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Spanish Pages [149] Year 2013
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De la desvalorización a la
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buena autoestima
CENICIENTAS Y PATITOS FEOS
CENICIENTAS Y
PATITOS FEOS DESVALORIZACIÓN PERSONAL A LA BUENA AUTOESTIMA
DE LA
MARCELO R. CEBERIO
Herder
Diseño de la cubierta: Claudio Bado/somosene.com Corrección de estilo: Macarena Mohamad Formación electrónica: Jéssica Géniz Esta obra se terminó de imprimir y encuadernar en Tipográfica, S.A. de C.V.. en 2013 tipografica() gmail.com O 2013, Editorial Herder, S. de R.L. de Tehuantepec 50 Col. Roma Sur C.P. 06760, México, D.F.
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C.YV.
Marcelo R. Ceberio
ISBN (México): ISBN (España):
978-607-7727-27-9 978-84-254-3177-7
La reproducción total o parcial de esta obra sin el conocimiento expreso de los titulares del Copyright la legislación vigente. está prohibida al amparo
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Impreso en México / Printed in Mexico
Herder www.herder.com.mx
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
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CÉLEBRES
ALGUNOS DESVALORIZADOS
DE LOS CUENTOS INFANTILES
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HAY UNA SEGUNDA PARTE EN LOS CUENTOS INFANTILES
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EL CISNE BELLO Y LA PRINCESA DE LOS ZAPATITOS DE CRISTAL: LA VALORACIÓN PERSONAL EL SER IDEAL LÍMITES
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EL PATITO FEO Y LA CENICIENTA: LA DESVALORIZACIÓN
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Sindrome del nene bueno (conciliadores) Smdrome de la pobre víctima (lastimeros).
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BÚSQUEDA DE VALORACIÓN
PRIMER GRUPO: LOS POBRECITOS
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Sindrome del culposo (autorreprochantes) Sindrome del sumiso torturado (masoguistas).
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SEGUNDO GRUPO: LOS AYUDADORES
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Síndrome de Superman y la Mujer Maravilla (ayudadores 1). Sindrome de la ambulancia y el bombero (ayudadores 2).
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Sindrome del sismo (ayudadores 3) Sindrome de Papá Noel (ayudadores 4). TERCER GRUPO: LOS PERFECTOS
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Sindrome del alumno ejemplar Sindrome del yotodolopuedo (omnipotentes)...............
....... ....... Regalarse a sí ida .............-..ere0rar ene Pedir y pedir 000000000000 AA ............... eo Decir ¡No! 00nnaoonero aneecoo e ........ 2 ee Hacer el ridículo 2.2002 0000000000
EPÍLOGO: ENCONTRANDO TESOROS INTERIORES
BUSCANDO ADENTRO O EJERCITANDO LA VALORACIÓN Mismo
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El listado de la autoestima iniciativa al otro Dejar
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SER HUMANA
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BIBLIOGRAFÍA
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APÉNDICE: HISTORIAS DE DESVALORIZACIÓN LA MAMÁ
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INTRODUCCIÓN
Cenicientas y patitos feos. De la desvalorización personal a la buena autoestima es un libro que habla, de manera aguda y profunda, sobre la desvalorización humana y sus complejos mecanismos. Debo reconocer que estuve varias noches intentando definir este texto: de la introducción al epílogo, del epílogo a la introducción, de la introducción al epílogo. Al principio, cuando lo estaba gestando, había deambulado por diferentes títulos que mostraban ostensiblemente la desvalorización humana. El primero de todos aludía al título de un artículo que escribí hace muchos años, después de asistir a un musical ¡llamado Nuestra Señora de París y de leer la genial novela de Victor Hugo, donde el protagonista, Quasimodo, revelaba con su sola presencia la imagen de la baja autoestima. Lo titulé entonces El síndrome Quasimodo. Me pareció un poco técnico y erudito. Después escribí ¡Nadie me quiere!, como se enuncia en algunas historias infantiles, que se narran más adelante. Era gráfico y contundente. Luego me pareció más completo ¡No me quiero, no me quieren!, expresión crudamente cierta: la mayoría de los desvalorizados están amenazados por este sentimiento profundo y descalificador. Una de esas noches, como tantas otras, Franco, mi pequeño hijo, me pidió que le leyera o le narrara un cuento. Tomé al azar algunos libros que se hallaban en su biblioteca y allí, ante mis ojos, encontré la respuesta a la introducción, eje temático del texto y al título. El libro que tenía frente a mí era la historia del patito feo. Sin
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duda, una muestra clara de la desvalorización. Revisé, entonces, otros cuentos infantiles e historietas de superhéroes que demarcan el camino de desvalorizados, con, ingenuamente, finales felices. En todos estos años, al estudiar y trabajar con tanta gente que posee su valoración personal lesionada, he comprobado que los cambios mágicos de estas historias no coinciden nunca con la realidad. Decidí escribir algunas segundas partes como verdaderas historias. Así nació Cenicientas y patitos feos. De la desvalorización personal a la buena autoestima. El primer capítulo trata, de manera introductoria y general, acerca de los cuentos infantiles; describe las características de sus contenidos, su finalidad narrativa; muestra qué valores y cuáles son los patrones que poseemos seres humanos para categorizar algo mentira bueno o verdad, bello o feo. Pero, más allá o malo, como del relato oficial del cuento, se crea una segunda parte de estas narealistas de rraciones —los verdaderos desenlaces-—, relatos crudos cómo continúa la vida de los queridos personajes, de los cuales el patito feo y la Cenicienta son iconos. El capítulo “El cisne bello y la princesa de zapatitos de cristal: valoración personal” es la puerta de franca entrada para analizar la autoestima saludable. Allí se encontrarán diferentes definiciones para comprender claramente qué significa valorarse. Se plantean distinciones entre lo que se entiende por idealización y realidad, y cómo los seres humanos nos ceñimos a la sobreexigencia, que nos hace sentir impotentes, puesto que debemos llegar utópicamente a la perfección. En este capítulo se explica la importancia de colocar límites que impliquen respeto hacia el otro y hacia nosotros mismos y, como padres, la relevancia de brindarles a nuestros hijos parámetros saludables de valoración. En este sentido se definen muchos conceptos de uso cotidiano como humildad, falsa modestia, pedantería, soberbia y fanfarronería, entre otros. En el capítulo “El patito feo y la Cenicienta: la desvalorización desarrolla lo que fundamenta el tema central: la baja humana”
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autoestima. En él no sólo se define la desvalorización, sino que se muestran las reacciones autodescalificantes prototípicas a la hora de afrontar una situación. Es un capítulo que lleva al lector (valorizado o no) a recorrer los diferentes vericuetos y consecuencias de la vida de un patito feo. Muestra cómo la descalificación personal, la inseguridad, hace que la persona termine conprima hermana firmando realidad su supuesto desvalorizador: la princesa hará todo lo posible por confirmar su cenicienta interior en la realidad. Se observan también juegos humanos triangulares y diádicos, como /os celos, la admiración y la envidia, que dan sobradas muestras de dinámicas descalificatorias. Este capítulo cierra con una clasificación de los mecanismos que estructuran los desvalorizados en pos de valoración personal, una falsa valoración que se obtiene a partir de desarrollar acciones que satisfagan al entorno, estableciendo con éste una relación de dependencia. Se distinguen grupos: los pobrecitos, los ayudadores y los perfectos. En el epílogo, “Encontrando tesoros interiores”, se cierra el análisis con la nómina de algunas tareas terapéuticas, destinadas a encontrar valores personales, contrarrestando los intentos fracasados de búsqueda de calificación en el entorno. Por último, en el apéndice, dos breves historias reales expresan la lucha de dos mu-
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jeres por aprender a quererse. Cenicientas y patitos feos es un texto que no ofrece recetas mágicas, pero su análisis agudo obliga, por así decirlo, a reflexionar sobre nuestra estima personal y, principalmente, sobre la desvalorización humana.
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ALGUNOS DESVALORIZADOS CÉLEBRES DE LOS CUENTOS INFANTILES
Cuando llegué de Marruecos para estudiar medicina en Francia, entre mis amigos y compañeros se encontraba Rajim, un joven marroquí que estaba muy angustiado. Sujfría una profunda tristeza, a raíz de que la dueña de la pensión lo marginaba y descalificaba por ser extranjero y, principalmente, por provenir de África. Lo maltrataba, lo miraba con desdén y hasta lo ignoraba. El se sentía muy
afligido por esas actitudes, que se repetían una y otra vez. Durante esos primeros días de su vida en París, incrementaba su desvalorización personal, socavando su autoestima hasta niveles catastróficos. Quise solidarizarme con él y una tarde lo fui a visitar a su pensión. Mientras lo esperaba en el hall, apareció la dueña, una
señora mayor que me observaba con el rabillo del ojo. “¡Bonjour, madame!”, 7e dije sonriendo. Casi inmediatamente y sin darte respiro, añadi: “Madame..., ¡qué suerte tiene usted! La mujer, que me observaba atónita sin comprender, pregunto: “¿¡Pourquo!?” Le repliqué: “¿Sabe usted”, el rey de Marruecos tiene muchos hijos. Algunos se quedan en el país, pero una minoría selecta, compuesta por los que considera más inteligentes, viajan al exterior para estudiar... ¡Mi amigo es uno de ellos y es usted quien lo hospehizo silencio, regresó Rajim. da!” En el preciso momento en que Saludé amablemente a la mujer, sin dejar de observarla, hasta que la perdí de vista: “¡Bonjour, madame!”, y nos fuimos. La señora se quedó petrificada y boquiabierta en medio del hall central. €
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Pasó el tiempo. Un día, caminando por los pasillos de la universidad, me encontré nuevamente con Rajim. Su rostro había cambiado notablemente, su mirada estaba másrelajada y su postura corporal distaba mucho del abatimiento. “¡Bonjour, Rajim!, ¿comment ga va?” Con una gran sonrisa, me contestó: “¡Muy bien, realmente muy bien!” “¿Por qué?”, le pregunte, curioso e intrigado. “¿Sabes?, no sé qué sucedió, pero de repente la dueña de la pensión, de un día para otro, empezó a tratarme diferente. Comenzó a ocuparse de mí. Me cuida, me prepara comida, me pregunta si necesito lavar mi ropa... ¡Me trata como fuera su hijo!” Yo lo observaba sin poder evitar una leve sonrisa de satisfacción.
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Luego me dijo: “Pero lo que no entiendo es cómo realizó semejante cambio, ¿qué habrá sucedido?” Le respondi: “Seguramente ella pudo ver en ti al principe que se esconde en tu interior.”
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relatos expresados a través de cuentos, historias y fábulas infantiles, que culminan en un final feliz. Estos desenlaces triunfales de las obras se relacionan con la concreción de imaginarios populares, deseosos de victorias y éxitos, más que con cierres reales que sigan el correlato de los devaneos del cuento. La estructura de estas narraciones comienza con una descripción del contexto donde se desarrollará la historia de los personajes y de la situación; luego se centra en el relato de la historia propiamente dicha y termina con un desenlace que concluye con un análisis. En general, los contextos que se describen son destavorables para el protagonista. La situación es hostil y adversa, para que éste pueda crecer y desarrollarse plenamente en su crecimiento. lay personajes que son villanos y maliciosos, como brujas, madrastras malvadas, monstruos, hadas malas, viejos abusadores, lobos Muchos son
Anécdota contada en un congreso de terapia sistémica realizado en Toulouse (Francia, 1995), por Mony Elkain, en el que describía sus épocas de estudiante, en donde sin muchas expectativas vez con más deseo, reformuló una situación muy angustiante a través de una intervención espontánea. *
tal
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y zorros manipuladores, que se dedican a descalificar y torturar al personaje principal. Mientras que unos pocos, de la talla de príncipes, parejas solidarias, hadas buenas, animales nobles, se dedican rol de salvadores que rescatan al pobre protagonista de a ejercer las fauces de los primeros. Todos estos elementos son los componentes de la historia, que tiene visos de tragedia con final resiliente. El protagonista, que debe reunir características, como nobleza, bondad y honestidad -y si se quiere, hasta la ingenuidad bienintencionada—, deberá pasar por una serie de situaciones e interacciones en las que primarán las desavenencias, desvalorizaciones, rechazos, descalificaciones y maltratos injustos. Nuestro personaje luchará denodadamente contra la adversidad para terminar triunfante, recibiendo con justicia la valoración y el reconocimiento merecidos. S1 bien lo reiteraremos más adelante, la mayoría de los cuentos infantiles y las historietas de superhéroes concatenan argumentalmente estereotipos de belleza y fealdad con concepciones socioculturales de bondad y malicia, respectivamente. Los lindos, además de lindos, son generosos, extremadamente buenos, humildes, socorrentes, dadivosos y desinteresados, mientras que los malos son feos y torpes, tienen dobles intenciones, son maléficos y egoístas, y siempre esconden intereses para En esta misma línea, musculosos de cuerpos apolíneos, con peinados perfectos y narices respingadas, identifican a los grandes superhéroes, así como también muchos rubios altos de cuerpos esmirriados, larga cabellera y ojos celestes son príncipes prestos al rescate de princesas cautivas de malhechores y a la lucha en infelices campos de batalla. Pocas son las mujeres en rol de heroínas, pocas —cabe hipotetizar— por la vertiente patriarcal de la sociedad occidental, además de que atributos como la fuerza física y los músculos son propiedades per se que se identifican con la figura masculina. Estas pocas supermujeres son delineadas con cuerpos perfectos, bustos erectos y caderas armónicas, propietarias de se-
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ducciones descomunales, inteligentes y estratégicas, con una presencia firme y decisiva. Todos estereotipos físicos reúnen características europeas norteamericanas, tal cliché observa la matriz de su autoría. Muchos superhéroes son made in USA, mientras que los cuentos infantiles tradicionales fueron creados en su mayoría por autores europeos. Entre otras características —principalmente en los superhéroes— se proyectan ideales que asocian fuerza descomunal o alguna virtud superlativa con algún recurso mágico: gran velocidad, posibilidad de volar, telepatía, ingenio, rapidez, tácticas geniales, inteligencia. La ecuación tríada infalible. entre fuerza física, inteligencia y belleza conforma Todos los cuentos infantiles se focalizan en una lucha entre el bien y el mal, lucha de la que saldrá victorioso el bien, encarnado en el protagonista. O sea que si se desea contar o escribir cuentos para niños todas estas particularidades descritas hacen la fórmula para lograr elaborar historias infantiles tradicionales y aseguran un mínimo de resultados exitosos. Es una base, una especie de guión paso a paso para construir una historia en la que sólo variará el contenido. Pero lo principal que tiene en común la mayoría de los cuentos desvalorización que sufre el personaje central, desvalorización la es través de la experiencia. Pero en que parece sanearse mágicamente humanos tal nosotros, seres reales, como lo mostraremos en el desarrollo de este libro, la baja autoestima es un estigma duro y resistente de corroer. La experiencia humana muestra que la mayoría de los desvalorizados buscan afanosamente el valor personal en el afuera. Trabajan mucho para ser queridos y, volviéndose dependientes del entorno, nunca llegan a abastecer esa carencia de calificación interior.
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HAY UNA SEGUNDA PARTE EN LOS CUENTOS INFANTILES
los cuentos infantiles fuesen reales, seguramente el desenlace podría ser muy diferente. Tal vez, más que el desenlace, las consecuencias que dejaron las desvalorizaciones tempranas no parecen S1
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construir una segunda parte de las historias color rosa. Es decir, el sedimento autopecaminoso, que resta en la personalidad a raíz de las traumáticas desvalorizaciones sufridas, entorpece el normal le crecimiento y mina la autoestima saludable. A este panorama intentos infructuosos de búsqueda de valoración deben sumar que acrecientan el malestar. Esto no quiere decir que el proceso sea irreversible. S1 encauzamos trabajo personal sobre la propia valoración, redireccionamos los intentos fallidos por valorizarnos dejando de focalizar en el afueespacio ra lo que debemos encontrar en el adentro, y buscamos en de la psicoterapia reflexiones estrategias de acción que lleven al encuentro de nuestras perlas interiores, indefectiblemente lograremos valorables. vernos como seres valorados
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Uno
de los cuentos que puede considerarse
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paradigma de la des-
valorización es la historia de El patito feo. ¡Quién no se emocionó y se enterneció en su infancia con el cuento del pobre patito! El cuento El patito feo (Hans Christian Andersen. 1843) es, sin duda, una metáfora de la autoestima humana. Algunos autores, seniñalan que, como cuento de hadas, es utilizado para hacer que ños se sientan menos avergonzado por sus diferencias. La moral de la historia está oculta en el cuento: Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. vida real sería un niño o una (Andersen. 1843, 9) Un ejemplo de niña que se ve o actúa diferente a los demás niños y niñas a su alrededor. El cuento de hadas da la esperanza de que esas diferencias negativas redunden en beneficios especiales y un futuro brillante. El patito feo se ha convertido en una metáfora incorporada en el lenguaje popular, que representa a las personas desvalorizadas, ensimismadas, inhibidas, que no se destacan. Lo que se observa del cuento, en lo que a nuestro tema rela historia fue de desde nacimiento desfiere, es un patito que su valorizado por su madre, quien trazó la diferencia por su fealdad
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respecto al resto de sus hijos. Éste fue el primero de los profundos rechazos del pobre patito (además de profundos, reales), porque las descalificaciones también estuvieron en boca de sus hermanitos, que lo marginaban dejándolo de lado y aborreciéndolo por su fealdad. Así de feo —casi horrible— lo muestra la mayoría de los dibujos de los cuentos: un pato desgarbado y más pequeño, lleno de plumas irregulares y toscas, al lado de sus esbeltos hermanos, erguidos y gallardos. Cabe agregar que no deja de observarse la escala de valores sociales que impregnan esta descripción, puesto que (como señalaremos más adelante) la fealdad y la baja estatura son los desvalores que se le atribuyen al patito, desvalores que van de la mano del descrédito y la consecuente segregación. Esta misma segregación es la que expresan los animales del bosque, quienes lo molestaban al ver un patito desgarbado que intentaba conducirse de la misma manera que el resto de los patos. Todo terminó en que sus mismos hermanitos lo echaron de la famiha. Otras versiones agregan expresiones de mayor dramatismo: E patito se marchó muy triste: “¡Nadie me quiere!, ¡qué culpa tengo de ser feo!”, se decía para sí mismo (Andersen. 1843, 9). De esta manera, solo, deambulaba por el bosque, donde hasta los animales le daban la espalda y lo rechazaban. El pobre patito feo vagabundeó todo el invierno, aterido y débil final, lo descubrió una anciana que por no comer, y cuando llegaba se condolió de él y lo alimentó, pero (siempre hay un pero) el gato de la casa lo miró con recelo y le comenzó a hacer la vida imposible. Lo perseguía permanentemente, lo provocaba y deseaba comérselo. La anciana se cansó de las rencillas entre ellos, y como pasaba tiempo de el lo echó casa. y pato no era pata, por tanto, no ponía huevos, Otra vez, el abandono, rechazo y la tristeza del rechazo. En los prolegómenos del final de la historia, se cuenta que el pobre patito anduvo solitario y sin casa por mucho tiempo. Nuevamente sufrió las penurias de un invierno frío. Pero llegó la primavera. Un día fue a un lago y se quedó entre unos juncos mirando
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un grupo de bellísimos cisnes que nadaban y se le aproximaban. Tan acostumbrado estaba a que lo marginaran que pensó que esos cisnes iban a agredirlo: deseó que acabaran con su vida a picotazos. Agachó su cabeza esperando el fin, cuando de pronto observó las aguas del lago, vio su imagen reflejada y... ¡descubrió que él también era un cisne! Un cisne elegante y precioso, que jamás volvió a sentirse solo, ya que había encontrado a su verdadera familia. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón, “Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era sólo un patito feo” (Andersen. 1843). Éste es un cierre de historia, con típico final feliz y victorioso. Pero la buena autoestima no se logra tan fácilmente, sino, por el contrario, después de terribles sucesiones de descalificaciones. Cabe preguntarse entonces: ¿cómo continuó la historia de nuestro pequeño protagonista, luego de descubrir que no pertenecía a la especie de los palmipedos patunos? La segunda parte de esta historia, que da visos de realidad al cuento, narra las vicisitudes de un cisne adulto que pasó una infancia altamente traumática, poblada de descalificaciones y rechazos rechazó explícitamente de su familia de origen. Su madre misma y lo condenó por su fealdad. Sus hermanitos lo marginaron hasta echarlo del hogar. Como primera experiencia infantil, es realmente espantosa. Y el uso del término espantosa no es azaroso. Causa espanto que en los primeros meses de vida, cuando se necesita mayor nutrición emocional, se haya creado semejante carencia. La segunda experiencia de nuestro protagonista es de soledad de segregación del medio (los animales del bosque). Cuando pay rece poder revertir la situación y el patito llena su vacío afectivo con la presencia de la anciana, gato lo pone en riesgo de muerte. Todo se acaba cuando la vieja tiene que optar, elige al gato adusirve ya que no pone huevos. ¿Cómo puede ciendo que pato no sentirse este animalito cuando creía ser amado, pero el interés radicaba solamente en su uso?
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Nuevamente, soledad y tristeza en la vida del pato, sentimientos que reactivan y potencian profundas angustias de la primera infancia; el deambular sin rumbo, la soledad. La escena paradigmática en que lago hace que se dé cuenta de ve reflejado que vivió equivocado: no es un pato, es un cisne. Entonces intenta integrarse al grupo de cisnes con mucho miedo. El protagonista no desea amar nuevamente por miedo al rechazo y la desvalorización, y no logra integrarse del todo al grupo de cisnes. Ellos tratan de plegarlo al grupo, pero él se resiste. Se automargina y genera cierta desconfianza en los otros, además de la sensación de que es él quien no los acepta. Esto produce broncas en el grupo y toman distancia del ex pato. Así construye una profecía autocumplidora: él confirma que es rechazado y que ha hecho muy bien en tomar distancia y defenderse no involucrándose afectivamente. Otra vez la soledad y la tristeza, que aparecen más fuertemente en cada pesadilla, donde la imagen de su casi suicidio aparece una y otra vez: él se ve pequeñito e indefenso, y unos cisnes negros y monstruosos lo picotean hasta desangrarlo. Nuestro protagonista también acarrea secuelas en su identidad: logrado verse como un cisne completamente. Fueron tan tampoco fuertes las imágenes de fealdad que le transmitieron sus mayores y pares, que no puede percibirse como un cisne hermoso. Se desvaloriza e intenta hacer cosas para que lo quieran. Se vuelve bueno, conciliador y ayudador en exceso. Se transforma en un dependiente de la valoración que le pueden proporcionar los demás. Le resulta muy costoso colocar límites y el entorno lo manipula permanentemente. Ésta es una versión más o menos catastrófica de los efectos de la desvalorización en la infancia. Por supuesto que estos sentimientos traerán como colación, entre otras cosas, el retraimiento personal, un entorno abusador, una pareja a la que se le demanda calificación y, hacia los hijos, un ejemplo de cómo deben hacer para desvalorizarse. Todo en una secuencia en cadena que excede el marco personal, para trasladarse a las generaciones posteriores.
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Lejos del catastrofismo, también puede construirse una versión positiva. El ex patito feo, al darse cuenta de su sensación de minusvalía, recurrió a uno de los cisnes más sabios para que lo ayudara a recomponer su estimación personal, o pudo encontrar a una mamá cisne sustituta, quien le brindó amor y valoración, logrando paulatinamente llenar ese vacío sediento de afecto. Y más allá de todas estas posibilidades, o aunque no se haya contado con ninguna de ellas, el ex patito recurrió a un psicólogo de animales, con quien pudo reflexionar acerca de su valoración e intentar estimarse.
La Cenicienta (1697), por ejemplo, también es una historia de desvalorización y rechazo. La versión más conocida fue creada por Charles Perrault y describe a una niña hermosa y de muy buen corazón, que extrañaba a su mamá, fallecida en los primeros años de su vida, y cuyo padre viudo se había casado con una mujer perversa, que tenía dos hijas ambiciosas y malas. Tan descalificada estaba
la
casa, sino que dormía frente que no sólo hacía la limpieza de toda a la chimenea, razón por la cual amanecía tiznada de pies a la cabeza. De ahí su apodo: Cenicienta. La niña, que se caracterizaba por su belleza angelical, aunque cubierta con harapos, contrastaba con sus dos hermanas, que, a pesar de estar vestidas con sedas y oropeles, se destacaban por su fealdad. Un buen d*a, se anunció la noticia de que el rey invitaba a todas las jovencitas del reino a un gran baile. Entre ellas, el príncipe elegiría a su esposa. Las hermanastras pensaron que sería una gran
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oportunidad. Sola y triste, Cenicienta se vio invadida por un resplandor que la cegó por unos instantes. Era su hada madrina, quien le puso un hermoso vestido y unos Zapatitos de cristal, con la restricción de que a las doce de la noche el hechizo desaparecería. El príncipe quedó fascinado con la hermosa joven y bailó toda la noche con ella. Cuando sonaron las primeras campanadas de la medianoche, Cenicienta debió huir apresurada —corriendo el riesgo de que los 21
corceles blancos que la habían trasladado a la fiesta se transformaran en ratones, y su carroza, en calabaza— y en los pasillos del palacio perdió uno de sus zapatitos de cristal. Posteriormente, el príncipe anunció que se casaría con la única chica de la crudad cuyos pequeños pies cupieran en la zapatilla.” Casa por casa, los soldados del rey, con el zapato a cuestas, se encargaron de probarlo a cada una de las jóvenes del reino. Las hermanastras, en vano, hicieron la prueba, hasta que le llegó el turno a Cenicienta. El zapato calzó perfectamente en su pie. Así, el príncipe enamorado le pidió que se casara con él. Ella aceptó y vivieron una vida muy feliz. Pero la verdadera historia cuenta que la pobre Cenicienta sufrió el primer abandono de su vida cuando murió su madre. Ese temprano y profundo dolor le dejó tal vacío afectivo que tuvo la ilusión de poder llenarlo con una mamá sustituta, ilusión que se materializó cuando su padre rehizo su vida con una nueva mujer. Todas estas fantasías se perdieron cuando conoció a su madrastra, una mujer despiadada que la convirtió en su esclava, y se vio descalificada por sus hermanastras, quienes la envidiaban por su belleza. El cuadro se completa con un padre que brilló por su ausencia, no "La madrastra y las hermanastras de Cenicienta (en algunas versiones solamente las hermanastras) conspiran para ganar la mano príncipe para alguna de ellas. En la versión alemana del cuento, la primera de las hermanastras, para que cupiera pie dice al príncipe que fije en la zapatilla, se corta un dedo, pero un pájaro mágico en la sangre que gotea de la zapatilla, y el príncipe la manda de nuevo con su madre. La segunda hermanastra se corta su talón para que pie encaje, pero el mismo pájaro advierte de nuevo. Finalmente, aparece Cenicienta y su pie encaja en la zapatilla. En algunas versiones, ella ha guardado el otro zapato en su bolsillo. Las malvadas hermanastras son castigadas haciendo que sus ojos sean arrancados por cuervos. Es también digno de mencionar que en esta versión no hay hada madrina, tanto el vestido de Cenicienta como sus zapatos aparecen en un árbol que crece sobre la tumba de su madre. Tampoco hay un límite en la medianoche, sino que deja el baile porque está cansada. Para poder asistir al baile, la madrastra le impuso a Cenicienta dos horas una fuente de lentejas que había una tarea imposible: recoger en menos derramado entre las cenizas. Los pájaros ayudaron a la pobre joven pero, a pesar de haber completado tarea, la madrastra no cumplió su promesa (Wikipedia. 2007).
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sólo porque no aparece en el cuento, que se desarrolla sobre la base de cuatro mujeres (Cenicienta, la madrastra y dos hermanastras), sino porque se infiere que se convirtió en cómplice de su mujer y del juego familiar. Con sus sentimientos de soledad, desvalorización y angustia, la elegida por el su vida torturada le dio una revancha: pudo la cambiar dirección de así su vida. Cenipríncipe para casarse y cienta logró formar su familia, pero sus sensaciones de baja autofácilmente. estima y desvalimiento interior no fueron superadas Si bien vivió en la corte como princesa, continuaba siendo la cenila casa de su madrastra. cienta que dormía al lado de la chimenea Por las noches, soñaba con sus hermanastras, que la insultaban y denigraban. Se despertaba sobresaltada y a veces amanecía dormida al lado del hogar a leños del hall central del palacio. La princesa buscaba permanentemente reconocimiento en su entorno. Necesitaba que la halagaran, necesitaba hacerse notar, precisaba la mirada de los otros para sentirse en su nueva identidad. La laceración de su valoración le había generado una minusvalía llevaba a que la hacía sentir insignificante. Su propia inseguridad celar al príncipe, se volvió sumamente controladora. Ella, a su vez, se mostraba un tanto exhibicionista —más histérica de lo previsto— con tal de ser elogiada, lo que provocaba la ira del príncipe, que terminaba insultándola y descalificándola por su actitud. Ambos, el príncipe y la princesa-cenicienta, debieron consultar al consejero de la corte con la intención de mejorar su relación. La desvalorización de Cenicienta había comenzado a causar serios problemas de pareja. Ella se había vuelto demandante en extremo, en el intento de que el príncipe llenase su carencia afectiva. Deseaba ser mamá, no por un deseo genuino, sino como una forma de retener a su marido de cara a la fantasía de que él la pudiese abandonar. Pero cuanto más deseaba ser mamá, menos quedaba encinta, lo que la llevaba a creer que no fértil y, por ende, temía que príncipe la mirara con recelo ya que no le podía dar un heredero.
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Con este panorama, arduo fue el trabajo del consejero de la sentimiento corte, cuyo objetivo era lograr revertir poco a poco autodescalificante de la princesa y que pudiera quererse y valorarse en su nueva identidad. Sólo así podría consolidarse con su príncipe, armónicamente muy feliz, y proyectar futuros hijos.
el
Estas imágenes personales, estos personajes que nos hemos construido a través de la experiencia, hacen que nos quedemos cognitivamente fijados a ellos y que nos resistamos a modificar esa identidad perniciosa que nos hemos labrado. Es una cruda paradoja, la de atarse al malestar de una identidad, y un elogio al refrán que dice “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Siempre recuerdo a Liza, una paciente escultural. Bella y de formas perfectas, siempre se quejaba cuando se miraba al espejo. Creía que no tenía cuello, como si fuese una gallina. Liza había sido obesa y no había logrado superar ideacionalmente esa imagen. No sólo se veía bajo esos parámetros, sino que se descalificaba y se flagelaba con desvalorizaciones de manera permanente. A Felicitas le sucedió un fenómeno similar. Había sido la sirvienta de la familia del esposo. Cuando vieron por primera vez, se enamoraron perdidamente. Se casaron y tuvieron seis hijos. Ella lo celó siempre y nunca dejó de desvalorizarse. Internamente, no abandonó esa imagen de mucama con la que había comenzado la relación. Vivió torturada por esa descalificación. Estas dos historias, si bien son reales, tienen la misma estructura que los cuentos infantiles. Todos estos cuentos, como señalamos anteriormente, no solamente polarizan entre el bien y el mal, sino que asocian el mal con la fealdad, y lo bueno con la belleza. Las imágenes de los cuentos y de los dibujos animados que recrean historias infantiles tradicionales como El patito feo, La bella durmiente, Cenicienta y Blancanieves, entre otros, encarnan el Mal en brujas horripilantes o vieJas monstruosas, mientras que los protagonistas representantes del
se
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Bien son príncipes perfectos o mujeres hermosas. Verdaderamente se trata de mensajes de profunda segregación y discriminación hacia las personas que no han gozado de las regalías biológicas de la perfección anatómica. También explotan y expresan el ideario popular. Siempre nos enternecen las historias de las personas resilientes, es decir, aquellas que crecen y logran desarrollarse a pesar de las adversidades de su vida. Personas que crecieron en orfanatos y llegaron a ser notables empresarios, niños de la calle que son artistas famosos, huérfanos que son investigadores brillantes, niños que han vivido en la indigencia familiar y son deportistas exitosos. Valoramos su esfuerzo y que hayan logrado sobrevivir y valorarse luego de sufrir las peores penurias y descalificaciones. El resiliente, de alguna manera, revierte su desvalorización. Apela a sus recursos personales. Encuentra dentro de sí sus valores, su fuerza, su espíritu de lucha. Pareciera que tiene la habilidad natural de aprender que él, y solamente él, puede generar las oporel crecimiento. Sabe que cuenta consigo tunidades para el cambio mismo y opera contra una realidad que se le muestra adversa y sanguinaria. La gente se proyecta en estos personajes, en sus ansias de poder y superación. Ve reflejado en ellos lo que desearía ser. Ellos no sólo obtienen reconocimiento y valoración del entorno, ¡sino del
y
mundo entero!
