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Spanish; Castilian Pages 559 [595] Year 2011
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Medio ambiente y sociedad en la España reciente PEDRO COSTA MORATA
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Medio ambiente y sociedad en la España reciente
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PRÓLOGO. QUIEN LO CONOCE, LO SABE, Pedro Guerrero Ruiz INTRODUCCIÓN. 1973-2010: TODOS LOS CAMBIOS DE ESPAÑA PARTE 1 AL PRINCIPIO FUE... LA LUCHA ANTINUCLEAR LA NAVIDAD QUE TODO ME CAMBIÓ 1. Cabo Cope como epifanía (o el atavismo insurgente) 2. Regodela, en la costa de Lugo 3. Cudillero: central nuclear para la Concha de Artedo 4. San Vicente de la Barquera y un alcalde con futuro político 5. Iberduero y la costa de Vizcaya: Oguella no será nuclear 6. Deva, en Guipúzcoa, tampoco 7. Tudela: nuclear en la Ribera del Ebro 8. Sástago dice no 9. Escatrón y el sí de los lamentos 10. La saga de Ascó 11. LAmetlla de Mar, a un paso de Vandellós 12. Cofrentes, cabecera de la Huerta de Valencia 13. Sayago: el far west de Iberduero 14. Zorita, la primera 15. Trillo, la última 16. Almaraz y el fracaso de los PWR 17. Valdecaballeros y la Extremadura militante 18. Garoña, en la tormenta de los reactores BWR 6
19. Vandellós: debacle, usura y cierre 20. Tarifa y Almonte: nucleares para el Estrecho y Doñana 21. En Chalamera no queremos central 22. Valencia de Don Juan y la vega del Esla 23. Lemóniz como locura 24. Soria y la bomba 25. Juzbado: una de combustible nuclear 26. De La Haba al CIEMAT: el uranio mata 27. Bombas sobre Palomares PARTE II YASÍ SURGIÓ NUESTRO ECOLOGISMO UNA TRANSICIÓN ALA ESPAÑOLA 28. Aeorma y el Manifiesto de Benidorm 29. Águilas y Cabo Cope: el Grupo Ecologista Mediterráneo 30. Cercedilla: nace la Federación del Movimiento Ecologista 31. Daimiel: los ecologistas se autodefinen 32. Denia y el espíritu mediterráneo 33. Madrid: el Centro de Estudios Socioecológicos 34. El Escorial y el PSOE: «Estados generales» de la ecología 35. De la ecología política a la economía ecológica PARTE III DEFENSA DESESPERADA DEL LITORAL UNA OBSESIÓN ECOLOGISTA 36. El puerto deportivo de Águilas
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37. El abominable caso de Portmán 38. Y en Carboneras crecieron las chimeneas 39. Mazarrón: la Isla como símbolo 40. La marina de Terreros (Pulpí) 41. El asalto de los naturistas: de Roquetas a El Portús 42. El Mar Menor, ese microcosmos 43. Descubrimiento de Calnegre 44. Isla Plana: el paisaje es mío 45. Punta Entinas-E! Sabinar, frente a todos los peligros 46. Níjar y el Cabo de Gata: demasiados problemas para tan escasa voluntad....... 47. Grandes experiencias con el GOB 48. En defensa de la Ley de Costas de 1988 49. Descubriendo el Mediterráneo: el PAM, Siria 50. Llanes: sensación de peligro PARTE IV MISCELÁNEA (LA POLÍTICA, LA PRENSA, LOS TRIBUNALES Y OTRAS AVENTURAS) VIVIR -Y MORIR- DE LA ECOLOGÍA 51. La sombra, alargada, del PCE 52. PSOE decepcionante 53. Director general en Castilla-La Mancha 54. Ayuntamiento de Murcia: perfidia y cobardía 55. Imposible con Los Verdes 56. Años de hierro y rosas: la prensa y yo 57. Año 1976: Diario económico y un episodio en El País
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58. Actualidad árabe 59. Cuadernos de Ecología 60. Compensaciones de la pasión internacional 61. Infortunios judiciales por el puerto deportivo de Águilas 62. Querella de don Tomás Maestre, señor del Mar Menor 63. MESAE y sus enseñanzas 64. Con la Galicia doliente: del aluminio a la celulosa 65. Contra autopistas de peaje (Murcia-Alicante y Pancorbo) 66. La energía en el cerebro y en el corazón 67. Conocer el litoral: del PIDUS al Informe provincial y la tesis doctoral 68. Mi litoral: entre cabo de Palos y Cabo de Gata 69. Costas de Andalucía: Cádiz, torres, conflictos y una reivindicación 70. Las guías: España, a fondo 71. El embalse de Rialp y los estudios de impacto ambiental 72. La central de Aceca (Toledo) y sus humos sulfurosos 73. NAFA/AVE Madrid-Sevilla 74. Todos los trenes, el tren 75. Retornos a León: el tren Hullero y las cuencas mineras 76. Diputación de Vizcaya: encontronazo con los nacionalistas 77. La sostenibilidad de Navarra 78 ¡Un premio! 79. Desde el Patronato de Fungesma 80. El territorio, diverso y sugerente: Siberia extremeña, Valle de Alcudia, Pirineo oscense PARTE V 9
ELECTROMAGNETISMO: SILENCIOSO, UBICUO, INQUIETANTE NUEVA PREOCUPACIÓN SOCIOTHCNICA 81. Alta tensión en Tarifa, Merza, Vilaflor, Cuéllar, Monforte del Cid, Mojácar... 82. Por tierras de Huesca y Lleida: David vencerá a Goliat 83. Murcia: Iberdrola, kaputt 84. Lecciones de Éibar 85. Erandio: un padre contra Airtel 86. El inquietante caso de Valladolid 87. Antenas de telefonía móvil: la amplia casuística de la desconfianza 88. Ante el Tribunal Supremo 89. ¿Ordenar el caos? Frustración en Alcalá y Portugalete 90. La guerra perdida contra la «sociedad electromagnética» PARTE VI CIRCULARIDADES Y PERMANENCIAS CONTRA LINEALIDAD, CIRCULARIDADES 91. ¿Regresa la energía nuclear? Liquidando Zorita 92. Murcia ignominiosa: el asalto del litoral 93. Cartagena-Vera: autopista de la especulación 94. Mi escuela, mi alma máter 95. Acuicultura (excesiva) murciana 96. Promotores de Murcia 97. Candidato por IU 98. Imposible regreso a la prensa 99. Refinería para Extremadura en entorno caciquil 100. Cantalojas (Guadalajara): anécdota de la España profunda 10
EPÍLOGO (PROVISIONAL): UN ECOPESIMISMO QUE DESCARTA EL PROGRESO ANEXO DOCUMENTAL
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Quien lo conoce, lo sabe A Pedro Costa Morata, sociólogo, y tal vez el primer ecologista militante. En enero de 1974 me escribió Paco Rabal: «Pedro, en Águilas, cerca de Cabo Cope, quieren instalar una central nuclear. Mi primo Pedro Costa te verá en Lorca para explicártelo. Yo me lo dejo todo y voy para nuestra tierra enseguida». Desde aquel día y hasta hoy, después de tantos años de aquel mensaje, vengo a recordar una de las historias más apasionantes que he vivido. Una historia a favor del hombre y de la cultura, de los árboles y de los peces, frente a la soberbia del dinero, encarnado en un poder económico sin miramientos hacia el respeto humano, apoyado por la necedad de un régimen absurdo que sólo tenía en su funeral currículum un golpe de Estado y haber ganado una guerra incivil. Pero en aquel escenario adverso, con Pedro Costa Morata a la cabeza, en este país se ganaron otras batallas, aunque la primera, la nuestra y con él, tal vez fue contra esa central nuclear; y en ella estuvimos aliados con quienes, por una razón u otra, defendían o amaban su tierra más que otra cosa y teniendo como símbolo una inmensa roca que se adentra en el mar, Cabo Cope. Para Pedro Costa, Ecologíada es el resultado de una historia en la que se libraron 100 batallas: el despertar de la sociedad en la lucha sin tregua por el medio ambiente. Pero es que Pedro Costa no lo dice todo; porque se ha dejado en ese sendero buena parte de su vida y toda su juventud, la historia amable de cualquier ciudadano de este país al calor de su pueblo, su casa o su familia. De eso sabe mucho la persona que más le quiere y que le comprendió desde el principio, Pepi, su mujer. Andaba Pedro como caballero andante en aquellos hermosos trenes desde los que se veía sin prisa el paisaje, o en su viejo coche. Le esperaban los que sabían que él pondría en marcha la oposición a los artefactos contaminantes, fueran cuales fuesen, que encarnan la necedad y la codicia humana amparada por los gobiernos papanatas de turno. Ecologíada, lo digo yo, es la épica de un luchador y de la gente que esperaba de él información y estrategias de lucha. Iba por los pueblos para enfrentarse a los gigantes del dinero y de la política sin escrúpulos. Señalaba el itinerario y mantenía contacto con docenas y docenas de grupos que iban naciendo al amparo de 13
su perspicaz mirada sobre los efectos nocivos de la incultura medioambiental. Por eso Ecologíada no es sólo una lucha sin tregua, sino la personalidad de un ecologista solidario y solitario en medio de una sociedad que le esperaba para combatir. Cuando en esos años 70 le conocí, yo no sabía bien qué era una central nuclear, pero Pedro, un verdadero ecologista de raza, me informó suficientemente. En aquellos tiempos, súbitamente, tuvimos la sensación de que oponiéndonos a la instalación de una central nuclear en la Marina de Cope nos oponíamos a la destrucción del arco mediterráneo formado por la franja que va desde el cabo de Palos hasta el Cabo de Gata, la articulación de un ecosistema del semiárido español, con una vegetación llena de particularidades, de endemismos de la cultura africana zoobotánica; y de unas playas solitarias, de un paisaje. Pero también sabíamos que nos oponíamos a algo más en ese momento: al régimen franquista y a su dictadura que había apostado por la nuclearización desde el sucursalismo de las compañías eléctricas. Pedro Costa era quien conocía técnicamente el problema que planteábamos ya que, sabiendo el peligro de esas centrales, estaba dispuesto a jugárselo todo. (No hay en la historia ecologista de este país una persona que, en este sentido, haya dado más de sí que Pedro; buscad, pero no lo encontraréis.) Mientras denunciaba en sus conferencias por los pueblos el peligro que nos acechaba, repartíamos propaganda muy artesanal, con los medios económicos de nuestros propios bolsillos. Hacíamos campañas y muchas reuniones en las que se adoptaban distintas estrategias de información. Siempre con mucha precaución, ya que la policía entendía que cinco personas reunidas era un delito, sobre todo si se debatían cuestiones «políticas». El miedo era inevitable, pero la gente acudía a las citas informativas. El debate estaba en los medios de comunicación. Se desataba así un inmenso espacio social que estaba callado. Logramos una confrontación nuclear que era tanto como una confrontación ideológica sobre distintos modos de desarrollo, y estábamos (el régimen lo sabía) en un debate político de envergadura incalculable. Habíamos logrado un debate nuclear que iría más allá de la propia estimación de la central de Cabo Cope. Pero era necesario que quienes estábamos por un frente antinuclear, y ya que habíamos logrado la victoria en el medio social, teníamos que consolidar nuestro esfuerzo en una organización estable, ya que sabíamos que no se vislumbraba aún la victoria final.
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Acudimos a una llamada de Mario Gaviria, en Benidorm, donde él vivía en ese momento, a una reunión con la idea de que toda la protesta nuclear se uniera en una asociación. Durante los días 14 y 15 de junio de 1974 unas veinte personas celebramos las Jornadas de Medio Ambiente, y como consecuencia de las mismas se crea el movimiento ecologista, organizado por primera vez. Se hace pública la Declaración de Benidorm y se relanza la Asociación Española para la Ordenación del Medio Ambiente (Aeorma). En el Manifiesto de Benidorm Pedro Costa logró introducir la central nuclear de Águilas. El día 31 de agosto de 1974, estuve con él en el Hotel Monte Igueldo, de San Sebastián, donde tuvo lugar una mesa redonda sobre las centrales nucleares. Asistieron representantes de otras zonas afectadas por la nuclearización: Ascó, Escatrón, LAmetlla de Mar, Deva, Tudela y Sástago. Una de las más brillantes intervenciones fue la de Pedro. Aeorma empezó a descentralizarse. Y la central nuclear de Cabo Cope daba la oportunidad de tener una organización estable y legalizada. Para ello se creó AeormaSureste que, con sede en Lorca, servía a las provincias limítrofes donde ya empezaba a generarse la preocupación ecológica. La Declaración de Lorca, primer documento ecologista procedente de una plataforma legal, era un documento de indudable rigor histórico. Ganamos la batalla, pero la lucha encabezada por Pedro Costa fue larga y dura, muy dura. Después, restaurada la democracia, los llamados «grupos verdes» eran muchos, pero con poco liderazgo. Los «viejos» ecologistas no fueron llamados a las filas de un oportunismo electoral extraño y desentendido de los antecedentes de la lucha medioambiental durante los años de la dictadura. Pero en los campos de la Marina de Cope se había iniciado un movimiento ecologista sorprendente. Si en Benidorm se habían puesto los cimientos organizativos de dicho movimiento en España, en Cabo Cope ya teníamos ejercicio de movilización, de expansión de la propaganda, de organización. Abandonamos Aeorma e inmediatamente fundamos otro colectivo con mayor potencia ecologista, el Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM). Y era de nuevo Cabo Cope un mirador del histórico mediterráneo paciente, paisaje del que había dicho la abuela de Paco Rabal, sentada en una silla de madera y de anea, mientras miraba el horizonte: «Desde aquí se ve el mundo». Y el mundo desde allí se veía. 1 Yo seguía los pasos de Pedro, cuando podía. Él andaba en otras batallas, por
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otros pueblos, con otras gentes necesitadas de su audacia, de su valentía, de su conocida y heroica personalidad. Nosotros seguíamos con él a través del GEM, que hizo una declaración en el Manifiesto de Cope sobre su enérgica posición ecologista, en defensa de las alternativas energéticas (solar, eólica, geotérmica, entre otras), así como en la defensa general del medio ambiente. Y Pedro seguía aquella Ecologíada. Por un lado intervino en la lucha por conseguir que el puerto deportivo de Águilas no se llevase a tal efecto y, por otro, luchando porque la Isla en Mazarrón, no fuese objeto de espe culación. Sobre el puerto deportivo de Águilas y la lucha del grupo ecologista tuvo que ver la falta de determinación del Ayuntamiento de aquella corporación de 1977, que no llegó a definirse sobre el tema y pecó de una enorme pasividad, todo ello conjugado con los intereses del MOPU. Y fue así que a pesar de los escritos y denuncias que se pusieron, las obras siguieron adelante. El efecto de aquella obra está bien a la vista en la bahía de Águilas, que era una de las más bellas de la Región de Murcia. Este grupo ecologista puso en alerta a los lorquinos y aguileños sobre una carretera litoral entre Águilas y Mazarrón que se pretendía construir. Y otra vez Cabo Cope como símbolo ecologista. La pretendida construcción de la carretera ÁguilasMazarrón que coincide en el tiempo con la pretensión del Grupo Independiente del Ayuntamiento de Lorca, al que yo pertenecía, de crear un Parque Natural Regional en Lomo de Bas-Calnegre, representaba un nuevo movimiento y movilización, ya que ocuparía terrenos de una importante banda geográfica por la costa lorquina. Pero finalmente se perdió la batalla. La moción presentada por los tres consejeros preautonómicos choca frontalmente con la que en el Ayuntamiento de Lorca yo había presentado como portavoz del Grupo Independiente salido de las elecciones de 1979: que se declare la zona Lomo de Bas-Calnegre, en el término de Lorca, Parque Natural Regional, evitando así la urbanización de la costa, también la construcción de la carretera litoral. El Ayuntamiento de Lorca se mostró de forma plena favorable a esa iniciativa. La polémica fue larga, muy larga. Finalmente, en la revisión del PGOU de Lorca logramos un acuerdo ejemplar: la calificación de Suelo Rústico Exterior para aquella franja litoral que va desde las ramblas del Artal y del Cantal, hasta el Lomo de Bas y el vértice de Panadera con el límite de la carretera que une Puntas de Calnegre con la N-332. Era un verdadero éxito, una victoria ecologista difícil de olvidar y en la que el papel de Pedro Costa, como siempre, había sido determinante. En ese momento, pudimos frenar el desarrollismo urbanístico que pudiera dejar acorralado a ese símbolo mítico que es Cabo Cope y que desde Águilas está acosado urbanísticamente.
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Pero Ecologíada es algo más. Mucho más que lo que yo viví con Pedro Costa en aquellos tiempos. El dice que Cope fue la epifanía. Y puede ser. Pero ¿y Regodela, Cudillero, San Vicente de la Barquera, Oguella, Deva, Tudela, Sástago, Escatrón, Ascó, L'Ametlla de Mar, Cofrentes, Sayago, Zorita, Trillo, Almaraz, Valdecaballeros, Garoña, Vandellós, Tarifa, Almonte, Chalamera, Valencia de Don Juan, Lemóniz, Soria... qué fueron? Si el arranque de la Ecologíada fue Cope, Pedro Costa no se rindió nunca, no se bajó nunca de la defensa del medio ambiente ni dejó jamás indefensos de información a las gentes de los pueblos donde la amenaza nuclear o las nucleares mismas desarrollaban la energía más temible de la tierra. Quien más sabe de esta aventura ecologista es, naturalmente, Pepi, la mujer de Pedro, que nos prestaba una habitación con una cama para descansar los que íbamos a Madrid para que Pedro nos diera lecciones de audacia y de entereza moral. Ecologíada es una historia épica del ecologismo político y es también un análisis interpretado en su propio proceso creativo, y un debate político desde aquel PCE, orgullo de demócratas y luchadores antifranquistas, hasta su decepcionante posición en los finales años 70. Y Pedro supo después de las oficinas políticas del PSOE, después de gestionar el medio ambiente en Castilla-La Mancha o en Murcia, territorio de enanos de la ecología de fin de semana por la que él no tuvo aprecio nunca. Porque él, Pedro Costa, venía de la ecología política, de la teoría del ecologismo militante, donde se ocupaba en Diario económico o en el magnífico Cuadernos de Ecología; por eso fue a parar a los juzgados, para denunciar y también porque las fuerzas de la incompetencia política y judicial querían acabar con él. Porque Pedro era «peligroso» e insobornable, distinto, indomable, insumiso. Por eso estuvo en 100 batallas. En Galicia, en Andalucía, en Cataluña, en Valencia, en el País Vasco, en Castilla, en Murcia, en Extremadura, en Aragón... no dejando de su huella sino el principio de su honestidad y de su gallardía. Quien lo conoció, lo sabe. Y por ello, rendida a este trabajo riguroso, científico y eficaz, la Administración del Estado tuvo que concederle el Premio Nacional de Medio Ambiente. Más tarde, Pedro atracó en el electromagnetismo (alta tensión, antenas de telefonía móvil...), que él llama tan certeramente «silencioso, ubicuo e inquietante». Y regresaba a la lucha contra las centrales nucleares y al desprecio por el desarrollismo de autopistas y contra las urbanizaciones del golf y el vasallaje de los españolitos que viven cerca de los guetos de señoritos de tres al cuarto y un turismo 17
ñoño del césped y la pelotita de golf en una España cada vez más seca. Espada contra los promotores sin conciencia, contra los especuladores del Mercedes y la caja fuerte, Pedro Costa contó con IU para ser senador por Murcia. No salió elegido. ¿Cómo un ecologista de izquierdas puede ganarle la batalla al clientelismo electoral heredado del caciquismo del siglo xxi de los nuevos De la Cierva murcianos del PP y sus corsarios? Pero puso orden en el frente de batalla. Porque él venía de plataformas que no se venden, porque no hay dinero en el mundo para comprarlas. Y fue didáctico en la empresa de su batalla electoral. Y cargó contra la indecencia de las sociedades especuladoras y de los políticos sin escrúpulos. Y un fiscal sin talento le llevó al juzgado para que Pedro Costa dijera, otra vez, que los fiscales tienen la obligación profesional y moral de investigar los presuntos casos de corrupción. La lucha sigue. Ecologíada es parte de una historia pasada, pero futuro de un compromiso que, gracias a Pedro Costa, muchas gentes hemos vivido y seguiremos en él. El ecopesimismo, como el talante euroescéptico, tiene su origen desde la desvinculación de la inteligencia y la sensatez con la realidad más hostil de quienes tendrían el deber legal de crear condiciones de un futuro digno para este país, para el mundo en que vivimos. De ahí que el posmodernismo haya consolidado entre nosotros la figura de hombres que también vienen de la cultura renacentista y de la audacia de las grandes gestas, como lo es Pedro Costa. No hablo por hablar, pues, como dije antes, quien lo conoce, lo sabe. Se trata de 100 batallas, de una Ecologíada que viene del simbolismo de la lucha, de una educación en valores vinculada a las virtudes públicas, de los grandes acontecimientos, de la insumisión, de la resistencia civil para que nadie deshaga lo que la naturaleza y las ciudades tienen de vida y de cultura para los seres humanos. Hablo de una hazaña escrita por una de las personas más leales, clarividentes e insobornables de la tradición ecologista, de aquella que nació en los primeros años 70 y que continuará mientras queden hombres y mujeres como Pedro Costa, que entienden que la vida no vale nada si no la vivimos con la dignidad de hombres libres e iguales, respetuosos en los valores que entienden de los derechos humanos, de la paz y del humanismo solidario; que es tanto como mantener la cabeza bien alta porque, frente a los cambios que se puedan producir todavía y que resulten injustos porque atenten contra el hombre y su medio ambiente, sabemos que no hay ecología sin batalla. Como esta Ecologíada en la que Pedro Costa ha estado al frente con miles de personas de este hermoso país desde 1973 hasta ahora mismo.
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Por todo ello, gracias, Pedro, por existir y por ser así. PEDRO GUERRERO RUIZ Catedrático de la Universidad de Murcia y miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española
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1973-2010: todos los cambios de España En diciembre de 2007, dos días después de mi cumpleaños, tras una charla en Huesca sobre los efectos en la salud de los campos electromagnéticos, un asistente que me recordaba la batalla nuclear de Chalamera (valle del Cinca, verano de 1975), me espetó en el coloquio: «¿Y no te cansas, Pedro, de esta lucha ingrata del ecologismo?». No tuve que pensarlo mucho y le contesté: «Anteayer cumplí 60 años y empecé a los 26; creo que todo está peor y que las tendencias no dan margen para la esperanza o el optimismo: no hay más remedio que seguir». En ese momento evoqué (y así lo transmití a la audiencia) a esos combatientes del maquis en nuestra posguerra que, en una película entrañable de los años de 1980, flaqueaban y se preguntaban qué hacían en la montaña, sin la menor posibilidad de éxito y con tan bajas probabilidades de sobrevivir, y el jefe de la partida resumió lo que tenía que decir con un: «¡Estamos!». Esa misma noche me propuse redactar, en serio y sin dilación, esto que llevo varios años queriendo escribir: mi ecologíada. La pequeña historia de un ciudadano que ha dedicado sus mayores y mejores esfuerzos al medio ambiente: a combatir el abuso y la necedad en lo ecológico, sí, pero también, y de manera correlativa, en lo económico y lo político; a defender el futuro, ni más ni menos. Porque se dan las condiciones de la mínima perspectiva personal y temporal, que treinta y siete años son ya un sugerente retazo de vida e historia. A imitación de las epopeyas que la literatura y la historia nos han traído -Ilíada, Odisea, Luisíadas, con su aire heroico, soberbio e insuperable-, esta Ecologíada busca también poner de relieve un fenómeno y un proceso colectivo que tanta gente vivió y vive con entrega de sus energías e ilusiones al empeño medioambiental; y quiere prestigiar ese ecologismo activo que nada tiene que envidiar a tan excelsos y legendarios ejemplos de referencia que - mejorándolos, sin embargo, con el mimbre de la autenticidad - ha supuesto un hecho notable en la historia reciente de España y en las vivencias de miles de españo les a los que sorprendió la Transición política de la dictadura a la democracia con las fuerzas e ilusiones de sus veinte y treinta años, incluso más. En particular -y abusando de esa evocación excelsa-, quiero pedir al lector que me permita exhibir el exceso personal de mi preferencia por Odiseo/Ulises el tenaz, a la vez que esforzado, débil, imaginativo y crédulo; el aventurero a su pesar y el buscavidas por condena, pero siempre protegido, ¡ah!, por Atenea/lechuza, la de los ojos glaucos, que emprende el vuelo al atardecer...
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Por lo demás, esta Ecologíada no adoptará, como quizás conviniera, la forma poética de sus eximias referencias, porque la lucha ecologista, sin ser prosaica, se tiñe - se contamina - con el cruel aroma de un enemigo omnipresente y pertinaz, traicionero y soez, que el lector habrá de identificar aunque se revista de ropajes distintos, tratando de ocultar su empeño necrófilo y miserable. De ahí que la lucha que aquí relato no sea terreno abonado con líricas ni exultaciones sino con procacidades varias y de cuidado; y mis historias, que aun así afinarán la forma pensando en el lector, lo constatarán. Este trabajo trata, pues, de ese movimiento social llamado ecologista, típico producto de la posmodernidad y, en el caso de España, de la imposición del modelo de desarrollo productivista, concretamente el de la dictadura franquista, siendo uno de sus más graves excesos el de los proyectos nucleares de los años 1973-1975, que fueron la clave y el arranque de un proceso creciente de rebeldía frente al abuso y el riesgo. Tiene como desventaja que responde al punto de vista y la vivencia de su protagonista, que no puede pretender -y lo sabe - que la acumulación de hechos y el tiempo discurrido hayan de avalar necesariamente el mensaje que pretende diseminar en un momento histórico nuevamente crítico, en el que los nubarrones amenazan tanto o más que en 1973. Y no sólo me refiero a las perspectivas ambientales, sino también a las económicas, sociales, políticas... Los temas a tratar, sin embargo, habrán de permanecer alineados con un eje determinado y sujetos a un objetivo claro, ni general ni ambiguo, como es describir el problema ambiental de España a través de casos concretos y circunstancias precisas (que es lo que puede hacer este autor) en unas coordenadas dobles, que sean temáticas e históricas a la vez. Lo que no implicará descuidar el marco político, la reflexión económica o el apunte ético, porque todos esos escenarios vienen marcando, siempre, el quehacer ecologista, que es social y responsable. Especialmente presente, digo, estará el marco histórico-político, ya que el período más sugerente y trascendental de esta memoria discurre por los años del cambio político en España, lo que se ha llamado Transición con solemnidad casi teológica a la vez que con quejas persistentes sobre el exceso consensual. Y aquí me permitiré reivindicar el mérito del cambio ecológico (social y ecologista), que ha tenido su importancia aunque ninguna de las numerosas y reiterativas crónicas de esa Transición haya reparado, valorándolos, en cambios tan significativos como los socioambientales, pese a que deben considerarse paralelos y a veces imbricados con los políticos. La humillación - la cadena de fracasos - a que el primer movimiento ecologista sometió al poderoso, mimado y abusivo sector eléctrico con ocasión de las 21
luchas nucleares en el período de cambios políticos al que me refiero, ilustraba una situación ciertamente nueva y animada en la que quedaban malparados el orgullo, las artes, el poderío y los privilegios de un grupo industrial que hasta entonces imponía cómodamente sus intereses a la política adaptable de los gobiernos de la dictadura. Estas derrotas fueron luego rematadas con el «parón nuclear» decidido por el primer gobierno socialista en 1983 sobre cinco centrales que ya estaban autorizadas y en diverso estado de construcción; la historia económica de España no registra un fracaso industrial tan sonado como este del sector eléctrico a manos de los primeros agitadores antinuclearesi. PERIPECIA PERSONAL Me gustaría que esta peripecia personal, descrita con rasgos generalmente conflictivos, reflejara una búsqueda intelectual abierta, que fue primero de tipo político-intuitiva para hacerse luego político-ambiental y finalmente resultar éticoambiental; que ha ido montada sobre mi formación y profesión originales (que fueron ingenieriles) y a renglón seguido de verse perturbados mis escrúpulos e ideales; el pretexto y la ocasión fueron, primero, el sobresalto nuclear, y luego la reflexión global ecologista. Y creo que en estas páginas, tan biográficas, queda bien explicado el cambio - mi cambio - de vida e ideas operado sobre una trayectoria que parecía marcada de uniformidad y confort... hasta cruzarme con la energía nuclear y sentirme afectado por la inquietud ecológica. Haciendo memoria, mis recuerdos sobre problemas medioambientales percibidos durante mi ejercicio profesional se remontan al verano de 1970, cuando tuve que instalar un sistema neutralizador de efluentes ácidos en la planta química de la S.A.Cros, en A Coruña, ya que los mariscadores protestaban por su impacto en la ría de 0 Burgo; a los comentarios que me hacían los trabajadores de la factoría de Uralita en Sevilla, ese mismo año, a cuenta del venenoso amianto; a las noticias que nos llegaban, durante la puesta en marcha de la refinería vizcaína en 1972, acerca de la inestabilidad de los tanques de crudo, instalados sobre las marismas del río Barbadún, cerca de la playa de la Arena; a la propia atmósfera irrespirable, y las protestas de la gente en los barrios colindantes, en relación con la tenebrosa factoría de Manufacturas Metálicas Madrileñas, en el municipio madrileño de Getafe, donde actué varias veces durante 1973; o al escandaloso impacto de la factoría de celulosas en la ría de Pontevedra... Pero nada de eso me llevó a reflexiones decisivas, debiendo esperar a que me afectara, más directamente, la agresión nuclear. Lo cuento en la primera batalla, la de las rupturas íntimas e inesperadas a causa de 22
mi pueblo y mis sueños. Ya que la renuncia más trascendente fue la profesionallaboral me viene a la memoria ahora mismo la frase de mi último jefe, el excelente Luis Egea (que luego sería el primer alcalde socialista de Majadahonda, en Madrid), sorprendido y triste cuando le anuncié mi abandono: «¡Pero si le hemos dado a usted la tecnología más avanzada!» Todo empezó, desde luego, dentro del excepcional año de 1973, acelerado para España y también para el mundo. En España, Franco se digna nombrar en junio a un presidente del Gobierno, haciendo recaer en el almirante Carrero Blanco, personaje de su máxima confianza, sus absurdas ilusiones de permanencia; y en diciembre este mismo personaje es objeto de un espectacular atentado de ETA y pareció que el régimen volvía al punto inicial. En el mundo la Guerra Fría no cedía, los Estados Unidos ya aceptaban que serían finalmente derrotados en Vietnam y, en septiembre, un golpe de Estado militar llevaba a la muerte a Allende, presidente constitucional y socialista de Chile (y a Chile, a la más negra noche de su historia moderna). A principios de octubre se desató la cuarta guerra árabeisraelí que provocó la decisión inmediata de los países de la OPEP de castigar a Occidente por su alineamiento incondicional con Israel; así se desencadenaría la primera gran crisis energética seguida de la recesión económica y de las decisiones encaminadas a «reordenar» el capitalismo mundial (lo que se consiguió paso a paso con ritmo, insistencia y éxito, como hoy podemos constatar). También mi propia vida y la de mi familia inmediata vivirían momentos y decisiones excepcionales a tono con la situación, y se acelerarían ciertamente a no menor ritmo que la nacional y la internacional... Y esto sucedió por los acontecimientos de 1973 indirectamente y de forma apremiante por los que se produjeron en sus días finales con mi percepción - imprevista y atávica del peligro nuclear que se cernía sobre mi pueblo y mi gente. Con los días y los meses adquirí la convicción de que mi trabajo y mi papel eran eficaces y tenían sentido, y esa sensación, que evoco con frecuencia, me daba una gran seguridad íntima (y me llevó a las decisiones de 1974). Los ecologistas de mi generación hemos vivido todos los cambios de España y yo desde luego no he dejado de situarme en posiciones frecuentemente de primera línea, muchas veces como combatiente, otras como sufriente, las menos como observador. Al hilo de los acontecimientos no quise, es verdad, perderme nada interesante, y me dejé subyugar por los aires del cambio y sus promesas, decidiendo vivir esos años desde la libertad máxima que los tiempos me exigían. Y a través, primero, de mi conversión ecologista, luego del periodismo crítico y, durante una buena tirada de años, de la actividad de consultor ambiental, traté siempre de poner a salvo mi conciencia. 23
FORZANDO LA ESPAÑA EN CAMBIO Pero no es la aventura personal - ni la que aparece multiplicada por cientos de casos semejantes que yo conocí en momentos delicados y que siguen produciéndose con génesis y formas parecidas - lo más importante de este relato, aunque la sociología se interese por los microcasos como productos de la sociedad del momento; sino la suma de individuos, hechos y consecuencias, que es lo que únicamente acaba por constituir el movimiento social. Queríamos cambiar España y rápido; y por eso la mayoría de los líderes antinucleares surgían de esa base en continuo ensanchamiento que la oposición al régimen de la dictadura generaba, y que ya contaban con alguna experiencia en la erosión del interminable franquismo. Mi caso suponía peculiaridad en la medida en que me alzo precisamente a partir del rechazo al programa nuclear y muy concretamente al proyecto que afectaba a mi pueblo, aunque en el reducido ámbito de mi experiencia profesional ya hubiese avanzado velozmente en conciencia de clase y en aborrecimiento indisimulado hacia el modelo multinacional de empresa capitalista. Así que éramos movimiento porque como tal nos vimos y nos constituimos, y más todavía porque íbamos siendo conscientes - poco a poco, sobre la marcha - de que escribíamos en una página que habíamos encontrado en blanco en nuestra historia. Conocíamos al sector eléctrico y sus anclajes estructurales en el régimen, y palpábamos la cohesión de ambos cuando entrábamos en contacto directo con sus ingenieros, con los representantes del Gobierno e incluso con la policía (a la que tan torpemente se le pedía sofocar el movimiento); y según vivíamos las primeras victorias de la oleada antinuclear comprobábamos el daño que infligíamos a ese búnker incontestado político-económico que era el sector eléctrico. Como la Transición política, la transición ecológica se hizo con formas nuevas sobre un fondo viejo e inalterable. Pronto vimos que el cambio ecológico exigía algo más que el cambio político, pero para eso fue necesario el choque con la política convencional, tan corta de vuelos, posibilista y timorata. Los ecologistas hemos tenido que ser independientes políticamente, si no al primer intento sí al segundo o al tercero: que no somos de este mundo, el de la política al uso aunque se tilde de democrática. Según pasaba el tiempo histórico, con mis amigos y compañeros ecologistas opté por la crítica del realismo político y de los realistas con quienes anduvimos algún trecho: se nos quedaron cortos. Y así, nosotros mismos nos cerramos los huecos existentes, tanto los que se abrían ante nosotros como los que abríamos nosotros mismos (e incluso los que podíamos haber abierto...).
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No hubo acuerdo ni avenencia, pese al esfuerzo por colaborar, por creer... Pero nuestra contribución al cambio fue desinteresada y decente: proponíamos un rumbo de ruptura histórico y de verdadero cambio respecto de la dirección necrófila observada por la sociedad y sus venenos. Sabíamos que esto exigía en aquellos días cambios de forma, pero cuando comprobamos que éstos no sólo eran insuficientes, sino que se orientaban a negar los otros, los de fondo, nuestra visión de la España en cambio se modificó radicalmente y nos hicimos escépticos, cuando no críticos doloridos e intratables. Creo, no obstante, que no por ello hemos dejado de luchar, adaptándonos desde luego a nuestras propias fuerzas y experiencia, sabiendo que otros tendrían que sucedernos. UN NUEVO CAPITALISMO, MÁS AGRESIVO Y DEPREDADOR Escribo recordando y revisando el período que va de una crisis a otra, siendo ambas - la iniciada en el otoño de 1973 y la reconocida en otoño de 2008 humillaciones previstas e inevitables a cargo del sistema capitalista, que dentro de esos treinta y cinco años nos ha regalado con, al menos, otras cuatro crisis de menor alcance y duración: las del «ciclo corto», ahora menos que decenal, que nos enseñan los estudiosos de la economía capitalista. No es éste el momento para opinar sobre el porqué de esas crisis y su inevitabilidad, pero sí de subrayar que la actual, la de sobreproducción del crédito y sobre todo de desvergüenza, busca lo mismo sobre poco más o menos que todas las demás: hundir a las clases menos fuertes e «integrarlas» para someterlas un grado más y erosionar su capacidad de defensa y reacción, consolidando los avances. El capitalismo que salga de esta enésima crisis será - contra todas las tonterías que propalan tan gran número de expertos, comentaristas y políticos acerca de un «nuevo capitalismo» más regulado y constreñido e incluso en disolución - mucho más fuerte y descarado: no en vano ha decidido poner a prueba su fuerza humillándonos y obteniendo la asistencia solícita y puntual del Estado asustado. Todo va bien se dirá, pues, en los estados mayores de la nueva delincuencia capitalista. La agresividad redoblada del capitalismo «renacido» de las decisiones adoptadas en los años de 1970 y 1980, que recibe la denominación doctrinal aparentemente fina de neoliberalismo, viene destruyendo las esperanzas de millones de personas en cada vez más extensos territorios, y de ahí proceden esos movimientos migratorios desesperados que son parte - vergüenza, acusación - del paisaje actual políticoeconómico internacional. Todas las pretensiones y promesas del capitalismo, especialmente desde que se considerara opción única viable por su «victoria» sobre el modelo socialista-soviético, se han convertido en un espectáculo odioso de mayores 25
necesidades, crímenes y diferencias en decenas de países que van quedando al margen de los flujos - selectos y contradictorios, por otra parte - de la prosperidad. En el período que contemplamos, España ha pasado de ser un país emisor de emigrantes (tendencia secular) a receptor masivo de inmigrantes desde todo el mundo, particularmente Latinoamérica, Magreb, África negra y Europa del Este, lo que pone a prueba a la población y las instituciones, situadas en una tesitura histórica ante la que mostramos una actitud etnocéntrica teñida de racismo. Se dice, por cierto, que la actual crisis económica que vive el mundo es «parecida a la de 1973», según muchos representantes de las finanzas y los negocios internacionales, sin aclarar que esta vez no es achacable a una guerra árabe-israelí o a la reacción restrictiva de la OPEP contra Occidente, sino a la propia locura especulativa intrínseca del sistema económico internacional, especialmente en su versión y perspectiva norteamericanas. De todas formas, desde el shock del 73 no hemos dejado de estar en crisis, y así se nos han confirmado las convulsiones periódicas de la economía internacional, siendo un hecho que nuestros jóvenes de hoy no han dejado de oír otra cosa (¡la crisis!) desde que alcanzaron su uso de razón. En estos años, y a partir de esas decisiones a las que hemos aludido y que se fechan en el período Thatcher-Reagan, se ha ido desmantelando en el Occidente desarrollado el famoso «Estado de bienestar», que es como se llama a la etapa que discurre entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la tan mentada crisis, configurando el período de los años 1945-1975 como el de los «Treinta Gloriosos». España presenta una excepción histórica en el desarrollo de Occidente y se inicia de hecho en lo que podríamos llamar «bienestar» en 1975, precisamente cuando empieza su andadura democrática porque ha muerto el dictador. Así, el proceso de nuestros «Treinta», resumido desde 1975, arranca con cierta preocupación social (1976: los Pactos de la Moncloa), experimenta una notable mejora con los primeros gobiernos socialistas (1982-1995), cae en manos de los peligrosos neoliberales del PP entre 1996 y 2004 y pasa después, con ciertas políticas sociales marcadamente distintas a las económicas, a manos de la gente ambigua del PSOE, que se destapa neoliberal tras la segunda victoria de Rodríguez Zapatero3. Es asombroso que con esta cadena de pérdidas y de políticas que nos empobrecen y humillan se nos pida afección al sistema y confianza en un clan que con su usura del poder político resulta, en lo social, cada vez más endurecido (a la par que homogéneo). Y del capitalismo actual deberé subrayar, y así lo vengo haciendo ante los nuevos problemas ambientales y en mi actividad docente, cómo tampoco en su versión informacional afloja en su afán por someternos. 26
LA COSMOVISIÓN ECOLOGISTA La dimensión histórica de este relato posee la utilidad retrospectiva de ir presenciando el proceso aparentemente fatal de la «vuelta de las cosas por donde solían», lo que en materia político-económica aquí y ahora es tanto neoliberal como antiecológica. La reconversión generalizada a las doctrinas y políticas liberales es el más importante hecho ocurrido en estos años en lo personal y lo partidista. Por lo que a mí respecta espero que se confirme que he contribuido a definir y respaldar la cosmovisión ecologista, que es intrínsecamente incompatible con las «leyes» y perspectivas liberales. Dentro incluso del ecologismo las actitudes varían notablemente y en el terreno político-económico el acercamiento a las tesis del sistema liberal es perceptible, no siendo el menor ejemplo el afianzamiento del «alternativismo responsable» que sobre todo en materia energética acaba delatando debilidades esenciales. Creo, por ejemplo, que en la polémica energética el objetivo ecologista no debe consistir en contribuir a buscar y difundir nuevas fuentes energéticas para «mantener el nivel de vida de los españoles», sino en afirmarse en la única alternativa viable, que es la disconformidad radical, y al mismo tiempo pedagógica, que desacredita la viabilidad del modelo económico y evidencia la insostenibilidad del sistema sobre él edificado, porque niega la sensatez y la equidad. El ecologismo debe proponer una austeridad global, simultánea con una crítica económica sistemática e incansable «de lo que hay» y con el empeño sistemático de recomponer las relaciones dañinas con la naturaleza; y en esta actitud, doblemente radical, estriba su carácter irremediablemente subversivo. Por lo tanto, esta perspectiva libre, desinteresada y a la vez comprometida no ha de verse turbada por la tarea - en gran medida vana y tantas veces patética - de dar «alternativas» a ese sistema injusto y enloquecido que además posee capacidad suficiente para desnaturalizar, traicionar y desprestigiar todo animus colaborandi ecologista4. De todo lo que viene a continuación podrá deducirse que mi visión ambiental, producto de una actividad e implicación variopintas, ha sido y es comprehensiva y universalista, y por eso he llegado al punto en que no creo posible señalar en exclusividad a un único mal, riesgo o amenaza ambientales como el de la máxima perversidad, de tal manera que obligue a concentrar en él toda la acción o lo sustancial de la actividad militante. Ese guión monocorde que autoriza a casi todo siempre que se reduzcan las emisiones de CO2 y se rechace la energía nuclear es olvidar los principios esenciales del ecologismo de siempre y enredarse tontamente en la «competencia» entre dos males calificados de absolutos (el gas carbónico por su 27
influencia en el cambio climático y la radiactividad por su agresividad con la vida y el futuro); y es comprimir y desnaturalizar la propuesta ecologista, que debe insistir sobre todas las cosas en un modelo de prudencia, de contención y de renuncia a consumir según las pautas de una economía voraz y desequilibradora. No: mi experiencia me hace concluir que son muchos los enemigos y ninguno debe ser combatido con exclusión de los demás; y, por encima de todo, es el sistema de fondo lo que hay que combatir, ya que de él provienen, como emanaciones tóxicas e intermitentes, las innumerables manifestaciones de daño o pérdida ambientales. No tratará este texto de aspectos teóricos «constitucionales» del ecologismo, más allá de aquella dicotomía advertida en los primeros años entre las posiciones marxistas y anarquistas, que pronto fueron superadas por la búsqueda de un lugar «natural» en la historia del pensamiento. Por ello he renunciado (limitándome al relato sobre la marcha de las batallas sobre el movimiento ecologista en la parte 11) a trazar el itinerario pre-ecologista, que en mi opinión se inicia en las fuentes clásicas del epicureísmo y el estoicismo y atraviesa con jalones personales sugerentes (Lucrecio, Bacon, De Cusa, Bruno...) la formación del espíritu europeo, avanzando desde la modernidad y desafiando el industrialismo (Ruskin, Morris, Geddes...) hacia la posmodernidad crítica, que representan Mumford, Illich y otros que eclosionan en la década de 1970: como Bookchin, Schumacher, Gorz, Goldsmith y Commoner. Ésta es tarea de otro tipo y además hay quien lo hace mejor que yo. Mi 1973 Cuando me alcanza el shock nuclear, en diciembre de 1973, yo trabajo desde marzo de ese mismo año para la empresa Fischer & Porter, de instrumentación electrónica, filial de su homónima norteamericana, y ahí realizo labores técnicocomerciales. Es mi tercera empresa, después de haber ejercido, siempre como ingeniero de servicio técnico de instrumentación de procesos industriales, primero en Philips (1969-1971) y después en Honeywell (1971-1973). En Philips había trabajado sobre todo para plantas industriales diversas, principalmente siderúrgicas (y, sobre todo, Altos Hornos de Vizcaya); en Honeywell, casi siempre en petroquímicas y refinerías (la mayor parte de 1972 la pasé en la puesta en marcha de la refinería de Petronor en Somorrostro, Vizcaya). En Fischer & Porter se me adjudicó la línea de instrumentación electrónica más moderna, especialmente adaptada para ser empleada en plantas nucleares y que Iberduero ya había contratado para la planta de residuos radiactivos en su central de Lemóniz; por este motivo yo viajaba muy frecuentemente a Bilbao, para trabajar con las ingenierías de la planta (Sener, Auxini), y allí, en el 28
País Vasco, donde pasé la mayor parte de mis cinco años de carrera ingeniera, fine donde me encontré, sin sospecharlo, con la horma de mi zapato. Aun con dificultades, debido a mis continuos viajes profesionales, en el otoño de 1973 ya cursaba 4. - de Ciencias Políticas, carrera que me entusiasmaba y que había iniciado, impacientemente, en 1968, al mismo tiempo que 3.0 de Ingeniería Técnica de Telecomunicación, que era el último curso de mi carrera básica (que ya había perdido la terrible dureza de los primeros años). Es verdad que las frustraciones del trabajo (ciertos jefes, la voracidad intrínseca de las multinacionales y el sometimiento general, más allá de lo profesional), así como los aires de la Universidad complutense me habían ido produciendo un cambio general, lento y profundo en las ideas y las actitudes políticas, más si tenemos en cuenta que había vivido nueve años de educación (1957-1966: bachillerato, formación profesional) dirigida por religiosos (a los que, sépase, continúo reconociendo mi inmensa deuda). Así que yo iba entreviendo, sin tomármelo muy en serio, el momento de decidir un cambio total en mi profesión. El golpe de Chile del 11 de septiembre contribuyó a que me sintiera «descolocado», y la guerra del Yom Kippur me conmocionó; ya era un suscriptor de Cuadernos para el Diálogo y El Ciervo. Por lo demás, en esas vacaciones de Navidad de 1973 Pepi está próxima a dar a luz: Pedro, nuestro primer hijo, nacería a finales de enero de 1974 marcando así, con su presencia y los miles de kilómetros que viajó con nosotros desde sus primeras semanas, mi - nuestra - «angustia nuclear». Sin duda premonitoriamente, el 19 de diciembre de ese 1973 yo había recortado una página de La Gaceta del Norte que me pasaron, como todas las mañanas, bajo la puerta de mi habitación en el hotel Ercilla de Bilbao, porque me interesó el reportaje de su redactor jefe, José María Portell («Los peligros de las centrales nucleares: tremenda incógnita») sobre el rechazo de varias poblaciones de la costa vizcaína al proyecto nuclear de la playa de Oguella, y de la Ribera del Ebro al proyecto de Tudela, ambos de Iberduero (para quien yo, indirectamente, trabajaba). El día 20 vuela por los aires Carrero Blanco, de lo que me entero al llegar a Madrid esa misma tarde procedente de Bilbao. Acabo de cumplir 26 años y Pepi tiene 22: vivimos más o menos cómodamente y somos intensamente optimistas. El día 21 salimos para Águilas, sólo relativamente inquietos por la situación política de España. Pero, mientras tanto, los directivos de Hidroeléctrica Española han convocado a la prensa en Murcia, en el Rincón de Pepe, para proclamar la nuclearización de mi pueblo y mi tierra: mi suerte - nuestra suerte - está echada. 29
FINALMENTE... Nunca pensé que la opción hacia la que me vi abocado en aquel momento de 1973-1974, que sirve de base y referencia para este relato accidentado, sería una distracción más o menos estética ni ética, y mucho menos un deporte, y por eso no me extrañé al ir aprendiendo con la experiencia que en todo caso nadar a contracorriente es una tarea que erosiona y maltrata, pero, como endurece, no agota. Creo que esto es así porque las coordenadas del enfrentamiento son distintas para unos y para otros y se convierten para los que critican y denuncian, jugando a fondo su baja implicación en el sistema, en garantía de supervivencia moral (que es de hecho algo parecido a la invencibilidad). Como se verá en el texto que sigue llamo batallas a una nutrida gama de episodios que a veces no llegan a escaramuzas; o que, por su desarrollo, no siempre me corresponden en exclusiva, siendo el mío un papel subsidiario, añadido o solidario. Abuso, pues, del concepto de batalla reconociendo que en el relato desfilan acontecimientos de intensidad conflictiva muy distinta, con el nexo común de mi implicación personal, que resulta de variada composición intuitivo-racional. Se verá que, por ejemplo, aquellos primeros episodios entre 1974 y 1981 (nucleares y litorales) sí se configuraban como verdade ras batallas, fuera por la dureza de los choques, la escasez de medios o la delicada situación política... Éste es el testimonio, en fin, de quien explica que ha vivido e intervenido en su sociedad y en su tiempo. El grueso de la redacción de este texto la he llevado a cabo entre principios de 2008 y finales de 2010, un período largo (que con los preliminares y las correcciones ha superado los tres años) en el que he debido compaginar esta redacción con mi actividad global; y en el que, como beneficio lateral, he podido revisar y ordenar toda mi documentación acumulada, lo que me ha llevado tanto o más tiempo que la redacción. Los numerosos amigos de ahora y siempre, que conocen estos años y estas batallas, no se extrañarán desde luego de que mi Ecologíada vaya dedicada a Pepi porque, en realidad, esta obra, esta aventura, esta vida, son tanto mías como suyas. Sólo su inmensa generosidad y su capacidad ilimitada de comprensión han hecho posible un itinerario compartido, singularmente accidentado, en el que han cabido muy pocas satisfacciones materiales. Y espero que del texto se desprenda, tan claro como yo quisiera, que han sido muchas, muchísimas, las personas que se han cruzado en mi vida para esclarecerla, mejorarla, impulsarla y en definitiva darle sentido y utilidad. El lector encontrará que 30
menudean las referencias y evocaciones a buenos y viejos amigos, así como a viejos conocidos... en un montón de circunstancias felices o que al menos contribuyeron a que algo se me diera bien o incluso a mi supervivencia. Pues sí: esta peripecia está hecha de amigos y compañeros generosos, y por eso debo testimoniarles mi deuda precisamente aquí y ahora. He tratado de mostrarlo así en estas páginas citando a muchos, pero lamentaré que pueda quedar alguien fuera de mis recuerdos, deudas y afectos. De todos ellos, mi homenaje especial debe ser para los que en estos años han ido quedando en el camino, en muchos casos cuando quizás más se les necesitaba. Madrid y Galve de Sorbe, enero de 2011 (treinta y siete años después)
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Al principio fue, desde luego, la lucha antinuclear. Con ella adquirió carta de naturaleza el movimiento social llamado ecologismo de forma parecida a como sucedió en otros países. La causa inmediata fue la lluvia (en realidad, granizo) de proyectos nucleares que se precipitaron sobre numerosos lugares con una aceleración llamativa desde la segunda mitad de 1973. El Cuadro 1 refleja la magnitud del exceso, mostrando en particular que en el corto período de tiempo que va de noviembre de 1973 a mayo de 1974 se anunciaron nada menos que 14 proyectos de centrales nucleares (los del apartado E más Sayago, Regodela, Vandellós y Valdecaballeros, que sí fueron autorizados), con un total de 23 reactores. Era demasiado, a todas luces, pero para el sistema - el régimen político, el mundo de las empresas eléctricas y los medios de comunicación - este dilatado panorama de inversiones equivalía a una tabla de salvación tecno-económica: primero porque la crisis iniciada en octubre de 1973 tenía un carácter eminentemente energético y segundo porque el futuro político se cernía sobre España lleno de incógnitas, ya que Franco y su régimen mostraban signos evidentes de agotamiento biológico y político. Toda descripción del ecologismo español, es decir, del movimiento sociopolítico ecológico, se debe iniciar con el relato de las luchas antinucleares y aquí espero poder demostrarlo. Es verdad que ésta es una historia de atavismos: atavismo y política, atavismo y territorio, atavismo y cultura, atavismo y acción... pero no creo que esta realidad quite cualidad a la saga antinuclear; porque, ¿quién pretende «racionalizar» un movimiento social?, ¿o devaluar la fuerza que surge del vínculo de la gente con su tierra y sus imperativos biológicos o morales?, ¿o imponer objetividad al testimonio de quien ha vivido una parte de la historia española, la ecológica, en primera persona? Contado por mí mismo y sin dejar apenas mi papel protagonista, este relato o historia de historias contendrá numerosos defectos, incluyendo muy especialmente los de la acientificidad académica, pero no puede ser de otra forma y la sociología así lo tiene previsto (y me absolverá...). Lo inicio con mis primeros pasos en la crítica nuclear, en la expectativa posfranquista y en los cambios que viví llevado por un pathos en cuyos designios me vi atrapado. En aquella Navidad que todo me cambió, en aquella España atónita e impaciente, dos días después del asesinato del almirante Carrero Blanco, sucesor designado del Caudillo, iniciaba yo mi particular peripecia nuclear, que trastocaría en pocos meses mi trayectoria hasta ese momento confortablemente lineal y prometedora (según mis 33
jefes, familiares y amigos), aunque insegura (según mis vagos presentimientos, ya enraizados en mi fuero interno). La central de Cabo Cope irrumpió violentamente en mi vida con mucha mayor inclemencia que en las vidas de la mayoría de mis paisanos; y con mi pronta entrega a combatirla fue cambiando rápida y radicalmente mi perspectiva sobre mi país, mi papel profesional, la política, el futuro... Todo fue desarrollándose y engranándose a partir de mi decisión de hacer frente al problema nuclear en toda su dimensión, es decir, sin tener miedo a nada: ni a la insuficiente información ni a la potencia y agresividad de las empresas ni al poder político, claramente alineado con éstas. CUADRO 1. Programa nuclear español (2010)
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Los cambios que sufrí, numerosos y radicales, fueron produciéndose según evolucionaban los acontecimientos; el proyecto de Cabo Cope fue inicialmente mi piedra de toque y mi referencia, pero pronto me dejé envolver por el conjunto del programa nuclear, al que entendí que debía dedicarle la misma atención y contundencia que al proyecto que afectaba a mi pueblo y mi gente. El movimiento antinuclear fue perfilándose sobre la marcha y se configuró «formalmente» en la reunión de Benidorm de junio de 1974, con un número ya significativo de personas y de lugares en conflicto. En Benidorm nos dimos cita los que pronto seríamos considerados «primeros ecologistas», recibiendo yo el encargo de coordinar la lucha antinuclear por mi condición de ingeniero conocedor del problema nuclear y por haber movilizado ya a la opinión pública antinuclear en varios puntos de España. La «escuela nuclear», dramática pero muy ilustrativa, fue mi escuela de política; y me he habituado con el tiempo, y otras experiencias que también asimilé con avidez, a un modo «fuerte» de entender la política (y de hacerla, cuando me llegó el turno). Desde luego, mi experiencia política empezó de la mano de mi experiencia nuclear y he de decir que siempre me tomé este asunto mucho más en serio que la mayor parte de los políticos que llegué a conocer, que fueron numerosos y que me enseñaron, entre otras cosas más positivas, a interponer la negativa y el escepticismo ante la hipocresía y el oportunismo. Las luchas que siguen surgieron primero desordenadas y compulsivas y luego más y más sistemáticas y racionalizadas. Y fueron dando forma a un argumentario sólido y estructurado que desde el primer momento superó las cuestiones de la seguridad nuclear y el peligro de la radiactividad para alcanzar lo económico, lo energético, lo político y lo ético. La Figura 1 muestra la «pirámide argumental» que de hecho fuimos construyendo en esa lucha dialéctica, periodística y política. La funcionalidad y la intencionalidad de esta pirámide se expresan así: la base de la oposición es, desde luego, la desconfianza científicotécnica y el riesgo/miedo de accidentes, pero no es lo único criticable, ya que aunque pudieran descartarse esos aspectos pavorosos quedarían los otros estratos de rechazo, que van alineándose con el mismo planteamiento según ascendemos hacia el vértice. Así, si quedaran resueltos los problemas escandalosos del derroche energético en la fisión nuclear y su ciclo termodinámico nos encontraríamos con el abrumador poder contaminante de los residuos radiactivos y otros elementos; si este problema llegara a resolverse quedaría patente la tramposa economía nuclear, sólo viable con el apoyo y el respaldo del Estado; si se consiguiera que esas centrales fueran comparativamente baratas 36
tendríamos que combatir la alta dependencia tecnológica respecto del exterior; si llegase el día en que España fuera capaz de autoabastecerse de esta tecnología, nos quedaría pendiente, nada menos, que abatir la fortaleza política del sector eléctrico; y en caso de lograr la nacionalización o el control social de esas empresas tendríamos que fiscalizarlas estrechamente por la perturbación que imponen en el ámbito cultural y sociopolítico; y, finalmente, si esto pudiese ser minimizado y aceptado por la población quedaría pendiente, y activo, el más elevado de los escrúpulos: el ético, que obliga a legar un futuro sin hipotecas a los que nos han de suceder... FIGURA 1.-Pirámide argumental antinuclear
En aquellas luchas auténticamente populares resultó crucial el actuar con oportunidad en el terreno legal, y así las oposiciones cerradas y masivas, trasladadas a lo político-administrativo en tiempo y forma, se convirtieron en un obstáculo que por sorprendente que ahora pueda parecer - el franquismo no se atrevió a forzar. Y aquellos ayuntamientos, no democráticos pero sensibles al clamor popular (a diferencia de algunos de la actualidad cuyas corporaciones democráticas imponen un punto de vista contrario al sentir popular: por ejemplo, en el asunto del cementerio radiactivo, ATC) vieron cómo se les reconocían sus competencias tradicionales. No he hecho «la suma», o acumulación, de mis actividades antinucleares a lo
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largo del tiempo, que entre otras cosas daría idea del alto grado de «movilidad» de que hice gala en esos años (a los que aparece vinculado el recuerdo nostálgico de mi primer coche, aquel R-8 de 1970 que me duró diez años y con el que hice todo aquello). Desde luego el período entre 1974 y 1977 fue de actividad nuclear máxima, casi de saturación; pero se prolongó otros dos o tres años más, con un 1979 muy completito (destacando el gran esfuerzo de Valdecaballeros, el uranio de La Haba, los coletazos de Soria...). 1. Cabo Cope como epifanía (o el atavismo insurgente) -¿Qué? Que eso, que quieren poner una central nuclear en Cabo Cope, hoy viene en el periódico. De manera coloquial, más bien descuidada, mi amigo José Luis Franco me informaba así de la noticia que esa mañana se había esparcido por el pueblo como reguero de pólvora. Y cayó sobre mi confiado ánimo vacacional como una descarga eléctrica, convulsionándome. La conmoción me sorprendía en el soleado mediodía de la Navidad aguileña, cuando tomábamos una cerveza en el puerto Mari y José Luis, Juan¡ y mi cuñado Hilario, Pepi y yo. Y nada volvió a ser igual. Era el 22 de diciembre de 1973 (día de la Lotería, qué ironía) y, efectivamente, los dos periódicos provinciales, La Verdad y Línea, daban en portada el notición, con gran despliegue tipográfico e informativo. Como sería habitual en aquella saga, y ya lo era en tantas otras de tipo industrial, los periódicos se deshacían en elogios al progreso inminente y resaltaban el impacto excepcional que la inversión produciría en Águilas y en toda la comarca: se trataba de una central nuclear que habría de contener hasta cuatro reactores de 1.000 megavatios (MW) de potencia cada uno, cuya construcción se planteaba escalonada a lo largo de dieciséis años y que daría empleo directo a 4.000 trabajadores, movilizando una inversión total de 60.000 millones de pesetas... Para anunciar tan fausta nueva los directivos de la empresa promotora, Hidroeléctrica Española, S. A. (HE), habían convocado a los medios de comunicación provinciales para transmitirles las grandes cifras del proyecto, inmenso y sin precedentes, que colocaría a la provincia a la cabeza del desarrollo energético y tecnológico de España. La escenificación fue la habitual en los años del desarrollismo franquista y reunía en un mismo marco, tan exultante como intimidador, a directivos encorbatados, políticos serviles y periodistas en cumplimiento de su misión, 38
obligados a ventear maravillas. Cuando me encontré con la noticia comprobé la euforia que se había extendido desde el primer momento y reparé en mi función profesional y, más todavía, en las recientes sensaciones que había percibido en mi última estancia en Bilbao. No pude evitar el inicio de inmediato de mi particular debate interno, ya que el proyecto de central nuclear me resultaba profun damente antipático y molesto; pero pertenecía sin embargo al mundo de mi trabajo y ocupaciones, y parecía representar una novedad muy bien acogida entre mis paisanos; las cosas fueron acelerándose por sí mismas, obligando a mi cabeza a bullir bajo una presión creciente. Pronto, amigos y familiares me requirieron para que diese mi opinión «de ingeniero» y me sentí obligado a opinar, primero con prudencia y después en claros términos negativos encontrando que muchos - de mi entorno familiar o vecinal - esperaban una opinión crítica fiable para alinearse con ella sin más (debido sin duda a la profunda repulsa que los humanos sentimos hacia esa energía, de tan horrenda fama)'. Me pareció entender de aquel ambiente que a la primera reacción percibida, de «sorpresa favorable», fácilmente podía suceder otra bien distinta, de rechazo. Había llegado el momento de acordarme del artículo aparecido pocos días antes en La Gaceta del Norte con la crónica de la hostilidad nuclear en Vizcaya y Navarra, que sobre todo me evocaba el hecho actual de una respuesta decidida de gente como yo y los míos; esto me obligaba a someter velozmente a revisión no solamente mi papel profesional sino también mi estatus de triunfador tranquilo en la familia y el pueblo, de inquieto estudiante de Políticas y de rebelde discreto en mi empresa: sin darme mucha cuenta y a lomos de los acontecimientos que me superaban, fui trastocándolo todo. De la decisión de afrontar un problema tan concreto, y atávico, como era el proyecto nuclear para mi pueblo se fue desprendiendo, necesariamente y en el plazo de semanas, un proceso de intensa reconversión personal, de suelta de lastre y al tiempo de entrada en mundos abiertos y sugerentes de reflexión y acción, en gran medida novedosos para mí. Viví sensaciones nunca experimentadas (la primera, la aceptación por muchos en Águilas, dentro y fuera de la familia, de un liderazgo fervoroso que contribuyó a darme una fuerza moral rotunda), descubrí potencias propias, capacidades desconocidas y, lo más importante, unas perspectivas -si bien nebulosas - que parecían «encajarme» en una posición tan novedosa como apasionante. Luego he sabido que a eso se le llama epifanía2, iluminación, conversión... que en mi caso se expresó como una crisis íntima que acabaría alterando radicalmente mi actitud frente a la sociedad, que pasó de ser inconformista pero falta 39
de marco «orientador» a francamente crítica, airada, militante (ecologista). Contribuyó a que mi tiempo resultara tan vertiginoso en aquella transición de 1973 a 1974 el que el BOE anunciara el proyecto el 9 de enero, iniciándose entonces el período de información pública. Ya en Madrid puse en orden mi información nuclear utilizable, escasísima y que apenas superaba el citado artículo de La Gaceta del Norte (con algunos otros, de tipo técnico); y mientras me obsesionaba el paso de los días y volvía a mis tareas en Bilbao con Iberduero y las ingenierías de Lemóniz multiplicando al tiempo mis contactos telefónicos con algunos de mis paisanos, nació Pedro, nuestro primer hijo (27 de enero). Febrero trajo dos novedades informativas de interés: un extenso reportaje publicado por Ana Westley en Ciudadano (revista mensual de defensa del consumidor que había causado sensación desde su aparición en octubre de 1973) con el título «La energía nuclear en el banquillo» y otro firmado por Mario Gaviria en el semanario político Triunfo, «La amenaza de la energía nuclear», que inmediatamente puso en mi conocimiento mi primo Paco Rabal, el actor, la misma mañana que decidí lanzarme a cumplimentar la estrategia que había ido trenzando desde los días de la Navidad. Así fue como, inquieto y obsesionado, la madrugada del sábado 2 de febrero «aproveché» que Pedro nos desvelaba para dar el paso que algo me decía que habría de ser decisivo: viajar a Murcia y llegar a tiempo de estudiar la documentación del proyecto nuclear en la Delegación Provincial del Ministerio de Industria para actuar, fundadamente, en consecuencia. Hice muy bien, ya que lo que me encontré malamente podía llamarse «Proyecto de central nuclear» por lo escueto y tendencioso, y me hizo enfrentarme moral e intelectualmente con la descarnada banalidad de sus autores, es decir, de la empresa promotora: o sea, de lo que pronto se me revelaría como el poder nuclear. 1 1 1 Paco Rabal, que estaba aquella Navidad en Águilas y con quien había tratado el problema nuclear, mostrándose claramente contrario a la central, no solamente me informó de aquel número de Triunfo con el artículo nuclear, sino que se me ofreció a localizar a su autor, Mario Gaviria, cosa que hizo rápidamente por teléfono; contamos ambos desde entonces con la simpatía y la experiencia de este sociólogo navarro. Volveré a aludir a Mario en varias ocasiones, sobre todo cuando describa las iniciativas antinucleares en Navarra y Aragón. En mi estancia en Murcia y una vez tomé nota textual de cuanto estimé interesante para mi ofensiva contra el proyecto nuclear de HE3 di un segundo paso que resultó no menos decisivo, acudiendo al diario La Verdad (me repelía ir al diario Línea, del Movimiento)' para conseguir que me publicara los textos que tenía intención de redactar como resumen de mis notas y reflexiones; debo al entonces 40
redactor jefe, Ramón Gómez Carrión -al que desde el primer momento conseguí transmitirle mi emoción mostrándole las anotaciones que apresuradamente había tomado esa mañana y adelantándole los fallos, descuidos y disparates que había encontrado en el proyecto-, no solamente mis primeros artículos en prensa, lo que en el terreno personal también supuso algo importante5, sino que la opinión pública quedara informada con suficiente detalle de los numerosos aspectos preocupantes bien por delatar peligro, bien por evidenciar falsedad - que ese documento contenía. Tuve, por otra parte, la precaución, siendo yo un perfecto desconocido en los medios periodísticos murcianos, de anunciar que los artículos irían firmados por tres aguileños: mi cuñado Hilario que era abogado, mi primo Paco (actor popularísimo) y yo, ingeniero. Con lo que consideraba mi «presa» acudí a Águilas y allí busqué al patrón mayor de la Cofradía de Pescadores (Jaime Mayor, vecino durante años), al presidente de la Hermandad de Labradores y Ganaderos (Miguel Barranco, más o menos pariente), a los concejales Paco Franco e Hilario García (vecino el primero y primo de Pepi el segundo) y a los «tomateros», es decir, los empresarios de la principal actividad económica de Águilas: el cultivo del tomate. También me entrevisté un momento con el alcalde, José María Guillén, cuya aparente indolencia interpreté como un signo de que no sería capaz de afrontar el riesgo de oponerse a lo que nos había caído encima: a todos ellos les mostré mis notas del proyecto y también mi alarma. Acerca de aquel alcalde diré que nunca tuve buena química con él y que me exasperaba; y cuando votó no con todos los concejales la noche del memorable Pleno municipal del 19 de febrero todavía dejó registrada en el texto del acta correspondiente una reserva suficientemente intranquilizadora. Su actitud, más sumisa que ambigua, quedó reflejada en unas declaraciones a la prensa en las que reconocía que su negativa «quedaría subordinada al interés general de la Nación y, si así fuese necesario, nos someteríamos a esa decisión con total asentimiento y con la certeza de que por la Administración, con plena conciencia del tema, se tomaría toda clase de garantías para una mayor seguridad en todos los aspectos» 6. Trataba, sin duda, de quedar a salvo de las iras casi seguras del gobernador civil franquista, con poder suficiente para hacer y deshacer alcaldes ya que éstos eran, además, «jefes locales del Movimiento». Según lo convenido, en cuanto tuve un resumen de mi análisis lo envié al periódico, que publicó un avance el día 6 con el título «Sólo se dicen vaguedades sobre los índices de radiación». Con fecha 9 de febrero remití una carta a los alcaldes de Águilas y municipios colindantes, firmada también por los «tres aguileños», con un resumen más amplio del análisis del proyecto, que también fue publicado por La 41
Verdad con el título de «Carta abierta de tres aguileños a los Ayuntamientos interesados» (día 13), y les adjuntaba fotocopia de otros artículos críticos. Ya en esos días, cuando se inicia la publicación in extenso de nuestros tres artículos, con el título de «Estudio de un equipo de aguileños en torno a la central nuclear» (días 14, 16 y 18 de febrero), la prensa iba recogiendo opiniones adversas a la central, no solamente de la parte de ciudadanos más o menos anónimos, sino también de significativos representantes de la economía local o la cultura. Día a día la situación cambiaba, para mi satisfacción. De inmensa ayuda resultó una escueta - ¡pero tan oportuna! - nota en La Verdad (día 17) que remitía Juan Santiago Muñoz Domínguez, catedrático de Física de la Universidad de Murcia, criticando duramente las centrales nucleares de agua ligera (LWR, Light Water Reactor) y también fue un regalo de esos días saber de una pasada sentencia del Tribunal Supremo admitiendo los recursos que se presentaron contra la autorización por la Dirección General de la Energía (1966) del proyecto de la Central Nuclear de Irta en los términos de Peñíscola y Alcalá de Xivert (Castellón)7. Más importancia aún le atribuyo, en aquellos días de discurrir trepidante, a otro acontecimiento que fue la sesión de debate abierto que convocó en el propio Ayuntamiento de Lorca el alcalde de la ciudad, José María Campoy8, haciéndose eco de la inquietud creciente de sus convecinos y cogiendo el toro por los cuernos: el día 18 fueron invitados a exponer sus puntos de vista José Luis Hernández Valera (responsable del proyecto nuclear de HE), José Luis Melis (presidente del Fórum atómico, lobby del sector) y los profesores de la Universidad de Murcia Muñoz Domínguez (que había firmado el artículo que criticaba a las centrales de agua ligera publicados dos días antes), Catalán Chillerón y Gracia Muñoz. Las crónicas reflejan la catástrofe sufrida por HE: «A favor intervinieron los representantes de HE y en contra todos los demás oradores, que fueron numerosos»9. La sesión fue, efectivamente, memorable. A mí me avisó con tiempo Paco Rabal insistiéndome en que hiciera lo posible por ir porque, aparte de hacerme oír, me encontraría con su amigo lorquino Pedro Guerrero, que también se había implicado en la lucha antinuclear y tenía interés en conocerme; así que fui y nada más intervenir para atacar a los de HE con las anotaciones que había hecho del proyecto (y que la prensa acababa de publicar), en el fragor de la discusión se me acercó y me dijo: «Pedro, soy Pedro Guerrero y me manda tu primo Paco». Y desde ese momento nos entendimos a la perfección, formamos una pareja de antinucleares imbatibles... y seguimos sintonizando, frecuentándonos y queriéndonoslo
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MI PRIMO PACO RABAL Por varios motivos fue importante mi primo Paco Rabal en la batalla antinuclear de Cabo Cope. Primero, porque la central, prevista a un paso de su casa de Calabardina y a corta distancia de donde había nacido, instintivamente le movía a rechazo; segundo, porque en cuanto me oyó describir los problemas de la energía nuclear se convirtió en militante lo que - teniendo en cuenta su inmensa popularidad en Águilas, mientras que yo no era conocido más que por la familia y los amigos - resultó de muy eficaz impacto en el cambio de ambiente, que era favorable desde el anuncio del proyecto; tercero, porque ya en Madrid y habiendo yo iniciado en La Verdad la serie de artículos descriptivos del proyecto de la central (que él, sin necesidad de leerlos, suscribió) me llevó a conocer a famosos directores de periódico (Emilio Romero en Pueblo, Jesús de la Serna en Informaciones) y otras personalidades (como el prestigioso médico aguileño Armando Muñoz Calero) en un ejercicio, algo ingenuo, de difusión de nuestra causa, que al menos me permitió conocer de cerca la hipocresía y el alineamiento franquista indefectible de todos ellos; y cuarto, porque me puso enseguida en contacto con Pedro Guerrero, maestro de Lorca con el que mantenía una gran amistad. Paco sabía que el empuje antinuclear desde Lorca era esencial y conocía las cualidades militantes de Pedro, uno de los más activos miembros del PCE local. Y la verdad es que nuestro entendimiento fue instantáneo y, si he de resumirlo al cabo de los años, indeclinable. «Mi primo Paco - escribía yo en un a modo de epitafio la noche que supimos que había muerto en un vuelo de Londres a Madrid, viniendo de Montreal - ha sido hasta ayer ingenuo y chiquillo: un niño primero alto y galán, luego calvo y gordo. Pobre e inteligente, aprendió política en el tajo y optó, con cerebro y corazón, por la solidaridad y contra la injusticia... Aun así, abierto y bueno, artista universal, tuvo que tratar con muchos aduladores que hasta ayer han mentido en su presencia.» Desde luego, era un actor magnífico, un poeta capaz, un ciudadano sensible, un comunista de corazón; sí, sí, pero sobre todo «y quizás por lo universal, era un hombre de sangre y de clan (y yo soy de su clan)» *. (Su hermano Damián, igualmente querido en la familia, era muy distinto en todo y enfocó el asunto nuclear de modo favorable; pensó que la central podía «despabilar» a un pueblo atenazado por el caciquismo y el oscurantismo, pero pronto convinimos en que su planteamiento, de tipo obrerista, no era de aplicación al caso; y mientras duró la crisis nuclear yo le informaba puntual y directamente visitándolo bien en su oficina artística de la calle de la Luna, en Madrid, bien en su casa de campo, por El Escorial.) 43
