Bartleby Preferiria No


176 101 4MB

Spanish Pages [156]

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD PDF FILE

Recommend Papers

Bartleby Preferiria No

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

Bartleby: preferiría no Lo bio~político, lo post-humano

Gregorio Kaminsky - Jorge Lovisolo -

Ménica B.

Cragnolini - Patricia Digilio - Alejandro Kaufman Diego Tatián - Juan Besse - Marcelo Percia

ISBN 978-987-22884-9-5 1. Filosofía Contemporánea Argentina. I. Kaminsky, Gregorio CDD 190.82

© De los autores © De esta edición Ediciones La Cebra 2008 [email protected] www.edicioneslacebra.com.ar Imagen de tápa Carlos Eduardo Tkach, "Hombre con bigote", tinta sobre papel. Este libro ha sido financiado con una subvención otorgada por la ANPCyT en el marco del FMT.M, Contrato Préstamo BID 1728/OC-AREsta primera edición de 1000 ejemplares de Bartteby: preferiría no. Lo biopolítico, lo post-humano se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2008 en Gráfica M.P.S., Santiago de Estero 328/38, Lanús, Buenos Aires, Argentina Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723

P rólog o 1 Bartleby: preferiría no reúne ensayísticas sobre la transfor­ mación de lo humano.

El título alude a Bartleby de Hermán Melville, escrito en 1853. Un extraño relato de un abogado de Wall Street que contrata a un escribiente del que no conoce casi nada. Al principio, el muchacho-de apariencia tranquila- se desen­ vuelve como un empleado extraordinario que trabaja en silencio y sin descanso. Pero, al tercer día, ante el simple pedido del abogado de que examine un escrito, Bartleby "con una voz singularmente suave y firme, replicó: Preferiría no hacerlo". Desde ese momento, la injustificada fórmula

de Bartleby (la firmeza de su negativa junto a la docili­ dad de su respuesta) se repite ante cualquier invitación 0 demanda del abogado. Así, pasa el tiempo y tras el fra­ caso de argumentos y argucias para hacer que Bartleby se vuelva un poco razonable, al final, el inofensivo copista, es llevado a la cárcel por vagabundo. 1 La producción del presente volumen se realiza en el marco del Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (PICT) 2005, NB34798 (2007-2010), de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, El concepto He posthumano y la biopolítica, integrado por Mónica Cragnolini, Patricia Digilio, Gregorio Kaminsky, Alejandro Kaufman y Márcelo Percia.

En la historia de Melville, la experiencia de loerrante con­ tamina el orden de lo humano. Su inesperada respuesta sorprende el letargo de los escribientes, la somnolencia de las oficinas, el sopor de ias costumbres, la inercia de las mecánicas productivas. Conel preferiría no hacerlo, irrumpe lo ingobernable. Revueltadelaspreferencias, reivindicacióndeactosinútiles y arbitrarios. Teatro conceptual de los raros, que son pocos e inauditos. Relato de la declinación humana como caída del ideal moderno, desvío, fuga y potencia inesperada. La aflicción de Bartléby no como sufrimiento de un ape­ nado, sino como inquietudvacíadeunaexistenciahumana desprendida de la angustia. La desolación del escribiente no como vivencia de soledad, sino como vagabundeo inmóvil en un paisaje deshabitado. Bartléby es la experien­ cia humana sin miedo y sin esperanza. Preferiría no ser Bartléby (en su comienzo expresión de una humorada) termina siendo una declaración de quie­ nes preferiríamos no vivir en ese estado de desencuentro casi absoluto. Un modo, también, de hablar del malestir universitario de los que se rehúsan a ser copistas dóciles, esclavos de las referencias o mandaderos extorsionados por la amenaza de no reconocimiento. Bartléby: preferiría no es un libro que concita una serie intencionada y arbitraria formada por Borges, Foucault, Deleuze. El prólogo que Borges escribe asutraduccióndel relato de Melville es de 1969. Nacimiento de la biopolítica es el curso que Foucault dicta en el Collége de France en 1979. El texto de Deleuze, Bartléby o la fórmula, incluido en Crítica y clínica, es de 1993. Esas narraciones de lo equí­ voco y lo inmanejable hacen al entramado de algunos de los artículos de este libro.

Narrativas 1.

Gregorio Kaminsky comienza su texto así: “Soy un narra­ dor incidental de un cuento sobre un escritor y un escribiente". Propone el ensayo como incidencia y como caída. Incurre en la falta de tratar de entender y, cuando no, hace cortes para dejar quebroten otras historias. Al superponer dos fechas (1853 y 1929) en el escenario mutante de Nueva York, Kaminsky aproxima, también, la posibilidad de pensar cómo la revuelta de Bartléby anti­ cipa la crisis del capitalismo. Kaminsky reconoce en Bartléby el "semblante abismado" del presente. El hombre sin parecidos, ni semejanzas, el que esquiva todas las capturas clasificatorias. Laretóricadeloposthumanoseexpresa entre laposibilidad de hallar unsímil yla declinación de lo disímil. La potencia inmóvil del que se esconde y se sustrae a toda demanda. Escribe: "La

'preferencia' es el imperio de la voluntad, de toda voluntad. 'Preferir', sin que necesariamente deba ser. 'Prefiero', reviste una pacífica querella por las 'preferencias' mismas, la experiencia valiente de una distendida actividad, el armamento de una sostenida ensoñación".

Kaminsky encuentra en Bartléby la fórmula de una para­ doja perfecta: “preferir no-sí ser", el no como afirmación de la existencia. Manifiesto de los que "poco saben lo que quie­ ren, pero sí habitan lo que prefieren

2

.

Jorge Lovisolo sabe que el pensamientonace deuna indis­ creción. La conexión imprudente de una cosa con otra. La intrusión en un relato que nos llama. En sutexto, el lector asiste aun coloquioen el que unnarra­ dor intima conpersonajes de ficción. Su artículo se presenta comouncongresodepersonajes denovelas, una comitivade desheredados, que discutenconun intrusoque es Deleuze. Sugiere que Bartleby sobrevuela La vida de los hombres infames, punto de arranque de la biopolítica de Foucault. Reconoce que el personaje de Melville es “digno de admi­ ración por su heroica perseverancia en ser nadie". Portavoz de “una inquietante catástrofe referencial".

Imagina un diálogo sobre el sentido de la identidad en el que "Ulises ocultó su identidad para preservarla y seguir siendo alguien, mientras que Bartleby prefiere no tenerla para ser nadie".

En el monólogo en el que hace hablar a El innombrable se lee: “quieren que sirva para algo: no han advertido que ser un hombre útil siempre me pareció algo abominable".

O también dice: "soy una espera sin e s p e r a n z a O le hace decir aJosef K. comentandoideas de Benjamín: "Yo, en otro registro, solía decir que el Mesías no llegará el último día, sino un día después de su llegada, cuando ya no haga falta".

Biopolíticas

3. MónicaCragnolini piensaquesiloshumanismosdetodaslas épocas pensaronamujeres y hombres comoseres producto­ res de objetos, obras, sentidos, la figura de Bartleby anuncia el naufragioy la declinaciónde esainerciaproductora.

Bartléby, a partir de la suspensión, pone en marcha otra potencia: lapotencia del rehusarse ola potencia del preferi­ ría nohacer ni decir nada. La potencia de lo ingobernable. Cragnolinireconocequelasescriturasdel ciberespaciodela­ tan nuevos modos de pensar lo humano. Infinitas bibliote­ cas suspendidas que contienenmuchas escrituras vacías. Mientras que se suele pensar que no es necesario escribir si no se tiene nada que decir, señala que "La profusión de blogs en el ciberespacio pareciera desmentir esta idea: se escribe, aun cuando no haya nada para decir".

AI fipal del texto de Melville, se dice que Bartléby había sido empleado en una oficina estatal de cartas muertas: letras extraviadas o sin destinatarios clasificadas para ser quemadas. Circunstancia que Cragnolini aprovecha para pensar “los miles de mensajes muertos que se encienden y se apagan en Internet".

La producción de letras muertas como naufragio del sen­ tido, le recuerda que, en un fragmento postumo de 1888, Nietzsche cita un texto de Schopenhauer que traduce así, “naufragué: estaba navegando bien".

4. Patricia Digilio piensa las condiciones actuales de trans­ formación de lo viviente. Bartléby, el hombre de las preferencias, interpelalamirada biopolítica. Las literaturas de Melville, Kafka y Beckett recuerdan cómo eran las existencias humanas antes de que fuera posible un mundo de criaturas diseñadas a tra­ vés de las ingenierías genéticas del presente.

Señala Digilio que "con el desarrollo de la biotecnología se advierte que la acción científico-tecnológica ya no sólo acompaña a interfiere en los procesos biológicos sino que produce vida. Un nuevo tipo de vida". La fabricación de lo viviente es la cuestión política que estalla en tiempos del capitalismo avanzado. I,a manipulación de la genética celular se mezcla con la industria de los teléfonos móviles, las terapias genéticas se confunden con las ideologías brutales y genocidas que pretenden mejorar la existencia humana. La lógica de las preferencias de Bartléby conforma una de las primeras narrativas que se opone al orden de la selec­ ción de la especie. M em orias1 5..

El escrito de Alejandro Kaufman vislumbra el fin de lo humano: la sensibilidad envenenada. Escribe: "No es el dolor lo que nos embarga, sino la insensibi­ lidad. La metacrítica de la cultura consiste en buscar la vía de apertura a un saber de lo sensible. El pasado no se puede restau­ rar, y tal vez no sea deseable hacerlo, pero hay que decidir sí es deseable esbozar la imagen del infortunio, y por lo tanto de la felicidad, que se nos niega":

Adviertecómola selección del más apto, el darwinismo comenzó como organización de los talentos. Un mundo valuado en el 2 De la Profcsiomlidaíl, de Alejandro Kaufman, es un lexto publicado en 1995 {Revista Confines, Buenos Aires, N° 2). Tentativas sobre Bartléby, de Diego Tatián, se publicó en 2001 (Nombres. Revista de Filosofía, Córdoba, NQ16). Ambos textos, ahora reeditados, anticipan intenciones retomadas en este volumen.

dominio del consumo, la eficacia, los resultados, la tangi­ bilidad de lo producido. ¿Qué ocurre cuando un hombre se sale del sistema? ParaKaufman, Bartlebynarralaexperienciadel exterminio como consecuencia no deseada de las buenas conciencias. Escribe: "Al persistir el amanuense en su inmovilidad, el abo­ gado se da cuenta de que 'corría un murmullo de asombro acerca del extraño ser que cobijaba en mi oficina. Esto me molestaba ya muchísimo'. El peligro de Bartleby se revelaba ahora, hacia el final de su trayecto, ya no en su neutralidad absoluta (porque su inutilidad era inofensiva), sino porque haría 'escandalosa mi reputación profesional

El veneno de la civilización humana es la homogeneidad. El alboroto malicioso contra el prestigio del abogado vul­ nera el amor o suternura social. Coneso alcanza, para que el extraño sea eliminado. 6.

El artículo de Diego Tatián traza las coordenadas de una política de la inaccióny la inapetencia. Tras preguntarse "para qué sirve un hombre, para qué estamos los seres humanos en el mundo", Tatián responde que somos ante todo un signo indescifrado, un misterio y que un ser humano no tiene que servir para nada: "no estamos aquí para ser eficientes, ni productivos, ni mejores que otros, ni compeientes, ni competitivos".

Para Tatián, Bartleby es un hombre sin secretos ni biogra­ fías: un inservible de las preferencias. Escribe: "Su

'preferir no' quizás sea el emergente de un idioma sin comunidad: el mismo Bartleby sea tal vez el ciudadano

errante de una comunidad ausente, o simplemente alguien que busca construir la 'comunidad de los sin comunidad'. No una comunidad de 'personas', ni de trabajadores, ni de aptos; antes bien una comunidad de hombres y mujeres que saben que no saben quiénes son, ni para qué sirven".

Una comunidadno de solitarios, sino dé ausentes. Porque la soledad es, aun en su privación, un llamado; mientras la ausencianollamani espera: la ausencia perseveraenno estar. Aspira a la ignorancia de sí. Detalles 7.

Juan Besse encuentra en el proferir de Bartléby un hervi­ dero de imposibles, destaco tres: escribir lo imposible, el imposible femenino y la angustia imposible. Para Besse, Bartléby expresa el secreto de las narrativas: tratar de escribir lo imposible. Anota: "En tanto escribiente Bartléby no cesa de copiar. Pero en rigor no escribe. La escritura tiene lugar en otra parte, allí donde Bartléby es aquel que cuando prefiere no escribir, hace acaecer un escrito: se escribe la situa­ ción inimaginable de una oficina de copistas con un copista que no escribe".

Así, también, toma una observación de Derrida sobre que en Bartléby no se hace alusión a la existencia femenina; Besse presenta unhallazgo: encuentra en la traducción de Borges un detalle a través del cual el argentino feminiza a Bartléby: "Ese detalle es expresado en bastardilla, y no sólo porque se trata de un vocablo en lengua extranjera o de un gali­ cismo inasimilable: deshabillé". Besse destaca que deshabillé

es un término asociado a una prenda femenina que no es equivalente a bata, salto de cama, róbe de chambre o, como se

traduce en otra versión, a ropa interior. El fantasma de lo femenino como atuendo que hace vacilar. Apartir de una observación de Blanchot sobre "la angustia sedentaria", advierte que Bartléby no es un sujeto angus­ tiado. Escribe: "Lo que parece haber comenzado como angustia sedentaria, en Bartléby no supone un sujeto. La angustia es señal de sujeto pero al copista no le cabe el atributo angustiado".

Escribir, devenir mujer, estar angustiados, tal vez, tres cos­ turas de la humanidad perdida. 8-

Marcelo Percia presenta una serie de comentarios sobre Bartléby. Un conjunto de posibles contratapas que simulan guías de lectura. Sostiene que si la aparente descripción de un texto pretende hacerlo accesible al lector, la prolife­ ración de desciframientos provoca agobio. La metástasis explicativa pone a la vísta la vana intención de controlar el sentido de la obra. Afirma que "saturados de significados descansamos en paz. En algún momento, leer se m elve un tra­ bajo tedioso: como el hastío de los guardia cárceles que tienen todas las celdas controladas".

Naufragios

La idea del mejoramiento humano, la planificación de criatu­ ras más convenientes o superiores respecto de otras posi­ bles nos pone ante el peligro de una aristocracia genética. Los llamados adelantos médicos y científicos que permiten diseñar niños y realizar diversos proyectos deexperimenta­ ciónhumana, repone, entrenosotros, la cuestiónBartléby. Bartléby, ¿no quiere probar una terapia genética? Preferiría no. ¿Intentar con medicamentos que retrasen la vejez, no le gustá­

ría que la vida dure más? Prefiero que no. ¿Y si una pastilla de jengibre lo ayudara a fortalecer su sistema inmunológico, sus mecanismos antioxidantes y sus células debilitadas? Preferiría no recibir ayuda. Bartleby, ¿ no elegiría entre muchos embriones, uno que favorezca un temperamento decidido para un varoncito suyo? Preferiría no elegir un temperamento. ¿Imagine que pudiéramos clonarlo y darle una criatura que, a medida que vaya creciendo, se le parecería hasta en el más mínimo gesto? Prefe­ riría no imaginar lo que me pide. ¿No coincide en que conviene seleccionar el sexo de los bebés para evitar que la llegada de un sexo no esperado pudiera decepcionar a los padres? Preferiría no coincidir. ¿No está de acuerdo en que se avance en la inves­ tigación de células madre embrionarias que podrían conducir a tratamientos para el Alzheimer? Por el momento, preferiría no recordar. Bartleby, ¿usted es post humano? Preferiría no respon­ der a esa pregunta.

Femando Pessoa advierte un equívoco de la civilización: los barcos no deseannavegar sino llegar abuen puerto. El sistema vive obsesionado por el cumplimiento de partidas y arribos. El puerto como refugio ansiado. Pessoa quiere recuperar una fórmula de antiguos tripulantes: navegar es preciso, vivir no es preciso. Para aliviar su dolor prueba esta variante: vivir no es preciso, navegar no es preciso, crear es lo necesario. Bartleby: preferiría no reúne una ensayística que reincide en el trastorno de las fórmulas. Los autores del libro que estamos por leer parecen decir: vivir 110 es preciso, navegar no es preciso, crear no es preciso. Naufragar es preciso, aunque preferiríamos no hacerlo.

Gregorio Kaminsky

Soy un narrador incidental de un cuento sobre un es­ critor y un escribiente. En una oportunidad, no recuerdo la fecha precisa pero fue durante 1853, me tropecé con un hombre -ni joven ni viejo, cuarenta o cincuenta años- que salía sin apuro, con paso cansino, de untípico edificio de oficinas. Por lo febril y alocada de mi tarea, caminaba apurado, ocupado, lo ha­ bitual para ir hacia el banco o a una dependencia oficial antes de que cierren al público. Recuerdo al empleado desaliñado caminando, por una calle paralela aWall Street; cruzamos miradas, lasuya algo evasiva, como resignada; la mía, la de un atildado profe­ sional de asuntos contables y judiciales. Ese encuentro ca­ llejero fue una circunstancia excepcional porque -faltaba narrarlo para saberlo- el hombrecito esquivo, casi no salla de su trabajo y nadie, fuera dé sü despacho, lo conocía. Años después> yo solía circular casi a diario por esos rumbos para llevar a la Oficina de Declaraciones y Sellos los documentos que formalizaban los primeros catastros de la zona comprendida entre la 3aavenida y Broadway, y la 5®con 42. Deudas impagas, exhortos o un expediente cualquiera me obligaban a concurrir por allí al menos dos y hasta tres veces semanales. Escrituras repetidas como misales del farragoso ritual montado en esos tugurios:

demandas, testimonios, descargos, cesiones, embargos, testamentos, declaracionesjuradas, bordados por la esme­ rada caligrafía de los amanuenses. Llegado 1929, no soy original si cuento que las cosas fueronparapeor, el congestionamientodel tránsito, losbocinazos, el griterío de los conductores. Fueron tiempos en los que Wall Street, sus cuarteles y milicias de la moderni­ dad, sus cuerpos uniformados con ridículos rituales, per­ feccionó su carácter de santuario del papelerío. Ni hablar cuando circulaban los camiones de caudales. Sus veredas eran-lo son- tan angostas que el gentío quegesticulaba en conciliábulos hasta ocupaba parte de la misma calle. Era casi indispensable atravesar frente al imponente y yafamosoNewYorkStockExchange(NYSE) que, paraesas fechas, yaeraunmonumental edificiodepuertasgiratorias, banderas con sendos mástiles e infinitas ventanas. Entre el frenético hormiguero, el NYSE se convirtió en el solemne capitolio del mundo de las finanzas, locus desde donde se formuló el inminente desplome brutal, la épica de la transformación del mundo, conquistándolo. Como contraste de ese escenario, transcribo, los domingos Wall Street es un desierto como la Arabia Pétrea; y cada noche de cada día es una desolación1.

Otro recuerdo, a pocos pasos del NYSE había un local de comidas rápidas que no era más que una sucia fonda. Tras una de mis recorridas advertí que junto a una ven­ tana, sentado a una mesa -tonos deslucidos y semblante abismado- a un hombre de edad imprecisa -ni joven ni viejo- que no parecía sentado sino inclinado, como escon­ dido. Sobre la mesa había unajarra, unvaso con agua, una bolsa con bizcochos de jengibre, y nada más. Por curiosi­ 1. Hermán Melville, Bartléby, el escribiente, trad. cast. Jorge Luis Barges, Emecé, Buenos Aires, 2001, p. 53. Todos las frases siguientes que están en bastardilla son transcripciones literales de este libro.

dad o fisgoneo narrativo, siempre que pasaba por ese lu­ gar, a esa hora, echaba un’vistazo de reojo. Entrados en el apocalipsis del '29, el gentío tapaba el ventanal de ese sobreviviente local de comidas. A través de una hendija de la muchedumbre advertí que quien todavía estaba sentado ahí -¿inmóvil, perenne?- era el mentado personaje de años atrás. Me detuve como mi­ rando para otro lado, y vi cuando sacó despaciosamente no sé si del bolsillo o de suroído portafolios unenvoltorio de papel madera con manchas, probablemente de grasa. Lo abrió y desplegó el papel que hizo las veces de man­ tel y servilleta. Tenía una bolsa de bizcochos de jengibre (¿qué es el jengibre? una cosa cálida y picante...)1 y creo que una porción medio deshecha de un bocado de queso, como el que obsequian en el Bronx por 25 centavos. Hasta allí llegó todo. En otra versión podría no haber escrito nada de una fonda y que el personaje jamás iba a almorzar, en realidad que jamás iba a ninguna parte. Jamás, que yo supiera, ha­ bía estado ausente de la oficina. Pasóuntiempoymi memoriaexpositiva-tambiénotrasno hilvanaba la similitudentre el hombrecito con quienme topé en la calle en 1853, el del ventanal de la fonda de 1929 y uno de los escribientes de la oficina del Sr. Me Bride, a quien se tenía como uno de esos abogados sin ambición..., eminentemente seguro... un sujeto prudente y metódico 3. Mi conocimiento de Me Bride, el escritor de marras, se remonta a cuando nos prodigamos algunos 'favores' pro­ fesionales y 'colaboraciones' que nos dispensábamos mu­ tuamente. Todos saben que es imposible la tarea bursátil y leguleya de las gestorías sin 'apurar' un trámite, 'destra2. m „ p.42 3. íbíd., pp. 16-17

bar' un expediente, 'finiquitar' operaciones o 'ganar' una influencia con porcentajes pautados, etc. Wall Street, y su pulcra habitualidad de impostura y técnicas de soborno, nunca disimuló su moral financiera; su código no escrito prescribe procedimientos -contables o judiciales - implícitos y discretos, aunque escandalosos cuando se consuma alguna 'deslealtad'. Para esas fechas, mis visitas -narrativas y comercialesal despacho de Me Bride se hicieron frecuentes porque tra­ bé una cierta amistad fuera del horario de trabajo, no con él sino con sus cuatro empleados, gente de pocas aspira­ ciones, algo grotesca, que no renegaba de su oficio ni tam­ poco de su destino. Turkey, el inglés regordete sesentón, Nippers, el joven colérico dispéptico y el jovencito Ginger. Más abajo me referiré al cuarto empleado, posiblemente el (anti)héroe del cuento. Recuerdo bien escenas del Sr. Me Bride quien, recodado ante el busto de un Cicerón de yeso, como extasiado ante el muro blanco que se veía tras la ventana, pontificaba algunas semblanzas de sus subordinados y que él mismo caracteriza­ ba como 'retóricas'. El patrón engolaba la voz para parodiar a su empleado Turkey, ...con roja y radiantefaz emitía sus más vi­ vidos rayos,. ..un rostro intolerantemente fogoso*. El copista des­ cribía así su propia actividad: ...d e mañana, ordeno y despliego mis columnas, pero de larde me pongo a la cabeza, y bizarramente arremeto contra el enemigo. Como en duelo verbal, el jefe reto­ maba un registro aflautado y lo ridiculizaba, al tiempo que Turkey pronunciaba como un responso: señor, la vejez, aunque borronea una página, es honorable... los dos estamos envejeciendo5. Me Bride me confiaba -no sin som a- que Turkey era un hom­ bre a quien le perjudicaba la prosperidad6. 4. Ibid., p. 20. 5. Ibid., p. 23. 6. Ibíd., p. 27.

