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Spanish Pages 373 Year 1988
CULTURA AFROCUBANA ANACO
JORGE
CASTELLANOS
E!
ISABEL CASTELLANOS
Esta obra es no sólo una historia de tallada del negro cubano desde 1492 hasta 1959
sino,
además,
un
estudio
del ori-
gen y desarrollo de esa peculiar cultura que florece en Cuba como resultado del encuentro económico, político y social de la población procedente de África con la proveniente de Europa, Más que el estudio del modo de vida de una «raza» encontramos aquí un aná-
lisis histórico, antropológico y lingúístico
del -poderoso movimiento transculturativo que en casi medio milenio de fermentación ha culminado en el surgimiento de la nacionalidad cubana, de la cual lo afrocubano constituye un factor fundamental. Pone este libro en claro cómo a pesar de los horrores de la trata y de la esclavitud, por mil caminos distintos, blancos y negros lograron superar
las
diferencias
que
los
separaban
para
abrazarse fraternalmente en la «manigua irredenta» en una Guerra de Treinta
Años (1868-1898) por la independencia, la democracia y la igualdad. Y cómo en la República, pese a innumerables contratiempos, se continuó residuos del pasado
El propósito
luchando contra esclavista.
de los autores
los
es :básica-
mente introductorio, aunque algunos temas insuficientemente explorados —como
el
abolicionismo
caso—
han
criollo,
recibido
para
la
ción que merecen. La obra consta de dos partes. mera
recapitula
la
citar
detallada
presencia
La pri-
histórica
(demográfica, económica, política, del negro en la Isla. La segunda el tema de la presencia cultural gro (su religión, su lenguaje, su su arte, etc.) y sus influencias sociedad cubana en general,
un
aten-
social) aborda del nemúsica,
sobre
la
La extensión del texto ha obligado a dividirlo en tres tomos. El primero, que estudia el proceso histórico del negro des-
de
el Descubrimiento
hasta
la Conspira-
ción de La Escalera (1492-1844) es éste que el lector tiene en sus manos. El segundo —historia de la población cubana «de color» de 1845 a 1959— está ya en prensa. El tercero, un estudio descrip-
tivo
de
todos
afrocubano
tura
cubana,
los aspectos
y sus se
básicos
relaciones
halla
ceso de preparación dado a la estampa.
en
con
avanzado
y muy
de lo
la cul-
pronto
pro-
será
CULTURA
AFROCUBANA 1
(El negro en Cuba,
1492-1844)
COLECCIÓN
EDICIONES
ÉBANO
UNIVERSAL.
Y CANELA
Miami,
Florida,
1988
JORGE
CASTELLANOS
é
ISABEL
CASTELLANOS
CULTURA AFROCUBANA 1 (El negro en Cuba,
1492-1844)
P.O. Box 450353 (Shenandoah Station) Miami, Florida, 33145, U.S.A.
(O)
Copyright
1988 by Jorge Castellanos € Isabel Castellanos
Library of Congress Catalog Card No.: Portada:
Grabado
I.S.B.N.: I.S.B.N.:
0-89729-462-9 (obra completa) 0-89729-463-7 (tomo 1)
87 - 83071
de Víctor Patricio de Landaluze,
1881
Depósito Legal: B. 13.818 - 1988
Impreso en España Impreso
VOSGOS,
Printed in Spain
en los talleres de artes gráficas de EDITORIAL
S.A. Avda. Mare de Déu de Montserrat, 8, 08024,
BARCELONA
- España
A la memoria
de
María
Teresa de Rojas
Lydia
Cabrera,
ya
que abrieron el camino.
El hombre no tiene ningún derecho especial porque perte-
nezca a una raza u otra: diígase hombre, y ya se dicen todos los
derechos... No hay odio de razas, porque no que divide
hay razas... Todo lo a los hombres, todo
lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad. JosÉ MARTÍ La
Revolución no tiene color. ANTONIO MACEO
Yo
sólo
humanidad.
Las
almas
creo
en
una
MÁXIMO no
raza: GÓMEZ
tienen raza. FERNANDO ORTIZ
la
INTRODUCCIÓN
Dios hizo al blanco y al negro sin declarar los mejores, les mandó iguales dolores bajo de una misma cruz...
Blanca la cara o retinta
no habla en contra ni en favor, de los hombres el Creador
no hizo dos clases distintas. «MARTÍN
FIERRO»
Si, como afirman muchos autores, un negro vino con Cristóbal Colón a América en su primer viaje, el contacto inicial de Cuba con África —muy leve, como se ve— tuvo lugar en 1492, Luego,
tan pronto
la Isla fue conquistada
por
Diego
Velázquez,
esas
rela-
ciones se intensificaron. Y desde el siglo xvi el negro africano y
sus descendientes forman parte inseparable de la sociedad cubana. Inevitablemente debía producirse —y se produjo— entre europeos
y africanos un continuo e intenso proceso de intercambio, de toma y daca. Proceso que Fernando Ortiz resumió en el neologismo
transculturación.
Esa
realidad
histórica
y sociológica
consti-
tuye el tema central de esta obra. No se trata de hacer aquí un estudio sobre el modo de vida de una «raza», sino de meditar sobre el encuentro
de dos culturas. Lo que nos
importa
destacar
no son las periféricas diferencias adjetivas entre dos grupos humanos
(color
de la piel o tamaño
de la nariz)
sino
analizar
las
formas diversas en que esos europeos y esos africanos (amos y esclavos) tuvieron que adaptarse en Cuba a sus peculiares circunstancias geosociales y acomodarse al fin, por lo menos parcialmente, tras centurias de conflictiva y forzada convivencia. A partir del siglo pasado y, sobre todo, del presente, una legión de investigadores ha prestado su atención a distintos aspectos de
la presencia negra en la Gran Antilla: ya en la economía, ya en las relaciones sociales, en la religión, en la literatura, en la música,
etc. La enorme cantidad y dispersión de esos trabajos en libros, folletos, ensayos, tratados, monografías, artículos de revistas y de periódicos,. etc., —a
más
de
la cuantiosa
documentación
en
los
archivos— está demandando una obra de síntesis tan escueta (pero
tan completa, a la vez) como sea posible sobre ese complejo e interesantísimo asunto. Al intentarlo aquí no hemos querido ofrecer
una
simple
compilación
de datos
y opiniones. Hemos
preferido
ofrecer una visión coherente y sistemática (a la vez que personal) de las cuestiones que ese enorme cúmulo de materiales plantea. Siempre con un propósito panorámico, con una voluntad de re-
sumen, con un empeño modestamente 11
introductorio. Sólo cuando
algún costado nos ha parecido insuficientemente
clarecido
nos
extendemos
en
su tratamiento
explorado y es:
e indagación,
como
sucede, para citar un solo caso, con el problema del movimiento
abolicionista criollo, cuyo vigor se ha negado tantas veces, senci-
llamente porque no se le conoce. (Esto, entre paréntesis, explica por qué el capítulo 1V de este tomo y el 1 del siguiente exceden en volumen desproporcionadamente a los otros.) los
No se ocultan a los autores las ambigiiedades que aquejan a dos términos básicos de su título, A las precisiones teóricas
de este complejo tópico dedicaremos todo un capítulo. Pero como éste pertenece a la segunda mitad de la obra resulta necesario que —aun a riesgo de parecer dogmáticos— adelantemos ahora lo que
sigue.
Tomamos
el término
cultura en su acepción
antropo-
lógica más amplia: como todo aquello que el hombre crea en sus reacciones contra el medio natural o social que lo rodea, desde la maza prehistórica a la bomba atómica contemporánea, desde la plegaria hasta el asesinato. Cultura implica pues todo un rico complejo de objetos materiales y espirituales que incluye, entre muchos otros, la tecnología y la religión, los hábitos del vivir cotidiano
y
las
altas
realizaciones
de
la
mente.
Nuestro
énfasis
caerá sobre aquellos factores culturales en que la presencia negra ha sido mayor, sobre todo la religión («reglas» o cultos diversos) y su influencia sobre el lenguaje, la literatura y las artes en Cuba. En cuanto a lo afrocubano: estamos convencidos de que sólo puede
comprenderse
plenamente
la cultura
cubana
si se le consi-
dera como un contínuo con dos polos en incesante interacción e
interpenetración: el europeo y el africano. Con base fundamentalmente europea (hispánica), pero ppermeada por inevitables afluencias de la cultura de origen africano con que convivía, va surgiendo desde el siglo xvi una cultura cubana, en cuyo seno funcionaban los dos polos a que hemos hecho referencia: en un extremo, esa mezcla de lo europeo y lo insular, que podemos llamar complejo o polo eurocubano, y en el otro, la mezcla de lo eurocubano con lo africano, que podemos llamar complejo o polo afrocubano.
Este continuo
pudiera
realidad es mucho más compleja
implicar):
CULTURAS
EUROPEAS
POLO ,EURO-
CUBANO
a,
CULTURA
reprpesentarse
POLO AFRO-
> CUBANO
++".
7
CUBANA 12
así (aunque
de lo que este esquema
*
la
parece
CULTURAS
AFRICANAS
El esclavo, cuando
llegaba a Cuba, no entraba
en contacto
di-
recto con la cultura europea pura sino con ese polo eurocubano que iba a modificarle la cultura que traía de África, En la sociedad
insular el polo eurocubano
(fundamentalmente
hispánico pero con
modificaciones criollas, que incluían influencias afrocubanas más
o menos importantes) siempre era considerado como el modelo cultural superior. La clase dominante trataba de imponérselo al resto de la población. El otro extremo, el afrocubano era estig-
matizado: se le miraba como el elemento primitivo, como el ancla, como el peso muerto de la sociedad cubana. Ya veremos que no
es sino bien entrado el siglo xix cuando esta actitud desvalorizadora (con la obra de Martí, por ejemplo) comienza a rectificarse. Tradicionalmente ha predominado en Cuba una tendencia a contraponer la. cultura cubana a la cultura afrocubana, como si esta última fuese un factor ajeno, extraño y hasta nocivo dentro del
conglomerado cultural criollo. Ese es el peligro que conlleva el uso
del término cultura afrocubana.
En realidad, no puede
hablarse
de una cultura afrocubana distinta de la cultura cubana. Lo correcto es referirse al polo afrocubano de la cultura cubana general, Si nosotros usamos esa expresión en nuestro título es por mero afán de simplicidad terminológica (de otro modo tendríamos que
llamar a nuestro libro Introducción al estudio del polo, extremo o complejo afrocubano que opera dentro de la cultura cubana, lo que será más exacto, pero también es muy pesado e incómodo). Además nos inclinamos un tanto bajo el peso de la tradición lexicográfica que emplea ese término constantemente. Queremos, sin
embargo, insistir que al hablar de cultura afrocubana no hacemos
> Otra cosa que referirnos a un elemento comprendido
dentro de. la
cultura cubana. A un ingrediente de la misma. En ese polo afrocubano, donde lo afro predomina
criollo,
se van
a producir
fenómenos
entidad e influencia como las llamadas
transculturativos
| sobre lo
de tanta
«reglas» o cultos sincréti-
cos afrocubanos (lucumí, congo, etc.), en lo religioso, y el denominado lenguaje bozal, en lo lingiúístico. Entre el extremo afrocubano y el eurocubano, formando un continuo, es decir, una suerte de espectro, se distribuye la población toda de la Isla, que
se acerca más o menos a cada uno de los afectada por cada uno de los innumerables lugar estudiaremos. El esclavo recién llegado al polo afrocubano que al eurocubano. No
polos, según se vea factores que en su estaba más pegado aprendía el español
criollo, sino el bozal y poco a poco modificaba sus prácticas religiosas adoptando los ritos sincréticos insulares. El peninsular recién llegado se situaba al otro extremo. Y si el hijo del esclavo
olvidaba el bozal, el hijo del español perdía las zetas y las jotas 13
de su padre y agregaba a su habla el léxico del país. Cada cubano, en cada momento de su vida, ocupa un lugar intermedio en el continuo. Tan cubano es el católico ortodoxo como el que practica la regla Kimbisa. Tan cubano el que prefiere bailar El Lago de los Cisnes como el que se inclina a mover la cintura en un bembeé. Y hay que insistir en que esos dos polos distan mucho tuir entidades fijas, enquistadas, inmutables. Por el
de consticontrario,
ambos son extraordinariamente lábiles. Ambos cambian sin cesar bajo la influencia de los elementos culturales diversos que los nutren. En cada momento histórico los polos son ligeramente diferentes. El complejo eurocubano recibe constantemente los aportes de Europa (a través de España) y de Africa (a través del complejo afrocubano que lo rodea). A su vez, el polo afrocubano recibe incesantes aportes de África (por lo menos, mientras dura la trata, es decir hasta la década de 1860-70) y de Europa (a través funda: mentalmente del elemento hispánico contenido en el complejo eurocubano que lo cerca). Los intercambios jamás cesan entre los polos. Los préstamos y sincretismos son inevitables. El amo criollo come
ñame
y quimbombó
y el esclavo
bozalón
identifica
a
Ochún con la Virgen de la Caridad. El negro pierde por fin definitivamente el bozal y usa el español típico del país y el blanco le enciende velas a San Lázaro-Babalú Ayé para que le cure una dolencia o asiste a «misas espirituales» donde los «seres» le hablan y le aconsejan en bozal, a través de intérpretes blancos o negros. Hay más: una persona situada cerca de un extremo puede moverse hacia el otro debido a un cambio de circunstancias. Por
ejemplo, un blanco
culto, con escaso
contacto
inicial con lo afro-
cubano, puede en su edad adulta convertirse a la regla de Ocha y raparse el pelo para iniciarse en ella (los autores conocen de numerosos casos como ése en el exilio). Con el tiempo esa persona irá cediendo el puesto de:su Weltanschauung, de base fundamen: talmente europea, a la otra, de base fundamentalmente africana. O al revés, cuántas veces no hemos
en todo su afán miento posibles
visto a un mulato
despojarse,
lo que puede, de lo afrocubano aprendido en la cuna, en por subir en la escala social. En cada caso hay un movide un lugar del continuo a otro. Estas transiciones son porque ambos complejos culturales o polos extremos .son
mestizos, como lo es la cultura cubana de que forman parte. Y esa interpenetración polarizada siempre contiene los elementos opuestos de los cuales pueden hacerse préstamos. En lo colectivo, el
proceso de mestizaje se mueve al ritmo del devenir histórico y de los avatares del destino nacional. -Si queremos entender la esencia de la cultura cubana, pues, es
14
indispensable ir a la historia del negro, porque en Cuba ésta es inseparable de la historia del blanco. Y después se hará necesaria una labor descriptiva sistemática de todos los aspectos básicos de lo afrocubano para calibrar su influencia sobre la cultura cubana
en general. Eso es lo que intentamos hacer en esta obra. Y de ahí que conste ella de dos partes. La primera trata de recapitular la presencia histórica (económica, política, demográfica, social) del negro
en la Isla, hasta el primero
parte aborda el tema
de enero
de
1959, La
segunda
de la presencia cultural del negro (su reli-
gión, su lenguaje, su música, su arte, etc.) y sus influencias transculturativas. Pese a nuestros esfuerzos de síntesis, la extensión
de la obra nos ha obligado a dividirla en tres tomos. El primero, que estudia el proceso histórico del negro desde el Descubrimien-
to (1492) hasta la Conspiración de La Escalera (1844), es éste que el lector tiene en sus manos. El segundo, dedicado a la historia de la población «de color» desde 1844 a 1959 está ya en la im:prenta. El tercero, que cubre la segunda mitad de nuestro estudio (es decir, la cultura) se encuentra en vías avanzadas de preparación y será dado enseguida a la estampa. Son tantas las personas e instituciones que nos han ayudado en este largo empeño, que por temor a involuntarias omisiones
hemos decidido prescindir de su enumeración. Sólo vamos a hacer dos excepciones para referirnos a la Biblioteca del Congreso de Washington,
mi
en
Coral
D.C. y a la Richter Library
Gables,
Florida.
de la Universidad
Sin el acceso
a sus
de Mia-
magníficas
co-
lecciones de materiales cubanos esta obra no hubiera podido ser escrita. A ellas —y a todos los que, de un modo u otro, han facilitado nuestra tarea— vayan aquí nuestras gracias más sentidas.
Y ahora, invocando el favor del pícaro Elegua, portero de Orúnmila (dios de los milagros) y guardián de todos los caminos, emprendamos la marcha. Detroit-Miami,
15
1987
CAPÍTULO
I
RAICES AFRICANAS DE LOS NEGROS La Cuba
introducción de negros en es nuestro verdadero peca-
do original, que pagarán res. JosÉ
no
DE CUBA
tanto más cuanto justos por pecado-
DE LA Luz
Y CABALLERO
Apenas hay delito o crimen que se
halle
comprendido
trata.
Desde
hasta
el cohecho;
asesinato;
la
desde
estafa el
en
hasta
la
el
contrabando
desde
la false-
dad hasta el sacrilegio; apenas hay perversidad que no venga a acompañar
esos
actos.
FRANCISCO DE ÁRMAS Y CÉSPEDES
La
cultura
esclavos. Y del mundo: cubrimiento quistadores corazas, la en la época esclavos,
africana
es
introducida
en
Cuba
por
los
negros
la esclavitud entró en la Isla del modo más natural porque España la poseía desde mucho antes del desde América y a América la llevaron consigo los conhispánicos, junto con los caballos, los arcabuces, las lengua castellana y la religión católica. * Parece que del descubrimiento había en España unos cien mil
gran
parte
de
ellos
negros.!
Sevilla,
centro
neurálgico
de la conquista y colonización del Nuevo Mundo, en 1565 contaba con 6.327, lo que representaba el 7.3 % de su población de 85.538 habitantes.? Muchos de los hidalgos que vinieron con Colón en su segundo viaje, en 1493, trajeron mesnadas de sirvientes. Y gran número de éstos eran esclavos negros. En Santo Domingo, la primera colonia, la institución esclavista en seguida se arraiga, se extiende y se consolida, Y de allí se traslada a Cuba: es casi seguro que con Diego Velázquez, conquistador de la Isla, llegaron a ella
los primeros esclavos negros, a fines de 1510 o principios de 1511. La expansión de este sistema de servidumbre fue, desde entonces, sistemática. Hay evidencia de que, a mediados del siglo xvi, el
á El estudio más o menos detallado de los orígenes de la trata negrera y de la introducción de la: esclavitud en América ha sido realizado por varios autores más de una vez. Sobre este fascinante capítulo de la historia moderna todavía conservan utilidad dos clásicos: las obras de Saco (1937-1944) y Scelle (1906). Un buen resumen en español: Mellafe (1973). En inglés: Davidson (1961), Mannix (1962), Rawley (1981), Kiple (1985), Eltis (1986) y Klein (1986). En francés: Renault y Daget (1985). Sobre la evolución general de la esclavitud y su influencia en el desarrollo de los sistemas es: clavistas de Norte y Latino América: Davis (1966). Para Cuba, la monumental obra de Marrero (1972-1987) y la de Franco (1985). A nosotros nos parece innecesario repetir lo que tan bien ya se ha dicho. En este capítulo introductorio aludimos únicamente a lo que resulta absolutamente indispensable para la comprensión de nuestro tema. Sólo hemos subrayado y ampliado ciertos aspectos que todavía demandan aclaración, como por ejemplo, la procedencia regional y tribal específica de los negros llevados a Cuba. 1. Marrero (1972), p. 80.
2.
Pike (1967), p. 345.
19
número
de esclavos negros pasaba de mil (si se contaban aque-
llos que habían entrado de contrabando y, por eso, no se mencionaban en los documentos oficiales). A principios del siglo XVII, los esclavos (ya unos 12.000) superaban en número a todos los demás estamentos sociales en conjunto. El
comercio
de
esclavos
El hecho de la existencia de la esclavitud en la España del Descubrimiento y la Conquista explica, pues, la presencia de esa institución en Cuba desde los comienzos mismos de su historia colonial. Pero el desarroilo y ampliación posteriores de la misma se deben al acoplamiento
aguda escasez de que tuvo lugar en nar con certeza el de los españoles. cientos mil, como
de muchas
otras causas, sobre todo a la
brazos producida por la catástrofe demográfica América en el siglo xvI. Es muy difícil determinúmero de indios que había en Cuba a la llegada ¿Cien mil, como estima Ramiro Guerra? ¿Dosprefiere Pichardo Moya? ¿O habrá que elevar
todavía esas cifras considerablemente, utilizando los métodos de cálculo demográfico de Cook y Borah?!* Sea como fuere, lo cierto es que apenas llegaron los españoles —y con ellos las epidemias
y un régimen de trabajo al cual los indígenas no podían cultural-
mente adaptarse— el número de estos descendió verticalmente y la despoblación fue rapidísima. En Cuba fue casi total: muy por
encima del noventa por ciento. Y los colonos se vieron obligados a buscar en seguida otra solución al problema de la escasez de mano
de obra:
solicitar
permisos
reales
para
importar
esclavos
negros directamente de Africa. Hasta el apostólico Padre Bartolomé de las Casas cayó en esa trampa, de lo que tuvo que lamentarse amargamente algún tiempo después. La Corona respondió positivamente a las demandas de los colonizadores. Y, desde muy temprano, desde la segunda década del siglo xvI,
una
larga
cadena
de
Reales
Cédulas
autorizan, una
y
otra vez, la introducción de negros africanos en el Nuevo Mundo y, más específicamente, en Cuba. La presencia negra se convierte,
desde entonces, en factor permanente en la historia de la Isla. De un modo u otro, el negro constituye parte integral del devenir cubano. Adquiere, por eso, alto valor simbólico lo ocurrido en La
Habana en 1555. En ese año, «cuando el corsario francés Jacques: de Sores 1.
Cook
atacó, capturó y Borah
(1971),
e incendió passim.
20
La
Habana,
entre
los que com-
batieron a los invasores, junto a los vecinos, estuvieron los indios
libres, reunidos ya en el pueblo de Guanabacoa y los negros libres y esclavos, Unión, en el momento trágico, en que eran atacados
por un enemigo
superiormente
armado,
que
dio al menos
tempo-
ralmente, a todos los estamentos sociales habaneros, un sentido elemental de pertenecer a la misma tierra. Al retirarse el invasor hereje, fueron contados
varios esclavos entre las víctimas del ata-
que a la villa, casi totalmente destruida.»? El primer sistema de importación de esclavos negros autori: zado por la Corona, que duró hasta 1595, se basaba en la concesión oficial de licencias o permisos controlados por la Casa de Contra: tación y otorgados por lo general a particulares (conquistadores,
funcionarios
reales, religiosos, comerciantes,
etc.). Estas
licencias
variaron mucho en magnitud. Algunas fueron por unos pocos esclavos para uso personal (criados o sirvientes). Otras pasaron de los mil negros
destinados
al mercado
de compraventa.
En
tos casos eran «por concesión graciosa», pero por la mayoría
cier-
de
ellas había que pagar impuestos o gabelas al tesoro real. Cuando se otorgaban a comerciantes, se les fijaba una cuota de entrada anual, se estipulaban los puertos de África de donde los esclavos
podían sacarse y los lugares de América En
donde podían venderse.?
1595 el sistema de licencias se sustituyó por el de asientos,
contratos
o concesiones monopolistas,
mercaderes extranjeros, rias veces los españoles
generalmente
otorgados
a
aunque en el transcurso de los años vatrataron —con poca fortuna— de procu-
rarse este lucrativo comercio. Los primeros en dominar los asientos fueron los portugueses (1595-1640). Después hubo un período de hegemonía holandesa (1640-1694). Sigue otro breve paréntesis
portugués
francesa
(1694-1701).
(1701-1713)
que
Y
un
es
corto
seguido
momento de
una
de
etapa
preponderancia de
hegemonía
inglesa (1713-1750). La concesión del asiento seguía los vaivenes del- poderío diplomático y de la supremacía económica internacional en la época de desarrollo del capitalismo comercial en
Europa. En realidad, los ingleses dominaron el comercio de esclavos durante casi todo el siglo xv1I1. Cuando España volvió al sis-
tema
de concesiones
mercaderes
ñías inglesas
limitadas
con algunos
particulares, estos
españoles se veían obligados a recurrir a las compapara
cumplir
sus compromisos,
con lo que
se enca-
recía el tráfico. El período que va desde 1762, cuando los ingleses 2.
el
Marrero
(1972),
p. 271.
3. Dos interesantes resúmenes de la historia de la trata pueden ampliar esquema aquí ofrecido: Davidson (1961) y Mannix (1962). Más erudición
y parejo
interés
hay en el excelente
volumen
21
de
Rawley
(1981).
toman la ciudad de La Habana y la abren al comercio libre, hasta 1789, que marca el fin de una época, es híbrido:
en él se entre-
mezclaron «como tendencias antagónicas, la libertad paulatina de comercio y los asientos más o menos exclusivos, por lo menos con
respecto a algunas provincias de Indias». También los cubanos trataron de lucrar con el nefando tráfico tan pronto desarrollaron una clase burguesa con capital suficiente para participar en él. Con vista a aprovecharse del productivo negocio, el Ayuntamiento de La Habana nombró en 1778 una Comlsión integrada por los regidores Marqués de Villa Alta, don Gabriel Peñalver y Calvo, el capitán don Ignacio Montalvo y don Lorenzo de Quintana «para tratar los asuntos relativos a la introducción de negros en esta Isla». El 8 de octubre del mismo año la comisión rindió su informe ante el cabildo en pleno. Ese documento —que se conserva entre las actas del Ayuntamiento de La Habana— resulta una fuente interesantísima para conocer el funcionamiento de la trata africana en ese período y para calibrar el grado de participación de las clases dirigentes de Cuba en el comercio de carne humana. Como resume Emilio Roig de Leuchsenring, en esa representación
«piden
numerosas
personalidades
de
la
Isla
—títulos de nobleza, en su mayoría, militares, altos dignatarios del gobierno y aún frailes, se les conceda la merced real del tráfico
de negros
costas
con
de Africa;
hacendados
las islas
gracia
en forma
que
de Anabón
era
de contratos
y Fernando
concedida
en esa
Poo,
época
y privilegios, o como
en
las
a los
eran co-
múnmente llamados, de asientos». Los comisionados habían hecho un estudio concienzudo de la forma en que se realizaba el comercio: de negros, consultando a individuos que tenían amplia experiencia.en el mismo y pudieron ofrecer un cuadro muy completo de sus detalles, algunos de los cuales vale la pena citar aquí. En:lo relativo a la compra del esclavo en Africa, la representación explicaba que podía hacerse tanto con dinero como con efectos.
(En
realidad,
el
trueque
de
efectos
era
la
forma
más
común). Los «géneros» más usuales eran: «aguardiente, alguna azúcar, tabaco en rama ordinario, que no pase de cuartillo la libra, pólvora ordinaria de cañón, escopetas, toda suerte de listados y pañuelos ordinarios y finos, abalorios de vidrio de diferentes
colores y tamaños,
machete,
barras
de hierro, planchuelas del ancho
acero, plomo, piedra y balas de fusil.» El precio podía
darse en dinero o equivalente
negro —decía 4. 5.
de un
el informe—
Mellafe (1973), p. 65. Roig de Leuchsenring
de varas
se regula
| (1937), p.
129,
22
de tela. «El valor de cada
de veinticinco
a treinta y
cinco pesos, o varas, las hembras valen diez varas, o pesos, menos;
y los niños de ambos sexos valen veinte pesos o varas menos.» El intercambio podía hacerse directamente con las autoridades africanas o a través de intermediarios.
«Despachando
las embarcacio-
nes desde La Habana con carga de aguardiente de caña, azúcar quebrada (y cuando S. M. lo permita tabaco en rama) y yendo en derechura a dichas islas (Anabón y Fernando Poo), con el dinero que 'se llevare se podría reducirlos a negros, ya con sus habitantes
ya con cando cae a ningún
los portugueses.» La navegación no era difícil: «Desemboel Canal de Bahama y tomada la altura correspondiente se las expresadas islas sin impedimento de bajo canal ni de otro obstáculo, y será, a la ida, como de dos meses, y de
regreso más
corta por lo favorable
de los vientos.» Las embarca-
ciones más adecuadas eran las de doscientas toneladas, con capacidad para doscientos cincuenta negros cada una. Los comisionados calculaban
que
«con
ocho embarcaciones
que
solo viaje pueden introducirse dos mil negros».*
al año
den un
Según los datos del informe que cita Roig de Leuchsenring, a
los negros
embarcados
en África
«se les alimentaba,
en el viaje
de vuelta de dichas islas africanas a La Habana con el suculento
menú diario siguiente: “Por la mañana se da a los negros grandes, media galleta y un poco de aguardiente aguado y también como tres onzas de vaca en salmuera, a las mujeres y niños no se les da el aguardiente aguado, pero se les suministra un poco de galleta por la mañana y generalmente a todos se les asiste con dos
comidas al día.” Estas comidas eran seguramente a base de arroz y fame, pues los firmantes de la representación recomendaban que «para mantenerlos
a la vuelta se embarca
arroz y ñames,
de
que hay abundancia en aquella costa».? La lista de los solicitantes de ese asiento constituye un verdadero registro de la clase alta habanera de la época. Todo el mundo quería su tajada del magnífico negocio.Y nadie daba muestra del menor escrúpulo, El abolicionismo aún no había hecho mella en la conciencia ética de
la burguesía criolla. Marqueses, condes, regidores, alguaciles mayores, altos oficiales del ejército y damas de elevada alcurnia ofrecen
miles
y miles de pesos
islas de Anabón y Fernando
ello una
operación
mercantil
«para
enviar embarcaciones
Poo en busca de negros».Y muy
apropiada
y hasta una
a las
ven en labor
patriótica y cristiana. Después de todo —se decía— sacar negros de Africa ¿no era apartarlos de la idolatría y acercarlos a la Iglesia de Dios? Viejo argumento que se repetiría una y otra vez du: 6. 7.
Roig de Leuchsenring. (1937), pp. 130-131. Roig
de Leuchsenring
(1937),
p.
131.
23
rante toda la era de la trata, asentándolo en citas bíblicas y, muy
particularmente, en las Epístolas de San Pablo. Las numerosas peticiones de la aristocracia su
culminación
en
1789,
cuando
Carlos
IV
habanera tienen
lleva
a
sus
últimos
Saint Thomas, .Sainte-Domingue
y Gua-
extremos la política reformista de Carlos 111 a este respecto, decretando la libertad del comercio negrero para las provincias de Caracas, Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico. (En 1791 esta concesión se extiende a los virreinatos de Santa Fe de Bogotá y Buenos Aires y luego al Perú, Chile y La Plata.) Los esfuerzos iniciales de los negreros de Cuba no fueron muy exitosos: sus expediciones se limitaron, al final del siglo xv1It, a adquirir pequeños lotes en los depósitos
de Jamaica,
dalupe. Carecían de la experiencia necesaria para realizar el tráfico directo con África. Pero el negocio era muy tentador y los negreros cubanos, al fin, lograron ampliarlo. La primera cargazón de negros traídos directamente del Senegal por Luis Beltrán Gonet llegó a La ¡Habana el 18 de septiembre de 1798 con 123 «piezas de ébano»,
cañones
siendo
recibida
celebratorios.
solemne
felicitó
con
repique
La
Junta
efusivamente
de campanas
del Real
al victorioso
y retumbar
Consulado
en
de
reunión
comerciante.
Pese
a
.que, a fines del siglo xvIt1, los barcos negreros norteamericanos nutrían satisfactoriamente las necesidades de los traficantes criollos, otros comerciantes habaneros decidieron seguir con los intentos
por
cuenta
propia.
Así,
por
de Azcárate en su goleta «Dolores»
a La Habana,
en diciembre
lo que produjo
una
ruelos,
al
ejemplo,
Francisco
Ignacio
llevó de las costas de Africa
de 1802, un cargamento
utilidad de un 73 por ciento
de 122 bozales,
sobre el capital
invertido en la operación. Y otra vez la Junta de Gobierno del Real Consulado, presidida por el Capitán General Marqués de Somefelicitó
cargador
pues
su
éxito
demostraba
«que
los
“nacionales pueden y deben dedicarse al tráfico directo del Africa con
capitales propios,
por
ser el medio
más
directo
de
fomento
que pueda la madre patria emplear en favor de esta Colonia». - Para completar el cuadro debe recordarse, empero, que desde
muy temprano, junto al comercio oficial, el tráfico de contraban.do en esclavos había florecido a toda plenitud en las colonias -antillanas de España. Una Real Cédula de 28 de junio de 1527
prohibía la importación de esclavos sin licencia y ordenaba que 8.
lado,
Franco legajo
(1985), pp.
73,
número
cargazón
fueron
126 y ss. El acta de la Junta en ANC, Real 2.802.
La
primera
expedición
directa
Consu-
de' Cuba
al
Africa en busca de esclavos tuvo lugar bajo el gobierno de Salamanca (1658-1664), pero en la residencia tomada a este gobernador los organizadores de esa
Véase:
Marrero,
Vol.
enjuiciados
111
(1975), p.
y 63
36.
24
de
las
«piezas»
fueron
decomisa-
se confiscasen los introducidos fraudulentamente y se entregasen a las autoridades. Esta orden fue repetida en 1530 y muchas veces después, a lo largo de los siglos, en una forma u otra, aunque con muy escaso efecto. Siempre hubo en Cuba innumerables esclavos de los llamados oficialmente de mala entrada. En el siglo XVII, según las necesidades locales y los cambios en la política
internacional, hubo tratos ilegales con los holandeses de Curagao y con los ingleses de Barbados y Jamaica. Esta última isla se convirtió en el mercado ilegal de esclavos más grande a que concurrían, por esa época, en busca de mano
de obra servil, las colonias
hispanas del Caribe. En el siglo xv1Ir esos contactos se intensificaron. Y en el xix —siglo clásico del comercio clandestino, como
ya veremos—
el contrabando
fue masivo. Por eso resulta tan difí-
cil calcular el número de barcos negreros y de esclavos que vinieron al Nuevo Mundo. Philip D. Curtin, en un libro que:ha devenido
un
clásico
en
la materia,
afirma
que
el tráfico
negrero
introdujo en Cuba aproximadamente 702,000 esclavos en los tres siglos y medio que duró. Curtin subrayó, sin embargo, que el mar
gen de error —de más o de menos— para cada una de sus cifras era de un veinte por ciento. Y refiriéndose específicamente a sus
estimados tos». En
cubanos
admitió que eran «débiles en muchos
1971, D. R. Murray,
con
una
100.000 esclavos al cálculo de Curtin. Y en cubano Manuel Moreno Fraginals subió a total de los traídos
durante
respec-
seria revisión, añadió unos
todo el período
1977, el investigador 1.012.386 esclavos el
de la trata a la Isla.
James A. Rawley, en 1981, considera este último estimado «sorprendente». Quizá lo sea. Pero lo cierto es que desde 1969 cada nuevo ajuste del censo de Curtin eleva siempre la cifra de las importaciones cubanas. En espera de un estudio exhaustivo de las fuentes, por el momento puede afirmarse, sin temor a equivocación alguna, que en Cuba entraron no menos de 850.000 africanos desde la llegada de Velázquez hasta la abolición de la
esclavitud, la mayor parte de ellos (alrededor de un 85 por ciento)
después de 1800, Evidentemente, desde el comienzo mismo de su historia colonial, la población de origen africano juega un rol de
primera
la Isla?
importancia
en la economía,
la sociedad y la cultura
de
9. Mannix (1962), Capítulo 9; Curtin (1969), pp. 31-43; Murray (1971), pp. 131-149; Eltis (1977), pp. 409-433; Moreno Fraginals (1977), pp. 189-191; Rawley (1981), p. 75; Zelinsky (1949), passim. Rawley estima que a las colonias espa-
ñolas de América
llegaron un
total de 1.700.000 esclavos
durante
todo el pe-
ríodo de la trata. La mitad de esos negros fueron llevados a Cuba. Véanse los estimados de Pérez de la Riva en el Capítulo 111 de esta obra. Un buen resumen del estado actual de la cuestión en Lovejoy (1982).
25
La adquisición de los esclavos por los negreros era un proceso que en algunos lugares —por ejemplo, en la Costa de Oro— podía tomar hasta seis meses. Durante ese tiempo el capitán anclaba su barco cerca de la costa —no hay buenos puertos en el oeste africano— y a él iba trasladando los negros, según eran adquiridos. Uno de esos traficantes así lo explica en el relato de su viaje al
África en 1693; «Mientras nuestros esclavos están a bordo, encadenamos a los hombres de dos en dos, cuando anclamos ante la
costa, a la vista de su propio país, pues es entonces cuando tratan
de escaparse y de amotinarse. Para evitarlo mantenemos centinelas en las escotillas y tenemos un cofre repleto de armas siempre cargadas, constantemente a mano en la cubierta, junto con algu-
nas granadas de mano y dos de nuestros cañones apuntando hacia la puerta que siempre se mantiene cerrada...»! Como el peligro era mucho mayor si los esclavos a bordo pertenecían al mismo grupo tribal o hablaban la misma lengua, los negreros procuraban mezclar sus cargamentos, haciéndolos lo más
heterogéneos posible. Además, los negreros se valían de las ene-
mistades, desavenencias
y conflictos (tan frecuentes
entre tribus
africanas vecinas) para mantener su «carga» dividida e impotente.
Así y todo, los motines eran endémicos en la costa de embarque,
con gran pérdida de vidas humanas, o para ponerlo en términos del comercio negrero, con lamentable merma de capitales. Los horrores del viaje transatlántico, en que los negros eran
trasladados de las costas de África a las de América, han sido na-
rrados,
con
merecida
indignación,
más
de una
vez.
