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Spanish; Castilian Pages 422 [420] Year 2010
Ecocríticas Literatura y medio ambiente Carmen Flys Junquera José Manuel Marrero Henríquez Julia Barella Vigal (eds.)
Ecocríticas Literatura y medio ambiente Carmen Flys Junquera José Manuel Marrero Henríquez Julia Barella Vigal (eds.)
Iberoamericana • Vervuert • 2010
Esta publicación ha sido posible gracias a la financiación del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Norteamericanos «Benjamin Franklin» de la Universidad de Alcalá
Reservados todos los derechos © Iberoamericana, Madrid 2010 Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2010 Elisabethenstr. 3-9 - D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net
ISBN 978-84-8489-502-2 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-585-1 (Vervuert) Depósito Legal: SE-5703-2010 Cubierta: Rodolfo Loyola Impreso en España The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706
ÍNDICE
Prefacio
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PATRICK D . MURPHY
Ecocríticas: el lugar y la naturaleza como categorías de análisis literario
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CARMEN FLYS JUNQUERA/JOSÉ MANUEL MARRERO HENRÍQUEZ/ JULIA BARELLA VIGAL
I. ECOCRÍTICA: TEORÍAS Y DEBATES Entrevista con Scott Slovic: reflexiones sobre literatura y medio ambiente
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T r a d u c c i ó n y entrevista a c a r g o d e DIANA VLLLANUEVA ROMERO
Los estudios literarios en la era de la crisis medioambiental
49
CHERYLL GLOTFELTY, t r a d u c c i ó n d e DIANA VlLLANUEVA ROMERO
Un repaso al presente de la ecocrítica
67
TERRY GLFFORD, t r a d u c c i ó n d e IMELDA MARTÍN JUNQUERA
Literatura, crítica y justicia medioambiental
85
CARMEN FLYS JUNQUERA
Reflexiones en torno a ecocrítica, traducción y terminología
121
CARMEN VALERO
II. E C O F E M I N I S M O ¿Por qué ellas, por qué ahora? La mujer y el medio natural: orígenes y evolución del ecofeminismo ESTHER REY TORRIJOS
135
Una raíz del ecofeminismo: écoféminisme
167
BARBARA T . GATES,
traducción de
MARGARITA CARRETERO GONZÁLEZ
Ecofeminismo y análisis literario
177
MARGARITA CARRETERO GONZÁLEZ
III. ECOCRÍTICA Y LITERATURAS NACIONALES Ecocrítica e hispanismo
193
J O S É M A N U E L MARRERO HENRÍQUEZ
Naturaleza y paisaje en la literatura española
219
JULIA BARELLA VIGAL
Ecocrítica francófona
239
M O N S T E LÓPEZ M Ú J I C A
La representación de la naturaleza en la narrativa norteamericana del Oeste: más allá de la mitología fronteriza
265
DAVID R Í O RAIGADAS
Poéticas del paisaje y el territorio en la literatura del desarraigo ..
293
J U A N IGNACIO OLIVA CRUZ
IV. LA ECOCRÍTICA EN LAS LEYENDAS Y EN LA LITERATURA INFANTIL Ecomitologías
313
J O S É M A N U E L PEDROSA BARTOLOMÉ
La literatura infantil y juvenil: el nacimiento de una conciencia medioambiental ESTHER L A S O Y LEÓN
339
V. APÉNDICES Glosario básico bilingüe
371
CARMEN VALERO GARCÉS/CARMEN FLYS JUNQUERA
Obras citadas
379
Sobre los autores
407
índice onomástico
413
Indice temático
419
PREFACIO
Patrick D. Murphy
Este maravilloso libro me hace pensar en comida. En primer lugar, por las deliciosas tapas y pasteles de los que tanto disfruté durante mi primera visita a España. En especial, la pastelería, por la forma tradicional en que se hornea el grano, que ha conseguido una variedad tan dulce y deliciosa en Alcalá de Henares. En segundo lugar, porque pienso en lo esencial que es la comida para todas las formas de vida y en cómo los organismos multicelulares han evolucionado comiéndose los unos a los otros, combinándose. Y aún así, las plantas y animales que los seres humanos consideran comida varían enormemente de una cultura a otra, de una cocina a otra, tanto si hablamos de la mazorca de maíz en los Estados Unidos, de la medusa frita en China o del cardo en Japón. En tercer lugar, por un plato en concreto, el estofado Mulligan. En los Estados Unidos, Mulligan es un mote para los irlandeses y, por lo tanto, un estofado Mulligan es un tipo de guiso irlandés, pero un guiso un tanto particular, que en algunas zonas también se identifica como la sopa comunitaria. El estofado Mulligan consta de algunos ingredientes básicos como carne, patatas y caldo para sopa, y el resto varía depediendo de lo que las personas puedan aportar o según la temporada. La ecocrítica es así. Su vigor intelectual proporciona alimento a nuevas formas de análisis literario y cultural, como demuestran los muchos colaboradores de este libro. Más que ser como la comida, este libro es, en muchos sentidos, más bien la semilla y el suelo que sirve para alentar nuevos desarrollos en los estudios literarios hispánicos que, a su vez, alimentarán a todos aquellos estudiantes interesados en la interrelación entre naturaleza y cultura. Lo cierto es que este libro es el jardín primigenio al ser el primer volumen de ensayos ecocríticos escrito en español, ampliando la disponibilidad y el alcance del pensamiento ecocrítico en otra lengua aparte del inglés.
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Patrick D. Murphy
Su diversidad proporciona terreno para diferentes tipos de crecimiento. Por ejemplo, para empezar por el final, promueve un nuevo compromiso con la naturaleza en la literatura infantil y el folclore, un compromiso que reconoce la relación entrelazada, más que de uno-uotro, que existe entre lo literal y lo figurado en la literatura escritura y oral. También demuestra cómo la variedad y la diversidad tienen que ser parte fundamental, no solo en el ámbito de las obras literarias y culturales que se estudian, sino también en la sensibilidad hacia la diversidad en la aplicación del pensamiento ecocrítico a dichas obras. Así como el mito de la frontera no es importante en todas las literaturas nacionales, tampoco es el ensayo la forma predominante para escribir sobre la naturaleza en todas las tradiciones nacionales. Tampoco hay un solo tipo de poesía de la naturaleza o de ficción medioambiental que sea predominante en una tradición nacional concreta. La literatura de la naturaleza puede ser abundante, ya sea por ejemplo, la literatura de montaña en algunas zonas de España y Francia, pero en otras regiones puede ser más popular la literatura agreste. De igual manera, el compromiso con el lugar puede manifestarse de muchas formas, desde patrias imaginarias en el caso de las diásporas hasta arboledas sagradas y montes santos cerca de los pueblos. Y, tal y como se manifiesta en la segunda parte de este libro, la diversidad de experiencias femeninas y masculinas, o de las representaciones masculinas y femeninas, el prejuicio de género en la formación del canon, y las respuestas sesgadas por el género de diversos tipos de lectores, todo tiene que formar parte de la diversidad de la ecocrítica. De nuevo, tiene que haber diversidad tanto en los ejemplos como en las orientaciones críticas. De la misma manera que hay diferentes movimientos feministas, diferentes tipos de feminismo, también hay variedad en los métodos y valores de los ecofeminismos, al tiempo que comparten un reconocimiento fundamental y común de que el mercantilismo, la cosificación y la destrucción de la naturaleza están inextricablemente conectadas con la opresión y el abuso de las mujeres. La ecocrítica no es, simplemente, como la comida en general, sino como el estofado Mulligan en particular. Es decir, tal y como demuestran los ensayos en la primera parte de este libro, más allá de la inquietud central que perfila Cheryll Glotfelty, cada crítico, cada orientación regional y nacional, cultural y teórica, aporta un ingrediente adicional a
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la olla que comprende el campo de la ecocrítica. Este volumen, en concreto, añade ingredientes hispanistas a la ecocrítica global, a la vez que incorpora ingredientes de otros lugares a España. Y así es como debería ser. Mientras que algunos pueden menospreciar la variedad y el polimorfismo que caracterizan las ecocríticas, otros celebran con toda razón dicha pluralidad debido a su vitalidad generativa y ecológicamente rica. En todo el mundo, el cambio climático, la contaminación industrial, las prácticas de la agroindustria, la ingeniería genética, la biotecnología y el invasivo «mal-desarrollo» urbanístico amenazan la producción alimentaria. Dicha producción alimenticia se basa en una relación simbiótica con el resto de la naturaleza, relación que muchos seres humanos confunden neciamente con la dominación científica y el control de lo salvaje. La ecocrítica, al menos en parte, proporciona una manera constructiva de entablar una conexión entre la naturaleza y la literatura con el fin de criticar lo destructivo, lo poco ético y lo instrumentalista, por una parte; y celebrar y promover lo constructivo, la ética medioambiental y lo ecológico, por otra. Es decir, la ecocrítica trata de comida, no solo de forma figurativa sino también literal; no solo el alimento intelectual, sino también la comida real que hay en el plato. Algunas de las interpretaciones y de los análisis que la ecocrítica produce son cortantes y duros por necesidad, pero sobre todo, como este volumen demuestra, son picantes, ácidos, y dulces y, en concreto, estos ensayos ecocríticos merecen ser saboreados. Traducción de Irene Sanz Alonso
ECOCRÍTICAS: EL LUGAR Y LA NATURALEZA COMO CATEGORÍAS DE ANÁLISIS LITERARIO 1 Carmen Flys Junquera José Manuel Marrero Henríquez Julia Barella Vigal ¿Qué es la ecocrítica y por qué en plural? Serán las primeras preguntas que se hace el lector que se encuentra con este libro entre las manos. La ecocrítica es una nueva escuela de crítica literaria que surgió hacia principios de la década de los años 1990. Los fundadores eran miembros de la asociación de literatura del oeste americano, donde el paisaje siempre ha figurado de una forma muy importante como parte integral y definitoria de toda la cultura y vida de la zona. Un grupo de jóvenes investigadores, ecologistas, se plantearon unir su interés por la literatura y por la naturaleza, ya que esta asomaba de forma muy recurrente en los textos que analizaban. También consideraban que era fundamental unir la visión literaria de la naturaleza con la científica y ecológica. De allí surgió la asociación ASLE (Asociación para el Estudio de la Literatura y el Medio ambiente, en sus siglas en inglés), fundada en 1992 y que cuenta con unos 1.300 miembros de 30 países y afiliaciones en el Reino Unido, Europa, Canadá, India, Corea, Japón y Australia. De forma paralela se creaba la revista ISLE (Interdisciplinary Studies in Literature and Environment/Estudios Interdisciplinarios de Literatura y Medio Ambiente) en 1993: una revista bianual que acaba de ser incorporada a la Oxford University Press, con cuatro números anuales. La escuela ha alcanzado gran auge en los Estados Unidos, al igual que en el Reino Unido. En el resto de Europa hay pequeños núcleos, particular-
Este libro es fruto de un proyecto de investigación (UAH-P12005/065) de la Universidad de Alcalá, que permitió formar el grupo de investigación G I E C O (www.gieco.es), así como coordinar sus primeras reuniones, donde se gestó este libro. A este le siguió el proyecto CLYMA (IUENUAH-2009-003) del Instituto Franklin, que ha permitido la consolidación del grupo y ha provisto los recursos necesarios para llevar a cabo este libro y su publicación. Esta introducción se basa en un artículo anterior publicado por Carmen Flys Junquera en Nerter, 15-16 (2010). 1
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mente en Alemania, a los que se está sumando el grupo GIECO que en España produce este volumen. En la introducción a The Ecocriticism Reader (1996) -hasta ahora el texto canónico sobre la cuestión- Cheryll Glotfelty afirma que la ecocrítica es el estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente, y plantea que, al igual que el género, la clase social, la raza o los procesos postcoloniales se han convertido en categorías de análisis literario, también debiera serlo el lugar. En este campo, forzosamente interdisciplinar, centenares de críticos trabajan hoy fieles a la premisa ecológica de que todo está interconectado, y confiados en la certeza de que es imposible, según afirma Niall Binns, desvincular la calidad estética de una obra de su contexto socio-económico y político, pero también del ecológico. A través de los estudios literarios, la ecocrítica pretende acercarnos a la tierra y enseñarnos cómo mejorar nuestra relación con el medio ambiente. La ecocrítica ha seguido las mismas etapas que Elaine Showalter señala en relación con la evolución de la crítica feminista: en primer lugar, la búsqueda de imágenes de la naturaleza (la crítica feminista se fijaba en el papel de las mujeres) en la literatura canónica como los arquetipos de Edén o Arcadia o, por el contrario, la ausencia significativa del mundo natural en una obra; en segundo lugar, el intento de rescatar la tradición marginada de una literatura ecológica, escrita desde la perspectiva de la naturaleza; y, en tercer lugar, una fase teórica preocupada por las construcciones literarias del ser humano en su relación con el entorno natural. Lawrence Buell, uno de los más relevantes críticos del movimiento, distingue dos oleadas históricas en la evolución de la ecocrítica. En la primera, el interés primordial se centró en la preservación de la naturaleza y en la exaltación de su belleza. Muchos de sus iniciadores rechazaban que la crítica y la teoría literaria estuvieran subidas a una torre de marfil, y procuraban acercarlas al mundo real. Su preocupación se centraba en analizar textos principalmente ensayísticos o de no-ficción, y rescatar el género literario de la nature writing (la literatura de la naturaleza)2 del olvido, y devolverlo al canon literario. Quizás una de las características definitorias de la ecocrítica, aparte de su atención al medio
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Véase el glosario final para la terminología más frecuente.
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ambiente, sea su compromiso ideológico y su insistencia en combinar la teoría y la crítica con la actividad creadora, docente y activista. En aquellos momentos primaba más la experiencia que la teoría, y, de hecho, se debatió arduamente si el uso del narrative scholarship (el ensayo académico personal) debía incluir la experiencia personal en el análisis literario. En cierta manera, se rechazaban las teorías literarias anteriores, y se defendía el componente aplicado por encima del abstracto. El nombre de ecocriticism (ecocrítica) fue acuñado por William Howarth en un ensayo, «Some Principies of Ecocriticism», que data de la década de 1970 y que fue reproducido en el libro ya señalado de Glotfelty y Fromm. El término, aunque ha sido objeto de numerosos debates, ha acabado cuajando por su concisión, si bien el prefijo «eco-» parece señalar más bien hacia la naturaleza en el sentido ecológico y excluir el medio ambiente construido por los seres humanos. Para muchos, es preferible el término de environmental criticism (crítica medioambiental), pero el uso generalizado del primer término ha hecho que se acepte de manera más habitual. Buell, en su estudio señero The Environmental Imagination (1995), analiza las implicaciones de las actitudes antropocéntricas y egocéntricas y predica un egocentrismo en el cual el entorno natural se convierte en protagonista. Buell estudia el place-sense, es decir, la conciencia de los seres humanos -escritores, narradores, personajesde pertenencia a un lugar específico que determina de una manera importante sus formas de ser y de actuar. Otro ecocrítico, Jonathan Bates, afirma que la casa y la morada son espacios esenciales para los seres humanos porque sabemos lo que es el desarraigo y la alienación, mientras que otras especies habitan siempre en su ecosistema, dentro de su territorio. Bates concluye que el arte se convierte en el lugar del exilio en el que lamentamos nuestro hogar perdido sobre la tierra. La relación del lugar con la identidad y su representación dentro de las obras literarias es un tema frecuente en la literatura. Lo que la diferencia de los estudios tradicionales, como pueden ser la obra de Lutwack (The Role of Place in Literature 1984) o la de Bachelard (Poetics ofSpace 1969) es que la ecocrítica procura fijarse en la materialidad física y científica del lugar, pasando de lo abstracto, pasivo o simbólico a lo tangible, todo ello con una clara concienciación ecológica. Las relaciones con el paisaje pueden ser de diversos tipos, desde la negación de toda interdependencia con el entorno, a una estrecha interrelación entre seres humanos y no-humanos. Según
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Patríele Murphy, la naturaleza de estas relaciones contribuye a la construcción de nuestra identidad: tanto de la identidad local (geográfica) e histórica (cultural) como de la personal (individual). Murphy señala que el tipo de identidad forjada a través de las relaciones con el entorno determina las actitudes culturales hacia el medio ambiente y tiene una relación estrecha con cómo percibimos el medio; ello puede llegar a explicar nuestras actitudes hacia la crisis ecológica (1995: xiv-xix). La ecocrítica, pues, toma como punto central el análisis de la representación de la naturaleza y las relaciones interdependientes de los seres humanos y no-humanos según han quedado reflejados en las obras de la cultura y de la literatura. Se basa en gran medida en las diferentes teorías filosóficas y en los movimientos sociales que se ocupan de la relación de los humanos con su entorno (ética medioambiental, ecosofía, ecofeminismo, ecología profunda, justicia medioambiental, ecologismo del sur, etc.), a la vez que, como escuela de análisis literario y cultural, analiza textos culturales para estudiar el reflejo y la representación de las actitudes culturales en los textos. Esta escuela se preocupa, igualmente, por rescatar del olvido obras literarias que abordan estos temas. La teoría ecocrítica ha evolucionado además, en los últimos tiempos, desde una consideración literaria de la naturaleza prístina hacia el reconocimiento de la compleja relación entre la naturaleza y la cultura, con las consiguientes implicaciones para el ecologismo. Ha sido la escuela ecofeminista una de las mayores catalizado ras de dichas implicaciones. Según Patrick Murphy, el ecofeminismo aporta precisamente una teoría viable para cambiar las actitudes culturales que han desencadenado nuestra crisis actual, y un posible enfoque metodológico para su estudio. Simón Estok afirma que otra característica definitoria de la ecocrítica es precisamente su insistencia en establecer las conexiones, de buscar las interrelaciones entre seres, especies, teorías, disciplinas y lecturas; es, en este sentido, básicamente ecológica. Así pues, podemos apreciar que hay muchas ecocríticas distintas. Algún estudioso, como Terry Gifford, ha investigado la representación de los tópicos pastoriles en la literatura, y ello le ha llevado a hablar de una poesía y narrativa «post-pastoril» en las que el mundo estático de la tradición virgiliana ha quedado reemplazado por una naturaleza dinámica sujeta a procesos cíclicos. Hay ecocríticos que investigan las relaciones entre la literatura y la ciencia: ahí están los casos del ensayista y
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poeta Gary Snyder o del crítico Glen Love, quienes comparan la tradición poética a un proceso análogo a los ciclos naturales de descomposición y de nuevo crecimiento. De manera similar, varios teólogos, como Lynn White, Jr. y Christopher Manes, se han abierto al pensamiento verde, que cuestiona ciertos presupuestos del cristianismo, viéndolo como la religión más antropocéntrica del mundo y, por tanto, como una influencia negativa para los postulados biocéntricos. En el seno del ecofeminismo, que ha unido la militancia feminista con la ecologista, se analiza cómo el androcentrismo moderno ha explotado de forma paralela y simultánea a las mujeres y la naturaleza (Val Plumwood y Karen Warren). Otra corriente, paralela a la crítica marxista de Raymond Williams y a los estudios afro-americanos, nativo-americanos o postcoloniales, recoge los paradigmas de la injusticia social y del racismo para entrar en el estudio de la injusticia medioambiental y de los discursos urbanos y rurales traspasados por los restos tóxicos y la basura. De hecho, como señalan estos últimos ejemplos, dentro del movimiento hubo amplios debates3 que cuestionaron esa primera oleada en la que el foco se concentraba sobre una naturaleza prístina. Muchos críticos exigían la inclusión de otros géneros literarios como la ficción, la poesía, el teatro, los géneros literarios populares o los estudios culturales, y rechazaron ese enfoque tan limitado. Pedían la ampliación del concepto al medio ambiente, tanto al natural como al construido, lo que extendería sus horizontes a las ciudades y a su degradación, a las interrelaciones entre temas sociales y medioambientales, e incluso al cuerpo materno entendido como el primer medio ambiente. Esto vendría a identificarse con lo que Buell denomina la secunda oleada de la ecocrítica. Esta oleada se caracteriza por la consolidación de tendencias como las del ecofeminismo y la justicia medioambiental, sin que por ello la primera tendencia haya sido abandonada. Como Lawrence Buell ya señaló, la ecocrítica, hoy por hoy, no ha significado ninguna revolución en cuanto a metodología, ni ha aportado un
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Véase la página web de la asociación A S L E , donde, en la sección de recursos, se pueden encontrar numerosos artículos, testimonios de mesas y ensayos que debaten qué es la ecocrítica, su evolución, qué dirección debe tomar, etc. Igualmente se puede apreciar tanto en la página web como en mucha bibliografía la mención de la pedagogía y del compromiso político.
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paradigma definitivo, aunque el debate sigue abierto. La ecocrítica como movimiento se parece más al movimiento feminista en cuanto al enfoque comprometido con el tema, sea este la mujer o el medio ambiente. Quien más aportaciones cruciales ha hecho al debate teórico quizás haya sido Patrick Murphy, que plantea que la ecocrítica debe tener una orientación dialógica, al estilo de Bajtín. La ecocrítica, según Terrell Dixon, a diferencia de muchos estudios previos que se han hecho acerca de la naturaleza o el espacio, busca transformar la conciencia medioambiental de una inquietud en el plano abstracto en una preocupación tangible y real. El subtexto de los estudios conlleva preocupaciones políticas, económicas y sociales. Michael Branch nos recuerda que la ecocrítica constituye un llamamiento para un cambio cultural: implica una visión más bio-céntrica, una extensión de la ética y una ampliación del concepto humano de comunidad que incluya formas de vida nohumanas y el medio físico. No obstante, como Buell muestra, aparte del compromiso ideológico, también existe la preocupación estética. Toda obra artística se basa en la evocación de mundos imaginarios que pueden tener o no tener una estrecha semejanza con la realidad medioambiental literal o histórica y, por tanto, cabe el análisis de la forma con la cual los textos literarios evocan y particularizan el entorno de la ficción. Así pues, cualquier análisis ecocrítico deberá abordar la relación (o la falta de relación) entre el mundo textual y el mundo actual. Un tema que ha caracterizado de forma significativa los estudios ecocríticos ha sido el del sense of place (sentido del lugar), término de difícil traducción al español pero equivalente al concepto de «patria chica», que pone énfasis no solo en lo histórico-social y emotivo sino también en las características físicas y biológicas del lugar. Gran parte de los ecocríticos han señalado que el conocimiento íntimo y el apego a la tierra son necesarios para relacionarse con el entorno. Sin embargo, otros muchos empiezan a cuestionar esta característica, pues no toma en cuenta los últimos estudios culturales de Appadurai, Beck, Clifford, Giddens, Jameson, o Bhabba acerca de la modernidad. Lawrence Buell, en su obra The Yuture of Environmental Criticism (2005), afirma que el concepto del lugar {place) es fundamental para los humanistas ecologistas, precisamente por la ausencia de una definición concreta y por todos los conceptos que en sí contiene, desde la idea tradicional de arraigo a
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un lugar determinado, a unos cuantos más entre los que se cuentan las fuerzas translocales y globales de hoy en día. Buell considera que el lugar debe ser el punto de partida para el estudio de tres aspectos fundamentales dentro de la ecocrítica: la materialidad medioambiental, la construcción y percepción social, y el apego individual, siendo el primero de estos el que menos atención ha merecido en los estudios literarios. De hecho, afirma que la historia mundial podría llegar a definirse como el proceso por el cual el espacio se ha ido convirtiendo en lugar, aunque, irónicamente, la historia moderna ha dado la vuelta a ese proceso; la anterior fusión conceptual de espacio y sociedad se ha resquebrajado, haciendo casi imposible las formas tradicionales de emplazamiento. Ya en el año 1976, el geógrafo Edward Relph (Place and Placelessness) estudió el impacto que ha tenido en la sociedad moderna la pérdida del sentido del lugar. Procesos como la conquista del Oeste Americano y el capitalismo industrial agresivo han ido creando espacios «abstractos», según el término de Henri Lefebvre (The Production ofSpace 1991). De igual forma, Marc Augé (Non-Places. Introduction to an Anthropology of Supermodernity 1995) habla de los «no-lugares» como sello de identidad de nuestra sociedad supermoderna, donde las personas pasan una gran parte de sus vidas en espacios neutros e intercambiables como hospitales, oficinas, aeropuertos o centros comerciales. Neil Evernden, en The Natural Alien (1985), afirma que lo que distingue al ser humano del ser animal no es su capacidad de raciocinio, sino su capacidad de ubicarse en casi cualquier lugar; concluye, por tanto, que somos alienígenas naturales sin un hábitat fijo. No obstante, la geógrafa feminista Doreen Massey sugiere que, aunque nuestra condición global posiblemente tienda a eliminar un sentido del lugar [place sense), quizás también pueda construir nuevas identidades lugareñas, caracterizadas por la interacción del lugar con la identidad en vez de buscar la contraposición entre una y otra (Space, Place and Gender 1994). Así pues, los debates y estudios acerca de nuestra relación con el lugar abundan, aunque cambie la forma de entenderlo conforme cambian nuestras sociedades. La última tendencia, protagonizada en gran medida por la ecocrítica Ursula Heise (Sense of Place, Sense of Planet 2008) llama la atención sobre el fenómeno de la globalización y reclama otras formas de entender el ecologismo no limitado al lugar concreto de arraigo. Así pues, con la inclusión de la globalización,
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muchos consideran que ha comenzado la tercera oleada de la ecocrítica4. De igual forma, la tercera oleada incluiría a muchos ecocríticos que están desarrollando nuevas teorías o aplicaciones de teorías literarias anteriores con el objeto de dotar a la ecocrítica de un mejor armazón teórico y metodológico. En esta categoría se podría incluir al ya mencionado Patrick Murphy, y también a Greta Gaard, Catrina Mortimer-Sandilands, Serpil Opperman o Timo Müller con sus estudios ecofeministas, o de queer ecocriticism (ecocrítica gay), ecocrítica postmoderna o eco-semiótica, respectivamente5. Aunque la ecocrítica se ha dedicado inicialmente al análisis literario, este sesgo también empieza a cambiar. Progresivamente se incluyen en esta corriente más análisis de otras manifestaciones culturales, como pueden ser el arte y el cine, aunque todavía son pocos. No obstante, no ha de verse como ecocrítica solo aquello que aparece bajo este término. Por una parte, el término ya esta bastante consolidado en el mundo anglosajón y de habla inglesa. Pero por el hecho de que hasta ahora no existiese en España o en Francia, por ejemplo, no se pude afirmar que no haya crítica literaria medioambiental, ni textos literarios acerca de la naturaleza o con conciencia ecológica en estos países, aunque no se hallen unidos bajo un nombre o paradigma teórico común. Los artículos de J o s é Manuel Marrero Henríquez, Julia Barella Vigal, Montserrat López Mújica, Esther Laso y León y J o s é Manuel Pedrosa Bartolomé que pueden ser leídos en este volumen lo atestiguan. Lo que sí es cierto es que este movimiento literario y cultural se está extendiendo y tiene muy variadas vertientes. El número de congresos internacionales, desde los Estados Unidos a toda Europa y Asia (China, Japón, Tawain, India) no ha hecho más que multiplicarse. Del mismo modo que el número de publicaciones, aunque casi todas estén en inglés. En estos momentos hay dos revistas exclusivamente dedicadas a la ecocrítica, ISLE y Green Letters; el año pasado se lanzó otra desde Canadá, Canadian Journal of Ecocriticism, y acaba de inaugurarse otra desde España y Europa, Ecozon@. Esta última es la única que admite artículos en
Véanse los ensayos de Slovic, Heise y Adamson en el primer número de la revista Ecozon@. 3 Véanse sus ensayos en Ecozon@, 1,1 (2010). 4
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otros idiomas que no sean el inglés. Así mismo, el último número de la revista Nerter 15-16 (2010) es un monográfico acerca de la ecocrítica. Desde el ensayo de reflexión acerca de la naturaleza o libro de viajes, hasta las aplicaciones ecofeministas o de justicia medioambiental a novelas, teatro, poesía, cine o relatos de la tradición oral, todos los textos toman como punto de partida la tierra en la que habitamos y nuestra relación con los seres no-humanos. Los trabajos de Esther Rey Torrijos, Margarita Carretero González y Carmen Flys Junquera en este volumen nos muestran distintos aspectos de los movimientos ecológicos aplicados a la literatura. Los artículos de David Río Raigadas y Juan Ignacio Oliva Cruz son plenas aplicaciones ecocríticas a dos distintas tradiciones literarias. El objetivo de este libro es servir de introducción a las distintas corrientes de la ecocrítica para el público de habla española, ya que el 95% de la literatura teórica y crítica de este movimiento esta en inglés. Contiene tanto artículos fundacionales traducidos al español como capítulos originales que hacen un repaso al estado de la cuestión, así como algunas aplicaciones literarias. Se inicia con un prefacio del célebre ecocrítico y ecofeminista, Patrick D. Murphy, quien siempre ha apoyado y colaborado estrechamente con nuestro grupo de investigación. El volumen está dividido en cinco apartados. El primero, de introducción, «Teorías y debates» busca presentar el campo y sintetizar algunos de los debates que giran ahora mismo en torno a él. Presentamos traducida al español una entrevista con uno de los primeros presidentes de ASLE, Scott Slovic, quien además es, sin lugar a dudas, la persona que más ha contribuido a la internacionalización de la ecocrítica. Encontraremos después la introducción de Cheryll Glotfelty a la primera antología ecocrítica, y un ensayo del eminente ecocrítico inglés Terry Gifford, también traducido, que hace una revisión de los últimos debates del campo. La sección incluye también un amplio estudio acerca del movimiento de justicia medioambiental en los Estados Unidos y su posterior desarrollo y proyecciones literarias, escrito por Carmen Flys Junquera, y unas reflexiones acerca de las dificultades de la terminología y la traducción en los momentos de aparición de una nueva disciplina, realizada por la experta en traducción, Carmen Valero Garcés. La segunda sección del libro, «Ecofeminismo» se centra en lo que quizás sea la faceta más dinámica de la ecocrítica. El capítulo de Esther
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Rey Torrijos hace un repaso a los orígenes y desarrollo de esta escuela filosófica y social, y Margarita Carretero González nos plantea los debates actuales de la misma y su aplicación literaria. Además, se presenta un artículo clave de Barbara Gates, traducido al español. La tercera sección del libro, «Ecocrítica y literaturas nacionales» nos muestra un panorama de la situación en varios países. En primer lugar José Manuel Marrero Henríquez nos plantea el desarrollo de la ecocrítica en el mundo hispano, y señala las interpretaciones, un tanto limitadas, que se han dado del fenómeno, por lo cual mucha de la literatura y de la crítica no se encuentra bajo este término. Por otra parte, Julia Bare11a Vigal hace una reseña de la importancia del paisaje y la naturaleza en la literatura española, con especial énfasis en la poesía del siglo XX, tradición en cuyo ámbito de estudios tampoco se ha utilizado este término. Montserrat López Mújica señala el estado de la cuestión en las literaturas francófonas, donde, con la excepción de Quebec, tampoco se usa la etiqueta «ecocrítica», sin que ello signifique que no haya una literatura y una crítica de conciencia medioambiental. David Río Raigadas nos presenta un amplio repaso de la representación de la naturaleza en la literatura del oeste americano, lugar donde se originó esta escuela literaria. Y, finalmente, Juan Ignacio Oliva Cruz muestra la importancia del paisaje, ya sea real o ficticio, dentro del imaginario colectivo de las literaturas del desarraigo. La cuarta sección del libro, «Ecocrítica en las leyendas y en la literatura infantil» nos presenta otras manifestaciones diferentes de la ecocrítica. José Manuel Pedrosa Bartolomé nos señala con ejemplos la importancia de la naturaleza y la conciencia medioambiental en tradiciones orales hispanoamericanas, e introduce con ello la bibliografía y los principios de la etnografía y de la antropología cultural en el ámbito de la ecocrítica. Por otra parte, Esther Laso y León realiza un estudio acerca de la crítica sobre la literatura infantil y juvenil y sobre la incorporación, por parte de estas, del discurso ecológico. En los apéndices hemos incluido una propuesta de glosario con traducción de términos al español y breves definiciones. Esto representa el primer esbozo de lo que puede ser la extensión de esta disciplina al entorno hispanohablante y las dificultades que ello entraña, ya que es necesaria una adaptación no solo lingüística sino cultural. Finalmente se incluyen varios índices para facilitarle al lector la búsqueda de información.
Ecocríticas: el lugar y la naturaleza
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Es nuestro deseo que este libro sea una especie de guía, manual, puerta de iniciación a las diversas formas de entender la ecocrítica y que propicie la expansión de estos estudios en los países de habla española. El volumen nace de la iniciativa del grupo de investigación GIECO, que está integrado en el Instituto Universitario de Investigación en Estudios Norteamericanos «Benjamín Franklin» de la Universidad de Alcalá, cuyo Director, José Antonio Gurpegui Palacios, siempre ha apoyado las iniciativas del grupo. Los editores quisieran agradecer el intenso trabajo del grupo y en particular de los colaboradores por su entusiasmo y disposición. Igualmente, queremos agradecer el trabajo, con frecuencia ingrato, de Dña. Irene Sanz Alonso y Dña. Almudena Bernardos Sumozas. Agradecemos, además, el sensible interés que por el proyecto ha mostrado nuestro editor, Klaus Vervuert. Todos somos conscientes de la crisis medioambiental que sufre el mundo y de la urgencia de tomar medidas. Para superar esta crisis hace falta poder comprender y evaluar plenamente el impacto de las actividades humanas sobre la naturaleza; pero más aún, hace falta entender los sistemas éticos que han permitido la sobreexplotación y el abuso del patrimonio natural que nos rodea. Los investigadores de las humanidades han de ser pieza fundamental para que la sociedad pueda asumir actitudes culturales y éticas diferentes. La literatura, como toda manifestación de cultura, refleja la realidad, pero también la influye y la moldea. Y por esto, los estudios ecocríticos son un instrumento más que puede contribuir a la sensibilización y al cambio de actitudes hacia nuestra morada y hacia todas las especies que habitamos en ella. Esperemos que este volumen contribuya a tan necesario fin.
I.
E C O C R Í T I C A : T E O R Í A S Y DEBATES
ENTREVISTA CON SCOTT SLOVIC: REFLEXIONES SOBRE LITERATURA Y MEDIO AMBIENTE Diana Villanueva Romero
Scott Slovic es profesor de literatura y medio ambiente en la Universidad de Nevada, Reno (UNR), en la que además dirige el programa de posgrado en Literatura y Medio Ambiente del Departamento de Inglés. Entre 1995 y 2002 dirigió también el Center for Environmental Arts and Humanities 1 adscrito a esta universidad. Más tarde promovería la fusión de dicho centro con el Center for Environmental Sciences and Engineering2 lo que hizo posible la creación de la Academy for the Environment3. Estudió en las universidades de Stanford y Brown. Ha sido profesor Fulbright en Alemania (1986-1987) J a p ó n (1993-1994) y China (2006), y profesor visitante en la Universidad de Rice (EE. UU.), la Universidad de Queensland (Australia) y la National Taiwan Normal University. Scott fue el primer presidente de la Association for the Study of Literature and Environment (ASLE)4 cargo que ocupó de 1992 a 1995. Desde 1995 edita la revista de esta organización, ISLE: Interdisciplinary Studies in Literature and Environment5. Es autor de más de cien artículos sobre literatura medioambiental norteamericana, alemana, japonesa y australiana. También ha escrito, editado o coeditado catorce libros y está trabajando en cuatro más actualmente. Entre sus libros previamente publicados se incluyen entre otros: Seeking Awareness in American Nature Writing (1992), Getting Over the Color Green: Contemporary Environmental Literature of the Southwest (2001), The ISLE Reader: Ecocriticism, 1993-2003 (2003), What's Nature Worth? Narrative Expressions of Environmental Values
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Centro de Artes Medioambientales y Humanidades. Centro de Ciencias Medioambientales e Ingeniería. Academia del Medio Ambiente. Asociación para el Estudio de la Literatura y el Medio Ambiente. Estudios Interdisciplinares de Literatura y Medio Ambiente.
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(2004) y Wild Nevada: Testimonies on Behalf of the Desert (2005). Su próximo libro, Yucca Mountain, una meditación narrativa de corte filosófico sobre este bello e inquietante lugar al sur de Nevada que actualmente se baraja como posible repositorio de desechos nucleares de alto nivel, aparecerá pronto dentro de la serie Desert Places de la University of Arizona Press. Recientemente ha terminado de reunir sus ensayos ecocríticos en un volumen que aparecerá publicado con el título Life/Savor: Engagement, Retreat, and Ecocritical Responsibility. Gran parte de la investigación que Slovic desarrolla hoy en día analiza la manera en que los escritores se aproximan a las ramificaciones científicas, políticas y psicológicas del cambio climático. Scott Slovic vive en Reno, Nevada, en una casa que él y su mujer Susie han convertido en un hogar energéticamente eficiente. Esta entrevista se realizó en el despacho de Scott, en una habitación adyacente al lugar en el que se edita la revista ISLE. D I A N A VILLANUEVA: Hace unos años se fundó la European Association for the Study of Literature, Culture and Environment (EASLCE)6. Parece que los ecocríticos europeos están liderando un esfuerzo por promover una revolución verde de lo académico de manera similar a como se hizo en los Estados Unidos durante la década de los noventa con la creación de ASLE. ¿ Qué me puede contar sobre los orígenes de esta organización y su impacto dentro y fuera de los Estados Unidos? S C O T T S L O V I C : Si le interesa saber cuál ha sido el proceso de institucionalización de la ecocrítica, le diré que el campo de la literatura y el medio ambiente es realmente mucho más antiguo que A S L E . Algunos dicen que comenzó a mediados del siglo XIX, pero a mí me gustaría destacar la figura de un especialista en particular llamado Perry Miller que enseñó en Harvard durante tres décadas, desde los años treinta en adelante. Fue el primer profesor de literatura norteamericana propiamente dicha y su especialidad era la literatura y el medio ambiente. Escribió los famosos libros Errand into the Wilderness y Nature's Nation en los que demuestra su fascinación por la importancia de la naturaleza en la cultu-
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Asociación E u r o p e a p a r a el E s t u d i o d e la L i t e r a t u r a , la C u l t u r a y el M e d i o Ambiente.
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ra y en la imaginación norteamericana. Por eso me gustaría señalar que desde el principio, tan pronto como se empezó a estudiar la cultura norteamericana y su literatura, se adoptó una clara orientación medioambiental, tal y como puede verse en el trabajo de Perry Miller. En las décadas de los sesenta y setenta se p r o d u j o el nacimiento del movimiento ecologista moderno. Fue precisamente entonces cuando muchos profesores de literatura comenzaron a interesarse por encontrar una manera de hacer su trabajo de forma comprometida con el medio ambiente. Se podría hablar por tanto del germen de lo que más tarde sería conocido como ecocrítica. Sin embargo, este grupo no llegó a consolidarse como tal. Aunque afortunadamente ya en los ochenta había muchos jóvenes estadounidenses como Michael Branch, Cheryll Glotfelty y yo, entonces estudiantes de posgrado, que habíamos crecido en familias muy concienciadas de la importancia del medio ambiente; por eso nos resultó de lo más natural, entre otras razones, comenzar a centrar nuestro trabajo crítico en ese tema. Empezamos a reunimos en congresos a finales de los ochenta y principios de los noventa y, con el tiempo, nos dimos cuenta de que éramos muchos y decidimos intentar organizamos para poder ayudarnos los unos a los otros. D.V.: ¿Qué tipo de organización tenían en mente? S.S.: A mi modo de ver, tanto la organización ASLE como la ecocrítica se desarrollaron de una manera muy natural y espontánea. N o pretendíamos crear la típica organización académica. Fundamos la organización con el fin de ayudar, pues queríamos ser útiles de todas las maneras imaginables, haciendo uso de nuestra creatividad y de nuestra inteligencia. Sabíamos que algunos de nosotros preferiríamos ir por nuestra cuenta y dedicarnos al tipo de trabajo que nos gustaba, como inventar algo llamado ecocrítica, mientras que otros, antes de aventurarse por sí solos, preferirían seguir un modelo, leer lo que otra gente publicaba o explicaba en sus clases. Aspirábamos, en suma, a crear mecanismos que apoyasen a gente como nosotros. La idea era que la sinceridad de nuestra tarea atrajese a otras personas, incluso a gente a la que quizá nunca le hubiera interesado la ecocrítica antes, pero que pudiese empezar ahora a verla como una empresa legítima e interesante. Además pienso que muchos de nosotros sentimos que hacemos un trabajo importante, con el potencial de llegar a un público muy variado.
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Albergamos la esperanza de que se produzca un efecto en cadena no solo dentro de la comunidad académica sino, de manera más amplia, en la sociedad mundial contemporánea. Esto ayudará tanto a lograr una mayor conciencia medioambiental como a tener un comportamiento personal y social más responsable. Así que ASLE comenzó su andadura en los Estados Unidos de la mano de un grupo de jóvenes que empezaron a reunirse en congresos, hasta que en uno en particular, el de la American Literature Association celebrado en San Diego, California, un conocido especialista en el trascendentalismo americano llamado David Robinson, de la Oregon State University, se me acercó después de una sesión y me preguntó: «¿Por qué no creáis una organización?, ¿por qué no formalizáis vuestro grupo de una vez por todas?» Y así sucedió. Creo que fue en la primavera de 1992 cuando David Robinson me hizo esa pregunta, casi de la misma manera en que Emerson le preguntó a Thoreau en 1836: «¿Por qué no lo haces?, ¿por qué no empiezas a escribir un diario?» Así que me puse en contacto con Cheryll Glotfelty y Cheryll habló con Mike Branch y por fin en el congreso de octubre de 1992 de la Western Literature Association que tuvo lugar aquí en Reno, en un casino en el centro de la ciudad, tuvimos nuestra primera reunión. Había 54 personas. Estábamos hacinados en una pequeña sala de conferencias, era una mezcla de gente de todas las edades, personas procedentes del ámbito universitario y escritores independientes, una mezcla poco corriente. Decidimos entusiasmados que intentaríamos crear este grupo y se nos ocurrió una denominación que nos parecía muy amplia y flexible, literatura y medio ambiente, inspirada en el tipo de lenguaje que Patrick D. Murphy usaba en la revista ISLE. ISLE todavía no había sido publicada en 1992, estaba aún en proceso de elaboración, pero conocíamos el nombre que Patrick le daba y nos gustaba su grafía y lo flexible que resultaba7. Todos tenía7 Nota de la traductora: ISLE es un término polisémico. La palabra isle en inglés significa 'isla', pero al mismo tiempo se convierte en el perfecto acrónimo del título de esta revista, Interdisciplinary Studies in Literature and Environment. En un correo electrónico Patrick D. Murphy me explicó que la fundación de la revista ISLE fue previa a la creación de ASLE que por aquel entonces era aún tema de discusión. En aquella época la única publicación existente sobre literatura de la naturaleza era el American Nature Writing Newsletter y Murphy pensó que sería conveniente iniciar una publicación de miras más amplias. Con este objetivo en mente intentó pensar en un título que sirviese para
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mos que ver con la literatura. Éramos escritores o críticos literarios y queríamos una manera de asociar nuestro trabajo con entornos diferentes, tanto rurales como urbanos. De manera que en lugar de optar por el estudio de «la literatura y la naturaleza» o de «la literatura y lo salvaje» o algo así, más específico, utilizamos la denominación más amplia de «literatura y medio ambiente» dejando fuera el artículo «el», simplemente «literatura y medio ambiente». Pretendíamos que la palabra medio ambiente fuera muy flexible y que pudiera designar cualquier tipo de entorno 8 . D.V.: ¿Sugirió alguien la inclusión del término «cultura»? S.S.: Resulta interesante que lo pregunte pues que yo recuerde nadie lo mencionó. En Europa el nombre de la asociación es European Association for the Study of Literature, Culture and Environment. Entonces no nos dimos cuenta de lo restrictivo que podía resultar el nombre y de que algunas personas podían estar interesadas en un concepto más amplio de cultura. De hecho creo que ya nos parecía suficientemente audaz crear una organización centrada en la literatura y su conexión con el medio ambiente, aunque curiosamente muchos estábamos interesados en otros campos que nada tenían que ver con la literatura en sí. De manera que para algunos «literatura» es simplemente una especie de palabra simbólica que representa los estudios de humanidades en general y el interés por el lenguaje y la estética. De ahí que crea que el enfoque pedagógico e investigador de los miembros de ASLE-US sea en gran parte parecido al de la organización europea. Lo único es que el acróni-
ampliar el concepto de ecocrítica tanto en relación con su manera de analizar la literatura como en cuanto a las disciplinas de las cuales derivaban su marco teórico, y que a la vez compusiese un acrónimo apropiado. ISLE se convirtió en la revista oficial de ASLE cuando Patrick D. Murphy ya llevaba editados seis números de la misma. Según explica el autor, y en ello coincide con Slovic, el nombre de ASLE se inspiró en el título de la revista que editaba Murphy y no al revés. El grupo fundacional de ASLE, reunido con ocasión del congreso anual de la Western Literature Association, se dirigió a Murphy por teléfono para consultarle sobre la conveniencia de utilizar el nombre de la revista como modelo y así se acuñó el nombre de la asociación. 8 Nota de la traductora: En inglés el artículo determinado the tiene un valor claramente determinativo o definitorio, de ahí la opción que comenta Slovic de no incluir el artículo delante del término medio ambiente.
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mo A-S-L-E es un poco más sencillo de recordar. [R¿y#.r] Pero sí que me viene a la memoria que en 2002, cuando estaba de sabático en Australia, en la Universidad de Queensland en Brisbane, celebramos un gran congreso sobre el tema del medio ambiente, la cultura y la comunidad. En ese encuentro hubo un intento de crear una nueva organización, básicamente una rama de ASLE. Fue una reunión muy difícil y el nombre figuró entre los temas más discutidos. Las cosas empezaron a ir mal al tocarse el tema de «cultura versus literatura» y esta discusión restó energía a la reunión. Fue imposible tomar una decisión hasta que tiempo después, durante un congreso mucho más pequeño llamado The Watermark Nature Writers Muster que tuvo lugar en octubre de 2003, un grupo de escritores y especialistas crearon ASLE-Australia/New Zeland. Así que, ya ves, a veces si tienes un grupo de gente demasiado amplio al que intentas poner bajo el paraguas de una organización, la tarea se vuelve difícil y acabas con un nombre largo que alude a muchos temas diferentes a la vez. Por eso creo que es bueno preguntarse sobre la relación entre literatura y cultura o entre literatura y lenguaje. Dentro de ASLE-US incluso hubo un momento en el que se barajó la posibilidad de cambiar el nombre por el de Association for the Study of Language and Environment 9 . Había personas interesadas en lingüística y técnicas de escritura que sentían que «lengua» era un término más amplio y más flexible, pero era tan amplio que a muchos les resultaba confuso: «lengua y medio ambiente, ¿qué significa eso?». Parecía demasiado ambiguo. Además la mayoría de la gente entiende mejor lo que quieres decir si utilizas la palabra «literatura» y nos guste o no, todos entendemos la expresión «medio ambiente». En realidad es bueno discutir sobre estos nombres, pero a fin de cuentas un nombre no es más que eso, un nombre, nos da la oportunidad de trabajar juntos, de reunimos, de publicar, de saber en qué están trabajando los demás y ayudarnos. Personalmente intento favorecer cualquier estrategia que valga para proporcionar este tipo de apoyo y que a la vez dé visibilidad a este campo dentro de la órbita más amplia de los estudios literarios, los estudios culturales, o los estudios medioambientales.
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Asociación para el Estudio de la Lengua y el Medio Ambiente.
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D.V.: Actualmente hay organizaciones asociadas a ASLE en todos los continentes salvo en Africa. Por otro lado, parece por sus múltiples viajes que está usted volcado a la difusión de la ecocrítica, ¿ha pensando en viajar a ese continente también para establecer contactos allí? S.S.: No soy el único. Hay numerosos expertos de distintos países, no solo de los Estados Unidos, que han intentado liderar este movimiento a través de libros y artículos. Pero a mí lo que me fascina es encontrarme cara a cara con formas de pensar diferentes. Mis viajes a estos lugares se deben en parte a un deseo de hablar sobre lo que estoy haciendo y sobre lo que hacen mis compañeros en los Estados Unidos, pero también, cada vez que viajo, intento aprender de otras perspectivas culturales sobre el medio ambiente y sobre otras literaturas. Como ves no pienso en esto como un proceso imperialista. Soy muy consciente de ello, por eso tengo cuidado y tomo la precaución de presentarme diciendo: «Este es mi punto de partida. Esta es mi manera de abordar esta área de estudio. ¿Qué os parece? ¿Cómo lo hacéis vosotros?» Pero en lo que se refiere a África, he de admitir que no soy una autoridad en literatura africana ni en la situación de los estudios literarios en África. Me parece que en algunos países del norte de África, como por ejemplo en Egipto, hay una fuerte tradición literaria reconocida en todo el mundo. Y también sé de bastantes especialistas sudafricanos interesados en comparar la literatura africana con la norteamericana. ¿Quién sabe?, quizá algún día tenga la oportunidad de trabajar con ellos. El mes pasado he estado en Singapur de camino a la India, entrevistándome con algunos especialistas, uno de Singapur y otro de Malasia, para tratar la posibilidad de crear un ASLE en el sudeste asiático. En este sentido también he sabido de una profesora de la Universidad de Malasia, en Kuala Lumpur, que cree que le resultaría más sencillo empezar primero un grupo en Malasia, en lugar de juntar gente de distintos países con las complicaciones que ello conlleva a la hora de trabajar en idiomas diferentes y separados por grandes distancias. Está claro que es fundamental contar con una masa crítica, suficiente gente para lograr una organización viable y activa. Se necesita un determinado número de personas, aunque no sé cuál es el número mágico que haga que compense tener una organización formal. En países como Corea, me refiero a Corea del Sur, hay un grupo muy dinámico. En 2001 constituyeron una rama de ASLE que tiene un
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núcleo principal de veinte o treinta personas que no ha cambiado mucho desde sus inicios, pero se mantiene activo: celebra congresos con regularidad, edita una buena revista y ASLE simplemente les proporciona una estructura para que celebren reuniones y tengan cierta visibilidad académica. Muchos de ellos son profesores de universidad o estudiantes y como la organización es oficial, les resulta más fácil conseguir dinero para sus proyectos y lograr el reconocimiento profesional necesario para avanzar en sus carreras y eso es positivo. Queremos que ASLE no solo ayude a un nivel emocional e intelectual profundo, sino que tenga también una dimensión práctica e indudablemente nos resulta más fácil reunimos y apoyarnos si podemos hacer el tipo de proyecto que nos aporta reconocimiento profesional. Así que no es solo cuestión de profesionalismo o de preocupaciones medioambientales. Hay que equilibrar los dos polos, ayudar a la gente a trabajar dentro de la universidad o como freelance, activistas, escritores, investigadores o profesores, ayudando a todos a hacer el mejor trabajo posible de una manera que nos enriquezca y nos permita aportar algo a la sociedad. D.V.: ¿Cree que para ser un verdadero ecocrítico es necesario combinar el trabajo académico con el activismo ? S.S.: Para mí son parte de un mismo espectro. Lo cierto es que hay muchas formas de abordar el tema. A algunas personas, por ejemplo, les interesa mucho más ejercer su activismo que dedicarse a la literatura o a otras expresiones artísticas. Otras, sin embargo, se sienten más atraídas por el puro ejercicio intelectual y por ello convierten la literatura y la teoría medioambiental en una empresa académica. De todas formas, la mayoría de nosotros vivimos en un espacio intermedio e intentamos compatibilizar ambas prácticas. Deseamos ser buenos profesores e investigadores, pero también ansiamos vivir con una conciencia social y medioambiental que nos permita ayudar a nuestros estudiantes y a los lectores de nuestro trabajo a reflexionar sobre el impacto que tienen nuestras vidas en la cultura y en el medio ambiente. En realidad pienso que es positivo contar con el mayor número de perspectivas posible y como es lógico siempre he editado la revista ISLE con un enfoque muy abierto aunque, especialmente en los últimos años, se ha tendido a adoptar un punto de vista mucho más limitado. Por ejemplo, en el último número de ISLE publicamos un artículo de un especialista de Puerto
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Rico que argumenta que si la ecocrítica quiere inspirar cambios que afecten a las generaciones futuras, debe centrarse en el tratamiento que la literatura hace de ciertos temas cuya urgencia moral es incuestionable (Gomides). De manera que lo que esta persona defiende es que la verdadera ecocrítica tiene un fuerte sentido de urgencia moral o ética y que no se hace ecocrítica si solo estudiamos la literatura de la naturaleza porque nos parece hermosa o porque de alguna manera es capaz de inspirarnos en el plano emocional o filosófico. No estoy de acuerdo con la rigidez de esta definición, pero aprecio su sentido de urgencia y su compromiso, y respeto profundamente su punto de vista. Personalmente estoy abierto al trabajo ecocrítico en todas sus formas. También recuerdo que cuando era presidente de ASLE-US, recibí una carta de una de sus miembros que se daba de baja porque le había llegado una carta firmada por un loco llamado Rick Bass. Rick Bass es un conocido escritor norteamericano de la naturaleza10 y desde el principio ha estado en el consejo asesor de ASLE. Rick había escrito a todos los miembros listados en nuestro directorio. En su carta pedía ayuda para proteger el Yaak Valley, la zona de North Western Montana donde él vive. La persona que quería darse de baja estaba muy ofendida porque su nombre había sido usado con fines activistas. Para mí este es el ejemplo perfecto de alguien a quien le interesa su trabajo pero no quiere que lo mundano interfiera en su vida, así que le escribí para devolverle su dinero y permitirle que se diera de baja, pero también le dije: «La carta que ha recibido procede de un escritor reconocido en el campo de la literatura medioambiental y expresa algunas cosas interesantes sobre su trabajo: su actitud hacia el medio ambiente y su actitud hacia su labor como escritor. Puede comparar el estilo comprometido de su carta con sus ensayos literarios y sus relatos. Se trata en definitiva de la posibilidad de tener un contacto personal con la lucha real a la que este escritor dedica tanta energía.» De manera que creo que se pueden aprender cosas interesantes sobre la literatura incluso a través del compromiso con el activismo de la gente que trabaja en este campo. Es cierto que es
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N o t a de la t r a d u c t o r a : p o r «escritor de la n a t u r a l e z a » se e n t i e n d e aquel q u e se dedica a reflejar en su escritura sus preocupaciones medioambientales en u n intento de despertar las conciencias de sus lectores sobre este tema.
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posible encontrarse con ambos puntos de vista, pero para mí los dos intervienen en la misma conversación. D.V.: Entonces, ¿cómo respondería a la posibilidad de incluir la ecocrítica dentro de la definición que da Bloom de la Escuela del Resentimiento? ¿Intenta mantener un equilibrio entre la importancia que le da a la estética, a la calidad del texto literario y a su relevancia para la causa medioambiental? S.S.: Es una pregunta realmente interesante. Nunca había oído antes a nadie plantear esta pregunta en el contexto de las categorías de Bloom. D.V.: Fue Niall Binns quien lo sugirió. S.S.: Creo que entre los que se dedican a la ecocrítica algunas veces el equilibrio puede estar inclinado del lado de la ética o de la estética, pero a mí me interesan ambos. Siempre acabo estudiando, enseñando y escribiendo sobre autores en cuyas obras encuentro cualidades estéticas encomiables. Para mi gusto la literatura que estudio posee belleza. Al mismo tiempo, siento que la belleza artística adquiere mayor poder si consigue ponerse en relación con las preguntas que la sociedad se hace. Se me viene a la cabeza un pequeño ensayo que el escritor de la naturaleza Barry López escribió sobre Alan Magee, un artista visual experimental del estado de Maine. López dice que si una obra solo es estéticamente valiosa y no tiene una dimensión moral, si no suscita cuestiones morales que lleguen al público, entonces esa obra de arte es como una carta que no espera respuesta. En otras palabras, no es comunicación, solo es expresión. Este breve trabajo de Barry López me parece un ensayo fascinante. En él dice que la hermosura estética, el logro estético, la energía moral y la urgencia moral casan a la perfección. No necesitas una «escuela del resentimiento» versus una «escuela de la belleza» o algo así y yo, desde los comienzos de mi trabajo en este campo, he sentido que gran parte de la escritura sobre el medio ambiente es a la vez hermosa y éticamente poderosa. Así que me esfuerzo por ser sensible a las dimensiones estética y ética de este tipo de literatura. D.V.: Aún así, usted parece favorecer la no ficción por encima de la ficción en su docencia. ¿Por qué es así? ¿Es que la no ficción tiene más potencial como objeto de discusión en clase?
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S.S.: Bueno, en realidad me interesan también enormemente otros géneros, quizá menos el teatro, pero mucho la poesía y también los géneros de ficción. Remontándome a mis propios orígenes académicos, me refiero a finales de los setenta y principio de los ochenta, cuando era estudiante, recuerdo que la no ficción y especialmente la biografía y la autobiografía habían surgido entonces en los Estados Unidos como legítimas áreas de estudio de los departamentos de inglés. De hecho el estudio de la no ficción literaria era lo que se consideraba como innovador en esa época. Por eso, acabé por especializarme en ese tema. Eso no quiere decir que no esté interesado en la poesía y la ficción, pero siento que mi campo de especialidad son los géneros de no ficción y de hecho gran parte de mis primeros trabajos se centraron en la autobiografía. Esa puede ser la razón por la cual en mis artículos más recientes utilizo narraciones de no ficción y cuento historias en forma de no ficción. Esto es lo que se conoce hoy como narrative scholarshipn. Todo ello tiene que ver con mi interés por el poder de la no ficción: la manera en la que posibilita que un escritor hable directamente con sus lectores para decirles: «Este es mi punto de partida. Estoy pensando sobre este tema. Esto es lo que me preocupa y permite que me dirija a ti de tú a tú». Lo encuentro bastante conmovedor y me parece que es algo intrínsecamente diferente a las acrobacias verbales de un poema y al uso de personajes como espejos y escudos para proteger al autor de la ficción. Me gusta su potencial para la sinceridad, para una especie de comunicación cara a cara que parece estar a nuestro alcance en la no ficción. Además parece ir con mi personalidad y esa puede ser una razón por la cual me gusta tanto. Pero dudaría en decir que la favorezco por encima de otras porque pienso que otros géneros son muy importantes y soy también muy receptivo al tipo de argumentos que Patrick Murphy ofrece en su libro Farther Afield in the Study of Nature-Oriented Literature, sobre cómo en ciertas tradiciones culturales tienden a usar más la poesía, los relatos de ficción, relatos míticos u otros géneros de ficción, en lugar del ensayo de historia natural que tiene un fuerte trasfondo anglo-europeo. Así que si queremos definir la literatura medioambiental en otras culturas del 11
Nota de la traductora: Slovic se refiere a una forma de narrar que incorpora elementos personales, autobiográficos y confesionales en textos académicos. Véase el glosario.
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mundo, es muy importante tener en cuenta algo más que el ensayo sobre la naturaleza típicamente europeo. Si no lo hacemos acabaríamos por excluir muchas perspectivas culturales diferentes, muchas voces diferentes, y ciertamente no quiero hacer eso. D.V.: Dado que es el responsable del programa de posgrado en Literatura y Medio Ambiente de UNR que pone un gran énfasis en la interdisciplinariedad, ¿hasta qué punto piensa que combinar dos o más disciplinas es importante dentro del campo de la literatura y el medio ambiente y también dentro de este programa en particular? S.S.: Cuando enseño el curso obligatorio sobre ecocrítica y teoría, una de las tareas que les pido a los estudiantes es que presenten una especie de proyecto interdisciplinar en el que tienen que combinar la ecocrítica con otra disciplina como mínimo. Eso facilita que el estudiante aplique alguna de las metodologías de esa nueva disciplina a su análisis del texto literario. Ese estudiante se convierte de repente en un experto en una manera de pensar sobre la literatura completamente distinta. Resulta muy enriquecedor para el estudiante y para el resto del grupo que siempre aprende algo de lo que el compañero está haciendo. Yo sin ir más lejos siempre he sentido un gran interés por la psicología cognitiva, así que no tardé en usar en mi trabajo algunas ideas de la psicología experimental contemporánea. No me refiero a Freud y Jung y a lo que yo llamaría psicología clínica, sino a la psicología experimental contemporánea. Por ejemplo, hay un profesor en Stanford llamado Robert B. Zajonc que trabaja sobre la atención y la actitud en relación con el comportamiento, y otros investigadores que trabajan sobre temas de confianza y percepción, e intento aplicar algunas teorías de esas ramas de la psicología al estudio de la literatura. Pienso que la incorporación de ideas de otras disciplinas posee el potencial de producir una fértil interacción, lo que el poeta de la naturaleza Gary Paul Nabhan llamaría «crospolinización». Si examinamos cualquier problema real, los cambios en el clima, el debate sobre los recursos hídricos, la opresión social, el genocidio, cualquiera de los temas que preocupan al mundo, nos damos cuenta de que no se puede abordar ninguno de ellos desde un único punto de vista disciplinar. Si queremos comprender estos temas y progresar, necesitamos combinar el conocimiento de distintos campos. Por eso creo en la colaboración entre disciplinas. Creo que es
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una de las cosas en la que los ecocríticos podemos destacar si encontramos una forma de hablar y trabajar con nuestros colegas de otros departamentos en nuestros campus y fuera de ellos. Y también pienso que es posible leer sobre otras disciplinas y aplicar sus ideas a nuestro trabajo. Pero en las humanidades tendemos a tener un modelo de trabajo muy individualista, intentamos ser inteligentes y creativos en solitario y no queremos trabajar en equipo. Sin embargo, en las ciencias tienden a trabajar en grupos enormes. Cada persona trabaja sobre un aspecto diferente de un gran proyecto. Esto se debe a que intentan resolver problemas reales: «¿Cómo secuenciamos este gen?, ¿cómo hacemos para que este puente no se caiga?» Y creo que, especialmente en formas más aplicadas de ecocrítica, necesitamos trabajar con colegas que tengan modos diferentes de pensar y una formación diferente y diferentes habilidades. Si trabajamos juntos podremos avanzar mucho más que si simplemente intentamos hacerlo solos. Yo, por ejemplo, he trabajado con un antropólogo; también trabajo mucho con mi padre que es psicólogo. El grueso de su investigación versa sobre la toma de decisiones y la percepción del riesgo12. De hecho uno de los grandes proyectos en el que estoy trabajando actualmente se llama Numbers and Nerves: Information and Meaning in a World ofData. Mi padre y yo estamos orquestando este proyecto y escribiendo gran parte del mismo, pero también colaboramos con literatos y científicos sociales. Se trata de un proyecto que estudia la manera en que los humanos se esfuerzan por articular ideas importantes sobre el mundo mediante números. Lo curioso es que para pensar sobre cuestiones importantes como el clima, la extinción o el genocidio, necesitamos usar números como una manera de describir los fenómenos, pero si intentas comunicar a un público más amplio el alcance de tus elucubraciones mucha gente simplemente desconectará ante las cifras, no entenderá de qué estás hablando, no significará nada para ellos. La interdisciplinariedad es muy importante. Llevamos décadas utilizando esta palabra «interdisciplinariedad» y palabras similares como «multidisciplinariedad», «crosdisciplinariedad», «transdisciplinarie-
12 El trabajo más relevante de Paul Slovic, el padre de Scott Slovic, en el campo de la percepción del riesgo es The Perception of Risk.
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dad», pero hay muy pocos ejemplos de una verdadera superación de las barreras disciplinares, y pienso que es algo a lo que debemos prestar atención en los estudios medioambientales y en la ecocrítica particularmente. Yo personalmente intento inculcar esta idea en los estudiantes que trabajan conmigo. D.V.: Volviendo a la situación de la literatura medioambiental en el mundo, críticos como Benjamín McLean y Jorge Paredes han dicho que hay muy pocos ejemplos de literatura medioambiental o literatura ecológica en España. ¿Cómo podríamos cambiar esto? S.S.: Puedo responder a esta pregunta de muchas maneras. En primer lugar, creo que ha mencionado el término «literatura ecológica». D.V.: Ese es el término que ellos usan. S.S.: Estoy al corriente del debate existente en diferentes partes del mundo sobre la expresión «literatura medioambiental» versus la expresión «ecoüteratura» o «literatura ecológica». Para mí la palabra ecología implica ciencia, suena a un tipo de ciencia natural, pero también implica lo no-humano. Un ecosistema es un sistema en el cual muchos organismos interactúan entre sí y pienso que «medio ambiente» puede sonar antropocéntrico, algo así como que los humanos están aquí y el medio ambiente está a su alrededor, en su entorno, rodeando solo lo humano. Pero «medio ambiente» para mí es también un concepto extremadamente amplio. «Medio ambiente» sin el artículo «el» implica cualquier tipo de lugar, cualquier situación física o sistema de relaciones que los humanos puedan experimentar. Así que yo diría que si en España tenéis algún tipo de literatura que intenta describir peculiaridades regionales: los diferentes tipos de comida, las costumbres típicas de cada parte del país o los diferentes paisajes; si tenéis cualquier tipo de literatura que se centra en ideas relacionadas con el lugar, entonces tenéis una tradición de literatura medioambiental. D.V.: Pero en España todavía no tenemos ni usamos realmente un término para ese tipo de literatura. S.S.: Lo sé. Pero en Estados Unidos tampoco tuvimos un nombre hasta que lo inventamos. De hecho, hace cincuenta años si le hubieras preguntado a cualquier escritor norteamericano o especialista en litera-
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tura: «¿Hay algo llamado literatura medioambiental en los Estados Unidos?», esa persona habría dicho: «No, nunca he oído hablar de eso. Nunca he oído hablar de literatura medioambiental.» Así que a pesar de que se nos llama la «nación de la naturaleza» según Perry Miller, no utilizamos el término «ecocrítica» ni el término «literatura medioambiental», o lo que fuera que utilizásemos, hasta que los inventamos. Por ello creo que en España escribir sobre animales, escribir sobre agricultura o gastronomía, escribir sobre determinados paisajes y la relación entre las personas y esos paisajes, se corresponde con lo que llamamos literatura medioambiental en los Estados Unidos. D.V.: ¿Opina que el uso del término tendría un efecto positivo sobre la creatividad de los futuros escritores? S.S.: No lo sé, pero si tenemos en cuenta consideraciones de tipo práctico tales como el éxito de ventas, creo que contar con un término como «literatura medioambiental» podría ayudar a futuros escritores. Los autores no suelen pensar en qué género será clasificada su obra, normalmente le corresponde a los críticos, no a los escritores, esa tarea. Aún así, es cierto que los escritores también pueden beneficiarse de saber el género al que pertenece su obra pues les facilita la tarea de explicar su trabajo al editor. Este tipo de categorías también es útil para el librero atento a satisfacer las necesidades de un determinado público. Pero no me resulta del todo fácil definir cuál es la mejor forma de describir la llamada «literatura medioambiental» en otros países como España. En los Estados Unidos llevamos años sin ponernos de acuerdo sobre cuál es la expresión más acertada para hablar de ella: «literatura medioambiental», «escritura de la naturaleza», «ecoliteratura», «literatura sobre la naturaleza», «literatura del lugar», «literatura de la comunidad», entre otras. Cada término tiene sus adeptos. Cuando paso tiempo en el extranjero en lugares como Japón, me encuentro con frecuencia con gente que me dice: «No tenemos una escritura de la naturaleza en nuestro país.» Pero cuando les pregunto si tienen algún tipo de escritura en su tradición cultural que trate de actividades como el senderismo, el cultivo de la tierra, las montañas, la pesca, y otros fenómenos de la naturaleza o formas de la experiencia humana asociadas con la naturaleza, normalmente la gente responde diciendo: «Sí, por supuesto. Tenemos una gran cantidad de literatura dedicada a estos temas. Existe un género
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que trata exclusivamente del avistamiento de pájaros, por ejemplo.» Así que creo que lo que intento decir es que incluso aunque los escritores no siempre quieran adscribir su trabajo a una determinada categoría, dicha categoría puede ser sin embargo muy útil para los investigadores y profesores que se dedican a su estudio, para los editores y libreros que intentan despertar el interés por este tipo de literatura entre el público, y para los potenciales lectores a la busca de determinados tipos de literatura. Pero tenemos que ser un poco cuidadosos en nuestra elección de los términos que describan esta literatura. En los Estados Unidos, «literatura medioambiental» parece ser el más utilizado para hablar de una manera global sobre la producción literaria que trata de la relación entre los humanos y el mundo natural, pero este término puede no ser el adecuado en todas las culturas. Recomendaría que los responsables de facilitar que esta literatura encuentre su público piensen cuidadosamente sobre los términos más apropiados en cada cultura. D.V.: ¿Ayudaría la revisión del canon literario española descubrir estas obras? Como usted sabe la ecoliteratura o literatura medioambiental ha entrado en la universidad a través de los departamentos de inglés y especialmente a través de personas que estaban interesadas en la literatura norteamericana, y debido a la imagen imperialista de los Estados Unidos, está encontrando en algunos casos la respuesta negativa de otros departamentos. De manera que, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo se puede motivar el interés por este campo? S.S.: He sido testigo del mismo fenómeno en muchos países. Para mí el ejemplo más destacable es el de Japón donde los primeros ecocríticos eran especialistas en literatura norteamericana e inglesa y lo que hicieron, muy sistemática, cuidadosa y delicadamente, fue invitar a sus colegas de literatura y filosofía japonesa a que asistieran a algunas de sus reuniones y a que dieran charlas sobre el tema de la naturaleza en la literatura y el pensamiento japonés. Así que básicamente, de una manera bastante consciente y práctica, la comunidad ecocrítica japonesa promovió el interés en la ecocrítica entre sus colegas especializados en temas japoneses. Y además muchos americanistas en Japón comenzaron a asistir a congresos en inglés con comunicaciones sobre cultura japonesa. De esa manera consiguieron difundir ideas y textos japoneses entre el público angloparlante. Los especialistas españoles especializados en estudios
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norteamericanos también podrían presentar al público angloparlante algunas obras españolas a través de artículos o comunicaciones en las que comparasen un escritor español con uno norteamericano. Creo que esa es una buena forma de abordar la cuestión. No sé cómo superar el estigma del entusiasmo americano por ciertos temas. Estados Unidos se ha vuelto muy conocido por tener un movimiento ecologista muy fuerte. Irónicamente tenemos también una terrible cultura empresarial imperialista que ha tenido un efecto devastador en nuestro medio ambiente y en el de otras zonas del mundo, pero de igual forma disfrutamos de una apabullante y vigorosa tradición que ha combatido nuestra cultura industrial. Por eso el famoso poeta californiano Robert Hass dijo que precisamente ya que Estados Unidos tiene un largo historial de problemas medioambientales, tenemos la necesidad de exportar al resto del mundo una manera de pensar sobre estos problemas 13 . Pero la mayoría de nosotros no pretendemos ser imperialistas. No intentamos convencer a nadie de que piense como nosotros, si acaso, muchos de los pensadores medioambientales simplemente quieren estar disponibles para dar consejo y animar a la gente, y recibir energía del activismo medioambiental y de la reflexión que encontramos en otras partes del mundo. De manera que pienso que si habla con sus colegas españoles y les hace ver que de ninguna manera nos empuja un impulso imperialista, que fundamentalmente intentamos ser de ayuda y que queremos aprender de otras culturas a la vez que compartir nuestra experiencia, sus compatriotas acabarán finalmente confiando más en las ideas y en los críticos norteamericanos y verán que somos colaboradores útiles. No hay ningún deseo imperialista o colonialista por nuestra parte. D.V.: Y, ¿qué me puede decir del programa de Literatura y Medio Ambiente de la UNR que precisamente acaba de celebrar su décimo aniversario? S.S.: Uno de nuestros objetivos es trabajar con estudiantes con talento y altamente motivados y apoyarles en la dirección profesional que decidan elegir. Es un programa eminentemente práctico. Dedicamos
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R o b e r t Hass hizo este c o m e n t a r i o c u a n d o f u e entrevistado en el p r o g r a m a Jim Lehrer News Hour el 22 de abril de 1996. Slovic lo cita en su artículo « N a t u r e Writing».
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mucho tiempo a su desarrollo profesional porque queremos que nuestros estudiantes, los estudiantes de máster, accedan con éxito al mercado laboral. D.V.: ¿Pero ha sido siempre así? S.S.: Sí, desde el principio pensamos en lo que nuestros estudiantes harían al graduarse y buena parte de nuestro programa consiste no solo en ayudarles a aprovechar y disfrutar de su tiempo aquí, sino a pasar con éxito de este programa a buenos trabajos como docentes, abogados, editores, activistas. Pero la profesión académica, especialmente en las humanidades, es todo un reto. No hay muchas ofertas y hay muchísima competitividad, así que dedicamos gran parte de nuestro tiempo como docentes a ayudar a los alumnos a estar lo mejor preparados posible para el mercado laboral. Pero nunca ha sido nuestro objetivo en la UNR tener el único programa de Literatura y Medio Ambiente del país o del mundo. Nos gusta que nuestro programa esté bien considerado. Queremos que la gente tenga una buena impresión de lo que hacemos, pero también nos gustaría ver otros programas de prestigio en otros lugares de los Estados Unidos y en otros países. Simplemente creemos que este es un campo importante e interesante y si algo hacemos es servir como modelo. De hecho estaríamos muy contentos si alguno de nuestros estudiantes fuera a otro lugar, consiguiera un trabajo e intentara crear un programa similar. Y en cuanto a los profesores visitantes que vienen a pasar un tiempo en la UNR, nos alegraría mucho verles intentar crear un programa parecido a este en sus universidades. Nosotros haríamos todo lo posible por ayudarles. D.V.: ¿Conoce algún programa parecido fuera de los Estados Unidos? S.S.: Hay muchos programas buenos en otras universidades de los Estados Unidos, aunque con un estilo diferente. En la mayoría de los casos no son tan formales como el nuestro. En la UNR hay una idea clara de lo que supone entrar a formar parte del grupo de literatura y medio ambiente. Además se exige el cumplimiento de unos requisitos académicos muy específicos para realizar el programa de Literatura y Medio Ambiente. Creo que hemos sido un poco más conscientes de lo que lo han sido en otros lugares en cuanto a forjar un programa especial y reconocible, pero eso no quiere decir que haya una gran diferencia entre la
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calidad de lo que hacemos y lo que hacen en otros lugares, se trata simplemente de adaptarse a las particularidades de la institución a la que pertenezcas. En cuanto a programas parecidos en otros lugares del mundo conozco varios en el continente asiático. En la Universidad de Tamkang en Taiwán, por ejemplo, cuentan con seis ecocríticos adscritos al Departamento de Inglés y organizan reuniones internacionales cada dos años. Es una especie de equivalente taiwanés del programa de Literatura y Medio Ambiente. En la Universidad de Ryukyus en Okinawa, al sur de Japón, tienen tres ecocríticos en la Facultad de Derecho y Letras que han podido desarrollar esta especialidad. En la Universidad de Kanazawa tienen tres especialistas adscritos al Departamento de Lengua y Literatura Inglesa que hacen ecocrítica, así que también tienen un grupo dedicado al tema. En resumen, lo que se necesita es tener al menos un pequeño grupo de compañeros que quieran trabajar juntos y atraer a algunos estudiantes que estén interesados en estudiar con ellos y así es como el programa puede comenzar. En nuestro caso, en el Departamento de Inglés, durante los últimos once años, hemos tenido a cuatro personas volcadas en la ecocrítica, además de otros ocho colegas, también del Departamento, interesados en este tema desde distintas perspectivas; así que, básicamente, podemos contar con una docena de personas. Además, nos hemos esforzado por dar a conocer este programa y atraer a los mejores alumnos posibles. Aún así, no hay una única manera de hacerlo sino muchas y uno de nuestros objetivos es inspirar a otras universidades a que creen este tipo de programas.
Reno, Nevada, EE.UU. Octubre 2006
LOS ESTUDIOS LITERARIOS EN LA ERA DE LA CRISIS MEDIOAMBIENTAL1 Cheryll Glotfelty
Los estudios literarios en la época de la posmodernidad viven en un estado de permanente cambio. Parece como si cada pocos años, la profesión literaria debiera «revisar sus fronteras» para «volver a trazar el mapa» de este campo de contornos tan variables. En una reciente y prestigiosa guía sobre los estudios literarios contemporáneos aparece un total de veintiún ensayos sobre diferentes aproximaciones teóricas o metodológicas a la crítica literaria. Su introducción advierte: Los estudios literarios en inglés se encuentran en un periodo de cambio rápido y a veces desorientador [...] De la misma manera que ninguna de las aproximaciones críticas que antecede este periodo, desde la crítica psicológica y marxista a la teoría de la recepción y la crítica cultural, se ha mantenido estable, así tampoco ninguno de los campos y subcampos históricos que constituyen los estudios literarios ingleses y norteamericanos han sido impermeables a las energías revisionistas. [Los ensayos de este volumen] descubren algunos de esos lugares donde los estudiosos han respondido a las presiones contemporáneas (Greenblatt/Gunn 1992: 1-3).
Curiosamente, en este volumen supuestamente exhaustivo del estado de la profesión, no hay ningún ensayo sobre una aproximación ecológica a la literatura. Aunque los especialistas aseguran haber «respondido a las presiones contemporáneas», parecen haber ignorado la cuestión contemporánea más acuciante de todas, a saber, la crisis medioambiental global. La ausencia de cualquier atisbo de una perspectiva medioambiental en los estudios literarios contemporáneos
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Nota de la traductora: esta introducción apareció originalmente publicada en The Ecocriticism Reader: Landmarks in Literary Ecology (Glotfelty/From 1996: xv-xxxvii). Se reproduce una versión abreviada de la misma.
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puede sugerir que, a pesar de sus «energías revisionistas», los especialistas se han comportado como académicos en el sentido de «eruditos hasta el punto de no ser conscientes del mundo exterior» (.American Heritage Dictionary). Si el conocimiento del mundo exterior estuviera limitado a lo que se puede deducir de las principales publicaciones de la profesión literaria, nos daríamos cuenta rápidamente de que raza, clase y género han sido los temas candentes durante el final del siglo veinte. Pero nunca sospecharíamos que los sistemas que sustentan la vida en la Tierra se hallasen en crisis. De hecho, puede que ni siquiera llegáramos a enterarnos de que la Tierra existe. Por el contrario, si nos diera por echarle un vistazo a los titulares de los periódicos de la misma época, nos daríamos cuenta de que ha habido vertidos de petróleo, envenenamientos por plomo y por asbesto, contaminación por vertidos tóxicos, extinción de especies a un ritmo sin precedentes, batallas por el uso de terreno público, protestas por los depósitos de residuos nucleares, un agujero que no para de crecer en la capa de ozono, predicciones de cambio climático, lluvia ácida, pérdida de la capa superior del suelo, destrucción del bosque pluvial tropical, controversias sobre la lechuza moteada en el Noroeste Pacífico, incendios forestales en el Parque de Yellowstone, jeringuillas médicas abandonadas en las orillas de las playas del Atlántico, boicots al atún, sobreexplotación de acuíferos en el oeste, vertidos ilegales en el este2, un desastre nuclear en Chernobyl, nuevos estándares para las emisiones de los vehículos, hambrunas, sequías, inundaciones, huracanes, una conferencia especial de Naciones Unidas sobre medio ambiente y desarrollo, un presidente de los Estados Unidos declarando los noventa «la década del medio ambiente», y que la población mundial superó los cinco mil millones. Hojeando los periódicos descubriríamos también que en 1989 el premio al personaje del año de la revista Time recayó en «La Tierra amenazada». En vista de esta discrepancia entre la actualidad y las preocupaciones de la profesión literaria, la afirmación de que los expertos en literatura han respondido a las presiones contemporáneas se torna difícil de defen-
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Nota de la traductora: la autora se refiere en t o d o m o m e n t o al oeste y el este de los Estados Unidos.
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der. Hasta hace poco no ha habido ningún síntoma de que la disciplina de los estudios literarios haya sido consciente en modo alguno de la crisis medioambiental, como demuestra el hecho de que no hayan aparecido revistas, ni terminología, ni trabajos, ni asociaciones profesionales o grupos de discusión, ni congresos sobre literatura y medio ambiente. Mientras que otras disciplinas de las humanidades como la historia, la filosofía, el derecho, la sociología y la religión se han ido haciendo cada vez más «verdes» desde los setenta, los estudios literarios han permanecido aparentemente al margen de las preocupaciones medioambientales. Y mientras que los movimientos sociales, como los de los derechos civiles y la liberación de la mujer de los sesenta y los setenta, han transformado los estudios literarios, parece que el movimiento medioambiental de la misma época ha tenido poco impacto. Pero las apariencias a veces engañan. En realidad, tal y como evidencian las fechas de publicación de los ensayos de esta antología, investigadores de los campos de la literatura y de la cultura han venido produciendo por su cuenta crítica y teoría de contenido ecológico desde los años setenta. Aún así, a diferencia de las disciplinas afines ya mencionadas, los estudiosos de la literatura no llegaron a organizarse en un grupo identificable. Por lo tanto, sus múltiples esfuerzos no fueron reconocidos dentro de un movimiento o escuela crítica diferenciada. Aparecieron estudios por separado en una amplia variedad de lugares y fueron clasificados bajo una miscelánea de encabezamientos, tal y como estudios norteamericanos, regionalismo, pastoralismo, estudios de frontera, ecología humana, ciencia y literatura, naturaleza en la literatura, paisaje en la literatura, o bajo los nombres de los autores tratados. Un indicador de la falta de unión de estos esfuerzos tempranos es que esos críticos rara vez citaban el trabajo de otros, no sabían que existía. En cierto modo, cada crítico estaba inventando por su cuenta su propia aproximación medioambiental a la literatura. Cada uno era una voz solitaria clamando en el desierto. Como consecuencia, la ecocrítica no tuvo presencia en las principales instituciones de poder de la profesión tal y como la Modern Language Association (MLA). Los estudiantes de posgrado interesados en las aproximaciones medioambientales a la literatura se sentían desplazados, al no contar con un grupo de académicos al que unirse y al no encontrar ofertas de trabajo en su área de especialización.
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EL NACIMIENTO DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS MEDIOAMBIENTALES
Finalmente, a mediados de los ochenta, a medida que los especialistas comenzaron a asumir proyectos colaborativos, el campo de los estudios literarios medioambientales quedó abonado para poder brotar luego a comienzo de los noventa. En 1985 Frederick O. Waage editó Teaching Environmental Literature: Materials, Methods, Resources, que incluía la descripción de los cursos de diecinueve profesores diferentes y buscaba «una mayor presencia de la preocupación y de la conciencia medioambiental en las disciplinas literarias» (Waage: viii). En 1989 Alicia Nitecki fundó The American Nature Writing Newsletter, cuyo propósito era publicar ensayos, reseñas de libros, apuntes de clase e información relacionados con el estudio de la literatura de la naturaleza y el medio ambiente. Otras personas también se encargaron de editar números medioambientales especiales de revistas literarias de reconocido prestigio3. Algunas universidades comenzaron a incluir cursos de literatura en sus planes de estudios medioambientales, unas pocas inauguraron nuevos institutos o programas sobre naturaleza y cultura y algunos departamentos de inglés empezaron a ofrecer diplomaturas en literatura medio-
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Entre los números medioambientales especiales de revistas de humanidades figuran Antaeus 57 (Autumn 1986), ed. Daniel Halpern, reimpreso, como On Nature (San Francisco: North Point Press, 1987); Studies in the Humanities 15.2 (December 1988), «Feminism, Ecology and the Future of the Humanities», ed. Patrick Murphy; Witness 3.4 (Winter 1989), «New Nature Writing», ed. Thomas J. Lyon; Hypatia 6.1 (Spring 1991), «Ecological Feminism», ed. Karen J. Warren; North Dakota Quarterly 59.2 (Spring 1991), «Nature Writers/Writing», ed. Sherman Paul y Don Scheese; CEA Critic 54.1 (Fall 1991), «The Literature of Nature», ed. Betsy Hilbert; West Virginia University Philological Papers Yl (1991), «Special Issue Devoted to the Relationship Between Man and the Environment», ed. Armand E. Singer; Weber Studies 9.1 (Winter 1992), «A Meditation on the Environment» ed. Neila C. Seshachari; Praxis 4 (1993), «Denatured Environments», ed. Tom Crochunis y Michael Ross; Georgia Review 47.1 (Spring 1993), «Focus on Nature Writing», ed. Stanley W. Lindberg y Douglas Carlson; Indiana Review 16.1 (Spring 1993), un número especial dedicado a la literatura sobre la naturaleza y el medio ambiente, ed. Dorian Gossy; Ohio Review 49 (1993), «Art and Nature: Essays by Contemporary Writers», ed. Wayne Dodd; Theater 25.1 (Spring/Summer 1994), sección especial sobre «Teatro y Ecología», ed. Una Chaudhuri; Weber Studies 11.3 (Fall 1994), número especial sobre la naturaleza en estado salvaje, ed. Neila C. Seshachari y Scott Slovic.
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ambiental. En 1990 la Universidad de Nevada, Reno, creó la primera plaza en Literatura y Medio Ambiente. Además durante estos años en los programas de los congresos de literatura empezaron a aparecer varias sesiones especiales sobre literatura de la naturaleza o literatura medioambiental. Quizá la más destacada fue la de la MLA de 1991 organizada por Harold Fromm, titulada «Ecocriticism: The Greening of Literary Studies», y el simposio de la American Literature Association de 1992 moderado por Glen Love titulado «American Nature Writing: New Contexts, New Approaches». En 1992, en el encuentro anual de la Western Literature Association, se creó la Association for the Study of Literature and Environment (ASLE) con Scott Slovic como primer presidente. Se estableció que la misión de ASLE sería «promover el intercambio de ideas y de información relativa a la literatura que considera la relación entre los seres humanos y el mundo natural» e incentivar la producción de «nueva literatura de la naturaleza, aproximaciones académicas innovadoras y tradicionales a la literatura medioambiental, e investigación medioambiental interdisciplinaria». En su primer año, el número de socios de ASLE llegó a más de trescientos; en su segundo año, ese número se duplicó y el grupo creó una lista de distribución para facilitar la comunicación entre los miembros; en su tercer año, 1995, el número de socios de ASLE ha superado los setecientos cincuenta y el grupo ha celebrado su primer congreso en Fort Collins, Colorado. En 1993 Patrick Murphy fundó una nueva revista, ISLE: Interdisciplinary Studies in Literature and Environment, para «proporcionar un foro para los estudios críticos de las artes escénicas y la literatura procedentes de o relativas a consideraciones medioambientales entre las que se incluyen teoría ecológica, medioambientalismo, definiciones y representaciones de la naturaleza, la dicotomía humano/naturaleza y preocupaciones relacionadas». De manera que ya hacia 1993, los estudios literarios ecológicos emergieron como una escuela crítica reconocible. Los otrora dispersos y solitarios ecocríticos han unido fuerzas con sus colegas más jóvenes y con los estudiantes de posgrado para convertirse en un fuerte grupo de interés con aspiraciones de cambiar la profesión. Desde que se origina la ecocrítica hasta que se consolida pasan alrededor de veinte años.
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DEFINICIÓN DE ECOCRÍTICA
¿ Q u é es por lo tanto la ecocrítica? Dicho de una manera sencilla, la ecocrítica es el estudio de la relación entre la literatura y el medio ambiente físico. D e la misma manera que la crítica feminista examina la lengua y la literatura desde una perspectiva de género y la crítica marxista aporta la conciencia de los modos de producción y de clase económica a su lectura de textos, la ecocrítica adopta una aproximación a los estudios literarios centrada en la tierra. Los ecocríticos y los teóricos hacen preguntas como las siguientes: ¿cómo aparece representada la naturaleza en este soneto?, ¿qué papel desempeña el entorno físico en el argumento de esta novela?, ¿son los valores expresados en esta obra compatibles con la sabiduría ecológica?, ¿de qué manera nuestras metáforas de la tierra influyen en la forma en que la tratamos?, ¿cuáles son las características del género de la literatura de la naturaleza?, ¿además de raza, clase y género, deberíamos considerar el lugar como una categoría crítica más?, ¿escriben los hombres sobre la naturaleza de manera diferente a las mujeres?, ¿de qué forma ha influido la alfabetización en la relación de la humanidad con el mundo natural?, ¿cómo ha cambiado el concepto de naturaleza salvaje a lo largo del tiempo?, ¿de qué manera y con qué efecto queda reflejada la crisis medioambiental en la literatura contemporánea y en la cultura popular?, ¿qué visión de la naturaleza ofrecen los informes del gobierno de los Estados Unidos, la publicidad de las empresas y los documentales televisivos sobre naturaleza y qué efecto retórico tienen?, ¿hasta qué punto puede ser la propia ciencia objeto del análisis literario?, ¿qué tipo de «crosfertilización» es posible entre los estudios literarios y el discurso medioambiental en disciplinas relacionadas como la historia, la filosofía, la psicología, la historia del arte y la ética? A pesar de su amplio espectro de investigación y de los variados niveles de sofisticación posibles, toda la crítica ecológica comparte la premisa fundamental de que la cultura humana está conectada al mundo físico, afectándolo y siendo afectada por él. La ecocrítica toma como objeto de estudio las interconexiones entre la naturaleza y la cultura, en especial los artefactos culturales de la lengua y de la literatura. Como postura crítica, tiene un pie en la literatura y otro en la tierra. Como discurso crítico, negocia entre lo humano y lo no-humano.
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También se puede definir la ecocrítica comparándola con otras aproximaciones teóricas. La teoría literaria, en general, examina las relaciones entre los escritores, los textos y el mundo. En la mayor parte de la teoría literaria «el mundo» es sinónimo de sociedad: la esfera social. La ecocrítica expande la noción de «mundo» hasta incluir toda la ecosfera. Si estamos de acuerdo con la primera ley de la ecología de Barry Commoner, «todo está relacionado con todo lo demás», debemos deducir que la literatura no flota sobre el mundo material en una especie de éter estético, sino que más bien participa en un sistema global inmensamente complejo en el cual la energía, la materia y las ideas interaccionan. Pero el nombre taxonómico de esta rama verde de los estudios literarios todavía es objeto de discusión. En The Comedy ofSurvival: Studies in Literary Ecology (1972) Joseph W. Meeker introdujo el término ecología literaria para referirse al «estudio de los temas y las relaciones biológicas que aparecen en los trabajos literarios. Es a la vez un intento de descubrir qué papel ha desempeñado la literatura en la ecología de la especie humana» (9). El término ecocrítica fue posiblemente acuñado por primera vez por William Rueckert en su ensayo «Literature and Ecology: An Experiment in Ecocriticism». Por ecocrítica Rueckert quería decir «la aplicación de la ecología y de conceptos ecológicos al estudio de la literatura». La definición de Rueckert, relativa específicamente a la ciencia de la ecología, es por lo tanto más restrictiva que la propuesta en esta antología, que incluye todas las relaciones posibles entre la literatura y el mundo físico4. Otros términos actualmente en circulación
4 Wendell V. Harris en «Toward an Ecological Criticism: Contextual versus Unconditional Literary Theory» se basa en la distinción de Saussure entre langue y parole, para definir las teorías «ecológicas» (Harris incluye la teoría del acto comunicativo, la sociología del conocimiento, la teoría de la argumentación y el análisis del discurso) como aquellas que investigan la parole individual y los contextos interactivos, las «ecologías interpretativas» (1986: 129), que hacen la comunicación posible. Marilyn M. Cooper en «The Ecology of Writing» propone un «modelo ecológico de escritura, cuyo principio fundamental es que escribir es una actividad a través de la cual una persona está continuamente en relación con una variedad de sistemas constituidos socialmente» (1986: 367). Harris y Cooper utilizan la ciencia de la ecología (específicamente sus conceptos de redes, hábitat y comunidad) como una metáfora explicativa para desarrollar un modelo de comunicación humana, pero no exploran cómo esta actividad humana interacciona
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incluyen la ecopoética, la crítica literaria medioambiental y los estudios culturales verdes. Muchos teóricos escriben un tipo de crítica con conciencia medioambiental y no ven la necesidad de una denominación para lo que hacen. Otros argumentan que el nombre importa. Precisamente debido a que los primeros estudios carecieron de una materia común, se dispersaron mucho, no lograron apoyarse los unos a los otros, se tornaron difíciles de localizar y fueron de escaso impacto en la profesión. A algunos estudiosos les gusta el término ecocrítica porque es corto y se puede transformar fácilmente en otras formas como ecocrítica'. Además favorece los derivados de eco- sobre los de medio ambiente porque, de manera análoga a la ciencia de la ecología, la ecocrítica estudia las relaciones entre las cosas, en este caso, entre la cultura humana y el mundo físico. Además, en sus connotaciones, medio ambiente resulta antropocéntrico y dualista, al implicar que nosotros, los humanos, estamos en el centro, rodeados por todo lo demás: el medio ambiente. Eco-, por el contrario, implica comunidades interdependientes, sistemas integrados y fuertes conexiones entre las partes constituyentes. En última instancia, por supuesto, el uso dictará qué término se adoptará o si se adopta alguno. Pero pensemos en cuán conveniente sería sentarse delante del ordenador y tener un único término para realizar nuestra búsqueda....
LAS HUMANIDADES Y LA CRISIS MEDIOAMBIENTAL
Con independencia de su denominación, la mayoría del trabajo ecocrítico comparte una misma motivación: la inquietante certeza de que hemos entrado en la edad de los límites medioambientales, un tiempo en el que las consecuencias de las acciones humanas están dañando los sistemas de soporte de vida básicos del planeta. Ahí es donde nos encontramos: o cambiamos nuestra forma de vivir o nos enfrentamos a una catástrofe global, a la destrucción de cosas de gran belleza y al exterminio de innucon el mundo físico y por ello sus estudios no son ecocríticos tal y como yo propongo que el término sea utilizado. 5 Nota de la traductora: En inglés existe el adjetivo ecocritical además de los sustantivos ecocriticism y ecocritic.
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merables especies compañeras en nuestra precipitada carrera hacia el apocalipsis. Repartidos en universidades de todo el mundo, a muchos se nos plantea este dilema. Nuestro temperamento y nuestro talento nos han llevado a trabajar en departamentos de literatura, sin embargo, a medida que los problemas medioambientales se agravan, nuestra labor adquiere un tono de obscena frivolidad. Si no somos parte de la solución, somos parte del problema. ¿Cómo podemos contribuir a la restauración del medio ambiente no solo en nuestro tiempo libre sino en nuestro trabajo como profesores de literatura? 6 La respuesta radica en reconocer que los problemas medioambientales actuales son en gran medida fruto de nuestros actos, son, en otras palabras, un subproducto de la cultura. Tal y como el historiador Donald Worster explica: En la actualidad nos enfrentamos a una crisis global, no por cómo funcionan los ecosistemas sino más bien por cómo funcionan nuestros sistemas éticos. Superar la crisis no solo requiere comprender nuestro impacto en la naturaleza de la manera más precisa posible, sino también comprender dichos sistemas éticos y utilizar esa comprensión para reformarlos. Los historiadores, junto con los literatos, los antropólogos y los filósofos no pueden realizar dicha reforma pero pueden fomentar la comprensión (1993: 27). En respuesta a dicha llamada a la comprensión, especialistas de los diversos campos de las humanidades buscan maneras de añadir una dimensión medioambiental a sus respectivas disciplinas. Worster y otros historiadores escriben historias medioambientales en las que estudian las relaciones recíprocas entre los humanos y la tierra, considerando la 6
Aunque este libro se centra en la investigación, es precisamente a través de la docencia como un profesor puede, en última instancia, tener un mayor impacto en el mundo. Para ideas sobre docencia, véase Waage, Teaching Environmental Literature-, CEA Critic 54.1 (Fall 1991), que incluye una sección titulada «Practicum», 43-77; Cheryll Glotfelty, «Western, Yes, But Is This Literature?: Teaching Ronald Lanner's The Pinon Pine», Western American Literature 27.4 (February 1993): 303-10. La Association for the Study of Literature and Environment (ASLE) fomenta el intercambio de programas de asignaturas entre sus miembros. Para una estimulante discusión sobre el papel de la educación superior en general, véase David W. Orr, Ecological Literacy: Education and the Transition to Postmodern World (Albany: State University of New York Press, 1992).
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naturaleza no solo como un escenario en el cual se representa la historia humana, sino como un actor más de dicha obra. Rastrean las conexiones entre las condiciones medioambientales, los modos económicos de producción y las ideas culturales a lo largo del tiempo. Los antropólogos llevan mucho tiempo interesados en la conexión entre cultura y geografía. Su trabajo sobre las culturas primitivas en particular puede ayudarnos no solo a respetar el derecho de tales culturas a sobrevivir, sino también a pensar sobre los sistemas de valores y los rituales que han ayudado a estas culturas a vivir de manera sostenible. En sus teorías sobre la mente humana la psicología lleva mucho tiempo prescindiendo de la naturaleza. Una cantidad considerable de psicólogos contemporáneos, sin embargo, se dedica a explorar los vínculos entre las condiciones medioambientales y la salud mental: algunos consideran el distanciamiento moderno respecto de la naturaleza como base de nuestras enfermedades psicológicas y sociales. En filosofía, varias ramas como la ética medioambiental, la ecología profunda, el ecofeminismo y la ecología social han surgido en un esfuerzo por entender y criticar las causas raíces de la degradación medioambiental, y por formular una visión alternativa de la existencia que proporcione una fundación ética y conceptual que permita establecer relaciones justas con la tierra. Los teólogos también reconocen que, tal y como declara el subtítulo de un libro, «el medio ambiente es una cuestión religiosa». Mientras que los teólogos judeocristianos intentan elucidar los precedentes bíblicos para la buena administración de la tierra, otros reimaginan a Dios como inmanente en la creación y consideran la tierra misma como sagrada. Incluso hay también algunos teólogos que tornan su interés hacia el antiguo culto a la Madre Tierra, las tradiciones religiosas orientales y las enseñanzas de los nativos americanos: sistemas de creencias que contienen mucha sabiduría sobre la naturaleza y la espiritualidad7.
7 No presumo tener un domino total de la gama de trabajo medioambiental en estos y otros campos relacionados, pero puedo recomendar al lector algunos buenos libros introductorios y revistas señeras. En historia medioambiental, véase la revista Environmental History Review. Además, véase Donald Worster, ed., The End of the Earth: Perspectives on Modern Environmental History (New York: Cambridge University Press, 1988); Worster, The Wealth of
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Los expertos en literatura se centran en cuestiones de valor, significado, tradición, punto de vista y lenguaje, y es en estas áreas donde están realizando una contribución sustancial al pensamiento medioambiental. Partiendo de la creencia de que la crisis medioambiental se ha agravado por nuestra fragmentada, compartimentalizada y superespecializada manera de entender el mundo, los especialistas del campo de las humanidades están realizando un esfuerzo cada vez mayor por mejorar sus conocimientos científicos y adoptar posiciones interdisciplinares.
Nature; Richard White, «American Environmental History: The Development of a New Historical Field», Pacific Historical Review 54.3 (August 1985): 297-335; «A Round Table: Environmental History», journal of American History 76.4 (March 1990), que incluye un ensayo fundamental de Donald Worster y la respuesta al mismo por parte de Alfred W. Crosby, Richard White, Carolyn Merchant, William Cronon y Stephen J. Pyne. En antropología, véase Marvin Harris, Cannibals and Kings: The Origins of Cultures (New York: Vintage, 1991); Mark Nathan Cohen, Health and the Rise of Civilization (New Haven: Yale University Press, 1989). En psicología, véase Irwin Altman y Joachim F. Wohlwill, eds., Behavior and the Natural Environment (New York: Plenum Press, 1983); Rachel Kaplan y Stephen Kaplan, The Experience of Nature: A Psychological Perspective (New York: Cambridge University Press, 1989); Theodore Roszak, The Voice of the Earth (New York: Simon and Schuster, 1992); Morris Berman, Coming to Our Senses: Body and Spirit in the Hidden History of the West (New York: Bantam, 1989); Paul Shepard, Nature and Madness (San Francisco: Sierra Club, 1982); Theodore Roszak, Mary E. Gomes y Allen D. Kanner, eds., Ecopsychology: Restoring the Earth, Healing the Mind (San Francisco: Sierra Club, 1995). En filosofía, véase la revista Environmental Ethics. Una excelente antología introductoria es la de Michael E. Zimmerman et al., eds., Environmental Philosophy: From AnimalRights to Radical Ecology (Englewood Cliffs, N.J.: Prentice Hall, 1993). También son buenos Carolyn Merchant, Radical Ecology: The Search for a Livable World (New York: Routledge, 1992); Max Oelschlaeger, ed., The Wilderness Condition: Essays on Environment and Civilization (Washigton, D.C.: Island Press, 1992). En teología, una buena introducción al pensamiento medioambiental actual de una selección de las religiones más importantes del mundo es Steven C. Rockeller y John C. Elder, eds., Spirit and Nature: Why the Environment Is a Religious Issue (Boston: Beacon, 1992). Véase también Charles Birch et al., ed., Liberating Life: Contemporary Approaches to Ecological Theology (Maryknoll, N.Y.: Orbis Books, 1990); Eugene C. Hargrove, ed., Religion and Environmental Crisis (Athens: University of Georgia Press, 1986). Nota de la traductora: Estas referencias constituyen una base inicial para el campo, aunque hoy en día hay muchísimas investigaciones nuevas, como esta antología muestra.