Paco Rabal, además, se convirtió en activo militante de la campaña que pretendía un millón de firmas para pedir un referéndum sobre el programa nuclear, buscándolas especialmente en el mundo de los famosos («A mí me firmó gente tan insólita como Carmen Sevilla y Benito Perojo, no conseguí la firma de Rodríguez de la Fuente» **). Y se sintió un poco más murciano cuando todos los ayuntamientos del entorno de Cope votaron no. * «Mi primo Paco» (La Verdad, 2-8-2001). ** Lo contaba Paco en «Volver a Cope», que incluyó en mi libro La Costa de la Región de Murcia (1990). La repercusión de aquel debate en Lorca fue enorme y eficaz. A él atribuyo en buena medida que al día siguiente toda la corporación municipal aguileña dijera no al proyecto, resolviendo las dudas angustiosas que yo mantuve hasta el último momento; y por supuesto, a que la propia corporación lorquina hi ciera lo mismo tres días después. Seguidamente, la corporación municipal de Mazarrón también se opuso y poco después hacía lo mismo la de Pulpí (Almería), ambos municipios alegando perjuicios para la agricultura y el turismo. De nuevo estaba yo en Águilas cuando expiraba el plazo de las alegaciones para proceder, con otros amigos, a la entrega del millar de firmas que habíamos acopiado en poco más de dos semanas de campaña en Aguilas, Lorca y sus pedanías costeras"; las firmas respaldaban un breve texto en el que aludíamos a la imposibilidad urbanística de que la central se construyera en suelo rústico, a las inquietudes suscitadas en varios países (Estados Unidos y Reino Unido en primer lugar) y al impacto humano y económico que conllevaría en la comarca. La empresa continuó con sus bravuconadas como si no hubiera pasado nada y la decisión final dependiera de ella misma. Así, abrió una oficina en el pueblo, inició los sondeos geológicos, derribó las casas de labor y acometió las tareas de amojonado de las 300 ha adquiridas; el Ayuntamiento consintió todo esto, demostrando su escasa convicción y desde luego no acometió ninguna iniciativa ni estudio propios, ni siquiera en materia jurídica, confirmando que el rotundo no del famoso Pleno había sido, para el alcalde y muchos concejales, pura pose. Gracias a las gestiones de Pedro Guerrero pude dar una conferencia (la primera de mi vida) el día 16 de marzo en el Círculo Narciso Yepes de Lorca, con numeroso público. (Para conseguir dar una primera conferencia en Águilas sería necesario esperar al verano, haciéndose realidad el 22 de agosto en el casino local, aunque tuve 44
que pedir yo mismo permiso al gobernador civil.) En ese año de 1974, de tantas novedades mediáticas para mí, también recuerdo la primera entrevista personal que la prensa me hizo, que se publicó en La Verdad el 25 de julio. Aunque pudo no ser la primera si realmente hubiera llegado a saber qué hizo con la larga charla que mantuvo conmigo el corresponsal del New York Times interesándose por el naciente movimiento antinuclear en España, en plena canícula madrileña, en la que fui, ingenuamente, absolutamente franco. Luego me inquieté, y cuando quise saber más del citado corresponsal algún conocido del Club Internacional de Prensa me dijo: «¡No le habrás contestado a todo lo que te preguntara!» 12. (Iba yo aprendiendo, como era inevitable, a base de errores e imprudencias...). Unos días antes, y a través de Juan Ignacio Sáenz-Díez, conocí en Madrid aTed Jacob, mano derecha de Ralph Nader en cuestiones energéticas, que me hizo obsequio de un utilísimo volumen, The nuclear fuel cycle, editado por el prestigioso grupo Union of Concerned Scientists (que también capitaneaba Nader). Yo mantenía mi estrategia considerando en mi fuero interno que sólo estábamos en el principio y que la batalla sería larga. Entré en contacto con la revista Ciudadano, que era la que en ese momento me parecía más adecuada y accesible para que mis textos se publicaran, y me entrevisté con el redactor jefe Manolo Saco, quien desde el primer momento me ofreció las páginas de la revista. El mismísimo mes de marzo ya apareció mi primer texto en la revista, que era a la vez mi bautismo periodístico (¡y remunerado!) en la prensa nacional, «Desconfianza nuclear», relatando el caso de Águilas, que fue seguido de otros artículos en los meses siguientes y, con diversa cadencia, hasta 1983. Otro jalón de mi entrada en la prensa nacional antifranquista fue la publicación en julio en Cuadernos para el Diálogo de un artículo, «Centrales nucleares: análisis de un programa errado», que además me sacaron en portada; me produjo una inmensa satisfacción porque yo era suscriptor de esa revista desde 1970 y porque creo que en el momento de enfrentarme con el problema nuclear de Águilas Cuadernos era mi más clara referencia ideológica. En realidad, para mí la batalla de Águilas empezaba entonces, ya que mi estrategia estaba construida sobre el largo plazo, la resistencia y, sobre todo, la lucha generalizada: quiero decir que mi propósito fue desde el primer momento en que se produjo el no formal institucional consolidar esa negativa extendiendo el rechazo a las centrales nucleares por toda España. Así pensaba y sentía («Crear un fuego, dos fuegos, cien fuegos... »13) en esos meses de la primavera de 1974, convencido de que ésa era la forma más eficaz de bloquear la nuclearización de mi pueblo y porque veía que podía hacerlo. Vivía, todavía, una fase en la que me embargaba por completo mi 45
apasionado amor al pueblo y la tierra, y fue la propia experiencia de mi entrega a otras causas nucleares - que percibí como igual de importantes para otras gentes - lo que pronto hizo que me sintiera verdaderamente ecologista, es decir, universalista y hostil a los sentimientos pueblerinos y particularistas. (Esta afirmación de visión amplia, que sustituía al exceso de aguileñismo, se afirmó cuando comprobé tres años después que la sintonía nuclear con mi pueblo quebraba al plantearse otros problemas ambientales, como el del puerto deportivo y el del Parque Natural, como veremos.) Y pronto me di cuenta, por otra parte, de que mis apoyos efectivos en Águilas eran escasos; mi familia de la Marina de Cope y poco más14. Varias veces intenté «habilitar» a algún amigo con el que mantener contacto activo (como ya empezaba a hacer con otros «corresponsales» por toda España) y que contribuyera a la formación de un grupo vinculado a Aeorma, única asociación combativa existente a nivel nacional; o constituir una comisión representativa de los sectores afectados y ciudadanos en general: fue imposible. En aquellos primeros meses el apoyo que percibía era difuso, distante, poco comprometido: insuficiente para mí. Probablemente, la rápida «solución» al caso y las decisiones municipales de rechazo aliviaron a muchos demasiado pronto, y podía parecer que con mi lucha bastaba. No me sentí frustrado y mi plan continuó con el apoyo y la asistencia formidables de Pedro Guerrero, que pronto llegó a movilizar Lorca; y esto me era suficiente. Recuerdo una sesión informativa para los alumnos del instituto de Águilas, invitado por algunos profesores y el propio director, Roberto Mur, así como el interés de su sucesor, Fernando Faura. El primer apoyo aguileño de confianza fue Pablo Moreno, y hacia el verano ya contaba, además de con Pablo, con la ayuda de Pepe Lajarín, un ciudadano excepcional, y de Ildefonso Maldonado, ferroviario de gran prestigio15. Pero no resultó posible - pese a sus esfuerzos - formar ningún órgano estable en una reunión que convoqué a finales de julio. A continuación de mi conferencia de agosto en Águilas presentamos un duro escrito dirigido al presidente del Gobierno, al presidente de la Diputación y al alcalde denunciando la actitud general de tolerancia y sumisión a las provocaciones de HE, y precisando la responsabilidad de las tres instancias políticas. Claro que la central también había despertado expectativas y, supongo, estimulado intereses más allá de la convicción de muchos de que el progreso vendría con la energía nuclear; y a esto atribuyo el infundio que se distribuyó en Águilas contra mí en noviembre de 1976, un anónimo aguileño tan venenoso como estúpido: tratándome de «traidor», el papelucho venía a decir que, como tenía relaciones con el Polisario y éste con Argelia, gran productora de petróleo, mi oposición a la central 46
nuclear se debía a que me pagaban los países de la OPEP16 También, como era de esperar, fui objeto de vigilancia y de las labores de «información» por parte de la Guardia Civil, que no podían hallar en mí nada de lo que les hubiera gustado encontrar17. (Era más cruda, desde luego, la vigilancia a que la Policía de Lorca sometía a Pedro Guerrero.) El caso es que cuando el 22 de septiembre constituimos en Lorca la Delegación del Sureste de Aeorma, con el liderazgo de Pedro Guerrero, eran muy pocos los que pudieran considerarse representantes de la asociación en Aguilas. Opté entonces por potenciar la vía jurídica directa, es decir, la elección de un abogado que preparase la eventual respuesta en caso de que la Administración decidiese autorizar la central. Hablé con Leopoldo TorresBoursault18, que entonces trabajaba en el despacho de Joaquín Ruiz Jiménez, y con los representantes del sector del tomate de exportación y de los empresarios turísticos, y celebramos una reunión en noviembre. Leopoldo se encargó de redactar un informe jurídico sobre el asunto de la central nuclear, que estuvo terminado en enero de 1975. Pero pronto estos empresarios se desentendieron, faltos de estímulo al ver que el proyecto no avanzaba y que otros ponían su esfuerzo por impedir una instalación tan perjudicial a sus intereses. Las dificultades para entenderme con estos empresarios - sobre todo los «tomateros» capitaneados por José Luis Muñoz, representante de la familia más significada de Águilas por sus intereses económicos, Antonio Poblete, gerente de la poderosa Pascual Hermanos, y en menor medida, Jesús Fernández, del ámbito turístico-inmobiliario - volvería a sufrirlas, agravadas, cuando reencontré a José Luis Muñoz y Jesús Fernández como directivos del Club Náutico de Águilas, contra cuyo proyecto de puerto deportivo me lancé a partir de 1977 (batallas 36 y 61). A lo largo de abril y mayo ya había contactado con Aeorma a través de Ciudadano y de Mario Gaviria, que estaba vinculado a ella de antes. Y cuando la asociación celebró su célebre reunión en Benidorm los días 14 y 15 de junio (batalla 28), allá fuimos Pedro Guerrero y yo para encontrarnos con el núcleo principal de antinucleares del momento, más otros significados miembros de grupos políticos, intelectuales, sindicalistas... Al ser esta batalla primera la referencia para todas las demás, varias de las tareas que me marqué en el «frente aguileño» me fueron útiles para las siguientes peleas. Como por ejemplo el dossier básico de textos críticos de la energía nuclear que, cuando inicié mi primer gran periplo cantábrico, ya consistía en media docena de artículos seleccionados, españoles y extranjeros19, y que iban acompañados de un 47
resumen, Centrales nucleares: problemas y riesgos (cuya redacción, sencilla y directa, me había urgido Pablo Moreno, para darle la mayor difusión posible), con la relación de accidentes conocidos en ese momento. Y como leí en algún sitio que el Reino Unido estaba a punto de prohibir la instalación de centrales nucleares de agua ligera (LWR) norteamericanas en su territorio aproveché mi breve estancia ve raniega en Londres para visitar la redacción de The Observer (periódico de apariencia antinuclear) y entrevistarme con un redactor especializado en energía, que me explicó los términos reales de la polémica en el país20. Gracias a Pedro Guerrero en esos meses conocí en Lorca a Horacio Capel, que ya era un prestigioso profesor de Geografía en la Universidad de Barcelona y que dirigía además una colección en la editorial Los Libros de la Frontera, proponiéndome la redacción de un libro que contuviese todos los aspectos críticos de la energía nuclear «civil», texto que se empezaba a echar en falta en España; y así pude publicar mi primer libro, Nuclearizar España (junio de 1976) que aun hoy sigue siendo una referencia en el tema21. Un día de la primavera de 1975 (el 11 de abril, que tomé buena nota) el ingeniero Belarmino Galarraga, de la central nuclear de Zorita, al que conocía de mis visitas profesionales a la central, me informó de que HE ya había descartado de hecho este proyecto; y sabiendo que se trataba de una fuente fiable pude descansar, psíquica y moralmente, después de casi año y medio de tensión angustiosa22. La confirmación oficial de la derrota tardaría en llegar y hubo que esperar a 1978 para que fuentes del Ministerio de Industria informaran de que esta central no entraba «en las previsiones del próximo decenio»23. Para cuando llegó ese día, de profundo relax tras la larga tensión mantenida, ya me había implicado en una docena de puntos conflictivos mientras mantenía la llama de Águilas con atención prioritaria, quedándome «pendientes» de conocer los asuntos de Chalamera y Valencia de Don Juan, los dos últimos proyectos nucleares que produciría, en la primavera de 1975, la agonizante España franquista. 2. Regodela, en la costa de Lugo Dispuesto a conocer in situ cada uno de los proyectos nucleares de España, y si era posible perturbarlos, decidí aprovechar las prolongadas estancias en Bilbao donde venía trabajando para Iberduero bien en la oficina local de mi empresa, bien en la de las ingenierías del proyecto de Lemóniz - para ir visitando la nueva «geografía nuclear» española. Así, toda la familia iniciamos una serie de viajes relámpago que nos llevaron en la primavera de 1974 por la costa cantábrica desde Lugo hasta 48
Guipúzcoa y, Ebro abajo, desde Tudela hasta Ascó y la costa mediterránea. El objetivo de la primera etapa era el proyecto de central nuclear en la ensenada de Regodela, municipio de Xove, en la agreste costa de Lugo24. Así que nos plantamos en Viveiro, la villa más significativa del entorno de Regodela, donde conseguí entrevistarme con el alcalde, Antonio Meirás, médico; lo mismo hice en Xove con el primer teniente de alcalde Antonio Guerreiro25, dado que el alcalde estaba ausente. En ambos casos las opiniones me parecieron deplorables, limitándose los ediles a recitar, de forma aparentemente convencida, las informaciones que la empresa y la prensa habían suministrado. Cuando indagué por alguien que se mostrara contrario al proyecto me hablaron del maestro de Cervo, Jesús López González, a quien no pude localizar; Charo, también maestra, me confirmó que Jesús López era la única persona prácticamente que mantenía una postura crítica en el pueblo. En Viveiro contacté con José Cabarcos, presidente de la asociación cultural Sementeira, que tampoco estaba conforme, pero que carecía de información y fuerzas para alzarse frente a una opinión pública que parecía inamovible en su ignorancia o desinformación. Después de visitar el emplazamiento elegido, una ensenada de nada fácil acceso en una costa maravillosa frente a la isla de Ansarón, continuamos viaje hacia la costa de Asturias. De regreso a Madrid envié una carta al maestro de Cervo informándole de la existencia de la asociación Aeorma y enviándole la información crítica entonces en mi poder, pero creo recordar que nunca obtuve respuesta. Un año después el «opositor» Jesús López fue designado alcalde reconvirtiéndose en convencido defensor de la central nuclear, y así siguió cuando en 1979 fue elegido primer alcalde democrático de Cervo (Alianza Popular), siendo varias veces reelegido. La misma actitud adoptó a renglón seguido cuando se lanzó el proyecto de la planta de aluminio-alúmina de San Ciprián, en terrenos de los municipios de Xove y Cervo. También envié información a Sementeira, lo que haría que los lazos fueran estrechándose. Así fue como, transcurridos unos meses, José Cabarcos me llamó para decirme que estaban decididos a presentar batalla y a invitarme a una mesa redonda en la que se esperaba que acudiese Fenosa. Pero finalmente la empresa no quiso colaborar y la mesa redonda se celebró en Viveiro el 19 de noviembre con la participación de los catedráticos de la Universidad de Santiago de Compostela Ramón López-Suevos, de Economía, y Francisco Bermejo, de Química, y yo mismo. La transcripción de esas intervenciones (más un texto añadido del abogado Nemesio Barxa) se publicaron al año siguiente en un librito, A contaminación na Galicia (1975), que fue mi primer libro, en este caso en colaboración, y que me produjo una 49
intensa emoción al verme traducido al gallego`. Y fue en esa ocasión cuando conocí a las personas más convencidas y dispuestas, a quienes representaban - como yo comprobaría muy pronto - la verdadera oposición antinuclear en la zona: Pencha Santasmarinas y el grupo de sus amistades, incluyendo especialmente a sus compañeras Pilar y África. El año acabó con la semilla antinuclear fructificando, con una campaña de Sementeira que conseguía miles de firmas para pedir una moratoria de diez años para el proyecto de la central de Regodela y con la incorporación de Comisiones Labregas, todavía clandestinas, al incipiente movimiento antinuclear, así como algunas asociaciones de Cabezas de Familia y vecinos en general. La etapa siguiente transcurrió en la misma tensión que las «crisis nucleares» producirían a lo largo y lo ancho del territorio español: incremento paulatino de la oposición, mientras empresas y administraciones trataban de sobreponerse a los vientos contrarios, generalmente con campañas de prensa a medias entre la información sesgada y la amenaza. Pencha me mantenía informado y yo le suministraba cuanto llegaba a mi poder que pudiera fortalecer la lucha. Pero los ayuntamientos de la zona (es decir, alcaldes y concejales) seguían adictos al proyecto. Fue sin duda por esta predisposición favorable de las autoridades (y por el menosprecio que se hacía del movimiento antinuclear gallego) por lo que el 23 de agosto de 1976 el BOE publicó la autorización previa (primera de las establecidas en la legislación nuclear) del proyecto de Regodela. Como algo más que un jarro de agua fría cayó la noticia entre los antinucleares de la zona pero lejos de hundir su moral esta decisión aumentó su rabia y espoleó su inteligencia, arreciando la campaña. El 25 de septiembre, un mes después de la infausta nueva, ya habíamos organizado la primera fase de la respuesta y de nuevo volví a Viveiro para intervenir en un acto público (otra vez en la sala Verxeles), en un momento de gran exaltación política, con el nacionalismo gallego expresándose abiertamente y con la gente, en general, animada y activa. Al terminar el acto los organizadores (y yo entre ellos) encabezamos una manifestación espontánea, masiva y solemne, que produjo un impacto decisivo en la opinión pública: ya no había miedo, sino desafío27. En diciembre de ese mismo año la autoridad gubernativa suspendió una mesa redonda prevista en Viveiro y en enero de 1977 Fenosa hizo fracasar otra al no presentarse28. En mayo fui invitado por los estudiantes de Matemáticas a dar una conferencia en la Universidad de Santiago, donde volví a coincidir con el catedrático Bermejo29. En septiembre se creaba en Lugo el Comité Antinuclear de Xove, 50
constituido por juristas, economistas, sindicalistas y vecinos de la zona, al que me uní. El ciclo de mis intervenciones directas antinucleares terminaría en mayo de 1979, cuando enlacé ese mismo año - haciéndome de nuevo presente a petición de Penchacon la otra lucha de la comarca, la de la planta de aluminio-alúmina (batalla 64), participando en La Coruña y Lugo con mi discurso crítico sobre la política energética en general en la campaña para las primeras elecciones municipales, apoyando al Bloque Nacionalista Galego. En esos mismos días de la campaña electoral 10.000 personas se concentraron en la ensenada de Regodela pidiendo la anulación del proyecto. Mientras tanto, y por ser la figura y símbolo de la lucha antinuclear, Pencha fue objeto de presiones y amenazas de la parte de sus jefes administrativos y de la autoridad gubernativa, con anécdotas de lo más sabroso que ella me transmitía puntualmente3o Sobreponiéndose al golpe que supuso la autorización previa de la central, el grupo de Viveiro encargó a los abogados Leopoldo TorresBoursault (por mí recomendado) y Nemesio Barxa (del entorno nacionalista) la defensa jurídica de los intereses de la zona. La empresas - Fenosa, en realidad - persistieron en su empeño de conseguir la autorización de construcción presionando a las autoridades de Madrid y a la opinión pública con lo avanzado de sus trabajos y las garantías de seguridad, incluso después de que se hubieran manifestado en contra los ayuntamientos de Cervo, Viveiro y Mondoñedo (mayo de 1979). Pero no hubo tal autorización, una vez encaminada la política energética por el nuevo Plan Energético de 1979, que se volcaba en las grandes centrales de carbón y acababa de hecho con la «euforia nuclear»31 Pero Galicia continuó siendo un hervidero de proyectos y realizaciones de industrias pesadas y contaminantes: centrales térmicas de Pontes de García Rodríguez y Meirama32 (ambas alimentadas por el lignito pardo, muy contaminante), planta de aluminio-alúmina, siderurgia, amenaza itinerante de varias fábricas de celulosapapel... a lo que se fueron añadiendo los frecuentes naufragios de petroleros con las consecuentes mareas negras33; todo ello con un enorme impacto en un territorio y un mar en muy apreciable estado de conservación. Así que continuó la lucha ecologista siempre con marcado tinte nacionalista - destacando en ella el grupo Adega (Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galiza), creado en 1975, que sigue siendo hoy día el buque insignia del ecologismo gallego3` Y como tierra castigada por siglos de oscurantismo cultural y socioeconómico, clientelismo político y otras plagas que a Galicia le vienen siempre desde la minoría dominante, no ha de sorprender que los más significativos caciques - especie que la democracia no ha extinguido, demostrando una irresistible longevidad - vuelvan 51
periódicamente a promover, en realidad jalear, la construcción de una central nuclear; así lo hizo hace unos años Manuel Fraga, paradigmático prócer gallego antes, durante y después de ser presidente de la Xunta autonómica, uniéndose a la cruzada pronuclear que su dilecta Loyola de Palacio inició siendo comisaria europea de Energía, y aprovechando que el entonces secretario de Estado de Energía, José Folgado, se mostró partidario de que finalizara la moratoria nuclear y de dar luz verde a nuevos proyectos. Todos ellos se olvidaron de que en su día, y con la dictadura de frente, ni el Gobierno ni las empresas fueron capaces de llevar adelante la cen tral que había sido programada35; porque la historia de Galicia se viene haciendo con materiales nada livianos y los esfuerzos desplegados por Xove han quedado firmemente anclados en la memoria activa de los gallegos. (Vuelvo sobre estos problemas en la batalla 64.) No puedo dar por finalizado este capítulo sin aludir a varios amigos gallegos con los que estoy de alguna manera en deuda. Como Mundo Cal, fotógrafo de Redondela, a quien le debo una invitación, en abril de 1995 para participar en las V Xornadas Entrepobos, en las que hablé sobre «Un desenvolvemento ecolóxico para unha terra enferma» (pero en castellano, claro); Carlos Vales, del grupo fundador de Adega, que es un prestigioso biólogo y profesor a quien debo mi presencia en el interesante municipio de Oleiros, frente a la capital coruñesa donde, en las mismas Xornadas sobre os Océanos en las que se homenajeó en diciembre de 1998 al prestigioso científico Domingo Quiroga, hablé de los aspectos ecológicos, sociales y jurídicos de la protección del litoral36; o el periodista Gustavo Luca de Tena, que con tanta deferencia me trata cuando me entrevista para A nosa terca. Aunque para mí Galicia siempre ha supuesto una intensa y emotiva experiencia37. PENCHA SANTASMARINAS («Seguramente, xovía...») Sí, seguramente llovía cuando conocí a Pencha y sus compañeras en la húmeda y encantadora Viveiro, una tarde de noviembre de 1974 con motivo de mi primera intervención pública en esa villa contra el proyecto nuclear de Xove. Me había invitado la asociación cultural Sementeira, pero no tardé en ver que ella era quien, con discreción pero transmitiendo una voluntad firmísima, pensaba y organizaba el incipiente movimiento antinuclear en la costa de Lugo. Desde ese momento Pencha y sus colaboradores movieron casi todo, siendo mi referencia no sólo en aquella lucha especialmente dificil, dado el tercermundismo político con el que nos topábamos, sino en mi aprecio y entendimiento de Galicia (que hasta entonces sólo había conocido lúdica o profesionalmente). Fue mi contacto además de guía universal incluso cuando, con el tiempo, empezó a hacerse presente la fuerza nacionalista del 52
Bloque Nacionalista Galego (BNG), que llegó a considerarme uno de los suyos. Pencha militaba en el BNG, pero su fe inatacable era simultánea con su talante antidogmático. Fue incluida una y otra vez en las listas electorales del Bloque pero la experiencia política, olvidada la clandestinidad, la alejó aún más de la intolerancia, accediendo a ese realismo compañero del cansancio que el tiempo impone en geografias políticamente difíciles (como Galicia). Pencha era maestra de carrera, pero trabajaba en extensión agraria (Ministerio de Agricultura) y por ello conocía muy bien su tierra y las gentes de su tierra: su seriedad y capacidad de persuasión eran razones definitivas que me hicieron ver desde que la conocí que era la persona adecuada para movilizar a la opinión crítica contra la central. Pasó, desde luego, malos ratos, pero sus enemigos comprobaron que se las tenían que ver con una mujer de temple poco común. E incluyo entre quienes la hostigaron al gobernador civil del momento, que quiso conocerla personalmente para dirigirle sus más inquietantes advertencias; o aquel teniente coronel de la Guardia Civil de Lugo, que en gloriosa efemérides registró personalmente su casa preocupándole sobremanera algunos documentos que debió considerar seriamente atentatorios para la seguridad del Estado: libros como Operación Ogro, Nuclearizar España o mis postales solidarias. Aventuras que me transmitía preocupada entre el estupor comprensible y un íntimo gozo militante. Formando un núcleo sólo aparentemente desvalido, Pencha y sus amigas Pilar yÁfrica se apoyaban cuando las conocí en Poisoned Power, de Goffman y Tamplin, que era una biblia antinuclear de entonces. Creían en una Galicia muy distinta a la que vivían y batallaban, y no la querían nuclear. De voluntad de hierro, su ternura algo acerada delataba, cuando la reencontré en 1994 para rememorar en Cuadernos de Ecología los veinte años de las primeras luchas nucleares, la profunda frustración con que en Galicia la falta de horizontes llegaba a maltratar a los mejores. Pero al menos los recuerdos habían quedado consolidados en la historia y por lo que a nosotros se refería la preocupación conjunta por Galicia nos había regalado experiencias y sensaciones altamente sugerentes, hechas de portos y áreas, de bosques y acantilados; de una lucha construida con afectos y confianza, y por ello fructificó. He estado con Pencha en Santiago en la maravillosa primavera de 2010 y la he encontrado escéptica pero firme y activa, justamente el día que supo que la Xunta le concedía este año la Medalla Castelao por su trabajo a favor de las mariscadoras desde la Consellería de Pesca. ¡Al fin un reconocimiento! 53
3. Cudillero: central nuclear para la Concha de Artedo A principios de mayo de 1974 la prensa38 había informado de que el Ayuntamiento de Cudillero (Asturias) se oponía a la ubicación de una central nuclear en su término, alegando la belleza del lugar elegido, que era la popular ensenada de la Concha de Artedo, así como los daños esperables «en las riquezas piscícola y paisajística» de la zona; se añadía que la refrigeración de la central proyectada, prevista con circuito abierto, «llevaría a la costa aguas residuales a altas temperaturas, lo que modificaría esencialmente la condición ecológica del litoral y dejaría en grave peligro el trabajo de la mayoría de los habitantes del municipio». Aunque comprobé que no existía proyecto formal alguno (cuyo anuncio se hubiera publicado en el BOE), sino que la alarma obedecía a un rumor con origen en la empresa Hidroeléctrica del Cantábrico, me pareció oportuno contactar con el alcalde para felicitarle por la decisión corporativa. Aproveché la ocasión para animarle a mantener su rechazo e informarle de la situación general de los proyectos nucleares en España en ese momento hechos públicos, con especial mención a los que habían sido impugnados por las autoridades municipales (los dos vascos, el navarro, el de Aguilas y el de Almonte), así como para enviarle documentación crítica. Inmediatamente recibí contestación del alcalde, Urbano Cuervo-Arango y GarcíaRovés, agradeciéndome el apoyo y aportándome el breve informe, tajantemente negativo, emitido por la Alcaldía y Jefatura Local del Movimiento, previa aprobación unánime de todos los miembros de la Corporación. Así que consideré interesante visitar Cudillero a continuación de Xove. El alcalde estaba ausente, pero pude contactar con el cronista de la villa, Juan Luis Álvarez del Busto, con quien mantuve conexión informativa en los meses siguientes39. Tras la reunión de Aeorma en Benidorm, puse en contacto a Ramón Fernández-Rañada, que era arquitecto y miembro de ANA (Asociación Asturiana de Amigos de la Naturaleza, una de las pocas asociaciones conservacionistas entonces existentes en España, creada en 1972), con Álvarez del Busto, pero, dado que no hubo proyecto en firme, estas relaciones pronto se diluyeron. El caso es que el relevo lo tomaron los ecologistas de ANA, que con independencia de la existencia o no de proyecto nuclear en Cudillero se sintieron amenazados por los proyectos de Xove y Santillán en las dos provincias vecinas; así que a principios de 1977 ya funcionaba un grupo antinuclear en la asociación, que se movilizó para hacer frente al proyecto en el lado cántabro. Con estos ecologistas asturianos mantuve correspondencia a lo largo de ese año suministrándoles 54
información, y a principios de 1978 me invitaron a dar una charla en Oviedo. No hubo, pues, central nuclear en Asturias, como no hubo refinería de petróleos, otro proyecto que se anunció en los años siguientes cuando se hizo público el descubrimiento de un yacimiento de petróleo en las aguas frente a Gijón (que al poco quedó en nada, ya que la empresa exploradora, Shell, exageró el hallazgo)40. Asturias era entonces una primera potencia industrial (sólo superada por Vizcaya) y por eso menudeaban las voces favorables dentro del establishment económico regional y nacional queriendo completar su elenco industrial con «lo que le faltaba»: central nuclear y refinería... Por eso, la inexistencia del proyecto no impidió que se produjeran algunas declaraciones oficiales en las semanas siguientes en el sentido de que habría central nuclear41 En aquellos años Asturias contaba con un fuerte movimiento crítico, político, por una parte (en una tierra en la que el Partido Comunista, fuerte y activo, alimentaba la oposición antifranquista), y ecologista de otra, siendo ANA uno de los entornos donde se desarrollaba; conocí a varias personas con esa doble militancia. Mis primeros contactos con los antinucleares de ANA fueron Marta Sordo y Blanca Tamés, ya en 1977. De todas formas, en otros viajes y tareas (estudios sobre la costa, las montañas y los ríos) en Asturias mis interlocutores han sido el biólogo Carlos Lastra, profesor de la Universidad de Oviedo, el geólogo Jaime Izquierdo, un ecologista de corazón volcado en la búsqueda del «desarrollo rural», y sobre todo Belén Menéndez, geógrafa activísima, gran conocedora de su tierra asturiana y siempre generosa compañera. Siendo director de Cuadernos de Ecología el Club de Prensa Asturiano, dirigido por el diario La Nueva España, me invitó a una conferencia sobre «Prensa, información y educación ambiental», en la que, en compañía de Lastra, hice revisión de los problemas ambientales de Asturias42. De todas formas, la figura más caracterizada del ecologismo asturiano era Miguel Ángel García Dory, ingeniero agrónomo de for mación, pero conservacionista de vocación y de muy amplio espectro que, además de haber contribuido a la creación de ANA y de ser su primer presidente, representaba también a Aeorma en Asturias; fue en esos años el máximo exponente del ecologismo asturiano y una referencia obligada en el panorama ecologista españo143 4. San Vicente de la Barquera y un alcalde con futuro político Fue la tercera etapa de aquel periplo cantábrico4, y el asunto aquí era el proyecto de central nuclear que se había hecho público en junio de 197345 consistente en una 55
central «con un primer grupo de 900 MW» que pretendía construir, sin ayuda, Electra de Viesgo en la ensenada de Fuentes, en terrenos pertenecientes a los municipios de Val de San Vicente y San Vicente de la Barquera; el proyecto tomaba el nombre de «Santillán», del lugar más cercano. Primero me entrevisté con el alcalde de la pedanía barquereña de Santillán, señor Roy (al que ya habían reservado un puesto de trabajo en la plantilla de la central), que me aseguró estar tranquilo porque los ingenieros «dijeron la verdad desde el principio», y así fue que la información pública había pasado sin reacción ni alegación alguna. A continuación me entrevisté con el alcalde de San Vicente, Manuel Blanco, que estuvo acompañado de uno de sus concejales; ninguno de ellos mostró preocupación porque no creían ni en los peligros de contaminación ni en lo que se decía en contra. Como reconocieran que necesitaban más información me comprometí a enviar al alcalde - que se mostró muy desconfiado en la entrevista - la documentación esencial en mi poder, como había prometido a los ediles de las dos localidades visitadas anteriormente en Lugo y Asturias. De hecho, Manuel Blanco asistió a la reunión de San Sebastián el 31 del mes de agosto siguiente en la que los de Aeorma nos las vimos con Iberduero en memorable combate, aunque este alcalde declinó intervenir cuando se le pidió su opinión. En mi sondeo de urgencia en el pueblo, la hermosa villa marinera cántabra, comprobé que reinaba la más absoluta ignorancia. Hubo que esperar al inicio de 1977 para que se reactivara la opinión pública, de lo que tuve conocimiento por una nota de prensa en la que el alcalde, que seguía siendo Manuel Blanco, expresaba su preocupación al gobernador civil por el proyecto de central nuclear. Simultáneamente, con motivo de la presentación en San Vicente de la Asociación de Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC, que presidía el economista Miguel Ángel Revilla)46 mil personas corearon «No a la central nuclear», lo que obligó a decir al alcalde: «No hay oposición, hay unanimidad»47. Pero hubo un problema y fue que el alcalde Blanco, que hasta ese momento se mostraba más favorable que indeciso, tal y como yo había percibido en mi entrevista tres años antes, recibió ciertos ataques de los antinucleares locales, que aludían a esa entrevista conmigo precisamente, que yo recogía en mi libro Nuclearizar España (publicado el año anterior); y esto le obligó a hacer ejercicio de exculpación en un largo alegato publicado en la prensa en el que pretendía desmentirme. Cuando los amigos me informaron de esta ocurrencia lo fulminé con una carta a la prensa en la que le corregía con mis datos y recuerdos48.
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Al mes siguiente se informaba de que 12 alcaldes (tres de ellos del oriente asturiano) acordaban oponerse unánimemente a la instalación nuclear, y yo recibía la invitación de la Universidad de Cantabria para dar una conferencia en la capital en un ciclo que sobre la energía nuclear habían organizado los alumnos (que me habían contactado directamente a través de uno de sus representantes, Ramiro Badía). Así que el 31 de marzo tuve oportunidad de dar mi conferencia en Santander, cerrando el ciclo de cuatro sesiones previstas49. Pero antes, Pedro Fernández Palazuelos, maestro de Bielva, en las cercanías de San Vicente, me había escrito para darme su opinión y trasladarme su análisis - que me resultó sensato y valioso - sobre el problema y la naturaleza de las iniciativas críticas, que ya eran diversas y que no todas parecían leales y duraderas. Me pareció que era él la persona que yo necesitaba para establecer el contacto adecuado con el movimiento antinuclear local y por eso, cuando viajé para dar mi conferencia en la Universidad, aproveché la oportunidad para conocer a esos jóvenes críticos del entorno de San Vicente, que me proporcionaron una jornada altamente placentera. Debo citar aquí a Eduardo Cossío Díaz, de Celis, que también conocí ese día y que se reveló como magnífico organizador; también con él mantuve correspondencia e intercambié información50. Los meses de 1977 continuaron con una fiebre antinuclear in crescendo y con la novedad del progresivo compromiso de los partidos políticos y sindicatos (si exceptuamos a UCD y Alianza Popular, siempre reticentes), que estrenaban normalidad democrática. Pronto se creó una Asociación de Afectados por la Central Nuclear de Santillán a instancias de la oposición «civil», cuyo secretario era el eficaz Eduardo Cossío, que se puso a trabajar y a preparar una marcha-manifestación desde San Vicente hasta la playa de Fuentes, que tuvo lugar el 21 de agosto congregando a cientos de cántabros y asturianos, así como veraneantes. El proyecto nuclear resultaba a todas luces muy pretencioso para Electra de Viesgo, empresa eléctrica de las pequeñas (por más que participara, asociada con Iberduero al 50 por 100, en la central nuclear de Garoña) y no fue finalmente autorizada. Las movilizaciones de 1977, con una opinión pública encrespada y bien organizada le dieron la puntilla, pasando a engrosar la lista de «muermos» arrumbados en el limbo nuclear. Conté los avatares de este proyecto y su entorno global en el artículo «Nuevas campañas antinucleares», en Triunfo (30-4-1977). Cuando en 1987 fui invitado por la Confederación Ecologista de Campóo y Reinosa a dar una charla sobre «Centrales nucleares: la otra cara del progreso» en la capital campurriana, recuerdo que la 57
mayoría de los asistentes no tenía idea de la gran «movida» que, sólo diez años antes, se había organizado para impedir aquel proyecto en la costa cántabra51 5. Iberduero y la costa de Vizcaya: Oguella no será nuclear Mi principal lugar de trabajo en esa primavera de 1974 eran las oficinas de las firmas de ingeniería que trabajaban para el proyecto de la central nuclear de Lemóniz, en Algorta y Bilbao. Allí me enviaba mi empresa para seguir el desarrollo del proyecto general, en el que mi papel era «encajar» técnicamente nuestra instrumentación electrónica, concretamente en la planta de residuos radiactivos propia de la futura central. De esa central no se hablaba como objeto de oposición ya que se hallaba en construcción y, evidentemente, a los críticos les resultaba más práctico combatir los proyectos surgidos a finales de 1973, concretamente el de la playa de vizcaína de Oguella (Ea e Ispáster)52 y el guipuzcoano de punta Mendata (Deva). Tanto éstos como el de Lemóniz eran iniciativas exclusivas de la empresa Iberduero, que se lanzó a pedir en noviembre de 1973 nada menos que siete reactores: dos para Ea-lspáster, dos para Deva, uno para Tudela y dos para Sayago. Ya he señalado en la introducción a esta parte que fue el «descubrimiento» de la oposición a la energía nuclear en el País Vasco y en Navarra (reportaje de La Gaceta del Norte de diciembre anterior) lo que sembró la inquietud en mis tranquilas e inocentes relaciones con la energía nuclear, así que en cuanto pude me dispuse a conocer desde dentro esta oposición para lo que, siguiendo mi método, decidí contactar con los protagonistas, escuchar sus propios testimonios y apoyarlos. Me dirigí pues a la zona de Oguella, a caballo de los municipios vizcaínos de Ea e Ispáster, donde se había producido durante la información pública una treintena de alegaciones que incluían las de los Ayuntamientos de Ispáster y Lequeitio. Busqué en primer lugar a los alcaldes de los municipios afectados: el de Ispáster, Juan Galletebeitia, me transmitió una actitud ambigua, que no obstante fue más agradable que la del alcalde de Ea, Fernando Lecuzirica, un maleducado que ni siquiera sus vecinos parecían apreciarle (y que se resistió en su día, según me dijeron, a que el Ayuntamiento impugnara). No quise ignorar a Lequeitio, que es la principal villa del entorno, donde Manuel Cazalis, su alcalde, me expresó claramente su oposición. Cazalis me remitió al doctor Salinas (de grato recuerdo), quien a su vez me habló de José Allende, profesor en Económicas de Bilbao, como la persona central en el movimiento opositor, así que no tardé en contactar con Allende, con el que tuve una primera entrevista en los días inmediatos; nos entendimos muy bien desde el primer momento y hemos mantenido nuestra amistad.
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En esos días supe por la prensa que se celebraba en la Universidad de Bilbao una serie de mesas redondas sobre energía nuclear, pudiendo asistir a la última de ellas, en la que participaban el físico Echevarría y el médico Negueruela. Intervine desde el público y tomé numerosas notas que me sirvieron de mucho a partir de entonces. Además, allí conocí a Rafael Salcedo, un biólogo de amplio espectro intelectual con el que también me entendí perfectamente y con el que he mantenido relaciones nucleares y ambientales durante años53 Allende acudió a la reunión de Aeorma en Benidorm los días 14 y 15 de junio y pronto asumió la delegación de la asociación en el País Vasco y Navarra. El curso siguiente, 1974-1975, lo pasó en la Universidad de Pensilvania, en Pittsburg, y allí realizó numerosos y muy agudos análisis de la situación nuclear en Estados Unidos, que vivía una crisis parecida a la española con el fracaso casi total de las previsiones existentes sobre nueva potencia nuclear a instalar. Estos análisis se publicaron en La Gaceta del Norte y a mí me llegaban en paralelo, por intermedio de Juan Mari Escubi, amigo y colaborador de Allende. Años después, aunando sus intereses en energía y urbanismo, Allende redactaría su tesis doctoral, Política de ubicación de centrales nucleares (1989), dando metodología de investigación universitaria a su amplio bagaje de conocimientos adquiridos sobre todo en la lucha contra el proyecto de Lemóniz, en el que se implicaría a fondo dos años después. JOSÉ ALLENDE, UN VASCO FRENTE A IBERDUERO Conocí a Allende el 31 de mayo de 1974 y me parece verlo caminar por el paseo que da a la playa de Ereaga (¿o era la de Arrigunaga? Donde estaba el hotel Tamarises, vaya), con su andar un tanto desgarbado portando su carterón profesoral y sonriendo tras sus mostachos. Habíamos quedado allí después de que me informara el doctor Salinas, de Lequeitio, de que era él «quien llevaba todo»... Inmediatamente coincidimos, desde nuestras particulares perspectivas críticas - él preocupado por el problema de los costes económicos, la incidencia en el territorio y la corrección de los trámites administrativos; y yo más inquieto por la inseguridad de una tecnología para la que, en cierto modo, trabajaba - y le invité a vincularse a Aeorma, la única organización entonces existente con capacidad para llevar adelante la lucha antinuclear. Y, efectivamente, dos semanas después se presentaría, con otros amigos vizcaínos, en Benidorm; en la reunión de debate, también memorable, con Iberduero el 31 de agosto en el monte Igueldo de San Sebastián, tuvo el más destacado papel. Una vez descartados los proyectos de la playa de Oguella y de punta Mendata Allende dedicaría sus esfuerzos a combatir la central de Lemóniz, que ya disfrutaba 59
de todas las autorizaciones oficiales y se encontraba en avanzado estado de construcción. Él fue el principal animador de la Comisión de Defensa de una Costa Vasca No Nuclear, que arremetió contra esta central, de tan triste recuerdo. En mayo de 1986 lo invité (siendo ya catedrático de Economía Aplicada en la Universidad del País Vasco, junto a un grupo de especialistas en Economía ecológica a una jornada que organicé en el CENEAM (Valsaín, Segovia) por encargo del ICONA. En 1994 volvimos a encontrarnos, en Algorta, cuando preparaba yo para Cuadernos de Ecología la serie de recuerdos de las luchas antinucleares, veinte años después; ese mismo año volví a contar con él para una encuesta que, hecha a nueve ciudadanos vascos relacionados con el ecologismo con el título de «Ser ecologista en Euskadi», publicamos también en Cuadernos. En febrero de 1997 acudiría a la presentación en Bilbao de mi libro Electromagnetismo (silencioso, ubicuo, inquietante) en la librería Herriak. Pero después del trauma de Lemoniz Allende ha participado en otros numerosos combates de índole medioambiental (aunque él nunca se ha definido, precisamente, como ecologista) y continúa siendo una referencia sólida y comprometida en estas luchas en el el País Vasco. Allende recuerda así sus comienzos en la lucha contra el proyecto de Oguella: «Empecé con un amigo ebanista, Julio Santamaría, a visitar en moto a los aldeanos para que se opusieran e impugnaran el proyecto». De la abundante y concienzuda producción inicial en crítica nuclear de José Allende debo recordar el informe que, con el título de «Puntualizaciones en torno a las declaraciones de Iberduero y prohombres de Vizcaya sobre las centrales nucleares», redactó en septiembre de 1974. En esos mismos meses también dirigió sus dardos contra la pretendida rentabilidad de las centrales en su artículo «Análisis eco nómico de las centrales nucleares» (Información comercial española, enero de 1975). El proyecto de Oguella no prosperó y pronto pasó al olvido al tener Iberduero que «fortalecer» el de Deva, que le parecía más practicable. 6. Deva, en Guipúzcoa, tampoco A no mucha distancia de la playa de Oguella, Iberduero había solicitado otra central, también de dos reactores de 1.000 MW, concretamente en punta Mendata, en el término municipal de Deva (Guipúzcoa)51, y a corta distancia de Motrico, el último municipio vizcaíno por el este. En otra de mis excursiones vespertinas desde 60
Bilbao visité la villa el 1 de junio de 1974 y allí me entrevisté con el alcalde, Joaquín Aperribay. Su actitud era la de temor, y esto mismo decía que sentía la mayor parte de sus conciudadanos. Había solicitado información a varias instancias, incluyendo la Junta de Energía Nuclear y la sociedad Aranzadi55, y mientras tanto había pedido a Iberduero una moratoria (sin éxito, por supuesto). El Ayuntamiento de Deva no se opuso al proyecto en el momento de la información pública; sí se había opuesto, en tiempo y forma, el de Motrico, donde también estuve el mismo día para entrevistarme con su alcalde, Juan Mari Egaña, que me transmitió la decepción que le había producido la aparente indiferencia de Deva, así como la actitud de Iberduero, empresa que él consideraba «de casa» 56. También quise entrevistarme con José María de Areilza, conde de Motrico, del que me llegaban noticias contradictorias en relación con el proyecto: como vecino parecía estar en contra, pero como burgués bien imbricado en el capitalismo vasco (y posiblemente en Iberduero) no podía contrariar a esta empresa; pero ese día estaba ausente de Motrico y no me pareció útil localizarlo en Madrid. El caso es que pocos días antes de mi entrevista con el alcalde se había formado en Deva una comisión ciudadana formada por conceja les y cabezas de familia para hacer frente a este problema, y ese mismo día Aperribay me informó de que había ordenado la paralización de las obras iniciadas en el emplazamiento de la central, como primera reacción consecuente. Días después el Ayuntamiento en Pleno decidía oponerse a tal instalación «con todos los medios legales a su alcance», una reacción tardía, pero que pronto se vio acompañada de la solidaridad de una docena de municipios guipuzcoanos57. Al frente de esa comisión se puso al prestigioso abogado José Ramón Recalde, quien también acudió a la reunión de Benidorm y con el que mantuve mis contactos desde entonces. La acción de Recalde fue inteligente y tenaz, recabando información de diversas instancias europeas para lo que dispuso de medios económicos suficientes58. También el Ayuntamiento de San Sebastián aprobó una moción de preocupación por el proyecto nuclear de Deva. Y en agosto se produjeron tres decisivos acontecimientos: uno, fruto de la actividad organizativa de Recalde, la publicación de un pequeño «libro negro», Informe sobre la proyectada central nuclear de Deva, financiado por el Ayuntamiento, en el que se explicaba de forma resumida el impacto general en la salud de la energía nuclear, así como la influencia que habría de sentirse en el área contigua al emplazamiento costero previsto; otro, una reunión de la Sociedad de Ciencias Aranzadi en el frontón de Zarauz, que convocó a miles de guipuzcoanos que mostraron su oposición a que la costa vasca soportara «la mayor 61
concentración nuclear del mundo» con cuatro centrales y un total de siete reactores59; y el tercero, la decisión de la Diputación Foral de Guipúzcoa de sacar a concurso la realización de un estudio que llevaría el título de Valoración de la posible influencia en el medio ambiente de la proyectada central nuclear de Deva, para conseguir determinar el impacto de esa central en el medio ambiente local60 Otro trabajo de urgencia, muy digno, se adelantó a ambas instituciones - Ayuntamiento y Diputación - apareciendo en junio de 1974 con el título de Consideraciones sobre el proyecto de construcción de una central nuclear en Deva, firmado por dos ciudadanos, F. y R. Aldabaldetrecu, que se mostraban desolados por la ausencia de iniciativas críticas. Iberduero no obstante estaba decidida a llevar adelante este proyecto, teniendo en cuenta que tanto el de Oguella como el de Tudela habían sido impugnados por los respectivos ayuntamientos. Pero las dificultades hicieron mella y al mes siguiente se supo que la empresa abandonaba este proyecto61, con lo que sólo le quedaba como posibilidad abierta instalar sus reactores en Sayago (Zamora), lugar donde hasta entonces no se había manifestado oposición alguna (ni se esperaba). Debo recordar en este episodio de Deva al entonces procurador en Cortes por el tercio familiar (Guipúzcoa) Manuel Escudero Rueda, uno de los pocos políticos del régimen que se preocuparon por los proyectos nucleares. Invitado por Aeorma asistió en Madrid en dos ocasiones (una, la del mes de julio de 1974, fue prohibida por la policía cuando íbamos a iniciarla)` en que íbamos a analizar el problema nuclear con otros procuradores de su misma extracción; fue organizador del gran debate celebrado en el hotel Monte Igueldo de San Sebastián (batalla 28). 7. Tudela: nuclear en la Ribera del Ebro Al día siguiente del anuncio de la central nuclear de Deva, la empresa Iberduero solicitó otra central, en esta ocasión con un reac tor de 1.000 MW que se ubicaría sobre el Ebro en el paraje del Soto de Vergara, término municipal de Tudela (Navarra), aguas arriba de la ciudad63. Por el célebre artículo de La Gaceta del Norte de diciembre anterior ya tenía conocimiento de que el Ayuntamiento de Tudela en Pleno se había opuesto en cuanto tuvo la oportunidad legal, y lo mismo hizo el vecino de Arguedas (pueblo a 4 km del emplazamiento). La Diputación Foral de Navarra acordó oponerse al proyecto en septiembre de 1974 alegando que el lugar elegido menazaba el desarrollo agrícola e industrial de la ciudad, y manifestándose «dispuesta a colaborar con Iberduero para tratar de encontrar otro emplazamiento que pueda satisfacer las necesidades de la proyectada central»64. El lugar elegido era un soto 62
inundable en las proximidades de una importante encrucijada de comunicaciones (carreteras, autopistas, ferrocarriles) y próximo también al polígono de tiro del Ejército del Aire de Bardenas. La oposición fue promovida en primer lugar por el sociólogo y urbanista Mario Gaviria, nacido en Cortes, municipio vecino a Tudela y también ribereño del Ebro. Gaviria, que ya había hecho acopio de documentación crítica procedente de Estados Unidos y Francia, fue el autor de los primeros artículos contra la energía nuclear escritos en españo165, con ocasión de la aparición del proyecto de Tudela, y debe ser considerado el primer antinuclear activo, así como pionero en otras luchas. A Mario lo conocí al mismo tiempo que a Aeorma, en la reunión que convocó la revista Ciudadano en Madrid en mayo de 1974, y desde ese momento formamos un tándem muy bien avenido en la lucha antinuclear en el Valle del Ebro y en otros lugares (como la comarca de Valdecaballeros); además, me proporcionó la posibilidad de colaborar, con su proverbial generosidad, en diversos estudios que él coordinó en los años siguientes. Visité Tudela el 7 de junio de 1974, al inicio de nuestro periplo por el Ebro y la Cataluña «nucleares», aunque no pude localizar al alcalde; pero el sentimiento de rechazo se palpaba en cualquier conversación. Por esta oposición general el proyecto no pasó de ahí. Iberduero intentó compensar el fiasco de Tudela y por eso a principios de 1975 corrió el rumor de que andaba buscando otro emplazamiento junto al Ebro, en este caso en el tramo riojano y en el muni cipio de Fuenmayor; pero cuando la prensa se hizo eco de esta especie la empresa lo desmintió66 En los años de la descarnada lucha antinuclear vasca Tudela volvería a ser noticia por la muerte de la militante ecologista Gladys del Estal a causa de disparos de la Guardia Civil con motivo de una manifestación en junio de 1979. Volví a hacer acto de presencia activa en Tudela en 1984 para dar una conferencia sobre el «Proyecto de Ley sobre Protección del Medio Ambiente», en una Semana Ecológica a la que me habían invitado amigos socialistas del Ayuntamiento. 8. Sástago dice no Al día siguiente de nuestra estancia en Tudela llegábamos a Sástago (8 de junio de 1974), donde localizamos a su alcalde, Antonio Camps, que nos explicó los motivos de la oposición de la corporación que presidía, asumidos también por el Consejo Local del Movimiento, la Asociación de Cabezas de Familia y la Hermandad de Labradores y Ganaderos. El proyecto, llamado «Central Nuclear del Ebro», se había 63
previsto en la cola del inmenso embalse de Mequinenza, a cuatro kilómetros de distancia del pueblo, y contaría con dos reactores de 1. 100 MW cada uno que entrarían en funcionamiento en 198 1 y 1985. El paraje elegido, conocido como El Tormo, era compartido por los municipios de Sástago y La Zaida, pero en un radio de 5 km quedaban también Alforque y Cinco Olivas, todos ellos zaragozanos. Cuatro empresas se repartían la propiedad: FECSA, Unión Eléctrica, Eléctricas Reunidas de Zaragoza y Energía e Industrias Aragonesas, al 25 por 100. Este proyecto era el segundo de 197467, tras el de Águilas, en una larga serie (siete, con 14 reactores) que iría desgranándose durante ese año. Pero sin duda la respuesta negativa de tantas instituciones, capitaneadas por el Ayuntamiento y el alcalde Camps, que me mostró un admirable sentido de la responsabilidad política, frenó a las empresas que, como sucedía generalmente, trasladaron su empeño a otros proyectos que creían más practicables. Esta maniobra se concretó en este caso en el proyecto de Escatrón, muy cerca, y al complicarse éste también - contra todo pronóstico y como veremos a continuación - adquirió importancia la alternativa de Trillo, donde esas empresas no catalanas ya colaboraban accionarialmente en un proyecto nuclear que databa de 1972. 9. Escatrón y el sí de los lamentos En el caso de Escatrón, que sacudió a la opinión pública aragonesa en un momento histórico-político de gran efervescencia, la central prevista también contenía dos reactores de 900/1.200 MW de potencia, aguas abajo de la localidad y a unos 14 km en línea recta del emplazamiento inicialmente previsto de la central de Sástago; en consecuencia, se adentraba más en el vaso del embalse de Mequinenza, aproximándose a la histórica ciudad de Caspe. Los grupos nucleares, se decía en el anuncio del BOE, entrarían en funcionamiento en 1982 y 1985, resultando que las empresas promotoras eran ambas del INI (Instituto Nacional de Industria): la Empresa Nacional de Electricidad (Endesa) y la Empresa Nacional Hidroelécrica del Ribagorzana (ENHER), al 50 por 10068. En cuanto me entrevisté con el alcalde de Escatrón, señor Gimeno Campos, ese mismo día de nuestro paso por Sástago, entendí la relevancia que la central térmica existente tenía para el pueblo y su relación evidente con el proyecto nuclear. «Ha tenido usted suerte, que si llega a venir en día de viento no entra en el pueblo ni con careta», me dijo al verme, explicándome a renglón seguido el sentido de su saludo: la central existente en el pueblo, de unos 170 MW distribuidos en cuatro grupos que habían entrado en funcionamiento entre 1953 y 1958, los sometía a un suplicio 64
permanente por los humos sulfurosos que emitía al quemar lignitos pardos traídos de la cuenca de Andorra, en Teruel; es decir, carbones de muy baja calidad calorífica, debido a su alto contenido en azufre, cenizas y otros contaminantes 69. Recuerdo a un alcalde vigoroso, indignado, elocuente y víctima con su pueblo de numerosas contradicciones que el proyecto nuclear exacerbaba. Me contó que por efecto de la contaminación de la central la mayor parte de la agricultura local - sólo posible en las estrechas márgenes de un Ebro que allí discurre muy encajado y divagante - había desaparecido provocando el éxodo de la población y la caída de sus efec tivos demográficos a la mitad en pocos años; las 2.134 personas del censo anterior (1970) en ese momento vivían, directa o indirectamente, de la central. Dadas esas circunstancias, dramáticas, el anuncio de cierre de esta central anticuada por parte de las empresas - las mismas del «anuncio nuclear», es decir, Endesa y ENHER, que en Escatrón formaban, al 50 por 100, Termoeléctrica del Ebro - sentó a la población como un tiro, ya que esa liquidación se ponía en relación evidente con la reciente decisión de Endesa de construir una gran central térmica en la localidad turolense de Andorra, en la propia cuenca de los lignitos; los escatronenses reclamaban para sí esa gran central de tres grupos de 350 MW cada uno porque eran los perjudicados por la propia política de esas empresas. Era también lógico pensar que el proyecto nuclear de Escatrón, toda una sorpresa cuando se dio a conocer, en gran parte obedecía a «compensar» al pueblo por la pérdida de las térmicas (la existente y la deseada), lo que no dejaba de provocar otro elemento de indignación contra la empresa que explotaba sus vidas y su salud; y más cuando percibieron que el proyecto nuclear se aceleraba justamente al producirse la negativa del vecino pueblo de Sástago, aguas arriba del Ebro. Así que el alcalde, que entendió perfectamente el alcance de la maniobra múltiple que hacía de Escatrón un pueblo maltratado y manipulado, despotricaba contra las empresas eléctricas (siendo él mismo empleado de la térmica) que con tanta ligereza mangoneaban en el destino de su pueblo. «En estas circunstancias - me señaló - no tenemos más remedio que decir sí a la nuclear, aunque los de Sástago hayan dicho que no y tanto si nos gusta como si no la energía nuclear»70. Y cuando le recordé que la nueva contaminación radiactiva podría resultar peor que la sulfurosa Gimeno me apostilló con sus desoladas razones: «Tenemos contaminada hasta el alma y no nos asusta la radiactividad». De hecho, el engaño y el fraude parecían a punto de consumarse: de los 400 hombres que trabajaban en la central antigua difícilmente encontraría colocación una cuarta parte en la nuclear futura y tampoco era de prever 65
que pudiesen trasladarse a la central de Andorra muchos de los inminentes desocupados; el pueblo reduciría sus efectivos una vez más y si la nuclear no se construía la caída demográfica sería mortal71. Dentro de aquel mismo mes de junio el Ministerio de Industria autorizaba la gran central térmica de Andorra ganándose la impugnación del Ayuntamiento de Escatrón, que expresaba de esta forma simbólica y des esperada su profunda frustración. Frustración que se incrementó cuando en los meses siguientes se reconoció oficialmente que el Ebro aparecía excesivamente sobrecargado de proyectos nucleares y que había que estudiar su «capacidad nuclear» antes de proceder a más autorizaciones. Este impasse es el que aprovecharon las fuerzas antinucleares aragonesas, fuertemente politizadas, para presentar toda una estrategia de guerra y guerrilla frente a los diversos enemigos - de entre los que sobresalía Endesa - que cerraban el horizonte de un Argón más ecológico y libre. La iniciativa de respuesta antinuclear más firme y vertebrada surgió en Caspe, donde un activo grupo de aragonesistas y antifranquistas iba a honrar la historia de la ciudad del Compromiso (y del Estatuto aragonés de autonomía de la Segunda República, frustrado por el estallido de la Guerra Civil). En Caspe se creó, en junio de 1976 y como instrumento legal para la lucha, DEIBA (Asociación para la Defensa de los Intereses del Bajo Aragón), y con motivo de la ratificación de sus estatutos se organizó en Caspe un acto memorable y multitudinario en julio, seguido de una mesa redonda, en la que participamos Mario Gaviria, José Allende y yo72. DEIBA agrupaba a personas que en su mayor parte estaban relacionadas con los partidos de izquierda en la clandestinidad y que pronto, con la cercana llegada de la democracia, serían representantes populares en ayuntamientos, diputaciones provinciales y Cortes nacionales73. El objetivo fundamental de DEIBA y de los antinucleares aragoneses eran las centrales de Sástago y Escatrón, desde luego, pero también era obstaculizar la gigantesca central de carbón de Andorra y el trasvase del Ebro, que en ese momento ya se contemplaba para enviar sus aguas a Cataluña, principalmente. A modo de carta fundamentada de presentación y para que quedara constancia de sus reivindicaciones DEIBA acometió un amplio estudio de todos estos problemas (el nuclear, el del lignito, los regadíos...), que encargó a Mario Gaviria como coordinador; el libro apareció con el título El Bajo Aragón expoliado. Recursos naturales y autonomía regional, en abril de 1977, con un capítulo mío: «La amenaza nuclear». Pero en Escatrón el trauma continuó, celebrándose un referéndum local en febrero 66
de 1977, cuando las posibilidades del proyecto ya eran casi inexistentes, pero en el que la abrumadora mayoría del pueblo votó que sí a la central, con 1.221 votos a favor y 40 en contra (de entre 1.300 votantes y un padrón de 1.494 habitantes). Hasta el último momento el pueblo de Escatrón mantuvo la esperanza en la nuclear sin que se cumplieran sus deseos, y cuando en 1978 cerró el cuarto y último de los grupos generadores de la central antigua de Escatrón se produjo un éxodo masivo que afectó a la gran mayoría de jóvenes y que provocó el cierre de centros educativos y asistenciales. Aunque la lucha del grupo DEIBA se vio recompensada no solamente con el práctico descarte del proyecto de Sástago, sino también con la paralización de lo que esperaba ser una marcha triunfal en el caso de Escatrón, la movilización de las fuerzas antinucleares y aragonesistas experimentó un nuevo impulso cuando el año siguiente las empresas estatales Endesa y ENHER insistieron en sus planes nucleares con otro proyecto, ahora en el Cinca (batalla 21). Mi experiencia aragonesa fue siempre intensa y gozosa, y no tardé en volver a esa tierra tras mi primera excursión de exploración antinuclear de junio de 1974. Así, en febrero de 1975 fui invitado a abrir la III Semana Aragonesa, que organizaba el Seminario de Estudios Aragoneses y que se celebró en el Colegio Mayor Pignatelli (otra de las referencias intelectuales y democráticas esenciales de Zaragoza y del Aragón de esos años), con una conferencia sobre las centrales nucleares; esa semana dio lugar a un libro, Este problema llamado Aragón, publicado en 1976, en el que me complació sobremanera figurar junto con numerosos aragoneses de reconocido prestigio (como así lo ha constatado la historia)74. En un plano más personal, no voy a ocultar la satisfacción que me produce corretear por Aragón, lo que he hecho en numerosas ocasiones tras objetivos ciertamente diferentes pero a los que siempre me he entregado con emoción, así como mi convicción, si bien «acientífica», de que procedo de ahí, de ese Alto Aragón prepirenaico al que me lleva la genealogía de mi primer apellido75. En el Aragón de esos años -y en mi experiencia ecologista - tuvo un papel decisivo la revistaAnclalán, periódico quincenal aragonés que fue fundado en 1972 por un grupo de intelectuales aragoneses anti franquistas con la finalidad de estimular el debate político en la región, extender la conciencia regionalista y, en definitiva, reivindicar la democracia en los estertores de la dictadura. La figura principal de esa aventura aragonesa llamada Andalán ha sido sin duda Eloy Fernández Clemente, catedrático de Historia Económica en la Universidad de Zaragoza, que agrupó a muy importantes figuras de la política, la universidad, el periodismo y las artes del Aragón 67
de esa etapa difícil; yo le he profesado siempre una gran admiración debido a su papel en el momento histórico al que vengo aludiendo y a su talante sabio y cordial76. En cuanto descubrí la existencia de Andalán me hice suscriptor y, desde el verano de 1976, socio accionista. Mis más intensas relaciones con el periódico tuvieron lugar en el verano de 1976, ya que en los meses de junio y julio mi presencia en Aragón fue particularmente persistente por la presentación de mi libro Nuclearizar España en el Colegio Mayor Pignatelli de Zaragoza77, que fue seguida de otros actos con formato entre presentación y charla, en Caspe y Calanda; así como mi intervención en la mesa redonda ya citada de Caspe... De todos estos actos fue dejando rastro informativo Andalán78. 10. La saga de Ascó «Acepte el reto que yo le apoyaré», creo que decía en el telegrama que envié al cura de Ascó (Tarragona), Miquel Redorat, en cuanto me encontré con aquel titular que tan vivamente me interesó: «El alcalde de Ascó emplaza al párroco para que demuestre - con un técnico - que la central nuclear es peligrosa»79. La central nuclear de Ascó, cuya pista seguía yo desde que me iniciara en el problema de Águilas y por cierta proximidad profesional80, comprendía dos reactores y pertenecía al grupo de centrales en construcción (cuatro en ese momento, con siete reactores en total), concretamente al «paquete» que Westinghouse había vendido a España, de seis reactores gemelos, distribuidos por parejas en las centrales de Almaraz, Lemóniz y Ascó. En la primavera de 1974 la central de Ascó, con sus dos reactores de agua ligera a presión (Pressure Water Reactor, PWR), disponía de autorización previa ministerial aunque no de construcción ni de licencia de obras municipal; pero se construía a buen ritmo. Como le anuncié, el domingo 9 de junio llegué a Ascó procedente de Bilbao con Pepi y nuestro hijo Pedro en el mismo periplo iniciado dos días antes que nos llevó a Tudela, Sástago y Escatrón. Rápidamente entramos en materia porque encontramos a mosén Redorat saliendo de misa y después de pronunciar una homilía-filípica con el inequívoco título de «El problema moral y jurídico de las centrales nucleares». Esta homilía era un texto rotundo, valiente, arriesgado (cuyo original guardo y suelo sacarlo a colación en ciertos momentos y lugares de mis tareas divulgadoras). Mosén Miquel descargaba su cólera evangélica sobre todos los que consideraba responsables de aquel proyecto peligroso, tomando como referencia los mandamientos 5.0 (no matar ni hacer daño) y 7.° (no robar ni perjudicar intereses legítimos) de la Ley de Dios. Apoyándose en lo que ya sabía sobre peligrosidad y efectos de la radiactividad señalaba como responsables «a los amos o empresas en más o menos grado... no 68
están exentos los accionistas... los asesores técnicos, sabios, inspectores y médicos... los legisladores... los que venden sus terrenos a sabiendas...», y basaba en las encíclicas papales sus duras imputaciones81. Desde el primer momento hubo total acuerdo entre nosotros y pocos días después el cura asistía con otros vecinos a la reunión de Benidorm, momento clave en el movimiento nuclear y ecologista español. No menos de una decena de veces, entre 1974 y 1980, acudí a Ascó y otros pueblos del entorno (Vinebre, García, incluso Tortosa), con memorables debates en Barcelona, siempre dispuesto a ayudar al cura y su gente. La primera sesión de debates de las numerosas en las que participé, tuvo lugar al mes siguiente en Barcelona, en el Colegio de Ingenieros Industriales de Cataluña, con participación de dos altos responsables de FECSA, la empresa eléctrica hegemónica en Cataluña, más el arquitecto Rivas Piera y la bióloga Rosa Miracle. Al día siguiente un periódico destacaba: «Hay centrales nucleares que se construyen sin permiso»82, que señalaba la denuncia básica sobre la que yo quise construir mi posición que señalaba la arrogancia y el abuso de las empresas a la hora de desarrollar sus proyectos; y de hecho las autorizaciones de construcción de los reactores se concedieron el 26 de julio de 1974 (Ascó-1) y el 21 de abril de 1975 (Ascó-2), con evidente vulneración de la legalidad. Por cierto que el debate pendiente en el pueblo, que había aceptado el alcalde y que había dado lugar a mi conexión con Redorat, no había forma de celebrarlo ya que aquél no encontraba ni el momento oportuno ni a los antagonistas oficiales que oponer a los críticos; mi primer debate en Ascó hubo de esperar casi un año. En esos días FECSA, que era propietaria al 100 por 100 del primer grupo de Ascó y poseía el 40 por 100 del segundo83, presionaba al Ayuntamiento para conseguir la licencia de obras, previo el acuerdo fiscal necesario. El Ayuntamiento, débil pero inclinado hacia la empresa, se encontró con la oposición de algunos concejales y sobre todo del Consejo parroquial, al que Redorat había dotado de mayor representatividad popular que el propio Ayuntamiento. La mayoría del pueblo se oponía a la central, que se construía sin permiso ministerial y sin licencia de obras: la central nuclear de Ascó era ejemplo del abuso generalizado por parte de las empresas, que conculcaron toda la normativa con el amparo incondicional de las diversas instancias administrativas, destacándose en esto el gobernador civil84. Así, el grupo 1 no disponía de concesión de aguas del Ebro para la refrigeración, se había construido a menos de 2.000 m del pueblo, no había sido expuesto en información pública más que en el municipio de Ascó y los plenos municipales en los que había sido objeto de discusión se habían celebrado a puerta cerrada; el grupo 2 adolecía de esas mismas graves ilegalidades, más la falta de licencia de obras. 69
Pese a todo, la presión del pueblo fue determinando la actitud municipal, que se hizo por fin crítica cuando hubo que «legalizar» el segundo reactor, que ya se enfrentó a una decisión negativa, hostil y múltiple: rechazo de la concesión de la licencia de obras, emplazamiento a la junta de Energía Nuclear para que diera una información abierta, devolución de los seis millones de pesetas recibidos ya de la empresa, denuncia del gobernador civil por «amistad declarada» con la dirección de la central y, finalmente, compromiso del Ayuntamiento de no tomar ninguna decisión sin consultar al pueblo. Con un alcalde que primero fue consentidor y luego miedoso y atemorizado, al que superaban los acontecimientos, la crisis no podía sino agravarse, llegándose a la dimisión de todos los concejales, lo que dio lugar a la formación, por decisión del Ministerio de Interior, de una Comisión gestora y del primer «Ayuntamiento de concentración» de España (enero de 1978), que denegó la licencia de obras al reactor 2. En ese momento histórico la repulsa frente a esta central ya había ganado al movimiento ecologista catalán, que se dio cita en Ascó (agosto de 1977) en una memorable manifestación que reunió a dos mil personas. Por su parte la Diputación Provincial, comprometida ante un futuro en el que se convertía a Tarragona en el «granero energético de Cataluña», con siete reactores nucleares en su territorio y una refinería en proyecto que destilaría 14 millones de toneladas de petróleo (la mayor de España), se limitó al gesto sumiso de petición de información a «centros especializados», lo que fue correspondido por las autoridades energéticas con la promesa de que no se instalarían más centrales en la provincia. Cuando se planteó el asunto del suministro de agua del Ebro para la refrigeración de los reactores, un caudal de 77,32 m3 que necesariamente había de ser objeto de concesión administrativa, se alzaron en contra numerosos ayuntamientos (sin Ascó) y entidades, incluyendo la Diputación. La concesión de aguas tuvo lugar en junio de 1977, recurriéndola una treintena de entidades y obteniendo de la Audiencia Nacional la anulación de la autorización ministerial en enero de 1982. La batalla contra esta concesión de aguas fue dirigida por CARE (Comisión de Apoderados de la Ribera d'Ebre), que representaba a unos 1.400 propietarios agrícolas y que enmarcó su hábil acción en el estudio de las posibilidades del Ebro en su tramo final donde, aparte de las nucleares, había previstos otros proyectos que eran el trasvase y las centrales hidroeléctricas de los pequeños embalses de Xerta y García85. Según se normalizaba la situación política, la gente de Ascó tuvo que sufrir la indiferencia y a veces la hostilidad vergonzante de persona jes que accedían a la vida política y al poder, bien con la aureola histórica (caso de Terradellas, en octubre de 1977), bien con la política (caso de Pujol, en abril de 1980), que no tardaron en mostrar su nula voluntad por enmendar los abusos y disparates cometidos. 70
A la primera etapa, caracterizada por el pulso de los antinucleares de Ascó con la alianza Ayuntamiento-empresas eléctricas, sucedió la segunda y más terrible fase del drama de Ascó, iniciada precisamente cuando en las primeras elecciones democráticas, de abril de 1979, ganó la lista de los antinucleares, que encabezaba Joan Carranza, sastre popular y de poderosa personalidad, de la confianza del párroco; y resultó inevitable que el propio cura fuese el teniente de alcalde. Una vez asumido el poder, la nueva mayoría (cinco concejales de la lista Defensa Popular, los antinucleares, en un total de 11 ediles) se enfrentó a la utopía denegando la licencia municipal de obras al grupo 2 y ordenando la demolición del grupo 1, que tampoco la tenía y estaba en avanzado estado de construcción. La lógica jurídica era impecable y correspondía a la esencia y la materia de la lucha popular, que ya duraba cinco años: pero el conflicto que se originó fue brutal, inédito y autodestructivo. Tras año y medio de titánico forcejeo la nueva Generalitat decidió actuar con el objetivo fundamental de salvar la central y acabar con el pésimo ejemplo que daban los antinucleares en el poder en Ascó. Carranza se tuvo que enfrentar a una situación más dramática todavía cuando dimitieron los seis concejales «no antinucleares», lo que llevó a una fase en la que todas las fuerzas afectas a las empresas eléctricas (y el Gobierno autónomo catalán en primer lugar) se pusieron manos a la obra bloqueando el ejercicio normal y democrático de la mayoría municipal, que era a la vez la mayoría social en el pueblo. La Comisión gestora que así llegó hasta las elecciones de 1983 hizo imposible que los antinucleares continuaran su labor de «desmantelamiento», y mientras tanto las empresas consiguieron que se censaran en el pueblo los trabajadores de las contratas. Así llegó la derrota de los antinucleares en 1983, de nuevo encabezados por Carranza, que consiguieron cuatro concejales (y unos votos más que en 1979) frente a los siete de la coalición pronuclear, el Grup Independent Unitat d'Ascó (para el que resultaron decisivos unos trescientos votos de trabajadores «forasteros» empadronados) 86. Tras cuatro años infernales que dieron lugar a la reorganización de todas las fuerzas políticoempresariales había llegado la derrota del núcleo de resistentes, varios de los cuales se dispersaron en cumplimiento del compromiso que habían adquirido de abandonar el pueblo cuando entrase en funcionamiento la central87. Redorat abandonó Ascó en 1980 tras otra gran Marxa antinuclear organizada en agosto; se fue agobiado por las presiones de su obispo, desolado por las contradicciones vividas desde el poder municipal y amargado por la división del pueblo a que había conducido la lucha sin cuartel entre la razón y el poder; y, enfermo, fue a parar a Vinarós (Castellón). Durante el periodo en que Carranza fue alcalde (1979- 1983) acompañé varias 71
