Diplomacia hispano-indígena en las fronteras de América, Historia de los tratados entre la Monarquía española y las comunidades aborígenes
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DIPLOMACIA HISPANO-INDÍGENA EN LAS FRONTERAS DE AMÉRICA

Colección: Historia de la Sociedad Política Director: BARTOLOMÉ CLAVERO SALVADOR

ABELARDO LEVAGGI

DIPLOMACIA HISPANO-INDÍGENA EN LAS FRONTERAS DE AMÉRICA Historia de los tratados entre la Monarquía española y las comunidades aborígenes

CENTRO DE ESTUDIOS POLÍTICOS Y CONSTITUCIONALES Madrid 2002

© ABELARDO LEVAGGI © CENTRO DE ESTUDIOS POLÍTICOS Y CONSTITUCIONALES

ÑIPO: 005-02-015-5 ISBN: 84-259-1180-X DEPÓSITO LEGAL: GU-64/2002 REALIZACIÓN: DISEÑO GRÁFICO GALLEGO Y ASOCIADOS,

S.L.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

13

CAPÍTULO I: LA POLÍTICA

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

DE PENETRACIÓN PACÍFICA Y EL TRATADO. Primera política oficial, representada por el «requerimiento» 17 Reconversión de la política indigenista. Ordenanzas de Nuevos Descubrimientos y Poblaciones de 1573 18 El proceso legislativo que culminó con las Ordenanzas 19 Sustento doctrinal de la política de pacificación. Vitoria y la Escuela de Salamanca. «Justos títulos» y guerra justa 22 Fijación de las leyes en la Recopilación de 1680 27 Puesta en obra de la pacificación 28 Importancia del tratado como instrumento de la nueva política. Antecedentes españoles. Problemas que plantea 30 Continuidad de la política de pacificación por los Borbones 35

CAPÍTULO II:

PROTOHISTORIA DE LOS TRATADOS. PRIMEROS CONTACTOS INTERÉTNICOS. 1. Pacto de «guatiao» entre Colón y Guacanagnarí el 30 de diciembre de 1492 2. Convenio en La Española con el cacique Enrique en 1533. 3. Vasco Núñez de Balboa y las paces en el Darién 4. Ausencia, por lo general, de verdaderos tratados en la conquista de México 5. Concertación de pactos con motivo de la guerra chichimeca. Capitulaciones con los tlaxcaltecas del 14 de marzo de 1591 6. Tratados asentados por Alvar Núñez Cabeza de Vaca en la Asunción del Paraguay 7

39 41 42 43 46 51

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7. Capitulación formal con Tito Cusi Yupangui Inga del 24 de agosto de 1566 y tratado complementario del 9 de julio de 1567 55 8. Paces en medio de la guerra de Arauco 62 III: CHILE EN EL SIGLO XVII. 1. El gobernador García Ramón celebra paces en 1608, imponiendo sus condiciones 65 2. Paces, gracias a la proscripción de la guerra ofensiva instada por el jesuíta Luis de Valdivia. Acuerdo de Namcu (o Longonabal), logrado con su intervención personal. Misión del padre Diego de Castañeda 68 3. Famoso tratado ajustado en Quillín por el gobernador Marqués de Baides el 6 de enero de 1641 y sus ratificaciones 75 4. Capitulaciones hechas por el gobernador Ángel de Peredo en el tercio de Santa María de Guadalupe y Benavídez el 3 de diciembre de 1662, y en el de San Felipe de Austria y Nuestra Señora de la Almudena el 11 de enero de 1663, ratificadas al día siguiente 81 5. Artículos conferidos en el parlamento general efectuado en Yumbel el 16 de diciembre de 1692, presidido por el gobernador Tomás Marín de Poveda 84

CAPÍTULO

CAPÍTULO IV: RÍO

DE LA PLATA Y NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVII. 1. Tratado entre el gobernador del Tucumán Alonso de Mercado y Villacorta y los tocagües y vilos del 13 de diciembre de 1662 89 2. Nuevas entradas y paces en el Gran Chaco 95 3. Paces con los mayos, yaquis, janos y otros en la provincia de Sonora... 99

V: CHILE EN EL SIGLO XVIII. 1. Parlamento general y capitulaciones de Negrete del 13 de febrero de 1726 103 2. Parlamento general de Tapihue del 8 de diciembre de 1738, en que se volvieron a declarar y ampliaron las capitulaciones de Negrete 110 3. Nuevo parlamento general y capitulaciones en Tapihue, el 27 de diciembre de 1746; y en la plaza del Nacimiento, del 8 al 10 de diciembre de 1764 114 4. Parlamento general y paces asentadas en el campo de Negrete del 25 al 28 de febrero de 1771. Junta celebrada en la plaza de Los Angeles del 11 al 23 de noviembre de 1772 119

CAPÍTULO

ÍNDICE

5. Junta de Santiago del 26 y 27 de abril de 1774. Parlamento general y capitulaciones de Tapihue del 21 al 24 de diciembre de 1774. Establecimiento en Santiago de caciques embajadores permanentes 6. Juntas celebradas por el maestre de campo Ambrosio Higgins. Parlamento general y tratados de Lonquilmo del 3 al 7 de enero de 1784 7. Parlamento general y capitulaciones de Negrete del 4 al 6 de marzo de 1793, y del 3 de marzo de 1803

127

142 150

VI: RÍO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (1). 1. Tratado del gobernador Esteban de Urízar y Arespacochaga con los malbalaes del 27 de agosto de 1710. Paces con los ojotaes y los hiles 161 2. Tratos de paz con los chiriguanos con intervención del padre José Pons de la Compañía de Jesús 166 3. Paces entre el teniente de gobernador de Santa Fe, Francisco Javier de Echagüe y Andía, y los mocobíes en 1734. Paces con los abipones en Añapiré el 5 de junio de 1748 168 4. Tratado del gobernador Juan de Santiso y Moscoso con la nación toba del 12 de junio de 1742 170 5. Capitulaciones entre el gobernador Juan Victorino Martínez de Tineo y los malbalaes del 27 de agosto de 1750. Paces con los abipones, y con los tobas del cacique Niquiates 173 6. Paces con los minuanes de la Banda Oriental del 22 de marzo de 1732 y 29 de marzo de 1762 176 7. Tratado de paz entre el gobernador Gerónimo Matorras y el cacique mocobíPaikínenLaCangayéel29dejuliode 1774 183 8. Tratativas entre las ciudades de Santa Fe y la Asunción y el cacique mocobí Etazoríh. Capitulaciones que se establecieron en la Asunción el I o de junio de 1776 y el 6 de marzo de 1778 190 9. Francisco Gavino Arias suscribe capítulos de concordia con los tobas y mocobíes. Paces con los chunupíes, malbalaes y signipes en la Buena Ventura el 14 de julio de 1780 194 10. Intervención del arzobispo fray José Antonio de San Alberto en la concertación de paces con los chiriguanos en 1787 197 11. Tratado entre el gobernador-intendente Rafael de la Luz y el cacique Napognarí del 22 de setiembre de 1801. Su ratificación en 1802 198

CAPÍTULO

9

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CAPÍTULO VIL

1.

2. 3. 4.

RIO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (2). Primeros pactos con los pampas y puelches en Buenos Aires durante el gobierno de Miguel de Salcedo. El teniente de maestre de campo Cristóbal Cabral de Meló conviene paces en 1741 201 Confirmación de paces en 1745 pese a la oposición del Cabildo. Tratos con el cacique Yatí 204 Paces con los aucas o pampas. Tratado de la laguna de los Huesos con el cacique Lepin del 20 de mayo de 1770 206 Artículos de paz puestos por el virrey Juan José de Vértiz el 2 de marzo de 1781 209 o

5. Los pampas del cacique Lorenzo procuran insistentemente confirmar las paces. Embajada del cacique Pascual Cayupulquis a Buenos Aires y acuerdo preliminar del 27 de julio de 1782 215 6. Tratado preliminar de paz de la laguna de la Cabeza del Buey del 3 de mayo de 1790 con el cacique Callfilqui o Lorenzo. Tratado definitivo suscrito en Buenos Aires con el mismo cacique el 5 de setiembre de 1790 219 7. Paces ajustadas en Mendoza el 14 de diciembre de 1780, y ratificadas el 20 de abril, y el 16 de agosto de 1781 224 8. Tratados hechos en Córdoba con los caciques ranqueles Cheglén y Carripilún en setiembre y el 17 de noviembre de 1796 226 9. Parlamento y tratado entre Amigorena, los pehuenches y los ranqueles, en la villa de San Carlos, el 5 y 6 de julio de 1799. . 229 10. Tratado del 2 de abril de 1805 entre el comandante Miguel Telis Meneses y los pehuenches 230 VIII: NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII (1). 1. Paces con los jicarillas en 1723 2. Serie de capitulaciones con los lipanes entre agosto de 1749 y enero de 1799 3. Paces con los mescaleros en junio de 1781, ratificadas y e ampliadas el 5 de setiembre, y en mayo de 1787 4. Gestiones de paz con los gileños entre 1775 y 1789

CAPÍTULO

IX: NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII (2). 1. Frustrado pacto con los nayaritas en 1716 y en 1721 2. Tratados de paz con los taovayas, por sí y por los comanches, del 27 de octubre de 1771, y sólo con los comanches del 28 de febrero de 1786

233 235 248 255

CAPÍTULO

10

261

264

ÍNDICE

3. Paces arregladas por el gobernador Juan Bautista de Anza con los navajos en 1786. Nuevo tratado celebrado en abril de 1805 .. 275 X: FLORIDA Y LUISIANA EN EL SIGLO XVIII. Tratado del gobernador de Panzacola, Arturo O'Neill, con los talapuches, del 14 de junio de 1781 279 Tratado de Panzacola del I o de junio de 1784 entre el gobernador de la Luisiana, Esteban Miró, y el jefe talapuche Alejandro McGillivray 283 Tratado de La Mobila del 23 de junio de 1784 con los chicachás y alibamones. Tratado del 14 de julio de 1784 con los chactas 288 Tratado de amistad de Natchez del 14 de mayo de 1792 entre el gobernador Manuel Gayoso de Lemos y los chicachás y chactas. Tratado de Nueva Orleans del 6 de julio de 1792 con los talapuches 291 Tratado de amistad y garantía de los Nogales del 28 de octubre de 1793 entre Gayoso y varias naciones. Tratado con los chactas del 10 de mayo de 1793 295

CAPÍTULO

1. 2.

3. 4.

5.

CAPÍTULO XI:

COSTA RICA Y DARIÉN EN EL SIGLO XVffl. 1. Negociaciones con los zambos mosquitos o miskito a partir de 1769 2. Capitulaciones con diferentes parcialidades del Darié'n en Turbaco el 20 de julio de 1787

301 304

CONCLUSIÓN

311

MAPAS

314

FUENTES

317

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INTRODUCCIÓN

Entre los españoles y las comunidades o naciones indígenas librea de América hubo relaciones de paz y de guerra. Este libro versa exclusivamente sobre las primeras. Mucho se escribió ya sobre las segundas. Y de las varias clases de relaciones de paz que existieron, sólo se ocupa de las diplomáticas enderezadas a celebrar tratados. No de las sociales y económicas. Es decir, que aborda únicamente una parte de la realidad, pero realidad al fin. Pienso que es el primer esfuerzo de investigación extensiva y sistemática que se realiza sobre una materia tan vasta y compleja. Aun cuando, después de una década de dedicación al tema desde la perspectiva de la historia jurídica y diplomática, haya podido lograr avances significativos en su conocimiento, si se tiene en cuenta que partí de una ausencia bibliográfica muy grande1, limitada a algunas monografías, soy conciente de estar lejos de haberlo agotado y que nuevos estudios vendrán a completar el presente. Pese a esta convicción inicial de ofrecer una obra con lagunas, considero que su publicación se justifica, al menos por dos razones: porque llena un vacío de la historiografía americanista, y porque podrá servir de base para futuros emprendimientos. Quizá la publicación contribuya, también, a precisar y matizar la visión esquemática que aún se tiene de las relaciones interétnicas en la América española. Un triple marco de referencia reconoce la investigación. Un marco geográfico: la frontera; uno jurídico: el tratado; y uno ideológico: la doc' Una aproximación parcial a la bibliografía, en especial desde el punto de vista de la antropología, en: LÁZARO AVILA, «LOS tratados...».

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trina indigenista de la Corona. De los dos primeros me ocuparé a continuación; del tercero, en el capítulo que sigue. El escenario en el cual se desarrollaron los hechos a los que se refiere esta historia fueron las fronteras interiores de las Indias Occidentales. Es decir, esos territorios que la monarquía española consideraba sujetos a su dominio en virtud de los títulos que invocaba, pero de los cuales no había podido tomar posesión efectiva, ni ejercer jurisdicción en ellos, por estar ocupados por sus primitivos habitantes, que resistían de alguna manera la penetración hispana. O sea, unos territorios no integrados aún al imperio español. Fuera, pues, de otros análisis que mereció el fenómeno de la frontera en la conformación de las sociedades nacionales, más como actitud que como situación, y como factor de modelación del carácter nacional2, interesa aquí como el espacio en el cual España desarrolló con las comunidades indígenas más o menos libres que lo poblaban una relación especial, presidida, no por el principio político de subordinación a la autoridad soberana, propio del vínculo entre gobernantes y gobernados, ni sometida al imperio de la ley, como fuente de Derecho; sino regida por el principio de coordinación, propio de naciones independientes, cuyo instrumento jurídico y fuente de Derecho es el tratado. Sin desconocer la importancia de los otros análisis —socioeconómico, militar— de que es susceptible la frontera en la historia, la valoro en este caso desde la perspectiva del particularismo jurídico característico del sistema indiano, producto de su permanente esfuerzo de adaptación a situaciones nuevas, orientado a la búsqueda de soluciones equitativas a los problemas que se presentaban. La frontera interior fue un espacio dinámico que se desplazó a medida que avanzaba la conquista o pacificación. En este sentido, el escenario de las relaciones interétnicas estudiadas experimentó variaciones durante los tres siglos. Pero también alcanzó cierta estabilidad, fijando los límites entre las naciones indígenas y la española en algunas líneas —más definidas en el sur chileno-rioplatense que en el norte novohispano— en cuyas adyacencias se concentró la actividad diplomática. Además de esas líneas de frontera extremas, en cuyo caso, allende el territorio indígena, se alzaba la frontera exterior, hubo otras fronteras interiores, más centrales, como la del Chaco, que delimitaron islas de grupos aborígenes libres, y en las que se manifestó el mismo fenómeno que en las zonas marginales, con su secuela de tratados. 2

TURNER, La frontera...; CLEMENTI, La frontera...; y CERDA-HEGERL, Fronteras...; entre

muchos otros.

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INTRODUCCIÓN

Todos esos espacios asistieron a la generación y aplicación de un Derecho singular, distinto del común, determinado por la presencia de dos o más entidades políticas con cierto grado de independencia entre sí, circunstancia que obligó a los españoles a seguir la vía del contrato para regular sus relaciones. La figura del tratado se impuso naturalmente como el instrumento jurídico por excelencia. De allí, la necesidad de recurrir a la doctrina de la época acerca de esta institución del Derecho de gentes para tener un término de referencia de los conciertos hispano-indígenas. Un autor clásico como Emeric de Vattel comenzaba por diferenciar los tratados de los pactos, acuerdos o convenciones. Objeto de éstos eran asuntos transitorios, que se cumplían por un acto único, en tanto que aquéllos eran de ejecución sucesiva, la que se extendía a todo el tiempo de su vigencia. Los tratados públicos se hacían por los poderes soberanos, pero también se admitía que los hicieran príncipes o comunidades que por concesión del soberano, por la ley fundamental del Estado, por reservas o por costumbre, tenían ese derecho. Aquí estaría contemplada la situación de las comunidades indígenas respecto de la Corona española. Para que un tratado fuera válido debía estar exento de vicios en su formación. Esto significaba que las partes contratantes habían de tener poder suficiente, y expresar su consentimiento mutuo en forma también suficiente. Mas no podía ser invalidado por lesión, sin distinción de enorme y enormísima. Las partes eran libres de obrar lo que quisiesen, de ceder sus derechos, renunciar a sus ventajas, sin necesidad de dar razón de sus motivos. Se pensaba que la posibilidad de recurrir de un tratado por lesión tornaba inestables los contratos entre naciones y perjudicaba a la comunidad internacional. Fuera de las cosas de Derecho natural, podían ser iguales o desiguales. Los primeros eran aquellos en que los contratantes se prometían las mismas cosas, cosas equivalentes, o cosas equitativamente proporcionales. Así, una alianza defensiva en la cual se estipulaba la misma asistencia recíproca. En los tratados desiguales los aliados no se prometían las mismas cosas o cosas equivalentes. La desigualdad podía estar del lado de la potencia mayor o de la menor. En el primer caso, aquélla no adquiría ningún derecho sobre la otra; sólo una superioridad de honor. En el segundo, la parte débil se sometía a condiciones onerosas que, de ordinario, eran impuestas por un vencedor o dictadas por la necesidad. Ejemplo, un Estado débil que buscaba la protección o asistencia de otro, poderoso, y reconocía su inferioridad. Para esto se obligaba él sólo a no hacer la guerra sin el consentimiento del más 15

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fuerte, tener los mismos amigos y enemigos, sostener y respetar su majestad, no edificar plazas fuertes en ciertos lugares, no comerciar, etc. Vattel no objetaba la validez jurídica de las alianzas desiguales, pero no las aprobaba por otras consideraciones3. A la luz de estos conceptos del Derecho de gentes de entonces se podrá apreciar la fuerza y legitimidad de los tratados celebrados entre los españoles y las naciones indígenas, sabiendo que las condiciones de desigualdad en que por lo general se situaron las partes no fue un vicio que afectara su validez, como se podría pensar, quizá, aplicándoles criterios actuales. Paso en el capítulo que sigue a describir el marco de referencia ideológico. Antes de eso, dejo constancia de mi profundo agradecimiento al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la Argentina por haberme posibilitado, con su respaldo económico, la mayor parte de las investigaciones que dieron origen a esta obra; y no menos a la prestigiosísima institución española que me honra con su edición, el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

3 Le droit..., II, págs. 138-167. AYALA, Del Derecho..., pág. 188, hablando de las clases de tratados que hacían los romanos, incluía aquellos por los cuales se dictaban leyes al vencido en la guerra, donde todo quedaba entregado al que más podía con las armas.

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CAPÍTULO I

LA POLÍTICA DE PENETRACIÓN PACÍFICA Y EL TRATADO \ 1.

PRIMERA POLÍTICA OFICIAL, REPRESENTADA POR EL «REQUERIMIENTO»

Pasados los años iniciales, a partir del descubrimiento colombino, que fueron de toma de conciencia por parte de la Corona de Castilla de la nueva realidad antropológica y geográfica ante la que se hallaba, la primera política oficial que adoptó de cara a la población aborigen —en 1514— fue de dominación, incluso por la fuerza. El fundamento eran las ideas medievales y los «justos títulos» que la asistían: la «donación» pontificia y el descubrimiento. El instrumento —y el símbolo— de esa política fue el requerimiento compulsivo, intimatorio, redactado por Juan López de Palacios Rubios, producto de la adaptación a la circunstancia indiana de la institución del Derecho europeo de la guerra. Dicha política de dominación, que no excluía el uso de la violencia para alcanzar sus objetivos, no sólo causó estragos en la población nativa durante su vigencia, sino que, aun después, dejó su impronta en las relaciones hispano-indígenas y fue siempre una corruptela difícil de desarraigar, para cuya justificación no faltaron pretextos. Fue este uno de los aspectos salientes de «la lucha española por la justicia en la conquista de América» de la que habló con tanta elocuencia Lewis Hanke1. 1

Se lee en la capitulación ajustada con Juan PONCE DE LEÓN en Valladolid, el 27/9/

1514, para descubrir y poblar la isla Bimini y Florida: «E si después de lo susodicho no quisieren obedecer lo contenido en el dicho requerimiento, en tal caso les podéis hacer guerra y prenderlos y traerlos por esclavos...» (RAMOS, Audacia..., Apéndice, págs. 524-527; y Vas

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2.

RECONVERSIÓN DE LA POLÍTICA INDIGENISTA. ORDENANZAS DE NUEVOS DESCUBRIMIENTOS Y POBLACIONES DE 1573

Conmovida la conciencia real por las consecuencias fatales que aquella política tenía para con sus nuevos subditos, cuya evangelización, y no destrucción, le había sido confiada por el sumo pontífice2, poco a poco la fue sustituyendo por otra, de penetración u ocupación pacífica, cuya culminación fueron las Ordenanzas de Nuevos Descubrimientos y Poblaciones promulgadas por Felipe II en Segovia el 13 de julio de 1573. Fueron extraídas del libro II del proyecto de Código de Indias de Juan de Ovando y, con posterioridad, volcadas en el libro IV, títulos I a VII, de la Recopilación de Leyes de Indias de 1680. Sobre todo dos de estas ordenanzas, las 139 y 140, expresaron la nueva política en la parte que nos interesa. Según la 139, fundada una población, el gobernador y pobladores debían intentar «con mucha diligencia y santo celo [...] traer de paz al gremio de la Santa Iglesia, y a nuestra obediencia a todos los naturales de la provincia». Más aún, la 140 los exhortaba a que «por vía de comercio y rescates, traten amistad con ellos, mostrándolos mucho amor y acariciándolos, y dándoles algunas cosas de rescates a que ellos se aficionaren, y no mostrando codicia de sus cosas, asiéntese amistad y alianza con los señores y principales que pareciere ser más parte para la pacificación de la tierra»3. MINGO, Las capitulaciones..., págs. 166-168). Sobre el requerimiento, vid.: LAS CASAS, Historia..., lib. Ill, caps, liv y lvii; HANKE, «The «Requerimiento»...»; ARMAS MEDINA, «Directrices...», págs. 19-20; TORRE VILLAR, Las leyes..., págs. 48-54; MORALES PADRÓN, Teoría y leyes..., págs. 333-337; y PEREÑA, La idea de justicia..., págs. 31-44. 2 Escribió el obispo de Michoacán, VASCO DE QUIROGA, que «estos son los requerimientos que se les dan a entender, y que ellos entienden y ven claramente, que son que los van robando y destruyendo las personas, haciendas y vidas, casas, hijos y mujeres, porque lo ven al ojo y por obra, que es su manera de entender, mayormente en defecto de lenguas; que obras de la predicación del Santo Evangelio, éstas no las ven» («Información en Derecho». México, 4/7/1535). (CASTAÑEDA DELGADO, Don Vasco de Quiroga..., pág. 131.) LAS CASAS, Historia..., lib. Ill, cap. lvii, pregunta «¿cómo pedirles obediencia para rey extraño sin hacer tratado ni contrato o concierto entre sí sobre la buena y justa manera de los gobernar de parte del rey, y del servicio que se le había de hacer de parte dellos...?». 3 ENCINAS, Cedulario..., IV, págs. 232-246. Ismael SÁNCHEZ BELLA estudió y destacó el sentido pacificador de estas Ordenanzas. Dice que gracias a los trabajos de José DE LA PEÑA CÁMARA y Juan MANZANO, en especial, se sabe hoy día su origen, aunque se ignore si su redacción fue obra exclusiva de OVANDO O si, además, intervinieron sus colaboradores inmediatos, en particular Juan LÓPEZ DE VELASCO. «Las Ordenanzas de Nuevos Descubrimientos...», págs. 6 y 19. Volvió a ocuparse del tema en «Las Ordenanzas de Felipe II...» Ade-

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LA POLÍTICA DE PENETRACIÓN PACÍFICA Y EL TRATADO

La intención era clara: desterrar el recurso de la fuerza, y trabar amistad y alianza con los naturales, valiéndose para esto del buen trato, el comercio y los regalos. 3.

EL PROCESO LEGISLATIVO QUE CULMINÓ CON LAS ORDENANZAS

El método de la penetración u ocupación pacífica alcanzó su plenitud con las Ordenanzas luego de un proceso de gestación que duró, aproximadamente, medio siglo y tuvo como jalones arduas polémicas4. En la capitulación hecha en 1521 con Francisco de Garay para que poblara la provincia de Amichel, en la Costa Firme, ya asomaba con todas sus características la vía pacífica, mas sólo en el plano de las relaciones individuales, sin que se hablara aún de alianzas con jefes indígenas. El mandato era que debía «atraer con buenas obras a que los caciques e indios que en las dichas tierras e islas que así habéis descubierto habitaren, estén con los españoles en todo amor y amistad, y por esta vía se haga todo lo que se hubiere de hacer con ellos; y [...] que sean tratados muy bien, y como nuestros vasallos y como los otros españoles que en la dicha tierra estuvieren, y en ninguna manera se les quebrante ninguna cosa que les fuere prometido». A su negativa, ya no le seguía in continenti la guerra. La nueva actitud era «que por ninguna cosa se les haga guerra no siendo ellos los agresores y no habiendo hecho o probado a hacer mal o daño a nuestra gente», y esto, previos los requerimientos necesarios5. Un paso más adelante, pero sin introducir todavía la figura del pacto, significaron las capitulaciones hechas con Diego de Vargas en Toledo, el 24 de diciembre de 1549, para poblar el río Amazonas y las tierras adyacentes6. Además de encarecerle el buen trato y la reducción a policía y más, vid.: GARCÍA-GALLO, «Las Indias...»; BORGES, «Postura oficial...», págs. 75-77; y VAS MINGO, «Las Ordenanzas de 1573...» Esta autora indica que supusieron «un gran avance político por parte de la Corona», pero que «no fue seguido, todo lo que hubiera sido de desear, de un cambio en la mentalidad de los encargados en la penetración» (págs. 84-85). 4

MEZA VILLALOBOS, Historia...

5

Sin día ni mes. FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Viajes..., Apéndice 45, págs. 183-191; y RAMOS, Audacia..., Apéndice, págs. 548-554, y «El hecho de la conquista de América», RAMOS e.a., Francisco de Vitoria..., págs. 50-51. 6 1549 fue un año clave en la conversión de la política indigenista. El 22 de mayo había reconocido la Corona, en su real cédula sobre descubrimientos, la necesidad de evitar en las futuras conquistas los abusos que se seguían cometiendo, y que «personas pacíficas

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conversión a la fe católica voluntarias, la instrucción fue que, después de haber poblado, los religiosos y otras buenas personas «procuren de apaciguar a los naturales, contratando y comunicando con ellos», y si por las «buenas obras y persuasiones» se hacían amigos y consentían, que procuraran convertirlos y que aceptaran al rey por señor7. Las exigencias de los españoles se reducían al reconocimiento de su derecho natural de establecerse y poblar sin agravio para los indígenas. Todo lo demás haría menester su consentimiento. Se echaban, pues, los fundamentos para el establecimiento de relaciones de naturaleza contractual. Esa clase de relaciones ya se había hecho patente en la notable instrucción de Carlos V al obispo de México, Juan de Zumárraga, y otros religiosos, expedida en Barcelona el 1° de mayo de 1543. A la vez que los declaraba embajadores suyos en las tierras del Mediodía y el Poniente, les hacía la siguiente elocuente recomendación para ante sus señores y comunidades: «[4] procuraréis de confederarlos en perpetua amistad con nos y con todos nuestros subditos y naturales, y asentaréis con ellos paces perpetuas [...]. «5. Habéis de asentar con los dichos Reyes, Príncipes y Repúblicas y comunidades que entre ellos y nos y nuestros subditos pueda haber comercio y contratación de una parte a otra, y sobre ellos podáis poner las condiciones, limitaciones y cláusulas que os pareciere y viereis que conviene. «6. Otrosí, habéis de trabajar con las dichas gentes por las mejores vías y maneras lícitas y convenientes que pudiereis de traerlos a ellos y a sus pueblos a nuestra amistad y obediencia, dándoles a entender nuestro principal fin, que es traerlos al conocimiento de un verdadero Dios, e introducirlos en la universal Iglesia [...] guardándoles todos sus privilegios, preeminencias, señoríos, libertades, leyes y costumbres con todas las otras

y religiosas» persuadiesen a los naturales «que vengan a la paz, procurando en todo caso de no venir en rompimiento con los indios». Además, que las poblaciones se hiciesen «sin perjuicio de los indios naturales de la dicha tierra, y cuando no se pudiesen hacer sin el tal perjuicio que se procurase que se hiciese con voluntad de los dichos indios con toda moderación». «Por ninguna vía ni manera» se debía hacerles guerra ni darles causa para hacerla, siendo sólo permitida en defensa propia «con aquella moderación que el caso lo requiriese» (LA PEÑA, De bello..., págs. 128-131). El 3 de julio el Consejo de Indias había reconocido —también— la imposibilidad de cumplir con las leyes sobre conquistas, y propuesto la celebración de una junta de teólogos y juristas que aconsejaran el procedimiento futuro. Reunida, en efecto, en 1550 y 1551, su hecho central fue la célebre controversia entre LAS CASAS y Juan GINÉS DE SEPÚLVEDA (BORGES, «La postura oficial...», págs. 69-70). 7 VAS MINGO, Las capitulaciones..., págs. 386-391.

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LA POLÍTICA DE PENETRACIÓN PACIFICA Y EL TRATADO

condiciones y calidades que ellos debida y razonablemente os pidieren. Y sobre todo lo susodicho haréis entre nos y ellos, todos y cualesquier contratos, instrumentos, escrituras, asientos y capitulaciones que necesarias fueren y viereis que conviene, firmándolas y jurándolas vos por nuestra parte, y los Reyes y señores y principales entre ellos por la suya, como cosa que ha de ser guardada inviolablemente»8. En este documento irrumpe de un modo inequívoco el método pacificador y concordatario, que desembocaría en las Ordenanzas de 1573. Lo hace en términos más categóricos aún que en las últimas, al trazar el perfil preciso que debían de tener los acuerdos, tanto desde el punto de vista material como formal, circunstancia que no se repite en los otros textos conocidos. La política pacificadora registró un nuevo avance con la Instrucción sobre Nuevas Poblaciones dada en Valladolid el 13 de mayo de 1556. El método consistía en establecer poblaciones fronterizas, y desde éstas emprender la evangelización y expansión territorial, todo por medios exclusivamente pacíficos. Si los naturales resistían la población, pese a ser informados de las intenciones amistosas de los españoles, éstos se limitarían a defenderse, mas, si la oposición era a la predicación del Evangelio, podrían ser castigados y oprimidos hasta que cesara. Para evitar la repetición de los abusos cometidos otrora, la decisión sobre la conducta a seguir pasaba del caudillo de la hueste a la audiencia9. Las Ordenanzas de 1573 coronaron el proceso legislativo hemisecular —que acompañó al doctrinal— al prescribir la solución de la concordia y el concierto: «asiéntese amistad y alianza con los señores y principales». Hasta el nombre de la empresa debía de cambiar. Ya no se hablaría de conquistas sino de pacificación y poblamientoí0.

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ENCINAS, Cedulario..., IV, págs. 228-229; y LA PEÑA, De bello..., págs. 542-544. ENCINAS, Cedulario..., IV, págs. 229-232; y KONETZKE, Colección..., I, págs. 335-339. Vid.: instrucción al Marqués de Cañete del 13/5/1556, MANZANO, La incorporación..., págs. 9

203-207; instrucción al lie. Pedro LOPE GARCÍA DE CASTRO, presidente de la Audiencia de

Lima, cédula del 16/8/1563, Escuela de Salamanca..., págs. 275-281; y todavía en cédula al virrey Francisco DE TOLEDO del 30/11/1568, ENCINAS, Cedulario..., IV, págs. 252-253. BORGES, «La postura oficial...», págs. 71-73, concede una importancia fundamental a la instrucción a GARCÍA DE CASTRO. 10 La ordenanza 29 estableció que «los descubrimientos no se den con título y nombre de conquistas, pues habiéndose de hacer con tanta paz y calidad como deseamos, no queremos que el nombre dé ocasión ni color para que se pueda hacer fuerza ni agravio a ios indios». Vid.: ZAVALA, Las instituciones..., págs. 115-116. Nota BORGES, «La postura oficial...», pág. 81, que, en tanto que en 1556 se permitía aún la guerra para defender la expansión territorial y la evangélica, en 1573 no se admitió para la segunda más método que el puramente pacífico.

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Como era de práctica, para darles operatividad, las instrucciones formaron parte, en adelante, de las capitulaciones que celebró la Corona. Así, por ejemplo, en las ajustadas con Pedro Ponce de León en San Lorenzo del Escorial, el 25 de setiembre de 1596, para descubrir, pacificar y poblar las tierras de Nuevo México, se lee lo siguiente: «22. ítem, os ofrecéis de guardar y cumplir, y procurar que con efecto se guarden y cumplan las ordenanzas, instrucciones y cédulas que están proveídas sobre la orden que se ha de tener en los nuevos descubrimientos, pacificaciones y poblaciones que se hubiera de hacer en las Indias, sin exceder ni traspasar de todo ello en todo ni en parte [...], y conforme a las cuales dichas ordenanzas, instrucciones y cédulas os ofrecéis asimismo a hacer la dicha pacificación, población y descubrimiento con toda paz y cristiandad, excusando en cuanto fuera posible todo género de violencia y fuerza sino en cuanto fuere necesaria para amparar y defender los ministros del Evangelio y vuestra persona y gente no pudiendo defender [sino] de esta manera, y que en esta conformidad os gobernaréis y la gente que con vos llevareis, de manera que proceda con el mejor concierto que fuere posible, de manera que Dios N. S. sea servido y los naturales edificados sin que reciban daño en sus personas, honras ni haciendas antes toda buena amistad y tratamiento para que se haga más con vuestro buen ejemplo, disciplina y bondad de la gente que con vos llevareis, que se pudiera hacer con las armas en caso que hubiereis de entrar usando dellas»11. 4.

SUSTENTO DOCTRINAL DE LA POLÍTICA DE PACIFICACIÓN. VITORIA Y LA ESCUELA DE SALAMANCA. «JUSTOS TÍTULOS» Y GUERRA JUSTA

Aludí antes a un proceso doctrinal que acompañó al legislativo12. Lo acompañó y fue su sustento ideológico, sin que esta afirmación deba ser interpretada como que hubiera tenido una relación causal con todas y cada una de las soluciones adoptadas por los reyes13. Protagonista principal de ese formidable movimiento de opinión, que dejó su fuerte marca en el Derecho indiano, fue la Escuela de Salamanca y, en ella, fray Francisco de Vitoria14. " VAS MINGO, Las capitulaciones..., págs. 482-490. 12 Abordo un aspecto relacionado con el presente tema en: «Derecho de los indios...». 13 Conf. GARCÍA-GALLO, «Las Indias...», págs. 464-470. 14 Con razón, escribe Luciano PEREÑA que la Escuela de Salamanca definió las bases éticas y los presupuestos políticos para un proyecto de reconversión colonial, que en parte

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La cuestión puesta sobre el tapete fue la de los «justos títulos» que asistían a los reyes españoles sobre las Indias, en un intento —bien definido por Mario Góngora— por «disolver» el hecho militar producido hasta entonces en un «proceso de paulatino consentimiento de los aborígenes al señorío real»15. De la compleja trama y múltiples incidentes que tuvo la cuestión sólo me referiré a los aspectos directamente vinculados con el tema de este libro. En una fecha temprana —1520—, en la junta convocada por Carlos V a instancias de Las Casas, ya el cardenal Adriano de Utrecht sentó la doctrna que fue principio básico de la política indigenista: «los indios debían ser generalmente libres y tratados como libres»16. Esto no se decía con respecto a su condición jurídica personal —la libertad en este sentido había sido declarada en 1500—, sino a su condición comunitaria. Sin embargo, el principio fue objeto de infinitas interpretaciones y acotaciones, entre otros motivos por la mentalidad casuística dominante en la ciencia del Derecho, expresada por Solórzano con la frase, escrita a este propósito: ser «llano, que ni en todos tiempos, ni en todas partes, y gentes, se puede guiar de una misma manera»17. A la variedad de las interpretaciones, que no desapareció en los siglos siguientes pese a que la política de la Corona se mantuvo incólume, tampoco fueron ajenos intereses inconfesables. Vitoria fue el primero en tratar con precisión, amplitud, método e ideas nuevas el problema de las relaciones entre españoles e indígenas, relaciones que colocó en el marco del Derecho de gentes e iluminó con los principios del Derecho natural18. se realizó y en parte fracasó políticamente. Pero que, en todo caso, abrió nuevas vías de progresión jurídica y moral para el pensamiento del Occidente cristiano y de la humanidad entera («Proyecto de reconversión colonial», Escuela de Salamanca..., pág. 7). 15 El Estado..., pág. 166. 16 MEZA VILLALOBOS, Historia..., págs. 132-133, dice que uno de los alcances de esa declaración fue que «la voluntad de los indios debía ser requisito indispensable de la evangelization, y el sometimiento de ellos a la monarquía debía lograrse sin que sufriera menoscabo o fuesen violentados». " Política...,!, x, §17. 18 CARRO, La Teología..., cap. IV: «La controversias teológico-jurídicas al descubrirse el Nuevo Mundo. Confusionismo reinante. Cómo Francisco DE VITORIA inaugura una nueva época», págs. 261-334. Para HOFFNER, La ética colonial..., pág. 379, la incorporación del Derecho natural a la ética colonial escolástica tuvo una importancia trascendental, porque los mismos principios jurídicos, basados en la naturaleza humana, rigieron para cristianos y gentiles. Con esto, la libertad personal, la propiedad y la nacionalidad independiente quedaron reconocidos para el mundo pagano.

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Un año y medio después que el papa Paulo III, en la bula «Sublimis Deus», proclamara el derecho de los naturales a la libertad y el dominio de sus bienes, estableciera que habían de ser «convidados a la fe con la predicación de la palabra divina, y con el ejemplo de la buena vida», y condenara con energía a los «satélites» del demonio que decían estar los indígenas sometidos al pontificado19; en la reelección «De los indios recientemente descubiertos», pronunciada hacia el I o de enero de 1539, reconoció que eran «sin duda alguna, verdaderos dueños pública y privadamente, como los cristianos», y que uno de los medios legítimos para que se sometiesen a los españoles era la «verdadera y voluntaria elección». No sería, como se había practicado hasta entonces, con ignorancia y miedo20, sino si, «por ejemplo, comprendiendo la humanidad y sabia administración de los españoles libremente quisieran, tanto los señores como los demás, recibir por príncipe al rey de España», como éste lo lograría con título legítimo y de ley natural21. Como asienta Hernández Martín, en tres cosas se distingue el título legítimo del ilegítimo. En éste se daban los vicios de ignorancia y coacción; en aquél, la iniciativa partía de los naturales —mejor, era una decisión libre suya— a causa de haber visto la humanidad y el buen gobierno de los españoles. En el ilegítimo no había acuerdo entre el pueblo y sus gobernantes para ceder el poder; en el legítimo se hablaba de un verdadero plebiscito, en el que intervenían los jefes y los subditos, y decidía la mayoría. En el ilegítimo no se daba un tiempo para sopesar las razones de una y otra alternativa, sino sólo para decidir si se aceptaba o no la propuesta de los visitantes; en el legítimo los naturales, antes de tomar la decisión, examinarían «el bien de la república». En vez de someter y oprimir, la posición de España sería establecer un protectorado político, constituido en el interés de los indígenas, para su promoción personal y social22. 19

TOBAR, Compendio..., I, pág. 216; y HÓFFNER, La ética colonial..., pág. 381. «...los bárbaros no saben lo que hacen, y aun quizá ni entienden lo que les piden los españoles. Además, esto lo piden gentes armadas a una turba desarmada y medrosa y rodeada por ellas...». 21 VITORIA, Relectio De Indis..., págs. 94-95. 22 FRANCISCO DE VITORIA..., págs. 334-335. Además: CARRO, La Teología..., cap. V: «Los Teólogos del XVI ante los títulos de conquista fundados en el poder del Emperador y del Papa. VITORIA anula los títulos falsos y da vida a los verdaderos, siguiéndole los demás teólogos españoles», págs. 335-390; FISCH, Krieg und Frieden..., págs. 563-573; GARCÍA-GALLO, «La 20

posición...»; RAMOS e.a., Francisco de Vitoria...; CASTILLA URBANO, El pensamiento...; PEREÑA,

La idea de justicia..., págs. 87-134; WILLIAMS, Jr., The American Indian..., págs. 93-108; GOTI ORDEÑANA, Del Tratado de Tordesillas..., págs. 323-372; y LA HERA, «Vitoria...».

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Los títulos de conquista invocados anteriormente, sin abandonarse nunca del todo, cedieron lugar a los nuevos, preferidos por los teólogosjuristas. La llamada donación del papa Alejandro VI se redujo a la exclusión de otros príncipes cristianos de los asuntos de las Indias —salvo los derechos de los portugueses— y al principado imperial de España sobre los naturales. Bartolomé de Las Casas fundamentó la teoría del «principado imperial y universal», diciendo que se compadecía con la jurisdicción y derechos de los señores naturales de esos pueblos. Lo primero, porque la Sede Apostólica sólo les puso superior «por su bien propio y utilidad común» y en todo lo demás seguían siendo príncipes libres. Lo segundo, porque bien podían dos personas concurrir simul et semel en el señorío de una sola cosa: uno en la universalidad de todo y otro in singularibus rebus. Y lo tercero, porque la jurisdicción tiene grados y especies por las cuales se puede dividir, y tenerse por muchos in solidum23. También, había expuesto que el único título que tenían los reyes españoles era el siguiente: «que los indios todos o la mayor parte, de su volun-

WILLIAMS, Jr., pág. 106, afirma, en un contexto de crítica al eurocentrismo, que «la doctrina vitoriana del Derecho internacional le dio al discurso jurídico de Occidente su primera orientación secular [no religiosa], una elaboración sistemática de los superiores derechos de las naciones europeas a invadir y conquistar normalmente pueblos no civilizados. Su discurso de la conquista, fundado en la visión del Renacimiento de una razón universal codificada en el Derecho de las naciones, ejerció un profundo impacto en la concepción jun'dica occidental sobre los derechos y el estatuto de los indígenas». La doctrina europea demostró ser en los Estados Unidos un instrumento perfecto de dominación sobre las poblaciones nativas (pág. 325). En una posición contraria, otro norteamericano experto en asuntos indígenas, Félix S. COHEN, había escrito, conciente de que «quizá parezca una herejía»: «todos los principios humanitarios de nuestras leyes sobre asuntos indígenas están basados en las enseñanzas de los teólogos y de los monarcas españoles [...]. Las obras del gran teólogo y jurista español, Francisco DE VITORIA, contienen el principio fundamental de nuestras leyes, o sea la igualdad de las razas [...]. Las obras de Vitoria también contienen la primera formulación clara del principio de la autonomía tribal [...]. Aunque la Corte Suprema de los Estados Unidos no citó a VITORIA directamente en las primeras litigaciones indias, citó las afirmaciones de GROTIUS y VATTEL, quienes copiaron o adaptaron las palabras de VITORIA. Por lo tanto, es evidente que los jueces y los abogados que formularon nuestra doctrina legal sobre los derechos de los indios recibieron las teorías de VITORIA a través de la tradición de la enseñanza del Derecho» (Derecho indígena..., págs. 8-9 y 14-15). 23 «Tratado comprobatorio del imperio soberano y principado universal que los Reyes de Castilla y León tienen sobre las Indias» (1552), LAS CASAS, Tratados..., II, págs. 12071225.

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tad quieren ser sus vasallos y se tienen por honrados y de esta manera S. M. es rey natural de ellos»24. Destaca Pereña que, en el proceso de legitimación de títulos, hacia el final de la segunda generación de la Escuela de Salamanca se redujeron en la práctica a dos fundamentales: la liberación de los oprimidos, y el consentimiento libre y espontáneo de los naturales, y que aun estos dos títulos, en algunos autores, se redujeron al segundo25. A la influencia de la escolástica se sumó la del humanismo, uno de cuyos tópicos, desde Erasmo, fue la paz entre las naciones. Otro problema que se planteó, en conexión con el anterior, fue el de la guerra justa con los indígenas. Se trataba de un asunto largamente analizado por la escolástica26, en particular, frente a los pueblos paganos y acerca de si la infidelidad justificaba per se la guerra. La conquista de América, tanto la espiritual como la material, obligaron a replantear la cuestión. La sola infidelidad no fue admitida por la mayoría como justa causa. Únicamente, si los aborígenes impedían a los españoles predicar libremente el Evangelio o ejercían violencia contra aquellos de los suyos que se convertían. Para ser justa la guerra debía de reunir cuatro condiciones: autoridad legítima, causa bastante, buena intención y modo conveniente. El Derecho de gentes diferenciaba entre las naciones nunca sometidas, a las que reconocía el derecho a la libre determinación, y las rebeldes, cuyo castigo admitía, por ser vasallos infieles. Vedada o proscripta la guerra ofensiva, sólo fue tolerada la defensiva, y aun ésta, ejecutada con moderación y prudencia. No podía ser declarada sin previa audiencia de los teólogos sobre si existía o no causa suficiente para moverla. Innumerables veces éstos fueron consultados y dieron sus

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«Sobre el título del dominio del Rey de España sobre las personas y tierras de los indios» (c. 1554), LAS CASAS, De Regia Potestate..., Apéndice VI, pág. 171. Tratado atribuido a LAS CASAS. En el mismo sentido, escribió LAS CASAS al maestro fray Bartolomé DE MIRANDA, en agosto de 1555, que «el rey de Castilla ha de ser reconocido en las Indias descubiertas por supremo príncipe y como emperador sobre muchos reyes, después de convertidos a la fe y hechos cristianos los reyes y señores naturales de aquellos reinos y sus subditos los indios, y haber sometido y sujetado al yugo de Cristo, consigo mismo sus reinos de su propia voluntad, y no por violencia ni fuerza, y habiendo procedido, y tratado conveniencia y asiento entre el rey de Castilla con juramento, la buena y útil a ellos superioridad y la guarda y conservación de su libertad, sus señoríos y dignidades y derechos y leyes razonables...» (Colección de documentos... América y Oceania, VII, pág. 325). Vid.: QUERALTÓ MORENO, El pensamiento..., págs. 230-243. 25 26

La idea de justicia..., pág. 131. VANDERPOL, La doctrine scolastique...

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dictámenes, en los que se basó la decisión final, favorable o desfavorable a la guerra27. 5.

FIJACIÓN DE LAS LEYES EN LA RECOPILACIÓN DE 1680

La Recopilación de Indias recogió las leyes que habían reglamentado la penetración y evangelización pacíficas, en especial las Ordenanzas de 1573. Los misioneros debían «predicar, enseñar y persuadir a los indios» (I, i, 3). Si no les permitían predicar, se valdrían de naciones ya convertidas para «amansar, pacificar, y persuadir» a los hostiles (I, i, 4). A los naturales alzados se procuraría «reducir, y atraer a nuestro Real servicio con suavidad y paz, sin guerra, robos, ni muertes» (III, iv, 8). Prohibía hacerles guerra para que recibirán la fe católica, obedecieran al rey u otro motivo, y si agredían se les harían los requerimientos necesarios «hasta atraerlos a la paz». Si esto no se lograba serían castigados «como justamente merecieren, y no más». Si después de bautizados y sometidos apostataban y se rebelaban, se procedería contra ellos «anteponiendo siempre los medios suaves y pacíficos a los rigurosos y jurídicos» (III, iv, 9). Para pacificar una provincia se intentaría, por vía de comercio, atraerlos a la amistad «con mucho amor y caricia, dándoles algunas cosas de rescates, a que se aficionaren, sin codicia de las suyas, y asienten amistad y alianza con los señores, y principales» (IV, iv, 1). Una vez pacificada, 27 Sobre todo, pasado el primer gran impulso misional, varias veces los pareceres fueron favorables. El provincial de la Compañía de Jesús en la Nueva España, Cristóbal de ESCOBAR Y LLAMAS, escribió al rey, después que aborígenes californianos habían atropellado a misioneros: «las paces, que ofrecen son trampas, engaños, y mentiras propias de unos bárbaros crueles, y ensangrentados en las alevosas muertes de los cristianos». México, 30/ 11/1745. AGÍ, Guadalajara 135, exp. VIL Acerca de la guerra justa, vid.: VITORIA, Relección «Sobre el derecho de la guerra»; LA PEÑA, De bello..., págs. 191-199; Gregorio LÓPEZ, glosa de la ley de Partidas II, xxiii, 2; ACOSTA, De procurando...., págs. 253-357; VANDERPOL, La doctrine scolastique...,págs. 225236; ZAVALA, Las instituciones..., Paite I, cap. VII: «La teoría de la guerra indiana»; WILLIAMS, Jr., The American Indian..., págs. 59-67; HERNÁNDEZ MARTÍN, Francisco de Vitoria..., págs.

327-330; y RODRÍGUEZ MOLINERO, La doctrina colonial... HANKE, Cuerpo de documentos...,

publica tres fuentes doctrinales sobre el tema: «Parecer mío sobre un tratado de la guerra que se puede hacer a los indios», atribuido al obispo fray Bernardo DE ARÉVALO, O. R, de c. 1551 (págs. 1-9); «Tratado del derecho y justicia de la guerra que tienen los reyes de España contra las naciones de la India Occidental», por fray Vicente PALATINO DE CURZOLA, O. P, de 1559 (págs. 11-37); y «Praefatio in sequentes quaestiones», por Juan VELÁSQUEZ DE SALAZAR, vecino de México y su apoderado en la Corte, de c. 1575-1579 (págs. 39-63).

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los predicadores, «usando de los medios más suaves, que parecieren», tratarían de enseñarles el Evangelio (IV, iv, 2). Bastándose los predicadores por sí solos, no debían entrar otras personas que pudieran «estorbar» la conversión y pacificación (IV, iv, 4). Todas estas disposiciones generales se tradujeron en preceptos operativos al incluirse en las instrucciones que la Corona fue expidiendo a los pacificadores y pobladores28. 6.

PUESTA EN OBRA DE LA PACIFICACIÓN

Podemos conocer la forma práctica como se cumplía con las leyes gracias a una crónica de gran valor para el tema. Me refiero a la que publicó en Madrid, en 1599, el capitán Bernardo de Vargas Machuca, después de haber vivido veintidós años en América —fue vecino de Santa Fe de Bogotá— y que tituló «Milicia y descripción de las Indias». Tras fijar la premisa de que «asentar las paces con el indio es el principal intento del príncipe», explicó cuál táctica se debía de emplear para alcanzar el objetivo y, una vez alcanzado, conservarlo. «Y para estas paces —escribió—, nuestro caudillo debe considerar primero la calidad de los indios si es gente nuevamente venida a semejantes tratos de paz, por ser la primera vez que los conquistan y descubren: o si son indios de atrás, quebrantadores de ella, despoblando pueblos, matando españoles, porque estos tales, afligidos de la guerra que se les hace, siempre dan la paz con dañado pecho, esperando buena ocasión para tornarse a alzar, matando y despoblando con su antigua costumbre (que a tiempo de coger divididos y descuidados los nuestros, saben muy bien acudir y esperar). Con éstos debe el caudillo regatear la paz, aunque se la pidan una, y dos, y tres veces, porque se deben curar como llagas viejas, con fuertes cáusticos, de tal manera que cuando alcancen la paz, entiendan que la han de guardar; lo que a gente doméstica, que no ha sido conquistada ni poblada, se debe dar luego y convidarles siempre con ella, pero viviendo con cuidado tanto con unos como con otros. Y ofrecida que sea la paz por cualquiera de las dos partes y aceptada, se asentará por autoridad de escribano y de testigos. «Y luego el caudillo, teniendo los caciques y principales juntos, con un intérprete les dará a entender que aquella paz que dan en nombre de todos sus subditos y vasallos a los cristianos y obediencia y vasallaje al ZAVALA, Las instituciones..., pág. 167.

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rey, la deben guardar por todas vías, no alzándose ni retirándose de sus poblaciones; ni tomando más las armas para hacer guerra, ni salteando, ni matando en los caminos ni en otra parte a los indios ladinos de servicio. Y la misma paz estarán obligados a guardar todos los indios amigos de los españoles. Advirtiéndoles que en cualquier cosa que de éstas delinquieren, o en otra cualquier manera, que sea en nuestro daño, serán castigadas las cabezas y culpados, con todo rigor, por ser ya justificado el tal castigo. Y que los caciques que en ello consintieren y fueren sabedores y no dieren aviso, serán despojados de sus cacicazgos, como a personas que incurren en semejantes traiciones. Y asimismo estarán obligados a acudir a todos los llamamientos de las justicias. Y el tal caudillo les prometerá, en nombre de S. M., de guardarles toda paz y amistad y que los amparará y defenderá de sus enemigos. Y en señal de la dicha paz, abrazará a todos los caciques y señores y a tal tiempo hará su salva en señal de alegría, a los cuales regalará, comiendo aquel día con ellos y les dará algunos presentes de cosas de rescates, que ellos estimen [...]. Y luego les pedirán que en rehenes de estas amistades, los caciques y señores den algunos de sus hijos, para que se aquerencien entre los nuestros y conozcan su buen trato y policía y aprendan la lengua. Advirtiéndoles que ante todas cosas han de dejar las armas; ni tratar de ellas más, pues los españoles toman a su cargo su defensa y amparo». Con astucia de militar concluye, que no sefíeel caudillo al extremo de dejar del todo las armas, porque «es muy flaca la paz desarmada»29. Las demás fuentes directas confirman que, esencialmente, así procedieron las huestes. Lo que no fue siempre así, sino que dependió de cada circunstancia, fue el contenido de las paces, que no respondieron a un modelo único sino que se adaptaron a la situación, tal como se presentaba. Por otra parte, este modus operandi, salvo lo establecido específicamente por las leyes de Indias, no ha de considerarse típico del Nuevo Mundo, sino trasplantado del Viejo, de sus leyes de la guerra. Requerir antes de atacar —además de pactar— se había hecho también en Canarias30. La política de pacificación se hizo sentir en la conducta de capitanes y soldados. Este efecto lo notó un contemporáneo, fray Pedro de Aguado, quien escribió que «en las pacificaciones modernas [...] por temor de las residencias y castigos que les han de sobrevenir, procuran evitar todo lo que en sí es posible los daños y malos tratamientos, y con toda diligencia y a costa de rescates que llevan y dádivas que a los indios dan procuran VARGAS MACHUCA, Milicia..., II, págs. 8-14. MORALES PADRÓN, Teoría y leyes..., pág. 333.

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traerlos a su amistad, conservándoles en la mayor parte de la libertad que siempre tuvieron, y aun en toda»31 Silvio Zavala estudió la técnica de la pacificación, deteniéndose en algunos tópicos, a saber: rescates, evangelización, toma de posesión, vasallaje y, dado el caso, la guerra. En cuanto al vasallaje, distinguió la proposición imperativa del «requerimiento», de la invitación prescrita por las Ordenanzas de 1573, que apuntaba a la celebración de un pacto o tratado32. 7.

IMPORTANCIA DEL TRATADO COMO INSTRUMENTO DE LA NUEVA POLÍTICA. ANTECEDENTES ESPAÑOLES. PROBLEMAS QUE PLANTEA

El tratado, con sus diversos nombres, fue el instrumento jurídico por excelencia de la política de penetración pacífica, del mismo modo que el «requerimiento» lo había sido de la de conquista armada33. Aunque apenas mencionado en las ordenanzas e instrucciones reales —solían decir «asentar amistad y alianza»— no se dudó de su celebración para hacer realidad la intención pacificadora de la Corona, y esto ya desde el primer viaje de Colón. No se dudó, porque era una práctica arraigada en la conciencia de los españoles, los cuales, en su último contacto con poblaciones no civilizadas, los canarios, la habían observado una vez más, y en unas circunstancias bastante parecidas a las que se les presentaron en América34. 31

AGUADO, Primera parte..., II, págs. 125-126. Las instituciones..., pág. 176. 33 FISCH, Krieg und Frieden..., págs. 569-570. 34 Además del antecedente próximo de la conquista de Canarias, y de la capitulación del último rey moro, BOABDIL «EL CHICO», ante los Reyes Católicos, el pactismo había sido ejercitado, remotamente, por los romanos con motivo del establecimiento de los visigodos en el sur de las Galias y el norte de Hispania, y durante la Reconquista. Ese espíritu pactista, fuertemente arraigado en la conciencia de la sociedad medieval, no desapareció pese al surgimiento del absolutismo regio y el triunfo del principio de legalidad. Vid.: RUMBU DE ARMAS, «Los problemas...», y La política..., págs. 29-40 y doc. 31; MARAVALL, «La corriente...», y Estado moderno..., I, págs. 287-295; FISCH, Krieg und Frieden..., págs. 573 y 579; GARCI'A-GALLO, «El pactismo...», estudios de varios autores que integran el mismo volumen, y «Los sistemas...», pág. 36; ZAVALA, «Las conquistas de Canarias y América. Estudio comparativo», IDEM, Estudios..., págs. 30-33; PELLICIARI, Sulla natura...; y LEVAGGI, «Antecedentes...». El norteamericano Charles GIBSON, en un artículo en el que las conjeturas sobrepasan holgadamente a las certezas, analiza los tratados hispano-moros que sellaron el fin de la Reconquista y pretende que hubo una ruptura entre esta política —y aun la aplicada en Canarias— y la que los españoles desarrollaron en América. Según GIBSON, en el Nuevo 32

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Por otro lado, como institución típica del Derecho de gentes, el tratado estaba presente en la generalidad de las culturas, incluidas las indígenas35. Su celebración sólo demandó de éstas un esfuerzo de adaptación a las características de los europeos, pero no más que esto, y eso cuando no fueron los españoles, como en los pactos de «guatiao» antillanos, quienes debieron adaptarse36. Unas veces de trámite más simple; otras, más complejo, con varias instancias; la negociación y conclusión de los tratados revistió formas muy diversas, imposibles de reducir, en su múltiple y pintoresca casuística, a un tipo ideal. Será necesario cada vez describir el procedimiento seguido y los lineamientos del pacto, en la medida que lo permitan las fuentes existentes37. Orales al principio, con el desarrollo cultural se fue imponiendo la forma escrita, generalizada en el siglo XVIII. Mas sería un error pensar, como lo hizo Gibson, asumiendo una posición a-histórica, que sólo eran tratados en esa época —como en la actualidad— los muy formales, escritos y firmados, y no los acuerdos simples y verbales38. Lejos de esto, el Derecho de gentes de entonces no hacía —como quedó dicho en la Introducción— distinción de formas y, fueran los acuerdos orales o escritos, les reconoció a todos la misma fuerza y valor39. Tampoco hay que suponer —como asimismo lo hace Gibson40, entre otros— que fue mentida la voluntad indígena de celebrarlos, porque sus

Mundo —y a diferencia de las otras potencias europeas: Holanda, Francia, Inglaterra y Portugal— España no celebró tratados con los indígenas hasta que, ya en el período de su total declinación, lo hizo en la América del Norte, porque «juzgó necesario adoptar los planes de sus enemigos». O sea, que para GIBSON España copió a los Estados Unidos su política de tratados («Conquest...»). Pienso que este libro pone en evidencia tamaño error, del cual es probable que haya tomado conciencia el propio historiador norteamericano después de haber escrito ese artículo. 35 FISCH, Krieg und Frieden... A los tratados que celebraban los aztecas se refiere ESQUIVEL OBREGÓN, Apuntes..., I, pág. 339. 36

SZASZDI LEÓN-BORIA, «Guatiao...».

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No me parece fundada la opinión de FISCH, Krieg undFrieden..., pág. 143, acerca de la mayor importancia que los indígenas le daban a la negociación, mayor que al mismo tratado, por no tener una clara noción de cada uno de esos actos. Cuento con datos del siglo XIX que demuestran lo contrario. Sobre la técnica de negociación de tratados con otras potencias, por parte de los reyes españoles, vid.: MARAVALL, Estado moderno..., I, págs. 180-186. 38 «Conquest...», pág. 2. 39 VATTEL, Le droit..., II, págs. 145-146, no exigía la escritura como condición de validez de un tratado, como, en cambio, lo hace la actual Convención de Viena de 1986 sobre el Derecho de los Tratados, en su art. 2, inc. 1 a). 40 «Conquest...», pág. 14.

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posibilidades de expresarse con libertad hubieran sido inexistentes o muy limitadas. Afirmaciones como ésta, hechas apriorísticamente y con alcance general, pecan de infundadas y prejuiciosas, y no pasan de ser meras hipótesis no verificadas. La verdad histórica reclama, también para esto, el estudio pormenorizado de cada hecho, y tomar debida nota de sus circunstancias. Es aquella una actitud de subestimación de la capacidad de los aborígenes para discutir con los españoles, y aceptar o rechazar los términos de un tratado, que no se compadece siempre con las noticias que suministran las fuentes. Tampoco es cierto que obrasen siempre bajo la presión de una supuesta superioridad de las armas hispanas, pues no fue esta una condición necesaria de los ajustes. Los tratados se concertaron en paridad y en desigualdad de fuerzas, y esta situación quedó, por lo común, reflejada en sus cláusulas41. Lo mismo debe observarse respecto del conocimiento por los indígenas de la lengua castellana, en la que se redactaron invariablemente los acuerdos, pues hubo de su parte un creciente conocimiento de ella y, por lo menos, la presencia de naturales ladinos, que actuaron como intérpretes. No quiero decir que la comunicación entre ambas razas no haya sido problemática. Martinell Gifre señala que introducir una palabra alusiva a un concepto correspondiente a un pensamiento occidental en una lengua indígena parece que requeriría, aparte de una relativa homogeneidad de los sistemas lingüísticos, cosa que no existía —ni siquiera un conocimiento total por parte de las personas que la vertían—, una base social, económica y cultural común, algo absolutamente impensable entonces. El mismo problema se presentaba al revés. No bastaba con apropiarse de una voz indígena, entresacada de contextos a veces indispensables. Por lo común, la voz indígena era harto polisémica, y cada acepción estaba enraizada en un complejo entramado cultural, de muy difícil traducción42. El dictamen que se conserva del novohispano Juan Velásquez de Salazar, del lustro de 1575, plantea tres posibles actitudes de los aborígenes ante las ofertas de paz de los españoles: aceptación sólo por algunos y desprecio final por casi todos; aceptación simulada para defenderse con su ayuda de sus enemigos; y aceptación de buena fe43. En las tres hipóte41 FISCH, Krieg und Frieden..., pág. 486, habla de una moderadamente fuerte superioridad española —y portuguesa— en los primeros tiempos y de una clara debilidad en los últimos. También este juicio, demasiado general, requiere ser revisado y matizado. 42 La comunicación..., pág. 97. Lo relativo a los intérpretes en págs. 151-181, donde se incluye una amplia bibliografía. 43 «Praefatio in sequentes quaestiones», HANKE, Cuerpo de documentos..., págs. 46-47.

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sis, que no fueron las únicas, se presuponía que obraban con conciencia, sabiendo lo que hacían, lo cual estaba, al menos, dentro de lo posible. Si realmente lo sabían, es un hecho que tiene que ser comprobado en cada caso44. El problema que se presentó con los intérpretes —sin que se pueda precisar su magnitud— lo expuso fray Aguado en su crónica. Dice que la falta de «expertos y buenos y entendidos intérpretes y lenguas fue causa de muchos daños e inconvenientes que sucedieron; porque aunque los indios venían a tratar de paz y amistad con los españoles, ios intérpretes que tenían eran tan torpes y bozales en la lengua castellana, que ni a los españoles daban ni podían dar enteramente a entender lo que los naturales y principales de la tierra decían, ni, por el contrario, entendían de todo punto lo que el general pretendía darles a entender»45. Cierta gravedad tuvo que adquirir la cuestión, y llegar a oídos reales, pues entre las instrucciones que recibió la segunda audiencia de la Nueva España una fue «que se procurase, que hubiese fidelidad en la interpretación de las lenguas de los indios»46. Sería, empero, exagerado concluir que fue un problema general. El cronista Aguado se mostró, asimismo, escéptico en cuanto a que los naturales aceptaran de buen grado y fe las paces, pero su juicio tampoco puede ser generalizado. Sólo expresa su experiencia como misionero en la región de la Nueva Granada, en un momento aún temprano de la conquista. No deja de tener interés, sin embargo, lo que escribió al respecto, porque alerta al historiador sobre el peligro de asimilar siempre las paces de que hablan las fuentes, sobre todo las del primer siglo, con los tratados. Destaca la curiosidad que despertaba en los nativos la llegada de los españoles, con sus caballos, perros y atavíos, y que «con este deseo de ver lo no visto, muchas veces los indios salen simple y llanamente a ver los españoles y gente que en su tierra entran, sin saber a lo que vienen ni lo que quieren; y en esta primer vista siempre los indios son bien recibidos de los españoles, los cuales, aunque la intención de los indios jamás haya sido más de la curiosidad que he dicho de ver cosas nuevas, luego a esta 44

Sostiene MARTINELL GIFRE, La comunicación,.., págs. 230 y 307, que muchas de las actitudes hostiles de unos y de otros tuvieron como punto de partida la desorientación debida a la incomprensión total de la contraparte, o el recelo provocado por una mala comprensión. Con la progresiva capacidad de españoles e indígenas de intercambiar mensajes verbales creció la posibilidad de utilizar la lengua, mas no para revelar la intención sino para ocultarla. El miedo y la desconfianza recíprocos, que acompañó casi desde el principio a la sorprendida contemplación de los seres nuevos, redundó en engaños y traiciones, tanto más solapados cuanto más hábil fueron en encubrirlos con aparentes palabras de paz. 45 Primera parte..., I, pág. 167. 46

HERRERA, Historia..., V, pág. 354.

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visita le dan nombre de paz, y dicen que han venido estos tales indios a ser amigos y feudatarios suyos, y que por esta visita, a quien, como digo, dan título de paz, son obligados a conservarse perpetuamente en su amistad y a servirles con tributos personales y reales [...]. Los indios, como su intento jamás fue de perder su libertad ni sujetarse a nadie, a más de, como he dicho, ver aquella novedad de gentes y animales entrados en sus tierras, no se hallando por ninguna ley obligados a volver al trato de los españoles, se tornan a sus casas...»47 Un problema que sí se presentó con frecuencia a los blancos, en todas las épocas, fue el de la autoridad y representatividad de los indígenas con quienes trataban. Muchas veces pensaron que lo hacían con caciques principales, que tenían la representación de sus comunidades, y, en realidad, no era así. Esa falsa creencia pudo provenir de un error de los españoles —después, de los criollos—, sólo atribuible a ellos, o haber sido inducida por la propia parte indígena, por ejemplo, para obtener mayores beneficios o, simplemente, para confundirlos. Dificultad parecida fue —como se alegó contra los araucanos— «no tener cabeza ninguna con quien se pueda tomar asiento de nada que tenga firmeza porque no hay persona ninguna entre ellos que obligue ni apremie por gobierno ni por justicia al cumplimiento de nada a nadie»48. A la primera de las dos situaciones se refirió Aguado como una «invención graciosa» usada por los indígenas al principio. Cuenta que, llamados los caciques por el caudillo de la hueste, «componían y adornaban de sus trajes y hábitos cacicales, que son algo diferenciados de los que tienen otros indios, a otros de aquellos bárbaros, a los cuales enviaban con título de caciques adonde el general estaba, con los cuales en presencia de los españoles usaban los indios inferiores de las propias ceremonias y veneraciones que si fueran los mismos principales, porque así les era mandado. El general, creyendo que lo fingido era natural, hacía todo regalo a estos falsos caciques y dábales bonetes y camisas de España y otras cosas, con que iban muy contentos, que no poco provecho hacían para que después los señores naturales viniesen de paz»49. 47

Primera parte..., II, págs. 240-241. «Parecer que da a Su Exa. Sr. Virrey del Perú Conde de Chinchón el Gobernador y capitán general que fue de Chile Luis MERLO DE LA FUENTE en cumplimiento de una Real Cédula de Su Majestad cerca de los medios con que podrá pacificarse la prolija guerra de Chile de duración de más de ochenta y dos años», Lima, 1/5/1635; AGÍ, Lima 46, lib. IV, fs. 250. También: «Relación que hace el Príncipe de Esquilache...», pág. 113, refiriéndose a los argumentos de quienes apoyaban la guerra ofensiva. 49 ídem, I, págs. 233-234. 48

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LA POLÍTICA DE PENETRACIÓN PACÍFICA Y EL TRATADO

8.

CONTINUIDAD DE LA POLÍTICA DE PACIFICACIÓN POR LOS BORBONES

La política de pacificación instrumentada con los tratados, inaugurada por los Habsburgos, no experimentó cambios sustanciales bajo los Borbones. Estos la ratificaron y hasta le dieron un nuevo impulso5". Con motivo de la rebelión de los cocoyomes de Nueva Vizcaya, Felipe V dirigió una cédula al virrey de la Nueva España, Duque de Alburquerque, previniéndole que «todas las veces que por caminos suaves se pudieren reducir y sujetar estos indios no permitáis se use el rigor de las armas, ni se derrame sangre [...] pues mi ánimo y voluntad está constantemente inclinada a los medios de humanidad y clemencia que puedan conseguir el fin de su sujeción sin estragos y horrores»51. Un exponente notable del pensamiento oficial ilustrado es la carta que el ministro de Indias, José de Gálvez, dirigió al primer comandante general de Provincias Internas de la Nueva España, Teodoro de Croix. «...serán a S. M. infinitamente más gratas las conquistas aunque lentas y sin aparato que se hagan con la dulzura, el buen trato y la beneficencia, que las más grandes, ruidosas, y rápidas que se consigan, derramando sangre humana aunque sea de los más bárbaros enemigos —le expresó—. Pues prefiere S. M. a las glorias, y laureles de conquistador, el más digno, y más augusto renombre de Padre de sus Pueblos, y Bienhechor del género humano [...] que nuestra guerra, sea una defensiva que sin exponernos imprudentemente infunda respeto, y terror a los indios [...]. Armado pues el brazo, y dando en las ocasiones que se presenten pruebas de su poder, y firmeza, se abre el camino para la práctica de otro medio conforme en todo a los piadosos deseos del Rey, y se reduce a emplear toda la dulzura, benignidad, y caridad que nuestra Sagrada Religión inspira, y S. M. manda se ejercite con los que se rindieren, y aspiraren a vivir en paz, y en nuestra amistad. La buena fe, la humanidad con que se les trate, la comodidad que poco a poco vayan gustando, el buen orden que vayan percibiendo en nuestro tenor de vida arreglada, el pleno goce de su justa, y natural libertad en que ha de dejarles sin obligarlos a vivir en nuestros pueblos, ni a fundar otros, harán más lentas pero más seguras conquistas que los ejércitos más numerosos, y bien ordenados [...]. Yen lo que no hay duda es que por este medio dictado por la Religión, por la razón natural, y por la verdadera 50

LEVAOOI, «LOS tratados...» Un valioso aporte al estudio de los tratados en esta época es el reciente trabajo de WEBER, «Borbones...». 51 Madrid, 29/7/1705. AGÍ, Guadalajara 232, lib. 9, f. 235. La reproduce KONETZKE, Colección,.., III: 1, págs. 103-104.

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política, se conseguirá desde luego sosiego, y tranquilidad [...]. Por este recomendable medio de la amistad, y buena fe conseguiremos no sólo las indicadas ventajas, sino también dominaremos enteramente sin efusión de sangre a los que hoy son nuestros implacables enemigos, y dejarán de serlo siempre que en ello hallen su bien: lo hallarán seguramente si no se les oprime, si no se les injuria, si no se les precisa a formar pueblos, ni a servir en los nuestros, y de rigurosa justicia dejarlos en su plena libertad...». No estaba ausente de su cálculo la circunstancia de que la multitud y dispersión de los naturales, y su facilidad para refugiarse en territorios inmensos e inhóspitos, eran obstáculos invencibles, de que resultaba la imposibilidad de su conquista por medio de una guerra «hecha al modo de Europa con las reglas del Arte»52. De todos modos, la carta trasunta el optimismo ilustrado acerca del poder de la educación y del bien obrar sobre el espíritu humano, aun el del «salvaje». Los ejecutores de la política oficial intentaron llevarla a la práctica en todas las fronteras. El gobernador de Buenos Aires, Miguel de Salcedo, al ordenar una entrada en las tierras del sur, instruyó a quien la comandaría, en sintonía con aquella política, que buscase «la pacificación de los indios, requiréndolos, y procurándolos traer a la amistad, paz, y buena correspondencia, siguiendo el orden, y método que previenen las leyes»53. Conocedor de la voluntad real, y respetuoso de ella, decía el presidente de Chile, Ambrosio Higgins, ser verdad que al cabo de dos o tres campañas podía lograrse pasar a todos los araucanos, o a los más, «por el filo de la espada»; que podía, también, «exterminárseles sin mucha dilación», fomentando las guerras interiores que se hacían entre sí; que un permiso

52 El Pardo, 20/2/1779. AGN.M, Provincias Internas, vol. 170, exp. 1, fs. 337-344. El mismo GÁLVEZ, siendo comandante en jefe de las Provincias Internas, había recordado a Juan DE PINEDA el «inviolable principio como lo es en todo el Mundo culto, que los sediciosos y apóstatas cuales son esos enemigos, nunca deben ser admitidos a capitulación [...] que sólo en el caso de rendirse ellos a discreción se les perdonasen las vidas pero que nunca quedarán en la Provincia ni en el continente para que se extinga de una vez el fermento de tantos males y que quede ejemplar que contenga a los demás indios» (Cabo de San Lucas, 16/2/1769. AGN.M, Historia, vol. 18, exp. 2, fs. 18 v.-19 v.). Es el mismo pensamiento que transmite Alejandro O'REILLY a Antonio María BUCARELI Y URSÚA: «siempre deseo, y comprendo importantísima de paz, y seguridad de las provincias fronteras: con aquella guerra nada hay que ganar, y se puede perder mucho con dilatarla, pero en las actuales circunstancias no se puede contar con la paz, sin que preceda un buen escarmiento a los indios» (Aranjuez, 27/5/1772. AGÍ, México 1242). 53 A José DE LA QUINTANA: Buenos Aires, 20/11/1741. AGÍ, Buenos Aires 302.

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general para introducir en sus naciones el aguardiente y demás licores fuertes conduciría al mismo objeto, «a semejanza de lo que sé muy bien han practicado otras Potencias de Europa con naturales de este mismo continente, pero la humanidad, el derecho de las Gentes, y la soberana Justicia del Rey no permiten ni aun pensar en estas atrocidades, mucho más cuando ellas no producirían otra cosa que hacer un desierto...»54. En la frontera septentrional de las Indias, el gobernador de Nuevo México, Tomás Vélez Cachupín, confiaba en que el método de la amistad, «ceñido a las Leyes, y Ordenanzas justísimas, y piadosas de S. M.», haría condescender a los comanches en la observancia de una «sincera paz, y segura alianza» con los establecimientos españoles, y que su animadversión se extinguiría con la «práctica de experimentar la buena fe, la equidad, el agasajo, y las operaciones que dictan las reglas de la religión, y respeto a la humanidad, y derecho de las Gentes»55. La política de tratados fue una política general de la monarquía, que tuvo manifestaciones concretas en casi todas sus fronteras. No se sigue de esto, sin embargo, que se aplicara siempre con la misma intensidad y continuidad, ya que influyeron en su realización una serie de factores, que unas veces la estimularon y otras no. Como consecuencia de ello, hubo lugares y períodos en los que se registró una fuerte actividad diplomática interétnica —en particular, ese siglo XVIII—, y otros en los que fue débil y aun nula. Tal debilidad y nulidad hay que atribuirla, no a un cambio de la política oficial, sino a la presencia de circunstancias eventuales que hacían desaconsejable o imposible su puesta en obra, pero sin que llegase a afectar su vigencia general. En los capítulos siguientes se podrá apreciar cómo se desplegó dicha política en las distintas fronteras de la monarquía indiana, en los tres siglos de su existencia.

54

Al ministro de la Corona, Pedro DE ACUÑA: LOS Angeles, 17/3/1793. AGÍ, Chile 199

y 316.

55

Nuevo México, 27/6/1762. AGN.M, Provincias Internas, vol. 161, exp. 2, fs. 7-16 v. 37

CAPÍTULO II

PROTOHISTORIA DE LOS TRATADOS. PRIMEROS CONTACTOS INTERÉTNICOS

1.

PACTO DE «GUATIAO» ENTRE COLÓN Y GUACANAGNARÍ EL 30 DE DICIEMBRE DE 1 4 9 2

Aunque, como dije en el capítulo anterior, sólo en la segunda mitad del siglo XVI tomó forma en América la política de pacificación, y adoptó al tratado como su expresión jurídica, al haber sido el pactismo una doctrina profesada desde antiguo por los españoles, no es extraño que desde el primer viaje de Cristóbal Colón hubiera habido acuerdos, paces o alianzas con los nativos. El suceso protagonizado por Colón tuvo características peculiares, tanto que sólo lato sensu puede relacionarse con el método de los tratados seguido con posterioridad. Superado por los nativos el primer momento de terror ante la llegada de los españoles, a fines de diciembre de 1492 el almirante selló pacto con el cacique taino Guacanagnarí, de la isla La Española, quien habría considerado la amistad con aquéllos un hecho venturoso1. Dice Ramos Gómez que, pese a que en fechas anteriores a su entrada en la isla no había creído oportuno sellar ningún tipo de pacto con nativos tan primitivos como eran los de esa región, porque aún esperaba hacerlo con el Gran Kan u otro señor encumbrado, con el transcurso del tiempo su actitud cambió. Con frases como «honrallos» y que «tomasen gana de 1

Sobre ese primer encuentro interétnico, vid.: MALDONADO DE GUEVARA, El primer contacto...; y RAMOS GÓMEZ, Cristóbal Colón...

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servir a los Reyes», expresó su deseo de convertirlos en sujetos de los reyes castellanos, no por la fuerza de las armas sino por la vía del pacto, contando con su aceptación voluntaria2. El 16 de diciembre Colón se encontró con el joven cacique, a quien rodeaba una multitud desnuda y desarmada. Intentó convencerlo de que se sujetase a sus soberanos, pero sufrió una contrariedad a causa de la negativa o incomprensión del jefe aborigen, quien probablemente creyó que esos soberanos no eran de este mundo sino del cielo. Dos días después tuvo la oportunidad de retomar el discurso, con más fuerza de convicción, y hasta de mostrarle las reales efigies, esculpidas en una moneda de oro. Al pedido de sometimiento le habría agregado la aceptación del cristianismo. Según Ramos Gómez, la alianza se formalizó el día 26 y entró de inmediato en funcionamiento3. Lo afirma, fundado en una serie de hechos: las honras con que el almirante despidió al reyezuelo; la exhibición pública y procesional que éste hizo de los obsequios recibidos; la entrega de comida y las honras tributadas a los españoles; la ayuda prestada para levantar la cruz y el gesto de su adoración; y la actitud de Colón de no llevarse consigo al taino principal que le había indicado la ruta del oro, «porque tenía ya [a] aquellas gentes por de los Reyes de Castilla, y no era razón de hacelles agravio», como reza el «Diario»4. Szaszdi León-Borja traslada al día 30 el ajuste del pacto, en presencia de cinco caciques aliados de Guacanagnarí, basado en Las Casas. Según éste, «el rey vino a recibir al Almirante, y lo llevó de brazos a la misma casa de ayer, a do tenía un estrado y sillas en que asentó al Almirante; y luego se quitó la corona de la cabeza y se la puso al Almirante, y el Almirante se quitó del pescuezo un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas de muy lindos colores, que parecía muy bien en toda parte, y se lo puso a él, y se desnudó un capuz de fina grana, que aquel día se había vestido, y se lo vistió, y envió por unos borceguíes de color que le hizo calzar, y le puso en el dedo un gran anillo de plata [...] y dos de aquellos reyes que estaban con él vinieron a donde el Almirante estaba con él y trajeron al Almirante dos grandes plastas de oro, cada uno la suya»5. Después de este, otros pactos semejantes se concertaron por esos años en las Antillas. De nuevo apoyado en Las Casas, Szaszdi devela la índole 2

«El sometimiento...», pág. 143. También dice que el 30 pactó con otros dos caciques bajo la supervisión de Guacanagnarí. 4 «El sometimiento...», pág. 151. 5 COLÓN, LOS cuatro viajes..., págs. 114-115. 3

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de esos pactos, llamados por los tainos pactos de «guatiao». Narra el cronista cómo fue el que hicieron el capitán general Juan de Esquivel y el cacique Cotubano de la isla Saona. Comenzaron por intercambiarse los nombres. «Este trueque de nombres en la lengua común desta isla se llamaba ser yo y fulano, que trocamos los nombres, guatiaos, y así se llamaba el uno al otro guatiao; teníase por gran parentesco y como liga de perpetua amistad y confederación, y así el capitán general y aquel señor quedaron guatiaos, como perpetuos amigos y hermanos en armas»6. Lo mismo dice Las Casas del capitán Juan Ponce de León y el reyezuelo Agueibana de la isla de San Juan7. El contenido de los pactos era, pues, el siguiente: intercambio de nombres y regalos y, por la parte indígena, la entrega de mujeres o esclavos. Además, en el ajustado por Colón, éste habría prometido al cacique apoyar a su candidato a la sucesión del cacicazgo, y se habría asegurado su conformidad para la construcción del fuerte La Natividad8. Un típico tratado no europeo, sino aborigen. 2.

CONVENIO EN LA ESPAÑOLA CON EL CACIQUE ENRIQUE EN 1533

En 1519 se sublevó en la isla La Española el cacique Enrique o Enriquillo, de San Juan de la Maguana. Había sido criado y bautizado por los frailes franciscanos, y aprendido a leer y escribir en lengua castellana. Según Fernández de Oviedo, se rebeló porque fue maltratado en dos ocasiones por el teniente de gobernador Pedro de Vadillo, ante quien había acudido en queja contra un español que tenía relaciones con su mujer. El alzamiento, durante el cual fueron muertos algunos españoles, duró alrededor de trece años. El rey Carlos envió al capitán Francisco de Barrionuevo o Barnuevo a la isla para que le requiriese sometimiento y, de lo contrario, le hiciese guerra a sangre y fuego. La Audiencia recabó el parecer de las personas principales de Santo Domingo, las que estuvieron de acuerdo en intentar primero la paz. El capitán partió en búsqueda del cacique en mayo de 15339. 6 7 8

Historia..., lib. II, cap. viii. Idem, cap. xli. SZASZDI LEÓN-BORJA, «Guatiao...».

9

Conforme LAS CASAS, Historia..., lib. Ill, cap. lxxvii, primero intentó las paces el capitán Hernando DE SAN MIGUEL, y estuvieron a punto de concretarse, mas su imprudencia las hizo fracasar.

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Una vez ante él, le expuso el objeto de su misión y le leyó una carta del rey que llevaba consigo. El documento —según Herrera— decía en sustancia que, si se reducía a obediencia y reconocía su culpa, se le perdonaría lo pasado, sería tratado bien y se le daría hacienda con que se pudiese sustentar. Todo lo que se asentase con él sería cierto y se le guardaría. El cacique, oída la carta, «la tomó, besó, y puso sobre su cabeza, con mucho contento», manifestando que no deseaba otra cosa que la paz, pero que no había sido posible por la poca fe que le habían guardado. Tras platicar con el capitán, acordaron los siguientes puntos, según Herrera: «Que llamase a todos los indios de su compañía, que por diversas partes andaban haciendo la guerra, y los notificase, que para adelante habían de ser amigos con todos los de la isla. Segundo: Que señalase a dos de sus capitanes, que anduviesen por la isla, prendiendo a los negros fugitivos, y que se les diese un tanto por cada negro, que prendiesen. Tercero: Que se obligaba, que haría, que también los indios fugitivos volviesen a sus dueños, y a sus lugares. Cuarto: Que cuando con la confianza de la paz saliese de la sierra, y bajase a lo llano, se le diese algún ganado de lo del rey, para su mantenimiento». Cuando Fernández de Oviedo terminaba su crónica, hacia 1549, todavía la paz se conservaba10. Ajuicio de Fisch fue una verdadera paz, un tratado de sumisión que estableció obligaciones para ambas partes, y no un mero acto administrativo".

3.

VASCO NÚÑEZ DE BALBOA Y LAS PACES EN EL DARIÉN

La presencia de Vasco Núñez de Balboa en el Darién (hasta su ajusticiamiento por Pedradas en 1519) dio lugar a la celebración de paces y alianzas con los naturales. Adoptó la estrategia que más le convenía de acuerdo con las circunstancias. Si unas veces buscó alianza con los principales caciques, utilizando su poder de seducción, otras, no desdeñó el combate y el castigo implacable. Se valió de la liberación de prisioneros para que, actuando como mensajeros, llevaran sus ofertas de paz12. Conforme el testimonio del lie. Alonso de Zuazo, Vasco Núñez trabajó «con muy buena manera [...] de hacer paces a muchos caciques e señores principales de los 10

FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia..., lib. V, caps, iv-vii; y HERRERA, Historia..., lib. V, cap. i.

11

Para subrayar su significación, lo contrapone a los métodos que —expresa— eran usuales entonces {Krieg und Frieden..., pág. 573). 12

FUENTES GÓMEZ, Estrategias..., págs. 169-170.

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indios, en que tenía pacíficos al pie de treinta caciques con todos sus indios; e esto era no tomando dellos más de lo que le querían dar, e ayudándolos en sus guerras que tenían unos contra otros»13. Queda en la incertidumbre el carácter de esas paces. Es decir, si fueron verdaderos tratados, que incluían obligaciones para las dos partes, o si la amistad se logró sin condición alguna. Me inclino al segundo término de la alternativa por los datos que arrojan las fuentes de esa época. 4.

AUSENCIA, POR LO GENERAL, DE VERDADEROS TRATADOS EN LA CONQUISTA DE MÉXICO

En marzo de 1519 inició Hernán Cortés la conquista de México, que entre sus múltiples alternativas conoció ciertos pactos. Se ha dicho que Cortés, con su conocimiento de la psicología indígena —además de su habilidad como conductor de hombres—, supo tanto ser severo, para imponerles respeto, como hábil diplomático, para adscribir voluntariamente a España a grandes sectores de esa población14. Las instrucciones que llevaba del alcalde y capitán general de Cuba, Diego Velázquez, disponían que requeriría a los caciques e indios el sometimiento al «yugo y servidumbre y amparo real», manifestándolo con presentes, a cambio de lo cual serían «muy remunerados y favorecidos y amparados contra sus enemigos»15. El primer contacto importante que tuvo fue en Tabasco, a la que rindió en dicho mes de marzo de 1519. La victoria militar que obtuvo la aprovechó políticamente. En vez de tomar represalias, ofreció una paz «condicionada y generosa» a los vencidos. Con una dosificada combinación de amistad, terror y religión —indica Fuentes Gómez— logró que las tribus prefirieran aceptar un vasallaje suave en lugar de exponerse a la destrucción16. A instancias de fray Jerónimo de Aguilar, que oficiaba como intérprete, Cortés soltó dos capitanes prendidos en la batalla, los rodeó de presentes y los envió a que invitaran a los caciques de su pueblo y de pueblos 13

A monsieur de Xevres: Santo Domingo, 22/1/1518. Colección de documentos... América y Oceania, I, pág. 315. 14

BALLESTEROS GAIBROIS, «Hernán Cortés...», pág. 30.

15

23/10/1518. Colección de documentos... América y Oceania, XII, págs. 234-235. ZAVALA, Hernán Cortés..., pág. 127, dice que presuponía el «derecho de imponer a los indígenas la soberanía española, planteándoles el dilema de sujetarse de paz o sufrir la guerra», siguiendo en esto las instrucciones que había recibido. 16 Estrategias..., pág. 219. 43

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comarcanos a acudir en son de paz, porque los quería tener por hermanos. Fueron, en efecto, con regalos, y Cortés se valió de ardides para atemorizarlos. El día 15 le llevaron obsequios de oro y veinte mujeres, entre ellas la célebre Malinali, bautizada Marina. Cortés les mandó poblar ese sitio, y que dejasen sus ídolos y sacrificios, todo lo cual cumplieron. Unos días después «se otorgaron por vasallos de nuestro gran emperador; y estos fueron los primeros vasallos que en la Nueva España dieron la obediencia a S. M.»17 Pienso que se llegó a la paz, concretada en la obediencia, sin que mediara acuerdo previo alguno y sí sólo el cumplimiento de la voluntad de Cortés. Un acatamiento que se demostró sincero, pero que no fue la consecuencia de ningún pacto. Paces semejantes a ésta registra varias veces la crónica de la conquista de México. Características diferentes tuvo la sumisión del emperador Moctezuma, en Tenochtitlán, aunque tampoco mediase ningún tratado hecho con cierta formalidad. Además de la impresión producida en los aztecas por los triunfos del conquistador, la mitología propia obró en esa instancia para convencerlos de la fatalidad del sometimiento al adversario victorioso. Según escribió Díaz del Castillo, Moctezuma expuso a los caciques, resignado ante el destino, «que de muchos años pasados sabían por muy cierto, por lo que sus antepasados les han dicho, e ansí lo tienen señalado en sus libros de cosas de memorias, que de donde sale el sol habían de venir gentes que habían de señorear estas tierras, y que se había de acabar en aquella sazón el señorío y reino de los mejicanos, e quél tiene entendido, por lo que sus dioses le han dicho, que somos nosotros»18. A la exhortación le siguió el acto de vasallaje, el cual no impidió el posterior intento de rebelión de los aztecas. Dicho acto de vasallaje lo incluye Cortés en su «carta segunda de relación», aclarando que todo pasó ante un escribano público y lo asentó por auto en forma. El núcleo es «que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedecido por vuestro señor, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este gran rey, pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a este su capitán; y todos los tributos y servicios que fasta aquí a mí me hacíades, los haced y dad a él, porque yo asimismo tengo de contribuir y servir con todo lo que me mandare»19. 17 DÍAZ DEL CASTILLO, Historia..., caps. XXXV y XXXVI. Se refiere a estas paces: ZAVALA, Las instituciones..., pág. 175. Sobre el vasallaje indígena, vid.: WECKMANN, La herencia medieval..., pág. 105 y ss. 18 Historia..., cap. CI. K CORTÉS, Cartas..., I, págs. 92-94.

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Comenta Murillo Rubiera que el sometimiento voluntario de Moctezuma, por la solemnidad de que se rodeó el acto, por el aparato histórico con que quiso dar base argumental a su decisión, por la grandeza y poderío del que se enfeudaba, habría creado en la fértil imaginación de Cortés todo el aparato de una transmisión legítima de soberanía a favor del monarca español20. Las instrucciones que dio a sus capitanes fueron que no hiciesen guerra ni daño a los indígenas, salvo justa causa, y que procurasen la convivencia pacífica entre las dos naciones21. Señala Fisch que, como todo conquistador exitoso, también intentó la confederación o unión con sus adversarios. Sobre la base del reconocimiento de la soberanía española, estaba dispuesto a darles una cierta autonomía. Pero esta idea nunca se plasmó en un tratado. Los verdaderos consecuentes aliados que tuvo, que fueron los tlaxcaltecas, gozaron de privilegios, mas no como consecuencia de ninguna convención, sino de la ley22. Muchas veces las fuentes dicen que los indígenas dieron la paz. Todo lleva a suponer que nunca fueron esas paces formales, sinónimas de tratados, sino decisiones unilaterales que no llevaron aparejada contraprestación alguna23. A esta especie pertenece el acta de obediencia y vasallaje de los naturales del valle y pueblo de Santo Domingo, cabeza del reino y provincia de Nuevo México, ante el adelantado Juan de Oñate e intérpretes, del 7 de julio de 1598. Oñate se dirigió a los jefes indígenas para explicarles el objeto de su presencia. Les expuso «cómo él era enviado del más poderoso Rey y Monarca del mundo llamado D. Felipe Rey de España, el que con deseo del servicio de Dios N. S. y de la salvación de sus almas, principalmente; y asimismo de tenerlos por sus vasallos y ampararlos y mantenerlos en justicia como a todos los demás naturales de las Indias Orientales y Occidentales, había hecho y hacía; y que a este fin los había enviado de tan lejanas tierras a las suyas, con excesivos gastos y grandes trabajos; y que así, pues, a esto era venido como veían les convenía muy mucho e importaba que de su propia, mera y libre voluntad, por sí y en nombre de sus pueblos y repúblicas como principales capitanes que eran de ellas, dar la obediencia y vasallaje 20

«Los problemas...», pág. 39. A. Hernando DE SAAVEDRA (1524). Colección de documentos... América y Oceania, XXVI, pág. 163. 22 Krieg und Frieden,.., pág. 574. 23 Sólo en este sentido puede aceptarse el juicio de RIVERA, Principios..., I, págs. 3539, de que la dominación de México fue «por conquista y no por alianza». 21

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al sobredicho Rey D. Felipe N. S., y quedar por sus subditos y vasallos como lo habían hecho los reinos de México, Tezcuco, Michoacán, Tlaxcala, Guatemala y otros, de donde les seguiría vivir en paz y justicia, y amparados de sus enemigos, y en policía racional, y aprovechados en oficios y artes, y en semillas y ganados; a lo cual, todos respondieron mediante las dichas lenguas unánimes y de común consentimiento y con mucha demostración de alegría; a lo que notoriamente se veía y entendía que tenían mucho contento con la venida de su Señoría y de un acuerdo y deliberación espontánea de su voluntad, dijeron: que querían ser vasallos del dicho cristianísimo Rey N. S., y como tales, desde luego le daban la obediencia y vasallaje; y el dicho Sr. Gobernador les replicó, que mirasen y entendiesen que el dar la obediencia y vasallaje al Rey N. S., era sujetarse a su voluntad y a sus mandamientos y leyes, y que si no los guardasen, serían castigados ásperamente como transgresores a los mandamientos de su Rey y Señor; y que así, viesen lo que querían y respondían a esto; a lo cual dijeron, que ya lo entendían y que querían dar la obediencia a S. M., y ser sus vasallos; y que ellos hablaban verdad, y que aquello decían sin engaño y sin hablar otra cosa detrás», y se arrodillaron. La segunda parte fue la aceptación del cristianismo, que también admitieron, siempre en los términos categóricos y favorables a los españoles con que se expresa el acta, por otra parte no menos representativa que los tratados de la nueva política de penetración pacífica de la Corona24.

5.

CONCERTACIÓN DE PACTOS CON MOTIVO DE LA GUERRA CHICHIMECA. CAPITULACIONES CON LOS TLAXCALTECAS DEL 14 DE MARZO DE 1591

Durante la guerra chichimeca, desarrollada al norte de la Nueva España en la segunda mitad del siglo XVI, se hicieron varios intentos para inducir a sus jefes a la paz por medio de la persuasión. Escribe Powell, que tal persuasión tomó invariablemente la forma de presentes en alimentos y ropas, que atraían a los chichimecas para entablar conversaciones preliminares, a las que seguían las promesas españolas de que se les asignarían buenas tierras, se les entregarían cabezas de ganado, maíz y ropas por un período indefinido, y quedarían exentos de impuestos y de cargas similares. 24 Colección de documentos... América y Oceania, XVI, págs. 101-107. Traducción al inglés en: HAMMOND & REY, Don Juan de Oñate..., I, págs. 337-341. Actas de vasallaje semejantes se redactaron para los pueblos de San Juan Bautista, Acolocú, Cueloce, Acoma, Aguscobi y Mohoquí. Colección... ídem, págs. 108-141.

