Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas
 9789587043976, 9587043979

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M a lc o lm D eas

D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a Y OTROS ENSAYOS SOBRE HISTORIA, POLÍTICA Y LITERATURA COLOMBIANAS

TAURUS PENSAMIENTO

© Malcolm Deas, 2006 © De esta edición: 2006, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. Calle 80 No. 10-23 Teléfono (571) 6 39 60 00 Fax (571) 2 36 93 82 Bogotá - Colombia • Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A. Av. Leandro N. Alem 720 (C1001AAP), Buenos Aires • Santillana Ediciones Generales S. A. de C. V. Avda. Universidad, 767, Col. del Valle, México, D.F. C. P. 03100 • Santillana Ediciones Generales, S.L. Torrelaguna, 60. 28043, Madrid Imagen de cubierta: archivo fotográfico Cromos. Vargas Vila vuelve a Colombia. Vargas Vila, con los poetas Rafael Maya y Castañeda Aragón, en su cuarto del Hotel Moderno, en Barranquilla. Diseño de cubierta: Nancy Cruz

ISBN: 958-704-397-9 Printed in Colombia - Impreso en Colombia

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptíco, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Para Felisa

C o n t e n id o

P r ó l o g o ................................................. .........................................

11

C orta

.............................................................

19

A g ra d ecim ien to s........................ .....................................

25

c o n f e s i ó n .............

M ig u e l A n t o n i o C a r o en

y a m ig o s : g r a m á t ic a y p o d e r

C o l o m b ia ............. ......................................................................

27

N otas..................................................................................

53

Los

.

63

N otas ............................................................................. .............

107

pr o b le m a s fiscales e n

P obreza,

C o l o m b ia

g u e r r a c iv il y p o l ít ic a :

d u r a n t e e l s ig l o x ix

R ic a r d o G a it á n O beso

y

SIJ CAMPAÑA EN EL RÍO MAGDALENA EN COLOMBIA, 1 8 8 5 ...........

123

N otas...................................... ...........................................

160

''L a -pr e s e n c ia

d e l a p o l ít ic a n a c io n a l e n l a v id a

PROVINCIANA, PUEBLERINA Y RURAL DE COLOMBIA EN EL PRIMER SIGLO DE LA REPÚBLICA............................................

177

N otas..................................................................................

199

A lgunas en

n o t a s so bre l a h is t o r ia d e l c a c iq u is m o

C o l o m b ia ....................................................................................

209

N otas............................................................... .................

229

U na

h a c ie n d a c a f e t e r a d e

C u n d in a m a r c a :

Sa n t a b á r b a r a (1 8 7 0 -1 9 1 2 ).........................................................

235

Propietario y administrador .................. ........................ Arrendatarios y otros trabajadores perm anentes............ Cosecha, salarios y comida .............................................. Condiciones reales........................................................... La decadencia de Santa Bárbara....................................

236 240 245 250 259

D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a

Santa B á rb a ra 1870 -19 12.......................................................

262

N o t a b ib lio g r á fic a ............................... .....................................

263

N o t a s ...........................................................................................

265

El N

d e Josep h C o n r a d .................................................

271

N o t a s ................................................................ ..........................

284

J osé M a r ía V a r g a s V i l a ................................................................

285

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S u 'v id a .........................................................................................

287

Su o b r a ......................................................................................

293

Su v id a después d e m u e r t o ...................................................

295

V iv e e n ru m o re s .......................................................................

297

N o t a s ...........................................................................................

298

A v e n tu r a s Una

y

m u e rte d e u n c a z a d o r d e o r q u íd e a s ..................

303

« N e g r o » M a r í n .....................................................

307

v is it a a l

U n d ía en Yum bo U na En

y

C o r in t o : 24 d e a g o s t o d e 1984 .............

t ie r r a d e l e o n e s :

C o l o m b ia

p a r a p r in c ip ia n t e s .............

313 329

d e s a c u e r d o c o n c iertas id e a s so bre l a c u l t u r a de

C o l o m b ia . . . . ........................................................

345

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353

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p o l ít ic a e n l a v id a c o t id ia n a r e p u b l ic a n a ..................

355

............................. “ .......................................

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l a m uerte e n

N o ta

b ib l io g r á f ic a

P ró lo g o

TT JLista obra del profesor M alcolm Deas merece especial atención. Siempre admiré las crónicas de los viajeros que durante el siglo x ix visitaron a Colom bia y dejaron en sus relatos un testimonio valioso sobre la república naciente. El más conocido es, p o r razones ob­ vias, el del barón H um boldt, p ero son innumerables las obras de ingleses, franceses y norteamericanos que en una u otra forma con­ signaron sus apreciaciones sobre Colom bia y sus gentes. . Tanto m e engolosiné con esta clase de lecturas que al aventurar­ m e en el campo de la novela escogí com o personaje central un ju ­ d ío alemán que se supone viene a vivir en nuestro m edio durante la guerra, se familiariza con la alta clase social bogotana y pasa la vida estableciendo un parangón entre la Colombia de los años cua­ renta y los reinos balcánicos de la primera guerra mundial. Su edu­ cación puritana y sus costumbres de burgués europeo lo llevan a enamorarse de esta tierra sin perder la distancia insalvable entre sus experiencias de joven europeo y las inconsecuencias de una so­ ciedad en formación que había permanecido enclaustrada por siglos en el altiplano cundiboyacense. Malcolm Deas, con más elementos de juicio y más sentido del humor que el personaje de mi libro, rea­ liza a cabalidad m i ideal y aventaja a mi protagonista p or muchos aspectos. En prim er término, este profesor distraído, que parece arranca­ do de una novela del siglo pasado, es un historiador de veras. Dios sabe p or qué razón acabó interesándose y especializándose en Co­ lom bia hasta convertirse en una autoridad sobre nuestro siglo xix. Bien hubiera podido escribir un texto completo de historia, o al me­ nos la biografía completa de alguno de nuestros hombres públicos, p ero ha p referido escribir ensayos breves sobre los rasgos más sa-

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lientes de nuestra gente, y de esta suerte sus observaciones no sola­ m ente son amenas sino hasta divertidas. ¿Qué decir, p or ejemplo, de su hallazgo con respecto al consumo de la coca que, según Deas, tuvo p or precursor ni más ni menos que al prohom bre de la Rege­ neración, el doctor Rafael Núñez? Recientem ente dio a la luz su análisis acerca de la interrelación entre la política y la gramática en el gobierno de Colombia, el cual, con un grano de sal, debe hacer sonreír a nuestros vecinos y a los estudiosos europeos que se ocupan de estas minucias. ‘ Y decía que aventajaba al personaje de mi novela Los elegidos por su versación en los antecedentes de nuestra sociedad. Alguna di­ ferencia debe haber entre un investigador con un gran bagaje inte­ lectual, fruto de sus lecturas, y el observador imaginario que'hace una crítica benévola de nuestra sociedad, equiparándola p or su in­ madurez con el m undo del sureste europeo, siempre pendiente de Alemania, Francia e Inglaterra, com o nosotros siempre atentos a las opiniones norteamericanas, a sus inversiones y a sus empréstitos. . L o menos que se puede decir de esta antología de Malcolm Deas, es que es amena. Es un menú com pleto en el que el lector puede escoger, según el estado de ánimo, entre la vida del inglés coleccio­ nista de orquídeas, que muere asesinado en Victoria (Caldas), y el sesudo estudio sobre nuestra situación tributaria a lo largo del siglo X IX . ¡Y cuántos hallazgos afortunados salen a flote! U n ejem plo de extraordinaria agudeza es el penetrante análisis sobre la influen­ cia de Vargas Vila en Am érica Latiná y en Colom bia en particular. D igo la influencia porque el prim ero en desestimar la calidad lite­ raria de la obra de Vargas Vilá es el propio Deas, quien no ahorra epítetos para descalificarlo. Pero una cosa es el m érito intrínseco y otra, muy distinta p or cierto, lo que significó en su tiempo. En al­ guna parte le í el singular aserto según el cual durante el siglo xix fue más decisiva la influencia de la obra de Víctor H ugo en la lucha de clases que la obra de Carlos Marx. Los miserables despertaba en mayor grado el sentimiento contra los ricos que los pesados estudios econométricos del revolucionario alemán. Sin embargo, ¿quién osaría establecer un parangón entre los dos escritores com o so­ ciólogos, o simplemente com o políticos? Es lo que ocurre con la obra de Vargas Vila y su contribución, al populismo latinoamerica­ no. Más de un general m exicano de la prim era mitad del siglo x x se nutría de la literatura de Vargas Vila. Juan Dom ingo Perón se con­

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taba entre sus admiradores, y nuestro Jorge Eliécer Gaitán hizo su­ yo el lema que el propio Vargas Vila se aplicaba a sí mismo de «yo no soy un hombre. Soy un pueblo». ¿Quién más que Malcolm Deas se ha ocupado tan minuciosamen­ te de este personaje ya olvidado, que fue el prim er colombiano que consiguió vivir espléndidamente de su pluma, no obstante ser vícti­ ma de las ediciones piratas en el mundo de habla hispana? L o úni­ co que falta saber es si alguna vez fue traducido a otro idioma, por­ que parece difícil que una prosa tan truculenta encuadre dentro de la econom ía de superlativos de los ingleses o dentro del raciona­ lismo francés. Todo el mérito de desenterrar no ya el cadáver físico sino el cadáver literario de Vargas Vila le corresponde a M alcolm Deas. En su estudio sobre los gramáticos en el gobierno, comparable por su erudición al trabajo de Vargas Vila, aparece, por contraste, el investigador, el ratón de biblioteca, que tras engolfarse en la corres­ pondencia de Caro y Cuervo, Marroquín y Uribe Uribe, formula un diagnóstico sobre nuestra inclinación al cultivo del idiom a en las formas más puras. Tan caracterizada es esta propensión a la gramá­ tica que, hasta bien entrado el siglo X X , era el título p or excelencia para alcanzar las más altas dignidades del Estado. Lástima grande ha- sido, el que la investigación de Deas se haya lim itado a los inicios del siglo y nos quedemos esperando elju icio crítico sobre la plu­ ma y la-garganta de los prohombres de nuestro tiempo. Saber en qué m edida el dom inio de la lengua castellana siguió sirviendo de pedestal a las reputaciones políticas. Vale decir, si, p or escribir bien, se sabía gobernar bien, o, com o se dice en nuestro idiom a verná­ culo a propósito de las mujeres: «Ver si com o camina, cocina». Otros estudios son el fruto de una investigación profunda en ar­ chivos privados, que son tan raros en Colombia. Es el caso de los de la hacienda cafetera Santa Bárbara, que le perm iten al profesor Deas reconstruir el escenario de las primeras plantaciones cafete­ ras en el departamento de Cundinamarca. La fuente de su informa­ ción no puede ser más original: la correspondencia entre el pro­ pietario de la hacienda, don Roberto Herrera Restrepo, residente en Bogotá, y su m ayordomo, don C om elio Rubio, vecino de Sasai­ ma. Del intercambio de cartas entre el culto señor Herrera, herma­ no del arzobispo (nos Bernardo), y el capataz, no tan ignorante co­ m o p od ría suponerse en aquellas edades, desfilan pequeñas

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viñetas de la vida rural colombiana en los treinta años anteriores a 1912: las guerras civiles, la caída de los precios de nuestros pro­ ductos en los mercados internacionales, la condición de los arren­ datarios y los peones, el papel del cacique político y el tratamiento que recibe la oposición al régim en imperante. U na afirmación del autor, sustentada en el hecho de la disper­ sión de la hacienda Santa Bárbara, me llamó poderosamente la aten­ ción. Dice el profesor que en Colombia nunca hubo grandes latifun­ dios. Yo agregaría, en abono de esta afirmación, que es muy interesante desde el punto de vista de la reform a agraria, que basta comparar la extensión de los llamados latifundios mexicanos, argentinos y aun salvadoreños, para verificar de qué manera en Colombia, qui­ zá p or la topografía, fueron contados los latifundios en las zonas agrícolas. Estudios de c e g a — Corporación de Estudios Ganaderos y Agrícolas— comprueban que en el actualidad hay sólo cinco lati­ fundios, entendiendo por tales los que llegan a las cinco mil hectá­ reas en la parte colonizada del territorio nacional, es decir, excluyen­ do los Llanos Orientales, adonde todavía no ha llegado la explotación agrícola. Aun teniendo en cuenta estas propiedades, se cuentan en los dedos de la mano los individuos dueños de esta clase de exten­ siones. En otro lugar ya he anotado el origen de esta creencia gene­ ralizada en los círculos universitarios norteamericanos, que equi­ paran nuestra situación con la de otros países. Cuando vinieron a Colom bia las primeras empresas petroleras en busca del oro negro se encontraron con el fenóm eno casi excepcional de que los recur­ sos fósiles del subsuelo, antes del año 1873, pertenecían al dueño del suelo, o sea que existíala propiedad privada del petróleo. Con tal pretexto se revivieron los títulos coloniales sobre tierras en la parte norte de Colom bia y com enzaron a aparecer en las Cédulas Reales inmensos latifundios adjudicados durante la época españo­ la. La verdad es que no solamente la propiedad del suelo se fue subdividiendo a través del tiem po entre padres e hyos, sino que la po­ sesión de la tierra se fue perdiendo p or la explotación material de colonos e invasores que acabaron por ser dueños de terrenos com­ prendidos dentro de las supuestas adjudicaciones de baldíos hechas por la corona española. El acopio de.estos datos en Estados Unidos e Inglaterra, sedes de las empresas petroleras, se fue transmitien­ do a los círculos académicos y acabamos con un gran núm ero de profesores sustentando la peregrina teoría de que el mayor desarro­ llo de algunos países, com o M éxico con respecto a Colombia, estri­

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baba en que el latifundio había sido abolido en M éxico a tiem po que subsistía en nuestro suelo. La explicación se halla en otro de los estudios contenidos en este volumen: nuestra legendaria pobreza. L a riqueza de las naciones en la época moderna proviene de su co­ mercio. El desarrollo industrial es hijo de la capacidad de equipa­ m iento proveniente de las exportaciones de productos agrícolas, y Colombia, después del oro y la plata, nunca tuvo un rubro que le garantizara un m ínim o de estabilidad. La quina, el añil, el taba­ co y el caucho conocieron bonanzas transitorias para luego desa­ parecer del renglón de nuestras exportaciones. Yo les recomendaría a quienes quieran sacar el mayor provecho de la obra que estamos presentando la lectura detenida de nuestro historial en el campo de las finanzas públicas. Me basta con transcri­ bir esta afirmación contundente del trabajo en cuestión: El comercio internacional es más fácil de gravar con tributos que el comercio doméstico. A la luz de estas simples informaciones, las perspectivas colombianas eran tan pobres como eran mediocres sus exportaciones per cápita. Rafael Núñez escribió en 1882 que: «Comparando el movimiento comercial de los otros países lati­ noamericanos con el nuestro en general, (...) estamos a retaguar­ dia en dicho movimiento. Respecto de algunos de esos países no sólo estamos a retaguardia sino que casi los hemos perdido de vis­ ta». Estábamos situados entre Bolivia y Honduras. En 1871 don Salvador Camacho Roldán decía: y Sin pretender, desde luego, establecer en materia de rentas punto alguno de comparación entre los pueblos europeos y los Estados Unidos con nuestro país, nuestros recursos fiscales, comparados con los del resto de la América española, son: la mitad de los del Sal­ vador, la tercera parte de los de México y Nicaragua, la cuarta parte de los de Venezuela, la quinta de los de Chile, la sexta de los de Cos­ ta Rica y la República Argentina, y la duodécima de los del Perú; Guatemala tiene un 50 por 100 más de rentas que nosotros, el Ecua­ dor ün 20 por 100, y Bolivia un 10. Apenas tenemos superioridad sobre la República de Honduras, y aun es posible que en los ocho años transcurridos desde la fecha a que se refieren los datos que tengo de ese país, nuestra ventaja se haya disipado.

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Partiendo de estas cifras es com o se entiende m ejor el destino de los colombianos. Luchadores incansables, trabajadores de tiem­ po com pleto en las más adversas circunstancias, han conseguido sobrevivir sin haberse ganado hasta el presente ninguna lotería, ni la frontera con los Estados Unidos com o M éxico, ni el petróleo co­ m o Venezuela, ni el turismo, en su tiempo, com o Cuba, ni los cerea­ les ni el ganado com o Argentina y Uruguay, ni la extensión terri­ torial com o el Brasil. T od o conspiraba contra la supervivencia del Estado colom biano que solamente a partir de 1975 com enzó a te­ ner ingresos patrimoniales, distintos de la tributación, con el carbón de propiedad del Estado, los superávit de petróleo oficial para la ex­ portación y el níquel de Cerromatoso. Con razón anota M alcolm Deas que por décadas el único patrim onio del Estado colom biano eran las minas de sal. H a sido la gran transformación de los últimos veinte años del siglo xx: haber tenido al lado de los ingresos tribu­ tarios los ingresos fiscales o patrimoniales de que carecía Colom ­ bia. Anota el ensayista al analizar nuestra vida política la presencia de los llamados caciques como una institución propia de toda la Am é­ rica española. Es curioso registrar cóm o subsiste el cacique con di­ versos nombres a través de los tiempos. A l cacique sucedió el man­ zanillo y, con laintemacionalización de los términos, el «clientelista». La prim era vez que encontré la palabreja fue en las memorias de Raymond Aron, antes de que fuera Conocida en Colombia. Divul­ gada p or algunas plumas, ha corrido con tanta fortuna com o la lla­ ma sobre la gasolina-cuando se le prénde un fósforo. Seguramente, en el futuro, se encontrará otro vocablo sin que la institución desa­ parezca, pero permanecerá, com o un testimonio, el análisis tan do­ cumentado que se nos presenta en esta obra con un humor que no desdice de la solidez de la investigación. Son temas nada desdeña­ bles para el sociólogo, pero que en nuestro m edio permanecen cap­ tivos en el coso de los papeles viejos. Una idea del historiador que hubiera podido ser Malcolm Deas, si se hubiera propuesto escribir un solo libro, la da su recuento, que con más propiedad debiera llamarse testimonio, sobre la puesta en marcha y la firm a de los diálogos de paz en el departamento del Cauca, más concretamente en Corinto y Yumbo. Su prosa tiene mu­ cho de la agilidad periodística de Hemingway o de Traman Capote p or la admirable expectativa que preside la totalidad del relato.