Conviene
re-
cordar, sin embargo, algunos de sus detalles capitales, Hacinados en las bodegas de los barcos negreros, encadenados a sus vecinos y a los tablones de la tarima en que yacían de espaldas por horas, días y semanas interminables, espantados y mareados por un misterioso mar para ellos desconocido, debilitados por el vómito, azotados por las plagas (apenas había viaje en que no muriesen unos cuantos de viruela), mordidos hasta el blanco de los huesos en sus espaldas y sus codos por las asperezas de la madera (que más parecía ataúd que medio de transporte), los esclavos sufrían un
crudelísimo shock físico y mental durante el crítico período de la travesía. Pero rara vez sus dolores conmovían
el alma
de los tra»
ficantes, que no veían en ellos personas (o semejantes) sino mercancía, un instrumento de compraventa, de intercambio y de ganancia. Por lo menos
hasta
muy fríamente dos escuelas
fines
del siglo xvIt1, ¿no discutían
comerciales
contrapuestas
el modo
mejor de llenar los barcos? Los partidarios del sistema de «carga 10.
Mannix (1962), p.- 108.
26
suelta» sostenían que era mejor dejar un poco más de espacio y de libertad entre los cuerpos en el buque: entraban así menos
pero, un poco más protegidos contra las enfermedades, proporcio-
nalmente
llegaban más
a su destino. Los partidarios del sistema
llamado de «carga apretada» mantenían, por el contrario, que mientras más negros se metieran en la bodega, aunque ciertamente morían más, más llegaban en números redondos vivos al mer-
cado. Como si se hablara de animales. No puede extrañar, por todo esto, a nadie, que los esclavos, a veces enloquecidos por el trato brutal a que eran sometidos, se rebelaran en sublevaciones individuales y colectivas. Éstas se producían con frecuencia en ese proceso de almacenamiento que ocurría, como hemos visto, en los lugares de la costa de África destinadas a la. compra y embarque de esclavos, pero luego continuaba en los sitios de desembarque en América. Los esclavos siempre ofrecieron tenaz resistencia al sistema de servidumbre que se les impuso por la fuerza. O sea, que la trata negrera pro-
dujo un tipo de inmigración extraordinariamente
curioso y pecu-
liar. El negro africano era un inmigrante involuntario, forzado, y,
sin embargo, permanente. Una vez en América no tenía la más remota posibilidad de' retornar a su lugar de origen. Estaba, por
así decirlo, condenado a la presencia perpetua y, en consecuencia, a sufrir el proceso de transculturación en su nueva situación ame-
ricana. Ya lo veremos en detalle más adelante: el negro desarraigado y transportado —quisiéralo o no— culturalmente devenía un mestizo.
Ese proceso aculturativo con lo europeo comenzaba, muchas veces, antes de que los esclavos llegasen a Cuba. Miles de ellos, a lo largo de varios siglos, pasaron primero por las «factorías» oO
depósitos transitorios establecidos en las costas de Africa y después de los horrores de la travesía transatlántica arribaban a va-
rios puertos del Caribe, traidos por buques portugueses, franceses,
holandeses, ingleses. Y allí eran «refrescados» antes de ser vendidos legal o ilegalmente a los españoles y criollos de Cuba. Los
precios variaban
de modo
considerable, según las necesidades
del
mercado y la edad, sexo, condición física y aclimatación social de
la «mercancía». Por lo general los bozales (recién traídos de Africa) valían más que los ladinos (que cambiaban de manos en el
comercio interno), aunque a veces las mujeres ladinas tenían precios más altos, tal vez porque eran usadas, por lo general, en tareas domésticas donde la familiaridad con la lengua y la cultura del amo
esclavos
como
resultaba
tenían,
el tabaco.
una
pues,
un
ventaja.
El negro
precio,
Fuere
como
era un 27
éste cual
las reses,
«género»
fuere,
como
u objeto
todos
los
el azúcar,
mercantil.
Y negro comprado era negro obligado a la absorción de lo extraño. El tráfico conducía siempre al cruce, a la mezcla, a la amalgama. El desarrollo progresivo de la economía cubana —especialmente la azucarera—-a lo largo de todo el siglo XVIII, por fin logra fijar la rutina del tráfico. Barcos de todas clases y tamaños —amplios, como los ingleses o más pequeños, como los norteamericanos—
atracan
en
los
muelles
cubanos
cargados
de
negros.
Vengan de donde vengan, arriban casi siempre en la misma época, durante los primeros seis meses del año, el momento de la zafra. Azúcar y esclavitud devienen términos sinónimos. Poco a poco quedaba
establecido
el axioma
básico
de
los
hacendados
y los
traficantes de esclavos: «sin negros africanos (es decir, sin la trata) no hay azúcar; y sin azúcar no hay país.» Sin proponérselo
—aún
más,
lamentándolo
luego
amargamente—
nantes de la Isla hicieron de ella, con tierra de inevitable mulataje.
las
su política
clases
domi-
demográfica,
Lugar de origen Para determinar la influencia de la cultura africana en el desarrollo de la cultura afrocubana, primero, y la cubana, después,
resulta indispensable
averiguar
la procedencia concreta
de los es-
clavos durante los cuatro siglos de la trata, tarea que dista mucho de ser fácil. Un número considerable de los nombres con que los amos
llamaban
a los esclavos
o con
que
éstos se denominaban
a
sí mismos, han sido conservados en Cuba, ya en documentos oficiales o privados, ya en libros, folletos, periódicos, etc. Todos parecen aludir, con mayor o menor precisión, a determinadas
áreas generales de origen. Es conveniente comenzar nuestra exploración con ellos. Los más importantes son los siguientes: lucumí, mandinga, arará, mina, gangá, carabalí y congo. a)
Lucumí:
Mucho se ha especulado sobre los orígenes del término lucumi. Lydia Cabrera dice al respecto: «Lucumí es el nombre que se da
.en Cuba a los yorubas, que ocupan la parte occidental del sur de Nigeria, con las provincias de Abeokuta, Lagos, Yebú, Ondo.»!
En 1951 el profesor William Bascom afirmaba:
blos de lengua yoruba se conocen como 1.
Cabrera
(1974a),
p. 20.
28
«En Cuba, los pue-
Lukumi
(lucumí)...
En
algurios mapas muy
tempranos
del oeste de África, se coloca el
reino o pueblo de Ulkamy al norte y noroeste de Benin, pero no
he podido
blación
encontrar en esta parte
que
1972 Bascom
hoy
sea
conocida
por
de Nigeria ningún
el nombre
parece haber abandonado
lugar o po-
de lucumí.»?
la hipótesis
En
de que el tér-
mino lucumí designa una unidad política o una región geográfica
del África, pues
dice:
«En
Cuba,
los descendientes
de los esclavos
yorubas se conocen como lucumíes, un término que probablemente se deriva de una forma yoruba de saludo, oluku mi, que signi-
fica “mi amigo”.»* Sin embargo, Olfert Dapper en su Description
de l'Afrique, publicada en 1686, habla del reino de Ulcami o Ulcu-
-ma, un país situado entre Arder y Benin, hacia el noroeste.* Una de las características de este reino es que vendía gran número de esclavos —ya prisioneros de guerra ya criminales— a los holandeses y a los portugueses, para ser enviados al Nuevo Mundo. Dap-
per también menciona al vecino reino de Benin, donde su dios (sic) es llamado «Orisa» (los Yorubas llamaban a sus dioses «Orisha»), y donde se celebraban festividades anuales en honor del
mar. Ambos reinos estaban situados en el territorio ocupado por - el grupo étnico que hoy conocemos como Yoruba. Dapper ofrece dos mapas:
en el primero, un mapa
de Africa, encontramos
cerca
de Benin una región designada «Ulcuma», en el segundo titulado «Nigritarium Regio», esta misma región aparece como «Ulkumí». En 1734, el capitán William Snelgrave menciona un país que llama
«Lucamee» situado al noreste del reino de Ardra. En su libro hay
un mapa
de esa región donde
aparece el reino de Ulcuma
o Ulca-
mi. En ninguna de estas obras se menciona el término Yoruba, que originalmente se aplicaba sólo a los Oyo y que en el siglo xIx los misioneros cristianos comenzaron a usar para referirse a todas
2.
3. 4.
Bascom
(1951), p. 10.
Bascom (1972), p. 13. Dapper (1686), p. 307.
5. Snelgrave (1734), p. 89. Lydia Cabrera y María Teresa de Rojas poseen un mapa del siglo xv1zr donde aparece dicha región claramente señalada como UrLkKuMI. En el mapa del cartógrafo francés Nicolás Sanson d'AbbeviMe (1600-1667), que reproduce Marrero en el volumen tercero de su obra (p. 27), se encuentra también una región llamada ULcuiM, cerca del golfo de Benin, aparentemente formando parte de lo que d'Abbeville denomina «Royaume Benin». 6. Ortiz (1916) y Aguirre Beltrán (1946) también hacen referencia a los mapas de Dapper y Snelgrave.
29
las tribus de la región y a su lenguaje común.? Todo parece indi-
car, pues, que en tiempos remotos había en África, cerca del golfo de Guinea, un reino (o territorio) llamado Ulcami, Ulcumí o Luca-
mi, de donde procede la palabra lucumí. Muchos esclavos cubanos, cuando se les preguntaba sobre su origen, en vez de referirse a su nombre tribal, mencionaban la
unidad política a que habían pertenecido y se llamaban a sí mismos lucumí. En Cuba esta palabra se usó en forma muy general
para referirse no sólo al grupo Yoruba, propiamente hablando, sino también a lo que Murdock (1959) llama el «racimo» yoruba,
que incluye a los Egba, Oyo, Ife, Ijebu, etc.¿ Así, por ejemplo, los esclavos se llamaban a sí mismos lucumi-egbado, lucumí-oyód, lu-
cumt-1yebú, etc. También algunas tribus vecinas, a pesar de no estar comprendidas en el «racimo» yoruba, parecen haber sido designadas como lucumi.? b)
Mandinga:
Mandinga, en Cuba, era un término general que incluía no sólo a los mandinga o malinke propiamente hablando (un grupo que
habitaba el alto Niger y los valles del Senegal y del Gambia)
sino
también otros pueblos vecinos, como los Bambara y los Diola o Yola. Habían recibido fuerte influencia arábiga y fueron traídos a Cuba sobre todo en los primeros tiempos de la colonización trayendo
consigo
sus
creencias
musulmanas.
Bastide
ha
dicho
en
1971: «Los musulmanes han sido numerosos también en Cuba... trayendo a la Isla el culto al señor Allah; pero, lo mismo que en Brasil, sus adictos acabaron uniéndose a los yorubas; Allah
7. Smith (1969), p. 15. Es preciso recordar, para evitar confusiones, que ael término yoruba que ahora se usa para describir a todos los que hablan un lenguaje común, originalmente se aplicaba sólo al pueblo del reino de Oyó. No parece que existiera una palabra que, en el pasado, se usara por los Yorubas para designarse a sí mismos». Lloyd (1965), p. 551. El viejo reino yoruba de Oyó mantuvo su dominación sobre Benin y Dahomey hasta que su poderío se opacó en el siglo xvi. Al comenzar el siglo xIx los Yorubas estaban divididos en varios estados menores. Véanse: Davidson (1969), pp.
201 y ss.; Fage (1969), pp. 102 y ss.
8.: Murdock (1959), pp. 244-245. : 9. Por ejemplo, el grupo arará y el ibo se incluían en el grupo lucumí. Ortiz (1916), pp. 26 y 38. Los Yorubas son conocidos también con el nombre lucumí en Colombia (Escalante, 1964) y en México (Aguirre, 1946). En Haiti y Brasil se les llama Nagos, porque —según Aguirre— ése era el nombre que les daban sus vecinos los Fon de Dahomey. (Cf. Aguirre, 196, pp. 132-133). Sin embargo, en Murdock (1959), p. 245, encontramos un grupo tribal llamado Nago o Anago, que es una subtribu Egba del llamado «racimo» yoruba.
30
se fundió
entonces con
Obatalá, el dios del de Obbat Allah.» ? c)
Olorún
cielo,
e incluso,
según
reapareciendo
con
E. Reclus,
el nombre
con
curioso
Arará:
En las fuentes históricas cubanas, por ejemplo en los registros
oficiales de las Sociedades de Socorros Mutuos fundadas. por ex: esclavos, aparecen varios tipos de arará: arará-cuévano, arará-sa-
balú, ararámagino, etc.!! Hoy se sabe que los arará, aradás o ardás son dahomeyanos. Como expresamos antes, Dapper (1686) mencio-
na el reino de Arder, al suroeste de Ulcami o Ulcuma.”? En el mapa «Nigritarium Regio» y en el de Snelgrave (1734) la región de Ardra
está
situada
meéeyano ocupado
al este del río Volta,
por los Ewe
y los Fon,
en
según
el territorio
Murdock
daho-
(1959).13
Ortiz (1916) dice que en Cuba se confundía al arará con el lucumi
según mencionamos en la nota 9. Algo similar sucedía en el Brasil, donde la nación dahomeyana se vio obligada a moldear su
propia
subcultura
esclavos muchas
los nombres
sobre
veces
la influyente
cultura
se referían a sí mismos
yoruba.'*
Que
los
utilizando no sólo
tribales, étnicos o lingúísticos sino los geográficos y
políticos lo demuestra el nombre, arriba citado, arará-sabalú. Ya hemos visto lo que se entiende por arará. Sabalú es una ciudad situada al norte del antiguo reino de Dahomey, unas 90 millas al
norte de 'Allada y cerca de las fuentes del río Weme.S d)
Mina:
Este nombre probablemente designaba a un pequeño grupo asociado con los Popó (del «racimo» Ewe, según Murdock) o a los
esclavos
traídos
de la estación
de
San
Jorge
de Mina,
establecida
por los portugueses en el territorio Fanti de la Costa de Oro.!S
10.
Bastide
(1969), p. :102.
11.
Ortiz (1919), pp.
27-28.
-12. 13. 14.
Dapper (1686), p. 307. Murdock (1959), pp. 252-253, Bastide (1969), p. 126.
15.
Gailey
16.
Ortiz (1916), p. 43. Sobre
(1970),
p.
101
(mapa). los minas
31
de Colombia
cf. Pavy
(1967), p. 51.
e)
Gangá:
La verdadera naturaleza de los gangás,
término
que se usaba
no sólo en Cuba sino también en México y Puerto Rico, constituye
uno de los problemas más intrigantes de la etnología cubana. José María de la Torre en 1854, Henri Dumont en 1866, Esteban Pichardo en 1875, Francisco Vidal en 1897 y Fernando Ortiz en 1906 y 1916, ofrecen abundante prueba de su presencia en Cuba." De la Torre y Dumont colocan su lugar de origen en la región costera situada al norte del Cabo de Palmas y las laderas de las montañas
Aguirre
circundantes,
Beltrán
en
íntimo
y Manuel
gangás en México y Puerto llegaron desde los primeros
contacto
Álvarez
con
Nazario,
los
mandingas.
refiriéndose
a
G.
los
Rico, respectivamente, indican que días de la Colonia hasta fines del
siglo xv1It1, procedentes de la costa de Sierra Leone y de la región
interior inmediata
a ella, así como
del territorio hoy incluido
en
el norte de Liberia. De acuerdo con Aguirre Beltrán, gangá no es más que una contracción de gangará, nombre que usaban los árabes y ciertas tribus africanas para referirse a los mende y a otros miembros
del sector malinke
meridional
de la familia
mandinga,
que se establecieron en el área arriba mencionada.!' No hemos podido encontrar evidencia alguna sobre la existencia de un grupo gangá en los mapas etnográficos de África. Los gangás de Cuba, sin embargo,
acostumbraban
a añadir
un
marbete
identificatorio
al llamado nombre «de nación», denominándose a sí mismos gangá-cramo, gangá-fay, gangá-conó, gangá-quisí, etc. Con la ayuda de esos marbetes
la tarea de localizar estos primeros
grupos
gan-
gás es relativamente fácil, como lo demuestra la siguiente tabla: NOMBRE
CUBANO
NOMBRE
Gangá-quisí Gangá-gola Gangáfay
KISSI GOLA VAT?
Gangá-tomu
TOMA
Gangá-conó Gangá-cramo Los
AFRICANO
(en Murdock
kissi, gola, vai,
1959)
KONO KRAN
komo,
kran,
toma
y mende,
con
quienes
los
17. De la Torre (1854), p. 53; Dumont (1915), pp. 164, 170, 264-268; Pichardo (1875), p. 159; Vidal (1897), p. 106; Ortiz (1906), passim y (1916), pp. 35-37, 165n. (Dumont escribió su libro en 1866, pero hasta 1915 no fue publicado por la Revista Bimestre Cubana). 18. Aguirre (1946), pp. 116, 120; Alvarez Nazario (1961), pp. 56-57.
32
gangás
están íntimamente
identificados, forman
un grupo
de pue-
blos localizados exactamente donde los investigadores cubanos del siglo xIx indicaban: al sur de Sierra Leone y al norte de Liberia (véase mapa 2). | Si esto fuera todo, no habría dificultad alguna. Pero sucede que
Lydia
Cabrera
(1970
a) se refiere
a los gangá-arrieros
como
una «nación» o tribu que hablaba lengua conga (Bantú) y los coloca entre los congos.* También, en el folleto que acompaña las grabaciones de música religiosa afrocubana hechas por Cabrera, encontramos una serie de cantos de los gangá-ñongobá llamados «mambos» por la familia de origen gangá que los interpretaba. «Mambo» es el nombre que dan los congos a sus cantos rituales. Un estudio detallado de los marbetes añadidos al nombre genérico de gangá en Cuba, según datos aportados por Cabrera, Ortiz y otras fuentes, arroja un resultado en verdad sorprendente, como se ve en esta tabla:
NOMBRE
CUBANO
NOMBRE
Gangá-gorá Gangáfay Gangá-bandoré + Gangá-nsuru Gangá-yoni Gangá-cundo
1959)
ANGAS (subgrupo: Goram) ANGAS (subgrupo: Pai) NDORO ANGAS (subgrupo: Sura) TIV (subgrupo: Iyon) KUNDU
Gangá-ñongobá +
+
AFRICANO
(en Murdock
PUKU
(subgrupo:
Nyong)
El afijo ba se usa para significar «pueblo» o «nación». Véase la nota 28.
Los angás, ndoro, tiv, kundu y puku forman un grupo de pueblos situados muy lejos de los primeros gangás, pues se encuentran
al
norte de la Ensenada de Biafra, en la Meseta meridional de Nigeria. De acuerdo con George Murdock, todos estos pueblos, con la excepción de los angás, son bantoides, o según la terminología cubana, congos.% | 19.
Cabrera (1970a), p. 141.
20. Murdock (1959), pp. 88-89. Murdock dice en la pág. 90: «Aunque por pura conveniencia los pueblos de la provincia se clasifican de acuerdo con el lenguaje, debe hacerse hincapié en que las diferencias culturales y lingúísticas revelan un grado extremadamente bajo de correlación en esta región». La clasificación de algunos grupos como pertenecientes a Gangás I y Gangás IT es ambigua en dos casos: los Gangá-fay pueden ser Vai (Gangd 1) o Pai (Gangá IT): también los Gangá-gola y Gangá-gora bien pueden ser el
mismo
grupo
y no dos entidades
distintas.
33
Evidentemente, hay dos grupos separados e independientes de pueblos africanos conocidos como gangás en Cuba. Para evitar confusiones podemos llamarlos gangás I y gangás II (véase mapa 2). Los gangás I (relacionados con la cultura mandinga y localizados en Sierra Leone y Liberia) estuvieron abundantemente representados en el tráfico negrero con Cuba en los tres primeros siglos de la era colonial. Los gangás II (en su mayor
des, desde el punto de vista cultural tanto como
situados
principalmente
en
la Meseta
Nigeriana)
parte bantot-
del lingúístico y vinieron
en
nú-
mero substancial en el siglo xIx. Henri Dumont, que practicó medicina en los ingenios cubanos de la primera mitad del siglo xtx, da fe de la casi total ausencia de mandingas en las plantaciones de la época y añade que desde hacía mucho tiempo los mandingas no eran introducidos en Cuba.?! La historia explica fácilmente este cambio de dirección en las fuentes de la trata. Tan pronto abolieron el tráfico en 1807, los ingleses se apoderaron de Sierra Leone, en enero de 1808, y establecieron en Freetown una base naval que se convirtió en el centro de operaciones de su persecución del «comercio transatlántico». Lógicamente los vecinos situados inmediatamente al norte, sur y este de esta región (o sea, los mandingas y los gangás I) se vieron
protegidos de las incursiones negreras por la marina británica. El tráfico se movió hacia el sur. Cuando los gangás II comenzaron a llegar a Cuba en el curso del siglo xIx, muchos de ellos, como
dijimos antes, pertenecían al grupo étnico de los angás y proba-
blemente este hecho explica por qué a ellos y a sus vecinos
se les
adjudicó en la Isla el nombre de gangás, término de viejo conocido y ampliamente usado para designar a africanos que procedían del área general del Golfo de Guinea.” f)
Carabalí:
Un número sustancial de esclavos llegó a Cuba procedente de la región de Biafra. Estos esclavos se llamaban a sí mismos carabalíes y procedían de un área que comprende el sureste de Nigeria (Calabar) y el oeste de Camerún. El término carabalí deriva evidentemente de Calabarí, «pueblo del Calabar». Todavía en 1579 se les conocía en Cuba como calabaríes, según puede comprobarse en un acta notarial de ese año, extraída por María Teresa de 21.
Dumont
(1915), p. 170.
22.
Eltis (1977), passim;
Curtin
(1969), pp. 243 y ss.
34
Rojas del Archivo de Protocolos de La Habana. También recibieron en la Isla el nombre de brícamos, según Lydia Cabrera.” Un estudio más
detallado
de los grupos
étnicos
de esta región
aparece más abajo, en nuestra lista de las áreas de procedencia.
Digamos aquí tan sólo que entre los carabalies eran muy comunes
las sociedades secretas y de ahí procede la famosa sociedad secreta
Abakuá
carabalíes clasificarse Mbembe y toide y, de guas
de
la
(NÑañigos),
tan
subfamilia
Benue
los
y no
en
Cuba.
Obviamente
los
son cultural y lingiísticamente heterogéneos. Pueden en dos grupos principales: 1) las tribus Ekoi, Ibibio, Yako pertenecen a lo que Murdock llama Racimo Banacuerdo con la clasificación de Greenberg hablan len-
pertenecen al Racimo Kwa.*
conocida
Sandoval
esclavos
(1627),
2)
las
tribus
Central y hablan lenguas según cita de Pavy
colombianos
se entienden
Congo;
unos
dice:
a otros,
«Los
e Ijaw,
de la subfamilia
(1967), refiriéndose
caravalíes
ni hablan
lbo
son
a
incontables
lenguas
mutuamente
inteligibles...» Y En Cuba, los carabalíes pueden ser considerados, geográfica y culturalmente,
como
un
gozne
intermedio
entre
las
áreas
que
dieron origen a las dos grandes ramas de la cultura afrocubana: la rama lucumí (yoruba) y la rama conga (bantú). g)
Congo:
En Cuba, el nombre de congo se aplicaba no sólo a los grupos étnicos conocidos como kongo (Murdock, 1959, p. 292) y sus nu-
merosas
subtribus, sino que —como
balí— era un nombre
blos
procedentes
congos cubanos
de
general
un
procedían
los términos
que se utilizaba para
área cultural
originalmente
mucho
más
lucumí y caradesignar
extensa.
pue-
Los
de la región que a veces
es conocida como Guinea Inferior (Congo septentrional y Angola) o, más específicamente, del área entre el Camerún meridional y las fronteras inferiores de ¡Angola. Todos estos pueblos hablan
lenguas
bantúes, pertenecientes
lia Benue-Congo.
al grupo
bantoide
Los congos eran muy numerosos
jaron tras de sí un legado cultural y religioso el de los yorubas.
de la subfami-
en Cuba y de-
sólo superado
por
23. Rojas (1947), p. 46; Cabrera (1970b), p. 63. 24. Esta sociedad secreta ha sido estudiada exhaustivamente por Cabrera en su Sociedad Secreta Abakuá (1970b) y Anaforuana (1975). Cf. también Courlander (1944) y Sosa (1982). 25. La lengua yoruba también pertenece a la sub-familia Kwa.
26.
Pavy (1967), p. 50.
35
Este examen del lugar de procedencia de los complejos culturales más conocidos en Cuba, perfilado con el estudio de algunas estadísticas sobre la importación de africanos a América, nos permite delinear con precisión cinco áreas geográficas fundamentales como fuentes de la inmigración africana a la Perla de las Antillas: 1) Area del noroeste Sub-Sahárico (que incluye Senegambia, Guinea, Sierra Leone cabo de Palmas).
y Liberia;
es decir, desde
el río Senegal
al
2)
Area de la Guinea Superior: (desde el cabo de Palmas hasta
3)
Area de la Ensenada de Biafra: (Calabar y el noroeste
4)
Area de la Guinea Inferior: (Congo septentrional y Angola).
los bordes orientales del delta del río Níger, comprendiendo la Costa de Marfil, la Costa de OFo (Ghana), Togo, Dahomey y la Nigeria meridional), Camerún).
5) Area africano).
de Mozambique:
Una vasta y compleja
(en
la costa
sureste
del
del continente
diversidad étnica, lingúística y cultural
predomina en estas cinco regiones del Africa sub-sahárica de don-
de vinieron a Cuba los esclavos. Lo que sigue a continuación es un esfuerzo por integrar en forma esquemática: 1) el origen geográfico de los esclavos cubanos;
2) los nombres
tribales y otras deno-
minaciones generales que se han dado a estos esclavos, tal como
aparecen en fuentes
cubanas, como
las obras
de José A. Saco,
Fernando Ortiz, María Teresa de Rojas, Esteban Pichardo, Félix Erénchun, Jacobo de la Pezuela, Henri Dumont, Leví Marrero y Lydia Cabrera; 3) el nombre de los grupos étnicos africanos según la clasificación de Murdock
(1959); y 4) las filiaciones lingúísticas
de estos grupos, siguiendo primariamente lenguas africanas de Greenberg (1963).
la clasificación
de las
Según acabamos de expresar, hemos aislado cinco áreas geográficas. Internamente hemos dividido cada una siguiendo criterios lingúísticos. Como los esclavos traídos a Cuba, con la excep-
ción de los 'Hausas, hablaban lenguas pertenecientes a la familia Níger-Congo del tronco lingúístico Congo-Kordofanio, omitimos citar este dato en cada caso. Cuando consideremos a los Hausa, sin embargo, la familia y el tronco lingúístico serán mencionados. En cada una de las subdivisiones, hemos enumerado en MAYUSCULAS —siguiendo la ortografía de Murdock— los nombres de los grupos étnicos africanos que fueron traídos a Cuba. En la misma
línea,
los nombres
a su
lado, en
minúsculas
y bastardillas,
colocamos
con que se conocían estos grupos en Cuba, de acuer-
do con las fuentes arriba citadas.
36
AREA
1. —
Noroeste
Sub-Sahárico.
(Región
los mandingas y los gangás 1.)
A
general
de origen de
Subfamilia del Oeste del Atlántico: WOLOF FULANI
Jelofe, Iolof, Jolofo. Fula, Fulbe.2
BIJOGO? DIOLA, YOLA BANYUN
Biohó. Jota, Casanga (Kassanga: los BANYUN,
PEPEL
Bran
KISSI
Gangá-quisí.
GOLA NALU BIAFADA, BIAFAR
Gola, Gangdá-gola. Nalú. Biafara.
PEPEL,
VAT?
B
(Bram:
subgrupo de
Murdock:
subgrupo
Murdock:
265).
265)
de
los
Gangá-pai.
Subfamilia Mande:
MALINKE, MANDINGO
Mandinga.
BAMBARA SUSU, SOSO
Bambara. Musoso.2
MENDE
Mende,
KONO NGERE TOMA C
Mande.
Gangá-conó. Ingre.2 Tomu (clasificado por Ortiz).
Subfamilia Voltaica (Gurj): BOBO
como
Mobwa (Bwa: subgrupo BO, Murdock: 79).
gangd
|
de BO-
27. Los Fulani estaban «esparcidos por todo el Sudán occidental, desde Senegal, en el oeste, hasta el Camerún y el Africa Ecuatorial Francesa en el este» (Murdock, 1959, p. 412). A los Fulani pertenecían, entre otros, los Ada-
mawa,
Bauchi,
Fouta
Toro,
Kita,
Liptako,
Masina,
Sokoto,
etc.
Es
muy
di-
fícil determinar a cuáles de estos grupos regionales pertenecían los Fulas cubanos. 28. Los prefijos Mu, Mo, Ba, que quieren decir pueblo, frecuentemente precedían a los nombres que a sí mismos'se daban algumos esclavos en Cuba. Cuando alguien, por ejemplo, se proclama Musoso, en realidad estaba diciendo: «Procedo del pueblo Soso». Basongo quiere decir: «pertene-
ciente al pueblo Songo». 29. Ortiz (1916). Pero dice que
pertenecen
37
al complejo
carabalí.
D
Subfamilia Kwa
(rama Kru):
KRA, KRAN SAPO AREA
2. —
Guinea Superior.
mies y de Ararás.)
A
Gangá-cramo. Sapo, Zapé. (Región general de origen de Lucu-
Subfamilia Kwa: 1
Rama
Ewe:
EWE
Ewe.
GA
Agáa.
GUN
de los FON, Gun.
FON
Ararámagino.
POPO
Popó,
Mina-popó,
subgrupo dock:
2
Rama
(Mahi:
Murdock:
2533),
de
los
Mina.
POPO,
Achante, Fanti.
Mina-ashante.
YORUBA
Lucumi,
Oyó,
EGBA
Murdock, 245). Egguado, Egbado,
IFE
Rama
subgrupo
do,
|
NUPE
Ketu.
Lucumi-oyód.
Mur-
de
(Ketu:
los
(Oyó:
"YORUBA,
Lucumitegbasubgrupo
- los EGBA, Murdock, 245).
de
Fee, Yesa, Yeza, Lucumi-yesa. (Ijesha: subgrupo de los IFE, Murdock, 245).
Ekiti.-
IJEBU Rama
(Mina:
Yoruba:
EKITI 4
253).
Akan:
ASHANTI FANTI 3
subgrupo
Iyebu,
Yebú,
Lucumí-yebú.
Nupe: Nupe, Akpa,
Tacud.%
30. En Cuba, el esclavo lucumíi llamaba al nupe con el nombre (Cf. Ortiz, 1916, p. 47). Bascom se refiere también al «pueblo Nupe en Cuba. Bascom (1951), p. 19.
38
de akpá. (Takpa)»
B
Subfamilia Semítico):
Chad:
tronco lingiístico Afro-Asiático
HAUSA C
Hausá.
Subfamilia
FULANI
D
(Hamito-
del Oeste del Atlántico:
FULBE
Fula, Fulbe.
Subfamilia voltaica: BARGU
Baribá. (Bariba: BARGU,
subgrupo de los
Murdock,
80).
AREA 3. — Ensenada de Biafra (Calabar). (Región general de origen del complejo carabalí y del complejo Gangá II)
A
Subfamilia Kwa: 1
Rama
lbo:
IBO 2
Ibo Rama
IJAW,
ljo:
IJO
Iyo,
Brasi,
Bras:
(Bras:
subgru-
po de los IJAW, Murdock, 244).
Carabalí, (Kalabary: subgrupo de los IJAW, Murdock: 244),
B
Subfamilia Benue-Congo 1
Grupo
IBIBIO
EKOI
Cross-River:
Bibi, Ibibis, Ibibios, Efik (Apapas Chiquitos, Ekete. (Efik y Eket: BIOS,
subgrupo de los Murdock: 243).
IBl-
Ekoi, Apapas Grandes, Hatan. (Atam: subgrupo de los EKOI, Murdock:
243).
31. Los ¿bos se confundían en Cuba algunas veces con los lucumíes y otras veces se incluían en el grupo carabalí. Ortiz (1916), p. 38. Cf. también Cabrera (1970b), p. 71.
39
YAKO
Uyanga. (Uyanga: subgrupo los YAKO, Murdock: 243).
de
Ekuri. (Ekuri: subgrupo de los YAKO, Murdock: 243), Ikumora. (Ekumuru o Ikumuru:
subgrupo de dock: 243).
2
los
YAKO,
Mur-
Grupo Jukunoide:
MBEMBE 3
Mbembe,
Nbembe,
Mambembe.
Grupo Bantoide:
KOSSI
Mumboma,
Mumbona,
Embo.
TIV
(Mbo, subgrupo de los KOSST, Murdock: 274, Clasificado como Congo por Cabrera). Gangá-yoni. (Iyon: subgrupo de
KUNDU
Cundo.
PUKU
Ñongobá, Gangá-ñongobá. (Nyong subgrupo de los PUKU, Mur-
los TIV, Murdock:
(Clasificado
por Ortiz). dock:
275).
92).
como
Clasificado
gangá
como
BATEKE
gangá por Pichardo y Cabrera. Bateke. (Clasificado como Congo
NDORO
Bandoré,
Familia Chad: mítico):
por Cabrera).
Gangá-bandoré.
tronco lingúístico Afro-Asiático
ANGAS
(Hamítico-
Se-
Gangás, Gangá-insuru, Gangá-gorá, Ganga-fay? (Sura, Goram y Pai: subgrupos de los ANGAS, Murdock:
92),
AREA 4. — Guinea Inferior (Congo Septentrional y Angola). (Región de origen de los Congos. Todos hablan lenguas de la subfamilia Benue-Congo, grupo Bantoide.) NGUMBA? 32.
Los angungas eran llamados
Angunga.»? congos
40
reales en Cuba. Ortiz
(1916) p. 25.
Engiiey. (Mwei, subgrupo de los FANG, Murdock: 280).%
FANG
Mobangué. Munyacara,
BANGI LUMBO BUNDA, VILI
(Yaka,
BaYaca.
Munyaca,
subgrupos
Bayaka:
de
los LUMBO, Murdock: 275). Babundo,. Cabinda, Cabenda, Kabinda. (Ka-
BABUNDA
binda: subgrupo de los VILI, Murdock: 292), Loango. (Loango: subgrupo de los VILYI, Murdock:
292).
MISANGA YOMBE, MAJOMBE SUNDI KONGO, BAKONGO
Mayombe. Musundí, Musunde. Congo, Bakongo, Mpangu.
MBALA, BAMBALA KIMBUNDU
Murdock: 292). Mumbala, Bambala. Loanda, Muluanda, Mbaka,
Nisanga.
gu:
subgrupo
(Mpan-
de los KONGO,
Mon-
dongo, Ngola, Angola, Mundembu. (Loanda, Mbaka, Ndongo,
Ngola, Ndembu: subgrupos de los KIMBUNDU, Murdock:
292). Kumba. Bombd. (Bombo: subgrupo de los SANGA, Murdock: 292). Bikas. (Bikay: subgrupo de los MAKA, Murdock: 280). Musulungo. (Musurongo: subgrupo de los SORONGO, Mur-
KUMBE SANGA MAKA SORONGO BANGALA, LUNDA LUPOLO
dock:
Lundé, Butuá.
Esola,
33.
SONGO
34.
tánamo,
Ortiz (1916) dice que formaban
evidencia
alguna
Los autores
para
probarlo.
Murdock:
292),
de
los
parte del complejo carabalt, pero no su infancia en la ciudad
distancia del municipio
de Alto Songo
subgrupo
Nbanda. (Mbande: subgrupo de los LUIMBE, Murdock: 293). Songo.A
de esta obra pasaron
Cuba, a poca
de la población
(Esela:
LUPOLO,
LUIMBE
ofrece
292).
Banguela, Banjela, Benguela,
BANGELA
era —y
41
de Guan-
de Alto Songo. La mayoría
todavía es—- negra.
SELE
Embuila. (Mbui: subgrupo de los SELE, Murdock: 292).
KISAMA SUKU
Quisama, Kasamba,
subgrupo
dock:
Kisiamo. Kisamba.
293).
de
los
(Samba:
SUKU,
Mur-
ÁREA 3. — Mozambique. (Todos hablan lenguas de la subfamilia Benue-Congo, del grupo Bantoide. En Cuba se les considera como Congos.) NDAMBA MAKUA
Mundamba. Macud.
Esta desmedida diversidad de origen se debe, en gran parte, al
hecho de que España fue la única potencia colonial que no parti-
cipó directamente en la trata, sino que obtuvo sus esclavos a través de los negreros portugueses, franceses, ingleses, holande-
ses, etc. Por eso las colonias hispánicas dentes
de toda
la costa
africana
envuelta
recibieron negros proce: en
el nefando
comercio,
dependiendo de la nación que, en cada momento, disfrutase del asiento o la autorización para traficar y de las regiones de África en que tales naciones estuviesen por ese entonces obteniendo su
carga. Las demás
colonias de América
se nutrían de los esclavos
que les suministraban los negreros de sus respectivas metrópolis o de los propios. De ahí el origen más claramente definido de su población servil. Estamos seguros de que la lista que arriba ofre-
cemos
todavía puede ampliarse. Apenas hay región del Africa tra-
tista que no haya contribuido, en mayor o menor medida, al enorme amasijo de etnias y de culturas negras que se produjo en la isla de Cuba. Resulta muy difícil determinar en qué proporción estaba re-
presentada
cada una
de las áreas
de importación
en el número
total de esclavos introducidos en Cuba. Más difícil aún es precisar qué tanto por ciento representaba cada grupo étnico traído a Cuba en cada: época de la. trata. En términos generales puede decirse
que en el siglo xv1 y la primera mitad del xvi, la mayor parte de
los esclavos procedían de la. Alta Guinea (entre el río Senegal y el Cabo. de. Palmas). En
la segunda
mitad
del siglo xvI1
el área
se
extendió hacia el sur, hasta llegar a Angola. Ciertos grupos tardaron más en llegar que otros. Los yorubas, por ejemplo, no arriba-
ron en número apreciable hasta el siglo xv1tI. Debe recordarse que como quedó dicho: más arriba— alrededor de un 85 por ciento de los esclavos entraron en Cuba después de 1800, Para algunas
42
décadas del siglo xIx poseemos un par de cálculos que pueden servir de muestra de los lugares de origen. El primero se debe a Philip Curtin. Está basado en los datos de importación del Foreign
Office
de
Londres,
modificados
por
el censo
de
Freetown,
Sierra
Leone, de 1848, que incluye los esclavos capturados por la marina británica
en
siguiente:
su campaña
ESTIMADOS
antitratista.
