen como algo interno a la geografía, es decir, que la geografía se utiliza para explicar otras geografías. Los enfoques exógenos explican las geografías materiales centrándose en los procesos físicos o sociales subyacentes que las producen. Las geografías humanas son aquí contempladas como el producto o el resultado de fuerzas que no son en si ni geográficas ni espaciales sino que se derivan de la socialidad o historicalidad que se encuentra detrás de los patrones empíricos, distribuciones, regularidades o covarianzas. Estos enfoques están particularmente bien desarrollados en la mayor parte de las formas críticas de pensamiento e interpretación geográfica, tales como en la aplicación del análisis de clase en la geografía marxista o el análisis del impacto en el espacio del patriarcado y la masculinidad por parte de las geógrafas feministas. Pero diversas clases de análisis exógenos, incluyendo aquellos que utilizan el medio físico como variable explicativa, también penetran en todos los campos de la investigación geográfica. El Segundo Espacio (espacio concebido), por el contrario, es más subjetivo e «imaginado», más preocupado por las imágenes y las representaciones de la espacialidad, por los procesos pensados que se supone que modelan tanto las geografías humanas materiales como el desarrollo de una imaginación geográfica. Más que concentrarse exclusivamente en los espacios y las geografías materialmente perceptible, se concentra y explora los mundos más cognitivos, conceptuales y simbólicos. Tiende así a ser más idealista que materialista, al menos en su énfasis explicativo. Si el Primer Espacio proporciona el texto empírico básico del geógrafo, el Segundo Espacio representa los principales «discursos» ideológicos y generadores de ideas
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del geógrafo, las maneras en que pensamos y escribimos sobre este texto y sobre la geografía (literalmente, «escritura sobre la Tierra») en general. Si bien hay una epistemología para estudiar el Primer Espacio, es en el Segundo Espacio donde el discurso epistemológico recibe una mayor atención. En la larga historia del pensamiento geográfico, las aproximaciones de tipo Segundo Espacio han surgido con mayor frecuencia cuando los enfoques dominantes de Primer Espacio se han vuelto demasiado rígidamente materialistas y «científicos», como en las diversas críticas que emergieron en respuesta al cierre epistemológico de la geografía humana positivista. Para Henri Lefebvre, sin embargo, el Segundo Espacio no es tan secundario. En The Production of Space (1991) argumenta que el «espacio concebido» es el espacio dominante en el sentido de que controla poderosamente la manera en que pensamos, analizamos, explicamos, experimentamos y afectamos o «practicamos» la espacialidad humana (o la «formación» de las geografías). No puedo alargarme aquí sobre ello pero lo que estoy sugiriendo es que proporciona una manera muy diferente de aproximarse al contenido que convencionalmente se incluye en la llamada historia del pensamiento geográfico. La mayoría de geógrafos humanos no trabajan en los extremos de estos dos enfoques sino en algún lugar intermedio, concibiendo el materalismo/objetividad puros y el idealismo/ subjetividad como polos opuestos de un continuum de enfoques. Sin embargo, ha habido una tendencia persistente a ver el Primer Espacio y el Segundo Espacio en conjunto como la totalidad de la imaginación geográfica, como abarcando en mezclas variables todas las maneras posibles de conceptualizar y estudiar la geografía humana y la espacialidad de la vida humana. Este confinamiento «bicameral» de la imaginación geográfica, o lo que yo llamo dualismo Primer Espacio-Segundo Espacio, ha sido el principal responsable de la dificultad que
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muchos geógrafos y otros pensadores espaciales tienen para entender y aceptar el significado más profundo de la reestructuración ontológica tratada anteriormente y, por tanto, de comprender el Tercer Espacio (espacio vivido), que representa una llamada a una manera diferente de pensar sobre las geografías humanas. En vez de reaccionar al creciente giro espacial como un reto para desarrollar un nuevo modo de entender la espacialidad de la vida humana (geografía humana en su sentido más amplio) que es conmensurable en alcance y perspectiva crítica con la historicalidad y la socialidad intrínseca de la vida humana, muchos geógrafos, complacidos con la creciente atención que se ha concedido a su disciplina, simplemente han vertido nuevo vino en el mismo viejo odre, reforzando así los límites y las ilusiones del dualismo Primer Espacio-Segundo Espacio. No debe sorprender por tanto que las fuentes principales para reconceptualizar la espacialidad y la expansión del alcance de la imaginación geográfica hayan procedido de fuera de las disciplinas tradicionalmente espaciales. Saber dónde se manifestó por primera vez y de manera convincente el intento de pensar de modo diferente sobre el espacio nos lleva a mi tercer razonamiento. TESIS III: Una ruptura radical a este dualismo limitante se inició a finales de los años 1960 en Francia, mayormente a través de los trabajos de Michel Foucault y de Henri Lefebvre. Yo describo su método de criticar el dualismo Primer Espacio-Segundo Espacio como un «thirding-asOthering»* crítico, y atribuyo los orígenes del Tercer Espacio a sus estimulantes imaginaciones geográficas, como una manera radicalmente diferente de ver, interpretar y actuar para cambiar la espacialidad que abarca toda la vida humana.
Basándonos principalmente en el trabajo fundamental de Henri Lefebvre The Production of Space (para una discu*
N.T.: Literalmente, «un tercero-como-otro».
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sión de las «heterotopologías» de Foucault, véase el capítulo 5 de Thirdspace), podemos divisar un cuadro muy diferente del alcance y la substancia de la imaginación geográfica. Para Lefebvre, el persistente dualismo entre los enfoques materialista y mental del espacio, o entre lo que él llamó práctica espacial y representación del espacio, era una forma de reduccionismo parecida a la producida por otras muchas «Grandes Dicotomías» que han atravesado la historia de la filosofía y la teoría social occidental: sujeto-objeto, abstracto-concreto, agencia-estructura, real-imaginado, local-global, micro-macro, naturaleza-cultura, centro-periferia, hombre-mujer, negro-blanco, burguesía-proletariado, capitalismo-socialismo. Confinada de esta manera, la imaginación geográfica nunca ha podido capturar la complejidad de la experiencia, la amplitud y el tal vez inescrutable misterio del espacio vivido, o lo que él describió, quizá algo crípticamente (¿de manera intencionada?) como los Espacios de Representación (traducido en inglés como «Representational Spaces» o Espacios Representacionales). Siempre que se enfrentaba a esas grandes dicotomías, Lefebvre buscaba romperlas mediante posibilidades nuevas y diferentes. Como decía repetidamente, dos términos no son nunca suficientes para tratar con el mundo real y el imaginado. Il y a toujours l’Autre. Siempre hay Otro término, una tercera posibilidad destinada a vencer la lógica categóricamente cerrada del «uno u otro» en favor de una lógica diferente, más flexible y expansiva del «a la vez y también». Obsérvese que esta aproximación no consiste en buscar una posición intermedia en el supuesto continuum que conecta los puntos extremos de la dicotomía, porque una posición así continuaría dentro del dualismo totalizante. En su lugar, Lefebvre busca escaparse de la Gran Dicotomía limitadora introduciendo un Otro, una alternativa diferente que reconstituya y a la vez amplie la oposición original.
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Este pensamiento no es exclusivo de Lefebvre. Ha sido una característica del pensamiento dialéctico desde los antiguos griegos hasta Hegel y Marx, y ha tenido también un papel destacado en el desarrollo reciente de las críticas postmodernas, postestructuralistas, postcoloniales y feministas de las epistemologías modernas y de las binarizaciones «cerradas» tales como las de agencia y estructura, hombre y mujer, colonizador y colonizado, etc. Pero Lefebvre fue el primero en aplicar de forma amplia este método crítico a las maneras de pensar y practicar a lo que el describió como la producción del espacio o, en otras palabras, a la formación de geografías humanas. Al hacerlo, entró en otro proyecto filosófico (y político): la espacialización del mismo pensamiento dialéctico. Lefebvre llamó a ese enfoque une dialectique de triplicité. Yo he escogido llamarlo un «thirding-as-Othering» crítico, quedándonos con el énfasis en mayúsculas del Othering, es decir del Otro. El thirding-as-Othering crítico desarrolla la dialéctica de Hegel y Marx, llevándola más allá de la supuesta totalidad y la estricta secuencia temporal del encuadre clásico del esquema tesis-antítesis-síntesis. Más que una síntesis final o una afirmación concluyente que puede a su vez desencadenar otra ronda dialéctica de tesis-antítesis-síntesis, el tercero introduce una perturbadora opción de «otro-diferente». Este Otro no deriva simple y secuencialmente de una oposición y/o contradicción binaria original sino que, en su lugar, busca desordenar, deconstruir y reconstruir provisionalmente toda la secuencia y lógica dialéctica. Desplaza el «ritmo» del pensamiento dialéctico, de un modo temporal a uno más espacial, de una secuencia lineal o diacrónica o las simultaneidades y sincronías configurativas que he intentado capturar visualmente en los diagramas de las Figuras 1 y 2. Tal como Lefebvre lo describió, «la dialéctica ya no se ajusta a la historicidad y al tiempo histórico, o a un mecanismo temporal del tipo ‘te-
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sis-antítesis-síntesis’ (…). Reconocer el espacio, reconocer lo que allí ‘tiene lugar’ y para qué se utiliza, es volver a la dialéctica». Para remarcar su punto de vista y para evitar reducir las «contradicciones del espacio» sólo a un dualismo Primer Espacio-Segundo Espacio, él añade: «No estamos hablando de una ciencia del espacio sino de un conocimiento (una teoría) de la producción del espacio (...) siendo éste el más general de los productos» (Lefebvre, 1976: p. 18; cursivas en el original). Lefebvre vió este thirding como el principio de una cadena heurística de «aproximaciones» que se construye acumulativamente en un proceso, en continua expansión, de formación de conocimiento. No hay conclusiones, ni estructuras permanentes de conocimiento, ni epistemologías privilegiadas per se. Uno debe estar siempre moviéndose, buscando nomádicamente nuevas fuentes de conocimiento práctico, mejores aproximaciones, llevando consigo sólo lo más útil que se ha aprendido en viajes anteriores. Para evitar los peligros de un hiper-relativismo y de una filosofía irresponsable del «todo vale» que a menudo va de la mano de estas aperturas epistemológicas radicales, uno debe estar guiado por y comprometido con un proyecto intelectual y político estimulante. El thirding no termina con la afirmación de un tercer término o con la construcción de lo que algunos pueden describir como una Santísima Trinidad. Entender el mundo de modo teórico y práctico exige una continua expansión de formación de conocimiento, una apertura radical que nos permita ver más allá de lo que se sabe en la actualidad, explorar «otros espacios» (o sea, des espaces Autres y las «heterotopologías» de Foucault) que son similares y a la vez significativamente diferentes a los espacios reales-e-imaginados que ya conocemos. En este sentido, el Tercer Espacio (como espacio vivido) es simultáneamente: 1) una manera particular de mirar, interpretar y actuar para cambiar la espacialidad de la vida humana
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(o, si se quiere, de la geografía humana actual); 2) una parte integral, aún cuando a menudo descuidada, de la trialéctica de la espacialidad, intrínsecamente ni mejor ni peor que las aproximaciones de Primer Espacio o Segundo Espacio al conocimiento geográfico; 3) la más englobadora de las perspectivas espaciales, comparable en alcance a las formas más ricas de imaginación histórica y sociológica; 4) un lugar de encuentro estratégico para fomentar la acción política colectiva contra todas las formas humanas de opresión; 5) un punto de partida para exploraciones nuevas y diferentes que puedan ir más allá del «tercer término» en una búsqueda constante de nuevos espacios. Y otras muchas cosas. TESIS IV: A lo largo de la pasada década, las exploraciones más creativas del Tercer Espacio y por tanto los desarrollos más logrados en el ámbito de la imaginación geográfica, han procedido del amplio campo de los estudios culturales críticos. Especialmente destacable aquí ha sido el trabajo de los críticos postcoloniales y feministas que se aproximan a las nuevas políticas culturales de clase-raza-género desde una perspectiva postmoderna radical. Uno de los logros de estos investigadores y activistas ha sido convertir la geografía humana actual en más transdisciplinar de lo que nunca había sido antes.
La escritora y crítica social afroamericana bell hooks ocupa un lugar destacado en la ampliación del alcance de la imaginación geográfica. Tomando la inspiración y la perspectiva de los trabajos tanto de Lefebvre como de Foucault, ella enriquece de manera creativa nuestra comprensión del espacio vivido al infundirle una política cultural radical y nuevas estrategias políticas para tratar con los múltiples ejes de opresión construidos alrededor de la raza, la clase y el género. Aunque ella habla específicamente como mujer radical de color, sus palabras resuenan con implicaciones mucho más amplias para la política contemporánea así como para la práctica de la geografía humana. hooks lo logra en parte empoderando el espacio vivido
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con nuevo significado comunicativo e importancia estratégica. Para hooks, el espacio vivido y lo que yo describiría como conciencia de Tercer Espacio proporciona una nueva base política para las luchas colectivas contra toda forma de opresión, cualquiera que sea su origen y cualquiera la escala geográfica en la que se exprese, desde las intimidades del cuerpo humano (lo que la poetisa Adrienne Rich una vez denominó geography closest in, «la geografía de lo más íntimo») a las trampas construidas por la economía política global. Lo que sigue es una serie de pasajes del trabajo más espacial de hooks, Yearning: Race, Gender and Cultural Politics (1990) y especialmente de un capítulo evocativamente llamado «Escogiendo el Márgen como espacio de apertura radical»: Como punto de vista radical, la perspectiva, la posición, «la política de la localización», necesariamente llama a identificar los espacios en los que empezamos el proceso de re-visión por parte de aquellos de nosotros que participaríamos en la formación de una práctica cultural contrahegemónica Para muchos de nosotros, este movimento requiere rebasar las fronteras opresivas establecidas por la dominación de raza, sexo y la clase. Por tanto, inicialmente es un gesto político de desafío. (p. 145) Para mí, esta apertura radical de espacio es un margen —una arista profunda. Localizarse uno mismo es difícil aunque necesario. No es un lugar ‘seguro’. Uno está siempre en riesgo. Uno necesita una comunidad de resistencia. (p. 149) Yo estoy situada en el margen. Hago una distinción clara entre la marginalidad impuesta por las estructuras opresivas y la marginalidad que uno elige como lugar de resistencia — como localización de una apertura y posibilidad ra196
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dical. Este lugar de resistencia se forma continuamente en esta cultura segregada de oposición que es nuestra respuesta crítica a la dominación. Llegamos a este espacio a través del sufrimiento y el dolor, a través de la lucha (...). Nos transformamos, individualmente, colectivamente, cuando creamos un espacio creativo radical que afirma y sostiene nuestra subjetividad, que nos da una nueva posición desde la que articular nuestro sentido del mundo. (p. 153) Esta marginalidad a la que aludía como una localización central para la producción de un discurso contra-hegemónico no sólo se encuentra en palabras sino en la manera de ser y en la manera en que uno vive. Como tal, no hablaba de una marginalidad que uno quiere perder, abandonar, sino más bien de un sitio en el que uno está, al que incluso se aferra, porque alimenta la propia capacidad de resistir. Ofrece la posibilidad de perspectivas radicales desde las que ver y crear, desde las que imaginar alternativas, nuevos mundos. (p. 152) La cultura postmoderna con su sujeto descentrado puede ser el espacio donde se rompan las ataduras o que pueda proporcionar la oportunidad para nuevas y variadas formas de vinculación. Hasta cierto punto, rupturas, superficies, contextualidad y una multitud de otros sucesos crean brechas para hacer un espacio para prácticas de oposición que ya no necesitan que los intelectuales estén confinados a estrechas esferas separadas sin ninguna conexión significativa con el mundo de cada día (...). [Un] espacio está aquí para el intercambio crítico (...) [y] este puede muy bien ser ‘el’ sitio central futuro de lucha de resistencia, un punto de encuentro donde se produzcan acontecimientos nuevos y radicales. (p. 31)
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El postmodernismo radical llama la atención a aquellas sensibilidades compartidas que cruzan las fronteras de clase, raza, género, etc., que pueden ser un terreno fértil para la construcción de empatía — lazos que promocionarían el reconocimiento de compromisos comunes, y servirían como base para la solidaridad y la coalición (...). Cambiar la práctica excluyente del discurso crítico postmoderno es proclamar un postmodernismo de resistencia. (pp. 27, 30) Los espacios pueden ser reales e imaginados. Los espacios pueden contar relatos y desvelar historias. Los espacios pueden ser interrumpidos, apropiados y transformados a través de la práctica artística y literaria. Como dice Pratibha Parmar, «el uso y la apropiación del espacio son actos políticos». (p. 152) Esto es una intervención. Un mensaje desde ese espacio en el margen que es un sitio de creatividad y de poder, ese espacio inclusivo en el que nos rescatamos a nosotros mismos, donde nos movemos en solidaridad para borrar la categoría colonizador/colonizado. La marginalidad es el espacio de resistencia. Entra en este espacio. Encontrémonos allí. Entra en este espacio. Os recibiremos como libertadores. (p. 152) En estos reveladores pasajes hay muchos destellos de un tipo diferente de geografía humana, uno que combina el materialismo terrenal y políticamente consciente de los análisis de Primer Espacio y las ricas, a menudo metafóricas, representaciones del espacio y la espacialidad característica de las geografías de Segundo Espacio; y al mismo tiempo se estira más allá de su mera combinación aditiva para crear «Otros» espacios que están radicalmente abiertos y abiertamente radicalizados, que son simultáneamente materiales-y-metafóricos,
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reales-e-imaginados, basados concretamente en prácticas espaciales aunque también representados en imágenes estéticas y literarias, recombinaciones imaginativas, perspectiva epistemológica, y así mucho más. hooks literalmente abre el espacio vivido a nuevas miradas y expectativas que se extienden más allá de las fronteras habituales de la imaginación geográfica tradicional. Pero sobre lo que quiero llamar vuestra atención es en las implicaciones específicamente políticas del énfasis de hooks en «escoger el márgen como un espacio de apertura radical» y su adopción explícita, aun cuando cauta, de un postmodernismo radical, ya que es esta combinación de una amplia imaginación de Tercer Espacio, una adhesión estratégica a la nueva política cultural de la diferencia y la identidad, y un posicionamiento crítico postmoderno radical, lo que se ha convertido en la fuente de algunos de los mejores nuevos escritos no sólo de mujeres radicales de color como bell hooks sino del campo más amplio del feminismo y la crítica post-colonial. Aquí hay una breve muestra del capítulo 4 de Soja (1996), «Ampliando la abertura del Tercer Espacio». Los números de página se refieren al capítulo, no a las fuentes originales. De la artista y crítica urbana Rosalyn Deutsche (1988), sobre el significado del desarrollo geográfico desigual en la ciudad y el «diseño espacial» como una herramienta para el control social de clase, raza y género: El análisis de Lefebvre sobre el ejercicio espacial del poder como una construcción y conquista de la diferencia, aunque está plenamente basado en el pensamiento marxista, rechaza el economicismo y la previsibilidad, abriendo posibilidades para avanzar el análisis de la política espacial dentro de la esfera del discurso anti-colonialista y feminista y en la teorización de la democracia radical. Con mayor
