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Compañeros en el camiiu Iconos bíblicos para un itinerario de oración
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Colección «EL POZO DE SIQUEM»
Dolores Aleixandre, RSCJ
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COMPAÑEROS EN EL CAMINO Iconos bíblicos para un itinerario de oración
Editorial SAL TERRAE Santander
índice
Compañeros en el camino Si yo fuera a usar este libro 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. © 1995 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: (942) 36 92 01 Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1171-8 Dep. Legal: BI: 2426-95 Fotocomposición: Didot, S.A. - Bilbao Impresión y encuademación: Grafo, S.A. - Bilbao
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Abrir espacios a la oración Prepararse y disponerse Despertar el deseo Echar raíces, poner cimientos Recibir un nombre nuevo Tomar una decisión nacida del agradecimiento Tocar el Verbo de la vida Hacerse un niño. Hacerse como «ese» niño Aprender la sabiduría de Nazaret Contemplar a Jesús para conocerlo internamente Caminar junto a Jesús para hacer lo que él hizo Adherirse lúcidamente a la vida verdadera Entrar en la lógica de la desmesura Permanecer junto al que llegó hasta el final en el amor Dejarse encontrar por el Viviente Consentir en que el amor envuelva nuestra vida índice de «iconos bíblicos» —5—
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Compañeros en el camino
Este libro ha tenido distintas «fuentes de inspiración»: J.A. García nos propuso durante unos Ejercicios en Celorio, hace unos años, que hiciéramos las contemplaciones de la cuarta semana mirando algunos «iconos bíblicos», y me pareció una idea preciosa. Luego vi una película de Woody Alien, «La rosa púrpura de El Cairo», en la que una atónita Mia Farrow veía desde su butaca del cine cómo su actor preferido se salía de la pantalla y la invitaba a entrar en la película. Pensé que eso era lo que yo había vivido con los «iconos» evangélicos y que es lo que ocurre siempre con la Biblia: todo cambia cuando, en vez de leerla como espectadores, comenzamos a dialogar con sus personajes, a entrar en el guión y en la banda sonora de sus experiencias, a sentirnos como ellos actores y protagonistas, a darnos cuenta de que todos esos hombres y mujeres de las narraciones bíblicas vienen a nuestro encuentro para acompañarnos en nuestro itinerario creyente. A partir de ahí, me atrajo la idea de «investir» de lenguaje bíblico y narrativo el proceso ignaciano y de invitar a hacer las meditaciones y contemplaciones a partir de iconos bíblicos, especialmente del Nuevo Testamento. Lo he ido haciendo yo misma y proponiéndolo en los Ejercicios que he dado en los últimos años a distintos grupos. El último de ellos ha sido el de las Hermanitas de Jesús de Palestina, reunidas en un monasterio de Benedictinas de — 7 —
rito oriental en las afueras de Belén. Pasar ocho días en un lugar con tantos iconos me ha hecho entender la contestación que dio el P. Kolvenbach a un novicio jesuita que le preguntó: — — — —
Si yo fuera a usar este libro...
Padre, ¿usted cómo reza? Rezo con iconos. ¿Y qué hace?, ¿los mira? No. Me miran ellos a mí.
En el Monasterio del Emmanuel he entendido un poco mejor lo que es dejarse mirar silenciosamente por el Icono del Padre que es Jesús, y ha crecido en mí el agradecimiento deslumhrado por tenerle a él como Camino y como Compañero. Estas páginas nacen de mi deseo de compartir esa experiencia, que no es sólo mía, sino también de aquellos/as que han ido viviéndola conmigo. Monasterio del Emmanuel Belén, Julio 1995
1. Trataría de enterarme de «lo que quiere ser» y «lo que no quiere ser»: — quiere ser un instrumento, un apoyo, una ayuda para personas que desean hacer una experiencia de oración, a solas o en grupo: cristianos de a pie (incluyo a religiosas/os, que también lo somos...), comunidades o grupos que, por distintas razones, van a emprender unos días de oración («unos Ejercicios...»), más o menos largos, sin un «experto/a» que les acompañe; — su inspiración es «ignaciana», es decir, que toma de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio (EE) el proceso y algunos textos significativos; pero, más que al lenguaje ignaciano, recurre al lenguaje bíblico y presenta cómo vivieron hombres y mujeres de la Escritura las experiencias básicas del proceso creyente, que, en el fondo, no difieren mucho de las que propone san Ignacio. Esos iconos bíblicos serán los «compañeros de camino» de este itinerario de oración; — no pretende hacer un comentario exegético de los textos ni reemplazar unos Ejercicios ignacianos acompañados. Pero, como a menudo no se tiene esta última posibilidad, los materiales de este libro pueden ayudar a hacer unos días de oración «repitiendo», desde una perspectiva más directamente bíblica, temas que pueden resultar familiares a los que han hecho Ejercicios ignacianos. Son también utilizables por los que no los han hecho;
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— intenta hacer presente en la oración el mundo y sus problemas, para que la oración, como recomendaba Mons. Angelelli, «tenga un oído puesto en el Evangelio y el otro en la gente». 2. No lo leería todo seguido, porque no está pensado para servir de lectura continuada. Por eso, huiría de la tentación consumista que hace devorar con avidez materiales, sin llegar a saborearlos ni aprovecharlos. Dice San Ignacio: «al que toma ejercicios en la primera semana, aprovecha que no sepa cosa alguna de lo que ha de hacer en la segunda semana; mas que ansí trabaje en la primera, para alcanzar la cosa que busca, como si en la segunda ninguna buena esperase hallar» (EE 11). 3. Le echaría una primera ojeada para hacerme idea del método y, si fuera a hacer un retiro de ocho días con él, la víspera de cada día seleccionaría, de entre los capítulos siguientes, el tema en el que me siento movida a entrar al día siguiente. El Espíritu Santo sabe conducir muy bien, y esta elección seguramente no será difícil. 4. Comenzaría a prepararme con bastante tiempo. De cómo se vaya ensanchando el deseo («todo modo de preparar y disponer el ánima», diría san Ignacio: EE 1) va a depender fundamentalmente la marcha de la oración en los días que sigan. Lo nuestro no es «gobernar el proceso», sino abrirnos a él; y todo lo que hagamos en esa dirección nunca será bastante. Por eso hay tres capítulos («ABRIR ESPACIOS A LA ORACIÓN», «PREPARARSE Y DISPONERSE» y «DESPERTAR EL DESEO») que se supone son previos al momento de los Ejer-
cicios y que tratan de ayudar a esta preparación. 5. No me importaría quedarme en uno solo de los puntos de porque lo único que pretenden es eso: acompañar hasta el umbral de la puerta. Cuando se ha cruzado éste, deja de ser necesario apoyarse en aquéllos, porque lo que ocurre «del otro lado» es cosa del «EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN»,
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Señor, y ya no hace falta nada más. «No el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» (EE 2). 6. Los materiales de «OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA» están pensados para algún rato de lectura meditativa fuera de los tiempos de oración; pero, si me sintiera atraída a orar con alguno de ellos, lo usaría también como ayuda para atravesar el umbral de la oración. 7. Aunque estuviera sola, no me saltaría el «CELEBRAR LO VIVIDO», sino que lo adaptaría para un rato de oración personal al recapitular el día. 8. Si quisiera usar el libro para algún día de retiro, buscaría en el índice el tema, según mi situación personal, según el tiempo litúrgico, etc., y seleccionaría la víspera alguno de los puntos de oración para que me sirviera de puerta de entrada. El resto «lo irá pidiendo» el transcurrir del retiro. 9. Si fuéramos un grupo los que vamos a hacer juntos un retiro largo, propondría que nos pusiéramos de acuerdo en quién iba a tomar la responsabilidad de animar cada uno de los días, y esa persona se encargaría, el día que le correspondiera, de la ambientación, el horario, la manera de utilizar los materiales, la celebración, etc. También puede ser siempre el mismo el que se responsabilice de todo el retiro; pero la otra manera daría una gran riqueza y conseguiría que cada uno hiciera la experiencia de toda la capacidad creativa y de comunicación espiritual que seguramente posee sin saberlo. 10. Me llevaría siempre la Biblia: los textos más breves están copiados, pero hay otras referencias en las que su uso se hace necesario. Al final se puede consultar un índice de iconos bíblicos.