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Cheryll Glotfelty
PANORÁMICA DE LA ECOCRÍTICA EN LOS ESTADOS UNIDOS
Una gran variedad de estudios se agrupa bajo el creciente árbol de la crítica literaria ecológica, dado que la literatura y el medio ambiente son un tema muy amplio y así debería permanecer. Hace unos años, cuando estaba intentando diseñar un sistema que diera sentido a esta mezcolanza, Wallace Stegner, novelista, historiador y crítico literario, me obsequió con su sabio consejo al confesarme que, si de él dependiera, se inclinaría por dejar que el tema permaneciera «amplio e indefinido y sugerente y abierto, simplemente literatura y medio ambiente y todas las maneras en las que interaccionan y han interaccionado, sin intentar codificar y sistematizar. Los sistemas son como el cuero crudo mojado», advirtió, «cuando se seca estrangula lo que envuelve» 8 . La ecocrítica debe ser sugerente y abierta, pero con el fin de evitar confusiones, a continuación voy a sistematizar en una breve panorámica el trabajo ecocrítico aparecido hasta la fecha. Partamos de estar de acuerdo en que el sistema no puede ser vinculante, no obstante, el modelo a través del cual Elaine Showalter explica el desarrollo de la crítica feminista en tres etapas proporciona un esquema útil para describir tres fases análogas en la ecocrítica9. La primera fase de la crítica feminista, la etapa de las «imágenes de mujeres», se ocupa de las representaciones, centrándose en cómo son retratadas las mujeres en la literatura canónica. Estos estudios contribuyen al vital proceso de despertar conciencias mediante el desenmascaramiento de los estereotipos sexistas (brujas, putas y solteronas) y la localización de ausencias, cuestionando la pretendida universalidad e incluso el valor estético de la literatura que distorsiona o ignora por completo la experiencia de la mitad de la raza humana. Similares esfuerzos en ecocrítica estudian cómo se representa la naturaleza en la literatura. Nuevamente el despertar de las conciencias se produce mediante la identificación de los estereotipos (Edén, Arcadia, tierra virgen, aguas pantanosas,
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Wallace Stegner, carta a la autora, 28 de mayo de 1989. Véase Elaine Showalter, «Introduction: The Feminist Critical Revolution» (1985: 3-17). Presenté estas ideas por primera vez en una contribución a un congreso: Cheryll Burgess [Glotfelty], «Toward an Ecological Literary Criticism», conferencia anual de la Western Literature Association, Coeur d'Alene, Idazo, Octubre 1989. 9
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naturaleza salvaje) y la percepción de las ausencias: ¿dónde aparece el mundo natural en este texto? Pero la naturaleza en sí misma no es el único foco de interés de los estudios ecocríticos de la representación. También tienen cabida la frontera, los animales, las ciudades, las regiones geográficas específicas, los ríos, las montañas, los desiertos, los indios, la tecnología, la basura y el cuerpo entre otros temas. La segunda fase de Showalter sobre crítica literaria feminista, la etapa de la tradición literaria de las mujeres, sirve de igual forma a la importante función de despertar las conciencias ya que redescubre, reedita y reconsidera la literatura escrita por mujeres. En ecocrítica se están haciendo esfuerzos similares por recuperar el hasta ahora descuidado género nature writing (literatura de la naturaleza), una tradición de no ficción orientada hacia la naturaleza que se inicia en Inglaterra con la obra de Gilbert White A Natural Hisiory of Selbourne (1789) y se extiende a América con Henry Thoreau, John Burroughs, John Muir, Mary Austin, Aldo Leopold, Rachel Carson, Edward Abbey, Annie Dillard, Barry López, Terry Tempest Williams y muchos más. La literatura de la naturaleza presume de un rico pasado, un presente vibrante y un futuro prometedor, y los ecocríticos proceden de una gran diversidad de corrientes críticas (psicoanalítica, nueva crítica, feminista, bajtiniana, deconstructivista) desde las cuales trabajan para comprender y promover este corpus literario. Como prueba de que la literatura de la naturaleza está ganando terreno en el mercado literario, somos testigos del apabullante número de antologías que han sido publicadas en los últimos años10. En una sociedad cada vez más urbanizada, la literatura de la
10 Las siguientes son solo algunas de las más recientes antologías de literatura y poesía de la naturaleza: Adkins, Jan, ed. Ragged Mountain Portable Wilderness Anthology. Camden, Maine: International Marine Publishing, 1993. Anderson, Lorraine, ed. Sisters of the Earth: Women's Prose and Poetry about Nature. New York: Vintage, 1991. Begiebing, Robert J., and Owen Grumblin, eds. The Literature of Nature: The British and American Traditions. Medford, N.J.: Plexus, 1990. Finch, Robert, and John Elder, eds. The Norton Book of Nature Writing. New York: Norton, 1990. Halpern, Daniels, ed. On Nature. San Francisco: North Point Press, 1987. Knowles, Karen, ed. Celebrating the Land: Women's Nature Writings, 1850-1991. Flagstaff, Ariz.: Northland, 1992. Lyon, Thomas J., ed. This Incomparable Lande: A Book of American Nature Writing. Boston: Houghton Mifflin, 1989. Lyon, Thomas J., and Peter Stine, eds. On Nature's Terms: Contemporary Voices. College Station: Texas A&M University Press, 1992. Merrill,
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naturaleza desempeña un papel fundamental a la hora de enseñarnos a valorar el mundo natural. En el esfuerzo por difundir trabajos de inspiración medioambiental, también se examinan géneros mayoritarios y en ellos se identifica a escritores de ficción y de poesía cuyos trabajos manifiestan una conciencia ecológica. Figuras como Willa Cather, Robinson Jeffers, W.S. Merwin, Adrienne Rich, Wallace Stegner, Gary Snyder, Mary Oliver, Ursula K. Le Guin y Alice Walker han recibido mucha atención, al igual que los autores nativos americanos. Y un horizonte de posibilidades permanece abierto de manera sugerente. En correspondencia con el interés feminista por la vida de las autoras, los ecocríticos han estudiado las condiciones medioambientales de la vida del autor (la influencia del lugar sobre la imaginación) y han demostrado que el lugar en donde creció el autor, a donde viajó y en donde escribió es pertinente para comprender su obra. A algunos críticos les resulta interesante visitar los lugares en los que vivió un autor y sobre los que escribió, rastreando literalmente los pasos de John Muir en la Sierra Nevada, por ejemplo, para experimentar personalmente sus éxtasis de la montaña, o remando el río Merrimac aguas abajo para entender mejor el contexto físico de la prosa serpenteante de Thoreau. La tercera fase que Showalter identifica en la crítica feminista es la etapa teórica, que tiene un mayor alcance y complejidad, y que se basa en una amplia gama de teorías para plantear cuestiones fundamentales sobre la construcción simbólica del género y la sexualidad dentro del Christopher, ed. The Forgotten Language: Contemporary Poets and Nature. Salt Lake City: Gibbs M. Smith, 1991. Morgan, Sarah, and Dennis Okerstrom, eds. The Endangered Earth: Readings for Writers. Boston: Allyn and Bacon, 1992. Murray, John A., ed. American Nature "Writing 1994. San Francisco: Sierra Club, 1994. Murray, John A., ed. Nature's New Voices. Golden, Colo.: Fulcrum, 1992. Pack, Robert, and Jay Parini, eds. Poems for a Small Planet: Contemporary American Nature Poetry. Hanover: University Press of New England, 1993. Ronald, Ann, ed. Words for the Wild: The Sierra Club Trailside Reader. San Francisco: Sierra Club, 1987. Sauer, Peter, ed. Finding Home: Writing on Nature and Culture from Orion Magazine. Boston: Beacon, 1992. Slovic, Scott H., and Terrell F. Dixon, eds. Being in the World: An Environmental Reader for Writers. New York: Macmillan, 1993. Swann, Brian, and Peter Borrelli, eds. Poetry from the Amicus Journal. Palo Alto, Calif.: Tioga, 1990. Walker, Melissa. Reading the Environment. New York: Norton, 1994. Wild, Peter, ed. The Desert Reader. Salt Lake City: University of Utah Press, 1991.
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discurso literario. De manera análoga en esta etapa de la ecocrítica se examina la construcción simbólica de las especies. ¿De qué manera el discurso literario ha definido lo humano? Tal crítica cuestiona el dualismo prevalente en el pensamiento occidental. Los dualismos que separan el significado de la materia, la mente del cuerpo, el hombre de la mujer y que arranca a la humanidad de la naturaleza. Un esfuerzo relacionado se viene realizando bajo la etiqueta híbrida «ecofeminismo», un discurso teórico cuyo tema es el vínculo entre la opresión de las mujeres y la explotación de la naturaleza. E incluso otro proyecto teórico intenta desarrollar una poética ecológica, tomando la ciencia de la ecología, con su concepto de ecosistema y su énfasis en las interconexiones y el flujo de energía, como metáfora de cómo funciona la poesía en la sociedad. Los ecocríticos también tienen en cuenta la filosofía actualmente conocida como ecología profunda, y exploran las implicaciones que su crítica radical del antropocentrismo puede tener para el estudio literario.
E L FUTURO DE LA ECOCRÍTICA
Una crítica de orientación ecológica es una empresa que merece la pena principalmente porque dirige nuestra atención hacia temas sobre los cuales debemos reflexionar. Despertar las conciencias es la tarea más importante dado que, ¿cómo podemos resolver los problemas medioambientales si no empezamos a pensar en ellos? Anteriormente señalé que los ecocríticos tienen la aspiración de transformar la profesión. Quizá debiera haber escrito que aspiro a tal cosa para la ecocrítica. Me gustaría ver la ecocrítica convertida en un capítulo más del próximo libro que replantee las fronteras de los estudios literarios. Me gustaría ver que se crea una plaza para especialistas en literatura y medio ambiente en cada departamento de literatura. Me gustaría ver candidatos verdes elegidos para los puestos de más alta responsabilidad de nuestras organizaciones profesionales. Hemos presenciado cómo los movimientos críticos feministas y multiétnicos han transformado de forma radical la profesión, el mercado de trabajo y el canon, y gracias a que han transformado la profesión, están ayudando a transformar el mundo. Contar con una voz fuerte dentro de la profesión permitirá que los ecocríticos sean tenidos en cuenta a la hora de determinar cambios en el
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canon, el currículo y la política universitaria. Veremos libros como A Sand County Almanac de Aldo Leopold o Desert Solitaire de Edward Abbey convertirse en textos claves de los cursos de literatura norteamericana. A los alumnos que realicen cursos de literatura y escritura se les animará a pensar seriamente sobre la relación de los humanos con la naturaleza, sobre los dilemas éticos y estéticos planteados por la crisis medioambiental, y sobre cómo la lengua y la literatura transmiten valores con implicaciones ecológicas profundas. Las universidades del siglo XXI requerirán que todos los alumnos completen al menos un curso interdisciplinar en estudios medioambientales. Llegará el día en que las instituciones de educación superior solo utilizarán papel reciclado, algunas instituciones ya lo hacen. En el futuro podremos ver cómo los estudios ecocríticos se hacen cada vez más interdisciplinares, multiculturales e internacionales. El trabajo interdisciplinar ya ha comenzado y podría facilitarse invitando expertos de una amplia gama de disciplinas como conferenciantes en los congresos de literatura y celebrando más congresos interdisciplinares sobre temas medioambientales. La ecocrítica ha sido predominantemente un movimiento blanco. Se convertirá en un movimiento multiétnico cuando se establezcan conexiones más fuertes entre el medio ambiente y los temas de justicia social, y cuando se anime a la participación a una mayor diversidad de voces en la discusión. Este volumen se centra en el trabajo ecocrítico en los Estados Unidos. La próxima colección bien puede ser internacional ya que los problemas medioambientales tienen hoy en día una escala global y sus soluciones requerirán una colaboración a ese nivel11. En 1985, Loren Acton, un joven que creció en un rancho de Montana y acabó convertido en astrónomo solar, voló como astronauta científico en la nave espacial Challenger Eight. Sus observaciones pueden servirnos para recordarnos el contexto global del trabajo ecocrítico: Al mirar afuera, a la oscuridad del espacio salpicada por la gloria de un universo de luces, vi majestuosidad, pero no acogida. Abajo, sin embargo,
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Como un prometedor primer paso en colaboraciones internacionales véase Scott Slovic y Ken-ichi Noda, eds., The Culture of Nature: Approaches to the Study in Literature and Environment (Kyoto: Minerva Press, 1995).
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asomaba un planeta que daba la bienvenida. Ahí, contenido en la delgada, variable e increíblemente frágil superficie de la biosfera reside todo lo que te es querido, todo el drama humano y la comedia. Ahí es donde está la vida. Ahí es donde está todo lo bueno 12 .
Traducción de Diana Villanueva Romero
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Esta cita y m u c h a s otras de astronautas y c o s m o n a u t a s de t o d o el m u n d o están recogidas en The Home Planet (Kelley 1988: 21). M e llena de orgullo p o d e r decir q u e Loren Acton es mi padre.
U N REPASO AL PRESENTE DE LA ECOCRÍTICA
Terry Gifford
A medida que el impacto económico y social del cambio climático empieza a notarse a lo largo y ancho del globo, los estudios culturales en muchos países se están volviendo de manera tardía hacia la ética y la estética de las representaciones regionales, nacionales y globales del medioambiente. Si se acepta ahora mundialmente que ha sido fundamentalmente la actividad humana la que ha influido en el calentamiento global, ¿cómo han condicionado nuestros estilos de vida estas nociones de naturaleza y maneras de entender el medio ambiente? ¿Cómo han contribuido nuestras culturas a nuestros comportamientos y qué pueden aportar las representaciones culturales a nuestro afán de cambio? ¿Qué papel pueden la literatura y el arte representar en el debate sobre qué cambios son necesarios? La ecocrítica ha supuesto un avance pionero en los estudios culturales: ayudándonos a entender la historia de nuestra relación con el entorno, los retos a los que nos enfrentamos y cómo centrar el debate sobre ellos. Hoy, los intereses literarios anteriores sobre la clase, la raza y el género se han impregnado de un programa urgente que exige un enfoque interdisciplinar. Las separaciones previas de conocimiento (tales como las ciencias y las letras, por ejemplo) y los grupos de interés (como los marxistas y los conservacionistas, por ejemplo) han llegado a dialogar en la práctica cultural todavía en desarrollo que es la ecocrítica. La propia ecocrítica parece hoy en día ansiosa de criticar su propio desarrollo a la hora de evaluar posibles trayectorias futuras. Al tratarse de un movimiento relativamente nuevo en los estudios culturales, la ecocrítica ha prácticamente carecido de luchas teóricas internas. Han existido debates sobre énfasis y omisiones, pero estos no han supuesto un reto directo a las posturas de los iniciadores del movimiento. Más bien se han dirigido hacia nuevos campos de investigación: ecofeminismos, textos sobre toxicidad, naturaleza urbana, darwinismo,
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literaturas étnicas, globalismo frente a regionalismo, justicia medioambiental y medioambientes virtuales, por ejemplo. La ecocrítica no ha desarrollado un método, aunque su énfasis en la interdisciplinariedad asume que las humanidades y la ciencia deberían entablar un diálogo y sus debates deberían estar igualmente conformados por la actividad crítica y la creativa. Estas son prácticas suficientemente radicales para aquellos situados dentro de las demarcaciones de las disciplinas de la profesión académica. Quizá la ausencia de método sea la causa de la falta de debate interno en la década posterior al primer congreso de ASLE en Fort Collins en 1995. No han existido principios teóricos fundamentales o práctica ecocrítica esencial contra la que rebelarse. De hecho, la propia amplitud y el civismo, que han distinguido la conducta de la ecocrítica, puede que hayan sido su debilidad y pueden explicar porqué un cierto número de contribuyentes al debate, desde el crítico literario norteamericano Joseph Meeker (1972) hasta la filósofa cultural británica Kate Soper (1995), han ofrecido afirmaciones significativas aisladas y se han retirado de la escena ecocrítica. Así, durante los últimos seis años, los ecocríticos han aportado al movimiento dos críticas y tres visiones generales importantes. Dana Phillips, que había participado en una temprana colección de ensayos ecocríticos editada por los fundadores de la ecocrítica (Michael Branch, Rochelle Johnson, Daniel Patterson y Scott Slovic, Reading the Earth) lanzó un ataque salvaje al movimiento en The Truth o/Ecology en 2003. Al año siguiente, en parte como respuesta, Michael P. Cohén, ofrecía su propia crítica en su ensayo «Blues in the Green: Ecocriticism Under Critique» en Environmental History. Greg Garrard, actualmente presidente de ASLE Reino Unido, proporcionó la primera visión general en Ecocriticism, a la que seguiría el tercer libro sobre ecocrítica de Lawrence Buell: The Future of Environmental Criticism en 2005. Más tarde, en 2007, Timothy Morton publicó su radical visión general sobre la idealización de «naturaleza» en la ecocrítica: Ecology without N ature: Rethinking Environmental Aesthetics. Cohén, Buell y Morton hicieron comentarios al libro de Phillips, pero no existe ninguna otra interrelación entre estas obras. Mientras que algunos de los argumentos del libro de Buell proporcionan marcos teóricos interesantes, a través de los que discutir algunas de las preocupaciones expresadas por Phillips, Cohén y Garrard, el presente ensayo pretende resaltar las contribuciones funda-
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mentales de Buell a las tendencias pasadas y futuras en el desarrollo del movimiento ecocrítico. Cuando Buell sugiere que ahora podemos echar la vista atrás a dos oleadas de desarrollo en ecocrítica, resulta evidente que Phillips está atacando en gran medida la primera etapa del movimiento en la que se rendía homenaje con supuesto realismo y respeto a la narrativa norteamericana de la naturaleza, a la literatura sobre la naturaleza salvaje y a las experiencias de epifanía individual imbuidas de realismo y respeto. Cohén llama a esto «la escuela ecocrítica del canto y alabanza» (22). Este es un blanco fácil, si bien simplificado, y las dudosas estrategias de Phillips, como la de colocar a Thoreau como el hombre de paja al que tumbar (181), así como su tono arrogantemente mordaz: los escritores norteamericanos sobre naturaleza son «recipientes vacios de pura sensibilidad» (220) minan su argumento y debilitan sus razonamientos originales como aquellos sobre el poema Garbage (1993) de A.R. Ammons con el que concluye. Mientras está de acuerdo con Phillips en que se ha permitido que dominara demasiada piedad en la práctica de la ecocrítica, Cohén sugiere que esta puede que sea la verdadera razón por la que la ecocrítica ha fracasado en generar una crítica interna rigurosa. Buell apunta que es la ecocrítica británica, tomando como punto de partida Country and the City (1973) de Raymond Williams, la que ha sido capaz de ejercer un escepticismo saludable hacia la práctica pastoral de la ecocrítica y de desplegar un mayor rigor crítico al buscar, por ejemplo «lo pastoril complejo» identificado por su homólogo estadounidense Leo Marx en The Machine in the Garden (1964), mientras que los ecocríticos estadounidenses se han mostrado reacios a hacerlo (Buell 2005: 16). Para Buell, la segunda oleada se caracteriza por los enfoques revisionistas en los estudios culturales orientados hacia el medio ambiente que hoy resultan evidentes. Buell admite que «tanto la primera oleada como la segunda [de ecocríticos] muestra a menudo lo que superficialmente parece una preferencia pasada de moda por modos «realistas» de representación (31). De hecho, es el propio trabajo de Buell el que Phillips critica a este respecto. Buell responde a Phillips de buen grado, «una crítica enérgica que he encontrado instructiva en ciertos aspectos» (155), señalando que una lectura superficial de la mimesis en la literatura medioambiental deriva de una noción reduccionista de «monotonía», cuya aplicación
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queda lejos de ser cierta para los textos inseguros de muchos escritores de la naturaleza (32). En un comentario sobre siete representaciones de árboles que pertenecen a distintos periodos y culturas, Buell demuestra que la ecología cultural es tan importante como la historia natural para dar cuenta de la intervención/mediación que en realidad tiene lugar en estos pasajes. A continuación, Buell muestra que a estos pasajes se les podrían aplicar tres teorías diferentes y cada una aportaría un tipo distinto de relación entre el texto y el mundo. La primera oleada de la ecocrítica puede haber sido demasiado limitada al centrarse en mediaciones sobre la naturaleza aparentemente «precisas», admite Buell, pero, en realidad, desentrañar las mediaciones del arte, con todas sus inestabilidades, seguirá siendo el núcleo y la actividad fundamentalmente esencial para los ecocríticos. Buell continúa elaborando tres modelos «para pensar en la reciprocidad entre el texto y el medio ambiente: como retórica, como interpretación y como construcción del mundo» (45). Buell defiende una macro perspectiva que permita que se hagan juicios morales sobre una retórica de protesta «sin caer en un constructivismo cultural doctrinario o en un objetivismo doctrinario». Quiere ser capaz de afirmar que la metáfora del agua como «sangre de vida» de una comunidad indígena tiene mayor validez que la retórica de una compañía minera, respaldada legalmente, que considera el agua como artículo de compraventa (46). En última instancia, argumenta, «la retórica medioambiental se apoya más en principios morales y especialmente estéticos que en los de las ciencias naturales» (46). Una mayor con cien ciación personal con la investigación científica «objetiva» por parte de los ecocríticos hacia el tipo de criterios en los que las humanidades se especializan es la respuesta implícita de Buell al reto lanzado por Phillips de que los ecocríticos han estado empleando todo el tiempo metáforas pasadas de moda procedentes de la ecología. Phillips da mucha importancia a la moda anticuada de la retórica de «redes», «cadenas», «pirámides» y «nichos», que él asume han supuesto una armonía carente de problemas, un equilibrio y una comunidad para las nociones de «aumento del climax», «teoría Gaia» y «diversidad de especies». Philips trae a colación los temas actuales sobre la inestabilidad, la competición y el caos que han eclipsado una teoría de sistemas determinista. De acuerdo con Stephen Busiansky en Nature's Keepers (1995), Phillips define lo que él considera «la verdad de la ecología» como «la ecología de la alte-
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ración natural» (82) en el título de su libro. Criticando la retórica de la ecofeminista Carolyn Merchant y del historiador medioambiental Donald Worster, en lo que Cohén describe como «un ataque gratuito» (28), Phillips parece pensar que la ciencia, puede, en sus palabras, «deshacerse de pensamientos analógicos, metafóricos y mitológicos» (58). El propio Phillips se esconde tras una retórica, que aparentemente desafía los límites, pero que en última instancia resulta alusiva al crítico cultural posmoderno Bruno Latour. Por ejemplo, Phillips abraza el concepto «naturaleza-cultura» de Latour y lo define de forma enigmática como «un fenómeno aislado» (39). Garrard tipifica la postura pragmática de la mayoría de los ecocríticos al enfrentarse al interrogante sobre qué versión de ecología utilizar como ecocríticos, cuando él sugiere que los ecocríticos deben evaluar y después deferir hacia el consenso científico «incluso cuando ellos concluyen que los resultados están moldeados por la ideología y en la retórica» (107). La estrategia de Buell logra, solo en parte, colocar el estatus de la moral y de la estética por encima del problema de los relativismos de la retórica de la ciencia. El interrogante permanece y se deben revisar continuamente las valoraciones sobre lo que es más convincente como «la mejor apuesta» actual con la que trabajar, de igual forma que hacen los propios científicos. Cuando Buell se centra un poco en el modo en el que el teatro explora la relación entre el texto y el medio ambiente, él atrae la atención sobre un gran vacío en estudios ecocríticos. Tras c i t a r á Enemy ofthe People (1882) de Ibsen como el primer ejemplo moderno de ecodrama, Buell continúa tratando brevemente de A Dance ofthe Forests (1960) de Wole Soyinka y de Dream ofMonkey Mountain (1971) de Derek Walcott. Los ecocríticos británicos todavía tienen que dirigir su atención hacia textos como las obras de teatro editadas por Ted Hughes en Sacred Earth Dramas (1993), la radio novela de Caryl Churchill Not Not Not Not Not Enough Oxygen (1993), Savages de Christopher Hampton (1974) y Arcadia de Tom Stoppard (1993), y así apuntar a una tesis doctoral no escrita todavía. Desafortunadamente, Buell se desvía en este momento del tema para relacionar literalmente textos con entornos naturales haciendo observaciones obvias acerca de los contextos de las representaciones al aire libre antes de identificar otra área abandonada como lo es medio siglo de literatura de ciencia ficción. Tras definir los fallos de este modo «de hacer el mundo» como «más interesantes, eco-
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criticamente hablando» (2005: 58), Buell trata de The Lathe ofHeaven (1971) de Ursula LeGuin y de Through the Are of the Rainforest (1990) de Karen Tei Yamashita. Ambas novelas son descritas de manera que proponen «metareflexiones que advierten de la aparente presunción del proyecto de la ciencia ficción de reinventar el mundo en sus propios términos» pero ambas también «convierten la reinvención en la sombra de la verdadera preocupación, como un freno a las libertades que se toman en la ficción, de hecho, incluso como una conciencia» (60). De nuevo se necesita poner estos modos de análisis en relación con la riqueza de los textos de este género. Buell sigue aquí el trabajo pionero de Don Elgin y Patríele Murphy, al expandir el ámbito del discurso al que se dedica la ecocrítica, pero resulta sintomático de la estrechez de miras de la ecocrítica que incluso Greg Garrad, con una perspectiva más amplia, no aprovecha la oportunidad de considerar la ciencia ficción en su capítulo sobre el «apocalipsis». Como hiciera antes con el tratamiento de lo que ha denominado «discurso tóxico» en su último libro, Endangered World (2001: 30-54), Buell está intentando expandir el campo de la ecocrítica. En este libro también se sitúa entre los primeros ecocríticos que consideran la globalización. Michael Cohén sugiere tres características para la ecocrítica del futuro que espera sea un modo más analítico y de crítica rigurosa: «se centrará en el lugar y la región, alegará ciencia de una forma parecida a la de Changes in the Land (1984) de Cronon e incluirá crítica de paradigmas globales -científicos y culturales- tal y como se integran en los discursos de lugares locales y posibles resultados medioambientales futuros» (23). Buell muestra cautela antes de apoyar con excesiva facilidad la premisa de que escribir sobre el lugar es necesariamente un acto positivo: «para la crítica medioambiental contemporánea, el lugar parece ofrecer a menudo la promesa de una «política de resistencia» contra los excesos del modernismo -sus «colonizaciones espaciales» (65). Sin embargo, advierte que «los devotos del arraigo al lugar pueden caer fácilmente en un determinismo medioambiental sentimental» (66). Queda claro que está pensando en la preocupación de la primera oleada de la ecocrítica con la narrativa de ficción y no ficción sobre emplazamiento medioambiental que se dan en estudios como el pionero de Scott Slovic Seeking Awareness Through American Nature Writing (1992). Debe señalarse que Buell es cuidadoso, a diferencia de Phillips, para evitar denigrar el
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trabajo de ecocríticos tempranos como Slovic, que fueron decisivos para establecer, y continúan siendo cruciales en la infraestructura del movimiento ecocrítico -en el caso de Slovic como editor de ISLE, revista internacional e interdisciplinar de ASLE. La concienciación, sin embargo, señala Buell, debe ejercerse ahora en las dos direcciones: hacia la naturaleza y hacia la construcción del espacio cultural: «la emergencia de la crítica medioambiental contemporánea es en parte la historia de una evolución desde la representación de la vida en su emplazamiento como respeto a las demandas del entorno (natural) hacia un entendimiento de la construcción de espacios como un proceso causado por la cultura en el que la naturaleza y la cultura deben ser vistas de forma interdependiente en lugar de como ámbitos separados» (67). Una complicación adicional en estudios contemporáneos sobre las representaciones del espacio en las letras es que lo local se encuentra muy influido por lo global. Incluso la segunda oleada de la ecocrítica todavía prefiere tratar lo local como si fuera solo regional y evita meterse con las contradicciones de algunos escritores ecocríticos buenos conocedores de lo local como Barry López (69). Con un espíritu de reflexión posmoderna, Buell está dispuesto a admitir la paradoja de sus sentimientos sobre el espacio en el que está escribiendo este libro: «hay otras formas de estar en el mundo más enriquecedoramente satisfactorias que escribir este párrafo sin las que el propio párrafo no podría haber sido escrito» (71). Este pensamiento se intensifica con su «confesión trivial» de que perder la matrícula de su coche interrumpió su proceso de escritura, al verse obligado a pasar un día en una sucesión de «no-lugares» para sustituirla. Esta honestidad hacia la noción de emplazamiento surge de la tendencia de Buell a tener en cuenta siempre los requisitos necesarios e incluso los opuestos a sus proposiciones. De la misma manera, revisa su fenomenología pentadimensional sobre arraigo subjetivo al lugar, elaborada en su último libro (2001: 64-78), para admitir ahora la necesidad de considerar dimensiones de lugar, construidas más de manera social y socio-económica, que dan forma y puede que estén en tensión con la experiencia subjetiva del lugar. Esta línea de pensamiento, que a los analistas culturales contemporáneos les sorprendería encontrar ignorada en gran medida por la primera oleada de ecocríticos cuando se centran en narrativas de epifanía perso-
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nal, conduce a Buell a considerar la globalización, como ya predijera Cohén. Antes de abandonar esta cuestión, Buell hace algunas observaciones sagaces sobre la aventura amorosa de la ecocrítica con el regionalismo y la autosuficiencia, como la defendida por Wendall Berry; aventura que necesita el correctivo de una campaña como la de Love Canal (contra la contaminación del barrio por una compañía química en los años 70 del siglo XX) para contextualizar su idealismo dentro de la mentalidad empresarial de los Estados Unidos. Buell también hace observaciones acerca de la fuerza original de la ecocrítica en las mitografías de paisajes nacionales que examinan Marx y Williams; sobre el uso del concepto de bioregionalismo; acerca de comenzar a comprometerse con lo urbano, aunque más en pequeña que a gran escala; y sobre modelos rivales que amenazan con dividir la ecocrítica cuando se trata de análisis globales, como el que se hace con el despliegue de modelos de ecología en conflicto. Buell sugiere que la trayectoria futura puede residir en la exploración de la dialéctica de lo local-global. Toma Omeros (1990) de Derek Walcott como el paradigma de lo «multivocal» y «multilocal» (2005: 92), que ofrece «la posibilidad de imaginar la noción de lugar en forma de múltiples gradaciones: local, nacional, regional, transhemisférico; topográfica, histórica, culturalmente»(96). Hay que reconocer que Buell presta considerable atención al análisis de un texto para la explicación de estas ideas amplias y ambiguas. Q u e esto es, sin duda, investigación ecocrítica pionera queda señalado por la singular carencia de ejemplos que Garrard muestra cuando trata esta misma cuestión. Mientras que Phillips no se pronuncia sobre las tensiones entre lo local y lo global, Garrard explica claramente las áreas de debate, figurativas y políticas, que pueden surgir al acercarse a la globalización, pero las identifica como una posibilidad de futuro para la atención de la ecocrítica. Me da la impresión, sin embargo, de que en este capítulo sobre «La ética y la política de la crítica medioambiental», Buell empieza por retornar a viejos debates sin identificar nuevas direcciones más allá de las actuales, como hace de una forma tan imaginativa en la última parte del mismo capítulo. Revive un debate, que viene de muchos años atrás, con Leo Marx sobre si el enfoque de la ecocrítica debería ser ecocéntrico (su propia postura original, que resalta la naturaleza, avanza con más precaución y se torna menos ambicioso) o antropocéntrico en el sentido en el que Marx lo utiliza, para indicar que es un problema humano que hay
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que abordar. La posición de Buell parece haber cambiado, hasta el punto de que concluye que es duro «navegar por las políticas del medioambientalismo solo sobre la base del ecocentrismo» (108). Está claro que tanto Buell como Marx buscan cambios en el comportamiento humano para beneficio tanto de seres humanos como de sus «vecinos» no-humanos dentro del hábitat del que dependen. Más importante que etiquetar sus posicionamientos estratégicos es el debate sobre los fundamentos de sus posicionamientos éticos para el acercamiento a cambios que deberían apoyar tanto si se trata de un «respeto por la vida» «utilitarista» o neo-kantiano o de «unos derechos de la naturaleza» demócrata-expansionistas o de un modelo ecoliberal aplicando el «interés» o una ética feminista del «cuidar de», o una ética neo cristiana de «responsabilidad» (107). Buell admite que este listado es una simplificación y quizás la noción de cuidado asociada al género femenino no sea más que una noción monolítica del ecofeminismo. Las ecofeministas sentirán que Buell a duras penas logra zafarse de esta dificultad en su corta discusión sobre el género y que ignora los nuevos avances tales como el trabajo de Catriona Sandilands sobre ecofeminismo y ecología queer junto con los estudios de David Suttleton sobre pastoral homosexual. La vía de escape de Buell es señalar el papel destacado del ecofeminismo en «el movimiento más dinámico dentro de la crítica medioambiental ahora mismo, al menos en los Estados Unidos», el paso hacia «el revisionismo de la justicia medioambiental»: «el compromiso con los asuntos de bienestar medioambiental y de equidad, de importancia más apremiante para los empobrecidos y los marginados sociales; para los paisajes urbanizados, el racismo, la pobreza y la toxicidad, y para voces de testigos y víctimas de la justicia medioambiental» (112). Es en esta discusión sobre este avance reciente, subrayado por Cohén, ignorado por Phillips y tratado de pasada por Garrard, donde Buell proporciona el esquema de mayor repercusión en cuanto al potencial de la ecocrítica en esta dirección hasta la fecha. Garrard parece no ser consciente de la existencia de The Environmental}ustice Reader (2002), que quizá indica que la ecocrítica británica ha formulado esta preocupación de manera diferente, aunque se debería resaltar que esta fue una colección de ensayos pionera hecha por encargo más que una compilación convencional al modo «manual de referencia» con obras seleccionadas de un campo de estudio bien asentado. Buell apunta que fue editado por tres ecofeminis-
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tas como una extensión retadora al campo ya consolidado por The Ecocriticism Reader (1996), pero sus propias ampliaciones al reto merecen un resumen detallado porque él cree que son cruciales para la supervivencia de la ecocrítica: «a menos que la ecocrítica pueda tratar directamente la cuestión de la importancia que tiene la naturaleza para esos lectores, críticos, profesores y estudiantes, para quienes la preocupación por el medioambiente no significa primero y por encima de todo la conservación de la naturaleza, y, sobre todo, para quienes la escritura de la naturaleza, la poesía de la naturaleza y la narrativa de la naturaleza salvaje no parecen las formas más convincentes de imaginación medioambiental, entonces, el movimiento puede fisionarse y decaer» (2005: 113). Es a este asunto al que el libro sofisticado y de amplia perspectiva de Timothy Morton Ecology Without Nature se refiere. El problema en sí, para Morton, es que la palabra «naturaleza» ha creado la distancia estética a la que alude Buell. Morton se refiere solo al primer libro de Buell al rechazar la primera postura de Buell sobre la ecomimesis como «una forma de fantasía ideológica», una «disolución estética de lo interno y lo externo» (2007: 67). Para Morton, nuestra idealización de la naturaleza ha impedido que reconozcamos nuestro papel dentro de la ecología: «la cualidad ensoñadora de la inmersión en la naturaleza es lo que nos mantiene separados de ella» (202). El punto de vista de Morton es que «contemplar ideas verdes profundas de manera intensa es dejar de lado la idea de Naturaleza, la única cosa que mantiene una distancia estética entre nosotros y ellos, nosotros y ella, nosotros y «allá» (204). Hay razones para decir que si no utilizáramos la noción de «naturaleza» dañada cultural y políticamente, simplemente transferiríamos nuestro uso defectuoso al concepto de ecología. De hecho, la intención de Morton es que suspendamos tanto nuestras costumbres actuales como el centrarnos de manera urgente en opciones medioambientales para poder examinar nuestras premisas con mayor rigor. Incluso si tal suspensión fuera posible, Buell argumentaría que el impulso que dirige nuestros usos, «cuánto importa la naturaleza» a los no medioambientalistas - d e hecho nuestra preocupación tanto por la naturaleza como por «naturaleza»- es lo que necesitamos explorar de manera crítica en un contexto que no permite tiempo para una suspensión total del debate. De otro modo, la ecocrítica se atrofiará como resultado de su retirada de debates culturales urgentes, especialmente en lo que se refiere a la ecojusticia -la preocu-
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pación por la gente y la naturaleza, para la que el concepto de ecología es central, si bien todavía problemático. Buell no cree que el movimiento ecocrítico vaya a decrecer porque las dos partes del «revisionismo de la ecojusticia» ya están más entrelazadas de lo que puedan darse cuenta. Desde el principio, señala, la ecocrítica ha buscado a través de sus congresos y publicaciones mantener el estudio académico cerca de «la práctica medioambiental». Por otro lado, aquellos que buscan la justicia social reconocen que las preocupaciones medioambientales residen en el corazón de campañas en favor del acceso a los recursos y la liberación de la pobreza, las enfermedades y la explotación. Mientras que en Estados Unidos este debate se localiza de manera más obvia en discusiones sobre el racismo medioambiental, Buell sugiere que la historia de la que se ocupa la ecojusticia tiene «antecedentes europeos tales como el movimiento de cercados en la temprana Gran Bretaña moderna» (2005: 114). Esta yuxtaposición subraya la tendencia de la ecocrítica británica de encuadrar la «ecojusticia» en términos de propiedad, clase y comunidad, siguiendo a Raymond Williams. La tercera razón para el optimismo de Buell reside en su observación de que la preocupación de la primera oleada con lo local y lo regional es congruente con «el enfoque revisionista de la ecojusticia en asuntos de la comunidad y narrativas sobre la comunidad» (115). En cuarto lugar, las historias revisionistas de los movimientos de conservación en los Estados Unidos incluyen ahora una referencia a sus relaciones con las necesidades urbanas en evolución y las injusticias. Por último, Buell cree que la fuerza moral de las nuevas críticas sobre lo que en el pasado fue asumido en estudios medioambientales académicos tradicionales como una homogeneidad demográfica, resultará ser irresistible. Por supuesto, Buell es el primero en admitir que los intereses de distintas minorías y sus representaciones por diferentes artistas y activistas pueden estar ocasionalmente en conflicto. De igual forma que la preocupación británica con la clase social en el análisis de representaciones del paisaje de la campiña a partir de las obras de Raymond Williams puede haber ocasionado el abandono de las variables de raza y género por parte de los ecocríticos británicos, en Estados Unidos, el dominio del racismo medioambiental puede estar produciendo un descuido de «contextos globales e históricos más amplios», en los que los problemas de contaminación de la comunidad pobre de raza blanca en Love Canal
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o la importancia de lo que se puede aprender de la literatura en lo que se refiere a derechos de los aborígenes tienden a sufrir el mismo abandono. «Tal vacilación es comprensible en una era en la que los ecocríticos están aún comenzando a explorar el canon de las minorías, cuando los ecocríticos de minorías son todavía un número muy pequeño» (118), pero [ . . . ] a la larga, para que el revisionismo de la ecojusticia se convierta en una fuerza transformadora en lugar de ser solamente una fuerza disidente dentro de la crítica medioambiental, se necesitará, con toda probabilidad, un compromiso más completo de afinidades, así como de diferencias entre los archivos de la imaginación medioambiental de los blancos y de las minorías. Este estudio comparativo dentro de un contexto poscolonial podría convertirse en un campo de estudio fértil dentro de la ecocrítica europea (119).
Llegados a este punto del pensamiento radical de Buell acerca de posibles desarrollos futuros, él sugiere para futuros estudios dos tipos de narrativa que podrían proporcionar nuevas lecturas ecocríticas. La primera es la de las enfermedades medioambientales, incluidas aquellas de los «inmigrantes empobrecidos». Buell había explorado algo esta vía en estudios pioneros sobre «discurso tóxico» en su último libro. Ahora, sin embargo, señala que la Condition of the Working Class in England (1845) de Engels debería tratarse como un texto sobre literatura medioambiental al igual que Hard Times de Dickens y North and South de Gaskell (como sugirió el ecocrítico británico John Parham en 2002). Para Buell no solo debería recibir atención ecocrítica el poema de Blake «London» (Gifford 1999: 134-35) sino también «The Chimney Sweeper» y gran parte de Jerusalem (1820). Este tipo de narrativas debería buscarse a nivel mundial, sugiere Buell, y, efectivamente, la sección de referencias bibliográficas en este libro ofrece muchos textos traducidos para estudios más amplios. El segundo tipo de narrativas es el que Buell llama «la literatura del refugiadismo»1 lo que considera el tema de gran parte de The Country and the City de Raymond Williams, citando a Williams cuando contrasta la Arcadia de Sydney con el destino de los arrendatarios evacuados para crear el parque de Wiltshire en donde esta
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Nota de la traductora: Término propio, en el original 'refugeeism'.
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obra se escribió (121). Esta propuesta crítica llama la atención sobre los silencios en los textos tanto como sobre su contenido y lleva a Buell a observar la falta de mención de contaminación nuclear en el terreno y en la gente en Desert Solitaire (1968) de Edward Abbey y Ceremony (1977) de Leslie Silko, dos textos canónicos de la primera oleada de la ecocrítica. Así, Buell aboga no solo por expandir el canon, sino por una relectura del mismo atendiendo a nuevas formas, práctica que ejemplifica en este libro volviendo continuamente a su propio campo de estudio primigenio con nuevas perspectivas críticas del Walden de Thoreau y concluyendo este capítulo con el análisis ampliado de dos textos australianos «que sugieren, además, cómo las preocupaciones por la justicia medioambiental pueden moverse a través de subculturas dominantes y marginadas» (123). El resultado es la observación de que ni el poema de protesta escrito por el escritor aborigen Kevin Gilbert «Celebrators 88» (1988) ni la novela corta de la escritora feminista de Queensland Thea Asdey Inventing the Weather (1992) se podrían contemplar como obras ecocéntricas, sin embargo, su «política cultural antropocéntrica de justicia medioambiental parece reivindicar una llamada a escenarios ecocéntricos» (125). Esto es quizás poco sorprendente cuando «lugar», «tierra», «recursos naturales» y «convecinos» han sido construidos de manera tan sólida culturalmente que tienen que ser desligados en el proceso de decidir lo que justicia medioambiental significa en cada contexto específico. Así, Buell se anima con las indicaciones de que la ecocrítica avanza en la dirección de prestar atención a entornos distintos del puramente natural, de manera que los entornos sociales y los naturales están siendo reconocidos como inseparables. Equilibrar las necesidades de ambos al desarrollar una ética de beneficio mutuo, aunque esto sea difícil, debería llevar a la ecocrítica más allá de problemas de representación y hacia el ruedo de las políticas públicas de medioambiente, donde residen los mayores retos para la imaginación medioambiental. Buell apoyaría la sugerencia de Cohén de que la ecocrítica debería «buscar autoridad de fuentes fuera de sí misma, incluyendo las externas al mundo académico, incluyendo a las víctimas» (Cohén 2004: 27), y que deberían estar incluidas en el canon las «estrategias textuales» de «la retórica institucional» para la gestión de entornos habitados y no habitados por seres humanos (29). Garrard va más allá al incluir los entornos
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virtuales en su concepto de medioambiente y al señalar que la simulación se está convirtiendo en un tema de atención ecocrítica (169). Las predicciones de Cohén sobre el futuro de la ecocrítica ya han sido mencionadas como temas que Buell ha elaborado en su libro. Phillips concluye su libro recomendando «una estrategia crítica de incivismo» (242), que define de manera precisa su propio trabajo y aconsejando centrarse en lo que A.R. Ammons llama de forma vaga «realidad conflictual» (247). Garrard identifica los dos retos «conflictuales» a los que se enfrenta la ecocrítica como globalización y ecología posmoderna, los cuales producen «un sentido pragmático cambiante de la relación entre la cultura y la naturaleza» (179), que problematiza más que aclara, igual que hace el acercamiento posmoderno que aplica Garrard a los conceptos tratados en su libro. El mejor ejemplo de esto es su proposición final de una ecocrítica que es «acorde con la justicia medioambiental, pero que no desdeña las reivindicaciones del comercio y de la tecnología; moldeada por el conocimiento de problemas medioambientales a largo plazo pero cauta ante lo apocalíptico; informada por el entendimiento artístico así como ecológico científico; y dedicada a la preservación de la diversidad biológica del planeta para todos sus habitantes» (182). Equilibrar todas estas tensiones parece no solo imposible cuando en la práctica muchas se encuentran con frecuencia en conflicto directo, sino que además Garrard no da indicios de que se esté desarrollando un modelo de investigación que pueda unir todos estos elementos a la vez. Presumiblemente, Garrard está insinuando que el siguiente paso para la ecocrítica es desarrollar una estrategia que afronte los dilemas que surgen de su proposición. Buell toma un enfoque más amplio para los retos a los que se enfrenta el movimiento ecocrítico en conjunto, en el que la cuestión, no solo de no tener modelos adecuados sino tampoco nuevos paradigmas metodológicos, es que hasta ahora Buell ha tenido un sentido de ambivalencia sobre el progreso. Buell se presenta decepcionado porque la ecocrítica ha fracasado en producir un impacto metodológico en la teoría literaria a la manera del nuevo formalismo o la deconstrucción, pero sugiere que si hace tanto como el feminismo y el poscolonialismo, por ejemplo, para alterar los términos en los que se lleva a cabo la investigación cultural, esta sería una contribución a largo plazo admirable y factible. Señala que la historia y la ética medioambiental, ambas el doble de antiguas que la crítica
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literaria medioambiental, han alterado los marcos teóricos pero no «los modelos autorizados por el área de conocimiento» de investigación en historia y filosofía. La originalidad conceptual en ecocrítica ha producido revisión, relecturas y reexaminación de una variedad de textos, mientras que la interdisciplinariedad, que es su fortaleza distintiva, evita el establecimiento de una metodología monolítica. Buell habla aquí como un innovador dentro de la comunidad de ecocríticos, alguien en quien influyó el concepto emergente de justicia medioambiental para explorar el área de «discurso tóxico» en su último libro, de la misma forma que fue motivado a reconsiderar el modo pastoral como una fuerza «antiinstitucional» para el futuro en su primer libro, The Environmental Imagination (1995: 50), por ejemplo. Y, debería señalarse que el glosario que añade como apéndice a su libro es el más riguroso y académico de los que han sido elaborados por aquellos recién llegados al campo de estudio, haciendo así una contribución útil para el reconocimiento de este campo. El movimiento se enfrenta, sin embargo, al menos a tres retos más allá de sus propios modos de investigación, según Buell. El primero es mantener la impresionante organización ASLE en los Estados Unidos que se ha beneficiado de la energía intelectual de tantos ecocríticos en su revista, página web, congresos, reuniones regionales, directorios, bibliografías, grupos de unión y apoyo a estudiantes. Más allá de la sede original en los Estados Unidos, existen ahora grupos de ASLE en el Reino Unido, con su revista indexada Green Letters, en Japón, en Corea, Taiwàn, Australia-Nueva Zelanda, India, Canadá y Europa. Los enlaces internacionales son fuertes y deberían producir proyectos de investigación conjuntos y comparados en el futuro. El grupo europeo (EASLCE) ha sido particularmente productivo al publicar dos colecciones de ensayos ecocríticos y un libro sobre la enseñanza de la ecocrítica. Por otro lado, señala Buell, la legitimación profesional ha sido lenta hasta llegar a la academia a ambos lados del Atlántico. La influencia dentro del campo de estudio es escasa y hay pocos programas especializados de postgrado aunque, en el Reino Unido el Consejo de Investigación para las Artes y Humanidades del gobierno ha convertido el medioambiente en un tema de investigación prioritario en cuanto a subvenciones junto con las migraciones y la diàspora. El tercer reto que permanece es uno que apenas se trata todavía en el Reino Unido y en Europa: establecer
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enlaces con artistas y activistas para lograr un impacto más allá del campo académico. Buell no está seguro de si este debería ser trabajo de investigadores universitarios y observa la gran calidad de los mejores trabajos ecocríticos que se están publicando. Cuando dice que las casas editoriales especializadas en ecocrítica en Estados Unidos «todavía tienden a ser de segunda fila» (129), creándose una reputación honorable al publicar estos trabajos, se me viene a la cabeza que en Europa sería bien recibida una editorial que ofreciera este tipo de especialización. Sin embargo, Buell seguramente tiene razón al decir que «lo que un trabajo académico serio debería buscar de cualquier forma es el impacto dentro del campo seguido por la difusión paulatina gota a gota» (133). Me parece que la crítica de Cohen, que no ha sido representada aquí completa y se dirige a ASLE Estados Unidos en sus comentarios más retadores, es aguda y oportuna. Es interesante que sus argumentos principales coincidan con algunos de los desarrollados por Buell con mayor extensión. Desde la perspectiva de esos dos críticos, el libro de Phillips comienza a verse más pequeño en ámbito y espíritu, aunque útil por lo provocativo y probatorio, como señala Cohen. La visión general de Greg Garrard, por el contrario, es más equilibrada, por el rigor al sopesar las fortalezas y debilidades de los conceptos que considera, aunque la estructura del libro restringe su compromiso con el ámbito de reflexión desarrollado por Buell. Hay que decir que muchas de las direcciones para el trabajo futuro ecocrítico que Buell apunta fueron identificadas por John Parham para la ecocrítica británica en el «Prefacio» a la colección de ensayos que editó: The Environmental Tradition in English Literature (2002) bajo los encabezamientos de «Interdisciplinarity», «Unscientificity» «Reflexivity», «Research Areas», «Urban Ecocriticism» y «Pedagogy and Institutionalization». Debe también decirse que estas líneas mantienen su puesto como algunos de los retos a los que se enfrenta la ecocrítica británica aunque sea llevando a cabo su trabajo pionero en recodos del campo que todavía no han adquirido prominencia en la ecocrítica de los Estados Unidos: la literatura inglesa de la Edad Media (Gillian Rudd), estudios fílmicos medioambientales (David Ingram), letras de canciones (David Ingram, en prensa) y literatura alemana (Axel Goodbody), por nombrar a algunos. Se da también un crítico prominente en Jonathan Bate cuyo trabajo es leído y reseñado mundialmente tanto dentro del ámbito de su campo de estudio como fuera,
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junto con lo que Garrard llama «las prácticas lectoras híbridas» ejemplificadas en la habilidad que despliega Richard Kerridge cuando se inspira en toda una gama de perspectivas teóricas para analizar el riesgo posmoderno en BSE o en las novelas de Thomas Hardy (177), y la ecocrítica británica ha adelantado algunos puestos en relación con los temas de penetración cultural que Buell finalmente plantea. El libro de Buell debería motivar a los ecocríticos europeos para reconsiderar tanto su carácter particular como la variedad de retos a los que se enfrentan. Traducción de Imelda Martín Junquera
LITERATURA, CRÍTICA Y JUSTICIA MEDIOAMBIENTAL Carmen Flys Junquera
Dentro del reciente y pujante movimiento de crítica literaria llamado ecocrítica, una de las corrientes más dinámicas y militantes, aunque menos desarrollada y más polémica, es la ecocrítica de la justicia medioambiental. La ecocrítica surgió a partir del interés por el género literario de la nature writing (literatura de naturaleza), una serie de ensayos literarios sobre la naturaleza, próximo al movimiento ecologista y en pro de la conservación de la naturaleza y de su disfrute. La ecocrítica inicialmente se definió como el estudio de las relaciones humanas con su entorno según están reflejadas en la literatura. El lema inicial de la asociación más importante de ecocrítica, ASLE (Association for the Study of Literature and the Environment) 1 , era «I'd rather be hiking» («preferiría estar de senderismo»), lo cual denota con humor cuál era el interés de los miembros. La mayoría, jóvenes investigadores, amantes de los deportes al aire libre, rechazaba la imagen del crítico en la torre de marfil y propugnaba una crítica literaria menos teórica y a la vez comprometida con los movimientos ecologistas. En la introducción a The Ecocriticism Reader de Cheryll Glotfelty (su traducción está incluida en este volumen), Glotfelty apuntaba como deseable que esta escuela no se quedara reducida al estudio de este género literario dominado por los hombres blancos de clase media, pero su deseo se queda en un simple desiderátum, ya que en su libro (el uso del artículo determinado señala que este se presenta como la antología por antonomasia, y hasta la fecha así ha sido) apenas hay artículos que estudien otros géneros literarios o textos escritos por minorías étnicas o raciales2. Lawrence Buell en su estu1 A S L E cuanta con unos 1300 asociados y acaba de celebrar su octavo congreso bienal en Victoria con más de 600 ponencias. 2 Tan solo hay dos artículos que reflejan aspectos del pensamiento de los indios norteamericanos, grupo siempre presentado bajo el estereotipo de «el indio ecológico», epíteto que deconstruye Shepard Krech III.
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dio sobre la evolución de la ecocrítica, señala que la primera oleada de ecocrítica se identificaba precisamente con la conservación de la naturaleza (entendiendo por naturaleza el mundo natural y no manipulado por el hombre) (2005: 22). Uno de los pioneros en el campo de la ecocrítica, William Howarth, afirma que los ecocríticos eran investigadores que se dedicaban a estudiar los efectos de la cultura sobre el mundo natural, con el afán de exaltar la naturaleza y lamentar su destrucción, procurando crear una conciencia política que contribuyera a acciones destinadas a preservar la naturaleza (69). La ecocrítica de justicia medioambiental, según Buell, pertenece a la segunda oleada de ecocríticos, y en ella se denuncia que se intente separar el concepto de la naturaleza del concepto de medio ambiente de una forma artificial, cuando por el contrario debería englobar también las ciudades y lugares degradados (22). Críticos como Karla Armbruster, Joni Adamson, Rachel Stein, Mei Mei Evans y Kathleen Wallace, sobre todo en el congreso de la asociación en 1999, denunciaron la visión tan limitada de la primera oleada y apostaron por la ampliación de los parámetros de la ecocrítica para que incluyera aspectos sociales y humanos que habían sido hasta entonces excluidos. De hecho, utilizaron el lema «I'd rather NOT be hiking» («preferiría NO estar de senderismo») para contestar al grupo mayoritario. Este grupo exigía una mayor diversidad de perspectivas e incluir para su estudio otros géneros literarios. Sobre todo exigían la inclusión de cuestiones sociales y del activismo medioambiental de los grupos marginados, o lo que Martínez-Alier llama el «medioambientalismo de los pobres» {Environmentalism). Como resultado de este debate se consolidó un grupo de interés dentro de la asociación, «Diversity Caucus», y en 2002 se publicó la primera antología dedicada a la literatura y a la justicia medioambiental, The Environmental Justice Reader, cuyo título procura posicionarse de manera similar a la antología pionera de Cheryl Glotfelty y Harold Fromm. Es más, el subtitulo del volumen, Politics, Poetics & Pedagogy, deja muy claro que política, poética y pedagogía son inseparables de la justicia medioambiental. Desde que ese libro viera la luz, ya se han publicado varios más: American Indian Literature, Environmental Justice, and Ecocriticism (Joni Adamson, 2001), New Perspectives on Environmental Justice. Gender, Sexuality and Activism. (ed. Rachel Stein, 2004), Converging Stories. Race, Ecology, and Environmental Justice in American Literature (Jeffrey
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Myers, 2005), y el último número monográfico de la revista MELUS, Ethnicity and Ecocriticism del verano de 2009. El objetivo de este artículo, pues, es describir esta corriente de la ecocrítica y mostrar con algunos ejemplos su relevancia, fuerza y potencial.
JUSTICIA MEDIOAMBIENTAL
Para abordar este tema, en primer lugar sería importante aclarar qué es la justicia medioambiental, los orígenes del movimiento y sus principios, ya que esta vertiente de la ecocrítica esta íntimamente ligada al movimiento social. La justicia medioambiental es uno de los movimientos activistas con mayor empuje en estos momentos. Dorceta Taylor afirma que el 6 8 % de todos los nuevos movimientos ecologistas desde la década de 1980 pertenecen a esta corriente (40). Hay muchos y muy diversos movimientos de este tipo, pues se compone de pequeños grupos que forman redes en torno a un tema. Precisamente, una de las mayores dificultades se encuentra en su definición. El politólogo David Schlosberg, en un reciente libro, Defining Environmental]ustice. Theories, Movements, andNature (2007) procura hacerlo. Schlosberg hace notar que los distintos grupos de activistas se autodefinen de muchas maneras, sin manifestar una inquietud especial por definirse de manera precisa. Todos parecen aceptar la diversidad, pero a la vez están predispuestos a juntarse para ejercer mayor influencia y tener mayor visibilidad. Son precisamente los teóricos y los académicos los que han intentado definir el concepto. Aunque muchos afirman que es un movimiento propio de la década de 1980 en los Estados Unidos, la historiadora medioambiental Dorceta Taylor rastrea los orígenes de los diversos movimientos ecologistas en los Estados Unidos y aporta unas matizaciones muy relevantes. Taylor identifica cuatro corrientes del activismo medioambiental norteamericano en su artículo «Race, Class, Gender, and American Environmentalism» (2002). Taylor ubica sus orígenes en el siglo XIX, y señala no solo los intereses de cada tendencia sino también los hitos históricos, los activistas y la influencia de estos movimientos en las artes. La corriente más conocida es la que está enfocada hacia la conservación de la naturaleza (sobre todo la salvaje y bella) y hacia la contemplación de la misma. Esta corriente, influida por Rousseau y por el romanticismo, y
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utilizada como base para el desarrollo del nacionalismo cultural e identitario americano, luchó para que se establecieran parques y reservas naturales. Escritores relevantes de este pensamiento fueron William Cullens Bryant, Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau y John Muir. Los pintores paisajísticos de la escuela de Nueva York, Winslow Homer y Thomas Colé, también son representativos de esta corriente ligada al movimiento romántico. En 1864 el Presidente Lincoln firmó el acta que reconocía el Valle de Yosemite y la Arboleda Mariposa como zonas reservadas para su uso y disfrute públicos, y en 1872 se declararon parques nacionales. Ya en el siglo XX, escritores fundamentales para la ecocrítica son Aldo Leopold con su «ética de la tierra», Gary Snyder, Barry López, y, sobre todo, la considerada como madre del ecologismo actual, Rachel Carson, con su Silent Spring (Primavera silenciosa, 1962). Esta corriente fue dominada en todo momento por las clases medias y por el hombre blanco 3 . Aunque hubo algunas mujeres activistas y escritoras, la mayoría han quedado relegadas, aunque algunos casos están siendo rescatadas del olvido por el ecofeminismo, como puede ser el caso de Margaret Fuller. Según Taylor, la segunda tendencia tiene sus objetivos enfocados hacia el medio ambiente urbano. Tuvo un desarrollo posterior a la anterior, hacia finales del siglo XIX, y su principal dedicación fue el embellecimiento de las ciudades. Su mayor empeño fue la creación de parques para el recreo dentro de las ciudades. Surgieron arquitectos paisajísticos como Frederick Law Olmstead, quien diseñó el Parque Central de Nueva York o el parque Back Bay Fens de Boston. También fue dominada por hombres blancos; sin embargo, durante la era progresista de
El desarrollo principal de la ecocrítica ha tenido lugar en los E s t a d o s Unidos, y luego se ha extendido a todo el mundo anglosajón. Esta realidad condiciona la orientación d e muchos artículos, e m p e z a n d o por los p r o b l e m a s derivados de la traducción (véase el artículo en este volumen de Valero G a r c é s y el glosario final). Pero existen otros condicionamientos culturales importantes. L a cultura angloamericana está marcada por la realidad, y los discursos raciales que impregnan la literatura, sea creativa, crítica o de divulgación. El movimiento de justicia medioambiental está de manera especial marcado por este discurso. Así pues, aunque no necesariamente esté de acuerdo con estas clasificaciones, es inevitable utilizar estos términos de gente blanca o de color (todos los no blancos, o dicho de otra forma, no euroamericanos) a la hora de describir este fenómeno. 3
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finales del XIX y principios del XX, algunas mujeres también figuraron como activistas, y abogaron por más parques y por la salud pública de las ciudades. Los escritores y artistas que apoyaron este movimiento son los mismos, y se podría destacar la obra de Sinclair Lewis, Main Street. Este movimiento sigue hasta hoy presente, liderado tanto por mujeres como por hombres, principalmente de origen euroamericano. La tercera corriente se centra en la clase obrera y en los derechos del trabajador. Ya desde mediados del siglo XIX, principalmente con la industrialización, empieza el activismo que promueve la seguridad y la salud laboral, la salud pública y los alojamientos decentes. En este movimiento participaron indistintamente hombres y mujeres4. Son de destacar la científica, activista y escritora Ellen Richards, la primera mujer en el MIT, coetánea de Emerson y Thoreau, y la socióloga feminista Jane Addams, que fundó la famosa casa de acogida Hull House en Chicago (1889) para inmigrantes e indigentes, además de ser centro social y educativo para inmigrantes y mujeres. El notorio accidente en la Fábrica Triangle de Nueva York en 1911, donde murieron numerosas mujeres, propició el crecimiento de este movimiento, junto con las denuncias de periodistas muckrakers (prensa amarilla), como Jacob Riis. Obra literaria de referencia de este movimiento sería The Jungle de Upton Sinclair, obra acerca de las industrias cárnicas y los mataderos. Ya bien entrado el siglo XX, este grupo se ha centrado en temas de contaminación, polución y otros temas laborales. El activista y poeta Wendell Barry escribió The Unsettling of America: Culture and Agriculture (1977), donde denuncia la progresiva especialización de los científicos y de los gobernantes y su desconexión con el entorno en el que ponen en práctica sus teorías y políticas. Los incidentes de la central nuclear Three Mile Island (1979) y de Love Canal5 marcan hitos que renovaron el ímpetu de esta corriente al
Ejemplos de este movimiento serían las protestas continuadas por el alto índice de muertes laborales en la industria y en la minería (unos 35.000 trabajadores entre 18801900), por el hacinamiento en las casas y por el desalojo forzoso, irónicamente para construir los parques, fruto del otro movimiento ecologista. 5 En 1978 surgió este escándalo inmobiliario al comprobar que toda una urbanización de clase media baja fue construida encima de un vertedero tóxico cuyas toxinas infiltraron el agua y causaron numerosos problemas de salud. 4
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ser los primeros incidentes medioambientales ampliamente televisados y con procesos judiciales. En ambos casos, la prensa destacó que los propietarios de los lugares afectados y los gobernantes vivían lejos y no fueron afectados. Manifestaciones culturales más recientes de esta tendencia serían las películas taquilleras de Silkivood (con Meryl Streep, 1983), A Civil Action (con John Travolta, 1998) y Erin Brockovich (con Julia Roberts, 2000). Esta tendencia fue una de las bases del activismo pro justicia medioambiental. La cuarta corriente, y la menos conocida, pero quizás la más importante para el desarrollo actual de la justicia medioambiental, es la conocida precisamente como la «agenda de justicia medioambiental». Esta tendencia se basaba en los principios de justicia social y fue liderada por personas de «color» que se solidarizaron con la tercera corriente de la clase obrera. Tampoco en el activismo de este grupo hubo una discriminación entre mujeres y hombres. Ambas tendencias se apoyan en el paradigma de la injusticia o la distribución desigual de riesgos, tema que abordaré a continuación. Según Taylor, ya a lo largo del siglo XIX nos encontramos con grupos de protesta de los nativos americanos y méxico-americanos, que protestaron por la expropiación de sus tierras y por las condiciones laborales en las minas; grupos de afro-americanos que luchan contra la esclavitud en las plantaciones y posteriormente por su semi-esclavitud como share-croppers (aparceros) y grupos de chino-americanos que protestaban también por su situación de semi-esclavitud, sobre todo entre los trabajadores del ferrocarril 6 . Hacia finales del siglo XIX se producen numerosas huelgas lideradas por organizaciones y asociaciones que defendieron a estos grupos de trabajadores 7 . Contamos
Nativo americano es el término utilizado para designar las diversas tribus indias de los Estados Unidos. En Canadá se suele utilizar el término de primeras naciones, en Australia el de aborígenes, en Hispanoamérica el de pueblos originarios. Utilizaré estos términos a la vez que otros más comunes en español como indios o amerindios. Igualmente, los otros grupos étnicos/raciales en Estados Unidos prefieren las designaciones de afroamericano, « b l a c k » o chicano/a, latino/a, asiático-americano, etc. Los términos habituales en español, como negro o hispano (expresados en inglés) han sido rechazados por los grupos y, por tanto, procuro en este artículo respetar su auto-denominación. 7 Ejemplos concretos de este activismo serían los múltiples tratados del siglo XIX entre las tribus indias con el gobierno para proteger sus tierras (todos violados por el gobierno estadounidense). H u b o asimismo numerosas protestas por las diversas leyes de 6
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con numerosos escritores interesados por los temas de justicia medioambiental, siempre mezclando lo social e identitario con las injusticias que frecuentemente eran de tipo medioambiental. Entre ellos se podría mencionar en los Estados Unidos a James Fenimore Cooper y su hija Susan Fenimore Cooper, Charles Chesnutt, Zitkala-Sa, Sui Sin Far, y Amparo Ruiz de Burton a lo largo del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Como afirma David Schlosberg, los movimientos de justicia medioambiental son de los más dinámicos y de mayor crecimiento en número de asociaciones dentro del activismo ecologista en los Estados Unidos (46) y en gran medida a nivel mundial. Schlosberg reconoce que la injusticia medioambiental no es nueva y se remonta a la tendencia de ubicar los vertederos y alcantarillados cerca de los pobres y de los desfavorecidos ya en la antigua Grecia, Roma y Egipto (46). Un importante hito para todo el movimiento ecologista fue la publicación de Primavera Silenciosa por Rachel Carson en 1962. En un libro de fácil y amena lectura, y con una propuesta central muy impactante -imaginarse una primavera sin el canto de los pájaros- la bióloga Rachel Carson denunció los efectos del DDT tanto para la flora y fauna como para los humanos.
parcelación y distribución del terreno, los Allotment Acts de 1887, 1891 y 1908. Estas leyes constituyeron un intento de «americanizar» a los indios, haciéndolos propietarios de la tierra, algo inconcebible en su cultura, aunque para lo que realmente sirvieron fue para quitarles el terreno de forma legal pero encubierta. En 1944 se fundó la organización NCAI (Congreso Nacional de Indios Americanos) y en 1968 el más militante AIM (Movimiento de los Indios Americanos) para defender sus intereses: un ejemplo conocido fue el televisado incidente de la toma por un grupo de la tribu Mohawk del puente internacional Seaway que cruza la reserva entre los EE. UU. y Canadá. Ya desde 1850 se establecieron numerosos acuerdos para los hombres de color en California, y en 1909 se fundó el NAACP (Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color), que sigue muy activo y marcó la sociedad norteamericana durante la década de los 60 con la lucha por los derechos civiles. En el siglo XIX hubo numerosas protestas de los «Californios», y en 1929 se funda LULAC (Liga de Ciudadanos Latino Americanos); hubo huelgas muy sonoras contra la empresa agrícola Southern Pecan Shelling Company en 1930, contra la agroindustria El Monte por la recogida de la fresa en 1933, contra las minas de Silver Zinc en 1952 y la célebre y más efectiva huelga de la UFW (Trabajadores Agrícolas Unidos) liderada por César Chávez y Dolores Huerta a lo largo de las décadas de 1960 y 1970. En 1870 se establecieron derechos sindicales para los trabajadores asiáticos de las industrias conserveras, y la CCBA (Asociación Consolidada Benevolente China) luchó por los derechos de los trabajadores entre 1900 y 1930. El sistema padrone de 1910 apoyó a los trabajadores agrícolas japoneses y funcionó como un sindicato.
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Como resultado, las clases altas y medias (todos euroamericanos) iniciaron su migración a los suburbios, a comunidades nuevas en zonas no contaminadas, abandonando los centros urbanos degradados. Aquí se inició el movimiento conocido como NIMBY (No en Mi Jardín en sus siglas en inglés), por el cual las comunidades de vecinos impidieron cualquier vertido o industria contaminante en su zona, quedando estas industrias ubicadas en los centros de las ciudades y las zonas más pobres. Sin embargo, para la mayor parte de los analistas de la justicia medioambiental el comienzo real del movimiento actual se centra en la década de 1980. Entre las numerosas asociaciones que ya existían, en 1982 se funda la más grande, C H E J (Centro para la Salud, el Medio ambiente y la Justicia) como respuesta a la creciente demanda de información acerca de toxinas, vertidos tóxicos y otros tipos de contaminación industrial surgidos a raíz de Love Canal. Igualmente en 1982 se levanta la protesta popular por el vertido de tierra contaminada con policlorobifenilos en un landfill (basurero cubierto por capas de tierra) en Warren County, North Carolina. El condado de Warren era de los condados más pobres del estado, con una población del 65% de afroamericanos. Las protestas marcaron un hito, ya que fue la primera vez que grupos de defensa de los derechos civiles y ecologistas se unieron. En 1987, un estudio encargado por la United Church of Christ llegó a la conclusión de que la forma más acertada de predecir qué zonas tendrán vertidos peligrosos en el futuro sería la de tener en cuenta la raza de sus habitantes. La publicación de Benjamín Chavis, Toxic Wastes and Race, fue el detonador del concepto de racismo medioambiental, ya que demostró la relación entre temas raciales (y/o étnicos y de clase) y de injusticia medioambiental. Igual que la publicación de Primavera silenciosa que movilizó a la clase media, esta publicación movilizó a los grupos minoritarios, que pudieron comprobar que las urbanizaciones y los barrios de los pobres eran los que estaban edificados al lado de vertidos tóxicos u otras zonas de riesgo. Así pues, estos grupos tomaron conciencia del abuso que sufrían y empezaron a luchar por sus comunidades 8 .
8 Un ejemplo muy conocido fue la D S N I (Iniciativa del Vecindario de la calle Dudley) en Boston. El distrito Roxbury había sido abandonado por la clase media en los 80 dejando parcelas vacías y convertidas en vertederos, edificios incendiados para cobrar el seguro y edificios de bajo alquiler donde los propietarios no invertían en su manteni-
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Este movimiento tomó mayor conciencia con la reunión en 1991 de más de 650 activistas pertenecientes a 300 organizaciones grassroots (populares) 9 que se reunieron en Washington D . C . en la llamada First National Leadership Summit ( P r i m e r a C u m b r e People of Color Environmental para el Liderazgo Nacional Ambientalista de Personas de Color) 1 0 . E s t e congreso en el cual se redactaron 17 principios en forma de manifiesto, m a r c ó la c o n s o l i d a c i ó n del m o v i m i e n t o de justicia m e d i o a m b i e n t a l . D a d a su i m p o r t a n c i a y las implicaciones p o s t e r i o r e s , n o s o l o p a r a el movimiento sino para su aplicación literaria, considero necesario llamar la atención aquí sobre los principios que allí se defendieron. L o s PRINCIPIOS DE LA JUSTICIA AMBIENTAL ( J A ) 1 1
Los principios señalados a continuación fueron adoptados por los delegados del First National People of Color Environmental Leadership Summit (Primera Cumbre para el Liderazgo Nacional Ambientalista de Personas de Color) entre el 24 y el 27 de octubre de 1991 en Washington, D.C. Preámbulo: Nosotros, personas de color, estamos reunidos aquí, en la Primera Cumbre para el Liderazgo Nacional Ambientalista de Personas de Color, con el propósito de comenzar a construir un movimiento nacional e internacional, compuesto por personas representantes de comunidades de color, para miento. Como consecuencia, la zona perdió su valor inmobiliario y fue habitada por grupos de afroamericanos, latinos y blancos, un tercio de los cuales se encontraba por debajo del umbral de pobreza. Los vecinos se juntaron y acometieron la renovación de su barrio, y rechazaron proyectos millonarios de rehabilitación que acabarían desahuciándoles. Entre ellos limpiaron las parcelas e iniciaron la renovación de los edificios, crearon parques y centros comunitarios y edificaron colegios. La descripción del proyecto, que sigue vigente, se puede encontrar en Streets ofHope, de Peter Madoff y Holly Sklar. 9 El término grassroots (literalmente, raíces de la hierba) se refiere a los movimientos o manifestaciones populares surgidas del pueblo llano o de los más humildes. 10 Con la denominación de la reunión, la importancia asignada al tema racial es manifiesta. 11 Este texto está reproducido casi literalmente de la web y es la versión en español que circuló en su día. Las modificaciones mínimas se han hecho para facilitar su comprensión, ya que el español utilizado difiere del usado en España y en algunos casos responde a una traducción defectuosa.
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luchar en contra de la destrucción y a favor de la recuperación de nuestras tierras y comunidades. C a d a uno de nosotros re-establecemos nuestra interdependencia espiritual, unida a la santidad de nuestra madre tierra; nos reunimos para respetar y celebrar cada una de nuestras culturas, idiomas y creencias acerca de nuestro m u n d o natural y nuestro rol en el p r o c e s o de nuestra propia sanidad. N o s unimos para asegurar justicia ambiental; para promover alternativas económicas que puedan contribuir al desarrollo de comunidades ambientalmente saludables; y para asegurar la libertad política, económica y cultural que nos ha sido negada p o r más de 500 años de colonización y opresión, lo que ha dado lugar al envenenamiento de nuestras comunidades y tierras y al genocidio de nuestra gente; por lo tanto, afirmamos y adoptamos los siguientes principios de la justicia ambiental: 1) L a Justicia Ambiental afirma la santidad de nuestra madre tierra, la unidad ecológica y la interdependencia de todas las especies, y el derecho de vivir liberados de la destrucción ecológica. 2) L a Justicia Ambiental d e m a n d a que la política pública esté b a s a d a en el respeto mutuo y en la justicia para todas las personas, libres de cualquier forma de discriminación. 3) L a Justicia Ambiental exige el derecho al uso ético, equilibrado y responsable de nuestras tierras y de los recursos renovables por el beneficio de un planeta sostenible para los seres humanos y otros seres vivientes. 4) L a Justicia Ambiental hace un llamamiento para el establecimiento de principios para la protección universal frente a pruebas nucleares, extracción, producción y tratamiento de desperdicios tóxicos que atentan contra el derecho fundamental del aire, tierra, agua y c o m u n i d a d e s no contaminadas. 5 ) La Justicia Ambiental afirma el derecho fundamental de la auto-determinación política, económica, cultural y ambiental de todos los pueblos. 6) L a Justicia Ambiental demanda el cese de la producción de todas las toxinas, desperdicios peligrosos, materiales radiactivos y que todos los productores pasados y actuales sean llamados a dar cuentas y a asumir su responsabilidad para la destoxificación y el control presente de la producción. 7) L a Justicia Ambiental d e m a n d a el derecho de participación c o m o parte iguales en cada uno de los niveles de los procesos de toma de decisiones, incluyendo las áreas de la evaluación de necesidades, planeamiento, implementación, cumplimiento y evaluación. 8) L a Justicia Ambiental afirma el derecho de todos los trabajadores a un ambiente de trabajo seguro y saludable sin ser forzados a tener que escoger entre un estilo de vida inseguro y el desempleo. También afirma el dere-
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cho de aquellos que trabajan en sus hogares de poder vivir y trabajar en un ambiente libre de peligros. 9) La Justicia Ambiental protege el derecho de las víctimas de las injusticias ambientales de recibir compensación y reparaciones por los daños al igual que la provisión de servicios de salud de calidad. 10) La Justicia Ambiental considera los actos gubernamentales de injusticias ambientalistas como una violación de las leyes internacionales, de la Declaración Universal de Derechos Humanos y de la Convención de las Naciones Unidas en Genocidios. 11) La Justicia Ambiental reconoce una relación legal y natural de los nativos norteamericanos con el gobierno de los Estados Unidos a través de tratados, acuerdos y pactos afirmando la soberanía y la auto-determinación. 12) La Justicia Ambiental afirma la necesidad de políticas urbanas y rurales ecológicas que faciliten la limpieza y la reconstrucción de nuestras ciudades y áreas rurales en equilibrio con la naturaleza, honrando a su vez la integridad cultural de todas las comunidades y la provisión de acceso a todos los recursos disponibles. 13) La Justicia Ambiental llama a la implementación estricta de los principios de información y consentimiento, y al cese de las pruebas reproductivas experimentales y de los procedimientos médicos y de vacunación en la gente de color. 14) La Justicia Ambiental se opone a las operaciones destructivas de las corporaciones multi-nacionales. 15) La Justicia Ambiental se opone a la ocupación militar, la represión y la explotación de las tierras, personas y culturas, y de otras formas de vida. 16) La Justicia Ambiental llama a la educación de las futuras generaciones con énfasis en asuntos sociales y ambientalistas, basados en nuestra experiencia y en la apreciación de nuestras perspectivas culturales diversas. 17) La Justicia Ambiental requiere que nosotros, como individuos, hagamos decisiones personales que nos lleven a consumir tan pocos recursos de la madre tierra y a producir tan pocos desperdicios como sea posible; y que hagamos la decisión de retar y reenmarcar nuestro estilo de vida para asegurar la salud de nuestro planeta tierra para el disfrute de nuestra presente y de las futuras generaciones (Iglesia Unida de Cristo s/f: 11-12).
Estos principios fueron posteriormente debatidos en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (1992), en el Foro Mundial sobre la Tierra de Río de Janeiro (1992), en la Conferencia Mundial contra el Racismo (2001), en la Cumbre Mundial sobre
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el Desarrollo Sostenible (2002), y desembocaron en la Segunda Cumbre para el Liderazgo Nacional Ambientalista de Personas de Color en 2002. Aunque ha habido otras reuniones posteriores y se han matizado algunos principios, los diecisiete puntos originales siguen vigentes. De la lectura del manifiesto se puede llegar a algunas conclusiones generales, entre las cuales es evidente la estrecha y compleja relación entre temas sociales, económicos, políticos, culturales, identitarios y ambientales. Asimismo, la justicia ambiental no puede ser desligada de los movimientos postcoloniales o pro-derechos civiles y raciales, ni de los movimientos anti-globalización. Es obvio que tal variedad de temas y sus ramificaciones escapan a una clara clasificación disciplinar. Pero, como movimiento socio-político ¿qué es la justicia medioambiental? Uno de los teóricos más conocidos al respecto es Robert Bullard por su libro pionero Dumping in Dixie (1990) 12 . Como señala David Schlosberg, tanto Bullard como la mayor parte de los estudiosos de la justicia ambiental se centran en el ser humano y la justicia social; y a la vez su punto de partida se basa en el concepto de la distribución de los bienes naturales. De hecho, muchas teorías sociales se basan en este concepto de distribución, pero la mayoría atienden a la distribución de bienes y riesgos exclusivamente entre los seres humanos. Jorge Riechmann, uno de los pocos españoles que junto a Juan Martínez-Alier han escrito sobre el tema, señala que algunos pensadores apenas se esfuerzan a la hora de considerar la ecojusticia - o justicia con y para los seres vivos nohumanos (2003: 106). Schlosberg inicia su estudio preguntándose acerca del significado de estos términos para los activistas, los teóricos y, especialmente, para los juristas, ya que de justicia se habla. Observa que los activistas combinan muchos conceptos e intereses, entre ellos las relaciones de poder, temas de género, raza y clase social, la injusta distribución de la riqueza y la degradación medioambiental. No así los poütólogos y juristas que, en su mayor parte, se ciñen a definiciones muy limitadas. Low y Gleeson son de los pocos que tienen en cuenta la ecojusticia. Distinguen entre la justicia medioambiental que concierne a la distribución de los recursos entre los seres humanos, y la justicia ecológica que
Un breve resumen en español de la aportación de Bullard al movimiento se puede encontrar en la web. 12
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se refiere a la justicia de las relaciones entre los seres humanos y el resto del mundo natural. Son las dos caras de la misma relación (2007: 2), pero la perspectiva de la primera es claramente antropocéntrica, mientras que la segunda tiende al biocentrismo. Aunque Low y Gleeson abordan el tema, no profundizan en él, y Schlosberg lo desarrolla con mayor complejidad, denunciando que la mayor parte de los teóricos no estudia la íntima y necesaria relación entre la justicia social y los temas medioambientales y la sostenibilidad. Y parte del problema viene precisamente de la tendencia mayoritaria a considerar la justicia como un asunto de distribución, o mala distribución, de recursos. Así pues, Schlosberg sugiere combinar distintos conceptos de las teorías de justicia y aplicarlos tanto a la justicia medioambiental como a la justicia ecológica, para llegar a una definición más precisa pero que a la vez englobe los dos aspectos de forma coherente y a la vez (8). Schlosberg observa que precisamente la diversidad de intereses de los activistas fue un acicate para movilizar las protestas utilizando los paradigmas de la injusticia y el racismo, y propone usar los conceptos de distribución, reconocimiento, capacidad y justicia procesal para formar un marco único tanto para la justicia ambiental como para la justicia ecológica. Si bien el concepto de distribución es el más común para juristas y políticos y es fácil de entender, los otros me parecen muy interesantes, sobre todo con vistas al discurso literario. Siguiendo siempre a Schlosberg, en el discurso jurídico-político se ha hablado de distribución y de reconocimiento, que han sido la base de los principios democráticos, de las relaciones contractuales y de la evaluación del bienestar del individuo (12-13). Uno de los argumentos que ha perjudicado los intereses de la justicia ecológica es el del individualismo de nuestra sociedad, un concepto claramente antropocéntrico. El concepto de distribución equitativa se aplica entre iguales y, por tanto, el reconocimiento de un ser como igual es un principio fundamental. De ahí que la injusticia se haya definido por la falta de ese reconocimiento. Esto ha sido la base de la mayor parte de las batallas sociales, tanto por parte de la mujer como por parte de las minorías raciales, étnicas o colonizadas que han exigido el reconocimiento de su condición de sujeto y de su voz. La solución ha sido en gran medida la democracia, donde cada sujeto tiene voz y puede participar en el proceso de toma de decisiones. Pero aquí nos topamos con el
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problema del reconocimiento de los seres no-humanos. Se empieza a reconocer a ciertos animales (véanse los procesos de adquisición de derechos de los grandes simios o de ciertos animales domésticos), pero no a toda la naturaleza. Con ello en mente, Schlosberg analiza, basado en numerosos filósofos y juristas, cómo se consigue ese reconocimiento, y concluye que no es la psicología del individuo (la capacidad de sentir, de pensar) la que determina su reconocimiento como sujeto. La psicología ha defendido que dependemos del reconocimiento por parte del otro para nuestra autoestima, dignidad e integridad, pero el reconocimiento proviene de la sociedad, no del individuo. Ese reconocimiento y dignidad pueden ser de igual a igual, pero al limitarse a aquello que se percibe como igual, tal reconocimiento ha dado pie a numerosas injusticias a lo largo de la historia; es necesario un reconocimiento de la diversidad donde cada ser es reconocido por su particular identidad. Esto implica, pues, un respeto por la identidad, sea cual fuere. Por tanto, la falta de respeto hacia cualquier identidad es una injusticia y en base a esto se han cambiado múltiples leyes (12-29). Schlosberg, a continuación, procede a analizar otra escuela de teoría sobre la justicia, que ha incluido, aparte del de distribución, el concepto de capacidad. Schlosberg parte de la ideas de Amartya Sen y Martha Nussbaum, que argumentan que hay que tener en cuenta también cómo los seres funcionan en su entorno y cómo la distribución de la riqueza les afecta para poder alcanzar su pleno potencial. Por tanto, el reconocimiento del derecho a desarrollar las capacidades de un ser también constituye una parte importante del concepto de justicia (29-41), al igual que la capacidad de participar en una sociedad para obtener estos derechos, lo cual es la base de la democracia. Schlosberg estudia a continuación los diversos movimientos y redes activistas de la justicia medioambiental, y demuestra cómo los conceptos de distribución, reconocimiento, capacidad y participación forman el eje de sus discursos. Dichos conceptos, que se han aplicado siempre a los seres humanos para obtener justicia social, pueden ser aplicados a los seres no-humanos. La naturaleza también necesita una distribución de la riqueza para poder prosperar. Su reconocimiento proviene del estatus que nosotros, los seres humanos, le otorgamos, tanto socialmente como legalmente. La naturaleza también puede desarrollar sus capacidades, que por muy distintas que sean a las nuestras, son capacidades
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que deben ser reconocidas. Se trata de buscar no la diferencia sino la similitud en las capacidades. Entre las capacidades que compartimos podemos incluir algunas como la capacidad de prosperar, de reproducirnos, de reaccionar ante privaciones, de adaptarnos a los cambios o de comunicarnos. Nussbaum aplica su esquema del desarrollo de capacidades de los seres humanos a los animales y obtiene una escala similar (392-401). Finalmente Schlosberg enfoca el tema de la participación como uno menos obvio pero posible. De la misma forma que los niños, personas con deficiencias mentales, presos y ciertos animales son representados por abogados y tutores, la naturaleza también lo puede ser. La naturaleza tiene sus necesidades, igual que los seres humanos, y se manifiesta, tiene voz, aunque con su idioma: si el suelo esta degradado o contaminado, las plantas no florecen y los animales no pueden alimentarse. Estos conceptos ya se encuentran articulados, aunque en otro lenguaje, en los principios 1, 3 y 17 del Manifiesto de Justicia Ambiental. Por tanto, Schlosberg defiende que se pueden aplicar estos principios jurídicos de distribución, reconocimiento, capacidad y participación tanto al movimiento de justicia medioambiental como al de justicia ecológica, con el objetivo de desarrollar una legislación asentada en unas bases teóricas que resulten en un método eficaz para la aplicación práctica de una justicia ambiental para todos los seres del planeta (129-159). Termina su libro sugiriendo procesos jurídicos y políticos para llevar esto a cabo, concluyendo que la justicia ambiental es necesaria para todos los seres y que no se puede entender sin la justicia ecológica. Ahora bien, a pesar del análisis tan sugerente de Schlosberg, hay que matizar numerosos aspectos. En primer lugar, su argumentación se basa principalmente en interpretaciones predominantemente norteamericanas, si bien hace referencias marginales a otras. El movimiento de justicia medioambiental ha gozado de un auge importante, con esa etiqueta, en los Estados Unidos, pero también hay que señalar que hay muchas variedades de movimientos ecologistas y de justicia ambiental que difieren según el país o según la parte del mundo de donde provengan. Es significativo el análisis de Guha y Martínez-Alier donde distinguen el ecologismo del norte y del sur en su libro Varieties of Environmentalism (1997). Resumiendo, el ecologismo del sur tiende más a la justicia medioambiental por su fuerte énfasis en los aspectos sociales y de pobreza ligados a temas ecologistas. De hecho, los ecologistas del sur critican el activis-
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mo ecologista del norte como elitista, ya que la tendencia dominante del norte es la preservación de la naturaleza tanto por su valor intrínseco como para su disfrute, lo cual no deja de ser una actitud propia de aquellos que pueden permitirse el lujo de pensar en la recreación y en la preservación de la belleza natural. Tan solo los movimientos de justicia medioambiental del norte tienen puntos en común con el ecologismo del sur. El término «racismo medioambiental» es predominantemente norteamericano, por la importancia que tiene el concepto de raza en su perspectiva cultural y social. Otras muchas culturas usan el término de injusticia medioambiental, pues la raza no juega un papel tan importante en el discurso y estructura social y se insiste más en los factores de la pobreza o clase social. Igualmente es cierto que muchos teóricos hablan de la importancia de la participación ciudadana en la toma de decisiones y, por tanto, abogan por la democracia como el sistema más adecuado para conseguir una justicia medioambiental. Pero, como es bien conocido, incluso en países democráticos, la democracia no es perfecta y los sectores más desfavorecidos, sea por raza, falta de educación o pobreza, no tienen un acceso igual al proceso de toma de decisiones por lo que la democracia no garantiza estos derechos. Y si los seres humanos que más sufren la desigualdad y la degradación medioambiental carecen de voz propia, ¿cuál será la posición de la naturaleza en sí, que no dispone de nuestro lenguaje para comunicarse? Otro aspecto que tanto Schlosberg como otros teóricos abordan es el factor del distanciamiento. Una gran parte de los movimientos ecologistas, y más aun de los de justicia medioambiental, parte de activistas locales y populares (grassroots). La gente se moviliza ante una amenaza inmediata a su entorno local13. Evidentemente es más fácil que las personas luchen y defiendan su tierra y su entorno. Pero esto hace que sea más difícil percibir la amenaza de temas globales y que la gente se movilice por algo que sucede al otro lado del mundo. De igual forma, los gobernantes democráticos, frecuentemente más pendientes de su agenda electoral, solo ven los problemas inmediatos que afectarán a los resultados en las urnas. Los retos a largo plazo o en el polo opuesto del país o del planeta no son rentables electoralmente. Científicos, empresarios y multinacionales se preo-
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Véase Berry, Peña, Wenz, Plumwood, Heise y Beck.
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cupan igualmente por las grandes teorías y por los resultados a corto plazo. Pero ni los gobernantes ni los científicos ni los empresarios viven en las zonas más afectadas. El escritor y activista Wendell Berry denuncia: They do not feel the effects of what they do. The people who make wars d o not fight them. The people responsible for strip-mining, clear-cutting of forests, and other ruinations do not live where their senses will be offended or their homes or livelihoods or lives immediately threatened by the consequences. The people responsible for the various depradations of «agribusiness» do not live on farms (Wenz 2001: 177) 1 4 .
Con la globalización, los problemas medioambientales se extienden y la situación empeora. El lema tan manido de René Dubos de 1970 «piensa globalmente, actúa localmente» (Heise 2008: 38) no siempre tiene la respuesta, como el calentamiento global está demostrando. Hasta ahora los movimientos ecologistas han sido principalmente locales, pero el reto está en cómo hacer que todo el mundo, gobernantes, científicos, empresarios y la gente se preocupe y se movilice por temas que no les afectan directamente. En esto, la democracia no es efectiva, en absoluto. El novelista Don DeLillo, en su ya clásico White Noise (1985) hace una parodia de esto cuando el protagonista asegura a su familia que la nube tóxica no les afectará: These things happen to poor people who live in exposed areas. Society is set up in such a way that it's the poor and uneducated who suffer the main impact of natural and man-made disasters. People in low-lying areas get the floods, people in shanties get the hurricanes and tornadoes. I'm a college professor. Did you ever see a college professor rowing a boat down his own street in one of those T V floods? (114) 1 5
Ellos no sienten los efectos de lo que hacen. La gente que hace las guerras no lucha en ellas. Las personas responsables de la minería a cielo abierto, los cortes a mata rasa de los bosques y otros desastres no viven donde sus sentidos serán ofendidos o sus casas o subsistencia o vidas están amenazadas directamente por las consecuencias. Las personas responsables de las depravaciones de la agroindustria no viven en granjas (Traducción de la autora). 15 Estas cosas le ocurren a la gente pobre que vive en lugares expuestos. La sociedad esta montada de tal forma que son los pobres y aquellos que no tienen educación los que 14
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Esta parodia nos muestra esa lejanía de las clases sociales más altas, como recientemente el huracán Katrina ha vuelto a demostrar. Quizás los únicos capaces de afrontar estos problemas sean las grandes organizaciones internacionales. Pero ¿cómo dotarlas de suficiente credibilidad, confianza y apoyo para imponer unas medidas que con total seguridad no serán populares? Acabamos de ver los exiguos resultados de la última conferencia sobre el cambio climático en Copenhague, en diciembre de 2009. Finalmente otro tema que Schlosberg deja de lado es la definición de la naturaleza en sí. Cuando se habla o se escribe acerca de la «naturaleza», ¿a qué nos referimos? ¿Hablamos de esa naturaleza bella, aparentemente no tocada por los seres humanos? ¿Pensamos en esas reservas naturales, lugares protegidos por su diversidad de flora y fauna? O también hablamos de esa naturaleza degradada, tierras desertizadas, bosques desaparecidos, vertederos, minas al descubierto, aguas contaminadas, ciudades en las que no se puede respirar o que son todo cemento. ¿Preferimos una puesta de sol en un paisaje limpio o aquella puesta de sol, más roja e intensa debido a los gases de la atmósfera? ¿Optamos por las luces de la ciudad y las calles iluminadas que parecen más seguras, aunque no nos permitan ver las estrellas? Cuando hablamos de proteger una especie, ¿a cuál nos referimos? ¿Al bello lince ibérico o a algún insecto feo que nos molesta? El qué entendemos por naturaleza sigue siendo un tema pendiente, pero es importante que lleguemos a una definición, pues esto nos ayudará a la hora de tomar decisiones. Schlosberg defiende un acercamiento multidisciplinario y multivocal, que escuche variedad de teorías de las disciplinas de la sociología, política, derecho, medio ambiente y literatura. Esta ha sido la práctica de los movimientos populares. Sugiere que debemos cambiar nuestro discurso cultural al hablar de la justicia (142). Lo mismo hace Lawrence Buell cuando reconoce que el discurso del movimiento para la justicia medioambiental ha cambiado la percepción de las personas y despertado la conciencia acerca del origen de la degradación medioambiental sufren los desastres naturales y los provocados por el hombre. L a gente en tierras bajas sufre las inundaciones, la gente de las chabolas sufre los huracanes y tornados. Yo soy un profesor de universidad. ¿Habéis visto alguna vez un profesor remando una barca por su propia calle en esas inundaciones de la T V ? (Traducción de la autora)
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(2001: 41). Y aquí puede estar el papel de la literatura y de las humanidades: el de concienciar a las personas, cambiar el discurso y las actitudes culturales. Si se cambia el discurso, se podrá «escuchar» la voz de la naturaleza. De hecho, Schlosberg recurre a la teoría literaria para abordar la forma de representar a la naturaleza. Refiere un proceso identificado por Patricia Hill-Collins como coming to voice (alcanzar una voz) para ese momento en que el ser silenciado rompe su silencio, desarrolla un discurso auto-reflexivo y se enfrenta al opresor con el diálogo (65). A través de las humanidades quizás se pueda conseguir esa concienciación que permita que los seres humanos, que son los que tienen la mayor capacidad de efectuar cambios, estén dispuestos a reconocer las injusticias, tanto hacia otros seres humanos como a los seres no-humanos. Si bien Schlosberg parte principalmente de conceptos jurídicos para definir la justicia medioambiental, también es útil un punto de vista filosófico, ya que todo acaba basándose en nuestra forma de pensar y de percibir la realidad. Aquí son particularmente interesantes los trabajos de las llamadas «ecofeministas de la integración». En particular quisiera destacar la obra de Val Plumwood y Karen Warren. Dentro de los múltiples aspectos de su trabajo, el estudio del paradigma cultural occidental es de particular relevancia. Estas filósofas se hacen eco de historiadores como Lynn White y Christopher Manes, que achacan el auge de las religiones monoteístas y el desarrollo del humanismo a la postergación de la naturaleza a un lugar secundario y silenciado. Plumwood, en su libro Feminism and the Mastery ofNature (1993), destaca tres aspectos que, interrelacionados, subyacen a la crisis medioambiental y a otros problemas de injusticia. Por una parte, Plumwood estudia la tendencia a ver las cosas siempre en parejas opuestas, en dualidades que tienden a simplificar los conceptos. La realidad acaba siendo dividida en dos grupos, mutuamente exclusivos. En la tabla de la página siguiente podemos ver algunos ejemplos, dispuestos en columnas para facilitar su comprensión. Si observamos la columna de la izquierda, vemos cómo el hombre (ser humano) se asocia con la cultura, la civilización, la razón, la mente, lo público, el sujeto y la ciencia. Por otra parte, la mujer, en tanto que es lo opuesto al hombre, acaba siendo relacionada con la imaginación, la intuición, lo privado, el cuerpo, lo animal y la naturaleza. Lo mismo le pasa al hombre negro, que queda asociado a lo primitivo y salvaje, al cuerpo, al objeto y al otro. Si añadimos la excesiva, según Plumwood,
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hombre
mujer
amo
esclavo
culto
primitivo
blanco
negro
cultura
naturaleza
mente
cuerpo
público
privado
civilización
naturaleza salvaje
ciencia
imaginación
razón
intuición
hombre (humano)
animal
sujeto
objeto
yo
otro
valoración de la razón (que figura a la izquierda) y el raciocinio, quedan los valores más apreciados por la sociedad a la izquierda, haciendo que aquello que está a la derecha se infravalore. Plumwood estudia cómo esto lleva al establecimiento de jerarquías de valor. No rechaza la necesidad de una jerarquía en determinados casos, puesto que las jerarquías pueden ser funcionales, pero rechaza la mentalidad que jerarquiza todo y atribuye a todo un valor de más a menos. Como resultado, Plumwood señala que nuestra sociedad ha otorgado mayor valor a una serie de asociaciones y relegado a otras, estableciendo una lógica de dominación: aquellos grupos «inferiores», «objetos», «otros», deben servir a los grupos «superiores», «sujetos»; y describe cómo estos últimos tienen mayor capacidad de razonamiento, son los que determinan las necesidades del primer grupo (que aparece a la derecha de la columna). A esto lo llama master mentality (mentalidad de amo), que ilustra con ejemplos que parten de Aristóteles. Como resultado tenemos el patriarcado, y vemos que tanto las mujeres como los grupos indígenas o de otras razas, los animales y la naturaleza, han sido dominados y oprimidos por el hombre blan-
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co a lo largo de la historia. Como filósofa ecofeminista, Plumwood establece la relación entre la mujer y la naturaleza no por su capacidad reproductora -una teoría muy esencialista- sino por su condición común de oprimidas. Karen Warren lleva estas ideas más directamente al campo del feminismo y al ecologismo. Una vez establecidos los principios básicos del ecologismo y del feminismo, Warren nos marca los principios del ecofeminismo en cuya base está el rechazo absoluto a cualquier forma de dominación o explotación de una especie sobre otra y el respeto de la diversidad para todos los seres. Plumwood insiste en que debemos intentar reconocer lo que hay de naturaleza dentro de nosotros para poder ver la similitud, en vez de identificarnos por las diferencias (Environmental Culture). En este aspecto el suyo se asemeja a los intentos mencionados de Sen, Nussbaum y Schlosberg, quienes reconocen la similitud entre seres humanos y no-humanos a la hora de desarrollar sus capacidades. Warren acaba dando un paso mayor y establece que no se puede ser ecologista sin ser feminista, ya que cualquier ecologismo necesariamente tiene que rechazar la explotación de cualquier especie (1990). El ecofeminismo hoy día es un movimiento muy pujante y ampliamente aplicado a la ecocrítica16.
ECOCRÍTICA Y JUSTICIA MEDIOAMBIENTAL
Una vez establecidas las bases filosóficas y legales subyacentes a los movimientos de justicia medioambiental, nos podemos plantear cuál puede ser la aportación de la literatura y la crítica literaria a estos movimientos. En el primer libro publicado acerca de la ecocrítica y la justicia medioambiental, The Environmental Justice Reader, T. J. Reed se hace una serie de preguntas acerca de la relación y utilidad de la ecocrítica. Se pregunta cómo la literatura y la crítica pueden colaborar con el movimiento de justicia medioambiental para concienciar acerca de la degradación medioambiental y de cómo los riesgos afectan de forma desproporcionada a las personas pobres y de color. ¿Hasta qué punto el
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Véase los artículos de Esther Rey y Margarita Carretero en este volumen.
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racismo, tanto nacional como internacional, ha contribuido a la falta de responsabilidad medioambiental? Reed reflexiona acerca de si las personas de color, de otras culturas u otras naciones escriben sobre la naturaleza de una forma distinta y plantea si temas tan importantes como los residuos tóxicos, el envenenamiento por plomo, la minería de uranio y otros pueden ser representados de forma más eficaz y completa en la literatura y en la crítica. Reed sugiere ligar los problemas de salud laboral con temas medioambientales, y se pregunta si puede la ecocrítica influir en la justicia medioambiental y en el desarrollo sostenible del tercer mundo. Como auto-reflexión considera hasta qué punto las escuelas de ecocrítica han sido en sí mismas etnocéntricas e insensibles a los aspectos de raza y clase social (2002: 149). Es obvio que estas preguntas van precisamente al grano del planteamiento de este artículo. Algunas respuestas ya quedaron de manifiesto en la sección anterior. Ya se ha comentado el sesgo tan limitado de la primera oleada de ecocrítica y la ampliación temática que se hizo en la segunda oleada, particularmente hacia temas de injusticia social. Quedan, pues, dos aspectos importantes por dilucidar: el papel de la literatura y las humanidades en esta crisis medioambiental y la diferencia de las percepciones culturales de la naturaleza. En el resto de este artículo intentaré esbozar una respuesta, al menos parcial, a estas preguntas, e ilustrarla con algunos ejemplos. ¿Hasta qué punto pueden la literatura, las artes y las humanidades contribuir de forma efectiva a paliar la crisis medioambiental? No voy a entrar en la discusión teórica de la función de la literatura en general, sino en su aplicación en concreto al tema ecológico, aunque bien es sabido el papel que han ejercido las artes en otros movimientos sociales: recordemos un ejemplo notorio: el papel que jugó la novela de Harriet Beecher Stowe, La cabana de Tío Tom, en la abolición de la esclavitud. La filología, la lingüística y la literatura desenmascaran las construcciones y manipulaciones del discurso e interpretan sus implicaciones. La literatura enseña al lector las múltiples facetas de la realidad, sus contradicciones y paradojas. La literatura siempre ha sido una representación, sea de la vida o de las actitudes culturales de un pueblo. H. Lewis Ulman señala que la relación entre el texto y la naturaleza es reflexiva. Nuestros valores normativos y nuestros comportamientos influyen en lo que vemos, y nuestras percepciones dan forma a nuestros valores y acciones.
