Cultura Afrocubana 1: El negro en Cuba, 1492-1844

Esta obra es no sólo una historia detallada del negro cubano desde 1492 hasta 1959 sino, además, un estudio del origen y

296 65 25MB

Spanish Pages 373 Year 1988

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD PDF FILE

Table of contents :
Cultura Afrocubana 1: El negro en Cuba, 1492-1844
Introducción
CAPÍTULO 1. Raices africanas de los negros de Cuba
El comercio de esclavos
Lugar de origen
La sociedad que quedó atrás
CAPÍTULO 1I. El negro en la Cuba pre-plantacional
Economía y Sociedad en la Cuba pre-plantacional
Esclavitud y manumisión en la Cuba preplantacional
Los «libres de color» en la sociedad preplantacional
El abolicionismo pre- plantacional
Resistencia y transculturación
CAPÍTULO III. El negro en la Cuba plantacional
La revolución económica
La «Gran Barbarie»
Vida, pasión y muerte en el barracón
Los libres «de color»
Peculiaridades de la sociedad plantacional cubana
CAPÍTULO IV. El abolicionismo, 1800-1844
El abolicionismo de los esclavos
Aponte, Plácido, Manzano y el abolicionismo de los libres «de color»
El Padre Félix Varela y su mentor, el Obispo Espada
José María Heredia, primer poeta abolicionista
Francisco de Arango y Parreño
José Antonio Saco
Domingo Delmonte
Raíces ideológicas: abolicionismo, nacionalismo, racismo
José de la Luz y Caballero
Félix Tanco
José Jacinto Milanés y otros poetas abolicionistas
José Zacarías González del Valle
La novela abolicionista, primera ola: 1838-1841
Ramón de la Sagra
La conspiración de La Escalera
Bibliografía
Índice
CONTENIDO
Recommend Papers

Cultura Afrocubana 1: El negro en Cuba, 1492-1844

  • Commentary
  • https://www.hispanocubano.org/cas/cul1.htm
  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

CULTURA AFROCUBANA ANACO

JORGE

CASTELLANOS

E!

ISABEL CASTELLANOS

Esta obra es no sólo una historia de tallada del negro cubano desde 1492 hasta 1959

sino,

además,

un

estudio

del ori-

gen y desarrollo de esa peculiar cultura que florece en Cuba como resultado del encuentro económico, político y social de la población procedente de África con la proveniente de Europa, Más que el estudio del modo de vida de una «raza» encontramos aquí un aná-

lisis histórico, antropológico y lingúístico

del -poderoso movimiento transculturativo que en casi medio milenio de fermentación ha culminado en el surgimiento de la nacionalidad cubana, de la cual lo afrocubano constituye un factor fundamental. Pone este libro en claro cómo a pesar de los horrores de la trata y de la esclavitud, por mil caminos distintos, blancos y negros lograron superar

las

diferencias

que

los

separaban

para

abrazarse fraternalmente en la «manigua irredenta» en una Guerra de Treinta

Años (1868-1898) por la independencia, la democracia y la igualdad. Y cómo en la República, pese a innumerables contratiempos, se continuó residuos del pasado

El propósito

luchando contra esclavista.

de los autores

los

es :básica-

mente introductorio, aunque algunos temas insuficientemente explorados —como

el

abolicionismo

caso—

han

criollo,

recibido

para

la

ción que merecen. La obra consta de dos partes. mera

recapitula

la

citar

detallada

presencia

La pri-

histórica

(demográfica, económica, política, del negro en la Isla. La segunda el tema de la presencia cultural gro (su religión, su lenguaje, su su arte, etc.) y sus influencias sociedad cubana en general,

un

aten-

social) aborda del nemúsica,

sobre

la

La extensión del texto ha obligado a dividirlo en tres tomos. El primero, que estudia el proceso histórico del negro des-

de

el Descubrimiento

hasta

la Conspira-

ción de La Escalera (1492-1844) es éste que el lector tiene en sus manos. El segundo —historia de la población cubana «de color» de 1845 a 1959— está ya en prensa. El tercero, un estudio descrip-

tivo

de

todos

afrocubano

tura

cubana,

los aspectos

y sus se

básicos

relaciones

halla

ceso de preparación dado a la estampa.

en

con

avanzado

y muy

de lo

la cul-

pronto

pro-

será

CULTURA

AFROCUBANA 1

(El negro en Cuba,

1492-1844)

COLECCIÓN

EDICIONES

ÉBANO

UNIVERSAL.

Y CANELA

Miami,

Florida,

1988

JORGE

CASTELLANOS

é

ISABEL

CASTELLANOS

CULTURA AFROCUBANA 1 (El negro en Cuba,

1492-1844)

P.O. Box 450353 (Shenandoah Station) Miami, Florida, 33145, U.S.A.

(O)

Copyright

1988 by Jorge Castellanos € Isabel Castellanos

Library of Congress Catalog Card No.: Portada:

Grabado

I.S.B.N.: I.S.B.N.:

0-89729-462-9 (obra completa) 0-89729-463-7 (tomo 1)

87 - 83071

de Víctor Patricio de Landaluze,

1881

Depósito Legal: B. 13.818 - 1988

Impreso en España Impreso

VOSGOS,

Printed in Spain

en los talleres de artes gráficas de EDITORIAL

S.A. Avda. Mare de Déu de Montserrat, 8, 08024,

BARCELONA

- España

A la memoria

de

María

Teresa de Rojas

Lydia

Cabrera,

ya

que abrieron el camino.

El hombre no tiene ningún derecho especial porque perte-

nezca a una raza u otra: diígase hombre, y ya se dicen todos los

derechos... No hay odio de razas, porque no que divide

hay razas... Todo lo a los hombres, todo

lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad. JosÉ MARTÍ La

Revolución no tiene color. ANTONIO MACEO

Yo

sólo

humanidad.

Las

almas

creo

en

una

MÁXIMO no

raza: GÓMEZ

tienen raza. FERNANDO ORTIZ

la

INTRODUCCIÓN

Dios hizo al blanco y al negro sin declarar los mejores, les mandó iguales dolores bajo de una misma cruz...

Blanca la cara o retinta

no habla en contra ni en favor, de los hombres el Creador

no hizo dos clases distintas. «MARTÍN

FIERRO»

Si, como afirman muchos autores, un negro vino con Cristóbal Colón a América en su primer viaje, el contacto inicial de Cuba con África —muy leve, como se ve— tuvo lugar en 1492, Luego,

tan pronto

la Isla fue conquistada

por

Diego

Velázquez,

esas

rela-

ciones se intensificaron. Y desde el siglo xvi el negro africano y

sus descendientes forman parte inseparable de la sociedad cubana. Inevitablemente debía producirse —y se produjo— entre europeos

y africanos un continuo e intenso proceso de intercambio, de toma y daca. Proceso que Fernando Ortiz resumió en el neologismo

transculturación.

Esa

realidad

histórica

y sociológica

consti-

tuye el tema central de esta obra. No se trata de hacer aquí un estudio sobre el modo de vida de una «raza», sino de meditar sobre el encuentro

de dos culturas. Lo que nos

importa

destacar

no son las periféricas diferencias adjetivas entre dos grupos humanos

(color

de la piel o tamaño

de la nariz)

sino

analizar

las

formas diversas en que esos europeos y esos africanos (amos y esclavos) tuvieron que adaptarse en Cuba a sus peculiares circunstancias geosociales y acomodarse al fin, por lo menos parcialmente, tras centurias de conflictiva y forzada convivencia. A partir del siglo pasado y, sobre todo, del presente, una legión de investigadores ha prestado su atención a distintos aspectos de

la presencia negra en la Gran Antilla: ya en la economía, ya en las relaciones sociales, en la religión, en la literatura, en la música,

etc. La enorme cantidad y dispersión de esos trabajos en libros, folletos, ensayos, tratados, monografías, artículos de revistas y de periódicos,. etc., —a

más

de

la cuantiosa

documentación

en

los

archivos— está demandando una obra de síntesis tan escueta (pero

tan completa, a la vez) como sea posible sobre ese complejo e interesantísimo asunto. Al intentarlo aquí no hemos querido ofrecer

una

simple

compilación

de datos

y opiniones. Hemos

preferido

ofrecer una visión coherente y sistemática (a la vez que personal) de las cuestiones que ese enorme cúmulo de materiales plantea. Siempre con un propósito panorámico, con una voluntad de re-

sumen, con un empeño modestamente 11

introductorio. Sólo cuando

algún costado nos ha parecido insuficientemente

clarecido

nos

extendemos

en

su tratamiento

explorado y es:

e indagación,

como

sucede, para citar un solo caso, con el problema del movimiento

abolicionista criollo, cuyo vigor se ha negado tantas veces, senci-

llamente porque no se le conoce. (Esto, entre paréntesis, explica por qué el capítulo 1V de este tomo y el 1 del siguiente exceden en volumen desproporcionadamente a los otros.) los

No se ocultan a los autores las ambigiiedades que aquejan a dos términos básicos de su título, A las precisiones teóricas

de este complejo tópico dedicaremos todo un capítulo. Pero como éste pertenece a la segunda mitad de la obra resulta necesario que —aun a riesgo de parecer dogmáticos— adelantemos ahora lo que

sigue.

Tomamos

el término

cultura en su acepción

antropo-

lógica más amplia: como todo aquello que el hombre crea en sus reacciones contra el medio natural o social que lo rodea, desde la maza prehistórica a la bomba atómica contemporánea, desde la plegaria hasta el asesinato. Cultura implica pues todo un rico complejo de objetos materiales y espirituales que incluye, entre muchos otros, la tecnología y la religión, los hábitos del vivir cotidiano

y

las

altas

realizaciones

de

la

mente.

Nuestro

énfasis

caerá sobre aquellos factores culturales en que la presencia negra ha sido mayor, sobre todo la religión («reglas» o cultos diversos) y su influencia sobre el lenguaje, la literatura y las artes en Cuba. En cuanto a lo afrocubano: estamos convencidos de que sólo puede

comprenderse

plenamente

la cultura

cubana

si se le consi-

dera como un contínuo con dos polos en incesante interacción e

interpenetración: el europeo y el africano. Con base fundamentalmente europea (hispánica), pero ppermeada por inevitables afluencias de la cultura de origen africano con que convivía, va surgiendo desde el siglo xvi una cultura cubana, en cuyo seno funcionaban los dos polos a que hemos hecho referencia: en un extremo, esa mezcla de lo europeo y lo insular, que podemos llamar complejo o polo eurocubano, y en el otro, la mezcla de lo eurocubano con lo africano, que podemos llamar complejo o polo afrocubano.

Este continuo

pudiera

realidad es mucho más compleja

implicar):

CULTURAS

EUROPEAS

POLO ,EURO-

CUBANO

a,

CULTURA

reprpesentarse

POLO AFRO-

> CUBANO

++".

7

CUBANA 12

así (aunque

de lo que este esquema

*

la

parece

CULTURAS

AFRICANAS

El esclavo, cuando

llegaba a Cuba, no entraba

en contacto

di-

recto con la cultura europea pura sino con ese polo eurocubano que iba a modificarle la cultura que traía de África, En la sociedad

insular el polo eurocubano

(fundamentalmente

hispánico pero con

modificaciones criollas, que incluían influencias afrocubanas más

o menos importantes) siempre era considerado como el modelo cultural superior. La clase dominante trataba de imponérselo al resto de la población. El otro extremo, el afrocubano era estig-

matizado: se le miraba como el elemento primitivo, como el ancla, como el peso muerto de la sociedad cubana. Ya veremos que no

es sino bien entrado el siglo xix cuando esta actitud desvalorizadora (con la obra de Martí, por ejemplo) comienza a rectificarse. Tradicionalmente ha predominado en Cuba una tendencia a contraponer la. cultura cubana a la cultura afrocubana, como si esta última fuese un factor ajeno, extraño y hasta nocivo dentro del

conglomerado cultural criollo. Ese es el peligro que conlleva el uso

del término cultura afrocubana.

En realidad, no puede

hablarse

de una cultura afrocubana distinta de la cultura cubana. Lo correcto es referirse al polo afrocubano de la cultura cubana general, Si nosotros usamos esa expresión en nuestro título es por mero afán de simplicidad terminológica (de otro modo tendríamos que

llamar a nuestro libro Introducción al estudio del polo, extremo o complejo afrocubano que opera dentro de la cultura cubana, lo que será más exacto, pero también es muy pesado e incómodo). Además nos inclinamos un tanto bajo el peso de la tradición lexicográfica que emplea ese término constantemente. Queremos, sin

embargo, insistir que al hablar de cultura afrocubana no hacemos

> Otra cosa que referirnos a un elemento comprendido

dentro de. la

cultura cubana. A un ingrediente de la misma. En ese polo afrocubano, donde lo afro predomina

criollo,

se van

a producir

fenómenos

entidad e influencia como las llamadas

transculturativos

| sobre lo

de tanta

«reglas» o cultos sincréti-

cos afrocubanos (lucumí, congo, etc.), en lo religioso, y el denominado lenguaje bozal, en lo lingiúístico. Entre el extremo afrocubano y el eurocubano, formando un continuo, es decir, una suerte de espectro, se distribuye la población toda de la Isla, que

se acerca más o menos a cada uno de los afectada por cada uno de los innumerables lugar estudiaremos. El esclavo recién llegado al polo afrocubano que al eurocubano. No

polos, según se vea factores que en su estaba más pegado aprendía el español

criollo, sino el bozal y poco a poco modificaba sus prácticas religiosas adoptando los ritos sincréticos insulares. El peninsular recién llegado se situaba al otro extremo. Y si el hijo del esclavo

olvidaba el bozal, el hijo del español perdía las zetas y las jotas 13

de su padre y agregaba a su habla el léxico del país. Cada cubano, en cada momento de su vida, ocupa un lugar intermedio en el continuo. Tan cubano es el católico ortodoxo como el que practica la regla Kimbisa. Tan cubano el que prefiere bailar El Lago de los Cisnes como el que se inclina a mover la cintura en un bembeé. Y hay que insistir en que esos dos polos distan mucho tuir entidades fijas, enquistadas, inmutables. Por el

de consticontrario,

ambos son extraordinariamente lábiles. Ambos cambian sin cesar bajo la influencia de los elementos culturales diversos que los nutren. En cada momento histórico los polos son ligeramente diferentes. El complejo eurocubano recibe constantemente los aportes de Europa (a través de España) y de Africa (a través del complejo afrocubano que lo rodea). A su vez, el polo afrocubano recibe incesantes aportes de África (por lo menos, mientras dura la trata, es decir hasta la década de 1860-70) y de Europa (a través funda: mentalmente del elemento hispánico contenido en el complejo eurocubano que lo cerca). Los intercambios jamás cesan entre los polos. Los préstamos y sincretismos son inevitables. El amo criollo come

ñame

y quimbombó

y el esclavo

bozalón

identifica

a

Ochún con la Virgen de la Caridad. El negro pierde por fin definitivamente el bozal y usa el español típico del país y el blanco le enciende velas a San Lázaro-Babalú Ayé para que le cure una dolencia o asiste a «misas espirituales» donde los «seres» le hablan y le aconsejan en bozal, a través de intérpretes blancos o negros. Hay más: una persona situada cerca de un extremo puede moverse hacia el otro debido a un cambio de circunstancias. Por

ejemplo, un blanco

culto, con escaso

contacto

inicial con lo afro-

cubano, puede en su edad adulta convertirse a la regla de Ocha y raparse el pelo para iniciarse en ella (los autores conocen de numerosos casos como ése en el exilio). Con el tiempo esa persona irá cediendo el puesto de:su Weltanschauung, de base fundamen: talmente europea, a la otra, de base fundamentalmente africana. O al revés, cuántas veces no hemos

en todo su afán miento posibles

visto a un mulato

despojarse,

lo que puede, de lo afrocubano aprendido en la cuna, en por subir en la escala social. En cada caso hay un movide un lugar del continuo a otro. Estas transiciones son porque ambos complejos culturales o polos extremos .son

mestizos, como lo es la cultura cubana de que forman parte. Y esa interpenetración polarizada siempre contiene los elementos opuestos de los cuales pueden hacerse préstamos. En lo colectivo, el

proceso de mestizaje se mueve al ritmo del devenir histórico y de los avatares del destino nacional. -Si queremos entender la esencia de la cultura cubana, pues, es

14

indispensable ir a la historia del negro, porque en Cuba ésta es inseparable de la historia del blanco. Y después se hará necesaria una labor descriptiva sistemática de todos los aspectos básicos de lo afrocubano para calibrar su influencia sobre la cultura cubana

en general. Eso es lo que intentamos hacer en esta obra. Y de ahí que conste ella de dos partes. La primera trata de recapitular la presencia histórica (económica, política, demográfica, social) del negro

en la Isla, hasta el primero

parte aborda el tema

de enero

de

1959, La

segunda

de la presencia cultural del negro (su reli-

gión, su lenguaje, su música, su arte, etc.) y sus influencias transculturativas. Pese a nuestros esfuerzos de síntesis, la extensión

de la obra nos ha obligado a dividirla en tres tomos. El primero, que estudia el proceso histórico del negro desde el Descubrimien-

to (1492) hasta la Conspiración de La Escalera (1844), es éste que el lector tiene en sus manos. El segundo, dedicado a la historia de la población «de color» desde 1844 a 1959 está ya en la im:prenta. El tercero, que cubre la segunda mitad de nuestro estudio (es decir, la cultura) se encuentra en vías avanzadas de preparación y será dado enseguida a la estampa. Son tantas las personas e instituciones que nos han ayudado en este largo empeño, que por temor a involuntarias omisiones

hemos decidido prescindir de su enumeración. Sólo vamos a hacer dos excepciones para referirnos a la Biblioteca del Congreso de Washington,

mi

en

Coral

D.C. y a la Richter Library

Gables,

Florida.

de la Universidad

Sin el acceso

a sus

de Mia-

magníficas

co-

lecciones de materiales cubanos esta obra no hubiera podido ser escrita. A ellas —y a todos los que, de un modo u otro, han facilitado nuestra tarea— vayan aquí nuestras gracias más sentidas.

Y ahora, invocando el favor del pícaro Elegua, portero de Orúnmila (dios de los milagros) y guardián de todos los caminos, emprendamos la marcha. Detroit-Miami,

15

1987

CAPÍTULO

I

RAICES AFRICANAS DE LOS NEGROS La Cuba

introducción de negros en es nuestro verdadero peca-

do original, que pagarán res. JosÉ

no

DE CUBA

tanto más cuanto justos por pecado-

DE LA Luz

Y CABALLERO

Apenas hay delito o crimen que se

halle

comprendido

trata.

Desde

hasta

el cohecho;

asesinato;

la

desde

estafa el

en

hasta

la

el

contrabando

desde

la false-

dad hasta el sacrilegio; apenas hay perversidad que no venga a acompañar

esos

actos.

FRANCISCO DE ÁRMAS Y CÉSPEDES

La

cultura

esclavos. Y del mundo: cubrimiento quistadores corazas, la en la época esclavos,

africana

es

introducida

en

Cuba

por

los

negros

la esclavitud entró en la Isla del modo más natural porque España la poseía desde mucho antes del desde América y a América la llevaron consigo los conhispánicos, junto con los caballos, los arcabuces, las lengua castellana y la religión católica. * Parece que del descubrimiento había en España unos cien mil

gran

parte

de

ellos

negros.!

Sevilla,

centro

neurálgico

de la conquista y colonización del Nuevo Mundo, en 1565 contaba con 6.327, lo que representaba el 7.3 % de su población de 85.538 habitantes.? Muchos de los hidalgos que vinieron con Colón en su segundo viaje, en 1493, trajeron mesnadas de sirvientes. Y gran número de éstos eran esclavos negros. En Santo Domingo, la primera colonia, la institución esclavista en seguida se arraiga, se extiende y se consolida, Y de allí se traslada a Cuba: es casi seguro que con Diego Velázquez, conquistador de la Isla, llegaron a ella

los primeros esclavos negros, a fines de 1510 o principios de 1511. La expansión de este sistema de servidumbre fue, desde entonces, sistemática. Hay evidencia de que, a mediados del siglo xvi, el

á El estudio más o menos detallado de los orígenes de la trata negrera y de la introducción de la: esclavitud en América ha sido realizado por varios autores más de una vez. Sobre este fascinante capítulo de la historia moderna todavía conservan utilidad dos clásicos: las obras de Saco (1937-1944) y Scelle (1906). Un buen resumen en español: Mellafe (1973). En inglés: Davidson (1961), Mannix (1962), Rawley (1981), Kiple (1985), Eltis (1986) y Klein (1986). En francés: Renault y Daget (1985). Sobre la evolución general de la esclavitud y su influencia en el desarrollo de los sistemas es: clavistas de Norte y Latino América: Davis (1966). Para Cuba, la monumental obra de Marrero (1972-1987) y la de Franco (1985). A nosotros nos parece innecesario repetir lo que tan bien ya se ha dicho. En este capítulo introductorio aludimos únicamente a lo que resulta absolutamente indispensable para la comprensión de nuestro tema. Sólo hemos subrayado y ampliado ciertos aspectos que todavía demandan aclaración, como por ejemplo, la procedencia regional y tribal específica de los negros llevados a Cuba. 1. Marrero (1972), p. 80.

2.

Pike (1967), p. 345.

19

número

de esclavos negros pasaba de mil (si se contaban aque-

llos que habían entrado de contrabando y, por eso, no se mencionaban en los documentos oficiales). A principios del siglo XVII, los esclavos (ya unos 12.000) superaban en número a todos los demás estamentos sociales en conjunto. El

comercio

de

esclavos

El hecho de la existencia de la esclavitud en la España del Descubrimiento y la Conquista explica, pues, la presencia de esa institución en Cuba desde los comienzos mismos de su historia colonial. Pero el desarroilo y ampliación posteriores de la misma se deben al acoplamiento

aguda escasez de que tuvo lugar en nar con certeza el de los españoles. cientos mil, como

de muchas

otras causas, sobre todo a la

brazos producida por la catástrofe demográfica América en el siglo xvI. Es muy difícil determinúmero de indios que había en Cuba a la llegada ¿Cien mil, como estima Ramiro Guerra? ¿Dosprefiere Pichardo Moya? ¿O habrá que elevar

todavía esas cifras considerablemente, utilizando los métodos de cálculo demográfico de Cook y Borah?!* Sea como fuere, lo cierto es que apenas llegaron los españoles —y con ellos las epidemias

y un régimen de trabajo al cual los indígenas no podían cultural-

mente adaptarse— el número de estos descendió verticalmente y la despoblación fue rapidísima. En Cuba fue casi total: muy por

encima del noventa por ciento. Y los colonos se vieron obligados a buscar en seguida otra solución al problema de la escasez de mano

de obra:

solicitar

permisos

reales

para

importar

esclavos

negros directamente de Africa. Hasta el apostólico Padre Bartolomé de las Casas cayó en esa trampa, de lo que tuvo que lamentarse amargamente algún tiempo después. La Corona respondió positivamente a las demandas de los colonizadores. Y, desde muy temprano, desde la segunda década del siglo xvI,

una

larga

cadena

de

Reales

Cédulas

autorizan, una

y

otra vez, la introducción de negros africanos en el Nuevo Mundo y, más específicamente, en Cuba. La presencia negra se convierte,

desde entonces, en factor permanente en la historia de la Isla. De un modo u otro, el negro constituye parte integral del devenir cubano. Adquiere, por eso, alto valor simbólico lo ocurrido en La

Habana en 1555. En ese año, «cuando el corsario francés Jacques: de Sores 1.

Cook

atacó, capturó y Borah

(1971),

e incendió passim.

20

La

Habana,

entre

los que com-

batieron a los invasores, junto a los vecinos, estuvieron los indios

libres, reunidos ya en el pueblo de Guanabacoa y los negros libres y esclavos, Unión, en el momento trágico, en que eran atacados

por un enemigo

superiormente

armado,

que

dio al menos

tempo-

ralmente, a todos los estamentos sociales habaneros, un sentido elemental de pertenecer a la misma tierra. Al retirarse el invasor hereje, fueron contados

varios esclavos entre las víctimas del ata-

que a la villa, casi totalmente destruida.»? El primer sistema de importación de esclavos negros autori: zado por la Corona, que duró hasta 1595, se basaba en la concesión oficial de licencias o permisos controlados por la Casa de Contra: tación y otorgados por lo general a particulares (conquistadores,

funcionarios

reales, religiosos, comerciantes,

etc.). Estas

licencias

variaron mucho en magnitud. Algunas fueron por unos pocos esclavos para uso personal (criados o sirvientes). Otras pasaron de los mil negros

destinados

al mercado

de compraventa.

En

tos casos eran «por concesión graciosa», pero por la mayoría

cier-

de

ellas había que pagar impuestos o gabelas al tesoro real. Cuando se otorgaban a comerciantes, se les fijaba una cuota de entrada anual, se estipulaban los puertos de África de donde los esclavos

podían sacarse y los lugares de América En

donde podían venderse.?

1595 el sistema de licencias se sustituyó por el de asientos,

contratos

o concesiones monopolistas,

mercaderes extranjeros, rias veces los españoles

generalmente

otorgados

a

aunque en el transcurso de los años vatrataron —con poca fortuna— de procu-

rarse este lucrativo comercio. Los primeros en dominar los asientos fueron los portugueses (1595-1640). Después hubo un período de hegemonía holandesa (1640-1694). Sigue otro breve paréntesis

portugués

francesa

(1694-1701).

(1701-1713)

que

Y

un

es

corto

seguido

momento de

una

de

etapa

preponderancia de

hegemonía

inglesa (1713-1750). La concesión del asiento seguía los vaivenes del- poderío diplomático y de la supremacía económica internacional en la época de desarrollo del capitalismo comercial en

Europa. En realidad, los ingleses dominaron el comercio de esclavos durante casi todo el siglo xv1I1. Cuando España volvió al sis-

tema

de concesiones

mercaderes

ñías inglesas

limitadas

con algunos

particulares, estos

españoles se veían obligados a recurrir a las compapara

cumplir

sus compromisos,

con lo que

se enca-

recía el tráfico. El período que va desde 1762, cuando los ingleses 2.

el

Marrero

(1972),

p. 271.

3. Dos interesantes resúmenes de la historia de la trata pueden ampliar esquema aquí ofrecido: Davidson (1961) y Mannix (1962). Más erudición

y parejo

interés

hay en el excelente

volumen

21

de

Rawley

(1981).

toman la ciudad de La Habana y la abren al comercio libre, hasta 1789, que marca el fin de una época, es híbrido:

en él se entre-

mezclaron «como tendencias antagónicas, la libertad paulatina de comercio y los asientos más o menos exclusivos, por lo menos con

respecto a algunas provincias de Indias». También los cubanos trataron de lucrar con el nefando tráfico tan pronto desarrollaron una clase burguesa con capital suficiente para participar en él. Con vista a aprovecharse del productivo negocio, el Ayuntamiento de La Habana nombró en 1778 una Comlsión integrada por los regidores Marqués de Villa Alta, don Gabriel Peñalver y Calvo, el capitán don Ignacio Montalvo y don Lorenzo de Quintana «para tratar los asuntos relativos a la introducción de negros en esta Isla». El 8 de octubre del mismo año la comisión rindió su informe ante el cabildo en pleno. Ese documento —que se conserva entre las actas del Ayuntamiento de La Habana— resulta una fuente interesantísima para conocer el funcionamiento de la trata africana en ese período y para calibrar el grado de participación de las clases dirigentes de Cuba en el comercio de carne humana. Como resume Emilio Roig de Leuchsenring, en esa representación

«piden

numerosas

personalidades

de

la

Isla

—títulos de nobleza, en su mayoría, militares, altos dignatarios del gobierno y aún frailes, se les conceda la merced real del tráfico

de negros

costas

con

de Africa;

hacendados

las islas

gracia

en forma

que

de Anabón

era

de contratos

y Fernando

concedida

en esa

Poo,

época

y privilegios, o como

en

las

a los

eran co-

múnmente llamados, de asientos». Los comisionados habían hecho un estudio concienzudo de la forma en que se realizaba el comercio: de negros, consultando a individuos que tenían amplia experiencia.en el mismo y pudieron ofrecer un cuadro muy completo de sus detalles, algunos de los cuales vale la pena citar aquí. En:lo relativo a la compra del esclavo en Africa, la representación explicaba que podía hacerse tanto con dinero como con efectos.

(En

realidad,

el

trueque

de

efectos

era

la

forma

más

común). Los «géneros» más usuales eran: «aguardiente, alguna azúcar, tabaco en rama ordinario, que no pase de cuartillo la libra, pólvora ordinaria de cañón, escopetas, toda suerte de listados y pañuelos ordinarios y finos, abalorios de vidrio de diferentes

colores y tamaños,

machete,

barras

de hierro, planchuelas del ancho

acero, plomo, piedra y balas de fusil.» El precio podía

darse en dinero o equivalente

negro —decía 4. 5.

de un

el informe—

Mellafe (1973), p. 65. Roig de Leuchsenring

de varas

se regula

| (1937), p.

129,

22

de tela. «El valor de cada

de veinticinco

a treinta y

cinco pesos, o varas, las hembras valen diez varas, o pesos, menos;

y los niños de ambos sexos valen veinte pesos o varas menos.» El intercambio podía hacerse directamente con las autoridades africanas o a través de intermediarios.

«Despachando

las embarcacio-

nes desde La Habana con carga de aguardiente de caña, azúcar quebrada (y cuando S. M. lo permita tabaco en rama) y yendo en derechura a dichas islas (Anabón y Fernando Poo), con el dinero que 'se llevare se podría reducirlos a negros, ya con sus habitantes

ya con cando cae a ningún

los portugueses.» La navegación no era difícil: «Desemboel Canal de Bahama y tomada la altura correspondiente se las expresadas islas sin impedimento de bajo canal ni de otro obstáculo, y será, a la ida, como de dos meses, y de

regreso más

corta por lo favorable

de los vientos.» Las embarca-

ciones más adecuadas eran las de doscientas toneladas, con capacidad para doscientos cincuenta negros cada una. Los comisionados calculaban

que

«con

ocho embarcaciones

que

solo viaje pueden introducirse dos mil negros».*

al año

den un

Según los datos del informe que cita Roig de Leuchsenring, a

los negros

embarcados

en África

«se les alimentaba,

en el viaje

de vuelta de dichas islas africanas a La Habana con el suculento

menú diario siguiente: “Por la mañana se da a los negros grandes, media galleta y un poco de aguardiente aguado y también como tres onzas de vaca en salmuera, a las mujeres y niños no se les da el aguardiente aguado, pero se les suministra un poco de galleta por la mañana y generalmente a todos se les asiste con dos

comidas al día.” Estas comidas eran seguramente a base de arroz y fame, pues los firmantes de la representación recomendaban que «para mantenerlos

a la vuelta se embarca

arroz y ñames,

de

que hay abundancia en aquella costa».? La lista de los solicitantes de ese asiento constituye un verdadero registro de la clase alta habanera de la época. Todo el mundo quería su tajada del magnífico negocio.Y nadie daba muestra del menor escrúpulo, El abolicionismo aún no había hecho mella en la conciencia ética de

la burguesía criolla. Marqueses, condes, regidores, alguaciles mayores, altos oficiales del ejército y damas de elevada alcurnia ofrecen

miles

y miles de pesos

islas de Anabón y Fernando

ello una

operación

mercantil

«para

enviar embarcaciones

Poo en busca de negros».Y muy

apropiada

y hasta una

a las

ven en labor

patriótica y cristiana. Después de todo —se decía— sacar negros de Africa ¿no era apartarlos de la idolatría y acercarlos a la Iglesia de Dios? Viejo argumento que se repetiría una y otra vez du: 6. 7.

Roig de Leuchsenring. (1937), pp. 130-131. Roig

de Leuchsenring

(1937),

p.

131.

23

rante toda la era de la trata, asentándolo en citas bíblicas y, muy

particularmente, en las Epístolas de San Pablo. Las numerosas peticiones de la aristocracia su

culminación

en

1789,

cuando

Carlos

IV

habanera tienen

lleva

a

sus

últimos

Saint Thomas, .Sainte-Domingue

y Gua-

extremos la política reformista de Carlos 111 a este respecto, decretando la libertad del comercio negrero para las provincias de Caracas, Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico. (En 1791 esta concesión se extiende a los virreinatos de Santa Fe de Bogotá y Buenos Aires y luego al Perú, Chile y La Plata.) Los esfuerzos iniciales de los negreros de Cuba no fueron muy exitosos: sus expediciones se limitaron, al final del siglo xv1It, a adquirir pequeños lotes en los depósitos

de Jamaica,

dalupe. Carecían de la experiencia necesaria para realizar el tráfico directo con África. Pero el negocio era muy tentador y los negreros cubanos, al fin, lograron ampliarlo. La primera cargazón de negros traídos directamente del Senegal por Luis Beltrán Gonet llegó a La ¡Habana el 18 de septiembre de 1798 con 123 «piezas de ébano»,

cañones

siendo

recibida

celebratorios.

solemne

felicitó

con

repique

La

Junta

efusivamente

de campanas

del Real

al victorioso

y retumbar

Consulado

en

de

reunión

comerciante.

Pese

a

.que, a fines del siglo xvIt1, los barcos negreros norteamericanos nutrían satisfactoriamente las necesidades de los traficantes criollos, otros comerciantes habaneros decidieron seguir con los intentos

por

cuenta

propia.

Así,

por

de Azcárate en su goleta «Dolores»

a La Habana,

en diciembre

lo que produjo

una

ruelos,

al

ejemplo,

Francisco

Ignacio

llevó de las costas de Africa

de 1802, un cargamento

utilidad de un 73 por ciento

de 122 bozales,

sobre el capital

invertido en la operación. Y otra vez la Junta de Gobierno del Real Consulado, presidida por el Capitán General Marqués de Somefelicitó

cargador

pues

su

éxito

demostraba

«que

los

“nacionales pueden y deben dedicarse al tráfico directo del Africa con

capitales propios,

por

ser el medio

más

directo

de

fomento

que pueda la madre patria emplear en favor de esta Colonia». - Para completar el cuadro debe recordarse, empero, que desde

muy temprano, junto al comercio oficial, el tráfico de contraban.do en esclavos había florecido a toda plenitud en las colonias -antillanas de España. Una Real Cédula de 28 de junio de 1527

prohibía la importación de esclavos sin licencia y ordenaba que 8.

lado,

Franco legajo

(1985), pp.

73,

número

cargazón

fueron

126 y ss. El acta de la Junta en ANC, Real 2.802.

La

primera

expedición

directa

Consu-

de' Cuba

al

Africa en busca de esclavos tuvo lugar bajo el gobierno de Salamanca (1658-1664), pero en la residencia tomada a este gobernador los organizadores de esa

Véase:

Marrero,

Vol.

enjuiciados

111

(1975), p.

y 63

36.

24

de

las

«piezas»

fueron

decomisa-

se confiscasen los introducidos fraudulentamente y se entregasen a las autoridades. Esta orden fue repetida en 1530 y muchas veces después, a lo largo de los siglos, en una forma u otra, aunque con muy escaso efecto. Siempre hubo en Cuba innumerables esclavos de los llamados oficialmente de mala entrada. En el siglo XVII, según las necesidades locales y los cambios en la política

internacional, hubo tratos ilegales con los holandeses de Curagao y con los ingleses de Barbados y Jamaica. Esta última isla se convirtió en el mercado ilegal de esclavos más grande a que concurrían, por esa época, en busca de mano

de obra servil, las colonias

hispanas del Caribe. En el siglo xv1Ir esos contactos se intensificaron. Y en el xix —siglo clásico del comercio clandestino, como

ya veremos—

el contrabando

fue masivo. Por eso resulta tan difí-

cil calcular el número de barcos negreros y de esclavos que vinieron al Nuevo Mundo. Philip D. Curtin, en un libro que:ha devenido

un

clásico

en

la materia,

afirma

que

el tráfico

negrero

introdujo en Cuba aproximadamente 702,000 esclavos en los tres siglos y medio que duró. Curtin subrayó, sin embargo, que el mar

gen de error —de más o de menos— para cada una de sus cifras era de un veinte por ciento. Y refiriéndose específicamente a sus

estimados tos». En

cubanos

admitió que eran «débiles en muchos

1971, D. R. Murray,

con

una

100.000 esclavos al cálculo de Curtin. Y en cubano Manuel Moreno Fraginals subió a total de los traídos

durante

respec-

seria revisión, añadió unos

todo el período

1977, el investigador 1.012.386 esclavos el

de la trata a la Isla.

James A. Rawley, en 1981, considera este último estimado «sorprendente». Quizá lo sea. Pero lo cierto es que desde 1969 cada nuevo ajuste del censo de Curtin eleva siempre la cifra de las importaciones cubanas. En espera de un estudio exhaustivo de las fuentes, por el momento puede afirmarse, sin temor a equivocación alguna, que en Cuba entraron no menos de 850.000 africanos desde la llegada de Velázquez hasta la abolición de la

esclavitud, la mayor parte de ellos (alrededor de un 85 por ciento)

después de 1800, Evidentemente, desde el comienzo mismo de su historia colonial, la población de origen africano juega un rol de

primera

la Isla?

importancia

en la economía,

la sociedad y la cultura

de

9. Mannix (1962), Capítulo 9; Curtin (1969), pp. 31-43; Murray (1971), pp. 131-149; Eltis (1977), pp. 409-433; Moreno Fraginals (1977), pp. 189-191; Rawley (1981), p. 75; Zelinsky (1949), passim. Rawley estima que a las colonias espa-

ñolas de América

llegaron un

total de 1.700.000 esclavos

durante

todo el pe-

ríodo de la trata. La mitad de esos negros fueron llevados a Cuba. Véanse los estimados de Pérez de la Riva en el Capítulo 111 de esta obra. Un buen resumen del estado actual de la cuestión en Lovejoy (1982).