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Aunque la diplomacia de ese tipo no había contado con la adhesión plena de los capitanes españoles ni de los jefes chichimecas, desde 1588, con la llegada del virrey Alonso Manrique de Zúñiga, marqués de Villamanrique, adquirió un impulso notable. En algunos lugares, los indígenas recién congregados quedaron exentos de servicio forzoso y de tributo, fueron sus propios señores y la población española les dio buen trato. Semejante diplomacia de la paz se vio facilitada en la última década, cuando los naturales comprendieron que podían obtener ventajas de los tratados de paz. Por lo tanto, varias veces fueron ellos quienes tomaron la iniciativa de las conversaciones respectivas25. Pese a que no se conocen textos de tratados correspondientes a esas negociaciones, es indudable que los acuerdos alcanzados supusieron verdaderos tratados o capitulaciones, con declaración de derechos y deberes para ambas partes. La memoria que Villamanrique dejó a su sucesor, Luis de Velasco, además de reconocer la culpa de los españoles en la guerra, por las violencias hechas a los indígenas, habla del método que empleó de «atraer a los indios por buenos medios de paz, regalándolos y haciéndoles buenos tratamientos y dándoles de comer y vestir a costa de la hacienda de su Majestad, con lo cual se han ido amansando y apaciguando»26. Velasco fue un continuador de la política de paz y concordia de su predecesor, manifestada, entre otras formas, con el asentamiento de indios amigos entre los chichimecas, para que con su compañía y comunicación se inclinasen a la quietud y conexión que se pretendía27. Entre esas acciones se inserta el pacto. Aunque no un pacto de Derecho de gentes, sino sui generis, de reconocimiento y concesión de privilegios, e imbuido del espíritu pactista vigente aún en la época, fueron las capitulaciones que celebró Velasco con los principales nativos de la ciudad de Tlaxcala para que hiciesen poblaciones en la tierra de los chichimecas. Otra singularidad del acto fue la incorporación de las capitulaciones a una real provisión, y su promulgación como ley, haciendo recordar 25

La guerra..., en particular, págs. 196-227. México, 14/2/1590. Instrucciones y Memorias..., I, págs. 224-242. 27 Real provisión de Velasco del 22/6/1591. Cossío, Historia..., I, págs. 118-120. Dice LÁZARO AVILA, Las fronteras..., pág. 65, que con motivo de la rebelión tepehuana, los españoles reunieron capitanes chichimecas en una junta para evitar su apoyo a los vecinos del norte. Los capitanes prometieron fidelidad al gobernador español y recibieron numerosos presentes de ropa, tejidos y alimentos. La asamblea «se convertiría en un precedente simplificado de las institucionalizadas negociaciones que se llevaron a cabo en el cono sur del continente a mediados del siglo XVII». Infra se comprobará que los parlamentos chilenos fueron anteriores, efectuándose ya en el siglo XVI. 26

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el origen de muchas leyes de cortes, nacidas de un pacto entre los procuradores de las ciudades y el rey, y tenidas para mayor fuerza por «ley real y por pacto y contrato». No hay que olvidar que los tlaxcaltecas eran fieles vasallos de la Corona. Reza la real provisión expedida por el virrey, en nombre del rey, en la ciudad de México, el 14 de marzo de 1591, lo siguiente: «...y habiéndoles dado a entender la importancia, y calidad del negocio, y lo mucho que se servirá Dios Nuestro Señor de su efecto, utilidad, y bien general que se causaba a todo el Reino de la Nueva España, e Indias del Mar Océano de las dichas Poblaciones, y lo que aprovecharían en ayudar, y encaminar a los dichos Chichimecos, y quietarlos, haciendo, para enseñarlos, sementeras, casas, y lo demás necesario para que se consiguiese el fin que se pretende. Ofrecieron que darían los dichos cuatrocientos indios casados con Caudillos, y Cabezas, que los guiasen, llevasen, y asistiesen a poblarlos, como fieles vasallos míos, sin apremio, fuerza, ni compulsión, sino voluntariamente; y para que luego se pusiese en ejecución, pidió la dicha Ciudad de Tlaxcala se les guardasen las Capitulaciones siguientes. «Ia Que todos los indios que así fuesen de la dicha Ciudad, y Provincia de Tlaxcala, a poblar de nuevo con los dichos Chichimecos, sean ellos, y sus descendientes, perpetuamente hidalgos, libres de todo tributo, pecho, alcabala, y servicio personal, y en ningún tiempo, ni por alguna razón, se les pueda pedir ni llevar cosa alguna de esto. «2a Que donde hubieren de hacer sus asientos no los manden poblar juntamente con españoles, sino distintos, y de por sí, de suerte que se pueblen cerca unos, de otros, sea con distinción de barrio, y prohibición a los españoles, que no puedan tomar, ni comprar solar en el barrio deTlaxcaltecos. «3a Que el repartimiento, que se hiciere para las poblaciones de tierras, sea apartado, y distinto, de suerte que el de los Tlaxcaltecos esté de por sí, y el de los Chichimecos por el consiguiente, y se señalen, y amojonen igualmente de manera que en todo tiempo, y para siempre, las tierras, pastos, montes, ríos, pesquerías, salinas, y molinos, y otros géneros de haciendas, estén señalados a cada parte, sin que en ningún tiempo puedan los unos indios entrar en las pertenencias de los otros, en tierra de estancia, ni en otra razón ni causa. «4a Que [en] cinco leguas por lo menos de las poblaciones, no se pueda hacer merced de estancia para ganado mayor. «5a Que no puedan entrar ganados menores a agostar en las tierras de pan de las dichas poblaciones sin voluntad de los indios, y sus sucesores. «6a Que las tierras y estancias, que se les dieren, y repartieren a los 48

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Tlaxcaltecos, así para particulares, como para su comunidad, no se les puedan quitar por despobladas. «7a Que los mercados que hicieren en las poblaciones, sean francos, libres de alcabala, y de cualquiera género de imposición, y sisa. «8a Que los indios Tlaxcaltecos, y sus sucesores, y descendientes, demás de ser hidalgos, y libres de todo tributo, gocen todas las libertades, exenciones, y privilegios, que al presente gozan, y para adelante gozaren la dicha Ciudad de Tlaxcala, y su Provincia, y se les concedieren por los Reyes de Castilla mis sucesores. «9a Que los indios Principales de dicha Ciudad, que fueren a la dicha población, y sus descendientes, puedan tener y traer armas, y andar a caballo ensillado sin incurrir en pena. Y para hacer el viaje se les dé el bastimento necesario, y ropa, y por espacio de dos años les ayuden con esto, y con romper las tierras para las sementeras. «10a Que se les dé Carta, y Real Provisión en que se manden guardar estas Capitulaciones como convenga. «Y habiéndose visto por el dicho mi Virrey y porque es mi voluntad, que los dichos indios de la dicha Ciudad de Tlaxcala, que fueren a las dichas poblaciones en mi Real servicio sean ayudados, favorecidos, y socorridos, y reciban merced, se les guarden las preeminencias, y ventajas que es justo guardarles como a personas, que en estas, y otras muchas ocasiones, que se han ofrecido, han servido con fidelidad, y ventajas, a mi Real Corona en la conquista de la Nueva España y pacificación. He acordado de les aprobar las dichas Capitulaciones en cuanto son convenientes y justas. Por tanto, por la presente mando, que todos los dichos indios que de la dicha Ciudad de Tlaxcala fueren a las dichas poblaciones de Chichimecos, y sus descendientes, se les guarden perpetuamente los privilegios de hidalguía que les pertenecen por mis Cédulas y Reales Provisiones, y sean libres, y exentos, y reservados de todo género de tributo, servicio personal, pecho y alcabala, y otra cualquier imposición que en cualquiera tiempo se imponga. Y en las dichas poblaciones se asienten, y hagan sus casas, y en ellas mismas en barrio distinto, y cuadrillas de por sí, sin que los dichos Chichimecos, ni Españoles, se asienten entre ellos, porque con esto se excusan daños que de lo contrario se siguen; y en esta conformidad se les repartan las tierras, y solares para edificar, y labrar, y las estancias, pastos, montes, ríos, pesquerías, salinas, molinos que se les hubieren de dar por el orden que el dicho mi Virrey diere. Advirtiendo que ha de ser en lugar parte distinta, y señalada para solos los Tlaxcaltecos entre los cuales no se ha de entremeter indio de otra Nación, ni español alguno, y dentro de tres leguas de las dichas poblaciones no se haga merced de estancia de 49

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ganado mayor, ni dentro de dos leguas de menor por el perjuicio que se les podrá causar en las sementeras, y hasta que estén alzados los frutos de ellos, y sea pasado el mes de Enero de cada un año, no puedan entrar, ni entren allí ganados a agostar en mucha, ni poca cantidad, so las penas que están puestas a los que fuera del tiempo permitido salen de las estancias a los agostaderos; y por tiempo de cinco años no se les quiten a los dichos indios Tlaxcaltecos las tierras, y estancias que se les dieren, y repartieren, por despobladas, que este término les doy, y señalo, para que dentro de él se aseguren en su posesión, el cual siendo necesario, y conveniente mandaré prorrogar adelante; y por término de treinta años sean libres, y francos, los mercados, y tiangues, que los dichos Tlaxcaltecos hicieren en las dichas poblaciones, de todo género de alcabala, sisas, e imposición, y libremente se puedan vender, y comprar, tratar, y contratar en ellos lo que en los mercados de los dichos tiangues se venden de trato, y contrato, sin que se cobre, pida, ni lleve la dicha alcabala, ni otra cosa. Y goce esta exención juntamente con todas las demás ventajas, libertades, y privilegios que al presente goza, y adelante gozare, se le concedieren, y han concedido (por los Reyes Católicos mis predecesores, y los que me sucedieren) a la dicha Ciudad de Tlaxcala, naturales y moradores de ella. Y doy permiso a los indios Principales de ella, que fueren a las dichas poblaciones, y a sus descendientes, para poder tener, y traer armas como si fueran españoles, y andar a caballo ensillado, y enfrenado. Dispensando, como dispenso con ellos la prohibición que sobre esto está hecha por el dicho mi Virrey a cuyo cargo está el dar efecto a las dichas poblaciones. Les haga dar de comer por espacio de dos años hasta que de los frutos de la misma tierra se puedan sustentar, y alimentar. Y les provean de arados para romperla con este principio como más convenga a lo que se pretende. Y para que con mejor modo se puedan fundar, asentar, y conservar, e ir en crecimiento, mando a todas mis Justicias de la Nueva España, y de las demás partes y lugares de las Indias, que guarden, y hagan guardar, cada uno en su Jurisdicción, lo contenido en esta mi Carta sin ir, ni pasar, ni consentir se vaya ni pase contra su tenor, y forma por alguna manera so pena de la mi Merced, y de cada quinientos pesos para mi Real Cámara»28. Con las cuatrocientas familias tlaxcaltecas se fundaron las colonias de Tlaxcalilla, San Luis Potosí, San Miguel Mexquitic, Colotlán, San Jerónimo del Agua Hedionda, El Venado y San Esteban de Nueva Tlaxcala29.

28

VELÁZQUEZ, Colección..., I, págs. 177-183.

29

ALESSIO ROBLES, Coahuila..., págs. 123-136. Vid.: POWELL, La guerra..., págs. 203-

205.

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PROTOHISTORIA DE LOS TRATADOS. PRIMEROS CONTACTOS INTERÉTNICOS 6.

TRATADOS ASENTADOS POR ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA EN LA ASUNCIÓN DEL PARAGUAY

Pese a lo escasas en datos que son las fuentes del siglo XVI sobre relaciones diplomáticas en la región del Paraguay, hacen algunas referencias a probables tratados orales celebrados con la intervención, generalmente, de las autoridades españolas de la Asunción. El asunceño Ruy Díaz de Guzmán, autor de una crónica de dudosa credibilidad, cuenta en ella que Sebastián Gaboto, navegando el río Paraguay en 1528, tocó puerto y procuró tener comunicación con los guaraníes, y «con dádivas y rescates que dio a los caciques que le vinieron a ver, asentó paz y amistad con ellos, los cuales le proveyeron con toda la comida que hubo menester»3". Luego, Juan de Ayolas, lugarteniente del primer adelantado del Río de la Plata, Pedro de Mendoza, remontó los ríos Paraná y Paraguay y, en las proximidades del Pilcomayo, requirió la paz a los caciques guaraníes Lambaré y Yanduazubí Rubichá —según la relación de Pedro Lozano—, pero fue atacado. Vencidos los agresores, «despacharon mensajeros a tratar de concierto». Ayolas «los admitió benignamente, y oyendo de ellos que se ofrecían, no sólo a celebrar la paz deseada, sino a hacer alianza ofensiva y defensiva, condescendió gustoso con su deseo, con solas condiciones de que a su costa, construyesen una fortaleza a los castellanos», que fue el origen de la Asunción, fundada en 153731. Domingo Martínez de Irala, gobernador del Río de la Plata en ausencia de Ayolas, llevó en 1541 a la nueva ciudad a los pobladores que aún quedaban de la destruida Buenos Aires. Una vez asentados, llamó a los indígenas comarcanos y «les procuró dar a entender las cosas de nuestra Santa Fe y buena policía, como la subordinación al Rey nuestro Señor. Lo cual recibieron los indios con buena voluntad, sometiéndose al señorío real; y como tales vasallos se afrecieron acudir a todo lo que se les mandase en su real nombre, como lo mostraron en las ocasiones, que ocurrieron en adelante, especialmente en la guerra que el general hizo a unos indios llamados yapirúes, antiguos enemigos de los guaraníes y españoles [...] dejando a todos en asentada amistad»32. En 1542 llegó a la Asunción el segundo adelantado del Río de la Plata, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Según la crónica redactada por el escri" DÍAZ DE GUZMÁN, La Argentina, pág. 47. 1 12

LOZANO, Historia..., II, págs. 114-117. DÍAZ DE GUZMÁN, La Argentina, págs. 107-108.

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baño Pero Hernández, cuando su arribo, hacía pocos días que los agaces o payaguaes habían roto las paces, salteado y robado ciertos pueblos de los guaraníes, y cada día desosegaban y daban rebato a la Asunción. Al saber de la llegada del nuevo gobernador, los más principales de ellos, llamados Abacoten, Tabor y Alabos, acompañados de otros muchos, fueron a su presencia y le dijeron que iban a dar la obediencia al rey y a ser amigos de los españoles, y que si hasta allí no habían guardado la paz había sido por el atrevimiento de algunos mancebos locos, quienes ya habían sido bien castigados. Rogaron al gobernador que los recibiese e hiciese paz con ellos, porque la guardarían y conservarían. Alvar Núñez les respondió que era contento de recibirlos «por vasallos de su Majestad y por amigos de los cristianos, con tanto que guardasen las condiciones de la paz y no la rompiesen como otras veces lo habían hecho, con apercibimiento que los tendrían por enemigos capitales y les harían la guerra; y de esta manera se asentó la paz y quedaron por amigos de los españoles y de los naturales guaraníes, y de allí adelante los mandó favorecer y socorrer de mantenimientos; y las condiciones y posturas de la paz, para que fuese guardada y conservada, fue que los dichos indios agaces principales, ni los otros de su generación, todos juntos ni divididos, en manera alguna, cuando hubiesen de venir en sus canoas por lariberadel río del Paraguay, entrando por tierra de los guaraníes hasta llegar al puerto de la ciudad de la Ascensión [Asunción], hubiese de ser y fuese de día claro y no de noche, y por la otra parte de la ribera del río, no por donde los otros indios guaraníes y españoles tienen sus pueblos y labranzas; y que no saltasen en tierra, y que cesase la guerra que tenían con los indios guaraníes y no les hiciesen ningún mal ni daño, por ser, como eran, vasallos de su Majestad; que volviesen y restituyesen ciertos indios y indias de la dicha generación que habían cautivado durante el tiempo de la paz, porque eran cristianos y se quejaban sus parientes, y que a los españoles y indios guaraníes que anduviesen por el río a pescar y por la tierra a cazar no les hiciesen daño ni les impidiesen la caza y pesquería, y que algunas mujeres, hijas y parientes de los agaces, que habían traído a las doctrinas, que las dejasen permanecer en la santa obra y no las llevasen ni hiciesen ir ni ausentar; y que guardando las condiciones los tendrían por amigos, y donde no, por cualquier de ellas que así no guardasen, procederían contra ellos; y siendo por ellos bien entendidas las condiciones y apercibimientos, prometieron de las guardar, y de esta manera se asentó con ellos la paz y dieron la obediencia»33. 33

Alvar NÚNEZ, «Comentarios...», págs. 197-199. LOZANO, Historia..., II, págs. 212213, relata el hecho con algunas variaciones: que, entre las condiciones de la paz, «fue la

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Surge del relato, que se desarrolló una verdadera negociación, como resultado de la cual se establecieron derechos y obligaciones para ambas partes. Los indígenas reconocieron la soberanía del rey y le prestaron obediencia, aceptaron ir a la Asunción de día y en determinada forma, cesar la guerra con los guaraníes y dejar en libertad a los cautivos, no molestar a los españoles ni a los guaraníes que salieran a cazar y a pescar, y no impedir el adoctrinamiento de los propios agaces. Como garantía del cumplimiento del tratado quedaron en la Asunción algunas mujeres en calidad de rehenes. Dice la crónica que, tan pronto salió el gobernador para una expedición, los nativos rompieron las paces y huyeron las rehenes34. Alvar Núñez venció a los indómitos guaycurúes, quienes, finalmente, también aceptaron la paz. A estar a la crónica, «vinieron ante el gobernador, y en su presencia se sentaron sobre un pie como es costumbre entre ellos, y dijeron por su lengua que ellos eran principales de su nación de guaycurúes, y que ellos y sus antepasados habían tenido guerras con todas las generaciones de aquella tierra, así de los guaraníes como de los impeúes y agaces y guatataes y napurúes y mayaes, y otras muchas generaciones, y que siempre les habían vencido y maltratado, y ellos no habían sido vencidos de ninguna generación ni lo pensaron ser; y que pues habían hallado otros más valientes que ellos, que se venían a poner en su poder y a ser sus esclavos, para servir a los españoles; y pues el gobernador, con quien hablaban, era el principal de ellos, que les mandase lo que habían de hacer...». El gobernador «les mandó decir por las lenguas intérpretes que él era allí venido por mandado de su Majestad, y para que todos los naturales viniesen en conocimiento de Dios nuestro Señor, y fuesen cristianos y vasallos

principal, que no pudiesen estorbar a ninguno de los suyos alistarse en las banderas de Cristo, si quisiesen admitir el bautismo, movidos de las razones de los predicadores, a quienes habían de permitir anunciasen libremente el Evangelio en su país. Ni se reparó mucho en concederles a ellos una en que se empeñaron, de que pudiesen quedar entre los guaraníes amigos del español los agaces que gustasen, porque en esta condición andaban encontrados los designios; pero más asequible el de los españoles, pues si ellos con simulación pretendían por este camino, introducir en nuestro territorio aquellos enemigos encubiertos para valerse de ellos, cuando fuese tiempo de descubrir su traición, los españoles condescendieron porque no eran tantos que diesen considerable recelo, y eran bastantes para que en nuestro poder sirviesen como de rehenes, para contener a toda la nación, por estar algunos emparentados con sus principales caciques». Dado que la de Alvar NÚÑEZ es la crónica directa del suceso, y que LOZANO escribió la suya casi dos siglos después, debe preferirse aquella versión. 34 Alvar NÚÑEZ, «Comentarios...», pág. 223.

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de su Majestad, y a ponerlos en paz y sosiego, y a favorecerlos y hacerlos buenos tratamientos; y que si ellos se apartaban de las guerras y daños que hacían a los indios guaraníes, que él los ampararía y defendería y tendría por amigos, y siempre serían mejor tratados que las otras generaciones, y que les darían y entregarían los prisioneros que en la guerra les habían tomado, así los que él tenía como los que tenían los cristianos en su poder, y los otros todos que tenían los guaraníes que en su compañía habían llevado (que tenían muchos de ellos); y poniéndolo en efecto, los prisioneros que en su poder estaban y los que los indios guaraníes tenían, los trajeron todos ante el gobernador, y se los dio y entregó; y como los hubieron recibido, dijeron y afirmaron otra vez que ellos querían ser vasallos de su Majestad, y desde entonces daban la obediencia y vasallaje, y se apartaban de la guerra de los guaraníes, y que desde en adelante vendrían a traer en la ciudad todo lo que tomasen, para provisión de los españoles; y el gobernador se lo agradeció, y les repartió a los principales muchas joyas y rescates, y quedaron concertadas las paces, y de allí adelante siempre las guardaron»35. Fue este otro tratado celebrado por Alvar Núñez, mediante el cual, como en el caso anterior, los naturales reconocieron la soberanía española y se pusieron al servicio del rey, además de hacer la paz con los guaraníes, aliados de los españoles, y de comprometerse a llevar provisiones. Las obligaciones que asumió el gobernador fueron de tratarlos bien, ampararlos y defenderlos, y devolverles los prisioneros hechos en la guerra. También los obsequió con presentes, como era de práctica en esos casos. La celebración de las paces sirvió de ejemplo a otras naciones. Seis yapirúes se acercaron a la Asunción atraídos por el éxito alcanzado sobre los guaycurúes, sus enemigos. Alvar Núñez les ofreció buen tratamiento y les dio muchas cosas de rescates, diciéndoles que los recibía por amigos y vasallos de su Majestad, y que con tanto que se apartasen de la guerra que solían tener con los guaraníes serían favorecidos. Partieron contentos36. Noticiados de lo ocurrido, se presentaron los principales de la nación. En señal de paz y amistad, llevaron consigo ciertas hijas suyas, y rogaron al gobernador que las recibiese en rehenes, para que ellos estuviesen más 35

ídem, págs. 226-229. LOZANO, Historia..., II, págs. 234-236, coincide en un todo

con Alvar NÚÑEZ. SÁNCHEZ LABRADOR, El Paraguay..., II, pág. 58, asienta que la paz duró

muy poco «porque los gobernadores que sucedieron a don Alvaro, más atentos a sus propios intereses, que a la quietud de su provincia, no supieron conservarla». La afirmación de Alvar NÚÑEZ de que «siempre» se guardó esa paz no es contradictoria porque se refiere a su gobierno, mientras que SÁNCHEZ LABRADOR habla de lo que sucedió después. 36 Alvar NÚÑEZ, «Comentarios...», pág. 222.

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ciertos y seguros y los tuviesen por amigos. El gobernador les respondió que «era venido a aquella tierra a dar a entender a los naturales de ella cómo habían de ser cristianos y enseñados en la fe, y que diesen la obediencia a su Majestad y tuviesen la paz y amistad con los indios guaraníes [...] y que, guardando ellos el amistad y otras cosas que les mandó de parte de su Majestad, los recibiría por sus vasallos y como a tales los ampararía y defendería de todos, guardando la paz y amistad con todos los naturales de aquella tierra, y mandaría a todos los indios que los favoreciesen y tuviesen por amigos y desde allí los tuviesen por tales, y que cada y cuando que quisiesen pudiesen venir seguros a la ciudad de la Ascensión [Asunción] a rescatar y contratar con los cristianos y indios que en ella residían, como lo hacían los guaycurúes después que asentó la paz con ellos; y para tener seguro de ellos, el gobernador recibió las mujeres e hijos que le dieron, y también porque no se enojasen, creyendo que, pues no los tomaba, no los admitía». Dio a los religiosos y clérigos las mujeres y muchachos para que les enseñasen la doctrina cristiana y los pusiesen en buenos usos y costumbres. Los indígenas —según la crónica— se alegraron de haber quedado por vasallos del rey. Alvar Núñez les repartió rescates37. Aunque puede presumirse que el cronista no fue rigurosamente fiel en la narración —lo que sugieren ciertas fórmulas que se repiten en los distintos documentos de paces—, y que se inclinó a exaltar la conducta de los españoles, no hay el mismo motivo para suponer que la convención no existió, así fuese bajo el temor de las armas hispanas. Nada de extraño hay en esto. En abril de 1544 fue depuesto el segundo adelantado y reemplazado por Irala, quien gobernó la provincia hasta su muerte en 1556. Entre las varias expediciones que emprendió, dice Díaz de Guzmán que navegó el Paraná arriba y, tras haber vencido a los belicosos tupíes, los trajo a su «sujeción y dominio». Estos «después de algunos tratados de paz» prometieron no hacer más guerra a los guaraníes ni entrar por sus tierras38. 7.

CAPITULACIÓN FORMAL CON TITO CUSÍ YUPANGUI INGA DEL 24 DE AGOSTO DE 1 5 6 6 Y TRATADO COMPLEMENTARIO DEL 9 DE JULIO DE 1 5 6 7

En la conquista del Perú, como en la de México, no hay indicios de que se haya celebrado tratados. El primero comprobado corresponde al 37

ídem, págs. 231-233.

38

DÍAZ DE GUZMÁN, La Argentina, págs. 179-180. LEVAGGI, Paz en la frontera..., págs.

31-36.

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gobierno del lie. Lope García de Castro (1564-1569), titulado, no virrey como sus antecesores, sino sólo gobernador. Las instrucciones que tenía del Consejo de Indias constituían —al decir de Pereña— un verdadero programa de gobierno, cuyo objetivo era pacificar las provincias del Perú, alteradas por la guerra civil. Los tres presupuestos fundamentales eran: perdón y amnistía general, evangelización y libertad de conciencia, población y reducciones de naturales. Las condiciones para lograr la pacificación consistían en la declaración de derechos y deberes mutuos, y el respeto de las mutuas libertades y obligaciones sociales39. Ocupaba el incanato Tito Cusi Yupangui, bastardo de Mango Inga Yupangui. En actitud de resistencia a las autoridades españolas, a raíz de agravios que había recibido, estaba refugiado en las montañas de Vilcabamba. A fin de que depusiera su actitud, García de Castro solicitó y obtuvo del rey una cédula, fechada en Monzón el 29 de noviembre de 1563, autorizándolo a llevarlo a Lima o a la parte que le pareciese mejor, darle tierra para que se pudiera sustentar, asegurarle el buen tratamiento, y honrarlo y favorecerlo en todo lo que se le ofreciese40. El inca invitó, por medio de una embajada, al lie. Juan de Matienzo a mantener una entrevista en su tierra. Fue al encuentro el 11 de junio de 1565. El relato de lo que trató forma el capítulo XVIII de la parte segunda de su «Gobierno del Perú». Inclinado a la paz, no creyó que se debían rechazar de plano las condiciones que ponía el inca, quien de entrada había anunciado su voluntad de obedecer al rey, y a Matienzo en su nombre. Asentó éste que si lo hacía o no por dilatar «sólo Dios lo sabe y él mesmo; y no debemos juzgarlo, pero antes yo tengo para mí que no teme la guerra, porque no piensa esperar si no fuere en pasos en que haga daño a los españoles, y muy a su salvo; y si no la desea, es porque no le desasosieguen; y entiendo verdaderamente que desea la paz, por tres razones: la una, por no andar desasosegado como anda; la segunda, porque le dan bien de comer, y la tercera, porque sabe que los tratos que tenía y urdía con los indios del Perú son ya descubiertos», en referencia a rebeldías como la de Juan Calchaquí en el Tucumán. Las sobredichas condiciones pueden reducirse a las siguientes: quedarse con sus indígenas; no levantarse allí pueblo de españoles, mas sí que fueran a contratar; absolución y perdón para él y todos sus capitanes; que

«Proyecto de reconversión colonial», Escuela de Salamanca..., pág. 29. Escuela de Salamanca..., págs. 288-289.

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nadie pusiera pleito a sus chacras, tierras y ganados; reconocimiento de su derecho a hacer pueblos en Amaybamba, tierra próxima a las suyas; concesión de solares y tierras en el Cuzco, mayorazgo y encomiendas; que no se le hiciese guerra; observancia de sus preeminencias; dispensa para que su hijo Quispe Tito pudiera casarse con su prima; y provisiones reales para hacer efectivo todo eso. Nada hacía el inca sin consultarlo con sus capitanes. Aunque no quiso dejar su refugio mientras no estuviesen en su poder las provisiones, algunas de las cuales excedían las atribuciones del gobernador, consintió en el envío de un corregidor y de religiosos para que les adoctrinasen41. Aceptada la generalidad de las exigencias, fue a formalizar el acuerdo el tesorero García de Meló, a quien conocía el inca y era uno de los que habían acompañado a Matienzo. El 24 de agosto de 1566, en el río de Acobamba, se concluyó la capitulación en los términos siguientes: «En veinte y cuatro días del mes de agosto de mil e quinientos e sesenta y seis años, por orden del muy Ilustre Señor Licenciado Castro, gobernador destos Reinos del Pirú por su Majestad se juntó con el Inga Tito Cuxi Yupangui el tesorero García de Meló, vecino de la ciudad del Cuzco, para tratar con el dicho Inga la orden que se ha de guardar en la paz que el dicho señor gobernador le concede. Lo cual se trató y quedó efectuado en la manera siguiente, estando con el dicho tesorero a ello Francisco de las Veredas y Diego Rodríguez de Figueroa y con el dicho Inga su capitán general Yanque Mayta y el capitán Limache Yupangui y otros muchos capitanes, todo lo cual se ha de enviar al señor gobernador con una carta del Inga, para que su señoría la vea y confirme la dicha paz. «Primeramene, que el dicho Inga quiere ser vasallo de su Majestad y como a tal su vasallo le ponga el señor gobernador en nombre de su Majestad un corregidor que le tenga en justicia, y que al presente suplica a su señoría lo sea Diego Rodríguez de Figueroa que con él queda para el dicho negocio. «Item que el dicho señor gobernador envíe al dicho Inga un clérigo y frailes que le doctrinen y enseñen las cosas de Nuestro Señor a los indios cristianos que con él están y que para ello hará hacer iglesias en las partes que conviniere. «Y que en siendo su hijo cristiano, el dicho señor gobernador, en nombre de su Majestad, le dé por mujer a doña Beatriz de Mendoca, su prime-

41 MATIENZO, Gobierno..., parte segunda, cap. XVIII, págs. 294-310. Texto resumido en: Escuela de Salamanca..., págs. 282-287.

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ra hija del Inga don Diego Sayre Topa, difunto, que está en el monasterio de Santa Clara de la ciudad del Cuzco. «Item que hecho el dicho casamiento, el dicho señor gobernador haga merced al dicho su hijo y sobrina de todos los indios, pueblos y coca que el Marqués de Cañete, seyendo visorrey destos Reinos, dio al dicho don Diego Sayre Topa, su hermano, con título de mayorazgo, como se lo ha prometido. «ítem que los dos mil pesos de pensión que tienen los herederos del capitán Gómez Arias sobre los tributos de los dichos indios y los mil quinientos que se dan a Pablos Goncales Dávila porque sustenta la vecindad por la dicha doña Beatriz se les quiten y se den al dicho Inga Tito Cuxi Yupangui por todos los días de su vida porque los indios y pueblos que tiene donde está son pobres y no le pueden dar oro ni plata ni ganado ni otras cosas y que después de su vida queden al dicho su hijo y sobrina. «Item que el dicho señor gobernador encomiende al dicho Inga los indios y pueblos que al presente tiene y posee en el asiento donde está, que son muchos. «Item que hecho el dicho casamiento no se ponga ningún curador al dicho su hijo y sobrina, sino que el dicho Inga lo sea dellos y él ponga el mayordomo que a él le pareciere ser de confianza, el cual, si necesario fuere, sirva la vecindad. «ítem jura y promete el dicho Inga, como vasallo de los Reyes de Castilla que él ni sus capitanes ni gente no harán daños en los pueblos ni indios de los términos de la ciudad del Cuzco ni de las demás destos Reinos de hoy en adelante, sino que terna paz perpetua como tiene aquí tratado con el dicho tesorero Garfia de Meló. «ítem que por cuanto el padre del dicho Inga y él y sus capitanes y gente han tomado en los años pasados algunos indios y traídolos adonde él al presente está y pobládolos allí de los repartimientos de Lope de Zuaco y Gaspar de Sotelo y Ñuño de Mendoca y de los pueblos de Cono y Chuqutera y de Maybamba, términos de la ciudad del Cuzco, en el repartimiento de Garfia Martín, de los términos de Guamanga y de otros, y si los hubiese de volver al presente como el dicho tesorero Garfia de Meló pide se le seguiría mucho daño al dicho Inga y a los dichos indios por estar ya poblados y hacendados en los pueblos donde él los tiene poblados; por todo lo cual suplica al señor gobernador haga merced a los susodichos de otra cosa en recompensa dellos y a él se le queden éstos en las partes y lugares donde están poblados. «ítem promete el dicho Inga que si algún negro o negra se viniere adonde él está, lo enviará a la justicia a la ciudad del Cuzco y no consentirá 58

PROTOHISTORIA DE LOS TRATADOS. PRIMEROS CONTACTOS 1NTERÉTNICOS

que ningunos indios de otros repartimientos se vengan adonde él está y si algunos se vinieren los mandará luego volver, y si algunos indios o indias de los que el dicho Inga tiene se huyeren de donde él está los podrá recoger e enviarlos al dicho Inga. «Item que si de hoy en adelante el dicho Inga y sus capitanes y gente hicieren algún daño en pueblos de indios o en otra manera, que luego sin más apercibirle se le pueda hacer la guerra. Todo lo cual entendido muy bien el dicho Inga por lengua de Martín de Pando que con él está, que fue intérprete,"y habiéndolo bien entendido dixo que ansí lo cumplirá, y el dicho tesorero García de Meló, por la comisión a él dada para efectuar la dicha paz en nombre de su Majestad, dixo ansímismo que no se haría guerra ni daño al dicho Inga ni a su gente ni pueblos sino que se guardará la paz como dicho es y para más firmeza lo firmaron de sus nombres y también los dichos Francisco de las Veredas y Diego Rodríguez de Figueroa que como dicho es se hallaron presentes a ello, y el dicho Martín de Pando»42. Enterado García de Castro, se conformó con la capitulación por su cédula del 14 de octubre siguiente43. El 9 de julio de 1567 Diego Rodríguez de Figueroa y Tito Cuxi Yupangui Inga ratificaron y complementaron el tratado, suscribiendo el documento que sigue: «En nueve días del mes de julio, año de mil e quinientos y sesenta e siete años, los testigos infrascriptos, Diego Rodríguez de Figueroa, siendo junto con el Inga Tito Cuxi Yupangui que con él estaba y YanqueMayta, su Gobernador, y Yrimache Yupangui, su capitán general, y su hijo Quispe Tito y su hermano y mujer Chimbo Ocllocoya y otros muchos capitanes y gente, y Martín de Pando, intérprete por parte de su Majestad e de la del Inga, Diego Rodríguez de Figueroa dixo al dicho Inga Tito Cuxi Yupangui de parte del muy Ilustre Señor Licenciado Castro y de Su Majestad, convenía, para que la dicha paz fuese cierta y verdadera y el dicho Inga Tito Cuxi Yupangui supiese clara y abiertamente la dicha declaración de los capítulos que de yusso se ha hecho mención y lo demás que falta que olvidó de capitular y declarar en el río de Acobamba con el dicho tesorero Garfia de Meló y el Inga Tito Cuxi Yupangui, ha de ser obligado a guardar y cumplir juntamente con lo capitulado. «1. Primeramente que el dicho Inga Tito Cuxi Yupangui guarde y cumpla lo capitulado y tratado con García de Meló, por sí y por Quispe Tito, su hijo, y todos los demás sus hermanos, los cuales se llaman Capac Topa 42 AGÍ, Lima 472, y 578, lib. 2, fs. 401 V.-407 v. El segundo de los manuscritos se reproduce en: Escuela de Salamanca..., págs. 290-292. 43 ídem, ídem, págs. 292-293.

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Yupangui y Topa Guallpa y Topa Amaro y por todos sus descendientes y subcendientes y al través y que sea obligado a su costa de guardar y tener esta tierra, en nombre de su Majestad, de paz, como su vasallo, y ansí dice el Inga Tito Cuxi Yupangui que si los dichos sus hermanos salieren debajo de la obediencia real de su Majestad que por el mismo caso a los dichos sus hermanos los despedazará a lanzadas con sus propias manos y que si ansí no lo hiciere se le pueda hacer la guerra a costa de sus tributos y renta de su hijo, sin apercibimiento alguno. «2. ítem en lo tratado con García de Meló en el décimo capítulo es que los indios que se le huyesen desta tierra los pudiese recoger y se los enviasen a esta tierra, y porque si ansí fuese, Dios Nuestro Señor y su Majestad sería deservido y dello se seguiría muchos males y inconvenientes, porque la voluntad de su Majestad y del señor gobernador es sean libres sus vasallos, y ansí el dicho Inga Tito Cuxi Yupangui por lengua de Martín de Pando dijo ha de dar libertad a todos los indios e indias que en su tierra están para que de hoy en adelante libremente se puedan ir o quedar o hacer de sí lo que quisieren ni más ni menos como los de allá fuera, y que el corregidor que en su tierra estuviere pidiéndole cualquier persona la dicha libertad se la pueda dar luego sin impedimento alguno. «3. Item que por cuanto el dicho Inga dice tiene muchos tiros de artillería y muchos arcabuces e lanzas y armas, que de aquí adelante como vasallo de su Majestad, habiendo necesidad de su servicio acuda con ellas y con todos sus capitanes y gente a la Corona real, siendo llamado y no siendo llamado viendo que conviene al servicio de su Majestad. «4. Item que de aquí en adelante no procurará ni terna habla en secreto ni en público con los indios de la tierra de paz vasallos de su Majestad, para que se vengan adonde él está fugitivos ni levanten contra su real servicio directe ni indirecte, antes siempre ha de procurar estén de paz y obedientes a su real servicio. «5. Otrosí que de hoy en adelante no recibirá en su tierra ningún español que del Perú venga fugitivo y que si algunos vinieren a la hora los hará prender y entregar al corregidor que en su tierra estuviere o a las justicias que más cerca de sus tierras se hallaren. «6. Otrosí que el corregidor que en su tierra se hallare, digo estuviere, libremente pueda usar y ejercer la justicia en los delincuentes y personas que merecieren castigo y sin que el Inga ni capitanes ni otra persona le puedan ir a la mano, e que pueda residir en las fronteras y pueblos, partes y lugares de su tierra sin que ninguna persona le pueda estorbar. «7. ítem que el sacerdote o sacerdotes que entraren en esta tierra a predicar el sagrado Evangelio, libre y desembarazadamente lo puedan hacer 60

PR0T0HIST0R1A DE LOS TRATADOS. PRIMEROS CONTACTOS INTERÉTNÍCOS

en todos pueblos y tierra del dicho Inga y que los indios que no fueren cristianos y fueren idólatras no hagan sus ritos y ceremonias donde los dichos sacerdotes lo puedan ver, y que ningún indio cristiano se halle con ellos a las dichas ceremonias y ritos, ni secreta ni públicamente procurará que los indios que hubieren recibido el agua del bautismo dexen nuestra santa religión cristiana y tomen sus ritos y costumbres, y que según y como en la tierra de paz se hacen y administran los sacramentos y doctrinan, se ha de hacer en su tierra, y que procurará de traer de paz al gremio de nuestra santa fe católica y dominio real a todos los indios que están de guerra, ansí indios andes como hechizos. «Todo lo cual, juntamente con lo tratado con García de Meló, el dicho Inga Tito Cuxi Yupangui ha de ser obligado a guardar y cumplir por él y por su hijo Quispe Tito y por sus hermanos Capac Topa Yupangui, Topa Guallpa y Topa Amaro e descendientes, no olvidando la voluntad de su Majestad y la del señor gobernador para quitar y poner lo que vieren que a su real servicio conviene, so cargo que si así no lo hiciere y cumpliere su Majestad le pueda quitar la renta de los indios de que le hace merced y hacelle guerra como vasallo que se rebela contra su señor supremo. «E después de habérselo dado bien a entender el dicho Diego Rodríguez y Martín de Pando todo junto y cada cosa por sí, el dicho Inga Tito Cuxi Yupangui dijo que lo guardaría y cumpliría todo según y como está tratado he dicho, y que desde luego recibía la merced que su Señoría le hacía en nombre de su Majestad, y que desde ahora para siempre jamás se hacía vasallo de los Reyes de Castilla como señores supremos que son de todas las Indias, y que ansimismo sus hijos, hermanos y parientes y descendientes haría y procuraría siempre lo fuesen con todos sus capitanes y gente, y que para más certinidad el dicho Diego Rodríguez de Figueroa le pidió lo jurase según su rito y ceremonia. E luego el dicho Inga se levantó en pie y mirando hacia donde el sol entonces estaba, tendidos los brazos y abiertas las manos con humildad, a manera de reverencia, dijo: Yo juro por ti, sol, que eres criador de todas las cosas, a quien tengo por dios y adoro, y por ti, tierra, a quien tengo por madre de donde producen todos los mantenimientos para sustentación del hombre, y luego puso la mano en la tierra y la besó, de guardar la paz tratada con García de Meló y Diego Rodríguez de Figueroa perpetuamente por mí y por mi hijo Quispe Tito y por mis descendientes en la manera y según está tratado. «El dicho Diego Rodríguez de Figueroa le dijo que si ansí lo hacía Dios Nuestro Señor, verdadero Criador de todas las cosas, le haría bien por ello, e si lo contrario hiciese le castigaría por ello, y que ansimismo los Reyes de Castilla le harían siempre mercedes a él y a sus descendien61

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tes, y que lo contrario haciendo le quitarían la renta que le daban y le castigarían por ello. «Siendo de parte del Inga por testigos Martín de Pando y Yanque Mayta, su gobernador, e Rimache Yupangui, su general, y muchos capitanes, caciques e indios, y de parte de su Majestad el dicho Diego Rodríguez de Figueroa y el padre Antonio de Vera y Diego de Olivares y Joan Maldonado y el dicho Inga lo firmó de su nombre Tito Cuxi Yupangui, Diego Rodríguez de Figueroa, por testigo Diego de Olivares, ante mí, Martín de Pando, escribano de comisión e intérprete. Martín de Pando»44. Por cédula de Madrid del 2 de enero de 1569, Felipe II aprobó y confirmó todo lo capitulado45. Sucesor de García de Castro, el virrey Francisco de Toledo estimó que el tratado envolvía poco menos que una claudicación de la Corona, al reconocerle al inca dominio y señorío sobre el Perú46. Son los primeros tratados formales que se conocen, suscriptos con los españoles, imbuidos del espíritu pacificador de la nueva política de la monarquía47. 8.

PACES EN MEDIO DE LA GUERRA DE ARAUCO

Consigné más arriba que cada frontera fue un mundo distinto y que la variedad de lugares y costumbres, que tanto llamó la atención de los españoles, se manifestó, también, en aquéllas. Entre todas las fronteras, la del sur de Chile fue una de las más singulares. Durante el siglo XVI soportó una cruel y obstinada guerra, sólo interrumpida por transitorios períodos de paz. Fue un «Flandes indiano», como se llamó a Chile. Las varias medidas que se intentaron aplicar para someter a los indómitos araucanos, incluida la esclavitud a título de «indios de guerra», fracasaron una tras otra. La empresa de dominarlos por la fuerza se revelaba ineficaz, pero los españoles no cejaban en su empeño, confiados en que la 44

ídem, ídem, págs. 306-309. ídem, ídem, págs. 309-310. 46 LOHMANN VILLENA, Guillermo, «Propuestas de solución de juristas y políticos», RAMOS e.a., Francisco de Vitoria...,págs. 639-640. Por entonces —1567— el lie. Francisco FALCÓN hacía su representación al segundo concilio límense, postulando la inmediata reposición de las autoridades autóctonas en el ejercicio de la potestad y facultades gubernativas de que habían sido despojadas, y la posibilidad de una futura restitución a ellas mismas de la plenitud de la soberanía (TEJADA y RAMIRO, Colección..., V, págs. 488-503; y Colección de documentos... América y Oceania, VII, pág. 453 y ss.). 47 Considera que fueron los primeros tratados: FISCH, Krieg und Frieden..., pág. 575. 45

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superioridad de sus armas les daría la victoria final. A los males que les causaban los indígenas respondieron con terribles represalias. En ese ambiente preñado de violencia hubo, sin embargo, algunas iniciativas de paz, que, a través de la relación del cronista, semejan casos de aplicación de la política de tratados, mas con un fuerte predominio de la parte hispana48. En el tiempo del conquistador, Pedro de Valdivia, o sea a mediados del siglo XVI, ubica Pedro Marino de Lobera el episodio protagonizado por el general Michimalongo. Reunida una junta, tomó la palabra y habría expuesto, entre otros, los siguientes conceptos: «Hermanos y amigos míos: la causa porque nos hemos aquí juntado es el comunicar y conferir entre nosotros el fruto que de nuestros trabajos e inflexibilidad en la guerra van resultando, para que conforme a esto demos el corte que más conveniente os pareciere. [...] Mi parecer y mi determinación es que demos la paz y nos sujetemos de voluntad a esta gente, que al fin ya sabemos que cuanto son de bravos y valientes en la guerra, son de mansos y afables en la paz. Y más vale vivir en sujeción gozando de alguna quietud y reposo que no morir como animales». Dice el cronista que hubo diversidad de pareceres entre los indígenas y que la resolución final fue que Michimalongo, acompañado de los más principales, ofreciese a Valdivia, en nombre de todos, «paz y confederación para siempre». Así se hizo, y fueron a rogarle que la guerra tuviese fin, y «los recibiese debajo de su amparo, que [...] prometían de serle leales, sumisos y subditos, y servirles con toda obediencia». Valdivia les manifestó las razones por las cuales los españoles estaban en sus tierras: predicarles el Evangelio y bautizarlos, a cambio de lo cual los habrían de «servir, y dar de comer, y lo que más os pidiéramos de lo que hay en vuestras tierras, sin detrimento de vuestra salud y sustento ni disminución alguna». «Si con estas condiciones que os he dicho queréis ser nuestros amigos, desde aquí os recibo por tales debajo del amparo real como vasallos de nuestro rey; y si otra cosa os parece, tomad el presente que habéis traído, según vuestro designio, con paz o guerra, que yo me habré con vosotros según vuestras obras». Según la crónica, respondió Michimalongo que «con todas aquellas condiciones le querían servir y sujetársele, y que, desde luego, se ofrecían a ello». Con ese acto se consideró que se habían «ya confederado los indios y españoles»49. 48 FISCH, ídem, dice que ya para el siglo XVI hablan las fuentes de series de paces y negociaciones en Chile, pero que no se conocen textos de tratados. 49 MARINO DE LOBERA, «Crónica...», págs. 272-274.

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En 1580 se habría intentado otra capitulación —de acuerdo con el mismo cronista— entre el gobernador Martín Ruiz de Gamboa y varios caciques, entre ellos Pedro Guiaquipillan y Martín Chollipa, la que habría fracasado por las discordias existentes entre ellos. La preocupación de los araucanos era «saber los nuevos conciertos que se habían de capitular con ellos sobre el servicio y tributos, de modo que no fuesen esclavos como hasta entonces», ante lo que se comprometió el gobernador a impedir las vejaciones y malos tratamientos que se les hacían, comenzando a dar órdenes a fin de hacer efectivo el reparo de los abusos. Aunque una parte de los indígenas aceptó las condiciones de paz, la otra se mantuvo alzada5". En 1594 el sargento mayor Miguel de Olaverría, adoptando una nueva iniciativa pacifista, propuso suspender la guerra y pactar con los naturales el respeto a su estado, a cambio del vasallaje y un moderado tributo51. Cuatro años más tarde un alzamiento general acabó con la vida del gobernador Martín García Óñez de Loyola en la batalla de Curalava. El desastre obligó a reestructurar el sistema militar, buscar nuevos métodos bélicos y trazar la frontera interior en el río Bío-Bío, una línea que sería clave en la historia de Chile hasta el siglo XIX52.

50

ídem, págs. 522-524.

51

OLAVERRÍA, «Informe...»; y AVILA MARTEL, «Régimen jurídico...», pág. 332.

52

JARA, Guerra y sociedad...

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CAPÍTULO III

CHILE EN EL SIGLO XVII

1.

E L GOBERNADOR GARCÍA RAMÓN CELEBRA PACES EN 1608, IMPONIENDO SUS CONDICIONES

Al arribo del gobernador Alonso García Ramón, el 19 de enero de 1605, los caciques de las tribus vecinas a la Concepción fueron convocados a una solemne asamblea, que debía celebrarse de inmediato en esa ciudad. El representante real llevaba el encargo expreso de perdonarles los delitos y de plantear otro sistema de pacificación, que impidiese las injusticias hasta entonces cometidas1. Aunque promesas similares se habían hecho antes, un nuevo espíritu soplaba en los asuntos chilenos. Mucho tenía que ver en ello el jesuita Luis de Valdivia, la figura estelar en esas décadas de relaciones interétnicas, enemigo declarado de la guerra ofensiva y de la esclavitud indígena2. Reunida la asamblea el 20 de marzo de 1605, el propio Valdivia les leyó en su lengua las provisiones del virrey del Perú, Gaspar de Acevedo y Zúñiga, conde de Monterrey, que los liberaba del trabajo personal, sustituyéndolo por un impuesto en dinero o especie, que sería invertido en su

1

BARROS ARANA, Historia..., III, págs. 447-448. Acerca de VALDIVIA, vid.: TOLEDO, «Vista general...»; RAMÓN, «El pensamiento...»; KORTH, Spanish Policy..., págs. 82-161; y ZAPATER, La búsqueda... Por real provisión del 4/ 4/1618 se estableció que VALDIVIA entendería en la pacificación de los indios de Chile (AGÍ, Lima 38, lib. I, fs. 211-213 v.). 2

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propio beneficio. Uñavillu, en nombre de todos los caciques, agradeció la merced, manifestó su resolución de ser fieles vasallos del rey y vivir en perpetua paz bajo esas condiciones. Se limitó a pedir que el impuesto se empezase a cobrar cuando la tierra estuviera toda pacificada. En los meses siguientes el gobernador, acompañado por Valdivia, repitió las juntas con otras parcialidades y para el mismo objeto, sin descuidar, por cautela, las medidas militares3. Mientras tanto, Valdivia hacía gestiones en las cortes real y virreinal a favor de la abolición del servicio personal, la suspensión de la guerra y la evangelización4. La idea de García Ramón era no apresurarse a darles la paz, y, llegado el momento, dársela sólo bajo estrictas condiciones. Escribió al rey que no la admitiría sino «con grandes ventajas, procurando reducirlos en pueblos poblados pues del contrario, y dejarlos en sus quebradas, es como si no la diesen y quedar el juego a su mano para volverse a rebelar»5. Tiempo después le informó que «forzados de necesidad y hambre que es la mayor guerra que se les puede hacer», por tercera vez habían ido a someterse, y a esa hora numerosas comunidades habían dejado sus tierras y quebradas, y estaban reducidas en Arauco y Tucapel. Opinaba, con «todos los letrados y prelados», que la solución al problema de la guerra estaba en la esclavitud de los nativos6. El 7 de octubre de 1608 el gobernador reunió un importante parlamento en Conuco7. Los caciques de varias parcialidades pidieron la paz y pro3

BARROS ARANA, Historia..., III, págs. 448-450. ídem, IV, pág. 26. 5 Concepción, 174/1607. AGI, Chile 18. 6 Concepción, 21/12/1607. AGI, Chile 18. La misma opinión contraria a la posibilidad de su sometimiento por los solos medios pacíficos le transmitió al nuevo virrey del Perú, Marqués de MONTES CLAROS, cuando le consultó su proyecto de proscribir la guerra ofensi4

va (BARROS ARANA, Historia..., IV, pág.

27.).

7

Hay una copiosa bibliografía sobre la institución araucana del parlamento o coyactun, a la que le tocó jugar un papel muy destacado en las relaciones diplomáticas con los españoles desde el siglo XVI. Al respecto, se lee en la crónica del jesuíta OLIVARES, «Historia...», pág. 83, que «en llegando a asentarse paces entre naciones beligerantes, se ha de ejecutar esto por parlamentos y congresos en que se establezcan las convenciones y capítulos que deben observar ambas partes, y este es un motivo de los parlamentos; mas estos capítulos para que sean válidos y firmes, es menester, según estilo inmemorial de los indios, que sean recibidos por los cuatro amapus [butalmapus], que son cuatro grandes parcialidades en que se divide toda la tierra que ellos dominan, y estos amapus representan los toquies y caciques que traen en su voz y poder al parlamento: de lo cual se colige que hay algunos parlamentos, a los cuales da causa el intento de asentar paces; mas otros es necesario que se celebren al ingreso de los gobernadores en el reino, porque el parlamento en tales circunstan-

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CHILE EN EL SIGLO XVII

metieron vasallaje al rey, escarmentados por las muertes y daños que les venían infligiendo los españoles. El gobernador consultó a una junta de religiosos y capitanes las condiciones que se les habían de poner, y «dieron los dichos indios la paz y obediencia a Su Majestad en manos del dicho señor gobernador, por sí y por todos los demás declarados, obligándose a guardar y cumplir las condiciones que se siguen: «Los caciques e indios aquí referidos de la provincia Layllaregua de Conopuylle dijeron que por sí y en nombre de todos los demás de la dicha provincia daban la paz y obediencia al Rey nuestro Señor atento a las causas arriba propuestas a lo cual el dicho señor gobernador les respondió por el dicho intérprete que se la recibía de buena gana en su real nombre con que ante todas cosas se reduzcan y pueblen sobre el fuerte de San Gerónimo con apercibimiento que desde luego hagan sus sementeras de maíz, porotos y otras legumbres donde se les señala porque no embargante la dicha paz que dan y se les recibe su Señoría les ha de talar y destruir los trigos y cebadas que tienen sembrados en sus tierras donde hasta ahora han estado retirados continuando la guerra lo cual se hace a fin de prevenir el contrario modo que hasta aquí ha habido de recibirles paz de dichos indios que es y ha sido causa de su inconstancia y poca estabilidad para la cual dicha reducción y sementera les da y señala de término de aquí a fin de diciembre próximo que viene y no lo cumpliendo el dicho término pasado el dicho señor gobernador los da y declara por enemigos traidores y como a tales hará cruda guerra y los dichos indios habiéndolo entendido y platicado entre ellos por algún espacio dieron la mano a que hablase por todos el cacique Remultaq el más principal de Conopuylle. Y respondió cumplirán lo dicho y declarado sin faltar en cosa alguna so pena de quedar obligados a la dicha pena que se les pone». cias es un acto público en que los indios ratifican la obediencia y lealtad que han ofrecido a su majestad: exponen los sentimientos y quejas que tienen de los españoles, manifiestan su corazón y procuran explorar el ajeno...». Bien dice Leonardo LEÓN, «El Parlamento...», págs. 7-8, que los hispano-criollos y mapuche le otorgaron una gran trascendencia política y reconocieron el carácter normativo de sus decisiones. Para las autoridades españolas, fue una de las pocas oportunidades que tuvieron de negociar directamente con los jefes indígenas, enterarse de sus demandas y presentarles sus propuestas. Para éstos, una forma de reconocimiento de su autoridad y del status privilegiado que gozaban en el seno de la monarquía. Constituyeron la instancia en que se renovaba el pacto colonial que unía a los araucanos con la monarquía española. Vid.: OLIVARES, «Historia...», págs. 83-87; MÉNDEZ BELTRÁN, «La organización...»;

BLANCPAIN, LesAraucans..., págs. 111-112; LEÓN SOLÍS, Maloqueros..., págs. 143-154; PINTO RODRÍGUEZ, «Integración...», págs. 29-31; y CERDA-HEGERL, Fronteras..., págs. 100-102.

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Los caciques de las provincias de Guadava y Coyuncavi hicieron la misma declaración, por sí y en nombre de todos los caciques e individuos de Jurillangua, y aceptaron condiciones análogas a las anteriores, entre éstas la de poblarse en Angol el Viejo8. Al mérito de haberlos «apretado por todas partes sin dejarlos resollar» atribuyó García Ramón el logro de la paz, que desde la muerte de Pedro de Valdivia ni siquiera habían aceptado tratar. Ya se habían reducido, y también guiado a los españoles en dos entradas, como consecuencia de las cuales se redujeron más de trescientas almas. «Jamás se ha visto ni aun imaginado en Chile lo que se ve al presente», manifestó exultante al rey9. 2.

PACES, GRACIAS A LA PROSCRIPCIÓN DE LA GUERRA OFENSIVA INSTADA POR EL JESUÍTA LUIS DE VALDIVIA. ACUERDO DE NAMCU (O LONGONABAL), LOGRADO CON SU INTERVENCIÓN PERSONAL. MISIÓN DEL PADRE DIEGO DE CASTAÑEDA

A todo eso, culminaron con éxito las gestiones de Luis de Valdivia en Madrid. Por real cédula al Marqués de Montesclaros del 8 de diciembre de 1610, Felipe III comunicó la decisión de suspender por tres o cuatro años la guerra ofensiva, por sus muchos inconvenientes y escasos resultados. Esperaba que los jesuítas evangelizaran a los indígenas y los llevaran a su obediencia «por vía de la comunicación y contratación mejor que por otro»10. Una segunda cédula dirigió el mismo día a los caciques y demás indios principales de Chile, avisándoles que había ordenado el regreso a ese

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Original y copia en: AGÍ, Chile 18. Conuco, 25/10/1608. AGÍ, Chile 4 y 18. 10 AGÍ, Chile 166, Cedulario, lib. 1, fs. 243 V.-249. El virrey del Perú, Príncipe de ESQUILACHE, en la memoria dejada a su sucesor, en 1621, consignó su opinión favorable a la sola guerra defensiva y refutó los argumentos de sus adversarios. Entre otros, éstos alegaban que los araucanos «no tenían cabeza con quien se pudiese tratar, ni asentar cosa alguna de que poderse esperar firmeza y estabilidad», contestando el virrey «que no tenían bien entendido el intento de la guerra defensiva, porque lo que en ella se ordena no se reduce a pacto ni concierto con los enemigos, sino a una descansada necesidad que los ha de obligar a aquietarse precisamente porque los rebelados, no son conquistadores que pretenden gloria en las armas, y sujetar los españoles que están poblados en aquella provincia, sino sólo gozar de su natural libertad; y como esto se consigue por ellos medíante nuestra suspensión de armas ofensivas, es sin duda que no aspiran a nuevos designios imposibles en la ejecución y no imaginados ni pretendido por ellos...» («Relación que hace el Príncipe de Esquilache...», págs. 113-114.). Aunque no en forma exclusiva, se hacía presente la figura del pacto. 9

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reino del padre Valdivia para que, de su parte, tratase con ellos lo tocante a su buen tratamiento, alivio del servicio personal y demás vejaciones, lo cual, una vez acordado, se guardaría y cumpliría puntualmente". Narra Miguel de Olivares que, al tiempo de regresar Valdivia, era cautivo de los araucanos Alonso Quesada. Informado de las cédulas reales, y conociendo que los naturales estaban «cansados de los afanes y riesgos de la guerra», vio la posibilidad de recobrar su libertad. Puso a los caciques al tanto de las novedades. Estos, para cerciorarse de su verdad, enviaron al valiente capitán Turculupí, quien fue hecho prisionero. El gobernador juzgó^ feliz el lance, pues pensó que la ocasión de negociar su libertad facilitaría un buen ajuste. Con tal misión fue enviado el alférez Pedro Meléndez, quien persuadió a los indígenas era verdad lo que les había dicho Quesada y que les estaba muy a cuenta la paz en el modo que se la proponía, a saber: «quedar ambas naciones sin sujeción de una a otra, no pasando gente armada de una a otra parte del río Biobío, y manteniendo perpetua alianza y confederación». O sea, condiciones de perfecta igualdad para ambos. Tan de su agrado fue la propuesta, que el principal cacique de Purén, llamado Ancanamon, y otros caciques menores, fueron con Meléndez a ver al gobernador, que a la sazón era Alonso de Ribera, para «dar la última mano a la deseada pacificación». Al efecto, llevaron consigo a Quesada y otros cautivos con la idea de permutarlos. Los recibieron el gobernador y Valdivia «con grande benignidad y agasajo». Cuando estaba a punto de alcanzarse un final feliz, la mujer española del cacique se refugió con sus dos hijos en el fuerte de Paicaví. El hecho provocó la ira del jefe mapuche y se malogró el arreglo. Al parecer, contemporáneamente, el padre Valdivia fue conducido a un parlamento en Namcu (Longonabal según otra fuente), en tierra de guerra, ante multitud de ulmenes y conas (jefes y soldados) para que les ratificara el contenido de las cartas reales que declaraban su libertad. Peroró en la ocasión sobre los beneficios de la paz, del cristianismo y del vasallaje al rey. Afirmando que querían «paz, y no servicio», se allanaron a cumplir con las cinco cosas que el rey les mandaba en sus cartas. A saber: «no hacer ellos guerra a los Españoles, ni hurtarles un caballo tan solo, porque al que lo hurtare, le castigarán ellos. Lo segundo que en Catiray, no hay ninguna Española cautiva; que si la hubiera la dieran: que estén ciertos que en todas las Provincias donde hubieren cautivas las darán, a que ayudarán

AGÍ, Chile 166, Cedulario, lib. 1, fs. 236 V.-239.

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ellos, yendo conmigo [Valdivia] a persuadirlo por el bien común. Lo tercero que es admitir los Padres, que el Rey les envía a su costa, que de muy buena gana vengan, a confesarles lo que quisieren, y lo que es bueno, y hagan su casa donde quisieren; y que pasarán los mensajeros seguros, como lleven la señal, que les dieren; y que si vinieren Ingleses por la mar, y ellos lo supieren avisarán luego de ello; pero que ellos están la tierra adentro, y toca eso a los de hacia a la mar». Por su parte, los indígenas pidieron tres cosas: «que les quitase el Fuerte de San Gerónimo, el cual les era muy dañoso, porque todo lo que el Rey les ofrecía ellos se lo tenían, y poseían siendo Aucaes; porque el no servir, ni sacar oro, ni dar mitas, ni reconocer vecinos, ellos se lo poseen, y dejándoles aquel Fuerte en su tierra era fuerza entrar el campo nuestro a socorrerle y de camino el campo haría mucho daño a los Indios, porque es fuego abrasador por donde pasa, y esto es ocasión nueva de las rebeliones...» Valdivia se excusó de concedérselo, por considerar que carecía de atribuciones, pero ante la insistencia firme de los naturales accedió. El segundo pedido fue «que les volviese las piezas de Indias, y niños, tomadas en esta rebelión que estaban en los Fuertes: y así se lo concedí. Lo tercero me pidieron, que unos dos caciques, que estaban violentos en una Reducción de la otra parte del río, se pasasen a la parte contraria a su tierra. También se lo concedí». Tras esto, fueron con el misionero a ver al gobernador, en Concepción, quien aseguró que «un punto no saldría de lo que S. M. mandaba, que era, ayudarme [...] que tenía dado orden en todos los Fuertes para que yo fuese obedecido en todo cuanto ordenase como su propia persona». En consejo de guerra se aprobó la supresión del fuerte12. El cacique principal de la provincia de Illicura, Utaflame, fue convencido por el padre Valdivia de que solicitase la paz, a cambio de la cual le sería devuelto, sin tener que pagar rescate, un hijo suyo que estaba prisionero. Se presentó en el citado fuerte y razonó «con grande autoridad y con

12 BRAH, Colección MATA LINARES, t. XI, fs. 126-137 v., y TOLEDO, «Vista general...», págs. 136-145. El ex cautivo, fray Juan FALCÓN, en la declaración que hizo el 18/4/1614, afirmó que, ante la propuesta de paz de MELÉNDEZ, se juntaron más de tres o cuatro mil hombres, «se rieron mucho e hicieron donaire de todo diciéndole que en qué necesidad los tenían puestos los españoles para que ellos les diesen la paz y que si la querían había de ser con calidad de que esta ciudad de Santiago y todas demás del reino se habían de despoblar y dejarlos libremente e irse de la tierra», refiriendo otras varias manifestaciones de desprecio y rebeldía de los naturales, que culminaron con el asesinato de tres padres de la Com-

pañía. ZAPATER EQUIOK, «Testimonio...».

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discursos y voces dignos de que fuesen fruto de mayor estudio que el de un bárbaro —en opinión del cronista—. Asentó por fundamento los bienes y quietud que se granjean por la paz y los riesgos, daños y afanes que acarrea la guerra infiriendo, que tanto españoles como indios debían afeccionarse de la una y huir con todo conato de la otra. Disculpó su tesón y el de los suyos en la guerra y quitándole el nombre odioso de contumacia y rebelión, lo calificó de empeño justo y natural defensa de su libertad. Desaprobó con discreción el modo de proceder de algunos españoles que aun en la paz mostraron tener ánimo de enemigos, y en el gobierno más que superiores parecían amos. Propuso y decidió el modo de alianza que debía ajustarse, y los términos del vasallaje a S. M.» Sus condiciones fueron que se demoliesen las fortalezas del Bío-Bío al sur, que el río fuese el límite que ninguna de las partes pasaría armada, y que se devolviesen a Ancanamon su mujer e hijas, pues sin su contento no se podrían asentar conciertos firmes. A todos les parecieron razonables las condiciones. El gobernador le planteó, «en punto de vasallaje y confederación, que deberían salir a servir a S. M. con sus armas y caballos siempre que fuesen requeridos y dar a rescate todos los cautivos españoles de uno y otro sexo», y accedió «con buena voluntad». El punto de la mujer de Ancanamon quedó indeciso. «Con esto se juntaron las capitulaciones de una y otra parte, mataron los indios las ovejas de la tierra, ofrecieron al gobernador el ramo de canelo, según su uso, y quedaron las paces asentadas». Para contentar a Ancanamon, e incorporarlo a las paces, partieron en octubre de 1612 dos sacerdotes y un novicio, acompañados de Utaflame. El jefe purén, en quien no había disminuido un ápice el odio, lo descargó sobre los desventurados, quitándoles la vida13. En 1615, estando en quietud casi toda la provincia, ajustaron paces los caciques de Osorno y Valdivia con el padre Diego de Castañeda, cura de los fuertes, especialmente facultado para eso. En el fuerte de San Antonio de la Ribera, puerto de Carelmapo, el 2 de diciembre de 1614, un consejo de guerra había decidido la entrada de Castañeda en tierra de los indios de guerra, tras oír, por boca de una embajada suya, que «todos eran cristianos y conocían a Dios y al Rey y que les pesaba de las guerras pasadas y venían a obediencia, dando la culpa a los indios picuncheses y que en nombre de todos los demás daban la palabra de no hacer guerra ni movimiento pues no se la hacían a ellos y había dos años que no los maloqueaban, an-

13

OLIVARES, «Historia...», págs. 338-342.

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tes los recibían bien y así, querían salir a vivir a sus tierras debajo la protección real, haciéndose perpetuos amigos nuestros y de nuestros amigos y enemigos de nuestros enemigos, para cuya conservación pedían al dicho maestre de campo [Juan Perasa de Polanco, que como gobernador de la provincia de Castro presidía el consejo] volviese a enviarles nuevos mensajeros y entre ellos al dicho capitán Diego Páez, y porque ellos eran cristianos y se acordaban de Dios y de la salvación de sus almas, suplicaban con toda humildad y encarecimiento les enviase un sacerdote...». Autorizada la entrada, dieron a Castañeda la siguiente instrucción: «1. En lo que toca al ministerio de su oficio y procedía según el orden del santo concilio tridentino y conforme el poder que tiene del Sr. Obispo de la provincia. «2. Para acertar la nueva orden que el rey N. S. manda se tenga con los indios rebelados ayudase al capitán Diego Páez que va en su compañía a dar a entender a los indios con toda claridad lo que S. M. manda en esta forma. «3. Primeramente S. M., como señor y padre común pesaroso de todo lo susodicho, tiene por bien de perdonar todos los deservicios que se le han hecho durante la guerra así en materia de muertes como de hacienda y recibe en su protección y amparo a todos los caciques e indios que se le rebelaron con que de aquí adelante presten vasallaje y procedan como leales vasallos de S. M. «4. Asimismo perdona todos los españoles, mestizos, mulatos y negros que durante las guerras pasadas se hayan pasado al enemigo con que se vengan de su voluntad a su real servicio. «5. Manda S. M. que saliendo los indios a poblarse en lo llano y viviendo con quietud, sin tratar de cosas de guerra, que también los capitanes de estas fronteras no se la hagan ni maloqueen, pero que entre unos y otros haya amistad y buena vecindad. «6. Manda que todas las cosas habidas en buena guerra las tenga y posea la parte que las hubo sin que sea obligado a volver pero manda que haya rescates y trueques así de personas como de caballos dando los indios los españoles que tienen cautivos y nosotros los indios e indias que tuviéremos. \ «7. También rescatando por paño, vino, ropa y otras cosas para lo cual podrán los indios venir a nuestras tierras con toda seguridad y hecho el rescate volverse y nosotros ir a las suyas a lo mismo y ellos los han de asegurar. «8. Manda que los indios no han de dar paso por sus tierras a otros enemigos nuestros, antes se lo han de impedir y avisarnos. 72

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«9. Manda que sean amigos de nuestros amigos y enemigos de nuestros enemigos sin que falten en ello. «10. Manda que no reciban en sus tierras ningún indio ni india que se vayan huyendo de nuestra parte, antes los han de prender y traer a este fuerte donde se pagará el trabajo a los indios que los trajeren, y nosotros haremos lo mismo no recibiendo ningún indio que habiendo hecho allá maleficio o delito se viniere huyendo aquí, antes lo prenderemos y se lo enviaremos para que lo castiguen. «11. Pero hase de advertir que si algún cacique con todos sus vasallos o algún indio solo quisiere venir a vivir entre nosotros como cristiano y vasallo de S. M. que en tal caso ni ellos se lo han de estorbar ni nosotros habernos de dejar de recibirlos, antes se les hará buena acogida y se les dará tierras en que vivan y semilla que siembren. «12. Para que se entienda que de todo corazón y buena voluntad son cristianos y vasallos de S. M. han de hacer dos cosas demás de las dichas la una es que han de hacer iglesia en todas sus provincias y poner a sus puertas en que se manifieste ser cristianos y la otra que han de ser obligados siempre que yo o cualquiera maese de campo de la provincia los llamare venir con sus armas y caballo, o a pie con sus armas, y ayudarnos contra todo enemigo de S. M. y nuestro ahora sea inglés o holandés o indio. «13. Y no deben de escandalizarse de vernos hacer guerra en otras provincias porque se les hace para traerlos al servicio de S. M. y por no haber querido recibir la cruz ni dar la paz sino declararse por enemigos estando ciertos que a ninguno que dé la paz y se muestre vasallo de S. M. se le hará guerra por ningún caso. «14. Estos son los puntos principales desta materia después se les dirán los que resten. Lleva el padre vicario de término para ir y volver y estar de veinte a veinte y cuatro días y no más. «15. A los cuatro después que haya llegado entre los indios ha de despacharnos a Don Joan Meli Conguile dando aviso con una larga carta de la jornada que ha hecho y del modo con que lo recibieron y tratan y del estado en que quedan y lo que le parece del pecho de los indios. «16. Tratar en particular con Caniotaro rogándole de mi parte que me envíe a Caravajal pues allá le es de tan poco provecho y ofrecerles por su rescate una capa varón y capotillo y sombrero y lo que más Caniotaro quisiere y si lo ha de hacer que sea en esta ocasión de navio porque así habrá lugar de cumplir lo que se le promete. «17. Y asimismo informarse con secreto y con diligencia si es verdad que han estado o están navios de enemigos en el río de Valdivia o si fue 73

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falsa la nueva que desto hubo remitiéndolo todo a su buena prudencia y encomendándolo a Dios N. S.». Cumplida la misión, redactó una relación de lo sucedido. El 2 de enero de 1615, reunidos los caciques principales y demás indígenas, los exhortó a ser buenos cristianos y reconocer a Dios y al rey, quien les perdonaba los deservicios. El gobernador de los términos de Valdivia y Osorno, Francisco Güentemoyo, manifestó su deseo de dirigir una carta, en nombre de todos los caciques, al virrey y al gobernador de Chile, y le pidió que se la escribiese y firmase por ellos, y que como testigo lo hiciera el capitán Páez. No querían despoblar Valdivia ese mismo año, porque les sería perjudicial. Solicitaron que la paz fuese «adelante» por respeto de los indios de abajo, que los maloqueaban. Ellos se obligarían a sustentar a la gente de comidas y caballos, y además entregar los cautivos que estaban en otra tierra. Se quedaron «muy contentos». La carta que les escribió Castañeda, fechada el mismo 2 de enero, dice que «recibimos la paz y somos vasallos del rey N. S. y a su real corona y si nos rebelamos y alzamos fue por el gobernador Martín García Óñez y Loyola y los capitanes y corregidores de partidos y vecinos a los nuestros que no se contentaban con lo que S. M. manda sino antes entraban a nuestras tierras a hacernos vejaciones y agravios quitándonos las mujeres, hijos e hijas para su servicio y si ocurríamos a los nuestros corregidores de partidos y protectores y doctrineros antes los tales eran contra nosotros y no hallando amparo en nadie nos alzamos forzados y apurados de los agravios y también de temor de los enemigos rebelados de Purén, Tirva, Calcoymo y Relomo y demás provincias rebeladas a S. M. y no porque hayamos llevado cuidado ni tenido españolas ni profanado templos sólo habernos sustentado nuestra libertad, tierras, mujeres e hijos y ahora que sabemos que nuestro rey y señor como misericordioso perdona algunos deservicios que le hayamos hecho despachamos nuestros caciques al fuerte de Carelmapo do está el maese de campo Joan Perasa de Polanco cabo y gobernador de esta provincia de Castro a quien pedimos y suplicamos como cristianos y servidores de S. M. nos enviase un sacerdote y al capitán Diego Páez que fue el que primero entró en nuestras tierras...» Así, fue Castañeda a bautizar a sus hijos. Administró el sacramento a quinientos niños y niñas de solo una parcialidad, y no más, porque el tiempo era corto14.

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«Testimonio de las paces que ofrecen los indios de VALDIVIA Y OSORNO». AGÍ, Patronato 229, ramo 52. Hay una copia simple, con algunos errores, en: BNCh.JTM, Manuscritos, t. 112, fs. 385-439.

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Por real provisión del 21 de marzo de 1617 se determinó que los indios que daban la paz fueran puestos «en mi Corona y cabeza real declarándoles por libres y exentos de todo servicio», prohibiéndose que fueran llevados a mitas ni ocupados en otra cosa que el real servicio, y esto, pagándoles su trabajo15. Años después, una real cédula del 13 de abril de 1625 dispuso reanudar la guerra ofensiva y permitir de nuevo la esclavitud de los indígenas16. No sería la última vez que cambiaría la política española en esta materia.

3.

FAMOSO TRATADO AJUSTADO EN QUILLÍN POR EL GOBERNADOR MARQUÉS DE BAIDES EL 6 DE ENERO DE 1641 Y SUS RATIFICACIONES

En marzo de 1639 asumió el gobierno de Chile Francisco López de Zúñiga, marqués de Baides y conde de Pedrosa. Haciéndose eco de algunas de las ideas pacifistas de los jesuítas, pensó en revivir antiguos proyectos del padre Valdivia, pero alternando su ejecución con medidas militares. O sea, combinando la blandura con el rigor. En enero de 1640 encabezó una expedición armada a la Imperial. Tras haber quemado y talado las viviendas, comidas y sementeras de los indígenas, se abrieron negociaciones de paz. El caudillo de las tribus que habitaban las faldas de la cordillera, Lincopichun, se presentó en el campamento español para conferenciar. En prenda de la fe de su palabra ofreció una oveja de la tierra para que fuese sacrificada a su usanza, pues de esa manera aseguraban ellos las paces que prometían. Divididas las opiniones de los capitanes sobre su aceptación, el gobernador se inclinó al partido pacifista, mas sin renunciar a la desconfianza que generalmente exhibían los jefes españoles en esos casos. Hubo largas conferencias con los mapuches y —según relatan las crónicas jesuíticas— ocurrieron raros prodigios que convencieron a éstos de abandonar las armas y seguir el camino de la paz. Entre esos prodigios, hablan de un volcán, cuyas cenizas y lava calentaron las aguas y cocieron el pescado de los ríos; de una bestia monstruosa que corría por uno de esos ríos, siguiendo un árbol que flotaba en posición vertical; y de la visión de dos ejércitos que en el aire luchaban, venciendo siempre el situado del lado español.

15

AGÍ, Lima 37, lib. IV, fs. 55-57 v. BARROS ARANA, Historia..., IV, págs. 204-205. Se refiere a esta cédula la ley de la Rec. Ind. VI, ii, 14. 16

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Lincopichun se comprometió a incorporar más caciques a la negociación. En efecto, se fueron presentando al gobernador, que había regresado a Concepción, y recibieron sus agasajos y regalos. Con motivo de una segunda entrada del ejército, «con la más gente que pudo juntar», el 6 de enero de 1641 se formalizaron las paces en el parlamento reunido en los llanos de Quillín, con la participación de 162 caciques. Ovalle describió la ceremonia en los términos siguientes: «Habiéndose apeado todos, y tomado cada cual su asiento, se hizo silencio, y queriendo comenzar el parlamento el cacique Miguel de Ibarzos lengua general del Reino, se levantó el cacique Antegueno (que como el señor de la tierra traía en la mano la rama de canelo, señal de paz entre esta gente, como lo ha sido el de oliva aun entre Dios y los hombres) y tomando la mano, y en nombre de todos los demás caciques, dijo con mucha gravedad y señorío, que su usanza era antes de capitular, y asentar cualesquiera conciertos de paz, matar las ovejas de la tierra para que quedasen más fijos, y ninguna de las partes pudiese en ningún tiempo reclamar sobre lo una vez asentado: porque aquellos brutos animales después de muertos servían de un vivo ejemplar de lo que deben guardar los que se juntan a semejante acción: porque así como ellos estaban rendidos, y quietos, y testificaban con su sangre derramada, que no se podían ya menear, ni apartar de aquel lugar; así ellos no habían de moverse más, ni volver atrás de lo una vez prometido, ni faltar a la fidelidad debida aunque para esto fuese necesario derramar la sangre de sus venas, y perder la vida. «Acabando Antegueno su razonamiento se mandó traer luego delante de todos una de estas ovejas (que son a manera de camellos, y aunque no tan grandes, sirven como ellos al trajín de las cargas que se llevan de una parte a otra) y levantándose uno de los Toquis, o General de la guerra, y tomando en la mano un bastón de hasta dos varas de alto, le dio un feroz golpe con que la rindió a sus pies, y así fueron prosiguiendo los demás dejando muertas hasta número de veinte y ocho, y si tal vez no caía la oveja del primer golpe, se levantaba otro cacique con mucha ligereza, y le daba el segundo, con que la tendía en el suelo, y las que se quejaban o con las ansias de la muerte agonizaban, las acababan los circunstantes de matar, y después de muertas llegaban todos a sacarles los corazones, y rociar con su sangre el canelo que Antegueno tenía en la mano. [...] «Después de esta ceremonia se sentaron todos al derredor de las ovejas muertas, y hecho silencio comenzaron a tratar, y conferir entre sí sobre el asiento de las paces perpetuas, y el modo, calidad, y condiciones de jurarlas, y entablarlas: y habiendo hablado sobre esto con grande concierto y elegancia Lincopichon, y Antegueno (que son naturalmente retóricos 76

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estos indios, y se precian de hacer un buen parlamento) y replicado de nuestra parte lo que pareció conveniente, proponiéndoles las condiciones, y pactos que parecieron más importantes al servicio de entrambas majestades, y habiendo dado y tomado sobre la materia, se levantó Liencura, cacique muy principal, hombre sagaz, gran soldado, de muy vivo ingenio, muy entendido y práctico, de edad de sesenta años, y que hasta entonces se vivía con recelo de sus astucias, y hizo tal razonamiento a los suyos acerca de la paz, y condiciones de que se trataba, representándoles la infelicidad y trabajos de las armas, y causó tal moción en todos, que se levantaron en pie, y clamaron apellidando a voces la paz, y nombrando sus antiguas tierras de donde los tenían desterrados las guerras, prometieron volverse a ellas dentro de los seis meses como se les había propuesto. «Hicieron luego las capitulaciones, y la principal parte de los indios fue, que no habían de ser encomendados a los españoles, sino que habían de estar en cabeza de S. M., y debajo de su Real amparo, reconocerle vasallaje como a su señor, y que con esto se volverían a poblar sus tierras, y los españoles podrían reedificar sus antiguas ciudades. Que estarán obligados a salir siempre que fueren apercibidos, con armas y caballos, a cualquiera facción que se ofrezca del servicio de S. M., y le entregarán a rescate todos los cautivos españoles, y españolas que tuvieren en sus pueblos; y otras a este modo. Para cuyo cumplimiento ofreció cada parcialidad dos indios de los más principales en rehenes, los cuales se trajeron a nuestras tierras hasta que ellos pueblen las suyas propias, y de hecho entregaron luego veinte y dos cautivos españoles que había en la ribera de la Imperial. Lo cual concluido, y hecho el juramento, se levantaron todos los caciques, y abrazaron al marqués, y a los demás capitulares, y religiosos de la Compañía de Jesús, que se hallaron en aquella junta, y luego hicieron sus presentes de los regalos que traían prevenidos de sus tierras»17. 17 OVALLE, Relación... El mismo texto resumido, pero extraído de la Histórica relación del Reino de Chile del mismo OVALLE (reedic. de la Colección de Historiadores de Chile y de Documentos relativos a la Historia Nacional, Santiago de Chile, 1888), reprodujo ABREÜ Y BERTODANO, Colección..., III, pág. 416, bajo el título «Capitulaciones de la Paz hecha entre la Corona de España, y los Indios Araucanos del Reino de Chile, después de 43 años de su levantamiento general: ajustadas por D. Francisco DE ZÚÑIOA, Marqués de Baides, Conde de Pedrosa, Gobernador, y Capitán General de aquel Reino, con los Caciques LINCOPICHON,

ANTEGUENO, LIENCURA, CH[CAGUALA, GUAQUILLAUQUEN, y otros de parte de los indios en el

Valle de Quillán a 6 de enero de 1641». La inclusión del tratado en la Colección es una prueba categórica del valor que la Corona atribuía a esos actos, similar al de los tratados con las naciones europeas. Amplia información sobre la publicación del tratado por ABREU en: SZÁSZDI LEÓN-BORJA y PALMA GONZÁLEZ, «El parlamento...», págs. 703-710.

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El gobernador Jerónimo de Quiroga se expresó en términos despectivos sobre los pactos con los naturales, en especial sobre éste. «De estas paces que hacen los gobernadores —dijo—, mandan grandes informes al rey, pero nunca le dan cuenta de lo que deshacen o dejan de hacer. Informó Lazo, que había retirado los indios más allá de la Imperial, y éste informa que los indios así retirados los había reducido con la paz, y todo no es otra cosa que perdonarles los pasados desórdenes, dejarlos en la posesión de la tierra, y darles comodidades y facultad para correrías, muertes y robos. Es cierto que los artículos de la paz están bien parlados con textos, y términos que dan golpe; pero como todos son terminantes como la ley de Dios, en dos, que son poblarse y desarmarse; viendo que esto se resiste con tenacidad, se cohonesta la repulsa diciendo que queda su decisión para después»18. Asimismo, negativo fue el juicio de Diego Barros Arana, a fines del siglo XIX, dominado por el darwinismo social, entonces muy difundido junto con el positivismo. «Aquella negociación -—escribió—, que por las condiciones de uno de los contratantes no podía formularse en un tratado escrito, ni tampoco había de ser largo tiempo respetada, no consta de ningún instrumento serio; y sus estipulaciones no nos son conocidas sino por lo que acerca de ellas escribieron los españoles. [...] Aun los que pensaban que era posible tratar con los indios, sostenían que el pacto celebrado por el marqués de Baides era depresivo para los españoles», y reprodujo algunos conceptos de Quiroga19. Sin embargo, no fue ese el parecer de la Corona. El 18 de marzo Baides informó al rey del feliz suceso, pero también de sus dudas y prevenciones acerca del cumplimiento de lo pactado. Aclaró que no les propuso la enseñanza de la religión, pese a ser el principal intento de la majestad, por «algunas consideraciones», mas persuadido de que la admitirían en el futuro. Varias veces los españoles postergaron este objetivo en aras de las paces, en particular en la Nueva España. El 8 de junio el virrey del Perú, Marqués de Mancera, transmitió al rey su juicio. Sentó como principio ser opinión común el admitir la paz cuando la pide el enemigo, y no ocultó sus temores sobre el éxito del tratado: «si el español no puede tener indio, o negro para su servicio y adquirir plata y oro no permanecerá en aquel reino, y así reconozco mucha duda en la seguridad de estos tratados, y hasta ver si los caciques que se han

«Compendio histórico...», pág. 146. Historia..., IV, págs. 363-365.

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reducido lo hacen por tener sus tierras aseguradas del daño, y despojos de la guerra [...] no se puede tener prenda cierta de sus ofrecimientos y promesas». No obstante, se declaró partidario de su aprobación, y de poner a disposición de Baides los recursos necesarios para asegurar el resultado. Consultada la Junta de Guerra de Indias, su dictamen fue que se agradeciera al gobernador la prudencia con que se había conducido, y se le encargase continuar «por todos los medios posibles el efecto de la paz y reducción de los dichos indios, haciéndoles todo buen tratamiento y agasajo de suerte que se persuadan cuan bien les estará la sujeción y obediencia que deben a V. Majestad y que según lo que fuese reconociendo podrá ir introduciendo que algunos religiosos los vayan catequizando y reduciendo a nuestra Santa Fe Católica». Felipe IV aprobó la conducta de Baides por su cédula del 29 de abril de 164320. El nuevo gobernador, Martín de Mujica, llegado a Concepción el 8 de mayo de 1646, quiso renovar las paces y, como ya era o sería costumbre, convocó a un parlamento general21, también en Quillín, el 24 de febrero siguiente. Se celebró en la ocasión —con palabras del propio Mujica— «la paz más universal y de mayor felicidad que al parecer han visto estas provincias, por haber venido de lo más remoto de ellas a darla con mucho gusto y regocijo sus menos comunicados habitantes». El veedor Francisco de la Fuente Villalobos, quien había recorrido el territorio araucano para las negociaciones preliminares, fue el encargado, en el parlamento, de fijar las bases del acuerdo. Estas fueron: que los indígenas dieran paso expedito por sus tierras a los españoles para que pudieran comunicarse entre Concepción y Valdivia, que admitieran en cada tri20

El Marqués de MANCERA al rey: Callao, 8/6/1641; AGÍ, Lima 50, lib. 2, n° 33. Consulta de la Junta de Guerra al rey: AGÍ, Chile 4, n° 51. BLANCPAIN, Les Araucans..., págs. 101-102, exagera su juicio sobre el tratado, tanto cuando afirma sin conocimiento de causa que implicó «el reconocimiento por España y por la primera vez de una nación aborigen de América» —me remito como refutación a lo dicho hasta ahora— como cuando lo considera «fundado sobre el principio de desigualdad característico de la Conquista» y que «queda viciado por la incomunicación y la incomprensión mutua porque resulta del deseo español de sustituir simplemente la astucia a la fuerza sin modificar el objetivo a alcanzar». Aun supuesto que hubiera sido esta su única razón, pocos tratados quedarían en pie, incluso entre los celebrados por las naciones europeas entre sí. Sobre las paces DE QUILLI'N, vid., además: AVILA MARTEL, «Régimen jurídico...», págs. 333-334. 21 El gobernador Manuel DE AMAT Y JUNIENT, en carta a! rey desde Santiago el 18/4/ 1757, expuso que «siguiendo la práctica que han observado todos mis antecesores recién entrados a este gobierno, convoqué a los indios de los Llanos de la Costa Pehuenche, y demás parcialidades, que es uso y costumbre, para celebrar parlamento general» (BNCh.JTM, Manuscritos, t. 188, n° 4.315).

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bu un capitán español que les hiciera justicia y los representara ante el gobernador22, que no celebrasen juntas ni borracheras sin permiso de los capitanes, que favoreciesen la entrada de misioneros en su territorio, y que permitieran la fundación de poblaciones o fuertes donde conviniera a los españoles. A cambio de ello, se comprometían éstos a dejarlos en completa libertad, a no imponerles el servicio personal, y a pagarles en dinero el trabajo con que espontáneamente quisieran ayudarlos. Todas las condiciones fueron aprobadas23. El mismo veedor fue comisionado por Antonio de Acuña y Cabrera, sucesor de Mujica, para una gestión similar. El 24 de enero de 1651 tuvo lugar en Boroa el nuevo parlamento. El gobernador propuso las condiciones estipuladas en las asambleas anteriores, y las amplió con otras. Los araucanos debían renunciar definitivamente al uso de sus armas, salvo para auxiliar a los españoles, trabajar en las fortificaciones de éstos, dar paso por sus tierras a las tropas del rey, facilitar por todos los medios la actividad de los misioneros, y reducirse a vivir como gentes pacíficas, consagradas a los trabajos agrícolas, para la manutención de sus familias y del ejército. Los naturales habrían aceptado las condiciones, acota Barros Arana, como habrían aceptado cualesquiera otras que les hubieran dejado algunos meses de suspensión de hostilidades para hacer sus cosechas y reponerse de los quebrantos anteriores24. Nueve años después de la firma del primer tratado de Quillín, la opresión que sufrían los mapuches —en particular la reducción a esclavitud y el servicio personal— los forzó a quebrantarlos. Antes de la ruptura se habían producido incidentes menores. Un elocuente anónimo de la época, probablemente jesuítico, presenta la situación con toda crudeza: seguirían conservando la paz «si no los hubiéramos obligado y compelido a faltar a lo prometido, reventando como volcán, que un sufrimiento dilatado daría a más si llega a descorregido»25.

22

Fue la institución del «capitán de amigos». Vid.: LEVAGGI, «Una institución...».

23

BARROS ARANA, Historia..., IV, págs. 423-424.

24

ídem, págs. 459-460. 25 «Descripción y cosas notables del Reino de Chile, para cuando se trate en el año de 1655 del notable levantamiento que los indios hicieron en él», BNE, Manuscritos, n° 2.384, reproducido en: LÁZARO AVILA, Las fronteras..., Apéndice B, págs. 113-115.

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4.

CAPITULACIONES HECHAS POR EL GOBERNADOR ÁNGEL DE PEREDO EN EL TERCIO DE SANTA MAR(A DE GUADALUPE Y BENAVÍDEZ EL 3 DE DICIEMBRE DE 1 6 6 2 , Y EN EL DE SAN FELIPE DE AUSTRIA Y NUESTRA SEÑORA DE LA ALMUDENA EL 11 DE ENERO DE 1663, RATIFICADAS AL DÍA SIGUIENTE

Como preliminar de las capitulaciones que esperaba celebrar, el gobernador Ángel de Peredo llamó a una junta de guerra en el tercio de Santa María de Guadalupe y Benavídez, la que se efectuó el 2 de diciembre de 166226. Varios caciques habían ofrecido la paz y obediencia al rey, y la junta debía pronunciarse sobre cuanto se había de tratar y asentar con ellos. Todos los capitanes estuvieron de acuerdo en celebrar la paz y proponerles los puntos y capitulaciones siguientes: «Primeramente han de oír la Doctrina cristiana y enseñanza de la fe católica y tratar con toda reverencia a los sacerdotes y cuando pareciere a los dichos doctrineros que están bastantemente instruidos en el catecismo han de recibir el santo bautismo y los niños y niñas de menor edad se han de bautizar luego con voluntad de sus padres y los han de llevar o enviar a oír la Doctrina cristiana siempre que fueren llamados y después de bautizados han de vivir como católicos cristianos a ejemplar de los buenos españoles y han de hacer iglesias y dejar los abusos y hechicerías pena de que serán castigados los que las usaren. «2. Que ha de quedar a arbitrio del gobernador de este Reino de Chile el poblar y acuartelarse en la parte más conveniente al servicio de su Majestad sin que ningún toque general o cacique ni otro indio pueda ni se atreva por sí ni por otra persona mediata o inmediatamente a hacer resistencia alguna y que hayan de ser obligados a ayudar a formar las dichas poblaciones en cualquiera parte aunque sea fuera de sus provincias sin réplica ni excusa alguna y asimismo ha de acudir a reparar las que estuvieren hechas con los materiales necesarios. «3. Han de ser amigos con toda verdad y buen corazón de los españoles e indios nuestros amigos y al contrario tomar las armas todas las veces que se les ordenare el Gobernador así a pie como a caballo contra aquellos que fueren rebeldes y perturbadores de la paz. «4. Que todos los caciques e indios de cualquiera calidad y condición que sean que quisieren venir a vivir entre nuestros indios amigos o espa-

26 Sobre la junta de guerra como instancia preparatoria del parlamento, vid.: MÉNDEZ BELTRÁN, «La organización...», págs. 125-133.

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ñoles con sus familias o sin ellas les hayan de dar paso franco sin ponerles ninguna dificultad. «5. Que si algunos caciques o indios de los que están en nuestras tierras en reducciones quisieren mudarse de ellas a las suyas ellos no los admitan sin que lleven expreso orden del señor Gobernador por escrito y a los que fueren de tal calidad sean obligados a prenderlos y remitirlos. «6. Que a todos los españoles y españolas que tuvieren cautivas de cualquier edad y condición que sean les hayan de dar libertad y entregarlos en este tercio al maestre de campo general del Reino dentro de quince días de la fecha de ésta y ansimismo han de ser obligados a hacer que todos los indios así yanaconas como de reducciones y demás parcialidades se vengan a las tierras en donde vivían antes del alzamiento general pues la voluntad de el Rey nuestro Señor es que nadie se desnaturalice de su patria sino cuando convenga a su Real servicio y bien público de sus Reinos. «7. Que todos los indios o indias de servicio así esclavos como de otra cualquiera calidad y condición que sean, que estaban en poder de los españoles y los hubieren maloqueado y cautivado desde el alzamiento acá, estén obligados a restituirlos. «8. Que si algún toque general, cacique principal o indio alguno intentare perturbar la paz de palabra o pasando flecha a su usanza sean obligados a prenderle o dar parte al señor Gobernador o a sus ministros pena de quedarse por traidor y se le quitará la vida igualmente como al agresor. «9. Que han de vivir los toques generales, caciques e indios entre ellos como buenos amigos en paz y quietud sin que se hagan daño los unos a los otros ni se hurten nada pena de que serán castigados los que cometieren el delito y el toqui general o caciques a quienes sus subditos les pidieren Justicia sean obligados a hacérsela rectamente porque la intención del Rey nuestro Señor es que vivan en paz y quietud y conformidad como los españoles. «10. Que no puedan juntarse a públicas borracheras ni a juegos de chueca sin licencia del señor Gobernador o cabo general que gobernare las fronteras o de sus capitanes porque así conviene al servicio de su Majestad. «11. Que hayan de obedecer a los capitanes y oficiales mayores que se les pusiere para gobernarlos en todo lo que se les ordenare del servicio de Dios y de su Majestad y como si el mismo señor Gobernador se lo mandase y si en algún tiempo recibieren algún agravio de sus capitanes y oficiales o de otros cualesquier españoles o personas que están debajo de 82

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nuestra Jurisdicción acudan al señor Gobernador o al protector que dicho señor Gobernador les señalare para que les defienda según su Majestad dispone en sus Reales cédulas y sean castigados los que les agraviaren. «12. Que ningún cacique ni indio ni india de cualquier calidad y condición que sea pueda entrar en nuestras tierras por camino extraviado sino por el camino Real que cursan los españoles y juntamente sean obligados los tales a pedir licencia al maestre de campo, gobernador o cabo de la frontera por la parte donde vinieren para poder hacer su viaje diciendo y explicando primero adonde y cómo van. «13. Que sean obligados si se huyeren de sus banderas algunos españoles soldados a sus tierras a traerlos ante el señor Gobernador sin consentirles por pretexto alguno vivir y conservarse en ellas pena de que los encubridores serán castigados con todo rigor ajuicio arbitrario del señor Gobernador». Al día siguiente, en el mismo sitio, se reunió Peredo con los caciques, quienes llegaron «sin armas con toda sumisión y rendimiento». Tomó la palabra, en nombre de todos, Clentaru, de la provincia de Moluilla. Expuso la necesidad de echar al olvido los derramamientos de sangre, muertes y hostilidades sucedidos, y suplicó al gobernador que los admitiese a la obediencia que de nuevo ofrecían al rey, por sí y por los 1.516 indios de lanza de sus provincias. Querían ser verdaderos amigos de los españoles y servir al rey como leales vasallos. Peredo les propuso las severas capitulaciones antes acordadas. Les fueron explicadas una por una y se les pidió que respondieran a ellas «libre y espontáneamente porque no se les hacía violencia alguna y lo que ahora aceptasen habían de guardar en adelante y de su transgresión les pararía después grave perjuicio». La respuesta de cada uno fue que las aceptaban y observarían puntualmente. Así, habrían quedado concertadas, pero es sospechoso lo que dice el acta del total acatamiento de los caciques, sin observación alguna, a unas condiciones tan estrictas como eran ésas. En algún punto se puede conjeturar la existencia de una falla. En el tercio y cuartel de San Felipe de Austria y Nuestra Señora de la Almudena el gobernador celebró el 11 de enero de 1663 una reunión semejante con otros caciques, la que se desarrolló —según el acta— en términos muy parecidos a la anterior. Las capitulaciones que les sometió fueron las mismas. Lincopichon, que había hablado por todos, fue el encargado de aceptarlas «y todos juntos con aclamación dijeron lo mismo repitiendo que obedecían dichas capitulaciones en su nombre y de todos sus soldados y subditos y que las observarían puntualmente porque están muy justificadas y nada gravosas sino con muchas conveniencias 83

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suyas». Al día siguiente, preguntados los caciques si tenían algo de nuevo que pedir, ratificaron la aceptación de las trece capitulaciones tal como estaban formuladas27. El nuevo gobernador, Francisco de Meneses, comunicó al rey haber ido muchos caciques a la Concepción a pedir la paz, «que se celebró debajo del seguro de haber entregado los más principales sus hijos únicos en rehenes, condición que aunque al principio les pareció a todos, amigos y enemigos, duras, cuanto a mí [a él] necesaria, se consiguió después». Al despedirse los naturales pidieron dos capitanes para que los asistiesen en sus tierras. Unos días después, Meneses recibió la noticia de que habían sido muertos junto con los dos soldados que los acompañaban28. 5.