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1 Abrir espacios a la oración
Antes de comenzar un retiro en el que vamos a dedicar tiempos largos a orar, puede ayudarnos el que en los días anteriores reflexionemos con más detenimiento sobre esa actividad esencial a nuestra vida cristiana que llamamos oración. Los textos propuestos intentan comunicar de diferente manera algunos de sus aspectos esenciales. 1. CUANDO VAYAS A ORAR...
a) Parte de la realidad El punto de arranque de la oración tendría que ser siempre la realidad, el humus de lo cotidiano, con su opacidad y sus conflictos, con sus amenazas y contradicciones, con su brecha abierta también a una dimensión invisible pero presentida. La oración no puede ser fruto de un rechazo ante la complejidad de lo real, ni una huida hacia un mundo ideal o esotérico, a salvo de la alteridad que cuestiona y condiciona. Porque la realidad vivida, re-conocida y concienciada, nunca será impedimento ni obstáculo para la oración, sino más bien la escala que Jacob vio en su sueño y que, bien clavada en la tierra, permitía la comunicación con el mundo de lo divino (Gn 28,12). — 13 —
Sabemos que la realidad tiende a ocultarse a sí misma y que nos ronda siempre la tentación de relativizarla y de esquivar sus aspectos más problemáticos. Dice Jon Sobrino: «No se puede plantear la espiritualidad en un círculo puramente espiritual en el que se da un rodeo eficaz sobre la realidad humana. La ubicación en el mundo no es algo secundario y accidental: en ello nos va la capacidad de conocer y actuar correctamente». Es por lo tanto ahí, en el contacto con los aspectos más conflictivos y oscuros de la existencia, en lo que favorece o amenaza la vida humana, donde nos jugamos la primera condición de posibilidad de orar. Orar no es huir de nuestros propios problemas ni desentendernos del mundo, sino «arrimarnos» a Dios llevando todo eso, sin negar toda su carga de multiplicidad y de discordancia. , «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo..., porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,29-30). Es cierto que la oración puede sosegarnos y tranquilizarnos; pero donde realmente podemos discernir su autenticidad es en la capacidad que nos va dando para, en expresión ya clásica, cargar con la realidad, hacernos cargo y encargarnos de ella. b) Ensancha tu deseo Un segundo elemento fundamental es el deseo, la insatisfacción, porque la oración nace de nuestra pobreza y se dispara como una flecha desde la tensión de ese arco. Lo que la ahoga, en cambio, es el engaño de una saciedad aparentemente satisfecha o la suficiencia que nos impide reconocer nuestra indigencia y nuestros límites: «Dices: 'Soy rico, me he enriquecido, nada me falta'. Y no te das cuenta de que eres un des— 14 —
graciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo...» (Ap 3,17). Tenemos la tendencia a culpar de nuestra «indolencia oracional» a los ritmos acelerados de vida en las grandes ciudades, al acoso de los medios de comunicación, a la obsesión consumista y viajera de nuestra cultura... Todo eso —pensamos— nos hace difícil encontrar tiempos y espacios sosegados para orar y puebla nuestro silencio de imágenes distractivas. Aunque eso sea verdad, lo que más hondamente nos incapacita para la oración es aquello que apaga y debilita nuestro deseo: — el racionalismo, que prescinde del lado oscuro y latente de la realidad y pretende explicarla y dominarla en su totalidad; — el psicologismo como explicación última de todo, que sospecha de los deseos como escapatorias evasivas, les niega sistemáticamente un origen trascendente y nos instala en un nivel de positivismo hermético; — el narcisismo, que ciega la brecha de la alteridad y nos encierra en una cámara poblada de espejos desde la que la invocación se hace imposible; — el hábito del confort, convertido en necesidad absoluta, que nos invita a instalarnos en lo ya conseguido; — el activismo compulsivo, que nos hace creer que no necesitamos de nadie y que podemos solucionarlo todo con nuestro esfuerzo, con tal de que lleguemos a proponérnoslo; — la confusión de la tolerancia con el amor, que enfatiza los aspectos más segurizantes de la existencia, idealiza una tranquila mediocridad y niega al amor su inclinación hacia la desmesura, la exageración y la ausencia de cálculo. El deseo, en cambio, nos arrastra fuera de la estrechez de nuestros límites, hace de nuestro «yo» una estructura abierta y opera el milagro de convertirnos en criaturas referidas a Otro. — 15 —
«Amar, como orar—dice J.M. Fernández-Martos—, es alojar a un extraño en las propias entrañas. Es dejar que el proyecto, los deseos, la vida de otro... inunden nuestro proyecto, nuestros deseos, nuestra vida; y esto, que es una división, paradójicamente nos integra. En la masa oscura de nuestros deseos, la presencia de Otro que es mayor que nosotros mismos nos va llevando, de deseo en deseo, hacia una mayor transparencia de nosotros mismos. »Recorrer el camino de la oración es muy duro; por eso hay tan pocos que lo hacen. Es recorrer el camino de los propios deseos; y casi no nos atrevemos a desear, sólo a calmar necesidades; y para ellas los objetos bastan. Pero Dios es Alguien. »Tratar con Él es quemar las naves de la saciedad satisfecha. Es poner en pie el inmenso continente de nuestros deseos siempre avivados. Dios es siempre mayor». c) Insiste y permanece El tercer elemento a subrayar es el de la lucha, como la de Jacob con el ángel a orillas del Yabbok. Porque existe en ella un componente de decisión, de esfuerzo y de empeño, de paciencia y de trabajo, de eso que la tradición bíblica llama «clamor» o «gemidos» (Rm 8,27) y que alcanza siempre las entrañas de Dios (Ex 3,7). La oración cristiana está necesariamente «interferida» por las situaciones humanas de conflicto y de sufrimiento intolerable, por el grito de todos los quebrados por el mal, de todos los empobrecidos y abandonados de la tierra. El orante va aprendiendo, como Moisés, a mantenerse ante Dios «en la brecha» (Sal 106,23), cargando con todo eso y sabiendo que de lo que se trata no es de despertar la atención o el interés de Dios por los que sufren, sino de dejarse contagiar por su solicitud hacia ellos y escuchar de él la pregunta que remueve nuestra indiferente frialdad: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). — 16 —