Acerca de Nippers le escuchéesto, lo considero una víctima de dos poderes malignos: la ambición y la digestión. Delaprimera, una injustificada usurpación de asuntos estrictamente profesiona­ les. .., aunque el tema serioera la indigestión porque altera­ ba la convivencia laboral, que se manifestaba en rachas de sar­ cástico mal humor7. Con tono paternal, el 'asunto' Nippers le parecía soportable y, erguido ante la ventana frente al muro enmohecido, sentenció: la propia naturaleza es su tabernero, y desde su nacimiento le ha suministrado un carácter tan irritable y tan alcohólico que toda bebida subsiguiente es superfinag.

ConGinger Nut, se confesaba como un poeta que traza la semblanza de un niño de doce años mandadero, barredor y limpiador, a. razón de un dólar por semana. Ante el patrón y el busto ciceroniano de yeso, intenté que Me Bride se sintiera un benefactor que hacía realidad los deseos del padre de Ginger, un carrero que ambicionaba ver a su hijo en los tribunales y no en el pescante\

Recuerdo al lector que los empleados eran cuatro, las escenas del amanuense restante son decisivas y vendrán después, Pasado un tiempo, enuna oportunidad, propuse ir a ver box al estadio Polo Grounds de Nueva York. MeBride nun­ ca fue de la partida de ese tipo de salidas, ni de ninguna otra; decía que no era afecto a esas distracciones, pero en verdad acordaba con la tradicional costumbre de que un jefe no debe profundizar relaciones con los empleados fue­ ra del ámbito laboral ni siquiera confines profesionales. La pelea debox era por el título mundial de pesos pesa­ dos que Jack Dempsey ostentaba desde hacía tiempo. Los 7. íbid., p. 24. 8. Ibíd., p. 28. 9. Ibíd., p. 29.

boletos eran muy caros, cada uno debía pagar el suyo: Nippers tenía sus dificultadesy lo ayudé a solventar el gasto. De Ginger, el jovendto, confieso que nadie consideró su situación, quien entonces apeló a sus recursos habituales: saltó una valla y burló a los agentes de la entrada. La pe­ lea de esa noche era con Luis Angel Firpo, el latino de un país al que se conocía en Wall Street por sus exportaciones agropecuarias. Estábamos en la tribuna que da la espalda a Dexter Bay. De ese intenso enfrentamiento, sobrevive el episodio me­ morable del final del primer asalto en que Firpo arroja a Dempsey fuera del ring. El campeón cae sobre periodis­ tas, tiene un corte en la parte posterior de su cabeza, está entre 14 y 17 segundos fuera del ring, pero el árbitro llega sólo a la sospechosamente lenta cuenta de 9. Dempsey lo­ gra regresar al ring pero no por sus propios medios sino ayudado por los periodistas. Muchos reclamaron, yo tam­ bién, que Firpo debió haber sido declarado ganador por knock-out. Entonces, el americano se recupera y tira al ri­ val siete veces, cada una de las cuales, sangrando, se vuel­ ve a poner de pie, y así hasta que pierde la pelea. Ganó el local pero, aún sin aficionados que apoyaran a Firpo, hubo mucha controversia acerca del resultado de la pelea debido a la conducta del árbitro/descaradamente vincula­ da con la agencia de apuestas. AFirpo se lo conocía como "el toro salvaje de las pampas", mote que un periodista estadounidense le adjudicó al verlo sangrar profusamente y manteniéndose en pie. Esa pelea se convirtió en un mito y muchos especialistas deportivos consideran que fue la pelea más grande y más corta de todos los tiempos. Salimos del Polo Grounds y los invité a tomar una bock irlandesa en una de las cervecerías próximas al Central Station. Allí fuimos, la charla estuvo muy animada y mi

narrativa se vio enormemente favorecida: fue divertido verlos gesticular y escuchar las historias que el propio Me Brideles relatabaeneldespacho, personificandosuinfausta vocación literaria que nunca cumplió pero que no lo arrojó a la bebida sino a la autoconmiseración discursiva. Por otra parte, me confiaron que Winston Nathaniel -nombres de pila del patrón- recayó enun devoto feligrés dominical. Nunca se atrevió a llamarse a sí mismo escritor, pero su corazónliterario siempre se propuso dotar de vida creativa a su decadente oficinay asus imaginarios empleados, pero el resultado alcanzado fue,una constante decadencia de su vocación. El derrumbe prosiguió esta historia -literaria, peroexistencial- del cuarto empleadoal que me referiré. Su testimonio del fracaso literario y calvario de escri­ tor, su irremediable estigma estético se debió -dice- a su propia incursión en la historia no escrita de un héroe de edad imprecisa, la malograda vida de un amanuense de semblante lívido, actitud esquiva y cabeza casi gacha. Turkey y Nippers disfrutaban, en la cervecería, con­ tándome otras indiscreciones literarias y una vez entona­ dos -mi texto los describe así- daban rienda suelta a los detalles del discurso frustrante, extenuado, del personaje evasivo y extraño colega escribiente al que denominaban lo mejor de la, digamos, literatura mebrideana. Idiota tes­ tarudo, chiflado,,.., víctima de un desorden innato e incurable ¡oco, que prefiere no ser razonable.

Los copistas estaban convencidos de que había extraí­ do a esa criatura de tan funesto destino de un libro de psiquiatría y que, extasiado llegaba a describir hasta los detalles más nimios. Es cierto que el rol de auditorio sig­ nificaba un alto, un descanso en sujomada, pero no pocas veces ese teatro se tornaba insoportable. Esas eranlas historias de untal Bartléby, unentepriva­ do de historia cuyo escenario -entre la sociedad y el retiro-

no trascendía el despacho, un copista que nunca salía a nin­ apostado en un rincón, sentado a su escritorio, detrás de una mampara, dócil... , una mansa desfachatez..., bien mirado, algo atontado. La clave de bóveda -por lo ridicula y decisiva- del opus mcbrideano describe esta trama: por encima de ese biombo o mampara verde aparecía colgando un brazo derecho con una camisa de puños roídos. Ese alguien, escribiente o no, tenía en sus manos unbollo de papel-un recorte de original contable o de copia testimonial- y, mediante unsilbido con­ seguía que Me Bride atendiera la entrega de ese papel arru­ gado. El jefe recogía el envío, lo alisaba, de inmediato loleía y reescribía enun cuaderno que guardaba enuna carpeta. Turkey y Nippers me confiesan que 'consultaron' va­ rias veces ese cuaderno. La primera frase decía... un joven

guna parte,

inmóvil apareció una mañana en mi oficina. Reveo su figura: ¡pálidamente, pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada!10

Enotra incursión en la cervecería irlandesa, escuché un capítulo completo del que, admiten, ellos mismos integra­ ron como personajes protagonistas. La historia acontecía durante los típicos días infernales de calor potenciados por la falta de aire en Wall Street. Subíamos y bajábamos varias veces los pisos por la escalera, nuestra oficina esta­ ba en el segundo. Jimmy, el hijo del conserje, el colérico Nippers, y Bartleby, como detrás de ellos, salieron hacia la sucia fonda próxima al NYSE. Mediante la inclusión de lujos retóricos a lo Me Bride, preguntan a Bartleby si bebía cerveza y farfulló que sí. ¿Te tomas una con nosotros? Pre­ fiero no. En la oficina ese tipo de actitud no era sorpresiva, sí equívoca. Preferir no beber en un día de infierno era re­ tóricamente ridículo, pero así lo quiso nuestro escritor.

Olra semblanza repite la escena del bollo de papel de un original o una copia arrojada por encima del biombo, transcripto enel cuaderno yfisgoneadopor los dependien­ tes. Decía, ... lo miré con atención. Su rostro estaba tranquilo: sus ojos grises vagamente serenos. Ni un rasgo denotaba agi­ tación. Si hubiera habido en su actitud la menor incomodidad, enojo, impaciencia o impertinencia, en otras palabras si hubiera habido en él cualquier manifestación humana....11

De aquí en más sobreviene -o recomienza- esta histo­ ria de ruptura literaria cuando Me Bride cuenta y escribe que notifica a Bartléby-y acude tras suermita- que exami­ ne un breve escrito. Imaginen mi sorpresa, mi consternación, cuando sin moverse de su ángulo, Bartléby, con una voz singu­ larmente suave y firme, replicó: Preferiría no hacerlo12. Prefiere no, dice Me Bride que dijo Bartléby de modo melodioso, conmovedor y desconcertante. En ese momento, el

textopierde su transcursoy deviene de improviso sucrea­ ción desgraciada. Nadie sabe -nunca se sabe- el motivo por el que puede irrumpir lo inexplicable narrativo. ¿Podría tratarse de unripio literario, una desmesuraen el orden expositivo, un traspié semántico en la ilación de la obra, una ascesis de su producción estética? Lo aturde la palabra 'impreferencia', no como perple­ jidad o anécdota sino como estallido convulsivo. Puso su oído en la boca de Cicerón y le escuchó decir que cuan­ do sobreviene el desconcierto un texto parece enloquecer. Quién sabe, pero ese fue el momento de preanuncio del desmoronamiento. Exhumootra deesas piezas retóricasprocedentes deotro bollode papel revoleado; recuerdootranovelaoficinesca, in­ tegrada en esta oportunidad por todos los empleados. Hay 11. Ibid., pp. 35-36. 12. Ibid., p. 35.

una reunión en la casa de Turkey, el argumento me induye a mí mismoquiensoy conoddoenel despacho comounex­ pertoen 'intercambio defavores'. Tambiénhabíansidoinvi­ tados los dos empleados de Fainberg &Sons, la empresa de corredores deBolsaque, se deda, seencargabandenegodos turbios, no bien habidos, de la comunidad judía. Esos dos empleados, junto a una secretaria y un cadete, se hideron tristemente célebres cuando se publicaron en el Wall Street Chronide (en 1929 se denominaría Wall Street Journal) las sospechas de que ellos matarona Solomon Grinberg, unsodo delaempresa, conlacoartadadequehabíamuertoenun acddente desde la terraza de su edificio. En esa drcunstanda, se vio al escribiente comoflotando, paradojuntoal poste de luz. Dice suhistoria que Nippers y yo salimos abuscarlo y queBartléby, conmaravillosa mansedumbre, cruzó connoso­ tros, entró sonriente a lacasa, saludó a unopor uno, entregó a Turkeyel pastel quehabía llevadopara la ocasión. El deta­ lle descriptivopintaal Bartlébyesquivoe inaudible, estavez algo conversadory conuna voz singularmente suave y firme. Una vez más, 'vamos Bartléby, ¿estavez sí te tomas una cerveza?'. Y, por toda respuesta, melodiosamente: 'Prefiero no'. Llegados a este umbral de escritura mcbrideana, ¿qué más se le puede pedir a esta insistencia dialógica de la preferenda, a esta declinante economía semántica? Se trata preferentemente -lo sabe el autor y también el narradordel acto de una potencia lingüística degradada pero ab­ soluta, el grado cero de su condición (aflicción) literaria preferida, la del fin del devenir escritor. Perseguido por no se sabe qué, dicen los empleados, WinstonNathaniel MeBride los increpaba queesas noeran más que murmuradones acercadesus cualidadesliterarias. Pero, regurgitaba, que esashabladurías le importabanpoco porque su preocupadón no era la ira sino el abatimiento...,

una melancolía fraternal..., una mansa condescendencia con sus rarezas, y todo de un puro carácter estético13. Se me ocurre que el autor había sidoocupadopor supersonaje. Unos detalles más nos acercan a Winston N. McBride: nieto de escoceses, sesenta y dos años, familia dudosa, ma­ nifiesto creyente católico, mediocre abogado. Ostentó car­ gos administrativos en el fuero Comercial y un tiempo el cargodeSecretariodeApelaciones deJusticia del Estadode Nueva York, oficio no muy remunerativo aunque necesa­ riamente inescrupuloso. Los recovecos de su moralina coli­ sionaban con los submundos de su profesión, que después propiciara el ejercicio arbitrario de su autoridad en la con­ tratación de escribientes, mandaderos y confidentes. Los quería discretos, aplicados, prolijos, atentos, sumisos... Sobrio y atildado hasta que, en su rutina costumbrista de vida apaciguada, irrumpe una loca potencia inconfesada que prefiere no ser razonable, tal como se lo atribuyó a su personaje, su héroe quieto. En otras oportunidades, ya en desvarío, los empleados le escucharon pronunciar unos obituarios literarios: las andanzas de un Fiscal de la Corte con pinta de mañoso a la italiana; de uno de los ordenanzas, algo afeminado, de una oficina junto a la suya. Otra vez contó, risueño pero desorbitado, queescribióun cuentoinfantil que se titulaba "Dick, el cetáceo", y muchos otros acerca de oficinas de Wall Street que se convertían de noche en burdeles, tem­ plos de sectas maléficas, vivienda de intrusos indeseables y escondites de terribles alienígenas. Yo subrayo enel texto, conlujo de detalles, ciertos gus­ tos narrativos que inducían su reprimido goce erótico, las desventuras de personajes anodinos de sórdidas oficinas de letrados ataviados en saltos de cama.

Y arribo a su puerto enfermizo, cuando balbucea el do­ lor que tiene un carácter de autoconfesión: presentimientos de extrañas novedades me visitaron; del más extraño individuo que haya visto u oído mencionar alguna vez ... en su cadavéri­ ca... estremecida mortaja...1* No pasaban días en que Me Bride no declamara deta­ lles, siempre con ligeras modificaciones, de la escena en la que el indefectible oficinista miraba incólume el paisaje del muro blanco, ennegrecido por el hollín. Deletreaba que el copista no veía "ab-so-lu-ta-men-te-na-da". Sus propios ojos, como los del escribiente, se desorbitaban. Levantaba su brazo derecho por sobre el biombo y solía exclamar: puedo ver su figura ahora: singularmente suave, pálidamente pulcra, oscuramente calma, lamentablemente decente, incura­ blemente desolada15. Ante la mirada del copista detenido en su cuerpo in­ móvil, Me Bride quedó preso del estupor estético de su fracaso de escritor. Es letárgica la labor dedicada a redac­ tar y corregir expedientes, pero peor es cuidar un texto cuyo personaje lo desborda como autor. Nuestras narra­ ciones, reconozcamos, aceleran la parálisis de quien no se considera escritor, ni siquiera un mediocre escribiente. En uno de los más sublimes -paranoicos- encuentros con Bartleby, dice haber descubierto en él una descolorida altivez, mantenido una mansa condescendencia con sus rare­ zas, y descubierto por fin las ocultas bellezas que justifican la vida misma. Me Bride reiteraba, una vez más, que desconocía la bio­ grafía de 'su personaje', pero que tampoco nosotros conociamos la suya. Ciertamente, luego de las cervezas, conje­ turábamos que era viudo o un solterón que vivía con su 14. Ibid., p. 55. Iñ.Jbíd., p. 31.

madre y una tía, o un sujeto que se redimía elucubrando perversos personajes, digno de un médico psiquiatra vie­ nes ya conocido para los años treinta, quien creyó haber llevado la peste a pocas cuadras de Wall Street y luego a las tierras del Toro de las Pampas. Escuchadas -leídas, formuladas- todas estas historias, no tuve dudas que también yo había incorporado mi co­ laboración narrativa en los trazos de la figura desgarbada con quien me había topado en la calle, el que estaba sen­ tado a la vera de la ventana en la fonda junto al NYSE. Mientras que yo agregaba un par de módicos episodios de fonda y papel engrasado al héroe del cuento imposible, la entidad elucubrada de ese hombrecito sin apariencia no era otra que la resquebrajada identidad de Bartléby, un ser independiente hasta de su propia ficción. Los desvarios o, dichoconarte, las variaciones estéticas se inicianante lamás que habitual circunstancia del trabajo de oficina. Ala explotación de su nuevo copista mal pago, el jefe-literato la entendía como una justificada expectativa de obediencia imnediatav’. Buena frase para ser utilizada en 1929 ante la prometida demolición del capitalismo con el adorno de las banderas rojas de la lucha de clases. Por supuesto, Bartléby no era para Me Bride un políti­ co aunque lo tildó como un resistente pasivo. Reescribo la frase del jefe que exclamó con júbilo: ¡No!, Bartléby no es un resistente pasivo, muy al contrario, yo lo sé, las pasividades son sólo su apariencia, su actitud no es la del rechazo, ni de una impugnación y menos de una disputa, la suya es la experiencia valiente de una distendida actividad.

Bartléby preferiría no, eso quiere decir que, pasiva­ mente, resiste; que la suya es una pensada estrategia de resistencia, el gesto paradojal de una ofensiva heroica. Aunque

detenido, avanzar. Preferir no dejar dehacerlo. Preferente­ mente atacar a lo Dempsey, a lo Firpo... Aunqueinmóvil. El patrónenvidiaba del copista el armamento de una sos­ tenida ensoñación del Bartléby soñado y también supesadi­ lla. Poseído comoestabaporunsubordinado, sentía quela realidad y la fantasía se le escurrían de las manos. De tanto en tanto, esos requiebres amainaban y al des­ pacho retomaba la calma: mayor limpieza, celeridad en las entregas, más orden en la tabulación de los escritos, pulcritud ortográfica, economía de insumos, fidelidad ex­ trema de las copias... No sólo Turkey, Nippers y Ginger Nut, también suinaccesible Bartléby le procuraban no po­ cas satisfacciones, que no tardaron en ser reconocidas por colegas y funcionarios judiciales. Otra escena, procedente de otro bollo de papel bartlebiano, volcado luego en el cuaderno de notas, consistió en la invitación a una sesión de la Fiscalía. Por supuesto, 'preferiría queno' respondióel escribiente. 'Y yopreferiría que usted prefiriera que sí', retrucó Me Bride. Un estado de 'impreferencialidad' en una circunstancia en donde el abogado ya no sabía con quiénestaba hablando, ni siquie­ ra quién era él mismo. Un maqumismo ficcional de las existencias, los Bartlebys y los Me Bride, seres que se per­ tenecen en una disyunción que los separa incluyéndolos, una paralela actualidad aunque disociada, entes acorazados en la virtualidad de la vida real, ni más ni menos saluda­ ble que la imaginada. En otra oportunidad narrativa, Me Bride se acercó al busto de Cicerón de la antesala de la oficina y susurró al oído del romano. 'Dígame Bartléby, ¿usted cree que soy una persona razonable?' 'Sí', responde con lacónico mo­ nosílabo, esta vez también con rictus ciceroniano. Desco­ locado, repregunta, '¿ycómo es usted, Bartléby?' 'preferiría no ser un poco razonable'.

Me Bride confesaba que su vida podía ser jocosa para muchos, pero que él era unhombre bien nacido, al que las almas sentimentales podían aprobar, alguien que deseaba escribir toda la vida pero que el destino no se lo permitió. Atribuía a no se sabe quién su temible carencia de amista­ des, hórrida soledad, ecos de vacío absoluto, torturante espiral de abatimiento. Fuera de órbita, se autoconmiseraba como un autor y espectador de una soledad mundana despoblada.17.

Preferíareiterar susnarraciones sobrelas desventuras de personajes anodinos enlas sórdidas oficinas de letrados, ha­ bitadas por los fantasmas nocturnos deWall Street. Partícipe de alucinaciones enlas que las oficinasse conviertenenbur­ deles, entemplosmaléficos oenviviendas deseres sinhisto­ ria. Y, conalgo de la lucidez propia de su sinrazón, admitía -de m\avezpor todas- queesadeclamacióndeescrituraim­ potente formaba parte de supropio material biográfico. Sí, Bartleby, quédate ahí, detrás del biombo, pensé, no te per­ seguiré más; eres inofensivo y silencioso como una de esas viejas sillas; en una palabra, nunca me he sentido con mayor intimidad que sabiendo que estabas allí18.