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éxito que nadie del que yo conozca, Lefebvre ha precisado el funcionamiento del espacio como ideología y construido las bases para críticas culturales del diseño espacial como herramienta de control social. (p. 106) De Technologies of Gender (1987) de Teresa de Lauretis, llevando el «sujeto del feminismo» más allá de la simple dicotomía Hombre/Mujer hacia un marco más amplio de representaciones culturales relacionadas con clase, raza y sexualidad. Nótese cómo de Lauretis, al igual que hooks, entrelaza lo material y lo metafórico para definir la importancia de espacios en el márgen: [Estamos buscando] el «otro lugar» del discurso, aquí y ahora, el punto ciego o espacio muerto, o sus representaciones. Pienso en ello como espacios en el margen de los discursos hegemónicos, espacios sociales que se abren camino en los intersticios de instituciones y en los resquicios y las fisuras de los aparatos de poder-conocimiento (...). Es un movimiento entre lo (representado) y lo que la representación deja fuera o, más directamente, hace irrepresentable. Es un movimiento entre el espacio discursivo (representado) y el espacio muerto, el «otro lugar» de estos discursos (...). Estos dos espacios no están ni en oposición uno con otro ni ensartados en una cadena de significados, sino que existen simultáneamente y en contradicción. (pp. 111-112) Otra recién llegada a las disciplinas espaciales, Barbara Hooper, centra su trabajo en la interacción disruptiva entre cuerpos, ciudades y textos en un texto manuscrito sin publicar que se centra en «El caso del ciudadano Rodney King» (1994):
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El espacio del cuerpo humano es quizá el sitio más importante para observar la producción y la reproducción del poder (...). Se trata de un espacio físico concreto de carne y piedra, de química y electricidad; es un espacio altamente mediatizado, un espacio transformado por interpretaciones y representaciones culturales; es un espacio vivo, un espacio volátil de deseos y motivaciones conscientes e inconscientes — un cuerpo/el yo, un sujeto, una identidad: es, en suma, un espacio social, una complejidad que afecta el funcionamiento del poder y el conocimiento y el funcionamiento de las impredictibilidades vividas del cuerpo (...). El cuerpo y el cuerpo político, el cuerpo y el cuerpo social, el cuerpo y la ciudad, el cuerpo y el cuerpo-ciudadano, son producciones íntimamente relacionadas (...). Estos actos de diferenciación, separación y cierre implican espacios materiales, simbólicos y vividos (...) y se practican como políticas de la diferencia. (p. 114) La geógrafa Gillian Rose lleva a su terreno el poder crítico de la crítica espacial feminista para romper la hegemonía masculinista que continúa dominando la disciplina. De Feminism and Geography (1993): El espacio social ya no puede imaginarse simplemente en términos de un territorio de género. La geografía del sujeto dominante y el feminismo cómplice ha sido quebrada por las diversas espacialidades de diferentes mujeres. Así, está emergiendo una imaginación geográfica dentro del feminismo que, con el fin de indicar la complejidad de la cuestión del feminismo, se expresa en una «plurilocalidad». En este reconocimiento de la diferencia, los mapas sociales bidimensionales son inadecuados. En su lugar, son necesarios espacios estructurados en múltiples dimensiones. (p.124)
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Rose añade su propio desarrollo de la apertura radical del espacio de hooks y de lo que yo he estado describiendo como Tercer Espacio: El tema del feminismo, por tanto, depende de una geografía paradójica con el fin de reconocer tanto el poder de los discursos hegemónicos como para insistir en la resistencia. Esta geografía describe aquella subjetividad tanto como prisionera y como exiliada; permite que la cuestión del feminismo ocupe tanto el centro como el margen, el interior y el exterior. Es una geografía estructurada por la tensión dinámica entre estos polos, y es también una geografía multidimensional estructurada por la diversidad de relaciones sociales simultáneamente contradictorias. Es una geografía que es tan múltiple y contradictoria y diferente como la subjetividad que la imagina (...) una clase diferente de espacio en la cual la diferencia se tolera más que se borra. (pp. 124-125) Gloria Anzaldúa, poetisa y crítica cultural de los espacios vividos que se encuentran en los espacios fronterizos a lo largo de la frontera entre los Estados Unidos y México, crea otra forma de «plurilocalidad» alrededor de lo que ella llama la conciencia de la mestiza* o mestizaje** (1987), otra manera de estar dentro y fuera al mismo tiempo: Como mestiza, no tengo país, mi tierra natal me expulsa; aunque todos los países son míos porque soy hermana o amante potencial de cada mujer, (como lesbiana, no tengo raza, mi propia gente me niega: pero soy todas las razas *
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porque tengo lo más extraño de cada raza en mi) (...). Soy un amasijo, que une y junta, y que no sólo ha dado lugar a un producto de la oscuridad y a un producto de la luz, sino también a un producto que cuestiona las definiciones de luz y oscuridad y les da nuevos significados. (pp. 128129) La poética de Anzaldúa también viaja en la teorización del espacio: Necesitamos teorías que reescriban la historia utilizando la raza, la clase, el género y la etnicidad como categorías de análisis, teorías que crucen fronteras, que disuelvan límites (...). Porque no se nos permite entrar en el discurso, porque a menudo estamos apartados o excluidos de él, porque lo que pasa por teoría estos días es un territorio prohibido para nosotras, es vital que ocupemos el espacio de la teorización, que no permitamos que sea ocupado únicamente por hombres y mujeres blancos. Introduciendo nuestros propios enfoques y metodologías, transformamos este espacio de teorización. (p. 129) De entre todos los críticos del eurocentrismo y el postcolonialismo, probablemente haya sido Edward Said quien ha recibido mayor atención por parte de los geógrafos humanos. La excelente exposición de Derek Gregory sobre las «Geografías imaginativas» (1995) nos proporciona las siguientes observaciones de Said: Así como ninguno de nosotros está fuera o más allá de la geografía, ninguno de nosotros queda completamente al márgen de la lucha por la geografía. Esta lucha es compleja e interesante porque no se basa sólo en soldados y caño-
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nes sino también en ideas, formas, imágenes e imaginados (…). Por mi parte, lo que hago es repensar la geografía (...) siguiendo de cerca la constelación cambiante de poder, conocimiento y geografía. (pp. 137-138). Finalmente, algunos pasajes de Homi Bhabha, cuyo fascinante trabajo sobre la «localización de la cultura» y la noción de «hibridación» se enmarca en su propia conceptualización de un «third space» similar y sin embargo diferente de lo que se ha venido definiendo como Tercer Espacio en este capítulo. Tomado de «The third space» (1990): Todas las formas de cultura están continuamente en un proceso de hibridación. Pero, para mi, la importancia de la hibridación no está en ser capaz de encontrar dos momentos originales a partir de los cuales emerge un tercero, sino más bien la hibridación es un «third space» que permite la emergencia de otras posiciones. Este third space desplaza las historias que lo constituyen y establece nuevas estructuras de autoridad, nuevas iniciativas políticas, que son entendidas de modo inadecuado a través del conocimiento recibido (...). El proceso de hibridación cultural da como resultado algo diferente, algo nuevo e irreconocible, una nueva área de negociación del significado y la representación. (p. 140) Bhabha fundamenta su third space en las perspectivas del postmodernismo, el post-colonialismo y el post-feminismo, pero nos insta a ir «más allá», a cruzar fronteras, «a vivir de algún modo más allá del límite de nuestros tiempos». De «The Location of Culture» (1994): Es significativo que las capacidades productivas del third space tengan una procedencia colonial o postcolonial.
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Porque la disposición para descender a este territorio ajeno —al que yo os he llevado— puede revelar que el reconocimiento teórico de este espacio repartido de enunciación puede abrir el camino a conceptualizar una cultura internacional, basada no el exoticismo del multiculturalismo o de la diversidad de culturas, sino en la inscripción y articulación de la hibridación de la cultura. Con ese fin debemos recordar que es en el «inter» —lo más avanzado de la traducción y la negociación, el espacio in-between— el que carga con el peso del significado de la cultura (...). Y al explorar este third space, podemos eludir la política de la polaridad y emerger como otros de nosotros mismos. (p. 141) TESIS V: Continuando con el proyecto iniciado por Lefebvre y desarrollándolo en nuevas direcciones que repercutan con mayor relevancia contemporánea, los nuevos geógrafos humanos que emergen de los estudios culturales críticos están explícitamente espacializando la subjetividad radical y la práctica política, imbuyendo ambas con una conciencia espacial crítica que se extiende mucho más allá de lo que ha existido en el pasado. Reflejando lo que antes se describió como un giro ontológico y un thirding-as-Othering crítico, estos autores están abriendo un campo nuevo y relativamente inexplorado de acción política radical centrado y situado en la producción social del espacio vivido, una elección estratégica que se dirige a la constitución de una comunidad de resistencia que puede ser tan empoderadora y potencialmente emancipadora como aquellas formadas alrededor de la formación de la historia y la constitución de las sociedades humanas.
Nunca antes las geografías humanas han recibido tanta atención transdisciplinar. Pero las mejores geografías humanas son de un tipo diferente, más amplias en su alcance, más empoderadas y potencialmente empoderadoras, más explícitamente politizadas en muchos niveles diferentes de formación de conocimiento, de la ontología a la praxis, de lo materialmente concreto a lo imaginativamente abstracto, del cuerpo al planeta. Se hacen más «reales» al ser al mismo tiempo «imaginadas».
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El uso metafórico de espacio, territorio, geografía, lugar y región raramente va más allá de una base material, un «realeimaginado» que señala su alteridad intencional de las geografías más convencionales. El Tercer Espacio como Espacio Vivido se caracteriza como multifacético y contradictorio, opresivo y liberador, apasionado y rutinario, conocible e inconocible. Es un espacio de obertura radical, un sitio de resistencia y de lucha, un espacio de múltiples representaciones, investigable a través de sus oposiciones binarias pero también donde il y a toujours l’Autre, donde siempre hay «otros» espacios, heterotopologías, geografías paradójicas a explorar. Es un terreno de encuentro, un sitio de hibridación y mestizaje* y movimiento más allá de los límites establecidos, un margen o un borde en el que los lazos pueden cortarse o también donde nuevos lazos pueden forjarse. Puede trazarse un mapa de él pero nunca podrá ser capturado en las cartografías convencionales; puede imaginarse de modo creativo pero sólo tiene sentido cuanto es practicado y vivido completamente. En los dos últimos siglos, la subjetividad radical y la acción política progresista en relación a las desiguales relaciones de poder asociadas con la clase, la raza y el género han estado relacionados fundamentalmente con intervenciones deliberadas en la historicalidad y socialidad de la vida humana, con la manera en que las sociedades hacen la historia y organizan sus relaciones sociales y modos de producción. En su mayor parte, estas luchas han tendido a permanecer relativamente confinadas a canales separados de identidad y conciencia colectiva, con la clase, la raza o el género (codificados en Grandes Dicotomías tales como Capital frente a Trabajo, Blanco frente a Negro, Hombre frente a Mujer) ocupando posiciones esta-
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blecidas y arraigadas tan privilegiadas teorética y políticamente que la formación de coaliciones efectivas entre esos canales a menudos chauvinistas y exclusivos ha sido extremadamente difícil. Incluso cuando se han establecido vínculos, éstos han tendido a ser inestables, dado que cada movimiento radical tenía una priorización distintiva y exclusiva de su particular eje binario de opresión. Inspirado por la ruptura de estas epistemologías políticas modernas totalizantes (esto es, las ortodoxias del marxismo, el feminismo radical y el nacionalismo negro) y por la posibilidad de un postmodernismo radical (una posibilidad que aún muchos en la izquierda rehúsan reconocer), un nuevo movimiento socio-espacial o «comunidad de resistencia» está empezando a desarrollarse alrededor de lo que estoy describiendo como una conciencia de Tercer Espacio y una política cultural progresista que busca romper y borrar los diferenciales de poder específicamente especiales que surgen de la clase, la raza, el género y muchas otras formas de marginalización o periferización (ambos procesos fundamentalmente espaciales) de grupos determinados de personas. Más que funcionar a través de canales separados y exclusivos, este nuevo movimiento/ comunidad es insistentemente inclusivo (radicalmente abierto) y recombinativo, buscando nuevas formas de construir puentes y coaliciones a través de todos los modos de subjetividad radical y resistencia colectiva. En esta construcción de coaliciones, hay una conciencia espacial compartida y una determinación colectiva a tomar un mayor control sobre la producción de nuestros espacios vividos que proporciona un fundamento básico —el aglutinador largamente ausente— para la solidaridad y la práctica política. La construcción de coaliciones es una estrategia política consolidada, pero estas coaliciones progresistas inicialmente se habían movilizado en el sentido más amplio para tomar el
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control colectivo sobre el curso de la historia y de la manera en que las relaciones sociales de poder y status se constituyen y mantienen; es decir, para redirigir las desigualdades y la opresión producidas en el curso histórico del desarrollo de la sociedad. Las nuevas coaliciones retienen esas fuentes que dan poder a la movilización y a la identidad política, pero le añaden una conciencia y subjetividad espacial revigorizada, una conciencia de que la espacialidad de la vida humana, la formación de las geografías humanas, el nexo espacio-conocimiento-poder también contiene las fuentes de la opresión continuada, la explotación y la dominación. Esta nueva forma espacializada de lucha individual y colectiva está aún en sus fases iniciales y no es todavía una gran fuerza en la política contemporánea. Y debe reconocerse que la nueva política espacial no se limita exclusivamente a las fuerzas progresistas. Ciertamente, los enfoques conservadores y neoliberales de la política espacial en la nueva era de la globalización y reestructuración económica ha ganado fuerza de modo significativo en los últimos treinta años en todo el mundo. Por ello es de la máxima importancia que los pensadores y activistas progresistas dejen de lado sus conflictos internos sobre el postmodernismo (y la geografía) para encontrar nuevas formas de enfrentarse estratégicamente con la derecha postmoderna en la lucha por modelar nuestros mundos contemporáneos. Debemos reconocer y participar en los crecientes sitios y comunidades de resistencia y afirmación a los que bell hooks y otros nos invitan a entrar, para avanzar en una solidaridad conscientemente espacial e iniciar un proceso de re-visión del futuro. Esta oportunidad para afirmar la creciente importancia, estratégicamente teorética y política, de la imaginación espacial crítica tal vez sea lo más nuevo y diferente —y lo más estimulante y fascinante— de la geografía humana actual.
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Bibliografía ANZALDÚA, Gloria (1987), Borderlands/La Frontera: the new mestiza. San Francisco: Aunt Lute. ANZALDÚA, Gloria (ed.) (1990), Making Face/Making Soul. San Francisco: Aunt Lute. BHABHA, Homi K. (1990), «The third space: interview with Homi Bhabha», en Jonathan Rutherford (ed.). Identity: Community, Culture, Difference. Londres: Lawrence & Wishart, pp. 207-221. — (1994), The Location of Culture. Nueva York: Routledge. [trad. cast.: El lugar de la cultura. Buenos Aires: Manantial, 2002]. DE LAURETIS, Teresa (1987), Technologies of Gender: Essays on Theory, Film and Fiction. Londres: Macmillan. DEUTSCHE, Rosalyn (1988), «Uneven development», October, 47; pp. 3-52. GREGORY, Derek (1995), «Imaginative geographies», Progress in Human Geography, 19; pp. 447-485. hooks, bell (1990), Yearning: Race, Gender and Cultural Politics. Boston: South End Press. HOOPER, Barbara (1994), «Bodies, cities, texts: the case of citizen Rodney King». (manuscrito no publicado). LEFEBVRE, Henri (1976), The Survival of Capitalism. Londres: Allison and Busby. [trad. al inglés de La survie du capitalisme: la re-production des rapports de production. París: Anthropos, 1973]. — (1991), The Production of Space. Oxford: Blackwell [traducción del original francés: La production de l’espace. París: Anthropos, 1974]. ROSE, Gillian (1993), Feminism and Geography. Cambridge: Polity Press. SOJA, Edward W. (1989), Postmodern Geographies: The Reassertion of Space in Critical Social Theory. Londres: Verso. — (1996), Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Realand-Imagined Places. Oxford: Blackwell.
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TENSIONES URBANAS: GLOBALIZACIÓN, REESTRUCTURACIÓN ECONÓMICA Y TRANSICIÓN POSTMETROPOLITANA*
Poco después de los disturbios de Los Ángeles de 1992 que siguieron a la sentencia de Rodney King, Los Angeles Times publicó un artículo firmado por Robin Wright con el título «Los disturbios como síntoma de una tendencia urbana mundial». El artículo se centraba en el entonces reciente informe de las Naciones Unidas sobre las tendencias urbanas mundiales y argumentaba que lo que pasó en 1992 fue el fruto de «una revolución urbana que tiene lugar en los cinco continentes como resultado de condiciones muy parecidas a las que existen en Los Ángeles: crimen, tensiones raciales y étnicas, dificultades económicas, enormes disparidades de riqueza, escasez de servicios sociales, infraestructuras deterioradas.» Ahondando en el informe mencionado de la ONU, se afirmaba directamente que en Estados Unidos existía la mayor distancia entre riqueza y pobreza de todo el mundo desarrollado, que esta distancia era mayor en Nueva York y Los Ángeles, y que la polarización urbana que caracteriza a las dos mayores ciudades del país era comparable a la que se podía encontrar en Karachi, Mumbai y Ciudad de México. Intencionadamente, el informe pronosticaba luego que «la pobreza urbana será el problema más significativo y políticamente más explosivo del próximo siglo.»1 Lo que me propongo aquí es elaborar algunos problemas clave que se han ido manifestando al intentar explorar las im* Traducido de «Urban Tensions: Globalization, Economic Restructuring, and the Postmetropolitan Transition» en Lourdes Benería & Savitri Bisnath (eds.). Global Tensions. Challenges and Opportunities in the World Economy. Londres: Routledge, 2004; pp. 275-290. 1. Robin Wright. «Riots Called Symptoms of Worldwide Urban Trend», en Los Angeles Times, 25 de mayo de 1992.
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plicaciones globales de un hecho urbano específico que tuvo lugar en Los Ángeles de finales de abril a principios de mayo de 1992 y que ha sido descrito por diversos autores como las «Revueltas de la Justicia». Esos problemas incluyen las transformaciones urbanas mundiales que se han venido produciendo en los últimos treinta años; el grado en que estas transformaciones están íntegramente relacionadas con las crecientes desigualdades y la polarización social y espacial; cómo esos cambios producen la exacerbación de tensiones específicamente urbanas, y cómo lo que sucedió en Los Ángeles en 1992 es justamente representativo de estas tendencias urbanas.2
Definiendo las tensiones específicamente urbanas En cualquier valoración de las grandes «tensiones globales» que afectan a la vida en el siglo XXI puede elaborarse —como haremos aquí— un potente argumento de que las tensiones específicamente urbanas se hallan entre las más explosivas socialmente, las más complejas culturalmente y las que suponen mayores desafíos políticos. Al describir las tensiones asociadas con la creciente pobreza y polarización social como «específicamente urbanas» no sólo pretendo decir que tienen lugar en ciudades más que en áreas rurales o no urbanizadas, aunque sea importante tener en cuenta esta diferencia estadística por si misma.3 Que sean específicamente urbanas implica
2. Mucho de lo que sigue está extraído de Postmetropolis donde se tratan muchos de estos temas con mayor detalle. Véase Edward W. Soja. Postmetropolis: Critical Studies of Cities and Regions. Oxford: Blackwell, 2000. 3. Por ejemplo, un informe editado por la Fundación Milton S. Eisenhower en 1998 observaba que en las tres décadas precedentes (1968-98) la proporción de pobres estadounidenses viviendo en áreas metropolitanas había aumentado en un 50%: de casi la mitad al 77% del total. Para mayor información sobre este informe véase Alissa J. Rubin. «Racial Divide Widens, Study Says», en Los Angeles Times, 1 de marzo de 1998.