25

La adquisición de los esclavos por los negreros era un proceso que en algunos lugares —por ejemplo, en la Costa de Oro— podía tomar hasta seis meses. Durante ese tiempo el capitán anclaba su barco cerca de la costa —no hay buenos puertos en el oeste africano— y a él iba trasladando los negros, según eran adquiridos. Uno de esos traficantes así lo explica en el relato de su viaje al

África en 1693; «Mientras nuestros esclavos están a bordo, encadenamos a los hombres de dos en dos, cuando anclamos ante la

costa, a la vista de su propio país, pues es entonces cuando tratan

de escaparse y de amotinarse. Para evitarlo mantenemos centinelas en las escotillas y tenemos un cofre repleto de armas siempre cargadas, constantemente a mano en la cubierta, junto con algu-

nas granadas de mano y dos de nuestros cañones apuntando hacia la puerta que siempre se mantiene cerrada...»! Como el peligro era mucho mayor si los esclavos a bordo pertenecían al mismo grupo tribal o hablaban la misma lengua, los negreros procuraban mezclar sus cargamentos, haciéndolos lo más

heterogéneos posible. Además, los negreros se valían de las ene-

mistades, desavenencias

y conflictos (tan frecuentes

entre tribus

africanas vecinas) para mantener su «carga» dividida e impotente.

Así y todo, los motines eran endémicos en la costa de embarque,

con gran pérdida de vidas humanas, o para ponerlo en términos del comercio negrero, con lamentable merma de capitales. Los horrores del viaje transatlántico, en que los negros eran

trasladados de las costas de África a las de América, han sido na-

rrados,

con

merecida

indignación,

más

de una

vez.

Conviene

re-

cordar, sin embargo, algunos de sus detalles capitales, Hacinados en las bodegas de los barcos negreros, encadenados a sus vecinos y a los tablones de la tarima en que yacían de espaldas por horas, días y semanas interminables, espantados y mareados por un misterioso mar para ellos desconocido, debilitados por el vómito, azotados por las plagas (apenas había viaje en que no muriesen unos cuantos de viruela), mordidos hasta el blanco de los huesos en sus espaldas y sus codos por las asperezas de la madera (que más parecía ataúd que medio de transporte), los esclavos sufrían un

crudelísimo shock físico y mental durante el crítico período de la travesía. Pero rara vez sus dolores conmovían

el alma

de los tra»

ficantes, que no veían en ellos personas (o semejantes) sino mercancía, un instrumento de compraventa, de intercambio y de ganancia. Por lo menos

hasta

muy fríamente dos escuelas

fines

del siglo xvIt1, ¿no discutían

comerciales

contrapuestas

el modo

mejor de llenar los barcos? Los partidarios del sistema de «carga 10.

Mannix (1962), p.- 108.

26

suelta» sostenían que era mejor dejar un poco más de espacio y de libertad entre los cuerpos en el buque: entraban así menos

pero, un poco más protegidos contra las enfermedades, proporcio-

nalmente

llegaban más

a su destino. Los partidarios del sistema

llamado de «carga apretada» mantenían, por el contrario, que mientras más negros se metieran en la bodega, aunque ciertamente morían más, más llegaban en números redondos vivos al mer-

cado. Como si se hablara de animales. No puede extrañar, por todo esto, a nadie, que los esclavos, a veces enloquecidos por el trato brutal a que eran sometidos, se rebelaran en sublevaciones individuales y colectivas. Éstas se producían con frecuencia en ese proceso de almacenamiento que ocurría, como hemos visto, en los lugares de la costa de África destinadas a la. compra y embarque de esclavos, pero luego continuaba en los sitios de desembarque en América. Los esclavos siempre ofrecieron tenaz resistencia al sistema de servidumbre que se les impuso por la fuerza. O sea, que la trata negrera pro-

dujo un tipo de inmigración extraordinariamente

curioso y pecu-

liar. El negro africano era un inmigrante involuntario, forzado, y,

sin embargo, permanente. Una vez en América no tenía la más remota posibilidad de' retornar a su lugar de origen. Estaba, por

así decirlo, condenado a la presencia perpetua y, en consecuencia, a sufrir el proceso de transculturación en su nueva situación ame-

ricana. Ya lo veremos en detalle más adelante: el negro desarraigado y transportado —quisiéralo o no— culturalmente devenía un mestizo.

Ese proceso aculturativo con lo europeo comenzaba, muchas veces, antes de que los esclavos llegasen a Cuba. Miles de ellos, a lo largo de varios siglos, pasaron primero por las «factorías» oO

depósitos transitorios establecidos en las costas de Africa y después de los horrores de la travesía transatlántica arribaban a va-

rios puertos del Caribe, traidos por buques portugueses, franceses,

holandeses, ingleses. Y allí eran «refrescados» antes de ser vendidos legal o ilegalmente a los españoles y criollos de Cuba. Los

precios variaban

de modo

considerable, según las necesidades

del

mercado y la edad, sexo, condición física y aclimatación social de

la «mercancía». Por lo general los bozales (recién traídos de Africa) valían más que los ladinos (que cambiaban de manos en el

comercio interno), aunque a veces las mujeres ladinas tenían precios más altos, tal vez porque eran usadas, por lo general, en tareas domésticas donde la familiaridad con la lengua y la cultura del amo

esclavos

como

resultaba

tenían,

el tabaco.

una

pues,

un

ventaja.

El negro

precio,

Fuere

como

era un 27

éste cual

las reses,

«género»

fuere,

como

u objeto

todos

los

el azúcar,

mercantil.

Y negro comprado era negro obligado a la absorción de lo extraño. El tráfico conducía siempre al cruce, a la mezcla, a la amalgama. El desarrollo progresivo de la economía cubana —especialmente la azucarera—-a lo largo de todo el siglo XVIII, por fin logra fijar la rutina del tráfico. Barcos de todas clases y tamaños —amplios, como los ingleses o más pequeños, como los norteamericanos—

atracan

en

los

muelles

cubanos

cargados

de

negros.

Vengan de donde vengan, arriban casi siempre en la misma época, durante los primeros seis meses del año, el momento de la zafra. Azúcar y esclavitud devienen términos sinónimos. Poco a poco quedaba

establecido

el axioma

básico

de

los

hacendados

y los

traficantes de esclavos: «sin negros africanos (es decir, sin la trata) no hay azúcar; y sin azúcar no hay país.» Sin proponérselo

—aún

más,

lamentándolo

luego

amargamente—

nantes de la Isla hicieron de ella, con tierra de inevitable mulataje.

las

su política

clases

domi-

demográfica,

Lugar de origen Para determinar la influencia de la cultura africana en el desarrollo de la cultura afrocubana, primero, y la cubana, después,

resulta indispensable

averiguar

la procedencia concreta

de los es-

clavos durante los cuatro siglos de la trata, tarea que dista mucho de ser fácil. Un número considerable de los nombres con que los amos

llamaban

a los esclavos

o con

que

éstos se denominaban

a

sí mismos, han sido conservados en Cuba, ya en documentos oficiales o privados, ya en libros, folletos, periódicos, etc. Todos parecen aludir, con mayor o menor precisión, a determinadas

áreas generales de origen. Es conveniente comenzar nuestra exploración con ellos. Los más importantes son los siguientes: lucumí, mandinga, arará, mina, gangá, carabalí y congo. a)

Lucumí:

Mucho se ha especulado sobre los orígenes del término lucumi. Lydia Cabrera dice al respecto: «Lucumí es el nombre que se da

.en Cuba a los yorubas, que ocupan la parte occidental del sur de Nigeria, con las provincias de Abeokuta, Lagos, Yebú, Ondo.»!

En 1951 el profesor William Bascom afirmaba:

blos de lengua yoruba se conocen como 1.

Cabrera

(1974a),

p. 20.

28

«En Cuba, los pue-

Lukumi

(lucumí)...

En

algurios mapas muy

tempranos

del oeste de África, se coloca el

reino o pueblo de Ulkamy al norte y noroeste de Benin, pero no

he podido

blación

encontrar en esta parte

que

1972 Bascom

hoy

sea

conocida

por

de Nigeria ningún

el nombre

parece haber abandonado

lugar o po-

de lucumí.»?

la hipótesis

En

de que el tér-

mino lucumí designa una unidad política o una región geográfica

del África, pues

dice:

«En

Cuba,

los descendientes

de los esclavos

yorubas se conocen como lucumíes, un término que probablemente se deriva de una forma yoruba de saludo, oluku mi, que signi-

fica “mi amigo”.»* Sin embargo, Olfert Dapper en su Description

de l'Afrique, publicada en 1686, habla del reino de Ulcami o Ulcu-

-ma, un país situado entre Arder y Benin, hacia el noroeste.* Una de las características de este reino es que vendía gran número de esclavos —ya prisioneros de guerra ya criminales— a los holandeses y a los portugueses, para ser enviados al Nuevo Mundo. Dap-

per también menciona al vecino reino de Benin, donde su dios (sic) es llamado «Orisa» (los Yorubas llamaban a sus dioses «Orisha»), y donde se celebraban festividades anuales en honor del

mar. Ambos reinos estaban situados en el territorio ocupado por - el grupo étnico que hoy conocemos como Yoruba. Dapper ofrece dos mapas:

en el primero, un mapa

de Africa, encontramos

cerca

de Benin una región designada «Ulcuma», en el segundo titulado «Nigritarium Regio», esta misma región aparece como «Ulkumí». En 1734, el capitán William Snelgrave menciona un país que llama

«Lucamee» situado al noreste del reino de Ardra. En su libro hay

un mapa

de esa región donde

aparece el reino de Ulcuma

o Ulca-

mi. En ninguna de estas obras se menciona el término Yoruba, que originalmente se aplicaba sólo a los Oyo y que en el siglo xIx los misioneros cristianos comenzaron a usar para referirse a todas

2.

3. 4.

Bascom

(1951), p. 10.

Bascom (1972), p. 13. Dapper (1686), p. 307.

5. Snelgrave (1734), p. 89. Lydia Cabrera y María Teresa de Rojas poseen un mapa del siglo xv1zr donde aparece dicha región claramente señalada como UrLkKuMI. En el mapa del cartógrafo francés Nicolás Sanson d'AbbeviMe (1600-1667), que reproduce Marrero en el volumen tercero de su obra (p. 27), se encuentra también una región llamada ULcuiM, cerca del golfo de Benin, aparentemente formando parte de lo que d'Abbeville denomina «Royaume Benin». 6. Ortiz (1916) y Aguirre Beltrán (1946) también hacen referencia a los mapas de Dapper y Snelgrave.

29

las tribus de la región y a su lenguaje común.? Todo parece indi-

car, pues, que en tiempos remotos había en África, cerca del golfo de Guinea, un reino (o territorio) llamado Ulcami, Ulcumí o Luca-

mi, de donde procede la palabra lucumí. Muchos esclavos cubanos, cuando se les preguntaba sobre su origen, en vez de referirse a su nombre tribal, mencionaban la

unidad política a que habían pertenecido y se llamaban a sí mismos lucumí. En Cuba esta palabra se usó en forma muy general

para referirse no sólo al grupo Yoruba, propiamente hablando, sino también a lo que Murdock (1959) llama el «racimo» yoruba,

que incluye a los Egba, Oyo, Ife, Ijebu, etc.¿ Así, por ejemplo, los esclavos se llamaban a sí mismos lucumi-egbado, lucumí-oyód, lu-

cumt-1yebú, etc. También algunas tribus vecinas, a pesar de no estar comprendidas en el «racimo» yoruba, parecen haber sido designadas como lucumi.? b)

Mandinga:

Mandinga, en Cuba, era un término general que incluía no sólo a los mandinga o malinke propiamente hablando (un grupo que

habitaba el alto Niger y los valles del Senegal y del Gambia)

sino

también otros pueblos vecinos, como los Bambara y los Diola o Yola. Habían recibido fuerte influencia arábiga y fueron traídos a Cuba sobre todo en los primeros tiempos de la colonización trayendo

consigo

sus

creencias

musulmanas.

Bastide

ha

dicho

en

1971: «Los musulmanes han sido numerosos también en Cuba... trayendo a la Isla el culto al señor Allah; pero, lo mismo que en Brasil, sus adictos acabaron uniéndose a los yorubas; Allah

7. Smith (1969), p. 15. Es preciso recordar, para evitar confusiones, que ael término yoruba que ahora se usa para describir a todos los que hablan un lenguaje común, originalmente se aplicaba sólo al pueblo del reino de Oyó. No parece que existiera una palabra que, en el pasado, se usara por los Yorubas para designarse a sí mismos». Lloyd (1965), p. 551. El viejo reino yoruba de Oyó mantuvo su dominación sobre Benin y Dahomey hasta que su poderío se opacó en el siglo xvi. Al comenzar el siglo xIx los Yorubas estaban divididos en varios estados menores. Véanse: Davidson (1969), pp.

201 y ss.; Fage (1969), pp. 102 y ss.

8.: Murdock (1959), pp. 244-245. : 9. Por ejemplo, el grupo arará y el ibo se incluían en el grupo lucumí. Ortiz (1916), pp. 26 y 38. Los Yorubas son conocidos también con el nombre lucumí en Colombia (Escalante, 1964) y en México (Aguirre, 1946). En Haiti y Brasil se les llama Nagos, porque —según Aguirre— ése era el nombre que les daban sus vecinos los Fon de Dahomey. (Cf. Aguirre, 196, pp. 132-133). Sin embargo, en Murdock (1959), p. 245, encontramos un grupo tribal llamado Nago o Anago, que es una subtribu Egba del llamado «racimo» yoruba.

30

se fundió

entonces con

Obatalá, el dios del de Obbat Allah.» ? c)

Olorún

cielo,

e incluso,

según

reapareciendo

con

E. Reclus,

el nombre

con

curioso

Arará:

En las fuentes históricas cubanas, por ejemplo en los registros

oficiales de las Sociedades de Socorros Mutuos fundadas. por ex: esclavos, aparecen varios tipos de arará: arará-cuévano, arará-sa-

balú, ararámagino, etc.!! Hoy se sabe que los arará, aradás o ardás son dahomeyanos. Como expresamos antes, Dapper (1686) mencio-

na el reino de Arder, al suroeste de Ulcami o Ulcuma.”? En el mapa «Nigritarium Regio» y en el de Snelgrave (1734) la región de Ardra

está

situada

meéeyano ocupado

al este del río Volta,

por los Ewe

y los Fon,

en

según

el territorio

Murdock

daho-

(1959).13

Ortiz (1916) dice que en Cuba se confundía al arará con el lucumi

según mencionamos en la nota 9. Algo similar sucedía en el Brasil, donde la nación dahomeyana se vio obligada a moldear su

propia

subcultura

esclavos muchas

los nombres

sobre

veces

la influyente

cultura

se referían a sí mismos

yoruba.'*

Que

los

utilizando no sólo

tribales, étnicos o lingúísticos sino los geográficos y

políticos lo demuestra el nombre, arriba citado, arará-sabalú. Ya hemos visto lo que se entiende por arará. Sabalú es una ciudad situada al norte del antiguo reino de Dahomey, unas 90 millas al

norte de 'Allada y cerca de las fuentes del río Weme.S d)

Mina:

Este nombre probablemente designaba a un pequeño grupo asociado con los Popó (del «racimo» Ewe, según Murdock) o a los

esclavos

traídos

de la estación

de

San

Jorge

de Mina,

establecida

por los portugueses en el territorio Fanti de la Costa de Oro.!S

10.

Bastide

(1969), p. :102.

11.

Ortiz (1919), pp.

27-28.

-12. 13. 14.

Dapper (1686), p. 307. Murdock (1959), pp. 252-253, Bastide (1969), p. 126.

15.

Gailey

16.

Ortiz (1916), p. 43. Sobre

(1970),

p.

101

(mapa). los minas

31

de Colombia

cf. Pavy

(1967), p. 51.

e)

Gangá:

La verdadera naturaleza de los gangás,

término

que se usaba

no sólo en Cuba sino también en México y Puerto Rico, constituye

uno de los problemas más intrigantes de la etnología cubana. José María de la Torre en 1854, Henri Dumont en 1866, Esteban Pichardo en 1875, Francisco Vidal en 1897 y Fernando Ortiz en 1906 y 1916, ofrecen abundante prueba de su presencia en Cuba." De la Torre y Dumont colocan su lugar de origen en la región costera situada al norte del Cabo de Palmas y las laderas de las montañas

Aguirre

circundantes,

Beltrán

en

íntimo

y Manuel

gangás en México y Puerto llegaron desde los primeros

contacto

Álvarez

con

Nazario,

los

mandingas.

refiriéndose

a

G.

los

Rico, respectivamente, indican que días de la Colonia hasta fines del

siglo xv1It1, procedentes de la costa de Sierra Leone y de la región

interior inmediata

a ella, así como

del territorio hoy incluido

en

el norte de Liberia. De acuerdo con Aguirre Beltrán, gangá no es más que una contracción de gangará, nombre que usaban los árabes y ciertas tribus africanas para referirse a los mende y a otros miembros

del sector malinke

meridional

de la familia

mandinga,

que se establecieron en el área arriba mencionada.!' No hemos podido encontrar evidencia alguna sobre la existencia de un grupo gangá en los mapas etnográficos de África. Los gangás de Cuba, sin embargo,

acostumbraban

a añadir

un

marbete

identificatorio

al llamado nombre «de nación», denominándose a sí mismos gangá-cramo, gangá-fay, gangá-conó, gangá-quisí, etc. Con la ayuda de esos marbetes

la tarea de localizar estos primeros

grupos

gan-

gás es relativamente fácil, como lo demuestra la siguiente tabla: NOMBRE

CUBANO

NOMBRE

Gangá-quisí Gangá-gola Gangáfay

KISSI GOLA VAT?

Gangá-tomu

TOMA

Gangá-conó Gangá-cramo Los

AFRICANO

(en Murdock

kissi, gola, vai,

1959)

KONO KRAN

komo,

kran,

toma

y mende,

con

quienes

los

17. De la Torre (1854), p. 53; Dumont (1915), pp. 164, 170, 264-268; Pichardo (1875), p. 159; Vidal (1897), p. 106; Ortiz (1906), passim y (1916), pp. 35-37, 165n. (Dumont escribió su libro en 1866, pero hasta 1915 no fue publicado por la Revista Bimestre Cubana). 18. Aguirre (1946), pp. 116, 120; Alvarez Nazario (1961), pp. 56-57.

32

gangás

están íntimamente

identificados, forman

un grupo

de pue-

blos localizados exactamente donde los investigadores cubanos del siglo xIx indicaban: al sur de Sierra Leone y al norte de Liberia (véase mapa 2). | Si esto fuera todo, no habría dificultad alguna. Pero sucede que

Lydia

Cabrera

(1970

a) se refiere

a los gangá-arrieros

como

una «nación» o tribu que hablaba lengua conga (Bantú) y los coloca entre los congos.* También, en el folleto que acompaña las grabaciones de música religiosa afrocubana hechas por Cabrera, encontramos una serie de cantos de los gangá-ñongobá llamados «mambos» por la familia de origen gangá que los interpretaba. «Mambo» es el nombre que dan los congos a sus cantos rituales. Un estudio detallado de los marbetes añadidos al nombre genérico de gangá en Cuba, según datos aportados por Cabrera, Ortiz y otras fuentes, arroja un resultado en verdad sorprendente, como se ve en esta tabla:

NOMBRE

CUBANO

NOMBRE

Gangá-gorá Gangáfay Gangá-bandoré + Gangá-nsuru Gangá-yoni Gangá-cundo

1959)

ANGAS (subgrupo: Goram) ANGAS (subgrupo: Pai) NDORO ANGAS (subgrupo: Sura) TIV (subgrupo: Iyon) KUNDU

Gangá-ñongobá +

+

AFRICANO

(en Murdock

PUKU

(subgrupo:

Nyong)

El afijo ba se usa para significar «pueblo» o «nación». Véase la nota 28.

Los angás, ndoro, tiv, kundu y puku forman un grupo de pueblos situados muy lejos de los primeros gangás, pues se encuentran

al

norte de la Ensenada de Biafra, en la Meseta meridional de Nigeria. De acuerdo con George Murdock, todos estos pueblos, con la excepción de los angás, son bantoides, o según la terminología cubana, congos.% | 19.

Cabrera (1970a), p. 141.

20. Murdock (1959), pp. 88-89. Murdock dice en la pág. 90: «Aunque por pura conveniencia los pueblos de la provincia se clasifican de acuerdo con el lenguaje, debe hacerse hincapié en que las diferencias culturales y lingúísticas revelan un grado extremadamente bajo de correlación en esta región». La clasificación de algunos grupos como pertenecientes a Gangás I y Gangás IT es ambigua en dos casos: los Gangá-fay pueden ser Vai (Gangd 1) o Pai (Gangá IT): también los Gangá-gola y Gangá-gora bien pueden ser el

mismo

grupo

y no dos entidades

distintas.

33

Evidentemente, hay dos grupos separados e independientes de pueblos africanos conocidos como gangás en Cuba. Para evitar confusiones podemos llamarlos gangás I y gangás II (véase mapa 2). Los gangás I (relacionados con la cultura mandinga y localizados en Sierra Leone y Liberia) estuvieron abundantemente representados en el tráfico negrero con Cuba en los tres primeros siglos de la era colonial. Los gangás II (en su mayor

des, desde el punto de vista cultural tanto como

situados

principalmente

en

la Meseta

Nigeriana)

parte bantot-

del lingúístico y vinieron

en

nú-

mero substancial en el siglo xIx. Henri Dumont, que practicó medicina en los ingenios cubanos de la primera mitad del siglo xtx, da fe de la casi total ausencia de mandingas en las plantaciones de la época y añade que desde hacía mucho tiempo los mandingas no eran introducidos en Cuba.?! La historia explica fácilmente este cambio de dirección en las fuentes de la trata. Tan pronto abolieron el tráfico en 1807, los ingleses se apoderaron de Sierra Leone, en enero de 1808, y establecieron en Freetown una base naval que se convirtió en el centro de operaciones de su persecución del «comercio transatlántico». Lógicamente los vecinos situados inmediatamente al norte, sur y este de esta región (o sea, los mandingas y los gangás I) se vieron

protegidos de las incursiones negreras por la marina británica. El tráfico se movió hacia el sur. Cuando los gangás II comenzaron a llegar a Cuba en el curso del siglo xIx, muchos de ellos, como

dijimos antes, pertenecían al grupo étnico de los angás y proba-

blemente este hecho explica por qué a ellos y a sus vecinos

se les

adjudicó en la Isla el nombre de gangás, término de viejo conocido y ampliamente usado para designar a africanos que procedían del área general del Golfo de Guinea.” f)

Carabalí:

Un número sustancial de esclavos llegó a Cuba procedente de la región de Biafra. Estos esclavos se llamaban a sí mismos carabalíes y procedían de un área que comprende el sureste de Nigeria (Calabar) y el oeste de Camerún. El término carabalí deriva evidentemente de Calabarí, «pueblo del Calabar». Todavía en 1579 se les conocía en Cuba como calabaríes, según puede comprobarse en un acta notarial de ese año, extraída por María Teresa de 21.

Dumont

(1915), p. 170.

22.

Eltis (1977), passim;

Curtin

(1969), pp. 243 y ss.

34

Rojas del Archivo de Protocolos de La Habana. También recibieron en la Isla el nombre de brícamos, según Lydia Cabrera.” Un estudio más

detallado

de los grupos

étnicos

de esta región

aparece más abajo, en nuestra lista de las áreas de procedencia.

Digamos aquí tan sólo que entre los carabalies eran muy comunes

las sociedades secretas y de ahí procede la famosa sociedad secreta

Abakuá

carabalíes clasificarse Mbembe y toide y, de guas

de

la

(NÑañigos),

tan

subfamilia

Benue

los

y no

en

Cuba.

Obviamente

los

son cultural y lingiísticamente heterogéneos. Pueden en dos grupos principales: 1) las tribus Ekoi, Ibibio, Yako pertenecen a lo que Murdock llama Racimo Banacuerdo con la clasificación de Greenberg hablan len-

pertenecen al Racimo Kwa.*

conocida

Sandoval

esclavos

(1627),

2)

las

tribus

Central y hablan lenguas según cita de Pavy

colombianos

se entienden

Congo;

unos

dice:

a otros,

«Los

e Ijaw,

de la subfamilia

(1967), refiriéndose

caravalíes

ni hablan

lbo

son

a

incontables

lenguas

mutuamente

inteligibles...» Y En Cuba, los carabalíes pueden ser considerados, geográfica y culturalmente,

como

un

gozne

intermedio

entre

las

áreas

que

dieron origen a las dos grandes ramas de la cultura afrocubana: la rama lucumí (yoruba) y la rama conga (bantú). g)

Congo:

En Cuba, el nombre de congo se aplicaba no sólo a los grupos étnicos conocidos como kongo (Murdock, 1959, p. 292) y sus nu-

merosas

subtribus, sino que —como

balí— era un nombre

blos

procedentes

congos cubanos

de

general

un

procedían

los términos

que se utilizaba para

área cultural

originalmente

mucho

más

lucumí y caradesignar

extensa.

pue-

Los

de la región que a veces

es conocida como Guinea Inferior (Congo septentrional y Angola) o, más específicamente, del área entre el Camerún meridional y las fronteras inferiores de ¡Angola. Todos estos pueblos hablan

lenguas

bantúes, pertenecientes

lia Benue-Congo.

al grupo

bantoide

Los congos eran muy numerosos

jaron tras de sí un legado cultural y religioso el de los yorubas.

de la subfami-

en Cuba y de-

sólo superado

por

23. Rojas (1947), p. 46; Cabrera (1970b), p. 63. 24. Esta sociedad secreta ha sido estudiada exhaustivamente por Cabrera en su Sociedad Secreta Abakuá (1970b) y Anaforuana (1975). Cf. también Courlander (1944) y Sosa (1982). 25. La lengua yoruba también pertenece a la sub-familia Kwa.

26.

Pavy (1967), p. 50.

35

Este examen del lugar de procedencia de los complejos culturales más conocidos en Cuba, perfilado con el estudio de algunas estadísticas sobre la importación de africanos a América, nos permite delinear con precisión cinco áreas geográficas fundamentales como fuentes de la inmigración africana a la Perla de las Antillas: 1) Area del noroeste Sub-Sahárico (que incluye Senegambia, Guinea, Sierra Leone cabo de Palmas).

y Liberia;

es decir, desde

el río Senegal

al

2)

Area de la Guinea Superior: (desde el cabo de Palmas hasta

3)

Area de la Ensenada de Biafra: (Calabar y el noroeste

4)

Area de la Guinea Inferior: (Congo septentrional y Angola).

los bordes orientales del delta del río Níger, comprendiendo la Costa de Marfil, la Costa de OFo (Ghana), Togo, Dahomey y la Nigeria meridional), Camerún).

5) Area africano).

de Mozambique:

Una vasta y compleja

(en

la costa

sureste

del

del continente

diversidad étnica, lingúística y cultural

predomina en estas cinco regiones del Africa sub-sahárica de don-

de vinieron a Cuba los esclavos. Lo que sigue a continuación es un esfuerzo por integrar en forma esquemática: 1) el origen geográfico de los esclavos cubanos;

2) los nombres

tribales y otras deno-

minaciones generales que se han dado a estos esclavos, tal como

aparecen en fuentes

cubanas, como

las obras

de José A. Saco,

Fernando Ortiz, María Teresa de Rojas, Esteban Pichardo, Félix Erénchun, Jacobo de la Pezuela, Henri Dumont, Leví Marrero y Lydia Cabrera; 3) el nombre de los grupos étnicos africanos según la clasificación de Murdock

(1959); y 4) las filiaciones lingúísticas

de estos grupos, siguiendo primariamente lenguas africanas de Greenberg (1963).

la clasificación

de las

Según acabamos de expresar, hemos aislado cinco áreas geográficas. Internamente hemos dividido cada una siguiendo criterios lingúísticos. Como los esclavos traídos a Cuba, con la excep-

ción de los 'Hausas, hablaban lenguas pertenecientes a la familia Níger-Congo del tronco lingúístico Congo-Kordofanio, omitimos citar este dato en cada caso. Cuando consideremos a los Hausa, sin embargo, la familia y el tronco lingúístico serán mencionados. En cada una de las subdivisiones, hemos enumerado en MAYUSCULAS —siguiendo la ortografía de Murdock— los nombres de los grupos étnicos africanos que fueron traídos a Cuba. En la misma

línea,

los nombres

a su

lado, en

minúsculas

y bastardillas,

colocamos

con que se conocían estos grupos en Cuba, de acuer-

do con las fuentes arriba citadas.

36

AREA

1. —

Noroeste

Sub-Sahárico.

(Región

los mandingas y los gangás 1.)

A

general

de origen de

Subfamilia del Oeste del Atlántico: WOLOF FULANI

Jelofe, Iolof, Jolofo. Fula, Fulbe.2

BIJOGO? DIOLA, YOLA BANYUN

Biohó. Jota, Casanga (Kassanga: los BANYUN,

PEPEL

Bran

KISSI

Gangá-quisí.

GOLA NALU BIAFADA, BIAFAR

Gola, Gangdá-gola. Nalú. Biafara.

PEPEL,

VAT?

B

(Bram:

subgrupo de

Murdock:

subgrupo

Murdock:

265).

265)

de

los

Gangá-pai.

Subfamilia Mande:

MALINKE, MANDINGO

Mandinga.

BAMBARA SUSU, SOSO

Bambara. Musoso.2

MENDE

Mende,

KONO NGERE TOMA C

Mande.

Gangá-conó. Ingre.2 Tomu (clasificado por Ortiz).

Subfamilia Voltaica (Gurj): BOBO

como

Mobwa (Bwa: subgrupo BO, Murdock: 79).

gangd

|

de BO-

27. Los Fulani estaban «esparcidos por todo el Sudán occidental, desde Senegal, en el oeste, hasta el Camerún y el Africa Ecuatorial Francesa en el este» (Murdock, 1959, p. 412). A los Fulani pertenecían, entre otros, los Ada-

mawa,

Bauchi,

Fouta

Toro,

Kita,

Liptako,

Masina,

Sokoto,

etc.

Es

muy

di-

fícil determinar a cuáles de estos grupos regionales pertenecían los Fulas cubanos. 28. Los prefijos Mu, Mo, Ba, que quieren decir pueblo, frecuentemente precedían a los nombres que a sí mismos'se daban algumos esclavos en Cuba. Cuando alguien, por ejemplo, se proclama Musoso, en realidad estaba diciendo: «Procedo del pueblo Soso». Basongo quiere decir: «pertene-

ciente al pueblo Songo». 29. Ortiz (1916). Pero dice que

pertenecen

37

al complejo

carabalí.

D

Subfamilia Kwa

(rama Kru):

KRA, KRAN SAPO AREA

2. —

Guinea Superior.

mies y de Ararás.)

A

Gangá-cramo. Sapo, Zapé. (Región general de origen de Lucu-

Subfamilia Kwa: 1

Rama

Ewe:

EWE

Ewe.

GA

Agáa.

GUN

de los FON, Gun.

FON

Ararámagino.

POPO

Popó,

Mina-popó,

subgrupo dock:

2

Rama

(Mahi:

Murdock:

2533),

de

los

Mina.

POPO,

Achante, Fanti.

Mina-ashante.

YORUBA

Lucumi,

Oyó,

EGBA

Murdock, 245). Egguado, Egbado,

IFE

Rama

subgrupo

do,

|

NUPE

Ketu.

Lucumi-oyód.

Mur-

de

(Ketu:

los

(Oyó:

"YORUBA,

Lucumitegbasubgrupo

- los EGBA, Murdock, 245).

de

Fee, Yesa, Yeza, Lucumi-yesa. (Ijesha: subgrupo de los IFE, Murdock, 245).

Ekiti.-

IJEBU Rama

(Mina:

Yoruba:

EKITI 4

253).

Akan:

ASHANTI FANTI 3

subgrupo

Iyebu,

Yebú,

Lucumí-yebú.

Nupe: Nupe, Akpa,

Tacud.%

30. En Cuba, el esclavo lucumíi llamaba al nupe con el nombre (Cf. Ortiz, 1916, p. 47). Bascom se refiere también al «pueblo Nupe en Cuba. Bascom (1951), p. 19.

38

de akpá. (Takpa)»

B

Subfamilia Semítico):

Chad:

tronco lingiístico Afro-Asiático

HAUSA C

Hausá.

Subfamilia

FULANI

D

(Hamito-

del Oeste del Atlántico:

FULBE

Fula, Fulbe.

Subfamilia voltaica: BARGU

Baribá. (Bariba: BARGU,

subgrupo de los

Murdock,

80).

AREA 3. — Ensenada de Biafra (Calabar). (Región general de origen del complejo carabalí y del complejo Gangá II)

A

Subfamilia Kwa: 1

Rama

lbo:

IBO 2

Ibo Rama

IJAW,

ljo:

IJO

Iyo,

Brasi,

Bras:

(Bras:

subgru-

po de los IJAW, Murdock, 244).

Carabalí, (Kalabary: subgrupo de los IJAW, Murdock: 244),

B

Subfamilia Benue-Congo 1

Grupo

IBIBIO

EKOI

Cross-River:

Bibi, Ibibis, Ibibios, Efik (Apapas Chiquitos, Ekete. (Efik y Eket: BIOS,

subgrupo de los Murdock: 243).

IBl-

Ekoi, Apapas Grandes, Hatan. (Atam: subgrupo de los EKOI, Murdock:

243).

31. Los ¿bos se confundían en Cuba algunas veces con los lucumíes y otras veces se incluían en el grupo carabalí. Ortiz (1916), p. 38. Cf. también Cabrera (1970b), p. 71.

39

YAKO

Uyanga. (Uyanga: subgrupo los YAKO, Murdock: 243).

de

Ekuri. (Ekuri: subgrupo de los YAKO, Murdock: 243), Ikumora. (Ekumuru o Ikumuru:

subgrupo de dock: 243).

2

los

YAKO,

Mur-

Grupo Jukunoide:

MBEMBE 3

Mbembe,

Nbembe,

Mambembe.

Grupo Bantoide:

KOSSI

Mumboma,

Mumbona,

Embo.

TIV

(Mbo, subgrupo de los KOSST, Murdock: 274, Clasificado como Congo por Cabrera). Gangá-yoni. (Iyon: subgrupo de

KUNDU

Cundo.

PUKU

Ñongobá, Gangá-ñongobá. (Nyong subgrupo de los PUKU, Mur-

los TIV, Murdock:

(Clasificado

por Ortiz). dock:

275).

92).

como

Clasificado

gangá

como

BATEKE

gangá por Pichardo y Cabrera. Bateke. (Clasificado como Congo

NDORO

Bandoré,

Familia Chad: mítico):

por Cabrera).

Gangá-bandoré.

tronco lingúístico Afro-Asiático

ANGAS

(Hamítico-

Se-

Gangás, Gangá-insuru, Gangá-gorá, Ganga-fay? (Sura, Goram y Pai: subgrupos de los ANGAS, Murdock:

92),

AREA 4. — Guinea Inferior (Congo Septentrional y Angola). (Región de origen de los Congos. Todos hablan lenguas de la subfamilia Benue-Congo, grupo Bantoide.) NGUMBA? 32.

Los angungas eran llamados

Angunga.»? congos

40

reales en Cuba. Ortiz

(1916) p. 25.

Engiiey. (Mwei, subgrupo de los FANG, Murdock: 280).%

FANG

Mobangué. Munyacara,

BANGI LUMBO BUNDA, VILI

(Yaka,

BaYaca.

Munyaca,

subgrupos

Bayaka:

de

los LUMBO, Murdock: 275). Babundo,. Cabinda, Cabenda, Kabinda. (Ka-

BABUNDA

binda: subgrupo de los VILI, Murdock: 292), Loango. (Loango: subgrupo de los VILYI, Murdock:

292).

MISANGA YOMBE, MAJOMBE SUNDI KONGO, BAKONGO

Mayombe. Musundí, Musunde. Congo, Bakongo, Mpangu.

MBALA, BAMBALA KIMBUNDU

Murdock: 292). Mumbala, Bambala. Loanda, Muluanda, Mbaka,

Nisanga.

gu:

subgrupo

(Mpan-

de los KONGO,

Mon-

dongo, Ngola, Angola, Mundembu. (Loanda, Mbaka, Ndongo,

Ngola, Ndembu: subgrupos de los KIMBUNDU, Murdock:

292). Kumba. Bombd. (Bombo: subgrupo de los SANGA, Murdock: 292). Bikas. (Bikay: subgrupo de los MAKA, Murdock: 280). Musulungo. (Musurongo: subgrupo de los SORONGO, Mur-

KUMBE SANGA MAKA SORONGO BANGALA, LUNDA LUPOLO

dock:

Lundé, Butuá.

Esola,

33.

SONGO

34.

tánamo,

Ortiz (1916) dice que formaban

evidencia

alguna

Los autores

para

probarlo.

Murdock:

292),

de

los

parte del complejo carabalt, pero no su infancia en la ciudad

distancia del municipio

de Alto Songo

subgrupo

Nbanda. (Mbande: subgrupo de los LUIMBE, Murdock: 293). Songo.A

de esta obra pasaron

Cuba, a poca

de la población

(Esela:

LUPOLO,

LUIMBE

ofrece

292).

Banguela, Banjela, Benguela,

BANGELA

era —y

41

de Guan-

de Alto Songo. La mayoría

todavía es—- negra.

SELE

Embuila. (Mbui: subgrupo de los SELE, Murdock: 292).

KISAMA SUKU

Quisama, Kasamba,

subgrupo

dock:

Kisiamo. Kisamba.

293).

de

los

(Samba:

SUKU,

Mur-

ÁREA 3. — Mozambique. (Todos hablan lenguas de la subfamilia Benue-Congo, del grupo Bantoide. En Cuba se les considera como Congos.) NDAMBA MAKUA

Mundamba. Macud.