De
esa
DE IMPORTACIONES DE CUBA, 1817-1843
tabla extraemos
AFRICANAS
Area Costera
Tanto por ciento
Senegambia (Wolof) . Sierra Leone (Mandinga,
. Fulbe,
Golfo de Benin (Yoruba,
Fon, Popó, Nupe) .
Windward Golfo
Norte
de
del
la
Coast
Biafra
Congo
(Basa, etc.) .
Angola (Congos) . Mozambique (Macuá)
Madagascar
.
(Ibo, Efik, Ibibio,
(Congos)
—.
.
. .
+.
+. .
+.
. .
Susu, etc.) .
.
.
. .
etc.).
.
.
.
+.
+... +. +. +.
+.
+.
0,1 3.3
.
...
0.6
.
31.1
9.9
+...
13.0
+. . +...
11.3 29.5
+. 0.
1.0
(Curtin, op. cit., pág. 247)
El segundo estimado es de David Eltis y se basa en cifras de exportación de todas las áreas africanas envueltas en la trata. El-
tis establece seis regiones, a saber: 1) Guinea Occidental: la costa situada al oeste y al norte del río Volta hasta Senegal; 2) Ensenada de Benin: desde el Volta hasta el Niger (sin incluir este último);
del
3) Ensenada
Congo:
del
de
Cabo
5) Angola: del Congo al norte y al este del se refiere al período Cuba se refiere, héla
Biafra:
López
del
hasta
Niger
(e
al Cabo
incluyendo)
López;
el
río
4)
Norte
Congo;
al Cabo Santa Marta; 6) Africa Sudoriental: Cabo de Buena Esperanza. La tabla de Eltis comprendido entre 1821 y 1843. En lo que a aquí: ES
43
IMPORTACIONES Guinea Occident. 1821-25 1826-30 1831-35 1836-40 1841-43
AFRICANAS
EN
CUBA,
Golfo de Golfo de N. del Benin Biafra Congo
27.9 34.8 18.7 28.8 34.0
26.8 20.9 18.7 24.3 36.0
45.4 44.2 46.2 21.9 3.1
1821 A 1843 Angola
Africa Sud-orient.
— — 9.8 3.5 —
— — — 14.9 5.0
— — 6.6 6.5 22.0
(Eltis (1977), pág. 419) Las diferencias entre la tabla de Eltis y la de Curtin son notables. Las oscilaciones de una década a otra son también apreciables. En general, parece que el número de Congos (término que en Cuba comprende todos los bantúes, es decir, las tres últimas columnas de la tabla) aumentó sistemáticamente a partir de 1830.
Pero
los
esclavos
procedentes
del
en
pueden citarse
Golfo
de
Benin,
sobre
todo los Yorubas continuaron llegando en forma substancial durante el siglo xIx. Pasando de cálculos sobre la trata (importaciones y exportaciones) a estimados sobre la presencia proporcional de los distintos grupos étnicos
Cuba,
profesor Manuel Moreno
las cifras
que
ofrece
el
Fraginals en su historia de los ingenios
cubanos sin indicar las fuentes de donde las obtuvo:
ORIGEN DE LOS ESCLAVOS DE INGENIOS
1850-1860
Grupo
Luca
Étnico
%
Carabalí
.
Gangá Mina . Bibí . Otros .
O . . . +... +. . . .. +... . . . . . .
Congo
CUBANOS,
.
.
.
.
(Moreno 44
.
.
...5
+. +. 0... . ..
34152 s
17.37
16.71
11.45 3,93. 2.84 13.18
Fraginals (1978), Vol, IT, p. 9)
La sociedad No
Los
que quedó atrás
negros
trajeron
esclavos
consigo
más
fueron
sacados
de África
casi desnudos.
que la carne, maltratada por las tablas
del barco negrero, y la cultura, pronto macerada también brutales exigencias de su nueva situación económico-social. posible excepción de sus míseros trapos y algún que otro ritual, atrás dejaban todo lo material: su tierra, los palos monte,
azadas,
las
yerbas
de
sus calderos,
su
sabana,
sus armas
los
bejucos
de
sus
de caza y de guerra...
por las Con la objeto de su
selvas,
sus
todo.
Sin
embargo, África, su África, venía junto con ellos. Y, a pesar de todas las presiones del nuevo medio, entre ellos continuaría viviendo hasta el final de sus días y aún más
allá:
en la vida espl-
ritual de sus hijos y sus nietos. Todavía más: con inesperado e increíble vigor, esa cultura africana iba a penetrar los poros de la sociedad europea en que se le obligaba a vivir y, al cabo de los
siglos, acabaría por integrar con ella una cultura nueva y original. Y como
no hay modo
de entender
una
sus elementos, es preciso preguntarse:
síntesis
¿cómo
si no
se conocen
era esa África que
los esclavos dejaron atrás y que, sin embargo, con ellos vino hasta las tierras de América, para echar aquí otras complicadas raíces?
La primera mirada será para el trasfondo geográfico. Con excepción de los que llegaron de Mozambique, en las costas del océa-
no Índico, los negros cubanos en su inmensa mayoría procedían —como acabamos de ver— de una faja más o menos ancha, que corre paralela a la costa occidental del África sub-sahárica, apro-
ximadamente desde el norte de Senegal hasta el sur de Angola. Esta es el Africa clásica de la trata de esclavos. Fisiográficamente hablando, en ella predomina el clima tropical húmedo de la clasificación de Kóppen. Sólo en los extremos norte y sur, donde la faja se acerca a los desiertos, el clima se convierte en estepario. Las dos variedades del clima tropical húmedo (selva y sabana) se alternan
en la región.
Desierto, estepa,
selva y sabana
son
los
cuatro tipos de ambiente físico que el africano esclavizado podía considerar como propios. En consecuencia, su adaptación al clima carácterístico de Cuba (sabana tropical, según la tabla de Kóoppen) no debió resultar excesivamente difícil o penoso.!
El clima, la vegetación y los distintos tipos de cultivo se imbri-
can en esta zona de África con notable coherencia. Las temperaturas permanentemente altas y la humedad abundantísima que
dejan detrás lluvias constantes, se combinan para producir la selva 1.
Véanse,
a este respecto,
entre
otras las siguientes
Obras:
Jarret
(1962);
Blij (1964); Mountjoy y Enbleton (1966); Grove (1967); Gann y Duignan (1972).
45
ecuatorial, cuya máxima expresión africana tiene lugar hacia el Golfo de Guinea, incluyendo la mayor parte del sur de Nigeria, el
suroeste del Camerún,
la llamada Guinea Ecuatorial (es decir, Río
Muni y Fernando Poo), la mayor parte de Gabón y la sección septentrional de la cuenca del Congo. En la faja se encuentra otra
región de selva, situada al oeste de la anterior, con su centro en Liberia, aunque ésta cuenta con una estación de seca de unos tres o cuatro meses de duración y, por lo tanto, presenta algunas características propias, que la distinguen de la otra.
Fronteriza a la zona de selvas se extiende la sabana.
región, la rítmica sucesión
de estaciones
En esta
de lluvia y de seca
última en el invierno), así como la presencia de una humedad nerosa (aunque siempre inferior a la del área selvática) una vegetación de altas yerbas tropicales, salpicada de
(esta
ge-
produce bosques
que se tupen cuando la sabana se acerca a la zona de las selvas y se hacen mucho más ralos cuando es la zona esteparia la que está cercana. Hay geógrafos que colocan entre la estepa y la sabana una zona intermedia, de hierbas más cortas y árboles más pequeños, a la que llaman estepa tropical. Casi todos los negros que fueron traídos a Cuba desde esa gran faja del oeste de África eran agricultores. La agricultura, en el
occidente africano, presentaba una dicotomía fundamental, basada
en las realidades fisiográficas que acabamos la de la selva, otra la de la sabana,
borraba en las regiones fronterizas, claban. Con cada patrón productivo
Esta
de resumir:
una era
división, sin embargo,
se
donde los sistemas se mezse asociaban, además, otros
factores de la vida económica y social: artesanía, sobre todo en la producción
por ejemplo, los tipos de
de textiles y en el trabajo
de los metales. Los pueblos que habitaban la región de las selvas vivían fundamentalmente de tubérculos y frutas. La raíz más consumida era el ñame
(sobre
todo
el llamado
«ñame
blanco
fruto más apreciado era el plátano o banano.
de
Guinea»).
El
La dieta se suple-
mentaba con aceite de palma, legumbres, la carne de algunos animales (sobre todo la cabra) y los productos de la caza y la pesca.
También se consumía la cola, cuya cafeína servía de antídoto para la fatiga de los caminantes. En la selva que se extiende desde Gambia a Liberia se cultivaba, además, arroz. La comida principal
típica de la selva tenía lugar al caer el día. Sus ingredientes básicos eran el aceite de palma y una especie de pudín o fufú hecho de ñame. Las mujeres preparaban al fuego una mezcla de aceite y agua en la que echaban frijoles, semillas de melón, cebollas, quimbombó y otros vegetales, más lo que hubiera a mano de carne y
pescado,
aderezándolo
todo
generosamente 46
con
sal y pimienta,
para aplacar el sabor desagradable de los alimentos muchas veces descompuestos por el calor excesivo. La carne era muy apreciada y escasa y, cuando no había otra, se apechugaba a la de perro, así
como a reptiles e insectos. El consumo de las aves de corral estaba por lo general limitado a las ceremonias religiosas. Los pueblos de la sabana eran fundamentalmente cultivadores
de granos. El mijo y el sorgo o zahina se adaptan bien a las con-
diciones climáticas de la región (breves períodos
dos
suelo.
de calor
También
seco
e intenso)
se
cultivaban,
y a la baja como
de lluvias, segui-
fertilidad
alimentos
relativa
auxiliares,
del
arroz,
frijol, cebolla, melón de agua, etc. El plato principal del desayuno
de la sabana era una cocción de harina de millo o de sorgo de variada consistencia según el lugar. Por la noche, típicamente, se
comía una bola de pasta de cereales con salsa muy sazonada que contenía vegetales, semillas de melón y, de ser posible, pescado,
carne o pollo. La dieta de la sabana era más rica en proteínas, calorías, minerales y vitaminas que la de la selva.? En toda la región subsahárica el hierro era conocido desde muy atrás, pero no se utilizaba el arado sino la azada en las labo-
res agrícolas,
tanto
para
los granos
como
para
los
tubérculos.
La
azada más corriente era la de mango corto. El método de siembra más común era el de rotación de cultivos. Después de usar una parcela de tierra por dos o tres años, ésta se abandonaba, dejándola en barbecho
una
nueva
cultivo. Para
parcela
por largo tiempo
se desbrozaba
el negro
africano
(a veces hasta quince
y quemaba
para
la tierra, siempre
años) y
dedicarla
al
abundantísima,
era un bien común, que pertenecía al grupo social en su conjunto, de cuyas manos —y sólo en usufructo— el individuo la recibía. Una economía pastoril predominaba en las regiones esteparias
situadas al norte y al sur de la región Además, por buena parte de la porción
de la selva y la sabana. septentrional de la saba-
na, a donde no llegaba la mosca tse-tse, que impedía el desarrollo del ganado en el sur, se había dispersado un pueblo nomádico y ganadero, los Fula, Fulbe o Fulbt, quienes se establecían por períodos más o menos largos en los bordes de las áreas ocupadas por los pueblos agricultores, manteniendo con ellos un intercambio constante.? Por lo general, la economía de la gran faja de la trata era en
lo básico una economía de subsistencia, que funcionaba al nivel de pequeños poblados o villas y, en consecuencia, se caracterizaba
2. Daryll Forde, «The Cultural Map of West Africa: Successive Adaptations to Tropical Forests and Grasslands», en Ottenberg (1960), pp. 124-128, 3. Los Fula, Fuibe, Fulbi (Fulani) —recuérdese— ocupaban un área muy
extensa en el oeste africano.
47
por el fraccionamiento: más que una unidad estructurada era un simple agregado de miles de pequeñas economías independientes, con débiles conexiones entre sí. De ahí que los idiomas fuesen tantas veces locales. Y que la organización social, en ocasiones, apenas rebasase el nivel de la tribu, aunque varias de estas sociedades lograron acumular excedentes de riqueza suficientes para permitir el desarrollo de grandes concentraciones de poderío económico, social y político, como los reinos de Mali, Songhai y otros, de que hablaremos luego. Aún en estos reinos los lazos unificadores
eran,
por
aislamiento
lo general,
absoluto
bastante
nunca
existe,
flojos.
la
Por
lo
demás,
intercomunicación
como
el
acabó,
con el tiempo, por dotar de una homogeneidad cultural relativa a extensiones geográficas relativamente amplias.* | Los patrones de la organización social no superaban, por lo común,
en dimensiones,
la escala de los patrones
económicos
que
acabamos de resumir. Territorialmente hablando la unidad básica era la villa o poblado, pero desde el punto de vista sociológico la célula fundamental es otra: el clan y el tipo peculiar de familia que lo integra. La relación social clave se funda sobre la consan-
guinidad
más que
sobre
la vecindad.
Y los lazos
que unifican el
conjunto participan más de lo místico y religioso que de lo simplemente económico y geográfico. El mundo social de los negros africanos era cualitativamente distinto del de los europeos que los
compraron como esclavos. Hay que mantener siempre a la vista esa diferencia si se desea comprender el proceso simbiótico que va a producirse en América entre ambas culturas.
El africano que fue traido a América se sentía ligado a sus semejantes ante todo por la solidaridad creada por una peculiar forma de parentesco: cada individuo pertenecía a un clan, un grupo con funciones distintas en las distintas regiones del occidente africano, pero que en todas se caracterizaba por considerar a sus miembros como parientes consanguíneos (aunque lá relación no pudiese ser substanciada genealógicamente), o sea, como descendientes de un antepasado común. Este hecho, por lo general,
se simbolizaba por la posesión de un emblema o totem que asociaba al clan con una planta, animal u objeto ancestral sagrado, de cuya mística esencia de algún modo todos los miembros del clan participaban y alrededor del cual se integraba todo un complejo sistema ritual de tabúes, mitos, prácticas y ceremonias. Además cada clan se sentía identificado con algún sitio, con algún pedazo de tierra que se consideraba como común: morada bendita 4. George
Dalton, «Traditional
(1970), pp. 61 y ss.
Economic
48
Systems»,
en- Paden
y Soja
de los antepasados, de los muertos, tanto como de los contemporáneos, de los vivos y de los hijos aún por venir. El clan estaba formado por dos o más familias extensas, es
decir, por amplios grupos de parientes efectivamente consanguíneos, tres o cuatro generaciones (bisabuelos, abuelos, padres, hijos) que vivían juntas bajo una jefatura común. Dentro de la
familia extensa funcionaban unidades menores, predominando el tipo.denominado poligínico (un hombre con dos o más esposas). El parentesco se trazaba siguiendo una de las dos formas alternativas de la descendencia unilineal: el patriarcado predominaba en la sabana, el matriarcado en la selva, aunque con muchas excepciones. La autoridad del jefe masculino de la familia era —y sigue siendo— muy vigorosa en el oeste africano, tanto para regular las. actividades del grupo de parentesco, como para dirigir la vida
social en la comunidad de carácter territorial. Por lo general, las villas o poblados contenían varios clanes ligados entre sí por lazos
intermatrimoniales, pues uno de los tabúes más corrientes de este tipo de sociedad era la endogamia. Otro factor decisivo era la edad, que determinaba la participación del joven en «sociedades» o «clubes» de contemporáneos simultáneamente iniciados y que regía, además,
en forma decisiva, la organización
social y política.S
de la autoridad
En ocasiones el clan desbordaba el marco de la unidad consanguínea y ritual para convertirse en una unidad económica y
legal. A veces la actividad económica
dimanaba
no del clan sino
de la entidad territorial (villa o poblado). Pero, en todo caso, el clan era siempre la célula básica de control social. Dentro del
clan se producía la asistencia recíproca en las distintas actividades de la vida, se resolvían los conflictos bajo el arbitrio de los ma-
yores, se realizaban
los ritos ligados
a la producción
agrícola.
El
fuera
del
clan regulaba la mayor parte de las relaciones sociales. Definía las relaciones consideradas como incestuosas. Confería el status de ser libre:
clan).
(el esclavo
Garantizaba
el
era siempre
acceso
al
un
hombre
territorio
situado
ancestral.
Promovía
la
ayuda militar en casos de necesidad. Establecía las formas de participación en los funerales. En fin, el clan gobernaba gran parte de la vida diaria del africano. Y exigía de sus miembros una disciplina estricta: respeto a las reglas y tabúes tradicionales, intervención activa en las ceremonias, contribución sostenida al mantenimiento de la solidaridad clánica esencial. Con toda razón 5. 6.
July (1975), Capítulos 4 y 5. Cf. Murdock (1959), pp. 24 y ss.
49
Balandier
(1968), passim.
ha podido decir Kimble (1960) que el clan era «el sistema circulatorio» de la sociedad africana primitiva.? Por
encima
del clan se encontraba
la tribu,
termino
antropo-
lógico de naturaleza muy controvertida. En el oeste de Africa la tribu puede considerarse como una aglomeración de clanes o villas que integraban una unidad cultural definida y poseían comunidad de lengua, territorio y estructura política, así como simila-
res usos y costumbres. En su forma más rudimentaria la tribu consistía de unos pocos grupos de familias o clanes que vivían
independientemente. En el otro extremo encontramos tribus con poblaciones de cientos de miles de individuos que ocupaban áreas
extensísimas, aunque estas tribus enormes eran más bien la excepción que la regla y, en realidad, deben ser consideradas ya como entidades supra-tribales.
Muchos sociólogos estiman que los sistemas políticos tradicionales del Africa Occidental se derivan de los sistemas de autoridad y status característicos de la organización familiar y 'clánica. En algunas áreas la centralización administrativa mínima indispensable para poder hablar de «estado» no se daba en lo absoluto. La vida política no rebasaba el nivel de la villa. Y en esas villas pre-
dominaba una forma de gobierno que Murdock ha llamado demo-
cracia primitiva y Hubert
Deschamps
denomina
anarquía:
funcio-
a la comunidad. No
manda-
naba en ellas un consejo de ancianos encabezado por un jefe, a menudo hereditario, pero que no era sino primus inter pares. Ni
él ni el consejo podían dictar normas
ban: trataban de persuadir. La estructura del clan y la del gobierno se confundían. Entre
mente
estas
democracias
desarrolladas
embrionarias.
primitivas
se contaban
En su forma menos
y
diversos
las
monarquías
tipos
de
plena-
monarquías
orgánica, estos reínos compren-
dían unas pocas villas que tenían el mismo rey, pero éste era apenas un símbolo de esta unidad: a veces desempeñaba ciertas funciones
religiosas, pero
su participación
en
el proceso
real
de
gobierno era prácticamente nula. No faltaban monarquías en las que cada «villa era soberana pero donde uno de los clanes era reconocido por todos como el «clan fundador». Los miembros de este clan se consideraban a sí mismos como una especie de «aristocracia», a la cual pertenecía el «rey», pero la función de éste era
estrictamente simbólica.* Ahora bien, en varias ocasiones —y
los siglos que inmediatamente .7. 8.
por causas
diversas— en
preceden y siguen al establecimien-
Kimble (1960), Vol. IT, p. 9. Murdock (1959), p. 33; Deschamps
50
(1962),
pp.
13-36.
to de la trata, surgieron en África Occidental varias unidades políticas mucho más complejas, monarquías que en lo sustancial siguen el modelo de despotismo africano acuñado por Murdock. Las notas divino;
básicas
b)
de este
aislamiento
sistema
ritual
del
son:
a) absolutismo
monarca;
c)
de origen
presencia
de
una
corte «real», con elaboradas reglas de protocolo; d) desarrollo de una burocracia territorial, que tiene a su cargo la administración de provincias,
distritos y comunidades
locales;
e) existencia
de un
consejo supremo en la capital, formado por los ministros (un visir, o primer ministro, un comandante militar, un ministro de justicia, un custodio de las tumbas reales, etc.); f) un sistema de
sucesión electoral:
acceso
el rey a menudo
designa su heredero, pero el
de éste al trono no es automático;
de un comité
de ministros
con poderes
depende
electorales,
de la decisión
que muchas
veces ignoraba los deseos póstumos del rey, con lo que la sucesión saltaba frecuentemente de una rama a otra de la familia real; g) sacrificios humanos: en muchos estados negros los funerales del
rey se acompañaban Como
bien
con sacrificios humanos,
advierte
Murdock,
no
todas
estas
a veces cuantiosos. características
se
presentan siempre en todos los grandes reinos subsaháricos, pero la mayoría de ellas por lo general aparecen con notable regu-. laridad.? Muy poco se sabe de la historia del Africa Occidental antes del año 1000 de nuestra era. Los testimonios de los geógrafos árabes nos permiten saber, empero, que para esa fecha existían varios estados de considerable extensión e importancia en esa región. Los
más
notables
eran
el
de
Takrur
(en
el
valle
del
Senegal)
y.el de Ghana (en el sureste de la actual Mauritania). Este último era el más importante. En su momento de máxima expansión dominó un territorio de más de cien mil millas cuadradas, que se
extendía desde el río Senegal hasta el Niger, lindando por el norte con los bordes del gran desierto. El rey —cuyo título, Ghana, le daba nombre al estado— llegó a contar con un ejército de más
de
200.000
soldados.
El
grupo
étnico
más
señalado'era
el
So-:
ninke, que linguísticamente constituye una rama del tronco Mande. Los Mande eran negroides, pero los Soninke se habían mezclado con los Bereberes, porque el imperio Ghana estaba situado en el crucero
riano.
de
una
de las
rutas
capitales
del
comercio
trans-saha-
Al comenzar el siglo x111, Ghana, que desde algún tiempo atrás
venía
ninke, 9.
en
los
decadencia, Susu.
Murdock
Pero
(1959),
se derrumba muy
pronto,
p. 39.
51
al impacto
alrededor
de
del
un
año
pueblo
1230,
Solos
Mandinga, dirigidos por su gran líder Sundiata, derrotaron a los Susu y establecieron un nuevo reino, Mali, que comprendía el antiguo territorio de Ghana y lo desbordaba sustancialmente en todas direcciones hasta duplicar en extensión al viejo reino. Un siglo después, cuando lo visita el ilustre viajero árabe Ibn Battuta, Mali se encuentra en el apogeo de su desarrollo. Pero a mediados del siglo xv, hendido por disputas internas y presionado por sus vecinos, el reino de Mali comenzó
a desmoronarse
y el proceso de
fraccionamiento culminó en el siglo xvir con la total destrucción de lo que quedaba del núcleo central. Uno de los pueblos tributarios de los Mali, Songhai,
que vivía
en la curva noreste del Niger, a mediados del siglo xIv había conseguido su independencia y en el último tercio del xv, bajo el mando de Sunni Ali Ber, se convirtió en un poderoso imperio multinacional. Por entonces Songhai era, al menos nominalmente, un pueblo islámico. La ciudad más famosa de este reino, Timbuctú, devino
no
sólo un gran
centro
comercial
sino
también
una de
las más ilustradas capitales del mundo. El geógrafo hispanoárabe León Africano, que la visitó en 1513 dice en su Descripción de
Africa
que
en ella vivían numerosos
menor
entidad
doctores,
jueces,
sacerdotes
y otros hombres de gran saber, que recibían generosas pensiones del gobierno real. El imperio Songhai se derrumbó cuando fue derrotado por un ejército marroquí mandado por el famoso eunuco español Judar Pashá a fines del siglo xvi. Varios reinos de se dividieron
el antiguo
territorio
imperial.
La integración de grandes estados no fue dominio exclusivo de los pueblos de la sabana. También en las selvas de la costa de Guinea el proceso se repite, aunque un poco más tarde, En la llamada Costa de Oro (hoy territorio del moderno estado de Ghana) se establecieron poco después del año 1000 DC varias tribus del pueblo Akan. Cuando los portugueses comenzaron a llegar con sus
bareos a esa región los Akan habían
formado
una serie de peque-
ños estados tanto en la costa como en el interior. Alrededor del año 1400 había surgido un reino poderoso, el de Bono, en la parte central de la Ghana actual que controlaba una de las más importantes fuentes de oro de todo el territorio. Por varios siglos los reyes de Bono mantuvieron una suerte de pequeño imperio con varios réyezuelos tributarios. Para fines del siglo xvII otros dos poderosos reinos emergieron entre los Akan: los de Akwamu y Dankyira,
mey
el primero
entre
(hoy Benin), el segundo
vasallos de los Dankyira 10.
Murphy
la Ghana
central y el moderno
en el suroeste de Ghana.
se encontraban
(1972), Rotberg (1965), Hallet
32
Entre los
varios pequeños
(1970), passim.
Daho-
estados
Ashanti en el centro de Ghana, en la vecindad de la ciudad de Kumasi. Ese núcleo se independizó a fines del siglo XVII y se desarrolló
subsiguientemente
en
un
importante
Bajo
imperio.
el
liderazgo de Osei Tutu y Opoku Ware el poderío Ashanti se extendió sistemáticamente hasta alcanzar alrededor de 1750 casi todo el territorio de la Ghana actual, En Dahomey el pueblo más importante era el de los Fon que para el siglo x111 parece haberse trasladado del borde de la sabana a la selva en el actual territorio dahomeyano. El primer estado Fon de importancia fue el de Ardra, establecido en el siglo Xvi,
con su capital en la ciudad de Allada, situada a unos 50 kilómetros al norte de la costa. A principios del siglo XvII surgieron estados,
otros
los
más
importantes
fueron
cuales
de los
los
de
Jaquin y Whydah en la costa y el de Abomey, en el interior, todos ellos bajo la soberanía nominal de Ardra, Abomey se convirtió en Dahomey.
el siglo
En
conquistó
xv1i1 Dahomey
a su
y sometió
dominio los reinos de Ardra, Jaquin y Whydah. Por largos años Allada fue un gran centro proveedor de esclavos para el comercio transatlántico.!! En el suroeste de la Nigeria actual se estableció, antes del año 1000 DC el pueblo ahora conocido con el nombre de Yoruba, dividido en dos ramas capitales: uno en la sabana en la región de Oyo, otro en la selva en la región de Ifé. La tradición yoruba fija el origen de los pueblos de ese nombre en la ciudad sagrada de Ifé. Uno de los mitos explica cómo la humanidad toda procede de los primeros hombres allí creados. Hacia 1400, alrededor de Oyo
se construye
el más
estado
importante
yoruba
que
en
los
siglos XVI y XVII extiende su territorio hacia llorin, en el norte, y
hacia el sur y el suroeste, estableciendo
Yoruba
de Egbado
y sobre los Fon
soberanía
sobre el estado
de Dahomey. Egbado
le dio
acceso a la costa y a la participación en el comercio con Europa. Alrededor de las ciudades de Ifé, llesha, Ibadán, Lagos, Ijebu-
Ode, Akure, Ondo y Abeokuta surgieron estados altamente estruc:
turados. El arte alcanza en esta región niveles extraordinarios de desarrollo. En Ifé, alrededor del siglo xI11, florece una escuela
de escultura
naturalista
(cabezas
en bronce
y terracota)
pite con los modelos más altos del arte universal. Al este del
territorio
Yoruba
—pero
todavía
que
al sudoeste
río Niger— vivían las tribus de los Edo, fundadores
com-
del
del gran im-
perio de Benin, que en los siglos Xv, XvI y comienzos del xvi1 era considerado por los europeos como el más importante de los rei-
nos del África occidental. Los artistas de Benin asimilaron la in11.
Ibidem, id.
53
fluencia de los grandes escultores de Ifé, aunque en el proceso parte del naturalismo se fue perdiendo y las estatuas de Benin,
aunque excelentes desde el punto de vista técnico, presentan una dimensión más bien simbólica, que se manifiesta, por ejemplo, en
la exageración de algunos rasgos faciales, sobre todo la boca y los ojos. De todos modos, la producción escultórica de Ifé y Benin integra'uno de los capítulos más ilustres de la historia del arte.!
A partir del sureste de Nigeria, la faja de la trata curva hacia el sur y atraviesa el ecuador y el río Congo para penetrar en An-
gola. En esta zona la cultura predominante es la Bantú que, por. lo
demás,
se extiende
por
toda el
Africa
subecuatorial,
desde
el
Atlántico hastá el océano Índico. Los bantúes eran vistos original-
mente por la antropología como ajenos al resto del complejo cultural del Africa negra. Hoy se sabe, empero, que no son más que una de sus provincias. Por ejemplo, desde el punto de vista lingúístico, los centenares de lenguas bantúes forman una rama del gran tronco Congo-Kordofanio. En la meseta que se extiende al sur del río Congo, un rey guerrero del pequeño estado bakongo
de Bungu llamado Wene, fundó en el siglo xiv un reino que recibió el nombre del gran río del África central, con que limitaba por el norte: Congo. A la llegada de los portugueses ese reino lle-
gaba por el sur hasta el río Loje e iba, en dirección este-oeste, desde el Atlántico hasta casi las márgenes
mera mitad
del siglo xvi, su monarca
más
del Kwango.
famoso,
En la pri-
Alfonso
1, trató
inútilmente de convertirlo en un gran estado cristiano en el cora-
zón del continente
negro.!*
Conviene insistir aquí en el hecho fundamentalísimo de que esclavos no trajeron a Cuba una cultura africana unificada y mogénea, por la simple razón de que tal entidad monolítica existía. Los pueblos. de África habían elaborado, en el curso los siglos, un número extraordinario de instituciones sociales, líticas y económicas distintas, así como una gran variedad
costumbres, los diversos
los hono de pode
religiones, lenguajes, estilos artísticos, etc. Pero si sectores de la cultura africana diferían notablemente
en los detalles de sus manifestaciones individuales concretas, los esquemas básicos de su visión del mundo, de su Weltanschauung;
eran
estructural
y funcionalmente
muy
similares.
Los africanos
pertenecían a miles de clanes y tribus diferentes, pero todos pertenecían a algún clan, todos participaban de alguna forma de vida tribal. Lo mismo puede decirse de su religión. Sus creencias, sus ritos y sus dioses podían ser completamente diferentes, pero 12. 13.
Willet (1967). Murphy (1972), pp. 192-196.
54
todos los africanos trajeron consigo un modelo de vida religiosa caracterizado por los siguientes elementos: 1) creencia en un Ser primordial y único, en un Dios Supremo, creador y dueño del
universo; 2) creencia en un panteón más o menos nutrido de divinidades, que actuaban como intermediarias entre los seres humanos y el Ser Supremo; 3) culto a los antepasados, quienes
después de muertos continuaban actuando como supervisores espirituales de la familia, a la que seguían perteneciendo a influyendo desde el más allá; 4) creencia en otros espíritus (a más de los antepasados y las divinidades): muertos con quienes los vivos podían establecer comunicación y que ejercían una influencia positiva o negativa sobre el mundo “superviviente; 5) práctica de la y de la medicina
magia
Las
mágica.
africano
occi-
de su existencia
indi-
religiones
del
dental podían diferir en muchos detalles, pero el sentimiento religioso
vidual
todos
permeaba
siempre
y colectiva,
constituyendo
los estratos el centro
unificador
de
su
tabla
de valores, de su «orientación filosófica», de su sistema comunitario, de su cultura. Como bien dice J. S, Mbiti, las religiones tradi-
cionales de África «no son primariamente para el individuo sino para la comunidad de que éste forma parte... Para ser persona
humana
total, lo que implica
hay que pertenecer a la comunidad
participar en las creencias, ceremonias, rituales y festivales de esa comunidad. Una persona no puede separarse de la religión de su grupo, porque el hacerlo implica cortar sus raíces, aislarse de sus
cimientos, destruir los lazos de su parentesco... Abandonar la religión equivale a una auto-excomunión de toda la vida social... Los
africanos no saben como existir sin religión».'* Es por eso que la vida cotidiana adquiere entre ellos una dimensión mística. Todas las actividades (cultivo, pesca, caza, guerra, etc.) están regidas por
ritos específicos. Sociedad
parable.
y religión se integran en unidad inse-
A pesar de que los europeos consideraban a los africanos como resulta
inferiores,
evidente
que
la distancia
entre
los amos y de los esclavos no era tan radical como
ver. Este hecho
es de capital importancia
pues
la cultura
de
se ha querido
explica
la posibi-
lidad —posteriormente realizada— de un proceso de toma y daca
entre ambos
elementos.
Los negros
fueron obligados
a abandonar
partes sustanciales de su herencia cultural y a adquirir muchos de los usos y las costumbres de sus esclavizadores, Esto resultaba
particularmente decisivo en el terreno de la vida política y de las
relaciones
sociales fundamentales.
Un monarca
africano
vendido
como esclavo era en América no un rey sino un esclavo. El sistema de estratificación social y las líneas básicas de las estructuras cla14.
Mbiti (1970), p. 3.
55
sistas eran en América totalmente distintos a los africanos. Las divisiones horizontales (castas, clases, etc.) y las verticales (clanes, tribus, sociedades secretas, etc.) en que el africano se movía en África desaparecían en el mundo transatlántico, porque el esclavo negro fue traído a América como individuo aislado, escindido de su grupo ancestral por el tajo de la trata, mezclado en los barcos
con negros
de otras tribus
e idiomas
tan extraños
a su ancestro
clásico como los blancos que los encadenaban, vendían y compraban en los mercados de carne humana. Sin embargo,
el africano
se las arregló
para
preservar
en su
nuevo domicilio muchas de sus tradiciones. A este respecto fueron ayudados por el común
«estilo de vida» que antes mencionamos y,
además por otra característica de la sociedad africana pre-colonial: su notable conservadurismo, su intenso apego a las propias costumbres. «Las sociedades tradicionales de Africa —ha escrito George
Dalton—
eran no
ralmente separadas
sólo pequeñas
sino
semi-aisladas, cultu-
por el lenguaje, la religión y la organización
política. Viejas animosidades heredadas constituían otro factor de separación. Los riesgos a que se veían expuestos los viajeros, así como las pobres facilidades de comunicación y transporte, con-
tribuían al aislamiento físico. En estas comunidades de marco localista, en que todo el inundo conoce a todo el mundo y las
mismas personas comparten las mismas actividades e inter-relaciones, la costumbre es siempre muy tenaz. Los niños crecen para
llevar el mismo género de vida de sus padres. Las prácticas y va-
lores tradicionales
se transmiten
intactos».
Irónicamente,
al sen-
tirse desarraigado de su medio propio, el africano se abraza a ese conservadurismo,
Mundo
como
un
mecanismo
de
defensa.
En
el Nuevo
se aferra en lo que puede a su cultura ancestral, no por
exigencias
del
control
comunal
impuesto
por
su villa o su clan,
sino porque es el único modo de mantener alrededor de su persona un ambiente social inteligible y respirable, aunque tantas veces tenga que ocultarlo, disimularlo o disfrazarlo con ropajes
de la cultura de sus amos. De ahí van a surgir los cabildos, las sociedades secretas, los cultos afrocubanos, las comparsas de car-
naval y otras mil formas
de aculturación y transculturación. For-
zado a cambiar radicalmente de vida, el negro africano se ase con
todas
sus fuerzas
tratando
(para no perder
de conservar
los elementos
la razón)
a sus viejas raíces,
más
queridos
de su pasado,
1) aprendizaje
obligado
de
particularmente su religión, su música, su danza. El proceso aculturativo del negro esclavo presentaba en Cuba tres
fases, por
lo menos:
la
cultura
del amo, sustituyendo con ella parte de la suya; 2) adquisición de 15.
Dalton, en Paden y Soja (1970), p. 70. 56 .
elementos
de otras culturas
africanas,
a través de su convivencia
con esclavos procedentes de regiones de África distintas a la suya;
3) traspaso de parte de su acervo cultural a la cultura de sus amos.
Como ya indicamos, se produce así un sincretismo multifacético: la variedad cultural africana tiende a sintetizarse y su producto,
a la vez que se permea Cuba, reacciona sobre
de la cultura española que encuentra en ésta modificándola sustancialmente. Un
ejemplo típico de este complejo proceso lo tenemos en los numerosos ritos cruzados de la religión afrocubana donde se imbrican factores yorubas, congos, cristianos, etc. La combinación
de estos
mecanismos dista mucho de constituir esa estática y mecánica retención de «africanismos» a que nos tenía acostumbrados la Antropología tradicional. En realidad estamos ante un fenómeno
poderoso de creación colectiva, de auténtica transculturación: de asimilación, de síntesis, de honda hibridización. Lo africano no sólo se conserva, sino que se funde con lo europeo, adquiriendo formas nuevas, originales, inusitadas. Las antiguas raíces sembradas en tierra nueva, producen
al cabo
de los años un árbol nuevo,
distinto, único. Es por vía de esas complicadas transmutaciones históricas que se forma en Cuba una cultura que no puede llamar-
se ni africana ni euro-cubana,
fusión de ambas: nuo bipolar que
aunque
sea hija y producto
de la
la cultura afro-cubana, cuyo puesto en el contifuncionaba dentro de la Isla hemos apuntado
anteriormente.