veces al equipo municipal cuando venía a pelearse con la JEN en las reuniones que tenían periódicamente en Madrid. Vencido y autoexiliado, Carranza fue perseguido por la corporación vencedora, que lo acusó de irregularidades económicas al no poder justificar una cierta cantidad gastada durante el período en que fue alcalde; este asunto le produjo un enorme malestar durante los diez años en que se vio sometido al procedimiento judicial, que acabó en 1994 cuando el Tribunal Supremo ratificó su condena (que implicaba seis años de inhabilitación para ocupar cargos públicos...)88. Pero incluso fuera de Ascó siguió luchando Carranza en las filas antinucleares con ecologistas y verdes convirtiéndose en un referente de prestigio. A mi primera intervención de julio de 1974, ya citada, siguieron otras durante 1976 (Mora d'Ebre), 1977 (Ascó) y 1978 (Barcelona en enero, Ascó al día siguiente, y de nuevo en Ascó en mayo). En marzo de 1979 volví a Barcelona para participar en un seminario sobre medio ambiente, invitado por el Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias, y en mayo de 1980, en una sesión sobre Ecología y Socialismo representé al Centro de Estudios Socioecológicos junto a la escritora Carmen Ortiz y el médico Eduardo Rodríguez Farré. En septiembre de 1982 participé en el debate que siguió a la presentación del informe encargado por el Ayuntamiento a la Universidad de Bremen, de nuevo en Barcelona y en el Colegio de Aparejadores; pero hubo otras ocasiones, de las que no guardo papeles. Mantuve correspondencia con varios amigos de la comarca, como Josefina Girona, y de fuera de ella como Vicens Fisas89. Y guardo una docena de cartas de mi correspondencia con mosén Miquel pertenecientes a los años 1974 a 1977, tanto de las que nos intercambiamos nosotros como de otras mantenidas por él (y que me entregó) con cargos de la JEN y con algunos periodistas con los que había entrado en polémica90; además de otros textos destinados a homilías o a notas cronológicas de acontecimientos. El cura apreciaba mi intervención en la prensa nacional y me tenía puntualmente al tanto de los problemas en Ascó. A petición de Redorat o de Carranza, realicé diversas tareas que me pidieron como parte de su tensa lucha91. Escribí sobre este asunto de la central de Ascó en numerosas ocasiones y en diversos medios, desde Ciudadano hasta Triunfo y Diario económico, reseñando en Nuclearizar España todo lo que hasta el momento había sucedido. Mientras tanto, surgían importantes textos en Cataluña, el primero de los cuales fue el opúsculo del periodista Xávier García, Un any de lluita contra les centrals nulears a les comarques de l'Ebre, que luego el propio autor ha incluido en su último trabajo, Laprimera década de lluita antinuclear a Catalunya (1970-1980), presentado en Mora d'Ebre en el acto que más adelante reseño92. Otra persona esencial en la historia nuclear -y 72
ecologista en general - de Cataluña es el también periodista Santiago Vilanova, presente en varios de los momentos esenciales del nacimiento del ecologismo en España93. Con la nueva situación, de horizonte político despejado para las empresas y las instituciones, vinieron sin embargo los más agudos problemas relacionados, como era previsible, con las deficiencias de bulto de la central, en gran medida ya denunciadas por los antinucleares del pueblo; desde entonces no ha dejado de dar problemas, superándose a sí misma con motivo de la emisión de partículas radiactivas en abril de 2008. Así, al mes de iniciarse el proceso de puesta en marcha del reactor de Ascó-1 (septiembre de 1983), ya se tuvo que parar al iniciarse los problemas en los generadores de vapor por la corrosión en los tubos internos de los seis generadores (tres por reactor); en realidad esta avería se había detectado en el verano de 1982 en el primer reactor al hacer las primeras pruebas y como un «eco» de esos mismos problemas descubiertos en la central gemela de Almaraz, también de tecnología Westinghouse (batalla 16). Pero los problemas fueron muy numerosos y variados, y afectaron también al alternador. Volvieron a manifestarse - como reconocía el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) todavía en 1990 - los movimientos de tierra denunciados nueve años antes debidos a la naturaleza sedimentaria del terreno sobre el que se construyó la central. En enero de 1984 se produjo un alza significativa en la radiactividad ambiente en el entorno de la central, y cuando en el verano de 1985 los problemas y las paradas tenían encrespados a varios alcaldes de la zona el propio gobernador civil abrió expediente de sanción y dejó entrever que pediría la revisión de la licencia de explotación. Parecido, si no peor, fue el itinerario de fallos, paradas y sobresaltos que siguió el reactor 2 a partir de que se iniciaran las pruebas previas a la puesta en marcha, en noviembre de 1985; en 1986 ya se calificaba como «sin precedentes» la avería sufrida por este reactor en una válvula de aislamiento de vapor principal. En febrero de 1989 un trabajador de contrata resultó irradiado y en julio de 1992 varios trabajadores denunciaron el aumento de radiación durante la recarga de combustible. Tras la reordenación de la propiedad, la Asociación Nuclear Ascó-Vandellós, constituida por las empresas Endesa e Iberdrola que gestionan de forma combinada los tres reactores 14, provocó una investigación del CSN al contabilizarse nada menos que 32 incidentes entre enero y mayo de 2007... El problema de Asco -y en mucha menor medida el de LAmetllageneró el fuerte y estable movimiento antinuclear catalán, que se estructuró pronto en torno al CANC, Comité Antinuclear de Catalunya, creado en abril de 1977 a partir de una decena de 73
grupos e instituciones, algunos de carácter profesional y universitario, con la significativa participación de CARE (Comisión de Apoderados de la Ribera d'Ebre), ya citada, de afectados del campo principalmente, de Coveamar (Cooperativa de Vecinos de LAmetlla de Mar) y del Colectivo de Periodistas Ecologistas. El CANC haría su presentación a escala estatal en la reunión antinuclear celebrada en Soria los días 31 de abril y 1 de mayo de ese mismo 1977. De las numerosas publicaciones surgidas de este movimiento ha de citarse, además de la ya citada revista Userda, el boletín WISE (World Information Service on Energy), órgano de información ecologista sobre energía y medio ambiente que funcionaba en conexión con su central en Holanda. El movi miento antinuclear catalán vive un incremento de su preocupación por la agravación de la inseguridad y la mendacidad de esas centrales, a lo que se añade la posibilidad de que se instale en algún lugar de Cataluña (como Ascó) el ATC (Almacén Temporal Centralizado) radiactivo. En junio de 2008, respondiendo a la invitación del periodista Xavier García, que presentaba su libro sobre la historia de Ascó, La primera década de lluita antinuclear a Catalunya (1970-1980), volví a la comarca, en esta ocasión a Mora d'Ebre, a participar en el recuerdo y el homenaje al pasado y sus protagonistas. Hice el viaje en tren desde Zaragoza, y vuelta, con Mario Gaviria, que también quiso estar en esos actos y nos lo pasamos muy bien. En nuestra estancia en Mora d'Ebre participamos en un acto público en el que también estuvieron el periodista Santiago Vilanova, Andreu (uno de los hijos de Carranza), Joan Rebull (el líder de la lucha antinuclear en LAmetlla), el físico Antoni Lloret y el propio autor del libro; firmamos un texto que bautizamos como Manifest de Mora d'Ebre, en el que condenábamos el comportamiento de las empresas de Ascó y pedíamos al Gobierno que fijara un calendario de cierre definitivo de todas las nucleares españolas: toda una renovación de nuestro compromiso de más de treinta años. Pasamos un día estupendo, con cena y tertulia, en las que estuvo presente otro nutrido grupo de amigos de la comarca en sintonía, pasada o actual, con la preocupación nuclear. Los serios acontecimientos recientes habidos en esta central pueden resumirse en una fuga de partículas radiactivas producida entre noviembre de 2007 y marzo de 2008, que sólo fue conocida en abril de 2008. Han sido calificados finalmente como «emisión de radiactividad de baja significación», después de que los responsables de la central estuvieran minusvalorándola y disimulándola durante meses. Lo destacable del caso es -más allá del hecho radiactivo - la actuación de los protagonistas, que se ha ceñido con altísima fidelidad al guión habitual en caso de un incidente nuclear: primero ocultación de los hechos mientras es posible hacerlo, luego minimización de lo sucedido cuando no hay más remedio que reconocerlo y en tercer lugar, 74
lanzamiento de una ofensiva mediática para reducir el impacto de la noticia, de los despropósitos y de los vicios nucleares enquistados95. En relación con Ascó quiero destacar la excepcional saga nuclear que vivió este pueblo y la comarca del Baix Ebre en el período álgido de 1974-1983, y evocar el esfuerzo de un grupo de personas que se jugaron mucho empeñados en descartar para el futuro de su tierra la amenaza permanente de una central nuclear. Aprecié y apoyé a aquella gente te naz y entusiasta y encuentro justo y oportuno recordarla. Ascó, con Valdecaballeros (batalla 17) y Lemóniz (batalla 23) forman el trío de grandes dramas humanos y sociales de la historia nuclear de España, cada uno de ellos tramado con elementos constitutivos diversos y «resuelto» con decisiones diferentes, ni homogéneas ni satisfactorias. MOSÉN REDORAT, JOAN CARRANZA Y MUCHOS MÁS Miquel Redorat presentaba una mezcla original de evangelio y socialismo, nacionalismo y preocupación universal, y sacaba su fuerza de una sinceridad payesa y una lógica cristiana demoledoras. Cuando, pronto, empezaron los problemas con el obispo de Tortosa*, vivió con paciencia activa, nada sumisa, las reconvenciones que le iban dirigidas, una tras otra: el conocido agobio, casi siempre difuso e indirecto, que se ejerce sobre los contestatarios de firmes principios. Joan Carranza, nacido en Ascó, era aquel sastre prodigioso padre de nueve hijos que se me presentó por primera vez con un «Yo soy el campanero, que para eso acompaño al cura.» Ambos formaban el núcleo indisoluble de un extenso grupo de gente de buena voluntad, que se sentían afectados por la amenaza nuclear sobre su pueblo y su Ebro, y que se descubrieron a sí mismos con una inmensa fuerza moral según se enfrentaban al abuso y la mentira. A ambos agradeceré siempre el que recordaran la importancia que para su pueblo y su lucha tuvo mi decisión de correr aquel día de junio de 1974 en su ayuda, desde Bilbao, pero la verdad es que en pocas ocasiones de mis itinerarios antinucleares me he sentido tan a gusto como allí y con ellos. Veinte años después del inicio de mi implicación en aquellos sucesos de Ascó, en la primavera de 1994 localicé a los dos principales protagonistas de la saga, Miquel Redorat y Joan Carranza, para preparar el capítulo correspondiente a Ascó de la serie de ocho conflictos nucleares de los años de 1970 que yo venía publicando en Cuadernos de Ecología como rememoración y homenaje a sus protagonistas. Al primero lo encontré en un día de abril, de romería en Vinarós (a un paso de su pueblo, que era Benicarló), donde también comprobé que era una figura queridísima; allí había ido a parar después del desastre y de agravarse su estado de salud; jubilado, 75
hacía de capellán en el hospital comarcal. Lo pasamos bien, él entre su gente y en su salsa y yo disfrutando de los recuerdos que me suscitaba y a los que volvíamos una y otra vez; llevaba sus amarguras con su típica fortaleza de cura de pueblo, sabio y leal: sabía que había hecho lo que debía y que de él no había dependido el éxito o el fracaso final de una lucha tan a contracorriente. Nos separamos sabiendo, ambos, que seguramente no volveríamos a vernos; tiempo después supe que había muerto al año siguiente. Al poco quedé con Carranza en vernos en Barcelona, a donde bajó desde Santa Coloma de Farners, su autoexilio en Girona, y estuvo muy triste, resistiéndose a hablar de aquel pasado en el que había dejado tantas cosas, quizás la vida; murió en 1997. El movimiento antinuclear catalán tiene en Carranza un ejemplo de héroe del pueblo, plantado sin pestañear por un ideal colectivo ante los poderosos: un ecologista, en suma, de la mejor especie. «Pon que me acuerdo - fueron las últimas palabras del cura al despedirme desde el andén de la estación de Vinarós - de Carranza, de Antoni Ribes y de los demás...», y mientras mi tren se alejaba, la imagen siempre campechana de Redorat no disminuía sino que se me agigantaba... * Monseñor Ricard M. - Caries, luego cardenal arzobispo de Barcelona. 11. L'Ametlla de Mar, a un paso de Vandellós El mismo día que conocí a mosén Miquel (9 de junio de 1974) conocí también a Joan Rebull, entonces sacerdote en Mora d'Ebre. Cuando pregunté a Redorat por quién llevaba la lucha antinuclear en L'Ametlla de Mar, sin dudar me dijo: «Los Rebull, que son pescadores, y sobre todo los hijos del patrón mayor del Pósito (Cofradía de Pescadores), Enric y Joan; a Joan lo puedes encontrar en Mora d'Ebre, en la romería que celebran en el campo». Y para allá nos fuimos, y pudimos charlar unos momentos con Joan, que desde el primer momento nos pareció valiente y decidido, así como bien informado y, sobre todo, con empuje y capacidad de liderazgo; dio tiempo para informarle de la reunión de Benidorm de la semana siguiente, a la que prometió ir; así fue, apareció en esta ciudad en compañía del ingeniero Julián Mangrané (y del grupo de Ascó, por supuesto), quedando desde ese momento él y yo unidos en la lucha y la amistad96. JOAN REBULL: «LA NUCLEAR ME HIZO RADICAL» Pocas personas me han parecido a lo largo de mi experiencia nuclear tan persuasivas, 76
sinceras y amigables como Joan Rebull. Cuando lo conocí era un sacerdote recién estrenado y un enraizado hijo de su pueblo marinero. Pronto dejó de ser sacerdote, pero hasta su generosidad y su preocupación social parecen haberse potenciado al compartir su vida con Marinia (que a su vez resulta una compañera comprensiva y culta). En cuanto pudo volvió a su pueblo tras varios años en Barcelona preparándose para su nueva vida, y aunque él no me lo dijo me pareció evidente que el motivo principal era acompañar a sus padres ancianos mientras viviesen. Su trabajo ha sido, desde entonces, pedagógico y solidario. En aquellos primeros años de «emergencia nuclear» nos vimos varias veces a continuación de la reunión memorable de Benidorm; casi siempre en relación con el problema de Aseó más que con el de LAmetlla, pero es que el verdadero problema era aquél, ya que éste quedó pronto conjurado. Cuando «revisé» las principales batallas -o las que más sugerentes me habían resultado - veinte años después del agitado 1974 para publicarlas en Cuadernos de Ecología visité a Joan en LAmetlla para recordar aquellos días y aquellas experiencias. Y me reconoció: «La lucha nuclear me radicalizó y dio sentido a mi vida. Me imposibilitó para acomodarme a una estructura partidista concreta y me convenció de que este radicalismo es la única fuente de regeneración.» Resumía así la experiencia vital sobrevenida a varios de los antinucleares del primer momento (como a mí mismo), y con su reflexiva sinceridad recapitulaba también sobre su experiencia política a raíz de aquella lucha, de su popularidad y del empeño por garantizar para su pueblo, al menos parcialmente, un futuro sin hipotecas amenazantes. Pero su personalidad es la de un corredor de fondo y en solitario, y mientras que para él el trabajo político era una variante de la entrega generosa a los demás para otros - la mayoría - no pasaba de ser una tarea prosaica, más bien egoísta y movida por el corto plazo. «Y revisé mi nacionalismo», añadía, «ganando en universalidad y en capacidad de comprensión». («El ecologismo, etapa trascendente del antinuclearismo, era eso, querido Joan», le dije. Porque en gran medida ése, el universalismo, había sido nuestro descubrimiento fundamental.) El problema de LAmetlla se planteaba de forma bien distinta al de Ascó porque se trataba de un proyecto (con dos reactores de 1.000 MW, también LWR)97 frente al cual la opinión del pueblo se movilizó inmediatamente tras darse a conocer; además, ahí la inquietud nuclear ya se vivía de forma latente y tensa, ya que a pocos kilómetros del pueblo se levantaba la central de Vandellós, tercera de las que 77
funcionaban en España. Y tratándose de un pueblo con una comunidad marinera importante la presencia de esa central sobre el mar no era ningún plato de gusto, desconfiándose de ella desde su puesta en marcha. Los Rebull, respaldados por la opinión mayoritaria del pueblo, ya habían trabajado bien cuando entré en contacto con ellos (con la breve detención de Enric, padre, en los días de mayor tumulto por el rechazo), y fue al día siguiente de mi estancia cuando el Ayuntamiento en Pleno decidió oponerse al proyecto. Diez entidades de la localidad (pescadores, agricultores, hoteleros, asociaciones culturales, recreativas y vecinales, algunas urbanizaciones de la zona más afectada) presentaron sus alegaciones durante la información pública. Acompañaban a estos escritos varios dictámenes técnicos y científicos98 que criticaban la Memoria presentada por FECSA (empresa propietaria de ambos reactores), que como era costumbre adolecía de numerosas vaguedades e incorrecciones. Y era mucho pedir que a la central de Ascó y a la ya existente en Vandellós resultara fácil añadir otra tan cerca. La gente de LAmetlla y alrededores no lo podían creer cuando un mes escaso después las eléctricas catalanas se atrevieron a solicitar otro proyecto con dos reactores más... ¡en Vandellós, junto a la central ya existente!99. Como era de esperar tras la avalancha de proyectos surgidos en mayo (LAmetlla) y junio (Vandellós-2 y 3) inmediatamente tomó cuerpo una especie de indignación incontenida a escala provincial, ya que el futuro próximo de la provincia se perfilaba con siete reactores, nada menos: dos en Ascó, dos en LAmetlla y tres en Vandellós. Y hasta la pacata e indolente Diputación Provincial, que nada había hecho ante los atropellos de Ascó, clamaba por la injusticia que se iba a cometer en la provincia: ¡siete reactores en un radio de 20 kilómetros alrededor de Tortosa! Por su parte, la gente de LAmetlla, organizada en torno a Coveamar (Cooperativa de Vecinos de LAmetlla de Mar), arremetió contra el proyecto que más les afectaba, que no tardó en quedar descartado; e impugnó el proyecto de Vandellós por la corta distancia existente desde el emplazamiento, que hacía que la amenaza y el peligro potencial de este segundo proyecto fueran equivalentes a los del propio proyecto de LAmetlla, como así venían percibiendo los pescadores. Tras presionar para que el Ayuntamiento mantuviese su negativa a admitir la central, la primera tarea fue encargar un informe sobre el proyecto, La incidencia de las centrales nucleares: Ametlla de Mar (1975), que redactó un equipo interdisciplinar del Departamento de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona. Contribuyó a la movilización de las gentes de LAmetlla la publicación en junio de 78
1974 de una foto del satélite ERTS que señalaba una misteriosa mancha en el entorno marino de la central de Vandellós que - ante la indiferencia explicativa de los responsables de la gestión de ese satélite - fue interpretada por biólogos del Instituto de Investigaciones Pesqueras (Barcelona) como una zona pobre en plancton y sin apenas clorofila, extendida por unas 1.000 ha cuya temperatura era de un grado superior al entorno; lo que de alguna manera ya había sido observado por los pescadores de la costa tarraconense100 La fuerte personalidad de los Rebull, con su prestigio popular, marcó el episodio nuclear de L'Ametlla desde el principio. Enric, el padre, que asumió la representación de los pescadores, atrajo la atención del diario Le Monde, que lo entrevistó en abril de 1975, en vísperas de que la localidad francesa de Port-la-Nouvelle se pronunciara en referéndum sobre una central nuclear; a sus contundentes opiniones sobre el efecto en el mar y la pesca de la cercana central de Vandellós, se atribuyó el no con que esa localidad mediterránea (departamento del Aude) respondió al proyecto previsto en su territorio, con 1.250 votos contra 380101 El propio Joan Rebull publicó en 1979 un excelente trabajo descriptivo y de reflexión sobre el problema nuclear, La protesta nuclear a Catalunya. Una opció energética contestada. Y ha continuado siendo un puntal básico tanto en el Comité Antinuclear de L'Ametlla como en el movimiento general anti-Vandellós, especialmente activo desde el accidente de octubre de 1989. En octubre de 1999 volví a encontrar a Joan en L'Ametlla con ocasión de la conmemoración del décimo aniversario del accidente102 Y hemos vuelto a vernos en junio de 2008 en Mora d'Ebre, como ya he relatado. 12. Cofrentes, cabecera de la Huerta de Valencia Visité Cofrentes de paso, a la vuelta a Madrid (lunes, 10 de junio de 1974) después del periplo iniciado en Tudela. Apenas pude sondear unas pocas opiniones sobre la marcha - todas favorables, todas ignorantes - al final de un día casi tan agotador como el anterior (ya que nos tuvo que dar tiempo a viajar desde Vandellós, corretear por Cofrentes y regresar a Madrid). En enero de 1975 volví a la zona de Cofrentes en dos ocasiones por distintos motivos. La central, propiedad de Hidroeléctrica Española (HE) y con un reactor de 975 MW103 del tipo llamado «agua en ebullición» (BWR, Boilecl Water Reactor), era de tecnología General Electric y disponía de autorización previa desde noviembre de 1972; todavía tendría que esperar a septiembre de 1975 para recibir la autorización de construcción104 El alcalde, Francisco Gaviria, me reconoció en conversación telefónica de que no había licencia de obras y que las tareas emprendidas - explanación de los terrenos - estaban 79
paradas; además de confirmarme que la distancia al pueblo era de 1.915 m, inferior a los dos kilómetros estipulados en el famoso RAMINP de 1961 (Reglamento de Actividades Molestas, Insalubres, Nocivas y Peligrosas). La central se encuentra en el valle de Áyora (provincia de Valencia) y en la cola del embalse de Embarcaderos, en la confluencia de los ríos Júcar y Gabriel; la escasa disponibilidad de agua obligó a prever dos gigantescas torres de refrigeración para la recuperación del agua mediante enfriamiento tras su circulación por el reactor y consiguiente transformación en vapor. La ubicación corresponde a una zona geológicamente activa, con un yacimiento de aguas termales desde siempre que en años recientes han vuelto a aprovecharse con la reconstrucción de un balneario local105 Además, era evidente que al situarse en el tramo medio del Júcar gran parte de la huerta valenciana quedaba a expensas de lo que sucediera a la central. De todas formas y pese a evidentes reticencias no había intención municipal de plantar batalla alguna frente a la empresa, y las inquietudes que pudieran existir se resolvieron - según el alcalde- con el «envío de dos comisiones a Vandellós y Almaraz». Además, los trabajadores inicialmente contratados, entre 50 y 80, eran «casi todos del pueblo». Pero sí hubo quien se opuso formalmente, como fue el caso de los vecinos del pueblo vecino de Jalance, que impugnaron la autorización de construcción y denunciaron al Ayuntamiento de Cofrentes alegando una distancia demasiado corta desde sus viviendas hasta la central (menos de dos kilómetros). Hasta 1977 las crónicas no detectan movimiento de oposición alguno. La primera protesta patente y pública consistió en una «excursión» al lugar de las obras de ecologistas valencianos en autobús que fueron vigilados por la Guardia Civil desde el primer momento. De nuevo grupos ecologistas y partidos políticos pretendieron manifestarse en Cofrentes en agosto de 1977, y otra vez lo impidió la fuerza pública, que controló eficazmente los accesos. Lideraba el movimiento inicial el grupo Margalida, con el sociólogo Josep Vicent Marqués como figura central. La a todas luces inquietante situación de la central de Cofrentes me hizo alertar desde el primer momento a los ecologistas valencianos, sobre todo a Marqués, que también era el representante de Aeorma en el País Valenciano y uno de los pilares de la asociación106 Mi artículo «Cofrentes: chatarra nuclear» quiso estimular al movimiento antinuclear destacando el serio incidente ocurrido en marzo de 1975 en la central de Browns Ferry (Tennessee, Estados Unidos), muy semejante tanto por la tecnología (General Electric) como por la potencia (1.098 MW), cuando un fallo humano llevó a la parada y al cierre temporal del reactor afectado. También provocó 80
este incidente la renuncia de sus puestos, en febrero de 1976, de tres ingenieros de la división nuclear de General Electric que denunciaron la inseguridad de ese modelo de central. Hasta ese momento el único reactor BWR instalado en España era el de Garoña (450 MW) y de entre los reactores en construcción y en proyecto pertenecían a esta tecnología los de Cofrentes y Valdecaballeros (todos ellos, por cierto, para centrales de HE). JOSEP VICENT MARQUÉS, ECOLOGISTA Y SOCIÓLOGO Era el pionero del ecologismo valenciano, así como una persona central en la vida política de su país antes y después del cambio político. Lo conocí en la famosa reunión de Benidorm, de junio de 1974, en la que por cierto ya me impresionó por sus dotes dialécticas y su saber hacer en este tipo de actos (sobre todo en los que había que acabar redactando un texto). Recuerdo muy bien cómo las miradas se volvían hacia Marqués, siempre ingenioso y cordial, cuando sobrevenía el impasse. Ya se mostraba desconfiado frente a los partidos políticos, viendo cómo allí se agazapaban y pedían un lugar al sol de esa nueva clandestinidad. Entendía el movimiento que impulsábamos como una fuerza autónoma y seguramente veía que tras el franquismo habría que establecer distancias. Josep Vicent ha muerto en la primavera de 2008. Siempre fuimos amigos, incluso cuando diferíamos, como en aquella reunión de la Federación del Movimiento Ecologista celebrada en Daimiel en 1978 en la inclemente canícula de julio. Él fue, solito y de un tirón, quien redactó la Propuesta de Daimiel cuando accedimos al fresco leve pero reparador de la noche manchega; la había estructurado en 12 reflexiones y postulados (lo que yo llamé, con injusta ironía, «Dodecálogo del perfecto ecologista») y tras ser discutida apasionadamente fue aprobada sin apenas cambios. A partir de ese esfuerzo, Marqués redactó un bello librito, Ecología y lucha de clases (1 978), que es una afortunada y oportuna extensión de aquella Propuesta, y que todos los ecologistas debieran leer con detenimiento. Luego coincidimos con cierta frecuencia en Valencia en debates y sesiones contra la central nuclear de Cofrentes, y solía decir que en ese asunto «todos hemos ido detrás de Pedro», reconociendo que la opinión pública valenciana debía haberse movilizado antes y no cuando las obras ya estaban consolidadas. Marqués fue siempre un admirado profesor de Sociología, verdadero maestro, inmensamente culto y nada convencional. Estuvo desde finales de los años de 1960 en todas las movilizaciones reivindicativas valencianas, revelándose como líder y ariete en la larga marcha por la recuperación de la Devesa del Saler como espacio 81
público y símbolo histórico de los derechos populares. Valencia (su tierra y compromiso), sus amigos y alumnos y desde luego el ecologismo español le estamos en deuda. Pronto, y con motivo de la publicación de mi segundo libro, La energía: el fraude y el debate, fui invitado a dar una charla en Valencia, en noviembre de ese mismo año 1978, por la Facultad de Ciencias Biológicas y concretamente por María Angels Ull, una tenaz y entusiasta profesora de Bioquímica con la que, ya pasada la larga lucha de Cofrentes, he mantenido relaciones cordialísimas, siendo invitado por ella a pronunciar alguna conferencia sobre los temas más diversos107. En junio de 1979 se celebró un debate en Valencia organizado por la Escuela de Arquitectura con la participación de los ecologistas Marqués y Sarradell, del director de explotación de la central nuclear de Cofrentes, Manuel Acero, y de mí mismo. Fue la primera vez (de un total, creo, de tres encuentros, uno de ellos en la televisión pública y en hora de máxima audiencia) que tuve la oportunidad de debatir con Acero la cuestión nuclear y los problemas de la central de Cofrentes en particular, y he de decir que siempre me sentí cómodo, no porque sus argumentos me lo permitieran -ya que, como sugiere su nombre, se trata de un ingeniero de fortísimas convicciones y de gran formación-, sino porque conseguíamos discutir en la misma onda de respeto e incluso de cordialidad108. En noviembre de 1980 me invitó el Grupo Ecologista Libertario, de Valencia, para hablar junto con los ecologistas Ricard Almenar y Larles Arnal, del «caso Lemóniz» y por extensión del modelo político y social al que nos empuja la energía nuclear109. En otro acto que organizó María Angels (cuya fecha no tengo registrada) tuve el placer de conocer al prestigioso biólogo Gil Corell y a Joan Olmos, del siempre escueto grupo de ingenieros con sensibilidad ambiental; y también fue por ella, en su etapa institucional, como conocí al político Emérit Bono y al geógrafo Eugenio Burriel. En mayo de 1979 fa inquietud se había generalizado y la polémica se relanzó cuando un técnico de control de calidad de las obras denunció anomalías en las soldaduras del edificio de contención del reactor, lo que él venía poniendo en conocimiento de su empresa «desde diciembre de 1976». Un diputado socialista interpeló al Gobierno por estos hechos mientras que la dirección de la central - en manos de Acero - rechazaba de plano esas acusaciones y aseguraba que «se venía utilizando la mejor tecnología y se incorporaban todos los avances»110 En vísperas de las célebres elecciones generales de octubre de 1982 los socialistas valencianos, con el presidente de la Generalitat Joan Lerma y el alcalde de Valencia 82
Ricard Pérez a la cabeza, anunciaron que podrían reconsiderar la puesta en marcha de la central (que en ese momento estaba prevista para el otoño de 1983); lo que reafirmaron al producirse unas inundaciones desastrosas que bloquearon durante veinticuatro horas los accesos por carretera a la central (en la que había 1.200 personas trabajando) y produjeron la muerte de nueve trabajadores al caer al río Gabriel el autobús que los transportaba. Lerma y la Generalitat continuarían amenazando con no permitir la puesta en marcha si no se obtenían garantías suficientes"', pero el Gobierno socialista de Madrid - puesto ya en la tesitura de «congelar» la muy conflictiva central de Lemóniz y la de Valdecaballeros, propiedad de HE junto con Sevillana de Electricidad - no se planteaba en absoluto poner trabas a Cofrentes. En junio de 1983 un millar de antinucleares convocados por ecologistas, partidos y sindicatos volvieron a organizar otra marcha sobre la central, siendo de nuevo bloqueados por un importante contingente de guardias civiles; y un año después unos desconocidos bloquearon las comunicaciones en el primer simulacro de emergencia organizado en la comarca por la central. Ese mismo mes volví a Valencia invitado por el Institut Valenciá d'Estudis Socials para hablar de «Ecología y Política», junto a otros amigos ecologistas, como Marqués y Jordi Bigas112 Aunque el combativo Manuel Acero no dejó de proclamar una y otra vez que su central estaba «entre las cinco mejores del mundo en sistemas de seguridad», los augurios no fueron nada halagüeños. Los plazos previstos se vieron sensiblemente dilatados tanto por los efectos de las inundaciones del otoño de 1982 como por los propios problemas de la construcción, entrando en funcionamiento en enero de 1985, siete años después de la fecha prevista. Ese mismo año se produjeron dos paradas: la primera por la apertura indebida de una válvula de incendios y la segunda a causa de la avería de un transformador. Fue en septiembre de 1988 cuando se produciría un grave incidente por el vertido de 2.000 litros de líquido radiactivo, lo que obligó a parar la central; pero lo más escandaloso fue que la dirección lo escamoteó deliberadamente durante dos meses al Consejo de Seguridad Nuclear. Un año después se produjo otro episodio con todas las características de una represalia hacia el empleado que había anotado el vertido radiactivo113 que si bien fue considerado «interno» y sin repercusiones, resultó que fue a parar a la red de aguas pluviales. Sin duda, fue ese mismo accidente lo que produjo el relevo del director de la central, que había sucedido a Acero poco tiempo antes. En agosto de 1990 un fallo de una válvula de la turbina de vapor ocasionó otra parada, y el propio CSN informó de que la central había sufrido ocho averías en ese 83
verano con dos vertidos radiactivos internos; otra parada no prevista tuvo lugar en febrero de 1992 a consecuencia de una avería en una válvula de alimentación de agua del reactor. Un agudo representante de la central declaró, ante el acoso informativo por tantas y tan inquietantes averías, que «las paradas de una central son síntoma de seguridad»11` dejando a la opinión pública muda de asombro. Otro año desastroso fue 1997, con un pintoresco episodio de aparente sabotaje en las barras de combustible nuclear, lo que desmintió la dirección de la central pese a ser despedido un trabajador como consecuencia, achacando los defectos encontrados al suministrador, Enusa (Empresa Nacional del Uranio). En el período 2000-2002 la propia central reconoció una «tendencia negativa» en relación con su «cultura de seguridad» y llegó a atribuir la docena de «sucesos significativos» vividos entre febrero y marzo de 2002 a la coincidencia de las fiestas de Semana Santa y Fallas, porque pudieron entrañar «falta de atención» (se supone que del personal, sometido a tan alto ritmo festero). Con esta «hoja de servicios» en 2008 y después de veinticuatro años de funcionamiento, Cofrentes ya poseía el récord de «sucesos nucleares notificables», que habían ascendido a 240 de un total de 1.500 en el conjunto de las centrales nucleares españolas, sólo desde el año 1990. 13. Sayago: elfar west de Iberduero Por ser un caso nuclear en un área remota, marginada geográfica y mediáticamente, el proyecto zamorano de Sayago siempre me interesó; y también por haber sido anunciado por Iberduero en su «paquete de noviembre de 1973» (con EaIspáster, DevayTudela), lo que le daba un cierto halo de «hermano pobre»115 Su papel se realzó al agravarse los problemas en los otros tres proyectos, convirtiéndose en la esperanza y el alivio de los designios energéticos de la gran eléctrica vasca. Así que en cuanto pude me pasé a visitar el pueblo, Moral de Sayago, y la zona, aprovechando mi segundo viaje a la costa de Lugo116 La tierra de Sayago es áspera y bella, de encinar sobre suelos graníticos. Se deja atravesar por el río Duero, aguas abajo de Zamora, y acoge al embalse de Villalcampo, sobre el que se ubicaría la proyectada central: dos reactores de 1.000 MW de potencia unitaria. La lejanía a los gran des centros de consumo del área energética cubierta entonces por Iberduero (principalmente el País Vasco y Navarra) obligaba a atribuir a esa central un papel particular, concretamente el de combinar su 84
funcionamiento para cargar un sistema hidroeléctrico reversible. Estos sistemas energéticos son energéticamente ineficientes ya que consumen más energía de la que producen, pero permiten atender las horas de mayor demanda con una energía, la hidráulica, manejable y flexible. En Moral de Sayago me encontré con el teniente de alcalde Santiago Pérez, que me contó que Iberduero «les avisó» y que el pueblo, de unos doscientos ochenta habitantes, quedaba a 2,5 km de distancia del lugar elegido. En realidad, y con independencia de cuanta información se les diese y cómo, se veía el proyecto como una solución afortunada a la desolación socioeconómica reinante. Siguiendo el guión - irracional, en una saga intrínsecamente irracional - al no haber oposición al proyecto y dándose además la circunstancia de la firme oposición surgida frente a los demás proyectos de Iberduero, la central de Sayago recibió la autorización previa en septiembre de 1975117 lo que hizo de válvula de escape o de solución de recambio para esta empresa. Cinco años después se haría público el pedido de un primer reactor (de tecnología Westinghouse), que era en realidad uno de los previstos inicialmente para Deva, comprometido imprudentemente por Iberduero antes de que estallara la oposición que haría fracasar ese proyecto. Pero, contra todo pronóstico, antes de que llegara la autorización previa el ambiente ya se había removido en los pueblos de la comarca, lo que hizo que el gobernador civil cambiara a los alcaldes de algunos pueblos del entorno de la central, entre ellos el de Moral de Sayago, recayendo el nuevo nombramiento en un guardia civil retirado. De la información que me llegó en julio de 1975 pude resumir así la situación: actitud tan ignorante como necia del nuevo alcalde («los que dicen que la central nuclear encierra peligros son como si fueran pagados por el comunismo o algo así: agitadores y nada bueno se puede esperar de ellos»), traición a los vecinos («el terreno es de lo mejorcito que tiene el pueblo para pastos»), incapacidad para negociar condiciones económicas dignas con Iberduero («el anterior Ayuntamiento había pedido a Iberduero 700.000 pesetas por 128 ha de suelo municipal...», sumisión al gobernador civil («tuvimos una reunión con el gobernador civil los alcaldes de esta zona para ponernos de acuerdo en relación con los beneficios que vamos a pedir a Iberduero»)118 Y, como me sucedió en otros casos, mi pesar por el abandono general percibido a mi paso por Sayago, que condenaba a la comarca a la «nuclearización», experimentó un cambio estimulante cuando fui invitado en 1976 por un grupo de ecologistas y militantes de izquierda para dar una conferencia en la ciudad de Zamora, en un cine 85
lleno de gente119. Poco después volví a la zona y comprobé el buen ritmo de los trabajos previos y me entrevisté con el nuevo alcalde de Moral, Lorenzo Isidro Carrasco, que me informó de las presiones recibidas del gobernador civil ante las prisas de Iberduero, pese a que todavía no había proyecto definitivo de obras. El Ayuntamiento ya había recibido 10 millones de pesetas, pero se le había prometido un ingreso anual del 1 por 1.000 de la inversión: mucho dinero, teniendo en cuenta que la central costaría entre 15 y 20 mil millones de pesetas y que el presupuesto municipal era de 300.000 pesetas. Continuó no obstante la inquietud y la oposición se extendió durante los meses siguientes y todo el año 1978. Desde 1976 la Delegación de Aeorma en la Cuenca del Duero, formada por activos y bien preparados ecologistas, fue siguiendo muy de cerca este caso, realizando informes y notas de prensa para los periódicos de Zamora y Valladolid; quien mejor preparado estaba era Rafael Álvarez Taladriz, farmacéutico, con el que siempre mantuve relaciones muy estrechas y con el que también colaboré en las batallas de Soria y Juzbado (Salamanca) 120, como más adelante cuento. Por otra parte, el vecino Ayuntamiento de Villalcampo había decidido plantar cara al proyecto oponiéndose por causas urbanísticas. La Delegación Provincial de Urbanismo denegó la licencia de construcción en los términos de Moral y Villalcampo... y también de Portugal llegaron protestas, como las del alcalde de la localidad fronteriza de Regua12l Pero el proyecto de Sayago quedó en nada pese a haber recibido la autorización previa y tras los disgustos e ilusiones producidos en las gentes de los pueblos de alrededor. En cinco años las circunstancias habían cambiado mucho y a la oposición popular se unió la caída en las perspectivas energéticas generales. Un nuevo episodio nuclear zamorano, esta vez relacionado con el problema de los residuos radiactivos, ha vuelto a evocar más recientemente la precariedad socioeconómica en que vive gran parte de la España interior (y profunda), cuando Peque, pueblo de la comarca de La Carballeda, más al norte de la tierra de Sayago, tuvo que vivir un trauma nuclear nunca imaginado. Sucedió cuando el alcalde, Rafael Lobato, accedió en principio a alojar en el municipio ese cementerio nuclear para el que no acaba de encontrarse ubicación, el dichoso ATC (Almacenamiento Temporal Centralizado). El alcalde justificó su decisión en que el pueblo estaba «condenado a extinguirse», pero la rápida reacción de los lugareños (unos ciento sesenta habitantes), seguramente estimulados por los mucho más numerosos hijos del pueblo «emigrados», le hizo pronto retractarse de su decisión122.
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14. Zorita, la primera El 12 de diciembre de 1968 el dictador Franco inauguró oficialmente la primera central nuclear española, llamada José Cabrera, pero siempre conocida como Zorita. Y el 30 de abril de 2006 se cerró, iniciando el larguísimo, caro y proceloso periplo de desmantelamiento que durará algo así como el doble de esos treinta y ocho años de accidentado - funcionamiento. Se instaló a orillas del Tajo, en la cola de un pequeño embalse, aguas abajo de la presa de Bolarque y en el municipio de Almonacid de Zorita (Guadalajara). Esta central PWR propiedad de Unión Eléctrica (convertida en Unión Fenosa en 1980), poseía una potencia de 160 MW y era de tecnología Westinghouse113. No dio problemas, o al menos nada trascendió, en aquellos primeros años de funcionamiento en los que los secretos nucleares lo eran de Estado o poco menos. Su vida se complicó a partir de 1977 y sobre todo desde 1989, con averías cada vez más graves e inquietantes que fueron creando un ambiente favorable a que su clausura se adelantara sobre el plazo global previsto inicialmente, que era de cuarenta años. Visité el pueblo de Almonacid de Zorita el 8 de enero de 1975 manteniendo una breve conversación con el alcalde Antonio Fuentes, absolutamente convencido de la seguridad de la central, que poco tiempo antes había tranquilizado a su colega de Ascó cuando éste le pidió informes directos sobre el funcionamiento de la central pionera de España124. El alcalde, encantado de tener la central nuclear en su término, se sentía también satisfecho por el carácter «tradicionalmente industrial» de su municipio, ya que desde 1954 poseía el salto hidroeléctrico llamado Bolarque - 1, y ahí mismo se habían instalado las bombas que impulsarían a partir de 1980 las aguas del Tajo hacia la Cuenca del Segura en ese magno proyecto que era el Trasvase TajoSegura125; la central nuclear completaba la «quiniela» que le había tocado al pueblo, me decía. Y en cuanto a la gente, «está tranquila, ignora lo que es la central y ve muy positivos los beneficios que por diversos conceptos le produce». Expresiones casi exactas a las del último -y actual - alcalde de Almonacid, Gabriel Ruiz del Olmo, con la diferencia de que éste es un forofo militante pronuclear (a la par que empleado privilegiado de la central), que incluso ha apostado fuerte para que su pueblo acogiera el famoso ATC (sin conseguirlo). Por motivos profesionales, yo conocí la central en sus primeros años de actividad, concretamente en 1973-1974. Mi empresa le había suministrado un equipo electrónico «de mi incumbencia» y por eso tuve ocasión de conocer a varios técnicos y directivos, como el propio director, José Juan Sierra, el ingeniero Belarmino 87
Galarraga y el directivo de la empresa Eduardo Díaz Río, personajes de muy distinta condición, tanto personal como empresarial`. Cuando liberado de mi condición ingenieril supieron de mí como significado antinuclear, su actitud fue la correspondiente a su papel en la empresa. A Sierra, un técnico serio y prudente, que sabía lo que se traía entre manos, lo entrevisté para el diario El País en noviembre de 1977, haciendo frente con calma y dominio a las preguntas más incisivas (como la que inquiría por un empleado muerto meses antes por leucemia aguda); Galarraga, un amistoso ingeniero mejor adaptado al campo circundante que a la propia central, un buen día me dio el alegrón de saber que la central de Cabo Cope ya no se construiría; y con Díaz Río, de la línea político-directiva de la empresa, no hubo la menor posibilidad de coincidencia en las dos o tres veces que discutimos. En 1977 empezaron los verdaderos problemas para Zorita y ya no se podían ocultar. Fue precisamente el ex secretario general de Aeorma, Carlos Carrasco127, quien consiguió información sobre la muerte de un em pleado de la central con unos síntomas que, según la autopsia, podían relacionarse con una alta irradiación recibida. De ahí Carrasco infirió que debía haberse producido un episodio accidental en la central que afectó al exterior; la querella presentada contra el presidente de Unión Eléctrica, contra los responsables directos de la central y contra el médico de Almonacid, pretendía imputarles tres delitos: uno de imprudencia temeraria, otro contra la salud pública y el tercero por omisión de socorro128. Ese mismo año la opinión del pueblo, aparentemente hecho a vivir con la central, dio un respingo cuando se supo que la empresa iba a construir un - aparentemente misterioso «edificio de almacenamiento» (un Almacén Temporal Independiente, ATI) dentro del recinto de la central, con la finalidad de almacenar temporalmente los bidones de residuos - ropas, herramientas, barros y resinas - que continuamente se producen en la central nuclear. Pero inmediatamente varias asociaciones ecologistas impugnaron el proyecto, que no se hizo realidad. Problemas mucho más importantes surgieron, precisamente, al poco de que se produjera el famoso accidente de la central norteamericana de Three Mile Island, más conocida como Harrisburg, el 28 de marzo de 1979. Como por simpatía, en mayo de ese mismo año diversos medios informaron del suceso de una fuga radiactiva en el interior del reactor de Zorita, con parada forzosa que la dirección de la central justificó como parada habitual de «recarga de combustible». A una pregunta del diputado socialista por Guadalajara, Leopoldo Torres-Boursault, en relación con estos hechos, el Gobierno contestó que durante el último ciclo de operación «se detectó un ligero aumento de la radiactividad en el circuito primario... debido a algunas pequeñas fisuras en elementos combustibles»; y cuando se produjo la parada programada para la recarga del combustible... «fue 88
aprovechada para corregir las soldaduras de los tapones del tubo del generador de vapor»129. Pero en los años siguientes a esos fallos de «soldaduras» en el generador de vapor sucederían más inquietantes problemas, esta vez en la tapa del propio reactor, que fueron los causantes a la postre del adelanto de fecha de cierre definitivo de la central. En dos ocasiones (noviembre de 1977 y diciembre de 1978) intervine en sendos actos convocados por el grupo ecologista DALMA (Defensa Alcarreña del Medio Ambiente) de Guadalajara, dirigido durante años por el incombustible Juan José Calvo. Aparte de las noticias, generalmente incorrectas por insuficientes, de muy contados órganos de prensa, el indicador que denunciaba problemas de funcionamiento en la central era la producción anual, que, estando por debajo de los 900 millones de kw/h (lo que corresponde a factores de carga inferiores al 70 por 100), se convertía en la prueba de paradas prolongadas o un régimen de baja potencia. Así debió suceder en los años 1972 y 1973, tras la puesta en marcha. Con el tiempo se conocerían averías «silenciosas» habidas en los años de 1980 que, sin embargo, resultarían trascendentes en la década siguiente. El principio del fin llegó para Zorita cuando, iniciadas las labores de recarga de combustible en enero de 1994, se descubrieron varias grietas en la tapa de la vasija del reactor, concretamente en los tubos-guía de penetración de las barras de control. Esto hizo que el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) obligara a la realización de una inspección exhaustiva en los 37 alojamientos de las barras de control, encontrándose 171 grietas en la tapa del reactor por donde se podría fugar el líquido de refrigeración, altamente radiactivo. El propio presidente del CSN, Donato Fuejo, tuvo que explicar esta situación130 desastrosa y sin precedentes en las centrales Westinghouse, como esta misma empresa reconoció - y dejó entrever que las grietas podrían llevar al cierre de la central, lo que fue violentamente contestado por la empresa, que arrogantemente declaró que la central agotaría la vida útil, es decir, que funcionaría otros catorce años más131 Se reconoció entonces que la central debía haberse revisado el año anterior, cuando se habían conocido problemas semejantes en las tapas de las vasijas del reactor 4 de Bugey (Francia). El grupo ecologista Aedenat acusó a todos los responsables, tanto de la empresa como del CSN, de no haber prestado la debida atención a los incidentes que desembocaron en las averías del momento, y pidió el cierre de la central, dada la envergadura de la avería y los recalcitrantes fallos en la inspección de la seguridad132.
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En marzo, activistas de Aedenat entrarían en la central burlando las medidas de seguridad para escalar la torre meteorológica y desplegar una gigantesca pancarta que pedía el cierre. Convencidos la empresa y el CSN de que no era viable una simple reparación de las grietas - lo que sin embargo costó 1.000 millones de pesetas-, se acordó la reapertura de la central tras esa reparación, pero con la sustitución de la tapa del reactor, que se valoraría en 850 millones de pesetas. Entre el clamor cada vez más espeso por su cierre, Zorita recibió del CSN en 1999 la renovación del permiso de explotación por tres años más. Mientras tanto, a Donato Fuejo (un médico de reconocido prestigio que no dudó en recomendar el cierre definitivo de la central de Vandellós-1 tras el incendio sufrido en octubre de 1989) le sucedió en 1994 el también socialista Juan Manuel Kindelán, un ingeniero firmemente creyente en la energía nuclear y poco amigo de contemporizar con ecologistas; y a éste, en 1999, la ingeniera María Teresa Estevan, del Partido Popular, a la que podemos considerar una ultra en lo nuclear133. Y cuado llegó la fecha crítica de 2002, en la que había que decidir si seguía o se cerraba, se aceleraron los acontecimientos. La organización Greenpeace preparó el asalto a la central, lo que consiguió en diez minutos dejando en evidencia a la central y sus medidas de seguridad (¡que habían sido aumentadas tras los atentados del 1 1-S en Nueva York!), dejando corrido y humillado al CSN, que sancionó a la central con una multa de 600.000 euros13` La central hubo de parar y el Gobierno autonómico de Castilla-La Mancha aprovechó la coyuntura para pedir que no se volviera a arrancar. Pero Unión Fenosa volvió por donde solía, anunciando que le quedaban «al menos» seis años de funcionamiento. La decisión definitiva se precipitó cuando se descubrieron nuevos problemas en 2001 y 2002, con paradas no programadas y mientras arreciaba la campaña ecologista, sindical, política y social - por su cierre. En septiembre de 2002 y tras un acuerdo parlamentario (PP, PSOE y CiU), el CSN propuso al Gobierno que la central funcionara cuatro años más, con cierre definitivo el 30 de abril de 2006; no sin quedar en evidencia el papel desequilibrador de su presidenta María Teresa Estevan, que se abstuvo en la votación, pero se opuso frontalmente a la opinión de los otros cuatro consejeros (dos propuestos por el PSOE, uno por IU y el otro por el PP, como ella misma) a los que acusó poco menos que de «conspiración»135. Empezaba así la cuenta atrás en la historia de la central nuclear de Zorita, con la perspectiva de un laborioso proceso de desmantelamiento que, al menos, disponía como referencia y guía del que ya tenía lugar en Vandellós-1 desde hacía más de una 90
década, con una experiencia muy útil. Y de paso, quedaba planteada la incógnita so bre el futuro de la comarca, acerca del cual inmediatamente todas las fuerzas políticas y sociales se manifestaron preocupadas y dispuestas a participar en un plan de desarrollo poscierre. Un año después, ese plan de desarrollo saldría a concurso por la Junta de Castilla-La Mancha, siendo adjudicado a un equipo formado y dirigido por mí mismo (batalla 91). El diario La Razón y el CSN «teresista» colorearon de histeria antiterrorista el ya sentenciado asunto de Zorita cuando en diciembre de 2004 la policía detuvo a un grupo de islamistas de entre los que había dos que habían sido identificados meses antes en las proximidades de la central de Zorita (y uno de ellos, imputado por el 11M aunque en libertad). En la orden de detención el juez Garzón mencionaba que los detenidos portaban «una máquina de fotos» y que su localización cerca de Zorita se había producido «en circunstancias no suficientemente aclaradas en este momento procesal». La Razón publicaba: «El CSN advierte de que existe algún peligro de atentado en las centrales nucleares», y aludía a un comunicado de ese organismo (cuyo gabinete de Prensa estaba a cargo de un yerno de la señora Estevan Bolea) que advertía de que no podía garantizarse «que no vaya a ocurrir nada»136 El incremento de las medidas de seguridad - o de la susceptibilidad maniática - en el entorno de Zorita tenían seguramente más que ver con el ridículo hecho ante los activistas de Aedenat y Greenpeace que con la alarma ante ataques terroristas. También me alcanzó esta histeria cuando al año siguiente, yendo en compañía de dos miembros de una cadena de televisión vasca, los guardas de seguridad de la central impidieron que hiciéramos unas fotos del conjunto de la central desde el puente sobre el embalse (donde he hecho fotos siempre que he querido), y cuando insistimos en hacer esas fotos a distancia llamaron a la Guardia Civil, cuyos agentes aseguraron que tenían órdenes en ese sentido137 15. Trillo, la última Unión Eléctrica solicitó en junio de 1972 una central con dos reactores de más de 1.000 MW que suministraría la empresa alemana KWU (Kraftwerk Union), y se ubicaría aguas arriba de la central de Zorita, en el Tajo alcarreño y en la cola del embalse de Entrepeñas; en 1975 se unieron al proyecto las empresas Eléctricas Reunidas de Zaragoza y Energía e Industrias Aragonesas, que buscaban compensar así los obstáculos a que se enfrentaban en su proyecto de Sástago. En el origen del proyecto de Trillo yacía la idea de Unión Eléctrica de añadir un grupo de gran potencia al ya existente de Zorita, demasiado pequeño para las expectativas de la demanda eléctrica en la zona centro. La potencia eléctrica bruta inicial fue de 1.041 91
MW (pasando a ser de 1.066 más recientemente), la mayor de entre los reactores existentes en España. Debido a la inseguridad respecto de los caudales del Tajo, la central dispone de dos torres de refrigeración. La particularidad de este proyecto era que la tecnología nuclear contemplada no era norteamericana sino la alemana KWU138, de reactores de agua ligera a presión (PWR). La autorización previa llegó en septiembre de 1975 y la de construcción del primer grupo, Trillo-1, en agosto de 1979, tras evidentes vacilaciones del Ministerio de Industria139, que la otorgó a un solo titular, Unión Eléctrica, ya que las otras dos empresas habían desertado y renunciado a sus sueños nucleares. Necesitando la colaboración financiera desesperadamente, Unión Eléctrica consiguió hacer entrar en estos proyectos a las dos empresas eléctricas del INI (Endesa y ENHER), con un 40 por 100 entre ambas en la primera unidad y un 60 por 100, en la segunda. La autorización para la segunda unidad llegó en noviembre de 1980, pero quedó sin valor por la decisión gubernamental de 1983 de «congelar» cinco reactores que ya disponían de autorización de construcción; y así pasó a la historia Trillo-2140 Fue en enero de 1975 cuando estuve en Trillo por primera vez a continuación de mi visita a Zorita. Me entrevisté con su alcalde, Facundo Moreno, quien me dijo que se había convencido de la seguridad de las centrales nucleares en una visita a la central de Zorita, aguas abajo del Tajo. En realidad este caso me pareció - siempre lo comparé con el de Sayago, en Zamora - otro más de oscurantismo y marginalidad, y de hecho pasaron muchos meses para que surgiera en la zona algún tipo de crítica, lo que sucedió en octubre de 1977, creándose una Comisión de Afectados por la Central Nuclear de Trillo, que no duró mucho. Sería la propia Federación del Movimiento Ecologista, creada en la reunión de Cercedilla de septiembre de 1977, la que convocase la primera marcha antinuclear en Guadalajara, desde Alcalá de Henares hasta la capital alcarreña, que se celebró finalmente en dos jornadas de diciembre de 1977, después de que el Gobierno Civil denegara el permiso en tres ocasiones; la marcha tuvo lugar sin ese requisito legal, produciéndose numerosos incidentes con los agentes antidisturbios. Mis intervenciones como conferenciante ya han sido señaladas en el episodio anterior, el de Zorita, que se produjeron en la capital en 1977 y 1978. El grupo ecologista DALMA asumió la dirección de la crítica a la nuclear de Trillo aunque la proximidad de Madrid siempre hizo que los grupos de la capital se interesaran directamente en el proceso. En 1979, con un PSOE mucho más pujante y la democracia en los ayuntamientos, todo se animó, debido también a que en agosto se concedió la autorización de construcción a Trillo - 1 (el mismo día que a Valdecaballeros). Y fue esta 92
democracia, una vez llegada al Ayuntamiento, la víctima de la inercia autoritaria del poder, concretamente del gobernador civil de Guadalajara, que no pudo soportar que la nueva corporación votara por mayoría de concejales - cuatro a favor, tres en contra y dos abstenciones - una moción socialista que rechazaba la concesión de licencia de obras en una sorprendente sesión (18 de septiembre). El caciquismo y la arbitrariedad se dieron cita en Trillo en el momento en que el poder ucedista, que había logrado la mayoría municipal, puso toda la carne en el asador para sacar la central nuclear adelante rechazando esa decisión municipal en un espectáculo escasamente edificante y usando como punta de lanza al gobernador civil; éste llamó a capítulo a los concejales de UCD y a los independientes para advertirles de que ese acuerdo sólo tenía «valor informativo», que la licencia de obras se había dado en 1976141 y que debían convocar otro Pleno de anulación del anterior... Fueron días de tensión esclarecedora en Trillo, con la lamentable confusión municipal, la prohibición de un acto informativo, la «toma» consiguiente del pueblo por la Guardia Civil y, sobre todo, la evidencia de que la opinión del pueblo no era homogéneamente favorable, como querían mostrar los sectores interesados`. El intervencionismo incalificable del gobernador civil produjo sus frutos y el Ayuntamiento ratificó la licencia de obras existente, acto que el recurso del PSOE calificaba de «nulo de pleno derecho» y que así confirmaron la Dipu tación de Guadalajara y la Delegación Provincial de Urbanismo 143. Y una vez más se demostraba que los hechos consumados imprimen a lo nuclear una evolución difícilmente reversible. La oposición del PSOE fue más bien efímera, dando ocasión, sin embargo, a que mostrara las contradicciones entre algunos de sus miembros más destacados en la provincia de Guadalajara1`*` Mis viajes por la provincia de Guadalajara y la atención puesta en sus pueblos y gentes me fueron suscitando creciente interés por sus problemas, en gran medida debidos a su proximidad a Madrid y la disponibilidad de sus recursos. La ocasión de realizar un buen análisis sobre la provincia llegó a finales de 1980 cuando, respondiendo a la inquietud del entorno de Trillo, la Fundación Hogar del Empleado (FHE, dirigida por el economista Juan Antonio Garde) encargó al Centro de Estudios Socioecológicos (CESE) un estudio de la repercusión global de la central nuclear en el área Trillo-Cifuentes. Como director del CESE asumí esa responsabilidad y entre el biólogo Miguel Ángel Recuero (quien había proporcionado los contactos de la FHE) y yo lo finalizamos para marzo de 1981. Aquel encargo, Impacto socioecológico de la central nuclear de Trillo, me permitió conocer en detalle la zona con sus más significativos enclaves y características, con sus grupos humanos y su paisaje alcarreño, por el que un Tajo verdiazuli45 discurre hacia Entrepeñas. 93
En ese estudio nos esforzamos por elaborar una alternativa de desarrollo que excluyera la central nuclear y basado en los recursos naturales del área, concretamente en el complejo agropecuario forestal y el turismo rural. Pero en Trillo el espíritu nuclear-empresarial quiso expresarse de forma más hábil que en otros lugares y durante 1982 la central adoptó dos decisiones significativas: lanzar la revista Alcarria Ata, que se convirtió en un escaparate de indudable eficacia por el que pasaron numerosas personalidades que no siempre eran conscientes de su utilización propagandística; la segunda fue la apertura de un Centro de Información, poderoso instrumento de «tranquilización» y publicidad por el que desde entonces han pasado miles de visitantes. Nada de lo cual impidió que la oposición al proyecto, a las obras y a las perspectivas de puesta en marcha mantuviera el vigor y llegara a expresarse vigorosamente. Como sucedió en octubre de 1983 con motivo del transporte hacia la central del gigantesco alternador, que fue obstaculizado por un centenar de manifestantes cuando circunvalaba Alcalá de Henares; y en febrero de 1988, cuando los rumores de instalación de un ATI en el recinto de la central encresparon los ánimos y los propios vecinos bloquearon todos los accesos de la central pocos días antes de que mil personas pidieran en Guadalajara la demolición de Zorita y Trillo. La central fue conectada a la red en mayo de 1988, siendo la última y más potente de las españolas; y en noviembre ya se enfrentaba a sus primeros y nada tranquilizantes problemas: grietas en las bombas de refrigeración del reactor. En 1992 sucederían otros incidentes, con sus correspondientes paradas imprevistas y un expediente sancionador del CSN. Los ecos de las famosas grietas en la tapa del reactor descubierta en varios reactores PWR, particularmente en el de Zorita, llegaron también a la central de Trillo y pronto surgiría otro problema, el de la construcción de un ATI (Almacén Temporal Independiente) en la propia central, que el Ayuntamiento local rechazó por dos ocasiones, aunque finalmente fue construido. Inquietante fue el estudio epidemiológico realizado por la Universidad de Alcalá de Henares y el Hospital de Guadalajara, de septiembre de 2003, que detectaba un riesgo de cáncer 1,7 veces mayor entre la gente dentro de un radio de 10 km de la central respecto de los que viven a 30 km; resultados que, como se esperaba, inmediatamente desmintieron los responsables de la central. 16. Almaraz y el fracaso de los PWR Mi primera visita al pueblo de Almaraz fue el 16 de enero de 1975, pero no pude hablar con el alcalde, Francisco Martín Benito, que estaba ausente. Camino de la 94
ciudad de Cáceres y de Valdecaballeros (proyecto este que en ese momento me preocupaba más que las obras de Almaraz, que consideraba irreversibles), apenas pude pulsar la opinión en un pueblo en el que se percibía bien la actividad que había desencadenado la presencia de la central. En conversación telefónica un mes más tarde el alcalde me contó que la Hermandad de Labrado res y Ganaderos había coordinado el reclutamiento de trabajadores del pueblo y que, aunque la había pedido hacía dos años, todavía no había recibido información sobre la central. En esa fecha la central de Almaraz, de dos reactores Westinghouse (PWR) de 930 MW, gemelos a los de Ascó y Lemóniz, disponía de la autorización de construcción desde hacía año y medioi`*6 y las previsiones señalaban 1977 como el año de puesta en marcha para el primer grupo; pocos pensaban que el retraso sería de cuatro años y, peor todavía, que con su funcionamiento se iniciaría un largo calvario de defectos, fallos y paradas altamente costosas. La propiedad se la repartían, por tercios, Unión Fenosa, Hidroeléctrica Española y Compañía Sevillana de Electricidad, siendo en la actualidad Iberdrola (52,687 por 100), Endesa (36,021 por 100) y Unión Fenosa (1 1,292 por 100). La historia de la oposición a la central nuclear de Almaraz muestra, como la de Valdecaballeros, una primera etapa de desconcierto y de inacción. Teniendo esto en cuenta yo quería que mi primera visita «militante» a Extremadura fuese exploratoria, observando según mi costumbre la existencia de grupos críticos o buscando la oportunidad de crearlos. La invitación que recibí para dar una conferencia en Cáceres en aquel enero de 1975 vino de un grupo de profesores de la Escuela de Magisterio de la capital147 y me sobrevino con ese espíritu observador. La prensa recogió esta actitud y resaltó mi «exposición ponderada» aunque crítica, al tiempo que me inquiría sobre el hecho de que viniese a predicar en una región deprimida con alto índice de paro y de emigración; pero destacó mi advertencia concreta sobre que las dos centrales previstas para Extremadura estuviesen ubicadas en los dos ríos principales y en la cabecera de importantes zonas agrícolas148. Sobre esta misma circunstancia insistí en mi segunda conferencia sobre este tema, cuando me invitaron al Hogar Extremeño de Madrid en diciembre de 1976; entonces traté de estimular una concienciación regional extremeña que reaccionara y que incluso se permitiera definir su futuro energético. Al poco de realizar mi segundo viaje a la zona, con la verdadera «entrada en fuego» en el caso de Valdecaballeros, fui invitado a dar una conferencia en Miajadas, en una zona agrícola afectada por igual por las dos centrales nucleares, pero el gobernador civil no la autorizó; era mar zo de 1977 y la democracia seguía 95
balbuceando (y los gobernadores civiles, por sus fueros de siempre). Con mis primeras conclusiones publiqué un artículo-resumen en Triunfo141. Fue de resultas de este artículo - esto me sucedería muchas veces, sobre todo mientras fui colaborador de Ciudadano y más aun en Triunfo, entre 1974 y 1978-, por lo que recibí una invitación para dar una conferencia en Navalmoral de la Mata, remitida por Miguel Martín Trujillo en nombre de la recién creada Asociación de Vecinos local. Se me proponía hablar de «Desarrollo industrial de Extremadura», que yo traduje, acertadamente, como «Centrales nucleares en Extremadura» y más concretamente «Central de Almaraz»150. Diez años después, día por día, sería ADENEX (Asociación para la Defensa y los Recursos de Extremadura), la potente y prestigiosa asociación ecologista extremeña, la que me invitó de nuevo a hablar en Navalmoral de la Mata, esta vez en un ciclo de ecología y sobre el tema nuclear, ya sin tapujosl5l Bien, pues llegó el momento, tantas veces retrasado, de la puesta en marcha del primer reactor de la central nuclear de Almaraz, lo que tuvo lugar el 30 de marzo de 1981 con inauguración oficial por parte del presidente del Gobierno del momento, Leopoldo Calvo-Sotelo. Antes de esa fecha puede decirse que ninguna oposición reseñable acaeció en Almaraz y su entorno. Sí hay que recordar que los importantes retrasos se achacaron siempre a los numerosos conflictos laborables habidos, por la continua reivindicación de mejores condiciones de trabajo por parte de los obreros de varias de las empresas adjudicatarias. También cabe aludir la moción que la Diputación Provincial de Cáceres, con mayoría de UCD, aprobó oponiéndose al funcionamiento de la central en tanto no se conociese el informe de seguridad emitido por el CSN (en vías de creación) y mientras no se compensase debidamente a la provincia, bien con el «canon eléctrico», bien con otras ventajas socioeconómicas. Al poco, un senador por Cáceres, Pedro Cañada, también ucedista, pero, decidido a hacer política por sí mismo, se opuso al arranque de la central; creó el partido Extremadu ra Unida, con un «extremadurismo» basado en la reivindicación económica y la queja por la marginación y los agravios comparativos. Otro prófugo de UCD, el senador por Badajoz Luis Ramallo, siguió este mismo camino pero, siendo un personaje más incierto y voluble, cambió de partido después de que entrara en funcionamiento la central (instalándose en Alianza Popular/Partido Popular). El presidente Calvo-Sotelo (efímero aunque beligerante: no olvidemos que estuvo en el cargo año y medio, pero que le dio tiempo a meter a España en la OTAN por mayoría parlamentaria) aprovechó la inauguración de la central de Almaraz para asegurar que la nuclearización del país «estaba decidida» y que no habría referéndum sobre este tema. No podía sospechar hasta qué punto se complicaría aquella España nuclear sobre la que apostó tan frívolamente: «Animaremos el programa nuclear», 96
dijo152. E inmediatamente empezaron los problemas ahí precisamente, en el primer reactor de Almaraz que, al tiempo que inauguraba la serie de centrales de gran potencia, anunciaba y prometía esa España nuclear cuyas previsiones sólo parcialmente había suavizado el segundo Plan Energético Nacional (1979). Primero fue - se dijo - una falsa alarma provocada en mayo por un medidor defectuoso que detectó radiactividad excesiva en el entorno de la central; luego asomaron los verdaderos problemas, los del generador de vapor, que obligaron a una parada de treinta y cinco días en septiembre y a otra que se extendió por los meses de noviembre y diciembre del mismo año. Aquel primer año de Almaraz resultó todo menos triunfal, ya que también tuvo que parar en marzo de 1982. El problema era el mismo: vibraciones en los tubos del interior de los generadores de vapor, órganos fundamentales de la central en los que se transmite el calor generado desde el reactor hacia la parte convencional, es decir, las turbinas y el alternador. La empresa Westinghouse, constructora de esos generadores, acabó reconociendo que el problema era estructural, es decir, de fabricación y que afectaba a los seis reactores suministrados a las empresas eléctricas española. Con gran optimismo se anunció que los generadores de vapor serían reparados en agosto y que esto no llevaría más de cuarenta y cinco días. En éstas, el director general de la Energía, José del Pozo Portillo, reconoció que los reactores afectados por esos circuitos defectuosos podían ocasionar escapes radiactivos153 Esto motivó otra oleada de protestas y un duro informe del grupo ecologista ADENEX, que hacía balance del inquietante proceso de funcionamiento del reactor centrando sus críticas en la inexistencia de un plan de emergencia como tal154. Cuando en septiembre volvió a funcionar, dos mil personas se manifestaron en Navalmoral de la Mata tras la convocatoria de partidos, sindicatos y grupos ecologistas; y se produjo una oleada de huelgas de hambre y encierros en iglesias, que afectaron a un total de 45 municipios. El clamor por el cierre de la central debido a la envergadura de los problemas creció hasta hacer que los 21 alcaldes de la zona de Almaraz (con centro activo siempre en Navalmoral) pidieran la paralización de la central. La propia Junta regional de Extremadura, preautonómica, se dirigió al Gobierno pidiendo garantías de funcionamiento y éste respondió anunciando que la Junta gozaría de competencias en el seguimiento de la seguridad nuclear. La indignación estaba justificada: en ese verano caliente de 1982, transcurridos quince meses desde su inauguración, los días de funcionamiento del reactor no superaban los 180, lo que certificaba una hecatombe tecnológica, energética y económica. En septiembre volvió a producirse una parada, esta vez por una barra de control, y la central tuvo que funcionar al 50 por 100 de su potencia nominal por 97
prescripción del CSN155. En abril del año siguiente diversas organizaciones políticas extremeñas iniciaron una marcha a Madrid para protestar por esta central y entregar una carta al ministro de Industria. Durante el año en que fui director general de Medio Ambiente en la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha (1981-1982) mantuve acrecida mi atención sobre esta central que, a fin de cuentas, estaba muy próxima al territorio de mi jurisdicción ambiental teórica. Tomando como referencia el desmentido de Luis Magaña a su subordinado José del Pozo, remití al diario El País un análisis resumido en el que descalificaba a las centrales PWR del tipo de Almaraz y subrayaba que su pésimo funcionamiento venía lastrando los resultados nucleares, que todavía empeorarían más con la acumulación de retrasos «técnicos» de las centrales gemelas de Ascó y Lemóniz. Debido a las limitaciones que me afectaban, tanto políticas como funcionales, no pude ir más allá de proponer al alcalde socialista de Talavera de la Reina, principal ciudad castellano-manchega en las proximidades de Almaraz, una reunión informativa con los alcaldes de la comarca156 Tras las memorables elecciones generales de octubre de 1982, que tan holgadamente ganó el PSOE, la Junta de Extremadura se constituyó en función de esos resultados, siendo elegido Juan Carlos Rodríguez Ibarra como presidente, que a su vez nombró consejero de Obras Públicas, Urbanismo y Medio Ambiente a Juan Serna, líder del movimiento antinuclear de la comarca de Valdecaballeros; no tardó en polemizar con varios altos cargos socialistas, en especial la directora general de la Energía, Carmen Mestre, a la que acusó de connivencia con el CSN157 Cuando llegó el momento, Juan Serna y la junta se opusieron a la puesta en marcha del segundo reactor de Almaraz (cosa que sucedió en octubre de 1983) en sintonía con la asamblea de alcaldes constituida en la comarca. Por cierto que a los tres meses de iniciar su funcionamiento ese segundo reactor ya había sufrido dos paradas; y en mayo de 1985 un fallo en una válvula de alivio de esos mismos generadores, con detonación espectacular. Una Coordinadora Pro Paralización Total de Almaraz organizó una marcha desde el pueblo hasta la central enfrentándose a la intervención de la Guardia Civil. El reactor Almaraz-1 alcanzó el 100 por 100 de su potencia, pero la Dirección General de la Energía hubo de aceptar la petición de la Junta de Extremadura de encargar un estudio sobre la seguridad de la central a un equipo independiente de expertos norteamericanos158 En septiembre de 1984 cuatro fallos importantes se habían detectado en la central de Almaraz, motivando que el presidente del CSN criticara muy duramente a los 98
responsables de la central y pidiendo al ministro de Industria y Energía que sancionara a la central, lo que conllevó una multa de 4,1 millones de pesetas. La Junta se lanzó entonces a pedir la dimisión de todos los miembros del CSN por ser incapaces de garantizar la seguridad y de informar con verdad. Aun así, y como era inevi table, la oposición nuclear fue separándose de la institución regional y 2.000 personas se manifestaron en Navalmoral de la Mata siguiendo la convocatoria de la Coordinadora ya citada, con una pancarta con el explícito -y disparatado - eslogan: «Junta de Extremadura, cómplice del terrorismo nuclear». En octubre una avería eléctrica provocó la «parada normal» por primera vez de los dos reactores y al poco se hacían públicos los resultados del informe de los técnicos norteamericanos que, con las grandes limitaciones a que se tuvieron que enfrentar, no aportaba gran cosa sobre lo que la opinión pública había ido sabiendo. No debió quedar satisfecho Juan Serna porque unos meses después me encargó a mí un nuevo informe con la intención de describir críticamente el entorno global de irregularidades en que se venía moviendo esta central; este encargo quedó frustrado al ser cesado Serna ya que el nuevo consejero de Obras Públicas, Eugenio Álvarez, se desinteresó del tema, por lo que el contrato fue anuladoisl Todavía en 1985 se produciría en Almaraz un escape de gas radiactivo y en abril del nuevo año, otro de agua radiactiva, quitando importancia a ambos incidentes tanto la central como el CSN. Fue entonces cuando Juan Serna formuló sus graves acusaciones de connivencia entre el CSN y la Dirección General de la Energía, por lo que fue cesado al día siguiente16o La única novedad destacable en esta rutina de deficiencias e incompetencia fue un comunicado del comité de empresa de la central en el que rechazaba las denuncias sobre la seguridad nuclear por «tendenciosas», sintiéndose sus miembros «vejados como profesionales»; y atacaban concretamente a ADENEX y Juan Serna16i El CSN -ya renovado y liberado de la herencia personal de la JEN, con el médico Donato Fuejo como presidente (1987-1994)pidió a los responsables de Almaraz que reforzaran las medidas de se guridad, orden que fue seguida de la decisión de las empresas propietarias de sustituir todos los generadores de vapor (tres por reactor, es decir, 12), una operación compleja y con escasos precedentes que costaría unos cien mil millones de pesetas y que no estaría completada hasta 1995 (Almaraz) y 1996 (Ascó). Así terminaba, aparentemente, la escandalosa serie de fallos en unos generadores de vapor de diseño defectuoso, tras diez años de dilaciones162. Aunque los problemas de seguridad han continuado, así como las paradas no programadas.