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Quien lo lee cree estar asistiendo a la cita de los contendientes y, aun cuando no se trata de ningún ju icio de valor acerca del mérito de lo que va ocurriendo, es algo altamente ilustrativo acerca de los tropiezos a que deben hacer frente quienes se com prom eten en el proceso de paz. Bienvenidos estos textos a manos de los lectores colombianos. Raras veces se encuentra una pluma menos comprometida con una u otra causa. Se requería ser intelectualmente ajeno a nuestros con­ flictos, así em ocionalm ente M alcolm Deas, por innumerables la­ zos, se sienta vinculado a este jir ó n de la Am érica del Sur. Alfonso López Michelsen Santafé de Bogotá, septiembre de 1992

C

o r t a c o n f e s ió n

JLjlegué p or prim era vez a Colom bia a fines de 1963, despistado, com o intuye mi prologuista, y mal preparado para estudiar la histo­ ria de la república. El entrenam iento oxfordiano de historiadores en ese entonces nos formaba muy bien para reseñar libros, pero no para escribirlos: nunca había visto un archivo y casi n o sabía lo que era una bibliografía. Sin negar los méritos de ciertos académicos y amateurs, había muy pocos historiadores profesionales colombia­ nos en ese tiem po: recuerdo a Luis Ospina Vásquez, Jaime Jaramilio U ribe y a los jóvenes Germán Colmenares y jo r g e Orlando M e­ ló. Juiciosamente m e registré en el Consulado Británico. Después , alguien m e contó que mi autodescripción de «historiador» había suscitado tan vivas sospechas que se envió un cable a Londres para averiguar si era cierto, o se trataba del disfraz de algún profesional siniestro. H oy día no m e parece que hubiera empezado m i labor en una era historiográfica que m e fuera afín. Tuve, sí, la ventaja de empe­ zar cuando los ingleses, p or lo menos los académicos ingleses, no sabían nada sobre Am érica Latina, y así evité muchos malos conse­ jos. (Recuerdo dos consejos, no más, de viejos miembros de All Souls, mi college de ese entonces. Uno, de alguien muy eminente, que su­ maba la sabiduría de una larga vida de banquero internacional: «N unca confíes en un extranjero»; otro, no menos eminente, me recom endó irme a M ontevideo o a Buenos Aires para n o perder las temporadas de ópera.) Pero las modas predominantes en la histo­ riografía eran, sin embargo, bien tristes a principios de los años sesenta.yUn inefable francés había dictaminado, «para ser historiador es necesario saber contar» — en el sentido numérico de la palabra— . H ubo califom ianos que insistían en la necesidad de precisar las

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últimas estadísticas de las catástrofes demográficas antes de proce­ der a cualquier otra tarea; con tal propósito formaban cuadrillas de graduados esclavos, bajo el lem a de hacer «trabajo en equipo». N i m e atraía tal trabajo ni la idea de form ar parte de un equipo, y no veía por qué todos los historiadores tenían que saber contar; buenos historiadores, pensaba yo, habían contado poco: Tucídides, Plutarco, Gibbon, Macaulay, contaban de vez en cuando, pero no tanto, y no p or falta de form ación francesa... Pero m e faltaba con­ fianza. Había en el aire cierta solemnidad que no cuestionaba la in­ nata superioridad de la historia económica, y la superioridad moral de una historia económica de sufrimientos y frustraciones. Fueron los años de la «Alianza para el Progreso», que trajo tanto experto de Wisconsin para implantar la reform a agraria. En sociología, se debatía el «cam bio de estructuras». N o hubo mucha historia polí­ tica, sólo la embrionaria ciencia política, entonces hipnotizada por «los grupos de presión». N o m e sentía muy bien, ni andaba con la conciencia clara en ese ambiente. . Confieso que no llegué co,n tema ni con hipótesis. T od o m e pa­ reció curioso e inexplicable. Después de algún tiem po tuve dema­ siados temas y demasiadas hipótesis. Raras veces m e ha parecido claro el por qué tal historiador esco­ ge tal tema. Los manuales, aun los mejores, guardan silencio sobre este interesante punto. Aun Marc Bloch tiene poco o nada que de­ cir al respecto. Aveces el historiador ofrece una racionalización de su interés, a veces una excelente y útil racionalización, pero casi siem­ pre se limita a lo intelectual. N o he intentado explicarme a m í mis­ m o p or qué llegué a interesarme tanto en el anárquico y poco res­ petado siglo x ix colombiano, pero el impulso original no tuvo una clara form ulación intelectual. Fue de otra naturaleza. Tal vez esta­ ba buscando la República de Costaguana. H e leído otra vez estos ensayos. Recuerdo que son en parte pro­ ducto de hallazgos y de accidentes, pero hay que estar preparado para hacer buenos hallazgos; y los accidentes ocurrieron a alguien que ha gastado buena parte de sus últimos treinta años en. el estu­ dio de este país. El archivo de Santa Bárbara, que no andaba bus­ cando, m e lo abrieron don José U m añay María Carrizosa de Umaña; sin su ayuda hubiera entendido mucho menos de su riqueza. El proceso de Ricardo Gaitán Obeso lo hallé en el expediente ori­ ginal cuando estuve pensando hacer un estudio de la historia del

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crimen en B ogotá — tema de m oda en ese entonces— y me había m etido en un ramo dei Archivo Nacional lleno de hurtos menores y riñas de chichería. H ice a un lado los hurtos y riñas sin mucho re­ mordimiento. El tema fiscal al principio me pareció árido, pero m e com prom etí a explorarlo porque M iguel Urrutia m e ofreció un ti­ quete para venir a un simposio. Quedé encantado con la historia fiscal. M e sorprendió com probar que los ensayos tienen cierta unidad de enfoque, sin demasiada repetición. Pensaba que había m aripo­ seado más. Tal vez no debería estar tan sorprendido, al menos p o r la unidad de enfoque; después de todo, son del mismo autor, aun­ que el autor puede haber cambiado con los años. Advierto ciertos errores, sin insistir en el hecho obvio e inevita­ ble de que algunos argumentos tienen bases más sólidas y mayor ela­ boración que otros, que unas partes son de piedra y otras de adobe, digamos. Ricardo Gaitán Obeso ( véase Pilar M oreno de Angel, San­ tander, Bogotá, 1989, pp. 678-679) tuvo ancestros y antecedentes más notables de lo que yo suponía; además de haber sido alumno del , C olegio Militar, fundado por el general Mosquera, en donde tuvo por compañero al poeta Candelario Obeso (véaseAntonio José Restrepo, A jí pique, M edellín, 1950, p. 37), había sido je fe destacado en la revolución radical en Antioquia en 1879 ( véase'Jorge Isaacs, La revolución radical en Antioquia, Bogotá, 1880, para los detalles). Mis observaciones sobre la tenencia de la tierra en el occidente de Cun­ dinamarca en el ensayo sobre Santa Bárbara son demasiado rotun­ das y simplistas: el panorama al parecer fue más variado. Otros me han señalado la persistencia de algunos hábitos inte­ lectuales: más sugerencia que conclusión, por ejemplo. Bueno, qui s’excuse s’accuse. N o tengo el sitzfldsch, esa capacidad de sentarme frente a un problem a o tema p or largos años. Puede ser que haya obras definitivas en historia, pero dudo que haya ensayos definiti­ vos. Además, confieso que frente a muchos aspectos de la historia colombiana no m e parece fácil llegar a conclusiones. Mucho miste­ rio queda, y mucha ambivalencia en este escritor. N o sé, por ejem ­ plo, cóm o juzgar esa obsesión nacional filológico-gramatical que es el tema del prim er ensayo, ni si es el deber del historiador juzgar­ la. En mis andanzas por las librerías de segunda mano, me llam ó la atención la existencia de tantos textos viejos de gramática; tam­ bién reflexioné sobre el acervo de las publicaciones del Instituto

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Caro y Cuervo. Empecé com o el soldado Woyzeck frente a los hon­ gos: «¿N o ha visto Ud. cóm o brotan en padrones? Si alguien pudie­ ra leerlos». Quise entonces escudriñar el misterio de tanta filología. Paso ahora a mi corto credo. L a historia no avanza iluminando todo el campo con una luz igual y bien distribuida, sino con luces de luciérnaga. El historiador debe cultivar un grado de pasividad frente a su materia, debe abrirse a sus sugerencias, aun si eso lo con­ duce a abandonar sus primeras hipótesis. Para explicar, prim ero es necesario describir con toda la minuciosidad posible. El gusto por el detalle no m e parece un gusto frivolo: el poeta W illiam Blake aspiraba a «ver un m undo en un grano de arena», y el historiador puede tener la misma aspiración. N o m e gusta el antagonismo en­ tre «vieja historia» y «nueva historia»; hay que hacer nueva historia: económica, popular, profesional, cosmopolita, comparativa, de ar­ chivo, rigurosa... pero eso no implica el rechazo de la vieja. ¿Quién que aspire a conocer la historia de este país, puede, prescindir de leer a j. M. Cordovez Moure, talento extraordinario, sin rival, como historiador social del siglo x ix en Am érica Latina? Los archivos son fundamentales (todavía hay tanto p or hacer para rescatar el archivo republicano de C olom bia), pero muchas cosas no se encuentran en ellos. Hay que leer mucho libro viejo — malo y bueno— y la pren­ sa, muy p oco explotada hasta ahora. En la «vieja historia» colom ­ biana he encontrado mucha sugerencia, mucha inspiración. Se ve en mis notas de pie de texto. M e ha nutrido la imaginación, y sin imaginación no se puede intentar hacer historia. N o he sido asiduo lector de libros sobre la historia, su filosofía y sus métodos, y nunca tuve la buena o mala suerte de ser «form ad o» en una escuela, fuera del aprendizaje oxfordiano de escribir ensayos. Soy de la última ge­ neración de allá que consiguió em pleo académico sin pasar ni por maestrías ni por doctorados. (Esos, digo, tienen mis alumnos.) Re­ cuerdo la respuesta de Sir Charles Firth, gran historiador de la épo­ ca de nuestra guerra civil y biógrafo ,de O liver Cromwell, a alguien que le preguntó cuándo sabía que había investigado lo suficiente. «Cuando los escucho conversando», contestó. Los restos de las con­ versaciones muertas están en muchas partes. Para escucharlas sin prejuicios un extranjero tiene ventaja, pues le es más fácil ser neutral y mantener cierta distancia. Pero el extranje r o también tiene sus sesgos. Espero que los míos sean obvios, y que por lo menos haya argumentado de manera abierta. H e inclui­

M a l c o l m D eas

do dos ensayos sobre coyunturas políticas de años recientes. N o son militantes; el lector juzgará si son neutrales. Confieso que m e gustan casi todos los aforismos sobre la historia y sobre los historiadores, y son muchos en los varios tomos de Esco­ lios a un texto implícito, de Nicolás Góm ez Dávila. El último que he anotado dice: «P eríod o histórico interesante es aquél sobre el cual existe un libro inteligente». Ojalá que haya contribuido a hacer más interesante nuestro siglo xix. Aveces pienso con la señora de Gould en Nostromo: «Para que la vida sea ancha y llena tiene que mantener el cuidado del pasado y del futuro en cada m omento del presente». Ideal insostenible, com o todos los ideales. ¿Remordimientos profesionales? A l historiador, o por lo menos a cierto tipo de historiador, «los hechos» dan un frisson que la ficción nunca iguala. Hay hallazgos que se encuentran demasiado tarde, cuando ya quedó terminado y publicado un escrito. Recientemen­ te encontré uno. U n amigo, que se hallaba depurando su bibliote­ ca, me regaló un panfleto, de miserable apariencia y de fecha no tan interesante: J. M. Phillips, «L a Humareda». Del libro Recuerdos, (Edit. Marco A. Gómez, Bucaramanga, ju n io de 1935). Desgraciadamente n o lo tuve a la m ano cuando escribí sobre Gaitán Obeso. Phillips, veterano de la batalla de La Humareda, cuenta, cincuenta años des­ pués, los extraordinarios finales de esa contiénda: Ya terminada mi tarea, como a las diez de la noche, sentí un fuego ' nutridísimo en la parte norte del campamento, dónde estaban atra• cados los vapores... ¿Qué había ocurrido? Que el vapor «Once de Febrero» en el que habíamos guardado todas las municiones, el armamento cogido al enemigo, una brigada como de 60 muías y el cadáver de don Luis Lleras que estaba en cámara ardiente en el salón, se había incendia-. do y había desaparecido en pocos minutos. Este vapor cuyo nom­ bre recordaba el triunfo de Barranquilla y que anteriormente se lla­ maba «María Emma», recibió en el combate una bala de cañón de proa a popa, que se llevó toda la fila de lámparas que colgaban por toda la mitad de los salones; esas lámparas según la disciplina de los barcos, se llenaban todos los días, de manera que esa gran can­ tidad de petróleo cayó sobre la madera seca del buque que la absor­ bió como esponja; el despensero, apurado por alumbrar el buque estaba poniendo velas esteáricas en botellas, y al caer una de ellas

D e l PODER Y LA GRAMATICA

se incendió el barco con gran velocidad, que no permitió sacar nada; al prender las bodegas empezaron a estallar las municiones. El zapateo de las muías acorraladas producía gran impresión, pues todo mundo comprendía que se estaban quemando vivas. Sobre la albarrada frente al buque había una infinidad de soldados cansa­ dos y dormidos; el General Lombana, que estaba en el buque si­ guiente, viendo el incendio, advirtió a gritos que al quemarse la ca­ silla del Capitán caería sobre el puente y haría disparar la culebrina de proa, cargada con metralla y podía matar unos cuantos de esos soldados. Se les trató de despertar pero fue en vano: el sueño del sol­ dado que ha combatido un día entero es un poco más profundo que el deljusto; y hubo que tirarlos de los pies, operación a que cari­ tativamente vino a ayudar el General Lombana; y en el momento en que hacía su obra de caridad se cumplió su previsión: la casilla cayó al puente; la culebrina se disparó y la metralla despedazó al General Lombana, dejándolo sin manos y lleno de heridas. Se le lle­ vó al vapor inmediato con ánimo de socorrerlo, pero él, que era mé­ dico, les dijo a sus colegas: «Yo comprendo perfectamente que no tengo remedio; déjenme tranquilo, y que mis ayudantes me den a fumar un cigarrillo». Así se hizo. Por mano de sus ayudantes fumaba,'y conversaba con ellos, dándoles consejos respecto a que no aban­ donaran la causa liberal por más contratiempos que hubiera. Hizo que le tuvieran abierto un reloj que séfiacía mostrar cada rato. Anun­ ció los minutos que tardaría en tener-hipo; a los cuantos empezaría su estertor y últimamente a los cuantos moriría, todo lo cual se cumplió con exactitud. . ' ■ ¿Qué hace el historiador frente a un relato así? ¿Forma un equi­ po y aprende a contar? A m í me atrapó de nuevo la vieja fascinación. Santafé de Bogotá, septiembre de 1992

A

g r a d e c im ie n t o s

A la memoria deEvaAldor

"FT JLste libro abarca trabajos de muchos años; estoy en deuda con tantos colegas, ex alumnos, alumnos, maestros de estilo, archiveros y bibliotecarios, que la lista de sus nombres sería tan larga como una de esas viejas «adhesiones» a una candidatura presidencial con bue­ nas perspectivas de éxito. Tengo una deuda muy especial con el gre­ m io de libreros, del libro nuevo y del libro viejo, y particularmente con J. N o é H errera, de Libros de Colombia. Pido perdón a todos los demás y su comprensión p o r haber omi­ tido una lista tan larga y p or no agradecer acá con nom bre propio sino a quienes tienen que ver muy directamente con este libro: José Antonio) Ocam po, que m e pidió compilarlo, y A lfonso López Michelsen, que me infundió aliento en un tiempo cuando el ánimo fal­ taba y que m e ha honrado con su prólogo.

M ig u e l A n t o n io C a r o

y a m ig o s : G R A M Á T IC A Y P O D E R E N C O L O M B IA

JX afael Uribe U ribe fue un inquieto y ambicioso guerrero y políti­ co colombiano, cuya carrera concluyó con su asesinato en octubre de 1914. Combatió en tres guerras civiles, y en los intervalos de paz publicó periódicos, sembró café y animó a otros en el cultivo del banano. Dictó conferencias sobre el socialismo, figu ró en el Con­ greso, viajó mucho com o diplomático y escribió cuentos para niños. Fue el arquitecto de muchas combinaciones revolucionarias y pro­ gresistas, o al menos subversivas. Semejante versatilidad no era rara en la vida pública colombiana, aunque Uribe Uribe parece haberla llevado a extremos frenéticos. Cualquier cosa que otro pudiera ha­ cer, él, ciertamente, intentaría hacerla mejor. Viejos colombianos de ascendencia liberal en la década de 1960 guardaban entre sus recuer­ dos de niñez ambiguos sentimientos acerca de este hom bre ejem­ plar' quien también era muy dado a los ejercicios de gimnasia sue­ ca y a los baños de agua fría1. D e joven coronel, Uribe U ribe no estuvo en el bando ganador en la guerra civil de 1885. En un acceso de celo disciplinario — éste fue siempre uno de sus defectos como comandante en el campo de bata­ lla, lo cual ocasionó en sus tropas muchas más deserciones que las usuales— mató de un disparo a un soldado de su bando y fue envia­ do a prisión. Allí, además de adaptar un texto de geología para el lector común, traducir un trabajo de Herbert Spencer y preparar su propia defensa, escribió su Diccionario Abreviado de Galicismos, Pro­ vincialismos y Correcciones de Lenguaje, con trescientas notas explica­ tivas, un trabajo denso de 376 páginas2. Su carrera, su prestigio, su arsenal, no hubieran quedado com­ pletos sin un libro así. Tampoco fue ése el fin de sus estudios grama­ ticales y filológicos. Los congresos de finales de los años 1880 y de la

década de 1890 fueron ampliamente dominados p or los adversa­ rios del liberalismo, y Uribe U ribe fue uno de los dos únicos libera­ les que lograron ser elegidos en ese periodo. El conocimiento de ga­ licismos, provincialismos y correcciones era, sin duda, una ayuda en el ataque y en la defensa3. Sin embargo, para medirse con la figura principal del gobierno en la década de 1890, M iguel Antonio Caro, el conocimiento del latín! también era necesario. Uribe Uribe contra­ tó a un discreto profesor de esa lengua, un desconocido traductor de tratados religiosos, y tomó lecciones durante tres meses, al final de los cuales le dijo a Caro en un debate que él no era el único latinista en el Congreso. Para demostrarlo citó un proverbio, Nunqua esfide cum potente soda. Caro, poniendo las manos sobre la cabeza, exclamó: «¡Horror, horror! Cuando ustedes quieran hablarme en latín, les ruego que me pronuncien bien las sílabas finales, porque allí es donde está el m eo­ llo de la cuestión»4. ¿Por qué escoger estas dos anécdotas en una carrera tan activa y . variada? ¿Qué, aparte de vanidad, condujo a este revolucionario a la lexicografía y a los clásicos? ¿Qué pertinencia tienen estas peculia­ res preguntas? ¿No preferiría el lector conocer m ejor sus experien­ cias en el cultivo del café y los caprichos de sus precios, o su entusias­ mo, posiblemente infundado, p o r las prometedoras perspectivas del com ercio del banano? Quizá;-Pero es tal vez algo más que vani­ dad lo que impulsó a Uribe Uribe a redactar su Dicáonarioy a tomar lecciones de latín. Se daba la inevitable presencia de M iguel Antonio Caro, ingente obstáculo para el Partido Liberal, filólogo y latinis-. ta superior y vicepresidente encargado de la presidencia. Cuando uno explora un poco más allá, sale a luz que esta clase de sabiduría y de com petencia entre sabios está íntimamente conectada en Co­ lom bia con el ejercicio del poder. Una exploración minuciosa de este tema y de sus implicaciones, incluso en el que parecería ser el nada com plicado caso de una re­ pública suramericana, agobiadoramente rural y analfabeta, a fina­ les del siglo xix, es una perspectiva intimidante. A p esar de su aleja­ m iento de los centros académicos más avanzados, de su pobreza y de las distracciones de la política, a las cuales eran muy propensos, algunos de esos estudiosos colombianos fueron eruditos form ida­ bles y prolíficos. Pocos hoy tienen la particular preparación, o el tiempo, o la inclinación que se necesitan para recrear su mundo

académico y para evaluar sus contribuciones al mismo. Este autor se siente lejos de estar bien equipado para la tarea. Espera, sin embar­ go, que le sea posible analizar el importante papel que ha desem­ peñado esta cultura académica en la política colombiana, sin nada más que una rudimentaria comprensión de partes de su contenido. Que el siglo x ix fue «la edad de oro de los lexicógrafos, gramá­ ticos, filólogos y letrados vemacularizantes», ha sido frecuentemente dicho y su rol en el surgimiento de muchos nacionalismos es bas­ tante familiar5. El entusiasmo gramatical y lexicográfico en las colo­ nias inglesas de Norteamérica y en los Estados Unidos durante la pri­ mera etapa de la vida republicana, al igual que el interés de su gente p or la pureza y uniform idad, han sido interpretados com o «u n fe­ nóm eno típicamente colonial, el de pueblos todavía inseguros de su nueva cultura y que trataban de reafirmarse demostrando que eran más correctos aún que los habitantes de la m adre patria». Las interpretaciones norteamericanas siempre reveían un caracterís­ tico matiz igualitario y enérgico: , Los primeros pobladores de la Nueva Inglaterra, pertenecientes a la clase media educada, campeones de la escuela común ( common school), tuvieron mucho que ver con el establecimiento de la unifor­ midad en el primer lugar. El profesor de la escuela yanqui, así como el vendedor yanqui, viajaban mucho, y ambos llevaban consigo el manual de ortografía, que daba la pauta de la respetabilidad lingüís­ tica. A comienzos del siglo XIX, un tendero de Nueva Inglaterra podía tener en su lista de ventas: «Todo tenemos: whisky, melaza, percales, libros de ortografía y parrillas patentadas». Noah Webster se benefi­ ció grandemente con el hecho de que la uniformidad del lenguaje norteamericano dependiera de la escuela y de la universalidad del al­ fabetismo. «Nada sino el establecimiento de escuelas y alguna uni­ formidad en el uso de los libros (¡preferiblemente la ortografía de Webster!) — argüía en sus Disertaciones sobre el idioma inglés (1789)— , puede acabar con las diferencias en el habla y preservar la pureza de la lengua estadounidense»6. Sin embargo, no parece posible asimilar satisfactoriamente las preocupaciones de los colombianos por la lingüística con las de los nacionalismos europeos del x ix o con las de la Am érica del Norte anglosajona. Aunque las hazañas filológicas eran m otivo de orgu-