¿Era el mismísimo Me Bride quien merodeaba esas ofi­ cinas, en paseos nocturnos en el que sólo podía encontrar vacío, humedad y abatimiento? ¿Era, ciertamente, Bartleby quienestabaacostadoenel sueloyvestidoconundeshabillé? Digámoslo, el patrón no soportaba el peso de su cristiana cobardía que le impedía el deseo de acudir a un prostíbulo, participar de una secta o rodearse de seres innominados. Esos arrebatos eransulocurapor escritoy queningunalite­ ratura, menos aúnla propia, podían colmar. Otrobollode papel -el últimoquetranscribo- resumíael marasmo. Sentados cada uno en sus respectivos escritorios, 17. Ibíd., p. 54. 18. Ibíd., p. 78.

exclamó: 'Entiendo, resuena la palabra: prefiero'. La 'prefe­ rencia' es el imperio de la voluntad, de toda voluntad. 'Pre­ ferir', sinquenecesariamentedebaser. 'Prefiero', revisteuna pacífica querella por las 'preferencias' mismas, la experiencia valiente de una distendida actividad, el armamento de una soste­ nida ensoñación. Bartléby, ustedme ha obsequiadola pérdida

de atributos conmía fórmula perfecta: 'preferir no-sí ser'. Es verdad que Me Bride y Bartléby poco saben lo que quieren, pero sí habitan lo que prefieren. Dígame Bartléby ¿qué 'prefiere', un jefe eficiente o un escritor que hace de usted su mejor-peor personaje? Mirarse, mirando por la ventana el muro que, no ofreciendo ab-so-Iu-ta-men-tena-da, ofrece algo, ¡quién sabe qué! Bartléby -no sé si lo dijo Me Bride o lo digo yo- es un ser despacioso, de una plasticidad existencial que a no pocos desespera. Incluso una despaciosidad alimenticia y una blanca palidez; tiempo Bartléby en espacio Wall Street, jaula frenética de seres poblados con historias que prefieren no tener ninguna, que prefieren ser estados de cuenta registrados en los informes cotidianos del sube y baja de los mercados de acciones, al cierre dejomada de la Bolsa, con martillazo y campanada incluidos. Este final pretende no ser abrupto, me propuse situar a alguien que había visto en una oficina de Wall Street entre atareados oficinistas y camiones de caudales. Debo recor­ dar que soy unnarrador incidental de un cuento sobre un escritor y un escribiente. Pero antes de despedirme del lector, quiero advertirle que si esta narración ha logrado interesarle lo bastante para despertar su curiosidad sobre quien era Bartléby, y qué vida llevaba antes de que el narrador trabara conocimiento con él, sólo puedo decir­ le que comparto esa curiosidad, pero no puedo satisfacerla19.

E s ta d ía de B a r tlé b y , U lis e s , U lr ic h , Ja k o b V o n G u n te n , Jo s e f

K-, e l

T r a b a ja d o r , e l

I n n o m b r a b le y F r a n z B ib e r k o p f e n l a R e p ú b lic a d e W e i m a r ( 1919- 1933)1 D

r a m a e n t r e s a c t o s s in e s c e n a s

jorge Lovisolo a Gregorio Kaminsky

Prólogo

¿Por qué esta malicia de invitar a compartir una tempora­ da en el infierno a esos personajes de ficción? ¿Podría ser afable una prolongada convivencia entre temperamentos disímiles, depositarios de creencias y hábitos modulados en tradiciones nacionales distantes tanto en el tiempo como en el espacio? ¿Cuál sería la magnitud del esfuerzo geográfico y cultural requerida para un largo séjour en un topos cenagoso donde chapotean los desocupados sin más salidaqueel suicidio, el vagabundeooel campo deconcen­ tración para parados (Arbeitsdienst) sometidos a disciplina militar y sueldo de soldados, en una ciudadela sitiada por células delictivas financiadas por prostitutas agremiadas en torno a una pandilla de rufianes codeándose con las bandas nazis que patrullan las calles, en un asentamiento urbano bajo un estado de excepción que paraliza el más ínfimo conato de acción política, en un escenario marca­ do por el ocio forzado, las huelgas de masas de tipo in­ 1. Conferencia pronunciada en la Biblioteca Nacional de la República Argentina. Buenos Aires, 9 de agosto de 2007, invitado por el grupo de investigación dirigido por Gregorio Kaminsky. [N. del 1 ]

surreccional, los atentados, la inflación, la mendicidad, el desánimo y la amarga conciencia de una derrota militar? Por el momento, lo ignoro -confesó el narrador del na­ rrador y así sucesivamente-, Pero me place advertir que, al convocarlos, al menos tuve la delicadeza de satisfacer uno de los requisitos básicos contenidos en una máxima de Lord Chesterfield que Kant adoptó para asegurar una camaradería sin rispideces en una sobremesa que esta vez durará quince años: "Su número no debe ser inferior al de las Gracias ni superior al de las Musas"2-agregó conalivio uno de los innumerables narradores. Creo que antes de las deliberaciones -que tal vez se­ rán entonadas en arias de solos o duetti- sería un gesto de cortesía sacar a pasear a los invitados para conocer algu­ nos recodos memorables de esta ciudad. Los guiaré por las calles céntricas para visitar los cafés en otros tiempos frecuentados por Goethe, Friedrich Nietzsche, Walter Gropius, Rosa Luxemburg y ese ángel tan azul como fa­ tal -Marlene Dietrich-, pero también los salones elegantes donde Franz Liszt, Wagner y Richard Strauss deleitaban a su auditorio; sin dejar de pasar, como es debido, por las ta­ bernas con pisos de tierra salpicados de conchas de ostras empastadas con aserrín donde Paul Klee y Wassily Kandinsky ensayaban sus primeros bosquejos -pensó uno de los narradores intercambiables. Salieron de excursión. La conversación entre los inte­ grantes de la comitiva comenzaba con todas las luces ru­ tilantes de esas calles céntricas con sus escaparates y sus excentricidades pero que, finalmente, terminan desvaídas en algún pajonal del suburbio. Tal vez presintieranlos cre­ púsculos rumorosos de los hoteles baratos de una noche, 2. I. Kant Anthropologie in pragmatischer Hinsicht en Kant's gesammelte Schriften. Herausgegeben von der deutschen Akademie der Wissenschaften, Berlín 1902..., tomo VII, parág. 88, pág. 278. [N.ílel E.]

donde Alfred Doblin suele hospedar a su comparsa de hampones. Retomamos por la misma calle -comentó un narrador genérico-. Ahoraestamos anteel Deutsches Nationaltheater y todos, de común acuerdo, pues no ignoran que se trata de tina reunión cumbre, se sientanenlos tres escalones que su­ ben hasta el pedestal donde posan las dialogantes estatuas de Goethe y Schiller y aprovechan este alto en el vagabun­ deo paraxhacerse fotografiar. ExceptoBartléby que prefiere no dejarse inmovilizar parasiempre en el celuloide. Casi toda la comitiva se encaminó hacia el Instituto Goethe-Schiller. Sus salones, escaleras y bibliotecas son de un blanco enceguecedor, el ojo no encuentra una sola pulgada para el reposo. Excepto en esa caravana de hor­ migas negras atareadas detrás de las vitrinas donde los manuscritos de Nietzsche yacen como enfermos en los le­ chos de los hospitales: los aforismos convalecientes hacen su examen de conciencia antes del escalofrío de una fama postuma, destinada a todos y anadie. Esta última palabra estremeció a Bartléby. Von Gunten, indiferente a la celebridad de papeles apergaminados, se detuvo en el umbral, alzó la espalda con desdén, los abandonó, y rumbeó hacia la algarabía de la Plaza del Mercado. Piropeó a las lecheras entre pirámi­ des de tomates, menhíres de alcaucil y obeliscos de zapa­ llo, en medio de un repiqueteo de monedas que pasaban de un bolsillo a otro. Retornó y al reencontrarse con sus camaradas, les confió este escueto informe: -Los mercados son orgías matutinas. Jean Paul habría añadido que el hambre inaugura el día como el amor lo concluye3. 3. Aquí el narrador glosa a W. Benjamín, "Weimar" en Deitkbildcr, Gesnmmcltc Schrijien IV -1 (1981:353): Marktc sind die Orgicn dcr Morgenstunden, tmd Hungcr laulet, ¡pürde Jean Paul gesagthaben, den Tag ein ivie Liebe ihn sus. [N. del E.J

Festejaron la ocurrencia ydecidieronel retorno a fin de reposar en la suntuosa Zufluchlstatte. Concluida la jomada, fatigados por el trajín, se retira­ ron, cada uno por su lado, a los aposentos del CMteau du Belvédére, palacio construido conforme a un inspiradopro­ yecto de Goethe. Personajes

Como narrador considero que ha llegado el momento de hacer una presentación miscelánea de mi dramatis personae: Bartléby, el escribiente, es un "original" salido del bostezo de una nouvelle de Hermán Melville4. Ulises, del Canto IX de la Odisea de Homero5, donde alcanza la cúspi­ de desu astucia conunejerciciometalingüístico destinado a engañar al cíclope Polifemo. Ulrich, es el habitante de un mundo en modo subjuntivo potencial, pues para él el mundopodría ser de otra manera, pero, lamentablemente, lo que podría ser aúnno ha comenzado; a este "original" lo encontramos en las bambalinas de la "Acción Paralela" de la novela El hombre sin atributos de Robert Musil6. Jakob von Gunten -un pillo que gusta gozar de sí mismo- se presenta como una imposibilidad amasada en forma hu­ mana; huésped del limbo, esa zona situada más allá de la perdición o la salvación, es una nulidad orgullosa de sí misma -pertenece al relato de Robert Walser7dé título ho­ 4. H. Melville (2000), Bmtleby el escribiente en Preferiría nó hacerlo, Valencia, Pré-téxtos. [N.rlc! E.] 5. Homero (1989: v 367), Odissea (bilingüe, trad. Rosa Calzecchi Onesti), Torino, EinaudL. [N. del E.]. 6. R. Musil (1973), El hombre sin atributos, 4 vols. (trad. José M. Sáenz, Feliú Formosa, P. Madrigal), Barcelona, Seix Carral. [N. del E.) 7. R. Walser (2003), Jakob von Gunten (trad. Juan José del Solar), España, Símela. [N. del E.]

mónimo al héroe- Josef K.8, bueno, ¿quién no lo conoce? El Innombrable, por su lado, es tina criatura larvaria en forma de huevo con dos agujeros, a fin de no reventar: la boca y el que está enel otro extremodel aparato digestivo; vive en una tinajay frecuentala novela de Samuel Beckett9 que, también, lleva el nombre de este desganado aspiran­ te a héroe. El Trabajador, un aristócrata en overalls, vive imantado por la utopía de un Gobierno Mundial y se lo encuentra en el ensayo de Emst Jünger10quelleva sunom­ bre. Y, finalmente, Franz Biberkopf, unpobre desgraciado siempre perseguido por la puta Babilonia, bestia escarlata de siete cabezas; Franz es un alemán sin ganas, lo es al modo de quienno puede ser otra cosa y se loencuentraen las refriegas callejeras entre rufianes de Berlín Alexanderplatz, novela épica de Alfred Dóblin11. Un americano, un griego, un austríaco, un suizo, un checo, un irlandés y dos alemanes. No es poco. Decorado

Como los protagonistas proceden de escenarios distantes, en tanto libretista invito al espectador a asistir a un drama cuyo desarrollo cambia de decorado a telón alzado y, por 8. F. Kafka (1987), Der Pmzess, Frankfurt, Fischer; (1986), Das Urtei!, Frankfurt, Fischer; (1995), Erzahlungen, Sftittgart, Reldam; (2005), Aforismos de Zürati (trad. Claudia Cabrera), Madrid, Sextopiso. [N. del E.] 9. S. Beckett (1953), L'limommable, París, Minuit; (1952), Fin de prntic, París, Minuit; (195Z), En attendant Godot, París, Minuit; (1987), L'Invitation, París, Minuit; (1988), L’lmage, París, Minuit; (1989), Soubresauts, París, Minuit. [N. del E.] 10. E. Jünger (2003), El trabajador. Dominio y figura (trad. Sánchez Pascual), Barcelona, Tusquets; (2005), Radiaciones 1 y II (trad. Sánchez Pascual), Barcelona, Tusquets; (1993), Sobre los acantilados de mármol (trad. Tristán La Rosa), Buenos Aires, Áncora y Delfín. [N. del £.] 11. A. Doblin (2001), Berlín Alexanderplatz (trad. Miguel Sáenz), Barcelona, Destinó. [N. del E.]

no tratarse de títeres sino de avezados intérpretes dramá­ ticos, la didascalia está de más. Sin duda, sería necesario amueblar este drama, pero, no siendo escenógrafo, me ali­ via saber que, segúnme aseguran, Dios está enla tramoya -precisó un narrador no identificable. Y el guionista, dirigiéndose a los personajes, añadió: -No suelo corregir mis desaliñados libretos, los presen­ to enborrador. -No es obligatorio creerle, aunque sí conveniente. Es perseverante en sus descuidos estilísticos...-respondió JosefK. -No se preocupe, yo me encargaré de la labor limae y del mobiliario-remató El Innombrable. -El mobiliario del mundo es infinito -agregó un narra­ dor que levantó la mano en un anfiteatro cuyos últimos peldaños visibles estaban a distancias estelares del lugar en que se desenvolvía este diálogo-, -Para amueblar el mundo sería preciso contar con un batallón de escenógrafos que no conoce más límite numé­ rico que la humanidad en su conjunto -ratificó otro. El Innombrable, después de sopesar la magnitud de la tarea, expresó: -La escenografía del drama termina donde comienzael drama de la escenografía, que notermina. Enfin, el primer escenógrafo, el que modeló el mobiliario del mundo, per­ tenece al ordende una leyenda anterior al mito. Tal vez sea Godot, tan esperado comoimpuntual, nunca llega, apesar de nuestras plegarias, por no decir... de nuestras letanías, que piden una urgente rendición de cuentas... -Ese reclamo es una blasfemia ¿Qué pensaría usted de una divinidad que se dejara sobornar por unas plegarias? Al parecer, también usted es un personaje en busca de un autor. Y locomprendo: tambiényo espero a Godot, pero la míaes tina espera sinesperanza. El Mesías no llegará el úl­

timo día, llegará un día después de sullegada, cuando ya no hagafalta. La tierra entera será unsepulcro-respondió conbrusca parquedad Josef K. -Sin duda-asintieron, al unísono, todos los narradores. Acto primero

Los aposentos daban auna loggia circular repartida enpal­ cos cóntechos de cartón piedra surcados por las estrías de una concha que imitaba las hornacinas de la orden de los templarios. Desde el antepecho de los palcos se podía dimensionar lamagnificencia del Salón de la Corte al cual se accedía por una faraónica escalera de mármol de Carrara, que descendía caracoleando hasta una enorme rosa de los vientos que se desmarcaba del piso por los materiales em­ pleados paratallarla: pórfido, ónix ypedernal. Si se empu­ jabauno de los tantos paneles de las bibliotecas simuladas que delimitabán el Salón se accedía a un pasadizo above­ dado que daba al Gabinete de los Moros: allí se había re­ unido la comitiva para dar comienzo a sus deliberaciones, queno sehicieron esperar. Los congresistas se expresaban convehemencia gesticulante ypalabras enfáticas que des­ encajabanlos rostros hasta hacer de ellos una asamblea de gárgolas de catedrales góticas. Pero Bartléby, al advertir que lo primero que hicieron fue hablar de él, protestó: -Yo no soy un caso particular -y se hundió enun per­ severante mutismo, como si hubiese agotado el lenguaje de una sola vez. Para dar cuenta de este obcecado silencio, un intruso en el coloquio -que de ahora en más se llamará Alguien12dijo: 12. Se trata de Gilíes Deleuze (1993), Bartléby, ou la Formule en Critique et Clinique, París, Minuit. IN. del E.]

-E l silente ha renunciado al semanticismo ingenuo de la lógica de los presupuestos, pues esta lógica, a consecuencia de las infundadas atribuciones recíprocas de creencia en el postulado de constancia del significado, siempre conduce a malentendidos. -En efecto -respondió El Innombrable-, todo diálogo está marcado por claridades dudosas y oscuridades im­ perfectas. -Claro -agregó Alguien-, A Bartleby sólo es posible comprenderlo desde otra lógica, la lógica de las preferencias, es una lógica de una frugalidad semántica enteramente i­ nusual, no hay en ella la más mínima nostalgia denotativa. Más aún, practicada de un modo consecuente conduce a una inquietante catástrofe referencial que hace imposible la ciencia, en particular, la física de los sólidos; más bien se acerca a la mecánica de los fluidos, esa episteme hidráuli­ ca cuya fundadora es Afrodita, un cuerpo flotante13 en el Adriático. Boltzmann sería incomprensible sin ese prece­ dente. La física de los sólidos es una ciencia de la guerra, es una ciencia marcial, mientras que la mecánica de los fluidos, es decir, la física de Afrodita, es una ciencia de Jas caricias, nadie ignora que el himno a Venus es un canto a la voluptuosidad. De más está decir que Jakob von Gunten -con cierto aire de bufón de corte, para nada proclive al saber rigu­ roso- festejó el anuncio de lo que él llamó "ciencia afro­ disíaca". Y aquí intervino Ulrich, el matemático. -Esta lógica de las preferencias, más que racional es razonable, y desbarata el proyecto de un conocido círculo vienes, esos Comisarios de Seguridad Pública de la Lógica 13. Es dable conjeturar que en este punto el narrador acude a la secuela elíptica de un aforismo de Michel Serres (1997: 33), l a Naissance de la physique rfnus le texte de Lacrea, París, Minuit. [N. del E.J

que, con regla de cálculo en mano, optaron por la utopía de la vida exacta, afortunadamente siempre interferida por el principio de razón insuficiente. Aspiran a la cons­ trucción lógica del mundo', "cada una de las tesis será justi­ ficada irrefutablemente y el trabajo especulativo y poético será desterrado de la filosofía". Su Comité Central es el sostén epistemológico del positivismo social demócrata. Mastican una droga extraña y pálida que puebla el mun­ do con una visión de números y ecuaciones arbitrarias. Creo que con la lógica de las preferencias ha empezado un mundo nuevo (esto ocurre a cada instante) -aseveró con sutil ironía. A fin de reforzar lo dicho por Ulrich, intervino Franz Biberkopf: -Estoy en pleno acuerdo con usted, pero no hay que olvidar que también los teóricos de los speech acts, con sus buenos modales argumentativos, tienden a apuntalar el ga­ llinero confortable del consensualismo soria] demócrata. Alguien había tomado la prerrogativa de iniciar el debate y se mantuvo en el anonimato sin que los demás lo advirtie­ ran. Era comprensible, al fin y al cabo acababan de conocer­ se. Este infiltrado, dirigiéndose a Ulrich, manifestó: -E s cierto lo dicho por usted, sin embargo es preciso enfatizar algo que sólo mencionó al pasar: ha comenzado un mundo nuevo. Sin embargo, no habría que olvidar que su precursor, Bartleby -singular criatura que aspira a ser na­ die- no es tan "original" como usted pretende. No olvide que es un Ulysse des temps modernes14: también ese héroe épi­ co desdeñó el protagonismo narcisista y prefirió el anoni­ mato: Je suis Personne ("Yo soy Nadie"), solía decir. Siempre es oportuno recordar y ¿por qué no? rendir un debido ho­ menaje a los clásicos, a fin de poner las cosas en su lugar... 14. G. Deleuze, op.cit., p, 96.