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El ver y narrar siempre está ligado al creer, al ser y al actuar (1998: 226). Así pues, el texto refleja las creencias y valores del autor, pero la reacción del lector que intenta valorar el mensaje del texto también revela su propia forma de vivir en el mundo. De hecho, a través del estudio de la literatura de una época o pueblo, se puede llegar a conocer cuáles son sus valores (incluyendo los relacionados con el medio ambiente). Es más, la literatura como un tipo de discurso puede plantear y cuestionar el discurso mismo. La ética medioambiental conlleva un discurso: un discurso político, económico, científico o jurídico, por mencionar los más frecuentes. A través de la literatura, estos discursos, con sus códigos correspondientes, se pueden ilustrar, o poner en práctica, y de esa forma se pueden denunciar sus estrategias y manipulaciones. Jim Cheney argumenta que cuando se procura contextualizar una deliberación ética, de alguna forma se acaba creando una narración. La conclusión que encaja con la narración es la solución al dilema ético (144). De ahí que una narración, una obra literaria, pueda servir como la forma más efectiva de entender todas las facetas de un dilema ético. Lawrence Buell muestra cómo la escritora Linda Hogan, en su novela Power, plantea las controversias, las contradicciones y los vacíos que hay en distintas legislaciones medioambientales. Enfrenta los discursos ecologistas legalistas acerca de la protección de una especie -la pantera negra en los pantanos de Florida- y describe cómo entran en conflicto con la legislación tradicional de las reservas indias de la zona. Muestra en su novela la falsedad de las dicotomías, las fórmulas y los códigos rígidos. En vez de mostrarnos un discurso ético, nos dramatiza el ejercicio ético a través de una narración ficticia pero verosímil en la cual el lector puede apreciar todos los puntos de vista. Buell igualmente señala cómo la teoría ecofeminista de Karen Warren y su ethics ofcare (ética de cuidar)17 se plasma en la obra, y cómo es más efectiva cuando se comunica en una novela que cuando lo hace en un texto filosófico (2001: 238242). La narración novelística permite entender esta ética en toda su complejidad, alejándola de las reducciones maniqueas que la circunscriben al terreno exclusivo de lo femenino, y relegando de esa forma su valor en nuestra sociedad.
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Para este y otros términos traducidos del inglés, véase el glosario al final.
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Schlosberg nos argumentaba que la mejor forma de entender las implicaciones de la justicia medioambiental era tomando conciencia de sus múltiples perspectivas. Igualmente, Reed aboga por acabar con los compartimentos estancos de las disciplinas, o con el «apartheid» de la teoría, por usar el término con que Chela Sandoval (2000: 3) se refiere a cómo los diferentes discursos académicos han dividido campos afines de tal forma que han impedido la comprensión de la envergadura de los problemas sociales y medioambientales y del modo en que están tan estrechamente relacionados. Julie Sze observa que la literatura escrita sobre temas ecológicos nos muestra una nueva manera de percibir temas medioambientales a través de imágenes visuales y de metáforas, y no solo de estadísticas. La literatura, como ficción, se ve liberada de presentar una narración estrictamente documental, y propicia una representación más flexible con una perspectiva más global y cargada de raíces históricas. La literatura permite combinar y condensar todas las dimensiones de procesos complejos y dilatados, y comprender sus consecuencias a largo plazo. De esta forma, no solo informa al lector, sino que también le afecta emocionalmente, y por tanto le llega más hondo (2002: 163). Como sugiere Glotfelty, si los profesores explican obras literarias que expresan valores ecológicos en clase, estos pueden llegar a influir y a concienciar a nuestros alumnos (1996: xxv). Si una novela puede hacer esto, no será menor el potencial de la crítica literaria. Ulman afirma que la lectura crítica y el análisis de estas narraciones no solo tiene que ver con las formas de percibir, de creer y de ser del autor, sino que el crítico añade a la discusión el diálogo intertextual con otras narraciones de lugares y de la naturaleza y puede así fomentar una actividad compleja que revele las relaciones recíprocas entre el análisis textual, los principios y valores, la subjetividad y la acción concreta en sus contextos culturales y medioambientales (1998: 232). Por tanto, un análisis ecocrítico de un texto literario conlleva en sí una postura ética. En las grandes corrientes literarias de la segunda mitad del siglo XX ha habido un auge espectacular de obras escritas por personas pertenecientes a minorías desfavorecidas: sujetos coloniales, grupos étnicos o raciales, mujeres y homosexuales. La literatura ha servido claramente como su voz emancipadora, y se han desarrollado numerosas escuelas críticas para interpretar, fomentar y rastrear sus textos, así como para plantear teorías estéticas en torno a ellos. Junto a los movimientos pro
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derechos civiles y postcoloniales, la literatura ha servido como expresión y concienciación y la crítica ha estudiado las estrategias narrativas y ha resaltado su valor social, literario y estético. Ya hemos visto que un politólogo se apoya en teorías literarias para el concepto de dar voz a aquellos que han sido silenciados y oprimidos. Y es que, como afirma Jesús Benito, la literatura puede servir como vehículo de expresión emancipadora, como lugar de resistencia, y como espacio para confrontar la opresión. Para todos los estudiosos del postcolonialismo o de la literatura de minorías o de género, esto no es nada nuevo. Una de las preguntas que se hacía Reed al comienzo de esta sección era si los escritores de otras culturas representan su relación con la naturaleza de otra forma. Está claro que nuestra percepción viene condicionada por nuestra cultura. Hemos visto que nuestra cultura occidental, o la tradición judeo-cristiana, han convertido la naturaleza en un objeto silenciado. Otras culturas o grupos minoritarios dentro de nuestra cultura, por diversos motivos, sea por su propia tradición cultural (por ejemplo los nativos americanos) o sea por su situación real (los chícanos), tienen otras formas de relacionarse con la naturaleza. Aunque no voy a entrar en el debate filosófico-cultural, lo que sí podemos afirmar es que, en el caso de los Estados Unidos, son muy pocos los autores blancos euroamericanos que escriben literatura de justicia ambiental. Estos tienden mucho más a escribir nature writing (literatura de la naturaleza) sobre la conservación y el disfrute en la naturaleza. Los textos de justicia medioambiental son mayoritariamente escritos por personas pertenecientes a grupos minoritarios, sean raciales, étnicos, sexuales o culturales18. Hasta este punto hemos tratado de la relación del ser humano con su entorno. Pero, ¿cómo ha de dar voz la literatura a la naturaleza? Los seres no-humanos se comunican entre sí y, si estamos atentos y dispuestos a escuchar, con nosotros también; pero lo que no pueden hacer es usar nuestro lenguaje para escribir un texto literario. Algunas artes pueden estar más cercanas a ello; evidentemente, la naturaleza tiene su música, su movimiento y su colorido, pero le falta un texto escrito. De hecho hay 18 Véase Flys Junquera, «Ethnicity and Nature: Ethnic Literature and Environmental Ethics». Algunas partes de este artículo están basadas en este anterior. El último número monográfico de la revista MELUS (2009) también se basa en este aspecto (ver Adamson y Slovic, eds).
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algunos artistas que han procurado incluir elementos naturales en sus obras, como por ejemplo el compositor finlandés, Einojuhani Rautavaara en su «Cantus Articus, Op. 61» donde combina la música de la orquesta con la grabación del canto de los cisnes migrando. Volvamos pues al dilema que se planteaba Schlosberg cuando afirmaba que a la naturaleza se le debe reconocer su capacidad de participar en el proceso de la toma de decisiones, aunque sea mediante un representante, apoderado o tutor. Schlosberg propone la creación de una institución, similar a la fiscalía de menores, que represente los intereses de los seres no-humanos. Pero defiende que haya múltiples puntos de vista: de distintas escuelas científicas, de economistas, de personas estrechamente ligadas a la naturaleza, desde guardas forestales, empresas papeleras y los habitantes de la zona afectada, lo que él llama «accionistas», con un interés especial en el tema para debatirlo y establecer prioridades y protocolos (187-210). La literatura tiene la ventaja de permitir al escritor incluir esas múltiples voces y perspectivas en una obra para que el lector pueda ver todas las ramificaciones de los problemas y sus posibles consecuencias. Un ejemplo claro sería el de la novela Tropic of Orange, que mencionaré más adelante. Sin embargo, la literatura imaginativa nos puede ofrecer alternativas diversas para dar voz a la naturaleza. El asunto es delicado, ya que desde siempre las fábulas han tenido animales que «hablan» pero que realmente representaban los intereses y los valores humanos. Aquí no se trata de eso, sino de realmente dar voz a los seres no-humanos. Pongamos un ejemplo concreto a modo de ilustración. Cito un breve texto de la obra Getting Home Alive (1986), texto semi-autobiográfico e híbrido, escrito por las puertorriqueñas Aurora Levins Morales y su madre Rosario Morales. En uno de los fragmentos, «Distress Signáis» («Señales de socorro») - l a obra se compone de viñetas de prosa, diario, poesía y cuentos-, Aurora copia unos textos periodísticos acerca de la muerte de delfines en 1974-1975 en Japón y de las ballenas varadas en Australia en 1985. A continuación, añade su texto creativo donde da voz a los animales y se dirige a los humanos: I flounder, I beach, I drive myself forward, but the ocean is behind me, not ahead. They think we don't understand this, that we are dumb beasts. The small two-legged upright shapes standing outlined against the light of the sky make noises of worry [.. ,].We have come here on purpose: to die, to
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lay our bodies in front of your noses, to rot in your sight. The sea, the sea is dying (1986: 66)19. La cuestión de la usurpación de la voz de la naturaleza es u n tema espinoso. Los seres n o - h u m a n o s n o p u e d e n hablar - a l m e n o s no los e n t e n d e m o s - , y eso nos lleva a dilucidar cuál es la forma adecuada de dar voz a estos sujetos. Muchas teorías ontológicas de ética medioambiental afirman que los humanos tenemos que reconocer que en temas medioambientales no somos objetivos, q u e t e n e m o s intereses, y p o r tanto es peliagudo intentar atribuir el estatus de sujeto a animales u otras entidades inanimadas como rocas o ríos, e interpretar sus deseos. Plumwood reconoce que cualquier representación de un discurso animal inevitablemente estará traducida e interpretada por los condicionantes culturales y lingüísticos de los humanos, al igual que cualquier traducción de una cultura a otra - t e m a primordial en las literaturas postcoloniales. Indudablemente la representación de la capacidad comunicativa de otras especies en términos de lenguaje h u m a n o entraña dificultades, p e r o no es imposible (2002: 58-59). Según esta filósofa, el p r o b l e m a yace en los modelos racionales que perciben la comunicación como algo intelectual, un ejercicio abstracto de la razón, m e n o s p r e c i a n d o otros modelos de comunicación más emotivos o corporales. D e esta forma se valora menos tanto a los seres humanos analfabetos como a los seres nohumanos (191). Para comprobar esto no tenemos más que ver la importancia concedida a la comunicación escrita por encima de las tradiciones orales, o las teorías lingüísticas del tipo de la de Saussure. Sin embargo, la comunicación no verbal sigue siendo una parte esencial de nuestro día a día, aunque no tenga el mismo prestigio social. De tal manera que se debe apreciar e interpretar esa comunicación no verbal de los seres no-humanos, ya que comunicación es. Al debatir este tema, el ecocrítico Patrick M u r p h y afirma q u e es inevitable q u e d e p e n d a m o s de seres
19 «Tropiezo, me varo, me empujo hacia delante, pero el océano esta detrás, no delante. Ellos creen que no entendemos esto, que somos bestias tontas. Esas pequeñas figuras erguidas de dos patas que están de pie haciendo sombra a la luz del cielo hacen ruidos de preocupación [...]. Nosotros hemos venido aquí adrede: a morir, a posar nuestros cuerpos enfrente de vuestras narices, a podrirnos delante de vuestros ojos. El mar, el mar se muere.» (Traducción de la autora.)
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humanos para dar voz a seres que no hablan lenguajes humanos para representar su entidad de sujeto en oposición a su postergación a la condición de meros objetos (1995: 24). La clave está en cómo comprobar si esa voz realmente corresponde a los «deseos» del sujeto no-humano. Murphy afirma que la prueba de autenticidad debe estar basada en las acciones que uno ha de suponer que los seres no-humanos solicitan que los humanos lleven a cabo. Esa voz debe ser dirigida a nosotros como sus apoderados-en-el-mundo (24). La escritora Ursula LeGuin también lleva años trabajando en la forma de dar voz a los seres no-humanos, particularmente en su colección de relatos y poemas Buffalo Gals and Other Animal Presences, donde presenta el mundo natural como un conglomerado de sujetos con voz. LeGuin mantiene que hay que «re-imaginar» las relaciones entre los seres humanos y los no-humanos, modificar las actitudes hacia el otro y adoptar un cambio de perspectiva (75); ponernos en los zapatos del otro. Así, en sus cuentos, tenemos animales que observan el mundo y reaccionan perplejos y con miedo ante las acciones de los humanos. En este fragmento de Morales podemos observar esta reubicación: el narrador en primera persona toma el punto de vista de los delfines y ballenas, y se dirige a los humanos en la playa, como sus apoderados-en-el-mundo. La autenticidad de su voz queda corroborada en los hechos que realmente suceden a los animales, que se ven obligados a actuar, ya que carecen de un lenguaje humano para expresarse. Sus acciones son en realidad mucho más elocuentes que cualquier palabra, y lo extraño es que los humanos seguimos sin querer entenderlas. Un texto literario de este tipo puede llegar a impactar al lector y llevarle a plantearse el porqué de esas ballenas varadas. Otro ejemplo de la misma autora ilustra con claridad esa polifonía que se da en el movimiento de justicia ambiental. Este texto, titulado «I'm on Nature's Side» («Estoy de parte de la naturaleza») sirve de ejemplo de la interrelación entre el análisis textual, la ideología y las implicaciones éticas de un texto. Fm on nature's side. Man the scientist, white man the scientist, white ruling class man the scientist, the entrepreneur, the corporation president set out to control nature-to make it behave! But I'm a Third World, b o m working-class woman. I look at it from nature's point of view, from the insects' point of view, the insect out in the
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cornfield sucking the sweet juice of the crunchy cane or the nourishing mealiness of the newly plumped kernel. Pest control takes on a different meaning now. Pest control. What we-you and I - k n o w about pest control right here in this human society. We know all about it. We know we're pests for wanting to live our lives in peace and plenty. We're pests for not fitting into the grand plan of cornering markets and conquering peoples, increasing profitability and productivity, of sheltering taxes and fixing prices. And we've got to be made to fit in, we've got to be controlled. A la buena o a la mala, or come quietly cause I carry a big stick. N o w those bugs out there in our wheatfields, cornfields, orchards and gardens, they're out for the same things we are-for a stomach full of grain and a heart full of joy [...].That makes them pests. To control them, gardeners and agricultural schools, farmers and multinationals spray poisons, distribute infected blankets, unleash predators and armies, demolish nesting sites and villages and neighborhoods. And we die. Many of us die. But not all. Some of us survive. Our survivors are stronger in some ways, more wily, more versatile. We protect ourselves. We fight back (68)20.
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«Estoy de parte de la naturaleza. H o m b r e el científico, hombre blanco el científi-
co, h o m b r e blanco de la clase dominante el científico, el empresario, el presidente de la corporación empeñado en controlar a la naturaleza - ¡ e n hacerla comportarse! P e r o yo soy del Tercer M u n d o , mujer nacida de clase obrera. Veo las cosas desde el punto de vista de la naturaleza, desde el punto de vista del insecto, el insecto en el maizal chupando el jugo de la dulce y crujiente caña o la rica carne tierna de grano de maíz recién salido. E l control de plagas implica ahora otro significado. Control de pestes. L o que nosotros - t ú y y o - sabemos acerca del control de plagas aquí mismo en esta sociedad humana. L o conocemos de sobra. S a b e m o s que somos pestes p o r querer vivir nuestras vidas en p a z y p r o s p e r i d a d . Somos pestes p o r no encajar en el gran esquema de mercados controladores y conquista de pueblos, incrementando el beneficio y la productividad, el proteccionismo fiscal y la manipulación de los precios. Y tienen que hacernos encajar, tienen que controlarnos. " A la buena o a la m a l a " , o ven calladito porque llevo un gran palo. E s o s bichos allí en nuestros campos de trigo, maíz, huertos y jardines, ellos quieren lo mismo que nosotros - l a tripa llena de grano y el corazón de alegría... E s o los convierte en pestes. Para controlarlos, jardineros y escuelas agrícolas, granjeros y multinaciona-
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En el texto aparecen de forma muy clara varios aspectos discutidos en este artículo. En primer lugar, se pone de manifiesto la denuncia de Wendell Berry y otros acerca de la lejanía de los científicos, empresarios y gobernantes en relación con los pueblos que sufren las consecuencias de sus decisiones. En segundo lugar, queda bien patente la falta de reconocimiento de las necesidades y capacidades de ciertos sectores (aquí los pobres, las mujeres, las minorías, los pueblos del tercer mundo, al igual que la naturaleza). Estos sujetos deben comportarse de acuerdo con los criterios establecidos por el poder dominante, aquí representado por el hombre blanco de clase alta, científico y empresario que figura en la posición superior de esa jerarquía que describe Plumwood. En los siguientes párrafos del texto, Aurora Levins Morales hace justamente lo que sugieren tanto Murphy como LeGuin: realiza un cambio de punto de vista. Se asocia con todos los desfavorecidos, incluida la naturaleza: no solo los une a todos en una misma categoría, también invierte los pronombres para, de forma literal, tomar partido y convertirse en uno de ellos. Esta estrategia textual hace que el lector simpatice y hasta se identifique, como ella, con los desfavorecidos que hablan en primera persona. Con este cambio de perspectiva se produce lo que afirmaba Ulman, una distinta forma de ver, y por tanto de creer y de ser. Morales nos obliga a re-interpretar el sentido de «control de plagas» y a valorar quiénes son las plagas y las pestes. Morales nos plantea directamente un dilema ético: ¿queremos nuestros productos agrícolas más baratos y sin riesgos de «pestes», o pensamos en los efectos de los pesticidas, tanto para los insectos como para los pobres que recogen esas cosechas o que tienen cultivos que no pueden vender en el mercado internacional debido a los aranceles? El lector se ve obligado a replantearse qué/quién constituye la peste, quién debe ser controlado, por qué y cómo. El resto del fragmento ahonda en estos aspectos. Morales abandona la primera persona singular (humana, mujer, clase obrera) y pasa al plural para identificarse con todos aquellos desfavorecidos, sean humanos
les rocían venenos, distribuyen mantas envenenadas, sueltan d e p r e d a d o r e s y ejércitos, destruyen nidos y pueblos y barrios. Y morimos. M u c h o s de nosotros morimos. P e r o no todos. A l g u n o s sobrevivimos. Nuestros supervivientes son más fuertes de alguna manera, más astutos, más versátiles. N o s protegemos. N o s enfrentamos.» (Traducción de la autora.)
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o no, que están obligados a servir los intereses de las corporaciones, o a ser controlados, castigados o erradicados. El texto claramente denuncia las economías capitalistas que explotan a los pobres para aumentar los beneficios, negándoles su subjetividad y su potencial de desarrollo. Morales combina distintas formas de dominación: tecnológica, económica o militar -todas las considera similares y las acusa del genocidio de los pobres, del tercer mundo, de mujeres y de animales. No obstante, acaba con una nota de esperanza que es casi una amenaza. Los desfavorecidos, los insectos y la naturaleza aprenden a mutar, se adaptan a las circunstancias adversas y se hacen más fuertes, más resistentes. Y nos advierte que lucharán. Teniendo en cuenta el conjunto de su obra, claramente se refiere a la capacidad de adaptación y versatilidad de las personas que presentan un mestizaje cultural. Pero en este fragmento su descripción está cargada no solo de justicia medioambiental y ecológica como dos aspectos inseparables, sino que nos muestra otra forma de ver y creer. A la vez, nos insta a hacer lo mismo, a ver el mundo desde otra perspectiva, y este cambio de paradigma cultural implica una nueva forma de ver, creer y ser en el mundo con un posicionamiento ético distinto. Esta estrategia textual rompe múltiples convenciones. Ya hemos comentado que el libro es, desde el punto de vista de los géneros literarios, un híbrido. Aquí también mezcla idiomas, code-switchin¿1, y su perspectiva como sujeto: pasa de primera persona de singular a plural, de voz humana a voz de los no-humanos. Esta pues es una estrategia que la literatura puede aportar a la concienciación medioambiental. Existen muchísimos textos literarios que denuncian injusticias medioambientales, y haré mención breve de algunos. La ficción también tiene la capacidad de plantear el «¿y si...?»; es decir, de desarrollar un futurible que ilustre las complejas conexiones entre fenómenos aparentemente ajenos. Julie Sze hace un análisis de la novela Tropic of Oran ge de Karen Tei Yamashita, escrita a raíz de la firma de los acuerdos del Tratado Libre de Comercio Norteamericano (NAFTA). La novela, extremadamente compleja debido al número de personajes y tramas,
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Estrategia textual de muchos Latinos en los E E . UU.: mezclar el inglés y el español para conseguir unos fines estéticos, ya sean de ambientación y autenticidad de la obra, o ya se propongan desfamiliarizar expresiones y situaciones con el fin de resaltarlos.
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muestra los diversos puntos de vista de todos los sectores implicados e ilustra los impactos de la globalización corporativa y del neoliberalismo sobre las personas de color, mujeres y medio ambiente. La ciudad, Los Angeles, yace en el centro del comercio internacional de bienes y personas donde se dan todo tipo de conflictos sociales, raciales o de clase en una ciudad plagada por el exceso urbanístico y la contaminación (2002: 167). Según Sze, la novela muestra cómo la globalización altera los valores tradicionales del sentido de la vida y del lugar, y pasa a convertirse en una orgía de exceso capitalista dentro de un paisaje cuajado de poder, jerarquías y dominación (168). Otro ejemplo podría ser la novela Solar Storms, de la ya mencionada escritora Linda Hogan (perteneciente a la tribu Chickasaw). Esta novela ilustra los efectos medioambientales del macro proyecto hidroeléctrico de la presa y bahía de James Bay en Canadá. No solo muestra el impacto para los ríos, los animales y las plantas, sino que describe cómo afecta emocionalmente y culturalmente a los pueblos de la zona, en particular al estilo de vida de los indios Cree e Inuit. También podríamos hablar de la obra de teatro de la escritora chicana Cherrié Moraga, Heroes and Saints, en la que denuncia el envenenamiento por pesticidas y por contaminación de las aguas subterráneas que afecta a los trabajadores agrícolas que recogen la cosecha de uva en California. Su obra, que eleva el sufrimiento de los trabajadores a un nivel simbólico y religioso de martirio, se basa en hechos reales en la zona de MacFarland, donde hubo un caso parecido a Love Canal, pero al tratarse de personas méxico-americanos, muchos, inmigrantes indocumentados, no hubo escándalo mediático 22 . Otra escritora chicana, Helena Maria Viramontes, denuncia de forma clara el problema de los inmigrantes indocumentados méxicoamericanos y de la contaminación por pesticidas en su novela Under the Feet of Jesús. Ana Castillo, también escritora chicana, denuncia en su novela So Far From God el abuso de las industrias y sus vertidos que contaminan la tierra y a los mismos empleados.
22 El documental « T h e Wrath of G r a p e s » ( « L a ira de las uvas») muestra los sucesos, el alto índice de abortos, malformaciones fetales, muertes infantiles y cáncer que sufrió la población a la vez que la indiferencia del sector de la agroindustria y de los medios de comunicación.
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Varios de estos autores también re-escriben el pasado en sus novelas, narrando las luchas por su territorio y por su forma de vida, frecuentemente olvidada por la historiografía oficial. Así pues, tanto Linda Hogan como Louise Erdrich recrean los efectos de la parcelación de las reservas indias y del despojo de tierras en sus novelas Mean Spirit y Tracks, respectivamente. Con el objetivo de lanzar un mensaje a un público mayor, muchos novelistas de prestigio han recurrido a géneros literarios populares. Así pues, los chícanos Rodolfo Anaya y Lucha Corpi han escrito novelas de detectives con una fuerte carga de denuncia medioambiental. La saga de Sonny Baca de Anaya, con cuatro novelas, y la serie de Gloria Damasco de Corpi, con otras cuatro novelas, muestran las relaciones complejas entre los problemas del medio ambiente, las injusticias históricas, las desigualdades sociales y la globalización. Anaya introduce creencias de los Indios Pueblo en la re-escritura de la conquista de Nuevo México. Sonny aprende a venerar la naturaleza y a conocer el potencial de sus sueños a la vez que trata casos de tráfico de armas, drogas, experimentación con animales y la progresiva desertización de la zona a raíz de la construcción de una presa. Por su parte, Lucha Corpi, con su detective clarividente, ilustra el alcance de las multinacionales en las vidas de los humildes, relacionándolas con el tráfico de patrimonio artístico, las adopciones ilegales, los inmigrantes indocumentados y el envenenamiento por pesticidas. En ambos casos, la figura racional del detective se ve minada por unos detectives que resuelven los crímenes gracias a formas no racionales de investigación23. La escritora afroamericana Barbara Neely dedicó un número de su serie de detectives sobre Blanche White, Blanche Cleans Up, a la especulación urbanística de Boston y al envenenamiento por plomo en las casas. Se inspiró en el proyecto ya mencionado de Dudley Street. La también afroamericana Octavia Butler nos presenta obras de ciencia ficción en las que muestra otros problemas medioambientales. En Parable ofthe Sotver vemos un estallido de violencia en Los Angeles y San Diego a raíz del calentamiento global y la falta de agua. En la trilogía Xenogénesis nos plantea todo tipo de dilemas éticos acerca de la manipulación genética utilizada para mejorar la especie humana que se ha autoaniqui-
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Véase Flys Junquera (2001).
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lado con una guerra nuclear. La asiático-americana Ruth Ozecki escribe su novela My Year ofMeats como una denuncia de las industrias cárnicas. Y la lista podría continuar de forma inacabable24. Lo que destaca es la preponderancia de los escritores pertenecientes a grupos étnicos/raciales minoritarios. Si bien hemos mencionado un ejemplo de un escritor perteneciente a la clase mayoritaria, Don DeLillo, hemos visto que su novela tiene un sesgo muy postmoderno y paródico. Los escritores de grupos minoritarios no parecen estar dispuestos a tratar estos desastres con parodias que pudieran desvirtuar su mensaje; les afecta demasiado de lleno y escriben con un tono de urgencia y denuncia, sin por eso renunciar a una estética y a unas estrategias literarias muy trabajadas. Sobre literatura escrita en otros países e idiomas que traten temas de justicia medioambiental hay muy poca crítica escrita. De todos es conocido la fuerza del movimiento de justicia medioambiental, sobre todo promovido por Vandana Shiva, en la India. Muchos críticos señalan la obra de la novelista Bangladeshi, Mahasweta Devi, Pterodactyl, Puran Sahay, and Pirtha, conocida al ser traducida al inglés por Gayatri Spivak, como paradigmática. Es una obra muy compleja que se centra en la contaminación de los pozos de agua y la lucha con todos los intermediarios y las instituciones oficiales para buscar una solución mientras que el pueblo en sí se halla tan resignado que llega al extremo del suicidio colectivo. El pueblo muestra un ejemplo de lo que Madhav Gadgil y Ramachandra Guha llaman «ecosystems people» (comunidades locales cuya economía de subsistencia les hace dependientes de recursos locales en peligro) (1995: 3). De igual forma, hay una tradición literaria en auge en Latinoamérica. El artículo de José Manuel Marrero Henríquez que aparece en este volumen lo aborda. Cada día hay más autores españoles que se fijan en estas cuestiones, aunque aún predomina el ensayo sobre la naturaleza más que la ficción sobre justicia medioambiental. De todas formas, se podría mencionar a Miguel Delibes, Jorge Reichmann, Joaquín Araújo, Mariano Sáez de Buruaga y Julio Llamazares como autores comprendidos o cercanos a esta órbita. El artículo de este libro de Julia Barella analiza las tendencias en la literatura española.
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pañol.
Desgraciadamente, muchas de estas obras literarias no están traducidas al es-
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No obstante, fuera del mundo de habla inglesa hay poca crítica literaria publicada acerca de la literatura de justicia medioambiental. Está claro que los textos literarios existen, pero no son lo suficientemente conocidos y reconocidos, y que faltan las publicaciones críticas que hagan la tarea del análisis textual y propicien el enriquecimiento de ese diálogo intertextual con la realidad y con la concienciación medioambiental. Si bien es cierto que el activismo local es necesario, efectivo y mediático, con frecuencia no acaba llegando al corazón de los televidentes del otro lado del planeta. Mientras las personas de los países desarrollados permanezcan en sus casas, ese distanciamiento hace que no comprendan las ramificaciones de un determinado problema medioambiental; y, desde luego, como el profesor universitario de la novela de Don DeLillo, no piensan que les podría afectar a ellos. Es posible que una obra literaria, o una película taquillera como Erin Brockovich sean capaces de atar todos los cabos y puedan conseguir mayor impacto y efectividad social a la hora de reclamar un cambio en la comprensión y en las actitudes hacia nuestro medio ambiente. Lo cierto es que, si la literatura o las artes son capaces de extender la concienciación y contribuir al cambio social, el primer gran paso está dado.
REFLEXIONES EN TORNO A ECOCRÍTICA, TRADUCCIÓN Y TERMINOLOGÍA Carmen Valero Garcés
Niall Binns en su artículo sugerentemente titulado «Ecocrítica, ecocriticistn: ¿otra moda más en las aulas?» (2001) aludía a comienzos de este siglo a una nueva tendencia que estaba surgiendo en el mundo anglosajón conocida como ecocriticism, que definía como «una crítica literaria ecológica» y traducía como «ecocrítica». Completaba su definición siguiendo el texto canónico de Cheryll Glotfelty en su introducción a The Ecocriticism Reader: «La ecocrítica es el estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente», y alertaba del creciente interés por dicha corriente interdisciplinar y de su rápido avance entre investigadores y críticos con intereses diversos que han acometido el reto desde ángulos bien distintos: literatura, ciencia, teología, filosofía, medio ambiente, etc. Binns terminaba su artículo haciendo notar el aumento considerable de publicaciones que se estaban produciendo en inglés y la escasez de los mismos en el mundo hispano, hablando de un campo de investigación inmenso y casi virgen. Desde aquellas palabras de Binns han pasado ya varios años y ciertamente la ecocrítica sigue ampliando horizontes en el mundo anglosajón mientras se va abriendo camino en el mundo hispano (un ejemplo, el grupo G I E C O ) , gracias al esfuerzo de un puñado de críticos e investigadores que con sus trabajos están contribuyendo a despertar nuestras conciencias todavía adormecidas en cuestiones ecológicas, y, a su vez, abriendo un camino inexplorado que nos lleva a hablar de una nueva especialización. Y ese es precisamente el tema de estas líneas: especialización - ¿ q u é nos permite utilizar ese término? ¿Qué caracteriza a un conjunto de saberes para que se le pueda etiquetar como especialización? Sin duda, una de las primeras premisas es definir su campo de acción, y conceptualizar el objeto de estudio. Ese «conceptualizar» lleva indiscutiblemente a hablar de conceptos que expresamos con términos lingüísticos,
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conceptos que deberán responder a las características asociadas al lenguaje científico: estructura lógica, precisión y claridad. Si además, como hemos dicho, es una tendencia que surge fundamentalmente el mundo anglosajón, ello nos hace presuponer- como ocurre en otras muchas áreas del saber y del desarrollo científico-técnico- la traducción juega un papel primordial como también lo desempeña la terminología. Ambas se hacen necesarias en la construcción de una nueva disciplina, como es en este caso la ecocrítica en el mundo hispano, para dotarla de rigor científico. Siguen algunas de las razones que nos llevan a tal afirmación. Comencemos hablando brevemente de la traducción y el traductor. El paso de una sociedad de la información - e n la cual estamos todos inevitablemente inmersos- a una sociedad del conocimiento requiere desarrollar nuevas formas para encarar esta realidad y sobre todo conocer las herramientas para manejar tan ingente cantidad de datos. En cuanto al traductor, como lector privilegiado, es el primero que necesita conocer, organizar y gestionar adecuadamente los flujos de información, porque como apunta Sales (2005: 2): «es fundamental que sepa cómo acceder y usar la información, que sepa adaptarse a situaciones nuevas y resolver eficazmente problemas en contexto». El traductor necesita para ello saber documentarse, aprender a transitar en esta era informativa para lograr ser un pensador constructivo que se (auto)cuestione y halle sus propias respuestas, que sepa gestionar información en sentido amplio, y que localice, acceda, analice, evalúe, sintetice, almacene y comparta información para crear conocimiento. Es decir, «usuarios que sean capaces de encontrar la información que necesitan así como de desarrollar comportamientos críticos para su utilización» (2), porque traducir no es solo cambiar palabras de una lengua a otra. Las lenguas no son espejos que se superponen. Hay lagunas, espacios vacíos y otros sobrecargados de parecidos y el traductor debe conocer también esas peculiaridades, decidir y elegir. El comentario de Spivak como traductora que sigue ilustra, sin duda, tal hecho. En su traducción al inglés del libro de Mahasweta Devi Imaginary Maps escrito en bengalí, Spivak introduce un prefacio y una nota del traductor (1995: xxiii). En el comienzo del prefacio agradece a la autora, Mahawseta Devi, los comentarios y ayuda prestada en la revisión del texto traducido. Tal hecho no siempre es posible, pero tampoco infre-
Reflexiones en torno a ecocrítica, traducción y terminología
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cuente en la literatura postcolonial traducida; por ejemplo, los contactos de Dora Sales con los autores que traduce y que explicaremos unas líneas más abajo. En el caso de Spivak, tal relación le permite hablar de una traducción autorizada («an authorized translation»). Resulta interesante la forma con la que esta traductora inicia el apartado titulado «Constraints on Method» (xxiii). En el segundo párrafo, al llamar la atención sobre las relaciones entre el traductor y sus audiencias comenta que el libro Imaginary Maps se va a publicar en la India y en EE.UU. al mismo tiempo. Ello le lleva a precisar que, siendo consciente de que se trata de dos comunidades distintas, a la hora de traducir o de introducir comentarios ambas comunidades debe tenerlas presentes. Sin duda, esta consciencia por parte del traductor de para quien traduce es necesaria si queremos que el libro llegue a los lectores. Sin embargo, la tarea no es fácil dado que hay varios grados de compromiso y, con frecuencia, escasas directrices que marquen hasta dónde debe o puede llegar ese compromiso del traductor, quedando el resultado pendiente de sus propias decisiones. Volviendo a Sales, traductora experta de literatura india, su postura es clara: Al traducir a Vikram Chandra y a Manju Kapur, he escogido, siempre, la primera solución. He optado, pues, como diría Schleiermacher, por hacer que el lector se acerque al escritor, por mantener la extranjeridad del texto original. ¿Por qué? Desde mi perspectiva, por respeto hacia la diversidad y la particularidad diferencial del proyecto literario del original. No obstante, siendo consciente también de la responsabilidad para con los lectores en el sistema meta, en ambos casos la traducción va acompañada por un glosario final de términos y expresiones culturalmente definidas que puede consultarse alfabéticamente (330).
La alusión de Sales a «la primera solución» se refiere a la clasificación de estrategias que propone Samaniego (1995: 57), y que podrían resumirse en cuatro puntos: 1. conservación; 2. sustitución, traduciéndolo lingüísticamente; 3. supresión u omisión del término o la expresión; 4. creación de un elemento no existente en el texto origen, a menudo en forma de sobretraducción de elementos implícitos en el original. Elegir una u otra influirá sin duda en el resultado final. El comentario que añade Spivak al final de su prefacio a Imaginary Maps ilustra perfectamente ese debate:
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Sujit Mukherjee has also complained - a n d this is particularly important for U S readers who are looking for either local flavour or Indian endorsem e n t - that the English of my translation is not «sufficiently accessible to readers in this country [India]». This may indeed be true, but may not b e sufficient grounds for complaint. I am aware the English of my translations belongs more to the rootless American-based academic prose than the more subcontinental idiom of my youth. This is an interesting question, unique to India: should Indian texts b e translated into the English of the subcontinent? I think Sri Mukherjee is begging rather than considering this question (xviii) 1 .
Las palabras del poeta J. M. Coetzee, premio Nobel de África del Sur y de origen afrikáans 2 , sobre su traducción al inglés del poeta holandés Achterberg matizan tal comentario: It is in the nature of the literary work to present its translator with problems for which the perfect solution is impossible [ . . . ] There is never enough closeness of fit between languages for formal features of a w o r k to b e m a p p e d across from one language to another without shift of value [ . . . ] Something must b e «lost»; that is, features embodying certain complexes of values must b e replaced with features embodying different c o m p l e x e s of values in the target language. At such moments the translator chooses in accordance with his [sic] conception of the whole -there is no way of sim-
Sujit Mukherjee también se ha quejado -y esto es particularmente importante para nosotros los lectores americanos que buscamos o bien el sabor local o la aprobación india- de que el inglés de mi traducción no es lo «suficientemente accesible para los lectores de este país [India] [....] Tal hecho puede ser, sin duda, cierto, pero puede que no sea suficiente para una queja de este tipo. Soy consciente de que el inglés de mis traducciones pertenece más a una prosa académica americana de tono formal y sin raíces propias que al idioma más subcontinental de mi juventud. Es una pregunta interesante, única en la India: ¿deberían los textos indios traducirse al inglés del subcontinente? Creo que Sri Mukherjee está pidiendo que sea así más que planteando dicha cuestión. (Traducción propia). 2 Afrikáans (Afrikaans). Término utilizado para designar a los colonos holandeses que habitaban en la Colonia del Cabo (Sudáfrica). El término se refiere también a la lengua usada mayoritariamente por los blancos y los mestizos que habitan en las provincias y que es el resultado de la evolución del neerlandés junto a otras lenguas de la zona, principalmente inglés, malayo, portugués, y de las lenguas zulúes de los nativos de la zona. 1
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ply translating the words. These choices are based, literally, on preconceptions, pre-judgement, prejudice» (Spivak: xviii)3.
Los traductores de literatura postcolonial suelen estar muy sensibilizados en cuanto al modo de traducir y los comentarios sobre sus decisiones son frecuentes. Aparte de los ya citados podemos mencionar a Carlos Pujol que, al hablar de la literatura de Kipling y de la de Naipaul, aludía de forma acertada a «esa manía tan occidental de simplificar las cosas para hacernos la ilusión de que las dominamos» (1998: 11). Tal concienciación sería de desear en la traducción de textos considerados fundamentales o clásicos en la ecocrítica. Vayamos un poco más allá. Internet nos ha permitido pasar de una biblioteca única a una biblioteca múltiple -aparentemente casi infinitacon diferentes fuentes de información y maneras de adquirir, tratar, archivar y difundir los datos. Tal capacidad nos puede deslumhrar al principio, y a priori nos da la sensación de que podríamos encontrar cualquier elemento que precisemos. Sin embargo, como ya advertían Cerezo, Corpas y Leiva (2002: 149) y Palomares (2000: 179) hay también grandes inconvenientes: gran dispersión de información, mutabilidad de los contenidos, dudosa fiabilidad de la información, estructuración laberíntica de la red que puede resultar en ineficacia. Las palabras que siguen no dejan duda del reto que tiene ante sí el traductor: «[...] le queda el reto de hallar el dato, la fuente de información y la responsabilidad de saber utilizarlo. Poseer responsabilidad crítica y ética» (Sales 2005a: 22). En cuanto a la terminología es otro de los elementos clave para consolidar una nueva especialidad o disciplina. Las fuentes terminológicas
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Está en la naturaleza d e la obra literaria presentar al traductor con problemas para los que una solución perfecta es imposible [...] N o hay n u n c a suficiente cercanía entre las lenguas para que los rasgos formales de una o b r a sean trasladados d e u n a lengua a otra sin que haya un desplazamiento en su valor [...] Algo d e b e «perderse»; es decir, los rasgos que e n c a r n a n ciertas complejidades de valores d e b e n reemplazarse p o r rasgos que encarna diferentes complejidades en la lengua de llegada. E n esos m o m e n t o s el traductor elige de acuerdo con su concepción del t o d o - n o se trata simplemente de traducir palabras. Estas elecciones se b a s a n , literalmente, en c o n c e p c i o n e s previas, juicios previos, prejuicios (Traducción propia).
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son además una buena herramienta documental para el traductor. Sin embargo, los términos en un lengua no siempre encuentran su equivalente en la otra lengua, pueden existir variaciones, aproximaciones o vacíos terminológicos que el traductor deberá solventar. Es necesario, como muy bien apunta la gran experta en terminología Teresa Cabré (2004: 124), elaborar materiales terminológicos adecuados que sirvan tanto a los traductores como a los lectores mismos. Dichos materiales son necesarios para cumplir con las características más destacadas del lenguaje especializado: su internacionalidad (un idioma especializado entendido por los todos los expertos) y su precisión (con pocas palabras técnicas decir exactamente lo que se pretende decir, y no otra cosa). En otras palabras, buscar la correspondencia biunívoca entre significantes y significados, de tal modo que cada concepto tiene una sola palabra para designarlo, y cada palabra designa un único concepto. En teoría, pues, el lenguaje científico debería carecer tanto de sinónimos como de palabras polisémicas, lo cual -como apunta Navarro (2004: 191)- sería ideal no solo para los propios científicos, sino también y probablemente en mayor medida, para los traductores especializados y para los propios investigadores y lectores. Un buen ejemplo lo constituye el debate que a mediados de la década de los noventa se generó en torno a los términos «literary ecology» (ecología literaria), «environmental literature» (literatura medioambiental) y «ecocriticism» (ecocrítica) tal y como Cheryll Glotfelty plasma con claridad en su introducción a The Ecocriticism Reader en 1966 y cuya traducción aparece en este volumen. Tal debate llevado al terreno de la traducción muestra una realidad bien distinta. No es difícil encontrar varias traducciones para un mismo término, términos que aunque aparentemente sean sinónimos, sin embargo, no designan a un concepto idéntico. Podría pensarse que la solución es fácil: 1. Eliminar los términos innecesarios o inadecuados para seleccionar el término más apto, ya sea eligiéndolo de entre los existentes o creando uno nuevo. 2. Divulgar posteriormente la decisión adoptada para que, al cabo de unos años, el término oficial acuñado como oficial sea de uso general (Navarro 2004: 194).
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En realidad así se suele proceder en el terreno científico, pero no siempre con el mismo éxito, ni es siempre necesario quedarse con un único término. El hecho de que existan distintas formas de designar un concepto es un fenómeno extendido en muchos campos de la ciencia. Este fenómeno, como apunta Tercedor (2002: 199) lejos de ser arbitrario, demuestra una falta de concienciación terminológica, o de un conocimiento experto, que pone de relieve matices cognitivos en la forma de ver una misma realidad científica y atiende, además, a razones de orden pragmático. Tercedor concluye que las variantes terminológicas son pues necesarias, variedad que parece aumentar en el caso del lenguaje literario. En este sentido hay que tener en cuenta los dos ejes sobre los que se apoya la terminología específica de una rama del saber y que viene a justificar la existencia de dichas variantes, definidas como una forma que está relacionada semántica y conceptualmente con el término original. Los dos ejes mencionados son: el multidimensional y el pragmático. El primero se manifiesta al constatar cómo el experto y el redactor científico pueden querer expresar distintos matices de un concepto, distintas caras de un mismo prisma. El segundo se manifiesta al constatar que el experto, el redactor o el traductor puede querer acercar un concepto especializado a un audiencia que no lo es, o, por razones pragmáticas, pueden querer buscar que sobresalga una característica del concepto para provocar un efecto concreto en una audiencia. Todo ello requiere investigación. Amelia de Irazazábal (2002: 147) criticaba la falta de interés en nuestro país por los trabajos terminológicos y el estudio de la terminología en general. Sin duda se ha cambiado desde entonces, y sobre todo, gracias a la buena voluntad, al esfuerzo y al entusiasmo de los que trabajan por difundir la terminología acuñada en lengua española y sus equivalentes con otras lenguas gracias a la realización de vocabularios multilingües, glosarios, corpus de distinta naturaleza en gran variedad de campos del conocimiento. Centrándonos en el tema de este artículo, no cabe duda de que los estudios sobre el medio ambiente y la ecología gozan de gran auge en estos tiempo y, junto a ellos, el uso de nuevos términos que empiezan a tener límites difusos: ecocrítica, estudios literarios medioambientales, literatura de la naturaleza, literatura medioambiental, critica ecológica, ecología literaria, crítica literaria medioambiental o ecopoética.
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Si reconocemos la existencia de una nueva área de investigación necesitamos poner límites a su campo de acción y construir o normalizar el uso de términos específicos que le ayuden a cimentar una identidad propia. Dicha labor requiere de tiempo y esfuerzo y queda muy bien ejemplificada en los pasos que Irizazábal (255) marca como objetivos del proyecto TermEsp del CINDOC: 1. Relación de los distintos grupos españoles y extranjeros interesados en los problemas terminológicos del léxico científico. 2. Preparación de léxicos especializados, glosarios o diccionarios en los distintos campos de la ciencia y la terminología. 3. Organización de cursos seminarios y conferencias sobre temas terminológicos. 4. Difusión de terminologías especializadas e información sobre las mismas 5. Colaboración con Iberoamérica en todos los temas relacionados con la terminología, sirviendo como puente entre nuestra terminología en lengua española y las lenguas de la UE. 6. La creación de un banco de datos terminológico de la lengua científica y tecnológica española en colaboración con Iberoamérica. 7. Creación de neologismos y estudio de los términos empleados por los científicos españoles en sus publicaciones. El investigador, el crítico, el científico, el terminólogo, el traductor o el usuario, todos pueden contribuir a construir las herramientas necesarias para dotar de un lenguaje científico a esta nueva área de especialización. Todos y cada uno pueden contribuir a dar cuenta de los matices semánticos, cognitivos y pragmáticos que evidencian la variación terminológica. Para ello, como apunta Tercedor (2002: 214), hay que establecer un mapa de correspondencia en el plano conceptual y de uso, porque las formas de representar la realidad en un área no tienen por qué ser las mismas en inglés y en español o en otra lengua. En los párrafos siguientes trataremos de ilustrar dichas conclusiones. Tuan, en su libro Topofilia dedica un capítulo de cuatro páginas al término «wilderness» (2007: 109-112). Dicho término se repite en el texto inglés treinta y cuatro veces en cuatro páginas; en la traducción al español aparece de trece formas distintas: «yermo», «tierra baldía»,
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«naturaleza», «naturaleza agreste», «naturaleza inculta», «naturaleza inhóspita», «naturaleza silvestre», «tierras desoladas», «tierras vírgenes», «desierto», «tierras inexploradas», «territorios indómitos», «naturaleza salvaje». Observamos que las palabras más utilizadas son «yermo», seguido de «naturaleza», «tierras», «territorios» y «desiertos», si bien las imágenes que dichos conceptos traen a la mente no son necesariamente las mismas. Ni siquiera al prestar atención simplemente a su significado denotativo, en cuyo caso y recurriendo al Diccionario de la Real Academia (22a edición) como fuente de información, encontramos, por ejemplo, en el caso de «yermo» tres entradas: 1. inhabitado; 2. incultivado; 3. terreno inhabitado. En el caso de «naturaleza» encontramos hasta dieciocho entradas. La primera incluye la definición del término como «esencia y propiedad característica de cada ser» y la tercera la define como «conjunto, orden y disposición de todo lo que compone el universo». El término «territorio» contiene cuatro entradas: 1. Porción de la superficie terrestre perteneciente a una nación, región, provincia, etc. 2. Terreno (campo o esfera de acción). 3. Circuito o término que comprende una jurisdicción, un cometido oficial u otra función análoga. 4. Terreno o lugar concreto, como una cueva, un árbol o un hormiguero, donde vive un determinado animal, o un grupo de animales relacionados por vínculos de familia, y que es defendido frente a la invasión de otros congéneres. Mientras que «tierra» incluye más de diez entradas que van desde la que la considera el planeta que habitamos hasta las que la definen como territorio o distrito constituido por intereses presentes o históricos. «Desierto», por su parte, incluye tres entradas de las cuales la tercera de ellas sería la que encajaría en el contexto en el que se encuadra este trabajo, al referirse a un «lugar despoblado». Así mismo las imágenes que sugieren los términos compuestos como «naturaleza agreste» o «naturaleza inhóspita», por ejemplo, no son necesariamente las mismos. Para comprobarlo bastó con preguntar a tres o cuatro personas de mi entorno. Todas coincidieron en que había ciertas connotaciones en esos términos que las diferenciaban. Si añadimos el componente de la traducción son otros los factores añadidos:
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- Lingüísticos, dado que los sistemas de las lenguas no coinciden. - Pragmáticos, porque el contexto distinto conlleva también un uso de la lengua distinto. - Retóricos, porque las convenciones retóricas/estilísticas difieren entre las lenguas. - Factores externos a las lenguas en sí y en los cuales la influencia del traductor es bien evidente pudiendo ir desde factores lingüísticos (dominio de la LL, comprensión del TO, preferencias estilísticas, etc.) hasta factores extralingüísticos: tiempo del que dispone, remuneración a percibir, política editorial exigencias del promotor de la traducción. El ejemplo arriba comentado ilustra con claridad las dificultades de la traducción y la necesidad de tenerla en cuenta, tanto como proceso como producto. Es decir, anticipando y analizando las dificultades que el trasvase de un simple término o de un texto puede plantear o considerando el texto traducido y las diferencias que puede suponer con respecto al texto original, tal y como acabamos de ilustrar con el ejemplo de «wilderness». En este sentido, el comentario de Tuan (138) al hablar de la comunión con la naturaleza y la consideración de «culturas primitivas» de las tribus indias americanas como una creación/invención occidental, cuyo origen se halla en la traducción es muy ilustrativo. Tuan recoge el discurso del jefe indio cuando vende tierras a los blancos a cambio de otras prestaciones. El relato que nos ha llegado no es el discurso original, sino que ha sido traducido de la lengua india al inglés. Para entenderlo hay que situarlo en un contexto muy concreto: en un despacho en Nueva York y bajo la forma de un contrato - y no en territorio indio en plena naturaleza. A su vez, hay que considerar que lo que nos ha llegado es la versión de un historiador de finales del siglo XIX influido por las teorías del «buen salvaje» o «salvaje natural» de Rousseau y Montaigne. La conclusión a la que llegamos -tal y como apunta Tuan (139)- es que la imagen del «salvaje bueno», del indio que «respeta la naturaleza» es, en realidad, un estereotipo creado en una época determinada en la que el desarrollo industrial y otros factores estaban dando lugar a un nuevo orden donde el hombre daba más importancia al desarrollo industrial - a la transformación/dominio de la naturaleza- que a la conservación de la naturaleza.
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Trascurridos los años, observamos que en la actualidad el punto de vista ha variado y volvemos a la defensa de «la naturaleza primitiva», de esa naturaleza en la que vivían las tribus indias antes de la llegada de los «blancos». La firma del primer acuerdo internacional de protección del medio ambiente -conocido como el Protocolo de Kyoto- por 36 países industrializados en diciembre de 1997 constituye una prueba que se ha venido repitiendo desde entonces. La reciente cumbre medioambiental celebrada en Copenhague en diciembre de 2009 y su estrepitoso fracaso a la hora de firmar un verdadero compromiso internacional para proteger a la naturaleza pone también en evidencia el resurgimiento de un discurso plagado de connotaciones cuyo significado puede variar si se utiliza / traduce en un país industrializado (por ejemplo, EE.UU.) o en un país en vías de desarrollo y con grandes probabilidades de sufrir una mayor degradación de la naturaleza (pongamos por caso Brasil o Guatemala). Las imágenes que proyectan expresiones como «supervivencia de la humanidad», «contaminación», «desastres naturales», «pérdida de la biodiversidad» o «conciencia medioambiental» pueden no ser las mismas. Y los términos, expresiones, frases o títulos que se escuchan en los congresos internacionales organizados por EASLCE, ASLE o grupos nacionales como el celebrado en Turquía en noviembre de 2009 o en Victoria en junio 2009 o que encontramos en las cada vez más abundantes publicaciones, generalmente en lengua inglesa, deben llevarnos a la reflexión. Términos o expresiones como «bioregional environment», «compassion fatigue», «human materiality», «commodification», «transcorporality», «eco-humanism», «ecophobia», «presentism», «deterritorialization», «speaking nature», «ecocosmopolitanism», «translocation», «eco-masculinity», «animality», «polymorphously activist», «climate justice», «ecological holism», «cultural criticism», «planetarity», «radical ecology», «biosemiotic». «queering the non/human», «conversive and coopetitive», «dark ecology», etc., etc., etc. Cheryl Glotfelty ya mostraba esa desazón y preveía el futuro cuando en el artículo antes mencionado comentaba que ante la variedad que se percibe, el futuro acabará por dar prioridad a un término. Ahora bien, para que ello ocurra será mejor poner a colaborar a los terminólogos, investigadores, académicos y lectores cuanto antes para que sea posible sentarse delante del ordenador y teclear un único término en español - y no unos cuantos (ecocrítica, literatura medioambiental, literatura y natu-
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raleza) para realizar una búsqueda concreta. Sin duda, ello acentúa o prueba el carácter interdisciplinario de la ecocrítica y la necesidad de lograr una terminología concreta en estos inicios de su desarrollo no solo en el mundo hispano sino también en otras lenguas. Palomares (2000: 15-16), en su trabajo sobre la elaboración de una guía de recursos documentales para los estudios de traducción, insiste en que el traductor habrá de acudir a las fuentes documentales para adquirir información sobre el contenido del texto origen, información terminológica para utilizar adecuadamente el vocabulario especializado, e información fraseológica para poder hacer uso del estilo propio del texto de partida. Para lograrlo habrá que empezar por buscar, localizar y manejar, de manera contrastada, las fuentes de documentación precisas para llevar a cabo la labor traductora. Recorrido ese camino, este es precisamente el objetivo de las líneas que siguen y del breve glosario que las acompaña: contribuir, en el nacimiento de una nueva especialización en el mundo hispano, a la creación de una terminología especializada que utilicen los expertos e investigadores en la materia. Esperamos que tras este comienzo se vayan añadiendo otros muchos conceptos que contribuyan a cimentar una terminología propia en el ámbito de la ecocrítica. Y añadiremos como punto final una reflexión. Parafraseando a Sales (2005b: 354), para traducir hay que documentarse y ello implica desarrollar una conciencia, ecológica en este caso, a tono con las tendencias del momento que vienen marcadas por hechos no precisamente literarios, sino por hechos sociales, políticos o culturales. Este proyecto requiere adquirir unas competencias lingüísticas e instrumentales especializadas y abiertas al conocimiento. Para acometer tal reto podría resultar provechoso activar proyectos traductológicos que contribuyan a la creación de un fondo documental sobre la base de la experiencia que se va adquiriendo con cada traducción. El pequeño glosario incluido al final del libro es una mínima muestra que esperamos seguir aumentando con la cooperación de todos. Queda aquí nuestra llamada.
II.
ECOFEMINISMO
¿ P O R QUÉ ELLAS, POR QUÉ AHORA? L A MUJER Y EL MEDIO NATURAL:
ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DEL ECOFEMINISMO Esther Rey Torrijos
En la historia del pensamiento occidental la persistencia en la identificación entre la mujer y las distintas manifestaciones del medio natural ha trascendido a diferentes periodos y alternancias histórico-culturales, convirtiéndose en denominador común en el desarrollo de las culturas y las sociedades occidentales desde la prehistoria hasta nuestros días. Históricamente mujer y naturaleza han compartido un mismo destino y las condiciones de opresión a las que ambas han estado sometidas se han convertido en fuente de inspiración tanto para los seguidores de las teorías feministas como para los defensores del medio ambiente. Más recientemente, la evidencia de los graves daños sufridos por el medio natural durante los últimos cien años ha acrecentado el interés académico y social por la evolución de los movimientos defensores del medio ambiente, al tiempo que se ha incrementado la implicación femenina en el desarrollo de una ética de protección ecológica y en la adopción de unas prácticas sociales más respetuosas con el entorno. Durante las últimas décadas, las consecuencias de esta implicación femenina han sido estudiadas y debatidas tanto por seguidores de los movimientos feministas como por los ecologistas, y se han suscitado todo tipo de controversias e interrogantes. Por ejemplo, si la preocupación por el deterioro del medio ambiente debe entenderse como un asunto de interés general, entonces ¿qué sentido tiene insistir en la necesidad de una implicación específicamente femenina en la protección medioambiental?, ¿es efectivo resaltar los rasgos femeninos que pueden apreciarse en el mundo natural y al mismo tiempo incidir en la naturalización, es decir, la identificación de la mujer con la naturaleza?, ¿cuáles han sido las consecuencias culturales y las prácticas sociales derivadas de esta asociación ancestral? Dada la conexión histórica entre mujer y naturaleza, ¿es necesaria y políticamente efectiva la relación entre los movimientos feministas y ecologistas? Y si ese es el caso, ¿es el ecofeminismo una desviación del
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feminismo que, una vez más, supedita el objetivo de liberación de la mujer a la «lucha principal» por la defensa de un futuro mejor para el planeta? Durante las últimas décadas, un creciente número de teóricos feministas ha tratado de responder a estas preguntas, analizando y debatiendo los puntos de conexión entre ambos movimientos, con el fin de observar su influencia en las teorías y en las prácticas sociales que se han desarrollado en los últimos años. Fruto de ese debate es el movimiento o movimientos ecofeministas, cuyo origen y evolución van a ser valorados en este trabajo. Tras un repaso cronológico que se inicia en los orígenes de la simbiosis ecofeminista y centrándose en la evolución y desarrollo de las aportaciones teóricas y manifestaciones activistas procedentes de diversos centros de investigación y movimientos sociales de base, este trabajo se propone dar cuenta de los esfuerzos de fusión teórico-práctica que se han llevado a cabo en asambleas y foros internacionales, en departamentos universitarios de filosofía y estudios de la mujer y, posteriormente, en áreas de investigación universitaria más relacionadas con la sociología y la crítica literaria feminista. Un breve análisis de la contribución del ecofeminismo al desarrollo de la ecocrítica, o crítica literaria ecologista, dará paso a algunas reflexiones sobre la vigencia actual del movimiento y su proyección futura dentro del panorama académico actual. Todo ello proporcionará una visión general de la trayectoria del fenómeno ecofeminista desde sus inicios hasta el momento presente y planteará sus aportaciones al debate ecologista que se ha venido desarrollando en círculos académicos y en foros internacionales durante los últimos años. Según explica Carolyn Merchant en Earthcare, Women and the Environment (1996), el término ecofeminismo fue acuñado en 1974 por la feminista francesa Françoise D'Eaubonne, quien en Le féminisme ou la mort sentó las bases teóricas del movimiento al establecer un claro paralelismo entre mujer y naturaleza, asociando en clave de discurso feminista las características propias del universo femenino con las atribuciones más destacables del medio natural. De entre todas las atribuciones naturales, es precisamente su evolución cíclica y su capacidad renovadora lo que históricamente ha permitido identificar a la naturaleza con la madre tierra, dotándola de rasgos maternales por su inextinguible fuerza creadora e impulsora de todas las formas de vida existentes sobre el planeta.
¿Por qué ellas, por qué ahora? La mujer y el medio natural
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Sin embargo, aunque los antecedentes en la identificación mujer-naturaleza se remontan a los orígenes de la cultura occidental, D'Eaubonne fue la primera que, con una evidente mentalidad de activismo políticosocial, empleaba el término ecofeminismo al describir la capacidad de las mujeres para encabezar una revolución feminista y ecológica capaz de redefinir las relaciones entre hombres y mujeres, reorientar su futuro e incidir positivamente en su interacción con el medio natural (1996: 5). Tomando en consideración la contribución posterior de Ynestra King, que desarrolló el nuevo concepto en el Instituto de Ecología Social (Institute of Social Ecology) en Vermont durante el año 1976, el movimiento parece estar definitivamente consolidado en marzo de 1980, momento en que se celebra en Amherst, Massachussets, la primera cumbre ecofeminista en torno a La mujer y la vida sobre la tierra (plomen and Life on Earth: A Conference on Eco-Eeminism in the Eighties). Como explican María Mies y Vandana Shiva en la introducción a Ecofeminism (1993), este primer congreso fue decisivo para el desarrollo del concepto de ecofeminismo porque en él se exploraron por primera vez las conexiones entre los objetivos del feminismo y la búsqueda de soluciones ecológicas a la crisis medioambiental. Asimismo, fue entonces cuando se comenzó a identificar de manera explícita la conexión existente entre la violencia que la sociedad patriarcal ejerce sobre la mujer, las desigualdades entre los diferentes grupos sociales y la destrucción acelerada de los recursos naturales (14). Una vez que se produjo la fusión teórica, la respuesta de los grupos activistas fue inmediata y en la década de los ochenta una buena cantidad de asociaciones feministas tomaron parte activa en las luchas pacifistas y ecologistas que tuvieron lugar en diferentes países del mundo. También entonces comenzaron a proliferar las muestras de activismo en los Estados Unidos, con protestas antinucleares protagonizadas, entre otros, por el movimiento Women's Pentagon Action, un grupo de mujeres que rodearon el Pentágono para mostrar su oposición al empleo de la energía nuclear y, de paso, formular el primer manifiesto ecofeminista (Mies/Shiva 1993: 17). Al mismo tiempo, también durante la década de los ochenta, el despegue definitivo del movimiento estuvo a cargo del denominado feminismo cultural (Ruether 1975; Salleh 1984; Warren 1987, 1988), que le inyectó savia nueva al hermanar de manera definitiva la liberación femenina con la defensa medioambiental. Tras este punto
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de partida, las diferentes tendencias feministas (feminismo liberal, cultural y socialista) realizaron un considerable esfuerzo de fusión teórica para explorar la naturaleza de las relaciones entre los seres humanos y el mundo natural y, en ocasiones desde perspectivas divergentes, contribuyeron en igual medida al desarrollo de lo que hoy conocemos como ecofeminismo (Merchant 1996: 5). Posteriormente, ya en la década de los noventa, una vez que el movimiento había sentado sus bases en los Estados Unidos, Suecia y Australia, Merchant vuelve a dar testimonio en el libro anteriormente citado de una variedad de actuaciones y prácticas sociales desarrolladas en diferentes países, todas ellas encaminadas a provocar un cambio social protagonizado por mujeres empeñadas en luchar por su propia subsistencia, la de sus familias y la de sus comunidades (139-85). Por su parte, en 1993 Greta Gaard publica Ecofeminism. Wotnen, Animáis, Nature, en donde aparece una referencia directa al ecofeminismo, descrito como un movimiento teórico que resulta de la evolución de diferentes perspectivas feministas, aparentemente teóricas, que sin embargo demuestran tener una clara voluntad de activismo sociopolítico. Con evidente intención aglutinadora, Gaard busca los antecedentes del ecofeminismo en diferentes movimientos feministas, pacifistas, de justicia medioambiental y defensores de los animales que, aunque surgidos en lugares muy distantes entre sí, terminan por hacer causa común buscando mutuo apoyo en sus planteamientos (1). Y cinco años después, Greta Gaard y Patrick D. Murphy señalan en Ecofeminist Literary Criticim. Theory, Interpretation, Pedagogy (1998) que el ecofeminismo puede considerarse ya un movimiento definitivamente consolidado, de carácter eminentemente práctico, creado para provocar un cambio social capaz de modificar las bases sobre las que se sustentan los desaciertos del desarrollo económico y tecnológico actual. Un movimiento, en definitiva, destinado a combatir la degradación medioambiental provocada por el sistema patriarcal, la actividad de las multinacionales y el capitalismo global (2). Parece incuestionable que actualmente el ecofeminismo se encuentra teóricamente consolidado y pocos dudan de su contribución a encauzar la resistencia al modelo de opresión social vigente. A pesar de lo cual, la feminista y ecologista Val Plumwood reconoce en Feminism and the Mastery of Nature (1993) que el concepto de ecofeminismo continúa siendo minusvalorado en algunos sectores críticos feministas por su apa-
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rente debilidad teórica, y constata que la asociación mujer-naturaleza, aunque profundamente enraizada en el sistema socioeconómico contemporáneo, ha suscitado y continúa suscitando escepticismo en algunos sectores feministas1. Las razones de ese escepticismo se apoyan en su escasa efectividad liberadora para la mujer, que deriva de la insistencia en relacionarla con todo lo natural, corpóreo e instintivo. La consecuencia más inmediata ha sido la desvinculación femenina de las estructuras sociales de control, su reclusión en el ámbito de lo doméstico y el consiguiente reforzamiento de los mecanismos estructurales del poder patriarcal (20-1). En contraste, algunos años después, Glynis Carr señala en la introducción a New Essays in Ecofeminist Literary Criticism (2000) que, aunque no se han cumplido los ambiciosos objetivos que los precursores del movimiento se habían planteado dos décadas antes, en los primeros años del siglo XXI la presencia ecofeminista se hace evidente en los movimientos de resistencia al capitalismo global, en la participación en actividades de protesta por los vertidos tóxicos y en la organización de grupos de defensa de justicia medioambiental. También se ha hecho notoria su apuesta por la defensa de las formas de vida de los pueblos indígenas y su apoyo a la búsqueda de fórmulas que garanticen un desarrollo económico sostenible (15). Por otra parte, mientras su presencia se hace indispensable en los foros internacionales y las manifestaciones de grupos activistas se multiplican, el movimiento continúa en pleno proceso de evolución teórica. Prueba de ello es la abundancia de aportaciones bibliográficas ecofeministas aparecidas en Hypatia (1991), Women's Studies (1996), Frontiers (1997) y NWS A Journal (1997), todas ellas publicaciones feministas que durante la última década del siglo XX dedicaron números monográficos a divulgar las ideas del movimiento. Con todo ello, la complejidad para definir sus coordenadas se pone de manifiesto en la variedad y aparente disparidad de perspectivas sobre las que su armazón teórico se sustenta: a menudo, la necesidad de defen-
1
E n t r e las teóricas feministas que durante la década de los ochenta cuestionaron
con mayor insistencia la vigencia actual de la asociación mujer-naturaleza y su efectividad en la lucha por la equiparación de géneros y en la búsqueda de estrategias de defensa ecológica destacan las c o n t r i b u c i o n e s de Lloyd 1 9 8 4 ; E k i n s 1 9 8 6 ; W a r i n g 1 9 8 8 y Echols 1989.
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sa ecológica se conjuga con la voluntad de resistencia al sistema patriarcal todavía vigente; la necesidad de sentar unas bases teóricas sólidas se ve contrarrestada por la voluntad de implicación en la realidad social local, con acciones puntuales en defensa de los derechos individuales y del medio natural. En última instancia, la necesidad de conjugar los diferentes posicionamientos filosóficos, éticos, políticos y activistas de los movimientos ecologista y feminista, así como la búsqueda de nuevas teorías del cambio social, han sido y continúan siendo un motivo de preocupación prioritario para los teóricos del movimiento. Por todo lo cual, conscientes de la dificultad para alcanzar sus objetivos de fusión y en un intento de conjugar teoría y práctica, numerosos estudiosos del ecofeminismo se han esforzado durante las últimas tres décadas en articular unos principios teóricos básicos que sirvan de fundamento a los movimientos activistas que con sus acciones han tratado de provocar la transformación de las estructuras sociales vigentes. Como punto de partida en el repaso cronológico, y por lo que respecta al maridaje entre ecología y feminismo, hay que tener en cuenta que aunque los movimientos feminista y ecologista surgieron de forma paralela durante los años sesenta, según explica Merchant no fue hasta bien entrados los años setenta cuando las teorías feministas comenzaron a incorporar explícita y sistemáticamente a sus principios una creciente preocupación por la crisis medioambiental, analizando desde diferentes perspectivas las posibilidades de conexión real y simbólica entre la marginación sufrida por la mujer y el deterioro de la naturaleza (1996: 141). Como testimonio, es de destacar lo expresado por la filósofa norteamericana Karen Warren, quien en Ecological Femirtist Philosophies (1996) hace suyas las palabras de una de las primeras feministas norteamericanas, Rosemary Radford Ruether, al hermanar la lucha por la liberación de la mujer con la búsqueda de soluciones inmediatas a la crisis medioambiental, declarando que las mujeres deben ser conscientes de que no podrán alcanzar la liberación ni encontrar soluciones a los problemas ecológicos mientras las redes sociales continúen sustentadas sobre el actual modelo de dominio y sumisión. En este contexto, es indispensable sumar esfuerzos en un proyecto de trasformación de las estructuras socioeconómicas y de los valores éticos de la sociedad actual si se desea mejorar la situación de ambos (Warren 1996: ix). Veinte años después que su predecesora, Warren refuerza el planteamiento básico de Ruether con la lectura e interpreta-
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ción de diferentes textos feministas y de defensa ecológica para subrayar la importancia de asumir las conexiones históricas, conceptuales, epistemológicas, simbólicas, éticas, teóricas y políticas entre ambos tipos de activismo si se aspira a comprender sus fundamentos y a conseguir mayor efectividad en la consecución de los objetivos comunes2. Sin embargo, aunque las reflexiones de Warren resultaron decisivas para el hermanamiento ecofeminista, no hay que olvidar que en 1993 Gaard había abierto el camino a Warren al declarar que el ecofeminismo tiene como objetivo primordial combatir todas las formas de opresión, ya que ningún esfuerzo por liberar a las mujeres o a los grupos históricamente oprimidos puede tener legitimidad si no se complementa con una voluntad clara y explícita de defender el medio natural (1993: 1). A partir de ahí, la trayectoria de ambos movimientos comenzó a fusionase definitivamente cuando desde algunos sectores defensores del medio ambiente los científicos comenzaron a denunciar la escasez de medidas eficaces para combatir los graves problemas que afectaban al medio natural y empezaron a hablar de «feminizar» la ecología3. Parece claro que, en la década de los noventa, la tendencia imperante apuntaba a que no era posible ser feminista si no se defendía de manera explícita al mundo natural, lo cual explica que, aunque movimientos sociales distintos, ambas escuelas de pensamiento sumaran esfuerzos y sentaran las bases de un cambio social protagonizado simultáneamente por mujeres de diferentes países, en lucha contra los efectos de un mal desarrollo del sistema capitalista y patriarcal, considerado culpable de la degradación de las relaciones entre los sexos y del deterioro de la natu-
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E n el repaso teórico d e Warren, indispensable para e n t e n d e r la multiplicidad de conexiones entre ambos movimientos, destacan las referencias a los planteamientos de Spretnak 1990; Griffin, 1978; Merchant. 1980/89; Shiva, 1989; Salleh, 1984; King, 1990 y P l u m w o o d , 1991, 1993. 3 Para p r o f u n d i z a r en el estudio de las diferentes formas que ha t o m a d o la asociación mujer-naturaleza en ámbitos científicos y artísticos, ver los c o m e n t a r i o s d e Merchant sobre Gaia: A New Look at Life on Earth (1979), de James Lovelock, que describe el impulso científico que la visión tradicional de Gaia tuvo d u r a n t e las tres últimas décadas del siglo XX. I g u a l m e n t e , la c o m p o s i c i ó n musical «Missa Gaia: T h e E a r t h M a s s » (1981), d e P a u l W i n t e r relanzó artísticamente al m i t o y aseguró su vigencia actual, lo cual contribuyó a su redifusión en simposios y conferencias internacionales en los Estados Unidos durante los años finales del siglo pasado (Merchant 1996: 4-5).
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raleza. Por otra parte, retomando el hilo conductor en la búsqueda de tendencias dentro del movimiento, si Françoise D'Eaubonne fue pionera en emplear el término ecofeminismo, Sherry Ortner, Mary Daly y Susan Griffin son reconocidas por Merchant como precursoras en analizar las causas biológicas, históricas y culturales de la proximidad entre mujer y naturaleza, así como las consecuencias negativas de esta identificación ancestral (Merchant 1996: 141). Más concretamente, en «Is Female to Male as Nature is to Culture?» Ortner atribuye la afinidad histórica entre mujer y naturaleza tanto a razones biológicas como a una serie de costumbres sociales derivadas de ellas, que deben ser controladas o redefinidas para contrarrestar la posición de desigualdad de las mujeres con respecto a los hombres (Merchant 1996: xv). Sin embargo, aunque las feministas pioneras del movimiento fueron las primeras en señalar que las mujeres han estado tradicionalmente asociadas a todo aquello que entendemos como natural, salvaje e instintivo, y que todas estas características han sido a menudo menospreciadas por la élite cultural occidental, ellas no fueron la únicas en denunciarlo. Sin gran demora, el relevo fue tomado por un buen número de teóricas feministas que analizaron las consecuencias de esa asociación en mayor profundidad. En este sentido, Merchant destaca la persistencia en la labor investigadora de Merlin Stone y Dolores LaChapelle, quienes proclamaron la necesidad de recuperar los fundamentos sociales de las sociedades matriarcales de la antigüedad, entre las cuales la fuerza simbólica de la mujer como aseguradora de vida se identificaba y reforzaba con la capacidad redentora de la naturaleza (1996: 141). En esta misma línea de búsqueda de reformulación de los símbolos prehistóricos femeninos a través de la poesía y los actos ceremoniales destaca la aportación de Susan Griffin en Woman and Nature (1978) en donde, desde una perspectiva mucho más literaria que académica, refleja con indudable efectividad la fuerza simbólica que la asociación mujer-naturaleza ejerció sobre su vida y la de sus predecesoras: «I know I am made from this earth, as my mother's hands were made from this earth, as her dreams came from this earth and ail that I know, I know in this earth» (Merchant 1996: 227)4. 4
«Sé que procedo de esta tierra, como las manos de mi madre procedían de esta tierra, de la misma manera que sus sueños procedían de esta tierra, y todo lo que conozco, lo reconozco como de esta tierra» (Traducción propia).
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En esta misma línea, las aportaciones psicológicas al estudio de la asociación mujer-naturaleza desarrolladas por Dorothy Dinnerstein, y Evelyn Fox Keller sirvieron para localizar el origen de la subordinación social sufrida por la mujer en una serie de causas biológicas determinantes, es decir, en su capacidad eminentemente reproductora y, por tanto, limitadora de su rol social (Merchant 1996: 142-143). A partir de aquí, la labor investigadora sobre la relación histórica entre mujer y naturaleza es asumida por Carolyn Merchant, quien en 1980 publica un primer análisis de la evolución moderna de esta asociación ancestral durante la etapa de los grandes avances tecnológicos del siglo XX, con el título de The Death ofNature: Women, Ecology and the Scientific Revolution. Posteriormente, la teórica feminista Ynestra King analiza en un artículo titulado «Healing the Wounds: Feminism, Ecology and the Nature/Culture Revolution» (1990) el papel de la mujer como mediadora entre naturaleza y cultura. Vandana Shiva, promotora indiscutible del llamado ecofeminismo de los países del hemisferio sur y artífice de un nuevo modelo de desarrollo más respetuoso con la mujer y con el medio ambiente, contribuye al desarrollo de unos principios fundamentales para el movimiento, que aparecen glosados en Staying Alive: Women, Ecology andDevelopment (1989) y en Ecofeminism (1993), esta última obra escrita en colaboración con María Mies. Inmediatamente después, Val Plumwood examina las implicaciones que los dualismos tradicionales razón/emoción, ser humano/naturaleza y hombre/mujer tienen en la creación y evolución del concepto de identidad. Entre sus múltiples aportaciones teóricas, en Feminism and the Mastery ofNature Plumwood incluye los conceptos de relación y cooperación en la base teórica del ecofeminismo y emplea el término master mentality para describir la mentalidad dominadora inherente en cada una de las relaciones de desigualdad que se establecen entre diferentes grupos sociales, una de las cuales, aunque no la única, es la que ha dado lugar a la discriminación por razones de género. Finalmente, el esfuerzo en el avance de las investigaciones es retomado por la ecofeminista de clara vocación activista Dianne Rocheleau, quien en colaboración con Barbara Thomas-Slayter y Esther Wangari publica Feminist Political Ecology: Global Issues and Local Experiences (1996), en donde se exploran desde una perspectiva teórica las experiencias concretas de grupos activistas procedentes de diferentes lugares del planeta, con la intención de reflexionar sobre las
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implicaciones culturales y políticas que las diferencias de género tienen en las relaciones del ser humano con su entorno. Reforzando el alcance de estas investigaciones individuales desarrolladas por las figuras clave del ecofeminismo de los 80 y 90 destaca la primera colección de artículos publicados en 1983 con el título de Reclaim the Earth: Women Speak out for Life on Earth, recopilados por Leonie Caldecott y Stephanie Leland, en donde aparecen los primeros planteamientos teóricos del movimiento y se describen con gran detalle las maniobras de resistencia de los primeros grupos activistas. Posteriormente, Judith Plant publica una nueva selección de artículos, entre los que destacan las contribuciones de Ruether y Spretnak, que exponen nuevos planteamientos ecofeministas de corte teórico, político, espiritualista o activista, en Healing the Wounds: The Promise ofEcofeminisrn (1989). Y un año después, insistiendo en la búsqueda de unos principios éticos del movimiento, Irene Diamond y Gloria Orenstein reavivan el debate teórico que se desarrollará durante la década de los noventa, en Reweaving the World: The Emergence of Ecofeminism. La lectura de estos textos fundamentales permite observar que, como había ocurrido anteriormente en la evolución del movimiento feminista, en un primer momento las corrientes ecofeministas de D'Eaubonne, Ortner, Daly y Griffin buscaron la asociación mujer-naturaleza con la intención de invertir el significado tradicional de los binomios mujer/ hombre, naturaleza/cultura, culpando al modelo patriarcal del deterioro del planeta y asignando a la «ética del cuidado», al apego a lo inmediato, al instinto protector propio del comportamiento femenino un valor inestimable. Frente al ímpetu destructivo de la sociedad actual, las pioneras del movimiento defendían que la cultura de la conservación y el cuidado es la única capaz de preservar la vida sobre el planeta y buscaban inspiración en las imágenes tradicionales de la naturaleza como diosa y madre, y en un espiritualismo panteísta de índole natural, en el que la importancia de los principios de inmanencia y solidaridad entre las especies podía garantizar la conservación de la vida sobre el planeta. Al amparo de esta asociación, las antropólogas feministas Riane Eisler y Charlene Spretnak investigaron el origen de la sustitución del orden matriarcal ancestral por el modelo patriarcal actual en la desaparición de una serie de tribus indoeuropeas que habitaban Europa central en
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torno al siglo V a.c., y que desaparecieron a raíz de la invasión e imposición de un nuevo orden social por parte de tribus nómadas procedentes de Eurasia (Warren 1996: xi). Otros teóricos, como Lovelock y Merchant, se ocuparon de analizar la evolución de ciertos símbolos femeninos de gran calado en la tradición cultural occidental -fundamentalmente Gaia, Eva e Isis- que tradicionalmente han estado asociados al medio natural en sus diferentes manifestaciones culturales, artísticas y religiosas. En un trabajo recopilatorio ya mencionado, Merchant explica que a lo largo de la historia de las civilizaciones la identificación de la naturaleza con el sexo femenino se ha apoyado, en primer lugar, en la maternidad como la característica biológica exclusivamente femenina que ha permitido esa asociación, y ha propiciado la definición de la naturaleza como la madre tierra. La segunda causa de identificación entre la mujer y el medio natural tiene que ver con la caracterización de la naturaleza como salvaje, incontrolable y amenazadora, rasgos que históricamente han estado asociados al carácter supuestamente emocional e instintivo de la mujer, en oposición a la también supuesta racionalidad propia del carácter masculino (Merchant 1996: 3-57). Por otra parte, aunque Sherry Ortner fue muy influyente en su tiempo por la publicación del artículo citado por Merchant y por convertirse con ello en una de la primeras feministas en reconocer que las diferencias de género se sustentan sobre una base biológica sobre la que se han desarrollado una enorme variedad de procesos sociales y culturales que han definido las relaciones entre los sexos (Ortner 1974: 1), sus planteamientos no tardaron en ser cuestionados por ecofeministas posteriores, por considerar que reforzaban la pervivencia de los dualismos cultura/ naturaleza, hombre/mujer. También fueron criticadas las teorías de Mary Daly, desarrolladas en Gyn/Ecology (1978), un texto fundamental del movimiento feminista en el que Daly otorga a la mujer una superioridad moral sobre el hombre y trata de invertir el dualismo hombre/mujer, reforzando con ello la separación entre los sexos. Entre las teóricas más críticas con las precursoras del «feminismo de la diferencia» se encuentra Cassandra Kircher, quien en un análisis ecocrítico de Refuge, de Terry Tempest Williams, que lleva por título «Rethinking Dichotomies of Refuge» (1998), explica que esta valoración resulta problemática porque refuerza la legitimidad del criterio de otredad (otherness), tradicionalmente asociado a la mujer y al mundo natural, interfiriendo con cual-
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quier posibilidad de equiparación entre los sexos y dificultando la búsqueda de equilibrio armónico entre naturaleza y cultura (Gaard/Murphy 1998: 161). Posteriormente, Plumwood manifiesta su desacuerdo con las defensoras actuales de esta tendencia separadora, entre las que se encuentra Charlotte Bretherton, quienes aún consideran que las mujeres son las auténticas «salvadoras del planeta», especialmente aptas para protegerlo por su capacidad de asumir la responsabilidad de ser reproductoras y mantenedoras de la especie. En opinión de Plumwood, este argumento tiene sus raíces en la tradición cultural cristiana y en su posterior versión victoriana de la mujer como portadora de valores morales que la convertían en el único e inigualable «ángel del hogar» (the ángel in the house) y, consecuentemente, la relegaban irremediablemente al ámbito de lo doméstico. En una versión ecológica actual, las defensoras de la asociación mujer-naturaleza convierten al «ángel del hogar» decimonónico en un moderno «ángel del ecosistema» (the ángel of the ecosystem), lo cual tiene una validez y operatividad dudosa puesto que está lejos de desactivar la eficacia de los mecanismos de poder patriarcal y las fórmulas de control social en la sociedad moderna y, por lo tanto, continúa relegando a la mujer al ámbito del hogar e inhibiendo su participación en los órganos de gobierno de su comunidad (Plumwood 1993: 9). En resumen, desde la década de los ochenta han surgido diferentes corrientes críticas que se han insertado dentro de la línea clásica de argumentación empleada por las teorías del feminismo de la igualdad frente a posturas esencialistas, defendidas en muchas ocasiones por el feminismo denominado radical, cultural o de la diferencia. Indudablemente, una de las figuras clave en la evolución de este ecofeminismo de integración es Plumwood porque cuestiona, en primer lugar, la lógica del dominio de la razón en la civilización occidental (69-104) y, en segundo lugar, porque aboga por la necesidad de redefinir los rasgos fundamentales de la identidad femenina con el fin de tratar de superar los dualismos decimonónicos de razón/emoción, actividad/pasividad, ámbito de lo público/ ámbito de lo privado, tradicionalmente asociados a los roles masculino y femenino en la cultura dominante (19-41). Después de Plumwood, teóricas ecofeministas como Merchant y King, desde perspectivas historicistas, apuntalan los planteamientos de la filósofa australiana, advirtiendo del riesgo de insistir en la pervivencia de los dualismos, puesto
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que fueron creados por el sistema patriarcal para legitimar la diferencia jerárquica entre los sexos-géneros y entre la naturaleza y la cultura. Según Merchant, la existencia de este juego de opuestos debe ser puesta sistemáticamente en duda, entre otras cosas porque tradicionalmente ha servido para justificar el control y dominio del hombre sobre la naturaleza y sobre la mujer (1996: xvii). De tal manera que, como aclara Ariel Salleh en «Second Thoughts on Rethinking Ecofeminist Politics: A Dialectical Critique», aunque todos los partidarios del ecofeminismo coinciden en la identidad del opresor, resulta demasiado difícil, por simplificador, generalizar sobre la identidad de los sujetos oprimidos. A pesar de admitir la existencia de conexiones entre los mecanismos de explotación, no existe unanimidad a la hora de esclarecer la identidad de los explotados y, como Salleh, pocas feministas dudan hoy de que tanto el reforzamiento de los dualismos como la insistencia en recalcar la responsabilidad de las mujeres en resolver la crisis medioambiental son argumentos problemáticos, puesto que legitiman la separación artificial entre los sexos e insisten en preservar una forzada alianza entre mujer y naturaleza, que acaba por ser tan limitadora y excluyente para la mujer como impositiva y opresora resulta para el hombre su identificación con la ciencia y la cultura dentro del sistema patriarcal (98). Siguiendo esta línea revisionista, más recientemente algunos críticos literarios como David Mazel y Catrín Gersdorf han advertido del peligro de considerar la literatura de corte ecológico surgida a partir del siglo XIX en Norteamérica como un movimiento de resistencia a la opresión ejercida por el sistema, surgido a partir de un impulso eminentemente creativo no contaminado por el instinto dominador propio del ser humano y desinteresado en sus objetivos de defensa de la naturaleza. Mostrando opiniones muy críticas con esta tendencia literaria, Mazel explica que el propio discurso ecológico no es sino una forma más de poder, un estilo político y epistemológico de ejercer autoridad sobre el entorno natural y sobre sus representaciones (1996: 144). Por su parte, Gersdorf ha denunciado la instrumentalización de la naturaleza y del discurso de defensa ecológica por parte de sectores antiprogresistas, que han adoptado algunas de sus atribuciones simbólicas para justificar posicionamientos socialmente restrictivos ante cuestiones de libertad sexual, al describir la homosexualidad como «un crimen contra el orden natu-
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ral» (2000: 175). Por último, algunos teóricos5 han defendido la necesidad de liberar a la naturaleza de las tradicionales asociaciones simbólicas de carácter antropomórfico con rasgos claramente sexuados, que históricamente han servido de sustento teórico en la legitimación de los ideales de conquista y dominio propios de toda actitud imperialista (176). De tal manera que, una vez agotada la vigencia de los dualismos decimonónicos, el resultado actual de la evolución del ecofeminismo parece perfilarse como una fusión del denominado feminismo de la igualdad y las tendencias teórico-prácticas socialmente respetuosas con el medio ambiente. Desde esta perspectiva, las condiciones de explotación que han sufrido y sufren las mujeres en todo el mundo son el resultado de la situación social de marginalidad en la que tradicionalmente han vivido, y su relación con el medio natural no tiene una base biológica, es decir, no deriva de la creencia de que, por ser biológicamente distintos, hombres y mujeres deben establecer una relación distinta con el medio, o desarrollar roles sociales diferentes. Parece probado que, en igual medida que los hombres, no todas las mujeres experimentan sentimientos de respeto y comunión con la naturaleza, no todas son capaces de desarrollar tendencias protectoras y maternales y, aunque posiblemente no siempre han estado en primera línea en las actividades de sometimiento y deterioro del medio natural, muchas de ellas han participado y continúan participando de manera activa y entusiasta en el desarrollo de la cultura del consumo. Parece evidente que, sobre todo durante los dos últimos siglos, tanto hombres como mujeres han desarrollado actitudes y estrategias que suelen ser poco respetuosas con el medio ambiente, de tal manera que la solución a la crisis medioambiental debe afrontarse desde la unidad y no desde la diferencia (Plumwood 1993: 9). Paralelamente, mientras que las diferentes fases del movimiento ecofeminista evolucionaban así en algunos países del hemisferio norte, en el hemisferio sur surgían movimientos sociales promovidos por mujeres, que paulatinamente se constituyeron en caldo de cultivo ideal para la elaboración de nuevas teorías ecofeministas de enorme impacto social. 3
Además de Mazel y Gersdorf, Westling (1996) y Buell (1996) desmitifican el discurso ecologista y desarrollan una actitud claramente revisionista en sus análisis críticos sobre la literatura de paisajes.
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Entre los movimientos sociales más influyentes cabe destacar el de los «Cinturones Verdes» (Greenbelts) de Kenya6, surgido espontáneamente cuando un grupo de mujeres lograron combatir el proceso de deforestación de su región con métodos más efectivos que los empleados por muchos políticos, académicos y expertos en desarrollo; o el movimiento «Chipko», que se desarrolló entre 1972 y 1973 en el noroeste de la India y estuvo liderado por un grupo de mujeres procedentes del medio rural que, mostrando una enorme fortaleza en sus convicciones y un nada desdeñable sentido práctico, no dudaron en encadenarse a los troncos de los árboles para impedir la deforestación de su región. Concretamente, en referencia al movimiento Chipko, Shiva explica en «The Chipko Women's Concept of Freedom» cómo las mujeres de esta región se enfrentaron abiertamente no solo a las multinacionales interesadas en la tala de árboles o en la plantación de eucaliptos, sino también a sus propios padres, maridos y hermanos que se vieron inmediatamente seducidos por los beneficios económicos y las falsas promesas de las corporaciones internacionales (Mies/Shiva: 246-51). Posteriormente, en Feminist Perspectives on Sustainable Development (1994), Wendy Harcourt explica que el carácter exclusivamente local de su lucha fue dando paso a planteamientos mucho más globales, lo que les permitió adoptar un importante papel en la Cumbre de la Tierra 1992 , en Río de Janeiro, y reflejar sus reivindicaciones en el capítulo 24 de la «Agenda 21», en la declaración «Planeta Femea» del Foro Global Alternativo y en la creación del movimiento DAWN (Development with Women for a New Era), en el que feministas de todo el mundo se asociaron para proponer un esquema de desarrollo alternativo basado en las experiencias, perspectivas y análisis de las mujeres de los países del hemisferio sur (3).
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Para profundizar en los orígenes y objetivos del movimiento ver Hazel Hender-
son, feminist Perspectives on Sustainable Development (77); y Wangari Maathai, The Green Belt Movement: Sharing the Approach and the Experience. Nairobi, Kenya: Environment Liaison Centre Internacional (1988: 5-24). También Carolyn Merchant resume con precisión los planteamientos de Maathai y alude a experiencias similares en Zimbawe, en Earthcare, p. 20-23. Finalmente, es de destacar el tributo dedicado a Maathai y el breve análisis de su contribución al Green Belt Movement en M a Mar Cabezas Hernández, «Retrato. Wangari Maathai: de Kenia a Noruega», en Carmen Velayos et al. (eds.),
feminismo Ecológico. Estudios Multidisciplinares de Género (2007: 113-119).
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Todo ello propició la aparición de los llamados ecofeminismos del sur, o espiritualistas, representados por Shiva en la India y por los impulsores de la teología de la liberación en Hispanoamérica, que defendieron los postulados de la llamada justicia medioambiental y de la ecojusticia. Como figura clave en el desarrollo del movimiento en el continente asiático, la física y feminista hindú propone contrarrestar el impacto destructivo de la ciencia moderna y desactivar la fuerza anuladora del relativismo cultural apoyando la biodiversidad y la variedad cultural, y buscando la colaboración entre hombres, mujeres y demás seres vivos (Mies/Shiva: 12). Asimismo, Shiva destaca el valor que la concepción hindú del principio de vida -un principio conector e integrador de todas las manifestaciones vitales- puede tener para los posicionamientos teóricos ecofeministas, explicando que puede ser compartido por ambos géneros siempre que los hombres se liberen de su tendencia patriarcal a la dominación. En su opinión, al tratar de dominar a la mujer y a la naturaleza, los hombres han sacrificado su propia humanidad, de lo cual se deduce que la supresión de los mecanismos de dominio es necesaria también para los hombres, puesto que está en juego su propia liberación (20). Cinco años después Shiva denuncia en la revista Inmotion Magazine los planteamientos teóricos de la ciencia y la tecnología modernas que no respetan a la naturaleza, e insiste en criticar en diferentes medios de comunicación las consecuencias devastadoras del modelo de desarrollo económico actual, que no tiene en cuenta las necesidades de todas las personas y se ha convertido en una seria amenaza para la supervivencia de los seres vivos sobre la tierra7. Valorando las aportaciones de Shiva al desarrollo de los ecofeminismos del sur, Dianne Rocheleau destaca en Feminist Political Ecology: Global Issues and Local Experiences (1996) que, a raíz de su conexión con el movimiento Chipko, la feminista hindú
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Para más información sobre la denuncia de Shiva del monopolio económico ejer-
cido por las multinacionales y grandes corporaciones farmacéuticas en la India, en aspectos relacionados con el empleo de semillas genéticamente modificadas y el a c c e s o al agua potable, ver las entrevistas « T h e Role of Patents in the Rise of Globalization», en In Motion Magazine
(New Delhi, India: M a r c h 2 8 , 2 0 0 4 ) y «Discussing W a t e r Wars.
Resurrection o f commons, community rights, and direct and basic democracy», en In Motion Magazine (Johannesburg, South Africa: March 6, 2 0 0 3 ) . Ambos en .
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p u d o observar la relación de dependencia que las mujeres de su país han mantenido siempre con la naturaleza y, al mismo tiempo, su conocimiento específico de ella. Su testimonio demuestra que el conocimiento que estas mujeres tienen del medio natural es amplio y fundamental: como usuarias y gestoras de los recursos naturales, como productoras de alimentos y otros bienes destinados al consumo y al mercado y, finalmente, como administradoras y consumidoras de tales bienes (56 y 103). Sin embargo, este conocimiento adquirido a través de la acumulación de experiencias y de su transmisión de generación en generación ha sido sistemáticamente marginado por la ciencia moderna y por el modelo de desarrollo económico dominante en las sociedades occidentales. La causa principal de esta marginación es que en el desarrollo de la economía moderna se ha ignorado la existencia de otras formas de producción más respetuosas con la naturaleza y se ha excluido de los puestos de poder a las mujeres, manteniéndolas sistemáticamente al margen de la ciencia y los avances tecnológicos (281). D e manera casi simultánea a la evolución de las teorías de Shiva, y muy posiblemente como respuesta a ellas, surgió la corriente socialista liderada por la feminista hindú Bina Agarwal. Heredera de las propuestas del feminismo socialista de los años setenta, Agarwal se esforzó por valorar ciertos aspectos teóricos que hasta ese m o m e n t o habían sido desestimados u obviados por sus antecesoras. En conexión con lo anteriormente señalado por Plumwood, Agarwal prestó su voz al discurso ecofeminista al postular que la relación entre mujer y naturaleza no debe descontextualizarse, ya que puede variar en función de su edad, raza, etnia, religión y posición social. Agarwal considera que todos estos son factores que determinan no solo el tipo de relación que se establece entre los sexos, sino el desarrollo de las formas jerárquicas y las relaciones de dominio y sumisión que surgen entre los miembros de una sociedad y, por añadidura, entre los seres humanos y los no-humanos. Como explica en su artículo «Women's Inheritance: Next Steps», publicado en la revista The Indian Express (2005), los mecanismos que regulan la relación de las mujeres con el sexo opuesto, que varía en función de la clase social, raza, casta, religión o etnia a la que ambos pertenecen, son factores que determinan no solamente los efectos de la degradación medioambiental sobre las mujeres, sino también su acceso a los recursos naturales y, por lo tanto, su mayor o menor capacidad de implicación en la
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toma de decisiones de carácter familiar y social, y en su integración laboral. Frente a las connotaciones espiritualistas del ecofeminismo de Shiva, Agawal expuso otro tipo de diferencias como factores determinantes a la hora de acceder, aprovechar y distribuir los recursos naturales, así como la influencia que estos factores tienen en las relaciones que se establecen entre las mujeres, los hombres, el medio natural, la ciencia, la tecnología y el desarrollo económico actuales. En esta misma línea, Gaard y Murphy advierten de la importancia de reconocer otras formas de dominio y explotación, que contribuyen por igual a sustentar el modelo patriarcal capitalista de las sociedades occidentales. En su opinión, el ecofeminismo no solamente reconoce la relación existente entre la explotación de la naturaleza y la opresión sufrida por las mujeres sino que, para un buen número de ecofeministas, el sometimiento de la naturaleza y de la mujer está indisolublemente asociado a la opresión social sufrida tanto por hombres como por mujeres que se encuentran en situación de desigualdad por razones de raza, religión o posición social (3). En este sentido, en sus reflexiones sobre la necesidad de invertir el modelo de desarrollo económico y tecnológico actual, Harcourt apunta que el denominado ecofeminismo socialista considera que los problemas relacionados con el medio ambiente son intrínsecos al orden patriarcal y al capitalismo, ya que ambos justifican la explotación de la naturaleza en favor del modelo de desarrollo tecnológico, y proporcionan al ser humano los medios económicos para controlarla en su propio beneficio. Para alcanzar sus objetivos, el modelo social en los países occidentales se vale, entre otras cosas, de la explotación femenina. Desde esa perspectiva y en ese tipo de sociedades, el papel de hombres y mujeres puede describirse en términos de producción y reproducción, intensificándose el papel reproductivo de las mujeres en las sociedades con mayores desigualdades sociales, en donde su función sustentadora dentro de la economía doméstica se convierte en exclusiva. Por su parte, las sociedades patriarcales, al ocultar la participación histórica de las mujeres en la economía de mercado, han subestimado o prácticamente ignorado la importancia de ciertos medios de producción como la agricultura y la artesanía, donde hombres y mujeres han podido trabajar durante generaciones en condiciones de mayor igualdad. Como apunta Harcourt, todo ello ha provocado un fuerte desequilibrio de género en las condiciones de acceso a la riqueza y a los
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mecanismos de control de los recursos económicos tanto en los países desarrollados como en los que se encuentran en proceso de desarrollo. A su vez, la discriminación de género se ha convertido en una de las variables fundamentales que, interactuando con las demás, ha influido más decisivamente en la crisis medioambiental y en la imposibilidad de plantear un desarrollo sostenible en un futuro inmediato (Harcourt 1994: 14). Más recientemente, en «Strategies for a Cross-Cultural Ecofeminist Ethics: Interrogating Tradition, Preserving Nature», Gaard ha ampliado el horizonte al defender la necesidad de formulación de unos principios éticos ecofeministas que sirvan para denunciar tanto la discriminación por razones de género y raza como la opresión sufrida por los animales y por las diferentes especies del mundo natural. Unos principios que puedan trascender las barreras culturales que dividen Oriente y Occidente, que puedan ser aplicables en contextos específicos y, al mismo tiempo, sirvan para superar las diferencias culturales y económicas existentes entre los habitantes de los países desarrollados y los que se encuentran en vías de desarrollo (Carr: 83). Observando la variedad de interpretaciones y con una clara voluntad de unificar tendencias dentro del corpus teórico ecofeminista, en «Healing the Wounds», King entiende que la tendencia espiritualista que se desarrolló en los inicios del movimiento ha prevalecido sobre otras formas de ecofeminismo social más radicalizado porque, por encima de todas las consideraciones posteriores, el punto de partida de todos los posicionamientos ha sido invariablemente el mismo: la consideración de la naturaleza como objetivo de análisis. En la filosofía ecofeminista la naturaleza ha sido y sigue siendo el objeto fundamental de estudio y, partiendo de esa base, se han desarrollado una variedad de líneas de investigación centradas en determinar las diferentes formas de opresión ejercidas por el ser humano y sobre el ser humano y, en especial, la posición histórica de las mujeres en esa encrucijada de discriminaciones (Diamond/Orenstein: 106). Por su parte, en la introducción a Feminist Perspectives on Sustainable Development, Lourdes Arizpe opina que, a pesar de la complejidad y disparidad de los planteamientos, existe un consenso básico en diferentes sectores feministas, ecologistas y políticamente progresistas en cuanto a las implicaciones básicas del concepto de desarrollo sostenible. Para todos ellos resulta prioritario garantizar la
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igualdad de género, impulsar la automanutención de los pueblos en vías de desarrollo y apoyar la sostenibilidad medioambiental. Si a todo ello se suma la prioridad de reformular los objetivos del movimiento a través de la participación de todos y cada uno de los sectores implicados, no será difícil conjugar las diferentes tendencias. Ese sería, por tanto, el objetivo último y fundamental del ecofeminismo en el futuro inmediato (Harcourt: xiii). En otro orden de cosas, y en consonancia con la aplicación de los principios del movimiento a las actividades de investigación desarrolladas en contextos académicos y universitarios, hubo que esperar hasta finales del siglo XX para observar las primeras aplicaciones prácticas de los fundamentos de la teoría ecofeminista al análisis de textos literarios. Entre las diferentes razones que motivaron esta demora destaca el hecho de que, a pesar de que en la tradición literaria occidental existe un legado rico en manifestaciones artísticas que reflejan de manera indirecta el medio natural, hubo que esperar hasta mediados del siglo XIX para observar un ligero aumento en la producción de textos de ficción o ensayos literarios relacionados de manera directa con el paisaje natural, lo que los teóricos anglosajones han catalogado como nature writing. Pero no fue hasta bien entrados los años sesenta cuando, a medida que aumentaba la preocupación por el deterioro medioambiental, comenzaron a publicarse los primeros estudios científicos, económicos y filosóficos sobre el tema, y fue aumentando paulatinamente el interés académico por buscar las implicaciones de la literatura en el debate medioambiental que dominaría el panorama cultural y universitario de finales del siglo XX (Buell 2005: 1-5). En igual medida, fue necesario esperar hasta finales del siglo pasado para observar un cierto interés académico por la producción literaria femenina de corte ecologista, lo cual permite comprender por qué, si tanto la literatura de tema ecológico como la producción literaria escrita por mujeres habían sido hasta entonces excluidos del canon literario occidental, la implantación y desarrollo de las bases teóricas de la ecocrítica feminista tardaron tanto tiempo en desarrollarse. A partir de entonces, al mismo tiempo que comenzaron a sucederse las publicaciones de textos anteriormente ignorados, aumentaron también los análisis literarios de corte ecologista, lo cual fue decisivo para el desarrollo de la ecocrítica feminista. A este respecto, The Environmental
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Imagination: Thoreau, Nature Writing and the Formation of American Culture (1995), de Lawrence Buell, puede considerarse la primera guía o resumen de las tendencias más relevantes en este ámbito académico, así como The Ecocriticism Reader. Landmarks in Literary Ecology (1996), de Cheryll Glotfelty y Harold Fromm, que constituye la primera antología de ensayos ecocríticos en los que la asociación entre literatura y ecología presenta un indudable rigor académico. Entre otras, las contribuciones de Mazel, Meeker, Love y Slovic son consideradas hoy día verdaderos clásicos del género, así como los estudios críticos de Le Guin, Kolodny y Norwood, que pueden considerarse los primeros artículos de crítica literaria ecofeminista escritos por mujeres. Inmediatamente después, Michael P. Branch (et al.) publicó una antología titulada Reading the Earth: New Directions in the Study of Literature and the Environment (1998), que impulsó aún más el desarrollo de esta nueva disciplina. Esta selección de textos se sumó a la ya mencionada antología de Gaard y Murphy para formar el sustrato teórico sobre el que se ha cimentado el ecofeminismo. Más recientemente, la publicación de The Future of Environmental Criticism (2005), de Buell, supone un nuevo esfuerzo por describir las últimas tendencias y analizar la naturaleza de las nuevas posibilidades y alianzas teóricas de un movimiento en plena metamorfosis. Estas publicaciones, junto con la entrega a imprenta del primer número de la revista JSLE: Interdisciplinary Studies in Literature and the Environment (1993) a cargo de Patrick D. Murphy, abrieron el camino a una serie de estudios que han sentado las bases del análisis literario ecofeminista hasta el momento presente, han propiciado la progresiva valoración e inclusión en los programas de estudios universitarios de un mayor número de textos literarios de clara tendencia ecologista y ecofeminista, y han facilitado el desarrollo y aplicación de unos principios metodológicos básicos en el análisis y divulgación de esos textos. En Ecofeminist Literary Criticism, Gaard y Murphy se ocupan de legitimar el valor teórico de esta variante ecocrítica cuando explican que el principio básico que permite establecer un vínculo coherente entre la teoría ecofeminista y su aplicación al análisis de textos literarios se basa en la novedad que el feminismo aporta sobre la consideración de la existencia del «otro», es decir la valoración del principio de otredad. Heredero de las teorías del psicoanálisis, la valoración de la existencia del
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«otro» en la ideología feminista resulta fundamental ya que, desde esta perspectiva psicológica, no solo la propia individualidad femenina sino también la existencia de otras formas de vida que no se incluyen en el rango de lo humano pueden y deben ser reconsideradas, hasta otorgárseles una entidad física, es decir, una identidad. Uno de los mecanismos posibles para recalificar y aceptar la identidad de lo no-humano consiste en rechazar la noción de diferencia, es decir, en reexaminar la validez y vigencia del valor absoluto de los compuestos binarios (5). En igual medida, en la base de todo principio ecológico está el rechazo al dualismo, a la contraposición entre el yo y el otro, así como la supresión de toda disensión entre el interior y el exterior del ser humano, ya que el medio natural no es considerado por los ecologistas como un elemento ajeno o externo, que existe exclusivamente «para» satisfacer las necesidades del ser humano. En el fundamento de todo principio ecológico está el estudio de la interrelación, la bilateralidad, y la interacción entre las especies, todos ellos principios básicos sobre los que se sustenta la existencia de los seres vivos y no vivos. En igual medida, en la base de todo principio ecológico se encuentra el reconocimiento del valor de las cosas en sí mismas, no en función de su mayor o menor utilidad para el ser humano. Sin embargo, con demasiada frecuencia este reconocimiento no es compartido por todos los seres humanos. Gaard y Murphy denuncian que, cuando la pregunta «¿qué es lo mejor para el ser humano?» es formulada y respondida por la élite tecnológica de los países occidentales, la respuesta práctica a menudo conduce al desastre ecológico. Invariablemente, la destrucción del medio natural se manifiesta de forma más acentuada en los países no desarrollados y se produce porque el «ser humano» que los tecnócratas consideran universal no comparte las necesidades ni tiene las mismas expectativas que los «otros seres humanos», es decir, los pobladores de los países menos favorecidos por el desarrollo económico y tecnológico. Desde esta perspectiva, las categorías estáticas y excluyentes de avance, progreso y desarrollo empleadas en la ciencia y tecnología modernas para explicar la relación entre los seres humanos y el medio natural no pueden considerarse más que distorsiones, porque solamente reflejan los objetivos y las necesidades de unos pocos privilegiados e ignoran los derechos de la mayoría. En igual medida, la propia definición de género literario y la tradicional acepta-
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ción del canon literario occidental no son más que un fiel reflejo de la actitud excluyente de unos tecnócratas que, en un intento de adjudicar un valor intrínseco y atemporal a un puñado de obras literarias, han ignorado sistemáticamente las dimensiones culturales y estéticas de la literatura femenina y de minorías, y han mantenido hasta hace un par de décadas a la literatura medioambiental y postcolonial en un estado de marginación. Precisamente la aplicación de esta misma perspectiva excluyente y desfasada en la valoración de la calidad literaria es la que ha mantenido durante décadas a la literatura femenina y a la literatura de temas ecológicos en una situación de destierro.