lio patriótico, e implicaban cierta resistencia contra las influencias culturales externas, esencialmente no eran de carácter nacionalista^ Aun a veces p odrían resultar conscientemente antinacionalistas, es decir, transnacionalesi Aunque los libros de gramática y de ortogra­ fía se vendían ju n to con el aguardiente, la panela, las telas y las pa­ rrillas, las ganancias no eran tan grandes y el espíritu no era tan de­ mocrático. Había algo más enjuego. La gramática, el dom inio de las leyes y de los misterios de la lengua, era componente muy importante de la •hegemonía conservadora que duró de 1885 hasta 1930, y cuyos efec­ tos persistieron hasta tiempos mucho más recientes. Lá'política colombiana ha contenido desde un principio un vigo­ roso élem ento ideológicb y pedagógico. M ucho se escribió, y se ha escrito desde entonces, acerca de la conveniencia de formar lajoven mentalidad republicana con base en los textos de Bentham y Destutt de Tracy: el presidente Santander, 1832-1837, a favor; el presi­ dente Herrán, 1841-1845, en contra.. .7. L a educación popular lai­ ca que preparase a las masas rurales, manipuladas p or los curas, para el sufragio universal que prematuramente seles había concedi­ do, era una de las principales preocupaciones del liberalismo radi­ cal en las décadas de 1860 y 1870, y fue una de las ostensibles man­ zanas de discordia en la guerra civil de 1876-1877. Los colombianos no hubieran discrepado de la doctrina de David Hum e relativa a la importancia del púlpito y la escuela. Los gobiernos sucesivos, al re­ admitir o reexpulsar a' los jesuítas, tuvieron m uy en,cuenta sus habi­ lidades com o educadores.'El control de l^ d u c aciónifue frecuentem enle el centro del debate en to m o a las relaciones entre I glesia y Estado; era algo d e vital importancia para conservadores y libera­ les, elem ento esencial de cualquier hegemonía. Dichos debates fueron apasionados y comprometidos. Es fasci­ nante seguir las carreras de Bentham y Destutt de Tracy a través de la geografía y las generaciones de.la Colombia independiente, y exa­ minar los métodos y motivos opuestos que liberales y conservado­ res adoptaron en la inmensa torea de ilustrar a las masas populares. Pero esto no es asunto de este énsayo, que tiene que ver con la singu­ lar prominencia de gramáticos y filólogos en la vida pública del país. Com encé con el ejem plo del diccionario que compuso en la cárcel U ribe Uribe, el Diccionario de Galicismos. Aunque respetable, jamás alcanzó la fama, ni logró una segunda edición. A qu í contras­

ta con la obra que, com o se puede deducir del prólogo, debía emu­ lar: Apuntaciones Críticas sobre el Lenguaje Bogotano, de Rufino ]. Cuer­ vo8.Publicado p o r prim era vez en Bogotá en 1872, este libro había alcanzado su cuarta edición en 1885, algo nunca logrado por nin­ gún otro trabajo local de erudición. El artículo «Spanish Language» en la Encyclopaedia Brítannica, undécima edición, 1911, lo elogia con cierta casual generosidad geográfica, como la primera autoridad en lo relacionado con el español de A m érica. La obra de Cuervo, en sus ediciones posteriores, fue impresa en Francia, y se encuentra, p or lo general, bien encuadernada, con la apariencia solemne y sin leer del prem io escolar. Aunque no particularmente raro, tiene alto precio en el m ercado del libro de segunda mano. M ucho más amplia divulgación alcanzó un librito más barato, menos ambicioso, más práctico: Tratado de Ortología y Ortografía Cas­ tellana, de José Manuel M arroquín — guía para la ortografía y pro­ nunciación castellana, con útiles listas de cuándo usar «z » y cuándo «s», y de palabras «d e dudosa ortografía»— . Buena parte de esta in­ formación se daba en rimas, y generaciones de niños colombianos han tenido que aprenderlas de memoria: Las voces en que la zeta Puede colocarse antes De otras letras consonantes Son gazpacho, pizpireta, Cabizbajo, plazgo, yazgo, Hazlo, y hazlas yjuzgar Con pazguato, sojuzgar, Hazte y los nombres en azgo... L a obra todavía se imprime, el texto permanece igual que en vida del autor y se vende p or la calle, fotográficamente reproducido con todas las preocupaciones y los ejemplos de hace cien años9. M iguel A ntonio Caro y Rufino José Cuervo escribieron una gra­ mática latina que disfrutó un succés d’estime en España y que fue ob­ je to de varias ediciones. Caro escribió extensamente sobre Andrés Bello,, cuya Gramática de la Lengua Española', publicada p or primera vez en 1847, fue la gramática más utilizada en Hispanoamérica en/ el siglo pasado, y dirigió una edición de la Ortología de B ella en Bo­ gotá en 1882. En 1870 redactó un Tratado del Participio, muy aplau-

dido, que se volvió a publicar en 1910. (Escribió muchísimo más y fue la inteligencia rectora de la longeva Constitución de 1886, cuyo trazado general sobrevivió en sus líneas generales hasta 1991, pero lo que acá nos concierne es apenas la parte gramatical y filológica de sus escritos.) H ubo otros gramáticos que giraban con más o menos indepen­ dencia en la órbita de Caro. Marco Fidel Suárez, presidente a su vez posteriormente, nunca se seiTtíá más feliz que cuando pescabáefrores en los escritos de los demás. A l término de la última guerra civil colombiana, Loren zo M arroquín, el hijo de José Manuel, que ha­ bía dejado de versificar la ortografía para ejercer la presidencia del país, escribió una novela en clave,\Pgy, para exponer la moralidad y las costumbres de entonces. La facción de Suárez era opuesta a la de los Marroquín, y su reacción fue publicar una anatomía de sus errores, de ciento cincuenta páginas: Análisis Gramatical dePax. Los temas filológicos sorLXcraunesen su voluminosa producción periodística10i Miguel Abadía Méndez) el último presidente de la hegemo­ nía conservadora, escribió, p or su parte, unas Nociones de Prosodia Latina, obra publicada por la Librería Am ericana en 1893. El mis­ m o también suministró el p rólogo para el Tratado del Participio de Caro en la edición de 1910. Anteriorm ente la empresa de M iguel Antonio Caro, la Librería Americana, había pasado a manos de José Vicente Concha, también presidente del país entre 1914 y 1918. Aunque lJribe Uribe: com o liberal fue sobrepasado en número de aliados y ampliamente superado en erudición p or los gramáti­ cos conservadores, no fue el único liberal én publicar un trabajo en este campo. Santiago Pérez, dirigente radical y presidente entre 1874 y 1876, sostuvo una escuela y en 1853 publicó una de las prime­ ras gramáticas colombianas, Compendio de Gramática Castellana,jaara uso de sus alumnos. También publicó una abreviación de la Gramá­ tica de Andrés Bello — a uno le parece que un conservador hubiera ampliado la obra; ciertamente, Cuervo así lo hizo en 1881— . César Conto, prom inente radical del Valle del Cauca, muy com prom e­ tido con los conflictos educativos que desembocaron en la guerra civil de 1876-1877, compuso en 1885 un Diccionario Ortográfico deApe­ llidos y de Nombres Propios de Personas,' con un apéndice de nombres geo­ gráficos de Colombia. También elaboró un trabajo acerca del inglés, Apuntaciones sobre la Lengua Inglesa, con un apéndice sobre el argot11. U n rápido vistazo a la lista de gramáticas, diccionarios y guías para escribir y pronunciar bien que se han publicado en Colombia

en el último siglo revela que en su mayor parte fueron obra de per­ sonas políticamente prominentes y comprometidas. Los líderes en este campo también eran líd eres en la vida pública. Santiago Pérez no fue el único que fue propietario de una escuela. También lo fue José Manuel M a rro quint en su hacienda de Hierbabuena, en la Sa­ bana de Bogotá. M arroquín había enseñado antes en el estableci­ m iento de Pérez. El colegio de M arroquín adoptó la norm a de los jesuitas de vigilancia total de los alumnos en todo m om ento, aun­ que la solemnidad era aliviada p or becerradas y frecuentes repre­ sentaciones teatrales. U n selecto grupo de muchachos cantaba las rimas ortográficas: algunos años después serían remplazados por otro escogido grupo de niñas12. Igualmente, M iguel Antonio Caro abrió una escuela después de retirarse de la presidencia. U n buen número de esos hombres también dictó cursos universitarios a lo lar­ go de sus carreras. Abadía, por ejemplo, siguió con sus clases de de­ recho, temprano p o r la mañana, durante su período presidencial. P ero no nos desviemos de gramática y filología. El interés local p o r estasicieñciasj— sus practicantes insisten siempre en llamarlas ciencias— recibió forma ósea msfimcioñal coñ érestablecimiento de la lA^adFmia-Cólombiáña7en 1871. Los tres espíritus fundadores, M iguel An ton io Caro, José Manuel Marroquín y jo s é María Verga­ ra y Vergara, eran miembros correspondientes de la Academia Es­ pañola. El número de miembros se fijó, primero, en doce, «com o conmemorativo de las doce casas que los conquistadores, reunidos en la llanura de B ogotá el 6 de agosto de 1538, levantaron com o núcleo de la futura ciudad»13. Entre los doce figuraban los promineñtes radicales, Santiago Pérez y Felipe Zapata, p ero la mayoría eran conservadores. Aprobada por la Academia Española en noviembre de 1871, ésta fue la prim era entidad de tal naturaleza que se fundó en las A m éricas14. Durante años sus actividades fueron intermitentes, sin dejar de ser controvertidas políticamente. Como no tenía dónde reunirse, en 1875 la Academ ia pidió permiso al Congreso para utilizar el antiguo convento de Santo Dom ingo. La solicitud fue rechazada. Los congresistas se opusieron, acusando a los miembros de la Aca­ demia de ser «los soldados postumos de Felipe II», de rezar el rosa­ rio en sus sesiones y de escribir la conjunción «y » así, y no con «i», «a la manera de ese funesto m onarca». El uso de la «y » era consi­ derado conservador, reaccionario. En vano Caro señaló que Felipe I I había favorecido la «i>>', com o los radicales15.

La Academia no tuvo ambiente favorable bajo el régimen radical, a pesar de contar entre sus miembros a Pérez y a Zapata. Se.reunía, pues, raras veces, en cásas privadas. Rufino J! Cuervo, elacadém ico x n S ^ i^ ñ g u íd o rq u is o renunciar a pesar suyo: un malentendido lo llevó a creer que n o había sido invitado a una de las escasas reu­ niones que se llevaron a cabo. Caro apeló, con éxito, a su sentido del deber: Usted sabe que nuestra Academia, por falta de rentas, de local, de ocupación fija, y de cuanto informa una sociedad semejante, ha sido generalmente y por años enteros como concilio disperso. Es un si­ mulacro de Academia, una lucecita que espera mejores días, man­ tenida por la amistad que agrupa a unos pocos (...) Hoy creo que hubiera sido más prudente de parte de la Academia Española tener aquí individuos correspondientes, por las dificultades de estable­ cer en América sociedades de esta clase (...) Pero una vez aceptado el compromiso, hay que lavar la ropa sucia en la casa y sostener el honor de la familia, o como dice Cervantes, limpiamos los dientes en público para que parezca que hemos comido aunque estemos muertos de hambre16. La imagen final es sorprendente y sugestiva. Aunque ellos iban a ejercer el p od er y a establecer lina hegem onía a partir de 1885, no se trataba de hombres ricos. Algunos de ellos habían conocido la pobreza en carne y hueso. El mayor interés que despierta el gru­ p o radica en esto. ¿Cóm o piído ocurrir que cuatro personas, conectadas por una sola librería, se convirtieran en presidentes de la nación en un lapso de treinta años? Y pedagogos, todos ellos, hasta cierto punto. Si hubieran sido exportadores de tabaco, cultivadores de café o abogados de compañías de petróleo, es fácil suponer que ellos y sus relaciones hubieran llamado más, la atención. Es fácil también ima­ ginar qué clase de conclusiones sobre su época habrían deducido los historiadores, si grupo tan influyente se hubiera congregado alrededor de un solo negocio. Los historiadores, sin embargo, no se han mostrado ni muy interesados, ni muy benévolos con ellos. En una historiografía predom inantem ente liberal, Caro tiene los rasgos de un «monstruo sagrado», y disfrutó de cierto renovado interés p or el centenario de la Constitución de 1886 y p or la defi-

nitíva desaparición de la misma en 1991. Los demás no son muy recordados. M arroquín perdió a Panamá: «Puedo decir lo que muy pocos estadistas: recibí un país y le devolví al m undo dos»! Suárez tuvo orígenes notoriamente humildes, pues fue hijo ilegítimo de una lavandera; com o presidente fiie acusado, con éxito, p or empeñar sus gastos de representación JÁbadía tuvo la desgracia de ser presi­ dente en el tiem po de la huelga de las bananeras, 1928, ahora tan célebre p or su inclusión en Cien años de soledad. Se han explorado poco las fuentes de su poder, tal como fue realmente. Es notorio que el régimen conservador dependió, principalmente, de los recursos políticos de ia Iglesia. Pero, ¿de qué más? ¿Estas eruditas figuras eran agentes «dependientes» de algún otro clan fa­ miliar? ¿Efectuaron el trabajo político de los latifundistas, de los ca­ feteros, de las casas importadoras y exportadoras o del capital ex­ tranjero? En términos políticos, ¿qué clase de intelectuales eran? ¿Las teorías de Gramsci, tan leídas y tan poco aplicadas, vierten al­ guna luz sobre ellos? Antes de volver a la gramática y la filología, y a su posible papel en el sostenimiento de esa hegem onía, vale la pena examinar estas figuras y su contexto con mayor detenimiento. N o todos son de Bogotá, pero es la cultura bogotana la que lo s informa. Tom em os a Rufino José Cuervo y M iguel Antonio Caro — a Rufino José Cuervo, ante todo, que aunque conservador, nun­ ca fue militante, pero que, con sus Apuntaciones resultó ser la inte­ ligencia más destacada. -El linaje de Rufino José Cuervo aparece en la biografía que, con su hermano Angel, escribió de su padre, Rufino Cuervo. Los Cuer­ vo eran de diversa ascendencia criolla, de estirpe española llegada más o menos recientemente. Por lo menos un antepasado resolvió emigrar cuando la independencia se afianzó, por fin, en 1819, con la batalla de Boyacá. Rufino Cuervo nació en Titirita, cerca de Bogo­ tá, en 1801, retoño de un criollo de primera generación, y merca­ d er fracasado. Fue criado por su tío, próspero clérigo bogotano. Este tío firm ó la declaración de independencia de Bogotá, y fue lo suficientemente destacado com o patriota para ser denunciado por el realista obispo de Popayán com o «h ijo del diablo, separado del rebaño de Jesucristo e indigno del sacerdocio». El jo v e n Rufino, sin embargo, tuvo la suficiente prudencia para llegar a ser escogido para pronunciar la «oración de estudios», el discurso conmemora-

D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a

tivo, en el colegio de San Bartolom é en 1817, en tiempos de la re­ conquista española, bajo el régim en del general Pablo M orillo. Habría de coronar una larga carrera com o burócrata, político, abo­ gado y periodista; fue vicepresidente y candidato a la presidencia. Com enzó com o liberal «m od erad o» y terminó com o conservador. Vida de Rufino Cuervo y noticias de su épocaf1es fruto del am or filial que exalta la inquebrantable consistencia ideológica del biogra­ fiado, pero también está lleno de detalles sobre otras facetas de su casta mental y sobre el ambiente de su Bogotá. A mediados de 1820 Cuervo editaba La Miscelánea, un periódi­ co, y en sus páginas se pueden encontrar algunos de los primeros ejemplos de interés local p or el idioma. Com o escribieron sus hi­ jos, «llam a particularmente la atención el em peño con que incul­ can la importancia de conservar en toda su pureza la lengua caste­ llana (...). Y es cosa que causa maravilla que, apenas acabada una guerra de exterminio, supiese con justo temperamento reconocer la primacía literaria de España sin com prom eter la independen­ cia política de A m érica»18. Vale la pena citar en form a más extensa La Miscelánea: «Nosotros creemos que es de sumo interés para los nuevos Estados Americanos, si es que quieren algún día hacerse ilus­ tres y brillar p or las letras, conservar en toda su pureza el carácter de originalidad y gentileza, antigua de la literatura española, tal cual se presentó en sus'más hermosas épocas de Carlos V y Felipe II. Pensamos que los negociantes, los magistrados y todos los que : de cualquier m odo púedan tener alguna influencia, deben prote­ ger por todos los medios que les sugiera el patriotismo y el amor a las letras, la introducción de libros en español, la lectura y la ense­ ñanza p or ellos y no p or los que estén en lenguas extranjeras»19. Los autores de La Miscelánea recomendaban una «federación literaria» conformada por hombres escogidos, virtuosos y sabios de cada nueva nación. Tendría su sede en alguna ciudad localizada cen­ tralmente, «digamos Q uito», que debía estar dotada de imprenta, biblioteca y todos los elementos necesarios, ajena a toda intriga po­ lítica. En palabras de los dos Cuervo, «n o debía tener p or instituto sino conservar la lengua castellaíia en la misma pureza que nos la legó España, para que en ella pudieran dignamente redactarse nues­ tros códigos, escribirse nuestra historia, pintarse nuestra natura­ leza y cantarse las glorias de nuestros guerreros». La Miscelánea, mientras tanto, tomó la iniciativa: «En los artículos titulados “Neo-

M a l c o l m D eas

logismo” y “ Correspondencia entre un doctorcito flamante y su padre”, se satiriza con agudeza el galicanismo chabacano de los recién gra­ duados, que no habiendo estudiado ni leído sino libros franceses o traducciones bárbaras, hacían alarde de estropear su propia len­ gu a»20. Cuervo se interesó personalmente p or la educación. Com o go­ bernador de Cundinamarca a comienzos de los años 1830, fundó una Sociedad de educación primaria que distribuyó libros y otros ele­ mentos para las escuelas, y edificó, cuando menos, un plantel. Es­ tableció un colegio para niñas con fondos de los extinguidos con­ ventos menores, «destinado especialmente para las hijas de los proceres de la Independencia y de los beneméritos de la patria». Para tal colegio escribió en 1833 un Catecismo de urbanidad, «obrita tan recomendable p or la sencillez com o por la discreción y univer­ sal oportunidad de sus máximas (...) dispuesto de manera que pue­ da llegar lo mismo a manos de señoritas criadas en los salones, que a las de modestas aldeanas, sin riesgo de que la afectación haga insoportables sus maneras. Lleva p or epígrafe la divisa que parece tuviera él estampada en el fon do de su corazón: Quod munus rápublicae maius meliusve ojferre possumus, quam si docemus atque erudimus iuventutem (Cicerón, De Divinitate) » 21. Cuervo se esmeró mucho en la educación de sus propios hijos, y no escatimó en gastos: «Era tal la atmósfera de estudio y aplica­ ción que había en la casa — escribieron sus hijos— que los criados en sus horas de descanso aprendían a leer, o a escribir y contar, sien­ do nosotros los maestros». Parece haber vivido bien, pero no dejó gran fortuna. Era, en palabras de sus hijos, «tan distante del des­ pilfarro com o de la miseria». N o contento con estampar Quod mu­ nus, etc., en su corazón, colocó la siguiente inscripción en piedra sobre el portalón de su hacienda: 1848 N E C N O S A M B IT IO N E C N O S A M O R U R G E T H A B E N D I

R. C. Tal fue el padre de Rufino José22. Éste y Angel se dedicaron al estudio, a la literatura y a la fabricación de cerveza. Quizá porque ellos mismos escribieron la admirable y convincente biografía de su padre, uno ve mucho de él en ellos, hasta llegar a extremos curiosos.