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17. Valdecaballeros y la Extremadura militante Ya había extendido mi examen directo del problema nuclear a los proyectos y las centrales en construcción desde Galicia a Valencia - pasando por la costa cantábrica, el Valle del Ebro y la costa catalanacuando se hizo público el proyecto de Valdecaballeros, que me interesó inmediatamente163 En primer lugar, me pareció que se trataba de un «proyecto de alivio» para las empresas solicitantes, que eran Hidroeléctrica Española, Unión Eléctrica y Compañía Sevillana de Electricidad. Mi interpretación acerca de este proyecto era que las dos primeras habían optado por solicitar esta central cuando vieron complicarse los proyectos que consideraban básicos para sus planes: Cabo Cope y Sástago, especialmente; y que se trataba de «reubicar» los reactores que imprudentemente ya se habían encargado a los suministradores norteamericanos. Los reactores eran del mismo tipo y potencia que el de Cofrentes, es decir, reactores de agua ligera en ebullición (BWR) y de 975 MW de potencia, de la firma General Electric. El emplazamiento afectaba a los municipios de Valdecaballeros y Castilblanco, en la comarca pacense conocida como la Siberia, y utilizaría un embalse sobre el río Guadalupejo, que vierte al Guadiana en el gran embalse de García de Sola. Me interesó también lo remoto de la comarca, que me era enteramente desconocida. Y quise conocerla, ya sin dilación, cuando me enfrenté con un despacho de la agencia Logos, reproducido en el diario Ya, que recogía la opinión favorable de la gente del entorno porque, entre otras razones, se les había dicho que la comarca adquiriría un «clima tropical»: supuse que se referían al aumento de humedad por el vapor de agua emitido a causa de las torres de refrigeración futuras164 A este disparate contestamos en un artículo en Ciudadano que publicamos José Ramón García Inchorbe (físico y también colaborador de la revista) y yo, «Valdecaballeros (Badajoz): Sin clima tropical», precisando en él los efectos reales y esperables en la zona de la aparición de tan potente emisor de vapor de agua: intensas nieblas, más nubosidad y más tormentas en verano; nada que favoreciera a ninguna agricultura. Más allá de la anécdota ese «sentir de la población» me daba una idea de la ignorancia reinante, que me parecía acorde con la aparente marginación geográfica e informativa de la comarca. Aproveché la invitación que me hicieron para dar la charla en Cáceres en enero de 1975 y desde esta ciudad nos introdujimos Pepi, Pedro y yo en la comarca de los embalses del Guadiana (Cijara, García Sola, Orellana y Zújar) sin que pudiera establecer ningún contacto productivo ya que el sentimiento que percibimos era más bien de apatía, con algunas opiniones estrambóticas. En septiembre de 1975, debido a la total ausencia de oposición, se produjo la 100
autorización previa para los dos reactores, que me movió a publicar un breve artículo en el semanario Doblón165 Me llegaron noticias del inicio de la oposición popular en diciembre de 1976 con motivo de mi charla en el Hogar Extremeño de Madrid y fue en ese mismo mes cuando me contactó Pedro Galván, economista reflexivo y preocupado que me transmitió el avance del sentimiento popular contrario a la central, proponiéndome dar una conferencia en Badajoz. Simultáneamente, los Regantes del Plan Badajoz (Vegas Bajas del Guadiana) iniciaban su movilización con escritos y recursos. Y como en otros lugares y ocasiones me llegaban cartas de particulares - casi siempre jóvenes que se sentían solos en su rechazo a la central pidiendo información y ayuda166 Cuando se inicia 1977 y las obras de la central avanzan a buen ritmo, tanto el alcalde de Valdecaballeros, Antonio Abril, como la alcaldesa de Castilblanco, Encarnación Barbero, se esfuerzan en expre sar la inutilidad de su autoridad porque lo de la central «viene de arriba» y advierten, tristes, que «existe una desunión entre los pueblos muy grande». No parece suficiente el efecto benéfico del nuevo y bien remunerado empleo (200 trabajadores en Valdecaballeros y 100 en Castilblanco), puesto que el alcalde Abril reconoce que «en estos momentos no quisiera ser la primera autoridad del pueblo», y la alcaldesa Barbero no duda en decir: «Yo creo que vivíamos más tranquilos sin la central nuclear»167 También me localizó el alcalde de Herrera del Duque, Eugenio Pacheco, tercero de los municipios afectados por proximidad, de manera que pude programar dos conferencias seguidas los días 10 y 11 de enero de 1977, primero en Herrera y luego en Badajoz; en la segunda, celebrada en el Colegio de Médicos ante un público atento y participativo, me explayé con argumentos energéticos y políticos, destacando algo que ya pertenecía al acervo de mi experiencia nuclear: que «la actual política es colocar centrales nucleares donde no hay oposición». La prensa reprodujo in extenso la conferencia, como me había sucedido en mi primera intervención en Cáceres, dos años antes168, y pocos días después Pedro Galván me escribía satisfecho porque yo había contribuido a relanzar el debate eficazmente. Pero lo más notable de aquella intervención en Badajoz fue que en ella conocí a Juan Serna cuando, acabada mi conferencia, se me acercó entre bastidores y me anunció que me contactaría en breve. En febrero de ese año de 1977 ya se habían iniciado las manifestaciones y los pronunciamientos de ayuntamientos contra la central; también las declaraciones hostiles de las Hermandades de Labradores y Ganaderos y las recogidas de firmas que pronto sumaron decenas de miles. Puede decirse que todo el campo de Badajoz y las Vegas del Guadiana se había pronunciado en contra: nada bueno podían esperar 101
de una instalación altamente peligrosa para las aguas, tanto de riego como de boca. «Reforma agraria, sí. Nucleares y Celulosa No», y «Extremadura no quiere "estas" ayudas» (con alusión a las nucleares y la celulosa) eran los lemas de dos pegatinas que circularon rápida y ampliamente desde el inicio de 1977. Yo aporté mi granito de arena con el artículo en Triunfo ya citado en la batalla de Almaraz. Mi primera charla en Villanueva, en el cine Rialto, en marzo, fue de las más agradables y calurosas de que tengo memoria, y me permitió entrar en contacto con la gente que a mí me gustaba: la única que - ya lo sabía bien yo - podría dar la vuelta al problema y eliminar la amenaza nuclear: la que me resultaba familiar y con la que a partir de ese momento me sentí unido a través de Juan Serna, que con su modestia y prestigio era el auténtico estratega en aquella batalla que iba encendiendo gentes y pueblos. Las manifestaciones fueron menudeando y adquiriendo mayor envergadura, sin esperar a la autorización gubernativa; en algunas hubo detenciones y multas exorbitantes; y fue notable la que aprovechó la estancia del ministro de Industria y Energía, Pérez de Bricio, que había acudido a Badajoz a defender la central161; otra, muy numerosa y también ilegal, reunió a más de mil personas en una marcha contra la central. Los Regantes mientras tanto, unidas todas las Comunidades del Guadiana: Badajoz, Mérida, Talavera la Real, Lobón y Montijo con la dirección jurídica del abogado Diego Burgos, cubrieron de recursos todos los horizontes administrativos. Cuando lograron autorización para examinar el expediente de la central me pidieron que estudiara esos documentos y redactara un Informe que pudieran utilizar en sus reivindicaciones. Así lo hice, teniendo listo el texto en octubre de 1977170. No volví a la zona de Valdecaballeros hasta marzo de 1978 para dar una charla en el propio pueblo de Valdecaballeros. La presentación la hizo Pedro Pazos, un ingeniero al que reencontré en la comarca después de habernos conocido en noviembre de 1972 cuando trabajábamos ambos en la planta de caucho sintético de Calatrava, S. A., en el polígono petroquímico de Gajano (Santander), cada uno representando a nuestras empresas (yo entonces, a Honeywell); fue reconfortante ver que Pazos había abandonado, como yo, su profesión técnica optando por algo tan distinto como era el trabajo en el campo y en su pueblo. En mayo, y ante la discusión en las Cortes democráticas del segundo Plan Energético Nacional, propuse a Juan Serna relanzar la lucha ya que todos los indicios señalaban que entre las tres nuevas centrales nucleares que se rumoreaba iban a ser objeto de aprobación se encontraba la de Valdecaballeros, por lo avanzado del proyecto y el alto grado de compromiso de las empresas con los suministradores, nucleares o noi7i 102
En 1978 Serna, que había sabido concitar la simpatía y la solidaridad del movimiento ecologista (que todavía era en gran medida antinuclear), promovió la redacción de un libro, Extremadura saqueada. Recursos naturales y autonomía regional, que pretendía ser un grito de protesta de los extremeños por su marginación y sus desgracias, a la vez que una puesta al día de sus reivindicaciones históricas. Los coordinadores - él mismo, Mario Gaviria y José Manuel Naredo - adoptaron el esquema y la metodología de El Bajo Aragón expoliado (1977). Entre el numerosísimo grupo de participantes (un total de 47) yo aporté el texto que había redactado para los Regantes, de análisis del proyecto de central nuclear con mis reflexiones. Nada más publicarse Extremadura saqueada, ya inició Juan Serna la promoción de un segundo trabajo, El modelo extremeño. Ecodesarrollo de La Serena y La Siberia (1980), con la coordinación general de Mario Gaviria y con otro montón de participantes (40); como su título indica, en esta ocasión se profundizaba con metodología sociológica clásica en las dos comarcas del noreste de la provincia de Badajoz, que eran las más afectadas por el proyecto nuclear. Se incluía una monografía sobre la minería del uranio en La Haba, municipio de la comarca de la Serena, que utilizaba el informe que desde el Centro de Estudios Socioecológicos habíamos elaborado a lo largo de 1979 (y que describo en la batalla 26). JUAN SERNA, EL HOMBRE NECESARIO Serna me pareció ya en nuestro primer encuentro en Badajoz un hombre de su pueblo (Villanueva de la Serena) y un ciudadano de su tierra (Extremadura), un luchador dispuesto a dar el giro adecuado al combate nuclear; giro decisivo que tampoco yo creía que fuera cosa de dar conferencias magistrales a un público más o menos acomodado o lejano. Y por eso en marzo ya habíamos preparado un acto a nuestro gusto en Villanueva, en plena zona regable por las aguas que vendrían del embalse al que afectaría la central. Juan animaba la Comisión de Afectados por la Central Nuclear y la Comisión de Defensa del Guadiana; Villanueva, su pueblo, era el centro neurálgico de la lucha antinuclear, y así seguiría siendo hasta el desenlace final del caso. Juan mantuvo el tipo como se hacen estas cosas: con tenacidad, poco a poco y sin perder la menor oportunidad de ganar una baza por la causa. A partir de ese día de enero de 1977 en que nos conocimos me puse a su disposición y seguí sus instrucciones, dentro de mis posibilidades. Como cuento en la batalla de Almaraz, Juan tuvo su entrada en política cuando dejó de ser independiente y se afilió al PSOE (partido al que, por cierto, seguramente sigue 103
perteneciendo: tan firmes y leales son sus convicciones), cayendo como caen los independientes de corazón, víctimas de las traiciones políticas (que los traidores llaman sin embargo «ejercicios de realismo»), pero que tantas veces obedecen a envidia, sin más; e inició su particular travesía del desierto, la que le tocaba. Así, retomó sus tareas de agricultor de cultivos ecológicos con sus cooperativistas de Entrerríos, que tuvo que dejar por la enemiga de Rodríguez Ibarra, y se autoexilió a La Mancha, desarrollando una actividad inusitada que incluyó cooperativas de producción agraria y recuperación de especies domésticas ya fuera de la circulación... y luchó por los recursos de su provisional tierra de adopción (¡el Acuífero 23, con sus dramas, Tablas de Daimiel incluidas!); y muchas más cosas, proporcionadas a su ingenio y laboriosidad, como el arranque e impulso del ambicioso y meritorio proyecto de recuperación de la trashumancia, ese empeño que recuerda a los españoles cada otoño que la ganadería tradicional y su complejo entorno merecen todos los esfuerzos. Lo he localizado ahora, después de no vernos desde 2001 (cuando participó en la presentación de la segunda edición de mi Nuclearizar España en su 25° aniversario) y lo he encontrado en su pueblo y su casa de siempre, vuelto a su tierra tras veinte años de destierro. Reconciliado con las instituciones, trabaja ahora en una entidad pública de actividades agrarias y de desarrollo rural: lo suyo. Mi presencia física en el área de Valdecaballeros volvió a repetirse nada más celebrarse las primeras elecciones municipales de abril de 1979 en las que Juan Serna resultó elegido en Villanueva de la Serena, con José Antonio Jiménez, en una lista independiente. En junio me programaron dos conferencias, en Villanueva y Don Beni to, animadas y agradables172. Pero los días decisivos llegaron con la autorización ministerial de construcción, que se produjo el 25 de agosto de ese 1979, siguiendo la costumbre desleal de llevar al BOE de la canícula los asuntos más espinosos y de los que se temen una respuesta ciudadana hostil. En Extremadura esta decisión del Gobierno de UCD provocó una movilización sin precedentes en la historia de la región, una respuesta como nadie había previsto (ni siquiera sus animadores), una reacción popular y política vigorosa, una sublevación digna de figurar en las crónicas más dignas de la España de la Transición. Y era que la lucha antinuclear había ido calando y madurando, y ya no había intención de consentir que los poderes públicos siguieran menospreciando a los extremeños, como sucedía con la nuclear. La protesta se inició con la convocatoria de una asamblea de alcaldes de las comarcas afectadas a propuesta del alcalde de Villanueva de la Serena, el socialista Manuel Vargas, el lunes 27 de agosto; pero esto no hubiera sido posible de no haber 104
alcanzado la situación de protesta y subversión sociales la madurez a que la habían conducido los antinucleares locales, con la dirección de Serna. Y en esa reunión se decidió el encierro allí mismo de los presentes, que en su inicio fueron dieciocho alcaldes; a lo largo del día siguiente ya serían unos cincuenta, cantidad que continuaría aumentando hasta alcanzar la suma de 118 en los inmediatos días siguientes. Los alcaldes, reunidos en sesión permanente con el lema «Valdecaballeros no es negociable» exigieron al ministro Carlos Bustelo la revocación de esa autorización de construcción, a lo que éste respondió que era «imposible invalidar la resolución ministerial». También le pidieron una reunión, para lo que marchó a Madrid una representación de siete alcaldes173 que el ministro se negó a recibir ya que puso como condición que los alcaldes abandonaran su encierro, lo que éstos rechazaron; sí recibió al presidente de la Junta preautonómica extremeña, Luis Ramallo que, sin reconocer a los alcaldes encerrados, quiso desempeñar el papel que la realidad política del momento le hurtaba. Bustelo acabó suspendiendo temporalmente la resolución ministerial, tratando de quedar bien con todos. El encierro de alcaldes fue seguido con atención por los medios de toda España, que en general mostraban una cierta perplejidad ya que difícilmente podía condenarse una iniciativa pacífica de quienes acababan de ganar las primeras elecciones municipales democráticas. Por su parte los resistentes - gente extremeña y gente de muchos otros puntos de España, como yo mismo - publicaron durante los días del encierro un imaginativo panfleto, Extremadura humillada, que inició el día 28 de agosto la crónica diaria de los acontecimientos. Unesa (Unidad Eléctrica, S. A.), la patronal del sector, alarmada por el cariz de los acontecimientos, tampoco entendió las novedades democráticas rotundas que tenían lugar en Extremadura, y así lo expresaban sus voceros de la prensa174 Pero la oleada de indignación no se agotaba sino que crecía con los desplantes del ministro, obcecado en salvar el proyecto nuclear, y el ánimo entreguista de la Junta175. Y rápidamente se convocó una manifestación para el sábado día 1 de septiembre en Villanueva, que se organizó como una gigantesca marchaconvergencia desde los pueblos del entorno hacia la propia Villanueva. La marcha exigió una minuciosa preparación y en el «reparto de tareas» Juan Serna me encargó que me trasladase a Quintana de la Serena para caldear los ánimos y encabezar desde allí una de las numerosas columnas de avance hacia Villanueva... Pero la autoridad gubernativa no estaba dispuesta a consentir un éxito espectacular, como se preveía, y no autorizó la marcha: así provocó el desafío, que fue debidamente asumido por los organizadores, que la mantuvieron. Siguió el bloqueo por la fuerza pública de las carreteras de acceso a Villanueva, pero ésta era una tarea imposible de conseguir 105
totalmente ya que todos los caminos se convirtieron en vías utilizables para la riada humana. Sí fue eficaz el bloqueo entre Quintana y Villanueva, por lo que nos contentamos con celebrar una manifestación en el centro de esta villa, en la que un público entusiasta hizo posible un acto hermoso176 El encierro finalizó avanzado septiembre y a finales de ese mes tuvo lugar el rifirrafe esperado entre el ministro Bustelo y los dipu tados de la oposición; el socialista Rodríguez Ibarra (que fue terminante y agresivo) 177 y el comunista Tamames (ocurrente), calificaron el episodio de Valdecaballeros de «despótico». El pulso acabaron ganándolo, aparentemente, el Gobierno y la Junta, ambos de UCD, ya que las obras en la central nuclear continuaron con ritmo creciente. Pero no por ello la lucha se apagó, ni el rechazo social disminuyó. En el ambiente se instaló la idea de que teniendo los días contados la etapa de UCD, tanto la del presidente Suárez (cosa que se evidenció tras el intento de golpe de Estado del 23-F de 1981) como la del patético Calvo-Sotelo, la batalla final estaba lejos de darse por perdida... Y así fue: cuando los socialistas accedieron al poder y se enfrentaron con la envenenada herencia nuclear el paquete de centrales a «congelar» incluyó los dos reactores de Valdecaballeros, contra los que Extremadura entera se había pronunciado en intensos años de lucha178. Pero el tiempo, que tanto nos enseña sobre la fatuidad de las convicciones políticas, pronto nos mostraría un Rodríguez Ibarra dispuesto a «negociar» la recuperación de la central nuclear de Valdecaballeros: «Si alguien viene con los 100.000 millones de pesetas necesarios para crear 20.000 empleos fijos y se compromete a bajar el precio del kilovatio estoy dispuesto a negociar en una mesa»179. 18. Garoña, en la tormenta de los reactores BWR Un día primaveral de 1975 organicé la excursión a la comarca de Garoña acompañado de Augusto Martín Agudo y José Manuel Lanseros, compañeros de curso en Políticas (nos faltaba un mes para acabar la carrera). Acampamos en los alrededores e hicimos los deberes entrevistando al alcalde Benito España y al cura Juan Álvarez Quevedo; el direc tor de la central, Francisco Mier, no quiso recibirme aunque pareció de buen humor (irónico, más bien) mientras nos negaba el accesoiso La central de Santa María de Garoña era de 460 MW de potencia (ahora, 466 MW) y del tipo BWR, de agua ligera en ebullición (General Electric, GE). La autorización de construcción se le otorgó en 1966••• y fue conectada a la red eléctrica en marzo de 1971, siendo la segunda de España. La empresa explotadora era Nuclenor (Centrales Nucleares del Norte), compartida por mitades por Iberduero y 106
Electra de Viesgol8z. Fue construida mediante contrato «llave en mano» por GE, suponiendo una inversión de 7.500 millones de pesetas de la época. El lugar elegido es en verdad hermoso, casi idílico. La central ocupa un cerrado meandro del Ebro al que llega la cola del embalse de Sobrón, que es el que se aprovecha para la refrigeración del reactor. A ambos lados de la central se sitúan tres poblaciones mínimas: Santa María de Garoña, Garoña y Barcina del Barco, todas ellas pertenecen al municipio del Valle de Tobalina, en las Merindades del norte burgalés. El alcalde nos aseguró que él no había sido, que fue otro alcalde el que vivió la implantación de tamaña industria en lugar tan bucólico, que por supuesto no se dio ninguna información a los vecinos y que fue un fallo no exigir el poblado de los empleados en el propio pueblo (la mayor parte de los trabajadores fijos vivía en Miranda de Ebro); pero que con respecto a la radiactividad «no se notaba nada». El cura, al que me remitieron algunos vecinos, se mostraba inquieto, había oído algo sobre las paradas imprevistas y la radiactividad en el ambiente y quiso que le enviase información general sobre las nucleares; así lo hice, manteniendo con él correspondencia durante algún tiempo. Desde antes de aquella visita ya le seguía yo la pista periodística a esa central, y ciertas informaciones que me proporcionaban algunos amigos de Bilbao (Rafael Salcedo, en particular) me venían preocupando porque delataban una central con serios problemas de seguridad. Mi interés se había suscitado anteriormente al conocer que en Estados Unidos la autoridad nuclear había ordenado en septiembre de 1974 la parada de todos los reactores BWR en funcionamiento (15, de un total de 51 en operación en el país)a3 para revisarlos, ya que se habían producido fugas de agua radiactiva en el circuito de refrigeración del núcleo en tres reactores de ese tipo. Esos sucesos fueron el motivo de mi primer artículo para Doblón, «El susto de General Electric», subrayando que esa empresa, que se venía mos trando muy interesada en el programa nuclear español, había enviado a sus más altos representantes a rendir visita al ministro de Industria del momento, Santos Blanco, tratando de contrarrestar el mal efecto producido por la decisión de la Comisión de Energía Atómica norteamericana (AEC) de cerrar esos reactores BWR, tecnología a la que pertenecía la central de Garoña y la de Cofrentes, recientemente contratada. Esa preocupación quedó evidenciada cuando GE envió a Doblón una nota de réplica a mi artículo en la que aseguraba que la AEC «simplemente se ha limitado a solicitar que las quince centrales sean examinadas» (21-12-1974). No debió sentar nada bien a GE que yo volviera a la carga con «Revisar Garoña», artículo en el que informaba de que de nuevo se había ordenado (en enero de 1975) el 107
cierre de todos los reactores BWR (23, en esta ocasión) en el plazo perentorio de veinte días por haberse descubierto grietas en el sistema de refrigeración de emergencia; y ni en septiembre ni en enero se había procedido a la parada para revisión de la central de Garoña, como había sucedido con sus congéneres de Estados Unidos. Fue en ese momento cuando empecé a recibir noticias directas sobre importantes problemas de seguridad en la central de Garoña, que habría sido objeto de serias advertencias por parte de la Junta de Energía Nuclear española (JEN) para que mejorase los sistemas de medida y control de la emisión de radiactividad al ambiente; y lancé mi segundo torpedo hacia la línea de flotación de esa central: «¿Ultimátum a la central nuclear de Garoña?». Y como las desgracias para los reactores BWR norteamericanos no cesaron sino que empeoraron con el grave incendio ocurrido en marzo en la central de Browns Ferry-1 y 2, de esa misma tecnología, volví a señalar a Garoña con el artículo «Suspense en Garoña» como central insegura e inquietante después de viajar al lugar y de tener conocimiento directo de paradas y rumores. Efectivamente, los rendimientos de la central durante los años 1973 y 1974 fueron demasiado bajos (61,6 y 59,0 por 100, respectivamente) lo que daba a entender que se habían producido paradas no previstas o un funcionamiento a baja potencia'8` Lo curioso era que mientras los reactores BWR sufrían en Estados Unidos ese desprestigio el Gobierno español se mostraba muy afecto hacia estos reactores. Y así, al reactor de Garoña, en funcionamiento, y al de Cofrentes, ya encargado, se iban uniendo otros, como los dos de Valdecaballeros, el de Águilas y el de San Vicente de la Barquera (estos dos últimos no llegaron a autorizarse, pero esta ban predestinados a esa tecnología), apareciendo en todos esos casos las empresas Hidroeléctria Española o Electra de Viesgo. Esta «atracción fatal» pasó de castaño oscuro cuando el nuevo ministro de Industria y primero de la etapa posfranquista, Carlos Pérez de Bricio, se comprometió en un viaje a Estados Unidos a adquirir 38 reactores a GE, es decir, de los de tecnología BWR... lo que aun siendo difícilmente creíble - por el número, tan abultado - me dio pie a escribir sobre ello ya que precisamente cuando esto sucedía yo era redactor en Diario económico185 Presté el máximo de atención a ese viaje de Pérez de Bricio, que en la redacción de mi periódico interpretamos como de «garantía» de que las importantísimas inversiones norteamericanas en España no iban a sufrir ningún obstáculo en la nueva situación política186. Yo sabía que ese «negocio» era técnicamente imposible y por eso el dato me parecía evidentemente exagerado, pero el diario Informaciones lo había publicado tal cual187, con lo que yo me consideré legitimado para resaltarlo y provocar al ministro: esos 38 reactores suponían una inversión de casi un billón de de 108
pesetas (evaluando el coste por reactor en unos 25.000 millones) y una potencia eléctrica de unos 45.000 MW, cuando teníamos instalados 1.110 MW. No tardaron en llamar del Gabinete del ministro al periódico, y, como yo insistiera en que ese asunto debían aclararlo ellos, llegamos al acuerdo de publicar la puntualización del Ministerio188 y además tener un almuerzo - mi director, Primo González, y yo - con el director general de la Energía, Luis Magaña, y el jefe del Gabinete del ministro, Adolfo Iranzo. Y así tuve la oportunidad de conocer personalmente a Magaña, que sería famoso responsable de la política energética en España entre 1976 y 1982 (primero como director general, luego como comisario de Energía y Recursos Minerales) para pasar luego a poner orden, sin éxito, en FECSA (Magaña giraría tras su salida de la política en la órbita de Alfonso Escámez y del Banco Central/CEPSA). Como en el origen de la vida profesional de Magaña figuraba la refinería de ENCASO en Cartagena (mi tierra, a fin de cuentas) tuvimos tema «dilatorio» de conversación y la sangre no llegó al río. Cuando sucedió el accidente de Harrisburg en marzo de 1979 el diario El País se interesó por pulsar la opinión de la central y de la gente, y envió a Juan Cruz al lugar para ver qué pasaba189. Se encontró con más desconfianza de la que yo había pulsado, con la misma ironía arrogante de Mier, el director, y con las explicaciones de éste - más falsas que incorrectas - acerca de los problemas habidos durante 1974 («incidencias en las turbinas») y 1977 («problemas de erosión»). Por lo que se refiere a mis intervenciones en conferencias o mesas redondas relacionadas con Garoña, puedo recordar tres. La primera tuvo lugar en Burgos capital (22-5-1978), a petición de amigos ecologistas, la segunda en Miranda de Ebro (12-6-1990), invitado por el alcalde de la ciudad para participar en unas Jornadas de Información Nuclear sobre Garoña, y la tercera, en la bella localidad de Sedano (28-1 1-1998), en el valle del Rudrón, en unas Jornadas sobre Periodismo y Medio Ambiente organizadas por la Asociación de la Prensa de Burgos y con la colaboración de varias entidades, incluyendo Nuclenor y Enresa (Empresa Nacional de Residuos Radiactivos). La ocasión más tensa fue la de Miranda, ya que en ella tuve por contrincantes a Agustín Alonso Santos, antiguo responsable de seguridad de la JEN y en ese momento catedrático de la Universidad Politécnica de Barcelona, y a Josep MaríaTriginer, senador socialista que hacía tiempo representaba la opinión más pronuclear de su partido. Con Alonso Santos no era la primera vez que debatía, manteniéndose igual de antipático que siempre (demasiado arrogante, para mi gusto, con el que apenas pude mantener las formas cuando tuve que discutir con él); y con Triginer no me mereció la pena debatir, de tan patético que me pareció190
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En el historial de esta central los años 1974 y 1975 fueron sin duda los peores. Todavía en 1992 la dirección de la central tuvo que desmentir la «anomalía significativa» que se habría producido el 24 de julio de 1975 provocando una nube radiactiva que envolvió el entorno de la central y que fue detectada por un avión militar que sobrevolaba la zona. Lo había publicado en su día la propia JEN aunque luego el CSN, su heredero, desmintió junto con Nuclenor que se hubiera dado tal suceso. El CSN procedió también a «corregir» un Informe sobre las centrales nucleares españolas publicado en 1983 por este mismo órgano en el que, entre otras cosas, se señalaba que entre 1971 y 1974 los vertidos de la central de Garoña al embalse habían superado los límites autorizados en aquellas fechas; y lo mismo sucedió con los efluentes gaseosos entre 1972 y 1975; también se señalaba que la emisión de yodo ra diactivo superó en 1973 los límites autorizados. Todo esto lo atribuía ese informe de 1983 a defectos en los elementos combustiblesi9i Pero ya en 1975 la Sociedad de Ciencias Aranzadi aludió a «la destrucción de vida producida en el río Ebro como consecuencia de los vertidos de la central de Garoña», con motivo del informe que redactó en relación con la proyectada central nuclear en Devai92. La primera que trascendió a la opinión pública en tiempo real tuvo lugar en febrero de 1980 por fisuras en el sistema de recirculación/refrigeración (más o menos, lo de los BWR norteamericanos de 1974-75); en junio de 1985 hubo que sustituir varios tramos de tuberías afectadas por corrosión, lo que había producido un escape de agua ligeramente radiactiva. En el verano de 1986 se iniciaron las manifestaciones y marchas contra esta central (con periódicas «Bajadas del Ebro» de reivindicación del río) que desde entonces se han venido produciendo prácticamente cada año. Otro aspecto inquietante de esta central nuclear, que tardó tiempo en saberse, fue el trasiego del combustible irradiado (el llamado residuo radiactivo de alta actividad) que se estableció entre Garoña e Inglaterra entre 1971 y 1983 mediante un contrato que preveía que el «último residuo» (el más peligroso) volvería a España en 2008 tras su aprovechamiento (uranio natural, Plutonio-239) en la planta de tratamiento de Sellafield (rebautizada así después de llamarse Windscale, para disimular su pésima fama). Y se supo porque Enresa tuvo que renegociar este contrato debido a que España no se había dotado en ese fecha (y así continúa) de un depósito adecuado para estos desechos excepcionalmente peligrosos y casi eternos. El acuerdo para la permanencia de estos residuos en el Reino Unido - 500 barras de combustible gastado, con un total de 97 toneladas por lo que se refiere a Garoña - se estableció en 2003 a cambio de pagar 34,5 millones de euros anuales con revisión cada diez años. En conclusión: desde 1983 Garoña viene almacenando en su recinto los residuos de 110
alta actividad que produce, teniendo el límite su capacidad teórica de almacenamiento en 2015. Fue precisamente a raíz de que se hiciera público en 1988 un proyecto de instalación de «incineración de residuos radiactivos» aneja a la central cuando el movimiento anti Garoña, organizado en una coordinadora de grupos de cinco provincias, empezó a pedir el cierre al considerar que su peligrosidad se incrementaba. La empresa por su parte inició su ofensiva por la prolongación de la vida útil de la central con un programa denominado Gestión de Vida Remanen te, pretendiendo llevar su funcionamiento hasta los 60 años, es decir, hasta 2031. Según Nuclenor, en la década anterior a 1989 la inversión en mejora de diversos sistemas y elementos de la central había alcanzado los 17.000 millones de pesetas. En esa «carrera» principalmente mediática entre el cierre y la prolongación de la vida útil los problemas no cedieron, con numerosas paradas en 1989, ciertos sucesos que el CSN consideró «incidencia significativa» y la airada protesta de una decena de alcaldes del entorno, que pidieron el cierre de la central mientras que no demostrara su seguridad. Todo esto creó un mal ambiente suficiente para que se hablase en los mentideros oficiales de que Garoña podría desmantelarse incluso antes que Zorita, siendo ésta más antigua, precisamente por el envejecimiento de sus estructuras vitales, proceso producido por la corrosión. Las paradas no programadas continuaron, así como la actividad de la Coordinadora anti Garoña, que editó el libro Amanecer en Garoña (junio de 1991) y elevó el tono de sus protestas cuando en la décima marcha (octubre de 1992) la Guardia Civil cargó contra los manifestantes tras increpar éstos a los agentes. Nuevos bríos confluyeron en tan polémica central cuando Greenpeace inició sus acciones193 e hizo público un informe194, elaborado por expertos alemanes, que ponía de relieve el problema de las grietas aparecidas (y detectadas por la JEN ya en 1981, pero silenciadas) en los manguitos de las penetraciones de las barras de control a través de la vasija del reactor, lo que daba lugar a fugas del líquido refrigerante: una avería inaceptable. Se ponía de relevancia, pues, el mismo problema sufrido por la central de Zorita: a ambas centrales los ecologistas les achacaban estar igual de mal diseñadas. Pero el propio presidente del CSN, Donato Fuejo, declaró que esas grietas no revestían importancia y que la central era segura. Así se llegó a 1999, cuando la empresa vio renovado su permiso de explotación con una prórroga de diez años y redobló sus proclamas acerca del «rejuvenecimiento»que venía realizando en la central y de su pretensión de alcanzar una vida útil de hasta sesenta años. Mientras se reproducían las paradas imprevistas y volvían a hacer aparición las grietas de las pasantes (julio de 2003) se conoció un incidente causado por un error 111
humano con la consecuencia de que se envió un camión de chatarra radiactiva (contaminada con Cobalto-60) desde la central a una acería en Vizcaya (febrero de 2004); luego se produjo una parada que ocasionó el elevado nivel de la temperatura de las aguas del pantano (julio de 2006), incapaces de refrigerar el reactor. El caso es que por primera vez se supo que el Gobierno tenía prácticamente decidido no renovar la licencia de explotación cuando en 2009 la central agotase el último permiso concedido. Se movilizó Nuclenor, dispuesta a vender caro el cierre de Gatoña, y se hizo con un informe muy favorable sobre la seguridad de la central encargado a la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA, Agencia de Viena), hecho público en diciembre de 2007, en el que entre encendidos elogios a la dirección de la central se destacaba «el fuerte sentimiento de propiedad que tienen los trabajadores de la central»195. El Gobierno vasco, por su parte, también pidió al Gobierno central después de los repetidos incidentes del verano de 2008 que no prorrogara el funcionamiento de Garoña; a la misma iniciativa del PNV contestó el PSOE en el Congreso de los Diputados oponiéndose. Llegado el momento de la decisión ante la caducidad del permiso de explotación en julio de 2009 quedaron en evidencia todas las contradicciones existentes y ya planteadas desde tres años antes, pero agravadas con el último giro a la derecha que en economía ha dado el PSOE tras su segunda victoria de 2008. Esto se había reflejado, por lo que a lo nuclear se refiere, en la salida del Gobierno de la ministra Narbona (tenida por enemiga de prolongar la vida de las nucleares, aunque sin capacidad decisoria) y sobre todo el nombramiento de Miguel Sebastián como ministro de Industria, Comercio y Turismo, un liberal de formación clásica (es decir, pronuclear). Discretamente, la lógica de los hechos consumados había actuado y la central había realizado en el mes de febrero anterior la recarga parcial de combustible nuevo (con el visto bueno del Gobierno y del CSN, evidentemente), suficiente para hacerla funcionar dos años más. Los ecologistas no cejaron en su empeño de conseguir el cierre. Greenpeace, liderando esta lucha y fiel a su estilo, procedió (noviembre de 2008) a montar una protesta ante la central que llevó a la detención de 25 activistas. Ecologistas en Acción llamó la atención sobre la reducción de potencia observada en enero de 2009 sin que se supieran los motivos. Como estaba previsto, el CSN emitió informe favorable a la prolongación de funcionamiento por diez años más, como ya había dado a entender su presidenta, Carmen Martínez Ten. El sector eléctrico se mostró en todo momento dispuesto a la lucha, recurriendo a la amenaza, la falacia y otras artes 112
tan propias del caso. La comarca, movida por la plantilla de la central, también clamó por la continuidad 196. No quedaba más opción que una decisión salomónica, que es lo que el Gobierno hizo: ni cierre ni diez años más, sino prolongación hasta julio de 2013; y ahí ha quedado la cosa197. 19. Vandellós: debacle, usura y cierre Vandellós era una central muy especial. Tercera de las puestas en funcionamiento en España, correspondía a una tecnología de desarrollo francés, muy alejada de la norteamericana. Se trataba de un reactor cuyo núcleo estaba constituido por Uranio238 (uranio natural, no enriquecido), que era refrigerado por una circulación de gas carbónico (CO2), y moderado por grafito, funciones ambas que en los otros reactores realizaba el agua ligera (H2O); esto hace que el combustible del núcleo sea masivo, de unas 450 toneladas de uranio natural, lo que da esa imagen cúbica imponente a la central. En su origen esta central, con su reactor GCR (Gas Cooled Reactor, en la terminología nuclear), fue el resultado de un acuerdo entre los gobiernos español y francés que conllevó la constitución de la sociedad Hifrensa (Hispano-Francesa de Energía Nuclear), en la que la empresa estatal y monopolista francesa, Electricité de France, se reservaba el 25 por 100 del capital198. La parte francesa garantizaba el funcionamiento, así que el negocio pareció claramente favorable a España, añadiendo un elemento positivo en las no muy cordiales relaciones políticas franco-españolas, con un cierto acercamiento en tre los generales De Gaulle (presidente francés cuando se gestó el acuerdo) y Franco. Ese contrato preveía que se enviase a Francia el 25 por 100 de la producción y, sobre todo, el combustible gastado con el Plutonio-239, básico en las armas nucleares, que se obtenía desde el Uranio-238 mediante un costoso y peligroso proceso de extracción previsto en las instalaciones de La Hague, en (Normandía). De ahí que tras cada ciclo de funcionamiento los restos del combustible «quemado», constituido esencialmente por Uranio-238, se trasladasen a Francia por el interés económico-militar del propio Gobierno francés. Esto ocasionaba el famoso «tren nuclear» que periódicamente evacuaba estos residuos bajo espectaculares medidas de seguridad entre 1974 y 1994 de Vandellós a La Hague. La central fue autorizada en dos fases, en 1967 y 1968199, e inició su funcionamiento en mayo de 1972 con una potencia de 500 MW, teniendo como referencia técnica su gemela, la central de Saint Laurent-des-Eaux, sobre el río Loira. Su ubicación, en un tramo despoblado de la costa tarraconense, lindaba sin embargo con tres importantes vías de comunicaciones: la carretera N-340, la autopista del Mediterráneo y el ferrocarril Barcelona-Valencia.
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Realicé mi primera visita a Vandellós el mismo día que estuve en Ascó y en L'Ametlla (9 de junio de 1974), un domingo frenético en el que también pude entrevistarme con su alcalde, José Gil Pla. Seguro y contento por los sustanciosos ingresos que proporcionaba la central, el alcalde decía estar encantado también de la posibilidad de ampliación de la central de Vandellós: «Dos mejor que una», me dijo, aunque también se mostró «comprensivo» con los pescadores de LAmetlla en su negativa radical. Vandellós era entonces un municipio con su cabeza en el interior y con una colonia litoral, LHospitalet de l'Infant, en vías de desarrollo turístico. (Luego esta localidad marinera ha ido creciendo sin cesar, hasta el punto de que en 1990 el municipio tuvo que cambiar su nombre por el de Vandellós i L'Hospitalet de l'Infant, subrayando la importancia relativa de la costa sobre el interior.) Mi segunda estancia fue en 1977, con motivo de una visita a la central organizada desde el CIFCA (Centro Internacional de Formación en Ciencias Ambientales). La visita a la central resultó interesante aunque, como suele ser habitual, transcurrió a medio camino entre la propaganda y las restricciones200 En aquellos años de 1970 y 1980 esta central se distinguió por un rendimiento alto, por encima del que observaban las otras dos centra les pioneras, Zorita y Garoña. Un agresivo e imprudente director de esa etapa, Mariano Mataix, no dejó de ventear los magníficos datos y cifras de su funcionamiento, subrayando precisamente su envidiable «factor de carga». Naturalmente, ese locuaz ingeniero enmudeció cuando Vandellós hizo crash, cuando solamente llevaba diecisiete años de operación (sobre los cuarenta previstos) y situando al sector nuclear español en su punto más bajo: al fracaso de todas sus expectativas, oropeles y fanfarronadas. Y todo ello, tras considerarse Vandellós la más eficiente y segura de las centrales españolas, con un rendimiento medio del 73 por 100, oscilando a lo largo de su funcionamiento entre el 68 por 100 (año 1984) y el 86 por 100 (año 1974). Sucedió el 19 de octubre de 1989, a raíz de un incendio en el edificio del alternador, a su vez producido por la rotura de un cojinete del eje de la turbina, lo que provocó una fuerte vibración y la explosión consiguiente al entrar en contacto con el aire el hidrógeno de refrigeración. Fueron necesarias cuatro horas - caóticas - para acabar con el incendio, que afectó a los aceites de lubricación y produjo una espesa nube de humo tóxico y daños inmediatos en los sistemas eléctricos de control, por lo que estuvo a punto de derivarse un grave accidente nuclear. No se aplicó el Plan de Emergencia Nuclear, por la falta de reflejos de la dirección de la central y por el desconcierto general. En la confusión de los días siguientes al incendio y sus consecuencias se cumplió 114
el guión habitual: tanto la central como el Ministerio de Industria y Energía e incluso el OIEA quitaron importancia al accidente, la opinión pública y los políticos catalanes (con rara unanimidad, si bien con muy diversa persistencia) clamaron por el cierre de la central y los trabajadores hicieron causa común con la dirección para impedir el cierre... Fue significativamente Donato Fuejo201, el presidente del CSN que conservó la calma aun mostrándose ciertamente indignado, quien tras vacilaciones debidas a las inmensas presiones que actuaban en el ambiente (y que incluían a los consejeros pronucleares del propio CSN), propuso al Gobierno el cierre definitivo; pero consintió en las duras negociaciones habidas en no forzar a la central a ser ella misma la que decidiera el cierre (que hubiera echado sobre su responsabilidad la carga económica del subsiguiente desmantelamiento), aceptando que fuera una decisión oficial la que hiciera recaer sobre Enresa, empresa pública, el inmenso coste de ese proceso. En su informe de abril de 1990 el CSN acusó a la dirección de la central de negligencia y de no haber cumplido tres de las cinco reco mendaciones de seguridad hechas tras el accidente de Chernóbil (una de ellas, sobre los sistemas antiincendios): manifiestamente, la central se había confiado llevada por sus satisfactorios datos de funcionamiento y había tentado al diablo. Donato Fuejo, que fue muy duro enjuiciando el comportamiento de los responsables de la central en los días y meses que siguieron a estos hechos, achacó los problemas habidos a «imprevisiones y fallos en el diseño» 202, mostrándose en todo momento contrario a la reapertura de la central. En consecuencia, fue el diseño el «villano» del episodio, achacándose en definitiva a la responsabilidad de las firmas fabricante y constructora, ambas francesas (a las que nadie incomodó tras el problema). Finalmente, en mayo de 1991 el Ministerio multó a la central con 70 millones de pesetas por negligencia grave; el problema fue calificado como un suceso de categoría 3 en una escala de 7, es decir, fue un incidente que no llegó a accidente (no hubo emisión exterior de radiactividad). Lo del «fallo de diseño» tenía su miga, ya que al no ser previsible el accidente ocurrido desaparecía la responsabilidad de los técnicos de seguridad implicados. El «hallazgo», más allá de la parte de verdad objetiva que tuviera, sirvió para que se descartara cualquier responsabilidad personal, desvelando así uno de los mecanismos de actuación de la «solidaridad nuclear» entre funcionarios, técnicos y directivos dentro de ese mundo peculiar. El balance fue escandaloso y grotesco, como pudo comprobarse cuando once años más tarde tuvo lugar en la Audiencia de Tarragona el juicio por la actuación de cinco encausados, tres directivos de la central (entre ellos, el señor Mataix) y dos responsables técnicos del CSN; la demanda provenía de la Fiscalía de Tarragona y de dos particulares, ejerciendo uno de éstos la acción popular. 115
La Audiencia absolvió a todos los acusados pese al duro alegato del fiscal, que negaba que el suceso hubiera tenido un carácter de fortuito o imprevisible, y tras el testimonio, que fue considerado decisivo, de Donato Fuejo, presidente del CSN en el momento de los hechos... que se desdijo de sus propias y duras opiniones iniciales declarando que sus declaraciones virulentas habían sido simple fruto de su «visión personal y política» y que toda su intervención había respondido a una «valoración muy personal y técnicamente irrelevante»203 (¡Toma ya!). De todo aquel espectáculo de «liquidación» del incidente más grave ocurrido en una central nuclear española (y quizás de Europa Occidental) pudo deducirse que resultará muy difícil atribuir responsabilidades penales a quienes protagonicen un incidente o accidente nuclear, sir viendo la multa administrativa como eficaz y expeditivo bálsamo para dejar fuera el elemento humano20`*. La decisión del cierre definitivo llegó en abril de 1990 tras la presentación del informe del CSN sobre el incidente y cuando todavía la dirección de la central mantenía su postura - sin duda una pose calculada y quizás ya negociada con el Ministerio de Industria y Energía de proceder a las reparaciones necesarias, que evaluaba en 20.000 millones de pesetas. Habían acabado, pues, tanto los récords y las osadas exhibiciones de los directivos como los periódicos rumores sobre las alteraciones del medio marino en el entorno de la central. Porque desde que se había conocido la famosa foto del satélite ERTS en junio de 1974, los pescadores mantenían su alerta y no dudaron en colaborar en las tareas de investigación que varias instituciones científicas llevaron a cabo sobre las características físico-químicas de las aguas, los fondos y sedimentos y ciertas especies de peces y moluscos. Fue en la primavera de 1976 cuando, como resultado de los trabajos de investigación que realizaban el Instituto de Investigaciones Pesqueras (del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC, y el Centre National de Recherches Scientifiques francés, CNRS), se difundió la información de que se habían detectado isótopos radiactivos en los fangos marinos, lo que se achacó a fallos en los intercambiadores de calor en el reactor205; pero tras el conato de polémica una nota conjunta de ambos centros de investigación y de la Junta de Energía Nuclear zanjó la cuestión. En octubre de 1987, dos años antes del incidente decisivo, había tenido lugar un curioso episodio en el que una consejera del CSN, María Dolores Carrillo, fue cesada por el presidente Donato Fuejo de resultas de unas declaraciones en las que la ingeniera criticaba a los técnicos de Protección Civil en Tarragona, responsables de los planes de emergencia de la central nuclear de Vandellós. Aunque este incidente 116
suscitó cierto interés, sobre todo en los medios ecologistas, pronto se supo que obedecía a la incompatibilidad política entre la consejera (conservadora y obsesivamente pronuclear)206 y Fuejo (socialista y discretamente crítico). Con el cierre decretado de la central de Vandellós se planteaba a partir de ese momento la tarea inevitable de acometer el proceso de desmantelamiento, la larga y costosa etapa necesaria para eliminar radiactiva y físicamente la gigantesca mole del reactor con sus dependencias y sistemas auxiliares. Se trataba de la primera operación de este tipo en España e implicaba cifras económicas y temporales astronómicas, así como también incógnitas de envergadura por lo que durante años no pudo darse fiabilidad a lo que se decía o anunciaba. Así, del desconcierto que mostró la propia entidad que había de hacerse cargo del mismo, Enresa, en relación con este coste da idea el que a los pocos días del incidente se evaluara en unos 15.000 millones de pesetas para duplicarse sólo un mes después y elevarse a 80.000 millones cuando había transcurrido un año: en realidad no se tenía - ni creo que se tenga todavíauna idea cierta del coste real. Por lo que a los tiempos previstos en ese proceso de desmantelamiento se refiere, a grandes rasgos hay que marcar tres fases principales: en el nivel 1, que ocupó de 1991 a 1997, la empresa explotadora se responsabilizó de evacuar el combustible nuclear y otros materiales altamente radiactivos (que fueron enviados a La Hague), así como diversas partes esenciales de la central; en el nivel 2, que ocupó de 1999 a 2002, Enresa (que recibió entonces los activos restantes de la central bajo su entera responsabilidad) procedió a desmantelar todas las estructuras, sistemas y componentes excepto el edificio del reactor, con un total de unas 300.000 toneladas, con la expedición de materiales radiactivos a El Cabril (Córdoba) y el enorme volumen de materiales convencionales a diversas plantas y destinos; a continuación se dejó latente el conjunto (momento actual) para que al cabo de veinticinco años puedan continuarse los trabajos que debieran ser los últimos una vez que los niveles radiológicos residuales no supongan peligro alguno; en el nivela, último («hacia 2027», dicen los textos oficiales) se desmontará el imponente «cajón» para que quede liberada y descontaminada la totalidad del emplazamiento, que es lo que los técnicos esperan - sin creérselo mucho- que se convierta en un green field 207. Tratando de resumir y haciendo caso a estas previsiones, no resulta posible establecer exactamente la duración global de las diversas operaciones de desmantelamiento en Vandellós ya que estamos lejos de comprobar si la latencia se limitará a 2027 y cuánto durará el nivel 3. En todo caso y dando a esta última fase una duración de unos cinco años, más o menos equivalente a la de los niveles 1 y 2, el 117
período total de desmantelamiento nos lleva a 2032, con una duración total de cuarenta y tres años tras el incendio que provocó la parada definitiva y el final de su vida activa; pero esa vida activa fue de sólo de diecisiete años, tras una fase de construcción de cinco años. De esta manera el balance final de la central de Vandellós-1 habrá sido de diecisiete años útiles y productivos y de cuarenta y ocho inútiles y ruinosos: ¡toda una representación de los «triunfos»de la energía nuclear! La otra cuestión específica pendiente y más duradera y desagradable que nos ha dejado esta central de Vandellós-1 es la de la especial naturaleza de sus residuos radiactivos, debido precisamente a que fueron evacuados a Francia durante la etapa de funcionamiento para ser tratados en la planta de La Hague según contrato, pero que, tras el aprovechamiento del Plutonio-239, debían volver a España en 2010; era ésta la fecha en que se esperaba que estuviese disponible el depósito adecuado de estos residuos altamente radiactivos, el llamado ATC (Almacenamiento Temporal Centralizado). El acuerdo actualmente existente, renegociado en 1994, prevé una penalización para España al no poder recibir estos residuos en 2010, lo que detraerá de las arcas de Enresa la friolera de 60.000 euros diarios (21,5 millones al año). Volví a la zona en octubre de 1999, en la «conmemoración» del décimo aniversario del incendio, como cuento en la batalla de L'Ametlla, y con más detenimiento en noviembre de 2003 para estudiar el proceso de desmantelamiento, que era parte del encargo recibido por la Junta de Castilla-La Mancha sobre el futuro de la comarca de Zorita (batalla 91). Frente a las informaciones técnicas y realistas del ingeniero José Ramón Armada, el alcalde, el desconfiado Josep Castellnou, me dio una visión más propagandística: la propia de un alcalde empleado por la central que de estar a las órdenes de FECSA/Hifrensa acababa de pasar a las de Enresa. Pero todavía debo ocuparme, siquiera de forma resumida, del reactor de Vandellós-2, en funcionamiento desde 1988 a escasa distancia de su antecesor. Porque pareciera que ciertos duendes malignos se han asentado en este aciago emplazamiento de manera que no parece ser muy distinto el sino que acompaña a este segundo reactor (LWR norteamericano) en relación con el de su desastroso precedente (GCR francés). Como preocupante muestra de este mal fario considérese el serio incidente - tras una cadena casi constante de otros fallos - sufrido por este segundo reactor a consecuencia del incendio originado en agosto de 2008 en su alternador, hecho inquietantemente parecido al que, en definitiva, ocasionó el cierre definitivo del reactor primero en octubre de 1989. Pero, como veremos, ésta es la central de los incendios, frecuentes hasta el asombro e indicador cierto de su mal funcionamiento. 118
El nuevo proyecto de Vandellós surgió en 1974 en cuanto el de L'Ametlla se vio enfrentado a una dura oposición por parte de los vecinos y del propio Ayuntamiento, resistencia que de hecho descar taba al municipio marinero. Constaba también de dos reactores de 900/1.200 MW cada uno208 que se instalarían a un kilómetro escaso, más al sur del emplazamiento ocupado por el reactor de Vandellós-1, en un municipio del que no se esperaba oposición alguna. En este caso la propiedad aparecía compartida entre todas las empresas eléctricas catalanas y FECSA ya no consideraba necesario para su red el control de los dos reactores, reservándose íntegramente la propiedad de uno de ellos (Vandellós-3)209. Como era de esperar en este caso, el proceso administrativo fue rápido, recibiendo la central la autorización previa menos de dos años después de la solicitud, aunque la construcción se hizo esperar llegando cinco años más tarde... y sólo para uno de los reactores contemplados, Vandellós2210, aquel en el que FECSA sólo retenía un 8 por 100. Esto probaba que la primera de las empresas eléctricas catalanas, que en 1981 seguía atascada con sus reactores de Ascó, había bajado sus humos y se enfrentaba a las primeras señales de su quiebra futura. Vandellós-2 entró en funcionamiento en marzo de 1988 con una potencia inicial de 990 MW y, con los cambios de propiedad habidos después de que Endesa absorbiese FECSA y se privatizase, sus dueños son Endesa con el 72 por 100 e Iberdrola con el 28 por 100. Este reactor forma con los dos de Ascó una «unidad de gestión» desde 1996, la Asociación Nuclear Ascó-Vandellós, controlada por estas dos empresas. Como decía, Vandellós-2 ha probado ser un dechado de incidencias. Nada más obtener el permiso provisional de operación en agosto de 1987 hubo un fallo de ventilación en la sala de control que encrespó a varios ayuntamientos de alrededor por considerar que evidenciaba fallos en los planes de emergencia y evacuación211; y no sin razón, ya que el simulacro de accidente nuclear puesto en práctica en octubre resultó un fracaso, lo que hizo que el CSN retrasase el permiso definitivo de puesta en marcha. En febrero de 1988, un mes antes de la entrada en servicio comercial, diez activistas antinucleares se colaron en el edificio de turbinas, y a los tres meses de su entrada en funcionamiento sufrió su primer incendio de un transformador, lo que provocó que el Ayuntamiento en Pleno protestase y pidiese el cierre provisional de la central. En junio ya había pedido el gobernador civil el cese del director de la central y el CSN propuso una sanción. En agosto se produjo otro incendio, también en un transformador, que dio lugar a un mes de parada; otro incendio en diciembre - el tercero en el mismo año y de nuevo en un transformador - llevó a que el CSN impusiese la parada indefinida. Total, que al año de funcionamiento comercial esta 119
central ya había sumado 30 parones obligados, un verdadero récord212. En junio de 1990 se produjo una fuga de vapor radiactivo que fue comunicada por la central diez horas más tarde y que activó el plan de emergencia, con nueva parada forzosa y anuncio de multa por el CSN. Pero fue el 24 de agosto de 2004 el momento que marca el verdadero punto de inflexión en la seguridad de esta central, que desde entonces no levanta cabeza: fue entonces cuando se descubrieron importantes problemas de corrosión en el sistema de refrigeración213. Pero, según la costumbre, la central lo minimizó y el CSN - a cuyo mando estaba María Teresa Estevan desde 2001 - fue todo lo blando que pudo con ella, teniendo que repetirse esos problemas en marzo del año siguiente para que el escándalo estallase: aunque esos procesos de corrosión se conocían desde 1993 la central nada hizo por solucionarlos y el CSN se limitó a suavizar su crítica; pero en abril de 2005 se abrieron las hostilidades214 entre los técnicos del CSN y algunos de los consejeros frente a la montaraz presidenta, que finalmente tuvo que ceder y reconocer que el incidente debía ser calificado de nivel 2 y no de nivel 0, es decir, que se convertía en el más importante ocurrido en España después del incendio de... Vandellós-1 en 1989 (y del mismo nivel del ocurrido en Trillo en 1992). El Congreso de los Diputados censuró al CSN de la señora Estevan Bolea y en junio fueron destituidos los tres principales responsables de la central, que, por cierto, tuvo que permanecer parada seis meses hasta que se reparó adecuadamente la avería en la refrigeración. Los cuatro consejeros del CSN (todos, excluyendo a su presidenta y con independencia de su color político) informaron de que la central «había primado la producción sobre la seguridad», evidenciando que los gastos e inversiones en seguridad se habían reducido drásticamente en los últimos diez años (perdiendo la plantilla nada menos que 200 empleados)215. Un año después la central fue multada por estos hechos con 1,6 millones de euros. Los incidentes continuaron en 2006 (fallo de un generador de vapor), en 2007 (fallo de las barras de control en el reactor) yen agosto de 2008, debido a un enésimo incendio, esta vez en el generador eléctrico, por lo que tuvo que permanecer parada dos meses; todavía sufrió dos paradas más durante 2008. 20. Tarifa y Almonte: nucleares para el Estrecho y Doñana En Tarifa se quiso instalar la primera de las tres centrales nucleares solicitadas por la Compañía Sevillana de Electricidad (CSE), que ejercía su «jurisdicción» eléctrica en toda Andalucía y en parte de las provincias de Badajoz y Ciudad Real216. Las otras serían la de Almonte (Huelva) y la de Valdecaballeros (Badajoz), ésta compartida con Hidroeléctrica Española (HE) y de la que ya hemos hablado en 120
detalle. En los tres casos se trataba de una central con dos reactores. El lugar elegido era nada menos que la maravillosa ensenada de Bolonia, al poniente de Tarifa, en una finca llamada El Lentiscar junto a las importantes ruinas romanas de Baelo Claudia (de donde viene el nombre de Bolonia); y a una veintena de kilómetros de la central térmica de Algeciras, de dos grupos de fueloil con unos 700 MW de potencia total. La ubicación llamaba especialmente la atención por tratarse de un enclave en el frente costero del estrecho de Gibraltar, al que siempre se le ha dado un alto valor estratégico y por ello resultaba de acceso restringido217. No me llegaron noticias de ninguna oposición local o provincial a este proyecto en los meses siguientes de hacerse público. Visité la zona cuando pude, durante 1975, teniendo una conversación telefónica con el alcalde, Manuel Flores González, que reconoció que el Ayuntamiento se había opuesto a la solicitud de la declaración de utilidad pública, pero no en el período anterior de alegaciones; tampoco los pescadores se habían opuesto, lo que no me extrañó teniendo en cuenta lo difícil que solía ser movilizar a este colectivo (luego las cosas cambiaron, allí mismo, con los «tiempos electromagnéticos», como recordaré en la batalla 81). El alcalde daba por hecha la construcción de la central y suponía que las obras empezarían «el año próximo»218. La cosa se movió algo cuando - pasados ya los plazos formales para alegar - el Diario de Cádiz publicó varios artículos hostiles al proyecto, lo que hizo que la CSE reaccionara y organizara una excursión de personas selectas - periodistas, políticos en mayo de 1974 para visitar las centrales de Zorita y Vandellós, y no debieron de salir los planes como la empresa había previsto porque a continuación ese diario y el Área, órgano hiperdesarrollista del peculiar Campo de Gibraltar, se enzarzaron en la polémica, en contra y a favor respectivamente, sin mayores consecuencias. Supe, sin embargo, que alguien había encargado al abogado José M.a Gil-Robles y GilDelgado (por cierto, presente en la reunión de Benidorm en representación, suponíamos, de su famoso padre, todavía en el exilio) mover jurídicamente el asunto de Tarifa, y por eso quise contar con él en la reunión, frustrada, de abogados «nucleares» que pretendí organizar a principios de 1975. Mi primera intervención tuvo lugar casi cuatro años después de haberse dado a conocer el proyecto y fue en un acto celebrado en el Instituto Femenino de Algeciras, donde participé junto a mi gran amigo el biólogo Rafael Silva López y José María Planas Silva, un agricultor de Tarifa219. El acto estuvo organizado por el Comité de Defensa de la Naturaleza del Campo de Gibraltar e inspirado por Rafael Silva quien, como algecireño y biólogo, venía preocupándose muy seriamente por este asunto; Rafa y yo estábamos tratando de dar un «empujón» a la opinión pública local desde 121
que nos habíamos conocido, aunque el paso del tiempo evidenciaba que el proyecto perdía entidad220. La prensa destacó el debate, con especial interés por parte del Área, que sobre el proyecto nuclear había cambiado de enfoque con el tiempo221. Pese a ser invitada, no acudió al debate la CSE. Como anécdota de interés destaco algunos artículos que, publicados en la prensa más favorable al programa nuclear, se lamentaban de la elección de Bolonia como ubicación para una central nuclear, ya que parecía evidente que la vocación de este enclave había de ser turística... Me llamó especialmente la atención el caso de Bolonia y el tratamiento que le dio el muy pronuclear diario ABC222. En esos mismos días de octubre de 1977 recibí una carta de Purificación González de la Blanca, fundadora de Agadén (Asociación Gaditana de Defensa de la Naturaleza), pidiéndome documentación para organizar la lucha antinuclear en la provincia. Con Purita (y su esposo Alfonso, también abogado) he mantenido durante años una relación amistosa y utilísima, debiéndoles a ellos varias estancias mías en Cádiz para hablar - en actos organizados por Agadénbien de energía nuclear, bien de la defensa del litoral. En mayo de 1980 volví a participar en un acto-debate con el título de «Recursos, energía y medio ambiente», esta vez en la capital gaditana y organizado por el propio Ayuntamiento; inevitablemente, la discusión se centró en el problema nuclear, con una difusa alusión al proyecto de Tarifa223. El disparate de Tarifa se completaba con el de la central nuclear de Almonte (Huelva) en el mismo arco suratlántico, que no era menor aunque presentara rasgos bien distintos. Se trataba de otra central que la CSE solicitó al mes siguiente224 en un emplazamiento que clamaba al cielo: sobre terrenos del ICONA (Instituto para la Conservación de la Naturaleza), en el paraje de las Arenas Gordas, tramo comprendido entre Mazagón y Torre la Higuera; eran los mismísimos límites del Parque Nacional de Doñana, aunque el nombre que se iba a dar a la central quisiera disimularlo, Central Nuclear Asperillo (de un vértice geodésico situado en el enorme espacio dunar, hoy protegido como Parque Natural). En este caso sí hubo respuesta de rechazo fulminante, siendo el turismo el motivo que lo movía y la fibra que parecía haberse tocado, imprudentemente, en un entorno hiperindustrializado que ya presentaba las tasas de contaminación más altas de Europa: «Ya está bien», venían a decir los escritos de impugnación, por tanta industria contaminante o inquietante. Así que impugnaron en tiempo y forma numerosas instituciones turísticas y hosteleras, así como varios colegios profesionales. En su momento también lo hicieron el Ayuntamiento de Almonte, 122
directamente afectado, y el vecino de Rociana; más tarde también se opuso el Ayuntamiento de Huelva. La CSE había probado suerte con Tarifa y Almonte y al encontrarse con dificultades de peso optó por... Valdecaballeros. Así fue como se unió a HE en el proyecto extremeño, que se anunció en junio de ese mismo año 1974 y que se convirtió en una «solución» a los serios problemas surgidos a ambas empresas: a la primera en la costa gaditanoonubense, y a la segunda en la murciana. 21. En Chalamera no queremos central.. Durante 1975 las luchas proseguían en las numerosas comarcas afectadas por proyectos nucleares, pero no se anunciaban nuevas centrales desde mayo de 1974 (LAmetlla de Mar). Así que extrañó que en la primavera de 1975 volviesen los proyectos, con dos nuevas iniciativas: la central de Valencia de Don Juan en León, sobre el Esla, y la de Chalamera en Huesca, sobre el Cinca. La novedad era que ambos proyectos venían promovidos por las empresas eléctricas del INI, es decir, del sector público: la Empresa Nacional de Electricidad (Endesa) y la Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana (ENHER). Ambos proyectos preveían un reactor de 1.000 MW de potencia. Pero también en los dos casos estos proyectos caían en un ambiente más que preparado para el rechazo, que fue inmediato, multitudinario, contundente. El de Chalamera fue el primero en darse a conocer, a mediados de abril de 1975225. Como ya había hecho en otros casos, pronto me dirigí al alcalde de la localidad enviándole algunas informaciones de urgencia, proponiéndole que convocara a los ingenieros de las empresas a un debate público y ofreciéndome para participar en ese debate o en cualquier otra iniciativa de oposición. Desde luego, no obtuve respuesta (el alcalde, inicialmente, se había forjado ciertas ilusiones a propósito de esa instalación), pero pronto la prensa reflejó que la población de la comarca no se mostraba en absoluto propicia226. El día 8 de mayo, en una movilización «como no se recordaba desde la época anterior a la guerra civil», los habitantes de los pueblos ribereños del Cinca marcharon hacia la capital provincial a bordo de 200 automóviles, concentrándose ante el Gobierno Civil centenares de habitantes de la comarca, y a su frente alcaldes y dirigentes agrarios de una docena de las localidades afectadas. En el acto hubo discursos de oposición por parte del alcalde de Fraga así como por el alcalde de Chalamera, que terminó con unas palabras del gobernador civil que «se vio obligado a salir al balcón del Gobierno para agradecer los testimonios de homenaje de las gentes del Cinca»227. 123
Se había iniciado el verano cuando recibí la llamada de Guillermo Carrera, ingeniero oriundo de Alcolea de Cinca (a pocos kilómetros de Chalamera, aguas arriba del Cinca), que me invitó a visitar la zona y conocer de cerca el movimiento generalizado de protesta. Y en julio pasé una semana viviendo el ambiente y conociendo a los protagonistas de la movilización, que eran ciertamente muchos, bien avenidos y con las ideas muy claras. En Fraga («capital» del movimiento), Zaidín, Monzón, Albalate de Cinca, Chalamera y, por supuesto, Huesca capital, Guillermo me fue mostrando la red de líderes y apoyos que una intensa conciencia aragonesista, democrática y campesina, había tejido en defensa del padre Cinca y sus riberas, de los que vivía una próspera comarca. El proyecto nuclear había concitado la alianza de numerosas fuerzas políticas, aún dispersas, y para mí resultó de gran interés conocer a notables políticos de la oposición - clandestina o no-, con los que luego he mantenido relaciones durante años. Éste es el caso de Santiago Marraco, líder entonces del Partido Socialista de Aragón que luego, ya en el PSOE, sería diputado por Huesca, presidente del Gobierno de Aragón y director general del ICONA228; o el de Aurelio Biarge, un personaje de humanidad y solidez intelectual extraordinarias, que encaminó su experiencia política en UCD, siendo presidente de la Diputación Provincial de Huesca tras las elecciones locales de 1979229. GUILLERMO CARRERA Organizador nato por vocación y profesión, Guillermo Carrera se cuidó, paso a paso, de atar y consolidar la red de personalidades e instituciones opuestas al proyecto nuclear después del estallido, en gran medida espontáneo, de los meses de abril y mayo de 1975. En Huesca me llevó a conocer a Santiago Marraco y Aurelio Biarge, puntales importantes de la sublevación y que formaban un curioso tándem de agitadores predemocráticos. En Fraga y Zaidín conocí a María José Arellano, publicista apasionada desde Radio Fraga; a Francisco Beltrán, líder reconocido que luego sería un buen alcalde socialista; a ese tipo simplemente formidable que es el periodista Joaquín Ibarz, a los entrañables Paco Clavé y Antonio Ibarz; y a otros muchos a lo largo y lo ancho de las comarcas del Cinca. Especialmente agradable fue la excursión a Graus, para rendir visita a Joaquín Costa, polígrafo y aragonés universal, regenerador impaciente, jurista y pedagogo convencido, político a ratos y... «tío» mío. Desde entonces Guillermo y yo nos mantuvimos mutuamente informados de las guerras nucleares, resultándome gratísima siempre su compañía. Nunca olvidaré que 124
fue él quien me descubrió a Ivan Illch, sin duda el más significativo de los pensadores que han configurado el movimiento ecologista: guardo el ejemplar de Energía y equidad que me regaló, y ahora reconozco que se trata de uno de los libros que más han influido en mi itinerario crítico. Recuerdo también con verdadero agrado el día que nos encontramos en la famosa Pécherie del puerto de Argel, él en viaje de trabajo (era ingeniero de organización en una consultora madrileña) y yo en una de mis escapadas periodísticas al desierto de los polisarios; el encuentro fue tan inesperado que tardé en reconocerlo, habituado como estaba a reunirnos en un marco y un ambiente tan distintos a aquél. Un día de 1979 su corazón sucumbió, dejando a su gente y su tierra cuando más lo necesitaban. Pero muchos lo recordamos con emoción. Siguiendo el modelo de DEIBA, la estructura montada por los antinucleares de Caspe y su comarca, los antinucleares del Cinca crearon Coacinca (Comisión de Afectados por la Central Nuclear en el Cinca), que coordinó toda la actividad necesaria para echar abajo el proyecto. La asociación aprovechó para combinar su creación y lanzamiento de un memorable acto militante, apasionado y multitudinario, que reunió en un cine de Fraga como conferenciantes - por orden de intervencióna Pedro Costa, al economista Santiago Roldán, el físico Juan Santiago Muñoz Domínguez, al ecologista Mario Gaviria y al jurista Manuel Jiménez de Parga, que cerró el acto230 - Ésa fue, quizás, la ocasión más solemne en que me vi a lo largo de la lucha por Chalamera, pero tras el gran empujón inicial volví en varias ocasiones. Ya en democracia volví a Fraga (25-5-1979) para pronunciar una conferencia bajo la presidencia de Francisco Beltrán, el flamante alcalde; y a Zaidín, con motivo de una Semana Cultura local (19-41982). Pero he recalado otras veces, en Fraga o Zaidín, incluso de paso hacia otras aventuras en el Alto Aragón, debiendo rendir el merecido homenaje a la generosidad y simpatía de los amigos de la comarca. Para mí la implicación en el conflicto de Chalamera simplemente consolidaba mi interés y compromiso por Aragón cuando no se habían apagado, ni mucho menos, los rescoldos del conflicto nuclear en Escatrón. Con o sin motivos de fondo -ya he aludido a mis «orígenes altoaragoneses» - esta tierra me ha interesado siempre de forma especial y me siento muy feliz cuando tengo algo que hacer allí, y más todavía cuando me llaman amigos o asociaciones, cosa que, para mi satisfacción, me sucede con cierta frecuencia, sobre todo en Huesca.
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La respuesta popular - ciudadana y campesina, política y corporativa- fue tan contundente y tan bien organizada que el proyecto se «volatilizó» al poco y dejó de tener sustancia con motivo del Plan Energético Nacional de 1979231 22. Valencia de Don Juan y la vega del Esla La noticia sobre este otro proyecto, en gran medida «gemelo» del de Chalamera y el Cinca, previsto para la villa leonesa de Valencia de Don Juan y el Esla, saltó a la opinión pública en mayo de 1975, muy poco después que el oscense, y lo solicitaban las mismas dos empresas públicas del INI232. El alcalde de Valencia de Don Juan (la histórica Coyanza), José María Alonso Alcón, un joven abogado que acababa de ser nombrado, se vio sorprendido por la noticia, que recibió con muy poco agrado declarándole la guerra. Siguiendo mi método inmediatamente envié una carta al alcalde, informándole de cómo estaba la situación nuclear en España y poniéndome a su disposición. No ocultaba en ese texto mi relación con León, añadiendo esta circunstancia - el haberme formado en esa tierra duran te mis seis años de internado - a los argumentos que sobre la seguridad nuclear le transmitía al alcalde. La iniciativa sobre el terreno, sin embargo, la asumió el secretario general de Aeorma, Carlos Carrasco. (Yo seguía perteneciendo formalmente a esta asociación, pero mi relación de hecho se había reducido a casi nada debido a la imposibilidad de entendimiento con su secretario general, como cuento en la batalla 28.) Los acontecimientos mostraron una singular capacidad de respuesta de la opinión pública. Así, en un tiempo récord a partir de saberse la noticia del proyecto nuclear Valencia de Don Juan fue escenario de una reunión de medio centenar de alcaldes de la comarca que quisieron mostrar su solidaridad y, al mismo tiempo, disconformidad de forma colectiva; al día siguiente tuvo lugar una manifestación en León con centenares de automóviles y tractores, y con la participación de representantes de 52 municipios233; dos días después tendría lugar una manifestación de 3.000 personas en Valencia de Don Juan, y al poco el Pleno municipal de la villa aprobaba por unanimidad oponerse formalmente al proyecto. La argumentación contra el proyecto estaba clara: la central nuclear se construiría en las orillas del río Esla, en el corazón de una rica vega en el páramo leonés, cuya transformación agraria ya se había iniciado con el canal del Esla y se ampliaría con nuevos regadíos que aportaría el canal del embalse de Riaño; estas perspectivas eran la esperanza socioeconómica de la comarca más occidental de la Tierra de Campos, 126
que iría dejando de ser cerealera tradicional. El texto de oposición aprobado en el Pleno municipal también la emprendía contra las deficiencias de la documentación presentada, que perseguía claramente «declarar» la comarca poco menos que desierta e improductiva. En consecuencia, la relación de organismos que se plantaron resultó muy nutrida: ayuntamientos, juntas vecinales (institución local propia del antiguo Reino de León), sindicatos agrarios, colegios profesionales, consejos locales del Movimiento... debiendo destacarse el Sindicato central del embalse de Barrios de Luna y la Universidad de Oviedo (que poco después aportó un informe técnico, a petición del Rectorado, incidiendo en todos los defectos de la documentación aportada)234. La situación volvió a encresparse un mes después cuando se produjo la intervención de Carlos Carrasco, secretario general de Aeorma, que se trasladó a León para celebrar una mesa redonda con 40 alcaldes de la zona. Alegando que el acto no había sido reglamentariamente solicitado el gobernador Laína235, que tan prudentemente se había portado un mes antes al inicio de la agitación, perdió la calma y tuvo la ocurrencia de detener («retener», se dijo, queriendo disimular la arbitrariedad) a Carlos a su llegada a León, soltándolo sesenta y una horas después tras imponerle una multa de 100.000 pesetas por organizar un acto ilegal (acto que, supongo, ni se solicitó ni fue autorizado). Mientras tanto las protestas por esta detención y por el comportamiento gubernativo arreciaron y desembocaron en una manifestación ante la comisaría de policía donde se retenía a Carrasco, produciéndose varios heridos y detenidos236 Yo asistí a estos acontecimientos desde Madrid, quedándome con las ganas de intervenir, pero seguro de que antes o después me llegaría la oportunidad de hacer algo por mi segunda tierra; había tenido ocasión, por otra parte, de comprobar lo cortas que se quedaban las actuaciones de Carrasco, cuya osadía encajaba mal con el «guión» que las batallas nucleares exigían: estrategia de largo plazo, debates de contenido técnico, solidaridad humilde y comprensiva con las fuerzas locales de oposición... Mientras observaba dediqué a este asunto un artículo en Triunfo («León: "guerra caliente" nuclear»), pero ya en julio recibí la invitación de Juan Garzo, un ingeniero coyantino que - de forma muy semejante a como hacía en Chalamera el también ingeniero Guillermo Carreraestaba dispuesto a trenzar esa estrategia de fondo e inteligencia que fuese capaz de descartar el proyecto definitivamente. Los días 1 y 2 de agosto los pasé en Valencia de Don Juan y en la capital leonesa, entrevis tándome con el alcalde Alonso Alcón, algunos líderes campesinos y varios miembros del Club Cultural y de Amigos de la Naturaleza. Y pusimos en marcha una estrategia de largo plazo que, como sucedió en Chalamera más o menos simultáneamente, 127
pronto vimos que no iba a ser necesaria. De los numerosos artículos de prensa que en esos días aludieron a esta batalla nuclear quiero destacar el que Joaquín Ibarz publicó en el periódico barcelonés en el que trabajaba, Tele Express («La revuelta de los alcaldes»), trasladando el caso de Chalamera, con su experiencia personal, al de Valencia de Don Juan y destacando las semejanzas237. En mis conversaciones de agosto con el alcalde, y pergeñando el esquema de estrategia que iniciamos Garzo y yo, tuvimos muy en cuenta la «provisionalidad» que introducía su rebelión (la del alcalde), máxime al comprobar la agresividad del gobernador civil Laína. Sin duda, el alcalde había ido demasiado lejos y eso entonces no se perdonaba: como temíamos, fue cesado antes de que acabara aquel año por un motivo nimio que sirvió de pretexto y que además fue justificado por el Gobierno Civil en una nota que rezumaba falsedad y que amenazaba con sancionar con el máximo rigor «cualquier deformación de la realidad»238. Pero Alonso Alcón había sido valiente y percibió al momento dónde estaban los intereses de su pueblo, así que cumplió su papel con envidiable decencia (dados los tiempos que corrían, con gran cantidad de alcaldes cobardes, ambiguos, arteros o, simplemente, sumisos, como la saga nuclear puso en evidencia). 23. Lemóniz como locura Tras el primer período de la historia antinuclear del País Vasco en 1973-1976, consistente en la oposición a los proyectos de playa de Oguella (Ea-Ipáster, Vizcaya) y punta Mendata (Deva, Guipúzcoa), un nuevo objetivo mucho más ambicioso fue tomando forma: la central nuclear de Lemóniz (que también afectaba al término de Munguía), en avanzado estado de construcción. Y a partir de la constitución en mayo de 1976 de la Comisión de Defensa de una Costa Vasca No Nuclear (que resumiremos como la Comisión), en la que José Allende era la personalidad más significativa, el proceso contra Lemóniz, que ya era el único objetivo antinuclear vasco, fue adquiriendo más y más peso en el panorama político vasco, con movilizaciones de una envergadura como no se había conocido antes. Cuando en 1973 entro yo en contacto profesional con este proyecto las previsiones para su entrada en funcionamiento señalan a diciembre de 1976 para al primer reactor y dieciocho meses después para el segundo. Mi visita «crítica» (extraprofesional) a Lemóniz tuvo lugar en aquellos días en que «exploraba» la contestación nuclear en la costa vasca (batalla 5), entrevistándome con el alcalde, Anselmo Elórtegui, que me advirtió de que cuando el municipio aceptó el proyecto él no era el alcalde, y que «hoy habría más problemas» ya que «la gente de aquí ha ido 128
cambiando». La licencia de obras provisional la había dado, efectivamente, el anterior alcalde y desde luego las obras iban «adelantándose a las autorizaciones legales»239. Tanto la autorización previa como la de construcción2440 ya habían sido otorgadas, si bien esta segunda era reciente, habiéndose producido cuando las obras iban muy avanzadas. La central, propiedad de Iberduero, se construía en la cala de Basordas sobre un relleno ganado al mar y constaba de dos reactores del tipo PWR (Westinghouse) y 930 MW de potencia unitaria. En esos meses en que yo investigaba el panorama nuclear vasco, las obras en Lemóniz se desarrollaban a buen ritmo, pero todavía la atención de los primeros antinucleares vascos se centraba en los dos proyectos, el vizcaíno y el guipuzcoano. Poco a poco fue la central en construcción de Lemóniz la que se convirtió en su objetivo prioritario debido tanto a que esos dos proyectos fueron quedando descartados como a que esta central ofrecía numerosos puntos débiles. Sobre todo, clamaba el cielo que en el semicírculo de radio 20 km en torno a la central se ubicaran 1.200.000 personas y además era escandaloso que se viniera construyendo de forma irregular, no cumpliendo las autorizaciones ministeriales y en un suelo cuya calificación era «verde y parque», no industrial. Todas estas irregularidades eran el resultado de la prepotencia de Iberduero y del servilismo de las autoridades, y alimentarían siempre la protesta. José Allende mantuvo la iniciativa en la denuncia de estas irregularidades desarrollando un trabajo intenso, concienzudo y tenaz, poniendo de relieve cuanto de ilegal concurría en la central, así como la imposibilidad de garantizar la seguridad y los dispositivos de evacuación en caso de emergencia. Su trabajo - en el que contó con ayudas y apoyo de otros expertos - fue tanto jurídico cono técnico y económico. Hasta el momento de la constitución de la Comisión, Allende redactó numerosos comunicados e informes como representante de la delegación vasconavarra de Aeorma (Asociación Española para la Ordenación del Medio Ambiente), tal y como se había decidido tras la reunión de Benidorm de junio de 1974, y así vino actuando desde septiembre de ese mismo año, tras la gran confrontación de Aeorma con Iberduero en el Monte Igueldo (batalla 5). Cuando se constituyó, la Comisión agrupaba diversos comités de asociaciones de familias de Lequeitio, Lemóniz, Munguía y el Gran Bilbao, así como asociaciones culturales de Plencia, Górliz y Baquio, con la colaboración de asociaciones de Deva, del Colegio Oficial de Arquitectos vasco-navarro y de diversos profesionales; figuraban como asesores José Allende (que era economista) y José Ramón Recalde (abogado), líderes del movimiento crítico en los proyectos de Ea-Ispáster y Deva, 129
respectivamente. Con el paso desde Aeorma a la Comisión Allende dejaba atrás una organización nuclear-ecologista (que, como explicaremos en la batalla 28, desapareció de hecho en junio de 1976 en casi toda España) y se adhería a un movimiento nuclear-nacionalista que trataba de impedir la construcción de la central nuclear de Lemóniz sin pretensión, desde luego, de definirse como ecologista: ahí residía la diferencia y entonces fue cuando quedó claramente establecida2`*i Inmediatamente después de creada, la Comisión se aplicó a la tarea. Primero fue un texto acusatorio de julio de 1976 dirigido a la Diputación Foral de Vizcaya, firmado por 150.000 personas que pedían la inmediata paralización de las obras de Lemóniz debido a las «múltiples deficiencias e irregularidades tanto jurídicoadministrativas como técnicas y socio-económicas, en que ha incurrido la compañía eléctrica Iberduero, S. A.». Entre otras incriminaciones a la Diputación vizcaína se le echaba en cara que no actuase como la Diputación guipuzcoana, que había encargado un estudio sobre el proyecto nuclear de Deva a una consultora independiente resultando de éste que tal proyecto estaba lleno de deficiencias e inexactitudes; y se señalaba que «prácticamente la totalidad de los argumentos que aconsejan rechazar el emplazamiento de Deva y que maneja el informe de Dames & Moore, son perfectamente extensibles a los proyectos de Lemóniz y Ea-Ispáster, con el agravante... una peligrosidad aun más intensa en el caso vizcaíno». El segundo paso fue una masiva manifestación de 50.000 personas que marcharon de Plencia a Górliz el 29 de agosto de ese mismo 1976 y que superó en afluencia a cuanto había sucedido hasta la fecha en las diversas protestas antinucleares en España. Las manifestaciones menudearon a partir de ese momento. La estrategia civil de acusación, recusación y puesta en evidencia tanto de la actitud de los dos ayuntamientos como de la Diputación Foral (que disponía de competencias urbanísticas por afectar la central al Plan Comarcal de PlenciaMunguía) constituyó la acción inicial. Ya que los dos niveles administrativos habían consentido el atropello y no eran instituciones democráticas fueron blanco fácil de las invectivas de la Comisión, impecablemente argumentadas en lo administrativo y más que fundadas en lo político. Una serie de informes, iniciada en 1977, dio forma documental al abultado dossier que la Comisión fue construyendo contra la empresa y las instituciones`. Por su parte, la empresa inició en septiembre de 1976 el alevoso proceso de solicitar a los ayuntamientos afectados la licencia preceptiva de obras (según la Ley del Suelo de 1975) y la de apertura de actividad (según el RAMINP de 1961) para su 130
central semiconstruida como si tal cosa, lo que fue contestado con la reacción de las vigilantes organizaciones vecinales, que pidieron a esos ayuntamientos que denegaran ambas solicitudes y que procedieran a paralizar y demoler las obras existentes. Los ayuntamientos de Lemóniz y Munguía, bajo presión creciente y tras dudas e indecisiones, acabaron por rechazar esas pretensiones de Iberduero pese a lo cual la Diputación asumió el procedimiento doblegándose a la empresa. Al mismo tiempo ésta solicitó de la Delegación Provincial de Urbanismo la dispensa de recalificación de los terrenos de Basordas, lo que fue contestado con una lluvia de escritos de oposición; también a eso se opusieron los dos ayuntamientos afectados. No obstante, en agosto de 1977, al poco de la gran manifestación de Bilbao, que reunió a 150.000 personas, la Diputación decidió recalificar como «industrial» lo que hasta entonces era «verde y parque». Antes de acabar 1979 llegaría la «bendición final» de la recalificación de los terrenos de la central nuclear, decisión que correspondía al Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo; se produjo por acuerdo del Consejo de Ministros y mediante orden ministerial con un texto escueto, tramposo y vergonzante: no podía serlo de otra forma, ya que trataba de regularizar una ilegalidad clamorosa y múltiple que además comportaba una evidente sumisión del Gobierno a Iberduero243. Y en marzo de 1980 la Audiencia Territorial de Bilbao suspendió la orden de paralización de las obras emitida por el Ayuntamiento de Munguía dos meses antes sobre la base de que Iberduero sólo disponía de una licencia provisional otorgada en 1972. Tras esta regularización ministerial vino la farsa representada por el Parlamento vasco (diciembre de 1981) cuando el Pleno aprobó por 28 votos a favor (PNV, UCD y AP) y 11 en contra (PSOE, EE y PCE) el dictamen elaborado por la Comisión de Encuesta creada para tratar el tema de Lemóniz. Este dictamen concluía en que las obras de la central nuclear eran «conforme a derecho» porque «las disposiciones administrativas son válidas y ejecutivas mientras no sean suspendidas o anuladas por los tribunales competentes»; se reconocía que en la tramitación se habían producido «manifiestas irregularidades» que, si bien «no parecen invalidarlas sí debieran en su momento haber dado lugar a las correspondientes suspensiones y sanciones» 244. La Comisión Especial de Encuesta parlamentaria trabajó durante dieciséis meses con decenas de sesiones e informes. Uno de ellos me fue encargado a mí por Andrés Medrano, del equipo socioeconómico con que se dotó esa Comisión, donde representaba a Euskadiko Ezkerra (EE); se me pedía que analizara las perspectivas de la demanda eléctrica en Euskadi y en España, que pude demostrar fácilmente que eran claramente inferiores a las contempladas en los años en que se había proyectado 131
la central de Lemóniz. El informe lleva el nombre de Algunas previsiones sobre la potencia eléctrica en 1990, y lo terminé en junio de 1981245 La violencia desatada, con la rúbrica de ETA, no tardó en acompañar al proceso de exigencia de legalidad y de acusación política: se inició con el año 1977 con la explosión de dos bombas en los comedores de la empresa constructora y continuó sin pausa hasta 1982 sumando decenas de atentados contra transformadores, postes de alta tensión y oficinas de Iberduero, que llevaron cerca del colapso a la red eléctrica del País Vasco así como a una perturbación creciente de la vida económica y ciudadana. Tras un atentado en octubre de 1977 contra un transformador eléctrico ETA llamó al diario Deia para reivindicarlo «en solidaridad con las manifestaciones populares en contra de la central nuclear»246 Fue una verdadera guerra sin cuartel que aumentó su virulencia al atacar cuatro etarras con metralletas y bombas de mano al destacamento de la Guardia Civil instalado en la central en diciembre de 1977; de resultas fue herido de gravedad uno de los asaltantes, que murió semanas después. Esta muerte produjo numerosas manifestaciones en la provincia de Vizcaya, principalmente en Plencia (pueblo del fallecido), oyéndose por primera vez consignas de apoyo a ETA. ETA elevaría el listón en marzo de 1978 al hacer estallar una bomba en un generador de vapor de la central, con el resultado de dos muertos entre los trabajadores. El camino llevaba directamente a la hecatombe y no tardé en horrorizarme ante esta deriva de sangre. Rápidamente me desentendí del asunto Lemóniz (al que, bien es verdad, no había prestado más apoyo que a cualquier otro de los combates nucleares en la España del momento), expresándome en contra de esta evolución violenta en cuantas oportunidades tuve247, pero recibiendo información puntual de parte de Rafael Salcedo. Cuando el periodista José María Portell fue asesinado (junio de 1978), me sentí especialmente dolido y sublevado ya que a él debía yo mi «llamarada» antinuclear por ser autor de la primera crónica sobre las reacciones antinucleares en el País Vasco y Navarra 2441. Esa muerte me confirmó que la lucha de ETA no era antinuclear, ni siquiera anti Iberduero, sino anti Lemóniz, sin más. Mi desolación se acrecentó al ver que eran miles las personas que habían interiorizado el monstruoso razonamiento de que siendo ilegal la central y respaldando esa ilegalidad de forma solidaria la empresa y las Administraciones, todos los medios empleados contra la central eran justos incluyendo el atentado y el asesinato. Esta falsedad intrínseca del pretendido carácter antinuclear de ETA se me confirmó cuando Recalde - miembro de Aeorma y líder antinuclear del caso Deva en 1974 - fue objeto de un intento de asesinato en 2002.
