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Spanish Pages [81] Year 2011
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Enrique Alberto Arce
DIALOGO y CONVIVENCIA ISBN 987-1094-14-0 2004
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‚Dios mío: Haznos comprender que nuestras desinteligencias se deben, casi siempre, a la falta de diálogo. Que el diálogo no es una discusión ni un debate de ideas, sino una búsqueda de la verdad entre dos o más personas...Dame la sensatez para reconocer que también yo puedo estar equivocado en algún aspecto de la verdad y para dejarme enriquecer con la verdad del otro...‛
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Contiene los siguientes temas: Mirándome a mí mismo Yo en mi interior Yo y mi sociedad Diálogo con el cuerpo ¿Me veo realmente como soy? Cuáles son mis recursos Evadirme de mí no soluciona mis problemas Yo soy inocente; todos somos inocentes Ceguera moral Dolor físico y dolor moral Convivencia humana ¿Juzgamos a los demás con compasión y criterio? El impulso como ‘estado de ánimo’ Qué decimos cuando no hablamos Entre la pertenencia y el compartir Buscando el justo equilibrio La autenticidad, regalo del espíritu El hombre y su historia Tiempos del hombre Consciencia individual y de grupo Sobre el mal ejercicio de la generalización Pirámide social Democracia Pobreza, cultura y sociedad Qué nos muestra la televisión La lectura como aprendizaje y gozo espiritual Valores esenciales de la cultura en la educación La religiosidad como terapia *
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Prólogo Para quién reflexiona sobre las cosas de este mundo y su propia ubicación dentro de él y en cada momento de su vida, entresaca, entre las numerosísimas situaciones que le ocurren en todo instante, motivos suficientes para analizar y extraer consecuencias de algunas de ellas. Como lo he hecho desde un principio, trato de ponerme en consonancia con mi entidad corporal y orgánica, y los efluvios que parten de mí en forma de pensamientos y sentimientos, para alcanzar la coherencia necesaria que me permita conformar una realidad satisfactoria con mi vida y las circunstancias, valga decir con las personas con las que interactúo y la Naturaleza toda. Por otra parte, busco el significado de mi existencia en este mundo, y todas aquellas cosas que me son propicias para la salud de mi espíritu, así como las que me impiden el libre ejercicio de mi libertad, que es el elemento nutricional de la vida. Toda vez que me refiero al ‘libre ejercicio de mi libertad’, lo hago con la plena conciencia de que es parte esencial del mundo en el que estoy integrado, que me afirme en mis convicciones cuidando de que éstas no invadan ni alteren los límites acreditados de las demás personas, ni de los frutos de la madre naturaleza. Todo ello, entiendo, tiene una proyección y un propósito, y éstos son ayudar a la integración armoniosa de la gente. Si no, ¿para qué estamos en este mundo?
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Mirándome a mí mismo Nacimos a la vida, no como ‚arrojados en el mundo‛, o como ‚desterrados hijos de Eva‛, sino con un significado especial, aunque se mantenga en el misterio. Y en este mundo en el que estamos situados, nos relacionamos con existencias orgánicas e inorgánicas y con ellas, de una u otra forma, en contigüidad cercana o alejada, vivimos nuestra vida. Yo, personalmente, me siento inclinado a considerar a mis semejantes, dentro de mis posibilidades, con respeto y con amor. Somos entes integrados, aunque poseamos distintos organismos de diferentes conformaciones y funciones. Creamos vida y construimos elementos, validos de la ciencia y de la técnica, que nos permiten visualizar, comprender y gozar de nuestra estadía en la Tierra. Sin embargo, a pesar de nuestra inteligencia que crece en la medida en que la desarrollamos, existe una contención o ‘dique’ que nos impide cruzar las fronteras del infinito, luego de la cual caemos en un ‚abismo mental‛. Quiero decir, que, en cierta forma, somos seres limitados. Así, en la búsqueda de respuestas, me pareció oportuno deslizar algunas relaciones o analogías, que existen entre el hombre con su composición interna, su entorno y sus experiencias. De esta manera, usamos, para explicar algunos fenómenos que nos suceden, los términos energía, equilibrio, estabilidad, fuerza, y nos adentramos en los dominios de la física y de la mecánica. Entonces, cuando decimos que nuestros estados anímicos están generados por ‘impulsos’, estamos hablando de una energía dinámica, que nos mueve a actuar de tal o cual manera. Y siguiendo esta comparación con la física, una vez producido el envión, o arranque que me llevó a promover una determinada acción, la recuperación podría dirigirme al punto cero del que partí, es decir a la estabilidad y equilibrio por el recto camino a esa fuerza que me animó; o podré caer en el campo del descontrol y la inestabilidad. Es decir al ‘’terreno de la sinrazón’’. Porque todo acto tiene su momento y su tiempo, e incluso, puede dejar su marca. Digamos como ejemplo: si a una plancha elástica le ejercemos una fuerza de tracción en ambos extremos, ella se estirará hasta cierto punto. Si abandonamos la tensión, la plancha volverá a su estado normal, pero si las fuerzas siguen estirándola obstinadamente, llegará un momento en que se perderá el módulo de elasticidad, y ésta dejará de cumplir su cometido: se hará inútil
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en su función. Ahora bien, llevado este símil al terreno de la conducta, veremos que cuando las personas discuten agriamente y/o se agreden entre sí, pasado el momento de ofuscación, pueden volver al área de tranquilidad (estiramiento de la plancha y vuelta al punto cero). Pero, si esta situación, no solamente se hace habitual, sino que se malgasta entre ellas el respeto que se merecen, (estiramiento exagerado y sostenido), pasado el momento crítico, la relación interpersonal se hallará fuertemente deteriorada (pérdida del módulo de elasticidad). Pongo otro ejemplo concreto. El cuchillo y la tijera, entre otros, fueron inventos humanos realizados para un uso determinado: cortar. Cuando estos instrumentos no tienen filo, pierden su función esencial: no sirven; hay que afilarlos para que renazca su destino primigenio. Ese acto consiste en pasar repetidamente su perdido corte, por una piedra especial para atraer los átomos de hierro hacia la zona activa y concentrarlos en ese lugar, a fin de que actúen debidamente. Si esta situación la llevamos al terreno humano, ¿qué ocurre cuando alguien solicita nuestra atención y nosotros no se la damos o nos distraemos? Si volviéramos al ejemplo del cuchillo y lo percibiéramos analógicamente, podríamos decir que en este caso no hubo concentración de iones (atención al estímulo), y al no conseguirse el vínculo entre propagador y oyente, se perdió la posible interrelación que toda comunicación necesita. Incluso hablamos de la agudeza, o sea el poder de penetración que posee la herramienta que hemos tomado como modelo. Y si lo llevamos al terreno humano, reconocemos en algunos hombres esa virtud, que se traduce en viveza, lucidez o perspicacia. Cuando hablamos del acero como componente esencial de las herramientas citadas, surge la pregunta ¿qué propiedades tiene? Es un metal dúctil (dócil), maleable (modificable), muy tenaz (terco, firme, que se adhiere con fuerza a una cosa), y fácilmente oxidable (que se puede combinar). Entonces, las facultades antedichas, propias de este metal, muy bien podrían asemejarse a las capacidades y respuestas que toda persona presenta en su conducta. Es decir que, en algunas circunstancias, el hombre se muestra como un ser dócil; aunque en otras ocasiones se mantenga terco o firme en sus convicciones o a los problemas que debe superar, o bien se deje seducir por los pensamientos y sentimientos que los demás expresan, facilitando la apertura y el acondicionamiento a la impregnación de otros razonamientos extraños a los suyos. En otro aspecto, ¿quién no habrá sufrido en su propia casa un cortocircuito que lo dejó sin electricidad, y con ello quedaron sin vida todos los artefactos alimentados por esa fuente de
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energía? Y en la vida de relación, ¡cuántos cortocircuitos que habremos padecido por la culpa de no sé quiénes!; encontrarnos ante situaciones que nos deja inermes, sin voluntad para reaccionar... Recordemos también que las fuerzas de atracción o repulsión entre dos cuerpos estacionarios, crea un campo eléctrico. Quiero significar que nuestra conducta, manifestada hacia una o varias personas, ya sea de signo bondadoso o malvado, se irradia en todo el circuito que nos rodea. Y ahora que hablamos de electricidad, sabemos de algunos instrumentos llamados condensadores, que tienen la virtud de almacenar energía. Y yo me pregunto ¿cuánta energía potencial guardamos en nuestro corazón transfigurada en sentimientos? Amor, comprensión, compasión, tolerancia, respeto por la dignidad del otro, etc.; todos ellos que, emergidos de su fuente generadora, provoca en el individuo con el que nos toca alternar, una fuerza inductora y saludable. Aunque también se ubica en este órgano, desgraciadamente, un cupo, a veces muy grande, de energía dañina, tales como el odio, el resentimiento, la maldad, el agravio, y muchas más de esta progenie, que pueden diseminarse y dañar corrosivamente a los demás. En nosotros está, pues, el poder de calibrar esa carga inductora para que se encauce por caminos provechosos.
Yo y mi interior Ahora, si enfocamos la atención dentro de nuestro ámbito corporal, ¡con cuántas maravillas nos encontraremos! Comenzando con el corazón, órgano principal de nuestra economía humana. Donde los poetas y místicos, en la búsqueda de un aposento digno para el amor, coincidieron en que ése era el lugar indicado. El corazón, desde donde el hombre establece su relación espiritual con los demás. El corazón, fuente de la vida y de la muerte. Impulsor de la sangre que corre por arterias y venas al ritmo de los movimientos de contracción y dilatación que él produce. Esa sangre que fluye con sus componentes de vida, el oxígeno, transportado por los eritrocitos, y de otros elementos nutritivos dispensados por el trabajo metabólico de las células y tejidos orgánicos. Todo el entramado humano vive a expensas del alimento que circula por los vasos sanguíneos. Allí, en la intimidad de los tegumentos humanos se produce el intercambio de oxígeno y anhídrido carbónico transportado por los glóbulos rojos, producto del trabajo y del residuo tóxico. Entonces, nos preguntamos: ¿qué sucedería si una arteria del sistema circulatorio sufriera alguna lesión en su pared interna? Allí se formará un coágulo adhiriéndose a la herida
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en forma de trombo o tapón, al que se le podrá agregar sales cálcicas en un intento por subsanar el daño. ¿La consecuencia? La luz arterial disminuirá y la sangre pasará con mayor dificultad para cumplir su cometido. Y si el trombo obstruyera totalmente la arteria, la sangre no llegará a destino y esa porción de tejido u órgano, regada por ese vaso sanguíneo, inexorablemente morirá por falta de nutrimento. Comparemos este cuadro fisiopatológico con nuestro ámbito social, e imaginemos al hombre que, como la sangre, va y viene cumpliendo cometidos de trabajo, relación familiar, de estudio, de experimentación. Si en su vida social encuentra impedimentos que le dificulten la libre expresión de su labor fecunda, su actividad defeccionará y no será tan rica como fuera de desear. Y esas obstrucciones hasta pueden paralizarlo y sumirlo en la desesperación y el abatimiento. Así, el hombre alberga en su corazón el fundamento del amor, que podrá constituirse en un sólido árbol con profundas raíces y con sus ramas cuajadas de flores y frutos deliciosos, o, por falta de riego y de abono, en un frágil arbusto raquítico pronto a secarse y desaparecer, dejando el terreno apto para que la cizaña con su reguero de discordia y desamor se haga dueña del lugar. Y, ¿qué podemos decir del maravilloso entretejido de las fibras nerviosas y sus localizadores que reciben y llevan mensajes por todo nuestro cuerpo? Si nos circunscribimos solamente a la simple relación estímulo y respuesta, nos quedaríamos en el principio de la historia, porque ese complejo denominado sistema nervioso, ¡cumple tantas funciones, algunas muy simples, otras complejas, y otras que todavía no pueden develarse! Ideas, emociones, percepciones que recorren sus vías. Pensamientos, impulsos que mueven a la acción, y otros que no llegan al centro vital de la elaboración, porque van por senderos equivocados. Mensajes cifrados que no entendemos. El cerebro, casa matriz de la correspondencia, alguna clasificada; otra, guardada celosamente en anaqueles privados... Y esas dos mitades gemelas del cerebro unidas por el puente representado por el cuerpo calloso a través de las doscientas millones de fibras que los conectan... Esos dos cerebros hermanos que tienen funciones distintas, aunque en definitiva lleguen a un acuerdo entre ambos. En determinado momento, ¿qué pasa entre ellos? ¿Se ignoran entre sí, se inhiben uno al otro, compiten, o directamente cooperan para el buen servicio del individuo en el que están implantados? Todas estas supuestas relaciones, ¿no nos hacen pensar en el hombre inserto en la sociedad? Llevadas estas funciones a la vida activa y consciente del individuo, me pregunto
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¿hasta dónde soy respetuoso de estos mensajeros que se mueven sin descanso por todo este intrincado laberinto que no conozco del todo? ¿Hasta dónde interfiero en su trabajo contaminando las vías de distribución con mensajes mentirosos o saturados de ponzoña que provocan disturbios y consternación en el libre ejercicio del metabolismo psíquico? Porque, esas vías nobles que nos ponen en contacto con la realidad, desde el principio de la vida nacieron para ser conducentes de elementos puros y diáfanos.
Yo y mi sociedad Visto, entonces en conjunto el organismo, estamos en condiciones de afirmar que cada entidad viva, cada sistema, tiene ‚asignado‛ responsabilidades específicas que cumple callada y obedientemente, y lo hace, generalmente, en una relación armónica con sus vecinos. Cuando, por circunstancias adversas, uno de ellos sufre algunas dificultades todos los demás se sienten comprometidos, y cuanto les es posible, ayudan al órgano dañado, aún cuando deban resignar parte de sus componentes vitales. En la vida socio-familiar, desempeñamos numerosas tareasroles, y lo hacemos siguiendo delineamientos rubricados por nuestra propia voluntad y necesidades, pero si en ese camino encontramos obstáculos que no podemos solventar, tales como una organización política-económica infame y desorganizada que dirija el destino del país, o un medio familiar o laboral adverso, nuestro paso se hará difícil y escabroso y algunos sucumbiremos. Entonces se hace necesario recurrir a las ricas fuentes de recursos que poseemos, y que son muchos, aunque no todos nos encontremos habilitados para darnos cuenta de que existen, por estar sitiados dentro de una sólida armadura que no nos deja verlos y utilizarlos. Y están ahí, esperando que le demos permiso para surgir. Si pudiéramos desprender ese velo que no nos deja distinguirlos… Si pudiéramos darle un encauce adecuado a ese bien propio del ser humano que es la libertad plena de decidir... A esa libertad que ‚no consiste en decir sí o no a una determinación sino el de moldearnos a nosotros mismos”, como diría Rollo May; allí nos encontraríamos con un espíritu de verdad que nos animará a resurgir a nuestra naturaleza, incólume y fortalecida, de entre esta hecatombe, y nos hará comprender que nuestra vida tiene un significado glorioso, y que, como el ave Fénix, podremos morir por la noche, pero renaceremos de entre las cenizas, por la mañana, o, lo que es lo mismo... resucitaremos de entre los muertos.
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Diálogo con mi cuerpo Nuestro ‚mundo interior‛ se contacta con el ‚mundo exterior‛, a través de los órganos perceptivos. La pregunta es: ¿cómo recibimos y analizamos todos los fenómenos que se suceden minuto a minuto, segundo a segundo, en nuestra oculta intimidad? Comencemos por establecer cuáles son estos . Desde que el hombre fue hombre, y mucho antes, se encontró frente al mundo de fuera, con el que le era necesario comunicarse, para vivir y sobrevivir. Se presentó entonces al universo al que pertenecía y en el que debía permanecer, con elementos que le permitían alternar, rápidamente, con su circunstancia. Así utilizó la percepción táctil, con la que reconocía, al tocar y sopesar la materia, si ésta era dura o blanda, pesada o liviana, consistente o inconsistente, fría o caliente. También se valió de la visión que distinguía los objetos fijos o en movimiento. Su dimensión, color, y proximidad o lejanía. El sentido del olfato le permitió diferenciar los olores agradables y desagradables, dulce o acres. El oído le sirvió como un aparato de resonancia que distinguía los ruidos y las intensidades. Y el gusto, junto con el olfato, fueron organismos de prueba para acceder o rechazar algunos alimentos. De esta manera, haciendo uso continuo de las percepciones, algunos hombres se perfeccionaron en ellas. Hay quienes las usan casi sin discriminarlas específicamente; y en otras personas, varios ‘sentidos’ se fueron atrofiando en su agudeza, por el desacostumbramiento que se hizo de ellos. Pero, de una u otra forma, cada una y en conjunto, sirven como informantes de todo lo que sucede en nuestro derredor. Y envían sus mensajes al receptor principal, que es el cerebro. Y en este punto se produce una situación singular, porque el intelecto clasificará adecuada o inadecuadamente todos los datos que recibe del exterior. Y no solamente esto, ya que también debe resolver, además, los conflictos que pueden suscitarse entre los órganos y sistemas del cuerpo. Situaciones, muchas de ellas que acuden al arbitrio de su informante, el cerebro, pero otras tantas que no comunican nada de sí y guardan secretamente su labor, sin que se sepa racionalmente qué ocurre en su intimidad. A nadie de nosotros se le escapa la indisoluble relación que existe entre el cuerpo, la mente y los sentimientos. Incluso, aunque una persona, en una posición relajada —digamos— piense ‘fríamente’ sobre un asunto, sin mover un solo músculo de su cuerpo creyendo que solamente tiene en ejercicio la mente; sin embargo ‘todo está en acción’; no puede desligarse de su
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componente integral. Es así como cada situación que, de una u otra forma enfrenta el ser humano individualmente, presenta un complejo tripolar. O sea que ninguna de esas fuentes de recursos obra desligada de la otra. De ahí la importancia fundamental que tiene el que cada ámbito, de por sí, asegure una estabilidad tal, que pueda armonizar con los otros para la obtención de una buena salud. Si uno de ellos frena su función por cualquier causa, los otros dos se encontrarán en condiciones deficitarias, y al no poderse establecer una relación equilibrada, la persona perderá el dominio de las situaciones que debe abordar momento a momento, día a día. Digamos, me aqueja un cólico renal: el dolor es insoportable y se hace tirano del campo de ese complejo tripartito: la mente desvaría buscando soluciones; las emociones, presa de inseguridad y de miedo me embargan y me cuesta ordenar ese desconcierto que se produce. Situémonos entonces en el instante en que surgió un problema que requiere nuestra atención y al que debemos darle una preferente atención. Pensamos. Innumerables vías neuronales, se abren. En la mente pueden aparecer las imágenes de respuestas que nos ofrece el cerebro y el aporte del inconsciente que surge, muchas veces confusamente, pero con el firme deseo de ofrecer su ayuda. A todo esto se le suma el estado de ánimo a veces deplorable, otras, resplandeciente. Quiero decir, que también está comprometido el ámbito emocional. Y este entrometimiento puede llevarnos por caminos desviados: tal vez justamente el que no nos convendría tomar. Ahora bien, volviendo al interior de nuestro ámbito corporal, para que suceda lo que sucede, las ‘vías neuronales’ y específicamente el "sistema límbico" que está a cargo del control de las múltiples facetas del comportamiento, incluyendo emociones en crisis, memoria y recuerdos, deben encontrarse en buenas condiciones, es decir que los neuropéptidos se hallen presentes y dispuestos a cumplir sus funciones específicas dentro de la neurofisiología cerebral. ¿Qué son los neuropéptidos? Son sustancias proteicas que actúan como ‘mensajeros’, de igual forma que las hormonas del cerebro, y que se activan cuando un suceso se almacena en forma de memoria. Y eso no es todo; si el problema en cuestión nos motiva a actuar corporalmente, se pondrá en acción el metabolismo muscular (glicólisis) y así el glucógeno se transformará en glucosa y ésta proveerá la energía suficiente para el movimiento. Por otro lado, fluirán la adrenalina y la noradrenalina al torrente sanguíneo permitiendo un ‘campo’ factible a las emociones que surgirán, en distintos niveles, según sea nuestro temperamento.
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Hasta este momento, hemos visto las relaciones que se desencadenan, en forma generalmente ordenada, en cada hecho humano. Si dejáramos aquí las cosas bien se podría creer que nuestra libertad de optar o de elegir en los acontecimientos protagónicos de la vida fatalmente se suceden sin nuestra intervención: por obra y magia de las circunstancias; y si lo aceptáramos así, entraremos en la vía de la decepción, del fatalismo, de la depresión y de la alienación. Esto no es así. No nos olvidemos que, fuera de lo fisiológico, de la química vital orgánica, existe ‘’algo’’ que es esencia; por lo tanto no es adquirido, nace con nosotros, y esto es el espíritu. Ese espíritu que alienta, en cada ser, un individuo único, capaz de reorientar todo proceso automático que se instale en el ser humano y que comprometa negativamente, su existencia. El espíritu es fuente de sabiduría. Hacernos amigo de él nos da el relieve del hombre inteligente, bueno y calmo. Situémonos nuevamente sobre el órgano preponderante de nuestras vivencias, el pensamiento, que, con sus innumerables núcleos y ramificaciones hipersensibles se hace cargo de todo. Pero no siempre puede con todo. La realidad exterior a veces le llega deformada y actúa, en consecuencia, con datos falsos. Así mismo este órgano está atento a las funciones orgánicas que son reguladas por medio de la ‘homeostasis’. Esta tarea primordial de la salud se establece como un proceso vital que procede por sí solo y por el cual un organismo mantiene las condiciones propias que rigen su funcionamiento estable, en un equilibrio dinámico. Pero, de todas maneras, en ocasiones, tiene que sortear enormes dificultades para vencer los desatinos que algunos seres provocan en sus organismos sin el menor respeto por las funciones que están a su cuidado. Recordemos, desde ya, que los hombres somos iguales en su significación corpórea, pero desiguales en cuanto a la estimaciones de ‘’ver’’ y ‘’sentir’’ lo que nos rodea. Y esto es porque somos seres únicos y porque en todo individuo existe un ramal directo, es decir, una vía especial, entre el corazón y el cerebro que son susceptibles de ser conmovidos. El corazón ‘siente’ directamente las emociones y sentimientos, y el cerebro ‘discrimina’ más fríamente los vaivenes de las circunstancias. Y no siempre ambos concilian sus campos de acción, aunque cada uno tenga sus propios colaboradores. Digamos, el cerebro ayudado por la intuición, y el corazón por el espíritu. Esta vía de comunicación especial ‘cerebro-corazón’, en ocasiones, está atiborrada de elementos, muchos de ellos contradictorios, lo que origina taponamientos que dificultan la evaluación de los mismos.
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Lo que sucede en la intimidad de este panorama, es que el desacuerdo entre ambos, empeora las funciones de relación entre las partes, originando alteraciones de todo orden, además de devastar el régimen homeostático, con la producción de enfermedades. En tanto que si existe una buena y armónica comunicación, la persona, favorecida por ese intercambio cordial, encuentra mejores ocasiones para darse amorosamente a sus semejantes, cooperando con la paz del mundo.