Esta desmedida diversidad de origen se debe, en gran parte, al

hecho de que España fue la única potencia colonial que no parti-

cipó directamente en la trata, sino que obtuvo sus esclavos a través de los negreros portugueses, franceses, ingleses, holande-

ses, etc. Por eso las colonias hispánicas dentes

de toda

la costa

africana

envuelta

recibieron negros proce: en

el nefando

comercio,

dependiendo de la nación que, en cada momento, disfrutase del asiento o la autorización para traficar y de las regiones de África en que tales naciones estuviesen por ese entonces obteniendo su

carga. Las demás

colonias de América

se nutrían de los esclavos

que les suministraban los negreros de sus respectivas metrópolis o de los propios. De ahí el origen más claramente definido de su población servil. Estamos seguros de que la lista que arriba ofre-

cemos

todavía puede ampliarse. Apenas hay región del Africa tra-

tista que no haya contribuido, en mayor o menor medida, al enorme amasijo de etnias y de culturas negras que se produjo en la isla de Cuba. Resulta muy difícil determinar en qué proporción estaba re-

presentada

cada una

de las áreas

de importación

en el número

total de esclavos introducidos en Cuba. Más difícil aún es precisar qué tanto por ciento representaba cada grupo étnico traído a Cuba en cada: época de la. trata. En términos generales puede decirse

que en el siglo xv1 y la primera mitad del xvi, la mayor parte de

los esclavos procedían de la. Alta Guinea (entre el río Senegal y el Cabo. de. Palmas). En

la segunda

mitad

del siglo xvI1

el área

se

extendió hacia el sur, hasta llegar a Angola. Ciertos grupos tardaron más en llegar que otros. Los yorubas, por ejemplo, no arriba-

ron en número apreciable hasta el siglo xv1tI. Debe recordarse que como quedó dicho: más arriba— alrededor de un 85 por ciento de los esclavos entraron en Cuba después de 1800, Para algunas

42

décadas del siglo xIx poseemos un par de cálculos que pueden servir de muestra de los lugares de origen. El primero se debe a Philip Curtin. Está basado en los datos de importación del Foreign

Office

de

Londres,

modificados

por

el censo

de

Freetown,

Sierra

Leone, de 1848, que incluye los esclavos capturados por la marina británica

en

siguiente:

su campaña

ESTIMADOS

antitratista.

De

esa

DE IMPORTACIONES DE CUBA, 1817-1843

tabla extraemos

AFRICANAS

Area Costera

Tanto por ciento

Senegambia (Wolof) . Sierra Leone (Mandinga,

. Fulbe,

Golfo de Benin (Yoruba,

Fon, Popó, Nupe) .

Windward Golfo

Norte

de

del

la

Coast

Biafra

Congo

(Basa, etc.) .

Angola (Congos) . Mozambique (Macuá)

Madagascar

.

(Ibo, Efik, Ibibio,

(Congos)

—.

.

. .

+.

+. .

+.

. .

Susu, etc.) .

.

.

. .

etc.).

.

.

.

+.

+... +. +. +.

+.

+.

0,1 3.3

.

...

0.6

.

31.1

9.9

+...

13.0

+. . +...

11.3 29.5

+. 0.

1.0

(Curtin, op. cit., pág. 247)

El segundo estimado es de David Eltis y se basa en cifras de exportación de todas las áreas africanas envueltas en la trata. El-

tis establece seis regiones, a saber: 1) Guinea Occidental: la costa situada al oeste y al norte del río Volta hasta Senegal; 2) Ensenada de Benin: desde el Volta hasta el Niger (sin incluir este último);

del

3) Ensenada

Congo:

del

de

Cabo

5) Angola: del Congo al norte y al este del se refiere al período Cuba se refiere, héla

Biafra:

López

del

hasta

Niger

(e

al Cabo

incluyendo)

López;

el

río

4)

Norte

Congo;

al Cabo Santa Marta; 6) Africa Sudoriental: Cabo de Buena Esperanza. La tabla de Eltis comprendido entre 1821 y 1843. En lo que a aquí: ES

43

IMPORTACIONES Guinea Occident. 1821-25 1826-30 1831-35 1836-40 1841-43

AFRICANAS

EN

CUBA,

Golfo de Golfo de N. del Benin Biafra Congo

27.9 34.8 18.7 28.8 34.0

26.8 20.9 18.7 24.3 36.0

45.4 44.2 46.2 21.9 3.1

1821 A 1843 Angola

Africa Sud-orient.

— — 9.8 3.5 —

— — — 14.9 5.0

— — 6.6 6.5 22.0

(Eltis (1977), pág. 419) Las diferencias entre la tabla de Eltis y la de Curtin son notables. Las oscilaciones de una década a otra son también apreciables. En general, parece que el número de Congos (término que en Cuba comprende todos los bantúes, es decir, las tres últimas columnas de la tabla) aumentó sistemáticamente a partir de 1830.

Pero

los

esclavos

procedentes

del

en

pueden citarse

Golfo

de

Benin,

sobre

todo los Yorubas continuaron llegando en forma substancial durante el siglo xIx. Pasando de cálculos sobre la trata (importaciones y exportaciones) a estimados sobre la presencia proporcional de los distintos grupos étnicos

Cuba,

profesor Manuel Moreno

las cifras

que

ofrece

el

Fraginals en su historia de los ingenios

cubanos sin indicar las fuentes de donde las obtuvo:

ORIGEN DE LOS ESCLAVOS DE INGENIOS

1850-1860

Grupo

Luca

Étnico

%

Carabalí

.

Gangá Mina . Bibí . Otros .

O . . . +... +. . . .. +... . . . . . .

Congo

CUBANOS,

.

.

.

.

(Moreno 44

.

.

...5

+. +. 0... . ..

34152 s

17.37

16.71

11.45 3,93. 2.84 13.18

Fraginals (1978), Vol, IT, p. 9)

La sociedad No

Los

que quedó atrás

negros

trajeron

esclavos

consigo

más

fueron

sacados

de África

casi desnudos.

que la carne, maltratada por las tablas

del barco negrero, y la cultura, pronto macerada también brutales exigencias de su nueva situación económico-social. posible excepción de sus míseros trapos y algún que otro ritual, atrás dejaban todo lo material: su tierra, los palos monte,

azadas,

las

yerbas

de

sus calderos,

su

sabana,

sus armas

los

bejucos

de

sus

de caza y de guerra...

por las Con la objeto de su

selvas,

sus

todo.

Sin

embargo, África, su África, venía junto con ellos. Y, a pesar de todas las presiones del nuevo medio, entre ellos continuaría viviendo hasta el final de sus días y aún más

allá:

en la vida espl-

ritual de sus hijos y sus nietos. Todavía más: con inesperado e increíble vigor, esa cultura africana iba a penetrar los poros de la sociedad europea en que se le obligaba a vivir y, al cabo de los

siglos, acabaría por integrar con ella una cultura nueva y original. Y como

no hay modo

de entender

una

sus elementos, es preciso preguntarse:

síntesis

¿cómo

si no

se conocen

era esa África que

los esclavos dejaron atrás y que, sin embargo, con ellos vino hasta las tierras de América, para echar aquí otras complicadas raíces?

La primera mirada será para el trasfondo geográfico. Con excepción de los que llegaron de Mozambique, en las costas del océa-

no Índico, los negros cubanos en su inmensa mayoría procedían —como acabamos de ver— de una faja más o menos ancha, que corre paralela a la costa occidental del África sub-sahárica, apro-

ximadamente desde el norte de Senegal hasta el sur de Angola. Esta es el Africa clásica de la trata de esclavos. Fisiográficamente hablando, en ella predomina el clima tropical húmedo de la clasificación de Kóppen. Sólo en los extremos norte y sur, donde la faja se acerca a los desiertos, el clima se convierte en estepario. Las dos variedades del clima tropical húmedo (selva y sabana) se alternan

en la región.

Desierto, estepa,

selva y sabana

son

los

cuatro tipos de ambiente físico que el africano esclavizado podía considerar como propios. En consecuencia, su adaptación al clima carácterístico de Cuba (sabana tropical, según la tabla de Kóoppen) no debió resultar excesivamente difícil o penoso.!

El clima, la vegetación y los distintos tipos de cultivo se imbri-

can en esta zona de África con notable coherencia. Las temperaturas permanentemente altas y la humedad abundantísima que

dejan detrás lluvias constantes, se combinan para producir la selva 1.

Véanse,

a este respecto,

entre

otras las siguientes

Obras:

Jarret

(1962);

Blij (1964); Mountjoy y Enbleton (1966); Grove (1967); Gann y Duignan (1972).

45

ecuatorial, cuya máxima expresión africana tiene lugar hacia el Golfo de Guinea, incluyendo la mayor parte del sur de Nigeria, el

suroeste del Camerún,

la llamada Guinea Ecuatorial (es decir, Río

Muni y Fernando Poo), la mayor parte de Gabón y la sección septentrional de la cuenca del Congo. En la faja se encuentra otra

región de selva, situada al oeste de la anterior, con su centro en Liberia, aunque ésta cuenta con una estación de seca de unos tres o cuatro meses de duración y, por lo tanto, presenta algunas características propias, que la distinguen de la otra.

Fronteriza a la zona de selvas se extiende la sabana.

región, la rítmica sucesión

de estaciones

En esta

de lluvia y de seca

última en el invierno), así como la presencia de una humedad nerosa (aunque siempre inferior a la del área selvática) una vegetación de altas yerbas tropicales, salpicada de

(esta

ge-

produce bosques

que se tupen cuando la sabana se acerca a la zona de las selvas y se hacen mucho más ralos cuando es la zona esteparia la que está cercana. Hay geógrafos que colocan entre la estepa y la sabana una zona intermedia, de hierbas más cortas y árboles más pequeños, a la que llaman estepa tropical. Casi todos los negros que fueron traídos a Cuba desde esa gran faja del oeste de África eran agricultores. La agricultura, en el

occidente africano, presentaba una dicotomía fundamental, basada

en las realidades fisiográficas que acabamos la de la selva, otra la de la sabana,

borraba en las regiones fronterizas, claban. Con cada patrón productivo

Esta

de resumir:

una era

división, sin embargo,

se

donde los sistemas se mezse asociaban, además, otros

factores de la vida económica y social: artesanía, sobre todo en la producción

por ejemplo, los tipos de

de textiles y en el trabajo

de los metales. Los pueblos que habitaban la región de las selvas vivían fundamentalmente de tubérculos y frutas. La raíz más consumida era el ñame

(sobre

todo

el llamado

«ñame

blanco

fruto más apreciado era el plátano o banano.

de

Guinea»).

El

La dieta se suple-

mentaba con aceite de palma, legumbres, la carne de algunos animales (sobre todo la cabra) y los productos de la caza y la pesca.

También se consumía la cola, cuya cafeína servía de antídoto para la fatiga de los caminantes. En la selva que se extiende desde Gambia a Liberia se cultivaba, además, arroz. La comida principal

típica de la selva tenía lugar al caer el día. Sus ingredientes básicos eran el aceite de palma y una especie de pudín o fufú hecho de ñame. Las mujeres preparaban al fuego una mezcla de aceite y agua en la que echaban frijoles, semillas de melón, cebollas, quimbombó y otros vegetales, más lo que hubiera a mano de carne y

pescado,

aderezándolo

todo

generosamente 46

con

sal y pimienta,

para aplacar el sabor desagradable de los alimentos muchas veces descompuestos por el calor excesivo. La carne era muy apreciada y escasa y, cuando no había otra, se apechugaba a la de perro, así

como a reptiles e insectos. El consumo de las aves de corral estaba por lo general limitado a las ceremonias religiosas. Los pueblos de la sabana eran fundamentalmente cultivadores

de granos. El mijo y el sorgo o zahina se adaptan bien a las con-

diciones climáticas de la región (breves períodos

dos

suelo.

de calor

También

seco

e intenso)

se

cultivaban,

y a la baja como

de lluvias, segui-

fertilidad

alimentos

relativa

auxiliares,

del

arroz,

frijol, cebolla, melón de agua, etc. El plato principal del desayuno

de la sabana era una cocción de harina de millo o de sorgo de variada consistencia según el lugar. Por la noche, típicamente, se

comía una bola de pasta de cereales con salsa muy sazonada que contenía vegetales, semillas de melón y, de ser posible, pescado,

carne o pollo. La dieta de la sabana era más rica en proteínas, calorías, minerales y vitaminas que la de la selva.? En toda la región subsahárica el hierro era conocido desde muy atrás, pero no se utilizaba el arado sino la azada en las labo-

res agrícolas,

tanto

para

los granos

como

para

los

tubérculos.

La

azada más corriente era la de mango corto. El método de siembra más común era el de rotación de cultivos. Después de usar una parcela de tierra por dos o tres años, ésta se abandonaba, dejándola en barbecho

una

nueva

cultivo. Para

parcela

por largo tiempo

se desbrozaba

el negro

africano

(a veces hasta quince

y quemaba

para

la tierra, siempre

años) y

dedicarla

al

abundantísima,

era un bien común, que pertenecía al grupo social en su conjunto, de cuyas manos —y sólo en usufructo— el individuo la recibía. Una economía pastoril predominaba en las regiones esteparias

situadas al norte y al sur de la región Además, por buena parte de la porción

de la selva y la sabana. septentrional de la saba-

na, a donde no llegaba la mosca tse-tse, que impedía el desarrollo del ganado en el sur, se había dispersado un pueblo nomádico y ganadero, los Fula, Fulbe o Fulbt, quienes se establecían por períodos más o menos largos en los bordes de las áreas ocupadas por los pueblos agricultores, manteniendo con ellos un intercambio constante.? Por lo general, la economía de la gran faja de la trata era en

lo básico una economía de subsistencia, que funcionaba al nivel de pequeños poblados o villas y, en consecuencia, se caracterizaba

2. Daryll Forde, «The Cultural Map of West Africa: Successive Adaptations to Tropical Forests and Grasslands», en Ottenberg (1960), pp. 124-128, 3. Los Fula, Fuibe, Fulbi (Fulani) —recuérdese— ocupaban un área muy

extensa en el oeste africano.

47

por el fraccionamiento: más que una unidad estructurada era un simple agregado de miles de pequeñas economías independientes, con débiles conexiones entre sí. De ahí que los idiomas fuesen tantas veces locales. Y que la organización social, en ocasiones, apenas rebasase el nivel de la tribu, aunque varias de estas sociedades lograron acumular excedentes de riqueza suficientes para permitir el desarrollo de grandes concentraciones de poderío económico, social y político, como los reinos de Mali, Songhai y otros, de que hablaremos luego. Aún en estos reinos los lazos unificadores

eran,

por

aislamiento

lo general,

absoluto

bastante

nunca

existe,

flojos.

la

Por

lo

demás,

intercomunicación

como

el

acabó,

con el tiempo, por dotar de una homogeneidad cultural relativa a extensiones geográficas relativamente amplias.* | Los patrones de la organización social no superaban, por lo común,

en dimensiones,

la escala de los patrones

económicos

que

acabamos de resumir. Territorialmente hablando la unidad básica era la villa o poblado, pero desde el punto de vista sociológico la célula fundamental es otra: el clan y el tipo peculiar de familia que lo integra. La relación social clave se funda sobre la consan-

guinidad

más que

sobre

la vecindad.

Y los lazos

que unifican el

conjunto participan más de lo místico y religioso que de lo simplemente económico y geográfico. El mundo social de los negros africanos era cualitativamente distinto del de los europeos que los

compraron como esclavos. Hay que mantener siempre a la vista esa diferencia si se desea comprender el proceso simbiótico que va a producirse en América entre ambas culturas.

El africano que fue traido a América se sentía ligado a sus semejantes ante todo por la solidaridad creada por una peculiar forma de parentesco: cada individuo pertenecía a un clan, un grupo con funciones distintas en las distintas regiones del occidente africano, pero que en todas se caracterizaba por considerar a sus miembros como parientes consanguíneos (aunque lá relación no pudiese ser substanciada genealógicamente), o sea, como descendientes de un antepasado común. Este hecho, por lo general,

se simbolizaba por la posesión de un emblema o totem que asociaba al clan con una planta, animal u objeto ancestral sagrado, de cuya mística esencia de algún modo todos los miembros del clan participaban y alrededor del cual se integraba todo un complejo sistema ritual de tabúes, mitos, prácticas y ceremonias. Además cada clan se sentía identificado con algún sitio, con algún pedazo de tierra que se consideraba como común: morada bendita 4. George

Dalton, «Traditional

(1970), pp. 61 y ss.

Economic

48

Systems»,

en- Paden

y Soja

de los antepasados, de los muertos, tanto como de los contemporáneos, de los vivos y de los hijos aún por venir. El clan estaba formado por dos o más familias extensas, es

decir, por amplios grupos de parientes efectivamente consanguíneos, tres o cuatro generaciones (bisabuelos, abuelos, padres, hijos) que vivían juntas bajo una jefatura común. Dentro de la

familia extensa funcionaban unidades menores, predominando el tipo.denominado poligínico (un hombre con dos o más esposas). El parentesco se trazaba siguiendo una de las dos formas alternativas de la descendencia unilineal: el patriarcado predominaba en la sabana, el matriarcado en la selva, aunque con muchas excepciones. La autoridad del jefe masculino de la familia era —y sigue siendo— muy vigorosa en el oeste africano, tanto para regular las. actividades del grupo de parentesco, como para dirigir la vida

social en la comunidad de carácter territorial. Por lo general, las villas o poblados contenían varios clanes ligados entre sí por lazos

intermatrimoniales, pues uno de los tabúes más corrientes de este tipo de sociedad era la endogamia. Otro factor decisivo era la edad, que determinaba la participación del joven en «sociedades» o «clubes» de contemporáneos simultáneamente iniciados y que regía, además,

en forma decisiva, la organización

social y política.S

de la autoridad

En ocasiones el clan desbordaba el marco de la unidad consanguínea y ritual para convertirse en una unidad económica y

legal. A veces la actividad económica

dimanaba

no del clan sino

de la entidad territorial (villa o poblado). Pero, en todo caso, el clan era siempre la célula básica de control social. Dentro del

clan se producía la asistencia recíproca en las distintas actividades de la vida, se resolvían los conflictos bajo el arbitrio de los ma-

yores, se realizaban

los ritos ligados

a la producción

agrícola.

El

fuera

del

clan regulaba la mayor parte de las relaciones sociales. Definía las relaciones consideradas como incestuosas. Confería el status de ser libre:

clan).

(el esclavo

Garantizaba

el

era siempre

acceso

al

un

hombre

territorio

situado

ancestral.

Promovía

la

ayuda militar en casos de necesidad. Establecía las formas de participación en los funerales. En fin, el clan gobernaba gran parte de la vida diaria del africano. Y exigía de sus miembros una disciplina estricta: respeto a las reglas y tabúes tradicionales, intervención activa en las ceremonias, contribución sostenida al mantenimiento de la solidaridad clánica esencial. Con toda razón 5. 6.

July (1975), Capítulos 4 y 5. Cf. Murdock (1959), pp. 24 y ss.

49

Balandier

(1968), passim.

ha podido decir Kimble (1960) que el clan era «el sistema circulatorio» de la sociedad africana primitiva.? Por

encima

del clan se encontraba

la tribu,

termino

antropo-

lógico de naturaleza muy controvertida. En el oeste de Africa la tribu puede considerarse como una aglomeración de clanes o villas que integraban una unidad cultural definida y poseían comunidad de lengua, territorio y estructura política, así como simila-

res usos y costumbres. En su forma más rudimentaria la tribu consistía de unos pocos grupos de familias o clanes que vivían

independientemente. En el otro extremo encontramos tribus con poblaciones de cientos de miles de individuos que ocupaban áreas

extensísimas, aunque estas tribus enormes eran más bien la excepción que la regla y, en realidad, deben ser consideradas ya como entidades supra-tribales.

Muchos sociólogos estiman que los sistemas políticos tradicionales del Africa Occidental se derivan de los sistemas de autoridad y status característicos de la organización familiar y 'clánica. En algunas áreas la centralización administrativa mínima indispensable para poder hablar de «estado» no se daba en lo absoluto. La vida política no rebasaba el nivel de la villa. Y en esas villas pre-

dominaba una forma de gobierno que Murdock ha llamado demo-

cracia primitiva y Hubert

Deschamps

denomina

anarquía:

funcio-

a la comunidad. No

manda-

naba en ellas un consejo de ancianos encabezado por un jefe, a menudo hereditario, pero que no era sino primus inter pares. Ni

él ni el consejo podían dictar normas

ban: trataban de persuadir. La estructura del clan y la del gobierno se confundían. Entre

mente

estas

democracias

desarrolladas

embrionarias.

primitivas

se contaban

En su forma menos

y

diversos

las

monarquías

tipos

de

plena-

monarquías

orgánica, estos reínos compren-

dían unas pocas villas que tenían el mismo rey, pero éste era apenas un símbolo de esta unidad: a veces desempeñaba ciertas funciones

religiosas, pero

su participación

en

el proceso

real

de

gobierno era prácticamente nula. No faltaban monarquías en las que cada «villa era soberana pero donde uno de los clanes era reconocido por todos como el «clan fundador». Los miembros de este clan se consideraban a sí mismos como una especie de «aristocracia», a la cual pertenecía el «rey», pero la función de éste era

estrictamente simbólica.* Ahora bien, en varias ocasiones —y

los siglos que inmediatamente .7. 8.

por causas

diversas— en

preceden y siguen al establecimien-

Kimble (1960), Vol. IT, p. 9. Murdock (1959), p. 33; Deschamps

50

(1962),

pp.

13-36.

to de la trata, surgieron en África Occidental varias unidades políticas mucho más complejas, monarquías que en lo sustancial siguen el modelo de despotismo africano acuñado por Murdock. Las notas divino;

básicas

b)

de este

aislamiento

sistema

ritual

del

son:

a) absolutismo

monarca;

c)

de origen

presencia

de

una

corte «real», con elaboradas reglas de protocolo; d) desarrollo de una burocracia territorial, que tiene a su cargo la administración de provincias,

distritos y comunidades

locales;

e) existencia

de un

consejo supremo en la capital, formado por los ministros (un visir, o primer ministro, un comandante militar, un ministro de justicia, un custodio de las tumbas reales, etc.); f) un sistema de

sucesión electoral:

acceso

el rey a menudo

designa su heredero, pero el

de éste al trono no es automático;

de un comité

de ministros

con poderes

depende

electorales,

de la decisión

que muchas

veces ignoraba los deseos póstumos del rey, con lo que la sucesión saltaba frecuentemente de una rama a otra de la familia real; g) sacrificios humanos: en muchos estados negros los funerales del

rey se acompañaban Como

bien

con sacrificios humanos,

advierte

Murdock,

no

todas

estas

a veces cuantiosos. características

se

presentan siempre en todos los grandes reinos subsaháricos, pero la mayoría de ellas por lo general aparecen con notable regu-. laridad.? Muy poco se sabe de la historia del Africa Occidental antes del año 1000 de nuestra era. Los testimonios de los geógrafos árabes nos permiten saber, empero, que para esa fecha existían varios estados de considerable extensión e importancia en esa región. Los

más

notables

eran

el

de

Takrur

(en

el

valle

del

Senegal)

y.el de Ghana (en el sureste de la actual Mauritania). Este último era el más importante. En su momento de máxima expansión dominó un territorio de más de cien mil millas cuadradas, que se

extendía desde el río Senegal hasta el Niger, lindando por el norte con los bordes del gran desierto. El rey —cuyo título, Ghana, le daba nombre al estado— llegó a contar con un ejército de más

de

200.000

soldados.

El

grupo

étnico

más

señalado'era

el

So-:

ninke, que linguísticamente constituye una rama del tronco Mande. Los Mande eran negroides, pero los Soninke se habían mezclado con los Bereberes, porque el imperio Ghana estaba situado en el crucero

riano.

de

una

de las

rutas

capitales

del

comercio

trans-saha-

Al comenzar el siglo x111, Ghana, que desde algún tiempo atrás

venía

ninke, 9.

en

los

decadencia, Susu.

Murdock

Pero

(1959),

se derrumba muy

pronto,

p. 39.

51

al impacto

alrededor

de

del

un

año

pueblo

1230,

Solos

Mandinga, dirigidos por su gran líder Sundiata, derrotaron a los Susu y establecieron un nuevo reino, Mali, que comprendía el antiguo territorio de Ghana y lo desbordaba sustancialmente en todas direcciones hasta duplicar en extensión al viejo reino. Un siglo después, cuando lo visita el ilustre viajero árabe Ibn Battuta, Mali se encuentra en el apogeo de su desarrollo. Pero a mediados del siglo xv, hendido por disputas internas y presionado por sus vecinos, el reino de Mali comenzó

a desmoronarse

y el proceso de

fraccionamiento culminó en el siglo xvir con la total destrucción de lo que quedaba del núcleo central. Uno de los pueblos tributarios de los Mali, Songhai,

que vivía

en la curva noreste del Niger, a mediados del siglo xIv había conseguido su independencia y en el último tercio del xv, bajo el mando de Sunni Ali Ber, se convirtió en un poderoso imperio multinacional. Por entonces Songhai era, al menos nominalmente, un pueblo islámico. La ciudad más famosa de este reino, Timbuctú, devino

no

sólo un gran

centro

comercial

sino

también

una de

las más ilustradas capitales del mundo. El geógrafo hispanoárabe León Africano, que la visitó en 1513 dice en su Descripción de

Africa

que

en ella vivían numerosos

menor

entidad

doctores,

jueces,

sacerdotes

y otros hombres de gran saber, que recibían generosas pensiones del gobierno real. El imperio Songhai se derrumbó cuando fue derrotado por un ejército marroquí mandado por el famoso eunuco español Judar Pashá a fines del siglo xvi. Varios reinos de se dividieron

el antiguo

territorio

imperial.

La integración de grandes estados no fue dominio exclusivo de los pueblos de la sabana. También en las selvas de la costa de Guinea el proceso se repite, aunque un poco más tarde, En la llamada Costa de Oro (hoy territorio del moderno estado de Ghana) se establecieron poco después del año 1000 DC varias tribus del pueblo Akan. Cuando los portugueses comenzaron a llegar con sus

bareos a esa región los Akan habían

formado

una serie de peque-

ños estados tanto en la costa como en el interior. Alrededor del año 1400 había surgido un reino poderoso, el de Bono, en la parte central de la Ghana actual que controlaba una de las más importantes fuentes de oro de todo el territorio. Por varios siglos los reyes de Bono mantuvieron una suerte de pequeño imperio con varios réyezuelos tributarios. Para fines del siglo xvII otros dos poderosos reinos emergieron entre los Akan: los de Akwamu y Dankyira,

mey

el primero

entre

(hoy Benin), el segundo

vasallos de los Dankyira 10.

Murphy

la Ghana

central y el moderno

en el suroeste de Ghana.

se encontraban

(1972), Rotberg (1965), Hallet

32

Entre los

varios pequeños

(1970), passim.

Daho-

estados

Ashanti en el centro de Ghana, en la vecindad de la ciudad de Kumasi. Ese núcleo se independizó a fines del siglo XVII y se desarrolló

subsiguientemente

en

un

importante

Bajo

imperio.

el

liderazgo de Osei Tutu y Opoku Ware el poderío Ashanti se extendió sistemáticamente hasta alcanzar alrededor de 1750 casi todo el territorio de la Ghana actual, En Dahomey el pueblo más importante era el de los Fon que para el siglo x111 parece haberse trasladado del borde de la sabana a la selva en el actual territorio dahomeyano. El primer estado Fon de importancia fue el de Ardra, establecido en el siglo Xvi,

con su capital en la ciudad de Allada, situada a unos 50 kilómetros al norte de la costa. A principios del siglo XvII surgieron estados,

otros

los

más

importantes

fueron

cuales

de los

los

de

Jaquin y Whydah en la costa y el de Abomey, en el interior, todos ellos bajo la soberanía nominal de Ardra, Abomey se convirtió en Dahomey.

el siglo

En

conquistó

xv1i1 Dahomey

a su

y sometió

dominio los reinos de Ardra, Jaquin y Whydah. Por largos años Allada fue un gran centro proveedor de esclavos para el comercio transatlántico.!! En el suroeste de la Nigeria actual se estableció, antes del año 1000 DC el pueblo ahora conocido con el nombre de Yoruba, dividido en dos ramas capitales: uno en la sabana en la región de Oyo, otro en la selva en la región de Ifé. La tradición yoruba fija el origen de los pueblos de ese nombre en la ciudad sagrada de Ifé. Uno de los mitos explica cómo la humanidad toda procede de los primeros hombres allí creados. Hacia 1400, alrededor de Oyo

se construye

el más

estado

importante

yoruba

que

en

los

siglos XVI y XVII extiende su territorio hacia llorin, en el norte, y

hacia el sur y el suroeste, estableciendo

Yoruba

de Egbado

y sobre los Fon

soberanía

sobre el estado

de Dahomey. Egbado

le dio

acceso a la costa y a la participación en el comercio con Europa. Alrededor de las ciudades de Ifé, llesha, Ibadán, Lagos, Ijebu-

Ode, Akure, Ondo y Abeokuta surgieron estados altamente estruc:

turados. El arte alcanza en esta región niveles extraordinarios de desarrollo. En Ifé, alrededor del siglo xI11, florece una escuela

de escultura

naturalista

(cabezas

en bronce

y terracota)

pite con los modelos más altos del arte universal. Al este del

territorio

Yoruba

—pero

todavía

que

al sudoeste

río Niger— vivían las tribus de los Edo, fundadores

com-

del

del gran im-

perio de Benin, que en los siglos Xv, XvI y comienzos del xvi1 era considerado por los europeos como el más importante de los rei-

nos del África occidental. Los artistas de Benin asimilaron la in11.

Ibidem, id.

53

fluencia de los grandes escultores de Ifé, aunque en el proceso parte del naturalismo se fue perdiendo y las estatuas de Benin,

aunque excelentes desde el punto de vista técnico, presentan una dimensión más bien simbólica, que se manifiesta, por ejemplo, en

la exageración de algunos rasgos faciales, sobre todo la boca y los ojos. De todos modos, la producción escultórica de Ifé y Benin integra'uno de los capítulos más ilustres de la historia del arte.!

A partir del sureste de Nigeria, la faja de la trata curva hacia el sur y atraviesa el ecuador y el río Congo para penetrar en An-

gola. En esta zona la cultura predominante es la Bantú que, por. lo

demás,

se extiende

por

toda el

Africa

subecuatorial,

desde

el

Atlántico hastá el océano Índico. Los bantúes eran vistos original-

mente por la antropología como ajenos al resto del complejo cultural del Africa negra. Hoy se sabe, empero, que no son más que una de sus provincias. Por ejemplo, desde el punto de vista lingúístico, los centenares de lenguas bantúes forman una rama del gran tronco Congo-Kordofanio. En la meseta que se extiende al sur del río Congo, un rey guerrero del pequeño estado bakongo

de Bungu llamado Wene, fundó en el siglo xiv un reino que recibió el nombre del gran río del África central, con que limitaba por el norte: Congo. A la llegada de los portugueses ese reino lle-

gaba por el sur hasta el río Loje e iba, en dirección este-oeste, desde el Atlántico hasta casi las márgenes

mera mitad

del siglo xvi, su monarca

más

del Kwango.

famoso,

En la pri-

Alfonso

1, trató

inútilmente de convertirlo en un gran estado cristiano en el cora-

zón del continente

negro.!*

Conviene insistir aquí en el hecho fundamentalísimo de que esclavos no trajeron a Cuba una cultura africana unificada y mogénea, por la simple razón de que tal entidad monolítica existía. Los pueblos. de África habían elaborado, en el curso los siglos, un número extraordinario de instituciones sociales, líticas y económicas distintas, así como una gran variedad

costumbres, los diversos

los hono de pode

religiones, lenguajes, estilos artísticos, etc. Pero si sectores de la cultura africana diferían notablemente

en los detalles de sus manifestaciones individuales concretas, los esquemas básicos de su visión del mundo, de su Weltanschauung;

eran

estructural

y funcionalmente

muy

similares.

Los africanos

pertenecían a miles de clanes y tribus diferentes, pero todos pertenecían a algún clan, todos participaban de alguna forma de vida tribal. Lo mismo puede decirse de su religión. Sus creencias, sus ritos y sus dioses podían ser completamente diferentes, pero 12. 13.

Willet (1967). Murphy (1972), pp. 192-196.

54

todos los africanos trajeron consigo un modelo de vida religiosa caracterizado por los siguientes elementos: 1) creencia en un Ser primordial y único, en un Dios Supremo, creador y dueño del

universo; 2) creencia en un panteón más o menos nutrido de divinidades, que actuaban como intermediarias entre los seres humanos y el Ser Supremo; 3) culto a los antepasados, quienes

después de muertos continuaban actuando como supervisores espirituales de la familia, a la que seguían perteneciendo a influyendo desde el más allá; 4) creencia en otros espíritus (a más de los antepasados y las divinidades): muertos con quienes los vivos podían establecer comunicación y que ejercían una influencia positiva o negativa sobre el mundo “superviviente; 5) práctica de la y de la medicina

magia

Las

mágica.

africano

occi-

de su existencia

indi-

religiones

del

dental podían diferir en muchos detalles, pero el sentimiento religioso

vidual

todos

permeaba

siempre

y colectiva,

constituyendo

los estratos el centro

unificador

de

su

tabla

de valores, de su «orientación filosófica», de su sistema comunitario, de su cultura. Como bien dice J. S, Mbiti, las religiones tradi-

cionales de África «no son primariamente para el individuo sino para la comunidad de que éste forma parte... Para ser persona

humana

total, lo que implica

hay que pertenecer a la comunidad

participar en las creencias, ceremonias, rituales y festivales de esa comunidad. Una persona no puede separarse de la religión de su grupo, porque el hacerlo implica cortar sus raíces, aislarse de sus

cimientos, destruir los lazos de su parentesco... Abandonar la religión equivale a una auto-excomunión de toda la vida social... Los

africanos no saben como existir sin religión».'* Es por eso que la vida cotidiana adquiere entre ellos una dimensión mística. Todas las actividades (cultivo, pesca, caza, guerra, etc.) están regidas por

ritos específicos. Sociedad

parable.

y religión se integran en unidad inse-

A pesar de que los europeos consideraban a los africanos como resulta

inferiores,

evidente

que

la distancia

entre

los amos y de los esclavos no era tan radical como

ver. Este hecho

es de capital importancia

pues

la cultura

de

se ha querido

explica

la posibi-

lidad —posteriormente realizada— de un proceso de toma y daca

entre ambos

elementos.

Los negros

fueron obligados

a abandonar

partes sustanciales de su herencia cultural y a adquirir muchos de los usos y las costumbres de sus esclavizadores, Esto resultaba

particularmente decisivo en el terreno de la vida política y de las

relaciones

sociales fundamentales.

Un monarca

africano

vendido

como esclavo era en América no un rey sino un esclavo. El sistema de estratificación social y las líneas básicas de las estructuras cla14.

Mbiti (1970), p. 3.

55

sistas eran en América totalmente distintos a los africanos. Las divisiones horizontales (castas, clases, etc.) y las verticales (clanes, tribus, sociedades secretas, etc.) en que el africano se movía en África desaparecían en el mundo transatlántico, porque el esclavo negro fue traído a América como individuo aislado, escindido de su grupo ancestral por el tajo de la trata, mezclado en los barcos

con negros

de otras tribus

e idiomas

tan extraños

a su ancestro

clásico como los blancos que los encadenaban, vendían y compraban en los mercados de carne humana. Sin embargo,

el africano

se las arregló

para

preservar

en su

nuevo domicilio muchas de sus tradiciones. A este respecto fueron ayudados por el común

«estilo de vida» que antes mencionamos y,

además por otra característica de la sociedad africana pre-colonial: su notable conservadurismo, su intenso apego a las propias costumbres. «Las sociedades tradicionales de Africa —ha escrito George

Dalton—

eran no

ralmente separadas

sólo pequeñas

sino

semi-aisladas, cultu-

por el lenguaje, la religión y la organización

política. Viejas animosidades heredadas constituían otro factor de separación. Los riesgos a que se veían expuestos los viajeros, así como las pobres facilidades de comunicación y transporte, con-

tribuían al aislamiento físico. En estas comunidades de marco localista, en que todo el inundo conoce a todo el mundo y las

mismas personas comparten las mismas actividades e inter-relaciones, la costumbre es siempre muy tenaz. Los niños crecen para

llevar el mismo género de vida de sus padres. Las prácticas y va-

lores tradicionales

se transmiten

intactos».

Irónicamente,

al sen-

tirse desarraigado de su medio propio, el africano se abraza a ese conservadurismo,

Mundo

como

un

mecanismo

de

defensa.

En

el Nuevo

se aferra en lo que puede a su cultura ancestral, no por

exigencias

del

control

comunal

impuesto

por

su villa o su clan,

sino porque es el único modo de mantener alrededor de su persona un ambiente social inteligible y respirable, aunque tantas veces tenga que ocultarlo, disimularlo o disfrazarlo con ropajes

de la cultura de sus amos. De ahí van a surgir los cabildos, las sociedades secretas, los cultos afrocubanos, las comparsas de car-

naval y otras mil formas

de aculturación y transculturación. For-

zado a cambiar radicalmente de vida, el negro africano se ase con

todas

sus fuerzas

tratando

(para no perder

de conservar

los elementos

la razón)

a sus viejas raíces,

más

queridos

de su pasado,

1) aprendizaje

obligado

de

particularmente su religión, su música, su danza. El proceso aculturativo del negro esclavo presentaba en Cuba tres

fases, por

lo menos:

la

cultura

del amo, sustituyendo con ella parte de la suya; 2) adquisición de 15.

Dalton, en Paden y Soja (1970), p. 70. 56 .

elementos

de otras culturas

africanas,

a través de su convivencia

con esclavos procedentes de regiones de África distintas a la suya;

3) traspaso de parte de su acervo cultural a la cultura de sus amos.