Shrek es un cuento moderno que se presentó como película en el año 2001. Hasta su creación, la mayoría de los cuentos infantiles describían a los ogros —con su consecuente fealdad— como figuras malvadas que teñían de terror las narraciones, además de acentuar la tan mentada polarización entre feos-malos y bellos-buenos, a la que hacemos referencia. La historia de Shrek es la de un ogro apestoso y muy feo, que vive solo, disfrutando de las bondades que le ofrece su pantano. Verdaderamente es el típico ermitaño que odia ser molestado o, 25
le
bien, al que cualquier contacto con humanos y animales resulta fastidioso. La anatomía de semejante ogro gruñón representa a un gigante cabezón que tiene dos pequeñas protuberancias por orejas; es de color verde, panzón y tiene mal humor, además de ser muy celoso de su vida. Pero Shrek es un ogro bueno, que aprovecha su aspecto terrorífico para espantar a la gente del pueblo. Su maldad es sólo aparente, es sólo una teatralización para generar miedo y lograr que la gente no se acerque a su pantano. Un día, sorpresivamente ve su hábitat invadido por un grupo de personajes de cuentos de hadas, que han sido desalojados por un tirano malvado, de baja estatura, con aspiraciones de rey —Lord villano de la historia. Muy enojado, Shrek emFarquaad—, que es prende un largo viaje para entrevistarse con el insignificante pero poderoso lord y exigirle que le devuelva su pantano. Pero, lejos de acceder fácilmente a su exigencia, tirano le propone un trato: devolverle su pantano, siempre y cuando rescate a la princesa Fiona, que está prisionera en un castillo custodiado por un enorme dragón que lanza grandes bocanadas de fuego. En su periplo, Shrek conoce a un burro muy simpático que habla y habla parar, y lo acompaña el hasta castillo donde halla cautiva la princesa. se en sus peripecias Después de correr grandes aventuras durante el rescate, Shrek llega finalmente al lecho de la princesa y la toma entre sus brazos. La princesa espera a un príncipe apolíneo, un adonis, y en cambio se encuentra con un ogro gigante y mal parecido o, más bien, horrible. Shrek carga con la princesa y es perseguido por las grandes bocanadas de fuego que expulsa la dragona. En el interin, un príncipe rubio y perfecto llega al lecho de la princesa y en su lugar encuentra... ¡a un lobo!, igual que en el cuento de Caperucita. Mientras tanto, el ogro lleva a Fiona, quien durante la noche, mientras duerme en un granero, se transforma en una ogra, tal como lo hace todas las noches de su vida. Luego de una serie de desencuentros, el ogro bueno, sin atreverse a declarar su amor a Fiona, que también él, la entrega al lord y éste le devuelve se encuentra enamorada
más
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sin
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el pantano. Shrek regresa a su morada, pero no puede olvidar a la princesa. Su amigo, el burro, lo convence y van a rescatarla, pues está a punto de celebrarse su boda con el lord enano y maléfico. Ambos irrumpen en medio de la ceremonia, salvan a la princesa, y Shrek logra declararle su amor. Todos descubren que, tras la belleza de Fiona, se encuentra una ogra fea, con los mismos rasgos de Shrek. En todo este rescate reciben la ayuda de la dragona, que nuevamente aparece en escena, enamorada del burro. Al encontrar la amistad sincera del burro y el amor en la princesa, Shrek se da cuenta de que el mundo no es tan malo como él creía. Como ya hemos señalado, este cuento desestructura la dicotomía feos-malos y bellos-buenos, en principio porque Shrek es un ogro y, clásicamente, todos los ogros son feos, al tiempo que malvados y sádicos. Shrek, en cambio, es un ogro horrible pero bueno. Es decir, modifica los idearios cognitivos clásicos. Es él quien rescata a una princesa hermosa y se enamora de ella, aunque ella en Sin embargo, una buena solución al realidad es un ogro feo como problema —que además desafiaría la lógica amorosa— hubiese sido que la princesa, siendo una bella princesa, se hubiera enamorado del ogro. Con lo cual quedaría demostrado que es factible romper parámetros de parejas de bellos con bellos y feos con feos. En la segunda parte de esta historia, el príncipe que debía rescatar a la princesa Fiona y llega tarde a su lecho es de una belleza casi femenina: cara perfecta, largos cabellos rubios, cuerpo esbelto. Pero el aditamento que le desvirtúa todos esos rasgos es su malicia (además ser hijo de una bruja manipuladora), está más interesado en la corona que en la princesa, es presumido y soberbio y, por si fuese poco, tonto. Lo que resulta muy interesante y desestructura el cliché es que nuestro querido Shrek no tiene problemas con su autoestima. Si bien es un ogro horrible, segregado por todo el pueblo, al que inspira miedo y repulsión, él vive feliz en un pantano, tiene su casa y aprovecha recursos naturales del bosque para alimentarse y subsistir.
él.
de
es
los
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siente
rechazado, es porque percibe que a mucha gente le repugna su fealdad. Pero existe una lógica: no es que se vea minusválido cuando no es, realmente es horripilante a primera vista, aunque despierta fácilmente el amor cuando uno empieza a conocerlo. Es una película que se aleja de las leyendas tradicionales. Cuando
se
lo
hay un relato que describe la desvalorización personal de manera descarnada, es la famosa obra Nuestra Señora de París. En ella, Victor Hugo inmortaliza a Quasimodo, célebre, noble y bonachón las la jorobado que tocaba campanas de Catedral de Notre Dame. Sirviente del archidiácono Claudio Frollo (algo así como su padre adoptivo), Quasimodo, un personaje de extrema fealdad anatómica, estaba profundamente enamorado de Esmeralda, una bella bailarina gitana que embelesaba a toda la fauna masculina de París. La novela inicia con unas celebraciones populares con motivo de la epifanía de 1482 en el Palacio de Justicia. En la obra suceden intrigas palaciegas en las que numerosas situaciones complicadas el protagonista es segregado por sociedad, maltratado por su amo gente y rechazado como un monstruo. Aunque es un ser humano, lo descalifica por su deformidad física. Huye provocando las más antagónicas reacciones, desde el temor y la repugnancia extremos hasta las bromas más bizarras. El archidiácono, embelesado por bailarina, le ordena a Quasimodo que rapte, pero el capitán Febo de Cháteaupers se interpone, lo impide y somete a Quasimodo a la condena de tortura pública. El pobre deforme es azotado en la plaza y recibe los insultos del pueblo, que lo aborrece por su fealdad. Es un momento crucial de la obra: Quasimodo pide agua con gritos desgarradores y es Esmeralda la que sube al patíbulo para calmar su sed. S1
el
la
e
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Entonces vio cómo se apartó el gentío. Una muchacha curiosamente ataviada salió de entre la gente. Iba acompañada de una cabrita blanca de cuernos dorados y llevaba una pandereta en la mano. El
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ojo de Quasimodo centelleó. Era la bohemia a la que había intentado raptar la noche anterior, fechoría por la que comprendía vagamente que estaba sufriendo aquel castigo, lo que, por otra parte, no era cierto ni mucho menos, pues se le estaba juzgando por la desgracia de ser sordo y por haber sido juzgado por un sordo. Estaba seguro de que también ella había venido para vengarse y darle, como hacían los otros, su golpe correspondiente. [...] Ella, sin decir una sola palabra, se aproximó al reo, que se retorcía en vano para librarse de ella, y soltando una calabaza que a guisa de recipiente tenía atada a la cintura, la acercó muy despacio a los labios áridos del desdichado. Entonces, de aquel ojo tan seco y encendido hasta entonces, se vio desprenderse una lágrima que fue lentamente deslizándose por aquel rostro deforme y contraído hacía
ya mucho rato por la desesperación (Victor Hugo. 2006, 105).
el
desvalorizado Jorobado había sido bien tratado! Y queda incondicionalmente agradecido con la gitana, que está enamorada del capitán Febo. Frollo se siente celoso y frustrado, porque su plan ha fracasado. Entonces, el manipulador obispo apuñala al valeroso capitán cuando se encuentra a solas con Esmeralda. Febo está malcrimen y herido y, a pesar de que no muere, joven es acusada la condenan a ser ahorcada en la plaza de la catedral. ¡Nunca
la
del
Aquel espectador no se había perdido nada de lo que, desde el mediodía, había ocurrido ante el pórtico de Nuestra Señora. Ya desde los primeros momentos, sin que nadie se hubiera preocupado de mirarle, había atado fuertemente a las columnillas de la galería una gruesa cuerda de nudos cuyo extremo colgaba hasta la escalinata. Una vez hecho esto se había quedado mirando tranquilamente y silbaba de vez en cuando pasar los mirlos delante de él (Victor Hugo. 2006, 157).
al
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Quasimodo había urdido pacientemente un plan para salvar a la gitana: ...Saltó al otro lado de la balaustrada
de la galería,
cogió la cuerda con
los pies primero, con las rodillas y con las manos luego, y después se vio descolgarse por la fachada como una gota de lluvia deslizándose por un cristal; se le vio luego correr hacia los dos verdugos con la velocidad de un gato caído de un tejado, derribarles con sus enormes puños, coger a la gitana de una mano, como una niña coge una muñeca, y de un solo salto llegar hasta la iglesia, alzando a la joven sobre su cabeza y gritando con voz estentórea: —¡Asilo!
diez mil aplausos hicieron y único ojo de Quasimodo. La sacudi-
—¡Asilo! ¡Asilo! —repitió la muchedumbre
refulgir de alegría y de orgullo el da hizo volver en sí a la condenada, que abrió los ojos y al ver a Quasimodo volvió a cerrarlos súbitamente como asustada de su salvador. (Victor Hugo. 2006, 157)
Pero la historia no acaba ahí. Frollo logra sacar a Esmeralda de la catedral por su cuenta y le da a elegir entre su amor y la horca. La archidiácono. La madre gitana lo repudia, así que es delatada por de Esmeralda intenta salvar a su hija, pero no lo consigue. Madre e catedral. hija mueren, y Quasimodo empuja a Frollo al abismo de La escena final muestra al jorobado, que muere abrazado al cadáver de Esmeralda. Ese amor por Esmeralda, signado por polaridad de bella y la bestia, se corona con la muerte de Quasimodo en el campanario de la afamada catedral francesa. Este es un final que sacrifica al héroe. Sin duda, nuestro protagonista es un digno ejemplo de lo que significa baja autoestima. La obra parece el corolario de todo proceso de desvalorización: /a muerte. Y no nos estamos refiriendo a una muerte real, sino a una muerte artificial, que deja agonizante pero con vida. Los desvalorizados, poco a poco, día a día, pierden
el
la
la
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la
-
su cualidad vital que es, de hecho, el amor hacia sí mismos. ¡En cuántas oportunidades en nuestras relaciones con el mundo ponemos en juego a ese Quasimodo interno que nos lleva a recortar la realidad y a crear interacciones y todo un sistema de vida que retrasa nuestro crecimiento personal!
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EL CISNE BELLO Y LA PRINCESA DE LOS ZAPATITOS DE CRISTAL: LA VALORACIÓN PERSONAL ¿Por qué ilumina el sol al mundo? ¿Por qué el mar a tantos acaricia? ¿Por qué a ellos sí? ¿Por qué a mí no? Si adentro mio tanto ilumino, como el viento vo suspiro. ¿O no entienden? Adentro mío. ¿No lo ven? ¿No lo pueden ver? ¡Que bello soy! El jorobado de París
La autoestima es el sentimiento de valoración que uno tiene
de
sí
mismo, remite a la imagen personal, más precisamente, a la autopercepción y al propio reconocimiento de los aspectos positivos. De esta manera, alguien que se siente cisne o princesa goza de buena o elevada autoestima, se siente pleno consigo mismo, se valoriza y se acepta. Esta aceptación no implica negar características que pueden resultar perjudiciales para la persona, sino que su toma de consciencia permite modificarlas con el fin de mejorar. Estos sentimientos que nutren la personalidad inevitablemente acarrean consecuencias en la acción: las diferentes situaciones de la experiencia se afrontan con seguridad, las decisiones se ejecutan a través de la firmeza, poco lugar se deja a la duda y, ante todo, la persona aprende a colocarse en primer lugar. Frecuentemente, la gente confunde este bienestar con el egoísextremo o la egolatría, término poco afortunado, puesto que immo plica el hecho de dejar de lado a los otros, que pertenecen al propio mundo afectivo, lo cual en una persona con elevada autoestima sería impensable. La posibilidad de valorizarnos no sólo sugiere sentirnos bien con nosotros mismos, sino también ofrecer y compartir lo 33
mejor de nosotros con los demás. Pero, lamentablemente, los seres humanos poseemos una tendencia a complicar la complejidad de la comunicación, entre otras cosas, desvalorizamos, exigimos y presionamos a nuestros interlocutores y a nosotros mismos, y este mecanismo produce resultados caóticos en las relaciones con los otros. La valoración personal resulta de una evaluación de nuestros propios recursos. Si se tiende a la desvalorización, se afectarán 1ndefectiblemente muchas áreas de la vida (familia, trabajo, relaciones sociales, etc.), generando depresión, angustia, ansiedad, ataques de pánico y estrés, entre otros trastornos. Todo esto pone en evidencia que, dejando de lado los diagnósticos psicológicos, lo que más aquedesvalorización o el desequilibrio de su ja a los seres humanos es autoestima. En efecto, la baja autoestima no sólo causa enfermedades, sino que está presente en toda forma de padecimiento orgánico o psicológico. W. Risso (2009) señala que la autoestima
la
es lo que determina qué tanto me quiero o qué tanto mc detesto. La autoestima, entonces, envuelve observaciones acerca de uno mismo en términos de bueno-malo, deseable-indeseable,
amable-no amable. Las personas con una elevada autoestima
se perciben a sí mismas como mejores, reconocen sus defectos y virtudes, se sienten más capaces y con
más
valía
personal.
Podríamos afirmar que la autoestima genera creencias que influyen de manera taxativa en los diferentes planos del ser humano. Modifica comportamientos e interacciones (área pragmática), revoluciona sentimientos y emociones (área emocional), aclara o distorsiona fisiología, pensamientos (área cognitiva) y, por último, afecta toda desde el punto de vista endocrino, neurológico, inmunológico, etc. El vocablo autoestima está compuesto por el prefijo auto, que quiere decir “a sí mismo”, y por el verbo estimar, que significa “apreciar las cosas”, “ponerles precio”, “juzgar”, “creer”, “hacer aprecio de una persona o cosa”. Según la definición del diccionario de la Real Academia Española, estima es “la consideración y aprecio de
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-
una persona o cosa, por su calidad y circunstancias”. Es decir que la acción de estimar está relacionada con el valor. Cuando apreciamos algo o a alguien, le estamos otorgando cierto valor. Cuando juzgamos o creemos en algo, estamos poniendo en juego nuestra escala de valores y creencias. Al intercalar en nuestro discurso la palabra estimativamente, hacemos referencia a “la facultad con que conformamos juicio del aprecio que merecen las cosas”, o sea que mostramos una mesura, una estructura, un adjetivo, un valor de la cosa. Cuando digo te estimo, estoy diciendo te valoro o, más bien, te quiero. Cuando encabezo una carta con la fórmula Estimada Sra. estoy escribiendo querida señora. La diferencia es que el término estimado se utiliza en cartas formales, en las que no existe confianza ni intimidad, mientras que querido es usado en relaciones más íntimas y afectivas. Tanto en uno como en otro caso, estoy atribuyendo una valoración a la persona a la que me dirijo, y esta valoración se establece a través de baremos afectivos. Por tal razón, cuando escribo te estimo, digo te quiero. La palabra autoestima puede entenderse como la capacidad que alguien posee de valorarse a sí mismo. En consecuencia, cuando una persona tiene buena autoestima, se valora y se quiere equilibradamente. La buena autoestima remite a apreciar nuestros atributos personales y se cimienta a lo largo del proceso evolutivo. Estos atributos pueden considerarse valores, o sea propiedades que consideramos relevantes en nuestra persona. Son estos mismos valores los que en numerosas ocasiones reconocemos como parte de nuestro patrimonio, mientras que en otras afirmamos que son otros quienes los poseen. Los valores, en este caso, son los recursos con que cuenta una persona para desenvolverse en situaciones de manera idónea. Son las capacidades por las cuales se considera a sí misma (o es considerada por otros) valiosa. Pero tener una elevada autoestima no implica inventar capacidades o recursos en las incapacidades. No se trata de crear alguien que no soy. Tampoco se trata de una autoestima elevada o de omni35
potencia. Eso, más bien, es desconocer quién es uno, cosa que implica no hallarse en la propia identidad, y ése es un fenómeno que sucede en patologías como la psicosis. La verdadera autoestima, la valoración plena y sana de un individuo, supone la aceptación llana de sus potenciales y sus defectos. Consiste en estar dispuesto a aprender cómo mejorar, y para tal desarrollo, hace falta una autocrítica productiva y una cuota de humildad para concienciar y aceptar lo que no sé. Seguramente suena casi perfecto e idealista el hecho de semejante reconocimiento, más aún, parece un acto sabio en el cual me acepto como soy (con mis virtudes y defectos) y hasta connoto positivamente mi voluntad de cambiar mediante el sublime acto del aprendizaje. Sí, todo suena muy bien, hasta que este proceso se desdibuja y aparecen los mandatos internos parentales, socioculturales y familiares, que sentencian /0 que debo en un medio exitista, donde el talento es un valor relevante. Y éste es uno de los elementos donde inicia el problema de la autoestima. Es decir, con la idea de que sería mejor que yo no fuera como realmente soy, que fuera otro de acuerdo a los parámetros que me marca el contexto sociocultural, que cumpliera con lo que se espera de mí, o que me pareciera más a lo que los demás esperan que yo sea. Pero esto no implica que me estanque o me limite en mi capacidad de aprender, de ampliar mis conocimientos, en definitiva, de crecer. Aquí debe trazarse la diferencia entre lo que se considera un proceso de crecimiento y el ideal que supone cumplimentar los criterios sociales y familiares para constituir un ser ideal. Cuando surge el deber, se comienza a transitar un largo camino bajo el signo de la exigencia, signo que tarde o temprano podrá convertirse en hiperexigencia. El deber conecta con toda una serie de aspectos ideales y virtuosos, y reniega de los aspectos defectuosos.
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EL SER [DEAL
Y LA HIPEREXIGENCIA
El ser humano construye, proyecta, estructura y describe, en lo que se conoce como mundo externo o entorno, dos tipos de objetos:” los ideales y los reales. Los primeros son objetos virtuosos por excelencia y, por ende, sólo se encuentran en las fantasías y en la imaginación; mientras que los segundos, como objetos de la realidad que son, poseen algunos aspectos virtuosos y otros defectuosos. Pero se debe entender que estas dos tipologías de objetos son un mecanismo: verdaderamente sólo existe un tipo de objeto (cosa o sujeto), al que se lo observa de manera parcial en todos sus aspectos positivos (objeto ideal), o de manera total y completa, en cuyo caso, además del flanco virtuoso, aparecen todos los aspectos negativos (objeto real). Como seres humanos que construimos y habitamos esta realidad, somos igual que el resto de cosas de la realidad) objetos y sujetos reales, y las estructuras idealizatorias son un producto de nuestras proyecciones de un yo ideal. En el mundo infantil, por ejemplo, predomina un tipo de pensamiento denominado mágico: los superhéroes, por ejemplo, son la vívida imagen de atribuciones virtuosas. Los niños pequeños tienden a idealizar a sus padres (que también son vistos como superhéroes) y a imitarlos, a observarlos como seres que todo lo pueden, como modelos a reproducir. De ahí el grado de responsabilidad que nos concierne como padres. Somos observados las veinticuatro horas, como una pantalla en la cual nuestros hijos no pierden detalle. Claro que llega la adolescencia, y esas imágenes destruyen: el adolescente desidealiza a sus progenitores y comienza un proceso que no tiene vuelta atrás, un proceso donde logra completar la figura de los padres, concienciando aquellos aspectos que considera negativos o defectuosos, aspectos que antes había obviado y que ahora le permiten observarlos en totalidad. Se da cuenta, entonces,
(al
las
se
*
Bajo el rótulo de objeto, en este caso, deverán incluirse cosas y personas.
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de que los padres no lo pueden todo, de que no son perfectos y, por tanto, son seres de carne y hueso, no sólo con las atribuciones positivas que siempre depositó en ellos, sino con un flanco con características que rompen perfección. El adolescente no resiste esta fractura, y la desidealización trae sus consecuencias. Emergen así las famosas rabietas intempestivas, en las que se deposita la bronca en los progenitores, bronca amarga que surge del darse cuenta de que los padres no son tan poderosos como se creía. Por tal razón, el joven niño los descalifica, al poder ver aquella parte, no precisamente virtuosa, que antes se desapercibía. Estos aspectos no son defectuosos en sí mismos; son elementos que no reúnen las condiciones de la perfección, que conectan con las imposibilidades e impotencias del idealizado por tanto, el ídolo que se había construido cae abrupta y estrepitosamente. Cuanto más alto se haya colocado al objeto, más estruendosa es su caída. A veces, los padres no entienden estas actitudes hostiles y hasta desvalorizadoras del hijo. Se llenan de cuestionamientos: ¿cómo ellos continúan sienes posible entender los reclamos joven, do los mismos de siempre? El que ha cambiado es hijo. La lente con la que mira la vida ha cambiado de color. Es cierto que, en esa transición del púber al adolescente, las sus significados se modifican. cosas, la perspectiva de las mismas Pero los padres, por su parte, creen que son los mismos: la vida pasa y ellos han crecido, han acumulado mayor experiencia. No son los la padres de un niño, son los padres de un adolescente y, como interacción ha cambiado. El hecho de no reconocer este proceso evolutivo hace que relación se entorpezca y se dificulte, y aparela cuestiones sintomáticas. amenaza ce Sin embargo, cabe señalar que hay restos de pensamiento mágico e idealizatorio en el mundo adulto. Eso explica por qué tienen tanto éxito —no sólo entre los niños— las películas o historietas de superhéroes. Valores universales, a los que hemos hecho referencia en el capítulo anterior, muestran que conceptos ideales como jus-
tal
y,
del
si
el
y
tal,
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la
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ticia, bondad o solidaridad son algunos de los que priman en estas figuras. Con el fin de cumplir estos valores, se implementa el uso de poderes que demarcan recursos que el ser humano normal no posee y que remueven elementos tan primarios e infantiles como volar, trepar paredes, saltar largos trechos, poseer músculos de acero y una fuerza descomunal, o ser inmune a las balas. El superhéroe debe dar incondicionalmente (bondad), estar atento a abastecer lo que necesitan los demás (solidaridad), o luchar contra asesinos, de-
la
lincuentes, pervertidos, etc., imponiendo justicia. al están servicio de los demás y por Estos personajes siempre los otros relegan a un segundo lugar sus propias vidas, obteniendo reconocimiento de la comunidad ¡y del mundo! Las vidas de Superman, Batman y el Hombre Araña, entre otros, tal como hemos explicado, se encuentran empobrecidas emocionalmente en los afectos cercanos (pareja, hijos, amigos íntimos) por estar siempre pendientes de la sociedad. Son conocidos y reconocidos por el mundo entero, pero se hallan acuciados por una gran soledad, que sólo llenan estando atentos para ayudar de manera incondicional. Algunos de ellos son ricos, pero su fortuna es destinada a obras de caridad. En síntesis, existe una multiplicidad de descripciones que podemos realizar acerca estos superhéroes, pero bastan estas disquisiciones para darnos cuenta de la cantidad de elementos idealizados que se proyectan en ellos y que hacen a la emergencia de elementos infantiles en el mundo de los adultos. Más aún, seguramente muchos lectores podrían identificarse con las funciones descritas que desempeñan los personajes. Aunque lejos de los poderes especiales, la búsqueda de reconocimiento hace que las personas trabajen y se sacrifiquen para ser valorados por su entorno, tema del que nos ocuparemos más adelante. En su “teoría de la discrepancia”, Higgins (1987) discrimina los diferentes niveles de aspiraciones que desarrolla el yo de las personas. Señala tres fracciones o instancias yoicas, la primera apunta al tiempo presente y muestra el “yo real”, en el que el indi-
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viduo se describe tal como se percibe en el aquí y ahora, es decir, “quien soy”. Mientras que la segunda y tercera fracción observan el tiempo futuro: el verbo potencial en el “yo ideal” (“me gustaría ser”), el que muestra el anhelo, el deseo, objetivo de vida; y el “yo obligado”, que son los adjetivos que cree que debería poseer (“debo o debería tener”). El Juego de estos tres “yoes” es muy interesante, porque actúan como formas de procesar información en la interacción. El problema que plantea en el juego es la disonancia entre fracciones. Y la relación es directamente proporcional: cuanto mayor sea la el “yo ideal” o el yo de la obligación, diferencia entre el “yo real” más serán las emociones negativas que se detonen. Las personas que muestran diferencias significativas entre el “quien soy” y el “deseo ser” padecen tristeza, angustia, disforia. Mientras que discrepancia entre el “quien soy” y el “debería ser” produce agitación y ansiedad. Risso (2009) señala que estos pronósticos son apoyados por numerosas investigaciones (Higgins et al. 1985, 1986, 1994). Los objetos ideales, entonces, nos conectan con el deseo ser, con las virtudes, con la perfección. Pero a la idealización le sigue la realificación, que consiste en ni más ni menos que transformar objeto en real, es decir, con sus virtudes y defectos. Siempre, en el proceso de realificación, en ese pasaje de lo 1deal a lo real, se produce una crisis. Aparecen sentimientos de angustia, bronca y, prin-
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se
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cipalmente, frustración, puesto que aquel con quien me relacioné, sobre el que reflexioné, al que amé, del que aprendí, no es aquel que es en realidad. Esa defraudación que siente el adolescente no la perdonará inmediatamente. Tardará tiempo en decantar la experiencia. Cuando amamos o nos enamoramos de alguien, por ejemplo, no lo hacemos amándolo en su totalidad, sino que nos enamoran aquellas partes que por nuestros modelos identificatorios de hombremujer (que exceden el marco de la figura de los padres y que también muestran otros personajes importantes de nuestra historia), por identificaciones tipologías relacionales de pareja, por constitución
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de valores, patrones gestuales, posturales, de acción, creencias, 1deologías, ética y estética, gustos personales, etc. (y por la sinergia de todos estos factores), nos detonan sensaciones, sentimientos y emociones que también movilizan factores orgánicos y bioquímicos. Nunca amamos otro en totalidad ni nos aman en totalidad. Fraccionamos y nos fraccionan: los aspectos que nos desagradan del partenaire, sea, las cosas del otro que nos disgustan, deben ser parte de la aceptación, la negociación o la renuncia, porque, en realidad, ese objeto amoroso de nuestra elección siempre tiene características que consideramos negativas. Y utilizamos este término, reiteramos, no porque son negativas o positivas en sí mismas, sino porque son positivas o negativas para mí, en acuerdo o desacuerdo con mis valores, patrones y códigos, gustos, creencias, etc. Realizamos atribuciones, categorías, Juicios de valor, como protagonistas de la elección amorosa. Pero los seres humanos funcionamos disociadamente, siempre regidos por una lógica binaria (los opuestos) expresada en las antíotro en totalidad. Entonces, en podas. En general, creemos amar los momentos de amor manifestamos nuestros sentimientos convencidos de que ese amor es todo lo que deseamos de una pareja. Por ejemplo, en las situaciones de intimidad amorosa aparece te fracciones que son entendidas amo por... (y se le adjuntan todas como positivas) y, contrariamente, en las situaciones de bronca se sacan a relucir todas aquellas partes que odiamos o simplemente razón, en los momentos de no aceptamos. Por que rechazamos fricciones rispideces relacionales o se expresa el te odio por... (manifestando las connotaciones negativas). Estas mismas fracciones que observamos en nuestra pareja se hallan en nosotros mismos y nuestro partenaire realiza el mismo proceso con nosotros. ¡Qué utopía podría crearse si intentásemos ver al otro de una manera completa! Es decir, si tratáramos de tomar en cuenta los as_pectos negativos y positivos del partenaire en un mismo momento. Por ejemplo, resulta imposible verbalizar y concienciar aspectos
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o
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las
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tal
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negativos en momentos amorosos: en el fragor del amor decir 7e amo porque eres una persona maravillosa, pero odio como masticas y eres desordenado. O en los momentos de discusión y hostilidad, apreciar aspectos positivos del otro: 7e odio, eres una bestia, estuviste toda la fiesta mirando y seduciendo a la amiga de mi amiga, ¿qué te crees, que soy estúpida, que no me di cuenta? Pero... te amo, mi amor, porque eres tan gentil conmigo, tan amoroso y ¡tan elegante! La frustración y el fracaso relacional en una despareja' surgen, entre otras cosas, en la medida en que se construye un objeto de amor (el partenaire) con un nivel de idealización tal que sólo se observan sus aspectos virtuosos. No es posible reconocer otro en sí mismo, otro real, tanto con sus aspectos positivos como negativos. Se está expuesto, entonces, a que en una paulatina o abrupta realificación del compañero —léase, ver los aspectos que nos disgustan—, no se lo tolere y se termine con la destrucción del vínculo y la consecuente cadena de agresiones, previa desvalorización
al
al
no creí que fueras así / Pensaba que eras otra imaginé diferente / Tú eres distinto que antes de que
y denigración:
cosa...
/
Te
empezásemos a
Yo
salir.
Este fenómeno, que detona una serie de sentimientos de extrañeza y fracaso, suele suceder después del período de enamoramiento, en los primeros tiempos de la pareja. En ese período, al que llamamos romeico, ”* se tiende a observar solamente los elementos virtuosos, los aspectos que enamoran. El amor real llegará (o no) más adelante. Ése es el momento en que se comienzan a percibir aquellas fracciones que disgustan. Los miembros de la pareja, en general, quedan adheridos al juego de querer cambiar al otro de acuerdo con parámetros personales. Después de que se separan, en la consulta se escucha: Me *
Despareja es un término que representa bien a una pareja disfuncional y problemática. Una pareja puede definirse como la relación de amor equilibrada, complementaria y funcional entre dos personas. “ En alusión a Romeo, protagonista del drama shakesperiano Romeo y Julieta.
el
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cambiar a mi pareja, no se puede cambiar otro o quedar fijado a ese intento, hay que tomar otro como es, aceptarlo o separarse. Seguramente que se puede
pasé muchos años
al
en el intento de
al
cambiar, pero no en relación con los deseos personales de alguno de los miembros de la relación, sino en función de lo que es mejor para la pareja, para su crecimiento y bienestar. S1 una persona se quedara fijada en la posibilidad de desarrollar su yo ideal, sin duda, estaría destinada al fracaso, puesto que este desarrollo implica un adicional de perfeccionismo que solamente puede considerarse una utopía, utopía que se desarma cuando se comienza a comprender que somos humanos reales y, por tanto, poseemos
limitaciones.