P or ejemplo, Rufino padre fue un entusiasta gastrónomo y un ávido coleccionista de recetas. A q u í también se dan la mano lo vie­ j o con lo nuevo: Dentro de los límites de una moderación higiénica gustaba el Doc­ tor Cuervo de manjares regalados, afición que sin duda se había acrecentado con los viajes y el trato con personas de distinción; así que las copiosas recetas de cocina española que nos venían de nues­ tros abuelos matemos, se aumentaban con los buenos platos que se le servían fuera, y cuya descripción se complacía en hacer luego, ya por haber adivinado su composición, ya por haberla averiguado dis­ cretamente en la conversación. Su hijo A n gel23 mostró una tierna lealtad a las viejas recetas es­ pañolas, y en 1867 publicó los resultados en L a Buhada. Poema dt ocho cantos y un epílogo, larga narración heroico-burlesca de la gue­ rra librada por dulces, pudines y tortas, españoles y criollos, contra la nefasta invasión de confites franceses, de m oda en los años de] Segundo Im perio: Nos trata a matar a indigestiones Por eso manda Napoleón E l A tanto ruin y,puerco pastelero Este trabajo puede'reputarse afortunado p or haber logrado una segunda edición al cabo dfe un siglo24. A Rufino José le fue mucho m ejor en las ventas, con el éxito de las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, que ya ha sido men­ cionado. En realidad, Rufino fue uno de los colombianos más pre­ parados de su generación, y sostuvo nutrida correspondencia con filólogos y lexicógrafos contemporáneos. El y Á n gel establecieron sus finanzas sobre un sólido fundam ento gracias a la organización de una fábrica de cerveza en Bogotá, remota antepasada de la actual Bavaria, y sus utilidades y venta final les produjeron ingresos sufi­ cientes para pasar el resto de siis vid^s en París25. La residencia allí resultaba más económica y, obviamente, favorecía el estudio. En Pa­ rís pasó Rufino sus últimos tres decenios dedicado a trabajar en su Diccionario de construcción y régimen de la lengua española, obra basada en avanzados y cuidadosamente ponderados principios. Algunas

muestras y dos volúmenes fueron publicados durante su vida, aunque no vivió lo suficiente para ver más allá de la letra «D ». Estas primicias fueron bien acogidas y, desde entonces, han sido muy ad­ miradas: resultaron superiores, en concepción y ejecución, a lo que pudiera brindar cualquier otro diccionario español de la época. Se dice que la cervecería Bavaria ha prometido financiar la terminación del diccionario com o parte de su contribución a la celebración del quinto centenario de lo que Cuervo no habría vacilado en llamar el Descubrimiento de América. Las Apuntaciones críticas traen un p rólogo que precisa las inten­ ciones del autor: Es el bien hablar una de las más claras señales de la gente cultay bien nacida, y condición indispensable de cuantos aspiren a utilizar en pro de sus semejantes, por medio de la palabra o de la escritura, los talentos con que la naturaleza los ha favorecido: de ahí el empeño con que se recomienda el estudio de la gramática26. , Las Apuntaciones ciertamente no son de fácil lectura, pero el au­ tor no pretendió que fueran parte de la «alta filosofía» de la mate­ ria; el trabajo se proponía señalar «digám oslo así, con el dedo, las incorrecciones a que más frecuentemente nos deslizamos al hablar y al escribir», y esto se procuraba para aquellos que n o disponen del tiem po ni de los elementos para realizar estudios profundos. El número de colombianos que no halló el libro pesado debe haber sido sumamente reducido, pero es muy significativo que su autor afirmara que estaba destinado a ser un libro accesible. El título puede parecer parroquial. Su objetivo fue todo lo contra­ rio: Cuando varios pueblos gozan del beneficio de un idioma común, propender a la uniformidad de éste es avigorar sus simpatías y rela­ ciones, hacerlos uno solo. De modo pues que, dejando aparte a los que trabajan por conservar la unidad religiosa, aspiración más ele­ vada a formar de todas las razas y lenguas un solo redil con un solo Pastor, nadie hace tanto por el hermanamiento de las naciones hispano-americanas, como los fomentadores de aquellos estudios que tienden a conservar la pureza de su idioma, destruyendo las barre­ ras que las diferencias dialécticas oponen al comercio de las ideas.

El m odelo tenía que ser España: «Ya que la razón no lo pidiera, la necesidad nos forzaría a tomar p or dechado de nuestro hablar a la lengua que nos vino de Castilla». N o hay posible rival americano. Hasta los Estados Unidos, «con gloriarse de los Prescotts, Irvings, Bryants y Longfellow s» veneran a Shakespeare, a Pope, a Gibbon y a Hume. Hay que desechar los odios recientes: «Rotas las antiguas ataduras, unos y otros son pue­ blos hermanos, trabajadores de consumo en la obra de mejorarse impuesta p or el Señor de la fam ilia humana». Cuervo enuncia entonces sus razonables propósitos. Algunas ob­ servaciones quedarían, tal vez, m ejor ubicadas en un manual de urbanidad, «pues no pueden despreciarse sin dar indicios de vulga­ ridad y descuidada educación». Otras son para los más adelantados. Acerca de algunas más, Cuervo mismo parecía inseguro: «N o es fá­ cil, verbigracia, que a quien bautizaron Arístides se contente con ser llamado Aristides». Hace un rechazo y una protesta. Primero, niega cualquier imputación de que pretende erigir una suerte de «o d io­ sa dictadura, para lo cual no tenemos ni títulos ni disposición». En segundo término, teme que sus quinientas páginas contengan tan­ tas censuras que induzcan a los extranjeros que no hayan visitado al país — muy pocos lo habían hecho— a sacar la conclusión de que «aqu í hablamos en u najerga com o de gitanos». Ello no era así: En Bogotá, como en todas partes, hay personas que hablan bien y personas que hablan'mal, y en Bogotá, como en todas partes, se ne­ cesitan y se escriben libros que, condenando los abusos, vinculen el lenguaje culto entre las clases elevadas, y mejoren el chabacano de aquellos que, por la atmósfera en que han vivido, no saben otro. El asunto, sin embargo, es grave: Bueno es también recusar aquí las disculpas que alegan algunos a favor de sus desaciertos gramaticales. Tratando, suelen decir, de pun­ tos de mucha monta, no es dable atender a atildar el lenguaje y obe­ decer menudos preceptos relativos ala forma; escribiendo, además, de prisa, ¿quién va a reparar en minuciosidades y pequeñeces? El bien hablar es a la manera de la buena crianza: quien la ha mamado en la leche y robustecídola con el roce constante de la gente fina, sabe ser fiel a sus leyes aun en las circunstancias más graves, y en és­

tas precisamente le es más forzosa su observancia. Es más: quien osa tratar puntos muy altos debe tener muy alta ilustración, y ape­ nas se concibe ésta sin estudios literarios, esmalte y perfume de to­ das las facultades; según aquella peregrina idea, los escritores más eminentes de todos los países no habrían producido sino obras lige­ ras, cuando es a menudo todo lo contrario. En suma: los adefesios de personas humildes que escriben cuando las circunstancias los precisan a ello, cualquiera los disculpa; pero no es fácil ser indulgen­ te a este respecto con los que presumen componer el mundo. Cuervo mismo fue un gramático relativamente apacible. Hasta creyó conveniente incluir una advertencia en su prólogo, aunque muchos de sus lectores no lo han tenido en cuenta: No menos oportuno parece señalar un escollo propio de los estu­ dios gramaticales. El hábito, sobre todo en los principiantes, de exi­ gir la corrección en la forma se convierte a menudo en pedante­ ría que rechaza cuanto no satisface a un ideal falso o legítimo. Por lo mismo que una forma descuidada suele ser indicio de poca soli­ dez en la parte sustancial de la obra, es ordinario que, en faltando lealtad para reconocer méritos de otro orden, o ciencia para dilu­ cidar la materia sobre que versa un escrito, acuda la pasión a la odiosa tarea de probar que el contrario no sabe gramática. Dicho se está quejamás ha sido nuestro designio proporcionar armas pa­ ra esta clase de ataques. Ciertamente, pocas prevenciones en un prefacio han sido igno­ radas en form a más general. Era im portante tener los motivos correctos, p ero la vigilancia debería sin em bargo ser mantenida: Nadie revoca a duda que en materia de lenguaje jamás puede el vulgo disputar la preeminencia a las personas cultas; pero también es cierto que a la esfera de las últimas puede trascender algo del primero, en circunstancias y lugares especiales. Así, el aislamiento de los demás pueblos hermanos, origen del olvido de muchos vo­ cablos puros y del consiguiente desnivel del idioma, el roce con gente zafia, como, por ejemplo, el de los niños con los criados, y los trastornos y dislocaciones de las capas sociales por los solevan-

D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a

tamientos revolucionarios, que encumbran aun hasta los primeros puestos a los ignorantes e inciviles, pueden aplebeyar el lenguaje generalizando giros antigramaticales y términos bajos. Esto sin con­ tar otras influencias, tal vez no tan eficaces, pero que siempre van limando sordamente el lenguaje culto de la gente bien educada; así, en parte pudiera achacarse la diferencia entre la copiosa y más cas­ tiza habla de nuestros padres y la nuestra a lo distinto de los libros que andaban en sus manos y los que manejamos constantemente nosotros; ociábanse ellos saboreando con sus familias las obras de Granada, Rodríguez y Teresa de Jesús, mientras que en nuestros ho­ gares, cuando se lee, se leen de ordinario libros pésimamente tra­ ducidos o periódicos en que, a vueltas de algo original, menudean también traducciones harto galopeadas. Pero como el objeto del len­ guaje sea el entenderse y comunicarse, una vez que los vulgarismos vienen a constituir obstáculos para ello entre diversos lugares, en vis­ ta del estado de la lengua en los demás países que la hablan, hay de­ recho para proscribir lo que sólo por abuso ha logrado privar. Muy lejos en París, llevando la vida de un «m onje secular», traba­ jan d o duro en su Diccionario, Cuervo no fue olvidado en Bogotá. Sus amigos tuvieron el cuidado de preservar y enaltecer su reputa­ ción. A llí había un colom biano que,se había dedicado, con éxito, a una empresa intelectual que le había merecido el reconocimiento y el respeto de las figuras principales de la filología europea. Muy pocos colombianos habían sido capaces de establecerse en el exte­ rior y de sobrevivir y, mucho menos, de labrarse tal prestigio. Él, en consecuencia, siguió ejerciendo una autoridad a distancia. También se mantuvo en contacto con sus amigos, com o lo comprueba su vo­ luminosa correspondencia. U n volum en de ella es con M iguel A n­ tonio Caro27. El prim er Caro en llegar a la Nueva Granada fue Francisco Javier Caro, nacido en Cádiz en 1750. Llegó en 1774, com o protegido del virrey Flórez; hacia 1782 era oficial mayor de la secretaría del virrei­ nato, y se había casado con una de las damas de honor de la virreina. Dejó, entre otros escritos varios; un diario notable, que recoge con minuciosos y maliciosos detalles doce días de rutina burocrática en agosto de 178328. Su hijo, Antonio José, llevó una corta, triste y agita­ da vida política y matrimonial, siendo perseguido p o r los dos ban­ dos durante las guerras de independencia. Su adversa fortuna en

la política también, a su tum o, persiguió a su hijo, el poeta y filóso­ fo José Eusebio Caro, si bien éste tiene el honor de ser uno de los padres fundadores del conservatismo colombiano organizado. Fue el padre de M iguel Antonio. Se marchó al exilio cuando Miguel A n ­ tonio era niño de tierna edad, y nunca volvió a ver a su familia. La fiebre amarilla dio al traste con él en Santa Marta a su regreso, en 185329.

Caro creció en un ambiente de pasión política, así com o de vene­ ración por el estudio y la literatura. La familia vivió en gentil pobre­ za. Desde muy temprano M iguel A ntonio mostró su afición por el estudio. Su abuela Nicolasa Ibáñez trató de infundirle otras ideas: «Desengáñate, hijo mío, el com ercio da la riqueza, proporciona te­ ner buenas relaciones, y una vida divertida y agradable. L o demás no es talento, sino bestialidad, pasar la vida entre las cuatro paredes de la casa con los libros y la pluma en la mano, sin saber cóm o se gana un real, sino atenidos a lo que los demás quieran darles». En carta anterior, también lo había prevenido, por los abismos de su poco co­ mún experiencia personal: «P or Dios, hijo mío, cuida de no meterte en política». Caro no seguiría ninguno de estos consejos. Su tía tuvo un sentido más claro del destino de la familia, cuando le escribió a la madre de él: «Debes saber que todos los Caros han sido pobres». M iguel An ton io le hacía evocar la m em oria de su padre. Caro estaba destinado, inequívocamente, para la política. Es re­ presentante de cierta clase, pero de una clase que tiene su existen­ cia en el gobierno, no en ningún sector o faceta particular de la eco­ nomía. Es heredero de la antigua burocracia del im perio español, tal com o los Cuervo, los Marroquín, los Vergara30. Estas familias es­ taban acostumbradísimas al poder, sin poseer grandes tierras ni ri­ queza comercial. En eso se manifestaban no interesadas, o mejor, desinteresadas: el p od er sí les interesaba. N o les parecía, en lo más mínimo, anormal o inverosímil que éste fuera ejercido por letrados, com o muchos de sus miembros, cuyos antepasados habían venido a las Américas a gobernar a cualquier título. Para los letrados, para los burócratas, el idioma, el idiom a correcto, es parte significativa del gobierno. L a burocracia im perial española fue una de las más imponentes que el m undo haya jamás visto, y no es sorprendente que los descendientes de esos burócratas no lo olvidaran; por eso, para ellos lenguaje y p od er deberían permanecer inseparables. Caro se forjó su reputación política mediante el periodismo y la polémica, en oposición a los gobiernos radicales que predom ina­

ron entre 1863 y 1885. L o hizo así, con gran resonancia, en el re­ sueltamente ultramontano E l Tradicionista, periódico que al fin en 1876 fue físicamente destruido p o r los radicales. También alcanzó fama de literato y erudito. Su bibliografía ocupa ciento treinta pági­ nas en la versión de su hijo, y su obra com pleta en la edición filial ocupa ocho gruesos volúmenes. Además de sus extensos y variados escritos ocasionales, había publicado, antes de la caída de los radi­ cales y en unión con Cuervo, la Gramática Latina. Así mismo, dio a la estampa su Tratado del participio, y Del uso en sus relaciones con el len­ guaje, su traducción de la Eneida, las Geórgicasy las Églogas de Virgi­ lio, al igual que numerosos estudios sobre V irgilio y Andrés Bello, un largo prólogo a las obras del poeta conservador, político y asesi­ nado dirigente de guerra civil, Julio Arboleda, y varios volúmenes m enores de su propia poesía. En 1878 obtuvo con uno de sus p oe­ mas tina mención honorífica en los juegos florales de Montpellier31. Fue a través de sus escritos com o Núñez se fijó en él. Rafael Nú­ ñez, inspirador de las evoluciones políticas de la década de 1880, le hizo el prim er nombramiento político: le designó director de la Bi­ blioteca Nacional. Con Núñez, fue el arquitecto de la Constitución de 1886. Fue ele­ gido' vicepresidente en 1892, pero en realidad ejerció la presidencia mientras Núñez permanecía semirr;etirado en Cartagena, hasta su muerte en 1894. Gobernó Caro, pties, hasta 1898. Su manejo de la sucesión fue un fracaso: su anciano e inválido candidato, Manuel Antonio Sanciónente,'fue sustituido por el vicepresidente, José Ma­ nuel Marroquín, en un golpe de Estado consumado en m edio de la guerra civil, el 31 de ju lio de 1900. A Caro esto le dolió profunda­ mente. Un interés común en la filología, y ser ambos miembros de la Academia, no garantizaban la amistad entre los conservadores32. Caro ordenó grandes pedidos del prim er volumen del Dicciona­ rio de Cuervo y de las Apuntaciones para la Librería Americana: en 1884 solicitó quinientos ejemplares de cada uno, y trescientos de la Gramática Latina que habían escrito juntos33. Se preocupó mucho cuando la llegada de los libros se retrasó por la guerra civil de 1885. En esas difíciles circunstancias, prom ovió el Diccionario en todas las formas posibles: En la Asamblea de Cundinamarca ha pasado por imanimidad, y pro­ puesto por diputados de los tres partidos, un proyecto de decreto

M a l c o l m D eas

en que se reconoce el alto valor científico del Diccionario y se vota la suma necesaria para comprar cincuenta ejemplares; no precisa­ mente, sino que se ordena la compra de cincuenta ejemplares de la obra, y que se incorpore en el presupuesto la suma que se juzgue necesaria para la adquisición inmediata del primer tomo. También he tenido alguna parte en este asunto, aunque no la iniciativa. Caro le remitió a Cuervo una entusiasta reseña hecha por Marco Fidel Suárez, en la que calculaba que la obra completa podría abar­ car doce volúmenes de mil páginas cada mío, quizá más de lo nego­ ciado por la Asamblea de Cundinamarca. Después del cambio de g o ­ bierno, Caro se propuso persuadir a los gobernadores de los demás departamentos, designados bajo los términos de la nueva Constitu­ ción: Como los gobernadores de los departamentos tienen provisional­ mente las facultades de las asambleas, me parece que no será difícil que compren cierto número de ejemplares del Diccionario a ejempío de Cundinamarca. Promoveré esto con la debida circunspección y decoro, y en modesta escala. Así, pues, una fina y refrescante lluvia de Volúmenes I, A-B, cae­ ría sobre las resecas y sedientas provincias. Caro también reseñaría la obra « n form a inequívoca: ■

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.A:La Luz enviaré el artículo que me ha pedido el doctor Núñez; se­ rá más filosófico que literario. La idea será que una obra como su Diccionario de usted y otras semejantes no hubieran podido com­ ponerse, ni aun concebirse, bajo la influencia de los falsos principios que dominaban en el siglo xvm, cuando se creía que el lenguaje era cosa de capricho, y la gramática reglamento revolucionario; y de aquí tomaré pie para mostrar el parentesco entre la filología de la Enciclo­ pedia y la Revolución francesa. El doctor N úñez de hecho bendijo la obra, pero fue de m enor ayuda para las ventas; Caro escribió de nuevo: Nada tengo que decirle del Diccionario. El doctor Núñez me ha es­ crito una carta en que me dice que esa obra «alegra y pasma». La

tiene sobre su mesa, y el otro día le oí discurrir sobre ella delante de muchas personas con la mayor propiedad. Con todo esto no me . he atrevido a pedir que el Gobierno se suscriba, porque se ha ini­ ciado una época de economías feroces-, se ha reducido el ejército, suprimídose muchos destinos, y acordándose que no habrá más auxi­ lios que los decretados para el ferrocarril de Girardoty el del Cauca. Veremos si los gobernadores toman algunos ejemplares. Lástima que no había llegado a «g », para gobernador. El prop io Cuervo respetaba a Caro com o gramático y filólogo. Tuvo hasta la cortesía de reconocer una sombra de temor: en la in­ troducción al Diccionario, página xxxrx, escribe que «varios puntos que hemos tratado, han sido aclarados y resueltos p or M iguel A n­ tonio Caro en su escrito Del uso en sus relaciones con el lenguaje, con tanta precisión filosófica y filológica, que uno experim enta cierto tem or al volver a m encionarlos». Caro, al fin, concluyó que literatura y política eran incompatibles. Pero en su carrera, frecuentemente se confunden. Com o todos los políticos grandes, suscitó anécdotas, y muchas de ellas aluden a su erudición34. Tenía un busto de Virgilio en su patio. «¿Virgilio qué?», pregunta un curioso visitante, bastante despistado. «Virgilio Rodrí­ guez», replica Caro. Dos curiosos ciudadanos lo visitan para pregun­ tarle qué diferencia hay éntre «estar d orm id o» y «estar durmien­ d o»: «L a misma que entfe “estarjodido” y “estar jo d ie n d o ”», fue la impublicable — y, virtuálmente, intraducibie— respuesta. Otros dos piden la definición de «teología»: «Pues — dice Caro— , sucede que la teología es una yerbita que suele encontrarse en los campos de Boyacá, que si la comen los burros los hace engordar hasta reventar», refiriéndose a ese departamento notoriamente conservador y cleri­ cal. En form a elemental, las anécdotas reflejan cóm o la reputación de sabio de M iguel An ton io Caro entraba en el ambiente político cotidiano, pueblerino. Esta agregaba a su erudición grandes dosis de sarcasmo, ingenio y don de gentes; fue un hombre abordable por los humildes. Las anécdotas tienen interés político: son parte de la hegem onía que él representó, .parte de la form a com o la erudición se hacía sentir. Cada alumno de escuela del país sufrió con las lecciones de orto­ grafía y sobre el gerundio. Tales lecciones tenían una dimensión adi­ cional cuando el maestro del participio, o el autor de la ortografía,

desempeñaban la presidencia, en una época en que el m étodo p e­ dagógico que prevalecía era el que se resumía en la frase «la letra con sangre entra». U na descripción más detallada del sistema educati­ vo de entonces permitiría observar cóm o esta autoridad se transmi­ tía en el seno más amplio de la sociedad35. El dominio del idioma llegó a ser, y lo fue durante mucho tiempo, elemento del poder político. Núñez se sirvió de él, como Caro y como Marco Fidel Suárez. Este último, desalojado de la presidencia p or los ataques de su copartidario conservador Laureano Gómez, aban­ donó el poder disparando esta flecha gramatical del parto: «L o úni­ co que no perdono en su discurso es el error gramatical (...) el peca­ do de decir “ovejos”, término desventurado que echa a perder tan brillante oración (...) él todavía no conoce la diferencia entre “ove­ j o ” y “cordero”» 36. Quizá Laureano Gómez, el más formidable polí­ tico conservador de los años treinta, los cuarenta y los cincuenta, más tarde reparó el entuerto con su apoyo al Instituto Caro y Cuer­ vo, centro fundado por el ex alumno de Caro, Alfonso López Pumarejo, y sostenido p or el Estado para estudios filológicos y literarios, cuyas ediciones pulcras y escogidas m e han suministrado buena par­ te de los libros y los materiales necesarios para este ensayo. N o tiene rival en Am érica Latina el Caro y Cuervo en su especialidad; quizá lo tenga en otros lugares del globo, pero éstos han de ser muy con­ tados. ¿Cuál es la ideología de todo esto? Realmente, hay aquí una ideo­ logía coherente que vale la pena volver a examinar en el año cente­ nario de 1992, cien años después de efectuarse la elección de Caro a la vicepresidencia de la República. ¿Por qué se preocuparon tanto p or el idioma? Proclamaron su tem or p or la fragm entación del español, que podría generar una Babel después de la independencia. Com o tantas otras veces, la clá­ sica definición de esta posición la hizo Andrés Bello, en su discurso al inaugurar la Universidad de Chile, en 1843: Si concedemos carta de naturaleza a todos los caprichos del extra­ vagante neologismo, entonces nuestra América, en corto término, reproducirá la confusión de las lenguas, de los dialectos y, de lasjer­ gas, que es el caos babilónico de la edad media; diez países perde­ rán uno de sus más poderosos vínculos fraternos, uno de sus más preciosos instrumentos para la correspondencia y el comercio37.