Como ya indicamos, se produce así un sincretismo multifacético: la variedad cultural africana tiende a sintetizarse y su producto,

a la vez que se permea Cuba, reacciona sobre

de la cultura española que encuentra en ésta modificándola sustancialmente. Un

ejemplo típico de este complejo proceso lo tenemos en los numerosos ritos cruzados de la religión afrocubana donde se imbrican factores yorubas, congos, cristianos, etc. La combinación

de estos

mecanismos dista mucho de constituir esa estática y mecánica retención de «africanismos» a que nos tenía acostumbrados la Antropología tradicional. En realidad estamos ante un fenómeno

poderoso de creación colectiva, de auténtica transculturación: de asimilación, de síntesis, de honda hibridización. Lo africano no sólo se conserva, sino que se funde con lo europeo, adquiriendo formas nuevas, originales, inusitadas. Las antiguas raíces sembradas en tierra nueva, producen

al cabo

de los años un árbol nuevo,

distinto, único. Es por vía de esas complicadas transmutaciones históricas que se forma en Cuba una cultura que no puede llamar-

se ni africana ni euro-cubana,

fusión de ambas: nuo bipolar que

aunque

sea hija y producto

de la

la cultura afro-cubana, cuyo puesto en el contifuncionaba dentro de la Isla hemos apuntado

anteriormente.

16. La economía tradicional del Africa Occidental, aunque menos desarrollada que la coetánea de Europa, distaba mucho de ser una «economía primitiva». En realidad, había alcanzado un nivel técnico mucho más próximo al europeo que al de la llamada sociedad «salvaje». Sus actividades agrícolas, comerciales y mineras demandaban del africano occidental destrezas, habilidades y pericias que lo hacían mucho más aceptable, como trabajador, que gran parte de los indios americanos. Ésta es una de las razones que explican la expansión de la esclavitud negra en el Nuevo Mundo. (Véase a este respecto Dia (1960), passim). Entre todas las instituciones que los negros trajeron a América en su memoria social, había una que funcionaba entre ellos desde tiempos inmemoriales y que merece aquí especial mención: la esclavitud, El sentido estricto de este término en el contexto indígena africano sólo en tiempos muy recientes ha comenzado a despejarse. En Africa existían diversas formas de servidumbre y sólo algunas de ellas pueden ser consideradas, sin caer en ambigúedades, como verdadera esclavitud. Pero es indudable

que,

en

una

forma

u otra,

a veces

muy

áspera,

otras

más

suave,

la esclavitud africana era una realidad muy extendida. Y su familiaridad con ella ayudó al negro esclavizado en América si no a aceptar, por lo menos a comprender, la nueva situación a que se veía sometido. Un estudio definitivo

de

la esclavitud

en

África

está

todavía

por

hacer.

Su

urgencia

es

enor-

me, pues el conocimiento detallado de esa institución puede arrojar mucha luz sobre los procesos asimilativos y de transculturación en el Nuevo Mundo. La mejor obra, hasta ahora, sobre el tema es la colección de ensayos recogidos por Miers y Kopytoff (1977).

51

|

5

E

»*

Sy

VIOINY

SOIND) [S o

a

>

bjantuog

0

04

a yd

cpuen?

¿ue

O

s

QY

£Y z

na e

SINANINI

vVUVUV

Opueusa y

al

3 ?

Y

O

y

Y

e

S

ye

e,

«A

oy

Y

leouas Oy

¿0

>

seee)

e o

Ñ apIaA

"

oq)

University, Miami)

Es”

sE e

SN

a

po

E

(sun IVIN

:

la

A

y a

. vi Cs

É

3,

"

e,

PEA, o,

A

2%

ar

HR

JeQUzUEZ

anbiqurzoy E

.

A |

De

cortesía del Graphics Department , Florida “International

(Dibujo

EL AFRICA DE LA TRATA

1

Mapa

.

L

peyo *

|

o

[étuornen1s3UT PpLo]y

A

ad:34114

0

o P$Woy y] 085

Oo

Y

unLag 94

(TuerAr “AyISISDATUN “usuniedag SIMder)

,

$

VanyoA

% .

o

¿

sIU1O4 39191 “9 f

nónpebera

o

auuaf

pon

(

u

ofnqkj)

La

N)

ba don vin

ay

vw

ASS

AA

seuleg

f

1

:2 PAPA

[op ersajro3

manquiry

?

IT A I VONV9 SO4NY9 SOT 44 NOJOVZITVIOT

a

EZ

INy | 2nusg y

34NN

e

0e9

.

...

_

CiQUES “y

apiaA 9)

CapítULO

1I

EL NEGRO EN LA CUBA PRE-PLANTACIONAL

Siempre la esclavitud, y sólo la esclavitud, fue la base de la

estructura económico la colonia en Cuba.

- social

FERNANDO

ORTIZ

de

El régimen esclavista (que comprende, entre muchas otras cosas, las oscilaciones cuantitativas y cualitativas de la trata, las relaciones jurídicas y sociales entre amos y siervos, las condiciones de vida y de trabajo de estos últimos, etc.) atraviesa en Cuba

por dos etapas perfectamente diferenciadas. La primera es muy larga: ocupa los siglos XVI, XvII y buena parte del xviIrr. La segunda se inicia ya bien avanzada la última mitad del siglo XvII1 y se prolonga hasta el momento de la abolición de la esclavitud en 1886. No es difícil encontrar un marbete clasificatorio para este

segundo período. Puesto que la plantación azucarera deviene entonces el eje central de la economía, bien puede ser denominado período plantacional. Y la prolongada etapa precedente, para simplificar la terminología, puede recibir el título de pre-plantacional.

Nos encontramos

ante dos tipos distintos de esclavitud, producto

de dos momentos distintos de la economía y de la sociedad cubanas. En este capítulo vamos a resumir las características de la

esclavitud y la situación del negro libre en esa primera fase de la evolución económica y social del país. Pero antes hay que aludir al marco

que las encierra.

Economía y Sociedad en la Cuba Pre-Plantacional En

1955,

en

un

ensayo

titulado

Tierra

y Nación,

uno

de los

autores de' este libro resumía la situación histórica de Cuba en los siglos xv1 y xvIr diciendo que en esa época la Isla no era más que una Factoría, una «colonia de posición». En los primeros momentos de su historia apenas si servía como trampolín, de donde se saltaba a otras empresas de conquista y colonización de más

calado en el Continente. Luego, por mucho

tiempo el país retuvo

su carácter de simple punto de escala, de sitio de tránsito. España no veía en él, en lo esencial, más que un puesto de valor estraté-

gico, un lugar llave, que le aseguraba el dominio de las rutas comerciales entre el Nuevo y el Viejo Mundo. En la larga y san61

grienta contienda por el dominio

impuesta

por

las

tesis

de los metales y los mercados,

mercantilistas

del

capitalismo

naciente,

Cuba jugaba papel clave. Pero, aunque clave, no era más que papel de centinela. La Isla se hacía —y pronto el título devendría ofiical— Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias, En referencia al desarrollo del país en esos 200 años se agregaba en ese trabajo que tras la fugaz fiebre de oro de los primeros colonos, la economía cubana vino a asentarse fundamentalmente, en

el siglo xvi, sobre el latifundio ganadero

y tener como

pacios

mano

canales

de

intercambio el irregular comercio de las Flotas y el contrabando. La ganadería, extensiva por aquella época, demandaba amplios esdespoblados

para

pastos

y poca

de obra.

“Todo

el

progreso de Cuba estaba subordinado a estas realidades geopolíticas y geoeconómicas. El lentísimo avance de la población durante los siglos XVI y xvII constituye un índice que habla por sí sólo. En 1608, a casi un siglo de la Conquista, Cuba no tiene más que 20.000 habitantes: 0,18 habitantes por kilómetro cuadrado. En 1660 alcanza la cifra de 30.000, o sea, 0.27 habitantes

por kilómetro

cua-

drado. En 1700 sube a 50.000, es decir, a 0.46 habitantes por kiló-

metro cuadrado. A principios

del siglo xv111, Cuba era todavía un

país vacío. No es sino en el período que va de 1700 a 1762 cuando se produce el desarrollo económico y social que hará posible el gran salto cualitativo del último

tercio del siglo xvIt1.!

(dedicados

a la rectificación

La aparición en 1975 y 1976 del tercer, cuarto y quinto tomos de la notable obra de Leví Marrero Cuba: Economía y Sociedad al siglo xvI1)

obliga

de

algunos

de

esos criterios, que se basaban en la historiografía cubana vigente en su hora. En el prólogo del volumen 111, Marrero acepta que Cuba tuvo carácter de «factoría y presidio militar, sin duda». Pero añade que lo fue en un sentido limitado, «mientras fue, adicional-

mente, mucho más». Y en el primer capítulo del mismo

tomo, aun-

que califica el acrecentamiento de la población insular como «mo-

desto», llama la atención hacia el hecho de que ese aumento, cuya tasa anual fue de 1.5 por 100 sobre la base de todo el siglo, resulta en el fondo sorprendente, por dos razones: 1) porque en la

misma época la metrópoli española perdía un 18 por ciento de su población, y 2) porque después del descenso catastrófico del siglo xXvI (que alcanzó

su punto

más

bajo

hacia la década

de

1540) la

curva demográfica cubana tomó un impulso ascendente «que ya no se detendría». Por otra parte —aclara Marrero en ese prólogo— «Cuba no era en el siglo xv11, como se ha repetido con exagerada 1.

J.

insistencia,

Castellanos

una

(1955),

isla aislada,

pp.

3-5.

62

desasida

de

contactos

exter-

nos, fuera del espaciado paso por La Habana de Flotas y Armadas. El comercio legítimo con Canarias, por navíos sueltos, fue cuantioso... Las

relaciones

comerciales

autorizadas

entre

los

puertos

cubanos y los de Tierra Firme, Honduras y Nueva España, no ce-

saron, aunque sufrieran por la acción de los piratas, mientras se ampliaban subrepticiamente los contactos con Jamaica y otras posesiones de herejes en: toda oportunidad propicia...» Y agrega:

«En 1700 no era Cuba, pues, el yermo lamentable de mediados del siglo

xvI.

No

era

tampoco

un

presidio

habanero

enquistado,

ni

una factoría implantada por extranjeros que miraran hacia el horizonte como dueños de la lejanía, mientras desdeñaban el suelo en que vivían de paso. Tampoco

de hatos y corrales

daban

de las bestias

existía... pero

era únicamente, un archipiélago

donde grupos mínimos

también

olvidaban

casi

existía una

de una sucesión de generaciones

que

de bárbaros

eran

hombres.

población

que cuil-

dominante,

Tal

tipo

nacida

afincadas en la isla que se expre-

saba con precisión y entendía los problemas más urgentes...» ?

Esta nueva visión, más amplia, más completa, del siglo XVII Criollo, se alza sobre una base documental inédita tan cuantiosa como bien interpretada. Evidentemente es ésta una época de siembra, de positivos aunque todavía endebles enraizamientos. Es el período en que se estructuran las industrias fundamentales. En que se afianzan los lazos comerciales con Europa y África que han de regir el destino insular por varias generaciones. En que

comienza

a forjarse la oligarquía que va a dominar

al país por

largos años. Los bayameses demuestran por primera vez en esta era su indestructible espíritu independiente. Nace entonces el con-

cepto de patria, que aunque todavía limitado a lo local, ya daba pruebas de una conciencia de arraigamiento prolongado y sustancial. Da los primeros

pasos

la literatura cubana

con el poema

he-

roico de Silvestre de Balboa. De las escuelas de gramática salen

muchos clérigos. Y no son'pocos los criollos que alcanzan títulos

de presbítero y de licenciado. Se reúne el primer Sínodo diocesano de Cuba en 1680 y surgen las cofradías y las hermandades y

se organizan

la asistencia

social, la caridad

vantan no sólo iglesias y fortalezas

y la medicina.

sino innumerables

Se le-

casas pri-

vadas de mampostería, algunas de dos pisos, o dos altos, en La Habana. Arquitectura sólida, con mirada de futuro. Comienza a

surgir un sentido societario de permanencia,

de comunidad

pro-

longada en el tiempo y en el espacio, de continuidad histórica. La nación todavía está lejos, en la distancia, pero su proyecto em-

brionario, tal vez inconsciente aún, se anuncia en el corazón y la 2.

Marrero,

Vol.

11

(1975),

pp.

VIII

63

y 1X

mente de los hijos del país. Sí, Cuba era una Factoría, pero era ciertamente... «mucho más»... La economía cubana en el siglo xvi1 sigue asentándose por largo

trecho

en

la ganadería

de

tipo

extensivo,

lo que

explica,

en

parte, la escasez de población, pues para atender un hato de cuatro leguas de diámetro bastaban un mayordomo y dos o tres esclavos. Otro factor de gran importancia económica era la estancia de las Flotas en el puerto de La Habana. Los pasajeros que en

ellas viajaban preferían pernactar en tierra y pagaban altas sumas por hospedaje, alimentos y otros servicios. Los barcos aprovecha-

ban la ocasión para atender a sus averías. Y, además, con vista al largo Cuba

viaje de

de regreso

carne

de

a España,

res

salada,

las flotas

tocino,

aves,

se aprovisionaban casabe,

tabaco,

en

miel

de caña, agua, leña, etc. Sin embargo, esta fuente de ingresos empezó a decaer, siguiendo el curso de la crisis del poderío mun-

dial de España. En 202 navíos.

Entre

1608 partieron de la Península hacia América

1670 y 1680 hicieron

esa travesía

un

promedio

anual de 17 navíos. Algo parecido ocurrió en esta centuria con la

producción del cobre. Las minas de El Prado, cerca de Santiago de Cuba, produjeron entre 1610 y 1615 un promedio anual de 2.016 quitales. Entre 1648 y 1672 la producción baja a una media

anual

de

48

quitales.

Otra

fuente

de

riqueza

que

decayó

a lo

largo de la centuria fue la construcción de navíos, que aprovechaba la excelente calidad y cantidad de las maderas criollas. La progresiva pobreza del gobierno español condujo a la reducción de la Flota. Cada año se ordenaban menos barcos a los constructores

navales habaneros por parte de la Real Hacienda, aunque

seguían

construyéndose navíos menores para particulares interesados en el comercio de cabotaje. Tampoco la producción de azúcar —iniciada muy temprano

con métodos elementales— logró la preponderancia que obtendría después. Es cierto que durante el siglo xvII esa industria, aunque con altibajos, tuvo una tendencia general al ascenso. Los primeros

ingenios comenzaron a sustituir a los ineficientes trapiches primi-. tivos en la última década del siglo, proceso que continuó después del préstamo concedido por el Rey a los hacendados en el año

1600. Estos

ingenios

requerían

cuatro

o cinco veces

que la estancia promedio

y por lo general constaban

fines del xvir exigía una

dotación

más

tierras

de tres casas

de fábrica (la de molienda, de calderas y de purga), la casa de vivienda y los bohíos de los esclavos. El tipo medio de ingenio a de unos

20 a 25 esclavos, pero

había muchos, más pequeños, que fabricaban con 10 o 12 negros.

De todos modos, eran empresas que requerían ya bastante capi: tal. Su número por esta época no puede precisarse exactamente.

64

Parece que en 1692 había en la región occidental de la Isla unos 70,

de

cuales

los

30

sólo

condiciones

en

quedaron

producir

de

tras el devastador ciclón que arrasó el área en ese año. También

había un número menor en otras partes, como Santiago de Cuba, Bayamo, etc. El cultivo del tabaco fue una constante de la reali-

dad económica cubana. Por mucho tiempo se hizo en pequeña escala y para el consumo local. Pero, como sucedió con el azúcar,

sólo vino a recibir la atención de la Corona a fines del siglo XVII,

cuando

de adquisición

ésta decidió establecer un régimen

hoja por la Real

modo

de ese

reanimó

Se

Hacienda.

su

de la

cultivo,

hasta convertirse en el producto más importante en la economía cubana en la primera mitad del siglo xvitI. Los vaivenes del comercio exterior de la Isla reflejan el proceso de su desarrollo. A fines del xvI y comienzos del xvI el principal producto de exportación eran los cueros. Posteriormente, el azúcar y el tabaco _

se disputan la primacía.

a las revisiones de Leví Ma-

No contradice en lo más mínimo

rrero sobre el siglo xv11 el colocar, junto a los factores positivos, las limitaciones que sufría el país en 1700. Su población, lo hemos visto, no pasaba de 50.000 habitantes: 2.3 kilómetros cuadrados por cada habitante. Con toda razón habla Marrero de Cuba como de una «isla casi despoblada». Y se refiere al «semidesierto que

era aún Cuba». La imagen que nos ofrece del país en ese año de 1700 queda

dominio

espacios

suelto, los perros

por el ganado

«Podemos

en este párrafo:

resumida

de enormes

imaginar

el pre-

veredas

que se

de virginidad 'natural sólo violada jíbaros y algunas

cerraban cada año después de la estación de las lluvias, Y dispersos entre ellos, próximos a indentaciones costeras, a ríos, ojos de agua, babineyes

las rancherías

y lagunas,

O ranchuelos

formados

de ha-

por unos cuantos bohíos que confirmaban el poblamiento

tos y corrales.» * Hasta principios del siglo xvr1I, la economía cubana, que hemos llamado pre-plantacional, era un régimen de base agrícola, ganadera y artesanal, donde el desarrollo capitalista era

todavía

incipiente,

los residuos

semifeudales

numerosos

y la

tensión entre las clases relativamente reducida. Era la cubana una sociedad

de

importancia

comunidades

pequeñas

era La Habana)

(la única

y de unidades

ciudad

productivas

de

alguna

de poco

tamaño (aun en el sector azucarero, como acabamos de verlo, predominaban los pequeños ingenios o cachimbos), donde los patro-

nos y la mano de obra podían establecer contactos personales directos e íntimos. Esta estructura social y este género de rela3.

Marrero,

Vol.

UI

(1975), pp. 219

4.

Marrero,

Vol.

111 (1975), p.

y 227,

227.

65

ciones clasistas constituyen hechos de capital importancia para el género de vida de la población negra cubana de la época. Porque una sociedad así constituida está abierta a todos los factores mitigantes

de la esclavitud.

Con

razón R. B. Toplin

dice en Slavery

and Slave Relations in Latin America que las relaciones sociales en la Cuba del siglo xvIt1 eran «relativamente idílicas» y el trato que

recibían

los

esclavos

más

humano,

o

si se

quiere,

«menos

cruel». Ya tendremos ocasión de volver sobre el tema más adelante, cuando estudiemos las características de la esclavitud cu-

bana en la etapa preplantacional.

Para completar el cuadro económico de la época que estamos

estudiando,

digamos

que

el período

de

1700

a 1762

en

que

ésta

culmina, es uno de los más dinámicos de la historia de Cuba. Todos los factores positivos que se iban acumulando a través del

siglo xvir aceleran

mográfico

plica

la del

es

su curso

impetuoso.

siglo anterior.

La

de modo

La

tasa

notable,

anual,

población

de

El crecimiento

3.6

cubana

por

subía

ciento, de

de-

du-

50.000

habitantes en 1700 a más de 160.000 en 1762. En esta etapa entran en Cuba más esclavos que en todo el período anterior a 1700: alrededor de 50.000 africanos. (Según el gobernador Francisco Caji-

gal de la Vega, a mediados del siglo la tasa de mortalidad esclava en los ingenios era de un 10 por ciento anual, lo que obligaba a

importar cada año unos 800 negros). Las «piezas de ébano» eran

suministradas por los asentistas: primero los portugueses, luego los franceses y, por fin, los ingleses, así como por la Real Com-

pañía

de Comercio

de La

Habana

de

1741

a 1760. Los

ingleses

es notable

de 1700

introdujeron alrededor de cuatro mil durante su breve estancia en la capital. A esos hay que agregar los que procedían del comercio clandestino, los llamados de mala entrada, En 1762 la población «de color» representaba aproximadamente un 44 por ciento del total (18 por ciento libres y 26 por ciento esclavos). El aumento de la población blanca era casi todo de carácter vegetativo. Hubo, por supuesto, inmigración, mayormente española, pero no en grandes cantidades.

Parejo

al demográfico,

el auge económico

a 1762. La ganadería sigue creciendo. Es cierto que en el comercio externo el azúcar y el tabaco la venían aventajando relativamente desde fines del xvi, pero en el interior se fortaleció a medida que crecía la demanda de carne con el aumento de la población.

A mediados del siglo xvII1 se obtenían unos 60.000 cueros, que correspondían más o menos al total de reses sacrificadas para el

consumo 5.

Toplin

interno y para la exportación (1974), pp. 204-205.

66

legal y clandestina.

El ta-

baco se convierte por esta época en la actividad productiva y comercial más importante. La demanda europea crecía sin cesar. Y Cuba, con su hoja excelentísima, comenzó a ocupar un puesto destacado en el mercado internacional, pese a las limitaciones 1m-

puestas por las autoridades españolas, empeñadas en hacer pasar por la Península el tabaco producido en su colonia. La creación de la Factoría y el estanco condujeron a las famosas rebeliones de los vegueros, en 1717, 1720 y 1723. Desde 1727 a 1734 funcionó la Intendencia General de Tabacos y de 1734 a 1740 se concedieron asientos

monopolistas

a

comerciantes

1741 quedó organizada la Real Compañía

españoles,

hasta

de Comercio

que

en

de La Ha-

bana que abasteció de tabaco las fábricas reales entre esa fecha y 1760. A veces el tabaco exportado se cobraba en esclavos, que luego eran empleados en el cultivo y la molida de la hoja (una parte de la producción se enviaba al extranjero en rama y otra en polvo). Hacia 1760 la producción total de la Isla era de unos cuatro millones largos de libras anuales. La industrialización del ta-

baco (producción de rapé, torcido, etc.) agregaba otro importante aporte a la economía. Una

vieja

fuente

de

riquezas

—el

sistema

de

Flotas

y Arma-

das— se extinguió, por fin, en el siglo xv1t1, después de prolongada decadencia. Pero en 1700 se produce en España un cambio de dinastía. Toman el poder los Borbones. Y uno de sus primeros empeños fue restaurar el poderío naval hispánico. Para ello, entre otras medidas, el Rey ordenó la reactivación del Astillero de La

Habana.

En

1713 una Real Cédula ordena la construcción allí de

diez navíos de 60 cañones cada uno. De 1724 a 1760 se construyen

en la capital de Cuba 46 bajeles, 32. de ellos con 50 cañones o más.

Por lo menos dos (el San Alejandro (a) «El Fénix» y el San Pedro (a) «El Rayo») portaban 80 cañones. Desde 1741 a 1749 la Real Compañía de Comercio de La Habana, por orden real, operó el Astillero. Después de esa fecha estuvo a cargo del Comisario de la Marina. Las inversiones de la Real Hacienda para el financiamiento de los bajeles (un promedio de 125.000 pesos anuales) re-

presentaba una importante inyección de capital en la economía habanera, cuyo efecto multiplicador se extendía a todos los estratos de la sociedad. El Real Arsenal de la Armada

instalación industrial de más

era, sin duda, la

categoría en La Habana.

Empleaba

unos 800 hombres libres (como carpinteros de ribera, calafates, cerrajeros, fundidores, etc.) y más de doscientos esclavos, en su mayor parte utilizados en los cortes de madera situados en las

cercanías. Además se empleaban maderas procedentes de Sagua la Grande y Jagua, en las Villas y de Baracoa, Sagua de Tánamo y de los pinares de Mayarí, en Oriente. Gran parte de los materia-

67

les utilizados se adquirían en el comercio capitalino, que se benefició vendiendo, aparte de las maderas, cuerdas, sebo, resinas, lonas, plomo, campanas, alquitrán, lienzo e innumerables géneros

más. La contribución mera

mitad

del Arsenal al desarrollo

del xvii fue tan intensa como

Algo parecido

puede

decirse

insular en la pri-

extensa.

de la industria

el mismo período. Aunque

el azúcar había

el permiso

esclavos

azucarera,

comenzado

en

la centuria

con dos décadas de crisis profunda, poco a poco se fue rehabilitando y comenzó a crecer en serio después de la creación en 1740 de la Real Compañía de Comercio de La Habana, a la que, entre muchas otras gracias, se le concedieron dos importantísimas: 1) para

importar

con

que

fomentar

la produc-

ción azucarera, y 2) la liberación de los derechos de entrada a los azúcares cubanos llevados a España. Estos estímulos impulsaron un crecimiento bastante rápido de la industria, como lo reflejan estas dos cifras elocuentes: en 1738 se fabrican 160.000 arrobas de dulce; en 1759 se hicieron 453.000 arrobas, un crecli-

miento de casi un 300 por ciento en poco más de dos décadas. En

un padrón de 1745-1757 se incluye un total de la Isla. Pero estas fábricas, en su mayoría, categoría de trapiches, que sólo hacían miel consumo local. Esta era la situación sobre

oriental

y en el centro.

La región

que

349 ingenios en toda apenas rebasaban la y raspadura para el todo en el extremo

avanzó

más

fue la de La Habana, que a las ventajas mencionadas agregaba la cercanía de las principales autoridades,

rápidamente más una

arriba, mayor

acumulación de capitales y mayores facilidades de transporte tanto para traer esclavos como para trasladar el producto al mer-

cado español. Ya en 1759 la producción del área capitalina fue de 370.826 arrobas lo que representaba más de las tres cuartas partes

de la producción total de la Isla. El número de ingenios en la región habanera crecía incesantemente, como puede verse en este cuadro:

INGENIOS 1751 1759 1760 1761

Y

aunque

había todavía

nos de 20 esclavos,

— — — —

81 ingenios 88 » 93 » 98 »

muchos

la mayoría

y ya existían cuatro

EN LA HABANA

grandes

eran

pequeños,

medianos

que

empleaban

(con más

(relativamente hablando) 68

me-

de veinte)

con

dota-

ciones

de

100 esclavos:

el Jesús,

María y José

de

Gabriel

Peñal-

ver, el Santo Cristo de la Veracruz de Juan O'Farril, el Nuestra Señora de Loreto de Ignacio Peñalver y el San Miguel del Rosario de

María

Teresa

más de 10.000 capitalización más de 30.000 de 300 pesos,

Chacón.

Cada

uno

de

estos

ingenios

producía

arrobas de azúcar por año. Y representaban una cuantiosa pues solo en esclavos tenían que invertir pesos, ya que las piezas se vendían al precio medio pero los ingenios necesitaban unos cuantos esclavos

expertos, tales como paileros y azucareros, etc, y éstos valían alre-

dedor de 500 pesos por cabeza. Evidentemente en estos desarrollos encontramos la semilla del gran cambio que ha de tener lugar en el último tercio del siglo xvIr11 y comienzos del xIx: la transición hacia la verdadera plantación azucarera. Y lo prueba el hecho de que ya el trabajo esclavo iba a endurecerse en los ingenios. En 1751 el gobernador Cajigal de la Vega solicita dispensa para trabajar

durante

la zafra

en los días

festivos:

en las Pascuas

de Na-

vidad y Pentecostés. Menos asueto, más horas de labor, menos descanso para el negro en el ingenio: esa era la flamante política laboral de la burguesía cubana. El síndico procurador del Cabildo habanero Manuel Felipe de ¡[Arango, al pedir otras concesiones, alude en un informe al «trabajo sumo» de los esclavos en las

zafras «a que están aplicados el mayor número de ellos todos los

años por este tiempo (en la Cuaresma), en que experimentan la falta de dormir muy pocas horas de noche y tener el día ocupado en una tarea continua que los pirva de todo descanso». Este in-

forme

pronto.

Cuba

de

1755

Sobre

resulta un

las espaldas

pre-plantacional,

anticipo

época

de lo que

ha de venir

de los esclavos se había

de relativa moderación

muy

levantado

la

en el trato

de los esclavos. Sobre las espaldas (ahora más llagadas que nunca) de los esclavos se levantará la Cuba plantacional, donde su explotación alcanzará dimensiones dantescas. El cambio en la naturaleza de la esclavitud cubana se debe a los cambios que ocurren en la economía del país y en la mentalidad de su clase dominante. En este período (1700-1762), que Leví Marrero ha bautizado como «el otoño de la edad media cubana», los descendientes de la antigua oligarquía latifundista-ganadera criolla, utilizando como instrumento la Real Compañía de Comercio de La Habana, acumulan enormes capitales que invierten en empresas mercantiles de gran vuelo y en el fomento de la producción azucarera. Cuando el primer rey borbón S. M. Felipe V le otorga carta de honra y prestigio a las actividades comerciales e industriales, muchos de estos nuevos burgueses capitalistas reci-

bieron título de nobleza. Juan Muñoz

cader de tabaco, fue hecho Marqués

69

de Castilla, activísimo mer-

de San

Felipe y Santiago.

El

rico hacendado —y accionista activo de la Real Compañía de Comercio— José de Bayona Chacón y Fernández Córdoba recibió el título de Conde de Casa Bayona. Gonzalo de Herrera, típico ejemplar de esa mezcla de mercader, hacendado y noble, ostentaba el

Marquesado de Villalta, etc. El rápido enriquecimiento de la burguesía habanera queda demostrado por un incidente ocurrido durante la guerra con los ingleses en 1762. Docenas de sus miembros sacaron en carretas sus caudales de la ciudad de La Habana, mientras ésta se defendía del asalto británico. La suma total puesta a salvo ascendió a 2.253.000 pesos. Eso quiere decir que, aparte de

sus

fincas,

ingenios,

establecimientos

comerciales,

esclavos,

casas, etc., la burguesía cubana podía disponer de una cantidad extraordinaria de numerario en monedas de oro y plata, de dinero contante y sonante. (Y no debe olvidarse que algunos de los capitalistas habaneros, como Diego Antonio Marrero, por ejemplo,

dejaron al marcharse enormes sumas enterradas en sus casas.) El cambio económico que iba a marcarse por la transición del mo-

nopolio a la libertad relativa de comercio y al desarrollo del régimen capitalista se debe, en parte, al cambio de dinastía y de orientación

financiera

del

gobierno

español,

pero

también

—y

tradición

del

muy especialmente— a la gestión de la nueva clase que va formándose en Cuba. Como bien resume Leví Marrero: «Esta generación

rica, audaz

y poco

escrupulosa

en la mejor

capitalismo de acumulación, sería la que encontraron los británicos y norteamericanos al frente de la sociedad y la economía cubanas en 1762. Con sus dirigentes más decididos fácilmente. Entre ellos figuraban —se ha dicho—

los promotores de la economía liberal-esclavista primera mitad del siglo xix cubano.»* Esclavitud y manumisión

se entendieron los abuelos de

que

dominó

la

en la Cuba pre-plantacional

En todos los sectores básicos de la economía pre-plantacional cubana, los negros esclavos desempeñaban un papel importantísimo. Los encontramos en las ciudades como artesanos, como estibadores de los muelles, como peones del Astillero, como criados del servicio doméstico, como mano de obra en la construcción de edificios públicos y privados y de fortificaciones ordenadas por la Corona. Los hallamos también en el campo: como vaqueros en los hatos y corrales ganaderos, como trabajadores en las vegas de tabaco, en las plantaciones cañeras, en los ingenios y en las minas 6.

Marrero,

Vol.

VI

(1978),

p.

V.

70

de cobre. Por regla general, la situación del esclavo en esta primera etapa de la economía cubana era relativamente mejor que la que sufrió en la segunda.

Frank

Knight

in Cuba during the Nineteenth Century:

ha

dicho en Slave

Society

«En la era preplantacio-

nal de la esclavitud cubana, las personas esclavizadas podían vivir

bajo

unas pocas

obviamente

reglas

rigurosas.

pertenecían

al servicio

Un

gran

doméstico,

número

mientras

de esclavos otros

tra-

bajaban en los campos. A menudo los amos blancos y sus esclavos

trabajaban juntos en las vegas de tabaco o en las haciendas ganaderas... Plantaciones de tabaco como las que funcionaban en

Virginia y otras áreas del Sur de los Estados Unidos, constituían la excepción en Cuba, donde los vegueros poseían pocos esclavos y tenían una posición social inferior a la de los hacendados ganaderos. Estos tendían a ser también más ricos que los vegueros, pero este hecho no resultaba en verdad importante porque ambos

empleaban un número reducido de esclavos y los supervisaban en forma bastante laxa. Dondequiera que amos y esclavos se encon-

trasen, su relación tendía hacia la intimidad y el patriarcado. En comparación con las otras islas del Caribe, antes del siglo XVIII, las relaciones entre amos y esclavos eran relativamente persona-

les. Esta situación aparentemente amable se debía más a las distintas etapas de desarrollo económico en que cada sociedad estaba situada, que a las diferencias en sus respectivas tradiciones culturales.» *? (Aunque pronto veremos que esas tradiciones culturales deben también ser tomadas en consideración.)

Esta cuestión del trato de los esclavos en los distintos sistemas

esclavistas es una de las más espinosas y polémicas

grafía contemporánea

sobre el tema. Por mucho

que la esclavitud era una institución homogénea,

de la historio-

tiempo se creyó básicamente

do-

tada de las mismas características donde quiera que se presentase.

Hoy

se sabe

que

no

es

así. En

verdad,

filosóficamente

hablando,

la esclavitud constituye una especie de monstruo ontológico, pues se produce por un trastrueque de esencias: la aplicación al hombre de características

propias

del bruto o de la cosa.

El esclavo

participa de la condición de persona y, a la vez, de res non perso-

na. Y es por eso (como bien lo atestigua la historia comparada) que no puede hablarse de una esclavitud sino de muchas esclavi-

tudes. En todas sus formas

siempre hay un hombre

que posee a

otro hombre, negándole así al poseído uno de los presupuestos fundamentales

de la condición humana:

la libertad. En todas, el

esclavo es considerado como lo que no es, como res, como cosa, y en consecuencia se le aplican leyes, reglas y principios que per1.

Knight

(1970), pp. 546.

11

tenecen a las cosas: los esclavos pueden ser comprados, vendidos, alquilados, legados, traspasados como parte de una dote y tratados

como seres desprovistos de voluntad propia. Pero como resulta imposible olvidar que el esclavo es a la vez —y por su misma esen-

cia— un hombre, un ser dotado de ciertos derechos inherentes a su naturaleza, la contradición es inescapable. De ahí que las rela-

ciones entre el amo y el esclavo y entre éste y el estado esclavista, así como el trato que el esclavo recibe y sus condiciones de existencia,

puedan

ser tan

diversos.

El esclavo

puede

ser y muchas

veces es tratado como cosa. O puede ser visto —y a ratos es tratado— como hombre. Hay esclavos que mueren bajo el látigo

implacable del amo. ¡Hay esclavos que reciben la libertad y viven luego bajo el techo del ex-amo casi como miembros de la familia.

Los extremos pueden ser —y son— a este respecto violentísimos.

Los sistemas esclavistas pueden diferir en formas muy variadas. En realidad, la institución puede ser concebida como un espectro,

que va desde la consideración del hombre como res, como propiedad —en un extremo— hasta su consideración como persona, como ser humano —en el otro—. Entre ambos polos, precisamente como en todo espectro, pueden esperarse todos los matices, que

se reflejan en el vocabulario infinito de la institución. El carácter heterogéneo de la esclavitud en el tiempo y en el espacio convierte a esa institución en una realidad muy lábil,

extraordinariamente internas y externas,

susceptible de todo género de influencias infinitamente cambiable y modificable. La

esclavitud nunca funciona en el vacío sino en el contexto de una compleja realidad social que actúa sobre ella con sus peculiares valores,

transformándola

modificantes

pueden

en

formas

ser básicamente

muy

de

diversas.

dos

Esos

tipos:

factores

mitigantes,

cuando tienden a humanizar la institución: exacerbantes, cuando tienden a embrutecerla. Y ambos factores modificantes a su vez se desdoblan en psicológicos (carácter y personalidad del amo,

del capataz, del esclavo mismo, etc.); sociales (tradiciones legislativas,

influencias

religiosas,

sistemas

de

valores,

costumbres

se-

xuales, ideologías, etc.); económicos (tipos de producción, métodos de trabajo, etc.). De todos estos factores el más importante casi

siempre es el económico, porque determina el sistema de labor a que el esclavo es sometido y éste, a su vez, regula las obndiciones de vida del mismo. El esclavo doméstico de las ciudades recibe un trato muy distinto al que sufren los que trabajaban en las minas y las plantaciones. Los medios de producción, por sí mis-

mos, independientemente de la naturaleza de amo o las tradicio-

nes sociales imperantes, exigen

nos

o beneficiosos

ajustes

para los esclavos:

72

que pueden

pueden

resultar

dañi-

abrirle puertas al

desarrollo de la propia personalidad o aplastar su individualidad y destruir sus capacidades. No es lo mismo cortar caña por horas y horas bajo el sol, que recoger café con el fresco de las lomas,

o ayudar al amo a cuidar amorosamente cada hoja de tabaco. De todas las formas de trabajo esclavo el peor fue el de las planta-

ciones que comienzan a nacer en la era pre-plantacional, aunque no alcanzan su pleno desarrollo hasta el siglo x1x. Tanto las labo-

res industriales del ingenio (molienda de la caña, elaboración y almacenaje del azúcar) así como las labores agrícolas en el campo (corte, alza y transporte de la caña al ingenio, siembra y cuidado

de la planta entre las zafras) exigían largas jornadas agotadoras,

a veces

de

16 y más

horas,

Sobre esto ya tendremos

lante.

Es

indiscutible

azucareras,

los

de

ocasión

que antes

factores

esfuerzo

físico

rudo

y continuo.

de hablar en detalle más

del

mitigantes

desarrollo

de

tendían

ade-

las plantaciones

a predominar

sobre

los exacerbantes en Cuba. El resultado fue un régimen esclavista más

humano

que el que le siguió, entre otras cosas, porque

estas

circunstancias permitieron que se afianzase inicialmente en la Isla el tipo de esclavitud existente en España en los siglos Xv y

xvI que era bastante moderado. Este régimen, basado en el código

de Justiniano, fue sistematizado en las Siete Partidas de Alfonso X

el Sabio en el siglo x111, donde curiosamente la esclavitud se aceptaba a regañadientes, declarándose que era una institución, contra razón

de

natura,

es

decir,

contraria

a los

derechos

naturales

del

hombre y, por lo tanto, admisible como un mal necesario y no como un bien positivo: «Servidumbre —reza la Partida IV—- es

la más ser.

vil y la más despreciada

Porque

el

ome,

que

es

la

cosa que entre los omes

más

noble

e libre criatura

puede

entre

todas las otras criaturas que Dios fizo, se torna por ella en poder

de otro; de guisa que pueden fazer del lo que quisieren... E tan despreciada cosa es esta servidumbre, que el que en ella cae, no

tan solamente pierde poder de no fazer de lo suyo lo que quiere,

más aún de su persona misma non es poderoso, si non en cuanto manda su señor.» Por eso las Partidas otorgaban a los esclavos

lo que pudiera considerarse su carta de derechos individuales mínimos. Por ejemplo, el amo no disfrutaba de jus vitae et nocis, no podía matar al esclavo, ni herirlo o maltratarlo «que no lo

pudiessen sofrir». El esclavo debía calzado y alojado. Tenía el derecho

ser bien alimentado, vestido, a cambiar de amo cuando el

suyo abusaba de él, Podía, además, tener peculio propio, ser nombrado heredero y casarse válidamente, aun contra la voluntad de sus

amos.