¿Me veo realmente como soy? Los seres humanos nos comportamos de tan diferentes maneras que, en muchas ocasiones, nos encontramos como perdidos en el ruedo social en que estamos insertos. Algunos conforman personas que actúan con los demás provocando roces y discrepancias contraproducentes. Y lo hacen así, no porque lleven dentro de sí la manzana de la discordia, sino porque, simplemente, no-se-ven; como si fueran extrañas a sí mismas. En el momento de decidir, ponen su cuerpo por delante, pero ellos quedan a la retaguardia, como en un segundo plano, como espectadores mudos de sí mismos. Estas personas hacen su vida dentro del círculo social-familiar, relacionándose con los demás, con mayor o menor suerte. Si sus intervenciones favorecen a terceras personas, ¡qué bien, felicitaciones! Pero si sucede lo contrario enseguida se agolpan las recriminaciones. "Actuó mal" - "No debió hacer lo que hizo "Es un canalla, un desvergonzado, un inconsciente, un aprovechado‛, etc. Ahora bien, si ella 'no se vio', ¿hasta dónde se hace responsable de sus actos? Seguramente surgirán voces difamadoras que afirmarán que esa persona es una insensata, y puede ser cierto, pero, recordemos que cuando actuó como lo hizo, "¡no se vio!". Lo hizo, en cierto modo, como una extraña a lo que estaba sucediendo. En estos sujetos existe como un núcleo, no identificado, que proyecta mensajes que ocasionan confusión en las personas que se encuentran dentro de su ‚campo de acción‛. Se presentan al mundo como individuos corrientes, hasta mostrando una modalidad transparente, e incluso simpática, que atrae a los demás, pero que no refleja en nada su interior, desconocido hasta por ellos mismos. Es muy probable que esa ‘cerrazón’ sea consecuencia de sucesos antiguos infortunados, que quedaron en el olvido, pero que llegaron a lastimar, profundamente, su corazón. Entonces, en algunas situaciones en las que está en juego su sensatez, se ubican ‘fuera de la línea de conducta estimada como normal por el común de la gente’. Porque, en un delineamiento general, el ‚ser normal‛ es aquel que responde adecuadamente a los
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estímulos personales y sociales establecidos; y si no acepta estas normas, penetra en los laberintos de lo subnormal. Sin embargo estas personas ‘no son anormales’. Lo único que tienen fuera de lo común es que se hallan como lisiados, como seres que, para caminar por el mundo, necesitan soportes para no caer: es decir, muletas psicológicas. Quieren, pero no pueden. Y lo que es peor, en repetidas oportunidades chocan en los grupos familiar y social en los que se encuentran integrados, porque no son comprendidos. No se les ve sus muletas. Eso sí, y esto es muy importante. No deben ser confundidos con los ‘simuladores’, los que sí se dan cuenta de sus actos pero que se escudan con falsos ropajes, para dar libre curso a los torcidos vericuetos de su mente. Es por eso que, cuando nos erigimos en jueces, deberíamos ser más piadosos con aquellos que genuinamente tienen la desgracia de portar muletas psicológicas, y ofrecerles tolerancia y amor, porque ya de por sí llevan consigo una cruz y no merecen que se los maltrate.
¿Cuáles son mis recursos? La vida moderna se caracteriza por el empobrecimiento del espíritu, con la consiguiente pérdida de los valores individuales. Una consecuencia de esto es la ‘masificación de la comunidad’. Pareciera como que nos rigiéramos por una ley que nos dice: ‘Si no somos como todos, no somos nadie’. Entendemos que el desarrollo de la vida interior exige un ritmo lento para tensar el ánimo hacia la realidad profunda. Por eso la prisa excesiva fuerza al hombre a deslizarse raudamente hacia las cosas vacías, sin trascendencia; hacia lo superficial, distanciándose de la presencia y el diálogo, que son los elementos esenciales de toda valedera comunicación humana. Se ha quebrantado el ritmo natural que nos ofrece la naturaleza y se ha suplantado por un desequilibrio vertiginoso que no nos permite deleitarnos con los frutos de la Creación. Tengamos presente que la atención requerida al mismo tiempo desde muchos ángulos, se confunde y no cumple adecuadamente la captación clara y definida, previa a la respuesta que se espera. Nos hacemos solícitos ante el mandato interno que nos reclama crecer rápidamente sin atender los espacios de gestación necesarios para un desarrollo que exige estabilidad, pero siguiendo adecuadamente los ritmos sucesivos que llevan a una estructura integral sólida. De tal forma, corremos, no caminamos, y en ese andar apresurado, no alcanzamos a distinguir lo que tenemos frente y a nuestro alrededor, porque se diluyen sus
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formas. Los familiares y las amistades se distancian en el encuentro y el diálogo, siendo tan necesarios para nuestra salud psico-espiritual porque ‘no hacemos tiempo’ para ellos; porque nos urge seguir adelante, sin detenernos, hacia un destino desatinado. ¿Qué panorama se nos presenta? Una sociedad que va perdiendo su identidad como tal, porque se difuma también su razón de ser que es la cohesión de los grupos que la componen en proyectos de vivencia en común, salvando las diferencias egoístas de sus componentes. Quienes comprendemos esta situación irracional, debemos poner en hora nuestro reloj biológico como lo hacemos con el cronómetro cuando está adelantado. No esperemos ayudas milagrosas. Hagamos todo lo mejor de nuestra parte, porque no podemos volver atrás sobre lo consumado. La historia de nuestra vida pasada son hitos que recuerdan momentos de bendiciones y de desgracias que quedaron en el paso del tiempo. Ahora, y justamente en un ‘’aquí y ahora’’ es el momento de proseguir nuestro camino, ayudados por el bagaje maravilloso de todo aquello que nos engrandeció en su momento, pero desechando en el olvido lo vivido en infortunio, que solo servirá como experiencias dolorosas. Uno y otro templarán nuestro ánimo. Reflexionando sobre los pensamientos vertidos, es que yo me he preguntado: ¿puedo dejarme absorber por todas estas circunstancias negativas? No puede ser. Entonces, ¿tengo yo elementos, todavía no descubiertos que puedan ayudarme a lograr una vida diferente como muchas veces lo soñé, o lo dejo en la simple fantasía? Sé que tengo ojos para ver, oídos para escuchar; una mente normal. Quizá pueda ahondar más en mis propios sentimientos no siempre bien expresados; profundizar en el amor a mí mismo que me conduce a mi propia paz del espíritu, y aprender cada vez mejor, a amar a mis semejantes. He padecido decepciones, desaciertos, desamor, y sé que todos estos sufrimientos y dificultades forman parte de la vida, pero sé también que la alegría de vivir campea en toda persona y hacia esa ruta me dirijo. He decidido organizar un plan que me permita lograrlo, contando con todas mis deficiencias, y esmerándome en descubrir aquellas potencialidades con que Dios o la Naturaleza me dotaron como ser humano. Esta propuesta empieza hoy y ahora, y estas palabras me dan la mejor motivación para hacerlo. ¿Y lo que quedó de ayer? Repito: dejémoslo en el pasado.
Evadirme de mí no soluciona mis problemas
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Reconozco que más de una vez no estuve conforme con mi existencia. Busqué... y no logré que me amasen por lo que era: un ser imperfecto. Y sí... así me sentí. Gracias a Dios no acudí ni a la bebida ni a la droga, pero sí lo hizo mi amigo Emilio. Decía que encontraba placer de ser alguien aunque fuera en la fantasía, pero en los momentos lúcidos se daba cuenta que dejaba de ser él mismo porque la turbulencia que se producía en su mente embotada, lo llevaba a manifestarse ante los demás como un ser despreciable, ya que perdía la compostura y la dignidad y recibía insultos y recriminaciones de los que lo rodeaban. Otros, evitaban su presencia, y su vida giraba dentro de un círculo vicioso del que no lograba zafar. ¿Por qué lo hacía? ¿Trataba de evadirse de la realidad, de la familia, de sus ocupaciones...? Pero, por suerte, años después lo volví a encontrar y era una persona diferente. Me contó que había pedido ayuda profesional y espiritual, y pudo recuperar en su totalidad algunas piezas sueltas y valiosas dentro de él, con las que fue rearmando la estructura desarticulada de su personalidad. Y ahora que recuerdo esto, yo también, en algunos momentos, traté de evadirme de mi propia tristeza y soledad, pero en lugar de compensarlo con el vicio, lo hice llenando esos vacíos existenciales de amor y reconocimiento, en los libros, en el trabajo creativo y en la música, por lo que puedo decir que todo esto me salvó... y algún ‘ángel guardián’ que todavía guía mis pasos.
Yo soy inocente; todos somos inocentes A través de las numerosas noticias que se emiten a diario como un cascada casi sin fin, diseminadas por la radio, la televisión, los matutinos y vespertinos, las revistas y las entrevistas, etc., aparecen personas que se encuentran bajo la lupa de la sospecha, ya sea por homicidios, robos, riquezas indebidas con aprovechamiento del erario público; atentados contra el pudor o el poder constituido; el que adultera documentos públicos y privados, y el que levanta falso testimonio. Mentiras que perjudican a terceros... En fin, ilícitos de todas clases y colores; y, en el momento de hacerse públicas, lo primero que surgen de sus bocas es una concluyente expresión: "¡Soy inocente!". Sabemos, la historia nos lo muestra fehacientemente, que la sociedad no es algo estable, pura, inconmovible, y en ese desorden es mucho más fácil auto-titularse inocente, y, en el accionar de lo que ocurre, nadie se siente responsable. Todo se justifica.
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Siempre se encuentra una razón valedera. El que roba, lo hace por necesidad: su pobreza lo obliga a delinquir, o si los demás lo hacen ¿por qué no yo? Y el que atenta contra el pudor, trata de argumentar a su favor, acusando a la otra persona que lo indujo a hacerlo. Este es el punto: la coraza de la inocencia por algo que se infringió. ¿Quién o qué nos impulsa a declararnos libres de culpas de nuestros actos fallidos? Un factor podría ser la ignorancia; otro, el miedo a ser juzgados; otro, la cobardía, y otro, ¿por qué no? la mancha que engendra la deshonestidad consentida. Aunque podría caber otra posibilidad. Un individuo que a fuerza de estar fuera del límite de lo considerado como honesto por el común de la gente, de tanto martillar en su indignidad, llega a auto convencerse de que lo que hace es correcto. No nos olvidemos que la actitud existencial de los paranoicos es creer que ‘él está bien’: que son los demás los que ‘están mal’. Muchos verdaderos culpables que declaman su inocencia se mostraron ante la sociedad, como personas sin tacha; en la que pusimos nuestra confianza y aprecio. Por eso es que el egocentrismo y las ansias de posesión son tan poderosas en algunas personas, que arrasan con todo y pervierten los valores éticos y morales, degradándolos, aunque en principio fueran honradas consigo mismas y con los demás. La tentación a quebrantar las leyes y los códigos de convivencia, fue superior a todo respeto por los otros semejantes. Muchos de éstos, ahora delincuentes, nacieron en hogares donde hubo mentira, deshonestidad, excesos en toda escala. Donde existía el imperio del engaño y la hipocresía: todo ello un caldo de cultivo para la conformación del hombre falso. Este prototipo humano, en forma consciente o inconsciente, busca desesperadamente un chivo expiatorio a quien incriminar, jugando a la ‚mancha‛ o al ‚gran bonete‛; es decir, pasando a otro u otros sus propias faltas para así quedar libre de culpa. Tanto le cuesta aceptar las dificultades, defectos y situaciones en las que está comprometido, que le resulta más fácil investirse con el manto de la inocencia. A este respecto es bueno recordar algo que nos dice Rollo May (Fuentes de la violencia, Pág.71-72): "la inocencia en el niño es real e inspira amor; pero a medida que crecemos, el crecimiento mismo nos exige que no nos cerremos, ni en la conciencia ni en la experiencia, a las realidades que nos enfrentan. La inocencia como escudo contra la responsabilidad, es también un escudo contra el crecimiento" . El hombre
falso no solamente se defiende maliciosamente, sino que ataca al seno de la colectividad, desmembrándola. Es por eso que se convierte en el enemigo público número uno de la sociedad.
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En cuanto al acusador, reconozco que, generalmente, en el momento de criticar, muchos de nosotros ‘saltamos apresuradamente’ para dar nuestro dictamen y nos aferramos con uñas y dientes a la opinión vertida, aunque no esté sustentada por claros conceptos. Y no solamente esto, sino que, una vez marcada la persona o la situación, nos cuesta volver atrás y remediar el daño que le causamos en su dignidad si éste no fuera culpable. Es posible que en esta postura de jueces ocasionales, le acreditemos ‘a priori’ una sarta de defectos tales como soberbia, maldad, incapacidad, perversión, etc., y que algunas veces nos equivoquemos con la imagen que nos hicimos. Porque, a la hora de la censura, generalmente resulta más fácil detenerse en los estigmas que en las virtudes que esa persona pueda poseer. Pero, una vez expedido el dictamen de la justicia, no cabe más que el condigno castigo, en pro del saneamiento de la sociedad, porque el ‘hombre falso’ configura la representación de un individuo verdaderamente repugnante, ya que con su actitud hipócrita, adultera la concepción sana de la vida en convivencia, que es beneficio de los verdaderos inocentes. También existe otro grupo humano, tal vez menos peligroso, que integra la carátula del hombre falso, y que para diferenciarlo, podríamos titularlos ‚pata de palo‛ (Juegos psicológicos), porque simulan, con total desfachatez, defectos que llaman a la compasión de la gente, valiéndose de algún deterioro o daño físico o mental, que puede o no ser real y, utilizando esta circunstancia, lucran en su beneficio. Se falsifican a sí mismos, se cubren con la toga de ‘víctima’ y especulan con la inocencia y el ánimo compasivo de los demás, para lograr sus propósitos. Sin embargo, a la hora de la crítica, ya sea ésta directa o indirecta, conviene reservarnos un poco de piedad para quienes son juzgados, porque todo ser humano merece la intercesión de una segunda y reflexiva apreciación. Ceguera moral Y volviendo a aquellas personas públicas que con total desenfado se auto titulan inocentes ante cualquier imputación que se les haga por corruptos, aunque la sociedad entera, ya sea por pruebas o por sospechas, así lo sostengan; en esa actitud pensé que dichos funcionarios no hacían nada más que defenderse infantilmente, de esas acusaciones. Y me remito a la época de nuestra niñez cuando cometíamos alguna torpeza. Enseguida, en muchas ocasiones, defendimos nuestro sentimiento de culpa con el escudo: soy inocente. Ahora, si salimos bien del asunto, nos
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resultó cómoda esta actitud y la usamos tantas veces como emblema hasta que nos acostumbramos. Y sabemos que la 'rutina' vela la posibilidad de repensar si lo que hacemos o decimos está bien o está mal, y si nuestra postura nos perjudica o atenta contra otras personas. Por otra parte, aquel individuo que nació y vivió dentro de un ambiente familiar cargado de deshonestidad, mentira e hipocresía, resultó fuertemente herido en su formación moral, y la respuesta la volcará en el ámbito social que lo circunde. Todo lo comentado daría a creer que estamos sujetos a una suerte fatídica de causa y efecto, y aunque en cierto modo es así, le cabe al ser humano la posibilidad de cambiar su signo. Pero ante el gran núcleo de funcionarios y personalidades mundiales que ejercen conductas que hieren la sensibilidad moral de los demás, me hace pensar que debe existir algún factor negativo, asentado en sus mentes y corazones, y que ‘ellos mismos desconocen’. En esta posición, y releyendo un libro "Medicina Legal" del doctor José María Sánchez (T.II,pág.301/2), me encontré con la descripción de una tipología muy sugestiva, que fuera estudiada por Pritchard, quien sostiene la teoría de que en algunos individuos observa "la desviación de los sentimientos, emociones y afecciones, con conservación de la inteligencia". Y que, asimismo, se produce en ellos un "proceso particular de degeneración en el dominio psíquico, proceso que hiere al núcleo más íntimo de la personalidad y a sus más importantes elementos desde el punto de vista sentimental, ético y moral".
Y aquí entonces, en estos enfermos, existe algo sobresaliente y perverso, que es la "anestesia moral más o menos completa, así como la falta de juicio moral y de concepciones éticas". De tal modo infiere, que si la "ley moral sólo existe como representación inerte y muerta, ‚la conciencia no puede sacar motivos para realizar o no sus actos‛ (ceguera moral). Esta ceguera moral, no permite ver en la organización social, más que un obstáculo a sus sentimientos y esfuerzos egoístas, y le conducen necesariamente, a negar el derecho de los demás y lesionarlos".
Tal vez estos conceptos podría acercarnos, un poco más, a describir la patología ética de aquellas personas que con total frialdad emocional atentan contra el equilibrio social, máxime cuando son figuras relevantes o políticas que ocupan funciones importantes, provocando dolor, enfermedad, pobreza y muerte a grandes grupos sociales, y que puede llegar a extenderse a todo un país, y aún sacudir al mundo entero. Entonces me pregunto: estas personas que rigen los destinos de nuestro país y de otras ciudades del orbe, ¿padecen de "ceguera moral", o son los grandes devastadores y simuladores de este mundo? Aunque cabría otra posibilidad de acercamiento al perfil de ese tipo de gente, y es que actúen desprovistas de la óptica de ‘cómo son en realidad’. De
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que ‘no se vean’, en su interior, y por lo tanto lo hagan naturalmente, sin ningún atisbo de hipocresía o falsedad. En este grupo parecería como si tuviera insensibilizado el núcleo propioceptivo que discierne entre lo correcto y lo incorrecto. Dolor y daño físico y moral El ‘’dolor físico’’ se siente como agudo, punzante, o desgarrador, sordo, ardiente; y en su duración: fugaz, intermitente o continuo. El dolor puede ocupar toda nuestra atención y motivarnos, incluso, a la desesperación. Ante tanta calamidad, buscamos un remedio para este mal, que a veces nos invade y nos consume, insoportablemente, el lugar para el descanso y la tranquilidad. ¡Y qué satisfacción la nuestra, cuando conseguimos calmarlo y desalojarlo de nuestra economía corporal! El dolor físico puede ser motivado por situaciones inherentes a la persona o por el ataque de otro ser, sea humano, animal o vegetal, pero una vez saldado el asunto que nos aflige, generalmente, todo queda en paz, aunque también pueden quedar secuelas de por vida. En este caso, es posible que se impregne de un daño que nos domine totalmente; tales como recuerdos lacerantes que no pueden ser desalojados de nuestra conciencia. También existe otro dolor, mucho más difícil de mitigar y que consigue dejar huellas muy profundas, y éste es el ‘’dolor moral’’ que se centra en nuestra estructura íntima y penetra entre los pliegues del inconsciente, saturando así mismo el ámbito consciente. Para entender mejor este sufrimiento, que es fuertemente destructivo para quién lo padece, conviene considerar un binomio en el que existe un ‘provocador’ y una ‘víctima’, ambos entes reales. Algunos sujetos sienten como un deleite especial el hallar una víctima propiciatoria para destilar su pestilencia, apoyados en la debilidad y la sumisión que ésta manifiesta a los embates que recibe de los mismos. Y la gravedad del hecho se encuentra en la potencia y persistencia del provocador y el agotamiento y falta de recursos, del atormentado. Es importante recordar que la figura del provocador, a veces llega a alcanzar los peldaños de la locura. Entonces, para no confrontar con lo patológico, podríamos decir que la persona que pone en juego estos atributos negativos, puede llegar a inferir graves daños en el núcleo psicológico, abarcando el de los sentimientos y el espiritual de quienes sean sus víctimas. Además estos individuos esconden generalmente sus sentimientos más profundos, porque son maliciosos, y en sus deshonestos y perturbados cometidos, se hermanan con la envidia y
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la hipocresía. Un símil de esta clase de seres podría ser el personaje Yago, "amigo" de Otelo, quién prendió en éste la mecha de los celos llevándolo al paroxismo de la locura, atentando criminalmente contra Desdémona a quien amaba apasionadamente. Así descrito, no se le escapa a nadie que la persona que posee esta naturaleza, sea fuertemente corrosiva. A veces manipula valiéndose de la mentira; otras, usa como ariete, el miedo, el soborno, y los sentimientos de culpa, que hacen destilar, como veneno, en el otro ser. Los seres humanos que obran de esta manera, se hallan, si no carentes, por lo menos disminuidos en sus capacidades espirituales. Entonces, liberados del freno moral, inyectan su ponzoña. En su cruel accionar, son tremendamente peligrosos, y obran injuriando la capacidad psíquica, moral y espiritual, de sus víctimas. Por desgracia, esta situación degradante se propaga en el medio social en forma muy alarmante, menoscabando la dignidad de las personas que padecen sus alcances. Estos seres que así actúan, ¿por qué lo hacen? Simplemente porque no conocen otro camino para llegar a su prójimo. También porque, de esta manera, abren una brecha que les permite suscitar, en la persona impregnada, un estado de desconfianza de su integridad y, de esta manera, en cierto modo, se hacen dueños de la misma. Y otra causa, sería la maldad, lisa y llana. Ahora bien, ¿en qué forma actúan? Pongo un ejemplo, que nos llevará a su encuentro. Recuerdo que, en mis tiempos de estudiante, un profesor, en una clase de masaje, nos decía: "primeramente hay que ‘ganar la confianza’ del músculo, y para esto debemos sobar muy suavemente la zona, a fin de evitar la contracción y el rechazo del mismo; luego, una vez sometido, recién podremos hacer tranquilo nuestra labor". Entonces, la persona que infiere el daño
moral, en principio se gana la confianza de la persona ya sea por su simpatía o colaboración supuestamente desinteresada. Luego ataca subrepticiamente, comenzando con su trabajo de desintegración moral. Algunos se infiltran en el seno de un matrimonio que se unió por amor, y desde esa plataforma invaden traicioneramente el ‘núcleo de intimidad’ de la pareja, llegando hasta provocar la disolución de la misma. Aunque también otros sujetos usan de la fuerza y del temor de la víctima; me refiero específicamente a los violadores. O bien, dejándole caer alguna insinuación que provoque la turbación de esa persona haciéndola vulnerable al ultraje. Estos sujetos generalmente por su misma condición de ‘ciegos morales’, cuando todavía no son presa de la demencia, cargan con una gran dosis de sentimientos de culpa y de inferioridad.