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también que surgen de, y en buena medida son causadas por, las condiciones urbanas contemporáneas y los procesos sociales y espaciales que producen dichas condiciones. Ésta no es una distinción inocente, ya que implica la existencia de dos enfoques muy diferentes de la teoría y el análisis urbano: uno, que ve la ciudad como un telón de fondo neutral de procesos y relaciones esencialmente sociales; otro, que contempla lo urbano en si mismo, y sus especificidades y atributos sociales y espaciales como una parte significativa de la explicación de los fenómenos a estudiar. Este último será el enfoque que adoptaremos aquí.4 Hay aún dos supuestos adicionales que guían el presente análisis. El primero contempla la globalidad de las tensiones urbanas contemporáneas y las condiciones que dan lugar a ellas. En otras palabras, estas condiciones y tensiones específicamente urbanas no se limitan exclusivamente a las ciudades o a lo que a menudo se define de modo restrictivo como escala urbana o local. En la actualidad, quizá más que nunca, las tensiones urbanas resuenan a escala regional, nacional y global. En este sentido, las tensiones urbanas son tensiones globales y deben ser interpretadas como tales. Ello lleva directamente al segundo supuesto, que las tensiones urbanas y sus causas inmediatas son significativamente diferentes que hace treinta años, lo cual significa que deben tratarse incluyendo las propiedades distintivas de las condiciones urbanas contemporáneas y la huella de los procesos de urbanización nuevos y diferentes que han remodelado las ciudades y la vida urbana durante las tres pasadas décadas. En este periodo, las ciudades han cambiado de modo más dramático que en cualquier otro periodo equivalente de los últimos doscientos años. Para en4. Para más detalles sobre esta distinción, véase Postmetropolis, op. cit., pp. 3-18.
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tender y tratar los muchos problemas que se derivan de esos cambios, sin embargo, hay que revisar y evaluar críticamente los enfoques tradicionales para el estudio de las ciudades y el desarrollo de políticas de mejora urbana. Reivindicarlo así no es ignorar el pasado. Que la pobreza urbana es un problema significativo y políticamente explosivo no es, desde luego, una idea nueva. Es una afirmación que se podría haber realizado con referencia a muchas partes del mundo en casi cualquier momento de los dos últimos siglos. Lo que es nuevo y diferente, sin embargo, es que ahora el problema es de una magnitud que requiere una atención especial y sus particularidades ya no pueden considerarse como meras variaciones menores de tendencias largas y de continuidades históricas. Reconocer que el cómo y el por qué de las causas y de las expresiones actuales de la pobreza urbana ya no son lo que eran hace treinta años empieza por reconocer la obvia amplitud global del fenómeno urbano contemporáneo, y requiere también poner en primer plano los cambios específicos que se han producido en las ciudades desde las crisis urbanas mundiales de los años 1960. Como se ha dicho antes, algo parecido a una revolución urbana ha tenido lugar en ciudades de todo el mundo habitado de modo que, en la actualidad, un número creciente de las principales ciudades mundiales están experimentando condiciones igualmente inestables de pobreza urbana y polarización socioespacial. Visto de un modo algo diferente, lo que esto sugiere es que nunca antes la condición urbana general había sido tan similar en las principales área metropolitanas de lo que tradicionalmente llamamos Primer, Segundo y Tercer Mundo. Todos los procesos de cambio se desarrollan de modo desigual geográficamente y existen diferencias significativas entre culturas y continentes, pero las cualidades distintivas de lo urbano como modo de vida son compartidas en todo el
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mundo hasta un punto que jamás antes se había alcanzado, al menos desde los orígenes de la ciudad capitalista industrial.
El impacto urbano de la globalización y de la reestructuración económica Esta condición urbana crecientemente compartida es, en gran medida, el resultado de dos fuerzas principales que han remodelado radicalmente casi todos los aspectos de la vida contemporánea en las últimas tres décadas. La más ampliamente estudiada y probablemente también la más a menudo sobreenfatizada, es la globalización, o más específicamente la globalización del capital, del trabajo y de la cultura. Los impactos de la globalización, geográficamente desiguales, no se limitan a lo que se denomina ciudades globales o ciudades mundiales sino que han venido afectando, en grados diferentes, virtualmente a todos los lugares del planeta. De hecho, puede afirmarse que un componente integral, aunque relativamente poco estudiado, de estos procesos de globalización ha sido la misma difusión mundial del capitalismo industrial urbano. Dicho de otro modo, todo el mundo está sufriendo en algún grado, como nunca antes, el impacto de una determinada forma de urbanización avanzada de base urbana que hasta ahora había estado prácticamente limitada a los países y ciudades del Primer Mundo. No obstante, no hay duda de que los efectos de la globalización están altamente concentrados y son más visibles en las principales aglomeraciones urbanas del mundo. Esta concentración de capital, trabajo y diversidad cultural globalizados ha ido asociado a un cambio espectacular del tamaño de las ciudades, algunas de las cuales han sobrepasado los 25 millones de habitantes, una cifra que treinta años atrás hubiera sido inconcebible. También ha conducido a la formación
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de nuevas redes y jerarquías de regiones urbanas globales, las cuales tienden cada vez más a interactuar transnacionalmente, es decir, que interactúan económicamente entre ellas tanto o más que con otras ciudades dentro de sus respectivos estados-nación. Reflejo de esta nueva ola de urbanización, y de los masivos flujos migratorios transnacionales que llevan aparejados, es el extraordinario hecho de que en la próxima década la mayoría de la población mundial, por primera vez en su historia, vivirá en regiones metropolitanas de más de un millón de habitantes. Ello contribuye a explicar por qué la pobreza es cada vez más una cuestión urbana, y por tanto menos rural de lo que acostumbraba a ser, a la vez que se viene a añadir a la idea de que las tensiones urbanas son ahora también tensiones globales. En estrecha relación con la globalización, y estimulada igualmente por la revolución en las tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC), se ha producido una reestructuración económica urbana y regional pronunciada y de origen aún más endógeno. Los últimos treinta años han visto una transformación radical de la base económica de las ciudades del Primer Mundo. Esta transformación ha sido descrita como el paso de un sistema de producción y consumo en masa keynesiano y fordista, concentrado en grandes regiones urbanas como el Ruhr, el Nordeste de Inglaterra y el cinturón industrial norteamericano, a sistemas postfordistas de industrialización flexible y con uso intensivo de información, asociados a la desintegración vertical del proceso de producción y a la reaglomeración espacial de empresas en nuevos clusters o distritos, muchos de los cuales no habían sido industriales con anterioridad. En los países industriales avanzados esta «nueva economía» aún en formación es el resultado de procesos combinados de desindustrialización, los cuales afectan básicamente a las viejas economías urbanas y regionales fordistas y rein-
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dustrialización, sobre todo en las ciudades-región industriales postfordistas.5 De modo significativo, las formas avanzadas de la nueva economía han sido selectivamente globalizadoras, expandiéndose por áreas que nunca antes habían conocido una industrialización urbana avanzada. Los más sobresalientes de estos «nuevos espacios industriales» son los NIC (acrónimo inglés para «países de nueva industrialización»), un creciente número de países recientemente industrializados que han borrado las que una vez fueron claras barreras entre el Primer y el Tercer Mundo. En una escala diferente encontramos zonas suburbanas industrializadas o «greenfields» como el Silicon Valley en California y muchos de los parques tecnológicos de Europa y Japón. Acentuando aún más esta convergencia urbano-industrial, la Nueva Economía ha ido expandiendo sus efectos por el antiguo Segundo Mundo en modos que tan sólo estamos empezando a comprender. No cabe duda de que la división internacional del trabajo, que durante tanto tiempo sostuvo la tradicional partición entre el Primer, el Segundo y el Tercer Mundo, no ha desaparecido pero es que, además, también está claro que las que una vez fueron fronteras bastante estables se han borrado progresivamente y se han redefinido por los efectos combinados de la globalización y la reestructuración económica.
Tensiones urbanas y transición postmetropolitana Considérense los cambios urbanos internos generados por la globalización y la reestructuración económica y examínese
5. Para una panorámica de la literatura sobre este proceso de reestructuración industrial, véase el capítulo 6, «The Postfordist Industrial Metropolis: Restructuring the Geopolitical Economy of Urbanism» en Postmetropolis, op. cit., pp. 156-188.
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cómo contribuyen a las crecientes tensiones urbanas asociadas con la pobreza y la desigualdad cada vez mayores. Como muchos han observado, las ciudades y las realidades urbanas han cambiado a un ritmo extraordinariamente rápido, dando lugar a lo que para algunos es la transformación más notable del capitalismo industrial desde su origen hace más de doscientos años. Me referiré a esta reconfiguración de la metrópolis moderna, lo que la ONU ha llamado una «revolución urbana», como transición postmetropolitana, e intentaré explicar por qué y de qué modo las tensiones urbanas crecientes y la expansión políticamente volátil de la pobreza y la polarización urbana parecen haberse producido dentro de esta reestructuración social y espacial aún en proceso. Para ilustrar este punto me basaré principalmente en la manera en que la transición postmetropolitana se ha llevado a cabo en la región urbanizada de Los Ángeles, teniendo en mente la «primavera violenta» de 1992. Un factor clave asociado a las crecientes tensiones urbanas en casi todas las principales regiones urbanas del mundo ha sido la creciente heterogeneidad cultural de las poblaciones urbanas, resultante sobre todo del aumento extraordinario de las migraciones transnacionales, o de lo que algunos han llamado la globalización del trabajo. La combinación de estas fuerzas ha creado las ciudades más heterogéneas, en lo cultural y en lo étnico, que jamás hayan existido. Para dar un ejemplo extremo, las pequeñas ciudades vecinas de Carson y Gardena en el condado de Los Ángeles han conseguido tener y mantener durante los últimos treinta años la inaudita característica distintiva de tener una población con un equilibrio casi perfecto entre los cuatro principales grupos etno-raciales: anglos (blancos no hispánicos), latinos, afro-americanos y asiáticosisleños del Pacífico, cada uno con una gran diversidad interna. Dentro de los clasificados como asiáticos-isleños del Pacífico,
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por ejemplo, hay una cifra considerable de japoneses, chinos, coreanos, vietnamitas, tailandeses, hawaianos y samoanos. En las escuelas, los parques infantiles, y los campos de deporte se hablan docenas de idiomas diferentes, lo mismo que en la cercana California State University en Dominguez Hills, recientemente clasificada como el segundo campus con mayor diversidad étnica de los Estados Unidos. Aunque las barreras y las culturas distintivas de estos agrupamientos étnicos ciertamente no han desaparecido, hay un aumento apreciable de lo que podría llamarse contactos interculturales e hibridaciones, así como una creciente conciencia de la misma diversidad. La reciente apertura del primer museo explícitamente llamado de la Diversidad en Carson ilustra esta progresiva conciencia. En el otro extremo de estas concentraciones de diversidad encontramos la multiplicación de enclaves étnicos, donde domina una sola comunidad. En el conjunto de ciudades del sudoeste del condado de Los Ángeles, la población residente ha pasado de ser anglo, en casi un 80% en el momento de los disturbios en el barrio de Watts en 1965, a latina en más del 90% en la actualidad. Del mismo modo, comunidades como la de Watts y de gran parte del resto de Los Ángeles sur-centro que un día fueron predominantemente afro-americanas hoy tienen una mayoría latina. Tanto la concentración como la dispersión de diferentes grupos nacionales y étnicos han hecho del Gran Los Ángeles la localización de las mayores concentraciones demográficas de mexicanos, salvadoreños, guatemaltecos, coreanos, vietnamitas, tailandeses, samoanos, armenios e iraníes después de las de sus propios países. Debe observarse, sin embargo, que esta creciente heterogeneidad cultural no se limita a las ciudades norteamericanas. Muchas ciudades europeas están experimentando aumentos similares, siendo Ámsterdam uno de los ejemplos más impresionantes: recientemente se han realizado proyecciones según
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las cuales, si siguen las actuales tendencias, dentro de veinte años la población será mayoritariamente musulmana. Para muchos, esta heterogeneidad cultural es una fuente de supervivencia así como de creatividad y movilidad social, pero tiene también el efecto de multiplicar las posibilidades de conflictos interculturales y de violencia. La presencia creciente de poblaciones inmigrantes sobre todo de países pobres en la vida urbana y en la actividad laboral hace aparecer, a menudo de forma provocada, un antagonismo con los residentes autóctonos que defienden su territorio económico y político en la ciudad. Ello ha generado nuevas olas de racismo y xenofobia contra los inmigrantes en muchas regiones urbanas, a menudo asociadas a movimientos esencialistas dirigidos a expulsar los inmigrantes recién llegados. Cuando el paisaje urbano se llena de una densa multiplicidad de divisiones económicas y culturales, se convierte en el escenario no sólo de luchas por los recursos locales sino de muchos de los conflictos y confrontaciones que surgen en la economía geopolítica global. Muchas guerras regionales del mundo hoy pueden encontrarse también en las calles de Los Ángeles, Nueva York, Londres y París. Los viejos dualismos de raza y clase permanecen, pero ahora están revestidos y atravesados por un conjunto de polarizaciones mucho más complejo y abigarrado, dando lugar a un paisaje urbano que ya no puede describirse como un simple mosaico sino como una geografía fractal en constante cambio.6 La creciente heterogeneidad cultural, con su expresión popular en el término de multiculturalismo, está generando una
6. Un ejemplo de este nuevo tipo de polarización es este paisaje urbano fractal que hay entre los inmigrantes filipinos y camboyanos en Los Ángeles. Procedentes de dos países que están uno frente a otro en el Mar de la China Meridional, los camboyanos tienen la menor renta familiar media de todos los grupos de inmigrantes de Los Ángeles, mientras que los filipinos están cerca del más alto. Para una mayor discusión sobre la ciudad fractal, véase Postmetropolis, pp. 246-297.
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nueva forma de política urbana que gira entorno de las complejas cuestiones de la diferencia cultural, la representación y la identidad. Esta nueva «política cultural» incluye tanto el resurgimiento de un enérgico tradicionalismo, cuyo objetivo es preservar los viejos valores y prácticas culturales, así como nuevas formas de hibridez cultural y formación de identidades transnacionales. Términos ampliamente aceptados como latinos o asiáticos-isleños del Pacífico son en si mismos el producto de una política cultural dirigida a lograr una mayor representación y una identidad colectiva más poderosa. Las ramas más progresistas de esta política de la diferencia también están contribuyendo al reciente renacimiento del interés por repensar el concepto de ciudadanía y por redefinir las nociones de democracia local.7 Es pronto aún para opinar sobre esta política cultural porque, aunque sus posibilidades progresistas sean claras, también lo es que su desarrollo ha entrado ya en conflicto con estructuras de poder y de autoridad más antiguas y más establecidas en la región urbanizada global, multiplicando aún más las fuentes de tensión urbana tanto dentro como entre culturas urbanas diferentes. La reestructuración industrial post-fordista ha tenido también grandes efectos en el paisaje urbano, aumentando su potencial para generar conflicto y confrontación. Ha llevado, por ejemplo, a cambios radicales en la estructura, la composición y la organización espacial de los mercados laborales urbanos, contribuyendo a más fragmentación, desigualdad, competencia y polarización. Si antes fue una pirámide con un sector central bien nutrido, el modelo de distribución de ocupaciones e ingresos en la mayoría de las regiones urbanas del Primer
7. Véase, por ejemplo, Engin F. Isin (ed.). Democracy, Citizenship, and the Global City. Londres: Routledge, 2000.
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Mundo ha desarrollado una nueva forma, con un pequeño abombamiento en la cima, reflejando el creciente número de empleos de alta retribución en la Nueva Economía y una enorme hinchazón en la base, rebosante de una población mayormente inmigrante compuesta sobre todo de trabajadores pobres. Lejos de estar desempleados, los trabajadores pobres están pluriempleados sin poder acumular suficientes ingresos para superar de modo significativo el umbral de la pobreza. Estos grupos tienden a coincidir, no sin tensión, con la población de personas sin hogar que dependen de la asistencia social y que sobreviven fuera del mercado de trabajo formal, y que han sido descritas específicamente como los «realmente desfavorecidos» o la «clase urbana pobre permanente» para usar los términos procedentes del trabajo de William Julius Wilson.8 La pirámide del mercado de trabajo, antaño bien nutrida en el centro, se ha contraído simultáneamente en dos direcciones: un número creciente de antiguos trabajadores de clase media ha traspasado el umbral de pobreza mientras que otros, en mucho menor número, y más popularmente conocidos con el término de «yuppies» (acrónimo inglés para «jóvenes profesionales urbanos»), han ascendido a categorías de alta cualificación. En Los Ángeles, Nueva York, Miami y muchas otras grandes regiones urbanizadas globales de Norteamérica, la mayoría de la población urbana está caracterizada por un visible contraste entre trabajadores pobres (que algunos estiman que llega al 40% de la población en el condado de Los Ángeles) y lo que algunos llaman la clase profesional-directiva-ejecutiva. Aunque recuerde a la dualidad urbana entre
8. William Julius Wilson. When Work Disappears: The World of the New Urban Poor. Nueva York: Vintage, 1996; y William Julius Wilson. The Truly Disadvantaged: The Inner City, the Underclass, and Public Policy. Chicago: University of Chicago Press, 1987.