Sobre

manumitido,

todo

tenía el derecho

a ser aforrado,

que todo quería decir lo mismo: 13

ahorrado

o

recibir la libertad.

Tiene razón H, S. Klein en Slavery in the Americas cuando apunta: «En contraste directo con los tortuosos códigos de Virginia, el

esclavo de las Siete Partidas era considerado un ser humano, una personalidad legal, que poseía... innumerables derechos tanto como obligaciones.»? La legislación esclavista colonial española contenía, desde luego,

aspectos

represivos,

particularmente

dirigidos

a castigar

la

fuga y rebelión de los siervos. Pero también era una legislación

protectora, basada en las orientaciones fundamentales de las Siete Partidas. Así sucede, para citar un caso, con las famosas Ordenan-

zas de Alonso de Cáceres, en las que el oidor de la Audiencia de Santo Domingo, que visitó a Cuba en 1574, intentó poner orden en el caos de prácticas y leyes que regían la institución en la Isla, combinando toras,

las medidas

orientadas

restrictivas

a eliminar

algunas

(de control)

de

las

causas

con de

las. protec-

intranquili-

dad y rebelión entre los esclavos.? En este importante documento, antecesor de los innumerables reglamentos dictados a lo largo de los tiempos para pautar el sistema esclavista cubano, se ordena,

por ejemplo, que los esclavos no pueden portar arma alguna (artículo 52); que ningún negro cautivo tenga bohío propio sino que

duerma en casa de sus amos (art. 55); que el negro tomado fuera de la casa de su amo

«después

de tañida la campana

de queda»

si no fuere enviado por su amo a alguna gestión, se le den treinta azotes (art. 56). Pero, por otro lado, en el artículo 60 se estipulan las obligaciones del amo hacia el esclavo: «Que porque muchos se sirven de sus esclavos y no les dan de comer y vestir para cubrir las carnes, de lo cual se sigue que los tales esclavos anden

a hurtar de las estancias comarcanas para comer, y de los. tales malos tratatientos vienen a se alzar y andar fugitivos: ordenamos

y mandamos

o criaderos

que todos los que tuviesen negros en estancias, hatos

de puercos

y otras cosas, les den

para el trabajo que tienen, y que así mismo

zaragúelles y dos camisetas de cañamazo

comida

suficiente

les den dos partes de

cada año por lo menos,

y no les den castigos excesivos y crueles...» Y en el artículo 61: «Porque hay muchos que tratan con gran crueldad a sus esclavos, azotándolos con gran crueldad y mechándolos con diferentes es-

pecies

de

resina,

y los

asan, y hacen

otras

crueldades

mueren, y quedan tan castigados y amedrentados

de

que

que se vienen

a

matar ellos, y echarse a la mar, o a huir o alzarse y con decir que 2.

por

3.

Klein

(1970), pp. 350-351.

Las Ordenanzas de Cáceers fueron ratificadas el Rey y presentadas al Cabildo de La Habana

Su vigencia corresponde más al siglo xvI1 Ortiz. Véase Ortiz (1916), pp. 347-348.

74

que

el 27 el 26

de de

al xvI, según

mayo de 1640 abril de 1641.

el criterio

de

mató a su esclavo no se procede contra ellos: que el que tales crueldades y escesivos castigos hiciere a sus esclavos, la justicia le compela a que lo venda y le castigue conforme al esceso que en ello hubiere fecho.» En julio de 1600 el Cabildo de La Habana, en

otra ordenanza, establece un fondo para «buscar los negros cima-

rrones que anduvieren huidos de sus amos»; estipula que los aprehendidos «entren en la cárcel de esta ciudad donde sumariamente... siendo la primera vez... se les den 50 azotes...»; y recuerda que por ley tiene que haber cepo «en todos los corrales, hatos

y estancias» del municipio. Como contrapartida, puede citarse la Real Cédula de 1693, dirigida al Capitán General de Cuba, donde el Rey mandaba que en cualquier circunstancia en que un amo maltratase a sus esclavos, el Capitán General debía aplicar los remedios necesarios, agregando que no era justo consentir excesos

en esta materia, pues la esclavitud era ya de por sí suficiente pena

para que la hiciese peor el excesivo rigor de los amos.

La

lectura

basta

para

de

los

comprender

documentos por

qué

que

cuando

acabamos

citamos

de el

mencionar

criterio

de

Toplin sobre el carácter «relativamente idílico» de las relaciones

entre amos y esclavos deliberadamente lo de vitud es decir maltrato y aisladas excepciones.

en la Cuba relativo. Es y negación En el siglo

pre-plantacional, acentuáramos que, en definitiva, decir esclade derechos, salvo contadísimas xv1 resulta evidente que la ma-

yor parte de los esclavos andaban mal vestidos, descalzos, mal alimentados y peor alojados, por lo que en gran número se fugaban y apalencaban, es decir, constituían palengues o comunidades de fugitivos que resultaban un peligro para la sociedad organizada. Los alzamientos fueron endémicos desde el momento mismo

en que arribaron a la Isla. Como Y esos

dos

datos

son

suficientes

lo fueron también los suicidios. para calibrar

la naturaleza

del

trato que recibían. Pues como bien dice José Antonio Saco en Historia de la Esclavitud: «Si en general no fue dura la esclavitud del negro en los dominios españoles ¿cómo es que hubo tantos alzamientos y fugas en las Antillas y otras partes del continente?»? Alonso de Cáceres legalizó en el artículo 62 de sus Ordenan-

zas

la libre persecución

de los esclavos alzados,

con

todos

sus

horrores concomitantes: «Porque muchos negros se van a los montes y arcabucos y andan mucho tiempo alzados y fugitivos, y no pueden bien ser presos sino por los mayorales y estancieros donde algunas veces, o por los vaqueros de los criaderos de puercos: ordenamos y mandamos que el tal negro fugitivo que cualquiera le pueda prender y que el estanciero o mayoral o vaquero, 4.

Saco

(1938),

Vol.

11, p. 57.

15

u Otra cualquier persona que prendiere negro fugitivo fuera de esta villa hasta dos leguas, le dé y pague el señor del esclavo cuatro ducados, y si le prendiere más lejos... le dé doce ducados

y si lo prendiere

de cuarenta

leguas en adelante,

le pague

quince

ducados.» En el siglo xvx11 la situación era parecida. Ya vimos que el número de esclavos aumentó. En las ciudades no faltaban los maltratos y hasta las muertes

de esclavos a manos

de sus amos

y las

fugas consiguientes. La dureza de la esclavitud en las áreas rurales

la revela

un hecho:

«en

los

años

finales

del

siglo

xvII

fue

necesario revalidar con toda su fuerza la ordenanza contra los cimarrones que habían aprobado los vecinos de La Habana en 1600. El motivo era el mismo: el número creciente de esclavos fugitivos y apalencados que, tras escapar de los maltratos de sus amos, constituían una amenaza para la seguridad de los caminos y las haciendas del campo.» El Sínodo Diocesano de 1680 llamó la: atención de los amos hacia sus obligaciones morales con sus respectivos esclavos, mandando que «ningún amo prohiba a sus

esclavos contraer a vender fuera de jer». A costa del manera. Comenta

matrimonio» y prohibiendo «que los embarquen la ciudad, sin que vayan juntos marido y muamo sería devuelto el siervo vendido de esa Fernando Ortiz que el Sínodo repetía lo ya dis-

puesto por la ley civil, pero esa reiteración demostraba el desuso en que ésta había caído cos

en la

esclavitud

«y cuan visibles

colonial,

que

eran los abusos

borraban

con

su

domíni-

egoísmo

irre-

frenable varios siglos de piedad legislativa». Testigos de esa verdad fueron los frailes capuchinos Francisco José de Jaca y

Epifanio de Borgoña, quienes al pasar por La Habana,

como vere-

mos al hablar del primer vagido abolicionista cubano, denunciaron por anticristiana la institución de la esclavitud. El Padre Jaca en su Resolución sobre la libertad de los negros, escrita en La Habana en

1681, se refiere a la triste situación de los esclavos, a «la

hambre que padecen», a los grillos, esposas, cadenas y cepos que los aherrojan y a los cruelísimos azotes que les daban por todo' el cuerpo, con nervios de bueyes y cuerdas y sogas embreadas. Y un año

después el obispo García

para denunciarle que «los negros

de Palacios

esclavos

le escribía al Rey

de los ingenios, hatos

y corrales (trabajan) los domingos y días festivos en un género de tierras que llaman conucos, para comer y vestirse, porque sus

amos no se lo dan, y si los días feriados se lo dan es tan tenuo y corto que no pueden sustentarse. Y el vestido tan indigno que no 5,

6.

Marrero.

Vol. V

(1976), p. 30.

Ortiz (1916), p. 349,

16

es más

que unos calzones, andando

desnudos

los más

de ellos de

la cintura para arriba, y aun esclavas, que es compasión verlos».* Eso en el siglo xvx1r. En lo que al siglo xvItI se refiere ya hemos

señalado antes que las condiciones de los siervos, en vez de mejorar, empeoraron al comenzar el desarrollo de la industria azucarera y ampliarse el tamaño de los ingenios.

Sin embargo, insistimos en que relativamente hablando, el trato del esclavo era mejor en la era pre-plantacional que .la subsiguiente. En primer lugar, porque las condiciones de trabajo, en general, nunca llegaron a alcanzar el carácter mortal de pesadilla que tuvieron en los ingenios del siglo xIXx. Además, allí donde la

distancia entre las clases era menor, el trato tendía a mejorar y hasta se establecían entre el señor y el siervo ciertos lazos de

solidaridad. Así ocurría en Bayamo.

Y de ahí el famoso

episodio

ocurrido cuando el secuestro del obispo Juan de las Cabezas y Altamirano por el pirata francés Gilberto Girón. Tuvo papel principalísimo en el rescate del clérigo el esclavo más famoso en la historia temprana de la Isla, un etíope digno

de alabanza

llamado Salvador, negro valiente, de los que tiene Yara en su labranza, hijo de Golomón,

negro prudente...,

según le canta Silvestre de Balboa en su épico Espejo de Paciencia. Salvador arremetió contra Girón con su machete y su lanza

y lo mató,

lo que

mueve

ahorre, es decir, le otorgue

al poeta

a pedirle

su libertad:

De las arenas de tu río divino el pálido metal que te enriquece saca, y ahorra antes que el vulgo a Salvador, el negro memorable.

a Bayamo

que

lo

hable,

Por donde llegamos precisamente al factor más importante en la suavización de las relaciones entre el esclavo y su dueño: la posibilidad y la frecuencia relativa de la manumisión. Ya señalamos

que el derecho

a obtener la libertad le era otor-

gado a los esclavos en las Siete Partidas y vino con los conquistadores a la América desde la realidad social de España, donde la manumisión se practicaba con frecuencia. En Cuba las manu-

misiones 7.

también' fueron

Marrero,

Vol.

V

(1976),

numerosas

p. 195.

17

desde

el comienzo

de la

colonización. Las había de muy lugar en vida del amo, quien las tes» del esclavo (por ejemplo, por «lealtad y buen servicio» y hasta

esclavos

viejos,

inútiles

variados tipos. Algunas tenían concedía por «servicios eminenhaberle salvado la vida), o por por egoísmo (emancipación de

o enfermos).

Otras

manumisiones

—tal

vez más frecuentes— resultaban de la voluntad testamentaria de los señores, quienes premiaban así los servicios que habían reci-

bido en vida de esos esclavos o actuaban

por escrúpulos

morales

o de conciencia. Dos poderosas influencias se unían a las anterio-

res: la paternidad y el lecho. Muchos hombres tenían hijos ilegítimos con negras y existen numerosas referencias documentales

a los esfuerzos que hacían para sacar de la servidumbre a sus des-

cendientes

mulatos.

Por su parte —dice

Ortiz—

las negras «goza-

ban además de otra ventaja, de la facilidad de proporcionarse algún dinero y aun de lograr su emanipación, haciendo vida sexual

común con algún blanco, caso bastante frecuente. Ello era un honor para la favorecida, lo cual no extrañará al que haya leído

las crónicas de algunas exploraciones del Africa occidental».

La compra de los esclavos por parte de parientes fue estimulada siempre por el gobierno español. En una Real Cédula de 1583 dirigida a los oficiales de la hacienda real en la isla de Cuba, el Rey expresa: «Por una nuestra cédula fecha en cuatro de fe-

brero

próximo

pasado

deste

presente

año,

habemos

enviado

a

mandar que los esclavos nuestros que en esa isla están, de los que han trabajado en la obra de la Fortaleza de La Habana, los vendáis, dejando alguno si fuera menester para servicio de dicha

fortaleza, como se contiene en la dicha cédula que allá veréis. Y: porque somos informados que algunos de los soldados de la dicha fortaleza tienen hijos en algunas esclavas nuestras y que

tienen voluntad de comprarlos y libertarlos, os mandamos que habiéndose de vender los hijos de dichos soldados... prefiráis a los padres de ellos que los quisieren comprar para dicho efecto.»? Muchas veces no son los padres europeos quienes libertan a sus

hijos mulatos, sino esclavos manumitidos

los que consiguen, me-

diante actos de compraventa, la libertad de sus parientes en cautiverio. Puede decirse, sin lugar a dudas, que gran parte de los ahorros de los esclavos de la Cuba colonial se dedicaron a obtener

la manumisión 8. Ortiz

sia»,

O

ante

(1916), juez,

de seres queridos, prueba admirable

o

pp.

por

311-312. acta

El amo

notarial,

podía

en

conceder

testamento

la

y por

del espíritu

libertad carta.

«en

igle-

9. Konetzke (1953-1962), Vol. 1, p. 547. Ya hay indicios de la libertad condicional de los esclavos en La Habana desde el año 1579, como lo prueba una

escritura pública

recogida

por Rojas (1947), p. 39,

78

solidario, de la fortaleza de los lazos

familiares,

de la tenacidad,

el orgullo, el amor a la libertad y la capacidad de sacrificio de los

negros de Cuba, aun en las desventajosísimas

circunstancias

en

que se veían obligados a vivir. Aparte de las manumisiones individuales de los amos y de estas compras individuales de los parientes, también hubo manumisiones dictadas por el Estado. Por ejemplo: levas en caso de necesidad bélica (ataques de corsarios y piratas o de potencias extranjeras); o mercedes especiales en caso de grandes celebraciones oficiales; o decisiones judiciales en caso de maltrato por parte del amo; o premios por traer cimarro-

nes del monte, etc. Y por fin, esa curiosa forma de emancipación conocida en Cuba con el nombre de coartación.

Como hemos visto, los esclavos tenían el derecho a emanciparse entregando al amo el precio de su libertad. Quizás una de las primeras voces en favor de estas autocompras fue nada menos que la de un rey de España, Su Majestad Carlos V, quien en una Real

Cédula de 1526 expresa al Gobernador y a los Oficiales Reales de

la isla de Cuba que para evitar alzamientos y estimular a los negros a «trabajar y servir a sus dueños con más voluntad», sería conveniente (además de casarlos) el que sirviendo cierto tiempo, y dando cada uno a su dueño hasta veinte marcos de oro, por lo menos, y desde arriba los que vosotros paresciere según la calidad, condición y edad de cada uno, a este respecto

subiendo

o bajando

en el tiempo y precio sus mujeres e hijos de los que fuesen casados, quedasen libres y tuviesen de ello certinidad, será bien

que entre vosotros platiquéis en ello, dando a las personas que VOS pareciere que convenga y de quien se pueda fiar, y me enviéis

vuestro parecer». Las autocompras empezaron en Cuba muy temprano. A veces el siervo no lograba reunir sino una parte de

la cantidad necesaria para obtener su manumisión. Entonces se coartaba, es decir, le entregaba esa cantidad de dinero ahorrada a su amo y, en cambio, adquiría el derecho a no ser vendido sino

por un precio estipulado del cual se descontaba lo que había dado en adelanto.

Posteriormente,

si podía,

entregaba

al amo

cantida-

des parciales para cancelar el resto de la deuda y adquirir la plena libertad. Estamos pues, ante una especie de auto-compra que el esclavo hacía a plazos y sin fiador. Con la ventaja de que una vez

fijado el precio, éste no podía ser modificado. Á veces la coarta-

ción era el resultado de una gracia testamentaria por parte de algún blanco, amo o protector. «La coartación limitaba, restringía, coartaba la potestad domínica del amo, por lo cual era ciertamen10.

Marrero,

Vol.

II (1974), p. 346,

11.

Ortiz (1916), p. 313,

19

te impropio llamar coartado al esclavo, cuando en rigor el coartado

era

el señor.» 1! Sobre

el siervo

se establece

una

especie

de

condominio: una parte pertenece al amo y la otra al siervo mismo. La coartación se hacía posible porque los esclavos eran capaces de acumular ahorros, debido a que otro de los derechos que se le reconocían era el de propiedad. En formas diversas, con innegables dificultades, pero con notable perseverancia, al amparo de

ese derecho, numerosos esclavos formaron centavo a centavo sus peculios que, en muchas ocasiones utilizaron para comprar total o parcialmente su libertad. Era bastante frecuente en las ciudades que algunos esclavos fuesen arrendados a una tercera persona.

«La pequeña burguesía invertía sus ahorros a menudo comprando un esclavo como podía comprar un animal de carga y lo arrendaba

convirtiéndolo en fuente de ingreso.» ? El esclavo se beneficiaba pues al relajarse su relación con el amo, podía hacer trabajos por

su cuenta y ganar algún dinero. La condesa de Merlin explica bastante bien las características de la coartación: «No sólo puede

el esclavo, cuando posee el precio en que se le estima, obligar al amo a darle la libertad, sino que aunque no tenga toda la cantidad, le hace recibir parte de ella, siendo más de cincuenta pesos,

y así sucesivamente hasta que se redima del todo. Desde la prime-

ra suma que el esclavo paga, fija su precio y no puede aumentársele... Tan pronto como un negro se coarta tiene libertad de no vivir en casa de su amo y ganar la vida por su cuenta, con tal

que pague un salario convenido y proporcionado al precio del esclavo; de modo que, desde el momento en que éste paga los

primeros cincuenta pesos, adquiere la misma independencia que tiene un hombre libre que se ve obligado a pagar una deuda a su acreedor.» *? Es decir, que de hecho, muchos coartados eran casi libres, propietarios de sí mismos, excepto «por esa especie de

censo que sobre sí pesaba», como dice Fernando Ortiz.!* En el siglo xv111 lo que hasta entonces era una costumbre adquiere sanción legal, pues la coartación recibe la protección de la Corona, por Real Cédula de 21 de junio de 1708. Otra de 21 de junio de 1768 ordena el cobro de la alcabala en la venta de negros en Nueva España, Perú y Cuba, pero refiriéndose a los coartados estipula que «cuando el esclavo entregue a sus dueños parte del precio que le costó, con el fin de que rebajado de su valor principal 12. 13.

1841.

Ortiz (1916), p. 312. Condesa de Merlín, Los Esclavos

Cit.

también

por

Ortiz

(1916),

pp.

el artículo de Aimes

14. Ortiz (1916), p. 312.

316-317.

: en las Colonias Españolas, Madrid,

Sobre

en Yale Review

80

la

coartación

en

Cuba

(1909), pp. 412-431,

véase

quede más moderado y él en mayor aptitud de conseguir su liber-

tad, se anote el instrumento que le sirve de título» sin pago de

impuesto.!*

En el siglo xvii la ley no sólo reconoce la vieja práctica de la coartación sino que crea el cargo de procurador síndico (defensor oficial de los esclavos) en cada distrito local. Mucho

se ha

discutido sobre los verdaderos efectos de ésta y todas las bien intencionadas piezas legislativas en favor del esclavo. No cabe duda que su aplicación en la práctica y realidad de la vida fue, en casos innumerables, muy deficiente. Pero alguna efectividad debían

tener,

vigorosamente

porque

contra

con

gran

ellas, por

frecuencia

entender

los

que

amos

los

protestaron

perjudicaban

grandemente. Por ejemplo —como veremos— en 1789 se elaboró el Código -—saturado del espíritu lluminista— que regulaba la educación, trato y ocupaciones de los esclavos en las posesiones españolas. Pues bien, en 1790 un grupo de 69 hacendados azucareros

cubanos

(otra prueba

de

que

la sociedad

cubana

tránsito velocísimo hacia la sociedad plantacional)

estaba

se dirigieron

en

a

Su Majestad para pedir su abolición inmediata, por considerarlo dañino para el funcionamiento adecuado de las plantaciones y peligroso para el futuro de Cuba. ¿Para qué molestarse en protestar, si la ley fuera totalmente —como se pretende por algunos—

letra

muerta?

En

definitiva,

con

todas

sus

limitaciones,

puede

afirmarse que la tradición legislativa española ejerció en Cuba, en lo general, una influencia mitigante de los rigores del sistema esclavista, lo que no puede decirse, por ejemplo, de la tradición legal de los estados del sur de los Estados Unidos. Basta repasar el meritísimo Indice donde María Teresa de Rojas reproduce y extracta los documentos notariales habaneros del siglo xVI, para comprobar que desde los comienzos de la colonización española en Cuba, el esclavo fue utilizado ciertamente como una propiedad cualquiera para operaciones de alquiler y compraventa, así como para fundar censos, otorgar dotes y garantizar hipotecas, Pero obviamente era sujeto de derechos, por ejemplo, el de reclamar y recibir herencias. Y como las manumisiones abundaban, muchos negros horros, dedicados al comercio o a la artesanía, elevaron su status económico hasta el punto de necesitar mano de obra para sus negocios. Y así encontramos en la colección de Rojas actas notariáles donde aparecen negros libres alquilando, comprando y

vendiendo esclavos de su propio color.!* 15.

Bachiller

16. Rojas passim.

y Morales

(s/f),

p.

152.

(1947), pp. 7, 9, 12, 29, 33, 41, 47, 52, 56-58, 64-65, 69, 76, 79, 89 y

81

El modo más efectivo en que la ley hispánica atemperó los rigores de la esclavitud en Cuba fue estimulando las manumisiones, pues estamos de acuerdo con Tannenbaum en que «la actitud con respecto a la manumisión

vitud»."

David

B. Davis,

es el elemento

en su epocal

crucial en la escla-

tratado

The

Problem

of

Slavery in Western Culture, afirma con todo el peso de su autoridad: «Es un hecho incontestable que los esclavos tenían más

oportunidad para manumitirse

en la América

Latina

que en las

colonias británicas o en los Estados Unidos. Esta aceptación de la manumisión individual, junto con una creciente tolerancia

de las diferencias raciales, probablemente ayudaron a los latinoamericanos a evitar los trágicos odios, los temores malignos y las injustas discriminaciones que siguieron a la abolición en la ¡América del Norte.» *? (O, si no a evitar completamente

—agregamos

nosotros— por lo menos a disminuir esos odios, temores y discrl-

minaciones.) Todos los viajeros que visitan a Cuba en la era colonial se sorprenden de lo numerosas que son las emancipaciones.

Citemos sólo una muestra:

la afirmación

del barón Alejandro

de

Humboldt: «En ninguna parte del mundo donde hay esclavos, es tan frecuente la manumisión como en la isla de Cuba, porque la

legislación

española,

poniéndole

trabas

francesa

e inglesa,

contraria

favorece

enteramente

a

extraordinariamente

ni haciéndola

onerosa.

todo esclavo a buscar amo, o comprar

El

las

la

legislaciones

derecho

libertad,

que

su libertad si puede

no

tiene

pagar

el importe de lo que costó, el sentimiento religioso que inspira a

muchos

amos

bien acomodados la

mento, la libertad a un número

de tener una

porción de ellos

idea

de

conceder,

determinado

de ambos

en

su

testa-

de negros, el hábito

sexos

para

el servicio

doméstico, los afectos que indispensablemente nacen de esta especie de familiaridad con los blancos, la facilidad que tienen los obreros esclavos de trabajar por su cuenta pagando cierta canti-

dad diaria a sus amos; estas son las principales causas de por qué en las ciudades se liberan tantos negros, pasando de la servidum-

bre al estado de libres de color... La posición de los libres de color

en La ¡Habana es más feliz que en ninguna otra nación de las que se lisonjean, hace muchos

siglos, de estar muy adelantadas

en la

carrera de la civilización.» 1? El tamaño y progreso de la población libre «de color» en Cuba —si se les compara con la situación coetánea en los: Estados Unidos y otras partes— demuestra que en la práctica, con todas sus mataduras, el «sistema español de escla17. 18. 19,

Tannenbaum (1947), p. 23. Davis (1966), p. 262. Humboldt (1969), pp. 124-125,

82

vitud» fue mucho más benigno (por lo menos en la era pre-plarr tacional) que los «sistemas» de las demás potencias europeas.

Como la Iglesia Católica tenía en España y sus colonias el carácter de religión oficial del Estado, conviene que digamos unas

palabras sobre su posición en lo que a la esclavitud se refiere, El

tema es muy polémico. Algunos autores le atribuyen a la Iglesia una influencia morigerante de gran magnitud. Esa es, por ejemplo, la tesis de H. S. Klein en su libro ya citado.% Otros van al otro

extremo

y atribuyen el carácter más

humano

del régimen

escla-

vista cubano en su primera época no a la intervención mitigante del Estado y de la Iglesia, sino pura y simplemente a las realidades económicas. Magnus Mórner sostiene que «la proporción relativamente baja de esclavos en Cuba y otras condiciones locales peculiares, especialmente antes de la aparición de la economía de

plantación

en la Isla,

ignoramos

que

actitud

relativamente

fueron

tolerante

muchos

los factores

que permitieron

hacia los esclavos».?

religiosos

se aprovecharon

Nosotros

una

individual

no

y

colectivamente de la infame institución y condonaron los excesos a que ésta conducía, en abierta violación de los más elementales

principios cristianos. Además, nos resulta evidente que la naturaleza de la infraestructura económica puede opacar y hasta destruir

la influencia mitigante de otros factores. Pero tenemos por indudable que en la Cuba pre-plantacional las circunstancias permitieron el ejercicio de la acción atemperante de la Iglesia, creándose así —y esto es muy importante— una tradición esclavista cubana

peculiar y distinta, que iba a pesar luego sobre la institución en el período más duro de la sociedad de plantación del siglo xIx.

En Cuba, por lo menos en las zonas urbanas, la población es-

clava recibía el bautismo en la misma proporción que la blanca. Y las estadísticas de las parroquias muestran que existía una

notable semejanza entre la tasa de matrimonios de esclavos y la de matrimonio

de los blancos.

Por ejemplo,

según informes

de la

Catedral de Santiago de Cuba, entre 1752 y 1755 se celebraron 75 matrimonios de blancos y 55 de esclavos negros en esa parroquia. Como en esa ciudad había por aquel entonces 5.765 esclavos y 6.523 blancos, esas cifras significaban que habían tenido lugar un matrimonio por cada 104 esclavos y uno por cada 87 blancos. Lo

que resulta, en verdad, sorprendente si se recuerda que una parte

sustancial de la población de todos los colores vivía en esa época en uniones libres, Otro dato notable que revelan las estadísticas

eclesiásticas 20.

Klein

21.

Moórner

es

(1967),

el elevado pp.

(1967),

número

87 y ss.

p. 114.

83

de matrimonios

perfectamente

legales

entre

esclavos

y personas

libres.

Entre

1825

y

1829

(en

plena sociedad plantacional), en seis parroquias de La Habana, el 18,6 por ciento (casi la quinta parte) de los matrimonios

celebra-

dos (131 de 702) eran de persona libre con persona esclava. Estos y otros muchos datos semejantes permiten arribar a la conclusión de que el negro disfrutaba, con respecto a los sacramentos de

la iglesia, del mismo status que sus amos.? Ambos pertenecían al mismo cuerpo místico. Ambos tenían acceso a los mismos templos

y a los mismos altares. Y este hecho tiene necesariamente que haber atemperado en algo los peores efectos de la esclavitud, al menos en las ciudades.

Los «libres de color» en la sociedad pre-plantacional Mientras en el Sur de los Estados Unidos —como ha señalado lra Berlin en Slaves Without Master— el número de negros libres era

escasísimo

en

todo

el período

que

precede

a la Guerra

de

Independencia! en Cuba, en cambio, éstos fueron muy numerosos desde

el comienzo

inevitable

mismo

de la abundancia

de la era

colonial,

de manumisiones

como

consecuencia

estatales

e indivi-

duales, de coartaciones y compras

de libertad por parte de parien-

cocineras,

en casas

tes a que acabamos de referirnos. El proceso es perfectamente visible ya en el siglo xvI. De esa época hay noticias sobre negros libres que disfrutaban mercedes de tierras y de muchos otros (la mayoría) que vivían en las ciudades, las mujeres trabajando como sirvientas

o lavanderas

de blancos

y los hom-

bres ejerciendo diversos oficios, cultivando frutos menores en las

afueras de las poblaciones y prestando servicios diversos. Las negras «horras» (o libres) llegaron a convertirse en un elemento in-

dispensable

de la sociedad

habanera

del siglo xvI, pues poseían

tabernas, hospedajes y fondas y atendían a las necesidades

de los

viajeros de las flotas que hacían escala obligada en el puerto de la ciudad capital. A lo largo del siglo xvII —como sabemos— no creció mucho la población de la Isla. Al comenzar el siglo XVIII de los cincuenta mil habitantes que en ella vivían, la mitad era «de color» (es decir, negros y mulatos). Y en esa mitad, los escla-

vos tenían una ligera mayoría. sobre los libres. A partir de 1700,

el proceso demográfico se anima considerablemente. En el censo de 1774, realizado bajo el mando del marqués de la Torre, los

blancos llegan a 96.440 y la población «de color» se eleva a 76.180 22. Klein 1. Berlin

(1967), pp. 91-98. (1974), p. 4.

84

(o sea, 65,4 por ciento blancos y 43,6 por ciento «de color»). Estos últimos, a su vez se dividían en 31.847 libres y 44.333 esclavos, es decir, que la proporción de esclavos respecto de la población total de la Isla era un 25 por ciento y la población de color era

libre en un 41,8 por ciento y esclava en un 58,2 por ciento. Se

calcula

que

al cerrarse

el siglo xvItr los negros

y mulatos

libres

de Cuba sumaban unos 90.000, lo que superaba en más de 30.000 individuos el número de negros y mulatos libres de todos los estados esclavistas del sur de Estados Unidos tomados en su conjunto.? En el siglo xvii los negros y mulatos libres prácticamente ejercían el monopolio de las ocupaciones manuales en Cuba. La casi

totalidad

de

los

carpinteros,

albañiles,

hispanoamericanas

ha

dado

a tantas

ebanistas,

sastres,

zapateros, plateros, joyeros, etc., pertenecían a este sector de la sociedad. Aunque colocados en una situación de inferioridad, estos hombres trabajaban para los blancos y, en consecuencia, lejos de vivir marginados de la comunidad total, estaban integrados a ella, por lo menos desde el punto de vista económico. La cuestión del verdadero status de la población «libre» de color en las colonias cuestión

del trato

dado

origen

a los esclavos.

Quizás

polémicas el único

como

modo

la

de

resolverla sea contemplando el mundo pre-plantacional cubano como una sociedad mixta sui generis, escenario histórico de una

violenta lucha dialéctica entre fuerzas muchas veces contradictorias, algunas de las cuales impulsaban hacia la integración y otras

presionaban hacia la separación de los distintos grupos, estratos o estamentos. libres

de

Cuba

Es indudablemente disfrutaban,

cierto que los negros y mulatos

relativamente

hablando,

de

una

serie

de importantes ventajas. Una de ellas era la de pertenecer —ya lo vimos— a la Iglesia oficial del Estado. En vez de practicar la religión en instituciones segregadas, la población «de color» tanto libre como esclava, pertenecía junto con los blancos, a la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Aun los que practicaban ritos sincréticos se sentían parte de esa comunidad religiosa, como veremos en su oportunidad. Y la influencia de la Iglesia en todos los aspectos de la vida colonial de Hispanoamérica fue, como es sabido, considerable. La jerarquía eclesiástica —con mayor o menor perfección— ocupaba una posición intermedia y mediadora entre amo y esclavo, basada en la creencia de que ambos

eran miembros

2. Guerra (1971), p. 188; Klein (1967), p. 194. Sobre siglo xvI, véase Rojas (1947), pp. 57, 64, 69 y passim.

los

de una sola, única y verdadera iglesia, cuya autoridad moral —y hasta legal— ambos debían respetar. Desde el comienzo de la co-

85

horros

en

el

lonización, todos los negros —ya libres, ya esclavos— tenían derecho

al bautismo,

a la confirmación,

al perdón

de los pecados,

al

matrimonio y, con el tiempo, hasta las sagradas órdenes. El clero falló muchas veces en el cumplimiento de sus deberes pastorales respecto a los esclavos y a la población «libre de color». Pero ésta, en gran parte de la era colonial, vio en la iglesia y sus doctrinas cristianas una fuerza niveladora y humanizadora que podía ayudarla a mejorar su condición social. Si las puertas del templo estaban abiertas para el negro cuba-

no, las de la economía por lo menos

se le entreabrían.

Ya vimos

que los esclavos usaban el derecho que tenían de formar su peculio para acumular ahorros con que compraban su libertad y la de los suyos. Con el progreso económico

general

del país a partir

del siglo xv111, paralelamente se produjo un mejoramiento en las condiciones de vida de los negros y mulatos libres, principalmen-

te concentrados en las ciudades (aunque en Oriente crecía sin cesar en número e importancia un amplia capa de población rural libre «de color»). Ya vimos que en los primeros. tiempos de la

Colonia los negros fueron

XVIII

no

quedaron

ahí.

Las

sobre todo artesanos. oportunidades

Pero en el siglo

abiertas

por

una

eco-

nomía en expansión permitieron el desarrollo de una clase media «de color» libre, si no

rica por

lo menos

bastante

acomodada

y

plenamente integrada dentro de la estructura económica de la sociedad en que vivía.

Una muestra importantísima del rol que esta población negra y mulata libre desempeñaba en la Cuba del xv111 la tenemos en su participación masiva en las actividades de defensa de la Isla. La vulnerabilidad estratégica de Cuba y las dificultades que la Coro-

na siempre confrontó para hacerle frente a los ataques de corsarios, piratas y ejércitos regulares de potencias enemigas condujeron a las autoridades españolas a la organización de batallones de voluntarios blancos y «de color», que se estructuraron separadamente. Hacia 1600 quedó establecida con carácter permanente la

Compañía de Pardos Libres de La Habana (en Cuba se llamaba pardos a los mulatos). Posteriormente se repitió en fenómeno en

otras ciudades de la Isla. Y pronto en muchas aparecieron también compañías de morenos libres (en Cuba se llamaba morenos

a los negros). Estas unidades militares estaban mandadas por clases y oficiales sacados de su propio seno, mediante un proceso de riguroso ascenso conforme a méritos y antigitedad. Su propó-

sito no era ceremonial, sino efectivamente militar, o a veces, po-

licíaco. 3.

Estas

tropas

participaron

Klein (1967), p. 195.

86

en numerosas

acciones

bélicas

a lo largo

de los años. Y muchas

veces

eran

trasladadas,

por pe-

ríodos más o menos prolongados, a otras colonias españolas, por ejemplo,

Pertenecer

a México

y a Luisiana,

a la milicia

era

en

un

caso

privilegio

de

urgente

necesidad.

altamente

apreciado.

Aunque sólo recibían paga en situación de campaña, sus miembros

disfrutaban de fuero militar, es decir, de protección contra posibles desafueros de tribunales civiles. Y, del Rey abajo, el gobierno español se preocupó

siempre en rodear de prestigio y aprecio ofi-

te significativa.

consecuencia,

cial a los miembros de esta institución.* En el año 1770 el ejército español en Cuba contaba con 11.667 oficiales y soldados. De ellos 3.413 (casi un 30 %) integraban los tres batallones y 15 compañías de milicias voluntarias de negros y mulatos que funcionaban en las ciudades de La Habana, Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe, Santiago de Cuba y Bayamo. Uno, de cada cuatro mulatos adultos, era miembro de la milicia, una proporción extraordinariamenEn

mientras

en

Virginia

y demás

colonias inglesas de Norteamérica las autoridades hacían todos los esfuerzos posibles para mantener a los ciudadanos libres «de color» completamente aislados e inermes, en Cuba los negros y

mulatos libres formaban parte importante del establecimiento militar del país a lo largo de los siglos XVII, xvII1 y buena parte

del xIx.? Conviene ahora mirar al otro lado de la medalla, Hasta aquí hemos insistido en los factores mitigantes, niveladores, de integración. Pero nunca debe olvidarse que si en la Cuba pre-plantacional no se llegó a establecer una sociedad cerrada de castas (en el sentido sociológico, científico, «hindú» del término) tampoco flo: reció en ella una democracia social. Como en el resto de Hispanoamérica, se entrelazaron en Cuba, desde el principio, tres fuerzas históricas fundamentales: 1) el desarrollo de un incipiente

capitalismo;

2) la adaptación

de los residuos

feudales

de la alta

Edad Media española a la nueva realidad americana; 3) la miscegenación, que en Cuba, tras la catástrofe demográfica del siglo

xvI, consistió en la mezcla de dos razas: blancos y negros. El resultado fue el establecimiento en la Isla de una sociedad aris-

tocrática y jerárquica muy peculiar que bien pudiera bautizarse con el marbete acuñado por ¡Alejandro Lipschútz: Cuba devino

una pigmentocracia. Por encima del sistema de clases (hacendados, comerciantes, agricultores medios y pequeños, artesanos esclavos) funcionaba en la Isla un sistema o régimen de (en

4. 5.

español

la palabra

tiene una

Konetzke (1953-1962). Vol. Klein (1967), pp. 211-219,

III,

connotación

p.