16. La economía tradicional del Africa Occidental, aunque menos desarrollada que la coetánea de Europa, distaba mucho de ser una «economía primitiva». En realidad, había alcanzado un nivel técnico mucho más próximo al europeo que al de la llamada sociedad «salvaje». Sus actividades agrícolas, comerciales y mineras demandaban del africano occidental destrezas, habilidades y pericias que lo hacían mucho más aceptable, como trabajador, que gran parte de los indios americanos. Ésta es una de las razones que explican la expansión de la esclavitud negra en el Nuevo Mundo. (Véase a este respecto Dia (1960), passim). Entre todas las instituciones que los negros trajeron a América en su memoria social, había una que funcionaba entre ellos desde tiempos inmemoriales y que merece aquí especial mención: la esclavitud, El sentido estricto de este término en el contexto indígena africano sólo en tiempos muy recientes ha comenzado a despejarse. En Africa existían diversas formas de servidumbre y sólo algunas de ellas pueden ser consideradas, sin caer en ambigúedades, como verdadera esclavitud. Pero es indudable
que,
en
una
forma
u otra,
a veces
muy
áspera,
otras
más
suave,
la esclavitud africana era una realidad muy extendida. Y su familiaridad con ella ayudó al negro esclavizado en América si no a aceptar, por lo menos a comprender, la nueva situación a que se veía sometido. Un estudio definitivo
de
la esclavitud
en
África
está
todavía
por
hacer.
Su
urgencia
es
enor-
me, pues el conocimiento detallado de esa institución puede arrojar mucha luz sobre los procesos asimilativos y de transculturación en el Nuevo Mundo. La mejor obra, hasta ahora, sobre el tema es la colección de ensayos recogidos por Miers y Kopytoff (1977).
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CapítULO
1I
EL NEGRO EN LA CUBA PRE-PLANTACIONAL
Siempre la esclavitud, y sólo la esclavitud, fue la base de la
estructura económico la colonia en Cuba.
- social
FERNANDO
ORTIZ
de
El régimen esclavista (que comprende, entre muchas otras cosas, las oscilaciones cuantitativas y cualitativas de la trata, las relaciones jurídicas y sociales entre amos y siervos, las condiciones de vida y de trabajo de estos últimos, etc.) atraviesa en Cuba
por dos etapas perfectamente diferenciadas. La primera es muy larga: ocupa los siglos XVI, XvII y buena parte del xviIrr. La segunda se inicia ya bien avanzada la última mitad del siglo XvII1 y se prolonga hasta el momento de la abolición de la esclavitud en 1886. No es difícil encontrar un marbete clasificatorio para este
segundo período. Puesto que la plantación azucarera deviene entonces el eje central de la economía, bien puede ser denominado período plantacional. Y la prolongada etapa precedente, para simplificar la terminología, puede recibir el título de pre-plantacional.
Nos encontramos
ante dos tipos distintos de esclavitud, producto
de dos momentos distintos de la economía y de la sociedad cubanas. En este capítulo vamos a resumir las características de la
esclavitud y la situación del negro libre en esa primera fase de la evolución económica y social del país. Pero antes hay que aludir al marco
que las encierra.
Economía y Sociedad en la Cuba Pre-Plantacional En
1955,
en
un
ensayo
titulado
Tierra
y Nación,
uno
de los
autores de' este libro resumía la situación histórica de Cuba en los siglos xv1 y xvIr diciendo que en esa época la Isla no era más que una Factoría, una «colonia de posición». En los primeros momentos de su historia apenas si servía como trampolín, de donde se saltaba a otras empresas de conquista y colonización de más
calado en el Continente. Luego, por mucho
tiempo el país retuvo
su carácter de simple punto de escala, de sitio de tránsito. España no veía en él, en lo esencial, más que un puesto de valor estraté-
gico, un lugar llave, que le aseguraba el dominio de las rutas comerciales entre el Nuevo y el Viejo Mundo. En la larga y san61
grienta contienda por el dominio
impuesta
por
las
tesis
de los metales y los mercados,
mercantilistas
del
capitalismo
naciente,
Cuba jugaba papel clave. Pero, aunque clave, no era más que papel de centinela. La Isla se hacía —y pronto el título devendría ofiical— Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias, En referencia al desarrollo del país en esos 200 años se agregaba en ese trabajo que tras la fugaz fiebre de oro de los primeros colonos, la economía cubana vino a asentarse fundamentalmente, en
el siglo xvi, sobre el latifundio ganadero
y tener como
pacios
mano
canales
de
intercambio el irregular comercio de las Flotas y el contrabando. La ganadería, extensiva por aquella época, demandaba amplios esdespoblados
para
pastos
y poca
de obra.
“Todo
el
progreso de Cuba estaba subordinado a estas realidades geopolíticas y geoeconómicas. El lentísimo avance de la población durante los siglos XVI y xvII constituye un índice que habla por sí sólo. En 1608, a casi un siglo de la Conquista, Cuba no tiene más que 20.000 habitantes: 0,18 habitantes por kilómetro cuadrado. En 1660 alcanza la cifra de 30.000, o sea, 0.27 habitantes
por kilómetro
cua-
drado. En 1700 sube a 50.000, es decir, a 0.46 habitantes por kiló-
metro cuadrado. A principios
del siglo xv111, Cuba era todavía un
país vacío. No es sino en el período que va de 1700 a 1762 cuando se produce el desarrollo económico y social que hará posible el gran salto cualitativo del último
tercio del siglo xvIt1.!
(dedicados
a la rectificación
La aparición en 1975 y 1976 del tercer, cuarto y quinto tomos de la notable obra de Leví Marrero Cuba: Economía y Sociedad al siglo xvI1)
obliga
de
algunos
de
esos criterios, que se basaban en la historiografía cubana vigente en su hora. En el prólogo del volumen 111, Marrero acepta que Cuba tuvo carácter de «factoría y presidio militar, sin duda». Pero añade que lo fue en un sentido limitado, «mientras fue, adicional-
mente, mucho más». Y en el primer capítulo del mismo
tomo, aun-
que califica el acrecentamiento de la población insular como «mo-
desto», llama la atención hacia el hecho de que ese aumento, cuya tasa anual fue de 1.5 por 100 sobre la base de todo el siglo, resulta en el fondo sorprendente, por dos razones: 1) porque en la
misma época la metrópoli española perdía un 18 por ciento de su población, y 2) porque después del descenso catastrófico del siglo xXvI (que alcanzó
su punto
más
bajo
hacia la década
de
1540) la
curva demográfica cubana tomó un impulso ascendente «que ya no se detendría». Por otra parte —aclara Marrero en ese prólogo— «Cuba no era en el siglo xv11, como se ha repetido con exagerada 1.
J.
insistencia,
Castellanos
una
(1955),
isla aislada,
pp.
3-5.
62
desasida
de
contactos
exter-
nos, fuera del espaciado paso por La Habana de Flotas y Armadas. El comercio legítimo con Canarias, por navíos sueltos, fue cuantioso... Las
relaciones
comerciales
autorizadas
entre
los
puertos
cubanos y los de Tierra Firme, Honduras y Nueva España, no ce-
saron, aunque sufrieran por la acción de los piratas, mientras se ampliaban subrepticiamente los contactos con Jamaica y otras posesiones de herejes en: toda oportunidad propicia...» Y agrega:
«En 1700 no era Cuba, pues, el yermo lamentable de mediados del siglo
xvI.
No
era
tampoco
un
presidio
habanero
enquistado,
ni
una factoría implantada por extranjeros que miraran hacia el horizonte como dueños de la lejanía, mientras desdeñaban el suelo en que vivían de paso. Tampoco
de hatos y corrales
daban
de las bestias
existía... pero
era únicamente, un archipiélago
donde grupos mínimos
también
olvidaban
casi
existía una
de una sucesión de generaciones
que
de bárbaros
eran
hombres.
población
que cuil-
dominante,
Tal
tipo
nacida
afincadas en la isla que se expre-
saba con precisión y entendía los problemas más urgentes...» ?
Esta nueva visión, más amplia, más completa, del siglo XVII Criollo, se alza sobre una base documental inédita tan cuantiosa como bien interpretada. Evidentemente es ésta una época de siembra, de positivos aunque todavía endebles enraizamientos. Es el período en que se estructuran las industrias fundamentales. En que se afianzan los lazos comerciales con Europa y África que han de regir el destino insular por varias generaciones. En que
comienza
a forjarse la oligarquía que va a dominar
al país por
largos años. Los bayameses demuestran por primera vez en esta era su indestructible espíritu independiente. Nace entonces el con-
cepto de patria, que aunque todavía limitado a lo local, ya daba pruebas de una conciencia de arraigamiento prolongado y sustancial. Da los primeros
pasos
la literatura cubana
con el poema
he-
roico de Silvestre de Balboa. De las escuelas de gramática salen
muchos clérigos. Y no son'pocos los criollos que alcanzan títulos
de presbítero y de licenciado. Se reúne el primer Sínodo diocesano de Cuba en 1680 y surgen las cofradías y las hermandades y
se organizan
la asistencia
social, la caridad
vantan no sólo iglesias y fortalezas
y la medicina.
sino innumerables
Se le-
casas pri-
vadas de mampostería, algunas de dos pisos, o dos altos, en La Habana. Arquitectura sólida, con mirada de futuro. Comienza a
surgir un sentido societario de permanencia,
de comunidad
pro-
longada en el tiempo y en el espacio, de continuidad histórica. La nación todavía está lejos, en la distancia, pero su proyecto em-
brionario, tal vez inconsciente aún, se anuncia en el corazón y la 2.
Marrero,
Vol.
11
(1975),
pp.
VIII
63
y 1X
mente de los hijos del país. Sí, Cuba era una Factoría, pero era ciertamente... «mucho más»... La economía cubana en el siglo xvi1 sigue asentándose por largo
trecho
en
la ganadería
de
tipo
extensivo,
lo que
explica,
en
parte, la escasez de población, pues para atender un hato de cuatro leguas de diámetro bastaban un mayordomo y dos o tres esclavos. Otro factor de gran importancia económica era la estancia de las Flotas en el puerto de La Habana. Los pasajeros que en
ellas viajaban preferían pernactar en tierra y pagaban altas sumas por hospedaje, alimentos y otros servicios. Los barcos aprovecha-
ban la ocasión para atender a sus averías. Y, además, con vista al largo Cuba
viaje de
de regreso
carne
de
a España,
res
salada,
las flotas
tocino,
aves,
se aprovisionaban casabe,
tabaco,
en
miel
de caña, agua, leña, etc. Sin embargo, esta fuente de ingresos empezó a decaer, siguiendo el curso de la crisis del poderío mun-
dial de España. En 202 navíos.
Entre
1608 partieron de la Península hacia América
1670 y 1680 hicieron
esa travesía
un
promedio
anual de 17 navíos. Algo parecido ocurrió en esta centuria con la
producción del cobre. Las minas de El Prado, cerca de Santiago de Cuba, produjeron entre 1610 y 1615 un promedio anual de 2.016 quitales. Entre 1648 y 1672 la producción baja a una media
anual
de
48
quitales.
Otra
fuente
de
riqueza
que
decayó
a lo
largo de la centuria fue la construcción de navíos, que aprovechaba la excelente calidad y cantidad de las maderas criollas. La progresiva pobreza del gobierno español condujo a la reducción de la Flota. Cada año se ordenaban menos barcos a los constructores
navales habaneros por parte de la Real Hacienda, aunque
seguían
construyéndose navíos menores para particulares interesados en el comercio de cabotaje. Tampoco la producción de azúcar —iniciada muy temprano
con métodos elementales— logró la preponderancia que obtendría después. Es cierto que durante el siglo xvII esa industria, aunque con altibajos, tuvo una tendencia general al ascenso. Los primeros
ingenios comenzaron a sustituir a los ineficientes trapiches primi-. tivos en la última década del siglo, proceso que continuó después del préstamo concedido por el Rey a los hacendados en el año
1600. Estos
ingenios
requerían
cuatro
o cinco veces
que la estancia promedio
y por lo general constaban
fines del xvir exigía una
dotación
más
tierras
de tres casas
de fábrica (la de molienda, de calderas y de purga), la casa de vivienda y los bohíos de los esclavos. El tipo medio de ingenio a de unos
20 a 25 esclavos, pero
había muchos, más pequeños, que fabricaban con 10 o 12 negros.
De todos modos, eran empresas que requerían ya bastante capi: tal. Su número por esta época no puede precisarse exactamente.
64
Parece que en 1692 había en la región occidental de la Isla unos 70,
de
cuales
los
30
sólo
condiciones
en
quedaron
producir
de
tras el devastador ciclón que arrasó el área en ese año. También
había un número menor en otras partes, como Santiago de Cuba, Bayamo, etc. El cultivo del tabaco fue una constante de la reali-
dad económica cubana. Por mucho tiempo se hizo en pequeña escala y para el consumo local. Pero, como sucedió con el azúcar,
sólo vino a recibir la atención de la Corona a fines del siglo XVII,
cuando
de adquisición
ésta decidió establecer un régimen
hoja por la Real
modo
de ese
reanimó
Se
Hacienda.
su
de la
cultivo,
hasta convertirse en el producto más importante en la economía cubana en la primera mitad del siglo xvitI. Los vaivenes del comercio exterior de la Isla reflejan el proceso de su desarrollo. A fines del xvI y comienzos del xvI el principal producto de exportación eran los cueros. Posteriormente, el azúcar y el tabaco _
se disputan la primacía.
a las revisiones de Leví Ma-
No contradice en lo más mínimo
rrero sobre el siglo xv11 el colocar, junto a los factores positivos, las limitaciones que sufría el país en 1700. Su población, lo hemos visto, no pasaba de 50.000 habitantes: 2.3 kilómetros cuadrados por cada habitante. Con toda razón habla Marrero de Cuba como de una «isla casi despoblada». Y se refiere al «semidesierto que
era aún Cuba». La imagen que nos ofrece del país en ese año de 1700 queda
dominio
espacios
suelto, los perros
por el ganado
«Podemos
en este párrafo:
resumida
de enormes
imaginar
el pre-
veredas
que se
de virginidad 'natural sólo violada jíbaros y algunas
cerraban cada año después de la estación de las lluvias, Y dispersos entre ellos, próximos a indentaciones costeras, a ríos, ojos de agua, babineyes
las rancherías
y lagunas,
O ranchuelos
formados
de ha-
por unos cuantos bohíos que confirmaban el poblamiento
tos y corrales.» * Hasta principios del siglo xvr1I, la economía cubana, que hemos llamado pre-plantacional, era un régimen de base agrícola, ganadera y artesanal, donde el desarrollo capitalista era
todavía
incipiente,
los residuos
semifeudales
numerosos
y la
tensión entre las clases relativamente reducida. Era la cubana una sociedad
de
importancia
comunidades
pequeñas
era La Habana)
(la única
y de unidades
ciudad
productivas
de
alguna
de poco
tamaño (aun en el sector azucarero, como acabamos de verlo, predominaban los pequeños ingenios o cachimbos), donde los patro-
nos y la mano de obra podían establecer contactos personales directos e íntimos. Esta estructura social y este género de rela3.
Marrero,
Vol.
UI
(1975), pp. 219
4.
Marrero,
Vol.
111 (1975), p.
y 227,
227.
65
ciones clasistas constituyen hechos de capital importancia para el género de vida de la población negra cubana de la época. Porque una sociedad así constituida está abierta a todos los factores mitigantes
de la esclavitud.
Con
razón R. B. Toplin
dice en Slavery
and Slave Relations in Latin America que las relaciones sociales en la Cuba del siglo xvIt1 eran «relativamente idílicas» y el trato que
recibían
los
esclavos
más
humano,
o
si se
quiere,
«menos
cruel». Ya tendremos ocasión de volver sobre el tema más adelante, cuando estudiemos las características de la esclavitud cu-
bana en la etapa preplantacional.
Para completar el cuadro económico de la época que estamos
estudiando,
digamos
que
el período
de
1700
a 1762
en
que
ésta
culmina, es uno de los más dinámicos de la historia de Cuba. Todos los factores positivos que se iban acumulando a través del
siglo xvir aceleran
mográfico
plica
la del
es
su curso
impetuoso.
siglo anterior.
La
de modo
La
tasa
notable,
anual,
población
de
El crecimiento
3.6
cubana
por
subía
ciento, de
de-
du-
50.000
habitantes en 1700 a más de 160.000 en 1762. En esta etapa entran en Cuba más esclavos que en todo el período anterior a 1700: alrededor de 50.000 africanos. (Según el gobernador Francisco Caji-
gal de la Vega, a mediados del siglo la tasa de mortalidad esclava en los ingenios era de un 10 por ciento anual, lo que obligaba a
importar cada año unos 800 negros). Las «piezas de ébano» eran
suministradas por los asentistas: primero los portugueses, luego los franceses y, por fin, los ingleses, así como por la Real Com-
pañía
de Comercio
de La
Habana
de
1741
a 1760. Los
ingleses
es notable
de 1700
introdujeron alrededor de cuatro mil durante su breve estancia en la capital. A esos hay que agregar los que procedían del comercio clandestino, los llamados de mala entrada, En 1762 la población «de color» representaba aproximadamente un 44 por ciento del total (18 por ciento libres y 26 por ciento esclavos). El aumento de la población blanca era casi todo de carácter vegetativo. Hubo, por supuesto, inmigración, mayormente española, pero no en grandes cantidades.
Parejo
al demográfico,
el auge económico
a 1762. La ganadería sigue creciendo. Es cierto que en el comercio externo el azúcar y el tabaco la venían aventajando relativamente desde fines del xvi, pero en el interior se fortaleció a medida que crecía la demanda de carne con el aumento de la población.
A mediados del siglo xvII1 se obtenían unos 60.000 cueros, que correspondían más o menos al total de reses sacrificadas para el
consumo 5.
Toplin
interno y para la exportación (1974), pp. 204-205.
66
legal y clandestina.
El ta-
baco se convierte por esta época en la actividad productiva y comercial más importante. La demanda europea crecía sin cesar. Y Cuba, con su hoja excelentísima, comenzó a ocupar un puesto destacado en el mercado internacional, pese a las limitaciones 1m-
puestas por las autoridades españolas, empeñadas en hacer pasar por la Península el tabaco producido en su colonia. La creación de la Factoría y el estanco condujeron a las famosas rebeliones de los vegueros, en 1717, 1720 y 1723. Desde 1727 a 1734 funcionó la Intendencia General de Tabacos y de 1734 a 1740 se concedieron asientos
monopolistas
a
comerciantes
1741 quedó organizada la Real Compañía
españoles,
hasta
de Comercio
que
en
de La Ha-
bana que abasteció de tabaco las fábricas reales entre esa fecha y 1760. A veces el tabaco exportado se cobraba en esclavos, que luego eran empleados en el cultivo y la molida de la hoja (una parte de la producción se enviaba al extranjero en rama y otra en polvo). Hacia 1760 la producción total de la Isla era de unos cuatro millones largos de libras anuales. La industrialización del ta-
baco (producción de rapé, torcido, etc.) agregaba otro importante aporte a la economía. Una
vieja
fuente
de
riquezas
—el
sistema
de
Flotas
y Arma-
das— se extinguió, por fin, en el siglo xv1t1, después de prolongada decadencia. Pero en 1700 se produce en España un cambio de dinastía. Toman el poder los Borbones. Y uno de sus primeros empeños fue restaurar el poderío naval hispánico. Para ello, entre otras medidas, el Rey ordenó la reactivación del Astillero de La
Habana.
En
1713 una Real Cédula ordena la construcción allí de
diez navíos de 60 cañones cada uno. De 1724 a 1760 se construyen
en la capital de Cuba 46 bajeles, 32. de ellos con 50 cañones o más.
Por lo menos dos (el San Alejandro (a) «El Fénix» y el San Pedro (a) «El Rayo») portaban 80 cañones. Desde 1741 a 1749 la Real Compañía de Comercio de La Habana, por orden real, operó el Astillero. Después de esa fecha estuvo a cargo del Comisario de la Marina. Las inversiones de la Real Hacienda para el financiamiento de los bajeles (un promedio de 125.000 pesos anuales) re-
presentaba una importante inyección de capital en la economía habanera, cuyo efecto multiplicador se extendía a todos los estratos de la sociedad. El Real Arsenal de la Armada
instalación industrial de más
era, sin duda, la
categoría en La Habana.
Empleaba
unos 800 hombres libres (como carpinteros de ribera, calafates, cerrajeros, fundidores, etc.) y más de doscientos esclavos, en su mayor parte utilizados en los cortes de madera situados en las
cercanías. Además se empleaban maderas procedentes de Sagua la Grande y Jagua, en las Villas y de Baracoa, Sagua de Tánamo y de los pinares de Mayarí, en Oriente. Gran parte de los materia-
67
les utilizados se adquirían en el comercio capitalino, que se benefició vendiendo, aparte de las maderas, cuerdas, sebo, resinas, lonas, plomo, campanas, alquitrán, lienzo e innumerables géneros
más. La contribución mera
mitad
del Arsenal al desarrollo
del xvii fue tan intensa como
Algo parecido
puede
decirse
insular en la pri-
extensa.
de la industria
el mismo período. Aunque
el azúcar había
el permiso
esclavos
azucarera,
comenzado
en
la centuria
con dos décadas de crisis profunda, poco a poco se fue rehabilitando y comenzó a crecer en serio después de la creación en 1740 de la Real Compañía de Comercio de La Habana, a la que, entre muchas otras gracias, se le concedieron dos importantísimas: 1) para
importar
con
que
fomentar
la produc-
ción azucarera, y 2) la liberación de los derechos de entrada a los azúcares cubanos llevados a España. Estos estímulos impulsaron un crecimiento bastante rápido de la industria, como lo reflejan estas dos cifras elocuentes: en 1738 se fabrican 160.000 arrobas de dulce; en 1759 se hicieron 453.000 arrobas, un crecli-
miento de casi un 300 por ciento en poco más de dos décadas. En
un padrón de 1745-1757 se incluye un total de la Isla. Pero estas fábricas, en su mayoría, categoría de trapiches, que sólo hacían miel consumo local. Esta era la situación sobre
oriental
y en el centro.
La región
que
349 ingenios en toda apenas rebasaban la y raspadura para el todo en el extremo
avanzó
más
fue la de La Habana, que a las ventajas mencionadas agregaba la cercanía de las principales autoridades,
rápidamente más una
arriba, mayor
acumulación de capitales y mayores facilidades de transporte tanto para traer esclavos como para trasladar el producto al mer-
cado español. Ya en 1759 la producción del área capitalina fue de 370.826 arrobas lo que representaba más de las tres cuartas partes
de la producción total de la Isla. El número de ingenios en la región habanera crecía incesantemente, como puede verse en este cuadro:
INGENIOS 1751 1759 1760 1761
Y
aunque
había todavía
nos de 20 esclavos,
— — — —
81 ingenios 88 » 93 » 98 »
muchos
la mayoría
y ya existían cuatro
EN LA HABANA
grandes
eran
pequeños,
medianos
que
empleaban
(con más
(relativamente hablando) 68
me-
de veinte)
con
dota-
ciones
de
100 esclavos:
el Jesús,
María y José
de
Gabriel
Peñal-
ver, el Santo Cristo de la Veracruz de Juan O'Farril, el Nuestra Señora de Loreto de Ignacio Peñalver y el San Miguel del Rosario de
María
Teresa
más de 10.000 capitalización más de 30.000 de 300 pesos,
Chacón.
Cada
uno
de
estos
ingenios
producía
arrobas de azúcar por año. Y representaban una cuantiosa pues solo en esclavos tenían que invertir pesos, ya que las piezas se vendían al precio medio pero los ingenios necesitaban unos cuantos esclavos
expertos, tales como paileros y azucareros, etc, y éstos valían alre-
dedor de 500 pesos por cabeza. Evidentemente en estos desarrollos encontramos la semilla del gran cambio que ha de tener lugar en el último tercio del siglo xvIr11 y comienzos del xIx: la transición hacia la verdadera plantación azucarera. Y lo prueba el hecho de que ya el trabajo esclavo iba a endurecerse en los ingenios. En 1751 el gobernador Cajigal de la Vega solicita dispensa para trabajar
durante
la zafra
en los días
festivos:
en las Pascuas
de Na-
vidad y Pentecostés. Menos asueto, más horas de labor, menos descanso para el negro en el ingenio: esa era la flamante política laboral de la burguesía cubana. El síndico procurador del Cabildo habanero Manuel Felipe de ¡[Arango, al pedir otras concesiones, alude en un informe al «trabajo sumo» de los esclavos en las
zafras «a que están aplicados el mayor número de ellos todos los
años por este tiempo (en la Cuaresma), en que experimentan la falta de dormir muy pocas horas de noche y tener el día ocupado en una tarea continua que los pirva de todo descanso». Este in-
forme
pronto.
Cuba
de
1755
Sobre
resulta un
las espaldas
pre-plantacional,
anticipo
época
de lo que
ha de venir
de los esclavos se había
de relativa moderación
muy
levantado
la
en el trato
de los esclavos. Sobre las espaldas (ahora más llagadas que nunca) de los esclavos se levantará la Cuba plantacional, donde su explotación alcanzará dimensiones dantescas. El cambio en la naturaleza de la esclavitud cubana se debe a los cambios que ocurren en la economía del país y en la mentalidad de su clase dominante. En este período (1700-1762), que Leví Marrero ha bautizado como «el otoño de la edad media cubana», los descendientes de la antigua oligarquía latifundista-ganadera criolla, utilizando como instrumento la Real Compañía de Comercio de La Habana, acumulan enormes capitales que invierten en empresas mercantiles de gran vuelo y en el fomento de la producción azucarera. Cuando el primer rey borbón S. M. Felipe V le otorga carta de honra y prestigio a las actividades comerciales e industriales, muchos de estos nuevos burgueses capitalistas reci-
bieron título de nobleza. Juan Muñoz
cader de tabaco, fue hecho Marqués
69
de Castilla, activísimo mer-
de San
Felipe y Santiago.
El
rico hacendado —y accionista activo de la Real Compañía de Comercio— José de Bayona Chacón y Fernández Córdoba recibió el título de Conde de Casa Bayona. Gonzalo de Herrera, típico ejemplar de esa mezcla de mercader, hacendado y noble, ostentaba el
Marquesado de Villalta, etc. El rápido enriquecimiento de la burguesía habanera queda demostrado por un incidente ocurrido durante la guerra con los ingleses en 1762. Docenas de sus miembros sacaron en carretas sus caudales de la ciudad de La Habana, mientras ésta se defendía del asalto británico. La suma total puesta a salvo ascendió a 2.253.000 pesos. Eso quiere decir que, aparte de
sus
fincas,
ingenios,
establecimientos
comerciales,
esclavos,
casas, etc., la burguesía cubana podía disponer de una cantidad extraordinaria de numerario en monedas de oro y plata, de dinero contante y sonante. (Y no debe olvidarse que algunos de los capitalistas habaneros, como Diego Antonio Marrero, por ejemplo,
dejaron al marcharse enormes sumas enterradas en sus casas.) El cambio económico que iba a marcarse por la transición del mo-
nopolio a la libertad relativa de comercio y al desarrollo del régimen capitalista se debe, en parte, al cambio de dinastía y de orientación
financiera
del
gobierno
español,
pero
también
—y
tradición
del
muy especialmente— a la gestión de la nueva clase que va formándose en Cuba. Como bien resume Leví Marrero: «Esta generación
rica, audaz
y poco
escrupulosa
en la mejor
capitalismo de acumulación, sería la que encontraron los británicos y norteamericanos al frente de la sociedad y la economía cubanas en 1762. Con sus dirigentes más decididos fácilmente. Entre ellos figuraban —se ha dicho—
los promotores de la economía liberal-esclavista primera mitad del siglo xix cubano.»* Esclavitud y manumisión
se entendieron los abuelos de
que
dominó
la
en la Cuba pre-plantacional
En todos los sectores básicos de la economía pre-plantacional cubana, los negros esclavos desempeñaban un papel importantísimo. Los encontramos en las ciudades como artesanos, como estibadores de los muelles, como peones del Astillero, como criados del servicio doméstico, como mano de obra en la construcción de edificios públicos y privados y de fortificaciones ordenadas por la Corona. Los hallamos también en el campo: como vaqueros en los hatos y corrales ganaderos, como trabajadores en las vegas de tabaco, en las plantaciones cañeras, en los ingenios y en las minas 6.
Marrero,
Vol.
VI
(1978),
p.
V.
70
de cobre. Por regla general, la situación del esclavo en esta primera etapa de la economía cubana era relativamente mejor que la que sufrió en la segunda.
Frank
Knight
in Cuba during the Nineteenth Century:
ha
dicho en Slave
Society
«En la era preplantacio-
nal de la esclavitud cubana, las personas esclavizadas podían vivir
bajo
unas pocas
obviamente
reglas
rigurosas.
pertenecían
al servicio
Un
gran
doméstico,
número
mientras
de esclavos otros
tra-
bajaban en los campos. A menudo los amos blancos y sus esclavos
trabajaban juntos en las vegas de tabaco o en las haciendas ganaderas... Plantaciones de tabaco como las que funcionaban en
Virginia y otras áreas del Sur de los Estados Unidos, constituían la excepción en Cuba, donde los vegueros poseían pocos esclavos y tenían una posición social inferior a la de los hacendados ganaderos. Estos tendían a ser también más ricos que los vegueros, pero este hecho no resultaba en verdad importante porque ambos
empleaban un número reducido de esclavos y los supervisaban en forma bastante laxa. Dondequiera que amos y esclavos se encon-
trasen, su relación tendía hacia la intimidad y el patriarcado. En comparación con las otras islas del Caribe, antes del siglo XVIII, las relaciones entre amos y esclavos eran relativamente persona-
les. Esta situación aparentemente amable se debía más a las distintas etapas de desarrollo económico en que cada sociedad estaba situada, que a las diferencias en sus respectivas tradiciones culturales.» *? (Aunque pronto veremos que esas tradiciones culturales deben también ser tomadas en consideración.)
Esta cuestión del trato de los esclavos en los distintos sistemas
esclavistas es una de las más espinosas y polémicas
grafía contemporánea
sobre el tema. Por mucho
que la esclavitud era una institución homogénea,
de la historio-
tiempo se creyó básicamente
do-
tada de las mismas características donde quiera que se presentase.
Hoy
se sabe
que
no
es
así. En
verdad,
filosóficamente
hablando,
la esclavitud constituye una especie de monstruo ontológico, pues se produce por un trastrueque de esencias: la aplicación al hombre de características
propias
del bruto o de la cosa.
El esclavo
participa de la condición de persona y, a la vez, de res non perso-
na. Y es por eso (como bien lo atestigua la historia comparada) que no puede hablarse de una esclavitud sino de muchas esclavi-
tudes. En todas sus formas
siempre hay un hombre
que posee a
otro hombre, negándole así al poseído uno de los presupuestos fundamentales
de la condición humana:
la libertad. En todas, el
esclavo es considerado como lo que no es, como res, como cosa, y en consecuencia se le aplican leyes, reglas y principios que per1.
Knight
(1970), pp. 546.
11
tenecen a las cosas: los esclavos pueden ser comprados, vendidos, alquilados, legados, traspasados como parte de una dote y tratados
como seres desprovistos de voluntad propia. Pero como resulta imposible olvidar que el esclavo es a la vez —y por su misma esen-
cia— un hombre, un ser dotado de ciertos derechos inherentes a su naturaleza, la contradición es inescapable. De ahí que las rela-
ciones entre el amo y el esclavo y entre éste y el estado esclavista, así como el trato que el esclavo recibe y sus condiciones de existencia,
puedan
ser tan
diversos.
El esclavo
puede
ser y muchas
veces es tratado como cosa. O puede ser visto —y a ratos es tratado— como hombre. Hay esclavos que mueren bajo el látigo
implacable del amo. ¡Hay esclavos que reciben la libertad y viven luego bajo el techo del ex-amo casi como miembros de la familia.
Los extremos pueden ser —y son— a este respecto violentísimos.
Los sistemas esclavistas pueden diferir en formas muy variadas. En realidad, la institución puede ser concebida como un espectro,
que va desde la consideración del hombre como res, como propiedad —en un extremo— hasta su consideración como persona, como ser humano —en el otro—. Entre ambos polos, precisamente como en todo espectro, pueden esperarse todos los matices, que
se reflejan en el vocabulario infinito de la institución. El carácter heterogéneo de la esclavitud en el tiempo y en el espacio convierte a esa institución en una realidad muy lábil,
extraordinariamente internas y externas,
susceptible de todo género de influencias infinitamente cambiable y modificable. La
esclavitud nunca funciona en el vacío sino en el contexto de una compleja realidad social que actúa sobre ella con sus peculiares valores,
transformándola
modificantes
pueden
en
formas
ser básicamente
muy
de
diversas.
dos
Esos
tipos:
factores
mitigantes,
cuando tienden a humanizar la institución: exacerbantes, cuando tienden a embrutecerla. Y ambos factores modificantes a su vez se desdoblan en psicológicos (carácter y personalidad del amo,
del capataz, del esclavo mismo, etc.); sociales (tradiciones legislativas,
influencias
religiosas,
sistemas
de
valores,
costumbres
se-
xuales, ideologías, etc.); económicos (tipos de producción, métodos de trabajo, etc.). De todos estos factores el más importante casi
siempre es el económico, porque determina el sistema de labor a que el esclavo es sometido y éste, a su vez, regula las obndiciones de vida del mismo. El esclavo doméstico de las ciudades recibe un trato muy distinto al que sufren los que trabajaban en las minas y las plantaciones. Los medios de producción, por sí mis-
mos, independientemente de la naturaleza de amo o las tradicio-
nes sociales imperantes, exigen
nos
o beneficiosos
ajustes
para los esclavos:
72
que pueden
pueden
resultar
dañi-
abrirle puertas al
desarrollo de la propia personalidad o aplastar su individualidad y destruir sus capacidades. No es lo mismo cortar caña por horas y horas bajo el sol, que recoger café con el fresco de las lomas,
o ayudar al amo a cuidar amorosamente cada hoja de tabaco. De todas las formas de trabajo esclavo el peor fue el de las planta-
ciones que comienzan a nacer en la era pre-plantacional, aunque no alcanzan su pleno desarrollo hasta el siglo x1x. Tanto las labo-
res industriales del ingenio (molienda de la caña, elaboración y almacenaje del azúcar) así como las labores agrícolas en el campo (corte, alza y transporte de la caña al ingenio, siembra y cuidado
de la planta entre las zafras) exigían largas jornadas agotadoras,
a veces
de
16 y más
horas,
Sobre esto ya tendremos
lante.
Es
indiscutible
azucareras,
los
de
ocasión
que antes
factores
esfuerzo
físico
rudo
y continuo.
de hablar en detalle más
del
mitigantes
desarrollo
de
tendían
ade-
las plantaciones
a predominar
sobre
los exacerbantes en Cuba. El resultado fue un régimen esclavista más
humano
que el que le siguió, entre otras cosas, porque
estas
circunstancias permitieron que se afianzase inicialmente en la Isla el tipo de esclavitud existente en España en los siglos Xv y
xvI que era bastante moderado. Este régimen, basado en el código
de Justiniano, fue sistematizado en las Siete Partidas de Alfonso X
el Sabio en el siglo x111, donde curiosamente la esclavitud se aceptaba a regañadientes, declarándose que era una institución, contra razón
de
natura,
es
decir,
contraria
a los
derechos
naturales
del
hombre y, por lo tanto, admisible como un mal necesario y no como un bien positivo: «Servidumbre —reza la Partida IV—- es
la más ser.
vil y la más despreciada
Porque
el
ome,
que
es
la
cosa que entre los omes
más
noble
e libre criatura
puede
entre
todas las otras criaturas que Dios fizo, se torna por ella en poder
de otro; de guisa que pueden fazer del lo que quisieren... E tan despreciada cosa es esta servidumbre, que el que en ella cae, no
tan solamente pierde poder de no fazer de lo suyo lo que quiere,
más aún de su persona misma non es poderoso, si non en cuanto manda su señor.» Por eso las Partidas otorgaban a los esclavos
lo que pudiera considerarse su carta de derechos individuales mínimos. Por ejemplo, el amo no disfrutaba de jus vitae et nocis, no podía matar al esclavo, ni herirlo o maltratarlo «que no lo
pudiessen sofrir». El esclavo debía calzado y alojado. Tenía el derecho
ser bien alimentado, vestido, a cambiar de amo cuando el
suyo abusaba de él, Podía, además, tener peculio propio, ser nombrado heredero y casarse válidamente, aun contra la voluntad de sus
amos.
Sobre
manumitido,
todo
tenía el derecho
a ser aforrado,
que todo quería decir lo mismo: 13
ahorrado
o
recibir la libertad.