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En 1979 todo se agravó ya que, por una parte, el accidente nuclear de Harrisburg (28 de marzo) ocurrido en un reactor muy parecido al de Lemóniz aportó otro argumento significativo en la campaña de rechazo, y por otra, las elecciones municipales (3 de abril) llevaron la democracia a los municipios vascos, multiplicándose el potencial de movilización y de indignación activa que incluía, muy especialmente, a los municipios de Lemóniz y Munguía, que se incorporaron a la tarea de poner en evidencia los abusos urbanístico-administrativos cometidos en su territorio. Un tercer aconteci miento, la muerte de la ecologista Gladys del Estal por disparos de un guardia civil en una manifestación en Tudela contra la central de Lemóniz (3 de junio) fue contestada por ETA (p-m) con el inmediato secuestro del delegado del Ministerio de Industria en Navarra (aunque fue liberado a los pocos días)249 y con el asalto a la central por un comando de ETA (m) que colocó una potente carga en la sala de turbinas (13 de junio), que al explotar produjo la muerte de un obrero250. Todavía este año, en noviembre ETA colocaría otra carga de dinamita en la factoría de Equipos Nucleares de Santander, dañando material pesado importante con destino Lemóniz. Así, al espectáculo grotesco que dieron las autoridades sosteniendo y confirmando las ilegalidades del proceso administrativo de Lemóniz se unía el exceso y el desvarío de una masa ingente que clamaba «ETA, Goma-2» primero y «ETA, mátalos» después. No cedió en absoluto, tras los atentados mortales, el seguimiento masivo y generalizado de todas las acciones de protesta, justificándose de hecho la muerte de víctimas inocentes en el superior subjetivo de acabar con Lemoniz. «Euskadi o Lemóniz» era otro de los eslóganes más coreados, que expresaba un tremendismo escatológico, una sublimación de la parte ante el todo que servía de cómodo fondo justificativo global. La Comisión, en uno de sus últimos textos, expresaba esa dependencia: «Sólo sin Lemóniz podrá Euskadi tener un futuro esperanzador»251. La intervención de ETA eliminó u ocultó del paisaje reivindicativo a los grupos ecologistas - estructural e históricamente contrarios a la violencia - que, o bien se apagaron voluntariamente o por la fuerza del estruendo, o bien se adhirieron a la algarada que no hacía ascos a la violencia, perdiendo en este caso su carácter de ecologista. La consecuencia es que en el País Vasco los grupos activistas ecopolíticos quedaron como residuales o en «semiclandestinidad», siendo en la práctica sólo visibles los grupos de acción eminentemente conservacionista. Andando el tiempo, y prolongándose la guerra abierta declarada por ETA a Iberduero, se produjo un nuevo salto cualitativo una vez comprobado que ni siquiera las bombas frenaban la construcción de la central. En junio de 1980 el Parlamento vasco aprobó «instar a las autor¡ dades competentes» un referéndum sobre el futuro 133
de la central (contra el que votaron solamente UCD y AP), pero esto se enfrentaba a problemas legales casi insuperables ya que lo tendría que haber aprobado el Congreso de los Diputados, que no estaba por la labor. De todas formas ETA rechazó también este referéndum estimando que Euskadi no necesitaba esa consulta ya que «ha optado sobre el tema y ha decidido Lemóniz guelditu» («Fuera Lemóniz»)252; el propio presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, descartó expresa y formalmente esa posibilidad. Continuaron, pues, los atentados, pero ETA ya había decidido que la vía más directa para acabar con la central era atemorizar a los técnicos de Iberduero hasta el punto de que se negasen a trabajar: y así se llegó al asesinato de técnicos de Iberduero responsables directos de las obras. El asesinato de José María Ryan Estrada, ingeniero jefe de explotación de las obras de la central de Lemóniz, se produjo el 6 de febrero de 1981 tras un secuestro de siete días. Un comunicado de ETA anunciaba que, de no procederse a la demolición de la central, «declinaremos toda responsabilidad sobre la suerte que pueda correr el arrestado». Ryan apareció muerto con un tiro en la nuca tras una manifestación de 10.000 personas que pedían su liberación (y a la que hostigaron contramanifestantes pidiendo «la liberación de los presos vascos y la demolición de la central»). Esto ocasionó que Iberduero paralizase las obras de la central, que ya no volverían de hecho a reanudarse, y que se produjese una auténtica desbandada de técnicos que se negaron a seguir en las obras de Lemóniz253. Tras la muerte de Ryan se produjeron manifestaciones tan masivas como las convocadas por los anti Lemóniz, y los «movimientos» político-empresariales se aceleraron (empeorándolo todo). Fueron estas maniobras un dechado de errores y perfidias y estuvieron basadas en la continuación a cualquier precio de las obras: no solamente se descartaba el referéndum, sino que se instaba a Iberduero a reanudar las obras, y como la empresa amagase con abandonarlas y cerrar la central, tanto el Gobierno de Madrid como el Gobierno vasco (y el PNV) insistieron en que había que continuar incluso con alguna fórmula empresarial mixta, concretamente constituyendo un ente público de energía a medias entre los Gobiernos estatal y vasco, manteniendo Iberduero la propiedad (y recibiendo compensaciones, claro, por la «incautación»). Sin expresarlo, la empresa ya hacía tiempo que había decidido deshacerse de esa central y en su estrategia no se abstuvo de empujar a sus técnicos para que reclamaran «una solución» a ambas instancias políticas. En las iniciativas que se adopta ron el Parlamento vasco desempeñó el papel de comparsa inútih54, aunque sí permitió al menos comprobar que el PNV y la derecha estatal (UCD más AP) se decantaban por la continuación a ultranza de las obras. 134
En la primavera de 1981 el Gobierno vasco, con su primer lehendakari, Garaicoechea, a la cabeza volvió a pedir el referéndum rechazado por Madrid (lo seguiría pidiendo cuando el PSOE accedió al poder) y a insistir, coincidiendo con el Gobierno Central, en la absoluta necesidad de Lemóniz. De las conversaciones entre el ministro de Industria, Ignacio Bayón, y el Gobierno vasco fue perfilándose la «solución de intervención pública». Después del dictamen de la Comisión de Encuesta del Parlamento vasco255 éste urgía a las Cortes españolas la convocatoria de un referéndum, que recibiría en enero de 1982 el no formal por parte del sucesor de Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tras varios aplazamientos el 22 de marzo de 1982 se firmó el acuerdo definitivo: Iberduero seguiría siendo propietaria de la central cuya gestión se encomendaba a una empresa pública constituida por el Gobierno vasco y que también asumiría la distribución del gas natural y las competencias en energías renovables. Fue en este «ambiente de acuerdo», que difícilmente los dos Gobiernos (más Iberduero) podían considerar encaminado a resolver el problema de Lemóniz, cuando se produjo el asesinato del ingeniero Ángel Pascual Mújica (5 de mayo de 1982), a causa de 18 impactos de bala, quince meses después del de Ryan, a quien sucedía como director del proyecto de Lemóniz. Esta era sin duda la respuesta a la «solución» que habían negociado los dos Gobiernos e Iberduero, haciéndola saltar en pedazos. Con los acontecimientos que sucedieron al asesinato la opinión pública tuvo ya la certeza de que la batalla tocaba a su fin y de que ETA había ganado el pulso. Iberduero paralizó las obras, la manifestación de repulsa por el asesinato no cubrió las expectativas, una nueva bomba dejó sin electricidad a la mitad de la población de San Sebastián y las autoridades tuvieron que prohibir una manifestación por la demolición de Lemóniz, lo que generó enfrentamientos y barricadas: era, ni más ni menos, la debacle general. Iberduero, aludiendo a «razones de fuerza mayor» y reconociéndose impotente para llevar adelante las obras de la central, decidió proceder a la segregación de la central respecto de su patrimonio industrial256 anunciando el Gobierno Central, de forma evidentemente combinada con la empresa, que incautaría la central por decreto257. El Gobierno vasco consideró «lógica» la intervención del Estado e Iberduero la calificó de «interés público». En noviembre de 1982, una vez ganadas las elecciones generales por el PSOE, las fuerzas de seguridad del Estado se hicieron cargo de la seguridad de la central tras rescindir el contrato existente con las empresas privadas de seguridad, y pronto (mayo de 1983) sobrevino la decisión del Gobierno socialista de imponer la moratoria a cinco reactores con autorización de construcción (incluyendo, claro, los dos de Lemóniz), lo que garantizaba a sus propietarios la 135
recuperación de la inversión: y no hubo más. Aun así, el movimiento antinuclear vasco continuó manifestándose y pidiendo la demolición, pero el contencioso nuclear estaba concluido. Punto y aparte merece el análisis del papel de los trabajadores de la central, asunto que supuso un elemento importante en todo aquel drama, entre otras cosas por el hecho demostrado de que entre la enorme masa de gente que por allí se movía había activistas y terroristas258. Los comités de empresa siempre condenaron los atentados y pronto propugnaron la celebración de un referéndum sobre Lemóniz y el futuro nuclear de Euskadi. Al segundo atentado personal (marzo de 1978) lo calificaron como «agresión a la clase trabajadora» e insistieron en el referéndum. Pero es necesario recordar que en esta crisis los trabajadores de Iberduero se movieron casi desde el principio de forma separada, estando marcada su actitud tanto por la condena a ETA como por la exigencia a las instituciones políticas de que garantizasen la seguridad de las obras y de su trabajo259. Tras el asesinato de Ryan las amenazas de ETA fueron enviadas por carta a los técnicos de Iberduero trabajando en Lemóniz (unos setecientos, como señalamos) con categoría de «cuadros o mandos superiores», puntualizando en ellas que no eran debidas «al cargo o servicio técnico que como profesional ejerce usted, sino exclusivamente por la participación que desde su puesto brinda al ilegal y antipopular proyecto de Lemóniz» 260; todo esto provocó una desbandada pro gresiva entre ellos, que se hizo casi total tras la muerte de Pascual. El despliegue laboral final quedó reducido a un centenar de empleados civiles para el mantenimiento y a un fuerte contingente de la Guardia Civil encargado de la seguridad. Por lo que respecta a mis «relaciones» con el asunto Lemóniz, ya he señalado que excluyeron la participación directa en ese movimiento antinuclear a partir del inicio de la violencia etarra y se limitaron a artículos y conferencias (más el informe al Parlamento vasco de 1981). Yo había aludido al problema nuclear vasco en varios artículos en Ciudadano (1974), Doblón (1975), Diario económico (1976) y Triunfo (1975 y 1977); y concretamente me referí a Lemóniz en «¿Costa vasca nuclear para un Euskadi-Japón?» (Triunfo, 26-11-1978). También dediqué un artículo, «Lemóniz, una central oscura» en el semanario Qué (2-1-1977). En varias ocasiones fue invitado a dar conferencias sobre el problema nuclear y energético en general: en abril y diciembre de 1979 en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Bilbao («Aspectos socioeconómicos de la energía» y «Planificación energética en España: Alternativas», respectivamente). Conmemorábamos el XXV aniversario de la creación de la Facultad y fui invitado por Fernando Urruticoechea, uno de los organizadores en representación de los alumnos261. También fui invitado más tarde a 136
Orio (mayo de 1981) y Sestao (octubre de 1983) para tratar más o menos los mismos temas. En mi estancia en Albacete como director general de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha tuve la ocasión de expresar mi opinión en una entrevista al diario La Verdad262 Desde luego, mi actitud frente a este problema no fue ambigua en ningún momento. Por eso no me extrañé de lo que me sucedió cuando en el IV Congreso Vasco de Sociología (Bilbao, febrero de 1998) presenté una ponencia sobre «El conflicto socioecológico: el caso de las luchas antinucleares de principios de los años 70», en la que recordaba la espantosa deriva sangrienta del conflicto de Lemóniz, incluyendo el cuadro con las muertes de Lemóniz que aquí reproduzco. Pese a que en su día esta ponencia fue aceptada y defendida in situ, luego no apareció publicada en las Actas del Congreso; los organizadores - entre los que había quienes no compartían mi enfoque - no me dieron ninguna explicación (ni yo consideré necesario pedírsela). LEMÓNIZ: UN RASTRO DE SANGRE* La espiral de violencia que fue generando el proceso anti Lemóniz hizo que lo que parecía inevitable acabara por suceder: la intervención de ETA y una sucesión de muertes absolutamente injustificable. Mientras que las instituciones cerraban filas con Iberduero y respondían con torpeza a un acoso que por momentos adquiría tintes nacionalistas radicales cada vez menos disimulados la oposición se dotaba de más y más razones - ambientales, territoriales, jurídicas y políticas - para ampliar y agudizar su lucha. Éste fue el balance de víctimas (diez) que yo relaciono con esta central nuclear o con el problema nuclear general en esta zona: -18-12-1977: un comando de ETA intenta penetrar en la central nuclear, enfrentándose a tiros con la Guardia Civil. Es alcanzado y detenido José David Álvarez, que moriría un mes después. -17-3-1978: ETA coloca un potente artefacto dentro de la central, que al estallar produce la muerte de dos trabajadores, Alberto Negro y Andrés Guerra, además de graves daños al reactor. -28-6-1978: ETA mata (se supone que por motivos políticos) a José María Portell, primer periodista vasco que criticó el programa nuclear y contribuyó a dar cabida en la prensa (era redactor jefe en La Gaceta del Norte) al debate nuclear**. -3-6-1979: con motivo de una concentración antinuclear en Tudela (Navarra) a consecuencia de las protestas y enfrentamientos consiguientes, la manifestante 137
Gladys del Estal resulta muerta por un disparo de la Guardia Civil. -13-6-1979: ETA hace explotar otro artefacto en la central, resultando muerto el trabajador Ángel Baños. -29-1-1981: Resulta muerto en Tudela José Ricardo Barros, miembro de ETA, al estallarle un bomba que había colocado en una subestación eléctrica. Ese mismo día fue secuestrado José María Ryan, ingeniero jefe de la central, que aparecería muerto el 6 de febrero. 17-3-1982:Mario Alvarez, hermano de José David y militante de ETA, muere a causa de una explosión. -5-5-1982: ETA mata a Ángel Pascual Múgica, director del proyecto de Lemóniz, tras ser secuestrado. * Reproducido de la ponencia presentada en el citado IV Congreso Vasco de Sociología (1998). ** Portell no fue asesinado por su relación con lo nuclear cinco años antes, pero yo quiero testimoniar que la tuvo y que fue muy eficaz para los antinucleares. Y no incluyo el atentado contra José Ramón Recalde por quedar muy fuera de la locura de sangre por Lemóniz (14-9-2000) y por haber salvado, afortunadamente, la vida; pero también conviene recordar que fue un activo antinuclear (batalla 6). 24. Soria y la bomba En enero de 1976 y cuando ya se consideraba que la euforia nuclear había cumplido con su itinerario de sustos y disparates, la infatigable estupidez de nuestras autoridades nos deparó un importante sobresalto, al que había que dar una respuesta proporcionada; y se la dimos. Sucedió que a principios de ese año tan especial y delicado por sus incógnitas, inquietudes, tensiones y crispaciones, y cuya inmensa trascendencia política acerté a percibir pese a que lo viví muy atareado y militante (con la preocupación antinuclear absorbiéndome un año más) el Consejo de Ministros se descolgó autorizando a la Junta de Energía Nuclear (JEN) la instalación de un segundo centro, el Centro de Investigación Nuclear de Soria (Cinso, con nombre propio «Jorge Vigón», en referencia a uno de los militares fundadores de la JEN). Se ubicaría en el municipio de Cubo de la Solana, en la soledad del inmenso pinar que se extiende entre la capital 138
y Almazán, entre la carretera N-111 y el río Duero, y ocuparía unas 1.300 ha, de las que sólo 650 eran privadas263 De entre las numerosas instalaciones previstas para ese centro cinco atrajeron poderosamente la atención de los antinucleares: un reactor rápido experimental de potencia cero, un circuito de sodio, una planta para trabajos en fusión por confinamiento inercial, una planta piloto de tratamiento de combustible irradiado y laboratorios para el trabajo con plutonio; las dos últimas nos erizaron los cabellos porque a malas penas podían disimular su objetivo: construir el arma atómica. Unos meses antes ya se venía anunciando ese segundo centro de la JEN, justificándose en el desarrollo que iba a tener la energía nuclear en España en los próximos años, junto con la falta de espacio para ampliar sus actuales instalaciones de Madrid. Concretamente, se venía hablando de construir un reactor rápido (regenerador, de plutonio) que debía entrar en funcionamiento en 1990, proyecto que tenía por objeto «el dominio de las tecnologías empleadas en el campo de los reactores nucleares rápidos y la nacionalización del ciclo completo del combustible de los mismos264. Y otra vez la recepción por la prensa fue exultante, anun ciando beneficios sin cuento: más de medio millar de empleos de alto nivel y un futuro radiante para la marginada provincia soriana (en la que se iban a invertir 600 millones de pesetas ya en 1976). Pero precisamente porque 1976 era aun año cualitativamente distinto de 1973 o 1974 y las batallas nucleares habían curtido ya a un nutrido número de personas en toda España, no iba a ser el proyecto de un centro nuclear oficial lo que pasase de rositas por entre la experiencia acumulada y las ganas de dar la puntilla al programa nuclear. El Cinso, efectivamente, parecía destinado a «redondear» el desaforado y antidemocrático programa nuclear dotándolo de una aparente coherencia técnica y política y por eso mismo se convirtió automáticamente en una magnífica pieza a batir. Yo creo que fueron los miembros de Aeorma-Cuenca del Duero, desde Valladolid (donde había un significativo grupo de ecologistas vinculado a la asociación, como señalé al referirme al proyecto de Sayago)265 quienes primero se movilizaron entrando en contacto con un grupo local soriano - que se revelaría activísimo compuesto por jóvenes izquierdistas en torno a dos polos activos: gente vinculada a la librería Macondo y militantes del Partido Comunista de España. El caso es que en junio ya circulaban informes y resúmenes con las características del Centro y sus problemas, en los que se notaba la mano de Rafa Taladriz. La sospecha de que en el Cinso se pretendía producir la bomba atómica pronto obtuvo confirmación oficial. Fue José María de Areilza, el ministro de Asuntos 139
Exteriores del momento, el primero en reconocer expresamente esta voluntad en una entrevista a la televisión norteamericana: «España puede convertirse un día en una potencia nuclear... nuestro país quiere tener una capacidad nuclear si ésa va a ser la dirección que se siga en los próximos años»266. Pero esta idea ya tenía en ese momento una trayectoria y una enjundia largas, pudiéndose decir que el régimen de Franco siempre soñó con formar parte del «Club nuclear» internacional, y que la balbuciente demo cracia española mantuvo ese objetivo - que hoy nos parece tan absurdo como ridículo - hasta... 1988. Al formidable rechazo que despertaría desde sus inicios este proyecto se iba a añadir otro obstáculo nada trivial y fue que ese mismo año de gracia de 1976 en Estados Unidos ganó las elecciones James Carter, un puritano que se empeñó en impedir la proliferación nuclear internacional, tomándose a pecho el caso de España. El concejal de Almazán, Jesús Zapatero, organizó una mesa redonda en esa villa ese mes de julio de 1976, en la que me pidieron participar junto con otros dos científicos venidos de León y Valladolid; pero unas horas antes la autoridad gubernativa denegó el permiso. Conocí, al menos, a gente interesante, como los sacerdotes Martín Zamora y Pablo Arranz, y aprovechando mi estancia ese mismo día me entrevisté con el alcalde de la ciudad, Jesús Beltrán, quien se mostró sorprendentemente displicente: «Ni me va ni me viene, en tanto no nos afecte... yo no sé nada; sólo el gobernador civil sabe... cuando me avisen o digan algo oficialmente, veré qué hacer... »267. También entrevisté, para Diario económico, al alcalde de Soria, Fidel Carazo, aunque no necesitaba verle para conocerlo ya que pronto me habían informado de su estilo y condición: se trataba de un personaje troglodítico políticamente hablando, de ideas indescriptibles, procurador en Cortes por el tercio familiar, que era además el dueño y director de uno de los dos periódicos de la capital, Soria, bogar y pueblo, que conducía como si fuera su boletín particular268; y se atribuía el mérito de haber traído a Soria el centro nuclear269. Una semana después tratamos de forzar una charla en Soria con motivo de la presentación de mi libro Nuclearizar España, lo que sólo pudo hacerse en un bar a falta de autorización para hacerlo en un lugar de mayor capacidad270. Fue ese día cuando conocí a Luis Castro, que trabajaba en el Bar Patata (que era de su familia y donde presentamos el libro), y ya me pareció el cerebro adecuado para dirigir la lucha antinuclear en Soria; mantuvimos una densa comunicación epistolar y telefónica, que se prolongó más allá del conflicto de Soria271. En agosto, y tras el tira y afloja usual, se celebró una mesa redonda en el Colegio universitario de Soria, con la participación de tres científicos más Carlos Carrasco, 140
que seguía intitulándose (indebidamente) secretario general de Aeorma, y del propio alcalde Carazo, bajo la presidencia del gobernador civil, señor Segrelles; pero el resultado fue tan perjudicial para el futuro del centro que el gobernador expresó su deseo de que al siguiente acto sólo asistiesen representantes de la JEN272. En septiembre, cuando ya la opinión pública estaba debidamente soliviantada y presionaba a las autoridades para que permitieran un verdadero debate público, se produjo una «sesión informativa» en la Delegación de Sindicatos de Soria a cargo de tres directivos de la JEN - Manuel López Rodríguez, Agustín Alonso Santos y Felipe de la Cruz Castillo-, que hablaron de sus respectivas responsabilidades y no admitieron réplica, lo que encrespó más los ánimos. Así que el propio gobernador civil convocó para el 21 de septiembre una sesión de debate entre los mismos tres miembros de la JEN que ya habían intervenido a solas y tres expertos elegidos por el movimiento crítico local: Alfredo Molina, físico de la Universidad de Barcelona, José Allende, economista de la Universidad de Bilbao, y yo. Pero veinticuatro horas antes los de la JEN se echaron atrás alegando que «el sistema programado para informar no era el adecuado para lograr dichos fines informativos», invitando a que «grupos representativos sorianos visiten el Centro de la JEN en Madrid»; con esta actitud, incalificable, pusieron al gobernador civil en muy incómoda posición, viéndose obligado a garantizar que habría información «con o sin la JEN»273. La actitud aparentemente proclive a la libertad de expresión del gobernador civil quedó desenmascarada cuando negó permiso para una manifestación contra el centro nuclear prevista para octubre, alegando - con la típica jerga política franquista - que podía darse «un intento de desvirtuar el ejercicio legítimo del derecho público de manifestación, mediante la infiltración en la misma de grupos subversivos y elementos extremistas incontrolados ajenos a Soria y su provincia» 274. También en octubre un grupo de sacerdotes y laicos de Almazán se incorporaron a la lucha con un informe vigoroso y una campaña que logró miles de firmas, la casi totalidad del pueblo; en el texto pedían que se cancelara el proyecto en tanto no pudiera expresarse libremente el pueblo de la provincia de Soria275. Pero Almazán se deslizaba ya por la pendiente del rechazo total, debido a que la villa se encontraba aguas debajo de tan inquietante emplazamiento, y así lo reflejaron los acontecimientos de marzo de 1977: una mesa redonda fue suspendida (en la que iba yo a participar)276 y fue seguida de una manifestación espontánea en la que se pidió la dimisión de la corporación municipal, lo que ésta hizo poco después en un Pleno - con dignidad democrática sin que el gobernador civil admitiera tamaña prueba de decencia, así que los ediles continuaron en su puesto para celebrar otro Pleno en el que por unanimidad acordaron oponerse al Centro nuclear (contestando, como merecía, al señor 141
gobernador); mientras tanto, el día 22 participé en una charla en Almazán - junto a Marín Górriz, catedrático de Radiología de la Universidad de Zaragoza, y el abogado Leopoldo Torres277. En ese mismo otoño de 1976 la inquietud se había extendido aguas abajo del padre Duero y fue Aranda de Duero (Burgos) la pri mera localidad en movilizarse fuera de la provincia soriana, también a partir de un núcleo local de Aeorma junto con grupos cristianos de la JOC y la HOAC. Allí me tocó iniciar una verdadera carrera contra reloj de charlas y debates en los primeros meses de 1977, por la salida a información pública del Cinso en febrero278. Traté de advertir sobre el amplio panorama nuclear que se iba diseñando para la Cuenca del Duero (todavía no existía el concepto neoautonómico de Castilla y León), con los puntos «nucleares» de Garoña, Sayago y Juzbado, por el momento. Dos meses después los ayuntamientos de Aranda de Duero y Roa, también burgalés y sobre el Duero, se opusieron formalmente al Cinso. Aludo aquí a mi gran amigo Juan Ignacio Sáenz-Díez, que venía interesándose por el problema nuclear de Soria y que me acompañó aquel día de la conferencia en Aranda, porque desde que lo conocí en la reunión «fundacional» de Benidorm (él ya estaba vinculado a Aeorma) me demostró su sincera actitud ecologista. Era profesor de Historia de las Ideas en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, reconocido periodista y poseedor de una exquisita cultura, y siempre me honró con su amistad. En junio de 1977 sería elegido diputado por UCD en la provincia soriana (y luego concejal en la capital, y designado consejero autonómico)279. Durante ese mismo período abierto a las alegaciones intervine en Soria invitado por la oposición antinuclear, en Almazán (en la sesión ya citada, junto a Leopoldo Torres) y en Valladolid invitado por Aeorma-Cuenca del Duero, ciudad donde pronto enraizó la inquietud (hecho notable, te niendo en cuenta lo lejos que quedaba el Centro nuclear)280. En agosto intervine también en El Burgo de Osma, en un acto más de agitación en los pueblos del Duero. Con el «calentón» antinuclear el pretencioso Cinso sufrió el shock correspondiente: ¡sólo el Ayuntamiento de Soria mantenía su defensa! En el período de información pública se presentaron 10.000 escritos de oposición, nada más que en la capital soriana, casi la mitad de la población, y otros tantos en numerosas localidades aguas abajo del Duero (hasta Valladolid). El 31 de abril celebramos en Soria una reunión semiclandestina representantes de 23 asociaciones y grupos de toda España con el fin de constituir una Coordinadora antinuclear; aprovechamos para redactar un extenso manifiesto, quizás el primero de los muchos que surgirían en años 142
siguientes en relación con estas luchas...281. Y siguieron meses de frenazo aparente, silencios y, por fin... política. En junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones generales libres (constituyentes) y en 1979 las segundas generales (legislativas), seguidas de las tan deseadas elecciones municipales, que acabarían con el anquilosamiento - punteado de indignidad - de los ayuntamientos franquistas. ¡Y Carazo, resumen de todos los integrismos, tuvo que lidiar en su propio coto con comunistas y socialistas! Con la nueva situación política las cosas empezaban a cambiar y, por ejemplo, ya no hubo mayor problema para que se autorizase la anhelada manifestación, que por fin tuvo lugar en Soria en agosto de 1977, masiva y exultante, con varios miles de participantes y con los flamantes diputados de UCD y PSOE a la cabeza. En diciembre celebramos una reunión en Soria de grupos locales antinucleares, coincidiendo en la decepción que ya nos producían los partidos estatales de izquierda en su «reflujo» nuclear282. Muy importante fue también la aparición el 2 de abril de ese animoso año 1977 del periódico Soria semanal, que dirigía el periodista Marcos Molinero, convirtiéndose desde el primer momento en el portavoz del movimiento antinuclear además de constituir el soplo de aire fresco que necesitaba una tierra tan oscurantista283. Volví a Valladolid en mayo de 1979 invitado por CC 00 en un acto de gran expectación, cuando ya todos los partidos y sindicatos (bien «trabajados» por los de Aeorma) se oponían sin dudar al Cinso284. Desde ese año de confirmación democrática se destacó el empeño antinuclear del diputado socialista por Soria, Manuel Nuñez Encabo, con el que celebré varias charlas en Soria y provincia, siendo la primera en San Esteban de Gormaz285; esta segunda fase de la lucha contra el Cinso, en estrecha relación con Núñez Encabo, se alargó hasta el verano de 1981 y mi nombramiento en Castilla-La Mancha. Y aunque era evidente que el proyecto de Soria era un exceso, de hecho impracticable, el Gobierno continuó «erre que erre», dando - inútilmente - la autorización previa en octubre de 1980. El Cinso acabó reconvertido en un Centro de Desarrollo de Energías Renovables (CEDER, dependiente del CIEMAT). LA BOMBA ATÓMICA ESPAÑOLA Cuando Areilza alude a la bomba española inmediatamente después de aprobarse el segundo centro nuclear, en Soria, la tendencia hacia el arma nuclear de los gobiernos franquistas era conocida en el mundo entero, sin que se tomara demasiado en serio. En julio de 1974 expertos norteamericanos incluían a España en un grupo de 26 143
países que podían teóricamente acceder al «Club nuclear» en diez años (Informaciones, 6-7-1974). Pero las declaraciones de Areilza sentaron mal esta vez a los medios norteamericanos porque se conocía el ambicioso programa nuclear civil decidido en los últimos meses del franquismo y porque España seguía reticente a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) de 1968. Pocos meses después el general Uriarte del Río, director de la Escuela Politécnica del Ejército, dijo en la clausura de curso que España estaba «entre las ocho potencias que podrían fabricar la bomba atómica en el plazo de siete años» (El País, 16-7-1976). En junio de ese mismo año 1976 la Agencia de Viena calculaba que España podría fabricar en un año (teniendo en cuenta la disponibilidad de materiales nucleares de fisión en sus centrales) nada menos que 267 bombas, elevándose este numero a 1.625 para 1985 (Pueblo, 26-6-1976). A consecuencia de este mal ambiente y con motivo de la entrega a España de su noveno reactor nuclear el Congreso de los Estados Unidos discutió la falta de garantías de España en cuanto a la no proliferación nuclear y recibió autorización para controlar las licencias de exportación de material nuclear por no haber firmado el TNP. Y, aunque el programa nuclear civil se frenó drásticamente, continuaron las alegres declaraciones. El director general de la Empresa Nacional del Uranio, Manuel Isla, declaró que España «tiene la preparación y la capacidad para construir la bomba atómica» (Informaciones, 25-5-1977), y el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, mantenía la posición oficial de no adherirse al TNP por considerarlo «discriminatorio» en general (ElPaís, 7-6-1978). Luego hubo una alusión desde la revista Defensa a que España podría dotarse de un submarino nuclear (Informaciones, 14-3-1979), cosa que permanecía en mente desde que Nieto Antúnez fuera ministro de Marina de Franco; por su parte, el diputado socialista José Miguel Bueno también se lanzó: «Las posibilidades de que España utilice la energía nuclear para fines militares son bastante grandes», añadiendo que su partido no era partidario de que España firmase el TNP (El País, 1-5-1979). Rodríguez Sahagún, ministro de Defensa del Gobierno UCD, tampoco se cortó: «España tiene capacidad suficiente para construir una bomba atómica» (La Hoja delLunes, Madrid, 30-12-1980). Esta sarta de disparates, que realimentaba nuestra lucha contra el Centro de Soria, quedó olvidada cuando el Gobierno socialista ratificó el TNP en 1988, aunque todavía se producirían sorpresas como cuando un alto cargo del Ejército del Aire reconoció un plan para construir «minibombas nucleares» (ElMundo, 5-12-1997). La «historia secreta» de nuestra bomba non nata ha sido contada, se supone que con un alto grado de fiabilidad, en el capítulo «Aplicaciones militares de la energía nuclear», que el físico Guillermo Velarde firmó en el libro Historia nuclear de 144
España, editado por la Sociedad Nuclear Española en 1995 y coordinado por Rafael Caro, alto cargo de la JEN y uno de los testigos del «proceso atómico» español. Leyéndolo pude anotar que efectivamente los autores reflejaban un itinerario histórico-ideológico interesante, entre las posiciones autárquicas filogermánicas y el proamericanismo pueblerino; aun así su análisis psicológico-nuclear me resultaba dificilísimo, y no me extrañó nada que sus propios autores retiraran el libro de la circulación al poco de salir a la calle... 25. Juzbado: una de combustible nuclear Poco antes de hacerse público el CINSO de Soria se supo también que se construiría en la provincia de Salamanca una planta para el combustible nuclear, es decir, para fabricar los elementos combustibles que las centrales nucleares españolas necesitarían; la iniciativa correspondía a otra entidad pública, en este caso Enusa (Empresa Nacional del Uranio, constituida en un 60 por 100 por el INI y en un 40 por 100 por las seis principales empresas eléctricas españolas) y el lugar elegido era Juzbado, un pequeño municipio de la comarca de La Armuña (Ledesma), junto al Tormes. La planta recibiría el uranio enriquecido en forma de hexafluoruro (UFO) desde las plantas extranjeras de enriquecimiento (sobre todo la de EURODIF, en Francia, sociedad en la que España ya poseía un 11 por 100 del capital) y lo transformaría mediante un proceso químico en óxido de uranio (UO2), que es el material del combustible nuclear; la segunda parte del proceso consistiría en «encapsular» estos óxidos en polvo como pastillas dentro de unas vainas cilíndricas de zircaloy, aleación especial de circonio y aluminio, muy resistente a las altas temperaturas. Finalmente, esas pastillas encapsuladas se agruparían en haces prismáticos para formar los elementos combustibles propiamente dichos. La fábrica cubriría, pues, una de las diversas fases del ciclo del combustible nuclear, abasteciendo la mayor parte de las necesidades del programa nuclear español hacia 1985, cuando la producción alcanzase las 800 toneladas anuales de combustible; y se proyectaba en la provincia de Salamanca teniendo en cuenta que allí se cubrían dos de las etapas de ese ciclo complejo: por una parte, la fábrica de concentrados de uranio de Ciudad Rodrigo286, que preparaba en su «planta Elefante» los óxidos de uranio (U308, la llamada torta amarilla), y por otra, la mina de uranio de Saelices el Chico, junto al río Águeda, aguas abajo de Ciudad Rodrigo, que suministraba la materia prima. Fue esta coincidencia geográfica de elementos básicos del ciclo del combustible nuclear una de las causas de oposición - bien temprana-, ya que existían motivos más que fundados para que el siguiente proyecto de Enusa fuera una planta de reelaboración o reprocesado del combustible287, que tendría como 145
funciones recibir el combustible irradiado desde las centrales nucleares para tratarlo y reelaborarlo con el fin de extraer el material utilizable en el ciclo, y de separar lo que constituiría el residuo final, altamente radiactivo, antes de enviarlo a su depósito defini tivo. Se añadía a esta crítica «estratégico-nuclear» otra de índole «estratégicopolítica», que se relacionaba con el abuso que suponía que el Estado asumiera lo esencial de la responsabilidad y de los costes de una inversión destinada a cubrir las necesidades en combustible nuclear de empresas casi enteramente privadas. Tanto en el caso de Soria como en el de Salamanca la oposición construía su argumentación básica yendo contra la «coherencia» del programa nuclear, puesto que rechazaba a éste frontal y radicalmente; pero si en Soria se denunciaba una ambición estatal perniciosa (construir el arma nuclear), en Salamanca se criticaba que el Estado representara un papel servil y subsidiario respecto del sector privado. La noticia se adelantó en mucho a la solicitud formal288, pero contra todo pronóstico a finales de enero de 1976, en plena información pública ya se iniciaron las movilizaciones contra el proyecto, con una marcha el 15 de febrero desde la capital hasta Juzbado y un primer pronunciamiento hostil de 24 alcaldes de la zona afectada (incluyendo el de Juzbado). El rechazo a la planta de combustible dio lugar a una comisión ciudadana y obtuvo rápidamente miles de firmas para las alegaciones, con el apoyo de significativas instituciones, en primer lugar la propia Universidad de Salamanca, con figuras de las Facultades de Ciencias Derecho y Filosofía, y también de colegios profesionales, cámaras agrarias, sindicatos, el Instituto regional castellano-leonés, grupos de artistas y, por supuesto, grupos ecologistas con Aeorma a la cabeza. El movimiento opositor fue estudiado (sin mucha finura, por cierto) por una consultora llamada VSA, se suponía que encargada por Enusa, para explicar lo que se consideraba una sorprendente negativa, ya que la planta oficialmente no presentaba ningún riesgo radiactivo289 y aportaba centenares de empleos (¡hasta 1.000 empleos directos para 1985!) más un evidente desarrollo tecnológico. El informe responsabilizaba de la oleada crítica a cuatro protagonistas: al «ilustre catedrático señor Galán» (del que se reconocía su intención de «salvaguardar la seguridad e interés de los habitantes de la zona»), al propietario agrario señor Cenzual (al que se le atribuían motivos económicos ya que «no le preocupa gran cosa el bien común»), a la UGT (que «asocia la energía nuclear al sector público») y a los «grupos de estudiantes» y la «Prensa» (agentes ambos «reflejos de los centros de oposición de la capital»)290. Éstas eran las informaciones que me pasaban los amigos de Aeorma en Valladolid (Rafael Taladriz, sobre todo, y el abogado Manuel Con de), y en julio me pasé por Salamanca a invitación de uno de esos «grupo de estudiantes», entre los que 146
destacaba Santiago González Pérez, alumno de Biológicas291. Tuve entonces ocasión de conocer el amplio espectro que había adquirido la oposición: periodistas, profesionales y ciudadanos de diversas ocupaciones; se destacaba Orencio Hernández, con quien mantuve el contacto varios años después por interesarse en el asunto de la minería del uranio, tarea que en 1979 habíamos acometido desde el Centro de Estudios Socioecológicos (batalla 26). Un decisivo líder universitario de aquel episodio fue Nicolás M.Soria, profesor en la Facultad de Filosofía, que conocí después y que pronto se convertiría en una referencia ecologista debido particularmente a sus trabajos en relación con la Ética ambiental, siendo un animador habitual en las reuniones de filósofos y sociólogos ambientales. En diciembre ordené mis ideas y redacté para Triunfo «Salamanca ante la fábrica nuclear», aludiendo a los aspectos del proceso que sí estaban relacionados con la emisión de radiactividad - si bien en bajas dosis - tanto a la atmósfera como a las aguas receptoras de los vertidos y en los que aparecían compuestos químicos con cierta proporción de uranio que había que tratar adecuadamente. Mientras la campaña contra la planta de Juzbado había conseguido agrupar un vasto conjunto de entidades y personalidades, las autoridades destituyeron al alcalde, no consiguiendo que su sustituto diese pasos a favor de la planta: por el contrario las obras, ilegales, fueron suspendidas y no se concedió la licencia correspondiente. En el verano de 1977 arreció la ofensiva de los promotores de la planta y fui invitado por Aeorma-Cuenca del Duero a dar una charla en el propio pueblo de Juzbado un domingo por la mañana, a donde me encaminé con Rafael Taladriz y su esposa. De mis recuerdos y las anotaciones que conservo sobre aquella sesión he de resaltar que nos encontramos con una escasa y agria audiencia, además de dividida. No obstante, traté de estimular la dignidad del pueblo invitándolos a no dar licencia de obras, a exigir que Enusa cumpliera la tramitación y a celebrar un referéndum. El movimiento antinuclear salmantino dio un paso cualitativo constituyendo en mayo el Comité Antinuclear de Salamanca, que se propuso lograr una moratoria para la planta de combustible, impedir la ampliación de la planta de concentrados de Ciudad Rodrigo y extender la lucha antinuclear a toda la región castellano-leonesa, una «región superproductora de energía» en la que destacaban precisamente las provincias de Zamora y Salamanca por su alta aportación (hidroeléctrica) y su bajo consumo. Este Comité - cuyo líder era de Nicolás M.Soria - elaboró un denso informe sobre La industria nuclear en Salamanca. Informe básico de oposición (1980), descriptivo del papel «nuclear» de la provincia salmantina. Todo se reavivó cuando en agosto se produjo la autorización previa para la planta 147
de combustible, ampliándose la oposición con nuevos grupos y con el Ayuntamiento capitalino. Enusa, por su parte, se empleó a fondo en la defensa de la planta «dando la cara» en diversas sesiones informativas organizadas tanto por sus propios técnicos como por los antinucleares. El PSOE incrementó su oposición, adquiriendo relevancia su diputado por Salamanca José Miguel Bueno (del que nunca pude averiguar sus verdaderas ideas sobre la energía nuclear), pero el Gobierno tenía prisa y emitió la autorización de construcción antes de que acabara 1980292, prolongándose la etapa de construcción hasta 1985. Pronto resultó ser la planta que hacía rentable a Enusa dado el alto valor añadido del combustible nuclear, que incluso exportaba a Europa (Francia, en primer lugar). Actualmente, después de cerrarse las minas de uranio y la propia fábrica de concentrados de Ciudad Rodrigo, Juzbado es el único eslabón del ciclo del combustible nuclear de que dispone España (lo que no impide, sin embargo, que tanto el Gobierno como el lobby nuclear consideren que la energía nuclear es nacional cien por cien). A despecho de las pretendidas medidas de seguridad de la planta de Juzbado en septiembre de 2007 fueron halladas varias de esas pastillas combustibles fuera del recinto de la fábrica produciéndose un grave incidente debido a la naturaleza de ese material, de uranio enriquecido, y teniendo en cuenta que podía sugerir un robo continuado por el intermedio de algún empleado y con destino desconocido293. Volví a Salamanca en abril de 2002 para abrir un ciclo de conferencias organizadas en homenaje a Nicolás M.Soria en su Facultad de Ciencias Agrarias y Ambientales, al año de su muerte294. 26. De La Haba al CIEMAT: el uranio mata Mi intervención relacionada con los problemas de la minería del uranio tuvo su origen en las relaciones con Juan Serna y el problema nuclear de Valdecaballeros, y consistió en definitiva en la realización de una investigación sobre el tema en el marco del Centro de Estudios Socioecológicos (CSE). Fue en mayo de 1979 cuando Juan (nada más ser elegido concejal independiente en Villanueva de la Serena) me pidió que realizara un informe sobre la minería del uranio en España, concretándolo en el caso del yacimiento que la Junta de Energía Nuclear GEN) explotaba en La Haba, municipio vecino a Villanueva y Don Benito (Badajoz). Estuvo listo a principios de agosto, justo cuando iba a «estallar» la sublevación popular por haberse autorizado la central de Valdecaballeros. Como el tema me venía interesando desde bastante antes disponía de una abundante documentación sobre esta minería y sobre los movimientos de repulsa 148
surgidos a partir de 1976 en Francia, Australia y Estados Unidos. El boom de la energía nuclear de esos años conllevó una extraordinaria actividad en la exploración y explotación del uranio desde el inicio de la década de 1970 y también en España menudearon las noticias de posibles nuevos yacimientos. No obstante, no se añadió ninguna mina adicional a las dos existentes, la de La Haba y la de Saelices el Chico (Salamanca), tras aprobar el Gobierno el Plan Nacional del Uranio (agosto de 1974). En 1979 se constató el gran fracaso del programa nuclear franquista cuando las Cortes democráticas aprobaron el segundo Plan Energético Nacional (por la mayoría parlamentaria de UCD y algunos apoyos minoritarios), con la reducción significativa de la energía nuclear respecto del estrambótico Plan Energético de 1975. De hecho, ese año de 1979 sólo se aprobó la construcción de los dos reactores de Valdecaballeros, a los que podrían añadirse los dos de Sayago, el de Trillo-2 y el de Regodela, ya autorizados en fase previa; pero quedaban 12 proyectos (19 reactores) patas arriba y sin futuro. Sin embargo, la Administración española estaba decidida a «garantizar» el suministro del combustible nuclear a lo que, en cualquier caso, era un programa energético nuclear importante y por eso se relanzó la exploración del territorio para determinar los yacimientos de uranio de interés comercial. De ello se derivó un menudeo de noticias optimistas que dieron lugar, sin embargo, a intensas movilizaciones contrarias a esta minería, como sucedió en las comarcas catalanas de La Selva y La Garrotxa (Girona) y Osona (Barcelona), y a la denuncia de las condiciones sanitarias en que se desenvolvían los mineros de los yacimientos en explotación, especialmente los de la mina El Lobo, en La Haba. En ese año 1979, en el que centré mis actividades en el CESE que habíamos creado Artemio Precioso y yo en el otoño de 1978 (batalla 33), lanzamos desde ahí varios trabajos de investigación, siendo el primero el de la minería extremeña. Hasta el momento en que tienen lugar las movilizaciones populares, la opinión pública sólo sabe de los problemas sanitarios de esta minería a través de unos pocos artículos publicados en revistas más o menos sensacionalistas. El primero fue «Trabajan con la radiactividad en la fiambrera», de Mario Gaviria, que centraba su crítica en la situación de la mina de El Lobo, en La Haba. Otros artículos que merecen destacarse son: «Los que matan con uranio», de Miquel Maciá, que atacaba el consorcio de exploración minera recientemente formado por la empresa norteamericana Chevron y otras entidades españolas (incluyendo la JEN), y pirateaba, por cierto, la información que ya habíamos acopiado desde el CESE; y «El uranio mata», de Manuel Lazcano, quien utilizó los datos y las informaciones con origen en el grupo de profesionales de 149
la JEN que se venía enfrentando a ésta por la situación, deplorable y canallesca, en la que quedaban los mineros del uranio tras su paso por las minas. En 1981 vio la luz Catalunya sota el perill de l'urani, un análisis del movimiento antiuranio en ese territorio, cuyos autores eran Oriol Cabré, Pere Carbonell, Pep Puig y Santiago Vilanova. En el mundo ecologista propiamente dicho era la Federación de Amigos de la Tierra (FAT) la que llevaba la iniciativa en la lucha antiuranio y por ser una organización internacional, en contacto con ramas hermanas en gran número de países (sobre todo, anglosajones), pudo convertir la lucha contra la minería del uranio en el objetivo principal de su acción en esos años. La FAT y el Comité Antinuclear de Salamanca organizaron a principios de 1981 la primera reunión coordinadora de grupos antiuranio. El líder más representativo de la FAT ha sido siempre el sociólogo Humberto da Cruz295. La mina de La Haba, que se había puesto en explotación en la década de 1960, pasó más o menos desapercibida hasta principios de la década de 1970, entre otras cosas porque no tenía existencia legal, beneficiándose del estatus estratégico y reservado del uranio, siempre controlado por aquella JEN militarista. Y fue la puesta en marcha (1977) de una «instalación experimental para el tratamiento de minerales de uranio», que no pudo ocultarse, lo que activó poco a poco la inquietud comarcal. La opinión pública del entorno se movilizó a principios de 1978, cuando se formaron varias comisiones ciudadanas para exigir in formación al conocerse el uso de esta mina como depósito para ciertos materiales radiactivos procedentes de fuera; este episodio correspondía al ya famoso al accidente radiactivo que la propia JEN generó en sus instalaciones de Madrid en noviembre de 1970 y que fue sometido a una férrea censura de prensa216. Pero, como digo, nuestro «año del uranio» fue 1979 y ya antes de recibir el encargo de Juan Serna (en representación de los alcaldes de Villanueva de la Serena, y de Don Benito) de indagar las características generales y sanitarias de la mina y los mineros, así como el impacto medioambiental general en la zona, había llegado a nuestro poder una jugosa documentación de manos de Paco Orden, un empleado en Madrid de la JEN. Paco había vivido la experiencia personal de la exploración del uranio, conocía las condiciones de trabajo de los mineros y estaba decidido a desenmascarar a su empresa demostrando que esta minería enferma a sus trabajadores con una afección laboral específica, un tipo de silicosis que en realidad debiera llamarse radiosilicosis: ésta añade al efecto nocivo habitual de una atmósfera minera polvorienta (la bien conocida silicosis) la presencia de la radiactividad emitida por los 150
minerales que contienen uranio o por algunos gases que lo acompañan, como el radón (en particular el isótopo Radón-222). Por su cuenta -y riesgo - Paco Orden y algunos compañeros habían elaborado un tremendo informe en el que aportaban una lista de 27 mineros de las explotaciones de La Haba, Albalá (Cáceres) y Cardeña (Córdoba), muertos a los cinco años, como media, de haber sido retirados de esas minas. Habían sido dados de baja por silicosis pero en realidad mostraban otras afecciones del aparato urinario (riñones) y del digestivo (hígado), lo que podía relacionarse - de acuerdo con los síntomas, la información clínica y la literatura científica297 - con la radiosilicosis, expresión cancerígena del trabajo con uranio. Este informe aludía también a otros trabajadores de las plantas piloto de uranio de las propias instalaciones de la JEN en Madrid, muertos después de trabajar ahí unos doce años. Incidía en la negativa pertinaz de la JEN a reconocer en estos enfermos otra enfermedad distinta de la silicosis, en su resistencia a realizar autopsias e incluso a mostrar los resultados de los análisis realizados como consecuencia de los reconocimientos médicos, y en su negativa a conceder la «gran invalidez» (con la consiguiente pensión del 160 por 100 del salario) a los mineros afectados. Las alarmantes estadísticas de muertes demostraban el incumplimiento flagrante y continuado de la legislación protectora vigente. Nuestro trabajo, que acometimos entre los miembros del CESE Miguel Gil Peral (aspectos geológicos), Rafael Silva López (capítulo biológico y médico), Juan José Silva López (apéndice jurídico) y Vicens Fisas Armengol (aspectos políticos), con mi coordinación general, incluyó varias visitas a la comarca de la mina en 1979-1980: la primera a Villanueva de la Serena, que hicimos Artemio Precioso, Paco Orden y yo; la segunda, a Villanueva y La Haba, con una sesión informativa que compartimos Miguel Gil y yo en la primera localidad y una visita furtiva a la mina, así como a la estación de ferrocarril de Magacela, donde se embarcaba diariamente el uranio mineral en vagones descubiertos con destino a la planta de concentrados de uranio de Andújar (Jaén); también entrevistamos al alcalde de La Haba, Julio Martín, que nos confirmó que la explotación minera estaba en situación irregular; viajamos también a Quintana de la Serena a informar a petición de su dinámico concejal comunista Vicente Sánchez Cabezas, con quien volvería a encontrarme después con motivo de la gran manifestación de Villanueva (como ya señalé). El cuarto y último de los viajes relacionados con el problema del uranio fue a Don Benito, cuando nuestro estudio ya estaba terminado, con una dramática reunión con mineros enfermos en un local de la Seguridad Social, también en compañía de Artemio y de Paco. Entregué personalmente a Juan Serna nuestro informe La minería del uranio en España: el caso de La Haba el 31 de agosto de ese año, en plena crisis por el encierro de alcaldes en el 151
Ayuntamiento de Villanueva (batalla 17). Durante la redacción de este trabajo Miguel Gil y yo enviamos a la revista Interviú un artículo adelantando algunos aspectos de nuestra investigación: «Junta de Energía Nuclear: Récord de muertes» (con el antetítulo: «Las minas de uranio producen radiosilicosis»). Pero, como señalé más arriba, ese texto no se publicó aunque fue explotado sin nuestro permiso; esto nos llevó a protestar enérgicamente298. La JEN no reaccionó a nuestro informe - del que tuvo conocimiento directo - y al poco (1981) consiguió deshacerse de las minas - la de La Haba y la de Saelices el Chico-, que pasaron a Enusa, quedando aliviada de su responsabilidad (la penal quizás, pero no la moral). Ambas minas se cerrarían - la de La Haba en 1990, la de Saelices en 2000 - con la caída de las expectativas del programa nuclear español, no sin que antes se evidenciara la contaminación radiactiva en las aguas subterráneas de su entorno299. La resistencia, inmoral y miserable, a hacer justicia a los trabajadores que han perdido su salud trabajando en las actividades relacionadas con la minería o el tratamiento del uranio, la han mantenido y prolongado desde entonces los responsables de la JEN y de su sucesor el CIEMAT (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) y se sigue sin reconocer como enfermedad laboral la derivada de estos trabajos. Aparte de la liquidación de las minas, con su secuela de muertes relacionadas con la radiactividad, el cierre de la planta de concentrados de Andújar (cuya actividad se desarrolló desde 1959 hasta 1988) ha desvelado otro contingente escandaloso de muertos y enfermos por cáncer y otras afecciones relacionadas con la exposición al uranio, y también el CIEMAT ha tenido que hacer frente a una ofensiva judicial por parte de los afectados100. Más directamente, el propio CIEMAT viene siendo piedra de escándalo por la contaminación de sus instalaciones de la Ciudad Universitaria de Madrid, donde se han guardado durante decenios reactores en desuso, materiales radiactivos y, también, una buena cantidad de tierras y vegetales procedentes de las huertas del Manzanares, Jarama y Tajo que resultaron contaminadas por el vertido de líquido altamente radiactivo aquel noviembre de 1970. Y sigue inquietando a la población de los barrios madrileños próximos. Con el famoso «renacer nuclear» se ha reactivado en España la exploración de uranio, a iniciativa de empresas extranjeras, y esto anuncia nuevos conflictos.
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27. Bombas sobre Palomares Cierro este apartado de batallas nucleares con el relato resumido del extraordinario acontecimiento que afectó al área de Palomares, en el municipio almeriense de Cuevas del Almanzora, el 17 de enero de 1966, cuando chocaron en vuelo dos aviones norteamericanos, un superbom bardero B-52 con cuatro bombas termonucleares a bordo (de 1,5 megatones cada una) y un avión nodriza KC-135, en una operación rutinaria de abastecimiento desde éste sobre aquél en la vertical del pueblo citado, al borde del Mediterráneo. Mi participación en este asunto ha sido mínima, casi irrelevante, pero incluyo esa batalla cerrando este primer capítulo de mi Ecologíada tanto por ser el primer suceso que hizo que los españoles nos «encontráramos» con la crudeza de la energía, la tecnología y las armas nucleares, como por haber sucedido muy cerca de mi pueblo y en consecuencia haberme resultado en cierta medida «familiar», con el añadido de que me interesé por sus repercusiones casi a continuación de producirse, cuando yo no sabía, ni remotamente, que la energía nuclear acabaría influyendo decisivamente en mi vida. Lo que sucedió aquel día de la Guerra Fría, cuando chocaron entre sí esos aviones del SAC (Strategic Air Comnand) que mantenían la alerta norteamericana frente al enemigo soviético, fue un accidente que en la jerga militar norteamericana recibía el nombre de broker arrow («flecha rota»), de resultas del cual se incendiaron muriendo 11 de los militares a bordo: los cuatro del avión nodriza y siete del B-52, sobreviviendo otros cuatro que lograron saltar en paracaídas. De las cuatro bombas de fusión del B-52, tres cayeron en tierra y la cuarta en el mar; de las primeras, dos se abrieron y esparcieron sus materiales radiactivos - Plutonio-239 y Americio-241, en particular - por unas 226 ha de aquel pacífico y luminoso enclave mediterráneo de los confines de Andalucía con Murcia; la del mar quedó intacta, siendo necesarios tres meses para localizarla y extraerla del mar, lo que sólo se consiguió (11 de abril) cuando las autoridades norteamericanas dejaron de lado la alta tecnología de sus minisubmarinos y pidieron ayuda a un pescador de Águilas, que dio con ella en pocos días. Pocas horas después del accidente el primer equipo de especialistas norteamericanos procedió con soberana voluntad a la descontaminación general que afectó a 854 propiedades, con la recogida de vegetales, tierras y fragmentos de los aviones y las bombas. También se lavaron las fachadas y paredes de las viviendas consideradas más afectadas, una vez comprobados los niveles de radiación. Se rastrillaron centenares de ha y se extrajeron unas 1.700 toneladas de suelo superficial, que fueron encerradas en 5.500 bidones especiales y embarcadas para Estados 153
Unidos; pero una cantidad muy considerable de cultivos y vegetación silvestre fue arrancada y enterrada en zanjas in situ que, hasta 2008, no han sido localizadas, ya que Estados Unidos mantuvo clasificada esta información y el Gobierno español no ha tratado nunca de contrariarlos. La alarma militar desatada, el despliegue de la VI Flota norteamericana y las operaciones antirradiactividad de urgencia que se llevaron a cabo en Palomares pertenecen a una historia desgraciada que, por supuesto, quedó sometida a la más estricta censura por parte del régimen franquista y que durante muchos años siguió siendo objeto de oscurantismo, coacciones y mentiras. Lo peor de todo, que ha quedado como muestra de indecencia política (y de la perfidia de la energía nuclear), ha sido la persistente presencia de la contaminación radiactiva en los campos y la atmósfera de Palomares. La negativa a reconocer los derechos de la gente afectada a una información veraz sobre su salud ha caracterizado la actitud de las autoridades de la JEN, en gran parte mantenida por su sucesor, el CIEMAT, e incluso por el CSN; de tal manera que aún hoy, cuarenta y cinco años después de aquel accidente, no parece que la situación está en vías de total aclaración, sino que ha habido que admitir que la contaminación existente es muy superior a la que durante años se reconoció301 La mayor parte de los episodios de esta relación mía con el problema de Palomares son de índole periodística, y se inician con la entrevista a Francisco Simó, quien se hiciera famoso como Paco el de la Bomba, un pescador del grupo de familias marineras tarraconenses que se había instalado en Aguilas en 1949 para dedicarse a la pesca de arrastre. Yo estaba debidamente enterado de sus cuitas con los norteamericanos, de los que él esperaba - en vano - algo más que medallas y distinciones... y al final del verano de ese mismo año de 1966 le hice una entrevista que se publicó poco después en la revista En Marcha, de los colegios salesianos. Años después, más afirmado en el periodismo, volví a darme una vuelta por Palomares, y me encontré con la grotesca presencia en la playa de una potabilizadora de agua de mar, regalada al pueblo en su día por los norteamericanos, que probablemente nunca llegó a funcionar; no pude resistirme y escribí un breve artículo en Ciudadano con ironía, amargura y aborrecimiento. Poco tiempo después -ya en democracia y en el período en que pertenecí a la Plataforma Anti OTAN - conocí a Rafael Lorente, un diplomático retirado que era una de las pocas personas que se habían movido a favor de la gente afectada por las bombas y su contaminación radiactiva, pero cuyo trabajo había estado semioculto por el bloqueo casi absoluto de los medios de comunicación302.
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En septiembre de 1983 me localizó Dina Hecht, periodista inglesa que preparaba un guión para un documental sobre el caso de Palomares, Palomares Zone Zero, pidiéndome que lo revisara y completara, lo que hice con sumo gusto; luego perdí la pista del asunto, sin llegar a saber cómo ni dónde se proyectó. En los años de 1980 y 1990 volví a colaborar con periodistas y ecologistas españoles que se proponían elaborar alguna investigación, reportaje o publicación. Y en 1992 colaboré con un grupo mixto, de TVE y BBC, en la preparación de una serie de reportajes ambientales sobre la costa española mediterránea, deteniéndonos en Palomares para filmar los lugares del accidente y entrevistar a algunas personas. Unos años después, yo mismo exploré de nuevo el lugar para la redacción de un dossier sobre «La España nuclear, 19661996», que acompañaba al número 20 de Cuadernos de Ecología, la revista que dirigía. La historia de Palomares es la de una gigantesca irresponsabilidad política y científica que, al tener lugar en un escenario radiactivo, adquiere todos los tintes de un comportamiento criminal; e incurren en él las dos partes: la norteamericana y la española. Hoy, próximo ya el 450 aniversario del accidente nuclear, sigue habiendo radiactividad en Palomares y su entorno, aunque al menos se ha entrado en una fase de rectificación de los comportamientos anteriores que, como siempre se sospechó, eran cobardes y mendaces, ya que correspondían a la comunidad de intereses entre el abuso imperial norteamericano y la sumisión del régimen franquista. Se necesitaron muchos años para que la cortina de silencio e intimidación empezase a rasgarse y hay que situarse a finales de 1985 para que, como consecuencia de la decidida organización de los vecinos de Palomares303 éstos consiguieran acceder a sus historiales médicos después de casi veinte años durante los que más de mil vecinos fueron sometidos a exámenes y análisis periódicos, pero que se mantuvieron secretos en la sede de la JEN-CIEMAT. Fue cuando estos vecinos decidieron encargar un estudio independiente sobre la situación radiactiva en el pueblo y sus campos304 Pero al menos la barrera de obstáculos había cedido y desde ese momento sucesivos estudios y reevaluaciones irían precisando los contornos radiactivos de aquel accidente singular, admitiéndose desde el año 2000 que la radiactividad se mantenía presente y en mayor cantidad de la que se reconoció en tiempos de la JEN. Desde enero de 1986 el CIEMAT ha realizado el seguimiento radiológico de la situación en Palomares informando semestralmente al CSN (para el que actúa como órgano científico-técnico asesor). Siempre, en todo caso, se ha mantenido que la radiactividad presente no ha afectado a la salud de los vecinos. 155
Andando el tiempo, la extraordinaria presión urbanística que se ha dejado sentir en esta costa del Levante almeriense llegó incluso hasta Palomares, donde los responsables municipales de Cuevas, siempre celosos del boom urbano-turístico enloquecido que han vivido los vecinos municipios de Pulpí y más todavía Vera, no dudaron en recalificar como urbanizables algunos de los terrenos afectados por el accidente nuclear. Por ello el CIEMAT tuvo que admitir que «los continuos y profundos cambios socieconómicos que está experimentando la comarca de Palomares modifican la situación radiológica del accidente» y en particular «los movimientos de tierras pueden alimentar la resuspensión de las partículas de plutonio y, en consecuencia, incrementar el riesgo e incorporación por inhalación»305 Fue ése el momento en que adquirió relevancia el actual alcalde de Cuevas del Almanzora, Jesús Caicedo (del PP, reelegido varias veces), beligerante negador de toda radiactividad en su municipio y debelador implacable de quienes se atreven a recordar lo que sucedió un 17 de enero de 1966 porque según él pretenden impedir el desarrollo urbanístico y por lo tanto perjudicar al pueb1o306 En octubre de 2003 se publicó un artículo redactado por científicos de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) que daban cuenta del contenido radiactivo del plancton en el área marina de Palomares, cinco veces superior a la media del Mediterráneo español, pero se aseguraba que ni era excesivo ni se incorporaría a la cadena trófica de los alimentos307. Y en noviembre de ese mismo año el CSN ordenó que no se tocaran los suelos donde cayeron las tres bombas termonucleares, saliendo al paso de la decidida intención de algunos propietarios de «ponerlos en valor» (urbanizarlos). Meses después el Gobierno se vio obligado a expropiar - ante la presión de quienes querían urbanizar a toda costa o, en su lugar, una indemnización por no poder hacerlo sobre suelos reva lorizadísimos - siete ha para evitar cualquier movimiento de tierras y proceder a la eliminación del plutonio presente. Pero Palomares ha seguido siendo «noticia radiactiva», poniendo crecientemente en evidencia la ubicua y pérfida contaminación radiactiva así como la no menos desleal actitud oficial norteamericana. La conclusión de un macroestudio del CIEMAT, Caracterización radiológica superficial extensiva en Palomares, hecho público a mediados de 2007, concluyó en que el área afectada por el plutonio y el americio era de 30 ha, rebasando con mucho las 6,7 expropiadas; poco después, en abril de 2008, se localizaron las zanjas secretas en las que los norteamericanos enterraron plantas y cultivos antes de abandonar Palomares... mintiendo cuando aseguraron que habían evacuado los materiales contaminados. Es difícil evitar el escepticismo, así como la indignación, cuando todavía el CIEMAT anunciaba que en 156
2009 iniciaría la limpieza a fondo - ¿definitiva? - de la radiactividad en Palomares308 Más recientemente, el Gobierno español ha decidido expropiar otras 21 ha de la zona contaminada para impedir que una promotora británica las urbanice. Y como se reconoce que la población local está bastante harta de toda esta historia, que amenaza ser interminable, fuentes oficiales han anunciado que podría crearse un parque temático en la zona, aprovechando que ahí han dejado huella numerosas civilizaciones a lo largo de la historia y que todas ellas convivieron con la tecnología del momento... hasta la atómico-nuclear (¡Qué idea!). Dentro de 2010 hemos sabido que Estados Unidos dejará de pagar su contribución - seguimiento de los afectados y análisis periódicos, esencialmente - a ese desaguisado del que es único responsable. Así que ahí se queda el CIEMAT con el «marrón» y sin saber muy bien qué hacer con el tóxico plutonio que sigue pululando por los mágicos recovecos de la Sierra Almagrera. Y concluyo esta reseña sobre la desgracia de Palomares mostrando mi perplejidad por el papel de los ecologistas que se relacionan con este asunto, que muestran un extraño espíritu de colaboración en una saga francamente irritante, a medias entre la consultoría profesional heterodoxa y el bloqueo exclusivista309. Mi última «comparecencia» en el escenario de Palomares implicó una bronca del alcalde Caicedo cuando al término de un Pleno municipal (27-12-2004) quise saber su opinión oficial en relación con las últimas noticias, inquietantes, sobre la radiactividad en su municipio; su respuesta fue desabrida, increpándome - como yo esperaba - que no siendo del pueblo estuviese contribuyendo a perjudicar sus intereses aludiendo al «falso problema» de la radiactividad31o
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Al mismo tiempo que cambiaba visiblemente en lo político, España cambiaba aceleradamente también en lo social en general y en lo ambiental en particular. Los cronistas de la famosa Transición española siguen sin hacer justicia a las diferentes transiciones que, sumadas, hicieron posible, también al final de la dictadura, otros cambios no menos sustanciosos que los de tipo políticos. Uno de esos cambios o, mejor dicho, una de esas transiciones habidas simultáneamente con el esfuerzo final contra el franquismo fue la que combatió el mito del desarrollo económico y sus devastadores efectos ambientales; y de modo parecido a lo que sucede con la Transición política, que vemos con frecuencia hasta qué punto no se debe dar por concluida, esa otra transición cada día nos parece más actual e inacabada. Coincidieron los años del despegue ecologista y de mayor, o más aguda, movilización a favor del medio ambiente con la etapa en que tuvieron lugar los cambios políticos más significativos. Y todo ello lo viví con especial dedicación, ya que se trata del período que se inicia en diciembre de 1973, que es cuando es asesinado Carrero Blanco, declarándose «abiertos» los prolegómenos inherentes a la sucesión del dictador y cuando, exactamente, inicio yo mi enfrentamiento con la energía nuclear. Puedo - aun reconociendo la «perturbación» inevitable que introduce el relato personal - describir esa transición ambiental según marcaron los acontecimientos más notables, con la mayoría de los cuales me vinculé. Hasta ese momento - nuestro año referencia de 1973 - la preocupación por la degradación causada en la naturaleza como consecuencia del desarrollo económico mantenido apenas había calado en los medios sociales y políticos, y no puede decirse que el aparato del Estado hubiera asumido la respuesta política necesaria para hacer frente a ese problema. Por el contrario, se mantiene en todo su vigor la ideología desarrollista que resume en logros económicos los objetivos globales del país y que se concentra en dotar al sistema económico de una infraestructura industrial de tipo básico, o «pesado», retrasando ad infinitum la evolución política mientras mantiene vigente la represión y la falta de libertades políticas. No cabía en esa ideología del crecimiento económico a ultranza la preocupación ambiental, por más que desde mediados de los años de 1960 los problemas ambientales con origen sobre todo en la industria habían hecho su aparición anunciando, incluso de forma dramática, su potencial conflictivo político y social (como sucedió en Erandio, Vizcaya)2. Sin embargo, ya existía una cierta trama legislativa y normativa que afectaba tanto a la 159
gestión de la naturaleza propiamente dicha (leyes de Montes de 1957 y de Caza de 1972) como a la actividad industrial (Reglamento de Actividades Molestas de 1961, leyes de Energía Nuclear de 1964 y de Protección del Ambiente Atmosférico de 1972) o de desarrollo general (leyes de Costas de 1969 y de Carreteras de 1972). Pero era proverbial la ineficacia objetiva de esta estructura legal, sobre la que se imponían con contundencia las exigencias del desarrollo económico y las pretensiones de alcanzar a Europa en macromagnitudes económicas. El ecologismo en España adquiere su identidad en los primeros años de la década de 1970 con motivo de la polémica nuclear y las luchas que se originaron en relación con el programa de centrales nucleares. Pero se hace necesario reconocer que la primera etapa de este movimiento corresponde a la actividad de los grupos conservacionistas, también llamados naturalistas, que anteceden en el tiempo a los propiamente ecologistas. Y no entramos en la consideración de individualidades o de episodios más o menos remotos que podrían relacionarse con algunos aspectos del conservacionismo actual o más reciente, ya que resultaría excesivo aludir al trabajo de ciertos investigadores sobre la historia «ambiental» posterior a la revolución democrática de 18683. Antes incluso de la formación de estos grupos de tipo conservacionista hay que reconocer que la iniciativa en este particular ha correspondido siempre a científicos y biólogos que, preocupados sobre todo por las vicisitudes del espacio natural del Coto de Doñana, considerado desde los años de 1950 como verdaderamente excepcional en el continente europeo, fueron desarrollando una incipiente conciencia conservacionista - zoológica sobre todo - que con el tiempo iría traspasando los reducidos límites del gremio investigador o académico. Nombres de científicos como Bernís y Valverde protagonizan estas tareas en favor de Doñana y aparecen unidos a la creación de la Sociedad Española de Ornitología (SEO) en 1954, que marca así una fecha señera en el conservacionismo español, toda vez que esta asociación continúa sus tareas con salud envidiable. Doñana se convirtió también en referencia esencial para algunos de los primeros biólogos (la carrera de Ciencias Biológicas se creó en 1966) y en concreto para el grupo relacionado con la Cátedra de Ecología de la Universidad de Sevilla y su primer titular, Fernando González Bernáldez4. El movimiento conservacionista español adquirió un impulso definitivo a partir de la acción mediática (programas de TV) del naturalista Félix Rodríguez de la Fuente en la etapa 1964-1980, que sirvió de acicate a la creación de numerosos grupos y asociaciones de defensa de la naturaleza y los animales. Muchos representantes cualificados de este movimiento no dudan en atribuir su entrega a la causa ecológica 160
a la atracción que estos programas y documentales televisivos (altamente personalizados, por lo demás) ejercieron sobre ellos. En 1968 y por influencia directa de Rodríguez de la Fuente se crea la Asociación para la Defensa de la Naturaleza (Adena), con padrinazgo y apoyo en los niveles más oficiosos del régimen. Adena es la filial española del poderoso e influyente World Wildlife Fund; su implicación, digamos ecopolítica, ha ido creciendo. En la primera mitad de los años de 1970, decía, vio la luz una docena de grupos naturalistas (Aeorma, que después describiré como ecologista, es una excepción), que más o menos se mantuvieron en número hasta 1976-19775. Mi resumen histórico atribuye desde luego al levantamiento antinuclear el inicio del ecologismo como movimiento social, es decir, como movimiento generalizado de reivindicación del medio ambiente globalmente considerado y entendido en coordenadas sociales y políticas. El año 1973 es el punto de partida porque es entonces cuando proliferan los proyectos de centrales nucleares, a partir de que Iberduero lanzara el principal «paquete» en noviembre de 1973. Pero es evidente que esos proyectos estaban en íntima relación con el inicio espectacular de la crisis energética, que tuvo como motivo y «disparo» la cuarta guerra árabe israelí de octubre y arrastró con ella a la economía internacional, con efectos demoledores para España desde 1975. Esos acontecimientos -y los específicamente políticos dentro del régimen franquista - son los que marcan nuestra historia ecologista, integrándola en el complejo transcurrir de aquellos años decisivos. Pero esto no quita que, como sucede siempre que nos interesamos por los precedentes de un hecho histórico notable, se hubieran producido otros hechos, típicamente ecologistas, antes de esas fechas decisivas. Este fue el caso de las primeras acciones de oposición a las autopistas españolas y muy concretamente a la autopista del Mediterráneo en el tramo en construcción Jávea-Benidorm. Eran los primeros meses de 1973 y dirigía allí la lucha Mario Gaviria. Por primera vez se conseguía movilizar a ayuntamientos, a los medios de comunicación y al público sensible en general, lográndose algunas modificaciones del trazado. Antes aun, otras luchas de matiz urbano anunciaban la ofensiva ecologista de los años de la Transición, y aquí debe recordarse el largo episodio de la reivindicación ciudadana de la Devesa del Saler, en Valencia, en la que ya actuaba Josep Vicent Marqués y en la que empezaba a darse a conocer, con resonancia nacional, la asociación Aeorma6.