Insistir, permanecer, clamar, esperar. Son verbos edificados sobre la roca de una convicción que tiene mucho de paradoja: que a lo más gratuito hay también que disponerse y prepararse, y que a aquello que nos es regalado sin el concurso de nuestros méritos lo atrae también la violencia de nuestra apasionada espera. Aprender a orar es gracia, pero es también un proceso que va a requerir esfuerzo, disciplina, trabajo por unificar las energías dispersas, aceptación de que las actitudes esenciales para la oración no nacen en ese momento y se abandonan después, sino que toman cuerpo en la red de las relaciones humanas. Estamos también preparándonos a la oración cuando nos esforzamos por mantenernos fieles y fraternos, cuando estamos dispuestos a conceder a los otros tiempo y ocasión de cambio. Porque no tenemos dos vidas ni dos estructuras internas; y el que lucha por permanecer en el amor a los hermanos aprende a encajar también los aspectos desérticos de la oración. Y al que se esfuerza por mantenerse en espera vigilante, como aquellos siervos que esperaban la llegada de su señor (Le 12,35), le será más fácil conjugar después esos cuatro verbos con los que Pablo caracteriza el verdadero amor: «disculpar», «confiar», «esperar», «soportar» (1 Cor 13,7). Si vamos cultivando pacientemente una atención descentrada de nuestro yo y dirigida hacia los demás, si va creciendo nuestra capacidad de apertura, escucha y respeto ante el misterio de los otros, iremos siendo más capaces de acoger a Dios, de dejarle entrar en nuestra vida sin condiciones y sin miedos, de permanecer ante Él también cuando nos parece que está ausente. «Dios ha hecho que la oración tenga un gusto tal que acudimos a ella como a una danza y permanecemos en ella como en un combate», decía Nicolás de Flue. Aprender a orar es permanecer en ese combate; es aguantar como un centinela, en la intemperie de la noche, a que llegue la aurora; 17 —
es adentrarse sin miedo en la nube que oculta, a la vez que revela, una presencia que nunca puede ser dominada; es mantenerse en medio del lago aunque el viento sea contrario, hasta que, de madrugada, alguien deje ver su rostro y oír su palabra. Se nos pide que no dejemos de remar esforzadamente mientras aguardamos, con tensa vigilancia, a que sea el viento del Espíritu quien despliegue al fin nuestras velas con el «¡Abba, Padre!» que susurra en nosotros. d) Pide la afinidad con Jesús Un cuarto aspecto podría ser calificado como el «elemento afinidad». La oración tiene lugar en ese nivel de disponibilidad y de escucha que nos hace «sintonizar» con el talante de Jesús, con su obediencia filial y su disposición radical a amar y a dar la vida. Y para eso cuentan poco la acumulación de saberes y las doctrinas sutiles e improductivas. Cuentan poco el pensamiento discursivo y la reflexión, el análisis y la excesiva intelectualización. Teresa de Jesús nos lo ha dejado magistralmente dicho: «Algunos he topado que les parece está todo el negocio en el pensamiento, y si éste pueden tener mucho en Dios, aunque sea haciéndose gran fuerza, luego les parece que son espirituales. [...] Querría dar a entender que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada por él, que tendría harta mala ventura; por donde el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (Fund., 5,2-3). «No os pido ahora que penséis en El, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más que le miréis» (Cam. Perf., 26,3).
sino quien intenta practicar la justicia, amar con ternura y caminar humildemente con él (Mi 6,8). Al final de la vida, no se nos va a preguntar por nuestros saberes, ni siquiera por nuestra oración; se nos va a preguntar por el amor, que es lo que nos hace afínes con el Hijo. Y la mejor manera de conseguirlo es instalarnos en la humilde pobreza de la primera bienaventuranza y en una confiada esperanza. Porque ni nuestra debilidad ni nuestra impotencia para amar de verdad son obstáculo para que el Espíritu vaya trabajando esa afinidad en nosotros. e) Entra en lo escondido Una quinta característica sería la de la interioridad y el secreto, que pertenecen a la insistencia más genuina de Jesús en su enseñanza sobre la oración: «Cuando quieras rezar, métete en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre que está en lo escondido. Y tu Padre, que ve lo escondido, te recompensará» (Mt 6,6). El evangelio de Lucas nos desvela lo que ocurría «en lo escondido» de la madre de Jesús: «María guardaba todas estas cosas meditándolas [symballousa] en su corazón» (Le 2,19). El participio griego expresa la acción de reunir (sym-) lo «lanzado» (hallo). Es la misma raíz de la palabra símbolo, y sugiere una actividad cordial de ida y venida de dentro afuera y de fuera adentro, una confrontación entre la interioridad y el acontecimiento, una labor callada de reunir lo disperso, de tejer juntas la Palabra y la vida.
«Los conceptos crean ídolos de Dios. Sólo el sobrecogimiento presiente algo», había dicho Gregorio de Nisa. Entra en contacto con Dios no quien cree saber mucho sobre él,
La oración es, antes que nada, encuentro interpersonal, diálogo de secreta amistad con quien sabemos nos ama. Israel vivió la experiencia de un Dios que quería hacer alianza con él, y Jesús nos ha invitado a ser no sólo siervos, sino amigos.