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Y, ¿qué podríamos decir de la víctima? La persona, toda persona en sí misma, es poseedora de una ambivalencia especial. Es fuerte para sobrevivir, pero es muy delicada en sus sentimientos. Y en las oportunidades en que se hace débil y desprotegida, generalmente como consecuencia de un duelo provocado por la pérdida de seres queridos, o separación y abandono del cónyuge o de los hijos, o directamente por ser fácil presa de dominio, allí es cuando el provocador inyecta su toxina, dejándola, a veces, herida de por vida. Y no siempre la destila de una sola vez, sino que hay personas crueles que conscientes o inconscientemente obran depositando el veneno en pequeñas dosis. ¿Cómo alejarse de este abyecto ser? Es difícil porque en su accionar es muy astuto. Nos conviene estar despiertos, alertas, para no caer dentro de sus letales redes cuando incursionan en nuestras vías intelectual-emocional-espiritual. De esta manera, nuestra intuición se agudizará e identificará al corruptor moral, y así nos dará oportunidad para alejarnos de él, con prisa. Y si deseamos ayudar a aquellas personas que han caído o están por ser aprisionadas en el entretejido del corruptor moral, lo deberemos hacer con mucha distinción, respeto y ternura. Y, por sobre todo, amor, que es el único bálsamo que puede hacerlos salir del pozo en que se encuentran. La convivencia humana a) Los actos de alterarse y de ensimismarse
En una oportunidad comenté un trabajo de Ortega y Gasset donde él hacía una diferenciación en la actitud social del hombre, comparándola con el animal. A grandes rasgos, lo ubicaba al animal como en un estado de continua ‘alteración’, pues debía defender su comida y su hábitat, en tanto que el hombre podía permitirse el regalo espiritual del ‘ensimismamiento’, gracias a que su vida y su alimento estaban resguardados de peligros inmediatos. Sin embargo, tal situación, en cierto modo, se ha revertido, dije, porque muchos son los animales domésticos que conviven con el hombre, y reciben suficiente comida además de cuidados esmerados como visitas periódicas al veterinario y paseos; en consecuencia, hacen una vida sana y tranquila; e incluso el animal salvaje, es resguardado en colonias especiales para evitar la caza indiscriminada que ponga en peligro su extinción. Lo único que les es vedado es ensimismarse lo que, por otra parte, no les interesa en lo más mínimo. En cambio el hombre,
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establecido en ciudades protegidas de todo riesgo exterior, y abastecido en sus necesidades gracias a su trabajo, podría darse el lujo de ensimismarse, es decir, pensar en sí mismo con capacidad de reflexionar sobre él y el mundo circundante en funciones de ideas, proyectos y decisiones inmediatas o mediatas. No obstante, la realidad nos muestra al hombre actual, poseído de un casi continuo estado de alteración. Las villas se han convertido en grandes ciudades y las expectativas de vida han aumentado, en tanto que las muertes por vejez, decrecen. En consecuencia, la población mundial ha aumentado en número. Por otro lado, en muchos hombres, la avaricia ha afilado sus dientes y aprovechan poder y prepotencia para obtener mejor suelo y posesiones y los más débiles se ven sometidos al arbitrio de los fuertes y soberbios. Y en esta competencia, algunos, usando armas no siempre honestas, pelean para imponer sus fueros y llenar sus ambiciones, y en lucha desigual sobrepasan las defensas de los más débiles y humildes, despojándolos de sus bienes y del suelo para vivir, con una crudeza tal, que a veces produce espanto. Además, gran parte del nucleamiento humano se establece en las grandes ciudades que les ofrecen las bondades derivadas del confort y la técnica. Y conviven, tratando de superar las dificultades e incomodidades que se crean en esos ambientes que se hacen más reducidos debido a la superpoblación y donde impera la competencia desleal y la falta de trabajo. Todo esto ha provocado una subversión de los valores. El más poderoso y avispado se queda con el patrimonio de los más frágiles; y hecha por tierra la ley que pueda juzgarlo por la usurpación mal debida. Y el coletazo de tales arbitrariedades impregna la trama social que se corrompe, abundando la delincuencia que sale a la calle, con la cara descubierta y con una total desaprensión por la pertenencia y la vida de sus habitantes. Sumada a otras transgresiones provocadas por gente aferrada al poder, y que valido de éste, se adueña de lo que es propiedad nacional. El hombre común, entonces, pierde su compostura y se hace temeroso y receloso de todo, y esta situación anómala, se cuela en los hogares —basamento de la sociedad— provocando desavenencias y, en algunos casos, total indiferencia entre sus componentes, en un ¡sálvese quién pueda! Ortega nos ofrece un claro panorama de esta situación cuando dice: ‚Casi todo el mundo está alterado, y en la alteración el hombre más esencial; la posibilidad de meditar, de recogerse para ponerse consigo mismo de acuerdo y precisarse qué que de verdad estima y lo que de verdad detesta.
pierde su atributo dentro de sí mismo es lo que cree; lo La alteración le
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obnubila, le ciega, le obliga a actuar mecánicamente, en un frenético sonambulismo‛.
Sin ninguna duda, la alteración, que era propia de los animales, en la actualidad ha penetrado en la intimidad del hombre. Y la sublime condición humana de ensimismarse, ha quedado relegada a muy pocos individuos. Por otra parte, muchas personas se han hecho más refractarias a convenir juiciosamente situaciones que entrañen polémicas sanas, porque no quieren reconocer sus errores, algunas veces por cuestiones de intereses espurios, otras por egoísmo, soberbia, ignorancia, o, directamente, estupidez. Pero no es solo esto. Desde hace muchos años, el público de las grandes ciudades, en general, está recibiendo un cuantioso material criminal impreso en diarios, semanarios, revistas y libros. Y así, las violaciones, en todos sus órdenes, encuentran sus cauces informativos momento a momento. Y esta situación llega a hacerse corriente y convive, y vive en nosotros, como lo más natural. Por otra parte, el cine y la televisión que han adquirido rango de populares a costa de ingresar, con total desparpajo en la intimidad de la gente, enturbia más el panorama. Todo este material espantoso y falaz, lo recibimos hora tras hora y día tras día de parte de los noticieros visuales y auditivos. Y esa clase de información dañina, recalcada una y mil veces, sin que aparezca en ningún momento una suerte de horizonte diáfano y alentador, provoca en el público una suerte de maleficio difícil de exorcizar. También se advierte, con preocupación, la propagación de la concupiscencia que se infiltra en forma cada vez más devastadora, porque atenta contra la virtualidad del sexo como si éste fuera el foco principal del hombre, desechando todo el pudor que merece su intimidad e incitando a deseos y fantasías eróticas. Y de esta manera observamos cómo se presentan ante la vista y los oídos de muchos niños y jóvenes que observan azorados todo ese material que linda, y a veces penetra profundamente, en sus mentes inocentes e inmaduras. A esto se le agrega la descomposición que se crea en el ánimo de la gente, a propósito de algunas personas con poder que se infiltran solapadamente entre los ciudadanos, fingiendo cualidades de honestidad y caridad hacia los desposeídos del mundo, cuando en realidad sólo buscan el logro de sus propias ganancias fraudulentas. Personalmente creo que lo comentado debe ponernos en un estado de alerta, porque la sociedad está en serio peligro, ya que los hombres y los grupos humanos, en lugar de establecer conexiones de sana armonía, equivocan su camino y se separan entre sí, pudiendo ocasionar profundas grietas en el planeta tierra.
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b)Basamento del ‚niño‛ en nuestra conducta social
Recordemos algunos aspectos de nuestra infancia nunca tan lejana, ya que, ahora adultos, mantenemos –escondido o aflorando hacia fuerael ‚niño‛, presente en nuestro corazón. En esas épocas fuimos creciendo biológica, mental y espiritualmente, aceptando ciertas reglas que se encauzaban hacia una dupla de correspondencia, que nos regía y que se definían como ‘’necesidades’’ y ‘’obligaciones’’. Ambas debían ser satisfechas en pro de un adecuado perfeccionamiento de su estructura personal. En las ‘’necesidades’’ se hallaban implícitas las atenciones primarias que requeríamos en bien de un equilibrio psicoemocional, tales como ser tocado, acariciado, abrigado, defendido y amado. Y en las ‘’obligaciones’’ se propiciaba la obediencia; el acomodarnos a los principios y costumbres que regían en nuestro hogar y ser consecuente con una línea de respeto y de orden, para no dañar la armonía de convivencia. Más adelante, el niño fue separándose, gradualmente, de las directivas de sus padres o sustitutos para ir conformando su propia personalidad, a la vez que entendía por sí solo cómo se hacían las cosas y querer hacerlas a su modo, según su propia intuición y lógica, le dictaba. Ahora bien, ese ‘niño’ contiene potentes cualidades, positivas muchas de ellas; negativas otras, que se despliegan y obran en el ser humano a través de su tiempo vital. Entre las primeras se halla el amor puro y simple que se erige como la parte más sublime de su existencia. Además, la confianza, el ingenio y la simpatía, son obras potentes de su razón de ser. Bienvenidos y benditos sean. Sin embargo, y en la medida de carencias de afecto, seguridad, protección y confianza durante los años de su desarrollo, algunos de ellos se conformaron en entes maliciosos y concupiscentes y ejercieron su poder; y así tenemos, ahora, al hombre lascivo, que se regodea en la picardía. Que el hombre conserve ese lado oscuro de sus sentimientos, responde a su idiosincrasia. Lo que sí se hace peligroso, es que se lo aliente en esa transfiguración, como lo vemos a través de escenas y dichos que aparecen cada vez con mayor profusión en programas de televisión, en el cine y en cierta literatura amarilla, desfigurando la esencia del amor en la proyección de todo color y forma. Sin embargo, muchos niños –ahora hombres adultos- no solamente propusieron sentido a sus vidas, sino que, directamente, salieron al frente con su bondad, su amor al prójimo, su sabiduría y su humildad para mejorar aquello oscuro que se encarna en esa parte de la humanidad enferma que ‘no ve’ ni
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comprende que si no sanean sus defectos, además contaminará y provocará desaliento en aquellos otros que ansían vivir con dignidad y decoro. Claro está que no estamos confinados en jardines edénicos ni dormimos en lecho de rosas. Muchas situaciones infelices pueden torcer los vínculos cordiales entre padres e hijos, y llevar la armonía al fracaso temporal o indefinido, pero a nadie, a ninguna persona, le resulta cómodo vivir en la insatisfacción, salvo que su mente se halle insana. Y en esta situación, verdaderamente penosa, no nos conviene echar culpas, porque la culpa es insidiosa y ocasiona una mayor brecha entre los sentimientos ya resentidos. En estos momentos es donde se perfilará la nobleza de nuestro corazón. Quien comprende que la desvinculación afectiva le hace mal, es quién debe tener la resolución de lograr la armonía amorosa perdida. c) El diálogo ayuda a la convivencia
Es fácil ser agradable con el agradable. Lo difícil es serlo con el descortés, con el que se alza en engreimiento y soberbia. Pero... ahí está: es parte de la variedad humana con la que tropezamos. Ante el individuo antipático, tomar una actitud de tolerancia -no de sometimiento- cuesta. Yo sé que cuesta. Todos sabemos que cuesta. Pero si rompemos esa barrera que nos separa del desagradable, del resentido; si lo hacemos, daremos un gran salto en el acercamiento a la humildad. Y en la humildad, se perfecciona el espíritu. Y ¡cuánto más lacerante para el espíritu es la separación entre los hombres que se han amado! Que en su oportunidad formaron una familia, un núcleo donde la felicidad era la reina entre sus integrantes. O la relación de intimidad entre amigos. De pronto, por razones –algunas valederas- muchas por engreimiento, interpretación equivocada de las cosas, supremacía del ego herido, trozan el corazón... y cada uno sigue su camino, como si nada hubiera pasado. Encrucijada donde nadie quiere ‘dar su brazo a torcer’, donde ninguno propicia un reencuentro de amor, basado en el perdón. Si este ambiente de inestabilidad se circunscribe a los grupos humanos establecidos en sus hogares, el programa de interrelación se hace más denso. Me explico. Yo, como ciudadano, soy libre de salirme de aquellos lugares donde me encuentre incómodo. Si en la calle me topo con una discusión violenta en la que no estoy involucrado, me voy de ahí. O el lugar en que me encuentro se llena de gritos, insultos, gente desagradable, está en mí alejarme e ir a otra parte donde halle paz y cantos de pájaros. En tiempo de vacaciones, generalmente elijo sitios tranquilos para reposar y olvidarme, aunque sea
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durante ese tiempo, del mundo agitado que me circunda. Pero todo cambia desde el momento en que soy miembro de una familia que vive en un departamento donde los aposentos son los límites que me separan del medio externo. Allí debo conocer y comprender ciertos patrones de conducta que se fijan sin letra escrita y que, acorde con ellas, me permitirán establecer una relación que tienda a una armonía comunal. No puedo huir de ella, porque si lo hago, pierdo. En ese espacio cerrado por paredes, techos, ventanas y puertas, me cabe ser respetuoso y prudente, no esclavo, con la modalidad que se crea en ese ámbito, porque yo también buscaré establecer algunas pautas que, desligadas de todo egoísmo de mi parte, contribuyan a un sano intercambio con los demás componentes de la casa. Ocupar un lugar en el mundo es un ejercicio diario. El antropólogo francés Maurice Leenhardt nos dice que "la persona es un ‘centro vacío’ que sólo adquiere sentido y significación, en su relación con el otro". No quiere decir esto que, necesariamente, el diálogo
deba conformar de ambas partes, contenidos valiosos e importantes. Sí se hace imprescindible el que las personas involucradas, asuman su participación honesta. También afirma Martín Bubber: ‚Lo importante no eres tú, lo importante no soy yo. Lo decisivo es lo que acontece entre tú y yo‛. Aventurarse en el diálogo, entonces,
requiere de los concurrentes ciertos recaudos muy importantes, para que éste no se haga ríspido e insostenible. En la medida en que uno de los intervinientes se encuentra en estado de violencia, desde ya el diálogo no será posible porque atraerá en el otro, generalmente, una posición similar, o se encerrará en sí mismo. Por otra parte, si uno de lo actores, o ambos, aún mostrando una actitud pacífica, mantienen, ocultamente, rasgos de hipocresía, el diálogo estará teñido de deshonestidad, porque éste necesita, para que cumpla su verdadero cometido, de un manto impoluto de veracidad en lo que se dice, además de generosidad y tolerancia, para avenirse a una realidad en la que ambos tienen sus razones, y éstas deben ser respetadas. La integración saludable es muy costosa, si lo vemos a través desde un punto de vista espiritual, porque cada uno de los miembros tendrá que poner en ella una cuota de tolerancia y de buenos sentimientos en pro de una relación armónica y equilibrada. Además es importante tener presente que los convivientes son, generalmente, diferentes, con las características propias de sexo y edades y la preeminencia de jerarquías que se produce entre los integrantes. Y digo esto porque la forma de encarar ciertos asuntos hogareños entre esposos, padres e hijos, entre hermanos o entre otros familiares presentes, puede hacerse áspera cuando en
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lugar de un diálogo cordial, se opta por la discusión intransigente provocada por las desavenencias, el mal humor o testarudez entre los familiares; lo que origina, a la larga o a la corta, separación entre los mismos. Es así entonces que, en ese lugar, y en pro de una sólida convivencia, busquemos un espacio apacible, de modo tal que los muros que nos circundan, no se presenten como barreras carcelarias, ni espacios sofocantes, sino que irradien ondas de amor, y para ello tenemos que ser los primeros que propongamos una cuota de amabilidad, consideración y calma con los otros seres con los que coexistimos. Porque, es importante saber que hemos llegamos al mundo, no como un mero hecho casual, sino que nacimos en él, proveídos de un material espiritual hermoso, que lleva el sello de nuestra condición de humanos y que tiene una razón de ser. Con el correr de los años, estas capacidades y recursos, en algunos se mantuvieron indemnes pero escondidas, sin operar; en otros se contagiaron de elementos adulterados que malograron su dignidad. Pero muchas fueron las personas que ofrecieron esos dones virtuosos a los demás, a manos llenas, porque dieron de sí lo que recibieron gratuitamente. Y, justamente, los recursos y capacidades que enseñorean las virtudes propias del hombre, se vehiculizan a través del diálogo, porque cuando éste se distorsiona y entra en el campo de la discusión, ¿existirá algo más penoso que ser espectador de luchas verbales entre dos o más personas, enardecidas, con la voz bronca y sus yugulares hinchadas y el rostro descompuesto por la ira? A este respecto, recuerdo una película de De Sica llamada "Milagro en Milán". En ella, aparece una escena entre dos hombres poderosos que deseaban un pedazo de terreno y que se lo subastaban entre ellos. Se los veía, con sus ricas prendas, parados y enfrentados compitiendo rabiosamente el precio, de tal modo que la suma de dinero ofrecida por uno de ellos era, inmediatamente, aumentada por el otro. En un momento, el realizador de la película, valido de la técnica, hizo que las cámaras filmaran cada vez más rápido esta escena competitiva, de modo que aparecieron, en un momento, como dos perros enfurecidos, ladrándose entre sí. Habían perdido su compostura. La conclusión es ésta. Todos tenemos nuestras razones que, generalmente defendemos porque, en cierta forma, constituyen la plataforma en donde estamos parados. La cuestión es de qué manera, sin negarlas, podemos llegar a un acuerdo pacífico con la otra persona. En este sentido vienen a mi memoria algunos conceptos que, sobre el diálogo, expresara el sacerdote Ignacio Larrañaga, que encuentro henchidas de sabiduría. Cuando dice: "el diálogo desata los nudos, disipa las suspicacias, abre las puertas, soluciona los
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conflictos, engrandece la persona, es vínculo de unidad y madre de la fraternidad". "No es discusión ni un debate de ideas, sino una búsqueda de la verdad entre dos o más personas... porque yo puedo ver lo que los otros no ven, y ellos pueden ver lo que yo no veo". De tal manera que "cuando aparezca la tensión, tenga (yo) la humildad para no querer imponer mi verdad, y callar en el momento oportuno; de saber esperar a que el otro acabe de expresar por completo su verdad". "Y saber que yo puedo estar equivocado en algún aspecto de la verdad, y dejarme enriquecer con la verdad del otro". En fin, "tener la suficiente generosidad para pensar que también el otro busca honestamente la verdad, y para mirar sin prejuicios y con benevolencia las opiniones ajenas". (Encuentro:‛La gracia de dialogar‛, págs.64, 65). También, en ese sentido, se expresó López Quintás ‚Al crear un diálogo, ninguno de los coloquiantes invade el ámbito del otro y lo anula. Al contrario, potencia su lucidez y su autonomía en el pensar y razonar. Desarrolla así su realidad y la perfecciona‛. (‚El arte de pensar con rigor y vivir en forma creativa‛, pág. 163). Y cuando nos
referimos a los intervinientes en una rueda dialogal, no podemos menos que reconocer la cantidad de intereses que cada uno almacena dentro de sí mismo. Es por eso que se hace oportuno que la persona que entra en una plática con otras, se fije claramente, su posición. O bien se dispone a escuchar a los demás, con respeto y atención, dando a conocer sus propias razones en el momento oportuno, o directamente se obstina en imponer sus conclusiones a toda costa. Aunque cabe todavía una reflexión más. Cuando me dirijo a una persona para interrelacionarme, y no consigo acceder a ella, puedo preguntarme: — ¿lo hago manifestándome en mi propio discurso, o trato de penetrar en su fuero interno accediendo a ‚su forma de entender?‛. Quiero significar que cada ser, cada individuo, aún hablándole en su lengua, tiene, además, ‘su propio idioma’. Algunos dicen: ‘su código’. Si no lo percibo, es muy difícil que pueda ‚llegar‛ a ella. Algo así sucede cuando nuestra postura se acerca a alguien que directa o tácitamente, pide ayuda. Nosotros, caritativamente se la damos según nuestra solvencia. Pero esta persona queda ‚como sin entender‛. ¿Qué ocurrió? ¿No fuimos claros en los conceptos o no acertamos en la especificidad de la respuesta? Pueden ser ambas cosas, pero también es conveniente tener en cuenta algo que se nos escapa; y esto es, si es ‘oportuno el momento en que actuamos’. Quiero decir, la persona, aún herida por algo que la lastima y no comprende, en ese preciso instante, puede ser totalmente refractaria a la bondad de nuestra ayuda; necesita un 'tiempo' para que ésta penetre en su interior y le sirva de verdadero auxilio’. En esta situación de encontrar ‘‘el momento’’, es bueno recordar, o tener presente, que cada ser, cada persona, se mueve
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dentro de ciertas áreas que no siempre coinciden con las de los otros. De ahí que la ‘oportunidad’ no se dé conforme a nuestras necesidades. Además, en ese preciso instante de la situación dolorosa o angustiante, si algunas veces el pensamiento y el sentimiento de esa persona llegaron a disentir entre sí, ahora, en este momento, ambos se encuentran solidarios formando una fortificación difícil de penetrar desde fuera. También conviene tener presente que el ser humano no llega a la plenitud de su crecimiento total en un corto espacio temporal; necesita de años para perfilar su madurez psico-espiritual, y aún así algunos no lo consiguen. Como se dice en unos versos: "...jamás en el breve término de un día, madura el fruto ni la espiga grana".
Quiero decir con todo esto que, no todo momento es oportuno para entrar en consonancia con la persona. Debe percibirse en qué instante se produce la ocasión que facilitará nuestra presencia en su interioridad; y entonces, en ese ’instante justo’ es cuando la persona se muestra blanda a toda ayuda. Ahora, sí escucha y se hace permeable a la sugerencia que se le quiera prodigar. Pero ¡cuidado!, porque así como le penetra la luz en su alma, también en ella puede hacerse la oscuridad... Vale decir qué intenciones tiene quién se hace cargo de esa función, y si espiritualmente se encuentra habilitada para cumplir con ese servicio gratificante. En esta suerte de comunicación que lleva al diálogo, viene a mi memoria una situación comentada por un psiquiatra. Una pareja, padre e hija, vivían solas en un pequeño departamento. Él, un anciano; ella, una solterona que, muerta su madre a quién cuidaba, no le quedó otra que atender a su padre, hombre de mal carácter, aunque ella tampoco se quedaba atrás. De modo tal que la corta relación diaria entre ellos se producía con gritos, malos modos y silencios exasperantes. La hija, desesperada, acudió al fin al auxilio de un psiquiatra quien le dio algunos consejos, que ella puso en práctica. Así fue que en una oportunidad, el padre, que religiosamente iba todos las mañanas a la plaza a encontrarse con otras personas de su edad, volvió a su casa a medio día, mal humorado como siempre y con un bufido como saludo. La hija que lo esperaba, en lugar de arremeter con destemplanzas y gruñidos, lo atendió sonriendo y antes de que su padre diera su refunfuño de costumbre, dulcemente le dijo: -‚Ah, papá, seguramente no te ha ido bien esta mañana, pero no preparadas las pantuflas al Y después refrescate y vení tanto te gusta‛-. El padre
te preocupes. Andá a la pieza que ya están lado del sillón para que descansen tus pies. a comer que te tengo preparado ese locro que
la miró sorprendido y cuando se dirigía a la habitación, giró y le dijo:-‚Eso no es lo que debías decir‛-. En consecuencia, la hija siguió el delineamiento sugerido por el
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médico y renovó una modalidad de respeto y acogimiento, que había perdido. Desde entonces ambos se esmeraron en conciliar un diálogo de tolerancia por el cual el padre doblegaba su vejez improductiva en función de una hija que lo amparaba, y la hija dejaba atrás el resentimiento de su juventud que se había esfumado, sin haber podido formar un nuevo hogar. Una posición de plática donde no se ejerza la violencia ni la intolerancia por alcanzar un triunfo, no se obtiene de la noche a la mañana, ya que necesita, de parte de los actores que atienden al diálogo veraz y comprensivo, una finura espiritual que se va perfeccionando con el tiempo, en tanto la persona se proponga este sano ejercicio. d) Importancia de la ‘intención’ en el diálogo
Es bueno recordar que en nuestras conversaciones de todo momento, salen al aire pensamientos, sentimientos, ideas, fantasías, disposición anímica, e intenciones, y, como expresamos más atrás, todos ellos responden a los contenidos que almacenamos dentro nuestro durante la larga travesía por la vida. Si bien es cierto que cada una de estas estructuras aporta algo de sí algunas más que otras-, quiero poner especial énfasis en la ‘intención’ como foco de importancia, ya que en ella están asociadas tanto las bondades, como las alteraciones negativas de la conducta humana. Digamos, yo cuento un chiste y espero de los oyentes, la risa como respuesta y además una ponderación por ser buen relator. Pongo mi intención en ese sentido, aún cuando, en la narración, lo haga con la cara seria. Esto es sencillo y no hace mal a nadie. En tanto, si largo un chisme o una ironía cáustica que hiere a alguien, aunque sean dichos de la manera más inocente posible, ya es otra cosa. Acá existe una intencionalidad morbosa que altera la diafanidad que merece el encuentro cordial entre las personas. (Ver en ‚Puentes de Relación‛: La ironía como puente endeble de relación).