En este sentido, en Simians, Cyborgs, and Women: The
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of Nature (1991), Donna Haraway manifiesta que el reconocimiento de lo externo como sujeto agente, que destierra la noción de su existencia como mero recurso, que evita considerar a lo ajeno como simple instrumento para ser empleado en provecho del ser humano, constituye un principio desestabilizador para las sociedades burguesas. Durante siglos, la burguesía ha cimentado su permanencia social en la consideración de lo externo como elemento pasivo y receptivo, que existe meramente para ser usado y dominado, convirtiendo el utilitarismo en un principio básico sobre el que se sustenta el orden jerárquico de la sociedad moderna (199). En esta misma línea de argumentación, Josephine Donovan explica en su artículo «Ecofeminist Literary Criticism: Reading the Orange» que el esquema teórico ecofeminista se opone a la lógica del dominio, una lógica que se ha sustentado durante siglos en la consideración de que los dominadores pertenecen a un orden social y mental superior al de los dominados. Este principio ontològico de la cultura occidental ha generado unas bases epistemológicas y unas prácticas sociales que, a través de los siglos, han permitido clasificar a los seres humanos siguiendo criterios jerárquicos, y han reducido a los seres vivos no-humanos a una posición de meros objetos de consumo o referentes pasivos, cuyo valor radica exclusivamente en el servicio que prestan a los humanos. La pervivencia de estas prácticas sociales durante siglos no solamente ha legitimado la aplicación de ese esquema en las relaciones humanas, subestimando la importancia moral de unos en favor de otros, sino que ha autorizado socialmente la explotación y abuso de los recursos naturales, y la apropiación o destrucción de todo ser vivo no-humano (Gaard/Murphy: 74). Si, como parece evidente, esta lógica de domi-
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nación propia de la cultura occidental ha contaminado tanto las instituciones sociales y culturales como las teorías y prácticas literarias, no es extraño descubrir principios dominadores y excluyentes encriptados en una multitud de textos que durante décadas han sido incuestionables dentro del canon occidental. Precisamente el principio contrario, que es considerado por Haraway como el principal elemento desestabilizador del orden establecido, es el que, al tomar en consideración la identidad y capacidad de acción de lo externo, se convierte en elemento primordial de las técnicas del análisis literario ecocrítico. Como L. Elizabeth Waller explica en «Writing the Real: Virginia Woolf and an Ecology of Language» los principios de la crítica literaria ecofeminista asumen que los seres no-humanos se encuentran siempre presentes en las obras literarias puesto que están indisolublemente unidos a la escritura, a la filosofía, a la cultura y en general a todas las manifestaciones del arte y el saber humanos. En consecuencia, el posicionamiento creativo que presta su voz a los seres nohumanos habitualmente genera en los creadores una tensión, una necesidad de expresión distinta, que sumerge tanto al lector como al creador en lo que Waller denomina un «ecotexto» (earthtext, en sus propias palabras). El ecotexto es un medio de expresión que plantea la necesidad y capacidad de comunicación de los agentes del discurso que habitualmente han estado silenciados. En referencia a la obra de Woolf, Waller explica que en sus textos los diferentes componentes del medio natural toman la palabra y entablan un diálogo de igual a igual con el ser humano, lo cual resulta necesario y profundamente liberador para ambos (Carr: 137). Como reacción a la pervivencia del principio dominador subyacente en los textos canónicos, Glotfelty y Fromm analizan tanto los mecanismos de dominio como las formas de rebeldía que se insertan en los textos de ficción, y explican que los pioneros en la crítica literaria ecologista8 han sido también lo primeros en resaltar la tendencia generalizadora de los textos científicos, que ha aislado de forma sistemática todo lo
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Glotfelty y F r o m m destacan los análisis p o r m e n o r i z a d o s del discurso científico que han efectuado W h i t e 1996, Manes 1996 y F r o m m 1996, y resaltan sus posturas críticas con respecto a los principios generalizadores de la ciencia moderna.
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individual, marginal y anómalo, y lo ha eliminado o silenciado en favor del deseado principio de universalidad inherente a toda verdad empírica. En contraste, los principios del análisis ecocrítico muestran una heterogeneidad de perspectivas y emplean el enfoque dialógico bajtiniano (McDowell) como método de análisis literario, planteando como objetivo fundamental la observación crítica de los textos literarios desde una perspectiva más amplia y tolerante. Y una cosa ha llevado a la otra: del análisis pormenorizado de las diferentes formas de dominio ejercidas a través del empleo sesgado del lenguaje literario ha derivado la consideración de los textos literarios como vehículos para transmitir la verdadera identidad de cada ser y no como mecanismos de exclusión, convirtiendo a los seres que hasta ese momento habían sido considerados como objetos pasivos, en agentes de su propio discurso. De tal manera que el reconocimiento y la identificación de todo lo que no es humano ha derivado no solo en la aceptación de la diversidad biológica, sino también en la defensa de la variedad cultural (3-40). Finalmente, la labor de teóricos ecocríticos como Buell o Slovic al aproximarse críticamente a los textos de ficción ha tenido como resultado más destacable la consideración de la creación literaria como forma fundamental de conocimiento, no solamente del medio natural sino de la propia psicología del ser humano. Como señala Scott Slovic en «Nature Writing and Environmental Psychology», al centrar su atención en el relato de los hechos y circunstancias individuales que permiten al escritor interactuar y comunicarse con su entorno, el ecocrítico no solamente es testigo de la relación humana con el medio natural, sino que se convierte en investigador de la propia mente del creador. Los escritores que describen el paisaje (nature writers) también exploran diferentes formas de percibir el entorno y con ello reflejan el proceso mediante el cual el ser humano adquiere conciencia de lo que le rodea (351-352). De tal manera que el ecocrítico, a través del análisis pormenorizado de las diferentes maneras de describir el medio natural, trata de detectar la manera en que el escritor, siguiendo un impulso testimonial, realiza también un esfuerzo constante de autoexploración, estimulando al mismo tiempo la tendencia a la autoexploración en la mente del propio lector9. 9
En «Nature Writing and Environmental Psychology», Scott Slovic (1996) toma como modelo a Henry D. Thoreau, Edward Abbey, Wendell Berry, Ann Dillard y Barry
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Por último, merece la pena destacar que las investigaciones de Donovan, Gaard y Murphy, al centrarse en el estudio de la realidad local a través de obras escritas por mujeres que se relacionan e interactúan con el medio en el que viven, han contribuido a desviar la atención académica, que tradicionalmente había estado centrada casi exclusivamente en la descripción de movimientos sociales más amplios en contextos históricos colectivos. Con ello, los estudios ecocríticos no solamente han analizado las manifestaciones culturales y artísticas de colectivos minoritarios, sino que han contribuido al reconocimiento de una mayor variedad de alternativas sociales de carácter individual, lo cual debe servir para garantizar una mayor igualdad, no solamente entre los miembros de la raza humana, sino entre todas las formas de vida (Gaard/ Murphy: 74-96). Llegados a este punto, parece posible y seguramente necesario hablar de varias tendencias ecocríticas e igualmente de varios ecofeminismos, denotando con ello la variedad de corrientes que pueden encuadrarse dentro de un mismo cuerpo teórico. De nuevo es Warren quien en 1996 declara que, de la misma forma que no hay un solo feminismo ni una única filosofía feminista, tampoco existe un único ecofeminismo. En sus propias palabras: «Just as there is not one feminism, there is neither one ecofeminism ñor one feminist philosophy» 10 . Algo que ya había explicado Hazel Henderson a principios de los ochenta, cuando en su artículo «The Warp and the Weft: the Coming Synthesis of Eco-Philosophy and Eco-Feminism» afirmaba que, puesto que no existe una base teórica unitaria y prevalente, los teóricos y seguidores del ecofeminismo han planteado diferentes alternativas prácticas en lo que a la articulación social del movimiento se refiere, todas ellas encaminadas a defender la necesidad de transformación en las relaciones de dominio/sumisión sobre las que se ha sustentado y se sustenta la forma de vida moderna (Caldecott/Leland: 203-214). Parece evidente que la diversidad de perspectivas desde las cuales se ha reflexionado ha generado una variedad
López para ilustrar las diversas maneras en que los textos que describen el medio natural pueden convertirse en exploraciones de la propia subjetividad del autor y, muy frecuentemente, en verdaderos estudios de la psicología humana. 10 « D e la misma manera que no hay un solo feminismo, tampoco existe un único ecofeminismo ni una única filosofía feminista» (Carr 2000: 15). (Traducción propia).
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de planteamientos dispares, por todo lo cual es razonable que el ecofeminismo haya sido criticado por la ausencia de una línea homogénea de pensamiento crítico. Sin embargo, Lee Quinby considera este un rasgo favorable e inspirador cuando en «Ecofeminism and the Politics of Resistance» explica que la pluralidad es un punto de partida ineludible a partir del cual es necesario encontrar soluciones a los graves problemas medioambientales y sociales que afectan a las sociedades modernas. Lejos de provocar la fragmentación, la diversidad de puntos de vista debe servir para propiciar alianzas entre movimientos de tendencias políticas y sociales distintas, así como para fomentar el diálogo entre los intelectuales y expertos en diferentes disciplinas académicas (Diamond/Orenstein: 122-127). En consecuencia, en la evolución del ecofeminismo actual es fundamental interpretar las experiencias individuales y analizar las circunstancias locales en un contexto global de concienciación en el que debe primar, por encima de todo, la necesidad de frenar el deterioro medioambiental. Asimismo, la creciente concienciación e implicación de las mujeres en temas de defensa ecológica y de justicia medioambiental ha contribuido no solamente a la creación y desarrollo de mecanismos de defensa locales de gran impacto social, sino que ha propiciado una redefinición de la identidad femenina, una mayor reflexión sobre el significado y la importancia de las desigualdades, una reevaluación de las distintas formas de violencia ecológica existentes desde la antigüedad y, finalmente, un debate sobre las posibilidades de desarrollo sostenible en el futuro inmediato. En igual medida, es muy probable que el movimiento continúe su proceso de expansión en países no anglosajones, en los que su desarrollo ha sido más tardío. Tal es el caso de España, en donde la difusión de las ideas impulsoras del movimiento ha estado a cargo de la pensadora feminista M a Xosé Agrá Romero, quien en 1998 hizo una primera recopilación y traducción al español de artículos ecofeministas, que tituló Ecología y Feminismo. En la introducción, Agrá hace un breve repaso de los orígenes y la evolución del movimiento y se apoya en las investigaciones de diferentes pensadoras feministas 11 para recalcar la novedad de la
11 Con la brevedad propia de un resumen introductorio, Agrá hace un rápido repaso d e la variedad de planteamientos que han caracterizado el debate ecofeminista inter-
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síntesis ecofeminista, la diversidad de planteamientos en sus perspectivas teóricas y la heterogeneidad en sus formas de activismo político, desarrollado fundamentalmente en países anglosajones. La recopilación de Agrá es fundamental por ser pionera en España y por estar centrada en la traducción al castellano de textos claves en la tradición teórica anglosajona. Concretamente, en Ecología y Feminismo Agrá incluye una selección de fragmentos de artículos publicados en diferentes números de la revista feminista Hypatia, así como algunos capítulos seleccionados de obras fundamentales de las impulsoras del movimiento, que hasta ese momento no habían encontrado vías de difusión en España 12 . Con posterioridad a Agrá, Alicia Puleo, filósofa y directora de la cátedra de estudios de género de la Universidad de Valladolid, ha descrito los diferentes cauces de diálogo entre la ecología y el feminismo en España. Como parte implicada en ese diálogo, en colaboración con M a Luisa Cavana y Cristina Segura, Puleo ha publicado Mujeres y Ecología. Historia, Pensamiento y Sociedad (2004) y, en diferentes foros13, ha constatado el antropocentrismo del feminismo español, que parece entender que solamente lo humano merece consideración moral. En su opinión, esta tendencia del feminismo en nuestro país ha provocado una concentración de interés en la transformación de las estructuras sociales vigentes, y ha impedido a las seguidoras del movimiento tomar plena conciencia de la necesidad de ampliar el marco de relación con el medio natural. Por otra parte, en una entrevista realizada por Juan Carlos Ruíz y publicada en la revista Mi-estrella-de-mar, Puleo ha reflexionado sobre el futuro del movimiento ecofeminista en los países en vías de desarrollo y ha planteado cómo será posible reorganizar la infraestructura social cotidiana sin sacrificar los todavía inciertos márgenes de libertad de la mujer. Asimismo, la filósofa española ha cuestionado el papel de la mujer en la socie-
nacional, apoyándose en las ideas de O s b o r n e 1993, Ruether 1975, Caldecott and Leland 1983, y Mies/Shiva 1993. 12
Agrá incluye fragmentos de artículos y capítulos de los libros de D ' E a u b o n n e
1974; Salleh 1984; Shiva 1989; King 1990; Mies and Shiva 1993; Warren 1990; Plumwood 1991 y Diamond 1993, entre otras. "
Ver la conferencia titulada « E l Ecofeminismo como afirmación de una naturaleza
revalorizada», impartida en la Escuela Universitaria de Estudios Sociales, Universidad de Zaragoza, 9 de Marzo 2 0 0 9 . Ver .
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dad del desarrollo sostenible dado que, en gran medida, la emancipación femenina en los países occidentales se ha apoyado en los principios de la industrialización y en el desarrollo tecnológico de los dos últimos siglos. Por otra parte, Carmen Velayos ha publicado Feminismo Ecológico. Estudios Multidisciplinares de Género (2007), una recopilación de artículos y ensayos recientes de filósofas españolas y traducciones de teóricas feministas anglosajonas, que ha complementado con una serie de poemas de autoras españolas, un artículo de Shiva sobre los derechos de la mujer en la India actual y varias reseñas de obras de ficción de corte feminista o ecologista. Más recientemente, en octubre de 2008, la organización del III Congreso Internacional de EASLCE (Asociación Europea de Estudios sobre Literatura, Cultura y Medio Ambiente) en la Universidad de Alcalá de Henares, ha impulsado enormemente la difusión de las ideas del movimiento y ha propiciado la publicación de un buen número de estudios de crítica literaria feminista y ecologista reunidos en las Actas de ese congreso (Flys/Sanz et al. 2009). En líneas generales, parece incuestionable que el desarrollo del ecofeminismo en España y en otros países occidentales no ha alcanzado aún las altas cotas de participación política y social esperadas por Warren, cuando en su introducción al primer número de la revista Hypatia14 afirmaba que el desarrollo del ecofeminismo es un asunto de importancia vital porque aunque «menos visible, debe ser considerado potencialmente tan importante como la lucha contra la contaminación, la deforestación, la desertización, la destrucción de la capa de ozono, la extinción de especies animales, la desaparición de los recursos naturales y la instauración de políticas de ahorro energético» (Carr: 15). Sin embargo, nadie duda hoy de que la presencia de este movimiento o síntesis de movimientos se está convirtiendo en un factor determinante dentro del activismo medioambiental y de justicia social en la mayor parte de los países occidentales. Finalmente, como se deduce de lo expuesto anteriormente, hoy día pocos teóricos ecofeministas confían en que la simple inversión de los roles sociales tradicionales, la reevaluación de la «ética del cuidado» o
14 Ver Warren, Karen J. Introduction. Hypatia Vol. 1, n° 1 (Spring 1986), Edwardswille, IL: Hypatia Inc., 1986. 1-2. Citado textualmente en Carr: 15 (Traducción propia).
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«ética del cuidar» y la consideración de las mujeres como salvadoras del planeta pueden resolver por sí solos los problemas medioambientales. Las críticas a los planteamientos anticientíficos y antitecnológicos y el rechazo al esencialismo se han dejado oír en diferentes foros, partiendo tanto del seno del movimiento feminista como de los movimientos de defensa ecológica. A la par que han ido surgiendo las objeciones al feminismo cultural, que no tiene en cuenta factores como la raza, la religión o la clase social al analizar las causas de la opresión por razones de género, se han ido multiplicando también las críticas al esencialismo o biologismo radical, que persiste en oponer cultura y naturaleza, instinto y razón. Actualmente pocos seguidores del movimiento dudan de que entender la tradición patriarcal como la única forma de opresión ejercida por unos seres humanos sobre otros es tan simplificador como optar por situar a la ciencia y a la naturaleza en polos opuestos. Como apunta Agrá, en la actualidad una gran parte del ecofeminismo anglosajón, liderado por Warren y Plumwood, se sitúa en la lógica de la colaboración y en el rechazo de los opuestos, mientras que en Europa la crítica al antropocentrismo y al androcentrismo como construcciones sociales y culturales todavía vigentes continúa teniendo mayor peso (1998: 7). Al desafiar la pervivencia de los dualismos decimonónicos, el ecofeminismo filosófico liderado por Warren y Plumwood ha servido para demostrar que la solución al doble problema de la opresión mujer-naturaleza no está en sobrevalorar el lado de la dicotomía que ha estado históricamente infravalorado, sino que implica una reconsideración de la lógica de dominación, una reflexión sobre la validez de las formas tradicionales de adquisición de conocimiento, una nueva valoración de la realidad y una revisión de los valores éticos socialmente aceptados, de modo que se comprenda que las formas tradicionales de entender la realidad carecen de sentido. Como alternativa a los males contemporáneos, el ecofeminismo actual defiende el equilibrio medioambiental, la desjerarquización y heterogeneidad social y la preservación de las culturas indígenas 15 . Tomando el relevo de Plum15
Para profundizar en la variedad y novedad de propuestas de actuación, ver los planteamientos de Mies/Shiva 1993; Plumwood 1993 y 2002; y Carr 2000, todos ellos ejemplos del vigoroso impulso de difusión que ha recibido el pensamiento ecofeminista durante los últimos años.
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wood, Harcourt se plantea en Feminist Perspectives on Sustainable Development la necesidad de crear un debate político sobre la validez actual del concepto de desarrollo económico, cuestionando la pertinencia del proceso de modernización que se ha desarrollado en los países occidentales y del modelo de conocimiento tecnológico sobre el que se ha sustentado (1). Por su parte, las mujeres de países no desarrollados continúan planteando objeciones al ecofeminismo occidental y reclaman mayor atención para sus propias reivindicaciones, insistiendo en la estrecha vinculación que debe existir entre ecofeminismo, pacifismo y justicia social (Agrá: 8). Junto con todo esto, los objetivos inmediatos planteados por algunos pensadores y activistas del movimiento parecen encaminados a incluir la defensa de los derechos de los animales en el armazón teórico ecofeminista, hermanando la opresión y maltrato sufridos por estos con la discriminación que tradicionalmente ha sufrido la mujer (Donovan/Adams; Kellman). Concretamente, en su artículo «The Birth of a Batterer: Isaac Babel's My First Goose», Steven Kellman plantea la necesidad de encontrar unos principios éticos que puedan ser aplicables a distintos contextos sociales y culturales y que, al excluir la lógica de dominación de unos seres humanos sobre otros, no se centre exclusivamente en la defensa de los seres humanos oprimidos ni excluya la defensa de las especies nohumanas (Carr: 102-107). Indudablemente, la pervivencia del ecofeminismo y del análisis literario ecofeminista depende de su capacidad futura para liberarse de lo que Carr denomina «el síndrome de la torre de marfil» (19), implicándose en cuestiones prácticas y convirtiéndose en interdisciplinar, multicultural e internacional (Glotfelty/Fromm: xviii), reforzando su colaboración con movimientos antimilitaristas, contribuyendo al desarrollo de políticas antiarmamentísticas, de justicia medioambiental y de defensa de los derechos de los animales. La colaboración con estos movimientos, de gran calado social e indudable proyección futura, servirá para reavivar la tensión necesaria entre el activismo y la necesidad de revisión teórica del debate ecofeminista que deberá plantearse durante el siglo XXI. El avance del movimiento o movimientos ecofeministas durante los próximos años deberá contemplar su implantación o desarrollo en aquellos países en los que la defensa ecológica presenta todavía un sesgo masculino. Tanto en estos países como en los pioneros en el desarrollo del movimiento, la doble tarea de deconstruc-
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ción y reconstrucción teórica de sus principios serán desafíos ineludibles en el futuro inmediato. Ampliando el alcance de sus reflexiones a un marco teórico de aplicación general, la conclusión a este trabajo recopilatorio puede muy bien basarse en las propuestas de las filósofas españolas M a José Agrá y M a Luisa Cavana, quienes, siguiendo el modelo teórico de Plumwood, consideran que el ecofeminismo debe perfilarse como un proyecto «ecopolítico» que plantee una posición crítica frente a aquellas ecologías que no integran o no contemplan la opresión de las mujeres y el maltrato a las especies no-humanas, o que actúan acríticamente frente a la concepción mecanicista e instrumental de la naturaleza. Un proyecto que no debe eludir la cooperación con organismos oficiales y no oficiales en la búsqueda de un sistema de desarrollo antijerárquico, ilustrado y antisexista capaz de explorar las posibilidades del desarrollo sostenible y la necesidad de alcanzar un «pacto o contrato social» que, huyendo tanto del atomismo como del dualismo, garantice una «explicación relacional del yo, con los humanos y con la naturaleza» (Agrá: 20). En la evidencia de que el modelo social de desarrollo tecnoeconómico vigente es insostenible, es necesario que el ecofeminismo asuma la tarea de plantear una postura vital mucho más armónica con el mundo natural que las concepciones antropocéntricas que han dominado la cultura occidental desde la antigüedad hasta el presente, una «ética práctica» (Cavana: 105) para la vida contemporánea que garantice la reelaboración crítica, ética y ecológica de nuestras relaciones con el medio natural.
UNA RAÍZ DEL ECOFEMINISMO: ÉCOFÉMINISME1 Barbara T. Gates2
Sentada en mi escritorio traduciendo a Françoise d'Eaubonne, una pionera del ecofeminismo, con la ayuda de Roxanne, una alumna francesa de intercambio, sentí que llevar a cabo esta tarea requería un entorno exterior apropiado. Sonó el teléfono. Era Michiyo, una joven investigadora japonesa a la que di clase en una ocasión, que me llamaba desde Tokyo. «¿Crees que debería traducir a Terry Tempest Williams o es mejor reescribir mi tesis sobre teatro moderno para publicarla?», me preguntó. «Creo que Williams es ecofeminista». Le recomendé la primera opción; todo estaba apuntando a un movimiento internacional cuyo momento había llegado. Y Roxanne y yo habíamos acometido la empresa de recuperar un momento de su pasado. Si bien es cierto que el ecofeminismo ha alcanzado su madurez en Estados Unidos en los noventa, las historiadoras ecofeministas siempre han reconocido el trabajo preparatorio intelectual y teórico de una mujer francesa que escribió en los setenta. Por lo general, hacen referencia a los libros de Françoise d'Eaubonne y después continúan con sus intereses particulares3. No obstante, en el momento actual, veinte años después de la publicación del primer libro de d'Eaubonne sobre écoféminisme, parece justo revisar su contribución al pensamiento ecofeminista si queremos recorrer una de las raíces europeas de un movimiento que está creciendo a escala mundial. Me gustaría, sin embargo, volver a enfatizar el hecho a menudo repetido de que el ecofeminismo requiere tanto activismo como ideología y que ambos aspectos surgieron en todo 1
Original: «A Root to Ecofeminism: Écoféminisme» (Gaard/Murphy 1998: 15-22). Barbara T. Gates expresa su especial agradecimiento a Roxanne Petit-Rasselle por su àrduo trabajo durante un semestre con textos que le eran desconocidos. 3 Véase, por ejemplo, Merchant 100 o Adams 126, donde d'Eaubonne nos llega a través de una clase de Boston, o Mies/Shiva 1993: 13. 2
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el mundo de manera simultánea. Mientras d'Eaubonne publicaba sus libros, las mujeres de Estados Unidos protestaban por las atrocidades en Love Canal y analizaban los efectos de la fuga nuclear en Three Mile Island, al tiempo que las mujeres del norte de la India iniciaban el movimiento Chipko, abrazándose a los árboles para salvarlos de la tala. Este ensayo no es, por tanto, un intento «culturalista» de privilegiar el discurso escrito o la teoría europea frente al activismo político o cualquier otra legítima manifestación del ecofeminismo. Lo que trato de hacer es facilitar el acceso al trabajo pionero de d'Eaubonne ofreciendo un resumen, un comentario y recolocándolo brevemente en el contexto del ecofeminismo de los noventa. Las obras de d'Eaubonne son difíciles de encontrar y su trabajo del todo inaccesible para quienes no leen francés. Tengo la esperanza de proporcionar una visión más amplia que la de la breve selección de su obra publicada en New French Feminisms: An Anthology, sin llegar, sin embargo, a cubrir la necesidad de una traducción completa de su obra. Puede que este ensayo también nos recuerde a quienes utilizamos el idioma inglés cuán anglicanizado se ha vuelto el ecofeminismo; de hecho, es el inglés la actual lingua franca del ecofeminismo. Lo que d'Eaubonne estaba sugiriendo en la Europa de los años setenta era lo que otras personalidades como Rosemary Radford Ruether en New Woman/New Earth (1975) empezaban a reconocer como una nueva forma de mirar viejos problemas: la existencia de un vínculo entre la devaluación de las mujeres y la de la tierra. «Prácticamente todo el mundo», declaraba d'Eaubonne [...] sabe que hoy en día las dos amenazas más inmediatas para la supervivencia son la sobrepoblación y la destrucción de nuestros recursos. Pocos admiten la responsabilidad completa del Sistema masculino, en tanto en cuanto es masculino (no capitalista o socialista), en lo que atañe a estos dos problemas; pero un número aún menor ha descubierto que cada una de las dos amenazas es el resultado lógico de uno de los dos descubrimientos paralelos que dieron a los hombres el poder que ostentan hace más de cincuenta siglos: la posibilidad de plantar semillas en la tierra y en las mujeres, y su participación en el acto de reproducción . 4
El resto de las traducciones de las obras de d ' E a u b o n n e al inglés son gentileza de Roxanne Petit-Raselle; los números de página se refieren a los textos originales en francés [Traducción al español de Margarita Carretero],
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Este extracto, el más conocido entre los hablantes de habla inglesa, une directamente a las mujeres con el medio ambiente, en este caso a través de la reproducción. D'Eaubonne, como todos reconocen, también acuñó el término écoféminisme. En los años setenta, d'Eaubonne escribió dos libros que trataban algunos aspectos del écoféminisme. El primero, Le féminisme ou la mort (1974), proporciona las bases para entender y explicar su acuñación de este nuevo término. D'Eaubonne comienza su libro allanando el terreno para desarrollar sus teorías, ofreciendo un resumen de los movimientos europeos más importantes relacionados con el ecofeminismo. El primero, el Front Reformiste, desarrolló un componente ecologista en 1973, basado en parte en las alusiones de Shulamith Firestone al contexto ecologista del feminismo estadounidense mencionado brevemente en The Dialectic ofSex (1970). Sin embargo, el Front renunció pronto a su manifiesto ecologista y se concentró en sus intereses originales -el derecho al aborto, al divorcio y a la igualdad de oportunidades. Algunos de sus miembros se dividieron para formar un segundo grupo y patrocinaron el Ecologie-Féminisme Centre. El trabajo desarrollado en este centro llevó al movimiento l'écologie-féminisme. D'Eaubonne se planteó refinar y redefinir este movimiento, de ahí el nombre écoféminisme. Le féminisme ou la mort ofrece una visión encapsulada de muchos de los asuntos que después trataría con mayor detalle en Ecologie féminisme: révolution ou mutation? (1978). Sugiere d'Eaubonne en el primer libro que las mujeres han sido reducidas al estatus de minoría por una sociedad dominada por los hombres, a pesar de que su importancia en cifras y, de manera mucho más significativa, si atendemos a su papel en la reproducción, les deberían haber posicionado en un puesto de dominancia. Sin embargo, a las mujeres ni siquiera se les ha permitido el control de la natalidad sin que los hombres hayan puesto obstáculos, en particular, teólogos y legisladores. A lo largo del tiempo, los hombres han deseado de manera insistente controlar las funciones reproductoras de la mujer. Esta confabulación se ha extendido incluso hasta el mundo académico, donde, por ejemplo, se ha prestado poca atención a los ritos practicados en la antigüedad por mujeres para evitar un embarazo o un nacimiento, al tiempo que se ha hecho énfasis en los ritos dedicados a favorecer la fertilidad. Es imperativo poner freno a este pensamiento falaz. La sobrepoblación está arruinando a la humanidad y a la tierra,
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puesto que la tierra se trata con la misma falta de consideración con la que se trata a las mujeres. La sociedad urbanizada y tecnológica, que dirigen los hombres, ha reducido la fertilidad de la tierra, mientras que la reproducción intensiva, también controlada por hombres, ha llevado a un aumento de la población. Las mujeres deben actuar para salvar la tierra al mismo tiempo que se salvan ellas mismas. Las dos necesidades están íntimamente unidas. D'Eaubonne describe esa unión en términos tantos de pasado como de presente. En el pasado, las mujeres recogían el alimento de la tierra y la labraban; eran las jardineras del mundo. Según d'Eaubonne, al contrario que muchos agricultores contemporáneos no ecológicos, muchas mujeres del pasado utilizaban técnicas ecológicas. D'Eaubonne sugiere que este vínculo entre las mujeres y la tierra permanece y que se manifiesta a menudo en el presente, como sucede, por ejemplo, en las ocasiones en que las mujeres han tomado la riendas en las protestas contra la energía nuclear. Las mujeres se preocupan por otros: otra gente, otras mujeres, otras especies, el planeta mismo. Su trabajo, sus protestas, también cruzan las líneas entre géneros de una manera que no hace el trabajo de los hombres o las protestas lideradas por éstos. Al igual que Carol Gilligan en In a Different Voice (1982), d'Eaubonne cree que las mujeres han estado conectadas históricamente a otra gente y a la naturaleza a través de un imperativo social que requiere cuidado y consideración, y que la aculturación en la «ética del cuidar» persiste en nuestros días. Dad a las ecofeministas lo que piden, requiere d'Eaubonne, y «los seres humanos serían considerados personas y no, en primer lugar, machos o hembras. Y nuestro planeta, cercano a las mujeres, volvería a reverdecer para todos» (251). Estas ideas forman el eje central de los argumentos que d'Eaubonne desarrolla en los dos textos que he mencionado, aunque en Ecologie féminisme los trata con mayor detenimiento. El subtítulo del libro Révolution ou mutation? revela su preocupación principal a finales de los setenta. Mutation -alteración a través del tiempo- parece insuficiente para llevar a cabo lo que es necesario hacer. Los problemas urgentes surgidos por la falta de atención prestada al bienestar de las mujeres y de la tierra requieren una revolución en el pensamiento occidental. Según d'Eaubonne, «desde 1974, cuando empecé a escribir [este libro], los sucesos acaecidos en el terreno de la lucha ecologista -al igual que en el
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de la lucha de las mujeres- han confirmado -en mayor medida de lo que pensaba- la urgencia por resolver este doble problema» (11). Continúa: Estoy lejos de escribir algo moderno al yuxtaponer estas dos ideas, dos problemas, dos luchas. [...] Estoy también lejos de contraponer, de forma incierta, dos mitos -el de la mujer eterna y el de la Tierra inagotable, o incluso de apuntar a un idealismo romántico, a una utopía irrealizable, o a la desmovilización de la violencia. Es importante establecer lo profundamente revolucionario que puede ser el vínculo [entre feminismo y ecología], y quiero decir revolucionario en el sentido más auténtico de la palabra (13).
Lo que d'Eaubonne cuestiona con estas palabras es el fracaso de los movimientos políticos de los siglos diecinueve y veinte, como el socialismo, para cambiar verdaderamente el estado de las cosas. «El objetivo», considera refiriéndose a la necesidad de una revolución ecofeminista, «no es el de 'construir una sociedad mejor y más justa'. Es el de vivir, de permitir que la historia continúe en lugar de desaparecer como hicieron algunos animales antediluvianos, o como algunas especies de pájaros, cuya capacidad espermática disminuyó de manera progresiva debido a la sobrepoblación» (14). Así pues, está en juego la extinción del ser humano y del planeta y solo una revolución en la forma de pensar y de actuar puede evitarlo. D'Eaubonne no sigue una línea de pensamiento marxista en sus argumentos. Tanto el capitalismo como el comunismo contaminan. En su opinión, tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética han actuado movidos por el afán de beneficio y han contaminado y destruido para implementar ese objetivo. Los soviéticos deben comprar trigo a los americanos porque sus tierras ya no producen lo suficiente para abastecer a su población. Según d'Eaubonne, este es un ejemplo perfecto del vínculo existente entre la reproducción de humanos y la destrucción de la tierra. Más aún, los marxistas «clásicos» se niegan a otorgar a las mujeres el estatus de clase social. Sin, embargo, debido al funcionamiento de las culturas occidentales, si se quiere enmendar la condición actual del mundo, las mujeres deben ser consideradas como una clase. D'Eaubonne cree que la Unión Soviética y los Estados Unidos tienen aún algo más en común, en particular en lo que se refiere a la investigación en materia de control de natalidad. Si bien el gobierno soviético
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aprobó el aborto, fomentó poco la investigación en métodos de anticoncepción. Si en los Estados Unidos las mujeres se enorgullecen de la libertad que disfrutan en comparación con las europeas, deberían recordar que podrían haber disfrutado de la pildora anticonceptiva hace más de un siglo, si no se hubiese abandonado pronto la investigación que se inició en este área en el siglo diecinueve. Es conocida la capacidad de los nativo-americanos para controlar la natalidad, pero los hombres blancos no parecen haberse interesado por este tema. Sin embargo, recuerda d'Eaubonne, el gobierno americano ha tratado de parar la reproducción en países en vías de desarrollo. «¿Cómo pueden hablar de los peligros de la sobrepoblación», se pregunta, «cuando se sabe que los americanos consumen el cuarenta y cinco por ciento de los recursos naturales del planeta?» (45). Tales contradicciones entre actitudes manifiestas y política constituyen el grueso de los ejemplos que d'Eaubonne ofrece en la primera parte de Ecologie féminisme, donde encuentra el afán de beneficio inherente a la política de la mayoría de los gobiernos. «El problema», mantiene d'Eaubonne, «es que los gobiernos solo tienen en cuenta la economía. Piensan que si la economía está en auge, la gente tendrá acceso a la felicidad. ¿Por qué no se preocupan de la destrucción de la naturaleza, de la falta de igualdad de derechos?» (72). Su conclusión no sorprende: todo esto puede «llevarse a cabo [solo] por partidos ecologistas y feministas que permitirían a la sociedad entrar en la 'era post-industrial'» (83). La segunda parte de Ecologie féminisme ofrece un recorrido histórico de los motivos que han ocasionado que no hayamos entrado en esta era post-industrial. En esta parte, d'Eaubonne pasa revista a la historia de la dominación sufrida por las mujeres y por el planeta desde la época paleolítica hasta los años sesenta. Al redescubrir prácticas agrícolas ecológicas, como el écobuage -la antigua quema de arbustos cuyas cenizas eran luego devueltas al suelo- d'Eaubonne cuestiona los motivos que llevaron al abandono de tales prácticas en favor de los fertilizantes químicos. Al revisar el trabajo del antropólogo suizo decimonónico Johann Jakob Bachofen sobre el matriarcado, cuestiona la urgencia con la que sus contemporáneos desacreditaron sus teorías al sugerir que el matriarcado era solamente una leyenda. Su expresión final de desprecio la reserva para lo que llama «ilimitismo» (/'illimitisme), que caracteriza a los sistemas políticos e instituciones controladas por hombres. El ilimi-
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tismo no pone límites al poder patriarcal - p o d e r sobre otros países y otros pueblos. D'Eaubonne cree que seguirá sin control hasta que el planeta se quede sin alimentos o un nuevo movimiento como el ecofeminismo lleve a cabo un cambio revolucionario en mentalidad y actitudes. Este es un breve resumen del mensaje que d'Eaubonne desarrolla en dos de las primeras consideraciones existentes sobre la necesidad del ecofeminismo. ¿De qué modo casa su mensaje con los derroteros que el movimiento ha seguido en los noventa? En algunos aspectos, aún parecen ocupar una posición central. Muchos de los problemas que d'Eaubonne vio y previo continúan en nuestros días -en particular la fuerte resistencia al cambio de las estructuras patriarcales políticas y culturales. Además, su diagnóstico inicial del «doble problema» es, por supuesto, la razón por la que es citada con tanta frecuencia como fundadora del ecofeminismo. No obstante, en otros aspectos, su trabajo está anticuado. D'Eaubonne escribía poco después de las revueltas estudiantiles y el ebullición política de los sesenta. Sus preocupaciones y su lenguaje, en especial su deseo de revolución, están relacionados en parte con el discurso de aquella época, al igual que su preocupación por la explosión demográfica y los derechos de reproducción. Solo hace falta recordar el trabajo de Barry Commoner y el énfasis feminista de los setenta en el derecho al aborto. Las ecofeministas contemporáneas, no obstante su preocupación por la elección reproductiva, se han centrado más en otros aspectos: establecer una base teórica para el ecofeminismo, unir teoría y práctica, estudiar en mayor profundidad los complejos asuntos locales en todas las partes del mundo en lugar de intentar solucionar los asuntos globales a través de visiones generales reduccionistas o incluso cumbres planetarias. Además, la naturaleza global del ecofeminismo de los noventa ha hecho que algunas de las ideas que d'Eaubonne desarrolló en los setenta parezcan condicionadas culturalmente. Por ejemplo, al insistir sobre la naturaleza no ecológica de la agricultura contemporánea, no tenía en cuenta los medios de producción y consumo del Tercer Mundo, al igual que obviaba considerar el papel que los habitantes del Tercer Mundo desempeñan en el consumo realizado por los del Primer Mundo. Tras recordarnos que el «desarrollo» ha sido un proyecto patriarcal, Vandana Shiva ha mostrado cómo las mujeres han sufrido las consecuencias de lo que ella llama «mal desarrollo». Si d'Eaubonne vio que el trabajo tradi-
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cional de la mujer con la tierra había sido sustituido por la agricultura contemporánea, Shiva es testigo de cómo ese trabajo en el Tercer Mundo continúa siendo suplantado por sistemas que rompen la familia y empobrecen la tierra. En palabras de Shiva: La ideología de desarrollo está en gran medida basada en una visión que tiene como objetivo llevar todos los recursos naturales a la economía de mercado para la producción de mercancía. Cuando la naturaleza utiliza esos recursos para mantener su producción de fuentes renovables y las mujeres para ganarse la vida y el sustento, la desviación de recursos a la economía de mercado genera inestabilidad ecológica y crea nuevas formas de pobreza para las mujeres (1990: 196-197) 5 .
Es más, el ecofeminismo contemporáneo ha tenido que hacer frente a importantes desafíos desde que los textos de d'Eaubonne fueron escritos. El primero ha sido todo un reto para la filosofía ecofeminista. Debido principalmente a que sus propósitos han sido mal entendidos, sus críticos han insistido en que el ecofeminismo es esencialista, al mantener que las mujeres tienen una cercanía biológica a la tierra de la que los hombres carecen. Al contrario, la creencia en la interconexión de todos los seres vivos es inherente al ecofeminismo; puesto que toda la vida es naturaleza, ninguna parte de ella puede estar más cercana que otra a la «naturaleza». Un segundo desafío al ecofeminismo ha provenido de las disensiones existentes entre integrantes del movimiento medioambiental contemporáneo. Defensores de la ecología profunda, propulsores de la necesidad de cambiar la visión antropocéntrica de la naturaleza que requieren de los humanos que piensen de manera más biocéntrica, han cuestionado el sesgo feminista del ecofeminismo; las ecofeministas, a su vez, los han tachado de mantener una actitud androcentrista cuando presumen de haber abandonado el antropocentrismo. Como indiqué al principio, las mujeres involucradas en el movimiento medioambiental se han visto en apuros al intentar definir sus parámetros. Janet Biehl, por
3 El trabajo de Shiva en «Development as a New Project of Western Patriarchy» y con Maria Mies ha supuesto una revisión completa del desarrollo desde una perspectiva ecofeminista. Shiva y Mies recapitulan y amplían las ideas de d'Eaubonne sobre la población en «People and Population», capítulo 19 de Ecofeminism.
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ejemplo, una ecologista social, ha criticado que el ecofeminismo es tan diverso que no tiene centro. Aunque no estoy en absoluto de acuerdo con Biehl, debo decir que cuando empecé a enseñar literatura ecofeminista, mis alumnos lucharon durante semanas para encontrar una definición sólida de ecofeminismo. Elaboraron entonces definiciones individuales, tomadas de manera ecléctica de sus propias percepciones tras leer sobre el tema. Pronto empezaron a debatir vehementemente entre ellos sobre textos literarios: si cualquier texto dado podía llamarse ecofeminista, para pasar después a formular una definición del concepto viable para el entorno de la clase. ¿Podía solo considerarse como ecofeminista un poema como «Love Canal», de Janice Mirikitani, sobre la muerte de la tierra en el interior de Nueva York y la muerte simultánea de una mujer envenenada por su proximidad a Love Canal? ¿O podía un texto más antiguo, como «A White Heron», de Sarah Orne Jewett, ser también ecofeminista? Al fin y al cabo, trataba de mujeres y naturaleza y sobre la preservación de las especies, y se manifestaba en contra de la caza y de dar muerte a bellos ejemplares de naturaleza no-humana en el nombre de la ciencia. No obstante, al igual que mis estudiantes al final del curso, las ecofeministas han llegado a compartir un número de creencias, y en algunas de ellas resuena el eco de d'Eaubonne. Janis Birkeland ha recopilado las ideas que, según ella, las ecofeministas comparten, y creo que estas ayudan a delimitar una ideología ecofeminista contemporánea. Tal ideología incluye la necesidad de una trasformación social más allá de políticas de poder así como la necesidad aparejada de menor «gestión» de la tierra -ambas ideas centrales en la obra de d'Eaubonne. También incluye una apreciación del valor intrínseco de todo lo que existe en la naturaleza- un punto de vista biocéntrico frente al antropocéntrico; el final de dualismos como macho/hembra, pensamiento/acción, y espiritual/ natural; y una confianza en el proceso, no solo en el producto (20). Creo que la literatura ecofeminista del futuro se centrará de manera especial en estos asuntos. Mientras escribo estas palabras, debo confesar que siento una fuerte llamada a unir filas con cualquiera que trabaje para que estos cambios se lleven a cabo. No puedo, tampoco, dejar de recordar a d'Eaubonne y su arrojo: «Estoy lejos de escribir algo moderno al yuxtaponer estas dos ideas. [...] También estoy lejos de contraponer, de forma incierta [...] un simple idealismo romántico [...] o una utopía
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irrealizable» (d'Eaubonne 1974: 13). Ahora, después de más de veinte años de la publicación de su primer libro sobre écoféminisme, sus deseos se ven compartidos por los de ecofeministas de todo el mundo que están trabajando diligentemente para llevar a cabo cambios en las actitudes hacia las mujeres y hacia la naturaleza que puedan, a su vez, promover la supervivencia de todos los seres humanos, de otras criaturas vivas, y de la tierra. Traducción de Margarita Carretero González
ECOFEMINISMO Y ANÁLISIS LITERARIO
Margarita Carretero González
I Antes de comenzar el primer capítulo de The Green Breast of the New World, Louise H. Westling incluye tres extractos de sendas obras literarias que utiliza como vehículo para introducir la tesis principal que desarrolla en el libro: la importancia de prestar atención a cuestiones de género para comprender la ambivalencia de las respuestas literarias al paisaje y la naturaleza en la ficción americana. Uno de los extractos escogidos pertenece a la Elegía 19 de John Donne, «To His Mistris Going to Bed», en la que un exaltado amante pide permiso a su amada para que le deje explorar su cuerpo como si de un territorio incógnito se tratara: Licence my roaving hands, and let them go, Before, behind, between, above, below. O my America! My new-found-land, My kingdome, safeliest when with one man man'd My Myne of precious stones, My Emperie, H o w blest am I in this discovering thee! (94, 96) 1
Los términos utilizados para referirse a la receptora de los versos («mi América», «mi nueva tierra descubierta», «mi reino», «mi mina de piedras preciosas», «imperio mío») cumplen la función de ensalzar la figura de la amada, venerada como el prometedor Nuevo Continente. El hecho de que la tierra descubierta produzca un efecto beneficioso en el
1 Da permiso a mis manos andariegas y déjalas que anden / por detrás, por delante, arriba, enmedio, abajo. / Oh, mi América, mi nueva tierra descubierta, / mi reino, más seguro cuando es de un solo hombre pilotado, / mi mina de preciosas piedras, imperio mío, / ¡qué bienaventurado he sido al descubrirte! (Donne 95, 97).
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hablante -si él es bienaventurado al encontrarla, ella debería ser, por tanto, o bien la que otorga la bienaventuranza, o bien el vehículo utilizado para conferirla- aparentemente posiciona a la mujer identificada con esta tierra en un nivel superior al ocupado por quien a ella se dirige. No obstante, este ejercicio retórico de admiración amorosa en realidad priva por completo a la mujer de su condición de sujeto activo, transformándola en un objeto que descubrir, explorar, controlar («más seguro cuando es de un solo hombre pilotado») y explotar, como sugiere la metáfora de la mina de piedras preciosas. Donne utiliza, pues, uno de los tropos más persistentes en relación con el cuerpo femenino: el que lo transforma en una tierra que descubrir y poseer y que, en última instancia, se beneficia del orden que establece el control humano (y masculino), puesto que la naturaleza (y lo femenino) se percibe caótica. Son estas conexiones entre la naturaleza y las mujeres las que constituyen el objeto de estudio del ecofeminismo en sus muy diversas variantes. Definir qué se entiende por ecofeminismo puede parecer una cuestión sencilla para cualquiera que esté familiarizado con los movimientos ecologista y feminista; se trata de un movimiento filosófico y social dedicado a estudiar el modo en que la opresión que las mujeres sufren en la sociedad patriarcal es un reflejo del que el ser humano ejerce sobre la naturaleza no-humana. Parece lógico deducir que, puesto que mujer y naturaleza en el patriarcado son manifestaciones del «otro» sometido por el «yo» dominante, todo ecologista debería ser feminista y viceversa. Sin embargo, no solo la realidad no es así, sino que es este uno de los puntos de debate más espinosos entre el ecofeminismo y la ecología profunda (Diehm o Plumwood). La ecología profunda aborda los estudios de las relaciones entre el ser humano y la naturaleza desde una perspectiva totalmente ecocéntrica de la que no necesariamente participa el ecofeminismo, si bien es cierto, como observa Patrick Curry (95), que los efectos del ecofeminismo más genuino son decididamente ecocéntricos. Por otra parte, el ecofeminismo dista mucho de ser un término que describa una práctica homogénea. Puede decirse que hay tantos ecofeminismos como los feminismos que los informan (Kheel) pero también que hay incluso quienes cuestionan que el ecofeminismo sea realmente feminista (Davion). Existen ecofeminismos radicales, espirituales, de orientación más política o de corte más filosófico, pero, independientemente de las variantes y a pesar de que la diversidad de posiciones haya
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llevado a algunos a considerar el ecofeminismo como un movimiento contradictorio, existe un mínimo común denominador que nos permite hablar de un enfoque sólido que aplicar al estudio de la cultura y la literatura. Una de las definiciones más completas es la que proporciona Karen J . Warren en su introducción a Ecological Feminism: «Ecological feminism» is an umbrella term which captures a variety of multicultural perspectives on the nature of the connections within social systems of domination between those humans in subdominant or subordinate positions, particularly women, and the domination of nonhuman nature. [...] Ecofeminist analyses of the twin domination of women and nature include considerations of the domination of people of color, children, and the underclass (l) 2 . El término en sí fue acuñado por primera vez en francés (écoféminisme) por Françoise d'Eaubonne en Le féminisme ou la mort (1974), trabajo en el que esta feminista francesa apuntaba a la sobrepoblación y la destrucción de recursos como las amenazas más inmediatas para nuestro planeta. Según d'Eaubonne, ambos males son el fruto amargo del patriarcado, al ser el resultado de dos descubrimientos que otorgaron el poder a los hombres hace más de cincuenta siglos: la habilidad de plantar la semilla en la tierra y en la mujer así como la toma de conciencia de su papel en el acto de reproducción (Gates: 16). Tras llevar a cabo una breve revisión de la dominación ejercida sobre las mujeres y el planeta desde el Paleolítico hasta los años sesenta, d'Eaubonne subraya que, paradójicamente, los descubrimientos de diversos yacimientos arqueológicos que apuntan a la existencia de sociedades matriarcales han sido utilizados para reforzar el discurso patriarcal. Cita, por ejemplo, el descrédito automático en el que cayeron las teorías de Johann Jakob Bachhofen acerca de la existencia de sociedades matriarcales basadas en cul-
El «feminismo ecológico» es un término paraguas que acoge una variedad de perspectivas multiculturales sobre la naturaleza de las conexiones establecidas dentro de sistemas sociales de dominación entre aquellos humanos que ocupan una posición subdominante o subordinada, particularmente las mujeres, y la dominación de la naturaleza no-humana. [...] Los análisis ecofeministas de la dominación ejercida sobre mujeres y naturaleza incluyen la desplegada sobre personas de color, niños y las clases inferiores (Traducción propia). 2
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tos a la diosa, o el modo en el que se extendió rápidamente la asociación de las figurillas femeninas de diosas con ritos de fertilidad, al tiempo que, curiosamente, se relegó al olvido la existencia de otros rituales que tenían como objeto precisamente lo contrario: la prevención de embarazos. Las excavaciones realizadas por la arqueóloga lituana Marija Gimbutas en los años sesenta confirmaron las teorías de Bachhofen y de la mitóloga Jane Harrison sobre la existencia de una cultura matriarcal en Europa que, al parecer, experimentó su desaparición progresiva con la explotaciones agrícola y ganadera intensivas y, de manera muy particular, como sugiere Gerda Lerner, con la introducción del arado. La nueva herramienta necesitaba de la mayor fuerza física del hombre para ser manipulada y permitió que este se apropiara de una esfera que hasta entonces había estado prácticamente bajo el control de las mujeres. Todo parece apuntar a que, ya en el Neolítico, la naturaleza se empezó a percibir como un ente que había que controlar. Esta percepción coincide con el proceso de democión de la diosa en favor de la ascensión de un dios varón, cambios todos estos que las narraciones mitológicas recogieron y perpetuaron para el beneficio de solo una mitad de la especie humana (Carretero González 2008). Sea como fuere, es evidente que, desde que el ser humano ha fabricado símbolos, el cuerpo femenino se ha asociado con las fuerzas reproductoras de la naturaleza, y es precisamente en esta asociación donde encontramos el centro de división entre ecofeministas, dependiendo de que la celebren o la rechacen. Hay quienes consideran clave la recuperación y restauración de toda la imaginería asociada con Gaia, la Tierra Madre, el culto a la diosa y lo sagrado femenino para devolver a las mujeres el poder del que las han privado las religiones monoteístas centradas en el culto a un dios varón, mientras que hay quienes consideran que estas asociaciones solo contribuyen a perpetuar la opresión que las mujeres sufren. Una actitud común a casi todos los movimientos de liberación política consiste en reivindicar y celebrar precisamente aquello que diferencia al «otro» dominado del «yo» dominante para, en última instancia, despojarlo de cualquier connotación negativa que haya podido adquirir a manos del discurso elaborado por la lógica de dominación patriarcal. El orgullo de la raza, de la condición y orientación sexuales son algunos ejemplos de esta postura que los ecofeminismos más radicales han sus-
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crito. Así, Hazel Henderson sostiene que el ecofeminismo recupera las manifestaciones artísticas y rituales de las sociedades matrifocales que devuelven a la naturaleza su carácter sagrado (1983: 207), mientras que Starhawk, una de las voces más populares en el ala de corte más espiritual y activista del ecofeminismo, insiste en que, en el momento en que los seres humanos toman conciencia de que la tierra es un ente vivo, ella (se refiere siempre a la tierra como she) nos llama a preservar su vida. Puesto que el ecofeminismo desafía las relaciones de dominación, el movimiento tiene como objetivo, para Starhawk, no solo cambiar quién ostenta el poder, sino que persigue la transformación de las estructuras mismas de poder (77). Para Starhawk las dominaciones antropocentristas y androcentristas van unidas a otros tipos de dominación y, por consiguiente, de discriminación: racismo, clasismo o colonialismo. Además de reivindicar toda la simbología asociada con lo sagrado femenino y el culto a la diosa, hay ecofeministas (por ejemplo, Mellor, Merchant, Mies y Shiva o Salleh) que celebran asimismo cualquier aspecto que esté asociado con lo femenino: las emociones, el cuerpo, la «ética del cuidar»3 y criar, despojándolos del estatus de inferioridad con el que tradicionalmente han sido percibidos y celebrando su identificación con las mujeres. En esta línea, Sherilyn MacGregor {51) insiste en la necesidad de que se erija una ética del cuidar también en la esfera de lo público como modelo para vivir de manera sostenible. Detrás de aseveraciones de este tipo se encuentra la asunción de que las mujeres -como madres potenciales encargadas de dispensar cuidados y alimento- tienen una mayor predisposición a preservar la naturaleza, aseveraciones indudablemente esencialistas que muchas ecofeministas y la mayoría de las feministas se niegan a aceptar4. A este grupo, que Alicia Puleo ha denominado «teorías de integración crítica», pertenecen, por ejemplo, Val Plumwood, Karen J. Warren
Ver glosario. Algunas de estas afirmaciones son de un simplismo preocupante que pueden contribuir a que el ecofeminismo se perciba como un movimiento caprichoso y banal. Sirva como ejemplo la apreciación de Sharon Doubiago, que utiliza la experiencia de la maternidad para afirmar que las mujeres siempre han pensado como las montañas, como puede constatar cualquiera que haya experimentado cómo su vientre se transforma en una durante el embarazo (citado en Garrard 24). 3 4
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o Ynestra King, para quien la asociación de las mujeres con la naturaleza es una construcción social peligrosa puesto que contribuye a perpetuar ese segundo plano en el que se encuentran las mujeres. Según King (118), el odio hacia las mujeres y el odio hacia la naturaleza se refuerzan mutuamente. Si atendemos a la evolución del pensamiento filosófico occidental, no podemos sino dar a King la razón. Como el texto de Donne ilustra, independientemente de si se percibe como la materia amorfa que necesita ser formada por la mente masculina, la bestia que ha de ser domesticada, o la máquina que debe ser controlada, la naturaleza y las mujeres han acabado por representar, en palabras de Marti Kheel, el mundo de la contingencia y vulnerabilidad que cualquier hombre debe trascender, como queda de manifiesto en los tradicionales ritos de iniciación en la edad adulta que en muchas sociedades el hombre tiene que superar para separarse, a la vez, de la mujer y la naturaleza. En la misma línea se manifiesta Linda Vanee, para quien la imagen de la naturaleza como madre y su asociación con el papel de las mujeres sirve solo para perpetuar la idea de que la función principal de estas es la de proporcionar cuidados a otros. Sherilyn MacGregor, por su parte, si bien reconoce como positiva la revalorización de la ética del cuidar a manos del ecofeminismo, subraya los posibles riesgos políticos que pueda ocasionar el enfatizar la asociación automática entre la mujer y el cuidar, pues la vida política de la mujer puede verse reducida a desempeñar el papel de cuidadora. Así, se pregunta si el cuidado es la metáfora más adecuada alrededor de la cual construir un proyecto político de cambio social y ecológico (57 )5. 5
N o o b s t a n t e , la realidad en m u c h o s países del Tercer M u n d o p a r e c e c o n f i r m a r esta asociación. E n un artículo p u b l i c a d o el 10 de junio de 2008 en la sección «Vida & Artes» del diario El País, Natalia J u n q u e r a analiza los motivos p o r los que las mujeres son las mayores r e c e p t o r a s d e m i c r o c r é d i t o s , u n a p r á c t i c a q u e i m p u l s ó M u h a m m a d Yunus en 1976 y que ahora se ha convertido en un «principio universal que rige las políticas de ayuda al desarrollo de organismos como la O N U o el Banco Mundial» (Junquera 38). J u n q u e r a recoge las opiniones del p r o p i o Yunus, de Sam Daley-Harris, director de otro movimiento de microfinanciación, Rosahnez Zafar, discípula de Yunus y presidenta de la f u n d a c i ó n Kashf de Bangladesh, o Pilar Gómez-Acebo. Todos coinciden en que, cuando una mujer recibe un microcrédito, el beneficio r e d u n d a en toda la comunid a d , algo q u e n o s u c e d e c u a n d o el r e c e p t o r es un h o m b r e . Los motivos q u e esgrime Yunus para justificar p o r qué el 9 5 % de las ayudas que otorga su b a n c o van a mujeres es p o r q u e los h o m b r e s « n o están al lado de sus hijos en tiempos de crisis. Ellas sí. Tienen
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El mayor peligro al que se enfrenta el ecofeminismo es el de ser percibido como un movimiento biologista, esencialista y, en consecuencia, reduccionista. No puede en absoluto argumentarse que una mujer, por el simple hecho de ser madre, esté más conectada a la tierra o que tenga una mayor predisposición a cuidarla. ¿Qué sucede, entonces, con aquellas mujeres que no son madres? ¿O con los hombres? ¿No suponen actitudes de este tipo incurrir en una nueva marginalización del «otro», en este caso marcado como «no madre»? Junto a la de King, las voces de Warren y Plumwood son quizá las que con más insistencia reivindican una igualdad que está ausente en los ecofeminismos de corte esencialista. Insisten en lo primordial de tener siempre presente que las distinciones de género, tal y como las conocemos, son contingentes, establecidas por la sociedad patriarcal, para así evitar caer en el error de invertir los valores de la lógica de la dominación. Esto simplemente contribuiría a preservar esta lógica, cuando de lo que se trata, realmente, es de subvertirla (Curry 95). Como viene siendo habitual, insistir en la distinción entre sexo y género y hablar de femenino y masculino como atributos presentes en distinto grado tanto en hombres como mujeres puede contribuir a salvar el peligro de caer en un risible esencialismo. Al fin y al cabo, Curry nos recuerda que si bien los hombres siguen dominando, también hay mujeres entre quienes dominan (97) y, aunque haya mujeres que «todavía cuidan y alimentan el principio femenino», Rajni Kothary subraya, «no todas lo hacen» (13). Por su parte, Vandana Shiva habla de un modelo masculinista (no masculino) occidental de progreso y producción que tiene como fruto un «mal desarrollo»: Según esta opinión, un río estable y limpio n o es un recurso p r o d u c t i v o : es necesario «desarrollarlo» con represas para que se convierta en eso. L a s mujeres, que c o m p a r t e n las aguas del río para satisfacer las necesidades de sus familias y la sociedad, n o participan en el trabajo productivo: c u a n d o las sustituye un ingeniero, la administración y uso de agua se convierten en actividades productivas.
más razones para salir de la pobreza, los suyos» (ibid.). «Si una mujer gana un dólar», dice Rosahnez Zafar, «gasta el 7 0 % en su familia. Un hombre le dedica el 3 0 % » . Puede argumentarse, sin embargo, que las diferencias entre los papeles asignados a los géneros están mucho más marcadas y extendidas en países no desarrollados, donde la mujer es la gestora del hogar. Como siempre, las cuestiones de género son contingentes, no biológicamente determinadas.
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Los bosques naturales permanecen improductivos hasta que se los desarrolla en forma de monocultivos de especies destinadas al comercio. De esta manera, desarrollo equivale a mal desarrollo, un desarrollo despojado del principio femenino, principio de conservación, principio ecológico (Shiva 32-33).
Shiva se inscribe en un ecofeminismo que defiende en gran medida la existencia de una conexión biológica entre la naturaleza y las mujeres, condicionada por su estudio de la situación que estas viven en la India, pero parece contemplar la posibilidad de que el hombre posea también en cierto grado este principio femenino del que el modelo masculinista de progreso lo ha despojado: En la práctica, esta perspectiva fragmentada, reduccionista y dualista viola la integridad y armonía del hombre con la naturaleza, y la armonía entre el hombre y la mujer. Rompe la unidad cooperativa de lo masculino y lo femenino y pone al hombre, despojado de principio femenino, por encima de la naturaleza y la mujer y separado de ambas (35).
Como apunta Gates, puesto que toda vida es naturaleza, ninguna parte de ella puede estar más cercana a la naturaleza que otra (20). El ecofeminismo debe ser siempre ecologista, insistiendo en la interconexión entre todos los seres vivos en lugar de abrazar posturas que contribuyan a reforzar la lógica de dominación, aunque sea invirtiéndola.
II Llegado este punto y teniendo en cuenta que este capítulo se incluye en una edición sobre ecocrítica, cabe preguntarse qué puede aportar el ecofeminismo al estudio de las manifestaciones culturales en general y las literarias en particular. Puesto que la asociación de la feminidad con las fuerzas naturales y la percepción de la naturaleza como un ente femenino forma parte del inconsciente colectivo y sobrevive en las metáforas que utilizamos y leemos cada día, el ecofeminismo se presenta como una lente muy interesante a través de la cual acercarse a la literatura. Desde una perspectiva eminentemente práctica puede estudiarse el modo en que hombres y mujeres del mismo período perciben la naturaleza, se relacionan con ella y escriben sobre ella. ¿Existen diferencias importan-
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tes, por ejemplo, en el modo en que un poema describe un entorno natural determinado dependiendo de si ha sido escrito por un hombre o una mujer? ¿Es la relación que la heroína de una novela victoriana mantiene con el bosque por el que pasea a diario pieza clave para expresar y entender su alienación de una sociedad que la relega a un espacio doméstico que ni siquiera le pertenece? ¿Percibe esta mujer la naturaleza siempre como una aliada? El ejemplo del poema de Donne con el que comenzaba este capítulo dejaba al descubierto la arraigada asociación del cuerpo femenino con un territorio ignoto que explorar, conquistar y, en última instancia, controlar. Una interesante alternativa a esta extendida metáfora la proporciona Virginia Woolf en Orlando, una parodia biográfica en la que la novelista no solo subvierte el género de la biografía - q u e tan popular llegó a ser en su época- sino que invita al lector a hacer lo propio con cualquier percepción de la realidad que considere estable: la lógica espacio-temporal, la identidad del individuo, el género o la relación entre cultura y naturaleza. En esta aventura a través de los tres siglos por los que transcurre la vida de Orlando, el protagonista aprenderá a percibir los aparentemente opuestos «hombre» y «mujer», «naturaleza» y «cultura», «yo» y «otro» como realidades que se definen mutuamente y, por tanto, escapan a cualquier orden jerárquico que se les quiera imponer. El viaje comienza en la Inglaterra isabelina, cuando Orlando, un joven de dieciséis años, se afana por trasladar al papel los estímulos constantes que le proporciona el entorno natural. Si, para sus antepasados, los distintos paisajes que encontraron a lo largo de sus vidas no eran más que una serie de territorios bárbaros que domesticar, Orlando, no obstante su exacerbada sensibilidad, intenta hacer algo parecido a través de la pluma. Sus esfuerzos por conseguir atrapar en el papel la tonalidad exacta de verde que observa en el laurel dejan de manifiesto otro intento de conquista, de apropiación de la naturaleza, así como una resistencia a aceptar la imposibilidad de tal propósito. La evolución de Orlando -como poeta y ser humano- debe llevarlo a percibir la naturaleza como alteridad inapropiable y a la aceptación de que cualquier significado que se le quiera conferir está culturalmente condicionado, pues su significado y valor último reside fuera de cualquiera que el ser humano estime oportuno otorgarle. Para alcanzar este grado de conocimiento, es preciso que Orlando experimente la alteridad cuando se transfor-
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me en mujer a la edad de treinta años. No solo la sociedad empieza a tratar a Orlando de distinta manera cuando es mujer, a pesar de que, en palabras de Woolf «in every other respect, Orlando remained precisely as he had been» (80)6, sino que su nueva condición afectará el modo en que se relaciona con la naturaleza. A lo largo de la obra, Woolf se muestra constante en su empeño por desestabilizar todo lo aparentemente estable, insistiendo en ocasiones en lo arbitrario de cualquier significado que se le quiera asignar al entorno natural y a los fenómenos naturales. Si la lluvia y la vegetación exuberante que se extiende en el Londres Victoriano se asocian con la fertilidad, esta deja de tener cualquier tipo de connotación positiva que quiera atribuírsele, al convertirse en un elemento asfixiante. De manera similar a lo que sucede con la oscuridad que se instala por todas partes en el capítulo «Pasa el tiempo» de Al Faro, la nube que aparece en Londres al principio de siglo diecinueve provoca una humedad constante que permea y confunde todo. El profuso follaje que anuncia la llegada de la época victoriana se convierte en un símbolo de vida, de una fertilidad que, paradójicamente, ocasiona una existencia muerta, especialmente para las mujeres, transformándose pues en una representación de la ideología imperante que de manera silenciosa y apenas perceptible impulsa a Orlando a buscar un marido. Tratando de escapar del insistente y ubicuo espíritu de la época que ni siquiera le permite escribir, Orlando busca en la naturaleza el refugio del que había disfrutado cuando era hombre, un espacio aparentemente libre de la perniciosa influencia de las convenciones sociales. Para su sorpresa, tampoco aquí conseguirá liberarse de la asfixia tan fácilmente como había imaginado. No solo el espíritu de la época ahoga a las mujeres con su insistencia en la necesidad de encontrar marido y tener hijos, 6 «We may take advantage of this pause in the narrative to make certain statements. O r l a n d o had become a w o m a n - t h e r e is no denying it. But in every other respect, Orlando remained precisely as he had been. T h e change of sex, though it altered their future, did nothing whatever to alter their identity» (Woolf 87). « P o d e m o s aprovechar esta pausa para hacer algunas declaraciones. O r l a n d o se había t r a n s f o r m a d o en u n a m u j e r - i n ú t i l n e g a r l o . P e r o , en t o d o lo d e m á s , O r l a n d o era el mismo. El cambio de sexo m o d i f i c a b a su porvenir, no su i d e n t i d a d » (Woolf 90). [Las citas en castellano corresponden a la traducción de la obra de Woolf realizada p o r J o r g e Luis Borges].
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sino que también ha diseñado una forma de vestir que dificulta el movimiento, obligándolas pues a permanecer en casa el mayor tiempo posible y, por tanto, distanciándolas de los entornos naturales en los que podían encontrar un alivio de las limitaciones impuestas por la domesticidad patriarcal. Orlando siente su libertad restringida por el uso prolongado del miriñaque y, así, las actividades sencillas, cotidianas con las que disfrutaba cuando era un varón -«stride through the garden with her dogs, or run lightly to the high mound and fling herself beneath the oak tree» (Woolf 158)- se tornan ahora imposibles debido a la nueva indumentaria 7 . El espíritu de la época la ha alienado de sus acciones y lugares favoritos, incluso de su propio yo, despertando miedos hasta entonces desconocidos de los que, por fortuna, Orlando consigue liberarse conforme se adentra tímidamente en el espacio natural: At every step she glanced nervously lest some male form should be hiding behind a furze bush or some savage cow be lowering its horns to toss her. But there were only the rooks flaunting in the sky. A steel-blue plume from one of them fell among the heather. She loved wild birds' feathers. She had used to collect them as a boy. She picked it up and stuck it in her hat. The air blew upon her spirit somewhat and revived it. [...] She had not walked so far for years. [...] She quickened her pace; she ran; she tripped; the tough heather roots flung her to the ground. Her ankle was broken. She could not rise. But there she lay content. The scent of the bog myrtle and the meadow-sweet was in her nostrils. The rooks' hoarse laughter was in her ears. «I have found my mate,» she murmured. «It is the moor. I am nature's bride,» she whispered, giving herself in rapture to the cold embraces of the grass as she lay folded in her cloak in the hollow by the pool (160-161 )8.
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«It [the crinoline] was heavier and more d r a b than any dress she had yet worn. None had ever so impeded her movements. No longer could she stride through the garden with her dogs, or run lightly to the high m o u n d and fling herself beneath the oak tree. [...] Her muscles had lost their pliancy» (Woolf 158). «Era el vestido más pesado y estúpido de cuantos se había puesto en la vida. Ya no podía andar por el jardín, a grandes pasos con sus perros, o correr al cerro y tirarse bajo la encina. [...] Sus músculos habían perdido su elasticidad» (Woolf 158). 8 «A cada paso creía ver algún hombre detrás de las zarzas, o alguna vaca brava agachando los cuernos para embestirla. Pero no había más que los grajos alardeando en el cielo. Una pluma de un azul acerado cayó entre la maleza. Orlando adoraba las plumas de pájaros. Las había juntado cuando niño. La recogió y se la puso en el sombrero. El
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Al proclamar a Orlando como «novia de la naturaleza», Woolf se distancia de la tradicional percepción de esta como madre cariñosa y protectora, transformándola en un amante masculino de cuyo abrazo amoroso Orlando disfruta entusiasmada (Carretero González 2005: 182). Al igual que Orlando, también la naturaleza experimenta una metamorfosis -en este caso semántica- en manos de la narradora. Desde una perspectiva ecofeminista, esta metamorfosis semántica es quizá la contribución más interesante de la novela, y nos remite, para concluirlo, al comienzo de este capítulo. Si contrastamos la retórica de Woolf con la utilizada por Donne en «To His Mistris Going to Bed», resulta interesante aceptar la sugerencia de Stacy Alaimo y considerar el cuerpo como escenario crucial que impugnar y transformar, dado que todas las ideologías relacionadas con él han sido cómplices en la discriminación a la que ha sido sometida no solo la mujer, sino también las personas de color y la naturaleza (136). El reducir a la mujer a un cuerpo que conquistar, someter y utilizar para la reproducción supone cosificarla, reducirla al mismo tipo de materia a la que la tierra ha sido relegada, con la consiguiente pérdida de vista de su valor intrínseco. Así, el cuerpo femenino ha sido valorado por su potencial para proporcionar placer al hombre o para ofrecer una casa temporal a otro ser humano, del mismo modo que la tierra lo ha sido por su potencial para ser explotada. Cambiar de paradigma supone no solo reclamar el cuerpo sino desnudarlo de los ropajes que le han sido agregados a lo largo del tiempo. En conclusión, rechazar una concepción antropocentrista y androcentrista del mundo requiere eliminar de manera progresiva todos los accesorios que colocan a la naturaleza y a las mujeres en una posición de inferioridad, añadidos que emergen de una tendencia a aprehender la realidad como un conjunto de dicotomías (hombre / mujer; cultura / naturaleza; mente /cuerpo; razón / emoción; yo /otro etc.) en que una
aire, de algún modo, animó su espíritu. [...] Hacía años que no había caminado tan lejos. [...] Apuró el paso; corrió; tropezó; las ásperas raíces de la maleza la tiraban al suelo. Se había roto el tobillo. N o se podía levantar. Pero ahí se quedo tirada, feliz. La fragancia del mirto de los pantanos y de la ulmaria estaba en sus sentidos. La risa ronca de los grajos en sus oídos. « H e dado con mi compañero», murmuró. « E s el campo. Soy la novia de la naturaleza», murmuró, entregándose en éxtasis a los fríos abrazos de la hierba, envuelta en su capa, en la hondonada, junto al estanque» (Woolf 159-160).
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de las diadas es siempre percibida como superior a la otra. Un enfoque dialógico como el propuesto por Patrick D. Murphy nos permite percibirlas como un continuo heterárquico en el que la diferencia ciertamente existe, pero no la oposición binaria ni la valoración jerárquica. Desde este punto de vista, el «yo» y el «otro» se perciben como realidades interdependientes que se determinan mutuamente (5). Podemos mirar a la naturaleza a través del género, como reza el título de la edición de Virginia J . Sharf, como si de una lente más se tratara, pero en absoluto debemos permitir que sean exclusivamente las cuestiones de género las que impongan el modo en que la percibimos.
III.
ECOCRÍTICA
Y LITERATURAS
NACIONALES
ECOCRÍTICA E HISPANISMO
José Manuel Marrero Henríquez
ECOCRÍTICA Y LITERATURA HISPANOAMERICANA INDIGENISTA
En la introducción al apartado monográfico «Acercamientos ecocríticos a la literatura hispanoamericana» que aparece en el volumen 33 de los Anales de la Literatura Hispanoamericana correspondiente al año 2004, su coordinador, Nial Binns, sitúa el referido volumen en el marco de los «comienzos titubeantes» (12) que la ecocrítica ha tenido en el mundo académico en lengua española. Afirma Binns que a los Anales de la Literatura Hispanoamericana de 2004 apenas preceden dos números monográficos dedicados a la ecocrítica, el número 2 de Ixquic, de agosto de 2000, editado por Jorge Paredes y Benjamín McLean, y el número 2 del volumen 19 de Hispanic Journal, de otoño de 1998, coordinado por Roberto Forns-Broggi, y el libro, editado en 2003, El mundo más que humano en la poesía de Pablo Antonio Cuadra. Un estudio ecocritico, de Steven White. Cabe añadir a estas referencias dos artículos mencionados por Paredes y McLean en Ixquic (3), «Pistas de Smog: un rastreo en la ecoliteratura», de Alfredo Alzugarat, publicado en el volumen correspondiente a los años 1993-1994 en Journal of Hispanic Philology, «La ecología humana en América Latina, en la literatura y los medios de comunicación», de Christiane Laffite, publicado en 1999 en Cuadernos Americanos, y el libro ¿Callejón sin salida? La crisis ecológica en la poesía hispanoamericana, que el mismo Niall Binns publicó en 2004. Estas referencias bibliográficas ponen de manifiesto que los «titubeantes» acercamientos ecocríticos a la literatura escrita en español se dan de manera exclusiva en el ámbito de la literatura hispanoamericana, pues en lo que concierne a la literatura española tales acercamientos apenas existen. No es por ello fruto de la casualidad que en el referido número 2 de Ixquic, en «Hacia una tipología de la literatura ecológica en español», el artículo que puede ser considerado el primer intento por
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establecer los principios definitorios de la literatura ecologista escrita en español, Paredes y McLean restringen al marco hispanoamericano la posibilidad para una literatura ecológica, y ello a pesar de que Hispanoamérica ha vivido «más de trescientos años de aculturación española [y de que ha heredado tanto] actitudes negativas en cuanto al trato de la Naturaleza [como...] justificaciones filosófico-religiosas con relación al papel privilegiado del hombre en los destinos del universo» (19). Si la literatura española todavía en el siglo XXI se niega a abrir espacios para el discurso ecológico, «en Hispanoamérica [aprecian Paredes y McLean que] los escritores de diferentes países -al unísono, como lo hicieran los de la generación anterior, la mal llamada del 'Boom'- han sabido [...] elevar sus voces de protesta en contra de la destrucción sistemática de los recursos naturales» (20). El impulso que late bajo esa suerte de «segundo boom» no es otro que el resurgimiento de los componentes indígena y africano marginados por la metanarrativa de la modernidad europea y presentes en el mestizaje cultural hispanoamericano que encarnan una visión de la naturaleza muy distinta de la judeo-cristiana. Tal y como ponen de manifiesto las deidades concebidas a partir de los fenómenos naturales, de los animales y de las plantas, el respeto al orden natural ha formado parte de la idiosincrasia de los pueblos indígenas, de manera que, concluyen Paredes y McLean, «neo-indigenismo y ecologismo son dos tendencias literarias que [...] van de la mano en Hispanoamérica [que, además,] cuenta con la ventaja [...] de tener el Popol Vuh» (21). Paredes y McLean son contrarios a las propuestas de Laffite y de Alzugarat de enraizar la literatura ecologista en la a veces llamada «novela de la tierra», a veces «novela regionalista», porque en ella el hombre aparece enfrentado a los elementos de la Naturaleza en una dialéctica en la que el ser humano tiene el derecho moral de «transformar y destruir la fuente del subdesarrollo, el primitivismo y la maldad, que toma forma de bosques, animales, ríos, selvas, montañas, lagos» (21). Desde tal perspectiva La vorágine (1924), del colombiano José Eustasio Rivera, Doña Bárbara (1929), del venezolano Rómulo Gallegos, Mamita Yunai (1940), del costarricense Carlos Luis Fallas y Hombres contra la muerte (1947), del salvadoreño Miguel Ángel Espino de ninguna manera pueden considerarse obras pioneras de la literatura ecologista de Hispanoamérica pues en estas y, en general, en las «novelas de la tierra», pesa demasiado
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el carácter discipular de la dicotomía racista «civilización y barbarie» proveniente de obras de los románticos argentinos de la Generación de Mayo como La cautiva (1837), de Esteban Echeverría, Amalia (1844), de José Mármol y, de manera especial, Facundo o civilización y barbarie (1845), de Domingo Faustino Sarmiento. Paredes y McLean establecen, a partir de su tipología, un corpus de obras literarias que les permite «proclamar la existencia de una literatura ecologista totalmente identificable en Hispanoamérica» fuera de la tradición de la «novela de la tierra» o «novela regionalista» (23). La primera novela ecologista es Dolor de Patria, publicada en 1983, del salvadoreño José Rutilio Quesada que, si bien no representa la visión del mundo de las culturas aborígenes, sí que da cabida a la admiración por las especies vegetales y animales por lo que en sí son y no en función de su utilidad para el ser humano y critica el deterioro del medio ambiente en relación con la explotación y asesinato del pueblo campesino. A la obra de Quesada acompañan en el corpus que Paredes y McLean proponen la obra guatemalteca testimonial Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1983), que no solo denuncia la matanza de indígenas y la enajenación de sus tierras sino que también da a conocer la sensibilidad ecológica de la cultura indígena, las novelas La mujer habitada (1988), Sofía de los presagios (1991) y Waslala (1996), de la nicaragüense Gioconda Belli, La loca de Gandoca (1992), de la costarricense Anacristina Rossi, y Mundo del fin del mundo (1991), del chileno Luis Sepúlveda, los libros de poemas Arbol adentro (1987) del mexicano Octavio Paz, Homenaje a los indios americanos (1970), editado después como Los ovnis dorados (1991), y Canto cósmico (1989), del nicaragüense Ernesto Cardenal, y los libros de ensayo Úselo y tírelo (1996) y Patas arriba. La escuela del mundo al revés (1998), del uruguayo Eduardo Galeano. Estas obras ecologistas desafían las metanarrativas históricas, políticas, religiosas y filosóficas impuestas por el imperialismo europeo a partir de 1492 y no es de extrañar que, con la excepción de Octavio Paz, Eduardo Galeano y Luis Sepúlveda, los demás autores provengan del ámbito mesoamericano porque, por un lado, Mesoamérica es la región que, por su tamaño reducido, más se ha visto amenazada por el desastre ecológico desde 1970 y que alberga la cultura clásica maya y su cosmovisión de equilibrio entre los seres que habitan la tierra. A esta lista admi-
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ten Paredes y McLean que podrían añadirse algunas obras o aspectos de obras de autores como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias o Alejo Carpentier que, en ocasiones puntuales, tratan asuntos de índole ecologista. La tipología de Paredes y McLean no admite un lugar para la literatura ecologista fuera de la cosmovisión indígena ni fuera de un posicionamiento político que no pueda ser definido claramente de izquierdas. La izquierda a la que se refieren Paredes y McLean no es identificable con los discursos de los escritores socialistas pues estos, aunque preconizan la destrucción del capitalismo para sustituirlo por el socialismo, «part[en] del hombre para llegar al hombre» en una suerte de ejercicio antropocéntrico puro, mientras que «el discurso literario ecologista transgrede dicho humanismo [y ejerce] una denuncia más abierta y generalizada, que parte de los males inherentes al sistema patriarcal impuesto por la visión del mundo judeo-cristiana, a saber, el machismo, la discriminación racial, la insensibilidad ecológica, la arrogancia cultural y los metadiscursos 'universalistas' del progreso y el cientifismo» (25). Además del respeto que la literatura ecologista muestra por todas las formas de vida que, por añadidura, son cruciales para la supervivencia de la especie humana, y de su relación de afinidad con los discursos feminista, postcolonialista, popular y neoindigenista, Paredes y McLean se detienen, utilizando para ilustrarlas obras de su canon, en cinco características fundamentales que definen la literatura ecologista hispanoamericana. En primer lugar, la «denuncia constante», presente en La loca de Gandoca, que destapa el interés espúreo de un ministro en privatizar el Refugio de Gandoca que se esconde bajo la inocente apariencia del desarrollo de Costa Rica como productor de «ecoturismo», o en Mundo del fin del mundo, donde los generales chilenos se benefician del permiso dado a los nipones para matar ballenas por motivos científicos. En segundo lugar, «la cultura aborigen como opción viable», que da paso en ha loca de Gandoca a lo que piensan los indígenas de Talamaca sobre el tratamiento que el hombre blanco da a la naturaleza que, como las zompopas, «es muy trabajador, pero destruye la naturaleza. Va limpiando, limpiando, limpiando para hacer sus ciudades pero allí donde él vive no hay nada» (137), en Mi nombre es Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia al testimonio de Rigoberta Menchú sobre la educación tan diferente a la de los blancos y ladinos de los indios en contacto con la
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naturaleza, o en Mundo del fin del mundo al testimonio de la última mujer ona, vestigio de una cultura aniquilada por la conquista y colonización europeas. En tercer lugar, el «redescubrimiento y apropiación de los mitos populares y aborígenes», como el duende de monte que aparece en La loca de Gandoca y que amonesta a la protagonista para que aclare a «los lectores que no [es] una metáfora ni un recurso de estilo, [que no es] realismo mágico» (97) y que da cobertura veraz a la voz de la naturaleza. En cuarto lugar, la «inclusión de datos y hechos verificables», como las estadísticas oficiales demográficas en Dolor de Patria, o como la referencia a la Ley del Divorcio Unilateral en Sofía de los presagios. Y en quinto lugar, la «reescritura de la historia» que cuestiona la historia oficial y que señala los efectos negativos del ecoturismo en Costa Rica o, como sucede en Mundo del fin del mundo, que da otra versión de la historia, la de los habitantes originales de la Patagonia y Tierra del Fuego, la de «los yaganes, patagones y alacalufes [que sufrieron] la persecución de los ganaderos ingleses, escoceses, alemanes y criollos [...en] uno de los grandes genocidios de la historia moderna [y que hoy son hacendados] venerados como paladines del progreso en Santiago y Buenos Aires [a pesar de que] practicaron la caza del indio, pagando primero onzas de plata por cada par de orejas y luego por testículos [y] senos» (95). En términos generales la filiación de Paredes y McLean de la literatura ecologista con la literatura hispanoamericana vinculada a las culturas indígenas, y en especial a las de Mesoamérica, no se ve contravenida por el desarrollo de la ecocrítica en lengua española por dos razones fundamentales. En primer lugar, porque las muestras de esta orientación crítica apenas aparecen aplicadas a la literatura española y, en segundo lugar, porque efectivamente la sensibilidad de la ecocrítica ha privilegiado como objeto de estudio obras en las que el sustrato indígena de la cultura hispanoamericana juega un papel clave. Así lo corroboran los artículos de los números monográficos de las revistas mencionadas por Niall Binns, los aparecidos en los Anales de la Literatura Hispanoamericana de 2004, coordinado por el mismo Binns, y en el número 2 de Ixquic, de agosto de 2000, editado por Jorge Paredes y Benjamín McLean, el libro, editado en 2003, El mundo más que humano en la poesía de Pablo Antonio Cuadra. Un estudio ecocrítico, de Steven White y, los aparecidos en el número 2 del volumen 19 de Hispanic Journal, de otoño de 1998, coordinado por Roberto Forns-Broggi.
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Aunque el realismo mágico representado en obras como Cien años de soledad y El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, y ha guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, se sirvió de la mirada europea para recrear su visión telúrica de América, Steven Skattebo se centra en sus elementos «ecológicos» de raíz africana e indígena porque «no han sido analizados con el cuidado debido» (55). Detrás de las relaciones hombre-naturaleza del realismo mágico subyacen elementos indígenas o africanos, como sucede en «La lluvia», de Arturo Uslar Pietri, un cuento en el que la constante presencia de relaciones sinestésicas contribuye a que la personificación de la naturaleza y el zoomorfismo de los personajes se complementen de manera tal que «el lector siente que la gran brecha entre los humanos y los animales se disminuye» (59). Esa manera mágica de relacionarse con la tierra, afirma Uslar Pietri, es herencia «del mundo americano primitivo [aunque se alie,] acaso espontáneamente, con ciertos refinados escamoteos o mixturas que inventó o creyó inventar el surrealismo» (56), y Steven Skattebo, usando palabras de Lydia Cabrera, la vincula a figuras presentes en los cuentos orales de la cultura africana yoruba que eran capaces de «animarlo todo, de abolir las fronteras que separaban a un hombre de una divinidad, de un animal, de un vegetal o de un elemento, a los vivos de los muertos, de entrefundir lo real con lo irreal» (66). Skattebo trae a colación un ensayo de Jeanne DelbaereGarant para concluir que el realismo mágico es posible en América porque sus países «todavía poseen espacio sin consumir [de manera que] las imágenes mágicas son prestadas del medio físico y no proyectadas sobre él por la psique de los personajes», cosa que no es posible en Europa, donde «el espacio ha sido completamente consumido por la tecnología» (67). Magdalena Oyarzún señala que Luis Sepúlveda en Mundo del fin del mundo se ocupa de los habitantes prehispánicos de América y describe con admiración la práctica de vida de los indígenas australes y el respeto que manifiestan por su medio natural, y destaca cómo de esa admirada descripción emanan las denuncias que conforman el meollo de su novela y que van desde la represión de la mujer en una cultura patriarcal, hasta la corrupción de los miembros del gobierno militar chileno que vende a los japoneses la caza de ballenas, pasando por la destrucción de los bosques nativos chilenos y el genocidio de los indígenas de la Antártida.
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También Graciela Regoczy en su estudio de Sofía de los presagios pone de relieve el esfuerzo de Gioconda Belli por exponer el legado cultural y espiritual de los antiguos pueblos de Mesoamérica, en concreto el pensamiento mixteca que considera que el árbol, la planta, los animales, los ríos y los demás elementos naturales poseen materia y espíritu, da precedencia al nacimiento de la mujer frente al del hombre, y confía en la sabiduría de la hechicera y el chamán y en sus poderes mágico-religiosos, pues el chamán es también poeta, sacerdote, místico, hechicero, brujo y curandero. En Sofía de los presagios el «reencuentro con el lugar de origen, con la selva virgen y sus habitantes reales y míticos; [...] no [debe...] entenderse como un retroceso a la 'naturaleza salvaje' y destructiva que despierta pasiones indomables en el hombre, como aquélla representada, por ejemplo, en las llamadas 'novelas de la tierra' [donde] la imagen de la selva, en novelas como La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera, Doña Bárbara (1929) y Canaima (1935) de Rómulo Gallegos, es de inmensa belleza pero a la vez fatalista [pues en ellas...] el ser humano está siempre en constante conflicto con su medio ambiente; [y] la Naturaleza es una entidad intrigante contra la que el hombre debe luchar a cada momento» (89). Precisamente de las palabras chamánicas con que la naturaleza se revela en la poesía de Pablo Antonio Cuadra (1912-2002) trata Steven White. Atendiendo a la presencia de un hablante lírico de voz chamánica, Steven White se centra en el hablante lírico de la poesía del nicaragüense para resaltar el pensamiento ecologista que late en su obra pues es precisamente la presencia de ese hablante la que hace que el lenguaje se transforme en expresión del «conocimiento de la flora y la fauna de Nicaragua, un país que [Cuadra] considera en términos geológicos como 'el centro de enlace y el puente entre las dos masas continentales'» («Ecocrítica» 49), pueda manifestar la percepción de los estados alterados y extáticos inducidos por las plantas sagradas endémicas de Nicaragua cuyo uso prohibieron los españoles y dar voz al espíritu de las formaciones naturales y a los espíritus de los animales, a los náhualt, esa suerte de alter ego animal que todo ser humano tiene en la cultura indígena. Juan Manuel Fierro y Orienta Geeregat V. tratan de la memoria de la Madre Tierra y el canto ecológico de los poetas mapuches contemporáneos chilenos Elicura Chihuailaf, Jaime L. Huenún, Leonel Lienlaf, César Millahueique y Edwin Quintupil. La suya es un poesía escrita
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desde la urbe que amplía sus destinatarios naturales y en la que es posible «recuperar los vínculos perdidos con la madre tierra [...lo que, si bien no es posible materialmente] sí es posible [...] en el territorio de la metáfora» (79). Al modo de la voz chamánica de Cuadra, estos poetas mapuches verbalizan las voces de los ríos, los lagos, los mares, los volcanes, los árboles, las aves, las plantas y las flores, y se metamorfosean en elementos y fenómenos de la naturaleza. José Ramón Naranjo trata de la ecología profunda en relación con el Popol Vuh y de cómo «gran parte de las necesidades e impulsos ecológicos de Hispanoamérica se articulan incluso en la actualidad en torno a imágenes o relatos tomados del mundo indígena, y por supuesto del Popol Vuh, la obra más importante de la literatura mítica indigenista del área maya» (83). En la línea neoindigenista hasta aquí señalada también se enmarcan los artículos de Mayumi Toyosato y Sofía Kerns. Mayumi Toyosato relaciona el testimonio de Mi nombre es Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia con una narrativa de resistencia indígena que se fundamenta en la organización comunal y en la manera en que los mayas se relacionan con la tierra. Y Sofía Kerns, al comentar sobre La loca de Gandoca, vincula el contenido ecologista de la novela con las reivindicaciones feministas que considera el resultado de la alternativa que la ecología debe dar a los valores patriacales.