Rápidamente tomó la palabra Ulises y, lejos de sentirse halagado por las supuestas honras de Alguien, más bien presintió algo ofensivo. Colgó el escudo en el respaldo de la silla, apoyó el arco y las flechas en la mesa de roble y, con aplomo, afirmó: -En esta Aurora de dedos de rosa he escuchado in­ fundios calumniosos que ofenden a Zeus y a mí, héroe de linaje divino rebajado a mero oficinista. Nada tengo que ver con Bartléby, criatura respetable, por cierto, y empeñada -él sabrá por qué- en ser nadie. Quiero ma­ nifestarle, estudioso señor Alguien, que de mi estirpe he heredado una identidad robusta aunque por cierto ame­ nazada, siempre a punto de perderla, y por eso me vi obligado a ocultarla sólo una vez, en una ocasiónriesgosa. Para ocultar una identidad hay que empezar por tener­ la, señor Alguien. Es por todos sabido que sobresalgo en la astucia (m ng). Además, debo aclararle que sólo una vez simulé ser Nadie y fue para engañar y luego cegar al cíclope Polifemo que nada sabe de las reglas de con­ vivencia surgidas del ágora. Primero pensé en descom­ poner la palabra "astucia" (fivr ‘$) en dos sílabas /mjt (no alguien), pero, ¡por Zeus!, me pareció que esa treta me delataba, era muy evidente para pasar inadvertida y, así, finalmente, decidí llamarme Ovti$, que quiere decir lo mismo. Como usted podrá ver, ningún parentesco, ni de sangre ni 'rizomático' -como le place expresarse a ustedtengo con Bartléby. Si pretende incluirme entre los más remotos ancestros de un supuesto "Ulises de los tiem­ pos modernos" ¡el rayo de Zeus y el tridente de Poseidón no lo permitan!, además de vulnerar el tiempo cíclico de los aqueos, mancilla mi estatura de hábil y temera­ rio varón. Sus palabras delatan ignorancia de la epopeya griega. Y no digo estas cosas porque tenga algo contra

Bartleby -héroe de la 'resistencia pasiva'15y del mutismo ¡según el abogado, y yo héroe de la astucia activa y de la elocuencia. No comparto ningún epíteto con Bartleby SÉómo aseguran los filólogos después de sus laboriosos índices de frecuencia de los que se desprenden más atri­ butos que los que yoimaginaba- Siempre obré conforme a mi áprrí), soy de noble linaje, valeroso y elocuente; creo que estamos ante un hombre, Bartleby, digno de admira­ ción por su heroica perseverancia en ser nadie. Pero yo, Ulises, el Laertíada, soy su contracara: hice lo imposible para proteger mi particularidad y mi identidad que las divinidades preolímpicas me querían arrebatar y, con mi astucia y el auxilio de Zeus que agrupa las nubes, las fui venciendo una tras otra, a medida que se fueron pre­ sentando en. mi accidentada travesía: los Lotófagos, los Lestrigones, Circe, Scyla y Caribdis, no me fue del todo mal con las Sirenas, escapé de los abrazos ardientes de la seductora Calypso y otras que ya no recuerdo... Hace tanto tiempo... Este largo parlamento de Ulises acaloró la discusión en el Gabinete de los Moros. Una breve pero rigurosa inter­ vención de Josef K. pareció poner fin a este debate: -Tiene razónUlises -aseveró- tal comolohe probado, aunque con ciertos atisbos irónicos, en una breve alegoría titulada El Silencio de las Sirenas -y concluyó conestefulmen in claustila-: Ulises ocultó su identidad para preservarla y seguir siendo alguien, mientras que Bartleby prefiere no tenerla para ser nadie, quodlibet No hay que embarullar -aseveró alzando la voz. No obstante, una sorda tensión fue demacrando él semblante de algunos congresistas. Ese enfático "No hay que embarullar", además de herir el orgullo de Alguien, 15. H. Melville (2000:26). [N. del E.)

cobró una consistencia física de meteoro, subió, retumbó en la cúpula del Gabinete de los Moros, volvió a bajar y como una mecha de pólvora recorrió las dependencias del Chateau du Belvédére que estuvo a punto de volar por los aires como un depósito de municiones. -¿Dónde está BarÜeby? -preguntó Franz Biberkopf, con mirada ansiosa- El tono en que fue formulada la pre­ gunta permitía suponer que demandaba una presencia crucial para terciar en el debate, tal vez sin reparar que el oficinista habría preferido abstenerse. -Seguramente, estará detrás del biombo en los apo­ sentos, de la baronesa austríaca o, tal vez, sentado en la barandilla de la escalera. Sospecho que estas discusiones no le dicen nada... -respondió Jakob von Gunten al tiem­ po que bosquejó una sonrisa casi imperceptible al referirse con tono susurrante a la baronesa austríaca de Kakania, tal como había escuchado a Ulrich llamar al imperio austrohúngaro, sobre todo cuando recordaba su amor incestuo­ so conAgathe. Pero es preciso señalar que a este picaro le complacía echar a rodar intrigas, advirtió el narrador. Después de un prolongado silencio, Ulrich creyó oportuno dar a conocer que disentía conlas precipitadas asociaciones que Alguien había establecido entre él y BarÜeby: -Yo soy el hombre sin atributos-dijo con cierto desga­ no-, Perono porque desdeñe las propiedades por conside­ rarlas superfluas. No. Yohe sido despojado de atributos y para mí constituye una pérdida y no una conquista, como me atribuye Alguien. Les referiré brevemente un episodio callejero en el que, sin quererlo, me vi involucrado y de cómo creí, equivocadamente, recobrar mis atributos en un interrogatorio policial. Paseando distraídamente por las calles de Viena, observé que un obrero borracho rozó, sin intención alguna, a dos elegantes señores de la Acción

Paralela que proclamaban a viva voz ser partidarios de esa secta aristocrática comandada por el conde Leinsdorf. Éstos, ofendidos no sólo por el roce ocasional sino tam­ biénporqueel obrero denunciabala mascaradaliberadora de la secta, de pronto se vieron envueltos en una refriega callejera. No tardó en llegar la policía. Uno de los unifor­ mados acudió súbitamente para detener al obrero por de­ sacato a la autoridad. Se abalanzó y llegué a ver los puños de su chaqueta tachonados conbotones chapeados en oro: sin duda, pensé, es el brazo metalúrgico del Estado. Entre paréntesis debo aclararles que, aunque soy matemático, encuentro placer en las letras: nunca podré olvidar esos botones (paramí constituyen unobjeto metonímico que se puede agremiar a otros no menos ilustres en la historia de la literatura: lapatataenel bolsillo de LeopoldBloomenel Ulises deJoyce-y dirigiéndose aUlises pidió disculpas por la indelicadeza de recordar otra confiscación moderna de los clásicos-, la petite madeleine de Proust, el telescopio en el Galileo Galilei de Brecht, en fin, sería tedioso enumerar­ los o hacer un catálogo que, de llevar a cabo, lo donaría a los maníacos delas colecciones completas). Bien, retoman­ do mi relato: por inmiscuirme en esta refriega, me llevan detenido. Ahí me di cuenta de que, hoy, vivir erí un Estado bienordenado es algo tétrico; no se puede salir a la calleni beber un vaso de agua o subir a un tranvía sin tocar algu­ nos resortes de un aparatogigantesco, sinponerlos enmo­ vimiento osin dejarse llevar por ellos, me recuerda La vida de los hombres infames que, si no me equivocoes el modesto punto de arranque de la "biopolítica" de Foucault, ¿auste­ des no? Bien, estome inquietó en sumo grado, pues yo es­ taba acostumbrado a considerar al Estado como un hotel donde sus huéspedes tienen derecho a exigir cortesía. Ya enla Comisaría me expuse al maltrato, apenas comenzado el interrogatorio: ¿Nombre? ¿Edad? ¿Profesión? ¿Residen­

cia? ¿Señas particulares? El primer error lo cometí al decir al sargento que anotaba sinmirarme, que mi profesiónera la de un intelectual sin relaciones de dependencia, ló cual de por sí ya resultabasospechoso; el segundo, cuando-in­ terrogado por la dirección- estuve a punto de decirle que mi casa es la de una persona que me es desconocida. Lle­ gado a la pregunta sobre señas personales fui informado de que mis ojos eran grises, pero no cualquier gris, sino el gris número cuatro segúnuna tipificaciónpre-éxistente registrada en los servicios de inteligencia. Al poco tiempo advertí que yo, el hombre sin atributos, al fin recuperaba algunos en un interrogatorio policial. Pero este desgranamiento estadístico de la persona me dio que pensar: llegué a la convicción de que no sólo era unhombre sin atributos sino, más, bien, una diseminación aleatoria de atributos sueltos sin hombre. Como Ulises, aunque por otras razo­ nes, tampoco yo pertenezco al linaje de Bartléby, tal como pretende Alguien al afirmar que el autor que me dio vida "andaba a la búsqueda de hombres anónimos", de "Na­ dies". Mi falta de atributos me hizo pasar, a los empujo­ nes, a un anonimato que yo no he elegido sino que, más bien, se me ha impuestoa través de innumerables recursos técnicos en un supuesto progreso que crece sin cesar. Esos botones, ese brazo, esa policía... Y aquí lo interrumpió El Trabajador: -Creo queestá confundido, estimado Ulrich. La policía tuvo un gesto de exagerada cortesía con usted. Cuando se apagaron las hogueras de la Inquisición la espada del Estado se volvió impotente, ahora es tan inofensiva como un cortapapeles de expedientes, enredada en pericias, tes­ tigos, interrogatorios... Antes, la administración de la ac­ ciónpunitiva surcabael cielode lajusticia conlavelocidad del relámpago. El principio fundamental de la Justiciá era éste: la culpa siempre es indudable, y esto permite pasar

rápidamente dela sentencia alaejecución. Por el contrario -enfatizó este aristócrata en overaüs-, cuando se puso en duda la culpa, las respuestas alos interrogatorios, al 'estar enmarañadas por mentiras tras mentiras, sólo sirvieron para embarullar y demorar el proceso... Lamentablemen­ te, la justicia se ha vuelto lenta, confusa e ineficaz. Sobre todo, con los conspiradores profesionales, estos alquimis­ tas d^ la revolución que prometen una ilusoria sociedad sin clases. Ulricn. lo escuchó con estupor. No esperaba escuchar semejante capitulación de un trabajador. "Tal vez -pensó ensimismado- este obrero, como tantos otros, se dejó em­ baucar por la propaganda demagógica del partido Nacio­ nalsocialista". -A mí no me dejan ser -agregó El Innombrable-. Yo quiero hablar de mí. Pero ¿cómo hacerlo con el lenguaje de los otros? Ese lenguaje me desvirtúa, es usurpador de identidades. Yono puedo decir Yo. Enrealidad, he hablado para mi amo, he esperado sus palabras, pero nunca llegan. El amo tiene sus suplentes y, según me aseguran, hablan para mí, pero esas palabras tampocome llegan. Me han pe­ goteado un lenguaje para incorporarme a la tribu: quieren que testimonieparaellos, hastaquereviente, comosi sepu­ diera reventar en este juego, eso es lo que el Consorcio de los Tiranos quiere que haga. Pero no usaré el lenguaje de ellos, y, si lo hago, sólo será para maldecirlos. Aunque no creamos, entre ellos no hay acuerdo, no saben qué quieren hacer de mí. Pero de una cosa estoy seguro: quieren que sirva para algo: no han advertido que ser un hombre útil siempre me pareció algo repugnante. No sirvo para nada. Sólo quiero hablar de mí a sabiendas de que no puedo. Y entonces ¿cómo callar, si también del silencio se han adue­ ñado los otros? Me veo obligadoahablar no teniendonada que decir. Tengo que hablar conunlenguaje queno es mío,

de cosas que no me incumben, no me interesan y, además, no creo; lenguaje del cual me han dotado para impedirme decir quién soy: la palabra es la presencia del otro en mí, que me mutila. Los otros, con sus palabreríos, han inflado este huevo que soy, y yo quiero vaciarme. Estoy intoxicado. Necesito aire fresco. Pero en el Consorcio Socialdemócrata basta respirar para tener derecho a la asfixia. No es que no me amen, tampoco me odian, me ignoran, amablemente. Sin duda, puedo protestar, es cierto. Para evitar mis protes­ tas intentan entretenerme dándome deberes que yo no sé hacer. Entonces, vieneuna patadaenel culoounbeso, poco importa la naturaleza de la atención. La protesta los irrita, no les queda más que hacerse los buenos: y, entonces, cuan­ do hablo sólo me permiten algunas variaciones que, como es sabido, es el recurso ya clásico de la irreparable monoto­ nía. No sé cuál debe ser mi plegaria ni para quién. En fin, soy una espera sin esperanza, como mis amigos Vladimir y Estragónque mientras comen zanahorias enlabanquina de una ruta cualquiera no se cansan de esperar a Godot, que nunca viene. He nacido a la muerte. Es el fin que comien­ za. Yo no diré más Yo, no lo diré jamás. Cada vez que lo escuche, en su lugar pondré la tercera persona, es mi úni­ co entretenimiento. No hay más que yo, yo que no soy, allí donde soy. Vivo entre escombros y estoy cansado de cavar en vano en estas ruinas. Aveces, me sacan a pasear, pero presiento que salena perderme. Enmi vida, por llamarla de alguna manera, hubo tres cosas: laimposibilidadde hablar, la imposibilidad de callarme y la soledad. Es mifin de partie, una filosofía residual. Adorno16al hablar de mí decía que 16. Th.-W. Adorno (1981), Versuch, das Enrlspiel zu verstehen en Noten zur Uterahir, Frankfurt a/M, Suhrknmp. Se trata de extractos de una conferencia que Adorno pronunció en la Séptima soiréc de la editorial Suhrkamp el 27 de febrero de 1961, según informan las notes editoriales de la edición francesa (Notes sur liUéralure, 1974, París, Flammarion). El escrito lleva esta

tengo comportamientos primitivos y behavioristas, los que corresponderían a las condiciones de vida después de la catástrofe; he sido mutilado hasta tal punto que no podría reaccionar de otro modo. Pero, malgré toui, ilfaut. conlinuer. Sospecho que BarÜebypreferiría no hacerlo. Este desafío del Innombrable, que era una invitación a hacer hablar al escribiente, no provocó la respuesta tanes­ perada por congresistas. Tal vez Bartléby siguiera parado mirándose las uñas detrás del biombo o escondido detrás del largo mantel que cubría hasta el piso la gran mesa de roble que día tras día los convocaba. Después de haber escuchado largos parlamentos, El Trabajador, a modo de cierre, señaló: -No acabodecomprender porquémehaninvitadoapar­ ticipar de estas deliberaciones o, mejor, de estas habladurías (Gerede) sobre laposesiónodespojode atributos. Al oírlosno puedo dejar de pensar que son hombres del resentimiento, una pandilla de nihilistas agremiados. Para ustedes, la vida sehatransformadoenunexamenquejamás aprobarán. Yles digoestodesdelaFiguradel Trabajador: nohabloennombre propio que, visto correctamente, es una impropiedad (UneingentlichMi), en el sentido de Heidegger. Apurados, corren tras el fetiche de los atributos con la misma ceguera que los ilustrados, perola ceguera crece conla Aufklümng; el ser hu­ manosemueveenunlaberintodeluz. Yanoconoce el poder de las tinieblas que prepara Kniébolo17..., es evidente que no sabendisfrutar deesas catástrofes que prometengoces inau­ ditos..., en un ImperioMundial asentadoenlatécnica dedicatoria: To 5. B. in mcmory of París, Fall 1958. El texto que El Innombrable le adjudica a Adorno, en su lengua original dice así: Becketts Figuren benehnien sich so primitiv-behavioristisch, wie es den Umstanden nnch der Kutastrophc cnlsprache, and diese hnt sie derart verstiimmelt, dass sie anders gnr iiicht ¡'engieren kóivieit... Pág. 293. [N. del £,) 17. Kniébolo es el apodo con el que E. Jünger, para burlar la censura, aludía a Adolf Hitler. Cf. Radiaciones II, passim. [N. del £.].

El ánimo de los congresistas daba a entender que los motivos hasta aquí discutidos: identidadesfrágiles orobus­ tas, despojo de atributos, anonimatos elegidos o impuestos por la civilización mecánica y otras variaciones sobre las condiciones modernas de vida, se habían agotado. Acto segundo

"Los días se fueron sucediendo sin que los congresistas lo advirtieran enteramente. Y, así, poco a poco, el conte­ nido de las deliberaciones fue cambiando de rumbo. Aho­ ra, quienes hablaban eran restos de hombres, despojos, materia humana quebradiza existiendo en el miedo. Sus semblantes delataban una terrible verdad: después de los cuarenta la suerte está echada y el rostronoya es unhecho anatómico sino una responsabilidad de cada cual. Al fin, todos los caminos sirvenpara reventar yno queda otra es­ capatoria que ir atravesando terrores y las breves formas de la esperanza, entre sangres y placentas; somos muertos diferidos, de talones, nalgas, y hombros impasibles, prólo­ gos impersonales de la carroña18" -en un monólogo inte­ rior cavilaba el guionista, según el narrador. -Lo posthumano es una novedad antigua -afirmó el Innombrable a título protocolar. -Con toda razón tiene usted derecho a quejarse -se so­ lidarizó Ulrich. -Para no ir tan lejos, piense en el segundo Fausto de Goethe -añadió el Innombrable-, Sitúese en ese pasaje en que Fausto, Wagner y Mefistófeles, expectantes enel gabi­ nete, están a la espera de un acontecimiento, por no decir de un milagro: la gestación del homúnculo en la redoma, 18. En este pasaje el narrador glosa un pasaje de Ln vida breve de Juan Carlos Onetti (1977:105), Barcelona, Edhasa. [N. del E.}

enmediode probetas, retortas y alambiques. El homúncu­ lo, apenas nacido, animoso y desbocadamente sensual, lo primero que desea es acudir ala clásica noche de Walpurgis; y Wagner, al ver el brío de esta flamante criatura, celebra el éxito alquímico diciendo que la anticuada forma de en­ gendrar ahora ha perdido su romántica dignidad ¿pava qué el amor, si no tiene cura cuando es verdadero? Pres­ cindiremos del sucio y obscenoacoplamiento: ahora fabri­ caremos materia humana a nuestro antojo, mezclando y amalgamando materias diversas en la redoma. El hombre ' y la mujer dejarán de llevarse mal. La tierna intimidad de la vida es una venerable ilusión. Es preciso liberarse de la naturaleza, ha llegado el momento de festejar lo artificial. De la redoma saldrángenios de una inteligencia inaudita, pero esa inteligencia ya no será un fenómeno esporádico, la fabricaremos a nuestro antojo, a toda hora y en todo lugar: no habrá que esperar la llegada incierta del genio providencial, produciremos genios al por mayor, a granel -y con avinagrado énfasis, El Innombrable añadió-: Hela ahí, la tradición experimentalista de la Alemania secreta... -Usted lo ha dicho todo y con suma elocuencia, como era dableesperar, Innombrable. La atrozingeniería alema­ na creavidaartificial, peroes preciso recordar lopoetizado por Paul Celan: tambiénlamuerte calculadaes unMaestro Alemán. ¿Ese experimentalismo con el homúnculo en el Fausto de Goethe, no es, acaso, un anticipo literario de las cámaras de gas, más científicas, más refinadas, ácido cian­ hídrico, Zyklon B, más renanizadas, más modernas, más criminales, más cínicas, másnuestras? Através de Alema­ nia galopa un jinete del Apocalipsis, decía el incendiario Karl Kraus19, que no por nada fundó una revista llamada 19. El aforismo que Ulrich adjudica a Karl Kraus (1990:151) es textual. Se lo puede encontrar en Apocalypse. Lettre ouverte au public en La Littérature démolie, París, Rivagés. [N. del E.]

Die Fackel, Ln Antorcha. Ahí está la "Alemania secreta", la que nos legó el yelmo mágico y el casco de acero, la Ale­ mania secreta que Richard Wagner con su epopeya de mi­ tos nórdicos buscaba enel lecho del Rincustodiado por las Ondinas. Pero esa "Alemania secreta" no es, en definitiva, otra cosa que el duplicado estilizado de la Alemania real, arsenal y cantera de la oficial. -Fíjese -enfatizó El Innombrable- que el episodio experimentalista del homúnculo es netamente alemán, no figura en el Fausto de Christopher Marlowe, más próximo al personaje que inspiró el mito: se trata de un granuja débauchc, nigromante, ocultista y charlatán -Joliann Fausten, cuyo verdadero nombre era Georgius von Helmstadt, na­ tural de Kundling, Suabia- que se jactaba de ser "cuñado del Diablo". A pesar de los filtros mágicos destinados a las más aberrantes perversiones, no se le ocurrió siquiera imaginar, en sus renombradas aventuras de aquelarre, el episodio del homúnculo. Para esto había que esperar. Sí, había que esperar que el genio alemán llegara al saber ab­ soluto... Ésta fue la primera vez que Bartléby salió del sopor y, como nunca, estaba atento al debate; aunque su rústico e ingenuo pragmatismo americano del siglo XIX no lo ayu­ dase a dimensional-lo que escuchaba. A cto tercero

Pasaron días, meses, años, décadas. Los congresistas refirieron tal colección de sucesos en este relato que nada dejaron para el suceder en las calles, domicilios y plazas, y los diarios, faltos de acontecimientos, tuvieron que conformarse con citarlo en sus titulares: "En la Estadía de Bartléby... ayer a media tarde aconteció un coloquio entre Ulrich y El Innombrable", o una información de última

hora: "Biberkopf pidió licencia al guionista" u otras por el estilo30. El guionista se ve obligado a otorgarle licencia a Franz Biberkopf para ausentarse de esta narración. El interesado aduce los siguientes motivos; -Tengo que abandonar Weimar porque esta noche, en la novela Berlín Alexanderpiaiz, debo sumarme a Pums, a Reinhold -el mayorista de putas- y al jefe de la pandilla, pues tenemos que preparar el atraco de mañana. Hubo re­ dadas policiales, tuvimos bajas considerables que hacen imprescindible mi presencia. Además, hemos tenido que cambiar de táctica en nuestros atracos, pues las avenidas de Berlín están siendo reconstruidas después que la gue­ rra las redujo a escombros y todo esto trae aparejado un replanteo estratégico de nuestros operativos urbanos. No por nada Benjamín decía que las ciudades son campos de batalla (Stadte sind Schlachlfeider)21. Créame, señor na­ rrador, que siento gran pesar al abandonar su relato, por supuesto si usted me concede el debido permiso ¿puedo/ En esa novela soy un personaje insustituible. El negocio proslibulario ya no es rentable: a los rufianes les resulta difícil encontrar una clientela solvente, tenemos que entre­ gar nuestras queridas por unas pocas monedas. Por favor, señor guionista, no crea que yo he escogido este papel de delincuente, soy una persona honrada: me vi arrastrado por mía serie de circunstancias: la desocupación, la ociosi­ dad, la inflación, la miseria y todas sus secuelas, el robo y el crimen organizado., La crisis, a mí como a tantos otros, acabó por quebramos, ños despojó de las fuerzas necesa­ rias parabuscar otra salida. Esunmilagro quelaRepública 20. En este pasaje, se plagia a Macedonio Fernández (1993: 43), Museo de la Novehi de Ui Eterna, España, FCE. [N, del £.] 21. Biberkopf cita una frase extraída de Komeninre 7.11 Gedichten von Brecht de Benjamín (Gesammelte Schrifien II •2,1977:556). [W. del E.].