El afán de perfeccionismo sugiere rigidez, inflexibilidad y caparazón afectiva, entre otras cosas, que no son ni más ni menos que las tentativas de la superexigencia del deber ser. Muy diferente resulta el polo del sentir, del cual emergen la sensibilidad, plasticidad y la creatividad, por ejemplo. Es polo del me respeto. El yo debo conecta con la respuesta esperada de acuerdo con los ideales sociales, con lo que desean mis padres, mis maestros, mi amigo, mi Jefe, mi pareja. Sugiere relegar mis propios deseos, para darle relevancia al deseo o a la necesidad del otro. De alguna manera, implica la preponderancia de la racionalidad sobre el sentimiento (el deber se asocia con mandatos, obligaciones y demás cionalidades). El yo siento se refiere a otorgarle preeminencia a los deseos personales, anteponerse a sí mismo, en lugar de anteponer al otro, y no como un acto de egolatría, sino como la posibilidad de entender quién soy yo y a quién debo valorar en primer lugar, para luego poder ofrecerle al otro lo mejor de mí. Remite a la emoción y al sentimiento, que no siempre condicen con el deber. El yo siento invita a responder con el corazón, más allá de cánones que indican cómo se debe responder. La canibalística hiperexigencia a la que muchos humanos se someten en pos de idealizaciones personales, con el afán desme-
el
la
ra-
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dido de ser valorados, conduce indefectiblemente al fracaso. Esta frustración subsecuente está inundada de sentimientos de angustia y ansiedad, de cara a la utopía de lograr algo imposible: ser alguien ideal, por ende, ser alguien que no existe. Y estas emociones angustiantes generan aún más frustración y desvalorización, construyendo un eterno círculo vicioso que, de perpetuar en el tiempo, produce un enquistamiento difícil de desestructurar. La buena autoestima implica concienciar el flanco virtuoso. Los cisnes y las princesas, a partir de este reconocimiento, sostienen y situaciones. Es decir, la afrontan de manera segura la mayoría de valoración personal es algo así como la prima hermana de segrridad, por lo tanto, permite autoafirmarse en la experiencia. Cuando debemos afrontar una situación difícil, que bien puede plantearse como un desafío, la seguridad disminuye el nivel de ansiedad que surge en tales circunstancias. En este sentido, es el mejor ansiolitico natural. La seguridad nos posiciona en dominadores de la expecontrol, riencia, hace que la situación no nos rebase y perdamos convirtiéndonos en conejillos de Indias a merced del investigador. Otro de los sentimientos emergentes de la valoración personal, además de la seguridad, es la confianza. ¡Qué bella es la sensación de confiar en uno mismo, de saber que uno puede contar consigo mismo! Para sentir confianza en sí mismo, se debe prestar atención a los valores particulares, reconocerlos y avanzar con ellos. Éste
las
la
el
es un reconocimiento
espontáneo, que, de no producirse de forma natural (por esa maldita tendencia de los humanos a ver el vaso medio vacío), será necesario ejercitarlo, para lograr implantar en la cognición y en la emocionalidad el automatismo de valorar los aspectos positivos de nuestra personalidad. No se trata de negar aquellas características negativas, sino de ellas. La ecuación entre los aspectos defecno quedar afirmado tuosos y los virtuosos de las personas muestra a un ser humano real. Afincarse en cualquiera de los dos polos es nocivo. S1 quedamos adheridos al polo virtuoso, negamos partes defectuosas y corre-
en
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mos
el riesgo de parapetarnos
en la omnipotencia. Por el contrario,
recostarnos en el flanco de las debilidades nos vuelve cada vez más impotentes. Es entonces cuando nos asaltan los fantasmas descalificadores que susurran —y a veces nos gritan al oído— nuestras miserias, imposibilidades y nopuedos. Entonces, el hecho de aceptar ambas parcialidades en una complementariedad permite encontrar la potencia personal. La potencia nos vuelve más autónomos, no porque nunca necesitemos ayuda de nuestro entorno, sino porque aprendemos a autogestionarnos sin depender de los otros. La seguridad en nuestra potencia personal nos otorga confianza para desarrollar emprendimientos, tomar iniciativas y afrontar responsabilidades, sin estar a expensas de la palabra de aprobación, ayuda, sugerencia o valoración del entorno. Nos sentimos más libres; libertad que implica desplazarnos libertad de elegir cuándo necon paso seguro, pero, sobre todo, cesitamos del otro, y no esa dependencia extrema de que cada cosa visado de ciertos interloque intentamos realizar debe pasar por cutores (reales o internos), quienes levantarán o bajarán su pulgar en signo de aprobación o desaprobación. Pero este ideal de autonomía no sólo se refiere a la libertad de reconocimiento del otro. Nuestra acciones, sino al no depender valoración depende de nosotros mismos y no de que entorno se encargue de señalar nuestros aspectos positivos. Más peor aún, de hacer cosas para que nos quieran y valoricen. Aunque es verdad, y no puede ponerse en discusión, que a todas las personas les gusta que las quieran y aprecien sus virtudes. Todos poseemos ese enano narcisista interior que reclama reconocimiento de cara a nuestras desear acciones. Pero compete a cierta lógica de las emociones círculo nuestro afectivo; otra cosa es ser querido y aceptado por actuar pendiente y dependiente de esa valoración. ¿Cómo podemos sentirnos cuando nuestros interlocutores han quedado reducidos a frascos de suero de autoestima?
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LÍMITES
Y FRONTERAS
Los cisnes o las princesas son más independientes. El hecho de poseer mayor autonomía permite tener la seguridad necesaria para colocar límites adecuados y claros. No se trata de me importa un rábano el otro, primero yo, sino de remarcar la importancia del reconocimiento del otro como fuente de nutrición relacional y respeto hacia el interlocutor. Es común encontrar por todas partes desvalorizados que trabajan (y mucho) para sentirse queridos y valorados por su círculo afectivo. Este juego hace que resulte sumamente dificultoso intentar poner límites. Las relaciones que establecen los patitos feos son de extrema dependencia, no pueden estar sin obtener valoración y muestras de cariño, y cuando no reciben su suero valorizativo, se frustran notablemente y sienten un dolor inadecuado para el estímulo que lo produjo. Es algo así como sentir el pinchazo de un alfiler como si fuera un martillazo en el dedo más pequeño del pie.
Colocar límites precisos implica tener una autoestima saludable. Sugiere demarcar hasta dónde el otro puede accionar, pero esa frontera también nos señala nuestros propios límites de actuación. S1 hemos comprado un campo lindero con campos vecinos, se hace necesario alambrar. Los postes, las estacas y los alambres no sólo sirven para mostrarles a los otros hasta dónde pueden usufructuar las tierras, sino también nos invitan a conocer frontera de acción. el sólo establece Cuando alambramos, no se perímetro de nuestro el del de vecino. nuestro campo, sino campo
la
el campo no es delimitado, pueden pastorear vacas, ovejas y otros animales y bestias depredadoras, que comerán nuestros pastos o maltratarán la tierra. También es factible que, de forma abusiva, nuestros vecinos deseen colocar un alambrado avanzando sobre nuestro territorio. Si no colocamos límite, podrán sembrar y usar nuestras tierras para hacer crecer plantas de otros, y así obtener los beneficios de futuras cosechas. Cuando la no demarcación de nuesS1
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tro territorio convierte a nuestras tierras en tierra de nadie, no debemos asombrarnos un día encontramos tres autobuses colmados de turistas que desean comer un asado y aprovechar las bondades de la Pampa argentina dejándonos los restos típicos del usufructo: basura, papeles, restos de comida, etc. Tampoco deberíamos asombrarnos si encontramos un basural o hasta la carpa de un circo. En fin, son múltiples los ejemplos de los resultados que produce no establecer los límites correspondientes. En toda relación existen pautas implícitas y a veces explícitas de cómo deben conducirse los interlocutores. Señales que deben ser escuchadas, vistas, leídas, para conocer cuál es el código de la relación. Podríamos imaginar una relación en términos de una coreografía tanguera (A. Ciola y M. R. Ceberio. 1996, 7):
si
sc
baila el tango [...], se debe esperar a que la música empiece. En el primero, en el segundo, tal vez en el tercer o cuarto compás, la pareja se lanza en la pista. Caminan juntos, uno avanza, el otro retrocede. Giran. El que retrocedía ahora avanza, el que avanzaba retrocede. Cuando
Avanzar, retroceder, girar juntos y de acuerdo: un sistema ordenado. Cuando baila el tango, junto con otras parejas —al mismo tiemsala— la distancia y la proximidad se intuyen, se sienla misma po en
se
ten. Sobretodo no hay que competir por el mismo espacio, o sea, no Chocarse. Frenar como no se frenase, elegantemente. Esperar a que la otra pareja se desplace para desplazarse después. Frenar, despla-
si
zarse, girar. Todo forma parte de un interjuego relacional organizado, complementario, armónico: un sistema complejo.
Todos estos movimientos deben homologarse con las sucesivas interacciones e intercambios comunicacionales que los seres humanos desarrollan a la hora de comunicarse. Los límites son un recurso central e indispensable para conservar y perpetuar un vínculo. Construyen la relación. Sin límites, cundiría una anarquía relacional que llevaría indefectiblemente al fracaso y a la pelea. Imagínese una rela47
el
ción donde otro puede hacer lo que quiere con nosotros, y viceversa. Una relación sin normas pautas de convivencia. Imagínese una sociedad sin límites ni reglas de interrelación. Sin duda, viviríamos en un caos, que se constituiría en el pasaporte para la catástrofe. Por lo tanto, los límites son la clave para estimular la convivencia. Cuando reglas tácitas de la relación, las que marcan las de fronteras cómo debe conducirse cada uno de los miembros, no son entendidas o son poco claras, es necesario explicitar explicando hasta dónde puede llegar el otro en el vínculo con nosotros. Colocar un no, entonces, es introducir reglas de acciones entre dos personas, como en una coreografía, donde los movimientos están pautados y tienen un punto de largada y uno de llegada. Es una invitación a que el otro conozca cuán lejos puede llegar con sus movimientos hacia nosotros. En ese sentido, lo estamos ayudando a conducirse con nosotros y a ser más efectivo en su emisión de mensajes. Ayudarlo es ayudar a enriquecer, favorecer y alentar al vínculo. Tal vez el problema no sólo radica en los límites, sino en la forma en que los coloca. Por lo general, la gente no asocia los límites con una alocución agradable y afectiva, sino con la agresión y la bronca. Se malinterpreta que demarcarle al otro hasta dónde puede llegar con nosotros implica pelearse, gritar y hasta insultarse. En síntesis, crearse un enemigo: y nada más contrario a los fines de aceptado y querido. un patito feo que busca Una forma diplomática de colocar límites es señalar el territorio de actuación e invitar al interlocutor a corregir la extralimitación con una simple pregunta, por ejemplo: Mira, papá, tengo ganas de relajarme un poco, estoy cansado no quiero recibir visitas, ¿puedes venir mañana? / Entiendo que eres un tanto vehemente, pero, ¿podrías bajar el tono de voz? / ¿No te parece que me estas haciendo mal con esto? A veces se hace necesario un tono más imperativo y directivo para estabilizar el vínculo: ¡Basta, no te pases, te estás equivocando conmigo! / ¡Por favor, puedes hacer un poco silencio, es mi
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se
ser
y
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turno de hablar! En otras ocasiones, hasta es factible introducir un agradecimiento antes de dar pistas y señales acerca de cómo otro deberá conducirse: 7e agradezco tus buenos consejos, pero el médico me recomendó otra cosa y no quiero confundirme / ¡Gracias!, sé que intentas hacer lo mejor para mi, pero necesito estar sola. Estos ejemplos son tan sólo algunos dentro de la multiplicidad formas de estilos con que puede pautarse un límite. Ya sea en forma enérgica y directiva, ya sea sutilmente, mediante preguntas o agradecimientos, 0 como fuere, es el respeto el común denomihador que debe imperar en todas las expresiones. Pero no sólo el respeto hacia el otro sino también hacia nosotros mismos, porque colocar límites es cuidar la relación y, con ello, a sus integrantes. Otro de los problemas que pueden observarse en el establecimiento de límites es asociar el no con el rechazo y la descalificación. Es cierto que el no implica un rechazo (se rechaza la forma de actuar del otro, una propuesta, algo que se dijo o se hizo, etc.), pero un le demarque chazo como no sugiere descalificación. No porque el límite de actuación al interlocutor, se lo debe denigrar. Claro que tono descalificador, mediante la ironía, la puede expresarse un Vo la soberbia, petulancia, con palabras que insulten al otro, pero los resultados son negativos dado que es una forma perjudicial de colocar límites, ya que genera agresión y bronca en la relación. El impacto que causa la descalificación hace que se tienda a desoír la puesta del límite y, por lo tanto, no se cumple la finalidad de imponer pauta. Los patitos feos y las cenicientas, en general, son extremadamente susceptibles a los no. Por más que el límite sea colocado de manera cordial, se sienten heridos afectivamente, no queridos y desvalorizados. A su vez, ellos mismos no saben decir no, por miedo a sentirse rechazados por el otro o a que el otro se enoje, entonces hacen lo posible por no colocar los límites adecuados para la relación. Por consiguiente, las personas que intercambian con el desvalorizado usufructúan el vínculo, se propasan. El desvalorizado aguanta y aguanta, y cuando expresa no, lo manifiesta propul-
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tal
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se
en
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sado por la acumulación de bronca de cada uno de los sucesivos abusos sufridos. A esto lo llamo /ímite acumulativo. Es entonces cuando el límite es mal colocado —un límite desubicado y fuera de tono por acumulación de límites no colocados oportunamente— y las consecuencias confirman su supuesto inicial: el no impuesto desde la bronca, al ser desmedido, no es claro y se malentiende, con lo cual, el interlocutor se enoja con el desvalorizado y éste confirma por qué hasta el momento no había colocado límites: su compañero se enojó y lo rechazó. Todo parece una caricatura de ley del caos: ¡el desvalorizado abusado es el malo de la película y el abusador la pobre víctima! La gente que se encuentra más cercana a nosotros desde el punafectivo tiende fácilmente a invadir nuestro territorio. Lejos de la to mala intencionalidad, cae en acciones abusivas e irrespetuosas. Es un abuso tácito de la relación, no necesariamente es consciente o manipulatorio. Son los casos en que llegan a nuestra casa sin avisar con anticipación (Vi /uz y subí), la suegra que intenta adueñarse de la cocina de la nuera y siempre tiene en boca una recomendación, el amigo que no respeta y opina sin que se lo soliciten, el pariente prescripciones del médico, que sabe más de medicamentos que la tía soltera y sin hijos que recomienda a su cuñada cómo atender
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las
a su bebé, etc. En ocasiones, resulta más costoso aplicarle límites a esta población de comedidos afectivos que a otras personas que no se hallan enraizadas en nuestro mundo emocional. Por ejemplo, la culpa traiciona la expresión clara de un no, emergiendo un zi con la consecuente ambivalencia de acciones. Por culpa de la culpa, como se dice tradicionalmente, se patea la pelota hacia delante, entonces aparecen respuestas como el silencio, un ¿Vemos luego!, un Bueno, a lo mejor..., Hablemos más tarde, porque bla-bla-bla... (más tarde se coloca cualquier pretexto) y toda una serie de expresiones de postergación. Y la postergación es una de las formas de evitar el límite y la culpa consecuente. Por otra parte, los comedidos no 50
saben escuchar o desoyen el mensaje y continúan adelante con su actuación, razón por la cual resulta sumamente dificultoso colocar las fronteras apropiadas en este tipo de relaciones. Por lo general, los patitos y las cenicientas como desvalorizados son culposos. La culpa los vuelve concesivos, conciliadores extremos, solícitos, ayudadores y toda una serie de características que los hacen proclives a la estafa emocional. La posición de hipersolidarios, sumada a la ausencia de límites, da como resultado el abuso y la manipulación como contrapartida. Con este panorama relacional, no sólo se acercan personas intrusivas y abusivas bien intencionadas, como hemos descrito, sino que los desvalorizados también son blanco de manipuladores y personalidades psicopáticas que sólo piensan en el provecho que pueden sacarle a la relación. La fórmula es una ecuación simple: la interacción entre un manipulador y un culposo dará como resultado el abuso. Aunque, desde otra perspectiva, parece más sencilla la puesta de límites, a sabiendas de la incondicionalidad afectiva que existe en el vínculo. Es decir, podemos decir no a nuestros padres, cónyuges o amigos íntimos, porque sabemos que si se enojan, se llenan de rabia o se sienten rechazados, nunca nos van a abandonar, dejar de querer o desvalorizar, porque suceda lo que suceda estarán cerca de nosotros. Contrariamente, cenicientas y patitos feos, por ejemplo, desarrollan acciones para poder cautivar a aquellos a los que todavía no han logrado seducir, entiéndase, lograr que los valoren y los quieran. Los colocan en primer lugar a la hora de cumplir deseos, se vuelven hábiles para detectar preferencias y concretarlas, hacen para ser queridos y transformar en utópicos incondicionales a estos actuales condicionales. Sí, es cierto, es un juego muy histérico y como tal neurótico, dirían los psicoanalistas, ya que cuando logran que el otro ingrese en las redes personales, pierden la atracción. No obstante, cabe aclarar que ésta es una falacia. Nadie es incondicional en los vínculos humanos. Antes bien, con toda seguri-
las
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dad, el único amor puro e incondicional que existe sobre la faz de la Tierra es el amor de los padres hacia los hijos, hasta tal punto que puede considerarse contra natura el desamor hacia hijos, expresado mediante la descalificación, el abandono la falta de reconocimiento.” En el resto de las relaciones amorosas, existen diferentes condicionalidades que se hallan sujetas a variadas posibilidades. Con ánimo de diferenciar incondicionalidad y condicionalidad amorosa, un simple ejercicio muestra la diversidad entre
o
los
ambos amores: si pensamos que para que nuestro hijo sobreviva es necesario un transplante de corazón, no dudamos un segundo en ser donantes (¡ ¿Dónde hay un quirófano?!). Ésta es una decisión que no pasa ni por un proceso de cálculo reflexivo ni por el tamiz del pensamiento; es prácticamente emocional, primitiva. En cambio, si nos anuncian que nuestro marido o esposa necesita un transplante cardíaco, es factible que lo donemos no), pero es una decisión que se piensa, se reflexiona, o se analizan las probabilidades.
ni
(0
PADRES VALORIZADORES
Gozar de una buena valoración sugiere centrarnos más en nuestro decir, eje y no, como es común, en apuntar al ojo de los demás, estar pendientes de la mirada de otros. Los niños son un ejemplo del estar pendientes, en este caso, del reconocimiento de los padres. Es normal escuchar a los infantes que reclaman la atención de los progenitores cuando están por realizar alguna proeza o habilidad. Los chicos buscan en la mirada de los padres la a»robación y valoración de sus avances evolutivos. Recuerdo a un paciente, Ro-
los
*
es
Por esa razón, es realmente difícil comprender cuando se escuchan noticias de historias de abandono, desvalorización o maltrato —ni qué hablar de abuso— de padres hacia hijos. Debo reconocer que, como terapeuta, todavía, me cuesta comprender a aquellos padres que no ven a sus hijos, que los desvalorizan o que ante verlos. una separación pasan un tiempo
sin
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los cinco gelio, de 63 años, que con nostalgia recordaba cuando años intentaba mostrarle a la madre cómo tramarrojaba desde lo estaba la estaba concentrado No haciendo, polín a piscina. en que sólo estaba pendiente de su madre y le decía re1teradamente: ¡Mírame..., mirame..., mirame, mamá, mirame! Por estar tan fijado en la atención que su madre ponía en verlo, se descuidó, resbaló y se golpeó la cabeza con el borde del trarpolín, como resultado de lo cual sufrió un terrible corte en la frente. Es frecuente y hasta esperable que los niños encuentren en las figuras idealizadas de sus padres la fuente de nutrición relacional afectiva que les abastece de buena autoestima, más aún, es el cimiento de la futura valoración personal. Pero si en el mundo adulto quedamos fijados a este mecanismo de confirmación, culminamos en un automatismo, por el cual afanosamente deseamos encontrar la valoración a través de la percepción del otro y nos relegamos a un segundo lugar. Además, corremos riesgo de golpearnos varias veces la cabeza (como nuestro paciente del ejemplo), en el empeño de lograr el reconocimiento de otros. Si bien la familia puede considerarse la cuna de la valoración personal, debemos tener en cuenta que dicha valoración no es constante. En muchas ocasiones, los padres pueden estar ocupados —y preocupados— en otras tareas, que exceden el marco de la crianza personalizada de los hijos sobre todo en los tiempos actuales en que cunden la aceleración y el trabajolismo.” Pero no porque sean padres desprotectores o desafectivizados, sino porque, por ejemplo, necesitan trabajar para poder brindarles alimentación a los hijos, y eso puede demandarles muchas horas del día. Ese esfuerzo también es una expresión de amor no explícita, que un niño aún no puede comprender. Así es que los hijos pueden sentirse abandonados, pueden sentir que no se los toma en cuenta o, simplemente, que no reciben el afecto y la atención que necesitan. Pero, en realidad,
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los
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La adicción
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trabajo. 53
las posibilidades de los padres no son otras que las que desarrollan. Tal vez no se trata de la cantidad de horas que los padres se encuentran ausentes, sino de la calidad de horas que les brindan a sus hijos. Muchos padres, aun disponiendo de tiempo para sus niños y encontrándose bajo el mismo techo, tienen su mirada dirigida a otras tareas y no hacia ellos. La mirada hacia los hijos debe ser una mirada confirmadora y calificadora, en síntesis, atectivamente nutricia, no censuradora o crítica (es decir, cercana a la descalificación). Así es como una tarde mi padre observaba cómo desarrollaba un juego con mi hijo, que en ese momento tenía dos años. Me observaba con tanta atención que me inquietó. Me dijo: Mira, observo cómo juegas con Franco y me hace pensar que yo no tuve la posibilidad de estar disponible para ti, como tú lo estás para el. Yo estaba muy ocupado trabajando y ganando dinero para darles un bienestar a ti y a tus hermanos. Teníamos serios problemas económicos, yo era muy joven ynecesitaba, sobre todas las cosas, asegurarles un futuro. Tú, en cambio, a tu edad, estás más estabilizado económicamente. Yo me emocioné, porque ésa era una manifestación de amor. Era, tal vez, un pedido de disculpas por habernos restado tiempo. Yo me había casado a los cuarenta años era cierto, gozaba de una estabilidad económica que él no había tenido. Esto me daba una tranquilidad y un tiempo más prolongado para disfrutar libremente con mi familia. Las enseñanzas que los padres proveen a los hijos se dividen fundamentalmente en las propuestas de manera expresa como enseñanzas, y en las propuestas tácitas, que se aprenden en la espontaneidad de las interacciones. Los padres, en lo que respecta a la autoestima, pueden enseñarles a los hijos la valoración personal, connotarles positivamente las acciones, valorarles los errores como aprendizajes, hacerles colocar un peso importante en los afectos, enseñarles valores que consideren vitales para la vida, etc. Éstos
y,
son elementos que los hijos inocularán como producto de la relación que establezcan con sus progenitores. 54
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la
valoración personal través de la Hay otra forma de aprender identificación, como dijimos anteriormente. Los padres representan refiejan y pueden ver un espejo para los hijos. Un espejo donde lo que desean ser. Los padres no sólo enseñan explícitamente a sus niños a quererse, sino que también lo muestran a través de la relación. Más allá de las figuras individuales, la forma en que pareja de padres interacciona es una forma de mostrar un estilo relacional conyugal y parental, la manera de manifestar el afecto, ya sea mediante caricias, verbalizaciones, regalos, etc., en síntesis, todo es una fuente inagotable de identificaciones. El ojo del infante es un ojo avizor, obsesivo, tal vez cruel, porque no deja nada por ver. Es una especie de esponja que asimila y asimila sin dejar nada sin absorber. Un niño observa concienzudamente el manejo de los cubiertos para lograr copiar a sus padres. Una niña mira e imita a su madre cuando se maquilla, el niño, a su afeita. Luego, ellos jugarán a ser adultos y posarán padre cuando frente al espejo reproduciendo las acciones observadas, y cuando los asalte la adolescencia, en la antesala de la adultez, tendrán las herramientas que han aprehendido, listas para ser utilizadas. Quiere decir que parte de la autoestima se aprende por inocular la forma de comportarse de los padres con respecto a su propia autoestima, como señalamos, por identificación. Los padres podrán estimular resaltar las capacidades de hijos, y hasta connotarios positivamente rescatando el lado bueno de cada experiencia, pero si ellos mismos no se sienten valiosos ni tienen para consigo la actitud que pregonan con los hijos, hacen que éstos entren en contradicción. ¿Qué es lo que deberán aprender los hijos? ¿Lo que los padres hacen o lo que dicen? S1 los padres en realidad no se aceptan a sí mismos, si no se sienten orgullosos de ser quienes son, si no se connotan positivamente a sí mismos autovalorándose, entonces proceso de autoestimarse de los hijos se dificulta. Yo aprendo a valorarme o a sentirme valioso no sólo por ser querido o valorado, o porque se me diga que debo valorarme, sino
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porque quien me estima también se valora a sí mismo. Es decir, para que alguien pueda valorarse es necesario que sienta no sólo que el otro lo valora, sino que ese otro se valora a sí mismo. SI los padres desean que sus hijos se valoren, deberán comenzar ellos mismos ejercer su propia valoración. S1 hay un padre valorizador o una madre que sabe ver flanco positivo de las situaciones, si los miembros de la familia afrontan con seguridad las alternativas de la experiencia, si los padres tienen una actitud de reconocimiento hacia sus hijos o entre ellos, o si el clima familiar es afectivo, seguramente estas actitudes de cara a la vida se constituirán en mensajes por aprender para los hijos. El subtexto dice: Quiéranse, valorícense, afronten las situaciones de la vida con seguridad, porque ustedes tienen recursos. Y estos designios se reproducirán en futuras acciones. Cuando en un futuro estos hijos se conviertan en padres, podrán fundamentar futuras 1mágenes 1dentificatorias para sus propios hijos, y así, generación tras generación, en un circuito sin fin. El cimiento de la buena autoestima está determinado por el modo en que los padres, por diversas vías, le han enseñado a sus hijos a cuidarse, a ponerse en primer lugar, a valorarse y valorar la vida. Contrariamente, hay padres críticos, con el dedo acusador, descalificadores o abandónicos, rígidos, hiperexigentes, que siempre marcan lo faltante, que por culpa de su propia neurosis han descuidado la valoración de sus niños. S1 un padre, cada vez que su hijo se equivoca, en lugar de hacerle reflexionar acerca de su error, explicarle la solución, ayudarlo situación, felicitarlo por su intena que él mismo pueda resolver to, etc., se fastidia o brinda la solución mostrando signos visibles de molestia, si se vuelve crítico diciéndole: ; ¿No te das cuenta de que se hace así?!, o si le señala: ¡Se hace así! (realizando el suficiente aspaviento para que el otro se dé cuenta de que es un estúpido), al mismo tiempo que le envía la información correcta le está expresando que es un inútil o un tonto.
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No estamos haciendo referencia a un arranque ocasional, que cualquier padre puede tener, fruto del cansancio o del hartazgo. Un arranque de este tenor, inmerso en un mar de actitudes enriquecedoras, forma parte de la arquitectura de las relaciones paternofiliales. Estamos especificando aquellas actitudes descalificantes que, sistematizadas en el tiempo y en reacción en cadena, en el futuro desmoronarán cualquier psiquismo y la vida misma del protagonista. Por ejemplo, una madre que, cuando su hijo se equivoca, le indica cómo corregir el error de una manera descalificatoria, generará en el niño sentimientos de ineptitud e mutilidad. La repetición de este tipo de relación, creará un chico apocado, aislado e inseguro, con tendencia a ensimismarse, Este tipo de características se acentuarán en la escuela, cuando comience con dificultades de aprendizaje y las maestras citen a los padres y den su veredicto diagnóstico. La crueldad de los compañeros hará que pase de ser el burro del grado a ser blanco de bromas y que sea tomado por tonto del curso. 7onto y burro son dos rótulos con los que cargará toda la vida y acentuarán la desvalorización que el niño lleva a cuestas desde sus primeros momentos. N1 qué decir si termina estallando de forma desmedida, deslas ironías y agresiones de sus pués de haber acumulado reacciones compañeros, y golpea de manera brutal a alguno de ellos: rápidamente se convertirá en el violento, un chico del que no habrá que fiarse. En la adolescencia, en la escuela media, el joven se transformará en miedoso, aislará aún más por lo general, (al vetársele la entrada a grupos centrales) tenderá a integrarse en grupos marginales, donde encontrará una identidad y reconocimiento. Esos grupos constituyen el caldo de cultivo de lo que en numerosas ocasiones sucede en la marginalidad: delincuencia y drogadicción. Voila: aquellas actitudes de la madre, en una reacción concatenada a lo largo del tiempo, han cimentado a un futuro toxicómano. Casi en una polaridad inversa se encuentra la hiperexigencia o sobreexigencia, que también genera efectos devastadores en
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relación con la autoestima. El niño es sometido a un gran nivel de presión, siempre tiene como imposición rendir al máximo y, como esto fuese poco, se le remarca lo que falta para llegar a ese máximo. Por ejemplo: en lugar de valorizar el 9 que se sacó en la prueba de ciencia y tecnología, se le hace notar con aflicción que le faltó tan sólo un punto para el 10, anexándole la pregunta ¿Te pasó algo?
si
El mandato es: Debes ser el mejor en todo. El hijo no es rotulado con una valencia negativa, sino que se encuentra entrampado, más inteligente puesto que sólo será aceptado si es el más bueno, o el más educado. Dicho mandato se convertirá en una suerte de estandarte que representará a los padres socialmente y que ellos lucirán como trofeo de su educación. El círculo vicioso se estructura a través de la necesidad básica. y primaria que tiene todo niño de ser amado y aceptado por sus padres: no puede fallar, porque, de lo contrario, no merecerá el amor” de sus padres. Toda esta cadena desvalorizante se podría interrumpir, por ejemplo, mediante la oportuna consulta a un profesional, que intervenga idóneamente intentando cambiar el rumbo de este circuito. O una tía, un padrino, alguien que afectivamente se acerque a expreagujero afectivo que han sar amor y a valorizar al niño, salvando generado los padres. S1 los padres no logran proporcionarles a los hijos la nutrición relacional y valoración efectiva, no quiere decir que estos chicos no puedan tener otros referentes en quien respaldarse a la hora de valorarse personalmente. La presencia de tíos, primos, amigos o cualquier grupo externo a la familia puede constituirse en el re-
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un
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*
El patito feo, Cenicienta y Quasimodo son personajes que ejemplifican el las desvalorización abiertamente. Los superhéroes, en cambio, padecieron ese vacío afectivo primario del amor parental por diferentes circunstancias. Aunque no fueron sobreexigidos, sienten que tienen que satisfacer a todos para llenar ese vacío y sentirse valorados. No tuvieron la experiencia del cimiento de la buena autoestima y, al desconocerla, parecería que nada de lo que hagan es suficiente para que los valoren. No existen parámetros de confirmación, seguridad y confianza. rechazo
y
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ferente afectivo que genere los recursos para que la persona logre valorar-se, reconocer-se y estimar-se. Frente a las dificultades emocionales familiares, los grupos 0 personas secundarias (externos al grupo familiar) actúan como factores compensatorios que regulan las carencias afectivas. Quiere decir que, fuera del grupo familiar, un niño puede encontrar una autoestima funcional y saludable, un modelo de relación con los otros y consigo mismo, que le posibilite crecer. Muchas veces, el adulto desvalorizado elige una pareja complementaria que lo impulsa, lo nutre permanentemente, lo valoriza en aquellos aspectos donde la siente insegura. Y en esa compensación puede vivir toda persona la vida. El riesgo de este tipo de parejas es convertirse en una especie de apéndice del compañero. Semejante complementariedad y unión constituyen un modelo rígido de relación. Es en este estilo vincular donde otro se vuelve indispensable para la vida. El hecho de que partenaire llene ese vacío que crea la desvalorización no implica que el desvalorizado subsane su herida. Al contrario, forma parte del repertorio de intentos de solución fracasados por alcanzar una buena autoestima: cuanto más se le afirma que es valioso, más se crea la necesidad de que se lo repitan. No obstante, las cenicientas (de acuerdo con su grado de desvalor) descreen de las alocuciones calificantes de su entorno: a pesar de que el zapatito de cristal les calza justo, se resisten a aceptarlo. Y se escuchan una serie de respuestas prototípicas como: 7% me lo dices
se
el
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porque me quieres / Gracias, yo sé que me quieres impulsar / Todos creen que soy así pero se equivocan / Eres una exagerada / Yo no me veo así... tú siempre me elogias / Qué bueno que eres conmigo, me dices cosas para que me sienta fuerte / Todos me ven de una manera, pero no me conocen realmente. Al protagonista, entonces, nada le alcanza, puesto que su bolsa de autoestima nunca logra llenarse o, al menos, se llena de manera momentánea y, por tanto, perentoria. Las valorizaciones del afuera caen en esa bolsa interna que se halla agujereada y, permanente59
mente, se filtran y escurren entre sus diversas grietas. A todos nos gusta que nos valoricen, que la gente nos aprecie, estime y quiera, es una forma de reconocimiento narcisista que nutre, impulsa y empuja a crecer. Pero otra cosa es depender de estas expresiones para lograr estabilizar nuestra baja autoestima. La valoración personal es un proceso que va del fuero interno de la persona hacia el externo. No desde afuera hacia adentro. Nos equivocamos al buscar en el entorno aquello que debemos encontrar adentro nuestro. Se debe conectar con ese príncipe que existe en el interior, tal como reza la anécdota narrada en la introducción de este texto. UN OBJETO DE BRONCE SIN PULIR
Todos tenemos ese príncipe. Todos poseemos recursos y herramientas personales, capacidades que nos hacen hábiles para la conducción de ciertas situaciones. Sin embargo, una saludable autoestima implica también el reconocimiento de aquellas habilidades que no tengo, poder delimitar claramente lo que puedo o no puedo. Creer que podemos todo no es tener buena autoestima, es egolatría, o sea, la propia idolatría. Creer que podemos todo es también omnipotencia, es decir, ser potentes en todo, algo así como sentarse en diez sillas al mismo tiempo. Por supuesto que en numerosas oportunidades esto se traduce en pedantería y soberbia, aunque bien podría ser propio de una conducta delirante. En la soberbia, el ser humano —además de sentirse omnipotente— se sobrevalora y hace ostentación de lo que considera sus valores personales. Se posiciona alardeando fanfarronamente, en una actitud desvalorizativa y denigradora en la relación con sus interlocutores. El soberbio cree que todo lo sabe y tiene una posición asimétrica por arriba de los demás, una caricatura con el mentón sutilmente levantado que obliga a que su mirada sea hacia abajo. Habla como estuviese en una disertación universitaria.