Generalmente existe una asociación legítima entre nuestro pensamiento y sentimiento, y la expresión final se hace clara y definida. Pero, en algunas circunstancias, existe un doble discurso que no siempre se halla en el ámbito de la hipocresía. Ubico como ejemplos algo muy simple. Deseo congraciarme con una persona y pongo por delante todo el muestrario de mi empatía para ganar su atención y afecto. En otro aspecto: asisto a un enfermo querido y mi solicitud estará cargada de bondad, aunque no le manifieste: ‚esto lo hago porque te amo‛. Quiero decir que la ‘intencionalidad’ no tiene partido. Puede ir del brazo de la
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misericordia, como de la impiedad; del amor como del odio; de la pasión desenfrenada como de la indiferencia; de la antipatía como de la empatía; de la verdad o de la mentira, etc. Y en todos ellos mostrará su estímulo. Cabe entonces, en cada uno de nosotros, establecer nuestra posición con respecto a la intención que adecuemos en el trato con los demás seres. Si nos asociamos con el amor, la verdad, la justicia y la paciencia, nuestro paso por la vida, seguramente, se hará más viable y agradable, que si optamos por la vía de la calumnia, la afrenta y la intolerancia. En esta decisión, llevada a cabo, se perfilará la piedad y la comprensión como modelos de conducta, desechando la perfidia y la acusación, porque, como ya lo advirtiera Jesús con su sabiduría divina: ‚¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que tienes en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‚Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo‛, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano‛.(Lucas 6,42-43). Y también dijo: ‚Aquel que esté limpio de pecado, que arroje la primera piedra ‛. En eso
de acusar o ‚sacarle salta en nosotros el nos equivocamos. Más sentimos contrariados
los trapitos al sol‛ a alguien, enseguida impulso de hacerlo, y, en muchas ocasiones, todavía si actuamos de buena fe; luego nos o avergonzados, y nos decimos: -¡Qué lastima!
¿Por qué no le pusimos freno a nuestra lengua? ¿Qué apuro teníamos para echarle en cara algo que dijo o que hizo esa persona?-
De tal modo que, resumiendo: si entablo una ‘discusión’ violenta o no-, ¿cuál será mi propósito inmediato? Pues, salir airoso de la misma, poniendo en el tapete todos los argumentos válidos o no válidos, suficientes para ganar la polémica. En cambio si me encuentro como protagonista de un ‘diálogo sensato’, pondré en ejecución cierta templanza para no desembocar en una discusión que no me llevaría a ninguna parte, aunque en ese momento arriesgue mi intimidad, o alguna porción de ella, comprometiendo lo que pienso y lo que siento. Pero suele suceder, y sucede a menudo, que tanto en una como en la otra forma, se sacan a relucir, prácticamente, sin darnos cuenta de ello, algunas expresiones verbales que pueden derivar a la confusión, e incluso a la ofuscación por parte de los interlocutores. Cuando dejamos salir sentimientos fraudulentos o equivocamos el camino y embocamos en otro que ocasiona lesiones de toda índole a nuestros semejantes, estamos sacando fuera nuestro, conductas equivocadas que aprendimos durante la infancia, y que ahora nos sirven de argumento de actitud. Y bien, ¿cómo se produjo esta contaminación desatinada? A través de nuestro tiempo de crecimiento. Digamos, un niño que no fue debidamente reconocido y amado por sus padres u
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otras personas a quienes les debió respeto y admiración; e incluso si fue tratado brutalmente en su lucha por sobrevivir, generalmente adopta uno de estos dos enfoques: o se encierra dentro de sí y acepta dócilmente todas las sugerencias o mandatos que se les da, o se resuelve en una actitud rebelde y provocativa ante todo aquello que se oponga a sus gustos y determinaciones. Quienes ostentan estas controvertidas formas de acción, más adelante, en la vida diaria, se obstinan en hallar fallas o defectos en la conducta de los demás y cuando las encuentran se las enrostran sin ninguna reserva; o encaran actitudes que originen peleas verbales o físicas, o echan culpas a los otros por sus propias faltas, o se auto rebajan para obtener conmiseración o provecho, o buscan premios a su autoestima por servicios prestados a los demás, aunque hayan fracasado en sus intentos. Y así, vemos personas que actúan generalmente con violencia o amenaza de violencia; o con total intolerancia. Otras que manipulan a los demás para sus propias ventajas, y algunas que lo hacen compitiendo rabiosamente con sus semejantes, sin respetarlos en lo más mínimo. Pero, gracias a Dios, no todo es negativo, porque existen grupos humanos que se desviven en ayudar a los más necesitados ofreciéndoles amor y bienes materiales, sin esperar ser recompensados; por el solo hecho de estar poseídos de comprensión y misericordia hacia los demás. Es interesante destacar el estudio efectuado en la Universidad Emory de Atlanta donde se comprobó, recurriendo a la resonancia magnética, que la persona ubicada entre optar por estrategias codiciosas o generosas, cuando lo hacía por estas últimas, es decir, en el momento en que prefería el bien común antes que el personal, ‚fluía con mayor fuerza la sangre hacia los centros del placer‛. Es decir que las señales más luminosas dentro del cerebro, aparecían ‚cuando había alianzas para ayudar‛. Se hace necesario entonces, que aquellos hombres que todavía mantienen la mente y el corazón sanos, y vacunados de toda injerencia morbosa, salgan a la luz, y propongan el apostolado del amor con su voz y su accionar, sabiendo, certeramente, que esa será la única y mejor receta que podrá curar a este mundo desquiciado y turbulento en el que nos toca vivir. De todas maneras, el esquema general planteado, sirve de orientación y modelo para quienes prefieren iluminarse con la llama del espíritu y desechan la tenebrosidad que pueda alojarse en el corazón humano, modificando su tendencia perniciosa. De modo tal que, por sobre todos estos poderes, ya sean dañinos o no, se encuentre brillando en cada ser humano, el poder del amor, que tiene una fuerza tal que no solamente anula el deterioro que pueda
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ocasionar la energía negativa, sino que acrecienta la gracia y las bondades de las acciones nutritivas e integrativas, que se ofrecen a los más necesitados de ayuda espiritual. e) La gracia de vivir en sociedad
Existen dos atributos hermosos que favorecen la relación entre los hombres: me refiero a la simpatía y la confianza. Esas cualidades propias del ‘único ser que ríe’, abren las puertas de la cordialidad, de la intimidad y del amor. Ya, desde muy pequeñitos, aprendimos a ser reflejo de la sonrisa de otros semejantes, y nos resultó atrayente, copiarla. Luego vendría el darse las manos y el abrazo tierno que completaría el rito precioso de la buena relación humana en el afecto. El sentimiento de cordialidad profundizó en muchos seres y se hizo carne en sus vidas. Y el hombre aprendió algo que fue alegría para muchos: que era amado y reconocido entre los demás, por el solo hecho de ‚ser‛. Desgraciadamente, no todos comprendieron esta ley natural, y se hicieron hoscos, suspicaces y difíciles de tratar. Rompieron esa armonía primaria del hombre en el encuentro con los demás. Si la simpatía fue originaria del ser humano, su antítesis, la antipatía, se adquirió posteriormente. Muchos fueron los factores que contribuyeron a la estructura social de este individuo, generalmente resistido por sus congéneres. Uno de ellos, tal vez el más profundo, fue el rechazo como persona en su época de formación. Esta falta de reconocimiento y de amor, caló muy hondo en su corazón, y facilitó la presencia de un ser flaco de sentimientos. El hombre, mantiene su condición de tal mientras encuentre el reflejo de otro humano en quién fiarse. Eso es: la confianza. Ella es la que nos mantiene unidos en una agradable convivencia. Si la confianza desaparece, el hombre se aniquila socialmente. Y esas actitudes de confianza y de amor, son los verdaderos vínculos sólidos que unen a los hombres fraternalmente. Así nacen las relaciones entre los amantes, los padres, hijos y otros familiares, amigos y socios. Por otra parte, contribuye a fortalecer las uniones, además de la sonrisa y de la simpatía, que tanto el familiar, como el amigo o el compañero nos ofrecen, el reconocer que para ellos, somos ‘un ser especial’. En tanto que, cuando se rompe la cadena, se originan las desavenencias tan ingratas, que culminan con resentimientos, odios, intolerancia y otros factores negativos, empobreciendo y separando a los seres humanos entre sí.
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Seamos sabios. Asociémonos a la cordialidad. Limpiemos nuestros sentimientos de toda contaminación que degrada la buena interrelación humana. No nos cerremos a la piedad, y la paciencia, verdaderos atributos del hombre sano de espíritu y de corazón noble y ecuánime. ¿Juzgamos a los demás con compasión y criterio? -IEn el entretejido de pensamientos y sentimientos, el hombre establece su ubicación en el mundo. Pero, -y esto no se le escapa a nadie- el hombre no está solo. Forma parte, en distintos grados de importancia, de toda una constelación que incluye la comunidad, la familia, las amistades, e incluso, la pareja. Los estudiosos de la conducta del hombre, coinciden en que todo ser biológico pasa por distintas etapas de crecimiento que se suceden inevitablemente durante su vida, y la existencia es pródiga en sucesos que se intercalan en los distintos momentos de ese largo proceso de desarrollo, algunos de ellos felices, otros no tanto, y otros, total y definitivamente desfavorables para su existencia. En el animal las circunstancias adversas quedan bastante inadvertidas por la fuerza de su instinto, pero en la persona humana provocan, muchas de ellas, profundas llagas de por vida. Repetidas veces nos impacientamos, e incluso, nos irritamos, cuando la infelicidad de los demás interfiere con la placidez que buscamos en nuestra vida. Y en esas ocasiones no somos piadosos con el que sufre. Quiero decir, que nos resulta trabajoso comprender a ese ser desvalido, aunque no nos muestre, directamente, sus quebrantos. Lo vemos ahora con sus deficiencias e ignoramos o hacemos caso omiso de su largo historial biográfico, donde muchos sucesos dolorosos dejaron un rastro profundo en sus almas. Almas enfermas que no fueron curadas, y claman por su sanación. Gracias a Dios existen algunas personas que se acercan al necesitado de ayuda, tomando los recaudos necesarios para no herir susceptibilidades, ya que generalmente el hombre es muy celoso ante la intromisión que se quiera hacer en su intimidad. Porque no nos olvidemos de que cada uno de nosotros tiene una ‘razón de ser’ y una misión especial que cumplir en este mundo, y el principal servicio es ‚amar a los demás‛, tal como se expresa en el ‚Himno de Laúdes‛, del cual extraigo algunos párrafos: ‚Señor, tú me llamaste/ para ser instrumento de tu gracia... para sanar las almas... para curar los corazones heridos... para sacar del sueño a los que duermen y liberar al cautivo... para amar a los hombres/ que tú, Padre, me diste como hermanos.... para abolir las guerras/ y aliviar la miseria y el pecado...‛.
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Se presenta claro, entonces, a nuestra capacidad intelectual, que cada persona representa un mundo, rodeado de ámbitos muy significativos que no debemos desmerecer porque en el equilibrio de sus potencialidades alcanzaremos la satisfacción de percibir ‘la razón de ser’ de nuestra existencia. -IICada una de las personas, -¡quién no lo sabe!-, tenemos una forma peculiar de sentir, de pensar y de accionar, lo que puede derivar hacia una buena disposición de cada uno hacia el otro, u ocasionar discordia entre los individuos. Y, claro está, la posición de los mismos, será de agrado o desagrado. Pero salvo contadísimas personas, todas las demás sienten el goce de sentirse plenas, cuando la relación interpersonal se hace en el campo de la simpatía. Reconozcamos que existen seres humanos que nos embelesan por su presencia, aunque no digan nada. Poseen un atractivo especial que, incluso, quisiéramos tener nosotros. Aunque no porque sí, se va moldeando la persona a través del tiempo. Muchas y variadas son las circunstancias que influyen, en unos positivamente, en otros, en forma negativa. Repetidamente me he detenido en mencionar los estímulos que el hombre va absorbiendo en el transcurso de su vida. Comencemos por reconocer ahora, que el ser humano es muy permeable a los incentivos exteriores que son asimilados, en algunos, profundamente; en otros, superficialmente. Y de esta manera, recibimos consejos y formas de vida que se adentraron muy profundamente en nuestro interior. Muchos de ellos realmente meritorios y muchos otros emponzoñados de cinismo. De la calidad de estos últimos no arrojemos culpa a quiénes fueron generadores de esos ‚mensajes‛ o ‚mandatos‛ negativos. Mas bien, procuremos dejarlos anclados en el reino de la desmemoria, porque ahora, en este momento, no podemos hacer nada por lo sucedido. Lo hecho, hecho está y quedó en el pasado. Rememorarlos nos hace mal; ahonda las heridas que ya debieron estar curadas y nos reaviva el dolor. A favor de nuestra salud espiritual, nos convendría poner un manto de olvido y de misericordia, sobre el pasado funesto. Cuando digo que somos muy permeables a los accidentes de la vida, me remito a una situación que, en la sociedad actual, se está haciendo demasiado frecuente. Y esta es la ‘’inestabilidad en los sentimientos humanos’’. Los sentimientos están tan estrechamente unidos a los pensamientos que, no bien ‚jugamos‛ con estos últimos, le abrimos la puerta para que ingresen al ámbito emocional. Deteniéndonos en la razón del problema, son variadas las causas que provocan la incompetencia en la relación humana. Pongo por caso algunas de ellas que se produjeron en el tiempo y
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que dejaron graves secuelas. Me refiero al maltrato físico y psicológico por parte de padres despóticos u otras personas de corazón vil con los que nos tocó relacionarnos. Vejaciones de toda índole; ausencia de amor solícito y de confianza de aquellos que fueron los mentores en nuestra infancia y juventud. Todos estos resabios se vuelven contra nosotros moldeando una personalidad recelosa aunque no por ello menos astuta, a veces cruel, y la aplicamos, casi sin darnos cuenta, a nuestros congéneres. Entonces, en un clima donde impera la desconfianza y la hipocresía, se intercambian, entre las partes, insultos de todas las especies, los que, estimulados por impulsos no controlados, aumentan de calibre, y muchas veces los llevan hasta el atentado físico. Y, en este momento, el hecho lastimoso está presente. No se puede volver atrás. Solamente queda el consuelo de un perdón. Lo que me produce verdadera pena y dolor espiritual es ese descolocamiento del hombre por el hombre, donde la falta de respeto por la persona humana se traduce también en pérdida de la dignidad. Es ese espíritu crítico que, enseguida, salta en nosotros, como catapulta sin siquiera repensar la situación. Y lo vemos también reflejado en el deleite morboso con que abominan a la persona los medios masivos de información, desnudando las flaquezas del ser humano por un lado, y haciéndose portavoz de muchos mentirosos que achacan a los demás sus propios yerros. Jesús, con la infinita compasión que sentía por los hombres, increpó a los maldicientes recordándoles que ellos no estaban tan libres de culpas como para enrostrárselas a los otros hermanos. Que mejor era reflexionar sobre sí, y una vez limpios de corazón, recién podían estar en condiciones para achacarles sus errores a los demás. ¡Despertemos!, porque la piedra, una vez lanzada al objetivo, no puede detenerse, y cuando llega a destino, lastima y duele. El impulso como ‚estado de ánimo‛ En varias oportunidades me he ocupado de los impulsos como una fuerza interior que sale –sin permiso- de nuestra entidad corpórea, salta hacia fuera y se hace dueño de la razón. Pero también observé, que una vez producido los efectos que trae aparejado, el individuo puede recapacitar sobre la bondad o mal ejercicio de éste. El impulso, en realidad, conforma una composición grupal de un ‚estado de ánimo‛ en donde se confunden y se disparan los sentimientos sin ningún control. Y en esta situación la persona que obra por impulsos, se encuentra enceguecida. Es decir que la
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propia fuerza que lo engendra obtura la posibilidad de darse cuenta o ‘ver’ los actos que está ejecutando. Y esto ocurre también con la ira descontrolada. Quien obra a través de la potencia arrolladora que ejerce la rabia, cierra el razonamiento necesario para poder medir las acciones que ella promueve, dejando al propio sujeto a merced de su imperio, porque la ofuscación que genera, crea un muro opaco que dificulta la posibilidad de darse cuenta de sus actos. Entonces, la génesis del impulso como accióndecisión rápida, sin el uso o ayuda de la razón, se encuentra en el ‘espacio’ que le otorga su propia espontaneidad. De todas maneras y aún así, no podemos achacarle todos nuestros desaciertos a la influencia de ‘impulsos descontrolados’, porque, en repetidas oportunidades con el solo uso de la razón, erramos el blanco, y justamente cuando enfilamos la vía del impulso, obramos certeramente. Es por eso que nos conviene ser precavidos en cuanto a las decisiones importantes que nos ‘impulsan’ a actuar. Es decir, sopesar las cualidades de uno y otro. En esta regulación está programada nuestra sabiduría de vida. Sin embargo, me parece oportuno y conveniente que reflexionemos sobre algo que también nos descontrola. Me refiero al acopio de distintos estímulos que interfieren en nuestro cerebro, y a los que queremos darle cauce en ese mismo instante. Ante tal cosecha, nuestra mente se embota, se ‘enmarañaran’ las fibras nerviosas, los ‘mensajes’ se desvirtúan y muchas veces no sabemos qué camino seguir y cómo darles cursos adecuadamente a cada uno. Nos comportamos como deficientes ‘agentes de correo’. Muchos de nosotros nos creemos omnipotentes, y si en algunos aspectos actuamos como tales, es necesario reconocer, para el bien de nuestra economía espiritual, que la ‘estación receptora’ que atiende los flujos de informaciones, tiene una sola vía, es decir que no está totalmente habilitada para recibir todas ellas con igual claridad una y otra, al mismo tiempo. Todo tiene ‘su tiempo’, y merece una atención particular. Algunos creemos ser más inteligentes cuando –como en un campo de ping-pong- respondemos con suma prontitud a los requerimientos exteriores. Seamos cautos y no ‘saltemos’ con respuestas que luego nos haga sentir molestos o avergonzados de haberlas proferido, o en la determinación de una decisión apresurada. ¿Qué decimos cuando no hablamos? En variadas oportunidades establecemos una suerte de correspondencia con otras personas, valiéndonos de algunos gestos,
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o ademanes, sin pronunciar fonema alguno. Y a veces, con estas expresiones mudas, conseguimos hacernos entender certeramente. Esta forma de formalizar relaciones con las demás personas, en algunas circunstancias, o en consonancia con la palabra, acentúa lo expresado oralmente. Y varios estudiosos de la conducta aseguran que en la educación del niño, incide en forma más contundente, la expresión afonética que lo dicho verbalmente. Si atendemos a las gesticulaciones de un mímico, nos daremos cuenta que consigue que entendamos lo que quiere decirnos sin que pronuncie palabra alguna. También a nadie se le escapa que el gesto adusto de una persona, que lo acompaña con movimientos descontrolados y amenazadores de sus brazos y manos, no propicia un ámbito de paz. O, al contrario, el encantamiento que produce la sola sonrisa de un bebé que nos mira dulcemente como diciéndonos: ‚estoy contigo, creo en ti‛-. Y las miradas de los enamorados que son más concluyentes que las palabras que puedan pronunciar. Una mirada, un gesto, entonces, puede ‘decir’ mucho. En ellos están patentes distintas emociones tales como el amor, la compasión y el perdón. Aunque también sus contrapropuestas: el odio, el rencor, la impiedad; la lubricidad, la hipocresía. Y en todos ellos puede no haberse dicho ninguna palabra. Recuerdo una escena de Martín Fierro defendiendo a una cautiva que era ferozmente golpeada por un indio. Cuando él se acercó, calladamente, a la escena, la mujer: ‚alzó los ojos al cielo, en sus lágrimas bañada; tenía las manos atadas, su tormento estaba claro; y me clavó una mirada como pidiéndomé amparo. Yo no sé lo que pasó en mi pecho en ese istante; estaba el indio arrogante con una cara feroz: para entendernos los dos la mirada fue bastante‛.
Cuando un director dirige una orquesta, todo lo que ‘puede decir’ se traduce en sus movimientos, pausados algunos, enérgicos otros, logrando encauzar los numerosos instrumentos de sonidos tan diversos y aunándolos en una armónica y agradable composición musical. ¿Y el compositor que a través de su escritura musical, nos lleva a excelsitudes emocionales? Y el artista que pinta, que graba, que esculpe, ¿necesitan que expresen oralmente sus pensamientos, sus sentimientos? Y qué decir del lenguaje de los sordos-mudos que expresan sus necesidades y emociones a través del movimiento de manos y brazos... Y de la oración callada de tantos fieles que dirigen sus miradas y sus corazones implorantes, a las imágenes divinas... Sin embargo nuestra relación personal está plagada de palabras. Algunas de ellas llevan, sí, el sello de la sabiduría y el discernimiento, pero muchas otras blasfeman y hieren los sentimientos humanos. ¡Cuánto provecho haríamos a nuestros
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semejantes sopesar adecuadamente las palabras antes de pronunciarlas!... de tal modo que podamos decir con Isaías (55, 10-11): ‚Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé‛.