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Somos nosotros los que no nos atrevemos a creer hasta dónde llega el deseo de Dios de introducirnos en su intimidad. Y eso que, cuando entramos en lo más hondo de nosotros mismos, nos damos cuenta de que la nuestra es una interioridad habitada, y que tenemos franqueado el camino para participar de la relación del Hijo con el Padre, en el Espíritu. Por eso estamos invitados a redescubrir los caminos que conducen a nuestro corazón, sin que nos paralice la sospecha de intimismo. La oración necesita «verificación», pero no «justificación», porque todo lo que tiene que ver con el amor pertenece al orden de la gratuidad. Ha sido Jesús mismo quien nos ha remitido a ese lugar secreto de nuestro ser para encontrarnos allí con el Padre, y sólo en él podemos renacer a la fraternidad solidaria, que es, en último término, la «vocación» de la oración. En medio de la dispersión de una civilización de lo efímero, los creyentes nos sentimos llamados a cuidar lo esencial; a inclinarnos por lo que es verdaderamente fecundo, más allá de las apariencias de lo espectacular; a elegir la cordialidad en medio de una cultura racionalizada; a preferir la sabiduría a la multiplicidad de conocimientos; a cuidar el corazón, porque en él, como nos recuerda el proverbio, «están las fuentes de la vida» (Pr 4,23). f) Déjate alcanzar Finalmente, un sexto elemento consistiría en algo que podríamos calificar como actitud de consentimiento a la novedad que surge de la relación con Jesús; una aceptación de que, cuando su amor da alcance a alguien, nunca le deja como estaba, sino que transforma su vida, le «afecta» en el mundo de sus opciones, criterios y preferencias, le traslada a ese «orden otro» que es el Reino, y al que sólo se accede cuando se hace la experiencia de la gracia.
ceremos sus frutos si nuestra vida se va haciendo cada vez más «manejable» para el Espíritu, si nos dejamos «bautizar» y sumergir con una familiaridad creciente en ese universo de nuevas significaciones, valores y «comportamientos contraculturales» que es el Evangelio de Jesús. El que ora tiene que estar abierto a una cierta en-ajenación. porque el amor desplaza nuestro centro de gravedad y nos introduce en una tierra desconocida, en la que nuestros mapas, planos y previsiones resultan ya inservibles. Decíamos más arriba que vamos a orar con todo lo que somos, con ese equipaje de imágenes, sentimientos, preocupaciones, criterios y relaciones que constituyen nuestra vida y nuestra historia; con todas nuestras heridas, esperanzas y miedos. Pero tenemos que ser conscientes también de que, al atravesar el umbral de la oración, todo eso queda «en estado de riesgo» porque, como Moisés, nos acercamos a la zarza ardiente de una presencia que puede abrasarnos con su fuego (Ex 3,1-4). Y lo que parece que Dios vaya buscando de nosotros, por encima de todo, es que ese riesgo no nos provoque miedo ni encogimiento, sino esa audacia tranquila con la que se fían los niños. Una audacia en la que, misteriosamente, no se pierde el «temor de Dios», la adoración y el deslumbramiento sobrecogido de quien presiente que le está rozando un amor que le sobrepasa. El que está dispuesto a dejarse alcanzar por ese amor llega a saber experiencialmente («expertus potest credere», canta un antiguo himno de la Iglesia) hasta dónde es posible llegar en la despreocupación por el propio destino cuando se le reconoce en buenas manos.
Eso quiere decir que la oración tiene consecuencias y que las preguntas sobre su autenticidad tenemos que hacérnoslas más allá del ámbito de la pura interioridad. Recono-
La oración tiene algo de éxodo y de éx-tasis; y cuando nos ponemos en ese camino y nos atrevemos a abandonar ante Dios toda nuestra existencia y a salir al encuentro de los otros, nuestro modo de contactar con la realidad se reorienta y se apoya sobre nuevos quicios. Nuestra identidad «alcanzada» queda también alterada y «re-fundada» en Otro
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que nos hace posible mirar, oír, sentir y tocar la realidad desde una sensibilidad nueva, desde eso que llamamos «mirada contemplativa» y que no es más que ver la vida con los ojos de Dios. También a Jesús se le contagia del Padre esa manera de mirar el mundo; y se llena de júbilo porque no son los sabios y entendidos, sino los pequeños, quienes poseen el privilegio de conocerle (cf. Le 10,21s). Y el Dios de la transfiguración se le revelará de una manera definitiva cuando se refugie en Getsemaní con la angustia atroz del miedo a la muerte, cuando hunda en la oración su deseo acuciante de escapar de ella. Jesús se aferra a la confianza de que en el seno oscuro de aquella tierra se esconde la capacidad de hacer florecer de nuevo en él su obediencia incondicional de Hijo. Al salir de la oración, todo había cambiado para él de nombre y de sentido: el deseo de huir se había transformado en el de permanecer fiel; ahora, el morir era dar la vida, y ya le era posible beber hasta el final un cáliz que venía de la mano del Padre. La oración es la puerta estrecha que tenemos que atravesar si estamos dispuestos a este cambio de perspectiva, que desborda nuestras posibilidades y nuestros hábitos de aferramiento a lo conocido y a lo acostumbrado. Nos cuesta dejar atrás lo que creíamos poseer tranquilamente de una manera definitiva; y, si tememos inconfesadamente la oración, es porque presentimos que puede des-colocarnos y des-concertarnos fuera de la parcela cerrada y apacible de las ideas que nos dan seguridad. «El Señor es mi Pastor, nada me falta. Me conduce hacia fuentes tranquilas...» (Sal 23,1).