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Creo que puede decirse que el primer ecologismo español -al que aquí aludo - es de líderes, con numerosos casos de acentuada personalidad. La característica general más destacable es su perfil sociopolítico, que puede definirse así: Existegeneralmente un compromiso político personal, aunque no siempre en relación con un partido político, movimiento o sindicato ilegal concretos. Enel plano de lo personal los líderes son en su mayoría de extracción social burguesa o al menos de clase media y media alta, con formación intelectual densa y preparación política considerable. -Existen pocos líderes que procedan de áreas académicas o profesionales relacionadas en alguna medida con temas medioambientales. Hay, en concreto, pocos biólogos, y aún menos ingenieros. Predominan los que vienen de la sociología, la filosofía, la geografía, le economía y el derecho. ElPCE, principal formación de la oposición clandestina, está presente en la mayoría de las asociaciones ecologistas (que son pocas, por otra parte) e incluso en algunas conservacionistas. Muy en segundo plano actuaba el PSOE y también otras formaciones a la izquierda, el PCE. -El peso y la presencia de formaciones políticas de matiz nacionalista o regionalista eran importantes en Cataluña, País Vasco, Valencia o Aragón. Ese ecologismo primigenio recurrió para su configuración y consolidación íntimas a un amplio espectro de ideas, ideólogos e hitos histórico-políticos que forman un complejo sincrético, pero de innegable coherencia, si es que hemos de admitir - como parece ser necesario - que el ecologismo es una cosmovisión que ha encajado clara y oportunamente en la historia de las ideas'. De este modo y sin perdernos en una relación interminable de precedentes (que nos llevarían a Rousseau y su filosofía de «paraíso perdido», así como al Romanticismo y a las primeras críticas «socioecológicas» de la Revolución Industrial) es ineludible señalar al filósofo Herbert Marcuse entre los padres, quizás involuntario, del ecologismo, con un texto de referencia sobre otros muchos de su propia producción: El hombre unidimensional (1964). Un conjunto variado de pensadores «productivos» en los últimos años de 1960 y la década de 1970 constituyen lo fundamental del armazón teórico con el que se ha construido la filosofía o, al menos, la sensibilidad ecologista. Mi ciclo de ecologista de primera línea acaba, en cierta forma, en 1983, que es cuando, con el PSOE en el poder, intento articular una relación leal y eficaz entre el 162
expansivo movimiento ecologista y un poder que ofrece inmensas posibilidades para el cambio. Antes, en septiembre de 1981 ya había dimitido como presidente del Grupo Ecologista Mediterráneo y como director del Centro de Estudios Socioecológicos debido a mi nombramiento como director general de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente en la Junta de CastillaLa Mancha (batalla 53); pero esto no me alejó, sino muy levemente, del escenario ecologista, contribuyendo a animarlo también en la región donde me tocó trabajar. De todas formas, y por lo que respecta a mi tierra, aunque mi experiencia en 1984 en el Ayuntamiento de Murcia (batalla 54) me afectó anímicamente y me impulsó a alejarme moralmente de ella, siempre mantuve una presencia más o menos visible, aunque más por mis trabajos sobre el litoral que por mi activismo. Hasta llegar a 2001, cuando volví a enzarzarme en las luchas murcianas al iniciarse la larga serie de infamias que los distintos gobiernos del presidente Valcárcel han ido enhebrando y perpetrando... (Pero eso lo incluyo en la última parte, batallas 91 a 100.) La reseña que aquí hago de los inicios del ecologismo español se estructura según los hitos de mi experiencia personal, aunque numerosos trabajos sociohistóricos sobre este tema - en ocasiones, tesis doctorales y tesinas universitarias - coincidirán en lo esencial; por eso no me preocupa gran cosa la distorsión que sin duda he de imprimir a unos acontecimientos que viví a mi manera, sí, pero con muchos otros y que además quedaron recogidos en los documentos y la prensa. A este respecto, debo citar dos publicaciones, más o menos recientes, que con sobrado rigor aluden al tema: El ecologismo español (1999), del periodista Joaquín Fernández, y El impacto político de los movimientos sociales (2005), del politólogo Manuel Jiménez. Aquella Transición española era extraordinariamente móvil y plástica: todo cambiaba por días y nada estaba escrito o garantizado. Aeorma, como referencia ineludible, estaba muy politizada porque en realidad era una máquina de oposición a la que se vinculaban, casi exclusivamente, antifranquistas. Pero el ecologismo, pese a su inmadurez y su imprecisión programática, pronto demostró su pujanza y su capacidad propias para interpretar un papel singular en esos años dificiles, ya que se basaba en el rechazo a un modelo de crecimiento económico altamente contaminante; era, pues, mucho más que un marco apasionadamente antifranquista. Los siguientes jalones del movimiento social ecologista a los que aquí aludo tienen lugar al tiempo que se suceden los hitos de la cons trucción de nuestra democracia recobrada. Mis análisis sobre el movimiento ecologista se refieren a dos períodos, el que va de 1973 a 1986 (cuando «traslado» mis intereses desde la ecología política a la economía ecológica), que cubre el inicio de la consolidación del 163
ecologismo español y ocupa esta parte del texto; y el que se reinicia en 2001 y me implica sobre todo en mi tierra murciana, que es el que desarrollo en la última parte. Y aunque no contempla expresamente el análisis general de la evolución del ecologismo en España, no puede evitar las frecuentes comparaciones entre el movimiento socialecologista clásico o histórico (que es el mío), con nuevas formas importadas, como el de Greenpeace, que en algún sitio he calificado de «ecologismo de los escaladores de chimeneas», aludiendo sólo parcialmente al alejamiento de este estilo respecto del ecologismo político español10 28. Aeorma y el Manifiesto de Benidorm Mi descubrimiento del - primer - ecologismo tiene lugar a partir de mi encuentro con Aeorma (Asociación Española para la Ordenación del Medio Ambiente) en mayo de 1974 cuando Mario Gaviria y los amigos de la revista Ciudadano me hablaron de ella y de una reunión que la asociación iba a celebrar en Madrid. Hasta entonces yo había actuado con mi guión personal, pero no había tardado en decidirme por la extensión de mi lucha, inicialmente «pueblerina», interesándome por todos los conflictos nucleares, lo que evidentemente me convenció de la necesidad de disponer de una organización común y unida. A Aeorma le cabe la distinción de haber sido el primer grupo propiamente ecologista en la historia de este movimiento en España. Su papel de grupo líder en la lucha antinuclear fue tan intenso como breve ya que apenas alcanzó el período comprendido entre mayo de 1974 y junio de 1976. Pero sobre todo en 1974, su «gran año nuclear», llegó a incidir muy sensiblemente en el panorama paleoecologista español no solamente por la serie de debates públicos que llevó adelante sino porque consiguió llegar a un cierto enfrentamiento dialéctico con el poder, que fue tomado por sorpresa por el hábil proceder de sus activistas, en especial su secretario general, Carlos Carrasco. Aunque se desintegró debido a problemas internos, en realidad fue la nueva situación política de 1976-1977 la que la hizo inviable. Aeorma había sido creada en 1970, pero necesitó algunos años para ir liberándose de tutelas oficialistas. Aunque fue especializándose en escaramuzas desafiantes frente al poder", su hora llegó con la polémica nuclear, cuando consiguió agrupar en sus órganos rectores a toda la oposición política antifranquista así como a la mayoría de los líderes de aquel primer ecologismo. Efectivamente, en el momento de más intensa actividad la asociación estaba apoyada en las principales organizaciones políticas ilegales, especialmente el Partido Comunista de España (PCE). En su Consejo rector figuraban personas de significación política clara que delataban el carácter de contestación democrática frente al régimen12, además de algunos de los ecologistas 164
después llamados «históricos«. Pese a su autodestrucción, Aeorma dio lugar a partir de 1976 al surgimiento de numerosos grupos plenamente ecologistas en todo el territorio español, bien como organizaciones creadas por los militantes antiguos, bien por imitación o referencia. Fue con motivo de la celebración de la asamblea anual de la asociación, tenida en Benidorm los días 15 y 16 de junio de 197413 cuando entré en contacto con la base humana de la asociación, así como con su ideología, estilo y pretensiones. Y como ya había adquirido un conocimiento directo, amplio y comprometido en relación con el problema nuclear puse mi experiencia a disposición de Aeorma y de los asistentes; de hecho, buena parte de los que acudieron a la reunión habían sido mis recientes contactos en la intensa campaña personal que desarrollé en mayo-junio de ese año y asistieron por mi expresa invitación: éste es el caso de Miquel Redorat y Joan Rebull, con sus respectivos acompañantes de Ascó y LAmetlla, de José Allende y José Ramón Recalde, del País Vasco, de varios vecinos de Águilas y Lorca (incluyendo a Pedro Guerrero y el pintor Vicente Ruiz) y otros. Yo acudía a esa cita con escaso conocimiento de la asociación, pero pronto descubrí su fuerte carácter político, que me atrajo poderosamente14 Allí conocí a personas de gran talla, cuya amistad mantendría y cuyo papel en el ecologismo primigenio resultaría muy destacado. Como Josep Vicent Marqués, José Manuel Naredo, Juan Ignacio Sáenz-Díez, Ramón Fernández-Rañada, Luis Bartolomé... que desempeñarían importantes papeles en el panorama ecologista de los años siguientes, y a los que recuerdo en esta Ecologíada con admiración y afecto. Más allá de la importancia que tuvo el encuentro entre sí de numerosos ciudadanos que harían historia en el ecologismo naciente Aeorma añade el nada despreciable mérito de haber producido los dos primeros documentos ideológicos y programáticos propiamente ecologistas. Se trata del Programa Nacional y de la Declaración de Aeorma sobre el Medio Ambiente, que allí mismo fue llamada Manifiesto de Benidorm y que así ha pasado a la posteridad. Ambos textos se redactaron, discutieron y aprobaron en un clima de gran euforia y con cierto aparato propagandístico, en el convencimiento de que la dictadura, decrépita a ojos vista, contaba ya con otro enemigo de cuidado: el ecologismo. El Programa Nacional del Medio Ambiente se dirigía hacia el corazón del sistema económico español, criticándolo y situándolo frente al corrosivo despliegue de las primeras formulaciones ecologistas desmitificadoras. Por ejemplo:
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«Losmitos, los ídolos, han dejado a su caída una estela de desastres...» «Ciertaspolíticas que intentan producir bellas estadísticas numéricas...» -«Las multinacionales buscan países en venta donde expoliar y destrozar a su antojo...» «¿Quiénnos devolverá lo que era nuestro país?» «Losrecursos naturales, de cualquier clase que sean, se consideran patrimonio de la Nación» «Ladegradación será considerada un factor más del precio de la producción y la regeneración de los recursos se efectuará a cargo del causante» Además de pedir la elaboración de una docena de leyes de carácter medioambiental, el texto proponía la adopción de medidas in mediatas políticas y administrativas, entre las que figuraba la eliminación de numerosas comisiones, como la CIMA (Comisión Interministerial del Medio Ambiente), por inepta. En concreto, se pedía la «moratoria nacional sobre las instalaciones nucleares» y la «prohibición de la importación de plantas o tecnologías de producción anticuadas para las industrias clasificadas como sucias o peligrosas». El Manifiesto era en realidad una larga filípica sobre la situación medioambiental de España y el modelo políticoeconómico responsable («... la siniestra alegría con que el capital español ha venido actuando...»), señalando las responsabilidades («el sistema de beneficio privado, vigente en esta sociedad, está demostrando su impotencia para proporcionar un desarrollo armónico...») y exigiendo una larga lista de medidas entre las que «la detención inmediata de la construcción de centrales nucleares» era una más entre una veintena. Se trataba, en definitiva, de una «enmienda a la totalidad» y en consecuencia de un desafío al régimen, hacia el que se dirigían peticiones en un lenguaje destinado a irritar y que se incardinaban, necesariamente, en un sistema político de gestión socialista de los recursos naturales y de la economía. A partir de Benidorm Aeorma pudo poner a punto - en tiempo récord y debido sobre todo a la contribución de Mario Gaviria, José Allende y yo mismo - una estrategia antinuclear marcada por la confrontación, que daría frutos innegables. La asamblea me nombró coordinador del Comité de centrales nucleares y pusimos en marcha una serie de actos que, vistos con la proyección del tiempo - el «temporal» y el político-, nos indican el singular grado de esfuerzo y dedicación que pusimos en ellos. Durante el mes de julio siguiente yo acudí a Barcelona (día 9) a un interesante 166
debate con ingenieros de FECSA y otras personas (que recuerdo en la batalla 10, Ascó) y la policía impedía la reunión convocada en Madrid con procuradores en Cortes y periodistas (día 13). En agosto enviábamos al presidente del Gobierno una carta en la que atacábamos la política nuclear y, en un tono francamente provocador, pedíamos un debate público con el Gobiernois A propuesta de Allende acudimos a una mesa redonda en San Sebastián el día 31 de agosto, que resultó un acontecimiento memorable tanto por la presencia de importantes representantes de Iberduero, de alcaldes y de líderes de los grupos locales como por el eco en la prensa local, que por primera vez daba cuenta del desafío de un grupo de desconocidos nada menos que a la potencia eléctrico-política de Iberduero, y en su propio «territorio»16. Al día siguiente de la pelea de San Sebastián algunos de los allí presentes - como Carlos Carrasco, Rafael Salcedo, Pedro Guerrero, Vicente Ruiz y yo - marchamos a Pamplona a participar en la 1 Reunión de Asociaciones de Defensa de la Naturaleza aprovechando la ocasión para intentar que se discutiera sobre la energía nuclear, pese a que los conservacionistas presentes no lo habían previsto (y a que Félix Rodríguez de la Fuente, que en esos momentos estaba muy ocupado en la defensa del lobo, se opusiera tenazmente) 17. El 22 de septiembre celebramos en Lorca la reunión fundacional de AeormaSureste, organización regional que pusimos en manos de Pedro Guerrero y en la que volvimos a juntarnos varios de los flamantes constituyentes del Comité de centrales nucleares de la asociación. El 6 de octubre se celebró otra mesa redonda, esta vez en Zaragoza18, con notable eco en los medios de comunicación, y el día 10 se consiguió celebrar en Madrid la que había sido prohibida en el mes de julio. Todo parecía rodar bien, mostrándose la asociación capaz de suscitar un alto interés por el problema nuclear a través del eco conseguido en los medios, al tiempo que poníamos nervioso al poder político19. Pero no tardaron en aparecer las disensiones en el seno de Aeorma, provocadas en gran medida por el estilo de su secretario general, Carlos Carrasco, que eran resultado en definitiva de su inadaptación al trabajo en equipo y, más todavía, a la falta de sensibilidad adecuada hacia los problemas que venían surgiendo con la lucha antinuclear a nivel local. Pronto resultó evidente que la polémica nuclear superaba a un abogado personalista que no consideraba necesario estudiarse los temas, creyendo que la osadía podía sustituir a la ignorancia. Temerario y provocador, acostumbrado a hacer de su capa un sayo y sin percibir hasta qué punto evolucionaban los acontecimientos en España - los energéticos, los ecologistas y los políticos - el papel líder de Carrasco tenía contados los días de su eficacia. Seguramente fue por eso por 167
lo que, con la Transición política y la nueva situación, tan difícil y compleja, su modo de hacer resultó obsoleto y perjudicial. Atraído al principio por la genialidad provocadora de Carrasco no tardé en hacerme a la idea de que, dado que el problema nuclear era largo y duro, había que contemplarlo con otras armas distintas a la provocación frente a la autoridad gubernativa... Cuando en octubre de ese mismo año 1974 abandoné mi trabajo teniendo que afrontar en primer lugar la supervivencia mía y de mi familia - me replanteé mis relaciones con la asociación, que me demandaba demasiado tiempo y me situaba frente a situaciones que en nada se acomodaban a mi estilo ni a mi visión del problema nuclear y los «modos» de lucha necesarios. Desde luego, no podía dedicar mi tiempo a Aeorma, como las circunstancias hubieran demandado (y como habría sido posible, veinte años más tarde, con la «institucionalización», incluso presupuestaria, de los principales grupos ecologistas), y por eso fui soltando amarras poco a poco mientras se acumulaban los desacuerdos y motivos de disgusto. Mi alejamiento definitivo, desde la primavera de 1975, no impidió sin embargo que mantuviera mis vínculos con tantos amigos relacionados con la asociación (unos, conocidos a través de la asociación misma, otros vinculados a ella tras la intensa «exploración nuclear» del país que realicé durante 1974-1975). A la asamblea general de 1976, celebrada en junio en Valladolid, se llegó con una gran división y heridas que parecían imposibles de restañar. En esa reunión (que Carrasco acabó abandonando ante la hostilidad de la mayoría) Aeorma quedó mortalmente herida y con su fin señalado. Y fue inútil que gran parte de los presentes nos propusiéramos salvar la asociación y sus principios, que fue lo que se pretendía con la reunión de «consenso»20 convocada para octubre en Murcia, ya que Carrasco la obstaculizó con su estilo habitual: «ate morizando» a quienes tenían a la logística de la reunión, a la sazón miembros del Colegio de Aparejadores2i. Esto significó la defunción de Aeorma-Carrasco, aunque alguna organización regional perdurara activamente, como fue el caso de la de Cuenca del Duero, que perduró en el tiempo (destacando la campaña contra el Centro nuclear de Soria) sin la menor conexión con Carrasco. Pronto demostraría Carlos lo poco que había aprendido durante la etapa en que encabezó aquella experiencia ecologista singular al frente de Aeorma y fue cuando, «refugiado» en Segovia y ya reducida su organización a él mismo y poco más, tuvo la ocurrencia de apoyar un proyecto descabellado de embalse en la cuenca alta del río Eresma, sobre el maravilloso pinar de Valsaín, y en consecuencia se vio enfrentado a varias asociaciones conservacionistas y ecologistas (como Adena y Aepden) que se 168
oponían al embalse; a éstas pronto se unieron catedráticos e investigadores de las universidades de Salamanca, Zaragoza, Murcia y Complutense de Madrid22; dado que yo había recibido el encargo de la asamblea de Valladolid de conducir hasta septiembre a la asociación, tuve que desautorizar en una nota de prensa esa actitud de Carrasco, que no debía relacionarse con Aeorma23. La última intervención pública de tan conflictivo personaje tuvo lugar cuando en junio de 1978 se dejó nombrar delegado de Medio Ambiente para la provincia de Madrid por el gobernador civil Juan José Rosón (por cierto, personaje no menos autócrata que aquel gobernador de León, Francisco Laína, que lo había detenido tres años antes), entrando rápidamente en polémica por su comportamiento frívolo y lenguaraa4. Dejando aparte su anecdotario la saga de Aeorma sigue constituyendo un material profundamente didáctico en lo histórico-ecologista. Enseña, desde luego, que si bien los liderazgos y los personalismos suelen ser necesarios - o al menos inevitables - en un determinado momento, poseen siempre fecha de caducidad y deben ir acompañados de una actitud personal dispuesta a ceder y transferir los roles personales, y hasta a desaparecer físicamente cuando las circunstancias lo aconsejen (que suelen acabar aconsejándolo). 29. Águilas y Cabo Cope: el Grupo Ecologista Mediterráneo En 1977 ya me encontraba yo con la suficiente tranquilidad de espíritu como para dejarme llevar por los deseos de ampliar mis inquietudes y acometer otra lucha que fuera distinta a la nuclear; esta nueva lucha se centraría en un problema que yo veía como incluso más extenso y difícil, ya que no solamente aparecía fuertemente incrustado en la ideología desarrollista del momento (como la energía nuclear), sino también en los mitos del turismo salvador, muy asumidos por gran parte de la población. Era la defensa del litoral, sobre la que venía meditando poco a poco según contemplaba el saqueo de las costas españolas y concretamente las de mi tierra. Y de nuevo fue la lectura del diario Le Monde lo que, igual que constituyó una referencia básica insustituible en la lucha antinuclear, me proporcionó la documentación primera para construir mi argumentación esencial al acometer esta nueva campañas. Desde luego en 1977 yo estaba muy implicado en los conflictos nucleares de Ascó, Xove, Soria, Valdecaballeros y en otros que me entretenían suficientemente, tanto por mi actividad de animador o agitador como por las incesantes charlas y conferencias a las que era invitado en esos sitios y en otros de toda España; también llevaba adelante mi carrera de Periodismo, que emprendí a renglón seguido de acabar
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Ciencias Políticas y los cursos de Doctorado. Pero aun así me venía «apretando» la presión sobre el litoral español y la montaraz política turística, que estaba claro que no iba a cambiar nunca, hubiese o no democracia. Así que en el verano de 1977 me consideré bien pertrechado para acometer esa nueva aventura y cuando tuve a punto los dos textos que me había propuesto redactar, el 2 de septiembre organicé una reunión con varios amigos de antes y del momento, una vez más a medias entre aguileños y lorquinos. No éramos más de una docena y nos reunimos en la casa de Damián Guerrero en Calabardina, al pie de Cabo Cope que, de nuevo, se constituía en símbolo atávico de la lucha por la tierra y el futuro. Mi propósito era extender inmediatamente el grupo al mayor número de localidades posible en el arco litoral entre Cabo Palos y Cabo de Gata, es decir, en gran parte del litoral de las provincias de Murcia y Almería. Y ese día creamos el Grupo Ecológico Mediterráneo (GEM, que con su ampliación a Almería y nuestro proceso «reflexivo» pronto sería ecologista), que no era el primero, desde luego, que se especializaba en la defensa del litoral, pero que pronto se convertiría en el de más potente ideología prolitoral. Ya en la reunión de Denia en octubre de 1978, me sentí con el bagaje suficiente como para proponer la redacción de un primer texto en defensa del litoral (como veremos). En esta primera reunión, fundacional, del GEM discutimos los dos textos que yo había preparado previamente. El primero, una Declaración de Principios, recogía como preámbulo, un tanto dramáticamente, la situación de destrucción ambiental generalizada y anunciaba una actividad de «salvaguardia y reivindicación del medio con especial dedicación al arco mediterráneo comprendido entre los cabos de Gata y de Palos, además de todas las tierras comprendidas entre la línea litoral y la Meseta...». Tampoco faltaba ambición temática, señalando que su trabajo tendría como objeto «el entorno humano en su más amplio sentido, es decir, desde el medio ambiente hasta los fenómenos sociales y culturales de trascendencia para el patrimonio global del hombre». Se estudiarían «sistemáticamente y con continuidad las rela ciones entre Política y Ecología con el fin de adecuar su acción a las realidades de nuestra sociedad y de conseguir el compromiso de las fuerzas políticas en defensa del medio». Se preveía que la organización sería «la de las secciones locales que lleguen a establecerse... cada núcleo actuará con toda autonomía aunque existirá una coordinación obvia entre todos ellos, por razones de eficacia». Al segundo texto lo llamamos Manifiesto de Cabo Cope26, con diez objetivos: 1.El Mar Menor es un enclave ecológico de estimable valor que está siendo agredido ferozmente...
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2.La zona industrial de Cartagena... denunciamos enérgicamente el atentado cometido por Peñarroya en la ensenada de Portmán... 3.La fiebre urbanizadora... se impone un drástico freno a la especulación indiscriminada... 4.Nuestro campo se muere, perdiendo día a día fertilidad y futuro... 5.El abandono de las montañas, la casi inexistente repoblación forestal... 6.El afán desarrollista y autocrático... comunicaciones elitistas como el aeropuerto y la autopista... sí exigimos que las comunicaciones ferroviarias, tanto radiales como transversales, sean modernizadas y acondicionadas... 7.El descaro energético imperante... una central nuclear... excepcionalmente dotada de todos los tipos de energía natural...
una
zona
8.Nuestros pueblos y ciudades son inhabitables... 9.La depredación del mar, la contaminación y la despolítica pesquera... 10.Pretendemos salvar lo salvable. Y no tardamos en «entrar en fuego» los escasos miembros del grupo aguileño inicial, tras un primer comunicado sobre Águilas y los problemas ecológicos (29 de septiembre), acometiendo el problema del proyecto de puerto deportivo (batalla 36), que había sublevado a la mayor parte de la opinión pública; y un mes más tarde, llevados por las circunstancias, tendríamos que hacer frente al terrible problema de Portmán (batalla 37). Este asunto de Portmán sería el motivo para la formación del segundo grupo del GEM, tras el de Águilas, y así sucedería con los núcleos siguientes, casi siempre al hilo de un problema, un conflicto, un escándalo concreto. Aunque con el tiempo quisimos extender la acción del GEM - siempre en base a nuevos grupos autónomos - en lugares no costeros (como en Chirivel, en el interior de la provincia de Almería)27 o fuera del arco cabo de Palos-Cabo de Gata (por ejemplo, en el sur de Alicante)28, pronto vimos que la costa murciano-almeriense era más que suficiente y que ni siquiera podíamos atender adecuadamente sus muchos problemas; y así moderamos nuestro ímpetu y nos ceñimos al área costera entre el Mar Menor y el Campo de Dalías. De los episodios o batallas que en la parte III narro en relación con los conflictos 171
litorales en la costa murciano-almeriense se deduce hasta qué punto aquél era un trabajo ecologista entregado, verdaderamente artesanal. Los miembros del GEM, que como tales nunca fueron más de una veintena repartidos en varios municipios de la costa de las dos provincias, pertenecían a una clase media baja: algunos funcionarios de las enseñanzas media y primaria, varios comerciantes y hosteleros, algunos estudiantes y pocos licenciados. Pero estaban cohesionados por una cultura y una formación sociopolítica muy homogéneas en las ideas en general y, sobre todo, por la confianza y la amistad29. La fuerza social les venía dada por las relaciones con minorías cualificadas encuadradas en partidos, sindicatos, asociaciones, universidades, medios de comunicación, etc.; y esto les permitía arrastrar a muchos y acceder a una audiencia desproporcionada con sus propios efectivos. Era, supongo, el prestigio personal, digamos ciudadano, lo que daba calidad a su trabajo y magnificaba su acción, aparte de la justeza de sus planteamientos. La independencia política de casi todos los miembros del GEM (adscritos, por supuesto, a la izquierda en varias de sus acepciones) resultó otra característica favorable, que daba libertad de movimientos y contribuía a la eficacia de su trabajo. Esto iba acompañado de una generosidad y un esfuerzo personal constantes, fáciles de apreciar por quienes examinaran esa actividad. Como en la gran mayoría de los grupos ecologistas en aquellos años de formación del movimiento social reivindicativo, en el GEM nunca se impuso cuota alguna y los gastos de funcionamiento y los que conllevaban las acciones concretas fueron sufragados por cada implicado o por quienes adoptaban las iniciativas o corrían con la responsabilidad de la acción. Pero el factor económico nunca nos frenó ni limitó. Del mecanismo de expansión ya he hablado: según surgían los problemas se creaban los grupos, revelándose la selección de los nuevos miembros como una hábil pero laboriosa operación, constituyendo cada caso una anécdota del mayor interés sociológico, ético o político; gracias a ese cuidado en la selección de nuevos miembros el grupo pudo contar con un alto grado de unión personal e ideológica (que se ha prolongado, en lo amistoso, a pesar de los años y los cambios de circunstancias). A los miembros del GEM nos movía una preocupación ambiental que era verdadera angustia por las pérdidas tangibles en el territorio y la cultura. Pero todo eso estaba presidido por una intencionalidad política clara: cambiar la sociedad y con ello las raíces y las causas de la destrucción ecológica. Por lo que a mí se refiere, aquel período de tan intensas relaciones ecológicoamistosas por el litoral supuso una continuación - igual de trepidante, pero más ceñida a mi tierra - de la primera fase, la nuclear, en la que tantos lazos personales 172
anudé30. Y sin duda se debió a la enorme experiencia que en pocos años me ofreció tan variado espectro de problemas el que pudiera ampliar y mejorar lo que sigo llamando «doctrina de la protección del litoral», ya que la combinación del estudio de las referencias más estimables, de la reflexión teórica y el destino del medio litoral con la praxis vertiginosa me aportó un bagaje estimadísimo que pude «exportar» (primero, a mis amigos del GOB) y también «explotar» (en numerosos estudios profesionales que acometería a partir de 1979). Con mi dimisión en septiembre de 198131 buena parte de los vínculos personales originarios, que habían hecho posible el desarrollo de los primeros años, se relajaron y, de hecho, la sección murciana32 decayó tan rápido como se consolidó la almeriense en torno a sus líderes, Pepe Ribera y Beatriz Guirao.
30. Cercedilla: nace la Federación del Movimiento Ecologista Aeorma cumplió su papel histórico y dio lugar a otros grupos antinucleares y ecologistas de más amplio espectro, en varios casos vinculados con los líderes que actuaron en ella. A lo largo de 1976-1977, mientras esta asociación se desvanecía va adquiriendo forma un nuevo ecologismo deudor sobre todo de las cambiantes condiciones políticas en España. En 1976 se crearon varios grupos que ejercerían posterior influencia, como la Asociación para la Supervivencia de la Naturaleza de Andalucía Occidental (Andalus, Sevilla), que se centraría en Doñana y sus problemas, y la Asociación de Estudios y Protección de la Naturaleza (Aepden, Madrid), que se alzaría durante unos años con el liderazgo dentro del movimiento, dando lugar luego a Aedenat y, más recientemente, a Ecologistas en Acción33. En España avanza la normalización política con la celebración de las primeras elecciones generales en marzo de 1977, que darían paso a la Constitución de 1978. Y en plena ebullición política, social y cultural el movimiento ecologista admite la necesidad de cohesionarse y conocerse mejor. Se convocan dos reuniones generales en Valsaín (Segovia) y Cercedilla (Madrid) en junio y septiembre, respectivamente, de ese 1977 y de ellas nace la Federación del Movimiento Ecologista del Estado Español, con los primeros textos «modernos y universales», es decir, auténticamente ecologistas. Unos cincuenta grupos establecieron una cierta estructura organizativa, aunque sus pretensiones pronto se redujeron a una coordinación temática, evidenciando algunos problemas crónicos de este movimiento: la compartimentación y el individualismo; y pugnaron entre sí los distintos estilos e intereses de sus dos grandes ramas: la conservacionista y la ecologista. 173
En todo caso, las reuniones de 1977 dejaron claro que existía una nueva realidad social en la España del cambio, aportada por una constelación de grupos activos y generosos que, con un bagaje científico y técnico más o menos capaz, confiaban en que el cambio político induciría mejoras sustanciales en el panorama ambiental español. Permanecía la lucha antinuclear como el móvil de algunos de los grupos más vigorosos, pero el horizonte activista se había abierto enormemente: los aspectos asumidos del medio ambiente eran ya muy numerosos y la práctica reivindicativa ofrecía un amplio despliegue de formas y estilos. Cuando se iban apaciguando las protestas «fundamentadoras» del movimiento, las nucleares y otras menores, llegaba la hora, por ejemplo, de las luchas en el litoral y eso exigía poner a punto un arsenal teórico y dialéctico que cuestionara seriamente la política turística y su inmensa repercusión ecológica y ambiental. Por algún motivo no estuve presente en la primera reunión que el nuevo movimiento ecologista celebró en junio de 1977 en el bosque de Valsaín (La Granja, Segovia), convocada por Aepden; pero no me perdí la segunda y definitiva, la de Cercedilla del siguiente mes de septiembre, en la que se creó la primera estructura formal del movimiento; además, entonces ya existía el Grupo Ecológico Mediterráneo34, aunque no había iniciado ninguna de las batallas que lo esperaban, así que mi presencia se relacionó con la lucha antinuclear, todavía predominante. En la reunión de La Granja (24/26 de junio de 1977) habían asistido 38 grupos entre los que había conservacionistas anteriores, ecologistas del nuevo momento, cátedras universitarias, colegios profesionales, asociaciones de vecinos, comisiones antinucleares, federaciones de montañismo y submarinas... Y se elaboraron cuatro documentos «descriptivos», que aludían a la necesidad de conjugar lo natural y lo social proponiendo la búsqueda de situaciones de «equilibrios autorregulados»; se criticaba directa y duramente la aparición de un Partido Ecológico Español (que había conseguido, con su candidato al Senado por Madrid, 40.000 votos)35 y se encargaba a Aepden la Secretaría provisional. Todos estos textos debían discutirse en la reunión siguiente, la de Cercedilla, de constitución definitiva. Así se llegó a la reunión de Cercedilla (17/18 de septiembre de 1977), con casi el doble de grupos presentes que en la de Valsaín. El curtido naturalista Benigno Varillas, que además de animador del proceso era redactor en El País, se refería al naciente ecologismo subrayan do que «no es una nueva ideología ni los ecologistas un nuevo partido político...» (17-10-1977)36. Efectivamente, entre una reunión y otra, y debido a la gran heterogeneidad del movimiento, el boom ecologista corría el riesgo de diluirse y desperdiciar el trabajo y el camino ganados. Preocupaba la 174
presencia de numerosos miembros de partidos de izquierda que desde las elecciones de junio, primeras de la democracia eran extraparlamentarios y que claramente buscaban un «lugar al sol» donde proseguir su acción política. El movimiento se había desenganchado totalmente del Partido Comunista (Aeorma ya no contaba) y no estaba dispuesto a consentir tutela política alguna. Además de aquellos dos hitos básicos de arranque del movimiento en julio de 1977 tuvo lugar otra cita, en la isla de Ibiza, que se denominaba como Setmana de Solidaritat Ecológica Internacional y pretendía centrar sus trabajos en «Natura i Técnica». En cuanto supe de esta convocatoria me inscribí y preparé un texto sobre la «Conciencia mediterránea», que de alguna forma me sirvió también para redactar los dos documentos base de la fundación del GEM en el mes de septiembre. La organización corría a cargo de la Asociación de Amigos de las Naciones Unidas (Barcelona) y la semana resultó extraordinariamente densa e interesante, con un despliegue sorprendente de sesiones y demostraciones de lo más variopinto37. También ese año se consolidó el grupo de biólogos que, vinculado a la Asociación de Licenciados en Biológicas de España (ALBE) desde su creación en 1975, ya ocupaban un lugar en el espectro de fuerzas ecologistas fundacionales; al año siguiente aparecería un libro concienzudo y revelador, Ecología y política en España, cuyos autores eran cuatro de sus más activos miembros: Santiago Castroviejo, Miguel Ángel Murado, Rafael Silva y Roy Xordo. Este grupo de ALBE se integraría también en la Coordinadora Antinuclear del Estado Español (1978). En todo caso, las reuniones de 1977 dejaron claro que existía una nueva realidad social en la España del cambio, aportada por una constelación de grupos activos y generosos que, con un bagaje científico y técnico más o menos capaz, confiaba en que el cambio político ya en marcha induciría mejoras sustanciales en la situación ambiental. 31. Daimiel: los ecologistas se autodefinen El recientemente creado movimiento ecologista se imponía, entre otros objetivos, la defensa de los espacios naturales de interés, cuya destrucción bajo el implacable desarrollo de la etapa franquista no había experimentado el menor alivio tras la aprobación en 1975 de la Ley de Espacios Naturales Protegidos. Así, una de sus primeras iniciativas fue celebrar durante 1978 - aprovechando la tercera convocatoria de la Federación del Movimiento Ecologista - un primer congreso sobre los espacios naturales y otras reuniones paralelas, como la que creó la Coordinadora de Defensa de las Aves (Coda). Además, la normalización política iba aumentando también la 175
preocupación ecologista por ese nuevo paisaje de políticos y oportunistas que ya se había hecho notar en la melé de Cercedilla; esto desagradaba profundamente al movimiento ecologista, por lo que poner orden en el panorama era un objetivo prioritario. Así, en cumplimiento del encargo hecho en Cercedilla a Aepden, esta asociación convocó al movimiento ecologista en una reunión en Daimiel (Ciudad Real, 22/25 de julio), muy cerca del Parque Nacional de Las Tablas, que ya entonces estaba en peligro por los abusos en la extracción de agua en el inmenso - pero sobreexplotado - acuífero 2338. Simultáneamente con todos los trabajos parciales acometidos en las reuniones se procedió a elaborar un texto, la Propuesta de Da¡miel, que resultó interesante y oportuno ya que por primera vez los ecologistas - que no ya los antinucleares, como sucedió en 1974 con el Manifiesto de Benidorm - intentaban definirse a sí mismos dotándose de ideología o al menos de unas señas de identidad. Esta selección de los «verdaderos ecologistas» se había hecho necesaria por ciertos acontecimientos que, en una sucesión vertiginosa, venían produciéndose: Elmovimiento se diversificaba a toda velocidad, surgiendo nuevos grupos de muy diversa tipología. Tras los encuentros de Valsaín y Cercedilla se creó la filial española de Amigos de la Tierra con líderes procedentes de Aepden y con la pretensión de constituir una federación de grupos dentro de España. -La normalización política posterior a las elecciones de 1977, que había dado a los partidos políticos libertad total para expresar sus objetivos, evidenció el reducido papel que daban a sus preocupaciones medioambientales. De hecho, los partidos de izquierda abandonaron su anterior celo ecologista de la clandestinidad y pronto aparecieron alineados con una filosofía desarrollista muy ajena a los postulados de los grupos ecologistas. Sehabía instalado la decepción política en muchos ecologistas, incluyendo los de la primera época39. A esto hubo que añadir el malestar producido por la creación por parte de algunos partidos (singularmente el PCE) de grupos internos ecologistas; y esto irritaba al movimiento legítimo. El resultado de todo esto, en el ejercicio de introspección que los ecologistas consideraron necesario realizar, fue una intensa discusión ideológico-programática con el objetivo más o menos explícito de determinar quiénes eran los verdaderos ecologistas. Así se llegó a la Declaración de Principios Ecologistas, la Propuesta de Daimiel, estructurada en 12 reflexiones y dos postulados, y que fue elaborada por
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Josep Vicent Marqués, sometiéndose a debate por los asistentes40. Por su interés la reproduzco íntegramente en el recuadro. Esta Propuesta también se marcaba un programa de análisis teóricopráctico, con esta coletilla: Insistimos en el carácter de plataforma de identificación y discusión, clarificadora pero no definitiva de este texto... En particular, hacemos constar los siguientes puntos que fueron sugeridos en el debate y que quedan pendientes de elaboración: revolución y ecologismo; carácter antropocéntrico o no de nuestra concepción de la naturaleza; relación con los partidos políticos; ecologismo y no violencia; ejército, imperialismo y empresas multinacionales; y cuestiones varias de crítica al capitalismo desde un punto de vista moral o ético; natalismo o antinatalismo; explosión demográfica. Una observación esencial sobre este texto es que el «equilibrio ideológico» se ha escorado en él a favor de posiciones libertarias en perjuicio de las marxistas que habían dominado en los años anteriores, claramente estimuladas por la lucha antifranquista. Debe explicarse esta deriva (aparte de por la tendencia personal de los líderes) por la decepción que ya habían producido los partidos de izquierda, que se reclamaban marxistas (y especialmente el PCE)41. El autor material de esta Propuesta de Daimiel, Marqués, produjo posteriormente un muy buen texto, ampliando notablemente ese esquema (en la batalla 12, Cofrentes, he aludido al autor y su libro); reproduzco el párrafo inicial: Sería exagerado comenzar con aquello de «un fantasma recorre Europa», digamos que «un fantasma pequeñito recorre Europa en bicicleta». Es hijo de hippies, provos, ácratas y campesinos, pero tiene un aire de obrero cabreado por la contaminación del barrio y de ama de casa preguntándole al alcalde que qué hace con los críos si no hay un parque a menos de tres kilómetros. El fantasma lleva a veces gafas de empollón y recita estadísticas alarmantes... Este fantasma es el ecologismo y aún asusta relativamente poco a los grandes capitalistas; sin embargo, puede hacerles perder bastantes duros, por ejemplo, obligándoles a interrumpir las obras de una central nuclear. Asusta a los grandes partidos políticos y más en concreto a los socialdemócratas que se consideran administradores exclusivos de todas las protestas posibles. Los ecologistas se presentan a unas elecciones y ¡cielos!, un 5 por 100 de votos que se escapan... Póngase la pegatina, señor diputado, que los ecologistas
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están al llegar.... PROPUESTA DE DAIMIEL Entendemos por ecologismo un movimiento socioeconómico basado en la idea de armonía de la especie humana con su medio, que lucha por una vida lúdica, creativa, igualitaria, pluralista, libre de explotación y basada en la comunicación y la cooperación entre las personas. En consecuencia: 1.Consideramos que la relación correcta con la naturaleza no puede ser la de destruirla o «dominarla», ni la de salvar o mantener enclaves o islas de naturaleza, sino una tarea global de colaboración con ella. 2.Entendemos el progreso como creciente mejora de las condiciones de vida y entendimiento mutuo de la población y nos negamos a identificar como progreso el crecimiento cuantitativo y en general todo aquello que significa de hecho sólo el «progreso» de la clase dominante. 3.En consecuencia, defendemos como objetivo el disfrute de las cosas y el gozo de la relación de las personas contra la orientación productivista-consumista. No queremos cada vez más objetos, sino una relación más sana entre las personas y con los mismos objetos. 4.En cuanto que la humanidad depende del trabajo, manifestamos la necesidad de la lucha por hacer de éste una actividad libre, no alienada. Defendemos frente a la agresión capitalista toda forma tradicional inocua de trabajo, en tanto no se asegure a sus protagonistas un trabajo alternativo satisfactorio. 5.Rechazamos, por tanto, el modo de producción capitalista y consideramos insatisfactorio todo socialismo burocrático y, en general, cualquier fórmula socioeconómica basada en el productivismo. 6.Nos declaramos a favor de las energías libres y en contra de la nuclearización militar y civil en la medida en que supone, más allá del indudable riesgo para la vida, un modelo de sociedad militarizada, monopolista, policíaca, ultrajerárquica, incompatible con la idea de autogestión. 7.Por el contrario, y sin prejuzgar fórmulas, nos pronunciamos a favor de la autonomía de las comunidades, el pluralismo de las formas de vida y la autogestión de los colectivos de trabajo.
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8.En virtud de ese pluralismo nos oponemos a la opresión o marginación que la sociedad falocrático-patriarcal impone a quienes no responden a su concepto de varón normal. Nos declaramos solidarios de todos los movimientos que luchan contra el monopolio de la normalidad. 9.Nos declaramos solidarios, asimismo, de todos los pueblos de la tierra y en particular de los del Tercer Mundo. Denunciamos la miserable operación de ocultar ciertas contradicciones del capitalismo desplazando a los países pobres las industrias sucias, a la vez que se continúa con la explotación de sus recursos naturales. 10.Consideramos que la filosofía ecologista, al rechazar el centralismo y la concentración y defender el derecho al trabajo y la calidad de vida, se opone a los desequilibrios entre comunidades. En consecuencia, denunciamos en el interior del Estado español la desertización, empobrecimiento y emigración forzada que la dirección capital-tecnocrática ha provocado en muchas de sus zonas. Nos pronunciamos por el esfuerzo coordinado de las distintas nacionalidades y regiones y por la corrección de estos desequilibrios. 11.Proclamamos el derecho del pueblo a la más amplia y libre información y denunciamos las tergiversaciones capitalistas en los medios de comunicación, el monopolio de la información científica en manos del Estado y los grandes grupos económicos y las trabas que se oponen hoy, incluso en condiciones formalmente democráticas, al ejercicio de iniciativas populares, marginales y experimentales. 12. Frente a tantas decisiones desde arriba que han alterado las condiciones de vida y trabajo, proclamamos el debate popular como el instrumento básico de toda transformación social. Los conflictos entre cambio y seguridad o los intereses divergentes entre sectores de la población trabajadora habrán de ser armonizados mediante un debate en el seno del pueblo en el que, asegurada la no manipulación capitalista y burocrática, creemos rotundamente. 32. Denia y el espíritu mediterráneo En la misma reunión de Daimiel surgió la idea de organizar otra convocatoria para tratar los problemas de las costas, y concretamente del litoral mediterráneo. Fueron varios los grupos de la costa mediterránea presentes en aquella reunión que expresaron su interés y yo mismo me adherí inmediatamente a la idea, disponiéndonos los del GEM a participar activamente. Eran días en que el macizo del Montgó, en el noreste alicantino, estaba en el punto de mira de ciertos proyectos 179
urbanizadores agresivos, lo que había motivado la movilización de los ecologistas locales de Denia y Jávea en particular. Así que poco a poco la idea la concretó el Grupo Ecologista Montgó, que convocó en Denia para octubre de ese mismo año las 1 Jornades Ecologistas del Mediterrani de 1'Estat Espanyol42. Este encuentro se caracterizó por mantener el tono libertario de Daimiel y por un pegajoso «problema de lenguas» debido al predominio entre los presentes de los ecologistas catalano-parlantes; la sensatez, no obstante, se acabó imponiendo en el transcurso de la convivencia, resultando especialmente interesante el texto que, redactado en seis puntos, aludía a temas más o menos candentes, propiamente mediterráneos, a los que se les imprimió el aire militante y exaltado del momento. En el último punto se asentaban por primera vez las bases de una «doctrina de defensa del litoral». La redacción del borrador la acometimos Blai Espinet y Rafael Villar de ALBECataluña, Xavier Pastor del GOB balear y yo43. Aquél fue, creo, el primer encuentro con cada uno de ellos, debiendo destacar que fue con Xavier Pastor con quien más duradero resultó el trabajo (el trato, la amistad) en los inmediatos años siguientes. También allí conocí a Jordi Bigas, amigo constante e incombustible ecologista, a quien aludo en este trabajo en más de una ocasión; y también participó activamente Santi Vilanova, que había estado presente en las reuniones de Cercedilla y Daimiel, con su fogosidad intrínseca (y productiva). Me acompañaron varios miembros del GEM, como Beatriz Guirao, Pepe Ribera y algunos más. De aquel texto mediterráneo aprobado destacaré estos puntos: «Laampliación de las aguas jurisdiccionales a 200 millas debe ayudar a evitar la explotación y rapacidad capitalista...» «Losrecursos naturales del Mediterráneo se van degradando por la contaminación y destrucción crecientes...» «Consideramosque la investigación sobre el Mediterráneo debe estar controlada por organizaciones populares...» «Denunciamosel estado de contaminación creciente en que se encuentra la cuenca del Mediterráneo...», sin olvidar el capítulo nuclear, en el que se pedía el desmantelamiento de las centrales nucleares en funcionamiento y la paralización de las que se construían. «Elsistema actual de comunicaciones está basado en el derroche energético y la primacía del transporte privado... no consideramos necesario el recurso a los 180
superpetroleros, origen de accidentes de efectos irreversibles». «Ellitoral no se debe urbanizar y ha de constituir un elemento privilegiado en la ordenación del territorio. Propugnamos un cambio radical del actual enfoque en la actividad turística hacia formas que preserven los valores artísticos, culturales y naturales de los distintos pueblos del Mediterráneo, y que sean éstos quienes gestionen económica y administrativamente sus riquezas turísticas. Estimamos que la promoción de la "segunda residencia" constituye una aberración social y que el disfrute de los beneficios del espacio litoral ha de estructurarse prioritariamente en base a alojamientos de reducido impacto ambiental.» Este último punto, en el que me volqué especialmente, establecía algunos rasgos del armazón crítico sobre el litoral que a partir de ahí se iría ampliando y consolidando, al paso de la multiplicación de los conflictos. La reunión de Denia instituyó las convocatorias periódicas mediterráneas, pero la coordinación no era, desde luego, el fuerte de aquel movimiento ecologista incipiente. De hecho, para las II Jorna das Ecologistas del Mediterráneo, de cuya organización quedaron encargados AVIAT y el GEM (a los que pronto se unió el GOB), fueron necesarios casi tres años de contactos y cuando finalmente se celebró en mayo de 1981 (El Saler, Valencia) los grupos asistentes no eran más que siete, con un desolador número de asistentes. Aun así se hizo el esfuerzo de dar continuidad al espíritu y al texto de Denia, y a ello nos aplicamos mi querida amiga María Angels Ull y yo, cerrando el encuentro con unas conclusiones concentradas en el empeoramiento de la situación general medioambiental del mar Mediterráneo y de su litoral. Destaco estas conclusiones: «Encuanto a lo que se refiere al dominio público marítimo-terrestre, mostramos nuestra indignación por la política de permisividad de las autoridades de Puertos y Costas, que lo vienen administrando a su antojo, entregándolo al mejor postor...» «Queremosadvertir, igualmente, de la nueva plaga de explotadores y especuladores del litoral que, bajo la apariencia de instituciones naturistas, persiguen excluir del disfrute público de los tramos todavía conservados...» «Losgrupos asistentes han decidido redactar una "lista negra" de especuladores, sociedades y funcionarios que se vengan distinguiendo por la especial incidencia negativa sobre nuestro litoral...» 181
-«Todos los asistentes se pronuncian tajantemente en contra del ingreso de España en la OTAN...» «Losasistentes observan atentamente las numerosas maniobras de grupos, gabinetes y personajes hacia la captación del voto ecologista...» [...] y quedaban energías como para convocar una reunión en el mes de septiembre en Lorca (Murcia) «para estudiar el cumplimiento de los acuerdos ahora adoptados y la conveniencia de avanzar en la coordinación y estructuración de los grupos ecologistas del Mediterráneo español»44. 33. Madrid: el Centro de Estudios Socioecológicos En el otoño de aquel año 1978, que resultó tan interesante y fecundo, tuve la fortuna de encontrarme con Artemio Precioso Ugarte, un personaje extraordinario del que nada sabía hasta el día en que mi buen amigo el periodista Jorge Martínez Reverte me habló de él y me comunicó sus deseos de contactar con el movimiento ecologista, que era por lo que Jorge le había hablado precisamente de mí. Quedamos los tres para comer un día de octubre de ese año al poco de volver yo de la reunión de Denia, y desde el primer momento comprobamos hasta qué punto nuestros intereses coincidían. «Quiero que pongamos en marcha un Centro de Estudios Socioecológicos (CESE) para desarrollar la ecología política», me dijo; y no tardamos en ponernos manos a la obra, de tal manera que antes de que concluyera el año ya habíamos formado un primer equipo dispuesto a trabajar en esa tarea que Artemio me señalaba y que ambos reconocíamos como la más sugerente y oportuna en el momento histórico que vivíamos. Efectivamente, marcaba el tempo de la España del momento la normalización democrática y, al mismo tiempo, la ausencia casi total de fundamentación ecológica en la izquierda que se institucionalizaba. Entendíamos que a nosotros nos correspondía trabajar por una ecología política desde un foco activo centrado en dos tareas fundamentales: reflexión y respaldo teórico-político del movimiento ecologista, y colaboración en materia ecologista con los partidos de izquierda (mucho más con el PSOE que con el PCE, por motivos que quedarán explicados). Las primeras personas que puse en relación con el flamante CESE fueron el biólogo Rafael Silva, que venía destacándose como uno de los fundadores de ALBE (Asociación de Licenciados en Ciencias Biológicas) y con el que ya había participado en algunas batallas ecologistas (como la nuclear de Tarifa); Miguel Gil, a quien conocía del mundo de la prensa izquierdista y ecologista; y la periodista Mari Carmen 182
Salvador, con quien había trabajado en Diario económico y que me pareció la persona indicada para ser secretaria de la nueva estructura que creábamos. Poco a poco irían vinculándose más y más miembros activos o simpatizantes, y debo recordar a Miguel Angel Recuero y Nuria Castaño (biólogos), Teresa Pacheco, Amelia Pérez y Alfonso Fernández Burgos (periodistas), Juan José Silva (hermano de Rafa y abogado competentísimo), Juan Gutiérrez Cortines (que me sucedió como director en 1981, cuando dimití para dedicarme a Castilla-La Mancha) y muchos otros que fueron dejando su impronta hasta la desaparición del CESE - supongo que por agotamiento hacia 1990. De todas formas fue Mari Carmen Salvador quien con su permanencia en el CESE mientras existió y pese a su discreción personal le dio continuidad, y en gran medida, imagen45. Nuestro Centro se organizó como asociación y en su primera Junta Directiva Artemio era el presidente, Mari Carmen la secretaria y yo el director. Mi primera propuesta, que se desarrollaría periódicamente y para que se convirtiera en una actividad propia y característica, consistió en las Jornadas de Ecología y Política, cuya primera edición lanzamos en cuanto nos consideramos mínimamente organizados, celebrándola en Murcia en el mes de mayo de 197946. Vivíamos en el CESE la velocidad de los tiempos y en consecuencia la urgencia de actuar ya que en el cambio político veíamos claramente inscrito el cambio ecológico; y nos dejamos llevar por el impulso optimista de quienes percibían en sí mismos un papel central en la España del momento. Cuando programamos las primeras Jornadas, las de Murcia, intensificamos las relaciones con el PSOE a través de Concha Sáez y también de Ciriaco de Vicente, de la Ejecutiva federal (y diputado por Murcia). ARTEMIO PRECIOSO UGARTE Si he de resumir mis relaciones con Artemio Precioso lo primero que tengo que decir es que siempre fueron de respeto y admiración; y que entré en contacto con él precisamente cuando yo más necesitaba reconducir mi vertiginosa trayectoria de agitador - de «empirista» - hacia una reflexión que estabilizara mi vida y mis ideales, que ya estaban suficientemente orientados por la senda ecologista. Su interés, fundado e informado, por la ecología resultaba convincente y estimulante, pero lo que más me subyugó fue ir conociendo su pasado como luchador de la República tras el alzamiento de los franquistas y su largo exilio, lleno de peripecias y hechos notables desde que abandonara España en los últimos momentos de la Guerra Civil; pasó primero por la Argelia francesa y luego por Francia, estableciéndose a continuación en la Unión Soviética, donde fue instructor militar en la famosa 183
Academia Frunze; luego entrenaría al ejército de Tito y, tras la ruptura de éste con Stalin, se instaló en Checoslovaquia donde retornó a su vida de universitario (interrumpida por la Guerra Civil cuando estudiaba Derecho en Madrid), llegando a catedrático de Macroeconomía en la Universidad de Praga. Especialmente me interesó su papel en aquellos días de la sublevación de Casado y los casadistas en marzo de 1939, cuando la República le ordenó acudir a Cartagena para neutralizar a los golpistas y tratar de retener la flota, con el fin de permitir la evacuación de miles de republicanos que, sin embargo - al zarpar la flota, en manos de un comisario pusilánime, que prefirió entregarse a los franceses en Bizerta-, quedaron atrapados en las playas de Alicante y expuestos a las represalias de los franquistas. Conté todo esto en una entrevista, «El final de la República: sublevación en Cartagena», que publiqué en Tiempo de Historia, la revista hermana de Triunfo, cuando se cumplían cuarenta años de aquellos «días de marzo». Pero aquel episodio, en el que Artemio tuvo un papel tan relevante, si bien frustrante, ya había sido descrito por plumas de mayor importancia, como Manuel Martínez Pastor (Cinco de marzo en Cartagena, 1969) y Luis Romero (Desastre en Cartagena, 1971). Después de haberlo tratado durante años y de haber caminado con él un mismo trayecto ecologista, me sentó mal el «aire» de alguna de las necrológicas que se publicaron tras su muerte en agosto de 2007. Cristina Narbona, ministra en ese momento de Medio Ambiente, resumió su vida como un ecologista fundacional procedente de las filas y la experiencia republicanas, reconvertido finalmente al socialismo español. Y no me gustó porque no contenía la verdad prístina, sino que la maleaba: Artemio fue un republicano comunista, combatiente y exiliado, que tras un largo e intenso periplo, tanto militante como intelectual, recaló en el ecologismo español cuando éste ya era relativamente maduro, y lo hizo con toda la fuerza de su experiencia y su honradez; pero de su vida y actitudes no se podía deducir ninguna «reconversión» a un socialismo que ya ni siquiera era socialdemócrata. También la organización Greenpeace se lo apropió en buena medida, llevada por una realidad tan inocultable como insuficiente, como era la emotiva relación que Artemio tuvo con esa organización, de la que fue nombrado presidente honorario; pero que correspondió a su segunda etapa, que no pudo resultar tan decisiva - aunque sólo fuera por la edadcomo la primera, la del CESE, que fue su más estimada creación. Esas jornadas de Murcia fueron probablemente las que más eco llegaron a tener, dado que sus ponencias se publicaron en la revista de pensamiento Zona Abierta47, con la que Artemio tenía relaciones decisivas. De entre estas ponencias destaco «Crisis ecológica e izquierda revolucionaria», del filósofo Manuel Sacristán que 184
aunque no pudo asistir representaba al escueto grupo de pensadores de formación marxista interesados en aquel momento por la ecología y la relación política-medio ambiente48; «La estrategia para la ordenación de la biosfera al servicio del hombre», del biólogo Faustino Cordón; y «Necesidades económicas y ecología», del propio Artemio. La cadencia de estas Jornadas de Ecología y Política, con sus temarios de tipo monográfico, fue así: (1.a) Murcia (mayo de 1979): El ecologismo, la política, el sindicalismo, (2.a) Palma de Mallorca (diciembre de 1979): OTAN, Mediterráneo, Turismo, (3.a) San Sebastián (noviembre de 1980): Industria, contaminación, (4.a) Madrid (noviembre de 1981): Ecologistas, elecciones y la «alternativa verde», (5.a) Gijón (noviembre de 1982): El sistema industrial y la ecología y (6.a) Cáceres (noviembre de 1983): Economía y ecología. Las relaciones con el PSOE fueron de interés. La habitual presencia de algunos de nosotros en las reuniones de su Comisión Federal de Ecología, que empezaba a adquirir consistencia y a reclutar militantes sensibles en toda España, contribuyó a la adecuada e inicial «reconducción» de lo político por vías ecológico-ambientales. Debido a esta colaboración desde el CESE, pudimos producir numerosos textos a petición del PSOE, que los utilizó en sus labores parlamentarias. En la primera etapa del CESE (1979-1981), y antes de que el PSOE ganara las elecciones, le aportamos numerosos y muy diversificados trabajos 49. El caso es que desde el CESE «enseñamos» medio ambiente a un primer grupo de miembros del PSOE, ya que este partido empezó a acceder a parcelas crecientes de poder sin suficiente experiencia ni conocimientos... El Ayuntamiento de Madrid y la Diputación Provincial fueron, después de las elecciones municipales de 1979, el ámbito originario del que surgieron los que irían dando forma y contenidos a las primeras políticas ambientales de un partido cuyo poder aumentaba sin cesar. Se trataba de ingenieros, arquitectos, químicos... escaseando visiblemente los biólogos50. Luego serían algunos ecologistas, convertidos en militantes socialistas, los que añadirían nueva savia ambiental a este proceso: el caso más notable fue el de Fernando Martínez Salcedo (ingeniero y geógrafo), que fue sucesor de Concha Sáez como director general de Medio Ambiente y que llegaría a dar a su acción política un tono mucho más ideológico que la misma Concha. Poco a poco el CESE fue diversificando sus actividades llevado tanto de sus propias iniciativas como de la demanda que surgía, ya que desde el principio se convirtió en una referencia común en materia de formación y asistencia ambiental, ganando pronto fama de seriedad. Así, se puso en marcha una Bolsa del saber, un 185
Consultorio ambiental e incluso profesional, actividades concertadas de educación ambiental... la realidad era que España desvelaba un déficit ambiental inmenso y resultó que el CESE reunía las cualidades necesarias para ir cubriendo varias de las necesidades más perentorias. Para ordenar todo este conjunto de demandas y actividades se lanzó un boletín, Servicio de información ambiental, de valor inestimable para todo el expansivo universo ecologista. Las primeras actividades en el CESE estuvieron basadas en mi experiencia y mi red de relaciones debido a las condiciones en que surgió y a las características de mi propio itinerario. Y por lo que a su financiación se refiere, el «pacto fundacional» entre Artemio y yo preveía que me encargara de hacerlo autosuficiente lo antes posible (aunque él nunca me transmitió ninguna prisa), para lo que habíamos previsto que mi actividad profesional contribuyera a la economía de aquella creación nuestra. Esto encajaba perfectamente en mi plan de vida, según el cual mi opción de independencia económica y política se basaría en los trabajos y proyectos ambientales. Así, a finales de 1979 conseguí el primer -y sigo pensando que el más decisivo - encargo de mi carrera de con sultor, un extenso estudio sobre las costas (1979-1980)51 de cuyo interés inaplazable había conseguido convencer a mis amigos del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (como cuento en la batalla 67). Con estas actividades profesionales pretendíamos la autosuficiencia económica, que conseguimos con ese primer estudio; el segundo, de menor envergadura, sobre la Dehesa de Navalvillar (1980-1981) en Colmenar Viejo (Madrid), vino dado por nuestras relaciones con el PSOE y concretamente con el alcalde socialista de ese municipio (batalla 80). No prosperaron, sin embargo, las propuestas que formulé a Luis Maestre, del grupo inicial de socialistas «ambientales», después de convertirse en responsable de medio ambiente en la Diputación Provincial de Madrid tras las elecciones locales de 1979. Las ideas que le brindé a mediados de 1980 eran novedosas - «Ruido: mapa provincial», «Efectos de las redes de alta tensión: lo estético y lo biológico» y «Paisaje y publicidad exterior en la provincia de Madrid» y aunque le atrajeron no lo motivaron finalmente. Pero esta imbricación de hecho entre los estudios ambientales que yo buscaba y negociaba y las actividades político-ecológico-educativas propias de una organización como el CESE tenía el tiempo contado; y así fue, ya que con mi incorporación en Albacete a la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en octubre de 1981 ambas actividades quedaron desligadas y separadas definitivamente, allanándose el camino hacia la «normalización» económico-funcional del CESE. Hasta ese momento para financiar las primeras actividades acometidas, como por 186
ejemplo las Jornadas de Ecología y Política, se había recurrido a la ayuda - siempre parcial, siempre insuficiente - de instituciones del lugar donde las celebrábamos. Y poco a poco se fueron arañando subvenciones de algún ayuntamiento (por ejemplo, el de Villanueva de la Serena mediante la intervención de Juan Serna, entonces concejal, cuando el estudio sobre el uranio, batalla 26), o de fundaciones (como la Fundación Hogar del Empleado, para el estudio sobre la central nuclear de Trillo, batalla 15). Y a partir de 1982, con el PSOE en el poder y tantos amigos a los que habíamos asistido con lealtad y generosidad durante años, todo fue más fácil aunque los recursos resultasen siempre inferiores a las necesidades. Desde luego, mis relaciones con el CESE continuaron aun estando yo fuera de Madrid y seguían siendo estrechas a mi regreso un año después, ya que permanecí como miembro de la Junta Directiva durante algunos años. También mantuve mi participación en estudios de envergadura, como Costes monetarios y sociales causados por la contami nación en España, en 1984-1985, que desarrollamos en dos etapas y fue financiado por la Dirección General de Medio Ambiente: este estudio concretaba un anhelo que teníamos en el CESE casi desde el principio, como era el valorar los daños y las pérdidas ambientales en términos económicos, y mi aportación consistió en una «espacialización» de la contaminación industrial en la geografía española. Pero fui consciente de que yo ya había hecho lo que - histórica, política, ecológicamente - me correspondía hacer, precisamente en el arranque del CESE y mientras fui verdaderamente necesario; después ya eran otros los que podían ser más útiles y decisivos. Con respecto al final del CESE, creo que todos los que teníamos algo que ver con él pudimos entenderlo como resultado de un proceso normal de agotamiento y también de contradicciones: por un lado, el movimiento ecologista todavía mostraba una dinámica veloz en los años de 1980 y fácilmente erosionaba a la gente y las asociaciones, lo que no siempre se podía resolver con la sustitución y renovación del elemento humano; por otro, seguramente hubo un exceso de proximidad con el PSOE, partido que una vez en el poder fue enajenándose rápidamente al mundo ecologista por sus incumplimientos, su falta de convicción ambiental y alguna traición. El infame proceso de entrada en la OTAN, culminado con el referéndum de marzo de 1986, no era posible encajarlo desde el ecologismo como un ejercicio de realismo o como una exigencia de nuestros aliados exteriores, por más que aceptáramos que la presión combinada de la Europa comunitaria, Estados Unidos e Israel lo hacían poco menos que ineluctable. Todo esto fue desposeyendo al Centro de Estudios Socioecológicos de sus 187
cualidades y capacidades originales, y ni siquiera la personalidad y el prestigio de Artemio podían frenar su decadencia. Hubo sin embargo un repunte de la «filosofía» del CESE, si bien corregida por los tiempos y la experiencia, que fue la creación en 1993 de Ecoforum, que quería ser lo que, exactamente, dice su nombre: un espacio para el debate y la discusión ecologistas. Me adherí a esta nueva iniciativa, con amigos de siempre, entre los que destaco a la periodista Sofía Menéndez y el ecologista todoterreno Jordi Bigas; pero tampoco duró mucho52. 34. El Escorial y el PSOE: «Estados generales» de la ecología En cuanto echó a andar el primer Gobierno socialista a finales de 1982 me propuse contribuir al impulso del movimiento ecologista tratando de comprometer a los nuevos dirigentes implicándolos en la ecología política. Yo militaba en el PSOE (como explico en la batalla 52) desde finales de 1981 y había concluido mi experiencia política en Castilla-La Mancha, sintiéndome pronto desilusionado por el enfoque - burocrático, tibio - que el PSOE había mostrado en relación con las responsabilidades medioambientales ya en el poder; y todavía me faltaba por vivir la otra experiencia, la de Murcia, más amarga, que liquidó entre otras cosas mi breve militancia. Esto me impulsaba a estimular la coordinación ecologista estable y, aunque sabía que este tipo de iniciativas es de eficacia limitada si provienen de las Administraciones, me pareció bien que Concha Sáez, directora general de Medio Ambiente, convocara una reunión general ecologista, siendo uno de los objetivos explicar la creación del Comité de Participación Pública (CPP, a cuyo frente Concha nombró a Artemio Precioso) dentro de la aborrecida Comisión Interministerial de Medio Ambiente (CIMA, que el PSOE decidió mantener). Además, el nombramiento como subdirector general del prestigioso Fernando González Bernáldez debía reconocerse y por ello consideré que la reunión merecía apoyo. La reunión se celebró en El Escorial el 4 de junio de 1983 con la presencia de una veintena de grupos ecologistas. Y ya que estas reuniones generales se habían interrumpido tras la de Daimiel, cinco años antes, se decidió activar el proceso convocando una reunión en el otoño que examinaría la política medioambiental de la nueva Administración central, la trascendencia del CPP, la revisión del Plan Energético Nacional y las fórmulas de coordinación y organización de los grupos ecologistas. La reunión delegó en Jordi Bigas y en mí la convocatoria y organización de esa reunión siguiente, ya propiamente ecologista53, y así llegamos a esta Conferencia General Ecologista54, con una asistencia bulliciosa de representantes de 47 grupos, que hizo recordar los buenos tiempos de Valsaín y Cercedilla. Pronto fueron 70 los grupos que se vincularon a lo que recibió el nombre de Coordinadora 188
Asamblearia del Movimiento Ecologista (CAME), que demostró una considerable longevidad ya que dio lugar a reuniones anuales en Genicera (León, 1984), Santa Cruz de Oleiros (La Coruña, 1985) y Colmenar Viejo (Madrid, 1986). Por mi parte, creí que tras la segunda reunión de Madrid había cumplido con la misión encomendada y a ella me limité sin vincularme a ningún grupo concreto. 35. De la ecología política a la economía ecológica Tras el ciclo político-ecologista que se me cerró en la primavera de 1984 con el trauma sufrido en el Ayuntamiento de Murcia (ver batalla 54), volví a sentirme interesado por la reflexión y la construcción teórica del ecologismo, cuya primera etapa había vivido en el entorno del Centro de Estudios Socioecológicos. Al tiempo que retomaba con interés los estudios y proyectos ambientales quise avanzar en mi preocupación teórica, esta vez en la dirección de la economía ecológica, ya que me parecía que ésta era una buena continuación, en el terreno intelectual, de la ecología política. Y aunque los estudios ambientales profesionales me volvían a encaminar por las costas y también continuaba mi interés con los asuntos internacionales y periodísticos la acumulación de lecturas sobre una economía distinta me hizo dar algunos pasos en la línea que ya otros habían iniciado55. En el fondo de mi interés latía la inquietud producida desde hacía tiempo por la significación económica de la energía y por el empeño puesto durante varios años en las propuestas de otros esquemas alternativos energéticos. Pero iniciarse en la crítica económica de la energía así como en la crítica energética de la economía llevaba muy lejos, alcanzando una reconsideración global tanto de las características de la economía convencional como de la teoría económica clásica, es decir, liberal: o sea, la vigente. Recuerdo muy bien cómo y cuándo me alcanzó la curiosidad por explorar una economía distinta, llena de sugerencias y opciones, que sostuviera mi «revolución energética» en claro contraste con lo existente. Fue un día del otoño de 1974, cuando me llamó la economis ta Hazel Henderson, de parte de Mario Gaviria, para anunciarme el envío de un artículo, «Obsolete economics», recién publicado en la revista británica The Ecologist. Así descubrí The Ecologist, publicación mensual a la que me suscribí inmediatamente, logrando todos los ejemplares atrasados desde su inicio en junio de 197056 Mi segunda fuente de información y reflexión fue, de nuevo, Le Monde, que a la educación nuclear y litoral que me proporcionaba unía un interesante flujo informativo sobre economía crítica en general, con artículos de autor, crítica económica y bibliografía. El caso es que a finales de 1983 ya tenía yo mi propio 189
esquema explicativo, «Introducción a una economía ecológica», que envié a las Sextas Jornadas de Ecología y Política del CESE, que se celebrarían en Cáceres; y al otro presenté en las Jornadas de Cabueñes (Gijón) otro texto, «En torno a una economía ecológica», en el que engarzaba con la tradición crítica ecologista57. Y me propuse estimular la atención sobre este nuevo paradigma. Una primera iniciativa fue convocar en Madrid un 1 Congreso de Economía Ecológica en abril de 1986, después de meditarlo y prepararlo con Cristina Calandre, economista culta y sensible de quien hablo en la batalla 66. Previamente creamos la Asociación por una Economía Ecológica con la idea de agrupar a los interesados en esta materia que, como pronto comprobamos, eran muchos y procedían de los más variados campos: la universidad, la empresa, la política, la administración, los movimientos sociales... Con subvenciones del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid preparamos un programa brillante con la participación de especialistas bien conocidos, como Naredo, Joan Martínez Alier, David Rivas, Juan Antonio Gallego, Rafael Esteve, Ricardo Fajersztein, Manuel Ruiz Pérez, Luis Jiménez Herrero, Miguel Cuerdo, Artemio Precioso... y un invitado de lujo, Peter Bunyard, del equipo fundador de The Ecologist. La Fundación de Investigaciones Económicas y Sociales Aplicadas (IESA), que tantos trabajos de divulgación y propuesta me había financiado en los años 1981-1985, se encargó de editar las ponencias de ese congreso, que yo prologué («De la ecología política a la economía ecológica») y coordiné51. Aquella experiencia no tuvo continuidad ni como asociación ni como convocatoria periódica (entre otras razones, porque otros estaban más adelantados y centrados en esa materia), pero mi interés personal continuó59 y se ha mantenido desde entonces. La siguiente ocasión de volver al tema se me presentó durante los años en que elaboré para el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA) varios trabajos seguidos (las extensas guías naturales de las costas, las montañas y los ríos) y gracias al interés personal del economista Antón Novás, subdirector general en esa institución, con quien siempre he mantenido unas relaciones magníficas. Novás vio bien mi propuesta de convocar a los especialistas en economía ecológica, que iban aumentando con nuevos nombres de prestigio en un Seminario de Economía y Ecología, a celebrar en el bosque de Valsaín (Segovia, noviembre de 1993), concretamente en el Centro Nacional de Educación Ambiental (Ceneam), con la participación de Naredo, Allende, Rivas, Gallego, Pablo Campos, Pere Riera, Carlos Abad, Federico Aguilera, Manuel Delgado Cabezas, Juan Antonio Gallego, Alfredo Cadenas, Diego Azqueta, Rodrigo Giliberto, Luis Martínez de Velasco, José Manuel Martínez Hernández... En esa reunión hubo ocasión de comprobar hasta qué punto estaban enfrentadas las dos versiones de esta economía ecológica: la que recibe ese 190
mismo nombre, de expresión y metodología radicales, y la que viene conformándose con la denominación de «economía ambiental», de tinte claramente liberal, que considera que con la internalización de los costes procedentes de las deseconomías de origen ambiental que genera la máquina productiva - es decir, reduciendo «imperfecciones» - la cosa está arreglada y el sistema puede continuar funcionando. Unos años más tarde, cuando colaboraba con José Ignacio Elorrieta, del Gobierno de la Comunidad Foral de Navarra, propuse la celebración de unas Jornadas sobre Economía y Cuentas de la Naturaleza, que finalmente no pudieron celebrarse; fue una verdadera pena, ya que los invitados previstos habrían discutido no sólo sobre el «estado de la cuestión» de estos estudios, sino también algunos casos de elaboración de cuentas regionales ambientales, de cuentas en un espacio natural y de valoración de la biodiversidad y de los riesgos ambientales6o Más recientemente, durante mi vinculación con Fungesma volví a la carga (2000) con motivo de la realización del libro El medio ambiente en la política económica: hacia un modelo de integración en España, en el que mi intervención fue amplia y directa (batalla 79). De ahí se derivó una etapa de colaboración con profesores de la Universidad San Pablo-CEU, en temas relacionados con la economía ecológica y el medio ambiente en general. Ese mismo año publiqué «De la economía ambiental a la economía ecológica» en la Revista Valenciana d'Estudis Autonbmics. Mi interés personal no ha decaído, avanzando a través de esta atractiva materia en una mejor comprensión tanto de los mecanismos de destrucción ambiental por el sistema económico internacional como del trasfondo ecológico de las crisis económicas. Vengo prestando especial atención a las teorías recientes sobre el decrecimiento económico (elaboradas sobre todo por Serge Latouche), que considero muy pertinentes teniendo en cuenta el grado de destrucción ambiental y social a que hemos llegado como consecuencia del loco y lesivo crecimiento económico 61.
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De la reacción atávica contra la energía nuclear pasé, al extender mi lucha a todo el país, a la inevitable reflexión sobre el problema energético y su globalidad, y de ahí se derivó, de forma tan natural como voluntaria, mi interés por el medio ambiente en general. Con el relativo apaciguamiento de mi espíritu tras alcanzar la convicción de que el proyecto de Cabo Cope se había esfumado, quise extender mi acción reivindicativa al maltrecho litoral español, empezando una vez más por mi tierra, mi litoral, mi mar. En 1977 era testigo consciente de las tremendas transformaciones en la costa y del proceso que maltrataba mi paisaje aniquilando el pasado y el presente, y amenazando seriamente el futuro. El itinerario reivindicativo vivido se inició, pues, a partir de esta percepción sentida y dolida, y estuvo basado de nuevo en la información y la formación que la lectura sistemática del diario francés Le Monde (tan interesante en materia litoral como en materia nuclear) me proporcionaba. A Francia debo la descripción de problemas que veía repetidos en España, así como las primeras aportaciones teórico-doctrinales y, last but not least, mi encuentro con el geógrafo Loic Menanteau, cuya amistad me ha resultado desde entonces tan útil como satisfactoria. De mi mirada al espejo francés me interesó en primer lugar la creación en 1975 del Conservatorio del Litoral', organismo oficial cuya misión era adquirir terrenos costeros, marismas, dunas y cualquier espacio digno de conservación, excluyéndolo de los posibles peligros al dar carácter público a su propiedad. Al año siguiente se produjo otro hecho importante, que fue la Instrucción del Primer Ministro (entonces Jacques Chirac)2 relativa a las medidas a adoptar para la protección y ordenación del litoral y las orillas de lagos de cierta dimen sión; el texto consideraba esa protección como un «imperativo nacional» por tratarse de un espacio «físicamente limitado y ecológicamente frágil», con lo que se exponía por primera vez una filosofía o cuerpo doctrinal sobre el litoral. Llevado por mi creciente interés por las referencias oficiales extranjeras sobre la protección del litoral me di de bruces con la maravillosa creación británica del National Trust (1895) y concretamente con la «Operación Neptuno» de actuaciones sobre el litoral que ese organismo desarrollaba desde 1974; pero la realidad era que la referencia francesa me resultaba mucho más útil. Con estos materiales me decidí a la creación del Grupo Ecológico Mediterráneo (GEM) en septiembre de 1977 (batalla 29), muy concretamente dirigido a la defensa del litoral de las provincias del sureste geográfico español: Murcia y Almería. Y 193
cuando en 1978 la actividad empezaba a ser trepidante - añadiéndose al puerto deportivo de Águilas y la polémica por Portmán los asuntos de Mazarrón y de Pulpí se produjo mi encuentro con el geógrafo bretón Loic Menanteau, que realizaba en España su tesis doctoral sobre geomorfología de la costa suratlántica; tuvo lugar con ocasión de unas jornadas litorales celebradas en la Casa de Velázquez de Madrid (mayo de 1978) y fue de decisiva importancia para mi incipiente vocación por el litoral debido a sus conocimientos, su generosidad y su amistada. Loic me proporcionó los primeros textos, franceses por supuesto, de los que tanto iba a aprender'. De fuente francesa me vino también la famosa Directiva D'Ornano5, por el nombre y la iniciativa del entonces ministro de Medio Ambiente y Calidad de Vida, que en realidad era un decreto del primer ministro (Raymond Barre). Por lo que a mi experiencia directa se refiere esta segunda intervención pública en Águilas, la del litoral, fue infinitamente más frustrante que la primera, la nuclear, aunque sus consecuencias tuvieron mucho de satisfactorio en lo intelectual y lo ecologista. Pero mi sentimiento de soledad, por una parte, y la percepción de insensibilidad creciente ante el problema urbano-turístico de mis paisanos, por otra, me desengañaron si en algún momento pensé que me seguirían con la misma - o parecida - lógica que cuando los movilicé por el problema nuclear, pocos años antes. Cumplidas ambas batallas tuve ocasión de distinguir entre las dos experiencias y los dos sentimientos predominantes: la angustia nuclear y la obsesión litoral. La primera la viví desde la incertidumbre inicial y sabiendo que caminaba hacia lo desconocido, pero con un amplio respaldo y sobre todo con una inmensa rebeldía interior ante el futuro indeseable que se nos marcaba; en la segunda me permití desde el principio descargar golpes decididos y programados, aunque sabía que mis seguidores eran escasos y volubles, contemplando el futuro desde una posición moral mucho más segura y creativa, nada temerosa. Así, lo que una vez más surgió como una agresión imprevista y en la propia tierracarne abrió para mí nuevas perspectivas de acción pública así como un proceso de reflexión y construcción teórica no menos dilatado. Desde mi primer texto por el litoral, aquel que llamamos Manifiesto de Cabo Cope en el momento de la creación del Grupo Ecológico Mediterráneo (1977), a mi tesis doctoral, Sociología litoral (2005), media un número muy crecido de textos clasificables en notas ecologistas, denuncias, recursos, artículos, informes y trabajos profesionales. Ya aludí a mi contribución de 1978 en la redacción programático-doctrinal de Denia y ahora añado que antes de que acabara ese año aporté una ponencia, 194
«Tipología de la conflictividad del litoral», al Coloquio Nacional de Ordenación del Territorio, que organizó el MOPU; y en marzo del año siguiente la revista Transición me publicaría «El saqueo del litoral», texto contundente que recogía mi estado de ánimo tras la etapa de más vertiginosa actividad desde el GEM. Me permito reproducir aquí, desde mi tesis doctoral, una Doctrina (Decálogo) de la protección del litoral, que resume los contenidos teóricos de la lucha ecologista según los resultados de mi praxis y el curso de mi proceso reflexivo. DOCTRINA (DECÁLOGO) DE LA PROTECCIÓN DEL LITORAL 1.El litoral no se debe urbanizar. Constituye un espacio escaso y frágil y no debe someterse a «consumo» o destrucción. Tampoco debe saturarse con actividades económicas o concentraciones humanas: debe quedar libre en la mayor medida posible. 2.La ocupación del litoral por la segunda residencia es claramente negativa, por irreversible y derrochadora en recursos (suelos, agua, energía). Se reviste, así, de connotaciones antisociales. Constituye, sin embargo, uno de los espejismos sociales más explotados por el sistema económico, especulador y mixtificador. 3.Merecen protección a ultranza todos los elementos singulares del paisaje, como las pequeñas islas e islotes, los apéndices rocosos, los acantilados, las sierras litorales, etc. Para ello deben mantenerse como no urbanizables y despejados en su entorno. Sus peculiaridades fisiográficas y paisajísticas los hacen merecedores de esa protección con el fin de que continúen siendo una referencia paisajística que puedan disfrutar todas las generaciones. 4.Muy especialmente hay que salvar las zonas húmedas - marismas, marjales, albuferas, salinas y cualquier área inundable temporal o permanentemente - por su extraordinaria riqueza ecológica y por la singularidad de los ecosistemas que albergan. 5.La expansión urbana, tradicional o recreativa, debe realizarse a cierta distancia de la costa, dejando preferiblemente algunos centenares de metros libres entre la línea de costa y las primeras edificaciones. Ninguna edificación debiera implantarse a menos de 300/500 m del mar. 6.Las construcciones de nueva planta, especialmente las turísticas, deben ceñirse a los entornos urbanos ya existentes evitando la dispersión territorial y la «colonización» de espacios libres de urbanizaciones. Esto debe aplicarse con 195
singular rigor a las construcciones aisladas, tipo chalé. 7.Los accesos a la costa deben ser perpendiculares, en forma de peine. Se deben evitar, en consecuencia, las carreteras paralelas a la línea de costa, llamadas de «cornisa», que deforman el espacio costero y abren paso a la especulación insaciable ocupando un suelo privilegiado y transformando el litoral, su fisonomía y su potencial natural. En la medida de lo posible, se han de evitar también los «paseos marítimos» con vocación de ocupar la línea de costa y no meramente urbanos. Éstos son generalmente invitaciones a extender la «muralla de cemento» frente al mar. 8.Debe dispensarse la máxima atención al mantenimiento de las actividades económicas tradicionales de las áreas costeras. Ante los conflictos suscitados con motivo de la introducción de actividades «nuevas» debe observarse siempre el criterio de fomentar y proteger las tradicionales, incluso en el caso de manifiesta incompatibilidad: actividad agraria o pesquera frente explotaciones turísticas, sobre todo. Hay que proteger a los grupos humanos en primer lugar, permitiendo que su actividad los sujete a la propia tierra. 9.Todos los asentamientos, tanto urbanos como industriales, temporales o permanentes, deben estar convenientemente dotados de infraestrutura sanitaria suficiente para garantizar que los vertidos y emisiones se realicen sin riesgo para la salud pública o la integridad del medio marino. 10. El dominio público marítimo-terrestre, como franja de muy singular significación tanto en lo jurídico como en lo ecológico o lo recreativo, constituye un espacio sobre el que debe extremarse el rigor y la vigilancia administrativos, reduciendo al mínimo las concesiones y excepciones y valorando su carácter público e inalienable por encima de cualquier otra característica. Este dominio público constituye la expresión mínima, pero irrenunciable, de la idea de bien común, libre y disponible que sobre las orillas del mar y las propias aguas marinas han tenido siempre todas las poblaciones, incluso las no ribereñas. 36. El puerto deportivo de Águilas Éste fue uno de los primeros casos de construcción traumática de un puerto deportivo y por ello sirvió de referencia y enseñanza en otros numerosos episodios semejantes de la costa española a lo largo de varios años: arranca en junio de 1977 y llega hasta enero de 1981 con sus últimas repercusiones legales. El proyecto consistía 196
en la construcción de una «base náutico-deportiva» en el centro geométrico de la bahía de Levante en Águilas y, aunque el período de información pública transcurrió sin apenas trascendencia, pronto motivó el rechazo de prácticamente todas las fuerzas políticas. Aun así la autorización ministerial de ocupación del dominio público le fue otorgada en noviembre de 1977. Fue el Grupo Ecológico Mediterráneo (GEM) el que desde su fundación en septiembre de ese año lideró esta oposición, sufriendo dos de sus miembros - Paco Blázquez y este cronista - las inclemencias jurídico-políticas de un proceso (burla de la legislación, cambios de postura en los grupos políticos, primeras elecciones locales, etc.) verdaderamente ingrato. La postura crítica insistió sobre todo en que el lugar elegido como emplazamiento por el Club Náutico local era abusivo: primero porque se situaba sobre una playa urbana tradicional, la de Levante, por lo que quedaba «dentro del pueblo», como quien dice; y segundo porque el efecto geomorfológico esperable haría que las corrientes interiores de la bahía aguileña indujesen erosión y alteración en los bordes exteriores del cierre del enclave deportivo; además, estética y paisajísticamente el impacto resultaba demoledor. Por ello, se proponían como ubicación alternativa otros puntos, todos ellos fuera de esa bahía de Levante. Simultáneamente la batalla jurídica se planteó porque tanto los promotores del puerto como las autoridades municipales (las predemocráticas y las democráticas, tras las elecciones de mayo de 1979) consideraron que no era necesario disponer de licencia urbanística de obras por situarse el puerto en el dominio público y «no ser éste competencia municipal»7. Este aspecto del problema - la intervención municipal sobre el dominio público y la plena vigencia del régimen urbanístico sobre estas actuaciones portuarias - fue en lo jurídico-administrativo el principal caballo de batalla, con éxito final aunque tardío e inútil. También rechazábamos la concesión administrativa de uso y ocupación del dominio público concedida en noviembre de 1977, ya que se refería a un proyecto que había sido modificado sustancialmente, lo que obligaba a solicitar una nueva concesión. Por cierto que en esa autorización figuraba una alusión directa a que «el concesionario vendrá obligado a cumplir las disposiciones vigentes, o que en lo sucesivo se edicten, que afecten al dominio público concedido y a las obras y actividades que en el mismo se desarrollen, especialmente las correspondientes a licencias y ordenaciones urbanísticas...». Este asunto resultó interesante y estratégico ya que en muchos otros casos de puertos deportivos en la costa mediterránea volvió a presentarse el mismo cuadro de abandono municipal de competencias, pero fueron necesarias varias sentencias contencioso-administrativas para que los alcaldes 197
asumieran sus obligaciones y prerrogativas en este aspecto8. Al poco de iniciarme en esta nueva batalla, recibí la ayuda directa y entusiasta de Paco Blázquez, entonces estudiante de Geografía en la Universidad de Murcia, y de Asensio Rodríguez, un técnico electrónico que también se oponía a la pérdida irreversible de una playa tan tradicional. Paco fue el autor habitual de todas las notas y recursos de contenido jurídico, ya que su capacidad de estudio y trabajo le permitió convertirse en cuasiexperto tanto en la Ley del Suelo como en la Ley de Costas, y fue un compañero fidelísimo en los peores trances. Asensio fue nuestro principal apoyo logístico ya que, mientras Paco estaba generalmente en Murcia y yo en Madrid, él permanecía en Águilas, seguía de cerca todos los acontecimientos y hacía de enlace permanente con las otras fuerzas políticas y sociales que también luchaban contra el puerto deportivo. Ante la persistencia del Club Náutico y previendo que habría que incrementar la presión, desde el GEM emitimos una primera nota «lamentando el empecinamiento insolente de la Junta Directiva del Club, especialmente de su presidente quien, por otra parte, no ha contestado a la propuesta de debate público sobre este tema del Grupo Ecológico» 10. El mismo día redactamos un texto-resumen de la situación, relativamente extenso, Sobre el puerto comercial, puerto deportivo, «El Hornillo» y bahía de Levante en general, en el que planteábamos una reordenación alternativa de las instalaciones portuarias de Águilas (comerciales, pesqueras, mineraleras y deportivas) como marco global para prever necesidades futuras con criterios ambientales y sociales. El empecinamiento en construir el puerto deportivo en el lugar considerado por la oposición como menos indicado siguió produciendo notas de protesta a la prensa así como continuados escritos a las administraciones local y central, que pronto fueron cosa del GEM según se venía «desinflando» la oposición unitaria inicial, con la primera defección, la del PSOE11. El Club Náutico insistió en no solicitar licencia de obras y para justificar esta actitud consiguió de un jefe de Servicio del MOPU un informe en el que éste aseguraba que «las obras portuarias, bien directamente por el Estado o bien por intermedio de terceros (con reversión de las mismas al término de un plazo) son obras del Estado que no están sujetas a la competencia urbanística de los ayuntamientos.. .»12. Este escrito excitó más nuestros ánimos y yo me encargué de acceder a la Dirección General de Puertos y Costas, del MOPU, para protestar por esta ocurrencia incalificable y averiguar la identidad de funcionario tan osado (quizás corrupto); el director general, señor Martínez Cebolla, con quien me entrevisté, se vio en la obligación de emitir otro escrito suavizando el disparate, en el que estimaba que 198
«en el caso que se presenta en cuanto a las relaciones o procedencias de licencias, permisos u otras relaciones existentes entre el concesionario Club Náutico de Águilas y el propio Ayuntamiento de Águilas es asunto de la única y exclusiva competencia de ambas entidades... Cualquier interpretación que haya podido expresarse por algún funcionario de este Ministerio solamente representa la opinión personal de dicho funcionario»13. Pero los promotores del puerto deportivo se consideraban suficientemente fuertes e iniciaron las obras sobre la playa en marzo de 1979, pocas semanas antes de las primeras elecciones municipales y bajo el descarado chantaje del presidente del Club Náutico, que amenazaba al siempre timorato alcalde (que seguía siendo el mismo de los tiempos de la central nuclear) con reclamarle daños y perjuicios si se atrevía a parar las obras14. Entonces decidimos la estrategia que seguiríamos: presentamos una última denuncia ante el Ayuntamiento, convocamos un encierro de protesta en el Ayuntamiento y a los pocos días Paco Blázquez y yo interpusimos un interdicto de obra nueva ante el Juzgado de Lorca, alegando todo el conjunto de ilegalidades e irregularidades que ya había sido objeto de un informe que previamente dimos a la prensa, Situación legal de las obras del puerto deportivo deÁguilasí5. La sentencia nos resultó desfavorable como cuento, con sus circunstancias, en la batalla 61. Mientras tanto las reiteradas denuncias del GEM ante las autoridades urbanísticas acabaron surtiendo efecto, produciéndose un oficio desde la Comisión provincial de Urbanismo (tras inhibirse durante meses) al Ayuntamiento de Águilas en el que se le requería para que paralizase las obras citadas «si éstas carecen de la oportuna licencia municipal, según el precepto del art. 178 de la Ley del Suelo»i6. Seguimos denunciando el hecho de que buena parte de las obras no correspondiera a los contenidos de la concesión administrativa inicial, que se refería expresamente a una primera fase, y así el MOPU - que no había hecho caso de estas protestas - tuvo que acabar emitiendo otra concesión administrativa para las obras complementarias cuando todo el conjunto de la base náutico-deportiva estaba ya concluido17. Se nos acababa dando la razón, aunque tarde, a un alto coste y en un lamentable marco de hechos consumados, indolencia administrativa y oprobio a la legalidad. Seguidamente a la presentación del interdicto me vi envuelto en un cruce de denuncias a consecuencia de la charla que convocó el GEM para explicar el conflicto del puerto deportivo en todas sus vertientes, acto que acabó de forma tumultuosa por el boicot de varios de los presentes, incluyendo algunos miembros de la directiva del Club Náutico (batalla 61).