ECOCRÍTICA Y LITERATURA HISPANOAMÉRICA NO INDIGENISTA
A pesar de que la línea maestra de la ecocrítica en el ámbito del hispanismo está vinculada con la literatura influida por las cosmovisiones de sustrato indígena en primer lugar, y África en segundo lugar, cabe encontrar en Anales de la Literatura Hispanoamericana, en Hispanic Journal y en Ixquic algunos artículos que exploran con una perspectiva ecologista en otros ámbitos de la literatura hispanoamericana. Asimismo el libro de Niall Binns ¿Callejón sin salida? da paso a una posibilidad para una literatura ecologista fuera de la inspiración neoindigenista que Paredes y McLean consideran su condición necesaria. En Anales de la Literatura Hispanoamericana Roberto Forns-Broggi denomina «Ecopoesía» a la producción poética de Juan L. Ortiz (1896-
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1978), pues en ella Ortiz hace un llamamiento urgente hacia una postura epistemológica «que exige una lectura creativa atenta al dolor cósmico, en el que por supuesto está presente el dolor humano, y que apunta a expandir la sensibilidad del lector hacia el entorno natural» (38). El eco-poema de Ortiz es un texto elegiaco que reconoce la belleza interdependiente del mundo, muestra escepticismo por la hiperracionalidad y la fe ciega en la tecnología, señala con dolor las injusticias sociales y se resiste a un lenguaje que pase por vaciar los referentes para instalarse en una esfera de puro esteticismo. En la eco-poesía de Ortiz no hay indigenismo propiamente dicho pero mediante la fusión del hombre con el paisaje fluvial del norte de Argentina la pertenencia del ser humano al orden natural queda salvaguardada. Y Oscar Galindo V. trata de la distopía y el Apocalipsis en la poesía de los poetas chilenos Óscar Hahn (1938) y Gonzalo Millán (1947). Oscar Galindo V. señala que la poesía de Hahn y Millán pone en entredicho la utopía en la literatura hispanoamericana y se enfrenta al desencanto causado por los procesos de industrialización y urbanización acelerada. En Óscar Hahn y Gonzalo Millán «los elementos de la naturaleza jamás emergen en sus escrituras para el canto, sino como residuos simbólicos, pretextos para hablar de una modernidad que ha perdido sus vínculos con la naturaleza» (66). En Hahn la ciudad está marcada por el desarraigo, el extrañamiento, la soledad, el desamor, así sucede en el poema «Televidente», que cierra Mal de amor y que trata de la imposibilidad de plenitud en la urbe moderna: Aquí estoy otra vez de vuelta / En mi cuarto de Iowa City / / Tomo a sorbos mi plato de sopa Campbell / Frente al televisor apagado / / L a pantalla refleja la imagen / De la cuchara entrando en mi boca / / Y soy el aviso comercial de mí mismo / Q u e anuncia nada / a nadie» (67). Igualmente Millán trata de la ciudad como devoradora de los sueños eternos de amor y bienestar, así sucede en « L a gran emigración»: « E n las fotografías de antaño / figuraban aún aves en vuelo, / arboledas, animales salvajes / y domésticos en nuestros brazos. / / Hoy hasta las ratas se van / y nos estamos quedando solos, / los únicos sobrevivientes / al borde de mares estériles, / bajo un cielo luminoso y vacío, / longevos, grises, demasiados» (74). En Htspanic Journal Stephen Hart estudia el poema «El libro de la naturaleza» de César Vallejo y da cabida a varias afirmaciones que contradicen la tipología de Paredes y McLean: que Vallejo nunca tuvo una
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empatia «con la naturaleza como la de poetas románticos como Víctor Hugo o José María Heredia, [que,] de hecho, si uno comparara la obra de Vallejo con la de su predecesor una diferencia significativa surge, [que] los románticos -como Heredia en 'Niágara'- tenían un sentimiento extremadamente efusivo con la naturaleza; [que] los modernistas volcaron su atención al medio, de puertas adentro, en una soirée llena de flores artificiales, [y que] los poetas de la vanguardia como Guillaume Apollinaire usaron la ciudad - y especialmente su nueva maquinariacomo telón de fondo contra el que los pensamientos del poeta adquirían relieve» (263). Jorge Marcóte estudia las novelas de la selva que Paredes y McLean desechan como exponentes de la literatura ecologista y a partir de ellas hace una crítica del discurso del desarrollo sostenible que, como afirma Arturo Escobar, aunque surge como una respuesta al carácter destructivo del desarrollo para reconciliar dos viejos enemigos, el crecimiento económico y la conservación del medio, lo hace sin ajustes significativos en el sistema de mercado pues de hecho las estrategias del desarrollo sostenible se ocupan no tanto de la consecuencias negativas del crecimiento en el medio como de los efectos de la degradación medioambiental en el crecimiento y en la potencialidad de crecimiento (52). Añade Marcóte que la selva nunca sirvió de lugar metafórico para representar el desarrollo de la nación como sí sirvieron las montañas y los llanos que rescataron las novelas de la tierra, como Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes y Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos, que encontraron en esas tierras lugares que expresaban la patria mejor que la ciudad o la selva. La novela de la selva pone de relieve que la selva es un lugar fronterizo que se resiste a la modernidad y a su afán por explotar los mitos de El Dorado, o del segundo Edén, que sobre ella se procuran imponer. Carmen Rivera Villegas al tratar de las voces ecológicas de la poesía puertorriqueña, en especial en las obras de Juan Antonio Corretjer (1908-1985) y de Julia de Burgos (1914-1953), hace referencia a los modernistas de una manera que sería inaceptable para Paredes y McLean, pues considera que «la visión analógica de los modernistas, cuyo máximo principio fue la unión armónica entre las fuerzas humanas y las naturales en busca de la inocencia edénica, es el antecedente en Hispanoamérica de lo que podría denominarse un ecologismo literario» (239) y pone de relieve que los vanguardistas no exploran la correspondencia
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paradisíaca entre «el ser humano y su entorno ambiental sino que concentran su atención sobre la destrucción de ambas manifestaciones biológicas, [...] el verso dariano 'la tierra es de color de rosa' se transforma en 'la tierra tiene bordes de féretro en la sombra' en el verso vallejiano» (240). Aparte del contenido ecologista que pueda haber en las correspondencias modernistas y en la crítica urbana de la vanguardia, el ecologismo que de ambas manifestaciones poéticas rescata Rivera Villegas le sirve para poner de manifiesto cómo la descripción de la naturaleza y del espacio rural contribuyen a definir la nación como el lugar en el que conviven las diferentes etnias que dan sentido a la patria. Y a pesar de que Roberto Forns-Broggi afirma que «aún [en 1998] no es posible encontrar una literatura ambiental con efectivos portavoces en América Latina» (210) él mismo rescata el ecologismo de la obra de algunos autores haciéndose eco de la afirmación de Jorge Edwards de que la lectura actual de muchos libros de la década de los 50, de Juan Rulfo, Arguedas, y Guimaraes Rosa, hace retroceder en ellos «la historia social y política, con todos sus avatares, [y pone en] el primer plano la naturaleza, con su otra historia y sus otros demonios» (173). Octavio Paz en La otra voz «reflexiona sobre la necesidad de saber cómo asegurar la supervivencia de la especie humana como tema central de este fin de siglo [xx]» (211), y habría que hacer el esfuerzo, afirma Forns-Broggi, de rastrear en la tradición latinoamericana una escritura de la naturaleza que podría descubrirse en «los relatos mitológicos de los pueblos prehispánicos; en textos coloniales como el del jesuita Alonso de Ovalle con su Histórica relación del Reino de Chile, donde da cuenta poéticamente del mar, las montañas, los pájaros y las plantas del sur; en las narraciones de Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, José María Arguedas o Guimaraes Rosa [...] en los textos germinales de un Andrés Bello, un José Martí o un Juan José Tablada» (212). Asimismo, para Forns-Broggi el tema ecológico no puede ser separado de la cuestión étnica, y así destaca De la tierra sin fuegos (1986) del chileno Juan Pablo Riveros, que rescatando voces indígenas rescata la sabiduría ecológica de las culturas extinguidas del extremo sur del continente o, en esa línea, obras paradigmáticas de Ernesto Cardenal como Quezacóatl (1985) y Cántico cósmico (1993). También Forns-Broggi encuentra la crítica contra el deterioro del medio ambiente del lado de la experiencia urbana, como el Octavio Paz que poetiza sobre la contaminación de la ciudad de México en Arbol adentro
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o el Homero Aridjis que hace de la devastación ecológica el tema central de su poesía, la poesía de la celebración de la naturaleza de Pablo Neruda en Residencia en la tierra (1935), Canto general (1950) y Extravagario (1958) y del ecuatoriano Jorge Carrera Andrade en Microgramas (1926), El lago inefable (1923), Rol de la manzana (1928), Boletines de mar y tierra (1930) y Biografía para el uso de los pájaros (1937) y de muchos otros autores y obras que cita y en los que escudriña la presencia de temas afines al ecologismo: la dualidad naturaleza/cultura, la presencia de los animales como símbolos del alma humana, las tradiciones indígenas, la mujer que se identifica con las fuerzas de la naturaleza. Limitar el estudio de la ecocrítica a la literatura producida a partir de los años ochenta en el marco de la literatura hispanoamericana vinculada a las culturas prehispánicas y preferentemente en el marco de los autores de Mesoamérica abandona la posibilidad de hallar contenidos y formas ecologistas tanto en otros tiempos como en ámbitos de la literatura hispanoamericana enraizados en tradiciones europeas y, por añadidura, en la misma literatura española. De hecho, del estudio de la representación del paisaje en las literaturas de Hispanoamérica y de España sin mayor intencionalidad o mentalidad ecologista pueden resultar interesantes hallazgos para la ecocrítica. Como botón de muestra valga mencionar el artículo «Andrés Bello: poesía, paisaje y política» en el que Julio E. Miranda, al estudiar las silvas en que Bello funda la poesía hispanoamericana sobre la base mitificante del repertorio de la naturaleza que identifica América, hace referencia a una contradicción interesante para el pensamiento ecologista, la que se da en la confrontación del mito agrícola y el mito edénico, de la «tierra, al hombre sometida apenas» y el «rico suelo al hombre avasallado» (154). En los versos de «La agricultura de la zona tórrida» no solo hay algo de melancólica tristeza frente a las necesidades del progreso, también podría considerarse que el sueño de Bello fundamentado en la utopía agrícola no ha llegado a conseguir sus objetivos, pues de nada sirve el sometimiento de la naturaleza a la agricultura sin una reforma agraria y una justa distribución de la riqueza, por no mencionar el despojo de tierras y matanzas de indígenas que ha terminado por concentrar la riqueza en la propiedad privada de grandes terratenientes. Del mito edénico de Bello a su mito agrícola como fundamento de la nación futura es necesario volver de nuevo la mirada al mito edénico para estimular la acción que modifique, con mentalidad
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histórica y pragmática, el mito agrícola por un nuevo mito ecologista. Valga también señalar que cuando Rosa Perelmuter-Pérez estudia el paisaje de La Araucana de Ercilla se encuentra con que el episodio de la aventura de Chiloé proporciona un buen ejemplo de la pintura de un Chile idealizado que, si bien reúne los elementos básicos del locus amoenus, el oasis pastoril ofrece aquí, más que en ninguna otra parte del libro, un marcado contraste con el ambiente bélico de la obra e invita a considerar el efecto pernicioso de la conquista en las mentalidades indígenas, y el muy diferente aprecio del valor del suelo de los que allí viven y de los que allí llegan con mirada codiciosa. Si de estos ejemplos puede colegirse que es posible no limitarse a la literatura explícitamente ecologista para encontrar ecologismo, de manera evidente esta búsqueda la realiza Niall Binns en su artículo «¿Puro Chile, es tu cielo azulado? Poesía ecologista en la delgada patria (Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Nicanor Parra)» y de manera más extensa en ¿Callejón sin salida? La crisis ecológica en la poesía hispanoamericana. Muy distinta de la caracterización neoindigenista que Paredes y McLean hacen de la literatura ecológica, es la que adopta Nial Binns, que fija su atención en las vanguardias para descubrir en su canto a la técnica, a la velocidad, a la máquina, el agazapado anhelo de un entorno armónico del hombre con la naturaleza o el deseo de un paisaje urbano no hostil. Binns relee a Huidobro para desvelar la otra cara del creacionismo tecnológico y poético y sigue la recomendación de Parra de «darse el lujo de volver a leer Altazor, canto primero, versículos del 469 al 489 [pues esas veinte líneas bastan para no seguir pasando por alto su...] intención ecológica» (42). Con una orientación similar Niall Binns relee a Pablo Neruda y destaca cómo después de la experimentación de los dos primeros tomos de Residencia en la tierra (1935) Neruda vuelve a la naturaleza americana con Canto general (1950) y señala que a partir de Estravagario (1958), cuando se denuncian los crímenes de Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, y sin dejar de ser comunista militante en Canción de gesta (1960) o Nixoncidio y alabanza de la revolución chilena (1973), la corriente social cede a la poesía «de la penumbra», una poesía que mira al conjunto del siglo XX y denuncia la degradación ecológica del planeta. Así lo demuestran Fin de mundo (1969) y 2000 (1973), libros en los que, junto al desengaño ideológico producido por la deificación de los líde-
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res comunistas y a los abusos del capitalismo estadounidense, la tierra sucumbe ante el poder nuclear, ante la industrialización extrema y la sobreexplotación de sus recursos y el hombre se deshumaniza. La intención ecológica de Huidobro pervive en Neruda y se revela de manera explícita en la ecopoesía de Nicanor Parra. Aunque resulte irónico, «Nicanor Parra, cuya antipoesía empezó siendo [...] una poesía más bien antinerudiana, ha seguido un camino ya abierto [por Neruda] para convertirse en una figura importante del ecologismo chileno» (50). La ecopoesía de Parra empezó a publicarse a finales de los años setenta y en ella también el compromiso social se transforma en un compromiso ecológico que con el recurso de la ironía, del humor negro y de la parodia corrige textos sagrados del comunismo, del nacionalismo, de la poesía pura tal y como Verlaine la formuló en «L'art poétique», o de la reducción a un lenguaje autorreferencial que del mundo hacen los excesos del discurso deconstruccionista. Con claridad meridiana en ¿Callejón sin salida? La crisis ecológica en la poesía hispanoamericana Niall Binns se muestra contrario a la literatura de la polución de los países industrializados e interesada por el verbismo narcisista y a favor de una literatura de la comunicación, vinculada a la sociedad, una literatura del estar en vez de una literatura del ser. Y aunque Binns entiende los reparos de Jorge Riechmann ante una literatura edénica y prístina y su preferencia por una literatura del presente porque, de hecho, es imposible recuperar un pasado idealizado, valora Binns positivamente los mitos, pues «el mito de tiempos mejores perdidos no tiene por qué inmovilizar al ser humano; al contrario, resulta imprescindible para que sepa vivir el presente en su plenitud [...] y para que no deje de luchar en el más acá, por una vida mejor» (25). Por eso se muestra interesado Binns en la poesía de Jorge Teillier, porque Teillier apunta a una Edad de Oro moderna, posterior a la tardía conquista del sur de Chile, cuando después de la mantanza de los mapuches se instauró una comunidad mestiza en la que las culturas mapuche, española, francesa, alemana y suiza coexisten en paz. La Edad de Oro de Teillier, aunque se fecha a finales del siglo XIX, «[...] se reviste de toda la dignidad del mito» (26). De la misma manera Binns valora la poesía no solo en cuanto da cabida a temas propiamente ecológicos sino en cuanto artefacto verbal que se fundamenta en las analogías, pues las analogías, se hace eco Binns de las palabras de Octavio Paz, son
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[...] prueba viviente de la fraternidad universal, [y] cada poema es una lección práctica de armonía y de concordia, aunque su tema sea la cólera del héroe, la soledad de la muchacha abandonada o el hundirse de la conciencia en el agua quieta del espejo. L a poesía es el antídoto de la técnica del mercado. A eso se reduce lo que podría ser, en nuestro tiempo y en el que llega, la función de la poesía. ¿ N a d a más? N a d a menos (705).
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La tipología de Paredes y McLean descarta obras de la literatura española como Los siete libros de la Diana de Montemayor, la Diana enamorada de Gil Polo, ha Galatea de Cervantes, la Arcadia de Lope de Vega y Las Eglogas de Garcilaso pues en ellas «la Naturaleza [es] meramente [un] vehículo para exponer [las] filosofías humanistas de la belleza» (9). También la citada tipología excluye las representaciones de la naturaleza de las obras del Romanticismo español porque en ellas se perpetúa el «papel de amo [...] que el hombre [renacentista] se ha[bía] auto-otorgado en sus relaciones con los demás fenómenos naturales» (16). Solo Miguel Delibes se salva de la criba, si bien de manera parcial, pues aunque Paredes y McLean consideran a Delibes «el primer escritor ecologista de España» (8), a renglón seguido advierten que su ecologismo debe ser entroncado en una tradición diferente, la del ruralismo decimonónico que lo emparenta a Pereda y a Galdós, y también al más joven Julio Llamazares. El ruralismo español, como la novela de la tierra hispanoamericana, no es ecologista, pues juega en Galdós y Pereda, si bien con propósitos opuestos, el papel de la barbarie frente a la civilización que Domingo Faustino Sarmiento postuló y que muestra una visión negativa de lo natural, lo salvaje, lo irracional, frente al progreso de la civilización y de la ciudad moderna. A juzgar por los criterios señalados y por la muy escasa producción crítica atenta a la relación de la literatura española con el pensamiento ecologista, Paredes y McLean parecen tener razón. Sin embargo, la escasez presente no implica escasez futura, ni mucho menos la inhabilidad de la literatura y de la crítica españolas para inspirarse en el pensamiento ecologista y ponerlo en el centro de su actividad creativa, de sus pesquisas analíticas o de sus propuestas interpretativas. De hecho, antes de
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que apareciera en 1983 la que Paredes y McLean consideran la primera novela ecologista de Hispanoamérica, Dolor de patria, del ecuatoriano José Rutilio Quesada, y mucho antes de que aparecieran los que estos autores consideran los primeros artículos de ecocrítica de la literatura hispanoamericana, «Pistas de Smog: un rastreo en la ecoliteratura», de Alfredo Alzugarat, publicado en 1993-1994 en Journal of Híspante Philology y «La ecología humana en América Latina, en la literatura y los medios de comunicación», de Christiane Laffite, publicado en 1999 en Cuadernos Americanos, y antes de que aparecieran los primeros monográficos de ecocrítica de la literatura hispanoamericana citados por Niall Binns, el volumen 33 coordinado por el mismo Niall Binns de los Anales de la Literatura Hispanoamericana correspondiente al año 2004, el número 2 de Ixquic, de agosto de 2000, editado por Jorge Paredes y Benjamín McLean, y el número 2 del volumen 19 de Hispanic Journal, de otoño de 1998, coordinado por Roberto Forns-Broggi, Miguel Delibes, en fecha tan temprana como 1975, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, hace una lectura de su obra novelística de las décadas precedentes acudiendo a la luz del pensamiento ecologista que destila el informe de 1972 Los límites del crecimiento encargado por el Club de Roma al MIT. Delibes es tácito y no deja espacio para la duda: «¿Por qué no traer a la Academia una de las preocupaciones fundamentales, si no la principal, que ha inspirado, desde hace cinco lustros mi carrera de escritor? ¿No es mi concepto del progreso algo que está en palmaria contradicción con lo que viene entendiéndose por progreso en el mundo de nuestros días? ¿Por qué no aprovechar este acceso a tan alto auditorio para unir mi voz a la protesta contra la brutal agresión a la Naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnología desbridada?» (15). El discurso de 1975 de Miguel Delibes ante la Real Academia de la Lengua puede considerarse la primera muestra crítica española en que se fundamenta la interpretación novelística de un autor en el pensamiento ecologista. Desde entonces, es cierto, poco hay en la crítica de la literatura española que retome las posibilidades analíticas por Delibes apuntadas en tal fecha, pero algo hay. En 1977 aparece El sentimiento ecológico en la Generación del 98, de Helene Tzitsikas, un libro de prometedor título al que siguen unas páginas que, en verdad, apenas se corresponden con el tema anunciado en la
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portada. Más que el sentimiento ecológico en la Generación del 98, el libro de Helene Tzitsikas estudia el tratamiento del paisaje en la Generación del 98 como trasunto del carácter nacional y en relación con las ideas deterministas, en especial con las de Taine. Para ello Tzitsikas a veces glosa, a veces parafrasea, capítulo a capítulo, cada una de las obras que selecciona para su estudio, En torno al casticismo, de Unamuno, Granada la bella, de Ángel Ganivet, La ruta de Don Quijote, de Azorín, Flor de santidad, de Valle-Inclán, y Camino de perfección, de Baroja, y en cada uno de esos ejemplos se centra en mostrar la relación de la representación del paisaje con la conformación del carácter de los personajes, o de la nación, según el caso, tildando de ecologista, y sin mayores explicaciones, esa influencia determinista. Valga citar como botón de muestra del comentario «ecologista» que Tzitsikas despliega en cada una de las obras que estudia en su libro la afirmación de que «desde el punto de vista ecológico esta obra \Camino de perfección] muestra la influencia recíproca que hay entre la Naturaleza y el hombre» (228). Desde la perspectiva de la ecocrítica la obra de Tzitsikas no aporta más que una o dos frases del citado jaez, y es más interesante si se la lee como un estudio del paisajismo de la Generación del 98 en el marco general del paisajismo de la literatura española y si desde la perspectiva del paisajismo se atiende a las referencias bibliográficas que aparecen en nota a pie de página, algunas de ellas de verdadero interés. Habrá que esperar hasta 1980 para encontrar un estudio que vincule de manera clara algunos principios de la ecología con la literatura. En ese año Federico Bermúdez Cañete se hace eco del discurso de 1975 de Delibes y a su obra le dedica un artículo titulado «Miguel Delibes y la ecología». En La sombra del ciprés es alargada (1947), Aún es de día (1949), El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisi (1953), Parábola del náufrago (1969) y en general en toda la obra de Delibes, pasando por sus libros dedicados a la caza, Bermúdez Cañete entiende que «la naturaleza, a través de los ambientes rurales, de la caza, o de las escapadas desde la ciudad, aparece en la obra de Delibes como algo opuesto a la civilización urbana actual; es la salud y el equilibrio frente a la deshumanización, la falta de libertad, el empobrecimiento espiritual que dominan en la ciudad [...] la necesidad de una vida natural, de una relación sana con un medio natural no degradado» (39). Bermúdez Cañete no acepta la interpretación de que la idealización de la aldea y el rechazo de la
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urbe en la obra de Delibes sea reaccionaria, como así lo han considerado Eugenio G. de Nora, Torrente Ballester, García Viñó y en menor medida Gonzalo Soberano, y como sí lo es en las obras de Fernán Caballero, Pereda y Palacio Valdés, sino que responde a una oposición frontal al «falso progreso [.. .a] los abusos de la tecnología y del capitalismo [.. .a] la errónea política agrícola [...a] los malos cazadores [...al] furtivismo [ . . . y a ] los pesticidas incontrolados» (40). No en vano, señala Bermúdez Cañete, el mismo Delibes considera que «el hombre, nos guste o no, tiene sus raíces en la Naturaleza y al desarraigarlo con el señuelo de la técnica, lo hemos despojado de su esencia [...lo cual] se trasluce [...en su obra. La] destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de este» (41). Dos décadas después, en 2000, aparecen en el citado volumen de Ixquic, tres artículos que desde la ecocrítica tratan de la obra de Pereda, Delibes y Julio Llamazares. En consonancia con Bermúdez Cañete, Margarita Carretero González tilda de «reaccionario» el ecologismo de Pereda. El amor por la montaña santanderina conlleva en la obra de Pereda, y de manera especial en Peñas arriba, «la tesis regionalista y regeneracionista que defiende la necesidad de preservar el patriarcalismo como forma de gobierno idónea para aldeas montañesas santanderinas como Tablanca» (96). El narrador protagonista Marcelo Ruiz de Bejos es un señorito de ciudad que acude a Tablanca movido por la lástima que siente por su tío enfermo. La exultante montaña transformará a Marcelo, que se quedará en Tablanca y sucederá a don Celso en una suerte de heredamiento patriarcal. A Pereda la montaña le interesa para, frente al gobierno central, apuntalar «su tesis regionalista [:...las] microsociedades de la montaña santanderina [requieren] una especie de autonomía basada en el patriarcalismo» (98). Al llegar a Tablanca, el burgués ocioso de la ciudad ve el entorno santanderino como si del artificio de un cuadro se tratara y habla con un lenguaje urbano muy diferente del de su tío, que describe sus padecimientos como si de un árbol que se marchita se tratara. Poco a poco, y con la ayuda del médico Neluco, Marcelo va entendiendo el paisaje de la montaña y asumiendo el lenguaje de su tío, lleno de metáforas de la naturaleza y de analogías rurales con las que expresar los sentimientos, de tal manera que, al volver a Madrid, se siente un extraño allí. La transformación de Marcelo pone en evidencia la
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alienación de la vida urbana, plena de ocupaciones sin espíritu, y deja para la región, para las extremidades sanas, la única posibilidad de regeneración de un cuerpo social cuya cabeza y cuyo corazón están podridos. Solo en la región de la montaña santanderina, las antiguas ideas de lo divino, de la fe y de la nobleza mantienen su reputación, pues ya en muchas aldeas, donde los liberales se han entrometido, el orden tradicional se ha alterado y no hay paz entre unos y otros. También acorde con las apreciaciones de Bermúdez Cañete sobre el ecologismo de la obra de Delibes, es el artículo de Miguel A. Pérez Abad aparecido en Ixquic «Miguel Delibes: ¿el primer verde? Una lectura ecocrítica de su obra» y que también se remite a los principios expuestos por Delibes en su discurso de 1975 para ilustrar los principios ecologistas que inspiran su obra y que afectan, amén el desarrollo de la historia o la evolución de sus personajes, al mismo lenguaje, pues si en la naturaleza «todo cuanto sea conservar el medio es progresar» en la lengua la conservación de palabras como agostero, escardar, celemín, soldada, helada negra, implica la conservación de oficios que arraigan al ser humano con la vida rural que periclita (127). La de Delibes no es pues una denuncia frontal como la de los autores que Paredes y McLean privilegian en su canon, sino, como el mismo Delibes afirma, una «denuncia indirecta, matizada con elementos poéticos, [...] más operativa y eficaz que una condena literal» (94). En cuanto a quienes critican su obra de ser un exponente del tópico del menosprecio de corte y alabanza de aldea dice Delibes que «antes que menosprecio de corte y alabanza de la aldea, en mis libros hay un rechazo de un progreso que envenena la corte e incita a abandonar la aldea» (127). En El disputado voto del señor Cayo, y aunque para los políticos de Madrid en el pueblo no haya sino cuatro paletos, resulta que el lenguaje que al pueblo asigna Delibes está tan lejos de ser el lenguaje de los paletos como lejos está de la inocente ignorancia la inteligente personalidad del señor Cayo: «El señor Cayo, penduleando la escriña, ascendió por la senda, bordeada ahora de cerezos silvestres y, al alcanzar el teso, se detuvo ante la cancilla que daba acceso a un corral sobre cuyas tapias de piedra se asomaban dos robles. En un rincón, al costado, se levantaba un cobertizo para los aperos y, al fondo en lugar de tapia, la homillera con una docena de dujos. Dentro de la cerca, las abejas borboneaban por todas partes» (140). A favor de la ruralidad y de los débiles sitúa Pérez Abad la obra de Delibes, y junto
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a otros autores posteriores en el tiempo que también reivindican la ruralidad como Luis Mateo Diez, Manuel Rivas o Julio Llamazares. Precisamente a Llamazares está dedicado el tercer artículo de literatura española de Ixquic titulado «Julio Llamazares: dándole voz a la Naturaleza en La Lluvia amarilla», de Marta López. Destaca Marta López que la narrativa de Llamazares no es la de un activista porque se limita a contar lo que de la vida rural se va perdiendo, con el conocimiento de quien tiene origen rural, pues Llamazares nació en Vegamián, una aldea cantábrica, ahora al fondo del embalse de Porma. Admite Marta López que Llamazares es más un romántico que un activista, como él mismo declara, aunque Marta López puntualiza que si la naturaleza romántica se ve afectada por el estado de ánimo del escritor, en La lluvia amarilla es la naturaleza la que impone el estado anímico al hombre. La naturaleza de Bécquer es una entidad irreal que representa una extensión del hombre y que no tiene su propia voz, sin embargo en Llamazares la naturaleza tiene su propia personalidad y es entendida como una entidad independiente. Por este motivo, afirma Marta López, la concepción de la naturaleza en La lluvia amarilla es afín a la de la literatura ecologista. El hecho de que los hombres que vuelven a Ainielle para buscar al último habitante de la aldea, Andrés, al que creen muerto, no puedan adaptarse al lugar donde han vivido lo corrobora. La aldea abandonada representa la finalización del diálogo entre el hombre y la naturaleza porque el hombre y la naturaleza se han separado irremisiblemente por la vida que los hombres han emprendido en la ciudad. La naturaleza reconquista el espacio de la aldea y, con la salvedad de Andrés, lo que resta es solamente hombre urbano. El episodio en que Andrés asume la picadura de la serpiente como algo natural, sin rencor hacia el animal, y aquél en que mata un jabalí sin sentimiento aniquilador o de conquista, reflejan una manera de compenetrarse con la naturaleza que, por su belleza, se ve perfectamente reflejada en el pasaje en que Andrés corta la madera para su ataúd «con la luna menguante, [pues entonces] los árboles se duermen y, como cuando un hombre se muere, de repente, en pleno sueño, ni siquiera se dan cuenta de que están siendo cortados. Y así, su madera queda lisa, compacta, impenetrable, capaz de resistir la podredumbre de la tierra muchos años» (131-132). Carente de los rasgos costumbristas de las obras de Cela o Delibes, La lluvia amarilla es contada por un narrador que es
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una suerte de «recuperador de una mitología derrotada por la Historia» (115). En 2006, Pamela Phillips estudia la memoria del paisaje en los viajes de Julio Llamazares. Incide Phillips en el hecho de que la obra de Llamazares concibe el paisaje como «el espacio guardián por excelencia de la memoria del pasado [...]. De ahí que escritura e identidad sean dos cuestiones centrales de [su] agenda temática [...] que lo vinculan a la [...] narrativa de la post-transición [si bien Llamazares explora estos temas] en el contexto del espacio rural español» (106). El relato de viajes de Llamazares es para Phillips un medio para activar la memoria, de manera que El río del olvido, Tras-os-Montes y Cuaderno del Duero aseguran «que se logra el proyecto de establecer un lugar para el pasado en el presente» (122). Aún escasas las manifestaciones de la ecocrítica en la literatura española, valga señalar algunas de las publicaciones de José Manuel Marrero Henríquez. En el volumen correspondiente a los números 12-14 de los años 2001-2003 de Tropelías Marrero Henríquez hace un primer balance de la presencia de la ecocrítica en el hispanismo español e hispanoamericano y a la vez rescata del olvido la figura de Francisco González Díaz, al que llama «apóstol del arbolado modernista» (293). Posteriormente, en 2005 y 2007 respectivamente, edita las obras Arboles, una campaña periodística, publicada en 1906, y Cultura y turismo, publicada en 1910, de Francisco González Díaz, al que considera «ecologista avant la lettre», pues no solo no sucumbió a la lectura nacionalista del paisaje que hicieron el regeneracionismo español y la Generación del 98 sino también evitó, ya desde los albores del siglo XX, la dicotomía hombrenaturaleza y consideró la relación armónica entre ambos signo de verdadera cultura. En el tratamiento del paisaje natural, rural, de jardín y urbano destaca Marrero Henríquez que González Díaz cifró el grado de civilización de los pueblos, y en la capacidad para entender el lugar del ser humano en el marco de un universo entendido como una red de respetuosas relaciones entre todos sus componentes, animados e inanimados, rocas, mares y desiertos, animales y vegetales, encontró González Díaz la única posibilidad para el bienestar de las naciones. También a Marrero Henríquez se deben otras publicaciones preocupadas por la representación y la interpretación del paisaje literario y por la evolución del paisajismo literario en las literaturas hispánicas que pue-
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den ser de interés para la ecocrítica. En el capítulo «Del turista textual al lector ecológico», aparecido en 2004 en el libro Paisajes del placer, paisajes de la crisis coordinado por Mariano de Santa Ana, Marrero Henríquez trata de la repercusión de la industria turística y de la concomitante degradación medioambiental en la representación paisajística de las Islas Canarias en autores del ámbito hispánico, portugués, francés, anglosajón y alemán (entre ellos Francisco González Díaz, Alonso Quesada, Pedro García Cabrera, Carmen Laforet, Eugénio de Andrade, José Saramago, Michel Verne, David Lodge y Emst Jünger). También pueden resultar de interés el capítulo «Conciencia ecológica y paisaje literario» del libro Pasajes y paisajes: espacios de vida, espacios de cultura coordinado por el mismo autor, el libro El paisaje literario, publicado en 2008, en cuya introducción se estudia la evolución de la representación paisajística en las literaturas hispánicas y ofrece, a renglón seguido, una antología de la descripción paisajística de las literaturas hispánicas en la que se pueden rastrear representaciones de cariz ecologista en textos de autores no originalmente vinculados a una mentalidad ecologista como Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Ignacio Aldecoa, Luis Martín-Santos o Fernando Aramburu. En 2009 Marrero Henríquez coordina el libro Lecturas del paisaje y en el capítulo «La crítica como refugio: animales, plantas y enclaves literarios en peligro de extinción» pone sobre la palestra cómo en una época en la que ha quedado científicamente refrendado que la actividad humana es la causa primera del cambio climático, de la contaminación de los mares y de la reducción de la biodiversidad planetaria, «adquiere nuevo valor [.. .el hecho de que] la literatura dice del mundo, que al decir del mundo decide sus formalizaciones, y que los seres y accidentes que pueblan la naturaleza [...] reclaman su derecho a jugar en cuanto seres, y no solo en cuanto palabras-entradas del diccionario o en cuanto signos literarios, un papel de mayor relevancia cuando se sopese el valor simbólico de su presencia en un poema, cuando se mencione el efecto de su uso como leit motiv en un relato [...], o cuando se trate de las consecuencias estéticas de incorporar en una obra literaria un pájaro, una flor o un accidente geográfico». Asimismo, tanto las contribuciones a Lecturas del paisaje de Nicolás Ortega Cantero, sobre la concepción del paisaje en la geografía moderna, como las de Germán Gullón y Yolanda Arencibia, sobre la dialéctica campo-ciudad en la novela decimonónica en general y en Galdós en especial, pueden interesar a la ecocrítica.
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A L G U N A S CONSIDERACIONES TEÓRICAS PARA UNA ECOCRÍTICA DEL HISPANISMO
Si bien es cierto, como afirman Paredes y McLean en su tipología de la literatura ecologista, que la ecocrítica encuentra en Hispanoamérica y en sus culturas indígena y africana el sustrato para una literatura verdaderamente ecologista, no es menos cierto que cabe la posibilidad de una literatura y una crítica ecologistas en textos de inspiración judeo-cristiana y científica de filiación europea. Y que apenas se haya desarrollado la ecocrítica de la literatura española, y a la vista de lo hasta aquí expuesto, no significa: a) que no sea posible una literatura española ecologista; b) que no sea posible una crítica literaria española ecologista; c) que no sea posible extraer de la tradición judeo-cristiana y de la tradición científica europea de progreso fundamentos para el esbozo de una tradición de reivindicación ecologista; d) que no sea posible una literatura hispanoamericana ecologista de raigambre europea; e) que no sea posible hacer en las literaturas hispánicas de raíz judeo-cristiana y europea del pasado lecturas de índole ecologista. De hecho, es precisamente del desarrollo científico europeo de donde surge el término «ecología» que, a partir de los estudios de botánica inicialmente centrados en la mera taxonomía, se enriquece entendiendo que la fisonomía vegetal depende de factores como el suelo o el clima, o que en esta fisonomía entran en juego seres de varios reinos y realidades cada vez más complejas que conducen a hacer del «ecosistema» una unidad de estudio y, finalmente, del planeta en su conjunto un enorme ecosistema de fenómenos interrelacionados. Es precisamente el desarrollo científico europeo el que ha permitido, merced a la tecnología, la contemplación del planeta tierra como un inmenso ecosistema en el que todos los hechos están interrelacionados. Pueden considerarse hitos en la consideración global del planeta y en su aprehensión como una unidad viviente el primer alunizaje (1969), la creación de Internet (1969), el primer estudio global sobre el sistema de producción y consumo mundial Los límites del crecimiento (1972), la fundación del primer partido ecologista (1972), la creación de la World Wide Web (1989), y consecuencias de cariz ecologista el Tratado de Kyoto, los nuevos índices para medir el progreso de las naciones, y las prospectivas científicas realizadas por el Panel Intergubernamental
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sobre el cambio climático de Naciones Unidas y sus recomendaciones para paliar las desastrosas consecuencias del cambio climático. También es posible encontrar dentro de la tradición europea, científica y judeo-cristiana, algunas advertencias significativas sobre los peligros del modelo de desarrollo capitalista. De manera inmediata valga señalar el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 en el que se considera que «la interdependencia de las criaturas es querida por Dios, [.. .que] el sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión [...] no existen sino en dependencia uno[s] de otro[s], para complementarse y servirse mutuamente [y que] la belleza del universo [y] el orden y la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen» (VV.AA. 83). Y de manera remota valga traer a colación que el relato de la creación que aparece primero en el Génesis no es aquél en el que Yavé Dios hizo la tierra y los cielos, modeló al hombre en arcilla, lo insufló de ánima al soplar sobre él, lo hizo dormir profundamente para de una costilla crear a la mujer que luego, seducida por la serpiente, lo incitaría a comer del árbol prohibido (2.7, 21-22; 3.1-7, 12-16) y que ha hecho de la mujer la causa de la expulsión del jardín de Edén y ha acuñado como moneda común su naturaleza engañosa por los siglos de los siglos. El relato de la creación que aparece primero en el Génesis hace a Dios creador de un solo ser humano, macho y hembra, que crea a imagen suya (1.27), y al que le da sustento lo mismo que al resto de los animales: «cuantas hierbas de semilla hay sobre la haz de la tierra toda, y cuantos árboles producen fruto de simiente, para que todos os sirvan de alimento. También a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todos los vivientes que sobre al tierra están y se mueven les doy para comida cuanto de verde hierba la tierra produce» (1.29-30). Valga también señalar las advertencias de los hoy considerados economistas clásicos, Adam Smith, Thomas Robert Malthus, David Ricardo y John Stuart Mili. Como botón de muestra valga reproducir un bellísimo pasaje de Principios de economía política de Stuart Mili: Sin duda hay espacio en el mundo, incluso en los países viejos, para un aumento de la población [...] Pero veo muy pocas razones para desearlo. [...] Una población puede resultar excesiva aunque esté ampliamente alimentada y vestida. Sería un ideal muy pobre un mundo del cual se extirpase la soledad. La soledad, en el sentido de estar solo con frecuencia, es esencial para cualquier
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nivel de meditación o de carácter; y la soledad en presencia de la belleza y grandiosidad de la naturaleza es la cuna de los pensamientos y de las aspiraciones que son buenos para el individuo, y sin los cuales no podría pasarse la sociedad. Tampoco sería para estar satisfechos contemplar un día un mundo en el que no quede nada para la vida espontánea natural; la tierra cultivada hasta el último ápice [...], todas las tierras de pastos aradas [...] con todos los cuadrúpedos o pájaros que el hombre no puede domesticar exterminados por ser sus rivales en la alimentación [...] Si la tierra tiene que perder esa gran porción de lo que en ella es agradable, y que se debe a cosas que el crecimiento ilimitado de la riqueza y de la población habrían de extirpar para poder soportar una población más amplia pero no más feliz, sinceramente espero, para bien de la prosperidad, que los partidarios del estado progresivo se conformarán con ser estacionarios mucho antes de que la necesidad les obligue a ello (Tamames 24).
NATURALEZA Y PAISAJE EN LA LITERATURA ESPAÑOLA Julia Barella Vigal
La ecocrítica se ha convertido en un movimiento interdisciplinar que agrupa a investigadores del mundo del arte, de la literatura, de la filosofía, la biología, la sociología y la antropología (Lastra); a todos ellos aporta interesantes puntos de vista para abordar las relaciones del ser humano con la naturaleza, con el medio ambiente y con el mundo que le rodea. Mientras la ecocrítica se ha ido incorporando a los programas académicos en las universidades de los países anglosajones desde los años 90, en los países de habla española, por el contrario, los estudios y la bibliografía son todavía muy escasos. En España, en concreto, la ecocrítica es una ciencia joven con un futuro por delante en el campo de la investigación y con una bibliografía por escribir1. Vamos a considerar, en este trabajo, que la ecocrítica incorpora un enfoque enriquecedor a la hora de revisar algunas de nuestras obras literarias, si atendemos a la relación del escritor, de sus personajes y/o sus metáforas con el medio ambiente. Además, la ecocrítica, tiene también un interesante ingrediente de concienciación y formación social que, sin duda, debemos valorar en estos inicios del siglo XXI en los que han saltado las alarmas en cuanto a la sostenibilidad ambiental de nuestro planeta. No cabe duda de que el desarrollo industrial, científico y tecnológico ha revolucionado los modos de vida de nuestra sociedad y que esto ha
1 En español sí tenemos algunas aportaciones interesantes aplicadas a la literatura latinoamericana. Es indispensable el número 33 de la revista Anales de la Literatura Hispanoamericana, coordinado por Niall Binns. A este le preceden en el tiempo, el número monográfico de aproximación ecocrítica a la literatura latinoamericano, en la revista Hispanic Journal (19, 2). Muy clarificadores son el monográfico de la revista Ixquic editado por Jorge Paredes y Benjamin McLean, y los trabajos de José Manuel Marrero Henríquez, que iremos citando a lo largo de este artículo. Por último, las Actas del III Congreso de EASLCE. Paisajes culturales: herencia y conservación (Flys/Sanz/López/ Laso y León 2009), en el que se encuentran las últimas aportaciones a la ecocrítica escritas en español.
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tenido consecuencias en el entorno a veces desastrosas, por eso percibimos un incremento en el interés social por los estudios ecológicos, pues estos pueden ofrecer alternativas al modelo de progreso, explicaciones a muchos de los fenómenos a los que estamos asistiendo hoy, y tienen una importante capacidad de concienciar a los ciudadanos en la búsqueda de soluciones. Fenómenos como la deforestación, con la consiguiente desertización, la desaparición de especies animales o la contaminación de las aguas son algunas de las consecuencias de los excesos urbanísticos en zonas del litoral mediterráneo, por citar un ejemplo. Estos hechos están modificando sustancialmente una naturaleza y un paisaje sobre los que se ha ido construyendo a lo largo de la historia la memoria de sus habitantes y su identidad cultural. Desde la ecocrítica, podemos ver cómo se ha ido construyendo ese paisaje cultural a través de nuestros textos literarios, descifrar sus cualidades estéticas y reconocer su historia, de esta manera, estaremos más cerca de recuperar la conciencia sobre el lugar que ocupamos como seres humanos en esta tierra, y tendremos también más capacidad para protegerla. En la tradición cristiana, se ha venido identificando todo lo referente a los comportamientos de la naturaleza y a la relación de esta con los seres humanos con el origen del pecado; por ello se ha rechazado sistemáticamente todo aquello que en estos pudiera recordar a cualquier actuación natural (podríamos citar algunas excepciones, como los fraticelli, los franciscanos y otras comunidades pre tridentinas). En la Biblia, como nos recuerda Javier Alcoriza (54), no hay una palabra para designar la naturaleza, con lo cual nos encontramos con serios problemas al tratar temas de esta índole en una cultura que no contiene esa preocupación esencial por el mundo natural. Pocos casos encontramos en el arte cristiano en el que se representen mitos unificadores de animal y humano; las amazonas, los faunos, las sirenas o los centauros funcionan como obstáculos o tentaciones que frenan o alejan a los hombres de la razón, entendiendo esta como un regalo que Dios hace a los humanos y que les sitúa por encima de todos los otros seres que habitan el planeta. Como el término «naturaleza» aparece en muchas ocasiones ligado al de «paisaje», vamos a hacer algunas consideraciones sobre este último. La palabra «paisaje» surgió en el ámbito del arte en un tratado de pintura escrito en holandés por Karen van Mauder en 1604. Los chinos ya lo
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utilizaron como tema pictórico en el siglo V, pero hasta el siglo XVI no lo fue por los europeos, para quienes la geografía y naturaleza dejaron de ser esos objetos que, en tantas ocasiones, producían temor y a los que hasta entonces se habían referido en términos mágicos o religiosos. En España, para referirse al género de pintura que trataba el paisaje se utilizó la palabra «país» 2 . Así Cervantes en uno de los más bellos discursos sobre la vida en libertad en La Gitanilla pone en boca del gitano viejo las siguientes palabras: Con estas y con otras leyes y estatutos nos conservamos y vivimos alegres; somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza; sombras, las peñas; aire fresco, las quiebras, y casas, las cuevas [...] Por dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas y movibles ranchos; por cuadros y países} de Flandes, los que nos da la naturaleza en estos levantados riscos y nevadas peñas, tendidos prados y espesos bosques que a cada paso a los ojos se nos muestran (71-72). En estas palabras tenemos la oportunidad de ver uno de los primeros discursos sobre una naturaleza de la que el hombre (visión antropocéntrica) se siente dueño y a la que solo concibe como medio de vida, más o menos embellecida culturalmente, pero siempre a su servicio; una naturaleza proveedora, benefactora y útil al hombre, si entendemos que la libertad de estos gitanos depende de las cualidades y generosidad de la naturaleza. Hoy día, el paisaje sigue siendo considerado como una extensión de terreno enmarcado desde la subjetividad y como una porción de terreno considerada en su aspecto artístico. Además, el paisaje es objeto de protección por parte de U N E S C O y del Consejo de Europa, que han definido con precisión qué se entiende por «paisaje cultural», diferenciando entre paisajes urbanos, rurales, arqueológicos e industriales (Conven-
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«País», como define el Diccionario de Autoridades, es «la pintura en que están pintados villas, lugares, fortalezas, casas de campo y campañas», y «paisaje» es un «pedazo de país en la pintura» (80). 3 La cursiva es mía.
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ción del Patrimonio Mundial de UNESCO). Así que podemos considerar al «paisaje cultural» como el resultado de las diversas actividades humanas en un territorio concreto, sean estas de índole económica, social, religiosa o de cualquier otro tipo. El paisaje cultural se convierte en el siglo XXI en una realidad compleja, integrada por componentes naturales y culturales, de cuya combinación resultará su carácter. El paisaje ha dejado de ser ya un estado físico e inmutable, o un escenario envolvente de la acción del hombre; se ha transformado en un hecho artificial, y la manera de ser percibido será siempre subjetiva. El paisaje como construcción cultural está, además, en proceso y depende de nuestra mirada, una mirada que registra lo exterior y lo procesa interiormente para devolverlo de nuevo al exterior. La mirada humana será, de esta manera, la que convierta cierto espacio en paisaje, adquiriendo esa porción de tierra calidad de signo cultural. De ahí que volvamos a afirmar que el paisaje se inventa con cada mirada, con cada acción, y que por eso su consideración por nuestra parte puede ayudarnos a entender la conformación de nuestra identidad y nuestra imbricación con el lugar (Maderuelo: 22 y ss). La crítica literaria española debería revisar el concepto de «escala» al estudiar las relaciones entre el escritor (sus personajes y/o sus metáforas) y el paisaje. De alguna manera así lo hacía, a finales de los ochenta, Claudio Guillén en un interesante artículo titulado «Paisaje y literatura, o los fantasmas de la otredad», en el que se planteaba si nos interesamos, como seres humano, por el paisaje porque nos aleja de nosotros mismos, o, por el contrario, nos acercamos al paisaje buscando aquello que nos falta (77, 81). También podríamos hacernos otras preguntas tratando de entender esa relación subjetiva con el paisaje: ¿qué somos en relación al paisaje que nos rodea? o ¿cuál la escala desde la que valorar esa relación? Tal vez encontremos algunas respuestas en los textos literarios. Como dice Claudio Guillén: En última estancia advertimos que la naturaleza, reducida cada vez más al paisaje, vuelve a generar una ontología, ya no meramente cristiana. El beneficiario de esta sabiduría es el espectador, el yo al que conducen islas, lagos, ríos y montañas. La naturaleza es el agua de la fuente en que se mira el escritor. Más adelante, a lo largo del siglo XIX y hasta el nuestro, se notará que el paisaje será muchas veces el solaz y consuelo del paseante solitario,
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del amargado, del desengañado. Y también, o al mismo tiempo, de quien se aleja de las discordancias y las injusticias de la sociedad. Decíamos al principio que el paisaje es a la vez omisión y conquista del hombre (89). Hagamos un breve recorrido por algunos de los textos literarios de nuestra literatura no sin antes tener presente para los futuros estudios ecocríticos que en España hasta 2003 no se publica el primer Atlas de los paisajes de España por los geógrafos Rafael Mata y Concepción Sanz; a pesar de que desde mucho antes entendemos que los campos de Castilla de Antonio Machado, los olivares de Miguel Hernández, la albufera de Blasco Ibáñez y el río Jarama de Sánchez Ferlosio son testimonios tan significativos de nuestra historia, como pueden serlo nuestras catedrales. Los pintores y escritores del Renacimiento valoraron la naturaleza como si de una obra de arte se tratara; contemplaron y describieron las potencias de la naturaleza considerándolas todas ellas positivas; el hombre encontraba descanso y alivio a sus pesares en esa contemplación y la convivencia era armoniosa. Este es el paisaje que heredamos de los clásicos, es el locus amoenus del que nos hablan Garcilaso, San Juan, Fray Luis o Cervantes. Estas serán algunas de las primeras descripciones de nuestra naturaleza, con algunas excepciones en la literatura medieval. Por eso no me parece acertado que en una de las primeras aproximaciones que se hacen desde la ecocrítica a la literatura española, los profesores Paredes y McLean rechacen toda la literatura pastoril, desde Los siete libros de la Diana, ha Galatea y las Eglogas de Garcilaso, considerando que «la Naturaleza es un vehículo para exponer las filosofías humanistas de la belleza» (71-73)4. Entendemos que el concepto de naturaleza que nos llega de la tradición clásica efectivamente refleja algunas de las teorías neoplatónicas (un ámbito apacible que trasmite paz interior y sosiego al ser humano que lo habita), pero las descripciones y visiones de la naturaleza que aparecen en esa literatura tienen mucho mayor alcance, si relacionamos
4 También excluyen las obras románticas y sus representaciones de la naturaleza, pues en ellas el hombre actúa manteniendo el rol de privilegiado ante los fenómenos naturales y su visión es antropocéntrica. Solo Miguel Delibes se salva y se le acaba considerando el primer escritor ecologista de España, aunque entroncan su ecologismo con el ruralismo español, ya presente en Galdós y Pardo Bazán (73-83).
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ese modo de ver la naturaleza con los cambios de vida que para muchos ha supuesto el desarrollo de las ciudades, los nuevos modelos agrícolas y, también los avances en las técnicas de versificación y pictóricas. El locus amoenus (véase Isaza Calderón, Orozco, Garrote Pérez) ha sido representado por nuestros pintores y descrito por los escritores en numerosas ocasiones, y ha servido de imagen opuesta a la que, a partir del Romanticismo, se conoce como locus horrendus, con sus visiones nocturnas lúgubres, tormentosas, con los perros aullando en la noche, las montañas agrestes, desafiantes y, en suma, con la consideración de un paisaje que refleja un alma insatisfecha y desequilibrada. Al detenernos, por ejemplo, en las Églogas de Garcilaso, vemos cómo la captación del entorno, el diálogo con la tierra, con sus mitos y símbolos, la vinculación, en suma, de este escritor con la tierra nos explica una armoniosa y apacible, serena y confiada relación del hombre renacentista con el medio que le rodea; Garcilaso ensalza las bondades de la naturaleza y confía en una relación armoniosa entre hombre y naturaleza. E n t e n d i e n d o la p r o f u n d a relación de respeto p o r la naturaleza que rodea al poeta, es más fácil valorar el genial hallazgo de Garcilaso, al incorporar con tanta naturalidad en su locus amoenus la realidad del paisaje castellano que tan bien conoce. Además, cómo entender, si no es así, el original y peculiar modo de hacernos ver que ya en estos paisajes está presente la huella del hombre, el trabajo de sus manos y su ingenio, el arte de crear con sus manos un artificio que le facilita el regadío y que, al fin y al cabo, este haga una «intervención» definitiva en la consideración del paisaje. Estaba puesta en la sublime cumbre del monte, y desde allí por él sembrada, aquella ilustre y clara pesadumbre d'antiguos edificios adornada. D'allí con agradable mansedumbre el Tajo va siguiendo su jornada y regando los campos y arboledas con artificio de las altas ruedas (III27).
La profunda relación entre el poeta, conocedor de su entorno, y la propia naturaleza pone de relieve un rico proceso emocional, de características claramente dialógicas, entre el m u n d o exterior y el m u n d o
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interior del escritor, consiguiendo una verdadera transformación emocional y sentimental en el poeta rodeado de naturaleza, que acaba siendo expresada poéticamente en los siguientes versos de Garcilaso: Corrientes aguas puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado de fresca sombra lleno, aves que aquí sembráis vuestras querellas, hiedra que por los árboles caminas, torciendo el paso por su verde seno: yo me vi tan ajeno del grave mal que siento que de puro contento con vuestra soledad me recreaba (118).
El mundo natural, con sus árboles y animales, se ha interiorizado hasta convertirse en algo paradigmático que imprime una fuerte influencia en el yo poético y consigue que este olvide sus «querellas» y pueda recrearse contento en las soledades de ese espacio natural; lo que presupone que esa comunicación con la naturaleza trae consigo una creencia en la bondad de lo natural. La fuerza evocadora de cada una de las palabras que conforman la naturaleza en el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz convierte ese paisaje del que habla el poema y cada uno de sus elementos en símbolos en sí mismos. Gran parte de los ingredientes que configuran esta simbólica naturaleza proceden del locus amoenus garcilasista: riberas verdes junto a aguas puras y cristalinas, prados de flores esmaltados, valles, montes y bosques; pero la novedad del discurso radica en la incorporación de elementos procedentes de la naturaleza nuevos como las granadas, los manzanos, las palomas o los leones y ciervos, que con ricas connotaciones simbólicas procedentes de textos bíblicos (Cantar de los CantareP) hacen que el lector se encuentre en otro paisaje cultural muy distinto al de Garcilaso. La consideración de la naturaleza como un libro escrito por Dios, al igual que la Biblia, y ambos conformados por elementos simbólicos,
5 Véase el estudio de los símbolos de la fuente y del ciervo de Morales Blouin (1981: 109-137 y 249-275).
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cuyos significados misteriosos son difíciles de interpretar hasta para los más iniciados en las artes de la contemplación y la mística, no obsta para que la lectura del gran poema sea capaz de trasladar a cualquier lector desde esos misterios a una naturaleza viva, muy real y próxima: Buscando mis amores iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras (III).
se establece un diálogo Desde el comienzo del Cántico espiritual, intenso con la naturaleza, por el cual esta irá cobrando vida hasta ser también representación del cuerpo del amado; tras la contemplación, el amor y la lectura de la naturaleza se ha llegado al conocimiento del cuerpo del amado, pues en él se resume toda la naturaleza: Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos (XIV).
En esta lectura de una naturaleza simbólica descubrimos que todos los elementos forman un conjunto unitario: los seres humanos, los animales, las plantas, la tierra, el aire, el agua y el fuego forman una unidad. Es esta una naturaleza en la que la tradición clásica de la edad dorada y las descripciones del paraíso cristiano forman esa visión armoniosa a la que nos referíamos antes. En el romanticismo se producen una serie de cambios en la relación del hombre con la naturaleza definitivos para el arte y la literatura. Como asegura Rafael Argullol en su reflexión sobre el paisaje romántico, la escisión entre hombre y entorno natural se produce de manera irreversible; desde entonces, el hombre se sentirá fascinado ante la inmensidad de la naturaleza que le rodea y que contempla, pero, al mismo tiempo, se sentirá expulsado de ella. La soledad y la melancolía del contemplador romántico se enfrenta a un paisaje que ya «no es un mero marco físico sino un espacio profundo, esencial» (17).
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E n este punto, vamos a pasar a ver cómo actúa la naturaleza que protagoniza las Leyendas de Bécquer, pues estas nos sirven de claro ejemplo de una naturaleza que, lejos de ser meramente decorativa, va a pasar a la acción, a defenderse, incluso, a vengarse. Si releemos «Los ojos verdes», entenderemos de qué manera el bosque se está defendiendo a través de la leyenda, y c o m o esta tiene una f u n c i ó n de preservar las laderas del monte Moncayo. El montero de don F e r n a n d o de Argensola, Iñigo, es capaz de escuchar y respetar el sonido de la naturaleza y de comprender los límites que marca. Iñigo interrumpirá la persecución del ciervo herido al llegar a una trocha, a esa línea que separa al cazador de un imaginario espacio protegido: Porque esa trocha -prosiguió el montero- conduce a la fuente de los Alamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente paga caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes. ¿Cómo las salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Pieza que se refugia en esa fuente misteriosa, pieza perdida (367). El bosque se defiende de cazadores, de humanos intrusos que no respetan los límites y tratan de esquilmar a los ciervos en sucesivas cacerías. La leyenda funciona para preservar la zona de caza, aquéllos que la respetan son los que mantienen un diálogo con el lugar y sus animales. E n Los pazos de Ulloa de Emilia P a r d o Bazán, la naturaleza parece h a b e r g a n a d o la batalla a aquellos seres h u m a n o s q u e no han sabido adaptarse a sus leyes, parece ejercer una cierta presión sobre ellos, determinándolos, limitando sus facultades racionales, reduciendo la vida de todos ellos (señores y criados) a la cocina, cuando antes se desarrollaba en los salones, d o n d e sonaba la música, y en la biblioteca, d o n d e los libros se multiplicaban entre espejos y candelabros. Todo vestigio cultural de un espacio reservado para el disfrute de la razón ha desaparecido, o al menos, así se lo presenta la autora al lector, en un estado ruinoso, abandonado al polvo y a las humedades; P a r d o Bazán denuncia la situación desastrosa a la que ha llegado ese pazo (símbolo de la decadencia de la aristocracia) y critica el abandono de los principios morales que ha traído c o m o consecuencia el avance de los elementos irracionales, de una naturaleza que, poco a poco, ha ido haciéndose dueña del pazo. E n
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los primeros capítulos, reconocemos la vida de esplendor que pudo llevarse en salones, dormitorios y bibliotecas, y constatamos lo distinto que es la vida ahora de sus habitantes; todos parecen haber limitado su vida a la cocina, en la que comparten el fuego con los perros y también los restos de los animales muertos tras la caza. Marina Mayoral ha insistido en el proceso de animalización que presentan personajes como Primitivo o Nucha, esta, aullando como una perra; aquel, husmeando como un zorro el terreno 6 : Si la vida ciudadana destruye las energías vitales, el campo las potencia hasta el punto de acercar el hombre a los animales. Recuérdese que en la aldea la cuadra era una habitación de la casa y la convivencia de los hombres y animales era estrechísima. Pero no hablamos solo de una cercanía física, sino de una animalización real: don Julián confunde a Perucho con uno de los perros de la jauría del marqués, porque el niño actúa igual que ellos, disputándoles la comida en el suelo, como un cachorro. En esta misma línea, Sabel y el ama de cría son comparadas a vacas, Primitivo a un zorro, el abad de Ulloa a un jabalí y, en todos los casos, no se trata de meras hipérboles literarias, sino de la constatación de un parecido real, de una asimilación de las cualidades del animal por parte del hombre (25-26).
La forma de ser de estos seres humanos, sus sentimientos, sus emociones y, también, sus enfermedades acabará determinada por la naturaleza en la que viven: les veremos luchando contra el clima, pendientes de la agricultura y la caza; del entorno dependerá su alimentación y su supervivencia; todo ello es lo que les hace sentir que pertenecen a ese lugar específico, en el que otros nunca sobrevivirían; ese lugar conforma su identidad, su forma de ser y de actuar7. En mayor o menos medida, la novela realista y naturalista da cabida a la problemática relación que se plantea entre los personajes y el medio
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N o olvidemos que estos casos de animalización son frecuentes en las novelas realistas, como en las de Blasco Ibáñez; también en las de Miguel Delibes, por ejemplo, en Los santos inocentes en la que con frecuencia a uno de los personajes, Paco, se le compara con un perro de caza que «se ponía caliente como un perdiguero» y que miraba al señorito «con sus melancólicos ojos de perdiguero enfermo» (45 y 139). 7 Llegados a este punto, sería interesante ver, además, las posibilidades de una lectura ecofeminista de la novela que publica Pardo Bazán al año siguiente: La madre naturaleza.
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ambiente, desde un punto de vista antropocéntrico. La naturaleza, por ejemplo, que aparece descrita en Peñas arriba (ese paisaje de la montaña cántabra que con tanto sentimiento describe Pereda) responde, como ha explicado Margarita Carretero, a la consideración del sistema patriarcal como la única forma idónea de gobierno de las aldeas montañesas, pues de lo que se trata es de procurar «mantenerlas en un estado puro, donde la fe, la vida religiosa, los comportamientos nobles y generosos se mantengan en su pureza, lejos de la vida urbana, del empobrecimiento del espíritu y de las ideas pecaminosas de los liberales» (98). A medida que nos acercamos a finales del siglo XIX, será mayor la preocupación de los escritores por la naturaleza que les rodea, pues se dan cuenta de que los paisajes y los valores culturales que les son propios se ven alterados por la irrupción del ferrocarril y por otras manifestaciones del progreso. La descripción de los cambios radicales que se producen en el paisaje tras las revoluciones industríales y sus explotaciones de madera y de carbón, llenan las páginas de la literatura y la pintura. Las formas de concienciación ante estos cambios son obviamente diversas, y la discusión es frecuente en tertulias de café y periódicos. Los primeros ataques a los excesos del capitalismo y a los abusos que se cometen en nombre del progreso están ya presentes en muchos de nuestros escritores a finales del XIX; recordemos, por ejemplo, el cuento de Clarín «¡Adiós, Cordera!», en el que el paisaje de un pueblo se ve alterado por el ruido aterrador de la «larguísima culebra negra» que simboliza el tren. La consideración que los escritores de la Generación del 98 tienen del paisaje, es un tema que ha despertado gran interés entre críticos literarios, geógrafos e historiadores, entre los que podemos ver en el estudio que hace sobre el paisaje Eduardo Martínez de Pisón en su libro Imagen del paisaje. La Generación del 98 y Ortega y Gasset o Jacobo García Álvarez en Provincias, regiones y comunidades autónomas. La formación del mapa político de España, en el que explica como fue conformándose el mapa geográfico y político al tiempo. Históricamente nos encontramos en un momento muy especial y en el que es fundamental, siguiendo las filosofías de la época, construir una idea de nación ligada a una idea de paisaje, un paisaje con carácter identitario, con capacidad para definir al país y sus habitantes, y también capaz de identificarse con la lengua castellana y su literatura y que se identifique con la lengua castellana y con su literatura (véase Inman Fox).
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Helene Tzitsikas ha estudiado los paisajes descritos en alguna de las obras más importantes de la Generación del 98: Granada la bella de Ángel Ganivet, La ruta de Don Quijote de Azorín o Camino de perfección de Baroja, entre otras. En su libro titulado, El sentimiento ecológico en la Generación del 98 en el que la palabra «ecológico» aparece de forma algo oportunista si atendemos a su contenido, llega a la conclusión de que las ideas deterministas de Taine están presentes en la consideración de un paisaje que define y determina a aquéllos que lo habitan. Estas teorías, presentes ya en los escritores naturalistas localizan el patriotismo en la geografía. De ahí que la naturaleza se convierta en algo esencial para conocer la historia y la realidad pasada, no solo la gesta heroica, sino también las costumbres, la vida cotidiana y la intrahistoria. Esta es también la filosofía que acompaña Por tierras de Portugal y España de Unamuno, aunque sería interesante investigar la distinta percepción que tiene Unamuno del paisaje cuando, desterrado, tiene que pasar una larga temporada en la isla de Fuerteventura y descubre el mar, y en su contemplación la idea de lo eterno. A principios del siglo XX, escritores, filósofos, historiadores e intelectuales manifiestan un gran respeto por el paisaje, tanto rural como urbano; en discursos, en artículos de opinión, en periódicos y en obras literarias se muestran en contra de todas las demoliciones que se intentan practicar en las partes viejas de las ciudades y, también, muy críticos con las autoridades municipales que permiten ataques indiscriminados contra un patrimonio cultural, que se encontraba, por cierto, totalmente abandonado. La deforestación y la explotación minera, y todas las otras actuaciones que sobre la tierra llevan desarrollándose desde el siglo XIX, están teniendo sus primeras consecuencias y así se reflejan en la pintura y en la literatura (véase Litvak 1980). La contemplación del paisaje y la atención a la naturaleza son actitudes que la mayoría de escritores de esta generación han aprendido de la filosofía krausista, aplicada a la docencia según los métodos de Francisco Giner de los Ríos en la Institución Libre de Enseñanza. Las excursiones por la sierra madrileña, los estudios de su geografía, los bocetos de plantas, flores y fauna forman parte de la formación de los escolares de la Institución, tal y como han estudiado Nicolás Ortega Cantero en Paisaje y excursiones. Francisco Giner, la Institución Libre de Enseñanza y la Sierra de Guadarrama y Julia Melcón en La geografía y la formación de los maestros en España (1836-1914).
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El conocimiento del paisaje se convirtió en un instrumento esencial para comprender la «psicología del pueblo español», y, en este sentido, nuestros escritores actuaron como los nature writers (escritores de la naturaleza), movidos por la misma sensibilidad y compromiso. Recordemos el libro de Azorín El paisaje de España visto por los españoles, en el que afirma: «El paisaje somos nosotros; el paisaje es nuestro espíritu, sus melancolías, sus placideces, sus anhelos, sus tártagos» (23). En estas obras a modo de meditaciones o ensayos, los escritores interpretando, describiendo o reflexionando sobre el entorno natural, acababan haciéndolo sobre sí mismos, sobre su propio paisaje interior, como Antonio Machado en Campos de Castilla. Este acercamiento y la posterior identificación del escritor con el paisaje se convierte, además, en un modo de conocimiento del orden natural del mundo y del lugar que el hombre ocupa en él, y esto ocurre, especialmente, en un momento, como dice Jacobo García Alvarez, en el que la formación de un mapa político estaba en juego (véase Martínez de Pisón y Risco). También el paisaje mediterráneo atrajo a pintores y escritores desde finales del XIX. Las novelas de Blasco Ibáñez son quizá uno de los ejemplos más notables, sobre todo por la gran trascendencia que este tuvo fuera de España. Algunas de sus novelas son consideradas por Dora Sales Salvador como descripciones «etnográfico-literarias de los usos, costumbres y relaciones interhumanas en diversos puntos de la geografía valenciana» (857). Documentos culturales de primera mano, las novelas de Blasco Ibáñez siguen siendo ejemplos representativos a la hora de decidirse por la conservación y recuperación de las zonas del entorno de la albufera valenciana. Como dice César Besó, refiriéndose a Cañas y barro-. Para escribir Cañas y barro, [Blasco Ibáñez] frecuenta el lago en la primavera de 1902, donde toma notas y apuntes. Permanece en la Albufera durante unos 20 días. Pasea constantemente la zona, captando tipos, aprehendiendo del ambiente [...] El deambular de Blasco por la Albufera le proporcionó valiosa información, a la vez que unas fiebres palúdicas, de las que se recuperaría en El Vedat (2).
El conocimiento de la zona que describe Blasco Ibáñez y el punto de vista minucioso, impresionista y simbólico ha hecho que con frecuencia
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se equipare su arte con los cuadros del otro gran representante del paisaje y la luz del mediterráneo, Sorolla (Espina: 121). En el siguiente párrafo de Cadaqués de Josep Plá podemos ver cómo las características económicas, históricas y climáticas del paisaje mediterráneo se asocian al modo de ser de sus habitantes: Pero el Mediterráneo es el mar de la tristeza lúcida, transparente, de análisis espectral. Sus costas son pedregosas, pobres, misérrimas. La gente vive de espaldas al mar, a causa en parte del hecho de que en su memoria ancestral persiste el recuerdo de la angustia de los tiempos de los corsarios. El mar, por otra parte es avaro. La gente vive en medio de fatigas agobiantes, en una callada abnegación irremediable [...] La resultante de tan largo, glacial desvarío, es un ser mustio y contemplativo que mira el mundo a través de un velo de indiferencia y tristeza (170-171).
La descripción de los elementos paisajísticos nunca es gratuita y está además muy influida por la visión del Mediterráneo que ponen de moda los antropólogos funcionalistas de la época. Es decir, no parecen percibir el Mediterráneo como un conjunto de rasgos culturales comunes, con un mismo sentido del honor o con un predominio de estructuras espirituales y con la pervivencia de prácticas sociales, sino más bien, como dice Elíseo Carbonell: «como cierta continuidad geográfica, climática y ecológica que influiría en la conformación de un tipo humano particular: agreste, humilde, sensual, melancólico y solitario como el paisaje» (170). El paisaje sirve de cimiento para la construcción de la identidad mediterránea y, como tal, lo encontraremos en canciones, novelas, poemas, pinturas y películas. Las descripciones de la vida social y las manifestaciones culturales individuales y colectivas estarán así íntimamente ligadas a las condiciones que aporta la naturaleza en la que se desarrollan. Una vez más vemos cómo la vida cultural queda ligada a la naturaleza. En la segunda mitad del siglo XX, podemos hablar de escritores de la naturaleza en España (nature writers), a pesar de algunas de las afirmaciones de Paredes y McLean. Recordemos cómo en la tipología citada de Paredes y McLean (77), solo Miguel Delibes figuraba como uno de los escritores españoles con conciencia ecológica. Verdaderamente su obra es la que mayor interés ha despertado entre los críticos e investigadores. Existen numerosos trabajos y tesis sobre el carácter pionero de su
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ecologismo (Pérez Hidalgo, Gómez-Villalba, Bermúdez Cañete, García Domínguez, Pérez Abad). Desde El mundo en la agonía a la obra escrita con su hijo, el biólogo Miguel Delibes de Castro, y publicada recientemente, La tierra herida, Miguel Delibes es considerado uno de nuestros escritores más comprometidos, respetuosos y conocedores de la naturaleza y del valor cultural del paisaje de nuestro país. En estos últimos años, vemos cómo van apareciendo novelas escritas desde planteamientos y preocupaciones medioambientales interesantes, como por ejemplo, El síndrome de Scott de Raúl Guerra Garrido, ambientada en una base científica en la Antártida y en la que sus protagonistas estudian la desaparición de la capa de ozono Cruz Mendizábal (127-144); o Crematorio de Rafael Chirbes, que viene a ser un alegato contra la especulación y el salvaje desarrollo urbanístico en la zona del mediterráneo 8 . La antología El paisaje literario que ha preparado el profesor José Manuel Marrero Henríquez aporta textos significativos de otros narradores como Ignacio Aldecoa, Luis Martín-Santos o Fernando Aramburu. En la poesía española las cosas no son diferentes. Los poemas que tratan de la naturaleza suelen estar influidos por las reflexiones que sobre esta y el paisaje hizo Antonio Machado. En un intento de superar el Romanticismo y sus mitos sobre la relación del hombre y la naturaleza, Antonio Machado puso en boca de Juan de Mairena las siguientes consideraciones: Pero no debemos engañarnos. Nuestro amor al campo es una mera afición al paisaje, a la Naturaleza como espectáculo. Nada menos campesino y, si me apuráis, menos natural que un paisajista [...] El campo, para el arte moderno, es una invención de la ciudad, una creación del tedio urbano y del terror creciente alas aglomeraciones humanas. ¿Amor a la Naturaleza? Según se mire, el hombre moderno busca en el campo la soledad, cosa muy poco natural. Alguien dirá que se busca a sí mismo. Pero lo natural en el hombre es buscarse en su vecino, en su prójimo, como dice Unamuno, el joven y sabio rector de Salamanca. Más bien creo yo que el hombre moderno huye de sí mismo, hacia las plantas y las piedras, por odio a su propia animalidad, que la ciudad exalta y corrompe (156).
8 Véase Aledo, d o n d e se resaltan los cambios producidos en el paisaje mediterráneo, tras el despegue económico en la España de los últimos veinte años.
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Antonio Machado superaba, como también lo haría el simbolismo de Juan Ramón Jiménez, la visión medieval y cristiana de la naturaleza, y las consideraciones románticas del paisaje como espejo del yo o de la historia de la nación. La naturaleza machadiana cobró un nuevo significado y cada uno de sus elementos se convirtió en cauce y/o camino dispuesto para la búsqueda de verdades ontológicas y de valores en el hombre y en el mundo que le rodea; esto lo supieron ver los poetas de la posguerra española, que escribían desde la destrucción de su propio territorio y entorno. En el poema «Reportaje», incluido en el libro Quinta del 42, José Hierro nos habla de una naturaleza sin tiempo, sin vida, cuyos elementos, el mar, las playas, las gaviotas, los montes y los árboles son imaginados, vislumbrados, soñados tras los muros de una cárcel, inexistentes pues para un hombre encerrado y para el que el tiempo no tiene sentido: Desde esta cárcel podría verse el mar, seguirse el giro de las gaviotas, pulsar el latir del tiempo vivo [...] Desde esta cárcel podría tocarse el mar; mas el mar, los montes recién nacidos, los árboles que se apagan entre acordes amarillos, las playas que abren al alba grandes abanicos, son cosas externas, cosas sin vigencia, antiguos mitos, caminos que otros recorren. Son tiempo y aquí no tienen sentido [...] (89).
A medida que vemos en la poesía la implicación del ser humano en la naturaleza más cerca estamos del concepto ecopoesía. La lectura que hace Gilcrest de Lawrence Buell en La imaginación ambiental, nos sirve para resumir en cuatro apartados lo que se entiende por ecopoema, y qué es lo que debe incluir un ecopoema, tanto a nivel formal como ideológico (3). En un primer apartado, debemos considerar que la naturaleza, los animales, las plantas, las montañas, etc. están presentes en el poema no solo formando un escenario para la historia humana sino
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implicándose con voz propia. En un segundo apartado, en el poema debe quedar claro que el beneficio humano no es el único interés legítimo. En tercer lugar, se entiende que la responsabilidad humana hacia el medio ambiente será parte de la orientación ética del texto. En cuarto y último lugar, se considera que el poeta es consciente del tiempo que le ha tocado vivir y de las implicaciones que ello conlleva, de cómo debe enfrentarse a los espacios naturales y salvajes, y de cómo se pueden encontrar otras formas de relación con esos espacios sin entender que estos son una amenaza que hay que dominar o controlar. La ecopoesía reconoce el mundo de la naturaleza de una manera interdependiente y libre, y crea un marco para que el poeta se comunique con lugares específicos y con las criaturas que viven en ellos. La ecopoesía tiene conciencia del mundo como una comunidad y se dirige a un público con la intención de poner sobre aviso al lector de los peligros que puede acarrear un mundo sobrecargado de tecnología. Si tenemos en cuenta estas ideas básicas nos resulta muy difícil hablar de ecopoesía en España, pero vamos a aventurarnos. Uno de los poetas pioneros en la ecopoesía y con conciencia de ello es Jesús López Pacheco, hoy profesor emérito de la Universidad de Western Ontario (Canadá). Publicó en 1996 Ecólogas y urbanas. Manual para evitar un fin de siglo siniestro, al que la crítica no prestó mucha atención, pero que pronto será objeto de estudio9. Actualmente el poeta más respetado por su compromiso con el movimiento ecologista y con la poesía es Jorge Riechmann. Muchos de sus poemas son una crítica sobre el cambio climático y el calentamiento global. Se mantiene ligado a movimientos ecopacifistas, es miembro del Consejo de Greenpeace España y está afiliado a Ecologistas en Acción. Nos encontramos con uno de los pocos poetas españoles que compagina su labor como investigador y como creador con el activismo ecologista. Quiero señalar la última recopilación de su poesía más ecológica, Con los ojos abiertos. Ecopoemas 1985-2006. Es muy interesante ver cómo a lo largo de los años ha ido construyendo una filosofía ecosocia-
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E l grupo de investigación de la Universidad de Alcalá G I E C O formado por inves-
tigadores de diferentes universidades está creando un amplio corpus de trabajo en el que focalizar sus próximas investigaciones.
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lista, resumida en los volúmenes: Un mundo vulnerable, Todos los animales somos hermanos y Gente que no quiere viajar a Marte. También me interesa destacar, el último libro de poemas publicado por César Antonio Molina, Eume. En este libro encontramos una original reflexión del poeta sobre la naturaleza. El río Eume, al que hace mención en el título, es el río de la infancia y, al tiempo, ese río es la representación de todos los ríos del mundo. El tratamiento de la naturaleza en estos largos y reflexivos poemas consigue que el paisaje del que nos hablan los versos se convierta en un paisaje cultural con carácter identitario. En sus poemas, los árboles, los bosques de «carballos» (robles) van envolviendo al lector en una atmósfera panteísta que no es nueva en la poesía de Molina, pues estaba ya presente en La estancia saqueada (1983). Como el mismo poeta dice en una entrevista de Salvador Rodríguez publicada en La Coruña: «Volver ao Eume é como retornar á orixe da lingua e da natureza, é regresar á orixe da creación». Y, más adelante, en castellano: «Muchos aspectos de la naturaleza han desaparecido y con ellos las palabras que los nombraban». Igualmente, me gustaría hacer mención del último libro publicado por Miguel Ángel Bernat, La belleza del silencio, en el que la aproximación a la ecocrítica se hace desde el conocimiento de la filosofía oriental enfocada, precisamente, en el trato y en la relación desde la espiritualidad budista del hombre con la naturaleza. I Todo árbol es Buda, todo árbol es un árbol A ver en qué quedamos Todo árbol es Buda, Todo árbol es un árbol Eso sí. II Soy una rosa Mis pétalos han caído Mi paciencia no. III Querida haya: No sabía
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Que iba a acabar Siendo tú. Desde otros puntos de vista, los últimos libros de poemas de Manuel Vilas {Calor), Juan Carlos Mestre {La casa roja), Vicente Valero {Días del bosque), Erika Martínez {Color carne) y Manuel Rivas {La desaparición de la nieve), por señalar algunos de los publicados entre el 2 0 0 8 y el 2009, tratan de la preocupación del ser humano por el medio ambiente y reflejan nuevas formas de relación, nuevos lenguajes y posibles diálogos entre esos humanos y la naturaleza que les rodea. Para finalizar, vamos a repasar algunas de las antologías más importantes que sobre la naturaleza y el paisaje en la literatura han aparecido estos últimos años. Una de las primeras es la antología Paisaje y literatura de España: antología de los escritores del 98, publicada en 1957 (VV.AA.) y con fotografías en color de Marina Romero y prólogo de Julián Marías. Años después, Diego Marín publica Poesía paisajística española (1940-1970) en 1977, precedida de un interesante estudio preliminar y una amplia selección de poetas: Gerardo Diego, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, José Hierro, Angela Figuera, Concha Zardoya, Pablo García Baena etc. Ya en el siglo XXI, nos encontramos con la antología de Cayo González y Manuel Suárez: Antología poética del paisaje de España (2001), con fines docentes. Su intención, según se indica en el prólogo, es acercar al lector joven esos poemas que hablan y describen la naturaleza, para conseguir su complicidad y una mayor concienciación con esa naturaleza que les rodea. Como dicen sus autores, se trata de enseñar a apreciar el patrimonio paisajístico como algo cultural precioso y único. En la selección se considera que la naturaleza siempre ha sido fuente de inspiración del poeta, desde Jorge Manrique, Garcilaso o Góngora, pero, que es a partir del Romanticismo, cuando el paisaje cobra un especial protagonismo. Por eso, la mayoría de los poetas seleccionados pertenecen al siglo XX: Rosalía de Castro, Zorrilla, Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, García Lorca, Cernuda y Gabriel Celaya. La revista Naturopa en 2005 preparó un número especial sobre el paisaje: «Landscape through literature» (W.AA), dedicando unas páginas concretamente al paisaje español y a sus escritores: Rosalía de Castro, Antonio Machado y Julio Llamazares (80-81).
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En el mismo año, y coordinado por Mariano de Santa Ana, aparece Paisajes del placer, paisajes de la crisis, una interesante agrupación de artículos sobre el desarrollo turístico y las representaciones paisajísticas de las Islas Canarias y la degradación medioambiental. Además de una interesante participación en esta obra, el profesor José Manuel Marrero Henríquez ha editado dos libros: Arboles, una campaña periodística, publicada en 1906 (2005) y Cultura y turismo (2007), ambos de Francisco González, uno de los pioneros de la ecología de principios del siglo XX. Recientemente José Manuel Marrero Henríquez ha publicado El paisaje literario. Antología (2008) con un estudio preliminar. En 2006, nos encontramos con la interesante antología Savia sabia (VV.AA), publicada por el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, preparada monográficamente sobre el tema de los árboles y los bosques, y con una sugerente nómina de poetas de distintas latitudes y siglos. Sobre los árboles tenemos, además, el original estudio de Miguel Herrero Uceda, El alma de los árboles (2005) en el que la mitología, los conocimientos de botánica, la literatura y el saber popular se van complementando. La revista Litoral (2006) dedica un número a la poesía española relacionada con los animales, su significado en la sociedad y su trascendencia en el arte y la revista Leer ha publicado dos números monográficos uno sobre los «Árboles. De la literatura a la vida» (2007) y otro sobre «Los ríos en la literatura». En definitiva, como vemos, en estos últimos años ha aumentado notablemente la preocupación por el medio ambiente y su reflejo en la literatura; estas antologías y números monográficos son solo una muestra. Está claro que la ecocrítica nos abre perspectivas y horizontes nuevos en la crítica literaria que no debemos dejar al margen. Obras literarias tenemos en la literatura española, como creo haber dejado claro en esta breve exposición. Nuestros escritores, al igual que otros artistas, son conscientes de los cambios que se están produciendo en la naturaleza y quieren reflejarlos, también las nuevas relaciones del ser humano con el medio ambiente que le rodea. Tal vez necesitemos que los críticos e investigadores avancen más en este nuevo enfoque que nos propone la ecocrítica y enriquezcan así nuestras formas de lectura.
ECOCRÍTICA FRANCÓFONA
Montse López Mújica
Resulta raro escuchar en nuestros días el término «écocritique» en los departamentos de francés de las universidades francesas, y se encuentran muy pocas referencias de esta palabra en internet (tan solo algunas páginas bilingües de investigadores francófonos que trabajan en el campo de la ecocrítica). Probablemente esto se deba, en gran parte, a esa reticencia que siempre ha existido en Francia hacia las modas discursivas, tentativas de reparación metodológicas e «-ismos» que provienen del otro lado del Atlántico (estudios postmodernos, estudios y teoría postcoloniales, estudios culturales, estudios de género y ecocrítica), encaminados a imponerse en el lugar o en los aspectos que dejaron más descuidados el new criticism, el estructuralismo y el marxismo. La ecocrítica propone convertir el entorno y la visión de la naturaleza, en una nueva categoría para el análisis de la literatura. Esta temática, sin embargo, parece existir dentro de la literatura francesa, aunque se encuentra camuflada bajo otras denominaciones: ecopoesía, poesía de la naturaleza o ecoliteratura son algunos de los términos más utilizados. Muchos parten de una misma idea: no se trata tanto de perseguir temas ecológicos dentro de los textos literarios, sino de considerar el propio texto literario como agente activo, componente del o de los ecosistemas en los cuales se produce y/o es leído. Resultado de todo esto, algunas publicaciones -aunque todavía escasas- comienzan a hablar tímidamente de la ecocrítica en Francia. Así, la revista virtual Mots pluriels en 1999 dedicó un número a la ecocrítica y, más recientemente, en 2008, Ecologie & Politique, reunió bajo el título de «Littérature & écologie. Vers une écopoétique», una serie de artículos en los que se interrogaba sobre las relaciones existentes entre la conciencia medioambiental y la estética literaria. En el resto de países de habla francesa, Quebec parece haber asumido el papel de pionera de esta teoría dentro de las literaturas de expre-
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sión francesa. Nacida en las universidades de los Estados Unidos en los años 1990 1 , la teoría ecocrítica traspasó rápidamente el marco de sus fronteras y fue adoptada por los investigadores canadienses anglosajones. En ese momento el inevitable salto a los investigadores canadienses francófonos era solo una mera cuestión de tiempo. A semejanza de la literatura americana y canadiense de expresión inglesa, la literatura quebequense o de expresión francesa encontró también su inspiración en la naturaleza. Por ello, en los estudios literarios quebequenses de expresión francesa se siente un interés cada vez mayor por la teoría ecocrítica. En efecto, los departamentos de francés de algunas universidades canadienses han comenzado ya a estudiarla. Así, en la Universidad de Sherbrooke, en su departamento de literatura francesa, se imparte desde 2005 una asignatura titulada Ecocritique: littérature et environnement, en la que se analizan las teorías de Rousseau sobre el noble salvaje, se presentan la utopía de la inmortalidad dentro de la literatura regionalista de Quebec y teorías sobre el medio ambiente como espacio político, entre otros temas. También en la Universidad de Calgary se imparte otra asignatura titulada Ecocritique du roman canadien-français, una exploración entre algunas novelas canadienses francesas y la tierra y el medio ambiente, examinando las nociones de cultura, naturaleza, identidad y territorio. Además, la Association de Littérature Canadienne et Québequoise dedicó, en 2005, una sesión a la ecocrítica en la reunión que tuvo lugar en la Universidad de Western Ontario. Esta sesión fue presentada por diferentes profesores de las universidades de Ottawa, MacMaster y Sherbrooke, y trató el tema de la ecocrítica dentro de la literatura francófona de Quebec. Dos años después se repitió la experiencia en una nueva sesión titulada «Ecocritique: Littérature et environnement au Quebec. Nature, Culture, Discours» dentro del Coloquio de la Asociación de las Literaturas Quebequenses y Canadienses (ALQC) en el Congreso de las Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad de Saskatchewan en Saskaton. Se trataba de explorar las representaciones de la naturaleza y el discurso medioambiental, no solo en la literatura, sino en el conjunto de las producciones artísticas quebequenses -literatura, Visitar la bibliografía de A S L E (Association for the Study of Literature and the Environment): www.asle.umn.edu y la revista de esta asociación ISLE (Interdisciplinary Studies in Literature and the Environment). 1
Ecocrítica francófona
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cine, artes visuales. Algunas de las propuestas que se plantearon trataron sobre la influencia de las ideologías en el paisaje artístico, los contenidos del pensamiento ecocrítico en Quebec, los discursos sobre las energías y el reciclaje, la existencia y el sentido de la estética del reciclaje en la producción de una obra artística, la elaboración de una visión ecologista en ciertos géneros -documentales, relatos de viaje, novelas de ruta; el análisis de los escritos sobre la naturaleza quebequense; las modalidades de la militancia y del compromiso medioambiental en el arte. En resumen, su principal objetivo era comprender las relaciones de los seres con su hábitat natural del norte de América para transformar y mejorar las prácticas humanas relacionadas con la naturaleza en un futuro inmediato. Fuera ya de las fronteras canadienses, el Grupo de Investigación de los Estudios Canadienses de la Universidad de Toulouse-Le Mirail, en Francia, organizó en marzo de 2008, un coloquio titulado «L'écologie dans tous ses états au Cañada». El tema de estudio no solo se centraba en el origen y la evolución del imaginario ecológico en la literatura canadiense, sino también en la propia escritura sobre la naturaleza. Y se pedía una atención especial para un nuevo movimiento en creciente desarrollo entorno a la literatura canadiense: la ecocrítica. La profesora Stéphanie Posthumus de la Universidad de MacMaster opina que todavía queda mucho trabajo por hacer para que la ecocrítica esté menos sometida a sus orígenes norteamericanos. La mayor parte de las teorías y críticas provienen de los Estados Unidos, la ecocrítica refleja pues los valores y la ideología del movimiento medioambiental americano de los años setenta. Para analizar textos nacidos de otras tradiciones culturales e intelectuales, por ejemplo un texto francés, es necesario despegarse un poco de esta situación cultural. Posthumus comparte con los estadounidenses la perspectiva ecológica que comprende la naturaleza como concepto y realidad necesariamente unidos al ser humano. Es una perspectiva que se encuentra también en pensadores franceses como Serges Moscovici, Edgar Morin, Michel Serres y Bruno Latour, y que Kerry Whiteside define como «noncentered ecologism» (264)2 o «ecological humanism» (3)3. En un análisis sobre los lugares de infancia de Michel
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«Ecologismo descentrado» (traducción propia, en todas las citas). « H u m a n i s m o ecológico.»
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Tournier define la ecocrítica «comme toute analyse (psychologique, sociologique, littéraire ou utre) d'un discours (politique, philosophique, scientifique ou autre) qui parle du milieu (urbain, naturel, social, institutionnel ou autre) et des rapports entre ce milieu et l'être humain» (2005)4. Desde hace poco tiempo existe en Quebec una página web, Le narratif et le naturel-Le site de l'écocritique au Quebec, fundada y dirigida por la profesora Elise Salaün de la Universidad de Sherbrooke. En esta página se presentan los enfoques ecocríticos más importantes de la literatura francófona. Las líneas de dicha investigación son numerosas: la historia de la percepción de la naturaleza en la literatura (quebequense u otra); la poesía nacional de apropiación soberana del territorio; la urbanidad como razón poética principal de la época actual; la expresión apocalíptica de los desastres naturales; diferentes temáticas como el reciclaje, la contaminación; diferentes estéticas, como la nature writing, el thriller ecologista; diferentes símbolos como el bosque y el agua. Se trata pues de un primer paso necesario e imprescindible para enseñar y difundir la ecocrítica entre los profesores de literatura francófona, una eficaz herramienta de consulta para la investigación y un espacio común para que los ecocríticos puedan discutir y compartir ideas. Prueba de ello es el importante proyecto que se presenta en una de las secciones de esta página web titulado «Figure de la forêt. Représentation imaginaire et valeur identitaire de la forêt dans la littérature québécoise au XXe siècle», y basado en la metodología del pensamiento ecocrítico. Su relevancia es enorme, ya que se trata del primer proyecto de este tipo en lengua francesa cuyo tema principal se centra en intentar comprender la interacción entre la sociedad francesa de América del Norte con el bosque boreal, relación que se transforma a lo largo del siglo XX según tres perspectivas: la oposición, la metamorfosis y la sospecha. Los resultados de esta investigación podrían añadirse a las reflexiones actuales sobre el bosque y contribuir a comprender con más profundidad el tipo de relación que la sociedad quebequense mantiene con su primer hábitat natural, tan inmenso en su origen que parecía no tener fin y que, según muchas voces, se encuentra hoy en peligro. 4
C o m o t o d o análisis (psicológico, sociológico, literario u otro) de un discurso (político, filosófico, científico u otro) que habla de un medio (urbano, natural, social, institucional u otro) y de las relaciones entre ese medio y el ser h u m a n o .
Ecocrítica francófona
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EL FUTURO DE LA ECOCRÍTICA EN LA LITERATURA FRANCÓFONA
El pensamiento ecológico, la defensa por el medio ambiente y la percepción de la naturaleza han sido tradicionalmente muy diferentes en el continente europeo y norteamericano (Estados Unidos y Canadá). En este último, la concepción de la naturaleza salvaje como algo peligroso y detestable evoluciona a lo largo del siglo XIX, gracias a escritores como Thoreau, Emerson o Cooper, y se convierte en algo admirable, en un signo de su identidad, en un espacio a proteger, en la medida en que colabora en el desarrollo de la personalidad humana, le acerca a la belleza y posibilita su felicidad. El concepto de naturaleza en estado puro o salvaje, sin modificación por la intervención humana -conocido bajo el concepto de wilderness5 (o naturalité en francés)-, los sentimientos de admiración y respeto hacia la tierra, el agua, las plantas y los animales, son temas poco analizados en la historia de la literatura francófona. Quebec parece ser, sin embargo, la excepción dentro de las literaturas de expresión francesa. Si tres son los criterios reconocidos que definen el wilderness - u n paisaje virgen y auténtico, vasto y original, que ha dado lugar a una identidad cultural-, el bosque canadiense los cumple a la perfección. Es uno de los bosques más antiguos (tiene 10 millones de años) y vastos del mundo y, además, como «bosque boreal» es un elemento indisociable del imaginario de la cultura quebequense. Quebec se convierte así en la alternativa ecocrítica de la literatura francófona a la reflexión actual sobre la naturaleza, el medio ambiente y la crisis ecológica. La ecocrítica quebequense posee la originalidad y la riqueza necesarias para inventar ese mundo de respeto ambiental. Otro panorama muy distinto se produce en Europa durante el siglo XIX. La fuerza de la revolución industrial y de las revoluciones burguesas arrasaba con los restos de naturaleza intacta que podían quedar. No olvidemos que Marx, en su Manifiesto Comunista, no se recataba en
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La p a l a b r a « W i l d e r n e s s » , d e difícil t r a d u c c i ó n al castellano (desierto, y e r m o ) , quiere reflejar el c o n c e p t o de la naturaleza en estado p u r o o salvaje, sin modificación p o r la intervención h u m a n a . E n lengua francesa se t r a d u c e p o r «naturalité». Véase el glosario.
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considerar reaccionario cualquier pensamiento ecologista. En esta obra la omisión de toda referencia a la problemática medioambiental es evidente: siempre se le ha criticado por su desarrollismo y se le ha atribuido la idea de Prometeo de la conquista de la naturaleza. Marx no consideraba importante la relación entre la humanidad y la naturaleza, y carecía de conciencia de los límites naturales -límites en cuanto a recursos naturales, límites al desarrollo humano. Sin embargo, en este páramo naturalístico existieron grandes autores. Entre ellos rescatamos a Elisée Reclus, eminente geógrafo francés (compañero de Kropotkin y discípulo de Karl Ritter), teórico y practicante acérrimo del anarquismo, que vivió todos los grandes acontecimientos de su época en primera línea. Destaca por su idealismo, coherencia radical y perenne lucha por la igualdad social y la justicia. Reclus practicaba una geografía en la que se consideraba a los seres humanos en relación con el medio que los sustenta; en esta teoría, la tierra representa para este escritor la casa donde viven los hombres, unos hombres que son todos hermanos, libres e iguales, dueños de los mismos derechos; que se mueven bajo un mismo sol y cuya sangre es bombeada por idénticos corazones. Educación, esfuerzo, paisajes y armonía son los cuatro principios básicos de su relación con la naturaleza. La montaña y el montañismo aparecen vinculados a esos principios con bastante frecuencia en sus trabajos. Interesa por ello destacar la publicación, en 1873, de su libro Histoire d'une montagne. En un momento difícil de su vida, Reclus se refugia en la naturaleza para descansar y reencontrarse consigo mismo. Esta experiencia le transforma completamente. Queda prendado por la montaña y se dedica a estudiarla desde un punto de vista geográfico, naturalístico, geológico y faunístico, con una prosa sobria, elegante, densa, con iluminadoras imágenes poéticas. Esta obra se puede inscribir en el género de la nature writing o escritura de la naturaleza. La alta montaña, último reducto en Francia de esa naturaleza intacta, hostil y grandiosa, es la protagonista principal del relato. En el último capítulo vaticina con una clarividencia pasmosa el deterioro de la pureza de la alta montaña europea: Les cimes, jadis redoutées, sont devenues précisément le but de milliers de gravisseurs, qui se sont donné pour tâche de ne pas laisser un seul rocher, un seul champ de glace vierge des pas humains. Déjà, dans nos contrées populeuses
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de l'Europe occidentale, presque tous les sommets ont été successivement conquis (214)6.
Reclus critica la necedad humana de destrucción de su espacio natural con un mal entendido progreso: las mejoras que se introducen, por ejemplo, en el transporte o en la agricultura, son las causas directas de la modificación de los paisajes: Dans cette grande œuvre d'aménagement de la nature, on ne se borne point à rendre les montagnes d'un accès facile, au besoin on travaille à les supprimer. Non contents de faire escalader à leurs routes carrossables les monts les plus ardus, les ingénieurs percent les roches qui les gênent, pour faire passer leurs voies de fer de vallée en vallée (220)7. En France, on a eu l'idée de déblayer [...] une partie des énormes amas d'alluvions antiques accumulés en plateaux au-devant des Pyrénées; au moyen de canaux, tous ces débris, transformés en limons fertilisants, serviraient à exhausser et à féconder les plaines nues des Landes (221)8.
Pero, sobre todo, realiza un encendido elogio de la influencia moral de la montaña en el hombre. Opina que en el trabajo, tan importante, de la educación de los niños, y, por ello, de la futura humanidad, la montaña tiene que desempeñar un papel fundamental (223). Reivindica que la verdadera escuela debe ser la naturaleza libre con sus hermosos paisajes para contemplarlos, con sus leyes para estudiarlas, pero también con sus
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«Las cumbres, temidas en otros tiempos, se convirtieron precisamente en el objetivo de miles de escaladores, cuya meta f u e no dejar una sola roca, ni superficie de hielo, virgen d e huellas humanas. Ya, en nuestras regiones más populares de la E u r o p a Occidental, se conquistaron sucesivamente casi todas las cumbres.» 7 « E n esta gran obra de adaptación d e la naturaleza, no solo se quiere p o n e r límites a las montañas con un acceso fácil, sino que además se trabaja para suprimirlas. N o contentos con hacer sus carreteras transitables para subir hasta las cumbres más difíciles, los ingenieros taladran las rocas que les impiden el paso, para hacer pasar sus vías de ferrocarril d e valle en valle.» 8 «En Francia, se tuvo la idea de vaciar [...] una parte de las enormes masas de aluviones antiguos acumulados en las mesetas frente a los Pirineos; p o r medio d e canales, todos estos residuos, transformados en fecundos limos, servirían para aumentar y fertilizar los llanos desnudos de las Landas.»
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obstáculos para vencerlos (223). Propugna el valor formativo y educativo de la naturaleza, pero también su valor moral, el valor de ese espacio para vivir la soledad, la dificultad y para fortalecer su pensamiento (225). Para Reclus la montaña terminará siendo un santuario para aquel que quiera «s'écarter du monde frivole et se retrouver dans la vérité de sa pensée» (225 )9. O t r o autor importante es Paul Claudel. Descubrimos en su obra los acerados juicios que este escritor emitía ya por los años veinte, sobre la época en la que vivía y sobre los daños que la sociedad industrial infringía al medio ambiente. Muchos de los temas que trata en esta obra se pueden calificar de ecologistas. Aunque Claudel no emplea nunca el término ecología, este representa perfectamente las preocupaciones del poeta. Tanto al principio como al final de estas consideraciones ecológicas, existe una teología cósmica que enseña la indisoluble relación que une al hombre con la naturaleza, de la que depende la salvación común de toda la creación. En algunos de los textos extraídos de la obra Au milieu des vitraux de l'Apocalypse (1929), Claudel afirma que el hombre no nace solo, sino que está acompañado por todo un universo que le ayuda a ensalzar y liberar los sentidos. Así en «Dans les marais d'Amérique», el poeta contempla, mientras pasea, ese universo repleto de seres vivos: insectos, mariposas, libélulas, cuervos, conejos y ardillas, entre otros. Se dirige a todas esas criaturas en los siguiente términos: «il n'a pas d'autre choses à dire sinon que vous êtes mes frères» (158) 10 . En «Les Animaux malades de l'homme» Claudel considera a los animales como hermanos cuyo destino es crear «l'alliance entre la terre et l'homme» (168)11. Pero en este campo, como en el referente al paisaje, lo vivo deja paso a lo mórbido: «L'habitant des grandes villes ne voit plus les animaux que sous l'aspect de la chair morte qu'on lui vend chez le boucher» (168)12. Con siglo y medio de antelación Claudel nos presenta ya la barbarie de los criaderos industriales:
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«Alejarse del m u n d o frivolo y encontrarse en la verdad de su pensamiento.» «Solo p u e d o decir que sois mis hermanos.» 11 «La alianza entre la tierra y el h o m b r e . » 12 «El h a b i t a n t e de la gran c i u d a d solo p e r c i b e los animales b a j o el a s p e c t o d e la carne muerta que le vende el carnicero.» 10
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Une vache est un laboratoire vivant [...] qu'on nourrit par un bout et qu'on trait à l'électricité par l'autre. Le cochon est un produit sélectionné qui fournit une qualité de lard conforme au standard. La poule errante et aventureuse est incarcérée et gavée scientifiquement. Sa ponte est devenue mathématique. Chaque espèce est élevée à part et en série (169) 13 .
Claudel protesta con vehemencia: Sont-ce encore des animaux, des créatures de Dieu, des frères et sœurs de l'homme, des significations de la Sagesse divine que l'on doit traiter avec respect? Qu'à ton fait de ces pauvres serviteurs? L'homme les a cruellement licenciés. Il n'y a plus de liens entre eux et nous. Et ceux qu'il a gardés, il leur a enlevé l'âme. Ce sont des machines. Il a abaissé la brute au-dessous d'elle-même. Tous les animaux sont morts. Il n'y en a plus avec l'homme (169) 14 .
Denuncia así el dominio que la sociedad antropocéntrica ha impuesto sobre todo aquello que la misma sociedad define como el «otro», representado aquí por los animales. Unos animales que se han convertido simplemente en maquinaria útil o en materias primas. Otro aspecto de la desertificación del mundo aparece en «L'Envahissement par le ciment armé». En este capítulo Claudel nos habla sobre el hormigón armado, este nuevo material que no simboliza nada, que no nos dirige hacia ninguna realidad estética o religiosa. En este mundo todo tiende a asimilarse «comme toutes les termitières sont pareilles, toutes les hommières se ressembleront» (271)15. La confusion se produ-
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«Una vaca es un laboratorio vivo que se alimenta p o r un lado y que se ordeña eléctricamente p o r otro. El cerdo es un p r o d u c t o seleccionado que proporciona una calidad de tocino conforme a la norma. La gallina errante y aventurera es enjaulada y alimentada científicamente. Su puesta se ha vuelto matemática. Cada especie es criada aparte y en serie.» 14 «¿Son todavía los animales criaturas de Dios, hermanos y hermanas del hombre, resultado de la Sabiduría divina que se deben tratar con respeto? ¿Qué hemos hecho de estos pobres servidores? El hombre los ha ignorado cruelmente. Ya no existen vínculos entre ellos y nosotros. Y de aquéllos que ha mantenido, sustrajo el alma. Son máquinas. H a reducido la brutalidad a su sentido más básico. Todos los animales han muerto. Ninguno está ya con el hombre.» 15 «Como todos los termiteros son iguales, todas las moradas humanas se parecen.»
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ce en la materialidad misma, pues los elementos utilizados (agua, arena y cal) ya no están vivos, se endurecen unos con otros, acaban inmóviles y muertos. El hormigón armado se convierte entonces en símbolo de un ser cuyos cuerpos y espíritus «ne sont plus qu'un bloc compact maintenu par des tenons de metal [...], amalgamés en une seule volonté de refus, en un indestructible parpaing» (272) 16 . Claudel nos muestra cómo el hombre moderno vive rodeado de material inerte y pierde contacto con la naturaleza (símbolo de la vida). Critica además el dinero en «L'Alchimie maudite de l'argent», donde en un diálogo que se establece entre un padre y una hija sobre un pasaje del Apocalipsis se muestra como el Becerro de Oro que se adora en la actualidad como jamás se había hecho antes. El hombre ha creado el dinero y las máquinas, y en ellos ha encerrado su alma. Desde entonces vive de rodillas, adorando ambas cosas y supeditado a ellas. Jean Giono es uno de esos autores cuyo estudio ecocrítico resulta particularmente interesante. Giono vivió siempre en su Provenza natal, compartiendo su tiempo con los pastores y las gentes del lugar. De ahí proviene su culto por esa naturaleza indómita, unas veces acogedora y otras hostil, naturaleza que se convertirá en el marco de muchas de sus obras. Giono es partidario de un retorno a la naturaleza, como se refleja en su obra Regain, escrita en 1930. Regain es la última novela de una trilogía titulada Pan -las dos novelas anteriores son Colline y Un des Baumugnes. Estas tres novelas comenzaron a dibujar una imagen del Giono poeta, narrador y cantador de una vida en armonía con la naturaleza. Algunos incluso van más allá y ven en estas novelas los primeros signos de una predicación social a favor de una comunidad autosuficiente en relativa armonía con la naturaleza que se está consolidando y que tomará forma y se desarrollará en sus posteriores obras. En Regain, historia enmarcada en un pueblecito de la Provenza prácticamente deshabitado, Aubignagne, viven Panturle, un colosal cazador y la Maméche, una anciana viuda que lo ha perdido todo. Ellos son los últimos habitantes de este lugar. Ambos lucharán para devolver la vida al pueblo. Gracias a esta anciana, Panturle encuentra a Arsule, una
16 «Solo son un bloque compacto que se mantiene por vigas de metal [...] amalgamados en una única voluntad de rechazo, en un indestructible sillar.»