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burguesía y proletariado, esta división de clases es mucho más compleja, borrosa en sus límites, con mayores solapamientos y menos predecible en sus aspectos políticos. Esta doble contracción de la clase media, que supone una clara inversión de las tendencias económicas de posguerra en la mayoría de países industriales avanzados, es una fuente de enormes presiones para la mayoría de poblaciones urbanas para mantener sus antiguos estilos de vida y los ingresos familiares. Ese centro marcadamente polarizado del mercado de trabajo urbano está ahora siendo llenado con nichos étnicos especializados, que se añaden a las pautas de fragmentación y polarización, ya que algunos grupos consiguen un empuje adicional en la movilidad social gracias a esa especialización étnica mientras que otros son dejados con poco más que empleos sin porvenir. Este modelo es más pronunciado en los Estados Unidos, donde el estado de bienestar ha sido más débil que en Europa y se ha debilitado aún más en los últimos años. Sin embargo, en la mayoría de las áreas urbanas de los países industriales avanzados se experimenta algún grado de contracción de la clase media y la emergencia de una particular división étnica del trabajo. Y en aquellas otras ciudades sin un grueso significativo de clase media en sus mercados de trabajo, los contrastes entre ricos y pobres se exacerban. La creciente población inmigrada, junto con otras causas de polarización del mercado de trabajo, ha provocado un mayor aumento no sólo de hogares con pluriempleados sino también del número de trabajadores a tiempo parcial. En los Estados Unidos, en particular, ello se ha acompañado por un crecimiento extraordinario del número de mujeres y niños que han entrado en el mercado de trabajo al tiempo que se han reducido los hogares de familias nucleares con un único ingreso. Todo ello ha traído nuevos términos y expresiones a nuestro vocabulario urbano, como los DINKS (acrónimo inglés para double-income,
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no kids households, o hogares con doble sueldo y sin niños), los nuevos huérfanos (adolescentes y viejos abandonados por sus familias) y la feminización de la pobreza. También ha conducido, en algunas ciudades con un rápido crecimiento, a una vuelta a la esclavitud o al menos a la servidumbre doméstica, con inmigrantes traídos ilegalmente a la ciudad, cuyos pasaportes son retenidos en manos de sus «propietarios», trabajando por pura supervivencia en fábricas donde son explotados o como criados en hogares acaudalados. La formación de la Nueva Economía o capitalismo flexible se ha asociado con un creciente estrés psicológico y con tensiones familiares en todos los niveles de renta, porque los hogares tienen que luchar contra las persistentes presiones hacia la movilidad descendente. En la cumbre de esta escala reestratificada de ingresos ha sucedido aún algo más que ha contribuido a empeorar los problemas urbanos, especialmente en los Estados Unidos. En la actualidad, el 10% de la población más rica controla proporcionalmente más riqueza que en ninguna otra época desde la Gran Depresión. Esta asombrosa concentración de riqueza y poder, favorecida por las políticas federales y la codicia empresarial, constituye un problema en si misma. Cuando se examinan más de cerca los cambiantes estilos de vida de las elites, sin embargo, el problema es aún más insidioso por sus efectos en la vida económica y política de las ciudades. Una gran cantidad de ricos abandonan sus responsabilidades cívicas para vivir en comunidades privatizadas apartadas y fuertemente protegidas, lo que Ewan Mackenzie llama gobiernos residenciales privados o privatopías.9 Buscando cómo y teniendo los medios para escapar de las tensiones urbanas reales y/o imaginadas, estos
9. Evan Mackenzie. Privatopia: Homeowner Associations and the Rise of Residential Private Government. New Haven: Yale University Press, 1994.
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ricos aislados contribuyen cada vez menos con su riqueza a la solución de los problemas urbanos. La «secesión de los ricos» y la multiplicación de comunidades cerradas y defendidas con armas son sólo una pequeña parte de un proceso mucho más amplio que afecta a la forma de la metrópolis contemporánea. Dicho de un modo simple, la postmetrópolis se caracteriza crecientemente, y casi puede llegar a ser definida, por lo que puede describirse como la urbanización de los suburbios, dado que nuevas ciudades crecen vertiginosamente en las afueras de los centro urbanos establecidos, en gran parte como consecuencia de la formación de nuevos yacimientos de empleo comercial e industrial como Silicon Valley, el condado de Orange y otros complejos de alta tecnología alrededor de Boston, Londres, París, Tokio y São Paulo. Conocidos habitualmente como edge cities (o ciudades en el margen urbano), outer cities (o ciudades exteriores) e incluso postsuburbia (o evolución de los suburbios de clase media), este proceso de urbanización regional ha diluido muchas de las fronteras convencionales de las metrópolis, especialmente entre lo urbano y lo suburbano. Además, ha generado otros efectos tanto dentro como fuera en los casos más destacados de outer city. Gran parte de la atención dedicada a los problemas que se derivan de esta reestructuración de la forma urbana se ha centrado en poblaciones pobres, sobre todo minorías e inmigrantes, que se concentran en barrios de la inner city (o ciudad central) y están cada vez más lejos de los empleos mejor pagados, progresivamente más concentrados en las outer cities. Esta situación de pobreza urbana altamente concentrada ha creado lo que algunos autores llaman un desajuste espacial: una distorsión perversa en la distribución de los empleos, las viviendas y el transporte público que está reforzada por desigualdades similares en cualificación y educación así como
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por la reconocida recientemente como «fractura digital» en relación al acceso a los recursos del ciberespacio. Este es otro indicador de cómo los nuevos procesos de urbanización contribuyen a magnificar las desigualdades económicas y sociales y a intensificar las tensiones urbanas. Menos estudiados son otros aspectos problemáticos derivados de la reestructuración de la forma urbana y de lo que puede llamarse la urbanización geográficamente desigual de los suburbios. Para tomar un caso extremo, varias outer cities que rodean Los Ángeles han crecido rápidamente como resultado de enormes concentraciones de viviendas relativamente baratas. Aunque los promotores prometieron crecientes oportunidades de empleo local, siguiendo la tónica del éxito alcanzado por las outer cities cercanas, la verdad es que los empleos no llegaron nunca a materializarse forzando a muchos trabajadores a tener que realizar trayectos de hasta dos horas y media hasta sus viejos lugares de trabajo. Estas off-the-edge cities (o ciudades más allá de los márgenes), como yo las llamo, pese su brillante apariencia (post)suburbana, se encuentran entre los lugares más estresantes social y psicológicamente de la postmetrópolis, con tasas extremadamente altas de suicidio, violencia de género, abusos infantiles, divorcio, delincuencia y otras señales de disfunción familiar y comunitaria. El efecto acumulado de estas múltiples fuentes de tensión urbana ha sido la creación y difusión de lo que Mike Davis llama urbanismo obsesionado por la seguridad, nacido y alimentado por las especificidades espaciales de lo que él describe también como ecología del miedo.10 Esta obsesión por la seguridad víctima de la ansiedad se intensifica por la creciente
10. Mike Davis. City of Quartz: Excavating the Future in Los Angeles. Londres: Verso, 1990. [trad. cast.: Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles. Madrid: Ediciones Lengua de Trapo, 2003]
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visibilidad de los pobres, los recién llegados, los extranjeros, los «otros», en un momento en que los modelos tradicionales de segregación y contención urbana ya no funcionan con la misma efectividad de antaño. En el paisaje urbano cada vez más volátil y fractal, el miedo está en el aire. No sólo las tensiones urbanas son más abundantes en todas partes de la ciudad, sino que también provoca grandes cambios en el entorno construido, desde detalles en el diseño de las calles y de los edificios a grandes configuraciones de la forma urbana. Las urbanizaciones y los centros comerciales se diseñan cada vez más como fortalezas, y son vigilados visualmente y por megafonía, con cámaras y altavoces situados en lugares estratégicos. En casi todas las ciudades la extensión de espacio público se contrae al tiempo que las olas de privatización desregulada penetran en la esfera pública con mayores esfuerzos de control social. Esto último queda simbolizado del modo más intrusivo por la cámara de vigilancia, hoy una parte más del paisaje cotidiano de las calles, como los semáforos o los parquímetros. Aún cuando es Los Ángeles la que mejor puede personificar la «ciudad carcelaria» con su urbanismo obsesionado por la seguridad, en la mayoría de las regiones urbanizadas del mundo suceden cosas similares. En Splintering Urbanism, Graham y Marvin estudian las periferias en crecimiento explosivo de megaciudades como Yakarta, Estambul, Manila y Johannesburgo, donde proliferan complejos de Nuevas Ciudades proyectadas para aislar a los ricos.11 Basándose en el trabajo de Teresa Caldeira, también han examinado otra postmetrópolis representativa, São Paulo, con sus «enclaves fortificados» igualmen11. Stephen Graham & Simon Marvin. Splintering Urbanism: Networked Infrastructures, Technological Mobilities, and the Urban Condition. Londres: Routledge, 2001.
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te aislados en sus, ahora múltiples, centros.12 Al igual que con muchos otros aspectos de la transición postmetropolitana, el origen de esta fortificación del paisaje urbano puede hallarse en las fuerzas de la globalización y reestructuración económica y verse así como un factor que contribuye a las tensiones crecientes que surgen del nuevo orden urbano.
¿Un nuevo período de crisis urbanas? Como se ha dicho, el conjunto de problemas asociados con la profundización de la pobreza y el gran número de tensiones urbanas que genera no es en conjunto algo enteramente nuevo aunque hay, sin embargo, suficientes diferencias en términos cuantitativos y cualitativos que requieren nuevas formas de comprensión, análisis y respuesta política. No quiero sugerir que los enfoques tradicionales a estos problemas y los intentos para resolverlos tengan que ser descartados, sino más bien que deben reestructurarse de modo que estén más en sintonía con los nuevos contextos urbanos que se han venido formando en los últimos treinta años. Dicho de modo simple, la pobreza urbana (y prácticamente todo lo que esté asociado con ella) ya no es exactamente lo que era, y esa diferencia es importante. Entender las crecientes tensiones urbanas tanto en sentido teórico como práctico necesita una comprensión efectiva de los nuevos procesos de urbanización generados por las complejas fuerzas asociados con la globalización y la reestructuración económica. Esta comprensión es tanto más urgente pues hay signos de que, treinta años
12. Teresa Caldeira. «Fortified Enclaves: The New Urban Segregation», en Public Culture, 8, 1996; pp. 303-328; y Teresa Caldeira. City of Walls: Crime, Segregation, and Citizenship in São Paulo. Berkeley & Los Angeles: University of California Press, 1999.
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después de una crisis generada por la reestructuración que ha afectado todas las escalas de nuestra vida de la local a la global, podemos haber entrado en un nuevo periodo de formación de crisis generada por los procesos de reestructuración, por la globalización, por la formación de la Nueva Economía y por los cambios asociados con la transición postmetropolitana. En buena medida, la violenta sublevación que tuvo lugar en Los Ángeles en 1992 fue un claro presagio de este nuevo tipo de crisis urbana. Que ello tuviera lugar en la región urbana global de Los Ángeles no es sorprendente ya que es en este espacio urbano donde la transición postmetropolitana ha alcanzado una de sus formas más avanzadas y exageradas. Aunque originadas directamente por los continuos problemas de racismo y violencia policial, las «Revueltas por la Justicia» de 1992 fueron también una protesta masiva contra los efectos localizados de la globalización y la reestructuración económica, esto es, contra las crecientes disparidades en la riqueza, el deterioro de la vivienda y los servicios públicos, las crecientes tensiones interétnicas, la insensibilidad del gobierno local, los desajustes espaciales, el aumento de privatopías a expensas del espacio público, y otras tensiones e injusticias atribuibles al nuevo orden urbano más que al viejo. En otras palabras, mientras que los disturbios de Watts de 1965 y todo el malestar urbano de los años 1960 en el mundo eran la extensión de problemas específicos de la metrópolis moderna y el capitalismo nacional del que formaban parte, las Revueltas por la Justicia de Los Ángeles así como muchos otros sucesos urbanos explosivos desde la caída del muro de Berlín en 1989 deben interpretarse de manera más apropiada como crisis de la postmetrópolis (o urbanismo postmoderno) y del reconfigurado capitalismo flexible y global que ha sido el principal responsable de las transformaciones urbanas de los últimos treinta años.
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En los once años que han pasado desde 1992, protestas menos complejas y más focalizadas contra la globalización y sus impactos negativos sobre el medio físico y la pobreza global se han multiplicado en ciudades como Seattle, Génova y Praga. Sin embargo, estas protestas están casi totalmente desconectadas de las condiciones urbanas específicas en las que tienen lugar, al menos en comparación con lo sucedido en Los Ángeles. Ello me lleva a sugerir, como conclusión, que los crecientes movimientos contra los efectos negativos de la globalización y el modelo específicamente neoliberal de la Nueva Economía pueden reforzarse y extenderse si se vuelven más conscientes y específicamente urbanos. Con ello quiero decir más conscientes de los problemas de pobreza y de injusticia generados por la transición postmetropolitana y más ampliamente espaciales en términos de objetivos y estrategias. Este cambio en el alcance de la conceptualización de la globalización y de la reestructuración económica ayuda a evitar la dicotomía simplista de lo global y lo local, en la que la globalización es contemplada como el enemigo único y absoluto, y lo local es romantizado como un lugar de resistencia igualmente único y último. Las ciudades y las regiones tienen que ser entendidas como lugares donde lo global y lo local van juntos de formas diferentes, donde las luchas globales y las locales convergen en un escenario político determinado. El principal objetivo aquí no es simplemente impedir la globalización y el capitalismo flexible sino encontrar maneras de que sus continuos impactos sociales y espaciales sean más democráticos y justos. Para mostrar el potencial progresista de estas estrategias urbanas y regionales, vuelvo otra vez la mirada a Los Ángeles. En los últimos años Los Ángeles se ha convertido en uno de los principales centros de innovación del movimiento sindical, especialmente en lo que se refiere a la formación de nuevas alianzas dirigidas a conseguir una mayor justicia social
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y espacial para los trabajadores pobres inmigrantes. Liderado en su mayor parte por las innovadoras asociaciones latinas, organizaciones como el Service Employees International Union (SEIU, Unión Internacional de Empleados de Servicios) y el Hotel Employees and Restaurant Employees (HERE, Empleados de Hoteles y Restaurantes) se han convertido en puntos focales de trabajo pan-étnico y de coaliciones como Los Angeles Alliance for a New Economy (LAANE, Alianza de Los Ángeles por una Nueva Economía). Estas coaliciones rompen las separaciones tradicionales de raza y clase y llegan a combinar, en algunas ocasiones, grupos que en el pasado raramente hubiesen colaborado juntos. Además, utilizan su conocimiento de la geografía y la economía globalizada y reestructurada de Los Ángeles para desarrollar nuevas estrategias conscientemente espaciales para luchar por los derechos de los inmigrantes, los trabajadores pobres, y otros grupos que sufren de diversas maneras el nuevo orden urbano. Estas estrategias jugaron un papel clave para que el movimiento regional por el salario de subsistencia y las campañas relacionadas por el «desarrollo con justicia» se situaran entre los más fuertes y con mayor éxito del país. Cada vez más, estas nuevas coaliciones tienen en cuenta sus derechos tanto de residencia como de localización de los recursos en la ciudad y la región urbana. Estos derechos incluyen: el derecho a vivir en áreas no amenazadas por la proximidad de concentraciones de residuos peligrosos y otros peligros ambientales; el derecho a un salario digno y a los servicios sanitarios necesarios; el derecho de los contribuyentes locales a un acceso completo a los servicios públicos básicos como hospitales, escuelas y el transporte público necesario; y los derechos a participar y votar en las elecciones locales que afectan directamente a las condiciones de vida y el bienestar familiar, incluso para los que no son ciudadanos estadounidenses. En un
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reciente caso que una nueva organización llamada Bus Riders Union (BRU, Sindicato de Pasajeros de Autobús) llevó a los tribunales las luchas por la justicia espacial y lo que podría llamarse democracia regional, lograron modificar los planes de inversión y las prioridades de la Autoridad Metropolitana del Transporte, pasando de un sistema de tren fijo que beneficiaba fundamentalmente a los residentes blancos suburbanos relativamente afluentes y no resolvía el problema de desajuste espacial en la inner city, a un programa de varios miles de millones de dólares para mejorar los servicios de autobús, reducir los viajes al trabajo y mejorar el acceso a los servicios públicos básicos para los trabajadores pobres.13 Uno de los muchos logros de la BRU fue el de unir a la noción legal de derechos civiles, un concepto de justicia explícitamente espacial y urbano, en el que la geografía de la región urbana (en este caso la geografía de un plan de transporte público) pasaba a ser reconocido como una fuente que por si misma crea y mantiene la injusticia y la discriminación. Hay continuos problemas para aplicar el acuerdo del tribunal pero la construcción del sistema de metro se ha parado y gran cantidad de fondos públicos han empezado a aplicarse a políticas que benefician más a los pobres que a los ricos. Como muestra del optimismo que esta victoria trajo, uno de los líderes del BRU está escribiendo un libro con el título provisional de Driving the Bus of History: The LA Bus Riders Union Models as New Theory of Urban Insurgency in the Age of Transnational Capitalism («Conduciendo el autobús de la Historia: El Sindicato de Pasajeros de Autobús de Los Angeles como nueva teoría de la insurgencia urbana en la época del ca-
13. Para profundizar en esos acontecimientos recientes en Los Ángeles, véase Postmetropolis, pp. 407-415.
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pitalismo transnacional»). Este capítulo empezó con la afirmación de que el levantamiento urbano de 1992 en Los Ángeles era indicativo de las tendencias urbanas mundiales. Termina con la esperanza de que algunos de los acontecimientos más recientes que están teniendo lugar desde entonces tengan, de modo similar, un alcance global.
Epílogo Como este capítulo fue escrito antes de los acontecimientos del 11 de Septiembre de 2001, no he comentado directamente esos hechos en relación con la discusión más amplia de las tensiones urbanas y sus vínculos con la globalización, la reestructuración económica y la transición postmetropolitana. Aunque algunas de las conexiones son bastante obvias, hay otras que sí me gustaría comentar brevemente en este necesario epílogo. Al igual que los hechos de Los Ángeles de 1992, lo que sucedió en Nueva York y en el Pentágono puede ser contemplado como otro resultado de los problemas mundiales y de las tensiones asociadas con los efectos negativos de la globalización y el desarrollo desigual de la Nueva Economía, especialmente en su forma neoliberal. Sin embargo, con la excepción del evidente simbolismo de los sitios escogidos para el ataque y de la conversión de la ciudad de Nueva York (y su alcalde) en iconos del patriotismo nacional, después de los hechos se ha concedido relativa poca atención a las condiciones específicamente urbanas que pudieron haber contribuido a lo que ocurrió; en concreto la creciente tensión relacionada con el aumento de la pobreza y de la polarización en la ciudad de Nueva York, en Washington DC, y en el país en su conjunto. Además, lo que ha sucedido desde el 11 de Septiembre ha ido en contra de casi todas las formas de protesta progresista contra las fuentes de esos problemas y tensiones urbanas. En
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lugar de la emergencia de una conciencia espacial de los efectos desiguales de la globalización y de una intensificación de la búsqueda de mayor justicia social y democracia regional, parece que hay una expansión del urbanismo obsesionado por la seguridad y una aterradora mentalidad fortificadora a escala nacional, con la ciudad de Nueva York actuando como símbolo urbano de un patriotismo reaccionario aparentemente inclinado a hacer de todo el país una versión gigante de las comunidades cerradas vigiladas con armas. Bajo estos escudos de radicalización hay la emergencia de un ataque concertado a los mayores logros de luchas anteriores, especialmente en relación a los derechos civiles y a las libertades civiles, por utilizar dos conceptos que están intrínsicamente enraizados en las ciudades y en lo urbano. Más que nunca hay una necesidad de recuperar esta comprensión específicamente urbana de la democracia, la libertad y la justicia, mayor como más se avanza en este periodo de crisis urbanas generadas por la reestructuración. En este sentido, los sucesos del 11 de Septiembre pueden verse en retrospectiva como la manifestación más reciente y más brutal de lo que el informe de la ONU predijo sobre el significado de los disturbios de Los Ángeles de 1992, esto es, que «la pobreza urbana será el problema más significativo y políticamente más explosivo del próximo siglo.»