Y la misión nuestra es llenar de amor los corazones de nuestros hermanos, con palabras dulces y sinceras, sin intenciones aviesas; porque el amor, refleja la luz de Dios. Entre la pertenencia y el compartir Desde muy chiquititos se hizo presente en nosotros el gozo de la ‘pertenencia’, y nos aferramos a ella porque la sentimos, desde siempre, como una ‘necesidad básica’. Pero, en el tiempo, surgió otra potencia, disímil a la anterior y muy importante en la vida de relación, y ésta fue el ‘compartir’, es decir, la -voluntad hecho acto- de distribuir, repartir o dividir algo nuestro, ya sea material o de orden espiritual, entre otros más necesitados. Y esto nos hizo felices, porque el que comparte también participa y coopera con el bien común. Aunque algunos no entendieron esta actitud, porque fue más fuerte en ellos la codicia y el egoísmo, que les cerraba, como un manto oscuro, la puerta del corazón. Porque, es bien significativo, que cualquiera de nosotros puede ser poseedor de naturalezas especiales que se encuentran dentro de él y que pugnan por salir afuera. Estos atributos son esencia en el individuo y perfilan una personalidad donde el amor y la compasión emanan del espíritu y destellan como rayos benéficos, que se dispersan entre los afligidos, los marginados y los que sufren humillaciones de toda índole. Esos hombres, de bondad infinita, no necesitan estímulo para ofrecerla a sus semejantes, porque ya de por sí, son portadores de un regalo que les es inevitable otorgar a los demás. Cuando el compartir compromete a una autoridad constituida, que tiene el deber de organizar la buena relación entre los ciudadanos de un país, la situación se hace mucho más compleja, porque no todos son conscientes de su ejercicio. En este aspecto es interesante recordar que ‚una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país‛ (Catecismo de la Iglesia Católica-# 1897). ‚Esta autoridad es necesaria para la unidad de la sociedad y su
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misión consiste en asegurar, en cuanto sea posible, el bien común de la sociedad‛.
Mucho se habla del ‘bien común’ y no siempre se entiende claramente de qué se trata. El CIC lo define de esta manera: ‚el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección‛ (#1906). Y en esto de compartir nos encontramos
con gente que ante el estímulo dado por aquellos que dan lo mejor de sí, cambian esplendorosamente su vida que estaba plagada de escorias y de las que no podían o sabían desprenderse. Pero, lo que es mejor, estos individuos, iluminados por la misericordia, irradian los bienes recibidos, porque el amor, en todas sus formas, posee la cualidad divina de difundirse incondicionalmente entre todos. Me remito a las palabras de Isaías 58, 7-10. Si está en ti: ‚...compartir tu pan con el hambriento/y albergar a los pobres sin techo;/cubrir al que veas desnudo/y no despreocuparte de tu propia carne./ Entonces despuntará tu luz/como la aurora/y tu llaga no tardará en cicatrizar.(...) Si eliminas de ti todos los yugos,/el gesto amenazador y la palabra maligna;/si ofreces tu pan al hambriento/y sacias al que vive en la penuria,/tu luz se alzará en las tinieblas/y tu oscuridad será como el mediodía...‛
En la búsqueda del justo equilibrio Pasamos más de la mitad de nuestra vida eligiendo lo que nos gusta y rechazando lo que nos disgusta. De una u otra forma, muchos adquirimos una posición recalcitrante que no siempre nos permite armonizar con un buen orden espiritual estable. Leemos en el Bhagavad Gita-Estancia séptima-27: ‚Por la ilusión de los pares de opuestos, que brota de la atracción y repulsión, toda criatura peregrina por el universo enteramente alucinada‛. Acercarse a lo que produce
goce, y distanciarse de lo que disgusta, son características naturales del hombre desde su nacimiento. Estos signos lo acompañan durante su proceso evolutivo, porque no solamente él crece somáticamente, sino que lo hace también en los espacios mental y espiritual. Algunos consiguen hacerlo en forma acompasada regulando, en un equilibrio dinámico, sus estructuras corporales, mentales y espirituales, y otros lo hacen con dificultad o se estancan en algunas de sus etapas de crecimiento. De tal modo que los hay quienes perfilan su conducta atendiendo solamente a los elementos circunstanciales de orden material, validos de sus órganos perceptivos, aunque algunas veces esas necesidades se transformen en alucinaciones. En tanto existen otros que, sin desmerecer y degustando los placeres existentes, en la moderación que no produce daño, prefieren bañarse en la fuente del espíritu,
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con un deseo impetuoso, sabiendo que, empapados por la sabiduría, encontrarán la vía del justo equilibrio entre los opuestos. Y, como verdaderos hombres preclaros, encontrarán su guía en Dios quien los nutrirá con su bondad y con su amor, y los promoverá a seguir un camino donde la compasión, la comprensión, la ecuanimidad y la tolerancia serán los fieles compañeros que los acompañarán en su itinerario mortal. Acerquémonos a estos últimos y sentiremos la delicia de la verdadera razón de la existencia. La autenticidad: regalo del espíritu El hombre, durante su vida, va en busca de algo. Ese ‘algo’, no siempre tiene una forma definida. Sin embargo pertenece a una fantasía que trata de concretizar, es decir, darle forma, color, sabor. De modo tal que llegue a revelarse de entre todo lo demás que puebla sus circunstancias. Una vez llenado su deseo, se siente complacido. Pero en el camino del logro ansiado muchos son los escollos que tiene que sortear, y no siempre alcanza la meta deseada. Es fácil que siga otras bifurcaciones erradas, y se pierda; y si así fuera y tiene conciencia de ello, le quedan dos opciones: o trata de volver al camino real, o abandona su propósito y entra en un atolladero. De esta manera vivimos entre triunfos y fracasos. Los primeros nos incitan a proseguir el rumbo fijado, en tanto que los segundos nos llevan al desaliento, más todavía si éstos son acumulativos. Porque el que se malogra en sus proyectos de vida, seguramente se perfiló como un ser adulterado, es decir falto de elementos probos en la composición de su conducta. De todas formas, no estamos insertos en el mundo para ser pasta de sufrimiento. Quién mas, quién menos, desea alcanzar la felicidad. ¿Por qué no? Muchos son los valores intrínsecos que poseemos y no merece que los desestimemos. Uno de ellos es la autenticidad, es decir la virtud que entronca en el espíritu humano, y por la cual el hombre alcanza a comprender la realidad neta de las cosas, y en ese sentido sigue sin perderse. El auténtico va por la senda de lo verdadero, lo positivo y lo puro. Si bien es cierto que el hombre auténtico lleva dentro de sí su condición de tal, en ningún momento y por ninguna razón debe desaprovecharla, porque su presencia activa ayuda a los demás a seguir ese rumbo que no conoce la mentira ni la hipocresía. Aunque no debemos perder de vista las diversas y numerosas circunstancias que, a la manera de un muestrario luminoso se nos presentan, momento a momento, y que deben ser discriminadas para separar ‘la paja del trigo’.
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El hombre y su historia En cuántas oportunidades nos hemos sentido atraído y asombrado, e incluso subyugado, con la lectura de los sucesos producidos y atestiguados a través del tiempo, en cualquier lugar del mundo. Todos esos hechos constituyen la historia de la humanidad. Y el hombre, contemplado individualmente, también es historia. ¡Y qué historia! Las distintas situaciones que él creó o en las que se encontró involucrado, constituyen páginas de su historia íntima, de su historia personal. Porque el hombre vive continuamente, su quehacer, su ocupación. Aunque, como dice Ortega —quien me acompaña con la virtud de su sapiencia—: "la mayor parte de los hombres, se ocupa denodadamente en huir de él ‘de su quehacer’ falsificando su vida por no lograr que ‘su haber’ coincida con ‘su quehacer’ ". Y la suma de los quehaceres, ordenados o no,
constituyen, en el tiempo-espacio, su historia. Esa historia que, en algunos, es sublime, cuajada de hermosos sucesos, aunque en otros se presente trágica, o tragicómica, o deleznable, o aberrante o insustancial. Por otra parte, si nos atenemos a la realidad biológica del hombre ensamblada con el aspecto psicológico, huelga recordar que los estudios científicos realizados, mantienen la tesis de que el individuo, cada individuo, recibe los genes que marcarán la realización del ser humano en su gestación. Y en ese aspecto, y trasladado al principio de la historia del hombre como tal, llevaríamos la marcación de todos nuestros ancestros, desde los más antiguos de la humanidad. Y sabemos a través de la historia, que los hubo muy malos, como también, para nuestra apología, muchos que llegaron a alcanzar la categoría de santos. Quiero decir que en cada uno de nosotros desde el punto de vista ético, se encuentra el germen de la maldad como el de la bondad, y de esta manera nuestra vida está entretejida con circunstancias gloriosas o infaustas. De ahí que, —vuelvo a Ortega— "el hombre advierte en todo momento que no le basta con elegir, sino tiene que acertar, esto es, que su libertad tiene que coincidir con su fatalidad... Tiene que descubrir cuál es su propia, auténtica necesidad; tiene que acertar consigo mismo y luego resolverse a serlo". Y esta
incertidumbre de no saber cuál es el rumbo que nos conviene para orientar nuestra vida, no es por falta de inteligencia, ya que, como asegura Ortega, "la mayor parte de los hombres tienen una capacidad intelectual muy superior al ejercicio que hacen de ella. En general, el intelecto está arrumbado y enmohecido por desuso en un rincón de la persona. Suele vivir de fórmulas recibidas de fuera y ni siquiera repensadas, que no han sido fabricadas por su máquina de razonar" . En
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consecuencia, la historia de mi vida se abre en la búsqueda de "ese enigma circundante del que yo mismo formo parte: saber con quién trato y de quién depende mi vida; conocer, de una vez para siempre, los designios y conducta del mundo porque sólo así puedo descubrir cuál es mi auténtico quehacer en él". "Conocer, de una vez para siempre, los designios y conducta del mundo...", tarea nada fácil. No obstante, si consigo ubicarme espiritualmente en el mundo, "sólo así podré descubrir cuál es mi auténtico quehacer en él", y habré encontrado el camino que lleva a la plenitud.
Aunque, repensando la situación, si yo me entrego a los designios que marcan mi vida, me pregunto, ¿en qué lugar se halla mi protagonismo? No puedo, ni debo dejar a mi intelecto, ‚arrumbado y enmohecido por desuso en un rincón de (mi) persona‛, porque, en ese caso, viviré ‚de fórmulas recibidas de fuera y ni siquiera repensadas, que no han sido fabricadas por mi máquina de razonar‛. Estoy en el mundo y necesito desenvolverme con cierta comodidad, porque no todo se me ofrece conforme a mis fantasiosos deseos. Es necesario encontrar mi propio camino y en él puedo estar -al decir de George Herbert- ‚como situado en una barca que en un mar embravecido choca contra las rocas‛. De modo tal que es condición primaria proveer las medidas necesarias para que esta barca, -que soy yo- resista suficientemente a las olas —mis circunstancias— para no naufragar y poder llegar, felizmente, a buen destino. Y en ese proceso de apuntalamiento, usaré los materiales necesarios para ese fin. Ahora bien, hablamos de materiales y todos sabemos que los hay de distinta calidad: unos excelentes y otros ordinarios y toscos. Ya lo tenemos, y ahora nos toca reforzar nuestra barca. Pero, ¿hasta dónde nos sentimos idóneos para este trabajo? Este es el punto. En mi emprendimiento de alternar con la gente que me rodea, puedo hacer uso de materiales nobles como lo es el amor a los hermanos, la comprensión, que va acompañada por la tolerancia, y la ecuanimidad en los pensamientos y en la acción. Pero si uso materiales de baja calidad, el camino será el de la hipocresía, la mentira y el envanecimiento. Quiero decir que según sea la calidad de los elementos que uso, mi barca se liberará de los vaivenes de las olas embravecidas y saldrá airosa del viaje o, directamente, se hará mil pedazos y naufragará. ‚Tiempos‛ del hombre En el libro Eclesiastés 3, 1-8 se habla del ‘tiempo’ del hombre en diversos momentos de su vida. Así: "Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:/un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado;/un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para
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demoler y un tiempo para edificar;/un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;/un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas,/un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse;/un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;/un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar;/un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz".
Tengamos en cuenta que estas reflexiones se anunciaron hace muchos siglos atrás, y en ellas se mostraban las dos caras antagónicas de una situación determinada. De ahí en más, estaba en cada individuo la preferencia o elección de ‚su tiempo‛. Comencemos por ubicarnos. Todo ser, ya sea humano, animal o vegetal, se encuentra situado dentro de un ecosistema que tiene sus propias leyes. Existen los días y las noches; las estaciones climáticas, con los fenómenos inherentes a las mismas, y nosotros, dentro de ese ambiente natural. No podemos apagar el día ni iluminar la noche, aunque artificialmente lo intentemos. Inexorablemente, la Naturaleza cumple con sus ciclos, acompasando nuestra presencia. Y así, nuestra vida se va acomodando a esa realidad inapelable. Pero esa adaptación no siempre se hace con sensatez; en muchas ocasiones tratamos de ‘romper lanzas’ con el tiempo. Entonces, las comunidades humanas trazan, dentro de ese misterioso complejo, sus formas de vida. De esta manera, biológica, psicológica e históricamente, existen el "tiempo del niño", el "tiempo del joven", el "tiempo del adulto" y el "tiempo del viejo". El niño que, desde sus principios es un ser dependiente que debe ser alimentado, protegido y enseñado. Que absorbe gran parte de lo que oye y ve, pero que atisba, aunque muy primariamente, que él tiene sus propias motivaciones. Además de ser un buscador incansable de amor. Del joven que trata de lanzarse al mundo con el bagaje que posee aunque choque, repetidas veces, con el frente de los adultos y de su propia inexperiencia, pero, generalmente, conserva la pristinidad del niño. Del adulto que tiene comprometida su vida en el accionar social que lo circunda y en el que están dirigidas todas las miradas puestas en las expectativas de su potencial. Y en el anciano, que pareciera que vuelve, por un capricho elíptico, al niño que fue, es decir, a reincorporarse a la dependencia primaria, como si se desmereciera todo el trayecto vivido. Sin embargo, en muchos, ahora ancianos, reluce la diafanidad de una vida que mereció vivirse. El ser humano no es pura biología. Existen en él innumerables variables sociales que deben ajustarse en pro de una mejor
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convivencia. Las etapas de vida se realizaron en una comunidad. En consecuencia, no todo lo hecho se produjo acertando un plano de concordancia entre los actores; hubo muchos avances y retrocesos, desajustes e incongruencias, y algunas figuras quedaron deshilachadas de por vida. Otras, gracias a Dios, se convirtieron en verdaderas paradigmas de la sociedad. De modo tal que el proyecto humano comenzó a partir de un niño que pasó por los ciclos de púber y adolescente, tambaleó y, en algunos casos, directamente se desmoronó, sufriendo él y la sociedad, las consecuencias del programa fallido. Justamente, desde esas épocas de la pubertad y la adolescencia, es de donde se articula el futuro en su problemática existencial. De aquí, que surgen varias preguntas: Durante el tiempo del niño, ¿se le acreditó lugar para el esparcimiento, para el desenvolvimiento de su ingenio, para oír sus motivaciones con atención, respetándolo como persona? ¿Se le proporcionó todo el amor que necesitaba para subsistir? Y en cuanto a las etapas de púber, y sobre todo, de adolescente, ¿recibió de sus mayores, ejemplos de honestidad y decoro en la conducta? Cuando recordamos al niño, en ese plano de indefensión en que se encuentra, lo vemos también como un ser abierto, o mejor, vulnerable, a todas las incitaciones que puede recibir. Y el adolescente también se encuentra implicado en esas expectativas. Pero, en la sociedad actual, las piezas no ajustan. Dirigimos nuestras miradas hacia un grupo pequeño pero potente, donde prevalece el imperio del audaz, que cierra los ojos y se lanza a apropiarse de todo lo que convenga a su propia persona, de cualquier forma, aunque derribe por el suelo lo que se oponga en su camino. Que desconoce los atributos de la compasión y la misericordia del hombre por el hombre. Y todo esto lo ven también los ahora niños y adolescentes, y se retraen, porque sus corazones, aún candorosos, no comprenden estas injustas situaciones. Entonces, no puede llamarnos la atención que muchos niños se perfilen en su actitud, maliciosos, y que los adolescentes se aparten de sus padres y busquen su asilo y consolación, entre jóvenes de su edad, y en la música estruendosa. Y, ¿qué podemos decir del tiempo del anciano? Muchos de ellos, aturdidos ante la desprotección de su persona como ente social y disminuidos por el desgaste corporal y las enfermedades, viven acobardados y esperando la muerte como consuelo. Algunos ni recuerdan que Jesús no los abandona en ningún momento, y que los acogerá con amor cuando sean llamados a integrar su Reino. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que, el ahora anciano,
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fundó, en su momento, una familia que integró al mundo. Y así es, porque en la ‘parábola de la semilla’, se dice: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra; sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga". (Marcos 4, 26-28). Ese
anciano actual, en su juventud, sustentó los pilares de un linaje: ("echó la semilla en la tierra...la semilla germinó y va creciendo..."). Sin embargo, algunos de ellos fijaron bases endebles y esa familia resultó malograda, empobrecida por rencores, odios, e impiedad, pero muchos otros, muy al contrario, enseñoreados en la nobleza de alma, cimentaron la fundación de grupos familiares sanos de espíritu y esclarecidos en la concepción de los logros. Y así, el anciano, hizo en su medida lo que pudo, y no se le debe incriminar sus fallas, salvo los que hayan sido conscientemente ladinos. En consecuencia, es desacertado mantenerlo en el olvido de su existencia, porque muchos de ellos se hallan adornados por los signos del amor y la sabiduría, que constituyen el pan de nutrimento de los pueblos. En el ordenamiento de los sucesos de cada ser humano durante el trayecto de vida, desde el nacimiento hasta la muerte, se estimó, en un orden progresivo, las distintas etapas de crecimiento. De esta manera se prestó atención al niño, al joven, al adulto y al anciano: sus necesidades y las propuestas que cada núcleo humano, producía. Sin embargo, como opinan distintos estudiosos, no hay una sincronización entre los períodos históricos y los de la edad vital, porque la juventud —que fue considerada desde siempre, como un paso a la vida adulta— actualmente se ha instituido en un ente autónomo y soberano; en tanto que la vejez, que era, desde tiempos antiguos, fuente de reputación y sapiencia, se ha ido desterrando y desmereciendo, en la medida que la valorización juvenil, asciende. Actualmente predomina la apetencia por ser joven a toda costa. Y en ese devenir, la etapa de la vejez es marginada. Volviendo al "tiempo", recomiendo releer atentamente las palabras del Eclesiastés, que inician este capítulo, porque son de alto contenido existencial. Nos están mostrando fehacientemente los distintos tiempos contradictorios en los que podemos incurrir en nuestra vida. "...Un tiempo para nacer y un tiempo para morir" . Nacemos sin hacer lo elección de nuestros padres, ni el lugar, ni la fecha. Pero sabemos, ciertamente, que moriremos. En ese lapso, ¿no será tiempo "para plantar, para curar, para edificar, para reír y bailar, para abrazarse, para amar, para sentir la paz en nuestro espíritu?"... ¿Qué provecho nos hace, ‚arrancar lo plantado, demoler
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(chismes, maledicencia), rasgar el tejido social, llorar y lamentarnos por situaciones que no podemos cambiar? Sabemos, también que el odio y la incitación a la discordia y a la guerra, nos conducirá a situaciones extremas y dolorosas a corto o largo plazo. * Seamos sabios y administremos nuestro tiempo individual adecuadamente. La vida en comunidad nos dice que hay un tiempo para descansar, un tiempo para trabajar y/o estudiar, un tiempo para gozar y un tiempo para dedicarlo sanamente a la familia y a los amigos. Recuerdo, todavía, que en mi juventud se acostumbraba a considerar el día de 24 horas en tres partes: 8 horas para el trabajo, 8 horas para el descanso y 8 horas para distintas ocupaciones, en las que, por supuesto entraba el estudio, deportes, y entretenimiento. En esta época de mi vida, se han trastrocado los papeles. Muchos no pueden dedicarse al descanso de 8 horas: debido a las dificultades que la economía ciudadana trae aparejada, hay quienes deben substraer parte de las horas de reposo, para distribuirlas entre las de trabajo o el estudio. Además, la tecnología, en un avance más que rápido, ha incidido, notablemente, en el ritmo de la vida. Realidades que anteriormente debían esperar su turno para hacerse posibles, ahora, en un abrir y cerrar de ojos, se encuentran al alcance de cualquier persona. Y, de esta forma, nos vamos acostumbrando a no saber esperar el ‘momento preciso’; a hacernos impacientes y querer sobrepasar los tiempos naturales, y correr por delante como si se tratara de una carrera pedestre, y en muchas ocasiones, por ir demasiado ligeros, nos precipitamos en el abismo de la turbación. Y esa trasgresión del tiempo, es decir, no acoplarnos a la par del tiempo que nos dicta el entorno, hace posible la intrusión de un peligroso y solapado fantasma que se apropia, en ocasiones, del tiempo del hombre, que es el aburrimiento y la desidia, que actúan como vacío existencial. Cuando digo aburrimiento, no me refiero al ocio que, bien aprovechado, puede templar los momentos de esparcimiento, tan útiles y necesarios, en la vida del ser humano, sino a la dispersión en espacios inútiles. Sin embargo, algunos autores nos hablan de la distribución de un ‘tiempo social’. Conforme a su orientación, el hombre llena ‘su tiempo’ de seis maneras que son: el aislamiento, los rituales, la actividad, los pasatiempos, los juegos psicológicos y la intimidad. (Análisis Transaccional) Una persona se aísla en sus propios pensamientos y en cualquier lugar. lo edificado, arrojar piedras‛
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Los rituales son productos de pautas culturales conservadoras, tales como las costumbres de asearse, el saludo, las reglas de cortesía, etc. De la actividad huelga comentarla porque generalmente todos sabemos en qué consiste, aunque podemos deducir que la motivación principal es ‘hacer algo’, ‘cualquier tipo de trabajo’ que signe movimientos o concentración. En cuanto a los pasatiempos son derivaciones de simples relaciones que se efectúan en derredor de algún centro de interés común, y que, generalmente se hacen en la búsqueda de algún logro. Algunos de ellos –me remito al Análisis Transaccional, tienen curiosos nombres tales como ‚Asociación de padres de familia‛ donde se trenzan los padres en función de los problemas con sus hijos y otros familiares. ‚Canasta familiar‛ que es exclusivo de mujeres que comparan los precios y calidades de los artículos. ‚Psiquiatría‛ donde se habla de las experiencias, técnicas y resultados derivados de esa terapia. Los hombres también tienen lo suyo en el pasatiempo ‚General Motors/Ford‛, barajando marcas, rendimiento y precios de automóviles. Y hay otros más. Los juegos psicológicos o conductas desacertadas merecen un capítulo aparte. Son calcos de las conductas erradas que conocimos desde niños, que la asumimos sin darnos cuenta, y que la ejercemos en forma casi inconsciente confluyendo en estados de ánimo desagradables que no son producto de una acertada relación armónica. La intimidad, resulta ser el tiempo más provechoso y sano siempre que la misma se haga en el ejercicio pleno del amor incondicional sin que se pretenda sacar provecho del mismo, ya que se intercambian emociones, sentimientos y caricias en forma abierta y sin defensas, confiando totalmente uno en el otro. En esa colisión del tiempo del hombre con el tiempo natural, se distinguen claramente dos perfiles bien diferenciados. Nicolai Hartmann nos ofrece un panorama muy claro cuando define las estructuras del ‘hombre moderno’ y del ‘hombre ético’. Del primero, dice así: "El hombre moderno no es sólo el incansablemente presuroso, sino también el apático, el indiferente, el desilusionado que ya no ansía nada, ni echa de menos nada, ni se apasiona por nada. Él solamente posee una sonrisa irónica o cansada para todas las cosas".