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mujer maltratada por su compañero, el afilador Gémèdus. Comienza una nueva vida para él. Decide volver a la tierra y se pone a cultivar trigo, pero no un trigo cualquiera, sino el trigo de su país, «le blé de notre race, du blé habitué à la fantasie de notre terre et de notre saison» (140-141) 17 , para que resista a las inclemencias meteorológicas de la zona. Giono, por boca de uno de sus personajes, nos brinda esta bella lección ecológica. Es partidario de lo autóctono, porque esas plantas del terruño están acostumbradas al clima y al terreno de la región, y desconfía de las novedades que intenta introducir el progreso: Tu sais, l'orage couche le blé; bon, une fois. Faut pas croire que la plante ne raisonne pas. Ça se dit: bon, on va se renforcer, et, petit à petit, ça se durcit la tige et ça tient debout à la fin, malgré les orages. Ça s'est mis au pas. Mais, si tu vas chercher des choses de l'autre côté de la terre, mais si tu écoutes ces beaux messieurs avec les livres: «Mettez de ci, mettez deçà; ah! Ne faites pas ça!» En galère, voilà ce qui t'arrive! (140-141)18 El trigo que cosecha Panturle es de excelente calidad: «C'est lourd comme du plomb et doré, et propre comme on ne fait plus propre; pas une balle» (149) 19 , y obtiene tal éxito en el mercado, que lo vende prácticamente todo. Y lo más importante, hace hablar del pueblo. La novela acaba con la esperanza de un nuevo renacer de Aubignagne: una familia con niños viene a instalarse y Arsule espera su primer bebé. Otra de las escenas que podemos rescatar se encuentra al comienzo de su novela Colline. Uno de los protagonistas, Gondran, mata un lagarto que lo ha asustado mientras dormía la siesta en su huerto. El acto parece ser algo rutinario, pero de repente Gondran se siente avergonza-
17 «El trigo de nuestra raza, el trigo acostumbrado a la fantasía de nuestra tierra y de nuestras estaciones.» 18 « T ú sabes que la tormenta tumba el trigo; bueno, una vez. Pero no vayas a creer que la planta no razona. Ella se dice: bueno, vamos a reforzarnos, y poco a poco, el tallo se endurece y al final se mantiene de pie, a pesar de la tormenta. Eso ocurrió con el tiempo. Pero si vas a buscar las cosas del otro lado de la tierra, si escuchas a esos elocuentes señores con sus libros: 'Siembra esto aquí, pon esto allá, ¡ah! No hagáis eso'. El infierno, eso es lo que te ocurre.» 19 « E s pesado como el plomo y dorado, y limpio como ya no se ve; no tiene ni un cascabillo.»
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do y, mientras se amontona la suciedad sobre el cuerpo aplastado del lagarto, imagina la afinidad entre la sangre del lagarto y la suya propia: Du sang, des nerfs, de la souffrance. Il a fait souffrir de la chair rouge, de la chair pareille à la sienne. Ainsi, autour de lui, sur cette terre, tous ses gestes font souffrir? (50)20
De repente todo parece transformarse para Gondran: se da cuenta del daño que el hombre hace a su alrededor. Il ne peut donc pas couper un arbre sans tuer? Il tue, quand il coupe un arbre. Il tue, quand il fauche... Alors, comme ça, il tue tout le temps? Il vit comme une grosse barrique qui roule, en écrasant tout autour de lui? C'est donc tout vivant? (51)21
Los animales, las plantas, el agua, la tierra entera, parecen cobrar un nuevo significado para él. Las palabras que Jean Giono pone a continuación en boca de Godran nos sorprenden y, sobre todo, nos recuerdan el principio de la teoría de Gaia, que fue publicada en 1979 por James Lovelock22. La idea de considerar la tierra como un ser vivo, como un cuerpo entero, aparece ya reflejada en esta obra: Cette terre! Cette terre qui s'étend, large de chaque côté, grasse, lourde, avec sa charge d'arbres et d'eaux, ses fleuves, ses ruisseaux, ses forêts, ses monts et ses collines, et ses villes rondes qui tournent au milieu des éclairs, ses hordes
20 «Sangre, nervios, sufrimiento. Él ha h e c h o sufrir carne roja, carne parecida a la suya. Así, a su alrededor, sobre esta tierra, ¿todos sus gestos hacen sufrir?» 21 « ¿ N o p u e d e entonces abatir un árbol sin matar? El mata c u a n d o corta un árbol. Mata cuando siega... Entonces, así, ¿está siempre m a t a n d o ? ¿Vive como u n a gran barrica que rueda aplastando t o d o a su alrededor? ¿Todo está vivo?» 22 Este n o m b r e f u e utilizado p o r J. Lovelock, ingeniero químico e historiador natural, para designar la hipótesis según la cual, la resultante d e t o d o s los procesos individuales de los organismos, era un organismo mayor, que los contenía y abarcaba, y cuyas atribuciones, funciones y metabolismo, eran más que la suma de las partes que lo componían.
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d'hommes cramponnés à ses poils, si c'était une créature vivante, un corps? (53)23
Giono denuncia en sus obras el mundo occidental y la sociedad del progreso, y acusa a la burguesía de haber desnaturalizado la naturaleza bajo el pretexto de dominarla. A esta teoría se le ha dado el nombre de Gionism^. Para Giono, las verdaderas riquezas nacen de la tierra y de sus obras. Por eso el hombre tiene que respetar el orden natural del planeta. En otra de sus obras, Uhomme qui plantait des arbres (1953), traducida a trece lenguas y muy difundida y apreciada, Giono nos acerca al reencuentro con la naturaleza y la madre Tierra. Por medio de la figura de un pastor, tenaz repoblador de montes, hace un canto a la vida de la única manera que merece ser vivida, desde el respeto y la armonía con la naturaleza. El objetivo es, como él mismo escribe, «faire aimer l'arbre, ou plus exactement faire aimer à planter des arbres (ce qui est depuis toujours une des mes idées les plus chères)» (Giono 1957)25. Giono cederá sus derechos de autor para conseguir tal fin: «C'est un des mes textes dont je suis le plus fier. Il ne me rapporte pas un centime et c'est pourquoi il accomplit ce pour quoi il a été écrit» (Giono 1957)26. Relacionado con la literatura infantil encontramos a Bernard Clavel, uno de los escritores, hoy en día, más leídos y apreciados en Francia. Su obra L'arbre qui chante relata la historia de Isabel y Gérard, dos niños que viven al ritmo de las estaciones en la pequeña casa de sus abuelos, a las afueras de una aldea, junto al bosque que se encuentra al pie de una montaña. Una mañana de invierno, aparece un curioso visitante, el señor Vincendon, un viejo amigo del abuelo. El hombre promete hacer cantar
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«¡Esta tierra! Esta tierra que se extiende, ancha p o r los lados, fértil, pesada, con su carga d e árboles y de agua, sus ríos, sus afluentes, sus bosques, sus montes y sus colinas, y sus ciudades redondas que se mueven en medio de las tempestades, sus hórdagas de h o m b r e s agarrados a sus pelos, ¿si fuese una criatura viva?, ¿un c u e r p o ? » 24 «La teoría del Gionisme nos recuerda en cierto m o d o los propósitos que Rousseau presentaba en su discurso «Les Origines des Inégalités p a r m i les hommes», y la actitud de filósofos del Siglo de la Luces, como Diderot o Voltaire.» 25 « H a c e r amar a los árboles, o con mayor precisión: hacer amar plantar árboles (lo que después de todo, es una de mis ideas más preciadas).» 26 «Es u n o de los textos que he escrito de los que m e siento más orgulloso. N o me aporta dinero alguno y p o r ello cumple con la función para la que f u e escrito.»
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al viejo arce que el abuelo tenía la intención de talar porque lo creía muerto desde hacía dos años. ¿Cómo conseguirá el señor Vincendon hacer cantar al árbol? El relato basa toda su acción sobre este misterio, que solo será desvelado en la última página, cuando el lector descubre que el hombre es un fabricante de instrumentos musicales de cuerda, y que con la madera del viejo arce, ya talado, ha construido un violín. L'arbre qui chante forma parte de ese conjunto de obras centradas sobre los valores ecológicos y morales de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, con una focalización particular en la relación entre el hombre y el árbol. El tema de la ecología y el respeto por la tierra son los temas preferidos de este autor. Novelas como Virâtes du Rhône (1957), Cargo pour l'enfer (1993) ou Le Carcajou (1996) son ejemplo de ello. Por la importancia que el mundo animal tiene en su obra, valga citar a una de las escritoras más importantes del panorama literario francés. Nos referimos a Colette. Esta escritora conservará de su infancia vivida en el campo un amor y una comprensión casi instintiva por los animales y la naturaleza. Sus imágenes literarias y sus comparaciones giran casi siempre en torno a la fauna y a la flora. Colette no busca las imágenes, como lo haría cualquier escritor en un diccionario de sinónimos sino en los libros de botánica, y crea así su propio estilo de escritura y su granero de imágenes. Así nos lo recuerda, Macha Méril, una de sus más fieles admiradoras: La nature triomphante vous a éblouie à chaque instant. Une glycine tendant ses branches noueuses vers le soleil au-dessus d'un mur parisien, un Rosier nain prisonnier d'un bac sur un balcon ou une tomate éclatant de rougeur dans votre jardin de Saint-Tropez vous inspiraient des pages inoubliables qui sont devenues des citations de dictionnaires (11)27.
El imaginario de Colette siempre está formado por animales y vegetales. En ese mundo, las mujeres, los hombres, las plantas y los animales
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«La naturaleza victoriosa os ha d e s l u m h r a d o a cada m o m e n t o . U n a glicina que tiende sus ramas nudosas hacia el sol sobre una pared parisina, un rosal e n a n o prisionero en un recipiente s o b r e u n balcón o u n t o m a t e rojo resplandeciente en su jardín de Saint-Tropez le inspiraban páginas inolvidables que se convirtieron en citas d e diccionarios.»
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viven en perfecta armonía y todas sus fuerzas se unen naturalmente para responderse y asociarse. Colette nunca consideró a los animales como seres inferiores al hombre. Sus obras son fábulas en las que los animales poseen sentimientos tan complejos como los humanos y en las que no duda en afirmar la superioridad del alma del animal, ya que se mantiene fiel al amor de su cuidador. Fue siempre su fiel defensora: cuentan como anécdota que solía bajar por las noches a reñir a los cocheros que maltrataban a sus caballos. Denuncia igualmente los espectáculos relacionados con animales. En L'Envers du Music-Hall escribe: Je ne voulais plus les voir là-haut, captifs et sages; le spectacle de leur résignation m'était devenu intolérable. [...] Je savais [...] que l'ours, surtout, le petit ours, prenait sa tête à deux mains en geignant et pleurait tout bas, parce qu'une courroie très fine, bouclée autour de son museau, lui coupait presque la lèvre. J'aurais voulu oublier ce groupe misérable, harnaché de cuir blanc et de grelots, paré de rubans, ces gueules haletantes, ces haleines âpres de bêtes à jeun (331-332)28. Cuando el ser humano ignora el sufrimiento de los animales, se degrada y se envilece. Colette lo comprendió enseguida, y por eso escribió: «C'est une bête comme vous, et moi» (1932: 12)29; «Toutes trois nous rentrons poudrées, moi, la petite bull et la bergère flamande. . . l i a neigé dans les plis de nos robes [...]. Loin de tous les yeux, nous avons galopé, aboyé, happé la neige au vol, goûté sa suavité de sorbet vanillé et poussiéreux» (1967: 91)30.
« N o quería verlos allí arriba, cautivos y obedientes; el espectáculo de su resignación se me hacía intolerable. [...] Sabía [...] que el oso, sobre todo, el pequeño, cogía su cabeza con las dos manos gimiendo y llorando en voz baja, porque una correa muy fina, atada alrededor de su hocico, le cortaba casi el labio. Hubiese querido olvidar a ese grupo miserable, disfrazado con cueros blancos y campanillas, ornamentados con lazos, esos hocicos jadeantes, esos alientos desagradables de bestias en ajuno.» 29 « E s un animal como usted, o como yo.» 30 « L o s tres regresamos cubiertos de nieve en polvo, yo, la pequeña terrier y la pastora de Flandes [...] Teníamos nieve hasta en los pliegues de nuestros vestidos. [...] Alejados de las miradas, galopamos, ladramos, atrapamos de un bocado la nieve al vuelo, probamos su suavidad de sorbete de vainilla y su porosidad.» 28
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Numerosos han sido los gatos que desfilaron a lo largo de la vida de Colette, gatos que le inspiraron multitud de textos. Y aunque se le reprocha haber caído muchas veces en el error del antropomorfismo, nadie mejor que ella ha sabido describir ese mundo felino. En Dialogues des bêtes, Toby-le chien y Kiki-la-doucette tienen el poder de la palabra. Colette recurre para ello al lenguaje humano con la intención de explorar el alma de estos animales que observan a los humanos con una cierta ironía, juzgando a la sociedad a través de sus cuidadores, Elle y Lui, una pareja de escritores. En este texto poético y a la vez autobiográfico, Colette encontró un mundo imaginario basado en su relación personal con la naturaleza y con los animales que han sabido conservar una misteriosa relación con las fuerzas arcaicas que animan el universo. Así el perro adora el fuego como a una divinidad a la que teme: Feu! Feu divin! Te revoici! Je suis bien jeune encore, mais je me souviens de ma terreur respectueuse, la première fois que sa main, à Elle, t'éveilla dans cette même cheminée. La vue d'un dieu aussi mystérieux que toi a de quoi frapper un chien-enfant, à peine sorti de l'écurie maternelle (61-62)31. Colette nos muestra que los animales poseen una fuerza misteriosa. El gato tiene también un carácter sagrado. Es el animal mítico que adoraban los egipcios. Habla de un modo «mystérieux, les yeux presque fermés» (55)32, como si tuviera que realizar una profecía o revelar un misterio. Kiki-la-doucette sabe perfectamente que pertenece a una raza sagrada y que de ello ha guardado algo: C'est en de tels moments irrités que je sens, à n'en pas douter, l'humiliante situation qui nous est faite, à moi et à tous ceux de ma race. Je me souviens d'un temps où des prêtres en longues tuniques de lin nous parlaient courbés et tentaient, timides, de comprendre notre parole chantée! (55)33 «¡Fuego! ¡Fuego divino! ¡Aquí estás! Yo soy todavía muy joven, pero recuerdo el respetuoso miedo que sentí, la primera vez que su mano, la de Ella, te despertó en esta misma chimenea. La mirada de un dios tan misterioso como tú, tiene el poder de golpear a un pequeño perro como yo, que acaba de salir de su perrera materna.» 32 «Misterioso, los ojos casi cerrados.» 33 « E s en esos momentos de enfado cuando siento, sin duda alguna, la humillante situación por la que pasamos, yo y todos los que pertenecen a mi raza. Recuerdo un 31
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La domesticación, como la civilización, tiene pues poco poder sobre una naturaleza que puede resurgir con toda su fuerza. Colette ve el mundo de forma diferente, busca la esencia de las cosas, y descubre en sí lo animal, lo humano y lo divino. Así Colette procura alcanzar el placer de la vida. El placer de existir, de disfrutar del mundo y de sí mismo es una de las características que mejor conocen los lectores de Colette. El gato lo manifiesta a menudo; por ejemplo, cuando describe el placer de una buena siesta: E t puis, je ne sais comment, tout languit à mes yeux, se voile et s'éloigne... J e veux m e relever, gagner m o n coussin, mais déjà mes rêves m e séparent d u m o n d e . . . C'est l'heure bienheureuse où tu disparais avec Elle, où la maison se repose et respire lentement. J e gis au fond d ' u n noir et d o u x sommeil (99) 34 .
Colette habló mucho de ese silencio y esa soledad necesarios para el viaje imaginario y la creación. Escribir no tenía para ella nada de espontáneo ni de natural, al contrario: «Écrire! Pouvoir écrire! Cela signifie la longue rêverie devant la feuille blanche, le griffonnage inconscient, les jeux de la plume qui tourne en rond autour d'une tâche d'encre, qui mordille le mot imparfait, le griffe, l'hérisse de fléchettes, l'orne d'antennes, de pattes» (2003: 50)35. La escritura fue siempre su principal refugio: «Je saurai dire: 'Je n'y suis pour personne, sauf pour ce myosotis quadrangulaire, pour cette rose à nombril en forme de puits d'amour, pour le silence où vient se taire le bruit d'affouillement que produit la recherche d'un mot'» (189)36. Y el reino animal la entrada hacia ese tiempo en el que los sacerdotes con sus largas túnicas de lino nos hablaban inclinados e intentaban comprender, tímidos, nuestras palabras cantadas.» 34 «Y después, no sé cómo, todo se languidece ante mis ojos, se vela y se aleja... Quiero levantarme, llegar hasta mi cojín, pero mis sueños empiezan a separarme del mundo... Es la hora feliz en la que tú desapareces con Ella, en la que la casa descansa y respira lentamente. Reposo en el fondo de un oscuro y dulce sueño.» 35 «¡Escribir! ¡Poder escribir! Eso significa la larga reflexión ante la hoja en blanco, el garabato inconsciente, los juegos de la pluma que gira en torno a una mancha de tinta, que mordisquea la palabra imperfecta, la raya, la pone de punta, la ornamenta de antenas, de patas.» 36 «Sabré decir: 'No estoy para nadie, salvo para esa miosota cuadrangular, para esa rosa con ombligo en forma de pozo de amor, para el silencio donde viene a acallarse el ruido de derrubio que produce la búsqueda de una palabra'.»
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mundo de los sentidos que tanto le gusta evocar. Obras como La Chatte (1933), Chats (1936) o Julie de Carneilhan (1941), muestran ese don de simpatía que Colette ya poseía desde niña y que le permitió establecer una estrecha comunión con el reino animal. Todas ellas traducen la nostalgia de la autora hacia ese mundo original en el que el hombre aún no había roto el vínculo que le unía con ese universo sensible. Otro de los escritores que debemos tener en cuenta es Maurice Genevoix, que celebró también en su obra la fauna, además de los paisajes y los habitantes de su Loira natal. Tres de sus libros llevan en el título la palabra «Bestiario»: Tendre bestiaire, Bestiare enchanté y Bestiare sans oubli. Todos ellos están compuestos por capítulos dedicados a un animal (gatos, caballos, castores, erizos, jabalís, lagartos), y en cada uno de ellos, el autor desgrana reflexiones y recuerdos, al mismo tiempo que nos invita a restablecer la amistad con esas criaturas libres que viven con el hombre. Pero el animal tiene también en su obra de ficción un papel muy importante, convirtiéndose a veces en el héroe y protagonista indiscutible de la novela. Ejemplos de ello son: Rroû (1931), La dernière harde (1938), Derrière les collines (1963) y La foret perdue (1967). Entre los libros de la naturaleza de M. Genevoix, Rroû ocupa un lugar importante. Aparentemente solo se trata de la historia de un gato negro, que tras conocer la libertad de la Charmeraie, gran propiedad a orillas del Loira, decide abandonar su cómoda y nueva vida urbana, para regresar al mundo silvestre del campo. Sin embargo, el lector enseguida percibe que se encuentra ante una obra de indefinidas repercusiones, en la que los estilos se mezclan y se armonizan, en la que el narrador se encuentra con el poeta, en la que el hombre pasa por encima del escritor para establecer un compromiso entusiasta, en el que la experiencia anima a la reflexión, en el que se reúne el poder del instinto y la inteligencia de la intuición. La dernière harde nos cuenta la historia de un ciervo. La novela tiene pues el bosque como marco estético. En él nace el protagonista de esta novela, Le Rouge, un cervatillo que pierde a su madre en una cacería. Le Rouge crece junto a un viejo y sabio macho llamado Dix Comes, pero será capturado. Vive prisionero del hombre durante algún tiempo, pero consigue escaparse, convirtiéndose después en el jefe de la manada. Tanto en la caza como en el amor, lleva esa prodigiosa existencia que los hombres desconocen. Los humanos son solo comparsas en esta historia
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pura de animales. La Futaie y el furtivo Grenou por ejemplo, aunque aparecen vigorosamente perfilados, no consiguen borrar de ese primer plano al señor de las patas finas, cuyos cuernos se enganchan en las ramas de los árboles, cuando alza orgulloso su cabeza. Poesía de la grandiosidad, unas veces sobria, otras repletas de verdor, en la que palpita la vida. Magnificencia de la naturaleza en el momento mismo en el que arroja hacia la tumba a sus ejemplares más bellos. En estas dos obras, Genevoix intenta mostrar el punto de vista del animal. Pero al evocar la vida animal desde su interior se encuentra también, al igual que Colette, con el problema del antropomorfismo. Si bien es cierto que en la actualidad nadie niega una cierta sensibilidad, incluso un posible pensamiento animal, dicho pensamiento no es verbal, no se puede traducir en palabras y sigue siendo para el hombre un misterio. Rrôu, al ser un animal doméstico, puede humanizarse más fácilmente y Maurice Genevoix utiliza algunos recursos que pueden resultar incómodos para la ecocrítica, como el empleo de la primera persona del singular para evocar las emociones del gato o, al imaginar pequeños diálogos entre Rrôu y otros felinos. Sin embargo, es raro encontrar dichos artificios en el resto de su obra. En La dernière barde, Genevoix consigue dar una imagen creíble de lo que puede ser una consciencia animal, construida por sensaciones y emociones elementales, hambre y saciedad, dolor y bienestar, agresividad y ternura. En ambas obras Genevoix consigue plasmar y trasmitir al lector todas esas sensaciones propias de los animales. Genevoix evoca, por ejemplo, la tensión del gato que acecha a su presa: «Rroû, toujours rasé sur les feuilles, gardait une immobilité rigide. Ses yeux ne quittaient pas le même point du hêtre, le même nœud de branches où l'écureuil s'était assis. L'affût dispensait au chat noir une longue volupté sans fièvre» (201)37. Y a continuación describe con gran plasticidad la satisfacción del carnívoro que se deleita con el trofeo que acaba de conseguir: Rroû lacérait des griffes et grondait; déchirait la chair rouge en secouant les mâchoires, et grondait. Ce lisse de muscles dénudés, cette tiédeur qui 37
«Rroü, siempre al ras de las hojas, mantenía una inmovilidad rígida. Sus ojos no dejaban de fijar el mismo punto de la haya, el mismo nudo de ramas donde estaba sentada la ardilla. El acecho aportaba al gato negro una gran y agitada voluptuosidad.»
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bailóte et ruisselle, ce tendon qui résiste et s'arrache, tout cela sous les crocs, dans la gorge, dans le ventre qui pèse et qui se creuse encore, et sous les crocs toujours pendant que la gorge gronde, et que le cou se gonfle au passage des chaudes nourritures, tout cela, c'est manger, manger pour la première fois (205-206)38. E n La dernière harde, el escritor evoca la angustia del joven ciervo q u e acaba d e p e r d e r a su m a d r e : «se releva t o u t droit, t e n d i t le cou, fronça le mufle dans un rictus qui lui découvrit les dents. Il tremblait de tout son corps, secoué p a r u n frisson continu, d ' u n e violence p r o f o n d e et terrible. Et il se mit à gémir à pleine gorge, à pousser par l'espace u n e lamentation meuglante, une b r a m é e interminable de p e u r et de désolation» (21) 39 . Más tarde, nos muestra las sensaciones que siente le Rouge, hecho prisionero, al dejarse acariciar p o r el picador La Futaie: La main de l'Homme commençait à bouger, à promener sur le pelage du Rouge une caresse lentement appuyée. Son contact était frais et brûlant. Cette fois encore, mais avec une acuité plus vive, la bête éprouvait ce mélange d'attirance et de crainte hostile qui lui venait de la présence de l'Homme. L'attirance était la plus forte: le Rouge la subissait avec une avidité stupéfaite; et la peur qui rôdait au travers, toujours sensible au plus vif de son plaisir, lui prêtait une acuité capiteuse, une énervante saveur d'ivresse (92-93)40.
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«Rroü desgarraba con sus garras y rugía; rasgaba la carne roja s a c u d i e n d o las mandíbulas, y rugía. Esa cinta de músculos desnudos, esa tibieza que tambalea y fluye, este tendón que resiste y se arranca, t o d o eso bajo los colmillos, en la garganta, en el vientre que pesa y que aumenta aún, y siempre bajo los colmillos mientras que la garganta ruge, y que el cuello se infla al paso del calor de la comida, todo eso, es comer, comer por primera vez.» 39 «Se irguió, tensó el cuello, arrugó el hocico en un rictus que le descubrió los dientes. Temblaba por todo su cuerpo, sacudido por un escalofrío continuo, de una violencia profunda y terrible. Y se puso a rugir a plena garganta, a emitir en el espacio un mugido, un bramido interminable de miedo y desolación.» 40 «La mano del H o m b r e comenzaba a moverse, a deslizar sobre el pelaje de Le Rouge una caricia lenta y firme. Su contacto era fresco y caliente. Una vez más, pero con una agudeza más viva, el animal p r o b a b a esta mezcla de atracción y temor hostil que provenía de la presencia del Hombre. La atracción era la más fuerte: le Rouge la sufría con una avidez estupefacta; y el miedo que merodeaba a su alrededor, siempre sensible al placer, le prestaba una agudeza embriagadora, un irritante sabor de embriaguez.»
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En otra de las escenas vemos al ciervo recuperando su libertad y dirigiéndose hacia el bosque: «Douce terre des champs labourés, moiteur grasse des sillons ouverts: l'odeur de terre que soulevaient ses foulées lui entrait loin dans les naseaux. Il traversa la pointe de la jonchère, et ce fut un bruissement de hautes tiges, leur glissement frais le long de ses jambes, bientôt l'odeur de l'eau dormante, son clapotis sous ses sabots» (113)41. En cada uno de estos ejemplos, Genevoix nos muestra las experiencias del animal a través de una compleja asociación en la que se enlazan diferentes comportamientos (inmovilidad, movimientos, mímica, miradas, miedos, gruñidos, gemidos), su significación afectiva (tensión, placer, dolor, peligro, temor, atracción), y todo ello acompañado de notas sensoriales de una gran riqueza, ya sean visuales, auditivas, táctiles u olfativas. Literatura y ciencia parecen unirse así, ya que el escritor se apoya en datos científicos probados: todos sabemos que los sentidos están más agudizados en el animal que en el humano. Pero Maurice Genevoix va más lejos y evoca esos momentos de privilegiado bienestar en los que la fusión del animal con su entorno natural alcanza la máxima perfección. Las etiquetas de escritor regionalista y animalista, empleadas muy a menudo para designar a este autor, no dan cuenta de sus logros. Para Henri Pourrat, la región de Auvernia es el lugar ideal para descubrir y comprender la naturaleza y el alma campesina, y de ese modo, alcanzar lo universal. Destacamos aquí dos de sus obras: Le blé de Noël (1942) y Toucher terre (1936). La primera es un libro compuesto de una serie de artículos que tratan sobre cierta costumbre popular: «Autrefois, dans les campagnes, à l'approche de Noël, les enfants mettaient à germer dans un peu d'eau, sur une assiette, une poignée de blé, témoignage de l'épi qui viendra, des moissons sous les monts... et de ce Pain qui est la vie»42. Nos habla de la Navidad y del invierno, la casa, la mujer, la amistad, el hombre del campo, la fiesta, los cuentos y las canciones
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«La suave tierra de los campos arados, la fértil h u m e d a d de los surcos abiertos: el olor a tierra que levantaban sus pisadas penetraba hasta el f o n d o de su nariz. Cruzó p o r el extremo del juncal, y sintió el susurro de las altas espigas, su deslizamiento fresco a lo largo de sus patas, el olor del agua estancada, el chapoteo b a j o sus pezuñas.» 42 « A n t a ñ o , en el campo, c u a n d o llegaba la Navidad, los niños p o n í a n a germinar, en un p o c o de agua, sobre un plato, un p u ñ a d o de semillas de trigo, señal de la espiga que nacerá, de las cosechas bajo los montes y de ese P a n que es la vida.»
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populares. En la segunda obra, Henri Pourrai reflexiona sobre el mundo desequilibrado que está creando el progreso industrial y la era mecánica. Su mensaje es claro: el hombre tiene que volver de nuevo a sus orígenes y comprender que nunca debió olvidar la tierra. Pourrat nos invita a descubrir las raíces de nuestra civilización y, como su título indica, a «tocar tierra» para volver a nacer. En la Suiza de lengua francesa, nos encontramos con otro escritor, C. F. Ramuz, que denuncia también en su obra Questions (1935), las consecuencias que los crecientes progresos del hombre van a traer a la maltrecha naturaleza: «Il s'agirait de voir jusqu'à quel point vont aller nos pouvoirs, à nous les hommes, car ils augmentent sans cesse, tandis que ceux de la nature diminuent. Voilà la grande question» (96)43. La lectura ecocrítica de la obra de Charles Ferdinand Ramuz revela que este escritor suizo fue un precoz ecologista, preocupado por la conservación de la naturaleza de su país y su montaña, con los que mantiene un vínculo muy especial; las descripciones de sus majestuosos paisajes simbolizan para este autor algo más que un simple decorado y el destino de sus personajes. No solo el hombre, con todas sus penas, representaba para él el centro de todo; la naturaleza también desempeñaba un papel relevante. Ramuz pretende transmitirnos un mensaje bien preciso: la naturaleza es un ente con vida, que padece, que tiene sentimientos y que debemos respetar por encima de todo. Cuando el hombre rompe ese equilibrio las consecuencias son devastadoras como se constata en La grande peur dans la montagne (1926); Derborence (1934); Si le soleil ne revient pas (1937). Ramuz da una lección de humildad al tratar la naturaleza de igual a igual, con el mismo respeto con el que trataría a otro ser semejante. Presta su voz a todos aquellos elementos que la componen para que puedan tener un espacio a través del cual puedan expresar y transmitir su fuerza, su belleza, y sentimientos tan humanos como la cólera o la alegría. La montaña, el río Ródano, el bosque, los animales, los seres animados e inanimados que forman parte de ese mundo natural que lo rodea se encuentran representados a lo largo de su obra y participan y crean la acción misma de sus novelas. Los sentidos cobran también una especial 43
«Se trataría de ver hasta d ó n d e van a llegar nuestros poderes, los de los h o m b r e s , ya que aumentan sin cesar, mientras que los de la naturaleza disminuyen. Esa es la gran cuestión.»
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importancia. Ramuz nos enseña a observar las cosas que nos rodean, no solo a ver, sino a mirar con atención y cuidado, sintiendo al mismo tiempo la brisa, oliendo el perfume que desprenden las flores, la hierba y el rocío de la mañana; saboreando la frescura del agua pura que mana del manantial y dejándose impregnar por todo aquello que vive a nuestro alrededor. Antes que Ramuz, su compatriota Edouard Rod había publicado en 1897 su novela Là-haut, en la que denuncia el deterioro que la montaña suiza sufre con la explotación turística. Por aquella época, en la región del Valais se comenzaba a transformar el universo alpino, y a destruir la belleza natural de los paisajes y las formas de vida ancestrales. Otro poeta más cercano en el tiempo, Maurice Chappaz, comprometido activista de la protección de la naturaleza suiza, retoma casi un siglo después la misma causa. Denuncia la destrucción de los bosques de Finges y de otros espacios saqueados por el ejército, pero sobre todo defiende sus queridas montañas amenazadas por los promotores y la siempre creciente industria turística. En 1976 escribe Les maquereaux des cimes Manches, una enérgica y muy dura acusación contra los políticos corruptos y los constructores que provocará gran escándalo. Los escritos de este visionario y ecologista, desencadenan una terrible campaña de prensa contra su obra, que solo se verá compensada por la admiración y el apoyo recibido de sus estudiantes de Saint-Maurice. Los años no han conseguido borrar el enorme «Vive Chappaz» que escribieron sobre una roca, todavía bien visible en esta ciudad. Podríamos continuar completando esta larga lista con otros autores francófonos, algunos de ellos más conocidos que otros: Joseph d'Arbaud (1874-1950), Paul Arène (1843-1896), Max Philippe Delavouët (1920-1990), Henri Bosco (1888-1976) y Alphonse Daudet (1840-1897), entre otros. Como bien es sabido, la ecocrítica rescata del olvido a aquellos autores relegados a un segundo plano y poco reconocidos en nuestros días. En estas últimas décadas hemos visto aumentar la importancia del papel de lo no-humano en los estudios literarios y culturales. La ecocrítica tiene la misión de ofrecer una nueva orientación a nuestros discursos, demasiado antropocéntricos, conduciéndoles hacia una poética de la diversidad que se fundamente más en la concienciación de la vida y en las perspectivas no-humanas. Este nuevo campo crítico se concentra en
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las relaciones entre humanos y animales, en la presencia o ausencia de valores ecológicos en los textos literarios y en la importancia del medio ambiente a través de sus diversas formas de expresión creativa. Para resolver los problemas medioambientales que sufrimos debemos comenzar a reflexionar sobre ellos. Como la propia Cheryll Glotflety dice, una crítica enfocada desde un punto de vista ecológico es un proyecto digno, principalmente porque consigue que centremos nuestra atención en asuntos importantes sobre los que tenemos que reflexionar. El estudio de estas cuestiones es su tarea más importante.
CONCLUSIÓN
Los estudios de la literatura y del medio ambiente han desembocado en las últimas décadas en los EE.UU. en la creación de una escuela de crítica literaria, la ecocrítica, dedicada al estudio de la representación de la naturaleza en las obras literarias. La ecocrítica constituye un campo nuevo que rompe con la tradicional separación entre las ciencias y las letras. Cheryll Glotfelty define esta tendencia en su introducción a The Ecocriticism Reader, como «el estudio de la relaciones entre la literatura y el medio ambiente» (xviii), es decir, nuestro ecosistema (conjunto formado por una comunidad de organismos que interactúan entre sí). Esta idea de conexión entre las diferentes disciplinas del conocimiento que la ecocrítica pretende combinar, busca campos de armonía, que permitan comprender los paradigmas errados sobre los que se han basado los mitos del progreso y el desarrollo. Un amplio campo interdisciplinar se abre así ante nuestros ojos, la relación de los estudios literarios y el discurso ecológico con otras disciplinas asociadas tales como la antropología, la filosofía, la sociología, la psicología y la ética. En este capítulo se ha pretendido presentar posibilidades de estudio para la ecocrítica dentro del mundo francófono. Aunque esta nueva crítica literaria carece todavía del apoyo necesario dentro del ámbito académico francés, sí podemos afirmar que comienzan a abrirse ciertas expectativas de futuro gracias a los estudios llevados a cabo por profesores e investigadores canadienses francófonos como Elise Salaün, Dominique Perron y Stephanie Posthumus, entre otros. Revistas, congresos, publicaciones, comunicaciones, son prueba fehaciente de ello. Cada vez
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son más numerosos los profesores e investigadores interesados en este campo, no solo por las posibilidades que la ecocrítica aporta a las lecturas de los textos franceses y francófonos, sino también porque el tema despierta cierta curiosidad. En una época en que la se habla constantemente de crisis medioambiental la crítica literaria francesa no debe ni puede mantenerse al margen. La literatura francesa y francófona está repleta de autores y escritores comprometidos con la naturaleza y con el medio ambiente. Es hora de estudiarlos desde una perspectiva ecocrítica o ecopoética. Los autores y obras citados en este capítulo son solo una pequeña representación de lo que podemos encontrar. El campo de investigación de los países francófonos es enorme y, sin embargo, permanece aún casi virgen. En estas páginas se ha pretendido contribuir a la apertura de dicho campo.
LA REPRESENTACIÓN DE LA NATURALEZA EN LA NARRATIVA NORTEAMERICANA DEL OESTE: MÁS ALLÁ DE LA MITOLOGÍA FRONTERIZA1 David Río Raigadas
The West I speak about is but another ñame for the Wild; and what I have been preparing to say is, that in Wildness is the preservation of the World2. Henry David Thoreau, «Walking» (1862)
Cualquier lector familiarizado con la literatura del Oeste en sus diferentes vertientes ha podido constatar el papel central que desempeña la naturaleza en la misma desde los primeros textos de los exploradores europeos del siglo XVI hasta las más recientes creaciones de las últimas décadas a cargo de autores como Terry Tempest Williams, Ana Castillo, Leslie Marmon Silko o Frank Bergon, por citar solo unos pocos nombres. D e hecho, la presencia de la naturaleza en esta literatura resulta tan significativa que algunos críticos, por ejemplo, F r e d Erisman, han llegado a afirmar que ningún otro género literario depende de forma tan directa de la naturaleza como el ivestern (14). Aunque semejante afirmación puede ser más que cuestionable (recordemos, en este sentido, la existencia de un género cuyo propio nombre alude a la naturaleza como su eje temático central, el llamado nature writing (literatura de la naturaleza), o la larga tradición de la literatura pastoril en Europa), no podemos dejar de reconocer que la presencia dominante de la naturaleza se ha convertido en un elemento común denominador de la literatura del
1 La investigación para el presente artículo se ha desarrollado dentro del proyecto F F I 2 0 0 8 - 0 3 8 3 3 / F I L O , co-financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y el FEDER. 2 «El Oeste del que hablo es simplemente otra manera de llamar a lo natural; y lo que quiero decir es que en la naturaleza en su estado puro estriba la preservación del mundo.» (Traducción propia, en todos los casos, salvo indicación contraria.)
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Oeste en sus diferentes manifestaciones. Así, por ejemplo, la literatura oral nativo-americana contiene abundantes testimonios acerca de la diversidad y riqueza de los ecosistemas, especies y paisajes del Oeste, con especial atención a la identificación de los nativos con el medio natural y a la posición de privilegio de los elementos naturales en la cosmología india3. Si nos ceñimos estrictamente a los textos escritos, las primeras muestras del interés que genera la peculiar naturaleza del Oeste norteamericano se remontan al siglo XVI, período durante el cual exploradores españoles de este territorio, como Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Pedro de Castañeda o Francisco Vázquez Coronado, dejarán testimonio escrito de su fascinación por el ecosistema de esta región. En el Oeste no llegan a encontrar el Dorado, pero sí una tierra cuya fertilidad y variedad despierta en general su admiración, tal y como puede observarse, por ejemplo, en la obra de Cabeza de Vaca, La relación y comentarios (1542) 4 , relato en el que describe su periplo por Florida, Tejas, Nuevo Méjico, Arizona y el norte de México de 1527 a 1537. En los siglos XVII y XVIII otros exploradores dejarán constancia de su inmersión en la naturaleza del Oeste a través de textos que oscilan entre la denuncia del mito del Dorado (Eusebio Francisco Kino), el éxtasis ante el encuentro con lo desconocido (Philip Freneau) o la identificación con el paraíso (John Boit). De todos modos, es a partir del siglo XIX, coincidiendo con la expansión a gran escala de la nueva nación hacia el Oeste cuando este territorio alcanzará una representación literaria significativa, con especial hincapié en la relación del ser humano con su entorno natural. Constituye, precisamente, el objetivo del presente artículo analizar las imágenes de la naturaleza más frecuentes y su interacción con los seres humanos en la narrativa del Oeste norteamericano publicada a partir del siglo XIX. Aunque los motivos naturales y las preocupaciones medioambientales desempeñan también un papel muy relevante en la poesía
3 Ver, por ejemplo, «The Sun's Myth» (Lyon: 31-39), «A Navajo Creation Song» y «Coyote and Doctor Duck» (Bergon/Papanikolas: 21-22, 25-27) o «Mandan» (Work: 9-10). 4 Este es el título de la primera edición de esta obra, publicada en Zamora. Existe una segunda edición de la misma, publicada en Valladolid en 1555, que contiene algunos cambios menores y lleva por título Naufragios y comentarios.
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ambientada en este territorio (cabe recordar, en este sentido, las obras de Gary Snyder, Robinson Jeffers, o Simón Ortiz, por citar solo unos ejemplos), es en la narrativa sobre esta región, tanto de ficción como de no ficción, donde la representación de la naturaleza alcanza su máxima expresión. Incluso ciñéndonos exclusivamente al género narrativo a partir del XIX resulta imposible ofrecer aquí un análisis exhaustivo de la percepción de la naturaleza en el Oeste y su plasmación literaria debido a la extensión del campo de estudio y a las limitaciones de espacio inherentes al presente artículo. De todos modos, se pretende al menos analizar las representaciones más significativas de la dimensión natural en este género, y no solo ofrecer una visión panorámica de la evolución del papel de la naturaleza en esta literatura, sino mostrar también las principales características de la percepción sobre el medio natural que tienen algunos de los autores que han situado en su obra en una posición de privilegio a la naturaleza del Oeste americano. Durante el siglo XIX las referencias al entorno natural son prácticamente una constante en la mayoría de los relatos ambientados en el Oeste, aunque los modos de representación del mismo y las actitudes ante dicho entorno varían ostensiblemente. Así, en gran parte de los relatos de ficción centrados en este territorio predomina una perspectiva antropocéntrica, donde la naturaleza ocupa un lugar secundario e inferior al papel asignado a los seres humanos. Este fenómeno es parti(novelas de cularmente notable en un buen número de las dime-novels corte popular que recrean de forma repetitiva los estereotipos clásicos de la mitología fronteriza) publicadas en la segunda mitad del siglo XIX, donde con frecuencia los espacios naturales, a pesar de ser en algunos casos retratados de forma detallada, se convierten en un mero trasfondo de la acción principal y el interés se concentra en los protagonistas de los enfrentamientos violentos habituales en este tipo de literatura. Incluso en aquellas novelas en las que la naturaleza adquiere un mayor protagonismo, principalmente porque el contacto con la misma en su versión más agreste facilita la conversión en héroes de los protagonistas imbuidos del llamado «espíritu de frontera», predomina casi siempre una visión «utilitarista» o práctica de los elementos naturales. El Oeste y su naturaleza se convierten en una fuente de recursos para los seres humanos, en bienes a explotar por el hombre en beneficio propio. Esta perspectiva utilitarista acerca del medio natural no resulta un fenómeno
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novedoso en la literatura norteamericana puesto que ya en el siglo XVII Cotton Mather, por ejemplo, se refería a la naturaleza en los siguientes términos: «what is not useful is vicious» 5 (Bergon 1993: 3). En el siglo XIX esta noción de la naturaleza como elemento al servicio del hombre será popularizada, entre otros, por autores como Ralph Waldo Emerson, quien en su célebre ensayo Nature (1836) se refiere a la naturaleza como un ente que consta de tres dimensiones, una de carácter físico o material, otra como proceso, y otra como resultado, interactuando las tres en beneficio del hombre (11). Como ejemplo ilustrativo de esta concepción antropocéntrica y utilitarista de la naturaleza merece la pena destacar una de las mejores y más conocidas obras del género en este período, la novela de James Fenimore Cooper The Pioneers (1823), relato en el que se hace hincapié en el consumo de los bienes de la naturaleza (ciervos, palomas, peces...) por parte de los pioneros como un acto «natural» y consustancial a la expansión hacia el Oeste. En este sentido, puede decirse que se otorga primacía a la búsqueda de un beneficio inmediato para el hombre y al progreso humano sobre los recursos naturales, cuya explotación se considera como una consecuencia lógica de la extensión de la civilización. De todos modos, Cooper deja entrever que los recursos naturales son finitos y que el precio a pagar por el progreso puede ser demasiado alto (Erisman: 16). Autores posteriores como Bret Harte, con sus relatos breves sobre los campos mineros en California, incidirán en esta explotación desordenada de los bienes naturales durante la conquista del Oeste, mostrando incluso la presencia de los residuos de dicha explotación, de la basura abandonada 6 , como un elemento inherente a la extensión del progreso y a la indiferencia de los seres humanos hacia su entorno natural. Estos relatos en los que predomina una perspectiva antropocéntrica sobre la naturaleza, de acuerdo con los estereotipos más clásicos de la mitología fronteriza, coexisten a lo largo del siglo XIX con narraciones que ofrecen otras visiones sobre el medio natural en el Oeste norteamericano, teniendo cabida en ellas elementos tales como la celebración
« L o que no es util, es maligno.» Ver, por ejemplo, « M r s . Skaggs's H u s b a n d s » o « T h e Fool of Five F o r k s » (Harte: 92,408). 5 6
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estética, la precisión científica, las huellas físicas y psicológicas del contacto con los elementos naturales o las preocupaciones de corte ecologista. Esta variedad de perspectivas sobre la naturaleza resulta especialmente notable en la narrativa de no ficción de este período, en la llamada nature writing (literatura de la naturaleza). Se trata fundamentalmente de ensayos filosófico-literarios y relatos autobiográficos en los que sus autores observan la naturaleza y reflexionan sobre las enseñanzas que esta nos ofrece y sobre la interacción entre la humanidad y su entorno. Como señala Frank Bergon (1993: 3), aunque incluyan consideraciones de tipo científico, el propósito de estas obras es fundamentalmente literario ya que sus autores logran transmitir con éxito la experiencia de participar directamente en la vida de la naturaleza en un estado básicamente puro o primitivo. Ciertamente el Oeste existió como texto antes que como espacio geográfico para muchos norteamericanos que se familiarizaron con una serie de construcciones literarias sobre este territorio antes de tener la oportunidad de conocer físicamente dicho espacio geográfico. En algunos casos los estereotipos literarios en torno al Oeste fueron creados por autores del Este que en cierto modo «orientalizaron» este territorio, convirtiéndolo con frecuencia en un símbolo de la naturaleza en su estado más primitivo y en una fuente de regeneración espiritual. De hecho, el mito del Oeste como paraíso terrenal es incluso evocado por afamados autores del siglo XIX, como Henry David Thoreau que, aunque jamás viajaron a este territorio, se identificaron emocionalmente con él atribuyéndole la condición de espacio natural por excelencia. Sirva como ejemplo el siguiente pasaje de «Walking»: «Eastward I go only by forcé; but westward I go free. [...] I believe that the forest which I see in the western horizon stretches uninterruptedly toward the setting sun, and there are no towns or cities in it of enough consequence to disturb me» (Thoreau 2002: 188)7. Esta imagen arcádica del Oeste será popularizada por viajeros y exploradores de este territorio que en sus relatos mostrarán este territorio como la tierra prometida o el jardín del Edén.
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«Hacia el este voy solo a la fuerza; pero al oeste voy de buen grado. [...] Creo que el bosque que veo en el horizonte al oeste se extiende sin interrupción hacia el sol poniente, y no hay allí pueblos o ciudades de consideración que puedan molestarme.»
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Así, por ejemplo, autores como Timothy Flint (Recollections of the Last Ten Years, 1826) o John Charles Frémont (Report ofthe Exploring Expedition to the Rocky Mountains in the Year 1842, and to Oregon and California in the Years 1843-'44, 1845) insistirán en esta visión bucólica y romántica del Oeste, aunque algunos escritores, como C.W. Dana (The Garden ofthe World; or The Great West, 1856), incidirán en la necesaria intervención de los pioneros para «domesticar» esta naturaleza en estado primitivo. Las constantes referencias en la mayoría de estos relatos al wilderness, a una naturaleza no alterada por la civilización, hacen que esta literatura se distancie de las tradicionales narraciones pastoriles europeas. Incluso desde un punto de vista terminológico a la hora de referirnos a la literatura del Oeste en general no resulta muy apropiado el uso del adjetivo «pastoril» puesto que se trata de una literatura que en general glorifica la figura del vaquero, relegando a los pastores a un lugar secundario cuando no otorgándoles el papel de villanos y rivales por antonomasia de los vaqueros. Esta visión arcádica de los espacios naturales del Oeste a menudo coexiste en el siglo XIX con una imagen más equilibrada o realista acerca de dichos espacios, en la que tienen cabida sentimientos contrapuestos como el éxtasis o el temor. Así, por ejemplo, merece la pena destacar uno de los testimonios más notables de este período, los diarios de Lewis y Clark8, los dos militares a los que el presidente Jefferson encargó a principios de siglo la misión de explorar el Oeste desde el río Missouri hasta la desembocadura del Columbia en el Pacífico. Es una obra en la que se hace hincapié en el carácter épico de esta expedición y en la novedad que supone para sus autores la inmersión en un territorio hasta entonces apenas hollado por el hombre blanco. Son unos diarios en los que hay lugar para la celebración estética y el asombro ante las nuevas especies vegetales y animales que descubren Lewis y Clark. Sin embargo, para estos exploradores el Oeste no es un jardín bucólico exento de peligros y contratiempos. De hecho, en su caso no puede hablarse de una visión romántica de la naturaleza del Oeste, sino más bien de un
Dichos diarios fueron escritos a principios del siglo XIX y se publicaron de forma parcial en dicho siglo, aunque la versión íntegra de los mismos (8 volúmenes) no apareció hasta 1 9 0 4 - 1 9 0 5 con el título de The journals of Lewis and Clark. 8
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enfoque realista puesto que son numerosas las referencias a las extremas condiciones del mundo natural en el que se ven inmersos. Es un territorio en el que la naturaleza resulta a menudo un obstáculo para los seres humanos, frecuentemente en forma de fenómenos metereológicos adversos, de animales salvajes potencialmente peligrosos o de elementos naturales que impiden su progreso. Sirva como ejemplo la siguiente referencia de Meriwether Lewis a una cadena de montañas como «that icy barrier which separates me from friends and Country, from all which makes life esteemable» (Bergon, 1993: 5) 9 . Esta actitud ambivalente hacia el medio natural en el Oeste, como fuente de placer estético, pero también como barrera e incluso amenaza para los seres humanos, será compartida por otros autores de la época como Washington Irving (.Astoria, 1836 y The Adventures of Captain Bonneville, 1837) o Mary Hallock Foote, autores ambos que recrearán en sus relatos el área de Snake River, en el sur de Idaho. Durante el siglo XIX uno de los testimonios más interesantes sobre la inmersión en la naturaleza del Oeste nos lo ofrece John Muir en The Mountains of California (1894), relato en el que este autor de origen escocés nos transmite su devoción por la naturaleza en su estado más primitivo desde su perspectiva de geólogo, botánico y montañero. Muir no solo se limita a rechazar las visiones mercantilistas de la naturaleza (por ejemplo, el concepto de los bosques del Oeste como una fuente inagotable de madera), sino que otorga a los espacios naturales una posición de privilegio, ensalzando the majesty of the inanimate (la majestad de lo inanimado). El ecocentrismo de Muir es tal que ni siquiera los elementos naturales tradicionalmente considerados como adversos para los seres humanos le hacen abandonar su exaltación de la naturaleza. De hecho, para Muir las tormentas, los vientos o las inundaciones no son considerados como fenómenos negativos, sino que son recibidos como elementos naturales con los que los seres humanos no solo deben aprender a convivir, sino que también pueden disfrutar. Véase, por ejemplo, la siguiente descripción de Muir de su encuentro con una tormenta: «[...] when the storm began to sound, I lost no time in pushing out into the
9 «Esa barrera helada que me separa de mis amigos y de mi país, de todo lo que hace que la vida merezca la pena.»
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woods to enjoy it. For on such occasions Nature has always something rare to show us» (253 )10. En su descripción de los espacios naturales y, en particular, de Yosemite, Muir emplea un lenguaje con un fuerte componente religioso o espiritual que hace que se pueda hablar incluso de la exposición en su obra de una teología de corte panteísta (Garrard 2004: 67-69), en la que se otorga la noción de «sagrado» a todos los elementos naturales, se ensalzan los espacios abiertos por su poder terapéutico y se ridiculizan las visiones antropocéntricas tradicionales sobre la naturaleza. Aunque el lenguaje excesivamente ornamentado e hiperbólico de Muir pueda resultar un tanto recargado y repetitivo, su obra tiene el mérito de situar en primer plano las perspectivas ecocéntricas y anticipar el futuro protagonismo de los planteamientos conservacionistas en la literatura sobre el Oeste norteamericano. De hecho, los escritos sobre la naturaleza de Muir están en consonancia con su compromiso personal con el movimiento conservacionista, ejemplificado por su papel activo en la lucha por convertir Yosemite en parque nacional y en su labor como presidente fundador del Sierra Club (organización pionera del conservacionismo en los EE.UU., fundada en 1892) durante 22 años. N o podemos cerrar esta relación de autores del siglo XIX que destacan por sus relatos de no ficción sobre sus experiencias personales en los espacios naturales del Oeste norteamericano sin, al menos, nombrar a escritores como Thomas Nuttall, John Kirk Townsend, Alexander Philip Maximilian, Osborne Russell, Howard Stansbury, William Henry Brewer, George Catlin, John James Audubon, Francis Parkman, Clarence King, Clarence Dutton, Isabella Bird, o John Wesley Powell. De todos ellos, quizás el más interesante pueda resultar Powell puesto que su Exploration of the Colorado River of the West (1875) resalta la aridez como un componente esencial del ecosistema del Oeste, haciendo hincapié en la necesaria adaptación de los seres humanos a las características de dicha tierra. Como señala Donald Worster (1994: xi), se trata de un proceso similar al que hoy en día defienden los «bio-regionalistas», en el cual la región o territorio es el resultado del diálogo entre cultura y naturaleza. « C u a n d o empezó la tormenta, no perdí el tiempo y salí al bosque para disfrutar de ella, ya que en tales ocasiones la naturaleza siempre tiene algo especial que mostrarnos.» 10
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Los planteamientos ecocentristas de Powell y su incidencia en la aridez como un elemento consustancial al Oeste americano (de hecho, esta condición caracteriza prácticamente a dos tercios del territorio) tendrán su continuación y alcanzarán mayor resonancia en las primeras décadas del siglo XX través de los relatos de no ficción de autores como John C. Van Dyke y Mary Austin, creadores de una auténtica «estética del desierto». Van Dyke con su obra The Desert (1901) fue pionero en reivindicar la belleza del desierto del suroeste de los EE.UU., apartándose de la tradicional veneración por los espacios verdes como símbolo por excelencia de la naturaleza. Como señaló Wallace Stegner en un ensayo de 1972 («Thoughts in a Dry Land»), para poder apreciar la belleza del desierto resulta necesario superar la habitual identificación de lo bello con lo verde. Esto es lo que logra precisamente Van Dyke, cuyo interés en el desierto no es meramente estético, sino también de inspiración conservacionista, ya que defiende la necesidad de preservar los desiertos como el pulmón natural del Oeste. Aunque su retrato del suroeste como un territorio apenas afectado por el avance de la civilización resulta cuando menos bastante discutible (Wild: 132), con The Desert Van Dyke consigue transformar los tradicionales prejuicios negativos hacia las zonas áridas del Oeste americano. En su visión del mundo natural no ha lugar para el antropocentrismo (de hecho, los seres humanos brillan por su ausencia en The Desert) y puede decirse que su perspectiva ecocéntrica sobre la naturaleza en el Oeste americano se asemeja bastante a la de Muir, tal y como se pone de manifiesto en la vehemencia con la que defiende en dicha obra la existencia de una ley natural que equipara a los seres humanos con los elementos naturales no-humanos: «Will the human never learn that in the eye of the law he is not different from the things that creep?» (280)11 La reivindicación estética y ecológica de las tierras desérticas del suroeste de los EE.UU. constituye también el eje central de la obra de Mary Austin, The Land ofLittle Rain (1903). Para Austin estas zonas áridas no son el destino de una expedición exploratoria o un refugio temporal de la civilización, sino su hogar, el territorio donde vive y sobre
«¿Nunca aprenderá el ser humano que a los ojos de la ley [natural] no es diferente de las criaturas que se arrastran?» 11
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el que puede hablar con conocimiento de causa. Su celebración de las cualidades estéticas del desierto se diferencia de la de Van Dyke, entre otros aspectos, por el protagonismo que adquieren los seres humanos en su obra. El reconocimiento del papel humano en el desierto no implica, sin embargo, que Austin defienda una visión antropocéntrica de la naturaleza, sino que existe una interacción continua entre la cultura humana y el medio natural (Norwood: 334). De hecho, los protagonistas humanos de The Land ofLittle Rain (nativo-americanos, mejicanos y blancos pobres, principalmente) son seres que han aprendido a vivir en armonía con la tierra y que son conscientes de su dependencia de la misma porque, después de todo, la tierra forma parte de su propio ser. Como Austin señala en una obra posterior, en The Land ofjourney's Ending (1924): «Man is not himself only [...] He is all that he sees; all that flows to him from a thousand sources. He is the land, the lift of its mountain lines, the reach of its valleys.» (1983: 437)12 Una de las principales aportaciones de los escritos de Austin sobre el desierto lo constituye su deconstrucción de la habitual representación de la naturaleza como un espacio femenino, pasivo y virginal, víctima potencial de la explotación y abuso de los hombres (Taylor 1994: 119-132). Del mismo modo, las mujeres pioneras de Austin, aunque puedan sentir un odio implícito hacia un entorno natural aparentemente hostil, ejemplificado por el desierto de Mojave (Norwood/Monk: 1), no son seres indefensos y vulnerables, irrevocablemente destinados a sufrir física o mentalmente por su incapacidad para hacer frente a la naturaleza en su estado más primitivo (Nelson: 44-57). De hecho, Austin reivindica un lugar para la mujer en el desierto del Oeste y pone en tela de juicio la tradicional oposición entre los espacios abiertos naturales, considerados como el dominio del hombre, y los espacios domésticos cerrados, reservados a las mujeres. Los planteamientos innovadores de Austin sobre el medio natural también se extienden a su representación de algunos animales, particularmente, las ovejas, que en The Flock (1906) son consideradas como un elemento positivo para el medio natural, a la vez que se rebaten argumentos de anteriores autores, como Muir, que cuestionaban su inteligencia y criti-
12 «El hombre no es solo él [...] Es todo lo que ve, todo lo que fluye hacia él desde mil fuentes. Es la tierra, la altura de sus montañas, la extensión de sus valles.»
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caban su «domesticidad». Las obras de Austin ambientadas en el suroeste no se limitan a defender la conservación de los elementos no-humanos del mismo, sino que también exponen la necesidad de velar por los derechos de los seres humanos que lo pueblan (en particular, de sus habitantes originarios), en definitiva, de proteger el modo de vida rural tradicional de las tierras áridas del Oeste 13 . En la primera mitad del siglo XX la naturaleza del Oeste americano no solo es objeto de atención en relatos de no ficción, sino que también tiene una amplia representación en la ficción ambientada en este territorio, observándose, y aun a riesgo de generalizar en exceso, la presencia de dos corrientes dominantes: la primera es una perspectiva básicamente antropocéntrica, mientras que la segunda concede mayor protagonismo a la naturaleza, influyendo esta en los protagonistas y en la trama. El antropocentrismo es el modo característico de la literatura popular de este período, pudiéndose hablar en este sentido de una línea de continuidad con respecto a la narrativa popular del siglo anterior. Incluso en los autores de más calidad dentro de este género, como Owen Wister o Zane Grey, se aprecia la fidelidad a las visiones tradicionales de corte utilitarista sobre la naturaleza, de acuerdo con los estereotipos clásicos de la mitología fronteriza. Así, por ejemplo, en The Virginian (1902) Wister retrata a los protagonistas explotando las riquezas minerales del Oeste, sin reparar en las consecuencias medioambientales de sus actos. Esta indiferencia medioambiental también está simbolizada por la basura abandonada por los pioneros a lo largo del camino, un acto que para Wister, a pesar de su antropocentrismo, es objeto de lamentación ya que de algún modo anticipa la desaparición del mundo natural del viejo Oeste ante el empuje de la civilización (Erisman: 19). De un modo similar, las novelas de Zane Grey, a pesar de centrarse fundamentalmente en los protagonistas humanos y relegar a la naturaleza a un papel secundario (predomina, sobre todo, la celebración estética de los escenarios naturales), también incluyen algunas referencias críticas a las consecuencias negativas de la acción del hombre sobre el medio natural, como sucede, por ejemplo, con el exterminio de los búfalos en The Thundering Herd (1925).
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C o m o señala Lawrence Buell, en The Land of Little Rain Austin parece privilegiar las culturas nativo-americana y chicana sobre la anglo-americana (2001: 79-80, 175).
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La preocupación por la naturaleza será más acusada en estas primeras décadas del siglo XX entre los autores de novelas del Oeste de mayor calidad, alejadas de los lugares comunes del western. Tal es el caso, por ejemplo, de escritores como Jack London, John Steinbeck, Walter Van Tilburg Clark o Willa Cather. Así, por ejemplo, London ha pasado a la historia literaria fundamentalmente por su representación del poder de la naturaleza en sus novelas árticas, especialmente en The Cali of the Wild (1903) y White Fang (1906). En estas novelas London muestra su fascinación por Alaska y el área del Yukón, territorios convertidos en la última frontera, en espacios donde se rinde culto al primitivismo y donde la naturaleza es un elemento hostil para el hombre, cuya fragilidad contrasta vivamente con la fortaleza y grandiosidad de los elementos naturales. Se destaca asimismo la adaptación al medio como factor clave en la lucha por la supervivencia, eje central de estas novelas, que reflejan a menudo la influencia de autores como Charles Darwin o Herbert Spencer. London también escribió otras obras no tan populares ambientadas en California, por ejemplo, The Valley of the Moon (1913), donde presenta una visión casi idílica de la vida rural en el Oeste, a la vez que reivindica una agricultura basada en la utilización racional de los recursos naturales. Por lo que se refiere a John Steinbeck, aunque no pueda decirse que su novela más famosa, The Grapes of Wrath (1939), sea un modelo de ecocentrismo, ya que se trata más bien de un relato de características antropocéntricas, con una perspectiva básicamente humanista, sí que merece la pena destacar la lucha de sus protagonistas por preservar la integridad ecológica de una región amenazada por los intereses económicos de la civilización (Poland 1991: 199). De igual modo, en las novelas de Walter Van Tilburg Clark, por ejemplo, en The Ox-Bow Incident (1940), cabe subrayar las trágicas consecuencias que se derivan de los intentos de sus protagonistas de imponer un orden moral a una naturaleza que se muestra indiferente a estos esfuerzos humanos (Folsom: 129). Willa Cather, por su parte, ofrece una visión pastoril de la frontera, cuya idealización se combina con el realismo, al reconocer también la presencia en el mismo del mal, simbolizada por la violencia, aunque esta habitualmente permanece bajo un cierto control o sus consecuencias se minimizan (Dyck: 58-62). En general, Cather centra su atención en las historias humanas, pero sus novelas también tienen el poder de situar en un primer plano el papel de la naturaleza del Oeste,
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tanto si se trata de retratar las praderas del medio Oeste como los desiertos del suroeste. Así, por ejemplo, en O Pioneers! (1913) rompe con la tradicional visión mercantilista de la naturaleza, planteando un modelo de relación entre los seres humanos y la naturaleza basado en la utilización de la agricultura de forma no agresiva para el medio natural y teniendo en cuenta el beneficio de toda la comunidad en lugar del provecho individual. En esta novela Cather también se aleja de los planteamientos antropocéntricos más clásicos de la mitología fronteriza, al presentar a su protagonista femenina, Alexandra Bergson, estrechamente unida a la tierra. Incluso algunos críticos (Garrard: 54) han hablado de una relación erótica de corte lesbiano entre Alexandra y el paisaje de Nebraska. En The Professor's House (1925) y, sobre todo, en Death Comes for the Archbishop (1927) Cather recorre escenarios semejantes a los descritos por Mary Austin, aunque su perspectiva no es la de una habitante del lugar, sino la de una visitante de las tierras áridas del suroeste. En estas novelas, como subraya Melanie L. Simo (89), el modo en el que los personajes perciben los escenarios naturales resulta especialmente significativo para entender los diversos dramas humanos que en ellas se narran. A partir de la segunda mitad del siglo XX la narrativa del Oeste se caracteriza por su creciente interés en resaltar el coste medioambiental que supone el progreso, reivindicándose con frecuencia la necesidad de una ética medioambiental que asegure el equilibrio entre la preocupación por el bienestar de los seres humanos y la conservación de la naturaleza. El Oeste se aleja progresivamente del estereotipo de paraíso virginal o edénico y se hace hincapié en la irrupción de la tecnología en los escenarios naturales (en la presencia de the machine in the garden, término popularizado por Leo Marx en su famoso estudio crítico de 1964 The Machine in the Garden: Technology and the Pastoral Ideal in America). La rápida contaminación del aire y del agua, la desaparición de espacios naturales ante la expansión desordenada de las ciudades (en este sentido, no podemos olvidar que el Oeste de la segunda mitad del siglo XX es fundamentalmente un territorio urbano, donde más de dos tercios de sus habitantes viven en ciudades), y la explotación indiscriminada de los recursos minerales de la región son factores que contribuyen a la progresiva desaparición del mito del Oeste como reserva natural de los EE.UU., fuente inagotable de recursos y espacio de libertad y renovación personal
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y comunal con funciones terapéuticas para el hombre. La narrativa del Oeste de este período acogerá un discurso renovado, caracterizado por el auge de los planteamientos ecologistas y conservacionistas, que si bien ya estaban presentes, como hemos visto, en autores anteriores, a partir de la segunda mitad del siglo XX cobrarán mucho mayor protagonismo y otorgarán un papel central a la naturaleza en los relatos contemporáneos del Oeste norteamericano. De hecho, en el creciente desarrollo del nature writing (literatura de la naturaleza) en los Estados Unidos los autores del Oeste han brillado con luz propia, aunque, como nos recuerda Glen A. Love (237), los temas ecologistas no pueden reducirse únicamente a un plano regional, sino que tienen una dimensión global. Uno de los autores que juega un papel más destacado en la expansión del ecocentrismo en la literatura del Oeste americano es Aldo Leopold, considerado como el padre del ecocentrismo moderno (Buell 1995: 137-138) por su landethic (ética de la tierra), una visión de la naturaleza que propone en Sand County Almanac (1949), relato de no ficción ambientado en Wisconsin, y que le lleva a ampliar las fronteras tradicionales del concepto de comunidad para incluir en esta a elementos nohumanos como el agua, los animales o las plantas. Los planteamientos de Leopold pueden ser considerados como un anticipo de la ecosofía por su insistencia en la estrecha interrelación entre seres humanos y nohumanos14 y en el valor intrínseco de todos los integrantes de la naturaleza, rechazando las tradicionales jerarquías que subordinaban los elementos vivos no-humanos al servicio del hombre. Esta perspectiva ontològica ecocéntrica defiende la necesidad de cambiar la relación de los seres humanos con su entorno natural, planteando un compromiso ético o moral que rechaza la visión del hombre como «conquistador de la naturaleza» y reivindica su papel de «ciudadano biòtico», consciente de pertenecer a la naturaleza y obligado a abandonar las tentaciones antropocéntricas para aprender «a pensar como una montaña» (Leopold 1968:129-133) y así garantizar la supervivencia de su medio natural. Su filosofía ecologista se reduce en términos del bien y el mal a un planteamiento muy simple: «A thing is right when it tends to preserve 14
Recordemos, en este sentido que la primera ley de la ecología, formulada por Barry Commoner, establece la interconexión entre todos los elementos. Véase Rueckert (1996: 108,112).
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the integrity, stability, and beauty of the biotic community. It is wrong when it tends otherwise» (224-225)15. Los postulados ecocentristas de Leopold tendrán su continuidad en autores de las décadas siguientes como Wallace Stegner o Edward Abbey, aunque cada uno de ellos desarrolla su particular visión de la relación entre los seres humanos y su entorno natural. Así, por ejemplo, el ensayista y novelista Stegner, además de mostrarse muy crítico con la imagen popular del Oeste como «jardín del mundo», hace hincapié en la explotación desordenada de los recursos naturales de la región: «[...] from the very beginning Americans approached the West not as the Children of Israel approached the Land of Canaan [...] but as Egyptian grave robbers might approach the tomb of a pharoah» (Holthaus: 227) 16 . Frente a estas actitudes utilitaristas, Stegner insiste en la fragilidad del ecosistema del Oeste y defiende la necesidad de preservar aquellas áreas de esta región todavía no afectadas por el avance del progreso, tal y como expresa en su famoso ensayo «Coda: Wilderness Letter» (1960), donde compara al progreso con un monstruo que no solo ha empobrecido espiritualmente a los seres humanos, sino que también se ha convertido en una amenaza para su supervivencia (1985: 516). En este ensayo Stegner nos recuerda además la función terapéutica y rejuvenecedora que la naturaleza en su estado más puro ha tenido históricamente para los norteamericanos, para los que sigue siendo un componente fundamental de su geography of hope (geografía de la esperanza) (519). En ensayos posteriores como The American West as a hiving Space (1987) Stegner reivindica la aridez como componente consustancial y distintivo de la mayor parte del Oeste (1987: 6-10) y la necesaria adaptación de los seres humanos a dicho ecosistema (23-27), rechazando la introducción de elementos artificiales, como los pantanos, que puedan alterar radicalmente tales condiciones naturales (50). El conservacionismo de Stegner resulta bastante menos radical que los planteamientos defendidos por Edward Abbey, autor quien, a pesar
15 «Algo es bueno cuando favorece la preservación de la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biòtica. Es malo cuando tiende a lo contrario.» 16 « [ . . . ] desde el principio los norteamericanos se acercaron al Oeste no como los hijos de Israel se acercaron a la tierra de Caná [ . . . ] , sino como ladrones de tumbas egipcias ante la tumba de un faraón.»
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de haber escrito varias notables novelas ambientadas en el Oeste, ha alcanzado una posición de privilegio en la literatura norteamericana principalmente por sus ensayos sobre la naturaleza en este territorio, sobre todo, por Desert Solitaire (1968), obra donde narra sus experiencias como guarda forestal en el Monumento Nacional Arches en Utah. Este libro destaca, entre otras cuestiones, por su pluralidad de significados. Así, por un lado, puede interpretarse como una elegía por un ecosistema en vías de desaparición por el impacto del progreso y la inmigración masiva en el suroeste. Por otra parte, el libro se inscribe también en la más pura tradición de la reivindicación de una estética del desierto17, de la belleza de un entorno natural cuya aridez no es vista como un obstáculo para su disfrute ni tampoco como un elemento a transformar: «there is no shortage of water in the desert but exactly the right amount» (Abbey 1968: 126)18. Además, Desert Solitaire constituye toda una proclama en defensa de la preservación de la naturaleza en su estado más puro, aduciendo incluso para ello razones de tipo político ya que atribuye a esta naturaleza la condición de refugio frente a los gobiernos autoritarios (130). A la utilización de argumentos políticos para defender su eco-visión se une además una perspectiva biocéntrica que sitúa a los seres humanos no solo en una estrecha interconexión con el resto de los seres integrantes del medio natural, pues «all living things on earth are kindred» (21)19, sino incluso en ocasiones en un plano de inferioridad respecto a otras especies: «I prefer not to kill animals. I'm a humanist; I'd rather kill a man than a snake» (17)20. Afirmaciones como la anterior han convertido a Abbey en un escritor polémico, definido con epítetos tales como «anarquista agrario», «terrorista ecológico», «radical», «iconoclasta» (Bergon 1994: 334; Scheese: 304). La polémica sobre su obra aumentó considerablemente en 1975 con la publicación de su novela
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En este sentido puede hablarse de la influencia en Abbey de autores como John Wesley Powell, Mary Austin, John C. Van Dyke o Joseph Wood Krutch. Véase Scheese (302-305). 18 « N o hay escasez de agua en el desierto, sino que no hay ni más ni menos que la necesaria.» 19 «Todos los seres vivos sobre la tierra son parientes.» 20 «Prefiero no matar animales. Soy humanista; preferiría matar a un hombre antes que a una serpiente.»
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The Monkey Wrench Gang, obra en la que retrata con bastante sentido del humor a un grupo de ecologistas radicales dispuestos a utilizar la violencia para frenar el avance de la civilización en el Oeste. Dichos ecologistas defienden planteamientos biocentristas que justifican el recurso al sabotaje (ejemplificado por su plan para volar el pantano de Glen Canyon) como una forma de venganza válida ante la destrucción del medio natural del Oeste. Esta y otras obras de corte semejante consolidaron la posición de Abbey como «eco-gurú» del último cuarto del siglo XX (Campbell 2000: 47) y sirvieron de inspiración a movimientos ecologistas radicales como Earth First!, grupo fundado en 1980 que desde planteamientos biocentristas y apocalípticos se centra en la preservación del medio ambiente a través de la acción directa, y con el que el propio Abbey colaboraría en diversas ocasiones. A pesar de la extraordinaria difusión y popularidad de los postulados ecologistas de Abbey, tampoco han faltado las críticas a los mismos. Estas críticas han hecho referencia a aspectos tales como su radicalismo violento, su excesivo tradicionalismo a la hora de abordar cuestiones de género (de hecho, en Desert Solítaire reproduce el concepto clásico de la naturaleza como un elemento femenino objeto del deseo masculino), el escaso protagonismo de las mujeres y de las minorías étnicas en su eco-visión, y la ausencia de referencias al impacto de la energía nuclear en el Oeste (Campbell 1999: 24), con excepciones como el capítulo 6 («MX») de su ensayo Dotvn the River (1982). Dichas críticas, sin embargo, no han hecho disminuir el interés por la producción literaria de Abbey, hasta el punto de que hoy en día se le considera como una de las principales referencias de la literatura de la naturaleza contemporánea, aunque él irónicamente en el prefacio a la edición de 1988 de Desert Solitaire rechazase la consideración de nature loriter. «this is a title I have not earned, never wanted, do not enjoy» (12)21. Uno de los temas escasamente representados en la obra de Abbey, la cuestión del Oeste nuclear, centrará, precisamente, el interés de un buen número de autores de las últimas décadas (Frank Waters, J. G. Ballard, Frank Bergon, Richard Miller, James Conrad, Rebecca Solnit, Terry
21 «Ese es un título que n o me he ganado, que n u n c a he querido, y del que no disfruto.»
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Tempest Williams, William Kittredge, Mike Davis, Dayton Duncan, Carole Gallagher y otros) que exploran en sus novelas o ensayos el impacto del desarrollo de la tecnología nuclear sobre la naturaleza en un Nuevo Oeste, incidiendo en cuestiones tales como los efectos de la radiación, la militarización de la tierra, los peligros de un holocausto nuclear o el futuro de los residuos tóxicos. Uno de los principales testimonios de esta «narrativa nuclear» lo constituye la obra de Terry Tempest Williams Refuge: An Unnatural History of Family and Place (1991), un relato de no-ficción en el que Williams entrelaza con maestría una doble trama: la amenaza que supone la crecida de las aguas del Gran Lago Salado para su entorno natural (en particular, para su reserva ornitológica) y los efectos del cáncer en las mujeres de la familia Williams, una enfermedad cuyo origen se relaciona con las pruebas nucleares en Nevada durante los años cincuenta. Williams no se limita a mostrar la interdependencia entre el medio ambiente y las comunidades humanas, elementos ambos amenazados por las consecuencias «no-naturales» del progreso desordenado, sino que su obra destaca por la pluralidad de significados. Así, por un lado, Refuge p u e d e considerarse como una aportación más a la denuncia de la marginación política, cultural y medioambiental del desierto, convertido en un mero espacio vacío, en un lugar cuyo ecosistema (incluyendo su escasa población humana) es sacrificado al servicio de los intereses militares de los Estados Unidos y, en particular, de su tecnología nuclear. En la obra, por ejemplo, se incluye el siguiente comentario de un oficial de la Comisión de Energía Atómica acerca del desierto entre St. George (Utah) y Las Vegas (Nevada): «It's a good place to throw used razor blades» (242 )22. Williams no solo reivindica el valor ecológico y estético del desierto, en la línea de otros autores citados a lo largo del presente artículo, sino que también desarrolla una perspectiva ecofeminista que le permite establecer un paralelismo entre la explotación de la tierra y los padecimientos físicos de las mujeres de su familia. En efecto, la tierra y las mujeres aparecen como víctimas del androcentrismo moderno, de unas instituciones patriarcales (el gobierno, la familia, la religión y las tradiciones mormonas...) 23 que 22
«Es un buen lugar para tirar cuchillas de afeitar usadas.» La crítica de Williams a las instituciones patriarcales culturales no es meramente unidimensional, sino que también se hace referencia a su propia participación, aun23
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les han subyugado y condenado a sufrir circunstancias «anti-naturales» cuya consecuencia última es una muerte «no natural». Refuge es una obra donde la crítica política, el mensaje feminista, la exploración de la espiritualidad y la reivindicación ecologista se entrelazan para defender una nueva relación entre los seres humanos y el lugar que habitan, basada en el firme convencimiento de que su destino está íntimamente unido y en la necesidad de hacer frente a una degradación medioambiental que pone en peligro el futuro de ambos: «The Earth is not well and neither are we. I saw the health of the planet as our own» (262-263 )24. Junto a Refuge, en la llamada «narrativa nuclear» del Oeste merece la pena destacar, entre las obras publicadas en las últimas décadas, la novela de Frank Bergon The Temptations of St. Ed and Broth er S. (1993). Bergon es autor de otra novela sobre temas medioambientales, Wild Game (1995), en la que se incluyen referencias a las víctimas de las pruebas nucleares en Nevada durante los años cincuenta, con un énfasis especial en la traición de las autoridades federales a sus propios ciudadanos, sacrificados en aras de los intereses nacionales durante la Guerra Fría: «Now everyone knew that the war had actually happened against Americans themselves. Jack's uncle had died of thyroid cancer ten years ago» (271)25. De todos modos, el asunto del Oeste nuclear que centra la atención de Bergon es la controversia actual sobre el almacenamiento de los residuos radioactivos. En concreto, su novela The Tempations of St. Ed and Brother S. refleja la creciente oposición en Nevada a los planes para construir un cementerio radioactivo en Yucca Mountain, un lugar situado a unos 100 kilómetros al norte de Las Vegas y considerado como territorio sagrado por las tribus indias Shoshone y Paiute. La novela incide en el desprecio hacia territorios desérticos del Oeste considerados como zonas de sacrificio nacional y en el racismo medioambiental hacia sus habitantes. Además, Bergon, al igual que Terry Tempest Williams u otros autores contemporáneos de renombre como Barry Lopez o, especialmente, Annie Dillard, se adentra en el terreno de la que sea a veces de forma inconsciente, en dichas instituciones. Véase Kircher (158171). 24 «La Tierra no está bien y nosotras tampoco. Vi la salud del planeta como la nuestra.» 23 «Ahora todo el mundo sabía que la guerra ya había tenido lugar contra los propios norteamericanos. El tío de Jack había muerto de cáncer de tiroides hacía diez años.»
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eco-espiritualidad, al unir la problemática medioambiental con la búsqueda de un sentido transcendente a la vida. De hecho, los protagonistas principales de su novela son un grupo de monjes que buscan en el desierto de Nevada un refugio de las tentaciones del mundo moderno. Bergon contrapone su reivindicación de la vida «natural» y su búsqueda de un auténtico sentido religioso a través de la comunión con la naturaleza con un mundo «post-natural» donde la explotación desordenada de los recursos en nombre del progreso ha dado lugar a una sociedad «tóxica», incapaz de absorber los desechos que ella misma genera. La novela de Bergon nos muestra un Nuevo Oeste26 donde la práctica tradicional de la extracción de los recursos naturales se ve irónicamente sustituida por la necesidad de encontrar un lugar donde enterrar la basura radioactiva, cuyo potencial destructor muestra el deterioro medioambiental de la región. Frente a la tentación de la huida hacia delante basada en la fe ilimitada en el progreso tecnológico y frente a la reivindicación de una utópica comunión con la naturaleza a través de una regeneración espiritual de acuerdo con antiguas prácticas religiosas o con tradicionales cosmologías nativo-americanas, Bergon defiende una postura «sinergista» basada en la necesaria convivencia e integración de tecnología, espiritualidad y ecología en un único escenario. Después de todo, como señala St. Ed, el principal protagonista de la novela de Bergon, «[...] there is only one world. Not a profane world over here and a sacred over there. One world. A world of many levels and depths» (305)27. La preocupación por el deterioro medioambiental del Oeste contemporáneo también ocupa un lugar preferente en la narrativa de autores pertenecientes a diversas minorías étnicas, que con frecuencia abordan esta temática desde la perspectiva de la justicia medioambiental. Se trata 26 Ciertamente el término « N u e v o Oeste» p u e d e resultar un tanto problemático porque el Oeste americano siempre ha sido representado como un lugar nuevo, como una tierra de o p o r t u n i d a d e s , esperanzas y sueños (Campbell 2000: 1). Sin embargo, habitualmente se utiliza dicho término para describir al Oeste que tras la Segunda Guerra Mundial experimenta un crecimiento demográfico significativo y el auge de fenómenos tales como la expansión industrial, el desarrollo u r b a n o o la immigración. Es un Oeste que además revisa su propia historia con movimientos tales como «The New Western History», particularmente críticos con el tradicional culto a la mitología fronteriza. 27 «Solo existe un m u n d o . N o un m u n d o p r o f a n o aquí y otro sagrado allí. Un mundo. Un mundo de muchos niveles y profundidades.»
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de relatos que deconstruyen la mitología fronteriza tradicional y cuentan historias alternativas o silenciadas que dejan con frecuencia al descubierto el racismo medioambiental imperante en Norteamérica. De hecho, por ejemplo, un informe de 1987 citado por Joni Adamson (2001: xvi) señalaba que en los EE.UU. el 60% de los afro-americanos y latinos, y más del 50% de los asiático-americanos y de los nativo-americanos vivían en zonas donde existían uno o más vertederos tóxicos incontrolados. En el caso concreto de la literatura del Oeste contemporáneo son la minoría nativo-americana y la latina las que mostrarán una mayor preocupación por los temas medioambientales. La primera de estas minorías tradicionalmente ha aparecido como estrechamente identificada con la tierra que habitan, considerada por los indios como un espacio de armonía e interacción, una visión que contrastaba vivamente con el valor primario que los pioneros blancos otorgaban al Oeste de acuerdo con la mitología fronteriza clásica, el de territorio a conquistar en nombre del progreso. Esta identificación de los indios con una forma de vida más primitiva y «natural» donde el respeto al medio ambiente nace de la propia identificación de los nativos con su entorno natural dio lugar al mito del «indio ecológico», un estereotipo cultural que se remonta al siglo XVI y que de hecho fue creado por los colonos europeos, aunque con frecuencia fue asumido como un motivo de orgullo propio por las comunidades indias (Garrard: 125). La literatura nativo-americana contemporánea a menudo profundiza en este estereotipo y reivindica una relación privilegiada y armoniosa con la naturaleza: «we are the land, and the land is mother to all us» (Alien: 191)28, mostrándose muy crítica con el racismo medioambiental. Sin embargo, al mismo tiempo esta literatura va más allá del mito y reconoce el carácter plural e híbrido de las diferentes comunidades nativo-americanas contemporáneas, admitiendo la imposibilidad de una comunión con la naturaleza basada en visiones idealizadas del pasado. En la narrativa nativo-americana del Oeste las características anteriormente citadas están representadas por autores como N. Scott Momaday, Gerald Vizenor, Louis Owens, Paula Gunn Alien, James Welch, Louise Erdrich, Sherman Alexie, Linda Hogan o Leslie Marmon Silko,
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«Somos la tierra y la tierra es nuestra madre.»
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por citar solo algunos de los nombres más significativos. De entre las obras de estos autores puede destacarse, a modo de ejemplo, una de las más prestigiosas novelas de Silko, Ceremony (1977), que nos puede servir de referencia sobre el modo en el que los autores nativo-americanos del Nuevo Oeste representan a la naturaleza en su narrativa. El relato de Silko incide en la interconexión entre lo natural y lo sobrenatural, reivindicando el valor de las ceremonias y ritos ancestrales, a la vez que se reconoce la influencia de la cultura euro-americana en las comunidades nativas contemporáneas. Silko hace hincapié en su novela en la fragilidad del mundo eco-cultural de los Laguna Pueblo (1986: 35), un mundo complejo cuya supervivencia depende, como señala la propia Silko en un ensayo titulado «Landscape, History, and the Pueblo Imagination» (1996: 267), no solo de la cooperación entre los humanos, sino también de la armonía entre estos y el resto de los elementos que conforman su entorno natural. El protagonista de la novela es Tayo, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, que, tras su regreso a la reserva, debe hacer frente a un acusado sentimiento de alienación personal para cuya superación será clave la búsqueda de dicha armonía con sus semejantes humanos y con su medio natural. En dicho proceso resulta fundamental la participación de diversos guías (Josiah, Ku'oosh, Betonie, Ts'eh y otros) que le muestran a Tayo la importancia de la integridad bio-regional, la fragilidad de su ecosistema y la interconexión entre todos los elementos integrantes del mismo. Se trata de un proceso iniciático a través del cual, como señala Fred Erisman (208), se produce un cambio en la perspectiva ontològica de Tayo, que pasa de ser egocéntrica a convertirse en ecocéntrica. En este proceso desempeña un papel relevante el chamán Betonie, quien hace hincapié en la incapacidad de los blancos para reconocer la importancia y vitalidad de todos los elementos naturales que les rodean: «they see only objects / The world is a dead, thingfor them / the trees and rivers are not alive / the mountains and stones are not alive. / The deer and bear are objects / They see no Ufe» (135)29. El papel de los blancos destaca en la destrucción del entorno natural de los nativos: «they will kill the things they fear/ ali the animals/ the people will star29
«Solo ven objetos / El mundo es algo muerto para ellos / los árboles y los ríos no tienen vida / las montañas y las piedras tampoco. El ciervo y el oso son objetos / No ven la vida.»
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ve./They will poison the water» (136)30, a pesar de ello la novela de Silko no se limita a ofrecer una imagen unidimensional de la degradación medioambiental del Oeste, sino que también alude a la responsabilidad de los indios en este proceso: «They want us to believe all evil resides with white people. Then we will look no further to see what is really happening» (132)31. Silko se aleja del estereotipo del «indio ecológico» al mostrar a los nativos no solo como víctimas de la explotación de la naturaleza por los blancos, sino también como co-partícipes de la misma al trabajar en las minas de uranio abiertas en su reserva. Como comenta Joni Adamson (2001: xvii), los indios son con frecuencia víctimas y empleados de las industrias contaminantes del Nuevo Oeste. De todos modos, el reconocimiento por parte de Silko de la complejidad de los factores responsables de la degradación de la naturaleza en el Oeste contemporáneo no le impide denunciar el racismo medioambiental imperante en este territorio. De hecho, en Ceremony el sentimiento de alienación personal de Tayo al regresar a la reserva se relaciona con el de su comunidad nativa, asentada en una tierra contaminada por el gobierno federal por su frenética búsqueda de uranio durante la Segunda Guerra Mundial y situada solo a 300 millas de Trinity Site, el escenario del primer ensayo nuclear norteamericano en 194532. Es un racismo medioambiental que tiene además connotaciones globales puesto que se relaciona con la propia experiencia de combate vivida por Tayo durante la Segunda Guerra Mundial y las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki: «he had arrived at the point of convergence where the fate of all living things, and even the earth, had been laid. From the jungles of his dreaming he recognized why the Japanese voices had merged with Laguna voices» (246)33. Puede decirse, por tanto, que 30 «Destruirán todo aquello que temen / todos los animales / la gente morirá de hambre / Envenenarán el agua.» 31 «Quieren que creamos que todo el mal reside en los blancos. Así no miraremos más allá para ver qué es realmente lo que está sucediendo.» 32 Algunos críticos, como Lawrence Buell (2005: 121), han lamentado que Silko no se extienda más en esta novela sobre la contaminación nuclear del territorio ocupado por la reserva de los Laguna Pueblo. 33 «Había llegado a un punto de convergencia donde el destino de todos los seres vivos, e incluso el de la tierra, había sido trazado. Desde el laberinto de su sueño se dio cuenta de por qué las voces japonesas se habían fundido con las voces de los Laguna.»
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Ceremony representa a una literatura de la naturaleza que, a pesar de estar centrada en una región y en una minoría concretas, es capaz de reconocer la dimensión global de la crisis medioambiental contemporánea. Dentro de la literatura contemporánea del Oeste, tras los autores nativo-americanos, son los escritores latinos34 y, en particular, los de origen mejicano o chícanos, los que han prestado mayor atención a la relación de los seres humanos con su entorno natural. Se trata de una literatura que a menudo narra historias alternativas a la mitología clásica fronteriza, historias de una comunidad multicultural, donde se sintetizan tradiciones indígenas, hispanas y anglo-americanas. Es una literatura de frontera donde se da voz a una minoría estrechamente vinculada a la tierra, que, sin embargo, se vio desposeída de la misma y condenada a la marginación política, económica y socio-cultural. Este anhelo por la tierra perdida da lugar a la reivindicación de una identidad cultural, mítica e histórica, que se manifiesta simbólicamente a través de una nación espiritual, Azdán, identificada con la tierra mítica de los aztecas, con un jardín edénico situado en una colina en medio de las aguas (Leal: 8). La narrativa chicana del Nuevo Oeste recogerá esta especial vinculación histórica y mitológica de dicha comunidad con la naturaleza y con la tierra, en particular, aunque también se centrará en la problemática medioambiental contemporánea que afecta a este territorio, prestando especial atención a temas tales como el racismo medioambiental o el paralelismo entre la explotación de la naturaleza y la opresión de las mujeres chicanas. Aunque resulta imposible ofrecer aquí un estudio detallado de esta narrativa, sí que pueden citarse al menos los nombres de algunos de sus autores: Gloria Anzaldúa, Sandra Cisneros, Arturo Longoria, Ray González, Edna Escamill, Sheila Ortiz Taylor, Helena María Viramontes y Ana Castillo. A modo de ejemplo, puede ofrecerse un breve análisis de la representación de la naturaleza en la novela de Ana Castillo, So Far From God (1994), una historia doméstica centrada en la vida de cinco mujeres chicanas, Sofi y sus cuatro hijas, habitantes
34 Actualmente la minoría hispana de los Estados Unidos prefiere identificarse mayoritariamente con los términos «latino/latina», resaltando de este modo su vinculación de origen con Latinoamérica. Sin embargo, las autoridades federales de este país continúan utilizando de forma habitual el término «Hispanics» (hispanos) para referirse a esta minoría a la hora de elaborar el censo de población.
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de un pequeño pueblo de New Mexico, Tome. Esta obra incide en algunos temas presentes también en otros relatos contemporáneos del Oeste, tales como la estrecha interdependencia entre los seres humanos y los otros elementos integrantes de su medio natural, con especial protagonismo para los animales, que, como señala uno de los personajes, «entienden más que la gente a veces» (Castillo: 44)35, o la reivindicación de la naturaleza y las creencias tradicionales ligadas a ella como una fuente de regeneración espiritual alternativa a las religiones oficiales. De todos modos, Castillo hace particular hincapié en la degradación medioambiental actual y en la responsabilidad humana en la misma: «it was not the rage of the Goddess that caused this disastrous doom [...] but man's own shortcomings in dealing with his home, the Earth» (121)36. Para hacer frente a esta destrucción de la naturaleza la novela muestra la necesidad de regirse por uno de los principios claves de la justicia medioambiental: «environmental justice requires that, we, as individuals, make personal and consumer choices to consume as litde of Mother Earth's resources and to produce as little waste as possible»37. Este uso racional de los recursos naturales está ejemplificado en la novela por iniciativas tales como «Carne Buena Meat Market» (donde la carne a la venta está libre de hormonas y es más barata) o «Los Granados y Lana Cooperative» (que fomenta la igualdad en la distribución de la tierra y proporciona a la comunidad comida no afectada por el uso de pesticidas). Significativamente, estas iniciativas medioambientales son promovidas por una mujer, Sofi, cuyo activo papel en la revitalización de su pueblo (incluso es elegida alcaldesa del mismo) marca una ruptura con el papel tradicional asignado a las mujeres chicanas, habitualmente rele-
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En español en el original. «No fue la furia de la diosa la que causó esta ruina desastrosa [...] sino la propia incapacidad del hombre para encargarse de su casa, la tierra.» 37 «La justicia medioambiental requiere que, nosotros, como individuos, tomemos decisiones como personas y como consumidores por las que consumamos lo menos posible de los recursos de la madre tierra y produzcamos el mínimo de desechos posible.» Así comienza el último punto de los «Principies of Environmental Justice» («Principios de justicia medioambiental») aprobados por los participantes en el «First National People of Color Environmental Leadership Summit» («Primer encuentro nacional de los líderes de los movimientos ecologistas de las minorías de color»), reunión celebrada en Washington, DC, en 1991. Véase Buell (2005: 114). 36
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gadas a roles pasivos y subordinadas a las clásicas estructuras patriarcales de poder. Al éxito del activismo ecofeminista y comunitario de Sofi, emblema de las nuevas chicanas en el Oeste contemporáneo, Castillo contrapone la situación de muchas otras chicanas, víctimas propiciatorias del racismo medioambiental en un mundo «postnatural». En efecto, en esta novela la degradación de la tierra habitada por esta comunidad chicana debido a la contaminación producida por la multinacional A C M E corre pareja al grave deterioro de la salud de las mujeres chicanas empleadas en dicha empresa y, en particular, de una de las hijas de Sofi, Fe, abocada a una muerte lenta y dolorosa. La alta toxicidad de esta empresa química no solo destruye el presente de la tierra que ocupa y el de sus habitantes, sino que también se convierte en una seria amenaza para el futuro de ambos ya que afecta de forma muy negativa a la fertilidad de la tierra y a la de las mujeres que trabajan en dicha empresa. Se trata, por tanto, de una novela donde Castillo vincula explícitamente la explotación de la naturaleza con la de las mujeres, en la más pura tradición de la narrativa ecofeminista 38 , haciendo hincapié además en el papel fundamental de las variables de «etnicidad» y «clase» ya que la ausencia de justicia medioambiental afecta de forma explícita a seres humanos que unen a su condición femenina la de chicanas pobres. Todos los ejemplos anteriores nos muestran la consolidación de la naturaleza como motivo central de la narrativa contemporánea del Oeste norteamericano. De hecho, a los nombres ya mencionados a lo largo del presente artículo habría que añadir también una larga lista de autores, unos de reconocido prestigio, como Cormac McCarthy, Barbara Kingsolver, Annie Proulx, Barry López, Rick Bass, Norman MacLean, Gretel Ehrlich, John McPhee, Maxine Hong Kingston, Anne Zwinger, Ursula K. L e Guin, o Marilynne Robinson, y otros menos conocidos, pero con obras realmente notables como Evelyn White, Sharman Apt Russell, David Mas Masumoto, Gary Paul Nabhan, David James Duncan, David Quammen, John Daniel, Robert Michael Pyle, Michael A. Thomas, Ellen Meloy, Alison Hawthorne Deming o Jan Zita Grover, 38 Recordemos, por ejemplo, las palabras de una de las principales representantes de la crítica eco-feminista, Greta Gaard: «no attempt to liberate women... will be successful without an equal attempt to liberate nature» (1993 a: 1) [«ningún intento de liberación de las mujeres... tendrá éxito sin un intento similar por liberar a la naturaleza»].
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por citar solo algunos nombres. La diversidad en la percepción de la naturaleza y en su representación es uno de los elementos principales que caracteriza a estos autores contemporáneos a la hora de recrear literariamente el Oeste norteamericano. Así, por ejemplo, Cormac McCarthy, en su trilogía de la frontera, compuesta por las novelas All the Pretty Horses (1992), The Crossing (1995) y Cities ofthe Plain (1998), presenta un Oeste crepuscular, donde la simbiosis con la naturaleza anhelada por sus protagonistas resulta una mera quimera a ambos lados de la frontera y el único objetivo es la supervivencia en un territorio sin agua, sin ganado y sin vaqueros. Barbara Kingsolver, por su parte, en su célebre novela The Bean Trees (1988) reivindica el desierto como un territorio lleno de vida (humana y no-humana, visible e invisible), mientras que en su colección de ensayos High Tide in Tucson (1995) incide en la estrecha correspondencia entre el ciclo del desarrollo humano y el de otras especies. Otra autora de creciente actualidad, especialmente tras el éxito de la adaptación cinematográfica de su relato «Brokeback Mountain», Annie Proulx, prefiere centrarse en el modo en el que el paisaje, el clima y la topografía del Oeste inciden en la vida de sus habitantes y en su identidad, pudiendo hablarse de la presencia de un marcado determinismo geográfico y climatológico en obras como Cióse Range: Wyoming Stories (1999), la colección de historias breves a la que pertenece «Brokeback Mountain». Esta diversidad de enfoques a la hora de representar literariamente los ecosistemas, paisajes y especies del Oeste norteamericano no debe ser óbice para reconocer la profunda preocupación por los temas medioambientales que caracteriza a la mayoría de estos autores contemporáneos. La tradicional visión antropocéntrica sobre la naturaleza en este territorio ha dejado paso a un creciente énfasis en la fragilidad del ecosistema del Oeste 39 , en los costes del progreso tecnológico y en su amenaza para la supervivencia de la especie humana y del resto de las especies. Las perspectivas difieren y puede hablarse incluso de un mosaico medioambiental donde tienen cabida enfoques múltiples tales como el biocentrismo, la sinéresis o sinergia, el ecofeminismo, el
En palabras de Wallace Stegner, «the most splendid part of the American habitat, it is also the most fragile» (3) [«la parte más extraordinaria del hábitat americano, es también la más frágil»]. 39
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determinismo geográfico, la eco-espiritualidad, la reivindicación estética y socio-cultural de los espacios marginados por sus características topográficas o climáticas, la denuncia del racismo medioambiental, las visiones apocalípticas, la búsqueda del crecimiento sostenible, el bio-regionalismo, o el análisis de las construcciones y reconstrucciones mentales y artísticas del paisaje. Los autores de estos relatos pueden limitarse a la reflexión personal o intentar transmitir un compromiso socio-político con la conservación del medio ambiente, pueden optar por el ensayo como medio de transmisión más directo de sus planteamientos sobre el medio natural que les ocupa y preocupa, o pueden decidirse por la ficción como género de mayor alcance para hacer llegar su visión de la naturaleza. Las perspectivas y los medios empleados varían, pero existe un elemento común denominador a la mayoría de estos autores contemporáneos y este es su convencimiento de la estrecha vinculación e interacción entre los seres humanos y el resto de las especies que forman parte de la naturaleza. Dicho convencimiento explica su sensibilidad medioambiental y su concienciación sobre la necesidad de preservar la naturaleza en una región cuyo ecosistema se ha visto seriamente deteriorado por el progreso tecnológico y el crecimiento demográfico. Después de todo, como nos recuerda Terry Tempest Williams, parafraseando la conocida afirmación de Thoreau sobre la equivalencia entre naturaleza y salud40, «the health of the earth is the health of its inhabitants» (Siporin 1996: 104)41.
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«Nature is but another name for health.» [«La naturaleza es simplemente un sinónimo de salud].» (Thoreau: 1968: 395). 41 «En la salud de la tierra reside la salud de sus habitantes.»
POÉTICAS DEL PAISAJE Y EL TERRITORIO EN LA LITERATURA DEL DESARRAIGO Juan Ignacio Oliva Cruz
La literatura de todos los tiempos, sobre todo la poesía, ha utilizado la descripción paisajística como una de las simbologías más poderosas para hablar de las experiencias subjetivas y biográficas de la condición humana. Desde la antigüedad grecolatina podemos encontrar obras donde la travesía y el locus conforman y sustancian la personalidad del héroe, como en la homérica Odisea o en la virgiliana Eneida, o donde el amor se inscribe en lugares idílicos y aislados en los que germina ansioso, como en las Lésbicas de la poetisa Safo. Recogerse en lugares campestres y meditar en soledad es la proclama del Beatus ille..., así como la defensa de lo bucólico encuentra en Garcilaso el exponente de una longeva tradición literaria. Pues bien, para describir estos usos del paisaje y el territorio en un contexto postcolonial contemporáneo utilizaremos la casuística poética canadiense, sobre todo en su relación con la emigración. Efectivamente, Canadá se encuentra entre las naciones nuevas en el mapa de la geografía política de la tierra que se ha formado a partir de la entrada en el país de sucesivas oleadas de ciudadanos provenientes de todas partes del mundo, sobre todo de la vieja Europa, Asia y Sudamérica. Canadá, además, ha formado su propia identidad nacional a partir de la imagen del mosaico multicultural, en oposición a la del «melting pot» estadounidense1. En la historia literaria canadiense, el territorio inmenso, el descubrimiento del paisaje y la hostilidad de la naturaleza han conformado una producción muy centrada en el medio ambiente que rodea al ser huma-
1 Canadá promueve que la integración de los emigrantes no consiste en olvidar o escalonar raíces culturales, lengua y pasado en el país de nacimiento, en favor de una supremacía de lo anglosajón como cultura común que unifique a los ciudadanos bajo la bandera de las barras y estrellas; al contrario, la teoría del multiculturalismo invoca la convivencia de dos, tres o más culturas en un país que se proclama esencialmente bilingüe y se distancia de los Estados Unidos en su difícil ecuación de convivencia cultural.