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IV.
TEXTO INÉDITO
MESOGEOGRAFÍAS: SOBRE LOS EFECTOS GENERATIVOS DE LAS AGLOMERACIONES URBANAS* Puntos de partida Empezaré con algunas observaciones que si en su día resultaron enigmáticas hoy son sorprendentemente provocativas y que realizaron dos de los más reconocidos analistas de lo urbano: Henri Lefebvre y Jane Jacobs. Las densas ideas de estos autores, que resumo en estas breves observaciones, fueron suscitadas de modo significativo por las turbulentas crisis urbanas de los 60, cuando la mayor parte de la teoría urbana existente se desmoronó en pedazos. Sin embargo, sus afirmaciones eran tan radicales y tan poco convencionales que sus implicaciones pasaron prácticamente inadvertidas durante al menos las dos siguientes décadas. Sólo a mediados de los años 1990, con la extraordinaria resurgencia y difusión del pensamiento espacial en todas las ciencias sociales y las humanidades -un giro espacial aún en expansión- empezó a comprenderse todo el significado de sus afirmaciones sobre las poderosas fuerzas que surgen de lo que podemos llamar en líneas generales causalidad urbana. La primera afirmación, de Jane Jacobs, proclama sin ambages que sin las ciudades todos seríamos más pobres. Este es
* Traducido de «Mesogeographies: on the generative effects of urban agglomerations», conferencia impartida en la TCP Annual Distinguished Lecture: Territory, Culture and Politics Research Cluster, School of Geography, Politics and Sociology, University of Newcastle upon Tyne, 23 de junio de 2005.
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el argumento central de un notable libro que ha desempeñado un papel primordial en el desarrollo de la Nueva Geografía Económica y el de su hermana, la Nueva Economía Geográfica, hasta el punto de que el Premio Nobel Robert Lucas Jr. sugirió recientemente que Jacobs merecería el Premio Nobel por su hallazgo. En La economía de las ciudades, publicado en 1969, Jacobs argumentó que las ciudades, aglomeraciones urbanas densas y heterogéneas, generan de manera endógena (es decir, a partir de sus propios recursos internos) una poderosa fuerza innovadora que propulsa el desarrollo de la sociedad, a lo que añadía que esto era lo que las ciudades habían estado haciendo precisamente durante los últimos 12.000 años. Sin ese efecto generativo de las ciudades, argumentaba Jacobs, todos seríamos pobres en la actualidad, ya que la existencia humana habría permanecido tal como era en un 99% de la humanidad: pequeñas bandas de cazadores y recolectores semi-nómadas. Esta es la cita completa, sacada de una entrevista con Jane Jacobs en 1997 y titulada «Desafiando todavía el modo en el que pensamos sobre las ciudades»: Las ciudades son el origen del desarrollo económico, no porque la gente sea más lista en las ciudades, sino por las condiciones de densidad. Hay una concentración de necesidad en las ciudades y una mayor incentivo para afrontar los problemas de nuevos modos (es decir, para innovar). Esta es la esencia del desarrollo económico. Sin ella, todos seríamos pobres. Henri Lefebvre desarrolló el argumento de otra manera, afirmando que el desarrollo de la sociedad sólo es concebible en la vida urbana, a través de la realización de la sociedad urbana. Aquí también se sugiere, al modo de Jacobs, que el desarrollo de la sociedad surge de (y no sólo en) aglomeraciones
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urbanas y que ello ha sido así desde el principio. En otras palabras, todas las sociedades humanas que han existido, y que hayan sido algo más que una simple banda de cazadores, han sido inherentemente una sociedad urbana. Además, la especificidad espacial de la ciudad, su geografía producida socialmente, es enormemente importante. La causalidad urbana, de un modo u otro, cuenta en todos los aspectos del desarrollo económico, político o cultural. ¡Vaya una toma de conciencia radical para las ciencias sociales, para la teoría social occidental y también para el marxismo occidental! En cada uno de estos tres ámbitos, con muy pocas excepciones, la causalidad específicamente urbana no ha tenido ningún papel explicativo, habiendo sido desechada incluso por la mayoría de geógrafos junto con el rechazo de todas las formas de lo que era percibido como determinismo ambiental extra-social. En contra de los principios imperantes en el pensamiento social occidental, Jacobs y Lefebvre resaltaron con claridad las fuerzas económicas y sociales que surgen de las ciudades y, en particular, de los espacios de la ciudad. Esta fuerza inherentemente espacial, este estímulo de la aglomeración urbana, no era contemplado como extra-social, externo a la vida social, sino como parte integral de la misma sociedad (urbana). Hasta hace poco, estos provocativos argumentos sobre las fuerzas generadas por lo urbano que modelan el desarrollo de la sociedad eran casi incomprensibles para la mayoría de científicos sociales y espaciales, o eran simplemente desestimadas como poco más que un delirante determinismo espacial. Existía cierto reconocimiento de la importancia de la fricción de la distancia y de los costes de transporte en su influencia en las decisiones económicas, especialmente en relación a la localización, pero había una escasa comprensión de los efectos dinámicos y generativos que comportan las geografías urba-
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nas. En la actualidad, sin embargo, esta visión de la ciudad y de la causalidad urbana se ha convertido en un trampolín para la notable resurgencia del análisis urbano y regional en todas las ciencias sociales y las humanidades. A continuación pretendo extraer algunas observaciones a propósito de esta reaserción de la causalidad espacial urbana y sugerir que el análisis transdisciplinar que surge de la aglomeración urbana, está generando un nuevo modo de investigación geográfica, centrada en lo que podrían llamarse mesogeografías. Con ello pretendo aludir a estudios específicamente geográficos que se sitúan en un terreno intermedio y que «pretenden unir de maneras nuevas e innovadoras» lo macro y lo micro, lo global y lo local, combinando las fuerzas endógenas y las exógenas que dan forma a la vida social. Las mesogeografías nos llevan más allá de la simple proclamación de que «la geografía importa» o de las últimas tendencias sobre el espacio y de la teoría espacial. Definen una perspectiva que pone el poder causal y explicativo de la causalidad espacial urbana en primer plano y no sólo como un útil añadido al análisis y la interpretación más explícitamente social e histórica. 1. Descubriendo el capital espacial
El primer argumento empieza un siglo atrás con el innovador trabajo de Alfred Marshall sobre la aglomeración o las economías externas, que constituye aún hoy una de las fuentes de ideas más ricas sobre la causalidad espacial urbana. Marshall, que irónicamente, fue el blanco de los ataques de Walter Isard sobre la desespacialización de la economía neoclásica, fue el primero en definir y describir sistemáticamente las fuerzas productivas que surgen de los contextos urbanos y cómo esas fuerzas llevan a la concentración de actividades económicas en
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espacios urbanos o en distritos industriales. En esencia, él vio las fuerzas de desarrollo que surgen de las ciudades de dos formas relacionadas, que podrían ser descritas como localización y economías o externalidades de la urbanización. Las economías de la localización son más fáciles de entender y de medir. Surgen fundamentalmente de la proximidad y de las eficiencias en términos de tiempo, energía y costes que van relacionadas por estar próximas en el espacio. La productividad económica está espoleada por esas eficiencias, especialmente en relación a los costes de todos los inputs del proceso de producción, incluyendo el acceso a las fuentes de trabajo en todos los niveles de cualificación, y la facilidad de mover todos los outputs a los correspondientes mercados para el consumo. Las economías de urbanización, para las que Marshall pudo hacer poco más que asociarlas con la atmósfera local, son mucho menos visibles y más difíciles de medir. Esta relativa dificultad para analizarlas es una de las razones por las cuales las economías de urbanización han sido ignoradas hasta hace bien poco por la mayoría de los economistas. En la actualidad, sin embargo, se han convertido en la principal fuente de algunas de las visiones más enriquecedoras sobre la causalidad urbana y la fuerza generativa de ciudades y regiones. Las economías de urbanización, o lo que ahora se ha dado en llamar externalidades de Jane Jacobs para conmemorar su gran aportación de 1969, se originan en los impulsos hacia la innovación y la creatividad que surgen de lo que Jacobs denominó de modo general como las condiciones heterogéneas de densidad y la consiguiente explosión de vida económica urbana. No sólo hay eficiencias de coste hard generadas por la aglomeración urbana, sino que hay efectos económicos adicionales, descritos a menudo como soft, relacionados con las condiciones urbanas y regionales concretas así como con las formas institucionales y las prácticas políticas que apun-
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talan, estimulan y sustentan el cambio y el desarrollo de la sociedad. Como es conocido, esto ha abierto nuevas aproximaciones relacionales y reflexivas en la teoría locacional, en la ciencia regional y en la economía geográfica, poniendo en primer plano conceptos como economías del conocimiento, acuerdos localizados, interdependencias fortuitas, concentraciones industriales, sistemas de innovación regional, desterritorialización y reterritorialización, el papel de los activos específicos de cada región, mundos regionales de producción, ciudades creativas, el estímulo del contacto cara a cara, y otros términos relacionados con el poder de desarrollo de la urbanización y la aglomeración espacial. Estos nuevos enfoques no son meras expansiones del papel del capital humano o social, como muchos han empezado a definirlas. Son, de manera más importante, los precursores para el desarrollo de una conceptualización completa y con fuerza teórica de capital espacial. Este término aún no está ampliamente reconocido ni usado, pero como contraparte específicamente geográfica a capital social u otras formas de capital, como medio de poner el capital en su lugar por decirlo así, el capital espacial está a punto de convertirse en uno de los conceptos económicos más importantes del siglo XXI. Es necesario aquí poner un punto de prudencia y a la vez lanzar un desafío. La conceptualización de capital espacial es demasiado importante para dejarla sólo a los geógrafos económicos y a los economistas geográficos, especialmente a aquellos que ponen el tratamiento econométrico y la abundancia de datos empíricos por encima de la construcción teórica. El rigor es bueno siempre que no se convierta en rigor mortis. Habida cuenta de las raíces del capital espacial en los efectos de la urbanización y en las especificidades espaciales, su conceptualización necesita de las aportaciones de todos los pensadores
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espaciales, especialmente de aquellos que trabajan en el punto de contacto entre la geografía, la sociología y la ciencia política y exploran el nexo entre territorio, cultura y política. Con esta idea en mente, sigo adelante. 2. De vuelta al principio
Contando con la ayuda de Jane Jacobs, los poderosos efectos de la causalidad urbana y la acumulación concentrada de capital social pueden trazarse en el pasado hasta unos 12.000 años en el Sudoeste asiático, cuando cazadores, recolectores y los dedicados al comercio a larga distancia empezaron a establecerse de modo sustancial y permanente en asentamientos urbanos. Con los asentamientos permanentes, merezcan o no ser llamados ciudades, puede decirse que todo lo demás vino por si solo, es decir, empezamos la prolongada geohistoria del desarrollo de la sociedad generado por lo urbano. Es una geohistoria que acaba de empezar a escribirse, pero que ha conducido ya a algunos descubrimientos asombrosos que están forzando importantísimas revisiones en nuestra modo tradicional de entender las relaciones entre la sociedad, la historia y la geografía. En los primeros 6.000 años de sociedad urbana, en diversas áreas de todo el globo, la urbanización proporcionó importantes eficiencias para el comercio y el intercambio. No fue la caza, la recolección o el cultivo lo que hizo asentar a la gente, sino las economías de localización de un denso asentamiento generado por el intercambio de bienes y servicios. Por otra parte, además, sólo ahora empezamos a aceptar que había más efectos dinámicos de urbanización que desempañaron un papel clave en el desarrollo de sociedades agrarias a gran escala, estimulando el giro decisivo de la caza y la recolección al pastoreo y el cultivo que ha sido descrito como Revolución Agrícola.
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Jane Jacobs empieza La economía de las ciudades con un capítulo titulado «Primero las ciudades. Después el desarrollo rural» en el que invierte completamente la ortodoxia prehistórica, defendiendo que el excedente agrícola no fue necesario para la creación de las ciudades sino que fueron las ciudades, y los efectos generativos de la aglomeración urbana, las que fueron necesarias para la producción de un excedente agrícola. No es necesario aceptar todas las especulaciones que Jane Jacobs realizó sobre las ciudades neolíticas en su generación de la revolución agrícola ni todas las otras innovaciones en arte, metalurgia, tejido y religión para valorar la enorme importancia de los efectos generativos de la aglomeración urbana para fomentar el desarrollo de la sociedad en por lo menos tres períodos revolucionarios. En lo que podemos continuar llamando Revolución Agrícola, la agricultura y la cría de animales se desarrollaron como ocupaciones distintivamente urbanas, rodeadas por lo que era entonces un concentrado urbano bastante amorfo del tipo de los anillos de usos rurales de Von Thünen. La agricultura y la urbanización se habrían desarrollado juntas y se habrían extendido por todo el mundo. Un segundo periodo de transformaciones radicales habría empezado hace alrededor de 7-8.000 años, cuando las ciudades crecieron de modo significativo en tamaño, escala y posibilidades, sobre la base de una pronunciada revolución política en buena medida generada por lo urbano, asociada con la creación de las primera organizaciones políticas organizadas e institucionalizadas, esto es, el estado generado por la ciudad o, más convencionalmente, la ciudad-estado o polis. En esta segunda revolución de base urbana, el espacio de la ciudad cambió profundamente con el ascenso del poder social jerárquico que se basaba en y emanaba de la ciudad-estado. Estas nuevas geografías urbanas, con sus distintivas especifi-
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cidades espaciales, modelarían y serían modeladas simultáneamente por nuevos conjuntos de relaciones sociales ligadas a la clase, la propiedad, el patriarcado, la realeza, el imperio, las creencias religiosas colectivas, el desarrollo cultural, el comercio en expansión, el lenguaje escrito, las burocracias de estado y la agricultura irrigada a gran escala. No es sólo una cuestión de etimología, las ciudades engendraron y definieron las civilizaciones, las sociedades civiles, la polis, las políticas, la policía y la política. Las ciudades-estado y los imperios de base urbana, con sus redes comerciales estrechamente relacionadas, expandirían el globo y se desarrollarían cultural y políticamente a lo largo de un periodo de 6-7 milenios, al menos hasta la tercera gran transformación, la Revolución Industrial de base urbana y el ascenso del capitalismo industrial decididamente urbano. Llevando rápidamente este último episodio hasta el presente, la Ciudad Industrial Capitalista se desarrolló a través de una serie de reestructuraciones en olas y conducidas por una serie de crisis y fijaciones espaciales hasta llegar al momento presente y su Nueva Economía del desarrollo informacional, global, flexible pero aún inherentemente urbano-industrial. Utilizo esta historia macro-geográfica para enfatizar la longue durée de causalidad urbana y también para añadir otro concepto al creciente vocabulario que describe los efectos generativos de la aglomeración urbana. Lefebvre y muchos otros han afirmado que la ciudad se inicia con un synoecismo, un término que deriva del antiguo concepto griego de synoikismós. La raíz de este término, que yo he traducido como sinecismo, es oikós, la casa o el lugar de habitación, la misma raíz que se encuentra en economía, ecología, ecumene, y ekistics (el estudio de los asentamientos humanos). El synoikismós o sinecismo puede definirse como el conjunto de condiciones particulares de interdependencia, creatividad y eficiencia que
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derivan de habitar juntos en la misma casa o espacio. Ha sido utilizado mayormente para referirse a los procesos aglomerativos asociados con la formación de una ciudad-estado o polis, una reunión si se quiere de asentamientos urbanos existentes en una forma de gobierno urbano territorial mayor. Puede incluso decirse, que el sinecismo es la dinámica urbana clave que conecta el territorio, la cultura y la política. Esta es realmente la manera en que Aristóteles teorizó el synoikismós, un proceso social y espacial activo que implica una alianza política y cultural alrededor de un centro urbano y regional o metropolitano. El término synoecismo o sinecismo, cuando se conoce, con frecuencia se utiliza para aludir a un suceso único, pero es mejor verlo como un proceso continuo aunque sea esporádico, que opera en todas las sociedades y varía significativamente en el espacio y el tiempo, pero siempre enraizado en la fuerza motriz de la aglomeración urbana. Ello refuerza la idea de que el desarrollo del estado, la cultura, la política, la economía, la agricultura, la industria, el comercio, el gobierno, la burocracia, la clase, el capital, el trabajo y prácticamente todo lo que estudiamos, necesita verse como relacionado de algún modo con los efectos generativos de la aglomeración urbana. Debo recalcar una vez más que no estoy hablando de determinismo urbano o espacial. Hay muchos factores que influyen en todo a lo que me he referido. Pero creo sinceramente que puede argumentarse que no hay otra fuerza explicativa o causal más importante en la vida humana que la que hasta ahora ha sido críticamente infraestudiada por todas las disciplinas incluyendo la geografía, como la fuerza generativa de la aglomeración urbana. Creo que llenar este enorme vacío será una preocupación central de los estudiosos en el siglo XXI. Para desarrollar este argumento, a continuación me centro en otro momento en el que la causalidad urbana fue explorada creativamente, para ser luego olvidada en el subsiguiente trabajo empírico y teórico.
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3. Teorizando la polarización
En los años 1950 y principios de los 1960, en un momento en el que la imaginación geográfica estaba virtualmente adormecida y las ciencias sociales se habían despojado de cualquier indicio de causalidad espacial, unas pocas voces se levantaron para argumentar que las ciudades y las regiones eran fuerzas activas en el desarrollo económico y social. Dos figuras clave sobresalen como pensadores espaciales creativos: el historiador económico francés François Perroux y el economista del desarrollo y ganador del premio Nobel el sueco Gunnar Myrdal. Perroux y Myrdal proporcionaron los esquemas básicos de una teoría del desarrollo geográficamente desigual que era también, por su propia naturaleza, una teorización de cómo la aglomeración urbana (capital espacial, sinecismo) desempeña un poderoso papel dando forma a todos los aspectos del desarrollo de la sociedad. La teoría se centra en los procesos de polarización y puede resumirse en un conjunto de cuatro principios o proposiciones básicas. Primero: El desarrollo (o podría decirse todos los procesos sociales) nunca tiene lugar uniformemente en el espacio; el desarrollo siempre será geográficamente desigual en algún grado. Esto suena bastante obvio, pero la idea era entonces radicalmente nueva y polémica, cuando la teoría económica del equilibrio general imaginaba las economías nacionales como si existieran en la cabeza de un alfiler, en lo que Isard llamaría un paraíso sin dimensiones espaciales.1 Lo que siguió fue incluso más impactante. 1. Una idea similar fue recogida mucho antes por otro remarcable pensador espacial. Decía Friedrich Engels en 1875 sobre el desarrollo geográficamente desigual: «Entre un país y otro, entre una provincia y otra e incluso entre una localidad y otra siempre existirá una cierta desigualdad en las condiciones de vida, que será posible reducir a un mínimo pero nunca suprimir completamente.»