Esto es lo que continuamente parafrasean los colombianos. El idioma no es considerado tan importante como elemento de la uni­ dad nacional colombiana: la mayoría de los colombianos hace mu­ cho que habla español, por largo tiempo, y las concepciones román­ ticas sobre las lenguas nativas reciben poca atención de los émulos de Caro. Entonces, cuidar la lengua es preservar la comunicación con el m undo hispanoparlante. ¿Qué tan sincera era esta concepción? N o creo que ella obede­ ciera a ningún impulso económico, a ninguna visión del futuro eco­ nóm ico del país: esto más bien explicaría la anglofilia de los años 1820, que no le gustó a la mayoría de quienes se preocupaban por el futuro del idioma español en Colombia. Pero estas personas tam­ poco estaban tan directamente interesadas en la comunicación con sus vecinos, o con España. Los comienzos de la Babilonia fueron evi­ dentemente lentos; el país estaba poco interesado en sus vecinos y, antes de las superficiales festividades de 1892, tan poco com prome­ tido con España com o ésta con la Nueva Granada, la Confedera­ ción Granadina, los Estados Unidos de Colom bia o la Colom bia de la Constitución de 1886. Ciertos colombianos se sentían felices con la aprobación de Es­ paña: Cuervo, Caro, Marroquín, Suárez, se sentían todos halagados con los elogios de españoles, en una ocasión o en otra. Hemos visto, que eran correspondientes de la Academia Española, y que buscaron su bendición para la Academia Colombiana. Sin embargo, no es tan­ to el servilismo; es másbien com o si se buscara un instrumento. Por católico ortodoxo y ultramontano que fuera, y aunque venerara a la Rom a de Virgilio y a la Rom a de los papas, Caro no era individuo para recibir órdenes de un obispo o arzobispo, y el Papa residía muy lejos. El no estaba más dispuesto a acatar a filólogos españoles. La preocupación por el idiom a no se derivaba del tem or al aisla­ m iento, aunque Colom bia estuviera aislada, ni del menguante ni­ vel de comunicación con los mexicanos, chilenos o argentinos, que le importaban p oco38. M e parece que el interés radicaba en que la lengua perm itía la conexión con el pasado español, lo que definía la clase de república que estos humanistas querían. Caro, en sus escritos sobre la lengua, insiste con frecuencia en esta continuidad histórica. El ensayo sobre el uso se abre con una invi­ tación a «honrar (...) el recuerdo de aquellos hombres de fe y sin m iedo que trajeron y establecieron la lengua de Castilla en estas re­

giones andinas. Volvemos a conmemorar el día glorioso que en este valle de los Alcázares com enzaron a sonar acentos neo-latinos, de que estas mismas palabras, que p or encargo vuestro tengo el honor de dirigiros, son com o una continuación y un e c o »39. La guerra de independencia es una guerra civil, según la versión de Caro, expresada en su «Americanismo en el Lenguaje», de 187840. L a lucha de España contra los franceses tiene sus aspectos lingüís­ ticos, com o los contiene la siguiente contienda americana: El hecho es que en aquel período de vaivenes sangrientos, revuel­ tas y fraccionamientos, la lengua castellana, lejos de verse amenaza­ da en su unidad, la afianzó recibiendo homenaje unánime, y aveces tributos valiosos, de los escritores que abogaban la causa de diversas y contrarias parcialidades. Lo cual fue entonces una consecuencia, y hoy es demostración, de que la guerra de independencia hispano­ americana no fue guerra internacional, sino una guerra civil, encami­ nada a emancipar como emancipó, de la dominación de un Gobier­ no central, vastos y lejanos territorios. Bien lo entiende y lo expresa . Bello cuando dice: «El que observa con ojos filosóficos la historia de nuestra lucha con la Metrópoli, reconocerá sin dificultad que lo que nos ha hecho prevalecer en ella es cabalmente el elemento ibé­ rico. Los capitanes y las legiones veteranas de las regiones transatlán­ ticas fueron vencidos por las cuadrillas y los ejércitos improvisados de otra Iberiajoven, que abjurando el nombre conservó el aliento indomable de la antigua (...) La constancia española se ha estrellado .contra sí misma». Hemos oído contar que alguna vez el soldado español descubría al insurgente americano por que éste, como noso­ tros hoy día, pronunciaba la «z» como «s». Pero cuando esto suce­ diese, diríamos con más exactitud que el genuino castellano distin­ guía al enemigo por una pronunciación que es provincial en España y que prevaleció en América. Por lo demás semejante señal hubie­ ra sido por punto general equívoca, pues los americanos se divi­ dieron en opiniones, y el elemento indio fue de ordinario adverso a la emancipación. No pocos peninsulares a su vez militaban en las filas patrióticas. En Ayacucho el general español Moret invitó al co­ lombiano Córdoba a que antes de darse la batalla saliesen a saludar­ se en cierto sitio equidistante, los hermanos y parientes que en nota­ ble número había repartidos en uno y otro campo; y así se verificó. ¿En qué guerra propiamente internacional hubiera podido suceder

cosa semejante? Sólo el acento, que suele variar de una provincia a otra, hubiera servido a distinguir, menos la opinión, que la proce­ dencia local de las personas. Caro insiste hasta en señalar al liberalismo origen peninsular: ta­ les ideas, declaró, no se generaron espontáneamente en mentes ame­ ricanas, ni fueron importadas de contrabando desde Francia o Esta­ dos Unidos. Nociones «trans-pirenaicas» ya habían arraigado entre las clases educadas de España, y de allí pasaron a América: Las odiosas doctrinas sensualistas de la escuela de Condillac ha­ bían invadido los venerables claustros de Salamanca muchos años antes de que penetrasen en nuestras universidades. Aquello de «tres siglos de servidumbre» que sonó como feliz frase patriótica en los escritos de (José Fernández) Madrid y Camilo Torres, era ya expre­ sión manoseada en España. Una de las primeras publicaciones de Caro había sido una reseña de las Memorias históriccHpolíticas del general Joaquín Posada Gutié­ rrez, un trabajo famoso por su conclusión: «Laindepen den cia es el único bien que hemos log ra d o»41. Caro y sus aliados estuvieron en eso de acuerdo: defendían la independencia, pero nunca repudia­ rían lo que España había hecho eii las Américas, y ellos ondeaban la lengua com o una bandera. Su visión del pasado era ciertamente coherente, y hasta realista. Evoca el aspecto lingüístico'de la conquista y la catequización42. Por diferentes motivos, anticipa ciertos temas que la historiografía m o­ derna ha escogido para poner de relieve, com o la naturaleza «civil» de las guerras de independencia y la generalizada lealtad al rey en­ tre los indígenas43. Este último punto merece más profunda conside­ ración. Es demasiado fácil ver en estos, escritos nada más que la justifica­ ción de otro «idiom a de dom inación», de un idioma bajo el control de los eruditos y civilizados, que se utiliza para mantener a otros en su lugar, cuyas reglas son parte esencial del orden, en general. Ha­ bría más que decir en defensa de dichos idiomas, más de lo que está actualmente de m oda sostener, pero el énfasis sobre dom inación también pasa por alto en ese caso una nota popular o, por lo menos, paternalista.

M a l c o l m D eas

La gramática y la filología son predominantemente conservado­ ras en Colombia. L o propio ocurre con el folclor, y todo esto está relacionado por la visión compartida del pasado. El prim er «cuadro de costumbres», o bosquejo literario de la vida colombiana, fue escri­ to en 1841 por Rufino Cuervo — «Los Bogas del R ío Magdalena»— y mi impresión es que la mayoría de los escritores de este género, que incluye entre los gramáticos y filólogos a Marroquín y a Vergara y Vergara, fueron conservadores44. Los primeros pintores de la vida colombiana, José Manuel G root y Ram ón Torres M éndez, fueron conservadores. El interés de Marroquín en las rimas, dichos y refra­ nes populares, fue al menos en parte filológico, y es el paralelo co­ lom biano del descubrimiento, p or James Russell Low ell, en el dia­ lecto yanqui, de «la más pura habla sajona que haya quedado en el m u n d o»45. El apacible Rufino José Cuervo, escribiendo desde Pa­ rís, se manifestó inusitadamente ávido de echarles un vistazo a los apuntes sobre dichos y refranes de Marroquín, y le escribió a Caro con la esperanza de que éste buscase otras fuentes: el poeta Rafael Pom bo coleccionaba rimas, el costumbrista Caicedo y Rojas prover­ bios (ambos fueron conservadores). «¿Sabe usted si alguien ha pensádo en recoger cuentos de criadas a estilo de los Grim m y Andersen?»46. La búsqueda era de cosas viej as, incontaminadas y esencialmen­ te “españolas. El enem igo no era el americanismo — Caro, Cuervo y Marroquín, todos defendieron los americanismos en su debido lugar— sino el neologismo, el galicismo, la importación reciente. La tradición y el predom inio conservadores en el estudio del folclor, estudio con una pronunciada inclinación lingüística, persistieron en los años 1950. Las hebras sejuntan, por ejemplo, en el caso de Lucio Pabón Nú­ ñez, ministro de Gobierno, brevemente ministro de Guerra en la ad­ ministración conservadora de Laureano Gómez, y uno de los auto­ res del golpe de Estado de 1953. Entre sus escritos figuran un estudio sobre el folclor en su departamento natal, Norte de Santander, un ensayo sobre José Eusebio Caro, y otro con motivo del centenario de la Gramática de B ello47. Este último apareció en el año sectario de 1952. Por esa época se construyó una calle nueva que atravesaba el principal cem enterio de Bogotá. Los liberales la llamaron «Ave­ nida Pabón N úñez», pues dejaba muertos a cada lado. Una vez más, com o con el general Uribe Uribe, un gramático en m edio de una guerra civil, o casi una guerra civil.

El historiador comunista Nicolás Buenaventura declaró alguna vez que cuando alguien le felicitaba por la pureza de su español siem­ pre pensaba en los doscientos m il muertos que ella le había costa­ do al país48. Quizá argüía que el aislamiento había conservado puro el idioma, pero que había tenido otros efectos menos felices, y tal vez pretendía expresar el rechazo de esta arrogante erudición y la distorsión de valores que algunas veces implica: «cuidar la lengua» no es garantía de tolerancia en política49. En los últimos sesenta años filología y gramática, no sin luchar, han cedido, gradualmente, la posición central que una vez ocuparon en la cultura colombiana. Los conservadores perdieron el poder en 1930, a manos de un Partido Liberal liderado por el antiguo pupilo de Caro, Alfonso López Pumarejo, quien tenía mucho de pedagogo pero cuya mente se inclinaba a dictar lecciones sobre otros asuntos. La Libren a A m ericana fue consumida por las llamas del B ogo tazo, 9 de abril de 1948. Nuevas ciencias anglosajonas, particularmente la economía, han suministrado oportunidades alternativas para el ejercicio de la erudición, y han engendrado nuevos «vocabularios de dom inación». Es difícil, actualmente, para la mayoría de los co­ lombianos evocar esa clase de hegem onía que he tratado de recor­ dar,. imaginar las lealtades que exigió en sus días de esplendor, y hasta entender las ganas de burlarse de ella, que algunos todavía sintieron hasta hace veinte años. Este ensayo llama la atención sobre un fenóm eno inusitado: el g o -. b iem o de los gramáticos en form a peculiarmente directa y pura. Si esos hombres fueron «intelectuales tradicionales», en el sentido gramsciano, entonces ciertamente disfrutaron de la autonomía que Gramsci les atribuía. Una explicación más a fon do de qué fue lo que les perm itió ejercer tanta influencia durante tanto tiempo, de­ mandaría un examen más minucioso de la estructura del país, de sus debilidades comparativas, económicas e institucionales, que no le perm itieron producir Guzmanes Blancos, pero que les dieron a nuestras figuras su ventaja comparativa. U n o de ellos, José Manuel Marroquín, derivó hacia la noción de que Colombia, no muy afor­ tunada en lo demás, disfrutó de cierta ventaja comparativa lingüís­ tica: «L a Nación, que, ya que en otros, ramos de la cultura no puede com petir sino con muy pocas, puede en cuanto a lenguaje pre­ ciarse de no ser de las últimas»50. Durante mucho tiempo se exportó poco, pero la industria domés­ tica prosperó extraordinariamente.

N otas

El autor desea agradecer a Bill Schwarz, Efraín Sánchez y Eduardo Po­ sada. Traducción basada en primera versión de Luis E. Guarín G. L Una biografía accesible es E. Santa, Rafael Uribe Uribe, Bogotá, 1962. Como ejemplo de su actividad, véanse sus Discursosparlamentarios, Bogotá, 1896, y su Por la América del Sur, 2 Vols., Bogotá, 1908; también C. A. Urueta, ed., Documentos militares y políticos, Bogotá, 1904. 2- Medellín, 1887. 3-Según parece, en ocasiones eran también de rigor. En sus memorias, Julio H. Palacio comenta una de las cartas de Uribe Uribe a su padre, el general conservador Francisco J. Palacio, clarificando relaciones entre él y sus enemigos: «Vibrante, enfática, y casi me atrevería a calificarla de so­ berbia (...) comunicación sin embargo redactada en términos corteses para el comandante en jefe del ejército del Atlántico a quien no se nega­ ba el tratamiento de vos con tanto el código militar, como el de régimen político y municipal señalaban para los generales en jefe». J. H. Palacio, Historia de mi vida, 2 Vols., Bogotá, 1942 y s. f. (1990), Vol. 2, pp. 179-180. 4- G. Hernández Peñalosa, ed., Anécdotasy poesías satíricas de Miguel An­ tonio Caro, Bogotá, 1988, pp. 82-84. 5-La cita es de B. Anderson, Imagined Communities, Londres, 1983, p. 69, y reconoce la inspiración de H. Seton Watson, Nations and States, Boulder, 1977'. ’ He encontrado particularmente útil para propósitos de comparación R.D. Grillo, DominantLanguages. LanguageandHierarchy inBritain andFrance, tambridge, 1989; también K Cmiel, DemocraticEloquence. TheFight over Popular Speech in Nineteenth Century America, Nueva York, 1990; y O. Smith, ThePolitics ofLanguage, 1791-1819, Oxford, 1984; ambos tratan temas re­ lacionados. 6-Ambas citas son de D. Boorstin, TheAmericans. The ColonialExperience, Nueva York, 1958, pp. 277-287. 7-Tampoco el presidente Santander descuidaba la gramática: «No sólo ilustraba al Senado sobre cuándo la conjunción “o” debía usarse así, o es­ cribirse “u”, sino que señaló tres errores gramaticales menores en una ley y halló tiempo para observar que “expresarán siempre” sería “más elegan­ te” que “siempre expresarán”». D. Bushnell, The Santander Regimein Gran Colombia, Delaware, 1954, p. 41. Hubo otros prominentes gramáticos liberales, además de Santander, como otro presidente, Santiago Pérez; pero la gramática era, predomi­ nantemente, una preocupación conservadora: «El odio a la gramática y a

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la lengua latina es en Colombia como la divisa de las escuelas políticas reformadoras y revolucionarias; y no les falta razón para ello, porque no hay en el mundo nada más tradicional y conservador que el lenguaje, ya que él es el trasunto de los sentimientos más caros al hombre: la religión de los antepasados, las glorias nacionales, los purísimos afectos hogareños, cada uno de los cuales tiene en cada familia, de generación en generación, su vocabulario especial, una especie de idioma propio que sólo entienden a fondo los que han vivido en íntimo contacto con las personas que a la sombra de un mismo techo recibieron una misma educación, y han expe­ rimentado los mismos goces y sufrimientos. La dañosa tirria que en Colom­ bia le tienen algunos escritores a la gramática y a toda antigua cultura, proviene en parte de que don Miguel Antonio Caro, don RufinoJ. Cuervo, don José Manuel Marroquín, don Marco Fidel Suárez y tantos otros hom­ bres ilustres pertenecientes a la misma escuela política que contaron, en­ tre otras muchas excelencias, la de haber consagrado a las humanidades lo más florido de su vida, con lo que alcanzaron, si no bienes de fortuna ni la estimación de muchos de sus compatriotas, sí verdadero renombre para su patria en centros europeos de gloriosas tradiciones literarias. A don Manuel María Mallarino le hacían el cargo de que en medio de las duras faenas del gobierno empleaba algún tiempo en la lectura de los au­ tores latinos. Don Julio Arboleda era un scholary don Carlos Holguín re­ citaba de memoria largas tiradas de La Eneida. La enemistad para con la gramática tiene pues como causa uná.pobre ojeriza o reacción de partido». L. M. Mora, Los maestros deprincipios de siglo, Bogotá, 1938, pp. 8-10. Véase del mismo autor Croniquillas de mi ciudad, Bogotá, 1936,2aed., 1972, para la fisonomía cultural de Bogotá durante las décadas de 1880 y 1890. 8El diccionario de Uribe Uribe halló una recepción contradictoria. El poeta conservador Rafael Pombo al comienzo lo denunció como plagio del trabajo de su amigo Cuervo, desfigurado por «términos no oídos en la­ bios honestos», y «por antioqueñismos no escuchados fuera de esa región»; además, el autor fue irrespetuoso con la Academia. Un viraje posterior en alianzas políticas lo llevó a revisar su opinión. El diccionario fue trata­ do de inmoral en el periódico de Medellín La Miscelánea, pero fue aproba­ do por el obispo. 9 J. M. Marroquín, director dé la Academia Colombiana de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española, Tratados de ortología y ortografía de la lengua castellana, Bogotá, 1858. El libro ha sido reeditado frecuentemente en Colombia, y fue impreso durante muchos años por Appleton 8c Co. de Nueva York, quienes tam­

bién publicaban la guía principal de la etiqueta latinoamericana, la Urbani­ dad de Carreño, y por Gamier, de París. Otras ediciones: La Habana, 1860; Piura, 1861; Cuenca, 1874. Mis citas son de una edición facsímil, Medellín, 1989. Sobre su acogida e importancia, véaseJ.M. Marroquín, presbítero, Don José Manuel Marroquín íntimo, Bogotá, 1952. 10-El Análisis Gramatical dePax ocupa las páginas 415-558 de sus Obras, Vol. i, Bogotá, 1958, que también contiene sus otros tratados formales de gramática. Su periodismo gramatical ha sido pulcramente recogido por E. Caballero Calderón, Sueños gramaticales de Luciano Pulgar, Bogotá, 1952. 1L Hay una práctica lista de gramáticas y de gramáticos en las Obras com­ pletas de Marco Fidel Suárez, ed. JJ. Ortega Torres, 3 Vols. a la fecha, Bogotá, 1958, Vol. II, pp. 99-100. Aunque larga, es incompleta. 12-Para un recuento del colegio — y también para la temprana historia de una hacienda colombiana— véanseJ. M. Marroquín, En Familia, Bogotá, 1985, pp. 300-301 y j. M. Marroquín, presbítero, Don José Manuel Marro­ quín íntimo, Bogotá, 1915, Cap. 5. 13 J. M. Marroquín, presbítero, op. cit., p. 211. 14-Vale la pena leer la carta enviada por Vergara y Vergara desde Ma­ drid a Marroquín, el 1 de mayo de 1870, en que relata cómo logró el reco­ nocimiento de la Academia Española: «Yo le dirigí a la Academia un escrito en que le hablo con cierta insolencia. El rey de España, les digo, perdió las Américas porque no quiso reconocerles ni el carácter de provincias; y las que él no quiso ver ni como provincias, son hoy repúblicas. La Acade­ mia va a perder también su reino con América, y no quiere reconocemos, como Femando VII no quiso reconocer a Bolívar. Puede ser que éste sea el gran cataclismo que espera a la lengua española, pues al fin y al cabo América tendrá que prescindir de toda regla peninsular y atender por sí misma a sus seguridades». Citado enj. M. Marroquín, presbítero, op. cit., p. 208, No. 1. 15-J. M. Marroquín en respuesta a una solicitud de la Academia Gua­ temalteca, 10 de agosto de 1884: «El Gobierno de esta República adoptó en otro tiempo como ortografía oficial la llamada americana. Aquí se ha­ bía incurrido en la extravagancia de considerar dicha ortografía como inse­ parable de los cánones del Partido Liberal. Este partido subió al poder en 1861, y en él se mantiene, lo que parece hubiera debido ofrecer al mis­ mo sistema ortográfico el apoyo más eficaz. No obstante, el gobierno ha cedido al empuje de la opinión y al ejemplo de la mayoría de la gente edu­ cada, y emplea hace ya algunos años, por resolución expresa del Cuerpo Legislativo, la ortografía pura e íntegra de la Academia Española». Citado en J. M. Marroquín, presbítero, op. cit:, p. 137.