de Weimar resista el embate de los tres partidos de masas que se disputana los obrerosy a lapequeñaburguesía: los tres despliegan las banderas del socialismo. Por un lado, los comunistas, que no hacen otra cosa que atenerse a las directivas burocráticas del Kremliny, ennombre del Inter­ nacionalismo Proletario que encubre el temor a una alian­ za franco-alemana visualizada como bloque antisoviético, desatienden la especificidad de los conflictos locales y no titubeanenpactar conlos nazis, enmás deuna ocasiónpa­ trullan las calles juntos; hecho que Hitler aprovechó para ganarse la simpatía de las masas; por otro, las bandas hit­ lerianas -que astutamenteusan los de-satinos del PCpara fomentar el fanatismo nacionalista y ganarse el apoyo de los trabajadores- denuncianlos horrores del capitalismoy proclaman la inminencia de la revolución que instauraría un Estado Mundial como asegura El Trabajador, aunque nadie ignora que están al servicio del gran capital y que su único objetivo es frenar el movimiento revolucionario; y, por último, el reformismo socialdemócrata, que en acuer­ do tácito con el régimen, maneja los sindicatos y aspira a un equilibrio entre trabajo y capital. ¡Imagínese usted el desconcierto reinante entre los trabajadores! Si alguna dis­ culpa me cabetes porque yo también pertenecí a esa mul­ titud confundida. Alemania nos empuja a una vida mise­ rable: la inflación crece por segundos. El dinero perdió su valor nominal: 400 gramos de carne valen 400 gramos de marcos, así que imagine el subibaja de papel y chuletas en los platillos de la balanza. Bergman, en El huevo de la serpiente, no exagera, más bien desmiente algo que solía decir: "El cine es una mentira a 24 cuadros por segundo". Por todo lo que digo, solicito permiso... -Está autorizado a abandonar nuestro relato, querido Franz -respondió el guionista-, al tiempo que le agradez­ co los servicios prestados. Espero que en el otro lo traten

con debida cortesía, como en éste. Le deseo el mayor de los éxitos dramáticos. Franz Biberkopf se despidió de los congresistas y en el momento en que se disponía a partir entró un batallón de lacayos de librea color amaranto y repartieron un fajo de diarios alemanes entre los asistentes. Los titulares eran inquietantes: PLENOS PODERES AL CANCILLER. -¡Esta calamidad es el fruto del contubernio, de un acuerdo tácito del frente único formado por los tres parti­ dos alos que hacía referencia! -gritó Biberkopf. -¡Usted está faltando a la verdad! Kniébolo, voz oracu­ lar dé la Alemania secreta, es merecedor de esos poderes. No tardará enconstruir un Gobierno Mundial, pues nadie ignora que los Estados nacionales son arcaísmos poHticos llamados a desaparecer -enfatizó El Trabajador. La primicia de los titulares periodísticos, los desvió de los temas y motivos que venían discutiendo desde hacía ya casi quince años. -El monopolio exclusivo del poder en manos de un funcionario -retomó Biberkopf- ya estaba previsto en el artículo 48 de la Constitución de la República de Weimar, fundada en noviembre de 1919, pocos meses después de que las tropas, al mando del general socialdemócrata Noske, aplastaran en un sangriento combate el alzamiento espartaquista liderado por Rosa Luxemburg. Ese artículo -"última chance" de la constitución republicana, tal como lo manifestaba el jurista católico Cari Schmitt-, que tanto daría que hablar a los constitucionalistas, fue un inven­ to jurídico desesperado, de último momento: la Revolu­ ción Rusa sólo tenía dos años y los socialdemócratas de ningún modo querían que esa revolución fuera imitada en Alemania. Había que escarmentar a los cabecillas de toda insurgencia obrera con intención revolucionaria: ya fueran judíos, gitanos, comunistas o polacos. Miren, Ale-

inania tiene un gobierno democrático: pone el asesinato y la corrupción al alcance de todos22. Aquienes quieran ha­ cerse un cuadro pormenorizado de estos desarreglos, les recomiendo leer untestimonio de primera mano, recogido en un lúcido ensayo de Simone Weil titulado En torno a la Alemania nazi. Espero volver a verlos, hasta pronto. Estas fueron las últimas palabras de Franz Biberkopf. Y las dijo mientras se encaminaba hacia la puerta, sin si­ quiera darse vuelta, tal vez avergonzado de la tradición alemana frente a la cual se obstinaba en practicar una am­ nesia voluntaria. -Es cierto-reafirmóJosefK. conprecisiónde abogado-. El artículo 48 -del cual se valió el presidente Hindenburgse inspira en el "estado de excepción" (Ausnalmezustand) del constitucionalista católico Cari Schmitt, cuya formula­ ción es presentada bajo forma dilemática, es una suerte de aporía jurídica: suspensión súbita del derecho para pre­ servar el derecho. Oponiéndose a Kelsen, parte del prin­ cipio inconfesado de conferirle un valor normativo a los hechos. Cari Schmitt, con mirada de entomólogo -como su amigo Ernst Jünger- hizo una minuciosa arqueología de esta figura jurídica partiendo del dictador romano, la dictadura comisarial de Bodino, la loi martiale y l'élai de siége en la Revolución Francesa hasta llegar a la dictadura del proletariado de Marx-Engels-Lenin. ¡Qué derroche de erudición puesta al servicio de la dictadura! -Es cierto-agregó Ulrich, que sehizoecodelaspalabras de Josef K. y continuó así: -Pero tanto para usted, Josef K., como para Walter Benjamín, que oscila entre la catástrofe y la revolución, la excepcionalidad del schmittiano estado de excepción es la regla. No se me escapa que para ustedes, el 22. El narrador atribuye a Franz Biberkopf un aforismo de Norberto Chaves contenido en su libro Desafueros (Barcelona, Gustavo Gili, 2008). [N. rfe/ E.)

mundo nació con un toque de queda, estuvo, está y estará en im estado de facto permanente. En ese sentido, los Es­ tados de Derecho son armisticios intermitentes en el continuuvi belicoso de una guerra ininterrumpida. La paz, es paz armada, es un mero aplazamiento de las hostilidades, es guerra diferida. Por no decir que todos nosotros somos muertos diferidos. Basta nacer para que los opresores nos despojen de nuestros atributos. Dicho esto, parece mentira que el hombre sobreviva después de millones de años que intenta reducirse a nada: aún no lo logró. En este sentido, ha fracasados josef K. no tuvo más remedio que aceptar ese pesimismo raigal que le atribuía Ulrich. No obstante, Josef K. aclaró: -M i pesimismo no es infundado... -y prosiguió-, aunque debo advertirle, mi estimado Ulrich, que en otros tiempos, sin ser hombre de partido, creí en la revolución: en mi breve alegoría El escudo de la ciudad decidí construir una Torre de Babel, pero no para salvamos del Diluvio sino para instalar en su cima la ciudad obrera (Arbeilerstadt). Sin embargo -y empleo al más pacífico de los nexos adversativos- una larga sucesión de decepciones me dejó un sabor amargo y me despojó hasta de la más pequeña de las esperanzas. Ahora, desganado, me he resignado a un petil infini, a un ridicule pelit infini, como decía un apestado, Louis-Ferdinand Céline, el dégueulasse. Jakob von Gunten, dejando momentáneamente de lado su talante despreocupado, por no decir frívolo, ahora se­ guía la conversación con sumo interés. Y dirigiéndose a Josef K. le preguntó: -¿Sus decepciones lo inducen a adoptar la "resistencia pasiva" que el abogado le atribuye a Bartléby? -Ese abogado está equivocado -respondió Josef K - , la resistencia de Bartléby de ningún modo es pasiva, es acti­ va: rechaza de plano la glorificación capitalista del trabajo

rutinario y practica una rebelión individual, tal vez laúni­ ca imaginable en el Imperio. Aunque no comparto su vi­ sión, está haciendo un ejercicio plenario de su libertad en pleno Wall Street, no es poco. ¡Ahí lo quisiera ver! La atri­ bución que le haceel abogado partede sumala conciencia, de su vago sentimiento de culpa enredado en un plexo de valores tales como "caridad cristiana" y "filantropía pa­ terna". Esa axiología me es enteramente ajena. Como creo que también le es ajena a El Innombrable, quien sin cesar insiste: malgré tout, il fau t continuar. Mi pesimismo, como el de él, de ningún modo me impide seguir luchando, o, comoél dice, continuar. Soyun pesimistajovial. Acaso ¿no lo ha notado en mis relatos? Quien me lee sin una sonrisa involuntaria es porque no me entiende... Con las palabras concluyentes de Josef K., este motivo de discusión parecía haber llegado a su fin. Después de un prolongado silencio, laintervención de El Innombrable dio un golpe de timón que cambió el rumbo de la conver­ sación: -Paul Celan23, enun célebre poema, pone en cuestióna Walter Benjamín: homologa lo que él llama Nibelungos de derecha y Nibelungos de izquierda. Apesar de su herme­ tismo no es difícil identificarlos: los primeros son Heidegger, Ernst Jünger, Cari Schmitt, para nombrar a algunos; los segundos, Rosa Luxemburg, Walter Benjamín, Georg Lukács... Jacques Derrida24 ha señalado que tanto unos como otros compartentres motivos: glorificación de la ca­ tástrofe, dura crítica a la democracia liberal parlamentaria 23. El poema de Celan al que, según el narrador, alude El Innombrable es Port Bou - ¿Alemán? Véase Jean Bollack (2005:225), Poesía contra Poesía. Celan y h Literatura, Madrid, Trotta. [N. del E.} 24. J. Derrida (1997:71): El nombre de pila de Walter Benjamín en Fuerza de Ley, Madrid, Temos. Véase también Derrida (2005:105): Canallas, Madrid, Trotta. Para hacerse una idea de cómo el deconstructivista interpreta la "dialéctica en suspenso", véase (Derrida, Voiles, 1998:81), París, Galilée. [N. del E.j

y al programa secularizante de la Aufklarung -y dirigién­ dose aJosef K., preguntó: -¿No le parece al menos llama­ tiva esta observación que, por otra parte no deja de ser co­ rrecta?Además, después depormenorizados análisis dela 'violencia divina' según Benjamín, Derrida habla de cierta "complicidad"25de este pensador con la "solución final". -Mire -respondió Josef K.~, creo que Derrida sólo se atiene al debate ideológico entre estos pensadores y hace caso omiso del contextphistórico en que estas ideas agita­ ron la República de W^imar, es decir, como hermeneuta deconstrucüvista desatiende las referencias fácticas, por considerarlas anecdóticas, contingentes o accesorias. Y esta omisión, segúnmi modo dever, conduce ainterpreta­ ciones apresuradas, equívocas, por no decir ofensivas, que distorsionan a los Nibelungos de izquierda. No es difícil advertir que el antiparlamentarismo y la anti-Aufklarung de los Nibelungos de derecha estaban motivados por la política socialdemócrata en la cual tendían a ver el um­ bral que daba paso al comunismo, no olvide que habían pasado escasos años de la Revolución Rusa; mientras que los Nibelungos deizquierdaacababande constatar que las aguas estancadas del parlamentarismo socialdemócrata no sólo desviaban sino que reprimían la insurgencia re­ volucionaria de los oprimidos al tiempo que asesinaban a los fundadores de la Liga Spartakus. Simone Weil26-usted habrá escuchado sus arengas-, siguiendo a Trotsky, decía que a una Alemania cercada por las naciones vencedoras en 1918, sólo le quedaba una alternativa que se deja re­ sumir en dos palabras: nazismo o revolución. La inacción criminal de la socialdemocracia cerró los ojos y, soñando 25. J. Derrida, (1997:150), Fuerza de Ley. [N. del E.] 26. El narrador reitera palabras del ensayo de Simone Weil "En torno a la Alemania nazi" contenido en Escritos históricos y políticos (2007), Madrid, Trotta, pp. 399 y ss. [N. del E ]

en no se sabe qué progreso en el marco del régimen, po­ sibilitó el ascenso y consolidación del nazismo y capituló ante la revolución. Arrinconada por las amenazas de las bandas hitlerianas adoptó la traidora política de apoyarse en el Estado y la policía. -M e parece atinado su argumento -respondió El In­ nombrable, tras insistir con la pregunta: -¿Q ué me podría decir de ese vínculo que establece Derrida entre "violencia divina" y "solución final", esa violencia cuyo único escape es la Chimenea, como decía Paul Celan? Josef K. respondió: -Q ue además de ser un anacronismo27, es un infun­ dio calumnioso inaceptable si lo referimos a un pensador anarco-revolucionario como Benjamín: no olvide que para él ia violencia divina -que Derrida identifica a un tipo de catástrofe que no tarda en asociar a la Destruktion heideggeriana de la metafísica- se remonta a la mística -y no a la teología judía como pretende Scholem-: es la suspensión súbita de la historia, a la cual Benjamín, pensando en la revolución, le reservaba la imagen dialéctica del "relám­ pago" que rompe con el tiempo continuo y homogéneo de las filosofías socialdemócratas del progreso. Benjamín la llamaba Jelstzeit.

27. Goring, el 31 de julio de 19+1 (Benjamín se suicida en septiembre de 1940), en una caita dirigida a Heydrich, ordena preparar un plan para la "solución final'' del "problema judio": "Al Jefe de la Policía de Seguridad y del SD. SS Gruppenführer Heydrich. Berlín. Complementando la tarea puesta a su cargo en el edicto fechado el 24 de enero de 1939, y que consiste en resolver las cuestión judía de la manera más conveniente posible, dudas las condiciones presentes, le encargo que efectúe los preparativos necesarios con la organización y los aspectos prácticos y materiales, con el objeto de conseguir una solución global (Gesamilósting) [...] Le encargo, además, me someta con rapidez un plan global [...] para ¡a ejecución de la solución final (Endlósitng) de la cuestión judía". El Holocausto en Documentos (1996: 257), Jerusalén, Yad Vashem. \N. del £.].

Las luces del Gabinete de los Moros, gradualmente de­ crecientes como antes de levantar el telón, no eran menos mortecinas que las de un teatro de marionetas. Bartleby, de temperamento y geografía tan lejanos a esta problemática, permanecía en silencio, como siempre. Tal vez por estar impregnado de pragmatismo norteame­ ricano, considerara que estas disquisiciones eran propias de la "filosofía feudal europea", tal como lo afirmara John Dewey -s u guardaespaldas ideológico-, no sin cierta frui­ ción. -L a cuestión social no me interesa. La rebelión gem ina es individual -concluyó Bartleby. En la penumbra retomó la palabra Josef K. y, con cierto tono irónico marcado por una sonrisa casi imperceptible, a lo Gioconda, una sonrisa con conocimiento de causa, pun­ tualizó: -E n este punto yo preferiría no ser Bartleby. -Yo tampoco -agregó El Innombrable-. Malgré tout. —¡Ah! -suspiró Ulises.

Mónica B. Cragnolini

La cuestiónde loposthumanoimplica la pregunta por el fin del hombre, y por aquello que se entiende como "humano" enel hombre. GregoryStock1ha realizadouna supuestacro­ nología de los principales acontecimientos de este siglo por venir, y en la misma quisiera destacar dos: el año 2071, sig­ nado como el de la institucionalizacióndel traspaso de cere­ bros al ciberespacio, y el año 2100, que marca la fecha de la muerte y disección del último ser humano. En esta progno­ sis, la desaparicióndel hombreserelacionabásicamente con unoptimismocientíficoacercadel modoenquelagenéticay las biotecnologías permitirántransformaciones que apunten a unnuevomodo de ser, en laalianzahombre-técnica. Tantolos posthumanismos comolos transhumanismos suponen, según mi parecer, que el fin del hombre signifi­ cará, más que un fin como término, la posibilidad de un nuevo modo de ser en lo super-humano. Y este super-humano fundamentalmente deviene de la potencia exacerba­ da, de la posibilidad de hacer todo lo que se puede hacer, y de la idea de producción y de la concepción del hombre como ser productivo. Si pensamos en términos metafísicos, el fin del hombre supondría, más que una potenciación de lo humano, una 1. Gregory Stock, Redesignmg Humans. Our inevitable Genetic Future, Houghton Mifflin, Boston, MA, 2002.

deconstrucción de las categorías que signan lo humano. La figura del escribiente Bartleby puede ser interpretada en este sentido: como una suspensión de la potencia que, al desconectarse de su necesario operar, deconstruye la idea del hombre como productor: sea de objetos, sea de obras, sea de sentidos. El ciberespacio es una de las zonas críticas en las que se estáproduciendoeste devenir posthumano de lohuma­ no. Cuando se caracteriza al mismo, se recurre a términos como "desterritorialización", "multiplicidad", "nomadis­ mo", términos que parecieran -metafísicamente- aludir a un modo diferente de pensar lohumano, pero que se con­ ciban, a suvez con modos de concepciónde lo humano en el sentido más tradicional del término, es decir, en aquello que signaronlos humanismos de todas las épocas: el hom­ bre como centro de la realidady como productor. Analizaré, enestetrabajo, algunaslíneasde pensamiento (ydefuga) para cuestionar elmodelodelohumanopresente enlas idease imaginarios quesegeneranen tomoal dberespacio. Básicamente, medetendréenla ideade "aldea global",, y el modo en que se piensauna ciertanociónde comunidad virtual, paradestacardequémanerael modelo"productivo" detrabajo(eneste caso, deproduccióndetrabajoinmaterial) estápresenteenesanoción, ycómoestemodelosereproduce, perotambiénse quiebra, dealgunamanera, enlaproducción de "letramuerta" enel semiocapital, enesabibliotecavirtual queesInternet. Enestesentido, lafiguradeBartlebyconvoca a pensar, más que enunhumano potenciadoen la producti­ vidad, enundeclinante del modo de ser productivo. El imaginario de la aldea global

Cuando, hace más de una década. Internet pasó a ser de "uso común para el usuario común", utilicé la expresión

"ciudades intangibles"2 para referirme a la arquitectura de los nuevos universos que se constituían a partir de la navegación ciberespacial. En aquel momento, las ciudades intangibles me parecían cercanas, en más de un aspecto, a las ciudades invisibles de Italo Calvino3, esas ciudades maravillosas que Marco Polo le describía tarde a tarde al Kublai Kahn, ciudades que conformaban mi reino tan vas­ to que jamás su gobernante podría visitar. Decía, por aquel entonces, que Internet tiene algo dePentesilea, que, al cons­ truirse como una periferia de sí misma que tiene su centro en cualquier lugar, impide que uno sepaen qué zona se en­ cuentra; tambiénpartede Raissa, que sabeenlazar conhilos invisibles, y sólo por instantes, a las personas, y por qué no también algo de Melania, en donde uno se encuentra siem­ pre en un diálogo ya empezado"4. Y asimismo, sin lugar a dudas, hay en Internet mucho de Leonia5, que se rehace día a día, y de Smeraldina, que sabe que sus múltiples caminos son imposibles de representar en alguna cartografía, y ade­ más bastante de aquella Cloe, en las que las personas no se conocen, pero donde "se consuman encuentros, seduccio­ nes, abrazos, orgías, (...) sin rozarse con un dedo, sin alzar los ojos"6. Todos estos modos de estas ciudades intangibles estánde algunamaneraenOttavia, laciudad-telaraña, cuya base es una redque sirvede sostén, peroaquí, señala Marco Polo "Sabes que la red no sostiene más que eso"7. 2. Véase M. B. Cragriolini, "Las ciudades intangibles" en Alternativas, Universidad de San Luis, Año 4, N9 16,1999, pp. 63-70 y "Arte y ciberespacio: círculos extraños" en Agora Philosophica. Revista Marplatense de Filosofía, Mar del Plata, Vol V, N5 9,2004, pp. 7-24. 3. Me refiero a I. Calvino, Las ciudades invisibles, trad. A. Bernárdez, Minotáuro, Buenos Aires, 1995. He utilizado esta referencia en los dos artículos antes citados. 4 .1. Calvino, op.cif., p. 91-92. 5. ¡bíd., p. 125. 6. ¡bíd., pp. 63-64. 7. ¡bíd,, p. 87.

Hoy en día las ciudades intangibles son cada vez más vastas y abigarradas, pero también, de alguna manera, más colonizablés (pensaba, mientras esto escribía, enlos jesuítas queriendo "evangelizar" Second Life), y el tiempo transcu­ rrido desde aquella eclosión de Intenet nos permite, tal vez, pensar demaneramás adecuada ciertascuestiones. Yanoso­ ñamos el sueño de la aldea global, sinoque vivimos el dela multiplicidad, la dispersión, y aveces, el de la confusión. Es cierto que buena parte del imaginario de la constitución del ciberespacioserelacionóconlos modos detrabajoentomoa la producción de software, y entonces se asocióesa posibili­ daddecrearenconjunto, quediolugar asistemasoperativos como el GNU-Linux, a la idea de la formaciónde unnuevo modo de "estar-juntos" o ser-conenla comunidadvirtual. Eric Raymond8estableció la diferencia entre dos mo­ dos de trabajo enla producciónde software: el modelo ca­ tedral y el modelo bazar. Un bazar babeliano es, según él, lo que permitió el nacimiento del GNU-Linux9: montones de hackers trabajando aparentemente sin organización, conectados por Internet, a partir del kemel de Linus Torvald, quien planteaba tambiéneste modo de trabajo a par­ tir del "sea abierto hasta el punto de la promiscuidad". De hecho, Linus Torvaldliberaba más de una versión del kernel por día, para dar cuenta de esta apertura. La pregunta acerca de por qué individuos diferentes, con perspectivas diferentes, sin una cabeza organizadora (diríamos, en tér­ minos bataillanos, una "comunidad acéfala") pueden ge­ nerar algo sin perderse en el mar de la confusión, sigue siendo una pregunta humana, demasiadohumana, acerca 8.' E. Raymond, The Caihedral and (he Bnzaar: Musings on Linux and Open Source by an Accidental Revolutionaiy (O Rsilly Linux), Kindle edition, Kindle Books, 2001. 9. Respeto a Richard Stallman en esta cuestión de reconocer la obra común de Torvald y los programadores de Unix que dieron lugar al GNU.

de los modos de producción de conocimiento. Apartir de su experiencia en el intento de crear softwarwe con este modo de trabajo, Raymond desarrolla una serie de premi­ sas entre las que indica que "los buenos programadores saben qué escribir, los mejores qué reescribir". Algo de esto acontece en la escritura riberespadal, si la pensamos de acuerdoa este modelobazar deproducciónde software: una gran cantidad de desarrolladores asistentes y betatesters trabajando en una cantidad superior de horashombre, dando lugar a una obra común. Sin embargo, esta obra, en el caso de la producción del software, responde a lirianecesidadútil, y al modelo deresolucióndeproblemas. Franco Berardi (Bifo) en su artículo "La fabrique de l'infelicité"30señala que, a pesar de queya no tiene sentido hablar de alienación (concepto adecuado para una noción delo "propio" humano, venida amenos en estos tiempos), sinembargo podemos hablar de una experiencia de "infe­ licidad difusa". La transformación del trabajo manual en trabajo digital, lo que funda el semiocapital, altera todas las categorías tra­ dicionales para atender aesta cuestión. Estamos enlaépoca en que somos iguales en nuestra "espadalidad" laboral y en nuestra actitud ergonómica (a diferencia de las épocas de predominio de trabajo manual) pero en la que se hacen fuertes las diversidades de contenido de la producción de trabajo. Ladigitalizaciónde losprocesospermiteesta diver­ sidad que logra que el trabajador high tech considere el tra­ bajocomo lomás esencial y propio de su existencia, ya que en el mismo pone en juego su creatividad. Por otro lado, también cambian los tiempos de trabajo, que ahora son cada vez mayores, y que tienen una posibilidad de exten­ sión-impensada en otras épocas- envirtud del carácter de 10. En Multitudes, abril de 2002, www.multitudes.samizdata.net

disponibilidad a que nos obligan las comunicaciones (chat, teléfono celular, etc.). Berardi analiza el fenómeno del te­ léfono móvil, que posibilita esta disponibilidad, casi como imagen de la movilidad de ese flujo que es el trabajo digita­ lizado, como puesta en red. Estar en la red ciberespacial nos toma disponibles, accesibles. Una de las principales transformaciones en la idea de trabajo que provocó el ciberespacio es la que se relaciona con la idea "comunitaria" de manos anónimas que colabo­ ran en una obra de tipo inmaterial. En cierto modo, esta es la tesis del ya clásico libro de Pierre Levy, Inteligencia colectiva: por una antropología del ciberespacio, que señala la posibilidad de una nueva democracia, cambiante y móvil en el espacio del nuevo nomadismo, el ciberespacio. El inter-legere de esta inteligencia colectiva supone precisamente la idea de "tra­ bajar juntos" en una obra, un nuevo fundamento para el vínculo social, basado en el conocimiento, en una suerte de asunción de la desterritorialización, y del advertir el peligro que generan las identidades territorializadas. "Una inteli­ gencia repartida en todas partes: tal es nuestro axioma de partida. Nadie lo sabe todo, todo el mundo sabe algo, todo el conocimiento está en la humanidad. No existe ningún reservorio de conocimiento trascendente y el conocimiento no es otro que lo que sabe la gente", señala Levy. Cuando surge la WWW (World Wide Web), dominaban el ámbito del pensamiento tanto un optimismo ciberespa­ cial que veía en la misma la posibilidad de libre acceso a la información para todos, como en el otro extremo, un pesimismo que anunciaba, entre otras cosas, la tan iterada (también en otras coyunturas) muerte del libro. Para pensar esta muerte anunciada, me voy a referir al modo en que estas cuestiones afectaron el campo de la escritura, y a cómo las nociones de un ámbito posthumano y transhumano inciden en la concepción del ciberespacio.