Tiene razón H, S. Klein en Slavery in the Americas cuando apunta: «En contraste directo con los tortuosos códigos de Virginia, el
esclavo de las Siete Partidas era considerado un ser humano, una personalidad legal, que poseía... innumerables derechos tanto como obligaciones.»? La legislación esclavista colonial española contenía, desde luego,
aspectos
represivos,
particularmente
dirigidos
a castigar
la
fuga y rebelión de los siervos. Pero también era una legislación
protectora, basada en las orientaciones fundamentales de las Siete Partidas. Así sucede, para citar un caso, con las famosas Ordenan-
zas de Alonso de Cáceres, en las que el oidor de la Audiencia de Santo Domingo, que visitó a Cuba en 1574, intentó poner orden en el caos de prácticas y leyes que regían la institución en la Isla, combinando toras,
las medidas
orientadas
restrictivas
a eliminar
algunas
(de control)
de
las
causas
con de
las. protec-
intranquili-
dad y rebelión entre los esclavos.? En este importante documento, antecesor de los innumerables reglamentos dictados a lo largo de los tiempos para pautar el sistema esclavista cubano, se ordena,
por ejemplo, que los esclavos no pueden portar arma alguna (artículo 52); que ningún negro cautivo tenga bohío propio sino que
duerma en casa de sus amos (art. 55); que el negro tomado fuera de la casa de su amo
«después
de tañida la campana
de queda»
si no fuere enviado por su amo a alguna gestión, se le den treinta azotes (art. 56). Pero, por otro lado, en el artículo 60 se estipulan las obligaciones del amo hacia el esclavo: «Que porque muchos se sirven de sus esclavos y no les dan de comer y vestir para cubrir las carnes, de lo cual se sigue que los tales esclavos anden
a hurtar de las estancias comarcanas para comer, y de los. tales malos tratatientos vienen a se alzar y andar fugitivos: ordenamos
y mandamos
o criaderos
que todos los que tuviesen negros en estancias, hatos
de puercos
y otras cosas, les den
para el trabajo que tienen, y que así mismo
zaragúelles y dos camisetas de cañamazo
comida
suficiente
les den dos partes de
cada año por lo menos,
y no les den castigos excesivos y crueles...» Y en el artículo 61: «Porque hay muchos que tratan con gran crueldad a sus esclavos, azotándolos con gran crueldad y mechándolos con diferentes es-
pecies
de
resina,
y los
asan, y hacen
otras
crueldades
mueren, y quedan tan castigados y amedrentados
de
que
que se vienen
a
matar ellos, y echarse a la mar, o a huir o alzarse y con decir que 2.
por
3.
Klein
(1970), pp. 350-351.
Las Ordenanzas de Cáceers fueron ratificadas el Rey y presentadas al Cabildo de La Habana
Su vigencia corresponde más al siglo xvI1 Ortiz. Véase Ortiz (1916), pp. 347-348.
74
que
el 27 el 26
de de
al xvI, según
mayo de 1640 abril de 1641.
el criterio
de
mató a su esclavo no se procede contra ellos: que el que tales crueldades y escesivos castigos hiciere a sus esclavos, la justicia le compela a que lo venda y le castigue conforme al esceso que en ello hubiere fecho.» En julio de 1600 el Cabildo de La Habana, en
otra ordenanza, establece un fondo para «buscar los negros cima-
rrones que anduvieren huidos de sus amos»; estipula que los aprehendidos «entren en la cárcel de esta ciudad donde sumariamente... siendo la primera vez... se les den 50 azotes...»; y recuerda que por ley tiene que haber cepo «en todos los corrales, hatos
y estancias» del municipio. Como contrapartida, puede citarse la Real Cédula de 1693, dirigida al Capitán General de Cuba, donde el Rey mandaba que en cualquier circunstancia en que un amo maltratase a sus esclavos, el Capitán General debía aplicar los remedios necesarios, agregando que no era justo consentir excesos
en esta materia, pues la esclavitud era ya de por sí suficiente pena
para que la hiciese peor el excesivo rigor de los amos.
La
lectura
basta
para
de
los
comprender
documentos por
qué
que
cuando
acabamos
citamos
de el
mencionar
criterio
de
Toplin sobre el carácter «relativamente idílico» de las relaciones
entre amos y esclavos deliberadamente lo de vitud es decir maltrato y aisladas excepciones.
en la Cuba relativo. Es y negación En el siglo
pre-plantacional, acentuáramos que, en definitiva, decir esclade derechos, salvo contadísimas xv1 resulta evidente que la ma-
yor parte de los esclavos andaban mal vestidos, descalzos, mal alimentados y peor alojados, por lo que en gran número se fugaban y apalencaban, es decir, constituían palengues o comunidades de fugitivos que resultaban un peligro para la sociedad organizada. Los alzamientos fueron endémicos desde el momento mismo
en que arribaron a la Isla. Como Y esos
dos
datos
son
suficientes
lo fueron también los suicidios. para calibrar
la naturaleza
del
trato que recibían. Pues como bien dice José Antonio Saco en Historia de la Esclavitud: «Si en general no fue dura la esclavitud del negro en los dominios españoles ¿cómo es que hubo tantos alzamientos y fugas en las Antillas y otras partes del continente?»? Alonso de Cáceres legalizó en el artículo 62 de sus Ordenan-
zas
la libre persecución
de los esclavos alzados,
con
todos
sus
horrores concomitantes: «Porque muchos negros se van a los montes y arcabucos y andan mucho tiempo alzados y fugitivos, y no pueden bien ser presos sino por los mayorales y estancieros donde algunas veces, o por los vaqueros de los criaderos de puercos: ordenamos y mandamos que el tal negro fugitivo que cualquiera le pueda prender y que el estanciero o mayoral o vaquero, 4.
Saco
(1938),
Vol.
11, p. 57.
15
u Otra cualquier persona que prendiere negro fugitivo fuera de esta villa hasta dos leguas, le dé y pague el señor del esclavo cuatro ducados, y si le prendiere más lejos... le dé doce ducados
y si lo prendiere
de cuarenta
leguas en adelante,
le pague
quince
ducados.» En el siglo xvx11 la situación era parecida. Ya vimos que el número de esclavos aumentó. En las ciudades no faltaban los maltratos y hasta las muertes
de esclavos a manos
de sus amos
y las
fugas consiguientes. La dureza de la esclavitud en las áreas rurales
la revela
un hecho:
«en
los
años
finales
del
siglo
xvII
fue
necesario revalidar con toda su fuerza la ordenanza contra los cimarrones que habían aprobado los vecinos de La Habana en 1600. El motivo era el mismo: el número creciente de esclavos fugitivos y apalencados que, tras escapar de los maltratos de sus amos, constituían una amenaza para la seguridad de los caminos y las haciendas del campo.» El Sínodo Diocesano de 1680 llamó la: atención de los amos hacia sus obligaciones morales con sus respectivos esclavos, mandando que «ningún amo prohiba a sus
esclavos contraer a vender fuera de jer». A costa del manera. Comenta
matrimonio» y prohibiendo «que los embarquen la ciudad, sin que vayan juntos marido y muamo sería devuelto el siervo vendido de esa Fernando Ortiz que el Sínodo repetía lo ya dis-
puesto por la ley civil, pero esa reiteración demostraba el desuso en que ésta había caído cos
en la
esclavitud
«y cuan visibles
colonial,
que
eran los abusos
borraban
con
su
domíni-
egoísmo
irre-
frenable varios siglos de piedad legislativa». Testigos de esa verdad fueron los frailes capuchinos Francisco José de Jaca y
Epifanio de Borgoña, quienes al pasar por La Habana,
como vere-
mos al hablar del primer vagido abolicionista cubano, denunciaron por anticristiana la institución de la esclavitud. El Padre Jaca en su Resolución sobre la libertad de los negros, escrita en La Habana en
1681, se refiere a la triste situación de los esclavos, a «la
hambre que padecen», a los grillos, esposas, cadenas y cepos que los aherrojan y a los cruelísimos azotes que les daban por todo' el cuerpo, con nervios de bueyes y cuerdas y sogas embreadas. Y un año
después el obispo García
para denunciarle que «los negros
de Palacios
esclavos
le escribía al Rey
de los ingenios, hatos
y corrales (trabajan) los domingos y días festivos en un género de tierras que llaman conucos, para comer y vestirse, porque sus
amos no se lo dan, y si los días feriados se lo dan es tan tenuo y corto que no pueden sustentarse. Y el vestido tan indigno que no 5,
6.
Marrero.
Vol. V
(1976), p. 30.
Ortiz (1916), p. 349,
16
es más
que unos calzones, andando
desnudos
los más
de ellos de
la cintura para arriba, y aun esclavas, que es compasión verlos».* Eso en el siglo xvx1r. En lo que al siglo xvItI se refiere ya hemos
señalado antes que las condiciones de los siervos, en vez de mejorar, empeoraron al comenzar el desarrollo de la industria azucarera y ampliarse el tamaño de los ingenios.
Sin embargo, insistimos en que relativamente hablando, el trato del esclavo era mejor en la era pre-plantacional que .la subsiguiente. En primer lugar, porque las condiciones de trabajo, en general, nunca llegaron a alcanzar el carácter mortal de pesadilla que tuvieron en los ingenios del siglo xIXx. Además, allí donde la
distancia entre las clases era menor, el trato tendía a mejorar y hasta se establecían entre el señor y el siervo ciertos lazos de
solidaridad. Así ocurría en Bayamo.
Y de ahí el famoso
episodio
ocurrido cuando el secuestro del obispo Juan de las Cabezas y Altamirano por el pirata francés Gilberto Girón. Tuvo papel principalísimo en el rescate del clérigo el esclavo más famoso en la historia temprana de la Isla, un etíope digno
de alabanza
llamado Salvador, negro valiente, de los que tiene Yara en su labranza, hijo de Golomón,
negro prudente...,
según le canta Silvestre de Balboa en su épico Espejo de Paciencia. Salvador arremetió contra Girón con su machete y su lanza
y lo mató,
lo que
mueve
ahorre, es decir, le otorgue
al poeta
a pedirle
su libertad:
De las arenas de tu río divino el pálido metal que te enriquece saca, y ahorra antes que el vulgo a Salvador, el negro memorable.
a Bayamo
que
lo
hable,
Por donde llegamos precisamente al factor más importante en la suavización de las relaciones entre el esclavo y su dueño: la posibilidad y la frecuencia relativa de la manumisión. Ya señalamos
que el derecho
a obtener la libertad le era otor-
gado a los esclavos en las Siete Partidas y vino con los conquistadores a la América desde la realidad social de España, donde la manumisión se practicaba con frecuencia. En Cuba las manu-
misiones 7.
también' fueron
Marrero,
Vol.
V
(1976),
numerosas
p. 195.
17
desde
el comienzo
de la
colonización. Las había de muy lugar en vida del amo, quien las tes» del esclavo (por ejemplo, por «lealtad y buen servicio» y hasta
esclavos
viejos,
inútiles
variados tipos. Algunas tenían concedía por «servicios eminenhaberle salvado la vida), o por por egoísmo (emancipación de
o enfermos).
Otras
manumisiones
—tal
vez más frecuentes— resultaban de la voluntad testamentaria de los señores, quienes premiaban así los servicios que habían reci-
bido en vida de esos esclavos o actuaban
por escrúpulos
morales
o de conciencia. Dos poderosas influencias se unían a las anterio-
res: la paternidad y el lecho. Muchos hombres tenían hijos ilegítimos con negras y existen numerosas referencias documentales
a los esfuerzos que hacían para sacar de la servidumbre a sus des-
cendientes
mulatos.
Por su parte —dice
Ortiz—
las negras «goza-
ban además de otra ventaja, de la facilidad de proporcionarse algún dinero y aun de lograr su emanipación, haciendo vida sexual
común con algún blanco, caso bastante frecuente. Ello era un honor para la favorecida, lo cual no extrañará al que haya leído
las crónicas de algunas exploraciones del Africa occidental».
La compra de los esclavos por parte de parientes fue estimulada siempre por el gobierno español. En una Real Cédula de 1583 dirigida a los oficiales de la hacienda real en la isla de Cuba, el Rey expresa: «Por una nuestra cédula fecha en cuatro de fe-
brero
próximo
pasado
deste
presente
año,
habemos
enviado
a
mandar que los esclavos nuestros que en esa isla están, de los que han trabajado en la obra de la Fortaleza de La Habana, los vendáis, dejando alguno si fuera menester para servicio de dicha
fortaleza, como se contiene en la dicha cédula que allá veréis. Y: porque somos informados que algunos de los soldados de la dicha fortaleza tienen hijos en algunas esclavas nuestras y que
tienen voluntad de comprarlos y libertarlos, os mandamos que habiéndose de vender los hijos de dichos soldados... prefiráis a los padres de ellos que los quisieren comprar para dicho efecto.»? Muchas veces no son los padres europeos quienes libertan a sus
hijos mulatos, sino esclavos manumitidos
los que consiguen, me-
diante actos de compraventa, la libertad de sus parientes en cautiverio. Puede decirse, sin lugar a dudas, que gran parte de los ahorros de los esclavos de la Cuba colonial se dedicaron a obtener
la manumisión 8. Ortiz
sia»,
O
ante
(1916), juez,
de seres queridos, prueba admirable
o
pp.
por
311-312. acta
El amo
notarial,
podía
en
conceder
testamento
la
y por
del espíritu
libertad carta.
«en
igle-
9. Konetzke (1953-1962), Vol. 1, p. 547. Ya hay indicios de la libertad condicional de los esclavos en La Habana desde el año 1579, como lo prueba una
escritura pública
recogida
por Rojas (1947), p. 39,
78
solidario, de la fortaleza de los lazos
familiares,
de la tenacidad,
el orgullo, el amor a la libertad y la capacidad de sacrificio de los
negros de Cuba, aun en las desventajosísimas
circunstancias
en
que se veían obligados a vivir. Aparte de las manumisiones individuales de los amos y de estas compras individuales de los parientes, también hubo manumisiones dictadas por el Estado. Por ejemplo: levas en caso de necesidad bélica (ataques de corsarios y piratas o de potencias extranjeras); o mercedes especiales en caso de grandes celebraciones oficiales; o decisiones judiciales en caso de maltrato por parte del amo; o premios por traer cimarro-
nes del monte, etc. Y por fin, esa curiosa forma de emancipación conocida en Cuba con el nombre de coartación.
Como hemos visto, los esclavos tenían el derecho a emanciparse entregando al amo el precio de su libertad. Quizás una de las primeras voces en favor de estas autocompras fue nada menos que la de un rey de España, Su Majestad Carlos V, quien en una Real
Cédula de 1526 expresa al Gobernador y a los Oficiales Reales de
la isla de Cuba que para evitar alzamientos y estimular a los negros a «trabajar y servir a sus dueños con más voluntad», sería conveniente (además de casarlos) el que sirviendo cierto tiempo, y dando cada uno a su dueño hasta veinte marcos de oro, por lo menos, y desde arriba los que vosotros paresciere según la calidad, condición y edad de cada uno, a este respecto
subiendo
o bajando
en el tiempo y precio sus mujeres e hijos de los que fuesen casados, quedasen libres y tuviesen de ello certinidad, será bien
que entre vosotros platiquéis en ello, dando a las personas que VOS pareciere que convenga y de quien se pueda fiar, y me enviéis
vuestro parecer». Las autocompras empezaron en Cuba muy temprano. A veces el siervo no lograba reunir sino una parte de
la cantidad necesaria para obtener su manumisión. Entonces se coartaba, es decir, le entregaba esa cantidad de dinero ahorrada a su amo y, en cambio, adquiría el derecho a no ser vendido sino
por un precio estipulado del cual se descontaba lo que había dado en adelanto.
Posteriormente,
si podía,
entregaba
al amo
cantida-
des parciales para cancelar el resto de la deuda y adquirir la plena libertad. Estamos pues, ante una especie de auto-compra que el esclavo hacía a plazos y sin fiador. Con la ventaja de que una vez
fijado el precio, éste no podía ser modificado. Á veces la coarta-
ción era el resultado de una gracia testamentaria por parte de algún blanco, amo o protector. «La coartación limitaba, restringía, coartaba la potestad domínica del amo, por lo cual era ciertamen10.
Marrero,
Vol.
II (1974), p. 346,
11.
Ortiz (1916), p. 313,
19
te impropio llamar coartado al esclavo, cuando en rigor el coartado
era
el señor.» 1! Sobre
el siervo
se establece
una
especie
de
condominio: una parte pertenece al amo y la otra al siervo mismo. La coartación se hacía posible porque los esclavos eran capaces de acumular ahorros, debido a que otro de los derechos que se le reconocían era el de propiedad. En formas diversas, con innegables dificultades, pero con notable perseverancia, al amparo de
ese derecho, numerosos esclavos formaron centavo a centavo sus peculios que, en muchas ocasiones utilizaron para comprar total o parcialmente su libertad. Era bastante frecuente en las ciudades que algunos esclavos fuesen arrendados a una tercera persona.
«La pequeña burguesía invertía sus ahorros a menudo comprando un esclavo como podía comprar un animal de carga y lo arrendaba
convirtiéndolo en fuente de ingreso.» ? El esclavo se beneficiaba pues al relajarse su relación con el amo, podía hacer trabajos por
su cuenta y ganar algún dinero. La condesa de Merlin explica bastante bien las características de la coartación: «No sólo puede
el esclavo, cuando posee el precio en que se le estima, obligar al amo a darle la libertad, sino que aunque no tenga toda la cantidad, le hace recibir parte de ella, siendo más de cincuenta pesos,
y así sucesivamente hasta que se redima del todo. Desde la prime-
ra suma que el esclavo paga, fija su precio y no puede aumentársele... Tan pronto como un negro se coarta tiene libertad de no vivir en casa de su amo y ganar la vida por su cuenta, con tal
que pague un salario convenido y proporcionado al precio del esclavo; de modo que, desde el momento en que éste paga los
primeros cincuenta pesos, adquiere la misma independencia que tiene un hombre libre que se ve obligado a pagar una deuda a su acreedor.» *? Es decir, que de hecho, muchos coartados eran casi libres, propietarios de sí mismos, excepto «por esa especie de
censo que sobre sí pesaba», como dice Fernando Ortiz.!* En el siglo xv111 lo que hasta entonces era una costumbre adquiere sanción legal, pues la coartación recibe la protección de la Corona, por Real Cédula de 21 de junio de 1708. Otra de 21 de junio de 1768 ordena el cobro de la alcabala en la venta de negros en Nueva España, Perú y Cuba, pero refiriéndose a los coartados estipula que «cuando el esclavo entregue a sus dueños parte del precio que le costó, con el fin de que rebajado de su valor principal 12. 13.
1841.
Ortiz (1916), p. 312. Condesa de Merlín, Los Esclavos
Cit.
también
por
Ortiz
(1916),
pp.
el artículo de Aimes
14. Ortiz (1916), p. 312.
316-317.
: en las Colonias Españolas, Madrid,
Sobre
en Yale Review
80
la
coartación
en
Cuba
(1909), pp. 412-431,
véase
quede más moderado y él en mayor aptitud de conseguir su liber-
tad, se anote el instrumento que le sirve de título» sin pago de
impuesto.!*
En el siglo xvii la ley no sólo reconoce la vieja práctica de la coartación sino que crea el cargo de procurador síndico (defensor oficial de los esclavos) en cada distrito local. Mucho
se ha
discutido sobre los verdaderos efectos de ésta y todas las bien intencionadas piezas legislativas en favor del esclavo. No cabe duda que su aplicación en la práctica y realidad de la vida fue, en casos innumerables, muy deficiente. Pero alguna efectividad debían
tener,
vigorosamente
porque
contra
con
gran
ellas, por
frecuencia
entender
los
que
amos
los
protestaron
perjudicaban
grandemente. Por ejemplo —como veremos— en 1789 se elaboró el Código -—saturado del espíritu lluminista— que regulaba la educación, trato y ocupaciones de los esclavos en las posesiones españolas. Pues bien, en 1790 un grupo de 69 hacendados azucareros
cubanos
(otra prueba
de
que
la sociedad
cubana
tránsito velocísimo hacia la sociedad plantacional)
estaba
se dirigieron
en
a
Su Majestad para pedir su abolición inmediata, por considerarlo dañino para el funcionamiento adecuado de las plantaciones y peligroso para el futuro de Cuba. ¿Para qué molestarse en protestar, si la ley fuera totalmente —como se pretende por algunos—
letra
muerta?
En
definitiva,
con
todas
sus
limitaciones,
puede
afirmarse que la tradición legislativa española ejerció en Cuba, en lo general, una influencia mitigante de los rigores del sistema esclavista, lo que no puede decirse, por ejemplo, de la tradición legal de los estados del sur de los Estados Unidos. Basta repasar el meritísimo Indice donde María Teresa de Rojas reproduce y extracta los documentos notariales habaneros del siglo xVI, para comprobar que desde los comienzos de la colonización española en Cuba, el esclavo fue utilizado ciertamente como una propiedad cualquiera para operaciones de alquiler y compraventa, así como para fundar censos, otorgar dotes y garantizar hipotecas, Pero obviamente era sujeto de derechos, por ejemplo, el de reclamar y recibir herencias. Y como las manumisiones abundaban, muchos negros horros, dedicados al comercio o a la artesanía, elevaron su status económico hasta el punto de necesitar mano de obra para sus negocios. Y así encontramos en la colección de Rojas actas notariáles donde aparecen negros libres alquilando, comprando y
vendiendo esclavos de su propio color.!* 15.
Bachiller
16. Rojas passim.
y Morales
(s/f),
p.
152.
(1947), pp. 7, 9, 12, 29, 33, 41, 47, 52, 56-58, 64-65, 69, 76, 79, 89 y
81
El modo más efectivo en que la ley hispánica atemperó los rigores de la esclavitud en Cuba fue estimulando las manumisiones, pues estamos de acuerdo con Tannenbaum en que «la actitud con respecto a la manumisión
vitud»."
David
B. Davis,
es el elemento
en su epocal
crucial en la escla-
tratado
The
Problem
of
Slavery in Western Culture, afirma con todo el peso de su autoridad: «Es un hecho incontestable que los esclavos tenían más
oportunidad para manumitirse
en la América
Latina
que en las
colonias británicas o en los Estados Unidos. Esta aceptación de la manumisión individual, junto con una creciente tolerancia
de las diferencias raciales, probablemente ayudaron a los latinoamericanos a evitar los trágicos odios, los temores malignos y las injustas discriminaciones que siguieron a la abolición en la ¡América del Norte.» *? (O, si no a evitar completamente
—agregamos
nosotros— por lo menos a disminuir esos odios, temores y discrl-
minaciones.) Todos los viajeros que visitan a Cuba en la era colonial se sorprenden de lo numerosas que son las emancipaciones.
Citemos sólo una muestra:
la afirmación
del barón Alejandro
de
Humboldt: «En ninguna parte del mundo donde hay esclavos, es tan frecuente la manumisión como en la isla de Cuba, porque la
legislación
española,
poniéndole
trabas
francesa
e inglesa,
contraria
favorece
enteramente
a
extraordinariamente
ni haciéndola
onerosa.
todo esclavo a buscar amo, o comprar
El
las
la
legislaciones
derecho
libertad,
que
su libertad si puede
no
tiene
pagar
el importe de lo que costó, el sentimiento religioso que inspira a
muchos
amos
bien acomodados la
mento, la libertad a un número
de tener una
porción de ellos
idea
de
conceder,
determinado
de ambos
en
su
testa-
de negros, el hábito
sexos
para
el servicio
doméstico, los afectos que indispensablemente nacen de esta especie de familiaridad con los blancos, la facilidad que tienen los obreros esclavos de trabajar por su cuenta pagando cierta canti-
dad diaria a sus amos; estas son las principales causas de por qué en las ciudades se liberan tantos negros, pasando de la servidum-
bre al estado de libres de color... La posición de los libres de color
en La ¡Habana es más feliz que en ninguna otra nación de las que se lisonjean, hace muchos
siglos, de estar muy adelantadas
en la
carrera de la civilización.» 1? El tamaño y progreso de la población libre «de color» en Cuba —si se les compara con la situación coetánea en los: Estados Unidos y otras partes— demuestra que en la práctica, con todas sus mataduras, el «sistema español de escla17. 18. 19,
Tannenbaum (1947), p. 23. Davis (1966), p. 262. Humboldt (1969), pp. 124-125,
82
vitud» fue mucho más benigno (por lo menos en la era pre-plarr tacional) que los «sistemas» de las demás potencias europeas.
Como la Iglesia Católica tenía en España y sus colonias el carácter de religión oficial del Estado, conviene que digamos unas
palabras sobre su posición en lo que a la esclavitud se refiere, El
tema es muy polémico. Algunos autores le atribuyen a la Iglesia una influencia morigerante de gran magnitud. Esa es, por ejemplo, la tesis de H. S. Klein en su libro ya citado.% Otros van al otro
extremo
y atribuyen el carácter más
humano
del régimen
escla-
vista cubano en su primera época no a la intervención mitigante del Estado y de la Iglesia, sino pura y simplemente a las realidades económicas. Magnus Mórner sostiene que «la proporción relativamente baja de esclavos en Cuba y otras condiciones locales peculiares, especialmente antes de la aparición de la economía de
plantación
en la Isla,
ignoramos
que
actitud
relativamente
fueron
tolerante
muchos
los factores
que permitieron
hacia los esclavos».?
religiosos
se aprovecharon
Nosotros
una
individual
no
y
colectivamente de la infame institución y condonaron los excesos a que ésta conducía, en abierta violación de los más elementales
principios cristianos. Además, nos resulta evidente que la naturaleza de la infraestructura económica puede opacar y hasta destruir
la influencia mitigante de otros factores. Pero tenemos por indudable que en la Cuba pre-plantacional las circunstancias permitieron el ejercicio de la acción atemperante de la Iglesia, creándose así —y esto es muy importante— una tradición esclavista cubana
peculiar y distinta, que iba a pesar luego sobre la institución en el período más duro de la sociedad de plantación del siglo xIx.
En Cuba, por lo menos en las zonas urbanas, la población es-
clava recibía el bautismo en la misma proporción que la blanca. Y las estadísticas de las parroquias muestran que existía una
notable semejanza entre la tasa de matrimonios de esclavos y la de matrimonio
de los blancos.
Por ejemplo,
según informes
de la
Catedral de Santiago de Cuba, entre 1752 y 1755 se celebraron 75 matrimonios de blancos y 55 de esclavos negros en esa parroquia. Como en esa ciudad había por aquel entonces 5.765 esclavos y 6.523 blancos, esas cifras significaban que habían tenido lugar un matrimonio por cada 104 esclavos y uno por cada 87 blancos. Lo
que resulta, en verdad, sorprendente si se recuerda que una parte
sustancial de la población de todos los colores vivía en esa época en uniones libres, Otro dato notable que revelan las estadísticas
eclesiásticas 20.
Klein
21.
Moórner
es
(1967),
el elevado pp.
(1967),
número
87 y ss.
p. 114.
83
de matrimonios
perfectamente
legales
entre
esclavos
y personas
libres.
Entre
1825
y
1829
(en
plena sociedad plantacional), en seis parroquias de La Habana, el 18,6 por ciento (casi la quinta parte) de los matrimonios
celebra-
dos (131 de 702) eran de persona libre con persona esclava. Estos y otros muchos datos semejantes permiten arribar a la conclusión de que el negro disfrutaba, con respecto a los sacramentos de
la iglesia, del mismo status que sus amos.? Ambos pertenecían al mismo cuerpo místico. Ambos tenían acceso a los mismos templos
y a los mismos altares. Y este hecho tiene necesariamente que haber atemperado en algo los peores efectos de la esclavitud, al menos en las ciudades.
Los «libres de color» en la sociedad pre-plantacional Mientras en el Sur de los Estados Unidos —como ha señalado lra Berlin en Slaves Without Master— el número de negros libres era
escasísimo
en
todo
el período
que
precede
a la Guerra
de
Independencia! en Cuba, en cambio, éstos fueron muy numerosos desde
el comienzo
inevitable
mismo
de la abundancia
de la era
colonial,
de manumisiones
como
consecuencia
estatales
e indivi-
duales, de coartaciones y compras
de libertad por parte de parien-
cocineras,
en casas
tes a que acabamos de referirnos. El proceso es perfectamente visible ya en el siglo xvI. De esa época hay noticias sobre negros libres que disfrutaban mercedes de tierras y de muchos otros (la mayoría) que vivían en las ciudades, las mujeres trabajando como sirvientas
o lavanderas
de blancos
y los hom-
bres ejerciendo diversos oficios, cultivando frutos menores en las
afueras de las poblaciones y prestando servicios diversos. Las negras «horras» (o libres) llegaron a convertirse en un elemento in-
dispensable
de la sociedad
habanera
del siglo xvI, pues poseían
tabernas, hospedajes y fondas y atendían a las necesidades
de los
viajeros de las flotas que hacían escala obligada en el puerto de la ciudad capital. A lo largo del siglo xvII —como sabemos— no creció mucho la población de la Isla. Al comenzar el siglo XVIII de los cincuenta mil habitantes que en ella vivían, la mitad era «de color» (es decir, negros y mulatos). Y en esa mitad, los escla-
vos tenían una ligera mayoría. sobre los libres. A partir de 1700,
el proceso demográfico se anima considerablemente. En el censo de 1774, realizado bajo el mando del marqués de la Torre, los
blancos llegan a 96.440 y la población «de color» se eleva a 76.180 22. Klein 1. Berlin
(1967), pp. 91-98. (1974), p. 4.
84
(o sea, 65,4 por ciento blancos y 43,6 por ciento «de color»). Estos últimos, a su vez se dividían en 31.847 libres y 44.333 esclavos, es decir, que la proporción de esclavos respecto de la población total de la Isla era un 25 por ciento y la población de color era
libre en un 41,8 por ciento y esclava en un 58,2 por ciento. Se
calcula
que
al cerrarse
el siglo xvItr los negros
y mulatos
libres
de Cuba sumaban unos 90.000, lo que superaba en más de 30.000 individuos el número de negros y mulatos libres de todos los estados esclavistas del sur de Estados Unidos tomados en su conjunto.? En el siglo xvii los negros y mulatos libres prácticamente ejercían el monopolio de las ocupaciones manuales en Cuba. La casi
totalidad
de
los
carpinteros,
albañiles,
hispanoamericanas
ha
dado
a tantas
ebanistas,
sastres,
zapateros, plateros, joyeros, etc., pertenecían a este sector de la sociedad. Aunque colocados en una situación de inferioridad, estos hombres trabajaban para los blancos y, en consecuencia, lejos de vivir marginados de la comunidad total, estaban integrados a ella, por lo menos desde el punto de vista económico. La cuestión del verdadero status de la población «libre» de color en las colonias cuestión
del trato
dado
origen
a los esclavos.
Quizás
polémicas el único
como
modo
la
de
resolverla sea contemplando el mundo pre-plantacional cubano como una sociedad mixta sui generis, escenario histórico de una
violenta lucha dialéctica entre fuerzas muchas veces contradictorias, algunas de las cuales impulsaban hacia la integración y otras
presionaban hacia la separación de los distintos grupos, estratos o estamentos. libres
de
Cuba
Es indudablemente disfrutaban,
cierto que los negros y mulatos
relativamente
hablando,
de
una
serie
de importantes ventajas. Una de ellas era la de pertenecer —ya lo vimos— a la Iglesia oficial del Estado. En vez de practicar la religión en instituciones segregadas, la población «de color» tanto libre como esclava, pertenecía junto con los blancos, a la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Aun los que practicaban ritos sincréticos se sentían parte de esa comunidad religiosa, como veremos en su oportunidad. Y la influencia de la Iglesia en todos los aspectos de la vida colonial de Hispanoamérica fue, como es sabido, considerable. La jerarquía eclesiástica —con mayor o menor perfección— ocupaba una posición intermedia y mediadora entre amo y esclavo, basada en la creencia de que ambos
eran miembros
2. Guerra (1971), p. 188; Klein (1967), p. 194. Sobre siglo xvI, véase Rojas (1947), pp. 57, 64, 69 y passim.
los
de una sola, única y verdadera iglesia, cuya autoridad moral —y hasta legal— ambos debían respetar. Desde el comienzo de la co-
85
horros
en
el
lonización, todos los negros —ya libres, ya esclavos— tenían derecho
al bautismo,
a la confirmación,
al perdón
de los pecados,
al
matrimonio y, con el tiempo, hasta las sagradas órdenes. El clero falló muchas veces en el cumplimiento de sus deberes pastorales respecto a los esclavos y a la población «libre de color». Pero ésta, en gran parte de la era colonial, vio en la iglesia y sus doctrinas cristianas una fuerza niveladora y humanizadora que podía ayudarla a mejorar su condición social. Si las puertas del templo estaban abiertas para el negro cuba-
no, las de la economía por lo menos
se le entreabrían.
Ya vimos
que los esclavos usaban el derecho que tenían de formar su peculio para acumular ahorros con que compraban su libertad y la de los suyos. Con el progreso económico
general
del país a partir
del siglo xv111, paralelamente se produjo un mejoramiento en las condiciones de vida de los negros y mulatos libres, principalmen-
te concentrados en las ciudades (aunque en Oriente crecía sin cesar en número e importancia un amplia capa de población rural libre «de color»). Ya vimos que en los primeros. tiempos de la
Colonia los negros fueron
XVIII
no
quedaron
ahí.
Las
sobre todo artesanos. oportunidades
Pero en el siglo
abiertas
por
una
eco-
nomía en expansión permitieron el desarrollo de una clase media «de color» libre, si no
rica por
lo menos
bastante
acomodada
y
plenamente integrada dentro de la estructura económica de la sociedad en que vivía.
Una muestra importantísima del rol que esta población negra y mulata libre desempeñaba en la Cuba del xv111 la tenemos en su participación masiva en las actividades de defensa de la Isla. La vulnerabilidad estratégica de Cuba y las dificultades que la Coro-
na siempre confrontó para hacerle frente a los ataques de corsarios, piratas y ejércitos regulares de potencias enemigas condujeron a las autoridades españolas a la organización de batallones de voluntarios blancos y «de color», que se estructuraron separadamente. Hacia 1600 quedó establecida con carácter permanente la
Compañía de Pardos Libres de La Habana (en Cuba se llamaba pardos a los mulatos). Posteriormente se repitió en fenómeno en
otras ciudades de la Isla. Y pronto en muchas aparecieron también compañías de morenos libres (en Cuba se llamaba morenos
a los negros). Estas unidades militares estaban mandadas por clases y oficiales sacados de su propio seno, mediante un proceso de riguroso ascenso conforme a méritos y antigitedad. Su propó-
sito no era ceremonial, sino efectivamente militar, o a veces, po-
licíaco. 3.
Estas
tropas
participaron
Klein (1967), p. 195.
86
en numerosas
acciones
bélicas
a lo largo
de los años. Y muchas
veces
eran
trasladadas,
por pe-
ríodos más o menos prolongados, a otras colonias españolas, por ejemplo,
Pertenecer
a México
y a Luisiana,
a la milicia
era
en
un
caso
privilegio
de
urgente
necesidad.
altamente
apreciado.
Aunque sólo recibían paga en situación de campaña, sus miembros
disfrutaban de fuero militar, es decir, de protección contra posibles desafueros de tribunales civiles. Y, del Rey abajo, el gobierno español se preocupó
siempre en rodear de prestigio y aprecio ofi-
te significativa.
consecuencia,
cial a los miembros de esta institución.* En el año 1770 el ejército español en Cuba contaba con 11.667 oficiales y soldados. De ellos 3.413 (casi un 30 %) integraban los tres batallones y 15 compañías de milicias voluntarias de negros y mulatos que funcionaban en las ciudades de La Habana, Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe, Santiago de Cuba y Bayamo. Uno, de cada cuatro mulatos adultos, era miembro de la milicia, una proporción extraordinariamenEn
mientras
en
Virginia
y demás
colonias inglesas de Norteamérica las autoridades hacían todos los esfuerzos posibles para mantener a los ciudadanos libres «de color» completamente aislados e inermes, en Cuba los negros y
mulatos libres formaban parte importante del establecimiento militar del país a lo largo de los siglos XVII, xvII1 y buena parte
del xIx.? Conviene ahora mirar al otro lado de la medalla, Hasta aquí hemos insistido en los factores mitigantes, niveladores, de integración. Pero nunca debe olvidarse que si en la Cuba pre-plantacional no se llegó a establecer una sociedad cerrada de castas (en el sentido sociológico, científico, «hindú» del término) tampoco flo: reció en ella una democracia social. Como en el resto de Hispanoamérica, se entrelazaron en Cuba, desde el principio, tres fuerzas históricas fundamentales: 1) el desarrollo de un incipiente
capitalismo;
2) la adaptación
de los residuos
feudales
de la alta
Edad Media española a la nueva realidad americana; 3) la miscegenación, que en Cuba, tras la catástrofe demográfica del siglo
xvI, consistió en la mezcla de dos razas: blancos y negros. El resultado fue el establecimiento en la Isla de una sociedad aris-
tocrática y jerárquica muy peculiar que bien pudiera bautizarse con el marbete acuñado por ¡Alejandro Lipschútz: Cuba devino
una pigmentocracia. Por encima del sistema de clases (hacendados, comerciantes, agricultores medios y pequeños, artesanos esclavos) funcionaba en la Isla un sistema o régimen de (en
4. 5.
español
la palabra
tiene una
Konetzke (1953-1962). Vol. Klein (1967), pp. 211-219,
III,
connotación
p.
87
110.
distinta
libres, castas
a la que
le
da la ciencia sociológica actual; sólo designa «cualquier grupo animal o humano con características propias»). Estas castas (me-
jor
sería,
tal vez,
decir
estamentos,
para
evitar
confusiones)
se
distinguen entre sí básicamente por el color de la piel, pero se diferencian además por poseer status legal, privilegios y tabúes distintos. La sociedad cubana se dividía en tres estamentos, estra:
tos o círculos colectivos bien definidos: el de los blancos,:el de los mulatos y el de los negros. Cada persona que vivía en Cuba tenía que pertenecer a uno de los tres. Estos círculos estaban separados unos de otros por una complicada red de leyes, reglamentos, cos:
tumbres,
hábitos,
prejuicios
y criterios
colectivos.