rección de su pasión por el mundo: «Ve y di a mis hermanos...» (Jn 20,17). A lo largo de esta reflexión hemos ido señalado seis elementos básicos a tener en cuenta a la hora de ponernos a orar. Y seis es un número que, en las claves bíblicas, significa algo abierto, no terminado, un proceso dinámico que nos estira hacia adelante en una triple dirección: — la receptividad activa, que cambia nuestra «forma convexa» por esa otra «forma cóncava» que es la única capaz de acoger, recibir y ser fecundados; — la com-pasión, que nos hace contactar con la realidad desde la mirada y las entrañas de Dios; — el servicio, porque, si la oración nos ha adentrado en la relación con Aquel que «se despojó de su categoría de Dios, haciéndose como uno de tantos y tomando la condición de siervo» (Flp 3,7), sólo poniéndonos, junto a él, a los pies de nuestros hermanos más débiles podemos llegar a «tener parte con él» (Jn 13,8). Por eso la oración no es algo distinto del amor: ir haciéndonos receptivos, compasivos y serviciales es nuestra humilde manera de amar cuando nos decidimos a responder a otro Amor mayor que nos reclama consentimiento y acogida; cuando nuestro corazón quiere latir al ritmo de su compasión; cuando buscamos, aunque sea pobremente, la identificación con los caminos de servicio que él mismo recorrió. 2. EXPONERNOS A DIOS
Una carmelita escocesa expresa así su experiencia de oración:
Así expresaba su «experiencia alternativa» de seguridad un orante que supo lo que significaba dejarse conducir por un Dios del que, si algo sabemos, es que puede cuidarnos mejor de lo que nosotros mismos podríamos hacerlo. Y que va a conducirnos y a enviarnos, irremisiblemente, en la di-
«La simplicidad de la oración, su claridad, su falta de complicación, es lo último que conocemos o deseamos conocer. No es difícil teorizar acerca de ella; pero ni el escribir, ni el leer, ni el hablar, ni el pensar sobre ella, ni los deseos de orar, ni el envolvernos en esas vaporosas sublimidades que nos hacen sentirnos tan conocedores de lo espiritual, nada de eso es oración. Nada, salvo el orar realmente. ¿Qué hago
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con todo eso, sino erigir barreras tras las cuales puedo mantener mi propia estima y esconderme así de Dios? »'Señor, enséñanos a orar'. Jesús no parece contemplar nunca la necesidad de darnos una respuesta teórica, de llevarnos al interior de la cuestión de qué es rezar o de cuáles deberían ser nuestras disposiciones; inmediatamente, da una respuesta práctica: 'Cuando ores, di: Padre...' Y a sus discípulos les mostró lo que el Hijo entiende por orar. »Quizá el mayor reto de esa demostración es su extremada sencillez, su autenticidad, realismo y objetividad. Orar, para Jesús, era la manera más inmediata y pura de entregarse a la voluntad de su Padre; y en esto no caben subjetividades ni sentimientos. Jesús amó y se entregó al Padre, tanto en los momentos en que su interior se rebelaba (Getsemaní) como cuando 'su alma exultaba de gozo en el Espíritu'. Por eso, lo que enseña sobre la oración es que ésta es, ante todo, una respuesta a Dios, y que únicamente difiere de las otras respuestas en la intensidad que exige. Es una respuesta a Dios y no una iniciativa nuestra; es algo que le atañe a él y no a nosotros. »E1 acto de la oración consiste en ponerse indefenso delante de Dios. ¿Qué hará él? Tomar posesión de nosotros. Y que acontezca esto es la única finalidad de la vida. »Sabemos que le pertenecemos; sabemos también, si somos sinceros, que, casi a nuestro pesar, tendemos a mantener con fuerza nuestra propia autonomía. En efecto, estamos prontos para seguir a Dios de palabra (a hablar de oración, no a orar), porque utilizar la palabra 'Dios' como estandarte nos deja la conciencia tranquila. Sin embargo, el pertenecer a Dios es realmente otra cosa. Pertenecer a Dios significa no guardar nada para nosotros, estar siempre ligados a la voluntad de Otro. »Nos cuesta aceptar nuestra condición pecadora, y tratamos sistemáticamente de arrojar esta verdad fuera de nuestra conciencia. Pero el rezar nos pone así, desvalidos, ante el Señor y nos hace saborear lo amargo de nuestra realidad. — 24 —
Nuestro Dios es un fuego, y nuestra miseria cruje cuando él nos apresa; él es todo luz, y nuestra oscuridad se encoge bajo su resplandor. Y es este resplandor desnudo de Dios lo que hace que la oración pueda ser algo tan duro. «Normalmente, a medida que crecemos, vamos ganando en habilidad para hacer frente a la vida. En muchos campos vamos adquiriendo técnicas que nos ayudan a seguir adelante cuando nuestro interés y nuestra atención decaen, y es señal de madurez el tener siempre alguna reserva de la que echar mano. Pero esto no se da en la oración, que es la única actividad humana que depende única y exclusivamente de su intrínseca verdad. Estamos ante Dios, expuestos a todo lo que él es, y él no puede defraudarnos ni ser engañado por nosotros. »No es que nos propongamos engañarle ni a él ni a los demás; pero con los otros podemos disimular nuestra condición humana de opacidad. No logramos abrirnos enteramente ni darnos a conocer absolutamente a ellos, ni ellos a nosotros: simplemente, no somos capaces. Y, además, tampoco tenemos que serlo, ni existe ninguna situación humana que reclame de nosotros esta presencia íntegra, ni siquiera aunque estuviera en nuestra mano el poder ofrecerla. La oración, en cambio, sí exige esta presencia total. »La oración es oración si nosotros queremos que lo sea. Preguntémonos: ¿Qué es lo que quiero realmente cuando rezo?; ¿busco ser poseído por Dios? En tal caso, hacemos oración. En lo único en que Jesús insistió, lo que repitió y subrayó una y otra vez, fue: 'Todo lo que pidáis al Padre, él os lo dará'. Su insistencia en la fe y en la perseverancia son otra forma de decir lo mismo: tenéis que querer realmente, tenéis que dejaros poseer enteramente por ese deseo. No se trata de pequeños deseos pasajeros, sino de aquello que realmente deseamos 'con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas'...: esto es lo que él se compromete a concedernos. Jesús no se refirió sólo —ni tampoco, probablemente, en primer lugar— a la oración de petición, sino a la oración. — 25
»Cuando te pones a orar, ¿qué es lo que pretendes? Cuando lo que únicamente quieres es que Dios se apodere de ti, es cuando estás orando. En esto consiste la oración: no existen más secretos, atajos ni métodos. La oración prueba nuestra sinceridad: es el único lugar en el mundo donde no hay sitio para esconderse, y en esto reside su gozo y su tormento. Hayamos gustado o no la dicha que encierra, es estremecedor vivir enfrentados a tal simplicidad.
no depende más que de Dios, que está siempre deseoso de darse a nosotros, y de nuestra propia decisión y voluntad. E incluso esta misma voluntad es también de Dios, 'que realiza en nosotros el desear y el actuar'. Por eso no hay mucho más que decir de la oración, sino que es 'lo más sencillo que existe'.
»Uno querría decirse a sí mismo que la razón por la que no sabe orar es porque nunca fue seducido por Dios, porque nunca leyó algún buen libro sobre oración, ni se cruzó en su camino un santo gurú que le iniciase... De ahí el ardiente interés por los libros y artículos sobre oración, que oculta la carencia de deseo auténtico; de ahí el entusiasmo por los retiros y los directores espirituales, que tantas veces sirven de excusa. La verdad es que no quiero orar desnudamente, no tengo la intención de hacerlo; pero no me lo confieso así, porque, si lo hiciera, me sentiría culpable.
»— El primero es que la oración necesita su propio tiempo. Es una parte de nuestra vida normal, su centro, su corazón, pero no puede compaginarse con otras actividades y a su mismo nivel: lo mismo que no podemos compaginarlas con el sueño. La oración reclama la totalidad de nuestro ser para sumergirlo en el Fuego que consume y, así, poder marchar durante el resto del día con el corazón ardiente. Si disponemos de momentos breves durante el día, podemos acudir confiadamente al Padre; pero tenemos que cuidar otros tiempos más largos que, normalmente, habrá que robar a otras actividades: TV, libros, conversaciones...