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Las connotaciones políticas de la ortografía eran, en realidad, menos claras. Marroquín observó que la lealtad no había seguido las líneas parti­ distas: «Con jotas y con ¿eslatinas se batieron El Catolicismo y El Tiempo, el señor Groot y el doctor Murillo. Dos de los últimos campeones de la or­ tografía antigua, don Ulpiano González y el doctor Lleras, eran liberales conspicuos. Entre los conservadores de hoy hay acérrimos enemigos de lag-y de la y». La ortografía americana fue un capricho juvenil de Andrés Bello y de Juan García del Río, propuesto en la publicación londinense RepertorioAme­ ricano, en 1826. Tuvo más éxito en Chile. VéaseJ. M. Marroquín, «De la neografía en América y particularmente en Colombia», en Repertorio Colombia­ no, Vol. 2, No. 12, Bogotá, junio de 1879, en donde también se encuentra la referencia a El Catolicismo, etc. 16- Caro a Cuervo, 25 de mayo de 1880, en M. G. Romero, ed., Epistola­ rio deRufinoJosé Cuervo con Miguel Antonio Caro, Bogotá, 1978, p. 51. Caro se equivocó sobre el consejo de la limpieza pública de los dientes; no está en Cervantes, sino en el anónimo Lazarillo de Tormes. Esto contrasta con los primeros años de la Academia Venezolana: fun­ dada en 1883, como parte de las celebraciones del centenario de Simón Bo­ lívar, ésta se unió al coro general de aduladores del dictador Antonio Guzmán Blanco. Elegido como su primer presidente, Guzmán Blanco insistió en inaugurar sus labores con una conferencia sobre su teoría de los oríge­ nes vascos del españolóla: cual fue bellamente editada y ampliamente di­ vulgada. La teoría era infundada. Venezuela produjo' notables gramáticos. Andrés Bello nació y fue edu­ cado allí, y también Caracas puede ufanarse del notable gramático y polí­ grafo Juan Vicente González. Pero la comparación entre la carrera de éste y la de Caro muéstrala distancia relativamente corta que, gracias a la eru­ dición, pudo recorrer alguien en Venezuela. Para la Academia Venezola­ na y para González, véanselos artículos correspondientes en el Diccionario de Historia de Venezuela, 3 Vols., Caracas, 1988. González fue autor de un Compendio de Gramática Castellana, Caracas, 1841, que fue objeto de muchas reediciones, entre otras una por lo menos en Bogotá, 1857. 17- 2 Vols., París, 1892. 2a ed., 2 Vols., Bogotá, 1946. Referencias de la 2a ed. 18- Ibíd.,Yol. 1, pp. 37-38. 19- Ibíd., Vol. 1, p. 39. 20- Ibíd., Vol. 1, p. 40. 2h Ibíd., Vol. l,p . 188.

22- Estos detalles de la vida de Cuervo de la Vida, Vol. 2, Cap. 6. 23- Ángel Cuervo combatió al lado del derrotado conservatismo en la guerra civil dé 1859-1862 y dejó su versión en Cómo seeuapora un ejército, Pa­ rís, 1900. Otro de los hijos, Antonio B. Cuervo, fue historiador y destaca­ do general conservador, y otro, Luis María, educador. 24' A. Cuervo, LaDubada, ed. M. G. Romero, Bogotá, 1973. Este énfa­ sis en las tradiciones de la comida fue común entre los conservadores. Su clásica expresión se encuentra en la elaborada pieza costumbrista dej. M. Vergara y Vergara Las tres tazas, que describe el paso del chocolate al café y al té en el seno de la sociedad bogotana como una lamentable decaden­ cia. Artículos literarios, Londres, 1885, pp. 197-232. 25- Para detalles del establecimiento de la cervecería y su venta final, M. G. Romero, ed., Epistolario deÁngely RufinoJosé Cuervo con Rafael Pombo, Bogotá, 1974, pp. x x v ii y ss. Se fabricaba «palé ale, excelsior ale, porter ale, porter and bitter ale» y las etiquetas que traían las botellas se imprimían en París. Los ingresos de sus propiedades y la inversión del producto de la venta de la cervecería les significaron a los hermanos una renta anual de cerca de $10.000, aproximadamente 2.000 libras esterlinas de la época. 26‘ R. J. Cuervo, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, 4a ed, Chártres, 1885, p. 1. Todas las referencias se hacen sobre esta edición. To­ das las citas que siguen son del prólogo, pp. i-xxrv. 27‘ M, G. Romero, ed., Epistolario de Rufino fosé Cuervo con Miguel Anto' nio Caro, Bogotá, 1978. 28; Diario de la secretaría del Virreynato de Santa Fe deBogotá. No comprende más queDoceDías. Pero no importa, Quepor la Uña se conoce al León; Por laf au­ la elPákaro, y por la hebra sesaca el ovillo. Año de 1783. Madrid, 1904. (Reim­ preso en A. Gómez Picón, FranciscoJavier Caro. Tronco Hispano de los Caros en Colombia, Bogotá, 1977). 29- Para la familia Caro, véaseM. Holguín y Caro, ed., Los Caro en Colom­ bia, de 1774 a 1925. Sufe, supatriotismo, su amor, Bogotá, 1942. Esta obra con­ tiene trozos de muchos papeles familiares. Para las desventuras perso­ nales de Antonio José, véaseJ. Duarte French, Laslbáñez, 2a ed., Bogotá, 1982, con prólogo de A. López Michelsen; la relación del general San­ tander con la esposa de Antonio José, Nicolasa Ibáñez, también se trata en P. Moreno de Angel, Santander, Bogotá, 1989. La mejor fuente parajosé Eusebio son sus propias cartas, JoséEusebia Caro, Epistolario, ed. S. Aljure Chalela, prólogo por L. Pabón Núñez, Bogotá, 1953, y compilados por el mismo editor, sus Estudios históricopolíticos, Bogotá, 1982. La mejor introducción a Miguel Antonio Caro es M. A. Díaz Guevara, La vida de don Miguel Antonio Caro, Bogotá, 1984.

Indispensable para su pensamiento y su contexto, J. Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo xix, Bogotá, 1964; 3aed., Bogotá, 1982. 30‘ Vida de Ignacio Gutiérrez Vergara, por su hijo Ignacio Gutiérrez Ponce, 2 Vols., Londres, 1900 y Bogotá, 1978, merece compararse con la vida de su padre por los Cuervo. Ignacio Gutiérrez tuvo antecedentes fami­ liares parecidos y carrera política semejante, aunque más agitada. La obra lamenta la anglofilia de la década de 1820, con el cambio de la noble cali­ grafía española por la inglesa, de nuevo cuño. Ignacio Gutiérrez escribió una célebre Oda al Chocolate (todavía en Bogotá se usa la expresión viejo chocolatero para designar a cierto tipo de viejo santafereño sentimental); amigo de José Eusebio Caro, estimuló aljoven Miguel Antonio; solían in­ tercambiar versos. Entre los antepasados de Marroquín estuvo el fiscal Fran­ cisco Antonio Moreno y Escandón, uno de los más enérgicos e importan­ tes burócratas de finales del siglo xvm en Nueva Granada, cuyas actividades contribuyeron a precipitar la Rebelión Comunera. VéaseJ. O. Meló, ed., Indios y mestizos de la Nueva Granada afinales del siglo xvm, Bogotá, 1985; también «El Fiscal don Francisco Moreno y Escandón», enj. M. Marroquín, Escritos históricos, Bogotá, 1982, pp. 65-87. Marroquín anota, p. 86: «En los escritos y en todos los demás que de él se conservan, el lenguaje es nota­ ble por su elegancia y pureza». 31- Su Himno del latino fue la única muestra en español en una compe­ tencia que atrajo colaboraciones en francés, italiano, «cevenol, perigordino, romano del siglo xn, loraguésylanguedocino, catalán y milánés». Véa­ se «Fiestas Latinas en Montpellier», en Repertorio Colombiano, Vol. i, No'. 4, Bogotá, octubre de 1878. Para la historia y trascendencia de estos festiva­ les, véase Grillo, op. cit., Cap. 4, «AViewfrom the Periphery: “Occitanié”». 32- Es tentador contrastar su filología, así como su política. Las rimas ortográficas de Marroquín, por difíciles que hayan sido de aprender, no dejan de ofrecer cierto toque de frivolidad. En unas notas autobiográficas privadas, escritas en 1881, hace esta confesión: «Muchos, conociéndome como conservador viejo y no ignorando que he escrito cosas que se han im­ preso, me atribuyen la mitad de lo que sobre política se escribe. Todos, todos están engañados, y lo están tanto como los que me tienen por gran literato, los que se quedarían lelos si supieran la estúpida bostezadera con que escucho las doctas disertaciones de mis amigos doctos sobre Virgilio, sobre Bryant o sobre Muller». J. M. Marroquín, presbítero, op. cit., pp. 249­ 250. Fácilmente se adivina cuál era el erudito amigo que disertaba sobre Vir­ gilio.

(La psicología de Marroquín merece estadio aparte. Revisando otras fuentes para este ensayo, el autor encontró este párrafo final del prólogo de Marroquín a la Gramática práctica de la lengua castellana, de Emiliano Isaza, Bogotá, 1880: «Cierto compatriota nuestro, ponderando la belleza del cementerio de no sé qué ciudad de Italia, decía que le había provoca­ do morir por ser enterrado en él. Yo, dejando a un lado la cuestión de si el enseñar Gramática es cosa que merezca compararse con la muerte, diré que me provoca volver a ser maestro de castellano para'tener la satisfac­ ción de enseñar por el texto del Sr. Isaza».) Un profundo odio también separó a Marco Fidel Suárez yjosé Vicen­ te Concha. 33- Véaseel epistolario Cuervo-Caro numerosas menciones de temas re­ lacionados con la venta del diccionario en las cartas de 1885-1886. El volu­ men A-B pesaba cerca de dos kilos, el límite postal máximo; sólo se podía incluir con el libro la nota más breve y delgada. Los trozos que siguen son del epistolario. 34‘ Están recopiladas convenientemente en G. Hernández Peñalosa, ed., Anécdotas y poesías satíricas de Miguel Antonio Caro, Bogotá, 1988. 35, Para una descripción del método de enseñanza en las provincias de «las definiciones, lasjaculatorias, los versos de la ortografía, la lista de los verbos irregulares», por los métodos de «Don José de Lancaster», refor­ zados con un látigo de cuero de tres colas, véaseJ. Mejíay Mejía, Historias médicas de una vida y de una región, Medellín, 1960. La escuela del caso es­ taba en Salamina, Antioquia. 3f ; C. A. Díaz, «L o que oí, vi y conocí de don Marco», pp. 133-153, en sus Páginas de historia colombiana, Bucaramanga, 1967. Esta obra también contiene un breve recuento de los primeros años de su vida, sus comien­ zos en Bogotá como portero de un colegio, de cómo fue descubierto por uno de los maestros, Caro, por su conocimiento del latín. 37•Citado en E. Rodríguez Monegal, El otro Andrés Bello, Caracas, 1969, p. 312. Los capítulos vi y vn contienen detalles de los antecedentes de los pronunciamientos de Bello y de sus discusiones con D. F. Sarmiento yj. V. Lastarria. A pesar de sus diferencias, Bello les prestó discreto apoyo a los radicales esquemas de Sarmiento para la reforma de la ortografía, con gran horror y sorpresa de algunos conservadores chilenos. 38-Aunque Vergara y Vergara visitó Europa, y aunque los Cuervo eventualmente se establecieron allí, Caro y Marroquín eran notoriamente aversos a viajar. Caro quizá recordaba el desgraciado excilio de su padre, pero dio como excusa la miopía, por la que tuvo una dolorosa experiencia con

D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a

unas hormigas de tierra caliente. Lo más lejos que viajó de Bogotá, pare­ ce haber sido San Gil, a cuatro o cinco días a caballo. VéaseM. A. Díaz Gue­ vara, op. cit. Marroquín, en 1888, llevó a su familia a una correría por las tierras altas, como Tunja, Chiquinquirá, Villa de Leyva, Ráquira y el monasterio del desierto de la Candelaria, y después de dejar la presidencia de la Repú­ blica, tomó unas vacaciones en Villeta y Fusagasugá: entonces fue incluso menos audaz en los viajes que Caro. Aunque en alguna ocasión deseó visi­ tar los Llanos Orientales, su anhelo, curiosamente expresado, fue morir «si Dios le daba vida, salud y licencia para ello, sin conocer el mar». Detalles en j. M. Marroquín, presbítero, op. cit. No hay evidencia de que alguno de los dos hubiera visto el río Mag­ dalena. 39- Repertorio Colombiano, No. xxxvm, agosto, 1881. 40- Ibíd, No. I, julio de 1878. 4,'J. Posada Gutiérrez, Memorias históricchpolüicas, 2 Vols., Bogotá, 1865, 1881. ^ H. Triana y Antorveza, Las lenguas indígenas en la historia social delNue­ vo Reino de Granada, Bogotá, 1987. 43-El historiadorJ. M. Groot, en su Historia eclesiásticay ávil de la Nueva Granada, publicada por primera vez en 1869, le da a la versión conservado­ ra su máxima expresión. La obra contiene un notable pasaje sobre la dis­ tinta suerte de la población indígena bajo la colonia y bajo la república li­ beral. Véase 2a ed., 5 Vols., Bogotá, 1889, Vol. 1, pp. 316-319. .. ^ El bosquejo de Cuervo «Los bogas del Río Magdalena» aparece en El Observador, Bogotá, 16 de febrero de 1840. La mejor antología de costum­ brismo que ha sido reimpresa, es (J. M. Vergara y Vergara, ed.) Museo de Cuadros de Costumbres, 2 Vols., Bogotá, 1866. Algunos de sus autores son prominentes liberales, pero la mayoría son conservadores. El Museo impri­ me un par de trozos de la obra histórica del general Posada Gutiérrez como cuadros de costumbres. 45- Véase Cmiel, DemocraticEloquence, p. 110: «Los ingleses que vinieron aquí en el siglo diecisiete fueroh provincianos cuya habla no había sido afectada por el vocabulario latinizante de los humanistas. Trasladado a América y desprendido del progresivo refinamiento del habla inglesa, el dialecto yanqiú fue producto dfeun desarrollo detenido. Pero esto lo hizo atractivo, no vulgar». 46' Epistolario Cuervo-Caro, p. 111. Cuervo a Caro, 5 de enero de 1884. 47' La Revista Colombiana deFolclor, que en un tiempo rivalizó con la Re­ vista Colombiana deAntropología, fue estimulada por los gobiernos conser­

vadores de 1945 -1953. Las obras de Lucio Pabón Núñez a las que se hace referencia son Muestras Folklóricas del Norte de Santander, Bogotá, 1952; su prólogo a la edición de S. Aljure Chalela del Epistolario dej. E. Caro, Bogo­ tá, 1953; «El Centenario de la Gramática de Bello» en R. Torres Quintero, ed., Bello en Colombia, Bogotá, 1952. El autor, en cierta oportunidad, escuchó al doctor Pabón Núñez cuan­ do se dirigía a los conservadores de Gramalote, Norte de Santander. El discurso fue muy filosófico y muy largo. El doctor Pabón le explicó que el auditorio exigía simultáneamente el estilo — no les gustaban las novele­ rías— y la extensión: nadie iba a efectuar un viaje de medio día para escu­ char un discurso de quince minutos. Para otro florecimiento tardío del entusiasmo filológico y folclórico, véa­ seJ. A León Rey, El lenguajepopular del oriente de Cundinamarca, con respues­ ta del R. P. Félix Restrepo, El castellano imperial, Bogotá, 1954. 48-Intervención en un congreso de historia económica, Bogotá, 1978. Doscientos mil es la cifra convencional de muertos por la violencia en los años cuarenta y los cincuenta. 49-Ni, por supuesto, descuidarla, como se dice con más frecuencia. Para una antología de decadencia, que ahora parece más significativa política­ mente que cuando apareció por primera vez, véaseA. Bioy Casares, Breve diccionario del argentino exquisito, Buenos Aires, 1978. Para un uso no tan inocéntfe dél lenguaje coloquial, véase M-19, Corinto, Bogotá, 1985. Hay ejem­ plos más antiguos. Angel Cuervo se refiere a un coronel que cambiaba de estiló en la guerra de 1859-1862, «redactando panfletos en dos partes: una dirigida “Al pueblo”, en el lenguaje de las venteras y vendedores de po­ llos,-y la otra, en estilo elevado para “A la sociedad”, colmada de giros como vos ereis». Epistolario de Ángel y RufinoJosé Cuervo con Rafael Pombo, p. XXIV. 50- Citado en j. M. Marroquín, presbítero, op. cit., p. 218.

L O S P R O B L E M A S FISCALES E N C O L O M B IA D U R A N T E E L S IG L O X IX

Conviene recordar (...) que las tropas del virreinato de Santa Fe, sepagaban confondos del Perú y Méjico. G . T orres G a r c ía ,

Historia de la moneda en Colombia, p.

31.

Es un extraño espectáculo el ver a un pueblo, tan endeudado y tan libre de impuestos como éste, porque no existe actualmente en el país un solo impuesto directo a menos que el de timbrespueda ser considerado como tal. Yo en vano he buscado quien en estepaísfuera capaz deformar un gobierno lo suficientemente ilustrado como para preferir los intereses de lajusticia y el pago de la deuda al cultivo de la popularidad. Popularidad que seríapuesta en peligro, si no destruida, al establecerse un justo sistema tributario o al crear con liberalidad estímulos al desarrollo de los recursos delpaís para agilizar así el pago de dicha deuda. La presión extranjera, como lo he sugerido, puede empujarlos a hacerlo, pero ello supone la existencia de un clima de tranquilidad, y el Presidente queprevea esa tranquilidad ha de ser un vaticinador más audaz que yo. Del Ministro británico en Bogotá, Wn.UAM Turner, a Lord Palmerston, 1836

(Public Record Office, Londres, Foreign Office 55-5)

I V l i interés por este aspecto cuantificable del pasado de Colombia no nace de un simple deseo de cuantificar. Más bien m e llevó a él mi interés por el desorden. «Las guerras producen malas finanzas y a su vez las malas finanzas conducen a las guerras», guerras civiles inclusive. Dada la relación obvia entre la fortaleza de los recursos del gobierno y de sus fluctuaciones y la posibilidad de mantenerse en el poder, es sorprendente la poca investigación que se ha hecho de las finanzas públicas en Latinoamérica durante el siglo xrx y de sus raíces: la tributación1.