Los
blancos
—ricos O pobres— eran considerados «superiores» a los mulatos y a los negros. Estos últimos eran considerados «inferiores» a los
mulatos y a los blancos. Y un vasto aparato de usos sociales ser-
vía de instrumento
para evidenciar esas
relacioens
tan pronto
se
producía un contacto entre los círculos. Un solo ejemplo: un mulato podía ser más rico, más culto, más refinado que ún blanco, pero siempre que hablara con él, tenía que descubrirse en señal
de respeto, y tratarle con muestras de absoluta sumisión a su superior jerarquía. Ser negro o mulato, aunque se fuera libre, significaba pertenecer a una mala casta. En los documentos ofi-
ciales
de
la época
así se evidencia.
Examinando
la admirable
Colección de Konetzke encontramos numerosas comunicaciones del Consejo de Indias que se refieren a los mulatos como «personas de poca satisfacción», «gente de baja calidad», «gente de oscuro nacimiento», gentes manchadas «con el feo borrón de su vilísimo nacimiento de zambos, mulatos y otras peores castas con
quienes se avergiienzan de alternar y rozarse los hombres de la más mediana esfera»... etc. En los momentos iniciales de la vida colonial los mestizos y los mulatos eran, casi por definición, ilegítimos, status que esa sociedad consideraba infamante y pecaminoso. La mezcla de razas —esa era la creencia de la época— producía una casta de bastardos marcados por una mancha o
sucieza Originaria que se acentuaba también
rebajadoras:
el mulato
era
por otras dos características «un
mal-nacido»
no sólo por
ser hijo del pecado y la concupiscencia, sino además por ser des-
cendiente
de
esclavos
(la
úlima
carta
de
la
baraja
social)
paganos O herejes (último peldaño de la escala religiosa). Y, sin embargo, —recuérdese
racterístico
de este régimen
de
siempre—
y
lo verdaderamente
castas estratificadas
era
pesar de las barreras que separaban a los tres estamentos
que,
de
ca-
a
étnicos
en los siglos XVI, XVII y XVIII, éstos no constituían círculos socia6.
Konetzke
(1953-1962).
Vol.
II,
pp.
88
288,
319,
340,
les rígidamente cerrados, herméticos, ni mucho menos endógamos. Las distancias entre ellos eran enormes, pero no insalvables. Las relaciones sexuales entre los miembros de estamentos distintos eran muy frecuentes. Resultaba, en consecuencia, posible (aunque no fácil, por supuesto) cambiar de posición en la escala social:
moverse, por ejemplo, del extremo «superior» de un círculo al extremo «inferior» de otro y, con el tiempo, y la acumulación de riquezas, «ascender» a posiciones de mayor prestigio dentro del
nuevo estrato. La movilidad vertical existía, aunque limitada, desde luego, por las estructuras ideológicas típicas de la época. No
se olvide que el período de que estamos hablando pertenece a la era anterior a la Revolución Norteamericana y a la Revolución Francesa, o sea, a la época pre-jeffersoniana, pre-rousseauniana, pre-iluminista, pre-igualitaria, pre-democrática. En la sociedad pigmentocrática sólo la religión superaba en valor
clasificatorio
a las
consideraciones
étnicas.
Y,
si
es
cierto
que había intercomunicabilidad entre las esferas, como acabamos de ver, también es verdad que la barrera del color dificultaba la movilidad social completa. Si los obstáculos económicos eran
ocasionalmente
los raciales
En ningún
vencidos,
seguían
terreno
mediante
funcionando,
resaltaba
más
la acumulación
e impedían
esa realidad
de
riquezas,
la total nivelación.
que
en el educa-
palanca para el avance
personal. La
cional. Desde muy temprano los negros y mulatos libres comprendieron que allí donde reinaba —como sucedía en Cuba— un analfabetismo masivo, la adquisición de cultura, siquiera modesta,
constituía una poderosísima
«gente de color» se esforzaba consecuentemente por obtener un nivel de instrucción similar al de los blancos. Como en Cuba la educación primaria y secundaria estaba en manos de la Iglesia y ésta no se oponía a que los negros y mulatos la recibiesen (aunque en escuelas separadas, desde luego) pronto un buen número de ellos lograron dar el salto, adquirieron las primeras letras y algunos consiguieron continuar sus estudios, completando el bachillerato, lo que en aquella época representaba un índice de culturización muy elevado. Pero pronto hubo quienes no quisieron detenerse ahí y aspiraron a adquirir títulos de alto prestigio social, es decir, quisieron hacerse médicos, abogados, farmacéuticos, etc. Aquí surgieron de inmediato las dificultades, Esos títulos y profesiones estaban tradicionalmente reservados para los blancos. Y era preciso probar «limpieza de sangre» para obtenerlos. Por ejemplo, en los Estatutos y Constituciones de la Real y Pontificia Universi-
dad de San Gerónimo
de La Habana,
título VII, capítulo XII
se
decía: «Que cualquiera que hubiere sido penitenciado o sus padres o abuelos o tuviere alguna nota de infamia no sea admitido a
89
grado
alguno
en esta Universidad,
ni tampoco
los negros, mulatos,
ni cualquier género de esclavo, ni que lo haya sido, ni tampoco sean admitidos a la matrícula.»? Fácilmente podrá comprenderse la tremenda frustración de tantos y tantos jóvenes de color inteligentes y ambiciosos, que veían sus carreras mico y social detenido y hasta cercenado
y su progreso econó: por el simple hecho
de tener oscuro el color de la piel. Es verdad que, tras prolongados
y agotadores empeños, algunos lograban romper también esa barrera, ya logrando la «vista gorda» de las autoridades educacio-
nales a la hora de solicitar ingreso en las instituciones de estudios superiores,
ya
obteniendo
del
gobierno
de
Su
Majestad
Católica,
tras el pago de ciertos impuestos, la concesión de patentes de blancura, mediante lo que entonces se llamaban cédulas de gracias
al sacar. Por ellas un grupo selecto de mulatos logró igualarse, por lo menos legalmente, a los blancos. Y unos cuantos individuos «de color» fueron admitidos a las profesiones de prestigio arriba mencionadas, aunque en lo social su posición cambiase muy
poco,
por lo menos en la primera generación? Este instrumento de nivelación tuvo aplicación relativamente limitada debido a que la
mayoría de la población «de color» carecía de los medios para hacerle: frente al pago de los impuestos exigidos y a los gastos que estas complicadas gestiones administrativas demandaban. Por lo demás, la coloración de la piel funcionaba aquí muy efectiva-
mente. No bastaba con tener buena posición económica, elevada educación, irreprochable conducta, probada lealtad y destacado
rango social en su grupo
para obtener la «gracia»
que borraba el
pasado racial de la familia. Era preciso también haber alcanzado étnicamente por lo menos la periferia de la «blancura biológica»,
O para decirlo en el lenguaje típico de la sociedad racista: «poder. pasar por blanco». La petición de las cédulas de gracias tenía to-
das las características de una lotería. A veces se concedían. A ve-
ces no. Y la decisión
y Llerena,
vecino
de
real era inapelable.
La
Habana,
el Rey
defecto que padece en su nacimiento»
A José
Francisco
le dispensa,
en
Báez
1760,
«el
(sic) y lo autoriza a ejercer
«su facultad de cirugía» que sabe Dios cómo
se las arregló para
obtener. En ese mismo año, el comandante del Batallón de Infantería de Milicias de Pardos Libres de La Habana, Antonio Flores, solicita que no se ponga embarazo a sus hijos para estudiar Filo-
sofía y Teología. Las autoridades
mulatos
a las universidades
estaba
le contestan prohibido,
que el ingreso de
de
acuerdo
con
la
ley 57, título 22, lib. 1, de la Recopilación de Indias, dándole así 7.
Konetzke
8.
King
(1953-1962).
(1951),
pp.
Vol. II,
p. 201.
640-647.
90
con la puerta en las narices décadas sirviendo lealmente La discriminación en el realidad más que un caso segregación
racial
que
a los hijos de un hombre que llevaba a su Majestad el Rey de España.” terreno educacional no constituía en particular de una política general de
desde
el comienzo
de
la colonización
co-
menzó a aplicarse en Cuba y que, de haber triunfado plenamente, hubiera creado en la Isla una sociedad de verdaderas castas. En el siglo xvi, por ejemplo, se pretendió impedir la nivelación social mediante
la regulación
de las vestimentas y los adornos
de la po-
blación, ordenándose que ninguna negra ni mulata, libre ni cauti-
va, pudiera traer joyas de oro ni de plata, ni perlas, ni vestidos de seda de Castilla, ni mantos, ni pasamanos de oro ni de plata, so pena de 100 azotes y de perdimiento de tales vestidos, joyas, perlas y demás.! A los negros —tanto libres como esclavos— se les prohibió por mucho tiempo portar armas (arcabuces, ballestas, espadas, dagas)... excepto en caso de emergencia bélica: guerra contra los cimarrones o contra invasores extrajeros.!! En nume-
rosos casos, cuando
se establecían penas criminales por diversos
delitos o contravenciones, éstas eran más severas para los negros que para los blancos. Un ejemplo: en diciembre de 1565 se prohibió el tránsito desde las inmediaciones de la Punta hasta la Chorrera, en La Habana, para facilitar la defensa contra ataques enemigos. Los españoles que violasen tal disposición debían pagar
una multa de 50 pesos; los negros libres o esclavos, por la misma violación de la ley debían ser desjarretados de un pie.
En los primeros tiempos de la colonización, las autoridades españolas parecen haber desconfiado de los resultados de la miscegenación y recelado de la lealtad de los mulatos y los negros
libres, Son numerosas las referencias a ellos en los documentos del siglo xvI, considerándolos como «mal inclinados» o «mal in-
tencionados». En consecuencia sistemáticamente se recomienda que no se les den órdenes eclesiásticas, que no se les emplee como escribanos, etc. Sin embargo, la opinión sobre ellos debe haber cambiado con el paso: de los años pues, como ya vimos, en el siglo xvi hasta se les admitió en las milicias, es decir, se les puso
un arma en las manos. En las Reales Órdenes de este último siglo
9. Konetzke (1953-1962). Vol. 111, pp. 287-294. El comportamiento leal de la población negra y mulata, libre y esclava de Cuba durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762 abrió posteriormente las puertas de las profesiones liberales a cierto número de pardos. En agradecimiento a su conducta, el Rey aceptó que se les admitiera, por ejemplo, a examen en la Facultad de Cirugía. Véase Konetzke (1953-1962). Vol. III, p. 183. 10. Konetzke (1953-1962). Vol. II, p. 183.
11.
Konetzke
(1953-1962). Vol. I, p. 489.
91
ya se habla de los mulatos y negros libres como de «gente de valor y habituada al trabajo y... que pelean con brío y reputación...» '? En el siglo xvi los vecinos de La Habana pretendieron, mediante reclamación judicial, obtener del gobierno la deportación de todos los negros libres a la Florida. Esta petición, empero, no fue aceptada por la Audiencia de Santo Domingo. O sea, que en más de una ocasión hubo en Cuba, tanto por parte del gobierno central como por parte de los vecinos blancos, serios esfuerzos dirigidos a crear una sociedad totalmente segregada, un sistema
de auténticas castas. Estos empeños —lo hemos visto— fracasaron. Pero el resultado de esa tensión y de esa lucha fue el surgimiento de esa sociedad mixta de que antes hablamos; una sociedad semi-abierta o semi-cerrada, según se le mire desde un extremo' o desde el otro; una sociedad si no «esquizofrénica», por lo menos «esquizoide», es decir de «personalidad racial» fraccionada, étnicamente partida. En ella era siempre posible «ascender» y de hecho siempre había alguien «ascendiendo»: moviéndose en la escala social de esclavo a libre, de negro a mulato, de mulato a blanco. El proceso era difícil, lento, penoso y limitado a una minoría,
pero precisamente porque ocurría, actuaba como un estímulo para
la movilidad y como una válvula de escape para la presión social.
Nunca debe perderse de vista, sin embargo, que lo que se producía en. definitiva no era una solución del conflicto mediante la afir mación de la igualdad entre las razas, sino más bien una aminora-
ción parcial de las tensiones, merced al artificial blanqueamiento
administrativo y legal de los mulatos. En definitiva, el mulato que rompía la barrera del prejuicio no lo hacía mediante la aceptación
de su mulatez por ambas ción
de su verdadera
gencias
de la sociedad
partes, sino por una vergonzante nega-
naturaleza
blanca.
y un acomodo
Ya
podrá
sumiso
imaginarse
a las exi-
el enorme
precio psicológico que se pagaba por esa «nivelación». Además, la gran masa de la población negra y mulata que quedaba atrás, se-
guía
sufriendo
ocupada
obligada
las
duras
en los oficios
más
a cederle el paso
discriminaciones penosos
y peor
tradicionales:
remunerados,
en la acera a los blancos,
seguía
seguía
seguía
te-
niendo como vedados determinados lugares públicos (ciertas secciones en los parques, por ejemplo), seguía aprendiendo en escuelas segregadas y defendiendo la paz y la seguridad del país en batallones y compañías segregados... Y si esclava, seguía sufriendo
todas las terribles consecuencias
y social.
de ese miserable status jurídico
12. Konetzke (1953-1962). Vol. II, p. 510. 92
El abolicionismo pre-plantacional Si el término
plia, como
abolicionismo
simple repudio
fuere, la primera
se toma
en su acepción
más
de la esclavitud en cualquier forma
manifestación
de este movimiento
am-
en Cuba
que
se
debe a los esclavos mismos. Desde el instante que entraron por primera vez en la Isla, llevados por el Adelantado Diego Velázquez
en 1510, los esclavos expresaron, sin cesar un momento, año tras año, siglo tras siglo, su odio a la institución, no con discursos o tratados, sino a través de la acción, utilizando cuántos medios de resistencia tuvieron a su alcance. Este tipo primario de antiescla-
vismo será estudiado en el acápite siguiente de este capítulo.
La otra manifestación del abolicionismo es de carácter ideológico, se expresa en forma oral y escrita y hunde sus raíces en el
terreno de la teología cristiana. En España existe una vieja tradición de abolicionismo religioso, representado por sacerdotes y monjes
opuestos
a la posición
oficial
de la Iglesia
Católica,
que
se encontraba
fray
legitimizaba la esclavitud como «un mal necesario» y hasta lucraba con
ella. Entre
esos
religiosos
antiesclavistas
Bartolomé de las Casas quien, creyendo que con eso protegía a sus amados indios, recomendó el empleo de negros en América, aunque —arrepentido— declaró más tarde en su Historia de las Indias que tan injusto era esclavizar a unos como a otros y por las mismas
razones.
Tomás
pítulo 20 de su obra Suma
Mercado,
teólogo
andaluz,
en
el Ca-
de Tratos y Contratos, aceptó teórica-
mente, en 1571, la legalidad de la esclavitud cuándo era producto de guerra justa, crimen o auto-venta. Pero su experiencia personal en el mercado de carne humana de Sevilla le demostró que los esclavos eran originalmente obtenidos casi todos por medios ilegítimos, es decir, por la fuerza y el robo. Para él resultaba prácticamente imposible participar de la trata africana sin cometer
grave pecado.
derecho
Más
radical aún
que
Mercado
era el profesor
de la Universidad de México, Bartolomé
de Albornoz.
de
En
su ensayo De la esclavitud (1571) condenó toda justificación teórica de
la institución,
go
de
afirmando
que
por
ley
natural
la presunción
siempre estaba en favor de la libertad. A estos nombres pueden agregarse otros, como Domingo de Soto, 'Alonso de Sandoval, DieAvendaño
y algunos
más.
Una
minoría,
ciertamente.
Pero
una minoría batalladora y elocuente, que actuó como tábano implacable y se reprodujo a ambos lados del Atlántico una y otra vez, para fustigar a la esclavitud en nombre de una conciencia
93
religiosa indignada por los horrores que la abominable institución provocaba.! Un reflejo de ese castizo criticismo cristiano brilló brevemente
en Cuba en 1681. En julio de ese año arribaron a La Habana, de tránsito para España, dos monjes capuchinos: Fray Francisco José de Jaca de Aragón y Fray Epifanio de Borgoña. Pronto estos dos humildes y oscuros tillana.
Como
ha
curioso incidente sociedad
mínimo,
donde
religiosos iban a estremecer la capital an-
explicado
Leví
Marrero,
de los fondos del Archivo
las ideas habían
dos extraños,
ajenos
vecinos, provistos solamente
que
desenterró
de Indias:
tenido hasta entonces
a los
intereses
de compasión
este
«en una
un influjo
materiales
de los
cristiana y de una eru-
dición manejada con brío polémico, escandalizarían a españoles y criollos. ricos con su prédica anticonvencional y su actitud desafiante al denunciar como ilegítima y anticristiana la base de sustentación de todo el régimen socioeconómico entonces vigente: la esclavitud».? Los primeros
fesonario. Varios
episodios
del conflicto
propietarios
se produjeron
de esclavos que
en el con-
intentaron
confe-
sarse con Fray Francisco José fueron rechazados por éste porque, respondiendo a sus preguntas, admitieron ser dueños de esclavos y, a pesar de las exhortaciones del sacerdote, se negaron a desha-
cerse de ellos. ¡Algo similtar debe haber hecho Fray Epifanio, pues
el provincial del convento franciscano dende los monjes se alojaban, en espera de la salida de la Flota, les exigió a los dos que administrasen el sacramento a los dueños de esclavos. Ambos rehusaron hacerlo, empero, y trasladaron su residencia a una hu:
milde choza situada junto a la ermita del Santo Cristo del Potosí,
a una legua de La Habana. Libres de las trabas conventuales, los dos frailes emprendieron una verdadera campaña antiesclavista en las estancias y los ingenios cercanos, insistiendo en que los
amos
estaban
obligados
a dar libertad a sus siervos y á «resti-
tuirles lo servido». Tales prédicas, como era de esperarse, provocaron enorme agitación en las dotaciones e indecible espanto entre los hacendados, quienes llegaron a temer una inmediata su-
-blevación. El capitán Juan Castellón testificó que debido a la labor pro1. Sobre este y ss.; Rout (1976), Suma de tratos y una ampliación de
temprano abolicionismo español, véase Davis (1966), pp. 187 pp. 33 y ss.; Zavala (1953), pp. 74, 88-90. La obra de: Mercado contratos, publicada en Sevilla en 1571 y luego en 1587 es Tratos y Contratos de mercaderes y tratantes, que apare-
ció en 1569. Albornoz en la Biblioteca de Autores Españoles. Vol. LXV, pp. 231 y ss. También: Sandoval (1956), passim. 2. Marrero. Vol. V (1976), p. 184.
94
pagandística
de
los
frailes
abolicionistas,
«andaban
los vecinos
atemorizados y los esclavos se holgaban mucho de oír dicha doctrina».? Ante las numerosas quejas de los dueños de esclavos el provisor del obispado, Francisco de Soto Longo, amonestó de palabra y por escrito a los dos sacerdotes para que «dejasen de esparcir semejante predicación». Amenazados
de suspensión, Jaca y Borgo-
la
subió
ña regresaron a La Habana. En enero de 1682 contestaron en tono violentísimo a sus acusadores, llegando a declarar que el provisor estaba de facto excomulgado por sus sistemáticas violaciones de doctrina
cristiana.
subversivos
escándalo
fueron encarcelados.
España. Allí el Consejo de
El
1682, pero en seguida
Y, por
de
punto.
Los
fin, remitidos
frailes
presos
a
de Indias les puso en libertad en octubre los remitió
al Provincial
envió a Fray
Francisco
de los Capuchi-
nos de Castilla en Valladolid, amonestándoles para que no pasasen de nuevo a la América. Cuando
Soto
Longo
José
a una celda
de la fortaleza de la Punta y a Fray Epifanio a otra del Castillo de la Fuerza, inmediatamente se apoderó del ajuar y de los papeles
de los religiosos. Entre ellos se encontraba un manuscrito del Padre Jaca, donde éste resumía su pensamiento sobre la esclavi-
tud. Todos estos documentos fueron enviados a España. Y allí los descubrió el profesor Marrero,
casi tres siglos después.
Gracias a
ellos podemos conocer las ideas de estos valientes precursores del movimiento abolicionista del siglo xvIr. El alegato del Padre Jaca
llevaba por título: Resolución sobre la libertad de los negros y sus originarios, en el estado de paganos y después, ya cristianos.
Marrero lo describe del siguiente modo: «El documento, escrito en La ¡Habana en 1681, consta de 63 capítulos en los que, en la
retórica de la época, se presentan los argumentos de los esclavistas, y son destruidos a golpes de dialéctica. Fray Francisco José poseía una erudición innegable. Sus principales fuentes fueron
Fray Tomás de Mercado (1569) y Alonso de Sandoval, S. J. (1627),
pero a su vera encontramos una falange de autoridades, encabezadas por Aristóteles y Santo Tomás. No le faltaría el apoyo doctrinario de docenas
utilizada
horrores
con
maestría,
de Santos
fue
de la esclavitud,
citados, pero su arma
la
Biblia.
Testigo
sus experiencias
más eficaz;
presencial
personales,
de
los
descarna-
damente expuestas, aparecen intercaladas entre el texto barroco, recargado de citas.»* El Padre Jaca sostiene en su obra que «el señorío de la libertad» es un don que Dios concede a todos los hombres sin excep3. 4.
Marrero. Marrero.
Vol. V (1976), p. 185. Vol. V (1976), p. 191.
95
ción. Por eso considera la esclavitud como una institución contraria a «la racional naturaleza». Y no hay argumento pro-esclavista que logre hacerlo vacilar un' ápice a este respecto. Todas esas «alegacias», dice, no son más que «dictados del demonio». Si no es lícito un solo pecado venial, añade, «¿cuánto menos lícito será cualquier razón de piedad que encubre el hurto de la libertad cristiana y se adorna con la tiranía?»* Uno a uno, el noble capu-
chino destruye los sofismas pseudoteológicos con que se pretende justificar un régimen de trabajó cuyo carácter brutal, inhumano,
bárbaro, queda atestiguado por «los castigos que en gente tan miserable se ejecutan... la hambre que padecen... los grillos, las esposas, las cadenas y cepos con que los he visto aprisionados de pies y manos... los cruelísimos azotes que les dan por todo el cuerpo con nervios de bueyes y cuerdas y sogas embreadas, con tal crueldad que no sólo se contentan con darles 40 azotes, con que los romanos se daban por satisfechos para con sus esclavos,
gentiles como ellos, sino los 400 y 600 conque a ocasiones, no por
un día sino por otros consecutivos los atormentan cuyo alivio suele
ser echarles sobre sus llagas vinagre o sebo ardiendo y aceite hir-
viendo... Y muchas veces no contentándose con las inhumanidades dichas, les cortan con navajas sus carnes, con otras atrocidades que la decencia no me da lugar a decir... Me consta han quedado no pocos muertos a manos de los verdugos, sus amos, peores que gentiles, que inventaron lo que muchos tiranos olvidaron». - Todas las razones que aducían los esclavistas para justificar la institución eran rechazados por el Padre Jaca como falsas. Repudiaba, en primer lugar, el argumento de que la esclavitud se había introducido por «justa y no dudosa guerra»... «¿Qué razón de guerra justa hay entre españoles y negros?», inquiría con agudeza Fray Francisco José. Al alegato de que los esclavos "provenían de
conflictos internos en África contestaba diciendo que tales altercados y perturbaciones distaban muchísimo de ser «justas guerras» y añadía: «...Si por esta razón se hubiese de permitir la esclavitud
en
tan
desgraciadas
criaturas,
también
vilipendio
de esclavos.»? A quienes se excusaban
habíamos
de
decir que entre los bandos que en España y otras tierras se suelen fraguar, habían de sujetarse los menos fuertes a los más, con el
diciendo que
a
ellos no les pertenecía saber más que el comprarlos y «allá se las hayan los cargadores, vendedores, etc.» el religioso les advertía
que al comprar una mercancía mal habida se convertían en parti5.
Marrero.
Vol.
V
(1976), pp.
6.
Marrero.
Vol.
V
(1976),
p.
195.
191 y 195.
7.
Marrero.
Vol.
V
(1976),
p.
192.
96
cipantes de su pecado, que para él era equivavlente al pecado de Judas
«en la venta
de la libertad
de Cristo
Jesús».
Y
a aquellos
que se justificaban diciendo que clérigos, obispos y conventos poseían esclavos «sin tropiezo ni escrúpulos», respondía con ácida ironía:
«Luego,
de la autoridad
Pontificia y sacerdotal
que
tuvie-
ron Anás y Caifás y los sacerdotes, escribas y fariseos ¿se justificará la venta que hizo Judas de Cristo y la compra que hicieron ellos para lo que después en su Divina Majestad ejecutaron?» * Con igual fuerza e ingenio combate el generoso capuchino
otros
argumentos
que
considera
igualmente
deleznables:
la tesis
de que los negros «han nacido para servir»; la afirmación de que al ser traídos a América salvaban el alma al ser bautizados, el criterio de que sin negros esclavos las Indias se arruinaban de modo inevitable; y el hecho de que ciertas autoridades filosóficas y teológicas no condenasen la institución. La conclusión era ine-
vitable y el Padre
Jaca
la formuló
con
toda
poner fin al régimen esclavista inmediata
pito que
dichos
negros
claridad:
había
y absolutamente:
y sus originarios, no
solo en cuanto
que
«Re-
cris-
tianos son libres, si también en su gentílico estado. Y por lo tanto, no solo hay obligación de restituirlos a su justa libertad,
pero también en rigor de justicia pagarles lo que de sus antecesores padres... heredar podían, lo que en ellos ha podido enriquecer el tiempo perdido de ella, sus trabajos y daños que se les ha seguido... y su personal servicio, prorata temporis. Y esto sin dilación y sin que valgan largas...» ?
Este episodio abolicionista es excepcional. Es la primera y úni-
ca vez en los tres largos siglos que van desde la Conquista a la aparición de las grandes plantaciones azucareras, en que se con-
dena
abiertamente
la esclavitud
y se exige
su ilegitimación.
No
quiere eso decir, empero, que todos los religiosos cerrasen siempre sus ojos a las necesidades materiales y espirituales de los esclavos. Ocasionalmente algunas voces eclesiásticas se levantaron en su defensa. La gestión pastoral del obispo de Cuba Pedro Agus-
tín Morell
constituye
de Santa
un buen
Cruz
ejemplo
respecto
a los negros
de esa posición
de La
positiva.
Habana
Desde
que
llegó a la capital cubana procedente de Nicaragua en 1754, el nuevo prelado pudo percatarse de la triste situación de los esclavos, quienes —según él— «vivían y morían como brutos» pues «se
hallaban
totalmente
abandonados,
como
si no
fuesen
cristianos,
ni capaces de salvación». Adelantándose a los modernos métodos 8.
Marrero.
Vol.
V (1976), p.
9.
Marrero.
Vol.
V (1976),
10.
Marrero.
Vol.
VIII
197.
p. 197.
(1980),
p.
159.
97
misioneros,
el obispo
aprender las lenguas
pidió a los sacerdotes
que se aplicaran
de las naciones de los mismos
negros.
a
Monseñor Morell llegó a Cuba en los momentos en que se iniciaba el gran cambio que iba a crear una nueva economía de plantación en el país. Esto quería decir que el comercio de esclavos empezaba a intensificarse y, en consecuencia, aumentaba el número de los bozales y crecían proporcionalmente las dificultades linguísticas en el trato con los recién llegados, Por eso, para
cristianizarlos
era
preciso
hablarles
en
sus
respectivas
lenguas
africanas. O, si esto era imposible, por lo menos usar el patois cubano llamado bozal que —como veremos al estudiar el proceso de aculturación idiomática— los esclavos adquirían como segunda lengua tan pronto arribaban a la Isla. Era a esto que se refería el obispo
cuando
le escribía al Rey
para
decirle:
«Por otra parte es preciso hacernos cargo de que, de sus capacidades y la falta de inteligencia perfecta idioma, es causa de que no perciban con prontitud lo dice, y por consiguiente no pueden aprovecharse de la general que se hace al pueblo. dan
»Y así vemos
dormidos.
que
en tales ocasiones, los más
Necesitan,
pues,
de ministro
lo limitado de nuestro que se les instrucción
de ellos
particular,
se que-
que
aco-
modándose a su rudeza, les hable con suma claridad, repitiéndoles muchas veces unas mismas cosas, y que materialmente se les explique con los acentos y modo chambón con que ellos pronun-
cian la lengua castellana.» ** En
establecer canales efectivos de entre «el pastor» y «las ovejas». un paso de avance.
definitiva,
el obispo
trataba
de
comunicación y entendimiento Y esto por sí sólo constituía ya
Pero Monseñor Morell de Santa Cruz hizo más. Pronto averiguó que, en los días festivos, los esclavos de La Habana se congrega-
ban
en 21
casas,
tos llamados
«con
título
de cabildos,
a tocar
unos
tumbas» y que, al son de esos tambores
instrumen-
«y de una
gritería destemplada se entretenían los varones, mezclados con las hembras en bailes extremadamente torpes y provocativos, a la usanza de su tierra. Y que para colorear estas funciones se entregaban a la bebida de frucanga y aguardiente, hasta perder el juicio
y desbocarse en los demás dían
seguirse».
En
vez
de
excesos que de tales antecedentes poperseguir
y
tratar
de
eliminar
esos
centros de reunión de las masas negras, el ilustrado obispo decidió ir personalmente por turno a cada uno de ellos, para conversar con los esclavos, 11, 12.
Marrero. Marrero.
Vol. VIII Vol. VIII
rezar con ellos y llevarles una imagen (1980), p. 160. (1980), p. 159.
98
de la
Virgen, cuyo culto y devoción les recomendaba. Puso a cada cabildo un ministro eclesiástico para que en los días festivos acudiese a enseñarles doctrina cristiana. Por fin, cada cabildo fue colocado bajo alguna advocación de la Virgen. Según Morell ha-
bía por entonces en La Habana cinco cabildos carabalíes, cuyas advocaciones fueron La Natividad, La Presentación, La Anunciación, La Concepción y La Asunción; tres cabildos minas, con las
advocaciones de La Visitación, La Purificación y La Expectación; dos
cabildos
lucumíies,
bajo
las advocaciones
siguientes:
Nuestra
Señora del Rosario y Nuestra Señora de las Nieves; dos cabildos araráes, a los que adjudicó como advocaciones Nuestra Señora de la Caridad y Nuestra Señora de los Remedios; dos cabildos Mon-
dongos bajo las advocaciones de Nuestra Señora del Consuelo y Nuestra Señora de la Altagracia; dos cabildos congos, bajo las
advocaciones de Nuestra Señora de los Angeles y Nuestra Señora de la Piedad; dos cabildos gangaes bajo la advocación de Nuestra Señora
de los Desamparados
y Nuestra
Señora
del
Socorro;
un
cabildo mandinga bajo Nuestra Señora de la Soledad; otro luango
bajo Nuestra
Señora
del Pilar y otro, por fin, popó
bajo Nuestra
Señora de los Reyes, El hecho de que los negros esclavos habaneros hubiesen alcanzado un grado tan alto de organización social espontánea en el siglo xv1It es ciertamente notable. Lo era también, en grado sumo, que un obispo blanco tratase de comprenderlos, respetándoles sus costumbres y creencias, en vez de imponerle las suyas por la fuer-
za. Morell previno a los sacerdotes encargados
de los cabildos que
«en punto de cesación de bailes e instrumentos no les hablasen palabra, hasta ver si ellos mismos se llamaban, abrían los ojos y reconocían sus abominaciones, daban de mano a estos entretenimientos, o a lo menos los reglaban a un método irreprensible»,% El buen obispo no lo sabía, pero con el estímulo que prestaba al
desarrollo de los cabildos estaba ayudando a crear poderosísimos centros de aculturación religiosa, pues según todas las apariencias,
fue en esas instituciones fundamentalmente donde nacieron y se desarrollaron los cultos afro-cubanos, como vamos a ver muy pronto. Otros religiosos, a fines del siglo xvIIt, manifestaron opiniones
antiesclavistas aún más radicales que las del Obispo Morell de Santa Cruz. Así, por ejemplo, en el extremo oriental de la Isla, en noviembre de 1794, el arzobispo de Santiago de Cuba, Joaquín de Oséz y Alzúa, se dirigió al Rey para advertirle de las grandes
ventajas que para el país traería el desarrollo del trabajo blanco 13.
Marrero.
Vol.
VII1
(1980),
p. 159.
99
y libre, puesto que de esclavos «hasta enteramente...» * Y lares el Padre José de Filosofía
permitiría la reducción progresiva de la trata el extremo de prohibirse y aún de extinguirse por la misma época marchaba por rutas simiAgustín Caballero (1762-1835), ilustre profesor
del Seminario
de San
Carlos,
verdadero
padre
de la
reforma ideológica y pedagógica cubana a fines del siglo xvIH y autor (en 1811) del primer proyecto de gobierno autonómico para Cuba. Bajo la influencia del pensamiento iluminista (por lo menos en sus costados políticos y sociales) y haciendo uso de los nuevos medios de expresión creados por el renacimiento cultural de Cuba
en esa época (tales como el Papel Periódico), el Padre expresó públicamente, con vigor y valentía, radicales antiesclavistas.
En realidad, el papel
gante
de la Iglesia Católica como
de los crueles efectos
de la esclavitud
disminuía
Caballero opiniones
factor mitide impor-
tancia día tras día en la Isla, precisamente cuando el Padre Caballero sale a la palestra. Como ha dicho Joseph A. Fahy: «Hasta mediados del siglo xvIr1, cuando las dotaciones eran pequeñas
y el régimen de trabajo más corto y menos severo, la iglesia o la capilla constituían rasgos distintivos de todos los ingenios. Des-
pués
de 1780, con el comienzo
del boom
azucarero, los hacendados
empezaron a quejarse de ¡os gastos que originaban las capellanías de los ingenios y de los estipendios que exigían los sacerdotes por
las ceremonias
que celebraban para los esclavos, tales como bau-
-tizos, velorios, entierros, matrimonios, etc., así como
nistración de otros sacramentos. dueños de ingenios encontraban
por la admi.-.
Hacia el fin de la centuria los demasiado pesada la carga de
cumplir con las estipulaciones de los reglamentos de esclavos que obligaban a facilitar a los siervos misas dominicales, instrucción religiosa y recepción de los sacramentos. Los amos no se sentían inclinados a relevar a sus esclavos de la brutal jornada de dieciséis
horas... para que pudieran cumplir con sus mínimas obligaciones religiosas, La inmensa mayoría de los hacendados abandonaron la mayor parte de los servicios, excepto por unas pocas perfunctorias ceremonias anuales. Aun el número de días de fiesta de precepto se redujeron a un mínimo de cuatro.» La instrucción religiosa de los esclavos casi desapareció en las áreas rurales.
Apenas
unas
superficiales
olvido.
(Ya
veremos,
dueños
de ingenios
en
su
oraciones lugar,
la
y prácticas
importancia
se salvaron de
este
del
hecho
para la conservación de los ritos africanos en la Isla.) Y aquellos 14. 15.
que
consideraban
Marrero. Vol. IX (1983), p. 140. Fahy (1983), pp. 4445.
100
erróneo
el abandono
com-
pleto de la religión para los esclavos, encomendaban la tarea ¡a los mayorales!, quienes debían leerles a los siervos de vez en cuando algunas páginas del catecismo. Por esa época aparecen varios libritos aparentemente destinados a ayudar a los mayorales con esa nueva función evangélica, que por lo visto debían ejercer entre los bocabajos que administraban a la dotación. Quizás el mejor conocido de ellos sea el del
Padre Antonio Nicolás Duque la Doctrina
Cristiana
de Estrada titulado Explicación de
Acomodada
a la Capacidad
de
los
Negros
Bozales. Aunque útil como fuente para el estudio del habla bozal de los negros
instrucción
recién
llegados
religiosa
refleja
de Africa,
una
esta
obra,
insensibilidad
como
texto
aterradora
de
hacia
los derechos más elementales de los esclavos. Jesucristo —se les enseña ahí a éstos— es un mayoral bueno (!) que siempre castiga justicieramente.
La
Dios.
de Estrada
trabajar
obligación
intensamente
(!!1). Duque
para
del
el amo,
siervo,
aconseja
pues
si quiere
tal
era
la
a los capellanes
salvarse,
voluntad
es
de
que nunca
tomen partido en favor de los esclavos contra los mayorales, aun
cuando las quejas de aquéllos contra éstos sean justas, y que nunca se opongan a los castigos que se apliquen a los negros, aunque parezcan excesivos. Su tesis era que la colaboración del mayoral resultaba absolutamente indispensable para adelantar la
tarea cristianizadora en la dotación.!
Reaccionando contra estos criterios y prácticas, el Padre José Agustín Caballero, en una serie de enérgicos artículos, se afilia
con la otra gran tradición católica:
la corriente humanitarista
y
auténticamente cristiana representada, como vimos, por Las Casas, Mercado, Albornoz, de Soto y demás antiesclavistas españoles. Su condena de la institución es categórica, radical, absoluta: «...Creo
es la esclavitud —escribe
en
179i—
la mayor
maldad
civil que
han cometido los hombres...» Y por eso sale a la defensa de esas «infelices víctimas de la maldad humana»." Pese a esta sólida postura teológica de fondo, el Padre Caballero es bastante moderado en las demandas específicas que hace a los amos. Por lo visto temía que el naciente movimiento reformista cubano de fi-
nales del xvI11 era todavía demasiado
débil para exigir curas ra-
dicales. Caballero usa guantes de seda. En los dos artículos que sobre el tema da a la estampa en el Papel Periódico (mayo 5 y 8 de 1791) bajo la firma «El Amigo de los Esclavos», llama a los
hacendados
«nobilísimos
cosecheros
de
azúcar,
señores
ingenios, mis predilectos paisanos» y los proclama 16.