L os P osthum ano y lo transhumano en el ciberespacio ¿Por qué la noción de lo posthumano se entrelaza estre­ chamente con el ciberespacio? El "manifiesto para cyborgs", de Donna Haraway, seña­ la que "el cyborg es nuestra ontología, y nos otorga nuestra política". Esto significa, en gran parte, el predominio de la conciencia sobre el modo de concebir lo humano, con lo cu al, más que de pasaje a lo posthumano, estaríamos hablando de un super-humanismo. Para Haraway la tecnología es poten­ cial liberador, y esta potencia se hace programa en la mezcla de lo biológico y de la máquina que se da en el transhumanis­ mo o filosofía extropiana, que pretende una transbiomorfosis (la traducción de las redes neuronales a una computadora). El ser humano fluido postbiológico, ser que propicia desde 1997 la World Tranhumanist Assotiation, implica, al decir de Robín Hanson, la idea de que las nuevas tecnologías permi­ ten dejar de lado esa noción de la naturaleza humana como constante. Tanto el posthumanismo a la Haraway, como el transhumanismo, consideran que el "nuevo modo de ser" del anteriormente denominado hombre es el que logra despren­ derse de sus limitaciones biológicas, en su posibilidad de ser no-came. Una cierta convicción de la impureza del mundo fí­ sico, lleva a la idea de la deseabilidad del modo de existencia en estado de información, lo cual, en una utopía (y no tanto) cyborgiana supondría posthumanos autoprogramables y autoconfigurables en virtud del auxilio de sistemas artificiales unidos al individuo que permitirían su mejoramiento. Esto implica, asimismo, una transformación de los mo­ dos de relación a nivel de lo social, ya que "todos somos quimeras, híbridos teorizados y fabricados de máquina y organismo [...] un mundo cyborg podría tratar de reali­ dades sociales y corporales vividas en las que la gente no tiene miedo de su parentesco con animales y máquinas ni

de identidades permanentemente parciales ni de puntos de vista contradictorios"11. En Lo inhumano12 Lyotard hablaba de la nueva herida narcisista que le inflijen las máquinas al hombre/ en ese materialismo inmaterialista que rompe los límites entre lo biológico y lo espiritual. Tal vez se podría decir que el posthumanismo y el trashumanismo optimizan esta he­ rida/ haciendo de la misma el nuevo espacio en el que se define lo que somos y lo que seremos. Peroesto que somos y seremos no supone, según mi parecer, un quiebre con la idea de hombre, como "animal racional", sino tal vez una exacerbación de ciertos aspectos de la misma. Un sobredimensionamiento del ámbito de la conciencia supone una consideraciónde la animalidad enuno como el elemento a ser dominado, favorecido por biotécnicas que potencian la posibilidad, según creo, de seguir siendo humano, ahora, tal vez más que nunca, demasiadohumano. La imagen de Bartléby, por el contario, pareciera indi­ car un "pasaje" a otro modo de ser en que, precisamente, no se sobredimensiona lo humano, sino que se posibilita pensar un carácter declinante de dicho "humano". Bartléby, la declinación de lo humano

ComoseñalaAgamben13, Bartlébyperteneceauna constela­ ciónliteraria que abarca aotros escribientes, comoBouvard 11. D. Haraway, "A Cyborg Manifestó: Science, Technology, and SorialistFeminism in the Late Twentieth Century" en Simians, Cyborgs and Women: The Reinvenlion o/Nature, Routledge, New York, 1991, pp. 149-181, disponible en www.stanford.edu/dept/HPS/Haraway/CyborgManife6to.html 12. J.-F. Lyotard, Lo inhumano. Charlas sobre el tiempo, trad. cast. H. Pons, Manantial, Buenos Aires, 1998. 13. G. Agamben, "Bartléby o de la contingencia", en G. Deleuze, G. Agamben, J.L. Pardo, Preferiría no hacerlo, versión castellana de J. L. Pardo, Pre-textos, Valencia, 2001, pp. 93-136, referencia en la p. 96.

Pécouchet, el Príncipe Mishkyn, Akakij Akakievich, que se acostaba feliz de haber copiado y pensando en qüé le mandaría Dios para copiar al día siguiente. Ser escriba, co­ piar: estas figuras, junto con la imagen del Aristóteles de Isidoro de Sevilla que moja su pluma en la mente, llevan a Agamben a preguntarse acerca de la cuestión de la poten­ cia de no ser o no hacer (dyrmmis me éinai, me energhéin). En todas estas figuras e imágenes está presente la idea de la escritura y la creación, idea que se extiende a la creación divina en el pensamiento de laescritura de Abulafia y que, de alguna manera, resuena en Avicena, cuando piensa Iosgrados del entendimiento en la imagen de la escritura, y considera la potencia perfecta del escritor en el acto de no escribir. Por ello también entre los árabes (y no sólo entre los griegos y los judíos) la creación se asoció a la escritura, y el entendimiento agente, iluminador del entendimiento paciente, se relacionócon Qalam, el ángel "Pluma". Según Agamben, la frase "Preferiría no hacerlo" que repite el escribiente, destruye la relación entre poder y querer: no necesariamente el querer se expresa en obra. En su maravilloso Bartléby y cíau, Enrique Vila-Matas pasa revista a los "escritores del no", y cita a Marcel Bé~ nabou, quien en Por qué no he escrito ninguno de mis libros, escribe "Sobre todo no vaya Ud, a creer, lector, que los li­ bros que no he escrito sonpura nada. Por el contrario (que quede claro de una vez) están como en suspensión en la literatura universal". Hay muchos libros en suspensión en la literatura uni­ versal, entre ellos, los libros (¿escritos, no escritos? ) de las bibliotecas de los personajes de dicha literatura: los libros del capitán Nemo, los de Alonso Quijano, los de la biblio­ teca deJorge de Burgos, los libros quehabría escrito-pero y

14. E. Vila-Matas, Bartieby y compañía, Anagrama, Barcelona, 2000 (la cita que sigue es de p. 25).

que prefirió no escribir- el barón de Teive, el heterónimo suicida de Pessoa15, libros que se salvan de cualquier fuego destructor. Pero existe también otra gran biblioteca en suspensión, una biblioteca que nos coloca/también, en el ámbito de la discusión acerca de lo posthumano. Me refiero a esa gran biblioteca que es el ciberespacio, biblioteca habitada no sólo por las grandes obras de la li­ teratura, de la filosofía, de las ciencias, en el modo digital, sino también atravesada por montones de otras formas de escritura, para algunos "menores": blogs, chats, foros de discusión, e-mails, etc., etc., etc. Hay mucha escritura en el ciberespacio, y hay muchos críticos de esa escritura, de la amenaza que la misma significa para el libro, hay mucho anunciador de la muerte del libro ante el avance de la tec­ nología. Sin embargo, el ciberespacio es una gran biblioteca, y navegar en Internet es otro modo de lectura, un habitar los libros y la palabra de otro modo. Algunos enemigos del ciberespacio señalan que el mismo es la muerte del libro, ahora bien, ¿desde cuándo el "soporte" es el libro? En marzo de 1997, en la Biblioteca Nacional de Francia, Derrida realizó un coloquio con Chartier y Stiegler acerca de la cuestión (blanchotiana) del libro por venir, derivable a la cuestión de la biblioteca por venir. Como sabemos, es una metonimia llamar "libro" a la cosa escrita, ya que tanto el biblion griego como el líber latino connotan el so­ porte, así como la biblioteca indica el casillero, el lugar de guardado de estos soportes de "la cosa escrita". Es cierto, como dice Derrida, que existe una sacralización, y hasta diríamos, un fetichismo del soporte: hay una corporalidad en juego en este modo de relacionarse con el libro, una cierta noción de "propiedad", un modo de "tomar" la cosa

escrita. El soporte electrónico, a diferencia de este modo de apropiación, pareciera generar la incertidumbre de la apertura (frente al libro que se abre y se cierra supuesta­ mente "cuando uno quiere"). De más está decir que todo libro, para un lector apasio­ nado, es justamente un ámbito de apertura: una expresión lleva a otro texto, y éste a otro, y éste a otro, y así, en toda lectura, el soporte papel también es, en la cosa escrita, una posibilidad hacia los otros libros. Internet hace esta posi­ bilidad presente y disponible "toda al mismo tiempo", y esto es lo que, según mi entender, apasiona del ciberespa­ cio a aquellos que son también, lectores apasionados. Para los lectores apasionados, el soporte papel es el medio en que aquel mundo transita a intervalos, ya que buena parte de la lectura ha de ser, como decía Whitman refiriéndose a sus maestros, el levantar la cabeza de los libros. Inter­ net posibilita, frente al soporte papel, la no necesidad de "levantar la cabeza", accediendo de manera rápida a esas otras referencias a que nos lleva todo texto. La comunidad virtual es, sobre todo, una comunidad de escritura. Los escritores del No, como los denomina Vi­ la-Matas, hacen patente que no es necesario escribir todo, y que no es necesario escribir si no hay nada que decir. La profusión de blogs en el ciberespacio parecieran desmentir esta idea: se escribe, aun cuando no haya nada para decir. Se llena el ciberespacio de escrituras parasitarias, innece­ sarias, que constituyen casi el despilfarro del semiocapital. Se podría decir que el ciberespacio es el lujo del semio­ capital, la plusvalía iterada del mismo, en el que circulan diariamente conversaciones en el chat, e-mails con spams que jamás leeremos, montones de advertencias ridiculas acerca de nuevos virus, vacaciones pagas y loterías que ganamos, falsas cadenas solidarias, ataques de phishing (robo de información), amenazas de muerte a la nigeria-

na, scams para recolectar datos personales, mensajes de sultanes de reinos desconocidos {¿tal vez el Kublai Khan?) que desean transferimos millones de dólares a nuestras cuentas, mensajes que se iteran, se iteran, se iteran. El escribiente Bartléby se relaciona también con la letra muerta: haber sido designadoalaoficina decartasnorecla­ madas (letras muertas, Dead Letters Office) esun modode la dilación. Las cartas no reclamadas, comolas letras muertas, están en estado de suspensión: dicen algo para un destina­ tario que ya no las reclamará, como los miles de mensajes muertos que se enciendeny se apagan enInternet. Custodiar cartas sin destino tal vez sea misión, más que de los humanos, que creen en la comunicación y en los mensajes, de aquellos que declinanel modo de ser hu­ mano. La superpoblación parasitaria de letra en Internet, más que el modelo de la comunidad virtual devenido de los modos de producción del software, o la alianza hom­ bre-técnica en el cyborg, es uno de los lugares de quiebre, según creo, de lo humano. En un fragmento póstumo de 188816, Nietzsche cita un texto de Schopenhauer, que dice: "naufragiumfeci: bene navigavi", lo que podríamos traducir como "naufragué: estaba navegando bien". Tal vez sea a partir del naufragio del sentido que producirá esta exacerbación de sentidos (mensajes) en el ciberespacio, que sea posible pensar un naufragio, una declinación del modo de ser humano como productor. Una suspensiónde la potencia productora que tal vez nos indique una línea de fuga en esta dirección, o tal vez prefiera, como BarÜeby, no indicar nada.

16. R Nietzsche, Nachgelassene Fragmente1887-1889,16 (44), KSA 13 (Samtliche Werke. ¡Critische Studienausgabe in 15 Banden, Hrsg. von G. Colli und M.Montinari, Walter de Gruyter, Berlín-New York, 1980), p. 501.

La b i o t e c n o l o g í a

e n lo s lím ite s

DE LA B IO F O L ÍT IC A

Patricia Digilio Este hombre futuro que los científicos fabricarán antes de un sigloj según afirman, parece estar poseído por una rebelión contra la existencia tal como se nos ha dado, gratuito don que no procede de ninguna parte (materialmente hablando), que desea cambiar, por decirlo así, por algo hecho por él mismo. Hannah Arendt

Entre los varios modos de pensar al existente humano me detendré en el que concierne a la biotecnología aplicada, a lo que por el momento, y sin aspirar a una definición, llamaremos "vida humana" bajo un doble interrogante: ¿cuál es el tipo de bíos al que esta tecnología remite? ¿En qué medida la biotecnología puede ser comprendida en los límites de la biopolítica? Labiotecnología es un saber propio de nuestro tiempo. Es, mejor, un saber hacer en el moderno sentido de knowhoto de nuestro tiempo. Hay quienes sostienen que es una expresión más de esa indudable voluntad de transforma­ ción, direccióny control del mundo que anima a la ciencia moderna orientada hacia todas las formas de lo viviente, y entre lo viviente hacia lo que llamamos hombre, y que es justamente esto último lo que la vuelve problemática. Pero hace tiempo sabemos que ese rostro se desdibuja en la arena, de manera que no radica estrictamente en este punto la cuestiónque me interesa tratar. Propongo, mejor, indagar las propiedades que hacen a la novedad de este particular modo de acción científica-tecnológica que se

muestra tan excitado con la idea de una transformación, reconstrucción o construcción del hombre como vacilante enla definición de sus perfiles. El discurso que acompaña su desarrollo es en este sen­ tido revelador en sus metáforas. Unas se caracterizan por sucarácter intervencionistay actuante; se habla de "plan", "rompecabezas", "topografía" "ingeniería", términos que remiten a reensamblar, recrear, ¿corregir? Otras, aluden a aquello que parece ser lo que se busca: "comprender", "conocer", "descifrar". Pero, ¿conocer, comprender, desci­ frar qué? Es difícil precisar la naturaleza de esta búsqueda tanmasivaque se vuelve confusa: ¿setrata de comprender a cada ser humano en sus determinaciones de origen? ¿de conocer su destino? ¿De conocer a todos los seres huma­ nos en lo que los aproxima o en lo que los diferencia? O ¿De comprender a la especie humana en relación a lo que la diferencia de las otras especies? ¿Cuáles son, en reali­ dad, los objetos de este apasionado conocimiento? ¿Las enfermedades genéticas como defecto de un código o la condición humana misma? Si las ciencias naturales modernas pueden, retoman­ do los términos empleados por Hannah Arendt, definirse como "ciencias de procesos"1, con el desarrollo de la bio­ tecnología se advierte que la acción científico-tecnológica yano sólo acompañaeinterfiere enlos procesosbiológicos sino que produce vida. Un nuevo tipo de vida. Una nueva génesis y esto afecta a la concepción misma de las ciencias como ciencias de procesos. Estas acciones quese inician conel desarrollo de labio­ tecnología demuestran prescindir de la voluntad de con­ trol y predicción propia de la ciencia moderna en tanto se 1. Hannah Arendt, La condición humana, trad. cast. R. Gil Novales, Paidós Barcelona, 1998, pp. 322 y ss.

trata de acciones queno tienen precedentes, su pronóstico es imposible y su resultado incierto. Pero sobre todo se trata de acciones queno tienen retomo y que parecenobe­ decer a un movimiento automotivado. La inédita capacidad desarrollada por la ciencia y la tecnología para identificar, almacenar y manipular el pro­ grama químico de los organismos vivos y la percepción de estos como una suma de genes con funciones determi­ nadas que pueden ser identificados, aislados y recombi­ nados a voluntad permiten un tipo de intervención sobre la vida que escapa a la predicción y el control, dado que es imposible predecir el efectivo alcance y los efectos de estas intervenciones tanto en términos biológicos como sociales y políticos. Estas condiciones ponen de manifiesto que nos enfren­ tamos a un tipo de acción de dimensiones ónticas y ontológicas transformadoras, sobre la cual la ciencia no puede dar cuenta, que exige para su comprensión trascender las aproximaciones descriptivas de los procedimientos técni­ cos y hasta las impugnacionesmorales quebuscana mane­ ra de centinelas resguardar ciertas fronteras, para indagar en la matriz de esa episteme que hace posible esta téchne. Propongo para esta revisión volver sobre los princi­ pios que en un comienzo animan a la biología molecular, que hace posibles las técnicas recombinantes de ADN2 y la llamada ingeniería genética, ya que esta reconsideración permite advertir tanto el carácter propio que asume su de­ sarrollo como constatar la existencia de una perturbación, de un desajuste entre los principios y las concepciones jpresentes en sus inicios y los resultados a los que llega. 2- ADN (DNA en inglés): Ácido desoxirribonucleico. Macromolécula de '¿estructura helicoidal. Representa el soporte químico de la transmisión de !lá herencia y su expresión en ARN (RNA en inglés), ácido ribonucleico y .proteínas.

Los principios y las hipótesis fundamentales que per­ mitieron la constitución de la biología molecular, princi­ pios e hipótesis que fueron elaborados bajo el paradigma del neodarwinismo, severánimpugnadosporlos resultados obtenidos en algunas de las disciplinas biológicas/ como es el caso de la genética molecular. A pesar de vemos obligados a cierta simplificación conviene referir brevemente las inconstancias y vaivenes de este derrotero. Las premisasteóricasquehicieronposiblelalocalización del soportematerial delaherencia, que sonloscromosomas y los genes, rechazabantoda y cualquier influenciafinalista del "medio exterior" ensutransformación. Estaconcepción no admitía más que cambios propios de los contenidos de las estructuras almacenadas en los cromosomas y negaba la posibilidad de la herencia de los caracteres adquiridos. Estos principios permitieronreunir enunconjuntola teoría de la selección natural de Darwin, los aportes de la teoría celular y los de la genéticamendeliana. Este cuerpoteórico así constituido unido a las hipótesis existentes sobre enti­ dades todavía invisibles, como los genes y las moléculas, impulsó el campo de estudios de las moléculas biológicas, proteínas, ADN, etc. Mástarde, y apartir delas operaciones generadas sobre la base de estos principios fundamentales, el código genético pudo ser descrito y dar luego origen a las técnicas de ingeniería genética. Son prerisamente estas técnicas las que permiten ahora transformar el material ge­ nético, soporte material de la información hereditaria. De manera que ya no puede afirmarse que esta base material escapa a las acciones orientadas desde el exterior; tampoco que no se puede introducir de manera dirigida, finalista, informaciónnuevaenlos genomas de los seres vivos. En consecuencia, podemos reconocer que las transfor­ maciones contemporáneas del genotipo de los vegetales,

de los animales y del hombre enfunción deproyectos cul­ turales, económicos o de salud ponen en contradicción álgunos de lós principios que fundamentan los estudios de la biología molecular en sus comienzos. Estas nuevas condiciones tienen como corolario una novedad que, comoTibon Comillot, afirma representa un cambio fundamental: Le décrytage du code génétique et la mise a point due génie génétique ont créé une sitúation permettant l'apparition d'une interface par laqueüe le code génétique propre au vivant et les codes culturéis peuvent échanger les informations qu'ils detiennent. Cette inter­

face vers laquelle convergent savoirs, savoir-faire biologiques et projets conscients ou incoscients du groupe social, est l'autre lieu stratégique ocuppé par ces développements3. De donde se deriva una segunda y todavía más profun­ da transformación de carácter ontológico, porque si la dis­ tinciónentre res cogitans y res extensa acuñadapor Descartes funda la ciencia moderna, esa distinciónhoy debe ser reinterpretada en tanto la res extensa (entendida como materia viva) sehacecomprensibleenlostérminos deuncódigoasi­ milable al lenguaje informático y ese tipo de comprensión, transformadoentecnología, permite rehacer la res extensa. De manera que las nuevas condiciones que permiten una inédita convergencia entre saberes y saber hacer bio­ lógicos y proyectos políticos, sociales oculturales inaugu­ ran un horizonte de acción imprevisible, tan imprevisible como lo es el tipo de comprensiónque sobre estasbases se desarrollará sobre la «realidad» de lo humano. 3. Cf. Michel Tibon-Cornillot, Les corps transfigures. Mecnnisation du vivant el ¡nmginaire de la biologie, Seuil, París, 1992, p. 18. El subrayado me pertenece.