D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a

Cuando se afirma que un país es rico o que un gobierno es pode­ roso se dan usualmente las razones de esto. P or el contrario, la po­ breza y la debilidad de un país no son generalmente motivo de estu­ dios tan detallados, aunque el caso sea igual de complicado. Hay que empezar con las finanzas públicas. Schumpeter asegura que el estudio de las finanzas públicas es «uno de los mejores puntos de par­ tida para la investigación social, especialmente, aunque no de ma­ nera exclusiva, para el de la actividad política. El espíritu del pue­ blo, su nivel cultural, su estructura social, las metas de sus políticas, todo esto y mucho más está escrito libre de todo adorno en su histo­ ria fiscal». A lg o semejante dice de manera más gráfica el español J. Navarro Reverter: «Las finanzas públicas de los estados expresan toda la vida de las naciones. P o r lo tanto, similar a la manera en que un naturalista a partir de un diente puede reconstruir todo el animal, el presupuesto de la nación le enseñará todo el mecanismo nacional a alguien que entiende de finanzas. Esas columnas de números, en grandes y poco leídos tomos, dan una m edida del grado de pobre­ za o riqueza de un país, d.e sus fuerzas productivas, de sus tenden­ cias y deseos, de su decadencia o progreso, de su vida política y de sus instituciones, de sus tradiciones y cultura, de su p od er y de su destino». Schumpeter concluye así: «A qu el que sabe escuchar este mensaje de las finanzas públicas oye m ejor que en cualquier otra parte el trueno de la'historia universal2. . . N o es exactamente el trueno de la historia mundial lo que se es­ cucha en el llanto ahogado de las Memorias de Hacienda de C olom ­ bia del siglo pasado, sino las características de toda una econom ía política de pobreza. N o se tiene que participar de la m onom anía fiscal al estilo Cuvier del español citado — los estudiosos de la tri­ butación tienden a explicarlo todo en sus términos— para estar de acuerdo con que la cuidadosa lectura de los balances fiscales, lec­ tura que escasamente se ha iniciado a nivel académico, puede ayu­ dar a explicar o a dar inform ación acerca de muchos aspectos de la vida republicana. Parte de esta historia es obvia y algunos círcu­ los viciosos son bien conocidos. Otras partes lo son menos o se han olvidado, o sencillamente no se conocen. El Estado colombiano era en verdad pobre. Esto es obvio hoy en día, pero vale la pena recor­ dar que ello fue una sorpresa para muchos de sus habitantes m ejor informados y para casi todos los extranjeros — los ingleses, los fran­ ceses, los norteamericanos y los suecos— después de las evalúa-

dones exageradamente optimistas de la década de 18203. N o fue tampoco el desarrollo posterior del pensamiento fiscal local siem­ pre de creciente realismo y sobriedad. Había que sufrir aún las des­ ilusiones de los pocos recaudos de uno y otro arbitrio. También hubo intentos románticos de ver virtudes en una realidad desalentadora, que confundieron el Estado pobre en una econom ía pobre con la modernidad del Estado m ínim o postulado por las teorías de laissez faire. Algunos extranjeros siguieron siendo cándidos: los tenedores de bonos durante m ucho tiem po sobreestimaron la capacidad de Colombia para pagar, y poco entendieron por qué no había llegado el mom ento para reabrirse el crédito colombiano en el exterior rea­ nudando los pagos de la deuda externa4. Esto se explica porque ellos no podían desde lejos ni sentir las presiones ni vivir las restriccio­ nes bajo las cuales se movía el gobierno colombiano. Aunque éstas eran tan notorias y severas, solamente unos pocos comentaristas se tomaron la molestia de estudiarlas o sencillamente de registrarlas con exactitud. Las recomendaciones de lo que se p od ía hacer o de lo que se debía hacer eran frecuentemente erradas. Todavía los histo­ riadores incurren en las mismas apreciaciones equivocadas. La impor­ tancia tributaria del com ercio exterior no se destaca o se subestima aún p or comentaristas modernos, siendo que no había alternativa práctica al fom ento de un fuerte renglón de exportación, un staple, com o fuente eventual de recursos fiscales5. ¿Por qué eran tan escasos los recursos de estos gobiernos? El ob­ jetivo dé este ensayo es hacer un tour d ’horizon de las posibles fuentes de ingreso y de los arbitrios a que hubieran podido haber recu­ rrido. Gran parte del ensayo, aunque no todo, se dedica al estudio del sistema tributario, ya que después de todo, los recursos fisca­ les no tributarios derivan de la tributación. El ensayo incluye poco trabajo cuantitativo, aunque creo que todos sus aspectos podrían cuantificarse, y me interesaría ver un esfuerzo más completo en este sentido. Pero en realidad m e interesa más la calidad general de la situación del gobierno. Igualmente, en algunos m om entos siento deseos de prestar atención a determinadas cantidades absolutas, la preferencia por series oscurece a veces el significado de las magni­ tudes. Es obviamente imposible tratar, en un ensayo de corta ex­ tensión, de presentar un recuento de la historia fiscal colombiana del siglo pasado; algunas observaciones generales pueden ser apli­ cadas con mayor pertinencia a algunas épocas que a otras. El matiz ha sido sacrificado para dar mayor claridad a todo el panorama6.

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Es un axioma que la facilidad de la recaudación es directamente proporcional a la prevalencia de una econom ía de intercambio. El comercio exterior es generalmente más fácil de gravar que el comer­ cio interno. A l a luz de estas simples observaciones las perspectivas de Colombia fueron tan pobres com o mediocre fue el récord de sus exportaciones. En la lista de exportaciones p er cápita de los países latinoamericanos Colom bia ocupó un sitio bajo, al nivel de Bolivia y Honduras. En 1882 Rafael Núñez escribió: «Com parando el movi­ miento comercial de los otros países hispanoamericanos con el nues­ tro, resulta en efecto, en general, que estábamos a la retaguardia en dicho movimiento. Respecto de algunos de esos países, no sólo esta­ mos a la retaguardia sino que casi los hemos perdido de vista». Carlos Calderón, ministro de Hacienda en la crisis de 1899, se lamentó di­ ciendo que «Colom bia es el país cuyo tesoro se desarrolla más lenta­ m ente». En 1903 Calderón presentó unos datos comparativos para exportaciones y gastos per cápita del gobierno para algunos países. Colom bia estaba muy p o r debajo de M éxico, nación que tampoco ocupaba una posición alta en la escala de los países latinoamerica­ nos: exportaciones per cápita $3 perannum, gastos del gobierno cen­ tral p er cápita $0.75 per annurnJ. El nivel era bajo y aún entonces estaba sujeto a fluctuaciones brus­ cas; la historia del tabaco, la quina y el café es suficientemente bien conocida y no hay necesidad de:repetirla aquí. El producto dé la aduana naturalmente sigue estas fluctuaciones y a partir de finales de los años cuarenta del siglo pasado, los ingresos de aduana llega­ ron a representar entre lá mitad y los dos tercios de las rentas del go­ bierno. Los movimientos de disminución señalaron emergencias po­ líticas, y estas rentas por su propia naturaleza no podían responder a dichas emergencias. Esteban Jaramillo lo expresó así: «En Colom ­ bia, probablemente más que en ninguna otra parte, la renta de adua­ nas ha hecho ver su ineficacia para satisfacer necesidades extremas, por su carácter inflexible y su falta de elasticidad»8. Hay muchos ejem­ plos de este tipo de crisis. En 1885 se vio una combinación de condi­ ciones de depresión en los mercados mundiales, una crisis general en las exportaciones colombiafíasque llevó a la penuria absoluta del gobierno, la guerra civil, el agotamiento de todo crédito y la inaudi­ ta introducción de papel m oneda de curso forzoso. Los ingresos de las aduanas que precedió el estallido de la Guerra de los M il Días mostraron un patrón similar:

1897

1899

1.046.606

713.102

Febrero

982.887

733.409

Marzo

814.505

854.381

Abril

1.138.923

662.851

Mayo

1.117.661

673.6889

Enero

Este tipo de tendencia no necesita mayores comentarios, pero des­ de el punto de vista de la historia fiscal pueden hacerse algunas ob­ servaciones más amplias y útiles acerca de la aduana. L a aduana era un impuesto sobre artículos de primera necesidad. Dos tercios de las importaciones colombianas eran textiles, en su mayoría baratos, des­ tinados a la confección del vestuario de la gente pobre. La clase que consumía lo que en una definición algo espartana uno podría llamar artículos de lujo, era muy pequeña. Esta clase social n o estaba más inclinada a im poner tributación sobre sí misma que cualquier otra clase social en el poder, pero aun suponiendo una rara abnegación, el pequeño caudal de importaciones costosas no era fuente poten­ cial de recursos significativos. Dada la composición de las importa­ ciones colombianas, cualquier aumento en la tarifa se encontraba con la respuesta elástica de un mercado que estaba en gran parte cer­ ca del nivel de subsistencia. N o sólo la posible respuesta de la aduana erá lenta, sino que era también limitada. La regresividad del grava­ men fue por momentos empeorada por los sistemas utilizados — el m étodo de peso bruto tuvo tal efecto sobre los textiles— pero éste era regresivo p or la obligada com posición de las importaciones10. Los consumidores podían comprar lo más barato — hay eviden­ cia de que hicieron esto en los últimos veinticinco años del siglo— o comprar menos, o proveerse p or vía del contrabando. Los minis­ tros y empleados oficiales desarrollaron un conocim iento práctico que les indicaba a cuáles niveles de tarifa el comercio se desviaba de los cauces legales. Muchos de estos funcionarios eran comerciantes. P or todos los argumentos económicos que expusieron, por todas sus euforias temporales, ellos com o ministros estuvieron continua­ m ente preocupados p or las rentas. A las tarifas no se les consideró primariamente com o un instrumento de política económica. A lo largo del siglo xrx la política de la aduana fue esencialmente fisca-

lista. Así com o en el siglo xrx Europa y Rusia gravaron los denrées coloniales, en el mismo siglo en este punto del trópico se gravó la im portación de textiles11. Los puntos finos del argumento pueden ser encontrados en las Memorias, y los detalles técnicos y adminis­ trativos que contienen justifican frecuentemente algunas prácticas usualmente tachadas de anticuadas o rutinarias. Algunos problemas ya tienen su descripción clásica en las Relaciones de mando de la última etapa de la era colonial, las cuales comparten con las memorias re­ publicanas la intensa preocupación por las rentas y el conocimiento que ellas derivan del comercio: «U n Reino en donde no hay comer­ cio activo, no tiene ejercicio la navegación, y sus habitadores son po­ bres, tampoco puede producir para enriquecer el Real E rario»12. Los impuestos a las exportaciones se enfrentaron a un fracaso predecible: iban en contra de la necesidad obvia de incentivar las exportaciones. Estos impuestos no se acomodaban a Colombia, un productor marginal con altos costos en unos mercados competi­ tivos. Con malos precios en el exterior, el café colombiano no podía resistir el impuesto a las exportaciones establecido p or el gobierno de Caro a fines de los noventa, un ejem plo de cóm o tal tributación era la solución menos indicada en las circunstancias adversas que llevaron a un gobierno desesperado a ensayarla13. El gobierno tam­ poco tenía ningún m onopolio natural al cual recurrir. A lle e r la lista de exportaciones, sólo se encuentran las minas de esmeraldas, cuyo derecho de explotación no pudo ser vendido en 1860 por $12.000, y el bálsamo de Tolü, del cual se exportaron $20.000 en 1891. N o había guano colombiano, ni nada similar14. Para el colombiano de finales del siglo, cuando miraba los volúmenes del com ercio inter­ nacional del país, la teoría de la ventaja comparativa le habría pare­ cido una simple teoría. H. H. Hinrichs, en su trabajo A General Theory ofTax Structure Change D uring Economic Development, llegó a la siguiente conclusión: la sabiduría convencional sostiene que la participación del gobierno en el producto nacional aumenta con el desarrollo económico. L o anterior es obvio cuando se compara tal participación del gobierno en los países desarrollados cotí la'que prevalece en los subdesarroUados. Sin embargo, cuando se observan las diferencias entre los países subdesarrollados, la anterior proposición es en el m ejor de los casos engañosa, y en el p eor de ellos simplemente equivocada. Para los países pobres el grado de apertura puede ser un m ejor indi­

cador de su «capacidad de tributación» que la m edida usual de in­ greso per cápita. El sector de com ercio exterior es relativamente fá­ cil de tributar, su crecimiento a través de mayor monetarización, la expansión de cultivos comerciables, el aumento del tamaño de los negocios y la urbanización incrementan las capacidades del gobierno para aumentar impuestos a todo nivel. « A medida que una sociedad tradicional cerrada se abre al com ercio, no sólo es administrativa­ m ente posible gravarlo, sino que se le puede atar la tributación del com ercio a una base con algo de elasticidad-ingreso». La historia fiscal de Colombia del siglo xix concuerda con estas conclusiones15. El padrón del com ercio interno del país no era un aliciente para el recaudador de impuestos. Todo lo que se moviliza puede ser gra­ vado. En Colom bia el transporte era notoriamente caro y muy po­ cos de los productos se transportaban a grandes distancias. Desde luego que existía intercambio entre regiones, y sus detalles pueden ser establecidos de fuentes tales com o Wills, Codazzi, Pérez y Galindo. Pero en realidad este tráfico no era fuente importante de impues­ tos. En el entusiasmo de reconstruir su historia en detalle y en el reco­ nocim iento de su rol esencial en el desarrollo de cualquier faceta de la economía, uno no debe situar esta tributación en un sitio des­ tacado entre las rentas posibles de la nación. Existía un buen núme­ ro de peajes internos y derechos para propósitos específicos o gene­ rales establecidos p or compañías privadas o gobiernos locales, pero su producto era escaso. Colombia era aún un país de unidades rela­ tivamente aisladas de inadecuada poliproducción. N o existía buena complementariedad entre las economías regionales. Los comercian­ tes y geógrafos recopilaron lo que había, pero sus lectores deben hacer, ellos mismos, una más larga recopilación de lo que no existía16. La de Colom bia era una econom ía de las menos gravables de Latinoamérica, un país donde muchos podían subsistir, pero con una población abrumadoramente rural y dispersa, cuyo ingreso per cápita pudo haber sido aun in ferior a $40 al año17. Salvador Camacho Roldán dejó una viva descripción de sus habitantes, y en sus palabras uno puede percibir la nota de un arbitrista frustrado: Poblaciones que mueren sin conocerse y viven sin amarse; entre las que no existe el lazo de un comercio recíprocamente ventajoso, ni la comunidad de las artes, ni la fraternidad de las ciencias; para quienes no hay nada común sino el recuerdo de la esclavitud de

D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a

otros días y la huella de las guerras civiles más recientes; pueblos en que se prodiga la sangre en obsequio de ideas no bien claras o de palabras resonantes aunque vacías de sentido en ocasiones, y se discuten los céntimos que se quisieran aplicar a dar trabajo al proletario, colocación a los capitales del rico y educación a la infan­ cia: nacionalidades cuya existencia se defiende más que por su grandeza, por su miseria y por su anarquía: esos pueblos podrán tener un gobierno barato, fácil, inofensivo; pero carecen de algo de lo necesario para poder llamarse nación18. Los colombianos no solamente viven aislados sino también son recalcitrantes. Había una larga historia de resistencia colonial a la tributación, de la cual la Revolución de los Comuneros es solamen­ te el más famoso episodio. L a Nueva Granada de la colonia nunca conoció el sistema de intendencias y da la impresión de; haber sido gobernada ligeramente. Muchos de sus habitantes fueron respetuo­ sos frente a cualquiera autoridad. La población del Magdalena M e­ dio, según la descripción del Fr. Palacios de la Vega, es una pesadi­ lla para un recaudador dé impuestos19. Quizás el pobre campesino indio de la tierra fría era sumiso, pero tenía muy poco para ser gra­ vado. Los gobiernos republicanos se enfrentaban aún a una fuerte resistencia política para lograr incrementar sus rentas; no estaban recubiertos de ninguna majestad, tenían que sacrificar algunos re­ cursos coloniales en ¿ras del mó'demismo, y fueron en su mayoría gobiernos de partido, manifiestamente débiles y algunos veces co­ rruptos. En tales circunstancias la evasión de impuestos aparecía para muchos com o deber cívico. Se debe recordar que ninguno de estos gobiernos existió en un vacío político. Los virreyes fueron conscien­ tes del peligro de las innovaciones, y los presidentes de la república lo fueron aún más20. La debilidad básica del sistema fiscal de Colom bia en el siglo pa­ sado se derivó de los débiles logros de las exportaciones y sus conse­ cuencias para la aduana. Sin embargo, el panorama de las finanzas públicas se debe completar examinando los otros recursos que el go­ bierno tenía y explorando las limitaciones de cada uno de ellos. En la clasificación de George Ardant estos «rudimentarios e intermedia­ rios arbitrios podían producir determinada cantidad y nada más»21. Existían ciertos monopolios, de los cuales el más importante era el de la sal, principalmente las minas de sal de Zipaquirá. Esta era la segunda fuente de impuestos del gobierno después de las adua-

ñas; era continuo, cercano al gobierno y la cadena del comercio de la sal había funcionado desde antes de la aparición de los españo­ les. Además del consumo humano directo, la sal se utilizaba para salar carne, engordar ganado y fortalecer las muías. Existía, enton­ ces, un punto de consumo p or debajo del cual no se situaría la de­ manda, pero sería inocente suponer que no existían severas lim i­ taciones en la renta que podía ser extractada de este m onopolio. Prim ero, había otras fuentes de sal diferentes a la de Zipaquirá y sobre algunas de las cuales el gobierno ejercía sólo un control no­ minal; en algunas regiones el estanco nunca pudo ser instituido. Inclusive, Zipaquirá p or sí sola estaba lejos de ser completamente controlada; el fraude y el contrabando fueron frecuentes. Hubo gran debate acerca del precio óptim o para los diferentes tipos de sal. N o era barato; Camacho Roldán calculó en 1870 que la sal se vendía a un precio siete veces superior al costo de producción. Para los pobres, quienes con su dieta rural consumían más sal que los ri­ cos, el gasto representaba 65 centavos por cabeza. Esta pequeña can­ tidad una vez sumada representaba para el padre de una familia de cuatro personas cerca de doce días de trabajo en un año; si se da por supuesto que trabajaba 240 días al año, entonces lo anterior equivaldría al 5% de sus ingresos. P or otra parte, el engorde de ga­ nado, proceso en el que la sal era necesaria, sólo era rentable con la sal a determ inado precio. Si el precio impuesto p o r el m onopo­ lio era muy alto, el negocio de engorde dejaba de ser beneficioso y los ganaderos cesaban la com pra de sal o la buscaban más barata en otra parte. Las operaciones del m onopolio eran fácilmente inte­ rrumpidas en épocas de guerra civil, cuando los precios de emergen­ cia podían difícilm ente compensar las pérdidas de la disminución de ventas. Las guerras civiles no eran ciertamente épocas para el en­ gorde de ganado. A pesar de todas estas limitaciones, los ingresos de la sal eran todavía a finales del siglo la segunda fuente de las ren­ tas del gobierno. Según Carlos Calderón, su reforma apareció como la fuente más promisoria de mejores ingresos en 1903. El m ono­ polio de la sal tuvo una vida más prolongada y mayor importancia fiscal que la que tuvo el estanco del tabaco, el cual en época de la Independencia apareció com o más promisorio22. El m onopolio del tabaco ha atraído siempre la atención de los historiadores económicos, y el progresivo abandono del producto por parte de los gobiernos de la década de los cuarenta ha sido justa­ m ente analizado com o proceso climatérico en la política gubema-

mental y en el desarrollo del siglo xix. El significado fiscal del tabaco no ha sido aún totalmente explorado. Una mirada rápida a los da­ tos parece indicar el abandono por parte de estos gobiernos de su principal recurso del interior. La oposición al empuje de terminar con el m onopolio fue combatida con la promesa de un gravamen de exportación (que nunca fue impuesto) y con un argumento y una contramedida administrativa. El argumento fue que la pérdida de ingreso con la desaparición del m onopolio será más que recuperado p o r la aduana, por m edio del consiguiente aumento en comercio, gracias a la adopción de una sencilla tarifa fiscal. La m edida admi­ nistrativa, la cual iba en contra de las más optimistas expectativas de este argumento, fue la descentralización de rentas y gastos. En ella ciertos ingresos y responsabilidades fueron cedidos a las administra­ ciones locales. Los defensores del m onopolio exageraron su impor­ tancia en los ingresos del gobierno, ignorando los considerables cos­ tos del recaudo y quizá haciendo caso omiso de la proporción del producto de la renta que se escapaba del control del gobierno con los multiformes préstamos y contratos de mercadeo. Los cálculos de quienes apoyaron la reform a fueron vindicados, aunque no tan rá­ pido como éstos esperaban: las exportaciones de tabaco aumentaron, los ingresos de la aduana se incrementaron. N o hubo otro intento significativo de gravar el tabacoen el siglo pasado. Los impuestos sobre el tabaco en las circunstancias colombianas no obedecieron a los preceptos clásicos de la tributación. A pesar de que las mejores tierras para el cultivo no eran muy extensas, el m onopolio era engo­ rroso, caro y molesto. Necesitaba el uso de grandes recursos que fre­ cuentemente eran precisados con más urgencia en otra parte: el go­ bierno tenía en ocasiones que escoger entre sostener la renta del tabaco o sostenerse a sí mismo. Fue afectada por el fraude y aún más por el recelo y por su im popularidad general. El rendim iento ne­ to, en prom edios anuales para períodos de cinco años después de 1830, fue calculado por Aníbal Galindo así: Años

P e so s($)