Duque
de
17.
Caballero
Estrada (1823), pp. 58-60, 116-118; (1956).
Vol.
1, p. 7.
101
Fahy
amos
de
«la más noble
(1983), pp. 46-47.
y selecta porción de esta República, los vecinos más útiles al Estado y a la Patria de toda la Isla» y les explica: «Desesperaría del remedio si no os conociere; sofocaría en mi pecho, y ahogaría en su cuna las ideas que me punzan si no supiera que el amor a nues-
tros semejantes es la mayor y más favorecidas de nuestras virtudes.» 16 Su protesta, por el momento,
se limita a un solo aspecto
de la vida servil: las horribles ergástulas de los ingenios, donde se ponían en cepo a los esclavos durante la noche para evitar su
fuga. Caballero reconoce que los africanos propenden a la deserción por su carácter «indócil, suspicaz, infiel, recalcitrante sobre aleve». Y que «constituidos en medio de un vasto campo sin puertas y atraídos
ces
y
del amor
aprovechan
los
innato
a la libertad,
momentos
de
acechan cuantos
descuido
para
repetir
lan-
sus
ruinosas huidas». Es preciso, pues, disciplinarlos «pero se pueden elegir otros medios más suaves para la caridad tiene muchos recursos».!?
los mismos
sino
y utilidad
efectos,
porque
Los calabozos «más crueles que mazmorras de mahometanos», deben ser proscritos, no sólo por razón de justicia y humanidad, también
por mera
La insalubridad
conveniencia
de esas mazmorras,
enfermaba
para
los
y mataba
dueños.
a ino-
centes seres humanos, que eran además propiedad privada y parte
del capital del amo. Además
había que tomar en cuenta el bien
público puesto que al acortarse la vida de los esclavos «esos brazos menos tiene la agricultura... y esa plata más los extranjeros...» Hasta quizá sería posible ——de salvarse vidas esclavas— que se
redujese y aún se eliminase la trata:
«...A proporción de los que
mueren o se inutilizan, que es más de lo que se piensa, necesitamos nuevas colonias de armazones, al paso que cuidándolos, cu-
rándolos oportunamente, no agobiando a los que entran, e inoculándolos
demasiado
a pesar
de lo que
con el trabajo
dice la preo-
cupación contra esta saludable práctica, tendríamos al cabo un surtido de negros capaz de talar los campos, cultivarlos y construir la azúcar de modo que por cálculo exacto llegará tiempo, y no muy
tarde, que no necesitáramos
ca, o serían muchos
traerlos
de la Costa
menos.» Y Con esta apelación —que
de Afri-
resultó
totalmente inútil— a su interés, esperaba el presbítero ganarse la opinión de los señores. También apela al sentimiento y pide que
«no
quede
piedra sobre
piedra
«hasta su memoria, indigna sepa la posteridad que hubo 18. 19. 20.
de
calabozos»;
del marcial
nombre
que se destruya
Havano, y no
tiempos de hierro en que se usaron».
Caballero (1956). Vol. 1, p. 3. Caballero (1956). Vol. 1, pp. 4-5. Caballero (1956). Vol. 1, pp. 6-7.
102
Y agrega: «Cuando he visto a estos miserables que después de haber sufrido el peso del día, haraposos, encadenados, y tal vez hambrientos, bajar la escalerilla de la casa de molienda para enque volver el rostro por
menos
trar en su prisión, no he podido
no mirarlos, horrorizado de que nuestros antiguos nos dejaran esta práctica.» * Este abolicionismo es ciertamente muy moderado. Pero la base cristiana de esencial igualitarismo que predica contiene en agraz formulaciones más radicales: «Quiera Dios —+escribe Caballero— que esta hojilla produzca los buenos efectos que me propongo y oigan al Supre-
espero ver coronados, en los que me sigan cuando Juez,
mo
estaba
de estrecheces
redimiendo
y me
encarcelado
esto
visitaste,
a unos
tan amargas
es, me
entes
aliviaste
de nuestro
mismo calibre, a nuestros hermanos y prójimos a quienes debemos tributar la más sincera compasión y benevolencia; a unos brazos
sostienen
que
cubren nuestras
mesas,
trenes,
nuestros
mueblan
nuestros
equipan
roperos,
nuestras
mueven
casas,
nues-
tros carruajes y nos hacen gozar los placeres de la abundancia.» 2 Á Dios rogando y con el mazo dando. De un lado el argumento
religioso que identifica al esclavo con Cristo. De otro el argumento económico,
de la misma
que
causa:
subraya
su valor
material.
aliviar las condiciones
Los
dos
de vida de los siervos
superexplotados y maltratados. En 1796 el Padre Caballero escribió un breve ensayo un papel pro-esclavista de alguien que él llamaba «el decir, «el Padre Maestro«), donde se censuraba la idea cionar matrimonios a los negros esclavos. Caballero
encuentro
al P.M., afirmando
al servicio
categóricamente
criticando P. M.» (es de proporle sale al
que
«los amos
tie-
príncipe,
queriendo
po-
nen la obligación de conciencia de dar esposas a sus esclavos que se inclinen al matrimonio... Y para este caso es permitido un trato decente con las personas de otro sexo, ¿Hay aquí alguna violación
de ley divina
o humana?
¿Qué
blar, cultivar, etc. un terreno útil, no envía tantas mujeres y tantos hombres para que se vayan casando?» % El P. M. argumentaba en su papel que en habiendo matrimonios en los ingenios, habría adulterios. El Padre Caballero le contesta con sorna: «¡Doctísimamente! Pues prohíbanse también los matrimonios en las ciudades. ¡Vaya que esta especie es peregrina! Yo quisiera
preguntarle al P. M. ¿qué debe hacerse cuando se presentan dos inconvenientes? Para más claridad, supongo que lo tengo aquí 21.
22,
23.
Caballero
(1956). Vol.
1, p. 7.
Caballero
(1956). Vol. 1, p. 45.
Caballero (1956). Vol. 1, p. 8.
103
delante y le digo: “P. M. si se fomentan y se proporcionan los ma-
trimonios
en
los
ingenios,
hay
adulterios:
negros
y
mayorales
cambian sus mujeres. Si no hay negras con quien casarse, todos los negros son masturbadores, nefandistas y sodomitas. ¿Qué haremos? ¿Qué es lo que enseña la Teología en este extremo? Vaya usted y piense que bastante tiene que pensar”.»* Por otra parte, afirma el Padre Caballero que «hay negras muy castas y honradas que no
se dejan
vencer
aún
con el oro
delante».
“ve, P. M. como habrá matrimonio sin adulterio».*
Y agrega:
«Ya
El Padre Caballero no se limita a defender una política de equilibrio sexual en las dotaciones de los ingenios azucareros, sino que da un paso más y no sólo propugna mejoras en las condicio-
nes de vida material y moral de los esclavos sino que se adhiere 'a la idea de que es necesario acabar con la trata. Se convierte así en precursor del abolicionismo moderado de los Arango, los Saco,
-los
Delmonte,
los
Luz
y Caballero,
etc.,
que
brían de pedir la eliminación del comercio
años
más
de negros.
tarde
ha-
Aprovecha
el Padre Caballero una referencia al gran abolicionista inglés Wil-
berforce nuyendo o por la que nos esclavos,
para proclamar la necesidad de «ir poco a poco dismlinuestro comercio de negros hasta extinguirlo de_una vez misma razón que apuntó Wilberforce o por algunas otras asisten acá». Predica una política de reproducción de los que asegúrase «en nuestra Isla la multiplicación de los
negros en términos que no tuviésemos necesidad de traerlos del África, lo que puede lograrse admitiendo por algún tiempo una numerosa importación de negras medio lícito del matrimonio».?
que
multipliquen
la raza por el
El 24 de noviembre de 1798 presentó el Padre Caballero un informe a la Sociedad Patriótica titulado De la Consideración sobre la Esclavitud en este país donde se estudian «las graves consecuencias»
que resultan
de la esclavitud
de los africanos.
La
primera es que la clase servil «no sigue el curso ordinario conocido de la natural multiplicación de la raza humana». La pobla-
ción trabajadora en Cuba no responde en su número a las leyes demográficas, sino a las económicas: al capital de que se disponga
para importar brazos de África. «Nuestro comercio metropolitano no hace el comercio
ellos nos proveen... de
esta
24.
colonia
de negros
y los extranjeros
son
Nuestra metrópoli se ha empeñado
un país
eultivador
Caballero (1956). Vol. 1, p. 5.
25. 26.
Caballero Caballero
(1956). (1956).
Vol. I, p. 6. Vol. 1, p. 8.
27,
Caballero
(1956).
Vol,
I, pp.
148-149,
104
sin
tener
medios
los
que
de
directos
ni
en hacer
proporcionados
para
sostener
la agricultura
y, por
consecuencia,
vivimos en una total dependencia de las naciones extranjeras rlvales de la nuestra.» ? Tampoco toma el gobierno metropolitano
ninguna medida que ayude a diversificar la producción, ni mucho menos a proporcionar previsoramente un sistema educativo apro-
piado a una sociedad de tipo esclavista. «...Habiendo entre nosotros una clase de hombres
piedad,
parece
que
debía
que no tienen estado,
esmerarse
persona
la legislación
hombres libres o señores una educación
ni pro-
en dar a los
proporcionada a
la situa-
ción tan elevada y superior de éstos sobre aquéllos; una educación que templase el vigor del despotismo que el amo natural-
mente propende a ejercer sobre su esclavo; que le inspirase aquellas virtudes, aquella alta dignidad propia del hombre que está llamado a poseer un derecho tan peligroso como el de reconocer
dominio y propiedad sobre sus semejantes...» Desde luego, no era
así. Y la sociedad esclavista era una sociedad iletrada pues si las clases pudientes no recibían educación adecuada, las otras no reci-
bían ninguna.
cuelas de trastorno Como nefasta a
«El cuerpo de la población»
carecía
«hasta
de es-
primeras letras constituidas como era necesario... ¡Qué de ideas! ¡Qué orden tan inverso al que convenía!» % puede apreciarse, aunque el Padre Caballero consideraba la esclavitud, todavía no abogaba por su abolición radi-
cal e inmediata, Da, empero, el primer paso, pidiendo la abolición de la trata.
Seguía
así
el ejemplo
de
los
abolicionistas ingleses
cuya Obra conocía y citaba. Exigía, además, la introducción de mejoras en el género de vida de las masas esclavizadas y procla-
maba
la absoluta
igualdad que
como
hombres
y como
cristianos
existía entre blancos y negros. Caballero fue maestro, en el Seminario de San Carlos, de toda una generación de la burguesía cubana.
como
Entre
sus
discípulos
—muchos
de
ellos
luego
ilustres
escritores y estadistas— figuraba Félix Varela. Y a Varela
corresponde la gloria de hacerle dar al abolicionismo cubano el gran paso de avance, pasando de la variedad moderada a la radical. El Padre Agustín —como le llamaban sus alumnos— fue el
gran pionero
del antiesclavismo
criollo del siglo xIx.
Resistencia y transculturación
La mayoría de la «gente de color» en la Cuba pre-plantacional
era —recuérdese—
esclava.
Y
pese
a la relativa
«suavidad»
con
que eran tratados en los tiempos anteriores al «boom» azucarero, 28.
Caballero
(1956).
Vol. 1, pp.
150-151.
105.
los esclavos tenían que sufrir la dolorosa pérdida de su libertad, los dificilísimos ajustes a una cultura extraña y, en no pocas ocasiones, el maltrato de un amo o de un mayoral más despótico, más severo, más cruel o más embrutecido que el amo o el mayoral «típico» de la época. El látigo, el cepo, el castigo desproporcionado y brutal no constituían la regla, pero se administraron muchas veces en este período, particularmente en las zonas rurales y,
sobre
todo, en la incipiente
industria
azucarera.
El negro y el mu-
lato libres por lo general buscaban un acomodo, más o menos doloroso, dentro del sistema. Entre los esclavos también era nor-
mal y corriente
el esfuerzo
adaptativo
hacia las medidas
de con-
trol establecidas por los amos. Pero, a la vez, en este sector son más evidentes las varias formas de resistencia con que el esclavo reaccionaba
contra
sumisión. Estas formas
los
métodos
empleados
para
de resistencia —manifestación
asegurar
su
primaria del in-
trínseco abolicionismo de los esclavos— eran extraordinariamente variadas. La más corriente, pues se producía con carácter casi
rutinario en las actividades cotidianas, era la apatía, dejadez o falta de vigor o energía con que el esclavo muchas veces realizaba
un trabajo al que se veía forzado y que no le interesaba ni material ni espiritualmente. (De ahí procede la corrientísima acusación de pereza dirigida contra los negros por quienes se negaban a tomar en cuenta las verdaderas
causas
de la indolencia de los es-
clavos.) En algunas ocasiones esta deceleración del trabajo tomaba características parecidas a la de las huelgas de brazos caídos en la sociedad industrial contemporánea, Además, los esclavos procuraban aliviarse siquiera momentáneamente de la carga depositada sobre sus hombros fingiendo enfermedades o inhabilida-
des, que iban desde el vómito provocado hasta la simulación del
embarazo. En ocasiones, la desesperación los llevaba a la automu-
tilación, al aborto deliberado, al suicidio y hasta el infanticidio (la
liquidación de la propia prole). Otros modos
de protesta, a más
del robo sistemático de la propiedad del amo, consistía en la destrucción más o menos
posesiones
trumentos
abierta, más
de sus dueños,
o menos
disimulada,
mediante el uso descuidado
de. las
de los ins:
de trabajo, el maltrato de las bestias de carga y tiro,
los incendios deliberados de cañaverales, casas, almacenes, etc. Por fin, en su versión más radical, se producían actos de violencia contra persona (por ejemplo, la matanza de amos o mayorales),
las fugas individuales o colectivas por tiempo más o menos largo, la integración de grupos armados de bandoleros que asolaban los caminos rurales, las rebeliones o alzamientos en masa y la formación de comunidades separadas en lo espeso de los bosques,
106
llamadas palenques. En Cuba se distinguía entre el negro cimarrón (por antonomasia el que andaba errante por los montes) y el huido (que se escapaba en poblado).i Para buscarlos, perseguir-
los y devolverlos a sus dueños se utilizaban bandas de rancheadores, las tropas regulares de la fuerza pública y hasta los cuadrilleros de la Santa Hermandad. La lucha contra la cimarronía fue
una de las constantes de la sociedad esclavista en todo tiempo y
en todo lugar. más
De todas estas formas o menos
de resistencia encontramos
abundantes en los documentos
testimonios
de la época.
Los
in-
cendios deliberados de fincas cañeras, por ejemplo, eran bastante frecuentes, de ahí que ese delito se castigase severamente, muchas
veces con la pena de muerte. Así, en 1736, para citar un caso, el negro esclavo criollo Miguel Barrera fue condenado a muerte en Guanabacoa, por haber quemado los cañaverales del ingenio San Hipólito,
del
contador
leguas de La Habana. porque
no
murió
en
don
Juan
(Barrera
el acto
de
de
la
Barrera,
su
amo,
a
tres
fue, al fin y al cabo, perdonado ejecución,
a pesar
de
que
se le
dispararon cuatro tiros. Según él estaba bajo la protección de la Virgen del Rosario.) ? Cuando a fines del siglo xv11I se introdujo en Cuba la caña Otahití, de tronco largo y leñoso, el bagazo se
convirtió en combustible
ideal. Se le recogía en tongas, se exten-
día por el batey para secarlo y luego se almacenaba en grandes bohíos denominados bagaceras o casas de bagazo. «...Las bagaceras fueron el sitio preferido como escondite de los negros cimarrones y el más fácil lugar de sabotear con fuego...»3 Las referenclas a suicidios son cuantiosas. Los negros esclavos se ahorcaban,
se «tragaban la lengua»? se cortaban el cuello o se envenenaban
con curamagúuey o guao. Los amos de los esclavos
suicidas,
mutilaban a veces los cadáveres
cortándoles
la cabeza
y las extremidades,
NAP22ONnN
para demostrarles a los vivos que si se mataban no irían completos a su lugar de origen, como eran sus creencias. En su Vademecum de los Hacendados cubanos el médico francés Honorato Bernard de Chateausalins dice que «es cosa muy frecuente entre las negras esclavas temer y aún aborrecer el estado de preñez hasta abortar por medio de algunas hierbas acres que conocen y cuya propiedad abortiva es siempre infalible».5
Pezuela (1863). Vol. 1, p. 214.
Ortiz (1916), pp. 399 y ss. Moreno Fraginals (1964), p. 32. Ortiz (1916),
Chateausalins
pp.
393-394,
(1848),
p. 52,
107
En
cuanto
a las
insurrecciones...
pudiera,
tal vez,
decirse
que
con el primer negro entró en Cuba el primer cimarrón. Como bien explica Leví Marrero, las rebeliones «aunque aisladas, habían co-
menzado casi con el arribo de los primeros núcleos de esclavos... En una isla casi desierta, el esclavo víctima de maltratos, o de disposición rebelde, tenía fácil acceso a la vía de la fuga».* El
primer alzamiento de que se tiene noticia documentada ocurrió en 1533, en las minas de Jobabo, y fue pronta y brutalmente sofocado por el gobernador Manuel de Rojas. (Los cadáveres de cuatro de
los negros capturados se llevaron a Bayamo, donde fueron descuartizados y sus cabezas puestas en «sendos palos», según informe del propio Rojas al rey.) ” Cinco años más tarde, aprovechando el desorden causado por un ataque de piratas franceses a La Ha-
bana, muchos esclavos no sólo ayudaron al saqueo de la ciudad sino que luego se internaron tierra adentro, asaltando haciendas y caminos. Como se ve, los cimarrones aprovecharon muy bien las oportunidades que a veces se les presentaban, de aliarse con los enemigos de sus amos para consolidar su libertad. Gran número de ellos, en vez de irse a los palenques, nutrieron las filas de los corsarios y piratas que merodeaban las desiertas costas de Cuba en los siglos xvi y xv. Uno de ellos se hizo famoso: el capitán
Dieguillo, fugitivo
de La Habana
y lugarteniente
del
legendario
Cornelis Corneliszoon Jodl, alias «Pata de Palo», La lista de los levantamientos es inagotable. Década tras década se producen con sistemática regularidad. Las indignadas protestas de las autorida-
des cubanas contra un problema social que obviamente eran inca-
paces
de resolver,
curador, como
podrían
llenar volúmenes.
Pedro Oñate, quien en marzo
las actividades cimarronas
A veces
es un
de 1609 informa
pro-
sobre
en La Habana. Otras es el propio go-
bernador de la Isla, como Viana Hinojosa, en 1688, o Manzaneda en 1690, quienes denuncian esa «inclinación envejecida» que los esclavos tienen a fugarse y juntarse en cuadrillas, cuya persecu-
ción no era fácil porque se hallaban favorecidas y apadrinadas por
la espesura ocultaban.
de los bosques
y lo fragoso
- Cuando, andando los años, comenzaron
de
las tierras. donde
se
los conflictos colonia-
les entre España y la Gran Bretaña, los esclavos no despreciaron la oportunidad para darle salida a su rebeldía. En el primer tercio del siglo xvirt, cuando la flota inglesa del almirante Hassier ame-
nazaba la capital de la Isla, los esclavos de algunos ingenios de la región aledaña, hicieron uso de la circunstancia para alzarse. Poco 6.
7.
Marrero
(1974),
pp.
363
y 367.
Saco (1876). Vol. 1, p. 162.
108
después, en 1731, se produjo la insurrección de todos los esclavos de las minas del Cobre, cerca de Santiago de Cuba. Muchos de ellos se hicieron cimarrones incorporándose a los palanques que funcionaban en las montañas próximas. El deán de la Catedral de Santiago, Licenciado Pedro Morell de Santa Cruz, luego Obispo de La Habana, actuó como mediador y logró su pacificación, bajo de un mejoramiento
promesa
nador
Ximénez
de la rebelión.
pronto
violó
Los esclavos
el trato que
en
El gober-
recibían.
desterrando a los líderes
el pacto,
de
se alzaron
nuevo
en 1735
y 1736,
iniciándose una pequeña guerra civil en la región oriental que duró varias décadas, hasta que en abril de 1800 una Real Cédula concedió libertad y tierras a los infatigables negros rebeldes del siglo xvI1I
del
fines
A
Cobre.
se
el
registra
alzamiento
de
los
por el Teniente Goberna-
negros carabalíes de Tínima, dominado
dor de Puerto Príncipe; el de los esclavos de don Serapio Recio en Camagiley y otros, tales como los del Mariel, de Gúines y del coronel Santa Cruz cerca de La Habana.? Y —como veremos— esto no es sino el comienzo, porque las insurrecciones se hicieron mucho más frecuentes en el siglo xIx.
Evidentemente,
los esclavos
aunque
cubanos,
tratados
mejor
en esta era que sus hermanos de las Antillas inglesas, distaban mucho de considerar aceptable su situación y reaccionaban violentamente
ella. Ahora
contra
bien,
esa reacción
contra
la esclavitud
como régimen económico-social corría paralela con otra más sutil
pero más generalizada entre la población negra tanto esclava como libre: la resistencia cultural. El negro africano traído a Cuba no sólo era obligado a trabajar sin paga y a sufrir todas las miserias
de su condición de esclavo, sino que también era forzado a mudar
de cultura, sustituyendo gía, más o menos
de estructura
la propia por la de sus amos.
a punta de látigo, cambiar
social,
de organización
de idioma,
familiar,
de
Se les exi-
de religión,
formas
de
tra-
bajo, de tabla de valores, de Weltanschauung. La inmensa mayoría de los esclavos traídos a América eran hombres y mujeres
adultos, con personalidad ya totalmente cuajada dentro de los marcos históricos, psicológicos e ideológicos de su sociedad africana. De pronto, estas gentes eran arrancadas violentamente de su medio y forzadas a aprender un modo de vida radicalmente ajeno y extraño. En gran número de casos, hombres y mujeres libres
de una sociedad tribal eran obligados, de la noche a la mañana, a adaptarse no sólo a la esclavitud sino a los moldes sociales difeVol.
8.
Saco
(1879). Vol. 1, pp. 300-301; Franco
VIII (1980), pp.
27 y ss.
9. Ortiz (1916), p. 430.
109
(1967), pp. 11 y ss.; Marrero.
rentísimos de la sociedad post-feudal o pre-capitalista que funcio-
naba en la Cuba colonial.
El shock
cultural era tremendo.
Tanto,
que algunos de ellos no podían resistirlo y en su confusión y desconcierto caían en un estado de estupor, que muchas veces ter-
minaba
en el suicidio. Otros —lo
hemos
visto—
trataban
de sepa-
rarse de su nuevo habitat escapándose al monte, para retornar en sus palenques a su viejo modo de vida africano. Otros, por fin, sin duda la mayoría,
resignados
seguían sirviendo a sus amos, más
o menos
a su suerte, viéndose obligados a absorber la cultura
extraña, pero tratando siempre, por todos los medios a su alcance,
conscientemente o inconscientemente,
de retener en lo posible lo
te sus raíces y convertir
de su adaptación
fundamental de la cultura propia. La lucha era constante, cotldiana: por un lado los amos tratando de imponer su programa de asimilación, por otro los esclavos, decididos a no perder totalmen-
el proceso
al nuevo
medio en un mecanismo de parcial aculturación. Lo interesante es que en definitiva, a pesar de tener todas las probabilidades en contra, los esclavos ganaron esa batalla. Y, aún más, acabaron por transformar ese proceso en un mecanismo aún más complejo de transculturación: no sólo adquirieron ellos parte de la cultura de sus amos, sino que éstos, por mil vías sutiles, fueron absor-
biendo también numerosos vos. Y, en consecuencia,
elementos
surgió
de la cultura de sus escla-
así en el país una nueva entidad,
síntesis de las dos anteriores, pero distinta de ellas: la cultura afrocubana. Muchos son los medios utilizados por los negros africanos para
resistir a la asimilación total y conservar, siquiera fuese en nuevas formas sincréticas, los rasgos esenciales de su cultura ancestral.
Ya tendremos ocasión de examinarlos en los capítulos venideros. Aquí queremos, sin embargo, referirnos a uno que desempeñó un papel capitalísimo en la fusión del mundo africano con el hispánico: los cabildos. Es posible que esta institución pueda trazar su procedencia a otras similares que existían en España, puesto que en Sevilla había cabildos de negros funcionando mucho antes del descubrimiento de América. Tal vez el concepto de ellos, por lo menos, fue transportado al Nuevo Mundo. Si así fuera, tendríamos un caso más en que la existencia previa de la esclavitud en España ejercía profundo influjo en la naturaleza de esa institución en las colonias hispánicas. Pero es perfectamente posible que el ori-
gen del cabildo se encuentre más bien en América, en las reunio-
nes que, cuando se les permitía, tenían los negros bozales en los
días festivos. Por mucho tiempo los blancos de Cuba, en su total ignorancia del alma colectiva del negro africano, creyeron que estas reuniones eran de pura diversión y recreo. Esteban Pichardo,
110
en su diccionario, dice que los negros tocaban sus atabales y tambores y demás
instrumentos
nacionales,
cantaban
y bailaban
«en
confusión y desorden con un ruido infernal y eterno, sin interrupción». Desde luego, esa «confusión» y ese «desorden» sólo existían en
la mente
de
quienes
observaban
se
institucionalizaron,
tales
ceremonias
sin
enten-
derlas en lo absoluto. Hoy se sabe que con estos cantos y bailes los negros estaban celebrando sus ritos religiosos. Con el tiempo
estas
fiestas
tomando
las
formas
organi-
zativas que algunos esclavos aprendieron en España y otros tal vez en la propia África, donde existían agrupaciones similares. Surgieron así asociaciones de negros procedentes de una misma «nación», que se reunían en una casa propia o alquilada para realizar sus
funciones.
También
tuvo
lugar
un
proceso
paralelo
de
ampliación, admitiéndose no sólo esclavos bozales sino también ladinos y criollos y posteriormente negros libres. De ese modo, por ejemplo, funcionaron en La Habana por largos años cabildos
tales como el de los congos reales, el congo mumbala, el congo masinga, el arará cuévano, el arará sabalú, el arará dajomé, el carabalí isuama, el mina popo, el lucumí, etc. Los cabildos de La
Habana son los más conocidos por los historiadores, pero la institución estaba extendida por toda la Isla. Algunos han seguido
funcionando hasta nuestros días, isuama de Santiago de Cuba."
como
sucede |
con
el
carabali
Como los negros —ya lo hemos visto— venían muy mezclados en los barcos, el concepto de nación muchas veces no correspondía exactamente con los límites tribales o clánicos de origen, sino que se ampliaba en sentido territorial para comprender a gentes de raíces culturales más o menos comunes. Además, se fueron
ampliando las funciones de la asociación. En el siglo xIx los ca-
bildos recaudaban fondos, adquirían terrenos y casas para su instalación, organizaban fiestas, participaban en los carnavales, socorrían a sus miembros en caso de enfermedad, asistían colectivamente a los funerales y, a veces, compraban la manumisión de
algunos de sus miembros. Eran verdaderas asociaciones religiosomutualistas, como dice Pedro Deschamps Chapeaux. En los cabildos reinaba la democracia. Las mujeres participaban en ellos tanto como los hombres. Los cargos dirigentes eran electivos. A la cabe-
za se encontraba el rey, también llamado capataz o capitán, quien
dentro de los estrechos límites permitidos por la sociedad blanca, ejercía considerable poder sobre los miembros del grupo. Además, en orden de importancia jerárquica, se elegían otros funcionarios: 10.
Pichardo,
cit. por Ortiz (1921), pp. 54,
11.
Pérez (1982), passim,
111
la reina, las madrinas
bandera
etc.12 Los
simbólica
cabildos
que abonaban
o matronas,
el abanderado
del cabildo), el mayor
acumulaban
sus asociados
fondos
de plaza
mediante
(a cargo
(segundo
cuotas
y el «medio real» que
de la
jefe),
mensuales
se recogía en
las reuniones dominicales. Pero probablemente no hubieran podido subsistir sin los aportes voluntarios de sus miembros, particu-
-larmente las donaciones y los legados de solares y casas, que ahorraban a la asociación el pago de alquileres y proporcionaban, además,
ingresos
extras.
La
generosidad
de
los miembros
con
el
cabildo a que pertenecían atestigua la enorme estimación que por ellos sentían. Recuérdese que al ser capturados en África y trasla-
dados a América, los esclavos perdían, en la brutal amputación de su medio social, todas las estructuras que regían su vida cotidiana. Los negros desclanizados, destribalizados y desprovistos de sus
anteriores vínculos familiares, lingijísticos, religiosos, económicos y políticos encontraban en el cabildo un nuevo centro de gravitación cultural, capaz de dotar a su triste existencia —siquiera en parte— de un nuevo sentido y una nueva identidad colectiva. De ahí que
algunos
de ellos
dejasen
al morir
sus bienes
a la única
institución que en Cuba podían ellos sentir como realmente propia, aquella que fundiendo la tradición traída de Africa con las costumbres impuestas en Cuba, había creado una entidad original, comprensible y compensadora, donde Ochún no chocaba sino que se identificaba sincréticamente con la Virgen de la Caridad y donde el rey. perdido era re-encontrado con otro nombre y otras funciones, pero todavía dotado de la autoridad y el sentido jerárquico a que el negro estaba acostumbrado. Uno de esos legados a que hemos
hecho
referencia,
resulta particularmente
elocuente
y
significativo, pues el documento notarial expresa el extraordinario valor que la legataria concedía al cabildo. En su testamento de 19 de enero de 1830 la morena María Josefa de Cárdenas, vecina del barrio de Jesús María, en La Habana, declara que pertenece a la nación
conga
real y que
instituía
a esta
nación
«por
única
y
universal heredera... y con ella a todos los individuos que la com-
ponen, entendiendo que particularmente ninguno tiene derecho ni acción, sino que mis bienes los dejo a beneficio de todos para
las contribuciones y gastos que son indispensables, siendo mi in-
tención que conserven
estas fincas para usufructo
de: sus rédi-
tos».13 Si externamente el cabildo parecía tener tan sólo propósitos de diversión y mutualismo, bastaba sin embargo penetrar su epi12, 13,
Ortiz (1921), pp. 9-14, Deschamps Chapeaux
o (1970), pp. 29-46.
112
dermis
para
comprender
que
sus
funciones
eran,
además,
otras
de mayor consecuencia. Por ejemplo, en muchas ocasiones, ante las autoridades españolas, el cabildo ostentaba la representación de todos los negros de un mismo origen y el rey o capataz actuaba un poco como su embajador en país extranjero. Más aún, los cabildos devinieron centros importantísimos de resistencia cultural:
en su seno
se conservó
vivo por
décadas
y hasta por siglos,
todo aquello que los negros pudieron salvar del gran naufragio: los residuos de su lengua originaria, de su literatura oral y su religión (mitos, leyendas, cuentos, oraciones, ritos, ceremonias, vestidos litúrgicos) así como de su arte, su música y sus bailes. Y, sin
embargo,
al propio
tiempo,
fueron
estas
instituciones
centros de un notable proceso aculturativo. La gran ventaja de los cabildos era que siendo agrupaciones autónomas, detrás de cuyas paredes el negro podía sentirse en su propio hogar cultural, tenían además el carácter de organizaciones oficiales, reconocidas y acep-
tadas por el gobierno y la iglesia. Ahora bien, ese reconocimiento y aceptación era imposible si la institución no se amoldaba, por lo menos
deradas
en su facies externa, a las leyes y las costumbres
como
válidas
por
la clase
dominante.
De
cabildos fueran, a la vez cofradías, con santo patrono
inscripción
en la parroquia
correspondiente
consi:
ahí que
y puesto
los
reconocido,
asegurado
en las procesiones y fiestas religiosas. Detrás de esta fachada cris: tiana, europea, palpitaba, empero, todo un mundo de residuos
culturales africanos. Detrás del rey actuaba el sacerdote (babalao o mayombero) quien en muchas ocasiones ceremoniales vestía las ropas sagradas que el vulgo en Cuba
confundía
con carnavalescos
disfraces de diablitos. Esa dualidad conducía inevitablemente a la aculturación,
simbolizada
tal
vez
mejor
que
nada
por
el
doble
nombre que se daba a tantas cosas. El rey, que tenía título africano, era además,
como
hemos
dicho, capataz,
o a veces: capitán.
El santo patrono, si era San Lázaro o Santa Bárbara, por fuera,
se llamaba
Babalú
ban,
súbditos,
Ayé
o Changó,
por
dentro.
El capataz era
ele:
gido siguiendo normas parecidas a las que se empleaban en Africa para seleccionar las autoridades clánicas y aquí, tanto como allá, la ancianidad jugaba un papel primordial. Las mujeres participapaban
como
de
cargos directivos,
todas
como
las actividades
reflejo
y regularmente
indudable
ocu:
de la sociedad
matriarcal de donde tantos negros procedían. El cabildo era un refugio de valor inapreciable para estos hombres que habían perdido en el tránsito de un continente a otro, la agrupación que más influencia ejercía sobre ellos: el clan. El cabildo venía a servir un
poco como un consuelo de esa orfandad, como un sustituto parcial de los viejos clanes totémicos. Su organización esquemáticamente 113
reproducía algunas de las líneas básicas del cuadro tribal africano. Pero, a la vez, porque funcionaba en un mundo ro africano, en un mundo extraño, dominado por hombres de otra cultura, el cabildo se veía obligado a tomar formas compatibles con la civi-
lización europea, hispánica. En ellos se conservó, como
tendremos
oportunidad de ver más adelante, la religión procedente del Africa.* Pero pronto ésta perdió en parte su carácter originario y se convirtió en una amalgama de ritos sincréticos, que en Cuba llamamos reglas (sectas) lucumi, carabalí, conga. Los cabildos, pues, fueron centros de conservación, pero también de transformación. Su papel, en el proceso formativo de la cultura afrocubana, resultó decisivo. Precisamente porque preservaron el legado africano, se convirtieron en depositorios culturales, de donde pasaban al mundo blanco aquellos elementos que luego se integraban en una nueva mezcla afrocubana. Los “bailes y la música que se conservaron tras las puertas de los cabildos, originariamente tenían un carácter religioso y ritual, pero poco a poco salieron a la plaza pública y se mezclaron con la música y la danza de origen europeo para producir la música cubana y los bailes cubanos,
que no
son ni blancos ni negros,
ni africanos
ni
europeos, sino afro-hispanos, mulatos. El cabildo fue uno de los calderos 1% donde se coció el ajítaco de una nueva sociedad. Nicolás Guillén, en su admirable Canción del Bongó convoca «con su repique bronco» al negro y al blanco de Cuba a bailar el mismo soñ: cueripardos o almiprietos más de sangre que de sol,
. pues
quien por fuera no es noche,
por dentro ya oscureció.
¿«Más de sangre que de sol»? En su justo énojo con los que tonta: mente tratan de ocultar su origen, porque se avergilenzari de su
ancestro africano, el poeta exagera las proporciones. En Cuba, la mayor parté de la población es blanca. Lo importante, lo verdade-
ramente extraordinario, lo que evidencia la increíble capacidád de supervivencia de la cultura africana reside en el hecho de que, pese
a todas
las
persecuciones
y
todas
las
discriminaciones,
el
14. Bastide (1969), p. 93, dice: «El cabildo es, sin lugar a dudas, el pun: to de arranque de la Santería africana en Cuba». Y Ortiz (1921), p. 19: «...En los cabildos halló siempre amparo y sostén la religión africana». 15. Otro «caldero» fue el barracón que, pese a su carácter totalmente distinto, desempeñó en la Cuba rural un rol aculturativo equivalente al de los cabildos en las zonas urbanas. Sobre este tema volveremos en próximo
capítulo.
114
legado negro no pudo
ser destruido en la Isla y fundiéndose
con
el hispánico produjo la blanquiprieta cultura cubana, de la cual es Nicolás Guillén uno de sus voceros líricos más representativos. Si, a pesar
de las
diferencias
políticas
que
los
separan,
tanto
los
cubanos dentro del país como los del exilio consideran a Guillén como un gran poeta nacional es precisamente porque su obra no es ni blanca ni negra, ni europea ni africana, sino síntesis estética altísima (y blanquiprietísima) de esos dos mundos culturales, africano y español, Santa
Bárbara
de un lado,
del otro lado Changó, de
que
razón.!ó
todos los cubanos
|
tenemos
hecho,
si no
el cuero,
el co-
16. Las relaciones aculturativas entre lo europeo y lo africano y entre lo afrocubano y lo cubano, resumidas en la introducción, serán estudiadas con más detalles en el primer capítulo de la segunda parte de esta obra.
115
CaprítULO
EL NEGRO
UI
EN LA CUBA PLANTACIONAL Con
sangre
se hace
Refrán
siglo XIX.
azúcar.
cubano
del
Sin «cáscara de vaca» no se hace azúcar. Robustiano, mayoral en
el
Romualdo
Francisco
de
Calcagno.