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Pero también hay fanfarrones que no poseen este toque de pedantería. Por ejemplo, el fanfarrón es el que monopoliza la atención en las reuniones sociales, conduciendo diversos temas. Tiene la habilidad de leer superficialmente unos pocos artículos de curiosidades en revistas de divulgación, de memorizar algunas notas de Discovery Channel. Habla y habla seductoramente sin dar lugar a los otros y, a veces, queda en ridículo, porque intenta proporcionarle conocimientos técnicos de construcción a un ingeniero, eXplicarle los mecanismos inconscientes a un psicólogo, física cuántica a un físico o los mecanismos de clonación a un biólogo. Si compensaran su estilo con una cuota de humildad, esta categoría de sujetos realmente serían admirados. Así, tal cual actúan, entran en la categoría de Janfarrones bizarros. A estos sujetos mal se los podría llamar orgullosos. Justamente, la palabra orgullo es uno de los términos mal aplicados en el uso corriente. Por lo general, se emplea como sinónimo de soberbia: ¡Es un orgulloso!; ¡Eres un orgulloso!, ¿quién te has creído que eres? Y nada más equivocado. Estar orgulloso de lo que uno es, es lo mejor que le puede suceder a una persona. Es sinónimo de una valoración óptima y productiva. No implica que alguien sea superior a alguien, no es una mesura que denigra al otro; es una estimación personal de lo que vale. Orgullo tampoco significa sobrevalorarse. Sobrestimarse sugiere darse mayor valor del que se posee. El sobrevalorado cree que es alguien que no es. Adopta una posición defensiva que oculta los sentimientos de desvalimiento interior. Por ejemplo, alguien no consigue trabajo porque desea obtener un puesto de jefe o de gerente, ¡sin tener experiencia laboral, ni siquiera en teoría! Está convencido de que reúne los requisitos para ese cargo y piensa que otro cargo menor lo denigra, que no es para él, que no está a su altura. En realidad, si tomara un puesto de menor rango aspirado, ni desea concienciar. conectaría se con esa ineptitud que no quiere Entonces prefiere no trabajar antes que aceptar su desvalorización
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y, en general, termina escudándose en la política social y económila víctima que no consigue trabajo. ca del país, embanderándose
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Los humildes, en cambio, son los que no alardean ni se vanaglorian de sus conocimientos o habilidades. Muchos de ellos reconocen que las poseen, pero no por esa razón andan por la vida haciéndole recordar sus virtudes a la gente. Para definirlos claramente, son aquellas personas que nos sorprenden por sus capacidades, puesto que nunca se nos hubiese ocurrido que formaran parte de su repertorio. Son algo así como una caja de sorpresas, de donde emergen recursos y recursos que no encajan con el estilo de bajo perfil que aparentan. Pero los humildes son muy diferentes a los que actúan una falsa modestia. Los falsos modestos son las personas que intencionadamente muestran un perfil de humildad y se las ingenian para que sea el interlocutor quien alardee y resalte las condiciones que ellos tratan de ocultar para que se evidencien. Es decir, no es el protagonista el que ostenta, es el partenaire comunicacional el que rebela lo que supuestamente ellos no desean mostrar. Esta categoría de sujetos tiene una forma particular de vanagloriarse. No son ni fanfarrones ni petulantes, son ególatramente modestos: muestran otro se dé un flanco de incapacidad que deja un margen para que cuenta de que es capaz, y anhelan que su compañero de comunicación revele su potencial. Orgullosos, soberbios, humildes, falsos modestos, sobrestima-
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dos, ególatras, fanfarrones, ostentosos, petulantes y omnipotentes la fauna humana, que por diversas vías son algunos especímenes intentan buscar reconocimiento y defenderse debido a sus fuertes sentimientos de minusvalía, que consciente o inconscientemente se encargan de ocultar. Defensas más o menos, todos somos algo así como un objeto de bronce del 1800. Una pieza de metal repujado y labrado finale mente. El bronce, si no le prestamos atención y no lo pulimos damos brillo cada tanto, se opaca y adquiere tonalidades verdosas.
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Se mancha cuando se lo manosea. Un objeto de bronce brillo no Al resalta luce, pasa desapercibido. en comparación opacarse, no con el resto. Un objeto de bronce de 1800, opaco, un objeto viejo que puede ser arrumbado en un depósito de chatarra. Cuando nos
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opacamos, nos apocamos. Es necesario que nosotros mismos logremos limpiar nuestro bronce. Pulir cada una de las partes del objeto cinceladas, cada saliente y cavidad. Enaltecerlo. Un objeto de bronce del 1800 reluciente puede ser el centro en una vitrina de una gran exposición. Deja de ser un objeto viejo, para ser categorizado como un objeto antiguo, digno de un exquisito anticuario. Todos pueden señalarnos qué bellos somos y cuántos recursos poseemos, pero nadie puede limpiar nuestro bronce por nosotros. La buena autoestima no solamente es fruto de la espontaneidad, sino que también se aprende en este sentido, es un trabajo cotidiano. Aprender a quererse, a valorarse o reconocerse, implica todos los actos de vida. Una valoración saludable es fruto de la nutrición afectiva y relacional de la que hablábamos anteriormente, aquella que nuestros padres valorizadores nos enseñaron; aunque también, como parte del aprendizaje de la buena autoestima, nos debieron enseñar a la valoración del entorno. ser autónomos y a no depender También debemos aprender cómo nuestro interlocutor nos dice Te quiero. Muchas veces buscamos que otro nos valore y nos quiera como nosotros deseamos que nos quiera, bajo los códigos de nuestra propia valoración, sin tener en cuenta el estilo afectivo del otro. Siempre recuerdo a Tito, que luego de separarse se fue a vivir con su madre, una italiana retacona, viuda, fuerte y trabajadora. Él se quejaba de que su madre fría, de que nunca lo abrazaba ni le daba un beso y mucho menos decía que lo quería. Tito estaba muy sensible divorcio después (su mujer lo había engañado con otra mujer) y su lagrimeaba porque se sentía solo, aun estando con su madre. Él medía con su propia vara de manifestación afectiva, lo que su madre brindaba. Tito era como su padre, afectivo, abracero, expli-
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citador de cariño, un patito buscador de reconocimiento. Un día, en decía te quiero: todas una sesión, pudo reconocer cómo su mamá las mañanas, cuando él terminaba de ducharse para salir a su trabajo, alcanzaba el toallón que había calentado en la estufa y le su madre traía un mate mientras se afeitaba. Por las noches, lo esperaba con la comida caliente y se sentaba atendiéndolo, mirándolo mientras comía y preguntándole si estaba rico el plato que le había preparado. Tito se acostumbró a entender el código afectivo de su mamá: ella todos los días le decía te quiero con esas acciones. Entonces, cada vez que se iba a su trabajo, le daba un beso y le decía: Yo también te quiero. El concepto de nutrición relacional (Linares. 1995) es fundacional en relación con la autoestima. Constituye la retroalimentación afectiva que, entre los seres humanos, impulsa, estimula y favorece el crecimiento. La autoestima saludable, en síntesis, está cimentada en el amor. No en vano, en la mayoría de las patologías psíquicas, se encuentra un déficit de amor como sinónimo de valoración y calificación y, en cambio, se halla la descalificación y el desvalor, hasta llegar a la desconfirmación,' que es el grado máximo de nulidad del ser humano. Cualquier muestra de reconocimiento es una forma de expresar cariño. Cuando valoro algún aspecto del otro, reconozco su capacidad o connoto positivamente sus habilidades, en principio estoy afecto el que motiva a recortar y resalmostrándole mi afecto. Es tar esos aspectos positivos del interlocutor, que, cuando se expresan, en los subtítulos se lee 7e quiero. Es esta misma razón la que me lleva a concienciar mi potencial y mis virtudes. Cuando reconozco en mí esos valores, me estoy
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En este punto cabe aclarar que, mientras que la descalificación confirma la el hecho de desvalorizado, en la desconfirmación el otro no existe. En el primer caso, el interlocutor está presente para ser hostigado y peyorativizado, y es esta misma denigración la que confirma su presencia. Mientras que en el segundo, el interlocutor es transparente o invisible, o sea, recibe una muerte artificial que borra su existencia.
presencia del otro por
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queriendo. Por semejante motivo, la autoestima es quererse a sí mismo. No como narcisista que sólo puede mirarse a sí mismo, sino quererse bien para querer bien a los demás. En este sentido, se trata de colocarse en primer lugar. La pregunta que el protagonista debe realizarse de cara a una acción no es qué necesita el otro, sino qué es lo mejor que le puedo dar de mí al otro. Patitos feos, cenicientas y otros desvalorizados o minusválidos afectivos andan por el mundo relegándose a un segundo o tercer puesto y ubicando en primera línea al interlocutor con el fin de satisfacerlo. Se pierden de sí mismos, se pierden a sí mismos. Se constituyen en expertos en detectar los deseos de otros, pero son los sordos relación propios. ciegos y Como veremos más con en adelante, uno de los grandes fracasos en la búsqueda de valoración intentar e intentar sistemáticamente encontrar valorapersonal ción propia en el reconocimiento ajeno. Uno de los factores de inhibición del propio reconocimiento es la creencia de que uno es un pedante o soberbio si explicita o
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reconoce en público que es, por ejemplo, bello, inteligente, capaz, reflexivo, etc., o incluso hasta egoísta si, además de reconocer la propias virtudes, es autónomo y no espera el reconocimiento de los otros. No se trata de que los deseos o las necesidades de los demás no me interesen o me importen un comino; simplemente se trata de escuchar, entender y respetar lo que al otro le sucede y no intentar automáticamente ayudar a llenar esas carencias haciéndose cargo de tan ardua tarea. Es decir, cargarse al hombro el problema del otro con las secretas expectativas de recibir valoración y aprobación. Tampoco colocarse en la posición de falsa modestia, intentando mostrarse humilde con la finalidad de producir en el entorno una reacción de valoración y reconocimiento. Pero cabe aclarar que no es todo color rosa en el panorama de la valoración personal autoestima, ya que no en todas las situaciones se hallará en equilibrio. No debe confundirse valoración con sobrevaloración. La sobrevaloración se emparienta con la omnipotencia a
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la que hacíamos referencia anteriormente. No estamos capacitados para todo. La verdadera autoestima positiva implica no sólo apreciar nuestras potencialidades y valores personales, sino reconocer nuestras debilidades o ineptitudes. Cuando afrontamos una situación desde la seguridad, quiere decir que estamos seguros de en qué aspectos estamos capacitados y de qué adolecemos. Pero es lógico, dentro de la lógica racional en situaciones emocionales, que estemos nerviosos, ansiosos, tensionados, si la situación a afrontar nos halla con poco vuelo para desempeñarnos de manera idónea. El problema no radica en este punto, puesto que una persona responsable responderá que no acepta debido a su impericia o, al menos, hablará de sus imposibilidades. El problema radica en la persona que cuenta con las capacidades específicas para la situación, pero que está convencida de que no tiene, no por desconocimiento, sino porque no las valora en sí misma 0 ni siquiera las conciencia. En síntesis, la valoración es un proceso que se metaboliza puertas adentro en nuestra mente y en nuestras emociones. Reiteramos: es un proceso que va de adentro hacia fuera, y no de afuera hacia adentro. Solamente somos nosotros los que debemos valorarnos: recapacitar acerca de nuestros valores personales, sentimos valiosos para nosotros mismos y para los demás. Es sentir que, cuando estamos con nuestro interlocutor, podemos ofrecerle lo mejor de nosotros mismos a sabiendas de nuestros recursos y capacidades, lejos de la idealización y la omnipotencia. Sin embargo, la mayoría de los seres humanos toman el camino inverso: se pasan la vida haciendo todo lo posible para que los reconozcan y valoren, hasta convertirse en verdaderos trabajadores de una falsa autoestima; hacen demasiado a toda hora para generar en los otros valoración, reconocimiento, cariño, apreciación y confirmación, entre otras cosas.
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EL PATITO FEO Y LA CENICIENTA: LA DESVALORIZACIÓN HUMANA ¿Por qué puede un árbol dar sus frutos? ¿Por qué el sí? ¿Por qué yo no? ¿Por qué no puedo tener mi siembra, mis semillas y mi hembra”, ser completo. ¡Quasimodo! ¿O no se enteran?, que adentro mío, ¿ho lo ven?, ¿no lo pueden ver”, ¡qué yo bello soy! El
jorobado de París
Es frecuente que, cuando la gente se saluda, diga Hola, ¿cómo estás?, ¿bien? O que, cuando se despida, augure buenos deseos como ¡Que estés bien!, ¡Cuidate! o ¡Que te vaya bien! Lo cierto es que uno puede desearse y desear que la suerte nos acompañe, pero no siempre hacemos lo correcto para obtener los objetivos deseados. ocasiones en que, lejos de connotarnos de manera No son pocas tirarnos, a sentirnos inferiores en algunas positiva, tendemos tuaciones o a vivir una circunstancia determinada como una prueba eficaces los resultados. en la que no lograremos ¿Quién no ha imaginado que no puede, que no es capaz, que no está preparado, que no tiene los recursos necesarios para sortear una situación de forma efectiva? A todos esas emociones desesperanzadoras se les contraponen —con la intención de revertir el probable fracaso— los deseos de ¡suerte!, ¡merde!, ¡buena fortuna!, y todas las alegorías que uno puede invocar deseándole bien al otro. Las también munirse de amuletos, pueden objetos cabalísticos personas portadores de buena suerte o entregarse al más sofisticado ritualismo. Pero a pesar de que uno pueda autoestimularse y esforzarse por ver los atributos positivos particulares, todos estos augurios potenciadores de autoestima tratan más bien, en una lucha sin cuartel,
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si-
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de socavar a los demonios devalorizadores y descalificadores, que irrumpen a la hora de transitar una situación dificultosa. Todos estos deseos y augurios de buena suerte intentan volcar la rueda de la tortuna hacia el lado del sí, o sea, hacia el 50% positivo, socavando el 50% de posibilidades del no. Es una tendencia casi universal temer en exceso el resultado negativo frente a una prueba determinada, un examen, una decisión inminente, un negocio importante, en síntesis, ante la espera de una respuesta que marca una definición o ante cualquier situación en que se ponga en juego ser fantasías catastrófiaceptados o rechazados. Son más numerosas ideas la de se proliferación cas que que acerquen al buen resultado. No es un efecto espontáneo o un automatismo cognitivo el hecho de que la gente naturalmente piense que los resultados serán positivos. Por tal razón, es necesario acentuar con énfasis la suerte y cruzar los dedos o apuntar el dedo pulgar de la mano derecha hacla arriba como los emperadores romanos, que sentenciaban la vida o la muerte según cómo colocaban su mano. Si no pesaran tanto los aspectos negativos, no sería tan necesario colocar demasiados augurios de buena suerte, y la gente estaría más segura de los resentiría menos ansiosa y casi sultados satisfactorios o, al menos, daría por hecho la posibilidad positiva. Este peso sobre las variables negativas es el blanco del trabajo terapéutico de los psicólogos, que se encargan de que las personas conciencien el riesgo de hacer valer desproporcionadamente las fantasías negativas sobre las situaciones. Los terapeutas trabajan sobre los potenciales de la gente, hacen dramatizaciones de la experiencia esperada con el fin de programar positivamente, realizan viajes dirigidos para lograr anticipar y planificar la futura situación final de cuentas, es una lucha contra los de manera óptima. Todo, fantasmas negativos y descalificadores que asaltan a la persona ante una respuesta inminente. Resulta contradictorio que, en lugar de apoyarnos en nuestro costado valioso, es decir, en nuestros recursos, potenciales y atri-
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butos de valor, tendamos a hacer hincapié en el flanco de nuestras debilidades, desvalores, o de aquellos recursos que no poseemos en nuestro repertorio. Es el momento en que nos asalta una serie de sentimientos y sensaciones autodescalificantes. Éstas son algunas de las conductas que se desarrollan en torno las sensaciones autodescalificatorias, que los psicólogos cognia tivos dieron en llamar “distorsiones cognitivas”. Muchas de ellas se emparientan y poseen diferencias sutiles, aunque la importancia radica en el grado de negatividad y desvalorización que impera en la cognición, la emoción y las acciones. Veamos algunos ejemplos: *
La impotencia, que confronta a la persona con todas sus imposibilidades y su desvalimiento personal. El protagonista se siente un minusválido entre gente superpoderosa, o un pobrecito en un mundo de ricos, un patito feo entre cisnes hermosos. Se manifiesta en su cuerpo mediante posturas de abatimiento, genuflexión y encorvamiento. Y en su discurso se expresa mediante frases como No puedo No voy a poder / No soy capaz / Esto no es para mi, es demasiado / No me debí presentar.
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La timidez y la vergiienza son dos comportamientos que se desencadenan frente a la posibilidad de mostrarse en determinadas situaciones que pueden vivirse como prueba o evaluación, por ejemplo. En general, las personas con estas características piensan que los otros hacen una evaluación sobre ellas. Es decir, en cada situación nueva, desde una entrevista por un puesto laboral (que si bien es una evaluación, se vive con el doble de peso emocional) hasta la llegada a desvalorizado se inhibe una pequeña fiesta de cumpleaños, y emergen supuestos descalificadores hacia sí mismo. Los ideacional y supuestos de este tenor son construidos desde fácilmente se traducen en acciones concretas, confeccionando catastróficas realidades.
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También pueden aparecer cuestionamientos similares basallena dos en la impotencia, través de la duda. La persona de preguntas que, lejos de valorizarla, la abaten, puesto que la confrontan con las cosas (personas, objetos, situaciones) que está convencida de que no puede controlar. Por ejemplo, ¿Podré? / ¿Reuniré los requisitos que piden? / No sé si soy la persona adecuada para hacer esta tarea... ¿A quién se le
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se
ocurrió que yo debía venir aquí?
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Un estilo clásico de manifestar la desvalorización personal las autoinculpaciones. Nuestra queson los autorreproches rida Cenicienta se agrede a sí misma, atribuyéndose culpas que no le corresponden. Por lo general, los desvalorizados son culposos que tienden colocarse como un cubo de basura, donde se expían las lacras y los demonios propios y del entorno. Los autorreproches no sólo se expresan en severas autocríticas, sino también mediante rumias mentales que, como pensamientos repetitivos, taladran el cerebro del desvalorizado creando estados de ansiedad y angustia, y agudizando las críticas y reproches culposos, por ejemplo: 4 mí no me da la cara / La verdad que estuve mal, siempre me equivoco / ¿Cómo voy a presentarme si no doy el perfil? / La culpa es mía, la herí, no le debí decir... / ¡Pobre!, ¿cómo le voy a decir eso?, me parece que estuve... agresivo. Los cognitivistas llaman a estas distorsiones personalización (Riso. 2009).
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La autoatribución culposa no mide otras variables del contexto que pudieron haber repartido la torta del error. Los patitos feos personalizan el hecho, se creen los ejes protagónicos de la escena, sin toresulmar en cuenta a otros participantes que han colaborado tado. Un marido con cara de enojo hace que la esposa piense en qué habrá hecho se sintiese mal. Una madre que observa para que en
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a su hija malhumorada intenta hacer cosas para reparar o complacerla, en el supuesto de que es la causante de su malestar.
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La telepatía es una de las formas más utilizadas en la desvalorización. La persona tiene la creencia certera de lo que los él demás están pensando ella. Cualquier situación puede ser una oportunidad para pensar lo que los otros están pensando del protagonista. La entrada en una fiesta, por ejemplo: Me miran mucho... Seguro que estoy ridícula / Esos estarán hablando de mí... Sabía que esta chaqueta me iba muy holpatito puede sentirse casos en que gada. No son pocos casi paranoico: cualquier cuchicheo o mirada insistente será un indicador de alguna desvalorización hacia él. Este supuesto será una realidad para él y actuará en consecuencia, genesus relaciones. rando graves problemas
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Los casos de rigidez desvalorizativa muestran a un desvalorizado con una imagen calamitosa y duramente establecida de sí mismo, cualquier valorización o exaltación de su persona es repelida o simplemente no tomada en cuenta. Más aún, cuando la gente elogia al protagonista, éste puede creer que es una burla, que no es sincero, que es simple complacencia. Es decir, cualquier interlocución es comparada con el supuesto autodescalificante de la persona, y aquella que no se amolde o coincida es rechazada. De la misma manera que muchachas anoréxicas, que —a pesar de su delgadez extrema— siempre se ven gordas frente al espejo, Cenicienta continúa siendo Cenicienta, a pesar de lucir su traje de princesa.
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Los catalogadores son aquellos desvalorizados que asignan características negativas, tanto a sí mismos como a los demás. Se rigen por el refrán para muestra basta un botón, puesto que de un particular construyen un general, es decir, 71
toman un comportamiento y lo convierten en tipología de personalidad. Es común escucharlos diciendo Es una mala persona, en lugar de Tiene algunas actitudes desagradables, o ¡Soy un fracaso!, en lugar de ¡Me equivoqué!
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formas prototípicas
los patitos y las
cenicientas es tratarse como un tonto o discapacitado, adjudicarse motes que implican deficiencia, ineptitud o inutilidad. Son verdaderos flagelos y maltratos a los que un desvalorizado se somete. Por ejemplo: Soy un tarado / ¿A quién se le ocurre hacer esto? Solamente a un imbécil como yo Realmente soy un inútil y me merezco lo que me pasa / La verdad es que soy un debil, le debí decir... Una
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La expresión podría haber hecho, o sea, la utilización del potencial, es común como una forma de autodescalificación y también de autorreproche. Siempre se tiende a marcar lo que falta y no a connotar positivamente lo que se llevó a cabo. Aplicando una escala numérica, si se llegó a 7 puntos, no se valora. En cambio, se remarcan los tres puntos que faltan 10, que es el máximo puntaje. para alcanzar
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Otra de las formas de usar el potencial tiene que ver con el debería. En este tipo de procesamientos, nuestro querido protagonista tiende a remarcar cómo debería haber actuado o cómo debería haber sido la situación. Detrás de estas formas de ver las cosas subyace un fuerte nivel de hiperexigencia de lo que debe ser, en detrimento de lo que se siente. Los psicoanalistas describirían un superyó estricto y rígido. Son imperativos (Beck y Freeman. 1995) que se imponen en la consciencia con los simultáneos reproches y autoinculpaciones.
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El podría haber hecho, el debería y el podría haber sido y no fue constituyen una tríada basada en el remordimiento y el fracaso. El si hubiese sido es una forma de refugiarse en el pasado, las decisiones fallidas y en el afán de remarcar los equívocos lo que hubiese sucedido si no se fallaba, cuáles hubiesen sido los resultados. Si hubiese viajado a instalarme en el exterior, ¿ahora dónde estaría? No me tendría que haber casado tan joven, ahora no le daría explicaciones a nadie / Si hubiésemos probado con ese médico, papá no hubiese fallecido.
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En la predicción del futuro, la persona tiene una gran habilidad para adivinar lo que le va a suceder. Es una visión pesimista y negativa sobre situaciones inminentes o relacionadas con la concreción de proyectos. La cenicienta puede pensar que fallará en su próxima entrevista laboral, que no podrá rendir bien en el examen o que su matrimonio será un fracaso. También se apela a las racionalizaciones y justificaciones para enmascarar la posibilidad de no llevar a cabo una acción. Como en la famosa fábula del zorro, que prefirió afirmar que las uvas estaban verdes antes que enfrentarse con la imposibilidad de recogerlas. La persona suele justificarse con frases que, en general, comienzan con la expresión La verdad..., y continúan con la racionalización correspondiente, por ejemplo: La verdad que no tenía muchas ganas de rendir en el examen... es una materia que no me despierta interés... (en realidad, la materia le encanta, pero el profesor le da miedo, es demasiado exigente), o La verdad que se me hizo tarde, tuve mucho trabajo (en realidad, dio vueltas y vueltas antes de salir). Estas justificaciones encierran y ocultan sentimientos de impotencia y minusvalía que el patito ha cubierto con una armadura para poder manejar (de manera perentoria) las situaciones sociales. 73
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En la misma línea que lo anterior, hay desvalorizados echadores de culpa, que con el fin de justificar su impotencia o sus temores fracaso, depositan la culpa de sus desaciertos o del hacer no en los miembros de su entorno o de su propia historia. Por ejemplo, adjudicar la culpa de no haber concretado una carrera universitaria a los padres que no le inculcaron la noción del estudio, o no asistir a una fiesta porque el marido estaba cansado, o ser ama de casa porque el marido no la dejaba salir a trabajar.
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Los patitos inmovilizados son aquellos que se sumergen en una profunda inacción, fruto del temor a fracasar. Para evitar que su fantasía de rechazo cobre realidad, prefieren no hacer a jugarse y errar. Esta forma de actuación evitativa termina convirtiéndose en un estilo de personalidad emparentado con la fobia al compromiso el consecuente empobrecimiento de la persona, dado el estancamiento que produce. La persona parte de la falta de confianza en sí misma, imagina lo que el Interlocutor piensa (generalmente algo descalificante) la de frente rechazo, se repliega y escapa o posibilidad a y, elude la situación.
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A pesar de que siempre se dice que /as comparaciones son odiosas, es inevitable realizarlas. Los desvalorizados tienden a compararse con los otros desde una perspectiva bastante
distorsionada. No sólo distorsionada para sí, sino distorsionada para los otros. Siempre los otros saldrán victoriosos en la comparación, lo que coloca a los patitos en una total asimetría por debajo (lo que los terapeutas de Palo Alto” señalarían
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El grupo de Palo Aito se refiere a los célebres terapeutas que iniciaron una la cibernueva teoría de la comunicación, basada en la teoría general de sistemas nética, conocimientos que más adelante constituyeron la “terapia breve”. Algunos integrantes de ese grupo formaron parte del Mental Research Institute, un prestigioso
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como one down position). Los desvalorizados son expertos en observar flanco positivo de los otros, pero no en calificar su cual salen perdiendo en la compropia persona, razón por paración. Si bien la comparación tiene visos realistas cuando se realiza con personajes que se destacan y son imposibles de superar, el desvalorizado también saca poca renta de las comparaciones que se establecen con gente común.
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Los desvalorizados siempre tienden a hacer minimizaciones. Cuando se describen en algún logro o alguna jugada que les ha salido muy bien, no tienden a destacarlo, sino, muy por el contrario, a minimizarlo. Es típico caso en que algo que se obtuvo se desmerece o se se buscó durante mucho tiempo opaca en lugar de calificarlo como un hecho muy positivo. En una materia de la universidad muy difícil, el patito fue uno de los pocos aprobados y dice: Bueno, no es para tanto, estudiando cualquiera aprueba...
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En los pensamientos catastrofistas, la fatalidad invade a la de una simple negatividad, son imápersona. Van más genes terribles que en general se desarrollan en los aspectos afectivos. Las visiones catastróficas en los desenlaces amorosos son un claro ejemplo de estas distorsiones cognitivas, con vivencias frecuentes de desamparo y fracaso: Si me dejara, sentiría un dolor terrible / Si me despidieran, estaría total-
allá
mente perdido. *
Es común que una persona, de cara a sus sentimientos de ineptitud, se sumerja en conductas evitativas que eludan la responsabilidad de llevar a cabo la acción o situación pre-
instituto que nació en la década de 1960. El grupo estaba conformado por G. Bateson,
J. Haley, R. Fisch, J. Weakland, P. Watzlawick, D. Jackson y V. Satir, entre otros.
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vista. La evitación se produce por olvidos, asumiendo otros compromisos simultáneos con la situación que se debe afrontar, usando racionalizaciones o postergando in aeternum, es decir, dejando siempre para mañana posibilidad de llevar a cabo una acción determinada.
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Las sobregeneralizaciones consisten en elaborar un patrón negativo a partir de un hecho negativo. En este sentido son similares a las catalogaciones: basta un detalle negativo de una situación, para crear una ilación catastrófica. Sobregeneralizar implica hacer de un particular una generalidad. Este automatismo ejercita la visión del vaso medio vacío en todas las situaciones que deben afrontar los patitos. El pensamiento todo o nada es un buen ejemplo de una forma de procesamiento de la información y razonamiento que termina por apocar a la persona. Se pasa de un extremo a otro pasando por alto toda la gama de posibilidades intermedias. Este automatismo cognitivo establece que, si no se es rico, se es pobre; si no se es inteligente, se es retrasado mental; si no se es el mejor de la clase, se es un mediocre. En otras circunstancias, es el cuerpo el que reacciona e impide hábilmente la posibilidad de cumplir la tarea que debe afrontarse. Un dolor de estómago a tiempo, espasmos gastrointestinales, diarrea, terribles jaquecas, desmayos, baja presión con el consecuente sudor frío y palidez, taquicardia, palpitaciones, alergias cutáneas inesperadas, mareos, náuseas, síntomas que bien pueden confundirse con un ataque de pánico, pueden psicosomatizarse con fin de eludir o no
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asumir una decisión, acción o situación. Claro que persistencia de estos mecanismos sintomáticos en el tiempo genera resistencias al cambio. O sea que tanto se utilice la misma vía 76
de descarga, tanto se daña al órgano, tanto se instituye como mecanismo personal, que se crean verdaderas enfermedades psicosomáticas. Contrariamente a las personas que tienden a ver el lado positivo de las cosas o situaciones, las cenicientas son expertas en descalificar lo bueno de lo que sucede. Los éxitos o los resultados a favor son menospreciados o tomados como fruto del azar o la casualidad. Las capacidades o recursos personales son minimizados o, más precisamente, descartados. El logro de realizar una buena entrevista como pasaporte para visto como fruto de la suerte. En conseguir trabajo puede lugar de valorar el haber sido seleccionado para entrar a la universidad, un estudiante prefiere ver el favor que le hizo el profesor en la entrevista de admisión.