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Segundo: El desarrollo desigual surge primordialmente de la polarización, la concentración del desarrollo en polos de crecimiento; los polos de crecimiento de Perroux. Myrdal añadiría a esta polarización una poderosa persistencia basada en la ventaja locacional inicial y en su noción de causación acumulativa. Esto ayudó a mostrar que el desarrollo geográficamente desigual se autoreforzaba obstinadamente y que no podía ser reducido fácilmente. Tercero: La polarización tiene dos tipos diferentes de efectos espaciales, que Myrdal denominó de expansión y de regresión. A estos efectos se les ha dado muchos nombres diferentes, pero el punto clave es que la polarización ha tenido repercusiones tanto positivas como negativas en las áreas a las que ha afectado, tanto en el interior como entre regiones urbanas. Además, estos efectos regionales diferentes, en combinación con la persistencia de la polarización, ha creado centros y periferias relativamente permanentes en muchas escalas geográficas, desde lo global a lo local. Cuarto: Bajo condiciones normales, sin intervención, la regresión supera la expansión, llevando a una creciente diferenciación entre centros y periferias en lo que respecta al desarrollo. Este era el principio que evidenció con mayor claridad la necesidad de políticas públicas y de intervención estatal. Fue también la base para la teoría de los polos de crecimiento y la implementación de planes regionales de bienestar.2 Mientras 2. Estas tempranas ideas del polo de crecimiento han sido resucitadas y enriquecidas por las teorizaciones recientes de las economías de aglomeración y los nuevos enfoques relaciones del desarrollo regional. Los planes regionales de bienestar y los de sistemas espaciales florecerían durante los años 1960 y 1970, para luego entrar en decadencia con la reestructuración del estado de bienestar y el ascenso de una forma neoliberal muy competitiva de planificación urbana y regional de tipo empresarial, basada en la atracción de empleos, inversiones y turistas con escasa atención a los temas de equidad. En la actualidad, hay algunos signos de retorno del interés por la equidad así como por la eficiencia bajo la rúbrica de la perspectiva del Nuevo Regionalismo.
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muchos economistas argumentaban que la «convergencia» era el estado normal y que las desigualdades espaciales o regionales se compensarían por si mismas con el tiempo, la emergente teoría del desarrollo geográficamente desigual argumentaba que el desequilibrio y la «divergencia» eran el resultado esperable, especialmente en las primeras etapas de desarrollo. En los escritos de Perroux y de Myrdal se hallaba el germen de otra expansión de la teoría del desarrollo geográficamente desigual, en relación con lo que se conoció como «subdesarrollo» y «teoría de la dependencia». Aquí, los efectos de expansión y regresión devinieron metáforas de dos procesos de desarrollo desiguales, estrechamente asociados con las relaciones entre centro y periferia, o lo que Gunder Frank llamó «metrópolis» y «satélite». Esta visión cuestionaba la misma idea de un proceso de desarrollo general o único por el que pasan todas las sociedades a diferentes ritmos pero hacia el mismo objetivo final. Bajo el capitalismo había por lo menos dos formas: una autónoma, expansiva (aunque sujeta a cambios cíclicos) y tendiente hacia la convergencia; la otra dependiente, activamente subdesarrollista y tendiente a incrementar las desigualdades en el desarrollo.3 En la actualidad la teoría del desarrollo, incluyendo aquella practicada por la mayoría de nuevos geógrafos económicos y economistas geográficos, presta poca atención a estas teorías del desarrollo geográficamente desigual, excepto para ver algunos de los efectos positivos de la polarización o de la aglomeración urbana sobre la productividad económica y el creci3. Una idea parecida a un nivel intra-urbano fue desarrollada de manera excelente por David Harvey en los primeros capítulos de Social Justice and the City. Allí explicaba cómo el funcionamiento normal de un sistema urbano centralizado conduciría a la redistribución de la renta real de los ricos a los pobres, tanto social como espacialmente. Más tarde desarrollaría otros argumentos sobre la dinámica del espacio construido y la permanencia relativa de bolsas de pobreza y de superexplotación en el tejido urbano de la ciudad capitalista industrial.
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miento. Los efectos negativos son simplemente tratados como deseconomías de la urbanización. Sin embargo, reconocer la dinámica interrelacionada de polarización positiva y negativa nunca ha sido más esencial que hoy, al cabo de treinta años de una reestructuración económica que ha tenido el efecto acumulativo de aumentar la polarización económica y social a niveles sin precedentes en Europa y Norteamérica. De nuevo, el reto es ir más allá de las rígidas exigencias de los economistas dedicados a construir modelos para investigar las intersecciones de territorio, cultura y política, así como (siguiendo a Foucault) las de espacio, conocimiento y poder. 4. Aglomeraciones que empoderan
Mi propia investigación y trabajo sobre Los Ángeles se ha centrado recientemente en otro aspecto de la causalidad urbana: la generación de formas notablemente innovadoras de activismo local en la que posiblemente sea la más grande y con mayor diversidad cultural aglomeración de trabajadores inmigrantes pobres del mundo. En los últimos treinta años, hasta cinco millones de inmigrantes se han establecido en el área central de Los Ángeles, transformando la que una vez fue la menos densa de todas las ciudades estadounidenses en el área urbana más densa desde los años 1990. Ciertamente, esta aglomeración comporta efectos negativos. Las viviendas están completamente abarrotadas, el número de personas sin techo es extraordinariamente elevado, y probablemente casi un millón de personas vivan bajo condiciones que no son mejores que las de un asentamiento irregular del Tercer Mundo. En medio de la pobreza creciente, sin embargo, ha habido efectos positivos significativos. Conducidos por un creciente grupo de mujeres radicales de color, Los Ángeles ha emergido como el foco más amplio e
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innovador del movimiento obrero de los Estados Unidos así como un modelo para el empoderamiento de organizaciones de base comunitaria y para el desarrollo de estrategias de base espacial de un regionalismo de base comunitaria. Casi todas las características propias de las dinámicas economías de la urbanización que estudian los geógrafos económicos pueden encontrarse en la movilización, en las tácticas, y en los éxitos de las diversas coaliciones entre las esferas laboral y comunitaria: el estímulo creativo de la densidad, la proximidad, la diversidad, los contactos cara a cara, las repercusiones de la difusión del conocimiento, los activos específicos de cada región, el aprendizaje, la reflexividad. Tal y como sucede con los efectos de la urbanización en general, aún tenemos un conocimiento poco detallado de cómo funciona el proceso generativo pero hay amplias evidencias de que algo significativo ha estado removiendo la extraordinaria aglomeración de los trabajadores pobres en Los Ángeles. Un ejemplo destacado ha sido el movimiento Justice for Janitors [Justicia para los empleados de la limpieza, JforJ en inglés]. JforJ empezó en Los Ángeles, impulsó la mayor legislación de salarios mínimos de Estados Unidos, se convirtió en el objeto de una gran película del director Ken Loach, y ahora se ha globalizado, dando lugar a movimientos similares de justicia para los trabajadores en todo Estados Unidos, Canadá y Europa. Con la organización de los asistentes sociales domésticos, hace unos años Los Ángeles experimentó la mayor expansión anual de sindicación de toda la historia de Estados Unidos y recientemente se ha llegado al punto culminante con coaliaciones innovadoras tales como Los Angeles Alliance for a New Economy (LAANE) liderando la lucha, ahora ya globalizada, contra Wal-Mart y sus destructivas prácticas laborales y comerciales. Un desencadenante fundamental de esas movilizaciones espaciales fue lo que ahora se llama las Revueltas
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por la Justicia de 1992, uno de los primeros estallidos contra las crecientes desigualdades que acarrean la globalización y la Nueva Economía. Lo que ha sucedido desde entonces ha sido el surgimiento de un nuevo tipo de movimiento social, que tiene una creciente conciencia espacial y que estratégicamente se dirige a conseguir una justicia específicamente espacial y una mayor democracia regional. El más indcativo y significativo ejemplo de estas luchas espaciales ha sido la Bus Riders Union (BRU, Sindicato de Pasajeros de Autobús), una coalición construida específicamente sobre las necesidades de los trabajadores inmigrantes pobres «tráfico-dependientes», ocupados en varios empleos a la vez y con una movilidad al lugar de trabajo cada vez más compleja. En 1996, la BRU ganó un juicio que obligaba a la Autoridad Metropolitana de Transporte de Los Ángeles a cambiar el destino de una inversión de miles de millones de dólares prevista para el desarrollo de un sistema ferroviario y destinarla a la mejora de la red de autobuses, que cubre las necesidades de movilidad de los trabajadores inmigrantes de manera más efectiva y flexible que cualquier red ferroviaria fija. De manera significativa, el caso no sólo se basó en los derechos civiles (el ferrocarril era discriminatorio desde un punto de vista racial) sino también en que el tren era discriminatorio espacial o geográficamente al favorecer a la población suburbana blanca en detrimento de la enorme aglomeración de la ciudad central. La victoria de la BRU hizo reubicar miles de millones de dólares desde un proyecto que, como de costumbre, beneficiaba a los ricos más que a los pobres, a uno que beneficia los pobres más que a los ricos. Habría mucho más que decir a propósito de la BRU y otras innovadoras coaliciones entre la esfera laboral y la comunitaria en Los Ángeles, pero el punto importante aquí es que estos movimientos sociales y espaciales
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urbanos están surgiendo, no sólo pero sí de un modo significativo, a partir del estímulo de la aglomeración urbana, y están empezando a poner el giro espacial y la comprensión de la causalidad urbana en lapráctica política. Pensando sobre estos avances recientes, recuerdo otros dos momentos históricos en que surgieron innovaciones similares a partir de aglomeraciones urbanas extraordinarias. Me estoy refiriendo a Chicago y a la escuela de Ecología Urbana de Chicago a finales del siglo XIX y principios del XX, y a Manchester y a las observaciones de Friedrich Engels de hace unos ciento cincuenta años. Hay diversas conexiones entre estos tres casos. Cada una de estas ciudades tenía relativamente pocos cargas históricas que complicaran los efectos de los nuevos procesos de urbanización en sus paisajes. Esta facilidad relativa de observación también ayudó a crear en cada caso un cluster importante de intelectuales críticos que estudió los efectos dinámicos del desarrollo urbano-industrial. Cada una de ellas había también experimentado de modo extraordinario densas aglomeraciones de trabajadores inmigrantes en sus núcleos centrales así como tasas muy elevadas de industrialización y de crecimiento económico. Aún más importante, cada una se convirtió en un centro innovador para el movimiento obrero por encima de otras ciudades del momento. En cada caso, puede decirse que los efectos de la aglomeración y la causalidad espacial urbana figuraron de modo prominente en el trabajo de los analistas urbanos locales.4 4. Las observaciones de Engels sobre Manchester prefiguraban los modelos de zonas concéntricas y de los pasillos de tránsito de la Escuela de Chicago y, al tiempo que descartaba la posibilidad de resolver los problemas de vivienda y de pobreza mediante la intervención planificada, reconocía el potencial de la conciencia obrera militante en la enorme aglomeración proletaria del centro urbano, lo que más tarde se convertiría en la fuente del movimiento obrero británico. La Escuela de Chicago se centró en la causalidad urbana, estudiando cómo el comportamiento, la cultura y las relaciones sociales estaban modeladas por las geografía-ecologías urbanas.
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Mesogeografías Lo que relaciona todas estas discusiones sobre los efectos generativos de la aglomeración urbana es una perspectiva ampliamente regional, que es particularmente sensible a las interacciones entre las escalas geográficas y la noción fundamental de que todos vivimos en una jerarquía multi-escalar de regiones nodales que va del cuerpo al planeta, con muchos espacios intermedios interactivos relevantes. Esta dinámica en la que se entremezclan las escalas espaciales producidas socialmente y las perspectivas del Nuevo Regionalismo es un punto focal en el pensamiento mesogeográfico. En este sentido, las mesogeografías navegan por el espacio que media entre las oposiciones binarias y las dicotomías convencionales, desde lo más filosófico (subjeto-objeto, agenciaestructura, mental-material, real-imaginado), a los dualismos dominante-subordinado de clase, raza, género y sexualidad (capital-trabajo, capitalismo-socialismo, blanco-negro, hombre-mujer, heterosexual-homosexual), y a los más expresivamente espaciales, tales como centro-periferia, global-local, macro-micro, dentro-fuera, endógeno-exógeno. Navegar por el espacio intermedio requiere más que una simple conexión o combinación de pares opuestos. Las mesogeografías tienen como objetivo la hibridación creativa y crítica, encontrando nuevas maneras de pensar y combinando creativamente esas dicotomías para ir más allá de las fuerzas opuestas. Esto se relaciona estrechamente con lo que describí en Thirdspace (1996) como un «thirding-as-othering»* crítico, un traslado desde la rigidez y el cierre del uno u otro, a la abertura y flexibilidad del ambos/y también. En Thirdspace, amplié este enfoque con ejemplos de la literatura de los estu* N.T.: Literalmente «tercero-como-otro».
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dios críticos culturales, postcoloniales y feministas espaciales. Refundiendo aquellos argumentos en torno de la noción de mesogeografías, terminaré con algunos ejemplos ilustrativos específicamente relacionados con el Nuevo Regionalismo y la investigación contemporánea sobre los efectos positivos de las aglomeraciones urbanas. Aunque el término continúa sonando mal, puede ser útil empezar con el concepto mesogeográfico de glocalización. La glocalización y las formas de glocal o glocalizado funcionan eficazmente para romper el dualismo a menudo excesivamente rígido de lo global versus lo local, abriendo nuevas posibilidades para el análisis. Lo hace al identificar un proceso espacial de conjunto y a la vez concreto que opera en todas las escalas geográficas, de la corpórea a la planetaria, enfatizando la simultaneidad y la abertura más que la separación y el cierre dicotómico. Como quiera que decidamos llamar a este proceso, nos ayuda a comprender mejor cómo el mundo entero, desde el Amazonas a la Antártida pasando por el Norte de Inglaterra, está localizado y urbanizado en modos distintivamente diferentes, y a la vez nos permite comprender cómo lo local y lo urbano, así como las regiones subnacionales o supranacionales, están sustancialmente afectada por la globalización del capital, del trabajo y de la cultura. Más que la vieja llamada a «Piensa Globalmente – Actúa Localmente», el nuevo reto es Piensa y Actúa Glocalmente. A partir de este proceso amplio hay interconexiones escalares más específicas. De especial importancia para la mesogeografía es la convergencia de escalas que ha tenido lugar en los últimos treinta años entre los niveles de desarrollo y gobierno urbano, metropolitano y regional. Lo que puede llamarse un proceso de urbanización regional ha estado remodelando la moderna metrópolis desde su dualismo monocéntrico tradicional entre los estilos de vida urbano y suburbano a un
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sistema de aglomeración policéntrico y conectado que tal vez sea caracterizado del mejor modo con el concepto híbrido de ciudades-regiones o ciudades regionales. El concepto de ciudades-regiones no es una mera extensión de términos como ciudad mundial o ciudad global. Tampoco es una forma nueva de región metropolitana. Es un término distintivamente nuevo que surge de la expansión mundial de la urbanización regional y de la creciente interacción entre las escalas urbana, metropolitana y región subnacional. La mayor parte de la población mundial en la actualidad no sólo vive en ciudades de diferentes tamaños sino en una de las 400 megaciudades-regiones de más de 1 millón de habitantes. En el delta del río Pearl, cerca de Shanghai, y en el sur de Honshu, hay ciudades-regiones de más de 50 millones de habitantes. Es en este contexto de urbanización regional y de crecimiento de las ciudades-regiones en el que podemos comprender la creciente fusión de las economías de urbanización y las economías regionales, a menudo una fuente de confusión para aquellos que ven lo urbano y lo regional como escales estrictamente separadas. En el Nuevo Regionalismo, las regiones (especialmente las ciudades-regiones) son contempladas como una fuerza motriz crecientemente importante de la economía global, llevando con ellas el estímulo de (una red de) aglomeración urbana. Las ciudades y las regiones juntas tienen efectos generativos, capacidad creativa, fuerza innovadora, quizá sea de modo creciente así en la Nueva Economía globalizada, flexible, densa en información. Se puede llegar a esa misma conclusión, desde luego, a través de otros enfoques pero una perspectiva mesogeográfica ofrece un conjunto más rico de conexiones conceptuales y un método para abrir nuevas posibilidades para la construcción de teorías, análisis empíricos y práctica política que, de otro modo, quizá quedarían prisioneras de las tremendas barreras del pensamiento binario.
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Mi objetivo ha sido sugerir algunas nuevas maneras de pensar y de investigar lo que para muchos pueden ser ideas y argumentos ya familiares. Parafraseando de nuevo a Jane Jacobs, lo que he dicho puede resumirse del mejor modo en la necesidad de «poner la causalidad espacial en primer lugar», para empezar los proyectos de investigación y de enseñanza con un intento serio de considerar cuánto de lo que intentamos comprender o analizar empíricamente está afectado por los efectos creativos y generativos de las ciudad y las regiones. En muchos casos, los efectos serán insignificantes pero el esfuerzo en si, tal como les he intentado convencer, habrá valido la pena y quizá haya sido sorprendentemente estimulante.
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V. TRES APORTACIONES DE EDWARD W. SOJA A LA GEOGRAFÍA Y A LA TEORÍA SOCIAL Three sides of space and one of time constitute the soup mix recipe of a continuum L. Durrell: The Alexandria Quartet
El tres parece ser el número mágico de Edward Soja al decir de D.B. Clarke en su reseña de Postmetropolis (Clarke, 2003). Sin embargo, más que un número mágico, para Soja el tres es casi un enfoque. Una manera de ver la vida que no huye de la complejidad sino que rebusca lo esencial en lo banal, el centro en los márgenes. Una manera de trascender dualismos y una invitación para la creación de nuevos conceptos. Una sensibilidad para querer ver lo invisible, para descubrir nuevos y relevantes aspectos de una realidad socio-espacial que pide a gritos ser explicada de alguna otra manera. Un dejar siempre la puerta abierta para nuevas posibilidades de componer una teoría que nos lleve algo más allá de lo que ya creemos saber. Un laberinto conceptual y lingüístico para buscar nuevas formas de hablar de lo que aún no tiene nombre. Tres son también los libros principales que Soja ha publicado en los últimos 20 años y que recogen los tres grandes hilos conductores de su trabajo a lo largo del tiempo: la reaserción del espacio en la teoría social reivindicada en Postmodern Geographies, la teorización de una trialéctica espacial en Thirdspace, y una nada contenida afirmación de la causalidad espacial de los procesos de transformación social junto a una elaborada visión crítica de los cambios urbanos y regionales recientes en Postmetropolis. 257
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Y tres son también las aportaciones de Soja que se han querido destacar aquí siguiendo el hilo de la incesante búsqueda de nuevos enfoques y nuevas formas de expresión que muestran sus tres libros. No es de extrañar que Soja haya sido considerado «un mago de las palabras» (Bell & Muller, 2003) por su sorprendente capacidad de inventar neologismos. Podría parecer que tiene un extraño gusto por proponer términos innecesarios, por querer dejar su huella personal en cada afirmación. Pero, en pura lógica, lo que Soja se propone a cada paso necesita también de nuevas palabras para intentar al menos sugerir significados nuevos. Porque para llegar un poco más allá de lo ya manido, no hay otro remedio que exponerse casi impúdicamente a la crítica y a correr ciertos riesgos. Riesgo a ser criticado por transgredir los límites de lo admisible desde la academia, a ser tachado de usar palabras altisonantes con aparente poco contenido, a ser acusado de utilizar a conveniencia las palabras de otros, a ser rechazado por parte de la propia comunidad científica por su provocativa heterodoxia. La obra de Soja ha sido tan halagada como ácidamente criticada y un recorrido por su obra que no contemplara las reacciones que ha levantado a lo largo del tiempo sería necesariamente incompleto. En capítulos anteriores se ha presentado una aproximación a la obra de Soja en lo biográfico y lo personal y también directamente a través de sus propias palabras mediante una entrevista y la antología de textos traducidos que presentamos; este capítulo, por su parte, es una propuesta para entender su trabajo en el contexto académico-científico. Para ello, se han utilizado aquí un buen número de reseñas de sus libros que han aparecido en las revistas científicas en los últimos años. Sólo en las revistas geográficas o de temática afín de mayor difusión se pueden contar hasta una cincuentena de reseñas, en su mayoría auténticos ensayos de teoría espacial por parte
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de teóricos sociales bien conocidos, a los que hay que añadir las incontables referencias directas a su obra en multitud de trabajos. Las lecturas de Soja por parte de estos diversos autores transmiten reacciones de toda índole: admiración y reconocimiento hacia unos trabajos que son considerados como fundamentales pero también dejan entrever perplejidad, desacuerdos e incluso abierta indignación. Los textos de Soja tal vez sean desconcertantes, en ocasiones descompensados pero, como casi todos sus críticos coinciden en señalar, son también siempre arriesgados, apasionados y estimulantes. Al hilo de los tres libros de Edward Soja, se traza a continuación una revisión crítica de sus mayores aportaciones y de las controversias que han generado en la comunidad científica.