»¿Se acuerdan del joven rico? Lo que dice es perfecto: 'Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer...?' Jesús intenta sacudirle en su interior: ¿Por qué dices 'bueno' cuando no sabes lo que dices? Él insiste. Entonces Jesús le da aquello que el joven creía que de verdad estaba buscando: le dice lo que 'tenía que hacer'. Y el joven se marchó triste, porque Jesús le había hecho abandonar la región de los ideales y las emociones y le había puesto frente a la voluntad del Padre: 'Vende..., entrega..., sigúeme...'; y no era esto lo que él deseaba.
»Estarás dispuesto a sacrificar algo o mucho de eso si realmente tienes hambre y sed de Dios, de que él te posea. Ahí está el secreto de 'encontrar tiempo': siempre lo encontramos para lo que de verdad queremos. Lo que importa es 'estar allí'; la calidad ya es cosa de Dios. Que yo esté cansado o de mal humor es lo mismo, porque yo siempre soy el mismo para él, para que me aprese. Puede ser que no lo sienta, pero no es eso lo que importa.
«¿Piensan que este hombre se marchó consciente de su falsedad interior y de que estaba completamente desprevenido para mirar a Dios directamente?... Más bien parece que se quedó pesaroso porque la voluntad del Maestro no le convino, y entonces se atrincheró tras la excusa de la 'incapacidad', convenciéndose de que ésta era insuperable. »Si deseas permanecer abandonado ante Dios, entonces ya lo estás: no se necesita absolutamente nada más. Por lo último por lo que se podría uno desanimar es por la oración: — 26
»No obstante, voy a añadir dos comentarios prácticos:
»— El segundo punto práctico es: 'qué hacer durante la oración'. ¡Cómo desearíamos obtener una respuesta que, en el fondo, fuera una manera de asegurarnos frente a Dios...! La única respuesta es, de nuevo, de una sencillez apabullante: ponte ante Dios totalmente desnudo, indefenso, y tú mismo sabrás qué es lo que tienes que hacer. Los métodos tienen su valor, naturalmente, pero sólo como algo para emplear 'si quiero'; lo cual significa, en este contexto, 'si él lo quiere para mí'. Es posible que me sienta atraído a meditar, a cantar o a estar ante él en actitud de contrición o de alabanza. A — 27 —
menudo, probablemente, no querré hacer otra cosa que estar allí, permanecer en su presencia. Pero el que yo sea o no consciente de ella no tiene importancia. Sé que el está allí, más allá de mis sentimientos, como lo sabía Jesús en medio del sentimiento de abandono en la cruz. ¡Qué alabanza más pura de amor al Padre el sentirse abandonado y seguir diciéndole: 'Padre, en tus manos...'! »Nunca insistiremos bastante en que la oración es algo que incumbe a Dios, deseoso de venir y habitar entre nosotros. ¿Confiamos en él o no? Por supuesto, yo puedo engañarme, no escoger el estar allí para él y, por lo tanto, no dejarme transformar en Jesús. En cierta medida, siempre me protejo a mí mismo contra el impacto de un amor que causa dolor, pero un dolor creador que nos conduce a Jesús para ser curados. Le decimos: 'Si quieres, puedes sanarme'. Y él nos pregunta a su vez: 'Yo sí quiero, pero ¿lo quieres tú?' Ese deseo es siempre el nudo de la cuestión. »¿Existe algún modo de reconocer si es o no verdadero nuestro deseo de que Jesús nos entregue a su Padre? A la pregunta '¿Cuándo podemos saber con certeza cuáles son nuestros deseos dominantes?', sólo se puede dar esta respuesta: 'Cuando estemos dominados por ellos'. Si el amor de Dios se va apoderando de ti tan profundamente que va transformándote en Jesús, entonces lo has deseado con pasión dominante. Pero, si eso no te ha ocurrido, sólo puede deberse a que, secretamente, en lo más profundo de ti, no has querido que te ocurriera. »Es inevitable que existan en nosotros deseos ocultos que escapan a nuestro control, pero que no escapan al de Dios. El don de los sacramentos tiene como fin abrir nuestros recovecos a la gracia y cambiar nuestros actuales deseos, esos que nos revelan nuestras acciones, a veces de manera deprimente. Pero esos deseos, que son reales en nosotros, pueden coexistir con los verdaderos; y lo que tenemos que hacer es presentar a Dios unos y otros, sumergiendo nuestra pobreza en la vigorosa oración objetiva de la Eucaristía y de los demás sacramentos. En ellos, Jesús se entrega totalmente — 28 —
al Padre y nos toma consigo en esa entrega, y de ese modo podremos casi ver lo que el Espíritu que actúa en nosotros está tratando de realizar en lo más íntimo de cada uno. «Dejémosle actuar, dejémosle ser 'Dios-con-nosotros'. 'Cualquiera que sea nuestro pasado o nuestro temor al futuro, aquí y ahora, oh Espíritu Santo, pronuncia dentro de mí el Sí total de Jesús al Padre'» (W.M. BECKETT, CD). 3. «CARTA DEL DIABLO A SU SOBRINO»1
«Lo mejor, en cuanto sea posible, es alejar totalmente al paciente de la intención de rezar en serio, convenciéndole de que aspire a algo enteramente espontáneo, interior, informal y no codificado. Esto supondrá para el principiante un gran esfuerzo, destinado a suscitar en sí mismo un estado de ánimo vagamente devoto, en el que no podrá producirse una verdadera concentración de la voluntad y de la inteligencia. Uno de sus poetas, Coleridge, escribió que él no rezaba 'moviendo los labios y arrodillado', sino que, simplemente, 'se ponía en situación de amar' y se entregaba 'a un sentimiento implorante'. Esa es exactamente la clase de oraciones que nos conviene; y, como tiene un cierto parecido con la oración de silencio que practican los que están muy adelantados en el servicio del Enemigo, podemos engañar durante bastante tiempo a pacientes listos y perezosos. Por lo menos se les puede convencer de que la posición corporal es irrelevante para rezar, ya que olvidan continuamente que son animales y que lo que hagan sus cuerpos influye en sus almas. Es curioso que los mortales nos pinten siempre dándoles ideas cuando, en realidad, nuestro trabajo más eficaz consiste en evitar que a ellos se les ocurran cosas.
1. C.S. LF.WIS, Cartas del diablo a su sobrino (Madrid 1988), en las que un diablo «experto» da consejos a otro más joven sobre cómo poder tentar a un cristiano convertido (el «paciente») que se ha pasado al bando del «Enemigo» (Jesús).