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no, por todo lo cual constituye un buen ejemplo para explicitar la relación del yo en su entorno paisajístico. Ya desde sus orígenes podemos encontrar ejemplos de la estrecha relación entre literatura y naturaleza en este inmenso país territorialmente hablando, pero con poca población demográfica. Críticos literarios tan relevantes como Northrop Frye en la década de los setenta, en su obra más importante, The Bush Garden. Essays on the Canadian Imagination, fundamenta la incipiente historia de la literatura canadiense sobre las bases del especialísimo espacio en el que esta se instaura, ese vergel boscoso, tan bello y tan peligroso a la vez; asimismo, D.G. Jones explica, en Butterfly on Rock. Images in Canadian Literature, la importancia de las metáforas basadas en el espacio natural de la literatura del país, espacio que se convierte así en la base de su tradición literaria, y que adquiere dimensiones bíblicas, con sus alusiones a la expulsión adánica del paraíso y al éxodo guiado por Moisés, entre otras imágenes recurrentes. También David Staines, en The Canadian Imagination, inscribe la literatura de la nación sobre la base de la conquista utópica del territorio, (salvaje y de promisión a un tiempo) con todo lo de antropocéntrico que esta metáfora del far ivest trae consigo. Otros autores críticos más recientes, como la afamada Linda Hutcheon, reconocen y utilizan en su producción las metáforas espaciales - c o m o cuando esta analiza cuestiones étnicas y de raza, en comparación con los sempiternos hielos del paisaje invernal canadiense, en el capítulo «The Canadian Mosaic: A Melting Pot on Ice» (Hutcheon: 47-68). Para tratar de las poéticas del territorio emplearemos específicamente los textos poéticos de los escritores emigrados desde el tercer mundo hacia Canadá, porque en su escritura principalmente autobiográfica se utiliza como en ninguna otra la metáfora del paisaje como núcleo del desarraigo. En efecto, el territorio perdido, la naturaleza en antagonismo y, sobre todo, la experiencia del espacio como lugar de recreación mental y dignificación identitaria hacen de este tipo de literatura una buena fuente de ejemplos nuevos para la crítica humanística medioambiental. Ya en 1974, el teórico Yi-Fu Tuan hablaba del concepto de «Topofilia», esa capacidad de arraigo afectivo del espacio en el que se habita, y todas las implicaciones histórico-culturales que conducen a este amor por el paisaje. La percepción ambiental puede ser inversamente sentida como hostilidad del entorno, en lo que denominaríamos «Topofobia». Ambas sensaciones se entremezclan en la literatura escrita
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desde la distancia física de la tierra de nacimiento y la cercanía artificial de la tierra de acogida. Como ya señalábamos en nuestro artículo «Vínculos y ausencias del padre en la literatura postcolonial angloindia»: El carácter confesional de la narración contada desde la propia vida se coloca, así, en el punto de partida de este tipo de literatura de emigración y búsqueda de raíces. El fin último parece encontrarse en la construcción de la identidad híbrida, múltiple, políglota en muchos casos, que está escrita desde la dislocación dolorosa. La ausencia, el desarraigo y el mestizaje producen, en estos casos, una inusitada actividad creadora de marcado carácter catártico. Estas pulsiones angustiosas sobre la personalidad se transforman, entonces [...] en palabras que, como dardos, apuntan al centro de aquello que hiere, que intenta destruirnos, para así pulverizarlo y disolverlo 2 (Gibert/Alba: 492-493).
Es, por tanto, una producción específica que «se utiliza, por tanto, para la redención y el reconocimiento de la hostilidad del entorno. Del mismo modo, la literatura confesional desnuda los sentimientos más íntimos y secretos del artista, que la utiliza para la sublimación de las heridas» (493). La honda inscripción en el paisaje, pues, como dice Tuan, conlleva el progresivo apego de la tierra, la revitalización del entorno y un hondo sentido del espacio, una vez exorcizados los demonios del desarraigo y el desconocimiento de la llegada reciente, como comprobaremos a continuación.
E L PARAÍSO PERDIDO Y LA SUBJETIVIDAD DEL PAISAJE
En muchos casos, la descripción del paisaje perdido se mezcla con las imágenes embellecidas de la infancia, de forma que tiñen el espacio de 2
Es esta una alusión al p o e m a de H i m a n i Bannerji, «Algo así como un arma», que dice así: «si no la quieres, / la vida, entonces, / no la entierres, n o la dejes p o r ahí, / para que se p u d r a o se deshaga / en granos de polvo y moho. / / Si quieres, la p u e d e s tirar, / p e r o no dejarla tirada / / P r i m e r o / tómala entre tus manos, / obsérvala detenidamente, / hiéndela como quieras, / un trozo de roca, una esquirla, / o incluso un guijarro, una piedra, / que es flecha, h o n d a o cuchillo. / Algo así como un arma, / simple, atávica, rudimentaria, / y ahora sí, tírala, / golpea justo aquello / que te estaba destruyendo.» (McGifford/Kearns: 9) esta, y todas las que seguirán, son traducciones mías.
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ensoñaciones subjetivas3. Es el caso, por ejemplo, del poema «La estación eterna», de la escritora canadiense de origen indio, Lakshmi Gilí, en donde el invierno parece quedarse para siempre en el alma del emigrante: La estación eterna Esas hojas que la brisa había esparcido yacen apiladas, inertes bajo tanta nieve. Esas aves han marchado volando hacia el sur y las semillas de azalea se depositan debajo, temerosas de los vientos gélidos. Y ese sol que una vez entibió mi piel acariciada por la tierra ahora ciega mis ojos cuando contemplo su imagen sobre el hielo de diciembre. ¿Qué raro poder ejerce sobre mí esta perenne estación helada? ¿Por qué el año comienza y acaba con el invierno?4
En este texto se distingue con claridad cómo se utiliza la metáfora más célebre del paisaje canadiense (la del rigor invernal y los hielos eternos) para cuestionar el abotargamiento de los sentidos. El efecto de hibernación puede verse como un correlato del estado de ánimo de la persona que se expatría, cuyo pasado está no solo cada vez más distante 3
El famoso escritor indio, Salman Rushdie, acuñó hace casi dos décadas el término de «hogares patrios imaginarios» para describir esta subjetivación del pasado en la tierra de n a c i m i e n t o : «los exiliados, e m i g r a n t e s y e x p a t r i a d o s están a t o r m e n t a d o s p o r u n a cierta sensación de p é r d i d a , una necesidad perentoria d e mirar en retrospectiva, aun a riesgo de transformarse en estatuas de sal. Ahora, si efectivamente miramos hacia atrás, lo tenemos que hacer en un convencimiento - q u e da pie a p r o f u n d a s i n c e r t i d u m b r e s de que nuestra separación física de India significa que n o seremos capaces de ver precisamente aquello que hemos perdido; en suma, que lo que haremos será crear ficciones, no ciudades o p u e b l o s reales, sino invisibles: hogares patrios imaginarios. Indias d e la mente» (Rushdie: 10). 4 « T h e E t e r n a l Season: T h o s e leaves o n c e s c a t t e r e d by t h e b r e e z e / lie h u d d l e d , deadened by the mass of snow. / Those birds are gone to southern lands / and even the azalea seed remains u n d e r n e a t h / in fear of t h e cold w i n d s . A n d that sun that / o n c e w a r n e d m e in its caress w i t h t h e earth / n o w blinds m e as I gaze as its reflection / on the D e c e m b e r ice. W h a t strange p o w e r does this / cold, p e r p e t u a l season wield? W h y does the year / end and begin in winter?» ( M c G i f f o r d / K e a r n s : 31)
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temporalmente (lo cual es algo inevitable y sucede a todos en nuestro recorrido vital) sino también físicamente. Las referencias a las aves migratorias, al perfume de las flores y a las cálidas azaleas no dejan de evocar sutilmente la naturaleza perdida y el pasado más cálido, encadenando memoria y paisaje. Las hojas muertas del recuerdo y el sol de la juventud se relacionan, así, con la pátina de olvido helado, con el efecto de la congelación sobre los cuerpos de sangre caliente. Como un «moderno Prometeo», el emigrante, cual criatura extraña fruto de la hibridación, se siente desplazado, incapaz de comunicarse consigo mismo y con su entorno, como un monstruo de laboratorio exiliado en su infierno de hielo. Este abotargamiento, en cambio, espera la más mínima oportunidad luminosa para que las semillas comiencen a dar su fruto. No obstante, desde el otro punto de vista, desde el pasado habitado, se advierte del mismo modo la imposibilidad de recobrar lo perdido. Así, podemos leer el poema «La lluvia ya no me conoce», de Rienzi Crusz (oriundo de Sri-Lanka y emigrado a Canadá en 1965): La lluvia ya no me conoce Yo, que tanto tiempo di forma a la metáfora olvidada: colmillos curvos, howdah y mahout de elefante. Que tiraba agua al Ave del Paraíso en un cementerio de coches, busqué raíces en la tierra cabook, el sueño que deambulaba se perdió en un orgasmo de sangre. Yo, que distinguía la silueta de una palmera en el sol que se ponía, una mujer, un niño, tan larga que dividía un continente, presentía algo más: había cercado el sol. Ahora era mía esta tierra blanca de algodón, la había conquistado, porfiado, amado. Fíjate en ese otro rostro soñador,
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sus nuevos músculos, huesos templados, ojos negros azules en este nuevo paisaje, sus piernas danzan por las laderas blancas como un derviche. Frente al gorrioncillo que topa con las hierbas altas, el arrendajo azul estridente, cardenales el color de la sangre. Entre los ritmos lentos y profundos del catamarán, arriba, el gemido de un 747 hiere la noche como una lanza. La lluvia monzónica ya no me conoce: soy un chico de riberas nevadas, abrigado, con cuajarones bajo la nariz, mágicas pelusas blancas en ambas manos. Antes, arroz y curry, el jugo de la pasión, ahora, perritos calientes y papas fritas, Jamón de la Selva Negra sobre Centeno. ¿Cuál es, pues, la conclusión? Ninguna solo un viaje recorrido, un horizonte al que no puede ponerse pausa5.
5 « T h e Rain Doesn't K n o w Me Any More: I, w h o for so long / shaped the forgotten metaphor: / curved tusks, h o w d a w / and m a h o u t of elephant. / W h o splashed the Bird of Paradise / against a cemetery of cars, / sought the root in cabook earth, / t h e dream that meandered, got lost /in an orgasm of blood. / I, w h o held the palm tree's silhouette / against t h e going sun, a w o m a n , / a child long e n o u g h / to divide a continent, / have n e w relations: / I have circled t h e sun. / T h e w h i t e m a r s h m a l l o w land is n o w mine, / conquered, cussed u p o n , / loved. / / Look at this order dreaming face, / these new muscles, t e m p e r e d bones, /black eyes blue / with a new landscape, legs / dancing the white slopes like a dervish. / Against paddy-bird havocking in tall grass, / bluejay raucous, cardinals / the color of blood. / For t h e slow d e e p rhythms / of the h o m e c o m i n g catamaran, / 747 screaming, / w o u n d i n g the night like a spear. / / T h e m o n s o o n rain / doesn't k n o w m e any more: / 1 am snowbank child, b u n d l e d , / with snot u n d e r my nose, / white fluff magic in b o t h h a n d s . / O n c e , rice and curry, passiona juice, / now, hot dogs and fries, / Black Forest H a m on Rye. / / So what's the essential story? / N o t h i n g b u t a journey done, / a horizon that would never stand still.» (Dabydeen: 48-49)
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Las dicotomías esenciales de este texto dibujan una infancia salvaje, chapoteando alegre con las exóticas especies de una naturaleza en esplendor, rodeada a la vez de mugre, herrumbre, hediondez y miseria, y una juventud pletórica, acomodada, pulcra e incluso un poco pija. El futuro come comida basura, perritos calientes y papas, y cosas caras, sofisticadas y culturalmente sorprendentes; el pasado, lejano, era más barato culinariamente hablando, pero suficiente para crecer sanos, con ese punto especiado y de jugos tropicales. Existe, pues, una línea divisoria enorme, irrompible e invisible, que separa esos dos mundos irreconciliables, firme como una piedra, pero intangible y sutil como una sombra recortada por el sol: es una línea social, a medida del ser humano, que separa continentes desde la macroeconomía, las multinacionales y el idioma, como representación artificial de las etiquetas políticas que dividen6. La conclusión a la que puede llegarse es la de que el tiempo, impasible e imparable, separa todo lo que no puede coexistir sin solución de continuidad. El pasado y el futuro no se tocan, el viaje existencial en el que solo la memoria parece conservar los recuerdos toca a su fin. Siguiendo con este argumento, otros textos poéticos recuperan ese pasado surasiático, en este caso con la necesidad imperiosa de denostar sus flaquezas, debilidades y corrupciones de todo tipo, su tercermundismo atávico, pero sin olvidar desde luego la vida que surge estallando desde sus entrañas, y su paradójica y terrible belleza. Es el caso de «En este tiempo huidizo», de Himani Bannerji, una escritora proveniente de India y residente en Canadá (que es a la sazón profesora de la universidad de York, Toronto) dedicada al feminismo y al racismo desde un ángulo marxista, el cual transcurre en Calcuta, en la época de la primera guerra del golfo pérsico. En un mundo de decadencia infinita cabe una cierta redención a través del amor de dos adolescentes: E n este t i e m p o huidizo Los buitres desgarran el cuerpo de u n perro. A ú n juegan los niños sobre m o n t o n e s de
6
Véase, en este sentido, los estudios de Buell sobre el «discurso tóxico» y Deitering sobre la «novela postnatural», donde se relacionan el medio ambiente, las enfermedades y la ecología (Glotfelty/Fromm: 196-203).
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desperdicios y el verde se alza como un anacronismo en la tierra muerta. El hedor del mundo que se pudre llena el aire de harapos andrajosos. El camino se curva con los baches. La violencia del rico cubre al pobre de cartones o piezas de hojalata. Alguien levanta un trozo de plástico rojo contra el sol que cae y se hunde en un abandono de chabolas. Amor mío, ¿hemos venido a encontrarnos en medio del humo y del polvo a la luz de una guerra que horada el mar rojo y el golfo para caminar juntos, despacio, antes de que las sirenas, los reactores y los reflectores sobre el alquitrán nos arranquen de los brazos? En este tiempo huidizo, nuestra parcela en la tierra, en un mundo que en desorden no podemos arreglar, cógeme, pues, de la mano y comencemos a andar. (febrero de 1991, Calcuta)7
7 «In T h i s Fugitive Time: Vultures are tearing o p e n a dog's body. / C h i l d r e n still play on hills of / g a r b a g e / and t h e green rises a n a c h r o n i s t i c / in t h e d e a d l a n d . / / A stench of t h e w o r l d r o t t i n g / fills t h e w i n d t a t t e r e d with rags. / A r o a d curves p o c k marked. / T h e violence of the rich covers the p o o r / in cardboard or bits of tin. / Someone holds u p a piece of red plastic / to the setting sun / sinking in the dereliction of the shacks. / / My love, have we finally met / in this dust and smoke / in the light of the war piercing / the red sea and the gulf / to take our few steps together / b e f o r e the siren, the jet / the searchlights on the tarmac / w r e n c h us apart? / / In this fugitive time, / o u r allotted share on earth, / with a world in disarray / that we could not set right, / give m e your h a n d / and let us begin to walk.» (Dabydeen: 17-18)
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La imagen de dos amantes que se redimen a través del amor, en medio de un paisaje de hecatombe, desolación y pobreza, contiene también elementos de crítica social. La injustísima situación vital de ese paisaje la produce la distribución tercermundista de la riqueza, la presión de la oligarquía y el capricho déspota de los gobernantes. Como refiere el crítico Lawrence Buell subyace la ausencia de una «justicia medioambiental», es decir, la necesidad perentoria de reconocer y actuar en el planeta, ya que el paisaje ha sido distorsionado por la explotación desmedida y carente de cualquier tipo de ética ecológica (2005: 98-100). La guerra viene a añadir, además, el dolor, el desorden y el caos. Aunque vista desde la distancia, la imposible geopolítica de toda la zona estalla en el espacio, y ensombrece la posibilidad de medrar para todo el planeta. Aún así, queda en el aire de este discurso tóxico, un cierto «romanticismo» imposible entre la miseria: el de un bello color rojo de un plástico en el vertedero y un verde casi milagroso entre los excrementos y las llamas, el del calor de las manos unidas de los novios, el de los juegos de los niños. Por el contrario, el escenario es de una crueldad extrema: cadáveres de animales, hedor de basuras, bombas aéreas, desorden y entropía. Hay una referencia casi neomarxista a la ausencia de democracia que permanece latente sobre el texto. El primer mundo, de este modo, interactúa desde la distancia, con su política de manipulación colectiva e inmisericordia individual hacia el tercero; la situación se vicia, solo el camino hacia delante de los dos personajes es una esperanza de futuro, aunque incierta y peligrosa.
E L VIAJE A NINGUNA PARTE Y EL RITO INICIÁTICO DE LA FRONTERA
Otro de los elementos recurrentes en la literatura del desarraigo lo constituye el viaje, un elemento concebido en la mayoría de los casos como un rito de paso entre mundos opuestos, enfrentados y a menudo antagónicos. En la confrontación entre dos mundos, el de partida y el de llegada, podemos observar cómo se producen una serie de paradojas oximorónicas esenciales. Leamos en estos términos antagónicos, por ejemplo, otro poema de Himani Bannerji titulado precisamente « E l viaje»:
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El viaje el frágil equilibrio te asusta la noche se desmorona polvorienta y el viento cruje bajo el alféizar de la ventana en el patio trasero de una casa desconocida los árboles sacuden sus últimas hojas la casa despliega sus velas hacia la noche hacia mares ignotos y el viaje comienza y el frágil equilibrio te asusta, te reinventas en alta mar, en tierras extrañas en las que apenas reconoces un cierto jeroglífico el ojo tal vez o el ave o ese sencillo garfio de anzuelo ¿y ahora qué? ¿quién te oirá? ¿quién sabrá de ti por allá o por acá mientras transitamos a bordo de esta nave? porque en las tardes lluviosas de verdes húmedos y oscurecidos y berzas rojizas y amoratadas, un chai de fino hilo y unos cojincitos, charlando a la hora del té, musitas tu letanía- «no es bastante, no es bastante, n o . . . » Así pues, el viento, la nave, por la oscura orilla de la noche, y el miedo, esos oscuros miedos nuevos que sollozan palabras, sentidos, y extienden una mano,
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una carta quizás, en medio de oscuros mares remotos, mientras navegamos hacia tierras sin nombre en las que ni yo, ni tú, ni nuestras señas ni por tierra ni por mar aún se conocen hacia donde yo viajo solo, en frágil equilibrio y asustado 8 .
Una vez más podemos distinguir aquí cómo el viaje existencial y el viaje físico corren paralelos en la literatura de emigración. El miedo a lo desconocido, la nostalgia por lo perdido y la excitación de un futuro incógnito trazan una serie de esenciales que son recurrentes en este tipo de literatura de la experiencia. Se dibuja, de esta manera, una vida como sueño que fantasea con el presente y el pasado. El concepto de frontera, siguiendo con esta alegoría, no tiene unos límites lógicos y fáciles, puesto que cuando se emigra se traspasan no solo las barreras aduaneras, sino también las culturales y empíricas, produciendo así una apreciación mucho más relativa de las cosas. Es lo que se conoce como la paradoja del emigrante: el ser capaz de conversar y debatir en su interior con opuestos culturales y religiosos muchas veces excluyentes, cuando socialmente su conocimiento lingüístico y cultural de la tierra de acogida es limitado y le hace aparecer a los ojos de los ciudadanos no emigrados como un inferior. Es, también, lo que se conoce como visión policroma enfrentada a la visión monocroma de quien vive toda su vida en
8 «Voyage: poised / you are afraid / / the night crumbles into dust / and wind rustles / u n d e r t h e w i n d o w ledge / and trees in t h e b a c k y a r d / of an u n k n o w n house / shake d o w n their last leaves / / the house sets sails / into t h e night / into t h e u n k n o w n seas / and t h e voyage begins / / and poised / you are afraid / reinventing yourself / in these high seas, strange lands / where an occasional hieroglyph / signals recognition / t h e eye p e r h a p s or the bird / or that simple talon of a h o o k / / what now? w h o will hear you? / w h o k n o w s you t h e r e or h e r e on this ship / w h e r e w e p a c e t h e d e c k ? / w h y on rainy afternoons of wet / dark greens and the bruised berries / of red, t h e knitted shawl and small / pillows, tea a n d talk later, you m u r m u r / a l i t a n y - « n o t e n o u g h , not e n o u g h , n o t . . . » / / So t h e w i n d , t h e ship / in the dark edge of t h e night / and fear, such y o u n g dark fears / w h o w e e p words, meanings / and extend a h a n d / a letter p e r h a p s / in the high dark seas / as w e move to a land nameless / w h e r e n o self, no you, no mail / by land or sea have b e e n i n v e n t e d / w h e r e I voyage alone / p o i s e d and a f r a i d . » ( D a b y d e e n : 16-17)
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una sola sociedad m o n o c u l t u r a ! Asimismo, Rienzi Crusz escribe un poema largo que lleva por título «Conversación con D i o s sobre mis derroteros actuales», donde trata precisamente el tema de la comparación entre las dos realidades, esta vez con cierta ironía y mayor objetividad. Reproducimos tan solo un par de fragmentos de una larga letanía de comparaciones cuyas estrofas comienzan en paralelo con «es verdad q u e . . . » y «pero estoy perfectamente ahora», narrando respectivamente los recuerdos del p a s a d o en Ceilán y el presente en Canadá. Una vez más el paisaje se muestra como la forma metafórica esencial para entender los estados de ánimo y las sensaciones contradictorias de melancólica añoranza y objetividad acomodaticia: Conversación con dios s o b r e mis derroteros actuales E n verdad he olvidado las simétricas terrazas de los c a m p o s de arrozales. C ó m o bajo sus pies, los dioses removían con el tiempo un cuenco d o r a d o de arroz. A l g o no muy estético, tal vez. P e r o estoy perfectamente ahora. H a n triturado las espigas de maíz para saciar mi e s t ó m a g o cada blanca rebanada, y toda imperfección desaparece con su ingesta diaria y la d e la vitamina B 9 .
9 «Conversations with G o d About My Present Whereabouts: True, I have almost forgotten / the terraced symmetries / of the rice-paddy lands. / How the gods underfoot / churned in time / a golden bowl of rice. / A loss of aesthetics, perhaps. / / But I am perfect now. / They have crushed the ears of corn / to feed my belly / white slice by slice, / and all imperfections die / with One-A-Day and vitamin B complex. / / ... / / True, I sometimes ask: / Where's the primal scream, / the madness of sun, / the dance of hands and pebbles / by the ocean shore? / And where's the seashell horn, / the words of angels under the sea? / / But I am perfect now. / The chameleon / has muted my rowdy scream / to the whisper of a white-boned land, / and stretching in silence, / I am a king of silence. / / [...] / / True, I have changed dead history / to now, / turned my father into
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Tras estas dos estrofas primeras se continúa refiriendo las diferencias existentes entre el paisaje tropical y subdesarrollado de Asia y el norte frío, tecnológico y avanzado de Norteamérica. Se utiliza al elefante asiático (su «habilidad pesada que hace que, con una precisión estelar, evite los peligros de las trampas humanas que le acechan») para representar el pasado, y se compara con la dificultad de sobrevivir entre tanta nieve («la nieve y el hielo apresando mis botas y otros aparejos pero los huesos permanecen intactos»). Se siguen, así, estableciendo diferencias sustanciales, sutiles pero no por ello menos importantes: En verdad a veces me pregunto: ¿dónde quedó aquel berrido primal, la locura solar, la danza de guijarros y manos a los pies del océano? ¿y dónde la caracola, las voces de los ángeles bajo el mar? Pero estoy perfectamente ahora, un camaleón ha sofocado mis berridos vocingleros hasta el susurro de una tierra blanca hasta los tuétanos, ahora se esparcen en silencio, soy el rey del silencio. [...]
En verdad he cambiado la historia muerta por el hoy, me he convertido en mi padre, papaíto ausente durante tanto tiempo patinando ahora en la pista llena de niños que juegan. me, / the long-gone daddy / now skating on a rink / of clowning children. / / But I am perfect now. / I have switched the time and place / of the womb, / my lungs free to scream / though disciplined to whisper, / free to trap the robin in my eye, / if not the strident crow. / / I AM perfect now. / / A brown laughing face / in the snow, / not the white skull / for the flies / in Ceylon's deadly sun.» (Gill: 21-23)
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Pero estoy perfectamente ahora. He cambiado el tiempo y el espacio del útero, y mis pulmones limpios para berrear han aprendido también a susurrar, y mi ojo puede atrapar al petirrojo cuando no al cuervo estridente. ESTOY perfectamente ahora. Un rostro risueño y aceitunado en la nieve, no esa calavera blanquecina con moscas bajo el sol mortal de Ceilán. Teñido de ironía y nostalgia a partes iguales, en su poema se destacan (entre todas sus idas y venidas por el espacio y el tiempo vitales) la imposibilidad de subsistir en la tierra de nacimiento, a la par paupérrima pero bellísima, y al mismo tiempo, su infelicidad en la tierra de acogida, a un tiempo riquísima pero también vacua y blanquecina. Se produce, entonces, una sensación de frustración en la certeza de que no se habita ninguna de las dos: una, la propia, se tuvo que abandonar huyendo de la miseria, la otra no se siente jamás (a pesar de intentarse año tras año) como propia. Es muy importante reconocer las alusiones raciales soterradas (ese «rostro aceitunado», esa «sonrisa forzada y políticamente correcta»), las referencias a la incomunicación («soy el rey del silencio», en una tierra de susurros corteses e indiferencia), o las de clase («el griterío y las moscas, el primitivismo de los rituales, comer con la mano la fruta del árbol» en contraposición a la sofisticación un poco hipócrita, la urbanidad, el protocolo, o las vitaminas en grageas). Nótese, además, la necesidad de imprimir mayúsculas en la palabra «estoy», en la frase, « E S T O Y perfectamente ahora», como queriendo autoconvencerse de que se eligió el camino correcto, de que no había más alternativa y de que no hay, sin duda, nada de lo que quejarse cuando se vive en uno de los países hegemónicos en el mundo en cuanto a niveles de riqueza monetaria per cápita.
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LA PARÁLISIS ACOMODATICIA Y LA DISTOPÍA EXISTENCIAL
También Cyril Dabydeen, un escritor de origen guyanés pero que llegó a Canadá en 1970, habla de esta comparativa entre paisajes. En su poema «Retales de mi vida» expresa que Retales de mi vida Retales de mi vida he desechado para timonear la tormenta de lluvia de perdigones -y por todas partes mi verde ser dando tumbos. Musito un lamento por un riachuelo sinuoso y estrellado con forma de caimán; me encorvo y doy vueltasuna bandada de cazones circula en medio de fragmentos dispersos de sol.
La fuerza gravitatoria que implica el desarraigo es la clave de este poema de reconocimiento o, mejor dicho, de anagnorisis, de una realidad que encadena en tierras extrañas. En este poema subyace la sensación extrema de desarraigo vista sobre todo desde la perspectiva de lo
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«My Sundry Life: My sundry life / I've given over / to wielding in a storm / with pellets of rain / - a n d everywhere / the meandering self in green. / / I m u r m u r regret / in an alligator creek / with star-shaped ripples; / I b e n d and circle- / a dogfish flotilla / in my midst / scattering fragments of the sun, / / Glinting more and more of my life / with thunder-belch / and forest spell. / I listen with continuing awe / pressing an ear to the g r o u n d , / my heart beating f u r t h e r rain. / / Such is my beloved, / my eyes plastered / with clay- / a m e m o r y song once again / my s o u n d s of soil & floating things / in t h e everlasting presence / of d r e a m s gone haywire / on this one-time / h o m i n g g r o u n d . » (Dabydeen: 56).
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temporal: la no posesión del tiempo, que transcurre imparable con un ritmo de aguja envenenada, sin que podamos asirlo, sin que la brisa favorecedora impulse el vuelo, en esta metáfora que ahora nos ocupa. El aplastamiento, las aguas empantanadas, las cadenas y las jaulas no son más que rémoras de todo tipo, sociales, económicas, acomodaticias, que hacen que el emigrante no pueda volver a su tierra, y pierda la capacidad centrífuga que le llevó hasta allí, hasta este paraíso artificial, hostil para su naturaleza. En este sentido, Greg Garrard (86-88) habla de los «asentamientos apocalípticos» y cuestiona los conceptos heideggerianos de pureza y posesión de la tierra, que unen esta con los calificativos de naturaleza, nación, raza y sangre, abogando por una «habitación» basada en la integración cultural del entorno 11 . Así pues, «Cautivo» es un texto paralelo que ahonda en esta sensación, escrito por S. Padmanab, un médico afincado en la región canadiense de Saskatchewan, y aficionado a la pintura: Cautivo anclado, sueño con otros mundos: inmensas tierras morenas que flotan, densamente cubiertas de vegetación, horadadas por ríos, penetradas por cimas de altas montañas. veo cómo se acercan a mis confines, cómo erosionan y desplazan el mar que juguetea por mis piernas atadas.
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Estas observaciones pueden emparentarse con las ideas postcoloniales de nación
y narración de H o m i Bhabha, por ejemplo. E n las teorías postcoloniales la cultura está integrada en un espacio físico, que conforma su idiosincrasia y le da carácter. L a cultura, pues, tiene localización y tanto si lo que se cuenta es una utopía c o m o una distopía, la conversación entre el entorno y la identidad son claves. E n el relato del desarraigo, se produce el fenómeno de la despoblación, del abandono de la morada por una nueva realidad.
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se deslizan bajo mis pies, y me recogen en un gran estallido de vida; ya no soy más cautivo, solo un simple anacoreta que escoge su último suelo12. Este «coloso de Rodas», encajado en la tierra de promisión, utiliza la retrospectiva del pensamiento para recordar los espacios físicos y mentales de su tierra natal. El mismo, convertido en isla -es decir, aislado en su propia singularidad- escoge soñar con el edén, ahora que parece que su vida ha transcurrido y le queda tan solo el recurso de emigrar astralmente, en las alas del pensamiento libre y subjetivo, que le hace volar hacia lo que se ha venido a denominar como «la madre patria embellecida» o, por así decirlo, la idealización de lo que se añora. Lo que se ha perdido se convierte, entonces, en un paraíso tropical de abundancia y belleza, que hace palpitar el corazón casi en éxtasis. Replegado en su propia contemplación, el emigrado no es más que un anacoreta que reconstruye su propia salvación a través de los engaños de la memoria y, sobre todo, de una elección casi religiosa: la de habitar en esa ensoñación hipnótica y adictiva que lo redime. Como hemos podido comprobar, en la recreación del paisaje (tanto real como imaginario, de acogida o de nacimiento) de esta literatura del desarraigo encontramos una íntima relación entre el hombre y el medio ambiente que lo rodea. En relación con esto, la filósofa Val Plumwood argumentaba la necesidad de encontrar una espiritualidad material en el lugar, o sea, una nueva «sensitivación» de los espacios que habitamos y que nos resultan tan familiares que obviamos su belleza y su poderío. Será, entonces, a través del viaje que «as a communicative project [we] explore the more-than-human as a source of wonder and wisdom in a
12 «Captive: anchored, / i dream of other lands: / masses of b r o w n earth floating by, / dense-covered with vegetation, / speared by rivers, / and pierced by raised m o u n t a i n heads. / / i see t h e m drift nearer / to my confinement, / see t h e m e r o d e and displace the sea / that mocks my t e t h e r e d limbs. / / they slip b e n e a t h my feet, / gathering m e / in a vast expanse of life; / i am n o longer captive / b u t a mere anchorite / choosing his final g r o u n d » (Dabydeen: 167).
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revelatory framework of mutual discovery and disclosure. Journeying [as] an important dimensión of life in which we can escape the instrumental mode to encounter the earth as another agent and lócate ourselves in the narrative of its history and power» (2002: 233)13. Así, la naturaleza se apropia, se distorsiona y se utiliza para reproducir una catarsis de los sentimientos de desplazamiento, hostilidad e inmersión en lo ignoto, a pesar de que muchas veces esa tierra de acogida pueda verse como tierra de promisión y de oportunidades. El espacio perdido suele embellecerse y subjetivarse, hasta el punto de reescribirse como un «paraíso recuperado» en la memoria selectiva y emotiva del exilio. Al mismo tiempo, la metáfora del viaje constituye una sinergia polivalente y muy poderosa, que encuentra su correlato en la ausencia de movilidad que implica la estadía posterior en la «otra» tierra habitada. De este modo, ambos espacios tienden a compararse, oponerse y desconstruirse, formando parte de un proceso de asimilación e integración que muchas veces resulta problemático y que conlleva siempre una sensación de desasosiego producida por la melancolía y la nostalgia. El medio natural, para finalizar, se observa principalmente como un locus literario donde, a través de la descripción de sus principales exponenciales, se recrean, se exorcizan y se ajustan las diferencias sociales, culturales y de comunicación que existen en la mente de los emigrantes. Esta importante búsqueda de asimilación y de raíces se convierte en el fin último de una escritura autobiográfica, que evita con ello la obsesión permanente por el pasado y, viceversa, la superficialidad de vivir en un presente fabricado en la artificialidad sin raíces. Y es en esta conjunctio oppositorum literaria, en esta búsqueda alquímica de transformación personal, donde la auténtica identidad poliédrica, rica, valiosa y multicultural, encuentra su hábitat natural: su Itaca de regreso y su reposada Arcadia.
13 «Como proyecto comunicativo en el que podemos explorar lo más-que-humano como fuente de asombro y sabiduría dentro de un marco revelatorio de descubrimiento y confesión mutuos. El viajar como una importante dimensión de la vida en la cual podemos escapar al modo instrumentalizado para percibir la tierra como otro agente y situarnos dentro de la narrativa de su historia y poder.» (La traducción al español es mía.)
IV.
E C O C R Í T I C A EN LAS
Y EN LA L I T E R A T U R A
LEYENDAS INFANTIL
ECOMITOLOGÍAS José Manuel Pedrosa Bartolomé
ANTROPOLOGÍA ECOLÓGICA Y ECOLOGÍA DE LOS MITOS
Para todas las grandes corrientes de la antropología cultural de los últimos cien años, la relación entre la cultura (entendida como creencia, como rito y como sistema de instituciones) y el entorno ecológico ha constituido un objeto de análisis central. Existe hoy, incluso, una rama de la antropología general que recibe el nombre de antropología ecológica, y no faltan, en los grandes manuales de antropología, capítulos que se llaman justo así, o que llevan títulos como el de «Ecología y cultura» 1 , u otros similares. Hasta existen revistas científicas que portan nombres como el de journal of Ecological Anthropology y, también, una bibliografía de artículos y de libros académicos prácticamente inabarcable (y en proceso de crecimiento exponencial) sobre la cuestión. Del mismo modo que han surgido una historia ecológica, un ecofeminismo, y otras disciplinas conexas que todo hace suponer que no están más que iniciando un desarrollo que se adivina fecundo y prometedor. Hay que señalar que la acotación (aplicada a la antropología) de «ecológica» es, en cierta manera, redundante e innecesaria: hoy, toda antropología, y toda dimensión o capítulo de cualquier antropología, son, por activa o por pasiva, ecológicos-, o dicho de otro modo: toda antropología intenta comprender, hoy, la relación del h o m b r e con su medio. Hasta las disciplinas que hoy se llaman antropología urbana, o antropología de las migraciones, o antropología del turismo, o cualquier otra de las que están ya asentadas o de las que vayan surgiendo, son, de algún modo, antropologías ecológicas.
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Así es como se titula el capítulo redactado por Valdés Gázquez y Valdés del Toro, quienes ofrecen una síntesis muy pedagógica de la cuestión para el lector español, y una nutrida bibliografía de estudios al respecto.
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Aun ciñéndonos, solamente - y por pura conveniencia de método-, al área de la antropología -lindante con los estudios literarios- que se interesa por los mitos, por las leyendas, por los cuentos, el horizonte escolar y bibliográfico sigue siendo extraordinariamente complejo. Podemos resumir mucho y señalar que la gran ruptura con las teorías evolucionistas decimonónicas (que especulaban con una cultura y con unos mitos entendidos más bien como artefactos místicos y estéticos, según mostraba todavía en 1926 James George Frazer, con su The Worship ofNature) la encauzó Bronislaw Malinowski (en las décadas de 1920 y de 1930 sobre todo), con su teoría (funcionalista) de que la cultura (y los mitos) son un sistema de respuestas prácticas y adaptativas que los humanos dan a las necesidades básicas que se hallan condicionadas por cada entorno: necesidades que tienen, en primer lugar, una dimensión biológica y, en segundo lugar, una dimensión social; y a cuya satisfacción (y garantía de viabilidad) están orientados los discursos, los valores, las costumbres de cualquier grupo. Pese a las diferencias (a veces radicales) entre aquel primer funcionalismo y el posterior y más refinado de la antropología británica posterior (la de Radcliffe-Brown o la de Evans-Pritchard, que vivieron en el medio ecológico y humano que observaron), y pese a la distancia que le separó también del estructuralismo de Lévi-Strauss (tan atento siempre a la observación de la flora, de la fauna, de la naturaleza, como indicios, causas y modelos, directos, inversos o laterales, de los mitos), y pese al abismo que le separa del materialismo pragmático de Roy A. Rappaport o de Marvin Harris (que llevaron a extremos casi estadísticos la explicación de los hechos sociales y culturales, y por tanto de los mitos y de los ritos, a partir de la relación de los grupos humanos con sus circunstancias ecológicas), la reivindicación que hizo Malinowski del medio como marco y pauta para la construcción de toda cultura y de toda teoría de la cultura ha impregnado, y sigue impregnando, hasta hoy, el pensamiento de esas escuelas antropológicas y de todas las demás. No disponemos, ahora, de espacio para traer a revisión análisis tan célebres como los que hicieron Rappaport o Harris -en sus respectivos libros Pigs for the Ancestors (1968) o Coivs, Pigs, Wars and Witches (1974)- de la porcofilia y de la porcofobia arraigadas en pueblos diversos (entre los porcófobos se encontrarían, por supuesto, los judíos y los musulmanes), o del carácter sagrado que tienen las vacas en la tradición
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hindú, creencias que han quedado codificadas en mitos, en tabúes, en normas religiosas y culturales que responderían, según los minuciosísimos datos que aportaban ambos antropólogos, a complejas cuestiones de disponibilidad y de rivalidad (entre humanos y animales) en relación con el agua, con los alimentos, con las materias primas, con los espacios sociales y políticos. Y, desde luego, con la preservación de todos esos recursos para las generaciones del futuro. Tampoco podemos, ahora, explorar la enorme cantidad de estudios que la antropología aún más reciente - l a anglosajona sobre t o d o - ha dedicado a la relación entre ecología y narración tradicional. Ni, mucho menos, entretenernos en analizar, remontándonos a cuestiones de raíces y de alcances aún más amplios y complejos, mitos extendidísimos, universales podríamos decir, como el del paraíso, el edén, la edad de oro, el país oculto de los felices hombres salvajes, las penumbras silvestres sobre las que imponían su voluntad Artemisa-Diana o los genios profusos y anárquicos de la naturaleza, que nos retrotraen a tiempos originarios -tan añorados en tantas culturas- en que la naturaleza vivía en un estado prístino, feliz e insólitamente fecundo que no había acusado todavía los efectos devastadores de la actividad humana. Mitos que tienen su contrapunto en el de las progresivamente degeneradas edades de plata, de bronce, de hierro, caracterizada esta última por la desordenada y «criminal pasión de poseer» (propiedades privadas y codiciadas) y por el desarrollo de nuevas tecnologías de explotación agresiva de la naturaleza (navegación, agricultura, minería, milicia). Según denunciaba, hace ya dos milenios, el clarividente escritor latino Ovidio: Tras esta apareció en tercer lugar la generación de bronce, más cruel de carácter y más inclinada a las armas salvajes, pero no por eso criminal. La última es de duro hierro; de repente irrumpió toda clase de perversidades en una edad de más vil metal; los engaños, las maquinaciones, las acechanzas, la violencia y la criminal pasión de poseer. Desplegaban las velas a los vientos, sin que el navegante los conociese aún apenas, y los maderos que por largo tiempo se habían erguido en las altas montañas saltaron en las olas desconocidas, y el precavido agrimensor señaló con largas líneas las divisiones de una tierra que antes era común como los rayos del sol y como las aves. Y no solo se exigían a la tierra opulentas cosechas y alimentos que ella debía dar, sino que se penetró en las entrañas de la tierra y se excavaron los tesoros, estímulo de la depravación, que ella había escondido llevándolos junto a las sombras de la Estige. Y ya había
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aparecido el hierro dañino y el oro más dañino que el hierro; apareció la guerra, que combate valiéndose de ambas y con mano sangrienta blande las armas que tintinean. Se vive de la rapiña; ni un huésped puede tener seguridad de su huésped, ni un suegro de su yerno; incluso entre hermanos es rara la avenencia. El marido maquina la ruina de su esposa, y esta la de su esposo. Madrastras horribles preparan los lívidos venenos del acónito; el hijo averigua antes de tiempo la edad de su padre (Ovidio: 1,125-149).
Nos centraremos, en este artículo, en otros tipos y modalidades de mitos, tradicionales y a un tiempo modernos o contemporáneos en lo que se refiere a su registro, documentados en pueblos y en tradiciones culturales que podríamos describir como marginales y periféricos en el mundo de hoy: de organización política no estatal (aunque sometida a estados ajenos o represores de su identidad); de cultura fundamentalmente oral; escasamente tecnologizados en comparación con las naciones-estado que se han adueñado política, social y militarmente del mundo; vivos aún, pero muy en precario y en rápido e irreversible retroceso, bajo la sombra amenazante de la absorción social y cultural -cuando no del llano y simple exterminio físico- en las fauces del cada vez más devorador mundo globalizado. Pueblos, en definitiva, dominados, sometidos, hostilizados, para los que las sociedades dominantes inventaron las etiquetas prepotentes y simplificadoras de pueblos paganos, de pueblos salvajes, de pueblos primitivos, que ilustran, sobre todo, la incapacidad de los que imponen tales categorías para entender cualquier forma de cultura que no sea la de ellos. De la memoria oral y tradicional de este tipo de pueblos y de culturas de hoy (habitantes, cada día en condiciones más lamentables, de continentes diversos, aunque yo he privilegiado en este artículo la representación americana) he seleccionado una muestra de relatos míticos que tienen un muy significativo denominador común: la defensa del medio ambiente, de los recursos naturales y del aprovechamiento medido y razonable -sostenible, podríamos decir- de la fauna, de la flora, de las riquezas minerales del entorno, como garantía de supervivencia de las generaciones presentes y también de las futuras de los humanos que los explotan. Porque todos estos mitos asumen que el hombre es un explotador, e incluso que el hombre es un predador de todo lo que le rodea, pero ofre-
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cen pautas para que regule la relación con su medio, prescriben la no sobreexplotación de la naturaleza, y anuncian castigos fatales para quienes incumplan las normas de autocontención y superen peligrosamente la línea crítica que separa la explotación responsable de la destrucción abusiva e irracional del medio. La documentación de estos relatos en rincones tan distantes del planeta como Europa, África o América da la razón a Malinowski y a todos los que, después de él, sostenemos que la cultura humana -al menos la cultura tradicional basada en el concepto de comunidad, más que la (in)cultura moderna basada en el concepto de individuo- es un sistema de reacciones y de adaptaciones al medio que busca, por encima de cualquier otra cosa, la satisfacción de las necesidades presentes y la garantía de que podrán ser satisfechas (por todo el grupo) las futuras.
U N CORPUS DE LEYENDAS FANTÁSTICAS DE LOS PESCADORES I N G L E S E S , SEGÚN EL VlCTORIAL ESPAÑOL (PRIMERA MITAD DEL SIGLO XV)
Una sola excepción voy a hacer en relación con el repertorio de textos que voy a traer a colación. El único que no entra dentro de la categoría de los mitos registrados en el siglo XX o en el XXI, y en los arrabales menos prestigiosos de la sociedad occidental, es un texto español y medieval, pero que tiene una originalidad extraordinaria, y un valor comparativo asombroso en relación con el resto de los relatos que vamos a conocer. Se halla inserto dentro de El Victorial, una extensa obra narrativa puesta por escrito en la primera mitad del siglo XV (entre 1406 y 1434, básicamente) por Gutierre Díaz de Games, caballero al servicio del conde de Buelna don Pero Niño (1378-1453). El Victorial se halla a caballo entre la crónica histórica, la biografía novelada (de don Pero Niño) y el libro de caballerías, y describe, en tono fervorosamente apologético, la vida y, sobre todo, las correrías militares del conde por tierras ibéricas, francesas y británicas. Un episodio absolutamente memorable -de excepcional valor etnográfico, literario y cultural- dentro de los capítulos que describen las agresivas incursiones del conde en las costas y en las tierras británicas es el que da cuenta de la curiosidad que el cronista Díaz de Games sentía
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acerca de unos árboles que nacían, según era creencia extendida y que apuntaba a algunos lugares de la antigua Britania, sobre peñas al pie del mar; de tales árboles se decía que salían unas flores que, al madurar y caer, llegaban ocasionalmente al océano, donde se metamorfoseaban en unas aves llamadas vacares: Fallé un ynglés, un honbre muy entendido, e preguntéle muy afincadamente desta razón. E dixo que hera verdad que avía estas aves, mas que heran por esta manera: Dixo que en la costa de Cornualla avía en algunos lugares unos árboles pequeños, que paresgen en la faja e en toda su fechura menbrillos. E que estavan e nacían en las peñas, sobre la mar, en lugares que pocas vezes podría honbre llegar a algunos dellos. E que en aquel tienpo quando las aves fazen sus nidos e ponen sus huevos, que venían allí unas aves que heran canos, como tordos, prietos e[n] el pico e los pies vermejos. E los vey'an asentar en aquellos árboles, e non en otros, e que fazían unos nidos pequeños, e que ponían allí unos huevos muchos e muy menudos; e que luego se yvan, que no los vey'an allí más. E que se dava a entender que ellos heran de tal natura que, como aquellas aves, se criavan allí después, sin otro mantenimiento sino solamente del árbol. Pero que non criavan nin se fazían de otros árboles, sino de aquéllos. E que depués que cay'an en el mar, se criavan e bivían, segund dicho es, e que de allí los tomavan los pescadores nadando por el agua. E que los comen, pero dizen que saben un poco al madero. Otrosí diz que es allí una natura de un pexe que llaman «pexerey», el qual nunca es fallado en ninguna otra parte sino allí. E diz que á todas figuras como honbre, e que es de ese estado. E que es cubierto de unas escamas muy fuertes, todas fechas a fazión de arnés de honbre darmas: platas, e baginete, e arnés de bracos e de piernas, e de pies e de manos; á tantas e tales quantas á menester un honbre darmas bien armado. E aun que tienen algunos de aquella partida que de allí fueron sacadas las armas. E diz que este pexe es fallado muy pocas vezes, e que si conteste que lo matan alguna vez por yerro, diz que dura tres años, en la costa donde muere, que non podrán pescar pescado ninguno, grande ni pequeño, e aun que todas las mares serán escasas de pescado en todo aquel tienpo. E dixo aquel ynglés que él viera, andando con unos pescadores en aquella costa, que tomaron un pexe de aquéllos, que non sería mayor que el su mayor dedo de la mano, e que avía todas aquellas faziones que suso dixe. E que lo tornaron luego a la mar, por que non muriese. E por estas razones que dichas he, e otras muchas maravillas que en aquella tierra fueron e son, es llamada «tierra de maravillas» Angliaterra. E después que Bruto la conquistó, como la llamó del su nonbre, (e) la llamó Brutania.
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E después, a tienpos pasados, acaesgió que ovo en Brutania, que es Angliaterra, años muy menguados de aguas, unos en pos otros, tanto que se tornó la tierra estéril, e que non levava ya frutos. E luego en aquel tienpo vino muy grand mortandad, tanto que ovieron todos a dexar la tierra, e yr buscar otra tierra donde biviesen. E hera a esta sazón un rey que llamavan Millor Perio. E tomó consigo los grandes honbres e las otras gentes, e pasó aquende el mar, [a] aquella tierra que llaman agora Bretania la menor. Aquella tierra hera entonces [de] grandes montañas, e non bivía en ella sinon poca gente en los puertos de la mar. El rey poblóla toda de las gentes de su reyno, que heran muy muchas, tantas que poblaron todas las montañas e la ribera de la mar. E puso nonbre a aquella tierra Bretania la menor, porque fuera poblada de Bretania la mayor (Díaz de Games: 457-458).
La importancia de este episodio de El Victorial puesto por escrito en la remota primera mitad del XV, tan lejos de la época (el siglo XIX) en que comenzó a desarrollarse la antropología científica, estriba, sobre todo, en que presenta rasgos de auténtico y fidedigno informe etnográfico, se apoya sobre un método de fijación del discurso no muy distante del de la moderna encuesta de campo, revela impresionantes señales de curiosidad científica por parte del encuestador (que se tomó la molestia de buscar y de localizar «un ynglés, un honbre muy entendido, e preguntóle muy afincadamente desta razón»), y de voluntad, por parte del informante, de elaborar un discurso preciso y contrastado contradiciendo, matizando, discriminando sobre la común creencia, aportando detalles adicionales. Un etnométodo y un etnotexto, en definitiva, de extrema rareza en cualquier registro documental no ya de la Edad Media, sino de cualquier tiempo anterior al XIX, según se aprecia en alguno de sus indicadores textuales más llamativos: Fallé un ynglés, un honbre muy entendido, e preguntéle muy afincadamente desta razón. E dixo que hera verdad que avía estas aves, mas que heran por esta manera: Dixo que en la costa de Cornualla avía en algunos lugares unos árboles pequeños, que paresgen en la faja e en toda su fechura menbrillos [...] Otrosí diz que es allí una natura de un pexe que llaman «pexerey» [...] E diz que este pexe es fallado muy pocas vezes, e que si contesge que lo matan alguna vez por yerro, diz que dura tres años, en la costa donde muere [...]
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E dixo aquel ynglés que él viera, andando con unos pescadores en aquella costa, que tomaron un pexe de aquéllos [...]
Además de por la insólita -para su época- legitimidad etnográfica del relato - q u e corroborarán los paralelos pluriculturales y del siglo XX que más adelante conoceremos-, este episodio de El Victorial es notabilísimo porque el complejo de leyendas del que informa pertenece a la familia de relatos ecológicos (o ecologistas) a los que estamos prestando atención. De hecho, el episodio presenta tres partes diferenciadas. En la primera, el «muy entendido» informante inglés rebate como exagerada la difusa información que su entrevistador español tenía acerca de árboles de los que nacerían supuestamente, de manera directa, aves marinas, y le informa de que, en realidad, se trata de aves cuyos progenitores anidan en los árboles, que son enseguida abandonadas a su suerte, y que se alimentan del mismo árbol hasta que se hacen autónomas y quedan en condiciones de alcanzar el mar. Explicación mucho más racional y verosímil (aunque no deje de tener imposibles ingredientes fantásticos) que la primera. Y que tendría la virtud, sin duda, de apaciguar los escrúpulos científicos del encuestador, para quien la primera y más disparatada de las leyendas resultaba altamente sospechosa, según expresa en una acotación al margen: «e yo oya muchas vezes esta razón, e dubdava en ella. ¿Cómo podría ser que una natura se pudiese del todo convertir en otra? Paresgíame ser cosa contra natura...» (456-457). En la segunda parte, el informante inglés habla de un pez, el «pexerey» que -según su sincera pero no infalible opinión- solo se encontraba en aquella parte de la costa inglesa («nunca es fallado en ninguna otra parte sino allí»), y que, además, «es fallado muy pocas vezes, e que si conteste que lo matan alguna vez por yerro, diz que dura tres años, en la costa donde muere, que non podrán pescar pescado ninguno, grande ni pequeño, e aun que todas las mares serán escasas de pescado en todo aquel tienpo». Un pez de escamas fuertes pero que, a juzgar por el ejemplar que el informante inglés había podido ver en cierta y rara ocasión, «non sería mayor que el su mayor dedo de la mano». La fuente inglesa nos habla, en definitiva, de lo que hoy podríamos considerar un pez escaso y endémico, que debía ser una variedad muy rara (al menos en aquella área) del pejerrey, pez de la familia de los aterínidos, muy apre-
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ciado, todavía hoy, y en varios continentes, por su carne y por los pescadores de caña. Y que, además, debía ser de pequeño tamaño, lo cual sería un agravante de su vulnerabilidad. Una rareza zoológica que reunía, pues, a juicio de los pescadores ingleses que no estaban nada acostumbrados a verlo por sus costas, todos los requisitos para recibir una protección que, como no podía ser legal -en una época en que cualquier derecho de protección medioambiental era inconcebible-, fue mítica, credencial, ideológica: según la creencia común, si alguien se atrevía a matar ese pez, se condenaba a sí mismo y condenaba a toda su comunidad a varios años de carestía. Todos habían de guardarse mucho, por tanto, de transgredir ese tabú. La tercera parte del episodio de El Victorial no reproduce el discurso del informante inglés, y no muestra un vínculo demasiado explícito con la parte segunda. Pero planea sobre ella la misma nube de inquietud ecológica: sin que se explique exactamente el porqué, se dice que llegó a la vieja «Brutania» una terrible sequía a la que siguieron la ruina, el despoblamiento y la emigración de los nativos a otras tierras. ¿En castigo por la transgresión de algún tabú o de alguna prohibición como los que, según lo que acababa de ser dicho, estaban obligados a respetar los pescadores? El contenido de fondo (la observación y la explicación de ciertos fenómenos naturales relacionados con el mar) y la contigüidad de la forma de los tres relatos (el del árbol del que nacen las aves marinas, el de los peces pequeños y escasos que no deben ser pescados, el de la ruina y la despoblación del país) sugiere (aunque no afirma) esa relación causal, y parece que los mete a todos dentro de un paquete narrativo e ideológico de llamativa homogeneidad.
LA PINCOYA DE CHILOÉ, PROTECTORA DE LOS SERES DEL MAR
Pues bien: tras analizar este originalísimo ramillete de leyendas medievales europeas, vamos ahora a conocer diversos etnotextos documentados en épocas y en lugares bien diferentes (lejos de Europa, lejos del centro del mundo occidental, en el siglo XX), que coinciden en alguna medida con el argumento y con la ideología del relato de El Victorial, y que avalan la impresión del carácter unitario que deben tener las raras leyendas marinas insertas dentro de su tejido textual, porque establecen un nexo
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de causalidad evidente entre los seres fantásticos, la sobreexplotación de la pesca, y el castigo y la ruina que siguen a esta. Entre los nativos de la remotísima isla de Chiloé, en el Pacífico chileno, es tradicional la creencia de que [...] la Pincoya (voz quechua o aimará: significa princesa o esposa del Inca) es una sirena o ninfa que a veces anda acompañada por su marido, el Pincoy. Ambos son rubios. En algunas ocasiones, abandona el mar y excursiona por ríos y lagos. Su misión es fecundar los peces y mariscos bajo las aguas y de ella depende la abundancia o escasez de estos productos. Atrae o aleja de la costa a los peces y mariscos. Cuando un pescador ve de mañana surgir de las profundidades de las aguas a la Pincoya, y esta danza en la playa mirando hacia el mar extendiendo sus hermosos brazos, hay alegría en todos, porque este baile es anuncio de pesca abundante. Si danza mirando hacia la costa, alejará a los peces. Si la Pincoya no favorece con pesca a un lugar, quiere decir que ha arrastrado la abundancia a otro más necesitado. Para ser favorecido por la Pincoya, es necesario estar contento. Por esto los pescadores se acompañan de amigos y amigas alegres y reidores. Si se pesca o marisca con mucha frecuencia en el mismo lugar, la Pincoya se enoja y abandona aquel frente, que luego queda estéril (Plath : 359-360).
¿ C ó m o no apreciar en este relato coincidencias más que llamativas, de fondo, de forma, y también de función y de ideología, en relación con el texto anglo-hispano medieval?
ARGENTINA: LOS CUSTODIOS DE LAS AGUAS Y DE LOS MONTES
El mito de la Pincoya de Chiloé no es ninguna rareza. En el imaginario tradicional de la vecina Argentina viven, en p r o f u s i ó n y mezcla a s o m b r o s a s , t o d o tipo de seres míticos cuya razón de ser no es otra que la protección de la naturaleza y de sus pobladores, la vigilancia y regulación sostenible de la caza, la pesca, las explotaciones agrícolas y mineras, y la pedagogía amable o el escarmiento terrible de los humanos que abusan, ponen en crisis y arruinan el entorno natural que les nutre.
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P o r la m o n u m e n t a l compilación d e relatos folclóricos q u e realizó Berta E. Vidal de Battini p o r tierras de t o d o el país, en las décadas centrales del siglo XX, transitan muchísimos de tales seres, de n o m b r e s absolutamente evocadores, de atributos fascinantes. P o r ejemplo, una leyenda sobre La agüela o dueña del pescado recogida en Isla de O r o , Formosa, en 1972, nos acerca resonancias evidentes de las creencias q u e en la E d a d Media hemos visto relacionadas con el pejerrey, o de las que en Chiloé se asocian a la Pincoya: Suelen decir que hay un fantasma de mujer como una sirena que se ve en el río, y que es la agüela o dueña del pescado. Me dice esta señora, doña Cristina Álvarez, que es una pescadora antigua y que sale con la canoa de noche, a cualquier hora, que a ella, dice que le sale ese fantasma, qué se yo. Debe ser, como a tantos que pescan que les sale la agüela del pescado. Así dicen que sale. Tanto como una persona o animal, porque por acá se dice mucho. Sale, sí, dicen. Y eso es para que se asusten, para que por lo meno le dejen un tiempo libre a lo pescados. ¡Pobre pescadito, también! Porque la mayoría de la gente de la lia viven del pescado. Tienen dueño los pescados. Y todos los animales tienen dueño. L'Agüela o dueña del pescado, seguramente, que sale para que no maten tantos. Yo creo que eso fantasma que suelen ver, pueden ser como sirena. Porque e un misterio (Vidal de Battini: núm. 2347). La Pora es otro de los genios silvestres que custodian y que defienden la naturaleza argentina. El siguiente relato, de Esquina, Corrientes, recogido en 1948, la muestra otorgando sus favores solo a los que los necesitan, y castigando a quienes pretenden abusar de ellos: La Pora es un espíritu que cuida las plantas y ataca al que quiere ofenderlo. Vive en el ombú y en la higuera. La higuera florece el Vierne Santo a las doce de la noche y la Pora no deja ver nunca sus flores, que a la mañana ya han desaparecido, apareciendo los higuitos. Solamente pueden ver las flores las personas que se envuelven en sábanas blancas y le digan al Pora que necesitan sus flores para remedio. Esa flore tienen mucho poder, para ser ricos, para tener suerte en todo y para curar todas las enfermedades. La Pora se acerca a los ranchos, para hacer mal. Pero para que no haga mal, no hay que contestarle cuando dice: «Buen día». Hay que quedar callado, entonce la Pora pasa (núm. 1581).
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De Coquena, otro de esos espíritus que protegen la naturaleza frente a las agresiones humanas, se cuentan mil y una historias en las provincias de Jujuy y de Salta. Véase, a modo de ejemplo, este relato, registrado en 1968 en Tuíte, Cochinoca, Jujuy, que presenta una divinidad protectora de los pobres, moderada, equilibrada, que se defiende con la fuerza de la razón y que castiga con el peso de la justicia: E l C o q u e n a es un h o m b r e chiquito, vestido de color vicuña. D e n o c h e arría las vicuñas. L a s vicuñas van tranquilas con él. L a s vicuñas llevan cargas de plata. Dicen que en las noches d e luna se ve que brillan las cargas de las v i c u ñ a s . L l e v a n las c a r g a s d e p l a t a d e un l u g a r a o t r o p a r a q u e n a d i e las encuentre. E l C o q u e n a si a p a r e c e a los c a z a d o r e s d e v i c u ñ a s y s e enoja c u a n d o matan animalitos sin necesidad y en cantidá. L o s cazadores viejos cazan vicuñas con trampas. E n el camino por d o n d e andan las vicuñas en el cerro, les ponen unos hilos largos, y áhi les p o n e n de trecho en trecho las libes 2 , que son unas boleadoras, y c u a n d o ellas encaran se les envuelven y las vicuñas caen. C o q u e n a se enoja c u a n d o las cazan con armas de fuego, pero ahora cazan más en esa forma. A los p o b r e s C o q u e n a les da las vicuñas lastimadas que dejan los cazadores (núm. 2246).
LA MADRE DE LOS GUANACOS DE TUCUMÁN, Y EL NIÑO Q U E SE CONVIRTIÓ EN JEFE DE LAS BESTIAS
Dentro del repertorio de relatos que estamos conociendo, podría ser acotado todo un ciclo narrativo que se centra en las correrías de un niño raptado (de forma por lo general temporal, muy pocas veces permanente) por algún genio o espíritu de la naturaleza, que le alecciona sobre la obligación de respetar los animales, los montes, las aguas, y de contribuir a enmendar el comportamiento violentamente destructivo de los humanos. Esta leyenda de La madre de los guanacos, recogida en 1951 en Colalao del Valle, Tafí, Tucumán, presenta el desenlace más inusual, porque
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Libes, «boleadoras especiales para cazar pájaros o vicuñas».
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mientras, por lo general, el niño es devuelto a su familia y a la civilización, en esta ocasión no solo se queda a vivir para siempre con los animales, sino que llega hasta a convertirse en su guía y en su líder: Diz que la Pachamama es la madre 'i los guanacos, las vicuñas, los venados y los animalitos del cerro y del monte. Ella los cuida, po, que no los maten todos. A los pogres los deja que cacen pa comé, pa su necesidar. Poquito, uno o dos guanaquitos. Tamén alguna vicuñita pa su ponchito 'i lana. La Pachamama castiga, po, si matan pa vendé porque se li hai acabá su hacienda, po. Diz que una vez había un hombre que cazaba en los cerros y bajaba con gran cantidar de cueros y carne. No lo ha podio tráir de tanto que mataba animalitos. Esti hombre ha ido siempre con su hijo a cazar, al cerro. Diz que un diya se li ha aparecíu la madre de los animalitos, la Pacha, la Pachamama, y li ha dicho que tiene que cazá un solo guanaco pa su necesidar, cada diya, que ella li hai dejar por áhi, entre las peñas, un cogote ¡i guanaco lenito di oro pa que seya rico y no le perjudique su hacienda. Yo no sé si la han visto a la Pacha, porque diz que no la ve naide, pero, la sienten hablar, po, y saben cuando se enoja, porque castiga fiero. Diz que el hombre nu ha creido y ha seguíu matando, pero el niño ha obedecido, ha hecho lo que ha mandado la Pacha, y nu ha matau mas que uno, por diya. Diz que la Pacha pa castigá al hombre, un diya qui han andau cazando li ha hecho perdé al mozo en los cerros. El hombre lu ha buscau al hijo, y ha 11amáu a los vecinos y lu han andau buscando muchos diyas, y no lu han encontrau por nada. Áhi han visto qui es un castigo de la Pacha. Diz qui un diya, cuando esti hombre ha andau con otros vecinos por los cerros, lu ha visto al hijo que andaba montado en un guanaco grandote y qui iba arriando una tropa grande de guanacos. Diz qui iba vestíu como un guanaco y de que lo vido, diz que li hablaban en el relincho. Era un día niblinoso, que cuasi no se vía, entre los cerros, y ha pasau no más el hijo que si había llevau la Pachamamama ya como si juera dueño de los guanacos. Y así castiga no más la Pachamama al que no li obedece (núm. 2280).
EL DUEÑO DEL CERRO, UNA HISTORIA VIVIDA POR UNA INDIA CHOL DE CHIAPAS (MÉXICO)
El relato de la Catamarca argentina que acabamos de conocer era una historia vivida, pero conocida solo de oídas-, un evento del que nadie de
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la comunidad duda, absolutamente verosímil (sinónimo, en aquel contexto, de verdadero), y muchas veces evocado como cierto y real por todos, pero no experimentado en carne viva por el narrador ni por sus fuentes de información directas. El relato del Chiapas mexicano que vamos a conocer a continuación avanza un paso (o varios pasos) decisivo(s) en el grado de asimilación, de interiorización, de una materia narrativa cuyo argumento resulta muy similar: es presentado como una historia vivida, y sufrida en carne propia no por uno, sino por dos narradores, cuyos relatos se complementan, se sincronizan, se refuerzan el uno al otro en una unidad de discurso que presta una verosimilitud excepcional a todo el evento. Su contraste nos permite apreciar hasta qué punto son infinitos las variantes y los matices (y los cambios de tiempo, de espacio, de entorno) que pueden llegar a asumir los relatos tradicionales que predican y que prescriben respeto a la naturaleza, a sus pobladores animales, a su vegetación, a sus mares, ríos, montes. De forma tan intensa, tan verosímil, tan viva y tan asumida por los nativos que, en ocasiones como esta, nos es posible hacer el seguimiento de cómo el mito desciende al terreno de la historia oral, se encarna en historia de vida, se refugia en un yo que cuenta el relato inmemorial como si fuese auténtica y singular memoria personal. Las coincidencias con el relato argentino anterior no pueden ser calificadas más que de asombrosas. Porque entre los indios choles de Chiapas ha sido documentada una historia, excepcionalmente interesante y hermosa, que habla del tiempo que una niña india que se perdió en la espesura pasó en la casa (la cueva) de El dueño del cerro, conviviendo con los animales, escuchando sus quejas acerca del comportamiento poco respetuoso hacia el medio ambiente de las personas, aprendiendo que es preciso respetar los secretos y las normas de regulación interna de la naturaleza. A su regreso, se vio obligada a guardar el secreto de todo lo que había visto y vivido, bajo pena de muerte para los suyos: de nuevo la transgresión del tabú de respeto de lo natural misterioso, el desvelamiento de cualquier vía por donde pudiera ser puesto en riesgo el sagrado refugio de los seres del bosque, quedaba penado por la amenaza de ruina para toda la comunidad. El mito -igual que en el relato medieval de El Victorial, igual que en la leyenda de la Pincoya de Chiloé, lo mismo que en la leyenda argentina de Catamarca- vuelve a mostrarse
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conminatorio, admonitorio, prescriptivo, amenazante, además de profundamente ecologista. Pero a todo esto le suma un rasgo de poética de significado excepcional: que fue vivido por los mismos sujetos que lo narran, y que alcanza, así, la cota más elevada (en cuanto a realismo, verosimilitud, impacto) que puede, acaso, alcanzar ninguna modalidad de relato: Era chiquita, cuando ya mis padres me llevaban a la milpa. Diariamente, teníamos que descansar en un promontorio llamado, precisamente, el Descansadero. Ese se encuentra en medio del camino entre dos poblados, uno en el que vivo y, el otro, en un municipio diferente. Frente al Descansadero se encuentra, imponente, un cerro llamado Nava. Cuando va a llover, en este cerro se oye aullar a los monos y algún rugido de tigre. Uno de tantos días, mis papás me dejaron sola en el Descansadero; iban a cortar ballil, una especie de carrizo de montaña con el cual se hacen canastos. Me encontraba descansando, cuando vi que se me acercó un venado que me decía: «pancrás». Casi hipnotizada, miré hacia el cerro imponente y sentí un escalofrío en la espalda. Aturdida, fui siguiendo al venado sintiendo que mi cabeza estaba en blanco. Cuando me di cuenta, ya era de noche. Me encontré en un lugar extraño. Había toda clase de animales: tepezcuintles, culebras, monos, dantas, etcétera. Me hallaba en una cueva y ahí había recobrado la noción del tiempo. No me había dado cuenta de cuánto habíamos caminado ni hacia dónde. Al otro día, tal vez de madrugada, puesto que no percibía yo la luz del día porque el recinto estaba en penumbra, me trajeron una especie de carne. Me dijeron que era carne de una de sus mascotas. El que me hablaba no se dejaba ver; yo podía percibir su presencia, pero no veía su figura. Comí con hambre y, cosa extraña, no me infundía temor el estar en aquel ambiente. Los animales que me acompañaban en la cueva hacían turno. Me pasaban un armadillo como banco, o me sentaba en un tronco. Siempre comí una carne deliciosa que me sabía a carne asada, como de venado tepezcuintle, o algo así. Cierta vez, ya confiada, les dije que me quería bañar. Me autorizaron a hacerlo, no sin antes advertirme que no pisara sobre las piedras del río Nava. Al preguntarles por qué, me respondieron que las piedras representaban la cabeza del Hacedor del Mundo y, a la vez, la cabeza del dueño del cerro. También me dijeron que los seres humanos, algunos campesinos y excursionistas, no sabían eso. Al bañarse en las corrientes de agua, hacen sus necesidades a la vera del río y, en lugar de papel u olote, que es lo que usan los campesinos como yo, se asean sobre las piedras lisas y el Señor tiene que soportar esta falta de respeto.
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Así estuve algún tiempo en esa cueva y, cosa rara, no me aburría. No me hastiaba la carne de todos los días; no sentía frío ni calor. No, no estaba hipnotizada ni en un trance. Estaba en mis cinco sentidos; soñaba como si estuviera en mi casa. Uno de esos sueños fue lo que me hizo recapacitar... Me fui de la cueva y huí. No me dolieron las espinas de chapaya; caminé día y noche sin temerle a las culebras, pues como era tan niña no había visto morir a ningún campesino mordido por estas, y, tal vez, porque había convivido con ellas o, quizás... Sí, ¡eso era! por el afán de estar nuevamente en casa y volver a ver a mis papis y a mi gente. Hasta aquí recuerdo todo lo vivido. El resto me lo contaron las buenas personas que me rescataron en la otra colonia del municipio que mencioné. Me casé... más bien dicho, me dieron con un joven campesino que me enamoraba y, ya grande, transcurridos los años, tuve hijos como normalmente los tienen las personas. Mi aventura no se la conté a nadie, solo a mi mamá. Por eso sé, gracias a ella, la segunda parte de la historia. «Transcurridos casi tres meses de haberse perdido mi hija, al regresar de cortar ballil y no haberla encontrado en el lugar de descanso donde la habíamos dejado, después de padecer zozobras y penalidades, el desánimo nos venció. La gente de la comunidad y algunas otras personas que se habían enterado, nos ayudaron a buscarla los primeros días. Solo encontramos rastros de venado y, como mi hijita no usaba zapatos, nos fue imposible rastrearla. Solo su carguita se había quedado ahí. No encuentro palabras para narrar esta etapa de nuestras vidas. Casi a los tres meses, vino un mandadero de Chulum Cárdenas, el poblado del otro municipio, para avisarnos que había encontrado a una niña toda hecha harapos, trizas sus piecitos, que no hablaba y que sus ojos desorbitados daban miedo. Mi esposo y yo fuimos inmediatamente, pues por el amor de padres nos dio la corazonada de que era nuestra hija. Tal como fue. Era ella, muda, sus piecitos llenos de espinas de chapaya, arañada, tiznada, con un gesto de espanto, de terror. La pusimos en manos de un brujo curandero; la llevamos al pueblo de Moyos para que la revisara un ladino; fuimos al pueblo de Sabanilla con la misma intención... y nada. Mi hijita permanecía muda. Recobró el habla casi al año, aunque yo había oído que en sueños, a veces, eran en voz alta y platicaba con alguien. Cuando recobró el habla, le pregunté con cautela sobre lo sucedido. Primero, se negó a decírmelo; luego, con toda clase de precauciones, me contó todo lo que había ocurrido desde el primer día en que desapareció, hasta que decidió huir de la cueva.
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Ella cree que estuvo en el cerro Nava, pues este cerro se prolonga paralelamente a la otra colonia donde fue encontrada. Los campesinos van a ese cerro en busca de tierras mejores para hacer sus milpas. Mi hija me dijo que si contaba a la gente, o incluso a mis familiares cosas que condujeran al encuentro o localización del lugar donde estuvo, poco a poco, todos mis familiares irían muriendo. Así me lo dio a entender mi hija. Esta historia solo la sé yo y el marido de ella.» (Gómez Gómez/Pérez López/Hidalgo Pérez: 209-217) El análisis de los motivos míticos, legendarios, cuentísticos (literarios, en definitiva) que se cruzan en esta deslumbradora historia vivida por una persona en el seno de una comunidad chol de Chiapas podría dar lugar a una muy extensa e intensa monografía. El seguimiento de un venado prodigiosamente parlante que hace que la persona se pierda en la espesura, el tiempo mágicamente prolongado pasado dentro de una cueva paradisíaca, las incidencias y las anécdotas de ese tránsito por el estado de feliz e ingenuo salvajismo, el retorno a la civilización en un estado de mudez previo al desencantamiento final, la obligación de guardar el secreto acerca de todo lo contemplado y vivido... Cientos o miles de narraciones, de todo tiempo y lugar (desde el Ramayana indio o el Poema de Fernán González castellano hasta Alice in Wonderland o Matrix) ofrecen paralelos asombrosos que avalan que esta historia vivida y narrada por una mujer chol de Chiapas (y por su madre) tiene un trasfondo mítico y cuentístico de insospechadas profundidad y riqueza. Aunque nos sea presentada como historia absolutamente personal, biográfica, de ellas. Pero no es ahora nuestra prioridad analizar los antecedentes ni los paralelos literarios del relato. Lo que nos interesa es poner de relieve los ingredientes de defensa del medio ecológico, la ideología explícitamente conservacionista que receta y prescribe, el modo en que la metáfora y la norma, el mito y la vida, se solapan del modo más impresionante en él y en el mensaje que transmite.
SANTIAGO, ACTIVISTA CONTRA LA CONSTRUCCIÓN DE PRESAS Y DE FERROCARRILES EN M É X I C O
Dejamos aquí, por el momento, a los niños raptados por los genios de la naturaleza, y retornamos a las tradiciones indígenas y campesinas de
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México, para conocer dos relatos que reflejan la tradicionalísima devoción hacia el apóstol Santiago, q u e es tenido, en muchos p u e b l o s de México y de toda América, como patrón, como protector, sanador, abogado... y, también, como activista del ecologismo y de los derechos humanos y sociales de los más desfavorecidos. En la región de Santiago Tlautla, un pueblo no muy alejado (a unos 100 kilómetros) de México D.F., se han recogido relatos acerca de sus supuestas maquinaciones contrarias a la construcción de una presa que iba a anegar varias aldeas del entorno, y de una vía del ferrocarril q u e iba a causar también graves perturbaciones (y no muchos beneficios) en la vida de los nativos. Emblemas, pues, de un progreso agresivo, devastador, que los campesinos consideran destructivo para sus comunidades, y útil solo para muy distantes, abstractos y oscuros intereses económicos: [1] En una época hubo un proyecto de construir una presa en esta región, participaron algunos ingenieros. La cortina abarcaría del cerro del Tecolote hasta el pueblo de San Lucas. El nivel del agua tendría que llegar hasta los Bañitos, ejido de Tlautla. Con esta obra quedarían sepultados Santa María, Santiago Tlautla, La Cañada, Santa Ana y San Lucas. Los ingenieros con sus contratistas llegaban muy temprano a laborar, [pero] todo lo que avanzaban ese día, lo encontraban destruido al día siguiente. Molestos, los ingenieros trataron de investigar quién había hecho eso. Esa noche vigilaron y vieron un hombre montado en un caballo blanco empuñando enérgicamente una espada. Para los creyentes fue nuestro santo patrón Santiago apóstol el que impidió que se construyera dicha presa. Los ingenieros se alejaron desistiendo del proyecto. [2] Se cuenta que en la revolución, cuando el gobierno introdujo el ferrocarril en el país, las vías que pasaban por Jasso, hoy ciudad Cooperativa Cruz Azul, pasarían por el pueblo de Santiago Tlautla con destino a Querétaro. En la limitación Tlautla San Miguel estaban tendiendo los durmientes para las vías. Al día siguiente, los ingenieros no daban crédito a lo que veían: todo el trabajo que habían realizado el día anterior estaba destruido, y así durante varios días sucedía lo mismo. Los responsables de dicha obra, muy indignados, bajaron al pueblo de Tlautla y azotaron a la gente, pensando que ellos eran los causantes de que no avanzaran en su obra.
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Como no hubo respuesta de parte de la gente del pueblo, se pusieron a vigilar durante la noche; para su sorpresa vieron acercarse un caballo con su jinete y un gran resplandor lo cubría. Los contratistas quedaron atónitos. Cuando pudieron moverse quisieron seguirlo, pero no lograron alcanzarlo, solo vieron las huellas del caballo pintadas en el lodo, ya que estaba lloviendo. Al día siguiente un trabajador del mismo lugar bajó a misa y una gran sorpresa se llevó: el caballo del santo patrón Santiago apóstol tenía lodo en sus pezuñas. Para los creyentes, nuestro santo patrón impidió que pasara el ferrocarril por nuestro pueblo y evitó futuras desgracias (Campos Moreno: núms. 54 y 55).
Una vez más, encontramos en estos relatos motivos y tópicos de viejísima raíz mítica y leyendística: desde el de la sobrenatural aparición del santo protector (tan entrometido y paternal como los dioses de la litada), el de la construcción de un edificio que durante la noche es derribado por un ser prodigioso y obstaculizador (como el topo gigante que según viejas leyendas medievales derribaba durante la noche los trabajos de la catedral española de León levantados durante el día), el de la parálisis provocada por la sorpresa y por el miedo inspirados por una visión prodigiosa (que se documenta ya en el Poema de Gilgamesh), etcétera. Y, una vez más, no tenemos más remedio que dejar simplemente consignados estos apresurados apuntes de mitología retrospectiva, y destacar, en cambio, la función práctica, operativa, comprometidamente ecologista de estos relatos, que son, también, rabiosa y militantemente contemporáneos.
U N MITO MALGACHE CONTRA LOS Q U E ENSUCIAN LA TIERRA CON BASURA
Cambiamos de continente, recuperamos uno de los tópicos que habíamos visto insertos dentro del texto de El señor del cerro recogido a una mujer chol de Chiapas (México), y reproducimos este hermoso mito de orígenes del pueblo sakalava de Madagascar: Antaño, cuando Zanahary, «el Creador», creó la tierra, decidió poblarla con un solo hombre. Lo creó, le dio el nombre de Velo, «Vivo», lo llevó y lo dejó en la tierra.
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Al cabo del tiempo, y después de haber visto todo lo que le rodeaba, Velo se sintió muy solo y decidió subir hasta donde se encontraba Zanahary, su creador. Y dijo: - ¡ H o l a Zanahary \ Te doy las gracias por haberme creado y dejado vivir en la tierra. La vida es dulce y fácil, los alimentos son abundantes y variados. Pero estoy solo, no tengo a nadie con quien hablar. Me aburro mucho, y quisiera que tú me des compañeros. - E s o es fácil. Te voy a dar muchos compañeros y serás el rey. Baja a la tierra y, con tu hacha, tala los árboles y moldéalos a tu imagen y semejanza. Velo regresó a la tierra y ejecutó las órdenes de Zanahary. Pero las estatuas estaban inanimadas, y él no podía entablar conversación con ellas. Así que volvió otra vez al lugar celeste y dijo: - ¡ H o l a Zanahary! He terminado de hacer lo que me has encomendado, pero las estatuas no andan, no hablan, y hasta me siento más solo que antes. Dales la vida igual que me la has dado a mí. - M e gustaría que estas estatuas fueran tus subditos. Toma este brebaje y viértelo sobre ellas. Se animarán y hablarán. Además, para ti, he aquí Atsihe [«Estornudo»], mi hija: te la entrego como mujer. Vivirás con ella y tendrás muchos hijos. Y, mientras las estatuas estén vivas, se casarán entre ellas. Sus descendientes crecerán y se multiplicarán sobre la tierra, se volverán tan numerosos como las hierbas de los prados. La profecía de Zanahary se cumplió, y los hombres se volvieron numerosos. Pero la Tierra se enfadó debido a que nadie la respetó y a que depositaban por todas partes cualquier tipo de basura. Ella fue a lanzar sus lamentos ante Zanahary, el cual convocó a los hombres. Y dijo a la Tierra: - C o m o los hombres te mancillan, es justo que te den una recompensa: cuando alguien muere, su cuerpo te pertenecerá, será tu bien personal, y tú lo vas a tragar si así lo quieres. Todos aprobaron aquellas palabras. Y, desde entonces, se enterró a los muertos. Los reyes y las reinas son los descendientes de Atsihe y de Velo. Cuando alguien estornuda, inclina la cabeza diciendo «\Atsihe\». Hace eso porque se acuerda de la primera Reina. Y todos los que están a su lado no dejan de decir: «¡Velo!» para tener presente que siempre se debe asociar con su esposo, el primer hombre (Joavelo-Dzao: 51-52) 3 .
3
El texto fue traducido al español y analizado en Kabarijaona, 38.
Ecomitologías
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Este texto, y los motivos narrativos que integra, podrían dar lugar a otra muy prolija disquisición mitocrítica que trajese a colación paralelos casi universales de similares mitos de creación, de animación de estatuas, de aparición del primer estornudo (tópico relativamente extendido en muchas tradiciones, relacionado con la expiración del primer aliento que insufla vida)... Pero lo que más nos interesa en estos momentos es destacar pasajes tan reveladores como el que señala que [...] los hombres se volvieron numerosos. Pero la Tierra se enfadó debido a que nadie la respetó y a que depositaban por todas partes cualquier tipo de basura. Ella fue a lanzar sus lamentos ante Zanahary, el cual convocó a los hombres. Y dijo a la Tierra: - C o m o los hombres te mancillan, es justo que te den una recompensa.
Tópico, el de la compensación a la tierra por las agresiones sufridas, que enlaza con el siguiente complejo mítico que vamos a conocer.
E L PRECIO DEL MINERAL QUE SE EXTRAE DE LAS MINAS
Las explotaciones mineras suponen una agresión de proporciones casi insuperables contra el medio natural. En muchos lugares del mundo, y desde muy antiguo, los nativos han desarrollado, en consecuencia, complejos sistemas de creencias, de relatos, de ritos, para compensar a la tierra madre, herida, violada, saqueada, por la violencia sufrida durante la extracción del mineral. De hecho, lo que nosotros llamamos creencias, relatos y ritos de los mineros funcionan, en muchas de estas tradiciones, como un auténtico, profundo, complejo y autosuficiente sistema religioso, absolutamente formal e institucionalizado en aquellas culturas. Tres textos -podrían ser muchísimos más-, documentados en el siglo XX, pero representativos de culturas y de tradiciones diferentes, nos van a permitir vislumbrar el alcance de este tipo de normas regulatorias de la relación del hombre explotador con la tierra explotada, y entender, de paso, la poderosa funcionalidad de los mitos y de los ritos a través de los cuales se expresa esa relación.
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José Manuel Pedrosa Bartolomé
El primero es un relato, una vez más, argentino (de Palpalá, Jujuy), registrado en 1951: La gente del lugar, los pobladores de la mina de hierro de Zapla, creen todos que el cerro tiene alma. Por eso dicen que se enoja con los que van a sacarle sus riquezas. Para aplacar su cólera, exige una o más víctimas por año. Cuando alguien muere, y particularmente si es a raíz de un accidente en la mina, dicen que es por la venganza del cerro. El cerro no perdona que le saquen su riqueza (Vidal de Battini: núm. 1292).
En ciertas comunidades quechuas del municipio de Porco (provincia de Quijarro, departamento de Potosí, Bolivia) se cree que el Supay o Tío (diablo) de las minas exige ofrendas y sacrificios, en forma de cigarros, de bebida, de comida, de animales, a cambio de respetar la vida de los mineros que se adentran en el subsuelo para arrebatarle sus riquezas. A veces, cuando se trata de desvelar vetas minerales especialmente valiosas, se cree que puede hasta pedir víctimas humanas, y los nada extraños accidentes mortales que tienen lugar en el interior de las minas suelen ser interpretados de ese modo, como un sacrificio al dios del lugar. Aunque las ofrendas y hecatombes pueden hacerse en cualquier fase y en cualquier día de explotación de la mina, en determinadas festividades comunitarias (el jueves de compadres, dos semanas antes de Carnaval; el día del"Espíritu,es decir, el Domingo de Pentecostés; y el día primero de agosto), el precio sacrificial que se paga por el mineral se ve rodeado de un intenso envoltorio ritual. Y de una no menos densa mitología, dominada por la figura de un diablo ctónico del que se cuentan, con temor y reverencia, todo tipo de relatos que van de lo admonitorio a lo terrorífico. El día del Espíritu, en efecto, [...] se llevan las llamas que van a ser sacrificadas y se las mete en una de las galerías. El número de animales depende del tamaño e importancia de la mina. En una explotación pequeña pueden ser uno o dos; diez o doce en una de unos cien mineros. La ceremonia comienza con ofrendas de bebida. En primer lugar se le ctialla (se le hace una ofrenda de licor) a la Pachamama; cuando todos los presentes han dejado caer en la tierra unas gotas de bebida y han tomado el resto, es decir, cuando todos han ch'aliado a la Madre Tierra, se sirve, por turno, la siguiente ronda, esta vez para ofrendar al Tío.
Ecomitologías
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Y después de ch'aliar al dios se le ch'alla a sus animales: la vicuña, la taruka o venado, la vizcacha, el sapo y la culebra. Para entender las ch'alias a esos animales hay que tener presente un par de cosas. En primer lugar hay que conocer lo que representan. Por razones que luego veremos la vicuña, el venado y la vizcacha son los animales de carga del Tío; los sapos son los sacos en los que lleva el mineral y las culebras son las cuerdas con que ata los sacos. Es que el Diablo se dedica a andar transportando el mineral de un monte a otro, de una mina a otra según la actitud de los mineros. A las minas donde le ch'alian mucho y de corazón lleva mineral; a las que no le ch'alian o lo hacen sin fe, las deja sin él. Pero volvamos al transporte. Es costumbre que los chaquilleños cuando llevan por ejemplo estiércol a las chacras ch'allen a las llamas que transportan la carga, y también a los sacos y cuerdas, como señal de agradecimiento por su colaboración en el trabajo. Esto mismo es lo que se hace en la ceremonia de la mina: se le ch'alla a las llamas del Tío -es decir, las vicuñas-, a sus sacos -que son los sapos- y a las cuerdas - q u e son las culebras-, O sea, que al ch'aliar a esos animles lo que se está haciendo es seguir la costumbre normal en todo transporte. Es una señal de agradecimiento por su aporte en el trabajo, de la misma manera que en la construcción de una casa se le ch'alla a cada uno de los utensilios de los albañiles o de la misma forma que los músicos le ch'alian a cada una de las piezas de su instrumento. Así, pues, la ch'alla a los animales del Diablo es una muestra de agradecimiento por la ayuda que prestan en el transporte del mineral. Tras la ch'alla con bebida tiene lugar la ch'alla con sangre de llama. Se degüella al animal y se deja caer su sangre sobre el suelo. El hecho de que desaparezca, absorbida por la tierra, se interpreta como que la Tierra Madre, la Pachamama, la está bebiendo. Después, con la carne de los animales sacrificados, se hace un asado del que comerán todos los mineros participantes. Las galerías se llenan de olor a carne asada y ese olor, que representa a la carne misma, es lo que la Pachamama come (Mariño Ferro: 132-133). Resulta asombroso, en nuestro desacralizado, desemantizado y globalizado m u n d o contemporáneo, tener noticia de pueblos que, todavía hoy, son incapaces de vivir sin dar ritualmente las gracias a la tierra, a los animales (a todos y cada u n o de ellos), a la naturaleza, p o r el sustento que les dan, y que organizan y acompasan todo su sistema de creencias, d e relatos, de rituales, al ritmo de la petición de excusas y del ofrecimiento de compensaciones p o r la violencia que se ven obligados a hacer contra el medio del que obtienen los recursos para subsistir.
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José Manuel Pedrosa Bartolomé
Contemplado todo desde esta óptica, desde un tejido tan delicado y tan bien articulado de tabúes, amenazas y castigos de signo ecologista, desde sistemas míticos y religiosos tan armoniosamente integrados en el medio (o, mejor dicho, desde sistemas míticos y religiosos cuya finalidad no es otra, sencillamente, que la integración armónica del hombre en su medio), no puede extrañarnos que la relación entre la tierra y los hombres haya sido de explotación medida, razonable y perfectamente sostenible durante muchísimos milenios. Igual que no puede extrañarnos que la tierra se haya convertido en un basurero irrecuperable tan solo en el último siglo o en los últimos dos siglos: los transcurridos desde la revolución industrial que han visto el triunfo definitivo y aplastante de la sociedad capitalista occidental - y de las sociedades que, sin llamarse así, han buscado equipararse con ella: los regímenes comunistas soviético y chino, por ejemplo-, construida sobre un concepto de liberalismo que -escudándose en las resonancias más nobles de la palabra libertadha. sido entendido como carta de libertad para explotar sin escrúpulos y para abusar salvajemente de todo lo que nos rodea. Las penúltimas mitologías cuyos ecos vamos a conocer, solo para remachar tan pesimista pero inevitable conclusión, vienen de la Louisiana norteamericana, donde ha resonado, durante siglos, todo un hirviente conjunto de fábulas y de leyendas acerca de explotaciones de oro codiciosamente buscadas y explotadas por los colonizadores blancos, y respetuosamente ocultas y preservadas por los nativos indios: En algunas historias, los indios revelan la localización de minas y de otros tesoros a los españoles o a los anglos. Pero el modo más común de hacerse con un tesoro es, desde luego, mediante la fuerza. Los españoles dominan a los indios y les arrancan sus tesoros; los franceses los roban de los españoles; los indios atacan y matan a los españoles y entierran el tesoro; los anglos desposeen a los indios de su tierra y buscan los tesoros. A la luz de tantas violentas disputas por la posesión de un tesoro, resulta irónico que, en estas leyendas, el bien tan preciado sea al final perdido por todos sus perseguidores, y escondido para siempre por el último grupo poseedor. Si el tesoro tiene la forma de bienes transportables, se entierra en una cueva; si es una mina, su entrada es cegada y camuflada. En ambos casos, el agua es muchas veces desviada hacia ese lugar para disimular su localización. Puesto que los dueños son asesinados o dispersados tras enterrar su tesoro, su localización quedará para siempre como un misterio. Incluso cuando se
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337
llega a conocer el lugar donde está el tesoro, su recuperación es impedida por inundaciones, lagunas de memoria, informaciones insuficientes de los mapas o cartas, o cambios de paisaje debidos a causas naturales, como corrimientos de tierras o terremotos. El hecho de que el tesoro se quede para siempre en la tierra sugiere que, ya sea en forma de mina, de filón o de metal precioso procesado en forma de lingote, de monedas o de joyas, el tesoro representa la riqueza natural de la tierra, y, por eso, puede ser interpretado como el símbolo de la tierra en sí mismo. [...] Los indios devuelven muchas veces el tesoro a la tierra robándoselo a los españoles, a los franceses, o, a veces, a los anglos, antes de enterrarlo. Al hacerlo así, los indios demuestran una clara superioridad moral y resultan señalados, por ello, como el grupo más merecedor de poseer para siempre ese tesoro, es decir, la tierra4.
Es imposible cerrar este artículo sin experimentar la sensación de que son muchos más los mitos que han quedado fuera que los que han entrado en él, y que mucho más, y muy significativo y relevante, podría haber sido dicho. Entre las grandes cuestiones que han quedado fuera están la de la moderna concepción de la tierra como un sistema vivo, autorregulado, según afirman los biólogos defensores de la llamada hipótesis de Gea o de Gaia (desde el mismo nombre, alusivo a la diosa Tierra clásica, están bien presentes las proyecciones míticas de esta teoría), o la de la mitificación de la tierra, de sus recursos y de la dialéctica explotación irracional/castigo inevitable por parte de los movimientos ecologistas y preservacionistas modernos. Pero eso son ya otras historias, y habrán de esperar alguna ocasión futura para ser (re)contadas...
4
Traduzco de Alien y Montell: 298-300.
LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL: EL NACIMIENTO DE UNA CONCIENCIA MEDIOAMBIENTAL Esther Laso y León
Los años 70 del pasado siglo fueron escenario de grandes cambios políticos, científicos, técnicos y sociales que han marcado la sociedad y la cultura occidental. También en esos años se consolidó el concepto moderno de ecología, empezó a crecer la oferta editorial en literatura infantil y juvenil (desde ahora: LIJ) y se dieron los primeros pasos significativos de la investigación universitaria en LIJ. Esta coincidencia en el tiempo apunta a que las consideraciones medioambientales pudieron abrirse un camino en la LIJ y, posteriormente, dar lugar a un discurso crítico. Y efectivamente, la LIJ, que basó su desarrollo editorial a final de los 70 apostando por una máxima apertura temática con el fin de eliminar tabúes e intentar escapar de un didactismo endémico, no tardó en reflejar el interés de la sociedad por la ecología. ¿De qué manera, los especialistas de esta literatura se hicieron eco de la situación? Consultando la base de datos del Centro de Documentación e Investigación de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez en Salamanca1, conseguí una perspectiva diacrònica del desarrollo de la reflexión crítica sobre el tratamiento de los temas medioambientales por parte de la LIJ. Así pues, a fecha de 19 de marzo de 2008, localicé 24 referencias a través de una búsqueda temática. Entre ellas, una monografía de 1998 a la que aludiré puntualmente, un artículo de 2001 que yo misma escribí, y 22 artículos publicados entre 1991 y 1999,7 de los cuales fueron publicados en un mismo número de la revista francesa La revue des livres pour enfants (1992). Las revistas del corpus abarcan la crítica en lengua española, catalana, francesa, inglesa e italiana.
1 Aprovecho para expresar mi agradecimiento por su ayuda al equipo de documentalistas del centro de investigación y en especial a Dña. Angela Marcos.
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Esther Laso y León
Fecha de primera
Título de la revista
Lengua
País
1988
español
España
Revista de los Amigos del Libro2
1988
español
España
Alacena
1986
español
España
Educación y biblioteca
1989
español
España
Delibros
1988
español
España
Lazarillo
2000
español
España
Primeras noticias
2002
español
España
Faristol
1988
catalán
España
Lluc
1921
catalán
España
La revue des livres pour enfants2
1965
francés
Francia
The Lion and the Unicom
1977
inglés
Estados Unidos
The School Librarían2
1969
inglés
Reino Unido
L.
1977
italiano
Italia
1988
italiano
Italia
Cuadernos de Literatura y juvenil
publicación Infantil
(CLIJ)
Gargomenti
Liber
REPARTO CRONOLÓGICO DE LOS DOCUMENTOS HALLADOS 1991
1992
1995
1996
1998
1999
2001
3
9
3
4
2+1 3
1
1
2
Revistas inicialmente publicadas con o t r o título. F u e n t e : C e n t r o de d o c u m e n t a ción de la F u n d a c i ó n G e r m á n Sánchez Ruipérez y Rebiun. ? Monografía de Miquel Rayó.
L a literatura infantil y juvenil
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Todas estas revistas han sido creadas en el siglo XX, la mayoría en los años 70-80. Se dirigen esencialmente a colectivos de documentalistas, bibliotecarios, libreros y pedagogos. La mayoría ha experimentado un desarrollo similar a lo largo de su historia, ofreciendo para empezar simples reseñas de novedades editoriales, incluyendo progresivamente comentarios críticos y abriéndose finalmente a trabajos de investigación más generales sobre la LIJ. Después de esta breve presentación del corpus, es hora de comentar detalladamente su contenido. Recuerdo que el objetivo principal de este estudio es observar de qué manera la crítica en LIJ se ha hecho eco de la publicación de obras con temas medioambientales 4 . El vaciado de los artículos pone de manifiesto tres líneas de reflexión. La primera corresponde a la necesidad de algunos críticos (9 en total), en particular aquellos que escribieron entre 1991 y 1992 (6 de los 9) de definir el campo temático. La segunda permite establecer una historia del tema en la LIJ contrastando los distintos puntos de vista expuestos. La última revela los distintos enfoques desde los cuales los autores de LIJ tratan los temas medioambientales. A continuación, recorreremos cada una de estas tres parcelas exploradas por los críticos.
¿Eco Q U É ? Cuando un autor decide tratar un tema que no domina o cuando imagina que este tema no es demasiado conocido por sus lectores, es habitual observar en él un esfuerzo definitorio al inicio de su exposición. Igualmente, en una publicación monográfica sobre un tema que pertenece a un campo ajeno al tratado habitualmente por la publicación (p.e. la ecología en una revista de LIJ), no es de sorprender la presencia de un especialista «invitado» para presentar dicho campo al inicio del volumen. Ambas situaciones se observan en el corpus de este estudio. Efectivamente, para abrir el dossier sobre ecología y literatura infantil y juvenil,
Se ha intentado privilegiar siempre los comentarios relativos a obras de ficción. Pero sabemos que, a veces, en LIJ, la frontera entre documental y ficción puede ser muy tenue. 4
342
Esther Laso y León
la revista La revue des livres pour enfants (1992) propone al lector un artículo de Pascal Acot, experto en ecología, que le facilita la aprehensión de los diversos significados de la palabra medio ambiente (environnement, en francés). Igualmente, otros muchos autores consideran imprescindible definir este y otros conceptos afines como el de ecología o entorno. Parece ser pues que, a principios de los 90, el discurso ecológico todavía no estaba totalmente arraigado en la sociedad. Y es que, como apunta Gulias, la aparición de una conciencia ecologista es muy reciente: «Hasta hace unas décadas nadie se planteaba cuán equilibrada era nuestra relación con la naturaleza, y pocos pensaban en la explotación sostenible de unos recursos que desde luego no son finitos. Poco a poco la conciencia ha ido cambiando, de las manos de científicos y de algunas ONGs [...]» (Gulias: 26). Las aclaraciones terminológicas intentan cubrir lagunas basándose en la etimología y en la propia historia de la ecología para mostrar la evolución del concepto y, en consecuencia, explicar la polisemia que se observa en este campo. Las dificultades acarreadas por dicha polisemia justifican precisamente que, en ocasiones, algún autor opte por proponer una definición personal. Este sería el resumen de las informaciones contenidas en el corpus para definir los conceptos de ecología y medio ambiente: En primer lugar, se nos recuerda que la palabra ecología procede del griego «oikos» que significa casa. Fue creada por un biólogo (o zoólogo, según el autor) alemán Ernst Haeckel en 1866 (o 69, según la fuente) para «[...] daré un nome a quella branca della biología che si occupa dei rapporti fra gli organismi viventi ed il loro ambiente» (Minelli: 22) 5 . Pero Acot señala que la preocupación del hombre por el medio ambiente es anterior a la aparición de esta palabra y a la organización de la ciencia que designa. Menciona, por ejemplo, cómo ya en el siglo XIII la sobreexplotación del bosque como fuente de combustible o de material de construcción inquietaba a algunos contemporáneos, y cómo esta misma inquietud llevó a que Colbert tomara medidas en el siglo XVII
5
«[...] para darle un n o m b r e a la rama de la biología que se ocupa de la relación entre los organismos vivos y su entorno de vida.» (Las traducciones al español son mías.)
La literatura infantil y juvenil
343
para imponer, en Francia, una explotación racional del bosque que equilibrara las talas y las siembras. Acot recuerda también el desarrollo de las expediciones botánicas en el siglo XVIII. Cita, como ejemplo significativo, la creación en 1808 por Alexander Humboldt de la «Geografía de las plantas» cuyo objetivo era estudiar la distribución de las especies por el planeta y determinar cómo esta distribución específica contribuía a formar la fisionomía del paisaje. Igualmente la observación y descripción de la naturaleza se constituye como motivo y tema literarios mucho antes de que apareciera la palabra «ecología». La alerta por los desequilibrios que amenazan el medio ambiente también se plasmó con anterioridad en la literatura de ciencia ficción como señala J. Tramson: «C'est en 1866 que l'allemand Ernst Haeckel introduit la notion d'écologie, dans sa perception scientifique: or, en S.F., le sujet avait déjà été abordé [...]» (96)6. No obstante parece ser que el termino 'ecología' haya servido de punto de partida para el desarrollo de un pensamiento que se ha extendido con mayor amplitud en la sociedad. Los diferentes autores del corpus distinguen la dimensión científica abarcada por la palabra ecología, de su dimensión política. La primera, según Anna Gasol, recoge tanto el estudio de una población concreta (definida por su estructura o modo de organización), como el estudio de comunidades (es decir de conjuntos de poblaciones de estructuras diferentes), el estudio de un hábitat concreto (o ecosistema), y el estudio del conjunto de los lugares habitables de la tierra (biosfera). La autora señala igualmente la aparición de un nuevo campo de estudio al final de los 80 del siglo pasado, basado en la observación del impacto de la actividad humana sobre la naturaleza. Vincula directamente dicha aparición con el desarrollo, entre 1964 y 1974, de una conciencia política y social, madre de la ecología moderna. También Pascal Acot menciona el papel clave de la creación de asociaciones y partidos políticos ecologistas en los años 70, a raíz de que se tomara conciencia de la destrucción de los entornos naturales por la explotación del ser humano, del peligro de las catástrofes ecológicas y de las consecuencias que pueden tener sobre el medio ambiente y la 6
«Es en 1866 que el Alemán Ernst Haeckel introdujo la noción de ecología, en su percepción científica: sin embargo, en Ciencia Ficción, el tema ya había sido tratado [...]»