También de este perfil de hombre nos habla Fritz Perls, cuando expresa: "El hombre moderno vive en un estado de vitalidad mediocre... se ha convertido en un autónoma angustiado... Se mueve mucho y hace ademanes de hacer muchas cosas, pero la expresión de su cara indica su falta de interés real en lo que está haciendo... Es muy hábil
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para hablar de sus males y muy malo para encararlos. Ha reducido la vida a una serie de ejercicios verbales e intelectuales: se ahoga en un mar de palabras".
En cambio el hombre ético, para Harmann, es en su totalidad el contraste del presuroso e indiferente. Es el que se identifica con los valores, el que saborea y posee un órgano para sentir la plenitud de los signos vitales. En definitiva, "es el portador de un principio superior, creador de las cosas plenas de valor y sentido en la realidad, transmisor de los valores superiores en el mundo real".
En cuanto al ‚tiempo‛ de la familia, también se halla dislocado. En muchos hogares, el tiempo en comunidad se ha restringido; sus integrantes casi no se hablan, ni intercambian sus motivaciones... y la consecuencia desdichada, es el de sentirse extraño y aislado en su seno. El trato cordial y ameno va perdiendo significado. Y este panorama, realmente desolador, es exaltado en numerosos libretos que pululan en la televisión, el teatro, el cine, mostrando familias donde la suspicacia, manejada por actos deshonestos y por gritos hirientes y gesticulaciones circenses, se hacen la reina de los personajes, prevaleciendo sobre la mesura, el pudor y la integridad en los pensamientos y en los actos. Y lo que es peor, muchos son los que imitan esas manifestaciones descompasadas y vacías de contenido nutritivo. Por suerte, este orden de cosas no contamina a muchos otros seres, configurados en familia o en grupos, donde la intimidad pura y blanda es compartida con amor y con tolerancia, aún con todos aquellos que no sienten y piensan como ellos. Ubicados, entonces, dentro de ese objetivo, animado por el espíritu, se hacen ricos en proyectos y realizaciones valederas y amables que diseminan por doquier, y que son los verdaderos soportes y estímulo que la humanidad necesita, para mantener la estabilidad del hombre dentro de ese "espacio vital" que se va trazando en el tiempo. Consciencia individual y de grupo Ante situaciones escandalosas donde la cordura de las personas que las originan se encuentra ausente, se las achaqué a su falta de percepción; como si ellas hubieran perdido el sentido de la visión; como si "no se vieran" a sí mismas ni a sus actos. (Ver ‚¿Me veo realmente como soy‛?) . Pero, en realidad, muchas de estas personas carecen de ‘consciencia’ si nos atenemos a lo que nos menciona el diccionario, y que dice así: "conocimiento que el espíritu humano tiene de su propia existencia, de sus estados y de sus actos" . Lo que
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lleva a la ‘conciencia de clase’, que es "la asunción personal de pertenencia a una clase social, que implica practicar los valores que se consideran propios de ella", es decir, "la de hacerse cargo de juicios normativos espontáneos e inmediatos sobre la bondad o la maldad de ciertos actos individuales determinados". Algunos, al no poder
entender estos conceptos, cuando mencionan a aquellos seres inescrupulosos y deshonestos, dicen que dichos individuos "se manejan con otros códigos", y esta concepción me parece totalmente desacertada porque el significado filosófico que nos ofrece el diccionario, es bien claro y no merece más abundancia. En este aspecto, me parece oportuno deslindar con todo rigor los significados de la ‘’conciencia individual’’ y la ‘’conciencia de clase’’, de modo tal que aprendamos a convivir integrados en la comunidad, con respeto y solicitud, pero manteniendo con seriedad y valentía, nuestra propia forma de ser. Porque, seguramente, podríamos ser arrollados por gente que no conoce límites a su envanecimiento y ‘se llevan por delante’ a aquellos que se muestran mansos y faltos de vanidad. Nuestra actitud para con ellos sería la de defendernos, no aceptando polémicas o litigios, porque seguramente desembocaríamos en la trama envolvente que este tipo de gente conoce y en las que se desenvuelve con toda comodidad, sino generando ondas sucesivas y continuas de amor al prójimo respondiendo bien por mal. De esta manera podríamos descomprimir la sentencia que figura en el Tao: "Aquel que no tiene disponibilidad para dar amor, tampoco tiene disponibilidad para recibir amor", asegurando, que la fuerza que dimana de aquellos que son
capaces de ofrecer amor incondicional, con su actitud bienhechora, pueden hacer declinar toda resistencia de los otros que se oponen a recibirlo. Sobre el mal ejercicio de generalizar En el común de la gente se nota una fuerte tendencia a la ‘generalización de los conceptos’. De tal modo aparecen situaciones aisladas que se amplifican según el efecto que le produzca a determinada persona, quien no duda en asignarle un valor determinante y extensivo. Quiero decir que si uno o más individuos transgreden con su vehículo la luz roja de detención, es suficiente para que ella afirme que todos los conductores de la ciudad son infractores. Lo mismo si una mujer cae en el pecado de la concupiscencia, todas las mujeres serán juzgadas bajo ese contenido generalizador. Entonces, las palabras ‘todos/as’, ‘siempre’, ‘nunca’, ‘jamás’ se popularizan de tal forma que resulta difícil
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discriminar entre los aciertos y las falsedades. Y esto no nos hace ningún bien, porque, a la vez, nos sentimos contagiados como para diseminar estas afirmaciones. Vivimos la época de las estadísticas y de la exposición de sumas descomunales de dinero que van más allá de los miles y miles de millones. Los políticos son muy decididos a usar estos indicadores en sus discursos. Y el común de la gente se siente influenciada a utilizar, como el mejor estadígrafo, los valores porcentuales. Así, largamos, sin timidez que la contenga, una infinidad de afirmaciones basadas en declaraciones sin ninguna base científica probada. Esto nos lleva a considerar la liviandad con que muchos manifiestan ideas suyas o prestadas y las difunden llevando una cuota importante de prejuicios, con su cortejo de agravios y mentiras infundadas. Todo esto provoca situaciones generales que recaen en el epicentro del equilibrio en los conceptos, ocasionando una distorsión en las conductas humanas. La pirámide social Imaginémonos una figura piramidal conformada por gente que ostenta distintas rangos cuya preeminencia va disminuyendo en calidad a medida que se acerca a la base de la misma. Quiero decir que en el ápice se hallan los poderosos, los potentes, los más estimables por sus virtudes de servicio a la humanidad, inteligencia, bondad, honestidad y humildad. Y así, en distintos grados, hacia el pedestal, se va condicionando un grupo -más numeroso- de gente que se modela conforme al reflejo que recibe, como ejemplo, de los estratos superiores. Si se entiende bien, me refiero a las entidades humanas que ordenan sus vidas siguiendo diferentes rutas culturales y sociales, tratando de copiar las que marcan los individuos poseedores de sólidos valores morales e intelectuales. Ahora bien, ¿qué sucede cuando los hombres que se erigieron en maestros o modelos de exquisitez, defeccionan y caen de su sitial? Desde ese momento se produce un ablandamiento de toda la estructura piramidal, que socava los fuertes soportes que servían de guía, y todo comienza a degradarse, y a la manera de una enfermedad infecto-contagiosa, los efectos deletéreos de la misma, se diseminan en el núcleo social atacando a sus miembros, y escogiendo a los que se muestran más débiles a los embates morales. Esta lamentable situación se produce en los nucleamientos sociales cuando los que ejercen poder de decisión y resolución
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denigran sus funciones con pensamientos y actos desatinados, regando el campo de desalientos, suspicacias, resentimientos, odios, enfrentamientos y provocaciones colmadas de soberbias; y en ese clima de perversión se produce una batahola de confusiones que alcanza, en algunos momentos, situaciones de alto riesgo, porque cada uno trata de encontrar su propio sendero en un ambiente enrarecido y escandaloso. Y algunas personas que hasta entonces poseían un débil sustento moral, caen en el abismo de la deshonestidad. Y esta situación anómala tiene su basamento en algo que en repetidas oportunidades lo he mencionado, y que lo sostengo con letras de molde: dentro del enmarañado complejo social, cada individuo, por sí solo, no solamente es responsable de sus acciones, sino que tanto lo que diga o haga, producto de lo que sienta o piense, desde el momento en que se activa, conmueve en mayor o menor grado, en cercanía o en distancia, a t o d o s los demás seres vivientes. Y así vemos la corriente corrosiva que, como lava ardiente, se va metiendo en los resquicios de la sociedad programando lacras de indignidad que atenta, sobre todo, los cimientos familiares y corroe los valores que asientan en el amor humano de las personas, como así mismo el amor al trabajo, al estudio, al compromiso serio de ser un integrante honorable y valioso, aún dentro de un ambiente sofocante o virulento. De ahí la importancia suma que representa la ‘integridad en las acciones’ de los que llegaron y se mantienen pujantes e irreprochables en la cima, que son llamados ‚hombres de bien‛ porque las demás personas están atentas a las sugerencias que provienen de ellos y conforman sus vidas siguiendo ese modelo irreprochable. De modo tal que si reciben gestos y actitudes hipócritas, mentirosas, huecas, pierden la fe, el respeto y el afecto. Y son muchos los que remodelan un curso vital deteriorado en sus lineamientos morales, por carencia de ejemplo y de apoyo. Y no faltan los que, directamente, caen en la ‘ceguera moral’ (Ver ‚Ceguera moral‛).
Visto desde otro ángulo, todos sabemos que una persona enferma presenta algunos signos que sirven de parámetro para conocer la gravedad de su mal. Me refiero al síndrome fiebre, y ésta es medida con un instrumento: el termómetro. Cuando asciende la columna de mercurio, por encima de la temperatura normal de todo individuo que es de aproximadamente 36,5º, el médico ya está atento a acudir al arsenal sanitario para detenerla, en pro de la salud del enfermo. En ese sentido podríamos imaginarnos un ‘termómetro social’. Cuando el grupo nacional se mantiene dentro de las cuantificaciones consideradas como normales, todo va bien, pero si se aparta sensiblemente de lo esperado, ocasionando un
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deterioro en la calidad moral de la gente, podríamos asegurar que está enferma. Y, en este punto, el remedio es mucho más complejo. No existe un médico único. Sí, un grupo indemne que posee las cualidades necesarias, que puestas en práctica, podrían salvarla del desastre. Este núcleo está constituido por personas con un asentamiento espiritual profundo y estable que han superado las situaciones adversas gracias a la intimidad que le da su libertad de decidir, y que tratan de cementar los socavamientos que ponen en peligro de descombro la pirámide social, aún cuando no se encuentren en la cima de la misma. De este grupo probo surgirán los hombres que marcarán la senda de un nuevo asentamiento social, liberado de plagas y estigmas. No perdamos la fe y no nos dejemos invadir por la desesperación y el desaliento que nos llevarían a la ‘nada’. Recordemos que nuestro nacimiento está signado para vivir y sobrevivir y que en cada uno de nosotros existen las energías potentes y necesarias para que esto se haga posible. Democracia: voluntad de un pueblo Cuando el hombre buscó la mejor manera de relacionarse con los demás, se orientó tratando de encontrar un acceso que le permitiera hacerlo con dicha y alegría y sin sentirse menoscabado en su individualidad. Al mismo tiempo, que pudiera recibir de sus propios semejantes un trato cordial y ecuánime, equivalente a las disponibilidades que ambos presentaran. De modo tal que los parámetros que oficiaban una adecuada relación entre los habitantes de un grupo social fueron codificados en leyes, por gobiernos llamados democráticos, ya que mediaban en virtud de las necesidades y voluntad de su pueblo. Pero las dificultades surgieron enseguida, porque es muy difícil tratar en igualdad, a los desiguales. Y esto fue así, porque algunos, considerándose privilegiados, hicieron suyo el derecho de asumir y decidir a su arbitrio, las trayectorias de todos sus habitantes, apartándose de los principios republicanos y desoyendo la voz del pueblo. De esta manera, el estamento democrático se agrietó. Y, así como sucede en algunas familias donde los padres tienden a ser irresponsables, deshonestos y con el ánimo de dirigir dictatorialmente la vida de sus hijos, éstos últimos, o continuarán su vida en la misma senda, o dejarán de confiar en ellos y se apartarán de su tutela en la medida en que puedan hacerlo. Si este escenario lo ubicamos en medio de la sociedad, veremos que muchos serán los que aprovecharán la grieta que les ofreció el desmerecimiento de la democracia hacia un nivel morboso, para propagar su propia toxina, degradando los sutiles
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hilos de la trama social, y que, validos del poder y la de la inmunidad que les provee sus cargos públicos, mientan y larguen discursos teñidos de hipocresía, y con toda naturalidad se aprovechen de los bienes públicos para su propio beneficio y el de sus protegidos. Para ellos bien valen las palabras que están escritas en la Biblia. En ellas Jeremías habla por boca de Yahvé, y la manifiesta en este tono: "¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño? Pero ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las bestias salvajes. Mis ovejas andan errantes (...) y están dispersas por toda la tierra, y nadie se ocupa de ellas ni trata de buscarlas (...) ¿No les bastaba pastar en buenos pastos?, ¿por qué, pues, se pusieron a pisotear el resto? Después de beber agua limpia, ¿por qué enturbian el agua para las demás? Y mis ovejas tienen que pastar donde ustedes han pisoteado, y beber el agua que ustedes han enturbiado‛ (Capítulo 23).
A propósito de este capítulo, en la Biblia Latinoamericana, hay una cita aclaratoria: "El rebaño no les pertenece a los pastores. Yahvé condena a las autoridades de su pueblo que encontraron normal gozar el poder y la riqueza sin considerarse primero como los servidores de su pueblo". Y al demarcar a los pastores que descuidaron su rebaño y que permitieron el orden injusto de la sociedad, dice: "No les bastó tener un nivel de vida superior al de los demás, sino que pisotearon lo mejor del pasto: dejaron sin cultivar las mejores tierras del país, sacaron al extranjero las divisas que hubieran permitido el desarrollo económico, impidieron el acceso de todos a la educación y a la cultura".
Si agudizamos un poco nuestro ingenio, no se nos pasará por alto que los ‘pastores’ son los malos gobernantes y los responsables de movilizar bienes del erario público para su propio provecho, y que el rebaño, las ovejas, representan al ‘pueblo’ sufrido e indefenso. Se hace ineludible, entonces, que los hombres que tienen la clarividencia necesaria para darse cuenta de que este mal social puede propagarse como lo hace una enfermedad contagiosa, se aparten resueltamente de la contaminación y refuercen su propio sistema inmunológico para no sentirse invadido. Una de las formas, es el de estar despiertos y atentos a las vías de corrupción de los que aprovechan las fallas que presenta el tejido social desgarrado, para penetrar, filtrándose y diseminándose entre los desprevenidos. Es decir, vigilándonos, para no hacernos
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partícipe de las trampas que se nos ofrecen, envueltas en coloridas formas de presentación que engolosinan los sentidos. A propósito, me pregunto: ¿en verdad decimos lo que sentimos y hacemos lo que pensamos? Y si así fuera, ¿hasta dónde pensamiento y acto se hallan inmaculados? Pongo un ejemplo muy común en nuestro tiempo. Cuando se habla de algún proyecto político a ejecutar, enseguida se destapa la mágica palabra ‘transparencia’, como atajándose de antemano de la posibilidad de que esa intención se encuentre preñada de velos sombríos que puedan desmerecerla. Si ese plan se presentara sin una justificación anticipada, tal vez sería más razonable, porque no bien se menciona la palabra ‘transparencia’, enseguida nos ponemos en guardia pensando si por alguna razón, ese funcionario está escondiendo algunos elementos no plausibles de ese ‚proyecto transparente‛ que declama. Durante nuestra larga vida en comunidad nos topamos con gente que se manifestaba verbal y emocionalmente aparentando una sinceridad que se contradecía totalmente, a través de sus actos. Aunque también nos vinculamos, para nuestra ventura, con otras personas que concordaban la palabra con la acción, y ambas reflejaban la honestidad de las mismas. Sin embargo, de una u otra forma, somos más sensibles a mantener una suerte de desconfianza. Porque transparencia es sinónimo de ‘limpidez, pureza, honradez’, y como en muchas oportunidades nos sentimos engañados, nos hemos vuelto suspicaces, y nos cuesta creer en las palabras de quienes proponen suculentos proyectos, por más aderezados que éstos sean. Esta situación viene a cuento para recordar la cantidad de expresiones orales que se envían al aire, algunas con vehemencia, pregonando intenciones mentirosas y otras que están por fuera de las posibilidades de llevarlas a cabo. Esas formas orales, no vienen solas; están acompañadas de sentimientos que confunden. No nos olvidemos que en el testimonio de lo que decimos y hacemos, se encuentra el sello de nuestra personalidad puesta en evidencia. Es por eso que me hago cargo de los sabios deseos expresados en Eclesiástico 22, 27, cuando dice: ‚¡Quién le pusiera a mi boca un centinela/ y a mis labios un sello de discreción, / para que yo no caiga a causa de ellos/ y mi lengua no me lleve a la ruina!‛
Entonces, la única forma en que palabra y sentimiento se encuentran armoniosamente conjugados, es cuando ambos parten del espíritu de amor, puro y verdadero. Allí, en ese momento, se moldearán en un solo pensamiento y acción de diáfana pureza, y encontrarán el encauce de la perfecta transparencia. Pobreza, cultura y sociedad
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El ser humano no nació para ingresar en un ‘valle de lágrimas’, porque "Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno" (Génesis 1,31). Yo, personalmente, no me siento defraudado, por más que reconozca como posibles el que, en todo hombre, existan los núcleos generadores del bien y del mal, que ciertamente estarán en estado inerte mientras no se los active. Y, aunque vea cómo muchos individuos se las ingenian para desquiciar lo que otros tratan de edificar. Y me encuentre en medio de discordias, rencores, odios... y parte del mundo se convierta en un escenario donde nadie se entiende: como si cada uno hablara una lengua diferente. Porque sé, positivamente, que el amor impera sobre todas estas falencias. Aunque no dejo de ver y comprobar, cómo se van distanciando más y más las relaciones humanas entre ricos, pobres e intermedios, acrecentado, además, por las fuerzas internas y malévolas que provocan serios disturbios en los núcleos familiares que es el sustento donde se nutre la sociedad. Esta situación caótica es aprovechada por agentes que no solamente cuidan celosamente sus propias posesiones, sino que garrapiñan las de los demás, haciendo gala de una codicia que exaspera, lo que ocasiona un mayor índice de estrechez en la economía humana. En estas personas, se encuentra prácticamente nulo el sentido de equilibrio ecológico, ya que están cubiertas por una gruesa costra de mezquindad que hace pensar un poco en una regresión de la sociedad humana donde se lucha ferozmente por sobrevivir. Y en este combate se hacen fuertes los ávidos de dominio y riqueza, y sucumben los débiles y humildes. Y los poderosos lo hacen con armas tal vez más peligrosas que las ofensivas ya conocidas, porque debajo de una sonrisa o de un halago, esconden la podredumbre de su corazón encallecido y cerrado a toda conmiseración. Así, ostentando la cara burlona de la hipocresía, dicen ser amigos de Dios, y poseyendo algunos la potestad y los elementos para ayudar a los pobres, no lo hacen. Porque el que verdaderamente veneró a Dios, fuente de amor, de razón y de justicia, fue quien, durante su vida, ofreció comida, bebida, alojamiento, vestimenta y calor humano al necesitado, y se hizo presente solícito ante el enfermo y el preso. En cambio, el que renegó de Dios, hizo todo lo contrario. (Ver Mateo, capítulo 25, versículos 31 al 46).
Y así, estos aprovechados, no solamente se sacian de los frutos que ostentan como trofeos bajo la forma de bienes materiales, sino que, muchos, en un alarde de omnipotencia, usan a aquellos, justamente a los que despojan, para el propio beneficio
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de enaltecerse y satisfacer las ansias de su mezquino ego, simulando, torcidamente, ser amigo de ellos. Estos últimos son los agentes más peligrosos que tiene la sociedad, nuestra sociedad argentina, ya que, encaramados en el poder político, aprovechan esta tarima para usar y abusar del pueblo, esquilmándolo con medidas dislocadas. Se visten con el ropaje de un Robin Hood moderno, y se erigen en paladines de los carenciados, los sin recursos, fingiendo compasión por ellos. E incluso, se valen de fogosos discursos promisorios y estrategias salvadoras, que no alcanzan metas definitorias porque son falsas e inconsistentes. A la larga, el pueblo, hostigado por todos los flancos, se irrita y grita su pesar, y al no encontrar eco a sus justos lamentos, se indigna hasta llegar al paroxismo del resentimiento y del odio y del descreimiento. Y no faltan individuos, débiles en su espíritu ético, que se embarcan en navíos piratas en la búsqueda de saqueos provechosos. Y, ya entonces, el tejido social se rasga profundamente y se entra en la pendiente muy peligrosa de desajuste entre sus habitantes, difícil de atajar. Muchos son los que se sienten gravemente alarmados ante esta situación que parece no tener límites y desean que ese panorama desalentador se modifique para bien de la patria y de la humanidad, aunque se sientan contrariados por los individuos que dejan hacer, ya sea por desidia o simplemente porque se sienten indefensos y desamparados. Pero no todo se derrumba, porque también, en esta fatalidad que atrae el desquicio de la sociedad humana, existen en la actualidad, seres que tienen verdadera compasión por el pobre: por el que sufre privaciones, ya sean alimentarias, de vestimenta, de radicación, de trabajo, de salud o de cultura, e incluso de la necesaria fuerza impulsora para vivir en un mundo que encuentran hostil e incomprensible. Hombres y mujeres honestas y limpias de corazón, de todas las edades, que ofrecen incondicionalmente sus esfuerzos, para aliviar, aunque sea en algo, las necesidades y restablecer la dignidad de los desfavorecidos. Esos son los genuinos apóstoles del amor, y serán los que acudirán afectuosos y sin buscar recompensa alguna, en su ayuda. Algunas personas, que hasta entonces hacían su vida sin ‚ver‛ su entorno, fueron motivadas, espiritualmente, cuando se les ‚abrieron los ojos‛ y se compadecieron de la miserabilidad del pueblo olvidado. Con su presencia activa, nació una nueva cultura, que se va extendiendo más y más: la cultura de la asistencia al más necesitado, que se hace con los recursos que se tiene a mano sin recurrir a los estamentos gubernamentales, que por otra parte, se hacen los distraídos. Porque ellos entendieron bien el significado del ‘bien
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común’, que es, en primer lugar, el ‘respeto a la persona’. Es decir que en función del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana, o sea permitir, a cada uno de sus miembros, realizar su vocación conforme a la recta norma de su conciencia. Asimismo proteger la vida privada y la justa libertad de profesar su religión. Además, el ‘bien común’ exige el bienestar social y el desarrollo del grupo humano. Por lo tanto, las autoridades, en función del bien común, deben facilitar a cada uno alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura e información adecuada en pro de la constitución de una familia. Y, por último, para que todo esto sea posible, es necesario el mantenimiento de la paz, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Es ineludible, entonces, que aquellos que perciben el peligro; aquellos de recto corazón y de recto pensamiento y de recta acción; aquellos que advierten en los discursos los mensajes disfrazados y los fingimientos, y que no se dejan seducir por sofismas bien adornados, salgan a la luz y propaguen sus verdades. Pero que no lo hagan con acusaciones ni réplicas, ni críticas que al final se desvanecen en un mar de palabras en el abismo del olvido, sino con la intención honesta y humilde de quienes creen en el amor, y en la seguridad de que todos los hombres del mundo poseen suficientes recursos y posibilidades positivas dentro de sí, que puestas en ejercicio, harán de él un ser digno, prudente y sabio, con la suficiente fuerza moral como para vincular, armoniosamente, todo aquello que está separado y como extraño entre sí. Porque, ¿qué favor se le hace a la humanidad mostrar una y otra vez la miseria humana, cuando es mucho más gratificante y poderoso para el hombre de bien, alentar los sentimientos puros de la comprensión, la compasión, el amor y el perdón? Además, no nos dejemos llevar por el agobio existencial, que se prende como sanguijuela y succiona nuestra potencialidad de vida. Encarnémonos en el ‘hombre nuevo’ que no se deja seducir por propósitos mezquinos, sino que emerge incólume del residuo malsano que deja la fricción social, no para juzgarla ni maldecirla, sino para que, con su presencia espiritual, activa y respetuosa, le sirva de testimonio válido. Ese ‘hombre nuevo’ es un hombre convertido que, ante la adversidad, sintió como que florecía en su corazón todo lo hermoso que se encontraba como adormecido dentro de él. ¿Qué nos muestra la televisión argentina?