La historiografía cubana tradicional sostenía que la Isla había permanecido en total letargo socio-económico hasta que los ingleses tomaron la plaza de La Habana, abrieron las puertas del co-
mercio y desataron, como por arte de magia, las fuerzas que iban a crear una nueva sociedad en la Gran Antilla. Ya Ramiro Guerra, en su hora, había discrepado de estos criterios. Recientemente -—como vimos en el capítulo anterior— Leví Marrero ha demos-
trado que la agresión británica fue precedida por seis décadas de sostenido crecimiento de la economía criolla y por la aparición
de una oligarquía burguesa autóctona que, sobre la base del desarrollo de las plantaciones azucareras, funda el moderno régimen
de capitalismo esclavista que domina la vida del país hasta la pe-
núltima
década
La revolución
del siglo xIx.
económica
En el último
tercio
del siglo xvIII, pues,
Cuba
está madura
para la revolución que ha de transformar sustancialmente su estructura social. Hasta entonces —como señaló Ramiro Guerra—
«las leyes de restricción mercantil habían impedido el desarrollo en gran escala del capitalismo y de la esclavitud. Cuba, en la época, se aproximaba más a la condición de una provincia española, qué
a una
colonia
de plantaciones...»*
Pero
ya
en
la década
de
1760 la Isla cuenta con población y base económica suficientes para dar el gran salto y, además, con una clase capitalista criolla capaz de dirigirlo. Y una serie de importantes acontecimientos internacionales, escalonados a lo largo de poco más de medio siglo, van a ayudarla a realizar la transición a una sociedad plan-
tacional sui generis, parecida ciertamente a las de Jamaica, Haití y demás colonias europeas de las Antillas Menores, pero a la vez muy diferente de ellas; una sociedad plantacional que funcionaba 1.
Guerra
(1971),
p. 188.
119
bajo el signo de un curioso dualismo, pues en ella convivían, en precario balance, las viejas formas morigeradas del esclavismo
hispánico
tradicional y las nuevas
maneras
severísimas,
brutales,
del esclavismo capitalista de plantación, basado en la explotación
intensiva, inmisericorde del trabajo humano.?
La toma de La Habana por los ingleses en 1762, un simple incidente en el costado americano de la Guerra de los Siete Años, tiene para Cuba consecuencias importantísimas: fue el primero de esos factores externos que van a ayudar a darle al país una nueva orientación. La parte más desarrollada de la Isla —la Occidental — permaneció
lismo mucho
a los buques nias inglesas
por casi un año bajo el dominio
de un mercanti-
menos estrecho que el español, que abrió el comercio
de bandera británica, facilitó el tráfico con las colode Norteamérica e impulsó el comercio de esclavos.
Estas y otras medidas produjeron un alza de la producción, de las
importaciones, las exportaciones y... las expectaciones: abrieron el apetito de la riquísima burguesía criolla, al poner en evidencia
las notables potencialidades del país si se liquidaba definitivamen-
te la anticuada y obtusa
había bloqueado
política económica
española
su progreso.
que
tanto
Para suerte de los terratenientes burgueses de La Habana sus peticiones comenzaron a ser recibidas con cierta simpatía por el gobierno de Madrid, que desde 1759 se encontraba en manos de Carlos III. El nuevo monarca respondía a los ideales políticos del
despotismo
ilustrado,
en otras naciones
menos
radical
europeas, pero
ciertamente
en España
lo suficientemente
intenso
que
para
reflejarse en una serie de reformas que llegaron hasta las colonias hispánicas de América. En lo que a Cuba se refiere, una vez re-
gresada La Habana a su antigua metrópoli en 1763, el gobierno español comienza a prestar más atención que nunca a los asuntos cubanos: facilita su comercio, suprime algunos monopolios, blece la renta de correos marítimos, reorganiza el gobierno
estacolo-
nial, emprende numerosas obras públicas en La Habana y presta oídos
a las
demandas
1789 el libre comercio
de
la burguesía
de esclavos por
criolla
dos
concediéndole
años
(prorrogados
en
a
seis en 1791 e indefinidamente después) y autorizando la libre importación de maquinaria y artefactos para fabricar azúcar, la libre
exportación del café, el comercio de harinas con los Estados Unidos y otras medidas que facilitaron el desarrollo industrial y comercial de la Isla. Poco a poco, la carcomida
2. Sobre el origen, básicamente Knight (1977), pp. 231 y ss.
interno,
120
de
esta
barrera del mercantransformación,
véase
tilismo hispánico se vino abajo y Cuba pudo entrar en una nueva fase de intenso desarrollo económico. Otro hecho de trascendentales consecuencias para Cuba fue el
triunfo de la Revolución de Independencia de Norteamérica y el establecimiento y progresivo desarrollo económico y político de
los Estados Unidos. Durante la guerra, en que España participó como miembro de la coalición antibritánica, se autorizó, sobre
todo a partir de 1779, el comercio con las colonias norteñas: paso a paso se abre el mercado norteamericano a los azúcares y las
mieles de Cuba y el mercado cubano a las harinas y otros productos industriales y agrícolas de la nueva nación del Norte. Al terminar el prolongado conflicto con Gran Bretaña, Cuba sustituye a las 'Antillas Inglesas en el papel que éstas habían desempeñado por décadas en el sistema comercial de Norteamérica. El intercambio entre ambos países sufre numerosos vaivenes en los años que siguen, pero en general su crecimiento fue constante
a lo largo
del siglo xix. Aun cuando el gobierno de Madrid lo objetaba, las
autoridades
de Cuba lo permitían,
españolas
atendiendo
a los in-
«satisfaciendo así al grupo económico
tereses de los hacendados,
dominante cuya adhesión se gana al poder colonial favoreciendo la exportación de azúcar». 3 Se produce así un acontecimiento de incalculables consecuencias: el centro de gravedad económico de Cuba se desplaza de la lejana España a la vecina república anglosajona. Hacia 1860 el 62 % de las exportaciones cubanas van a Es-
tados Unidos,el 22 % a Gran Bretaña y sólo el 3% a España. El cambio no puede ser más radical.* La Revolución Francesa y el régimen napoleónico que le sucedió tuvieron repercusiones extraordinarias no sólo en Europa
también en lo que hoy llamamos
América
sino
Latina. Cuba no pudo
sustraerse a ellas y las experimenta tanto en el terreno ideológico, como en el político y el económico, pero muy particularmente debido a la revolución haitiana, provocada por las conmociones en Francia a partir de 1789. Como consecuencia de su ocurridas prolongada guerra de independencia, Haití se arruinó totalmente.
Las exportaciones azucareras haitianas pasaron de 70.000 toneladas en 1791 a 25.000 toneladas en 1802 y a 2.020 libras en 1825.5 A Cuba se le presentó la oportunidad de ocupar el vacío dejado por esa ruina en el mercado azucarero del mundo. A partir de 1791, la clase terrateniente criolla, capitaneada por don Francisco
de Arango y Parreño, logra de la metrópoli española la extensión 3.
Le Riverend
(1967),
4.
Le
(1967),
5.
Parry
Riverend
y Sherlock
p. 177. p.
179.
(1963),
p. 170.
121
y expansión España
de las reformas
no podía negarse.
económicas
previamente
Bastaba señalar —como
iniciadas.
lo hacía Aran-
go— a los precios del azúcar en el mercado mundial, inflados por
la escasez determinada por el desastre de Haití, para comprender que Cuba era capaz de producir inmensas riquezas si se aprove-
chaba la ocasión. Una de las medidas adoptadas como concesión a los intereses azucareros cubanos influye decisivamente en el advenimiento de la sociedad plantacional: la política de puertas
abiertas
para el comercio
—vamos
a verlo—
de esclavos,
que
por vías legales e ile-
gales va a arrojar sobre las playas de la Isla un contingente de más de 600.000 negros africanos en poco más de medio siglo. Esa enorme corriente de inmigración forzada no sólo ha de cambiar la estructura
de una industria
sino que ha
de
transformar también el alma de una nación. A fines del siglo xvitr, la burguesía cubana tenía clara concien-
cia de las reformas que era imperativo poner en práctica en el país si se quería hacer buen uso de las posibilidades de desarrollo
que se abrían para ella. Don Francisco de Arango y Parreño las resume en.su famoso Discurso sobre la agricultura en La Habana y medios
de fomentarla.
Había
tranjera en todos los terrenos:
que
derrotar
la competencia
ex-
perfeccionando los conocimientos
agrícolas, introduciendo más y mejores máquinas así como más y mejores procedimientos científicos y técnicos en los ingenios, garantizando la libertad de comercio, rebajando los aranceles, moderando o extinguiendo las diversas formas de usura que pesaban sobre los productores. Pero todo eso era inútil si a la vez no se tomaban otras medidas que Arango proponía con discreción pero
con
neta
claridad:
para
poder
competir había
que rebajar
los
costos (el costo de los utensilios y el de los negros que los trabajaban) y, además, había que aumentar la productividad de la
mano
de obra esclava, gastando menos en mantener los negros y
buscando medios para hacerlos trabajar más. Como
si eso fuera
poco, el Discurso agrega que era preciso intensificar progresivamente la represión contra los negros esclavos y limitar las escasas prerrogativas obtenidas por los negros y mulatos libres.£ El pro-
grama de la clase capitalista cubana, al abrirse el siglo xIx, puede resumirse en dos consignas fundamentales: por un lado, «revolución técnica», por el otro, «reacción política y social».
En lo esencial esas consignas tuvieron éxito. España permitió
a los terratenientes burgueses de Cuba transformar la Isla en una
colonia de plantación, entre otras razones, porque durante las luchas de las naciones hispanoamericanas por su independencia 6.
Arango
y
Parreño
en
Pichardo
(1971).
122
Vol.
1, pp.
162
y
ss.
Cuba permaneció fiel a la metrópoli y ésta vio en la Isla el único medio de llenar el vacío que dejaban en su tesoro las colonias continentales perdidas. Para estrechar sus lazos con la clase capi: talista criolla en momentos tan graves para la monarquía, España acabó por darle a ésta manos libres para el desarrollo de su programa azucarero, Esa política de progresiva liberalización comercial en realidad
1793
con un
abre
el puerto
comenzó
decreto
autónomamente
del gobernador
de La Habana
don
aquende
los mares
en
Luis de las Casas que
a los llamados
«barcos
neutrales»
(casi todos norteamericanos) durante el conflicto de las potencias legitimistas europeas contra la Francia revolucionaria. La metrópoli, ante el fait accompli, al principio vacila. Ratifica el permiso
-para comerciar con los «neutrales» en 1797. Pero lo suprime luego, prohibiéndolo, en 1799. Esta prohibición, empero, no surtió efecto.
Fue «acatada pero no cumplida» por el gobernador de Cuba, conde
de
Santa
comercio
Clara.
Continúa
con Norteamérica.
floreciendo,
Y durante
legalmente
en
precario,
el largo gobierno
el
del mar-
qués de Someruelos se sigue idéntica política, desafiando las impotentes órdenes metropolitanas, durante la guerra independentista hispánica contra el invasor francés. Restaurado el poderío borbónico, tras la derrota de Napoleón, Fernando VII se rinde
ante las realidades. Hace a Arango y Parreño miembro del Consejo de Indias. Y, por fin, en 1818, decreta el comercio libre de
Cuba con los barcos extranjeros bajo un sistema arancelario que protegía los intereses peninsulares. Y hace más: otorga la propiedad definitiva de las tierras mercedadas a quienes las poseían en usufructo. Con esta última disposición de Fernando VIT (del
16 de julio de 1819) «se crearon las condiciones para un rápido desarrollo capitalista en Cuba y al mismo tiempo se ganó la adhe-
sión a la Corona de la clase criolla de los hacendados,
favorecién-
dola y halagándola cuando el resto de América se alzaba contra el poder colonial.» ? Esa alianza entre la Corona española y los hacendados insula-
res era necesariamente
nían numerosas
inestable.
contradicciones
Entre
ambos
económicas,
cas. Ya veremos en el próximo capítulo cómo
socios se interpo-
políticas e ideológi-
el crecimiento de la
nacionalidad iba a crear en la conciencia de muchos cubanos ricos una angustiosa tensión entre el interés patrio y el interés mercantil. Pero, aunque plagado por continuas crisis, que a veces culminaban en sangre, el entendimiento entre ambas partes persis-
tió hasta 1868. Entre otras razones porque al permitir el desarrollo de la economía plantacional, España le había atado las manos a 7.
Pichardo
(1971).
Vol.
1, p. 264.
123
la burguesía criolla, creándose
a sí misma
un grave
problema.
Al
hacer posible la introducción de cientos de miles de bozales africanos en Cuba, la metrópoli había colocado en el corazón de la Isla un polvorín social que tanto ella como sus aliados nativos
tenían que cuidar muy celosamente para evitar todo peligro de : explosión. Con claridad meridiana lo expuso el capitán general
Valdés en 1825: «Los propietarios que subsistan unidos a la Madre
Patria lo estarán perder o exponer
sin sus
variación, mientras les acose el temor de esclavitudes que constituyen el nervio pri-
mero y más considerable de sus fortunas.» Por eso, junto a la apertura económica, se produjo el cerrojo político: en ese mismo “año de 1825, Su Majestad el Rey otorgó poderes omnímodos al capitán general de Cuba, confiriéndole
«todo el lleno de las facul-
tades que'por las reales ordenanzas se conceden a los gobernadores de plazas sitiadas». O sea, que la línea era: desarrollo económico,
sí; libertades
políticas,
no.
La
transformación
azucarera
convierte a Cuba en un emporio de riquezas y, a la vez, en una plaza sitiada desde dentro por un sistema social situado constantemente al borde mismo del estallido destructor. Por varias décadas, tres generaciones
burguesas
venden
su ansia de autodetermi-
nación por el plato de lentejas del avance material. Renuncian
a
la revolución política para que la dejen realizar la revolución mercantil. Y con la protección interesada de la Corona, ésta se -produjo plenamente. Índice claro de su victoria fue el rápido au-
mento de la producción de azúcar. Entre 1800 y 1827 ésta se cuadruplicó. El promedio anual de elaboración del dulce entre 1821 y 1825 fue de 57.710 toneladas. Entre 1836 a 1840 subió a 119.300
toneladas.
Y entre 1846 y 1850 volvió a elevarse hasta 279.400 to-
neladas. En 1856 Cuba produjo 359,397 toneladas de azúcar, o sea, un 25 por ciento del total mundial. Las Antillas Británicas, que le
seguían en orden, lanzaron ese año al mercado 142,000 toneladas: un 10% del total. En 1868 la producción azucarera cubana fue de 720.000 toneladas. Cuba se había convertido en la azucarera del
mundo.? Ya a principios del siglo xix predomina en Cuba el régimen plantacional de producción típico de las Antillas francesas e in-
glesas, aunque no en su forma pura, sino con las modificaciones
importantísimas que luego veremos. La unidad básica de ese sistema socio-económico es la plantación azucarera, caracterizada por poseer una doble dimensión agrícola-industrial (cultivo de la caña y fabricación del azúcar) y por emplear masiva e intensiva8. 9.
Pichardo (1971). Aimes (1907), p.
Vol. 1, p. 291. 158; Pezuela (1963).
124
Vol.
1, pp.
62-63.
de un producto
de obra esclava en la elaboración
la mano
mente
destinado al mercado internacional. En un estudio de Antonio del
Valle Hernández, fechado en 1800, decir con verdad «que el mecanismo
plicación
de sus operaciones
se explica cómo es posible de estas haciendas y la com:
salen ya de la calidad
del cultivo,
porque en efecto, desde que se trajo al trapiche la caña cortada en el campo, cesó el oficio de labrador y entró el del fabricante, como que todas las demás manipulaciones pertenecen a la mecánica y a la química».! Paso a paso, a lo largo del siglo, la planta
industrial cobra
más
importancia
en el sistema
productivo
azu-
carero. Ese desarrollo no es otra cosa que el costado cubano de la vertiginosa carrera expansionista del capitalismo mundial qué
tiene lugar por esa época. Pero es un desarrollo sui generis, pues a la vez que promueve una revolución de signo progresista y libe-
ral en la industria del país, hunde a éste en las tembladeras sociales que acompañan siempre al empleo extensivo no de trabajado-
res libres sino de esclavos. Ya hemos visto cómo para los plantadores grano
insulares era totalmente inconcebible poder producir un de azúcar sin negros africanos que trabajasen la tierra y
ayudasen a mover las maquinarias. Las consecuencias
demográfi-
cas y culturales de estas transformaciones han de ser extraordina-
rias en variedad y alcance. El nuevo régimen productivo
introduce
cambios
radicales
en
todos los factores que lo componen: la tierra, las fábricas, los esclavos, los hacendados, los refaccionistas, etc. La necesidad de
allegar fondos para la expansión de sus negocios obligó a muchos
dueños de ingenios a endeudarse y, a veces, hasta arruinarse, lo que aprovecharon quienes les proporcionaban los créditos para hacerse
de las plantaciones,
pasando
así a formar
parte
de la otra
clase. En esencia, lo que ocurre es el tránsito del ingenio tradicional, todavía con fuertes residuos semi-feudales, al ingenio moderno dominado por los modelos del capitalismo esclavista. En los ingenios viejos se cultivaban casi todos los artículos que consumían los esclavos; se construían edificios con materiales propios de la finca; se criaban ganados para contar con las indispensables boyadas;
se vendía
por lo menos
parte
del producto
en
los
mercados locales; el hacendado dirigía personalmente éstos y los demás aspectos del negocio ayudándose con un mayordomo en la ciudad y un mayoral en el campo. La nueva plantación transforma
todo el cuadro. Dedicada fundamentalmente a hacer azúcar y exi-
giendo enormes
capitales, los antiguos
sistemas
cambian
de rum-
bo: gran parte de los alimentos se van a traer de afuera (y hasta 10.
Del
Valle
Hernández (1800),
cit., por Marrero.
125
Vol.
X
(1984), p. 161.
del extranjero, como por ejemplo, el bacalao y el tasajo); de afuera vienen también las nuevas y revolucionarias máquinas y hasta los operarios que dirigen su funcionamiento;
nes se fraccionan y son encargadas
presarios; crece la división
del
muchas
de las operacio-
a diversos contratistas y em-
trabajo
en
todas
direcciones;
el
hacendado y ya no puede por sí solo financiar sus zafras y de simple agricultor que era antes deviene especulador, sujeto a los
vaivenes
y hasta
los caprichos
del mercado
internacional
y a las
exigencias de los refaccionistas, contratistas y traficantes de esclavos de quienes
En
depende.
su primera
etapa, desde fines
del
siglo xvii
hasta
1820
más o menos, el tránsito al nuevo régimen plantacional no se produce mediante una mutación técnica de fondo sino, en lo esencial, por un simple cambio cuantitativo. Es cierto que en 1797 se
ensayó por primera vez el uso de la máquina de vapor en un trapiche. También por esa era se construyeron unos pocos ingenios que utilizaban la energía hidráulica. La introducción de la caña de Otahití requirió mejorar los trapiches para molerla provechosamente. Y desde fines del siglo xvr1ir en algunos lugares se habían
sustituido
los
trenes
comunes
para
cocer
el guarapo
por
el llamado tren francés o tren jamaiquino, alimentado no por leña sino casi únicamente por bagazo. Pero el empleo de estos instrumentos de producción no se generalizó realmente en Cuba hasta después de 1820. En las décadas anteriores a esa fecha se procede
por mera agregación: se fundan nuevas fábricas y se amplia la capacidad productiva de las existentes mediante la utilización de más tierras para la siembra de más caña, el empleo de más carre-
tas y bueyes, de más pailas, de más hormas y, desde luego, de más esclavos, hasta alcanzar y rebasar la capacidad ideal de la época
que era de unas 10.000 arrobas por zafra con unos 100 esclavos. Al superar esos topes las inversiones se dirigían al fomento de
nuevas unidades. La única transformación técnica de alguna entidad consistió tambores de de bronce y ducción por
en cubrir las mazas de los trapiches de madera con hierro y sustituir algunas piezas de madera por otras hierro. Por esas vías la capacidad promedio de proingenio se elevó de 3.772 arrobas en 1761 a 11.819
arrobas en 1804 y a 15.612 arrobas en 1827, El mejoramiento de la
capacidad productiva se realiza sin sustituir la fuente tradicional de energía para mover las máquinas, que seguía siendo fundamentalmente la tracción animal (bueyes). Esta etapa marca el cambio
de los viejos trapiches o cachimbos
primitivos
des» (relativamente hablando), capaces
a «ingenios
de producir
gran-
15.000 arrobas
y aún más por zafra. A partir de 1820, en cambio, tiene lugar un intensivo e incesan126
te proceso
de transformación
cualitativa, es decir, de sustanciales
cambios científicos y técnicos que, sobre todo a partir de 1840, van a aplicar a la fabricación y transporte del azúcar los instrumentos y procedimientos creados por la revolución industrial que por
entonces
avanzaba,
incontenible,
en
Europa
y
los
Estados
Unidos. Ajustados a producir la mayor cantidad de azúcar con el menor número de brazos posibles, estos cambios afectan al culti vo de la caña, a su molienda y transformación en azúcar, así como
al traslado de ésta a los lugares de embarque y de ahí a los mer cados
extranjeros.
mica, a cones— criolla azúcar regadío
Apelando
a la agronomía,
a la física,
a la quí-
la tecnología, los hacendados —muchos de ellos a trompimodifican sus ingenios. Sustituyen la tradicional caña por la variedad blanca de la de Otahití que rendía más por área de cultivo. Los más progresistas hacen uso del y de los abonos animales. Y comienzan a utilizar tierras
que la ignorancia condenaba avances
en
este
sector,
como
aunque
inadecuadas. Hay, pues, ciertos
todavía
en
colas por lo general no se diferenciaban
1860
mucho
las prácticas
agrí-
de las del siglo
xvitrI. Es en lo industrial donde los cambios técnicos son de mayor
entidad. El más
conocido y admirado
fue la introducción
trapiches de hierro de mazas horizontales y de máquinas
para moverlos.
(como
Con ello ciertamente
se ha repetido
erróneamente)
NO
mejoró
pero
SÍ
de los
de vapor
el rendimiento
se aumentó
notable-
mente la capacidad productiva, ahorrando
gran número
de bueyes
riamente,
de
porque
y de brazos esclavos para atenderlos. aumentó
la
demanda
Por otro lado, contradicto-
general
esclavos,
al
acelerar el ritmo productivo el ingenio exigía mucha más caña, lo que implicaba un incremento en el número de trabajadores en los campos.
De
paso,
es bueno
recordar
que
el esclavo
tuvo
cierto
contacto con las nuevas máquinas, aunque preferentemente éstas eran supervisadas por trabajadores libres. En 1825 hay ya 25 ingenios dotados de maquinaria de vapor. El número sube a 286 (la quinta parte del total) en 1846. Y a 949 (69,5 % del total) en 1860. Las transformaciones
blema
del combustible
aumentan,
modifican
no se detienen
ahí. Para resolver el pro-
y elevar la productividad
y extienden
los
trenes
del trabajo
se
jamaiquinos,
lo que
tituye poco a poco a la leña en los trenes, pero el empleo
genera-
hace posible un uso mucho más racional y económico del fuego. Y luego se introducen los trenes al vacío de Derosne y Cail, los trenes de Rillieux de evaporación múltiple y otros. El bagazo sus-
lizado de la máquina de vapor (que necesitaba leña) ejerce nueva presión sobre los bosques cubanos en crisis. Con los trenes al vacío
comienza
la verdadera
revolución
127
industrial
dentro
de
las
fábricas. Por dos razones: porque duplicaron de golpe mientos y, además, porque agregaron más trabajadores creciente número de esclavos en las fábricas. Ahí estaba del futuro central. Además, en 1849 se instala la primera ga, para separar
el azúcar
de las mieles.
En una
aparato había sustituido a la casa de purga
Curiosamente,
como
ha
señalado
Moreno
los rendilibres al la semilla centrífu-
sola década
ese
casi completamente.
Fraginals,
«todo
ceso de mecanización se produjo cronológicamente en sentido del flujo de la producción: trapiche, casa de purga».!! El proceso no tiene lugar en cada ingenio de _manera. Algunos continúan por largo tiempo sin cambio género. Otros introducen una o más de las maquinarias
el pro-
el mismo calderas, la misma de ningún menciona-
das. Hacia 1860 la mayoría de los ingenios eran híbridos. Habían cambiado el trapiche y usaban máquinas de vapor pero continuaban utilizando los viejos trenes jamaiquinos, aunque
muchos
agre-
gaorn las centrífugas. Esas fábricas mixtas se conocen como inge-
.nios Semi-mecanizados.
Los
que
adoptan
la totalidad
del
sistema
se llamaban ingenios mecanizados. En la zafra de 1860 la distribución de los distintos tipos era la siguiente: Ingenios Con
Número trapiches
de vapor
949
Con trapiches de agua Con trapiches de bueyes : Total El número
2. 309 1.350
de los totalmente mecanizados
se reducía a 70, de los
cuales 29 estaban dotados de trenes Derosne. Los semimecanizados eran 879. Otra comparación posible en ese mismo año entre los tres tipos de unidades productivas nos dará una imagen de su
importancia relativa:
Tanto por ciento del total de la zafra Ingenios Ingenios
de fuerza motriz animal semimecanizados
ingenios mecanizados
La diferencia en capacidad productiva, reflejo ciente concentración que domina la industria, estas cifras correspondientes también a 1860:
11. Moreno Fraginals (1964), p. 124.
128
11.1 80.6
8.3 claro de la crepuede verse en
Promedio
de la
capacidad de
producción Ingenios Ingenios Ingenios
de fuerza motriz semimecanizados mecanizados
animal
(arrobas)
11.843 41.630 80.391
Pese a la profundidad y extensión de los cambios, resulta evidente
que a la revolución industrial le quedaba un gran trecho por an-
dar en Cuba en los años que preceden inmediatamente
de los Diez Años. Quedan todavía por examinar dos factores más
a la Guerra
de la ecuación
transformativa: transporte y trabajo. Como vimos, una de las características de la plantación es que produce para el mercado exterior. Eso implica, dadas las realidades de la época, que los ingenios no podían estar excesivamente apartados de los puertos de embarque. De ahí que el desarrollo plantacional se produzca primero en La ¡Habana y sus alrededores y luego en Matanzas. El traslado de los productos de la zafra hasta los muelles se hacía
al principio siguiendo el sistema tradicional:
el azúcar, en sacos
a lomo de mulos (para pasar luego a cajas antes de ser embarcado) y las mieles en bocoyes transportados en carretas. Los caminos eran malos y se convertían en casi intransitables en la estación
de las lluvias. De regreso, las carretas y los mulos se empleaban para llevar a los ingenios las esquifaciones, el tasajo y otros productos
para
vestir
y alimentar
a las mesnadas.
La
cantidad
de
bestias y de hombres envueltos en este sistema primitivo era enor-
me por lo que resultaba muy costoso. La revolución industrial proporcionó la solución: el ferrocarril. Cuba lo adoptó rápidamen-
te. Se abrió la primera vía férrea antes que en la metrópoli.
En
1838 se inauguró la primera línea: de La Habana a Giiines. Y pronto siguieron otras. En un par de décadas las redes ferroviarias se extendían por todas las áreas azucareras del país. Se ha dicho
que el ferrocarril, más que la máquina de vapor, fue el «primer elemento» de la revolución industrial cubana, el «primer paso»
hacia la gran industria. Pero eso es como discutir quien fue primero si el huevo o la gallina. Sin un aumento dramático de la
producción
el ferrocarril
era innecesario
e incosteable
y sin el
ferrocarril el aumento de producción hubiera encontrado barreras insuperables. No es sino más tarde, a fines de siglo, en la tercera fase
de
la revolución
azucarera,
cuando
el
ferrocarril
se
emplea
internamente en las plantaciones para llevar la caña recién cortada al molino, que ese medio de transporte deviene factor básico
129
en la revolucionaria transformación de los ingenios en centrales. ¿Y el trabajo? Como éste se liga estrechamente al tema central de este libro, conviene que le dediquemos acápite aparte. La
«Gran
En
Barbarie»
todo
este
enorme
proceso
(desde el punto de vista social)
evolutivo,
lo
es que la nueva
más
importante
plantación
azuca-
rera tiende a ir eliminando los elementos morigerantes que reinaban en el régimen pre-plantacional.
En
su lugar surge un sistema
inmisericorde, inhumano, zoológico de exacción del trabajo humano. Como ha dicho Manuel Moreno Fraginals: «Lanzados los oli-
garcas criollos al mercado mundial en donde impera el régimen capitalista de producción y donde se impone a todo el interés de
dar salida a las mercancías para el extranjero, el sistema de trabajo que venía desenvolviéndose en forma primitiva sufre un profundo cambio. El relativo carácter patriarcal de la esclavitud, mantenido mientras la producción estuvo limitada por las condiciones
especiales
intensiva
de
del negro.»!
la
época,
En
es
sustituido
los antiguos
por
la
«cachimbos»
explotación
los esclavos
vivían en sus chozas o «bohíos», cultivaban las pequeñas
parcelas
O «conucos» que el amo les entregaba para que tuviesen sus pro-
pios cultivos y crías, y lograban
de ese modo
una cierta indepen-
dencia económica que, a veces, los ayudaba a obtener su libertad.
En los nuevos ingenios, cada vez más grandes y mecanizados y cada día más distintos de los viejos trapiches primitivos, van cuajando con rapidez paralela a la de los cambios tecnológicos que arriba reseñamos, las formas típicas de la plantación esclavista.
Desde fines del siglo xvim casi todos los ingenios producen para
el mercado mundial bajo una política, cada vez más extendida, de absentismo por parte del amo, cuyos intermediarios, administrador y mayoral gobiernan a punta de látigo las mesnadas. El considerable aumento del número de negros y su explotación intensiva
producen. serios conflictos que fuerzan a la eliminación del patriarcalismo tradicional y al establecimiento de un régimen casi carcelario de disciplina. «Los bohíos no ofrecen seguridad para el manejo
de las dotaciones y los conucos
Ello exige edificar zonas
rracones carácter
midoras 1.
de concentración
del siglo x1x. La eliminación
siblemente
sobre
la economía
de
de células autosuficientes
de tasajo y bacalao, ambos
Moreno
Fraginals
dejan
(1964), p. 6.
130
de ser productivos.
que presagian
de los conucos
los ingenios
para
que
transformarse
productos
los ba-
gravita sen-
pierden en
su
consu-
de importación...
Los envases
que
antes se obtenían
con los cedros
y jobos
de los
en el mercado
de La
montes cercanos exigen ahora una amplia labor de carpintería u
obligan
al hacendado
a comprar
los cortes
Habana... Se hace más complicado el trasporte de los azúcares y el sistema de arrias se torna insuficiente...»? O sea, la vieja unidad
semicapitalista-semifeudal
del
siglo
xvi
es
sustituida
por
una
compleja unidad económica de sello capitalista-plantacional, dependiente del mercado externo no sólo para la venta de su pro-
ducto, sino también para la adquisición de los instrumentos de trabajo y para la importación de la mano de obra que utiliza. El desarrollo del sistema de plantaciones en Cuba tuvo profundas repercusiones sobre las condiciones de vida de los esclavos.
Cada paso en el camino
que conducía hacia la revolución planta-
cional que los hacendados propiciaban y extendían, era un paso hacia el deterioro de la existencia de los siervos. Un ejemplo típico —casi simbólico— tuvo lugar al comienzo mismo del proceso, poco después de la toma de La Habana por los ingleses. Hasta entonces la ley había asignado un precio de venta fijo al esclavo, quien al pasar de mano en mano no podía ser vendido a un precio
más alto. Eso aseguraba la permanencia
del mismo
en manos
del
primer comprador por largo tiempo. Una vez que el bozal se aclimataba y adquiría oficio no era negocio venderlo al precio primitivo. En poder de un mismo dueño por largos años, el esclavo llegaba (sobre todo en las ciudades) casi a ser un miembro de la familia, lo que facilitaba su eventual manumisión. 'Al producirse una gran demanda de esclavos tras la ida de los ingleses, cediendo
al interés de los hacendados, la ley del precio fijo fue revocada y, como explica Ramiro Guerra: «Al facilitarse el paso rápido del
esclavo de mano en mano como otra mercancía cualquiera, la condición personal del mismo empeoró horriblemente. Considerósele,
en
lo
sucesivo,
no
como
un
ser
humano,
sino
como
un
valor en venta. Toda habilidad nueva del siervo, al acrecentar el valor de éste, lo llevaba al mercado más rápidamente, al poder
de propietarios dominados exclusivamente por una idea de lucro, sin otro interés que el de obtener un rendimiento más alto del capital invertido en la compra. El avance de la comunidad cubana en la vía de la empresa
capitalista, al acentuarse, empeoró,
como
consecuencia inevitable, la condición de los explotados. La esclavitud
empezó
continuidad,
de plantaciones 2. 3.
a tomar
un
en la Isla, para
carácter
semejante
al
agravarlo de
las
sin solución de
demás
colonias
de fines del siglo xvII1I y principios del x1x.» 3
Moreno Fraginals (1964), Guerra (1971), p. 186.
p.
15.
131
La primera mitad del siglo xix es considerada por muchos como la época de la gran barbarie en lo que a las relaciones clasistas se refiere. En ese período las condiciones de vida de los esclavos en las plantaciones azucareras de Cuba eran, sin duda alguna, de las peores del mundo. Varios factores se combinan
para determinar el trato que el esclavo recibe: la cantidad de mano de obra disponible, el precio de los negros, el precio. del
azúcar en el mercado, el grado o nivel técnico alcanzado
en las
fábricas, la situación financiera de cada unidad productiva, la naturaleza del amo, de los administradores, mayordomos y mayora-
les, etc. Hay casos mejores y'peores, pero el caso promedio es, por definición, detestable, En primer lugar el esclavo padece los
horrores de
la trata,
intensificados
por
el carácter
de
comercio
de contrabando que adquiere cuando Inglaterra comienza a perseguirla por los mares. Como es bien sabido, cediendo a la presión
de los abolicionistas, el parlamento británico abolió el tráfico negrero en sus colonias en 1807. Desde ese momento el gobierno de Londres se convierte en campeón decidido de la supresión uni-
versal de la trata. En 1815 hace esfuerzos para lograrlo —sin éxito efectivo— en el Congreso de Viena. Luego ejerce presión diplomática sobre España y en 1817 firma con ella un tratado por el
cual el tráfico quedaría totalmente eliminado al norte y al sur del ecuador a partir de 1821. Pero las fuerzas que inmediatamente
se
movilizaron contra este convenio eran muy poderosas. Y pronto éste fue violado de modo sistemático por los dueños de ingenios y cafetales
y
los
acaudalados
comerciantes
de
La
Habana
por
medio de un enorme y lucrativo comercio ilícito de africanos. «Bajo la bandera de los Estados Unidos y de otras naciones, los
buques negreros burlaban la vigilancia inglesa en las costas de África y en los altos mares, y al arribar a las costas de Cuba, la
complicidad de las autoridades llamadas a impedirlo, les facilitaba
el desembarco.»* Las consecuencias para Cuba fueron epocales: no sólo continuaron entrando en la Isla miles y miles de bozales cada año, sino que todo el sistema socio-económico se constituyó sobre la base de la ilegalidad y la corrupción. A la brutalidad de
la explotación se añade la inmoralidad del contrabando de carne humana que corroe la sociedad entera. La violación de la ley se convierte en práctica normal y cotidiana. La «vista gorda» de las autoridades se logra con el soborno, que comienza con el pago
de una cuota fija al capitán general por cada pieza que entra ile-
galmente en el país y termina con la compra del último empleadillo que participa en las nefandas transacciones. Y los compradores 4.
Guerra
(1971),
p. 265,
132
—la élite de hacendados y comerciantes que dominan la economía criolla— basan sus negocios en el delito y el peculado. La Cuba colonial deviene una fábrica podrida de punta a cabo. Los negros que logran sobrevivir tras el shock de su captura
por gente de su mismo color, de su almacenaje en las factorías costeras africanas y su hacinamiento letal en los barcos que ha-
cían el viaje transatlántico, una vez en el ingenio resultan triturados por un sistema económico que demanda regimentación estricta porque está basado en el principio de la super-explotación de la mano de obra. Salvo honrosas excepciones, los hacendados se guiaban por una regla de oro: el esclavo criollo (nacido en Cuba) cuando llegaba a la edad productiva había costado a su amo más que lo que valía el de la misma
Hasta
mediados
del
edad y condición en el mercado.
siglo xIx, más
o menos,
las
dotaciones
se
suplen casi exclusivamente de la compra de nuevos esclavos. Resulta más «económico» hacer trabajar al negro comprado hasta
el límite de su resistencia física y más allá, que suavizar el trato
para que dure más. Negro que muere, negro de que fácilmente se
repone a precio muy aceptable en el bien abastecido mercado de carne humana de la época que funcionaba en todos los rincones
del país. Refiriéndose a esta realidad escribió el barón de 'Humboldt: «Yo oí discutir fríamente si resultaba mejor para el propietario no agotar demasiado a sus esclavos y por consiguiente
reemplazarlos menos a menudo, en lugar de sacar en unos pocos
años todo el provecho posible, a cambio de tener que comprarlos con más frecuencia. Tales son las razones de la codicia, cuando el
hombre se sirve del hombre como de un animal de trabajo.» * Las labores
de la zafra eran penosísimas
y, en muchas
ocasio-
nes, abrumadoras para las negradas de los ingenios. Debido al hecho de que la caña tiene que ser sometida al proceso extractivo tan pronto como
alza y tiro,
se le corta para no perder rendimiento, el corte,
la molienda,
clarificación,
filtración, evaporación
y
cristalización deben realizarse, en ese orden, sin interrupción a la máxima aceleración posible. Por eso, el ingenio trabajaba sin
parar
durante
las veinticuatro
horas
del día por un período
de
unos seis meses. Por lo general, los trapiches y casas de calderas no funcionaban los domingos, pero el día se empleaba en limpiar, acondicionar y preparar las máquinas para la semana siguiente. Como el esclavo era un elemento fundamental en el capital inver-
tido, para
merma
su número era mantenido al nivel mínimo indispensable reducir los costos. Un exceso de esclavos significaba una de las ganancias. De ahí que los esclavos fuesen utilizados
5. Humboldt (1969), p. 150. 133
en las labores agrícolas e industriales de la fábrica casi sin des