344
Esther Laso y León
salud. Ambos autores mencionan diferentes acontecimientos puntuales que contribuyeron al nacimiento del pensamiento ecológico actual y a su difusión: la conferencia de la O N U de Estocolmo en 1972, la publicación de los informes Meadows y Manshold, el hundimiento de petroleros con sus respectivas mareas negras o la cumbre de Río de Janeiro en junio de 1992. Todos estos acontecimientos facilitaron el establecimiento de una relación entre la ecología y la idea de problema medioambiental que caracteriza, en la actualidad, el discurso ecológico. La lectura de los artículos del corpus muestra también una evolución del concepto de ecología en función de los diferentes enfoques científicos que se han ido explorando. Claudie Guérin nos recuerda oportunamente al respecto que la ecología como ciencia abarca varios campos como la geografía humana, el urbanismo, la botánica o la climatología. Pero el enriquecimiento semántico y conceptual se produce también en función de la incorporación de la ecología en el área de la política y lo social (o al revés), dando nacimiento al ecologismo que Miquel Rayó define diciendo: [ . . . ] l'ecologisme és [ . . . ] una inquietud social, un moviment cívic, que pretén un canvi d'orientació de la gestió econòmica y poi'tica (i no només de la gestió) en les societats (sobretot, en les societats desenvolupades), amb la finalitat de minimitzar els efectes de l'accio humana (necessària pel que sembla per al desenvolupament i el progrés economie de les societats) sobre els sistemes ecològics essencials del planeta Terra (25 ) 7 .
Actualmente, la palabra «ecología» sigue evolucionando semánticamente debido a su «creciente universalidad» según los términos de Mercedes Chivelet para referirse a la extensión del interés por las cuestiones ecológicas por toda la superficie del planeta. Al igual que P. Acot, M. Chivelet lamenta las consecuencias negativas de este interés repentino y masivo, comparable a un efecto de moda y advierte que «a veces su uti-
7 «[...] el ecologismo es [...] una inquietud social, un movimiento cívico, que pretende un cambio de orientación en la gestión económica y política (y no solo de la gestión) en las sociedades (sobre todo en las sociedades desarrolladas), con el fin de minimizar los efectos de la acción humana (que parece necesaria para el desarrollo y el progreso económico de las sociedades) sobre los sistemas ecológicos esenciales del planeta tierra.»
La literatura infantil y juvenil
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lización frivola y oportunista, principalmente desde la publicidad dirigida al consumo, contribuirá a la devaluación de su verdadero sentido» (8). P. Acot añade que también pueden influir negativamente algunos excesos de la prensa, o incluso intereses políticos. Alude de esta forma a la manipulación ejercida sobre algunos temas ecológicos. La evolución semántica del término ha desembocado en una polisemia en la que no siempre es fácil distinguir la frontera entre el discurso ecológico científico y el discurso político y social sobre ecología. Hablando precisamente de este último, Miquel Rayó observa que lo que caracteriza al ecologísmo no es tan solo la diversidad de los temas que abarca, sino también la pluralidad de sus manifestaciones: [...] des de propostes essencialistes per a un canvi del mode de vida individual a opcions antimilitars radicals; des del treball científic per a la conservació d'una espècie animal silvestre a la modificació de les pautes del consum deis iutadans; des de la participació comunitaria fins a la utopía ácrata i l'ajuda solidària, no paternalista, al Tercer Món... (1992: 25)8.
De manera general, Miquel Rayó recuerda que, ya a principios de los 90, se admitía que «[...] tota problemática cosial reflecteix problèmes ambientáis i de gestió de recursos» (25-26) 9 . Lo cuál parece demostrar que, contrariamente a lo que decía al principio de este apartado, el ecologismo ya estaba entonces bien arraigado en las sociedades desarrolladas, aunque no tanto en el ámbito de la literatura juvenil, de ahí el excepcional esfuerzo definitorio observado. Esta hipótesis queda confirmada con este comentario de Lola Gulias: «En general, la ecología tiene todavía poca presencia en la literatura infantil y juvenil, y es tratada con poca profundidad y mucho desconocimiento todavía [...]» (26-27).
8
«[...] desde propuestas existencialistas a favor de un cambio del m o d o de vida individual a opciones antimilitares radicales; desde el trabajo científico para la conservación de una especie animal silvestre a la modificación de las pautas de consumo de los cuidadanos; desde la participación comunitaria a la utopía ácrata y la ayuda solidaria, no paternalista, al Tercer Mundo...» 9 «cualquier problemática social reflejafba] problemas medioambientales y de gestión de recursos.»
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Dicho esto, observamos cómo el extraordinario crecimiento del interés social por la ecología, entre finales de los 60 y principios de los 90, también ha afectado al significado de otros términos afines como, por ejemplo, el término medio ambiente y todos sus derivados. Pascal Acot comenta que la palabra environnement (medio ambiente) es un anglicismo que se introdujo en el vocabulario francés a principio del siglo XX, por influencia de la ecología americana, para sustituir el término milieu (medio, entorno) que había sido adoptado para sustituir a su vez la palabra circonstances (circunstancias) heredada de Darwin. S. Rahn confirma el origen americano de la palabra precisando que, «although the roots of an environmentalist consciousness can be found in Romanticism and (in American) Transcendentalism, environmentalism in its modern sense -which implies an active effort to conserve and protect nature- is little more than a hundred years oíd» (151)10. Al igual que el término ecología, environnement (o medio ambiente) va a enriquecerse semánticamente a medida que va a evolucionar el concepto designado. Si hacia 1910 se refería a un entorno particular caracterizado por la naturaleza del suelo, las condiciones atmosféricas, la presencia de unas determinadas fauna y flora, pronto pasó a referirse también al entorno modificado por la acción del hombre para crear un hábitat urbano e inclusive recrear en este entorno artificial, un contexto natural controlado (parques y jardines). De tal forma que, según P. Acot, hoy en día la palabra medio ambiente abarca desde el entorno urbano hasta la selva virgen. Esta amplitud referencial causa a veces cierta confusión ya que habitualmente lo primero en que piensa la gente cuando oye la palabra medio ambiente sigue siendo un espacio natural con vegetación y animales. Por eso - q u i z á s - M. S. Flores y P. Muñoz creen necesaria esta aclaración: «Consideramos Medio Ambiente tanto el medio natural como el modificado o artificial (por ejemplo, entorno urbano)» (54). Tal voluntad de explicar y definir por parte de todos estos autores consigue subrayar la complejidad conceptual oculta detrás de las pala-
10
« A u n q u e las raices de la conciencia medioambiental p u e d e n hallarse en el romanticismo y el trascendentalismo norteamericano, el ecologismo o la preocupación medioambiental en el sentido m o d e r n o del término - q u e implica un esfuerzo activo para conservar y proteger la n a t u r a l e z a - no tiene m u c h o más de cien años.»
L a literatura infantil y juvenil
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bras ecología, ecologismo y medio ambiente. Especialmente interesante para nosotros resulta la coincidencia en el tiempo entre la expansión de una verdadera conciencia ecologica en la sociedad y el nacimiento de algunas de las principales revistas críticas en LIJ que acompaña el crecimiento vertiginoso de la oferta editorial en LIJ en los años 80. Se podría decir que asistimos de esta forma a los primeros balbuceos de la ecocrítica en LIJ. Finalmente, tras este primer acercamiento a los artículos del corpus podemos pensar que, cuando Lola Gulias dice que, «en general, la ecología tiene todavía poca presencia en la literatura infantil y juvenil, y es tratada con poca profundidad y mucho desconocimiento todavía [...]» (26-27), quizás sería más apropiado hablar de ecología moderna (definida anteriormente por su caracter «problemático») e incluso de ecologismo más que de ecología, es decir de la reflexión nacida de una inquietud social más que del discurso de las ciencias medioambientales.
C U A N D O LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL SE TIÑE DE VERDE
Efectivamente, otros muchos autores consideran que la LIJ siempre ha mostrado una especial sensibilidad hacia la naturaleza. Tanto S. Rahn como S. Fernández Prieto o J . Darcy señalan que dicha sensibilidad radica en la creencia, desarrollada desde Rousseau, en que los niños, seres instintivos en «devenir», están mejor predispuestos para entender la naturaleza y para entrar en contacto con ella. Otra explicación para la abundante presencia de animales en los relatos para niños sería que, desde el punto de vista de la jerarquía social, niños y animales han ocupado durante mucho tiempo un rango similar. Recientemente, el autor danés Knud Romer plasmó esta situación en una novela autobiográfica, a través de la descripción de un cuadro familiar: Assis dans l'herbe au milieu d'une clairière, Papa Schneider regardait droit devant lui, un livre à la main; à ses côtés, on voyait ma grand-mère, un bébé dans les bras, et ma mère, très jeune, tenant Bello, leur chien de chasse. Le livre, l'enfant, le chien -les rôles se trouvaient ainsi distribués: Papa Schneider représentait l'esprit et la culture; sa femme, la procréation; les
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enfants, plus proches de la nature, tout comme les chiens, avaient, comme eux, besoin d'être dressés (12)11. Finalmente, también es posible que, simplemente, en épocas pasadas en las que las sociedades humanas vivían más cerca de la naturaleza, esta se haya convertido en una fuente de inspiración espontánea para los autores miembros de dichas sociedades, incluso cuando escribían para niños: In this sense, a hundred years ago people (including writers) were actually closer to rural life and its customs than we are. A reading of any late Victorian/Edwardian writer who cares to describe the countryside for whatever reason testifies to their greater and more intimate knowledge of the landscapes and the flora and fauna of the English countryside. Such knowledge, born of close contact with the natural word, is rarely found except among specialists and enthusiasts -in the later twentieth century (Darcy: 213)12.
En cualquier caso, la naturaleza estuvo presente en los relatos para jóvenes, o adoptados por jóvenes, mucho antes de que el ecologismo hiciera su aparición en ellos. Tomando ejemplo de autores clásicos como Defoe, Cooper, Melville, Verne, Twain, Stevenson, Salgari, Kipling, Doyle o London, A. Gasol muestra el papel importante de la naturaleza en sus novelas más emblemáticas. La autora se aplica en recordar la variedad de los espacios naturales representados (mar, selva, islas desiertas, desiertos) y la diversidad de sus interpretaciones simbólicas: la natu-
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«Sentado en la hierba en medio de un claro, P a p a Schneider miraba recto frente a él, u n libro en la m a n o ; a su lado, se veía a mi abuela con u n b e b e en los b r a z o s , y mi m a d r e , muy joven, s u j e t a n d o a Bello, su p e r r o de caza. El libro, el niño, el p e r r o - l o s papeles q u e d a b a n así distribuidos: P a p a Schneider representaba la inteligencia y la cultura; su mujer, la procreación; los niños, más cercanos a la naturaleza, al igual que los perros, necesitaban como ellos, ser adiestrados.» 12 « E n este sentido, hace cien años, la gente (incluidos los escritores) conocían d e más cerca la vida rural y sus costumbres que nosotros hoy en día. La lectura de cualquier a u t o r de finales d e la é p o c a V i c t o r i a n a / E d u a r d i a n a que p o r algún motivo d e s c r i b e el c a m p o , m u e s t r a u n c o n o c i m i e n t o mayor y más cercano del paisaje, de la flora y d e la fauna de los espacios rurales ingleses. D i c h o conocimiento, nacido d e un contacto cercan o con la naturaleza, se halla raras veces un siglo más tarde, excepto en especialistas o apasionados.»
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raleza como entorno hostil, como lugar de transgresión frente al orden social tradicional, como lugar que hay que civilizar, como lugar mítico o lugar idílico donde crecer; la naturaleza como fuente de alimento y por tanto, de subsistencia. Sin embargo, respecto a obras más recientes de la segunda mitad del siglo XX, los autores del corpus suelen hacer mayor hincapié en la aparición contextualizada de temas medioambientales que en la recurrencia de la naturaleza en la LIJ. Claro que ya no se habla del entorno natural como marco paisajístico de una ficción o como lugar altamente simbólico, sino de una representación más pragmática de las amenazas que pesan sobre este entorno natural por culpa de la actividad humana. Se podría decir que lo que ponen de manifiesto estos autores es la aparición oportunista de temas y discursos ecologistas en la LIJ en función de las circunstancias y acontecimientos. Asimismo, vimos en el primer apartado que el ecologismo, según P. Acot y M. Chivelet, puede ser fácilmente víctima de la moda o de intentos de manipulación. El papel de científicos y de algunas O N G s ha sido sin duda fundamental en el despertar de nuestra conciencia medioambiental como bien señala L. Gulias, pero los medios de comunicación han sido y siguen siendo especialmente claves para la difusión de los temas de interés ecologista. Para L. Gulias, la elección de temas por parte de los escritores depende de su presencia en los medios de comunicación de masas. Hablando del tratamiento preferente de la energía nuclear recuerda que «también es el tema que más profusamente se ha tratado en los medios de comunicación masivos» (26). Sin embargo, otros temas importantes (como la biotecnología, la incineración o el desarme) no reciben el mismo trato por parte de los escritores, «quizá debido a la falta de información real que se tiene sobre estos temas, muy enmascarados por los medios y todavía no en poder de la opinión pública [...]» (26). P. Muñoz, C. Guérin y C. Parmegiani destacan igualmente la influencia creciente del discurso mediático. C. Parmegiani va más allá observando como dicho discurso es capaz de adaptarse según los temas tratados, en busca de un destinatario u otro. Por ejemplo, constata que cuando el discurso mediático se centra en la protección de especies animales amenazadas, a menudo este considera al niño como destinatario privilegiado. Y es cierto que, también en clase y en los libros para los más pequeños, el acercamiento a la problemática ecológica se hace apoyándose en la carga
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emocional (sobre todo aquélla que apela a una actitud compasiva) que desprende la situación dramática de algunos animales, escogiendo especialmente para ello imágenes de la situación de cachorros de mamíferos peludos como unos inocentes e indefensos peluches. Del discurso ecologista actual, A. Nobile también subraya su capacidad para crear emociones fuertes basándose en situaciones de emergencia, emociones que no tardan en trasladarse a la literatura. Efectivamente, A. Nobile insiste en el papel de la inmediatez de los peligros que amenazan el planeta como vector de creación e inventa un término para designar los relatos basados en esta fuente de inspiración: «L'emergenza ambiente inspira molti racconti ecologici in chiave fantastica (fantaecologia) [...]»(32) 13 . Centrándonos de nuevo más directamente en los medios de comunicación, M. Chivelet añade que ellos son una importante fuente de información para los niños que les obliga a enfrentarse a la dura realidad: «Sentado ante el televisor, descubre que hay pájaros con las alas tan sucias que no pueden volar, peces sin colores que flotan en aguas menos cristalinas que las de los cuentos [...]» (9) Junto al papel de los medios de comunicación en la aparición puntual de temas ecológicos en LIJ, varios autores de artículos destacan otros factores de contextualización. Por ejemplo, se refieren al interés actual de la institución escolar por los temas ecológicos a raíz del desarrollo del ecologismo. A. Nobile relaciona la introducción de contenidos medioambientales en los programas de primaria y secundaria en Italia con la publicación de obras literarias de corte ecológico para jóvenes. Lo mismo ocurre en España, donde S. Fernández Prieto menciona las numerosas colecciones escolares o simplemente de divulgación ecológica (principalmente libros enciclopédicos) que han acompañado la entrada de contenidos medioambientales en los programas de las enseñanzas obligatorias. Los docentes también tienen un papel importante en la divulgación de lecturas de corte ecológico a través de la recomendación de libros. J. Cornelias pone de relieve la función instrumental que puede tener la LIJ en la adquisición de valores, y precisa que «la lectura bien orientada «La situación de emergencia actual inspira muchos relatos sobre ecología en clave fantástica (fantaecología) [...]» 13
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contribuye notablemente a la integración social y a la estructuración de la personalidad, por la interiorización de modelos conductuales» (16). Entre todos los valores que interesan a nuestras sociedades actuales, no cabe duda de que la ecología ocupa un lugar destacado. Para llevar a cabo su labor, pueden contar con el respaldo de las editoriales: libros de texto, de divulgación, novelas, revistas, todos los formatos sirven para difundir los mensajes ecologistas de moda, lo cual causa cierta perplejidad en los ecologistas comprometidos desde el primer momento: «For a longstanding green activist to be suddenly fashionable after years as an eccentric is often a mixed blessing» (Inglis: 90) 14 . Con ironía y quizás un poco de amargura, Jane Inglis justifica sus sentimientos encontrados, por el carácter mercantil de este repentino interés de los editores y por sus efectos secundarios antiecológicos: « T h e G R E E N M O V E M E N T is currently the subject of much widespread and sometimes hectic concern. Publishers are consuming whole forests in their eagerness to cater for the green reader [...]» (90)13. Martine Bigot observa un interés similar por parte de los editores de prensa infantil y juvenil cuando hubo que dar cobertura a un acontecimiento político de envergadura en la historia de la ecología: la Conferencia de las Naciones Unidas sobre medio ambiente y desarrollo de Río de Janeiro en 1992. En este caso, el formato se justificaba por la necesidad de informar sobre un tema de actualidad. Igualmente, C. Parmegiani opina que el género enciclopédico se desarrolla cuando surge la necesidad de ofrecer un discurso «auténtico» sobre la naturaleza. Parece, pues, que los editores no solo están muy atentos a la actualidad y a las reacciones que despierta en la sociedad, sino que también favorecen uno u otro formato editorial en función de los objetivos discursivos prioritarios. Por su importante repercusión mediática, los encuentros como la Cumbre de Río o las grandes catástrofes medioambientales (mareas negras, accidentes nucleares) dan lugar a un aumento de las publicaciones con temáticas afines. Autores y editores no siempre admiten la exis-
14 «Para una veterana militante de la causa verde estar de pronto de moda después de haber pasado durante años por una excéntrica tiene sus pros y sus contras.» 15 «El movimiento ecologista es actualmente objeto de un interés muy extendido e incluso frenético, a veces. Los editores están consumiendo bosques enteros en su afán de satisfacer a los lectores ecologistas [...]»
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tencia de obras por encargo, así que solo se puede hablar de una publicación contextualizada y sospechar de una presión importante del contexto mediático (si no editorial) sobre la creación (Muñoz, Laso y León). Lo que sí puede demostrarse sin lugar a dudas es el carácter abiertamente ideológico de algunas publicaciones que cuentan con el aval de grupos políticos o de asociaciones ecologistas en forma de prefacios, anexos, recomendaciones e incluso ayudas económicas para salir adelante. Refiriéndose a un libro de LIJ escrito por Angel Lladó, M. Rayó recuerda, por ejemplo, que «el llibre ha estat publicat recentment peí grup polític Els Verds, i respon a un interés per a desvetllar en els lectors més joves la preocupació per la Pau» (28)16. Para muchos autores existe por lo tanto una verdadera adaptación del mercado editorial de LIJ a las preocupaciones sociales de actualidad, de tal manera que se podría hablar de una contextualización temática de la LIJ. Algunos temen, sin embargo, que esta situación refleje más intereses adultos que intereses infantiles o juveniles. J. Inglis observa también que los libros de corte ecológico se quedan anacrónicos antes que los demás, lo cual apunta a que pueden ser antes descatalogados: «Books on climate change, conservation issues and other aspects of man's impact on the environment tend to date even more rapidly than most» (90)11. Pero otros autores como M. S. Flores Cortina y P. Muñoz Calzada consideran que la contextualización debe ir más allá del mero hecho de tratar de un tema de actualidad. Piensan que es más eficaz hablar a un joven del entorno en el que vive porque es con el que mejor se identifica, y al que tendrá más interés en proteger. Dicho de otra forma, la contextualización del discurso medioambiental en función de su destinatario facilitaría el desarrollo de pautas de comportamiento ecologistas. Para ello, las autoras hablan de la implementación de «un aprendizaje contextualizado» en el que al niño del campo le hablaríamos del campo y al de la ciudad, del entorno urbano (54).
16 «El libro ha sido publicado recientemente por el grupo político 'Els Verds', y responde a una voluntad de desvelar a los lectores más jóvenes, la preocupación por la Paz.» 17 «Los libros sobre el cambio climático, cuestiones de conservación y otros aspectos relacionados con el impacto del hombre sobre el medio ambiente, tienden a pasarse de moda más rápidamente que la mayoría de los otros libros.»
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La contextualización observada por muchos autores orienta hacia un estudio en sincronía de la temática medioambiental en la LIJ. Sin embargo, algunos artículos ponen de manifiesto la evolución que ha experimentado dicha temática a lo largo de los años, dando paso a un posible estudio en diacronía de las obras de LIJ que hablan de medio ambiente. De manera general, señalan sus autores que hemos pasado de una visión amenazante de la naturaleza a una visión idílica; de una visión antropocéntrica a una visión que lo es menos; de una visión apocalíptica de la acción humana sobre la naturaleza a la necesidad de actuar para detener las consecuencias de esta acción. Refiriéndose a la ciencia ficción, J. Tramson recuerda que en el siglo XIX ya hubo escritores capaces de imaginar importantes cambios medioambientales: «Avec surprise, on voit, dès le XIX e siècle et au début du XXe, des écrivains imaginer le bouleversement de notre planète par la perturbation d'un de ses éléments constitutifs, sous l'effet d'un accident naturel, d'une manipulation scientifique ou des «progrès» de la civilisation» (97)18. Fuera del campo de la ciencia ficción, S. Rahn menciona el interés de la sociedad inglesa del siglo XIX por la naturaleza, por influencia del romanticismo 19 . Para los niños existían revistas que les animaban a observar, conocer y amar la naturaleza a través de la constitución de herbarios, colecciones de piedras, de conchas, huevos y mariposas. En realidad, todas estas actividades y, por ejemplo, en mayor escala, la creación de parques zoológicos muestran no solo el desarrollo de un interés científico por la naturaleza sino también un deseo de organizaría y, en definitiva, controlarla. La caza de especies salvajes con el fin de coleccionar trofeos formaba parte de esta dinámica, aunque estuviera reservada para los adultos. A pesar de ello, la caza estaba muy presente en la LIJ de la época ya que permitía poner de manifiesto valores muy preciados entonces para los chicos: la resistencia, el tesón y la valentía. Pero, añade S. Rahn, las cosas cambiaron a partir de 1870 fecha en la que se crearon las
18 «Sorprendentemente desde el siglo XIX y el principio del siglo XX, encontramos escritores que imaginan una alteración del planeta basada en la perturbación de algunos de sus elementos constitutivos, a causa de un accidente natural, de una manipulación científica o de los 'progresos' de la civilización.» 19 También valdría la observación para otras sociedades industriales de la época.
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primeras organizaciones de protección ornitológica que trataron de cambiar los comportamientos de quienes leían entonces revistas juveniles; primero convenciéndoles del interés de algunas especies amenazadas, luego alertándoles del peligro de extinción por falta de control cinegético y, finalmente, animándoles a coleccionar fotos mejor que animales, huevos o plantas. También en Estados Unidos, S. Rahn explica las primeras evoluciones en el discurso sobre medio ambiente presente en la LIJ por la influencia de los cambios sociales. Por ejemplo, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se crean los primeros parques y bosques nacionales, aparecen los primeros ecologistas políticos y los primeros activistas, se desarrolla la práctica del camping y se popularizan las organizaciones de pequeños exploradores o boy-scouts. Paralelamente, los relatos para jóvenes se transforman: «Whereas the traditional boys' adventure stories pitted the protagonist against nature (and against peopies who lived cióse to nature, such as American Indians and African tribesmen), one could now find a significant number of stories in which the protagonist lived cióse to nature and in harmony with it» (158)20. Desde finales del siglo XIX, los animales salvajes cobran protagonismo en los relatos para niños y, a partir de principios del siglo XX, animales depredadores como el lobo o el tigre que hasta entonces eran personajes malignos, empiezan a ser representados desde una perspectiva más simpática. S. Rahn cita como ejemplo las novelas del escritor norteamericano J. London. El objetivo de estos relatos consiste en despertar el interés y simpatía de los jóvenes lectores para con la fauna salvaje utilizando un personaje animal cercano al ser humano (generalmente un mamífero, capaz de pensar y de sentir, y de gran ayuda para el protagonista humano de la historia). Resalta S. Rahn las numerosas críticas que recibieron estos relatos por parte de una comunidad científica que, entonces, opinaba que los animales solo actuaban por instinto y estaban desprovistos de raciocinio y sentimientos.
20 «Mientras que las historias de aventuras tradicionales para chicos e n f r e n t a b a n el protagonista a la naturaleza (y a las poblaciones que vivían cerca de la naturaleza tales como los indios americanos, o los miembros de tribus africanas), de p r o n t o , era posible encontrar un n ú m e r o significativo de historias cuyo protagonista vivía cerca de la naturaleza, en armonía con ella.»
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En su artículo, C. Parmegiani retoma la historia de la presencia animal en los libros de LIJ, recordando que antes del siglo XX a menudo se atribuían características a algunos animales que servían luego para denunciar defectos humanos. A partir del siglo XX, se aleja la sombra moralizadora y los animales cobran forma y voz humana para transmitir a los más jóvenes enseñanzas útiles en la vida cotidiana: cómo cepillarse los dientes, enfrentarse al primer día de clase, etc. Después de la Segunda Guerra Mundial, los naturalistas denuncian este antropomorfismo que desvirtúa la naturaleza animal y dan prioridad a un discurso informativo perfectamente documentado sobre la fauna. Al final de los años 70, se sigue defendiendo la autenticidad de la naturaleza animal pero, en ocasiones, no se duda en recurrir al antropomorfismo para facilitar una recepción más eficaz del mensaje naturalista, suscitando «un proceso de identificación por parte del joven lector» (186). Esto suele ocurrir, por ejemplo, cuando el que cuenta en primera persona su dramática situación es un animal perteneciente a una especie amenazada. Hoy en día, destaca C. Parmegiani el papel simbólico de los animales en las sociedades desarrolladas cuyo paisaje habitual está constituido por grandes zonas urbanas. Para empezar, observa que con el retroceso del pensamiento antropocéntrico a lo largo del siglo XX, el estatus social del animal ha evolucionado. Como consecuencia, ya no se valora a los animales en función de su utilidad para el hombre (alimentación, transporte o trabajo en el campo), sino que todos tienen su utilidad en el equilibrio global del planeta. Además, para quienes viven ahora en un entorno urbano, los animales (representados principalmente por los animales de compañía) se han convertido en el último vínculo directo con la naturaleza: «Dans un paysage bétonné où la campagne a été bannie loin des villes, la bête apparaît comme un représentant légitime de la nature; et, l'homme, à travers elle, est invité à établir un rapport d'échange avec les forces naturelles» (82)21. La evolución de la temática ecologista en la literatura de ciencia ficción francesa permite observar otras tendencias. J. Tramson recuerda 21 «En un paisaje lleno de hormigón en el que el campo ha sido marginado lejos de las ciudades, el animal se convierte en un representante legítimo de la naturaleza; y, el hombre, a través del animal, es invitado a establecer una relación de intercambio con las fuerzas naturales.»
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que en los años 50 dominaba una visión catastrófica del futuro del planeta por culpa de los progresos científicos y tecnológicos desenfrenados. Una década más tarde se asociaron escritura y combate ideológico dando nacimiento a una literatura de ciencia-ficción comprometida, menos científica y más filosófica. Finalmente en los años 70 apareció otra corriente más optimista que mostraba la posible reconquista de la armonía entre el hombre y la naturaleza lejos de las ciudades industriales, coincidiendo en el tiempo con la aparición de experimentos comunitarios rurales por parte de movimientos hippies. De manera general, los años 70 fueron claves para la evolución de la temática ecologista en la L I J . C. Guérin observa que hasta entonces dominaban las representaciones idealizadas de la naturaleza, la fauna y la flora eran tratadas fuera de sus ecosistemas respectivos, había algunos libros que alertaban sobre posibles riesgos ecológicos, pero sin proponer soluciones concretas para evitarlos; finalmente, escaseaban los libros que hablaban del entorno urbano desde la perspectiva medioambiental. Con los años 70, el desarrollo de los grupos políticos, de las asociaciones ecologistas y la paulatina concienciación de la sociedad, cambiaron las cosas. En los años 80, la LIJ se hizo cargo de una visión más negativa de los problemas medioambientales con la descripción detallada de grandes catástrofes (accidentes nucleares o mareas negras). Estos libros hacían especial hincapié en los culpables de dichas catástrofes para denunciarles. Entre los culpables identificados podía haber individuos, grupos de intereses económicos o industriales e incluso grupos socioculturales que por su modo de vida representaban una amenaza para el medio ambiente. En este sentido, S. Rahn recuerda que en los años 60 ya se culpaba a la sociedad judeo-cristiana de defender la superioridad del hombre por encima de las demás especies, justificando así su derecho a dominarlas. Frente a este pensamiento, las tradiciones budistas o amerindias, más respetuosas con la naturaleza se convirtieron en modelos a seguir para lograr una relación más armoniosa entre el hombre y su entorno 22 .
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«In the late 1960s, it was a commonplace to blame the environmental crisis on the
Judeo-Christian tradition, with its built-in assumption of 'man's' superiority and right to d o m i n a t e the rest of creation. ' N o n - W e s t e r n ' traditions - w h e t h e r Zen B u d d h i s t or American I n d i a n - were believed to result in an ideal harmony between humans and the natural world [ . . . ] » (150)
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La LIJ de los años 80 y 90 da fe de ello, recurriendo repetidas veces al ejemplo amerindio. Hoy en día, el sentimiento de peligro ecológico es más inminente en la sociedad, y la idea de que ya no es tiempo de hablar sino de actuar está bastante extendida, incluso entre los jefes de estado. Tampoco es tiempo de culpar a un modelo cultural ya que, por un lado, se ha demostrado la existencia de prácticas nefastas para el medio ambiente en todas las culturas23 y, por otro lado, se ha comprobado que cualquier desastre ocurrido en un lugar de la tierra podía afectar al conjunto del planeta. Por todo ello, desde los años 90, la LIJ ha integrado en su discurso ecologista, la globalización de la cuestión medioambiental. Es particularmente evidente cuando trata del calentamiento del planeta o del retroceso del casquete glaciar. También la temática ecologista en la LIJ ha ido dejando paso a un discurso basado en recomendaciones para fomentar pautas de conducta ecoresponsables. La ingenuidad que antes imperaba en la representación idílica de la naturaleza, asoma ahora en la representación angelical de los jóvenes lectores, como dice Chivelet: «Hay que explicarle la verdad y hacerle ver que su colaboración es muy importante para evitar esas situaciones. El espíritu altruista y solidario del niño va a integrarlo en la causa ecologista» (9). Sin embargo, queda por demostrar que todos los niños compartan dicho espíritu o, simplemente, que estén realmente en disposición de actuar para resolver los complejos problemas evocados en los libros. Por ello, quizás sea más razonable pensar que estos libros sirven sobre todo para sensibilizar a los niños y fomentar un diálogo sobre temas ecologistas entre hijos y padres, logrando que los adultos sí cambien algunas pautas de su comportamiento para complacer a los más pequeños. Frente a un discurso abiertamente ideológico y moralizador, algunos autores se preguntan si tanto realismo puede perjudicar la ficción literaria, máxime cuando se confirma una tendencia editorial que consiste en añadir amplios paratextos informativos cuyo anclaje en el texto no permite siempre distinguirlos de la narración. Otros sin embargo, consideran que la magia literaria puede facilitar la transmisión del mensaje ecologista:
«The new field of environmental history has uncovered proof of ecologically destructive practices around the globe and older than civilization.» (150) 23
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Esther Laso y León L a otra propuesta de lectura [a parte de las publicaciones enciclopédicas o de las revistas] es la ofrecida d e s d e los libros con títulos sugerentes que se corresponden con un contenido que suscite la imaginación y permita recorrer con ella nuestro entorno hasta vincularnos a él, encantarnos y embarcarnos en la aventura de defenderlo. Libros que cuenten cómo hacerlo, de forma atractiva y sugerente (Chivelet: 10).
Finalmente, para cerrar este apartado cabe hablar de la evolución interna que experimenta la temática ecologista dentro de la propia LIJ, en función de la edad de los destinatarios. Efectivamente, L. Gulias observa cómo cambian el formato y los temas según los libros vayan dirigidos a niños o a adolescentes. Para los primeros se suelen reservar los libros de divulgación de tipo enciclopédico con un enfoque claramente naturalista. El tema preferido son los animales. Por el contrario, dice la autora: «a medida que crecemos, temas mucho más aciagos como la energía nuclear, el agujero en la capa de ozono, el efecto invernadero, etc., van apareciendo tímidamente en la narrativa de ficción ya claramente juvenil» (26).
LA TEMÁTICA ECOLOGISTA EN LA L I J
Ante la evidente complejidad de la temática ecologista apuntada en los anteriores apartados, conviene hacer el balance de los diferentes temas enumerados a través del corpus 24 . Para empezar, quizás podría recordar lo que observé en su momento (Laso y León) y es que, a la vez que existe en la LIJ una gran variedad de enfoques derivados, entre otros, de los múltiples problemas ecológicos tratados, existe también una tendencia maniquea que distingue entre el bien y el mal, la naturaleza y la civilización, el campo y la cuidad, la artesanía y la industria, las sociedades primitivas y las sociedades desarrolladas, la sabiduría de los ancianos y el impulso de los jóvenes. El corpus confirma esta tendencia poniendo de manifiesto una oposición entre las culturas primitivas que destacan por
Para ampliar información al respecto, se podrá consultar el esquema sobre tipos de pensamientos ecológicos propuesto por Ramón Bassa en Literatura Infantil, missatge educatiu i intervenció sócio-educatica (1995), y citado por M. Rayó (1998: 35). 24
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su riqueza y antigüedad, y las culturas industriales que representan una amenaza para las anteriores. Igualmente la deja patente aludiendo a la visión idílica del campo que suelen dar los escritores. Bajo su pluma, el entorno rural se convierte a menudo en un lugar para vivir apacible y placentero, crisol de valores positivos tales como el amor a la naturaleza, su cuidado, su respeto y su defensa. Al contrario, la ciudad suele ser representada como un entorno hostil, violento, contaminado y como medio artificial de una civilización destructora de la naturaleza. Observan algunos autores del corpus que pocas veces la ciudad se valora en los libros como fuente de cultura o entorno facilitador para el ejercicio de las actividades humanas. No obstante, la introducción en la LIJ de los problemas relativos a la agricultura intensiva contribuye a matizar la representación positiva del entorno rural. Dicho esto, también se distinguen a través del corpus dos enfoques que sirven para tratar las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. El primero se centra en esta última para recordar que hasta el siglo XIX era a menudo percibida como una amenaza para el hombre (los fenómenos naturales incontrolables y la fauna salvaje, entre otros). Al revés, más recientemente, la naturaleza ha cobrado espíritu y vida propia en algunas obras. Se ha convertido en un refugio donde sentirse seguro, donde encontrar la serenidad que nos resta el ajetreo de la vida urbana. Un lugar que aporta salud y equilibrio al cuerpo y a la mente, que nos permite reencontrarnos con nosotros mismos y saborear lo que verdaderamente importa. Un lugar que refleja nuestros estados de ánimo y que nos inspira. Frente a este primer enfoque, el segundo se centra en el hombre para mostrar las consecuencias destructoras de sus acciones sobre la naturaleza y, a veces, proponer algunas soluciones a los problemas medioambientales que causa. Tratándose de literatura infantil y juvenil contemporánea y teniendo en cuenta el desarrollo del ecologismo en el siglo XX, no es de sorprender el trato preferente que recibe este segundo enfoque; por ello conviene detenerse un poco más en él. Lo primero que salta a la vista es la facilidad con la que uno puede establecer, a través del corpus, un listado de problemas, soluciones y responsables designados. Sobresale así una imagen simplificada de la cuestión ecológica que coincide, a menudo, con la visión que transmite la LIJ, dando la falsa impresión que no existen conexiones entre los dife-
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rentes problemas que afectan el medio ambiente, o que la solución a dichos problemas no requiere una intervención global. Los autores de los artículos destacan también que algunos temas, importantes por el impacto que tienen en la cuestión medioambiental, están poco o nada representados en la LIJ. Es el caso del exceso demográfico, de la concentración demográfica en las grandes urbes, de la disparidad entre el Norte y el Sur y de sus dramáticas consecuencias como la hambruna o la explotación, y de las condiciones de trabajo infrahumanas que imponen a menudo las deslocalizaciones industriales. De manera general, los problemas relativos al entorno urbano escasean en la LIJ; se habla poco de su peculiar ecosistema, del hábitat humano o del transporte, y, por el contrario, se habla bastante de la contaminación atmosférica por las partículas en suspensión, de la necesidad de reciclar o de limitar los residuos, y poco de la contaminación visual, olfativa o acústica, o de la contaminación producida por las incineradoras de residuos. Por otro lado, el campo que era hasta hace poco un lugar respetuoso de las tradiciones y del medio ambiente en la imaginación de los escritores, está paulatinamente dejando una imagen más deteriorada en la LIJ. Efectivamente, y aunque de manera todavía marginal, esta literatura se ha hecho eco, recientemente, de los problemas medioambientales vinculados con la industria agroalimentaria: las condiciones de vida de los animales en las explotaciones intensivas y la agricultura transgénica principalmente. Las consecuencias sanitarias del deterioro del medio ambiente también empiezan a despuntar en la LIJ como argumento para lograr un cambio de comportamiento. Otros problemas que afectan al planeta y, por lo tanto, al conjunto de seres vivos que lo habitan están, sin embargo, muy presentes: el agujero en la capa de ozono y el efecto invernadero, el cambio climático, las lluvias ácidas, la desforestación, la desertificación y la disminución de los recursos hidráulicos potables. Igualmente, la LIJ trata de la destrucción de ecosistemas provocada por la acción humana, ya sea de manera accidental o voluntaria: catástrofes nucleares, mareas negras, contaminación del mar o del suelo (por culpa de la industria o de la agricultura intensiva con sus toneladas de herbicidas y pesticidas); destrucción de los ecosistemas costeros por culpa de la llegada masiva de turistas, y las consecuencias que tiene la
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extinción o la dispersión de especies animales (de la flora se habla poco) y de la explotación abusiva o ilegal de los recursos pesqueros o cinegéticos. Un tratamiento especial reciben los animales salvajes y los exóticos. En primer lugar, porque estos son unos de los temas preferidos por la LIJ, y, en segundo lugar, porque se tratan a la vez desde un punto de vista ético y también ecológico. Se intenta así derribar los estereotipos negativos que han dañado la imagen de algunas especies. Se denuncia el tráfico de animales exóticos y/o protegidos, mostrando las repercusiones que este tráfico tiene en el ecosistema de origen y en el ecosistema de acogida donde, a menudo se provoca la desaparición de especies autóctonas. Asimismo se recrimina la suerte de las mascotas exóticas, víctimas de traficantes y tantas veces desdichadas por su desubicación. También se habla de los problemas que supone para los animales exóticos o salvajes su reintroducción en su hábitat natural, después de un periodo de cautiverio, que generalmente conduce a rechazar aún más el tráfico de esos animales. Finalmente, la LIJ se interesa con bastante frecuencia por la situación de las minorías étnicas, como los inuits, víctimas de la agresión ecológica que las sociedades desarrolladas ejercen sobre su entorno natural. Estas minorías no solo interesan a los escritores por su condición de víctimas humanas, sino porque su modo de vida y sus tradiciones, pueden representar un ejemplo a seguir para lograr establecer una relación más armoniosa entre el ser humano y el medio ambiente. Y es que, además de denunciar problemas ecológicos, la LIJ trata de mostrar que existen soluciones. Sobre este particular, observan los autores del corpus que la LIJ expone mayoritariamente acciones que están fuera del alcance de los jóvenes lectores como son los cambios de legislación, la clasificación como especie protegida, la creación de parques o reservas naturales, la conservación de la Antártida, el cuidado del entorno (por ejemplo, con una mayor limpieza y protección de los bosques), el desarrollo de políticas para conseguir una explotación sostenible de los recursos, para impulsar las energías renovables y disminuir la cantidad de residuos o de contaminación; el cambio de modelo social acercándose más a la naturaleza y renunciando al progreso tecnológico, entre otros. Los libros suelen subrayar el papel de los medios de comunicación, de las asocia-
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ciones y de los políticos para informar y actuar en materia medioambiental. Los padres y educadores también tienen un papel fundamental para fomentar en los jóvenes el respeto por el medio ambiente, ya sea sirviéndoles de modelo o a través de la enseñanza. Es cierto que los jóvenes no pueden legislar o definir políticas, pero el objetivo de estos libros es despertar su conciencia medioambiental, desarrollar su tolerancia hacia las demás culturas y dejar que los jóvenes perciban otras maneras de concebir el mundo. Porque los jóvenes no solo pueden adquirir hábitos ecológicos, sino que pueden interrogar a su entorno más cercano, a su familia, sobre sus hábitos al respecto, e influir lo suficiente para que estos cambien, por ejemplo, animándoles a reciclar o a no ir en coche al colegio. Lo interesante es pues observar como la LIJ fomenta el desarrollo de una concienciación colectiva y de una concienciación individual como respuesta a los problemas que afectan al medio ambiente. Recuerda así que se puede mejorar la situación con acciones colectivas de gran envergadura, y también localmente con acciones individuales y cotidianas. Frente a quienes pueden aportar una solución, la LIJ señala algunos responsables del actual deterioro medioambiental. El denominador común de todos ellos es, sin duda, el ser humano con su codicia y afán de dominar. Más concretamente los autores de LIJ denuncian los modelos sociales basados en el productivismo tanto industrial como agrícola, la sobrexplotación de los recursos naturales y el consumismo. Las multinacionales son las principales beneficiarías de estos modelos y por ello son responsables directas de la situación. La principal motivación de los enemigos de la naturaleza es el dinero y para alcanzar sus objetivos suelen utilizar métodos de corrupción. También hacen uso de la tecnología para llevar a cabo su acción destructora. Por ejemplo, en la LIJ, se observa la presencia reiterada de excavadoras mecánicas como símbolo de la depredación ejercida por el ser humano sobre el medio ambiente. Finalmente, en la LIJ la responsabilidad suele ser más colectiva que individual y cuando se produce esta última, el personaje suele ser un dirigente (empresario, político) que permanece en el anonimato de la ficción por razones evidentes de persecuciones judiciales, y porque el propósito del autor es ante todo simbólico. Por último, además de todos los temas que acaban de ser enumerados, y siguiendo el ejemplo del discurso ecologista, la LIJ trata también
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algunos temas afines como la paz, el desarme o la preocupación por las tendencias autoritarias de algunos gobiernos que ponen en peligro las libertades individuales. Para desarrollar la temática ecologista, los escritores tienen a su disposición los recursos genéricos de la LIJ (novela, poesía, cienciaficción, publicaciones enciclopédicas) y un gran abanico de enfoques. Como acabamos de ver, pueden centrarse en la búsqueda de responsabilidades y/o de soluciones. Pueden optar por el tratamiento directo de una cuestión medioambiental o por un tratamiento indirecto, en cuyo caso la temática ecologista aparece en segundo plano. Pueden dar prioridad al discurso o a la acción como vehículos de la argumentación. Algunos autores intentan dar rigor científico a sus textos y solicitan a expertos que sancionen la veracidad de las situaciones que describen firmando el prefacio de su obra, subrayan su propia experiencia en el campo de la ecología, ponen en escena personajes expertos, multiplican los datos verificables, añaden un extenso paratexto explicativo, cuidan las descripciones realistas y utilizan un discurso didáctico. Otros autores prefieren recurrir a un registro más emocional basado unas veces en el dramatismo, otras en la compasión, la idealización y/o la nostalgia. El cuidado en la creación de los personajes juveniles que protagonizan la historia, la presencia a su lado de un animal, de un auxiliar adulto, la función de cada uno de cara a la transmisión del mensaje ecologista son también elementos que los autores pueden modificar según su propósito. Finalmente la clave de este sinfín de posibilidades radica en el propósito de cada escritor, ya que según quieran denunciar, informar o testificar, utilizarán uno u otro enfoque. Más allá de recordarnos la riqueza de la temática ecologista y la variedad de tratamientos que recibe en la LIJ, los autores del corpus expresan opiniones encontradas acerca de la instrumentalización de esta literatura con el fin de defender la causa ecologista. El enfoque didáctico y moralizador es criticado por unos y alabados por otros. Los que defienden la ficción literaria frente al realismo se oponen a los que consideran que, por su carácter divertido y ameno, la ficción es un medio apropiado para transmitir valores sociales sin «sufrimiento». Posiciones encontradas que coinciden para reconocer a los libros de LIJ que tratan de ecología, una función divulgativa y sensibilizadora.
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CONCLUSIÓN
Para concluir este recorrido por los inicios de la crítica dedicada a la temática ecologista en la L I J , es necesario empezar precisando que entonces, de manera general, los críticos se preocupaban más de los libros de tipo enciclopédico que de las obras de ficción. Probablemente porque los primeros eran (y siguen siendo) más numerosos que las segundas. No obstante entonces ya era posible observar una diferencia notable en la valoración crítica de unos y otras. Los libros enciclopédicos, ricamente ilustrados y con lujosas y/u originales maquetaciones y encuademaciones, tienen una gran importancia en la LIJ, ya que cumplen con una misión didáctica orientada hacia un público «en devenir» con una gran curiosidad que satisfacer. Por ello, los autores del corpus suelen reconocerles una función instrumental cuya finalidad sería, en este caso, defender las causas ecologistas. Tratándose de obras de ficción se observan discrepancias de opinión al respecto. Efectivamente, hay quien cree que, independientemente del tipo de obra, lo interesante es que la LIJ ofrezca a sus lectores, libros que les informen y hagan reflexionar sobre temas medioambientales. De esta forma, abren la puerta a una posible instrumentalización de la LIJ. Con este planteamiento, M.-S. Flores y P. Muñoz realizaron en 1991 «un análisis de la literatura infantil como instrumento o recurso escolar y extra escolar que escuela, familia y sociedad utilizan con fines recreativos y educativos» (54). Para el estudio de un panel de obras con temática ecologista, estas autoras propusieron observar entre otros aspectos «cómo la sociedad ha asumido las cuestiones medioambientales y qué tipo de mensajes, en torno al entorno, se transmiten a la población infantil» (54). En ningún caso cuestionaban la idoneidad de la literatura para transmitir valores y mensajes. Tampoco lo hacen todos aquellos autores que lamentan la escasa o nula presencia de determinados temas medioambientales como, por ejemplo, el derroche energético de las sociedades desarrolladas; ni A. Minelli, al solicitar que la narración literaria, basándose en una correcta observación científica del medio, consiga retener la atención del lector sin engañarle conceptualmente o reducir excesivamente la terminología propia del campo ecológico. Por su parte, S. Rahn, adoptando el punto de vista de los ecologistas, reconoce que puede ser determinante para el
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futuro influir sobre los jóvenes lectores ya que ellos serán quienes, entonces, voten, ejerzan el poder y consuman 25 . En su propia conclusión, la autora destaca, por encima de cualquier otra consideración, su convencimiento de que las historias pueden contribuir a cambiar la situación: «Perhaps we too are capable of such profound cultural change. If so, we can be sure that stories -perhaps, especially, stories for children- will play their part» (167)26. Sin embargo, otros autores muestran cierto recelo al ver como la LIJ puede ser instrumentalizada cuando trata la temática medioambiental. S. Andricaín y A. O. Rodríguez denuncian, por ejemplo, la pérdida de identidad literaria de las obras: « L a problemática ecológica no siempre ha sido bien tratada en la literatura de ficción. Con frecuencia, el mensaje ha adquirido preeminencia relegando a un segundo plano los elementos propiamente artísticos, que son en definitiva los que hacen del texto una pieza literaria» (1998: 40). Incluso llegan a hablar de «discursos didácticos 'disfrazados' de literatura» (40). A las consideraciones literarias, otros críticos suman su preocupación por las posibles desviaciones ideológicas y moralizadoras que acarrea esta temática. Para ilustrar dicha inquietud, J . M. Cuenca cita la siguiente declaración del escritor francés y defensor de los derechos del lector, Daniel Pennac (veáse Pennac 1996), en una entrevista: « Y los dos grandes defectos en los que no hay que caer cuando se hace literatura para niños y jóvenes son el moralismo y la ideología. Porque el primer deber es, sencillamente, explicar una historia» (Cuenca: 58). L o cierto es que, a la vista de algunos libros de LIJ cuyos autores no disimulan su compromiso con la ecología, que pueden llegar a ser financiados por grupos políticos afines a esta causa, que tratan temas medioambientales con el refuerzo de un amplio paratexto informativo, incluidas sabias introducciones firmadas por representantes de grupos políticos, asociaciones o por científicos comprometidos, uno puede preguntarse dónde
25 « [ . . . ] the children of today are the voting, power-wielding, money-spending adults of tomorrow [ . . . ] » (165). 26 «Quizás seamos también capaces de un cambio cultural tan profundo como este [la autora habla de cuando los Europeos llegaron a América]. Si eso ocurre, podemos estar seguros de que las historias -quizás, especialmente, las historias para niños- aportarán su contribución.»
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está el límite entre la voluntad de informar, de persuadir para provocar cambios de actitud y el intento de manipulación ideológica del lector. Sin ir tan lejos, C. Guérin reprocha a algunos libros extremadamente contextualizados, la falta de perspectiva necesaria para abrir una reflexión ponderada y la escasa relación entre los problemas tratados y la problemática propia del entorno del lector27. J. Inglis añade que, por su inscripción en un contexto muy determinado, estos libros suelen quedar rápidamente caducos y desaparecer. Finalmente, todos estos críticos se preguntan si la aparición de la temática ecologista en la LIJ no pone de manifiesto una tendencia observada en esta literatura que consiste en descargar sobre los jóvenes lectores, parte de la ansiedad que sienten los adultos con algunos problemas de su entorno social. En este sentido, P. Muñoz apunta que en la cumbre de Río en 1992, los 5000 niños que enviaron mensajes a los participantes les sorprendieron por los temas que eligieron y que no siempre correspondían con las pistas que habían recomendado los organizadores. Por ejemplo, hablaron poco de los problemas de escasez de agua, y más de las desigualdades entre el Norte y el Sur, y del maltrato infantil. Por otra parte, al denunciar que, a veces, «la présentation des événements et des phénomènes est éloignée de la réalité environnementale de l'enfant. Quant aux solutions proposées, elles n'ont que peu à voir avec les possibilités d'action du lecteur» (74)28, C. Guérin deja claro que algunos libros sobre medio ambiente en la LIJ pueden producir ansiedad por partida doble sobre sus lectores: en primer lugar, al descubrirles temas preocupantes que interesan más a los adultos que a ellos mismos; en segundo lugar, al tratar problemas sobre los que no pueden intervenir para remediarlos, creándoles así un fuerte sentimiento de impotencia. Muchas preguntas, pero también grandes esperanzas caracterizan pues la crítica que en los años 90 observaba la introducción de la temáti-
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El texto original dice: «Ces livres [parus vers 1980], édités rapidement sous le coup de l'actualité et traduits en français sans adaptation à notre situation, ne pouvaient offrir le recul nécessaire au traitement de ces problèmes complexes» (74). 28 «La presentación de los acontecimientos y de los fenómenos es alejada de la realidad del entorno del niño. En cuanto a las soluciones propuestas, poco tienen que ver con las posibilidades de acción del lector.»
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ca ecologista en la LIJ. Queda por averiguar si, en los años posteriores, la producción literaria ha aportado respuestas, borrado los recelos y despertado nuevos entusiasmos.
V.
APÉNDICES
GLOSARIO BASICO BILINGÜE Carmen Valero Garcés Carmen Flys Junquera
Este glosario se plantea como un punto de partida que contribuya al nacimiento de una nueva especialización en el mundo hispano, unido a la creación de una terminología especializada que irá cimentándose conforme la aceptación y el desarrollo de esta escuela ecocrítica. La traducción de la terminología así como su interpretación no dejan de ser un primer paso, indudablemente revisable, para llegar a un consenso que permita a los investigadores un auténtico diálogo intercultural.
Término inglés Anthropomorphism
Definición
Término español Antropomorfismo
1. m. Conjunto de creencias o de doctrinas que atribuyen a la divinidad la figura o las cualidades del hombre. 2. m. Tendencia a atribuir rasgos y cualidades humanos a las cosas. (RAE) En este contexto a animales y seres no-humanos.
Agency
Capacidad actante
Androcentrism
Androcentrismo
1. f. Capacidad de actuar y efectuar cambios. 1. m. Visión del mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino.
Backgrounding
Acción de relegar
1. f. Relegar a un plano posterior o secundario, carente de importancia.
Biocentrism
Biocentrismo
1. m. Teoría moral que reivindica el respeto hacia todo ser vivo. 2. m. Modo de pensar que se contrapone al teocentrismo y al antropocentrismo y que considera el hombre como un ser más entre todos los seres bióticos (vivos) y físicos.
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Carmen Valero Garcés/Carmen Flys Junquera
Término inglés Bioregionalism
Término español Bioregionalismo
Definición 1. m. Sistema que delimita áreas denominadas bioregiones, que son territorios definidos por la combinación de criterios biológicos, sociales y geográficos, no por criterios geopolíticos.
Ethics of care
Etica del cuidar
1. f. Ética fundamentada en cuidar, nutrir, alimentar física y emocionalmente a los demás -tradicionalmente asociada a las mujeres.
Deep ecology
Ecología profunda
1. f. Rama reciente de la filosofía que considera a la humanidad un componente más del medio y que propone cambios culturales, políticos, sociales y económicos para lograr la convivencia armónica entre los seres humanos y el resto de seres vivos.
Dualism
Dualismo
1. m. Tendencia a ver el mundo compuesto por dos realidades opuestas y excluyentes entre sí que existen solo en oposición.
Ecocentrism
Ecocentrismo
1. m. Corriente de pensamiento cuya perspectiva parte del medio ambiente.
Eco-consciousness
Conciencia
1. f. Preocupación por el medio ambiente.
ecológica Ecocriticism /
Ecocrítica /
1. f. Estudio de las relaciones entre la
Ecological criticism
Critica ecológica
literatura, la cultura y el medio ambiente -relaciones entre seres humanos y su entorno expresados en las manifestaciones culturales. 2. f. Escuela de crítica literaria que analiza la representación de las relaciones entre seres humanos y el medio ambiente.
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Glosario basico bilingüe
Término inglés Ecofeminism
Definición
Término español Ecofeminismo
1. m. Corriente de pensamiento aparecida en Europa en e l último tercio del siglo XX que estudia las relaciones entre la mujer y la naturaleza desde muy diversas perspectivas.
Ecofiction
Ecoficción
1. f. Narrativa en la cual los temas ecológicos son centrales.
Ecothriller
Eco-novela
1. f. Narración de tema relacionado con el
catastrofista
deterioro medioambiental en un tono apocalíptico y catastrofista.
Eco-justice/
Eco-justicia/
1. £ Corriente activista que exige justicia
ecological justice
Justica ecológica
para la naturaleza y lo no-humano y que reconoce las necesidades y potencialidades de los seres no-humanos. 2. f. Cara biocéntrica de la justicia medioambiental.
Ecopolitics
Ecopolítica
1. f. Estudio de la interrelación entre aspectos y problemas políticos y ecológicos.
Ecopoetics
Ecopoética
1. f. Poética que hace hincapié en el vínculo de la literatura con el medio ambiente.
Ecosophy
Ecosofía
1. f. Corriente de pensamiento ontològico que rechaza la perspectiva del «hombreen-el-medio ambiente» y que propugna una perspectiva en la cual la humanidad es una parte de todas las formas vivas; por tanto, ve a la humanidad en relación integral con el medio y no como algo aparte. Igualmente esta perspectiva otorga un valor intrínseco a todos los componentes de la ecosfera, reconociendo y valorando su diversidad y complejidad.
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Carmen Valero Garcés/Carmen Flys Junquera
Término inglés Empowerment
Término español Empoderamiento
Definición 1. m. Otorgar poder a los subordinados y reconocer su valía y/o potencial. 2. m. Término frecuente utilizado en relación a las minorías oprimidas con el fin de darles voz propia y conferirles autoridad en la toma de decisiones.
Environmental
Justicia ambiental
1. f. Distribución justa de los recursos y riesgos, reconocimiento paritario de
justice
necesidades y potenciales y participación significativa de todas las personas en régimen de igualdad con respecto al desarrollo y la aplicación de las leyes, reglamentos y políticas ambientales. 2. f. Cara antropocéntrica de la ecojusticia. Feminization of
Femenización de la
1. f. Tendencia esencialista que asocia la
nature
naturaleza
naturaleza con las mujeres y atribuye rasgos femeninos a la naturaleza sobre todo aquellos relacionados con la fertilidad.
Hyper-separation
Hiperseparación
1. f. Tendencia a definir la identidad dominante de forma enfática en contra o en oposición a la identidad subordinada, mediante la exclusión de sus cualidades reales o supuestas.
Instrumentalism
Instrumentalismo
1. m. Corriente de pensamiento basada en la justificación del uso, explotación y abuso del Otro para el supuesto bien común.
Incorporation (relational identity)
Incorporación
1. f. Tendencia a ligar la identidad de un ser a su relación con un ser considerado superior y, por tanto, negando la identidad propia.
375
Glosario basico bilingüe
Término inglés Land ethic
Término español Etica de la tierra
Definición 1. f. Corriente de pensamiento que propone la inclusión de los miembros nohumanos en la comunidad biòtica.
Literary ecology
Ecología literaria
1 i . Presencia en la literatura de problemas específicamente relacionados con la ecología.
Master mentality
Kiriarquia
l.f. Creencia según la cual las diferentes
Mentalidad de amo
especies humanas y no-humanas difieren unas de las otras gracias a la capacidad superior de pensar, razonar, sentir el placer o el dolor, y de vivir de forma autónoma, generalmente incluyendo la idea de que una especie tiene el derecho de gobernar y utilizar a las demás.
Materialist spirituality
Espiritualidad
1. f. Término frecuente en filosofía
materialista
medioambiental que ubica la espiritualidad en la materialidad de la tierra y la naturaleza.
More-than-human
Más-que-humano
1. m. Término que alude a toda la realidad biòtica y física que rodea al ser humano al que se le considera como un elemento más del universo, evitando la dicotomía humano/no-humano.
Nature writing
Escritura de la
1. f. Forma de narrativa no basada en la
naturaleza
ficción cuyo tema central es el medio ambiente.
Narrative
Ensayo personal
l.m. Uso de la narrativa personal como
scholarship
académico
una estrategia constante o intermitente dentro del análisis literario con el objetivo de relacionar de forma asequible el mundo, la literatura y la crítica.
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Carmen Valero Garcés/Carmen Flys Junquera
Término inglés Eco-pastoralism
Término español Eco-pastoril
Definición l.m. Variante del género pastoril en el que se busca la armonía entre lo natural y lo social desde un punto de vista alejado del ser antropocéntrico, valorando el ser humano como igual y co-dependiente de la naturaleza y el medio.
Sense of place/
Sentido del lugar
place-sense
1. m. Valor otorgado a un lugar como resultado no solo de cualidades físicas sino experienciales, emocionales y culturales.
Social ecology
Ecología social
1. f. Escuela de pensamiento que busca un manejo humanista del medio ambiente y afirma que existe una relación holística entre los seres naturales. Propone el desarrollo sostenible de la biotecnología, la tecnología adecuada y la arquitectura sustentable en lo técnico, y en lo político la gestación de instituciones libres, localistas e interconectadas en redes federativas biorregionales, junto con una economía ecológica.
Place
Lugar
l.m. Espacio habitado, sentido y con un valor específico.
Speciesism
Especismo
1. m. Discriminación basada en la diferencia de especie animal, en analogía con el racismo o el sexismo entre los humanos; está basado en diferencias físicas moralmente irrelevantes.
Toxic discourse
Discurso tóxico
1. m. Forma de expresar la ansiedad surgida de la amenaza percibida del peligro medioambiental por la modificación química realizada por la acción humana.
377
Glosario basico bilingüe
Término inglés Urban ecology
Término español Ecología urbana
Definición 1. f. Disciplina que estudia las interrelaciones entre los habitantes de una aglomeración urbana y sus múltiples interacciones con el ambiente, uniendo la ecología tradicional, con el diálogo de otras disciplinas (urbanismo, economía, antropología, geografía, ingeniería, derecho e historia).
Wilderness
Tierra salvaje/
1. f. Tierra sin cultivo en selvas y campos,
yermo
apenas tocada por el hombre, inhóspita para los humanos. Puede ser bosque, llanura, montaña, desierto. 2. m Metáfora y símbolo intrínsecos a la identidad y cultura americanas que hace referencia al impacto del paisaje encontrado por los colonos.
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SOBRE LOS AUTORES1
JULIA BARELLA VIGAL es Profesora Titular y Directora de la Escuela de Escritura de la Universidad de Alcalá (España). Sus líneas de investigación son: la prosa barroca, la poesía del siglo XX, los personajes femeninos y la ecocrítica. Ha editado obras de Lope de Vega, Antonio de Eslava, Unamuno y Gimferrer, realizado antologías, y publicado artículos de investigación en distintas revistas. Su interés por la poesía del siglo XX se circunscribe a la de los últimos cincuenta años, en especial, a las representaciones del paisaje urbano o de la naturaleza desde la ecocrítica. MARGARITA CARRETERO GONZÁLEZ es P r o f e s o r a Titular de Literatura
Inglesa del Departamento de Filologías Inglesa y Alemana de la Universidad de Granada. Especialista en la obra del escritor británico J.R.R. Tolkien, se interesó por las relaciones entre individuo y medio ambiente durante la redacción de su tesis doctoral sobre The Lord of the Rings, que defendió en 1996. Desde entonces ha participado y publicado en foros nacionales e internacionales sobre literatura fantástica, literatura infantil, cine y literatura, novelistas británicas del siglo XIX, ecocrítica y ecofeminismo. Es miembro del comité asesor de EASLCE y editora ejecutiva de Ecozon@. CARMEN FLYS JUNQUERA es P r o f e s o r a Titular d e U n i v e r s i d a d en el
Departamento de Filología Moderna, al igual que miembro del Consejo del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Norteamericanos «Benjamín Franklin» ambos de la Universidad de Alcalá. Ha co-editado numerosos volúmenes, entre los que destaca por su temática Patsa-
Todos los autores son miembros del grupo de investigación en ecocrítica, G I E C O , adscrito al Instituto Universitario de Investigación en Estudios Norteamericanos «Benjamin Franklin» de la Universidd de Alcalá. 1
408
Sobre los autores
jes Culturales: Herencia y Conservación (2009), al igual que el número monográfico de Nerter (15-16, 2010). Ha co-dirigido varios congresos; entre ellos, dirigió en 2008 el 3er Congreso Internacional de EASLCE «Paisajes Culturales: Herencia y Conservación». En la asamblea de la asociación EASLCE en 2008 fue elegida Vicepresidenta de la misma. Fundó y coordina el único grupo de investigación registrado en ecocrítica, GIECO (www.gieco.es) en España. Su último proyecto es el lanzamiento de la primera revista ecocrítica que admite artículos en idiomas distintos al inglés, Ecozon@: Revista Europea de Literatura, Cultura y Medio Ambiente (www.ecozona.eu), de la cual es la Editora General. La mayoría de sus artículos trata de la literatura contemporánea norteamericana escrita por autores pertenecientes a grupos étnicos/raciales, en particular los latinos, afroamericanos y nativos, al igual que temas de ecocrítica, sentido del lugar, temas de la frontera, el mestizaje, tanto cultural como literario y la subversión de los valores culturales dominantes en géneros populares. es el autor del primer estudio británico de ecopoesía contemporánea, Green Voices: Understanding Contemporary Nature Poetry (1995 y 2010) y co-autor de Ted Hughes: A Critical Study (1981), recientemente publicado por Routledge (2009). Así mismo, ha publicado numerosos estudios sobre el género pastoril, Pastoral {1999) y Reconnecting with John Muir: Essays in Post-Pastoral Practice (2006), elaborando su propia teoría post-pastoril, Además de poeta, Gifford es profesor visitante de la Universidad de Chichester, UK, y profesor honorífico de la Universidad de Alicante. TERRY GIFFORD
es Doctora en Filología Francesa por la Universidad de Burdeos con una tesis sobre la evolución temática en la literatura juvenil contemporánea en la que cabe destacar un estudio detallado de la temática ecologista durante las dos últimas décadas del siglo XX. Autora de unos treinta artículos relacionados con la literatura juvenil o con la didáctica de las lenguas. En la actualidad, como miembro del grupo, sigue investigando la literatura juvenil desde una perspectiva ecocrítica. ESTHER LASO Y LEÓN
es Doctora en Filología Francesa y Diplomada en Magisterio (especialidad en Lengua española e idioma moderMONTSERRAT LÓPEZ M Ú J I C A
Sobre los autores
409
no). Profesora Asociada en el departamento de Traducción y Lenguas aplicadas de la Universidad Europea de Madrid desde 2008. Su actividad investigadora se centra en la ecocrítica. Sus publicaciones se dedican especialmente al análisis de la obra de autores francófonos, con especial atención a la literatura suiza de expresión francesa, desde una perspectiva ecocrítica. http:// ecocriticismo.blogspot.com/ es Profesor Titular de Teoría de la Literatura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Autor de Documentación y lirismo en la narrativa de Ignacio Aldecoa (1997), sus artículos sobre convenciones genéricas, ética y crítica, teorías de la belleza, literatura española e hispanoamericana han aparecido en revistas como Plural, Anales Cervantinos, Cahiers de Narratologie, Tropelías, Insula o Syntaxis. En los últimos años su interés investigador se ha centrado en la representación del paisaje en las literaturas hispánicas, en la ecocrítica y en el impacto del turismo y de las políticas medioambientales en los paisajes literarios. Recientemente ha coordinado los libros Pasajes y paisajes: espacios de vida, espacios de cultura (2006) y Lecturas del paisaje (2009), ha editado y estudiado las obras de los primeros años del siglo XX de Francisco González Díaz Arboles. Una campaña periodística (2005) y Cultura y turismo (2007), y ha estudiado la descripción paisajística en las literaturas hispánicas en El paisaje literario. Antología (2008).
JOSÉ MANUEL MARRERO HENRIQUEZ
IMELDA MARTÍN JUNQUERA es Profesora Contratada Doctora del Departamento de Filología Moderna de la Universidad de León y Doctora en Filología Inglesa con premio extraordinario por la Universidad de León en 2003. Como investigadora, ha pertenecido al seminario anual del Institute for Research on Women de la Universidad de Rutgers (New Jersey) en 2001-2002 y 2007-2008. Es editora ejecutiva de la revista Ecozon@. Entre sus publicaciones en el campo de la ecocrítica se encuentran: «The Brick People and the Struggle for Survival» en Gurpegui, José Antonio & Gómez Galisteo, Carmen (eds.): Interpreting the New Milenio (Cambridge Scholars Publishing, 2008) y «Ecocrítica, racismo medioambiental y renacimiento chicano» en González Boixo, José Carlos (ed.): Tendencias narrativas en la literatura mexicana actual. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert, 2009.
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Sobre los autores
D. MURPHY es Catedrático de Inglés en la Universidad de Central Florida y profesor en el programa de doctorado en Textos y Tecnología. Además de ser el editor fundador de la revista ISLE: Interdisciplinary Studies in Literature and Environment, es el autor de tres libros sobre ecocrítica y ecofeminismo, el más reciente Ecocritical Explorations in Literary and Cultural Studies, y de dos libros sobre Gary Snyder. Es editor o co-editor de otros once volúmenes, incluyendo The Literature ofNature: An International Sourcebook. Patrick empezó en el campo de la ecocrítica a comienzos de los años 80, con una tesis sobre la poesía de Snyder y de Wendell Berry, y publicó su primer ensayo ecofeminista en 1988, sobre las imágenes literarias de Gaia. En la actualidad trabaja en la narrativa y retórica del cambio climático, en una teoría sobre el yo corpóreo como sujeto, y en el ecofeminismo en la ciencia ficción. PATRICK
es Catedrático de Filología Inglesa y Decano de la Facultad de Filología de la Universidad de La Laguna. Ha publicado ensayos sobre autores contemporáneos como John Fowles, D.M. Thomas, Salman Rushdie, Shyam Selvadurai, Sunetra Gupta, Jamie O'Neill, Ana Castillo, Sandra Cisneros, Abelardo Delgado, o Ricardo Sánchez, entre otros. Preside actualmente el Centro de Estudios Canadienses de la ULL, dirige la revista Canadaria (Revista Canaria de Estudios Canadienses) y es el secretario de la RCEI (Revista Canaria de Estudios Ingleses). Recientemente ha sido elegido miembro del comité asesor de EASLCE (la Asociación Europea de Estudios sobre Literatura, Cultura y el Medio Ambiente) y es Vocal de la AEEII (Asociación Española de Estudios Interdisciplinarios sobre India).
JUAN IGNACIO OLIVA CRUZ
es Profesor Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Alcalá. Codirector de las revistas Culturas Populares y Oráfrica. Especialista en literatura oral y en antropología cultural. Autor de numerosos libros y artículos, y de títulos como Entre la magia y la religión: oraciones, conjuros, ensalmos (2000); Bestiario, Antropología y simbolismo animal (2002); y La historia secreta del Ratón Pérez (2005).
JOSÉ MANUEL PEDROSA
es Catedrático de Literatura Norteamericana en la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea (VitoriaDAVID R Í O RAIGADAS
Sobre los autores
411
Gasteiz). Es autor de los libros El proceso de la violencia en la narrativa de Robert Penn Warren (1995) y Robert Laxalt: The Voice ofthe Basques in American Literature (2007), así como co-editor de las obras Aztlán: ensayos sobre literatura chicana (2001), American Mirrors: (Sel/) Reflections and (Self) Distortions (2005) y Exploring the American Literary West: International Perspectives (2007). En la actualidad, su principal campo de investigación es el de la literatura del Oeste norteamericano, habiendo publicado diversos artículos en torno a este tema en diferentes revistas europeas y norteamericanas. es Catedrática en Lengua Inglesa en el I.E.S. Felipe II de Madrid y Profesora Asociada en el Departamento de Filología Inglesa I (Facultad de Filología, Universidad Complutense de Madrid). Doctora en Filología Inglesa por la UCM, dedicó su tesis a investigar la narrativa de la escritora Anglo-Irlandesa Elizabeth Bowen. Ha colaborado en el proyecto de investigación «La Ecocrítica: un giro en la percepción del medio ambiente desde las humanidades» (UAH 2005-07) y actualmente colabora en el proyecto «CLYMA: Cultura, Literatura y Medio Ambiente» (UAH). Ha participado en congresos y conferencias internacionales exponiendo sus líneas de investigación, que se centran en literatura anglo-irlandesa, estudios de la mujer y ecofeminismo. ESTHER REY TORRIJOS
CARMEN VALERO GARCÉS es Doctora en Filología Inglesa, y posee un Master en Migración y Relaciones Intercomunitarias. En la actualidad es Directora del Departamento de Filología Moderna de la Universidad de Alcalá (Madrid) y del Programa de Formación en Traducción e Interpretación en los servicios públicos que incluye, entre otros, el Master Universitario en Comunicación Inter cultural, Interpretación y Traducción en los Servicios Públicos (TISP). Es además la coordinadora del grupo FITISPos dedicado a la formación e investigación en TISP, y miembro fundador del grupo COMUNICA, Red Interuniversitaria dedicada a la investigación en TISP en el territorio nacional. Ha publicado y editado varios libros y numerosos artículos sobre traducción, lingüística y estudios culturales. Con un interés reciente pero intenso en la ecocrítica, su aporte se basa en añadir a dicha investigación las nuevas dimensiones de la traducción y comunicación intercultural.
412
Sobre los autores
es Profesora Colaboradora en la Universidad de Extremadura donde imparte cursos de literatura inglesa y traducción. Realizó sus estudios de posgrado en la Universidad de Alcalá en donde cursó el Master en Estudios Norteamericanos y el Doctorado en Lenguas Modernas. Dentro de su dedicación al campo de la ecocrítica cabe destacar en una primera época sus trabajos sobre los poetas de la naturaleza Gary Snyder y Alison H. Deming. Sus intereses actuales se centran tanto en desentrañar el valor moral de las representaciones culturales de los animales no-humanos, como en entender el proceso de desarrollo y expansión de la ecocrítica por el mundo. D I A N A VILLANUEVA R O M E R O
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Abbey, Edgard: 61, 64, 79, 159«, 279281 Acton, Loren: 64, 65« Adams, Carol J.: 165, 167» Adamson, Joni: 22», 86, 109«, 285, 287 Addams, Jane: 89 Agarwal, Bina: 151 Agra Romero, M a Xosé: 161-162, 164-
166 Alcoriza, Javier: 220 Aldecoa, Ignacio: 214, 233 Aledo Tur, Antonio: 233« Aleixandre, Vicente: 214 Alzugarat, Alfredo: 193-194, 208 Andrade, Eugénio de: 204, 214 Aramburu, Fernando: 214, 233 Arencibia, Yolanda: 214 Arguedas, José María: 203 Argullol, Rafael: 226 Aridjis, Homero: 204 Arizpe, Lourdes: 153 Armbruster, Karla: 86 Asturias, Miguel Ángel: 196 Austin, Mary: 61, 273-275, 277, 280« Azorín: 209, 230-231 Bannerji, Himani: 295«, 299, 301 Baroja, Pío: 209, 230 Barry, Wendell: 89 Bass, Rick: 37, 290 Bate, Jonathan: 82 Beck, Ulrich: 20, 100« Bécquer, Gustavo Adolfo: 212, 227 Belli, Gioconda: 195, 199
Bello, Andrés: 203-204 Benito, Jesús: 109 Bergon, Frank: 265, 266«, 268-269, 271, 280-281, 283-284 Bermúdez Cañete, Federico: 209-211, 233 Bernat, Miguel Ángel: 236 Besó, César: 231 Binns, Niall: 16, 38, 121, 193, 197, 200, 205-206, 2 0 8 , 2 1 9 « Blasco Ibáñez, Vicente: 223, 228«, 231 Bloom, Harold: 38 Branch, Michael: 20, 31-32, 68, 155 Bryant, William Cullen: 88 Buell, Lawrence: 16-17, 19-21, 68-83, 8586, 102, 107, 149«, 154-155, 159, 234, 275«, 278, 287«, 289«, 298«, 301 Bullard, Robert: 96 Burgos, Julia de: 202 Burroughs, John: 61 Butler, Octavia: 117 Caballero, Fernán: 210 Cabrera, Lydia: 198,214 Caldecott, Leonie: 144, 160, 162« Campbell, Neil: 201, 281, 284« Carbonell, Elíseo: 232 Cardenal, Ernesto: 195, 203 Carpentier, Alejo: 196, 198 Carr, Glynis: 139 Carrera Andrade, Jorge: 204 Carretero, Margarita: 23-24, 105«, 168«, 176, 180, 198,210, 229
414
índice onomástico
Carson, Rachel: 61, 88, 91 Castillo, Ana: 116, 165, 288-290 Cather, Willa: 62, 276-277 Cavana, M* Luisa: 162, 166 Cela, Camilo José: 212 Cervantes, Miguel de: 207, 221, 223 Chappaz, Maurice: 261 Chavis, Benjamin: 92 Cheney, James: 107 Chesnutt, Charles: 91 Chihuailaf, Elicura: 199 Chirbes, Rafael: 233 Cisneros, Antonio: 288 Clarín: 229 Clark, Walter Van Tilburg: 276 Clark, William: 271 Claudel, Paul: 246-248 Clavel, Bernard: 251 Cole, Thomas: 88 Colette, Sidonie: 252-257 Commoner, Barry: 55, 173, 278« Cooper, James Fenimore: 91, 268, 348 Cooper, Susan Fenimore: 91 Corpi, Lucha: 117 Corretjer, Juan Antonio: 202 Crusz, Rienzi: 297, 304 Cruz Mendizábal, Juan: 233 Cruz, (San) Juan de la: 223 Cuadra, Pablo Antonio: 193, 197, 199200 Dabydeen, Cyril: 298«, 300«, 303», 307, 309» Daly, Mary: 142, 144-145 Delbaere-Garant, Jeanne: 198 Delibes, Miguel: 118, 207-212, 223», 228«, 232-233 DeLillo, Don: 101, 118-119 Devi, Mahasweta: 119, 122 Diamond, Irene: 144, 153, 161, 162« Diaz de Games, Gutierre: 317-318 Diez, Luis Mateo: 212 Dillard, Annie: 61, 159«, 283
Dinnerstein, Dorothy: 143 Donovan, Josephine: 157, 160, 165 Dubos, René: 101 Echeverría, Esteban: 195 Edwards, Jorge: 203 Eisler, Riane: 144 Emerson, Ralph Waldo: 32, 88-89, 243, 268 Erdrich, Louise: 117, 285 Erisman, Fred: 265, 268, 275, 286 Escobar, Arturo: 202 Espino, Miguel Angel: 194 Evans, Mei Mei: 86 Fallas, Carlos Luis: 194 Far, Sui Sin: 91 Fierro, Juan Manuel: 199 Flys, Carmen: 15», 23, 109«, 117», 163, 219» Forns-Broggi, Roberto: 193, 197, 200, 203, 208 Frazer, James George: 314 Fromm, Harold: 17, 53, 86, 155, 158, 165, 299« Frye, Northrop: 294 Gaard, Greta: 22, 138, 141, 146, 152153, 155-157, 160, 167«, 290« Gadgil, Madhav: 118 Galeano, Eduardo: 195 Gallegos, Rómulo: 194, 199, 202 Ganivet, Ángel: 209, 230 García Álvarez, Jacobo: 229, 231 García Cabrera, Pedro: 214 García Márquez, Gabriel: 196, 198 García Viñó, Manuel: 210 Garrard, Greg: 68, 71, 74-75, 79-80, 8283, 181«, 272, 2 7 7 , 2 8 5 , 3 0 8 Geeregat, Orienta: 199 Genevoix, Maurice: 256-257, 259 Gersdorf, Catrín: 147, 148« Gibert, M a Teresa: 295
Indice onomástico
Gilcrest, David W.: 234 Gilí, Lakshmi: 296 Giner de los Ríos, Francisco: 230 Giono, Jean: 248-251 Gleeson, Brendan: 96-97 Glotfelty, Cheryll: 12, 16-17, 23, 31-32, 49«, 57«, 60«, 85-86, 108, 121,126, 131, 155, 158, 165,262,299« Gomides, Camilo: 37 González Díaz, Francisco: 213-214 González, Cayo: 237 Grey, Zane: 275 Griffin, Susan: 141«, 142, 144 Guerra Garrido, Raúl: 233 Guha, Ramachandra: 99, 118 Guillén, Claudio: 222 Guimaraes Rosa, Joao: 203 Güiraldes, Ricardo: 202-203 Gullón, Germán: 214 Hahn, Óscar: 201 Haraway, Donna J.: 157, 159 Harcourt, Wendy: 149, 152-154, 165 Harris, Marvin: 59«, 314 Hart, Stephen: 201 Hass, Robert: 45 Heise, Ursula: 21, 22«, 100-101 Henderson, Hazel: 149«, 160, 181 Heredia, José María: 202 Hernández, Miguel: 223, 237 Herrero Uceda, Miguel: 238 Hierro, José: 234,237 Hogan, Linda: 107, 116-117, 285 Homer, Winslow: 88 Howarth, William: 17, 86 Huenún, Jaime L.: 199 Hugo, Víctor: 202 Huidobro, Vicente: 205-206 Hutcheon, Linda: 294 Isaza Calderón, Baltasar: 224 Jeffers, Robinson: 62, 267, 270
415
Jones , Douglas G.: 294 Jünger, Ernst: 214 Kearns, Judith: 295«-296« Keller, Evelyn Fox: 143 Kellman, Steven G.: 165 Kerns, Sofia: 200 King, Ynestra: 137, 141«, 143, 146, 153, 162«, 182-183,272 Kingsolver, Barbara: 290-291 Kircher, Cassandra: 145, 283« Krech, Shepard, III: 85« LaChapelle, Dolores: 142 Laffite, Christiane: 193-194, 208 Laforet, Carmen: 214 Lastra, Antonio: 219 Latour, Bruno: 71, 241 Le Guin, Ursula K.: 62, 155, 290 Leland, Stephanie: 144, 160, 162« Leopold, Aldo: 61, 64, 88, 278-279 Lewis, Meriwether: 271 Lewis, Sinclair: 89 Lienlaf, Leonel: 199 Litvak, Lily: 230 Llamazares, Julio: 118, 207, 210, 212213,237 Lodge, David: 214 London, Jack: 276, 348, 354 Lopez Pacheco, Jesus: 235 Lopez, Barry: 38, 61, 73, 88, 283, 290 Lopez, Marta: 212 Love, Glen: 19, 53 Lovelock, James: 141«, 145,250 Low, Nicholas: 96-97 Machado, Antonio: 214, 223, 231-232, 234,237 Maderuelo, Javier: 222 Madoff, Peter: 93« Malinowski, Bronislaw: 314, 317 Malthus, Thomas Robert: 216 Manes, Christopher: 19, 103, 158«
416
índice onomástico
Marcóte, Jorge: 202 Marín, Diego: 237 Mármol, José: 195 Marrero Henríquez, J o s é Manuel: 118, 213-214,218«, 233,238 Martí, José: 203 Martínez de Pisón, Eduardo: 229, 231 Martínez, Erika: 237 Martínez-Alier, Juan: 86, 96, 99 Marx, Karl: 69, 74-75, 243-244, 277 Mata, Rafael: 2 5 0 » , 273 Mayoral, Marina: 228 Mazel, David: 147, 148«, 155 McCarthy, Cormac: 290-291 McDowell, Michael J.: 159 McGifford, Diane: 2 9 5 « - 2 9 6 « McLean, Benjamin: 42, 193-197, 200202, 205-208, 211, 215, 2 1 9 « , 223 Meeker, J o s e p h W.: 55, 68, 155 Melcón, Julia: 230 Menchú, Rigoberta: 195-196, 200 Merchant, Carolyn: 136, 138, 140, 141«, 142-143, 145-147, 149«, 167«, 181 Merwin, William S.: 62 Mestre, J u a n Carlos: 237 Mies, Maria: 137, 143, 149-150, 162«, 164«, 167«, 174«, 181 Mill J o h n Stuart: 216 Millahueique, César: 199 Millán, Gonzalo: 201 Miller, Perry: 30-31, 43, 281 Miranda, Julio E.: 204 Mistral, Gabriela: 196, 205 Molina, César Antonio: 236 Montemayor, J o r g e de: 207 Moraga, Cherrié: 116 Morales, Aurora Levins: 110, 112, 114115 Morales, Rosario: 110 Morin, Edgar: 241 Moscovici, Serges: 241 Muir, John: 61-62, 88, 271-274
Murphy, Patrick: 18, 20, 22-23, 3 2 « - 3 3 « , 3 9 , 5 2 » , 53, 72, 111-112, 114, 138, 146, 152, 155-157, 160, 167«, 189 Myers, Jeffrey: 87 Nabhan, Gary Paul: 40, 290 Naranjo, J o s é Ramón: 200 Neely, Barbara: 117 Neruda, Pablo: 196, 204-206 Nitecki, Alicia: 52 Nora, Eugenio G . de: 210 Núñez Cabeza de Vaca, Alvar: 266 Nussbaum, Martha: 98-99, 105 Oliva, J u a n Ignacio: 23-24 Oliver, Mary: 62 Olmstead, Frederick Law: 88 Orenstein, Gloria Feman: 144, 153, 161 Ortega Cantero, Nicolás: 214, 230 Ortiz, J u a n L.: 200-201 Ortner, Sherry B.: 142, 144-145 Ovidio: 315-316 Oyarzún, Magdalena: 198 Ozecki, Ruth: 118 Palacio Valdés, Armando: 210 Pardo Bazán, Emilia: 2 2 3 « , 227, 2 2 8 « Parra, Nicanor: 205-206 Paz, Octavio: 1 9 5 , 2 0 3 , 2 0 6 Peña, Devon: 100« Pereda, J o s é María: 207, 210, 229 Perelmuter-Pérez, Rosa: 205 Pérez Abad, Miguel A.: 211, 233 Perron, Dominique: 262 Phillips, Pamela: 213 Plá, J o s e p : 232 Plant, Judith: 144 Plumwood, Val: 19, 100«, 103-105, 111, 114, 138, 141«, 143, 146, 148, 151, 162«, 164, 166, 178, 181, 183, 309 Polo, Gil: 207 Posthumus, Stephanie: 241, 262 Pourrat, Henri: 259-260
Indice onomástico Powell J o h n Wesley: 272-283, 280« Proulx, Annie: 290-291 Puleo, Alicia: 162, 181 Quesada, Alonso: 214 Q u e s a d a j o s é Rutilio: 195, 208, Quinby, Lee: 161 Quintupli, Edwin: 199 Quiroga, Horacio: 203 Ramuz, Charles Ferdinand: 260-261 Rautavaara, Einojuhani: 110 Reclus, Elisée: 244-246 Reed, T. V.: 105-106, 108-109 Ricardo, David: 202-203, 216 Rich, Adrienne: 62 Richards, Ellen: 89 Riechmann, Jorge: 96, 206, 235 Riis, Jacob: 89 Risco, Antonio: 231 Rivas, Manuel: 212, 237 Rivera Villegas, Carmen: 202-203 Rivera, José Eustasio: 194, 199 Riveros, Juan Pablo: 203 Robinson, David: 32 Rocheleau, Dianne: 143, 150 Rod, Edouard: 261 Rodríguez, Salvador: 236 Romero, Marina: 237 Rossi, Anacristina: 195 Rousseau, Jean-Jacques: 347 Rueckert, William: 55, 278» Ruether, Rosemary Radford: 137, 140, 144, 162«, 168 Ruiz de Burton, Amparo: 91 Rulfo, Juan: 196, 203 Rushdie, Salman: 296« Salaün, Elise: 242, 262 Sales, Dora: 122-124, 132,231 Salleh, Ariel K.: 137, 141«, 147, 162«, 181 Sánchez Ferlosio, Rafael: 223
417
Sandoval, Chela: 108 Santa Ana, Mariano de: 214, 230, 330 Sanz, Concepción: 223 Saramago, José: 214 Sarmiento, Domingo Faustino: 195, 207 Saussure, Ferdinand de: 55«, 110 Schlosberg, David: 87, 91, 96-100, 102104, 108, 110 Sen, Amartya: 98 Sepúlveda, Luis: 194, 198 Serres, Michel: 241 Shiva, Vandana: 118, 137, 141«, 143, 149-152, 162«, 163, 164«, 167«, 173, 174«, 181, 183-184 Showalter, Elaine: 16, 60-62 Silko, Leslie Marmon: 79, 265, 284, 287287 Sinclair, Upton: 89 Sklar, Holly: 93« Slovic, Paul: 41« Slovic, Scott22-23, 29-30, 33«, 39«, 41«, 52«, 53, 62«, 64«, 68, 72-73, 109«, 155, 159 Smith, Adam: 216 Snyder, Gary: 19, 62, 88, 267 Sorolla, Joaquin: 232 Spivak, Gayatri: 118, 122-123, 125 Spretnak, Charlene: 141«, 144 Staines, David: 294 Stegner, Wallace: 60, 62, 273, 279, 291« Stein, Rachel: 86 Steinbeck, John: 276 Stone, Merlin: 142 Sze, Julie: 108, 115-116 Tablada, Juan José: 203 Taine, Hippolyte: 209, 230 Taylor, Dorceta: 87-88, 90, 274, 288 Teillier, Jorge: 206 Thoreau, Henry David: 32, 61-62, 69, 79, 88-89, 155, 159«, 243, 265, 268, 292 Torrente Ballester, Gonzalo: 210
418
Indice onomástico
Toyosato, Mayumi: 200 Tuan, Yi-Fu: 128, 130, 294-295 Tzitsikas, Helene: 208-209, 230 Ulm an, H . Lewis: 106, 108, 114 Unamuno, Miguel de: 209, 230, 233 Uslar Pietri, Arturo: 198 Valero, Vicente: 237 Valle-Inclän, Ramon Maria del: 209 Vallejo, César: 201-202 Van Dyke, John C.: 273-274, 280» Vega, Lope de: 207 Velayos, Carmen: 149«, 163 Verlaine, Paul: 206 Verne, Michel: 214, 348 Vidal de Battini, Berta E.: 323, 334 Vilas, Manuel: 237 Waage, Frederick O.: 52, 57»
Walker, Alice: 63 Wallace, Kathleen: 86 Waller, L. Elizabeth: 158 Wangari, Esther: 143, 149« Warren, Karen: 19, 52«, 92, 103, 105, 107, 137, 140-141, 145, 160, 162«, 163-164, 179, 181, 183 Wenz, Peter: 100«, 101 White, Gilbert: 61 White, Lynn, Jr.: 19, 103 Whiteside, Kerry: 241 Williams, Terry Tempest: 61, 145, 167, 265, 281-283, 292 Wister, Owen: 275 Worster, Donald: 57, 58«-59«, 71, 272 Yamashita, Karen Tei: 72, 115 Zajonc, Robert B.: 40 Zitkala-Sa: 91
ÍNDICE TEMÁTICO
Activismo: 36, 37, 45, 86-87, 89-91, 99, 119, 137-138, 141, 162-163,165, 167-168, 235, 290 Aculturación: 170, 194 África: 35, 124,200,317 Afroamericanos/as: 90«, 92, 93», 117 Agricultura: 43, 113, 152, 173-174, 204, 228, 245, 276-277, 315, 359360 Agroindustria: 13, 91«, 101«, 116« American Literature Association: 32, 53 Antipoesía: 206 Antropocentrismo: 63, 162, 164, 174, 273,275,371 Antropología: 24, 59«, 219, 262, 313315,319,377 Antropomorfismo: 254, 257, 355, 371 Apropiación de la naturaleza: 185 Aridez: 272-273, 279-280 Asiático-americanos/as: 90«, 118, 285 ASLE (Association for the Study of Literature and Environment): 15, 19«, 23, 29-37, 53, 57«, 68, 73, 8182, 85«, 131,240« Beatus tile: 293 Biocentrismo: 97, 291, 371 Bio-regionalista: 272 Bucólico: 270, 293 Calentamiento global: 67, 101, 117, 235 Cambios sociales: 354 Canadá: 14, 22, 81, 90«-91«, 116, 235, 243,293-294, 296, 299,304, 307
Capitalismo: 91, 138-139, 152, 171, 196, 206, 210, 229 Catástrofes: 56, 343, 351, 356, 360 Caza: 175, 196, 198, 209-210, 221, 227228, 256, 322, 324«, 348«, 353 Chicano/a (s): 90«, 109, 116-117, 275«, 288-280 Ciencia y literatura: 51 Civilización y barbarie: 195 Comunicación: 38-39, 44-45, 53, 55«, 111, 116«, 158, 193, 206, 208, 225, 262,306,310, 349-350, 361 Comunicativo/a: 55«, 111, 310« Conciencia ecológica: 22, 62, 214, 232, 372 medioambiental: 20, 24, 32, 52, 54, 131,239, 346«, 339, 349,362 Conservacionismo: 272, 279 Conservacionista: 67, 273, 278, 329 Construcción simbólica de las especies: 63 Contaminación: 13, 50, 74, 77, 79, 89, 92, 116, 118, 131, 163, 203, 214, 220, 242, 277, 287«, 290, 360-361 Crisis ecológica: 18, 193, 205, 206, 243 medioambiental: 25, 49, 51, 54, 56, 59,64, 103, 106, 140, 147, 148, 153,263,288 Crítica feminista: 16, 54, 60, 62, 154 Crítica literaria ecológica. 60, 121 Crítica medioambiental: 17, 72-75, 78 Crítica marxista: 19, 54 Crosdisciplinariedad: 41 Crosfertilización, crospolinización: 40, 54
420
Indice temático
Cuento: 39, 110, 112, 198, 229, 259, 314, 350
Ecopoema: 234-235 Ecopoética: 56, 1 2 7 , 2 6 3 , 3 7 3
Cumbres: 173, 2 4 5 «
Ecosistema: 17, 42, 57, 63, 146, 215, 239, 262, 266, 272, 279-280, 282, 286,
Deforestación: 149, 163, 220, 230 Degradación: 19, 58, 96, 100, 102, 105,
291-292, 343, 356, 360-361 Ecosocialista: 235-236
131, 138, 141, 1 5 1 , 2 0 2 , 2 0 5 , 2 1 4 ,
Ecotexto: 158
238, 283, 287, 289-290
Energía nuclear: 137, 170, 281, 349, 358
medioambiental: 58, 96, 100, 102,
Escritura de la naturaleza: 43, 76, 203,
105, 138, 1 5 1 , 2 0 2 , 2 1 4 , 2 3 8 , 283, 287, 289 Deterioro medioambiental: 154, 161, 284, 362, 373 Desaparición de especies: 220, 361 Desarraigo: 17, 24, 201, 293-295, 301, 3 0 7 , 3 0 8 « , 309
244, 375 Escuela del resentimiento: 38 Espiritualidad material: 309, 375 Estética del desierto: 273, 280 Estudios culturales: 19-20, 34, 56, 67, 69, 239 de Frontera: 51, 267, 288, 303
Descripción paisajística: 214, 293
literarios ecológicos: 53
Desertización: 117, 163, 220
literarios medioambientales: 52, 127
Determinismo geográfico: 291-292
estudios norteamericanos: 25, 44-45, 51
Discurso tóxico: 72, 78, 81, 2 9 9 « , 301, 376
Etica
Dislocación: 295
de protección ecológica: 135
Desplazamiento: 125«, 310
del Cuidado (Ethics ofcare):
Dorado, El: 202, 266
107,
144, 1 6 3 , 3 7 2
Dualidades: 103
ecológica: 63, 301
Dualismo: 63, 97, 143, 145-148, 156,
medioambiental: 13, 18, 58, 80, 107,
164, 166, 175, 373
111,277 práctica: 166
E A S L C E (European Association for the
Etnia: 1 5 1 , 2 0 3
Study of Literature, Culture and Environment): 30, 81, 131, 163, 2 1 9 «
Frontera: 12, 49, 51, 61, 63, 198, 226,
Ecocentrismo: 17, 75, 271, 276, 278, 372
240-241, 267, 276, 278, 288, 291,
Ecocéntrico/a: 74, 79, 178, 272-273, 278, 286 Ecojusticia: 76-78, 96, 150
301,303,341,345 frontiers. A Journal ofWomen
Studies:
139
Justicia ecològica: 96-97, 99 Ecoliteratura: 42-44, 192, 208, 239 Ecología humana: 51, 193, 208 Ecologia literaria: 55, 126-127, 375
Globalización: 21, 72, 74, 80, 96, 101, 116-117,357 Grassroots: 93, 100
Ecología profunda: 1 8 , 5 8 , 63, 174, 178, 200, 372
Hibridación: 297
Ecología social: 58, 137, 376
Hispanismo: 193, 200, 213, 215
Ecopoesía: 200, 206, 234-235, 2 3 9
Hostilidad de la naturaleza: 293
Indice temático Hostilidad del entorno: 294-295 Hypatia: 52«, 139, 162-163 Identidad: 17-18, 21, 98, 128, 143, 146147, 156, 158-159, 161, 185, 186«, 213, 220, 222, 228, 232, 240, 243, 288, 291, 293, 295, 308«, 310, 316, 365, 374, 377 Imaginación medioambiental: 76, 78-79 Indigenismo: 194, 201 Indios, nativo americanos, amerindios: 19, 58, 61-62, 85, 90, 91«, 95, 109, 116-117, 124«, 172, 195-196, 198, 266, 274, 275«, 284-288, 326, 321, 322,326,330, 333, 336-337, 354«, 356, 357 Industrias cárnicas: 89, 118 Inmigrantes: 78, 89, 116-117 Instrumentalización: 147, 363-364 Interdisciplinariedad: 40-41, 68, 81 ISLE. Interdisciplinary Studies in Literature and Environment: 14, 22, 28, 30, 32, 33«, 36,53, 73, 155, 240« Jardín edénico (Edén): 16, 202, 204, 206, 216,269,277,288, 309,315 Jerarquía: 104, 114, 116, 278, 347 Justicia social: 64, 77, 90, 96-98, 163, 165 Latinos/as: 93«, 115«, 285, 288 Lengua y medio ambiente: 34 Leyenda: 24, 172,227,311,314,317, 320-321,323-324,331,336 Literatura confesional: de la comunidad: 43-44, 54«, 56, 77, 81, 235, 248, 262, 277-278, 282, 285-290, 317, 321, 326, 328-330, 334,343,354 de la naturaleza: 12-16, 18, 20, 22-24, 32«, 37-38,43-44, 52-54, 61, 6970,76, 87, 102, 107-109, 112, 127, 147,198, 200-201,203-205, 207, 210, 212, 221, 223-226, 231-
421
239, 242, 244-245,256, 260, 262, 265-294, 343, 348-349, 353, 374376 del lugar: 16, 20-21, 43, 62, 73, 116, 231,248,277,334s ecológica/ecologista: 16,42, 193-197, 200,202,205,212,215 española: 24, 118, 193-194, 197, 205, 207-209, 212, 213, 215, 219-238 hispanoamericana: 193, 197, 200201,204,208,215,219« infantil y juvenil: 24, 339-367 medioambiental: 29, 37, 39, 42-44, 52-53,69,78, 126-127, 131, 157 y cultura: 34 y lenguaje: 34, 59 y medio ambiente: 15, 29-47, 51, 53, 60,63 Locus: 293,310 Locus amoenus-, 205, 223-225 Locus horrendus: 224 Lógica de dominación: 104, 157-158, 164-165, 180, 184 Love Canal: 74, 77, 92, 116, 168, 175 Manipulación genética: 117 Master mentality (mentalidad de amo): 104, 143,375 Medioambientalismo de los pobres: 86 Medios de comunicación: 116«, 150, 193,208, 349-350, 361 Melting pot: 293-294 Mito: 12, 141«, 171, 197, 202, 204-206, 220, 224, 233-234, 262, 266, 269, 277, 285, 313-317, 322, 326, 329, 331,333,337 MLA (Modern Language Association)-. 51, 53 Mosaico multicultural: 293 Movimiento medioambiental: 51, 174, 241 NAFTA: 115
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índice temático
Narrative scholarship: 17, 39, 375 Nativo-americano/a (s): 19, 58, 62, 90, 95, 109, 172, 198, 266, 274, 275«, 284-288, 321-322, 326, 330, 331, 336 en la literatura: 19, 62, 108, 198, 266, 274, 285-288 Naturalista: 228, 230, 355, 358 Naturalité-, 243 Nature writing (Literatura de la naturaleza): 16, 29, 32«, 45«, 52-53, 61, 62«, 72, 85, 109, 154-155, 159«, 242, 244, 265, 269, 278, 375 NIMBY: 92 Novela de la tierra: 194-195, 207 NWSA Journal: 139 Paisaje cultural: 220-222, 225, 236 en la literatura: 51, 219-238 interior: 231 literario: 213-214, 238 mediterráneo: 231-232, 233« romántico: 226 Participación democrática: 64, 94, 98100, 139, 146, 152, 154, 163,345, 374 Proceso de toma de decisiones: 97, 100 Pastoralismo: 51 Patriarcal: 137, 141, 144, 146-147, 150, 152, 164, 173, 178-180, 183, 187, 196, 198,210, 229, 282,290 Patrimonio paisajístico: 237 Perspectiva utilitarista: 267 Pesticidas: 114, 116-117, 210, 289, 360 Poética ecológica: 63 Poéticas del territorio: 294
Postcolonial: 16, 19, 96, 109, 111, 123, 125, 157, 196, 239, 293, 295, 308« Pruebas nucleares: 94, 282-283 Racial/raza: 16, 50, 54, 60, 66, 77, 85, 88«, 90«, 92, 93«, 96-97, 100, 104, 106, 108-109, 116, 118, 151-153, 160, 164, 180, 196, 249«, 254, 294, 306, 308 Racismo medioambiental: 77, 92, 100, 283, 285, 287-288, 290, 292 Realismo mágico: 197-198 Regionalismo: 51, 68, 74, 292 Residuos tóxicos/radioactivos: 50, 106, 268, 282-283, 360-361 Sierra Nevada: 62 Three Mile Island: 89, 168 Tipología: 193, 195-196, 201, 207, 215, 232 Topofilia: 128, 294 Topofobia: 294 Tóxico: 19, 50, 72, 78, 81, 89«, 92, 94, 100, 104, 106, 139, 282, 284-285, 299«, 301,376 Transdisciplinariedad: 41 Vanguardia: 202-203, 205 Viaje existencial: 299, 303 Western Literature Association: 32, 33«, 53,60« Wilderness-. 30, 59«, 61«, 128, 130, 243, 270, 279, 377 Women Studies'. 139