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Tras el fracaso de nuestro interdicto el puerto deportivo pudo concluirse, ya con el vigoroso apoyo de la nueva y democrática corporación municipal (de mayoría absoluta socialista), que tardó su tiempo en exigir la famosa licencia de obras. Como se había advertido, los espigones del puerto deportivo indujeron erosión a poniente, en una de las dos playas populares - urbanas - de Águilas, y pronto se comprobó que también producía reflexión de los temporales dañando las embarcaciones atracadas en el interior del puerto pesquero. Cuando empezó a hablarse de una posible ampliación del puerto deportivo la comunidad local de pescadores anunció su oposición, en contraste con la postura que mantuvo en el origen del problema18. Más recientemente, ante la futura remodelación portuaria general, en la que se dará prioridad al uso turístico en sustitución del comercial (hace años eliminado) y el pesquero (considerado en vías de extinción), se ha llegado al consenso casi general ha de excluirse al Club Náutico, claro, montaraz como siempre - de que el puerto deportivo objeto en su día de tanta lucha resulta obsoleto y más perturbador que nunca debido precisamente a su pésima ubicación. Y como incluso las administraciones se han planteado seriamente la posibilidad de demoler el dichoso puerto deportivo, la reflexión que me hago más de treinta años después de aquel suplicio es ésta: ¡Menuda confabulación de necios - administraciones, tribunales, promotores - tuvimos que afrontar! La referencia y la experiencia del caso del puerto deportivo de Águilas fueron de directa aplicación en varios casos de otros litorales, sobre todo en Mallorca, a donde me trasladé en varias ocasiones, a instancias del GOB y de sus líderes en 1979198119 (batalla 47). 37. El abominable caso de Portmán En la batalla por la bahía de Portmán entramos más o menos al mismo tiempo que en la del puerto deportivo de Águilas, aunque ésta retuvo nuestra atención durante aquellos primeros años con mayor intensidad. Portmán, localidad situada en el término municipal de La Unión (Murcia), venía siendo objeto de un atentado ecológico espeluznante, sin precedentes en nuestra costa y quizás en todo el Mediterráneo: la aniquilación sistemática por los vertidos mineros de una hermosa ensenada en cuyas orillas se asentaba el antiquísimo poblado (cuyo nombre, derivado de Portus Magnus, delata su origen romano). Bastante antes de la entrada en este nuevo conflicto había tenido conocimiento de esa situación escandalosa y tras una visita al lugar había publicado en la revista 200
Ciudadano mi primer texto sobre este asunto, «La ensenada encenagada». Ya señalaba ahí el problema: «Por obra y gracia de los vertidos de estériles del lavado de las minas de la sierra que circunda Portmán, día a día, metro a metro, el mar va retirándose en lo que se recuerda como lo más bello del litoral murciano. Se calcula en casi tres millones de toneladas de escombro lo que anualmente aportan las minas a la bahía. Esto ha encenagado el puerto y gran parte de la ensenada, aniquilando la riqueza pesquera en varias millas mar adentro... El atentado (social, económico, ecológico y hasta geográfico) corresponde a los vertidos del lavadero "Roberto', de la Sociedad Minero-Metalúrgica Peñarroya, que está - ¡lo que son las cosas! - exenta de responsabilidad penal gracias, incluso, a sentencias favorables de los tribunales, al actuar la empresa con concesión administrativa...». En la concesión administrativa de ocupación del dominio público y de vertido, de 1959, se prescribía la obligación de dragar la bahía si sus calados se vieran afectados, pero nada de esto se cumplió, sino que, contra algunos escritos de oposición, en 1969 el MOPU amplió el pe ríodo de vertido y eliminó esas cláusulas limitativas iniciales. El Ayuntamiento de La Unión recurrió este abuso frente a dicho Ministerio pero el Tribunal Supremo exculpó20 a la empresa explotadora y consideró compensación suficiente la donación al Estado de una finca de cuatro ha en cabo de Palos, a diez kilómetros de distancia de Portmán, así como la aportación de 25 millones de pesetas para la construcción de un nuevo puerto en dicho lugar, sustitutivo del de Portmán, ya inutilizado y en vías de total anegamiento; ese puerto de «compensación», que es el que existe hoy en cabo de Palos, alberga unas cuantas barcas de pesca, siendo su uso casi exclusivamente deportivo. Hasta 1977 el desastre de Portmán apenas trascendió a la opinión pública, no alcanzando las protestas un nivel superior al de las «cartas al director» en la muy acomodaticia prensa provincial`. Fue precisamente éste, el flanco periodístico, el que hizo saltar a la actualidad informativa este problema, cuando el senador de UCD, Ricardo de la Cierva, conocido por su notable locuacidad, denunció públicamente las presiones que la empresa minera había ejercido sobre los medios de comunicación para mantener la «discreción informativa general». La «denuncia» de De la Cierva, que se publicó en el diario murciano Línea (todavía del Movimiento) y en el semanario nacional Opinión (relacionado con él mismo), carecía como era de esperar de mordiente y contenido y no era más que una exhibición de hipocresía - una más en relación con el tema22; de hecho, el banal senador pronto tuvo que dar marcha atrás23. Cuando el GEM tenía un mes de existencia tuve ocasión de asistir en Cartagena a 201
una mesa redonda en la que se trató el tema de la contaminación industrial en el entorno de la ciudad. Allí me encontré con la escasamente disimulada duplicidad del profesor Moreno Clavel, de la Escuela de Ingenieros Técnicos Industriales, que pretendía quedar ante el público como un defensor del medio ambiente siendo un vete rano colaborador de las empresas industriales locales. Mi intervención crítica me dio la ocasión de conocer a Pedro Baños e Isabel González, su mujer, oriundos de Portmán, que asistían tan asombrados como yo a la frivolidad con que se enfocaba el dramático problema de la bahía encenagada. Fue suficiente una breve conversación para que quedáramos amigos para siempre, y de paso contara el GEM con un nuevo núcleo activo, el segundo tras el de Águilas. Empezamos redactando una nota en la que considerábamos «inexcusable la recuperación y dragado del puerto y la playa de Portmán, que debe exigirse a la exclusiva responsabilidad de Peñarroya»; además, contemplábamos como única opción viable «el depósito de estériles en canteras y minas a cielo abierto ya explotadas», y denunciábamos como opción «evasiva, antiecológica y nuevamente favorecedora de Peñarroya la medida ya anunciada de verter los estériles en cualquier punto de la plataforma continental o en fosas menos alejadas de la costa»; «El mar no es un basurero», rematábamos. Y, por supuesto, denunciábamos las fantasmadas del senador24 . A partir de esos hechos se abrió la veda para la información sobre Portmán, así como la intervención parlamentaria. A una pregunta del diputado Francisco López Baeza, socialista por Murcia, sobre la contaminación en la bahía contestó el Gobierno con datos analíticos en los que se reconocían los altos contenidos de diversos compuestos tóxicos, incluyendo el cianuro sódico, en los estériles vertidos25. En el GEM pusimos el asunto de Portmán en manos de Pedro Baños, que desde entonces no se ha desvinculado de la evolución de este caso, pese a su frustrante itinerario. Pedro e Isabel redactaron en 1987 un detallado informe-resumen sobre el caso, Problemática de Portmán, para el que me pidieron un texto introductorio26. También contribuyó Pedro en 1989 a la creación de una Coordinadora para la Conservación y la Recuperación de la Sierra y la Bahía de Portmán, así como de la Fundación Sierra Minera, de alternativas económicas; hasta que en marzo de 1990, y bien avanzada la situación político-autonómica, las negociaciones a varias bandas y la presión ecologista (que experimentó un importante impulso al decidir Greenpeace27 intervenir en el asunto con sus conocidos y espectaculares métodos de acción directa) hicieron que cesasen en su espantoso vómito las terribles tuberías, treinta y un años después de iniciar su vertido exterminador. Con el cese de la actividad minera esta sierra asistía al final de más de dos mil años de producción casi continua de diversos 202
minerales, principalmente galena (plomo) y blenda (cinc), pero quedaba dañada y envenenada. Cuando Peñarroya decidió desaparecer de tan enrarecido panorama, en 1988 vendió sus terrenos y otros activos a dos empresarios locales (Alfonso García y Mariano Roca, bien conocidos por su oportunismo) que constituyeron la nueva sociedad Portmán Golf y eludieron la herencia de la responsabilidad sobre el crimen ecológico, señalando claramente sus intenciones: sanear sierra y bahía, por supuesto con el dinero público procedente de la «deuda histórica» del Estado respecto del pueblo y la bahía, y reconvertir ese enorme espacio a un uso turístico de calidad. Pero la bahía envenenada viene mostrándose como un asunto maldito, en sintonía con su historia. Veinte años después del cese de los vertidos nada ha cambiado en Portmán, como no sea la «huida de la quema» de los dos empresarios arriba citados, que dejaron en el paro a los 300 trabajadores «heredados» de Peñarroya. El Estado ha venido reconociendo su responsabilidad en la catástrofe y por eso en febrero de 1995 la secretaria de Estado de Medio Ambiente, Cristina Narbona, presentó públicamente el estudio Recuperación de la Bahía de Portmdn, con seis alternativas para la devolución de la línea de costa a la posición de 1959, que en realidad se convertían en otras tantas posibilidad de destino de los materiales a recuperar21. Pero de aquello sigue sin haber nada consistente. En noviembre de 1996 el Puerto de Cartagena presentó el Proyecto básico de ampliación de la Dársena de Escombreras y recuperación de la Bahía de Portmán, en el que se vinculaba el dragado de la bahía con la ampliación de las instalaciones portuarias de Escombreras, uniendo tierra firme con la isla del mismo nombre; pero los ecologistas protestaron denunciando tanto la exposición a la acción del mar de enormes cantidades de metales pesados como la fría eliminación de la isla (biológica y arqueológicamente notable), llevando su queja ante la Unión Europea, con cuyos fondos se pretendía financiar el proyecto combinado29. La última muestra de necedad desarrollista es la Dársena de Contenedores proyectada en la bahía del Gorguel, que también se quiere vincular al destino de la bahía de Portmán y que se enfrenta, muy justificadamente, a la oposición de todos los grupos ecologistas (situando al Ayuntamiento de La Unión ante su crisis enésima)30. Así sigue dibujándose el panorama en el muy degradado entorno de Cartagena: indolencia persistente para las soluciones ambientales y diligencia irresponsable ante el gigantismo industrialista. 38. Y en Carboneras crecieron las chimeneas
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La oposición a una gigantesca fábrica de cemento en Carboneras (provincia de Almería), al inicio del espléndido litoral volcánico de Cabo de Gata, fue perfilada por el GEM en enero de 1978 y permitió la introducción del grupo en el territorio almeriense dando lugar a la formación del tercer núcleo, primero en la provincia andaluza31 El proyecto de esa cementera, anunciada entonces como la mayor de España, venía de principios de los años de 1970 y tenía como objetivo suministrar ese producto a los mercados de la costa Este de Estados Unidos. Pero varios retrasos hicieron que a principios de 1978 apenas estuviesen comenzadas las obras, lo que permitió que el GEM se lanzara a hacer crítica ecologista de lo que considerábamos una industria indeseable. La empresa, Hornos Ibéricos, ya era dueña de otra fábrica de cementos en el litoral, concretamente en Alcanar (Tarragona). Como era habitual (y lo es también ahora) esta iniciativa industrial consiguió desde el primer momento la adhesión entusiasta de todas las autoridades, pese a que sus generosas promesas no estaban garantizadas (como también suele suceder). Así, con el señuelo de un puerto pesquero - reivindicación tradicional de los pescadores locales - que la empresa prometió construir a su cargo, el Ayun tamiento de Carboneras cedió generosamente nada menos que 573 ha de terrenos comunales destinadas a la fábrica y a la cantera de materia prima. En su primer escrito crítico, de enero de 1978, el GEM describía la planta como «típica industria pesada y sucia, instalada en entorno subdesarrollado socioeconómicamente», describía a esa fábrica como «foco altamente contaminante, con un gran consumo de energía y características depredadoras del medio ambiente... Como consecuencia, se creará un foco de repulsión de otros tipos de actividad, especialmente la turística, la agrícola y la pesquera. La salud humana se verá afectada muy directamente y no sólo la de los trabajadores, sino la de la población de alrededor». Llamábamos la atención sobre la inexistencia de estudio de impacto físico, destacando además el carácter de «enclave privilegiado» de Carboneras y de todo el litoral del Levante almeriense «desde el Almanzora hasta el cabo de Gata, último reducto peninsular no asaltado ni destruido por la contaminación ni la barbarie desarrollista...». La nota fue enviada a los medios de comunicación de Almería y a los partidos políticos y sindicatos, pero sólo el PCE se hizo eco del texto. Esta fue la ocasión de que Pepe Rivera Menéndez, un licenciado en Filosofía, todoterreno, se uniera a nosotros en la batalla contra la cementera32. Pepe Rivera es una de las personas más capaces que he conocido en toda mi experiencia ecologista, además de un temible contrincante para necios y depredadores. Ha presidido varias veces el GEM y sigue siendo uno de sus valores más sólidos. Cuando me contactó, Pepe me envió un 204
trabajo personal sobre la significación global de la fábrica, Carboneras: otra fábrica de cemento en el Mediterráneo, que ya me mostró el rigor de su análisis. Mientras tanto publiqué en Ciudadano un artículo, «Almería, subdesarrollada y contaminada» (abril de 1978), describiendo la fábrica de cemento en sus aspectos ambientales y aludiendo a los otros dos puntos próximos de preocupación: la planta química de Derivados del Etilo (Cuevas del Almanzora) y el proyecto (en realidad, rumor) de central nuclear en El Playazo (Níjar). Pero hubo que llegar al verano de ese mismo año 1978 para que se desarrollase la polémica que buscábamos, que fue en la prensa escrita, de modo especial en el diario La Voz de Almería33. Para los ecologistas el inicio de su papel social en esa provincia no pudo ser más favorable, ya que a renglón seguido del asunto del cemento fueron desfilando bajo su análisis todo el elenco de problemas de incidencia ambiental que o bien se hallaban enquistados o bien surgían amenazadores. Pepe y yo nos pusimos a contemplar de forma integral la situación medioambiental de la provincia de Almería, marcándonos un primer objetivo que nos parecía de la mayor urgencia: la protección de la costa del Cabo de Gata34. La pelea mediática la iniciamos a continuación de un artículo, «La fábrica de Cemento, ¿un regalo para Carboneras?», que firmaba G. C. y que aludía a nuestra nota inicial, que alguien había «recuperado» meses después. Al alimón, Pepe y yo mandamos un amplio texto de contestación que fue puntual y fielmente reproducido: «El Grupo Ecológico insiste: No al cemento de Carboneras»35. Se sucedieron varios artículos en el mismo estilo, con un sesgo generalmente negativo frente a la fábrica, lo que confirmaba que la opinión pública almeriense no estaba dispuesta a aceptar cualquier proyecto por aquello del «tradicional subdesarrollo de la provincia». Cuando lo consideramos oportuno enviamos nuestra contestación global con el mismo estilo que habíamos adoptado desde el principio, es decir, la crítica serena y contundente de una fábrica destinada a una costa cuya vocación parecía evidente que era librarse de ese tipo de implantaciones36 No paramos Pepe y yo durante ese mes de agosto de 1978 de confrontar ideas y objetivos con el entusiasmo derivado de nuestro completo entendimiento. Aparte del asunto de la cementera nos interesamos por la fábrica Derivados del Etilo, instalada en la costa de Villaricos, trabando colaboración con Andrés Fernández, que sería primer alcalde democrático (socialista) del municipio, pero nunca llegamos muy lejos en ese tema. Yo indagué y supe que era una fábrica trasladada pieza a pieza desde Llissá del Vallés (Barcelona), debido precisamente a su carácter tóxico. Fue sucesivamente ampliada, reorientando sus producciones a lo farmacéutico. 205
Revisando aquella correspondencia, releo mis propuestas de ampliar nuestra acción a lo cultural - me había impresionado el lamentable estado del yacimiento neolítico de Los Millares y a «coloniza ción» del cielo me sabía la construcción del gran observatorio astronómico en la sierra de los Filabres - y a buscar apoyos con urgencia en el municipio de Níjar, que era el verdaderamente estratégico de cara a nuestros planes de futuro... ¡estábamos dispuestos a asumir todos los desafíos! Pero, de hecho, Pepe Rivera y el GEM almeriense no se saldrían mucho del ámbito de lo ecológico, ampliando las tareas al medio urbano y al mar «profundo»: recuerdo muy bien ciertas batallas en la capital almeriense a cuento, por ejemplo, de la transformación de la Rambla en parking vulgar y la «ordenación» de la playa del Zapico, o el interés con que se acometió la crítica de la pesca del coral rojo, por barcos italianos, en el entorno de la isla de Alborán, ¡que también era «nuestra»! De inmediato, con la instalación de la fábrica de cementos hubo que constatar dos impactos de envergadura: uno, la ruptura de la maravillosa playa de Carboneras, de siete kilómetros de longitud, en su cuarto más meridional37; y otro, la deformación de la Mesa de Roldán, cabo-promontorio que limita esa playa y en cuyo perfil plano se dibujan tanto el faro como una torre de vigía del siglo xvin, que se tomó por cantera para la construcción del enorme dique de atraque de los futuros barcos cementeros. Pero más trascendente fue, sin embargo, la consiguiente transformación del apacible pueblo de Carboneras - agrícola y marinero hasta ese momento, conocido apenas por artistas y buscadores de soledad - en un polígono industrial con enormes y muy contaminantes factorías, ya que con motivo de la aprobación del segundo Plan Energético Nacional (1979) se decidió la construcción en esa misma playa de una central térmica de carbón con una potencia de 550 Mw, que fue dotada de puerto industrial propio para la recepción del combustible38. Ya en los años de 1990 se añadió otro grupo generador, también de 550 Mw y de carbón, y en 2002 una tercera gran industria vino a unirse a las anteriores: la gigantesca planta desaladora que es considerada una de las mayores del mundo, capaz de suministrar 80 Hm3 de agua al año (150.000 m3/día) a los regadíos intensivos del Campo de Níjar y del Levante almeriense en general39. Una nota más: como se sospechaba, ni la cementera ni la térmica resolvieron la falta de un puerto o refugio para los pescadores por lo que tuvo que ser la Junta de Andalucía la que lo construyera posteriormente añadiendo ¡un tercer puerto en la playa de Carboneras! (que ha resultado, claro, más deportivo que pesquero). De esta forma, una iniciativa industrial sin la menor planificación ha acabado transformando radicalmente un área de economía tradicional (que esperaba al turismo como salvación) en un polígono industrial altamente contaminante. El mero análisis 206
demográfico del municipio de Carboneras informa claramente de los cambios habidos en los últimos años: mientras que en 1979 la población del pueblo (derecho) era de 3.037 habitantes, en 1981 ya había subido a 4.102, que eran 5.402 diez años después y que el Padrón de 2008 elevó a 7.787 habitantes4o. Por lo demás, nunca conseguimos el menor apoyo humano en el pueblo de Carboneras (donde se mantiene, por cierto, la tradición de alcaldes desarrollistas y algo peor), y esto contribuyó a que nos moderáramos y trasladáramos nuestra acción preferente a ámbitos más agradecidos, concretamente al litoral más al sur, en el que nos interesaba sobre todo el Cabo de Gata. 39. Mazarrón: la Isla como símbolo Fue a principios de 1978 cuando se supo que el Ayuntamiento de Mazarrón (Murcia) se proponía aprobar un Plan Parcial que contemplaba la urbanización intensiva de la isla del Cabezo Grande, conocida popularmente como la Isla, que en realidad es un islote de escasas ocho ha (80.000 m2); la iniciativa era de Mariano Yúfera, promotor local. Me enteré de este asunto en la Semana Santa de ese año y lo primero que pensé al conocer la envergadura y los contenidos del Plan de la Isla fue que el promotor de tamaño disparate no estaba en sus cabales 41. El Plan Parcial, al que su promotor había dado el nombre de «Isla de Paco» rebautizando a su capricho la isla, pretendía construir unas 400 viviendas, un hotel de 100 habitaciones y un anfiteatro para 3.000 personas. Acompañaba a este plan el relleno de 16.000 m2 ganados al mar en la costa contigua (a no más de 500 m de distancia). La propaganda promocional aludía también a un transbordador y un teleférico de acceso, y confería a las viviendas previstas «un ambiente romano». La Isla de Mazarrón, que es muy poco accesible, es un elemento esencial del paisaje y la memoria personal y colectiva de los mazarroneros, completa el entorno paisajístico de la popular playa de la Isla y ofrece el interés adicional de un enclave naturalístico y arqueológico poco hollado por el hombre. Ya sufría la playa de la Isla la acción erosiva por el puerto deportivo terminado recientemente (1975), y las obras contempladas no permitían esperar más que un empeoramiento de las condiciones hidrodinámicas. Era evidente que también el dominio público iba a sufrir por las ocurrencias y los sueños del pretencioso Yúfera. Desde luego, el tema me interesó y me las arreglé para entrar en contacto con quienes ya se oponían a esta iniciativa, que eran los que mejor me podían informar. Así, inmediatamente quedamos Paco Blázquez y yo en encontrarnos con varios mazarroneros en el conocido bar "La Vegica", del no menos famoso km 15 de la 207
carretera Mazarrón-Águilas. Ellos eran Andrés Pérez del PSOE, y Juan López, Jesús Solá y Lorenzo García, vecinos independientes de izquierda. De todo lo que nos contaron lo que más me interesó, como esperaba, fue la personalidad del promotor, Mariano Yúfera, mazarronero que había hecho su vida profesional en Barcelona y que llevaba años dedicándose a promover y construir apartamentos turísticos a través de su empresa, VIFUSA, en varios puntos del término municipal, pero sobre todo en el enclave turístico de El Puerto. Y no pasaron muchos días para que pudiéramos encontrarnos Andrés, Lorenzo y yo con el promotor; éste me dio la impresión que ya me anticipaba a mí mismo, y viendo su reacción nerviosa cuando le dije que no, que la Isla no se debía urbanizar porque era un elemento esencial así como estaba, en el imaginario de la gente, entendí que el conflicto era inevitable. Yúfera desarrollaba una activa campaña publicitaria sobre sus urbanizaciones, que intensificó con la «Isla de Paco», y esto era lo que le daba una presencia casi constante en los dos periódicos provinciales. Esta campaña se hizo más agresiva al iniciarse las primeras protestas (marzo de 1978) y cuando entró en liza la Asociación Pro-Defensa del Patrimonio Artístico y Cultural de la Región Murciana, que había acometido el análisis urbanístico, ecológico y social del Plan parcial y se había declarado contraria a las actuaciones previstas. Por nuestra parte, constituimos inmediatamente el núcleo local del GEM con Lorenzo García, Juan López, Jesús Solá y algún miembro más de participación menos directa; Andrés Pérez se mantuvo en sus coordenadas socialistas, encabezando la lista del PSOE en las primeras elecciones. Así que pronto redactamos en el GEM una nota incidiendo en los aspectos sociales y políticos del asunto, con un ataque directo al promotor y a su discurso mesiánico y paternalista respecto a sus trabajadores, a su actividad urbanística y al pueblo de sus amores. El texto (reseñado en la prensa provincial el 6-4-1978) calificaba de meramente especulativas esas pretensiones y llamaba la atención sobre los costes sociales que se generarían por la urbanización de la Isla, en la que el promotor-propietario se apropiaba de valores singulares que no le correspondían; y pergeñábamos una cierta teoría de la defensa de los islotes como elementos excepcionales del paisaje y la memoria local: «La Isla debe quedar como está, revirtiendo su propiedad lo más pronto posible a la comunidad mazarronera». Como esperaba, la respuesta de Yúfera fue desmelenada, casi agresiva, y tomó como objetivo preferente mi persona: primero, a partir de «columnistas» del entorno del promotor (que me zumbaron con el tradicional estilo del demagogo escritor de pueblo que no puede ocultar sus vínculos con el inversor o el señorito), y luego en una serie de escritos firmados por él mismo pero publicados como anuncios que fácilmente podían calificarse de «alucinados»42. Tras el chaparrón fue necesario un 208
forcejeo con los directores de los periódicos provinciales (no en vano los increíbles y esotéricos textos de Yúfera suponían sustanciosos ingresos publicitarios) para que finalmente el de La Verdad me permitiera publicar una nota personal de respuesta, de nuevo dura y contundente, que fue a su vez respondida por el promotor - siempre como publicidaden los días siguientes 43. Con el director de Línea, José Juan Cano Vera, no hubo entendimiento posible, dedicado como estaba a la causa de Yúfera44 y «enfangado» además en esos meses en los lodos de Portmán por su apoyo a la estúpida campaña de De la Cierva; a este Cano Vera (un ultraderechista anclado en el Movimiento, que con la democracia hizo política en las filas de AP-PP) no tuve más remedio que enviarle una carta de protesta45 por el bloqueo informativo casi absoluto al que nos sometió, contando para ello con el corresponsal local del periódico, Mateo García. Me desquité de los disgustos que nos daba la prensa, tan obviamente de parte del promotor, con un artículo en la revista La Calle: «Mazarrón: el sueño de un constructor produce monstruos». Los periódicos se llenaban de cartas y crónicas de fervorosa adhesión a los planes de Yúfera, además de los increíbles e infumables textos propios que solían tomarnos por diana, pero aguantamos el tipo y mantuvimos nuestra marcha poniendo en antecedentes del caso a los directores generales de Medio Ambiente y de Ordenación y Acción Territorial (responsable del Urbanismo), Daniel de Linos y José María Fluxá, respectivamente, ambos conocidos míos. También en esos días Joan Gummá, el industrial barcelonés que había conocido en la reunión de Ibiza el año antes, se puso en contacto conmigo para hablar de VIFUSA y sus actuaciones en Mazarrón, ya que - lo que son las cosas - una de sus empresas tenía relaciones con Yúfera. Traté este asunto lealmente con Gummá, y le expresé claramente que lo que debía hacer era alejarse de ese promotor y sus obras; y vio que mi firmeza correspondía a una causa de interés, decidiendo al poco abstenerse de toda intervención en Mazarrón46 Mientras tanto la opinión pública fue aumentando su hostilidad al proyecto, pese al importante contingente de trabajadores de la construcción que lo apoyaban, incondicionales y a veces violentos. Asistí discretamente a una sesión abierta de la Asociación Pro-Defensa del Patrimonio en el Paraninfo de la Universidad de Murcia, en la que se había previsto tratar del problema de la «Isla de Paco», y pude contemplar el espectáculo ofrecido por cientos de trabajadores de Yúfera trasladados a Murcia para montar la bronca contra la asociación crítica47. Impresionados por el espectáculo, enviamos a la prensa una «Carta abierta a los obreros de Mariano Yúfera y a las asociaciones de Mazarrón», en la que Paco Blázquez, su autor, explicaba pacientemente el interés que la conservación del litoral tenía también para esos trabajadores. 209
En septiembre de ese mismo año la Comisión Provincial de Urbanismo, del MOPU, denegó el Plan Parcial pese a la aprobación provisional del Ayuntamiento de Mazarrón, que siempre estuvo más o menos a las órdenes de Yúfera. El promotor se negó a aceptar el rechazo de su urbanización y porfió pretendiendo beneficiarse de un incidente administrativo contra el que tenía perdida la partida. Nosotros redactamos una nota en la que denunciábamos el «vergonzoso espectáculo» dado por Yúfera y animábamos a todas las fuerzas sociales (además de a la Administración provincial) a no doblegarse ante el acoso y el chantaje48. La influencia de Yúfera sobre la corporación municipal hizo que ésta aplicase en favor del promotor el silencio administrativo, aprobando por unanimidad el Plan y el Proyecto «Isla de Paco»49. No dudamos, desde el GEM, en presentar recurso contra esa incalificable decisión. La osadía municipal no llegó muy lejos, siendo esa decisión finalmente anulada por el MOPU. Mariano Yúfera clamó, amenazó y despotricó («Tanto mi empresa como Mazarrón están padeciendo un "terrorismo blanco" por parte de la Administración», dijo y escribió), agotando los últimos cartuchos de su dialéctica bufa: pero la isla no se urbanizó. En el caso de la Isla de Mazarrón (del promotor que se arroga derechos excepcionales e incluso extralegales por considerarse benefactor socioeconómico del pueblo) los aspectos políticos fueron adquiriendo amplitud ya que el poder y ascendiente de que aquél disfrutaba pronto le hicieron creer que podría reconducir a todo el municipio hacia sus propios intereses económicos. Así, el ego del promotor (o su paranoia, según se mire) fue creciendo hasta decidir presentarse a las primeras elecciones municipales democráticas de mayo de 1979, en las que encabezó una lista independiente que logró la mayoría, con nueve concejales de un total de 17. Pero una vez situado el promotor en el poder la zafiedad de su política dejó descaradamente a la vista la persecución de sus intereses y a ello se unieron los conflictos políticos y administrativos a que daba lugar esta actitud y la casi inexistente pre paración para la cosa pública de los componentes de la lista ganadora. Todo eso exacerbó las contradicciones dentro de la propia coalición y con el resto de los concejales, viéndose obligado el alcalde-empresario a dimitir al año de iniciarse la legislatura municipal. Se completaba así el episodio originado por una iniciativa urbanística desaforada, que resultó agravado por la personalidad del promotor y sus ambiciones políticas, tan burdas como desordenadas. Defendiendo la isla ganamos una interesante batalla que nos curtió, pero sobre todo aprendimos a ser pacientes y a seleccionar los objetivos. El grupo de ecologistas del GEM funcionó estupendamente, a partir de una rigurosa valoración del problema 210
y de los apoyos en presencia. En marzo de 1981 intervinimos en el período de alegaciones de una «dársena para embarcaciones menores de recreo» proyectada en el recinto del puerto pesquero, impugnándola, aunque finalmente se construyó; y en junio fui invitado a intervenir en una Semana Cultural organizada por el Centro Juvenil y el Teatro del Mar. Contribuimos, siendo alcalde el socialista Pedro Muñoz Ballesta, a mejorar el nuevo Plan General en sus aspectos litorales. Unos años después surgió un problema con la «Ciudad del Ocio» que el alcalde de entonces, Domingo Valera, se empeñó en llevar adelante de forma insensata, y participamos en el rechazo vecinal50. Con la caída del vigor ecologista de aquellos años, Juan López siguió siendo, sin embargo, un contacto permanente y un observador certero de la realidad mazarronera51; y con jesús Solá, siempre activo, mantengo trato habitual ya que trabajamos juntos en varias tareas del extenso repertorio ecologista de nuestra tierra, con especial atención a los asuntos de corrupción municipal. No hay grupo organizado, pero persisten los lazos porque sigue habiendo motivos de lucha, y a esto hay que añadir el reencuentro repetido con amigos del pasado, cuya reaparición siempre es satisfactoria y emotiva52. En 1992 la comarca de Mazarrón se vio sacudida por la amenaza de un complejo industrial minero-extractivo (cantera de extracción y tratamiento de áridos) proyectado en la sierra del Algarrobo, a lo que la población de los pueblos del entorno se negó en redondo, reivindicando la sierra como propia e inviolable. Acudí a unos actos reivindicativos53 del colectivo de vecinos organizado al efecto y colaboré en cuanto me lo solicitó Soledad Pagán, recordada líder que fue quien me invitó y en quien recaían las dotes necesarias para el caso. Aquella movilización, bien llevada, consiguió salvar la sierra. 40. La marina de Terreros (Pulpí) Con este caso entramos en contacto por primera vez con lo que suele llamarse en España una marina, actuación litoral que corresponde a la suma de tres elementos turístico-litorales muy significativos: el puerto deportivo, la vivienda secundaria inmediata y, por supuesto, el acceso para el automóvil. El lugar previsto para ese puerto-lago interior era el solar de unas salinas abandonadas, lo que facilitaba el dragado y la inundación por el agua del mar para formar la marina. Pulpí es un municipio almeriense que linda con Murcia y cuya capital está en el interior, a unos diez kilómetros del mar. Al borde de una hermosa playa se encuentra 211
lo que en ese momento todavía era el modesto núcleo de San Juan de los Terreros, desarrollado junto a sus salinas, que quedaron fuera de uso en la década de 1960. Desde esos años se inició el despegue turístico con la lenta transformación del núcleo costero tradicional y el interés creciente de inversores extranjeros atraídos por la luminosa belleza del entorno (de poderosa evocación africana). Esa evolución hacia el desarrollo turístico implicó la procelosa elaboración de un peculiar Plan General de Ordenación Turística «Zona Costera de Pulpí», que fue aprobado en 1966 contra toda legalidad y sensatez: ese Plan reunía el fervor desmedido hacia los objetivos turísticos que presentaba la Ley de Centros y Zonas de Interés Turístico Nacional de 1963 con los resquicios y la permisividad de la Ley del Suelo de 1956, más la voracidad de los promotores y sus agentes, que confiaron en su osadía. Desde 1975 había ido yo guardando las noticias que la prensa murciana publicaba en relación con las gigantescas inversiones turísticas previstas en la playa de Terreros, tan cercana a Águilas y por eso mismo bien conocida por mí y la mayor parte de los aguileños54. Pero todo se acele ró cuando, en ese marco formal disparatado, se quiso encajar un proyecto que en 1978 concretaron e hicieron público unos inversores belgas: era el Puerto Chromme & Link II, equivalente a una marina en el lecho de las salinas citadas. Se trataba del primer gran proyecto para esa costa y entre otras cosas implicaba el levantamiento de las tradicionales casetas que pulpileños y comarcanos montaban en la inmediatez de la playa y aledaños desde tiempo inmemorial. En el verano de 1978 llegó a mis oídos que se había ido organizando un movimiento crítico local, alarmado tanto por la envergadura de la inversión como por lo que suponía de pérdida y despojo de un bien - la playa, el paisaje, la libertad de movimientos - considerado como común e irrenunciable. Quise conocer a sus líderes y recurrí a quien mejor me podía ayudar: el cura Juan Manuel Díaz55, párroco de Pulpí durante años y, al mismo tiempo, empleado en la legendaria librería Foro, de Lorca, propiedad de nuestro común amigo Vicente Ruiz, el pintor. Pedí a Juan Manuel que me pusiera en contacto con quienes considerara más adecuados para acometer el asunto de Terreros y al día siguiente aparecían en mi casa de Águilas los hermanos Beatriz y Pepe Guirao que eran, efectivamente, las personas adecuadas para acometer esa lucha ecologista en la que ya estaban implicados como vecinos. Pronto trabamos la estrategia de combate con su conocimiento del tema y del pueblo y con mi aportación «teóricopráctica» en materia de puertos deportivos y marinas. En la Navidad de ese 1978 tuvimos varias reuniones en Pulpí, afinando la estrategia: en una de esas sesiones, a la que asistió medio centenar de personas, redactamos una nota que tuvo gran eco en la prensa provincial y nacional56. En una 212
de esas reuniones se decidió crear una gestora provisional de la Asociación de Vecinos de Pulpí, con líderes de entre los jóvenes más críticos y capaces del pueblo, que en buena parte ya se habían vinculado al Grupo Ecologista Mediterráneo: citaré en primer lugar a Ana, hermana de Beatriz y Pepe, a éstos, a Paco Cano y otros57. En síntesis, los argumentos cultural-sentimentales iniciales pronto se vieron enriquecidos con los ético-ecologistas, que recha zaban la aberración social de la marina y criticaban la evolución del planeamiento en el municipio. Un personaje clave en este caso, presente tanto en los medios municipales como en las empresas interesadas, era Alfonso Ramón Martínez Franco, secretario municipal de profesión, pero que en Pulpí desempeñaba labores de asesor urbanístico, y, como tal, se mostraba extraordinariamente activo. Su presencia, bien como secretario, bien como asesor, se hizo notar en varios pueblos de la costa almeriense y también de la murciana, como señalaremos en las batallas sobre el Mar Menor y, más todavía, en Níjar-Cabo de Gata58. Curioso personaje este, siempre próximo a la inmoralidad urbanístico-municipal más irritante y de una especie muy lejos de la extinción. De ahí, de la percepción de una estrategia perversa que tenía como objetivo la transformación urbanística de unos terrenos con implicaciones de variada índole, que suscitaba el rechazo de una mayoría sensible de la población, surgió la iniciativa popular de preparar una lista para las elecciones municipales de abril de 1979. Esta lista, independiente pero de matiz claramente progresista y crítico, agrupaba a los principales elementos de la oposición al proyecto turístico, extraídos principalmente de entre los líderes vecinales y ecologistas. El resultado fue espectacular, ya que esta candidatura ganó las elecciones con seis de los 11 concejales en liza. Lógicamente, el proyecto de la marina sobre las antiguas salinas quedó descartado al poco de la entrada en funcionamiento de la nueva corporación. Pero esto sucedió tras un estudio profundo y crítico de ese Plan costero, análisis que el Ayuntamiento encargó al Centro de Estudios Socioecológicos y que redactamos entre Juan José Silva y yo, entregándolo durante 1979. El Informe sobre el Plan General de Ordenación Turística «Zona Costera de Pu pí» demostra ba fácilmente que los vicios que presentaba eran más que suficientes como para ser objeto de fulminante anulación. Por nuestra intervención las autoridades urbanísticas de la Junta de Andalucía fijaron su atención en el increíble caso de Pulpí. Antes de hacer entrega del informe citado al nuevo Ayuntamiento de Pulpí me reuní en el MOPU con varios amigos de la Dirección General de Acción Territorial y Urbanismo, a los que informé del problema del Plan costero y a quienes pedí ayuda y asesoramiento, lo que rápida y eficazmente me concedieron; en pocos meses el propio director general de Acción Territorial y Urbanismo, Bernardo Ynzenga, ya había enviado un oficio al Ayuntamiento de Pulpí 213
advirtiendo de que el famoso Plan adolecía de «defectos de anulabilidad y nulidad absoluta» 59. Y al poco la nueva corporación vecinalecologista rompió con ese pasado y encargó la redacción de unas Normas Subsidiarias de Planeamiento que contemplaran el municipio en su totalidad territorial y pusieran fin a las heterodoxas maniobras anteriores. La Asociación de Vecinos y el GEM, matrices y actores principales a fin de cuentas de esta etapa de normalización política y social, editaron un folleto relatando toda esta historia, para que no se olvidara: El Litoral: Conservación o destrucción (El caso de Pupí)6o Resultó, así, que al rechazo frontal de un proyecto aberrante que conculcaba derechos tradicionales aunque no escritos se le unió un trabajo crítico vecinal y ecologista que hubo de enfrentarse a la trama de promotores y funcionarios y a la ilegalidad del Plan que pretendía encubrirlos. Todo ello implicó una entrada en la política local inicialmente exitosa. Esta batalla contra la marina generó en Pulpí un ambiente entusiasta que se nutría de sensibilidad ecológica y cultural y de amor a la tierra, derivándose de todo esto dos lecciones importantes: que el impulso ecologista había sido decisivo en el cambio político municipal produciendo una situación absolutamente novedosa en España61, y que la lucha afectivo-doctrinal contra un proyecto odioso podía triunfar. No tardó, desgraciadamente, en abatirse sobre tan exultante panorama el prosaísmo de la vida municipal, que se vio sometida a las presiones urbano-turísticas que parecen marcar el destino común de los pue blos costeros. Esto se tradujo en un distanciamiento progresivo entre aquellos primeros ediles y en la desaparición paulatina de los elementos más críticos. Después de transformarse en socialista la lista vencedora el municipio ha estado una y otra vez gobernado por el PSOE, habiendo procedido la alcaldesa socialista actual a la recalificación urbanística de casi todo el inmenso espacio entre las sierras del Aguilón-Pinos y el mar. De esta forma, el austero, calmo y luminoso entorno de Terreros se ha ido cubriendo de centenares de viviendas turísticas de aspecto ruralmediterráneo, sí, pero que han arrebatado al lugar (con su presencia extraña y sus propietarios mayoritariamente extranjeros) su personalidad secular. Aunque la marina de marras62, origen de tan histórica experiencia político-ecologista, quedó descartada para siempre, incluso el espacio de las salinas va siendo ocupado y construido, discretamente pero sin pausa. 41. El asalto de los naturistas: de Roquetas a El Portús Desde la Guerra Civil española las actividades de los asociaciones naturistas estaban penalizadas por considerar el régimen al nudismo como peligroso para la 214
moral y las buenas costumbres; y fue sorprendente comprobar cómo en pocos meses tras el levantamiento de la prohibición empezaron a proliferar proyectos e instalaciones de este tipo en la costa mediterránea, sobre todo en el sector levantinoandaluz63. Las inversiones naturistas en la España de la Transición venían adornadas de un halo de progresismo, seguramente porque evocaban el esplendor cultural de la Segunda República, y a éste fueron sensibles los políticos de entonces, muy especialmente los de izquierda. Pero debido a sus pretensiones sobre lugares costeros privilegiados y a las soterradas intenciones de ocupar e incluso urbanizar ciertos tramos de playa se hicieron rápidamente acreedores de la crítica ecologista, y tuvimos que hacerles frente. En el ámbito geográfico del GEM se presentaron varios casos conflictivos de instalaciones naturistas. Aludiremos a dos de ellos, el de la playa de Cerrillos en Roquetas de Mar y el de la playa de la Morena en El Portús (Cartagena); el tercero en el que nos vimos envueltos, el del Coto de las Palomas, en San Pedro del Pinatar, será descrito en la siguiente batalla, la del Mar Menor, que ya fue lo que nos permitió entrar en la complejidad ecológica y conflictiva de ese peculiar mar interior. Las iniciativas que describo venían amparadas por la Federación Alemana de Naturismo (Frei Kórper Kultur, FKK). En España era particularmente activa la Asociación Naturista de Andalucía (ANA), liderada por Branco Bruckner, cuyos inicios en este particular modelo de colonización litoral habían tenido lugar en Costa Natura, una urbanización naturista en la playa de Estepona (Málaga) y sobre el dominio público. Así que, mientras el GEM se enfrentaba en su «demarcación» a las instalaciones naturistas como novedad en la depredación del dominio público, la más importante inversión se desarrollaba en el litoral malagueño, consistente en unas quinientas viviendas y apartamentos «rodeados de vegetación subtropical, en régimen de propiedad o multipropiedad» 64. Situada al borde mismo de la playa, los beneficiarios construyeron en los extremos de la urbanización un muro que llegaba hasta el agua para así preservar la intimidad de los socios y propietarios en su disfrute nudista del sol, del aire y del agua - bella trilogía natural que esta tradición coloca, tradicionalmente, en el centro de su filosofía-, sin que se les olvidara marcar su territorio con el inadmisible cartel «Playa naturista ANA. Prohibido el acceso a menores no acompañados». Tras las protestas ese muro fue sustituido por una valla de cañizo en la que se practicó un paso a modo de barrera taurina que, al tiempo que franqueaba el acceso por la orilla del mar, mantenía la salvaguardia de esa intimidad. Como tampoco esa solución se ceñía al respeto debido para con el dominio público, la valla liviana acabó también siendo desmontada y el cartelito retirado...65 Otra ocasión de enfrentamiento se produjo, en esos mismos meses de 1978-1979, en 215
relación con el camping naturista Las Palmeras, instalado en un palmeral de las inmediaciones de la playa de Vera (Almería) y también vinculado a ANA. En la playa próxima pronto apareció un letrero con el prudente aviso de «Playa naturista», sin más pretensión y sin que se obstaculizara de ninguna manera el acceso y baño de cualquiera. Planteado así, se sobreentendió que se trataba de una playa libre, es decir, pública, sin exclusividad de ningún tipo. He de decir que mientras nos veíamos obligados a combatir en este nuevo frente encontré una ayuda inestimable en Augusto GálvezCañero que, además de un estudioso y practicante del naturismo como filosofía de vida, seguía atentamente todos los movimientos de esas organizaciones - ANA y la Asociación Naturista Levantino-Balear, en especial - convertidas en firmas inversoras crematísticas. Gracias a él dispuse de abundante información y de una asistencia utilísima, ya que estaba empeñado en defender los principios verdaderamente humanistas, del naturismo combatiendo todo tipo de individuos y asociaciones que desvirtuasen esos ideales, como sucedía con esos nuevos «colonizadores» del litoral66 El primero de estos casos de excesos naturistas tuvo lugar en la playa de Cerrillos, término de Roquetas de Mar (Almería), concretamente en el borde dunar de las salinas del mismo nombre. Allí aparecieron los naturistas de ANA un día del verano de 1978 para clavar su letrero según costumbre: «Zona naturista. Sólo socios». Pepe Rivera me tuvo informado y en cuanto pulsamos la opinión local, que era negativa, lanzamos un primer ataque, desmitificador, «El naturismo: privatizar la naturaleza en aras de intereses turísticos»67 y al que dimos continuidad con una segunda acometida, «En torno al naturismo y la privatización del espacio», tras la que Bruckner no tuvo más remedio que contestar, ciertamente enfadado: «Se imputan a ANA fines totalmente ajenos a ella», clamaba68. Volvimos a la carga con «Naturismo y ecologismo», ampliando nuestras acusaciones y rechazando que, como pretendía el osado heliófilo, su naturismo fuese una forma de ecologismo69. Esta pelea hizo entrar a los agricultores del lado de los ecologistas, ya que ahí mismo venían extrayendo arena - ilegalmente, por cierto, causando un persistente conflicto con el GEMpara sus invernaderos. Los de Bruckner y ANA también quisieron instalarse en El Borronar, apartado rincón litoral en la costa del Cabo de Gata, aunque finalmente renunciaron a este proyecto70. El segundo caso se nos presentó pasados dos años, cuando se autorizó a la sociedad naturista SOCNAT, aparentemente francesa, a instalarse en la playa de la Morena, junto al núcleo cartagenero de El Portús. El proyecto vino acompañado de una extensa campaña publicitaria en la que se ofrecían innumerables ventajas y 216
beneficios, muy al estilo de «Bienvenido Mr. Marshall», y como tal fue asumida por la población local de El Portús (un centenar escaso de habitantes) y por las autoridades municipales. El GEM impugnó la decisión municipal y aportó un extenso informe de urgencia, «Sobre el camping naturista proyectado en El Portús (Cartagena)»71, acerca de las falsedades de la «filosofía naturista» en sus enunciados de liviandad urbanística, explicando las razones diversas de oposición; añadíamos un apunte sobre la índole «moral» del rechazo, que en nada se refería al problema de la práctica del nudismo, sino a la enajenación que se veía como más o menos inevitable de una parte del dominio público. Meses después, el GEM envió otro escrito al consejero de Ordenación de Territorio de la Comunidad Autónoma, tras expresar éste que «había voluntad política» de autorizar el camping naturista, explicándole las diferencias entre filosofía naturista y «desnudismo comercial». El escrito de impugnación no prosperó, ante una corporación de mayoría PSOE-PCE favorable (en la que el concejal de Urbanismo, el comunista Pedro Gadea, se opuso y UCD votó en contra: cosas que pasan). Y las consecuencias globales del camping superaron lo temido: se desvió la rambla de la Morena para dejar expedita la playa a ocupar, se vallaron los acantilados para dificultar el acceso por el borde del mar, el camping inicialmente proyectado acabó convirtiéndo se en un enclave con bungalows... y el pueblo de El Portús siguió como hasta entonces72. Las indagaciones del GEM llevaron a identificar entre los dirigentes del camping y de la asociación promotora (filial o hermana de la andaluza ANA) a personajes salidos casi de un guión cinematográfico, como Olegario Fernández73, pero siempre dedicados al negocio inmobiliario en la costa levantina. En septiembre de 1980 quise observar directamente el foco desde donde parecía «irradiar» la ofensiva naturista en Murcia y Alicante, que era Benidorm; conseguí una cita con el segundo protagonista del caso, alguien llamado Michel Saint-George y que también representaba a la sociedad francesa; la entrevista fue cordial (ni dije mi nombre ni me lo preguntó) y se celebró en la sede de una empresa inmobiliaria, Inversiones y Promociones Naturistas, S. A., de la que mi interlocutor, con el nombre de Diego Miguel San Salvador, era director comercial74. 42. El Mar Menor, ese microcosmos... Este privilegiado enclave es uno de los más conflictivos de nuestro litoral. El llamado Mar Menor es una albufera o laguna marina de 140 km' de superficie líquida y profundidad máxima de siete metros, con un perímetro interior de unos 70 km, y está separado del Mediterráneo (la Mar Mayor, en el decir de los locales) por la que fuera maravillosa formación dunar de La Manga; tres son las comunicaciones entre 217
mares: la marisma de la Encañizada, el canal del Estacio y la gola de Marchamalo. No es fácil sintetizar el despliegue de problemas e impactos que están presentes tanto en las orillas como en las aguas de este pequeño mar, pero hay que destacar la acumulación de poblaciones en la orilla interior, pertenecientes a los municipios de San Pedro del Pinatar, San Javier, Los Alcázares y Cartagena, y sobre todo la espectacular urbaniza ción turística de La Manga, una de las más densas del litoral español. Todo ello en un entorno urbanístico tradicionalmente caótico, con pésimas condiciones de depuración de aguas residuales y congestión física en general. La importancia, al tiempo que su fragilidad, de las salinas ubicadas en el sector noreste dio ocasión a los ecologistas del Grupo Ecologista Mediterráneo de iniciar su etapa de intervenciones75. Ya nos habíamos dirigido desde el dEM a los alcaldes de los cuatro municipios ribereños del Mar Menor, pidiendo la protección de todas las islas de su entorno (enero de 1980), cuando nos llegó la ocasión para entrar en serio en este micromediterráneo tras anunciarse en febrero de 1979 una urbanización naturista sobre 750.000 m' de superficie en el llamado Coto de las Palomas, que una empresa holandesa, SOLINA, pretendía levantar al borde de la playa y en el bosquecillo anexo a las salinas del Cotorrillo, en el término de San Pedro del Pinatar. En el origen fue la inquietud vecinal la que tomó cuerpo a partir de la oposición de la Asociación de Cabezas de Familia del pueblo, que entendió que ese proyecto constituía un atentado contra la moral pública. En marzo me desplacé al lugar informado por el naturalista Javier Álvarez Cobb de una reunión que celebraba la citada Asociación para tratar públicamente el asunto, y fue entonces cuando me encontré con Antonio Gómez Pérez, popularmente conocido como Antoñico Zeneka. A partir de entonces él se convirtió para el GEM en el hombre clave tanto en San Pedro como en el Mar Menor, y en uno de los mejores amigos que he tenido, hasta su muerte en noviembre de 2002. Nos pareció correcto ceñirnos al estilo de Antoñico, profundo conocedor del entorno del Mar Menor y de sus mil secretos y peculiaridades y, así, optamos por la diplomacia, el diálogo y el ataque puntual, tantas veces sigiloso, en un ambiente tan aparentemente cerrado como altamente sensible donde tantos - comunistas, centristas de UCD, derechosos del PP, políticos pasados y de futuro, funcionarios, ácratas, ¡republicanos!... - tenían su papel. El recuadro que dedico a Antoñico fue incluido en mi guía La Costa de la Región de Murcia (1990), y me sigue pareciendo el adecuado para honrar su memoria. (Aprovecho para rememorar algunos nombres de jóvenes inquietos que representaban fielmente el entorno de contrastes y fidelidades que rodeaba a 218
Antoñico; y que tuvieron su papel en aquellos años en que parecía dispararse la conflictividad ecológico-política del Mar Menor: como el prudente Castor Pedro, médico y concejal de UCD; el inquieto aparejador José Miguel Hernández, concejal socialista, el abogado Antonio Ripoll, más alejado del grupo por las ideas pero quizás más próximo por sus afectos; a Ricardo Mirón, el profesor en el que pronto se cebó la desgracia tan atroz como injustamente, habiendo sabido sobreponerse; a José Antonio, Patoño, que una vez fue alcalde y luego redujo su papel social al de simple observador desde el mucho más dulce observatorio de su pastelería... Conocerlos, tratarlos y vivirlos, siempre en la catalizadora y entrañable presencia de Antoñico, fue para mí una experiencia extraordinaria76.) Pocos días después de esta reunión y de estos contactos el GEM, que ya se curtía con los problemas naturistas de la costa almeriense, emitió la nota «Contra la urbanización "naturista" de San pedro del Pinatar» criticando el emplazamiento elegido y las pretensiones naturistas, que calificábamos de «simplemente especulativas», rechazando que, como pretendían, los naturistas contasen «con la simpatía de los ecologistas». El Ayuntamiento, que primero se había mostrado favorable, así como el PSOE local, que se preparaba para las cercanas elecciones municipales, no tardaron en rechazar el proyecto, obligados por la presión vecinal. ANTOÑICO ZENEKA Antoñico es de San Pedro; todo el mundo lo conoce. Le llaman el Zeneka vaya usted a saber por qué: cosas de los pueblos. Es afable, apasionado, liberal y empecinado, generoso y cauto; es buena gente. Amigo de sus amigos, es implacable con los pillos, trepas y pedantes; no quiere saber nada cuando no hay nivel, - es alérgico al descaro, al cinismo y a la hipocresía. El que quiere buscarlo, o lo necesita, sabe dónde lo puede encontrar. Lo mismo vale para procurar en el pleito de un vecino que para mercarle una finca a un primo o para abrir horizontes a un amigo con problemas. De todo viene a hacer cuando se le pide. Pero un profesor zoquete le ha hecho abandonar Derecho, ahora que volvía a reconciliarse con la Universidad. Entre los tesoros que ha ido acumulando figuran sus fósiles del Tyrreniense, un vaso campaniforme, un amplio muestrario de blancos huesos de ballena, viejas revistas de los tiempos de la dictadura y hasta mis postales del Mediterráneo. Girones de Mundo e Historia, de Política y Amistad. Él hubiera querido comprar la isla del Barón, con sus faunos y leyenda. Y un castillo 219
en Guadalajara, con dos palmos de muralla; y habría dado media fortuna por los huesos de la Moby Dick. Ha acabado trocando sus sueños y caprichos en una extensa posesión de realidades intangibles. Presidente, por méritos propios, de una república prístina e invicta, gobernador vocacional de una ínsula inviolable, Antoñico vive instalado en un espacio justo y fortísimo, lleno de libertad y sin prejuicios ni murallas. Todo el que lo conoce sabe cuál es su terreno y cómo conducirse dentro de él. Todos los días del año, a la misma hora, toma su cerveza y ojea a los alevines de mújol que evolucionan por los pilotes del viejo Floridablanca. Malo si no están y no es por el levante. En el rincón de su calidad de vida, a través del ventanal o vigilando la Llana, mide, evalúa y sufre la marcha de la conspiración contra el Mar Menor. Hoy ha leído que un alcalde tonto pide más playa para su pueblo; ayer supo que una cerilla criminal amenazó el Coto; para mañana espera y teme otro relleno, un nuevo puerto deportivo, más carreteras o el último exabrupto de los que se comieron los arenales de allá enfrente, cuyo perfil eterno han violado torres, coches, pícaros y trapisondas. Antoñico es parte del Mar Menor. Su punto de sensatez, de frustración y de rebeldía; es un testigo lúcido de su decadencia. (De La Costa de la Región de Murcia, 1990, pág. 30) Después de esto y debido a la persistencia de las iniciativas que buscaban construir en espacios del entorno salinero (ya que la propietaria del complejo, Salinera Española, S. A., no ocultaba sus deseos de desprenderse de amplias superficies palustres para rentabilizar ese suelo privilegiado), el Ayuntamiento de San Pedro se vio sometido a duras presiones y muy serias tentaciones, que no nos pasaban desapercibidas, ciertamente. De mis papeles extraigo un ejemplo de hasta qué punto nuestro GEM llegó a resultar insoslayable en algunos trances debido principalmente al papel central de Antoñico en esa esquina norte, estratégica, del Mar Menor. Cuando surgió un nuevo intento de compra de suelo a Salinera Española, S. A., que pretendía el tramo que va desde El Mojón (núcleo que separa las provincias de Alicante y Murcia) hasta el puerto de San Pedro, afectando nada menos que a ocho millones de metros cuadrados, los compradores quisieron saber qué pensaban los ecologistas77 y para ello contactaron con Antoñico; éste confirmó el intento con sus amigos concejales y tras llamarme transmitió a los interesados un claro mensaje: si se tocaban las salinas atacaríamos tanto a los compradores como a los vendedores y, sobre todo, al Ayuntamiento78. 220
La crisis se desactivó y el Ayuntamiento de San Pedro procedió a declarar no urbanizable todo ese espacio. En nombre del GEM envié un largo escrito al alcalde democrático de San Pedro del Pinatar felicitándole por esa decisión y asegurándole de nuestro apoyo ecológico y político79. Las salinas de San Pedro fueron finalmente protegidas en 1985 como «Parque Regional de las Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar», convirtiéndose en el «buque insignia» de los espacios costeros protegidos de la región80. Fiel al enfoque global que desde nuestras primeras intervenciones aplicamos, los del GEM quisimos abarcar como totalidad ese conjunto tan problemático, y en cuanto se aplacó el asunto de los naturistas y la playa de las Salinas quisimos plantear el análisis amplio en varias ocasiones de estudio y crítica. Primero fue con motivo de la celebración de una Jornada sobre el Mar Menor que corrió a cargo de la Consejería de Ordenación del Territorio, Urbanismo y Medio Ambiente del órgano preautonómico, que dirigía el sociólogo Juan Monreal y que estuvo animada sobre todo por la presencia ecologista. Se celebró en los locales del laboratorio que el Instituto Español de Oceanografía (IEO) posee en Lo Pagán, el barrio marinero de San Pedro del Pinatar, y los del GEM, junto con ANSE, presentamos un texto, Actitudes ecologistas ante el Mar Menor81, que incidía en dos puntos concretos: el impacto de la actividad turística y la responsabilidad de los científicos; estábamos convencidos de que los científicos y concretamente los instalados en ese laboratorio tenían mucho que decir sobre los problemas del Mar Menor, aunque pasaban casi totalmente desapercibidos. En los días siguientes a esa jornada «oficial» tuvo que ligar otra, también en Lo Pagán pero en esta ocasión en el famoso pub Varadero, en la que salud, literatura y música fueron los ingredientes de unos actos que celebraban el Día del Medio Ambiente en el entorno lúdico que correspondía82. Para tratar de la necesidad de proceder a un estudio básico y global sobre el Mar Menor que diera paso a políticas concretas de protección desde el GEM invitamos a Juan Monreal y otros responsables de la ordenación del territorio en la incipiente Administración regional a una reunión informal83. En ella el consejero aceptó la propuesta de apoyar la constitución de un equipo de expertos regionales que se presentara al futuro estudio que la propia Consejería, con fondos de la Administración central a través del Centro de Estudios de Ordenación del Territorio y del Medio Ambiente (CEOTMA), había previsto sacar a concurso público. Pero a la hora de la verdad la negociación ante ese proyecto, Estudio de Ordenación Territorial de la zona del Mar Menor y su Entorno, resultó de muy conflictivo desarrollo y los ecologistas fuimos finalmente descartados. Este estudio fue adjudicado a una empresa consultora14 de fuerte influencia en la Consejería, con la que fue imposible llegar a 221
un acuerdo concreto y equitativo de participación ecologista, aun después de haberse iniciado la colaboración materiales. Este episodio, que se resolvió tan injustamente con los ecologistas, me dio quehacer ya que tuve que protestar directamente a los responsables del CEOTMA en Madrid, a los que entregué un detallado «Informe sobre incidencias» del dichoso Estudio86. Años después el Gobierno regional socialista aprobó la Ley 3/1987, de 23 de abril, de Protección y Armonización de Usos del Mar Menor, que pretendía hacer prevalecer los intereses generales frente a los de los cuatro municipios ribereños, pero que pasó sin pena ni gloria al ser boicoteada por esos municipios y por los Gobiernos regionales del PP. En ese entorno complejo y grandioso del Mar Menor a los del GEM nos interesó ante todo un problema especialmente irritante, que reunía buena parte de las aberraciones ambientales y éticas del entorno: la apertura - en realidad, ensanche y dragado - del canal del Estacio que comunica ambos mares, que había transformado la gola de comunicación en ancha vía marítima para permitir el paso de embarcaciones deportivas de gran calado hacia el puerto deportivo Tomás Maestre, en el inmediato espacio interior de la laguna. Esta obra fue llevada a cabo por el principal propietario de La Manga, Tomás Maestre Aznar, agresivo promotor turístico y vocacional perturbador de la legalidad vigente. Realizadas en los años 1974-1975, estas obras ya habían alterado cinco años después, según los pescadores, las características hidrográficas de la laguna, sobre todo la temperatura (que siempre se mantenía algo más alta) y la salinidad (más intensa al tratarse de un mar semicerrado), lo que conllevó una alteración visible en cantidad y calidad en las especies acuícolas propias, que tendían así a homogeneizarse con las del mar exterior. Esto tenía sus repercusiones económicas evidentes y era un ejemplo claro de la mala influencia del turismo en la economía tradicional; y con este problema se inició la protesta pública por los desmanes en la albufera87. El malestar fue creciendo hasta acordar el promotor y el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo la presentación, en tres meses, de un «proyecto para cerrar el canal del Estacio»88; pero ni que decir tiene que no hubo nada. A los ecologistas, y a mí en concreto, nos interesó la personalidad del protagonista de éste y de otros muchos conflictos en el Mar Menor y La Manga. Este propietario había recibido, bien como herencia directa, bien por compra a otros herederos, la casi totalidad de La Manga en las décadas de 1950 y 1960, como última etapa de transacciones sobre un espacio que provenía de propiedades de la Corona tras la conquista en el siglo xiii y desamortizadas hacia 1860. No voy a entrar aquí en 222
los incontables pleitos que antes y después de las Leyes de Costas de 1969 y 1988 este personaje ha sostenido y sostiene con el Estado a cuenta de sus pretensiones de ser propietario pleno en el dominio público marítimo-terrestre, sino en la arrogancia de su papel como máximo exponente de un poder arrollador que le ha rendido incontables beneficios políticos y, más todavía, económicos. Estaba cantado que el conflicto directo con los ecologistas, y conmigo en concreto, se acabara planteando en los aspectos políticos, por el poder descarnado que exhibía. En aquellos días de incremento de la tensión y del interés nacional por los problemas del Mar Menor un diario de Madrid me hizo una entrevista específicamente centrada en ese espacio, y aproveché para llamar la atención de su creciente precariedad ambiental, para criticar a los científicos del IEO (presentes en Lo Pagán desde principios de los años de 1970, pero sin dejar huella social alguna) y sobre todo denunciar los «procedimientos medievales» del promotor Tomás Maestre, que «era el que de verdad ejercía de alcalde...» (sobre la querella que siguió a esta entrevista y sus vicisitudes trata la batalla 62). También en aquellos días presenté en nombre del GEM un escrito ante el MOPU en el que tomaba como base la recientemente aprobada Ley sobre Protección de las Costas Españolas para denunciar el impacto de las obras del canal del Estacio en el mar interior. Y apelando a su ar tículo 5.1, que preveía la «restitución y reposición de las cosas a su primitivo estado», exigía «que se obligue al autor material de la alteración del Mar Menor a restituir el agua original, reduciendo sus contactos con el Mar Mediterráneo a los canales y pasos tradicionales y haciendo así que su fauna propia se recupere y la flora sumergida». Correlativamente pedía, en base al artículo 5.2 de la misma ley, que «se exija al autor la indemnización que proceda por daños y perjuicios ocasionados a los sectores socioeconómicos afectados, especialmente el pesquero». Me acogía, prudentemente, al artículo 7.3 de la ley, que preveía la acción pública «en previsión de los lógicos gastos que pudieran producirse en la labor de denuncia y advertencia sobre el actual estado de cosas en el Mar Menor y especialmente en La Manga» 89. Pero en el Mar Menor pocas cosas han mejorado desde entonces, imponiéndose la consolidación del negocio turístico a cualquier normativa reguladora o protectora. De sus orillas sólo se ha podido garantizar la conservación de las 700 ha del espacio de las salinas de San Pedro, declarado Parque Regional en 1985, pero aun así la periódica reclamación por el sector turístico de una «solución» para acceder por carretera al extremo norte de La Manga a través (necesariamente) del Parque Regional con el fin de comunicarla y desenclavarla demuestra la fragilidad de esa 223
conservación formal y pone periódicamente los pelos de punta a los ecologistas. No menos estrambótica y letal es la «alternativa» que los mismos y ocurrentes enemigos de la laguna (negociantes urbanísticos de La Manga, algunos técnicos de la Administración regional...) dan a sus propios desvaríos proponiendo la construcción de un «puente» que una la orilla interior del Mar Menor con La Manga desde Santiago de la Ribera... Además, el proceso urbanizador no ha dejado de avanzar en todas las orillas del Mar Menor, incluso en La Manga, ya de por sí saturada90. 43. Descubrimiento de Calnegre La significación ambiental de esta zona se basa en su calidad de espacio costero intermedio, de vocación agrícola y libre de actividad turística, extendido entre dos polos urbanos, el Puerto de Mazarrón y Águilas, uno presionando hacia el sur por Bolnuevo, y el otro haciendo lo mismo hacia el norte por Calabardina. En estos 25 km de litoral bien conservado, con centro geográfico en la sierra de Lomo de Bas, cuyo apéndice litoral lleva el nombre de Puntas de Calnegre, existe un mínimo núcleo rural, del mismo nombre, con medio centenar de habitantes, que es la única localidad propiamente costera del enorme municipio de Lorca. Para inversores y políticos devotos del desarrollo turístico esta zona era y es una bicoca. La idea de construir una carretera litoral por esa zona surgía con alguna frecuencia desde instancias oficiales; tomé buena nota del anuncio acerca de «una carretera de la costa que iría desde San Pedro del Pinatar hasta Águilas», surgido desde la Diputación Provincial en los días en que preparaba yo la presentación del GEM91. Esto hizo que mantuviéramos la atención sobre este asunto y al iniciarse 1979, con motivo de la contribución que hicimos a la revisión del Plan General de Ordenación Urbana de Lorca (PGOU) por invitación de los técnicos que lo redactaban, anunciamos que propondríamos la creación de un Parque comarcal o regional en el Lomo de Bas y Puntas de Calnegre, «de forma que la franja de siete kilómetros de costa lorquina se salve del desastre urbanístico general»92. Nada concreto acometimos hasta que en el verano de 1979, tras el arranque de las primeras instituciones democráticas, el proyecto fue relanzado al anunciarlo formalmente tres consejeros socialistas del recién creado órgano preautonómico93. La nueva carretera no podía tener más finalidad que la turística, aunque se disfrazase de «interés general», toda vez que ese mismo espacio está recorrido por la carretera N-332, capaz y suficiente (aunque a prudente distancia de la costa). El día de su anuncio nos bañábamos Pedro Guerrero y yo, con nuestras familias, en una playa de Mazarrón e inmediatamente nos pusimos a la obra para frenar la iniciativa y evitar el 224
desaguisado. Sonaron las alarmas, pues, y desde el GEM, donde ya temíamos el momento de que algún político se encaprichara de esa carretera por la costa, nos lanzamos a una de las operaciones más ambiciosas y complicadas de nuestra breve historia. Como ya habíamos acumulado cierta experiencia y empezábamos a tener las ideas claras sobre nuestro litoral más inmediato (ese arco Cabo Tiñoso-Cabo Cope, de tan poderosa evocación y al que aludíamos constantemente), nos sentimos directamente agredidos con esta ocurrencia y pese a los lazos de amistad mantenidos con los tres consejeros promotores elaboramos un extenso escrito, En torno a la protección y ordenación del litoral murciano: Sobre la proyectada carretera costera Mazarrón Águilas94, en el que nos oponíamos rotundamente, destacando los valores de la zona - relativos sobre todo a su carácter de espacio marginal no urbanizado - y resaltando las contraindicaciones sobre carreteras litorales. Firmábamos el escrito los representantes del GEM en Mazarrón, Lorca y Águilas, así como Pedro Guerrero, del Grupo Independiente de la corporación lorquina, cuyos dos concejales estaban claramente alineados con la idea de preservar el litoral de ese municipio. Los ecologistas proponíamos, por una parte, el simple acondicionamiento del camino que superaba la sierra del Lomo de Bas para facilitar la comunicación entre las pedanías lorquinas de Ramonete y Garrobillo, y por otra la mejora de la N-332 cuando fuese necesario. En la nota de prensa que acompañaba al escrito ya decíamos que pediríamos de inmediato la protección formal de la sierra, playas y acantilados de Calnegre, con unas 1.500 ha que constituirían un Parque Natural comarcal o regional, y detallábamos nuestra propuesta con un plano. Aunque tuvimos una agria respuesta de la parte de uno de los consejeros (Luis Casalduero, de Obras Públicas, a la vez concejal en Lorca y posteriormente senador), que se había empeñado en promover esa carretera desde que fue elegido representante socialista, no hubo más insistencia de la parte oficial, ante la escasa justificación social de la iniciativa95. En el GEM, mientras tanto, consideramos que había que avanzar en el asunto y preparamos rápidamente la Propuesta de petición de Parque Natural Regional (o Comarcal) «Lomo de Bas-Calnegre», que decidimos convertirlo en marítimo-terrestre añadiéndole una franja marina que alcanzase la isóbata de 100 m de profundidad. Aducíamos, claro, valores naturalísticos que hasta ese momento habían sido ignorados, pero sobre todo poníamos el acento en el valor de la escasez de los espacios costeros libres de ocupación urbanística. Contamos para ello con la ayuda del biólogo lorquino José Jiménez Asensio, profesor de Instituto. La aparentemente inocente idea de carretera litoral, contestada con una tranquila 225
crítica ecologista que fue generosamente acompañada de la alternativa de Parque Natural para la zona de Calnegre, configuró un marco de discreción inicial de cuyas complicaciones futuras nadie sospechó. Porque este caso, con sus repercusiones, acabaría con virtiéndose en uno de los más conflictivos de los referidos a conservación de la naturaleza -y concretamente del espacio litoral - en la Región de Murcia, como veremos en la parte final. A nosotros nos obligó a estudiar y valorar la zona con urgencia y entrega, convencidos como estábamos de que Calnegre era un enclave estratégico. Un mes después la misma propuesta-moción era presentada por Pedro Guerrero y el Grupo Independiente en Lorca, y fue su aprobación en el Consistorio por unanimidad lo que desencadenó una furibunda oposición, ya que suponía la protección del espacio y su inclusión como suelo protegido en el nuevo PGOU. Algunos propietarios de los terrenos contiguos a las calas de Calnegre iniciaron una campaña de reuniones con los vecinos de esa pedanía recogiendo firmas contra la declaración de Parque Natural, del que temían perjudicase a la agricultura y al turismo. Informados del papel determinante de un cualificado propietario en Calnegre, hacia él dirigimos nuestro ataque, recibiendo a cambio una terrible contestación de sus hijos, cuya ira consideramos proporcionada a la magnitud de los beneficios esperados por la futura urbanización de sus terrenos96. Desde el inicio de la polémica supimos del papel activo de uno de los corresponsales de La Verdad en Lorca, José Pallarés, que también era propietario en la zona en conflicto, transmitiendo esa actitud anti Parque en sus escritos. De ahí que en la nota que disparó la polémica aludiéramos a «la manipulación informativa», con el inevitable disgusto del periódico, que me increpó en una nota propia. Me quejé al director y le conté lo de su corresponsal, admitiendo reparar su mal gesto con otra nota aclarando que «la manipulación informativa no se refería a La Verdad».. .97. Cerra mos el año con una nota del GEM fechada en Almería justificando que eludiéramos la prolongación del enfrentamiento verbal, pero señalando claramente a los instigadores del rechazo y advirtiendo que «la jerga empleada por los partidarios del cemento y del asfalto nos es muy familiar» (y era verdad, pese al escaso recorrido vivido)98. En septiembre de 1981 tuvimos de nuevo que ponernos en alerta cuando se anuncio el interés del muy exclusivo Club Mediterranée en instalar un gran centro turístico en Puntas de Calnegre. Y, ya que sabíamos perfectamente hasta qué punto flaqueaban las fuerzas conservacionistas del PSOE en el Ayuntamiento de Lorca, dirigí una carta a su alcalde, José López Fuentes, transmitiéndole nuestra 226
preocupación al tiempo que nuestro interés en colaborar y en definitiva garantizar para Calnegre un futuro digno, estable y merecedor de sus excelencias naturales. Menos mal que la mayoría municipal (PSOE más Grupo Independiente, siempre alineado con el GEM) mantuvo ese suelo como protegido, si bien previó para el futuro Plan general una zona urbanizable no programada al sur del área en litigio, en los confines con el municipio de Aguilas99. No obstante, los vecinos de Calnegre (entendiendo por tales el grupo más sugestionado por las mieles del negocio, propio o ajeno, siguieron insistiendo en levantar las restricciones y en que pudiera urbanizarse el entorno inmediato de las playas y acantilados100 Andando el tiempo, las autoridades regionales (socialistas) incluyeron en la lista de espacios naturales protegidos una amplia área que incluía Calnegre, con la delimitación hecha por los ecologistas en 1979 más Cabo Cope al sur y la costa intermedia, con un frente litoral de 17 km de longitud, bien conservado y con una duna fósil (oolítica) de gran interés geomorfológico. Y así, en 1992 se creó el Parque Regional de Cabo CopePuntas de Calnegre, con casi 3.000 ha de superficie, sobre los términos de Lorca y Águilaslol Resurgió entonces la oposición local, con protagonis mo singular -a veces violento - de los agricultores, a los que se unieron los Ayuntamientos de Lorca (con alcalde socialista) y Águilas (desde 1995, ya con la derecha en el poder). Los hechos posteriores, de gran repercusión ambiental y política, están relatados en las batallas 92 y 93. Ya hemos destacado que en el caso de Calnegre - como también en el de Marina de Cope - el argumento esencial para su conservación ha sido siempre el valor de su escasez como espacio relativamente extenso que se había mantenido hasta ahora libre de actuaciones urbanísticas. Pero este valor, generalmente reconocido, viene sin embargo estimulando - a políticos, corresponsales de prensa y, claro, propietarios y promotores - de forma tan contradictoria como brutal a eliminar drásticamente esa cualidad, destinándolo a la explotación turística102 En los últimos años de la década de 1980 la urbanización de Calnegre volvió a plantearse una y otra vez, lo que motivó la constitución en Lorca de la Coordinadora Pro-Defensa de Calnegre en marzo de 1988 una vez desaparecido en la práctica el GEM; en octubre de 1992 asistí a una concentración de fiesta y protesta en el pueblo de Puntas, ante la indiferencia vigilante de sus pobladores. El principio de respetar el apéndice litoral de Lomo de Bas se ha mantenido, aun a costa de que con la fiebre urbanizadora de la etapa del alcalde Miguel Navarro, coincidente con la «burbuja inmobiliaria», se recalificara suelo agrícola para alojar a 70.000 personas en la pedanía de Ramonete-Puntas de Calnegre. No se ha producido rechazo alguno entre 227
la población afectada, que tampoco se ha opuesto a la autopista de peaje CartagenaVera, que parte en dos la comarca costera lorquina. El propio núcleo de Puntas de Calnegre, llamado a ser deglutido por esos descomunales planes, parece seguir viviendo el sueño, que podría ser pesadilla, de un futuro turístico. Desde 2009 de nuevo ha vuelto a ser noticia por la decisión - rigurosa y absurda - de la Demarcación de Costas de derribar la primera fila de viviendas centenarias, que queda dentro del deslinde del dominio público; menos mal que se ha ido abriendo camino la posibilidad de proteger el propio núcleo de Puntas, cosa que me parece justa y acertada. 44. Isla Plana: el paisaje es mío Por sus peculiaridades con respecto al caso general de crítica de un puerto deportivo incluyo en este relato el caso del embarcadero construido en la localidad de Isla Plana, en el litoral de Cartagena pero muy cerca del Puerto de Mazarrón. La propietaria de una parcela contigua al dominio público solicitó concesión administrativa para construir un «embarcadero recreativo» de 32 x 14 m, aprovechando la existencia en el lugar de unos peñascos característicos, las llamadas «Rocas de la Mónica»; el embarcadero acompañaría a un grupo «familiar» de viviendas de segunda residencia. Desde el GEM impugnamos la concesión103 alegando abuso físico en el litoral, ya que preveía la eliminación de esas rocas, y abuso social porque pretendía un embarcadero particular a pie de chalet que cortaba el paso en el dominio público; proponíamos que no se tomasen decisiones administrativas en tanto no estuviese elaborado un plan de ordenación del dominio público litoral. Los dueños del suelo construyeron sus ocho viviendas sin licencia de obras lo que, en paralelo con el conflicto administrativo en relación con el dominio público, llevó en un segundo momento del desarrollo del caso a que el Ayuntamiento de Cartagena emitiese orden de demolición (que no surtió el menor efecto, pudiendo concluirse completamente la aberración unos meses después). En este caso el conflicto no trascendió a la opinión pública aunque nosotros mantuvimos las discusiones personales - con políticos y funcionarios - a las que nos estábamos acostumbrando104 En contestación al escrito del GEM los beneficiarios exhibían una curiosa filosofía, mezcla de ingenuidad aparente y de descaro evidente. Como muestra, este párrafo: «Que el profundo conocimiento del paisaje, tanto del marítimo-terrestre como del submarino de esa minizona, en cuya contemplación se han deleitado y se deleitan el firmante y su familia, y su propósito de invertir in situ todos sus ahorros 228