87

110.

distinta

libres, castas

a la que

le

da la ciencia sociológica actual; sólo designa «cualquier grupo animal o humano con características propias»). Estas castas (me-

jor

sería,

tal vez,

decir

estamentos,

para

evitar

confusiones)

se

distinguen entre sí básicamente por el color de la piel, pero se diferencian además por poseer status legal, privilegios y tabúes distintos. La sociedad cubana se dividía en tres estamentos, estra:

tos o círculos colectivos bien definidos: el de los blancos,:el de los mulatos y el de los negros. Cada persona que vivía en Cuba tenía que pertenecer a uno de los tres. Estos círculos estaban separados unos de otros por una complicada red de leyes, reglamentos, cos:

tumbres,

hábitos,

prejuicios

y criterios

colectivos.

Los

blancos

—ricos O pobres— eran considerados «superiores» a los mulatos y a los negros. Estos últimos eran considerados «inferiores» a los

mulatos y a los blancos. Y un vasto aparato de usos sociales ser-

vía de instrumento

para evidenciar esas

relacioens

tan pronto

se

producía un contacto entre los círculos. Un solo ejemplo: un mulato podía ser más rico, más culto, más refinado que ún blanco, pero siempre que hablara con él, tenía que descubrirse en señal

de respeto, y tratarle con muestras de absoluta sumisión a su superior jerarquía. Ser negro o mulato, aunque se fuera libre, significaba pertenecer a una mala casta. En los documentos ofi-

ciales

de

la época

así se evidencia.

Examinando

la admirable

Colección de Konetzke encontramos numerosas comunicaciones del Consejo de Indias que se refieren a los mulatos como «personas de poca satisfacción», «gente de baja calidad», «gente de oscuro nacimiento», gentes manchadas «con el feo borrón de su vilísimo nacimiento de zambos, mulatos y otras peores castas con

quienes se avergiienzan de alternar y rozarse los hombres de la más mediana esfera»... etc. En los momentos iniciales de la vida colonial los mestizos y los mulatos eran, casi por definición, ilegítimos, status que esa sociedad consideraba infamante y pecaminoso. La mezcla de razas —esa era la creencia de la época— producía una casta de bastardos marcados por una mancha o

sucieza Originaria que se acentuaba también

rebajadoras:

el mulato

era

por otras dos características «un

mal-nacido»

no sólo por

ser hijo del pecado y la concupiscencia, sino además por ser des-

cendiente

de

esclavos

(la

úlima

carta

de

la

baraja

social)

paganos O herejes (último peldaño de la escala religiosa). Y, sin embargo, —recuérdese

racterístico

de este régimen

de

siempre—

y

lo verdaderamente

castas estratificadas

era

pesar de las barreras que separaban a los tres estamentos

que,

de

ca-

a

étnicos

en los siglos XVI, XVII y XVIII, éstos no constituían círculos socia6.

Konetzke

(1953-1962).

Vol.

II,

pp.

88

288,

319,

340,

les rígidamente cerrados, herméticos, ni mucho menos endógamos. Las distancias entre ellos eran enormes, pero no insalvables. Las relaciones sexuales entre los miembros de estamentos distintos eran muy frecuentes. Resultaba, en consecuencia, posible (aunque no fácil, por supuesto) cambiar de posición en la escala social:

moverse, por ejemplo, del extremo «superior» de un círculo al extremo «inferior» de otro y, con el tiempo, y la acumulación de riquezas, «ascender» a posiciones de mayor prestigio dentro del

nuevo estrato. La movilidad vertical existía, aunque limitada, desde luego, por las estructuras ideológicas típicas de la época. No

se olvide que el período de que estamos hablando pertenece a la era anterior a la Revolución Norteamericana y a la Revolución Francesa, o sea, a la época pre-jeffersoniana, pre-rousseauniana, pre-iluminista, pre-igualitaria, pre-democrática. En la sociedad pigmentocrática sólo la religión superaba en valor

clasificatorio

a las

consideraciones

étnicas.

Y,

si

es

cierto

que había intercomunicabilidad entre las esferas, como acabamos de ver, también es verdad que la barrera del color dificultaba la movilidad social completa. Si los obstáculos económicos eran

ocasionalmente

los raciales

En ningún

vencidos,

seguían

terreno

mediante

funcionando,

resaltaba

más

la acumulación

e impedían

esa realidad

de

riquezas,

la total nivelación.

que

en el educa-

palanca para el avance

personal. La

cional. Desde muy temprano los negros y mulatos libres comprendieron que allí donde reinaba —como sucedía en Cuba— un analfabetismo masivo, la adquisición de cultura, siquiera modesta,

constituía una poderosísima

«gente de color» se esforzaba consecuentemente por obtener un nivel de instrucción similar al de los blancos. Como en Cuba la educación primaria y secundaria estaba en manos de la Iglesia y ésta no se oponía a que los negros y mulatos la recibiesen (aunque en escuelas separadas, desde luego) pronto un buen número de ellos lograron dar el salto, adquirieron las primeras letras y algunos consiguieron continuar sus estudios, completando el bachillerato, lo que en aquella época representaba un índice de culturización muy elevado. Pero pronto hubo quienes no quisieron detenerse ahí y aspiraron a adquirir títulos de alto prestigio social, es decir, quisieron hacerse médicos, abogados, farmacéuticos, etc. Aquí surgieron de inmediato las dificultades, Esos títulos y profesiones estaban tradicionalmente reservados para los blancos. Y era preciso probar «limpieza de sangre» para obtenerlos. Por ejemplo, en los Estatutos y Constituciones de la Real y Pontificia Universi-

dad de San Gerónimo

de La Habana,

título VII, capítulo XII

se

decía: «Que cualquiera que hubiere sido penitenciado o sus padres o abuelos o tuviere alguna nota de infamia no sea admitido a

89

grado

alguno

en esta Universidad,

ni tampoco

los negros, mulatos,

ni cualquier género de esclavo, ni que lo haya sido, ni tampoco sean admitidos a la matrícula.»? Fácilmente podrá comprenderse la tremenda frustración de tantos y tantos jóvenes de color inteligentes y ambiciosos, que veían sus carreras mico y social detenido y hasta cercenado

y su progreso econó: por el simple hecho

de tener oscuro el color de la piel. Es verdad que, tras prolongados

y agotadores empeños, algunos lograban romper también esa barrera, ya logrando la «vista gorda» de las autoridades educacio-

nales a la hora de solicitar ingreso en las instituciones de estudios superiores,

ya

obteniendo

del

gobierno

de

Su

Majestad

Católica,

tras el pago de ciertos impuestos, la concesión de patentes de blancura, mediante lo que entonces se llamaban cédulas de gracias

al sacar. Por ellas un grupo selecto de mulatos logró igualarse, por lo menos legalmente, a los blancos. Y unos cuantos individuos «de color» fueron admitidos a las profesiones de prestigio arriba mencionadas, aunque en lo social su posición cambiase muy

poco,

por lo menos en la primera generación? Este instrumento de nivelación tuvo aplicación relativamente limitada debido a que la

mayoría de la población «de color» carecía de los medios para hacerle: frente al pago de los impuestos exigidos y a los gastos que estas complicadas gestiones administrativas demandaban. Por lo demás, la coloración de la piel funcionaba aquí muy efectiva-

mente. No bastaba con tener buena posición económica, elevada educación, irreprochable conducta, probada lealtad y destacado

rango social en su grupo

para obtener la «gracia»

que borraba el

pasado racial de la familia. Era preciso también haber alcanzado étnicamente por lo menos la periferia de la «blancura biológica»,

O para decirlo en el lenguaje típico de la sociedad racista: «poder. pasar por blanco». La petición de las cédulas de gracias tenía to-

das las características de una lotería. A veces se concedían. A ve-

ces no. Y la decisión

y Llerena,

vecino

de

real era inapelable.

La

Habana,

el Rey

defecto que padece en su nacimiento»

A José

Francisco

le dispensa,

en

Báez

1760,

«el

(sic) y lo autoriza a ejercer

«su facultad de cirugía» que sabe Dios cómo

se las arregló para

obtener. En ese mismo año, el comandante del Batallón de Infantería de Milicias de Pardos Libres de La Habana, Antonio Flores, solicita que no se ponga embarazo a sus hijos para estudiar Filo-

sofía y Teología. Las autoridades

mulatos

a las universidades

estaba

le contestan prohibido,

que el ingreso de

de

acuerdo

con

la

ley 57, título 22, lib. 1, de la Recopilación de Indias, dándole así 7.

Konetzke

8.

King

(1953-1962).

(1951),

pp.

Vol. II,

p. 201.

640-647.

90

con la puerta en las narices décadas sirviendo lealmente La discriminación en el realidad más que un caso segregación

racial

que

a los hijos de un hombre que llevaba a su Majestad el Rey de España.” terreno educacional no constituía en particular de una política general de

desde

el comienzo

de

la colonización

co-

menzó a aplicarse en Cuba y que, de haber triunfado plenamente, hubiera creado en la Isla una sociedad de verdaderas castas. En el siglo xvi, por ejemplo, se pretendió impedir la nivelación social mediante

la regulación

de las vestimentas y los adornos

de la po-

blación, ordenándose que ninguna negra ni mulata, libre ni cauti-

va, pudiera traer joyas de oro ni de plata, ni perlas, ni vestidos de seda de Castilla, ni mantos, ni pasamanos de oro ni de plata, so pena de 100 azotes y de perdimiento de tales vestidos, joyas, perlas y demás.! A los negros —tanto libres como esclavos— se les prohibió por mucho tiempo portar armas (arcabuces, ballestas, espadas, dagas)... excepto en caso de emergencia bélica: guerra contra los cimarrones o contra invasores extrajeros.!! En nume-

rosos casos, cuando

se establecían penas criminales por diversos

delitos o contravenciones, éstas eran más severas para los negros que para los blancos. Un ejemplo: en diciembre de 1565 se prohibió el tránsito desde las inmediaciones de la Punta hasta la Chorrera, en La Habana, para facilitar la defensa contra ataques enemigos. Los españoles que violasen tal disposición debían pagar

una multa de 50 pesos; los negros libres o esclavos, por la misma violación de la ley debían ser desjarretados de un pie.

En los primeros tiempos de la colonización, las autoridades españolas parecen haber desconfiado de los resultados de la miscegenación y recelado de la lealtad de los mulatos y los negros

libres, Son numerosas las referencias a ellos en los documentos del siglo xvI, considerándolos como «mal inclinados» o «mal in-

tencionados». En consecuencia sistemáticamente se recomienda que no se les den órdenes eclesiásticas, que no se les emplee como escribanos, etc. Sin embargo, la opinión sobre ellos debe haber cambiado con el paso: de los años pues, como ya vimos, en el siglo xvi hasta se les admitió en las milicias, es decir, se les puso

un arma en las manos. En las Reales Órdenes de este último siglo

9. Konetzke (1953-1962). Vol. 111, pp. 287-294. El comportamiento leal de la población negra y mulata, libre y esclava de Cuba durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762 abrió posteriormente las puertas de las profesiones liberales a cierto número de pardos. En agradecimiento a su conducta, el Rey aceptó que se les admitiera, por ejemplo, a examen en la Facultad de Cirugía. Véase Konetzke (1953-1962). Vol. III, p. 183. 10. Konetzke (1953-1962). Vol. II, p. 183.

11.

Konetzke

(1953-1962). Vol. I, p. 489.

91

ya se habla de los mulatos y negros libres como de «gente de valor y habituada al trabajo y... que pelean con brío y reputación...» '? En el siglo xvi los vecinos de La Habana pretendieron, mediante reclamación judicial, obtener del gobierno la deportación de todos los negros libres a la Florida. Esta petición, empero, no fue aceptada por la Audiencia de Santo Domingo. O sea, que en más de una ocasión hubo en Cuba, tanto por parte del gobierno central como por parte de los vecinos blancos, serios esfuerzos dirigidos a crear una sociedad totalmente segregada, un sistema

de auténticas castas. Estos empeños —lo hemos visto— fracasaron. Pero el resultado de esa tensión y de esa lucha fue el surgimiento de esa sociedad mixta de que antes hablamos; una sociedad semi-abierta o semi-cerrada, según se le mire desde un extremo' o desde el otro; una sociedad si no «esquizofrénica», por lo menos «esquizoide», es decir de «personalidad racial» fraccionada, étnicamente partida. En ella era siempre posible «ascender» y de hecho siempre había alguien «ascendiendo»: moviéndose en la escala social de esclavo a libre, de negro a mulato, de mulato a blanco. El proceso era difícil, lento, penoso y limitado a una minoría,

pero precisamente porque ocurría, actuaba como un estímulo para

la movilidad y como una válvula de escape para la presión social.

Nunca debe perderse de vista, sin embargo, que lo que se producía en. definitiva no era una solución del conflicto mediante la afir mación de la igualdad entre las razas, sino más bien una aminora-

ción parcial de las tensiones, merced al artificial blanqueamiento

administrativo y legal de los mulatos. En definitiva, el mulato que rompía la barrera del prejuicio no lo hacía mediante la aceptación

de su mulatez por ambas ción

de su verdadera

gencias

de la sociedad

partes, sino por una vergonzante nega-

naturaleza

blanca.

y un acomodo

Ya

podrá

sumiso

imaginarse

a las exi-

el enorme

precio psicológico que se pagaba por esa «nivelación». Además, la gran masa de la población negra y mulata que quedaba atrás, se-

guía

sufriendo

ocupada

obligada

las

duras

en los oficios

más

a cederle el paso

discriminaciones penosos

y peor

tradicionales:

remunerados,

en la acera a los blancos,

seguía

seguía

seguía

te-

niendo como vedados determinados lugares públicos (ciertas secciones en los parques, por ejemplo), seguía aprendiendo en escuelas segregadas y defendiendo la paz y la seguridad del país en batallones y compañías segregados... Y si esclava, seguía sufriendo

todas las terribles consecuencias

y social.

de ese miserable status jurídico

12. Konetzke (1953-1962). Vol. II, p. 510. 92

El abolicionismo pre-plantacional Si el término

plia, como

abolicionismo

simple repudio

fuere, la primera

se toma

en su acepción

más

de la esclavitud en cualquier forma

manifestación

de este movimiento

am-

en Cuba

que

se

debe a los esclavos mismos. Desde el instante que entraron por primera vez en la Isla, llevados por el Adelantado Diego Velázquez

en 1510, los esclavos expresaron, sin cesar un momento, año tras año, siglo tras siglo, su odio a la institución, no con discursos o tratados, sino a través de la acción, utilizando cuántos medios de resistencia tuvieron a su alcance. Este tipo primario de antiescla-

vismo será estudiado en el acápite siguiente de este capítulo.

La otra manifestación del abolicionismo es de carácter ideológico, se expresa en forma oral y escrita y hunde sus raíces en el

terreno de la teología cristiana. En España existe una vieja tradición de abolicionismo religioso, representado por sacerdotes y monjes

opuestos

a la posición

oficial

de la Iglesia

Católica,

que

se encontraba

fray

legitimizaba la esclavitud como «un mal necesario» y hasta lucraba con

ella. Entre

esos

religiosos

antiesclavistas

Bartolomé de las Casas quien, creyendo que con eso protegía a sus amados indios, recomendó el empleo de negros en América, aunque —arrepentido— declaró más tarde en su Historia de las Indias que tan injusto era esclavizar a unos como a otros y por las mismas

razones.

Tomás

pítulo 20 de su obra Suma

Mercado,

teólogo

andaluz,

en

el Ca-

de Tratos y Contratos, aceptó teórica-

mente, en 1571, la legalidad de la esclavitud cuándo era producto de guerra justa, crimen o auto-venta. Pero su experiencia personal en el mercado de carne humana de Sevilla le demostró que los esclavos eran originalmente obtenidos casi todos por medios ilegítimos, es decir, por la fuerza y el robo. Para él resultaba prácticamente imposible participar de la trata africana sin cometer

grave pecado.

derecho

Más

radical aún

que

Mercado

era el profesor

de la Universidad de México, Bartolomé

de Albornoz.

de

En

su ensayo De la esclavitud (1571) condenó toda justificación teórica de

la institución,

go

de

afirmando

que

por

ley

natural

la presunción

siempre estaba en favor de la libertad. A estos nombres pueden agregarse otros, como Domingo de Soto, 'Alonso de Sandoval, DieAvendaño

y algunos

más.

Una

minoría,

ciertamente.

Pero

una minoría batalladora y elocuente, que actuó como tábano implacable y se reprodujo a ambos lados del Atlántico una y otra vez, para fustigar a la esclavitud en nombre de una conciencia

93

religiosa indignada por los horrores que la abominable institución provocaba.! Un reflejo de ese castizo criticismo cristiano brilló brevemente

en Cuba en 1681. En julio de ese año arribaron a La Habana, de tránsito para España, dos monjes capuchinos: Fray Francisco José de Jaca de Aragón y Fray Epifanio de Borgoña. Pronto estos dos humildes y oscuros tillana.

Como

ha

curioso incidente sociedad

mínimo,

donde

religiosos iban a estremecer la capital an-

explicado

Leví

Marrero,

de los fondos del Archivo

las ideas habían

dos extraños,

ajenos

vecinos, provistos solamente

que

desenterró

de Indias:

tenido hasta entonces

a los

intereses

de compasión

este

«en una

un influjo

materiales

de los

cristiana y de una eru-

dición manejada con brío polémico, escandalizarían a españoles y criollos. ricos con su prédica anticonvencional y su actitud desafiante al denunciar como ilegítima y anticristiana la base de sustentación de todo el régimen socioeconómico entonces vigente: la esclavitud».? Los primeros

fesonario. Varios

episodios

del conflicto

propietarios

se produjeron

de esclavos que

en el con-

intentaron

confe-

sarse con Fray Francisco José fueron rechazados por éste porque, respondiendo a sus preguntas, admitieron ser dueños de esclavos y, a pesar de las exhortaciones del sacerdote, se negaron a desha-

cerse de ellos. ¡Algo similtar debe haber hecho Fray Epifanio, pues

el provincial del convento franciscano dende los monjes se alojaban, en espera de la salida de la Flota, les exigió a los dos que administrasen el sacramento a los dueños de esclavos. Ambos rehusaron hacerlo, empero, y trasladaron su residencia a una hu:

milde choza situada junto a la ermita del Santo Cristo del Potosí,

a una legua de La Habana. Libres de las trabas conventuales, los dos frailes emprendieron una verdadera campaña antiesclavista en las estancias y los ingenios cercanos, insistiendo en que los

amos

estaban

obligados

a dar libertad a sus siervos y á «resti-

tuirles lo servido». Tales prédicas, como era de esperarse, provocaron enorme agitación en las dotaciones e indecible espanto entre los hacendados, quienes llegaron a temer una inmediata su-

-blevación. El capitán Juan Castellón testificó que debido a la labor pro1. Sobre este y ss.; Rout (1976), Suma de tratos y una ampliación de

temprano abolicionismo español, véase Davis (1966), pp. 187 pp. 33 y ss.; Zavala (1953), pp. 74, 88-90. La obra de: Mercado contratos, publicada en Sevilla en 1571 y luego en 1587 es Tratos y Contratos de mercaderes y tratantes, que apare-

ció en 1569. Albornoz en la Biblioteca de Autores Españoles. Vol. LXV, pp. 231 y ss. También: Sandoval (1956), passim. 2. Marrero. Vol. V (1976), p. 184.

94

pagandística

de

los

frailes

abolicionistas,

«andaban

los vecinos

atemorizados y los esclavos se holgaban mucho de oír dicha doctrina».? Ante las numerosas quejas de los dueños de esclavos el provisor del obispado, Francisco de Soto Longo, amonestó de palabra y por escrito a los dos sacerdotes para que «dejasen de esparcir semejante predicación». Amenazados

de suspensión, Jaca y Borgo-

la

subió

ña regresaron a La Habana. En enero de 1682 contestaron en tono violentísimo a sus acusadores, llegando a declarar que el provisor estaba de facto excomulgado por sus sistemáticas violaciones de doctrina

cristiana.

subversivos

escándalo

fueron encarcelados.

España. Allí el Consejo de

El

1682, pero en seguida

Y, por

de

punto.

Los

fin, remitidos

frailes

presos

a

de Indias les puso en libertad en octubre los remitió

al Provincial

envió a Fray

Francisco

de los Capuchi-

nos de Castilla en Valladolid, amonestándoles para que no pasasen de nuevo a la América. Cuando

Soto

Longo

José

a una celda

de la fortaleza de la Punta y a Fray Epifanio a otra del Castillo de la Fuerza, inmediatamente se apoderó del ajuar y de los papeles

de los religiosos. Entre ellos se encontraba un manuscrito del Padre Jaca, donde éste resumía su pensamiento sobre la esclavi-

tud. Todos estos documentos fueron enviados a España. Y allí los descubrió el profesor Marrero,

casi tres siglos después.

Gracias a

ellos podemos conocer las ideas de estos valientes precursores del movimiento abolicionista del siglo xvIr. El alegato del Padre Jaca

llevaba por título: Resolución sobre la libertad de los negros y sus originarios, en el estado de paganos y después, ya cristianos.

Marrero lo describe del siguiente modo: «El documento, escrito en La ¡Habana en 1681, consta de 63 capítulos en los que, en la

retórica de la época, se presentan los argumentos de los esclavistas, y son destruidos a golpes de dialéctica. Fray Francisco José poseía una erudición innegable. Sus principales fuentes fueron

Fray Tomás de Mercado (1569) y Alonso de Sandoval, S. J. (1627),

pero a su vera encontramos una falange de autoridades, encabezadas por Aristóteles y Santo Tomás. No le faltaría el apoyo doctrinario de docenas

utilizada

horrores

con

maestría,

de Santos

fue

de la esclavitud,

citados, pero su arma

la

Biblia.

Testigo

sus experiencias

más eficaz;

presencial

personales,

de

los

descarna-

damente expuestas, aparecen intercaladas entre el texto barroco, recargado de citas.»* El Padre Jaca sostiene en su obra que «el señorío de la libertad» es un don que Dios concede a todos los hombres sin excep3. 4.

Marrero. Marrero.

Vol. V (1976), p. 185. Vol. V (1976), p. 191.

95

ción. Por eso considera la esclavitud como una institución contraria a «la racional naturaleza». Y no hay argumento pro-esclavista que logre hacerlo vacilar un' ápice a este respecto. Todas esas «alegacias», dice, no son más que «dictados del demonio». Si no es lícito un solo pecado venial, añade, «¿cuánto menos lícito será cualquier razón de piedad que encubre el hurto de la libertad cristiana y se adorna con la tiranía?»* Uno a uno, el noble capu-

chino destruye los sofismas pseudoteológicos con que se pretende justificar un régimen de trabajó cuyo carácter brutal, inhumano,

bárbaro, queda atestiguado por «los castigos que en gente tan miserable se ejecutan... la hambre que padecen... los grillos, las esposas, las cadenas y cepos con que los he visto aprisionados de pies y manos... los cruelísimos azotes que les dan por todo el cuerpo con nervios de bueyes y cuerdas y sogas embreadas, con tal crueldad que no sólo se contentan con darles 40 azotes, con que los romanos se daban por satisfechos para con sus esclavos,

gentiles como ellos, sino los 400 y 600 conque a ocasiones, no por

un día sino por otros consecutivos los atormentan cuyo alivio suele

ser echarles sobre sus llagas vinagre o sebo ardiendo y aceite hir-

viendo... Y muchas veces no contentándose con las inhumanidades dichas, les cortan con navajas sus carnes, con otras atrocidades que la decencia no me da lugar a decir... Me consta han quedado no pocos muertos a manos de los verdugos, sus amos, peores que gentiles, que inventaron lo que muchos tiranos olvidaron». - Todas las razones que aducían los esclavistas para justificar la institución eran rechazados por el Padre Jaca como falsas. Repudiaba, en primer lugar, el argumento de que la esclavitud se había introducido por «justa y no dudosa guerra»... «¿Qué razón de guerra justa hay entre españoles y negros?», inquiría con agudeza Fray Francisco José. Al alegato de que los esclavos "provenían de

conflictos internos en África contestaba diciendo que tales altercados y perturbaciones distaban muchísimo de ser «justas guerras» y añadía: «...Si por esta razón se hubiese de permitir la esclavitud

en

tan

desgraciadas

criaturas,

también

vilipendio

de esclavos.»? A quienes se excusaban

habíamos

de

decir que entre los bandos que en España y otras tierras se suelen fraguar, habían de sujetarse los menos fuertes a los más, con el

diciendo que

a

ellos no les pertenecía saber más que el comprarlos y «allá se las hayan los cargadores, vendedores, etc.» el religioso les advertía

que al comprar una mercancía mal habida se convertían en parti5.

Marrero.

Vol.

V

(1976), pp.

6.

Marrero.

Vol.

V

(1976),

p.

195.

191 y 195.

7.

Marrero.

Vol.

V

(1976),

p.

192.

96

cipantes de su pecado, que para él era equivavlente al pecado de Judas

«en la venta

de la libertad

de Cristo

Jesús».

Y

a aquellos

que se justificaban diciendo que clérigos, obispos y conventos poseían esclavos «sin tropiezo ni escrúpulos», respondía con ácida ironía:

«Luego,

de la autoridad

Pontificia y sacerdotal

que

tuvie-

ron Anás y Caifás y los sacerdotes, escribas y fariseos ¿se justificará la venta que hizo Judas de Cristo y la compra que hicieron ellos para lo que después en su Divina Majestad ejecutaron?» * Con igual fuerza e ingenio combate el generoso capuchino

otros

argumentos

que

considera

igualmente

deleznables:

la tesis

de que los negros «han nacido para servir»; la afirmación de que al ser traídos a América salvaban el alma al ser bautizados, el criterio de que sin negros esclavos las Indias se arruinaban de modo inevitable; y el hecho de que ciertas autoridades filosóficas y teológicas no condenasen la institución. La conclusión era ine-

vitable y el Padre

Jaca

la formuló

con

toda

poner fin al régimen esclavista inmediata

pito que

dichos

negros

claridad:

había

y absolutamente:

y sus originarios, no

solo en cuanto

que

«Re-

cris-

tianos son libres, si también en su gentílico estado. Y por lo tanto, no solo hay obligación de restituirlos a su justa libertad,

pero también en rigor de justicia pagarles lo que de sus antecesores padres... heredar podían, lo que en ellos ha podido enriquecer el tiempo perdido de ella, sus trabajos y daños que se les ha seguido... y su personal servicio, prorata temporis. Y esto sin dilación y sin que valgan largas...» ?

Este episodio abolicionista es excepcional. Es la primera y úni-

ca vez en los tres largos siglos que van desde la Conquista a la aparición de las grandes plantaciones azucareras, en que se con-

dena

abiertamente

la esclavitud

y se exige

su ilegitimación.

No

quiere eso decir, empero, que todos los religiosos cerrasen siempre sus ojos a las necesidades materiales y espirituales de los esclavos. Ocasionalmente algunas voces eclesiásticas se levantaron en su defensa. La gestión pastoral del obispo de Cuba Pedro Agus-

tín Morell

constituye

de Santa

un buen

Cruz

ejemplo

respecto

a los negros

de esa posición

de La

positiva.

Habana

Desde

que

llegó a la capital cubana procedente de Nicaragua en 1754, el nuevo prelado pudo percatarse de la triste situación de los esclavos, quienes —según él— «vivían y morían como brutos» pues «se

hallaban

totalmente

abandonados,

como

si no

fuesen

cristianos,

ni capaces de salvación». Adelantándose a los modernos métodos 8.

Marrero.

Vol.

V (1976), p.

9.

Marrero.

Vol.

V (1976),

10.

Marrero.

Vol.

VIII

197.

p. 197.

(1980),

p.

159.

97

misioneros,

el obispo

aprender las lenguas

pidió a los sacerdotes

que se aplicaran

de las naciones de los mismos

negros.

a

Monseñor Morell llegó a Cuba en los momentos en que se iniciaba el gran cambio que iba a crear una nueva economía de plantación en el país. Esto quería decir que el comercio de esclavos empezaba a intensificarse y, en consecuencia, aumentaba el número de los bozales y crecían proporcionalmente las dificultades linguísticas en el trato con los recién llegados, Por eso, para

cristianizarlos

era

preciso

hablarles

en

sus

respectivas

lenguas

africanas. O, si esto era imposible, por lo menos usar el patois cubano llamado bozal que —como veremos al estudiar el proceso de aculturación idiomática— los esclavos adquirían como segunda lengua tan pronto arribaban a la Isla. Era a esto que se refería el obispo

cuando

le escribía al Rey

para

decirle:

«Por otra parte es preciso hacernos cargo de que, de sus capacidades y la falta de inteligencia perfecta idioma, es causa de que no perciban con prontitud lo dice, y por consiguiente no pueden aprovecharse de la general que se hace al pueblo. dan

»Y así vemos

dormidos.

que

en tales ocasiones, los más

Necesitan,

pues,

de ministro

lo limitado de nuestro que se les instrucción

de ellos

particular,

se que-

que

aco-

modándose a su rudeza, les hable con suma claridad, repitiéndoles muchas veces unas mismas cosas, y que materialmente se les explique con los acentos y modo chambón con que ellos pronun-

cian la lengua castellana.» ** En

establecer canales efectivos de entre «el pastor» y «las ovejas». un paso de avance.

definitiva,

el obispo

trataba

de

comunicación y entendimiento Y esto por sí sólo constituía ya

Pero Monseñor Morell de Santa Cruz hizo más. Pronto averiguó que, en los días festivos, los esclavos de La Habana se congrega-

ban

en 21

casas,

tos llamados

«con

título

de cabildos,

a tocar

unos

tumbas» y que, al son de esos tambores

instrumen-

«y de una

gritería destemplada se entretenían los varones, mezclados con las hembras en bailes extremadamente torpes y provocativos, a la usanza de su tierra. Y que para colorear estas funciones se entregaban a la bebida de frucanga y aguardiente, hasta perder el juicio

y desbocarse en los demás dían

seguirse».

En

vez

de

excesos que de tales antecedentes poperseguir

y

tratar

de

eliminar

esos

centros de reunión de las masas negras, el ilustrado obispo decidió ir personalmente por turno a cada uno de ellos, para conversar con los esclavos, 11, 12.

Marrero. Marrero.

Vol. VIII Vol. VIII

rezar con ellos y llevarles una imagen (1980), p. 160. (1980), p. 159.

98

de la

Virgen, cuyo culto y devoción les recomendaba. Puso a cada cabildo un ministro eclesiástico para que en los días festivos acudiese a enseñarles doctrina cristiana. Por fin, cada cabildo fue colocado bajo alguna advocación de la Virgen. Según Morell ha-

bía por entonces en La Habana cinco cabildos carabalíes, cuyas advocaciones fueron La Natividad, La Presentación, La Anunciación, La Concepción y La Asunción; tres cabildos minas, con las

advocaciones de La Visitación, La Purificación y La Expectación; dos

cabildos

lucumíies,

bajo

las advocaciones

siguientes:

Nuestra

Señora del Rosario y Nuestra Señora de las Nieves; dos cabildos araráes, a los que adjudicó como advocaciones Nuestra Señora de la Caridad y Nuestra Señora de los Remedios; dos cabildos Mon-

dongos bajo las advocaciones de Nuestra Señora del Consuelo y Nuestra Señora de la Altagracia; dos cabildos congos, bajo las

advocaciones de Nuestra Señora de los Angeles y Nuestra Señora de la Piedad; dos cabildos gangaes bajo la advocación de Nuestra Señora

de los Desamparados

y Nuestra

Señora

del

Socorro;

un

cabildo mandinga bajo Nuestra Señora de la Soledad; otro luango

bajo Nuestra

Señora

del Pilar y otro, por fin, popó

bajo Nuestra

Señora de los Reyes, El hecho de que los negros esclavos habaneros hubiesen alcanzado un grado tan alto de organización social espontánea en el siglo xv1It es ciertamente notable. Lo era también, en grado sumo, que un obispo blanco tratase de comprenderlos, respetándoles sus costumbres y creencias, en vez de imponerle las suyas por la fuer-

za. Morell previno a los sacerdotes encargados

de los cabildos que

«en punto de cesación de bailes e instrumentos no les hablasen palabra, hasta ver si ellos mismos se llamaban, abrían los ojos y reconocían sus abominaciones, daban de mano a estos entretenimientos, o a lo menos los reglaban a un método irreprensible»,% El buen obispo no lo sabía, pero con el estímulo que prestaba al

desarrollo de los cabildos estaba ayudando a crear poderosísimos centros de aculturación religiosa, pues según todas las apariencias,

fue en esas instituciones fundamentalmente donde nacieron y se desarrollaron los cultos afro-cubanos, como vamos a ver muy pronto. Otros religiosos, a fines del siglo xvIIt, manifestaron opiniones

antiesclavistas aún más radicales que las del Obispo Morell de Santa Cruz. Así, por ejemplo, en el extremo oriental de la Isla, en noviembre de 1794, el arzobispo de Santiago de Cuba, Joaquín de Oséz y Alzúa, se dirigió al Rey para advertirle de las grandes

ventajas que para el país traería el desarrollo del trabajo blanco 13.

Marrero.

Vol.

VII1

(1980),

p. 159.

99

y libre, puesto que de esclavos «hasta enteramente...» * Y lares el Padre José de Filosofía

permitiría la reducción progresiva de la trata el extremo de prohibirse y aún de extinguirse por la misma época marchaba por rutas simiAgustín Caballero (1762-1835), ilustre profesor

del Seminario

de San

Carlos,

verdadero

padre

de la

reforma ideológica y pedagógica cubana a fines del siglo xvIH y autor (en 1811) del primer proyecto de gobierno autonómico para Cuba. Bajo la influencia del pensamiento iluminista (por lo menos en sus costados políticos y sociales) y haciendo uso de los nuevos medios de expresión creados por el renacimiento cultural de Cuba

en esa época (tales como el Papel Periódico), el Padre expresó públicamente, con vigor y valentía, radicales antiesclavistas.

En realidad, el papel

gante

de la Iglesia Católica como

de los crueles efectos

de la esclavitud

disminuía

Caballero opiniones

factor mitide impor-

tancia día tras día en la Isla, precisamente cuando el Padre Caballero sale a la palestra. Como ha dicho Joseph A. Fahy: «Hasta mediados del siglo xvIr1, cuando las dotaciones eran pequeñas

y el régimen de trabajo más corto y menos severo, la iglesia o la capilla constituían rasgos distintivos de todos los ingenios. Des-

pués

de 1780, con el comienzo

del boom

azucarero, los hacendados

empezaron a quejarse de ¡os gastos que originaban las capellanías de los ingenios y de los estipendios que exigían los sacerdotes por

las ceremonias

que celebraban para los esclavos, tales como bau-

-tizos, velorios, entierros, matrimonios, etc., así como

nistración de otros sacramentos. dueños de ingenios encontraban

por la admi.-.

Hacia el fin de la centuria los demasiado pesada la carga de

cumplir con las estipulaciones de los reglamentos de esclavos que obligaban a facilitar a los siervos misas dominicales, instrucción religiosa y recepción de los sacramentos. Los amos no se sentían inclinados a relevar a sus esclavos de la brutal jornada de dieciséis

horas... para que pudieran cumplir con sus mínimas obligaciones religiosas, La inmensa mayoría de los hacendados abandonaron la mayor parte de los servicios, excepto por unas pocas perfunctorias ceremonias anuales. Aun el número de días de fiesta de precepto se redujeron a un mínimo de cuatro.» La instrucción religiosa de los esclavos casi desapareció en las áreas rurales.

Apenas

unas

superficiales

olvido.

(Ya

veremos,

dueños

de ingenios

en

su

oraciones lugar,

la

y prácticas

importancia

se salvaron de

este

del

hecho

para la conservación de los ritos africanos en la Isla.) Y aquellos 14. 15.

que

consideraban

Marrero. Vol. IX (1983), p. 140. Fahy (1983), pp. 4445.

100

erróneo

el abandono

com-

pleto de la religión para los esclavos, encomendaban la tarea ¡a los mayorales!, quienes debían leerles a los siervos de vez en cuando algunas páginas del catecismo. Por esa época aparecen varios libritos aparentemente destinados a ayudar a los mayorales con esa nueva función evangélica, que por lo visto debían ejercer entre los bocabajos que administraban a la dotación. Quizás el mejor conocido de ellos sea el del

Padre Antonio Nicolás Duque la Doctrina

Cristiana

de Estrada titulado Explicación de

Acomodada

a la Capacidad

de

los

Negros

Bozales. Aunque útil como fuente para el estudio del habla bozal de los negros

instrucción

recién

llegados

religiosa

refleja

de Africa,

una

esta

obra,

insensibilidad

como

texto

aterradora

de

hacia

los derechos más elementales de los esclavos. Jesucristo —se les enseña ahí a éstos— es un mayoral bueno (!) que siempre castiga justicieramente.

La

Dios.

de Estrada

trabajar

obligación

intensamente

(!!1). Duque

para

del

el amo,

siervo,

aconseja

pues

si quiere

tal

era

la

a los capellanes

salvarse,

voluntad

es

de

que nunca

tomen partido en favor de los esclavos contra los mayorales, aun

cuando las quejas de aquéllos contra éstos sean justas, y que nunca se opongan a los castigos que se apliquen a los negros, aunque parezcan excesivos. Su tesis era que la colaboración del mayoral resultaba absolutamente indispensable para adelantar la

tarea cristianizadora en la dotación.!