La reaserción del espacio en la teoría espacial Es casi imposible explicarse la gran cantidad de reseñas críticas y de aplausos entusiastas (o, por el contrario, de ataques virulentos) que las obras de Soja han recibido sin pensar que nos hallamos, antes que nada, ante un trabajo de un descomunal impacto intelectual y académico. Postmodern Geographies sale a la luz en 1989. Para una amplia mayoría, 1989 será siempre el año de la caída del muro de Berlín. Para los geógrafos en particular, y para los científicos sociales en general, 1989 es además un año particularmente fructífero, es el año de la publicación de The Condition of Postmodernity de David Harvey, considerado uno de los libros de mayor influencia en las ciencias sociales del siglo XX. También es el año de la aparición de Maps of Meaning de Peter Jackson que, aun cuando haya perdido en la actualidad buena parte del brillo que tuvo en su día, marcó un hito en el despegue de la nueva geografía cultural que tanta impronta está dejando en la disciplina geográfica al poner en 259
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primer plano la variable cultural, y con ella, la voz de los sinvoz. A finales de la década de los 1980, la geografía humana llevaba ya algunos años debatiendo cómo superar la distancia entre el énfasis socio-económico (que emblematizaba la geografía radical) y el acento en lo personal e individual (tal como hacía la llamada geografía humanística). Con diferentes términos, todas las ciencias sociales estaban abocadas ya a debatir la cuestión teórica de la tensión entre estructura y agencia, luego expresada en la confrontación entre justicia y reconocimiento de la diferencia. A estos debates no resueltos, había que agregar además la discusión sobre el cuestionamiento de los cimientos y el papel de la ciencia moderna que habían abierto las proclamas postmodernas. El movimiento era, pues, considerable. Que tanto Soja como Harvey incluyeran el término «postmoderno» o «postmodernidad» en el título de sus trabajos no deja de ser sintomático de que, por lo menos, lo postmoderno era un tema que había logrado colarse en la mesa de trabajo de los intelectuales. Pocos años antes habían aparecido dos trabajos, cortos y de naturaleza prácticamente contrapuesta, que tendrían una grandísima trascendencia. En 1984, la traducción inglesa del librito de Jean-François Lyotard La condición postmoderna (original francés de 1979) y en 1985 el artículo de Frederic Jameson «Postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado», los cuales, aún siendo tan diferentes entre sí, ponían en serios aprietos casi todo lo que se daba por sentado como aceptable y como normal para acercarse a una realidad que de golpe parecía doblemente cambiante, y ante la cual la disciplina geográfica, paradójicamente, permanecía casi sin inmutarse. En ese contexto, la reivindicación de lo espacial de Postmodern Geographies, como una doble manera de desafiar algunas de las bases de las ciencias sociales y de proponer nuevos acercamientos a las
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transformaciones urbanas y regionales, fue recibida como una perdigonada que no dejó indiferente a nadie. Muchos mostraron su abierta admiración por la fuerza argumental, otros se manifestaron más que desconcertados por la vehemencia de las proposiciones y por lo que más de uno calificaría de alambicada escritura. Soja utiliza el término de postmoderno (convenientemente pluralizado) para referirse no sólo a un momento de cambio en el capitalismo sino también a la necesidad de contar con una nueva manera de analizarlo o, cuanto menos, de recuperar viejas fórmulas nunca suficientemente valoradas. Ahí es donde Soja echa mano de nuevo de Henri Lefebvre. Lo había hecho ya en «The socio-spatial dialectic» (que en su versión modificada para Postmodern Geographies hemos traducido en este volumen) que apareció en 1980, un año después del artículo que publicó con Costis Hadjimichalis. De modo que si Lefebvre puede ser considerado en muchos sentidos como un postmoderno avant la lettre, hay que decir en honor a Soja que tuvo el mérito de leer a Lefebvre en francés e introducirlo a una audiencia anglófona algunos años antes de la traducción al inglés de La production de l’espace en 1991 la cual marcaría un punto de inflexión definitivo en la geografía humana anglosajona y por extensión, mal que nos pese, a la geografía humana de todo el mundo. Para algunos, ésta habría sido la máxima aportación de Postmodern Geographies (Eflin, 1990) aún cuando la recuperación, la interpretación e incluso el homenaje intelectual a Lefebvre estaba aún por llegar y se produciría en su siguiente libro, Thirdspace. Más que una mera introducción al pensamiento de Lefebvre, el argumento principal de Postmodern Geographies es, sin embargo, la reaserción de una perspectiva espacial crítica en la teoría social contemporánea, y su objetivo explícito es alentar a geógrafos y no geógrafos a pensar de otro modo, con
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elementos que si no eran nuevos del todo, sí aparecían con una fuerza sin precedentes en aquel momento. La propuesta de unas geografías postmodernas no sería otra que la de corregir el desequilibrio que, durante más de un siglo, había privilegiado el tiempo y la historia sobre el espacio y la geografía. Soja indaga en los orígenes históricos de ese sesgo. Hasta mediados del siglo XIX, lo histórico y lo espacial habrían estado en equilibrio, pero la esperanza en el contenido revolucionario del tiempo y la historia habrían silenciado el espacio, tratado desde entonces, y con contadas excepciones, como una categoría inerte, como un mero contenedor de procesos históricos. Las claves para un cambio de perspectiva se hallan, según Soja, fuera de la disciplina geográfica y sólo las aportaciones de autores como Michel Foucault y Henri Lefebvre habrían devuelto al espacio su capacidad explicativa. Soja clama sin ambages por una deconstrucción del historicismo dominante y por una destrucción de las barreras entre historia, geografía y sociología proponiendo una «dialéctica socio-espacial» capaz de hacer inseparables esas miradas. Y si lo moderno se había manifestado como profundamente aespacial, ahí estaba la clave para una nueva geografía, postmoderna, que concediera al espacio todo su potencial explicativo, que «desvelara lo que el espacio nos oculta» por utilizar la poética frase de Berger que Soja cita al final de «La dialéctica socioespacial». Esa defensa de la espacialidad como principio explicativo para la teoría social iba destinada, sobre todo, a los propios compañeros de viaje, a los geógrafos marxistas fuertemente imbuidos de esa perspectiva excluyentemente histórica, para tratar de convencerlos del poder de la causalidad espacial. De hecho, una manera de ver su propuesta es entenderla como una síntesis ecléctica, pero nada fácil en aquel momento, entre postmodernismo y marxismo. En la segunda parte de Postmodern
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Geographies, Soja pasaba a lo empírico para trazar una geografía diferente de Los Ángeles sobre bases nuevas, buscando de paso otras formas de escribir. El proceso de reestructuración urbana y regional que se inicia a finales de la década de los años 1960 es descrito como un proceso simultáneo de intensificación y extensificación y Los Ángeles es presentado por Soja como el epítome de la ciudad postmoderna. La recepción de Postmodern Geographies fue, como ya hemos señalado, bien dispar. Por una parte, fue celebrado como «un libro que deberían leer todos los geógrafos» (Dear, 1990), como un «intento logrado de tejer una nueva teoría social crítica mediante la dialéctica socio-espacial» (Eflin, 1990), como «el producto de un rara y generosa inteligencia crítica» (Gregory, 1994), como «un texto fundacional del pensamiento geográfico contemporáneo tan leído dentro como fuera de la disciplina» y «sin el cual sería difícil imaginar la geografía humana actual» (Warf, 2006). Pero por otra parte no ha estado exento de feroces críticas que muestran la atención con la que esta obra no sólo fue recibida sino cuidadosamente leída. Se señalan a continuación diversos aspectos que han dado lugar a discusiones acres pero profundas para remarcar el enorme interés de los temas levantados por Soja (y por sus críticos) para hacer avanzar la teoría espacial. En primer lugar, el intento de combinar en una nueva propuesta el marxismo con el postmodernismo no parecería del todo resuelta, especialmente porque el privilegio de lo económico sobre las esferas política y sociocultural quedaría en evidencia en múltiples ocasiones, concretamente en el intento de aplicación empírica a Los Ángeles. Tal vez no en la teoría pero sí en la práctica, Soja continuaría confiando, sobre todo, en el papel determinante de las estructuras económicas y en las herramientas clásicas del análisis marxista; la lectura de Los Ángeles no dejaría de ser así más una lectura moderna de ese
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supuesto lugar postmoderno (Graham, 2006; Gregory, 1994). Así, Soja es acusado de reduccionista económico, de ser más marxista que postmoderno, de tener una crisis de identidad entre los impulsos marxistas y los postmodernos, de ser poco postmoderno y muy moderno… Soja, que tal vez no sea quien mejor encaja las críticas, se muestra indignado por «la sugerencia absurda de ser considerado un lobo moderno oculto bajo un disfraz postmoderno» (Soja, 2006) cuando lo que estaba intentando era, precisamente, trascender esa barrera, alimentada a su parecer por intereses académicos y personales más que por ningún otro motivo. Una consecuencia de su digresión sobre la marginación del espacio en la teoría social moderna es una definición de postmodernismo en la que la importancia concedida al espacio actúa como eje fundamental. Aun cuando es posible argüir que la significación ontológica del espacio no es específica del período reciente o sostener que no hay motivo por el cual una nueva crisis del capitalismo tenga que llevar automáticamente a que la teoría social experimente un cambio al postmodernismo (Resch, 1992), la posición, tenazmente sostenida por Soja, de la relevancia del espacio como un trazo postmoderno, puede tener resultados inesperados. Así, según el razonamiento de Soja, tanto Mandel como Harvey, autores de indiscutible filiación marxista pero con obvia sensibilidad espacial ¡deberían ser definidos como autores postmodernos! (Massey, 1991). Pero hay que tener en cuenta, sin embargo, que en la argumentación de Soja es relativamente poco importante qué es cada cual ni quien dice qué. Todos los argumentos y todas las voces son puestos al servicio de una idea propia, algo que parece molestar particularmente a sus detractores, pero que si es admitido abiertamente, y Soja lo hace, debería considerarse tan legítimo como cualquier otra estrategia argumental.
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La apuesta de Soja por una teoría crítica postmoderna es, después de todo, tan innovadora como difícil. Como señala Massey, el postmodernismo tiene el potencial de recoger la pluralidad de voces y puntos de vista mientras que el modernismo apunta a la posibilidad de cambio y de progreso. Lo que no habría cambiado y, constituye una de las críticas más recurrentes y probablemente una de las más justificadas a Postmodern Geographies, es el insuficiente tratamiento de la diferencia que es, sin duda, uno de los pilares de todo enfoque postmoderno. Las geógrafas feministas británicas fueron aquí especialmente agresivas. Tanto Gillian Rose (1991) como Doreen Massey (1991) eligieron las dos obras estrella de 1989 (Soja con Postmodern Geographies y Harvey con The Condition of Postmodernity) para evidenciar lo poco sensibles que se muestran ambos autores ante los avances de la teoría feminista. Dice Massey con ironía: «Si hay alguna cosa que ciertamente haya demostrado su flexibilidad en una época que a menudo se hace merecedora de ese calificativo, es el sexismo» (Massey, 1991). Rose va más allá en su ataque y relaciona la reivindicación del espacio como algo nuevo que sostiene Soja con su olvido sistemático de las aportaciones de dos movimientos sociales cruciales: los movimientos anti-coloniales y los proyectos feministas (Rose, 1991). Para un autor que se está comprometiendo en una aproximación postmoderna con ambición de transformación social y de defensa de los sinvoz ésta es una acusación extremadamente dura, y de la cual no podrá defenderse adecuadamente hasta la publicación de Thirdspace en 1996. En Postmodern Geographies, la ausencia de la teoría feminista y de la diversidad étnica es una limitación visible. Las relaciones de género y el racismo no aparecen como ejes de poder; las únicas formas de dominación que son consideradas son, en buena lógica marxista, las relaciones de producción, y ninguna otra es tenida en cuenta. Para exaspera-
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ción de Massey, el patriarcado ni siquiera es mencionado. Lo cual abre el interesante interrogante de si el reconocimiento de la multiplicidad de relaciones sociales de poder requeriría una mera revisión del proyecto o una trayectoria totalmente diferente desde el principio (Graham, 2006). En Thirdspace Soja, que es un autor de fuertes convicciones, sigue en sus trece, profundizando en sus concepciones espaciales, aunque, esta vez sí, el feminismo y el pensamiento postcolonial aparecen ampliamente representados para complementar y reforzar su argumentación. Otra implicación definitoria del postmodernismo y que Soja parece esquivar es el tratamiento del lenguaje. Los problemas de representación son precisamente uno de los grandes temas levantados por el postmodernismo y seguramente el mayor desafío en el plano ontológico al modernismo. Diversos críticos hacen notar aquí la ausencia flagrante de Gunnar Olsson, geógrafo especialmente preocupado y sensible al tema (Dear, 1990; Gren, 1991). Hay que decir que Olsson es un autor particularmente críptico, con un dominio inusual del idioma (máxime cuando el inglés en el que habitualmente escribe no es su lengua materna) y que ha dirigido una parte importante de su reflexión al análisis y a los experimentos lingüísticos. Quizá a causa de su extrema complejidad, su obra ha sido recibida a menudo entre la incomprensión y el escepticismo, siendo las más de la veces directamente ignorada (Philo, 1984). Soja no es ajeno del todo a esas preocupaciones pero no entra en el tema, tal vez porque no se siente del todo cómodo en él o porque tal vez le llevaría demasiado lejos y lo desviaría de su punto central, solución que no satisface a sus detractores que esperaban algo más en relación a ello: «¿Por qué Soja abre la puerta del postmodernismo y luego hay tan poco que enseñar en el interior? ¿Por qué anuncia la deconstrucción y luego no hay Derrida por ninguna parte?» (Gren, 1991).
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Finalmente, muchas de las observaciones que Postmodern Geographies recibió tienen que ver con la misma personalidad de su autor: con su modo de escribir, con su posición como científico y como académico, con su nivel de implicación política. Son cuestiones que siempre son relevantes al abordar la obra de cualquier autor, pero que en el caso de Edward Soja nos parecen especialmente trascedentes. Se dice de Soja que tiene la cualidad de hacerse extremadamente visible en su escritura, de aparecer de modo triunfal como el depositario de las auténticas maneras de proceder, de tener un punto de vista excluyentemente personal y, por tanto, univocal («Soja’s I»1 en el ocurrente y un tanto malévolo juego de palabras de Derek Gregory). De mayor calado es aun la observación de que Soja aparezca siempre muy distanciado de su objeto de estudio, adoptando una posición «en lo alto» o «a mucha distancia» desde donde construye sus innovadoras visiones geográficas. Ello está relacionado con otros dos nuevos objetos de controversia que serán retomados con mayor fuerza si cabe en las críticas que recibirá Thirdspace: su forma de escribir y su implicación política. Desde luego que en Soja no hay una escritura académica al uso; la ironía, los juegos de palabras, los guiños intelectuales, los neologismos, las cadenas imposibles de frases subordinadas… todo está permitido para buscar nuevas formas de escribir sobre la espacio y sobre la ciudad. La pregunta que se formulan muchos es hasta qué punto esa verbosidad es necesaria y, lo que es más importante, si ésta no estará limitando el acceso a las ideas de un potencial lector. Son dos cuestiones con más interés e implicaciones de lo que puede parecer a primera vista. Por un lado, pudiera parecer que se trata, en el fondo, de una cuestión de gustos que
1. Juego de palabras entre «I» y «eye».
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el paso del tiempo puede atemperar. Para Michael Dear, nada condescendiente por otra parte en su crítica de Postmodern Geographies, el capítulo sobre Los Ángeles vale por si solo todo el libro «por su brillante (des)integración de la ciudad y su región» añadiendo que su autor «inventa una nueva manera de escribir sobre la ciudad» comparable a lo que representaron en su momento clásicos como el Análisis locacional en geografía humana de Peter Haggett, o Urbanismo y desigualdad social de David Harvey. Otros autores muestran asimismo su complacencia por el cuidado estilo literario de Soja pero todavía otros advierten de los peligros de utilizar un lenguaje demasiado críptico, pomposo y definitivamente poco accesible. Massey afirma con rotundidad que este lenguaje guarda más relación con la autopresentación que con la comunicación y aún más grave puede ser su comentario relacionado con la necesidad de ser consciente de para quien se escribe y de evitar ciertos modos de «escritura anti-democrática». Si a ello se le suma la crítica antes mencionada de hablar «desde arriba y desde la distancia», Soja se hallaría en una complicada situación para continuar manteniendo su posición en un proyecto político emancipador y se colocaría peligrosamente en la situación descrita por Bauman según la cual para muchos intelectuales el concepto de postmodernismo no es más que una respuesta a su propia insatisfacción con su manera tradicional de producir conocimiento (citado por Massey, 1991), y todo el debate teórico estará así relacionado, no con ningún proyecto liberador a partir del pleno reconocimiento de otros, sino con meras cuestiones de poder y de influencia dentro de la academia. Es ciertamente difícil resistir las presiones de las estructuras académicas si no es separándose de facto de ellas pero, en el caso de Soja, si atendemos a que uno de sus objetivos principales y casi la razón de ser de su trabajo es buscar formas nuevas y distintas para
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hacer y escribir una geografía capaz de responder a los retos actuales, tal vez no sea del todo justo limitar su afán de experimentación a una simple voluntad de lucimiento. Después de todo, y pese a la vehemencia con la que presenta sus ideas, la suya no es, admitidamente, sino una propuesta entre infinitas otras posibles. Sea como fuere, el impacto, el «daño» en la vía tradicional de abordar el estudio de la sociedad y del espacio, ya estaba hecho y como señala el mismo Soja (2006), «de la turbulencia de los años 1990 ha salido una geografía humana más crítica, multifacética, inclusiva y ecléctica, que ha conducido a un extraordinario giro espacial en todas las disciplinas». No todo el mérito es de Soja, desde luego, pero Postmodern Geographies y todas las reacciones que despertó, sin duda contribuyeron a ello de un modo muy destacado.