para garantizarse el disfrute futuro de su entorno natural, hace que las expresiones referidas a la destrucción del paisaje carezcan de sentido... por el contrario, la realización de esta obra servirá para conservar el paisaje»105 Estas manifestaciones pueden parecer hoy sorprendentes, incluso desvergonzadas, pero en aquel momento parecía que sólo los ecologistas estábamos capacitados para entender los valores y la significación del litoral, tanto en su expresión física como jurídica e incluso espiritual; y, correlativamente, los únicos preparados para salir al paso de estas exhibiciones de abuso y osadía; pero estábamos en realidad muy solos. Cuando estudiamos el expediente en Cartagena vimos que la Jefatura de Costas no sólo no ponía ninguna pega a ese embarcadero tan provocador, sino que certificaba que tratándose de un «acantilado fácilmente disgregable... esas obras... mejorarán el uso de la zona marítimo-terrestre», y la autorización solicitada «era de verdadera conveniencia e interés público». Y por su parte, a los servicios técnicos municipales de Cartagena les faltó tiempo para informar de que no veían problema alguno. En un nuevo escrito del GEM, extremadamente duro, desmenuzábamos los aspectos formales, materiales, paisajísticos y sociales del caso, rechazando el pretendido «interés público» del embarcadero e insistiendo en el «apetito voraz de apropiación privada de algo colectivo e inenajenable... impidiendo que el "deleite" se extendiera a los demás... muestra típica de egoísmo y de una actitud perfectamente antisocial». También clamábamos contra la «proliferación caprichosa e indiscriminada de obras marítimas privadas», apelando a la necesidad de una planificación litoral general106 Pero el embarcadero fue autorizado y pudo construirse en breve plazo, habiendo quedado como una muestra indeleble de la venalidad de los responsables administrativos, sobre todo los de Costas (MOPU). Siento vergüenza ajena «políticoadministrativa» cada vez que paso por Isla Plana y contemplo el escandaloso conjunto de chalets y embarcadero. 45. Punta Entinas-El Sabinar, frente a todos los peligros De nuevo fue un problema concreto lo que nos llevó a implicarnos y entrar en acción con el apoyo de un grupo local. Así se nos planteó el caso del singular paraje de Punta Entinas-El Sabinar, con las salinas de Cerrillos, en la costa del Poniente almeriense, caracterizado por la presencia de unas charcas temporales situadas entre dunas colonizadas por lentisco y matorral de sabina, en una depresión que bordea la espantosa inmensidad de plástico del Campo de Dalías. Todo empezó cuando en la reunión anual del GEM (Águilas, septiembre de 1978) 229
Pepe Rivera y Beatriz Guirao informaron de la situación alarmante en que se desenvolvía ese paraje en el extremo sur de la provincia de Almería, maltratado por las extracciones de arena con destino a los invernaderos del entorno. Y dado que poco antes la Comisión Provincial de Urbanismo había propuesto su protección al Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA), nos pareció oportuno intervenir en este proceso apoyando la protección y denunciando de paso la extracción de arena, ya que amenazaban con hacer inútil toda protección107. La importancia del espacio y la persistencia de sus problemas hicieron que lo visitara en cuanto pude, que fue en la primavera de 1979, cuando Beatriz me llevó a conocer a sus compañeros profesores en el instituto de El Ejido, que formaban un reducido pero compacto grupo de estudiosos y críticos, preocupados por varios problemas ambientales en el entorno de esa población (que todavía era parte del municipio de Dalías) y en especial por la zona de Punta Entinas. Allí conocí al gallego Melo Castro, al mallorquín Pep Verd y a otros compañeros del círculo de Beatriz; fuera de ese grupo de enseñantes también conocí a otros ciudadanos y trabajadores del Campo de Dalías con los que quisimos contar para nutrir el grupo del GEM en El Ejido, entre ellos, los hermanos Cantón. Y en esa misma ocasión ya nos pusimos a discutir sobre el asunto de Punta Entinas a partir de un esquema de actuación previamente elaborado, en el que nos distribuimos los deberes. No pasó ni un mes y ya disponíamos de la documentación suficiente (obra principalmente de Melo y Pep) para fundamentar la petición formal de protección, en la que proponíamos que se le atribuyese la calificación de «Reserva Integral de Interés Científico» por sus elevados valores botánicos y zoológicos, lo que implicaba según la Ley de Espacios Naturales Protegidos de 1975 la máxima protección. El área delimitada, de unas 2.000 ha, iba desde el límite con la urbanización Almerimar por el oeste, hasta la urbanización Playa Serena por el este, lo que incluía las salinas de Cerrillos (al borde de la playa homónima, donde ya nos habíamos tenido que enfrentar a los naturistas de Bruckner por sus pretensiones excesivas); por el norte hacíamos pasar el límite sobre la «costa levantada» del paraje llamado de los Alcores, en el mismo borde de los invernaderos. El espacio que se debía proteger abarcaba un frente de mar de unos 14 kilómetros, con su franja marítimo-continental: la referencia central era el faro del Sabinal, en una costa abierta y solitaria, de playas limpias y profundasios La respuesta positiva no se hizo esperar, siendo el MOPU el organismo que tomó la iniciativa a través de su Delegación en Almería y concretamente de la Comisión Provincial de Urbanismo, que nos informó de la anotación preventiva del espacio y 230
de que sería el ICONA el encargado de redactar el correspondiente Plan especial de Protección del área. No sirvió de gran cosa esta decisión administrativa, ya que continuaron las extracciones salvajes de arena y el acceso indiscriminado de motoristas y otros desaprensivos; esto nos obligó, con renovadas fuerzas morales, a continuas denuncias y notas de protesta. Pero entonces fue cuando se inició la movilización del gremio turístico, tradicionalmente enemigo de toda protección en la costa, que estaba organizado en Almantur (Mancomunidad Turística de la Costa de Almería) y al que ya nos habíamos enajenado en esos días con la crítica despiadada que dirigimos al Estudio de Ordenación de la Oferta Turística de la Provincia de Almería (EOT) elaborado por la Secretaría de Estado de Turismo pero hecho a la medida de esos intereses. Este Estudio preveía «colocar» nada menos que 400.000 personas en la costa entre Dalías y Pulpí, con concentraciones espeluznantes en el litoral de Dalías, Roquetas de Mar y Almería (130.000 personas para la localidad de Cabo de Gata, de población censada 1.500 habitantes). En un trabajo resumido pero contundente, Análisis del «Plan de Ordenación de la Oferta Turística de la Provincia de Almería» (fechado en mayo de 1979) Pepe Rivera resumió las contradicciones, la demagogia y la estupidez del EOT, destacando su megalomanía y la falta absoluta de sensibilidad ambiental. Y nos satisfizo que nuestra crítica al EOT fuera bien recibida por la prensa, que se alarmó de esas previsiones tan disparatadas y reconoció las «razones convincentes» del GEM109 Comprobada la eficaz labor ecologista después de que hubiéramos puesto en evidencia al EOT y de que nuestra defensa decidida del área de Punta Entinas obtuviera el éxito de la declaración formal de protección y la actitud favorable de la prensa local y nacional110 Almantur se vio obligada a atacarnos en defensa de los intereses turísticos que, entre otros proyectos inadmisibles, tenían previsto continuar las actuaciones de Almerimar hacia el este, lo que implicaba la destrucción pura y simple de lo que nosotros reclamábamos nada menos que como Reserva Integral de Interés Científico. En una nota institucional la Mancomunidad desataba su ira contra el GEM aludiendo a nuestra oposición al EOT pero sobre todo nos acusaba de «hipotecar... sin aportación de pruebas científicas, el desarrollo turístico durante el plazo de un año en el mejor de los casos»111 Para nosotros era muy satisfactorio comprobar que una vez más habíamos dado en el clavo y actuábamos a tiempo. Esa batalla - librada por un enclave árido, verdadera isla naturalística amenazada por todos los peligros del urbanismo depredador - estaba ganada y pronto también la Junta de Andalucía tomó cartas en el asunto, una vez 231
asumidas las competencias exclusivas en urbanismo y protección del territorio. El área de Punta Entinas-El Sabinal fue finalmente catalogada como habíamos pedido, es decir, como Reserva Natural interior (785 ha) para salinas, charcas y dunas, con Paraje Natural (1.960 ha) envolviéndola'12 Ya estábamos plenamente comprometidos con la defensa del área de Punta Entinas cuando a principios de 1981 se me presentó la ocasión de participar en la redacción del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) del municipio de Dalías, oportunidad venida a través de algunos amigos y que me ligó un tiempo con la sociedad Planurbana, de Madrid. La preparación previa, tanto del equipo como de las tareas, fue larga, ya que la adjudicación tuvo lugar en septiembre, pero esto dio tiempo a que vinculara al equipo a las dos personas que con más intensidad colaboraban entonces conmigo: Paco Blázquez y Pepe Rivera. De todas formas, no me costó trabajo demostrar que éramos los ecologistas del GEM quienes estábamos en mejores condiciones de aportar materiales y criterio a la fase de «Información Urbanística» de la redacción del PGOU113; y así fue como recayó en nosotros tres el grueso de las tareas introductorias: descripción del medio físico, paisaje, población, actividades económicas, equipamiento, servicios básicos y ambiente urbano, estructura comarcal y regional.... Pero Dallas era un municipio inestable y de vida política peligrosa, como pudimos comprobar a los pocos días de producirse la adjudicación con el cambio de alcalde, que de socialista pasó a ser de UCD debido a la ruptura del pacto por el que gobernaban PSOE y PCE. Esto fue sólo el principio ya que no tardaron en aflorar con creciente virulencia los problemas de fondo, que no eran otros que los derivados de la vertiginosa preeminencia del núcleo de El Ejido (población multiplicada por cinco entre 1960 y 1980), capital de hecho del hiperproductivo Campo de Dalías, lo que llevó a través de una crisis in crescendo al traslado de la capital municipal a esta activa población desde Dalías, población interior y regresiva. El siguiente paso, más traumático aún, fue la separación en 1982 de El Ejido como nuevo municipio que, hecho sin precedente en los diversos casos semejantes de «secesión litoral», consiguió quedarse con todo el litoral municipal, de 27 km, relegando al municipio original de Dalías y una condición exclusivamente interior. Nosotros, que tuvimos que disimular y hacer componendas con el nuevo alcalde, que no quería tener cerca a los ecologistasii` pudimos dar por terminada nuestra tarea en el verano de 1981, precisamente cuando el pueblo de Dalías se amotinaba para impedir el traslado de los locales y documentos municipales. Desde entonces el nuevo municipio de El Ejido no ha hecho más que generar escándalo, tensiones, 232
delincuencia y racismo (debido éste a la importante presencia de extranjeros, generalmente magrebíes, que penan y viven la más amarga de las explotaciones en la atmósfera infernal de los invernaderos). Cuando esto escribo se ha producido la detención del alcalde Juan Enciso (prófugo del PSOE) y otros colaboradores por - en definitiva - robo y saqueo de las arcas municipales. 46. Níjar y el Cabo de Gata: demasiados problemas para tan escasa voluntad... El problema de la cementera de Carboneras marcó el inicio de una preocupación que latía destacadamente en la gente del GEM desde su creación: el extenso y bien conservado litoral del Cabo de Gata, perteneciente a los municipios de Carboneras, Níjar sobre todo y Almería, que ya resultaba afectado, a modo de anticipo degradante, por esa primera planta industrial. Los valores naturalísticos de este espacio (litoral y sierras del extremo suroriental de la Península) radicaban en su geología volcánica con el llamativo paisaje que le era propio, en el interés faunístico de las salinas del extremo meridional y en el singular despliegue de especies florísticas, muchas de las cuales son endémicas del medio árido surestino, emparentado con la otra orilla, africana. Los ecologistas nos alarmábamos por la amenaza turística, de consecuencias fatales en el paisaje, y por el interés que suscitaría para algunas inversiones el subdesarrollo local, lo que podía favorecer la aceptación de cualquier proyecto aunque fuera indeseable ambientalmente. Éste había sido el caso de la cementera de Carboneras y por eso me puse en guardia por un proyecto - en estado de rumor - de central nuclear en Rodalquilar115 En mi correspondencia inicial con Pepe Rivera fuimos poniendo a punto nuestra ofensiva a favor del espacio de Cabo de Gata teniendo muy en cuenta el factor político debido al protagonismo que ciertos políticos (socialistas) tuvieron en esos años en cuestiones ambientales de la provincia de Almería. Toda nuestra intervención en la costa de Níjar estuvo afectada por las circunstancias políticas, casi siempre desfavorables, que teníamos que gestionar con una mezcla de paciencia, habilidad y ataques puntuales a individuos (o en momentos) significativos. Pepe me envió rápidamente dos análisis, Almería: aspectos generales y En torno al desarrollo almeriense, justificando lo que debería ser nuestro principal empeño: salvar la actividad agrícola e insistir en su incompatibilidad de hecho con el turismo; en otro texto directo y concreto, Problemas ecológicos de la provincia de Almería (ya citado al describir la batalla de Car boneras), precisaba la situación de los problemas que más acuciaban. Dadas las ansias poco disimuladas de numerosos promotores turísticos por ocupar los más bellos rincones de ese litoral, y para contrariar el apoyo oficial a estas perspectivas en ese texto expresábamos por primera vez nuestra 233
pretensión de «declaración de Parque Natural de toda la zona costera que va desde las salinas de Cabo de Gata hasta Carboneras, con respeto de las actividades agrícolas existentes, siempre que se impida cualquier tipo de urbanización nueva dentro de la zona»'16 No nos olvidábamos ni del aborrecido Estudio de Ordenación de la Oferta Turística (EOT), que se volcaba precisamente en la costa de Cabo de Gata, ni de la Empresa Nacional de Turismo (Entursa), que incordiaba con promociones perturbadoras. Siguiendo el método organizativo empleado para los primeros núcleos activos de las localidades murcianas (Águilas, Portmán, Mazarrón, San Pedro del Pinatar, Lorca) e incluso almerienses (Pulpí) se intentó localizar gente activa que pudiera constituir un nuevo núcleo militante en Níjar, dada la importancia de este municipio; pero dejando aparte apoyos puntuales y temporales no fue posible implantar ese mismo plan117. Nuestro «año de Níjar» fue desde luego 1980, tras tener que atender primero el problema de Carboneras y a continuación el de Punta Entinas. Tal y como esperábamos los problemas ambientales de la costa de Níjar eran proporcionales a su enorme interés ecológico y paisajístico - con nada menos que 75 km de costa casi virgen - y de pronto nos encontramos con la necesidad de afrontar dos batallas de forma simultánea y relacionada: la protección del litoral de Cabo de Gata y el rechazo de la carretera que decidió llevar a cabo la Diputación Provincial por el mismísimo borde litoral entre el cabo de Gata y los límites con Murcia. Tuvimos que pasar al ataque reivindicativo cuando se anunciaron prospecciones petrolíferas en las proximidades de las salinas de Cabo de Gata, materializándose los primeros sondeos con la autorización del Ministerio de Industria. Frente a este peligro evidente pedimos con la nota Proteger Cabo de Gata (junio de 1980) un aná lisis previo del impacto ambiental y el pronunciamiento de las administraciones afectadas. En ese momento, además de la protección material de la costa de Cabo de Gata y la construcción de la carretera litoral, nos preocupaba la redacción del Plan General de Níjar, la elaboración del Catálogo de Espacios Protegidos provincial... y los políticos socialistas. Al final del verano aceleramos nuestra presión sobre Níjar y su alcalde el maestro Joaquín García, con entrevistas, gestiones e informes que quisimos realizar sin escándalo y con el mejor espíritu de colaboración con el PSOE. Para demostrar nuestra buena voluntad redactamos para el Comité provincial de ese partido un detallado Proyecto de estudio de los problemas del desarrollo y la protección del entorno medioambiental en el municipio de Níjar, ya que nos topábamos continuamente con la postura irreflexiva de que el desarrollo del municipio dependía 234
del turismo (y nosotros insistíamos en que era la agricultura la actividad adecuada y salvadora). En una nota más particular, Observaciones en torno a la política municipal de la actual corporación municipal de Níjar, denunciábamos la actitud del alcalde y su empeño en llevar adelante la redacción de un Plan General (cuando habrían bastado unas Normas Subsidiarias del Planeamiento), que puso en manos de dos arquitectos - Pedro Nau y Miguel Esquirol - de la órbita de Martínez Franco, y para cuya financiación había aceptado dinero de las firmas y personas más interesadas en urbanizar enclaves críticos de esa costa. Para hacer más efectiva nuestra gestión preparé un tercer escrito con membrete del Centro de Estudios Socioecológicos, Informe urgente sobre la situación ecológico política de Níjar (Almería), que dirigí a la Ejecutiva Federal del PSOE, concretamente a Concha Sáez y Ciriaco de Vicente; les advertía del cerrilismo del alcalde de Níjar, que no presagiaba nada bueno, del comportamiento nada ejemplar en lo ecológico y lo político de notables miembros del partido, del papel tan singular como ubicuo de José Batlles (en ese momento candidato al Senado)... y del bloqueo general en que nos encontrábamos por interferencia o desidia de destacados socialistas; al mismo tiempo ofrecía la lealtad tanto del GEM como del CESE en una estrategia amplia políticoecológica para salvar la costa de Cabo de Gata118 En abril de 1981 el GEM convocó una marcha en defensa de Cabo de Gata desde el pueblo de este nombre hasta La Isleta del Moro, que culminó con un manifiesto que reivindicaba el Parque Natural y condenaba la carretera y el Plan General de Níjar119. Sin embargo, hubo que esperar a 1987 para que la Junta de Andalucía protegiera por decreto ese grandioso espacio120, con una línea litoral de 75 km y una superficie de nada menos que 26.000 ha que abarcan prácticamente todo el complejo volcánico, con límite septentrional en la rambla de Granadilla al norte de Carboneras, y que incluía la playa y dunas contiguas a las salinas del extremo sur; más una franja marítima de una milla de anchura. Se superaba el inicial diseño, excesivamente naturalístico, que contemplaba sólo las salinas y el sector sur de las sierras litorales, con unas 5.000 ha. La declaración no ha impedido, sin embargo, la construcción turística en todos los enclaves costeros - Agua Amarga, Las Negras, La Isleta del Moro y San José - hasta niveles ya desbordados en este último e incluso en el pacífico núcleo de La Isleta del Moro; pero no ha habido más remedio que contemporizar - cediendo en ocasiones, tanto las autoridades autonómicas como los ecologistas - a la brutal actitud del alcalde Joaquín, que habría permitido la urbanización en toda la costa, con sus maravillosas playas y reductos semisalvajes (como la cala de San Pedro y las playas de Genoveses y el Mónsul). Aun así, las amenazas y los asuntos inquietantes no han 235
dejado de surgir, como el proyecto de urbanización en La Fabriquilla, junto a las salinas y en los límites del Parque Natural y la colonización de la cala de San Pedro, hasta ahora intocada, que ha sido la inquietante novedad de 2009121 Mientras desarrollábamos nuestra estrategia por el Parque de Cabo de Gata asistíamos, incrédulos, al alevoso atentado que suponía la construcción anárquica e irregular de una carretera por el litoral del Levante almeriense que en la parte que más nos dolía, la costa de Cabo de Gata, irrumpía contra todo criterio y sensatez en los espacios semisilvestres del litoral a proteger. Esta carretera había sido decidida por la Diputación años antes, pero su materialización se llevaba a cabo según la santa voluntad del ingeniero jefe de Obras y Servicios, Luis Enrique Gil Egea, sin proyecto concreto ni presupuesto definido, y por donde a él le daba la gana y podían acceder las máquinas. El alcalde de Níjar consentía de hecho la obra aunque había emitido varios oficios de paralización, órdenes de las que los encargados, el ingeniero y la Diputación hacían caso omiso. Pronto supimos que el secretario municipal Martínez Franco, que había sentado plaza en Níjar tras abandonar Pulpí al poco de estallar el asunto de la marina (y antes de pasar a San Pedro del Pinatar, como hemos señalado), había preparado un documento por el que los propietarios de las fincas afectadas por esas obras concedían «permiso tan amplio como sea necesario para que puedan llevarse a efecto dichos trabajos, los cuales han de redundar en beneficio de este Municipio». Pero hubo algunos propietarios que no consintieron el atropello y en concreto un grupo de la zona del Cortijo del Plomo protestó y denunció las obras y el avasallamiento ante la propia Diputación, que no se dio por enterada durante meses. Uno de esos propietarios contactó con nosotros pidiendo ayuda ante tanta tropelía combinada 122. Fue el accidentado tramo Las Negras-Agua Amarga (por la cala de San Pedro) el que definitivamente se le atragantó al ingeniero Gil Egea, que acabó expedientado por la Diputación123 Llegado el momento que consideramos oportuno emitimos una nota, El GEMy la carretera litoral del Cabo de Gata, en la que arremetíamos contra la institución provincial y concretamente contra el ingeniero que había inspirado la carretera y que la llevaba adelante como cuestión personal, calificando la obra de «ilegal y pirata, además de descabellada». Se acompañaba el texto con una referencia a las normas francesas para el trazado de las carreteras litorales: nunca a menos de 2.000 m de la línea de costa y organizando los accesos a la costa de forma perpendicular124 Esta experiencia, con las agitadas gestiones que llevó implícitas, nos sirvió para ampliar nuestra doctrina sobre carreteras litorales, dando un paso más sobre lo que había sido el caso de Calnegre, aunque la situación se presentaba muy semejante y 236
nuestra finalidad era la misma: criticar la carretera y pedir la protección del espacio afectado. La carretera se abrió paso más fácilmente en el extremo norte de la costa provincial, desde el límite con Murcia hasta Palomares, dejando al descubierto el mágico dorso litoral de la sierra de Almagrera; pero por el sur quedó bloqueada, afortunadamente, pudiéndose ver hoy los numerosos tramos, aislados y en tierra, abiertos entre el faro de Cabo de Gata y Agua Amarga. Más todavía que en episodios anteriores en tierras murcianas, la política nos absorbió en cuanto acometimos con globalidad los problemas ambientales de Níjar y su costa. Era aquél el momento histórico en que arrancaban las primeras corporaciones democráticas locales y provinciales, así como la propia Junta de Andalucía, y nuestro trabajo se hubo de armar de paciencia en toda la costa de Almería, teniendo además que aguzar la inteligencia. En el GEM siempre tuvimos presente que la acción política - que ni era simple ni relajante - era tan importante como la mediática y, casi, como la presencia sobre el terreno. De ahí los esfuerzos que dedicamos a los contactos con los políticos almerienses en el poder (en su mayoría socialistas de nombre, pero de origen no siempre progresista), lo que hizo que nos comunicáramos directamente con la Ejecutiva Federal del PSOE en Madrid, a la que llegamos a dirigir críticas personalizadas. Escasas fueron las relaciones con la junta de Andalucía, que era una administración balbuciente y sin capacidad práctica para neutralizar la acción erosiva del Ayuntamiento de Níjar. En Almería dimos con personajes de cuidado, como vengo citando desde la descripción de la batalla de Pulpí, que nos complicaban la vida y nos remitían a la cruda y hostil realidad, con la que había que contar siempre. Con nuestra estrategia global, que incluía los contactos incansables, los ataques seleccionados, las notas de prensa y las quejas en Madrid, dábamos presencia y personalidad al GEM en la vida almeriense, con un alto grado de éxito, digamos, social. El mayor estorbo era Joaquín García, el alcalde de Níjar, al que su partido dejaba hacer porque no tenía ni alternativa ni ideas. Pronto descubrimos las relaciones entre algunos de los principales propietarios en la costa del Cabo de Gata (entre los que destacaban la viuda de González Montoya, Michelín, García Royano, la Hispano-Belga...) con políticos del PSOE o de su entorno, y al que con más frecuencia encontrábamos era José Batlles Paniagua, relacionado familiar y personalmente con importantes negocios inmobiliarios125 En aquellos días dejó la dirección política del PSOE en Almería el diputado y juez en excedencia Joaquín Navarro Estevan, vinculado al franquismo activo hasta poco antes, pasando la batuta a un adlátere manejable, Antonio García Tripiana, y 237
respaldando además la posición y movimientos de Batlles. En ese partido llegamos a conocer y tratar a otros responsables, como Juan José Ramírez, José Céspedes, Antonio Maresca o Josefa Gallego, y creo recordar que solamente llegamos a tener confianza con Pedro Lozano126 Nuestra implicación en los asuntos de la costa de Níjar llegó a producirnos vértigo, como debe deducirse de este relato. En los días 24 a 26 de septiembre de 1980, por ejemplo, tuvimos una reunión política en el Ayuntamiento de Níjar con el alcalde y con Pedro Lozano, responsable del comité provincial del PSOE; y por la tarde (aparte de encontrarme con Melo Castro para hablar del Catálogo de Espacios a proteger) fue cuando me las ingenié para conocer cara a cara a esos dos personajes cuya personalidad tanto me interesaba: el funcionario Martínez Franco y el naturista Bruckner. 47. Grandes experiencias con el GOB A partir de mi entrada en contacto con el Grup Balear d'Ornitología balear (GOB) a través de Xávier Pastor, que era secretario general cuando nos conocimos en las Jornadas de Denia de octubre de 1978, me informé de la situación general del litoral mallorquín. El GOB, creado en octubre de 1973, mantenía entonces su esencia eminentemente naturalística y dudaba ante la vía ecológico-política. Como biólogo marino que trabajaba en el Instituto Español de Oceanografía (centro de Palma de Mallorca), Xávier Pastor estaba de sobra preparado para dirigir un GOB que ya había alcanzado en las Islas un alto prestigio naturalista y científico; y como militante comunista yo lo conocí dispuesto a ir cambiando poco a poco ese carácter eminentemente ornitológico del GOB para reconducirlo por una lucha clara y directamente ecologista. En esta evolución, que apoyaba la militancia, tuvieron un papel decisivo tanto Pastor como el presidente del GOB, Francesc Molh27, excelente complemento del gran organizador que era Xávier. Con mi colaboración en la racha de polémicas por los puertos deportivos en la costa mallorquina sentí que verdaderamente hacíamos labor pedagógica en el litoral, acabando pronto con la costumbre de los alcaldes de permitir que se construyera burlando la jurisdicción municipal, y con la indiferencia de las autoridades estatales de Costas ante la falta de respeto por los plazos y los contenidos de las concesiones en el dominio público. Yo percibía una sociedad civil más sólida y sensible que la murciano-almeriense, lo que se reflejaba en la prensa; también la izquierda política daba más juego, así como los tribunales, que pronto adoptarían una práctica generalmente favorable al respeto al medio ambiente y el paisaje1211. Era una forma 238
de «neutralizar», con estos refrescantes éxitos, las amarguras que sufría en mi propia tierra al chocar con muros de indolencia y pillería. Así que se abría camino mi empeño por dar coherencia a una teoría sobre el litoral, y prueba de ello fue el resumen crítico que sobre los puertos deportivos tenía elaborado a finales del movidísimo año 1980, que reproduzco - con la actualización de las dichosas «motos náuticas» - en el recuadro siguiente. Así, en el caso del puerto deportivo de Can Picafort (municipio de Santa Margalida, en la costa Nord), que se inició como ampliación del pequeño mollet existente, las modificaciones del proyecto se hicieron de forma irregular y descarada, sin licencia de obras municipal y sin esperar a la concesión administrativa pertinente de ocupación del dominio público. La batalla la inició la Asociación de Vecinos local, que no pudo hacer frente al Club Náutico promotor; el GOB intervino con un primer escrito de denuncia al Ayuntamiento y al Gobierno Civil, que se inspiraba en lo que había sido un tira y afloja entre nuestro GEM y la Dirección General de Costas en el caso del puerto deportivo de Águilas a cuenta de si las obras en el dominio público autorizadas por el Estado necesitaban o no licencia urbanística munici pal129. El Ayuntamiento rechazó la denuncia del GOB, pero el Gobierno Civil intervino paralizando las obras y obligando a los infractores a regularizarlas. Algo parecido sucedió, también al inicio de 1980, con otro puerto deportivo, esta vez en Porto Colom (municipio de Felanitx), contra el que se lanzó una coordinadora a la que pronto se sumó el GOB. Primero el Ayuntamiento paralizó las obras, pero consintió su continuación llevado por la mayoría de concejales favorables, aunque finalmente tuvo que exigir la licencia municipal y sancionar a sus promotores. Seguí con atención otros problemas relacionados con puertos deportivos, y actuamos en consecuencia con el nuevo puerto de Cala Ratjada (Capdepera), el de Sant Elm (Andratx) y la ampliación del de Pollenca. Un conflicto que me interesó vivamente fue el de la Albufereta (s'Albufereta de Pollenca, situada sin embargo en el término municipal de Alcúdia), un humedal costero de gran riqueza biológica y paisajística que inversores belgas querían drenar y desecar para construir una marina, la primera en Baleares. Pero tras haber combatido el proyecto de Pulpí no me costó transmitir al GOB las enseñanzas aprendidas y la estrategia aplicada para que el proyecto fracasase130. La Albufereta era, a diferencia de las salinas de Pulpí, el humedal «intensivo y funcional» más importante de la isla, con un elevado grado de conservación. Mi frecuente presencia en Mallorca se debía a invitaciones para dar charlas y 239
conferencias que se me cursaban generalmente a través del GOB. Después de diciembre de 1979, primera visita «militante» con motivo de las II Jornadas de Ecología y Política organizadas por el Centro de Estudios Socioecológicos, en 1980 hice al menos dos visitas: primero para tratar sobre «La ordenación del litoral» y segundo para explicar «Les raons del NO a l'energía nuclear»131. Creo que fue en junio de 1982 cuando me invitó la televisión balear a un programa-estrella sobre temas candentes. En 1983-1985 volví a Mallorca al menos en cinco ocasiones con motivo del estudio que acometí sobre Ordenación y pro tección del litoral de Mallorca, y en el que me ayudaban, entre otros, Gabriel Sevilla y Miquel Ángel March, ambos geógrafos y del GOB132 En 1990 volvió a ser el GOB el que me llevó a hablar de «Ocupación y consumo del litoral en el Estado español», y al año siguiente fueron Els Verds los que me invitaron a la campaña de las elecciones autonómicas. También durante 1988 y 1989 hice varios viajes más ya que, por una parte, asesoraba al MOPU en relación con el Plan de Acción del Mediterráneo y, entre otros trabajos monográficos, tuve que establecer la situación precisa del saneamiento en los municipios litorales de todas las provincias; y por otra, redactaba la Guía natural de las costas españolas. En 1995 hice mi último viaje profesional para actualizar datos para el Informe provincial detallado sobre la situación económica y social del litoral español. Y recuerdo con placer mi modesta colaboración en las tareas que el GOB inició en 1980 tras hacerse con La Trapa, una maravillosa finca que salvaron de ser urbanizada133 Más a distancia pero viviendo intensamente estos avatares asistí subyugado a varios procesos en los que los del GOB conseguían revertir situaciones que ya aparecían consolidadas administrativa y materialmente. De éstas selecciono dos: la playa de Es Trenc y la cala Mondragó, espacios cuya urbanización ya estaba decidida... pero que lograron ser rescatados y protegidos para beneficio general. Pero eran muchas las batallas en las que el GOB me maravillaba, ganándose día a día un enorme prestigio y demostrando una grandísima capacidad de movilización. Xávier Pastor presidió en 1986-2001 Greenpeace-España, realizando una espléndida labor aunque finalmente se enrarecieran sus méritos con los conflictos surgidos en la última etapa de su mandato, que le llevaron a dimitir y que habría evitado de no permanecer tanto tiempo en el poder134; le sucedió Miquel Ángel March, que yo bien conozco: un extraordinario personaje para un magnífico grupo. Los PUERTOS DEPORTIVOS (SÍNTESIS CRÍTICA) 1.Los puertos deportivos exigen una obra artificial que generalmente contribuye a 240
desfigurar el perfil tradicional de la costa. Éste es su impacto estético y paisajístico. 2.Esta obra altera las condiciones habituales en que se desarrolla la dinámica litoral local: corrientes, arrastre de sedimentos, etc. Una de las consecuencias es que afecta a la estabilidad de las playas inmediatas o próximas, induciendo acumulación de arenas o erosión de la línea litoral según sea la interferencia. 3.Suelen alterar las condiciones que producen determinadas situaciones biológicas, como caladeros, viveros, lugares de desove... 4.El trasiego y amarre de embarcaciones a motor (que son siempre mayoría) producen la presencia continua de suciedad debida tanto a los hidrocarburos como a los vertidos de aguas residuales. 5.Este trasiego de embarcaciones supone siempre un cierto peligro para los bañistas. Son frecuentes los accidentes mortales. 6.Ocupar el dominio público es un privilegio que solamente debiera ser aceptable en instalaciones de interés público, que no es el caso de estos puertos. 7.Dado que los puertos deportivos no suelen sostenerse económicamente por ellos mismos, con frecuencia van acompañados de una actuación urbanística más o menos especulativa en sus proximidades (a veces esta actuación ocupa terrenos ganados al mar con motivo de la propia construcción del puerto). 8.En términos directos y coloquiales un puerto deportivo viene a consistir en un garaje marino privado en el dominio público. Además, ocupan un espacio marino la mayor parte del año sin que sean utilizables más que unos días. De ahí que se plantee el almacenamiento de embarcaciones en tierra. 9.El caso especial de las marinas, que reúnen la disponibilidad del chalet por tierra (automóvil) y por mar (embarcación) es considerado por los medios ecologistas como aberración simple y llana. 10.La proliferación espectacular de los últimos años de las motos acuáticas, ingenios caracterizados por su alta ubicuidad, velocidad y potencia, que además suelen tener la playa como «base», presenta un problema complejo, relacionado sobre todo con la seguridad y el medio ambiente; se trata de ingenios carentes de cualquier seña deportiva, que impactan siempre indiscriminada y gratuitamente y que por ello podrían calificarse de paraterroristas. 241
48. En defensa de la Ley de Costas de 1988 Como parte de las actividades que mantuve durante los tres años (19871990) de mi colaboración estable con el MOPU, y aunque estaban orientadas a la participación de España en el entorno mediterráneo-internacional, me propuse contribuir al buen éxito de la nueva Ley de Costas, que venía abriéndose camino con muchas y graves dificultades. Estaba convencido de que la situación del litoral español mejoraría sustancialmente en cuanto desapareciese el nefasto marco jurídico de la Ley de Costas vigente, de 1969, y era la guerra que habían declarado a la nueva ley tanto la derecha política como el empresariado turístico lo que me demostraba que iba bien encaminada. Así que coincidiendo con la última fase de la discusión parlamentaria propuse a los dos directores generales relacionados, el de Medio Ambiente (Fernando Martínez Salcedo) y el de Costas (Fernando Palao) la celebración de un seminario sobre Problemática de las Costas Españolas, que fijamos para octubre de 1987 en Málaga, uno de los «centros» de la hostilidad activa frente a la nueva ley. La elección de Málaga conllevaba además el reconocimiento de la labor desarrollada por el ingeniero Luis López Peláez, jefe de la Demarcación Provincial de Costas desde hacía tiempo y objetivo de agresiones sinnúmero por parte del poco tranquilizador mundo de los inversores en la costa malagueña135 En ese seminario136 reunimos a juristas (los profesores Ramón Martín Mateo y Ángel Menéndez Rexach), empresarios del sector turístico-constructor de Málaga, Canarias y Alicante-Murcia, ecólogos y ecologistas (Ángel Pérez Ruzafa, de la Universidad de Murcia, miembros del Instituto Español de Oceanografía, de la Asociación Malagueña para la Protección de la Vida Silvestre, Silvema, y de Greenpeace), urbanistas (Juan jesús Trapero) y, por supuesto, representantes del Ministerio. Aparte del interés general de las jornadas me resultó especialmente interesante comprobar los nervios y la agresividad del sector empresarial, cosa que expresó en grado superior el enviado «estrella» de los empresarios alicantinos, el abogado Juan Enrique Serrano quien, lo que son las cosas, me había quitado de enmedio tres años antes cuando era el concejal de Urbanismo y Medio Ambiente en el Ayuntamiento de Murcia (batalla 54) al comprobar que yo seguía muy de cerca sus sospechosos movimientos en relación con la revisión del Plan General de Murcia. Tan satisfactorio fue verlo en su salsa, desempeñando el papel que mejor sabía hacer - defender los intereses del empresariado costero-, como triste recordar que había sido seleccionado por el PSOE para dirigir el urbanismo murciano. La Ley de Costas se aprobó en julio de 1988, pero eso no significó que alcanzara ni la paz ni la vigencia tranquila, ya que le llovieron los recursos de 242
inconstitucionalidad (el Partido Popular, ciertos gobiernos y parlamen tos autonómicos incluyendo algunos del PSOE.. .); pero la resolución del Tribunal Constitucional dejó a salvo lo fundamental, «restituyendo» algunas competencias de tipo urbanístico que el Estado había considerado suyas (o necesarias de asumir para proteger el dominio público). Tampoco la «paz constitucional» fue suficiente, ni contentó a los sectores que se consideraban - con razón - perjudicados, y antes incluso de que el PSOE fuera relevado en el poder por el PP fue tomando forma una fronda de descontentos en la que se mezclaba la agresividad empresarial, la venalidad municipal y tantos otros intereses basados en la explotación del litoral, que tenían agentes y valedores en todos los niveles de la política (incluyendo los ministerios del Gobierno y el PSOE). Fue entonces cuando - desde la oportunidad que me daba el dirigir Cuadernos de Ecología, que me proporcionaba información y conocimiento sobre cuanto sucedía en las costas de todo el país - propuse una nueva reunión para defender la Ley de Costas al grupo Silvema y concretamente a su presidente, el prestigioso ecologista Saturnino Moreno. Volvimos a contar con el apoyo financiero del MOPU, en esta ocasión del nuevo director general de Costas, Fernando Osorio, que ya había participado en el seminario anterior siendo subdirector. De nuevo en Málaga, en estas jornadas sobre las costas españolas137 acometimos el análisis crítico de la Ley de Costas prestando especial atención a las propuestas que se venían haciendo de modificación del texto vigente, que en definitiva buscaban anular algunas de las más importantes y decisivas novedades respecto de la Ley de 1969. Fueron objeto de análisis los aspectos meramente jurídicos (Emilio Valerio, fiscal del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad de Madrid), las cuestiones urbanísticas (Carlos Hernández Pezzi), las políticas costeras (Cristina Álvarez), el marco europeo comunitario (Eduardo Peris), el caso andaluz (Javier Serrano) y la significación y trascendencia de las pretensiones de modificación de la nueva ley (Marion Stohler, Ricardo Aguilar, Aurora Gómez); dos mesas redondas, una jurídico-administrativa y otra político-ecologista, completaron las jornadas138 49. Descubriendo el Mediterráneo: el PAM, Siria... Vivía yo mi etapa de «exaltación mediterránea» - con mi colaboración euro-árabe surgida de mis relaciones políticas con el senador Rafael Estrella y las oportunidades periodísticas que me llegaban debido a la edición y dirección de ActualidadÁrabe, como describiré en las batallas 52 y 58, respectivamente - cuando tuve la oportunidad de ofrecer al nuevo director general de Medio Ambiente, Fernando Martínez Salcedo, mis servicios en los asuntos mediterráneos, que no creía que España llevara 243
adecuadamente; él aceptó mi propuesta y se puso en marcha mi colaboración en junio de 1987. Empecé mi tarea coincidiendo con el regreso de Atenas del ministro del MOPU, Javier Sáenz Cosculluela, y de la delegación española, muy frustrados todos por la mediocre participación de España en la reunión de septiembre de Partes Contratantes del Plan de Acción del Mediterráneo (PAM). De esa manera mi colaboración adquirió más interés y fue orientada a poner orden en ese aspecto de nuestras relaciones ambientales, teniendo en cuenta que nuestro país presidiría la CEE en el primer semestre de 1989 y con el objetivo de que en adelante fuera más satisfactorio el papel de España. Se abrieron así para mí tres años (tres contratos sucesivos) de extraordinaria y muy productiva actividad volcado en el Mediterráneo y en los asuntos que, en este marco, la Dirección General de Medio Ambiente llevaba adelante, colaborando con Fernando Martínez Salcedo y más directamente con el subdirector general de Planificación y Normativa, Santiago González Alonso, con quien fue un placer trabajar dado su carácter, su seriedad y nuestro alto grado de entendimiento139 Hay que tener en cuenta que el PAM (desarrollado dentro del PNUMA, Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) tenía su inicio en la Conferencia Intergubernamental de Barcelona de febrero de 1975, que había dado lugar a la Convención de Barcelona de febrero del año siguiente, siendo éste el origen legalinternacional del entramado que vinculaba en términos ambientales a los países miembros: casi todos los ribereños más la Unión Europea como entidad supranacional140 Parecía evidente que a España le correspondía un papel destacado, cosa que podía lograrse sin grandes dificultades dado que los países miembros no consideraban su participación en este foro como prioridad de sus políticas ni en lo ambiental ni en lo internacional. Percibí el interés ministerial que suscitaba la mejora de nuestro papel y me dispuse a trabajar en serio. Por otra parte, la mejora de nuestra «posición mediterránea» exigía una estrategia global, compuesta de varios elementos. El primero era, desde luego, cumplir puntualmente con nuestras obligaciones económicas, abandonando el grupo de países que con su morosidad recalcitrante mostraban su menosprecio respecto del PAM y sus objetivos. También había que asistir a las numerosas reuniones que se convocaban continuamente en el marco de los dos protocolos ya vigentes y de los dos comités, uno científico-técnico y otro socio-económico, de reciente creación; y esto tampoco se hacía bien, con una presencia irregular y desordenada. Y en tercer lugar había que atender el flujo constante de peticiones desde la sede de Atenas sobre información ambiental de la más variada índole, y en esto tampoco nos distinguíamos 244
mucho de los países más indolentes. Con el tiempo se habían ido desarrollando centros regionales con obligaciones específicas, siendo el más activo el de Split (Croacia, Yugoslavia), sede del PAP (Priority Actions Programme). En esos años mi actividad resultó ciertamente variada, con la redacción de monografías diversas (que cito en el Anexo), trabajos de documentación especiales, presencia en las reuniones de los comités (sobre todo el socioeconómico a partir de septiembre de 1988 acompañando a Santiago González), alguna que otra participación personal en reuniones específicas, traducciones, asistencia general (cartas, informes) tanto al subdirector general como al director general... Concretamente, la descripción y actualización de las instalaciones de saneamiento y de las características de los vertidos urbanos de todos los municipios mediterráneos españoles agrupados en las cinco regiones correspondientes, que era una documentación que nos pedía Atenas, me llevó más de un año de trabajo 141 También destacaré los análisis de prospectiva mediterránea, que en el marco del llamado «Plan Azul» se desarrollaban desde el Centro regional de Antibes (parque tecnológico de Sophia Antipolis, en la Costa Azul francesa) y nos exigían atención continuada; asistí a un curso sobre Metodología y Resultados de los Escenarios del Plan Azul y, a mi propuesta, el Ministerio decidió publicar en español el volumen El Plan Azul: el futuro de la cuenca mediterránea, que tuve que traducir de los textos en francés e inglés que me mandaban sus dos principales responsables142 También como muestra del interés de España en el PAM el Ministerio me encargó organizar en Valencia una Semana Mediterránea con el lema «La protección del Mediterráneo, una responsabilidad común», para la que conté con la presencia de directivos del PAM (Manos y Trumbic, entre otros) así como con políticos autonómicos, científicos especializados y líderes ecologistas mediterráneos113 Otros asuntos en los que intervine se relacionaron con la erosión en el entorno de los países mediterráneos y el preocupante futuro de los deltas marinos frente al cambio climático, concretamente el delta del Ebro (octubre de 1989). Pronto se vio necesario fortalecer la estructura personal del equipo ministerial encargado de los asuntos del PAM, integrándose en el grupo la inteligente Amparo Rambla` Pero, para mí, lo más importante de este vínculo con PAM fue sin duda mi «experiencia siria», que tuvo su arranque en el curso sobre un Marco Metodológico Común que organizó el Centro de Split en Izmir (Turquía) dentro de su programa sobre Planificación Integrada y Gestión de las Zonas Costeras Mediterráneas. Allí tuve la oportunidad de conocer al equipo yugoslavo (croata, en realidad) dirigido por el veterano Arsen Pavasovics, que desarrollaba esa tarea teórica general y varios 245
proyectos concretos en la costa mediterránea, y de enrolarme con ellos para participar en el que estaba a punto de iniciarse sobre la costa siria145 Aquella experiencia en Siria para desarrollar un Plan integrado para su región costera se desarrolló en tres etapas, dos de las cuales tuvieron lugar en ese país (enero y marzo de 1989) y la tercera, de puesta en común de las diversas tareas, en Split (mayo de 1989). Yo conocía bastante bien Siria, incluyendo la costa, ya que había sido invitado por la Embajada siria en Madrid en noviembre de 1986 cuando dirigía Actualidad árabe (batalla 58) y esto permitió que desempeñara un papel adicionalmente interesante ya que contaba en Damasco con algunos e importantes amigos y contactos146 El equipo básico de la misión lo formábamos los croatas Srjan Truta (planificador territorial, director del proyecto) e Ivica Trumbic (planificador urbano), el chipriota Glafkos Konstantinides (economista) y yo (con estatus de planificador ambiental), con la ayuda puntual y temporal del francés Alain Jeudy de Grissac (experto naturalista). La representación siria recaía en Isham Nashawatti (Ministerio de Turismo) y Zuar Jueiyati (Ministerio de Planificación), que estaban al cargo de un equipo formado por un nutrido grupo de jóvenes recién licenciados procedentes del Urbanismo, la Ingeniería y el Turismo147 La experiencia profesional en Siria fue magnífica pese a las habituales dificultades presentes en un país en el que las cosas no suceden, ni mucho menos, según lo previsto. Yo «descubrí» una costa espléndida de 180 km (como la murciana exterior, por cierto), que analicé minuciosamente dividiéndola para su estudio en diez tramos que recorrí en detalle; desde luego, la mía era la primera descripción físiconatural de aquella costa heterogénea, de la que surgían arenales imponentes (Latakia), blancos acantilados calcáreos (Ras Ibn el-Han¡), playas de todas las morfologías, estuarios, humedales... sin olvidar la sugerente isla de Aruad, frente a Tartús, una especie de crisol acumulado de todas las presencias y culturas del Próximo Oriente. No eran pocos, ni menores, los problemas ambientales en presencia, ni era fácil transmitir a los compañeros sirios y los responsables gubernamentales la necesidad de ordenar y proteger esa costa, que para el régimen político constituía un espacio natural de expansión urbano-demográfica en pleno proceso de «drenaje» de las poblaciones del árido interior, sobre el que además pesaban importantes restricciones miliares. El proyecto sirio constituía un estudio preliminar148 a la verdadera «planificación integrada» de la costa, que se había programado para 1991; pero ese año yo me vi ocupado con varios trabajos profesionales simultáneamente y con todo el dolor de mi corazón tuve que renunciar a mis relaciones con la costa siria y con ese emocionante 246
país. No obstante, Ivica Trumbic, que había sucedido a Pavasovic al frente del Centro PAP de Split, me encargó que dirigiera un curso en Montevideo (octubre de 1994) sobre Planificación de Áreas Costeras, lo que me permitió viajar por primera vez el continente americano (aludo a ello en la batalla 60). El final de mi presencia en los asuntos del PAM y en el MOPU se produjo unos meses después de la celebración de la sexta reunión de Partes Contratantes del Convenio de Barcelona (octubre de 1989), a la que no asistí por haber cambiado repentinamente la política ministerial, que quitaba peso y presencia a asesores y contratados. El último documento que elaboré fue una Propuesta de creación de un Centro de actividades regionales en España, dentro de la estructura del PAM, que contemplaba varios objetos temáticos, inclinándome por la erosión. Tuve en esos años más oportunidades de disfrutar del Mediterráneo, como reseño en la batalla 60, con una base de partida que creo que debo situar en mi propuesta Por una política mediterránea para España, hecha al PSOE en 1983 a través de la Fundación IESA. En noviembre de 1988 participé, representando al MOPU, en un taller en París sobre Coastal Zone and Estuary Management, organizado por la OCDE 149. Y no pude disimular la satisfacción que me produjo la invitación de mi amigo el economista Miguel Cuerdo para dar una conferencia en la Escuela Diplomática de Madrid (24-3-2004) sobre «Recursos naturales: aspectos físicos, políticos y culturales en la cuenca mediterránea», dentro del curso sobre Geopolítica de los Recursos Naturales en el Mediterráneo, que él dirigía. 50. Llanes: sensación de peligro Cierro con el episodio de Llanes esta parte con mis intervenciones ecologistas sobre el litoral de forma caprichosa, con el objetivo de separarlo de las siguientes batallas que, arrancando de ese mismo año (2001), traslado a la última parte, «Circularidades y permanencias» por pertene cer a una etapa, la actual, caracterizada por los serios y desesperantes problemas de mi propia tierra. Mi presencia en el bellísimo concejo de Llanes, en el oriente asturiano, se debió al interés puesto en ello por mi amiga la geógrafa Belén Menéndez, colaboradora y compañera de otros trabajos anteriores (singularmente, el de las Montañas y el de los Ríos, a los que aludo en la batalla 70) y ayuda permanente en cuantos trabajos míos tuvieron que ver con Asturias. A finales de 1999 Belén me fue informando de sus tareas en relación con el Plan General de Ordenación Urbana de Llanes (PGOU), que redactaba con un equipo de arquitectos, y de la evolución de un Plan de Ordenación 247
del Litoral de Asturias (POLA), así como de las medidas que el Gobierno del Principado iba adoptando en favor de sus costas, lo que me interesaba vivamente. Y al poco me habló del deseo de Antonio Trevín, alcalde de Llanes150 de organizar alguna actividad sobre el litoral en el marco de los trabajos del PGOU, transmitiéndome su encargo para que me pusiera manos a la obra. Así fue como me vinculé con Llanes, y mi colaboración con Trevín y con el Ayuntamiento se amplió en cuanto nos pusimos a trabajar, encargándome que dirigiera la Agenda 21 del concejo. De esta forma me impliqué directamente, estudiando a fondo los aspectos ambientales en general y litorales en particular, dedicándole más o menos un año, desde noviembre de 2000 hasta noviembre de 2001, y terminó con la celebración de un Seminario sobre Gestión Integrada de Zonas Costeras. Entre todos los invitados, representantes de la política regional, del urbanismo y de la ordenación del litoral, así como ecologistas, no me olvidé de invitar a Loic Menanteau, de la Universidad de Nantes, dados sus profundos y extensos conocimientos, precisamente, sobre el litoral atlántico europeo151 En esos meses finales de 2001 traté de poner en marcha en Llanes un Observatorio del Litoral, con un primer centro cantábrico, para trabajar a favor de los valores de las zonas costeras, que iría seguido de otro centro, mediterráneo, para lo que exploré varias posibilidades: Águilas, San Pedro del Pinatar, litoral andaluz... donde las circunstancias no eran ni por asomo tan favorables como en Llanes. Movilicé a decenas de amigos para formar un grupo de cien fundadores y Cristina Álvarez preparó los estatutos, pero mi colaboración con Llanes tocaba a su fin y los problemas en la costa murciana requerían urgentemente mi atención. Pero con todo, y aunque la experiencia de Llanes fue profesionalmente muy gratificante (guardando además estupendos recuerdos de aquellos amigos, del pueblo, del concejo y de su excepcional litoral), lo que yo quiero recoger con más interés en esta crónica es la rara, incómoda e inédita vivencia que sufrí cuando, representando de alguna manera al Concejo de Llanes, me vi frente a la agresividad extraña e implacable que mostraba, frente a Trevín y el Ayuntamiento, la Asociación de Vecinos y Amigos de Llanes (AVALL), una enemistad que venía de muy atrás. Aunque personalmente sufrí levemente esa hostilidad no pude evitar un gran desasosiego al ver que varios ciudadanos atacaban duramente una institución con la que yo estaba alineado profesional y afectivamente. En definitiva, y aunque de manera puntual y provisionalmente, yo me había situado en el papel contrario al que en mí era habitual, siendo objeto el ecologista de ataques ecologistas (o que yo consideraba como tales)152 248
Todavía siento aquella extraña sensación de estar «descolocado», que era ante todo moral, íntima. Desde luego, no podía dejar de exponer lo que para mí era un urbanismo ejemplar a grandes rasgos, resultado tanto del trato con el equipo redactor del PGOU y de mi estudio personal del litoral llanisco como de mi conocimiento de la situación en la costa mediterránea; y ni siquiera la intervención de Gonzalo Canales, el activo y competente secretario general del grupo ARCA (Asociación de Defensa del Litoral de Cantabria), que valoraba muy positivamente la situación en Llanes teniendo en cuenta la del litoral vecino de Cantabria, me sirvió de alivio suficiente. Tampoco, ciertamente, podía «devolverme» a mi sitio la tirria con la que el Ayuntamiento de Llanes correspondía a la guerra declarada desde hacía años por los de AVALL, ni las informaciones que quitaban razones y hasta legitimidad a la asociación y sus dirigentes153. La asociación AVALL había arremetido contra el planeamiento anterior, unas Normas Subsidiarias aprobadas en 1991, impugnándolo porque consideraban que era un instrumento insuficiente para las necesidades y la complejidad de un concejo con 60 núcleos de población y un medio físico muy diverso. Y en marzo de 2002 el Tribunal Supremo (TS) confirmó la sentencia de 1997, del Tribunal Superior de Justicia del Principado de Asturias (TSJA), que anulaba esas Normas Subsidiarias por dos defectos más formales que de fondo: la propia elección de Normas Subsidiarias y no de Plan General de Ordenación Urbana, como parecía evidente que correspondía, y la ausencia de información pública de la fase de avance. Mientras el contencioso seguía su curso, el Ayuntamiento había iniciado la redacción de ese PGOU (que era la etapa de mi presencia en Llanes), por lo que la anulación por los tribunales resultaba, de hecho, un problema menor. Pero más serio, por lo incomprensible, ha sido que el TSJA anulara el nuevo PGOU154 aprobado por el Principado en 2003, y otra vez por cuestiones formales; y mientras se elabora una nuevo PGOU queda el asunto, una vez más, a la espera de que el TS cierre el caso. Y yo, desolado y pensando en Llanes y en su hermoso litoral, quedo víctima de mis afectos, de mis escrúpulos y del pathos ecológico.
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En esta parte, que es de alguna manera transversal a las demás y que alude a mi papel ecologista general más allá de las grandes tareas que han marcado este itinerario (lucha antinuclear, génesis del ecologismo, defensa del litoral y fiebre electromagnética), trato de poner orden en el maremágnum de tareas en el que he vivido sumergido durante años; y, dado que mis actividades de supervivencia pronto giraron desde el periodismo al trabajo profesional como consultor ambiental, doy cuenta también de los trabajos de mayor entidad o significación, hasta mi conversión en profesor de universidad. La idea de la heterogeneidad de este apartado - con política, periodismo, tribunales, proyectos ambientales - lo da el elevado número de apartados, 30, que aluden a una amplia tipología de vivencias con variado grado de conflictividad (y que no todos son, exactamente, batallas). Y aunque no ha sido fácil darles orden cronológico y temático describen bien mis avatares y demuestran que durante más de treinta y dos años, desde octubre de 1974 hasta mayo de 2007, viví esencialmente en y del medio ambiente (y morí, al tiempo y de forma no siempre distinguible...). En los años decisivos de mi vida activa el tiempo que viví era de exaltación de la política y sin darme cuenta me dejé envolver por ella, porque es verdad que en mí latía una vocación política evidente. Lo demostraba la decisión que adopté en su día de estudiar Ciencias Políticas incluso cuando todavía estaba en mi Escuela de Telecomunicación (donde, por cierto, esa vocación me llevó a ser delegado de alumnos en el último curso, 1968-1969, en el que nos afectó un estado de excepción). Pero creo que queda bien reflejada mi incapacidad para la política así como mi fe en ella (a veces, credulidad), con ese cierto zigzagueo al hilo de los acontecimientos de mi vida y del país; una evolución política dubitativa que buscaba, supongo, un mejor acomodo de la práctica con las ideas. Nada pudo sofocar, finalmente, mi ansia intratable de libertad en las ideas, compañera inseparable de mis escrúpulos morales. La conveniencia de un distanciamiento, digamos «flexible», respecto de la política ha sido una de las lecciones aprendidas, y bien. Y ya que siempre me atrajo la actividad política renunciar a ella ha sido un ejercicio muy meditado, al hilo de los acontecimientos y mi variopinta experiencia, compensándose las frustraciones con la tranquilidad de conciencia. Me ha ayudado la experiencia adquirida en política práctica que, aun siendo corta y de nivel discreto, ha abarcado un amplio espectro de situaciones, todas ellas muy instructivas. Pero el balance poco brillante de mis 251
andanzas políticas no implica que condene o desprecie la política ni que la excluya, y porque sigo creyendo en ella vengo participando en las elecciones con Izquierda Unida en los últimos años y en mi tierra. Los apartados relacionados con la prensa vienen caracterizados por el ambiente político de «fin de reino» en el que se vivía, que también coincide con la lucha antinuclear, causa y germen de mi evolución política. Cuento lo que considero el origen de mi vocación periodística con las oportunidades encontradas en los colegios de mi formación infantil-juvenil, y destaco la importancia que ha tenido en ciertos interesantes trances del ejercicio profesional-ambiental mi condición de miembro de la familia ferroviaria. Mi experiencia verdadera en la prensa nacional se inicia con la «movida nuclear» en febrero de 1974 y en el diario La Verdad, de Murcia; y llega hasta los primeros años de la siguiente década, escribiendo en las principales revistas críticas del momento: Ciudadano, Cuadernos para el Diálogo, Triunfo y Doblón. Después incluso ampliaría mis colaboraciones desde la energía, el medio ambiente y los asuntos tercermundistas hacia las de tipo histórico en Historia internacional y en Tiempo de Historia. Esa inmersión en el mundo de la prensa tiene lugar, además, en un momento históricointernacional de extremada emoción y de un interés político excepcional: crisis energética iniciada en 1973, auge el movimiento de los No Alineados, destitución de Nixon y derrota norteamericana en Vietnam... (además de la muerte del general Franco). Y dado que en esos años la prensa se convirtió en la clave de mi supervivencia pronto llegué a la conclusión (innecesaria, más que errónea) de que me convenía estudiar Periodismo, y me puse manos a la obra (19751980) aprovechando que me convalidaban varias asignaturas ya estudiadas en la carrera de Políticas. Desde el principio mi vida activa ecologista aparece casi siempre entreverada por mi intervención o presencia en la prensa y está claro que, aunque subsistía una vocación periodística de fondo, fue la entrega al ecologismo lo que me hizo escribir, polemizar y complicarme a veces la existencia. Pude vivir de cerca, pues, todo el proceso de cambio político en España. Primero, por el propio mundo sociopolítico por el que había optado, que era la primera línea de la lucha ecologista, y después por estar vinculado con publicaciones que - me refiero sobre todo a Ciudadano y Triunfo - se situaban en el más directo frente antisistema, y por ello resultó un verdadero privilegio trabajar con ellas. Este gusto por escribir y por tener acceso a la opinión pública me impulsa continuamente a buscar un hueco, una tribuna, y así lo mantengo con mis últimas colaboraciones en La Verdad y La Opinión, ambos periódicos de Murcia (2003-20 10) y en la edición española de Le Monde diplomatique (desde febrero de 2009).
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Dos episodios se refieren a trances judiciales, simples gajes del oficio que podían haber sido más numerosos. Aunque de estilo duro y radical, siempre he tenido en cuenta que las personas aludidas en mis artículos podían reaccionar contra mí y he tenido por costumbre revisar mucho los textos; aun así... El tercer gran asunto de tipo judicial, el de «mi fiscal», iba a constituir la batalla 101 pero he decidido excluirlo, ya que está sub iúdice. Incluyo tres batallas diversas - industria urbana insana, acoso industrial y contaminante a Galicia, repulsa de algunas de las primeras autopistas - por su carácter relativamente aislado aunque significativo, y también han ido a parar a este capítulo batallas que, en mi peripecia, resultan misceláneas e inclasificables. A modo de puzle de experiencias energéticas no estrictamente nucleares he redactado la batalla 66, necesariamente apretada y que confirma que no fue, desde luego, el amor a las aves lo que me introdujo en la ecología, sino la decisión de enfrentarme al poder eléctrico, tan igualado con el político. Los antinucleares iniciamos nuestra integración en las supremas exigencias de la naturaleza desde la confrontación cruda y desigual con quienes señalamos como sus peores conculcadores. Y siento que ahora me corresponde recordar los orígenes: que no hay solución energética (ni ambiental) si no la hay socio-económicopolítica; y que de nada sirve pensar en el eslogan «Cien por cien renovables» si el sistema no cambia en lo más profundo de sus entrañas, que es vano dedicarse a «dar alternativas» al sistema con la simple sustitución de unas energías por otras, como si el problema fuera, simplemente, energético o técnico... Aprovecho para añadir que a diferencia de muchos de mis compañeros de lucha - la antinuclear y otras - nunca he dudado en definirme como ecologista, en términos ideológicos, una vez asentadas mis ideas y mi vida tras la dura experiencia nuclear. Pronto descubrí que era ése el marco intelectual global y suficiente en el que me sentía más cómodo'. Sin embargo, el cuerpo de mayor solidez y empaque lo forman los grandes estudios y proyectos profesionales, que describo y acumulo en las batallas 67 a 80 y que llegaron a ser unos cuarenta en total, de muy diversa tipología y envergadura, pero entre los que predominan los relacionados con el litoral. Si «sumo» esta importante cantidad de trabajos a mis aventuras como agitador ambiental, mi vocación ecologista (que sería la tercera y más contundente y «estructural», con la periodística y la política) queda suficientemente acreditada; todavía me quedaría la pedagógica, que de hecho es una síntesis de las anteriores. Ahí cuento las circunstancias de gestación y adjudicación de los más importantes de estos encargos, y así podrá verse que en muchos casos éstos seguían a mi propia propuesta que, una 253
vez considerada oportuna, adquiría la forma administrativa adecuada sometiéndose al trámite reglamentario. Pocas veces acudí a concursos ya que o mi modesta empresa no reunía las condiciones formales exigidas o me parecía que perdería el tiempo y el esfuerzo, y cuando acudí a licitaciones públicas fue tras percibir claramente que las posibilidades se adjudicación eran reales. Tres de estos encargos consistieron en estudios de impacto ambiental (Rialp, Aceca y AVE), siendo el primero uno de los pioneros hechos en España; y ya explico por qué me llevaron a no creer en estos análisis: desde entonces los critico y ataco sistemáticamente. Me queda decir que casi todos los trabajos se prolongaban en el tiempo, aunque pocas veces necesitara pedir prórroga formal para terminarlos. Además, casi ninguno de estos contratos se cobró a su debido tiempo (o al menos, cuando esperábamos y necesitábamos), y algunos quedaron en suspenso o... todavía pendientes. Pronto comprobé que esto era así y que las relaciones económicas con las Administraciones Públicas producían un continuo estrés financiero, con numerosos disgustos y tensiones. Como de la observación de las fechas se deduce, la mayoría de estos trabajos se superponían en el tiempo, y así sucedió en años de cierta acumulación, pudiendo sacarlos adelante con la ayuda de numerosos amigos y colaboradores (a los que espero hacer justicia recordándolos en cada caso). Así, después de una primera etapa (19791984), digamos titubeante, en la que los estudios aparecían uno a uno y poco a poco, la siguiente etapa (1984-1993), más decidida tras el trauma vivido en Murcia, asistió a una sucesión creciente de encargos. La tercera etapa (1993-2007) resultó afectada por la edición (ruinosa) de Cuadernos de Ecología (1993-1996) y aceleró mi interés por la Universidad. Creo que fácilmente se deduce que ésta es la historia de un prolongado intento de supervivencia económica a partir del momento en que opté por la libertad, es decir, por no tener amo de ninguna clase. 51. La sombra, alargada, del PCE Mi primera experiencia político-ecológica estuvo vinculada al Partido Comunista de España (PCE) en la medida en que éste ejercía una gran influencia sobre Aeorma (en especial sobre su secretario general), y por el hecho evidente de que era el verdadero agitador de todo el antifranquismo. En la reunión de Benidorm se eligió a Armando López Salinas, notorio líder comunista como nuevo miembro del Consejo rector de la asociación (aunque estaba ausente); también se integraron en este órgano 254
directivo representantes de otros partidos y sindicatos, todos clandestinos. Fue de esa forma como yo empecé a «familiarizarme» con el PCE y a despojarme de la tremenda carga que suponía mi educación de fondo, conservadora y anticomunista, aunque es verdad que mis experiencias académica, laboral y militar (aquel servicio militar de IPS, todavía conocido como «Milicias universitarias», de mis veranos de 1968 y 1969) me habían recolocado decididamente en las filas antifranquistas. Pero mi experiencia junto al PCE como «compañero de viaje» tuvo que ver, sobre cualquier otro factor de proximidad, con la lucha ecologista. Cuando supe o deduje que Pedro Guerrero, mi amigo y principal apoyo en la lucha antinuclear en nuestra tierra murciana, era miembro del PCE, ya estaba en condiciones de atestiguar que un buen número de grupos de oposición nuclear con los que había contactado o a los que prestaba apoyo documental y presencial estaban también movidos por - o relacionados con - el PCE. Más todavía que en Aeorma mi conocimiento del PCE infiltrado extensivamente en la vida social del país vino a través de mis relaciones con los semanarios Triunfo y Doblón, y con la amplia y brillante intelectualidad con la que me ponían en contacto. Esto se amplió y profundizó con mi trabajo de redactor en Diario económico (1976) y al iniciar en Águilas sus tareas la Asociación de Vecinos, en la que sus principales líderes también eran comunistas. Tuvo su importancia en este acercamiento al PCE mi trato y colaboración con Ramón Tamames, a quien llegué a través de Mario Gaviria y con motivo de la redacción del Anuario Económico y Social 1975, de la editorial Planeta, que él tenía el encargo de elaborar y para el que aporté el capítulo sobre energía nuclear. Colaboré en otros proyectos de la oficina de estudios de Tamames3 y esta proximidad perso nal con tan mediático líder comunista y no menos brillante economista me duele ahora en lo más íntimo al comprobar su deriva ideológica, que parece pronta a ir más allá de la derecha conservadora`. Fue 1978 el año en que empecé a cambiar mi percepción del PCE como partido verdaderamente capaz de influir decisivamente en la España democrática, ya que, si bien lo voté en las primeras elecciones, constituyentes, de junio de 1977, fui tomando nota de cada vez más «detalles» contradictorios con mis planteamientos ecologistas, que mientras tanto ya habían iniciado un decidido camino hacia una configuración político-ecológica propia; y pronto serían las posiciones pronucleares del PCE y su desarrollismo de fondo lo que me alejara de su entorno ideológico. Ya me alarmó el pronunciamiento de Santiago Carrillo una vez instalado en España tras su largo 255
exilio: «Estoy convencido de que ningún país moderno puede renunciar a las centrales nucleares»5. Y, seguidamente, las ideas de Santiago Carrillo, hijo, profesor universitario, junto con otro icono de la intelectualidad comunista clandestina, Eugenio Triana, fueron confirmando mis temores (y los de la mayoría de ecologistas de la primera hora). Explicaré cómo, siendo colaborador en el semanario La Calle, fielmente comunista, fui censurado por mis posiciones antinucleares (batalla 56). Se comprendía que aquel eurocomunismo que quería tranquilizar a la opinión pública española - presionada durante décadas por la propaganda franquista, que era sobre todas las cosas obsesivamente anticomunistabuscara su propio camino, pero éste no iba a distinguirse por la sensibilidad ambiental en la que tantos creímos: la alianza comunistasecologistas había que darla por terminada7. Expresé esta decepción en el número 1 de la revista Transición (1978), con el artículo «La izquierda y las centrales nucleares». Mi «regreso», de alguna forma, a este entorno político que ahora se llama Izquierda Unida lo explico en la batalla 97: desde luego, la IU de ahora no es el PCE de entonces, pero mis ideas se sitúan con más decisión y conocimiento de causa en el marco analítico marxista (ecolomarxista, precisaría) que en la lamentable nadería liberaloide de los socialistas de ahora. 52. PSOE decepcionante La segunda y más prolongada inmersión en la política tuvo lugar en el ámbito del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) tras la decepción que el PCE me produjo por esperar que el medio ambiente se convirtiera en ese partido en una preocupación importante, ni secundaria ni oportunista. En mi acercamiento a los socialistas - que, con fases distintas, duraría casi diez años - influyeron diversas circunstancias, pero la principal fue sin duda la creación en 1978 del Centro de Estudios Socioecológicos (CESE, batalla 33) y el inmediato inicio de una intensa colaboración ecológicopolítica. En el estrechamiento de vínculos entre el CESE y el PSOE (concretamente, la Comisión Federal de Ecología, que ya he dicho que lideraba Ciriaco de Vicente, diputado por Murcia) influyó decisivamente la personalidad de Artemio Precioso, como también he contado. Cuando en octubre de 1981 fui nombrado director general en Castilla-La Mancha dimití como director del CESE y como presidente del GEM, y me dispuse a trabajar a fondo en esa nueva experiencia. Fue allí, dedicado a un trabajo políticoadministrativo, donde decidí militar formalmente en el PSOE, cosa que tuvo efecto en diciembre de ese año, siendo mis «padrinos» Alfonso Guerra y Ciriaco de Vicente. 256
Influyeron en esta decisión tres elementos: primero, la sensación que me acompañaba, tras el intento de golpe de Estado del 23-F de ese año, de que mi deber era dar un paso más en el compromiso político y dejar de lado mi independencia inveterada; en segundo lugar, me sentía agradecido al PSOE por un nombramiento que me venía muy bien por varias razones; y finalmente porque entonces creía firmemente que el ecologismo político podría encontrar una fructífera cabida en ese partido, y por eso traté de «negociar» con Guerra y De Vicente la entrada de varios líderes ecologistas que constituyeran un núcleo activo de ecología política dentro del partido (¡ingenuo impenitente!)'. Mi colaboración en materia ambiental con el PSOE fue intensa en los años 19791982, en las reuniones periódicas de la Comisión Federal de Ecología y en varios congresos socialistas sobre esta temática; luego se prolongaron indirectamente a través de los textos que redactaba para la Fundación IESA. En la mayor parte de este período mi actividad ecolopolítica tenía lugar tanto en Madrid como en Murcia, y durante bastantes meses también en Albacete. Fueron numerosos los «papeles» que me encargué de redactar - a petición de Ciriaco de Vicente o de Concha Sáez - a modo de informes o comentarios sobre textos gubernamentales o Proposiciones No de Ley, algunos producidos desde el CESE, otros más personales, como Por una política socialista del medio ambiente (febrero de 1981) o el extenso dictamen, El medio ambiente en España. Situación, problemática y opciones (mayo de 1981). Pero el Programa del PSOE fue aguándose más y más hasta resultarme irreconocible por sus contenidos y enfoque, y en el folleto electoral «Cien medidas para el cambio», lo ambiental ocupaba dos frases sin concreción ni atractivo. Una vez ganado el poder, mi persona fue siendo cada vez menos requerida y mi papel diluyéndose. En las jornadas de Política Ambiental del PSOE (Madrid, junio de 1984) ya no hubo hueco para mí (sí lo hubo, curiosamente, en las Jornades Socialistes de Medi Ambient a Catalunya, Terrassa, abril de 1984). Concha Sáez, la responsable en el PSOE de Medio Ambiente, se convirtió en directora general de Medio Ambiente en el primer Gobierno socialista, y la fluida comunicación que hasta ese momento había tenido conmigo, con la constante aportación de mis textos generosos, se interrumpió de forma brusca: ya no era necesaria. Liquidada mi «carrera política» cuando el PSOE, que era mi partido, llegaba al poder y no habiendo nadie que, tras mi estancia en Castilla-La Mancha, me ofreciera alguna ocupación en el nuevo Gobierno (siendo yo de los pocos que habían adquirido ya alguna experiencia político-administrativa) volví a los estudios y contratos de supervivencia, volcándome en primer lugar en las colaboraciones con la Fundación 257
de Investigaciones Económicas y Sociales Aplicadas (IESA), con la que mantenía contactos desde antes de irme a Albacete y en la que siempre conté con la simpatía y la ayuda de sus sucesivos directores. Uno de los estudios elaborados para IESA, Por una política mediterránea para España (1983), me «abrió» al amplio mundo mediterráneo, otro sueño recurrente con el que amplié la preocupación hasta entonces limitada por las agresiones a la costa y el mar litoral. Cayó en manos de Elena Flores, responsable de relaciones exteriores en la Ejecutiva Federal del PSOE, y acabó resultando la clave inicial de una prolongada y maravillosa experiencia con el Mediterráneo y el mundo árabe. Elena, que había sido profesora mía en la Facultad de Políticas, me llamó para pedirme que acompañara y asesorara al senador Rafael Estrella en un viaje a Atenas (abril de 1983), donde se celebraba una de aquellas reuniones mediterráneas del momento, en forma de Mesa Redonda sobre el Mediterráneo, organizada por el partido socialista griego (PASOK) en el marco de la Conferencia Mediterránea de Partidos Socialistas y Progresistas (que había sido fundada por Tierno Galván y El-Gadafi, entre otros)10. De ahí se derivó que Rafael Estrellarr me encargara la organización de un encuentro parlamentario euro-árabe en Madrid (abril de 1984), que también supuso una interesante experiencia para mí` (y de la que se desprendió otra, la publicación de Actualidad árabe, como cuento en la batalla 58). Sin embargo, otro informe a IESA, El movimiento ecologista en España (1984), produjo gran disgusto a Ciriaco de Vicente por - dedujeel tono crítico con que enjuicié al PSOE y al Gobierno socialista respecto del ecologismo político y el medio ambiente en general. Lo supe por otros, ya que él no se atrevió a decirme nada13. A partir de ahí se enlazaron hechos y argumentos que consolidaban mi separación de hecho y mi descreimiento hacia las ideas, los programas y las políticas del PSOE, que me alejaban de éste por motivos que superaban en mucho al medio ambiente. Desde luego, vivir el abandono de los programas elaborados - con mi colaboración entusiasta - en los meses anteriores a la «gran victoria» de octubre de 1982 fue frustrante, pero todavía me dejaba convencer por aquello de que gobernar España y «darle la vuelta» exigía menos textos programáticos y más políticas prioritarias y de urgencia; aunque, claro, esto tenía un límite. Era más bien aquella creciente e insoportable levedad que se generalizaba lo que erosionaba mi confianza y sembraba de tristes presagios el futuro. Porque lo peor no era ni la progresiva devaluación programática ni el olvido del enorme trabajo que en materia ambiental habíamos hecho muchos antes de que el poder sobreviniera. Lo peor para mí fue la ubicación de España en el cercado del Imperio, a donde nos llevó la deriva socialista pro OTAN con el espectáculo grotesco, de desvergüenza política y traición histórica, de decir 258
que sí al poco de estar diciendo que no14. O el sumiso reconocimiento del Estado de Israel, simplemente porque así lo exigían la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Internacional Socialista. O el olímpico menosprecio de la causa saharaui... Todos estos renuncios, todas estas traiciones, especialmente concentradas en 1986-1987 y en gran medida «disimuladas» por el impacto mediático de nuestro ingreso en la CEE, desde luego las ha personificado Felipe González, un líder carismático que desde que asumió el poder político dentro del PSOE en el famoso congreso de Suresnes (1974) no ha dejado de hacer realpolitik y avanzar hacia el liberalismo y contra las bases ideológicas e históricas esenciales de su partido; y continúa su camino de desenganches promoviendo ahora la energía nuclear e incrementando su implicación en el mundo de los negocios (