Las etap as La originalidad y la novedad que porta la biología molecu­ lar reside básicamente en este punto: la posibilidad efecti­ va de una transformación de lo viviente. Pero el arribo a este punto tiene una historia, su historia, y se inscribe en un modo particular de comprensión de la vida. Sin desconocer el seductor encanto que toda "explica­ ción" retrospectiva encierra, es posible reconocer algunas huellas en el camino emprendido por la biología que pre­ paran, aún con sus desvíos y contramarchas, las condicio­ nes científicas y técnicas que conducen a esta etapa. La biología se ha desarrollado -y actuado- sobre la base de dos ideas centrales: una concepción mecanicista de la vida y la aplicación del método analítico -reduccio­ nista para la descripción y conocimiento de esa vida con­ cebida mecánicamente4. En su intento por localizar en los organismos vivos sus componentes más elementales y por lo tanto con mayor poder explicativo inicia una marcha que va d el cu erp o a los órganos que lo com ponen, d e los órganos a los tejidos, de éstos a las células, de las célu­ las a sus componentes, y así sucesivamente. Cada uno de los momentos constitutivos de este reduccionismo analí­ tico se corresponde con la construcción de un saber que resulta verificable en el "hallazgo" de entidades cada vez más fundamentales. Cada una de estas etapas diseña sus objetos de conocimiento suponiendo la autonomía de esos objetos (cuerpo, órganos, tejidos, células, cromosomas, ge­ nes, macromoléculas) al mismo tiempo que delimita es­ trictos campos de investigación, a cada uno de los cuales les corresponde una acción específica de acción y transfor­ mación sobre lo viviente. 4. Ver M. TíboivComillot, op.cit., pp. 59 y ss.

La fecundidad de las operaciones que en virtud de esta concepción se desarrollan se correlaciona con el "grado jerárquico" de los elementos a los que se aplican: cuanto más fundamentales sean estos, más elevados serán consi­ derados, al mismo tiempo que mayor será el número de combinaciones que resulten posibles. En este sentido, las configuraciones, sustituciones, agregaciones, reducciones, deslizamientos y pasajes posi­ bles de una especie a otra son más variados en el nivel de reducción más elemental de lo viviente obtenido hasta la actualidad: el gen, que en el nivel más complejo, por ejem­ plo, de los tejidos en tanto éstos son realidades vivientes más organizadas, más integradas y por lo tanto hacen más difíciles operaciones mecánicas elementales. La localización de estos elementos fundamentales, el conocimiento de sus propiedades y el de las reglas que rigen sus enlaces y sus conexiones permiten dar cuenta de "la realidad" en términos científicos y a la vez actuar sobre ella. Transformar y también construir, a partir de estos ele­ mentos, nuevas entidades. La profusión de combinaciones experimentales que en estas condiciones resulta posible es inconmensurable. Es justamente esta última etapa la que expresa un cam­ bio cualitativo pues es la que efectivamente hace posible la transformación dirigida de lo viviente. En resumen, podemos decir que las distintas fases que corresponden a este proceso son entonces las siguientes: * Aislar los elementos fundamentales, analizar la es­ tructura y luego la composición de estos elementos. Esta primera fase, en el marco de las ciencias físicas y biológi­ cas, implica el almacenamiento y la conservación, de estos elementos. En este nivel es preciso situar los métodos de

análisis y de reducción que aíslan los elementos funda­ mentales y, además, buscan reproducirlos. • Analizar las leyes que los interconectan. Esta segun­ da etapa puede permitir modificar la estructura de cada elemento. • Fabricar nuevas entidades enteramente artificiales una vez conocidas las leyes de combinación posibles. En biología el conocimiento de la secuencia de los genes per­ mite transformaciones por mutaciones dirigidas que ha­ cenposibles nuevos seres vivientes producidos apartir de recombinaciones genéticas o celulares. La forma de relación con los organismos que caracteri­ za a esta última etapa encuentra su modelo en el tipo de tratamientoque_el capitalismo industrial despliega sobre la materia inerte y tiene su lugar de realización en los labo­ ratorios. Más exactamente, en ese "espacio" en el que hoy los laboratorios y la industria se interceptan. Es enestos es­ pacios devenidos en verdaderos lugares de producción donde se realizanlos procedimientos de desmontaje y montaje de elementos simples en estructuras más complejas. Procedi­ mientos mediante los cuales la materia viva es sometida a las etapas propias del procesode fabricacióny de manteni­ miento delasmáquinasy del ciclodeproducciónindustrial como la extracción, el almacenamiento, el mantenimiento, lareparacióny el intercambio. Estambiénallí dondesepro­ cede a la fabricación de las nuevas entidades vivientes. Fronteras equívocas

Es una particular forma de comprensión de la vida la que permite el desarrollo de las técnicas y las acciones que po-

sifaiJitan la localización teórica y luego experimental del soporte material de la herencia el descubrimiento de su estructura macroxnolecular en doble hélice y el descifra­ miento del código genético. Yes bajo el impulso de esta con­ cepción que las macromoléculas informativas serán aisla­ das, estudiadas y hasta manipuladas. La macromolécula

,

de ADNserá la que especialmente se convertirá en objeto privilegiado de las prácticas y discursos de los equipos de investigación bioquímicos y de genética en tanto sustrato portador de la información hereditaria. En virtud de este ha­ llazgola noción de información alcanzará un lugar central en la biología molecular. Esta noción de información que adopta la biología molecular estará moldeada de acuerdo conlas elaboraciones que sobre los conceptos de informa­ ción, de mensaje y de transmisión produce en sus comien­ zos la cibernética y que sonlas que aportanlas pistas nece­ sarias para este particular desarrollo delabiologíamolecu­ lar entanto abonanun tipo de interpretación segúnla cual en un sistema organizado, sea o no viviente, no solamente los intercambios de materia y energía sino también los de información son los que unen los elementos. Así la infor­ mación deviene el lugar donde se articulan los diferentes tipos de orden. De esta manera, toda estructura material puede compararse conun mensaje en el sentido que la na­ turaleza y la posición de los elementos que la constituyen es el resultado de una elección entre una serie de posibili­ dades. Apartir de la adopción de estas premisas es que el "código genético" ingresa con espectacularidad enla esce­ na científica para jugar un papel central en la historia de la comprensión de la vida bajo esta consigna: un mensaje

determinado constituye una selección particular en un conjunto de combinaciones -posibles. Representa unordendeterminado

entre todos aquellos quela combinatoria de símbolos auto­ riza, la informaciónmodera la libertad de esta elección.

Otraidea, tambiénsistematizadapor la cibernética, que resultará central corresponde a la noción de retroacción, es decir, a la posibilidad de regulación de una máquina o de un organismo por reinyección en el funcionamiento pre­ sente de los resultados de suactividadpasada. Concepcio­ nes, todas estas, que convergen en la creación de la noción de programa. Una noción clave para la elaboración de un tipo de interpretación sobre lo viviente como sistema autorregulado. La intercepción entre las nociones de mensaje, código y regulación permiten entonces elaborar una premisa que hace posible una particular concepción de la vida: es por una combinatoria de símbolos químicos que se traza el plan del organismo.

Ahora bien, esta búsqueda de los elementos más sim­ ples, más fundamentales lleva a transgredir una frontera, aquella que separa a los organismos vivientes de los no vivientes. Si un organismo viviente es definido como aquel orga­ nismo al que se le reconoce la autonomía de una actividad metabólica capaz de establecer una relación con el medio ambiente con el fin de obtener los elementos nutricionales, de evacuar sus desechos, de reaccionar a los cambios del medio exterior y de re­ producirse, una célula, por ejemplo, es una entidadviviente

y la localización de una célula particular de un organismo pluricelular, la detección y el aislamiento dé una entidad monocelular son operaciones que ponen en evidencia la estructuraúltima de loviviente, de aquello que podríamos reconocer, de acuerdo con la definición referida, el último "elemento" viviente de lo viviente. Las macromoléculas, en cambio, son elementos fundamentales de la célula y por lo tanto de lo viviente perono son vivientes de acuer­ do con la definición de lo viviente mentada. Se observa entonces cómo en este proceso de reducción de lo viviente

bajo la concepción mecanicista se pasa de los elementos vivientes de lo viviente a los elementos no vivientes de lo viviente para explicar lo viviente.5 Esta continuidad de lo viviente en lo no viviente, esta asimilación entre sus ordenaciones permite y legitima una aproximación a lo viviente basada en los conocimientos y descripciones desarrollados por la física, la informática o la química sobre estructuras materiales o bien inspirada en técnicas desarrolladas a propósito de la industria textil, eléctrica, etc. Es a partir de este tipo de aproximación que confluyen sobre lo viviente una serie de saberes y de procedimien­ tos que no proceden específicamente de su estudio pero que sin embargo modelan las formas de comprensión y de acción de la que es objeto, habilitando el crecimiento exponencial de las operaciones mecánicas que hacen a su actual tratamiento. La "novedad" que esta aproximación macromolecular parece representar se apoya sin embargo en una perenne idea al reeditar la continuidad establecida por Descartes entre las máquinas y la organización más profunda de los seres vivientes, aquella que permanece inaccesible a los sentidos y a la que llama insensible en varios pasajes de su obra. Las profusas metáforas que ilustran las descripciones de la biología molecular y que ligan máquinas y organis­ mos actualizany ponenenevidenciaesta percepcióndelos seres vivientes como máquinas bioquímicas complejas. Llegandoa este punto convieneintroducir algunas pre­ cisiones que permitan identificar qué es lo que imprime a la biotecnología su distinción innovadora. 5. Contrariamente a lo que comúnmente se piensa, las moléculas no están vivas. La molécula de ADN es una molécula inerte como cualquier otra molécula.

Si bien hemos visto que como conjunto de conocimien­ tos y deprácticas, seinscribeenese movimientogeneral de reducción y mecanización de lo viviente y en esa inscrip­ ción se cifra su condición de posibilidad, también puede advertirse que esa inscripción no resume una continuidad en la medida que los nuevos conocimientos que produce y las acciones que de estos se derivan constituyen un salto cualitativoen esa marcha. La biotecnologíatiene la original -y extraordinaria- ca­ pacidad de operar sobre el núcleo mismo de la vida, pue­ de transformar y también crear vida. Vuelve realesnuevas entidades vivientes, imaginarias, artificiales. Animales, bacterias, organismos genéticamente modificados son las entidades que inauguran-la construcción de esa nueva "naturaleza" enteramente diseñada técnica­ mente. Procreación y producción

Procreación sin sexualidad, decodificación del genoma humano, identificación de los genes, de sus funciones y potencialidades, genética predictiva y diagnóstica, inter­ vención y rectificación de lo viviente mediante la inge­ niería genética, terapias génicas, son algunos hitos de ese apasionado encuentro entre la biología y la medicina del quenace unnuevo campo de conocimiento e intervención sobre la vida humana: la biomedicina. ¿Cómo substraerse dela atracciónqueencierra eseper­ severante y biocrático sueño deuna construcción normativa de io humano cuando todo parece estar dispuesto para su realización? La amplia, aunque imprecisa, empresa de corrección del genoma humano ya está en marcha. Las terapias géni-

cas ya estánpermitidas6. Los Diagnósticos pre-implantatorios (DPI) y pre-natales (DPN) se perfeccionan, las nuevas técnicas reproductivas transforman las condiciones de re­ producciónhumana al mismotiempo que el conocimiento del genoma humano y el pasaje de ese conocimiento a la memoria de una computadora funda ese nuevo campo de investigación, en el que la informática y la biología mole­ cular estrechan lazos, designado genómica7. El cambio epistemológico que estas intercepciones enuncian no puede darse sino en estrecha alianza conese deslizamiento ontológico que representa el pasaje de la observación directa de un organismo a la percepción nu­ mérica que la máquina comunica acerca de él. La cifra, el signo loreemplazar Este espacio genómicovirtual hace posiblela traslación de las técnicas hacía la constitución de un nuevo hombre: el hombre virtual.

Estas profundas innovaciones que se producen en la interpretación de la vida, en la autocomprensión de la especie8 misma conducirán, muy probablemente, a una 6. Por supuesto que corresponde aquí realizar algunas precisiones. No tienen el mismo alcance ni significación las terapias que inciden sobre células somáticas que aquellas que lo hacen sobre células germinales. También es posible establecer diferencias entre aquellas intervenciones que se orientan en un sentido terapéutico y las que buscan un mejoramiento. Diferencia que lleva a algunos autores a insistir en la distinción entre terapia y eugenesia. Más precisamente entre eugenesia negativa y eugenesia positiva. Pero la frontera entre curar y mejorar resulta lábil y habrá de moverse al ritmo que marquen el avance en los diagnósticos y el perfeccionamiento de las técnicas. 7. La Genómica es el área de investigación que aplica técnicas, tanto computacionales como experimentales, para catalogar y analizar genomas completos así como su aplicación. Está basada en la determinación de la secuencia de genes del ADN, los cromosomas y los genomas completos y él análisis a gran escala de la expresión de los genes. Ver Nature Ettcyclopedia of Life Sciences, Glossary, (http://www.els.net) 8. J. Habermas, El futuro de la naturaleza humana: ¿hacia una eugenesia liberal ?, trad. cast. R. S. Carbó, Paidós, Barcelona, 2002.

reorganización, una reconfiguración de los dispositivos desplegados para su administración. La pregunta que se impone es en qué medida esos dis­ positivoshabrándeaproximarse, asemejarseodiferenciar­ se de aquellos identificados por la biopolítica, cuyo objeto es la población y la regulación de los fenómenos propios de la vida de la especie bajo esa forma de economía ge­ neral de la existencia que remite a la secuencia población - procesos biológicos - mecanismos reguladores - estado, cuando cada uno de los componentes que hacen a esta se­ cuencia están en transformación. Podemos aventurar, acaso, que son estas transforma­ ciones las que, en correspondencia con el desarrollo de técnicas y procedimientos que permitenuna directa intru­ sión enla génesis misma de la vida, preparanlas condicio­ nes para la gestación de nuevas formas para su adminis­ tración y para el tratamiento de la especie humana en ese modo que llamamos hombre. Formas que se anuncian pero de las que sin embargo todavía no podemos dar cuenta porque por el momento apenas percibimos los trazos más gruesos, vacilantes y agitados que las prefiguran como si asistiéramos expec­ tantes a la contemplación de los efectos de superficie de un fondo que bulle.

Alejandro Kaufinan En medio de la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, los individuos están tan perfectamente ajustados a un sistema y los sistemas unos a otros y todos a un todo que, un hombre, al salirse del sistema por un momento se expone al riesgo espantoso de perder su lugar para siempre'. Nathaniel Hawthorne

I Si se escribiera una historia acerca de las formas de dar la muerte se debería considerar algo que se extiende mu­ chomás allá de la guerra. No se trataría sólo del asesinato; abarcaría las situaciones de defensa, las causas justas, el suicidio. Una historia semejante examinaría en uno de sus capí­ tulos la evolución de las armas o instrumentos o elemen­ tosutilizados para dar la muerte. Hipotéticamente, los cla­ sificaría en dos grupos. De un lado los conformados por piedra, madera, bronce, hierro. Diseñados como armas, o utilizados con ese fin aun cuando no fuera su destino el dar la muerte. Los integrantes de este grupo lesionan el cuerpo, lo muerden, lo cortan, lo golpean. Se introducen en él o chocan con la piel, y el individuo experimenta la * Ámid the seeming cotifusion of our mysterious worid, individuáis are so nicely adjusted to a system, and systems to one another and to a whole, that, by stepping aside for a moment, a man exposes himself to a fearful risk of losing his place íorever.

fuerza destructora de la materia, pero como algo que le pe ajeno. El individuo experimenta en su cuerpo la intromi­ sión de un cuerpo extraño. Hastapuede sobrevivir conun fragmento, una astilla, una bala escondidos en un rincón^ entre las carnes. Esapieza contundenterecordará comoun monumento el acontecimiento funesto que se ha vivido, pero será ajena a su huésped, aunque termine solidaria con él en sumaterialidad. Por otro lado un tipo de arma muy diferente; los ve­ nenos. Los venenos no van a golpear. Se hacen parte del cuerpo conducidos por otra cosa que ingresa cuandono se la espera. Comidas, cosméticos, ropas. Todo aquello que se relaciona con el cuerpo de un modo íntimo, en un marco de confianza, puede llevar consigo un veneno. Y, además, un veneno casi nunca es en sí mismo un arma, ni una sus­ tancia mortal. Depende de la dosis. En ciertas cantidades puede ser un remedio, un alimentoo una sustancia inocua. En las cantidades adecuadas, el agente de la muerte. Desde tiempos antiguos el veneno también podía ser conducido efectivamente por un arma: flechas envenenadas. Entonces actuaba como complemento de crueldad extrema, como conjunción de las dos maneras de dar la muerte. Porque los modos del primer grupopodíanformar par­ te del relato heroico. Siempre se asociaban con una lucha. Aun en el caso de la traición, podían fallar. Acarreabanun grado importante de contingencia. Todo golpe puede des­ viarse, todo proyectil errar alblanco. Encambioel veneno, salvo error o torpeza en su manipulación, es infalible. Y por la forma de dar la muerte con él es incompatible con la luchaheroica. Significa siempreun engaño. Aprovechar una situaciónde confianza, deinermidad, deternura, para matar. En el caso de las flechas envenenadas, ser inflexible con la muerte. Un resultado similar: no dar oportunidad alguna. Salvo que se contara con un antídoto. Para los fi-

FÍe^déeste apólogo, el antídoto comparte las notas funda|||fí;talés de los venenos. Es lo mismo que el veneno, pero invertido. Lo que comprobaría una historia semejante es que en la historia de la guerra, el primer grupo fue el implicado hegemónicamente, el relatado en la épica, el que dio qué portaryblandiraloshéroes. Elsegundogrupo, enlahistoria, integró los relatos de la traición, la felonía, lo siniestro. Guando Judith, una débil mujer, mata a Holofemes, no lo hace conveneno, usa la espada del tirano. Esa crónica de la muerte, al llegar ál siglo XX, se encon­ traría con una inversión brutal y sorprendente de las pro­ porciones. Comprobaría que la forma primera de dar la muerte fue sustituida en la guerra por la forma segunda. Enel sigloXXno hay luchani heroísmo. Respecto de la relación entre los cuerpos y las armas, en la guerra predo­ mina el modelo del veneno. No es sólo que se emplean armas venenosas como ga­ ses y artilugios bacteriológicos, o que las armas nucleares operan como flechas envenenadas, lo mismo que sustan­ cias químicas como el napalm. El arma principal del siglo XX son los diferentes tipos de bombas. Las bombas pres­ cinden de toda relación con una lucha entre cuerpos que contienden comotales, enfrentados. Nose trata sólode un determinismo tecnológico, desde luego, pero las bombas hacen posible que el individuo, en su casa, recién levanta­ do de la cama, o durmiendo, encuentre la muerte de esa manera. Así, no hay mayor diferencia entre la guerra y el terrorismo. Salvo en la escala y las declaraciones. Que no sonpocoimportantes, pero pertenecen aunordendistinto del que aquí interesa. Es cierto que un examen apresurado colocaría a las bombas en el primer grupo, pero si se presta atención se verá que la situación que producen es mucho más seme­

jante a la del veneno. El veneno se introduce en el cuerpo cuandono se loespera, y no se puede impedir sullegada. Una vez arribado es muy poco lo que se puede hacer. En muchos casos no hay salvación. Temer a un envene­ namiento es mucho peor que esperar la agresión fron­ tal de una persona. El rey se defiende de la segunda con guardias apostados a su alrededor, fuera de su cámara. El servidor que prueba sus comidas tiene que sentarse a su mesa todos los días de su vida y todas las veces que coma. La bomba tiene una presencia aun más fuerte. No hay objeto extraño de la muerte sino radiaciones, partículas. El aire es lo que cambia. El aire puede cambiar en cualquier momento, incluso por accidente. En realidad fuera de toda intención guerrera, el aire es venenoso de to­ dos modos. Peroestoyanos sacaría de lahistoria delague­ rra, o tal vez nos obligaría definitivamente a entender de otro modo cómovivimos "en paz", es decir cómo vivimos. No es posible distinguir entre lo que mata y el propio cuerpo, lo que mata está presente siempre en el cuerpo, como potencia o como acto. Vno como tal potencia, sino más bien como anticipo, comopromesa. Aparecen interrogantes tales como ¿qué tiene que ver esto con el saber? ¿Cómo es posible saber esto? ¿Cómo es posible que algo así ocurra y sea irreversible? Si esto se sabe, ¿cómo revelarlo? II El rey esperaba en todo momento a su envenenador. Era una condición del poder. El probador de venenos era tan consustancial al poder real como el bufón. Ambos incon­ gruentes con el poder, precisamente. Aparte de lofuncio­ nal, argumento de tipo tautológico que no hace más que inducir a la aceptación de lo dado fingiendo que explica,

unoy otro conducena algunas de las fisuras que permiten dirigir una meditaciónimpugnadora acerca del poder. Es lo que hace Pascal. En los Pensamientos, Pascal se pregunta sí "la dignidad real no es bastante grande en sí misma para hacer dichoso al que la posee con la sola vista de lo que es". Pero no es esto lo que sucede: en lugar de contemplar aquello que lo define y que debería sumirlo en la plenitud, al rey se le impide esa mirada manteniéndolo ocupado todo el tiem­ po, ya sea connegocios, ya sea con diversiones. "Déjese al rey Sol, dice, sin ninguna satisfacción de los sentidos, sin ningún cuidado en el espíritu, sin ninguna compañía, que piense y medite a sus anchas: veráse entonces que un rey sin diversión es un hombre lleno de miserias. Así se cuida de evitar esto, y jamás falta en torno del rey un gran nú­ mero de personas que velanpara que los placeres sucedan a los negocios, y que procuren en todo tiempo que éstos dejen libres, no se interrumpan los juegos y distracciones, de manera que no haya ningún claro; es decir, que están rodeados de personas que se preocupan admirablemente de la misión de que el rey no se encuentre solo y en situa­ ción de pensar ensí mismo; sabiendo que, por rey que sea, será miserable si piensa en ello". "La principal cosa que sostiene a los hombres en los grandes cargos, tan penosos por otra parte, es que cons­ tantemente se les impide pensar en sí mismos". El rey se ha convertido en ciudadano y el ciudadano en consumidor, y el consumidor en rey, receptor de todas las maravillas que produce el sistema industrial. El poder, antes situado en el trono, se difumina y pasa a impregnar todo el "tejido social". Cada individuo debe acompañarse de surespectivo probador de comidas. Antes, dice Rousseau, "en el fondo la naturalezahuma­ na no era mejor; pero los hombres hallaban su seguridad