ARTÍCULOS CONFERIDOS EN EL PARLAMENTO GENERAL EFECTUADO EN YUMBEL EL 1 6 DE DICIEMBRE DE 1 6 9 2 , PRESIDIDO POR EL GOBERNADOR TOMÁS MARÍN DE POVEDA

Continuando con una práctica que ya era frecuente, el gobernador Tomás Marín de Poveda reunió un parlamento general con los caciques que habían dado obediencia al rey, en el tercio de San Carlos de Austria, llamado comúnmente Yumbel, el 16 de diciembre de 1692. Las proposiciones que les hizo les fueron declaradas en su lengua por el intérprete general del reino, el capitán Antonio de Soto Pedrero. Fueron las siguientes: «que habiendo ido Su Señoría a la Corte del Rey N. S. (que Dios guarde) informó a S. M. y a su Consejo de todo lo tocante a esta guerra por las experiencias que tenía della, y especialmente de los indios, y mantenerlos en paz y justicia no permitiendo que se les hagan molestias ni agravios, finalmente a tratarlos y a que sean tenidos por vasallos de S. M. como lo son los demás sujetos a su Corona, gozando enteramente de su libertad y siendo cierto que sobre estos fundamentos y voluntad de S. M. ha de tener en su gobierno la principal atención, que sepan los dichos caciques que

27

AGÍ, Chile 22, ramo 4, n° 37. Hay una copia de la junta del 2/12/1662 en: BNCh.JTM, Manuscritos, t. 146, n° 2.793. 28 Santiago, 25/10/1666. AGÍ, Chile 22. Muy probablemente se refería a esta gestión fray Juan DE JESÚS MARÍA cuando consignó lo siguiente: «Tratáronse paces con los indios de guerra y se celebraron con aquella ridicula cláusula de rehenes, que duró poco. Algunos caciques entregaron sus hijos, otros más sospechosos lo rehusaron; y no hicieron mal cuando vemos algunos de estos rehenes vendidos por esclavos; otros se restituyeron a sus tierras. Quedaron finalmente celebradas las paces» («Memorias...», pág. 72.).

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igualmente han de corresponder como tales vasallos, y procurar de su parte seguir e imitar las costumbres y modo de vivir de los españoles. «Y porque la principal razón de la unión de los subditos de una Corona es la religión en que todos se han de conformar, que se conocerá principalmente la buena fe con que los dichos caciques y sus sujetos desean mantenerse en la obediencia de S. M. en admitir la doctrina Católica y pasto evangélico, solicitando y pidiendo ellos ministros que los instruyan. «que supuesto que todos están contentos y gustosos con la paz que se asentó el año de mil seiscientos y setenta y cinco reconociendo que deste beneficio se les sigue vivir quietos en sus tierras, gozar de sus haciendas, familias y ganados, y que en todo este tiempo han experimentado que los españoles y ministros de S. M. no les han hecho guerra ni les han inquietado con malocas, que tengan entendido que de aquí adelante se ha de observar lo mismo perpetuándose la paz. «y que los españoles no han de comprar piezas a la usanza que si los indios tuvieren algunas que dar a los españoles por delitos que ellas cometan las han de alquilar para que sirvan, obligándose el español ante los cabos y ministros a hacer papel para satisfacer las pagas que les hubieren costado en el servicio personal de aquellos años que se ajustare, en la conformidad que capitularen, con calidad que la haya de tener por libre y alquilada como se acostumbra entre los mismos españoles y haciéndole buen tratamiento y enseñándole la doctrina Cristiana, y cumplido el término si no estuviere gustosa en la parte donde está ajustada podrá como libre servir a quien quisiere y fuere su voluntad. «que cumpliendo los caciques e indios con su obligación en cuanto a la paz, y a vivir quietos y sosegados, Su Señoría y los demás sucesores y ministros los mantendrán en ella y en justicia y no permitirán que se les haga agravio, y que se les pondrán lenguas, hombres de bien y celosos del servicio de Dios y de S. M. que les traten bien y no les inquieten sus mujeres e hijos ni beban ni se embriaguen con ellos y que en esto los caciques tampoco los han de persuadir, porque no podrá gobernar ni administrar justicia el que estuviere privado de su juicio. «y pues en los indios es tan frecuente esto que les será de mucha utilidad que el español que fuere su capitán no se embriague para que pueda componerlos en sus disturbios y quitarles las ocasiones de que se hagan daño unos a otros mirando siempre por el mayor bien y conservación de los indios, que es a lo que se han de encaminar sin otro fin, y que si alguno faltare en alguna cosa destas Su Señoría lo castigará severamente. «que todos aquellos que según sus ritos tuvieren atrevimiento de quitar la vida a algún cacique o indio según sus brujerías no hayan de quitar85

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les la vida ni quemarles sus casas como acostumbran sino dar parte a su capitán o ministro principal de la frontera para que se les haga justicia. «que en nombre de S. M. les da a todos los caciques muchas gracias por la paz que se ha mantenido hasta ahora y porque han acudido a todo lo que se ha ofrecido del Real servicio con mucha puntualidad y esperan que en lo de adelante se continuará sin novedad alguna, en cuya correspondencia les ofrece Su Señoría ampararlos y defenderlos de sus enemigos. «que con la noticia de haberse publicado la libertad en este Reino, pueden venir extranjeros de Europa a hacerles daño y sacarlos de sus tierras llevándolos por esclavos en conchabo y cambio de los negros que traen, y por si esto intentaren tendrá Su Señoría el Ejército disciplinado y apercibido para su defensa sin que ellos hayan menester acudir a otra cosa que a cuidar de sus casas y familias y que en todo lo demás que fuere de su utilidad y conveniencia les asistirá Su Señoría con mucho amor y voluntad. «que han de procurar entrar y salir libremente y sin recelo en las ciudades y poblaciones de los españoles de todo el Reino y tratar con ellos y vender sus mantas y otros géneros que tuvieren comprando de los españoles lo que hubieren menester, reduciéndose el trato y familiar conversación que tienen los españoles, procurando criar ganados mayores y menores y hacer sementeras en abundancia, que con eso tendrán de qué poder echar mano para el remedio de sus necesidades sin vender sus hijos y parientes, y poco a poco reconocerán el bien que se les ha de seguir de eso. «que la más principal orden que trae de S. M. y las que todos sus antecesores han tenido es que procuren reducirlos al gremio de Nuestra Santa Fe Católica para que sean cristianos como los demás vasallos suyos y esto no ha tenido efecto ni se ha podido ejecutar respecto de las guerras que entre unos y otros ha habido. Cesado enteramente, S. M. manda se les trate sólo desto. Y deseando Su Señoría cumplir con esta obligación solicita medios de conseguirlo y de vencer algunas dificultades que ocasiona el modo de vivir que tienen los indios, que todo espera se ha de ver logrado con el favor de Nuestro Señor y con la buena voluntad de los indios para lo cual en primer lugar han de admitir ministros evangélicos que los instruyan y bauticen y los casen según orden de Nuestra Santa Madre Iglesia y esto sólo aquellos que voluntariamente sólo [sic] quisieren ser Cristianos y que ellos han de concurrir a ser enseñados y sus hijos y parientes y han de ordenar y persuadir a sus sujetos que ejecuten lo mismo acudiendo a rezar y oír misa como lo hacen los españoles que ellos han visto. «que han de fabricar en sus reducciones las iglesias y capillas que fueren menester en los parajes de mayor concurso para que los puedan enseñar, que Su Señoría dispondrá dar las imágenes, ornamentos y demás 86

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adornos para ellas sin que a los indios les cueste nada más que cuidar dellas, y que siempre estén con el respeto y reverencia debidas que a los ministros y misioneros los han de tratar y reverenciar con la humildad y respeto que habrán visto los tratan los españoles y demás Cristianos católicos obedeciendo y ejecutando todo lo que dispusieren y mandaren tocante a la doctrina. «que Su Señoría les da muchas gracias a todos los caciques e indios de las parcialidades de Repocura, la Imperial, Boroa y otras partes donde han admitido al visitador Don José González de Rivera y han oído su doctrina, concurriendo a las iglesias que se han fabricado en sus reducciones para ser enseñados». Siguen agradecimientos semejantes para otros caciques e indios y a continuación: «que no tengan horror a los sacerdotes, por juzgar que los han de tratar mal, y que digan para su prueba si el padre de Repocura, que es el que más en medio está de ellos, si al más mínimo ha hecho algún agravio, así en Repocura como en toda la tierra, y que de esta suerte les tratarán y que si así no lo hicieren, que de la manera que se quita un lengua se quitará al que los maltratare. «que han de estar obligados los capitanes y los tenientes españoles que les gobernaren, a avisarlos, citarlos y juntarlos todos los días que llegaren los misioneros a las iglesias o capillas para que se junten todos los de aquel contorno de calidad que por medio de su prevención no les sirva de molestia el haber de concurrir las mujeres y niños. «y asimismo han de estar obligados los dichos capitanes y tenientes lenguas a enseñar las oraciones y rezar el rosario de Nuestra Señora en procesión cantando en voz alta, y pues lo han de solicitar los principales caciques como soldados y vasallos de S. M. siguiendo el ejemplo de todo lo que se ejecuta en los cuerpos de guardia deste ejército. «que no se les ocupará sino en lo que fuere muy preciso del servicio del Rey reservándolos de todo aquel tiempo que hubieren menester para emplearse en la doctrina todos aquellos que tuvieren misioneros y fabricar iglesias, salvo en los casos de fabricar algún fuerte o reedificarle que entonces hasta los mismos sacerdotes ocurrirán. «que cumpliendo todos los caciques de la tierra con todo lo que se les propone, en nombre de S. M. repite Su Señoría les administrará justicia, sin permitir que ninguno de sus ministros, capitanes ni soldados les maltraten y violenten. «y que tendrán siempre hasta el más pobre indio las puertas de su casa y de su corazón abiertas sin necesitar de padrino ni de favor para que les oiga, consuele, y honre a todos juntos y a cada uno de por sí, conforme lo que hicieren y se adelantare así en la religión como en el servicio de S. M. 87

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«y les concederá y guardará y hará guardar todos los privilegios, que tienen concedidos por cédulas de S. M., y gozarán enteramente de su libertad, y les asistirá en todas aquellas cosas que conduzcan a su mayor bien y utilidad. «y que según fuere ofreciendo el tiempo la ocasión de adelantar algo en cualquiera de las materias contenidas en estos capítulos se lo propondrá Su Señoría por sí o por sus ministros, o si ellos tuvieren que representar lo podrán hacer libremente que Su Señoría les oirá y atenderá a su bien y conservación como lo experimentarán con el tiempo y de todo lo contenido en estos capítulos y de sus respuestas dará cuenta a S. M.». Por todos los naturales habló el cacique Luis Guilipel, «soldado de la reducción de San Cristóbal, que es doctrina de la Compañía de Jesús, a quien tocó el primer lugar por celebrarse la Junta en la jurisdicción de su tierra, según el orden de su usanza». Propuso —de acuerdo con el acta— la aceptación de todo, por ser en utilidad de todos ellos, de su salud espiritual y propia conveniencia temporal. A continuación, los demás caciques se expresaron en términos parecidos. Guenchunaguel puso por único reparo que en la ley católica no se admitía más que una mujer, mientras que según la suya podían ser múltiples, para así mantenerlos de chicha y vestuario, «en que fundaban su grandeza y ostentación». Todos los caciques compartieron esa objeción. El gobernador los conformó, diciendo que «por ningún caso se les obligaba por fuerza a dejar las mujeres sino que se les daba a entender la prohibición dellas en la ley Católica y que si por entonces les parecía intratable era por no estar instruidos en la fe, y que después de entrar en conocimiento se les haría muy suave y que no prohibía las criadas para el servicio y podían casarse con una mujer y que las demás se tratasen como sirvientes y deste modo no se impedían las ostentaciones de sus personas». El acto concluyó con los habituales agasajos29. Salvo por el hecho de que la capitulación no tuvo carácter imperativo, sino que se pidió el consentimiento o la adhesión libre de los indígenas, con lo cual conservó su naturaleza contractual, el contenido resulta más propio de un acto jurisdiccional que de un tratado. Parece ser la señal de que se estaba produciendo un avance en el proceso de sometimiento de las comunidades a la Corona, y en el cambio de la relación, que de horizontal pasaba a ser vertical, o sea, una relación que correspondía, no ya a naciones independientes, sino a vasallos.

Testimonio. BNCh.JTM, Manuscritos, t. 315, fs. 1-54. Vid.: LEÓN, «El pacto...».

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CAPÍTULO IV

RÍO DE LA PLATA Y NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVII

1.

TRATADO ENTRE EL GOBERNADOR DEL TUCUMÁN ALONSO DE MERCADO Y VILLACORTA Y LOSTOCAGÜESY VILOS DEL 13 DE DICIEMBRE DE 1 6 6 2

En varios frentes se desarrollaron negociaciones de paz y alianza con los indígenas de la región rioplatense. Entre las primeras, figuran las que Ruy Díaz de Guzmán sostuvo en 1615, con motivo de su entrada a las tierras de los chiriguanos, en la provincia de Tarija. Anunciada la jornada que iba a emprender, se le presentaron dos caciques del pueblo de Charagua llamados Guyrapiru y Camaripa, «con los cuales el dicho gobernador asentó paz y amistad y ellos dieron la obediencia y vasallaje a su Majestad, ofreciéndose a acudir con fidelidad a todo lo demás que fuese necesario a la dicha conquista; lo cual se hizo por escritura, en la dicha Frontera de Tomina, a diez y siete de julio del dicho año»1. Sobre los términos en que se hacían esas propuestas españolas de paces, es interesante lo que dice la «Relación» de Díaz de Guzmán: envió un indio para «que viniesen a dar la obediencia al Rey nuestro Señor, y a someterse debajo de la real corona. Y que viniendo como debían de paz y amistad, él les haría merced y los ampararía en el real nombre tratándoles ' DÍAZ DE GUZMÁN, Relación..., pág. 81. SAIGNES, «La guerra...», págs. 113-115, comenta el tratado. En carta del 25/3/1609 el virrey del Perú, Marqués de MONTESCLAROS, decía ál rey, que «los indios chiriguanos están más quietos que hasta aquí y dan muestras de desear la paz» (AGÍ, Lima 36, lib. IV, f. 157).

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como tales vasallos; porque la intención real era de que viviesen en paz y en justicia políticamente, y que conociesen al verdadero Dios, y recibiesen su ley evangélica, para que fuesen cristianos y estuviesen debajo del gremio de nuestra santa madre Iglesia y que esto hiciesen llana y pacíficamente sin estrépito de armas ni bullicio de guerra, viniendo con toda paz a verse con él, y asentar lo demás que les convenía; y que de lo contrario los tendría por enemigos y desobedientes a los mandatos de su Rey y Señor. Lo cual se le dio a entender al dicho mensajero y llevó por escrito el dicho requerimiento»2. El documento nos retrotrae a la época del requerimiento compulsivo —iba dirigido a indios considerados rebeldes— si bien atenuado por el hecho de que no pretendía una obediencia incondicional sino pactada, como que entre los términos de la demanda figuraba el que compareciesen para «asentar lo demás que les convenía». Un segundo frente se abrió en los valles Calchaquíes tucumanos, donde volvieron a sublevarse los naturales. Dos veces lo hicieron en ese siglo: en 1630 y en 1657, hasta que el gobernador Alonso de Mercado y Villacorta logró dominarlos en 16673. Mercado y Villacorta gobernaba el Tucumán desde 1655. Sorprendido, en un principio, por el fingido inca Pedro Bohorquez, instigador del segundo levantamiento, lo recibió con agasajos en 1657, en la ciudad de Londres, y escuchó y consideró sus proposiciones en juntas formales que presidió los días 2, 7 y 11 de agosto. Dice Lozano al respecto que diecisiete personas, el gobernador, Bohorquez y el secretario de la gobernación Juan de Ibarra Velasco compusieron las juntas. Dio principio el gobernador, proponiendo a los presentes tres puntos: «primero, que supuesto que nuestro Señor parece abría puerta a la predicación del Evangelio, por el apoyo que se diese a la autoridad que don Pedro Bohorquez se había adquirido entre los calchaquíes [...] si sería conveniente que volviese a Calchaquí como ofrecía a dar fomento a la predicación, hacer fabricar iglesias, persuadir abrazasen la vida política y cristiana y reducirlos a la obediencia perfecta de nuestro católico monarca. El segundo, dado caso que se juzgase conveniente la vuelta de Bohorquez al valle, qué jurisdicción sería bien que se le concediese por parte del gobierno, para la mejor y más fácil ejecución de lo susodicho. El tercer punto, era sobre las conveniencias temporales que ofrecía Bohorquez, fundado en lo que le habían des-

La

2

DÍAZ DE GUZMÁN, Relación...,

3

FERNÁNDEZ ALEXANDER DE SCHORR, El segundo

págs. 91-92.

rebelión...

90

levantamiento...;

y PIOSECK PREBISCH,

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cubierto y querían descubrir los indios, proponíase como sólo impulsivo, pero era todo el encanto y blanco principal de tantas diligencias y juntamente el paso más difícil». El «trago amargo» de todo eso —comenta Lozano— era que se presentaba forzoso, y como único medio, el reconocimiento de Bohorquez como inca. Resolvió la junta que convenía la entrada de Bohorquez al valle de Calchaquí y más, y que sería bien llevase, por parte del gobierno, jurisdicción de teniente de gobernador y justicia mayor. El tercer punto no pareció que estuviese propuesto con toda claridad, mas, supuesto que las promesas de los naturales eran con respecto a aquel título, aceptó que se le permitiera su uso, pero de manera que se obviase el inconveniente que en adelante se pudiera temer, si los calchaquíes intentaban alguna novedad perniciosa, quedando obligado Bohorquez a abandonar el valle. Discurrió el gobernador pactar con el supuesto inca que hiciese pleito homenaje como caballero, obligándose a salir del valle de Calchaquí y dejar la ocupación a cualquier orden del mismo gobernador. Este le propuso dicha condición y, como su ánimo era —según el cronista— de vasallo infiel, y no le acompañaban las obligaciones de caballero, aceptó pronto el partido que no tenía ánimo de cumplir. Formó Mercado un «papelón» en que pintó las obligaciones del pleito homenaje, disponiendo que se le leyese públicamente y le jurase el domingo 12 de agosto. Aquella tarde hizo públicamente Bohorquez el juramento y pleito homenaje, «postrado de rodillas a los pies del gobernador, prometiendo obedecer sus órdenes, en cuanto a salir del valle cada vez y cuando se lo mandase, que introduciría en el valle la jurisdicción real, entablaría sirviesen puntualmente los indios a sus encomenderos, pondría empeño en que no se acogiese indio alguno fugitivo en Calchaquí y saliesen los que estaban refugiados, descubriría los huacas o tesoros ocultos y cooperaría a la predicación del Evangelio y a que se redujesen a vida política y cristiana. Entonces se le dio en conformidad a lo tratado en la segunda junta, el título de teniente de gobernador, justicia mayor y capitán de guerra del valle de Calchaquí; y un despacho, en que se le daba licencia de usar el nombre de inga, y ser tratado de los indios, en las cortesías y ceremonias, como descendiente de su sangre»4. Aunque viciado de nulidad lo tratado, por la falsa personería que se atribuía Bohorquez, es indudable la voluntad que tuvieron los españoles 4

LOZANO, Historia...,

gundo levantamiento...,

V, p á g s . 5 2 - 5 7 . Vid.: FERNÁNDEZ ALEXANDER DE SCHORR, El

págs. 28-30.

91

se-

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de ajustar el convenio, y la solemnidad que se le dio, bajo la forma de un pleito homenaje. Rotas las hostilidades por el aventurero, y al tomar los acontecimientos un curso desfavorable para él, ofreció la paz a la audiencia de Charcas y solicitó una tregua al gobernador. Le fue concedido el indulto y en 1659 se entregó. Un mestizo, Luis Enríquez, homónimo del virrey, continuó la lucha. Hubo nuevas gestiones de paz con intervención del obispo Melchor de Maldonado y Saavedra y del misionero Hernando de Torreblanca, y poco a poco se sometieron los indios5. También Enríquez recibió en primera instancia la gracia del perdón real6. Bohorquez fue finalmente ajusticiado. El tercer frente de lucha fue el Chaco santafesino. En 1632 Hernandarias emprendió una campaña contra los charrúas, que tras haber alcanzado la banda oriental del Paraná se dedicaban a asolar la región. Su fruto fue el establecimiento de paces con la parcialidad del cacique Yasú, que incluyó el canje de los guaraníes que estaban en poder de los charrúas por armas, caballos, ropas y otros géneros. Los guaraníes rescatados fueron empleados en el servicio doméstico de las familias santafesinas. La paz se mantuvo por mucho tiempo7. Mercado y Villacorta, gobernador del Río de la Plata después de haberlo sido del Tucumán, celebró un tratado formal con los tocagües y vilos representados por el religioso de la Compañía de Jesús de la ciudad de Santa Fe, Nicolás de Carabajal. Es el primer tratado rioplatense —llamado en este caso «capitulaciones y condiciones»— cuyo texto íntegro se conoce y es el siguiente: «Capitulaciones y condiciones con que se les admite la paz a las dos parcialidades de indios Tocagües y Vilos del Valle de Calchaquí de la jurisdicción de Santa Fe de la Vera Cruz efectuadas en nombre de su Majestad que Dios guarde por el Señor Don Alonso de Mercado y Villacorta Caballero del orden de Santiago, gobernador y capitán general de estas provincias del Río de la Plata por su Majestad que Dios guarde. Y por parte de dichos indios con los Curacas Don Fernando Sasatt y Antón Anahamitt que lo son de dichas parcialidades y con Mateo Cuspi y Gabriel Anahamitt indios principales de ambas naciones asistidas del Reverendo Padre Nicolás de Carabajal de la Compañía de Jesús de quien vinieron acompañados. Para el efecto las cuales se dispusieron en la forma siguiente: «Primeramente es condición en favor de la conveniencia espiritual y 5

TORRE REVELLO, «La memoria...», págs. 35-51. Habla de un «tratado...pendiente». Mercado al virrey del Perú: Santiago del Estero, 28/3/1660. AGÍ, Charcas 122. 7 CERVERA, Historia..., I, págs. 412-413; y ALEMÁN, Santa Fe..., I, págs. 125-126. 6

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temporal de dichos indios, de la duración de la paz y de la causa pública que dichas dos parcialidades de indios Tocagües y Vilos con sus mujeres y hijos y familias dejando su naturaleza y tierras de dicho Valle de Calchaquí se han de reducir y poblar en frente de dicha Ciudad de Santa Fe de la otra parte del Río Paraná una legua o dos agua abajo en el sitio más acomodado que se eligiere y que edificando en el solario y ranchería en forma de población competente se han de dejar gobernar con enseñanza cristiana y política según lo hacen los demás pueblos de indios domésticos, y lo disponen las ordenanzas reales que para su conservación y buen tratamiento están mandadas en esta provincia. «2o) Que desde luego quedan indultados de cualesquiera delitos, muertes y robos y otros excesos que hayan cometido durante el tiempo de las guerras pasadas y de las en que al presente se hallaban empeñados sin que por razón de dichos delitos pueda ninguno de dichos indios ser reconvenido en juicio ni hacerse causa sea a instancia de parte y derecho por lo que pudiera tocar a la vindicta pública. «3o) Que sin embargo de haber sido justificado premio de los españoles que asistieron en las guerras pasadas de dichos indios las piezas de sus parcialidades que fueron aprisionadas en ellas y se les repartieron en remuneración por servicio, atendiendo a que ha más de seis años que han padecido esta servidumbre y a su mayor conveniencia y conservación les sean restituidas luego que pasen por sus familias de la otra banda del Paraná y empiecen a disponer su población sin que ninguna de las personas en cuyo poder se hallan dichas piezas aunque las tengan por merced o título de encomienda puedan pretender más derecho de ellas sino que entregándolas como dicho es queden incorporadas en dicho pueblo con las mismas cualidades y condiciones de esta capitulación sobre cuyo particular es advertencia que las indias que estuviesen casadas con indios de otras parcialidades o con negros libres o esclavos no han de ser comprendidas en dicha institución como ni tampoco cualesquiera otras piezas que llevadas del amor y buen tratamiento de los dueños quisieren continuar su servicio por deberse entender en tal caso por libre concierto esta voluntad agradecida suya. «4o) Que para que dichos indios queden con más libertad para ser doctrinados en las cosas de nuestra Santa Fe a cuya principal conveniencia se atiende y puedan conservar mejor sus familias unidas sin el experimentado inconveniente que tiene a las demás poblaciones de naturales tan disipadas no han de ser encomendados a ningún vasallo español ni otra persona particular sino que poniéndose en cabeza su Majestad que Dios guarde sólo han de ser obligados a enterar en las Reales Cajas cinco pesos 93

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al año por cada uno de los indios de tasa que según los padrones que de ellos se hicieren debieren ser declarados quedando a cargo de los Curacas de recoger dichos tributos y tasas y hacer dichos enteros según se acostumbra en los pueblos que llaman del Rey en la Ciudad de Santiago del Estero de la provicnia del Tucumán. «5o) Que en cuanto al servicio personal que deben hacer dichos indios por razón de mita y conciertos particulares no puedan ser compelidos por ningunas justicias sino que siéndoles libre esta acción hagan sus conciertos a su arbitrio con las personas que les estuviese y sólo puedan ser llamados del justicia mayor y del alcalde ordinario del primer voto en su defecto o ausencia en número y tiempo proporcionado para alguna obra o trabajo público que la misma razón y accidentes justificare y que entonces y asimismo en dichos conciertos, han de ser pagados con puntualidad dándoles siempre fomento las justicias para que no reciban agravios en el caso. «6o) Que en todo lo que toca a su gobierno cristiano y político han de reconocer dichos indios fiel obediencia a su Majestad que Dios guarde, al doctrinante que se les pusiere y a la justicia mayor y ordinaria y al Cabildo Justicia y Regimiento de dicha Ciudad de Santa Fe sujetándose enteramente sobre los excesos que cometieren y favorables excepciones que demandaren a lo que dichas reales ordenanzas con tan acertada disposición tienen prevenido. «7o) Que en todo lo que no se hallare expresado en esta capitulación y se ofreciere de duda en lo de adelante tocante a la conservación y buen tratamiento de dichos indios y al servicio personal que de ellos se pretendiere sin atender en nada, se ha de ocurrir a este Gobierno en donde atendiendo a la buena fe de estas paces, será decidido cualquier artículo con entera satisfacción suya como también se hará al presente enviando las órdenes necesarias a la justicia mayor y ordinarias de la Ciudad de Santa Fe y al teniente de los jueces u oficiales reales a cuyo cargo está su Real Caja, para que con toda puntualidad y buen modo cada uno por lo que le tocare dé cumplimiento a los puntos y condiciones referidas de que asimismo se informa a su Majestad que Dios guarde en su Real Consejo de las Indias para que vistas sea servido de mandar confirmarlas o disponer lo que más convenga a su real servicio. «Debajo de las cuales dichas condiciones y capitulaciones del [seguro] de la palabra real dicho Señor Gobernador admite y admitió dichos Curacas y indios a la paz ofrecida y efectuada por ellos obligándose a que les sean guardadas bien y cumplimentadamente como también dichos Curacas en nombre de dichas sus parcialidades e indios dando como dieron la obediencia asimismo ofrecieron ser fieles en ella por medio de los 94

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intérpretes que intervinieron al caso y de la asistencia de dicho Reverendo Padre Nicolás de Carabajal que lo firmó por ellos con dicho Señor Gobernador en esta Ciudad de la Trinidad Puerto de Buenos Aires en trece días del mes de diciembre de mil seiscientos sesenta y dos años. Siendo testigos los ayudantes Juan Martínez y Gaspar Flores que lo son de este Presidio y el sargento Juan Ramírez soldado reformado de dicho Presidio que se hallaron presentes. Don Alonso de Mercado y Villacorta —Nicolás de Carabajal—Ante mí: José de SanabriaLeón. Escribano de su Majestad»8. Las mayores obligaciones pesaron sobre los indios. Tuvieron que someterse al rey y a las autoridades que gobernaban en su nombre, admitir ser desnaturalizados, reducirse a una vida cristiana y comprometerse a tributar y a servir a Santa Fe como vasallos. A cambio de esto, recibieron el perdón por sus delitos, fueron eximidos de encomienda y de toda otra forma de servidumbre, y puestos bajo la jurisdicción del gobernador como garantía de buen trato. A propósito de este tratado, escribió Mercado y Villacorta al rey que fue la consecuencia de las entradas hechas contra diversas parcialidades del valle de Calchaquí de la jurisdicción de Santa Fe, que por más de cuarenta años habían hostilizado esta ciudad. El último escarmiento lo hicieron con ios cayaguayastes, y fue tan sangriento que atemorizó a los demás confederados, asegurando «el ajuste de las paces movidas, y así adelantándose la conversación y pasando a este puerto los dos más principales caciques apadrinados de un religioso de la Compañía del Colegio de aquella ciudad por cuya mano corrían los mensajes, se efectuó la capitulación, en que fue mi principal fundamento afianzar la materia sin contingencia para lo de adelante, desnaturalizando estos indios, y reduciéndolos de la otra banda del Paraná, con las exenciones y recompensas» constantes. Esperaba que el rey la confirmase9. 2.

NUEVAS ENTRADAS Y PACES EN EL GRAN CHACO

El Gran Chaco fue escenario en el siglo XVII de nuevas relaciones interétnicas presididas, al menos en principio, por el espíritu de la conquista 8

Las reproducen: CERVERA, Poblaciones..., Apéndice VII, págs. 351-353; MOLINA, «Un

tratado...»; y MIRANDA BORELLI, «Tratados...», págs. 239-242. Vid.: MAEDER, «La guerra...»,

pág. 145; y ALEMÁN, Santa Fe..., I, pág. 64. * Buenos Aires, 20/6/1663. AGÍ, Charcas 122. Este legajo no contiene el testimonio del tratado. Sobre la última entrada, vid.: CERVERA, Historia..., I, págs. 393-394; y ALEMÁN, Santa Fe..., I, págs. 62-64. LEVAOGI, Paz en la frontera..., págs. 37-44.

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pacífica. Esto significa que la búsqueda de paces consensuadas, y a la vez seguras, fue el objetivo, y que cuando se recurrió a la guerra fue —como lo disponían las leyes— previa deliberación y acuerdo de doctos sobre su justicia10. En 1673 el gobernador del Tucumán, Ángel de Peredo, inició acciones punitivas contra los mocobíes y los tobas, llegando hasta el río Bermejo. Cuenta Lozano que, convidándoles con la paz, la abrazaron, se sujetaron al rey de España y se juntaron en una reducción, con esperanzas bien fundadas de que más de mil ochocientas almas se convirtieran al cristianismo, pero que todo se frustró por haber seguido aquél el dictamen de encomendarlos a españolesl'. En efecto, pese a la promesa inicial de respetar su libertad, Peredo cedió a las presiones, desnaturalizó a los indígenas y los repartió como botín entre los vecinos de las ciudades que participaron en la entrada. El resultado fue trágico: unos murieron y otros huyeron, reagravándose el conflicto, que cobró vidas inocentes. Lozano menciona, también, ciertos preparativos de paz hechos por el mismo gobernador con los vuelas y que fracasaron por la intención belicista que escondían. Los misioneros Francisco de Altamirano y Bartolomé Díaz iban a ser los incautos embajadores. La condición sería la siguiente: «entregando mutuos rehenes cada parte; que de parte de los indios diesen al gobernador algunos hijos de los caciques más principales, y de parte de los españoles quedaría en rehenes el padre misionero, hasta que el año siguiente en alzándose las aguas volviese el gobernador a proseguir la conquista de los indios enemigos, con amenaza de que si no respetasen al padre, como tan insigne ministro de Dios merecía, les asolaría sus pueblos 10 Un primer caso, a raíz de los ataques de los guaycurúes y payaguaes a la Asunción, es el que estudia MAEDER, «El tema...» El procurador general de la Asunción, Francisco DE AQUINO, opinó el 5/2/1613 que uno de los motivos que impedían una entrada punitiva eran las Ordenanzas de ALFARO. La ord. 65 prohibía las entradas para adoctrinamiento o para conquista sin autorización del virrey, y las ords. 66 y 67 limitaban las de castigo, por daños hechos a españoles o a indios de paz, a tres meses, y las ejecuciones en el campo de batalla a casos extremos, además de prohibir el reparto de los cautivos, que debían ser sometidos a juicio. La decisión final, adoptada por real cédula del 16/4/1618, autorizó la guerra y el reparto de prisioneros. 11 LOZANO, Descripción..., pág. 108. Contrasta la conducta de PEREDO con la opinión de Francisco DE ALFARO: «en estas materias de pacificaciones, y conversiones de indios siempre ha sido mi opinión que sólo mueva el bien de las almas, y la obligación que S. M. tiene de hacer predicar el Evangelio» (ALFARO al virrey del Perú: Los Reyes, 27/2/1628. AGÍ, Lima 41, n. 5).

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apresando a sus moradores, para que sirviesen a los españoles en los trabajos que ellos más aborrecen». Enterados los superiores de los misioneros de las verdaderas intenciones del gobernador, les prohibieron que entrasen con el ejército, porque, al haber hostilidades y verlos los nativos en un mismo cuerpo con los soldados, les cobrarían horror y se obstinarían más en no admitir el cristianismo12. El nuevo gobernador del Tucumán, José de Garro, propuso al rey una expedición contra los naturales que hostilizaban las ciudades de Jujuy y Esteco, y darles a entender por intérpretes «que no se pretende hacerles guerra, sino que admitan la paz y corran en conforme unión y recíproca amistad con nosotros, y se procure por todos los medios reciban predicadores que les enseñen nuestra Santa Fe, y si de esta forma la quisieren admitir se puede asentar paz con ellos, guardándoles la palabra que se les diere (lo cual no se ha hecho en otras ocasiones) y en caso que de un modo, o de otro no quieran admitir la paz, declararles la guerra y dársela a fuego y sangre...»'3 El Consejo de Indias estudió la propuesta. Uno de los teólogos consultados fue el padre Tomás Donvidas de la Compañía de Jesús. En el «Informe» que produjo el 8 de octubre de 1679, «sobre la reducción de los indios de las provincias de Tucumán, Paraguay, y Buenos Aires», comenzó distinguiendo la condición de ellos de la de otros gentiles (chinos, japoneses), pues en su entender, mientras que a éstos no era lícito mover guerra para obligarlos a recibir la fe, aquéllos eran vasallos del rey de España por la donación pontificia, y a los efectos de su evangelización debía el monarca emplear «todos los medios que mejor conduzcan al intento salvando siempre el derecho de la libertad natural y racional». Al vivir estos indios —según su opinión— «brutalmente», con «costumbres abominables», se podía y debía obligarlos con las armas a que tuviesen «vida política» reducidos a pueblos14. Justificó la guerra y nuevas conquistas, sintiendo con San Francisco Javier, «que decía era necesaria la fuerza de las armas para reducir algunas de aquellas naciones a la Ley evangélica» (se refería a las del Oriente), y pensando que con más propiedad se cumplía en los indígenas lo del Evangelio «compelle eos intrare» por ser en ellos la fuerza «como la que se hace a los niños para obligarles a que reciban el bien que no conocen». 12

ídem, pág. 215. Junio 1678. «Relación de lo que resulta de los papeles elevados a la Junta de Guerra de Indias sobre las hostilidades de los indios enemigos del Chaco...» AGÍ, Charcas 283. 13

14

Vid.: TORRE VILLAR, «Las congregaciones...».

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Quiso el rey que en el Perú se examinase, asimismo, la cuestión. Fueron recabados los pareceres del presidente de la Audiencia y del arzobispo de Charcas, del gobernador del Tucumán, Fernando de Mendoza Mate de Luna, del obispo del Tucumán, Nicolás de Ulloa, de fray Juan Báez de la orden de la Merced, del padre Francisco López de la Compañía de Jesús y de fray Juan de los Ríos de la orden de Predicadores. Como informó el virrey Duque de la Palata al rey, el parecer unánime fue que no había otro remedio que el de las armas. Según el meduloso dictamen del maestro Juan de los Ríos, y entre sus muchos argumentos favorables a la guerra, de dudoso fundamento, no era remedio «el ofrecerles la paz, y buenas alianzas perdonándoles todos los daños, que han causado: porque ni tienen cabeza con quien ajustado, ni admiten embajadores, que se las propongan». Considerada por la mayoría la felonía de Peredo —«pues contra el derecho de las gentes, y contra la ley de Dios, y cédulas de su Majestad, les faltaron a las alianzas y buenos tratamientos, que capitularon», como dijo fray de los Ríos— no juzgaron, sin embargo, que eso justificaba sus represalias. La decisión final fue, pues, favorable a la guerra. La inició en 1685 el maestre de campo Antonio de Vera Mujica, sin conseguir el escarmiento buscado15. Con motivo de esa entrada, varias naciones le ofrecieron la paz. Vera Mujica consultó a Bartolomé González Poveda si debía o no aceptarla y restituir los indios capturados, como lo pedían. También le dijo de su imposibilidad de reducirlas por la fuerza. En su meditada respuesta, aconsejó «esforzar nuestra razón para las condiciones pero no de tal suerte que les cerremos la puerta a la benignidad y así lo primero que se ha de solicitar después de la obediencia, poblaciones, sitios para ellos que pareciesen más proporcionados para contenerlos; darles a entender que es todo gracia y benignidad, que se les guardará en virtud de ella cuanto se les ofreciere pero que [si] por su parte se faltare pagarán uno y otro desechándolos a sangre y fuego»16. La pacificación sólo se logró en las primeras décadas de la centuria siguiente.

15

AGÍ, Charcas 283; y Lima 82, libro año 1682, doc. 59. Se refiere a algunos aspectos de este suceso: MAEDER, «La licitud...», con transcripción de dos de los pareceres, los de LÓPEZ Y BÁEZ. 16

AGÍ, Charcas 283. LEVAOOI, Paz en la frontera..., págs. 45-49.

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3.

PACES CON LOS MAYOS, YAQUIS, JANOS Y OTROS EN LA PROVINCIA DE SONORA

En los siglos XVI y XVII la actividad diplomática orientada a la realización de tratados fue, de acuerdo con el estado actual del conocimiento histórico, que parece deficiente, muy escasa en la frontera septentrional de los reinos de Indias. Conjeturo que fue mayor que lo que se sabe a su respecto y que el problema de la falta de datos es de naturaleza heurística, es decir, de ausencia de fuentes. Ofrezco, a continuación, algunos ejemplos. En la provincia de Sonora, al este del golfo de California, a principios del siglo XVII, la nación mayo se adelantó a pedir la paz a su capitán y justicia mayor, Diego Martínez de Hurdaide. En su consecuencia, se habría celebrado «por escrito» un tratado de alianza ofensiva y defensiva17. Los yaquis se resistieron en un principio y llegaron a derrotarlo, pero con posterioridad también le pidieron la paz. Según el jesuíta Francisco Javier Alegre (1729-1788), enviaron dos indias cristianas y, tras ellas, a los más distinguidos caciques, para asentar capitulaciones. Conibomeai habría sido el principal negociador. Tuvo que vencer la resistencia en la que se mantenían los más jóvenes para arribar a las paces. Fue «la primera, que hubiesen de entregar las cuarenta familias cristianas, que habían dado motivo al rompimiento. La segunda, que hubiesen de entregar a Lautaro y al zuaque Babilomo, para darles el castigo merecido. La tercera, que desocupasen algunas posesiones y tierras que habían usurpado a los mayos, y no hubiesen de inquietar, en lo de adelante, a esta ni alguna otra nación aliada de los españoles, los cuales se obligaban a tomarlos bajo de su protección y defenderlos de sus enemigos». Los enviados —dice Alegre— lo prometieron todo con la mayor solemnidad posible y, en prueba de su firme y determinada voluntad, entregaron los prisioneros, mucha plumería, y las más preciosas alhajas y ropa que habían tomado del equipaje. Este «solemne tratado» se concertó, con extraordinario júbilo de los padres de la Compañía, soldados y toda la provincia a 25 de abril de 1610. Pocos días después, restituyeron a los ocoronis y demás fugitivos, y a las dos cabezas del motín, Lautaro y Babilomo, quienes antes de morir pidieron el bautismo. En prueba de la sinceridad de sus deseos y como prenda de su fidelidad, enviaron catorce niños, hijos de los caciques, a educarse en «una especie de seminario de indios» que se había formado en la villa de San Felipe y Santiago. TRONCOSO, Las guerras..,, pág. 44, lo considera celebrado.

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La paz con los yaquis fue seguida de la rendición de otras muchas naciones de la misma provincia, según Alegre18. Siempre en la provincia de Sonora, en 1692, el capitán Juan Fernández de la Fuente, en las proximidades del presidio de San Felipe y Santiago de Janos, hizo paces con varias parcialidades. Tuvo una primera reunión con algunos, que se manifestaron cansados de pelear y andar por los montes, a la vez que quejosos por haber sido ultrajados cuando estaban de paz, y con ellos estuvo en ajustes y tlatoles (juntas). El resultado fue que se devolvieron muías y caballos, que se habían quitado recíprocamente. Bajaron de la sierra janos, jócomes, mansos, sumas y algunos apaches y pimas, todos los cuales admitieron la paz y fueron regalados de ropa, trastos y tabaco. Unos días después se presentaron en el presidio veinticuatro de ellos para invitar a Fernández de la Puente a que fuera en persona a sus rancherías, porque el capitán Jano, que los gobernaba a todos, y el Tabobo de los jócomes, deseaban reunirse con él, a la vista de toda la comunidad, para quitarles el recelo a quienes lo mantenían. El recelo, tanto de él como de los otros españoles e indios amigos, era injustificado, porque «ya estaban ajustadas las paces» y avisadas las autoridades de los distintos puntos, pero, para complacerlos, se decidió a marchar. «Como a las siete del otro día—relató Fernández de la Fuente—, habiéndonos arrimado más a la ranchería, salieron con cruces a recibirnos, estando hasta las dos de la tarde en tlatoles con ellos, hasta quedar que todos serían nuestros amigos, amigos de amigos y enemigos de enemigos. Acordamos que los capitanes apartarían su gente y se irían a sus tierras. Los mansos y los sumas al río del Norte, los jócomes a la sierra, los janos se quedarían arrimados a este presidio y sus contornos, por ser su tierra. En este invierno se sustentarían de la caza, mezcales y semillas, hasta que fuese tiempo de sembrar. Me propusieron todos a una, que no se debía de reconocer a ningún gobernador ni a los capitanes, ni alcaldes de otras naciones, que a mí me habían dado la paz, y que a ningún otro reconocerían en Sonora y en estas fronteras, que no la hubiera dado. Me dijeron que en el pasado los habían engañado muchas veces, matándolos como carneros en los corrales. Dijeron que ellos se han portado conmigo como un hijo con m Historia...,\\, págs. 209-210; lib. V, cap. iv. Vid.: SPICER, Cycles..., pág. 48; y BANNON, The Spanish..., págs. 57-58. Dice SPICER que los yaquis consideraron que el tratado no afectaba su autonomía y que no los colocaba, como otras tribus de la región, bajo la dominación militar de los españoles. BANNON subraya la importancia de este episodio, que permitió afianzar la presencia española, en particular su acción misional.

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un padre, que así los había de amparar y defender en todas las ocasiones. Prometiéndoles así a todos, me prometieron que si alguno de ellos hacía algún daño, ellos mismos lo traerían para que yo lo castigara. Les dije que haría lo propio con cualquiera de los soldados que les hiciese algún agravio. Me despedí haciéndoles los honores con los arcabuces...»19. El acuerdo, hecho en forma verbal, tuvo las características de un tratado.

" FERNÁNDEZ DE LA FUENTE al gobernador Juan Isidro DE PARDIÑAS, teniente y capitán ge-

neral del reino y provincia de la Nueva Vizcaya: presidio de San Felipe y Santiago de Janos, 31/7/1692 y 14/8/1692. SOCIEDAD SONORENSE DE HISTORIA, Documentos..., I, págs. 74-80.

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CAPÍTULO V

CHILE EN EL SIGLO XVIII

1.

PARLAMENTO GENERAL Y CAPITULACIONES DE NEGRETE DEL 13 DE FEBRERO DE 1 7 2 6

1723 fue un año de terribles enfrentamientos, los cuales, aunque amenguados, continuaron en 1724 y 1725. En estos dos años, fracciones de indígenas sublevados manifestaron deseos de paz y arrepentimiento por los errores cometidos, estimulados por el perdón real pronunciado el 5 de abril de 1724. Requeridos fondos por el gobernador Gabriel Cano de Aponte para celebrar un parlamento general, en el cual se concretasen esos deseos, la Junta de Real Hacienda, reunida el 3 de agosto de 1725, resolvió otorgárselos. Consideró que, al estar debilitado el ejército, era conveniente aceptar los medios de paz «con aquellas condiciones onerosas y ventajosas que pareciere a su Excelencia», y esto sin pérdida de tiempo, antes que los naturales se retractaran de su oferta. La intención de los funcionarios era tratar las paces, y reforzar el ejército al mismo tiempo, no confiando demasiado en aquéllas1. El 29 de enero del año siguiente Cano de Aponte congregó en la Concepción una junta de guerra a fin de determinar las condiciones que se propondrían a los caciques. Participaron figuras relevantes, como el obispo 1 «Sobre el Parlamento de los indios de Chile y para Paz que se hizo con ellos». AGÍ, Chile 142.

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de esa ciudad, Francisco Antonio Escandón, y el mariscal de campo Manuel de Salamanca. El gobernador sugirió las siguienes bases, que merecieron la aprobación de la junta: «I a Que han de deponer las armas y desatar cualesquiera pactos, convocaciones y disposiciones si acaso las tuvieren y no hubieren depuesto de proseguir la guerra y han de confesar que son vasallos del Rey y que no tuvieron razón de mover las armas y que a ningún tiempo lo serán los agravios que suponen sino que serán obligados a manifestarlos a los superiores y cabos españoles quienes les harán Justicia y desagraviarán castigando a los que se los hicieren, y si los mismos cabos faltaren al cumplimiento de tal obligación ocurrirán a mí o a los Señores Gobernadores que me sucedieren que por lo que a mí toca (no dudando harán lo mismo los Señores que me sucedieren) les ofrezco en nombre del Rey hacerles Justicia y castigar al transgresor. «2a Que en consecuencia de esta condición han de ser amigos de mis amigos y enemigos de mis enemigos y no han de permitir que por su favor, ayuda o amparo nos hagan guerra, mal ni daño ya sean indios ya españoles de mala vida ya extranjeros que puedan introducirse antes bien nos ayudarán a cautelar nuestros males, como los españoles los que a ellos pudieran amenazarles, de manera que queda comprendido en esta condición que se han de castigar los delitos, los indios entregando todos los españoles, mestizos, negros o mulatos que habiéndoles cometido en sus tierras se pasaren a las suyas para evitar el castigo, y los indios han de presentar al cabo o jefes del Ejército los que entre ellos los cometieren para que sean castigados, teniendo entendido se les mirará con benignidad y que sin que haya corrección de los malos y estimación de los buenos no puede haber paz que sea segura ni corazón que fielmente conserve la amistad. «3a Que poco ha en este alzamiento se tuvo por conveniente retirar los fuertes que se hallaban de la otra banda del Biobío de que se ha dado cuenta a S. M., ha de quedar a mi arbitrio si pareciere conveniente según el estado de las cosas volverlos a reedificar en el mismo paraje o en otros más a propósito para la conveniencia y amparo de los mismos indios o si Su Majestad manda desde luego ponerlos se han de restituir sin la menor contradicción o repugnancia ni causar novedad por ser expresamente recibido este Capítulo y han de ser obligados los indios en cuya jurisdicción se pusieren a concurrir al trabajo y los caciques a hacerlos asistir a la reedificación, y los españoles a mantenerlos con el mantenimiento acostumbrado cuando se piden mitas. «4a Y en lo que más se interesa que ha de ser libre y sin resistencia recibida la enseñanza de la doctrina cristiana y la entrada cuando conven104

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ga de los Padres Misioneros para el bautismo de los párvulos, su enseñanza y para el consuelo espiritual de los mayores que los han de acatar y reverenciar con el respeto que los españoles les hacemos y se debe a los Ministros de Dios y por cuyas voces entenderán lo que les ha de hacer hijos de Dios y salvarse con su divino auxilio recibieren en sus corazones al que les envía que es el mismo Dios para su bien y el que más les solicita y desea consigan el Rey, y que para que esto se consiga con próspero suceso será bien pongan sus hijos pequeños de uno y otro sexo como a la escuela entregándolos a los mismos Padres Misioneros seguros de que [no] se los apliquen a otro servicio que el de la enseñanza cristiana y política ni que por ningún caso se extraerán de la potestad de sus padres ni saldrán sino es con la voluntad de ellos fuera de su territorio, sobre lo que pondré y pondrán no sólo yo y los demás Ministros seculares el mayor cuidado sino la gran diligencia que siempre acostumbran los Superiores de la Sagrada Compañía de Jesús y de otra cualquiera religión que tuviere misión en la tierra como la tuvo la de nuestro Padre San Francisco a cuyo cargo son las misiones, de manera que para el trato y los efectos habrán necesariamente de conocer el especial beneficio y la utilidad que ganan en que así sean educados los niños y niñas, y no han de tener a novedad ni agravio la corrección que juzgaren necesaria los Padres para la enseñanza porque ésta nunca excederá a la que todo padre natural y maestro hace en sus hijos y discípulos por su mismo bien y en que realmente consiste la verdadera dirección. «5a Que los mayores que se hallaren bautizados no cerrarán los oídos a los saludables consejos de los Padres Misioneros antes bien siempre que les llamaren discretamente como lo harán sin grandes incomodidades de sus faenas concurrirán a saber y entender la ley que profesan por cuyo medio lograrán el bien de ser verdaderamente cristianos, se harán capaces y recibirán los Santos Sacramentos por cuya puerta han de entrar al Cielo insensiblemente, conocerán la fragilidad humana que los precipita no sólo al pecado sino a estas rebeliones e inquietudes que traen muchísimos más. «6a Que por cuanto de los conchabos nacen los agravios que han dado motivo en todos tiempos a los alzamientos por hacerse éstos clandestinamente sin autoridad pública todo en contravención de las leyes que a favor de los indios se hallan y deben guardarse será conveniente que los tengan libremente por reducidos según hallaren de su conveniencia los tiempos en que se han de celebrar parajes a tres o cuatro ferias al año o las más que juzgaren necesarias y pidieren concurriendo los indios y los españoles, el mismo cabo y los que nombraren los indios y que les [sic] y si pareciere a los Reverendísimos Padres Provinciales Superiores de las 105

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misiones asistirá también el Padre Misionero que eligieren de los que actualmente fueren en las misiones para que a vista de éstos se reconozcan los géneros, se pongan los precios y se haga los ajustes o conchabos, que así celebrado se vayan entregando fielmente de mano a mano, teniendo entendido los cabos que en esto, que además de interesarse gravemente su conciencia será igualmente castigado el exceso por dolo, pasión o interés propio en el engaño que se descubriere, y que desde luego fuera de las penas arbitrarias, que reservo a mi arbitrio, y el de los Señores Gobernadores que me sucedieren, serán privados de los empleos y de los honores que gozaren, y obligados a satisfacer el daño que causaren a la parte, que lo hubiere padecido, y es declaración que estos tratos para quitar toda ocasión de queja han de ser al contado y de ninguna manera se ha de permitir fiado por las malas consecuencias que puede traer la insuficiencia de los deudores. «T Y porque en todo tiempo ha sido la mayor ocasión de los alzamientos la excecrable y contraria a los derechos divino, humano, de las gentes y civil compra y venta de las personas libres como lo son los indios, ningún español será osado debajo de las penas legales a sacar pieza con este título que llaman a la usanza con cuyo nombre se defrauda toda la disposición del derecho, se comete un pecado gravísimo y la vejación que trae a las consecuencias como alzamientos, robos, muertes, y incendios, y ruinas, y los indios luego que esto se haga por cualquier español de cualquier estado, calidad o condición que sea no sólo padre o parientes de la india e indio queno o china que se conchabare en esta forma sea obligado a manifestarlo, sino que igualmente, y muy principal el cacique en cuya reducción sucediere ha de comprender este cuidado de dar cuenta para que se castigue el transgresor, y se restituya la pieza a su libertad, y a su casa, siendo de su voluntad, y ruego y encargo a los Reverendos Padres Misioneros practiquen en esto su caridad, dando cuenta de estos excesos, asegurándoles que en los que entendiere por su relación se procederá a conseguir el fin, y se mitigarán las penas, para que dichos Reverendos Padres no escrupulicen en manifestarlos, y porque estas compras en lo regular no suelen hacerse sin consentimiento de los padres, o parientes, por la presente conclusión declaro que esto no ha de aprovechar a los compradores, y que cuando los padres voluntariamente quisieren dar sus hijos, o hijas para criar, enseñar, y servir a los españoles, podrán hacerlo, pero ha de ser con licencia y autoridad de aquel cabo que se hallare a las ferias, y sólo en este tiempo, y ha de quedar escrito en libro que ha de tener para el efecto el nombre de la persona que se entrega, ídem padre, habiendo averiguado serlo, o pariente, que según la usanza pueda 106

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disponer, quién la reciba, en cuál parte resida, para que se reconozca, sea fácil saber de él cómo la trata, y en todo tiempo dé razón de ella, y haya de pagar lo que legalmente debiese de feria en feria, y volverla siempre que los padres la pidieren, si voluntariamente como va dicho quisieren volverse, o cuando no estuviere satisfecho de su servicio, sin que por esto pueda impedirla casarse según orden de nuestra Santa Madre Iglesia cuando quisiere y lo aprobare el Párroco. «8a Y porque queden allanadas todas las dificultades y libres de embarazos que se desea de esta paz y en la condición antecedente se cierre la puerta a las compras y ventas de personas libres, se ha juzgado necesario prevenir que las indias casadas, que faltando a la fe conyugal cometieren adulterios las cuales por costumbre inalterable de los indios se castigan con la pena de muerte, que ejecutan los mismos maridos, y de muchos años a esta parte no practican porque compensan el rigor de la pena de muerte con la de la esclavitud, vendiéndolas a los españoles, cuya permisión por redimirles las vidas se ha tenido por consulta de teólogos en otra ocasión por justa, podrán en este caso los indios usar de la misma facultad de darlas a los españoles por las pagas que les correspondieren según su usanza, y los españoles recibirlas mas no debajo de la potestad y dominio de señor perpetuo sino para efecto de servirse de ella por el tiempo que correspondiera según lo que moderadamente deba gozar en su servicio, el cual habrá de ser tasado por las justicias del territorio donde residiere por lo que tendrán obligación de manifestarla luego que la entre en la ciudad o partida llevando papel del cabo del fuerte donde la recibiere para que se conozca la causa que justifique tenerla y los cabos de los fuertes tendrán especial advertencia en que las que con este pretexto se dieren por los indios sean mujeres capaces de matrimonio y las que lo fueren y quisieren los indios entregar procuren averiguar si es por el motivo que da lugar a esta permisión, y para que quite toda ocasión de fraudes a estas condiciones y las quejas con[borrado] expresa condición que ningún español, mestizo, mulato, negro ni otro cualesquiera de los que viven de esta parte del Biobío pueda entrar a la tierra solo ni acompañado fa] menos que mandado por los Jefes a las diligencias que sean del Real servicio, esto en caso de seguirse perjuicio de la dilación de dar parte a mí y al Maestre de Campo General quien debe dar estas licencias, y será de la obligación del cabo que por la razón dicha la concediere darle parte luego expresando con qué motivo le despachó, y en ellas no conchabaren cosa alguna porque si lo contrario hicieren serán castigados gravemente y sacados de la frontera por la primera vez, y por la segunda echados del Reino por perjudiciales a la quietud pública que consiste en el buen orden y trato entre los españoles y 107

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los indios, esto por lo que mira a los españoles, que a los que no lo fueren será la de doscientos azotes por la primera vez y destierro a la isla de la Piedra. «10 [no hay 9 a ]. Que como la paz se dirija a los fines que hasta [borrado] van expuestos en que es uno y muy principal la comodidad de los numerosos indios y éstos suelen pasar a trabajar a los partidos de este Reino en donde no dejarán de padecer vejaciones por el desorden y poca cuenta con que entran; se les [borrado] presentándose cuantos pasaren en uno de los pasos de la frontera cuyos cabos tendrán libro donde los asienten y el partido donde se dirigen y les dará conforme fuere un papel en que se comprendan los que pasan al tal partido en el cual irán a servir según su voluntad a quien quisieren, mas el que los recibiere tendrá precisa obligación de hacerlo saber luego con la calidad del ajuste al Corregidor del partido o alguno de sus tenientes para que le den razón y la tome en libro particular que tendrá para esto y el cuidado de que se les satisfaga con lo que se evitará la queja de que no se les paga y conocerán los indios de la tierra exentos de tributo para [no] sacárselo ni permitir que los arrendadores les hagan la menor vejación por esta razón y así facilitándoles el modo de su trabajo si los indios se anduvieren vagando de partido en partido y por ello padecieren algunos agravios despreciando tan saludables providencias será culpa suya el que no se puedan remediar (aunque siempre se procurará) con la exactitud que se desea y se advierte que por ninguna de estas diligencias llevarán derechos a los indios los cabos ni corregidores, y ninguna persona de los partidos se podrán servir de ellos sin que preceda la circunstancia expresada. «11. Que de los daños mutuamente recibidos ha de haber perdón general, ni los españoles pedirán lo hurtado a los indios ni éstos satisfarán a los españoles, pero que se han de contener en lo de adelante en los robos que hasta aquí han practicado y que si alguno hicieren ha de ser castigado, y los mismos caciques han de tener obligación de volver la presa porque no será razón que guardándoseles por parte de los españoles puntualmente como ofrezco debajo de la palabra del regio capitulado abusen ellos de la benignidad ni den motivo a que por defender los españoles sus ganados se ocasionen refriegas, de ellas muertes y de éstas alborotos, asegurándose que en cuanto se arreglaren a este ajuste en tanto estarán menos expuestos al estado miserable de la guerra a que les conducen estos desaciertos; y en el caso de aprehenderse algunos indios de la tierra en las nuestras robando han de tener entendido lo indios que los malhechores han de ser castigados con las penas legales sin que esta demostración de Justicia sea sentimiento pues antes bien si los agresores se entraren en la tierra, los 108

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caciques deberán entregarlos para que se haga Justicia y para que se conserve igualdad en su distribución si algunos españoles en sus tierras se introdujeren inquietándoles y robándoles sus haciendas luego luego deberán avisar a los cabos más inmediatos para que den la providencia de sacarlos y castigarlos conforme merecieren estando ciertos los indios que lo mismo que en esto di[borrado]laren consiste su proveído. «12. Que los cabos de los fuertes no puedan negarles a los indios que en número competente quisieren pasar a hablar con el Señor Gobernador, Uustrísimo Obispo, Maestre de Campo General, u otro cualquiera de los Jefes principales del Ejército pena de que se les privará de los empleos si se probare lo contrario»2. Entre otras disposiciones, se adoptaron mayores recaudos para impedir la esclavitud de los naturales, se reglamentó su trabajo libre y se estableció un nuevo régimen para el comercio a través de la frontera. El 13 de febrero se realizó la asamblea en los llanos de Negrete, entre los ríos Bío-Bío y Duqueco3. Presidido por el gobernador (condición necesaria para que tuviese el rango de parlamento), asistieron dignatarios españoles, el ejército y ciento treinta caciques. Estos, por medio de Miguel Melitacun, Juan Millalleuvu, Tureunau y Levoepillán, justificaron la sublevación, por los agravios recibidos de los capitanes de amigos, consistentes en arrebatarles sus hijos, negarles la paga que se les debía, castigarlos cuando hacían una reclamación y no permitirles ir en queja al gobernador o al maestre de campo. No obstante ello, se declararon arrepentidos de haber tomado las armas. El sargento mayor José Fontalba les leyó en su lengua las bases. A la segunda, se añadió que los indios de la costa, siempre que avistasen navios extranjeros, retirarían tierra adentro sus ganados, resistirían el desembarco y avisarían a los cabos del ejército para que los ayudasen a defenderse. Los caciques aceptaron las condiciones, que el rey aprobó el 10 de diciembre de 1727. El tratado, según Barros Arana, «no pasó de ser una vana ceremonia», ninguna de las partes deseó cumplirlo fielmente4; en tanto 2 «Junta de guerra para conferir sobre los 12 capítulos insertos sobre el Parlamento General con los Caciques en 29 de Enero de 1726». ANCh, Fondo Varios, vol. 251, pieza 5, fs. 174-186. BARROS ARANA, Historia..., VI, págs. 48-49. 3 Dice LEÓN SOLI'S, Maloqueros..., pág. 143, que si bien el patrón original de los parlamentos, establecido en los primeros días de la conquista, no sufrió grandes modificaciones, durante el siglo XV11I ganaron en regularidad y prestigio. 4 Historia..., VI, págs. 50-51.

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que, según Ferrando Keun, abrió un período de paz, deponiendo los mapuches su inveterada actitud belicosa, y de comprensión, y mejor administración, por desaparecer en forma notable la corrupción anterior5. Este juicio parece más próximo a la realidad que el de Barros Arana. Cuando Manuel de Salamanca fue promovido, años después, de maestre de campo general a gobernador, los caciques acudieron a la Concepción para expresarle su complacencia, por el amor con que los había gobernado, «conservándoles la paz ajustada en el Parlamento general de Negrete de que los cuatro Butalmapus se hallaban muy contentos». Esta fue ratificada en esa oportunidad6. El tratado sirvió, además, de base para los posteriores que se celebraron en ese siglo. 2.

PARLAMENTO GENERAL DE TAPIHUE DEL 8 DE DICIEMBRE DE 1738, EN QUE SE VOLVIERON A DECLARAR Y AMPLIARON LAS CAPITULACIONES DE NEGRETE

A poco de asumir su gobierno José Manso de Velasco se dispuso reunir el parlamento general de práctica con los indios de la tierra «para oírles y enterarse de todo aquello que fuese en el servicio de su Majestad». Así lo manifestó en la junta de guerra del 14 de noviembre de 1738, convocada a tal efecto, según, también, era la usanza. Además de los jefes militares y autoridades civiles, participaba en la asamblea el obispo de la Concepción, Salvador Bermúdez de Becerra. De todos ellos, de su ciencia y experiencia, esperaba el presidente su parecer, especialmente sobre cuatro puntos. A saber: Io, que, pendiendo del rey la resolución sobre el restablecimiento de las misiones en la forma en que lo estaban al tiempo de la sublevación del año 1723, los padres misioneros hicieran entradas frecuentes en territorio indígena para bautizar y confesar; 2°, que las compras y ventas a los naturales se hiciesen obligatoriamente por ferias en los tercios, para evitar fraudes; 3 o , que se prohibiera el tránsito de los yanaconas, por los perjuicios que ocasionaba a españoles y a indígenas; y 4o, que los naturales retenidos en poder de españoles, instruidos y bautizados, no volvieran a su tierra. Sobre esos puntos, y algunos otros, como ser el nombramiento de capitanes de amigos, se pronunciaron los asistentes7.

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Y así nació..., págs. 249-250. 13/10/1735. Testimonio. AGÍ, Chile 189. 7 Copia. BNCh.JTM, Manuscritos, t. 184, n° 4.114, fs. 70-217.

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En el campo de Tapihue, jurisdicción de Yumbel, se llevó a cabo el parlamento, el 8 de diciembre siguiente, con la presencia de 395 caciques. Fueron lenguas el alférez José de Quesada, intérprete general del reino, y el sargento Lorenzo de Salazar. Ambos prestaron juramento de «usar bien y fielmente del oficio y traducir bien las palabras según expresaban sin añadir ni quitar». Habló primero, con palabra paternal, el presidente y, a continuación, lo hicieron ios caciques Guenchuguala, Juan de Millaleubu, Miguel Melitacum y Pezquilaguen, por los cuatro butalmapus, quienes renovaron su lealtad a la Corona. Retomó la palabra Manso de Velasco para indicarles la necesidad de que se ajustaran a los capítulos del parlamento de Negrete, «de cuyo cumplimiento había habido de su parte algunas faltas»8, y presentarles, como «declaraciones» de dicho parlamento, las cinco capitulaciones siguientes: «Primeramente, que por ahora y hasta tanto que S. M. determina sobre el establecimiento de las Misiones en los mismos parajes en que estaban en su tierra u otros que parezcan más a propósito a los Padres Misioneros puedan éstos entrar a la tierra por los tiempos y sazón del año que les pareciere a enseñarles la doctrina Cristiana, bautizar los párvulos y confesar los adultos que quisiesen aprovecharse de tan oportuna ocasión: que entrarán los Padres Misioneros por todos los cuatro Butalmapus y después de haberlos corrido volverán a sus residencias por no tener al presente casas ni iglesias, en qué residir, ni poderse arbitrar hasta nuevo orden de S. M., con condición, que así como su Señoría, todos los españoles y aun el mismo Rey venera a los sacerdotes como Ministros de Dios, que es sobre todos, ellos a imitación de tan noble y religioso ejemplo han de ser observantísimos del respeto de ellos, mirándolos como a mayores y como a sus grandes benefactores y a quienes si oyen con buen corazón, humildad y deseo de su bien espiritual serán sus deudores en aquella parte que es la únicamente apreciable y consiste en asegurar sus almas y último fin para que fueron criados que es gozar de Dios sumo bien = Lo segundo que por el gran desorden que trae a la república y el daño que a ellos ha-

8 Pese a que el presidente habló sólo de «algunas faltas», Joaquín DE VILLARREAL informó a la corte, tras reseñar los capítulos del parlamento de Negrete, que «por los cargos que el presidente les hizo el año de 38 en el de Tapigüe, se conoce el ningún cuidado, que tuvieron [los araucanos], de observarlos», para añadir: «renováronse en este último parlamento, pero nada se ha conseguido» («Informe del P. VILLARREAL sobre la defensa de las fronteras de Chile, fomento de la población y opulencia de aquel Reino y reducción de los indios rebeldes que lo hostilizan». Madrid, 22/12/1752. AGÍ, Chile 316.).

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cen los indios Yanaconas, que nacidos, criados y asimentados [sic] entre los españoles viven, y por veleidad o por algún delito que han hecho entre nosotros se pasan a sus tierras, esto no han de permitir porque además de despojar al Rey, a los españoles, del derecho de tributos y a la Iglesia de estos fieles, que en perjuicio de las buenas costumbres en que se criaron, quieren vivir entre ellos, es para los mismos indios a la paz y tranquilidad en que su Señoría les mantendrá nociva su compañía, pues deben presumir que hombres que teniendo lo que han menester en la tierra en que nacieron y se criaron la dejan, o tienen mala cabeza, o hicieron algún mal y huyen del castigo y no son buenos, y que lo mismo serán entre ellos pues llevaron consigo sus inclinaciones y mucho peores por la mayor licencia que la falta de corrección les ofrece, que serían para ellos un veneno disimulado o un áspid que, al que le abriga en su pecho, paga con quitarle la vida, y por último una centella que si no la apagan, los abrasará: y que todos los daños evitarán, con prohibirles la entrada, porque no suceda que mezclado en el llanto y el lamento venga el conocimiento inútil después del daño y que esto inviolablemente se ha de observar, si quieren conservar la paz = Lo tercero que las ferias a que se procuró arreglar su comercio de lo lícito con los españoles en el parlamento de Negrete a que no han podido ajustarse, se reduzcan a que los indios que trajeren qué vender o pasaren a servir a los españoles lo hayan de hacer por los pasos acostumbrados de los ríos de Biobío y la Laja y con obligación de presentarse ante el cabo del fuerte más inmediato, con cuya licencia internen libremente, vendan en los partidos o trabajen; pero en atención a que las especies en que les pagan suelen ser dadas por personas o malos españoles, que para la satisfacción las hurtan a los hacendados, perjuicio que se está palpando en todos los partidos, cuando les hagan estas pagas, tomarán papel del que las hace o del teniente de la jurisdicción donde conchabaren y con éste y las especies conchabadas se presentarán ante el mismo cabo por donde salieren y han de quedar en inteligencia de que no se ha de formar queja por el que lo ejecutare ni por otro cacique ni pariente de la tierra porque se les detengan, ni tampoco si los aprehendieren por pasos extraviados y no usados en los ríos: ni es gravosa esta condición porque está en su mano evitar el perjuicio con la diligencia que nunca le incomodará, y por parte del Sr. Presidente se dará providencia para que den los papeles los compradores = Lo cuarto que por cuanto los que trafican a la plaza de Valdivia u otra parte de la tierra con licencia legítima, es cierto que han padecido daños siendo maloqueados en sus tierras, aunque en sus parlas han ponderado el buen tratamiento que experimentan, ha de ser invariable la seguridad de sus personas, cargas y bestias y responsables los caciques de 112

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cualquiera efracción que padezcan sin que se admita por bastante la común excusa que dan de hacerlo sin su consentimiento los mocetones, porque siendo ellos sus superiores, se hace sospechosa y así como para ellos no lo fuera ni dejaran de quejarse de nuestros jefes si robando a los indios que entran en nuestros partidos a sus negociaciones, se exculparan los superiores con decirles que los mozos de campaña lo habían hecho, de la misma suerte han de confesar que no subsana el agravio, que hacen a los pasajeros = Lo quinto que, como por la inmediación de nuestras tierras a las suyas, por sólo mediar a la isla de la Laja el río de Biobío pasan extraviadamente éste, insultan las haciendas de los españoles, robándoles los ganados, yeguas y caballos de suerte que esta plaza les consume gran parte de hacienda y extingue las crías, que conservadas aumentan el beneficio común de los mismos indios y de ellos el aumento si en este caso y en las ocasiones que entraren a hurtar fueren aprehendidos algunos han de ser castigados por los jefes del ejército sin remisión y los caciques no sólo no han de pedir satisfacción del castigo sino aumentarles la reprensión para que así se conozca su buena fe y porque pudieran también los españoles de mala vida introducirse en sus tierras y cometer semejantes excesos contra su quietud y sus haciendas luego que suceda darán cuenta a los cabos de los tercios más inmediatos a su territorio para que envíen a prenderlos y se haga en ellos justicia con la pena correspondiente». Dice el acta que los caciques, unánimes, «juraron a Dios y a la Santa Cruz, guardarlas y cumplirlas exactamente»9. Un informe elaborado en 1750 por el fiscal de la Audiencia, José Perfecto de Salas, indica que los indígenas, desde 1723, en que dejaron de ser perseguidos por los españoles con el título de conversión, se dedicaron al cultivo de las tierras y a la crianza de los ganados, y, como quiera que los caciques e indios principales sabían que, ante cualquier inquietud de la tierra, padecían inmediatamente la ruina, porque los mismos indios libres y sueltos se aprovechaban de la ocasión para entregarse al robo, fueron los primeros en estar a la mira de «apagar cualquier incendio, abominando de muerte aun el nombre de levantamiento»10.

* ANCh, Fondo Claudio GAY, vol. 28, fs. 94-110. Copia en: BNCh.JTM, Manuscritos, í. 184, n° 4.115, fs. 218-247. 10 Santiago, 5/3/1750. DONOSO, Un letrado..., I, pág. 120. 113

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3.

NUEVO PARLAMENTO GENERAL Y CAPITULACIONES EN TAPIHUE, EL 27 DE DICIEMBRE DE 1746; Y EN LA PLAZA DEL NACIMIENTO, DEL 8 AL 10 DE DICIEMBRE DE 1764

El presidente Domingo Ortiz de Rozas llamó, también, a los caciques a un parlamento general, que se llevó a efecto en Tapihue el 27 de diciembre de 1746. Como informó al rey, asentó artículos, los agasajó con vino, tabaco, pañete, sombreros y bastones, y los exhortó a ser los más fieles vasallos. Los artículos convenidos fueron semejantes a los de Negrete, pero Ortiz de Rozas, que había sido gobernador de Buenos Aires y conocía los problemas de esta provincia, les exigió, además, que no acompañasen a los pampas ni a otros indígenas de la banda opuesta de la cordillera en las correrías con que ofendían y destruían a los habitantes de las inmediaciones de Buenos Aires y, en general, a todos los que traficaban aquella carrera o habitaban la provincia de Cuyo, so pena de que serían castigados con todo rigor quienes cometieran tales excesos". El segundo sucesor de Ortiz de Rozas fue Antonio Guill y Gonzaga. Convocó a los araucanos a un parlamento el 8 de diciembre de 1764, a fin de ratificar los tratados de paz existentes. Por excepción, se efectuó en los campos vecinos a la plaza del Nacimiento, en la orilla sur del BíoBío, en territorio indígena. Asistió el obispo de la Concepción, fray Pedro Ángel de Espineira y, como intérpretes, el capitán Martín Soto, lengua general, y el capitán Carlos Garries, además de religiosos, funcionarios y jefes militares. El presidente abrió el acto con una exhortación, hecha en los términos acostumbrados. Luego se procedió —según reza el acta— a la diligencia, practicada conforme a sus ritos, de «recoger los bastones de todos los caciques y puestos en presencia de su Señoría, juntos y ligados, se recogió también el de su señoría, y los demás que tenían los españoles según sus oficios, que se clavaron en medio de los bastones de los caciques, sobresaliendo más que todos el de su Señoría conforme a su estilo». A continuación les fueron leídos, propuestos y explicados en su lengua los capítulos siguientes: «I o Que todos los indios y cada reducción de ellos se habían de repoblar y reducir a pueblos en sus propias tierras y en la parte y lugar que eligiesen y tuviesen por más conveniente pues así juntos y congregados vivirían como racionales y no dispersos como animales en el campo y lo11

19/3/1747. Cit. por BARROS ARANA, Historia..., VI, págs. 166-167. 114

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grarían unos la compañía de los otros haciéndose sociables y comunicables saliendo desde sus casas a cultivar sus tierras, y visitar sus ganados, volviendo cada uno a lograr el descanso de su casa por la noche o cuando le pareciese conveniente y conseguirían principalmente el que los Padres Misioneros en un mismo tiempo y a una misma hora les instruyan y enseñen la Doctrina Cristiana y les prediquen el Santo Evangelio y bauticen a sus hijos, haciéndoles conocer que de vivir con esta unión lograrían la ventaja de que fuese conocido, corregido y castigado el indio o español que les hiciese daño en sus tierras y ganados, tendrían en cada pueblo su Capitán de Amigos que les mantuviese paz, y justicia, y últimamente les concedería su señoría Comisario de Naciones como tanto le habían clamado por cartas que recibió en Santiago y se lo habían pedido todos los caciques que bajaron a la Ciudad de la Concepción a visitar a su señoría, y a vista de esta providencia tendría la satisfacción de que los conchabadores que entran en la tierra celebrarían sus conciertos en presencia del Padre Misionero, o del Comisario, o Capitán de Amigos y de esta suerte no les harían el engaño de que tanto se quejan y más cuando de reducirse a pueblos ni al Rey ni a sus Capitanes Generales le resulta utilidad alguna, y antes el Rey es gravado y también su Real Hacienda en mantenerles misioneros, comisario y capitán de amigos sólo a fin de conservarlos en paz y que logren el beneficio de instruirse en nuestra Santa Fe. «2o Que todos los caciques e indios habían de ser obligados a devolver y entregar a todos los españoles, y de cualesquiera otras castas o color que por malhechores se pasasen a la tierra adentro, entregarlos al Comandante de la Plaza más inmediata, pues siendo estos hombres de malas costumbres y de peores inclinaciones se quedaban sin el castigo correspondiente, y eran muy contrarios y perjudiciales a los indios a quienes enseñarían sus vicios y les harían muchos daños en sus ganados y haciendas y que en esta conformidad habían de procurar luego traer y entregar algunos de estos malhechores que actualmente se hallaban en la tierra adentro. «3o Que los indios de las Pampas de Buenos Aires, han practicado varios robos y hecho algunas muertes a los españoles que transitan de Mendoza a Buenos Aires, y se acogen y ocultan con el robo introduciéndose a lo interior de la tierra, y siendo tanto delito el hurtar y matar como el abrigar y ocultar los ladrones y matadores porque desde todo se fomentan estos insultos, habían de ser obligados dichos indios, y ha de correr de su cuenta el aprehender a estos ladrones y las especies hurtadas y traerlos y entregarlos al Comandante de la Plaza más inmediata pues de este modo se conocería que eran fieles vasallos de su Majestad quedando los españoles igualmente obligados a la correspondencia, de que si alguno de sus 115

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indios o españoles les hurtasen sus caballos o ganados les entregarían al indio y sus ganados, y al español lo castigaría el Juez más inmediato. «4o Que si algún español de los que entran a conchabar a la tierra adentro causase algún daño a los indios hurtándoles sus ganados, o vendiéndoles cosas hurtadas o maltratando a los mismos indios, que éstos no han de poder por sí tomar satisfacción y castigar a dichos españoles sino traerlos y entregarlos a los Comandantes o Corregidores más inmediatos para que éstos los castiguen y les impongan la pena correspondiente a vista de los propios indios para que queden satisfechos de que se les hace Justicia y que se les desea mantener en paz. «5o Que cuando se ofreciese que los Padres Misioneros entrasen a correr la tierra para predicarles el Santo Evangelio o que alguno de los españoles transitasen para Valdivia con pliegos del Capitán General o llevasen algún ganado o armas u otros víveres con su licencia, o del Maestre de Campo General, han de ser bien tratados y asistidos de los indios sin causarles el más leve daño ni extorsión, pues de lo contrario se faltaba a Dios, al Rey, al Capitán General y sus oficiales y se negaban a la buena correspondencia con los españoles, quebrantando la obediencia debida a sus superiores y que en caso de negársela tomaría su Señoría la satisfacción correspondiente teniendo entendido que el respeto y veneración debida a los Padres Misioneros era el que más agradaba a Dios y al Rey por ser ministros de Dios y padres de las propias almas a cuya conversión y salvación sacrifican tantas fatigas, y trabajos porque los mismos indios consigan y logren el último fin para que fueron criados que es ir a ver y gozar a Dios, lo que sólo podrán lograr yendo a la Doctrina de los Misioneros y guardando los preceptos de Dios que les explican, y si el mismo Rey guarda tanto respeto y veneración a todos los sacerdotes porque son ministros de Dios, y el Rey hechura y criatura suya, con cuánta mayor razón todos sus vasallos y los propios indios que son tan inferiores al Rey deben guardar este mismo respeto y veneración a sus Padres Misioneros que para beneficio suyo y de sus almas corren por toda la tierra adentro. «6o Que cuando los indios yanaconas nacidos y criados entre los españoles, bautizados y doctrinados y aun muchos de ellos casados según el orden de nuestra Santa Madre Iglesia, o por veleidad de su genio, o porque cometen algún delito temerosos del castigo se pasasen a la tierra adentro han de ser obligados los indios a traerlos y devolverlos al Comandante más inmediato sin permitir que residan entre ellos ni habitar junto con ellos porque es privar a Dios y al Rey del derecho que tienen adquirido en estos indios por el bautismo, enseñanza y casamiento, y se malogra en ellos el fruto de su redención; y por el contrario los indios 116

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que abrigan y viven con dichos yanaconas mantienen escondido en su pecho un áspid que cuando lo llegan a conocer ya les ha comunicado el veneno, pues viviendo éstos por sus delitos son ladrones, homicidas y de malas inclinaciones, y si con la enseñanza y el castigo no las han enmendado entre los españoles cuando se pasan a los indios y tierra adentro, viviendo con libertad y sin temor repiten con exceso sus maldades, y cuando las advierten y conocen los propios indios ya tienen recibido el daño en sus ganados y haciendas, y lo que es peor les han comunicado y contagiado con la peste de sus malas inclinaciones. «7o Que cuando trajeren los indios especies de lícito comercio han de poder pasar a celebrar sus ferias por los ríos Biobío y la Laja, y únicamente lo han de poder hacer por los pasos permitidos y acostumbrados presentándose al Comandante de la Plaza de ida y vuelta para que le conste y no han de poder formar queja de que no se les permitirá pasar por otras partes ocultas y prohibidas porque esto resulta en su propia utilidad pues pasando por los fuertes y presentándose a los Comandantes lograrán que los españoles no les engañen dándoles por sus ponchos, sal o piñones algunas especies hurtadas, como son caballos y ganados que después los cobran y quitan los propios dueños lo que podrán evitar conforme a lo tratado en el Parlamentó de Negrete obligando el Comandante de la Plaza al comprador a que les dé papel de seguro por el cual saliendo la especie hurtada se castigará al español y se le apremiará a restituir igual número de ganados como el que había dado en pago sin que por este motivo ni otro alguno puedan los indios usar del estilo y costumbre tan perniciosa como injusta de cobrar y hacerse pago por su mano del primer español que encuentran que no tuvo culpa ni intervención en sus tratos ni en los robos que otros les hacen, y antes bien ocurriendo al Comandante hará pagar al culpado guardando así el orden la Justicia que manda Dios y el Rey. «8o Que si por mediar sólo entre nuestras tierras y la de los indios el río Biobío y la Laja suelen los indios hacer entradas a nuestras tierras y robarse caballos, yeguas y vacas, en grave perjuicio de los españoles y aun de los mismos indios que participan del aumento de estos ganados, han de poder los españoles aprehender y castigar a los indios que hicieren estos robos y hurtos sin que los caciques y demás indios puedan formar queja de este castigo y antes han de ser obligados a concurrir por su parte al castigo y severa reprensión de estos ladrones, pues de este modo evitarán que los españoles les causen iguales o mayores daños y les insulten a sus vidas y haciendas. «9o Últimamente, han de ser obligados a guardar y cumplir todos los tratados de paz celebrados en el campo de Negrete y Tapigüe, por los 117

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Exmos. Señores Don Gabriel Cano de Aponte, Don Joseph Manso de Velasco, Don Domingo Ortiz de Rozas, y Don Manuel de Amat, siendo Gobernadores y Capitanes Generales de este Reino, según y como en ellos se contiene, a cuyo fin pidieron el Parlamento de dicho Exmo. Señor Manso, el que se les leyó, y manifestó original por el lengua general». Entre los días 8 y 10 hablaron los representantes de los cuatro butalmapus. Aunque al principio resistían el artículo primero, concluyeron expresando su conformidad a todos. Reza el acta que «se pusieron todos de rodillas haciendo la señal de la Cruz y juraron por ella, y después según su estilo por el sol, cumplir los tratados, y especialmente el primero». Ofrecieron hacer una junta general en el interior de su territorio con quienes no habían asistido, para que nadie tuviera disculpa alguna si faltaba a lo prometido12. En el informe que elevó al rey, consignó Guill y Gonzaga que se verificaron las juntas y que los caciques y gobernadores de Angol, Nigninco, Minas, Lucán, Cullén, Repocura y Maquegua dijeron estar prontos a dar cumplimiento a todo. Pidieron capitanes españoles que los gobernasen, los que, desde luego, les dio. El rey le manifestó el agrado que le merecía su celo13. A pedido del presidente, el obispo Espineira se reunió en parlamento con los caciques de los Llanos, con el objeto de ratificar y consolidar las paces establecidas en la plaza del Nacimiento. La asamblea se efectuó en la Concepción el 7 de abril de 1767. Participaron los caciques del butalmapu de la Costa, Juan Leuboa y Juan Caticura. Por boca de intérprete preguntaron si había alguna novedad en las paces antedichas, que ellos se mantenían constantes en ellas y en todo lo demás tratado en aquella oportunidad, dando el paso franco para Valdivia que habían prometido. El obispo se mostró complacido. Les solicitó que excitasen al mismo fin de la paz a todos los que componían su butalmapu, evitando que se coligaran con los demás. Prome12

«Testimonio del Parlamento General que celebró en la inmediación de la Plaza del Nacimiento el M. litre. Sr. Presidente, Gobernador y Capitán General de este Reino Dn. Antonio GUILL Y GONZAGA en ocho de Diciembre de 1764 y de varias cartas y providencias dadas para su actuación». AGÍ, Chile 257. 13 GUILL Y GONZAGA a! rey: Concepción, 1 °/3/1765. Real cédula a GUILL del 12/4/1767. AGÍ, Chile 257. En el mismo legajo: «Testimonio de autos sobre la reducción de indios infieles a Pueblos, y Misiones en el Reino de Chile de resulta del Parlamento general principiado el día 8 de Diciembre del año de 1764». 14 «Testimonio de autos, de los tres últimos cuadernos, que contienen las Providencias que se han dado, y diligencias practicadas por el limo. Sr. Obispo de la Concepción, sobre el perfecto restablecimiento de las paces de los indios de los Llanos que habitan desde el río de Biobío hasta la Plaza de Valdivia del Reino de Chile». AGÍ, Chile 257.

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tieron juntar a todos y reducirlos a la deseada paz con la eficacia posible14. El virrey del Perú, Manuel de Amat y Junient, antecesor de Guill y Gonzaga en Chile, escribió al rey en un tono fuertemente crítico hacia el presidente, a quien consideró «en manos de los Jesuítas». A su entender, éstos miraban el asunto de indios y misiones como la principal «llave maestra» para dominar a los presidentes. El primer paso errado que •—según él— le habían hecho dar era la celebración del parlamento en tierra indígena, y no al norte del Bío-Bío, como siempre había sido, pues los naturales reputaban por «especie de superioridad» el que los fueran a buscar a su territorio. Si lo hubiera consultado antes, lo habría —además— desengañado de que se reducirían a poblaciones y aceptarían misioneros. En su opinión, eran éstas proposiciones maliciosas, sugeridas por varias clases de interesados, en las que creían algunos «miserablemente»15. Más duro no pudo ser en sus juicios, una dureza que hay que relacionar, para explicarla, con la campaña antijesuítica que se había desatado, y que hacía dos años había culminado con la expulsión de la orden de los dominios españoles. Calculaba el virrey, con seguridad, que sus exabruptos caerían como melodías en los oídos de Carlos III. 4.

PARLAMENTO GENERAL Y PACES ASENTADAS EN EL CAMPO DE NEGRETE DEL 2 5 AL 2 8 DE FEBRERO DE 1 7 7 1 . JUNTA CELEBRADA EN LA PLAZA DE LOS ANGELES DEL 1 1 AL 2 3 DE NOVIEMBRE DE 1 7 7 2

EJ 3 de marzo de 1770 ocupó Ja presidencia interina de la audiencia del reino de Chile Francisco Javier de Morales y Castejón. Los pehuenches, que se habían sublevado en masa el año anterior, clamaron —según expresaría ai Conde de Aranda— «con toda sumisión y rendimiento, pidiendo el perdón y solicitando la paz que les concedí». Para eso tuvo en consideración lo prevenido en las leyes y últimas reales cédulas, la falta absoluta de caudales para sostener por más tiempo los gastos de la guerra, lo fatigado que se hallaba el reino, la total destrucción de los ganados, las noticias de un probable rompimiento con la corte de Londres (a causa de la usurpación por ésta de las islas Malvinas) y los dictámenes que recabó16. 15

Lima, 6/12/1769. AGÍ, Chile 257.

16

BARROS ARANA, Historia..., VI, pág. 320. Vid: VILLALOBOS R., Los

pehuenches...,

passim; y CASANOVA GUARDA, «La alianza...» Afirma este autor que «las alianzas, en general, vinieron a complementar la amplia estructura institucional creada por las autoridades locales J...] para alcanzar las anheladas condiciones pacíficas de convivencia en los territo-

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Como era de práctica, comenzó reuniendo el 23 de febrero de 1771 una junta de guerra en el campo de Negrete, a fin de discurrir los «medios políticos, y de mera gobernación» más adecuados para proponer a los indígenas, reservando lo concerniente a lo espiritual para cuando se hiciera presente el obispo, a quien se esperaba. Intercambiados los pareceres, la junta acordó proponerles catorce condiciones. Dos días después, presentes el obispo de la Concepción, fray Pedro Ángel de Espineira, prelados de conventos y funcionarios del rey, se celebró en el mismo sitio la nueva junta, encargada de tratar acerca de la conquista espiritual, y que a este respecto estableció condiciones adicionales. El mismo día dio comienzo el parlamento o congreso general. Contó con la asistencia multitudinaria de caciques y mocetones de los cuatro butalmapus, incluidos los pehuenches. Oficiaron de intérpretes el capitán de amigos Juan Antonio Martínez y el capitán Ignacio Arratía. El primero en perorar fue el cacique Ignacio Lebihueque, quien lo hizo por el butalmapu de la cordillera. Aconsejó a sus connacionales que permaneciesen fieles vasallos del rey y en obediencia a sus ministros, para así gozar de la más perfecta tranquilidad. Como aludiera a la violencia que se les había hecho para obligarlos a formar pueblos, el presidente los exhortó a que depusiesen sus quejas particulares, tratasen sólo de la paz y de los medios más convenientes a consolidarla. Al día siguiente prosiguió la reunión con las exposiciones del cacique de Angol y del presidente. Este no dejó de recriminarles su supuesta ingratitud, ni de anonadarlos. Acto seguido, les presentó las condiciones de las que dependería la paz. Fueron las siguientes: «1. Que en consecuencia de haber pedido los indios la paz con repetidas instancias, deben deponer las armas, disolver las juntas, convocatorias, o cualesquiera otros pactos que según sus ritos, y costumbres hayan celebrado para el alzamiento: confesando que son verdaderos vasallos de nuestro Monarca como lo han protestado en cuantos Parlamentos han precedido, y que no tuvieron causa para haber roto las Paces que establecieron y firmaron el año pasado de setecientos sesenta y siete, pues no habían recibido agravio alguno de los españoles. Y aun en el caso de haber experimentado de pocos individuos robos, u otros daños, no era conforme a Justicia que el delito de particulares se transfiriese a todo el Reino, cuando les dictaba su propia conciencia recurriesen a los inmediatos Jefes de esta rios fronterizos. A través del pacto, respaldado por los parlamentos, capitanes de amigos, caciques gobernadores, etc., españoles y pehuenche formalizaron su amistad y los vínculos de colaboración militar y política», que empero no fueron permanentes (pág. 92).