Reaccionando contra estos criterios y prácticas, el Padre José Agustín Caballero, en una serie de enérgicos artículos, se afilia

con la otra gran tradición católica:

la corriente humanitarista

y

auténticamente cristiana representada, como vimos, por Las Casas, Mercado, Albornoz, de Soto y demás antiesclavistas españoles. Su condena de la institución es categórica, radical, absoluta: «...Creo

es la esclavitud —escribe

en

179i—

la mayor

maldad

civil que

han cometido los hombres...» Y por eso sale a la defensa de esas «infelices víctimas de la maldad humana»." Pese a esta sólida postura teológica de fondo, el Padre Caballero es bastante moderado en las demandas específicas que hace a los amos. Por lo visto temía que el naciente movimiento reformista cubano de fi-

nales del xvI11 era todavía demasiado

débil para exigir curas ra-

dicales. Caballero usa guantes de seda. En los dos artículos que sobre el tema da a la estampa en el Papel Periódico (mayo 5 y 8 de 1791) bajo la firma «El Amigo de los Esclavos», llama a los

hacendados

«nobilísimos

cosecheros

de

azúcar,

señores

ingenios, mis predilectos paisanos» y los proclama 16.

Duque

de

17.

Caballero

Estrada (1823), pp. 58-60, 116-118; (1956).

Vol.

1, p. 7.

101

Fahy

amos

de

«la más noble

(1983), pp. 46-47.

y selecta porción de esta República, los vecinos más útiles al Estado y a la Patria de toda la Isla» y les explica: «Desesperaría del remedio si no os conociere; sofocaría en mi pecho, y ahogaría en su cuna las ideas que me punzan si no supiera que el amor a nues-

tros semejantes es la mayor y más favorecidas de nuestras virtudes.» 16 Su protesta, por el momento,

se limita a un solo aspecto

de la vida servil: las horribles ergástulas de los ingenios, donde se ponían en cepo a los esclavos durante la noche para evitar su

fuga. Caballero reconoce que los africanos propenden a la deserción por su carácter «indócil, suspicaz, infiel, recalcitrante sobre aleve». Y que «constituidos en medio de un vasto campo sin puertas y atraídos

ces

y

del amor

aprovechan

los

innato

a la libertad,

momentos

de

acechan cuantos

descuido

para

repetir

lan-

sus

ruinosas huidas». Es preciso, pues, disciplinarlos «pero se pueden elegir otros medios más suaves para la caridad tiene muchos recursos».!?

los mismos

sino

y utilidad

efectos,

porque

Los calabozos «más crueles que mazmorras de mahometanos», deben ser proscritos, no sólo por razón de justicia y humanidad, también

por mera

La insalubridad

conveniencia

de esas mazmorras,

enfermaba

para

los

y mataba

dueños.

a ino-

centes seres humanos, que eran además propiedad privada y parte

del capital del amo. Además

había que tomar en cuenta el bien

público puesto que al acortarse la vida de los esclavos «esos brazos menos tiene la agricultura... y esa plata más los extranjeros...» Hasta quizá sería posible ——de salvarse vidas esclavas— que se

redujese y aún se eliminase la trata:

«...A proporción de los que

mueren o se inutilizan, que es más de lo que se piensa, necesitamos nuevas colonias de armazones, al paso que cuidándolos, cu-

rándolos oportunamente, no agobiando a los que entran, e inoculándolos

demasiado

a pesar

de lo que

con el trabajo

dice la preo-

cupación contra esta saludable práctica, tendríamos al cabo un surtido de negros capaz de talar los campos, cultivarlos y construir la azúcar de modo que por cálculo exacto llegará tiempo, y no muy

tarde, que no necesitáramos

ca, o serían muchos

traerlos

de la Costa

menos.» Y Con esta apelación —que

de Afri-

resultó

totalmente inútil— a su interés, esperaba el presbítero ganarse la opinión de los señores. También apela al sentimiento y pide que

«no

quede

piedra sobre

piedra

«hasta su memoria, indigna sepa la posteridad que hubo 18. 19. 20.

de

calabozos»;

del marcial

nombre

que se destruya

Havano, y no

tiempos de hierro en que se usaron».

Caballero (1956). Vol. 1, p. 3. Caballero (1956). Vol. 1, pp. 4-5. Caballero (1956). Vol. 1, pp. 6-7.

102

Y agrega: «Cuando he visto a estos miserables que después de haber sufrido el peso del día, haraposos, encadenados, y tal vez hambrientos, bajar la escalerilla de la casa de molienda para enque volver el rostro por

menos

trar en su prisión, no he podido

no mirarlos, horrorizado de que nuestros antiguos nos dejaran esta práctica.» * Este abolicionismo es ciertamente muy moderado. Pero la base cristiana de esencial igualitarismo que predica contiene en agraz formulaciones más radicales: «Quiera Dios —+escribe Caballero— que esta hojilla produzca los buenos efectos que me propongo y oigan al Supre-

espero ver coronados, en los que me sigan cuando Juez,

mo

estaba

de estrecheces

redimiendo

y me

encarcelado

esto

visitaste,

a unos

tan amargas

es, me

entes

aliviaste

de nuestro

mismo calibre, a nuestros hermanos y prójimos a quienes debemos tributar la más sincera compasión y benevolencia; a unos brazos

sostienen

que

cubren nuestras

mesas,

trenes,

nuestros

mueblan

nuestros

equipan

roperos,

nuestras

mueven

casas,

nues-

tros carruajes y nos hacen gozar los placeres de la abundancia.» 2 Á Dios rogando y con el mazo dando. De un lado el argumento

religioso que identifica al esclavo con Cristo. De otro el argumento económico,

de la misma

que

causa:

subraya

su valor

material.

aliviar las condiciones

Los

dos

de vida de los siervos

superexplotados y maltratados. En 1796 el Padre Caballero escribió un breve ensayo un papel pro-esclavista de alguien que él llamaba «el decir, «el Padre Maestro«), donde se censuraba la idea cionar matrimonios a los negros esclavos. Caballero

encuentro

al P.M., afirmando

al servicio

categóricamente

criticando P. M.» (es de proporle sale al

que

«los amos

tie-

príncipe,

queriendo

po-

nen la obligación de conciencia de dar esposas a sus esclavos que se inclinen al matrimonio... Y para este caso es permitido un trato decente con las personas de otro sexo, ¿Hay aquí alguna violación

de ley divina

o humana?

¿Qué

blar, cultivar, etc. un terreno útil, no envía tantas mujeres y tantos hombres para que se vayan casando?» % El P. M. argumentaba en su papel que en habiendo matrimonios en los ingenios, habría adulterios. El Padre Caballero le contesta con sorna: «¡Doctísimamente! Pues prohíbanse también los matrimonios en las ciudades. ¡Vaya que esta especie es peregrina! Yo quisiera

preguntarle al P. M. ¿qué debe hacerse cuando se presentan dos inconvenientes? Para más claridad, supongo que lo tengo aquí 21.

22,

23.

Caballero

(1956). Vol.

1, p. 7.

Caballero

(1956). Vol. 1, p. 45.

Caballero (1956). Vol. 1, p. 8.

103

delante y le digo: “P. M. si se fomentan y se proporcionan los ma-

trimonios

en

los

ingenios,

hay

adulterios:

negros

y

mayorales

cambian sus mujeres. Si no hay negras con quien casarse, todos los negros son masturbadores, nefandistas y sodomitas. ¿Qué haremos? ¿Qué es lo que enseña la Teología en este extremo? Vaya usted y piense que bastante tiene que pensar”.»* Por otra parte, afirma el Padre Caballero que «hay negras muy castas y honradas que no

se dejan

vencer

aún

con el oro

delante».

“ve, P. M. como habrá matrimonio sin adulterio».*

Y agrega:

«Ya

El Padre Caballero no se limita a defender una política de equilibrio sexual en las dotaciones de los ingenios azucareros, sino que da un paso más y no sólo propugna mejoras en las condicio-

nes de vida material y moral de los esclavos sino que se adhiere 'a la idea de que es necesario acabar con la trata. Se convierte así en precursor del abolicionismo moderado de los Arango, los Saco,

-los

Delmonte,

los

Luz

y Caballero,

etc.,

que

brían de pedir la eliminación del comercio

años

más

de negros.

tarde

ha-

Aprovecha

el Padre Caballero una referencia al gran abolicionista inglés Wil-

berforce nuyendo o por la que nos esclavos,

para proclamar la necesidad de «ir poco a poco dismlinuestro comercio de negros hasta extinguirlo de_una vez misma razón que apuntó Wilberforce o por algunas otras asisten acá». Predica una política de reproducción de los que asegúrase «en nuestra Isla la multiplicación de los

negros en términos que no tuviésemos necesidad de traerlos del África, lo que puede lograrse admitiendo por algún tiempo una numerosa importación de negras medio lícito del matrimonio».?

que

multipliquen

la raza por el

El 24 de noviembre de 1798 presentó el Padre Caballero un informe a la Sociedad Patriótica titulado De la Consideración sobre la Esclavitud en este país donde se estudian «las graves consecuencias»

que resultan

de la esclavitud

de los africanos.

La

primera es que la clase servil «no sigue el curso ordinario conocido de la natural multiplicación de la raza humana». La pobla-

ción trabajadora en Cuba no responde en su número a las leyes demográficas, sino a las económicas: al capital de que se disponga

para importar brazos de África. «Nuestro comercio metropolitano no hace el comercio

ellos nos proveen... de

esta

24.

colonia

de negros

y los extranjeros

son

Nuestra metrópoli se ha empeñado

un país

eultivador

Caballero (1956). Vol. 1, p. 5.

25. 26.

Caballero Caballero

(1956). (1956).

Vol. I, p. 6. Vol. 1, p. 8.

27,

Caballero

(1956).

Vol,

I, pp.

148-149,

104

sin

tener

medios

los

que

de

directos

ni

en hacer

proporcionados

para

sostener

la agricultura

y, por

consecuencia,

vivimos en una total dependencia de las naciones extranjeras rlvales de la nuestra.» ? Tampoco toma el gobierno metropolitano

ninguna medida que ayude a diversificar la producción, ni mucho menos a proporcionar previsoramente un sistema educativo apro-

piado a una sociedad de tipo esclavista. «...Habiendo entre nosotros una clase de hombres

piedad,

parece

que

debía

que no tienen estado,

esmerarse

persona

la legislación

hombres libres o señores una educación

ni pro-

en dar a los

proporcionada a

la situa-

ción tan elevada y superior de éstos sobre aquéllos; una educación que templase el vigor del despotismo que el amo natural-

mente propende a ejercer sobre su esclavo; que le inspirase aquellas virtudes, aquella alta dignidad propia del hombre que está llamado a poseer un derecho tan peligroso como el de reconocer

dominio y propiedad sobre sus semejantes...» Desde luego, no era

así. Y la sociedad esclavista era una sociedad iletrada pues si las clases pudientes no recibían educación adecuada, las otras no reci-

bían ninguna.

cuelas de trastorno Como nefasta a

«El cuerpo de la población»

carecía

«hasta

de es-

primeras letras constituidas como era necesario... ¡Qué de ideas! ¡Qué orden tan inverso al que convenía!» % puede apreciarse, aunque el Padre Caballero consideraba la esclavitud, todavía no abogaba por su abolición radi-

cal e inmediata, Da, empero, el primer paso, pidiendo la abolición de la trata.

Seguía

así

el ejemplo

de

los

abolicionistas ingleses

cuya Obra conocía y citaba. Exigía, además, la introducción de mejoras en el género de vida de las masas esclavizadas y procla-

maba

la absoluta

igualdad que

como

hombres

y como

cristianos

existía entre blancos y negros. Caballero fue maestro, en el Seminario de San Carlos, de toda una generación de la burguesía cubana.

como

Entre

sus

discípulos

—muchos

de

ellos

luego

ilustres

escritores y estadistas— figuraba Félix Varela. Y a Varela

corresponde la gloria de hacerle dar al abolicionismo cubano el gran paso de avance, pasando de la variedad moderada a la radical. El Padre Agustín —como le llamaban sus alumnos— fue el

gran pionero

del antiesclavismo

criollo del siglo xIx.

Resistencia y transculturación

La mayoría de la «gente de color» en la Cuba pre-plantacional

era —recuérdese—

esclava.

Y

pese

a la relativa

«suavidad»

con

que eran tratados en los tiempos anteriores al «boom» azucarero, 28.

Caballero

(1956).

Vol. 1, pp.

150-151.

105.

los esclavos tenían que sufrir la dolorosa pérdida de su libertad, los dificilísimos ajustes a una cultura extraña y, en no pocas ocasiones, el maltrato de un amo o de un mayoral más despótico, más severo, más cruel o más embrutecido que el amo o el mayoral «típico» de la época. El látigo, el cepo, el castigo desproporcionado y brutal no constituían la regla, pero se administraron muchas veces en este período, particularmente en las zonas rurales y,

sobre

todo, en la incipiente

industria

azucarera.

El negro y el mu-

lato libres por lo general buscaban un acomodo, más o menos doloroso, dentro del sistema. Entre los esclavos también era nor-

mal y corriente

el esfuerzo

adaptativo

hacia las medidas

de con-

trol establecidas por los amos. Pero, a la vez, en este sector son más evidentes las varias formas de resistencia con que el esclavo reaccionaba

contra

sumisión. Estas formas

los

métodos

empleados

para

de resistencia —manifestación

asegurar

su

primaria del in-

trínseco abolicionismo de los esclavos— eran extraordinariamente variadas. La más corriente, pues se producía con carácter casi

rutinario en las actividades cotidianas, era la apatía, dejadez o falta de vigor o energía con que el esclavo muchas veces realizaba

un trabajo al que se veía forzado y que no le interesaba ni material ni espiritualmente. (De ahí procede la corrientísima acusación de pereza dirigida contra los negros por quienes se negaban a tomar en cuenta las verdaderas

causas

de la indolencia de los es-

clavos.) En algunas ocasiones esta deceleración del trabajo tomaba características parecidas a la de las huelgas de brazos caídos en la sociedad industrial contemporánea, Además, los esclavos procuraban aliviarse siquiera momentáneamente de la carga depositada sobre sus hombros fingiendo enfermedades o inhabilida-

des, que iban desde el vómito provocado hasta la simulación del

embarazo. En ocasiones, la desesperación los llevaba a la automu-

tilación, al aborto deliberado, al suicidio y hasta el infanticidio (la

liquidación de la propia prole). Otros modos

de protesta, a más

del robo sistemático de la propiedad del amo, consistía en la destrucción más o menos

posesiones

trumentos

abierta, más

de sus dueños,

o menos

disimulada,

mediante el uso descuidado

de. las

de los ins:

de trabajo, el maltrato de las bestias de carga y tiro,

los incendios deliberados de cañaverales, casas, almacenes, etc. Por fin, en su versión más radical, se producían actos de violencia contra persona (por ejemplo, la matanza de amos o mayorales),

las fugas individuales o colectivas por tiempo más o menos largo, la integración de grupos armados de bandoleros que asolaban los caminos rurales, las rebeliones o alzamientos en masa y la formación de comunidades separadas en lo espeso de los bosques,

106

llamadas palenques. En Cuba se distinguía entre el negro cimarrón (por antonomasia el que andaba errante por los montes) y el huido (que se escapaba en poblado).i Para buscarlos, perseguir-

los y devolverlos a sus dueños se utilizaban bandas de rancheadores, las tropas regulares de la fuerza pública y hasta los cuadrilleros de la Santa Hermandad. La lucha contra la cimarronía fue

una de las constantes de la sociedad esclavista en todo tiempo y

en todo lugar. más

De todas estas formas o menos

de resistencia encontramos

abundantes en los documentos

testimonios

de la época.

Los

in-

cendios deliberados de fincas cañeras, por ejemplo, eran bastante frecuentes, de ahí que ese delito se castigase severamente, muchas

veces con la pena de muerte. Así, en 1736, para citar un caso, el negro esclavo criollo Miguel Barrera fue condenado a muerte en Guanabacoa, por haber quemado los cañaverales del ingenio San Hipólito,

del

contador

leguas de La Habana. porque

no

murió

en

don

Juan

(Barrera

el acto

de

de

la

Barrera,

su

amo,

a

tres

fue, al fin y al cabo, perdonado ejecución,

a pesar

de

que

se le

dispararon cuatro tiros. Según él estaba bajo la protección de la Virgen del Rosario.) ? Cuando a fines del siglo xv11I se introdujo en Cuba la caña Otahití, de tronco largo y leñoso, el bagazo se

convirtió en combustible

ideal. Se le recogía en tongas, se exten-

día por el batey para secarlo y luego se almacenaba en grandes bohíos denominados bagaceras o casas de bagazo. «...Las bagaceras fueron el sitio preferido como escondite de los negros cimarrones y el más fácil lugar de sabotear con fuego...»3 Las referenclas a suicidios son cuantiosas. Los negros esclavos se ahorcaban,

se «tragaban la lengua»? se cortaban el cuello o se envenenaban

con curamagúuey o guao. Los amos de los esclavos

suicidas,

mutilaban a veces los cadáveres

cortándoles

la cabeza

y las extremidades,

NAP22ONnN

para demostrarles a los vivos que si se mataban no irían completos a su lugar de origen, como eran sus creencias. En su Vademecum de los Hacendados cubanos el médico francés Honorato Bernard de Chateausalins dice que «es cosa muy frecuente entre las negras esclavas temer y aún aborrecer el estado de preñez hasta abortar por medio de algunas hierbas acres que conocen y cuya propiedad abortiva es siempre infalible».5

Pezuela (1863). Vol. 1, p. 214.

Ortiz (1916), pp. 399 y ss. Moreno Fraginals (1964), p. 32. Ortiz (1916),

Chateausalins

pp.

393-394,

(1848),

p. 52,

107

En

cuanto

a las

insurrecciones...

pudiera,

tal vez,

decirse

que

con el primer negro entró en Cuba el primer cimarrón. Como bien explica Leví Marrero, las rebeliones «aunque aisladas, habían co-

menzado casi con el arribo de los primeros núcleos de esclavos... En una isla casi desierta, el esclavo víctima de maltratos, o de disposición rebelde, tenía fácil acceso a la vía de la fuga».* El

primer alzamiento de que se tiene noticia documentada ocurrió en 1533, en las minas de Jobabo, y fue pronta y brutalmente sofocado por el gobernador Manuel de Rojas. (Los cadáveres de cuatro de

los negros capturados se llevaron a Bayamo, donde fueron descuartizados y sus cabezas puestas en «sendos palos», según informe del propio Rojas al rey.) ” Cinco años más tarde, aprovechando el desorden causado por un ataque de piratas franceses a La Ha-

bana, muchos esclavos no sólo ayudaron al saqueo de la ciudad sino que luego se internaron tierra adentro, asaltando haciendas y caminos. Como se ve, los cimarrones aprovecharon muy bien las oportunidades que a veces se les presentaban, de aliarse con los enemigos de sus amos para consolidar su libertad. Gran número de ellos, en vez de irse a los palenques, nutrieron las filas de los corsarios y piratas que merodeaban las desiertas costas de Cuba en los siglos xvi y xv. Uno de ellos se hizo famoso: el capitán

Dieguillo, fugitivo

de La Habana

y lugarteniente

del

legendario

Cornelis Corneliszoon Jodl, alias «Pata de Palo», La lista de los levantamientos es inagotable. Década tras década se producen con sistemática regularidad. Las indignadas protestas de las autorida-

des cubanas contra un problema social que obviamente eran inca-

paces

de resolver,

curador, como

podrían

llenar volúmenes.

Pedro Oñate, quien en marzo

las actividades cimarronas

A veces

es un

de 1609 informa

pro-

sobre

en La Habana. Otras es el propio go-

bernador de la Isla, como Viana Hinojosa, en 1688, o Manzaneda en 1690, quienes denuncian esa «inclinación envejecida» que los esclavos tienen a fugarse y juntarse en cuadrillas, cuya persecu-

ción no era fácil porque se hallaban favorecidas y apadrinadas por

la espesura ocultaban.

de los bosques

y lo fragoso

- Cuando, andando los años, comenzaron

de

las tierras. donde

se

los conflictos colonia-

les entre España y la Gran Bretaña, los esclavos no despreciaron la oportunidad para darle salida a su rebeldía. En el primer tercio del siglo xvirt, cuando la flota inglesa del almirante Hassier ame-

nazaba la capital de la Isla, los esclavos de algunos ingenios de la región aledaña, hicieron uso de la circunstancia para alzarse. Poco 6.

7.

Marrero

(1974),

pp.

363

y 367.

Saco (1876). Vol. 1, p. 162.

108

después, en 1731, se produjo la insurrección de todos los esclavos de las minas del Cobre, cerca de Santiago de Cuba. Muchos de ellos se hicieron cimarrones incorporándose a los palanques que funcionaban en las montañas próximas. El deán de la Catedral de Santiago, Licenciado Pedro Morell de Santa Cruz, luego Obispo de La Habana, actuó como mediador y logró su pacificación, bajo de un mejoramiento

promesa

nador

Ximénez

de la rebelión.

pronto

violó

Los esclavos

el trato que

en

El gober-

recibían.

desterrando a los líderes

el pacto,

de

se alzaron

nuevo

en 1735

y 1736,

iniciándose una pequeña guerra civil en la región oriental que duró varias décadas, hasta que en abril de 1800 una Real Cédula concedió libertad y tierras a los infatigables negros rebeldes del siglo xvI1I

del

fines

A

Cobre.

se

el

registra

alzamiento

de

los

por el Teniente Goberna-

negros carabalíes de Tínima, dominado

dor de Puerto Príncipe; el de los esclavos de don Serapio Recio en Camagiley y otros, tales como los del Mariel, de Gúines y del coronel Santa Cruz cerca de La Habana.? Y —como veremos— esto no es sino el comienzo, porque las insurrecciones se hicieron mucho más frecuentes en el siglo xIx.

Evidentemente,

los esclavos

aunque

cubanos,

tratados

mejor

en esta era que sus hermanos de las Antillas inglesas, distaban mucho de considerar aceptable su situación y reaccionaban violentamente

ella. Ahora

contra

bien,

esa reacción

contra

la esclavitud

como régimen económico-social corría paralela con otra más sutil

pero más generalizada entre la población negra tanto esclava como libre: la resistencia cultural. El negro africano traído a Cuba no sólo era obligado a trabajar sin paga y a sufrir todas las miserias

de su condición de esclavo, sino que también era forzado a mudar

de cultura, sustituyendo gía, más o menos

de estructura

la propia por la de sus amos.

a punta de látigo, cambiar

social,

de organización

de idioma,

familiar,

de

Se les exi-

de religión,

formas

de

tra-

bajo, de tabla de valores, de Weltanschauung. La inmensa mayoría de los esclavos traídos a América eran hombres y mujeres

adultos, con personalidad ya totalmente cuajada dentro de los marcos históricos, psicológicos e ideológicos de su sociedad africana. De pronto, estas gentes eran arrancadas violentamente de su medio y forzadas a aprender un modo de vida radicalmente ajeno y extraño. En gran número de casos, hombres y mujeres libres

de una sociedad tribal eran obligados, de la noche a la mañana, a adaptarse no sólo a la esclavitud sino a los moldes sociales difeVol.

8.

Saco

(1879). Vol. 1, pp. 300-301; Franco

VIII (1980), pp.

27 y ss.

9. Ortiz (1916), p. 430.

109

(1967), pp. 11 y ss.; Marrero.

rentísimos de la sociedad post-feudal o pre-capitalista que funcio-

naba en la Cuba colonial.

El shock

cultural era tremendo.

Tanto,

que algunos de ellos no podían resistirlo y en su confusión y desconcierto caían en un estado de estupor, que muchas veces ter-

minaba

en el suicidio. Otros —lo

hemos

visto—

trataban

de sepa-

rarse de su nuevo habitat escapándose al monte, para retornar en sus palenques a su viejo modo de vida africano. Otros, por fin, sin duda la mayoría,

resignados

seguían sirviendo a sus amos, más

o menos

a su suerte, viéndose obligados a absorber la cultura

extraña, pero tratando siempre, por todos los medios a su alcance,

conscientemente o inconscientemente,

de retener en lo posible lo

te sus raíces y convertir

de su adaptación

fundamental de la cultura propia. La lucha era constante, cotldiana: por un lado los amos tratando de imponer su programa de asimilación, por otro los esclavos, decididos a no perder totalmen-

el proceso

al nuevo

medio en un mecanismo de parcial aculturación. Lo interesante es que en definitiva, a pesar de tener todas las probabilidades en contra, los esclavos ganaron esa batalla. Y, aún más, acabaron por transformar ese proceso en un mecanismo aún más complejo de transculturación: no sólo adquirieron ellos parte de la cultura de sus amos, sino que éstos, por mil vías sutiles, fueron absor-

biendo también numerosos vos. Y, en consecuencia,

elementos

surgió

de la cultura de sus escla-

así en el país una nueva entidad,

síntesis de las dos anteriores, pero distinta de ellas: la cultura afrocubana. Muchos son los medios utilizados por los negros africanos para

resistir a la asimilación total y conservar, siquiera fuese en nuevas formas sincréticas, los rasgos esenciales de su cultura ancestral.

Ya tendremos ocasión de examinarlos en los capítulos venideros. Aquí queremos, sin embargo, referirnos a uno que desempeñó un papel capitalísimo en la fusión del mundo africano con el hispánico: los cabildos. Es posible que esta institución pueda trazar su procedencia a otras similares que existían en España, puesto que en Sevilla había cabildos de negros funcionando mucho antes del descubrimiento de América. Tal vez el concepto de ellos, por lo menos, fue transportado al Nuevo Mundo. Si así fuera, tendríamos un caso más en que la existencia previa de la esclavitud en España ejercía profundo influjo en la naturaleza de esa institución en las colonias hispánicas. Pero es perfectamente posible que el ori-

gen del cabildo se encuentre más bien en América, en las reunio-

nes que, cuando se les permitía, tenían los negros bozales en los

días festivos. Por mucho tiempo los blancos de Cuba, en su total ignorancia del alma colectiva del negro africano, creyeron que estas reuniones eran de pura diversión y recreo. Esteban Pichardo,

110

en su diccionario, dice que los negros tocaban sus atabales y tambores y demás

instrumentos

nacionales,

cantaban

y bailaban

«en

confusión y desorden con un ruido infernal y eterno, sin interrupción». Desde luego, esa «confusión» y ese «desorden» sólo existían en

la mente

de

quienes

observaban

se

institucionalizaron,

tales

ceremonias

sin

enten-

derlas en lo absoluto. Hoy se sabe que con estos cantos y bailes los negros estaban celebrando sus ritos religiosos. Con el tiempo

estas

fiestas

tomando

las

formas

organi-

zativas que algunos esclavos aprendieron en España y otros tal vez en la propia África, donde existían agrupaciones similares. Surgieron así asociaciones de negros procedentes de una misma «nación», que se reunían en una casa propia o alquilada para realizar sus

funciones.

También

tuvo

lugar

un

proceso

paralelo

de

ampliación, admitiéndose no sólo esclavos bozales sino también ladinos y criollos y posteriormente negros libres. De ese modo, por ejemplo, funcionaron en La Habana por largos años cabildos

tales como el de los congos reales, el congo mumbala, el congo masinga, el arará cuévano, el arará sabalú, el arará dajomé, el carabalí isuama, el mina popo, el lucumí, etc. Los cabildos de La

Habana son los más conocidos por los historiadores, pero la institución estaba extendida por toda la Isla. Algunos han seguido

funcionando hasta nuestros días, isuama de Santiago de Cuba."

como

sucede |

con

el

carabali

Como los negros —ya lo hemos visto— venían muy mezclados en los barcos, el concepto de nación muchas veces no correspondía exactamente con los límites tribales o clánicos de origen, sino que se ampliaba en sentido territorial para comprender a gentes de raíces culturales más o menos comunes. Además, se fueron

ampliando las funciones de la asociación. En el siglo xIx los ca-

bildos recaudaban fondos, adquirían terrenos y casas para su instalación, organizaban fiestas, participaban en los carnavales, socorrían a sus miembros en caso de enfermedad, asistían colectivamente a los funerales y, a veces, compraban la manumisión de

algunos de sus miembros. Eran verdaderas asociaciones religiosomutualistas, como dice Pedro Deschamps Chapeaux. En los cabildos reinaba la democracia. Las mujeres participaban en ellos tanto como los hombres. Los cargos dirigentes eran electivos. A la cabe-

za se encontraba el rey, también llamado capataz o capitán, quien

dentro de los estrechos límites permitidos por la sociedad blanca, ejercía considerable poder sobre los miembros del grupo. Además, en orden de importancia jerárquica, se elegían otros funcionarios: 10.

Pichardo,

cit. por Ortiz (1921), pp. 54,

11.

Pérez (1982), passim,

111

la reina, las madrinas

bandera

etc.12 Los

simbólica

cabildos

que abonaban

o matronas,

el abanderado

del cabildo), el mayor

acumulaban

sus asociados

fondos

de plaza

mediante

(a cargo

(segundo

cuotas

y el «medio real» que

de la

jefe),

mensuales

se recogía en

las reuniones dominicales. Pero probablemente no hubieran podido subsistir sin los aportes voluntarios de sus miembros, particu-

-larmente las donaciones y los legados de solares y casas, que ahorraban a la asociación el pago de alquileres y proporcionaban, además,

ingresos

extras.

La

generosidad

de

los miembros

con

el

cabildo a que pertenecían atestigua la enorme estimación que por ellos sentían. Recuérdese que al ser capturados en África y trasla-

dados a América, los esclavos perdían, en la brutal amputación de su medio social, todas las estructuras que regían su vida cotidiana. Los negros desclanizados, destribalizados y desprovistos de sus

anteriores vínculos familiares, lingijísticos, religiosos, económicos y políticos encontraban en el cabildo un nuevo centro de gravitación cultural, capaz de dotar a su triste existencia —siquiera en parte— de un nuevo sentido y una nueva identidad colectiva. De ahí que

algunos

de ellos

dejasen

al morir

sus bienes

a la única

institución que en Cuba podían ellos sentir como realmente propia, aquella que fundiendo la tradición traída de Africa con las costumbres impuestas en Cuba, había creado una entidad original, comprensible y compensadora, donde Ochún no chocaba sino que se identificaba sincréticamente con la Virgen de la Caridad y donde el rey. perdido era re-encontrado con otro nombre y otras funciones, pero todavía dotado de la autoridad y el sentido jerárquico a que el negro estaba acostumbrado. Uno de esos legados a que hemos

hecho

referencia,

resulta particularmente

elocuente

y

significativo, pues el documento notarial expresa el extraordinario valor que la legataria concedía al cabildo. En su testamento de 19 de enero de 1830 la morena María Josefa de Cárdenas, vecina del barrio de Jesús María, en La Habana, declara que pertenece a la nación

conga

real y que

instituía

a esta

nación

«por

única

y

universal heredera... y con ella a todos los individuos que la com-

ponen, entendiendo que particularmente ninguno tiene derecho ni acción, sino que mis bienes los dejo a beneficio de todos para

las contribuciones y gastos que son indispensables, siendo mi in-

tención que conserven

estas fincas para usufructo

de: sus rédi-

tos».13 Si externamente el cabildo parecía tener tan sólo propósitos de diversión y mutualismo, bastaba sin embargo penetrar su epi12, 13,

Ortiz (1921), pp. 9-14, Deschamps Chapeaux

o (1970), pp. 29-46.

112

dermis

para

comprender

que

sus

funciones

eran,

además,

otras

de mayor consecuencia. Por ejemplo, en muchas ocasiones, ante las autoridades españolas, el cabildo ostentaba la representación de todos los negros de un mismo origen y el rey o capataz actuaba un poco como su embajador en país extranjero. Más aún, los cabildos devinieron centros importantísimos de resistencia cultural:

en su seno

se conservó

vivo por

décadas

y hasta por siglos,

todo aquello que los negros pudieron salvar del gran naufragio: los residuos de su lengua originaria, de su literatura oral y su religión (mitos, leyendas, cuentos, oraciones, ritos, ceremonias, vestidos litúrgicos) así como de su arte, su música y sus bailes. Y, sin

embargo,

al propio

tiempo,

fueron

estas

instituciones

centros de un notable proceso aculturativo. La gran ventaja de los cabildos era que siendo agrupaciones autónomas, detrás de cuyas paredes el negro podía sentirse en su propio hogar cultural, tenían además el carácter de organizaciones oficiales, reconocidas y acep-

tadas por el gobierno y la iglesia. Ahora bien, ese reconocimiento y aceptación era imposible si la institución no se amoldaba, por lo menos

deradas

en su facies externa, a las leyes y las costumbres

como

válidas

por

la clase

dominante.

De

cabildos fueran, a la vez cofradías, con santo patrono

inscripción

en la parroquia

correspondiente

consi:

ahí que

y puesto

los

reconocido,

asegurado

en las procesiones y fiestas religiosas. Detrás de esta fachada cris: tiana, europea, palpitaba, empero, todo un mundo de residuos

culturales africanos. Detrás del rey actuaba el sacerdote (babalao o mayombero) quien en muchas ocasiones ceremoniales vestía las ropas sagradas que el vulgo en Cuba

confundía

con carnavalescos

disfraces de diablitos. Esa dualidad conducía inevitablemente a la aculturación,

simbolizada

tal

vez

mejor

que

nada

por

el

doble

nombre que se daba a tantas cosas. El rey, que tenía título africano, era además,

como

hemos

dicho, capataz,

o a veces: capitán.

El santo patrono, si era San Lázaro o Santa Bárbara, por fuera,

se llamaba

Babalú

ban,

súbditos,

Ayé

o Changó,

por

dentro.

El capataz era

ele:

gido siguiendo normas parecidas a las que se empleaban en Africa para seleccionar las autoridades clánicas y aquí, tanto como allá, la ancianidad jugaba un papel primordial. Las mujeres participapaban

como

de

cargos directivos,

todas

como

las actividades

reflejo

y regularmente

indudable

ocu:

de la sociedad

matriarcal de donde tantos negros procedían. El cabildo era un refugio de valor inapreciable para estos hombres que habían perdido en el tránsito de un continente a otro, la agrupación que más influencia ejercía sobre ellos: el clan. El cabildo venía a servir un

poco como un consuelo de esa orfandad, como un sustituto parcial de los viejos clanes totémicos. Su organización esquemáticamente 113

reproducía algunas de las líneas básicas del cuadro tribal africano. Pero, a la vez, porque funcionaba en un mundo ro africano, en un mundo extraño, dominado por hombres de otra cultura, el cabildo se veía obligado a tomar formas compatibles con la civi-

lización europea, hispánica. En ellos se conservó, como

tendremos

oportunidad de ver más adelante, la religión procedente del Africa.* Pero pronto ésta perdió en parte su carácter originario y se convirtió en una amalgama de ritos sincréticos, que en Cuba llamamos reglas (sectas) lucumi, carabalí, conga. Los cabildos, pues, fueron centros de conservación, pero también de transformación. Su papel, en el proceso formativo de la cultura afrocubana, resultó decisivo. Precisamente porque preservaron el legado africano, se convirtieron en depositorios culturales, de donde pasaban al mundo blanco aquellos elementos que luego se integraban en una nueva mezcla afrocubana. Los “bailes y la música que se conservaron tras las puertas de los cabildos, originariamente tenían un carácter religioso y ritual, pero poco a poco salieron a la plaza pública y se mezclaron con la música y la danza de origen europeo para producir la música cubana y los bailes cubanos,

que no

son ni blancos ni negros,

ni africanos

ni

europeos, sino afro-hispanos, mulatos. El cabildo fue uno de los calderos 1% donde se coció el ajítaco de una nueva sociedad. Nicolás Guillén, en su admirable Canción del Bongó convoca «con su repique bronco» al negro y al blanco de Cuba a bailar el mismo soñ: cueripardos o almiprietos más de sangre que de sol,

. pues

quien por fuera no es noche,

por dentro ya oscureció.

¿«Más de sangre que de sol»? En su justo énojo con los que tonta: mente tratan de ocultar su origen, porque se avergilenzari de su

ancestro africano, el poeta exagera las proporciones. En Cuba, la mayor parté de la población es blanca. Lo importante, lo verdade-

ramente extraordinario, lo que evidencia la increíble capacidád de supervivencia de la cultura africana reside en el hecho de que, pese

a todas

las

persecuciones

y

todas

las

discriminaciones,

el

14. Bastide (1969), p. 93, dice: «El cabildo es, sin lugar a dudas, el pun: to de arranque de la Santería africana en Cuba». Y Ortiz (1921), p. 19: «...En los cabildos halló siempre amparo y sostén la religión africana». 15. Otro «caldero» fue el barracón que, pese a su carácter totalmente distinto, desempeñó en la Cuba rural un rol aculturativo equivalente al de los cabildos en las zonas urbanas. Sobre este tema volveremos en próximo

capítulo.

114

legado negro no pudo

ser destruido en la Isla y fundiéndose

con

el hispánico produjo la blanquiprieta cultura cubana, de la cual es Nicolás Guillén uno de sus voceros líricos más representativos. Si, a pesar

de las

diferencias

políticas

que

los

separan,

tanto

los

cubanos dentro del país como los del exilio consideran a Guillén como un gran poeta nacional es precisamente porque su obra no es ni blanca ni negra, ni europea ni africana, sino síntesis estética altísima (y blanquiprietísima) de esos dos mundos culturales, africano y español, Santa

Bárbara

de un lado,

del otro lado Changó, de

que

razón.!ó

todos los cubanos

|

tenemos

hecho,

si no

el cuero,

el co-

16. Las relaciones aculturativas entre lo europeo y lo africano y entre lo afrocubano y lo cubano, resumidas en la introducción, serán estudiadas con más detalles en el primer capítulo de la segunda parte de esta obra.

115

CaprítULO

EL NEGRO

UI

EN LA CUBA PLANTACIONAL Con

sangre

se hace

Refrán

siglo XIX.

azúcar.

cubano

del

Sin «cáscara de vaca» no se hace azúcar. Robustiano, mayoral en

el

Romualdo

Francisco

de

Calcagno.