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Beck (1983) designó como abstracción selectiva a las distinciones negativas que se trazan al describir situaciones. Los patitos feos hacen hincapié en los aspectos nefastos, tanto en los personales como en los de otros o de algunas tramas. Siempre encuentran las partes negativas de una historia, en tanto que los protagonistas son idóneos; de manera automática ponen el foco en los aspectos que son realmente nocivos. Estuve desastroso, dijo un profesor de colegio secundario, porque en un acto había articulado mal dos palabras. Estos pensamientos, emociones y actitudes autodesvalorizativas son los que emergen en el desvalorizado a la hora de afrontar una situación en la que cree poner en juego su capacidad personal. Lamentablemente, es cierto. Sí, se puede convivir con la desvalorización toda la vida y, más aún, se la puede perfeccionar y hasta ampliar. Los intentos por solucionar la baja autoestima, por lo general, fracasan y, por tanto, sostienen la desvalorización a lo 77
largo de años. Las personas se refugian buscando el reconocimiento en su entorno o, por ejemplo, autoproclamándose: ¡Vamos, tú puedes, tú puedes!, como el eslogan típico de los pastores de ciertas congregaciones. O bien, pueden refugiarse urdiendo diferentes estrategias (de las que hablaremos más adelante), con el objetivo de sanear su autoestima dañada. En otras ocasiones, ni siquiera son conscientes del grado de desvalorización que poseen. La persona ha construido un mundo donde sólo hace cosas para que lo quieran. Puede ser más o menos susceptible a que no lo tengan en cuenta, pero vive y crece otorgándole preeminencia a los deseos de los otros y postergándose sistemáticamente. Éstas son algunas de las estrategias a las que recurre el ser humano para salvarse de sentirse trapo de piso, cucaracha, rata de albañal, inútil, inepto, minusválido, grano de arena, burro, tonto, idiota, entre otras alegorías descalificantes. Pero ninguno de estos algo persiste, quiere recursos es efectivo, puesto que, de hecho, decir que no se encuentra solucionado. Más aún, todo lo que persiste, resiste: cuando algo (un gesto, una acción, un rótulo, un estilo, un problema, etc.) adquiere sistematización en el tiempo, desarrolla mayor resistencia al cambio. Además, la persistencia está en la forma en que intentamos solucionar la baja autoestima. Los seres humanos, en general, utilizamos un método muy convencional para las soluciones: la lógica racional y matemática. Somos poco creativos y nos conducimos con un repertorio limitado de formas de solución, que nos lleva a hacer más de lo mismo. Por supuesto que si hacemos más de lo mismo, obtendremos más del mismo resultado. Nos cuesta cambiar. Sobre la base de un cabezadurismo lógico-matemático, solemos aplicar más de la misma dosis, a pesar: de que ya la hemos aumentado repetidas oportunidades y el medicamento no es efectivo. Resulta hasta extraño: siempre reiteramos el mismo método que nos condujo al resultado erróneo, pero lo modificamos. no lo cuestionamos
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Estos cambios, bajo la misma perspectiva, son cambios del no el estilo en que intentamos cambio. Hace falta modificar la forma cambiar, para realmente obtener resultados diferentes. Y para llegar al producto deseado, en muchas ocasiones no se debe aplicar lógica racional, puesto que en los problemas humanos, en los que las emociones y los afectos juegan un papel protagónico, la suma de 2 +2 no siempre es 4. Sin embargo, intentamos la suma una otra vez, esperando el resultado correcto. Por lo tanto, en este caso los fracasos ratifican la desvalorización personal. El resultado de cada acto en que se volvió a aplicar la solución equivocada reafirma la baja autoestima y todos sus sentimientos concomitantes y subsecuentes. Ejemplos de soluciones fallidas hay cientos. El fóbico a los ascensores, subterráneos o espacios cerrados, se repite una y otra vez frente a la situación temida: ¡No me va a suceder, no me va a pasar...!, para lograr que esa frase sea la llave efectora de toda una cadena de síntomas. Es la anoréxica que, como no come, todo su círculo afectivo le dice: ¡Come, come!, y ella más rechaza la comida. Es depresivo que se halla desganado, triste, angustiado, y no tiene deseos de levantarse de la cama, y cuando la esposa sugiere: ¡Mira qué hermoso día de sol, levántate, salgamos a pasear!, además de cargar con su tristeza, se siente un inepto, porque todos le recomiendan lo que debe hacer y él no logra realizarlo. Por lo general, los intentos de solución fracasados confeccionan profecías autocumplidoras. Estas profecías son todo un fenómeno psicológico: se elaboran en la cognición, o sea, se parte de un supuesto, una idea, y se actúa en consecuencia. Ese supuesto es tan fuerte que las acciones que de parten terminan construyendo realidades que lo confirman. Por ejemplo, s1 yo veo que mi interlocutor frunce la nariz y supongo que está aburrido con lo que estamos hablando, comenzaré a desarrollar algunas actitudes para llamar su atención. Posiblemente esas mismas actitudes lo lleven a aburrirse, ¡cuando en realidad fruncía la nariz simplemente porque picaba!
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El esposo ve a su mujer arrugando frente y le dice (afirmando): Estás enojada. Ella le contesta: ¡No!, ante lo cual él insiste: ¡Dale, estás enojada! Ella le replica: ¡Te dije que no estoy enojada! Y él le dice: Mira, te conozco, ¡y sé que estás enojada! Ella (con visibles signos de enojo, porque su esposo cree) responde: ¡7e dice: ¿Viste que estás enojada? dije que nooo! Y él También estas profecías construyen realidades sociales y hasta tienen su repercusión en la economía. Si se inventa y divulga que habrá escasez de combustible, es factible que los automovilistas se dirijan a las gasolineras a cargar. Comenzarán largas colas, que reafirman a otros automovilistas que no habrá combustible. Los que cargan intentarán llenar el tanque, razón por la que la nafta se acabará en corto tiempo y en las gasolineras se colocarán los carteles: No hay combustible. Del supuesto inicial, a la construcción de una realidad. Los desvalorizados, en el intento fracasado de encontrar reconocimiento, al obtener el resultado contrario al que desean, terminan consolidando su propia desvalorización en la realidad cuando se trata de lograr valorización del entorno. Es caso de los patitos feos dadores, que siempre están dispuestos a ayudar a todo su círculo afectivo, y por semejante incondicionalidad, terminan siendo usados y maltratados; también es de las cenicientas, que siempre privilegian el deseo de los otros y se sienten frustradas porque han pasado su vida sin cumplir los propios. Ambas especies de desvalorizados intentan denodadamente encontrar la seguridad de las relaciones. Tratan por todos los medios de crear incondicionalidad amorosa en los vínculos, como sinónimo de reconocimiento hacia su persona. Aunque la incondicionalidad amorosa (como señalamos anteriormente) es utopía, una de las principales formas de encontrarla es a costa de la propia incondicionalidad. Los desvalorizados abastecen plenamente buscando valor para sí mismos, colocan en primer lugar los otros, no dejan fisura en los vínculos y terminan dependiendo en una posición vincular por debajo. No permiten que el otro desee o sienta no
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necesidad de ellos, puesto que antes que requiera algo, allí están ellos abasteciendo la demanda. Este grado de esclavitud afectiva no posibilita que el otro extrañe a nuestro protagonista. S1 extrañar es recordar con deseo de estar con el otro y a la vez sentirse extraño por la falta del otro, un patito que llene todas las grietas no da lugar a que sientan su falta, a que lo necesiten, por lo tanto, se vuelve invisible. O sea que la incondicionalidad amorosa lleva a la invisibilidad, cuando lo que se busca es el efecto contrario. Con lo cual el desvalorizado confirma su desvalor la realidad. Bien podría afirmarse que la desvalorización es uno de los padecimientos más profundos y comunes de nuestro tiempo. La baja autoestima es una sensación que dilapida y desbarata proyectos, bloquea la posibilidad de ser creativo, genera inseguridad, incrementa, por ende, la angustia y ansiedad, y complica la complejidad de las relaciones humanas. Es como una plaga que paulatinamente carcome, arrasa, penetra, en forma lenta o abrupta, deteriorando la personalidad. La baja autoestima es un estado fluctuante, no absoluto, y se produce por la sinergia de desvalorizaciones que se acumulan a lo largo de la experiencia de las personas. Desvalorizarse implica no darse crédito. Es verse pobre de recursos y posibilidades. Un desvalorizado siempre focalizará en lo que le falta y no en lo que ha alcanzado. Por lo tanto, sopesará en todas las experiencias su flanco de ineptitudes —flanco que, por otra parte, todos poseemos-, y opacará su lado de capacidades, sin siquiera reconocerlas. Es como tener un faro para iluminar las imposibilidades y una magra vela que alumbra los recursos personales. En algunas ocasiones, la toma de consciencia de aptitudes personales se realiza a nivel racional. El protagonista reconoce que posee una variada gama de recursos y aduce que se valora. En realidad, es un reconocimiento racional, pero a la hora de hacer valer sus herramientas, cae en la trampa: se apoca, no tiene fe en sí missiente menos, hasta se encorva físicamente. mo,
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La verdadera autoestima se siente. Es una sensación que emerge espontáneamente de cara a la experiencia. Es un sentimiento interior que no depende adictivamente del reconocimiento externo. El hecho de que una persona valore, implica que se desenvuelva de manera segura en la mayoría de las situaciones. En el otro extremo, por sobre todas las formas de descalificación personal, se encuentra la inseguridad, como señalamos anteriormente, la prima hermana de la baja autoestima. Cuando un individuo no se estima, no tiene seguridad al afrontar cualquier situación. Desvalorización e inseguridad van de la mano. Una camina paralelamente a la otra. Un inseguro es inseguro, porque cree que no tiene posibilidades ni recursos que avalen su actuación. Pero existe un tercer concepto que completa la trilogía: el miedo. Y aun un cuarto: la culpa, el sentimiento constante que en desvalorizaciones. general acompaña todas sienUna persona que valora ni cree en sus capacidades te incapaz de actuar, porque se siente insegura de que su forma de actuar sea coherente y acertada. Entonces, surge la duda. Se llena de preguntas que le incrementan la ansiedad y aumentan sus dudas iniciales. Entre cuestionamientos, intenta diseñar una planificación o construir diversas estrategias y formas para cumplir con el objetivo. De esta manera, tratará de anticiparse a la situación con el fin de sentirse más segura. Para el imaginario del desvalorizado, cualquier situación se evaluará vale o no vale. puede convertir en una prueba, donde Le asaltan fantasías de fracaso y falta de reconocimiento, fantasías que lo llevan a que sienta miedo, miedo a que lo desvaloricen y descubran realmente quién es, miedo a que sus imperfecciones e incapacidades queden a la intemperie. brillo de sus capacidades. El miedo lo opaca, hace perder El miedo se traduce en el cuerpo del desvalorizado como paralización y tiende a no realizar movimientos espontáneos, sino que se vuelve artificial en el intento de romper con la rigidez de su
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cuerpo. A veces se vuelve evasivo y desea huir más que afrontar. Se ensimisma y se encorva, y muestra al interlocutor una imagen pecaminosa. Y puesto que para que una comunicación sea efectiva debe existir complementariedad entre los interlocutores, cuanto más apocado se muestre el desvalorizado, más agrandado estará el interlocutor. La impotencia de nuestro protagonista generará mayor potencia en el otro. La contrapartida del ensimismamiento es la apertura. El patito feo se siente pequeño y agiganta a su partenaire. desvalorizado En síntesis, en un corto tiempo de interacción, puede sentirse literalmente arrollado por el partenaire comunicacional. Como hallan pendientes de que el otro las apruebe, las cenicientas focalizan su atención en las gestualidades de su interlocutor. Interpretarán los gestos como sinónimos de desaprobación, aunque lejos se encuentren de esta idea. Si el otro frunció el ceño, por ejemplo, eso podrá ser decodificado por el desvalorizado como un gesto de desagrado hacia él, aunque al interlocutor le duela la cabeza. Por eso razón se descalificará más aún. A estas interpretaciones se les suman las expresiones verbales de su compañero. Expresiones que, como en el caso de los gestos, serán entendidas descalificatoriamente. Todo confirmará en la realidad, el supuesto inicial. Luego, el desvalorizado comentará a terceros sus suposiciones iniciales como percepciones anticipadas de lo que le iba a suceder: ¿Has visto?, yo lo sabía / Sabía claramente que ese puesto no era para mí / El tipo
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me maltrató, muy manipulador... Cuando hablamos de baja o elevada autoestima, nos referimos a un grado de valoración (o desvalorización) general. Sentirse valorizado es un estado, una tendencia a rescatar lo positivo de las situaciones y de las personas, en fin, de la vida en general. Los cisnes bellos son proclives a observar un vaso a la mitad, como un vaso medio lleno. En cambio, para los patitos feos es habitual ver el lado oscuro de cosas, parte negativa, aquella a la que le dan preeminencia también en ellos mismos.
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Pero también debe entenderse que no se es apto para todas actividades o situaciones. La persona con una cuota importante de inteligencia emocional y una autoestima saludable reconoce para qué está capacitado y para qué no lo está. Como hemos dicho anteriormente, sería un mecanismo omnipotente creer que somos idóse desvaloriza por afirmar que no es neos para todo. Una persona eficiente o posee pocos recursos para desarrollar alguna disciplina. Se desvaloriza cuando siente que no es bueno para nada, cuando falta. posee una tendencia a evidenciar lo que el la ámbito de En psicoterapia, tanto en el tratamiento individual como de pareja, grupal y familiar, y en numerosos trastornos psicopatológicos, en mayor o menor medida se traen a colación sentimientos de minusvalía y, en casi todos los Juegos relacionales, desde algún flanco se generan emociones de desvalorización. Éste es un sentimiento que trasciende las estructuras diagnósticas, las clasificaciones psiquiátricas, las estructuras familiares, los contextos y constelaciones situacionales. Hasta se podría afirmar que llega a ser inevitable, puesto que se introduce y se traduce en diferentes sinonimias según las ocasiones: Me rechaza / Me siento
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desvalorizado / No me quiere / No me reconocen ¿Me aceptará? / Le soy indiferente / Lo quieren más a él / Seguro no caigo bien. En función de las interacciones humanas, la desvalorización puede observarse en la dinámica de los juegos relacionales entre hermanos. Por ejemplo, en una tríada típica de hermanos, primer hijo (el mayor) siente que los padres siempre se preocuparon más por sus dos hermanos, con especial predilección por el segundo. Prácticamente desde que este último nació, al hermano mayor lo envuelve un halo de bronca interior por el destronamiento de su reinado y la pérdida del monopolio del amor de sus padres. Desde otra óptica, el menor puede sentir que el favoritismo está centrado en el mayor, que todo lo sabe, y eso detona en él sentimientos de inutilidad; se siente inservible, impotente, perpetuando en el tiempo actitudes infantiles y de minusvalía en sus
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vínculos extrafamiliares, si es que alguna conducta sintomática no hace su aparición. Ni hablar del llamado hijo del medio, que observa como un pivote la centralización del reconocimiento en ambos laterales —el hermano mayor y el menor— y, a la manera de un péndulo, espera encontrar en algún momento la oportunidad de ser tomado en cuenta. Cuando uno revisa la situación familiar, la pareja de padres, en interacción con la secuencia de los hijos, describe que experimentó una tranquilidad con el mayor, maduro precozmente, que sabía harazón no tenían que estarle encima cer las cosas bien y que por (razón por la que se lo somete a una exigencia extrema, donde tiene muy poco margen para equivocarse). Mientras que este hijo sintió que sus padres no lo tomaban en cuenta ni se preocupaban por puesto que se aferraban al más pequeño, estos padres en realidad estaban preocupados por que el nene de la familia pudiera crecer y hacer las cosas tan bien como el mayor (por supuesto que con esta actitud lo único que lograron fue retrasarlo en su crecimiento). Y el del medio, que era el más independiente, según ellos, estaba en su mundo (que era el único recurso que le quedaba para sostener la relación con sus progenitores). Indudablemente, en las interacciones humanas las triangulaciones parecen ser los juegos más sanguinarios, los que corroen la autoestima. Se denomina triangulación a un juego donde participan tres integrantes. Estos juegos son moneda corriente en las relaciones y, entre sus particularidades, se observan las coaliciones. En este tipo de juegos se alían dos personas en contra de un tercero.
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CELOTÍPICOS,
ADMIRADORES Y ENVIDIOSOS
de las principales
dinámicas triangulares se produce en los celos. A diferencia de la envidia, que relacionalmente es un juego de dos personas, los celos conforman una tríada en la que existe un tercero real o imaginado por el segundo, que hace alianza con un priUna
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celoso instintos asesinos del segundo. Siempre mero y detona está impregnado de sentimientos de desvalorización, a excepción de los casos en que sabe con certeza que existe infidelidad. El celoso desconfía, no se siente seguro, tiene miedo de ser abandonado. Siente una bronca que enfunda angustia y la tristeza. El problema de los celos es uno de los principales motivos de consulta de las parejas y, a pesar de que la causa por que llegan a la entrevista sea otra, siempre los celos están presentes sazonando
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la experiencia.
En sus reproches, acusaciones y críticas, un celoso termina construyéndole al partenaire ideas de cómo podría traicionarlo. Es tal su caudal imaginativo que, para otorgarle justificación a su arranque celotípico, narra un motivo que es un verdadero plan para la infidelidad. Todas las recriminaciones encierran un florido ideario acerca de las actividades que bien podría desarrollar el cónyuge
en la fantaseada infidelidad. Por ejemplo: Seguro que has llegado tarde porque te has quedado conversando con tu clienta... / Desde las nueve que tendrías que haber llegado, ¿te entretuviste con tu jefe? ¿Desde cuándo miras tan atento a la vecina? O una esposa celosa, que reclama y se enoja con su marido por llegar veinte minutos tarde de la oficina, le reprochará: ¿Qué has estado haciendo hasta tan tarde en el trabajo?, y le diseñará una historia que podría concretarse o una historia fantástica, imposible de realizar. Un marido celoso, que le cuestiona a su mujer por qué llegó tarde de la universidad, comenzará a colocar en el medio a compañeros de estudios, en los que su esposa nunca hubiese reparado. Debemos aclarar que ese tercero en discordia en el triángulo no siempre produce una destrucción de la relación, sino que a veces llega'a sostenerla. De cara a la inestabilidad, un amante descomcrisis de la prime la relación y momentáneamente corre de foco pareja. Aunque no es solución. Tampoco un amante es un amante de carne y hueso como única opción, existen multiplicidad de ter-
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ceros que no son solamente personas. Amantes son el trabajo, las televisión, los partidos de fútbol, las reuniones fiestas, el deporte, de amigos, los hobbies, el estudio, etc. Podría narrarse un compendio de historias de celos, pero básila tríada implica que el primero (uno de camente el mecanismos los cónyuges) es el objeto codiciado y perseguido por el segundo (el otro cónyuge), a raíz de la existencia de un tercero que puede ser un amante real —y además humano— del primero. El valor es colocado, en principio, por el segundo en ese tercero, fantaseado o real, que se vive aliado al primero. El primero, por esta alianza, se transforma en centro de deseo y valor del segundo. Entonces, el segundo es quien se instaura en el juego de roles en el lugar del desvalor. Si existen valorizados (primero y tercero), existen en tanto y en cuanto haya un desvalorizado (segundo), que se sumerge en diversos sentimientos, desde la omnipotencia, la impotencia, el rechazo, la denigración o la agresión. La tendencia a celar tiene su base en la desvalorización. Un celoso tiene bajo el termómetro de su autoestima. Una persona que se quiera y se sienta bien consigo misma no tiene motivos para fantasear que su pareja lo engaña. A menos que el marido se presente muy seductor con otras mujeres, dedique demasiado tiempo a sus hobbies, deporte, televisión, etc., o que la esposa coquetee inequívocamente con otros hombres, que salga todo el tiempo o dedique mucha energía a su trabajo. Es decir, a menos que existan consonantes reales de infidelidad. Una persona con una autoestima saludable no piensa que su compañero puede colocar el valor en otro, porque siente que la pareja es lo mejor que les está sucediendo a ambos y que ninguno de los dos necesita buscar fuera de la relación cómo llenar carencias. No se trata de negar, se trata de valorar: conceptos y mecanismos muy diferentes. Aunque también cuando amamos a alguien existe cierto toque de posesión, la necesidad de tener al otro con el afán de seguridad es una falacia que ya hemos descrito
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anteriormente. La posesión es un intento fracasado de estabilizar una relación mediante la seguridad de que el otro está defimitivamente con nosotros. Cuanto más trata por todos los medios de poseer al partenaire, más fácilmente se puede llegar a asfixiarlo. Y cuando uno se siente asfixiado huye desesperadamente buscando aire fuera de la relación (y eso no significa que el asfixiado se refugie en otras relaciones).
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En conclusión, en este dinamismo interaccional, el segundo fantasea que el primero está con un tercero, esto quiere decir que valora, ama, desea, reconoce y toma en cuenta al primero, lo que equivale a situarse en un debajo relacional. De este por debajo nacen sentimientos de desvalorización e inseguridad, que socavan de manera paulatina la autoestima del protagonista. Las soluciones intentadas refuerzan el cuadro: cuanto más trata el primero de convencer al segundo de que está en un error en sus apreciaciones, menos creíble se vuelve. El segundo —incrédulo y cargado de bronca— no tiene dudas de que el primero está con un tercero y no está dispuesto a dejarse convencer por el primero. El primero hablará y hablará, lo colmará de atribuciones positivas que tratarán de valorar. Pero estas palabras no son creíbles para el segundo. De esta manera, se entrampa y se entrampa resto del sistema. Por otra parte, el mecanismo de los celos tiende a crear callejones sin salida y sin respuestas. Las profecías autocumplidoras hacen realidad los supuestos del celoso. Si el primero dice ¡No son verdaderas! y rechaza las acusaciones del segundo, respuesta del segundo será ¡Puede ser que primero mienta, siempre fue un farsante...! Si el primero no responde, el segundo dirá ¡Seguramente el que calla otorga, debe estar ocultando algo...! Si, en cambio, el primero responde con una caricia o un fe quiero, será sospechoso de seducir y eludir el tema. Respuesta que emerja del primero, respuesta que será la confirmación del supuesto original del segundo, la destruccon lo cual cualquiera de las opciones convoca al caos ción. Nada será creíble para la persona celosa.
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En psicología sistémica, este juego se llama doble vínculo, puesto que crea trampas comunicacionales, por las cuales se responda que se responda, no hay solución, ya que cualquier camino lleva a confirmar el supuesto inicial. Esto me recuerda a una investigación que realicé sobre la historia de la locura y que se plasmó en un libro, La nave de los locos (2010). Allí analizaba los dobles vínculos que se establecieron en el medioevo con la famosa quema de brujas. Muchos enfermos mentales, dada la neta hegemonía religiosa, eran rotulados como víctimas de posesiones demoníacas. Uno de los métodos que empleaban los monjes inquisidores, que se dedicaban sospechosa y tendenciosamente a comprobar tales posesiones, era azuzar a las pobres víctimas con un punzón de hierro. Hincando el hierro en el cuerpo, evaluaban el tipo de respuesta: si la persona gritaba, ¡ésa era la evidencia del diablo!; si la persona se mantenía silenciosa, ¡ésa era la evidencia del diablo que nos quiere engañar! Hiciera lo que se hiciese, el paciente era diagnosticado como diabólico. Una esposa celosa e insegura (tras la cual se encuentra la desvalorización), fantasea con que su marido centra su mirada en su nueva secretaria. No le pierde pisada. Comienza a llamarlo insistentemente a la oficina. Le comienza a controlar obsesivamente los horarios. Quince minutos retraso en la llegada a su hogar pueden ser el detonante de una catástrofe amorosa relacional. Recriminaciones que encierran reclamos y acusaciones de infidelidad con su nueva secretaria. La situación se repite a través del tiempo: él se siente tan oprimido en la relación que comienza a buscar fuera momentos de oxigenación. Llega cada vez más tarde a su casa. Hace tiempo en el trabaJO. Se toma una cerveza con sus amigos. Planea alguna cena con sus viejos compañeros de universidad. Todo ese tiempo fuera de su casa es caldo de proliferación de fantasías por parte de su mujer, que ahora confirma y está segura de que su marido la engaña. Ella se ha transformado en una bruja hostil, que lo desvaloriza y lo hace
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sentir como tonto. No olvidemos que uno de recursos del desvalorizado herido es pagar con el mismo recurso de la desvalorización hacia el otro. Es decir, se paga con la misma moneda. La discusión genera y genera enfrentamiento, creen ellos que tratan de encontrarse, tratan en la comunicación de acercarse de alguna manera, y así el grito aparece en forma de paradoja. Físicamente están muy cerca, pero internamente están alejados, tan alejados que precisan gritarse para escucharse. A pesar del esfuerzo, continúan repitiendo mandatos, depositando expectativas que el otro debe cumplir y no puede, acumulando frustraciones. Y en este feedback patológico, las distancias son más pronunciadas. Así transita la pareja, entre competencias y rivalidades, celotipias y proyecciones, racionalizaciones y contaminaciones, ideales y desilusiones, carencias y necesidades. Con esta pesada carga, agotados y tensos, están ella y él en medio de una batalla campal. La violencia puede llegar a la relación cuando luego de escalar interlocutores se sumerge en la más se acaban las palabras, uno de la situación mediante el uso de intenta dominar aguda impotencia e la fuerza física. Una vez desarrollado el acto violento verbal y fisico, llegará la culpa del agresor, el perdón del partenaire agredido y, pasado un período de aparente calma y complementariedad, volverá en algún momento a desencadenarse un nuevo círculo de violencia. La mano fúcil cada vez necesita de menos estímulo para gatillarse. ÉL, con su descalificación a cuestas, continúa intentando alejarse, pasando horas extras en su trabajo, razón para que su mujer ejerza mayor presión. Todo es un círculo vicioso rigidificado, donde ambos cónyuges se han convertido en dos pobrecitos desvalorizaseñor llega a su trabajo y una compañera de la dos. Una mañana, oficina le dice: Buenos días, Carlos, ¡qué elegante estás hoy! Al coprotagonista de esta historia se le 1luminan los ojos y se le dibujan aire, como en las historietas. ¡Alguien ha reparado corazones en en él sin descalificarlo! Ese hecho puede ser el comienzo de una
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infidelidad real, originada en una fantasía. Voi/d: se ha construido una realidad, más precisamente, una profecía autocumplidora. La envidia, en cambio, es una relación de dos. El envidioso desea otro ha logrado. No está mal desear obtener algo que tener lo que a nuestro compañero le ha resultado positivo y consideramos que puede ser importante para nosotros. El problema es el método para obtenerlo. Una forma saludable para intentar copiar la fórmula del éxito del otro es, como primer paso, la admiración. Admirar al otro implica valorarlo; reconocer su capacidad de haber llegado a cumplir los objetivos; valorar sus virtudes, su flanco positivo de recursos personales. Admirar al otro es poseer la humildad para pedirle que resultado nos enseñe cuáles son los pasos a seguir para alcanzar
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que esperamos. Una persona que admira, reconociendo las virtudes del otro, valora se a sí misma y estimula su potencial para su propio. crecimiento. La humildad, como la hemos descrito anteriormente, es una parte importante de una autoestima saludable y es cond'ción para lograr admirar al exitoso. Admirar es un recurso sencillo en las interacciones. Es decir, cuando una persona admira a otra retroalimenta la relación positivamente. Es una forma de decir te quiero o valoro las cosas positivas que has logrado. En la interacción, un admirador se encuentra levemente por debajo del admirado, ése es el efecto de la humildad que produce una dupla complementariamente perfecta: el admirado se siente bien en su autoestima, porque narcisísticamente es reconocido por el admirador. Y el admirador se siente bien porque aprende y aprenderá del admirado. Está claro que no estamos hablando de una admiración compulsiva, que raya con el fanatismo. No se trata de que el protagonista siempre deba admirar, casi sistematizadamente, a sus interlocutores. Este tipo de actitud se emparienta con la obsecuencia y también es 91
una forma de búsqueda de reconocimiento. Es cuando la admiración se transforma en adulación. Tanto adular al otro, tanto elevarlo, implica colocarse demasiado por debajo del otro. Aunque estas actitudes adulonas terminan fastidiando al adulado, con las consecuentes descalificaciones y puestas de límites que pueden salir de su boca. La admiración es el polo opuesto de la envidia. Mientras que la admiración es una forma valorización, la envidia es una de las tantas maneras de desvalorizar. Envidiar al otro es codiciar lo que otro posee intentando denigrar a su persona (Vo es capaz, sólo fue un golpe de suerte / Cualquiera puede hacerlo, no hay que ser un genio para lograrlo) o descalificar su logro o atributo (Vo es nada del otro mundo Es algo sencillo, hace falta ponerse). Muchos envidiosos manifiestan estos sentimientos tan pecaminosos mediante la agresión explícita, otros encuentran formas más sutiles. El motivo simplemente radica, por ejemplo, en que el amigo se pudo comprar su primer automóvil (y el envidioso está empeñado en comprar uno y no puede), el familiar alcanzó el obJetivo del cambio de trabajo (y el primo envidioso todavía está a la espera de que le den la oportunidad), al compañero le fue muy bien el envidioso tiene la materia colgada hace meses), en el examen la vecina es linda y simpática (y la envidiosa es fea y antipática). Estos logros y particularidades personales son la fuente de rabias y broncas interiores, que se manifiestan de diferentes maneras. Hay envidiosos que tienden a hacer alianzas descalificadoras contra el exitoso. Se coalicionan con otras personas, con el fin de denigrar los atributos y logros de la persona estrella. De esta manera, incrementan su bronca a la vez, hacen su descarga rabiosa en reuniones donde se encargarán de expulsar todo su veneno, en sinergia con el veneno de otros, reuniones que tienen su foco de atención en los logros del tercero. Otra de las formas de bronca envidiosa son las malas contestaciones. En ocasiones, la descarga es masiva y sin un porqué aparente. El envidioso agrede, aduciendo cualquier error del otro, que
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sirve como válvula de escape para la violencia que le detona el anhelo de tener lo que el otro posee. Otra forma es la ironía, es decir, el hablar con sorna o menosprecio hacia la estrella, o hablar con el mismo tinte irónico de estrella pero con otros. Los envidiosos, frente a la noticia del éxito del otro, experimentan las más diversas reacciones. Algunos se quedan literalmente petrificados y apenas balbucean palabra. Otros pasan de la noticia estruendosa, como se hubiese pedido un café al camarero. Otros los transforman en bermellones. Alagudizan sus colores rosados gunos se limitan a soltar un muy bien... totalmente monocorde y racional. Siempre recuerdo a Raquel, una paciente que escritora y después de muchos años y esfuerzos personales logró publicar su noticia a su gran amiga, con primera novela. Cuando le comentó quien había compartido muchos talleres de escritura, ella se quedó paralizada, se sonrojó terriblemente y, casi tartamudeando, dijo 7e silencioso un fe...Ii...ci...to... Toda la proyección de la potencia que los envidiosos depositan en la estrella, hace que ellos se coloquen en el lugar de la impotencia. O sea que cuando la estrella se hace presente —y no se trata necesariamente de presencia física, porque lo que tiene la estrella es presencia en todo momento— lo que básicamente siente un envidioso es impotencia. Este sentimiento es como una idea parasitaria que le recuerda lo que no puede. S1 un envidioso no logra resolver, mediante una psicoterapia, su problema de autoestima y agresión, continuará sistematizando en su vida este estilo relacional, un estilo doliente. En realidad los envidiosos sufren, pero este sufrimiento no se debe a sus propias imposibilidades o incapacidades, sino que es producido por las victorias de los exitosos, en los que se hallan permanentemente focalizados. Se angustian y se autotorturan rumiando una y otra vez sobre el logro de estrella. Pero, si bien son la imagen de la impotencia, no se reconocen impotentes y quedan fijados al intento de descalificar el éxito del otro.