La trialéctica de la espacialidad «Mi objetivo en Thirdspace es fácil de establecer. Es el de alentar a pensar de modo diferente sobre los significados y la importancia del espacio y de otros conceptos relacionados que componen y constituyen la espacialidad inherente de la vida humana: lugar, localización, paisaje, medio ambiente, hogar, ciudad, región, territorio y geografía». Soja no se aparta demasiado, pues, de lo que ya pretendía en Postmodern Geographies. Eso, sí, con un paso al frente. Con aparente simplicidad inicial sigue: «…no sugiero que descartéis vuestras viejas y familiares maneras de pensar sobre el espacio y la espacialidad, sino más bien que las cuestionéis en nuevos modos para abrir y expandir el ámbito y la sensibilidad crítica de vuestras asentadas imaginaciones geográficas o espaciales.» Todo en Thirdspace es un reto a pensar más allá de las oposiciones binarias y a abrir 269
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la mente a nuevas maneras de aproximarse al espacio y a la espacialidad. Y, como tal reto, exige un esfuerzo activo por parte del lector. Thirdspace es un libro necesariamente difícil porque no muestra del todo su significado hasta que el lector, si es que así lo decide, asume sus propuestas. Dado que consideramos que, en buena parte, Thirdspace es una continuación de Postmodern Geographies que incorpora, conscientemente o no, algunas de las mayores críticas recibidas, puede ser interesante ver cuáles de aquellas críticas han sido afrontadas y en qué puntos, al contrario, no sólo no han sido tomadas en consideración sino que Soja ha profundizado aún más en la vía que las provocó. Thirdspace tiene, repitiendo el esquema ya utilizado en Postmodern Geographies dos partes claramente diferenciadas. Una primera, teórica, en la que Soja reelabora los trabajos de Lefebvre (del que pese a proporcionar una lectura personal y, como tal, discutible no deja de ofrecer una introducción inteligible de un autor muy dificil) en combinación con otros teóricos sociales y prestando una atención especial al feminismo contemporáneo y a los teóricos postcoloniales, persigue el establecimiento de una «trialéctica de la espacialidad» como marco teórico de análisis. La segunda, formulada como una aplicación empírica de la primera, se centra en sendos análisis de Los Ángeles y de Ámsterdam. Como es habitual en Soja, incluso sus mayores críticos no dejan de reconocer que se hallan ante un libro importante, estimulante, innovador, provocador e inspirador por recoger sólo unos pocos de los adjetivos que se la han dedicado. Ni siquiera Andy Merrifield, que probablemente sea quien le ha brindado palabras más duras en una crítica mordaz, innecesariamente vejatoria y especialmente mal recibida por Soja, no puede dejar de afirmar: «Hay que reconocerlo, Soja puede inspirar, y ¿cuántos otros académicos pueden hacerlo en la actualidad?»
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(Merrifield, 1999). Pero todos los elogios recibidos no eximen a Thirdspace de cosechar calificativos de signo bien contrario («confuso», «frustrante», «superficial»…) ni de ser el blanco de críticas más elaboradas. Soja reelabora la trialéctica del espacio de Henri Lefebvre (espacio percibido, concebido y vivido) como Primer Espacio, Segundo Espacio y Tercer Espacio. Esta última es la categoría clave porque engloba las dos primeras y deviene algo diferente y nuevo. Como se ha comentado, el valor añadido de la reelaboración de Soja está en la incorporación de ideas procedentes del feminismo y de la teoría postcolonial como las de Gillian Rose, Gloria Anzaldúa, Gayatri Spivack, Edward Said o Homi Bhabha por citar sólo unos pocos. En 1996 cuando Thirdspace sale publicado, el terreno está ya preparado para reevaluaciones críticas de la teoría social a lo que había contribuido grandemente la traducción al inglés de La production de l’espace de Lefebvre en 1991 y que Soja había presagiado ya en 1989 en Postmodern Geographies (Aitken, 1998). Tal vez un aspecto crítico a considerar es si, con todo ello, Soja logra llevarnos más allá de las fuentes en las que se basa (Crang, 1997). Un ejemplo puede ser el uso del mismo concepto de «Thirdspace» o Tercer Espacio. Robin Shields (1999) se muestra escéptico con el término y aduce que tal vez los «espacios de representación» o el «espacio vivido» de Lefebvre funcionan incluso mejor porque son menos estáticos y sugieren más la idea de un proceso dinámico. El único motivo, y no es poco, que Soja tiene para haber cambiado el término es para mostrar la necesidad de expandirlo y de incorporar conceptos de alteridad y diferencia que tanto se le reclamaron en Postmodern Geographies. Y es que, dice Soja, aunque sea una fuente inagotable de inspiración, Lefebvre no es suficiente (Soja, 1999). Lo cual no quiere decir que «Thirdspace» no continúe siendo un concepto confuso para algunos, demasiado vago para otros en relación a otros ya
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en circulación como el «third space» de Homi Bhabha o «los espacios en el margen» de bell hooks. Y es que no es un término que pueda sacarse de su contexto; diríamos que sólo alcanza su pleno sentido si es comprendido en ese marco teórico lefebvriano visto a través de los lentes de Soja. Pese al esfuerzo que ha realizado Soja desde Postmodern Geographies, el tratamiento de la diferencia y de la teoría feminista continua, no obstante, sin satisfacer del todos sus críticos. Seguramente el principal problema (un problema recurrente por otro lado) es que Soja parece poco o nada interesado en reflejar el estado y los avances realizados en esos campos si no es en relación a su propia teoría. Shields, por ejemplo, se muestra sorprendido de que Soja se haya convertido en corifeo de autores tan diferentes como Jameson, bell hooks, Olalquiaga, Bhabha, etc. que devienen así meros seguidores de Lefebvre, y llama a combatir esa asimilación para «armonizar» con Lefebvre en detrimento de las diferencias (Shields, 1999) que podrían tal vez modificar (¿mejorar?) sustancialmente las concepciones lefebvrianas (Price, 1999). No puede decirse, sin embargo, que Soja simplemente haya incorporado esas voces para cubrir el expediente (o para prevenir nuevas críticas a este respecto) porque realmente aporta una revisión y una reelaboración de todas ellas; lo que sucede es que «Soja parece moldear todas estas voces para encajar en su conceptualización unificada de Tercer Espacio» (Aitken, 1998) lo que, por otro lado, es exactamente lo que el autor abiertamente se ha propuesto desde el principio. Uno puede, desde luego, no estar de acuerdo con Soja y afirmar que subestima una parte del trabajo realizado por estos autores o que su lectura debería conceder un papel más central a esas ideas (Chouinard, 1999) pero no vemos nada especialmente reprochable (ni particularmente diferente) en seleccionar determinados autores y determinadas partes de sus obras para apoyar las ideas.
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Un aspecto más espinoso, y que ya había aparecido algo más tímidamente a propósito de Postmodern Geographies, es cómo asume el autor su propia posicionalidad ante las voces diferentes y subalternas que cita y sobre las que se apoya. La naturaleza situada del conocimiento es un tema que ocupa un lugar privilegiado en las reflexiones actuales de gran parte de los científicos sociales, en especial en lo que atañe a la manera en que, desde el discurso académico, se puede hablar de y por los otros excluidos. Para Chouinard, Soja debería haber profundizado más en su propia posicionalidad porque, si no, la relevancia de esas voces cae ante la autoridad del académico que los presenta (Chouinard, 1999). Para Price (1999), la cosa es aún peor. Y es que las propias experiencias de Soja no serían conmensurables con las de los subalternos que trata, y su tratamiento de la marginalidad se convierte así, como si de un juego más se tratara, en otra de sus excursiones (Price, 1999). La crítica de Price no estaba formulada en términos que puedan considerarse precisamente justos, de modo que la respuesta del autor no se hizo esperar: Los más silenciados deben poder hablar, ser escuchados y debe aprenderse de ellos. Pero al mismo tiempo, tiene que haber sitio para otras voces que tienen un compromiso común en proyectos intelectuales y políticos tanto dentro como fuera de la disciplina de la geografía (…) Escoger la marginalidad no implica ignorar la marginalidad impuesta que oprime a un vasto número de personas. Price cuestiona mi compromiso como hombre, blanco, geógrafo para escoger los márgenes. No sólo creo que puedo hacerlo, sino que invito a otros en posición similar a compartir el proyecto de romper las barreras establecidas por guardianes, políticamente bien intencionados, pero estrechos de mente. (Soja, 1999)
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Y el siguiente paso es, claro está, ¿cómo a partir del pensamiento geográfico crítico se pasa a una acción política que luche contra las injusticias que ese pensamiento revela? No puede ponerse en duda que en Soja hay siempre una profunda preocupación social pero es un tema que no abordará de un modo directo y explícito hasta sus trabajos más recientes sobre la justicia espacial. La segunda parte de Thirdspace es un intento de aplicar a Los Ángeles y a Ámsterdam las ideas expuestas en la primera parte. Se trata de un ejercicio que intenta abarcar múltiples aspectos de lo urbano en una nueva manera de enfocarlos y de describirlos. Para algunos, «funciona bien ya que implica una compleja sobreposición de lugares e historias y de estrategias y representaciones de lugares reales o imaginados» (Pratt, 1998). Son trabajos de gran originalidad que muchos de los críticos aquí reseñados no dudan en recomendar como una lectura obligatoria en clase de geografía urbana, precisamente como ejemplo de nuevas manera de escribir. La combinación de un enfoque macro con la microgeografía personal del autor parece funcionar, especialmente logrado en la aclamada pieza sobre Ámsterdam, elevada ya a clásico de la geografía postmoderna, en la que Soja traza su particular versión de la ciudad. Algunos reclaman, sin embargo, un mayor engranaje entre lo macro y lo micro, y se lamentan de que aquí Soja no haya logrado trascender con mayor agilidad y eficacia la dualidad de escalas, como si se hiciera necesario un «punto medio entre Lefebvre y la calle» (del que tal vez el texto «Mesogeografías» sea una muestra). De nuevo, la escritura de Soja deja entrever la fuerte presencia del autor. «Soja está en todas partes», desde luego, pero más que un logro o un defecto, creemos que debería ser considerada simplemente como una característica del autor que, irritante para algunos, es estimulante para otros porque añade
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una dosis considerable de implicación del autor y consigue transmitir sus ideas con mayor eficacia.
La causalidad espacial Podría decirse que Soja trabaja por acumulación. En Postmetropolis, el tercero de su trilogía de Los Ángeles, reúne los diferentes aspectos que han guiado su trayectoria intelectual: Lefebvre, el postmodernismo, la naturaleza cambiante de lo urbano (Johnston, 2001). El libro se divide en tres partes, siguiendo la tríada espacial de Lefebvre, en los que incluye un estudio crítico sobre las ciudades y las regiones, un análisis creativo sobre la postmetrópolis de Los Ángeles, y un experimento, una vez más, y con mayor longitud y amplitud, sobre modos diferentes de escribir sobre la ciudad. Como de costumbre, el libro de Soja ha sido recibido con división de pareceres: estimulante, informativo, fascinante pero también frustrante. Las apuestas del autor son siempre a todo o nada y, en el camino, no tienen lugar muchos de los autores, argumentos o recursos que al lector quizá le gustaría encontrar. Postmetropolis, como el resto de trabajos de Soja, debe leerse como el producto de la creativa imaginación intelectual de su autor; su aportación y su estímulo intelectual son indiscutibles pero añadir más exigencias a ello conduce ineludiblemente a la decepción. Las reflexiones espaciales de Soja abren, sin duda, el apetito pero corren el riesgo de volver insaciable a su lector. En la primera parte, Soja remonta el estudio de la ciudad a los últimos 11.000 años de historia humana, desarrollando un concepto que le es especialmente útil para su visión espacializada de la realidad: el «sinecismo» o estímulo creativo de la aglomeración urbana, según el cual, además, las ciudades crecen y se desarrollan como componentes de redes regionales 275
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más que como lugares individuales. Esta parte no convence a todo el mundo y a algunos, incluso, les parece más bien prescindible. Interpretable como una crítica al clásico de Lewis Mumford La ciudad en la historia (como señalan Bell & Muller (2003), bien pudiera haber titulado su capítulo «La ciudad en la geografía»), lo más relevante es cómo Soja retoma el argumento de Jane Jacobs en La economía de las ciudades sobre la preexistencia de lo urbano a la agricultura para llevarlo a su terreno que es el de la causalidad espacial. Es un argumento provocativo y que sirve primordialmente a esa función, no necesariamente al contenido del resto del libro. Es comprensible que alguno se pregunte por qué Soja gasta tanto tiempo y energía en la revolución neolítica cuando la transición del feudalismo al capitalismo es, sin duda, mucho más relevante para entender la metrópolis moderna y también la postmetrópolis (Bell & Muller, 2003). Pero, claro está, Soja necesita esa base histórica para defender su concepto de sinecismo. Es algo sorprendente la extensión de ese recorrido histórico, en el que Soja confiesa haberse sentido mucho más atrapado de lo que tenía previsto inicialmente, pero al final se muestra como una descripción bastante lineal de la ciudad en la historia. En la parte segunda, esboza seis discursos sobre la postmetrópolis. Constituyen, con toda seguridad, la parte más celebrada del libro, donde aparece el Soja más en estado puro, con toda su capacidad inventiva ya que el autor parece pisar un terreno que conoce muy bien, donde los riesgos están controlados de tan conocidos. Aquí explora, sintetiza, distingue y hace comprensibles las diferentes aproximaciones al fenómeno urbano contemporáneo. Es, al decir de su antiguo alumno Neil Brenner, un retorno al «Soja vintage», que dedica toda su capacidad teórica y observacional, al análisis urbano y regional, combinando múltiples metodologías para
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alcanzar un resultado que en elogiosas palabras de Brenner, es «el enfoque más sintético y multidimensional a la geografía del cambio urbano y regional desde los escritos urbanos de Lefebvre de finales de los 60 y principios de los 70» (Brenner, 2001). Finalmente, la tercera parte contiene arriesgados experimentos con modos alternativos de escribir sobre la ciudad, abriendo paso a una multiplicidad de voces e interpretaciones. La propuesta es, sin duda alguna, muy audaz. Soja cede la palabra a toda clase de voces que de un modo u otro estuvieron implicadas o presentes durante los disturbios de Los Ángeles de 1992 (el caso de Rodney King) para montar un colosal collage con la intención de crear un discurso plurivocal de los sucesos. Tampoco ahí alcanza unanimidad de opiniones, ni siquiera de interpretaciones. Lo que para algunos se reduce a una sucesión desligada de largas citas que el autor debería elaborar en lugar de dejarlo todo en manos del lector (Johnston, 2001), para otros no logra su objetivo de pluralidad vocal porque, después de todo, Soja siempre está ahí para decir de qué se trata (Clarke, 2003). Concluye con las luchas más recientes por la justicia espacial y la democracia regional en el área metropolitana de Los Ángeles que serán objeto de sus ulteriores trabajos. También aquí, como ya es habitual, la escritura de Soja no deja indiferente. Es un modo de escribir creativo, lleno de metáforas y requiebros, pero que a alguno le resulta irritante (Johnston, 2001). La palabra es la herramienta principal de Soja, con la que se siente cómodo, con la que disfruta creando. Algunos aprecian su «elegancia y exuberancia intelectual» pero, para otros, siempre, resulta excesiva. De modo muy interesante, sin embargo, algunos críticos han echado en falta más medios para esa expresión que busca la simultaneidad y huye de la linealidad. Ron Johnston realiza una observación clásica viniendo de
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un geógrafo: faltan más mapas para situar, ilustrar e imaginar los lugares por los que Soja nos lleva. Pero Rob Atkinson (1998), por su parte, va más allá y sugiere que el lenguaje escrito es tal vez demasiado limitado para lo que Soja pretende evocar, lo que tal vez lograría con mayor efectividad con nuevos medios audiovisuales. De nuevo, la obra de Soja parece continuar sugiriendo un mundo entero de posibilidades por explorar.
Y ahora... buscando la justicia espacial David Clarke finaliza la reseña sobre Postmetropolis, mencionada al inicio de este capítulo, parafraseando a Zizek: En una ocasión Slavoj Zizek apremió a los dialécticos a aprender a contar hasta cuatro. Lo mismo puede decirse a los que se autodefinen como trialécticos, y uno no puede sino esperar con avidez la cuarta parte de la trilogía de Soja. (Clarke, 2003) Seeking Spatial Justice es el título del nuevo libro que Soja ha escrito, añadiendo pues un cuarto libro a su trilogía ya publicada. El mismo Soja admite con el orgullo de quien se sabe fiel a sus ideas que todas sus obras tratan, de hecho, sobre un único tema bajo una mirada diferente. No es casual que hayamos empezado el capítulo con una cita del Cuarteto de Alejandría, no tanto por la similitud literaria con la obra de Durrell cuanto por su voluntad de ofrecer diversas miradas de un mismo objeto (y tal vez por ello nos atreveríamos a proponer que las obras de Soja ¿deberían ser acreedoras del título de El Cuarteto de Los Ángeles?). En algunas de sus obras ya era visible esa preocupación por la justicia espacial (nótese el cambio transcendental de en278
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foque operado al sustituir el habitual «social» que acompaña a justicia por «espacial»). Parece que ahora ha dedicado un volumen entero a esa cuestión en la que la aborda en multiplicidad de contextos y escalas, siempre con el caso en mente de un Los Ángeles que continúa siendo su fuente inagotable de inspiración para continuar defendiendo ese poderoso argumento espacial para explicar las transformaciones sociales. Siempre tuvimos la impresión que Soja no habría escrito Thirdspace tal como es sin las críticas recibidas por Postmodern Geographies (algo que él mismo probablemente no estaría dispuesto a admitir sin matices) pero también estamos convencidos de que no habría escrito Postmetropolis sin esa convicción profunda en sus ideas que le caracteriza. El entusiasmo de Soja por su tema de estudio es ciertamente contagioso (Brenner, 2001), algo que no puede separarse, sin embargo, de esa misma omnipresencia del autor en sus escritos que para muchos resulta molesta. Somos de la opinión de que si la obra de Soja inspira es precisamente porque, guste o no su manera de expresión, la percepción de su presencia logra transmitir esa pasión espacial que en Soja es también algo personal. En «Taking space personally», y para dejarlo ya claro del todo, afirma: «Yo pongo el espacio en primer lugar, antes de ver las cosas histórica o socialmente, o como esencialmente políticas o económicas o culturales, o modeladas por la clase, la raza, el género, la preferencia sexual; o vistas a través del discurso, de la lingüística, del psicoanálisis, el marxismo, el feminismo o cualquier otra perspectiva especializada. Intento ver el mundo a través de todas esas finas lentes, pero el foco primordial es insistentemente espacial; condicionado, motivado e inspirado por una perspectiva espacial crítica» (Soja, 2008).
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