1830-1835;

190.273

1835-1840

202.044

1840-1845

261.516

1845-1849

371.948

M a l c o l m D eas

Aun tomando los datos de Galindo como verdaderos, y recordan­ do que la deuda del gobierno con sus agentes llevaría a pensar que la cifra verdadera era más baja, el tabaco representó cerca del 20% del total de los ingresos del gobierno, cantidad comparable a los ingresos producidos p or la sal23. El tabaco había sido el estanco más productivo de la última parte de la era colonial, realmente el más importante de todos los ingre­ sos del virreinato24. Entre las rentas «estancadas», el tabaco estaba seguido por los impuestos al licor, los cuales nunca han dejado de aparecer de una u otra forma en la historia fiscal de la república. Es­ tos impuestos tam poco llegaron a ser tan productivos en los tiem­ pos republicanos com o lo fueron en épocas coloniales! Los tributos al licor fueron descentralizados a mediados del siglo, cuando los in­ gresos ascendían a $150.000 al año25. Los diversos sistemas utili­ zados y sus diferentes resultados siguieron la variedad ecológica del país: un m étodo que era tolerado en la tierra fría p od ía producir serios problemas para quienes trataban de utilizarlo en zonas cañicultoras situadas a corta distancia. Requerían una ágil administra­ ción local, y aun así los rematadores obtenían mayores beneficios que el mismo gobierno. Estas rentas perm anecieron en calidad de locales por el resto del siglo pasado. Inclusive derrotaron los inten­ tos'del general Reyes de nacionalizarlos en los primeros años del presente siglo y siguen siendo rentas departamentales hoy en día. Aunque su historia ha estado ligada al desarrollo de muchas fami­ lias y.fortunas, la suma que llegó al gobierno fue siempre una pequeña-proporción de lo gastado en bebidas26. Algunos monopolios m e­ nores de la colonia, mercurio, barajas de ju ego y pólvora, fueron abandonados27. Existieron algunos intentos republicanos tempra­ nos de fom entar la industria y la empresa a través de concesiones de monopolio, pero éstas no tuvieron ningún significado fiscal y ha­ bían desaparecido en su mayoría a mediados de siglo. Algunos pri­ vilegios de m onopolio en el transporte se mantuvieron, pero el úni­ co de ellos que produjo beneficios al gobierno fue el del tránsito por el Istmo de Panamá. Ningún nuevo m onopolio de consumo fue intentado hasta la presidencia del general Rafael Reyes. El m onopo­ lio fiscal efectivo requiere artículos de consumo masivo que no son fácilmente producidos y que además son necesidades. Los patro­ nes colombianos de consumo y las condiciones de producción no tenían estas características, con excepción de la sal y en menor grado

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de las bebidas. Las limitaciones en ambos casos son fácilmente explorables. ¿Cuáles eran las posibilidades de tributación directa? El tributo de indios había dejado de ser de alguna importancia en la Nueva Granada mucho antes del final de la era colonial y p oco se perdió cuando desapareció finalmente en 183228. De mayor volumen, espe­ cialmente para quienes lo pagaban, fue el diezmo. Éste, que no era siempre un décimo, fue impuesto a la mayoría de los artículos de producción agrícola. El café, el índigo y el cacao plantado después de 1824 fueron eximidos. El diezm o fue implantado a través de un sistema local de remates, y los diezmeros que licitaban su recaudo centraban su atención en un pequeño número de circuitos. El re­ caudo tomaba tiempo y era costoso y molesto; tenía que seguir el ca­ lendario agrícola, requiriendo el conocimiento de la región, muías, pesos, corrales y probablem ente no poca fuerza de carácter. Com o en todas las cuestiones de predicción agrícola, fue siempre fácil equi­ vocarse en el cálculo y muchos diezmeros registraron pérdidas. La poca evidencia existente indica que a estos últimos no les fue mal por ser indulgentes. El gobierno civil recibió un cuarto del produc­ to de los remates, la Iglesia el resto y los diezmeros cualquier can­ tidad que conseguían de ahí en adelante. U n o se puede imaginar que las ganancias de éstos podían variar de año a año y de lugar a lugar, pero cálculos aproximados/contemporáneos admiten que los valores recaudados eran tres o cuatro veces las cantidades obteni­ das por el gobierno y la Iglesiajuntos. El director general de Impues­ tos reportó en 1848 ai-ministro de Hacienda que el diezmo de Am ­ balema fue rematado p o r un quinto de su producto calculado,'y concluyó com o sigue: Esta renta, Señor Secretario, está cercada de incidías: no hay dispo­ sición suya que no se anule por las trampas del interés individual. El contribuyente la elude cuando puede; i últimamente perece a ma­ nos de los rematadores. El diezm o fue descentralizado ,en 1856, y en la mayor parte de las provincias fue rápidamente abolido. En datos incompletos apa­ rece que la suma más alta recibida p or el gobierno republicano en este rubro fue $61.803 en 1835. Era un resultado muy pequeño para tanta «molestia». Com o en otros países, el diezmo ocultaba muchas

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complicaciones bajo una fechada sencilla, y sus efectos negativos fue­ ron ampliamente reconocidos: El bárbaro sistema de cobrar en especie, i no en dinero, la contri­ bución, trae la consecuencia necesaria del arrendamiento i la crea­ ción de una bandada de publícanos más que viven espiando al agri­ cultor para apropiarse la décima parte del producto de su fatigosa industria, a tiempo que al tesoro no entra sino una mínima parte del valor de lo que contribuye el ciudadano laborioso. Bajo dos aspeetos es perjudicial la tendencia de este sistema vicioso i bárbaro. El desalienta la industria agrícola, gravándola con un impuesto excesi­ vo, i crea una clase de hombres destinados a molestar a los que tra­ bajan i producen29. N o fueron el tributo de indios ni el diezmo buenos impuestos republicanos, y el producto del prim ero fue tan pequeño que pudo ser abolido en m edio de general indiferencia. Com o es natural, la Iglesia estaba profundam ente preocupada con el diezm o y se op o­ nía al derecho del gobierno civil a abolirlo. Pero n o defendió el sistema de remate, y trató de abolir sus inconveniencias cuando es­ tableció sus propias rentas en el período de hostilidad liberal. Su bajo producto para el Estado no pudo sino reforzar la hostilidad de los informadores de mediados de siglo contra el diezm o30. El pensamiento de tales reformadores tendía a asociar la colonia con la rutina y las trabas, olvidando que a veces esos gobiernos ha­ bían sido enérgicos, innovadores y perfectamente conscientes de la importancia del com ercio para las rentas. Igualmente, a media­ dos del siglo hubo un nuevo intento de modernizar el sistema fis­ cal tal com o no se había visto desde los eufóricos años de Castillo y Rada a comienzos de la década de los veinte. La más sucinta expre­ sión de esta actitud aparece en el trabajo del joven Salvador Camacho Roldán, Nuestro sistema tributario, de 1850. En él se estudia todo el aparato de los impuestos indirectos, costosos de recaudar, confu­ sos en sus cuentas, represivos, molestos y antiproductivos; el diezm a y sus terribles consecuencias; el trabajo personal subsidiario, un corvée que debería haber producido $400.000 al año o su equivalen­ te en trabajo, pero el cual manifiestamente no produjo ninguno de los dos y se perdía en una serie de abusos locales. Camacho R ol­ dán calcula que antes de la abolición del estanco del tabaco los ha-

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hitantes de la Nueva Granada pagaban — hombres, mujeres y ni­ ños— alrededor de $2 per cápita a ese «monstruo m ultiform e» del fisco: La forma enruanada del guarda del aguardiente, el rostro colérico del asentista, el tono grosero del cobrador de peaje, la sucia sotana del cura avaro, los anteojos del escribano, la figura impasible del al­ calde armado de vara, la insolencia brutal del rematador del diez­ mo, o la cara aritmética del administrador de aduana. Igualmente calculó que el indefenso em pleado público pagaba cerca del 6% de su salario en una u otra contribución aun sin con­ siderar el m onto de los impuestos indirectos que pagaba; los solda­ dos, según él, pagaban el 8% . El sistema existente, concluye, no es eficiente ni equitativo, y debería ser reem plazado p o r el impuesto directo, progresivo y único9’1. Éste era el punto de vista prevaleciente de los liberales, y muchas localidades ensayaron algún tipo de contribución directa en los años posteriores a la descentralización de rentas y gastos. Los resul­ tados no fueron más alentadores de lo que habían sido en los días de Castillo y Rada. Esto no es una sorpresa. Cualquier impuesto a la tierra o a la propiedad requiere información catastral, de la cual no había nada disponible. L o que-se ganaba en intimidad por medio de los avalúos locales éra inevitablemente perdido p or una adminis­ tración local aún más débil y p o r la distorsión política de los ava­ lúos. Los colombianos píoponentes de impuestos a la tierra, quienes frecuentemente eran comerciantes, pudieron estar en lo justo cuán­ do pensaban que-la agricultura estaba relativamente subgravada. Sin embargo, al principio no estaban conscientes de las grandes difi­ cultades y arduos esfuerzos requeridos para establecer la base de di­ cho impuesto y de lo poco apropiado que era el campo colombiano para éste. El catastro de Milán, la primera agrimensura m oderna de Europa, tenía para sus propósitos las grandes, planas y relativamen­ te uniformes haciendas del Valle del Po, y sin embargo transcurrie­ ron más de 41 años antes dé com pletarla en 1760. El catastro fran­ cés tom ó de 1807 a 1845. Turgot mismo había escrito acerca de las dificultades de dichos avalúos en las regiones montañosas del mun­ do con sus pequeñas parcelas de minifundistas y aparceros. Sus afir­ maciones eran del todo aplicables a Colombia, uno de los países más

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montañosos en el mundo y de ninguna manera un país de grandes propiedades, que contaba además con una variedad tal de «m odos de producción» que lo deja a uno perplejo32. Era, entonces, inevi­ table que los intentos hechos terminaran en el fracaso y el desenga­ ño. Hay que reconocer el heroísmo que hubo al intentarlo; los resul­ tados nos dan inform ación interesante acerca de las dificultades administrativas y de la naturaleza de la base del gravamen. Tres estados produjeron algún sistema de tributación directa du­ rante la era federalista: Cundinamarca, Boyacá y Santander, otros tres intentaron establecer un impuesto a la tierra aun con m enor in­ formación. La lista de dificultades de los informes locales es simi­ lar y de nuevo recuerda la experiencia de los años veinte del siglo pasado. El secretario de Hacienda del Tolima encontró que: Aunque mejor en teoría tiene también sus graves inconvenientes por la falta de datos sobre la riqueza i por los abusos que cometen los avaluadores de ella o las juntas de pueblo a hacer los repartos. , En 1865 en este Estado se produjeron $14.000 de un estimado de $60.00033. La administración de Boyacá de 1869 logró recaudar $23.000 de $>33.000 posibles: Ño obstante el odio que los contribuyentes tienen al impuesto direc­ to, se nota que los pueblos ya van habituándose al pago de él. La misma fuente comenta acerca de «los abusos de los magna­ tes de los pueblos al hacer la distribución»34. Pero ese gobierno sec­ cional no era tan optimista en 1873: La desigualdad con que los impuestos están repartidos en los Dis­ tritos es notoria. El hombre rico es en todas partes el árbitro de la suerte de los que tienen menos. La importancia se mide en don­ dequiera por el haber pecuniario, i de aquí el que esos individuos sean los Alcaldes, miembros de las municipalidades o cuando menos directores de esos empleados, ¿podrá creerse que ellos consienten en valorar sus fincas justamente para que el impuesto sea equitati­ vo? Es claro que no, i de aquí el que las fincas de segundo orden estén siempre valoradas en una proporción que no guarda equili­ brio. Esto trae por consecuencia la imposibilidad del pago de los im-

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puestos, la odiosidad consiguiente que atraen i la mina de los capi­ tales pequeños, sucediendo que el impuesto más equitativo venga a ser el más funesto para la riqueza común. Aparte de esto, i para hacer más odioso el impuesto i más difícil su cobro, sucede que en los distritos gravan excesivamente las propiedades de los que no son vecinos i que tienen la desgracia de no estar presentes a la hora de los reclamos. Quien lance una rápida ojeada por el territorio del Estado se abisma al pensar como es que la mala fe, la falta de patrio­ tismo i el gamonalismo pueden hacer de este impuesto una arma para derribar un gobierno i una impostura para desacreditar lo que precisamente encierra en su esencia más justicia35. A lg o se pudo haber logrado con un apropiado registro catastral; sin embargo, el secretario afirmó: «N o me hago ilusiones de que el tra­ bajo y sus resultados sean perfectos, y mucho se conseguirá si se apro­ ximan a lo equitativo». Igualmente, se quejaba de que los valores no tenían relación con el ingreso. Las propiedades urbanas que eran virtualmente invendibles producían altos ingresos, y las propieda­ des rurales de gran valor no producían prácticamente nada. «L a si­ tuación anómala de nuestra industria — concluía el secretario— pone todo resultado fuera del alcance de los principios sentados por la ciencia económica.. En esta materia, es en nuestro país en donde se pueden venir a estudiar las excepciones36. En Cundinamarca, la Legislatura Estatal estimó en 1867 que de $100.000 que podían ser obtenidos del impuesto directo, $24.235 fueron recaudados37. El catastro fue inicialmenté decretado en 1856, a partir de 1862 le fue­ ron asignadas partidas para los gastos, y se llevó a cabo en 1867 bajo la administración del general Aldana. El trabajo consistió en «una simple enumeración de las propiedades raíces en cada distrito, del nom bre del propietario, del valor de la finca, y de la contribu­ ción territorial que le corresponde, a razón de $2 p o r cada $1.000 de valor capital y nada más38. Esto era mucho m ejor que nada, a pe­ sar de que nunca resultó com o Felipe Pérez había esperado, según lo cual: Bien organizadas su contribución sobre fincas raíces i la directa, bastarían ellas no más, no sólo para llenar su presupuesto de gastos, sino para dejar un sobrante en caja de muchos miles de pesos al año.

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En Cundinamarca el 2 1/2% sobre la propiedad era la renta más im portante39. U n Camacho Roldán más viejo y sabio lo estimó en cerca de $70.000 para 1873-1874, en un presupuesto de $400.000. Quizás se dejó llevar p or sus prejuicios, para estimarlo p or encima de un impuesto más fácil de calcular, el de sacrificio de ganado o degüello de $2 p o r cabeza. Este impuesto se calculaba en $56.000 y fue defendido p or el secretario general de Boyacá com o el más equitativo, siendo un gravamen, según él «que paga la clase acomo­ dada de la sociedad». Camacho previamente había estimado que los impuestos a la tierra de los estados que lo habían establecido, con o sin catastro, sumaron menos de $400.000, de un ingreso total com­ puesto de rubros nacionales, estatales y distritales de alrededor de $6.100.000. Estos estados eran los más poblados de la repúblicay te­ nían una desproporcionada participación en la riqueza territorial nacional. La suma real estaba probablem ente muy p o r debajo del anterior estimativo. Santander, el tercer Estado en llevar a cabo un catastro, obtuvo en 1873 $35.000 de impuestos directos. Los estima­ tivos locales conocidos dan una suma menor, y si se estudia el conjun­ to de los recaudos se puede obtener menos de la mitad de $400.000 para los seis estados que utilizaron este recurso40. Algunos de los informes contienen relatos gráficos del porqué estos y otros impuestos no pudieron ser productivos, y de la naturalezai precisa de «deficiencia administrativa», del porqué la adminis­ tración tiene que estar en esta situación y de por qué fue m ejor no emplear su limitado talento en inútiles direcciones progresistas. El infórm e de Tolima, escrito p or Francisco de Paula Rueda en 1865, en él cual explica las razones para obtener apenas un tercio de los ingresos proyectados, es de gran valor. En el inform e se describe cóm o en apenas cuatro municipios del Tolim a Grande existía una contabilidad form al en los libros. El tesorero general del Estado tenía tan sólo un escribiente y un tenedor de libros a su mando, y la contabilidad se hallaba desactualizada ya que él había estado en campaña. Muchos de los tesoreros locales eran incompetentes, algu­ nos analfabetas y sin conocimientos de contabilidad. La explica­ ción de este estado de cosas no era la escasez de personas capaci­ tadas para desempeñar las funciones, sino la falta de interés de las personas capaces de ocupar estas posiciones. Debo esplicar que lo que dejo espuesto respecto de los tesoreros, i que puede estenderse por regla general a los empleados muni­

cipales, no quiere decir que no haya en los pueblos i en el estado hombres probos muy competentes para desempeñar los destinos públicos de toda escala: esta negativa envolvería una atroz calum­ nia, que estoi mui lejos de inferir a la civilización del Tolima. Lo que significan mis espresiones es que ningún ciudadano de probidad i siquiera a medianos conocimientos, a no ser mui patriota, se sujeta­ rá a servir un destino como el de tesorero oneroso, con título de lu­ crativo, que tanta consagración necesita, que tantas incomodidades proporciona i que apareja una inmensa responsabilidad. (,..)En el pueblo de D. el tesorero es un personaje tenido por algo, pero no entiende tampoco de cuentas, i que por economía o por otro motivo interesado lleva por sí los libros en retazos de papel sucio i ajado, sin sujeción a reglamentos i modelos, porque no los lee o no los comprende. El siguiente es un ejem plo que da el mismo informe de un inten­ to honrado de contabilidad: (Fórmula del cargo) «Persebimiento de platas» y sigue una lista de personas i cantidades sin espresión de las fechas ni de la procedencia de los enteros (Fórmula de la data) «Entregamiento i remitimientó de platas» I sigue una lista por el estilo de la anterior, en la cual figura la siguienté curiosa partida: 228 pesos que me robó (fulano de tal) con uniforme militar i con armas ... $228 I este no más su valor ... $140 Suma (tal) Si el tesorero local hacía fraude, era poco lo que el gobierno po­ día hacer para rem ediarlo; sencillamente el tesorero se podía de­ clarar en bancarrota, si no tuvo energía suficiente para desapare­ cer41. Los informes de Boyacá presentan comentarios similares acerca de las dificultades de recaudar impuestos morosos, especial­ mente de «aquellos que dirigen los asuntos en los distritos», y acer­ ca del poco deseo de los críticos de aceptar «destinos onerosos» ellos mismos, parte de la significativa pero por historiadores inad-

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vertida com petencia durante el siglo xrx de eludir puestos públi­ cos42. La facilidad de recaudo tenía que pesar fuertem ente en estas minúsculas administraciones, cuando enfrentadas a la descentra­ lización de rentas y gastos tenían que escoger cuáles impuestos se debían establecer. Dicha m edida no resolvió ningún problem a fis­ cal, sencillamente trasladó gran parte del problema a las nuevas en­ tidades federales. En los informes de los nueve «estados soberanos» se puede observar que sus capacidades fiscales variaban significa­ tivamente, al igual que las escogencias de opciones fiscales. Sin em ­ bargo, todos- ellos se enfrentaban a la misma clase de problemas. Estos informes proveen las más detalladas investigaciones de las posibilidades fiscales diferentes de las de la aduana y la sal. Ya he­ mos considerado el rango y el producto de los impuestos sobre la tierra, y antes de retom ar a la consideración de los restantes expe­ dientes p o r vía de los cuales el gobierno colom biano pudo haber obtenido recursos, es importante explorar la información existente acerca de estos otros impuestos y describir por medio de cifras y ten­ dencias la situación fiscal de la república al final del tercer cuarto de siglo, después de cincuenta años de existencia independiente. «El fisco federal es un tiburón insaciable, rodeado de nueve tiburoncitos que aprenden en buena escuela»43. Aníbal Galindo presen­ ta eñ su obra pionera, el Anuario Estadístico de Colombia, 1875, unos cuadros sinópticos de estos «tiburoncitos», los cuales presento aquí con las reservas usuales acerca de su exactitud y calidad. Las cifras dé los cuadros, comparadas con una muestra de inform es locales qué proveen mayor detalle, parecen verosímiles, a pesar de que en el producto de contribuciones directas hay sobrestimaciones cuan­ do la información se deriva de proyecciones presupuéstales. Los cua­ dros son ciertamente confiables para mostrar la estructura tribu­ taria de los diferentes estados, y con algunas adiciones, la del país com o un todo en las rentas, por entonces significativas, bajo control local. Igualmente ilustran las fortalezas relativas de las rentas de las secciones federales. ( Véase cuadro página siguiente, Rentas I Gastos de los estados44.) Tom ando los nueve estados juntos, el derecho de degüello, im ­ puesto sobre sacrificio de ganado, aparece como la renta más produc­ tiva. Esta era efectivamente la fuente más importante de ingresos en tres estados, en los de la costa, Bolívar y Magdalena, y en Tolima.



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