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Tras la fachada de ciertos visos de soberbia y petulancia del envidioso, que lo colocan en paridad o simetría con los interlocutores, e incluso tal vez un tanto por arriba en todas sus relaciones, se oculta un pobrecito desvalorizado que se siente impotente en cuanto a la posibilidad de éxitos —más aún, no se puede ver como
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otros, una persona exitosa— y que se posiciona por debajo de inferior a los demás. Para la vida del envidioso, la persona o personas estrellas (a las que desea estrellar) se han convertido en obsesión. Puede rumiar y rumiar como una 1dea que se instaura ideacionalmente y germina. Cada rumia es una descarga de agresión que alienta la denigración de la estrella y es directamente proporcional a su sentimiento inconsciente de impotencia. Cuanto más impotente se siente, más apelará a la envidia y descalificación de la estrella. Para el envidioso, la persona estrella es una figura idealizada. atribuNunca reconocerá que es un individuo que reúne todos tos que él desearía poseer, que sus logros son los que él desearía obtener. Y éste es el punto de inflexión donde se decide, por así decirlo, admirar a la persona o envidiarla. El envidioso queda fijado en la crítica descalificante, en la queja desvalorizante, en la rumia denigrante. Todos estos mecanismos constituyen un atentado contra el crecimiento. Paralizan y estancan. Mientras que el admirador acciona para su crecimiento, ayudado por estrella o tomando su el la envidioso crítica y la queja, por queda paralizado en ejemplo, lo tanto, en la inacción. No cabe duda de que, tanto para el admirador como para el envidioso, la estrella es una persona relevante e idealizada en sus vidas. En este sentido, el envidioso es un admirador que se resiste a admirar.
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NADIE ME QUIERE...
¡Nadie me quiere! es la frase típica que vociferan (especulativamente) los niños al sentirse abandonados. En nuestra infancia, nada 94
mejor que colocarnos en el papel de pobres víctimas para lograr faque nuestros padres focalicen la atención en nosotros. Hacer el el superior, la mirada hamoso puchero, con labio inferior sobre cia abajo, la cabeza un tanto ladeada y los hombros hacia delante, parece ser la imagen de un niño que necesita que lo mimen como muestra de afecto y reconocimiento. Pero esta imagen tan elocuente de pedido de afecto no se aleja de la forma en que los humanos adultos intentan manipular las situaciones cuando tratan de lograr ser valorados. Estas manipulaciones son heredadas del mundo infantil. Son posiciones que ocultan necesidad de afecto, que solapan deseos de ser queridos. En lugar de pedir de manera directa, los niños tratan de refugiarse en estas conductas para que sus padres reaccionen y muestren la tan deseada actitud de reconocimiento. No es la golosina que desean, ni el chocolate, ni el juguete, ni la figurita de la última serie de televisión, es la muestra de afecto que esto significa. Pero convengamos en que a veces un capricho es un capricho y no necesariamente una muestra de afecto. Los niños se obsesionan con un objeto y comienzan una regociación que va desde la seducción más sutil hasta las conductas más dictatoriales y escandalosas. En la búsqueda de centrar el amor y el reconocimiento de sus padres, los niños también pueden desencadenar multiplicidad de comportamientos sintomáticos, tanto leves como graves. Es común escuchar decir a los padres, frente a acciones mediante las cuales sus hijos intentan denodadamente destacarse: ¡Está tratando de llamar la atención!, como si esta observación fuese un hallazgo interpretativo de un comportamiento, digno de asombrar hasta el mismo Sigmund Freud. El problema consiste en que los padres pueden tener razón, pero no se preguntan el porqué de estas conductas y menos se deben a algún defecto suyo en la relación con los hijos. Muchos de los denominados malos comportamientos, como conductas agresivas, travesuras, malas contestaciones, irresponsabilidades, desobediencias, rebeldías, etc., pueden ser parte del
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glosario de formas a las que apelan los hijos para monopolizar la de su atención de sus padres. También el polo opuesto. Más los niños intentan del mejores colegio, son inteligencia, algunos ser increíblemente aplicados y se sobreadaptan en su comportamiento —son niños santos. Todos estos diseños de conductas pueden ser entendidos como una alternativa a la búsqueda de reconocimiento y afecto. El nacimiento de un hermanito, que obliga a los padres a dedicar más tiempo al recién nacido, o padres periféricos, muy centralizados en el trabajo, por ejemplo, generan demandas afecto en sus hijos, atenquienes utilizarán estos recursos como forma de compensar ción deficitaria. Muchas estas conductas son formas de redefinir sentimientos de minusvalía interiores, que en ocasiones no tienen que ver con las actitudes descalificantes o abandónicas de los padres. Un ejemplo al respecto es el de Genaro. Hace muchos años llegó un joven muy angustiado a mi consulta. Justo en el ingreso a su colegio secundario, Genaro había tenido un accidente que le dejó como saldo una leve cojera. Él heredó de este hecho un profundo resentimiento que, lejos de abatirlo, lo transformó en medalla de honor en el colegio. De este hecho habían pasado treinta años y las conductas compensatorias no alcanzaban su enemigo y que debía para dejar de sentir que todo el mundo defenderse siempre. Debía obligatoriamente triunfar y, ante el menor traspié, se sumía en la más profunda depresión. Cada fracaso era interpretado como un golpe de mala suerte que la vida le daba. Se volvió ensimismado, sin amigos ni pareja, sin estudios universitarios y sin formar una familia. De tanto desear destacarse y ser alguien prestigioso, confirmó lo que no deseaba ser: un desvalorizado, un discapacitado, no físico sino afectivo.
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Sentirse no reconocido, desvalorizado, denigrado, peyorativizado, criticado, no tomado en cuenta, descalificado, abandonado, dejado 9%
de lado, rechazado, no querido, inútil, ineficaz, inepto, deficiente, minusválido, marginado, solo, impotente, tonto, etc., son diferentes estados que muestran baja autoestima. La desvalorización es el pasaporte para que la mayoría de las personas se sumerjan en distintos manejos interaccionales, en el intento de elevar la estima personal, pero por caminos equivocados. Por ejemplo, dar con la secreta expectativa de recibir reconocimiento (consciente o inconscientemente), siempre buscar complacer a los demás, dar prioridad al deseo de los otros relegando el personal, ser un gran ayudador, etc., son soluciones fracasadas con miras a incrementar la valoración personal. En estos juegos, la persona trata de cumplir el deseo de los otros o abastecer las necesidades de los demás antes que las propias. Entonces, siempre
al
misma último lugar. Éste es uno de los mecanismos más utilizados para compensar la desvalorización. La persona, por ende, se convierte en una especie de dador del pedir, hiperexigiéndose como efecto compensatorio de la sensación de minusvalía, o estereotipando funciones como la de bombero voluntario, Superman, mujer ambulancia o Mujer Maravilla, con la secreta misión de proteger y ayudar al otro con la expectativa de obtención de reconocimiento. Profundas son las frustraciones cuando este reconocimiento no se cumple y alto precio que se paga: angustias, bronca, tensión, etc. Es más, si este estilo se repite en el tiempo, lleva —nevitablemente— a desarrollar una extrema dependencia del medio con la consecuente pérdida de la identidad personal, que será sostenida únicamente por el reconocimiento del otro. Tal como lo hemos señalado anteriormente, a todos los seres humanos gusta sentir que agradan y que son reconocidos —y de esto la nutrición relacional—, pero muy diferente es la búsqueda se trata ellas. permanente de estas manifestaciones hasta llegar a depender Existe un glosario de expresiones que dan cuenta de esta clase de dependencia. Frases de enamorados que, en boca de los desvalorizados,
privilegia su entorno y se posterga a sí
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poseen un tenor de mucha certeza: ¡Sin ti me muero! No puedo vivir sin ti / Si te vas, me muero No te vayas nunca, quiero estar contigo siempre / Si me dejas, mi vida ya no tiene sentido. Reiteramos: se intenta llenar la carencia afectiva que genera la desvalorización de afuera hacia adentro (del entorno hacia la persona), cuando el proceso es el inverso. El estado de bienestar debe partir de la persona y no depender de las expresiones de reconocimiento que puede mostrarle el entorno. Si bien estas manifestaciones de reconocimiento son caricias positivas que alientan la autovaloración, el problema surge cuando la buena autoestima se sostiene en función de ellas. El proceso, por tanto, es de adentro hacia afuera. Por otra parte, no se debe confundir el reconocer las propias limitaciones frente a ciertas experiencias con la desvalorización. Una persona puede aceptar que no es idónea o capaz para una tarea determinada y, por este juicio sobre sí misma, no se está descalificando. De esto se trata, de reconocer límites de la propia actuación y de la concienciación de los recursos personales. Ésta es una
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forma de mostrarse el juego que uno mismo desarrolla y aprender a connotarse positivamente. Los patitos feos y las cenicientas no discriminan sus potenciales ni sus recursos. Frente a las experiencias que viven como pruebas, se sumergen en una madeja de sensaciones autodescalificantes obviando sus capacidades. Un ejemplo de este tipo, que tiene sus implicancias en el juego interaccional, se observaba en Roberta, una paciente con grandes dificultades para conseguir trabajo. Roberta era una profesional hipercapacitada, con una gran formación en su especialidad, pero, a pesar de su currículum, en la mayoría de situaciones sufría el síndrome trapo de piso. Es decir, cada vez que debía enfrentar una entrevista laboral, en los días previos era acuciada por fantasías de fracaso: pensaba que no la iban a aceptar, que era insuficiente para el puesto, que no era capaz, que siempre los otros postulantes eran mejores candidatos, etc. Esto se traducía en las acciones desenvueltas durante la entrevista; se mostraba temblorosa e insegura en sus
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respuestas, transpiraba a mares, y un sutil tartamudeo acompañaba su discurso. En un role-playing, logró verse abatida en la silla del entrevistado, encorvada y con la mirada hacia abajo. Indudablemente, resultaba imposible que su interlocutor tuviese una impresión agradable de tal postulante, razón por la que Roberta confirmaba lo que suponía: era rechazada para el puesto, llegando a sentir una profunda frustración, que certificaba aún más lo que pensaba de sí misma. Expresaba: ¿Te das cuenta?, mis antecedentes no alcanzan, al final no sirvo para nada... ¡Tantos años de estudio!, ¿para qué? No se daba cuenta de que era ella y nada más que ella, quien con sus actitudes construía esta realidad caótica. Cuando trato de estimular la autoestima de un paciente, le mando una tarea muy simple, pero que pone en evidencia las dificultades para autovalorarse. La prescripción consiste en mandarle a realizar dos cosas (y nada más que dos) con las que la persona sienta que está haciendo algo para ella misma, es decir, que por primera vez se coloca en primer lugar sin importarle el otro. Es una prescripción abierta a la inventiva del paciente. Puedo dar algunas pistas acerca de lo que significa hacer algo para ella, puesto que, en general, las cenicientas —como personas desvalorizadas que son— la hora de darse a sí mismas. En cambio, les no saben qué hacer mandásemos hacer algo para los demás, se convertirían en expertos asesores. Es tal el hábito y la sistematización de secundar al otro y agradarle que se preguntan ¿Qué significa hacer algo para mi? El punto central es remarcar que, cuando realice la acción, la persona se debe compenetrar y comprometer con la tarea, que es un acto importante en el cual ella es la protagonista y se coloca en primer lugar: No se trata de que vayas de manera automática sino que debes ser consciente de que es un a hacer el acto para gran momento, en que por primera vez te colocarás en primer lugar. Estás haciendo algo para ti, te estás valorando, reconociendo, por ende, es un gran momento. Esta acción, aparentemente simple, debe convertirse en un momento único e irrepetible. Es un acto de
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ti,
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ruptura de un viejo y fallido mecanismo para obtener autoestima, es el inicio de la búsqueda interior de valoración personal. Existen personas que llevan a cuestas el mote de tonto, inútil, impotente, idiota, no habilidoso, incapaz, limitado, etc. Muchos de
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estos rótulos, en algún momento de vida, pudieron ser adjudicados por un sistema que utilizó, por ejemplo, a un miembro como chivo expiatorio, tanto en la escuela como en la familia u otros grurótulo deviene resuelve, pos. Luego, y en la medida en que en estigma reproduciéndose en los diferentes ámbitos de relación, hasta que carcome la autopercepción de la persona, quien se convence —por así decirlo— del rótulo adjudicado, que a la vez se halla reforzado por entorno, y así recursivamente. O sea que si la pertratada como sona se cree tonta y, al mismo tiempo, y si este trato se repite a lo largo de años, se convertirá en tonta realmente. Por lo tanto, estas descalificaciones personales generan en la persona la creencia de que el entorno piensa algo acerca de ella, mejor dicho, se proyecta sobre los otros lo que se piensa de sí mismo. De ahí hay un paso muy corto para el pasaje a la construcción de una realidad que confirme supuesto. Debemos partir de la base de que un desvalorizado siempre estará pendiente de las reacciones de los otros para con él y será susceptible a ellas. Buscará en los mínimos detalles de las actitudes del interlocutor aquellos rasgos que pueden ser interpretados como descalificaciones. Estará tan imbuido en su baja autoestima que no contemplará al otro. Cualquier gesto o actitud pueden ser entendidos como un acto descalificador hacia él. Una mujer desvalorizada puede quejarse de que su marido no la mira, de que siempre está en otra dirección, de que no le presta atención. Él, sentado a su lado, sin poder girar la cabeza a causa de una severa tortícolis, intentará explicarle que no la mira, no porque no atraiga, sino porque su cuello le tiene a mal traer. En este sentido, un desvalorizado es un egoísta que se cree el ombligo del mundo y no tiene en cuenta al otro. Se encuentra tan ensimismado en su desvalorización y tan no
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tal,
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actitudes del otro en relación con él, que es incapaz pendiente de de pensar que a su interlocutor le pueden suceder cosas... Un patito feo, entonces, ve, en las acciones del otro, desvalorizaciones. Atribuye descalificaciones a muchas de las actitudes del interlocutor. Esto se llama mecanismo de proyección: la persona deposita en otros los elementos conflictivos propios y, por tanto, tiene una percepción incorrecta. Pero no todo es proyección en la vida del desvalorizado, también puede haber gente que lo descalifica. Esta sí, entonces, es una percepción correcta.
lo
No
obstante,
el desvalorizado termina construyendo supuestos
imaginarios a partir de realidades. Por ejemplo, una persona siente que su cónyuge lo desvaloriza y, en realidad, lo que menos se le ocurriría hacer a su compañero es descalificarla. Sin embargo, desvalorizado le reclama y lo incrimina agotadoramente, preguntando por qué tiene esas actitudes que lo denigran. Estos reclamos fastidio al partese vuelven tediosos. Y el tedio genera mal humor naire, que termina dándole malas contestaciones y descalificándolo. Así, el supuesto proyectivo se convierte en realidad. De cara a la desvalorización, real o proyectada, se pueden esbozar diferentes reacciones. Un desvalorizado puede transformarse en desvalorizador, descalificando al interlocutor por sentirse desvalorizado por él (y sentirse desvalorizado no implica que el otro efectivamente descalifique). Es decir, paga con la misma moneda. Esta respuesta complica la interacción, porque el interlocutor ni siquiera pensó en descalificar a su compañero y es desvalorizado por el desvalorizado. En otras ocasiones, el desvalorizado responde con sumisión y agacha la cabeza frente a la descalificación real o imaginaria de su partenaire. Responde con desvalorización frente a la desvalorización. Más aún, se muestra incondicional y trata de hacer cosas que complazcan a su interlocutor con la expectativa de lograr su aprobación. ¡Cuánto desgaste!, ¿no es cierto? Sí, un gran desgaste emo-
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y
cional, puesto que el desvalorizado, para sobrevivir, carga con una 101
mochila muy pesada: la de estar sumamente atento a las actitudes de su entorno, detectar los deseos de los otros para intentar cumplirlos, hacer un esfuerzo por agradar siempre y no confrontar nunca conciliando en todas las oportunidades. En las relaciones de pareja, dos partenaires desvalorizados pueden contar diferentes versiones de un mismo hecho. Cada uno, desde su narración, acentuará el no sentirse reconocido por el compañero, confirmando su desvalorización personal en la versión contada. El primer cuento es el del señor Pocomequiero, que hace meses que no tiene relaciones sexuales con su esposa. Sostiene que ella, en general, se acuesta todas las noches más temprano para evitarlas. Además, duerme de espaldas y siente mucho temor ser rechazado intenta acercarse a seducirla. Miedo a parecer un gordito ella no lo acepta, tal como le decían en su infancia sus estúpido amigos del barrio, a pesar de que en la actualidad, estéticamente, lejos está de ser ese gordo. Este sentimiento lo lleva a defenderse más y más, a tomar mayor distancia de su esposa. Él trata de quedarse más tiempo en el trabajo, para evitar cruzarse con ella. Ella lo descalifica tratándolo de impotente, ¡que no es hombre! Entonces, Pocomequiero no desea arriesgarse a ser más desvalorizado. Ella es la victimaria, /a malvada de la película de la pareja, la descalificadora que lo impotentiza y esto (sin duda) recrudece trauma de inferioridad de su infancia. El segundo cuento es el de la señora Nuncamemiran, que hace meses no tiene relaciones sexuales con su marido. Por lo general, él nunca se acerca eróticamente a seducirla. Ella se acuesta antes, con la secreta expectativa de que la acompañe y puedan estar juntos, pero él se queda mirando la televisión hasta altas horas, cuando no regresa tarde del trabajo. Ella espera y espera hasta que el sueño la vence y no se entera cuando él se acuesta. Está convencida de que la rechaza, piensa que él piensa que ella no sirve —ya no lo atraigo—, que ya no lo seduce. Está convencida de que, como los años han pasado, está vieja, y su cuerpo y su rostro no son los mismos. ¡Cómo
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el va a desear acercarse a esto que soy!, de la misma manera en que en su adolescencia se retraía cuando pensaba que a ninguno de los llamaba la atención o los seducía. chicos de su grupo de amigos A la mañana siguiente, Nuncamemiran se levanta llena de rainsulbia hacia Lo trata fría y distantemente, más aún, a veces ta, lo trata de impotente, de estúpido, ¡que no es hombre!, luego se situación. Entonces, lo perdona llena de culpa porque le da pena lecho. y a la noche espera frustradamente que el príncipe acuda La víctima, ahora, es la pobre mujer dejada de lado por el marido. Seguramente él debe tener otra mujer, por eso le es indiferente. Todas las actitudes de él, indudablemente, se dirigen a descalificarla. Ella hace lo imposible por tratar de recomponer la pareja, a pesar de las actitudes de su marido. Tanto Pocomequiero como Nuncamemiran acomodan los hechos, por así decirlo, reafirmando sus desvalorizaciones históricas. Ninguno se coloca en el lugar del otro. Ambos están encerrados en su versión. Un terapeuta recibe una llamada telefónica. Es una madre que consulta por su hijo de doce años, quien tiene problemas de conducta en la escuela. En la conversación telefónica surge que el padre pasa muchas horas fuera de la casa y es la señora quien se encarga de los hijos. Entonces, el terapeuta decide invitar a ambos a la sesión. En ese primer encuentro, el matrimonio Pocomequiero
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él.
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y Nuncamemiran dice que el hijo menor, Futurodesvalorizado, ha comenzado a comportarse agresivamente en la escuela. El terapeu-
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ta detecta que estas conductas aparecen desde que pareja está en conflicto. Escucha versiones de cada uno finalmente, construlas historias. versión de Un tercera cuento una ye que aúna ambas perspectivas. Un circuito de interacciones sostenido hace meses, efecto sintomático que el niño comienza a decuyo resultado es sarrollar, convirtiéndose en el denunciante de la situación. Durante los últimos meses no tuvieron ningún acercamiento sexual y la relación cotidiana se está deteriorando. Ella se acuesta tem-
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prano con la intención de que él acuda con ella a la cama. Él supone que ella se va porque lo rechaza y porque él ya no la seduce. Por intenta acercarse, prefiere defenderse viendo temor a ser rechazado la televisión hasta que ella se duerma o evadiéndose con trabajo. Ella llora mientras espera. El tiempo pasa y él no aparece. Ella se duerme llena de una bronca que expresa mediante insultos y agresiones al día siguiente. Él confirma lo que suponía, que su mujer no lo quiere, lo desvaloriza, que seguramente habrá otro hombre en su vida. Se siente el gordito estúpido de su infancia y trata de acentuar su huida, trata de llegar más tarde, se acuesta más tarde, siente más angustia y temor. Ella, por su parte, se siente más rechazada, vieja, y su minusvalía adolescente se potencia; estalla con más bronca y los insultos se incrementan. Cada pasaje de este círculo vicioso aumenta y rigidiza la situación: cada uno de los cónyuges ha comenzado a pensar en terceros que les proporcionen valorización personal y les posibiliten oxigenarse de la relación. Pero, ¿dónde está la víctima y dónde victimario? Ni ella ni él, podría decirse que ambos son víctimas del juego a que se someten. El juego de la desvalorización.
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INTENTOS FRACASADOS EN LA BÚSQUEDA DE VALORACIÓN
La mayoría de las personas, a causa de las neurosis relacionales que imperan en todas las familias y núcleos sociales, siempre posee algún flanco de baja autoestima. Ese agujero de desvalor, esa carencla, se intenta llenar mediante variados recursos. Las cenicientas y los patitos feos crean una ecología propia, a través de multiplicidad de estratagemas, para sortear la baja autoestima y adquirir una falsa valoración personal. La mayoría de estas estrategias en las que se involucran los desvalorizados buscan en el entorno el reconocimiento y la valoración. Esta forma de buscar en el afuera para llenar el adentro es la matriz de los intentos fracasados de búsqueda de autoestima. Ya hemos he104
cho referencia a que la autoestima saludable debe buscarse apelando a los recursos internos, es decir, es una búsqueda-encuentro que va de adentro hacia fuera. Una persona debe valorarse, colocándose en
primer lugar, privilegiándose. Ésta es la mejor manera de ofrecerle al
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otro lo mejor de Reiteramos lo que hemos señalado en alguna parte de este les texto: no seamos ingenuos al creer que a los seres humanos gusta sentirse valorados y reconocidos por el entorno. Las interacciones pueden enriquecer y nutrir afectivamente las relaciones humanas. El problema es depender de estas manifestaciones. A las múltiples formas fallidas de búsqueda de autoestima hemos agrupado en diferentes síndromes. En psicología, los síndromes reúnen diferentes características, signos, síntomas, mecanismos, acciones, etc., bajo un rótulo determinado. Sirven, propiamente, para establecer diagnósticos y abreviar, sobre todo, perfiles de personalidad. No deben entenderse como planes conscientes e inconscientes. Muchos de intencionados, sino como espontáneos estos síndromes entrecruzan con particularidades estratagemas. No existen síndromes puros. El ser humano de tal inconmensurabilidad cognitiva, emocional y pragmática, que es posible que apele a varios de los rasgos de estos síndromes con fin de obtener tan la valoración tesoro: personal. preciado tres grupos: Hemos dividido los principales síndromes
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1.
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El primer grupo -los pobrecitos—- lo componen síndromes del nene bueno, de la pobre víctima, del culposo y del sumiso torturado. Son aquellos desvalorizados que se colocan en una postura de víctimas y se autorreprochan. Se encuentran asimétricos por debajo en las relaciones (los otros siempre los mandan y ellos se someten) con el objetivo de dar lástima y ser tomados en cuenta. Tienen una tendencia a conciliar y a no tener enemigos por evitar el rechazo. De todos ellos, el más descarnado es el síndrome del sumiso 105
torturado, que, masoquistamente, se sumerge en una total incondicionalidad,
involucrándose con gente que lo mani-
pula y lo descalifica. 2. El segundo grupo está compuesto
por los ayudadores. El sindrome de Superman y la Mujer Maravilla, el de la ambulancia y el bombero, el del siísmo y el de Papá Noel. Son
los desvalorizados que tienen la misión de dar y dar, para recibir la valoración y la calificación del entorno. 3. El tercer grupo —los perfectos— está integrado por desvalorizados que, lejos de rebajarse, se hallan en una posición por arriba del resto. El alumno ejemplar (hiperexigentes)
(omnipotentes) intentan resaltar en los donde contextos interaccionan, con la finalidad de obtener reconocimiento.
y el yotodolopuedo
Asimismo, estos síndromes desarrollados en las relaciones humanas generan reacciones en los interlocutores. Cada una de estas categorías hace que se desarrollen funciones o roles en los grupos humanos que delimitarán acciones e interacciones. O sea que en cualquiera de estos síndromes se producen contrapartidas complementarias, por ejemplo, los desvalorizados ambulancias y bomberos intercambiarán con pobres y enfermos; los Superman y las Mujeres Maravilla, con gente que necesita ser ayudada; los culposos, con personas que abusan de ellos; los Papá Noel, con pedigiieños que saben que ellos no se negarán nunca, etc. Se observará, por último, que cada uno de estos síndromes desemboca profecías que se autocumplen. Los patitos feos emplean estos recursos fallidos, es decir, intentan hacer cosas para que entorno los valore y acaban generando en la gente el efecto contrario al que buscaban. Es decir, por sentirse desvalorizados, buscan hacer cosas para que los valoricen y terminan siendo desvalorizados.
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PRIMER GRUPO: LOS POBRECITOS
Sindrome del nene bueno (conciliadores) formas de patito feo encuentra reconocimiento en el que entorno es mediante la posición del nene bueno. De esta manera, logra que la gente lo quiera, porque es una persona que no tiene maldad, es una buena persona. Pero, ¿qué significa ser una buena persona? Un desvalorizado nene bueno nunca adopta posiciones, es decir, nunca pertenece a un bando, porque se enfrentaría con otro que estaría en su contra y lo rechazaría. Es la característica persona que no pertenece a ningún partido. Tampoco, por supuesto, toma decisiones que impliquen afectar a alguien. Toda decisión lleva a que una opción se apruebe, mientras que otra u otras se descartan. Si el descarte implica a personas, seguramente el bueno hará lo posible por eludir la responsabilidad de decidir. En reuniones sociales, en general, no participa activamente planteando sus puntos de vista. Al contrario, intenta pasar desapercibido, asiente con su cabeza, congenia con varios puntos de vista y apoya lo que dice la mayoría de los interlocutores. El bueno típico que responde 4 mí me da lo mismo... / Elijan ustedes... / Elijan lo que elijan está bien para mi, y siempre delega en los otros el compromiso de optar. Por lo tanto, nunca se Juega, trata de funcionar de manera periférica e intenta denodadamente conciliar con todos. Para el bueno es importantísimo no confrontarse, pues ello se contradice con la posibilidad de hacer amistades y ser querido. En una confrontación se pueden ganar enemigos, y lo que él busca es ser aceptado por todos. Por eso el bueno siempre intentará ayudar otro con la expectativa de enconafectiva reconocimiento. trar reciprocidad y Todas estas maniobras están al servicio de ser aceptado. Un desvalorizado bueno siempre está pendiente de que la gente no se enoje con él, puesto que el enojo es equivalente a una forma de rechazo. Una
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Trabaja para que lo quieran y reconozcan. 107
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Pero llega la profecía autocumplidora: en tanto el desvalorizado no se juegue, mucha de gente que lo rodea comenzará a fastidiarse. A las personas comprometidas con una causa, cualquiera que fuese, les molesta aquella gente que no adopta responsabilidades y no se Juega por una posición. Nuestro querido patito bueno sufrirá las marginaciones de la gente que lo circunda, puesto que lo que se connota como una virtud puede ser entendido como un desvalor y volverse en su contra. Cuanto más trabaje para ser aceptado, más rechazado será. O sea que empleará la misma técnica relacional para obtener más del misdesvalorizado continuará empeñándose mo resultado. No obstante, en desarrollar la misma estrategia, tal vez duplicando su apuesta, ya que esta posición es la que conoce mejor y mejor desenvuelve. Seguramente cautivará a otra gente, hasta que las personas se cansen de sus maniobras y lo inviten o presionen para que cambie. Vuelta a cerrar el círculo vicioso, entonces, para abrir otro nuevamente.
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Sindrome de la pobre víctima (lastimeros) El desvalorizado pobre víctima es el que se instala en el lugar del débil. Es el que se muestra impotente, minusválido y, con esta posición, obtiene reconocimiento y apoyo incondicional en el entorno. Típicamente, estas cenicientas son personas que andan por la vida provocando lástima. Llaman la atención por los infortunios de su vida, que despiertan las más amplias lamentaciones de la gente y, en boca de sus interlocutores, generan connotaciones vida diferente, aunque sea positivas que hacen que puedan ver momentáneamente. De cara a ver el vaso medio vacío, su círculo trata insistentemente de compensarlo. De esta manera, recibe fuertes manifestaciones afectivas y de reconocimiento, que son parte del plan, si éste da resultado. Estos desvalorizados tienen la habilidad de contar alguna anécdota personal o describir su situación actual, poniendo el énfasis en los aspectos caóticos y desgraciados (¡Mira lo que me ha
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pasado! / ¡Qué mala suerte tengo! / Me viene a pasar esto a mí... / ¡Qué desgracia! / ¿Te das cuenta?, me pasa de todo, ¡y siempre a mí!). Los compañeros comunicacionales, en caso de ser complementarios, tratarán de hacerles ver hacia delante positivamente o de desdramatizar los hechos. Así se obtiene la dosis valorizativa cotidiana. A estos relatos pecaminosos, que encierran demandas de afecto, se le acopla una serie de signos paraverbales, que en estos personajes son muy evidentes. La postura genufléxica, por ejemplo, posición de rezo, es una forma relevante. También el encorvamiento de la espalda y la cabeza un tanto ladeada, como si pesase sobre uno de los hombros, con típico gesto de carnero degollado. Otra de las características principales de este síndrome está trilogía queja, rumia y crítica, tres mecanismos compuesta por si que, bien poseen puntos de concordancia, se complementan. Pueden aparecer de manera separada, aunque mantienen una unión estrecha y se potencian entre sí. La rumia reiteración de pensamientos catastróficos. Es la estereotipación de las negatividades que aparecen una y otra vez en la mente de la persona. Mientras que la queja es la explicitación de la rumia, aunque puede no estar acompañada de rumiación: la queja puede ser parte de un estilo quejoso de personalidad. La persona habla y gesticula como si el mundo se complotara en su contra, y todo en la vida —o por lo menos gran parte— es visto negativamente. El quejoso se caracteriza por el sentido caótico de su discurso, aunque se encuentre contando un evento maravilloso que le ha sucedido. La crítica a veces se confunde con la queja. En general, el tono crítico implica un tenor hiperexigente, que siempre tiende a observar lo que falta y a no valorar lo que se ha hecho. En cierta manera, estas tres actitudes tienden a connotar de manera negativa las experiencias e indican diferentes planos de interacción. La rumia mental camina por ideacional, por lo tanto, implila ensimismarse rumiación. En cambio, la queja manifiesta ca para
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silencio. La queja es inexplícitamente lo que la rumia produce el teractiva, produce efectos no sólo en que la ejecuta, sino también en los interlocutores. La crítica siempre involucra a un otro, real o criticones imaginario, en el cual se deposita la crítica (aunque también consigo mismo). son hipercríticos Muchas veces, este estilo martirizador —tanto para el protagonista como para los integrantes de su sistema— es resultado de un identificación de de la familia de oriintegrante algún con proceso gen o con alguna persona con una fuerte influencia en la vida del quejoso, o es el estilo relacional de la familia de origen, o bien, es la persona misma quien ha recibido críticas devastadoras que lindan con la descalificación y se ha identificado con su agresor, etc. Frecuentemente y como efecto compensatorio, en la interacción se genera un cortejo de connotadores positivos que intentan cambiarle la óptica, pero tales intentos complementarios solamente tienden a sostener este síndrome. La persona no puede dominar esta compulsión a quejarse 0 a rumiar y, como todo síntoma que tiene el poder sobre cierto territorio, es involuntario. En general, una de las quejas 0 rumias más populares es la del podría haber hecho... Es decir, son quejas precedidas por expresiones como: Pero podría haber hecho... / Hubiese estado mejor le hubiera hecho... / En Iugar de hacer esto, podría haber hecho..., etc. Estas expresiones son la antesala de críticas y quejas, y los cimientos de una angustia permanente, que incentiva a vida. continuar connotando negativamente Otro detalle interesante en el síndrome quejoso es la necesidad de un libreto para elaborar su queja. O sea que la persona debe construir en sus experiencias situaciones negativas que le delineen el texto de la queja. De lo contrario, le resultará muy difícil lograr continuar con su estilo y deberá atribuir una semántica negativa a situaciones que se leen inequívocamente como positivas. De todas maneras, un patito quejoso siempre tiene la habilidad -más o menos desarrollada— de ver el vaso medio vacío.