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»Si esto falla, debes recurrir a una forma más sutil de desviar sus intenciones. Mientras estén pendientes del Enemigo, estamos vencidos; pero hay formas de evitar que se ocupen de El. La más sencilla consiste en desviar su mirada de El hacia ellos mismos. Haz que se dediquen a contemplar sus propias mentes y que traten de suscitar en ellas, por obra de su propia voluntad, sentimientos o sensaciones. Cuando se propongan solicitar caridad del enemigo, haz que, en lugar de eso, empiecen a tratar de suscitar sentimientos caritativos hacia ellos mismos. Si se proponen pedir valor, déjales que traten de sentirse valerosos... Enséñales a medir el valor de cada oración por su eficacia para provocar el sentimiento deseado y no dejes que lleguen a sospechar hasta qué punto esa clase de éxitos o fracasos depende de que estén sanos o enfermos, frescos o cansados, en ese momento. »Pero, claro está, el Enemigo no permanecerá ocioso entretanto: siempre que alguien reza, existe el peligro de que Él actúe inmediatamente, pues se muestra cínicamente indiferente hacia la dignidad de Su posición y la nuestra, en tanto que espíritus puros, y permite que los animales humanos, orando, lleguen a conocerse a sí mismos. Pero, aun cuando El venza tu primera tentativa de desviación, todavía contamos con un arma más sutil. Los humanos no parten de una percepción directa del Enemigo como la que nosotros, desdichadamente, no podemos evitar. [...] Debes hacer que el paciente dirija sus oraciones a algún objeto, a algo que él ha creado, no a la Persona que le ha creado a él; porque, si alguna vez dirige su oración conscientemente 'no a lo que yo creo que Eres, sino a lo que Tú sabes que Eres', nuestra situación será, por el momento, desesperada.
»Te será de ayuda para evitar esta situación, esta verdadera desnudez del alma en la oración, el hecho de que los humanos no la desean tanto como suponen: ¡se pueden encontrar con más de lo que pedían! »Tu cariñoso tío». 4. SEIS CONSEJOS DE «SABIDURÍA ORANTE»
Con el mismo estilo con que, en los libros sapienciales, los padres o maestros dan consejos al que quiere aprender sabiduría, podemos formular estas recomendaciones que nacen de la experiencia de muchos hombres y mujeres expertos en oración2: «Hijo mío, atiende mis palabras, presta oído a mis consejos; conserva mis preceptos, y vivirás, mi instrucción como la niña de tus ojos; átatelos a los dedos, escríbelos en la tablilla de tu corazón. Al caminar no serán torpes tus pasos, al correr no tropezarás; agárrate a la instrucción, no la sueltes, consérvala, porque te va la vida. Por encima de todo, cuida tu corazón porque en él están las fuentes de la vida» (Pr 7,1-3; 4,23). — Hijo mío, recuerda que la oración es un encuentro con Dios para adorarle y dejarte trabajar por él. La iniciativa y la llamada son suyas, y es él quien desea tu presencia infinitamente más que tú la suya.
»Una vez descartados todos sus pensamientos e imágenes o, si los conserva, conservados reconociendo plenamente su naturaleza subjetiva, cuando el hombre se confía a la Presencia real, externa e invisible que está allí y que no puede conocer como ella le conoce a él..., bueno, entonces puede suceder cualquier cosa.
«Lo tuyo» es, en primer lugar, tomar la decisión de orar para responder a esa llamada y crear el clima que precede a
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2. Algunos de los «consejos» están tomados de A. SÉVE, Lafaim et le rendez-vous (Paris 1989).
una cita. Después, intenta permanecer silencioso en su presencia, con toda tu fe y tu amor despiertos, para adherirte a lo que él quiere hacer en ti. Y el deseo del Padre es hacer de ti, por medio del Espíritu de Jesús que te habita, alguien cada vez más parecido a su Hijo.
irán haciendo de ti alguien más atento, abierto, confiado y fraterno, es decir, más parecido a Jesús. A partir de este m o m e n t o , cada capítulo tendrá la siguiente estructura:
— Al comenzar, trata de hacer una «ruptura en vertical» para situarte en tu centro más profundo y, desde ahí, abrirte a la presencia de Dios y hacerte disponible para él. Este primer momento de la oración, en el que tratas de movilizar toda tu atención, pide de ti esfuerzo, obstinación, paciencia e intensidad. Es tu humilde manera de colaborar a la acción de Dios en ti: porque lo que importa en la oración no es lo que tú haces, sino lo que consientes que haga él.
A) PÓRTICO DE ENTRADA:
— Es importante que en ese primer momento tomes conciencia de lo que realmente deseas (pedir, agradecer, bendecir, quejarte, amar...) y lo expreses en alguna frase breve que puedas repetir internamente una y otra vez. Será como un «ancla» que te ayude a volver al centro de tu corazón cuando lleguen otros pensamientos o distracciones.
C) O T R O S C A M I N O S DE BÚSQUEDA:
— Recuerda que nunca llegas solo a la oración: estás ahí en nombre de muchos hermanos, de su deseo y de su clamor. Siéntete unido a ellos y sostenido por ellos, y encontrarás fuerza en momentos de cansancio.
ambientación, sensibilización al tema. B) EN EL UMBRAL DE LA O R A C I Ó N :
sugerencias concretas (señaladas con un asterisco [*]), generalmente a partir de iconos bíblicos, para preparar los momentos de oración. Ya hemos dicho que sólo pretenden acompañar hasta el umbral de una oración más silenciosa y receptiva. una selección de textos de distintas procedencias que pueden servir para seguir profundizando en el tema del día. D) CELEBRAR LO V I V I D O :
i n d i c a c i o n e s prácticas ( t e x t o s , s í m b o l o s , a m b i e n t a ción...) para un rato de oración compartida al final del día.
— No acabes la oración bruscamente, porque no se terminan así los encuentros personales; dirígete al Padre, a Jesús o a María, con la confianza de los hijos o «como un amigo habla con su amigo», y luego detente unos momentos a ver cómo te ha ido: lo que te ha sido ayuda o dificultad, qué «movimientos» de atracción o de rechazo (de «consolación o desolación») has experimentado a lo largo de ella. Este pequeño examen final hará crecer en ti la «sabiduría oracional» y te ayudará a adquirir la costumbre del discernimiento. — Lo mismo que no puedes improvisar la oración y necesitas «entrenar» tu atención y tu deseo a lo largo del día, tampoco la termines cuando acaba el tiempo que dedicas a ella: tu disponibilidad y la acción transformadora del Espíritu — 32 —
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2 Prepararse y disponerse
ansiedad, tensión, búsqueda de eficacia inmediata, superficialidad, individualismo... Cargamos también con el peso de nuestro personaje: el importante, el susceptible, el nihilista, el escéptico, el desalentado... Por eso necesitamos, también en este primer momento, una «sabiduría de los comienzos»: — Llegamos a Ejercicios casi siempre bastante cansados y, a la vez, con la conciencia de que no hemos venido principalmente a descansar. ¿No estamos necesitando escuchar lo de Jesús a los discípulos: «Venid aparte a un lugar solitario y descansad un rato» (Me 6,31)?