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frontera para que los desagraviasen, o en su defecto a la Capitanía General en donde hallarían tan indefectible la Justicia que sin atender a que fuesen españoles, o indios, sólo la atribuirá a quien por su parte la tuviere. «2, Que la mejor demostración que podrán dar de permanecer constantes en la obediencia del Rey, y de sus Ministros, será mantenerse en todas ocasiones amigos de nuestros amigos, y enemigos de nuestros enemigos, sin que a éstos con ningún título, o pretexto ayuden, fomenten, ni den malos conceptos. Y por el contrario serán obligados atomarlas armas contra ellos, castigarlos, y destruirlos para que se reconozca la buena amistad, y correspondencia que guardan a los españoles. Y principalmente observarán esta buena fe contra enemigos de extraña Corona, no permitiendo pasen de sus naos a nuestras costas, ni que permuten bastimentos algunos porque antes son obligados a retirar sus ganados diez leguas tierra adentro para que no se aprovechen dellos, ni sirvan de aliciente a su demora. Darán prontos avisos al Maestre de Campo General, y al Superior Gobierno de su arribada, y en consorcio de los españoles se esforzarán a desalojarlos de toda la Jurisdicción del Reino. «3. Que en fuerza de las Paces asentadas en este Parlamento con los cuatro Butalmapus, o parcialidades de la tierra que existen desde Biobío al sur, y del mar a la cordillera, y con los Pehuenches, y demás habitadores della quedan condonados, y mutuamente remitidos, y perdonados por ambas partes cualesquier agravios, daños y perjuicios que se hayan ocasionado en la pasada guerra, sin que indio alguno pueda pedir según sus usos, y costumbres, compensación, o pagos de los individuos que se les haya muerto: de los que se han cautivado, y remitido a Lima: de las pérdidas de ganados, destrucción de sementeras, y casas, o de cualesquiera otros bienes; cuanto por parte de los españoles no se insiste, ni pide (como pudieran por la Justicia de su causa) el equivalente de semejantes daños que tienen recibidos. Y no sería igual la Justicia si no quedase compensado agravio por agravio, y pérdida por pérdida. «4. Que en consideración a que por el presente Gobierno conformándose a las soberanas intenciones del Rey no se intenta alterar el modo en que han vivido, y viven los indios poseyendo cada uno sus tierras con independencia de otros, sin precisarlos a que se reúnan, y congreguen en Pueblos por los inconvenientes que repetidas veces me han representado: que para su mayor sosiego serán obligados a entregar en las Plazas más inmediatas a sus reducciones todos los españoles, mestizos, mulatos, negros, o de cualquiera condición, y clase que se refugiasen a sus tierras huyendo del castigo merecido por sus delitos, y arrastrados de su torpeza para vivir más licenciosamente. Pues de lo contrario se faltaría a la Justicia, y 121

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se privaría al público de la vindicta y ejemplo en la corrección, y castigo de los malos. Debiendo observar lo mismo con los desertores, y fugitivos del Presidio de Valdivia cuando los requiera su Gobernador como lo cumplen todos los Caciques de aquella Jurisdicción, reflexionando que hombres de tan perversas costumbres sólo servirían de alborotar la tierra: continuarían los hurtos, y no respetarían las mujeres, e hijas, y parientas de los indios. Y tal vez atizarían el fuego de la rebelión con el soplo de sus chismes exponiendo a un general incendio toda la tierra, viéndola reducida a cenizas por el acogimiento de tan perjudiciales bandidos. «5. Que con el propio derecho y por los mismos motivos deberán entregar y restituir a los yanaconas que se pasaren a sus reducciones, pues el ser de indios no los exime de nuestra obediencia, ni deben reputarse por de otra clase que los demás españoles, prevaleciendo siempre el justo derecho que sobre ellos tiene la Iglesia, el Rey, y sus Ministros por su doctrina, por su nacimiento, y domicilio. No siendo menos justo atender al clamor de las mujeres, e hijos de muchos de éstos que quedarían sin este expediente abandonados para siempre. A más de que no llevados de otros impulsos que los de su libertinaje, y relajadas costumbres les ocasionarían a los indios los propios inconvenientes, y perjuicios que los demás españoles prófugos que deben entregar para su castigo. «6. Que habiendo mostrado la experiencia el gravísimo desorden que se sigue de la entrada de españoles, y de cualesquiera otros individuos a tierras de indios con el pretexto de conchabos de que se originan perjudiciales diferencias, muertes y otros escándalos, que para cerrar la puerta a tanto daño no se permitirá pase ningún español, o de otra cualesquiera clase de la otra parte de nuestras Plazas situadas a orillas de Biobío, ni por los pasos de cordillera a las habitaciones de los infieles sin expresa licencia de la Capitanía General, o del Maestre de Campo dada por escrito que deberán presentar a los Comandantes de los Fuertes por donde precisamente han de hacer la entrada, y serán obligados a su regreso a comparecer ante el mismo Comandante, o ante otro por donde correspondiere la salida, y a los que contravinieren, y fueren aprehendidos por cualesquiera pasos (aunque no lleven especies de comercio) arrestados, y con escolta competente se remitirán de Corregidor en Corregidor a la cárcel pública de Santiago para que por el tiempo que fuere del arbitrio del Superior Gobierno se destierren a alguno de los Presidios del Reino a servir en las obras del Rey a ración, y sin sueldo. Y en consecuencia de la tercera condición son obligados los indios a entregar a los contraventores de este Artículo siempre que fuesen requeridos por los Jefes de la frontera. «7. Que cuando convenga en servicio del Rey despachar algunos Co122

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rreos tierra adentro principalmente a la Plaza de Valdivia, o remitir a este Presidio bastimento para sus presidiarios se les avisará a los Caciques más inmediatos a fin de que por su parte franqueen los caminos: estorben cualesquiera vejaciones, o robos de sus mocetones, y den los auxilios necesarios al mejor éxito de las expresadas diligencias. Y dichos Caciques lo comunicarán a sus inmediatos, y sucesivamente hasta los últimos para que todos cooperen como vasallos del Rey a su debido servicio. Y lo mismo observarán con los Correos que directamente salieren de Valdivia para esta frontera. «8. Que los indios que quisieren pasar a trabajar en las haciendas, villas, y lugares de españoles lo podrán hacer por los pasos permitidos de Santa Bárbara, Purén, Nacimiento, Santa Juana, y San Pedro presentándose a sus respectivos Comandantes, y a los Corregidores, y demás Justicias de los lugares adonde ocurrieren para que se enteren de su destino, y les administren Justicia en las causas que representaren, sin que unos, ni otros puedan llevar derechos por las expresadas diligencias (que deberán quedar sentadas en Libros que a este fin son obligados a tener) ni por las que practicaren cuando se volvieren a sus tierras, manifestándoles las especies que hubieren ganado con su trabajo con el fin de evitar los inconvenientes que de lo contrario se han seguido. Bien entendido que si los indios fuesen aprehendidos por pasos, y vados no permitidos, serán castigados con la pena que correspondiere, sin que los Caciques formen queja de su corrección, cuando pudiendo impunemente venir a nuestras tierras por caminos directos, si los extravían dejan fundados indicios del mal fin con que se encaminaban a nosotros. «9. Que ios Caciques, o cualesquiera otros indios que quisieren pasar a ver al Maestre de Campo, o dirigirse hasta Santiago a representar a los señores Presidentes cuanto tuvieren por útil a la conservación y quietud de la tierra, o a quejarse de agravios que hayan recibido de españoles, o de los Comandantes de las Plazas, que para todos estos fines lo podrán hacer con el salvoconducto que se les ofrece, presentándose a los Corregidores intermedios a efecto de que les eviten cualesquiera perjuicios, y vejaciones, tanto a la ida a la Capital, como en el regreso a sus tierras. En inteligencia de que el Comandante, o cualesquiera otro individuo que pusiere impedimento a este destino será removido de su empleo, y corregido a discreción de los señores Presidentes precedida justificación de haber contradicho, o estorbado sin legítima causa la salida de dichos Caciques, y demás indios. Y para que su recurso llegue a noticia del Superior Gobierno, se podrán valer del Protector de los Naturales que reside en la Concepción, o de otras personas que fueren de su satisfacción. 123

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«10. Que no habiendo podido verificarse las ferias que se discurrieron en el Parlamento de Negrete el año de veinte y seis: ni otros arbitrios que se tuvieron presentes en posteriores Parlamentos para el comercio voluntario que permite la Ordenanza entre españoles, e indios en que se proceda con buena fe libre, y general para unos, y otros. Que para el cumplimiento, y ejecución de lo expresado se permitirá a los indios salgan con sus efectos por las Plazas de esta frontera manifestándolos a sus Comandantes, y a su vuelta harán igual manifestación de los géneros, y especies que hayan conchabado, y rescatado, sin que se les lleve derechos algunos por convenir así al bien del estado, y causa pública. Y si contravinieren a este permiso celebrando clandestinamente los conchabos, se les comisarán todos sus efectos, y a los españoles que incurrieren en la expresada contravención, a más de comisarles cuanto hubieren introducido se les desterrará a uno de los Presidios del Reino a discreción de los señores Presidentes. Y todo el producto de especies comisadas se aplicará por tres tercias partes a gastos de guerra, Juez, y denunciador. «11. Que estando prohibido por todo derecho, y constituciones sinodales de este obispado la venta de armas ofensivas, y defensivas a los indios o a alguno dellos, y no habiendo sido suficiente a contener tan perjudicial abuso (de que puede ocasionarse la total ruina del Reino) la conminación de varias penas que prescribe la Ley Real, y que se han reagravado en diferentes tiempos. Que para extirpar, y abolir tan fatales consecuencias, se impondrá la pena de muerte al que se aprehendiere, y justificare haberlas vendido a los indios, o bien introduciéndolas tierra adentro, o conchabándolas en las nuestras. Y para que llegue a noticia de todos se publicará en forma de bando este Ordenanza en todas las Plazas de esta frontera, y en todas las Provincias de el obispado, y se dará cuenta a su Majestad para que se digne aprobarlo, o mandar lo que fuere de su soberano agrado. «12. Que habiendo la piedad de nuestro soberano prohibido los tres géneros de esclavitud de los indios de guerra, de servidumbre, y de usanza, gozarán los susodichos de su natural libertad. Con declaración que el comprador de cualesquiera pieza perderá el valor de ella sin que le quede recurso a repetirlo del vendedor, y la Justicia que conociere de semejante contravención, depositará la persona comprada de cualquier sexo, o calidad que sea en sujeto de cristianas costumbres que le instruya en las verdades de nuestra religión, y que le dé el trato correspondiente a nuestra humanidad, y al vendedor a más de obligarle por todo el rigor del derecho a que devuelva el precio recibido, se le condenará en otra tanta cantidad aplicadas ambas sumas por tercias partes a gastos de guerra, Juez, y de124

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nunciador. Y si comprador, y vendedor reincidieren en el propio delito se les reagravarán las penas a juicio discreto del Superior Gobierno de este Reino. «13. Que teniendo dispuesto que de cuenta de su Majestad se mantengan Escuelas para la enseñanza de la doctrina cristiana en las Plazas de Santa Bárbara, Santa Fe, y Arauco administradas por los Reverendos Padres Misioneros del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Chillan, todos los Caciques, y demás indios que quisiesen despachar sus hijos, a efecto de que sean enseñados, y doctrinados en los verdaderos principios de nuestra religión lo podrán hacer con el seguro de que no se destinarán a otros ejercicios que los sobredichos, y se les tratará con toda benignidad manteniéndolos de cuenta del Rey, y según los aprovechamientos que hicieren lo participarán los Reverendos Padres al limo. Señor Obispo de la Concepción a fin de que les comunique lo que más convenga en servicio de ambas Majestades. «14. Que todos los indios no sólo los que han concurrido a este Congreso, sí también los demás que habitan de Biobío al sur, y en las cordilleras respectivas a la extensión de esta Presidencia, guardarán, cumplirán, y observarán todos los Capítulos, y puntos que en los anteriores Parlamentos, y principalmente en el del año de veinte y seis ratificaron, y firmaron a su modo, no siendo contrarios a los que de presente se obligan a cumplir con todas las ceremonias, y firmeza de su usanza. Dictando la razón, y la equidad que pues por parte de los españoles se observará inviolablemente las Capitulaciones relativas a su beneficio, y provecho, debe por la de los indios cumplirse con la propia fidelidad todas las que conducen a la tranquilidad y sosiego de este Reino». Enterados los naturales de los artículos por el lengua general, en su idioma, «y muchas veces hasta su perfecto conocimiento, respondieron unánimes, y conformes que los aceptaban gustosos por considerarlos útiles a su propio beneficio, y al mayor sosiego y quietud de la tierra, y juraron a su modo guardarlos, y cumplirlos, prometiéndose de la justificación del señor Capitán General mandaría que todos los españoles observasen los que les correspondían para que de este modo quedasen más firmes las Paces que de todo corazón han establecido». El día 28 prosiguió y acabó el parlamento. Hincados de rodillas, los nativos «juraron todos por Dios nuestro Señor, y una señal de Cruz, y también según sus usos, y costumbres, guardar, cumplir, y observar las Capitulaciones que habían entendido por medio del Lengua General, y con los mayores signos de regocijo repitieron muchas veces viva el Rey, y sea constante nuestra amistad con los españoles», de acuerdo con el acta que 125

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se levantó. Disparos de cañón, ceremonias indígenas y agasajos cerraron el congreso". Al elevar a la corte los autos del parlamento, Morales puntualizó que se había agravado hasta la muerte la pena contra los contraventores que pasaban armas a los indios, y que en materia de conquista espiritual el único adelanto había sido el establecimiento de escuelas en las plazas de Santa Bárbara, Nacimiento y Arauco. También, informó que en cuantas conversaciones había tenido con los caciques éstos dieron por solo motivo de su levantamiento el temor de que se llevara a ejecución el proyecto del presidente Guill y Gonzaga de reducirlos a pueblos, lo que coartaba su libertad y les ocasionaba notables perjuicios. Lo que más contribuiría a afianzar la paz y a sujetarlos era «mantenerlos en equidad, y Justicia, sin que experimenten la menor vejación en los contratos que se les permiten, y en la buena correspondencia con los demás vasallos», y, sobre todo, que las plazas y guarniciones de la frontera se conservasen en la fuerza y el orden convenientes18. Para dar cumplimiento a las paces se celebró una junta general en la plaza de Los Angeles, del 11 al 13 de noviembre de 1772. Como fue presidida por el maestre de campo general del reino y gobernador de la frontera, Baltasar Sematnat (o Sentmenat), y no por el presidente, se la consideró junta y no parlamento. Una junta de guerra reunida en Santiago el 30 de setiembre anterior había fijado los términos a que se ceñiría. Su fin principal fue ratificar las paces y cortar los robos que aún continuaban19.

17 «Testimonio de autos del Parlamento celebrado en el Campo de Negrete el día 25 de Febrero de 1771 con los indios Pehuenches, de los Llanos, y los de la Costa, en que quedaron sentadas las Paces con el Sor. Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos Dn. Francisco Javier DE MORALES, Gobernador y Capitán General de este Reino de Chile, y Presidente de su Real Audiencia, con que da cuenta a Su Majestad en dos Cuadernos». AGÍ, Chile 257. El testimonio de la junta de guerra del 23/2/1771 también en: BNCh.JTM, Manuscritos, t. 332, fs. 519-535. 18 Morales al ministro Julián DE ARRIAOA: Santiago, 4/4/1771. AGÍ, Chile 257. En el mismo sentido: MORALES al virrey Manuel DE AMAT: Santiago, 12/6/1771. Testimonio. AGÍ, ídem. '* «Sobre la Junta en los Angeles para el día 12 de Noviembre de 1772». ANCh, Fondo Varios, vol. 288, pieza 7, fs. 249-255. El comerciante y miliciano santanderino José PÉREZ GARCÍA asistió como capitán y dejó sus impresiones en su Historia..., I, pág. 65.

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5.

JUNTA DE SANTIAGO DEL 26 Y 27 DE ABRIL DE 1774. PARLAMENTO GENERAL Y CAPITULACIONES DE TAPIHUE DEL 2 1 AL 2 4 DE DICIEMBRE DE 1 7 7 4 . ESTABLECIMIENTO EN SANTIAGO DE CACIQUES EMBAJADORES PERMANENTES

Al asumir la presidencia del reino el mariscal de campo Agustín de Jáuregui y Aldecoa se renovaron las relaciones entre el gobierno de Santiago y las comunidades indígenas. Dos motivos lo llevaron, sin embargo, a suspender el parlamento general, que según costumbre debía hacer para confirmar las paces: la falta de existencias en el ramo de agasajos y la pretensión de los caciques de que se celebrase en sus tierras20. En su lugar, comisionó al entonces comandante de caballería de la frontera, Ambrosio Higgins (así firmaba, y no O'Higgins), gestionar con los cuatro butalmapus amigos el envío a la capital de un cacique cada uno, a título de embajador o personero, por el tiempo que les pareciese convenir. La intención, más que usarlos como interlocutores, era retenerlos como rehenes, sin que ellos lo notaran, para garantizar con su presencia que las parcialidades que representaban no se sublevarían. Una vez en Santiago, los reunió el 26 de abril de 1774 en una junta, de la que participaron el obispo, Manuel de Alday y Aspe, oidores, alcaldes de corte y otros encumbrados funcionarios reales. Tras la exhortación inicial, les sometió, por medio de intérpretes, los puntos siguientes: «I o Si en consecuencia de la propuesta que les hicieron, en mi nombre, el maestre de campo general, y el teniente coronel Dn. Ambrosio Higgins a sus respectivas naciones de que eligiesen y nombrasen embajadores, o personeros de cada una, lo acordaron y voluntariamente resolvieron el nombramiento de los que han venido a esta Capital con todas sus facultades, para residir en ella, tratar, y aceptar, como si fuese en parlamento general, lo conveniente al mejor establecimiento de la paz, a la quietud de sus mismas naciones, y a la de los españoles, y si ratifican las que celebraron en el Parlamento de Negrete, y en los que posteriormente tuvo en esta ciudad el Sr. D. Francisco Xavier de Morales, mi antecesor: e igualmente la concedencia [sic] de los cuatro butalmapus en nombrarlos por embajadores, o personeros a fin de que con ellos se corten todas y cualesquiera diferencias y se asegure la amistad perpetua de ellos con los españoles, sin que haya jamás motivo, ni causa, que la altere ni perturbe. «2o Que después de tener noticia el Rey de que con la mayor ingrati-

JÁUREOUI a ARRIAOA: Santiago, 7/10/1773. AGÍ, Chile 257.

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tud y olvido de los grandes beneficios que les ha hecho su soberana piedad, consumiendo inmensos caudales en misioneros, y operarios evangélicos que siempre ha mantenido, para que los instruyan en los misterios de nuestra Sagrada Religión y puedan desterrar sus abusos que los conducen al abismo de penas eternas, y lograr por medio de la luz del Evangelio el último fin para que fueron criados, dirigiendo sus almas a la posesión de la bienaventuranza; me nombró por Gobernador y Capitán General de este Reino, y Presidente de su Real Audiencia, a fin de que desde sus reales pies viniese a averiguar las causas de su rebelión, inquietudes, y osadas resoluciones, y reducirlos a términos de equidad y justicia con arreglo a sus reales disposiciones, y a que sin embargo de haberlos hallado ya aparentemente arrepentidos y en sosiego han sido varios los informes que ha tenido de que no cesaban los robos, y hostilidades, de que sus corazones no estaban perfectamente limpios de las pasadas turbulencias y malas intenciones: que en esta inteligencia expresen qué causas han sobrevenido para no haber guardado lo que ofrecieron en el citado parlamento. «3o Que supuestas las facultades que tienen y traen de sus butalmapus, y que los representan por común consentimiento de todos los caciques, han de conocer y confesar por su Rey y Señor natural a nuestro Católico Monarca el Sr. Dn. Carlos tercero (que Dios guarde) y jurar nuevamente que le han de reconocer por su legítimo soberano. Que han de obedecer sus reales órdenes, y los mandatos de los Sres. Capitanes Generales y ministros que mandan y gobiernan en su real nombre dando siempre y en todo tiempo nuevas pruebas de la más fina lealtad y fidelidad. Que han de ser puntuales en salir y venir cuando fueren llamados a parlamento, o fines del real servicio, y que por ninguna causa ni motivo han de faltar a la debida obediencia al Rey que sólo procura su bien espiritual y temporal sin el menor interés porque es muy poderoso y absolutamente no los necesita para mantener su soberanía y grandeza a que todos nos rendimos como humildes vasallos, y dependientes de su benignidad y poder. Que sin su amparo y protección fuéramos tan miserables como cada uno de ellos, y que con el auxilio de sus amplísimas facultades pudiéramos destruirlos y aniquilarlos si incurrieran en nueva infidelidad quebrantando lo que han prometido a Dios, al Rey, y a mis antecesores. «4o Que en este caso que no es de presumir, ni esperar, experimentarían toda la fuerza de las armas y los estragos de la guerra, porque deben estar advertidos de lo mucho que se les ha tolerado hasta ahora, por pura benignidad de S. M., y que habiéndose dignado de enviarme para más tener al Reino en tranquilidad y paz, y a sus vasallos a cubierto de las irrupciones, y hostilidades que han experimentado, por su obstinada soberbia 128

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y malos consejos, he de satisfacer la real confianza sin el menor disimulo como que estoy acostumbrado a las fatigas de la guerra, y mi corazón nunca ha sentido los efectos del temor aun entre poderosos enemigos. Que aquí ha enviado el Rey un batallón, y otras poderosas providencias, para que no se consienta el ultraje de sus armas. Que todo esto les advierto, para que conozcan la facilidad con que puede proceder a su absoluta destrucción, si no se muestran en adelante honrados, y fieles al Rey, y que el admitirlos a nuestra amistad es sólo porque deseamos que gocen los mismos beneficios que logramos los demás vasallos de S. M. cuya real efigie se les manifiesta para que le rindan la más profunda obediencia. «5 o Que respecto a que ya han conocido su error y engaño, y ofrecido vivir racionalmente en razón y justicia, y que en este concepto debo hacer con ellos oficio de buen padre y recto juez, han de estar en la inteligencia que si algún español les hiciere cualesquiera vejación, agravio, o perjuicio podrán prenderlo, y sin hacerle daño ni darle castigo por su mano, entregarlo al corregidor u otro juez inmediato para que justificada la causa le imponga a su vista la pena correspondiente, que si así no lo ejecutare, dé en ello aviso al cacique embajador, o personero de su correspondiente butalmapu, para que inmediatamente me lo represente, como que el fin de que resida en esta ciudad es para que procure el desagravio de cada uno de los suyos, y yo los atienda como debo, castigando severamente a cuantos les ofendan en sus personas o bienes, y que del mismo modo han de ser obligados los caciques a castigar prontamente a los indios que robaren o hicieren otro perjuicio a los españoles, para que por uno, no padezcan todos, remitiéndome si lo tuvieren por conveniente a los malévolos para que los destierre a los presidios, y su correción les sirva de escarmiento y a otros de ejemplo. «6o Que para el mismo fin de que sean castigados, no han de permitir en sus tierras español, negro, mulato, ni yanacona que se haya huido de las nuestras por libertarse de las penas que deben sufrir por sus delitos, pues ya se les ha dicho en otros parlamentos que esta clase de gentes es muy perjudicial, y que puede ser causa de su ruina, y hacerles muchos daños y robos, a que están acostumbrados, ausentándose después que les hayan causado esos males que quiere el Rey se eviten, pues aun sin ese motivo no permite que en sus pueblos vivan otros que no sean indios para que no los perturben y gocen de sus frutos con libertad y sin la menor inquietud. Que hombres de tan malas costumbres no pueden ser buenos amigos como que están apartados de Dios, y no cumplen con las obligaciones de cristianos, sino entregados a todo género de vicios por lo que no tendrán libres sus mujeres, ni hijas de la malicia de tales malévolos. 129

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«7° Que con este conocimiento no se han de empeñar, ni pedir jamás por semejantes delincuentes, matadores, o ladrones, porque Dios y el Rey sólo quieren que se haga justicia y en mí no reside facultad para dejar de castigar a los malos, que éstos nada pierden, ni arriesgan en inducirlos a estos empeños, y que no han de tener queja de que no se les conceda lo que pidieren a su favor porque ellos mismos se interesan en que no haya españoles de tan malas costumbres y en que sean castigados, para que cada uno goce seguramente la posesión de sus bienes. «8o Que teniendo ya satisfacción de la caridad, y humanidad con que los he tratado y trato, y que sólo he pensado en su comodidad y beneficio, podrán con ese seguro vender sus frutos y obras saliendo por los pasos ordinarios de los ríos de Biobío, y la Laxa, a manifestar a los cabos de las plazas inmediatas lo que trajeren para conchabos, o ventas, y sacar de ellos las guías correspondientes, y a su vuelta, lo que hubiesen conchabado para que no se les engañe, e iguales guías o papeles de los compradores, y dueños de las especies vendidas, permutadas o conchabadas, para que conste ser legítimamente adquiridas, y que de lo contrario no han de tener queja de que se les embargue o detenga hasta que se averigüe la verdad, sin que por ninguno de esos papeles ni diligencias se les lleve derecho alguno; y que igualmente podrán remitir a sus mocetones a que sirvan a los dueños de haciendas dando aviso a los corregidores si no les pagasen pronta y enteramente sus jornales para que hagan justicia, y si no lo hicieren, lo den al embajador o personero a fin de que yo dé providencia para su satisfacción, y de este modo no padecerán miserias en sus reducciones, que también las padecieran los españoles si no trabajaran, y experimentarán los beneficios de la paz, y amistad con ellos, y que el ocio es la causa de malos procedimientos y que padezcan necesidad. «9o Que si algunos mocetones salieren a robar a la isla de la Laxa, a los potreros de Arauco u otros parajes de españoles, ha de ser obligado el cacique de su reducción, a hacer las diligencias de averiguar quiénes han sido los ladrones, a quitarles el robo para que se le restituya a sus dueños, y a entregar a los delincuentes para que se les castigue a proporción del delito con pena de destierro, o la que corresponda, para que no lo padezca su reducción, ni el crédito de los mismos caciques, y de los demás que proceden con honradez, y que lo mismo han de ejecutar con los que salieren a robar a los caminantes para Buenos Aires o aquellas haciendas inmediatas o cualesquiera del Reino. «10° Que han de señalar el tiempo que han de permanecer en esta Capital para que vengan otros a relevarlos con las propias facultades, y que a todos se les mantendrá de cuenta de S. M. con toda comodidad y 130

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miramiento, y que correspondiendo a este beneficio han de proceder honrada y juiciosamente con comedimiento, atención, y respeto a los españoles sin dar lugar a queja, pues ellos no les hacen ni pueden hacer el menor perjuicio, como que a este fin se publicó bando con graves penas como se les ha hecho saber. «1 I o Que prevengan a los caciques que lo que se les ofreciere lo deben representar por su medio sin que tengan necesidad de molestarse en salir de sus tierras, y que con este fin, y el de que tengan aquí los suyos sujetos de satisfacción que procuren el desagravio de cualesquiera injuria o daño que les hagan los españoles, se ha arbitrado este establecimiento que han de jurar no quebrantarlo, y reiterar la observancia, y cumplimiento de todo lo estipulado en los parlamentos celebrados con mi antecesor el Sr. Dn. Francisco Xavier de Morales en el campo de Negrete y en esta Ciudad». Los embajadores pidieron un día de plazo para contestar. En realidad, salvo los dos últimos puntos, relativos a ellos, sólo se trataba de ratificar lo convenido en anteriores parlamentos. El día 27, tras una nueva arenga del presidente, respondieron «unánimes y conformes, que en consecuencia de las facultades que traían de los cuatro butalmapus, en cuyo nombre venían a residir en esta Capital, en calidad de embajadores, o personeros suyos, ratificaban las paces que se celebraron en el Parlamento de Negrete y en los que posteriormente tuvo en esta Ciudad el Sr. Dn. Francisco Xavier de Morales. Que no tenían desde luego motivo fundado para quebrantar, o no observar las capitulaciones de los sobredichos Parlamentos. Y que aunque hasta ahora no han faltado rumores de movimientos en la tierra, pero que en adelante, ya cesarán, y expondrán los caciques e indios por medio de los mismos embajadores las quejas o resentimientos que les sobrevinieren para que de este modo, cortándose cualesquiera diferencias, se asegure la quietud y la paz, a que por su parte anhelan todos, y para cuyo seguro establecimiento y permanencia han venido desde sus respectivas reducciones en conformidad de la propuesta que se les hizo por el Maestre de Campo General, y teniente coronel Dn. Ambrosio Higgins. Y que en consecuencia de esas mismas facultades, que traen de sus respectivos butalmapus, conocen, y confiesan por su Rey, y Señor natural a nuestro Católico Monarca el Sr. Dn. Carlos tercero (que Dios guarde) y juraron nuevamente por Dios N. S. y una señal de Cruz +, y al modo y usanza de su tierra, puestos de rodillas delante de la efigie de nuestro Augusto Monarca, que le han de reconocer por su soberano, y que obedecerán sus Reales órdenes, y los mandatos de los Sres. Capitanes Generales, y ministros que mandan y gobiernan en su Real nombre. Que en todo tiempo darán pruebas de su lealtad, y fidelidad, y saldrán a los Parlamentos siempre 131

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que se les ordenare. Y que aceptaban gustosos todos los capítulos que se les han propuesto por considerarlos útiles a su propio beneficio, y al mayor sosiego y quietud de la tierra». El tiempo que se mantendrían los embajadores en la capital se decidiría en el futuro parlamento. Jáuregui los hizo vestir con uniformes de paño encarnado, guarnecidos de galón falso de plata, y puso a cada uno una cadena de plata con medalla del mismo metal en la que se hallaba estampada la efigie de Carlos III2'. El virrey consideró acertada la permanencia de los embajadores en la capital, pensando que serviría de «freno para contener los robos y levantamientos, sin embargo de la poca seguridad de sus promesas»22. Cuando Jáuregui contó con los medios necesarios para convocar el parlamento general, reunió en la Concepción la junta de guerra preparatoria el 15 de noviembre de 1774. Esta determinó que la asamblea se llevase a efecto el 15 de diciembre en el paraje nombrado Tapihue, distante dos leguas de la plaza de Yumbel, «a que estaban inclinados los principales caciques». Para infundirles respeto, acudirían mil doscientos hombres de milicias. En virtud de lo acordado en la junta, el presidente mantuvo conversaciones con varios de los caciques, a fin de superar diferencias que había entre ellos y convencerlos de que concurriesen, tarea en la cual fue secundado, una vez más, por Higgins23. La congregación en el campo de Tapihue se llevó a cabo el 21 de diciembre. Además de los habituales altos funcionarios eclesiásticos, civiles y militares, asistieron cerca de dos mil indígenas de los cuatro butalmapus, presididos todos por Jáuregui24. El trámite seguido fue el usual, salvo la decisión del presidente de no autorizar el consumo de alcohol durante la asamblea para evitar desórdenes, que quebrantaba una tradición. Colocó a los caciques en la alternativa de mantenerse fieles y obedientes, como lo habían jurado en los parlamentos precedentes, o de soportar el rigor de las armas como enemigos de la Corona, y les propuso las capitulaciones siguientes, más extensas que las de la anterior junta de Santiago: «Ia Que han de ratificar lo que voluntariamente acordaron y resolvieron en cuanto a nombrar embajadores personeros de las naciones con to21 BNCh.JTM, Manuscritos, t. 330, fs. 304-331. Vid.: BARROS ARANA, Historia..., VI, págs. 344-346; y ZUDAIRE, Don Agustín de Jáuregui..., págs. 82-84. 22 Conf. JÁUREGUI a ARRIADA: Santiago, 4/9/1774. AGÍ, Chile 189. 23 «Segundo cuaderno que comprende la Junta de Guerra para determinar el sitio, en qué fecha, de celebrar el Parlamento general el presente año de 1774». ANCh, Fondo Varios, vol. 288, pieza 10, fs. 371-374. Vid.: ZUDAIRE, Don Agustín de Jáuregui..., págs. 85-88. 24 Un análisis de los asistentes en: LEÓN, «El Parlamento...», págs. 10-17.

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das sus facultades para que residan en la Ciudad de Santiago Capital del Reino mantenidos de cuenta de la Real Hacienda y puedan tratar y aceptar como si fuese en Parlamento General cuanto convenga al mejor establecimiento de la paz, a la quietud de sus mismas Naciones, y a la de los españoles, como de orden de su Señoría se les propuso en su nombre por el Maestre de Campo General Dn. Baltasar Sematnat y Teniente Coronel Dn. Ambrosio Higgins ratificando también ahora las Capitulaciones y Paces que celebraron en el Parlamento de Negrete en el año pasado de mil setecientos setenta y uno y demás que tuvo en dicha Ciudad el Señor Dn. Francisco Xavier de Morales y antecesor, comprendiendo bien y seriamente que el fin principal de estos Parlamentos y tratados de Paz es que ésta una vez establecida no se puede romper ni alterar por ningún motivo ni causa por grave que sea, porque para su remedio y desagravio tienen seguro recurso a los Señores Presidentes y Capitanes Generales que envía el Rey con particular encargo de que los oigan, atiendan, y mantengan en quietud y justicia lo que les será en lo presente y en todo tiempo más fácil por las representaciones de sus embajadores, y que en consecuencia de haber jurado y prometido vivir en quietud y amistad con los españoles sin pensar jamás en tomar las armas ni causarles el menor daño ni perjuicio en sus personas, haciendas, ni ganados deben quedar advertidos de que están obligados a cumplir su palabra y promesas perpetuamente sin que tengan facultad ni arbitrio para lo contrario en manera alguna por no ser esta ceremonia sino muy seria formalidad que no deja lugar ni para levantar el pensamiento al quebrantamiento de tan estrecha obligación supuesto que conocen la fuerza del juramento, la de lo que tratan y pactan las gentes que son hombres distinguidos en sus tierras, que su mayor honra es acreditarse fieles vasallos del Rey y que Ja mayor infamia será no observar ni cumplir lo que prometen en asunto tan grave y en que tanto se interesa el servicio de Dios y del Rey, y que en inteligencia de todo ha de ser ya para siempre inalterable esta ratificación de Paces y de las demás Capitulaciones que tienen aceptadas en su nombre los referidos embajadores. «2a Que han de expresar qué causas han sobrevenido para no haber observado ni cumplido lo que ofrecieron al enunciado Señor Dn. Francisco Xavier de Morales en los precitados Parlamentos pues no han cesado hasta ahora los robos y hostilidades, siendo así que aun teniendo noticia el Rey de que con la mayor ingratitud y olvido de los grandes beneficios que les ha hecho su soberana piedad consumiendo inmensidad de caudales en misiones y operarios evangélicos que siempre ha mantenido para que los instruyan en nuestra Sagrada Religión y puedan desterrar [dice: desterrados] los abusos que los conducen al abismo de penas eternas y lo133

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grar por medio de la luz del Evangelio el último fin para que fueron criados dirigiendo sus almas a la posesión de la Bienaventuranza, me nombró por Gobernador y Capitán General de este Reino y Presidente de su Real Audiencia a fin de que a sus Reales pies viniese a averiguar las causas de su rebelión, inquietudes y osadas resoluciones y a reducirlos a lo que es justo con arreglo a sus Reales disposiciones, manifestando en todo esto que así como no permite ni quiere que se les hagan vejaciones ni perjuicios, tampoco quiere ni es su Real ánimo que se tolere ni deje de castigar a los que los hicieran a los españoles. «3a Que así como en el Parlamento que tuve con los Embajadores personeros de sus Butalmapus conocieron y confesaron éstos por su Rey y Señor Natural a nuestro Católico Monarca el Señor Dn. Carlos tercero que Dios guarde, y juraron nuevamente que habían de reconocer por su legítimo Soberano, obedecer sus Reales órdenes y los mandatos de sus Señores Capitanes Generales y Ministros que gobiernan en su Real nombre dando siempre y en todo tiempo nuevas pruebas de la más fina lealtad, que serían puntuales todos los Caciques de sus Naciones en salir y asistir cuando fuesen llamados a Parlamento o para otros fines del Real servicio y que por ninguna causa ni motivo habían de faltar a la debida obediencia al Rey que sólo procura su bien espiritual y temporal sin el menor interés por ser muy poderoso y no necesitarlos para mantener su soberanía y grandeza a que todos nos rendimos como humildes vasallos y dependientes de su real benignidad y poder, conociendo que sin su amparo y protección fuéramos tan miserables como cada uno de ellos y que con el auxilio de sus amplísimas facultades pudiéramos destruirlos y aniquilarlos si incurrieran en nueva infidelidad quebrantando lo que han prometido a Dios, al Rey, y a mis antecesores, así también han de conocer y confesar ahora todos por su Rey y Señor Natural al mismo nuestro Católico Monarca el Señor Don Carlos tercero, jurar y reconocerlo por su legítimo Soberano, obdecerle, y a sus Ministros. «4a Que han de guardar perpetua fidelidad y rendimiento porque de lo contrario que no es de presumir ni esperar experimentarán toda la fuerza de las armas y los estragos de la guerra, pues deben estar advertidos de lo mucho que se les ha tolerado hasta ahora por pura benignidad de su Majestad, y que habiéndose dignado de enviarme para mantener al Reino en tranquilidad y paz, y a sus vasallos a cubierto de las irrupciones y hostilidades que han experimentado por su obstinada soberbia y malos consejos, he de satisfacer la Real confianza sin el menor disimulo, como que estoy acostumbrado a las fatigas de la guerra, mi corazón nunca ha sentido los efectos del temor aun entre poderosos enemigos, que aquí ha en134

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viado el Rey un Batallón y otras grandes providencias para que no se consienta más el ultraje de sus armas, que todo esto les advierto a fin de que conozcan la facilidad con que puedo proceder a su absoluta destrucción si no se muestran en adelante honrados y fieles al Rey y que el admitirlos a nuestra amistad es sólo porque deseamos que gocen los mismos beneficios que logramos los demás vasallos de su Majestad a quien han de rendir la más profunda obediencia. «5a Que respecto a que ya han conocido su error y engaño y ofrecido vivir racionalmente en razón y justicia, y que en este concepto debo hacer con ellos oficio de buen padre y recto juez, han de estaren la inteligencia que si algún español les hiciere cualquiera vejación, agravio o perjuicio, podrán prenderlo y sin hacerle daño ni darle castigo por su mano entregarlo al Corregidor, u otro Juez inmediato, para que justificada la causa le imponga a su vista la pena correspondiente, que si así no lo ejecutare den de ello aviso al cacique Embajador o personero de su correspondiente Butalmapu para que inmediatamente me lo represente, como que el fin de que residan en dicha Ciudad de Santiago es para que procuren el desagravio de cada uno de los suyos y yo los atienda como debo, castigando severamente a cuantos les ofendan en sus personas o bienes, y que del mismo modo han de ser obligados los Caciques a castigar prontamente a los indios que robaren o hicieren otro perjuicio a los españoles para que por uno no padezcan todos, remitiéndome si lo tuvieren por conveniente a los malévolos para que los destierre a los Presidios y su corrección les sirva de escarmiento y a otros de ejemplo. «6a Que para el mismo fin de que sean castigados, no han de permitir en sus tierras español, negro, mulato ni yanacona que se haya huido de las nuestras por libertarse de las penas que deben sufrir por sus delitos, antes sí entregarme todos los que se hallaren de esas calidades en sus reducciones, y a cualesquiera que después de este Parlamento se pasase a refugiarse a la otra banda del Biobío, pues ya se les ha dicho en otros Parlamentos que esta clase de gentes es muy perjudicial y que puede ser causa de su ruina y hacerles muchos daños, y robos a que están acostumbrados, ausentándose después que les hayan causado esos males, que quiere el Rey se eviten, pues aun sin ese motivo no permite que en sus pueblos vivan otros que no sean indios, para que no los perturben y gocen de sus frutos con libertad y sin la menor inquietud: que hombres de tan malas costumbres no pueden ser buenos amigos como que están apartados de Dios, y no cumplen con las obligaciones de cristiano, sino entregados a todo género de vicios, por lo que no tendrán libres sus mujeres ni hijas de la malicia de tales malévolos. 135

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«7a Que con este conocimiento no se han de empeñar ni pedir jamás por semejantes delincuentes matadores, o ladrones, porque Dios y el Rey sólo quieren que se haga Justicia, y en mí no reside facultad para dejar de castigar a los malos, que éstos nada pierden, ni arriesgan en inducirlos a tales empeños, y que no han de tener queja de que no se les conceda lo que pidieren a su favor porque ellos mismos se interesan en que no haya españoles de tan malas costumbres y en que sean castigados para que cada uno goce seguramente la posesión de sus tierras. «8a Que teniendo ya satisfacción de la caridad y humanidad con que los he tratado y trato y que sólo he pensado en su comodidad y beneficio, podrán con este seguro vender sus frutos, y obras saliendo por los pasos ordinarios, y permitidos de Santa Bárbara, Purén, Nacimiento, Santa Juana y San Pedro, a manifestar a los Cabos de dichas Plazas, y a los Corregidores de los Partidos lo que trajeren para conchabos, o ventas, y sacar de ellos las guías correspondientes y a su vuelta lo que hubiesen conchabado, para que no se les engañe, e iguales guías, o papeles de los compradores y dueños de las especies vendidas, permutadas o conchabadas, para que conste ser legítimamente adquiridas, y que de lo contrario no han de tener queja de que se les embargue o detenga hasta que se averigüe la verdad, sin que por ninguno de esos papeles, o diligencias se les lleve derecho alguno: y que igualmente podrán remitir a sus mocetones a que sirvan a los dueños de haciendas dando aviso a los Corregidores si no les pagasen pronta y enteramente sus jornales, para que hagan Justicia, y si no lo hicieren lo den al Embajador o personero a fin de que yo dé providencia para su satisfacción, y de este modo no padecerán miserias en sus Reducciones, que también las padecieran los españoles si no trabajaran, y experimentarán los beneficios de la paz y amistad con ellos y que el ocio es la causa de malos procedimienos y que padezcan necesidad. «9a Que si algunos mocetones salieren a robar a la Isla de la Laja, a los Potreros de Arauco, u otros parajes de españoles, ha de ser obligado el Cacique de su Reducción a hacer las diligencias de averiguar quiénes han sido los ladrones, a quitarles el robo para que se le restituya a los dueños y a entregar a los delincuentes para que se les castigue a proporción de el delito con pena de destierro, o la que corresponda para que no lo padezca su Reducción ni el crédito de los mismos Caciques y de los demás que proceden con honradez y que lo mismo han de ejecutar con los que salieren a robar a los caminantes para Buenos Aires, o a aquellas haciendas inmediatas o cualesquiera del Reino. «10. Que han de señalar el tiempo que han de permanecer en dicha Capital los embajadores, o personeros para que vengan otros a relevarlos 136

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con las propias facultades y que a todos se les mantendrá de cuenta de su Majestad con toda comodidad y miramiento, y que correspondiendo a este beneficio han de proceder honrada y juiciosamente con comedimiento, atención y respeto a los españoles sin dar lugar a queja pues ellos no les hacen ni pueden hacer el menor perjuicio como que a este fin se publicó bando con graves penas como se les ha hecho saber a los referidos embajadores. «11. Que han de quedar prevenidos y advertidos de que cuanto se les ofrezca de su utilidad, conveniencia o de queja lo deben representar por medio de sus embajadores sin que tengan necesidad de molestarse en salir de sus tierras por esos motivos, pues con este fin, y el de que tengan en la Capital sujetos de satisfacción que procuren el desagravio de cualesquiera injuria o daño que les hagan los españoles, se ha arbitrado este establecimiento de embajadores que han de jurar no quebrantarlo y reiterar la observancia de todo lo estipulado con ellos y en los Parlamentos referidos de mi antecesor el Señor Dn. Francisco Xavier de Morales. «12. Que han de ser amigos de nuestros amigos y enemigos de nuestros enemigos, avisando siempre que vean en las costas navios extranjeros a los Comandantes de las Plazas cercanas para que se prevengan: que han de retirar inmediatamente sus ganados a distancia de diez leguas tierra adentro y unir sus armas con las nuestras para rechazarlos hasta conseguir su expulsión y retiro, ejecutando lo propio contra todos los que se declararen nuestros contrarios faltando a lo que queda pactado para que sean castigados y destruidos, y se conozca la lealtad que guardan a los españoles, manifestándose fíeles con los fieles y declarados enemigos de los que fueren desleales. «13. Que no habiendo razón ni justicia para que impunemente unas Naciones a otras siendo todos iguales se insulten y ofendan cebándose más que si fueran fieras en la sangre de los suyos por el bárbaro medio de las malocas con que se destruyen, perdiendo sus vidas, o llorando las muertes de sus mujeres, hijos, y parientes, o la pérdida de sus casas, ganados, animales, y sembrados sin estar un día seguros de que no serán insultados y muertos atroz y alevemente a manos de los que ordinariamente por solo el interés de robarlos soprenden, y asesinan, de que resulta que se armen unas Reducciones contra otras y se encienda entre ellas el fuego de las más sangrientes guerras: ha de quedar desde ahora para siempre jurado y establecido con las mayores firmezas que en adelante no han de hacer tales malocas, procurando olvidar hasta esta mala voz para que todos vivan sosegados, y libres de tan infames insultos, y puedan trabajar y cultivar sus tierras para mantener sus hijos y familias, y que a fin de que esto se ejecute así, como es debido, no han de tener por agravio que se unan las demás 137

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Naciones para castigar a los que quebrantaren este tratado en que consiste la segundad de sus personas y haciendas, ni aun en que si fuere preciso les demos auxilios a los ofendidos contra los agresores, y culpados, en los que si por acaso se comprendieren alguno, o algunos Caciques han de perder ese honor y título proveyéndose en el que permaneciese fiel y honrado y le corresponda por su linaje para que sea más firme esta Capitulación que puramente se dirige a su beneficio, sufriendo la propia pena aquel, o aquellos que se justificare o supiere que dan malos consejos a otros para que se levanten contra los españoles y quebranten las Paces. «14. Que para que puedan castigar los delincuentes y malévolos de sus reducciones y hacer justicia a los que la necesitaren o pidieren, acuerden si les parece a ejemplo de lo que hacen los españoles hacer también nombramiento de Alcaldes o Jueces de sus Reducciones a proporcionadas distancias, recayendo los nombramientos en indios nobles de los de mejor opinión, capacidad y juicio a que han de estar sujetos, siendo de todos superior el Cacique del distrito y éste obligado a hacer que sean respetados y obedecidos los tales Alcaldes o Jueces que nombrase de cuyo cargo ha de ser averiguar si se portan con honradez, castigando a los que hicieren perjuicios, o no vivieren como deben ni guardaren los tratados pactados en los Parlamentos, de que han de dar cuenta a su Cacique como también de los que se ausentaren y pasaren por pasos extraviados el Río Biobío, o para las Pampas, o haciendas de Buenos Aires para que los hagan prender y remitan al Superior Gobierno a fin de que los destierre como malhechores, pues ninguno ha de poder desde ahora pasar el expresado Río sino por los referidos pasos de Santa Bárbara, Purén, Nacimiento, Santa Juana, y San Pedro, presentándose primero como queda dicho para que los asienten en el Libro que han de tener a ese fin los Comandantes y sepan a qué pasan, con qué conchabos y qué es lo que vuelven a sus tierras comprado, permutado, o adquirido con ellos y constante de las guías que llevaren de los Cabos, Corregidores o Justicias del Reino porque de lo contrario se han de tener por robadas todas las especies que pasaren sin esa calidad, y se las ha de detener y embargar sin que lo tenga por agravio, pues lo mismo se mandará por bando con gravísimas penas contra los españoles que fueren osados a pasar a sus tierras por otros pasos y sin expresa licencia del Superior Gobierno, o del Maestre de Campo General, a los que podrán ellos prender y remitírmelos para que yo los castigue como a transgresores de mis órdenes. «15. Que cuando despacharen los Señores Presidentes, o el Maestre de Campo General, correos a Valdivia, bastimentos u otras provisiones, no les han de hacer el menor daño, ni extorsión, antes sí les han de franquear los caminos y dar cada Cacique uno, o dos guías hasta entregarlos 138

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alternativamente al Cacique inmediato con expresa recomendación de que ejecute lo mismo, y Jes dé también guías, o escoltas si la necesitaren para que vayan seguros y auxiliados hasta aquella Plaza y lo propio a su retorno, como lo harán también con ellos y sus mensajes los Corregidores y Justicias de los Partidos de ida y vuelta. «16. Que no han de consentir que los yanaconas, nacidos, bautizados, y criados entre nosotros, dejando abandonadas sus mujeres, e hijos, o las obligaciones de cristiano, se vayan a vivir entre ellos para perturbarlos en sus posesiones, y quietud, engañarlos e inducirlos con malos consejos a su ruina, sino que como queda dicho los han de prender y volver al lugar de donde hayan salido, como a los españoles, mestizos, mulatos, y negros que se fueren huyendo del castigo por sus maldades, por lo que ha de ser también del cargo de los Alcaldes, o Jueces de cada Reducción dar inmediatamente noticia a su Cacique de cualesquiera de los tales sujetos que llegare a ella para que proceda a su prisión, y remesa a los españoles, para que así no haya excusa de que no han sabido quiénes fuesen los ladrones, o los que hayan hecho daños y perjuicios a ellos o a los españoles. «17. Que supuesto que el Rey Nuestro Señor y el Excelentísimo Señor Virrey de estos Reinos con noticia del establecimiento de embajadores, no sólo lo han aprobado y mandado que se les mantenga de cuenta de su Majestad y que se les trate con todo amor y estimación, sino que añadiendo beneficios a beneficios, he recibido poco antes de salir de Santiago una Real Cédula en que la innata piedad de su Majestad me ordena que sin limitación gaste de los caudales que señala cuanto fuere necesario para la educación, o enseñanza en escuelas y colegios de los hijos de caciques, indios nobles, y aun de todos los de menos clases, o calidad, con que ha demostrado su Real benignidad y el mucho agrado que le han causado las noticias que le he dado de la buena disposición y paz en que se mantienen e igualmente el grande deseo que le asiste de que conozcan y experimenten su Real clemencia; pueden desde luego entregarme todos los que quieran sus hijos jóvenes para que se les enseñe y doctrine en los verdaderos principios de nuestra Religión y aprendan los que se aplicaren a leer, escribir, y las facultades a que los indujere su inclinación, bien cuidados, asistidos y distinguidos sin que puedan ser empleados en servicio, ni en otros diversos ejercicios, pues desde ahora les prometo, en nombre del Rey, que se mantendrán con toda libertad y decencia, no sólo al cuidado de sus maestros y directores que se les pondrán, sino principalmente el mío y de los demás Señores Presidentes y Capitanes Generales que me sucedieren, por ser esta y no otra la Real intención de nuestro Soberano de que no nos podemos desviar ni apartar y ya tienen experiencia de que cumplo aún más 139

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de lo que ofrezco y que sólo procuro su bien y su consuelo y por lo mismo me complacerán mucho en entregarme sus hijos para que los mire y atienda como si fuesen míos y le pueda informar a su Majestad que no solamente le han agradecido este grande beneficio, sino que manifestando su lealtad y el conocimiento de la utilidad que les resulta han estado prontos en dedicar sus hijos a tal laudables destinos como buenos y verdaderos padres para que con el tiempo logren conveniencias y distinciones aun entre los españoles, y puedan dar socorros a sus familias de lo que adquirieren por sus rentas, e industrias, pues se les ha de tratar como nobles, ascendiendo a los honores a que se hiciesen acreedores con su aplicación y buenas costumbres, logrando sus padres y parientes de esa suerte tener personas capaces, e instruidas que los honren, amparen y defiendan, sin que tengan necesidad de valerse de intérpretes, ni de otros sujetos para sus representaciones y solicitar lo que les sea útil a sus familias. «18. Que han de tener entendido que son libres, y que no han de valer ni subsistir las ventas que hicieren de cualesquiera pieza, porque la ha de perder el comprador y su valor, sin que pueda repetirlo del vendedor, y el juez que conociere de tal causa, ha de quitar la pieza al comprador y ponerla en depósito de persona de buenas costumbres que la instruya en los misterios de nuestra Religión, y le dé el correspondiente trato suave de amor y atención, quedando además sujeto el comprador a las penas que fueren del arbitrio del Superior Gobierno. «19. Que han de jurar el cumplimiento de los tratados del Parlamento del año de veinte y seis, y que si pidieren y se les concedieren misioneros para que los instruyan en las verdades de nuestra Religión, los han de tratar con todo respeto como a ministros de Dios sin hacerles el menor daño, vejación, ni perjuicio en sus personas». Respondieron los caciques el día 22 —quien más extensamente lo hizo fue Agustín Curiñancu, gobernador de Angol— que deseaban conservarse fieles vasallos, en paz, gozando de sus tierras, y que observarían y cumplirían con firmeza cuanto se les había propuesto. El cacique gobernador de los pehuenches, Juan Leviant, fue el último jefe indígena en hablar. La única dificultad que se presentó fue la actitud de los caciques Cristóbal Cheuquelemu, gobernador de los Llanos, y Francisco Ayllapan, quienes se separaron de la junta cuando se ocupaba de los robos, la que motivó un pedido de castigo por parte de los demás. Jáuregui, dado que los disidentes se acercaron a abrazarlo, evitó la ruptura y se limitó a reconvenirlos25. 25

Testimonios en: AGÍ, Chile 189 y 257. Lo publica, en versión bilingüe: FISCH, Krieg und Frieden..., págs. 706-726. Una relación del parlamento en: JÁUREGUI a ARRIAOA: Con-

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El parecer dado por el Consejo de Indias al rey fue que podía aprobar todas las capitulaciones y hacer al presidente «el más particular encargo de que cuide en cuanto sea dable de la más puntual observancia de ellas, en todas sus partes, y especialmente en las respectivas a la instrucción de los indios jóvenes que le hayan entregado, y vayan entregando, y con los cuales se deberá usar siempre de los oportunos medios de la mayor suavidad, amor y buen trato; practicándose esto mismo así con los caciques indios residentes actualmente en aquella Capital, como con los que vayan a relevarlos; cuidando mucho de franquear a los que se retiren, por haberse concluido el tiempo de su debida residencia, o por otro motivo, algunos regalos, o señales de distinción que se juzguen les puedan ser apreciables»26. En esos términos se expidió la real orden de San Lorenzo del 11 de noviembre de 177627. El sistema de embajadores residentes resultó ser un arma de doble filo para las autoridades españolas. Si tuvo las ventajas que se pensaron para introducirlo, no obstó a que los caciques siguieran pidiendo parlamentos (que para ellos tenían no sólo un valor político sino, también, económico, por las transacciones y regalos que los acompañaban28) y, lo más alarmante, convirtió a los personeros en representantes de los intereses de los indios de encomienda y de los migrantes conchabados al norte del Bío-Bío. Dejaron de ser, pues, solos voceros de sus respectivas comunidades para hacerse abogados de los residentes entre los españoles. Esta última representación, tildada de «impertinencia», alteraba el sistema, tal como había sido concebido. Respaldados por el poder militar de las etnias independientes —dice León Solís—, tuvieron así la posibilidad de modificar sustancialmente el marco en que se habían desenvuelto las relaciones hispano-indígenas. Una década después, en el parlamento general siguiente, el ensayo llegó a su fin, mas no por voluntad de los españoles sino de los propios aborígenes29. cepción, 23/1/1775. AGÍ, Chile 189. Vid: BARROS ARANA, Historia..., VI, págs. 349-350; ZUDAIRE, Don Agustín de Jáuregui..., págs. 88-93; y LEÓN, «El Parlamento...», en especial págs. 23-46, donde comenta cada una de las diecinueve capitulaciones. 26 Madrid, 4/9/1776. AGÍ, Chile 257. 27 La transcribe ZUDAIRE, Don Agustín de Jáuregui..., págs. 224-225. 28 MÉNDEZ BELTRÁN, «La organización...», págs. 139-170. 29 LEÓN SOLI'S, Maloqueros..., págs. 218-221. El sistema de embajadores hizo que cesaran casi por completo las invasiones a las haciendas chilenas y las guerras tribales al sur del Bío-Bío, pero a expensas de intensificarlas allende la cordillera, en las jurisdicciones de Buenos Aires y Cuyo. Vid.: LEÓN SOLÍS, «Las invasiones indígenas...», y «Malocas araucanas...». 141

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En el momento, Jáuregui se congratuló por los resultados que había obtenido. Al ministro Julián de Arriaga le manifestó que se experimentaban las más favorables consecuencias de los tratados de paz. «Sobre las ventajas que disfruta el Reino con la tranquilidad en que se mantiene —añadió—, se va asegurando cada día más la felicidad de que sea permanente con las pruebas que están dando los principales caciques de haber sido firmes sus propósitos en aquel Parlamento, de fidelidad, y de mejorar de costumbres»30. Secundando estos fines, expidió instrucciones precisas a los jefes militares para que tratasen bien a los indígenas y les administrasen pronta justicia31.

6.

JUNTAS CELEBRADAS POR EL MAESTRE DE CAMPO AMBROSIO HIGGINS. PARLAMENTO GENERAL Y TRATADOS DE LONQUILMO DEL 3 AL 7 DE ENERO DE 1784

«A pocos días de mi ingreso en este Reino —comunicó el presidente Ambrosio de Benavides al ministro José de Gálvez— reconocí la necesidad e importancia de mantener asegurada la Paz, y buena inteligencia con 3,1

Santiago, 3/12/1775. AGÍ, Chile 189. «Instrucciones que deben observar el Maestre de Campo General, Comandante de Caballería, Sargento Mayor, y Cabos de las Plazas, y Fuertes de la Frontera, dadas por el Sr. Mariscal de Campo Dn. Agustín DE JÁUREGUI, Gobernador y Capitán General del Reino de Chile, y Presidente de su Real Audiencia, en el año de 1775». Concepción, 21/2/1775. AGÍ, Chile 189. Prescribía la instrucción 31 al sargento mayor: «Celará mucho que los Comandantes de las Plazas traten bien a los caciques, e indios, y se informará con sagacidad, y reserva si cumplen, o no las Capitulaciones del Parlamento en la parte que les toca, viendo también al tiempo de las visitas si conservan archivadas las copias que se les han remitido de ellas, para darme de todo cuenta, haciéndose de lo contrario responsable a cualesquiera resulta por omisión, contemplación, o disimulo». Y la 50, dirigida a los comandantes: «Siendo como es el mejor medio para la conservación de la paz, y que no se experimenten los estragos de la guerra, tratar con agrado a los caciques, y demás indios, no irrogarles, ni consentir que se les irrogue, o haya la más leve vejación, o perjuicio, desagraviarlos, y administrarles prontamente Justicia, guardando escrupulosamente todo lo pactado en el antedicho Parlamento: será el mayor cuidado del Comandante atenderlos con humanidad sin darles el menor lugar a queja, ni resentimiento, y castigar con el mayor rigor a cualesquiera de sus subordinados que los agraviare, o injuriare, dispensándoles aquellas gracias que fueren regulares, y lo acostumbrado en su obsequio y agasajo, quedando advertido que cualesquiera falta que se le justificare en la importancia de estas prevenciones, no sólo será causa de separarlo del mando, sino para suspenderlo de su empleo, y castigarlo a correspondencia de la infracción de este artículo, como al contrario de que desempeñando con exactitud, y celo sus obligaciones, y cuanto va expuesto [...] será un mérito tan recomendable, que no podrá la Capitanía General dejar de promover sus ascensos informando a S. M. ...». 31

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las varias naciones de indios gentiles confinantes con las fronteras, tanto por consideración de los insanables males y perjuicios que de lo contrario se le podrían seguir, cuanto por su general falta de caudales, y de otros medios proporcionados a la necesaria defensa en las críticas circunstancias de la actual guerra contra la Inglaterra. Por esto, teniendo entendido que los indios deseaban la celebración de nuevo parlamento, según costumbre, para revalidar los actos de paz y armonía, y participar de los agasajos que en ellos se les franquea, y venir también a esta Capital en crecido número de sus jefes con motivo de cumplimentar, de lo cual se infieren considerables lastos a la Real Hacienda, con daños inevitables de los provincianos del tránsito: determiné, que el Maestre de Campo de la Frontera de la Concepción, Dn. Ambrosio Higgins [...] pasase a las Plazas, convocase a los caciques gobernadores, y de las diversas parcialidades y naciones, y a mi nombre les hiciese los obsequios, agrados y parlas que en tales Juntas se practican, afirmándoles en la buena amistad, correspondencia, y protección que podrían esperar del nuevo Gobierno, y de la confianza en que se quedaba de que por ellos se mantengan inviolablemente las mejores pruebas de fidelidad, y amor al Soberano»32. Higgins tuvo, en efecto, varias juntas en la plaza de Los Angeles con los principales de las cuatro parcialidades del sur del Bío-Bío, la primera los días 13 y 14 de abril de 1781 y las posteriores del 25 al 27 de noviembre del mismo año, y el I o y 2 de enero del siguiente, todas con el objeto de confirmar las paces preexistentes y formar un frente común contra los caciques rebeldes33. Llegado el tiempo que consideró oportuno, Benavides concedió a los indígenas el parlamento general que solicitaban. Una vez más, le confirió la representación de su persona a Higgins, pensando que no debía ausentarse de la capital en tiempos de guerra para la Monarquía como eran ésos. La congregación se verificó en el campamento levantado junto a la laguna de Lonquilmo, en la isla de la Laja, el 3 de enero de 1784. Contó con el concurso de 4.707 indios, de los que 225 eran gobernadores y caciques de cuarenta y dos reducciones pertenecientes a los cuatro butalmapus, tanto mapuches como pehuenches. La tropa se compuso de 1.320 individuos34. Antes de la lectura de las capitulaciones o artículos que esperaba acordar, Higgins preparó los ánimos de los naturales con «algunos recuerdos y reflexiones», que les hicieron conocer la importancia de mantenerse sose32 33 34

Santiago, 3/4/1782. AGÍ, Chile 192. Testimonios. AGÍ, Chile 192. BENAVIDES a GÁLVEZ: Santiago, 11/6/1784. AGÍ, Chile 193.

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gados. Así como la piedad del rey los llevaba a que fuesen tratados con paternal amor, si obraban con animosidad presuntuosa —les dijo— se precipitarían a su ruina. Acto seguido les fueron leídos los artículos siguientes: «I o Que han de ratificar cuanto ofrecieron y pactaron en los Parlamentos anteriores, particularmente lo estipulado en el año de mil setecientos veinte y seis, el tratado de Negrete por el de mil setecientos setenta y uno y últimamente el que se celebró en el Campo de Tapihue por el Excelentísimo Señor Don Agustín de Jáuregui siendo Presidente Gobernador y Capitán General de este Reino en Diciembre de mil setecientos setenta y cuatro como igualmente sujetarse y obedecer a los artículos que no comprendiéndose en los citados se expresen en éste. «2o Que entienda que este Parlamento, y lo que en él se tratase, es comprensivo no sólo a los indios habitantes en los distritos hasta aquí conocidos con nombre de Butalmapus sí también con igual jurisdicción y autoridad según sus propios ritos de los de toda la extensión de los Países Australes situados entre Mar y Cordillera desde el Río Toltén para el Sur hasta el Río Bueno representados en este Congreso por los Comisarios de la antigua Villa Rica, y Millapoa que se hallan presentes, dejándoles a los Huilliches de Changólo los de Goyoltue, y Rucachoroy cuyas Parcialidades se incluyen en el Butalmapu de la Cordillera. «3 o Que serán en adelante también comprendidos en este mismo Butalmapu los Puelches y indios Pampas que poseen los Países a la parte septentrional del Reino desde Malargüe y Fronteras de Mendoza, hasta el Mamil Mapu situado en las Pampas de Buenos Aires, los que formando un cuerpo y parcialidad con nuestros Puelches y Pehuenches de Maule, Chillan, y Antuco, serán intimados a nombre del Rey nuestro Señor a someterse en común con los demás indios a los actuales términos de la Paz general asegurados de la protección Real siempre que desistan de las perniciosas correrías y hostilidades ejecutadas continuamente con los españoles de la jurisdicción de Buenos Aires. «4° Que serán castigados como enemigos de la Corona, y con toda la severidad de las armas los Caciques, Capitanes de guerra, caudillos y parcialidades que por sí marcharen o dieren auxilio de gentes contra los citados Pueblos de Buenos Aires porque se obligarán los Butalmapus a cortar de raíz estas perversas expediciones con toda la extensión de sus facultades para gozar así las delicias del sosiego y con seguridad sus posesiones, evitando la ejecución de providencias serias, que de lo contrario se han de dirigir indispensablemente para su extinción y total ruina. «5o Que para inducir a los indios vagantes de las cordilleras al trato y comunicación amigable con el español se les permite tener comercio franco 144

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de todos los frutos que producen sus tierras: que podrán libremente introducirlos por los boquetes de Villacura y Antuco que caen sobre esta Isla de la Laxa, por los de Alico y Renegado en la Provincia de Chillan, y por los caminos del Cerro Colorado y Curicó en lo que hace al Partido de Maule, a cuyo efecto se previene a los Corregidores, Justicias y Comandantes de Milicias de estos distritos que están presentes, y se intimará a los ausentes a nombre del Señor Capitán General que coadyuven eficazmente a esta disposición, recomendándoles y ordenándoles fomenten y auxilien a los Pehuenches y demás naciones en su introducción, venta y cobro de los ramos de comercio recíprocamente ventajoso de modo que el interés resultante les sirva de estímulo a preferir este honroso y cómodo trajín al de incursiones infames sobre las Pampas tan contrario y perjudicial al giro considerable que hacen los españoles con notable y manifiesto riesgo de vidas y haciendas desde Buenos Aires al Perú y Chile. «6o Se establecerá en parajes proporcionados a este lado de Biobío que forma nuestra barrera con los indios de los Llanos cuatro ferias en cada verano del año, a saber en los meses de Octubre, Diciembre, Febrero, y Abril a las cuales podrán concurrir con los efectos de manufactura, y las que producen sus Países, y para que no padezcan engaño en las ventas, ni demora en el cobro se nombrará personas de la mayor confianza que asistan e intervengan en las negociaciones, dirigiéndose y sujetándose a las condiciones de un reglamento que se formará a este efecto en todo equitativo y adaptable, con cuyo arbitrio desterrarán la ociosidad y se dedicarán a ocupaciones honrosas y útiles a la sociedad. «7o Que entretanto se forme el plano y se verifique el establecimiento de dichas ferias, serán admitidos los indios de todas partes y distancias a salir y comerciar con los españoles, con la libertad y en los términos hasta aquí practicados sin innovación alguna por los pasos conocidos y permitidos, que son sobre el Biobío las Plazas de San Carlos, Nacimiento, Santa Juana, y San Pedro, y por lo que respecta a Pehuenches y demás indios de Cordillera por Santa Bárbara, Villacura, Antuco, Tucapel y los boquetes expresados en el artículo quinto. «8o Que en todas las urgencias del Real servicio particularmente en los casos de hallarse la Corona empeñada en guerra con Potencias extranjeras se dará paso libre a nuestra tropa que se encaminare a la avanzada Plaza de Valdivia, como lo hicieron los Araucanos con mucha bizarría y no menos satisfacción del Rey en la guerra que acabamos de tener con la Inglaterra, y no pondrán los Butalmapus el menor embarazo, antes sí coadyuvarán demostrando su fidelidad al Soberano, a la internación de pertrechos, víveres, y demás que necesitare dicho Puesto para su defensa. 145

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«9o Que habiéndose convenido en Juntas particulares los Caciques fronterizos con motivo de los robos y correrías que hacían los indios de Llanos pasando de noche sus partidas armadas por el Biobío a esta Isla de la Laxa, a restituir los ganados robados, y entregar los ladrones a disposición del actual Comandante General de estas Fronteras, lo ejecutaron así en varias ocasiones; y para que sea general y más constante esta providencia, han de convenir en ella los Butalmapus, quedando sentada y establecida en este Parlamento; y para su cumplimiento se encargarán de su cuidado y responsabilidad los Caciques y Reducciones situados en el borde del sur del citado río en la forma siguiente. Los Pehuenches de Rucalgue cuidarán de que en la orilla correspondiente a sus tierras desde Coynco hasta Santa Bárbara, no rompan el río indios ni españoles y si pasaren con ganados robados harán restituirlos asegurando, y remitiendo los conductores al calabozo de Santa Bárbara. Los de la Reducción de Quilaco ejecutarán lo propio con los que pasaren a sus tierras desde Santa Bárbara hasta San Carlos, donde harán conducir asegurados los ladrones. Desde San Carlos hasta Negrete cuidarán del mismo modo en la extensión del río que baña sus tierras las Reducciones de Renayco, Burén y Colgué; y desde Negrete quedarán encargados de la misma observancia hasta Santa Juana los indios de Curado, Angol y Santa Fe con igual responsabilidad. Del mismo modo cuidarán y responderán de todas incursiones de sus mocetones las Reducciones de Pehuenches amigos de Villacura y Antuco, absteniéndose de toda especie de excesos contra los españoles sus vecinos, porque como no disimula la rectitud del gobierno español ningún agravio, robo, ni el menor insulto contra los indios, es conforme a razón que los Butalmapus se dediquen por su parte a corresponder con no menor esfuerzo castigando a los ladrones y demás que ofendieren a los españoles. Los Pehuenches de la parte interior de la Cordillera a ambos lados del Río Neuquén desde el Volcán de Antuco hasta el de Maule y Curicó subordinados en el día al cacique Gobernador Anean, no sólo se contendrán en toda especie de hostilidades, sí también cuidarán de que los Huilliches, Pampas, y Pehuenches del sur no se introduzcan por sus tierras a los potreros de españoles y sus posesiones en las faldas y montes de las cordilleras de la pertenencia de Chillan, Cauquenes, Maule, y la de San Fernando, so pena de responsabilidad al Rey, y su Capitán General de este Reino. «10. Que para su mayor quietud y sosiego serán obligados a entregar a cualesquiera prófugos que se acogieren a sus Reducciones siendo requeridos por los principales Jefes de esta Frontera, y lo mismo observarán con los desertores, y fugitivos del Presidio de Valdivia reconvenidos que sean por su Gobernador. 146

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«11. Que no se opongan, interpongan ni empeñen, antes sí cooperen a que los delincuentes sean castigados, y así nunca pidan por aquellos que solicitan su favor para librarse de la pena que por el Rey nuestro Señor quiere se les aplique para que se corrijan y enmienden, y para que el horror y temor del castigo que ven ejecutar, contenga y refrene otros, para que sean todos buenos gobernándose y sujetándose a sus Leyes y las de Dios. «12. Que han de dejar y dar de mano a la lanza, sable, laque, y otros instrumentos de guerra con que se persiguen y matan en sus continuas malocas, sustituyendo y usando en su lugar de el arado, azadón, ichona y demás que son útiles y conducentes al cultivo de sus tierras en que el Rey nuestro Señor los ampara, y de que quiere se aprovechen reflexionando que del uso de los primeros no les resulta otra cosa que una continua inquietud, y andar vagos de lugar en lugar, y muchas veces como fieras en los bosques y de los segundos el reposo y comodidad. «13. Que cualesquiera Cacique, Capitanejo o indio particular que convocare o influyere a alzamiento, o se atreviere a pasar la flecha, será tratado como traidor al Rey, y lo mismo el que la recibiere, y como tales serán perseguidos hasta aplicarles el severo castigo que corresponde a tan excecrable exceso, y que ellos mismos en prueba de su fidelidad y para que escarmienten estos seductores que solicitan sus ruinas han de ser los que auxilien y procuren aprehenderlos y castigarlos. «14. Que ha de quedar en su fuerza lo estipulado con los Butalmapus en el Parlamento de Tapihue sobre su envío de Diputados con nombre de Embajadores a la Capital de Santiago a residir en esta Ciudad según lo tiene dispuesto el Excelentísimo Señor Don Agustín de Jáuregui Virrey del Perú como asimismo se ha de mantener lo acordado con respecto al establecimiento de Colegio para educación de los hijos de los Caciques. «15. Que las Reducciones que por su espontánea voluntad pidieren Misioneros para la enseñanza y plantificación en sus tierras de nuestra Santa Fe Católica, pueden ocurrir al Comandante General quien sin pérdida de tiempo deberá pasar sus apreciables instancias al Superior Gobierno, apoyándolas con esfuerzo y recomendaciones que se merecen. «16. Los Butalmapus o Gobierno General de los indios cuidarán escrupulosamente de que no se innove ni se permita alteración alguna en las concesiones ya hechas a favor de este establecimiento de Misiones entablado por los Reverendísimos Padres Misioneros del Colegio de Chillan, así las que se hallan en la jurisdicción de Valdivia como las que hay y se establecieren entre las Reducciones de esta Frontera, dispensando particular respeto a la Misión recientemente fundada de cuenta de su Majestad entre los Llanos y Costa de Arauco con denominación de San Ambrosio 147

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de Tucapel, procurando respetar en todas partes a los Padres Predicadores Misioneros y atenderlos con reverente sumisión y aprecio, pues así lo tiene encargado el Rey nuestro Señor en repetidas disposiciones Reales. «17. Que en virtud de lo mandado por su Majestad en Leyes Reales y novísimas Cédulas, entiendan estar prohibidas las ventas de los indios, y que aunque las practiquen deben saber no quedan reducidos ni sujetos a esclavitud, y así pueden reclamar y pedir siempre que quieran su libertad, y que los compradores y vendedores o negociantes de este comercio están sujetos a varias penas por la transgresión de los Ordenes que lo prohiben. «18. Que han de confesar y reconocer por su Rey y señor natural a nuestro Católico Monarca Carlos tercero que Dios guarde, que han de ser fieles y obedecer sin faltar jamás en cosa alguna a las órdenes que de parte de su Majestad les fueren comunicadas por los Señores Capitanes Generales y Comandante General de las Fronteras: que han de ser a consecuencia de su lealtad amigos de sus amigos, y enemigos de sus enemigos, principalmente de extranjeros de distintas Coronas y subordinación, esforzándose con los españoles a desalojarlos de nuestras costas siempre que llegaren a desembarcar y establecerse en ellas, en cuyo caso retirarán sus ganados diez leguas tierra adentro, y lo ejecutarán así siempre que reconozcan navios enemigos que se aproximan a sus costas. Asimismo se les encarga de parte de su Majestad a los caciques fieles de los expresados Butalmapus y a los indios de clase común si hay en la actualidad hacia las tierras magallánicas alguna colonia o establecimiento de gente extraña y que den cuenta de lo que supieren para la inteligencia de la Capitanía General de Chile con el seguro de que verificándose serán premiados a correspondencia de las diligencias que hicieren para descubrir su existencia en aquellas alturas». Enterados los indígenas de los precedentes artículos, que les fueron explicados por el comisario de naciones y el lengua general, se dejó para el día siguiente la continuación de la asamblea. Vueltos a reunir, el cacique Ignacio Lebiqueque «rompió la parla». Aconsejó a los demás la observancia constante de aquéllos, como dirigidos a mantener la paz y buena amistad con el español, gracias a la cual podían vivir quietos en sus tierras y aprovecharse de su cultivo. Su opinión fue compartida por los otros. El único punto sobre el cual pidieron reconsideración fue el de los embajadores residentes. Expuso Agustín Curiñancu que el temperamento de Santiago no les era propicio y sí causa de enfermedades. Accedió, pues, el comandante a abolir esa práctica y a que en adelante los embajadores se mantuviesen en sus tierras, trasladándose a la capital sólo cuando fueran llamados para urgencias del real servicio. 148

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Se reconciliaron los caciques Anean y Guegnir, que estaban enemistados, y concluyó el parlamento con una misa y la consuetudinaria distribución de obsequios35. Ampliamente satisfecho, Higgins participó a Benavides las novedades en forma pormenorizada. Los indígenas «ratificaron en un todo estos tratados, inclusos los ausentes», y regresaron a sus provincias «contentos, y muy atendidos en sus innumerables pedimentos y recursos que generalmente siguen la conclusión de ¡os tratados»36. El fiscal de la Audiencia, Pérez de Uriondo, destacó la amplitud de éstos, no limitados, como los anteriores, a los butalmapus, sino comprensivos, además, de las regiones australes de Chile, Cuyo y Buenos Aires. Asimismo, valoró el trato y comunicación amigable que fomentaban con los españoles, comercio que arrojaría resultados favorables: «el primero: que los indios frecuentando el trato con los españoles han de ir perdiendo aquella natural ferocidad con que nacen, y aquel odio implacable que tienen concebido a la Nación. Y el segundo: que el interés resultante de este comercio les ha de inducir e inclinar al trabajo, y adelantamiento de sus labores, dando de mano a la ociosidad, y al inicuo arbitrio de cometer incursiones infames». Recomendó los méritos ganados por Higgins37. Por auto del 27 de mayo, expedido en acuerdo de justicia, la audiencia santiaguina aplaudió el celo de Benavides, «de que ha dependido el feliz acierto, y logro de esta grave empresa»38. Por su parte, la Corona, por real orden del 16 de noviembre, aprobó los artículos establecidos y lo demás actuado en el parlamento39.

35 «Parlamento General celebrado con los indios infieles de los cuatro Butalmapus del Reino de Chile en virtud de comisión y orden del M. I. S. Presidente, Gobernador y Capitán General Dn. Ambrosio DE BENAVIDES, Caballero Pensionado del distinguido orden de Carlos 3 o , Brigadier de los Reales Ejércitos, por el Brigadier de Caballería Dn. Ambrosio HIGGINS, DE BALLENAR: en el mes de enero de 1784». AGN.A, Biblioteca Nacional, n° 1.994. Testimonios: AGÍ, Chile 193; y ANCh, Fondo Claudio Gay, vol. 25, fs. 257-278. 36 Lonquilmo, 8/1/1784; Los Angeles, 12/1/1784; y Frontera de Chile, 20/2/1784. AGN.A, Biblioteca Nacional, n° 1.994; y AGÍ, Chile 193. 37 Santiago, 13/5/1784. AGN.A, ídem; y AGÍ, ídem. 38 AGÍ, ídem. yj

Conf. BENAVIDES a GÁLVEZ: Santiago, 2/4/1785. AGÍ, ídem. El 11/6/1784 BENAVIDES

había informado al ministro de Indias acerca del parlamento.

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7.

PARLAMENTO GENERAL Y CAPITULACIONES DE NEGRETE DEL 4 AL 6 DE MARZO DE 1 7 9 3 , Y DEL 3 DE MARZO DE 1 8 0 3

Un real decreto del 27 de octubre de 1787 premió los servicios del comandante Ambrosio Higgins Vallenar con el nombramiento de capitán general y presidente de la audiencia de Chile. Como sucediera con sus predecesores, desde que asumió el mando, los aborígenes le instaron la convocatoria a parlamento general, convocatoria que fue dilatando por no juzgarla oportuna. Una epidemia de viruela, enemistades entre pehuenches y huilliches, y una sublevación acaecida en Valdivia, fueron los principales obstáculos que se interpusieron. Dos meses de continuas negociaciones —comunicó al ministro Pedro Acuña— lo pusieron en estado de superar todas las dificultades y juntar las distintas parcialidades en el campo de Negrete. Había conocido varios de los parlamentos hechos en ese siglo (el primero, el de Nacimiento de 1764) y visto en todos «con muy poca diferencia el mismo orden y formalidades establecidas para solemnizarle». Repasó las relaciones hispano-indígenas y, considerando los ingentes caudales que consumía la defensa del reino, confesó que, desde antes de su ingreso en el mando, creyó preciso deshacerse de «vecinos tan incómodos por las armas, o pensar en sujetarlos por la sagacidad, maña y prudencia». Analizó los medios posibles y reputó de imposible ejecución la conquista por las armas. Así se lo dictaba la experiencia. «Es verdad —meditó— que al cabo de dos o tres campañas podría lograrse pasar a todos o los más por el filo de la espada. Podría también exterminárseles sin mucha dilación, no cortando como hacemos sino fomentando las guerras interiores que se hacen unas Naciones con otras. Un permiso general para introducir entre ellos aguardientes y demás licores fuertes —conjeturó— conduciría también no muy tarde al mismo objeto a semejanza de lo que sé muy bien han practicado otras Potencias de Europa con naturales de este mismo Continente; pero la humanidad, el derecho de las Gentes, y la soberana Justicia del Rey no permiten ni aun pensar en estas atrocidades, mucho más cuando ellas no producirían otra cosa que hacer un Desierto». Abandonada la idea de conquista, era forzoso subrogar ésta por el comercio y trato amigable. Fue así, que todos sus cuidados y diligencias se dirigieron desde que fuera comandante de la frontera a promover esos medios. Salvo el accidentado viaje del obispo de la Concepción a Valdivia, a fines de 1787, quien fuera asaltado en el camino, y la repercusión que tuvo, todo había sido paz y sosiego. Los butalmapus estuvieron representados en Negrete por sus cuatro 150

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gobernadores principales, doscientos caciques y más de dos mil quinientas personas de sus comitivas, principiándose la asamblea el 4 de marzo de 179340. Higgins les propuso los artículos siguientes: «I o Que siendo incesante el deseo de Su Majestad por el bien de los cuatro principados, o Butalmapus en que está dividida la tierra, y teniendo mandado que a ciertos tiempos se congreguen las naciones que los componen para a su presencia examinar los particulares que conduzcan a su adelantamiento, y remover cuanto el tiempo, y los accidentes introducen de perjudicial a su bienestar, debe creerse, y sentarse, y sólo por cumplir este precepto soberano, he venido a celebrar el presente Parlamento desde la distante Ciudad de Santiago y a costa de muchas fatigas, y gastos propios, además de lo que Su Majestad impende de su Real Erario, y que no es mi ánimo ni designio en este caso sino conocer y promover aquellos objetos, e intimar a todos los que después de buenos informes y relaciones que se me han hecho en Juntas particulares he creído serles conveniente, útil al servicio de Su Majestad y conducente al bien público. «2o Que cerciorado de no haber tenido efecto por ahora la introducción del uso de las Ferias que propuse y determiné en el artículo seis del Parlamento de Lonquilmo a causa de no poder esperar estos naturales para la venta de sus efectos los tiempos y períodos que incluía aquella determinación, precisándoles casi siempre sus necesidades a expenderlos inmediatamente, que han salido de sus manos, debiendo sin embargo no perder de vista los saludables e importantes objetos que impulsaron para aquella providencia, mando que continuando el orden de salir los indios de sus tierras a los lugares y Plazas señaladas por los puntos y vados del Río Biobío que expresa el artículo séptimo del mismo Parlamento, los Comandantes de Plazas cuiden que siempre que los indios se presenten en ellas para sus negocios sean recibidos con especial agrado: que vendan a presencia suya o de otros Jueces que comisionen en caso de internar los efectos que conduzcan para que se guarde una exacta justicia sobre el precio de éstos, y la posible proporción cuando se enajenaren por cambio; y que al Sr. Gobernador Intendente de la Provincia se prevenga que en las visitas anuales tenga particular cuidado de examinar la conducta de aquellos Ministros acerca de este punto importante, y único para recuperar la confianza de los indios, y adelantar su trato, comunicación, y comercio con nosotros. «3o Que interesando extremamente a toda la Tierra que los hijos de 40 Frontera de Chile, 17/3/1793. AGÍ, Chile 199 y 316. Vid.: DONOSO, El Marqués de Osorno..., págs. 235-237.

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los Gobernadores caciques e indios principales se eduquen cristianamente en el Seminario que S. M. costea a sus expensas en la Ciudad de Chillan; los expresados Gobernadores caciques e indios principales den razón en este Parlamento de los hijos jóvenes que tenga en edad conveniente a ser destinados a aquel establecimiento a fin de que los Padres Misioneros de Propaganda a cuyo cargo corre, conduzcan a él los presentes con la mayor brevedad en esta misma ocasión, y los que hubieren quedado en la Tierra los dirijan después por mano del Sor. Gobernador Intendente de esta Provincia al mismo destino. «4o Que como manteniendo S. M. a todos los indios de los cuatro Butalmapus en la posesión de las tierras que comprenden, ha conservado siempre sobre éstas el dominio alto que como a Soberano dueño de todo le corresponde, y es irregular y opuesta a este principio y a la facultad del comercio, y comunicación que conviene, la continuación del rito o costumbre de solicitar de los caciques por cuyas tierras pasan los caminos entre Concepción, Valdivia y Chiloé permiso para el tránsito de todo pasajero y comerciante, y mucho más para el de los correos, y transportes de tropa, pertrechos, víveres, y demás efectos que de su Real Orden se conducen por tierra a aquellos destinos; desde ahora en adelante todos los Caciques principales y subalternos de los cuatro Butalmapus deberán estar entendidos que en lo sucesivo todo hombre que llevando Pasaporte del Sor. Comandante General de esta Frontera, o de los particulares de las Plazas de ella se presentare al camino solo, con cargas de efectos del servicio, o de su particular comercio e interés, deberá ser admitido a su tránsito sin precedente instancia ni formalidad de aquellas que hasta ahora se han practicado; en la inteligencia de que si los correos, pasajeros, o arrieros fueren atajados e impedidos de pasar por defecto de aquellas circunstancias, se procederá contra los autores de este exceso hasta hacerles entender que todo cuanto tienen lo deben a la piedad, y munificencia del Rey, y que en su goce deben arreglarse a los términos que S. M. quiere prescribirles ahora para en adelante. «5o Que por la propia razón y principios debe quedar sentada para siempre la misma práctica y observancia a favor de los indios entre sí no haciendo dificultad a ninguno para su tránsito, paso y comercio interior de una a otra Parcialidad, Plazas y Ciudades de españoles y que a este fin se señalarán caminos por donde los indios de Valdivia, Toltén, Boroa, y demás habitantes del Sur transiten libremente con la más sagrada seguridad, y con la condición de no divertirse para un lado, ni otro de dichos caminos, a fin de no pisar los pastos de los campos, ni dar ocasión con esto a sospechas de hurtos de ganados y caballos que ordinariamente mo152

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tivan diferencias y cuestiones que casi siempre terminan en encuentros sangrientos que sensiblemente los van aniquilando. «6o Que estando instruido que sin embargo de lo prevenido en los artículos doce y trece del Parlamento de Lonquilmo ha sido muchas veces perturbada la paz interior entre varias de las Naciones que componen los cuatro Butalmapus, y han llevado sus disensiones y diferencias hasta haber tomado las armas, robádose las haciendas unos a otros, y sucedido mortandades horribles entre los de Bureu, Mulchén, Pehuenches de Rucalhue, y Queuco de una parte contra los de Angol y otras parcialidades del Butalmapu de los Llanos, que a pesar de los oficios, reconvenciones, y consejos ministrados de mi orden a estas Naciones no han cesado de incomodarse unas a otras con increíble perjuicio suyo y menoscabo del respeto debido a la Soberana autoridad y protección del Rey, se amonestaba y mandaba que en adelante cesen todas las hostilidades y reconciliadas entre sí estas Naciones, y olvidando los resentimientos que hasta ahora les han obligado a tratarse como enemigos, vuelvan unos y otros a ser amigos, compañeros, y hermanos en la inteligencia que el que en lo sucesivo se atreviere a insultar a otro, y como agresor tomar las armas para vengar algún agravio en lugar de ocurrir como debe a la Superioridad para que se le hagan en justicia las reparaciones correspondientes, será tratado como un rebelde, e introducidas en sus Tierras las armas del Rey para que experimente todo el rigor con que deben ser tratados los vasallos que se apropien el derecho de hacer armas en sus Dominios, que sólo corresponde a la Soberana autoridad de S. M. «7° Que estando enredados de tiempo a esta parte los Pehuenches con los Huilliches de la otra banda de la Cordillera, y haciéndose una guerra abierta, en cuyos choques y encuentros han perecido muchos de una y otra parte sin que haya sido posible contener este desorden a causa de que no siendo éstos del distrito de este mando no ha habido ocasión de reconvenirles sobre ello, ni providenciar lo conveniente para que cesasen estas diferencias, habiendo logrado hoy atraer a dichos Huilliches a este Parlamento representados por dos Diputados que me han dirigido manifestándome sus buenas disposiciones para hacer terminar la guerra destructiva que acabaría en breve con todas las Naciones, si no se procura cortar con la posible anticipación, se les aconseja, previene y manda que dejando de la mano para siempre las armas, vivan en quietud y tranquilidad y aplicándose a la crianza de ganados piensen seriamente en aumentarles por este medio legítimo y preferible al de las infames malocas de que hasta ahora han hecho un ejercicio y profesión; en inteligencia que si en adelante los Huilliches atacaren como agreso153

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res a los Pehuenches, e infringieren este orden y la paz que ahora me han ofrecido guardar, no se podrá dejar de sostener a éstos, y prestarles las fuerzas que la Soberana autoridad tiene depositadas en mis manos para proteger a todos sus fieles, y obedientes vasallos que le son, y han sido siempre los Pehuenches. «8o Que por cuanto estoy informado que algunos de los Llanistas que no ignoro sin otro motivo ni interés que satisfacer su aversión a los Pehuenches se han unido a los Huilliches para maloquear a aquéllos según ha aparecido en el último reencuentro acaecido en Oñorquin el 2 de Enero último en que quedaron muertos muchos de aquéllos según estoy seguramente informado; siendo este exceso muy reprensible, opuesto al respeto debido a las armas del Rey, bajo de cuya protección están ambas Naciones, y que quebranta la paz y concordia jurada en el Parlamento de Lonquilmo; ordeno y mando a los Llanistas que aun en el caso de que contra el tenor del artículo que antecede, los Huilliches y Pehuenches vuelvan a romper la guerra, no se mezclen en esta diferencia ni concurran a prestar auxilio alguno a los beligerantes; en inteligencia de que llegando yo a entenderlo y justificarlo en modo bastante serán tratados como enemigos del Rey, y castigados con la severidad que corresponda. «9o Que siendo notorio que los indios de la Jurisdicción de Valdivia en fines del año próximo pasado sin causa conocida, y por pura infidencia tomaron las armas, robaron las haciendas de los españoles en aquel distrito, mataron muchos de ellos, y a uno de los Religiosos de la Misión de Riobueno, y por estos excesos ha sido preciso perseguirles y castigarles con las armas sin que haya bastado esto para corregirse y sosegarse, ni el perdón que después de ello les he ofrecido invitándoles para que compareciesen en este Parlamento, y hacerles Justicia en el caso de deducir algunos agravios particulares, y estoy cerciorado que han solicitado algunas Parcialidades vecinas de estos Butalmapus para que se uniesen a ellos, y les ayudasen en la rebelión que aún sostienen dos de sus Caciques, se advertía, y prevenía a todos de la injusticia y falta de razón con que dichos indios de Valdivia han tomado las armas, para que no se dejen seducir de ellos, y rehusando sus solicitaciones si las repitieren, les aconsejen y persuadan a deponer las armas asegurándoles que en todo tiempo tendrá efecto el perdón general que les he prometido en nombre de S. M., y les recibiré con el mismo paternal amor con que siempre los he tratado a los Butalmapus que se hallan presentes. «10. Que interesando generalmente a todos los Butalmapus mantener el orden y disposiciones expresadas en los artículos que anteceden, todos y cada uno de por sí deben propender a su cumplimiento, y garantirle 154

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de manera que toda Tribu, Parcialidad y sus caciques queden entendidos de la obligación en que está constituido el cuerpo de los Butalmapus para reprimir cualquier tentativa y novedad que contra ellos se descubra procurando sofocarla en sus principios por los medios que estimen convenientes. «11. Que siendo preciso confesar que después de lo que se previno en el artículo noveno del citado Parlamento de Lonquilmo sobre la cesación de los hurtos y obligación en que se constituyen los Caciques de las Reducciones situadas sobre las márgenes del Sur de Biobío para devolver las especies hurtadas y entregar los indios ladrones a disposición de los Comandantes de las Plazas de enfrente para su castigo debido se ha cumplido con exactitud este encargo y obligación; se recordaba y reencargaba la necesidad de continuar este orden, pues en el caso de descuidar sobre su observancia, será inexcusable enviar las tropas del Rey a sus tierras para solicitar la recuperación de los robos, y la aprehensión de sus autores. «12. Que sin embargo de que en muchos de los Parlamentos antecedentes se ha prevenido no abriguen ni den acogida a los españoles facinerosos que huyen de estas partes para la Tierra por escapar del castigo que merecen sus delitos; se volvía ahora a encargar de nuevo no los admitan, y comuniquen siempre su paradero para que sean aprehendidos, y traídos para las cárceles de las Ciudades y Villas en que correspondan ser juzgados. «13. Que por cuanto toda la diligencia imaginable, no ha podido hasta ahora impedir la fuga que hacen de continuo del Presidio de Valdivia los reos que a él se destinan por los Tribunales de Justicia, y es notorio que luego que éstos pasan el Río de Toltén son acogidos y abrigados por los caciques e indios de ese distrito, y poco después les franquean el paso para que vuelvan a las Provincias del Reino en que repiten los delitos y crímenes que motivaron su primera condena; ordeno y mando que en lo sucesivo lejos de amparar a los expresados reos, les aprehendan y entreguen a los Comandantes de las Plazas más cercanas en que se verificare esta diligencia; con declaración de que por cada uno de estos reos que manifestaren, se darán de contado al cacique o indio aprehensor doce pesos en plata por vía de premio o gratificación. «14. Que siendo una de las primeras obligaciones de todo vasallo concurrir prontamente con sus armas a defender los Dominios de S. M. siempre que éstos se hallen atacados por enemigos de la Corona, y que así lo han reconocido, prometido y jurado todos los Gobernadores y Caciques principales de los cuatro Butalmapus en varios de los anteriores Parlamentos; se les recordaba ahora esta esencial obligación a fin de que luego que 155

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sean avisados de la necesidad de ocurrir a cualquier destino con aquel objeto se presenten montados y armados a mis órdenes, o a las del Sor. Comandante General a fin de que unidos a las tropas del Rey puedan oponerse y embarazar cualquiera desembarco que se intente ejecutar en cualquiera costa de las de este Reino por los enemigos de S. M.; en la inteligencia de que todo el tiempo que duren estas expediciones serán mantenidos a costa del Real Erario y con las mismas raciones de víveres con que se asiste a las tropas y cuerpo de Milicias de españoles. «15. Que por cuanto sin embargo de lo repetidamente ordenado a los Butalmapus de los Llanos para que sus Caciques cuiden con celo y vigilancia que los mocetones o indios pariculares de guerra no se mezclen con los Huilliches de la otra banda de la Cordillera para hacer incursiones y correrías sobre las Pampas de Buenos Aires en los ganados, casas, haciendas y arrias de los españoles y comerciantes de las Provincias de aquel Virreinato estoy seguramente informado que este exceso ha continuado aun después del Parlamento de Lonquilmo causando grandes perjuicios a la población de aquellas partes, al Real Erario que sufre inmensos gastos en las tropas que paga para contenerles, y sobre todo un grande escándalo por la falta de respeto y subordinación que induce este mismo procedimiento; se ordena y manda a los expresados Gobernadores y Caciques de los Butalmapus de los Llanos que redoblen su cuidado acerca de este particular poniendo cuantas diligencias estén en su mano para evitar la emigración de los mocetones al otro 'ado de la Cordillera, y que en el caso de no poder impedirla me den cuenta con toda anticipación por mano del Sor. Comandante General para que con tiempo se tomen las medidas convenientes a precaver los daños que puedan irrogarse. «16. Y finalmente que confesando y reconociendo todos por su Rey y Señor natural al poderoso y soberano Sor. Dn. Carlos 4 o , y por su sucesor al serenísimo Príncipe de Asturias Dn. Fernando, debían prometer y jurar, y mandaba que prometiesen y jurasen serles en todo fieles y obedientes vasallos, y como tales amigos de sus amigos, y enemigos de sus enemigos sin restricción, interpretación ni otra inteligencia que la que naturalmente corresponde a las sencillas palabras con que todo queda dicho, y expresado». El primer cacique en responder fue el gobernador de Angol, Francisco Curinahuel. Se declaró —según el acta— en extremo contento por las expresiones del capitán general. No encontraba en los artículos leídos nada que no les fuera útil y conveniente. Empeñaría su autoridad para que se terminasen las guerras, y, así como en otros tiempos la tierra había sido abierta y los caminos llanos para el tránsito, nada le sería más agradable 156

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que ver repuesta esa práctica del frecuente trato y comunicación con los españoles. Noventa caciques se manifestaron a continuación en forma similar. Agregó el de Liñaco —Chiguaicura— que en su larga edad había asistido a muchos parlamentos, pero que nunca habían merecido los butalmapus mejores razones que las ahí dadas. Prosiguieron los discursos al día siguiente, todos favorables a los capítulos. El día 6, el presidente les propuso «tres o cuatro particulares» más, a saber: «El primero, dijo ser el restablecimiento de los Misioneros en la Tierra, que de los movimientos del año de mil setecientos setenta se ausentaron de ella, y huyendo del furor de aquellos tiempos dejaron desamparadas las Iglesias y a los párvulos en la sequedad e ignorancia en que han crecido todos privados del conocimiento de lo que deben a Dios, al Rey y a sí mismo = Segundo que si estas misiones les eran necesarias y útiles siempre y en todos lugares, debían reputarlas en el día por de la mayor ventaja en los distritos cercanos a los Puertos donde pueden desembarcar los enemigos europeos que tienen llenos nuestros Mares de embarcaciones destinadas a la pesca de la ballena pues los Misioneros les advertirían y darían a conocer la necesidad de no dejarse seducir de estos navegantes ambiciosos, en quienes no encontrarían jamás la caridad, compasión y amor que experimentan hoy de la Piedad de nuestro Soberano; singularmente se dirigió el razonamiento sobre esto a los caciques del Río Imperial, a los de Tirúa, costa situada enfrente y distante como cuatro leguas de la Isla de la Mocha, a los de Licallén y Lebu, que viven a lo largo de ella = Tercero que la apertura y libertad de los caminos que había quedado sentada en las dos sesiones antecedentes del Parlamento, sería inútil y de poco provecho si no se hiciera servir principalmente para el comercio y trato de aquellos efectos que produce la Tierra o se fabrican en ella y cuya pronta venta o cambio a los españoles para las producciones de esta Provincia no prohibidos les proporcionaría el goce de las comodidades que hasta ahora no conocen y animaría la industria de los indios y la aplicación de sus mujeres, al mismo tiempo que desterraría las ideas de guerra y malocas que hasta ahora no les han traído más que trabajos y ruinas. = Y últimamente, que aunque se haya repetidamente tratado de la reposición del camino de Chiloé que habían interrumpido las turbaciones de aquella Jurisdicción no debían contentarse los Butalmapus con dirigir sobre ello sus mensajes, y consejos pues el derecho del Soberano, y la Justicia exigían que sus insinuaciones se extendiesen hasta hacer comprender a los de Valdivia que en el caso de ulterior resistencia sobre este particular irían ellos a abrir y poner en corriente el camino». 157

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También esas proposiciones fueron objeto de aprobación general. El parlamento se clausuró en la forma acostumbrada41. Al informar al ministro Acuña el día 17, Higgins subrayó, entre los logros, la apertura del camino a Valdivia, aboliéndose la práctica de pedir permiso a los caciques para pasar a esa plaza, y el trato, comunicación y comercio que estimuló con los españoles, que «desterrando el odio que harían siempre irreconciliable las armas, suavizase el genio de estos naturales, y les hiciese aplicarse a la agricultura y la industria, proporcionándoles por aquel medio el despacho de sus efectos, ocupación que les produciría las comodidades de que no gozan por falta de todo aquello que hoy pueden recibir en cambio de los españoles». Se refería, en particular, al vino. Las necesidades de la industria los llevaría a amar el trabajo, y las comodidades los ligarían a la obediencia y quietud, más que las armas. El comercio daría, además, prosperidad a la provincia de la Concepción, sacándola del estado de postración en que estaba42. Otras medidas que juzgó importantes fueron la existencia fija de misioneros en territorio indígena, y el adelanto de las plazas situadas al sur del Bío-Bío. Los artículos 4 y 6 afirmaron por primera vez, en forma notable, los derechos que se atribuía la Corona sobre las tierras y las personas de los naturales: en el primer caso, el dominio eminente, que le aseguraba el libre tránsito por aquéllas; y en el segundo, la jurisdicción, que no toleraba que los conflictos entre naciones aborígenes se resolviesen de otra manera que no fuese a través de las justicias reales. La relación de subordinación entre gobernante y gobernados desplazaba, cada vez más, a la de coordinación, propia de comunidades libres. El cabildo de la Concepción, el obispo y la audiencia se dirigieron a la corte en sentido favorable al presidente43. Por real orden del 7 de diciembre del mismo año la Corona aprobó cuantas medidas había tomado en relación con los naturales sublevados de Valdivia, la celebración del parlamento y la posesión de la ciudad de Osorno44. Los sucesores inmediatos de Higgins no llamaron a los caciques, según parece, a parlamento alguno. El teniente general Luis Muñoz de Guzmán habría sido quien retomó la costumbre. De edad avanzada, no pudo 41

Testimonios. AGÍ, Chile 199 y 316; y BNCh.JTM, Manuscritos, t. 358, fs. 13-19. Vid.: DONOSO, El Marqués de Osorno..., págs. 237-239. 42 Reglamento del comercio entre indios y españoles de Ambrosio HIGGINS. Concepción, 14/3/1796. AGÍ, Chile 316. 43 AGÍ, Chile 316. 44 DONOSO, El Marqués de Osorno..., pág. 239.

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trasladarse en persona a la frontera, mas delegó en los brigadieres Pedro Quijada y Pedro Nolasco del Río la misión. El congreso se celebró en el campo de Negrete el 3 de marzo de 1803. Asistieron cerca de 3.500 indígenas, entre ellos 239 caciques, y 1.200 soldados y milicianos, además del arcediano de la catedral de la Concepción, Mariano José de Roa, y funcionarios civiles y militares. Los naturales renovaron su juramento de fidelidad al rey. El presidente aprobó las declaraciones que se hicieron45. La serie de tratados chilenos, en especial los del siglo XVIII, permite extraer, entre otras, las dos conclusiones siguientes. La primera, que no fueron documentos independientes entre sí, sino que formaron una serie, una cadena, de manera tal que el posterior solió confirmar el anterior, a lo sumo, adaptando alguno de sus artículos o agregándole alguno nuevo, pero manteniendo el núcleo originario. Puede decirse que todos integraron un mismo sistema. La segunda conclusión es que hubo una notoria superioridad de la parte española sobre la indígena, a partir de la premisa, dada por supuesta, de que no era esa una relación entre naciones independientes o iguales, sino, a diferencia de otras, del rey con vasallos rebeldes que alguna vez le habían jurado obediencia. Por eso, se parecen a estatutos, en los que hay una voluntad dominante, representada por el gobernador o presidente, que sólo formalmente propone, y una voluntad débil, la de los caciques, que se adhieren sin hacer, casi, observación alguna, no interviniendo de manera activa en la formación del acuerdo. Esta tendencia a convertir al tratado en un estatuto se acentuó con el paso del tiempo y es ostensible en el texto de 1793.

45

BARROS ARANA, Historia..., VII, págs. 243-244

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CAPÍTULO VI

RÍO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (1)

1.

TRATADO DEL GOBERNADOR ESTEBAN DE URÍZAR Y ARESPACOCHAGA CON LOS MALBALAES DEL 27 DE AGOSTO DE 1710. PACES CON LOS OJOTAES Y LOS LULES

Con los chaqueños subsistía el conflicto desatado en 1673 por Peredo. En 1707 ocupó la gobernación del Tucumán Esteban de Urízar y Arespacochaga, quien desarrollaría una larga y fructífera gestión hasta 1724. Una de sus grandes preocupaciones fue la pacificación de la frontera del Chaco1. En 1710 planeó la primera entrada a esa tierra, que se hizo simultáneamente desde las varias provincias limítrofes. Como saldo de la expedición quedó la pacificación momentánea del territorio y la primera reducción que se instaló en la frontera con los lules, llamada luego San Esteban de Miraflores2. La paz con los malbalaes, ojotaes y lules se logró mediante el ajuste de tratados con cada uno de ellos. Si el gran despliegue militar sirvió para desalentar a los nativos de todo intento de resistencia armada, o para sofocarla cuando se produjo, la diplomacia permitió situar la convivencia que se buscaba sobre bases más equitativas. Las precauciones con que Urízar acometió la empresa se aprecian en las instrucciones que dio a su lugarteniente en Salta, el maestre de campo

1

2

Vid.: MILLER ASTRADA, «La política...»; y SANTAMARÍA Y PBIRE, «Guerra o comercio...». MAEDER, «Historia...», pág. 237.