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Enciendo mi aparato de televisión y mi atención va saltando de programa a programa ¡Oh el zaping que me permite ser despótico! ¿Con qué me encuentro? Generalmente con presentaciones que rechazo inmediatamente porque están plagadas de groserías y golpes bajos. Me hieren las palabras obscenas dichas con un total desparpajo. Siento repugnancia por aquellos que arman sus programas con el sistema de la chismería infame. Y los que citan a políticos, y a otras personas de dudosa moral, llevándolos a la pelea verbal. Cuando se presentan auspiciantes que usan a su auditorio para regocijarse en la infelicidad de algunos y que, como corolario, incitan al público con un ‚fuerte el aplauso‛. A los que buscan insistentemente poner en el aire situaciones desgraciadas de nuestra historia de vida, sin tener en cuenta que lo pasado no podrá cambiarse ni un ápice y que el sentir dolor por esos hechos, solamente ahondarán lastimosamente nuestros sentimientos. Y los noticieros, vehículos de sucesos atroces, puestos en las pantallas, una y mil veces, como gozando de las desgracias y la crueldad humana. Y como si eso fuera poco, las propagandas, no todas, que ofrecen sus productos con una insistencia irritante, algunas de ellas, invalidando la inteligencia del público. Si a todo esto le agregamos las películas seleccionadas para ser difundidas, entre las que presentan más horror, crueldad, sadismo y erotismo, tenemos un panorama desolador, donde se atenta contra la dignidad humana y está a la orden del día la cultura del facilismo, del reduccionismo, de la falta de respeto; la agresividad, la ironía perversa y la procacidad. Se está llegando al punto en que muchos decimos -‚apaguemos el televisor‛- ‚basta de estupideces‛- porque nos inundamos de negatividades. Hay que contar que son numerosos los hogares que tienen encendido el televisor desde la mañana a la noche, y que, atraídos por un escape de su propia realidad, caen en la fantasía que les desorganiza la vida y los invita a la desidia. -¡Para qué estudiar! ¡Para qué trabajar! ¡Para qué...!Resultado: inactividad y ansiedad. Sabemos que la TV., como agente informativo, tiene la necesidad de mostrar la realidad aquí y ahora. Pero así mismo debe proveer a los millones de argentinos y también a televidentes de otros países que la ven día y noche, de facetas positivas y ponderables que promuevan a la felicidad por el amor, a la creatividad y a la cooperación. Conviene que sea un medio de difusión educativa y cultural a través de todo lo que ella produce, tanto programas en vivo o selección de películas, porque si hay que decir ‚gracias a la TV.‛ es cuando podemos disfrutar de una buena película, de un excelente concierto, de una información
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valiosa, de buenos programas, todos muy necesarios a nuestra sociedad y al mundo entero. Necesitamos ‘darnos cuenta’, tanto los organizadores de los programas como los televidentes, de la imperiosa necesidad de impedir que el aparato se convierta en una ‚caja boba‛, porque, desde ese momento, nos inyectaremos de apatía y de una cultura basada en los prejuicios y en la presunción de hechos aberrantes no comprobados. Debemos entender que los argentinos somos un pueblo de paz, amor, estudio y trabajo. Nuestra tierra es rica y en su vasta extensión generosa, posee lugares de prodigiosa belleza natural, bosques, lagos, montañas, sierras, costas, mares, lagos, ríos y cataratas para el turismo, y sobre todo, para mostrar al mundo, entre tantos errores de administración cometidos, que también hay una mayoría de millones de argentinos que silenciosamente contribuyen con su aporte de trabajo, estudio y genuinos valores humanos, aún entre los más indigentes, que buscan, con su esfuerzo en paz, un camino veraz y honesto, en contra de una minoría de políticos y no políticos corruptos. La televisión puede hacer mucho para revertir la incitación a la delincuencia, al atentado y a las bajas pasiones. Cambiemos el panorama. Por suerte, dentro de todo este bosquejo desolador, existen algunos pocos programas que enaltecen el espíritu humano, como los que muestran la solidaridad de muchos miles de personas que se dedican a ocuparse realmente, de apaciguar el dolor de los humildes y de los pobres; de los que tienen hambre y carecen de trabajo efectivo y de ayuda social. De muchos jóvenes que consiguen purificarse de las aguas contaminadas de una sociedad materialista y emprenden planes que van más allá de lo contingente para elevarse por encima de la banalidad e incursionan en proyectos de alcance solidario. Nosotros estamos seguros de que, por sobre todas las circunstancias aciagas que les puede suceder a nuestro pueblo, y que le suceden, debe resguardarse el respeto del hombre por el hombre, único bastión poderoso que mantendrá el orden familiar y social. Todo ello en pro del amor, y de la honestidad en el corazón y en los actos. Y la persona podrá entender la enorme fuerza unificadora y gratificante del amor, la comprensión, la compasión, la misericordia y el perdón. La lectura como aprendizaje y gozo espiritual R e s u m e n
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* La sociedad actual camina apresuradamente, sin darle cabida al ‘silencio’ que le permitiría meditar adecuadamente sobre las cosas de la vida. * La lectura queda postergada y la cultura intelectual retrocede y va menguando su acción provechosa. * Los ciudadanos adquieren nuevas formas de relación coloquial más vulgar, que rebajan la pulcritud que le es menester al lenguaje para el beneficio de quienes lo emplean. * Los sustentos del lenguaje se originan en el ejemplo de los padres y los maestros, especialmente. Si ellos no estimulan la lectura, se produce su apatía. * La lectura incide, fuertemente, en la orientación de caminos a seguir porque ayuda a conocerse y a relacionarse con los demás seres. * Pero existe un peligro en la elección porque, así como hay lecturas provechosas, las hay tendenciosas. * Siguiendo la proyección útil que tiene la música escogida para alimentar el espíritu, también deberían programarse lecturas que tiendan a ese fin. T e x t o La lectura como fundamento cultural, se va relegando a un plano secundario. El hombre actual, en un ámbito social donde se vive apresuradamente, busca distraerse en pasatiempos que les ofrezcan goces, aunque éstos sean efímeros. En la interrelación dialogal prefiere la síntesis al coloquio extenso, donde se articulan temas que lo hagan pensar. La más de las veces no le gusta reflexionar, y le resulta más cómodo asociarse a todo aquello que representan imágenes, y a lo que los demás digan, más que a la letra escrita. Prefiere el resultado servido. Además, la falta de afición a la lectura, le ocasiona dificultades tales como la adquisición de una pésima ortografía, y el de no poder expresarse correctamente. Esto último, deriva en un menoscabo del lenguaje, ya que quiénes se encuentran en esta perspectiva, en su interrelación dialogal, emplean una suerte de elementos-comodines tales como "¿viste?", "o sea", "¿me entendés?", ‚el tema es... dejando incompleta su locución. Por otra parte, algunos, para 'afirmar su carácter', concurren a palabras obscenas que ensucian el lenguaje. Y lo que es peor, hay escritores, locutores y cómicos, que no vacilan en expresarlas por doquier. Entonces, el individuo, que es sumamente susceptible a todo lo imitativo, se empapa de lo inconsistente, frívolo, y en ocasiones procaz, y se interna, cada vez más, en las abismales aguas de la ignorancia. Todo ello va creando el hombre-robot que es ‚aquel que lleva como un radar fijado en su cabeza que le indica
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hacia dónde debe dirigirse‛ (Rollo May). Y en ese camino pierde su
libertad de decidir, y, lo que es peor, se hace muy sensible al sometimiento y a la idolatría. Sabemos, que nuestras fuentes de integración de la realidad se nutren a través de las percepciones, especialmente las visuales, que transmiten al cerebro las formas, colores y movimientos que rodea su campo sensorial. Entonces, en ese interregno que va de lo percibido a lo reconocido, surgirán las ideas y conceptos que marcarán el grado de interpretación del mundo y de las cosas que posee el individuo. Pero eso no es todo, porque, como dijimos, gran parte de las nociones les son ya interpretadas por otros, y muchos se sienten cómodos en esa postura. En la actualidad existe un enorme caudal de libros en las estanterías de los comercios, y el lector no avisado y con deseos de adquirir aquellos que le produzcan placer, se guía, la más de las veces, por el título y/o la figura de la tapa. Además, numerosos son los que acuden, dirigidos por la propaganda, ya sea radial, televisiva o de los medios gráficos. Y así vemos cómo en tiempos de crisis económica, aún así, los lectores acuden a los stands que les ofrecen La Feria del Libro y las numerosas librerías, grandes y medianas, que pululan en la ciudad, ávidos algunos, por encontrar el libro recomendado o preferido, porque hay quiénes apagan su sed de lectura, como el sediento lo hace con el agua. Pero, desgraciadamente ‘el ruido’ ha invadido nuestra intimidad en lo profundo y nos resta la capacidad de reflexionar y de discernir. Cuando me refiero al "ruido", englobo, no solamente al que se oye sonoramente y en forma discordante, sino también al 'ruido interior', aquel que bulle en nuestra mente y que nos envuelve, nos ahoga y nos empobrece las pausas necesarias para sentir, para pensar, para razonar y decidir atinadamente; para solazarnos con el espíritu de las cosas y confrontarlo con el nuestro. La lectura debe privilegiarse por sobre otro medio, como el elemento cultural más potente y positivo. Además, porque agudiza la fantasía y la intuición, bastiones de la inteligencia. Las fuentes de la educación son, primero, la recibida verbal e imitativamente, por parte de los padres y otras personas que tuvieron relación con nosotros en los primeros años para luego, una vez ingresados en los establecimientos de enseñanza, empaparnos del conocimiento a través de la letra escrita y leída. En la primera etapa, sabemos del denodado esfuerzo de padres, algunos padeciendo una cultura media, que, sin embargo, se preocupan para que sus hijos asciendan a una educación superior a
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la de ellos. Y en lo que respecta a la enseñanza ofrecida por algunos maestros y profesores secundarios, nuestra orientación enciclopedista, escamotea las ansias de lectura que puedan tener los discípulos, máxime cuando el alumno, en cierto modo, es una figura que debe escuchar solamente, perdiendo el protagonismo de sí mismo, salvo en los momentos en que da sus lecciones. No es mi función establecer nuevas normas a la educación primaria y secundaria. Solamente me pongo en observador de aquellos jóvenes que, en gran mayoría, desestiman la lectura. Y en este plano no deja de preocuparme las conclusiones a que llegaron especialistas en educación como corolario del 9º Curso de Rectores realizado por el Consejo Superior de Educación Católica (Consudec) y en el que participaron más de 1.400 rectores. Las fallas principales fueron: "Los egresados muestran poca capacidad de comprensión lectora y pobreza idiomática". "Existen sistemas de evaluación laxos". "Poca motivación para estudiar". "La deserción alcanza el 40%". "Alta proporción de alumnos que repiten en los dos años iniciales del secundario". Teniendo presente que la educación falla
desde las bases, es apremiante, y así se lo expresa, que se ponga atención en los siguientes puntos. Que deben "formar (se) equipos docentes en las escuelas para que la enseñanza no sea tan compartimentada. Que debe "mejorar (se) la formación docente" y un "mayor compromiso de los profesores". Y, por último "aumentar la relación de la escuela con las familias y las empresas".
Ya que, como lo expresa la señora Sandra Giagnorio, directora de EGB "los alumnos no entienden lo que leen. La cultura audiovisual en la cual nos movemos hace que no puedan terminar de leer dos páginas seguidas; se desconcentran". (Fuente: Diario "La Nación" 10/2/2002).
Yo agrego algo más. Dos de los principales incentivos existenciales del hombre, a los que va en su búsqueda — desesperadamente a veces— en su vida socio-familiar, son los de ser ‚reconocido y querido‛. Estas motivaciones las lleva a su círculo de estudio. Ahora bien, a los profesores se les hace casi imposible, dada la numerosa concurrencia de alumnos, inclinarse a cada uno de ellos en particular, pero es función del educador no sólo llegar al intelecto del educando sino también a su ámbito espiritual. En este aspecto, me guío por las palabras del catedrático de filosofía Michele Federico Sciacca, quien da pautas de orientación para la "verdadera comunicación entre personas" , afirmando que "para ser persona, el educador debe haber realizado un grado conspicuo del proceso formativo por el que los elementos de su humanidad, y los del saber y de la cultura se dan cita transformados y solidarios en la nueva realidad espiritual que es precisamente la persona, en la que el hombre actúa en su integralidad toda la humanidad que respecta a su orden
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humano". (...) "Solamente cuando es hombre en el sentido integral y total de la palabra, puede formar hombres". (...) "La decadencia de la escuela es siempre indicio de carencia de hombres; lo que nos indica que, en tal caso, detrás del 'profesor' (yo diría de algunos profesores) no existe el hombre; que el hombre se ha preocupado en aprender muchas 'noticias', pero no se ha preocupado de ser él mismo, de hacerse persona, conciencia libre, espíritu en acto. En estos casos, las reformas de programas de enseñanza no reforman nada; se precisa, en cambio, toda una reforma profunda de la concepción y del sentido de la vida". ("El problema de la educación-M.F.Sciacca, pág.108-Luis Miracle-Barcelona 1/1/1957)
En definitiva, el hombre que menosprecia la lectura, cae en la ignorancia y las tiniebla del conocimiento, porque pierde la perspectiva del mundo en general. En cambio, la persona aficionada a la lectura siente que su imaginación, fuente primaria del conocimiento, arde en su intelecto promoviéndolo a encontrarse a sí mismo, comprendiendo su ubicación en el mundo, y aprendiendo a relacionarse armónicamente con los demás seres, porque le resulta más fácil desarrollar las ricas capacidades que lleva dentro de sí mismo. Aunque, no todo libro es útil. Como en todas las cosas, existen aquellos que son provechosos para nuestra salud, y otros, decididamente malsanos. Hay libros que ensalzan el espíritu, y algunos que espejan odios, resentimientos y deshonestidad, y unos y otros penetran en la mente del lector. Entonces, para nuestra salud espiritual, es importante discernir el material bibliográfico que nos provea de un alimento que suscite el bienestar intelectual y emocional del hombre. En otro orden de cosas y también proyectando el bienestar cultural y emocional de los demás, la experiencia nos ofrece pautas verdaderas de la utilidad que produce cierta clase de música difundida en lugares donde la gente trabaja en lugares cerrados. Se asegura que, no solo produce sensaciones agradables, sino que estimula el rendimiento de su labor, promoviendo la distensión del trabajador. Tal vez esta promoción podría divulgarse en otros sitios tales como hospitales, donde el dolor y el temor paraliza a los enfermos; y en las cárceles, reformatorios y asilos de ancianos, donde el tiempo se hace interminable. Y, en este sentido, ¿por qué no alternar con lecturas apropiadas y selectas, cortas y bien pausadas? No todo es medicina y aislamiento. Nadie merece sufrir de la soledad y la desventura. Conclusiones La práctica de la buena lectura nos sumerge en el lago de la diafanidad, de la placidez, y la visión de un mundo nuevo, donde se goza el placer de encontrarse y conocer insignes autores que nos ofrecen, en un acto de amistad, de amor y de desprendimiento,
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toda su rica experiencia de vida volcada en sus libros. Además, gracias a ella, nos enriquecemos en el conocimiento de las culturas milenarias, de la religión, del arte, de la ciencia y de la tecnología. ¡Cuántos años, vidas, experiencias, mundos, pasan ante nuestros ojos, en unos momentos, al abrir un libro y anegarnos en su atenta lectura!... Valores esenciales de la cultura en la educación La educación es uno de los beneficios más sublimes del ser humano, porque gracias a ella el hombre se encuentra a sí mismo, comprende su ubicación en el mundo, aprende a relacionarse armónicamente con los demás y da libre apertura a sus recursos. Además, los conocimientos, al difundirse de hombre a hombre, promueve la cultura, y ésta, a la vez, se consustancia con la enseñanza recibida del grupo social al que pertenece. Por otro lado, el espectro cultural es muy amplio y se abre en un abanico de subculturas, que poseen sus propios patrones estructurales. El hombre primitivo se encontró con que todo lo tenía que aprender, y de la ignorancia de las cosas surgió el conocimiento con la ayuda de la intuición, la inteligencia y la experiencia. Y ese conocimiento no quedó ahí, enterrado, sino que lo fue transfiriendo a todos los seres que tenía a su derredor. Ahora bien, cuando decimos intuición también decimos clarividencia, porque lo oscuro -en un principio- se iluminó, se hizo claro. El hombre, eterno caminante, no se contentó con indagar el significado de todas las cosas, sino que, gracias a su perpetua búsqueda, se fue orientando en el camino del conocimiento, que fue cimentando su cultura. En el trayecto, comprendió la necesidad de unificarse en grupos sociales y encontrar los medios de vinculación armónica entre sus integrantes. Así nacieron las disposiciones y fundamentos que dieron origen a las reglas y leyes que regirían las formas de convivencia estables. Sin embargo, no todos los seres humanos son iguales ni piensan y hacen siguiendo un derrotero establecido, porque muchos factores inciden para que sean diferentes. En principio, existe una verdad incuestionable: cada hombre, de por sí, es único e irrepetible. Además, hombre y mujer poseen características conductuales disímiles aunque no necesariamente deban enfrentarse; muy por el contrario, generalmente se atraen. También deben señalarse las influencias que se operan desde la educación paternal, como asimismo la situación geográfica y local, el lugar de nacimiento y radicación, y las creencias ideológicas y
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religiosas. Aunque, en consideraciones generales, todos los seres humanos tienen un punto de convergencia, que es el de ser homo sociabilis. Aquí es, justamente, donde apunta la educación. Dentro de la compleja estructura social que se establece en un país democrático, la cultura adquiere forma a través de la iniciativa del hombre, de la persona humana -ente real-, que se injerta en la sociedad -ente abstracto- accedida por la familia y distintas y complejas clases sociales. Todo ello responde a un engranaje con un accionar dinámico de interrelación cultural. Ahora bien, cuando enfocamos los términos ‘’enseñanza’’ y ‘’cultura’’, generalmente damos por explícito el que ambos generen cualidades inmanentes de bondades a las que todo hombre aspira; y esto no es así, porque en el vasto tejido social, existen seres que se complacen en abastecernos de excelsas enseñanzas, y otros, por desgracia, inyectan su dañina toxina. De ahí surgen culturas edificantes y culturas corruptas. En este punto es muy importante recordar un concepto primordial: cada una de las decisiones que el hombre asume por sí mismo, conmueve, en mayor o menor grado a los demás, se encuentren cerca o lejos entre sí. De tal manera, el ser humano asume, "per se", una enorme y trascendental responsabilidad dentro del entretejido educativo y cultural del mundo habitado. En consecuencia, la mala calidad humana deviene en un desequilibrio planetario, en tanto que su buena disposición tiende a participar de la armonía universal. Ahora bien, de los padres, la persona recibe su primer acervo educativo, ya que, desde siempre, en sus primeros años de vida, fue sumamente dócil a seguir e imitar lo que veía y oía de los demás, haciéndolo suyo. Diríamos que en un principio, el hombre es inmaduro, inacabado. Tiene que formarse. Entonces, como dijimos, en los padres se encuentra la primordial fuente del saber. Pero he aquí que ellos transmiten todo lo aprendido, sea lo bueno o lo malo, porque, dentro de sus posibilidades, hacen lo que pueden, y generalmente lo hacen bien. No obstante conviene tener en cuenta que ellos, a su vez, recibieron los conocimientos de otra época, y ahora -actualizados o no- los vuelcan a sus hijos. Por otro lado, los hijos recogen esas adquisiciones a las que le agregan sus propias experiencias infantiles, mientras van escalando las etapas biológicas, psicológicas y existenciales. Y por cierto, las influencias entre padres e hijos y marido y mujer, son recíprocas y cada uno participa con su cuota de enseñanza. No todo queda allí porque las inter-influencias humanas no conocen las fronteras: se expanden por todo territorio habitado. Y esas familias están afincadas dentro de un conglomerado social que reciben estímulos del medio circundante. Por lo tanto, en
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definitiva, la familia representa el principal núcleo social y cultural emergente y poderoso del complejo humano. El otro germen de educación parte del medio extrafamiliar. Tenemos ya al hijo que cumple horarios fuera de su hogar. Las tantas horas pasadas dentro de su casa, se comparten ahora con las de la escuela. Allí ya no están los padres como monitores únicos; son ahora sus compañeros, y sus maestros y profesores, quienes mediarán en nuevos aprendizajes. En este nivel pueden surgir numerosas controversias derivadas de las fuentes de instrucción. El maestro tiene un plan educativo que pone en funcionamiento y necesita perentoriamente la presencia virtual o real de los padres, y éstos, en ocasiones, están como divorciados de la escuela. Además, esta nueva vinculación alumno-maestro, al principio no es tan sólida, porque el niño puede sentir como un desgajamiento de su familia nuclear. Estas situaciones seguramente se encuentran en la mira de los funcionarios de la enseñanza. En este sentido, hace poco tiempo se realizó una encuesta por parte de la Secretaría de Educación, que a mi entender fue muy loable. En esa jornada denominada "Padres a la escuela", participaron 1297 adultos de los convocados. Gracias a ella pudieron establecerse varios capítulos que correspondían a las actividades de los alumnos en el aula. Entre las que se ejercían fuera del ámbito escolar, predominaban los deportes, actividades religiosas y estudio de idiomas. El tiempo libre, los chicos lo dedicaban a ver televisión, jugar con amigos, leer libros, diarios o revistas, y en lo concerniente a la ayuda de sus tareas en el hogar, era muy escasa: ésta se llevaba a cabo por parte de sus progenitores. El 49% la recibía de la madre, el 17% lo hacía solo, el 16% por parte del padre y madre por igual y el 7%, del padre. También pudo establecerse que, en un porcentaje menor, recibían a veces cooperación de sus hermanos, abuelos y tíos. Insisto, es meritorio que se promueva esta clase de investigación educativa, porque sabemos, que desde siempre, la primera tarea del maestro fue enseñar a leer, escribir y orientar al alumno en el conocimiento primario de las ciencias. Pero ahora, en nuestro tiempo, urge la necesidad de que el maestro prepare-alos-alumnos-para-la-vida, para que éstos tengan una participación eficaz y activa en el mundo de hoy. Y en esta perspectiva de acomodación, entre los múltiples factores en juego, no deben perderse de vista, dos de ellos. El maestro necesita ser compensado en lo económico para que se actualice continuamente y produzca lo mejor de sí, y los gobernantes no deben descuidar el
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aporte para la educación, en los presupuestos a corto y largo plazo. La realidad cotidiana nos hace ver que los usos y costumbres que hacen a una cultura, son elementos que cambian y se mueven en forma acelerada, y muchas veces no estamos en condiciones de correr a la par. Por otra parte, esos mecanismos no funcionan de igual manera, en todas las personas. Algunas reciben los componentes culturales y los difunden para bien, mientras que a otras les producen malestar o apatía, llegando al extremo de repudiar las normas sociales; estos seres actúan como residuos que se depositan en las bocas de tormenta, impidiendo correr el agua libremente. Sobre este tema, Alfonso López Quintás, catedrático español, nos pone en atención sobre lo que él denominó ‘vitalismo’; una moda que se implantó hace relativamente poco tiempo y que opera como demoledor de los valores morales y espirituales de los jóvenes, encontrándose vigente en nuestra época. Entre sus relieves principales, menciona algunos: *Despreocupación por el sentido de las acciones. *Resistencia a comprometerse a actividades de creatividad personal. *Rechazo de normas y doctrinas estables. *Cultivo de sensaciones placenteras. *Atención a lo sensorial y material. *Voluntad a ser objeto de contemplación, sobre todo a través de la mirada.