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Una dupla explosiva es la asociación entre la pobre víctima y el culposo. La pobre víctima manipula mediante la culpa a sus interlocutores, por lo tanto, incentivará la culpa que naturalmente siente el culposo, es decir, calza a medida en el mecanismo relacional de ambos. El circuito de desvalorización, por ende, se acrecienta para los dos interlocutores, que se encuentran entrampados y atrapados en el juego. La pobre víctima se rodea de un grupo de compensadores, que se encuentran dispuestos a valorizarlo y alentarlo. De esta manera, aparece como rey con su séquito, llama la atención y logra llenar fortuitamente su autoestima. Pero la reiteración y el exceso del uso de este estilo, hace que mucha de la gente que rodea al desvalorizado pobre víctima termine por cansarse. Es decir, se hastía de su queja y sus relatos victimosos y comienza a apartarse, con los consecuentes sentimientos de descalificación que despierta en el desvalorizado, quien confirma una vez más que nadie lo quiere. Mediante estas actitudes segregantes de la gente, el pobrecito tiene letra para construir un nuevo libreto: No sabes lo que me pasó / ¿Sabes lo que me hizo...? Increíble, ¿no?, no me habló nunca más, así porque sí / Eramos tan confidentes y de buenas a primeras desapareció, etc. O sea que podrá contar a los amigos de su círculo y a otras nuevas personas que intentará incorporar (ya que buscará nuevos compensadores) la desgracia de la desaparición o el rechazo
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de ciertos miembros de su grupo (¡Justo cuando más los necesitaba!), colocándose una vez más en el papel de la pobre víctima abandonada. Se abre así un nuevo juego para el desvalorizado. Sindrome del culposo (autorreprochantes) La culpa es otra de las formas que adoptan las cenicientas y los patitos feos en su búsqueda de afecto y reconocimiento. Si bien la posición aparenta ser similar a la del desvalorizado pobre víctima, se diferencia en que éste no necesariamente se autoinculpa, más bien, lo contrario: es la persona en quien recaen las malas actitudes 111
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de los otros. La culpa es depositada en su contexto. Mientras que este pobrecito cree ser el blanco de las agresiones de su entorno, centro de sus propias agresiones. Es el que siempre se culposo es atribuye la culpa de lo que les sucede a los otros. Intentan, casi de manera absurda y a veces forzada, ajustar los hechos de forma que se encuentren involucrados en la causa de un malestar, De cara a una actitud problemática u hostil del partenaire, el culposo tiende a pensar que él mismo hizo o dijo algo que provocó dicha reacción. Estos desvalorizados encuentran culpas en todas partes, pero, además, como mucha gente es propensa a endilgarle culpas a los otros y está deseosa de hacerlo, en general, se rodean de personas que, casi sádicamente, le endosan o le ceden su propia culpa. Por ende, son los chivos expiatorios de los grupos, aquellos desvalorizados en quienes se concentran las tensiones y malestares grupales. Como proceso psicológico, luego de la culpa llega la reparación. Y existen diversas formas de reparar, desde las más simples hasta las más flagelantes. Un culposo puede pedir disculpas (aunque el otro haya sido el causante del malestar), detectar hábilmente lo que el otro necesita y ofrecérselo, dar afecto insistentemente o llegar a autocastigos más lacerantes, como realizar actos accidentógenos (peleas, choques automovilísticos, torceduras o caídas con las consecuentes fracturas, cortes, etc.) y síntomas físicos (dolores de estómago, intestinos, gastroenteritis, Úlcera, dolores de cabeza,
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espasmos, etc.), entre otros. Por lo tanto, los desvalorizados culposos construyen un círculo vicioso, en el cual comienzan adoptando la culpa, después reparan valorapara sanearla, y así recursivamente. Lejos de incrementar ción, cada pasaje de este circuito produce un mayor desgaste de la autoestima del desvalorizado. Más allá de culpa de los patitos culposos, la culpa es, en clases de desvalorizageneral, la eterna acompañante de todas ciones. Por ejemplo, un desvalorizado que coloca límites se siente culpable. La vivencia de señalarle al otro cuáles son sus fronteras
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genera la fantasía de que el interlocutor se enojará. Enojo, para la significación del desvalorizado, es sinónimo de rechazo, que es la actitud que se intenta evitar en vías de lograr siempre la aceptación. Para un desvalorizado, ubicarse en primer lugar, relegando el deseo del otro a un segundo puesto, en vez de privilegiarlo, también es una fuente de culpa. El hecho de no cumplir con la necesidad del otro en primer término para el desvalorizado equivale a egoísmo, narcisismo, ostentación y soberbia. Es sinónimo de agresión al otro. Cuando una cenicienta explicita su sentir sin demasiada defensa ni cautela mediada por la razón, teme herir a su compañero y ésta es una fuente de culpa. De sólo pensar que el otro se va a enojar por lo que ella hace o dice, se siente culpable, aunque todavía no haya pasado a los actos ni desenvuelto ninguna acción. Todos estos emergentes de emociones culposas los tienen en cuenta los terapeutas a la hora de comenzar a trabajar con la autoestima del paciente, a sabiendas de que cualquier alteración en la forma histórica de buscar valoración le provocará culpa. En síntesis, todo lo que implique una transgresión al manual de la baja autoestima se vive con culpabilidad. Por supuesto que aquí es inevitable el desenlace fatalista de la profecía que se autocumple. Un culposo, que interactúa con excesidioses han envo cuidado y cree que las cosas suceden porque mismo sañado con y que él es productor de las equivocaciones o del fatalismo de los otros, termina agotando a sus interlocutores. Cuando éstos se disponen a frenar tales interpretaciones, según las cuales los culposos son el origen del caos del universo, quedan entrampados, puesto que ante el límite y la bronca, culposo confirma su supuesto de que es él y nadie más que él quien tiene la culpa. Los patitos culposos también arman un puzzle con las características del síndrome del nene bueno y de la pobre víctima. Esta mezcla hace que el cuadro adquiera mayor complejidad y se incrementen los recursos fallidos para elevar la autoestima.
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Sindrome del sumiso torturado (masoquistas) Existe una raza de desvalorizados que adoptan una posición servilista y de gran sumisión en las relaciones humanas. El grupo de los sumisos torturados está formado por aquellos descalificados que hacen lo posible por complacer otro, hasta el punto en que en esa complacencia son capaces de perder su dignidad. Es decir, pueden rebajarse a niveles subhumanos, con tal de lograr cumplir el deseo del otro. Esta descripción, que parece tan denigrantemente elocuente para un ser humano, es una de las condiciones básicas en las que se involucran estos protagonistas. De postura genuflexa, encorvados en posición de plegaria, su cuerpo se encuentra por debajo de las actitudes. Por ende, en turas normales, de la misma manera que las interacciones siempre colocarán a sus interlocutores por arriba y ellos estarán destinados, desde ese lugar por debajo, a constituirse en sumisos incondicionales. Las cenicientas y los patitos torturados podrían confundirse con el síndrome de la pobre víctima, pero la actitud de esta última se halla potenciada a sobremanera. Los desvalorizados victimosos no llegan a los niveles de ultraje de este grupo. Por supuesto que las actitudes de notable servilismo tienen su contrapartida en los interlocutores. Cuanto más por debajo se halla el protagonista, más por arriba se encuentra el interlocutor. Cuanto mayor sea la aparente cuota de masoquismo que posee el torturado, mayor es el sadismo
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que ejercerá el partenaire. Para estos desvalorizados, todas las relaciones se encuentran de su nivel, pero ciertos vínculos son erigidos en un encima por supranivel. Son personas más idealizadas por el desvalorizado. Comparándolo con una corte medieval, para estos sumisos malredutratados, la mayoría son reyes, mientras que ellos pueden cidos a bufones de la corte, a pajes e, incluso, a los sirvientes que limpian los baños del palacio. Siempre se encuentran dispuestos para la ayuda y para cubrir las necesidades, privilegiando deseos de otros. El punto de dis-
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tinción con los desvalorizados ayudadores es que los torturados no tienen prurito ni límite para su ayuda. Para obtener el reconocimiento de su amo, pueden llegar a involucrarse en situaciones que los denigran como seres humanos. Por tal razón, en los grupos sociales son tomados como chivos expiatorios, rol donde se depositan las tensiones, las angustias y las broncas, o sea, la basura del sistema. De esta manera, un grupo drena tensiones y se descomprime a costa de uno de integrantes. lamenEsta clase de desvalorizados es la más incondicional tablemente, la incondicionalidad no es valorada. El interlocutor, cuando está convencido de que otro está y estará siempre en la relación, descuida y no respeta límites hacia su compañero. Entonces, el protagonista sufre los maltratos del amo. Por lo general, poseen una tendencia a involucrarse con grupos e individuos que se apropian de su persona y los toman como objetos de su posesión, descalificándolos y sin reconocer sus acciones solidarias. Este punto es parte de la patología de ese tipo de vínculos. Parece ser que cuanto menos se toma en cuenta al desvalorizado, el estímulo para continuar realizando más de lo mismo, por mayor tanto, mayor es la descalificación que se recibe. Se sistematiza así una relación rígida, que sostiene y prolifera hacia otras relaciones. El patito torturado es proclive a introducirse en situaciones en las que es maltratado y descalificado, en grupos donde ingresa y se consolida como chivo expiatorio: maridos golpeadores, amantes abnegadas, esposas gravemente descalificadoras, relaciones de amistad con una cuota importante de psicopatía y manipulación, o abusadores o usadores, quienes logran sus fines manipulando mediante los afectos. Éstas son algunas de las figuras patológicas que rodean al protagonista y son, por así decirlo, elegidas por Esta categoría es la más enfermiza de todas y es, en sí misma, una profecía autocumplidora. Desde el inicio de las relaciones, el torturado se relaciona con los otros desde la desvalorización, desde una obsecuente posición por debajo, y todas sus acciones convergen
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afecto y reconocimiento, meta imposible de lograr en la búsqueda si estas acciones se hallan enmarcadas en vínculos denigratorios. SEGUNDO GRUPO: LOS AYUDADORES
Síndrome de Superman y la Mujer Maravilla (ayudadores 1) Ésta es la primera categoría que pertenece al grupo de patitos feos y cenicientas ayudadores. En contraposición con los síndromes anteriores, estos superheroes se hallan muy lejos de una posición por debajo de los interlocutores. La mirada hacia su entorno, tanto de los nenes buenos como de las pobres víctimas y los culposos, va de abajo hacia arriba, como un mendigo que pide limosna o que observa a la gente desde plano tierra. Lo cual es un recurso manipulador, más allá de que sea efectivo o no, pues tras esa fachada manejan la situación para obtener valoración personal. En cambio, los superhéroes invierten esa relación: siempre se encuentran por arriba de otros. Superman, Batman y la Mujer Maravilla, entre otros, son personajes de ficción que poseen ciertas particularidades en común. Por ser superhéroes, se hallan dispuestos a ayudar, son incondicionales, llevan una vida ordenada y casi ejemplar, no se preocupan por ellos mismos, sino que están pendientes del entorno. Prácticamente no tienen una vida propia, puesto que siempre se encuentran disponibles para los otros, ni siquiera pueden disfrutar, ya que todo el tiempo están en riesgo de ser interrumpidos para alguna misión. Los superpatitos feos no distan de estas figuras emblemáticas. Son personas desestimadas, se enfundan en sus trajes y máscaras con el objetivo de hacer cosas para los otros buscando reconocimiento. Son personas que se encuentran en estado de alerta permanente, en una vigilia expectante para ayudar a la humanidad. Siempre hay una princesa que rescatar, un niño a quien sacar de las llamas, un ciego calle, una anciana a la que se le debe ceder que debe cruzar niños asiento, unos a los que se le escapó la pelota a la calle.
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Si bien son grandes
ayudadores, son omnipotentes aunque soberbios como en el síndrome de yotodolopuedo. no pedantes o Tampoco tienen el rol del pobre sacrificado como los desvalorizados ambulancia o bombero voluntario. Mientras que la posición de estos últimos es de humildad, simulan un bajo perfil y son mirados y reconocidos por el sacrificio; los superhéroes son vistos idealizadamente. Ellos todo lo pueden, por lo tanto, no tienen visos de humildad, sino de poder. En las relaciones humanas siempre se encuentran un tanto más arriba que cualquier interlocutor. Los Superman o las Mujeres Maravilla son también omnipresentes. Permanentemente se encuentran controlando las situaciones. Por lo tanto, además de la demanda de ayuda que están prontos a satisfacer, buscan el control. La omnipresencia es, en este caso, una forma de control de las situaciones, control que les permite origina la adquirir cierta seguridad, de cara a la inseguridad que baja autoestima. Como los otros grupos de desvalorizados ayudadores, son dadores del pedir. Andan por la vida brindando apoyo y protección. Son los que se muestran capacitados y expertos, y son utilizados como fuente de consulta y referencia. Son ayudadores en un 1p permanente, con un elevado nivel de exigencia personal para mantener su función de superhéroes en los grupos. Sin embargo, el beneficio de obtener reconocimiento de esta manera no es eterno. Esta clase de ayudadores suele tener sus puntos débiles, que los hacen flaquear en determinados momentos. Es grande el esfuerzo y el desgaste por mantener esa exigencia de ayudar a los otros; demasiado empeño por privilegiar siempre las necesidades y los deseos de los demás y postergar los propios. Al igual que los ayudadores ambulancias y bomberos, cuando se quiebran (porque resulta casi imposible mantener in aeternum esta función), la escasa tolerancia a la frustración hace que esta raza de desvalorizados se deprima. Ninguno de sus pares complementarios —un séquito de necesitados— se encuentra capacitado para sos-
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tener y proteger a nadie. Entonces, el ayudador que necesita ayuda se queda solo y recrudece su desvalorización personal, al confirmar en las acciones lo que suponía: Vo valgo y nadie me quiere. ¿Quién fuerza disminuye bajo los se atreve a ayudar a Superman cuando efectos de la kriptonita verde?
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Síndrome de la ambulancia y el bombero (ayudadores 2) Los desvalorizados ambulancias y bomberos son los típicos personajes que en los grupos sociales son observados como dadores por excelencia y se destacan por su espíritu de sacrificio y disponibilidad absoluta para ayudar. Los rótulos, muy evidentes e ineguívocos, dan cuenta del porqué de su aplicación. Las ambulancias, como toda ambulancia, por lo general se relacionan y se solidarizan con los accidentados y enfermos. Los bomberos siempre intentan apagar incendios, como una bien intencionada metáfora de la posibilidad de resolver problemas urgentes. En la interacción con las personas, se encuentran en un lugar destacado por su muy merecida fama de sacrificados, aunque no son vistos como superhéroes con un alto nivel de idealización. Nada más real que estos socorristas desvalorizados, que tienen la habilidad de estar siempre al pie del cañón en las situaciones dificiles de los otros. Este grado de solidaridad extralimitada se asocia más bien con hacerse cargo del problema del otro. Ser solidario implica ayudar otro sin involucrarse en su problema. Esa distancia del problema otro es la que permite cierta mirada teñida objetivación, una menos por las emociones y sentimientos, que reviste la situación de conflicto. Puedo ser más efectivo en la ayuda estoy al lado del otro, si no me enmaraño con todos los reveses de su problema y los observo desde fuera. Hacerse cargo del problema es adoptarlo como propio. Si el problema es mío, no es otro, sino que ahora somos dos que haya dejado de pertenecer portadores del conflicto. El hacerse cargo implica disminuirle al otro sufrimiento para nosotros. su padecer, pero tomando
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Ésta es la vía más dificultosa para ayudar. Puesto que se es sobremenos objetivo en la resolución del conflicto. El ayudador involucra en emociones y sentimientos y, en general, resulta comtotalmente partícipe de plicado resolver un problema cuando uno Él. Por tal razón, estos desvalorizados ayudadores toman el camino de hacerse cargo de los problemas de su entorno y sufren un gran desgaste. Es este valor adicional el que los hace tan sacrificados como se muestran. Además, esa apariencia favorece las expresiones de reconocimiento. Por otra parte, cenicientas ambulancias y patitos bomberos poseen un radar interno para contactarse con necesitados. En sus círculos afectivos, nadan en su agua cuando los amigos demandan ayuda. Pero es frecuente que, s1 su función en los grupos es ayudar, ese rol sea no sólo el que adoptan sino el que les adjudican y, por lo tanto, deberán desempeñar. En general, se rodean de personas demandantes, que los utilizan para poder saciar sus necesidades. Ésta es la trampa de que resulta difícil escapar: un desvalorizado ambulancia se encuentra a sus anchas en el rol, porque complementariamente hay un séquito de succionadores esperando ser amamantados. Ellos no lo dejarán huir del rol fácilmente. Maestros, mamás postizas, tíos queridos, padrinos, entre otros, son los roles que adoptan estos ayudadores. De esta manera, ejercen funciones nutricias y en cada acto de dar buscan solapadamente el reconocimiento y la valoración que llene ese vacío de autoestima. Como lo señalamos anteriormente, el rol que ejercen estos ayudadores asimétricos es paradojal: son dadores del pedir. Dadores del pedir, ni más ni menos. Brindan apoyo, protección, solución, contención, escucha, sostén, amor. Dan el abrazo, la caricia, el apretón de manos, la mirada, en los momentos en que los otros, o ciertos otros, los demandan tácita o explícitamente. Los bomberos tienen un olfato especial para detectar quién no está bien, qué persona necesita una palabra, un acto de auxilio. Es decir, son especiales detectores de malestares y necesitados.
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Pero la profecía autocumplidora golpea sádicamente. Los ayudadores no son indestructibles, por más armaduras que se coloquen, y a pesar de que sus negaciones funcionan a tope y su mirada se centra en los demás, pueden ser ellos los que necesiten ser auxiliados. Es entonces cuando surgen los más acuciantes sentimientos de soledad. En principio porque.un ayudador no sabe ser ayudado. No lo entiende y no se deja. Pero su entorno de personas tampoco favorece esa ayuda. A un cortejo de necesitados, pasivos, a la espera de la ayuda, no puede pedírsele que de un día para otro se conviertan en ayudadores responsables. Otro libreto que escribe el desvalorizado. Otra razón para sentirse no querido: tanto ha hecho por los otros y ahora nadie se ocupa de él.
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Sindrome siismo (ayudadores 3) Los desvalorizados siístas pertenecen al grupo de los ayudadores que se hallan en total incondicionalidad con el entorno. Son aquellos bonachones que no pueden decir no a ninguno de los requerimientos de los otros. De ahí que lleven esta categorización casi graciosa, que denuncia la orden interna que obliga a decir sí a las demandas de los demás. Los siístas no son especialmente socorristas como las ambulancias, o salvadores como los superhéroes, son desvalorizados que siempre están atentos a lo que el otro necesita y, cuando la necesidad se transforma en pedido, simplemente responden afir-
mativamente. En general, lo que más temen los desvalorizados que se transforman en expertos ayudadores y buscadores de valoración exterior, es no ser queridos y ser rechazados. Por esta razón, colocar un no es una utopía. Señalar los límites representa un gran esfuerzo, ya que supone privilegiar el deseo de los otros relegando-el personal. Los patitos, que siempre dicen sí, deben necesariamente anteponer los deseos de los otros a sus propios deseos. Por lo tanto, se encuentran siempre focalizados en los interlocutores y no centrados 120
en el eje personal. Cognitivamente, se han sistematizado en hábiles otros. y perspicaces detectores de las necesidades de Estos desvalorizados no conocen el decir no, puesto que viven la negativa como un rechazo hacia otro. Ese rechazo puede traducirse en bronca hacia ellos y esta bronca interpretarse como descalificación, enemistad, rechazo, marginación, etc. El decir no genera culpa, angustia, miedo a la soledad y una serie de sensaciones y fantasías de desprotección. El miedo al rechazo motiva que siempre la respuesta sea sí. Pero se debe tener en cuenta que, en las relaciones humanas, a las acciones les suceden reacciones, y en estas interacciones se encuentran pares complementarios, que a veces funcionan con notable rigidez. Es decir, no sólo soy yo quien digo sí, sino que también los otros colaboran para que yo continúe respondiendo de manera afirmativa. Esta ultradisponibilidad para con la gente hace que se construya un acuerdo tácito entre interlocutores, por el cual la otra parte acata. Precisamente, el término es una parte demanda acata y no acepta, puesto que, para el desvalorizado, el pedido del otro se acerca más a una orden que a una solicitud. Pero, como ocurre con todas estas formas de buscar autoestima, según reza la frase popular Tanto va el cántaro a la fuente profecía autocumplidora tampoco tarda en que al final se rompe, desvalorizados. concretarse para estos Es de esperar que (tanto por parte del protagonista como de sus interlocutores) se usufructúe y se abuse de este mecanismo cuyo esdecir sí, de modo que tereotipo es enojo de la persona recibe contraparte si llega a transgredir el código tácito de la relación que establece con el otro (en la que impera la imposibilidad de decir no suy la aceptación —el sí- a ultranza). Y de esa manera confirma puesto inicial: Si digo no, me rechazarán y no me querrán, supuesto que se constituye en una trampa de la que no se puede salir y que sostiene la reiteración del mecanismo. Esta incondicionalidad y disposición a cumplir los pedidos hace que la gente no le otorgue el valor que se merece a semejante
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dador. Al abastecer siempre el deseo, no se genera demanda, y el complacer permanente no produce cierta incertidumbre persuasiva, que le proporciona magia y seducción a las relaciones humanas. Es allí donde se abusa de los dones del desvalorizado —7otal, no se va a enojar—, se juega con su paciencia y se usufructúa su dar incondicional. Es algo así como material descartable. El siísta, que tanto lucha por ser aceptado y agradar al otro, termina generando el efecto contrario al que buscaba.
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Sindrome de Papá Noel (ayudadores Los Papá Noel son aquellos desvalorizados que tienden a regalar objetos materiales como forma de obtención de valoración. O sea, son personas que regalan desde dinero, ropa, objetos y joyas, hasta electrodomésticos y departamentos, como una forma de manifestar el cariño hacia el otro, pero con la secreta expectativa de recibir destinatarios. aprobación de En general, muchas de estas personas poseen dificultades en expresar sus afectos y emociones de manera llana y directa: utilizando 7e quiero, abrazando o actuando como otros grupos de desvalorizados, que buscan el valor y ayudan mediante acciones o sacan rédito valorizativo a través de victimizarse, por ejemplo. En cambio, estas cenicientas prestan dinero a aquellos que necesitotal para su auto, tienen una conexión con algún tan completar crédito de en el banco para acelerar un préstamo se apareagente cen por sorpresa con el electrodoméstico que precisaba el interlocutor en la inauguración de su departamento. Por supuesto que hay muchas personas que regalan pero no necesariamente buscan afecto mediante el regalo, que abrazan y expresan de manera libre el cariño, pero este grupo de desvalorizados al que aludimos posee un estilo casi compulsivo de dar regalos. necesario que sean ricos (como seguramente lector Tampoco estará pensando), sólo tienen una alerta hipervigilante a las necesidades los otros, que intentan denodadamente cubrir.
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Con frecuencia, los papanoeleros se posicionan en un 2p relacional y se maternalizan o paternalizan en el vínculo, como padres de adolescentes o niños, a los que se les abastece de sus necesidades materiales. Son capaces de pasar estrecheces económicas o hasta pedir otro lo que desea. Estos un préstamo personal, con tal de brindarle patitos son muy proclives a ser abusados y explotados por manipuladores, que ven la veta regalera en ellos. Estos manipuladores se colocan en la posición de pobres desvalidos, provocadores de culpa en el otro, impotentes, etc., y conforman la fauna abusiva que complementa a los regalones. Esta incondicionalidad relacional, que abastece todas las demandas que provoca otro en el vínculo, lejos de lograr valoración, no sólo genera uso y abuso, sino que el patito es tomado en cuenta para ser explotado, pero no para otras actividades naturales de las relaciones amistosas. Son los que pagan siempre en los restaurantes, los regalo más costoso y original en los cumpleaños o los que hacen que le regalan un viaje a Europa a una pareja que recién lleva un mes de relación. Pero debe quedar claro que el hecho de pagar o regalar lo mejor no se trata de un acto de alarde. Muchas personas alardean mediante regalos o con el famoso ¡Pago yo!: toman la cuenta del restaurante y de manera ostentosa sacan la American Express Platinum para pagarla. No estamos hablando de este tipo de fanfarrones. Lejos de la soberbia y con poca bulla, las cenicientas buscan, consciente o inconscientemente, ser reconocidas mediante la entrega de aquel bien material que le hace falta al interlocutor y que puede retornar mediante muestras de cariño y valoración.
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TERCER GRUPO: LOS PERFECTOS
Sindrome del alumno ejemplar (hiperexigentes) Los patitos y las cenicientas alumnos ejemplares son aquellos que, frente a su baja autoestima, intentan exigirse al máximo como forma de contrarrestar el desvalor. Tratan, de esta manera, de resaltar en 123
los contextos donde interaccionan, con la secreta expectativa de ser valorados por sus capacidades y recursos. En su infancia, muchos de ellos, ante padres demasiado involucrados en la conyugalidad de la pareja, ausentes, focalizados en actividades extrafamiliares, o cuya atención se hallaba centralizada en alguno de los hermanos, necesitaron hiperexigirse para convertirse en niños sobreadaptados o supercorrectos, obteniendo así algún resto de mirada de sus progenitores. Por lo general, poseen un perfil de hiperex1gencia muy alto que los hace descollar en alguna disciplina. Son personas que destacan en profesiones u oficios, o en la vida en general. Convengamos en que es importante una cuota de exigencia para lograr funcionar productivamente. La exigencia es el impulso, la fuerza para llevar adelante un emprendimiento de manera idónea. Pero el problema radica en la medida de la exigencia. Hasta cierto punto, la exigencia alienta y valoriza el esfuerzo del protagonista. Pasado ese límite, se transforma en hiperexigencia. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿cuál es el límite?, ¿cuál es el punto justo donde extralimita en sus posibilidades personales? ser humano La exigencia contempla las posibilidades y recursos personales, los hace valer para aplicarlos en situaciones y experiencias a resolver. La hiperexigencia, en cambio, no sólo busca los recursos personales, sino que trata de crear y fabricar, muchas veces idealmente, posibilidades que exceden las capacidades de la persona. Por razón, los exigentes son más humanos, conocen sus límites, capitalizan sus recursos, los valorizan; mientras que los hiperexigentes no son humanos, son máquinas de producir, no entienden de limitaciones y rebalsan sus capacidades, por lo que tienden a desvalorizarse como factor de presión personal. Si midiéramos en términos de puntaje, es el típico ejemplo del vaso medio vacío o medio lleno. Si el máximo es 10 puntos, un exigente valora haber alcanzado un 7 o un 8, por ejemplo, mientras que el alumno ejemplar se dedica a observar obsesivamente lo que faltó. Teniendo el mismo puntaje, señalará los dos o tres puntos
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que faltaron para llegar al diez. Más aún, para un hiperexigente un puntaje de 9.50 es la rumia de preguntarse por qué no llegó a los 10 puntos o en qué ha fracasado. Por lo tanto, los exigentes disfrutarán de su rendimiento y buscarán napoyarse en la experiencia pasada para aprovecharla en la futura, en cambio los hiperexigentes no podrán: a pesar de que puedan cumplir con los 10 puntos, inexorablemente habrá algo que objetar. Si siempre se fijan en lo faltante, siempre se hallan en deuda consigo mismos. Este mecanismo les provoca culpa y angustia, que se expresa a través de la queja. Así, además de hiperexigentes, son culposos y quejosos. En este sentido, los exigentes no son culposos, sólo lo necesario en relación con los errores que se producen en el desarrollo de la experiencia, ya que admiten un margen de equivocación y son conscientes de que ese margen es lo que permite el aprendizaje. Los hiperexigentes, en cambio, no se permiten equivocarse. No tienen fracción posible para el error. Por tal motivo, la desviación del objetivo, que implica no utilizar la información acertada, les genera insalvables sentimientos de culpa, que son manifestados mediante autorreproches, agresiones y otros flagelos. La exigencia posee un margen de flexibilidad que posibilita erradicar dogmatismos y aceptar diversos permisos frente a las arbitrariedades de la experiencia. La hiperexigencia es rígida y no admite borrones en la hoja blanca; es sentenciosa y categórica. La exigencia dice: Trato de hacer lo mejor que puedo. La hiperexigencia sentencia: Debo hacerlo perfecto. Estas actitudes, que demarcan radicales diferencias entre ambas posiciones, no sólo se desenvuelven para los protagonistas, sino también para el entorno. La hiperexigencia para sí y para los demás es moneda corriente en esta categoría de desvalorizados. Es frecuente que los hiperexigentes se vuelvan criticones y casi descalificantes con ciertas personas de su entorno. No valoran lo que se realizó, lo que todavía sino que se quedan afincados llegó a realizar.
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¡Cuánto trabajo para ser querido! Sí, es cierto, este tipo de desvalorizados trabajan mucho para obtener el reconocimiento del medio. Pero también debemos destacar que un alumno ejemplar no es necesariamente un desvalorizado. La hiperexigencia es un recurso del que se vale una persona con baja autoestima para lograr elevarla. No obstante (y como siempre), tarde o temprano el martillo de la profecía autocumplidora cae inexorablemente. Los hiperexigentes pueden agotarse, pero, además, poseen poca tolerancia a la frustración. Cuando son numerosas las oportunidades en que no logran arribar a los objetivos idealizados, sienten una profunda sensación de fracaso. Nadie puede contenerlos. Han intentado siempre ubicarse por arriba de los otros y les cuesta dejarse acompañar en la angustia de la frustración. soledad. Se sienten solos, aunque son ellos los que construyen la Por otra parte, cuanto mayor sea la hiperexigencia, mayor sistematización en la vida de la persona y su entorno. Las cenicientas hiperexigentes se vuelven personas críticas, autoritarias y negativas (para sí y para su entorno), nunca connotan positivamente los logros propios ni los de los demás, no disfrutan tampoco del placer de llegar a un objetivo. Con el tiempo, la convivencia con ellas se vuelve intolerable. Se convierten en dependientes del contexto, pero caen en la trampa de no sentirse nunca satisfechas, y la gente, segregación. lejos de calificarlas, les paga con la misma moneda:
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Síndrome del yotodolopuedo (omnipotentes) Es ésta la categoría de los desvalorizados que enarbolan sus estructuras defensivas más rígidas. De cara a la desvalorización y la consecuente inseguridad, los patitos feos y las cenicientas toman el camino de la defensa: frente a los sentimientos de impotencia que les surgen a nuestros protagonistas, la omnipotencia es el otro polo donde fácilmente pueden apoyarse como forma de valor y
reconocimiento.