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Fernando de Lisperguer y Aguirre. «Si alguna nación o parcialidad le ofreciese la paz —le manifestó—, no la admitirá por mal segura, ni a ellos en su Real, sino desarmados [...]; y en caso que en la forma referida se le ofrezcan algunos, les hará amigable tratamiento, sin consentirlos por mucho tiempo en su Real, amonestándoles se vuelvan y persuadan a los demás a que vengan juntos y sin armas, que de esa suerte serán admitidos, ofreciéndoles todo buen tratamiento, dando cuenta individualmente de todo lo que acaeciere»3. Lozano hizo una reconstrucción detallada de las tratativas de paz con los malbalaes una vez que fueron derrotados por los españoles. Entre los de esa nación había un natural llamado Antonio, quien desde antiguo había hecho amistad con los cristianos. Estos tenían prisionera una india muy anciana. Antonio sugirió que fuese despachada a los suyos, porque entonces, seguramente, asentarían la paz. Así se hizo, y unas horas después se presentó el padre de Antonio. Este le habló del buen tratamiento que había recibido de los españoles y lo indujo a aceptar la paz que le ofrecían. Llevó el mensaje a su cacique, quien la aceptó. El sábado 16 de agosto de 1710 se sometió la principal parcialidad malbalá. Once días después recibió al gobernador y se asentaron las capitulaciones. «Adelantóse Jonasteté, que llevaba en la mano un dardo negro muy lucido y ofrecióselo al gobernador con un papel que iba enarbolado en la punta y decía: Jonasteté cacique de la belicosa nación malbalá, vengo rendido a daros la paz en nombre de toda ella. Recibióle el gobernador con singulares demostraciones de cariño y benevolencia, dándole un estrecho abrazo, y por medio del intérprete Antonio les dijo a todos, se alegraba mucho de verlos y que por haber venido primero y rendídose a nuestras armas, les perdonaba los delitos y hostilidades, que hasta entonces habían cometido contra el español». En el fuerte de San Juan, del tercio de Salta, Urízar reunió una junta de guerra para decidir si serían admitidos, como lo pretendían, a establecerse junto al río de Valbuena; si serían enviados a Buenos Aires para radicarse allí; o si se los dejaría en libertad de volver a sus tierras. Hubo variedad de pareceres. Uno llegó a proponer el degüello de todos los adultos, lo que fue rechazado en nombre de la palabra de amigos bajo la cual se habían entregado, y de la verdad y cristiandad que profesaban los españoles. Prevaleció la opinión de inducirlos a trasladarse a Buenos Aires y, si

3

LOZANO, Descripción..,, pág. 319.

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RIO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (1)

se negaban, de ubicarlos en Valbuena. Como rechazaron lo primero se hizo lo segundo. Para vigilarlos se fundó un presidio. «...por no faltarles en cosa por donde pudiesen sospechar engaño —sigue Lozano—, mandó el gobernador se les admitiese la paz que ofrecían con asistencia de los capellanes del ejército y de los oficiales mayores de guerra, dando a entender al cacique principal y a los demás caciques menores y capitanes malbalaes por medio del intérprete, las condiciones debajo de que son admitidos a la paz, y alianza con el español y las calidades con que se les concedía el sitio en el río de Esteco o Valbuena, que es lo mismo, con todo lo demás que debían en adelante observar. Y para que les sirviese de muestras de mayor confianza y de la firmeza que había de haber de parte del español en lo que se les ofrecía, y fuesen desde luego honrados en nombre de Su Majestad Católica, se determinó entregar algunas insignias al cacique Jonasteté principal gobernador de su nación, que distinguiesen su dignidad, y a los demás caciques y capitanes las que les correspondiesen, dándoles fuera de eso algunos vestidos en la forma que diese lugar la coyuntura presente, ínterin que llegaba tiempo de poderlos vestir a todos fenecida la campaña». Las capitulaciones ofrecidas por los españoles fueron las siguientes: «Ia, que respecto a haber sido esta nación la primera que daba la paz entregándose con tan segura confianza al ejército español, mediante los buenos consejos de su paisano Antonio, que con verdad les aseguró el buen tratamiento que hallarían todos en los cristianos, se les perdonaban todos los atrocísimos delitos que habían cometido desde mucho tiempo antes, acompañándose con las naciones de mocobíes, tobas y aquilotes; «2a, que no obstante que por tales atrocidades eran merecedores de que se continuase la guerra contra ellos con el rigor que habían experimentado, demás de perdonarles, se les admitía a la paz, amistad y alianza con la nación española; «3a, que habiendo de salir del Chaco, les señalaba por ahora el sitio del río de Valbuena para formar su pueblo, quedando al cuidado del gobernador disponer lo que fuese más de su conveniencia, a que atendería con todo amor y empeño; «4a, que a todos los caciques se les había de conservar sus dignidades, nombrando el gobernador a Jonasteté en nombre de Su Majestad Católica por cacique principal de su nación y corregidor de su pueblo, como le nombró luego entregándole el bastón; «5a, que al indio Antonio llamado entre los suyos Ays, por la fidelidad con que ha procedido a beneficio de ambas naciones española y malbalá, siendo el faraute y principal instrumento de esta pacificación, se le había 163

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de hacer sargento mayor de dicho pueblo en nombre de Su Majestad, gracia que también le acordó luego el gobernador, entregándole el bastón; «6a, que el gobernador hubiese de darles personas que les instruyesen en la labor de los campos y en la fábrica de sus casas y proveerlos del bastimento necesario hasta recoger la primer cosecha; «7a, que los españoles ayudarán a la nación malbalá, como buenos amigos y aliados, en todas las ocasiones que cualquiera otra nación les hicieren guerra sin permitir que les hagan agravio ni daño alguno, defendiéndolos contra sus enemigos; «8a, que si recibieren algún agravio de algún español o indio cristiano, avisando al cabo de los españoles, éste estará obligado a darle el castigo que mereciere el delincuente; y en caso que el cabo no les haga justicia, avisarán al gobernador, quien castigará al delincuente por su delito y al cabo por su omisión». Por su parte, los indígenas se comprometieron a observar los siguientes capítulos: «1, que serían leales vasallos del Rey nuestro Señor, y como tales obedecerían fielmente al gobernador, que era o fuese en adelante de la provincia de Tucumán y a todos sus ministros y mucho más a los mandatos de la Real Audiencia del distrito, y virrey de estos reinos; «2, que mantendrían perpetuamente paz y alianza con los españoles, siendo amigos de sus amigos y enemigos de sus enemigos; «3, que en consecuencia de esta alianza, no tendrían comunicación con los mocobíes, tobas y aquilotes, ni con las demás naciones del Chaco o fuera de él, que son y en adelante fueren enemigas del español; «4, que siempre que se ofreciese hacer guerra a dichos enemigos, habían de auxiliar y favorecer a los españoles y obedecer a su cabo en lo que les mandare; «5, que si recibieren agravio de algún español o indio cristiano no cogerían las armas contra él o contra ellos, sino que se querellarían al cabo del Presidio, para que les haga justicia o al gobernador de la provincia, en caso que el cabo fuese omiso; «7 (sic), que saldrían luego de aquel contorno a poblarse en el sitio de Valbuena, que por entonces les señalaba el gobernador; «8, que irían desde el río Grande hasta Valbuena, sujetos y obedientes al cabo de los españoles que los condujese, haciendo lo que les mandase, así por el camino, como en el sitio referido; «9, que habían de admitir en su población los predicadores evangélicos para que les enseñasen la santa ley de Dios, reverenciando y respetando a los misioneros con todo rendimiento y asistiendo al catecismo; 164

RIO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (1)

«10, que obedecerían al cabo del Presidio español a quien darían cuenta de todo lo que ocurriese de algún momento, y puntual aviso si algún indio de los suyos se huyese o ausentase, para que fuese buscado; «11, que darían cuenta al mismo cabo con toda puntualidad, de las noticias que tuviesen de los enemigos o lo que entendiesen de sus designios, sin consentir se acercasen a nuestras fronteras; «12, que los caciques de la nación y capitanes atenderían vigilantes a mantener juntas en su pueblo todas las familias de su nación y a conservarlas en la amistad y alianza de los españoles. «Asentóse la paz debajo de estas condiciones, que cada una, cláusula por cláusula, se les fue dando a entender por medio del intérprete a los caciques y capitanes malbalaes, que se ratificaron de nuevo en la promesa de cumplirlas todas puntualmente, cuanto estuviese de su parte, expresando que esperaban harían lo mismo de su parte los españoles, y en señal del vasallaje que ofrecían al Rey nuestro Señor, llegó Jonasteté, y ofreció su dardo al gobernador que en fe de ello le aceptó con demostraciones de agrado»4. Otra nación pacificada fue la de los ojotaes, por obra del tercio de Jujuy, con asiento en el fuerte de San Francisco de Ledesma, que comandaba el maestre de campo Juan de Elizondo. Se confederaron de nuevo con los españoles —dice Lozano—, y ajustaron alianza perpetua, con el deseo de disfrutar de su amistad y de hacerse cristianos. Su destino fue el fuerte de Buenos Aires5. También en esa oportunidad fueron pacificados los lules, que tenían por cacique a Coronel. La tarea estuvo a cargo del teniente de gobernador de San Fernando del Valle de Catamarca, el maestre de campo Esteban de Nieva. Las condiciones fueron las mismas que habían sido puestas a los malbalaes, salvo el añadido o explicitación de algunas. «La primera en lo tocante al vasallaje al Rey nuestro Señor, se expresaba que nunca habían de ser encomendados, ni repartirse a los españoles, sino que se habían de incorporar en la Real Corona. La segunda, que habían de vivir juntos en la vida política y sociable no en el paraje que ellos gustasen, sino en donde les señalase el gobernador de la provincia, quien les atendería con todo amor y cuidado, daría sitio con todas las conveniencias necesarias para sementeras y crías de ganados, les fomentaría 4

ídem, págs. 334-344. Entre las obligaciones asumidas por los malbalaes falta el art. 6, sea por haberse omitido al hacer la transcripción, o por haberse salteado el número en el original, lo cual no parece probable. 5 ídem, págs. 252-353.

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y ayudaría, como se hacía con los malbalaes. La tercera, acerca de la amistad con las naciones confederadas con el español, respecto a la enemistad y odio que siempre se habían profesado mutuamente los lules y malbalaes, se expresaba con especial advertencia que se habían de juntar los caciques principales y capitanes de ambas naciones, y se habían de hacer amigos, prometiéndose guardar gran unión y conformidad entre sí, perdonándose unos a otros y echando en olvido las injurias y daños que antecedentemente hubiesen recibido unos de otros; a la manera que los españoles habían perdonado los daños que de ellos recibieron durante el espacio de muchos años; quedando persuadidos a que sentiría gravísimamente el gobernador de la provincia si cualquiera de las dos naciones diese causa de enojo u ofensa a la otra y castigaría severamente a los que en esta parte delinquiesen. La cuarta, finalmente, que no había de quedar obligado el español a mantener juntos en una población a los lules grandes, con los pequeños; sino que los había de poner o juntar en una reducción o separar en dos, según juzgase más conveniente. Admitieron gustosos los lules estas cuatro condiciones con las demás —según asienta Lozano—, y prometieron observarlas»6. Parece ser que fueron tratados formales, aunque caracterizados por una manifiesta superioridad del español, a cuyas proposiciones tuvieron que adherirse, con escaso margen de libertad, los aborígenes.

2.

TRATOS DE PAZ CON LOS CHIRIGUANOS CON INTERVENCIÓN DEL PADRE JOSÉ PONS DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Los bravos chiriguanos seguían siendo una de las naciones más reacias a reducirse y una constante amenaza para los habitantes deTarija. Las autoridades españolas descreían de la posibilidad de llegar a un acuerdo

6 ídem, pág. 361. También, en: CHARLEVOIX, Historia..., IV, págs. 280-281; y MIRANDA BORELLI, «Tratados...», págs. 245-246. Lules grandes y pequeños eran dos parcialidades de la misma nación. Según memorial del padre Juan José Rico al rey, mientras vivió URÍZAR el pueblo de San Esteban, en el que habían sido reducidos los lules, «se mantuvo con bastante aumento, pero después de su muerte, sólo quedan 150 personas de dichos lules, que doctrina un jesuíta cerca de San Miguel del Tucumán, los demás se han ido a sus tierras, de donde aunque varias veces han acudido los jesuítas a persuadirles se vengan, no lo han podido conseguir, persistiendo los indios en que vayan los padres a sus tierras si quieren

fundar pueblo, que con mucho gusto los admitirán» (MIRANDA BORELLI, pág. 250). LEVAOOI,

Paz. en la frontera..., págs. 49-56.

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RÍO DE LA PLATA EN EL SIGLO XV111 (1)

con ellos. Los contactos se reducían a las misiones evangelizadoras de los religiosos franciscanos y jesuítas. El virrey del Perú, Marqués de Castelfuerte, recomendó al rey, en 1729, al gobernador de Santa Cruz de la Sierra, Francisco Antonio de Argamosa y Zevallos, por su esmero en su castigo «sin admitirles capitulaciones». Consideraba el virrey «indecoroso el que se admitan a partido unas gentes tan viles, y pusilánimes (muy distintas de los gentiles chilenos, que son de espíritu, y belicosos) siendo más conveniente el que de una vez se les oprima...»7 En 1734 el misionero jesuíta José Pons llegó solo al valle de Itau, en las Salinas, para ajustar paces. Un intento suyo anterior, hecho conjuntamente con el padre Julián Lizardi y algunos españoles, entre ellos el teniente de gobernador de Tarija, Lorenzo del Río de Amézaga, había terminado en el fracaso. Cuenta Domingo Muriel que esa segunda vez fue recibido con cortesía y obsequio. El mismo cacique que con motivos frivolos justificó su negativa anterior, dio su palabra de presentarse en el término de quince días. Pero el teniente, por temor a quedar nuevamente burlado, no fue a la entrevista8. Al pasar Pons por Tomina los caciques le suplicaron que intercediese ante Del Río y Amézaga para que les concediese la paz. A cambio de ella aceptaban reducirse. Muriel no aporta más datos del suceso, pero se sabe que Pons fundó en el valle de abajo de las Salinas la reducción de Nuestra Señora del Rosario, la cual se mantuvo por mucho tiempo9. En otra oportunidad —también según Muriel—, a raíz de una escaramuza, Pons se dirigió a dos chiriguanos, los abrazó y exhortó a que abandonasen la guerra. En presencia del español armado convinieron con facilidad en paces. Entre otras condiciones, se pactó la entrega de los prisioneros españoles. Así, se habría concluido la paz en Tarija10.

7 8 9

Lima, r/2/1729. AGÍ, Charcas 198. MURIEL, Historia..,, págs. 138-139. ídem, págs. 141 -142; y MINGO DE LA CONCEPCIÓN, Historia..., I, ] 79. El padre LIZARDI

fundó otra reducción, en el valle de arriba de las Salinas, la que en agosto de 1735 fue arrasada por los indios, siendo muerto el fundador. 10 MURIEL, Historia..., págs. 159-160. LEVAOGI, Paz en la frontera..., págs. 56-57.

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3.

PACES ENTRE EL TENIENTE DE GOBERNADOR DE SANTA F E , FRANCISCO JAVIER DE ECHAGÜE Y ANDÍA, Y LOS MOCOBÍES EN 1734. PACES CON LOS ABIPONES EN AÑAPIRÉ EL 5 DE JUNIO DE 1748

El maestre de campo Francisco Javier de Echagüe y Andía, teniente de gobernador de Santa Fe desde 1733, ganó prestigio entre los naturales por su valor. Ello le permitió celebrar con los mocobíes, en 1737, después de haberlos escarmentado, la primera paz que disfrutó la ciudad en mucho tiempo". Para arribar a ésta debieron vencerse mutuas desconfianzas. Escribió el misionero jesuíta Florián Paucke que se aproximaron a Santa Fe cinco bárbaros con un español cautivo, reclamando la entrega de los mocobíes prisioneros. Accedió Echagüe «con tal de obligarlos a no hostilizar más la ciudad y conducirse amigable y pacíficamente para con los españoles; del mismo modo se conducirían los españoles para con ellos y no cometerían hostilidad alguna contra nadie; que al contrario ellos deseaban más bien que todos se comprometieran para una paz permanente; también les sería permitido venir libremente a la ciudad, salir y entrar pero siempre sin las armas, que deberían depositar delante de la ciudad y podrían volver a tomar a su regreso de la ciudad. Y si les placía cabalgar con el comandante a la ciudad y a su vivienda, podrían hacerlo sin que les ocurriera nada adverso». Se aproximó el cacique mocobí Ariacaiquín con un gran séquito y, a la oferta del comandante, que le transmitieron los misioneros, habría respondido lo siguiente: «estará muy bien lo que los Patres me comunican y yo no desconfío de lo que ellos por su parte me expresan, pero los españoles son hombres falsos, tienen de cierto buenas palabras, pero sus sentimientos nos perjudican! Yo sé muy bien que los Patres se encargan de nosotros y tratan de cuidarnos [...] pero los españoles han engañado en demasía a nuestros antepasados; su amabilidad era una traición y una amistad simulada, pues sólo trataron de hacernos esclavos y matarnos a azotes y, como si nosotros no fuéramos seres humanos como ellos y no tuviéramos entendimiento, nos emplearon como bestias de carga [...] Ahora ellos quieren atraernos mediante la bondad y en cuanto yo conviniere con ellos una amistad, me perseguirían y me oprimirían como a su peor enemigo. Yo tengo entre mi gente una estimación mayor que vuestro jefe; el hacerme un vasallo de los españoles sería pues para mí una afrenta»12. Difícil11

CERVERA, Poblaciones..., pág. 231; MAEDER, «Historia...», pág. 235; y ALEMÁN, San-

ta Fe..., \, pigs. 88-89. 12 PAUCKE, Hacia allá..., II, págs. 5-10.

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RÍO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (I)

mente estas expresiones hayan salido de la boca del cacique, aunque quizá tradujeran sus sentimientos. Pese a todo, los mocobíes, y después los abipones, aceptaron la paz con Santa Fe. Eso no significó el cese de los malones, sino sólo su desviación a las provincias vecinas de Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán. El teniente de gobernador de Córdoba, maestre de campo Benito Calvo de Arañas, pidió el 5 de abril de 1736 a Echagüe que, cuando alguna partida de ellos bajase a esa ciudad, les manifestase el deseo que tenía de amistarse, tratándolos «de las mismas paces que tienen asentadas en esta ciudad». Fue enviado con esa misión un mocobí que desde hacía mucho tiempo residía en Santa Fe y era amigo de los españoles, mas fracasó, porque los enemigos huyeron, juzgando que no era de los suyos y se intentaba hacerles algún daño13. El sucesor de Echagüe, Francisco Antonio de Vera Mujica, pudo hacer las paces con los abipones en Añapiré el 5 de junio de 1748. Participación protagónica en la gestión tuvo el rector del colegio de la Compañía de Jesús, padre Diego Horbegozo, quien se había comprometido ante los cordobeses a obtener la reducción de los indígenas. Estos eligieron el paraje del arroyo del Rey, setenta leguas al norte de Santa Fe. Allí se fundó la reducción de San Jerónimo el Rey el 18 de octubre de 174814. Antes, en junio de 1743, Vera Mujica había fundado la reducción de San Javier de mocobíes, y después erigiría, con otras parcialidades de abipones, las de

13 Testimonio del escribano Andrés José DE LORCA. CERVERA, Poblaciones..., págs. 244245, nota. 14 MURIEL, Historia..., págs. 61-62; y ALEMÁN, Santa Fe..., I, págs. 95-96. Por carta fechada en Buenos Aires el 23/7/1748 el gobernador José DE ANDONAEGUI comunicó al Marqués de la ENSENADA cómo los abipones, después de haber vivido en guerra, y haberse castigado sus excesos, «pasando a cuchillo la mayor parte de ellos», se dispusieron a «parlamentar paces y han hecho varias instancias para que se les admita vivir reducidos a pueblo, y vida política convirtiéndose a la verdadera religión Católica, y para instruirse en ella han pedido Padres de la Compañía de Jesús» (AGÍ, Buenos Aires 304; y AGN.A, Contestaciones del Gobierno de Buenos Aires a la Corte 1716-1792. IX 21-1-4). El 30/12/1748 el ministro le llamó la atención por la violencia empleada y Andonaegui le respondió, que siempre había «procurado poner todos los medios de atraer, y reducir los indios antes de pasar a hostilizarlos» pero que era «necesario muchas veces hacer que conozcan el castigo, y poder que tenemos para sujetarlos a fin de que se acobarden viendo el estrago pues de lo contrario son infinitos muy soberbios y una vez envalentonados dificultosos de castigar y reducir como sucede con algunas naciones que hay de la otra parte de este río...» (Buenos Aires, 15/6/1749. AGÍ, Buenos Aires 304).

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Nuestra Señora de la Concepción en Santiago del Estero, en 1749, y la de San Fernando en Corrientes, en 175015. Los principales caciques abipones se reunieron en la reducción de San Jerónimo para tratar la extensión que debía darse a las paces de Añapiré, es decir, si beneficiaban sólo a Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero, o si también a Corrientes y Asunción. Se hicieron presentes Debayakaikín, el jefe de todos, Kaapetraikín, Kebachín, Alaykín, Matakín, Ypirikín, Oaaikín, Oaherkaikín, todos abipones nakaiketergehes; y Nahareé y Kachirikín, abipones yaaukanigás; a quienes se sumaron los caciques riikahes Ychamenraikín, Ychoalay, Lichinraín y Kabchichi, que ya vivían en la reducción. Refiere el misionero Martín Dobrizhoffer que se preguntaban: «¿Debía aceptarse la paz que todos los españoles ofrecían con la mejor confianza? ¿Todo el pueblo de los abipones concedería la paz a todos los españoles sin distinción?». Ychoalay, más sagaz y más elocuente que el resto, los persuadió de que la paz debía extenderse a todas las provincias. Según Dobrizhoffer, el discurso tuvo éxito y fue firmada la paz con todas las ciudades. Por la sinceridad y la absoluta confianza con que los abipones ofrecieron su amistad, cada cacique tomó a su cargo un territorio para vigilarlo, a fin de que ninguno de ellos ocasionara violencia o daño a ningún español. A los pactos se agregó la cláusula de que los respectivos cautivos tendrían amplia libertad de volverse con los suyos. Muchos lo hicieron, mas otros prefirieron quedarse donde estaban. Concluye el cronista afirmando que, aunque todo el pueblo de los abipones guardó fielmente los pactos, unos pocos de ellos, meses después, reanudaron las hostilidades16. 4.

TRATADO DEL GOBERNADOR JUAN DE SANTISO Y MOSCOSO CON LA NACIÓN TOBA DEL 1 2 DE JUNIO DE 1 7 4 2

Reanudadas desde hacía algunos años las luchas con los naturales, Juan de Santiso y Moscoso (1738-1743) consiguió celebrar un tratado de paz con los tobas el 12 de junio de 1742. Ante la posibilidad de que los indígenas del Tucumán diesen y asin15

CERVERA, Poblaciones..., págs. 231-232; y ALEMÁN, Santa Fe..., I, págs. 90-106. DOBRIZHOFFER, Historia..., III, págs. 125-131; y ALEMÁN, Santa Fe..., I, págs, 96-97. LEVAGGI, Paz en la frontera..,, págs. 57-61. 16

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RIO DE LA PLATA EN EL SIGLO XV11I (1)

tiesen la paz y amistad «en especial la Nación más poderosa y tirana de estas dichas fronteras que es la Toba y otras de más y menos concepto de su auxilio», como lo habían pedido y representado por esa frontera las de San Salvador de Jujuy y Santiago del Estero, y aunque consideraba que «por su naturaleza son varios, vagos e inconstantes dichos indios y naciones», pensaba que el desengaño y escarmiento en que los habían puesto los efectos de la guerra podían haberlos sosegado. En consecuencia, mandó en Salta, el 12 de abril de ese año de 1742, que se hiciesen y actuasen «todas las diligencias que proporcionen los medios que practicables fueren despachando a dichas naciones y enemigos, los que pareciere convenir de su misma nación intérpretes y cautivos para que los inciten y proporcionen, atraigan y dispongan a conciliar dicha paz y amistad, conduciendo consigo a algunos capitanes, caciques o caudillos de ellos bajo de seguro y de la fidelidad que en semejantes casos se debe asentar para que no embargante su bárbara rustiquez y lenguaje, parlamenten, traten, pidan, y asienten, los partidos, medios y circunstancias que les importe, y a nosotros convenga para mantener y conservar dicha paz, y amistad y ésta se lleve a debido cumplimiento y logren los frutos que se desea y promete la tranquilidad y sosiego...». Dado el interés que tenían las ciudades de Tucumán y Jujuy, dispuso que fuesen invitadas a despachar algunas personas de experiencia, para que estuviesen presentes a los tratados que esperaba celebrar, y los pudiesen aceptar o contradecir. El 12 de junio, presentes todos en Salta, después de celebrada la misa, capitanes y nativos de las distintas fronteras pidieron «amistad y paz» bajo de los pactos y partidos siguientes: «Que respecto de que por ahora no estaban convencidos ni persuadidos a entregarse para ponerse a reducción, disciplina y doctrina política y cristiana se mantendrían precisa e inviolablemente en su terreno y términos con todos los suyos, situando rancherías y estalajes permanentes en las partes más cómodas y inmediatas a los fuertes y rayas de las fronteras sin pasar de ellas con motivo ni título alguno en modo sospechoso ni número que exceda de seis con la condición de que para haberlo de hacer los que en el citado número, o menos, salieren a comunicarse con los nuestros o a buscar su alivio y el de los suyos con la caza de jabalíes, carneo de ganados alzados y otro alivio y trata, haya de ser precisamente llegando y manifestándose en los presidios y fuertes y guardias mayores militares y sacar de su cabo u oficiales del comando pasaporte corriente de ser amigos, de paz y comercio, con expresión del fin a que se conducen y con cargo de volver dichos pasaportes cumplido el término de su data al co171

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mandante, cabo u oficiales que les hubieren dado para en esto evitar los encuentros, lances y riesgos que con los soldados de partida que han de celar precisa y continuamente la frontera o con otros de los nuestros o que no se introduzcan en mayor número y junten en parajes y lugares señalados para poder desde ellos hacer invasión o algún agravio, hostilidad o perjuicio entre los nuestros, robando, matando o amedrentando los pasajeros o pobladores de la Provincia y fronteras y para que no pudieran avilantarse y excederse a venir a las ciudades afronteradas cometiendo en ellas algún exceso, y que no obstante entendieran no negársele nuestra comunicación y amistad, no vendrían a ellas excepto el número de dos u otros de la satisfacción y confianza del señor gobernador y capitán general o quien su lugar haiga entretanto que otra cosa por conveniente se arbitrare, expuestos a que si lo contrario ejecutaren y pudieren ser aprehendidos en cualquier perjuicio que se les siguiere no se darían por sentidos ni agraviados pues para el alivio de sus necesidades las significarían y harían presentes a efecto de que si se pudiera se les aliviara, y para que hubiera más confianza y satisfacción en dicha amistad, paz y comunicación aseguraban que aunque fueran algunas partidas de los soldados de dichas fronteras a visitarles y reconocerles sus habitaciones no se defenderían ni ofenderían para que libremente pudieran tratarles y reconocerlos seguros de su promesa y que procurarían como así lo prometían de atraer y reducir a nuestra amistad, paz y comunicación a los indios de la nación Mocobí, Abipones u otros enemigos y que no queriendo reducirse a dicho amigable pacto les darían y ofrecerían desde luego declararles sangrienta guerra, embarazándoles los éxitos y disposiciones que preparan en perjuicio nuestro y de su poder tratarían y se empeñarían de sacar todos los cautivos y cautivas cristianas que tuvieren opresas y ponerlas en libertad y en nuestro poder como asimismo todos los cautivos que dicha nación Toba retiene, los que con la mayor anticipación traerían a su libertad y que si les conviniera lo ejecutarían algunos de ellos mismos con sus familias entregándose a perfecta obediencia y reducción de nuestra Religión Católica y que igualmente practicarían todos los demás medios conducentes a la conservación de la buena amistad y paz y que si en algo faltaran en cualquier castigo que contra ellos se ejecutase en el todo o parte de su nación no lo tendrían por fallo ni quebrantamiento de paz ni amistad, sí en el concepto de contenerlos y que de ello no se darían por agraviados; y entendido dicho señor gobernador y capitán general con los referidos señores ser importante y conveniente el asentamiento de los pactos y partidos mencionados y que se observen por ahora entretanto que otra cosa por conveniente e importante se tenga en servicio de Dios, del Rey y beneficio de la 172

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causa pública sin que se faltara a la legalidad y fe humana que se debe observar aun entre gentiles les prometió bajo de palabra real los seguros de ella mantenerles su Señoría firme y constantemente la amistad y paz que pedían y que cumpliendo dicha nación con las expresadas propuestas les protegería, ampararía y defendería de sus contrarios, y asistiría y aliviaría en cuanto fuere posible en sus necesidades, asegurándoles que de parte de los nuestros no serían agraviados ni ofendidos en modo alguno sí socorridos y protegidos con caridad y buena correspondencia a fin de que experimentando nuestro trato, buen deseo y caridad dirigida a su bien y beneficio se puedan, interviniendo el Divino favor, ir reduciendo a la creencia y profesión del Santo Evangelio y dogmas de nuestra Santa Fe Católica, obediencia y política cristiana». Terminado el acto, el gobernador y demás autoridades abrazaron a los caciques, y les hicieron otras demostraciones de paz y amistad, con gran contento suyo. El tratado quedó documentado en un acta17. Sus términos son una clara demostración de la desconfinza que, pese a las palabras, subsistía entre ambas partes. Las restricciones y formalidades impuestas a los indígenas para sus desplazamientos difícilmente podrían cumplirlas, independientemente de su buena fe, por lo que la amenaza de la ruptura quedaba pendiente.

5.

CAPITULACIONES ENTRE EL GOBERNADOR JUAN VICTORINO MARTÍNEZ DE TINEO Y LOS MALBALAES DEL 27 DE AGOSTO DE 1750. PACES CON LOS ABIPONES, Y CON LOS TOBAS DEL CACIQUE NIQUEATES

En los comienzos del gobierno del coronel Juan Victorino Martínez de Tineo (1749-1754) su lugarteniente en Santiago del Estero, Francisco de la Barreda, ajustó paces con el cacique abipón Alaiquín. Es muy probable que el concierto haya sido verbal. Como consecuencia del mismo hubo canje de prisioneros y, a pedido de los indígenas, cien de sus familias formaron el 3 de diciembre de 1749 el pueblo de Nuestra Señora de la Purísima Concepción'8. 17 AGSE, Asuntos generales, leg. 2, exp. 53; y LIZONDO BORDA, Historia..., págs. 5051. La hipótesis de LIZONDO BORDA, de que «ésta fue acaso la primera vez que los orgullosos españoles trataban con respeto y como a sus iguales no solamente a una nación indígena sino a personas de indios», es errada a la luz de este libro. LEVAOGI, Paz en la frontera..., págs. 63-66. 18

MELI, «Corrientes de población...», págs. 15-37. Vid.: GULLÓN ABAO, La frontera...

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El gobernador en persona encabezó varias entradas al Chaco. Durante la segunda, iniciada en San Miguel de Tucumán en abril de 1750, el cacique toba Roque Niquiates, deponiendo su inicial actitud belicosa, se le presentó, acompañado por el maestre de campo Miguel Pacheco, y le propuso paces. Lo hizo bajo las condiciones siguientes: que serían aliados de los españoles y enemigos de sus enemigos; que les avisarían si se producía el avance de enemigos por el camino de Ledesma, siendo la señal el color blanco de la punta de sus lanzas; que los naturales que transitasen por caminos no admitidos serían tratados como de pelea; que se establecerían en un sitio determinado para no ser confundidos con los belicosos; que se les formase pueblo en los campos de San Javier, donde aceptarían curas doctrineros; y que darían en rehenes a sus hijos y algunos otros de sus capitanes. Martínez de Tineo se apresuró a aceptar la oferta bajo el concepto de que, si por una parte había que castigar severamente a los hostiles, debía mantenerse relaciones amistosas con los que demostraban buena disposición. Aparentemente, tampoco en ese caso se formó documento alguno19. Por carta, el gobernador informó al rey que el caudillo toba le había dado la paz y pedido reducción, pero que le tenía «entretenido con esperanzas» hasta que el virrey del Perú le enviase el fomento que le había solicitado. Aunque su deseo era reducir a pueblos todo el Chaco, no lo podía ejecutar por falta de caudales20. Unos días después, ante una nueva entrada en el Chaco, volvió a escribir al rey. Niquiates había salido a recibirlo, ratificándose en la paz dada e instándole por la reducción. Si recibía dinero para comprar las vacas y demás efectos necesarios, le formaría el pueblo, fue su respuesta. De todo informó al virrey, a quien le reiteró el pedido de fomento, y a la audiencia de Charcas. En la carta al rey, señaló que el mejor modo de sujetarlos era saciarles el hambre, lo que no se podía hacer sin poner en cada pueblo un grueso número de ganado. Le rogó que concediese algunos títulos de Castilla y que lo recaudado fuese para las reducciones21. 19 «Diario de lo acaecido en varias jornadas hechas al Chaco, con especificación de leguas que se caminaron, por mí el Coronel don Juan Victorino MARTÍNEZ DE TINEO Gobernador, y Capitán General de la Provincia el Tucumán; y expediciones encargadas a otros Cabos, sus resultas, desde 2 de junio de 1749 que tomé posesión en la Capital Ciudad de Córdoba». Archivo Histórico Nacional, España, Documentos del Consejo de Indias, exp. 20.374, cit. por MELI, «Corrientes de población...», pág. 26. 20 MINUTA. Salta, 28/12/1750. AGÍ, Buenos Aires 303. 21 MINUTA. Salta, 10/1/1751. AGÍ, Buenos Aires 303.

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El 27 de octubre de ese año de 1751 celebró un parlamento con Niquiates y otros jefes tobas, también en la frontera de Jujuy. Confirmaron ios términos de las conversaciones anteriores y el gobernador les precisó ciertas obligaciones que debían asumir: no embriagarse, tener una sola mujer, guardar lealtad, transitar hacia la frontera por el camino de Ledesma. Además, les advirtió, para poner a prueba su voluntad, que si no se iban a mantener reducidos (como había sucedido con los mataguayos y los malbalaes) era mejor no fundarles pueblo alguno. Los naturales reiteraron sus promesas por enésima vez y ofrecieron afianzarlas, dejando un curaca y otro individuo en calidad de rehenes, quienes serían reemplazados mes por mes. Correspondiendo a esa muestra de buena fe, Martínez de Tineo les nombró a Niquiates como su gobernador y eligió los mismos campos de San Javier, donde estaban asentados, para levantar la reducción22. Por otra parte, renovó los acuerdos que había concluido Urízar con los malbalaes. Sólo duraron pocos meses. Habiéndolos avanzado durante la campaña de 1750, ellos —al igual que los mataguayos— se rindieron, «exclamaron la paz» y le pidieron reducción23. Les propuso las capitulaciones siguientes: «Capitulaciones que deben observar los indios Malbalaes nuestros amigos reducidos = «1. Que han de admitir la Religión, y dedicarse a la Doctrina, Política Cristiana, cultura de sus campos, y vida racional. «2. Que han de guardar guerra ofensiva, y defensiva contra los demás infieles enemigos y dar aviso de sus operaciones si les constase. «3. Que han de guardar buena correspondencia con los españoles. «4. Que no se han de introducir en nuestras fronteras, con motivo, ni pretexto alguno, sino que sea uno, o dos que lleguen al Presidio a exponer lo que necesiten. «5. Que han de venerar, respetar y obedecer a los Reverendos Padres misioneros como a superiores suyos ministros de Dios, y personas consagradas. «6. Y que han de ser fieles, constantes, y leales vasallos de S.M. = Campo del Río Negro, y agosto veinte y siete de mil setecientos y cincuenta = Martínez = 22 Las negociaciones continuaron, pero MARTÍNEZ DE TINEO no llegó a fundar la reducción. MARILUZ URQUIJO, «Martínez de Tineo...», págs. 22-23. 23 Minuta. MARTÍNEZ DE TINEO al rey: Salta, 16/10/1750. AGÍ, Buenos Aires 303. Los mataguayos fueron reunidos en la reducción de Ledesma, en Jujuy, y más tarde trasladados a la reducción de Jesús, María y José, cerca del fuerte San José, en la frontera salto—jujeña.

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«Yo Dn. Juan de Montenegro escribano mayor de esta Gobernación del Tucumán y secretario de la Capitanía General de ella. Certifico que habiéndose estipulado con los indios los capítulos referidos en las capitulaciones remitidas por el Sr. Gobernador y Capitán General, y héchoseles por Su Señoría vestidos a todos los indios e indias, las aceptaron y ofrecieron cumplir con el tenor de ellas, y para que conste así lo certifico, y firmo en San Fernando el Rey en diez y ocho de septiembre de mil setecientos y cincuenta años. Y en fe de ello lo signo y firmo = En testimonio de verdad = Juan de Montenegro Escribano mayor de Gobernación»24. Martínez de Tineo fundó el fuerte de San Fernando el Rey y, en sus proximidades, la reducción de Dolores, donde estableció a los malbalaes. Su presencia fue breve. Unos meses después, le comunicó al rey que habían abandonado el pueblo, dedicándose al robo, sin más motivo que el de su veleidad e inconstancia25. 6.

PACES CON LOS MINUANES DE LA BANDA ORIENTAL DEL 22 DE MARZO DE 1732 Y 29 DE MARZO DE 1762

El gobernador político y militar de Montevideo, José Joaquín de Viana, elevó al rey, el 20 de abril de 1751, una «relación de las paces que en varias ocasiones se han hecho con los indios infieles, que habitan las dilatadas campañas, y sierras de esta jurisdicción», con el siguiente comentario: «por la cual conocerá V. M. lo poco que aprovecha querer atraerlos con suavidad al verdadero conocimiento, y vasallaje, mediante la buena correspondencia, y trato que se les ha hecho, no obstante el cual han proseguido en hacer continuadas hostilidades...»26 Hay constancias de que ya en 1721 algunos caciques iniciaron gestiones de paz y que el cabildo de Buenos Aires nombró al regidor Juan de la Palma Lobatón para seguirlas. Sobre el fin de ese año el diputado informó acerca del resultado de su misión y, según el tenor del acta capitular del 9 de diciembre, «lo que se escribió y capituló se entregó al señor gobernador por el capitán Dn. Antonio Pando su acompañado»27. En el año de 1730, con motivo de las muertes causadas por los indígenas, porque un portugués residente en Montevideo había matado a uno 24

«Autos de Malbalaes». AGÍ, Buenos Aires 303. Vid.-. ACEVEDO, «E\ gobernador Martínez de Tineo...», págs. 27 y 39; y MEU, «Corrientes de población...», pág. 27. 25 Salta, 12/6/1751. AGÍ, Buenos Aires 303. LEVAOOI, Paz en la frontera..., págs. 66-70. 26 AGÍ, Buenos Aires 18; y ACOSTA Y LARA, La guerra..., págs. 90-91. 27 AGN.A, Acuerdos..., serie II, t. IV, págs. 392 y 413.

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de ellos, que lo había provocado, fueron convocados cinco caciques para hacer las paces, las que se verificaron «con toda solemnidad»28. En 1731, tras el referido alzamiento, una delegación compuesta de nueve principales ofreció la paz. Contemporáneamente, se intentaba desde Buenos Aires una nueva ofensiva militar, que pusiese fin a la guerra. Aceptada la oferta, el cabildo porteño comisionó a los regidores Matías Solana y Sebastián Delgado. El gobernador Bruno Mauricio de Zabala los proveyó el 5 de febrero de 1732 de las instrucciones siguientes: «Luego que desembarcaren en el Puerto de Montevideo el Comandante que va en esta ocasión, y es uno de los tres que han de intervenir en el referido ajuste, despachará una partida con Pasaporte mío que lleva a este fin y con ella alguno de los vecinos de Montevideo que tengan más familiaridad con dichos Caciques, y de la parte donde se hallaren los conducirá a la Población, poniendo el mayor cuidado en conseguir sean los menos que puedan los Indios que hubieren de venir, y si éstos por su natural inconstancia propusieren que los Diputados, y demás españoles pasen a donde ellos están, les persuadirán a que les es imposible, y procurarán que a lo menos vengan a una de las estancias de aquella Jurisdicción, o lo más cerca que pudieren, y asegurándoles el buen recibimiento que tendrán, y proponiéndoles los agasajos que recibirán de los Diputados = «En viéndose los dichos Diputados con los Caciques les ponderarán el delito que han cometido siendo vasallos del Rey de haber hecho guerra a los españoles, y las muertes que ejecutaron, sin haber dado queja primero al Comandante de Montevideo, quien hubiera hecho Justicia con el portugués que mató al indio, y está refugiado en la Colonia, y que el haber peleado con ellos don Francisco Escudero junto con don Joseph Romero, fue porque continuaban los indios en sus hostilidades, y después que cesaron en ellas, no se les ha incomodado, y en la conferencia que tuvieren asentarán lo primero = «1 - Que así españoles como indios se mantendrán en adelante con olvido total de lo sucedido hasta ahora como vasallos del Rey nuestro Ser ñor en paz, y quietud ayudándose unos a otros en guardar las campañas, y en evitar el que otra ninguna Nación las disfrute, haciendo guerra a los que lo intentaren para lo que se les ayudará con lo que necesitaren = «2 - Establecerán con dichos Caciques que a ningún español que fuere con licencia de este Gobierno sellada con mis armas se le haga daño ninguno pero a los que no la llevaren no se les permita hacer faena alguna, y 28

AZARÓLA GIL, LOS orígenes..., págs. 153-156; y ACOSTA Y LARA, La guerra..., págs.

50-55.

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mucho menos a los changadores por ser éstos los que les hurtan los caballos y cometen las maldades = «3 -Asimismo quedará establecido el que ningún indio haga daño en las estancias, chacras, ganados, y demás haciendas de los vecinos de esta Ciudad, y de la de Montevideo, y si los hallaren hurtando o haciendo otras maldades, puedan castigarlos, y prenderlos, sin que por esto supongan ni crean los Caciques que se les declara la guerra, pues no será más que castigar a los malhechores para que todos vivan en paz = «4 - Recíprocamente si ellos cogieren a algún español en sus toldos haciendo algún desorden o hurtando ganado, le conducirán preso a Montevideo donde será castigado, y se les dará toda satisfacción, sin que por ningún modo puedan ellos tomársela = «5 - Y se les franqueará el que puedan entrar, y salir en Montevideo, a vender sus caballos, y grasa que trajeren, con tal que no hagan noche en aquella Población, ni puedan quedarse en las inmediatas a ella, y si los Caciques vinieren se les recibirá con agrado, y se les oirá en cuanto tuvieren que representar = «6 - Con el mejor modo que hallaren los Diputados los persuadirán que restituyan al Rey los caballos que le quitaron el día primero del año pasado en la función que tuvieron con Escudero, y Romero, lo que les persuadirán a los Caciques por medio de los intérpretes a vista de la recompensa que deben tener por los regalos con que se les agasaja = «7 - Todo lo que va referido, y lo demás que la experiencia puede dictar a los Diputados le pondrán por escrito, y en la forma en que los indios acostumbran se lo harajurar, y les asegurarán que cuanto antes pueda pasaré a Montevideo a verlos = «Nota - Todo lo referido se expone para la inteligencia de los Diputados con el conocimiento de que estas expresiones son impracticables con los indios, pero de ellas se podrá explicar lo que fuere dable a su conocimiento de los indios = «Y acabada la conferencia se restituirán a esta Ciudad en la misma embarcación en que van, teniendo particular cuidado en el modo en que han de repartir lo que llevan para agasajar los indios»29. A los regidores se sumó el comandante de Montevideo, capitán Francisco Antonio de Lemos. La delegación desembarcó el 13 de febrero. Relató Zavala que los minuanes rehusaban bajar a Montevideo, pretextando que los demás caciques no habían llegado y ellos no se atrevían a ir por temor. Cedie29

AZARÓLA GIL, LOS orígenes..., págs. 262-264; y ACOSTA Y LARA, La guerra..., págs.

55-57.

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ron sólo ante las seguridades que se les dieron por medio de lenguaraces y por el cura de la ciudad, el maestro José Nicolás Bárrales, y «en la manera que ellos practican se entabló la paz»30. Sus términos fueron los siguientes: «En San Felipe de Montevideo en veinte y dos días del mes de marzo de mil setecientos treinta, y dos años concurrieron dos Caciques minuanes con treinta indios y entre los dichos un Capitán y se llaman Dn. Agustín Guitabuiabo y el Capitán Francisco Usa conducidos por el Alférez Real desta Ciudad Juan Antonio Artigas con quienes se trató, y ajustó la Paz por decir éstos traían para ello facultad de los demás Caciques como así lo afirmó el dicho Alférez Real; y habiéndolos dado a entender los siete capítulos contenidos en la Instrucción de Su Excelencia consintieron en todos menos en el capítulo sexto que respondieron estar los caballos repartidos en diferentes partes y haberse disipado muchos de ellos en el remedio de sus necesidades además de ser cogidos en buena guerra y en todos los demás los aceptaron y que los guardarían según y conforme lo manda Su Excelencia sin interrumpirlos ahora ni nunca y que de aquí adelante vivirán con los españoles como hermanos y que estiman y agradecen mucho el favor y cariño con que Su Excelencia los ha favorecido y perdonádoles sus yerros porque muy bien conocen que han errado en todo lo que procurarán de hoy en adelante enmendar y más ahora que Su Excelencia les empeña su palabra en castigar los españoles que los agraviasen los cuales si ellos los cogieren los entregarán al Capitán Comandante sin ofenderlos en nada y que si alguno de sus indios ofendieren a los españoles que Su Excelencia los castigue hasta consumir los dañinos y que ellos ofrecen de su parte siempre que alguno o algunos de sus indios ofendiere a los españoles que no puedan ser habidos por ellos los castigarán con todo rigor lo cual ofrecen dichos Caciques y Capitán por sí y en nombre de todos los demás Caciques como que traen de ellos la facultad y que éstos no pudieron bajar por quedar en guarda de sus toldos con la noticia que han tenido de bajar un trozo de indios tapes sin saber el motivo que dichos tapes tienen para bajar armados a sus tierras y dichos capítulos exceptuando el sexto vuelven de nuevo a decir que los guardarán y cumplirán sin faltar en cosa alguna y esto lo juran levantándose los dichos Caciques y cogieron por la mano primero al Capitán Comandante y le pusieron su mano derecha en el pecho izquierdo el dicho Capitán y luego hicieron la misma ceremonia con los Diputados y los demás españoles que se hallaron presentes y acabada esta ceremonia se les regaló a todos ellos con yerba, tabaco, cuentas, cuchillos y frenos y a los Caciques y Capitán con somZAVALA a José PATINO: Buenos Aires, 8/5/1733. AGÍ, Buenos Aires 42.

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breros y bastones y bayeta de forma que quedaron todos muy contentos y satisfechos y nosotros los Diputados y Comandante les juramos en nombre de Su Excelencia de cumplirles y guardarles todo lo contenido en dichos capítulos inter que por parte de ellos no se dé motivo nuevo que obligue a Su Excelencia el castigarlos y en esta forma quedó ajustada la dicha Paz ofreciendo los demás indios que con dichos Caciques vinieron lo mismo por que a todo se hallaron presentes = Francisco Antonio de Lemos = Sebastián Delgado = Matías Solana»31. Más de un año después, según Zavala, los naturales se mantenían sin otra novedad que la de su propensión a ofrecer sus servicios a quienes penetraban en sus distancias a faenar, para quitarles con ese pretexto alguna ropa o bastimento32. Tiempo después se reanudaron las dificultades, a causa, sobre todo, de los robos de ganado y otros atropellos que se les imputaban. Al buen criterio y habilidad de Viana se atribuye la nueva paz que se selló y que, no obstante su brevedad, permitió a los españoles extender sus estancias. Esa vez el protagonista fue el cabildo de Montevideo. No el de Buenos Aires, como en la oportunidad anterior. El tenor del convenio quedó registrado en el acta del cuerpo capitular del 29 de marzo de 1762. Reza ésta, refiriéndose al gobernador, que «propuso Su Señoría que como estaría noticioso este Ayuntamiento, habían venido a esta Ciudad de las campañas de afuera cuatro indios de nación Minuana, con un Cacique llamado Cumandat, los cuales siendo reconvenidos del fin de su venida, aseguraban no ser otro que el buscar en nosotros la paz, y buena armonía para con ellos, y que les dejasen establecerse en esta Jurisdicción. En cuya conformidad y teniendo presente las leyes 4a tít° y lib° I o y las leyes 8,9 y 10 del tít° 4o lib° 3 o todas de las Indias que hablan sobre la pacificación y reducción de estos naturales, fue desde luego acordado se debían buscar, y emprender los medios que se juzgasen convenientes al fin de atraer a nuestra paz, y buena armonía a los citados indios sin que por nuestra parte se diese el más leve motivo a no abrazar, y aprovecharnos desde luego desta coyuntura para exponerles lo bien que a ellos les estaría el venir a radicar la paz por medio del establecimiento que ofrecían hacer. Y para el mejor acierto de este particular se dispuso se hallasen presentes en esta Sala (como lo estuvieron) el Maestre de Campo de Milicias don Manuel Domínguez, y el Capitán de Vecinos don Juan Antonio Artigas con quienes conferen31

AZARÓLA GIL, LOS orígenes..., págs. 264-265; ACOSTA Y LARA, La guerra..., págs. 57-

58; y NARANCIO y ROCA, «La justicia...», págs. 750-751. 32

Ídem la nota 30.

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ciándose el asunto se hizo al mismo tiempo venir a esta Sala a los referidos indios a quienes mandándoles tomar asiento, por el referido Maestre de Campo como hábil en la lengua guaraní por entender también muy bien ésta el referido Cacique, se le ordenó de parte del señor Gobernador y asimismo por este Ayuntamiento se le hiciesen (como se le hicieron) al dicho indio Cacique las preguntas, y exposiciones siguientes. «Preguntados cuál era el cacique principal de los indios que estaban en estas inmediaciones, respondieron los presentes que todos conocían por Cacique de ellos al referido indio Cumandat, según los despachos que le había dado en Misiones el Capitán General y que por esta razón con riesgo de su vida se había conducido aquí a rendir la obediencia por él, y sus hijos, de lo que enterado este Ayuntamiento se le hizo responder, y enterarle de que así este Cabildo y señor Gobernador por sí, y en nombre de la Ciudad les daba las gracias por este hecho de haber venido a rendirle la obediencia de que esta Ciudad estaba desde luego reconocida y que por ella se hallaba pronta a guardar con ellos una buena armonía, y que no experimentarían ningunas extorsiones a que respondió el dicho Cacique que por ver el desabrigo que había experimentado tenían sus hijos en los pueblos de las Misiones por no haber auxiliado en la guerra de los indios de los Padres [jesuitas] por verse en un total desamparo con sus hijos en aquellas partes se había venido a buscar amparo y a someterse a este Gobierno y que quedaban afuera otros varios indios que sólo esperaban el aviso de dicho Cacique, y el recibimiento que aquí tenían para venirse también aquí con ellos». Más adelante «se les expuso que estando de entable con sus familias en esta Jurisdicción se conchabarían y darían que trabajar por salarios para que así tuviesen qué haber y con qué comprar lo que hubiesen de menester, tratándolos con la misma buena armonía, y conmiseración que habían visto, y confesaban; a que respondió el Cacique que desde luego venía en que sus hijos, y aun él, y sus compañeros harían el dicho servicio conchabados para tener con qué comprar yerba, y lo demás que necesitasen. «[...] para que no anduviesen cada día yentes, y vinientes, se les señalaría en esta Jurisdicción paraje competente donde trayendo sus familias se estableciesen en él pues se les empeñaba de parte desta Ciudad y Gobierno, la Real palabra, de que no se les haría el menor mal, antes sí atenderlos en todo buscándoles su mejor comodidad y estar; a que respondió el Cacique que desde luego venía en ir a traer sus familias para establecerse como se le proponía, y que desde luego a su retorno para esta Jurisdicción enviaría por delante otro Cacique que diese aviso de su venida pues él debía quedar para venir el convoy de las familias las que no sabía si las hallaría en el mismo paraje donde las había dejado, o más arriba, o debajo 181

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de é!, y que luego que juntase su gente emprendería como era dicho su venida; y que había en ellos algunos enfermos de las refriegas que habían tenido con otros indios, los que se les ofreció que venidos aquí se le daría orden para que fuesen curados. «Se les preguntó si entre ellos había habido, o visto hacer algún robo de caballos, a que respondió que ellos sólo habían quitado unos caballos a los indios Tapes que en porción andaban alzados en la campaña. «Se les expuso que viesen si buenamente y no de otro modo querían por su sola libre voluntad abrazar nuestra Santa fe como igualmente si trayendo sus familias a esta Jurisdicción quisiesen dar y poner sus hijas, e hijos en casas particulares donde fuese su volutad así en casa del señor Gobernador, en la del Maestre de Campo, y otras semejantes para que fuesen atendidas en vestirlas, cuidarlas, y atenderlas en todo desde luego serían recibidas con el mayor amor, y cariño, y todo bajo la voluntad de ellos pues en manera alguna se pretendía usurparles el dominio y mano que tenían en sus criaturas como padres de ellas, a que respondió el Cacique que desde luego conocía que Dios era poderoso y que había permitido viniesen aquí a experimentar tanto bien, y buena armonía como con ellos se había tenido en acogerlos, y ampararlos en nuestra amistad, todo lo cual prometía haría presente a los viejos de los suyos para que conociendo este sumo bien, exhortarles al mismo tiempo el que viniesen con él a abrazar la paz, y buena conformidad que se les franqueaba; y porque se les enteró de que ellos debían guardar con nosotros la misma buena armonía que veían observábamos nosotros con ellos era consecuente el que no tendrían a mal el que siempre que alguno de ellos, o de sus muchachos hiciesen alguna extorsión o daño en contra de alguno de nosotros fuesen castigados por cualquiera de nuestros Jueces y Justicias a lo cual respondió el Cacique que desde luego venía en que se siguiese este orden de castigar a los que de los suyos delinquiesen en cualquier delito, porque demás de que el mismo Cacique por sí los castigaría, también habían de poderlo hacer nuestros Jueces como se les proponía. «Fueron prevenidos de que todo lo que habían tratado quedaba aquí escrito y sentado para que fuese inviolable en todo tiempo su cumplimiento por ambas partes así por parte de este Gobierno y Ciudad, como por parte de ellos, y que también se les daría el correspondiente pasaporte para que asegurasen su ida y salida desta Jurisdicción en demanda del paradero de su gente. Y el señor Gobernador los obsequió a todos los cuatro indios [,..]»33. 33

Revista del Archivo General Administrativo, 3, Montevideo, 1887, págs. 288-293; ACOSTA Y LARA, La guerra..., págs. 110-113; y NARANCIO y ROCA, «La justicia...», págs. 751-754.

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Los naturales se establecieron, en efecto, en las proximidades de Montevideo. Según parece, con el mandato de Viana, en abril de 1764, fenecieron las paces. La opinión de su sucesor, Agustín de la Rosa, fue contraria a que los minuanes permanecieran cerca de la ciudad y provocó su alejamiento34. 7.

TRATADO DE PAZ ENTRE EL GOBERNADOR GERÓNIMO MATORRAS Y EL CACIQUE MOCOBÍ P A I K Í N EN L A CANGAYÉ EL 2 9 DE JULIO DE 1774

Una nueva y relevante entrada al Chaco Gualamba desde el Tucumán protagonizó el gobernador licenciado Gerónimo Matorras (1767-1775) en 1774. Comprometido a la «conquista» de las tierras del Chaco y a la reducción de sus habitantes, la Corona había capitulado con él y le había conferido el gobierno del Tucumán por decreto del 14 de mayo de 1767. El Consejo de Indias observó en su consulta del 30 de junio siguiente, el uso por el real decreto de la palabra «conquista», y recomendó sustituirla por las de «Reducción, y Población, según se han usado con católica, y piadosa política, en semejantes capitulaciones, y lo previene la ley 6a tít. Io Libro 4o de la Recopilación de Indias». El rey se conformó con esa opinión35. En 1773, comunicó Matorras al rey que el 21 de marzo llegó a la ciudad de Salta, con ofertas de paz, el hijo primogénito del famoso cacique mocobí Paikín. Salió a recibirlo con el cabildo secular, oficiales y milicianos. A cambio de paces generales, propuso el emisario recibir el bautismo y ponerse en reducción. En una junta, a la que asistieron los cabildantes y oficiales de guerra, se decidió obsequiarlos con vestuarios, y otras baraterías, y que el gobernador hiciese entrada hasta el paraje donde se hallaba Paikín. Si de su trato reconocía en él una intención pacífica verdadera, le señalaría para ponerse en reducción el paraje nombrado San Bartolomé36. Matorras inició los preparativos de la expedición, cuyo desarrollo conocemos a través de su «Diario». Una vez arribado al paraje llamado La Cangayé (en toba: tragadero de gente) despachó dos indios tobas con muchos regalos para avisar a los caciques Paikín y Lachirikín de su presen34

ACOSTA Y LARA, La guerra..., pág. 114 y ss. LEVAOGI, Paz en la frontera...,

págs.

71-79. 35

Consulta del Consejo de Indias: Madrid, 18/5/1770. AGÍ, Buenos Aires 13. Salía, 20/6/1773. AGÍ, Buenos Aires 49 y 143. También: MATORRAS y Lorenzo SUÁREZ DE CANTILLANA al rey: Fronteras del Chaco, 28/10/1773. AGÍ, Buenos Aires 49. 36

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cia. El primero que hallaron, el 16 de julio, fue Lachirikín. El gobernador lo agasajó y se aseguró su amistad. Tres días después se produjo el encuentro con Paikín. «Hizo presente el señor gobernador que el rey de España, su amo, lo mandaba a visitarle: expresóle su grandeza y lo que podría importarle su real amparo, y lo propio a todas las naciones del Gran Chaco Gualamba, y que, instruyéndose en los misterios de nuestra Santa Fe Católica, lograría todas felicidades, y sería perpetuo cacique de todas las parcialidades que le seguían. Y como después de esta larga conferencia manifestase el mismo agrado que el cacique Lachirikín, su compañero, que estaba presente, tomando el señor gobernador un bastón de puño dorado, que estaba prevenido, puesto en pie y quitada la gorra, le dijo que se lo entregaba en nombre del monarca de las Españas, su amo, de quien debía ser en adelante fiel vasallo: a que dio el «gustoso, por medio de su intérprete». Al día siguiente empezó Matorras a instruirlos en los principales misterios de la fe católica, prometiéndoles la protección del rey si se reducían y la abrazaban. La conferencia duró más de dos horas y, a su término, asintieron a cuanto les propuso. El 29 se establecieron y firmaron las paces generales. En el tronco de un árbol de vinal o visnal se grabó con escalpelo la siguiente leyenda: «Año de 1774 - Paces entre el Sr. D. Gerónimo Matorras, gobernador del Tucumán, y Paikín, etc.». La ceremonia quedó registrada en un acta, cuyo texto es el siguiente: «En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, con igual poder, majestad y grandeza, criador del Cielo, Tierra y de todas las cosas visibles e invisibles, de cuyas tres personas la segunda que es el Hijo, se hizo hombre en las purísimas entrañas de la Virgen Santísima, quedando virgen antes del parto, en el parto y después del parto, cuyo hijo se llama Jesucristo que murió en una cruz por salvarnos y redimirnos del pecado original que contrajimos de nuestros primeros padres Adán y Eva (después de quedar entre nosotros sacramentado) y bajó su Alma santísima al Limbo donde estaba con otros, y los pasó a las eternas moradas resucitando el Señor al tercero día de entre los muertos y habiendo subido a los Cielos después en Cuerpo y Alma está sentado a la diestra de Dios Padre con su santísima Madre y Bienaventurados, que guardaron los divinos preceptos, y de donde ha de venir al fin del mundo a juzgar vivos y muertos, dando a los buenos el premio de la vida eterna, y a los malos en el infierno penas sin fin, ni término, porque no guardaron ni cumplieron sus Santos Mandamientos bajo de cuya fe y creencia se pasan a hacer formales paces entre el Señor 184

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Don Gerónimo Matorras Coronel del Regimiento de la Nobleza, Gobernador y Capitán General de la Provincia del Tucumán, y estando presentes el Comandante de esta expedición Don Francisco Gavino Arias, el Maestro Don Domingo Argañaraz, el Padre Predicador Fray Antonio Lapa, del Orden Seráfico, que acompañan esta dicha expedición de misioneros, Don Blas Joaquín de Brisuela Procurador General de la Ciudad de Córdoba con aprobación del Excelentísimo Señor Virrey, el Maestre de Campo de la Ciudad del Tucumán Don Gerónimo Román Partene, los Sargentos Mayores Don Juan Dionisio Vera y Don Agustín López, el Ingeniero Don Julio Ramón de César, y los Capitanes Don Agustín López de Araos, Don Ignacio de Andrada y Herrera vecino de la Rioja, Don Alejo Jáuregui de la de Salta, Don Francisco Tribiños Cabo de Partidarios; y de la otra parte los Caciques de la Nación Mocobí Paikín, Lachiriquín, Coglochoquín, Alogoiqui, Quiagarri; y de la Toba, Quisguirri y Quetaide, por sí y en nombre de ios demás de una y otra Nación, que de ambos sexos y edades, según convinieron en su numeración, llegan a siete mil, y convenidos bajo de las condiciones y cláusulas siguientes: A presencia y consentimiento de Don Juan Antonio Caro inteligente en sus idiomas, patricio de estos Reinos, a quien les está nombrado para este efecto por Protector para que firme en nombre de ellos bajo del juramento que tiene hecho, y son en la forma y manera siguiente: «Primeramente, que por cuanto ocupan estos territorios que han poseído sus antepasados, en los cuales como criados en ellos gozan de buena salud por ser acomodado el benigno temperamento a sus pocas ropas, que tienen para vestirse; y que de sus ríos y lagunas se proveen de pescado, en los campos de caza, y de los árboles distintas frutas especialmente de algarroba y chañar en que consisten sus alimentos se les ha de dejar y mantener en dicha posesión, que han tenido, sin despojarlos de ellas, por dárselas a otras Naciones. «2a Que con ningún motivo ni pretexto ahora ni en ningún tiempo se les haya de tener ni guardar con el ignominioso renombre de esclavos, ni tampoco darlos a ellos, sus hijos, y sucesores en encomienda, por cuanto se consideran libres y de generación nobles y como a tales esperan han de ser tratados de todos los Españoles. «3a Que para ser instruidos en los Misterios de la Santa Fe Católica, se les han de dar Curas Doctrineros con Lenguaraces y Maestros de Escuela para que enseñen a ellos, y a sus hijos la lengua de los Españoles, a leer y a escribir a los que quisieren aprender. «4a Que por cuanto el Sr. Gobernador les tiene establecida en las fronteras de la Provincia del Tucumán una nueva reducción nombrada Santa 185

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Rosa de Lima que al presente ocupa una de sus parcialidades y se le ha proveído a cada uno que tiene familia, de ganados mayores y menores para crías, bueyes, arados, herramientas y semillas para sus sementeras, se entiende que se ha de ejecutar lo propio con todos los demás que pasaren a vivir en la dicha reducción y que también se les ha de repartir de las ropas y baraterías, que el Sr. Gobernador les ha suministrado para su vestuario con los demás dones que acostumbra obsequiarles. «5a Que si a más de la reducción de Santa Rosa pidiesen otras, por no poder vivir todos en ella, se les ha de dar en uno de los parajes que han señalado en estos lugares o en el que el Sr. Gobernador del Tucumán tuviere por más conveniente, cuyas fundaciones, repartimientos de ganados y demás necesario se han de ejecutar en todo arreglado a lo que se practicó en la citada Santa Rosa. «6a Que sin embargo de que al presente se les ha dado por el Sr. Gobernador vestuarios para ellos, sus hijos y familias con general repartimiento de ropa de la tierra, algunas herramientas y de todas baraterías, como también caballos, muías y reses por todo lo cual quedaban muy gustosos y agradecidos y hasta el presente no habían experimentado de otro semejantes liberalidades de las que les ha resultado el beneficio de cubrir su desnudez tratándolos al mismo tiempo con el mayor agrado y lo propio todos los Españoles de su comitiva, esperaban del paternal amor con que los trataban ejecutasen lo propio en adelante. «7a Que por cuanto al presente se hallan en sangrienta guerra con los indios de la Nación Abipona de la Reducción que está establecida en las fronteras de Santa Fe, gobernada por el Cacique Benavídez de quien como de todos los demás de dicha Nación han recibido muchos agravios y perjuicios, y para que cesen en la referida guerra han sido amonestados por Su Señoría y exhortádolos a que deponiendo sus sentimientos se establezcan paces entre unos y otros, a cuyo fin se hizo chasque el día de ayer al Sr. Gobernador de Buenos Aires, Cabildos de Santa Fe y Corrientes, esperando que continuase patrocinándolos sobre este particular, lo que prometió el Sr. Gobernador ejecutar instando al de Buenos Aires y Cabildos expresados a que contengan al mencionado Benavídez y demás Abipones. «8a Que debajo de los antecedentes siete Capítulos y cuanto en ellos se comprende se entregaban y entregaron con la mejor voluntad reconociéndose por vasallos del católico nuestro Rey y Señor de España y de estas Indias Carlos Tercero (que Dios guarde) prometiendo de buena fe estar en todo obedientes a sus órdenes y a todos sus Tribunales, especialmente en este Reino a las del Excmo. Sr. Virrey de Lima, Real Audiencia de La Plata, y como más inmediato a las del Sr. Gobernador de la Provincia del 186

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Tucumán y a las de sus Justicias, observando y cumpliendo en cuanto sea de su obligación las leyes y ordenanzas de este Reino, y bajo de las penas que en ellos estén prevenidas para los que las quebrantan confiados que en la Real benignidad, y mandatos de sus Ministros les serán cumplidos y guardados todos aquellos fueros y privilegios que están concedidos por leyes de este Reino, ordenanzas, demás documentos a todos los indios naturales de ellos, cuya explicación de uno y otro se ejecutó por los intérpretes a presencia de su Protector. «9a Que siempre que tuviesen alguna queja o agravio de los Españoles, o de los indios puestos en las Reducciones de la dicha Provincia lo han de representar por medio de los respectivos Protectores para ser oídos en justicia, sin que puedan de otro modo hostilizar, hacer guerra ofensiva ni defensiva en las fronteras ni tampoco en las Reducciones, para cuyo fin quedó a cargo del Sr. Gobernador despachar a los Cabildos de su Provincia, testimonio de estas paces, para que se les guarden y cumplan según y como ellos prometen hacerlo, dejando otro igual en poder del referido Cacique Paikín, a quien reconocen los demás por su primer Caporal. «10a Que será del cargo del Sr. Gobernador ponerlos bajo del Real amparo interponiendo su ruego a Su Majestad para que sean recibidos bajo de su Soberano Patrocinio, como también interesarse en que sean atendidos del Excmo. Sr. Virrey de estos Reinos, su Real Audiencia y la de las Charcas a cuya jurisdicción corresponden estos países del Gran Chaco Gualamba; lo cual prometió el Sr. Gobernador ejecutar, y cumplir en las primeras ocasiones que se le presenten luego que se restituya a la primera Ciudad de la Provincia asegurándoles, que durante el tiempo de su gobierno tendrá el mayor empeño y eficacia en protegerlos y socorrerlos en cuanto alcancen sus fuerzas, haciéndole este particular encargue al que le sucediese, sin que por esto aspire Su Señoría a otro premio y agradecimiento de ellos más que el que procurasen con brevedad instruirse en los Misterios de nuestra Santa Fe Católica, para que recibiendo las aguas del Santo Bautismo puedan conseguir la salvación eterna, ser fieles y buenos vasallos de nuestro Rey y Señor y amantes de los Españoles. «1 Ia Aunque en este estado pidieron y suplicaron dichos Caciques al Sr. Gobernador, que les mandase dar algunas armas como pistolas, espadas, machetes y lanzas para defenderse de sus enemigos y que igualmente con ellas servirían en cuanto se les mandase, les fue negada su pretensión por Su Señoría pero también les prometió atender a ella y tenerla presente para cuando hayan dado buenas pruebas de su fiel vasallaje al Rey nuestro Señor y sus Ministros, observando buena correspondencia con todos los Españoles. 187

ABELARDO LEVAGGI

«Bajo de cuyas condiciones de que fueron impuestos por su Protector y Lenguaraces, y prometiéndose de parte en parte el más exacto cumplimiento de cuanto en ella se explicase hicieron y concluyeron estas paces entre el Sr. Gobernador y Caciques expresados a los cuales y con señal de la buena fe y creencia con que las admitían empezando por el dicho Paikín los abrazó a todos y a son de caja se repitió por tres veces en este paraje: Viva el Rey de España y de las Indias Carlos Tercero (que Dios guarde) y lo firmó Su Señoría, el dicho Protector en nombre de los Caciques y demás sujetos nominados, en estos Países del Gran Chaco Gualamba como doscientos ochenta leguas de la Ciudad de Salta, sesenta de la de Corrientes según prudencial regulación y estando puesto el Real acampamento a las márgenes del Río Bermejo, a veinte y nueve de Julio de mil setecientos setenta y cuatro años de que doy fe. Gerónimo Matorras - Francisco Gavino Arias - Juan Antonio Caro - Maestro Domingo Argañaraz y Murguía - Fray Antonio Lapa - Blas Joaquín de Brisuela - Gerónimo Román Partene - Juan Dionisio Vera - Agustín López - Julio Ramón de César - Agustín López y Aráoz - Ignacio de Andrada y Herrera - Alejo de Jáuregui - Francisco Tribiños. Ante mí. José Tomás Sánchez Escribano mayor de Gobernación». Señala el «Diario» que, después de instruidos los indios en el concepto de las paces que habían visto firmar, se solemnizaron con repetidos vivas y se entregó al cacique Paikín el testimonio de ellas37. 37 «Año de 1774. Testimonio de autos relativos a las operaciones de la expedición hecha a los Países del Gran Chaco Gualamba, por el Gobernador de la Provincia del Tucumán Dn. Gerónimo MATORRAS». AGÍ, Buenos Aires 244. «Diario de la expedición hecha en

1774...» MATORRAS, SUÁREZ DE CANTILLANA y otros al rey: Campamento a las márgenes del

río del Valle, 25/8/1774. AGÍ, Buenos Aires 244. La cédula al gobernador del Tucumán, Antonio DE ARRIAOA, despachada en Madrid el 7/12/1776, reproduce, entre otros, los siguientes conceptos de la carta antes citada del 25/8/1774: «Que encontrando en dichas campañas al famoso indio cacique PAYQUÍN con su guerrera y numerosa nación Mocoví, y los principales de la de Tobas observaron que casi todas las que ocupan el gran Chaco le veneran por su heredado imperio, buena presencia y belicoso genio, por primer caporal siendo como de 60 años de edad, de gran robustez, entereza, bastante comprensión y legalidad en su trato, y el que ha ejecutado los mayores estragos en las fronteras de la Provincia; y que después de varias conferencias tenidas con él se consiguió su conversión y la de todos sus subditos [...] estableciéndose por último con él (bajo de once artículos) generales y solemnes paces en que se comprendieron otros seis caciques con sus familias que se regularon exceder a siete mil almas [...]; Que graduando estas naciones por la mayor ignominia el ser dadas a encomienda, se les concedió estar exentos de semejante servidumbre, y para ser instruidos en los misterios de nuestra Santa Fe el que puedan pasar los que quisieren a la nueva reducción nombrada Santa Rosa de Lima establecida en las fronteras de esa Provincia, 188

RÍO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (1)

Entre otras singularidades del tratado, cabe destacar la profesión de fe que lo encabeza, y que no se suele encontrar en esta clase de documentos; el reconocimiento de la condición noble de todos los aborígenes; la explicación a ellos de los fueros y privilegios que les concedían las leyes, así como el compromiso expreso de respetarlos; la presencia del protector de naturales, que asumió su representación; y las repetidas muestras de sometimiento de éstos al rey de España y a sus ministros. El monarca aprobó cuanto obró Matorras. Mandó por cédula del 6 de setiembre de 1777 que se cumpliese literalmente a los indios los tratados de paz38. Además, por ser remotos los recursos a la corte, y vivos sus deseos de que se convirtieran, refundió todas sus facultades en el virrey de Buenos Aires, para que sin pérdida de tiempo tomase las providencias más eficaces al cumplimiento39. El 16 de octubre de 1775 falleció Matorras. A su vez, Paikín fue muerto con motivo del ataque que dirigió contra la reducción de abipones de San Jerónimo. Los mocobíes, como era la costumbre indígena, quisieron ratificar el tratado de paz. Al frente de la gobernación había quedado en forma interina el coronel Francisco Gavino Arias. Fray Antonio Lapa, cura doctrinero de la reducción de Nuestra Señora del Pilar de Macapillo, de indios pasaynes, fue el intermediario. Dejó escrito el relato de su misión. Cuenta que pasó a la ciudad de Salta, conduciendo a un cacique de la nación toba nombrado Quetaire, a quien acompañaban otros naturales del que ocupaban varios de la misma parcialidad; Que como hasta entonces habían sido tratadas estas naciones con el rigor de la guerra, y los que apresaban se vendían o daban a encomienda ocultándose por esto en los montes, no se habían podido adelantar las conversaciones de estos infieles como ahora con el particular agrado con que habían sido tratados en esta expedición...» La reducción de Santa Rosa de Lima de indios vuelas había sido plantada en noviembre de 1773 por Matorras, con el apoyo del canónigo SUÁREZ DE CANTILLANA, conf. BRUNO, La evangelizarían..., pág. 85. Vid.: GANDÍA, Historia..., págs. 180-181; TOMMASINI, La civilización..., II, págs. 168169; CERVERA, Poblaciones..., págs. 242-243; LÓPEZ PIACENTINI, «Paykín, el cacique...»; ÍDEM, Paykín y Matorros...; CGE.DEH, Política..., II, págs. 212-225; y MARTÍNEZ SARASOLA, Nuestros paisanos..., págs. 145-146. El texto del tratado en: ANH, Actas...Santiago del Estero, III, págs. 412-418; y MIRANDA BORELLI, «Tratados...», págs. 255-259. Sobre los recelos que entre los mocobíes de las reducciones de San Javier y San Pedro, en Santa Fe, produjo la paz, celebrada también con sus enemigos los abipones, vid. el acta de la reunión del cabildo de Santa Fe del 17/10/1774 en; CERVERA, Poblaciones..., Apéndice X, págs. 357-373. 38 El texto de la real cédula en: ALUMNI, El Chaco..., págs. 267-269. Vid.: VÉRTIZ Y SALCEDO, «Memoria», Memorias de los virreyes del Río de la Plata..., págs. 49-50. Ajuicio de ACEVEDO, representó «el último gran aliento civilizador dado por la Corona para estas regiones» («Un evangelizado!'...», pág. 30). 35 VÉRTIZ Y SALCEDO, «Memoria», Memorias de los virreyes del Río de la Plata..., pág. 45.

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Chaco. La embajada se reducía a hacer saber que Paikín había fallecido en la guerra con otras naciones, pero que los demás caciques se hallaban prontos a verificar las paces tratadas y establecidas con Matorras. Lapa se ofreció a acompañarlos en su regreso, así para confirmar el resultado de la embajada como para hacer constar a los demás lo invariables que eran los cristianos en sus tratos y negocios de importancia. Inició el viaje el 25 de mayo de 1776. El 12 de junio se encontró con el cacique Queyaveri, quien le preguntó por el motivo de su venida. Le respondió que lo mandaba el nuevo gobernador, para hacerle saber el deseo que tenía de verlos alistados bajo de las banderas de la Santa Madre Iglesia. Para prueba de eso les enviaba el mismo bastón con que se había distinguido al principal cacique. En nombre del rey de las Españas, su amo, podría dominar y presidir esos vastos y dilatados países, haciéndose reconocer por general de todos los demás caciques que los habitaban. Queyaveri recibió el bastón con muestras de grande júbilo. Al día siguiente Lapa repitió el discurso en presencia de los demás caciques40. 8.

TRATATIVAS ENTRE LAS CIUDADES DE SANTA FE Y LA ASUNCIÓN Y EL CACIQUE MOCOBÍ ETAZORÍN. CAPITULACIONES QUE SE ESTABLECIERON EN LA ASUNCIÓN EL I O DE JUNIO DE 1776 Y EL 6 DE MARZO DE 1778

El gobernador del Paraguay, Agustín Fernando de Pinedo, quien había decidido efectuar una entrada contra los mocobíes, tobas, guaycurúes y lenguas, fue avisado en febrero de 1776 por el teniente de gobernador de Santa Fe que los naturales deseaban la paz y reducirse en esa provincia, en el paraje nombrado los Remolinos, sobre el río Paraguay. Una vez cerciorado de la verdad de su «inclinación a convenio», en el cabildo abierto del 29 de marzo siguiente se resolvió suspender la entrada y acordar con los caciques las correspondientes capitulaciones41. En otra junta general presidida por el gobernador, llevada a cabo el Io de junio, y con motivo de la presencia en la Asunción de Etazorín y otro cacique de su parcialidad, nombrado Peleysequi, éstos fueron interrogados por medio de intérprete sobre sus intenciones. Respondieron que aceptaban todo lo que se les proponía, que su verdadero deseo era profesar la 40

LEVAOOI, Paz en la frontera..., págs. 79-86. PINEDO al rey: Asunción, 2/8/1776. AGÍ, Buenos Aires 295. Testimonio del acta capitular de la Asunción del 29/3/1776. AGÍ, Buenos Aires 229. 41

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fe de Jesucristo y que procederían honradamente con cuantos cristianos transitasen por sus parajes. En consecuencia, pasaron a ponerles las condiciones que deberían observar. A saber: «Primeramente se les promete por parte de la Provincia que in continenti del fondo del Ramo de guerra, se contribuirá a su principal Cacique, en demostración del aprecio y estimación que hace dicha Provincia de él y de los suyos, con lo siguiente: chupa galoneada, calzón respectivo, sombrero galoneado, camisa y calzoncillo blanco, poncho balandrán, y un bastón con puño de plata correspondiente a su persona, que asimismo se regalarán a su compañero el otro Cacique, y a los demás que le acompañan, que para manifestación de la firme amistad de la Provincia pasará el teniente mayor Don Bernardo Ariz, vecino que los ha conducido a ésta, a acompañarlos a su regreso, hasta las tolderías de sus habitaciones, llevando consigo seis compañeros y algunos regalos para los otros Caciques, que allá quedaron, a fin de que con todos ellos se vuelvan a la Provincia, que en tanto se practica esta forzosa diligencia, pues precisamente han de conducirse con sus mujeres e hijos, y todos sus bienes, les promete la Provincia tenerles preparadas sus habitaciones, y una capilla en el lugar que se reconozca más aparente para su mejor establecimiento y labranzas en esta banda del Río, y cuando en ella totalmente no se encuentre proporción, se verificará en la otra que para el mejor éxito de este asunto les promete la Provincia mandar sujetos inteligentes, de experiencia y buena conducta que inspeccionen esos campos y les señalen el mejor y más acomodado lugar para su residencia y también para la fundación de una estancia que se les ha de establecer, quedando diputados para este efecto el Señor Alcalde de Segundo Voto, el Señor Procurador Síndico General, y los Señores Sargento Mayor de Provincia y Comisario de Caballería Dn. Anselmo de Fleytas, atentas las distinguidas circunstancias de estos sujetos, a quienes para el mejor acierto, se les entregarán instrucciones por el Señor Capitán General, que allí mismo les promete la Provincia poblar una estancia de ganados mayores y menores para su manutención cuyo número no se les puede señalar hasta imponerse de lo que produzca el donativo que sin pérdida de tiempo se ha de solicitar su verificación, que esta estancia ha de ser gobernada por un capataz español que la Provincia nombrará, para que según las órdenes del Padre Cura que se les ha de poner, se ejecuten los gastos muy necesarios para su manutención porque la Provincia se halla en el mayor atraso a causa de los continuos repetidos robos de ganados que le han hecho los indios del Chaco, que para sus referidas labranzas les ha de concurrir la Provincia con bueyes, herramientas y semillas, para 191

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el principio de ellos; en cuyas propuestas no encontrarán la menor falta, antes sí según las circunstancias que vayan resultando al tiempo de su establecimiento y después de él, se extenderá la Provincia como corresponda a sus facultades, esforzando en lo posible sus dichas promesas, y propuesta...». Los caciques, informados por los intérpretes de los siete capítulos establecidos, manifestaron su conformidad. También los instruyeron de las obligaciones a que quedaban afectos, en correspondencia de la amistad y paz que les prometía la provincia, diciéndoles: «Primeramente, que han de admitir un Sacerdote en calidad de Cura para que les doctrine, e instruya en los ritos de nuestra santa Ley al cual deben respetar y venerar, como a ministro del Altísimo, que los hijos párvulos que traigan, han de ser bautizados a los tiempos que el Sacerdote Cura estime convenientes ejecutándose lo mismo con los demás que nazcan en la Reducción sobre lo que no han de manifestar desgano ni repugnancia, como tampoco en que dicho Cura enseñe la Doctrina, a los que se hallen en aptitud de aprenderla. Que un hijo de cada Cacique pasando de seis años los han de entregar al Señor Gobernador a fin de que su Señoría les destine las casas que sean de su satisfacción en las cuales a más de Doctrinárseles, y Bautizar a los que de ello sean capaces, se les vestirá decentemente, cuidará y agradará conforme corresponda a su calidad, que los indios, soldados de su comando, no han de tener facultad para transmigrarse a esta Provincia o sus contornos, por el Río ni por tierra, sin expresa licencia del Señor Capitán General ni tampoco introducirse a las estancias de costa abajo sin ella, la cual pedirán por conducto del Reverendo Cura que se le concederá por su Señoría según convenga auxiliándoseles con soldados españoles, a fin de evitar cualesquiera daño, que podrían inferirles los Payaguas o ellos a éstos pues guardan fidelidad con los españoles, que no se han de atener sólo a las reses que se les ponen en la estancia para su manutención sino que han de chacarear y sembrar abundantemente para su beneficio, que han de defender las costas y vigilar los pasos del Río frecuentemente para observar si se acercan a ellas las otras naciones enemigas, o si han pasado a esta banda, y aconteciendo así deberán participarlo a el Cabo que se hallare mandando en el fortín que se establecerá en el Paraje de los Remolinos, y habiéndoseles hecho saber estas condiciones por los intérpretes las abrazaron y convinieron llanamente en todas ellas...»42.

Testimonio del acta. AGÍ, Buenos Aires 229 y 295.

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Examinado el negocio en el Consejo, Carlos III, por real cédula del 6 de setiembre de 1777, dirigida al virrey del Río de la Plata, lo instruyó de lo importantísimo que sería el más sólido posible establecimiento de las reducciones, y de que, por mejor informado que la corte, expidiera las providencias que graduara más oportunas y eficaces a que se perfeccionara la obra43. Marcharon los nativos al paraje elegido, pero unos meses después la mayoría lo abandonó para regresar a sus antiguas habitaciones, pese a haber recibido auxilios, con la promesa de volver en otro tiempo. Como quedaron algunos, en número de veintitrés, se dio principio a la erección de sus viviendas y a la conclusión de la iglesia44. Unas semanas después informó el Cabildo al rey lo sucedido realmente. Etazorín tuvo un incidente con el oficial miliciano Bernardo Aris, destinado para la custodia de ellos, y éste lo remitió preso al gobernador. Maltratado «con la mayor inhumanidad» por los soldados que lo conducían, el cacique murió. Pinedo no hizo averiguación alguna para descubrir y castigar a los responsables. Le preocupaba al Cabildo el mal concepto que los indios se podían formar, pensando que hubiera sido un acto deliberado de infracción de la paz, y que por eso se negaran a reducirse45. A poco de haber asumido sus funciones el nuevo gobernador, Pedro Meló de Portugal, se le presentó el cacique principal Amelcoín, junto con el segundo, Nazuarín, para volver a considerar su reducción en los Remolinos. De acuerdo con el Cabildo, resolvió formarles una población con los auxilios necesarios para su subsistencia «bajo los Tratados que se contienen en dos acuerdos de Cabildo, el uno celebrado en tiempo de mi antecesor, y el otro en el mío»46. El segundo de los acuerdos citados se acababa de celebrar el 6 de marzo de 1778. En esa oportunidad los indígenas renovaron sus deseos de paz. Manifestaron que, siempre que se les pusiese un pueblo en la otra banda del río, llevarían sus familias, mas que era forzoso les concurriese la provincia con los ganados y demás menesteres. Considerada la propuesta con el Cabildo, y habiéndose tenido en cuenta la pobreza de la provincia y la existencia en Buenos Aires del ramo de la real hacienda destinado a reducciones, se acordó escribir al rey y al virrey. 43

ALUMNI, El Chaco..., págs. 267-269; y MIRANDA BORELLI, «Tratados...», págs. 260-262. Testimonio del acuerdo del cabildo de la Asunción del 16/12/1776. AGÍ, Buenos Aires 229. 45 Asunción, 29/1/1777. AGÍ, Buenos Aires 229. Abundaron las quejas contra PINEDO por malos tratos a los naturales. 46 MELÓ DE PORTUGAL al rey: Asunción, 13/3/1778. AGÍ, Buenos Aires 49 y 295. 44

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El gobernador habló a favor de la verificación del intento y mandó leer a los caciques presentes el acuerdo de 1776, que ratificaron, prometiendo su observancia inviolable. A eso añadió: «que igualmente ha de ser condición o pacto el que no han de introducirse en el Chaco a provocar a los demás Indios no reducidos, y como tales sus enemigos por las malas consecuencias que precisamente se les ha de seguir en una guerra no precisa y solicitada por su parte mas que si dichas naciones se acercasen a su reducción y Pueblo a insultarlos les promete su Señoría socorrerlos con gente de Armas, y castigar su atrevimiento = ítem Que asimismo no han de transmigrarse a las otras Provincias a robar caballos, ni otros animales, ni menos a inferir hostilidad alguna, pues siendo los habitantes de los otros lugares Cristianos igualmente deben guardarles paz, quedando entendido que los habitantes de esta Provincia no les han de comprar caballos, ni otra especie de animales, y habiendo explicádoles lo referido el citado Antonio en su natural Idioma condescendieron gustosos...»47. El virrey Cevallos, a raíz de la real cédula del 6 de setiembre de 1777, decretó el 3 de junio de 1778, sobre el fin de su gobierno, que se debía proceder sin pérdida de momentos al establecimiento de las reducciones, «cumpliéndoseles literalmente, y sin la menor discrepancia, a los caciques, gobernadores, o mandones de aquel distrito, los pactos y condiciones estipuladas, sin faltarles en lo menor, restituyéndose los rehenes, y prendas que haya detenidas, y pasando desde luego el eclesiástico, o eclesiásticos que se consideren más idóneos, a introducir en aquellos naturales, sin violencia, ni grosería los rudimentos de nuestra Sagrada Religión»48. 9.

FRANCISCO GAVINO ARIAS SUSCRIBE CAPÍTULOS DE CONCORDIA CON LOS TOBAS Y MOCOBÍES. PACES CON LOS CHUNUPÍES, MALBALAES Y SIGNIPES EN LA BUENA VENTURA EL 14 DE JULIO DE 1780

La «Memoria» de Vértiz dice que la expedición de Arias empezó por marzo de 1780 y concluyó por junio de 1782. Además de plantar las prometidas reducciones de tobas y mocobíes, «atrajo con sagacidad, blandura, y buen modo más de seis mil indios de las naciones mataguayos, chunupí, malbalá, signipe a capítulos de paz»49. Testimonio del acuerdo. AGÍ, Buenos Aires 295. AGÍ, Buenos Aires 244 y 295. LEVAGOI, Paz en la frontera..., págs. 86-94. Memorias de los virreyes del Río de la Plata..., págs. 50-51.

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El «Diario de la expedición» consigna los términos del trato con los tobas y mocobíes: «se sentaron todos los mandones, y por medio del faraute, Silvestre Corro, hizo nuestro general se les hiciera preguntar ¿si querían reducirse al catolicismo, y ponerse en reducción? Y que determinasen el tiempo oportuno y lugar que elegían para su pueblo, para dar cuenta de todo al Superior Gobierno... «Respondió el principal, y a su ejemplo todos, que deseaban con anhelo reducirse, y que sin novedad se sujetarían a reducción, con tal que nuestro general corriese con la erección de su pueblo, y los arreglase sus temporalidades: a quien desde luego elegían por su protector por el afecto que le tenían, conociendo que ninguno los había de mirar con más amor y caridad; y que al mismo tiempo pedían que el R. P. Lapa los viniera a sacar a su tiempo, con quien saldrían a su disposición sin recelo alguno. Que en cuanto al tiempo sería para el año próximo venidero... «...les respondió Su Señoría, que con sus bienes y con su persona, coadyuvaría gustoso al intento; estando ciertos de que daría cuenta de todo al Superior Gobierno, y que cuando Su Excelencia confiase de otro sujeto esta comisión, no por eso dejaría de cooperar en cuanto le fuese posible y condujese a su alivio; pues sin otro objeto, dejando sus negocios pendientes, y postergando el adelantamiento de sus intereses, venía a fundar las dos reducciones que se refieren. «Quedaron gustosos y satisfechos, firmando los capítulos de concordia Su Señoría y demás oficiales, por ante el secretario de la expedición. El capitán D. Juan Antonio Caro, que hace de protector, lo firmó, haciendo personería por los indios y el intérprete Silvestre Corro: dieseles a los ladinos sombreros, ponchos, gorros y cuchillos, repartiendo a las mujeres agujas, guaicas y bizcochos»50. Con los chunupíes, malbalaes y signipes celebró el 14 de julio de 1780 las paces que quedaron documentadas en la siguiente acta: «En este Real Acampamento de la Buena Ventura jurisdicción de la Ciudad de Salta, Provincia del Tucumán, en catorce días del mes de Julio de mil setecientos y ochenta años: Mandó su Señoría el Señor Comandante General de la presente expedición que en presencia del Señor Canónigo, el Padre Capellán, y de toda la oficialidad, se parlamentara a los principales Caciques de las tres Naciones confederadas Chunupí, Malbalá, y Sigs " «Diario de la expedición...Arias...», pág. 391. Vid.: ACEVEDO, «Un evangelizados..», especialmente págs. 31-41 y 50-53; y «Noticia sobre el coronel Arias...»; y Silva NIETO DE

MATORRAS, «Contribución...».

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ñipe, que son Atecampibap, general de todas ellas, Chinchín, capitán de Malbalaes, y Dupulens de Signipes: Y congregados todos en este Real Acampamento, mandó su Señoría que Don Juan Antonio Caro presenciara esta conferencia, como Protector de Indios nombrado por su Señoría para hacer personería por éstos, siempre que se trate de su utilidad o perjuicio; que asimismo asistiera Silvestre Corro Intérprete para deducir por una parte y otra, los pactos y capítulos que se estipulasen: Y que yo el presente Secretario de la expedición fuera estampando cuantas consuetas se asentasen de una y otra parte. Y juntos todos los nominados, enterado cada uno de las obligaciones de su cargo: Dijo su Señoría se interrogase a estos Indios ¿sobre si subsistían en pedir la Reducción que el día antes habían solicitado por verbal pedimento? A que respondieron que sí, porque la deseaban de veras ¿Repreguntados por la causa de su resolución? Dijeron que deseaban la amistad del Español. Y que habiendo vivido hasta allí sobresaltados, sin destino fijo, ni descanso, en continuo movimiento, y en continuadas hostilidades, querían ya descansar de tanta inquietud, y ponerse en Reducción. Mandó su Señoría les pusieran a la vista las obligaciones a que se habían de sujetar, rindiendo adoración al verdadero Dios, y prestando subordinación y vasallaje al Soberano y demás Ministros suyos eclesiásticos y seculares, con renuncia de sus gentílicas supersticiones. Y a todo dijeron estar prontos y conformes. Preguntóseles ¿que, en qué lugar querían su Reducción, y por qué tiempo saldrían? A lo primero dijeron que elegían la Cañada del Padre Roque sita a las márgenes del río Pasaje, o de no ser allí, en la Ramada o Algarrobo, cuya situación está en medio del Real Presidio de San Fernando, de su Piquete de Pitos, y de las seis Reducciones de la Frontera de Salta. Que en cuanto a su salida sería al regreso de la marcha, porque en el día estaban mal de caballos para conducir sus chusmas. Expúsoles su Señoría que su venida era con distinto objeto, porque sólo lo enviaba el Excelentísimo Virrey de Buenos Aires, de orden del Soberano, a poner Reducciones a los Tobas y Mocobíes, en virtud de la palabra que se les dio el año de mil setecientos setenta y cuatro; pero que daría parte de todo al Superior Gobierno, y que no tuviesen duda de ser atendidos en su presentación, atendiendo a la piedad y magnanimidad con que Su Majestad había franqueado sus Arcas para las Reducciones que se expresan; y que era grande el celo y aplicación con que el Señor Virrey de Buenos Aires miraba estos asuntos: Entonces suplicaron, que a su Señoría elegían por su Protector y que querían les formalizase sus Pueblos, y Temporalidades por el amor que le tenían y confianza; y con toda instancia repitieron esta súplica. Y su Señoría les consoló, diciendo que con sus bienes estaba pronto a protegerlos, como hasta aquí lo había 196

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ejecutado con otras Naciones; pero que correspondiendo esta resolución al Superior Gobierno estuviesen ciertos que cuando se les nombrase otro sujeto no por eso dejaría de protegerles en lo posible. Suplicaron que cuando hubiesen de salir se les mandara al Reverendo Padre Lapa, con quien sin tardanza, ni recelo saldrían a Reducción: Prometióseles así, de que quedaron contentos». Los chunupíes pidieron más tarde que la reducción se les hiciese en las costas del río Bermejo, a continuación de los tobas y mocobíes, por tener allí sus crías y ganados. Las dos reducciones fundadas sobre el río Bermejo fueron la de Nuestra Señora de los Dolores y Santiago, de indios mocobíes, en La Cangayé o Potreros de San Bernardo, el 12 de agosto de 1780; y, unos 116 kilómetros arriba de la confluencia con el Teuco, la de San Bernardo el Vértiz, de tobas, entre fines de ese año y principios del siguiente. Los tratados con las demás naciones no se cumplieron, «por falta de fomentos», como escribió Suárez de Cantillana. En cuanto a las reducciones plantadas, quedaron desamparadas algún tiempo después51. 10. INTERVENCIÓN DEL ARZOBISPO FRAY JOSÉ ANTONIO DE SAN ALBERTO EN LA CONCERTACIÓN DE PACES CON LOS CHIRIGUANOS EN 1 7 8 7

Refiere fray Manuel Mingo de la Concepción que por varios años los chiriguanos hicieron la guerra a los tarijeños hasta que en diciembre de 1787 se acordaron las paces con la intervención del arzobispo de La Plata, fray José Antonio de San Alberto, y la diligencia del cabildo de la Villa de Tanja52. Caballeros de la mayor distinción, portadores de regalos y alhajas, fueron elegidos para facilitar el trato de las paces y redimir a los cautivos cristianos. De parte del arzobispo fueron el cura de Tacobamba, José de Osa y Palacios, y fray Juan Cobos, y por el Cabildo, el alférez real Inocencio Rodríguez de Valdivieso y el regidor Melchor García de Villegas. Para el razonamiento que se había de hacer a los chiriguanos, y con la 51

El acta del 14/7/1780 en AGN.A, Criminales, leg. 42, exp. 10, fs. 387-389; IX 32-

5-6. RAMÍREZ JUÁREZ, «Fundación...»; y ACEVEDO, La Intendencia..., págs. 387-389. LEVAGOI,

Paz en la frontera..., págs. 94-97. 52

ELIAS DE TEJADA, «El pensamiento...»; MEDINA, «Biografía», SAN ALBERTO, Carta...;

y BRUNO, Historia..., VI, págs. 431-463.