La historiografía cubana tradicional sostenía que la Isla había permanecido en total letargo socio-económico hasta que los ingleses tomaron la plaza de La Habana, abrieron las puertas del co-

mercio y desataron, como por arte de magia, las fuerzas que iban a crear una nueva sociedad en la Gran Antilla. Ya Ramiro Guerra, en su hora, había discrepado de estos criterios. Recientemente -—como vimos en el capítulo anterior— Leví Marrero ha demos-

trado que la agresión británica fue precedida por seis décadas de sostenido crecimiento de la economía criolla y por la aparición

de una oligarquía burguesa autóctona que, sobre la base del desarrollo de las plantaciones azucareras, funda el moderno régimen

de capitalismo esclavista que domina la vida del país hasta la pe-

núltima

década

La revolución

del siglo xIx.

económica

En el último

tercio

del siglo xvIII, pues,

Cuba

está madura

para la revolución que ha de transformar sustancialmente su estructura social. Hasta entonces —como señaló Ramiro Guerra—

«las leyes de restricción mercantil habían impedido el desarrollo en gran escala del capitalismo y de la esclavitud. Cuba, en la época, se aproximaba más a la condición de una provincia española, qué

a una

colonia

de plantaciones...»*

Pero

ya

en

la década

de

1760 la Isla cuenta con población y base económica suficientes para dar el gran salto y, además, con una clase capitalista criolla capaz de dirigirlo. Y una serie de importantes acontecimientos internacionales, escalonados a lo largo de poco más de medio siglo, van a ayudarla a realizar la transición a una sociedad plan-

tacional sui generis, parecida ciertamente a las de Jamaica, Haití y demás colonias europeas de las Antillas Menores, pero a la vez muy diferente de ellas; una sociedad plantacional que funcionaba 1.

Guerra

(1971),

p. 188.

119

bajo el signo de un curioso dualismo, pues en ella convivían, en precario balance, las viejas formas morigeradas del esclavismo

hispánico

tradicional y las nuevas

maneras

severísimas,

brutales,

del esclavismo capitalista de plantación, basado en la explotación

intensiva, inmisericorde del trabajo humano.?

La toma de La Habana por los ingleses en 1762, un simple incidente en el costado americano de la Guerra de los Siete Años, tiene para Cuba consecuencias importantísimas: fue el primero de esos factores externos que van a ayudar a darle al país una nueva orientación. La parte más desarrollada de la Isla —la Occidental — permaneció

lismo mucho

a los buques nias inglesas

por casi un año bajo el dominio

de un mercanti-

menos estrecho que el español, que abrió el comercio

de bandera británica, facilitó el tráfico con las colode Norteamérica e impulsó el comercio de esclavos.

Estas y otras medidas produjeron un alza de la producción, de las

importaciones, las exportaciones y... las expectaciones: abrieron el apetito de la riquísima burguesía criolla, al poner en evidencia

las notables potencialidades del país si se liquidaba definitivamen-

te la anticuada y obtusa

había bloqueado

política económica

española

su progreso.

que

tanto

Para suerte de los terratenientes burgueses de La Habana sus peticiones comenzaron a ser recibidas con cierta simpatía por el gobierno de Madrid, que desde 1759 se encontraba en manos de Carlos III. El nuevo monarca respondía a los ideales políticos del

despotismo

ilustrado,

en otras naciones

menos

radical

europeas, pero

ciertamente

en España

lo suficientemente

intenso

que

para

reflejarse en una serie de reformas que llegaron hasta las colonias hispánicas de América. En lo que a Cuba se refiere, una vez re-

gresada La Habana a su antigua metrópoli en 1763, el gobierno español comienza a prestar más atención que nunca a los asuntos cubanos: facilita su comercio, suprime algunos monopolios, blece la renta de correos marítimos, reorganiza el gobierno

estacolo-

nial, emprende numerosas obras públicas en La Habana y presta oídos

a las

demandas

1789 el libre comercio

de

la burguesía

de esclavos por

criolla

dos

concediéndole

años

(prorrogados

en

a

seis en 1791 e indefinidamente después) y autorizando la libre importación de maquinaria y artefactos para fabricar azúcar, la libre

exportación del café, el comercio de harinas con los Estados Unidos y otras medidas que facilitaron el desarrollo industrial y comercial de la Isla. Poco a poco, la carcomida

2. Sobre el origen, básicamente Knight (1977), pp. 231 y ss.

interno,

120

de

esta

barrera del mercantransformación,

véase

tilismo hispánico se vino abajo y Cuba pudo entrar en una nueva fase de intenso desarrollo económico. Otro hecho de trascendentales consecuencias para Cuba fue el

triunfo de la Revolución de Independencia de Norteamérica y el establecimiento y progresivo desarrollo económico y político de

los Estados Unidos. Durante la guerra, en que España participó como miembro de la coalición antibritánica, se autorizó, sobre

todo a partir de 1779, el comercio con las colonias norteñas: paso a paso se abre el mercado norteamericano a los azúcares y las

mieles de Cuba y el mercado cubano a las harinas y otros productos industriales y agrícolas de la nueva nación del Norte. Al terminar el prolongado conflicto con Gran Bretaña, Cuba sustituye a las 'Antillas Inglesas en el papel que éstas habían desempeñado por décadas en el sistema comercial de Norteamérica. El intercambio entre ambos países sufre numerosos vaivenes en los años que siguen, pero en general su crecimiento fue constante

a lo largo

del siglo xix. Aun cuando el gobierno de Madrid lo objetaba, las

autoridades

de Cuba lo permitían,

españolas

atendiendo

a los in-

«satisfaciendo así al grupo económico

tereses de los hacendados,

dominante cuya adhesión se gana al poder colonial favoreciendo la exportación de azúcar». 3 Se produce así un acontecimiento de incalculables consecuencias: el centro de gravedad económico de Cuba se desplaza de la lejana España a la vecina república anglosajona. Hacia 1860 el 62 % de las exportaciones cubanas van a Es-

tados Unidos,el 22 % a Gran Bretaña y sólo el 3% a España. El cambio no puede ser más radical.* La Revolución Francesa y el régimen napoleónico que le sucedió tuvieron repercusiones extraordinarias no sólo en Europa

también en lo que hoy llamamos

América

sino

Latina. Cuba no pudo

sustraerse a ellas y las experimenta tanto en el terreno ideológico, como en el político y el económico, pero muy particularmente debido a la revolución haitiana, provocada por las conmociones en Francia a partir de 1789. Como consecuencia de su ocurridas prolongada guerra de independencia, Haití se arruinó totalmente.

Las exportaciones azucareras haitianas pasaron de 70.000 toneladas en 1791 a 25.000 toneladas en 1802 y a 2.020 libras en 1825.5 A Cuba se le presentó la oportunidad de ocupar el vacío dejado por esa ruina en el mercado azucarero del mundo. A partir de 1791, la clase terrateniente criolla, capitaneada por don Francisco

de Arango y Parreño, logra de la metrópoli española la extensión 3.

Le Riverend

(1967),

4.

Le

(1967),

5.

Parry

Riverend

y Sherlock

p. 177. p.

179.

(1963),

p. 170.

121

y expansión España

de las reformas

no podía negarse.

económicas

previamente

Bastaba señalar —como

iniciadas.

lo hacía Aran-

go— a los precios del azúcar en el mercado mundial, inflados por

la escasez determinada por el desastre de Haití, para comprender que Cuba era capaz de producir inmensas riquezas si se aprove-

chaba la ocasión. Una de las medidas adoptadas como concesión a los intereses azucareros cubanos influye decisivamente en el advenimiento de la sociedad plantacional: la política de puertas

abiertas

para el comercio

—vamos

a verlo—

de esclavos,

que

por vías legales e ile-

gales va a arrojar sobre las playas de la Isla un contingente de más de 600.000 negros africanos en poco más de medio siglo. Esa enorme corriente de inmigración forzada no sólo ha de cambiar la estructura

de una industria

sino que ha

de

transformar también el alma de una nación. A fines del siglo xvitr, la burguesía cubana tenía clara concien-

cia de las reformas que era imperativo poner en práctica en el país si se quería hacer buen uso de las posibilidades de desarrollo

que se abrían para ella. Don Francisco de Arango y Parreño las resume en.su famoso Discurso sobre la agricultura en La Habana y medios

de fomentarla.

Había

tranjera en todos los terrenos:

que

derrotar

la competencia

ex-

perfeccionando los conocimientos

agrícolas, introduciendo más y mejores máquinas así como más y mejores procedimientos científicos y técnicos en los ingenios, garantizando la libertad de comercio, rebajando los aranceles, moderando o extinguiendo las diversas formas de usura que pesaban sobre los productores. Pero todo eso era inútil si a la vez no se tomaban otras medidas que Arango proponía con discreción pero

con

neta

claridad:

para

poder

competir había

que rebajar

los

costos (el costo de los utensilios y el de los negros que los trabajaban) y, además, había que aumentar la productividad de la

mano

de obra esclava, gastando menos en mantener los negros y

buscando medios para hacerlos trabajar más. Como

si eso fuera

poco, el Discurso agrega que era preciso intensificar progresivamente la represión contra los negros esclavos y limitar las escasas prerrogativas obtenidas por los negros y mulatos libres.£ El pro-

grama de la clase capitalista cubana, al abrirse el siglo xIx, puede resumirse en dos consignas fundamentales: por un lado, «revolución técnica», por el otro, «reacción política y social».

En lo esencial esas consignas tuvieron éxito. España permitió

a los terratenientes burgueses de Cuba transformar la Isla en una

colonia de plantación, entre otras razones, porque durante las luchas de las naciones hispanoamericanas por su independencia 6.

Arango

y

Parreño

en

Pichardo

(1971).

122

Vol.

1, pp.

162

y

ss.

Cuba permaneció fiel a la metrópoli y ésta vio en la Isla el único medio de llenar el vacío que dejaban en su tesoro las colonias continentales perdidas. Para estrechar sus lazos con la clase capi: talista criolla en momentos tan graves para la monarquía, España acabó por darle a ésta manos libres para el desarrollo de su programa azucarero, Esa política de progresiva liberalización comercial en realidad

1793

con un

abre

el puerto

comenzó

decreto

autónomamente

del gobernador

de La Habana

don

aquende

los mares

en

Luis de las Casas que

a los llamados

«barcos

neutrales»

(casi todos norteamericanos) durante el conflicto de las potencias legitimistas europeas contra la Francia revolucionaria. La metrópoli, ante el fait accompli, al principio vacila. Ratifica el permiso

-para comerciar con los «neutrales» en 1797. Pero lo suprime luego, prohibiéndolo, en 1799. Esta prohibición, empero, no surtió efecto.

Fue «acatada pero no cumplida» por el gobernador de Cuba, conde

de

Santa

comercio

Clara.

Continúa

con Norteamérica.

floreciendo,

Y durante

legalmente

en

precario,

el largo gobierno

el

del mar-

qués de Someruelos se sigue idéntica política, desafiando las impotentes órdenes metropolitanas, durante la guerra independentista hispánica contra el invasor francés. Restaurado el poderío borbónico, tras la derrota de Napoleón, Fernando VII se rinde

ante las realidades. Hace a Arango y Parreño miembro del Consejo de Indias. Y, por fin, en 1818, decreta el comercio libre de

Cuba con los barcos extranjeros bajo un sistema arancelario que protegía los intereses peninsulares. Y hace más: otorga la propiedad definitiva de las tierras mercedadas a quienes las poseían en usufructo. Con esta última disposición de Fernando VIT (del

16 de julio de 1819) «se crearon las condiciones para un rápido desarrollo capitalista en Cuba y al mismo tiempo se ganó la adhe-

sión a la Corona de la clase criolla de los hacendados,

favorecién-

dola y halagándola cuando el resto de América se alzaba contra el poder colonial.» ? Esa alianza entre la Corona española y los hacendados insula-

res era necesariamente

nían numerosas

inestable.

contradicciones

Entre

ambos

económicas,

cas. Ya veremos en el próximo capítulo cómo

socios se interpo-

políticas e ideológi-

el crecimiento de la

nacionalidad iba a crear en la conciencia de muchos cubanos ricos una angustiosa tensión entre el interés patrio y el interés mercantil. Pero, aunque plagado por continuas crisis, que a veces culminaban en sangre, el entendimiento entre ambas partes persis-

tió hasta 1868. Entre otras razones porque al permitir el desarrollo de la economía plantacional, España le había atado las manos a 7.

Pichardo

(1971).

Vol.

1, p. 264.

123

la burguesía criolla, creándose

a sí misma

un grave

problema.

Al

hacer posible la introducción de cientos de miles de bozales africanos en Cuba, la metrópoli había colocado en el corazón de la Isla un polvorín social que tanto ella como sus aliados nativos

tenían que cuidar muy celosamente para evitar todo peligro de : explosión. Con claridad meridiana lo expuso el capitán general

Valdés en 1825: «Los propietarios que subsistan unidos a la Madre

Patria lo estarán perder o exponer

sin sus

variación, mientras les acose el temor de esclavitudes que constituyen el nervio pri-

mero y más considerable de sus fortunas.» Por eso, junto a la apertura económica, se produjo el cerrojo político: en ese mismo “año de 1825, Su Majestad el Rey otorgó poderes omnímodos al capitán general de Cuba, confiriéndole

«todo el lleno de las facul-

tades que'por las reales ordenanzas se conceden a los gobernadores de plazas sitiadas». O sea, que la línea era: desarrollo económico,

sí; libertades

políticas,

no.

La

transformación

azucarera

convierte a Cuba en un emporio de riquezas y, a la vez, en una plaza sitiada desde dentro por un sistema social situado constantemente al borde mismo del estallido destructor. Por varias décadas, tres generaciones

burguesas

venden

su ansia de autodetermi-

nación por el plato de lentejas del avance material. Renuncian

a

la revolución política para que la dejen realizar la revolución mercantil. Y con la protección interesada de la Corona, ésta se -produjo plenamente. Índice claro de su victoria fue el rápido au-

mento de la producción de azúcar. Entre 1800 y 1827 ésta se cuadruplicó. El promedio anual de elaboración del dulce entre 1821 y 1825 fue de 57.710 toneladas. Entre 1836 a 1840 subió a 119.300

toneladas.

Y entre 1846 y 1850 volvió a elevarse hasta 279.400 to-

neladas. En 1856 Cuba produjo 359,397 toneladas de azúcar, o sea, un 25 por ciento del total mundial. Las Antillas Británicas, que le

seguían en orden, lanzaron ese año al mercado 142,000 toneladas: un 10% del total. En 1868 la producción azucarera cubana fue de 720.000 toneladas. Cuba se había convertido en la azucarera del

mundo.? Ya a principios del siglo xix predomina en Cuba el régimen plantacional de producción típico de las Antillas francesas e in-

glesas, aunque no en su forma pura, sino con las modificaciones

importantísimas que luego veremos. La unidad básica de ese sistema socio-económico es la plantación azucarera, caracterizada por poseer una doble dimensión agrícola-industrial (cultivo de la caña y fabricación del azúcar) y por emplear masiva e intensiva8. 9.

Pichardo (1971). Aimes (1907), p.

Vol. 1, p. 291. 158; Pezuela (1963).

124

Vol.

1, pp.

62-63.

de un producto

de obra esclava en la elaboración

la mano

mente

destinado al mercado internacional. En un estudio de Antonio del

Valle Hernández, fechado en 1800, decir con verdad «que el mecanismo

plicación

de sus operaciones

se explica cómo es posible de estas haciendas y la com:

salen ya de la calidad

del cultivo,

porque en efecto, desde que se trajo al trapiche la caña cortada en el campo, cesó el oficio de labrador y entró el del fabricante, como que todas las demás manipulaciones pertenecen a la mecánica y a la química».! Paso a paso, a lo largo del siglo, la planta

industrial cobra

más

importancia

en el sistema

productivo

azu-

carero. Ese desarrollo no es otra cosa que el costado cubano de la vertiginosa carrera expansionista del capitalismo mundial qué

tiene lugar por esa época. Pero es un desarrollo sui generis, pues a la vez que promueve una revolución de signo progresista y libe-

ral en la industria del país, hunde a éste en las tembladeras sociales que acompañan siempre al empleo extensivo no de trabajado-

res libres sino de esclavos. Ya hemos visto cómo para los plantadores grano

insulares era totalmente inconcebible poder producir un de azúcar sin negros africanos que trabajasen la tierra y

ayudasen a mover las maquinarias. Las consecuencias

demográfi-

cas y culturales de estas transformaciones han de ser extraordina-

rias en variedad y alcance. El nuevo régimen productivo

introduce

cambios

radicales

en

todos los factores que lo componen: la tierra, las fábricas, los esclavos, los hacendados, los refaccionistas, etc. La necesidad de

allegar fondos para la expansión de sus negocios obligó a muchos

dueños de ingenios a endeudarse y, a veces, hasta arruinarse, lo que aprovecharon quienes les proporcionaban los créditos para hacerse

de las plantaciones,

pasando

así a formar

parte

de la otra

clase. En esencia, lo que ocurre es el tránsito del ingenio tradicional, todavía con fuertes residuos semi-feudales, al ingenio moderno dominado por los modelos del capitalismo esclavista. En los ingenios viejos se cultivaban casi todos los artículos que consumían los esclavos; se construían edificios con materiales propios de la finca; se criaban ganados para contar con las indispensables boyadas;

se vendía

por lo menos

parte

del producto

en

los

mercados locales; el hacendado dirigía personalmente éstos y los demás aspectos del negocio ayudándose con un mayordomo en la ciudad y un mayoral en el campo. La nueva plantación transforma

todo el cuadro. Dedicada fundamentalmente a hacer azúcar y exi-

giendo enormes

capitales, los antiguos

sistemas

cambian

de rum-

bo: gran parte de los alimentos se van a traer de afuera (y hasta 10.

Del

Valle

Hernández (1800),

cit., por Marrero.

125

Vol.

X

(1984), p. 161.

del extranjero, como por ejemplo, el bacalao y el tasajo); de afuera vienen también las nuevas y revolucionarias máquinas y hasta los operarios que dirigen su funcionamiento;

nes se fraccionan y son encargadas

presarios; crece la división

del

muchas

de las operacio-

a diversos contratistas y em-

trabajo

en

todas

direcciones;

el

hacendado y ya no puede por sí solo financiar sus zafras y de simple agricultor que era antes deviene especulador, sujeto a los

vaivenes

y hasta

los caprichos

del mercado

internacional

y a las

exigencias de los refaccionistas, contratistas y traficantes de esclavos de quienes

En

depende.

su primera

etapa, desde fines

del

siglo xvii

hasta

1820

más o menos, el tránsito al nuevo régimen plantacional no se produce mediante una mutación técnica de fondo sino, en lo esencial, por un simple cambio cuantitativo. Es cierto que en 1797 se

ensayó por primera vez el uso de la máquina de vapor en un trapiche. También por esa era se construyeron unos pocos ingenios que utilizaban la energía hidráulica. La introducción de la caña de Otahití requirió mejorar los trapiches para molerla provechosamente. Y desde fines del siglo xvr1ir en algunos lugares se habían

sustituido

los

trenes

comunes

para

cocer

el guarapo

por

el llamado tren francés o tren jamaiquino, alimentado no por leña sino casi únicamente por bagazo. Pero el empleo de estos instrumentos de producción no se generalizó realmente en Cuba hasta después de 1820. En las décadas anteriores a esa fecha se procede

por mera agregación: se fundan nuevas fábricas y se amplia la capacidad productiva de las existentes mediante la utilización de más tierras para la siembra de más caña, el empleo de más carre-

tas y bueyes, de más pailas, de más hormas y, desde luego, de más esclavos, hasta alcanzar y rebasar la capacidad ideal de la época

que era de unas 10.000 arrobas por zafra con unos 100 esclavos. Al superar esos topes las inversiones se dirigían al fomento de

nuevas unidades. La única transformación técnica de alguna entidad consistió tambores de de bronce y ducción por

en cubrir las mazas de los trapiches de madera con hierro y sustituir algunas piezas de madera por otras hierro. Por esas vías la capacidad promedio de proingenio se elevó de 3.772 arrobas en 1761 a 11.819

arrobas en 1804 y a 15.612 arrobas en 1827, El mejoramiento de la

capacidad productiva se realiza sin sustituir la fuente tradicional de energía para mover las máquinas, que seguía siendo fundamentalmente la tracción animal (bueyes). Esta etapa marca el cambio

de los viejos trapiches o cachimbos

primitivos

des» (relativamente hablando), capaces

a «ingenios

de producir

gran-

15.000 arrobas

y aún más por zafra. A partir de 1820, en cambio, tiene lugar un intensivo e incesan126

te proceso

de transformación

cualitativa, es decir, de sustanciales

cambios científicos y técnicos que, sobre todo a partir de 1840, van a aplicar a la fabricación y transporte del azúcar los instrumentos y procedimientos creados por la revolución industrial que por

entonces

avanzaba,

incontenible,

en

Europa

y

los

Estados

Unidos. Ajustados a producir la mayor cantidad de azúcar con el menor número de brazos posibles, estos cambios afectan al culti vo de la caña, a su molienda y transformación en azúcar, así como

al traslado de ésta a los lugares de embarque y de ahí a los mer cados

extranjeros.

mica, a cones— criolla azúcar regadío

Apelando

a la agronomía,

a la física,

a la quí-

la tecnología, los hacendados —muchos de ellos a trompimodifican sus ingenios. Sustituyen la tradicional caña por la variedad blanca de la de Otahití que rendía más por área de cultivo. Los más progresistas hacen uso del y de los abonos animales. Y comienzan a utilizar tierras

que la ignorancia condenaba avances

en

este

sector,

como

aunque

inadecuadas. Hay, pues, ciertos

todavía

en

colas por lo general no se diferenciaban

1860

mucho

las prácticas

agrí-

de las del siglo

xvitrI. Es en lo industrial donde los cambios técnicos son de mayor

entidad. El más

conocido y admirado

fue la introducción

trapiches de hierro de mazas horizontales y de máquinas

para moverlos.

(como

Con ello ciertamente

se ha repetido

erróneamente)

NO

mejoró

pero



de los

de vapor

el rendimiento

se aumentó

notable-

mente la capacidad productiva, ahorrando

gran número

de bueyes

riamente,

de

porque

y de brazos esclavos para atenderlos. aumentó

la

demanda

Por otro lado, contradicto-

general

esclavos,

al

acelerar el ritmo productivo el ingenio exigía mucha más caña, lo que implicaba un incremento en el número de trabajadores en los campos.

De

paso,

es bueno

recordar

que

el esclavo

tuvo

cierto

contacto con las nuevas máquinas, aunque preferentemente éstas eran supervisadas por trabajadores libres. En 1825 hay ya 25 ingenios dotados de maquinaria de vapor. El número sube a 286 (la quinta parte del total) en 1846. Y a 949 (69,5 % del total) en 1860. Las transformaciones

blema

del combustible

aumentan,

modifican

no se detienen

ahí. Para resolver el pro-

y elevar la productividad

y extienden

los

trenes

del trabajo

se

jamaiquinos,

lo que

tituye poco a poco a la leña en los trenes, pero el empleo

genera-

hace posible un uso mucho más racional y económico del fuego. Y luego se introducen los trenes al vacío de Derosne y Cail, los trenes de Rillieux de evaporación múltiple y otros. El bagazo sus-

lizado de la máquina de vapor (que necesitaba leña) ejerce nueva presión sobre los bosques cubanos en crisis. Con los trenes al vacío

comienza

la verdadera

revolución

127

industrial

dentro

de

las

fábricas. Por dos razones: porque duplicaron de golpe mientos y, además, porque agregaron más trabajadores creciente número de esclavos en las fábricas. Ahí estaba del futuro central. Además, en 1849 se instala la primera ga, para separar

el azúcar

de las mieles.

En una

aparato había sustituido a la casa de purga

Curiosamente,

como

ha

señalado

Moreno

los rendilibres al la semilla centrífu-

sola década

ese

casi completamente.

Fraginals,

«todo

ceso de mecanización se produjo cronológicamente en sentido del flujo de la producción: trapiche, casa de purga».!! El proceso no tiene lugar en cada ingenio de _manera. Algunos continúan por largo tiempo sin cambio género. Otros introducen una o más de las maquinarias

el pro-

el mismo calderas, la misma de ningún menciona-

das. Hacia 1860 la mayoría de los ingenios eran híbridos. Habían cambiado el trapiche y usaban máquinas de vapor pero continuaban utilizando los viejos trenes jamaiquinos, aunque

muchos

agre-

gaorn las centrífugas. Esas fábricas mixtas se conocen como inge-

.nios Semi-mecanizados.

Los

que

adoptan

la totalidad

del

sistema

se llamaban ingenios mecanizados. En la zafra de 1860 la distribución de los distintos tipos era la siguiente: Ingenios Con

Número trapiches

de vapor

949

Con trapiches de agua Con trapiches de bueyes : Total El número

2. 309 1.350

de los totalmente mecanizados

se reducía a 70, de los

cuales 29 estaban dotados de trenes Derosne. Los semimecanizados eran 879. Otra comparación posible en ese mismo año entre los tres tipos de unidades productivas nos dará una imagen de su

importancia relativa:

Tanto por ciento del total de la zafra Ingenios Ingenios

de fuerza motriz animal semimecanizados

ingenios mecanizados

La diferencia en capacidad productiva, reflejo ciente concentración que domina la industria, estas cifras correspondientes también a 1860:

11. Moreno Fraginals (1964), p. 124.

128

11.1 80.6

8.3 claro de la crepuede verse en

Promedio

de la

capacidad de

producción Ingenios Ingenios Ingenios

de fuerza motriz semimecanizados mecanizados

animal

(arrobas)

11.843 41.630 80.391

Pese a la profundidad y extensión de los cambios, resulta evidente

que a la revolución industrial le quedaba un gran trecho por an-

dar en Cuba en los años que preceden inmediatamente

de los Diez Años. Quedan todavía por examinar dos factores más

a la Guerra

de la ecuación

transformativa: transporte y trabajo. Como vimos, una de las características de la plantación es que produce para el mercado exterior. Eso implica, dadas las realidades de la época, que los ingenios no podían estar excesivamente apartados de los puertos de embarque. De ahí que el desarrollo plantacional se produzca primero en La ¡Habana y sus alrededores y luego en Matanzas. El traslado de los productos de la zafra hasta los muelles se hacía

al principio siguiendo el sistema tradicional:

el azúcar, en sacos

a lomo de mulos (para pasar luego a cajas antes de ser embarcado) y las mieles en bocoyes transportados en carretas. Los caminos eran malos y se convertían en casi intransitables en la estación

de las lluvias. De regreso, las carretas y los mulos se empleaban para llevar a los ingenios las esquifaciones, el tasajo y otros productos

para

vestir

y alimentar

a las mesnadas.

La

cantidad

de

bestias y de hombres envueltos en este sistema primitivo era enor-

me por lo que resultaba muy costoso. La revolución industrial proporcionó la solución: el ferrocarril. Cuba lo adoptó rápidamen-

te. Se abrió la primera vía férrea antes que en la metrópoli.

En

1838 se inauguró la primera línea: de La Habana a Giiines. Y pronto siguieron otras. En un par de décadas las redes ferroviarias se extendían por todas las áreas azucareras del país. Se ha dicho

que el ferrocarril, más que la máquina de vapor, fue el «primer elemento» de la revolución industrial cubana, el «primer paso»

hacia la gran industria. Pero eso es como discutir quien fue primero si el huevo o la gallina. Sin un aumento dramático de la

producción

el ferrocarril

era innecesario

e incosteable

y sin el

ferrocarril el aumento de producción hubiera encontrado barreras insuperables. No es sino más tarde, a fines de siglo, en la tercera fase

de

la revolución

azucarera,

cuando

el

ferrocarril

se

emplea

internamente en las plantaciones para llevar la caña recién cortada al molino, que ese medio de transporte deviene factor básico

129

en la revolucionaria transformación de los ingenios en centrales. ¿Y el trabajo? Como éste se liga estrechamente al tema central de este libro, conviene que le dediquemos acápite aparte. La

«Gran

En

Barbarie»

todo

este

enorme

proceso

(desde el punto de vista social)

evolutivo,

lo

es que la nueva

más

importante

plantación

azuca-

rera tiende a ir eliminando los elementos morigerantes que reinaban en el régimen pre-plantacional.

En

su lugar surge un sistema

inmisericorde, inhumano, zoológico de exacción del trabajo humano. Como ha dicho Manuel Moreno Fraginals: «Lanzados los oli-

garcas criollos al mercado mundial en donde impera el régimen capitalista de producción y donde se impone a todo el interés de

dar salida a las mercancías para el extranjero, el sistema de trabajo que venía desenvolviéndose en forma primitiva sufre un profundo cambio. El relativo carácter patriarcal de la esclavitud, mantenido mientras la producción estuvo limitada por las condiciones

especiales

intensiva

de

del negro.»!

la

época,

En

es

sustituido

los antiguos

por

la

«cachimbos»

explotación

los esclavos

vivían en sus chozas o «bohíos», cultivaban las pequeñas

parcelas

O «conucos» que el amo les entregaba para que tuviesen sus pro-

pios cultivos y crías, y lograban

de ese modo

una cierta indepen-

dencia económica que, a veces, los ayudaba a obtener su libertad.

En los nuevos ingenios, cada vez más grandes y mecanizados y cada día más distintos de los viejos trapiches primitivos, van cuajando con rapidez paralela a la de los cambios tecnológicos que arriba reseñamos, las formas típicas de la plantación esclavista.

Desde fines del siglo xvim casi todos los ingenios producen para

el mercado mundial bajo una política, cada vez más extendida, de absentismo por parte del amo, cuyos intermediarios, administrador y mayoral gobiernan a punta de látigo las mesnadas. El considerable aumento del número de negros y su explotación intensiva

producen. serios conflictos que fuerzan a la eliminación del patriarcalismo tradicional y al establecimiento de un régimen casi carcelario de disciplina. «Los bohíos no ofrecen seguridad para el manejo

de las dotaciones y los conucos

Ello exige edificar zonas

rracones carácter

midoras 1.

de concentración

del siglo x1x. La eliminación

siblemente

sobre

la economía

de

de células autosuficientes

de tasajo y bacalao, ambos

Moreno

Fraginals

dejan

(1964), p. 6.

130

de ser productivos.

que presagian

de los conucos

los ingenios

para

que

transformarse

productos

los ba-

gravita sen-

pierden en

su

consu-

de importación...

Los envases

que

antes se obtenían

con los cedros

y jobos

de los

en el mercado

de La

montes cercanos exigen ahora una amplia labor de carpintería u

obligan

al hacendado

a comprar

los cortes

Habana... Se hace más complicado el trasporte de los azúcares y el sistema de arrias se torna insuficiente...»? O sea, la vieja unidad

semicapitalista-semifeudal

del

siglo

xvi

es

sustituida

por

una

compleja unidad económica de sello capitalista-plantacional, dependiente del mercado externo no sólo para la venta de su pro-

ducto, sino también para la adquisición de los instrumentos de trabajo y para la importación de la mano de obra que utiliza. El desarrollo del sistema de plantaciones en Cuba tuvo profundas repercusiones sobre las condiciones de vida de los esclavos.

Cada paso en el camino

que conducía hacia la revolución planta-

cional que los hacendados propiciaban y extendían, era un paso hacia el deterioro de la existencia de los siervos. Un ejemplo típico —casi simbólico— tuvo lugar al comienzo mismo del proceso, poco después de la toma de La Habana por los ingleses. Hasta entonces la ley había asignado un precio de venta fijo al esclavo, quien al pasar de mano en mano no podía ser vendido a un precio

más alto. Eso aseguraba la permanencia

del mismo

en manos

del

primer comprador por largo tiempo. Una vez que el bozal se aclimataba y adquiría oficio no era negocio venderlo al precio primitivo. En poder de un mismo dueño por largos años, el esclavo llegaba (sobre todo en las ciudades) casi a ser un miembro de la familia, lo que facilitaba su eventual manumisión. 'Al producirse una gran demanda de esclavos tras la ida de los ingleses, cediendo

al interés de los hacendados, la ley del precio fijo fue revocada y, como explica Ramiro Guerra: «Al facilitarse el paso rápido del

esclavo de mano en mano como otra mercancía cualquiera, la condición personal del mismo empeoró horriblemente. Considerósele,

en

lo

sucesivo,

no

como

un

ser

humano,

sino

como

un

valor en venta. Toda habilidad nueva del siervo, al acrecentar el valor de éste, lo llevaba al mercado más rápidamente, al poder

de propietarios dominados exclusivamente por una idea de lucro, sin otro interés que el de obtener un rendimiento más alto del capital invertido en la compra. El avance de la comunidad cubana en la vía de la empresa

capitalista, al acentuarse, empeoró,

como

consecuencia inevitable, la condición de los explotados. La esclavitud

empezó

continuidad,

de plantaciones 2. 3.

a tomar

un

en la Isla, para

carácter

semejante

al

agravarlo de

las

sin solución de

demás

colonias

de fines del siglo xvII1I y principios del x1x.» 3

Moreno Fraginals (1964), Guerra (1971), p. 186.

p.

15.

131

La primera mitad del siglo xix es considerada por muchos como la época de la gran barbarie en lo que a las relaciones clasistas se refiere. En ese período las condiciones de vida de los esclavos en las plantaciones azucareras de Cuba eran, sin duda alguna, de las peores del mundo. Varios factores se combinan

para determinar el trato que el esclavo recibe: la cantidad de mano de obra disponible, el precio de los negros, el precio. del

azúcar en el mercado, el grado o nivel técnico alcanzado

en las

fábricas, la situación financiera de cada unidad productiva, la naturaleza del amo, de los administradores, mayordomos y mayora-

les, etc. Hay casos mejores y'peores, pero el caso promedio es, por definición, detestable, En primer lugar el esclavo padece los

horrores de

la trata,

intensificados

por

el carácter

de

comercio

de contrabando que adquiere cuando Inglaterra comienza a perseguirla por los mares. Como es bien sabido, cediendo a la presión

de los abolicionistas, el parlamento británico abolió el tráfico negrero en sus colonias en 1807. Desde ese momento el gobierno de Londres se convierte en campeón decidido de la supresión uni-

versal de la trata. En 1815 hace esfuerzos para lograrlo —sin éxito efectivo— en el Congreso de Viena. Luego ejerce presión diplomática sobre España y en 1817 firma con ella un tratado por el

cual el tráfico quedaría totalmente eliminado al norte y al sur del ecuador a partir de 1821. Pero las fuerzas que inmediatamente

se

movilizaron contra este convenio eran muy poderosas. Y pronto éste fue violado de modo sistemático por los dueños de ingenios y cafetales

y

los

acaudalados

comerciantes

de

La

Habana

por

medio de un enorme y lucrativo comercio ilícito de africanos. «Bajo la bandera de los Estados Unidos y de otras naciones, los

buques negreros burlaban la vigilancia inglesa en las costas de África y en los altos mares, y al arribar a las costas de Cuba, la

complicidad de las autoridades llamadas a impedirlo, les facilitaba

el desembarco.»* Las consecuencias para Cuba fueron epocales: no sólo continuaron entrando en la Isla miles y miles de bozales cada año, sino que todo el sistema socio-económico se constituyó sobre la base de la ilegalidad y la corrupción. A la brutalidad de

la explotación se añade la inmoralidad del contrabando de carne humana que corroe la sociedad entera. La violación de la ley se convierte en práctica normal y cotidiana. La «vista gorda» de las autoridades se logra con el soborno, que comienza con el pago

de una cuota fija al capitán general por cada pieza que entra ile-

galmente en el país y termina con la compra del último empleadillo que participa en las nefandas transacciones. Y los compradores 4.

Guerra

(1971),

p. 265,

132

—la élite de hacendados y comerciantes que dominan la economía criolla— basan sus negocios en el delito y el peculado. La Cuba colonial deviene una fábrica podrida de punta a cabo. Los negros que logran sobrevivir tras el shock de su captura

por gente de su mismo color, de su almacenaje en las factorías costeras africanas y su hacinamiento letal en los barcos que ha-

cían el viaje transatlántico, una vez en el ingenio resultan triturados por un sistema económico que demanda regimentación estricta porque está basado en el principio de la super-explotación de la mano de obra. Salvo honrosas excepciones, los hacendados se guiaban por una regla de oro: el esclavo criollo (nacido en Cuba) cuando llegaba a la edad productiva había costado a su amo más que lo que valía el de la misma

Hasta

mediados

del

edad y condición en el mercado.

siglo xIx, más

o menos,

las

dotaciones

se

suplen casi exclusivamente de la compra de nuevos esclavos. Resulta más «económico» hacer trabajar al negro comprado hasta

el límite de su resistencia física y más allá, que suavizar el trato

para que dure más. Negro que muere, negro de que fácilmente se

repone a precio muy aceptable en el bien abastecido mercado de carne humana de la época que funcionaba en todos los rincones

del país. Refiriéndose a esta realidad escribió el barón de 'Humboldt: «Yo oí discutir fríamente si resultaba mejor para el propietario no agotar demasiado a sus esclavos y por consiguiente

reemplazarlos menos a menudo, en lugar de sacar en unos pocos

años todo el provecho posible, a cambio de tener que comprarlos con más frecuencia. Tales son las razones de la codicia, cuando el

hombre se sirve del hombre como de un animal de trabajo.» * Las labores

de la zafra eran penosísimas

y, en muchas

ocasio-

nes, abrumadoras para las negradas de los ingenios. Debido al hecho de que la caña tiene que ser sometida al proceso extractivo tan pronto como

alza y tiro,

se le corta para no perder rendimiento, el corte,

la molienda,

clarificación,

filtración, evaporación

y

cristalización deben realizarse, en ese orden, sin interrupción a la máxima aceleración posible. Por eso, el ingenio trabajaba sin

parar

durante

las veinticuatro

horas

del día por un período

de

unos seis meses. Por lo general, los trapiches y casas de calderas no funcionaban los domingos, pero el día se empleaba en limpiar, acondicionar y preparar las máquinas para la semana siguiente. Como el esclavo era un elemento fundamental en el capital inver-

tido, para

merma

su número era mantenido al nivel mínimo indispensable reducir los costos. Un exceso de esclavos significaba una de las ganancias. De ahí que los esclavos fuesen utilizados

5. Humboldt (1969), p. 150. 133

en las labores agrícolas e industriales de la fábrica casi sin des