* Cuando hablamos de educación, generalmente damos por sentado que, llegado el individuo a la edad adulta, prácticamente poco o nada tiene que aprender. Y esto no es así, porque los procesos de cambio y perfeccionamiento culminan, recién, en el instante último de la vida terrenal. Estamos adentrándonos velozmente en el siglo XXI y a muchos de nosotros nos apabulla tantos conocimientos que se van acumulando momento a momento, sin que podamos abarcarlos adecuadamente porque el tiempo no nos lo permite, pero sí es importante que nos demos suficiente espacio para discernir cuáles son aquellos que pueden sernos útiles para el perfeccionamiento de nuestro haber espiritual, y cuáles otros no merecen nuestra atención inmediata. En cuanto a los productos científicos y tecnológicos que de ellos derivan, sucede algo paradójico. En la medida en que los bienes se popularizan en el mercado, aumenta también la apetencia desordenada por adquirirlos, y se pierde la mesura. Creo conveniente, recordar algunos sabios consejos extraídos de los libros Veda, y más particularmente del Bhagavad Gita. Dicen así: "El hombre que se complace en los objetos de sensación, suscita en sí el apego a ellos; del apego surge el deseo; del deseo, el apetito desenfrenado. Del apetito desenfrenado dimana la ilusión; de la ilusión, la desmemoria; de la desmemoria,
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la pérdida del discernimiento; y por la pérdida del discernimiento perece el hombre". En otro aspecto, nos vemos demasiado apurados por avistar
el futuro inmediato, sin detenernos un momento en el tiempo en el que nos hallamos ‘’aquí y ahora’’. Es como si camináramos por delante de nuestros propios pasos. Nos encontramos, entonces, a contratiempo del ritmo de la naturaleza, más lento y sabio, y nos embarullamos muchas veces. Nos enceguece la velocidad, entramos en el vértigo, y no vemos el camino correcto. Y, paralelamente, mucho de lo que nuestros ancestros fueron aquilatando paso a paso en bien de la cultura, lo desvalorizamos con indolencia e irrespetuosidad. Metido entonces en el desconcierto que produce el aturdimiento, se crea una nueva potestad, donde se hacen adalides los cultores de la concupiscencia, es decir, de aquellos que se regodean con los placeres sensuales inmediatos y efímeros. Surgen así nuevas modas o experiencias prohijadas por el dios de la inconstancia y lo inconsistente, y la familia, como unidad esencial de la sociedad, comienza a temblequear. El diálogo constructivo se interrumpe, y los hijos prefieren la compañía de sus pares y la música estrepitosa y banal, a la de sus figuras parentales. El vocabulario también sufre cambios escatológicos -en la acepción de excrementos- y se va perdiendo la vergüenza a la intimidad y al decoro. Los medios de comunicación visual se deleitan en mostrar escenas eróticas, confundiéndolas groseramente con el atributo del amor, y dispersando por doquier, chabacanerías de todo orden, donde la burla maliciosa, parecería ser el plato del día. En esta confusión de valores, se hace más fuerte la adhesión a imitar todo lo que se ve y se oye, sin discriminar si es bueno o malo, si conviene o no conviene, de tal modo que se diluyen la autonomía y el discernimiento, y por cierto también, la libertad. Y la ‘libertad’, como nos lo dice Rollo May: "no es el decir sí o no a una situación específica, sino el de moldearnos a nosotros mismos".
Por otra parte, el avance desorbitado de la ciencia y de la tecnología, con sus productos, muchos de ellos codiciados por el común de la gente, si bien es cierto nos proporcionan la satisfacción de la comodidad, además de resultarnos útil para mejorar los recursos cotidianos, en algunos casos llega a provocarnos una desazón porque no entendemos eficientemente su uso. Y en otros momentos interfiere, de alguna forma, en la comunicación entre las personas; las largas horas prodigadas a la atención de la televisión o la computadora, priva del espacio saludable y necesario, para la lectura y los diálogos interpersonales. Pero, lo que más perjudica a una buena base
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educativa, es la falta de sinceridad y de respeto que se observa entre gran número de los integrantes de la sociedad, donde parecería imperar la hipocresía, la chismería, la envidia, y la soberbia. Todo ello destruye la unidad entre los hombres. En un lineamiento general, entramos a la cultura de la mediocridad donde se hace fuerte la ‘masa’. Recordemos algunos conceptos que sobre ella comentaron dos filósofos españoles: José Ortega y Gasset y Alfonso López Quintás. El primero expresa: "Las gentes, en virtud de sus derechos ciudadanos, se hacen civilizados pero no necesariamente cultos". Y más adelante: "La característica del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera". "Quién no sea como todo el mundo, quién no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado. Y claro está que ese 'todo el mundo' no es todo el mundo. Todo el mundo era, normalmente, la unidad compleja de masa y minorías discrepantes, especiales. Ahora todo el mundo es sólo la masa". Y "... el hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyecto y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes. Y este tipo de hombre, decide en nuestro tiempo".
Siguiendo con Ortega, nos hacemos eco de ese hombre-masa tan bien perfilado en su fundamento cultural y social. "Se les ha dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les ha inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu; por eso no quieren nada con el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos". Es bueno recordar
que estos pensamientos fueron vertidos en el año 1930, es decir, hace 81 años. En tanto, Alfonso López Quintás, contemporáneo nuestro, agrega: "El hombre-masa recibe pasivamente un elenco de derechos comunales que no responden a su esfuerzo personal. El hombre vulgar sólo se esfuerza por resolver problemas inmediatos; carece de empuje para abordar cuestiones de mayor alcance, aparentemente desconectadas de las urgencias cotidianas".
Tal vez, el perfil sociológico que diagraman, tanto Ortega como Quintás, pueda parecer un poco cargado de tintas, como sucede generalmente cuando se le quiere dar relieve a alguna posición con respecto a otra, pero me parece conveniente que se tomen algunos recaudos en la hora en que se diseñen planes culturales. Mi planteo es que, sabiendo que la colaboración de las masas es importante para la elaboración de una cultura ciudadana, no se las debe menospreciar. En cuanto a las "minorías selectas", si bien en ellas asienta el gobierno y mantenimiento de la cultura de un pueblo, no deberían presentar tampoco, un frente de batalla
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pertinaz con este grupo humano mayoritario. Más bien, convendría conciliar las propuestas, con sabiduría y amor, como lo hace el padre bueno con sus hijos. Y acá vale, positivamente, un canto del Bhagavad Gita para quienes son objetivos en la opinión, en el momento en que juzgan a los demás: "Excelente es quien, con ánimo ecuánime, mira al enemigo y al amigo, al propio y al extraño, al indiferente y al deudo, al forastero y al convecino, al pecador y al justo".
Es revelador el hecho de que muchos hombres en la actualidad, insertados en medio de un creciente haber cultural, no hayan corregido sus hábitos para bien, y se entretengan en quimeras inalcanzables y en luchas fraticidas que le restan la facultad de mejorar las miras que sobre ellos, deposita la humanidad. Aunque variadas son las implicancias que han obrado y que obran para que el hombre común se haya detenido en su natural ansia de perfeccionamiento. Sin querer establecer una tabla de valores, podemos señalar tres elementos que inciden en el orden social de cualquier país, y éstos son: la ancestral e irritante ‘supremacía del rico frente al pobre’; la ‘competencia feroz’, que se vale de cualquier artimaña para alcanzar lo que se quiere; y por último, los ‘intereses creados’. El desajuste que se produce cuando el opulento desborda su ansia de potestad desoyendo las lamentaciones y necesidades del menesteroso, crea una suerte de diferenciación tan grande, que lo precipita a este último, a sumirse en sentimientos de odio, de rencor, y de deseos de venganza, y esta situación se refleja en una cultura de oposición y enfrentamiento. Por otra parte, se nos enseñó desde pequeños, a ser los mejores entre todos. Debíamos destacarnos en el estudio, en las profesiones, en la vida civil y en todo empeño que nos propusiéramos. Acá cabe una reflexión. Es buena y satisfactoria nuestra relevancia en la acción, porque esto nos autoestimula para optimizar los emprendimientos, pero no lleguemos al punto de invadir el campo de los demás, con estratagemas deshonestas. En lo que respecta a los ‘intereses creados’, éste representa un mal general muy poderoso y degradante, que nació desde el momento en que el hombre se aglutinó socialmente. En muy poco tiempo emerge un líder ambicioso que busca hacerse de un poderío entre los demás, y lo consigue ofreciendo dádivas y un poder subalterno a gente elegida por él, que se presta a cubrirle las espaldas, dándole oportunidad para que pueda manipular, cómodamente, sus escabrosos intereses. *
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Nos encontramos sumergidos en un mundo donde se va esfumando la buena relación humana. Donde vemos seres recelosos que se apartan unos de otros. Donde se propicia el fanatismo parcializado. Donde la persona va perdiendo su condición de tal para convertirse en objeto, en cosa, en número y así, en este planteo, se hace más fácil la idea de dominación del hombre por el hombre. Se está favoreciendo un clima de separación interhumana, que daña intensamente los fundamentos sociales. Es como si al cerebro le fuera amputado el cerebelo; desde ese momento el individuo no puede coordinar sus movimientos automáticamente, y pierde la estabilidad. En la sociedad actual, competitiva y convulsionada por las pasiones del poder y del dinero, el hombre no comprende el sentido de vida, y se ve envuelto y tironeado por enemigos virtuales y reales, y se siente acosado por gente deshonesta y desleal; soberbia y engreída. En ese caldo de cultivo, se hace fuerte el manipulador que usa el lenguaje como, "el medio para dominar a personas y pueblos de forma rápida, contundente, masiva y fácil" , porque el discurso lo usa "para vencer sin necesidad de convencer" , como nos dijera López Quintás. En este ejercicio de ataque y defensa, se perdió la sensatez y se hicieron fuertes la prepotencia y la violencia en todas sus formas, dispersando, de alguna manera, la cohesión natural, que hace a una sociedad sana y estable. Entonces, ante esa sensación de ahogo que nos produce el ámbito cultural enrarecido, sentimos la necesidad de abrirnos y de restaurar formas culturales probas, adormecidas en el sueño del olvido. Empero, pese a todo este panorama cargado de escepticismo, Ortega nos recuerda a cada momento, que el ser humano posee un "fondo insobornable", que lo privilegia como persona. Además, agregamos, va acumulando un capital que lo almacena en su "banco de datos", y que es voluminoso para algunos, aunque mezquino para otros. Y este historial, de una u otra forma, representa nuestra cultura, rica o magra, y a ella nos atenemos para vivir. Aunque, como administradores de ese patrimonio, está en nosotros y nada más que en nosotros, el acrecentarlo para que fructifique, sabiendo que, de esta manera, podremos canalizarlo en la capacidad de amar, de comprender con ánimo compasivo las disímiles conductas que presentan los demás, y ser generosos y pacientes. Todo esto redundará en nuestro beneficio y en el desarrollo de la salud espiritual. Sin embargo, para alcanzar los altos ideales que se esperan de la condición humana, debemos desprendernos de muchas adherencias e impurezas que no nos dejan transitar libremente por
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el camino que lleva a la plenitud. Despojarnos del agobio de tanto peso degradante y poder sentir el hálito refrescante de la fe en nuestros semejantes. Dejar, entonces, en la ladera del camino, la desconfianza y el reguero cáustico de la murmuración o chisme, o calumnia, como también se la denomina, y que lleva, inexorablemente, a la descomposición de la unidad social, porque, como dice la Biblia: "El latigazo deja una marca pero la lengua quebranta los huesos". "Cuando soplas una chispa avivas el fuego pero si la escupes, la apagas, y todo sale de tu boca". "El que disimula su odio tiene labios mentirosos, y el que levanta una calumnia es un necio".
* En un principio hablamos de las fuentes directrices de la enseñanza, que se originaba en nuestros padres y maestros. A éstas debemos agregarle la influencia que dimana de los gobiernos que, en cierto modo, obran como padres adoptivos, y sus hijos somos el pueblo, los ciudadanos. Entonces, si nuestros padres no nos protegieron ni nos dieron amor. Si fueron tiranos y deshonestos, la calidad de nuestros sentimientos se encontrará menoscabada y, seguramente, las respuestas que demos como agentes sociales, estarán cargadas de suspicacia, de rencor y de desestima por quienes nos dieron la vida. Algo así pasa con los gobernantes que rigen un país; de alguna manera nos sentimos como hijos suyos. Es por eso que aquellos que disponen de los bienes comunales haciéndolos propios, o que apoyan esquemas de beneficio popular y no los cumplen, ocasionan un grave desgarro en la comunidad, y la consecuencia es el desaliento y la falta de fe en las organizaciones ejecutivas. Y la carencia de comunión entre padres e hijos, desgarra profundamente los lazos familiares, y por supuesto alcanza a la sociedad, provocando rompimientos y heridas, difíciles de curar. Hasta ahora hemos ido delineando todos aquellos factores que apuntan a una cultura esencialmente materialista y consumista que se proyecta en la educación, y que se traduce en la procacidad, en la mentira, en la hipocresía y en la violencia, falseando el derrotero glorioso a que aspira la mayoría de los seres humanos. Pero no todo está perdido. Sabiendo que somos poseedores de abundantes riquezas espirituales, que muchos de nosotros las ignoran, y por eso no abren sus corazones distribuyéndolas a manos llenas, no obstante existe gran cantidad de individuos que están muy empeñosos bregando para que la bondad, la honestidad y el amor, ocupen el lugar preferencial en sus vidas. Tal vez sería muy útil propiciar una revisión más ajustada a la época en que se vive, de los programas de educación primaria y más todavía, de la secundaria. Con referencia a este último nivel, la enseñanza
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enciclopedista que la fundamenta, no deja resquicio alguno para introducir planes concienzudos donde se privilegien aspectos que se proyecten a la familia y a la población, tan necesarios para la buena convivencia, y para que los hombres respondan entre sí con el respeto que merece la relación interpersonal. Si bien es cierto que la posibilidad de un plan en este sentido debe ser formulado por gente idónea, podrían encajar lecturas y ejercicios grupales donde los alumnos ‘se vean’ uno al otro. Sobre la base de teatralizaciones en las aulas, notarían el efecto negativo de aquellos que se especializan en discusiones con gritos y gestos tratando de imponerse dictatorialmente a los demás, o los que no escuchan las razones de sus congéneres. También saldría a la luz la posición de esos otros que esconden sus rasgos de hipocresía, o de vanidad excesiva, o de mentira encubierta. Este u otros tipos de ‚puestas en escena‛ agregarían un ingrediente importante, además, para que el alumno no sea simple oyente en la clase, y solamente actor en el momento en que da sus lecciones, sino que se le permita desenvolverse dinámicamente. * Desde la antigüedad, los núcleos humanos concibieron dogmas y principios que tenían por fin estructurar una mejor forma posible de relación y convivencia entre sus integrantes. En el tiempo fueron compilados en artículos y leyes cada vez más complejas y que atienden a la armonía y el respeto de la vida en comunidad. Pero la educación debería ser más integral: de persona a persona. Cada uno, por sí mismo, puede actuar como levadura, que tiene la propiedad de motivar, por su presencia, gran número de grupos humanos. El hombre es un ser dinámico, y a la vez, soporta la carga de tener que decidir cada una de sus acciones. El que vive en la desidia es señalado con desprecio. Pero la diligencia puesta en ejercicio, puede ser frenada por la incertidumbre, el temor o el fracaso. Estas formas son componentes obstaculizadoras que obran en nuestra sociedad actual. La incertidumbre se asienta en los momentos en que la persona debe tomar una iniciativa o realizar un acto. "¿To be or not to be?". En cierto modo, la incertidumbre suele ser un impedimento momentáneo que se da el raciocinio para poder vislumbrar, en ese lapso, la presencia del discernimiento. Claro está que cuando la incertidumbre se hace dueña de lo cognitivo y se asienta como un huésped por vida, es mala y peligrosa. En cuanto al miedo, su representación en la vida del hombre, es atávico. Recordemos los primeros habitantes nómadas del planeta. Debían defenderse de otros grupos humanos y de los
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animales, para subsistir. Eran ‘miedos reales’ aunque la magnitud de los mismos no pasara por su intelecto. Más adelante, con el establecimiento en lugares estables, los miedos primarios fueron transmutados en ‘miedos virtuales’ muchos de éstos, que se tradujeron en los miedos al castigo, a la culpabilidad, al rechazo, a la agresión, al ridículo, a expresarnos, a no gustar, a no ser amados, a la intimidad, al fracaso, a la libertad, al cambio, a la vejez y a la muerte. Ortega y Gasset -nos dijo: "La vida nos es disparada a quemarropa"... y no todos poseemos chaleco antibalas. Algunas personas son muy fuertes y decididas, y las dificultades no les hacen mella para obtener el logro en sus empresas, mientras otras se presentan más débiles y desconfiadas. Pero también hay quienes observan un equilibrio estable donde razonamientos, sentimientos y espíritu se aúnan armónicamente para conseguir sus propósitos. Todas ellas merecen su oportunidad, aunque, como también sentenciara nuestro filósofo -"yo soy yo y mi circunstancia; si no la salvo a ella, no me salvo a mí"-. Y por último, la ‘frustración’ que nos produce la pérdida o lo inalcanzable de algo para nosotros muy valioso. Si bien es cierto que estas situaciones, en ocasiones nos dejan totalmente inermes, debe crear en nosotros un incentivo para no dejarnos acobardar y emerger de entre las cenizas como una criatura nueva y vigorosa dispuesta a proseguir el camino de la luz. Quiero significar que nuestro derredor, puede sernos realmente terrorífico, y muchas veces no nos sentimos habilitados para salvarlo. Y cuando estamos al borde del abismo, el estrés, agente fuertemente nocivo, penetra sigilosa y astutamente en nuestro interior y hace verdaderos estragos, llevando a la persona no avisada, a la destrucción orgánica, psíquica y/o espiritual. En esa interacción entre sujeto y campo, y aprovechando la buena disposición que generalmente parte de todo ser humano, el ejemplo que nos ofrece la persona honesta, íntegra, sin repliegues, con un corazón abierto al amor sin condicionamiento alguno, y a la veneración hacia los demás, sean seres humanos, animales o vegetales, constituirá un paradigma viviente de enseñanza, que superará la lectura de cientos de libros. * Por cierto, el hombre en general, posee una natural timidez para establecer un adecuado equilibrio de convivencia con sus semejantes, lo que lo hace parecer, muchas veces, como soberbio o mal educado. Por esto, la educación ciudadana en general, debería ser dirigida a establecer una adecuada equivalencia, que contemple la formación de una caracterología individual, que le permita
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ubicarse en un orden neutral para no sobrepasar los límites que pueda conducir al hombre al sometimiento o a la rebeldía. Entendemos, que la cultura de un pueblo, se nutre y se vigoriza a través de esa enseñanza que vislumbra la realización armoniosa y respetuosa de sus integrantes, en todas sus edades. En definitiva, nuestra propuesta se encarna en la difícil pero no imposible realización de una cultura nacional y mundial, edificada a través de hombres probos -como lo fue entre muchos otros el doctor Favaloro- que serán los ladrillos de un edificio donde el amor, la comprensión, la fidelidad, el desprendimiento y el perdón, sean la noble argamasa que solidifique sus cimientos. Y en ese ambiente, ‘’el hombre nuevo’’ gozará de exquisitos frutos, tales como la sabiduría y el bienestar. Estamos conscientes de que cada uno de nosotros somos educadores, es decir hodegogos, o sea "hombres que nos convertimos, de alguna manera, en guías del proceso de culturalización de la persona humana". Y esa noble función la ponemos en ejecución, dentro de
nuestras posibilidades, en la sociedad pluralista de la que formamos parte, donde existe un continuo intercambio cultural entre los individuos, pero necesitamos la ayuda exterior para acreditarla. Se hace imprescindible que los gobiernos del mundo acompasen su interés para que grupos multidisciplinarios donde se congreguen psicopedagogos, maestros, médicos, agentes sociales, antropólogos, psicólogos, sexólogos, semiólogos, pastores y magistrados, unidos en una cordial aceptación de los límites de cada cual, propongan, con sus conocimientos y experiencia en la materia, nuevas formas o planes culturales que establezcan los lineamientos entre conceptos positivos y negativos que se vehiculizan a través de la conducta. Privilegiar los primeros señalando las bondades que su práctica producen en las personas, y desechar los segundos, marcando las implicancias que puede ocasionar su abuso dentro de la armonía que debería imperar en la colectividad humana. Todo este cúmulo de respuestas, podrían ser compiladas por un moderador competente, para un planeo educativo. Sería de desear, que paralelamente a las nobles actividades que desarrollan en estos momentos numerosos grupos humanos en pro de la ecología, con un ferviente deseo de amparar los gratuitos recursos naturales que el planeta nos brinda, se organicen, con un sistema semejante y pan-mundial, para la preservación de los verdaderos valores humanos físicos, psicológicos, espirituales y sociales que el hombre posee para el bien y el mejoramiento de sí mismo y de la humanidad, encauzándolo a través de la educación y la cultura.
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No necesitaría del ‚Poder‛ y del ‚Dinero‛ y, como toda Fundación de Bien, se alimentaría dinámicamente con sólo la fuerza infinita del Amor. *
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