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licencia del virrey Marqués de Loreto, escribió el arzobispo una carta exhortativa en Tarija el 23 de octubre de ese año de 1787. Entre otras ideas, expuso las siguientes: «Pasan a tratar sobre las treguas, o paces, que tanto habéis solicitado, los Diputados de esta Villa, enviados por el Grande de estas Provincias el Excmo. Señor Virrey de Buenos Aires, quien hace en ellas las veces y voces del Grande sobre todos los Grandes, el Rey Católico de las Españas D. Carlos III, que Dios guarde, y sin cuya licencia no debe, ni pueden sus Vasallos hacer guerra ni paces con nadie; porque esta es acción privativa del poder y de la autoridad, que Dios y las leyes han depositado en su Real mano. «...os prometo de mi parte, que en nada se os faltará de cuanto se convenga en el Tratado de Paces, como vosotros no faltéis a ello por la vuestra; y que olvidaremos y borraremos de nuestra memoria todos los sentimientos y sucesos pasados del mismo modo que el viento y la lluvia borran las rayas y señales que vosotros acostumbráis formar sobre el polvo o sobre la arena. «...nobles y amados Chiriguanos, si queréis ser, como nosotros, Vasallos fieles del Rey Católico: si queréis experimentar, como nosotros, los efectos de su Real poder y piedad: si queréis vivir con nosotros en continua paz y hermandad; y lo que es más, que lo dicho: si queréis ser dichosos en alma y cuerpo, y felices en esta vida y en la otra, convertios, y abrazad esta sagrada Religión de Jesucristo que os proponemos»53. Las paces fueron establecidas y se rescataron seis cautivos. Si no todos los chiriguanos, algunos perseveraron en ella por el tiempo de dos años y medio54. No hay constancia de que se haya hecho un tratado formal. 11. TRATADO ENTRE EL GOBERNADOR-INTENDENTE RAFAEL DE LA Luz Y EL CACIQUE NAPOGNARÍ DEL 2 2 DE SETIEMBRE DE 1 8 0 1 . SU RATIFICACIÓN EN 1 8 0 2

El gobernador—intendente de Salta del Tucumán, Rafael de la Luz, ajustó las paces con el cacique principal Napognarí, reconocido como tal por diversas naciones del Chaco, el 22 de setiembre de 1801. El documento respectivo no se conoce. Para consolidar las paces se apersonaron en la 53

SAN ALBERTO, Carta... MINGO DE LA CONCEPCIÓN, Historia..., I, págs. 192-193. LEVAGOI, Paz en la frontera..., págs. 97-99. 54

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RÍO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (1)

ciudad de Salta, al año siguiente, los caciques de los tobas y guacales Chiquitorit y Huyuchilit. Según el acta que se labró de la reunión, celebrada el 11 de octubre, dijeron ambos caciques que, «desde luego la ratificaban, y se comprometían a su más religiosa observancia en lo sucesivo, guardando amistad, y perpetua alianza con los españoles de todas castas, situados, y que se sitúen, no sólo en la frontera de Ledesma, río del Valle y Santiago del Estero, sino también en las de Santa Fe, en prueba de lo cual, habiendo visto en las meleadas del año que expira a los fuegos de los salavinos, les permitieron ocuparse en ellas, sin intentar contra ellos ningunas hostilidades ni perjuicios: que las armas de fuego que ofreció Napognarí traer en prueba de la sinceridad de su compromiso, las había entregado al comandante de armas de la frontera del Paraguay: que los dos cautivos cristianos, naturales de la frontera de Santiago hacia la parte del río Salado, se hallaban ya rescatados, y en poder de Napognarí, quien los conduciría, y entregaría a dicho Sr. Gobernador dentro de cinco, o seis lunas que corresponde al mes de mayo, o junio del año próximo venidero, y que en aquella ocasión vendrían en su compañía el cacique Capetayquil, con algunos mandones de su nación, situados a la otra banda del río Bermejo, para tratar, y consolidar las mismas paces con el expresado Sr. Gobernador Intendente, porque tanto los unos, cuanto los otros, deseaban vivamente vivir en adelante bajo la protección del Excmo. Sr. Virrey de Buenos Aires, y de esta Capitanía General». En testimonio de sus sanas intenciones suplicaron al gobernador que los admitiese a reducción. Este les aclaró que la decisión debía adoptarla el virrey, pero que interpondría ante él su más eficaz mediación. En ese estado, «siendo de necesidad, y costumbre inalterable congratular a los indios infieles que desde el Chaco se personan a parlamentar con este Gobierno Intendencia, dijo Su Señoría, que se acordase el por menor de especies que se les debía suministrar a cada uno de los infieles que han venido, y después de tratar, y conferir sobre esto detenidamente, fueron de unánime parecer, que el bastón con puño de plata con que se presentó el cacique Chiquitorit, como heredado de su difunto padre, por estar todo maltratado, con agujeros, y abolladuras, se deshaga, y se le ponga otro nuevo, dando igual al cacique Huyuchilit. Que además se les mande hacer, y entregue a ambos caciques, uniforme completo de pañete azul, vueltas nácares, con poncho de pala, dos cuñas, y un cuchillo de cabo blanco. Que a los veinte y ocho indios de su comitiva se dé a cada uno, un sombrero ordinario, y se les reparta entre todos cincuenta mazos de tabaco, y seis de guaicas. Que a la india se le entregue seis varas de bayeta colora199

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da, en mazo de guaicas, y doce varas de cintas de distintos colores de las de a real». En el oficio del 3 de diciembre de 1802, con el cual La Luz elevó el expediente respectivo al virrey Joaquín del Pino, consignó que si los caciques repetían el pedido de reducción formaría sobre eso un expediente, y que entretanto estaría muy a la mira de sus operaciones, porque la casi general conmoción del Chaco daba motivo para desconfiar de los que se mostraban más amigos55. Hasta aquí llega el conocimiento de la relación.

55

«El Sr. Gobernador de la Provincia de Salta sobre que se le apruebe doscientos sesenta y seis uno reales que invirtió en el agasajo de dos caciques principales que bajaron a aquella Ciudad a tratar la paz general y formar reducción», fs. 4 v.-8 v. y 19 v. AGN.A, Tribunales, leg. 138, exp. 6. IX 37-5-2; y ACEVEDO, La Intendencia,.., págs. 389-390. LEVAGGI, Paz en la frontera..., págs. 99-101.

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CAPÍTULO VII

RÍO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (2)

1.

PRIMEROS PACTOS CON LOS PAMPAS Y PUELCHES EN BUENOS AIRES DURANTE EL GOBIERNO DE MlGUEL DE SALCEDO. E L TENIENTE DE MAESTRE DE CAMPO CRISTÓBAL CABRAL DE MELÓ CONVIENE PACES

EN 1741 El territorio que se desplegaba allende el paralelo 34 de latitud sur estaba poblado por las naciones pampa, puelche, pehuenche y huilliche o ranquel, las dos últimas procedentes de Chile. Esta penetración transcordillerana, iniciada a comienzos del siglo XVII, produjo el fenómeno de la «araucanización» de la Pampa. Los huilliches, que llegaron a dominar la mayor parte de ésta, encabezaron el movimiento expansionista, que desplazó y empujó hacia la costa a los primitivos pobladores puelches y pampas1. Además de las malocas que dirigieron contra las estancias bonaerenses y cuyanas, mantuvieron relaciones fronterizas con los hispano-criollos, y tanto privadas como diplomáticas. Sin descartar la existencia de tratados anteriores, ya se cuenta con datos precisos de su concertación en el Setecientos2. 1

VILLALOBOS, Los pehuenches..., págs. 62 y 176. El renombrado historiador chileno aclara el error frecuente en que se incurre llamando «aucas» a los araucanos, como si fuesen sinónimos, cuando «auca» quiere decir rebelde y es una palabra que puede ser aplicada a cualquier etnia (pág. 202). 2 El gobernador de Buenos Aires, Tomás Félix DE AROANDOÑA, escribió al rey el 5/11/ 1686, que intentó atraer a algunos pampas y serranos «con agasajos y presentes, que he

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Es muy probable que el nombramiento hecho en 1717 por el cabildo de Buenos Aires del cacique pampa Mayupilquián como «guarda mayor» para la custodia de la campaña fuera la consecuencia de algún pacto temprano3. Empero, las primeras paces de las cuales hay constancia cierta se celebraron durante el gobierno de Miguel de Salcedo (1734-1742), después de una expedición punitiva que encabezó el maestre de campo Juan de San Martín. Difieren las versiones acerca de entre quiénes y cómo se ajustaron esas paces, pero no cabe duda de que existieron. Salcedo las habría arreglado en 1739. Cuenta Sánchez Labrador que los caciques pampas, temerosos de un nuevo castigo, se encaminaron a la ciudad y se presentaron al gobernador. Le suplicaron por las vidas de los de su nación y le pidieron que les permitiese habitar entre los españoles, en las haciendas de campo, como lo habían hecho hasta entonces. Se comprometieron a guardar la paz y a no dañar en nada a aquéllos. Salcedo —según el cronista— se valió de la ocasión para ganarlos a la fe. Les respondió que sólo los protegería si se juntaban en un pueblo y admitían misioneros. De lo contrario, los perseguiría a sangre y fuego. Los indígenas aceptaron la oferta y él se puso de inmediato en comunicación con el padre provincial de la Compañía de Jesús4. El 7 de mayo de 1740 se fundó la reducción de Nuestra Señora de la Purísima Concepción de los pampas en la desembocadura del río Salado. Acosado por nuevos malones y falto de recursos para la defensa, Salcedo envió en 1741 al teniente de maestre de campo Cristóbal Cabral de Meló a una entrada en el sur, con órdenes de que «en primer lugar solicitase la pacificación de los indios requiriéndolos, y procurándolos atraer a la amistad, paz, y buena correspondencia, siguiendo el orden, y método que previenen las leyes de estos Reinos»5. Cumplida la misión, desde la sierra del Cairú (sierra Chica) Cabral le hecho a los caciques de ellos, a que abrazasen la fe, ofreciéndoles tierras, y sementeras, para que viviesen juntos, y poblados gozasen de algunas conveniencias» (AGÍ, Charcas 283). 3 El acta del Cabildo del 22/5/1717 da cuenta de los regalos hechos al cacique MAYUPILQUIÁN «guarda mayor nombrado para la defensa y custodia de esta campaña» (AGN.A, Acuerdos..., II: III, pág. 407). Lo usual era que esos nombramientos se hicieran en el marco de un tratado. Afirma GRAU, El Fuerte..., pág. 18, que «el primer tratado de paz con los indios se hizo [...] en 1720, con los indios aucas chilenos, interviniendo el maestre de campo Juan CABRAL DE MELÓ». 4

SÁNCHEZ LABRADOR, Paraguay catholico..., págs. 83-84. Conf. SALCEDO a José DE LA QUINTANA: Buenos Aires, 20/11/1741. AGÍ, Buenos Aires 302. 5

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informó del buen éxito que había obtenido. Como se adelantó solo a los toldos, los caciques —dos «aucas» y un serrano— se convencieron de que iba a «darles la paz», sin tenerles miedo, y lo recibieron dándole la mano. Después de esto formaron fila frente a frente soldados e indios en distancia de media cuadra. Cabral llamó a los caciques e hizo que se diesen también las manos con los capitanes y demás oficiales, «...sobre las armas se concertaron las paces así con esos tres, como con los otros seis caciques y allí se determinó que Juan Gallo, y el cacique que tenía los 100 indios irían adonde estaban los caciques Bravos, a darles parte de que ya estaban ajustadas dichas paces, y juntamente, a sacar los cautivos...»6. Agregó Salcedo que los indios se ofrecieron a «guardar aquellas justas condiciones bajo de las cuales se ha empezado a ajustar la paz». Para su conclusión, bajarían los principales caciques a la nueva reducción de los pampas, y con ellos arreglaría la forma de asegurar la paz7. Otra misión pacificadora confió el gobernador al padre Matías Strobel, de dicha reducción de los pampas. En 1742, gobernando todavía él —o su sucesor, Domingo Ortiz de Rozas, según Sánchez Labrador—, fueron celebradas las paces con los puelches. Según parece, en la reducción de la Concepción vivía una hermana del cacique Bravo, que habría influido sobre su hermano para inclinarlo a la aceptación8. Escribió Sánchez Labrador que «llegaron todos al Casuatí [sierra de la Ventana], donde esperaban los indios, hablados de los jesuítas para este fin de ajustar una paz estable. Llegó el día, en que habían de concluir los tratados. Los españoles levantaron una tienda de campaña, en que acomodaron sillas, y taburetes, en que sentarse los diputados españoles, y caciques. Entraron éstos, y tomando todos asiento reservaron solamente dos, uno para el maestre de campo, y otro para el P. Matías Estrobel [...] empezando a hablar un cacique de los más respetados, dijo: Por respecto, y veneración de este Padre de la Compañía únicamente se determinan mis paisanos a entablar la paz con los españoles; y la razón, en que fundamos nuestra estimación, es, porque nos consta, que estos Padres nos quieren de corazón, nos tratan con amor, nos regalan, y miran con cariño: pero no así vosotros españoles de quienes hemos recibido muchos agravios en todos tiempos; y si bien nos buscáis, es por vuestro interés, que se endereza sólo a sacarnos los ponchos, que os vendemos [...] El P. Estrobel valiéndose de la estimación, que mostraba el cacique, y todos los indios de los 6

Copia. CABRAL a SALCEDO: Sierra del Cairú, 2/11/1741. AGÍ, Buenos Aires 302. ídem. MARFANY, El indio..., pag. 78. 8 MUÑE, LOS indios pampas..., pág. 139. 7

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jesuítas, manejó con tanta suavidad el negocio, que se celebraron las paces»9. Hasta aquí el cronista. Para reunir a los puelches se fundó en 1746 la misión de Nuestra Señora del Pilar en el Volcán, en el remate sudeste de la sierra de Tandil, junto a la laguna de los Padres, la que sólo duró cinco años10. Uno de los factores que hicieron más difíciles que lo habitual las relaciones con los indígenas fue la enemistad entre naciones, o entre simples parcialidades o tribus de una misma nación. De allí que Salcedo, una vez hechas las paces por separado con los pampas y los puelches, que eran rivales entre sí, intentara reconciliarlos. Resultado de su gestión fueron las «Capitulaciones de las paces hechas entre los indios Pampas de la Reducción de Ntra. Sra. de la Concepción, y los Serranos, Aucas, y Pegüenches, que se han de publicar en presencia del cacique Brabo, y de otros caciques, y también en la dicha Reducción por orden del Sr. D. Miguel de Salcedo, gobernador, y capitán general de la provincia del Río de la Plata». No se conoce el lugar donde se celebraron en 1742. Es el texto de tratado más antiguo que se conserva correspondiente a esta frontera". 2.

CONFIRMACIÓN DE PACES EN 1745 PESE A LA OPOSICIÓN DEL CABILDO. TRATOS CON EL CACIQUE YATÍ

En 1744 el cacique Calelian y otros «aucas» y serranos comprometidos por el tratado de 1742 habrían asaltado el pago de Lujan y la Cañada de la Cruz. Con tal motivo, el cabildo de Buenos Aires actuó una información sumaría, a cuyas conclusiones se refirió el procurador general, Luis de Escobar. Consideró probada la mala fe de los caciques y que, por lo tanto, no se podía ni debía admitir la paz que pretendían. El tratado, del que habían gozado sin agravios —según Escobar—, había sido celebrado con todos los caciques, y en especial con Calelian y 9

SÁNCHEZ LABRADOR, Paraguay catholico..., págs. 95-96; y MUÑIZ, Los indios pampas..., págs. 139-140. A estas paces se debe de haber referido el procurador general de Buenos Aires, Antonio Félix DE SARAVIA, cuando en la reunión capitular del 22/10/1742 señaló la conveniencia de aceptarlas con las condiciones que fuesen necesarias (AGN.A, Acuerdos..., II: VIII, pág. 359). 10 SÁNCHEZ LABRADOR, Paraguay catholico..., págs. 100-118 y 137-139; y BRUNO, Historia..., V, págs. 63-67 y 72-73. " Hay dos copias del tratado en la «Colección MATA LINARES»: VIH, fs. 197-199, y LXVI, fs. 420-421. MARFANY, El indio..., págs. 78-80; y LEVAOGI, Paz en la frontera..., págs. 103108.

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RIO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (2)

Bravo, como que dominaban sobre todos los demás, o a lo menos se les tenía un respeto sobresaliente. Según uno de los capítulos, mutuamente se habían de devolver de una parte a otra todos los cautivos y cautivas que tenían. Mediante la publicación de una orden de buen gobierno se recogieron todas las familias pampas cautivas que estaban repartidas en el vecindario y se les entregaron a los caciques. Estos, en cambio, no habrían cumplido con su parte. El procurador se expresó en términos negativos contra los naturales, en particular los de la reducción jesuítica12. Por auto del 10 de enero de 1745 Ortiz de Rozas decidió continuar la guerra defensiva y que una junta estableciera el modo más proporcionado de hacerla13. Probablemente, por decisión de la junta, que se reunió al día siguiente, el gobernador tuvo que reconsiderar su determinación. Fue así que comunicó al rey haber admitido la paz a Calelian y condescendido a la instancia de otros varios caciques de las sierras e inmediaciones de Chile, de permitirles «se junten y asistan con sus tolderías en un paraje llamado el Bolean 150 leguas de esta ciudad bajo las condiciones de no poder introducirse en ella, sin presentarse en las guardias de las fronteras para que los acompañen algunos soldados, y de dar aviso con tiempo de cualesquiera invasión que intenten otros indios enemigos». Lo exhausto que estaban las cajas reales para los gastos de la defensa de la frontera lo había decidido a pactar la paz14. En 1756 los pampas del cacique Rafael Yatí también demandaron paces. Ofrecieron entregar los cautivos que tenían en su poder a cambio de sus parientes prisioneros en la Banda Oriental. Reunido el Cabildo el 17 de setiembre, aconsejó al gobernador que accediera «siempre que se conozca que las piden con verdad y de buena fe; porque el Rey nuestro Señor y en su nombre todos sus vasallos no desean que unos y otros continuamente vivan con la inquietud, y tiranía de estarse haciendo daños y muertes recíprocas, sino que se mantengan en paz y buena correspondencia para que así los de su nación puedan llegar al conocimiento de Dios y su Santa Fe Católica que como bien tan importante a sus almas es lo más que apetece el Rey sin hacer violencia a nadie y que así habrán experimentado, nunca se les ha negado las paces cuando las han solicitado en buena correspondencia; pero que habiendo también enseñado la experiencia la poca subsistencia que tienen los de su nación pues faltando muchas ve12 Memorial del 16/10/1744. AGN.A, Cabildo de Buenos Aires. Archivo. 1739-1746, t. VII, fs. 318-326. IX 19-2-2. 13 AGN.A, ídem, fs. 328-329. 14 Buenos Aires, 15/1/1745. AGÍ, Charcas 215.

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ees a lo que prometen procuran cometer traiciones y alevosías contra aquellos mismos a quienes están tratando como amigos no extrañarán el que ínterin que se reconoce el ánimo de los indios de su gremio vivan los españoles con alguna precaución...». Recomendó que se incluyera en los acuerdos al cacique Bravo, por la buena relación que la ciudad tenía con él. Había que procurar por todos los medios su amistad para poder vivir con quietud y sin zozobra15. Es probable que las paces se formalizaran pese a la falta de testimonios directos que lo confirmen. El 8 de diciembre de 1757 llegó Yatí al fuerte de la Matanza con catorce de su nación para vender ponchos y reclamar por la forma, a su juicio desventajosa, en que se desarrollaba el canje de prisioneros. Según él, había entregado nueve y no recibido más que seis. Pidió una china y ofreció a cambio un cautivo, que rescataría de los «aucas»16. 3.

PACES CON LOS «AUCAS» O PAMPAS. TRATADO DE LA LAGUNA DE LOS HUESOS CON EL CACIQUE LEPIN DEL 20 DE MAYO DE 1770

Francisco de Paula Bucareli, antes de dejar el gobierno de Buenos Aires, arregló las paces con los «aucas» del cacique Lepin. El motivo que lo llevó a concluirlas habría sido la entrada general que hizo Manuel Pinazo. El 8 de mayo de 1770 el gobernador dio a Pinazo las severas instrucciones o capítulos que tendría que observar en el curso de las gestiones. Decían lo siguiente: «Primeramente, que no hayan de pasar del terreno que se les tiene señalado a estas partes de las fronteras, y en caso de venir ha de ser precisamente a la de Lujan, siguiendo el camino de Salinas, esto es, en caso que vengan a hacer trato y cuando se les proporcione bajar a esta ciudad, que será una u otra vez, no excederá el número de seis los que vendrán custodiados de uno o dos soldados de aquella frontera. «2o Que cualquiera daño que se experimente en la jurisdicción, aunque éste lo hagan indios de otra nación, han de ser responsables a él, respecto a que se les ha señalado el terreno sin límite, a excepción que no puedan pasar a estas inmediaciones de las fronteras, según contiene el capítulo precedente. 15

AGN.A, Acuerdos..., III: II, págs. 125-126. José Antonio LÓPEZ, comandante del fuerte, al teniente de rey Alonso DE LA VEGA: la Matanza, 10/12/1757. AGN.A, Comandancia de fronteras. IX 1-4-5. LEVAGGI, Pazen la frontera..., págs. 109-112. 16

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RIO DE LA PLATA EN EL SIGLO XVIII (2)

«3° No han de ser osados a llevarse los ganados que por la esterilidad se salen al campo, bien entendido que siempre que haya alguna noticia, o se encuentre rastro que manifieste el hecho, han de ser castigados. «4o Asimismo han de celar el que ningún indio de otra nación lleve dichos ganados, que en este caso los quitarán y castigarán dichos indios, matándolos. «5o Que han de señalar tiempo en que precisamente han de traer y entregar en la frontera de Lujan todos los cautivos que tengan en su poder, pagándoles lo que fuere justo por cada uno. «6° Que hayan de entregar en rehenes un hijo de un cacique, por término de dos meses, y cumplidos éstos le vendrán a llevar, trayendo otro para mayor seguridad de la paz, y que enterados del tratamiento que a éstos se les dará, se afiance más. «7o Que hayan de obligar precisamente al cacique Rafael [Yatí] (de nación pampa) a los tratados de paz, y en caso de estar renitente, han de traer su cabeza a la frontera de Lujan, lo que harán presente a aquel capitán. «El sargento mayor de las milicias de campaña don Manuel Pinazo, luego que llegue con la tropa de su cargo a la Laguna Brava, paraje señalado para la capitulación de paz con los indios infieles de nación Auca, mandará hacer alto al frente de ellos en paraje ventajoso, a una distancia moderada, y que se mantengan sobre las armas, sin permitir se interpolen con motivo ni pretexto alguno, y marchará el mismo sargento mayor con parte de sus oficiales y alguna gente en el centro de los dos campos, y haciendo concurrir a los doce caciques citados para este fin, les pondrá los capítulos que anteceden, y no conformándose en la práctica de lo que contienen, después de haberles forzado y persuadido a su condescendencia, los hará retirar a su campo en señal de rompimiento, y los castigará con la mayor severidad posible para su escarmiento»17. Las condiciones propuestas eran duras para los naturales. No se los invitaba a discutir un tratado sino que se les imponía una capitulación. La alternativa para ellos era la aceptación de esas condiciones —con algunas tan difíciles de cumplir, como el hacerse responsables por todos los atropellos que cometieran individuos de cualesquiera nación o parcialidad— o el castigo. La reunión se efectuó en la laguna de los Huesos, a nueve leguas de la actual ciudad de 25 de Mayo, el día 20. El acta que se labró en la ocasión reza lo siguiente: 17

AGN.A, Comandancia... IX 1-7-4. «Memoria...BUCARELI...», págs. 293-294; y M I RANDA BORELLI, «Tratados...», págs. 252-253.

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«En este paraje de la Laguna de los Huesos, en veinte días del mes de mayo de mil setecientos y setenta, habiendo concurrido a este dicho paraje los caciques siguientes, a saber: el cacique principal Lepin Anguel, Tambú Naguel, Cadi Pagni, Lica Naguel, Tanamangue, Alcaluan, Columilla, Cavllamantu, Quintellanca, Nabaltipay, Cuhumillanca, Epullanca; a quienes se les hizo saber los capítulos que se contienen a la vuelta, habiéndoseles explicado clara y distintamente en su idioma por medio de dos intérpretes, que lo fueron Francisco Almirón y Luis Ponce, y bien enterados de ellos, los aceptaron, quedando el cacique Lepin Anguel a bajar a la ciudad y entregar a su Excelencia un sobrino en rehenes (por no tener hijos) en término de dos meses, y que a ejemplo de este cacique se seguirán los demás por sus turnos; asimismo convinieron todos en entregarnos todos los cristianos que voluntariamente viven entre ellos, siempre que los puedan haber, aunque estén entre otras naciones, como también que traerán todos los cautivos que pudiesen adquirir de las demás naciones, y no habiendo concurrido el cacique Guayquitipay, quedan obligados a hacerle aceptar la paz por bien o por mal, según se les ha prevenido en el séptimo capítulo, en asunto al cacique Yatí; en cuya conformidad, por no saber firmar los expresados caciques, hicieron cada uno de ellos una cruz - Manuel de Pinazo - Joseph Vague - Fernando Flores - Joseph Miguel Salazar - Juan Pablo López Camelo - Francisco Macedo - Simón Burgueño - Bernardo Miranda»18. Unas semanas después, el 19 de junio, se presentaron en el fuerte del Zanjón once individuos del cacique Guayquitipay a pedir la paz. Su cacique no había sido avisado de la reunión en la laguna de los Huesos, razón por la cual no había estado presente. Sugirieron que también se indujese a la paz al cacique Currel. Permanecieron en la guardia a la espera de la respuesta, la cual, en opinión del comandante, el capitán Juan de Mier, no podía ser sino afirmativa19. La paz se alteró al poco tiempo y no por culpa de los nativos sino de algunos españoles. Dos indígenas enviados por Lepin acusaron ante Vague al comandante del Salto, José Linares, de haberles hostilizado una tropilla, que potreaba desarmada, matando al cacique Cuñamill y a varios más. Vague informó al gobernador que, «sin embargo de ser bárbaros», tuvieron discursos para decirle que no harían mucho caso de Dios ni del rey, 1H

AGN.A, Comandancia... IX 1-7-4; «Memoria...BUCARELI...», pág. 294; GRAU, «Las paces...»; CGE.DEH, Política... (1750-1819), I, págs. 144-146; WALTHER, La conquista..., págs. 98-99; y MIRANDA BORELLI, «Tratados...», pág. 254. 19 20/6/1770. AGN.A, Comandancia... IX 1-5-3.

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RÍO DE LA PLATA EN EL SIGLO XV11I (2)

cuando la palabra dada en su nombre les había sido quebrantada, sin dar ellos motivo alguno. Consideró indispensable darles algún género de satisfacción para evitar represalias20. Los agraviados le exigieron a Bucareli la deposición de Linares. El gobernador aceptó la demanda, mas no la llevó a la práctica, como tampoco hizo su sucesor21. 4.

ARTÍCULOS DE PAZ PUESTOS POR EL VIRREY JUAN JOSÉ DE VÉRTIZ EL 2 DE MARZO DE 1781

En 1777 se renovaron las conversaciones de paz entre el lenguaraz Villaseñor, enviado por Pinazo a los toldos, y los caciques. Estos le hicieron su propuesta: «En primer Jugar piden con ansia Ja paz, en tal conformidad que proponen no quebrantarla jamás, y que siempre que algún individuo de los suyos haga el menor daño, así en nuestras gentes como en sus animales lo castigarán. Que para efectuar dicha paz, y canje de cautivas se les señale el lugar adonde deban concurrir. Vienen pidiendo al presente catorce chinas de las que unas son mujeres de caciques, y otras parientas; asimismo piden tres, o cuatro chinitos hijos de tres chinas, de las cuatro que fueron con el expresado lenguaraz, que ahora han vuelto; proponiendo dicho Villaseñor no volver por pretexto alguno sin llevar dichos chinitos, temiéndose de que los maten. Que por las catorce chinas, y tres chinitos entregarán otros tantos cautivos de los nuestros». Lo que sigue parece ser de Pinazo: «Todo cuanto proponen dichos indios me parece regular, y accederé en los términos que explicaré, y sólo se me hace fuerte el entregar los parvulitos, y adultos, que unos, y otros son cristianos, y muchos de ellos lo mismo es proponerles la ida a los suyos que echarse a los brazos de la muerte». Sugería que para las paces y canje se los citara en Pantalén para dentro de dos meses. Así, habría tiempo para el regreso de la expedición a Salinas y para que los caciques Negro y Tomás los «avanzaran», según lo tenían prometido, con lo que se evitaría la entrega de los cristianos. La tesis de Pinazo, reeditada por otros en el futuro, era la de llevarles «la guerra a sus mismos países con vigor y a toda costa, hasta obligarles a que sinceramente deseen nuestra amistad, y se trate una paz estable y fir20 21

29/6/1770. AGN.A, Comandancia... IX 1-5-2. LEVAGGI, Paz en la frontera..., págs. 114-116.

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me con los que la pidan, bajo las condiciones que han de tener por enemigos a los que lo fueren nuestros, y perseguirlos con nuestro auxilio, o nosotros con el de ellos a donde quiera que se retiren»22. Ante un nuevo pedido de paces, el virrey Vértiz, antes de tomar decisión alguna, reunió una junta de guerra. Las autoridades militares coincidieron en que se les negasen, recelosas —como lo manifestaron— de su veleidad, inconstancia y perfidia, que los llevaban a violar sacrilegamente los tratados más solemnes con tal de perjudicar a los cristianos. Pensaban que el pedido de paces era un medio capcioso para que descuidaran la vigilancia de la frontera, pudiendo hacer más a su salvo las hostilidades. Reflexionaron también que, aun cuando los caciques peticionantes obrasen de buena fe, al no comprender las paces a todas las naciones, y frente a la dificultad de distinguirlas por su fisonomía, vestuario u otros accidentes, siempre subsistiría la posibilidad de que los infractores quedasen libres, amparándose en la paz de los otros. Llamado a opinar el abogado fiscal del Virreinato, José Pacheco y Gómez, lo hizo el 31 de agosto de 1779. Trajo a colación la experiencia que se tenía de la perversidad de los indios, en base a la cual podía decirse «con el apoyo del expresisísimo texto, en la Ley catorce, Título segundo, Libro sexto de las Recopiladas de Indias, que el dolo, la perfidia, y la transgresión de los sacrosantos derechos, Naturales, y Divinos, con las demás propiedades, que recapitula la citada Ley hacen el carácter, que distingue a los antedichos Bárbaros de las demás gentes cultas, e incultas, que no suelen carecer o no dejan de obtemperar a los derechos Naturales, principalmente en punto a los tratados de Paz con otras Naciones, absteniéndose de violarlos fraudulentamente, como se ha experimentado de mucho tiempo a esta parte en los Indios de las Provincias de Chile, según persuade la referida Ley, y generalmente en los Pampas, que a diferencia de otras Naciones se han manifestado muy veleidosos, y menos firmes en la observancia de las Paces, que se les han dado, guardándola únicamente a imitación de aquéllos por el solo tiempo que les ha dictado el antojo o persuadido su propio interés». El pedido podía responder a la necesidad de restablecer sus debilitadas fuerzas o a un premeditado ataque contra los cristianos, en combinación con los indios chilenos, de quienes se tenía noticia que se disponían a cruzar la cordillera. No obstante esas circunstancias, infirió de la precitada ley de Indias, y de la siguiente y 17 del mismo título, «que sin embargo de hacerse cargo, el Soberano de las perversas propiedades de los enunciaDictamen. Buenos Aires, 9/9/1783. AGN.A, Comandancia... IX 1-7-4. 210

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dos, y que por sus inicuos, y reprobados procederes son dignos del rigor de la Guerra, prevalece la Real Piedad, y Clemencia con que les liberta de los vínculos de la esclavitud, y de otras calamidades, recomendando su buen tratamiento, y conversión, por los medios más suaves, y oportunos a conducirlos del infeliz estado de la Gentilidad al Gremio de la sagrada Religión». Salvo el caso de dolosa infracción de paces ajustadas, seguida de sublevación, y otros actos semejantes, creía que no debía repelerse un pedido de paz ya que «la exuberante Piedad, y Celo, con que el Soberano propende a que se extienda la Religión entre estos infelices, hace posponer los términos, que ocasionan su perfidia a la admisión de sus demostraciones de Paz, no embargante que se presuman poco firmes, quedando reservado al prudente arbitrio de los Señores Ministros, que dignamente gobiernan, con amplitud de facultades, estas remotas Provincias, el modo y medio de ajustarías con aquellas calidades, y precauciones, que excluyan, y remuevan en los posibles el peligro, que puede recelarse, de la inconstancia de dichos Naturales, para que no sean perjudiciales los Tratados al mismo fin que corresponden a la Paz, que es el sosiego e inalterable quietud, y tranquilidad entre los contratantes...». Hizo presente la experiencia del Reino de Chile, que había llevado al entonces presidente a «celebrar los Tratados con la precisa calidad, de que la Nación, que ajusta las paces, se constituya obligada a dar en rehenes, y para su mayor firmeza, tres o cuatro de los caciques, que gobiernan sus parcialidades, los cuales han de mantenerse precisamente en la Capital de Santiago, por dos o tres años, sin que cumplido el tiempo que se pacta se les conceda su regreso o retiro, hasta que la misma Nación subrogue en lugar de éstos otros tantos. Asimismo se les ha franqueado Colegio en la Concepción de Penco, y en la misma Capital de Santiago, a los Hijos de estos Caciques y de otros Indios, que introducidos al gremio de la Iglesia por el Bautismo se han querido dedicar a los estudios, cuyos arbitrios han producido los efectos favorables, que de ellos se podían prometer porque temerosos los Naturales de que a la más leve rebelión, se ejecuten los mayores castigos con los Caciques detenidos y demás Indios, que les acompañan, se han abstenido de continuar semejantes excesos...». Además, convenía que tuvieran fija residencia en lugar cierto y determinado, porque si se les permitía vagar, y residir en lo interior de las pampas, nada o poco se podría adelantar. Quedarían en libertad de unirse a otras naciones, o de excursar ellos mismos los campos, sin que, al ser reconvenidos, se confesasen autores de las hostilidades, como lo hacían de costumbre. 211

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Por providencia del 4 de setiembre de 1779, el virrey decidió tener presente las condiciones propuestas por el fiscal al momento de tratar de paces23. Un incidente trabó la gestión, de la que participaba el cacique Lincón Pagni. En la noche del 27 al 28 de agosto de 1780 los aborígenes atacaron Lujan. El cacique fue enviado a las islas Malvinas y se suspendieron las negociaciones24. Acontecimientos imprevistos obligaron a las autoridades españolas a cambiar de actitud. La gran rebelión altoperuana que sobrevino, y la amenaza de una escuadra inglesa que se dirigía a Montevideo, llevaron al consejo de guerra, que reunió el virrey, a pronunciarse unánimemente a favor de la paz con los pampas, si bien bajo de unas condiciones muy estrictas, que puso éste. Las condiciones eran las siguientes: «Io Los ejemplares que se tienen en la poca estabilidad, que han tenido las Convenciones o Paces, que hasta el presente se han hecho con varios Caciques, por faltar éstos continuamente a la buena fe, que debían mantener para que esta Paz sea sólida y permanente, quiere S. E. que las naciones que son comprendidas en ella, mantengan sus Toldos fijos, en los Puestos que se les señalará, con atención a que en ellos haya pasto, agua, leña, y lo demás. «2o Establecidos en los Puestos, no han de poder pasar hacia esta parte de la Frontera, de cuyo modo conocerán las Tropas españolas, que los que se hallen pasado este límite, son enemigos, a quienes los Españoles podrán cautivar, o matar, cuando fuesen encontrados; pues es el modo seguro de conocer los Indios, que son amigos, o enemigos. «3o Siempre que piensen venir a vender sus cueros, riendas, plumeros, u otras cosas, han de dirigirse, por el camino que se les señalará, a la Guardia, o paraje de la Frontera, que igualmente se les dará, donde habrá Pulperos con aguardiente, tabaco, yerba, u otros efectos que necesiten, debiendo estar subordinados al Comandante; pues éste tendrá las órdenes del Sor. Virrey para atenderlos, cuidar se les pague, y que no reciban el menor daño, previniendo ha de ser reducido a quince, o veinte los que ven23 «2o testimonio del Expediente obrado en el Superior Gobierno de Buenos Aires, sobre haberse negado las Paces a los indios Aucaces». AGÍ, Buenos Aires 60. 24 VÉRTIZ al ministro José DE GÁLVEZ: Buenos Aires, 24/10/1780. AGÍ, Buenos Aires 60. VÉRTIZ Y SALCEDO, «Memoria», Memorias de los virreyes del Río de la Plata..., págs. 150-151. ¿A qué se debió el ataque de los indios? VÉRTIZ ordenó que se practicase una información para determinarlo. El indio ALCALUÁN, de la parcialidad de LORENZO, declaró que fue a causa de la muerte de algunos indios en los Cerrillos por la partida del alférez José PERALTA, la aprehensión de otros y varios motivos más (Buenos Aires, 9/12/1780. AGN.A, Comandancia... IX 1-7-4).

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gan a estas ventas, pues dicho número puede venir encargado de los demás efectos, que quieran vender los otros Indios. «4o Es expresa condición, que para venir a celebrar estos cambios, han de anticipar un Cautivo, o Indio, con dos Chinas, a la Laguna del Hinojal, donde habrán de aguardar a que las Partidas, que corren el campo, los conduzcan a la Guardia, en donde solicitarán la Licencia del Sor. Virrey, para que vengan a celebrar su feria a la Frontera. «5o Asimismo es artículo, e indispensable para esta Paz, que el Cautivo, o Indio que viniese para solicitar la licencia ha de aguardar en el citado paraje, sin adelantarse por ningún motivo; pues si tal hicieren, o los que vengan a traer los plumeros, y demás efectos, fuere en mayor número de los dichos quince, o veinte Indios; podrán ser unos, y otros tratados como enemigos de los Españoles. «6o Ya que las dichas Naciones conocen las inquietudes, desastres, y otros perjuicios, que les ha acarreado la guerra (a la que ha dado lugar su continua mala fe) y anhelan la Paz, como dan a entender por sus repetidos Emisarios, quiere el Sor. Virrey, que para seguridad de ella, se mantengan siempre en esta Capital en Rehenes tres Caciques de los principales, a quienes se les darán vestidos decentes, y andarán con sus bastones, como se practica en Chile; bien entendido, que todos los días deberán presentarse en el Fuerte al Oficial de Guardia, y no serán osados a salir de la Ciudad sin licencia de S. E. «7o Dichos Rehenes podrán relevarse cada tres años por otros Caciques, o subsistir los mismos, según dicho Sor. Virrey halle por conveniente, de modo, que para que se retiren los unos, han de quedar los otros en esta Ciudad. Podrán traer sus Mujeres, e Hijos, que tampoco podrán salir de la Capital, sin la expresada licencia del Sor. Virrey. Si los Hijos de estos Caciques quisieren voluntariamente hacerse Cristianos, y tomar oficio, o carrera, se les dará la que gusten, aunque sea la que sigue la nobleza. «8o Convenidas las Naciones, que entran en la Paz, de cuanto comprenden estos Artículos, han de celar, que por la parte de la Frontera, donde los establezca el Sor. Virrey, no se introduzcan otros Indios enemigos, y que cuando observen algún movimiento en ellos, o tengan noticia de él, han de venir a dicho paraje del Hinojal, a dar prontas, seguras, y circunstanciadas noticias, poniéndose luego en armas, por si se les mandase, que ofendan, o que vengan de auxiliares con los Españoles. «9o Que cuando los Españoles salgan a buscar los Indios enemigos, si los llamaren para que vayan de auxiliares, han de venir, y observar cuanto [ordene] el Jefe, que mandare aquella Expedición, y todo el tiempo que se empleen, se les dará la ración, como a los mismos Españoles. 213

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«10. Todo Indio, o Nación, que sea enemiga de los Españoles, lo ha de ser también de las Naciones comprendidas en esta Paz, y cuando éstas tuviesen motivo para hacer la guerra a alguna Indiada, lo avisarán a la Guardia de la Frontera, para que el Sor. Virrey lo entienda, y obedezcan lo que les mande. «11. Luego que se experimente algún daño en Personas, o Ganados de los Españoles, ejecutado por los Indios o las Naciones, que están en Paz, se han de entregar los delincuentes para castigarlos a proporción del delito, por lo que para evitar estas consecuencias, es conveniente tengan muy contenida, y refrenada su Indiada. «12. Que en el instante, que por las Naciones que celebran esta Paz, se falte a estos Artículos, se declararán los Españoles enemigos, castigando con todo rigor de la guerra a los contraventores, sus Indios, y Rehenes. «13. En caso que alguno de estas Naciones, o Caciques, y sus Indios, quieran hacerse Cristianos, y arreglarse a vivir como los Españoles, se les señalará paraje en la otra banda donde formen Pueblo, o Ranchos, dándoles los auxilios necesarios para empezar a poblar, disponiéndoles Iglesia, Párroco, y lo demás que al principio necesiten para su preciso alimento. «14. El Cautivo Pedro Zamora llevará un tanto de todos estos Artículos, para que sea leído por algún Cautivo, o Cautiva que haya en sus Toldos, a los Caciques de las Naciones que le diputaron para solicitar la Paz. Y también se deberá instruir a las Chinas que le acompañan por el Intérprete, o Lenguaraz, que existe en la Guardia de la Laguna del Monte, a presencia del Ayudante mayor de Frontera Dn. Sebastián de la Calle, quien las hará acompañar en unión del Cautivo hasta el paraje que juzgue conveniente, para que no los incomoden las Partidas que corran el campo, antes bien se les dé el mejor trato, y auxilios precisos. «15. Que han de entregar de buena fe todos los Cautivos Cristianos que tienen en su poder; y del mismo modo recibirán los Indios, e Indias, que lo están en esta Ciudad, para lo cual señalarán un Sujeto que los reciba en el paraje señalado para tratar la Paz, que será en la citada Laguna del Hinojal, en la cual han de concurrir uno, o dos de los Caciques, con cuatro, o seis Indios, para enterarse, y acordar todos los Artículos de este Tratado, y se nombrará también por parte de los Españoles quien concurra a formalizarla, en la inteligencia de que ha de ser la Paz general con todas las Naciones. «16. Luego que el Cautivo Pedro Zamora llegue al paraje en que están los Indios vendrán con él, y su familia rescatada un Indio, y dos Chinas, que se quedarán en la Laguna del Hinojal, y Zamora avisará a la Guar214

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dia, para que dándome cuenta, se les diga, que los nombrados podrán venir para tal tiempo a tratar la Paz, en el sitio, que se les señalare»25. No hay rastros del curso que tomó la gestión. En realidad, Vértiz era partidario de la guerra ofensiva. Preparó una gran expedición, que sólo pudo ponerse en campaña en 1784, bajo el gobierno de su sucesor, el Marqués de Loreto, y que fue coronada con el triunfo26. 5.

LOS PAMPAS DEL CACIQUE LORENZO PROCURAN INSISTENTEMENTE CONFIRMAR LAS PACES. EMBAJADA DEL CACIQUE PASCUAL CAYUPULQUIS A BUENOS AIRES Y ACUERDO PRELIMINAR DEL 27 DE JULIO DE 1782

El cacique «auca» o pampa Callfilqui o Carfurquir o Calpisquis, llamado por los españoles Lorenzo, que tenía sus tolderías en la sierra de la Ventana, venía haciendo gestiones para confirmar paces27. El piloto Pablo Zizur viajó en 1781 a los establecimientos de la Costa Patagónica. El 10 de octubre alcanzó los toldos de Lorenzo para conferenciar con él. Escribió en su «Diario» que el cacique, junto con otros cuatro, el capitán Miranda, el lenguaraz y Zizur, rodeados de más de trescientos indios, hablaron sobre las paces, manifestando todos grande alegría28. En junio de 1782 llegó a Buenos Aires el hermano de Lorenzo, Pascual Cayupulquis o Cayupilqui, para proponer los siguientes «Puntos»; «Io Que advierte que sus indios están potreando en todo el distrito desde el camino de Salinas hasta la Magdalena. «2. Que se prevenga a los corredores de campo que a los indios que encuentren los miren como amigos, y por lo consiguiente a los corredores de ganado, sin que tengan ningún recelo por número que encuentren ocupados en sus corridas. 25 «Artículos que han de observar las Naciones de Indios para que el Sor. Virrey les conceda la Paz, que por repetidas veces, y con tanta instancia solicitan, particularmente ai presente por medio del Cautivo Pedro ZAMORA, y dos Chinas, que con él vinieron». Buenos Aires, 2/3/1781. Firma: «En virtud de orden de S.E. = El Marqués de SOBRE-MONTE». AGÍ, Buenos Aires 61. 26 MARFANY, «Fronteras...», págs. 456-457; y LEVAGOI, Paz en la frontera..., págs. 118-125. 27 TABOSSI, Historia..., pág. 141. En 1778 su capitán LINCOPAN había pasado por la frontera de Lujan con cuatro indios y cuatro chinas para vender sus productos en Buenos Aires y tratar con el virrey «la firmeza de las paces que desean tener con los cristianos, y salir del cuidado, y sobresalto con que están, de que se les haga algún daño» (Diego DE SALAS al virrey CEVALLOS: Frontera de Lujan, 29/3/1778. AGN.A, Teniente de Rey... IX 30-1-1). 28

«Diario... ZIZUR...».

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«3. Que los indios que se hallen fuera de la jurisdicción señalada se miren como enemigos por ser la nación Rancachel que no tiene paz. «4. Que sus indios están prevenidos de hacer dichos potreos adentro del distrito citado en el primer capítulo. «5. Que el cacique su hermano a su retirada ha de venir trayendo cautivos, y quedando acordes sobre el tratado de paz. «6. Que en caso de que estos indios sientan otra nación que vengan a invadir la frontera procederán con la fiel lealtad que deben de salir los caciques con su gente a defender nuestra parte. «7. Que se mande marche acompañándole dos individuos cristianos para que vengan con Lorenzo. «8. Que los cautivos cristianos los entregará tanto él, como su hermano Lorenzo, y harán que sus indios también lo verifiquen a la disposición del sujeto de satisfacción que vaya con su cuenta, y razón para que luego traídos se verifique su canje para que no desconfíen sus indios. «9. Que siempre que otros indios de los que no tienen paz llegasen a sus toldos con algunos cautivos cristianos a venderlos los comprarán, y los conducirán aquí»29. Por disposición del virrey, el 27 de julio se reunió una junta de guerra, con la participación del propio Cayupulquis, para considerar los «Puntos». La respuesta que se le dio fue la siguiente: «Respecto a que la extensión de estas campañas es dilatada, y que franquea su utilidad, a todas las naciones de indios que las pueblan sin perjuicio de nuestros usuales territorios, siempre que se contengan en los que les son a ellos proporcionados, se le concede al referido cacique, y a su hermano Lorenzo, el que puedan potrear en las campañas incultas que están a los frentes de los fuertes de Chascomús, Ranchos, Laguna del Monte, y Lujan, en esta forma; desde el Fuerte de Chascomús hasta el Rincón del Tuyú, y Corral del Vecino; desde el Fuerte de los Ranchos hasta las Lagunas de los Camarones; del Fuerte de la Laguna del Monte hasta la Laguna Blanca; y desde el Fuerte de la Guardia de Lujan, hasta el paraje llamado Palantelén, sin que puedan ocupar otra extensión fuera de los límites referidos por motivo alguno, y si lo hicieren, principalmente si pasaren de Palantelén, que es el camino de Salinas, deberán tenerse y tratarse como enemigos, y como que faltan a lo estipulado. «Para conocer que los referidos caciques, y los suyos proceden de buena fe en el uso de los territorios que se le franquean por este tratado, tendrán obligación de encargar a los indios, que siempre que vengan a Buenos Aires, 11/6/1782. Firma Diego DE SALAS. AGN.A, Teniente de Rey... IX 30-1-2.

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potrear a los parajes señalados, den aviso de su destino a la Guardia más inmediata nuestra que esté a su frente, para que de esta forma sean conocidos siempre que se encuentren por las partidas que salen al campo, y que recíprocamente se den auxilios unos a otros en caso de necesitarlo, evitando por este medio los daños que pueden originarse por la falta de noticia. «Será del cargo del referido cacique, y su hermano, y desde luego se obligan a darnos avisos anticipados siempre que los indios Rancacheles (enemigos suyos) con quienes estamos en guerra, intenten atacar nuestras fronteras, y se comprometerán desde ahora a auxiliarnos recíprocamente para hacerles la guerra a esta nación, atento a que siendo contrarios de ambos partidos, serán castigados con más facilidad por nuestras superiores fuerzas, o reducidos a una paz general. «Se le darán al expresado cacique 2 indios en canje de las dos cautivas cristianas que ha traído, y para que conozca que por nuestra parte guardamos buena armonía, se le concede la india infiel que solicita, con calidad que ahora ni en ningún tiempo han de tener acción a pedir ni por canje ni sin él, india cristiana que se halle entre nosotros, y solamente podrán canjear aquellos indios, o indias que no hubieren recibido el agua del Bautismo. «Se le conceden los 10 caballos que pide para conducirse a sus toldos, y para transportar el regalo de aguardiente, tabaco, yerba, y ropa de uso, que en nombre del Exmo. Sor. Virrey se le entrega para él y su hermano el cacique Lorenzo, por un efecto de benignidad, y amor que les tiene». Dice el acta que el cacique ofreció que fuese su hermano quien en persona concluyese enteramente las paces, llevando en su compañía todos los cautivos y cautivas que estaban entre ellos, para canjearlos por los indios e indias que había en esa ciudad30. Una vez salido de Buenos Aires el cacique embajador, Diego de Salas transmitió al virrey sus impresiones favorables. Bien agasajado como había sido, esperaba que desimpresionara a los suyos de la desconfianza que verdadera o maliciosamente manifiestaban. «Siempre me he conceptuado que mientras no se docilice el genio de estos bárbaros con el trato, poco o ningún fruto han de dejar sus tratados, y así toda mi idea se ha dirigido hasta ahora en ganarles la voluntad, y disponerles el ánimo, para que tomando conocimiento, y principio en los tratados, se sigan con el tiempo las formalidades que se deben establecer. [...] ha visto V. E. el papel que se formó en presencia del cacique Cayupulqui, 30

Buenos Aires, 27/7/1782. AGN.A, ídem. Acta reproducida en: WALTHER, La conquista..., Anexo N° 2, págs. 251-252.

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que a la verdad su principal objeto fue introducirlo poco a poco, y en materia que no le sea violenta a su libertinaje para venir a recaer después con buena disposición a la formalidad que acostumbramos, y por lo tanto no extrañe V. E. el que no haya tocado hasta la presente en los artículos preliminares de paz que V. E. me dejó para el efecto, reservándolos hasta tanto que me asegure de alguna esperanza de firmeza en los indios sobre los capítulos que se estipularen». Con relación al papel del 27 de julio, lo consideró de ningún valor, y prometió no salirse un punto de los artículos preliminares31. El viaje de Lorenzo no se concretó. Tiempo después envió a su mujer, María Francisca, una china ladina y un cautivo de nombre Bernardo López. El comandante del fuerte de Lujan, Balcarce, dispuso que pasasen a la capital para conferenciar con el virrey. A la vez, le transmitió su parecer contrario a las paces. Había que buscar un pretexto que los obligase a enviar nuevos emisarios32. El virrey compartió el recelo del comandante. Unas semanas después llegó otra comitiva al fuerte de los Ranchos. Es probable que se trasladase a Buenos Aires. El conductor que los acompañaba recibió el encargo de leerles la respuesta del virrey «repetidamente para que la tomen de memoria y puedan imponer a los caciques»33. El texto era el siguiente: «Puntos con que se asiente a la paz que proponen los indios enviados por el cacique Lorenzo. «I o Que la paz ha de ser general con todos los caciques de las diversas naciones que habitan las pampas y las sierras, sin exceptuar ninguno. «2o Que deben venir dichos caciques a tratarla a esta ciudad para acordar sus artículos. «3o Que habrán de dejar en ella rehenes de sus principales, a quienes se les asistirá y atenderá mientras conserven la buena fe de lo capitulado, y se colocará a sus parcialidades en parajes a propósito de la frontera, dándoles los auxilios que necesiten para vivir en sus poblaciones tranquilamente. «4o Además se les asegurará que los cristianos no hacen mal a nadie, pero tampoco permiten ni permitirán se les ofenda ni en lo más leve»34. El ajuste de las paces seguía demorándose. El solo cumplimiento del requisito de la concurrencia de todos los caciques «sin exceptuar ninguno» era sumamente difícil. El último día de 1785 arribó Negro a Buenos 31

Buenos Aires, 2/9/1782. AGN.A, ídem. 17/6/1784. AGN.A, Comandancia... IX 1-6-2. 33 Minuta. Buenos Aires, 7/9/1784. AGN.A, ídem. 34 Buenos Aires, 7/9/1784. AGN.A, Comandancia... IX 1-7-4. 32

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Aires, con un sobrino de Lorenzo y nueve individuos más. Pidió, como era costumbre, regalos. Por orden del virrey recibió las raciones de estilo y varios presentes35. El Marqués de Loreto informó esperanzado al Marqués de Sonora de tan importante embajada y subrayó su mérito, señalando que era una nueva prueba de querer la paz estable, no obstante los daños que le había hecho Juan de la Piedra36. 6.

TRATADO PRELIMINAR DE PAZ DE LA LAGUNA DE LA CABEZA DEL BUEY DEL 3 DE MAYO DE 1790 CON EL CACIQUE CALLFILQUI O LORENZO. TRATADO DEFINITIVO SUSCRITO EN BUENOS AIRES CON EL MISMO CACIQUE EL 5 DE SETIEMBRE DE 1790

El tratado sólo se habría de concretar en el curso de la expedición a las Salinas Grandes (al este de la actual provincia de La Pampa) de ese año. Las expediciones se efectuaban periódicamente desde 1778 para proveer de sal a la ciudad. Al frente de la empresa estaba el capitán del cuerpo veterano de caballería de Blandengues, Juan Antonio Hernández Gándara, quien fue el artífice del tratado. El 3 de mayo, en el campo de Guaminí, se formalizaron las paces con Lorenzo y sus parciales, quienes acudieron acompañados por más de quinientos indios a punto de guerra. Así se logró —como expuso Hernández al virrey— lo que no había podido conseguirse en muchos años: atraer al expresado cacique, cuya cabeza era la principal de todas esas pampas, y el que había hostilizado continuamente sus establecimientos37. El resultado se había logrado «a esfuerzos de la industriosa política y urbanidad, que he observado con los indios infieles, que habitan estas dilatadas campañas, o por mejor decir, por un particular efecto de la Providencia»38. 35

«Residencia. Sobre gasto y ayudas de mantención de las indias pampas, y varias relaciones hechas a los indios pampas que vienen a esta Capital», fs. 7-10. AGN.A, Interior, leg. 21, exp. 3. IX 30-3-6. MUÑE, LOS indios pampas..., pág. 145. 36 Buenos Aires, 5/1/1786. AGÍ, Buenos Aires 72. LEVAGOI, Paz en la frontera..., págs. 125-132. 37 Laguna de la Cabeza del Buey, 12/5/1790. AGN.A, Comandancia... IX 13-8-17. 38 13/11/1790. «Año de 1790. Obrado a representación del Cabildo, Justicia y Regimiento de esta Capital sobre que en conformidad de lo mandado por S. M. en real cédula de 14 de diciembre de 1786 se inviertan, con ocasión de la expedición que se va a hacer a Salinas, las limosnas que tengan recogidas los religiosos de Ntra. Sra. de Mercedes para la redención de cautivos, en la libertad, y rescate de los esclavos, o cautivos, que hay entre los indios pampas», f. 10. AGN.A, Guerra y Marina, leg. 14, exp. 29. IX 24-1-6.

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Los términos del tratado fueron los siguientes: «Dn. Juan Antonio Hernández, capitán del cuerpo de Blandengues y comandante actual de la expedición de Salinas etc. «Habiéndose presentado el cacique Calfurqui alias Lorenzo con sus parciales Antequena, Calfurqui, Catimilla, Quintuin, Mecal, Epunurri, Chimeante, Baine, Guenquene, Iancau, Cayumilla y Calentur pidiendo las paces, se les conceden con las condiciones siguientes: «Ia Que entre españoles, e indios habrá una perpetua paz, y no se ofenderán unos, y otros, en sus respectivos establecimientos. «2a Que de ambas partes se deberán restituir los cautivos y cautivas que hubiese, y se tenga noticia de ellas; y de no haber canje de una y otra parte se deberán redimir, por lo que fuese lícito. «3a Que todo cristiano que hiciese fuga de nuestros establecimientos para habitar entre ellos estarán obligados a prenderlos, y remitirlos a disposición del Exmo. Sor. Virrey, como igualmente se debe hacer lo mismo de nuestra parte de los indios prófugos. «4a Que siempre que tengan noticia de que otras naciones pretendan insultar nuestros establecimientos, de todas las provincias de Buenos Aires, y Patagones deberán embarazarlo, y dar prontamente parte a las fronteras para que de allí se comunique al Exmo. Señor Virrey, quedando de nuestra parte a favorecerlos contra sus enemigos. «5a Que siempre que pasen a potrear los indios sobre las costas del Salado no deberán pasarlo de la parte norte cuyo campo corren nuestras partidas, para evitar todo disturbio entre indios, y cristianos, y si llegase el caso de encontrarse tratarán con la fidelidad que es debida. Y habiéndose concluido estas condiciones atestó dicho cacique, y sus parciales arriba nombrados, que hicieron el juramento a su uso de dar las manos al comandante y levantarlas al cielo cada uno de por sí ante el capitán de Blandengues Dn. Fernando Navarro, los alféreces Dn. Jorge Pacheco, Dn. Antonio Luengo, y capellán Fr. Juan Herrera del orden de nuestro Padre San Francisco, obligándose a guardar fielmente las condiciones citadas». Firmaron Juan Antonio Hernández, Fernando Antonio Navarro, Jorge Pacheco, Fr. Juan José Herrera y Antonio Luengo39. El resultado inmediato fue la redención de cinco cautivos40.

39 AGN.A, Comandancia... IX 13-8-17. Copias en: exp. cit. en la nota anterior, fs. 1415; y Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro, Colección Pedro DE ANGELIS, Manuscritos. TABOSSI, Historia..., págs. 141-145. 411 AGN.A, Comandancia... IX 13-8-17.

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A consecuencia de lo estipulado el 3 de mayo viajó Lorenzo a Buenos Aires acompañado por el lenguaraz Blas Pedrosa41. El 5 de setiembre se suscribió el tratado complementario bajo las clausulas siguientes: «Tratados que deberá observar con este Superior Gobierno el cacique Callfilqui a consecuencia de lo que ha estipulado, en el paraje Guaminí, el día 3 de mayo ppdo. con el comandante de la última expedición de Salinas, el capitán de Caballería del cuerpo de Blandengues Dn. Juan Antonio Hernández, para efecto de restablecer la paz entre el dicho cacique, y demás de su alianza con los españoles, de cualesquiera parte que sean, en todo el distrito de este Superior Gobierno, desde Mendoza hasta esta Capital; y para hacerla perpetua y duradera, se han de guardar los capítulos siguientes: «Primero. Que el cacique Callfilqui, con todos sus aliados, han de establecer sus tolderías en los parajes de la banda del norte de las sierras del Volcán, Tandil, sierra de Cuello, Cairú, arroyo de Tapelchén, y laguna de Tenemiche, escogiendo los lugares, que más les acomoden en dichos parajes, para criar sus ganados, y tener de qué sustentarse, para vivir en paz con sus vecinos, especialmente los españoles; cuidando de que todos, y cada uno de sus indios, se apliquen a este objeto, para facilitarles el trato, y comercio con los españoles en esta Capital, a donde vendrán a vender sus efectos, para proveerse de lo que necesiten. «2a Asentadas las tolderías en los referidos parajes, se hará reconocer a Callfilqui, por cacique principal de todas las pampas, y cabeza de esta nueva república; para lo cual, se le dará por este Superior Gobierno el título correspondiente, por el que quedará obligado a celar, e impedir el que, no solamente los caciques de su alianza, sino otros cualesquiera, entren a dichas pampas a potrear sin su licencia, y cuando la conceda, ha de ser a indios de su satisfacción, y que no pasen de doce; encargándoles, que solamente han de potrear a distancia de dos días de camino de las fronteras de esta Capital, y de Córdoba; señalándoles los lugares hasta donde deban llegar con sus potreadas, para que los soldados exploradores de las dichas fronteras no se encuentren con ellos, y los tengan por enemigos; y habiendo concedido licencia a más de una cuadrilla de doce hombres, les encargará, que no se junten en el campo, ni lleven armas, más que lazo y bolas. 41

PEDROSA se adelantó a escribir al comandante de los Ranchos que el cacique esperaba que saliera a recibirlo entre el Salado y la guardia, y que lo mismo esperaba del capitán HERNÁNDEZ antes de llegar a Buenos Aires. Pretendía, además, seis chifles de vino, yerba y pan, que por orden del virrey se le debían dar (Cerro de Calel, 17/8/1790. AGN.A, Comandancia... IX 1-5-1).

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«3a Cuando suceda, que algunos otros caciques, que no sean de su alianza, quieran entrar a las pampas, o bien sea para potrear, o para hostilizar nuestras fronteras, y se considere con pocas fuerzas para resistirlos, ha de avisar prontamente a esta Superioridad, para que se le dé el auxilio necesario, a fin de no aventurar la acción, y hacerse temer, y respetar de todos los demás caciques, que no sean sus aliados, o se sustrajeren de su alianza y obediencia que le deben, como a cacique principal, para hostilizar las fronteras de los cristianos; y pudiendo ser presos, han de ser remitidos a esta Capital a disposición de esta Superioridad. «4a Lo mismo ejecutará con los españoles, y otros güincas, que por mar o por tierra sean encontrados por aquellos parajes, sin licencia de esta Superioridad, del comandante del Río Negro, o a lo menos de los comandantes de los fuertes de esta Capital y de Córdoba; porque los tales cristianos o güincas, que se hallen sin licencia, o son delincuentes, o malhechores entre los cristianos, o van a serlo entre los indios; lo que todos debemos celar, consultando la común tranquilidad. «5a Cuando se ofrezca, que esta Superioridad tenga por conveniente, enviar por tierra al Río Negro de la Costa Patagónica gente, y bastimentos de guerra, y boca; estará obligado el dicho cacique a convoyarlos, y proveerlos de los bagajes necesarios, que se le pagará lo que se conceptúe justo; según la calidad del servicio, que hiciese por sí, o por su gente. «6a Luego que se concluya el establecimiento de las tolderías en los parajes arriba citados, ha de avisar dicho cacique del tiempo, en que se ha de hacer la redención general de todos los cautivos y cautivas cristianos, que tuviere él, y todos sus aliados, y más indios y caciques de quienes puedan rescatarse, aunque no sean de sus parciales; ofreciéndoles, que se les dará lo equivalente por cada uno. «7a Que debe llevar muy presente, que luego que llegue a sus tolderías, ha de hacer vivas diligencias para rescatar a los dos güincas, que tienen cautivos los pegüelchus; dándole a éstos, lo equivalente por ellos, y Cayéndolos, o mandándolos a esta Capital, se le pagará prontamente lo que hubiesen costado, a más de gratificarle su diligencia. «8a Habiéndose experimentado, que algunos indios de los amigos, que bajan a esta Capital a hacer sus tratos, se fingen caciques, para obtener de esta Superioridad algún regalo, que suele hacerse a los que verdaderamente lo son; para que en lo sucesivo, no se padezca engaño, se le dará una contraseña por escrito, para que presentada en las guardias, por donde transiten, vengan a casa de Dn. Blas Pedrosa, a darse a conocer, y siendo caciques o chasques, que envíe el principal Callfilqui, se presentará a esta Superioridad acompañado del intérprete, el referido Pedrosa. 222

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«9a Como el referido cacique principal ha experimentado de esta Superioridad las más benignas expresiones de amistad, que le habrán hecho conocer la sinceridad con que se procede, y el particular amor y aprecio, que ha hecho de su persona; espera la misma Superioridad, que en demostración de su reconocimiento, mande con su secretario Quintún, cuando venga la partida que despachará inmediatamente que llegue a sus toldos, a las dos cautivas, que tiene en su poder, o a lo menos la una, para que a vista de esta generosa acción, que vean hacerle los demás indios, que tengan cautivos, se estimulen a desprenderse de ellos, por lo que se les dará en el próximo rescate, como queda dicho, y se les dé un ejemplo de generosidad, y reconocimiento»42. Hubo de renunciarse al objetivo máximo de la política virreinal, que era comprometer a todos los caciques, como condición de las paces. Desde esa fecha —acotó Hernández— el nuevo aliado, según parecía, «no ha tenido más objeto, que cumplir y ejecutar lo que prometió; por lo tanto, acercándonos a las máximas del derecho de gentes a Callfulqui, y demás caciques confederados, debe cumplirse con exactitud, y puntualidad lo que se le estipuló»43. La firma del tratado inauguró un largo período de paz en la frontera, no alterado sino por incidentes menores, período que se extendió hasta la época independiente44. Fueron frecuentes las visitas de los naturales, tanto por cortesía —sospechaban los españoles, que con el interés de recibir regalos— como para vender sus productos. Otros motivos de las visitas fueron ratificar las paces, a causa de alguna sucesión en el cacicazgo o en el gobierno virreinal, y ofrecer su ayuda a los españoles cuando las Invasiones Inglesas45.

42 ídem la nota 71, fs. 16-18 v. Borrador en: AGN, Biblioteca Nacional, leg. 189, págs. 290-292. En el borrador, al final de la cláusula 9a, está testada la siguiente frase: «debiéndose entender que en caso de que alguna de dichas tres cautivas rehusare salir de aquí no se le ha de precisar a que lo hagan, respecto de que siendo ya cristianas no se puede permitir que se expongan a que dejen de seguir la verdadera Religión que han abrazado». 43 ídem la nota 71, fs. 10 v. 44 El 10/1/1791 el cabildo de Buenos Aires tomó conocimiento de un oficio del virrey, informándole que en febrero saldría la expedición para recoger la sal, redimir los cautivos y «establecerse las paces generales con los indios infieles». La corporación opinó que la sal no era necesaria pero que sí lo era alcanzar los otros objetivos (AGN.A, Acuerdos..., III: IX, págs. 485-486). 45 LEVAGGI, Paz en la frontera..., págs. 132-143.

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7.

PACES AJUSTADAS EN MENDOZA EL 14 DE DICIEMBRE DE 1780, Y RATIFICADAS EL 2 0 DE ABRIL, Y EL 1 6 DE AGOSTO DE 1 7 8 1

La pertenencia de Cuyo hasta 1776 a la capitanía general de Chile determinó que la política indigenista fuese allí semejante a la de la Araucanía. Según Morales Guiñazú, el general Francisco Chirinos de Posada, que fuera castellano del fuerte de Valdivia, con experiencia en la celebración de parlamentos y tratados de paz y amistad, habría sido el primero que, a mediados del siglo XVII, expuso en Mendoza la idea de los pactos. Es probable que en ese entonces ya hubiera arreglos parciales con algunas tribus46. La referencia frecuente que contienen los documentos a indios amigos de los españoles vuelve admisible la hipótesis de su ajuste, seguramente en forma oral. Los más antiguos testimonios son tardíos: datan del último cuarto del siglo XVIII, más precisamente de la época en que era comandante de esa frontera José Francisco de Amigorena. Su actitud hacia los naturales puede resumirse así: trato duro con los hostiles y blando con los amigos. Después de haber escarmentado a los enemigos, entrando para eso en sus tierras (emprendió la guerra ofensiva en vez de la defensiva seguida hasta entonces), mostró buena disposición para pactar y vivir en paz. Gracias a los tratados que consiguió suscribir con las naciones vecinas la frontera gozó de un período de paz, que fue pocas veces alterada y duró hasta muy entrada la época independiente. Como resultado de la primera campaña de Amigorena contra los pehuenches, en 1779, éstos solicitaron la paz. El virrey lo autorizó para hacer, con ese motivo, los gastos y regalos acostumbrados, y lo instruyó acerca de la conveniencia de retener en calidad de rehenes algunos indios principales para seguridad de lo que se pactase, al modo como se practicaba en Chile (y en otras partes)47. El 14 de diciembre de 1780, con la presidencia del corregidor y justicia mayor de Cuyo, general Jacinto de Camargo y Loayza, se reunieron cabildantes, autoridades militares y eclesiásticas, y vecinos distinguidos de Mendoza con los caciques Ignacia Guantenao —en representación de su marido, el cacique principal Roco—, María Yanquipi, Raigan, Raigapán, Antepán y Peñalife, quienes ofrecieron una paz segura con Mendoza «conforme con lo que se había observado siempre en el reino». Tras más de tres horas de discusión fue aceptada48. 6

MORALES GUIÑAZÚ, Primitivos..., pág. 69.

7

ÍDEM pág. 47; y TORRE REVELLO, «Aportación...», pág. 19.

8

MORALES GUIÑAZÚ, Primitivos..., págs. 47-49; COMADRÁN RUIZ, «En torno...», págs.

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Una relación de méritos y servicios de Amigorena firmada por su viuda en 1799 dice que en los días 14 de diciembre de 1780 y 20 de abril y 16 de agosto de 1781 se firmaron en las casas capitulares los tratados de paz y amistad con todos los caciques pehuenches que se presentaron: Piempán, Roco, Puñalef, Loncopán, Antepán, Lincopí, Malgamain, Peilegüén y otros menos renombrados, a todos los cuales el maestre de campo señaló terrenos inmediatos a la frontera, que ocuparon dejando rehenes, todo con aprobación del virrey. Fue tan sólida esa paz, que «jamás faltaron a lo tratado y siempre estuvieron y están subditos y obedientes a las órdenes de V. Majestad y su jefe militar en ésta, que primero con las armas, y después con los regalos, los redujo a tal estado de sumisión y obediencia»49. El 5 de febrero de 1781 Vértiz expresó su satisfacción por la paz concretada en el mes de diciembre, mas exigió que fuese ratificada por Roco en persona. Según Morales Guiñazú, Roco llegó a Mendoza en abril, pero pasó todo ese año sin haberse verificado la ratificación. El 8 de mayo del año siguiente Roco y Antepán huyeron de la ciudad. Informado el virrey del suceso insistió en el cumplimiento de la condición. En julio, el comandante del fuerte de San Carlos participó el arribo de Ignacia Guantenao, en nombre de su marido, para pedir perdón y aceptar las condiciones de la paz. Amigorena quiso presionarlo, contestándole que no tenía necesidad de su amistad y que contaba con tropas suficientes para «abrasarlo a tiros». La amenaza surtió efecto. Roco depuso su rebeldía50. Puede pensarse que en esas circunstancias se produjo la ratificación del 16 de agosto de 1781, de que habla la relación de méritos. En 1784 Roco, Piempán y Puñalef, y Francisco Esquibel y Aldao a ruego de los demás caciques, reclamaron a Amigorena, desde el fuerte de San Carlos, el cumplimiento de los tratados. Aún no habían recuperado a sus familias, que seguían retenidas en Mendoza. Además, esperaban recibir el «alivio» que se les había prometido. Todo eso habría formado parte del compromiso. Apelaban a la caridad del virrey para que les devolviesen sus familias, prometiendo ser «fieles vasallos del rey de España, y que expondremos nuestras vidas todo lo posible en ayuda y defensa de esta patria de Mendoza; y que además de esto nos sujetaremos a todos cuantos partidos 56-57; CGE.DEH, Política...(1750-1819), II, págs. 53-54; y VILLALOBOS, Los pehuenches..., págs. 206-207. m

María Prudencia ESCALANTE: Mendoza, 2/10/1799. TORRE REVELLO, «Aportación...»,

pág. 29. 50

MORALES GUIÑAZÚ, Primitivos..., pág. 52.

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se nos hagan por Vmd. y que nos sea dable». Se les había prometido que si iban a vivir a esos territorios les daría las chinas y algunas vacas, yeguas y ovejas. Habiendo ellos cumplido con su parte esperaban que los españoles hiciesen lo propio51. Como el tratado no se rompió, hay que presumir que fue satisfecha su demanda52. 8.

TRATADOS HECHOS EN CÓRDOBA CON LOS CACIQUES RANQUELES CHEGLÉN Y CARRIPILÚN EN SETIEMBRE Y EL 17 DE NOVIEMBRE DE 1796

La frontera sur de Córdoba del Tucumán padeció las invasiones de los pampas y ranqueles. En setiembre de 1796, en las proximidades del fuerte de las Tunas, unos indígenas se aproximaron a una partida exploradora y le avisaron que dos caciques irían a tratar paces para siempre con el comandante de la frontera. Eran los ranqueles llamados del Monte, que habitaban en las inmediaciones de Guaguaca o laguna de Arrascaeta, frente al fuerte, y estaban en guerra con los huilliches y pehuenches. Llegado a las Tunas el comandante Simón de Gorordo —quien relató el hecho al gobernador-intendente Rafael de Sobre Monte—, se enteró de que el cacique Cheglén había mandado a su hijo y dos indios más para que se quedasen en calidad de rehenes hasta la celebración del tratado. El otro cacique interesado era Carripilún. Gorordo retuvo al caciquillo y despachó a los otros dos, junto con el comandante interino del fuerte y algunos soldados, para que saludasen a los caciques y les anunciasen que los esperaba. Fueron, en efecto, quedando los soldados como rehenes. Una vez en el fuerte, hicieron al comandante «expresivas demostraciones» de amistad y empezaron las conversaciones por medio de dos intérpretes, uno por parte, «para evitar algún engaño». Las tratativas —siempre según la relación de Gorordo— duraron más de seis horas «por la pesadez de su explicación y largas expresiones de su lengua, [...] quedando en ellos pactado que serían siempre leales amigos míos, que jamás por ellos faltaría la lealtad, y que les parecía que era suficiente para que yo les creyese el haberme solicitado por amigo, no obstante habérseles dado noticia que un pulpero de Buenos Aires (que según señas es el lenguaraz Dn. Blas [Pedrosa]) había dicho de que yo jamás les daría paces». Les mandó que, cuando fuesen a tratar con los cristianos, lo hiciesen precisamente por el fuerte de La Carlota, y no por otro, para po51 52

AHM, EC, Gobierno, carp. 29, doc. 27. LEVAGGI, Paz, en la frontera..., págs. 143-146.

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der verificar sus ventas, y porque él les facilitaría caballos para pasar a la ciudad de Córdoba, donde conocerían al principal superior. Condescendieron a todo. Como prenda de amistad, Gorordo le pidió a Cheglén que le dejase a su hijo, a quien miraba ya como propio. Estuvo de acuerdo y todos renovaron su amistad, dándose de nuevo las manos53. El tratado fue ratificado ante el gobernador-intendente. El 16 de noviembre Sobre Monte se reunió en junta de real hacienda para considerarlo. La junta tuvo en cuenta las ventajas que podía proporcionar la paz y la conformidad que había dado el virrey. Resolvió que se erogara lo preciso de los ramos de frontera y, en su defecto, de real hacienda, para satisfacer los gastos de conducción de los naturales al fuerte de La Carlota, vestuario del cacique, sus hermanos y sobrino, agasajo de todos y urgencias de los rehenes54. A! día siguiente Sobre Monte y Cheglén firmaron en la ciudad de Córdoba el tratado definitivo. Su tenor es el siguiente: «Tratado de paz que el cacique Cheglem de la nación Ranquelche, celebra con el Señor Brigadier Marqués de Sobre Monte gobernador intendente de esta Provincia de Córdoba a su nombre y del cacique Carripilum de la propia nación por quien viene encargado para el efecto en la forma que explican los artículos siguientes en que hizo de intérprete Da Francisca Bengolea española que estuvo cautiva en la misma nación. «Io Que reconoce desde luego al Rey nuestro Señor D. Carlos Cuarto, y sus sucesores por su Señor y Soberano y en este concepto desea establecer la más perfecta paz con sus vasallos y la debida obediencia al Exmo. Señor Virrey de estas Provincias, al Señor Gobernador Intendente de ésta de Córdoba y a los Señores Comandantes de esta frontera. En fe de lo cual se ofrece a ocupar el campo que se le designe de que no podrá mudarse sin avisar al Comandante manifestándole los motivos. «2o Que cualesquiera novedad que sepan contra la frontera de Buenos Aires, Córdoba, San Luis, y Mendoza, la ha de avisar por chasque con puntualidad, claridad, y verdad así por parte de los Huilliches, o Pegüenches que están en guerra, con los de la misma nación que tienen paz con Mendoza, como es el cacique Millanguir y otros. «3o Que cuando viniese a tratar con nosotros ha de ser por el Fuerte de la Carlota, y no otro, en el cual quedarán algunos indios de los que quiera y los principales pasarán a esta Ciudad; donde serán agasajados y tratados con toda atención; pero que así los que vengan como los que queden han GORORDO a SOBRE MONTE: La Cariota, 7/9/1796. AHM, EC, Gobierno, carp. 42, doc. 33.

Testimonio del acta. BRAH, Colección MATA LINARES, XI, fs. 31-32.

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de dejar sus armas en dicho Fuerte para evitar quimeras, o desazones, o alguna desgracia entre ellos, que sería muy sensible a los españoles. «4o Que los que vengan a la Ciudad y al Fuerte puedan traer sus efectos a venderlos libremente o cambiarlos porque en todo se les guardará buena fe. «5o Que las partidas del campo le han de correr libremente, sin que se impida por sus indios, tratándolas con la mejor armonía, y que en caso de tener alguna queja de su procedimiento no acudan a la venganza, sino a dar cuenta al Comandante y al Gobierno para que los castigue como corresponde, y que para reconocerse se establecerá una seña que será la que el Comandante designe, y para que cuando vayan [a] alguna de nuestras fronteras, sean reconocidos por amigos presentarán una de las señas de plata que llevan con la expresión de Fiel como se advertirá a los Comandantes. «6o Que en este tratado se han de incluir Carripilum con los indios de la propia nación, solicitando entren en la paz los caciques Regulam, Currunao, Lingoán, Youfguén, Antemán, Guenchulán, Naupayán, Cuurrutipai, Llaveán, Rumillán, Antoán, Callfugueu, Malíu, otro Malíu, Carrumán, Arcan, Cauchaun, Neigulén, y que a este fin pasa a tratar con ellos adelantando ya los chasques y que verificado entregará a cada uno de los caciques una de las señas de plata que lleva, con conocimiento del Comandante, cuya paz se tiene por segura. «7o Que no han de ir, ni maloquear a los Pegüenches que están en paz, con Mendoza, u otra nación que esté incluida en ella, han de concertar con ellos buena amistad en la inteligencia de que así se avisará al Comandante de Mendoza, para que lo advierta a los mismos caciques. «8o Que cuando se vean invadidos de algunos enemigos se acojan a la frontera avisando antes al Comandante de ella para que los proteja su retirada pero sin que por esto se entienda obligado a salir contra ellos sino cuando lo hallare conveniente para castigar su osadía, ni darles gentes para que los ataquen, sino cuando el Gobierno lo hallare preciso. «9o Que al cumplimiento de esto se han de obligar por medio de los rehenes, que han de quedar en esta Ciudad de sus indios principales, hermanos, hijos, o parientes inmediatos de los caciques los cuales serán mantenidos y asistidos y bien tratados como los mismos españoles siempre que procedan con fidelidad, y que para ello deja ahora a su sobrino Pueñam en la inteligencia de que de proceder de otro modo el buen tratamiento se convertirá en rigor y de que los podrán mudar con otros iguales cuando les pareciere para asegurarse de la fidelidad de sus promesas, quedando impuestos de que si se les probase algún hecho contrario saldrán también fuerzas de las fronteras a destruirlos en sus tolderías, asegurándoles de 228

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nuevo por nuestra parte castigar con severidad a los españoles que les hicieren daños como él hará con los suyos para dar completa satisfacción. Con lo que se concluyó este tratado que firmó S. Sa y firmó el cacique Cheglén en concurso de jefes de cuerpos de Milicias, individuos del I[lustre]. C[abildo]., Ministros de Real Hacienda y otras personas en Córdoba a diez y siete de Noviembre de mil setecientos noventa y seis»55. Un día después Sobre Monte envió a Amigorena una copia del tratado. Le dijo haber tenido presentes todas las consideraciones de esa frontera, y la amistad de los pehuenches. Advertiría a Millanguir que quienes fueran amigos por Mendoza y Buenos Aires lo serían igualmente suyos y al contrario56.

9.

PARLAMENTO Y TRATADO ENTRE AMIGORENA, LOS PEHUENCHES Y LOS RANQUELES, EN LA VILLA DE SAN CARLOS, EL 5 Y 6 DE JULIO DE 1 7 9 9

Continuando hasta sus últimos días la tarea de pacificación de la frontera, de la que venía obteniendo excelentes frutos, Amigorena, a pedido del nuevo virrey —el Marqués de Aviles, cuando pasó por Mendoza en viaje desde Chile a Buenos Aires— reunió en un parlamento a los pehuenches de Pichicolemilla con los ranqueles de Carripilún. Pichicolemilla, al rendir obediencia a Aviles, le había suplicado que fuese admitido a la amistad con Mendoza el caudillo ranquel, que ya la tenía con Córdoba. El virrey delegó en Amigorena la gestión. Consignaría el comandante, en el acta del parlamento, que Aviles estaba deseoso de perpetuar la paz en esa frontera «no ya por medio de la sangre y la devastación sino por el de las negociaciones y tratados celebrados con las parcialidades de indios que antes las invadían». Invitó, pues, a Carripilún, a través de su pariente el cacique Marcos Goyco, a celebrar los tratados de paz y amistad. Tan pronto como el ranquel se puso en marcha, convocó a la villa y fuerte de San Carlos al capitán de amigos Francisco Barros y a Pichicolemilla. El 30 de junio entró Carripilún en la plaza, donde ya estaba el resto de los participantes. Los tres primeros días de julio se emplearon en explorar los ánimos de los caciques y se fijó el 5 para el parlamento. Amigorena relató lo sucedido: «dirigí mi primer razonamiento al cacique gobernador Pichicolemilla 55

Copia. AHM, EC, Gobierno, carp. 42, doc. 35. COMADRÁN RUIZ, «En torno...», págs.

58-59. 56

AHM, ídem. LEVAOOI, Paz en la frontera..., págs. 155-159.

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dándole gracias por su obediencia y puntualidad en concurrir con todos sus indios a este parlamento significándole al mismo tiempo el gusto que sentía al ver en esta junta al cacique Carripilún con quien en tan bella ocasión podían todos los pehuenches olvidando cualesquiera motivo de sentimiento congratularse estrechando más los vínculos de su antigua amistad para que procediendo de conformidad se aumentase y asegurase la paz en la tierra y pudiesen oponerse de acuerdo a las incursiones de sus enemigos los huilliches: a que contestó Pichicolemilla que confirmando de nuevo su obediencia reconocía desde luego su vasallaje al Rey nuestro Señor y a sus Ministros en su nombre, y así había acudido luego a mi llamado y prometía hacer lo mismo mientras viviese. Por lo que respecta al caudillo ranquelche Carripilún dijo que él también celebraba grandemente tener esta ocasión en que echar nuevos lazos a su amistad y estaba pronto a entablar más estrechamente su correspondencia y proceder de acuerdo con él para velar sobre los movimientos de sus enemigos los huilliches avisándonos de la menor novedad que hubiese en la tierra como a buenos amigos. Preguntados en los mismos términos uno por uno todos los caciques y capitanejos pehuenches respondieron en la misma conformidad que su cacique gobernador y con esto quedó entre ellos y Carripilún y los suyos afirmada una paz estable y duradera con aclamaciones y abrazos que se dieron recíprocamente con general alegría de todos». Prometió Carripilún mantenerse fiel amigo de los españoles de Mendoza, como ya lo era de los de Córdoba, y también de sus amigos, así como enemigo declarado de sus enemigos, obligándose a dar noticia de sus movimientos hostiles contra cualesquiera fronteras. El 6 por la mañana, nuevamente reunidos, se dio lectura al tratado y fue ratificado por todos. Amigorena puso en manos de Carripilún, en señal de amistad y en nombre del rey, un bastón. Además, hizo un reparto general de regalos. Los caciques suscribieron el documento poniendo su señal y Amigorena y demás españoles, su firma57. 10. TRATADO DEL 2 DE ABRIL DE 1805 ENTRE EL COMANDANTE MIGUEL TELIS MENESES Y LOS PEHUENCHES

Durante el virreinato del Marqués de Sobre Monte, y por instrucciones suyas, se concretó la fundación del fuerte de San Rafael del Diaman57

AHM, EC, Gobierno, carp. 30, doc. 46. MARILUZ URQUIJO, El Virreinato..., págs. 337338. LEVAGGI, Paz en la frontera..., págs. 160-162.

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te, al sur del de San Carlos, por una expedición encabezada por el comandante de milicias urbanas de Mendoza, Miguel Telis Meneses. Lo acompañó el franciscano Francisco Inalicán, para apaciguar y evangelizar a los pehuenches de la región. El 2 de abril de 1805 hubo un parlamento, del que participaron veintitrés caciques y once capitanejos. Se acordaron los artículos siguientes: «1. Se manifestaron éstos satisfechos de que nuestras partidas no se dirigen a quitarles sus tierras y esclavizarlos como intentaron persuadirles algunos malévolos. «2. Igualmente de que el Rey mira por ellos y desea beneficiarlos; y en este concepto franquearon sus tierras para la apertura de los caminos que gustásemos, asegurándonos su libre tránsito. «3. Considerándose con derecho a los terrenos que hacen la confluencia de dichos ríos [Diamante y Atuel] cedieron en la posesión de ellos para el establecimiento del mismo fuerte y población por las ventajas que resultarán de asegurarlos así de sus enemigos, y fomentar su comercio con nosotros. «4. Se conformaron en que se funde capilla de que sea párroco el Padre Fr. Francisco Inalicán para instruir a los que deseen abrazar nuestra Religión, y que en este pueblo se entable el comercio para todo. «5. Los caciques Carrilef, Cumiñán, y Da María Josefa Roco se conformaron desde luego en admitir esta reducción, con sus familias, creyendo que poco a poco y según se experimenten sus ventajas la irán abrazando los demás. «6. Ratificaron su allanamiento a que abramos especialmente el camino a Talca, facilitándoseles así el comercio sin salir de sus tierras. «7. Se reconciliaron estos pegüenches con unos puelches, o pampas con quien estaban desavenidos. «8. Protestaron la conservación e inviolable amistad con nosotros ofreciendo darnos parte de las especies que se les intentasen sugerir para alterarla desconfiándolos de nuestra buena fe. «9. Que el Señor Presidente de Chile cuide de que no vayan a sus tierras personas que a pretexto de cambalachear los roban. «10. Que sea buena la gente que se ponga en aquella nueva frontera y población, para recibir buen trato y evitar desavenencias. «11. Que [de] todo lo pactado se diese cuenta a este Superior Gobierno y a dicho Señor Presidente de Chile para que lo hagan saber y cumplir en sus respectivos distritos: e igualmente al Rey de quien se reconocieron fieles vasallos. «12. Que este vasallaje y fidelidad lo califique este Superior Gobier231

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no en pasaportes que expidan a los caciques, y capitanejos, concurrentes al mismo parlamento, e igualmente a los demás de su nación que no asistieron; para lo que dicho Dn. Miguel Telis, como presidente de él pase lista de todos»58. Hecho el acuerdo, se procedió a la erección del fuerte y villa. Con ese paso importante se aseguró por un largo tiempo la tranquilidad de la frontera austral mendocina59.

s

AHM, EC, Gobierno, carp. 30, doc. 49. ' LEVAGGI, Paz. en la frontera..., págs. 162-164.

232

CAPÍTULO

VIII

NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII (1)

1.

PACES CON LOS JICARILLAS EN 1723

El mayor problema que se le presentó a la Corona española en las provincias norteñas de la Nueva España fueron las acciones hostiles de las diversas parcialidades de la gran familia atapascana del sur o apache —lipanes, mezcaleros, gileños, jicarillas, etc.—. Se extendía por Texas, Nuevo México, Nueva Vizcaya, Sonora, Coahuila y Arizona, caracterizándose por no formar una comunidad, ni siquiera una confederación estrecha, sino ramas separadas, a menudo enfrentadas entre sí1. En torno a los apaches de guerra giró casi toda la estrategia ofensivo-defensiva en la región, que apeló a diferentes fórmulas para reducir a sus enemigos: cerco económico, fomento de las luchas entre naciones rivales, acciones bélicas y celebración de tratados2. Pero en contraste con los angloamericanos, que mayormente excluyeron de su sociedad a los nativos, España buscó la integración3. En 1723 los pacíficos jicarillas, amenazados por otras naciones aborígenes y por los franceses de la Luisiana, ofrecieron su vasallaje a los españoles. El 8 de noviembre de ese año, en Santa Fe, compareció el capitán Carlana ante el gobernador de Nuevo México, general Juan Domingo de Bustamante. Le representó que sus enemigos, los comanches, habían 1

BANNON, The Spanish Borderlands..., pág. 171. BATISTA GONZÁLEZ, La estrategia..., págs. 178-179. 3 WEBER, The Spanish Frontier..., pág. 12.

2

233

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asaltado su ranchería por sorpresa, matando muchos varones, y cautivado mujeres y niños. Al no sentirse seguros, ofreció vivir «en toda paz y quietud debajo del seguro de las armas de S. M., dándole desde luego la debida obediencia». Pidió el bautismo, y que se le formasen pueblos iguales a los de los nativos cristianos, con religiosos y un alcalde mayor que los gobernase. Bustamante reunió una junta de guerra. Esta resolvió que el gobernador pasase a las tierras de los jicarillas. Llegó, en efecto, el día 25, acompañado de fray Antonio Camargo, y fue recibido con muestras de regocijo. La relación que se estableció no tomó la forma de un tratado, pero sus términos no distaron de algunos de ellos. El 10 de enero siguiente informó al virrey, Marqués de Casafuerte, que todos expresaron «que querían ser cristianos, y ser vasallos del Rey nuestro Señor, y para el tiempo de la primavera me avisarían para que les señalase el sitio y lugar donde habían de hacer sus Pueblos, y les llevase Religiosos que los instruyesen y enseñasen los misterios de nuestra Santa Fe, con Alcalde mayor; y habiendo reconocido lo conforme de las voluntades les ofrecí el ampararlos y favorecerlos en nombre de S. M., con sus Reales armas de todos sus enemigos y en su consecuencia retenía, y admitía por sus Vasallos». El fiscal de lo civil de la audiencia de México, licenciado Prudencio Antonio de Palacios, en su vista del 2 de abril de 1724, tuvo en cuenta la obligación prescrita por las leyes reales del cuidado y desvelo en la «conversión, pacificación, y reducción de los indios» para considerar digna de toda atención la de los jicarillas. Propuso que se cometiese al gobernador dar las providencias convenientes a ese objeto, acudiéndoseles con lo necesario. La decisión fue favorable a su congregación en pueblos4. La alianza perduró en el tiempo. No se quebró pese a los tratados concertados por los españoles con los enemigos tradicionales de los jicarillas: los comanches5.

4

«Nuevo México. 1723. Autos y diligencias que se hicieron sobre haber pedido los Apaches de la Xicarilla y demás gentiles de aquellos países el agua del Santo Bautismo y congregarse al gremio de nuestra Católica Religión, ofreciendo el vasallaje y obediencia a S. M.» AGN.M, Provincias Internas, vol. 183, exp. 10. 5 WEBER, The Spanish Frontier..., pigs. 230-231; y FLAOER, Defensores..., págs. 142-143. 234

NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII (1)

2.

SERIE DE CAPITULACIONES CON LOS LIPANES ENTRE AGOSTO DE 1749 Y ENERO DE 1799

España intentó varias veces influir en las tribus situadas al norte y al oeste de la línea que corría desde San Juan Bautista, sobre elríoGrande, hasta Los Adaes, en la Luisiana, pasando por San Antonio, para contrarrestar la influencia que en esa región ejercían los franceses6. En el presidio y villa de San Fernando, en Texas, con la mediación de los religiosos de la misión vecina de San Antonio de Valero, y ante cuatro capitanes «Lipanes, y Apaches» (por referencia, seguramente, a otra de las ramas de la apachería), se formalizaron paces el 19 de agosto de 1749. Habría sido este uno de los primeros tratados de paz hechos con parcialidades de esa familia. Hasta donde permite saberlo la documentación disponible, fueron unas paces solemnes, mas sin poderse afirmar que fueran escritas. Se trató —dijo mucho después Domingo Cabello— de la devolución de prisioneros y «asuntos de las Paces». Las autorizó la concurrencia de misioneros, guarnición, vecindario, capitanes indios y su gente. Los últimos «abrieron un grande hoyo en medio de la Plaza, en el que pusieron un caballo vivo, una hacha, una lanza, y seis flechas, y tomando de la mano los Capitanes indios al de este Presidio lo llevaron a que viese el hoyo, dándole tres vueltas alrededor de él, lo mismo que hicieron sucesivamente con los PP. Misioneros, y vecindario, y fenecida esta ceremonia, y colocados en sus respectivos puestos hicieron una seña, y acudieron todos al montón de tierra que habían sacado del hoyo, y la echaron sobre el caballo, hacha, lanza, y flechas hasta que los taparon, con cuyas ceremonias dieron a entender quedaba ya la guerra enterrada, a que precedió el que dieron los indios unos grandes alaridos, y nuestra gente pronunció por tres veces Viva el Rey»7. Los apaches lipanes ocupaban el oeste de Texas. En sus inmediaciones, los franciscanos fundaron en 1757 la misión de Santa Cruz de San Sabá, sobre el río San Sabá, cerca del presidio de San Luis de las Amarillas, con la esperanza de evangelizarlos. Unos años antes, se había considerado e intentado con escaso éxito su reducción8. El auditor de guerra del virreinato de la Nueva España, Marqués de 6

WEBER, op. cil, pág. 188.

7

CABELLO a Matías DE GÁLVEZ: San Antonio de Béjar, 30/9/1784. AGN.M, Provincias Internas, vol. 64, exp. 2, fs. 87-149. 11 A las relaciones variables con los apaches en el tercer cuarto de la centuria se refiere MORFI, History..., II, págs. 300-414.

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Altamira, dictaminó ser justo y debido que no sólo se admitieran, sino que se solicitaran y diligenciaran de paz, «que se les procure docilitar, civilizar, y congregar a vida sociable, y política en pueblos, y que para ello se les asista de cuenta de S. M. no sólo con la administración espiritual sino también con lo preciso a su temporal manutención, todo el tiempo que tardaren en habilitarse a poder por sí mantenerse, como siempre lo ha practicado, y practica S. M. con todas las naciones de indios gentiles recién pacificados, y congregados, que quiere sean para ello acariciados, agasajados, suavemente tratados, y con el mayor tiento y buen modo atendidos». La congregación debía verificarse lejos de sus antiguas rancherías y de las naciones enemigas, al resguardo de las armas españolas. A su juicio, una vez pacificados y congregados, por solo su comodidad temporal de vivir sociables, quitados de temores y castigos, y aun sin el fin espiritual, se mantendrían en lo ofrecido. Si acaso faltaban a ello, querer contenerlos por la fuerza de las armas era empeorarlos, pues al fin lograrían irse, irritados, a ejercitar sus crueles venganzas9. Las relaciones de los franciscanos de San Sabá con los naturales fueron conflictivas. Después de atacar la misión, las naciones pidieron la paz. El parecer del fiscal de lo civil de la audiencia de México, Juan Antonio Velarde y Cienfuegos, fue que lo hacían a consecuencia de haber experimentado el golpe de las armas españolas y «a vista de la facilidad con que se les franquea», pero que pocas veces permanecían en ella. Una vez que se veían libres de las armas y asegurados con la paz, con frecuencia cometían sus insultos, cuando no, con «frivolos efugios, y mal fundados pretextos», diferían la reducción a vida política y cristiana que habían prometido1". Juan María Vicencio, barón de Ripperdá, asumió en 1770 el gobierno de Texas. Se preocupó por mantener buenas relaciones con los aborígenes, sobre todo los del norte, con la esperanza de que contribuyesen a detener las usurpaciones de los colonos británicos y franceses. Desde el año anterior era gobernador del distrito de Natchitoches, sobre el río Rojo, próximo al fuerte Los Adaes, Atanasio De Méziéres. Lo9 México, 31/1/1750. «Testimonio de los autos fechos sobre la reducción de los indios gentiles de la nación Apache», cuaderno 4o A, fs. 5 v.-8. AGÍ, México 1933 A. 10 México, 16/8/1762. «Testimonio de los autos fechos a consulta del Gobernador de la Provincia de Texas, en que da cuenta de haberle presentado, y pedido los indios, que insultaron la misión de San Sabá, se interesara, e intercediese por ellos, a fin de que se les concediese paz, bajo de varias condiciones», cuaderno I o A, fs. 14 V.-21. AGÍ, México 1933 A. Observa SPICER, Cycles..., pág. 243, que los contactos de los apaches con los españoles durante el período de los tratados fue exclusivamente con los soldados y colonos, no con ¡os misioneros, siendo reunidos alrededor de los presidios.