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Éste es un síndrome el que la persona no se empeña denodadamente en buscar afecto y reconocimiento en su entorno desde 126
un rol de desvalimiento. Al contrario, se coloca una armadura de hierro y se transforma en un autosuficiente que todo lo puede. Se autoabastece, entendiendo que él es el mejor. Así se muestra, casi perfecto. Es decir, espera encontrar la valoración en sus contextos de relaciones, pero nunca va aceptar que posee fallas o equivocaciones. Tampoco se halla afanosamente centrado en dar o ayudar a los otros para recibir reconocimiento. Como en todo mecanismo defensivo de la omnipotencia, claramente se solapan sentimientos personales de impotencia y desvalimiento interiores, que, de esta manera, no surgen a la superficie. El sentido de autosuficiencia es muy importante en este síndrome. Contrariamente a los otros cuadros, que buscan la valoración en el afuera, ya sea concretando las necesidades y deseos de los otros o posicionándose en lugares donde obtienen los beneficios del reconocimiento, los yotodolopuedo ni siquiera son conscientes de su nivel de desvalorización. Han creado un falso se%f (falso yo), que actúa bajo el patrón de ciertas características que demuestran estabilidad emocional y valimiento. ¿Quién podría afirmar que esta categoría de desvalorizados son desvalorizados? Por lo general, como en todos los síndromes, nunca piden, pero tampoco dan como forma manipuladora de recibir. Tampoco hacen cosas para los otros con la secreta expectativa de obtener su valoración. Aparentan una cuota de narcisismo importante, que es algo así como mirarse el ombligo permanentemente. Pueden estar con otros, pero no se conectan de manera profunda. Los omnipotentes, en las interacciones humanas, se hallan muy por arriba de los demás. Siempre son asimétricos y miran desde alto a sus partenaires, por ende, a los interlocutores les cuesta llegar al corazón de estos semidioses. Casi siempre, cuando se conectan con los otros, lo hacen a través de lo intelectual o racional. Pueden monopolizar una reunión mediante una cátedra de política internacional, biología marina, curiosidades de física, hasta análisis de noticias de actualidad, pero
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no se trata de indicadores de sapiencia, sino de formas de destacarse en las reuniones sociales, con la finalidad de monologar y obtener elogios y muestras de valoración de su entorno. Anteriormente, hemos descrito estas formas de ostentación del omnipotente, que tiene la capacidad de aprender muy rápido, escuchando comentarios de los que verdaderamente saben o tomando algunos datos de los pocos programas televisivos culturales que existen y desarrollándolos hábilmente mediante la oratoria. Estos perfectos son, como tales, negadores. La omnipotencia, por lo general, es un recurso defensivo que hace alianza con la negación. Hace falta negar esos aspectos que muestran la impotencia y la inseguridad, y, mágicamente, armar un personaje omnipotente y seguro de sí mismo. Claro que esta estructura no es consciente. No se trata de un acto premeditado. Se va cimentando paulatinamente, ocultando cada vez más esos sentimientos oscuros que desnudan a la persona en sus debilidades. Estas formas de los desvalorizados omnipotentes los llevan a volverse controladores. Quiere decir que todos los detalles deben pasar por su supervisión, porque creen que solamente ellos poseen la capacidad para desarrollar cualquier tarea de manera idónea. Ésta es una de las razones para que los yotodolopuedo se vuelvan omnipresentes, se encuentren en todos lados haciendo despliegue de sus verdaderas y falsas capacidades. En rigor, tampoco se trata de que estos omnipotentes no posean recursos para nada. Como en todo ser humano, existen habilidades que
desenvuelven efectivamente, pero estos desvalorizados creen y hacen creer que son dóneos en otras, que en realidad solamente conocen superficialmente. Un estilo, al que hemos hecho referencia anteriormente y que se acopla a esta clase de desvalorizados, es la soberbia, la pedanalto de su torre de oro, los tería y la petulancia. Mirando desde lo fueran. Son los soberbios hacen gala de lo que no son como omnipotentes que se vuelven descalificadores, no porque desva-
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si
loricen expresamente a sus interlocutores, sino porque su actitud misma una descalificación para los otros. Alguien que hace ostentación explícita de que él siempre es el experto, deja al resto como ineficiente o ignorante. Aparentemente, se mueven en todos sus círculos de manera au-
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independiente. Pero no hay nadie más dependiente que un omnipotente; bajo la fachada del maduro y evolucionado se halla una personalidad infantil, insegura y sumamente frágil, con numerosos miedos a que lo descalifiquen. Todas estas características están al servicio de no mostrarse realmente. ¡Cuánta impotencia y desvalorización debe haber en sustrato de la persona, para necesitar mostrarle al mundo tanta om-
tónoma
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nipotencia e hipervaloración! Pero, tarde o temprano, estos mecanismos hacen que persona paulatinamente sea segregada. En un comienzo, el omnipotente puede, de manera empática, resultar elocuente y descollar entre sus interlocutores, por ejemplo, en el desarrollo de algunos temas específicos. Pero en la medida en que esta actitud se repite en todos los temas en todas las oportunidades, la gente comienza a generar antipatía hacia el protagonista y aparecen actitudes de rechazo. Es una ecuación directamente proporcional: tanto se intentar descollar, en tanta marginación y desvalorización se termina.
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Estos síndromes solamente son ejes referenciales. Tal vez, en la realidad concreta, el desarrollo de cada uno de ellos no se presenta de manera pura. Las particularidades de cada uno pueden aparecer articuladas, ensambladas y potenciadas entre sí, construyendo entidades propias. Todos estos intentos fallidos, como hemos visto, desembocan en el resultado contrario al que se intenta obtener. Por esa razón, lejos de adquirir mayor valorización y la consecuente elevación de la autoestima, se socava aún más (y hasta niveles catastróficos) la
percepción personal. 129
Como ya se ha observado, estas formas de búsqueda de valoración se alejan ostensiblemente de la alegoría narcisista que puede implicar el hecho de que las personas de nuestro entorno nos reconozcan o califiquen. En todos estos síndromes prima la dependencia. Para los diversos tipos de desvalorizados, los otros se convierten en surtidores de estima y son indispensables para su supervivencia.
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EPÍLOGO ENCONTRANDO TESOROS INTERIORES
Partió de él. El viaje fue largo. Más que largo, dificultoso, con diferentes obstáculos que trató de sortear. Muchas veces estuvo a travesía. Durante todo su recorrido se equipunto de abandonar vocó de caminos, de acompañantes y medios de transporte. En numerosas ocasiones perdió su norte e intentó recuperarlo ayudando a los otros con la secreta intención de que lo valoraran, pero nunca puso la mirada sobre sí mismo. Hasta que llegó a un lugar silencioso, donde descubrió una gruta (oscura y profunda como todas las grutas) y, en el fondo de la gruta, halló un arcón. Lo abrió, curioso, y poco a poco fue sorprendiéndose y sintiendo una sensación de bienestar y amor. Se dio cuenta, entonces, de que estaba frente a sí mismo y de que todos los valores que encerraba el tesoro eran sus propias posesiones —recursos y capacidades personales—, de las que nunca había logrado percatarse, o que tal vez no valoraba para Se llevó las manos al corazón y pudo entender, al fín, que era indispensable para la vida quererse y valorarse, y que la mejor manera de valorar y amar es poder brindarle a la gente que amamos lo mejor de nosotros. Se dio cuenta así de que ese no era el final de su travesia, sino el comienzo: partió desde el y llegó a él para
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iniciarse.
Luego de todo este desarrollo, luego de otear concienzudamente los intentos fracasados de obtener valoración personal, cabe pre131
guntarse cuál o cuáles son los caminos para revertir el dolor y las angustias que genera el sentirse desvalorizado. Es maravilloso sentir profundamente las manifestaciones de reconocimiento y afecto. El cariño, el amor, como tales, son emociones perdurables en manos de una persona que goza de buena
autoestima, pero son totalmente perecederos y momentáneos en manos de un desvalorizado. Mientras que un valorizado es independiente de estas manifestaciones y disfruta de ellas, el desvalorizado es dependiente y no tiene mucho tiempo para gozarlas en plenitud, pues se agotan rápidamente y necesita casi de manera inmediata ir en búsqueda de nuevas caricias en brazos de otros
valorizadores. Los patitos feos necesitan siempre que se les recuerde que son cisnes y que se los califique y adule como tales. Las cenicientas desean escuchar que son princesas y quieren sobremanera ser adjetivadas como tales. Patitos feos y cenicientas trabajan y hacen cosas (muchas) para obtener esa valoración. La valoración, la estima humana, un trabajo personal cotidiano. Pero no un trabajo para otros, sino un trabajo para nosotros mismos. No se trata de hacer para que el otro pueda dignarse a poner el ojo en mí. Se trata de colocarme en primer lugar, como persona importante y valiosa, sin pruritos ni falsas modestias, sin creencias en egoísmos equivocados; en primer lugar, como alguien que se merece que le den y que lo homenajeen por lo que es.
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BUSCANDO ADENTRO O EJERCITANDO LA VALORACIÓN
A veces, como terapeuta, mando algunas tareas para el hogar, pensando que la terapia no se acaba en el reducto del consultorio y con la expresa intención de que el paciente logre aceptarse tal cual es, con sus virtudes y defectos. Intento, previamente, que la persona pueda ubicarse en una posición de privilegio y se atreva a hacerlo. El privilegio de ser él y no otro quien se merezca algo para
sí.
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En algunas ocasiones, indico estas prescripciones y espero que sean de ayuda para la procreación de la buena autoestima.
Regalarse a sí mismo Los patitos siempre son expertos en dar y regalar a otros. En esta tarea se intenta el autovalorarse obsequiándose algo a uno mismo, con el requisito de sentirse merecedor de semejante presente. La tarea no deberá realizarse como un acto automático, de lo contrario pierde sentido. Como acción, implica colocarse en primer lugar, inventar reun espacio de tiempo para uno mismo, elegir cuidadosamente decir, todo lo que un patito feo no hace. galo, pensar en uno, Dentro de las sugerencias les pido cosas concretas como salidas, paseos postergados, ir al cine a ver esa película que no vio a la peluquería y realizarse un corporque adujo no tener tiempo, el libro que te nuevo, cenar en restaurante preferido, seleccionar tanto deseaba leer, tomarse el tiempo para comprarlo, disfrutando ese momento. Sentarse a tomar un café rico y hojear las primeras páginas recuperando el hábito de la lectura. Una tarde para uno. Una tarde para disfrutar, siendo yo el que me la merezco. Tomarse
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el tiempo para comprar aquella ropa que no se permitió usar por ser demasiado cara, a pesar de tener el dinero para adquirirla, ir a
aquella masajista para darse un momento de relax, etc. No son pocas las oportunidades en que los desvalorizados llegan a la sesión siguiente con un listado de excusas, con las que tiempo para realizar la respaldan el hecho de no haberse tomado tarea. Anteponen obligaciones maritales o parentales, aducen que fue una semana de mucho trabajo y, en los más descarnados, aparece el olvido o que no sabían qué regalarse. No resulta sencillo quebrar un automatismo que lleva tanto tiempo arraigado. Los desvalorizados regalan a los demás y sitema ser pre se postergan. Dan, pero no se dan a sí mismos. ¿Cómo posible que modifiquen su actitud tan rápidamente? Es necesario cocer el proceso a fuego lento pero inexorable. Concretar este ejer-
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va
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cicio, por banal que parezca, es un acto sublime, donde la persona intenta privilegiarse, anteponerse a otros, a esos otros que siemmisma. enalteció postergándose pre La tarea de hacer cosas para uno mismo implica elegir para sí y no para otro, elegirse, tomarse el tiempo, colocarse en primer lugar, centralizarse en uno, no buscar reconocimiento en los otros sino en la propia persona. Es necesario reforzar a los patitos feos y las cenicientas que la tarea y todas sus implicancias no sean interpretadas como un acto egoísta. También es imprescindible recordarles que es factible sentir culpa por semejante transgresión a la postergación histórica. Además, si se logró realizar la tarea, es necesario indagar de qué manera esta experiencia se puede trasladar a otras áreas de la vida de la persona. Esta actitud de búsqueda de valoración en el entorno lleva a la que persona se sumerja en una serie de manejos y manipulaciones, que tienen por finalidad cumplir con tal objetivo. Como señalamos anteriormente, muchas personas se transforman en grandes ayudadores hipersolidarios, que siempre están dispuestos a dar en la inconsciente búsqueda de reconocimiento. El hecho de dar sistematiza inmediatamente el hacerse cargo y construye circuitos interaccionales de complementariedad, donde el medio social —con quien se establece relación— está compuesto por dependientes habituados a que sus carencias afectivas sean llenadas. El ayudador se sobrecarga de responsabilidades y se halla posicionado, casi siempre, por arriba en relación con los demás. No obstante, esta posición aparenta ser la de la pobre víctima. Aunque nada más alejado: el ayudador ejerce el control y raya —en general— en la omnipotencia del yo todo lo puedo.
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Pedir y pedir El código de interacción que rige a los desvalorizados ayudadores no admite la acción de pedir, ya que esta actitud desestructuraría el estar por arriba en las relaciones (los poderosos nunca piden). 134
Pedir constituiría la manera más genuina y honesta de conducir sus vínculos e implicaría un quiebre profundo con el mecanismo utilizado hasta el momento. Además, implica asumir la desvalorización y comenzar a nutrirse emocionalmente, valorándose de adentro hacia afuera. Una vez que este aprendizaje se haya efectuado, será factible equilibrar los tantos y lograr que la persona —de una manera
más proporcionada— pueda dar, pedir y recibir. Para modificar tales mecanismos, una de las tareas que aplico en la psicoterapia es la prescripción del pedido. En esta tarea prescribo —a manera de desafío— que se seleccionen dos o tres personas afectivamente significativas y se realice un pedido por persona. En apariencia y a simple vista, esta tarea puede resultar fácil, pero para los pacientes patitos feos y cenicientas es toda una empresa desarrollar este tipo de acciones. Pedir quiere decir —entre otras cosas— renunciar a la posición omnipotente, salir del yo puedo y yo te doy en las relaciones, y aceptar preventivamente que el otro, frente al pedido, puede decirnos que no. Quebrar el mecanismo relacional de los dadores es todo un desafío, puesto que con el ejercicio el desvalorizado se expone a invertir su juego de búsqueda de calificación. De esta manera, ejercitará el pedir explícito e intentará evitar el dar como una forma de pedir encubierta. Tratará de diferenciar el dar que oculta el pedir del dar auténtico y también ejercitará la tolerancia a la frustración que implica el no (como sensación de rechazo), que es factible que surja como respuesta. Por tanto, la tarea involucra varios perfiles de la situación y es descarnadamente directa, ya que confronta a los patitos feos con sus dificultades. Por este motivo es importante comenzar por pedidos pequeños, casi sin relevancia, con miras a facilitar el trayecto a pedidos más significativos y con gente más cercana en el plano de los afectos.
Decir ¡No! En general, los ayudadores y los buscadores de valoración exterior temen no ser queridos y ser rechazados. Por esta razón, les cuesta poner límites al privilegiar el deseo de los otros relegando el personal. Prescribir a una cenicienta aquello que no puede hacer requiere de un trabajo previo minucioso y detallado. O sea, será importante que se desarrolle una reflexión sobre las atribuciones y distintas actitudes en las que se ha sumergido en busca de valoración. Es factible que en tal exploración se encuentren otras prescripciones —como las mencionadas anteriormente—, que hayan sido ensayadas por el paciente con miras a desestructurar recursiones nocivas de su autoestima. Por tanto, si las tareas precedentes han sido efectivas, la persona tiene que haber fortalecido parte de su autoestima y debe encontrarse en condiciones de afrontar las puestas de límites que indica la presente prescripción. si se quieSe comenzará desde un perfil bajo, con pocas re, humildes expectativas. Pueden elegirse dos situaciones que no posean un alto tenor afectivo, en las que intentará decir no. Se deberá, además, advertir que es factible que le sobrevengan sentimientos de culpa y angustia, más aún, seguramente aparecerán estas emociones. La prescripción del no puede aplicarse varias veces. En diferentes etapas del trabajo personal, es factible crear tareas que avancen sobre las dificultades para poner límites. Se introducen en situaciones de mayor complejidad, en contextos que para el paciente sean más difíciles, con personas que afectivamente sean más significativas y que al paciente le cueste confrontar, en situaciones donde la persona corra el riesgo de sentir más culpa, etc.
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Hacer el ridículo Ésta es una de las pruebas más provocativas dentro de las tareas terapéuticas destinadas a que la persona logre valorizarse. La desvalorización conlleva la inseguridad y el temor al rechazo, que apa136
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el temor al ridículo, y son estas rece enfundado bajo la vergiienza reacciones las que se intentan confrontar en la prescripción. En general, le indico al paciente que desarrolle una situación en la que se sienta absurdo o cometa una equivocación burda o un error, cuando con claridad se observa cuál es el camino correcto. De esta manera, se trata de comparar el supuesto de la persona acerca de sentirse ridículo en sus experiencias con la realidad que se construye con la tarea. Por ejemplo, una de las más utilizadas consiste en mandar a preguntar sobre una calle, estando en una esquina, debajo de un cartel indicador de esa calle. En una serie de oportunidades factible realizar salida del consultorio), el paciente deberá tarea ya desde situarse en una avenida (dado que las avenidas son más conocidas) y al primer transeúnte que se le cruce, le preguntará dónde queda la avenida en que se encuentra. Si la persona se halla en Paseo de Gracla, preguntará: ¿Me podría decir dónde queda Paseo de Gracia? Y así repetirá la tarea en dos, tres o cuatro oportunidades. Se deberán registrar las sensaciones y las emociones resultantes en cada pedido, para después trabajarlas en la sesión siguiente. Como señalábamos anteriormente, este ejercicio confronta el supuesto personal con la realidad de la respuesta del otro. Frecuenlo que la ridículo es mucho mayor fantasía de pasar temente, lo que ella supersona cree. Al realizar la tarea, se da cuenta de que tal de La reacciona diferentes se cumple magnitud. no en gente pone maneras, pero en la mayoría de las oportunidades de manera educada o divertida. Hace una broma sobre la equivocación, pero siempre respondiendo a la pregunta, nunca agrediendo o descalificando. En los casos de mayor resistencia, el paciente lee las reacciones de los otros como formas encubiertas de ocultar los verdaderos pensamientos desvalorizantes. O sea que persevera en su construcción rígida y resiste a salir de ella. En muchas ocasiones, la experiencia se torna divertida, en lugar de resultar una prueba angustiante. Otra forma del mismo ejercicio consiste en mandarle a la persona que entre en una verdulería y pida medio kilo de carne, que
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intente comprar una bombilla de luz en un bar, tomates para ensalada en un almacén o lechuga en una carnicería. Puede continuarse la tarea aumentando el nivel de equivocación —en la medida que se vayan obteniendo éxitos, superando vergiienza y acercándose más al atrevimiento. Por ejemplo, intentar comprar un destornillador en una confitería, un kilo de patatas en un comercio de electrodomésticos o comida tailandesa en un restaurante italiano. Ésta es tareas que posibilita desmitificar los supuestos autodesuna de valorizantes y desestructura, en parte, la cadena de profecías autocumplidoras que los confirman.
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las
El listado de la autoestima Se le propondrá a la cenicienta completar una hoja en blanco dividida en dos columnas: la primera, ¿Qué es lo que valoro de mí?, la segunda, ¿Qué desvalorizo? las lleva el viento, pero resulta basDicen que las palabras tante contundente ver plasmadas en un papel las cosas que más me gustan de mí mismo y las que menos me gustan. Por regla general, es de suponer que los desvalorizados hagan una columna más extensa de lo que menos me gusta. Ellos saben apreciar con facilidad la descalificación y la crítica, y hallan serias dificultades a la hora de ver las cosas positivas. Hay personas que, cuando tienen que comentar lo que escribieron sobre lo que valoran de sí, se incomodan notablemente, se emocionan, se traban en su exposición, mientras que cuando leen las cosas que desvalorizan, lo hacen con aparente fluidez. reflexión sobre cuán feos Esta tarea es una buena apertura para se ven los patitos feos y cómo factible equilibrar las dos columnas: disminuyendo la negativa y haciendo un profundo reconocimiento la primera columna. de los valores personales, incrementando La tendencia a hacerse cargo del otro y a dar incondicionalmente es otra de las características de los desvalorizados. Las cenicientas tienden a ordenar servilmente, a lavar los platos, levantar
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la mesa ni bien se termina el almuerzo, hacer trámites, en síntesis, hacen sin darles a los otros la oportunidad de que colaboren, es decir, de que la organización de las actividades sea más equitativa. desvalorizados se quejan de su sobreactividad y de que Después los demás abusan de ellos, cuando son ellos mismos los que instauran ese código de interacción.
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Dejar
la iniciativa al otro
En esta tarea se trata de dejar de monopolizar las colaboraciones y de permitirle al resto que también haga: una señora que no se levante inmediatamente a recoger la mesa luego de cenar, que no pague la luz o el gas y deje que un integrante de la familia se ocupe de ir al banco a efectuar el pago, que deje que el marido cambie los pañales, que no ordene la habitación del hijo adolescente, etc. La excusa más frecuente que colocan estos ayudadores incondicionales es el temor a que, si no lo hacen ellos, nadie lo haga (aunque nunca intentaron dar la oportunidad a otros), con lo cual alimentan el círculo vicioso. Cuando se cumple con la tarea, es notable cómo hecho de dar lugar al otro posibilita su iniciativa. Es cierto que no pueden esperarse resultados inmediatos, pero es importante perseverar y no recaer en las viejas acciones. Cuando las tareas no se hacen, alguien tomará la posta hasta que logre sistematizarse una nueva interacción. Los desvalorizados resisten a renunciar a ser ellos los que comandan acciones (a pesar de que se quejan), temen perder territorio en el reconocimiento y en el ser calificados por los demás.
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se
Estas prescripciones, que parecen juegos simples, intentan romper con los mecanismos en los que se sumergen los desvalorizados con el objetivo de encontrar valoración y reconocimiento en su entorno. Muchos patitos feos y cenicientas pasaron y pasan por mi consulta, aunque aparentemente no sea por el motivo de la desvaloración, 139
sino tal vez por otras situaciones en las que se encontraban los coletazos de la baja autoestima. Además de tomar consciencia del cisne y la princesa interiores, los desvalorizados, a partir de ese darse cuenta, deben desarrollar acciones concretas que hagan cesar los mecanismos de búsqueda de su valor en el afuera, acciones que les posibiliten actuar diferente e incrementar verdaderamente su buena autoestima. Uno de los objetivos de la vida tiene que ver con el vivir bien, en el más profundo sentido de bienestar, y solamente es posible alcanzarlo si nuestra valoración personal está estable, es decir, si nos queremos y nos damos lo mejor a nosotros mismos.
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APÉNDICE HISTORIAS DE DESVALORIZACIÓN
Ser humana Ojerosa y con los ojos tristes: ésa era la expresión gestual de Margot cuando vino por primera vez al consultorio. Su cabello estaba desarreglado y en su ropa había cierto glamour, aunque no en los colores ni en la manera de lucirla. He perdido el encanto, doctor, fue lo primero que dijo, e inmediatamente miró hacia abajo, ensimismada y repleta de angustia. Tenía 65 años y había vivido a toda velocidad. Se casó muy joven (de 19 años); a los meses de matrimonio quedó embarazada de su primera hija y dos años después se embarazó nuevamente. Margot criaba a sus hijas y mientras tanto (mientras tanto era una frase muy común en Margot: Estaba haciendo esto y mientras tanto aproveché e hice esto otro) se encargaba de llevar adelante el hogar, ya que su marido viajaba porque era comerciante y se enllevó a llenar esos contraba poco en casa. La ausencia del marido vacíos conyugales con diferentes actividades. Tomó cursos de cocina, gimnasia y decoración de interiores, además de tratar de buscar trabajo. Siempre elegante, maquillada a primera hora de la mañana, eligiendo las combinaciones exactas de su ropa. O sea, ninguna pausa. Margot era una especie de topadora que arrasaba todo a su paso con la ambición de crecer, hacer cosas para que la reconocieran y ser extremadamente responsable.
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Todo siguió el curso previsto: sus hijas estudiaron y se casaron. Ella terminó separándose de Alfredo. Ahora, a los 65 años, la Mujer Maravilla vive sola, se levanta a las seis y media de la mañana, trabaja como vendedora en una inmobiliaria y es la número uno en ventas. Ayuda a sus dos hijas y a su ex marido, y desarrolla toda una serie de actividades que el lector podrá imaginar. Cuando Margot cayó de su pedestal del control exhaustivo y de la perfección, no lograba levantarse. Esta metáfora se concretaba en intentar madrugar —como era su costumbre—, despegarse de la cama rápidamente. El resultado era que a gatas salía del dormitorio a las once. Este bochorno, como adjetivaba a su síntoma, era un motivo de intensa angustia e impotencia. Sentía que era el acabose. Todo el mundo reclamaba a la Margot que conocía. A la perfecta, a la que actuaba bajo presión e hiperexigencia, a la que estaba en todas partes, a la servicial, Sus oídos escuchaban los consejos de amigos y familia: Ya vas a salir / Tranquilízate, ya verás / Vas a poder, no te quedes / Serás la que eras, pon un poco de esfuerzo / Pon voluntad, ¡adelante! / Lo que tienes que hacer... / Lo que debes hacer... Lo que debes pensar..., etc. Intentos de solución y consejos que no sirvieron para nada (más que para sostener en el tiempo el comportamiento o síntoma), solamente contribuyeron a que Margot acumulara frustración, sensaciones de impotencia y fracaso. Una las primeras intervenciones a la que apelé fue una reformulación que se centralizaba en el gran cambio que estaba realizando Margot en su vida. ¡Por primera vez podía tomarse unas vacaciones de su trabajo de supermujer!: disfrutar la cama, quedarse todas las mañanas ahí sin preocupaciones. Más aún, debería imponerse no levantarse antes de las once de la mañana: que se haga traer el diario o se compre el libro que tanto deseaba leer y lo tenga a mano en la mesa de luz, que prepare un rico desayuno, utilice esa vajilla que siempre dejaba para que lo tome en la cama las visitas: Usted se merece eso y mucho más, no haga como las
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abuelas, que dejaban la cristalería y la vajilla “para cuando venga los integrantes de la casa fueran animales. gente”, como
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vivida con una atribución La conducta de Margot —espontánea catastrófica— fue interpretada como un cambio de vida (la permutación de sufrir por disfrutar). Eso llevó a que la paciente lograra, si bien a regañadientes, quedarse en la cama. La cama resultaba un premio a su labor y a su sacrificio de vida. A medida que pasaban los días, Margot empezó a sentir el placer y el disfrute de esa actividad. Se preparaba desayuno y leía. Tres veces a la semana, por las mañanas, salía por los parques a realizar unas caminatas. Redescubrió pintura y recuperó un atril que había prestado. Hizo su pasión por los primeros trazos de lo que luego se convirtió en un hábito, y me regaló su primer cuadro.
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La mamá gallina Selva siempre ha sido una madraza. No porque tenga muchos hijos, o sí. Es que Selva no sólo no tiene pareja, sino que nunca ha quedado embarazada. Pero tiene muchos hijos de la vida. Maestra, tía, madrina, mamá un séquito de personas, entre las que se cuentan su papá y su hermano. Después de una convivencia explosiva, en la que la agresión, la descalificación y la violencia eran parte del código de la pareja, ella logró separarse de su marido y alquiló un departamento de tres ambientes, lo más alejado posible del barrio donde vivía con él. Selva trabaja en un banco como jefa de sección y lleva una vida medianamente organizada. Asiste regularmente a su gimnasio, además de que entre sus proyectos se cuenta el de estudiar alguna carrera humanística. Como mujer, es muy bonita estéticamente, pero su pasado de gorda la lleva a distorsionar su esquema corporal actual. Siempre desvalorizada, busca, mediante este manejo de madraza, conquistar el afecto y el reconocimiento de su familia, de sus amigos y de la
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gente en general. 143
a En su nueva vida de mujer divorciada, todo evolucionaba satisfactoriamente hasta que su padre se separó. Esto no hubiese sido un problema para Selva, de no ser porque su padre es un tiro al aire y le pide que lo aloje por algun tiempo (y sabemos que este tipo de propuestas consisten en instalarse definitivamente). Ella, sin poner ningún tipo de cláusulas, aceptó. Al mes, su hermano (con el cual tiene muy buena relación y que siempre usufructuó los beneficios de tener una segunda mamá como Selva), se pelea con su madre y también le pide que lo hospede en su casa. Y como esto no bastara, el mejor amigo del hermano, a causa de una violenta discusión con sus padres, recurre ella (por sugerencia del hermano de Selva) para que por unos días lo deje dormir en el sofá del Ziving. Entonces, mama gallina y sus tres pollitos convivían en el departamento. En un rapto de lucidez, ella decidió quedarse con su habitación independiente, aunque había pensado en dormir diván del living, para que cada uno de los nuevos integrantes tuviera su cama o su cuarto. Selva viene a la consulta quejándose de su situación. Deja de depositar la bronca en los otros y logra ver cómo, con sus actitudes, genera este tipo de comportamientos. Sale del lugar de la pobre víctima explotada, para darse cuenta de cómo es también ella la que usufructúa la situación. Específicamente, se queja de que ellos dejan todo en el más bizarro desorden, esperan que ella venga de si ella no lava la ropa y la plancha, ellos trabajar para que cocine no hacen literalmente nada. Lo máximo que se ha permitido no mover un dedo por los demás dentro de su casa ha sido unas horas, tal vez no más de un día, embanderándose en la famosa frase: Si no lo hago yo, no lo hace nadie. Esta frase lapidaria es el bastión que entrampa, en la mayoría de las oportunidades, tanto al protagonista como al resto de los integrantes del sistema. Además, cualquier corrimiento de esa función genera culpa y los sentimientos subsecuentes de ésta.
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Selva debía entender que de esta manera no ayudaba a crecer a su padre y hermano. Cumpliendo el rol de mamá, sería imposible que ellos fueran adultos independientes. La desafié a una prueba. Ya que ella era tan sacrificada, le pediría un sacrificio más. ¿Podría dejar de hacer lo que estaba haciendo hasta el momento (limpiar, lavar, planchar y cocinar) un mínimo de tres días? Verás que la ropa se va acumulando encima de sillas y la lavadora, tal vez los platos en la cocina, habrá polvo en los muebles. Solamente podrás mantener limpia y ordenada tu habitación. Tu ropa la mandas a un lavadero, así no enciendes la lavadora. Planchas dentro de tu habitación. Te anticipo que es una de las pruebas más difíciles que pasarás en tu vida, y tu familia te demandará tanto con sutilezas como con facturas manifiestas. Deberás llegar siempre más tarde a tu casa, así no te tientas y evitas que te reprochen. Busca siempre alguna actividad, un gimnasio, por ejemplo. Además, no olvides que seguramente sentiras culpa, que es el sentimiento que siempre has tratado de eludir. Con respecto a los resultados, Selva me llamó por teléfono y me comentó la experiencia. La impulsé a continuar hasta ver un mínimo signo de cambio y le dije que tuviera en cuenta que esa señal sería el primer eslabón de una reacción en cadena de cambios mayores. En la sesión siguiente, la paciente comentó que la ropa inundó el lavadero, hasta tal punto que el hermano comenzó a usar camisas de su amigo con tal de no lavar las suyas. Los platos se estacionaron varios días en la pileta de la cocina, hasta que la vajilla se agotó. Los ceniceros rebalsaban de colillas de cigarrillos. El ambiente estaba lleno de miradas inquisidoras hacia ella. Paciente: 7odo pasó como usted me lo anticipó, pero me mantuve firme. Lo que todavía no puedo creer es lo que sucedió. El miércoles (después de seis días), llegué a casa alrededor de las once de la noche. ¿Y qué me encuentro? Todas las ventanas abiertas, la lavadora prendida, mi hermano pasando un trapo y barrien-
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el amigo ayudandolo y mi padre, ¡mi padre!, con el delantal puesto lavando los platos en la cocina. Terapeuta: En ese momento, ¿qué sentiste? Paciente: Sentí un poco de culpa, pero para mis adentros, en verdad, no tanto como alucinaba. Hasta me reí en mi habitación, me sentía victoriosa, no lo podía creer... do,
Connoté positivamente la actitud de Selva y planifiqué la perpetuación de esta nueva modalidad relacional, quebrando la regla del rol de la madraza para permitirse recibir sin necesidad de dar. Luego de tres meses, pudo colocar límites y propuso afectivamente bienestar de todos se fueran de su casa. (y sin culpa) que por
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