A) PÓRTICO DE ENTRADA
«El Señor dijo a Moisés: 'Prepárate para mañana, sube al amanecer al monte Sinaí y espérame allí...'» (Ex 34,2). Si empezamos unos Ejercicios, es porque también ha llegado a nosotros la urgencia de ese imperativo y la invitación secreta a esa cita, y la mejor imagen para el primer día sería la de estar en las estribaciones del monte, deseando el encuentro, pero quizá inconscientes de que necesitamos prepararlo. Sabemos que ese encuentro con el Señor va a ser siempre un regalo gratuito que no dependerá de nuestro esfuerzo; pero también es cierto que la cita puede frustrarse si no acertamos con el camino de subida. Solemos llegar desde la prisa y el ruido, atareados y extravertidos; y, aunque intentamos frenar y hacer silencio, nos cuesta entrar en la oración y nos sentimos con la corporalidad y la interioridad desbaratadas, como un «puzzle» en desorden y con la sensación de estar, no ante un monte, sino al pie de una hermética pirámide cuya puerta de acceso ignoramos dónde se encuentra. Y es normal que así sea: hemos respirado todo el año en un ambiente contaminado y llevamos dentro sus efectos: — 34 —
* Y se podría traducir en dormir un poco más al comienzo, porque posiblemente los mejores Laudes del primer día consistirán en comenzarlo algo más descansados y despiertos.
— Entrar en Ejercicios supone hacer una experiencia de «período largo», es decir, no mensurable según nuestros cómputos temporales, tan precisos y acelerados. En el ámbito de la fe no sirve el cronómetro, y el «kairómetro» no existe: es una experiencia más parecida al florecer que a cualquier otro modo de crecimiento. * Puede ayudar leer la parábola de la semilla que crece por sí sola (Me 4,26-29), o la del sembrador (Me 4,1-20). O dar un paseo tranquilo, con una atención relajada a la naturaleza o al ritmo de las propias pisadas, y detenerse a mirar largamente un árbol o una planta, tratando de entrar en su misteriosa manera de crecer. * Puede ayudar también leer algo de poesía, que es el lenguaje más parecido al religioso y desbloquea nuestro racionalismo y la rigidez de nuestras ideologías. * Puede ayudar también dedicar un tiempo sencillamente a tomar conciencia de la respiración, ir remansándola y serenándola, y repetir a su ritmo alguna invocación breve: «Abba...», «Jesús...», «Maraña tha...», «Veni Sánete
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Spiritus...» O escuchar un disco o cassette de gregoriano, de música clásica o de canciones de Taizé...
— Entrar en Ejercicios tiene algo del aprendizaje de una lengua extranjera. Entramos en un ámbito en el que funciona otro sistema de comunicación, y hay que ponerse a escuchar el silencio, a descifrar el código secreto en que vienen cifradas las palabras de la Escritura, a familiarizarse con ese modo de hablar del Espíritu, que tiene más de confidencia que de imperativo. No es posible hablar de la fe desde un «lenguaje plano» y positivo; necesitamos poner en marcha nuestro sentido simbólico para poder expresar la nueva realidad en la que entramos. San Ignacio habla de «aplicar los sentidos»; pero solemos tenerlos atrofiados por falta de ejercicio y exceso de intelectualismo y voluntarismo. Y, sin embargo, ir descubriendo al Dios que viene a nuestro encuentro tiene mucho más que ver con aquello del Cantar: «Tu nombre es un perfume que se derrama...» (Cant 1,3). * Puede ayudar un paseo, buscando en la naturaleza algún símbolo que exprese nuestra situación en este momento, o una imagen bíblica que tenga resonancia para nosotros: el barro de Jer 18; los huesos secos de Ez 37; la tierra sedienta del Salmo 63... En la comunicación espiritual, suele ser mucho mas fácil hablar desde los símbolos que desde las ideas. * Puede ayudar también dedicar un rato a escribir o a verbalizar nuestro año en forma de narración. Releer así nuestra vida nos ayuda a ver a Dios c o m o actor principal en ella.
Todo esto parece demasiado simple, y afortunadamente lo es. Pero quizá nos suene como la invitación ingenua de Eliseo a Naamán, el leproso sirio: «Ve y lávate siete veces en el Jordán» (2 Re 5,10). Sin embargo, él lo hizo, y «su carne se volvió limpia como la de un niño pequeño». — 36 —
Puede parecer un juego, y, efectivamente, también lo es. Porque el Dios que nos espera en lo alto del monte juega a esconderse y a revelarse desde la nube, y sólo los que consienten en hacerse sencillos lo encontrarán allá arriba. Sólo a los que entran en su juego les será concedido poder susurrar su Nombre. B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. El primer icono que estás invitado a contemplar es Moisés en su relación con el Señor: «El Señor ordenó a Moisés: 'Lábrate dos losas de piedra como las primeras: yo escribiré en ellas los mandamientos que había en las primeras, las que tú rompiste. Prepárate para mañana, sube al amanecer al monte Sinaí y espérame allí, en la cima del monte. Que nadie suba contigo, ni siquiera las ovejas y vacas pastarán en la ladera del monte. Moisés labró dos losas de piedra como las primeras, madrugó y subió al amanecer al monte Sinaí, según la orden del Señor, llevando en la mano dos losas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor» (Ex 34,1-5). En un primer acercamiento al texto, observa: — de quién parte la iniciativa del encuentro; — qué imperativos aparecen; — qué verbos expresan la respuesta de Moisés. El texto tiene una estructura dialogal, en la que el Señor habla, y la manera de responder de Moisés consiste en hacer silenciosamente lo que ha escuchado. Al final del texto, es el Señor quien tiene una presencia silenciosa («se quedó con él allí»), y Moisés «pronuncia el nombre del Señor». * En un segundo m o m e n t o , trata de captar las resonancias simbólicas de algunas expresiones:
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— lábrate dos losas..., yo escribiré en ellas...; — prepárate; — sube; — espérame, y escúchalas c o m o dirigidas a t i . * En un tercer m o m e n t o , identifícate con Moisés y, como él, espera «en la cumbre del monte» al Señor que baja a tu encuentro «en la nube». El siempre estará más allá del alcance de tu mirada, nunca se dejará dominar ni poseer, y por eso la «nube» que envuelve su misterio reclama tu espera vigilante, tu escucha y la totalidad de tu presencia.
2. Escucha las palabras que, según la narración del Éxodo, escuchó Moisés en su encuentro con Dios: «Vosotros habéis visto lo que hice a los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he atraído a mí; ahora pues, si queréis obedecerme y guardar mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos...» (Ex 19,4-5). —\