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gró reunir, a comienzos de 1771, «como a cien leguas río arriba en la nación de los Caodachos», amiga de los españoles, distinguida con medalla y bandera, a mucha parte de los principales capitanes de las naciones hostiles, para tratar la paz en Texas, y hacerles ver que ya no eran franceses —lo habían sido antes— sino vasallos del rey de España. Aunque se mostraron bien dispuestos, no accedieron entonces a bajar al presidio de Los Adaes, ni al de San Antonio de Béjar, para entrevistarse con Ripperdá. Por eso, y por sospechas de un posible ataque, De Méziéres se abstuvo de regalarlos". Tiempo más tarde, el comandante inspector de presidios internos, Hugo O'Conor, que se había acercado a las rancherías de los lipanes con el ánimo de batirlos, recibió a varios de sus capitanes y les propuso —«con todo el calor que supo darle mi celo, y práctico conocimiento que me asiste del modo de pensar de éstos [...] en voces claras e inteligibles»— que se redujeran a misiones, congregaran a pueblos, entregasen los cautivos, restituyeran las caballadas, e hicieran guerra al abrigo de las armas españolas contra los enemigos que hostilizaban a esas provincias. Le respondieron que, desde hacía muchos años, estaban en paz con los españoles, pero que de ninguna manera querían sujetarse a misión, ni congregarse a pueblo; que no tenían cautivos; que la caballada herrada en su poder se la habían quitado a los comanches con peligro de sus vidas, por lo que no les parecía justo devolverla; que estaban prontos a hacer la guerra a esa nación siempre que los llamasen los españoles; y que se mantendrían en la más constante amistad. La respuesta, que no derivó en ningún acuerdo solemne, fue interpretada por el virrey Francisco de Bucareli y Ursúa como una «mala muestra de sinceridad» de su parte12. La resistencia a admitirles paces fue siempre muy fuerte13. Al año siguiente los lipanes ratificaron la paz con O'Conor por medio de su capitán Cabello Largo, considerado «el de más séquito» entre ellos, y a quien el virrey mandó expedir el título de general de su nación, pensando que sólo él sería bastante para conservar la fe que renovaban14. 11 RIPPERDÁ a Teodoro DE CROIX: San Antonio de Béjar, 12/2/1771. AGN.M, Provincias Internas, vol. 100, exp. 1, fs. 55-56 v. 12 O'CONOR a BUCARELI: San Fernando de Austria, 31/3/1773. AGÍ, Guadalajara 513. BUCARELI a Julián DE ARRIAOA: México, 27/3/1773. AGÍ, ídem; y AGN.M, Correspondencia de Virreyes, I a serie, vol. 36, n° 833, fs. 23-28. 13 Entre otros ejemplos, en AGN.M, Provincias Internas, vol. 64, hay abundante documentación de los años 1777 a 1784 sobre pareceres contrarios a las paces con los lipanes. M BUCARELI a ARRIAGA: México, 26/9/1774. AGN.M, Correspondencia de Virreyes, I a serie, vol. 58, n° 1523 y j 524, fs. i 9-25.

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Singulares paces estableció el comandante general de las provincias de oriente, coronel Juan de Ugalde, con tribus lipanas, en el valle de Santa Rosa, Coahuila, el 11 de agosto de 1787, tras haber rechazado y despreciado anteriores ruegos suyos en ese sentido. «No hubo medio que no toqué para probar si era vocación perfecta el venirse conmigo, y a la verdad fue tanto el desprecio, y amenazas que les hice que sólo de mí las pudieran haber aguantado» —escribió, haciendo gala de soberbia y superioridad15—. «Híceles saber se las concedía de lástima que les tenía —añadió— por tres lunas para que en ese tiempo experimentara sus procederes, y ellos el mío, que si [a] unos, y otros no nos acomodaba volveríamos a la guerra, o antes si mediaban motivos, que era la que a mí me convenía, para acabarlos de una vez. Que ellos habían de reconocer por cabeza principal al Capitán de su Nación (y es el que tengo nombrado y le puse Juan) pues en eso hacía lo propio que me habían dicho. Que se han de arranchar inmediatos unos a otros desde las cabeceras del Río de Savinas hasta el Paso de Longoria. Que correrían venados, jabalíes, liebres, y otros animales que no escasean desde ese paraje hasta el Río Grande del Norte por el de las Vacas, con lo que y media ración que les ministraría de carne, maíz, algún piloncillo, y tabaco se podían mantener. Que del menor daño me habían de salir responsables, y serían castigados severamente. Que han de perseguir a los que los causaren junto con la tropa y que desde luego a unos 7 indios que andan sin cabeza desde que se les mató por el Teniente Menchaca, porque ejecutan bastantes, ofreciéndoles por cada cabeza cuatro caballos con sus frenos. En fin que veríamos de aquí a tres meses cómo se portaban para ampliarles el tiempo. Debiendo también estar entendidos que la paz la habían de guardar con cuantos se nombraran españoles e indios reducidos. A todas estas proposiciones, dichas con imperio, y sobre paces rogadísimas por los enemigos, no a ellos como se han practicado en Texas, me respondieron las cumplirían exactamente, manifestando mucha alegría...»16. Fue, probablemente, el caso más extremo de concesión de paces a naturales, rayano en la humillación. Salvo la media ración prometida, todas las obligaciones recayeron sobre ellos. 15 El virrey Conde de REVILLA GIOEDO, que lo calificó de «carácter incorregible e insubordinado», lo destituyó pocos años después. Conf. REVILLA GIGEDO al ministro CAMPO DE ALANGE: México. 22/3/1791. AGN.M, Correspondencia de Virreyes, Ia serie, vol. 163, n° 235, fs. 146-151 v. 16 UGALDE a Jacobo DE UGARTE: Valle de Santa Rosa, 12/8/1787. AGN.M, Provincias Internas, vol. 112, exp. 1, fs. 96-100 v.

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El 10 de julio de 1787 Ugalde había ajustado paces con el caudillo principal de los apaches lipiyanes y de otras ramas de la apachería, Picaxande Ins-tinsle, conocido también por el Calvo, en las márgenes del río Puerco, ratificadas por los mismos en el valle de Santa Rosa, en 5 y 6 de marzo del año siguiente. En esta oportunidad le dijo Ugalde, con el tono enérgico que lo caracterizaba, que sólo estimaba la paz porque conocía que la había de cumplir, siendo incapaz de faltar a su palabra, y que le entregaría o castigaría a cuantos osaran interrumpirla o quebrantarla. Por su parte, Picax-ande Ins-tinsle manifestó que, pese a ser capitán de muchos capitanes, jamás había empleado su poder contra los españoles, rechazando las demandas hostiles de los mescaleros, sendes y otras parcialidades. Tampoco había querido antes pedir la paz, porque tenía visto faltar, tanto los españoles como los indígenas, a las muchas veces celebradas en Nuevo México, siendo su modo de pensar opuesto a tales quebrantamientos. Hacía dieciocho o diecinueve años, las habían ajustado en el Paso del Norte, y en 1779, 1780 y 1781, en el presidio. El comandante lo invistió con el título de «Capitán, y Caudillo principal de las Naciones Lipiyana, Lipana, Mescalera, Sende, Nit-ajende y Cachu-ende», que el virrey le había otorgado, entregándole el bastón símbolo de su autoridad17. Las paces con parcialidades lipanas, que fueron o no las mismas, se repitieron. Hacia diciembre de 1790 las negoció Jacobo de Ugarte, comandante general de provincias internas, con capitancillos que se le presentaron en San Fernando y en el mismo valle de Santa Rosa. Serían ratificadas ante el brigadier Pedro de Nava, que por entonces sucedía a Ugarte en la comandancia. Las capitulaciones bajo las cuales se acordaron las paces fueron las siguientes: «Primero: se obligan a devolver todos los cautivos que existan en su poder y de parte nuestra sólo aquellos que no se hallen bautizados. Segundo: que siempre que se experimente alguna hostilidad o daño en cualquiera parte de estos interiores dominios del Rey de España, entregarán al autor de él, si es alguno de los individuos de su Nación, a fin de que se le imponga por nuestra parte el castigo correspondiente a la gravedad de su 17

«Diario en que extractadaraente se comprende cuanto ha ocurrido en la Línea de Frontera de las Provincias Internas de Oriente con motivo de haberse presentado al Coronel D. Juan DE UGALDE, Caballero del Orden de Santiago y Comandante General de ellas, el famoso Capitán PICAX-ANDE INS-TINSLE...» AGN.M, Provincias Internas, vol. Ill, exp. 2, fs. 205-219 v.

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delito. Tercero: que a los Lipanes de abajo se les ha de permitir vivir en todas las inmediaciones de San Antonio de Béjar hasta la Villa de Laredo y que a los de arriba no se les ha de embarazar el formar sus rancherías cerca de San Fernando y Presidio de Río Grande»18. Al dar cuenta de la empresa al virrey, Conde de Revilla Gigedo, le dijo que fueron tres los «artículos o pactos» bajo los cuales se obligaron los lipanes a guardar inviolablemente la paz que solicitaban, estimulados del miedo a las armas españolas. Volvió a exponerlos: «Primero deben estar prontos a devolver todos los cautivos que existan en su poder, y de parte nuestra sólo aquellos que no se hallen bautizados: segundo, siempre que se experimente alguna hostilidad, o daño en estos interiores dominios del Rey de España, entregarán al autor de él, si es alguno de los individuos de su Nación, a fin de que se le imponga por nuestra parte el castigo correspondiente a la gravedad de su delito: tercero, a los Lipanes de abajo se les ha de permitir vivir en todas las inmediaciones de San Antonio de Béjar hasta la Villa de Laredo, y a los de arriba no se les embarazará formar sus rancherías cerca de San Fernando y Presidio de Río Grande, para que de cerca podamos observarles sus movimientos». Los emisarios llegados de la frontera de Texas ratificaron las paces ante el nuevo comandante en la villa de San Fernando. En cambio, los de la frontera de Coahuila no pudieron hacerlo, por tener que cuidar a sus familias, perseguidas por los comanches19. El 8 de febrero de 1791 parcialidades lipanas de arriba concertaron la paz con Pedro de Nava. El documento que se redactó con tal motivo dice lo siguiente: «Convenio ajustado por el Brigadier Dn. Pedro de Nava Comandante General de Provincias Internas con los indios de la Nación Lipana conocidos por los de arriba, que se han presentado en la Villa de San Fernando solicitando la Paz por medio del Caudillo principal, que es José Antonio, a quien se unieron los Capitancillos Malabe, el hijo de Cabello Largo, el del Valazo, y Ayatindé, acompañados de siete gandules, y siete mujeres, el día ocho de Febrero de mil setecientos noventa y uno que se celebró. «Artículos propuestos por el Comte. Gral. «I o Que José Antonio sea el capitán principal que gobierna a los de 1!i UOARTE a NAVA: Hacienda de Palau, 28/12/1790. AGN.M, Provincias Internas, vol. 224, exp. 6, fs. 433-434 v. il > UGARTE al Conde de REVILLA GIGEDO: Villa de la Monclova, 5/1/1791. AGN.M, Provincias Internas, vol. 159, exp. 4, fs. 561-563.

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su parcialidad a fin de que estén subordinados, y le reconozcan por tal, para que responda y dé satisfacción de los daños que puedan causar los indios de ella. «Respuestas de los indios «- Que todos se conforman con que sea el Capitán principal José Antonio, a quien obedecerán, deseosos de que se verifique lo propuesto en este Artículo. «2 o Que han de entregar todos los cautivos cristianos que tengan en su poder sin que se les dé cosa alguna por vía de rescate, y que han de solicitar los que haya en otras Rancherías. «- Que no tienen los presentes ningún cautivo en sus Rancherías, pero que harán diligencia en las demás que están distantes, y los traerán. «3 o Que no han de pasar en la Provincia de Texas del Arroyo nombrado el Atascoso, ni del de las Vacas manteniéndose no distantes de los Presidios que forman la línea de Coahuila y Laredo, donde podrán hacer sus siembras. «- Que así lo ejecutarán. «4° Que desde luego han de enviar sus emisarios a los Lipanes de abajo, para que inmediatamente se restituyan a sus antiguos establecimientos que tienen por límites el Arroyo del Atascoso, separándose totalmente del Río de Guadalupe en que se hallan. «- Ofrecen cumplirlo, y piden para ejecutarlo con seguridad, el Pasaporte correspondiente a la Provincia de Texas. Se les entregó el Pasaporte. «5 o Que si no conviniesen los referidos Lipanes de abajo a retirarse del Río de Guadalupe, ha de encargarse a los emisarios persuadan a los que puedan, se vengan a unir con los reducidos, pues de lo contrario sufrirán el castigo de nuestras Armas, que será preciso emplear contra los que por su terquedad resistan retirarse de aquel destino, advirtiendo a los que lo verifiquen, serán tratados con las mismas franquicias que los que se han dado por Amigos. «- Prometieron ejecutar lo que se les previene en este Artículo. «6 o Que en caso de que alguno de los Lipanes de abajo, no condesciendan a venirse a los límites que se les señala, y por cuyo motivo sea necesario usar del rigor de nuestras Armas, no han de faltar los de este armisticio a lo estipulado en él. «- Que conociendo lo justo de esta demanda, no faltarán a la paz y amistad con los Españoles aunque éstos hagan la guerra a los de su Nación, que se obstinen no volverse a sus antiguos límites, pues en donde hoy se hallan están los ganados pertenecientes a los españoles y siempre han de hacer daño. 241

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«7° Que igualmente han de solicitar vengan a unirse con ellos todos los Lipanes de arriba que están con el Lipiyán (conocido entre nosotros por el Calvo) separándose totalmente de él. «- Que están esperándolos y que si tardan los harán venir. «8 o Que han de ser auxiliares nuestros en todo evento o rompimiento de guerra en que soliciten, contra cualquiera Nación a quien se la declaremos. «- Prometen ser nuestros auxiliares contra todos los que sean enemigos de los Españoles. «9 o Que siempre que se experimente daño, por algunos Lipanes de los de la parcialidad amiga, de que se dará aviso a su Caudillo José Antonio, debe éste con los demás de ella perseguir a los malhechores, obligándolos a que los restituya, y castigándolos a proporción del exceso, o entregándolos si se les pidieren por nosotros para que se les imponga la pena que merezcan. «- Que si es sólo robo, se restituirá y se azotará en una Picota, y si ha hecho muerte, que lo matarán de que seremos sabedores. «10° Que cuando corran mesteñas han de devolver las bestias que cojan de fierro conocido, bien sean de la tropa, vecinos, o indios de Misión, o Pueblo, a satisfacción del Sargento Joaquín Gutiérrez, u otro de nuestra parte, se destine con ellos a este fin. «- Dicen que las bestias que cojan en los corrales que hagan, las entregarán a sus dueños; pero que las que cojan en el campo a lazo, les han de dar éstos una gratificación por el trabajo que tienen y lo que maltratan sus caballos. «11° Que podrán entrar libremente en nuestras poblaciones de la frontera, a vender, y cambalachar los cíbolos y demás efectos que poseen, y puedan adquirir sin perjuicio nuestro, y manejándose en su detención y retirada de las citadas poblaciones sin hacer perjuicio alguno. «- Ofrecen cumplir lo que se les propone. «Nota «El Capitán José Antonio, como Caudillo de los Lipanes de arriba pidió se le diese Copia de este Convenio, lo que se le concedió. «Concluida esta Capitulación: Yo el Comandante General Dn. Pedro de Nava, presentes todos los individuos relacionados al principio de ella, entregué a José Antonio Capitán nombrado para los Lipanes de arriba un bastón, por el cual queda constituido por principal Jefe de su parcialidad mandando se le extienda el Título de tal, y entregándole una bandera que solicitó él y los demás, con expresión de que tuviese una Cruz que no fuese encarnada; obsequiándole con un vestido decente. Igual242

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mente dispuse se regalase a proporción a los demás Capitancillos, Gandules, y Mujeres de la citada parcialidad que estuvieron presentes a este acto; y fenecido se retiraron todos muy contentos haciendo los mayores ofrecimientos, y protestas de una perpetua sincera amistad y reconocimiento: habiéndose hallado presentes en todo lo ejecutado, el Ayudante Inspector Dn. Juan Gutiérrez de la Cueva, y el Teniente Dn. Leandro Martínez Pacheco, único Oficial de la Compañía de Aguaverde, que se halla en este Puesto. Villa de San Fernando, 8 de Febrero de 1791. Pedro de Nava»20. El virrey Conde de Revilla Gigedo fue escéptico acerca del resultado de las capitulaciones: «dudo que esos indios puedan o sean capaces de cumplirlas», dijo a Nava. En su opinión, nunca podría conseguirse que fueran enemigos de sus mismos compañeros y compatriotas, como se obligaban por el artículo ocho. No lo estimó posible, a menos que pretendieran acreditarlo con las «falsedades y engaños que acostumbran». Tampoco creyó posible su separación de los lipiyanes, «sus amigos y parientes», y de su capitancillo conocido por el Calvo, de que trataba la capitulación siete, con el agravante de que no podría justificarse el incumplimiento, dada la dificultad de reconocer las rancherías lipiyanas y de distinguir individuos de una misma nación, idioma, carácter, costumbres, fisonomía y vestuario. Del mismo modo, le pareció imposible obligarlos a que guardasen los límites territoriales que se les imponían, porque era como «poner puertas al campo inmenso que abrazan los desiertos de esas fronteras»21. Simultáneamente, los lipanes de abajo, que habitaban las fronteras de Texas, intentaron ajustar paces en esa provincia22. Enterados de la celebración del convenio con los de arriba, se presentó el capitán Zapato Sías ante el gobernador texano, teniente coronel Manuel Muñoz, el 13 de abril siguiente, para tomar conocimiento del mismo. Leídos y explicados que le fueron los once artículos, respondió que él y toda su gente lo guardarían y cumplirían bajo de las mismas condiciones, por ser todas buenas, y se comprometió a entregar los cautivos que tenía en su poder23. 20

AGN.M, Provincias Internas, vol. 162, exp. 15, fs. 490-491 v.; y vol. 224, exp. 6, fs. 469-471 v. 21 Borrador. REVILLA GIGEDO a NAVA: México, 16/3/1791. AGN.M, Provincias Internas, vol. 224, exp. 6, fs. 472-477. 22

Conf. REVILLA GIGEDO a CAMPO DE ALANGE: México, 3/3/1791. Borrador. AGN.M,

Correspondencia de Virreyes, I a serie, vol. 163, n° 210, fs. 108-112 v. 23 Acta: San Antonio, 13/4/1791. AGN.M, Provincias Internas, vol. 162, exp. 13, fs. 424-v.

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Los jefes españoles se debatían entre la paz y la guerra con los lipanes. Pedro de Nava, partidario de la paz; el sucesor de Ugalde, Ramón de Castro, de la guerra24. En esa circunstancia, el virrey se inclinó a seguir las instrucciones dadas por su antecesor Bernardo de Gal vez en 1786 para las provincias internas, las que preferían, como más fructuosa, una mala paz con todas las naciones que la solicitasen, que los esfuerzos de una buena guerra. Ello sin perjuicio de empeñarlas en su destrucción recíproca, y quedando a la mira de amparar y proteger a las que pretendían de buena fe sus auxilios25. Pero no dejaba de dudar, como expuso después a la corte, temeroso de tomar una determinación que fuese aventurada26. Probablemente, a instancias de la Corona, autorizó a Nava celebrar las paces que le solicitaban, previo ponerse de acuerdo con Castro, y siendo su observancia interina, hasta que él mismo las aprobase. Castro intentó resistir la instrucción, pero esa vez Revilla Gigedo fue categórico: «todo esto debe ejecutarse sin demora, pues en el caso de que el Sr. Comandante General Dn. Ramón de Castro no pueda entender en el asunto, porque se lo impidan el quebranto de su salud, o los motivos que expresa [...], comisionaré como ya he dicho a otro Jefe que se encargue de las treguas, del ajuste y celebración de las paces con los Lipanes»27. Para entonces, Castro ya se había allanado28. Las capitulaciones de paz que redactó Nava para los lipanes de arriba y abajo son las siguientes: «Ia Que deban cesar desde luego las hostilidades en las Provincias de Nueva Vizcaya, Nuevo México, Coahuila, Texas, Nuevo Reino de León, y Colonia del Nuevo Santander, sus presidios, poblaciones, haciendas y ranchos, tanto por los Capitanes y rancherías que desean nuestra amistad como por los dependientes de ellas que no estén presentes, y a quienes deberán despachar inmediato aviso de este convenio. «2a Que en el acto de formalizarse la Paz entregarán de buena fe todos los cautivos que tengan en su poder de cualesquiera de las Provincias, siendo de su obligación recoger los que estén en otras rancherías para veM NAVA a REVILLA GIGEDO: Chihuahua, 3/2/1792. CASTRO a ídem: Valle de Santa Rosa, 10/9/1792. AGN.M, Provincias Internas, vol. 170, exp. 1, fs. 203-205 v. y 2-31, respectivamente. 25

Borrador. REVILLA GIGEDO a CAMPO DE ALANCE: México, 27/5/1791. AGN.M, Corres-

pondencia de Virreyes, 1° serie, vol. 163, n° 267,fs. 186-191 v. Vid.: Instrucciones..., 29. 26 ídem a ídem: México, 30/6/1792. Idem, vol. 167, n° 615, fs. 151-153. 27 REVILLA GIGEDO a CASTRO: México, 17/10/1792. AGN.M, Provincias Internas, vol. 170, exp. 1, fs. 34-115 v. 28 CASTRO a REVILLA GIGEDO: Valle de Santa Rosa, 15/10/1792. ídem, fs. 117-118 v.

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rificar lo mismo: bajo el concepto de que se les darán por nuestra parte todos los prisioneros Lipanes de ambos sexos que se hallen en las Provincias. «3a Luego que lleguen a los parajes de frontera que elijan para su establecimiento, deberán las rancherías Lipanas pesentar al Comandante militar inmediato todas las bestias que posean actualmente adquiridas en la guerra, o de cría propia, para que se les ponga un hierro o señal que manifieste pertenecerles en propiedad, sin que en lo sucesivo tengan los dueños españoles acción a demandar las primeras. «4a Siempre que despachen los Comandantes militares partidas de tropa a las rancherías situadas a sus inmediaciones, deberán los Jefes de ellas no impedir ni resistir que reconozcan la caballada por si encontraren bestias sin el hierro prevenido, las cuales tendrán obligación de entregar para que se restituyan a sus dueños pues esto conduce por acreditar sus buenos procedimientos. «5a Que asimismo han de permitir el reconocimiento de sus rancherías cuando nuestros destacamentos persigan algunos malhechores que hubieren causado daños o robos en contravención de lo estipulado, entregándolos al Comandante que la fuere mandando para que se castiguen según las circunstancias. «6a Se obligarán a concurrir con las tropas en persecución de nuestros enemigos, siempre que se les mande por el Comandante General, Gobernador de la Provincia, o Comandantes Militares inmediatos, entendiéndose que deben ejecutarlo aun contra indios de la misma Nación Lipana que no quieran reducirse de paz, o que después de admitida la rompan y quebranten. «7a Cada Capitán de ranchería señalará luego el terreno en que haya de establecerse en la frontera de las Provincias de Coahuila, Texas, y Colonia del Nuevo Santander, expresando el paraje o parajes donde se transferirá con ella en ciertas temporadas del año para sus cacerías, carneadas y cosechas de las frutas silvestres de que se alimentan, bajo el concepto de que si conviniese a algunas fijar su residencia en las inmediaciones del Presidio del Norte perteneciente a ésta de Nueva Vizcaya y lo solicitaren voluntariamente, no se les embarazará que lo ejecuten: entendiéndose que así los Lipanes de Arriba como los de Abajo no han de traspasar los límites en que se convenga, para su situación y especialmente por la parte de la Provincia de Texas. «8a Que en ella no han de hacer los destrozos de ganados mesteños que acostumbraban antiguamente así en sus carneadas como en las partidas que llevaban para cambiarlas con sus aliados: pues de esto se seguirá la aniquilación de la especie con perjuicio de los mismos Lipanes y de la 245

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subsistencia de nuestra gente, que tienen un derecho a procurar su conservación y aprovecharse de él como que nace y se cría en nuestros terrenos. «9a Siempre que una o varias rancherías quieran mudar de terreno, ir a sus cacerías, carneadas, o a cosechar frutas, lo harán presente al Comandante militar inmediato para que les dé Papel de Licencia, a fin de que nuestras partidas no las ataquen, considerándolas enemigas, como sucederá si no lo ejecutan con este requisito, observándose igual formalidad cuando algunos individuos de ellas vayan a visitar sus parientes o amigos que estén en otras. «10. A todo Lipán que tenga mujer y se establezca fijamente dentro de los Presidios, o a distancia de dos a cuatro leguas cuando más, se le suministrará semanariamente por cuenta del Rey para su manutención, dos almudes de maíz o trigo, cuatro cajillas de cigarros, un piloncillo, medio puñado de sal y una ración de carne (cuando la hubiese) de treinta y dos en que ha de dividirse una res: y si fuere Capitancillo se le aumentará un piloncillo y dos cigarreras; debiéndose dar por cada persona grande que haya más en la familia, la mitad de lo expresado; la cuarta parte por todo muchacho, o muchacha que baje de trece años y nada por las criaturas de pecho, excusándose suministrar cigarros a los menores de siete años. «11. Si a la Nación acomodare elegir dos Capitanes Superiores que mande el uno los Lipanes de Arriba y el otro los de Abajo lo ejecutará libre y espontáneamente, avisando los que fueren para que el Comandante General los confirme con sus nombramientos, en virtud de los cuales deberán los Jefes particulares de las rancherías reconocerles subordinación: contribuyendo así éstos como aquéllos a la conservación fiel de la Paz, castigando a los que intenten turbarla, o entregándolos para que los contengamos nosotros. «12. Admitidas estas condiciones se permitirá a los Lipanes que entren en nuestros Puestos de frontera y poblaciones inmediatas a ellos a cambiar y comerciar sus efectos, dejando precisamente en los Cuerpos de Guardia las armas para recogerlas a su retirada». Nava comunicó las capitulaciones a Castro, para que las considerase, adicionase o rectificase. Los lipanes, incluidos varios abajeños, aguardaban en las márgenes del río Colorado, en el paraje llamado la Picota29. Entre 1792 y 1793 se ajustó el tratado con ia provincia de Nueva Vizcaya. Los lipanes permanecieron quietos por varios años30. La capitulación diez no formó parte del tratado final, si se tiene en cuenta que el mismo texto fue adoptado en 1799 por la colonia del Nuevo Santander y el Nuevo Reino Chihuahua, 14/9/1792. AGN.M, Provincias Internas, vol. 170, exp. 1, fs. 384-390. FAULK, The Last Years..., pág. 70.

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de León, como lo diré enseguida, y no lo integra. Por entonces comenzó a cambiar el concepto desfavorable que los españoles tenían de dicha nación, llegando algunos a mencionarlos con simpatía y hasta a justificar sus invasiones, por los excesos de los propios contra ellos31. El 27 de enero de 1799 se presentó en Laredo ante Manuel Ignacio Escandón, conde de Sierra Gorda, gobernador de la provincia del Nuevo Santander, el capitán Chiquito. Lo hizo en nombre de toda la nación lipana, y solicitó establecerse en las inmediaciones del río Salado. El gobernador le habló de las ventajas que les resultarían si se mantenían en quietud y unión. Chiquito se impuso de las condiciones bajo las cuales se habían hecho las anteriores paces. Escandón lo halló de un «carácter sincero, de bondad natural, amable y de un discernimiento más que regular en su esfera», por lo que esperaba que guardaran las paces, tal como ofrecían hacerlo. Se fundaba en que, desde las paces de Texas de 1792, estaban atemorizados, sin hacer daño alguno, y a su regreso las habían ratificado. El jefe lipán le pidió permiso para llevar su nombre, a fin de ser más respetado por los suyos. Escandón accedió, le dio un papel para los gobernadores, capitanes y oficiales, suplicándoles que lo reconocisen por Manuel Ignacio de Sierra Gorda, y le puso al cuello un dobloncito con el retrato del rey32. Las capitulaciones que se hicieron fueron las mismas once ya reproducidas, más dos finales, a saber: «12. En todos los casos en que esta Capitulación hable con el Sr. Comandante general de las Provincias independientes debe entenderse en las del Nuevo Reino y Colonia con el Comandante en jefe quien si no tuviere autoridad en algún caso le trasladará al Exmo. Sr. Virrey. «13. Que la línea por la parte del Oriente, ha de ser todo el camino que sale de esta Villa hasta el Río de las Nueces de la que no pasarán por ningún pretexto ni motivo para la parte de la Sierrita y Costa y sólo podrán establecerse en la citada línea para el Norte y por el lado opuesto todo el Río del Norte por su corriente el que no pasarán»33. Una vez celebradas las paces en Laredo, los indígenas quisieron ir a México para ratificarlas con el virrey. Así lo verificaron, recibiendo los regalos de costumbre34. 31

WEBER, Tha Spanish Frontier..., pág. 235. SIERRA GORDA a¡ virrey Miguel José DE AZANZA: Laredo, 13/3/1799. AGN.M, Provincias Internas, vol. 12, exp. 101, fs. 581-585. 33 Laredo, 30/1/1799. AGN.M, ídem, fs. 578-580 v. 34 AZANZA al ministro Juan Manuel ALVAREZ: México, 26/11/1799. AGN.M, Correspondencia de Virreyes, Ia serie, vol. 197, n° 557, fs. 430-432. 32

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ABELARDO LEVAGGI 3.

PACES CON LOS MESCALEROS EN JUNIO DE 1781, RATIFICADAS Y AMPLIADAS EL 5 DE SETIEMBRE, Y EN MAYO DE 1 7 8 7

Entre los recursos de que se valieron los españoles para debilitar a los apaches fue uno el aprovecharse de sus guerras intestinas, uniéndose ora al agresor, ora al agredido, o dejando, simplemente, que se destruyeran entre sí. En ese sentido, escribió el comandante general de provincias internas, Teodoro de Croix, que a los apaches mescaleros los tenía de paz en la Nueva Vizcaya, recelosos de que les rompieran la guerra los lipanes con el auxilio de los españoles. Dudaba de su promesa de reducirse a pueblos, mas no de que lo auxiliaran contra los lipanes y gileños. Tenía, pues, «alarmada y llena de temores y recelos» la apachería oriental, y él, en disposición de declararse por el partido que más le conviniera, y de ejecutar las empresas con menor aparato y gente que la que exigiría la unión estrecha de esa nación35. El Caballero de Croix comisionó el 20 de setiembre de 1779 al teniente coronel Manuel Muñoz a que, pese a la perfidia y trato doloso generalmente atribuidos a los indígenas, negociase paces con ellos, asistiese a quienes se radicasen voluntariamente en pueblos, regalase a los cabecillas con oportunidad y economía, precaviese la reconciliación entre mescaleros y lipanes, no les prometiese cosas imposibles ni les engañase, les permitiese el cambalache y trato decoroso, disimulase sus defectos leves y castigase a los autores de daños36. La gestión parece que se dilató. Muñoz participaba de la creencia en la mala fe de los apaches: «por sus palabras y exteriores se anota una cosa y por lo que hacen, otra». Ajustadas, finalmente, las capitulaciones, consiguió rescatar cautivos, el bautizo de seis mescaleros, y que algunos sirviesen como auxiliares contra los gileños37. Por la respuesta de Croix sabemos cuál fue el contenido de esas capitulaciones: «que se les formasen dos pueblos, que se agregasen a ellos algunos indios Sumas del Paso, y de la misión de Peyotes para que les enseñaran a cultivar las tierras, que se asistiera con los víveres necesarios a los que se congregasen en los pueblos por el término de un año, que se les amparase y defendiese de todos sus enemigos, que V. merced fuera su jefe, y protector, que reconocerían el vasallaje, y que servirían de auxiliares en 35 CROIX a DOMINGO CABELLO, gobernador de Texas: Chihuahua, 18/9/1779. AGÍ, Guadalajara 522. 36

NAVARRO GARCÍA, Don José de Gálvez..., pág. 372.

37

MUÑOZ a CROIX: Dolores, 16/6/1781. BNE, Manuscritos, n° 19.509, fs. 85-95.

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NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XV1H (1)

nuestras campañas contra los demás Apaches, y contra los mismos Mescaleros que faltasen al cumplimiento de las capitulaciones». El comandante general ordenó a Muñoz citar a los capitancillos para que ratificasen las paces y proponerles nuevas capitulaciones. Si el todo o parte de la nación las abrazaba, tomaría de inmediato las providencias que condujeran a su exacto cumplimiento por ambas partes, y se las comunicaría para su aprobación. No ocultó, empero, su desconfianza, tratándose de «indios bárbaros de perversas inclinaciones, y costumbres»38. Muñoz convocó, en efecto, a los capitancillos en el presidio del Norte, el 5 de setiembre de 1781. Les propuso las nuevas capitulaciones que, junto con las respuestas que dieron, fueron las siguientes: «Ia Que ningún Mescalero ha de pedir ni se le ha de dar cosa alguna de víveres, vestuario, municiones &a. sin que preceda la circunstancia de su formal radicación en el Nuevo Pueblo de Nra. Sra. de Buena Esperanza con los del Coyame, Sn. Eleazario o Chorreras, o de servir fielmente de auxiliar en nuestras Compañías contra cualquiera clase de enemigos y especialmente contra los Gileños. [Al margen:] Quedaron notificados y la orden dada al habilitado. «2a Que a los que se radiquen en cualquiera de dichos Pueblos se les asistirá con ración semanaria de víveres para ellos y sus familias y con los demás auxilios más precisos por el término de un año contado desde el día de su radicación. [Al margen:] Respecto a que la 2a, 3a y 4a Proposición se reducen a una respondieron a ellas lo siguiente. El Gobernador Alonso se convino a vivir con su familia en el Pueblo de Nra. Sra. de la Buena Esperanza. Patule respondió que siendo Alegre Capitán de mayor séquito se conformaba con lo que éste determinase. Alegre dijo que se convenía a lo propuesto por S. S. viniendo a vivir al Pueblo de Nra. Sra. de la Buena Esperanza. «3a Que ésta se ha de verificar subsistiendo siempre el todo o la mayor parte de sus familias no pudiendo salir ningún individuo de ellas a sus cacerías y acostumbrados desahogos del campo sin permiso de los Comandantes de los Pueblos, y por tiempo limitado. «4a Que el primer año se les harán las siembras por gente nuestra a jornal pero ayudando a este trabajo los mismos indios y particularmente sus hijos para que se enseñen y acostumbren a las labores del campo. «5a Que a los indios radicados formalmente en Pueblos con seguro domicilio que sirvan de auxiliares (finalmente acreditados) en las salidas que se hicieren, se les relevará de todo trabajo de siembra y fábrica y se 38

Arispe, 26/7/1781. BNE, ídem, fs. 113-130.

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les asistirá de tres reales diarios o con lo equivalente en bastimentos, caballos y demás que necesiten para las campañas, en cuyo servicio y no en otro han de emplarse. [Al margen:] Oyeron esta Proposición con gusto y Alegre dijo que proporcionaría hasta diez Auxiliares, y los Capitancillos que entrasen en él servirían con igual número. Gandules solos precio doble Prest. «6a Que a los indios radicados en Pueblos pero que sirvan de fieles auxiliares en las salidas para que se les llame, o aquéllos concurran voluntariamente se les socorrerá con todos los auxilios necesarios durante la operación de guerra, y que además se les gratificará separadamente por sus acciones particulares que hicieren según el premio que merezcan pero concluida la campaña y remuneradas sus fatigas no tendrán que pedir cosa alguna, y sólo podrán dispensarles las que se considere convenientes para conservarlos en la buena fe y aprovecharse de la utilidad de su auxilio oportuno. [Al margen:] Quedaron impuestos de esta Proposición. «7a Y por último que a los que no se radiquen en Pueblos ni sirvan de auxiliares en nuestras Compañías con crédito sentado de fidelidad se les tendrá por enemigos y no se les admitirá en los Presidios y poblaciones de frontera. [Al margen:] Quedaron notificados, se les dieron 20 días de término para que avisaran a los que quisieren abrazar la Paz sobre el pie propuesto, a solicitud de Patule que dijo tenía [...] lejos»39. Quienes se avinieron a establecerse en el pueblo de Nuestra Señora de la Buena Esperanza recibieron los auxilios prometidos. A comienzo de 1787 bajaron al presidio del Norte cuatro mescaleros —dos hombres y dos mujeres—, pidiendo la paz. Según el comandante José Antonio Rengel, la solicitaron obligados por el azote de los comanches40. En conocimiento Jacobo de Ugarte del suceso, dio instrucciones de que se les respondiera afirmativamente, pero que la negociación fuera con sus capitanes, a quienes se les propondría las capitulaciones siguientes: «Ia Que hayan de entregar desde luego todos los cautivos nuestros que tengan en sus rancherías, sin exigir muías, caballos u otros efectos. «2a Que en el instante han de abstenerse de hostilizar no sólo en el paraje donde se les admite sino también en los demás Presidios de esta Provincia, y la de Coahuila, sus pueblos y haciendas, pues de verificarse la más leve infracción en cualquiera paraje, volverán a ser tratados como enemigos. 39

Copia. BNE, ídem, fs. 98-106. RENOEL a DÍAZ: Paso del Norte, 30/7/1787. AGN.M, Provincias Internas, vol. 76, exp. 2, fs. 84 V.-89 v.; y vol. Ill, exp. 1, fs. 45-48. 40

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NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII (1)

«3a Que han de entregar de buena fe todos los españoles (aquí se incluyen indios, mulatos, y demás castas) que se hallen entre ellos, y se hayan pasado a su partido, guiándolos y ayudándolos en sus campañas, bajo el concepto de que los indulto de la pena de muerte que merecían por este delito y de que se les destinará a los pueblos de su naturaleza para que vivan aplicados y no reincidan en él. «4a Que las rancherías que soliciten la Paz podrán situarse a la inmediación del Presidio del Norte sobre la vega del río del mismo nombre, y que en él u otro paraje que sea conducente se les señalarán tierras para que las cultiven, y se radiquen, a cuyo fin les facilitaremos los auxilios necesarios. «5a Que no ha de asistírseles con ración, pues podrán mantenerse aplicándose al laboreo de las tierras y fomentar las crías de ganado ayudándose con la caza y mezcal; pero que para salir a la una, e ir a hacer el otro ha de ser con nuestra licencia y permiso. «6a Que para que les franqueemos los auxilios de que habla la condición 4a se han de establecer en pueblos formales o reunirse las rancherías a la inmediación del citado Presidio del Norte, teniendo su mando en calidad de Gobernador el Capitán de su Nación que ellos señalen; pero nombrándolo nosotros sin que se les precise a hacerse cristianos, si no quieren admitir nuestra religión. «7a Que en este estado y acreditándonos su buena fe les permitiremos la entrada en todos nuestros Presidios y Poblaciones, a tratar y hacer feria de sus efectos por los que necesiten nuestros, verificándose con igualdad recíproca; de forma que no se les inferirá perjuicio alguno en los cambios y permutas. «8a Que hemos de entrar en sus pueblos o rancherías cuando nos acomode, y que sus Capitanes han de constituirse responsables a dar aviso en el Presidio más inmediato de cualquiera novedad que ocurra capaz de perturbar la Paz que va a establecerse, a fin de que se castigue a los inquietos según las circunstancias. «9a Que expresen si la solicita generalmente toda la Nación Mezcalera, o algunas rancherías particulares, distinguiendo cuáles son éstas, los nombres de sus Caudillos, y el número de hombres, mujeres y niños, que las compongan. «10a Que han de manifestar las bestias que tengan al tiempo de bajar de paz para que se reseñen; en el supuesto de que no se les quitarán. «11a Y finalmente que en el caso de no estar conforme el todo de la Nación en reducirse de paz han de enviar las rancherías que se establezcan a convidar a las demás para que se bajen; y si no quisieren hacerlo 251

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deben acompañar en calidad de amigos y auxiliares a nuestras partidas de campaña que salgan a perseguirlas». El capitán Domingo Díaz, que era conocido de los mescaleros, recibió el encargo de gestionar la paz, junto con el comandante del presidio de San Carlos, capitán Juan Bautista Elguezával. Debían hacerles entender que, si se los admitía de paz, era únicamente porque se deseaba su bien, y para no destruirlos enteramente. En tanto subsistieran pacíficos y acreditaran buena fe no se les causaría daño alguno. De lo contrario, se les haría la guerra más vigorosa. Ugarte los facultó para variar las órdenes, de acuerdo a lo que se conferenciase, mas teniendo cuidado de no ofrecerles nada que no se les fuese a cumplir, ni cuya ejecución resultase perjudicial41. Alrededor de tres mil mescaleros, cuyas rancherías estaban en las inmediaciones del presidio del Norte, admitieron las condiciones. Ugarte adoptó de inmediato las disposiciones conducentes al cumplimiento de los compromisos contraídos, en especial, en lo relativo a la devolución de los indígenas existentes en cárceles y obrajes. Al comandante inspector José Antonio Rengel le señaló que, uno de los puntos más atendibles, era predisponerlos a que se radicasen, olvidaran sus cacerías y se acomodasen a vivir siempre inmediatos de los españoles, trabajando las tierras que se les asignaran. Tenía la esperanza —como dijo al Marqués de Sonora— en la duración de las paces, persuadido de que los apaches conocían ya sus ventajas. Si por algún incidente se alzaran algunos, seguramente quedarían muchos, aficionados a las comodidades disfrutadas42. El criterio a seguir era «continuar operando vigorosamente contra los enemigos que no quieran reducirse para obligarlos con la fuerza», «atrayendo por medios suaves a aquellos que se adviertan dispuestos a abrazar de buena fe la Paz»43. En mayo del mismo año Patule y el Quemado, alias Inddajildilchi, e Il-lydé, atacados por los comanches, solicitaron vivir quietos y seguros por la paz general. Según Rengel, a las capitulaciones respondieron lo siguiente: «A la Ia Que entregarían los cautivos y esperaban les dieran los suyos. «2a Conformes, y que ayudarían a buscar los malos. «3a Conformes. 41

UGARTE a DÍAZ: Chihuahua, 12/2/1787. AGN.M, Provincias Internas, vol. 76, exp. 2,fs. 14-17 v.; vol. I l l , e x p . 1, fs. 20-22 v.; y vol. 112, exp. l.fs. 22-25 v. 42 UGARTE a RENGEL: Arispe, 19/4/1787. AGN.M, Provincias Internas, vol. 76, exp. 2, fs. 40 v.-43. UGARTE a SONORA: Arispe, 16/4/1787. ídem, exp. 5, fs. 163-168 v. 43 UGARTE a SONORA: Arispe, 14/5/1787. ídem, fs. 169-178. 252

NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII (1)

«4a Que sólo les acomodaba la inmediación al Norte, y que vivirían de lo que puedan adquirir cazando, y se aplicarían a lo que sepan. «5a Conformes y que pedirán la licencia para salir. «6a Que cada uno pondrá su ranchería fija y familias junto al Presidio, porque pueden perjudicarles la unión, con respecto a haber entre ellos algunos malos, pero que no faltarían de allí, y que no dándoles auxilios por no reunirse, sin embargo buscarían de comer en el campo, conservando su residencia, pero no se acomodan al mando de uno de ellos, por desconfianza recíproca. «7a Conformes. «8a Conformes, y que ellos mismos presentarán sus rancherías. «9a Que del Calvo y Natagé nada saben por estar distantes, y que las rancherías de Patule y Quemado que están unidas, tendrán ochenta y cinco almas de todos sexos y edades, y no pudieron explicar después de infinito trabajo la diferencia de clases, ni aun de los gandules. «10a Conformes, y que presentarían en el Norte sus bestias, y en su consecuencia se le marcaron los dos caballos regalados. «11a Conformes». Rehusaron establecerse en ese paraje, pese a que se les ofreció auxiliarlos con ración, ínterin cogieran frutos propios. Alegaron para eso que los indígenas de las inmediaciones eran sus enemigos, y ellos, naturales de los terrenos que consideraban su patria. Pero cuatro capitancillos sí irían a vivir, por ser sus países desde el presidio de Pilares hacia allí. Ajuicio de Rengel demostraron «buen interior». Preguntados por los malos, que expresaba la capitulación sexta, señalaron «con misteriosa reserva» a Alegre como el origen del rompimiento de la paz anterior, acción que podría repetir. Fueron regalados y se marcharon el 22 de mayo44. El incidente que se había previsto sobrevino, en efecto, mas no provocado por los naturales. El coronel Juan de Ugalde, comandante general de las provincias del oriente, no obstante estar avisado de la conclusión de las paces, no se abstuvo de perseguirlos y hacerles cuanto daño pudo45. Un mes después Díaz informó a Ugarte que varios capitancillos se hallaban con sus rancherías en las proximidades del presidio del Norte46. De la documentación se desprende, sin embargo, que el ataque de las tropas de Coahuila los había inquietado, despertando en ellos deseo de ven44

AGN.M, Provincias Internas, vol. 76, exp. 2, fs. 60 V.-63. DÍAZ a UGARTE: Guajoquilla, 28/4/1787. Idem, vol. 76, exp. 2, fs. 28-29 v.; y vol. 112, exp. 1, fs. 35-36 v. 46 Presidio del Norte, 29/5/1787. AGÍ, Guadalajara 287. 43

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ganza, pese a que las autoridades superiores lo condenaron y trataron de repararles el quebranto. El propio Ugalde, que se preciaba de no haber tenido nunca amistad con los apaches, admitió la paz a algunos de sus capitanes el 11 de agosto de ese año «para conocer su palabra y fe»47. En vinculación o no con el incidente, los mescaleros opusieron reparos al cumplimiento de las capitulaciones. No sólo eso, sino que órdenes que dictó Rengel para «perfeccionar» las paces tuvieron que ser suspendidas por Díaz. Este le hizo saber que se había perturbado la reunión que iban haciendo los naturales en ese puesto; que jamás se sujetarían a conservar establecimiento ni mantenerse con ración, por no estar acostumbrados a esos alimentos y sí sólo a las semillas silvestres, venado y cíbolo; que amaban la libertad y vida ociosa; que los adultos nunca se acostumbrarían al cultivo de tierras ni otro trabajo; y que el género de paces que pretendían era: «que se les permita vivir en los terrenos donde se han criado; que no harán daño a los españoles ni a sus bienes, procediendo nosotros con igual correspondencia; que podamos perseguir a los suyos que nos hagan daño hasta castigarlos en sus propias rancherías (pero de suerte, que no pague el justo por el malhechor); que si averiguan ellos, que introducen en las rancherías algún robo, lo devolverán con los agresores, para que se castiguen por nosotros; y que no permitirán se rancheen los Gileños en los terrenos de ellos, y les evitarán se introduzcan a hostilizarnos por aquella parte, dando aviso, para que en este caso, se castiguen por las tropas, a cuyo fin contribuirán uniéndose a ellas». Observó que las paces que prometían eran totalmente opuestas a las condiciones cuarta a sexta de las dictadas por el comandante general, y que quedaban en la misma libertad y terrenos que antes, sin sujeción ni reconocimiento alguno a un gobernador o capitán de su nación que hiciera cabeza. En ese estado, consideró que cesaba para los españoles toda obligación de cumplir con lo propuesto, quedando en el pie anterior, con la sola diferencia de cesar la hostilidad recíproca y permitir el trato y comercio. Esperaría, de todos modos, la superior resolución del comandante general48. Ugarte previno a Díaz el modo de calmar las inquietudes de los indígenas, partiendo de la premisa de que sería en ellos más vehemente el sentimiento de agravio y deseo de venganza que el dolor mismo por las pérdidas sufridas, incluidos los parientes más próximos. Abrazaría los lenitivos 47 UGALDE al virrey Manuel Antonio FLOREZ: Valle de Santa Rosa, 174/1789. AGN.M, Provincias Internas, vol. 159, exp. 4, fs. 237-261. 48 RENGEL a DÍAZ: Paso del Norte, 30/7/1787. AGN.M, Provincias Internas, vol. Ill, exp. 1, fs. 45-48.

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NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XV1II (1)

que le proponía sólo en el caso de hallarlos con entera disposición a guardar las capitulaciones. Había que demostrarles la buena fe del proceder español y disipar los restos de rencor que podían guardar. Era necesario dejarlos en su absoluta y natural libertad, con reglas que los condujeran al buen uso de ésta. Libres todas sus acciones para lo bueno o indiferente, las tendrían limitadas y ceñidas para lo malo. Un arreglo mayor sería obra del tiempo, y del cuidado español por atraerlos al uso de sus propias comidas, vestuario y demás comodidades49. 4.

GESTIONES DE PAZ CON LOS GILEÑOS ENTRE 1775 Y 1789

Otra rama de la apachería, los gileños, emplazados en la región sudoccidental de Nuevo México, fue un arduo problema para los españoles511. En su concepto, sólo les interesaba la paz para practicar su comercio, pues a su abrigo insultaban impunemente las poblaciones. De ahí, que, ante sus solicitudes, el virrey Marqués de Croix hubiera considerado que se les debía negar, a menos que durante sus comercios depositaran en la prisión, como garantía, algunas personas principales, las que sólo recuperarían la libertad una vez acabados los cambios, sin haber causado extorsiones51. Un intento de concertar paces hecho en 1775 fracasó. Se habían presentado los gileños en el Paso del Norte, ofreciendo vivir quietos al abrigo de las armas reales. Aunque los españoles desconfiaban de sus promesas, conceptuaron oportuno entablar negociaciones. Antes que venciera el plazo fijado para que respondieran a las proposiciones, fueron acusados de robar en la jurisdicción y de violar la palabra empeñada52. Dos años más tarde, tras ser perseguidos, y ante la inminencia de una batalla, en las cercanías del presidio de Janos algunos capitanes —los llamados Nataneju, Pachiteju y el Zurdo— solicitaron la paz. Requeridas instrucciones por el teniente del presidio, Narciso Tapia, al capitán Muñiz, se inclinó a acordar una tregua con rehenes hasta tener la opinión del comandante inspector. Este, José Rubio, pese a que creía en su veleidad, ordenó que si pedían la paz con el fin de guardarla había que concedérsela, bajo de las condiciones siguientes, sin mudar cosa alguna: 4J

' Arispe, 30/10/1787. Idem, vol. 112, exp. 1, fs. 155-162.

50

ENOSTRAND, Arizona...

51

CROIX al gobernador de Nuevo México, Pedro Fermín DE MENDINUETA: 8/4/1769. AGN.M, Provincias Internas, vol. 103, exp. 1, fs. 41-v. 52 BUCARELI a ARRIAOA: México, 24/2/1775 y 27/3/1775. AGN.M, Correspondencia de Virreyes, I a serie, vol. 64, n° 1717 y 1760, fs. 13-15 v. y 31-33, respectivamente.

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ABELARDO LEVAOGI

«I a Que dentro del término de un mes han de entregar todos los prisioneros de ambos sexos que tengan en su poder para lo cual será bueno que se gane la voluntad a uno de los indios para que declare cuántos hay y en qué parajes a fin de pedir los que quieran ocultar. «2a Que verifiquen la entrega de las caballadas, y muladas que tengan en su poder con hierros de las Compañías presidíales y volantes, y de los demás vecinos de esta Provincia, la de Sonora, Nuevo México y Coahuila dentro del término de 30 días contados desde el día en que se celebren los preliminares, de modo que no les ha de quedar más bestias que las orejanas. «3a Que no han de tener comunicación ni trato con los enemigos del Rey, y que han de contribuir a hacerles la guerra con sus armas. «4a Que a cualquiera de los de su Nación Güeña que se le justifique haber robado alguna bestia, o bestias se le ha de castigar severamente, y el que mate a español, mestizo, castizo, o mulato ha de ser entregado a la Justicia de su Partido para que le castigue. «5a Que si bajo las referidas condiciones admiten la Paz serán protegidos de nuestras armas, y defendidos de todos sus enemigos: Que se les pondrán Padres que les enseñen, y cuiden de su conservación, sí así lo quieren, pues si no se les dejará vivir a su modo; y por último que a cualquiera capítulo de los arriba expresados que falten, se les declarará otra vez la guerra a sangre, y fuego». Si había acuerdo, Muñiz arreglaría el documento respectivo «con la mayor formalidad», en dos ejemplares, quedando uno en poder de la comandancia y el otro, con la firma de Rubio, lo tendrían los capitanes gileños53. Con respecto a la misma o a otra gestión paralela, el comandante general Caballero de Croix dudó seriamente de la buena fe de los indígenas. A su juicio, sólo pretendían ponerse a cubierto de la amenaza de los comanches. Suponía que no darían rehenes, ni cautivos, ni caballadas de las robadas; que nunca podría ser general la paz con toda la nación, por lo difícil que era ponerse de acuerdo «una muchedumbre de bárbaros dispersos, y sin cabeza, pues cada indio es una república libre», así que jamás sabrían cumplir y observar el «sagrado de las capitulaciones». Rubio debía admitirles la paz si se reducían a vivir en las poblaciones que se les indicaran, sin excusas ni pérdida de tiempo54. Se llegó al rescate de cautivos, mas se demoró la conclusión de las paces. Una instancia de gileños ante el capitán Juan Bautista Perú, del presi53

TAPIA a MUÑE: Janos, 15/12/1777. M U Ñ E a TAPIA: Carrizal, die. 1777. RUBIO a MUÑE:

Chihuahua, 21/12/1777. AGÍ, Guadalajara 276. 54 CROIX a RUBIO: Valle de Santa Rosa, 12/2/1778. AGÍ, ídem.

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dio de Janos, motivó que Croix diera nuevas instrucciones a Rubio. Sujetó toda aceptación a las condiciones mínimas siguientes: «Ia Que han de radicarse con sus familias, bien sea en el Presidio de Janos, o en otro paraje que se tenga por más conveniente y ofrezca las comodidades requisitas para una, o más poblaciones. «2a Que han de vivir en pueblos bien formados y arreglados trabajando en las fábricas de sus casas. «3a Que han de estar sujetos a sus órdenes inmediatas o a las de las personas que yo elija en calidad de Justicias para que los cuide y gobierne, nombrándose además a uno de los indios principales a quienes reconozcan por su Gobernador con los demás Ministros de República. «4a Que por término alguno han de andar vagantes, ni se han de ausentar sin expresa licencia de sus superiores. «5a Que en el pueblo o pueblos donde fijen su residencia, han de tenerla también los Padres misioneros que se necesiten para enseñarles el Catecismo, y la vida cristiana y racional. «6a Que a los hombres y mujeres grandes no se les obligará a que abracen por fuerza nuestra Religión Santa, ni que asistan a la misa y doctrina de los Sagrados dogmas, pues todo lo han de hacer voluntariamente, sin que se les aflija con azotes ni otros castigos semejantes. «7a Que con los muchachos y muchachas ha de observarse todo lo contrario, pues desde luego se les instruirá en nuestro idioma para que aprendan la doctrina cristiana y reciban a su tiempo el sacramento del bautismo, obligándoles a concurrir a la Iglesia al santo sacrificio de la misa, a la explicación de los misterios de la fe y al rosario, empleándolos también en los ejercicios propios de la edad pueril. «8a Que con respecto al número de individuos de cada familia se les dará su ración semanaria de maíz para el alimento diario, por el término de un año. «9a Que en este tiempo han de hacer sus siembras, recoger sus cosechas, criar sus ganados, y fabricar sus casas para vivir como racionales a expensas de su sudor y trabajo, pues concluido el prefijado término no se les acudirá con la ración por no ser justo que gaste el Rey en mantener a unos hombres holgazanes, vagabundos, y malos. «10. Que a cada indio cabeza de familia se le señalará su pedazo de tierra para que la cultive, y solar para que fabrique su casa, concurriendo todos al trabajo de la milpa de comunidad. «11. Que se les darán los útiles necesarios para todo, y que según sus procedimientos así serán los auxilios que se les vayan franqueando para que sean felices. 257

ABELARDO LEVAGGI

«12. Que han de entregar los cautivos españoles que tengan en su poder, y que en el ínterin se proveen de caballos con la cría que deberá fomentarse en sus pueblos, no se les pedirá los que hasta ahora han robado, o en lugar de ellos se les dejarán los que necesiten para sus labores y viajes precisos. «13. Que no siendo creíble que todos los Apaches Gileños se reduzcan en un mismo día, admita el Capitán Perú las familias que voluntariamente se le presenten, y quieran sujetarse a la obediencia escrupulosa de estas Capitulaciones, separándose enteramente del trato de los que no se reduzcan»55. Llama la atención la clausula que sólo exceptúa de la evangelización a los adultos, cuando la práctica que se venía siguiendo era consentir que se conservasen todos en su religión tradicional, para no hacerles demasiado onerosos los tratados. Es probable que nada se concretara. Tentaron suerte, también, los gileños por el lado de la provincia de Sonora. Lo hicieron con tan buenas perspectivas, que el comandante general Ugarte habló de «los felices progresos con que camina este asunto», teniendo la «fundada esperanza de ver reducidos si no el todo la mayor parte de estos indios». Para cimentar la paz se propuso radicarlos en pueblos, y franquearles los auxilios indispensables para que subsistieran, labraran y cultivaran las tierras que se les señalasen, no perdonando arbitrio ni diligencia que conspirase a ponerlos insensiblemente bajo la dependencia española56. Abierta la instancia, el intendente de Sonora, Pedro Corbalán, fijó al comandante de las armas de esa frontera, teniente coronel Roque de Medina, las condiciones que se les someterían «con mucha firmeza». A saber: «Ia Que hubiesen de entregar sin exigir cosa alguna nuestros cautivos, dándoles nosotros sus prisioneros que no estuviesen bautizados, y quisiesen volver a vivir con ellos. «2a Que cesase luego toda hostilidad no sólo en Sonora sino en esta Provincia de Vizcaya, y Nuevo México comprendida la Jurisdicción del Paso, absteniéndose de cometerlas en los Presidios de Frontera, y Poblaciones; pues en cualquiera parte que se sintiesen daños bastaría para tratarlos como infractores de la Paz rompiéndoles de nuevo la guerra. «3a Que también habían de entregar de buena fe los mulatos, mestizos, e indios pasados a su Partido, y que les hubiesen servido de guías, y Chihuahua, 3/4/1778. AGÍ, ídem. UGARTE al Marqués de SONORA: Chihuahua, 172/1787. AGÍ, Guadalajara 287.

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espías bajo el concepto de que los indultaba de la pena de muerte que merecían. «4a Que por ahora podrían establecer sus rancherías desde el Valle de San Bernardino a la inmediación de nuestros Presidios de Frontera. «5a Que debían cultivar las tierras que se les asignasen, y dedicarse a criar ganados para lo cual se les facilitarían auxilios. «6a Que para el efecto de la condición que antecede hubiesen de establecerse en pueblos formales o rancherías teniendo su mando en calidad de Gobernador el Capitán que ellos eligiesen nombrándolo nosotros; y que no se les obligaría a hacerse cristianos si no quisiesen admitir voluntariamente nuestra Religión. «7a Que en este estado, y acreditándonos su buena fe, se les admitiría en todos nuestros pueblos permitiéndoles permutar y vender sus efectos en lo cual no se les perjudicaría. «8a Que habíamos de visitar los suyos o sus rancherías cuando quisiésemos, y constituirse responsables los que los mandasen a dar noticia de cualquier novedad contraria al sistema pacífico que deseaban establecer. «9a Y finalmente que expresasen si la Paz, la pedían generalmente todas las rancherías Güeñas, o algunas particulares, distinguiendo cuáles eran éstas, debiendo manifestar las bestias que tuviesen para reseñarlas bajo el supuesto de que conservarían las que presentasen al tiempo de establecerse». También les manifestaría, respondiendo a una constante, que si se los admitía como amigos era sólo por su bien, porque al rey le sobraban tropas para acabar de aniquilarlos, y que estaban de acuerdo los comanches, yutas y navajos en perseguirlos. Varias parcialidades se acercaron a negociar, incluidos emisarios del capitán Chiquito, uno de los de más nombre y séquito. El propio capitán confirmó sus intenciones pacíficas al alférez Domingo Vergara, el 16 de noviembre de 1786, cuando se llegó hasta sus rancherías, conduciendo las bestias que había pedido para transportar su gente. Superado algún incidente, consecuencia de la desconfianza que sentía Chiquito hacia los españoles, a causa de una mala experiencia anterior, todo se dispuso para que las capitulaciones se cumpliesen57. Por su parte, el gobernador de Nuevo México, Fernando de la Concha, recibió de los apaches de la sierra de Tecolote ofertas de paz con su 57 «Extracto deducido de los Partes que me han dado [...] sobre el punto de Paces que solicitaron los Apaches del Poniente conocidos bajo el nombre de Gileños...» Jacobo DE UGARTE: Chihuahua, 172/1787. AGÍ, Guadalajara 287.

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provincia. El interés estaba en sembrar de su cuenta en sus propios terrenos, y tratar con legalidad el comercio de pieles. Aunque tenía orden de la comandancia general, del 17 de enero de 1788, de no admitir de paz a ninguna de las parcialidades apaches, le parecieron «tan razonables» los ajustes que proponían, que no se la negó del todo. Por primera condición se ofrecieron a no hacer irrupción ni daño alguno en El Paso, Sonora, Nueva Vizcaya ni en esa provincia; a solicitar a sus vecinos y compañeros que ejecutasen lo mismo, y a dar aviso circunstanciado en caso de que no se abstuvieran. No pretendían tampoco gravar el real erario. Para probar su sinceridad les dejó seis meses de término, en los cuales no los atacaría ni daría incomodidad, a menos que ellos u otros de su nación lo hicieran, salvo que hubiesen dado noticia anticipada de la agresión. En dos meses sus primeros capitanes afianzarían todas esas circunstancias, le darían parte de quienes no las adoptaban, y lo guiarían hasta sus rancherías para castigarlos como enemigos. A todo dijeron que sí. Otros apaches comparecieron con posterioridad, entre ellos los de la sierra de Gila. Le hicieron la misma oferta y la Concha les habló en iguales términos. En todo ese tiempo la provincia no experimentó la menor falta por parte de los indígenas. Reiterados ruegos que hicieron al gobernador los apaches situados a ambas bandas del río Grande del Norte y serranías de sus extremidades lo movieron a prometerles dejarlos tranquilos en sus terrenos, y no atacarlos, siempre que no cometieran hostilidad alguna contra ninguna de las poblaciones españolas58.

58 Copia de oficios de LA CONCHA a UGARTE: Santa Fe del Nuevo México, 24/6/1789 y 6/7/1789. AGN.M, Provincias Internas, vol. 193, exp. 1, fs. 226-231 v.

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CAPÍTULO IX

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1.

FRUSTRADO PACTO CON LOS NAYARLTAS EN 1716 Y EN 1721

En las primeras décadas del siglo, desde la entrada que hizo el general Gregorio Matías de Mendiola en 1716, los españoles procuraron capitular con los nayaritas, ocupantes de la sierra del Gran Nayarit, en Durango. A la oferta de Mendiola de que dieran la obediencia al rey y recibieran el bautismo respondieron doce jefes principales, uno por vez, que de muy buena gana obedecerían al rey, y que lo harían con la solemnidad que acostumbraban, dando cada uno alguna cosa en señal de vasallaje, como en efecto lo hicieron al día siguiente, pero que no se determinaban a recibir la religión cristiana, porque temían incurrir en el enojo de su dios el sol, y además no querían dejar las costumbres de sus antepasados. El parecer del jesuíta Tomás de Solchaga, que había integrado la expedición, era que una obediencia tal, de «palabra fútil, y vana», ni el nombre de paces o treguas merecía, pues no obedecían ningún mandato hecho en nombre del rey, ni por «modo de convenio o pacto» admitían ninguna condición o ajuste de los que se les habían pedido, en tanto que pretendían se les concediese cuantas condiciones pedían. «Ellos piden, y se les concede el comercio libre para que puedan entrar y salir libremente a comerciar en todos los pueblos y ciudades cristianas sin pagar alcabala ni otro derecho real aun de los que pagan los vecinos cristianos —prosiguió—. Ellos no quieren que ningún cristiano entre a sus tierras ni a comerciar, ni aun de paso para otros pueblos cristianos sino sólo los apóstatas. ítem a ellos se les ha mandado que no admitan cris261

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tianos apóstatas, y que entreguen los que tienen, y de no entregarlos por ser algunos de los dichos apóstatas sus parientes, que admitan allí los sacerdotes necesarios para que les administren allí los sacramentos a esto se resisten, y no quieren admitir ninguna de estas condiciones, pues ¿qué obediencia es ésta?», preguntó. Justificaba que por la fuerza de las armas se los obligara a admitir «por convenio» los tres puntos siguientes: «Primero, que no admitan ningún cristiano fugitivo en sus tierras de ningún color, ni indio, ni español, etc. Segundo, que entreguen todos los cristianos apóstatas que viven en sus tierras. Tercero, que si no quieren entregarlos por ser algunos de ellos sus parientes, o nacidos en el mismo Nayarí, y que han recibido el bautismo en los pueblos cristianos adonde salen a comerciar, y vuéltose después al Nayarí a vivir gentílicamente como antes, se obliguen los Nayaritas a admitir sacerdotes católicos, los necesarios para que administren los sacramentos a los cristianos que viven entre ellos, obligándose a no dañar ni molestar a los dichos sacerdotes que allí viviesen. Y digo que esto ha de ser por fuerza de armas, porque por convenio de paz ya les propusimos en nombre de S. M. estos medios y les pedimos estas condiciones, y no las quisieron admitir, y aun se les amenazó con guerra en orden a conseguir estos tres puntos pero aun así no quisieron...»1. Unos años después se abrió una nueva instancia de paz. Otra vez pusieron los nayaritas sus condiciones, por pacto. Se las propuso al virrey el jefe Gueytlalcal el 15 de marzo de 1721, reducidas a los siguientes puntos, según el abogado fiscal de la audiencia de México, José Sáenz: «El primero haberse de mantener y amparar el dicho Gueytlalcal en su señorío, dominio y posesión de sus tierras sin que en tiempo alguno se le quiten = La segunda que así él como sus descendientes hayan de gozar de todos los fueros y privilegios que por grande o cacique le tocan = La tercera que todos los caciques que como tales sostenidos y reputados en aquella provincia hayan de mantenerse en el goce de los fueros y privilegios de tales así los veinte y ocho que se denominan como los demás que se enuncia haber venido hasta Zacatecas y los que por enfermedad se quedaron = La cuarta que sólo ha de conocer de sus causas y de las de su capitán protector la grandeza de V. E. y su asesor = La quinta que no se les ha de poner ahora ni en algún tiempo alcalde mayor justicia sino solamente capitán protector = La sexta que han de gozar así dichos caciques como sus sucesores de la exención en pagar reales tributos = La séptima que haya 1

SOLCHAGA al obispo de Durango: Valle del Súchil, 25/2/1716. AGÍ, Guadalajara 162.

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de ser su protector don Juan de la Torre por la entera satisfacción que tienen de su persona y el amor que le manifiestan = La octava que por la parte de Caponeta en Colotlan se les abra el paso que se les ha cerrado para ir a Mestaltitlan a cargar sal y comerciarla y en atención a haberse dado muerte a dos naturales en dicho pueblo de Colotlan y tenerles presos otros dos en la cárcel de Guadalajara y dos en el pueblo de Colotlan se les manden entregar unos y otros libremente = La nona que no se les lleve el Real derecho de alcabala de la sal que comercian ni por razón de manifestaciones; así por la corta cantidad que trafican como por el corto valor de dicho fruto, que deducido uno y otro derecho no les queda cosa de entidad = La décima que por haber rehusado algunos naturales de dicha provincia el venir a dar la obediencia se dé providencia para que se les amoneste y prevenga por medio de los presentes y su capitán protector, el que concurran a dar la obediencia y haciéndolo se admitan en la gracia de S. Md., por V. E. en su Real nombre queden hábiles y capaces para gozar de los privilegios que los demás indistintamente sin que les sirva de obstáculo la renuencia y que si para el reparo de esto y reducción de dichos naturales se tuviere por conveniente o necesario el que vaya algún agente en custodia de sus personas y para explorar el ánimo de los renuentes se providencie por la grandeza de V. E. a este punto». La opinión del abogado fiscal fue favorable, en general, a la propuesta, con alguna salvedad. «Parece —dijo— que dichas condiciones o pactos son justos, y más atendida la suma importancia de la conversión de infieles a nuestra Santa Fe Católica a que tanto anhela el Santo Católico celo de nuestros Reyes y señores, y más cuando los referidos pactos no se oponen a las disposiciones de las leyes Reales de Indias sino ser conformes, pues de los infieles convertidos es clara la disposición real de que por diez años no paguen tributo y habiendo de ser como necesariamente serán éstos fronterizos, están perpetuamente exentos, siendo como es muy equitativo el privilegio de los caciques y de su principal cabeza y que en éste y sus sucesores se conserva el gobierno por especial privilegio Real [...]. Y así sobre dichos pactos sólo advierte lo siguiente. Que en el caso de que amonestados y persuadidos por medio de dicho su cabeza y del protector no quisieren sin embargo venir a la obediencia y pretendan impedir la introducción de nuestra Santa Fe Católica y su predicación en aquella provincia, si se juzgare conveniente el que para contenerlos o para seguridad de los que la recibieren, entre alguna gente en dicha provincia con armas [...]. «Item que por cuanto de dichos autos se manifiesta la gran repugnancia que los indios Nayaritas han tenido en el admitir nuestra Santa Fe Ca263

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tólica engañados del demonio y amenazados por medio de su ídolo (que dicen ser un esqueleto a quien adoran) persuadidos a que los ha de destruir si admiten otra ley y proponiendo que con la condición de no dejar su idolatría admitirán la fe, siendo como es esto imposible y repugnante a lo católico por no poder concurrir en un altar la Arca del Testamento con el ídolo Dagón, convendrá se les advierta de antemano que Dios y el demonio no pueden ser juntamente adorados, encargándoseles a los religiosos misioneros pongan en esto especialísimo cuidado [...]. «Y respecto de que el principal origen y causa impeditiva de que dichos naturales no se hayan reducido es el consorcio y compañía de negros, mulatos, mestizos y españoles foragidos que como a receptáculo se refugian en aquella provincia o para quedar impunes o para continuar en sus delitos pervirtiendo a sus naturales a fin de que por medio de su reducción no se les ponga freno en sus insultos, será conveniente que aunque éstos se les indulten como está prevenido por diversas juntas sea con la calidad de que hayan de salir de aquella provincia con el seguro de que no se castigarán por lo pasado dándoseles para ello el testimonio que se necesitare pero que de ninguna manera puedan permanecer en dicha provincia...»2 Convocada una junta de guerra por el virrey Marqués de Valero, se llevó a cabo el 20 de marzo. La resolución que tomó fue que se les admitiera la sujeción al rey debajo de las condiciones que proponían, sin perjuicio del real señorío, dominio y patronato universal. Al intentar llevarse a la práctica lo convenido, los nayaritas habrían faltado a su palabra3. Tres meses después dos caciques principales se aprestaban a la obediencia, mas a instancia de otros, y bajo la amenaza del castigo de sus dioses, mudaron nuevamente de parecer4. 2.

TRATADOS DE PAZ CON LOS TAOVAYAS, POR SÍ Y POR LOS COMANCHES, DEL 2 7 DE OCTUBRE DE 1 7 7 1 , Y SÓLO CON LOS COMANCHES DEL 2 8 DE EEBRERO DE 1 7 8 6

Un error en que caen algunos historiadores norteamericanos, condicionado su juicio por una visión local del problema, es el de afirmar que raramente los españoles usaron de tratados escritos con las naciones indí2

México, 20/3/1721. AGÍ, Guadalajara 162. Conf. Juan DE LA TORRE, gobernador del Nayarit, al Marqués de VALERO: San Juan de Peiotan, 25/10/1721. AGÍ, Guadalajara 162. 4 ORTEGA, Apostólicos afanes..., págs. 151-152. 3

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genas como, en cambio, lo hicieron los franceses y los ingleses. El erudito David J. Weber, superando el error de creer que, porque los naturales eran considerados vasallos de la Corona española, no podía haber con ellos relaciones de nación a nación, vino a admitir la existencia de precedentes hispanos que garantizaban la autonomía de los grupos indígenas5. Habla de una «nueva política» española en la materia, que mostró sus resultados en las provincias internas aún antes que Bernardo de Gálvez la reformulara en 1786, y califica de uno de los más notables sucesos la paz durable establecida con los comanches durante el gobierno de Juan Bautista de Anza en Nuevo México6. Los intentos hispanos de negociar con esa belicosa nación norteña, que disputaba a las varias ramas apaches la posesión de las llanuras de Texas y Nuevo México, no eran nuevos. Lograr su alianza equivalía a unir fuerzas contra el común temible enemigo. En 1762 el entonces gobernador Tomás Vélez Cachupín informó de la llegada a Santa Fe de una comitiva que portaba una cruz alta en señal de paz y llevaba una medalla del rey pendiente del cuello. Recordaron la paz y buena religiosidad que les había conservado durante su primera administración —a la sazón transcurría la segunda—, diferente de la conducta de sus sucesores, en particular de Manuel del Portillo, con quienes guerrearon mutuamente. Vélez Cachupín les propuso, para restablecer la conformidad y armonía, que se restituyesen los prisioneros y reanudasen el comercio, comprometiéndose él a castigar al subdito que durante las ferias les hiciese el menor agravio. Ellos se obligarían a hacer lo mismo con quienes robaran las caballadas de los españoles o cometieran otros perjuicios. Dijeron poner todo en noticia de sus capitanes, y que harían la más viva diligencia para recoger a los prisioneros españoles en su poder y conducirlos en el término de tres lunas a San Jerónimo de Taos. En cuanto a los enajenados a los franceses y júmanes, intentarían rescatarlos. Los despachó «bien alimentados, y regalados, con algunos géneros de su estimación, y adorno, y manojos de tabaco». Una nueva comisión confirmó lo capitulado, en nombre de los capitanes superiores comanches. Para ganarse su confianza, el gobernador le devolvió a cada uno su pariente más próximo. Recibieron el gesto con gran satisfacción, diciendo que ya no tenían motivo para recelar, ni seguir otro dictamen que la observancia de «una verdadera paz, y firme alianza con los españoles». 5 6

«Bortones...», pág. 162. The Spanish Frontier..., pág. 230; y «Bortones...», pág. 156.

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Vélez Cachupín reflexionó que no se verificaría jamás la conversión de esas «dilatadas gentílicas naciones» al gremio de la Iglesia, ni su sujeción al vasallaje del rey —desideratum último de toda la acción española en las Indias—, si los gobernadores que se destinaban a esos territorios fronterizos no eran «celosos, y exactos en la observación de las leyes, poseyendo la caridad, y discreción, con que deben concebir las piadosas intenciones del Rey»7. De las naciones del norte de la Nueva España, la única que en opinión de los españoles superaba en número a los comanches era la de sus aliados los taovayases. Con éstos, que actuaban —además— como mediadores de aquéllos, celebró tratados el capitán Atanasio de Méziéres, teniente de gobernador del partido de Natchitoches, en el fuerte de San Juan Bautista, en la Luisiana, el 27 de octubre de 1771. El texto del tratado, en su forma de preguntas y respuestas, es el siguiente: «En el Nombre de la Santísima Trinidad, siguen las Capitulaciones celebradas con los Capitanes Taovayazes, siendo asimismo medianeros por los Comanches, y habiendo para este fin concurrido en el Real Fuerte de San Juan Bautista de Natchitoches, el día 27 de Octubre de 1771 en presencia del gran Cacique de Cadodachos, Fin-hi-oüen quien los guió, y acompañó = Pregunta primera = Que de hoy en adelante cesarán sus incursiones e insultos, en todos los Presidios de S. M., sus vasallos, y bienes de cualquier calidad que sean = Respuesta primera = Respondido que no vienen a otra cosa: que la tienen bien pensada: que para segurarla de boca han caminado tan remotas tierras: que son buenos, y que serán firmes sus intentos = Pregunta 2a Que cuando se les ofrezca acercarse de San Antonio de Béxar para el motivo de sus guerras con los Apaches no transiten de dicho Presidio adentro sin llegar a él, y avisar de su resolución, con persuación de que serán hospedados, y bien tratados; y esto para obviar a las malas consecuencias = Respuesta 2a Respondido que así lo ejecutarán, y que se alegran de esta determinación = Pregunta 3a Que procuraran impedir el que otras Naciones sus aliadas, especialmente los Comanches, hagan las hostilidades que antes: y de no querer, suspendan toda comunicación, y trato con ellas reputándolos por enemigos = 3 o Respondido, que sí, pero que los Comanches no han de mover las armas: que ya han ido a Nuevo México, donde se les han otorgado las paces, de que viven agradecidos: y los procurarán mantener siempre, a cuyo fin se han valido de su mediación = Pregunta 4a Que si alguno guiado por su mala 7

VÉLEZ CACHUPÍN al Marqués de CRUILLAS: Santa Fe del Nuevo México, 27/6/1762.

AGN.M, Provincias Internas, vol. 161, exp. 2, fs. 7-16. MOOREHEAD, The Apache..., pág. 143.

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inclinación, inobediencia a los jefes, y protervia llegare [a] hacer muertes, o robos, se satisfará con su vida, para no reputarse cómplice la Nación = 4a Respondido, que así conviene: y que si sucediere, traerán la cabeza del malhechor, para prueba de la satisfacción del delito = Pregunta 5a Que se restituirán las dos piezas de artillería que han quedado en la jornada antecedente = 5a Respondido que cuando se envíe por ellas las devolverán luego y con gusto = Pregunta 6a Que en caso de hallarse en los Pueblos algunos Cristianos cautivos serán puestos en libertad = 6a Se respondió que no los hay en su Pueblo, y hablaron a los Comanches que pueden tener entre sí algunos para que estén libres = Pregunta 7a Que todos se reconocerán tan vasallos de S. M. Católica (que Dios guarde) debajo de cuyo dulce dominio ha recaído esta Provincia de la Luisiana como antes lo eran de la Cristianísima Majestad = 7a Respondido unánimemente que sí = Pregunta 8a Que si S. M. tuviere por conveniente establecer Presidios en sus territorios, no se opongan, antes fomenten, y socorran a los Presidiales, pagándoseles el socorro = 8a Respondido que les agrada mucho esta proposición y que sea cuanto antes = Pregunta 9. Que para seguro de su palabra se pasarán en el discurso de los fríos, juntamente con los Comanches a Béxar con motivo de ver el Gobernador General de la Provincia a cuyo fin llevará la Real Bandera que se les dará, mis cartas: y serán recibidos como amigos = 9. Respondido, que así harán en compañía de los Comanches = Pregunta 10. Que jamás consentirán introducirse en sus Pueblos los Indios de nuestras Misiones, y si llegare el caso los despacharán a los suyos = 10. Respondió que sí = Pregunta 11. Que para demostración del seguro de su palabra, se enterrará luego por sus manos, y a vista de todo el Pueblo, el hacha de la guerra, y que muera el que volviere más a usarde ella = 11. Respondió que sí; y marcharon al efecto de enterrarla; y lo facieron»8. Al día siguiente certificaron Méziéres y demás jefes españoles haber otorgado a las dos naciones indígenas las paces que habían solicitado, después de haberse cerciorado, en cuanto les fue posible, de la sinceridad de sus buenos intentos9. El 7 de abril de 1772 entraron en el presidio de San Antonio de Béjar cinco taovayas con bandera española de cruz de Borgoña, entre ellos dos capitanes. Quien hacía de cabeza, de nombre Quirotaches, ratificó cada uno de los capítulos de los tratados, después que le fueron «bien explicados» por el indio Jacob, que poseía el idioma francés, conocido por ellos a raíz de sus antiguas relaciones con los de esa nación. Repitieron la ceremonia 8 9

AGN.M, Historia, vol. 51, exp. 1, fs. 2-5. ídem, fs. 5-v.; y AGÍ, Cuba 2357, fs. 217-218 v. KINNAIRD, «Spanish Treaties...», pág. 40.

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del entierro del hacha de la guerra y recibieron regalos10. Lo que no pudieron cumplir fue el compromiso de llevar consigo a los comanches11. Meses después informó Méziéres al gobernador de Texas, Barón de Ripperdá, que las naciones contratantes, unidas a otras del norte, lo habían reconocido (al Barón) por jefe absoluto en el «Baile de la Pluma», que reputaban por sagrado. Además, dieron la solemne palabra de oponerse a todo el que intentara hacer el más leve daño a los presidios, teniéndolos por enemigos y llevándoles crudísima guerra12. El fiscal de la audiencia de México, José Antonio de Areche, en el expediente sobre ratificación de las paces con los taovayas y comanches, recomendó que se guardaran escrupulosamente los tratados, sin agravio alguno de los indios, y que para ello usase el gobernador de todos los medios que pudieran perpetuar el objeto, y reducirlos a poblaciones formales, para «entrar en una mediana política, y sujetarse a la obediencia de nuestro Soberano»13. Pese a tantas demostraciones de paz y amistad de las naciones del norte, el comandante inspector de las provincias internas, coronel Hugo O'Conor, por una «Instrucción reservada», advirtió a Ripperdá que oyese con «la más prudente cautela» sus proposiciones. Pensaba que sólo las hacían por temor a las armas españolas, para libertarse del castigo, o para ejecutar mejor sus hechos14. Hostilidades posteriores parecen haberle dado la razón. Únicamente la contundencia de los reveses que sufrieron los habría predispuesto de nuevo a buscar la paz15. Hacia 1785 más de cuatrocientos comanches cabalgaron hasta Taos en procura de un arreglo en Nuevo México, y tres jefes de la rama oriental llegaron a San Antonio de Béjar para negociar un acuerdo semejante en Texas. Estos aceptaron las condiciones que les puso el comandante del presidio, Domingo Cabello, quien informó haber tenido todos los parlamentos necesarios para asentar las paces. Los tres jefes se regresaron para participar los 10

AGN.M, Historia, vol. 51, exp. 1, fs. 5 v.-6. Conf. RIPPERDÁ al virrey BUCARELI: San Antonio de Béjar, 27/4/1772. AGN.M, Provincias Internas, vol. 100, exp. 1, fs. 208-210. 12 San Antonio de Béjar, 4/7/1772. AGN.M, Historia, vol. 51, exp. 1, fs. 36-38. 13 México, 31/7/1772. ídem, fs. 6 v.-ll. 14 «Instrucción reservada que ha de tener presente el Cnel. de Caballería Barón de RIPPERDÁ Gobernador de la Provincia de Texas para la práctica y observancia en los dos Presidios de ella del nuevo Reglamento que S. M. se ha servido expedir en diez de Setiembre del año ppdo. y demás puntos que contiene...» Real Campo de Ntra. Sra. del Carmen, 6/5/1773. ídem, fs. 79 v.-90. 11

15

NAVARRO GARCÍA, Don José de Gálvez..., pág. 384.

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preliminares a toda su nación, prometiendo volver para celebrarlas «con aquellas circunstancias, y ceremonias que ellos acostumbran»16. Según un documento posterior, los términos establecidos fueron los siguientes: «Ia Que cesarían las hostilidades por ambas partes, y que en cuanto lugar pudieran encontrarse Españoles y Comanches se tratarían como hermanos y buenos amigos. «2a Que la condición precedente se entendería aplicar no sólo a los vecinos de Texas sino a todos los vasallos del Rey. «3a Que devolverían los cautivos que nos hubieran tomado para rescate, desistiendo de semejantes actos contra cualquiera nación. «4a Que no admitirían ningún extraño en sus tierras, a menos que supusieran ser comerciantes que los proveerían de mercaderías a cambio de cueros. «5a Que ellos serían amigos y enemigos de quienes lo fueran nuestros. «6a Que declararían por sus enemigos a los Apaches Lipanes y siempre que los atacasen irían algunos a Béxar a comunicarse los resultados. «7a Que pedirían licencia al gobernador de Texas cuando intentasen pasar a la frontera de la Provincia de Coahuila con el objeto de hacer la guerra a los Apaches Lipanes y a los Mezcaleros. «8a Y que anualmente serían entregados regalos a los capitanes y jefes principales de los Comanches como prueba y manifestación de nuestra buena amistad»17. Los comanches occidentales, a iniciativa de Juan Bautista de Anza, habían designado a Ecueracapa —jefe de los cuchanticas, de sobrenombre Contatanacapara, conocido por Cota de Malla— como su vocero y diputado general. El 25 de febrero de 1786 arribó a Santa Fe y, en nombre de las tres ramas en que estaban divididos los comanches —cuchanec, yupe y yamparica— propuso los artículos siguientes: «I o Que en nombre de toda su Nación solicitaba nueva y más radicada Paz con los Españoles, en el concepto de que no se vulneraría de su parte por ningún término ni en tiempo alguno especialmente con noticia de los Capitanes y principales. 16

CABELLO al Conde de GÁLVEZ: San Antonio de Béjar, 25/10/1785. AGN.M, Provincias Internas, vol. 99, exp. 2, fs. 266-269. CABELLO a Esteban MIRÓ: San Antonio de Béjar, 25/10/1785. AGÍ, Cuba 2360, fs. 95-96. 17 Informe de Pedro DE NAVA, comandante general de provincias internas: Chihuahua, 23/7/1799. Border Comanches..., págs. 21-22. Traducción del texto que se publica en inglés. MOOREHEAD, The Apache..., págs. 144-146; y FAULK, The Last Years..., págs. 64-65.

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«2° Que se la admita bajo el amparo, y protección del Rey permitiéndola establecerse y subsistir a corta distancia de las Poblaciones. «3o Que para mayor cultivo de la recíproca amistad de ambas partes se conceda al mismo Comisionado General proponente libre, y seguro paso por Pecos a la Capital para reiterar sus viajes, siempre que convenga, y al común de la Nación el establecimiento de ferias y comercio franco con el citado Pueblo. «4o Que deseosa ésta de corresponder a los beneficios que ha recibido y espera disfrutar con la amistad de los españoles se obliga a declararse más ofensivamente que nunca contra los comunes enemigos Apaches, ofreciendo al mismo tiempo unirse a las expediciones de tropa siempre que se practiquen a rumbo y distancia que puedan seguirlas. «5o Que la respuesta a los referidos puntos la reservase para dársela delante de otros Capitanes y autorizados que le seguían y llegaran a Pecos entregándosele una señal o credencial para que a más de las certificaciones de aquéllos pudiera comprobar a las rancherías dispersas quedar toda su Nación admitida a la Paz a fin de que ninguno con pretexto de ignorarlo dejase de concurrir al cumplimiento de los Capitanes sobre que les fuera concedida»18. Una vez hechas las proposiciones, estando presente el capitán Moara de los yutas con seis autorizados de su nación, enemiga de los comanches, Anza los exhortó con buen resultado a una recíproca reconciliación, que formalizaron intercambiando sus vestidos. Tres días después, en el pueblo de Pecos, Anza concedió a Ecueracapa lo propuesto, autorizado por el comandante general Jacobo de Ugarte y Loyola. Se hallaron presentes, constituidos por garantes, los capitanes comanches Tosacondata, Tosapoy, Hichapat, Paraginanchi, Cutaninaveni, Quihuaneantime, Sohuacat, Canaguaipe, Pasimampat, Toyamancare, Tichinalla y otros treinta y un particulares distinguidos de la parcialidad cuchanec. El gobernador respondió con los artículos siguientes: «I o Que en nombre del Rey de cuyo gran poder les impuso brevemente, concedía a la Nación Comanche la segura inviolable Paz que había solicitado su Apoderado General bajo la calidad propuesta de que por su parte en ningún caso ni tiempo cometería la menor hostilidad en los dominios ni contra vasallo alguno de S. M. especialmente con noticia o conocimiento de los Capitanes.

18

«Artículos de Paz concertados, y arreglados en la Villa de Santa Fe, y Pueblo de Pecos...» AGÍ, Guadalajara 287.

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«2° Que desde luego admitía y recibía a éstos como a todos sus subditos bajo la Real protección y amparo en los términos y con las condiciones que sobre esta admisión tuviese por conveniente prescribir el Sr. Comandante General, concediéndoles entretanto puedan subsistir sobre nuestros territorios. «3o Que permitiría al mencionado Ecueracapa franca y libre comunicación con la Villa de Santa Fe por el Pueblo de Pecos para los fines que había manifestado; y a toda la Nación el comercio que pretendía en atención a las ventajas que les produciría, ofreciéndoles establecer a este efecto reglas equitativas mediante consulta que dirigiría a la Superioridad para cortar los abusos y remediar los perjuicios que habían representado siendo la primera noticia que de semejantes excesos había llegado a su conocimiento. «4o Que aceptaba la oferta que en nombre de la misma Nación hacía en este artículo su Apoderado General de emplear sus armas en incesante viva guerra contra los enemigos Apaches; ya obrando por sí solos, ya en unión de la tropa cuando sea a rumbo y distancia que puedan seguirla, sobre que se trataría y acordaría con separación lo más conveniente. «5o y último que en prueba y testimonio de quedar por nuestra parte terminada la guerra, de no provocarnos por la suya a suscitarla daba al citado Plenipotenciario el sable y bandera de su uso como efectivamente lo verificó en el propio acto a que correspondieron los Comanches haciendo un hoyo en el suelo que rellenaron con varias ceremonias alusivas a que en él (según dijeron y es costumbre entre ellos) también sepultaban por su parte la guerra»19. El I o de marzo, en una nueva junta, reunida a efecto de ratificar cuanto había sido tratado y prometido, Ecueracapa expuso que, puesto que la nación comanche se hallaba ya constituida en la obligación de obedecer al rey, Anza le prescribiese lo que debía practicar con cualquiera infractor de la paz, y en qué términos hacer la guerra a los apaches. Respecto del primer punto, le recomendó que no usasen de castigo de muerte ni efusión de sangre, a menos de ser tantos y tan considerables que conspirasen a alterar y destruir la permanencia de la paz. Ugarte y Loyola aprobó cuanto había practicado el gobernador, no dudando de que continuaría con igual esmero la negociación de las paces, hasta perfeccionarlas y asegurar su duración. Sus resoluciones para cada una de las propuestas de Ecueracapa, fueron: 19

«Relación de los sucesos ocurridos en la Provincia de Nuevo México con motivo de la Paz concedida a la Nación Comanche...» AGÍ, Guadalajara 287.

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«1° Aprobado, entendiéndose la cesación de hostilidades de parte de los Comanches en el Nuevo México, Texas, Colonia de Santander, y en cualquiera otra parte de los dominios de S. M. y con todos sus vasallos dondequiera que los encuentren. «2o Sobre lo I o declaro a la Nación Comanche en nombre de S. M. la protección que solicita, mientras subsista a nuestro amparo, en cuya virtud celará el Gobernador a que los Yutas le guarden la Paz celebrada en su mediación, siempre que aquélla no la quebrante primero prometiéndola iguales buenos oficios por medio los Jefes de la Luisiana con los Pananas y demás Parcialidades de nuestra devoción con quienes tuviese guerra ahora y en lo sucesivo, debiendo los Comanches en correspondencia tener Paz con todos los Indios que fueren amigos de los españoles: y en cuanto a lo 2o aprobado con la calidad de que hayan de situarse en los Parajes y en el número que el Gobernador les señalare y de haber de obtener su permiso todas las veces que quisieren variar su establecimiento aproximándose a la Provincia. «3o Aprobado y se formará un reglamento de comercio con intervención del Plenipotenciario Ecueracapa y otros Capitanes de la Nación que representen sus derechos, con arreglo a las prevenciones particulares que hago al Gobernador. «4o Conforme, con tal que los Comanches hayan de proceder en este artículo con arreglo a las órdenes e instrucciones del Gobernador del Nuevo México por lo respectivo a aquella Frontera: y el de Tejas por lo perteneciente a la guerra contra la Apachería de oriente siempre que se convoquen a este efecto las Rancherías inmediatas a los Taguayaces y demás amigos por aquella parte. «5o Aprobado, y espero la unión, armonía, y observancia de estos artículos por todas las Ramas y Rancherías de la Nación Comanche bajo cualquiera denominación que existían como se les guardarán y cumplirán por nuestra parte». Según Ugarte, los tratados debían ampliarse oportunamente en sus circunstancias y puntos esenciales. Sugirió convocar otra junta, con asistencia de los caudillos de las rancherías yamparicas septentrionales, que no habían podido ir a la anterior, y los de la rama cuchanec, a fin de que todos reconocieran y ratificaran los capítulos. Diputados de los yutas y navajos serían testigos de que no se trataba de nada perjudicial a sus naciones. En dicha junta unificarían su representación, para resolver mejor sus asuntos nacionales, y señaladamente los relativos a las paces. Cuidaría Anza de que la elección recayese en Ecueracapa, de quien había pruebas de su «prudente conducta, rectitud, universal aceptación, bizarría, inclinación a 272

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los españoles y otras apreciables circunstancias». Se adelantó a expedirle el despacho de «Capitán General de las tres ramas, Cuchanec, Yupe, y Yamparica», con sueldo anual de doscientos pesos. Tendría un teniente general bajo su inmediata dependencia, el que residiría entre los yupes y yamparicas, y eventualmente otro para las rancherías orientales de los cuchanec. Los artículos que intentaría incorporar a los tratados eran: que bajo el inmediato mando del jefe comanche estarían todos los individuos vagos y dispersos, o los perseguiría con sus armas en caso de resistencia, hasta reducirlos o destruirlos; serían rescatados por precio los prisioneros apaches que ellos hicieran, menores de catorce años, a fin de avivar esa guerra y, a la vez, conservarles la vida, pues de otro modo la perderían igual que los adultos; los comanches habían de devolver todos los prisioneros cristianos y de naciones amigas en forma gratuita, y sólo por precio los comprados a otras naciones, comprometiéndose los españoles a devolverles los que reclamasen, siempre que no hubiesen sido bautizados o quisiesen permanecer. Por último, el arreglo del comercio. A pedido de ellos, se podría incluir un artículo sobre la concurrencia a la ciudad de México de hijos de capitanes principales, acompañados por algunos parientes, para su educación por cuenta del rey, sin ser incorporados a la religión católica hasta que, restituidos a sus rancherías, la eligiesen libremente20. Los mismos comanches señalarían las penas aplicables a los naturales infractores de los tratados. Anza no tomaría parte en eso, ni en la imposición de los castigos, porque la experiencia acreditaba que los indígenas recibían con sumisión y escarmiento las penas, cuando les venían por mano de los jueces de su nación, y la repugnaban y tenían por injusta cuando se las aplicaban las justicias españolas, aun siendo más moderadas. Se limitaría a exigir el más exacto cumplimiento. Le aconsejó inculcarles el apego a la vida sedentaria y a sustentarse de la agricultura. Adquirido el amor a sus posesiones fijas, se aseguraría el sosiego de la nación. Pero no debía usarse de coacción alguna para hacerles adoptar ese sistema, sino que lo harían solamente de su propia conveniencia. Por último, aunque en Texas se había acordado con los comanches orientales la entrega de regalos anuales, se excusaría allí de hacerlo. No habían sido solicitados; el solo interés estaba en la amistad y el comercio21. 20

21

Vid.: JOHN, «La situación...», pág. 468.

UGARTE a ANZA: Chihuahua, 5/10/1786. «Artículos de Paz concertados, y arreglados en la Villa de Santa Fe, y Pueblo de Pecos entre el Coronel Dn. Juan Bautista DE ANZA,

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Ugarte nos brinda una de las muestras de cómo las paces jugaron su papel en el cuadro general de las relaciones interétnicas en la Nueva España. Cuando hizo saber al Marqués de Sonora el acuerdo alcanzado con los comanches, y la amistad que mantenía con los yutas, quienes desde hacía muchos años vivían quietos al amparo del rey, observó que, unidas las dos naciones, esperaba que contuvieran la infidencia de los navajos, y fueran el azote de los apaches22. En el término de un año Anza concluyó solemnemente la paz con las ramas comanches que faltaban, cimentándola en junta general de la nación, celebrada el 21 de abril de 1787. Fue reconocido Ecueracapa «con universal aplauso» por general de toda ella23. No se dispone del texto del tratado, pero es muy probable que acogiera los puntos sugeridos por Ugarte. Este valoró las paces, así como las formalizadas con veintiún parcialidades menores, porque «enemigos todos estos indios de los de raza Apache nos ayudarán eficazmente a subyugar a las que no quieran rendirse»24. Por real orden del 24 de agosto de 1786 había sido aprobada la paz, los medios de mantenerla y los regalos hechos a los indígenas25. Según el diputado de Nuevo México a las Cortes de Cádiz, en 1812 los honorables comanches todavía respetaban los tratados. Los habitantes novomexicanos debían observar cuidadosamente sus estipulaciones para no ofenderlos. Mayores precauciones aún habían de tomar los téjanos, por los factores adversos que debían enfrentar: grandes distancias, población dispersa e intromisión norteamericana. Pero como la paz y el comercio beneficiaban por igual a comanches y españoles, ambos se esforzaban en preservarlos26.

Gobernador de la Provincia del Nuevo México y el Capitán Comanche Ecueracapa, Diputado General de esta Nación en los días 25, y 28 de Febrero de 1786». «Relación de los sucesos...» cit. AGÍ, Guadalajara 287. Vid.: MOOREHEAD, The Apache..., págs. 148-156. 22 Chihuahua, 21/12/1786. AGÍ, Guadalajara 287. 23

UGARTE al Marqués de SONORA: Arispe, 14/8/1787. AGÍ, Guadalajara 287. MOORE-

HEAD, The Apache..., págs. 156-159. 24 UGARTE al virrey Manuel Antonio FLOREZ: Arispe, 10/12/1787. AGN.M, Provincias Internas, vol. 254, exp. 2, fs. 26-42 v. 25 Conf. Borrador de carta de la Audiencia gobernadora al Marqués de SONORA: México. 24/2/1787. AGN.M, Correspondencia de Virreyes, I a serie, vol. 141, n° 154, fs. 99. 26

JOHN, «La situación...», pág. 472.

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NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII (2)

3.

PACES ARREGLADAS POR EL GOBERNADOR JUAN BAUTISTA DE ANZA CON LOS NAVAJOS EN 1786. NUEVO TRATADO CELEBRADO EN ABRIL DE 1805

Después de un período de guerras intermitentes entre los navajos, pueblo semisedentario de pastores y agricultores del noroeste de Nuevo México, y los españoles, que se extendió hasta las primeras décadas del siglo XVIII, sobrevino una larga era de relativa paz27. Llegado Juan Bautista de Anza al gobierno de Nuevo México en 1777, su objetivo fue romper la alianza que mantenían los navajos con los gileños, por entonces hostiles a los españoles28. Se ha escrito que, teniendo en cuenta sus rápidos y voluntarios progresos en las habilidades consideradas fundamentales para la vida civilizada, eran tenidos por candidatos dilectos para ser incluidos en el orden mundial hispánico29. Preparado el diálogo con esta nación desde 1785, Anza llamó a sus capitanes a una reunión sobre elríoPuerco, en marzo del año siguiente. Tuvo que vencer su recelo, pues desconfiaban de sus intenciones, pero finalmente consiguió que bajaran de las sierras donde estaban refugiados e iniciaran las conversaciones. Manifestaron que, abrazando el consejo de sus ancianos de mayor juicio y capacidad, habían resuelto regirse en lo sucesivo por un solo gobernador o general, autorizado al modo que se verificaba en los pueblos de indios cristianos. Así, excluida del mando la multitud de capitanes que había entre ellos, sería gobernada su nación por uno solo, electo con el voto universal, el cual guardaría reconocimiento al rey y sus ministros. No otra cosa esperaban los españoles de esta y las demás naciones aborígenes. Verificada la elección del general y de un teniente en hijos de los dos ancianos aparentemente más adictos a los españoles, Anza los aprobó y confirmó en nombre del rey. Impuso al primero el nombre de don Carlos —además de colgarle una medalla grande— y al segundo el de don José Antonio. Seguidamente, les propuso, y ellos aceptaron, señalarles un intérprete que residiese en sus rancherías para facilitarles el cumplimiento de sus promesas, mantener la correspondencia con el general, hacerle entender sin equivocación sus órdenes, recibir con igual fidelidad sus contestacio-

27 REEVE, «Navaho-Spanish Wars...», y «Navaho-Spanish Diplomacy...», pág. 200; SPICER, Cycles..., pág. 243; y HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Juan Bautista de Anza..., págs. 107-108. 28 FLAGER, Defensores..., págs. 190-192. 29

JOHN, «La situación...», pág. 472.

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nes, y evitar con su presencia las maliciosas especies que los habían retraído en el pasado. A continuación, pasaron a acordar los puntos siguientes: «I o Que guardando ellos como ofrecían la debida subordinación y fidelidad, se solicitaría y declararía a su favor la protección del Rey. «2o Que para acreditar el rompimiento de guerra contra los Gileños saldría a campaña al arbitrio del Gobernador en fin de Julio de este año, uno de los Caudillos nombrados con solo Navajos y el Intérprete a fin de que a más de lo operado en el año anterior tuviesen los enemigos esta nueva prueba de que obran franca y voluntariamente contra ellos. «3 o Que de la gente que no se incluyese en esta expedición tomase aquel Jefe la que tuviese por conveniente para ir de auxiliares con los destacamentos mensales de tropa, cuyo refuerzo prefijó allí mismo al de 30 individuos cada mes, para quienes aceptaron con mucho reconocimiento el auxilio de caballos y víveres dispensados para estos casos por la Comandancia General. «4o Que desde el punto en que se disolviese la Junta bajarían a ocupar sus antiguas residencias, a fin de ejecutar sus siembras; y que sobre el seguro que les otorgaba el Gobernador de conservarlos y sostenerlos en aquella situación, procederían a fabricar sus casas de terrado. «5o y último, que para los fines propuestos y acreditar su cumplimiento admitían y aseguraban por su parte la vida del Intérprete ofreciendo dirigirse por sus consejos». El 30 de marzo se presentó a Anza el general con el intérprete. La nación había celebrado y admitido con el mayor júbilo la institución de sus jefes, y se disponía a hacer las siembras y cumplir con los demás puntos acordados. El 8 de junio se le apersonaron nuevamente en Santa Fe, acompañados del teniente. Habían visitado todas las rancherías y el resultado había sido igualmente favorable. A su pedido, el gobernador les dio licencia para que entrasen y traficasen en la provincia. La impresión de Anza era que no había el menor motivo para desconfiar de los navajos, y que la nación estaba «mucho más subordinada, dócil, agradable y reconocida que antes»30. Según Reeve, hay algún pequeño indicio de que unos pocos no aceptaron plenamente el entendimiento con los españoles. Pero, mientras duró la paz navaja, hasta 1795, se ha in30 «Extracto de ocurrencias sobre la división introducida entre Navajos y Gileños, atrayendo a los primeros a nuestro Partido». AGÍ, Guadalajara 287. Vid.: REEVE, «NavahoSpanish Diplomacy...», págs. 223-227; y HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Juan Bautista de Anza..., págs. 108-109.

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terpretado que fue uno de los más firmes lazos de vinculación de la población hispánica con los indígenas novomexicanos31. El 24 de octubre de 1793 murió el mejor aliado navajo de los españoles, Antonio el Pinto, y este hecho abrió una nueva etapa en las relaciones, marcada por la rapiña y la guerra32. En abril de 1805, después de sangrientas campañas, el nuevo jefe principal Cristóbal acudió a Cebolleta en son de paz. Entregó dos niños cautivos en señal de buena fe, pidió la liberación de prisioneros y reivindicó los derechos de su pueblo a las tierras de esa comarca. El gobernador, coronel Joaquín del Real Alencaster, le concedió una tregua, a la espera de la decisión del comandante general, Nemesio Salcedo. Obraban en poder de Alencaster unas condiciones de paz que acababa de redactar su antecesor, Fernando Chacón. Decían éstas: «1. No se alegará derecho sobre la Población de Cebolleta, ni se tomará por pretexto para Nueva Sublevación. «2. Tampoco se reclamarán las bestias ni ganados que se hallan entre los españoles de aquella Nación. «3. Los dos cautivos que se hallan en poder de los Navajos se podrán canjear con los indios y la propia Nación que están, una en casa de don Antonio de Vargas, y otro que tiene el soldado Vicente Villanueba, y de necesitarse más hay en el puesto de Abiquiu, una en casa del R. Fr. Josef de la Buda y otra en poder del vecino Gabriel Quintana, los cuales las rescataron del poder de los Yutas con condición de que si era menester echar mano de ellas o quererse volver con sus gentes después de echar las paces, las habían de franquear. «4. No pasarán con sus ganados y haciendas de los límites del cañón de Juan Tafoya, Río del Ojo y San Mateo, procurando dirigirse con dichos bienes hacia el río de San Juan. «5. Al menor robo y hostilidad que hayan se les levantarán las armas, a menos de que no entreguen inmediatamente el robo y el agresor. «6. Cuando concurran a la Villa de Santa Fe a ver al gobernador no pedirán regalos ni otro obsequio que la comida de los días que permanezcan en ella. «7. Todo lo dicho se entiende en caso de que los Navajos entreguen los ganados mayores y menores, como igualmente las caballadas que tienen en su poder, o que la Paz resulte de una campaña que se les haga en la cual se les quite mayor número de bienes que los que ellos han robado, 31

HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, op. cit., págs. 109-110.

32

FLAGER, Defensores..., págs. 192-193.

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los cuales [a] mi entender podrán llegar a cuatro mil ovejas, ciento y cincuenta reses, y sesenta bestias caballares». El 26 de abril Salcedo fijó sus condiciones, no tan estrictas como las anteriores. Los navajos tenían que cesar toda presión sobre Cebolleta, entregar todos los cautivos que obraban en su poder, hacer la guerra contra los apaches y evitar tener relaciones pacíficas con ellos. Si algún navajo cometía un robo, o causaba otro daño a los pobladores de Nuevo México, debían entregarlo a las autoridades españolas para que fuera castigado. Por su parte, los españoles se comprometían a devolverles los prisioneros que hubiera en la provincia, a la reapertura del comercio, y a garantizarles el derecho a criar ovejas y sembrar. La violación por los navajos de cualquiera de las condiciones supondría una declaración de guerra. A pesar de algunos incidentes, el tratado se mantuvo por más de diez años33. En 1818, deterioradas las relaciones, las tropas hispanas emprendieron una campaña general contra los indígenas. Cuatro jefes solicitaron la paz al gobernador Facundo Melgarejo. Devolvieron algunos cautivos y animales robados, y el 21 de agosto de 1819 se ajustó en Santa Fe un tratado. Fijó los límites del territorio navajo; y acordó que nombrarían un general o «natani» supremo residente cerca de Jémez, que los representaría, sería responsable de las acciones de toda la nación, y cuidaría de que se dedicaran a sembrar y trabajar para facilitar su subsistencia. Todo indígena que cometiera una agresión contra un español sería entregado a las autoridades españolas. En el caso inverso, podrían asegurarse, mediante un representante, de que aquéllas castigaran al culpable. Ese estado de cosas se mantuvo hasta 1821, en que, con motivo de la guerra de la independencia mexicana, los navajos se sublevaron34.

33 34

FLAGER, Defensores..., págs. 201-209. ídem, págs. 212-213.

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CAPÍTULO X

FLORIDA Y LUISIANA EN EL SIGLO XVIII1

1.

TRATADO DEL GOBERNADOR DE PANZACOLA, ARTURO O ' N E I L L , CON LOS TALAPUCHES, DEL 1 4 DE JUNIO DE 1 7 8 1

Bien dice Elena Sánchez-Fabrés Mirat que el método, tanto español como angloamericano, de formalizar amistad con los indígenas y, por lo tanto, de controlar la zona que éstos habitaban, fue firmar tratados con ellos. Distingue dos tipos básicos de tratados españoles: alianzas defensivas de protección mutua contra incursiones extranjeras; y tratados de cesión de pequeñas porciones de tierras en las que España erigiría fortificaciones y almacenes para aprovisionamiento de los naturales. Ambos tipos respondieron a una política que contrastaba con el modo de hacer angloamericano, cuyo principal objetivo fue destruir la barrera creada por España y asentarse en las tierras de los aborígenes2. A diferencia de otras provincias de la Monarquía, esa fue la relación con las comunidades indígenas. España se conformó, por lo general, con su alianza, y con extender a ellas su protectorado, a cambio del comercio, sin intentar establecer las habituales condiciones del vasallaje y la conversión al cristianismo. En 1715 Chiscalachisle, cacique de los uchizes, bajó a San Agustín de la Florida para anunciar que grupos de creeks bajos estaban prontos a 1

LEVAGGI, «Aplicación... Florida y tierras adyacentes (1700-1781)»; «Aplicación... Luisiana y las Floridas (1781-1790)»; y «Aplicación... Luisiana y las Floridas (1791-1798)». 2 Situación histórica..., pág. 64.

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aliarse con los españoles. Otrora amigos de los ingleses, buscaban a la sazón la protección de aquéllos contra éstos. Pedro de Olivera y Fullana, gobernador de la provincia, sin esperar el arribo de los nuevos aliados, ordenó a su lugarteniente, Diego Peña, que acompañara a Chiscalachisle hasta su territorio en el Chaltahoochee, tomara nota de todos los jefes que había deseosos de unirse a los españoles, y los incitara a instalarse en las proximidades del fuerte de San Luis Apalache e ir a San Agustín a declarar su lealtad al rey. A cambio, se les daría fusiles y pólvora. Peña inició el viaje en agosto de 1716. Visitó varias aldeas sobre los ríos Chaltahoochee y Apalachícola. El 28 de setiembre se reunió con los caciques principales. Les expuso el deseo de tener eterna amistad con ellos, y la buena voluntad para socorrerlos a cambio de una alianza permanente. Convencidos los caciques, aceptaron convertirse en vasallos de Felipe V. Algunos acompañaron a Peña en su regreso. El gobernador interino, Juan de Ayala Escobar, los recibió con grandes agasajos. Confirió al jefe de los apalachícolas el título de generalísimo, y prometió establecer en pocos meses una guarnición de infantería entre los creeks bajos. Fue un verdadero pacto aun cuando no se haya llevado al papel3. Alibamos y talapuches abrieron hostilidades contra los españoles en febrero de 1761. El gobernador de Panzacola, Miguel Román de Castilla y Lugo, intentó una reconciliación por medio del gobernador francés de la Luisiana, Monsieur de Kerlerec. La mediación tuvo éxito. El 12 de setiembre se hicieron presentes en Panzacola un oficial francés y dos caciques: Tamatlemengo, «Gran Jefe de la Medalla» y de los alibamos, y Acmucayche, jefe y superior cacique de los talapuches, para establecer la paz. E114 se reunieron en junta general de guerra y hacienda. Tamatlemengo dijo que estaban para reconciliarse con los españoles y con los yamases, de esa misma jurisdicción, y que cesasen las guerras y muertes que se habían ejecutado de parte a parte. Agregó que llevaba «un hilo largo de cuentas blancas que hizo unir con un nudo dejando sueltas las puntas, y lo entregó al Sr. Gobernador en prueba de que los dos caminos de los Talapuces y Alibamos, que la guerra había puesto rojos y ensangrentados, los quería él dejar blancos, y en paz para que de aquí adelante pudiesen así los indios de todo el continente como los españoles caminar por ellos sin peligro alguno, y tratarse como hermanos y amigos, y que para acreditar mejor sus intenciones entregó igualmente a dicho Sr. Gobernador un abanico de plumas blancas con que había barrido los caminos de color de sangre, 3

TE PASKE, The Governorship..., págs. 199-201.

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y los había dejado blancos, y asimismo una pipa de piedra de chupar tabaco, para que siempre que vengan a esta Plaza los reciban con el humo claro que sale de él en demostración de la buena fe con que los admiten». Román celebró su presencia, les dio a entender que serían atendidos con la estimación debida, y que si se sentían víctimas de algún agravio cometido por españoles le expusiesen su queja para identificar y castigar a los agresores, pero que no volviesen a tomarse venganza por su mano, matando a inocentes. Así lo prometieron. En materia de regalos, les advirtió que no esperaran que los españoles hicieran lo mismo que los franceses, por ser muy diferentes las prácticas respectivas. El fin de la paz no había de ser el interés en recibir obsequios, sino la tranquilidad que brindaba, y la libertad para ellos de acudir al presidio a vender sus géneros y proveerse a cambio de lo necesario a su conservación. Sobre los prisioneros dijo no ser justo que los españoles tuviesen que pagar por su rescate, mientras que ellos no lo hacían. Lo equitativo era el canje. Se llevaron uno y se comprometieron a liberar otro a cambio, una vez publicada la paz. Les ofreció, finalmente, en nombre del rey, mantener la paz que solicitaban, bajo las condiciones estipuladas y la fidelidad con que debían continuar en ella. Tamatlemengo se obligó por sí y las provincias de sus contornos a observarla con las calidades prevenidas. En señal de reconciliación, todos se dieron la mano4. No hay constancia de que el acuerdo se haya formalizado por escrito. Los mismos talapuches celebraron dos décadas después un tratado formal con el gobernador interino de Panzacola y sus distritos, teniente coronel Arturo O'Neill. Fue en esa misma plaza, que acababa de ser reconquistada por Bernardo de Gálvez de los ingleses, el 14 de junio de 1781. El texto es el siguiente: «Proposiciones «I a Que nacieron amigos de los Españoles, que su amistad se aumentó a proporción de sus edades, que llegan como buenos hijos a los Pies de su Padre, y Protector en la confianza de que no los engañarán como hicieron los Ingleses, tanto en la baja que hicieron en el precio de la Pellejería como en la corta medida, y encarecimiento de los géneros con que pagaban, y comerciaban con los Indios. «Respuestas 4

«San Miguel de Panzacola y octubre 8 de 1761. Testimonio del instrumento en que se celebró la Paz con los indios infieles de este Continente, y los españoles de esta Plaza y Presidio de San Miguel de Panzacola en catorce de Septiembre de mil setecientos sesenta y uno». AGÍ, Santo Domingo 2585, fs. 2-9.

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«- Convenido a cuanto se expresa en este artículo, y acordado que serán tratados por los Españoles con humanidad, y amor, y que el trato será legal, y justo, según acostumbra la Nación Española. «2° Que se cumplan las promesas, que les hizo el Geni. Gálvez, después que tomó a la Movila, que es según duren, que tomada Panzacola se presentasen a dicho General para ser bien regalados de todos géneros y para establecer con ellos una paz, y un trato ventajoso para todos tiempos. «- Acordado en cuanto sea posible en punto del regalo, con atención que faltan varios géneros para efectuarlo según se debe, habiendo los Ingleses destruido todo &a. Que la paz se admite para que en todos tiempos siga el trato, y comercio con los Indios. «3 o Que el camino de la Movila, y todos los demás caminos por este País, sea libre a los Indios Talapuches, y que podrán los Españoles enviar tratantes a sus Países los cuales de ida, y vuelta, y mientras se mantuviesen allí vivirán con toda seguridad. «- Que el camino de la Movila será para ellos libre, pero que comprendo que en dicha Plaza no habrá depósito para regalos ni comerciar con los Indios, que se les avisará cuando lleguen aquí los primeros géneros por aquellos que deben comerciar con ellos, y que se señalarán los puestos donde debe hacerse el trato. «4 o Que tomen los Españoles otros Puertos al este de Panzacola, y que envíen géneros a los Indios de dicha costa de Apalache para traficar con los habitantes de la costa. «- Que su Padre el Geni. Gálvez se halla a la cabeza del Ejército para conquistar los Ingleses, perseguirlos en todas las Americas y que quizá en breve sonará su artillería en las citadas costas para la mayor dicha de los Indios. «5 o Que no permitirán el que resida tratante Inglés alguno en sus Pueblos, y que perseguirán a dicha Nación como enemigos nuestros sus aliados. «- Acordado, y si no les pueden traer vivos acá que traigan sus cabelleras. «6° Que se les compusiese gran número de fusiles que traen con ellos descompuestos. «- Que no se pueden componer ahora pero que si los dejan acá se compondrán en el término de once lunas, en cuyo tiempo se les promete solemnemente que habrá aquí los géneros, y tratantes para comerciar con los Indios. «7 o Que [por] todo Español muerto por los de su Nación, se entregaría un Talapuz para ser igualmente castigado, y que los Españoles en igual caso entregarían un Español a la Nación Talapuche. 282

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«- Acordado, y que los Ingleses actualmente aquí por un año de término gozarán igual protección a la de los Vasallos españoles como no entren ni pasen por sus Naciones, en cuyo caso serán aprisionados o muertos. «8° Que viniesen cuanto antes muchos buques llenos, y bien cargados de géneros para su comercio, y que se escribiese al Rey lo que prometía la Nación unánimes, y en presencia de sus guerreros, y la mayor parte de sus Jefes los que harían que los demás Pueblos que ahora no han parecido, vendrían a ratificar este tratado, en dar la mano, y finalmente preguntaron dónde se hallaba el Indio Talapuc, que se hizo prisionero cerca de la Movila, y recomendaron se les hiciese un regalo espléndido para animar su Nación y pidieron licencia para vender sus caballos. «-'Que se escribirá a nuestro Rey representando a S. M. lo solicitado, y que se aceptará la mano de los Jefes, o Pueblos Indios que hasta ahora no se han presentado en la inteligencia de que esta protección se concede a toda la Nación; que pueden vender sus caballos; que el prisionero Talapuc pasó al Nuevo Orleans donde es dable se mantenga bueno. Se repite que se les dará todo el regalo que admite la posibilidad presente, respecto haber los Ingleses quemado o echado a la mar, y destruido todo. «Concluido esto aprobáronlo todos dieron los Jefes la mano, y entregaron unos Símbolos, que son un Palo pintado de blanco, un Abanico de plumas cola de águila, una Ala de ganso, tres fajas de abalorio, y dos Ofrendas que se componen de trece pieles [curtidas] de venado»5.

2.

TRATADO DE PANZACOLA DEL I O DE JUNIO DE 1784 ENTRE EL GOBERNADOR DE LA LUISIANA, ESTEBAN MLRÓ, Y EL JEFE TALAPUCHE ALEJANDRO MCGLLLIVRAY

El coronel Esteban Miró asumió el gobierno de la Luisiana con carácter interino el I o de marzo de 1782, siendo confirmado en propiedad el 16 de diciembre de 17856. Considerado el mestizo Alejandro McGillivray el jefe más influyente entre los talapuches, la estrategia de aquél apuntó a separarlo del afecto de los angloamericanos, con los que estaba en ese momento en buenos términos7.

5

AGÍ, Cuba 36, fs. 1010-1011 v.

6

Vid.: BURSON, The Stewardship...; DIN & NASATIR, The Imperial Osages...; HOFFMAN,

Luisiana...; y ANDREU OCARIZ, Luisiana... 7

El intendente Martín NAVARRO lo describió como «hijo de Inglés e India mal recom-

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La amistad de las naciones indias era un factor decisivo en la competencia desatada por el dominio de la región. Ambas partes, españoles y angloamericanos, tenían plena conciencia de esto y rivalizaron en esfuerzos para atraerlas. Sin importarles demasiado los compromisos anteriores de los indígenas, procuraron sacar ventajas sobre sus adversarios, convenciéndolos de los beneficios que obtendrían cambiando de bandera. Estos, por su lado, escuchaban las ofertas de ambos pretendientes y, aunque a veces parecían inclinarse hacia un lado más que a otro, sólo perseguían, en realidad, satisfacer de la mejor forma sus intereses comerciales y territoriales, sin importarles cambiar de aliado. El punto central de las negociaciones de los españoles con los naturales fue el comercio, y su ejercicio en términos semejantes al practicado con los franceses. Se consideraba a los talapuches «una nación poderosa que puede servirnos de barrera» contra la amenaza de los vecinos del norte. Permitir, pues, que se establecieran entre ellos los tratantes angloamericanos, «cuyo genio y costumbres son muy a propósito para sembrar discordias y desavenencias», era tener a las puertas de las poblaciones españolas un «terrible enemigo»8. En la plaza de Panzacola se reunieron en congreso Miró y McGillivray los días 31 de mayo y I o de junio de 1784. Como resultado del mismo ajustaron un tratado, fechado el I o de junio, en el cual dispusieron lo siguiente: «I o Nosotros los expresados Jefes de las Naciones Talapuche por nosotros, y en nombre de los demás Jefes, Capitanes, Guerreros y demás individuos de ella, de cualquiera calidad, sexo o condición que sea, prometemos y nos empeñamos por el Dios supremo creador del Cielo y de la Tierra, a quien están sujetas todas las cosas visibles e invisibles, en guardar y mantener una inviolable paz y fidelidad con S. M. C. sus provincias, subditos y vasallos, procurándonos recíprocamente que las ventajas puedan contribuir al interés y gloria de ambas partes contratantes. Ofrecemos exponer por el Real servicio de S. M. C. nuestras vidas y haciendas; y prometemos obedecer las soberanas disposiciones, que en caso necesario nos sean comunicadas por el Capitán General de las Provincias de la Luisiana y Floridas, y en su nombre por los respectivos Gobernadores, o Comanpensado de su Nación, y enemigo mortal de los Americanos, por inclinación se halla establecido entre los Talapuches o Kriks de quien[es] deriva, la influencia que tiene sobre ellos corresponde al talento con que los manda». NAVARRO a José DE GÁLVEZ: Nueva Orleans, 16/ 4/1784. AGÍ, Santo Domingo 2609, fs. 533-538; y Cuba 2360, fs. 331-333. Vid.: CAUGHEY, McGillivray...; y WEBER, The Spanish Frontier..., págs. 282-283. 8

NAVARRO a GÁLVEZ, ídem.

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dantes particulares de las expresadas provincias, portándonos siempre con la mejor armonía, unión y buena amistad pues desde este instante de nuestra propia y espontánea voluntad, prometemos obedecer las Leyes del Gran Rey de las Españas, en aquellos puntos que son compatibles con nuestro carácter y circunstancias: conformándonos con los usos y costumbres municipales que se hallan establecidos y en adelante se establecieren en las Provincias de la Luisiana y ambas Floridas, reglando en todo de común acuerdo y de buena fe, los puntos dificultosos, que pudieren necesitar de explicación». «2o Para corresponder por parte de S. M. C. a la confianza, que se merecen los dignos, y honrados Jefes de la Nación Talapuche, y demás que se hallan en las tierras conquistadas por las armas de S. M. nosotros los arriba expresados Dn. Esteban Miró, Gobernador interino de la Provincia de la Luisiana, Dn. Arturo O'Neill, Comandante de la Plaza de Panzacola, y Dn. Martín Navarro, Intendente General de ambas Provincias, ofrecemos en nombre del Rey proporcionar a las Naciones contratantes un comercio permanente, e inalterable, a menos que el inevitable evento de una guerra impida el exacto cumplimiento de esta oferta, bajo los precios más equitativos, a cuyo efecto se formarán de acuerdo de ambas partes juntas en el actual Congreso las correspondientes Tarifas, o Aranceles sobre que debe fijarse el mutuo Trato, y que deberán ser inviolablemente observadas por los individuos de las partes contratantes con la más religiosa escrupulosidad. «3o Para fomentar más y más el Comercio, y Agricultura establecerá la Nación Talapuche una Paz general con las Naciones Chicachá, Chacta, y demás del continente cesando todo género de hostilidades, olvidando todo lo pasado, y viviendo en la mejor armonía. El perturbador de estas sabias disposiciones, y deseos será mirado como enemigo de la tranquilidad pública, de la humanidad, y de las partes contratantes. «4o Nosotros los ya mencionados Jefes de la Nación Talapuche, siempre que se introdujere en nuestras Aldeas algún extranjero con la insidiosa idea de inducirnos a tomar las armas contra nuestro Soberano el Gran Rey de las Españas, sus Vasallos, y Aliados, nos obligamos a arrestarlo inmediatamente, poniéndolo a disposición del Gobernador de Panzacola, sin que le sirva de inmunidad para su castigo el haber sido aprehendido en nuestras posesiones. «5o No admitiremos en nuestras Aldeas ningún blanco de cualquiera Nación, que fuere sin distinción alguna; ya sea con el pretexto de comercio, u otro especioso, que no lleve el correspondiente Pasaporte del Capitán General de estas Provincias, o del particular de esta Plaza. 285

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«6° En obsequio de la humanidad, y correspondiendo a los generosos sentimientos de la Nación Española, renunciamos para siempre la práctica de levantar cabelleras, ni hacer esclavos a los Blancos, y en caso de una inopinada guerra contra los enemigos de S. M. C. nos ponga en el caso de hacer algún prisionero, lo trataremos con la hospitalidad que corresponde, a imitación de las Naciones civilizadas, canjeándolo después con igual número de Indios o recibiendo en su lugar la cantidad de géneros, que previamente se [mutilado] sin cometer con ninguno de los expresados Prisioneros de guerra el menor atentado con su vida. «7o Entregaremos de buena fe a disposición del Gobierno General de estas Provincias todos los blancos prisioneros vasallos de los Estados Unidos de América, si se probare existir alguno arrestado, y no exigiremos por ello retribución alguna. «8o No admitiremos desertores ni esclavos negros o mulatos cimarrones de las Provincias de la Luisiana, y Floridas, en nuestros establecimientos, y los que en ellos se presentaren, serán entregados inmediatamente por nosotros a disposición del Gobierno satisfaciéndonos la aprehensión por el Cuerpo, si fuere soldado, o por el Amo, a quien pertenezca, si fuere esclavo el aprehendido. «9° Evitaremos por todos los medios posibles el que nuestras Gentes cometan robo alguno de caballos y ganados, de cualquiera especie que sean, y los que se encontraren robados, en cualquiera paraje que fuere se devolverán de buena fe, siempre que se reclamaren por las partes interesadas, que tendrán la precisa obligación de probar ante los Gobernadores o Jefes de las Aldeas, en que se hallaren, la legitimidad de la prenda solicitada. «10. Proporcionaremos a los tratantes Españoles, que con las respectivas licencias del gobierno vayan a tratar a nuestras Aldeas toda la protección, y auxilio, que necesitaren, celebrando nuestros contratos bajo la buena fe, y reglas de la Tarifa, de que se nos entregarán las copias necesarias. «11. Debiendo los tratantes establecerse en las mismas Aldeas: no permitiremos lo ejecuten furtivamente, fijando sus Almacenes en los bosques, u otro paraje oculto con el fin de evitar por este medio el desorden, que ocasionaría semejante abuso, y mal manejo, y si alguno contraviniere a este Artículo daremos cuenta al Jefe de la Plaza para que tome la providencia que estimare conducente. «12. Para mantener el orden, que exigen la razón, equidad, y justicia, bases principales de este Congreso, y de las que dependen nuestras vidas, y propiedades así como la tranquilidad de nuestros Pueblos, siempre que por parte de algún individuo de nuestra Nación se cometa el horrible, y 286

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detestable crimen de homicidio en la persona de algún vasallo de S. M. C. nos obligamos a entregar la cabeza del agresor. En cuya mutua correspondencia yo el mencionado Gobernador interino, y los respectivos Comandantes de estas Provincias nos constituimos en la obligación de que cuando el mismo caso suceda por vasallos de S. M. C. castigaremos el delito en presencia del Jefe del agraviado. «13. Como el ánimo generoso de S. M. C. no es exigir de las Naciones de Indios tierras algunas para formar establecimientos en perjuicio de la propiedad de los que las disfrutan: desde luego, y con conocimiento de su paternal amor hacia sus amadas Naciones, ofrecemos en su real nombre la seguridad, y garantía de las que actualmente tienen, según el derecho de legitimidad con que las poseen; con tal que éstas queden comprendidas dentro de la línea, y límites de S. M. C. nuestro Soberano. Y para hacer más patente la extensión de su Real Clemencia siempre que por alguna guerra u otro accidente sean los Talapuches despojados de sus tierras por enemigos de la Corona, se les proporcionarán otras equivalentes, que se hallen vacantes, para su establecimiento, sin otra solicitud, ni retribución que la de su fidelidad constante, y para que así se verifique, se cumpla, y observe enteramente mientras se solicita la Real aprobación de S. M. a quien lo elevaré yo el expresado Gobernador interino de la Luisiana, firmamos el presente los enunciados Gobernadores, e Intendente, con el citado Alejandro McGillivray, instruido todo por medio de la literal, y exacta traducción, que para el efecto formalizó el Capitán de Milicias de la Luisiana e Intérprete por S. M. en dicha Provincia del idioma inglés Dn. Juan Joseph Duforest, sellándole con el sello de nuestras Armas, y refrendándole por el infrascrito Secretario del Gobierno, y Capitanía general de las Provincias de la Luisiana, y Florida Occidental...»9 El motivo principal del tratado, para la parte indígena, era asegurarse el comercio con tratantes bien provistos de los géneros que necesitaban, tal como lo habían practicado bajo las anteriores dominaciones europeas. Como complemento, pues, se dictó un reglamento, para evitar que los comerciantes obrasen de mala fe con aquéllos10. 9 «Artículos del Congreso clebrado en Panzacola...» Original español-inglés en: AGÍ, Cuba 2360, fs. 354-367. Copia en español en: AGÍ, Cuba 2360, fs. 338-344. Vid.: WHITAKER, The Spanish-American Frontier..., págs. 166-167; HOLMES, «Spanish Treaties...», págs. 140142; KINNAIRD, «Spanish Treaties...», págs. 40-41; y SÁNCHEZ-FABRÉS MIRAT, Situación histórica..., págs. 65-66. 10 «Puntos que deben observar los Vasallos de S. M. C. que se empleen en el Trato con los Indios Talapuches...» AGÍ, Cuba 2351, n° 73 j ; y Cuba 2360, fs. 345-346.

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Nombrado McGillivray «Comisario por la Nación Española en la Nación Talapuche», Miró le expidió en Nueva Orleans el 20 de julio las Instrucciones pertinentes. Sería «su primer, y principal cuidado mantener las diferentes Aldeas de su Nación en la dependencia, y subordinación de nuestro Soberano, poniendo en obra cuantos medios le dictare su conocida actividad, y talento para mantener los Indios en nuestro Partido» (I o ). Velaría la conducta de los tratantes para que los naturales no tuvieran el menor motivo de queja; procuraría mantener la nación en paz y armonía; y promovería cuanto condujera al mayor interés y gloria de la nación". 3.

TRATADO DE LA MOBILA DEL 23 DE JUNIO DE 1784 CON LOS CHICACHÁS Y ALIBAMONES. TRATADO DEL 1 4 DE JULIO DE 1 7 8 4 CON LOS CHACTAS

En prosecución de su plan de relaciones amistosas con las comunidades vecinas, Miró, asistido siempre por Navarro, se hizo presente en el congreso reunido en La Mobila los días 22 y 23 de junio. El 23 suscribió sendos tratados con los chicachás y los alibamones, que eran una parcialidad de los talapuches. Los «Artículos de amistad, trato y comercio» convenidos con los primeros —semejantes en términos generales a los del I o de junio, con alguna excepción, como lo referido al respeto de sus tierras— establecieron lo siguiente: «I o Nosotros los expresados Jefes, Capitanes, Guerreros, y demás individuos de la Nación Chicachá prometemos por el supremo ser superior a todas las cosas guardar, y mantener una inviolable Paz, y Amistad con S. M. C. sus Provincias, subditos, y Vasallos, en especial con las Provincias de la Luisiana y dos Floridas, evitando cuidadosamente hacer el menor daño, y procurando las ventajas que contribuyan al mutuo interés de ambas Naciones. Ofrecemos permanecer quietos en nuestras tierras, sin mezclarnos en guerra alguna con los blancos: prometiendo en lo demás obedecer las soberanas disposiciones, y palabras que se nos enviaren por el Capitán general de estas Provincias, y en su nombre por los respectivos Gobernadores, o Comandantes particulares de la Luisiana y Movila. «2o Nosotros los arriba expresados Dn. Esteban Miró Gobernador interino de la Provincia de la Luisiana, Dn. Martín Navarro Intendente general de ella, y Dn. Enrique le Gallois de Grimarest Comandante de la Plaza de la Movila y su Distrito ofrecemos en nombre del Rey proporcionar a la AGÍ, Cuba 2351, n° 73 i; y Cuba 2360, fs. 347-348 v.

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Nación Chicachá un comercio permanente e inalterable bajo los precios más equitativos, y según la Tarifa que por ambas partes contratantes se establecerá en el actual Congreso: debiéndose observar con la mayor exactitud, a menos que una inesperada guerra impida el cumplimiento. «3o Con el objeto de fomentar más y más el comercio, y la cultura de las tierras, nosotros los Jefes, y demás individuos de la Nación Chicachá, mantendremos generalmente la Paz, y Amistad con los Talapusis, Sawanós, Chactas, Arkansas y todas las demás Naciones del continente en especial las del Río Misisipí, exceptuando únicamente la Nación Quicapú el distrito Americano con quien nos hallamos en guerra, hasta que tomada satisfacción de los agravios, se pueda entablar la deseada unión, cesando toda suerte de hostilidades, y viviendo en la más perfecta unión. El perturbador de estas disposiciones pacíficas será tratado como enemigo de la pública tranquilidad de la humanidad, y de ambas partes contratantes. «4o Nosotros los ya mencionados Jefes de la Nación Chicachá nos obligamos a poner en poder de los Comandantes de Ilinoa, Arkanzá, o Natchez, y si es posible, a disposición de los Gobernadores, que por tiempo fueren de la Luisiana, Movila, o Panzacola, todo extranjero que sin la permisión del Gobierno español se introdujese en cualquiera de nuestras Aldeas con el malvado pretexto de excitarnos a tomar las armas contra nuestro Soberano el Gran Rey de España, sus subditos, Vasallos, y Aliados, sin que el haberlos arrestado en nuestras tierras les sirva para su defensa, pues deberán ser castigados, bien que en la pena se tendrá consideración a lo que el Jefe de la Aldea representare. «5o No admitiremos en nuestras Aldeas blanco alguno de cualquiera Nación que sea, so pretexto de comercio, u otro, sin el correspondiente Pasaporte del Capitán general de estas Provincias, o de los Gobernadores particulares de la Luisiana, y Movila. «6o No admitiremos en nuestras Aldeas soldado o esclavo cimarrón de la Luisiana, Movila o Floridas, y los que se presentaren en nuestras Tierras serán inmediatamente entregados por nosotros a disposición de los expresados Gobernadores, o de los Comandantes particulares de los diferentes Puestos de estas Provincias bajo la expresa condición de que se nos recompensará la pena, y gastos que hubiéremos hecho por el Reglamento, si fuere soldado, o por el Amo el esclavo aprehendido. «7o Evitaremos por todos los medios posibles el que nuestros Guerreros y Jóvenes cometan la menor extorsión, ni robo alguno de caballos, y ganados de cualquiera especie que sean, en los Distritos de Panzacola, Movila, Arkanzá, Natchez, y demás de estas Provincias: impidiendo las piraterías que los vagabundos blancos e Indios cometen ordinariamente en 289

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lo alto del Río Misisipí. Los efectos que se encontraren robados, en cualquiera paraje que fuere, se devolverán de buena fe, siempre que se reclamaren por las partes interesadas, que tendrán la precisa obligación de probar ante los Gobernadores, o Jefes de las Aldeas, en que se hallaren, la legitimidad de la prenda solicitada. «8o Los tratantes Españoles, que con las respectivas licencias del Gobierno tratasen en nuestras Aldeas, tendrán toda la protección, y auxilio que necesitaren, siempre que se establezcan en las mismas Aldeas, o a las orillas del Misisipí, celebrando nuestros Contratos bajo la buena fe, y reglas de la Tarifa que se establecerá en el actual Congreso. «9o Con el importante fin de mantener el buen orden que exigen la razón, y la justicia: conociendo evidentemente que de la perfecta seguridad y unión depende la conservación de nuestras vidas, y fortunas, así como la seguridad, y tranquilidad de nuestras Aldeas y de la Nación entera: si algún individuo de la Nación Chicachá cometiere el detestable, y horrible crimen de homicidio en algún Vasallo de S. M. C. nos obligamos a entregar la cabeza del Agresor. Y en mutua correspondencia yo el arriba mencionado Gobernador interino, y los respectivos Comandantes de estas Provincias empeñamos nuestra palabra de honor, y prometemos castigar el Vasallo español, que osare cometer semejante abominable crimen, según las Leyes del reino, delante del Jefe de la parte agraviada»12. Con los alibamones Miró se limitó a ratificar el tratado del día I o , bajo el concepto de que también los comprendía, por pertenecer a la misma familia13. Tal como se había hecho en el congreso de Panzacola, se estableció en éste una «Tarifa para la Trata con las Naciones Chicachás, Chactas, y Alibamones»14. Unas semanas después, el activo Miró celebró otro tratado, esa vez acompañado por el gobernador del fuerte Carlota de La Mobila, teniente coronel Enrique Grimarest. Fue con los chactas, y coronó las gestiones que en 1777 había iniciado el entonces gobernador Bernardo de Gálvez. Suscrito el 14 de julio, sus términos fueron similares a los de los tratados con los talapuches y los chicachás15. 12 AGÍ, Cuba 2351, n° 73 h; y Cuba 2360, fs. 390-394 v., y 395-398 v. Vid: KINNAIRD, «Spanish Treaties...», págs. 41-46; SÁNCHEZ-FABRÉS MIRAT, Situación histórica..., págs. 6667; y GIBSON, «Conquest...», págs. 14-15. 13 AGÍ, Cuba 2351, n° 73 1; y Cuba 2360, fs. 383-384, y 385-386. 14 AGÍ, Cuba 15 B. 15 AGÍ, Cuba 2351, n° 73 m; Cuba 15 B; y Cuba 2360, fs. 408-417, y 418-426 v. Lo publica: SERRANO Y SANZ, España..., págs. 82-85.

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FLORIDA Y LUIS1ANA EN EL SIGLO XVIII

Los vínculos con las naciones indias parecían consolidarse, despertando el optimismo de las autoridades españolas. Según Navarro, cada día se fortificaban más a favor de su partido. Acababan de dar la prueba más convincente de lo que podía esperarse de ellas. Uno de los jefes chactas de mayor consideración, Franchimastabé, y otros, hasta el número de treinta y seis, entre los que estaba el jefe de los chicachás, habían entregado las insignias que conservaban de los ingleses: bandera, medalla y comisión, en un gran consejo efectuado en Nueva Orleans, presidido por el gobernador16.

4.

TRATADO DE AMISTAD D E NATCHEZ DEL 14 DE MAYO DE 1 7 9 2 ENTRE

EL GOBERNADOR MANUEL GAYOSO DE LEMOS Y LOS CHICACHÁS Y CHACTAS. TRATADO DE NUEVA ORLEANS DEL 6 DE JULIO DE 1792 CON LOS TALAPUCHES

Los talapuches firmaron un tratado con los Estados Unidos el 13 de agosto de 179017. El capitán general de Cuba, cuya jurisdicción incluía la Luisiana, Luis de Las Casas, lo juzgó una «infidencia de los indios» y habló de su falacia. Sus miras de interés inmediato las alejaban de los pactos de asociación que pedían un «fondo de principios generales, o de esperanza de un bienestar más distante»18. Para demostrar la supuesta mala fe de los naturales se elaboró el documento titulado «Artículos del Congreso celebrado en Panzacola, en los días 31 de Mayo y I o de Junio de 1784, y presidido por el Brigadier D. Esteban Miró, con las Naciones Talapuche y demás que cita el mencionado Congreso, que son contradictorios con los estipulados por las mismas y los Estados Unidos de América, en su tratado de 13 de Agosto de 1790»19. Sin embargo, no prevaleció la opinión adversa. El interés en la alianza fue más fuerte, pese a las contradicciones entre ambos tratados. La estrategia española tendía a proteger el virreinato de la Nueva España de la amenaza angloamericana. Esta nación había emprendido el camino de la expansión hacia el sur, en procura de las tierras fértiles y de la

16

NAVARRO a VALDÉS: Nueva Orleans, 19/12/1787. AGÍ, Santo Domingo 2611, fs. 907-

911 v. 17

AGÍ, Santo Domingo 2556, fs. 100. PRUCHA, American..., págs. 79-84.

18

LAS CASAS al Conde DEL CAMPO DE ALANCE: La Habana, 26/3/1791. AGÍ, Santo Do-

mingo 2556, fs. 93-94. 19 AGÍ, Cuba 1439.

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salida al golfo de México, favorecida por su superioridad demográfica respecto de la despoblada Luísiana. La respuesta de España a ese avance fue oponer un doble escudo: como antemural, las naciones indias aliadas, y en la retaguardia, las provincias de la Luisiana y Florida Occidental20. A fines de 1791 tomó posesión del cargo de gobernador intendente general de ambas provincias Francisco Luis Hector, barón de Carondelet y Noyelles21. Uno de los primeros problemas que se le presentaron fue la conservación del fuerte de los Nogales, sobre el río Misisipí, al norte de Natchez, en construcción desde el año anterior. La razón era que el terreno en que estaba había sido cedido por los chactas a los angloamericanos por el tratado del 3 de enero de 1786, suscrito en circunstancias poco claras. Carondelet ordenó al gobernador de la plaza de Natchez, Manuel Gayoso de Lemos22, que negociase secretamente con el jefe Franchimastabé, que era el más renuente, y con otros principales, la conclusión del asunto. Les haría entender que la erección del fuerte era para conservar a los chactas su territorio, que los angloamericanos pensaban ocupar. A cambio de renovar la cesión que los indígenas habían hecho en 1783, y de asegurarse la exclusividad, les ofrecería el pago de una suma de dinero. Insistió en la necesidad de obrar con secreto y prontitud, para adelantarse a losrivales,que estaban dispuestos a dar a los indígenas cuanto querían con tal de desvanecer el intento español23. Después de una larga negociación, se celebró en Natchez, en mayo de 1792, la reunión entre Gayoso, el rey de los chicachás —Tascaotuca—, Franchimastabé y muchos otros jefes. En la noche del día 13 expuso Tascaotuca que, unánimes, convenían en que el territorio perteneciese al rey de España, que para ellos era un asunto concluido, y que la mañana siguiente hablarían con los otros jefes y los guerreros para convencerlos. A las mercaderías que había en los almacenes, para serles repartidas, habría que agregar pólvora, carabinas, sillas de montar, bagatelas y mucho aguardiente, para contentarlos. Al día siguiente fueron ratificados los términos del convenio, que se firmó en dos ejemplares con la mayor solemnidad posible. Lo suscribieron, además, empleados y vecinos de Natchez y varios angloamericanos transeúntes24. 20

BATISTA GONZÁLEZ, La estrategia..., págs. 179-180; y HOLMES, «La última barrera...».

21

LARREA, El barón...; BRASSEAUX, «Frangois-Louis Hector...»; y HOFFMAN, Luisiana...,

págs. 188-273. 22

HOLMES, Gayoso...

23

Nueva Orleans, 29/3/1792. AGÍ, Cuba 18, fs. 347-351. 24 GAYOSO, «Estado político de la Luisiana», cit. por SERRANO Y SANZ, España..., págs. 48-58. 292

FLORIDA Y LUISIANA EN EL SIGLO XVIII

He aquí el contenido del «tratado de amistad»: «I o Que todos los individuos de las Naciones Española, Chicachá y Chacta se amarán recíprocamente, y darán pronto aviso, unos a otros, de cuanto pueda ser favorable, o adverso a cada uno en particular, y a todos en general. «2o Que para remover cualquier motivo de discordia, que en los tiempos venideros pudiese ocurrir sobre límites, reconocen las Naciones Chicachá, y Chacta, que los límites de los dominios de S. M. C. en las inmediaciones de sus territorios por la parte Occidental, empiezan sobre el Río Misisipí a la embocadura del Río Yazú, y subiendo dicho Río por medio de sus aguas hasta llegar cerca del paraje llamado Juego de la Pelota donde la Nación Inglesa, de acuerdo con la Nación Chacta demarcó una línea divisoria, que continuaba hasta entrar en la Florida Occidental, y siguiendo la misma expresada línea, desde el mencionado Juego de la Pelota, hasta encontrar la que separa el resto de los dominios de S. M. C. con las Naciones Alibamones y Talapuches. «3o Declaran las citadas Naciones Chicachá, y Chacta, que todas las tierras, que se hallan al Sur, y al Occidente de la expresada línea, pertenecen indisputablemente a S. M. C. Gran Rey de las Españas y de las Indias, sin que ellos por sí ni sus descendientes tengan a ellas ningún derecho, ni en tiempo alguno las reclamen bajo cualquier pretexto o motivo que sea, y además ofrecen sostener la Nación Española en posesión de las referidas tierras en las cuales especialmente se halla comprendido el Gobierno, y Territorio de Natchez, hasta las aguas del Yazú. «4o La Nación Española declara y reconoce que todas las tierras al Oriente de la expresada línea divisoria en el artículo 2o pertenecen legítima, e indisputablemente a las Naciones Chicachá, y Chacta, ofreciendo sostenerlos en ellas con todo su poder. «5o Las Naciones Chicachá y Chacta conservarán particularísima armonía con el Gobernador General de la Luisiana, y de ambas Floridas, con el particular de Natchez, y con los Comandantes de las demás Plazas, y Puestos de los dominios de S. M. C. en esta parte del Mundo, para arreglar entre sí los asuntos de Comercio, y Policía, que sean para recíproco beneficio, y utilidad de las tres mencionadas Naciones. «6o Las referidas dos Naciones dejan al arbitrio del Gobernador de Natchez el hacerles una generosa demostración por la buena voluntad con que han cedido todos sus derechos al Territorio de los Nogales (en inglés Wallnutthills) junto al Yazú, y dentro de la línea divisoria expresada en el artículo 2°. «7° El Gobernador de Natchez ofrece hacer un regalo correspondien293

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te en nombre de S. M. C. a los Jefes presentes, y para que repartan con los demás individuos que consideren acreedores, a fin de darles esta prueba más de la generosidad de la Nación Española, y de la buena armonía, que desean conservar con las Naciones Indias sus vecinas; y para que esta condición no quede pendiente, entrega actualmente a los mencionados Jefes las llaves de estos Reales Almacenes en que están los efectos para que tomen de ellos lo que quieran hasta satisfacerse. «8o Los referidos Jefes ya nombrados se dan por satisfechos con los géneros que tienen en su poder con las llaves en las manos de los expresados Almacenes, habiendo ya visto lo que hay en ellos. «9o Finalmente se ratifican y prometen las Naciones Chicachá y Chacta ser constantes amigos de la Nación Española, y de conservar con ella cuanto fue pactado en el Congreso de la Movila, y lo que después hayan convenido con los Gobernadores Generales de la Luisiana y ambas Floridas, y con el particular del Distrito de Natchez; y la Nación Española les ofrece igualmente perpetua amistad, y de conservarles todas las condiciones pactadas en el citado Congreso de la Movila, y lo que los referidos Gobernadores les hayan ofrecido después»25. Carondelet se quedó ampliamente satisfecho. Al capitán general de Cuba, Las Casas, le dijo que el tratado era «ventajosísimo a la Nación en las circunstancias actuales por proporcionarnos el estrechar y afirmar la alianza de cuatro poderosas Naciones indias, que unidas a la España pueden formar una barrera incontrastable contra los Americanos». Esperaba que los talapuches rompieran su tratado de límites con éstos26. La real orden del 16 de diciembre de 1792 aprobó el convenio, tuvo en consideración el celo y eficaces diligencias de Carondelet y Gayoso, y, por bien, el gasto hecho en regalos. El gobernador de la Luisiana dirigió también sus miras a ratificar la antigua alianza de los españoles con los talapuches, pese a las críticas que había merecido la posterior inclinación de éstos hacia los angloamericanos. Al comandante del fuerte de Panzacola, Arturo O'Neill, uno de los severos críticos, le hizo ver lo importante que era atraerlos, y le dio instrucciones. Debía convencerlos de la incesante porfía con que los angloamericanos se empleaban en aniquilar todas las naciones indias, y separarlas de la España, por ser la única potencia que se oponía a ese intento. 25 AGÍ, Cuba 2353, fs. 651-652 v.; 653-654 v.; y 655-656 v.; Cuba 2362, fs. 269-271 v.; y Santo Domingo 2560, fs. 478-479 v. Vid.: SÁNCHEZ-FABRES MIRAT, Situación histórica..., págs. 76-78. 26 Nueva Orleans, 22/5/1792. AGÍ, Santo Domingo 2560, f. 476.

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También, la diferencia de sus procederes, lafidelidadde España en la observancia de los tratados, su desinterés, y el auxilio poderoso que estaba dispuesta a brindarles en caso que los americanos intentaran usurpar sus tierras, empezando las hostilidades27. Como consecuencia de la gestión de O'Neill, Carondelet y McGillivray rimaron un tratado complementario del de 1784, en Nueva Orleans, el 6 de julio de 1792. Estableció lo siguiente: «I o S. M. C. deseando conservar una paz perpetua, y buena armonía entre los Estados Unidos, y todas las Naciones indias sus aliadas, los Jefes, y Guerreros de la Nación Talapuche evitarán cuidadosamente el cometer cualquiera violencia, u hostilidad contra los Americanos establecidos en sus tierras bajo el pretexto del tratado de 1790, o cualquiera otro; pero se les recomienda manden perentoriamente a todos los intrusos en las tierras de la Nación se retiren de ellas con sus efectos en el preciso término de dos meses, pasando del otro lado de la concesión anteriormente hecha a la Nación Británica. «2o S. M. C. saldrá garante de todas las tierras que pertenecían, y de que se hallaba en posesión la Nación Creek al tiempo de la celebración, y conclusión del tratado de Panzacola en 1784 y bajo los mismos principios de unión, y amistad recíproca, la Nación Talapuche será garante a S. M. C. de todas las tierras de las Provincias de la Luisiana y Florida Occidental. «3o S. M. C. para manifestar sus buenas disposiciones hacia la Nación Creek, suministrará amplia, y suficientemente a sus Indios, y Aliados armas, y municiones no sólo para defender su País, sino también para recuperar las tierras usurpadas siempre que los Americanos rehusen el retirarse voluntaria, y pacíficamente en el término prefijo, o en caso de que la Nación Creek se hallase atacada por cualquiera otra injustamente, y sin haber provocado la guerra»28. L

5.

TRATADO DE AMISTAD Y GARANTÍA DE LOS NOGALES DEL 28 DE OCTUBRE DE 1793 ENTRE GAYOSO Y VARIAS NACIONES. TRATADO CON LOS CHACTAS DEL 10 DE MAYO DE 1793

Carondelet se propuso lograr un acuerdo general, y más firme, con todas las naciones de la región. Para eso redactó el 26 de febrero de 1793 27

Nueva Orleans, 30/3/1792. AGÍ, Cuba 18, fs. 357-361 v. Copias en español: AGÍ, Cuba 121, fs. 494-495; y Cuba 2362, fs. 6-7, y 205-206. Copias en inglés: AGÍ, Cuba 2362, fs. 4-5, 203-204, y 207-208. Vid.: HOLMES, «Spanish Treaties...», pág. 147; y KINNAIRD, «Spanish Treaties...», págs. 46-47. 28

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unos «Puntos sobre los cuales se deberá tratar en el Congreso de los Indios» que esperaba reunir en el paraje del Juego de la Pelota, cerca de los Nogales. Se trataba de formar una confederación puramente defensiva de las naciones creeks, cheroquis, chactas y chicachás, bajo el amparo de España, con la garantía recíproca de las posesiones de las partes contratantes. Un congreso permanente, compuesto de tres jefes de cada una de las cuatro naciones, y aconsejado por el comisario español, se ocuparía de todos los asuntos pertenecientes a la paz y buena armonía, seguridad y garantía de las posesiones, tomando sus resoluciones a pluralidad de votos. Un diputado del congreso intentaría convencer a los Estados Unidos de que respetasen los antiguos límites. En caso de rehusarse, procurarían la mediación de España para llegar a un convenio amistoso. Además, el congreso instruiría al comisario de las necesidades de sus naciones29. El 28 de octubre de 1793 Gayoso pudo concluir en los Nogales el anhelado «tratado de amistad, y garantía» con las naciones chicachá, creek talapuche y alibamón, cheroqui y chacta, que estableció lo siguiente: «I o Que las Naciones Española, Chicachá, Creek Talapuche y Alibamón, y Chacta ratifican en el presente acto todos los Tratados, y convenios, que tienen celebrados, y hecho recíprocamente desde el año de 1784 hasta el tiempo presente, ya sea en esta Provincia, o en la de las Floridas, o en cualquiera de las referidas Naciones, prometiendo guardar, y tener, cuanto en ellos se contiene del mismo modo, que si en éste se expresase. «2° La Nación Cherokee suplica a S. M. C. que la admita bajo su inmediata protección, como lo están las Naciones anteriores. «3o S. M. C. concede a la Nación Cherokee, la protección que implora, y la considerará en adelante del mismo modo que lo hace con las naciones expresadas en el Artículo I o de este Tratado. «4o Las Naciones Chicachás, Creek Talapuche, y Alibamón, Cherokee, y Chacta, hacen una alianza ofensiva, y defensiva, de modo que todas en general, y cada una en particular, prometen considerar unas a otras como parte de sus propias Naciones, de socorrerse recíprocamente y de no determinar punto esencial, que pueda influir en la seguridad y conservación de cada una sin consultar a las demás. «5o Las Naciones mencionadas en el Artículo anterior, hallándose bajo la protección de S. M. C. prometen no determinar asunto de la naturaleza que va expresado en el mismo Artículo sin consultar al Gobernador de esta Provincia como representante de S. M. C. en ella. 29

AGÍ, Cuba 2353, fs. 673-675 v.

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«6° Las referidas Naciones en correspondencia de la protección que gozan y les dispensa S. M. C. se hacen garantes, y se obligan a contribuir por su parte a la conservación de su Dominio, en toda la extensión de las Provincias de la Luisiana, y ambas Floridas. «7o Las expresadas Naciones, como bajo la protección de S. M. C, piden que sus Ministros arreglen, y convengan con los Estados Americanos, los límites de cada una, fijándolo de un modo permanente, para evitar todo motivo de discordia, y a fin de terminar las diferencias que sobre ellos hay entre los referidos Estados Americanos y las Naciones Creek, y Cherokee. «8° S. M. C. inmediato Protector de dichas Naciones, mediará con los Estados Americanos para el arreglo de límites expresado en el Artículo anterior, a fin de conservar a cada una la pacífica posesión de sus tierras. «9o La Nación Chicachá desea recibir los regalos anuales que la generosidad de S. M. C. les dispensa, en su misma Nación, a la margen del Río Misisipí, donde irán a buscarlos en la Primavera de cada año. «10. Las Naciones Creek Talapuche y Cherokee desean recibir dichos regalos en Panzacola a la misma época. «11. La Nación Alibamón del mismo modo desea recibir los suyos en la Movila. «12. La Nación Chacta difiere a otra ocasión el elegir paraje para la distribución de sus regalos. «13. Los regalos que anualmente S. M. C. dispensa a las referidas Naciones se les entregarán en el tiempo y paraje que han señalado, menos a la nación Chacta, a la cual se le suspenderán hasta que a imitación de las demás se fije en paraje determinado aprobado por el Gobernador de esta Provincia para el reparto de los citados regalos. «14. Debiéndose en adelante distribuir los regalos anuales a las Naciones, y en los parajes que se expresan en los Artículos 9, 10 y 11 cesarán de recibirlos en ninguna otra parte de estas Provincias, y lo mismo se observará con la Nación Chacta. «15. Que otros puntos que se han tratado en el presente Congreso, pero que carecen de mayor reflexión, se determinarán en adelante en las mismas Naciones Indias por los Comisarios de S. M. con aprobación del Gobernador de esta Provincia, y verificado así, tendrán dichas resoluciones, y convenciones la misma fuerza que si estuviesen expresadas en este Tratado. «16. Todas las Naciones Indias referidas en este Tratado admitirán en sus Naciones los Comisarios que S. M. C. envíe a ellas, y de él recibirán todas las arengas que se les envíen de parte de los Gobernadores de estas Provincias, y al referido Comisario entregarán las que ellos tengan que 297

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enviar a los mencionados Gobernadores. Respetarán a dicho Comisario, recibirán de él todos los consejos, y prevenciones que les diere, y le informarán de cuanto sepan concerniente a los intereses generales de sus Naciones, y de lo que pueda influir en la tranquilidad y seguridad de estas Provincias, y asimismo lo considerarán como Juez Privativo de los Blancos residentes en las mismas Naciones. «17. Que los Blancos establecidos con familia o tráfico en dichas Naciones serán reputados como pertenecientes a ellas, pero los que no se apliquen a ningún género de industria serán echados de ellas. «18. La Nación Chacta en este momento se decide y representa que desea recibir los regalos anuales que S. M. C. les dispensa en el Viejo Tombecbé que últimamente han cedido a S. M. C, y que igualmente desean que se les distribuya a la misma época que las demás Naciones. «19. Finalmente la Nación Española y todas las Naciones Indias expresadas en este Tratado aprueban y ratifican todo lo que en él se contiene, y recíprocamente prometen, y juran de ser garantes unos de otros, y de considerarse dichas Naciones Indias como una sola bajo la protección de S. M. C. Rey de España y Emperador de las Indias, y S. M. C. les asegura de su protección en todos los casos que la necesiten»30. El tratado colocaba a los naturales bajo la protección y tutela de los españoles, quienes, a través de la aprobación que se reservaba el gobernador intendente de toda nueva decisión, y de la presencia en medio de ellos del comisario real, con las funciones especificadas en el art. 16, se aseguraban el control de sus movimientos. La alianza que se anudaba servía a los intereses que compartían unos y otros de cara a los angloamericanos. En este sentido, cumplía con la finalidad de oponer una barrera a su avance. Holmes lo califica del más significativo logro de las relaciones hispano-indígenas en la Florida Occidental. Las ventajas que, según Carondelet, arrojaba el arreglo eran: «Ia que nos granjeamos más que nunca la amistad de las Naciones Chicachás, y Criks, las que hallándose mucho más distantes que la Nación Chacta frecuentaban poco la Capital, por lo que esta última, aunque mucho menos 30 Copias en español: AGÍ, Cuba 42, fs. 726-727 v.; Cuba 121, fs. 500-504 v., mutilada; Cuba 123, fs. 680-683, y 684-686; Cuba 2352, f. 665-668 v.; Cuba 2363, fs. 571-577 v.; y Santo Domingo 2563, fs. 8-11 v. Borrador en inglés: AGÍ, Cuba 2363, fs. 566-570.

Publicado por: SERRANO Y SANZ, España..., págs. 91-92. Vid.: DIN & NASATIR, The Imperial

Osages..., pág. 229; HOLMES, «Spanish Treaties...», págs. 148-149; KINNAIRD, «Spanish Treaties...», págs. 47-48; SÁNCHEZ-FABRÉS MIRAT, Situación histórica..., págs. 80-81; y WEBER, The Spanish Frontier..., págs. 284-285.

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FLORIDA Y LUISIANA EN EL SIGLO XVIII

útil para la defensa de la Provincia, por su situación, que las primeras, se llevaba las dos terceras partes de los regalos anuales; y concurriendo durante todo el año a la Capital, se habían hecho los indios insaciables: 2a que recibiendo sus regalos por junto, parecerán éstos mucho mayores, lo que contribuirá a desvanecer la impresión, que les hace ver grandes cuartos, como dicen, llenos de regalos, que los agentes de los Estados Unidos les manifiestan, antes de repartírselos; por último se dedicarán los salvajes Chactas al trabajo, y a la caza, como las demás Naciones, y a no contar, como ahora, únicamente sobre los regalos para atender a sus necesidades»31. Pese a que los cheroquis estuvieron representados en los Nogales por los creeks, sus jefes quisieron ratificar el tratado en persona. Así lo hicieron en Natchez, el 30 de noviembre siguiente, labrándose un acta como constancia32. El 27 de octubre de 1795 España y los Estados Unidos firmaron el tratado de San Lorenzo del Escorial (o de Pinckney), mediante el cual se fijó en el paralelo 31 la frontera norte de la Florida Occidental. España, considerando inútil la defensa de la Luisiana de los vecinos del norte, renunció a sus pretensiones sobre el valle del Ohio y a la faja de mil millas debajo del río Yazú, incluyendo el rico distrito de Natchez. Para Carondelet, fue una derrota sufrida a las puertas de la victoria. Dejó a los españoles sin nada que ofrecer a los secesionistas angloamericanos quienes, de triunfar sobre los Estados Unidos, habrían podido debilitarlos; y, además, sin la alianza con las naciones indígenas, conseguida con tanto esfuerzo, cuyas tierras pasaron a depender de los Estados Unidos33. Mientras se negociaba el congreso de los Nogales, el comisario español ante los chactas, Juan de la Villebeuvre, había suscrito con esta nación, en la aldea de Boukfouká o Bouctoucá, un tratado de amistad. Fue el 10 de mayo de 1793, y su texto el siguiente: «1° Que para la mayor facilidad de la suministración de lo que necesita la Pequeña Partida, y toda la Nación Chactas, por sus hermanos los Españoles, se les concede en toda propiedad un terreno de treinta arpanes cuadrados, poco más o menos, como lo que poseían los franceses antiguamente, para levantar en él un almacén o depósito de regalos y víveres, para cuya seguridad, contra las Naciones con las que podría tener en lo venide31

CARONDELET al ministro Diego DE GARDOQUÍ: Nueva Orleans, 24/2/1794. AGÍ, Santo Domingo 2563, fs. 669-686 v. 32 AGÍ, Cuba 123. Copia en inglés: AGÍ, Cuba 188 C, f. 96. 33

ARMILLAS VICENTE, El Mississipi...; BANNON, The Spanish Borderlands..., pág. 204;

y WEBER, The Spanish Frontier..., pág. 289.

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ro la Nación Chactas guerra, sus hermanos los Españoles levantarán un fuerte con cañón, y en el que mantendrán sus guerreros, prometiendo que por sí, ni por sus descendientes, nunca reclamarán el terreno cedido, como que al contrario, ofrecen sostener sus hermanos los Españoles en posesión del referido almacén, fuerte y terreno, contra todos aquellos que intentaren inquietarlos en sus posesiones. «2o La Nación Española declara y ofrece recíprocamente proteger, defender y amparar en la posesión de sus tierras a toda la Nación Chactas, su fiel aliada, sin permitir que Nación alguna pueda inquietarla en dicha posesión. «3o Los referidos Jefes se ratifican y prometen ser constantes amigos de toda la Nación Española, y de conservar con ella cuanto fue pactado en el Congreso de la Movila, y lo que después hayan convenido con los Gobernadores generales de la Luisiana y Florida Occidental, y la Nación Española les ofrece igualmente perpetua amistad, y de conservarles todas las condiciones pactadas en el citado Congreso de la Movila, y lo que los referidos Gobernadores les hayan ofrecido después»34.

34

AGÍ, Cuba 2353, fs. 663-v.; Cuba 1447, s/f; y Cuba 2363, fs. 564-565. Publicado

por: SERRANO Y SANZ, España..., pág. 90.

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CAPÍTULO XI

COSTA RICA Y DARIÉN EN EL SIGLO XVIII

1.

NEGOCIACIONES CON LOS ZAMBOS MOSQUITOS O MISKITO A PARTIR DE

1769 Los llamados indios mosquitos o miskito, que, en realidad, descendían de esclavos negros e indios, habitantes de la costa del mismo nombre, en la provincia de Costa Rica, estaban bajo la dependencia del gobernador inglés de Jamaica, quien nombraba a sus reyes. Al ser esta relación harto peligrosa para los intereses españoles en Centroamérica, trataron de anularla por medios diplomáticos, iniciando las gestiones el gobernador de Costa Rica en 1776. El 16 de junio de 1778 el de Panamá, coronel Pedro Carbonell y Pinto, celebró en su sede un tratado de paz con esa nación —ratificación del hecho por comisionados en la propia costa de los Mosquitos o Miskito—, representados los aborígenes por el capitán Fara, hijo de su gobernador, cabeza de la nación a la par que el rey. Ambos —según manifestó— le habían encargado verbalmente celebrarlas, dándole todas las facultades necesarias. La razón que expuso para no haber traído carta fue el «no aventurar el que se difundan y los pierdan como pobres infelices a más de que ellos no le pueden hacer en otra forma por no saber leer y escribir». Interrogado sobre cómo proponían a los españoles amistad y alianza cuando, antecedentemente, la tenían ofrecida al rey de Inglaterra, negó que fuera así. Aquellos proponentes habían carecido de toda facultad. Sólo pidió que se les permitiera comercio libre en todos los puntos desde el río de San Juan hasta Chagre, sin experimentar hostilidad ni perjuicio algu301

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no, así en sus pescas como en los demás asuntos que se les ofreciera. Carbonell le dio seguridad para sus personas y franqueza para su comercio, con tal de que no fuese éste de efectos extranjeros, sino de carey y frutos de su tierra. Preguntados si estaban dispuestos a unirse a los españoles para expulsar y exterminar a los ingleses de aquellas costas, respondieron afirmativamente, con la única condición de que remitieran en tal caso los víveres necesarios. Informaron de la presencia de ingleses en el sitio de Río Tinto, en número de trescientos o cuatrocientos, además de los esclavos que tenían, y del arresto de su connacional Guians, por su intervención en la alianza con los españoles. Se comprometieron a constituir rehenes, si se disponía alguna expedición contra los ingleses, en garantía de que cumplirían con sus promesas. El gobernador les ratificó la palabra, dada en nombre del rey, de «ampararlos y protegerlos manteniéndose firmes y constantes en lo que ofrecen, y al mismo tiempo les hizo entender que por expulsados los Ingleses vivirán libremente en sus Pueblos y que se mantendrán gobernados por sus respectivos Gobernadores, Caciques, y demás que los mandan y que se les auxiliará con darles lo que S. M. tenga por conveniente para su mejor establecimiento, y que se les pondrán maestros que los enseñen a leer y escribir, y demás artes mecánicos y liberales, prometiéndoles desde luego a todos los que fueren leales premiarlos según se distingan por sus méritos y servicios, y que estén persuadidos de las ventajas y alivios que lograrán de tener amistad con nosotros pues libremente se comunicarán con los Españoles y se les franqueará nuestras playas y costas para la pesca de carey dejándolos libremente para que puedan llevarlo a vender con más estimación a Matina, Río de San Juan de Nicaragua, Chagre, Portobelo, y Panamá y que una vez de que no quieren llevar por escrito cosa alguna le manifiesten todas las ofertas expresadas a su Rey, y Gobernador, y que respecto decir que este último vendrá el año que viene a esta Plaza se espera lo ejecute para afianzar las Paces que apetecen...»1 Carbonell comunicó al ministro José de Gálvez que los mosquitos, además de los capítulos consignados, le expusieron otros, encargándole sigilo, y pidiéndole «no los diera a la pluma». De las dos cabezas que tenían, sólo veneraban al gobernador, en tanto que al rey lo obedecían los mulatos y gente de color. Su esperanza era que, desalojados los ingleses,

1

Testimonio. Panamá, 16/6/1778. AGÍ, Guatemala 665, fs. 760-766. FLOYD, The AngloSpanish..., pág. 127.

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COSTA RICA Y DARIEN EN EL SIGLO XVIII

sostenedores del rey, pudieran desterrarlo y vivir sujetos únicamente al soberano español. El cacique Coppain de los indios guaimies, enemigos de los mosquitos, había manifestado, también, su intención de concurrir al asunto de las paces, y anunciado su ida a Panamá. Esa decisión prometía —según Carbonell— una feliz empresa2. El presidente de Guatemala, Martín de Mayorga, recordó que ya en 1769 habían solicitado capitulaciones los caribes y los mosquitos, y que la real orden del 17 de setiembre de 1770, entre otras condiciones, no había condescendido a que se les diera aguardiente, como lo pretendían. Sin embargo, las últimas órdenes, que recomendaban la separación de los mosquitos de los ingleses, indicaban que se ejecutara a toda costa. Infería, pues, no ser oportuno embarazarse en la prohibición del aguardiente con unas «naciones bárbaras» que tenían en su mano la fuga para lograr con los ingleses lo que le negaban los españoles, y cuya reducción era necesario lograr por todos los partidos precisos. «Siempre caminamos sobre los dichos y hechos de una nación de veleidad, e inconstancia —agregó—; por lo cual tengo prevenido al Gobernador de Costa Rica, le cumpla puntualmente lo prometido y aparentándoles la mayor confianza, y amistad viva y obre con precaución, y una oculta desconfianza, procurando retirarlos de los parajes de fuga, e introducirlos en nuestra inmediación, y dependencia por todos aquellos medios que abracen gustosos, y reciban sin violencia porque la primera diligencia es la de atraerlos»3. Por real orden del 4 de marzo de 1779 fue aprobada la conducta del presidente, en orden a ajustar paces con los mosquitos, para lo cual daría al gobernador de Costa Rica las instrucciones precisas. Para atraer «con más incentivos» a la amistad y protección a esa y otras naciones, se le remitirían medallas de oro y plata, a fin de que las concediese a los jefes que las merecieran4. Un norteamericano, Jeremías Ferry, actuaba como gestor de la alianza de los mosquitos con los españoles. Se sucedieron en los años siguientes los encuentros dirigidos a tal fin5.

2

Panamá, 4/8/1778. AGÍ, Guatemala 665, fs. 757-759. MAYORGA a GÁLVEZ: Nueva Guatemala, 9/11/1778. AGÍ, Guatemala 665, fs. 793-801 v. 4 Borrador. AGÍ, Guatemala 665, fs. 787-788. 5 losé DE ESTACHEIRA, presidente de Guatemala, a GÁLVEZ: Guatemala, 13/12/1784. AGÍ, Guatemala 666, fs. 60-65. 3

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2.

CAPITULACIONES CON DIFERENTES PARCIALIDADES DEL DARIÉN EN TURBACO EL 2 0 DE JULIO DE 1 7 8 7

Bajo la amenaza, siempre, de la influencia inglesa en la región, las autoridades neogranadinas intentaron apartar de ella, y atraer a la alianza con España, a las parcialidades del Darién. Se valieron para eso de los oficios del capitán de la goleta «La Amistad», Enrique Hooper, que traficaba con ellos desde hacía más de veinte años. El arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora le dio instrucciones acerca de lo que debía conferenciar con los naturales. Les diría que los comerciantes de Jamaica ya no tendrían negocios con ellos, porque eran íntimos amigos de los españoles, con quienes entrarían en todo género de tratos. Así habían obrado con los mosquitos, que ya estaban en poder de los españoles, tratados con toda la humanidad posible y socorridos con cuanto necesitaban. Si también ellos se hacían amigos, obtendrían cuanto deseaban. Destacaría el buen trato recibido por unos indígenas aprehendidos: vestidos, cuidados, alimentados y enviada la mayor parte a sus casas. Si no aceptaban la unión, tarde o temprano se verían obligados a abandonar el país, perdiendo familia y bienes, porque los españoles eran muy fuertes y acabarían con ellos6. La embajada tuvo éxito. El 9 de julio de 1787 informó el virrey a la corte que estaban en Turbaco los principales indios del Darién para ratificar las convenciones ya hechas en Carolina, el 9 y 13 de junio, con el comandante general Antonio de Arévalo. Era la primera vez que se hacía presente una representación tan calificada de caciques y capitanes. Sin descuidar detalle, lo había dispuesto todo para conquistar sus voluntades. «Regalados, obsequiados, y vestidos en Cartagena —añadió—, les he hecho venir a este Pueblo, donde les he puesto una casa cómoda a ellos, y sus criados, y se les asiste con toda la delicadeza que corresponde a su clase y preocupaciones. He querido que vean felices, y contentos a los Indios de este Pueblo bajo el suave yugo de S. M., que les observen a todos con su buena casa, sus sembrados, y comodidades; y que me vean a mí viviendo en medio de ellos, sin fausto, sin tropa, y con una confianza total; y para más darles una idea de alegría análoga a sus costumbres, me he aprovechado del memorial incluso en que me lo piden los mismos naturales, para mudar sin inquietud, y a gusto de ellos, para mudar las justicias de este

6

CABALLERO y GÓNGORA al Marqués de SONORA: Cartagena, 16/4/1787. AGÍ, Santa Fe 609.

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Pueblo, con lo cual para el recibimiento de las nuevas se están previniendo fiestas, danzas, bailes, toros, fuegos, y cucañas que les diviertan, y yo procuraré solemnizar al mismo tiempo con acciones de gracias, y otras festividades. Alucinados los capitanes, y caciques así, estoy sacando partido de la misma suspensión en que se hallan con las cosas que ahora ven, y nunca han visto. Tenemos ya, que el Cacique de las Cordilleras, que es el más temible, ofrece ayudar a la apertura de los caminos que se conjeturen necesarios; y ahora estoy tratando [...] el que con pretexto de instruirse en la lengua, y demás que ya necesitan, nos envíen sus hijos, a quienes se mantendrá, y educará proporcíonalmente por cuenta del Rey, siendo el objeto principal tener en ellos unos rehenes que nos pongan siempre a cubierto de la perfidia de que es capaz una gente sin religión, sin palabra, y sin juramento»7. El día 20 se suscribió el tratado, en los términos siguientes: «1. Prometen y ofrecen su reducción, y pacificación, viviendo con nosotros como buenos vasallos del Rey, perdonándoseles todos los daños que han hecho en el tiempo pasado, y los excesos que han cometido los Indios del Golfo, los de la Costa, y los de la Montaña, bien entendido que en el caso de que falten a esto, se les tratará y perseguirá como a vasallos rebeldes. «2. Que por el mismo hecho de quedar indultados de sus pasados crímenes, y ya vasallos del Rey, no se hará daño ninguno, ni molestará a los Indios de los citados países, en sus pueblos, personas, rozas, platanares, y cosechas, quedando ellos obligados a observar la misma conducta con los Españoles y demás vasallos del Rey, que se hallan allí establecidos, o que se establezcan en los diferentes parajes del Istmo, quedando todos, y cada uno de los Caciques sin facultad para tomar la Justicia por su mano; pues en el caso de que algún Indio de su parcialidad haya recibido algún daño de cualesquiera clase que sea, se quejará inmediatamente al Comandante de la población más inmediata, quien castigará al delincuente con el rigor que corresponda en cumplimiento de las órdenes que el Exmo. Sor. Virrey dará sobre este asunto, haciéndolos responsables de todas las resultas; y si para mayor satisfacción de los Indios, quisiese la parte agraviada venir a dar la queja a S. E. desde luego se le concede el permiso, y se mandará a los Comandantes les proporcione pasaje en la primera embarcación que se presente, con el seguro que será prontamente atendido, despachado, y pagado de todos los costos que hiciese por cuenta del Comandante que no hubiere procedido en Justicia.

7

ídem a ídem: Turbaco, 9/7/1787. AGÍ, Santa Fe 609.

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«3. En mutua correspondencia de esto siempre que algún Comandante diese queja al Cacique General, o cualesquiera de los Capitanes de los pueblos de que algún Indio ha hecho algún agravio a un Español en su casa, persona, muebles, rozas, o sementeras, deberá dicho Cacique o Capitán traer el delincuente, para dar al Comandante o persona agraviada la satisfacción que corresponda, procurando siempre cortar todas estas diferencias amigablemente para precaver de este modo todos los disgustos, quejas, y motivos de discordia, y desavenencia que puedan ocurrir entre Indios, y Españoles. «4. Respecto a que ya deben considerarse unos, por ser vasallos de un mismo Amo, Indios, y Españoles, podrán aquéllos así como éstos andar libremente por el golfo, por la costa, por los cayos, ríos, y bajos, y por lo interior del país, sin que se les estorbe, buscar lo que necesiten en la pesca, o en la caza para su subsistencia, comunicándose entre sí, y haciendo sus rancherías, rozas, y plantaciones en donde mejor les convenga, sin que se obligue a los Indios a hacerlas en otros parajes, que los que ellos mismos eligiesen, con la facultad de gozarlas, de darlas, o de venderlas como propios dueños, dejando a su arbitrio que se establezcan donde mejor les acomode, sea con inmediación, o distante de nuestras poblaciones, bajo la segura inteligencia, que gozando los Españoles de los mismos privilegios, exenciones, y prerrogativas, tanto en el modo de establecerse, como en la propiedad de los bienes que adquieran, y trabajen, protegerán a los Indios con toda su fuerza, y en caso necesario con las Armas del Rey, y les proporcionarán semillas, hachas, machetes, y demás instrumentos de labor enseñándoles el uso que deben hacer de todo para su mayor fomento. «5. Los Indios podan vender sus frutos, frutas, y cosechas, sus pescas, y conchas a los Españoles, sea de lo interior, o de los establecimientos, o irlos a vender si les acomoda a Cartagena, Portobelo, Panamá, el Chocó, o cualesquiera otro de los dominios de S. M. dando aviso antes al Comandante del establecimiento más inmediato para que les dé su licencia por escrito, y les proporcione pasaje en la primera embarcación que salga, o les dé algún soldado de escolta, si lo necesitasen, para que no se les ofrezca embarazo en el camino. Y para mejor lograrlo, noticioso S. E. que a los Indios cuando vienen con sus efectos les ofrecen unos precios tan módicos, y bajos que ellos se disgustan, y se vuelven a sus casas sin venderlos, encarga particularísimamente a los Comandantes velen sobre la conducta de los compradores, y vendedores, y no permitan se les ofrezca por el carey, ollas, gallinas, &a. precio que no sea razonable, justo, equitativo, y corriente, tomando por regla el que le daban los Ingleses cuando trataban con ellos, y de que han sacado considerables ganancias; bien en306

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tendido que si no hubiese gentes que comprasen los referidos frutos a los Indios en los términos dichos, los comprarán los Comandantes por cuenta de S. M. y los remitirán para beneficiarlos a Cartagena, estando en la inteligencia que se tratará con el último rigor al que intente, o haga monopolios de esta naturaleza por las graves consecuencias que pueden resultar a ellos. «6. Debiendo los Españoles gozar de los mismos derechos de establecerse, hacer sus rozas, casa, pesca, y habitaciones, en donde no perjudique a los establecimientos, y rozas de los Indios, y andar por tierra, por mar, y por los ríos, en la misma forma y libertad que aquéllos; se ha convenido que así unos, como otros, andarán sin armas, a excepción de la tropa, que tenga que ir a alguna comisión por mar, o por tierra, como se practica en algunas partes, y Naciones para mantener el buen orden; en cuyo caso darán los Capitanes algunos Indios que puedan servirles de prácticos. Y como los destacamentos de Mandinga y Concepción deberán mudarse por tierra, se practicará la misma diligencia, pagando su trabajo a los Indios que les sirviesen de prácticos, y encargando a los Comandantes velen mucho en su tránsito, no se perjudique en lo más mínimo a los Indios, ni sus posesiones. «7. Les será libre a los Indios, como queda dicho, vender sus frutos entre sí, o los Españoles, pero se prohibe todo género de comercio, y comunicación con los extranjeros, en los mismos términos que lo está, lo ha estado, y estará a los Españoles, a cuyo efecto están destinadas las galeotas, lanchas cañoneras y demás buques del Rey, al modo que se practica en todas las costas del Reino, y como lo ejecutan los extranjeros en todas sus colonias, y posesiones. Y para que nada haga falta a los Indios, sea de herramientas, o de otros efectos, además de poder venir ellos mismos a comprarlos a Cartagena siempre que gusten a cambio de sus frutos, o con el dinero que haya producido la venta de ellos, dispondrá el Exmo. Sor. Virrey, se traiga todo lo necesario con arreglo a la nota que se ha formado, según lo expuesto por el Cacique General Dn. Bernardo. «8. Como realmente es interesantísimo que se proceda de buena fe con estos nuevos vasallos de S. M. y no se les engañe en sus contratos ni sobre la calidad, ni sobre el precio, se previene que no se podrá vender ni comprar a los Indios, que no sea por los pesos, y medidas de Castilla, aboliendo desde luego, y prohibiendo el uso de los pesos de piedras, y medidas arbitrarias, castigándose severamente por el Comandante del establecimiento a cualesquiera que contraviniese. Y para obviar todo género de engaño y malversación, siempre que los Indios traigan a vender algo a los Españoles, y establecimientos, y ocurriesen al Comandante les dará éste un sujeto que presencie el contrato a efecto de que no sean engañados, y 307

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lo mismo si quisieren pasar a verificar sus compras y ventas a los barcos que estuviesen en los puertos. Y si de las ventas y compras que se pueden hacer en los ríos, y puestos donde están establecidos los Indios, resultase alguna queja por no haber allí Jefe nuestro, que cele, y vigile, la darán los Indios inmediatamente al del establecimiento más inmediato, para que les haga justicia, según queda convenido en el art° 3 o . «9. Habiendo reclamado los Indios los platanares que tenían en los parajes donde se hicieron los establecimientos se les ha concedido se presenten los dueños de dichos platanares a los Comandantes de los respectivos establecimientos, o para disfrutarlos por sí con la libertad que les da el ser vasallos del Rey, o para venderlos a S. M.; a cuyo fin dará S. E. las órdenes convenientes a dichos Comandantes, previniéndoles la consideración con que deben proceder en este asunto, y que en el caso de venta no sean perjudicados sus primitivos dueños. «10. Habiendo solicitado los Indios se les quitasen las galeotas, y lanchas cañoneras, se ha declarado por S. E. que nunca se verificará respecto de ser unos buques destinados para conservar el honor de las armas en tiempo de guerra, y el buen orden y policía en tiempo de paz; pero se les concede por ahora que no vayan estos buques a los ríos, y establecimientos, que tengan los Indios sobre la costa, a menos, que para su protección nos los pidiesen ellos mismos; en cuyos casos los tendrán prontos los Comandantes de los establecimientos para enviárselos, y auxiliarlos con ellos, lo mismo que a cualquiera otro vasallo de S. M. También se ha concedido por ahora a los Indios puedan usar de el hacha, y del machete, para sus labores, y de las armas necesarias para su pesca, y caza, bien entendido que todo esto se les ha de suministrar por nuestra mano según queda arreglado en el Artículo 1°. «11. Siendo un punto necesario, y ya acordado en el día 13 de Junio entre el Comandante General Dn. Antonio de Arévalo, y el Capitán Wrruchurchu, que lo es de Sucübti, y los Capitanes Aquatileli del Playón Grande, y Oca de Matungandí, y Nargandí, la abertura del camino, que ha de atravesar desde la mar del Norte a la del Sur, para franquear el paso, y el comercio de uno, y otro mar, a Indios y Españoles; se ha convenido ahora con todos los referidos Capitanes, y especialmente con el Capitán Wrruchurchu por sí, y a nombre de los Caciques, que gobiernan aquellas parcialidades, no sólo en el uso libre del tránsito de una a otra parte sin temor, ni recelo, sino también en la abertura del camino por el paraje más corto, que señalará el expresado Wrruchurchu, y por donde no se incomode a los establecimientos de los Indios en manera alguna, para obviar todo género de disputas; y concurriendo el citado Wrruchurchu, y los demás 308

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Jefes con sus Indios a dicha abertura para ayudarnos en ella por una u otra parte del Istmo, a fin de que se haga con más prontitud respecto de ser un punto interesantísimo para los mismos Indios, a fin de que puedan transportar sus frutos a Panamá, Portobelo, Carolina, u otras partes. «12. En consecuencia de todo lo estipulado en esta pacificación, y reducción general, da el Exmo. Sor. Virrey sus patentes respectivas al cacique General Dn. Bernardo, y a los demás Capitanes, que se hallan presentes, y ofrece dárselas a los otros del dicho Istmo conforme vayan viniendo a buscarlas respecto de que el Cacique General, y demás Capitanes por sí, y como representantes de los otros han convenido unánime, y conformemente en la citada pacificación, reducción, y reconocimiento de ia Soberanía a nuestro Católico Monarca como dueño del país, que hasta ahora le han tenido usurpado. Y en prueba de la realidad y buena fe con que ofrecen, y prometen lo que queda convenido, y estipulado, se obligan los expresados Capitanes, que se hallan presentes, y con singularidad el Cacique Dn. Bernardo a recorrer por sí mismos, luego que lleguen a sus casas, todas las diferentes parcialidades, que se hallan en el Istmo, imponerlos a esta convención hecha por sí, y en su nombre y hacerles que vengan a su ratificación a Cartagena. Y en el caso de que alguno, o algunos de los Capitanes no quisiese acceder a ella, ni sujetarse a lo convenido en todos, y cada uno de los Artículos expresados, el General Dn. Bernardo, y demás Capitanes presentes se obligan a auxiliarnos con sus Indios en número bastante hasta sujetar, develar, y castigar a los rebeldes, poniéndolos por fuerza en los términos que éstos han aceptado de buena voluntad, a cuyo fin avisarán oportunamente de las intenciones que tenga cualesquiera de aquellos Capitanes, para ocurrir con tiempo a su remedio. «13. Por último, y para dar la mayor prueba de buena fe, y verdadera inclinación con que se ponen todos estos Jefes por sí, y en nombre de todas las parcialidades de Indios, bajo el suave yugo de S. M. ofrece el General Dn. Bernardo dejar un hijo, que ha traído con él, como una seguridad de lo prometido, y contratado, en casa del Mariscal de Campo Dn. Antonio de Arévalo, y no pudiendo hacer lo mismo los otros, por no haber traído los suyos, ofrecen, luego que haya escuela pública en Carolina, enviar sus hijos, y los de los otros Caciques para su instrucción en ella en la lengua española, y demás que debe servirles en lo sucesivo para su mayor fomento»8.

Testimonio. AGÍ, Santa Fe 609.

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CONCLUSIÓN

España reconoció en las comunidades o naciones indígenas que vivían libres allende las fronteras interiores de la Monarquía, y tenían cierta consistencia de sociedades organizadas, la condición de sujetos del Derecho de gentes con quienes mantener relaciones diplomáticas plasmadas en tratados, paces, capitulaciones, artículos, etc. No fue la suya una actitud ocasional, limitada a una frontera o a un tiempo determinados, ni mucho menos imitativa de la conducta de otras potencias europeas, salvo esto último en alguna modalidad, como pudo ser la mayor importancia concedida al comercio. Apeló a sus propios antecedentes históricos y elaboraciones doctrinales para desarrollar desde el siglo XVI una política de penetración pacífica fundada en la alianza con los naturales. Sin perjuicio de ello, su implementación en el terreno no dejó de tropezar con múltiples dificultades. Con frecuencia fue exceptuada, por uno u otro motivo, por los encargados de aplicarla. Aun sin haber la Corona renunciado nunca a sus objetivos supremos de reducción de los naturales a la soberanía del rey y a la fe católica, se planteó a sí el deber de alcanzarlos por los medios pacíficos del buen trato, el comercio y los regalos, de manera de conciliar la libertad que les reconocía, su derecho a hacer una libre elección, con los derechos mayestáticos que se arrogaba, fundados en el descubrimiento, la conquista y la donación pontificia. Una vez adquirida la convicción de que esos derechos recaían en el territorio, y no en sus habitantes, que no perdían su libertad de decisión, la política española, declarada solemnemente en las Ordenanzas de Nuevos Descubrimientos y Poblaciones de 1573, se orientó a trabar relaciones amistosas con los indígenas, y a convencerlos, por el buen trato y ejemplo, de que aceptaran el vasallaje y el Evangelio, sin intentar 311

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imponérselo por la fuerza. Sólo se podrían emplear medios coactivos indirectos para mover su voluntad, no la violencia. Asociada a esa norma estuvo la prohibición de la guerra ofensiva. Tales fueron las instrucciones reiteradas de los reyes, pero no siempre se llevaron a la práctica. De los tres siglos de dominación española hay varios ejemplos de tratados, además de innúmeras paces que se celebraron sin apariencia de tratado, oral ni escrito. Muchas de esas paces no parecen haber sido objeto de contrato alguno, mas en algunos casos queda la duda sobre lo que realmente ocurrió. Pero con los ejemplos indubitables que se conocen hay elementos de juicio suficientes para afirmar la continuidad de esa política, aun habida cuenta de que su intensidad varió de acuerdo con las circunstancias, que la mayor regularidad se registró en Chile en los siglos XVII y XVIII, y que en la Nueva España y sus confines fue notablemente más fructífera en el último siglo. Además de la política general adoptada por la Corona, factores locales influyeron en su celebración, como puede apreciarse leyendo los textos. Factores determinantes fueron la amenaza de potencias europeasrivales,la de naciones indígenas enemigas, o la conciencia de la imposibilidad de obtener una victoria militar. No hubo, por ende, un solo tipo de tratado, sino que se adaptaron a las circunstancias imperantes en cada tiempo y lugar. Sin tomar en cuenta el pacto de «guatiao» entre Colón y el cacique taino, por su carácter excepcional, cláusulas con cierta habitualidad fueron la paz, amistad y alianza entre las partes, y con las naciones amigas; la unión contra los enemigos; el reconocimiento de la soberanía española; la delimitación del territorio respectivo; la fundación de reducciones; la población por los indígenas de determinados sitios; el establecimiento de agentes españoles en sus comunidades a título de capitanes de amigos, gobernadores, comisarios o cualquier otro; la recepción de misioneros; la edificación de iglesias; la abstención de los naturales de malocas o malones; el castigo de los delincuentes, siendo el de los cristianos siempre a cargo de las justicias españolas; el indulto por los delitos pasados; la devolución o no de especies robadas; el rescate de prisioneros; la devolución de fugitivos; la libertad de los naturales; el reconocimiento de sus jerarquías; las comisiones que asumían ante otras parcialidades; la libertad de comercio, caza y pesca; las garantías a los indígenas de que no serían engañados en sus tratos y conchabos; el derecho de paso y su regulación; la educación de los hijos de los caciques; la entrega de regalos y víveres; la recompensa que cobrarían los indígenas auxiliares; la constitución de rehenes. Ningún tratado contuvo todas esas clausulas. Unas fueron más frecuentes que otras. Por ejemplo, la admisión del cristianismo se repite en los 312

CONCLUSIÓN

documentos chilenos, pero está ausente de los de la Florida y Luisiana, en los que cobran mayor importancia las cláusulas económicas. Hubo tratados con equivalencia de prestaciones y tratados desiguales, con superioridad española, por lo general como consecuencia de una victoria militar o de un ataque inminente con probabilidad de éxito. Fue común que las autoridades españolas facultadas para celebrarlos, que eran de capa y espada, desconfiaran de las intenciones de los aborígenes, las dominara un espíritu belicoso, y extremaran los recaudos para poner a prueba su buena fe. Del lado indígena, con bastante frecuencia sus jefes se revelaron prácticos en el arte de la diplomacia, y capaces de discutir de igual a igual con ios europeos siempre que las circunstancias se lo permitieron. Si bien hubo casos de ruptura de tratados poco después de su ajuste, por culpa unas veces de los unos, y otras, de los otros, bajo ese régimen se establecieron y estrecharon vínculos entre las dos sociedades, y las fronteras conocieron períodos de paz. Ellos fueron un freno para la violencia, que pudo ser acotada en términos no menores que entre las naciones europeas, y permitieron construir, así fuera con imperfecciones, un orden jurídico compatible con un concepto «moderno» de comunidad internacional, referido, en el caso, a las relaciones entre una potencia dominante —España— y naciones interiores asentadas desde tiempo inmemorial en el territorio señoreado por aquélla. Es, así, notable la diferencia que hubo entre esas relaciones y las establecidas con los grupos sometidos, incorporados al sistema jurídico interno de la monarquía indiana, diferencia reveladora de la plasticidad del Derecho aplicado en América, según fueron las situaciones que se presentaron.

313

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314

MAPAS

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315

FUENTES

I.

DIRECTAS

Inéditas [AGÍ] Archivo General de Indias: Buenos Aires 13, 18, 49, 60, 61, 72, 143, 229, 244, 295, 302, 303, 304. Charcas 198, 215, 283. Chile 4, 18, 22, 142, 166, 179, 189, 192, 193, 199, 257, 316. Cuba 15 B, 18, 36, 42, 121, 123, 188 C, 1439, 1447, 2351, 2353, 2357, 2360, 2362, 2363. Guadalajara 135, 162, 232, 276, 287, 513, 522. Guatemala 665, 666. Lima 37, 38, 46, 50. México 1242, 1933 A. Patronato 229. Santa Fe 609. Santo Domingo 2556, 2560, 2563, 2585, 2609, 2611. [AGN.A] Archivo General de la Nación, Argentina: Biblioteca Nacional 189, 1994. Cabildo de Buenos Aires. Archivo. Comandancia de Fronteras. Contestaciones del Gobierno de Buenos Aires a la Corte. Criminales 42. 317

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Guerra y Marina 14. Interior 21. Teniente de Rey. Tribunales 138. [AGN.M] Archivo General de la Nación, México: Correspondencia de Virreyes, Ia serie, 36, 58, 64, 76, 141, 163, 167, 197. Historia 18, 51. Provincias Internas 12, 64, 76, 99, 100, 103, 111, 112, 159, 161, 162, 170, 183, 193, 224, 252, 254. [AGSE] Archivo General de Santiago del Estero: Asuntos generales 2. [ANCh] Archivo Nacional, Chile: Fondo Claudio Gay 25, 28. Fondo Varios 251, 288. [AHM.EC] Archivo Histórico de Mendoza, Época Colonial: Gobierno 30, 42, 46. [BNCh.JTM] Biblioteca Nacional, Chile, Sala José Toribio Medina: Manuscritos 112, 146, 184, 188, 315, 330, 332, 358. [BNE] Biblioteca Nacional, España: Manuscritos, n° 19.509: «Colección de varios documentos para la historia de la Florida y tierras adyacentes», 2. [BRAH] Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Madrid: Colección Mata Linares XI. «Diario que yo Dn. Pablo Zizur primer Piloto de la Real Armada, voy a hacer desde la Ciudad de Buenos Aires, hasta los establecimientos nuestros en la Costa Patagónica: por comisión del Exmo. Sor. Virrey, a fin de conducir varios indios, y indias, para entregar al cacique Lorenzo, tratar con éste, y sus aliados las Paces, y inspeccionar la Campaña. Año de 1781». AGN, Costa Patagónica. 1781. Enero-abril. IX 19-3-6.

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