enla facilidad de conocerse recíprocamente; y esa ventaja, cuyo valor ya no apreciamos, les evitaba muchos vicios. Hoy, cuando las investigaciones más sutiles y un gusto más refinado hanreducido a principios el arte de agradar, reina en nuestras costumbres una deformidad vil y enga­ ñosa, y todos los espíritus parecen haber sido echados en el mismo molde; la cortesía exige incesantemente y el de­ coroordena; se sigue constantemente el uso, nunca el pro­ pio genio. Yano se tiene la osadía de aparecer tal como se es; y en esa contención perpetua, los hombres que forman el rebaño llamado sociedad, colocados en las mismas cir­ cunstancias, harán todos las mismas cosas si motivos más poderosos no los apartande ellas. Nunca se sabrábien con quién ha de habérselas; será necesario, para conocer a un amigo, esperar las grandes ocasiones, es decir, aguardar a cuando ya no sea tiempo, ya que para esas mismas ocasio­ nes, hubiera sido esencial conocerlo". Ha desaparecido la navegación como aventura. Salir a la mar, navegar como necesidad, sin necesidad de vivir, acarreaba aceptar la posibilidad del naufragio. Organizar un viaje, seleccionar a una tripulación, implicaba elegir a los eventuales compañeros de un naufragio, un enfrenta­ miento con piratas, una situación de deriva y hambre. La navegación como necesidaddesaparece cuando se refinan los "vínculos intersubjetivos", y la confianza se confunde con lo siniestro. Los cambios acontecidos en la navegación y en las for­ mas de dar lamuertesoncorrelativos. "Nunca se sabrábien con quiénha dehabérselas". Enla experiencia del consumi­ dor, que es la única que conocemos cabalmente, esta frase se remite enseguida a lanoche urbana, el suburbio, el pasa­ jero que nos codea enun transporte público. Se pensará en el hombre en la multitud, y un ramalazo de terror se cernirá sobre el espíritu. Peromás vale pensar enla guerra. Labru­

talidad sin nombre del siglo que finaliza se entiende mejor desde esta perspectiva. Mentar la guerra, no por pensarla como característica esencial quejustifique el amorfati por la crueldad, sino como acontecimiento trágico en el que se re­ vela aquello para lo que estamos ciegos. En el siglo XX, cuando la estrecha cercanía entre los hombres los aleja entre sí hasta el borde del aniquilamien­ to, la consigna esencial consiste en la orden de selección. Los hombres ya no se relacionan entre sí en términos de amor y odio. Se seleccionanenbase auncriterio normativo. Hacia la izquierda estos y estos, hacia laderecha aquellosy aque­ llos. Con estos convivo, con aquellos no lo hago. Cuando aparece el horror abismal de este desamparo provocado por la exacerbación sin límite ni medida de lo gregario, se diseñan nuevas normas y prohibiciones. Por conven­ ción internacional, y en forma flagrantemente contraria a la propia mentalidad científica, se declara la interdicción de toda diferencia "racial" entre los hombres. No puedo ya creer en la igualdad sustancial de la especie, hay una convención, basada en los informes de los expertos, que lo decide por mí, y que podría haber decidido otra cosa si el resultado de las luchas fuera diferente. III En 1575 se edita en España el Examen

de ingenios para las ciencias. Donde se muestra la diferencia de habilidades que hay en los hombres, y el género de letras que a cada uno responde en par­ ticular. El autor es Juan Huarte de San Juan, médico. En la

portada anuncia: "Es obra donde el que leyere conatención hallará la manera de su ingenio, y sabrá escoger la ciencia en que más ha de aprovechar; y si por ventura la hubiere ya profesado, entenderá si atinóa la que pedía suhabilidad natural". Sesientanallí algunasdelasbases queestructuran

el tejido de lamodernidad. ParaHuarte, los antiguossabían que las reglas del arte requerían de los hombres una natu­ ralezadispuesta. Peronohabíandefinido "con distinciónni claridad qué naturaleza es la quehace al hombrehábil para una ciencia y para otra incapaz; ni cuántas diferencias de ingenios se hallanen laespeciehumana; ni qué artes y cien­ cias respondena cada uno enparticular; ni con qué señales se había de conocer, que era loque más importaba". Juan Huarte de SanJuanprefigura la sociología, el lazo social que separa a unos hombres de otros para reunidos en la división del trabajo social. El "ingenio" ha de descu­ brirse en cada uno en la "tierna edad", "haciéndole estu­ diar por fuerza la ciencia que le convenía, y no dejarlo a su elección". El lazo social pierde el orden contingente del destino que caracterizaba a la antigüedad y se vuelve objeto de manipulación de la técnica. En el capítulo XIV "se declara a qué diferencia de habi­ lidad pertenece el oficio de Rey, y qué señales ha de tener el que tuviere esta manera de ingenio". "El fundamento en que estriba el oficio de Rey" es la sabiduría. Allí Huarte se dedica a mostrar "a qué diferencia de ingenio pertenece el arte de ser Rey tal cual la república lo ha de menester", y "a traer las señales con que se ha de conocer el hombre que tuviere tal ingenioy habilidad". El Rey se convierte en profesional. Lo que resulta fascinante en estos pasajes del libroes la coexistencia del antiguorégimenconla emergen­ te mentalidad moderna. El prologuista EstebanTorre lo re­ sume así: "El 'oficio de Rey' (...) requiere una constitución perfectísima, que se manifiesta mediante varias señales; entre ellas, el ser 'rubio', 'mediano de cuerpo', 'virtuoso y de buenas costumbres'. ¿No es éste el retrato del prudente Felipe II, rubio y de mediana estatura? Juan Huarte no lo dice explícitamente. Lo daaentenderal lector-al censor-, a

fin de asegurarse garantías para sulibro. 'Conhaber busca­ do esta diferencia deingenio conmuchocuidado-escribe-, solo una he podido hallar en España' y, fuera de España, tres: Adán, David yJesucristo". EstebanTorre atribuye esta coincidencia a las concesiones que Huartehizoa la censura para posibilitar la publicación de su libro. Cuando todavía el poder del soberano se funda en lo trascendente, aflora una mentalidad que lo remite a las habilidades provistas por la "naturaleza", dispuestas para la labor humana de la selección del más apto. El darwinismo comenzó como or­ ganización de los talentos. Nos resultan tan obvias como opacas las coincidencias que permean aquellas selecciones que conforman las prácticas de lavida profesional actual, y que alimentanuna estéticadel resentimiento, olas barrocas y esotéricas teorías de la culturayel discurso, que se afanan encomprender aquellode loquesehablahastael cansando sin comprender nada. IV El discurso de Huarte es científico, o por lo menos protocientífico. Los pensamientos de Pascal, que también era científico, ¿pertenecen a la otra cultura, la humanística? ¿Hay dos culturas? ¿O tres? Cualquiera que fuera su nú­ mero y las disputas entre guardias fronterizos, de acuerdo con Mondolfo, el problema de la cultura "en sutotalidad" define el territorioentérminos del "conjunto, organismo y dinamismo de todos los productos de la actividad huma­ na creadora (sociedad, lenguaje, costumbres, educación, vida moral, política, economía, técnica, arte, ciencia, mito, religión, filosofía, etcétera), es decir, de todas las encama­ ciones o realizaciones del espíritu". Mondolfo dice que en el "pasado se han realizado úni­ camente unos pocos estudios sobre sectores aislados de la

cultura, sin la conciencia de su ligazón con un organismo total, en cuya unidad, solamente, cada sector podía adqui­ rir su sentido y suexplicación". De modo que el de la cul­ tura es un problema indudablemente moderno. En tanto filosofía de la cultura remite a Vico como aquel con quien "estainvestigaciónllega a adquirir unaconciencia adecua­ da de sí misma", la ciencia nueva. El horizonte moderno de los productos elaborados por un organismo plantea el interrogante de tipowittgensteiniano acerca de los límites del mundo: problemática del lenguaje, teorema de Godel -más productos de la cultura que se muerdenla colaen su procura de expansión infinita sobre el fundamento impo­ sible del sí mismo-. V En su posdata de 1969 a La estructura de las revoluciones científicas, Thomas S. Kuhn dice que el término "paradig­ ma" es intrínsecamente circular. "Un paradigma es lo que comparten los miembros de una comunidad científica y, a la inversa una comunidad científica consiste en unas per­ sonas que comparten un paradigma". "En su uso estable­ cido, un paradigma es un modelo o patrón aceptado". La obra de Kuhn, así como las discusiones posteriores, plan­ teannumerosos problemas teóricos alrededor de lanoción deparadigma. Lo que aquí interesaes el carácter deacepta­ do que tiene ese modelo, el hecho de que es compartido, de que es constitutivo de compromisos de un grupo o comu­ nidad. El paradigma es lo consentido. Dada una particu­ lar comunidad de especialistas, Kuhn se pregunta: "¿qué comparten susmiembros que expliquelarelativaplenitud de su comunicación profesional y la relativa unanimidad de sus juicios profesionales?" Yresponde: "un paradigma o conjunto de paradigmas".

El sistema de referencias es inmanente entonces a la como dicen los sociólogos. No depende dereglas cuyo fundamentose imponga sobre los hombres desde otra instancia o dimensión. Esta perspectiva se ins­ cribe en la tradición libertaria moderna, porque al colocar la fuente de la autoridad en las acciones humanas, parece elevarlas por sobre una inexistente inspiración proceden­ te de alguna otredad. EnriqueMari dice que el concepto de paradigma "seña­ la las condiciones de posibilidad de lo visible y lo invisible, de lo interior y lo exterior del campo teórico que define la dirección de la mirada". Al comparar diversos conceptos epistemológicos (Foucault, Canguilhem, Althusser, Kuhn, Lakatos) generaliza: "en todos aparecela idea deuncampo, estructurauhorizontepreteóricoquefijalascondicionesab­ solutas de regulación y producción de teorías y conceptos. Una actividad absoluta en el sentido de polar-polarizante, de centrode referencia, actividadnormativaen cuantonormalizadora de lonormal del pensar científico; normal pero histórica en el sentido de propia de una época dada según sus condiciones". El individuo devenido ciudadano-reyha perdidola so­ ledad. Sea como organismo, versión positivista del siglo XIX que se convierte en Durkheim en solidaridad orgá­ nica, sea como campo, estructura u horizonte, que refle­ jan la aparición de la complejidad contemporánea, lo so­ cial conforma el límite de lo posible y de lo imposible, lo perceptible y lo imperceptible, define el vínculo entre los hombres y se interioriza en ellos. Necesidad, dependencia mutua y división del trabajo unen a los hombres. Una dé las metáforas orgánicas es la de cuerpo profesional. Cor­ poraciones cuya ley elemental, cuyo principio fundante es la conservación, como sucede con los organismos vivien­ tes. De ahí que la competencia y el darwinismono sonmo-

intersubjetividad,

tivo de opinión, sino notas esenciales. En L'enmcinement, en las páginas que Simone Weil dedica a la ciencia se lee: "hay un proceso darwiniano en la ciencia. Las teorías bro­ tan como al azar, y sobreviven las más aptas. Una ciencia semejante puede ser una forma del élan vital pero no una forma de investigación de la verdad. Inclusive el gran pú­ blico no puede ignorar, y no ignora, que la ciencia, como todo producto de una opinión colectiva, está sometida a Ja moda. Bastante a menudo los científicos hablan de teorías pasadas de moda. Sería un escándalo si no estuviéramos demasiado embrutecidos para ser sensibles a cualquier es­ cándalo. ¿Cómo tener un respeto religioso por algo some­ tido a la moda?" ¿Acaso se plantea la alternativa de restaurar el amor por la verdad y el bien? Ni siquiera. Bastaría con proferir una queja: estamos sujetos a una vida brutal. No es el do­ lor lo que nos embarga, sino la insensibilidad. La metacrítica de la cultura consiste en buscar la vía de apertura a un saber de lo sensible. El pasado no se puede restaurar, y tal vez no sea deseable hacerlo, pero hay que decidir si es deseable esbozar la imagen del infortunio, y por lo tanto de la felicidad, que se nos niega. VI La cuestión de la profesionalización comprende: 1. la acti­ vidad desempeñada constituye un medio de vida del que depende el profesional, por lo tanto su ejercicio es una ne­ cesidad ineludible para la supervivencia socioeconómica y simbólica del sujeto: dependencia del actor que presta el servicio. 2. Se trata de una actividad especializada, en un contexto en el cual la especialización define intrínseca­ mente a lo profesional, porque permite delimitar un área disciplinaria de exclusión y competencia cerrada que fa­

vorece la acumulación de capital: dependencia cognitíva y empírica en relación con los saberes involucrados. 3. Que­ dan excluidos de esa actividad y de esos saberes quienes no poseen incumbencia: dependencia del usuario. Si de lo que se trata es de la profesionalización, ha­ bría que saber qué clase de proceso es, hacia dónde va. Los usos gramaticales apuntan hacia un término vacante que sería el de "profesionalidad". Esa sería la condición que nos alberga o nos ha de albergar allí donde no hubiera desplegado aún todas sus posibilidades. VII En una discusión sobre las relaciones entre culturas, la li­ teraria y la sociológica, Jorge Panesi dice: "Eso que llaman lo 'social' es también la lucha de ficciones y mundos ficcionales que viven en estado de guerra permanente, de ab­ sorción y de contaminación recíproca. Lo que por modes­ tia algunos científicos de la sociedad suelen llamar 'una ficción teórica' es en realidad la cartografía de un combate. Una teoría siempre incluye en su limpieza ideal la conta­ minación o la pretendida superación de una política. Se puede afirmar que si hay teoría, si hay 'ficción teórica' es porque al mismo tiempo e indiscerniblemente hay políti­ ca. Que el teórico lo quiera olvidar o que en definitiva lo olvide no mitiga la fuerza política del olvido. En la guerra no hay ficciones teóricas porque la única realidad o la úni­ ca ficción es la guerra misma". ¿No hay aquí otro modo de abolir la soledad y el silen­ cio? No se trata de impugnar esta descripción de lo social por lo que pueda carecer de plausibilidad, sino por lo que aparece al mirar hacia atrás el ángel de la historia: lo que produce esa lucha. Tampoco se trata de competir con otra definición de lo social.

Es cuestión sólo delamínima cortesíanecesaria para ce­ der el paso a lo que de otramanera será olvidado. Enalgún lado hay una puerta en unmuro, que da a unjardín. El in­ gresoaesejardínsehaceensoledad, yel fragor delaguerra, que es una de las dos formas en que los hombres se unen entre sí, impide siquiera recordar que se deseaba encontrar ese jardín. La otra forma en que los hombres se unen en­ tre sí no los une enverdad, sino que los separa. Quien siga ese camino, habrá deenfrentarse contodos. Deberá romper todo vínculo particular, y disolverse en la otredad. El es­ cándalo pone enescena la dimensión intolerable de la espi­ ritualidad, pero finalmente revela una obligación esencial; si los hombres se dejan conmover por ella, si responden, la esperanza se hace posible. Lo contrarioes la catástrofe. VIII La preguntapostergada, reprimida, es cómoy enqué creer, cuando creer se vuelve inaccesible al individuo. Cuando creer pierde toda dimensión de libertad para convertirse en sujeción, y la sujeción se convierte en punto de partida de todo movimiento del espíritu. Al espíritu no le queda entonces más que la inmovilidady la agonía. El lazo social es intrínsecamente totalitario. La existencia se encierra en las derivas de laculturay de todos los productos dela obra humanaorganizados enforma de consenso orgánico, oalu­ cinados como incitantes agonísticas. El discurso de los ven­ cedores consiste en eso; los vencidos carecen de existencia. Lo que no se dice odescribe explícitamente como parte de ese organismo planetarioes borrado del mundo. El misterio y lo sagrado son nombres antiguos que, si reaparecen, no ha de ser para concurrir con todos los de­ más productos al mercado de la cultura. Allí no habrán de perder lo que ya está perdido, no tendrán oportunidad de

hallar lo que débiles testimonios musitan desde los tiem­ pos más remotos. Cuando esos testimonios se postulan como productos, y se los evocacon el nombre de literatura, es que ya no se puede escuchar lo que tienen para decir. Cultura y espíritu son términos heterogéneos. La con­ tradicción que planteanno es eludible. La existencia como vida que se desenvuelve en el dominio de la necesidad refiere a la primera. Es imposible salir, pero también es imposible no salir. El dominio del espíritu es el sitio vacío que permite contemplar esa colisión. No se lo puede mirar directamente, porque allí nohay nada. Lo cultural, dominio de las acciones, requiere eficacia, resultados, tangibilidad. Sustenta la confianza en la nor­ ma. El orden del mundo ha desaparecido, y los hilos de la máquina parecenestar ennuestras manos. Sinel consenso que permite confiar enel lazo social no podríamos siquie­ ra beber imvaso de agua. La profesionalidad constituye el orden de la vida, la utilidad, el bienestar. La profesión no piensa ni se piensa. Lo espiritual, dominio de la relación connosotros mis­ mos, se libera de toda relación con la necesidad. ¿Qué debemos hacer y cómo debemos vivir? La pregunta tiene escasa compatibilidad con la confianza, con los modales, con la urbanidad. Es escandalosa porque siempre resulta impertinente frente a la necesidad. No sabe lo que es. No encuentra un fin, sólo lo espera sin término. El intelectual, como figura moderna, sufrió el desga­ rramiento de estas tensiones y procuró conciliarias. Hoy el mundo cosificado vive su hora triunfal. No hay lugar para ese intelectual que no sabía lo que era, que se inte­ rrogaba y discutía sobre sí mismo, fuera de normas, in­ cumbencias, determinaciones mercantiles. Su lugar era el de la no consumación y la libertad interior. Cuando Max Weber afirmaba que "la intelectualización y racionaliza­

ción crecientes no indican un mayor conocimiento general de las condiciones en que vivimos" ya estaba anunciando la muerte del intelectual moderno. Cuando Borges escribe sobre los clásicos intenta una definición, esfuerzo que lo coloca en el plano de la cultura. Sin embargo, algunas líneas más adelante, casi inadver­ tidamente, conjetura: "mi desconocimiento de las letras malayas o húngaras es total, pero estoy seguro de que si el tiempo me deparara la ocasión de su estudio, encontra­ ría en ella todos los alimentos que requiere el espíritu". El rumbo de la lectura se orienta en busca de ese nutrimento. La decisión que invoca se refleja en el mundo de la cultura, pero es de otro orden. No le reconoce derechos ni le pide autorización, no participa de su guerra miserable, respon­ de a otra suscitación. Creimos pertenecer a una generación que habría de ser constructora de utopías. Resultamos testigos -irónicamen­ te privilegiados- de la construcción de una etapa superior del capitalismo, de una nueva revolución industrial. Un salto hacia adelante de las fuerzas productivas. Revolución que acarrea la revisión de la división del trabajo social y su rediseño. No tenemos que recurrir a la historia para reconstruir procesos de creación de forma­ ciones sociales, los tenemos frente a nosotros, somos sus víctimas o beneficiarios. Experimentamos el ahogo de la esperanza utópica y el renacer de los vientos del poder. Esos vientos que convocan con su influjo a la mayoría de las voluntades, con el alma aletargada y la atención diri­ gida hacia los expertos. "Llegaron para quedarse" repiten los voceros de la resignación, aun irónica y elegante. El poder nunca se priva de sus heraldos.

IX Bartleby es alguien que no tiene biografía. "No hay material suficiente para una plena y satisfactoria biografía de este hombre. Es mía pérdida irreparable para la literatura". Las sagas de la espirihialidad tienen una relación laxa con la "literatura". Lo que se llama literatura es sistema, campo, organismo. La literatura reclama la biografía de Bartleby. Lo que se llama literatura es un sistema de pro­ ducción, y como dice Adorno, el espíritu no puede espe­ cializarse "como un ámbito entre otros". Las sagas del espíritu son dispositivos constituidos por trampas, algunas de ellas mortales. En ningún caso la vida del lector puede discurrir como lo venía haciendo antes de enfrentarse con esos relatos. Esa confrontación requiere reconsiderar de manera extrema toda idea preconcebida acerca de la ingenuidad y de la sospecha. La literatura, el sistema, construye grandes edificios pesados y vacíos, en donde el alma se sobrecoge por el frío y la hostilidad, pero no lo sabe, porque las ficciones engañan. Todas las ficciones engañan, aunque con fines distintos. En un caso, la guerra, en el otro el amor. El tema no es el personaje Bartleby, porque del escri­ biente no se sabe nada. El verdadero protagonista es el abogado. Deleuze, en Critique et clinique dice: "Bartleby es el hombre sin referencias, sin posesiones, sin propiedades, sin cualidades, sin particularidades (...). Sin pasado ni fu­ turo, es instantáneo". ¿No nos encontramos ante el nom­ bre de un vacío, de un agujero negro, que reclama algo del abogado, que nos reclama algo? Las trampas de Bartleby aparecen expuestas en el pri­ mer párrafo del cuento. El relato recorre esas trampas, tal como sucede en la Zona de Stalker, la película de Tarkovsky. El tema de Stalker no es el cuarto donde se realizan los

deseos. El cuarto es unvacío que atrae alos profesionales: el escritor y el profesor. Cuando ellos, conducidos por el stalker, pierdensu condición social para desnudarse fren-' te a sí mismos, tiene lugar la experiencia espiritual. El vacío revela aquello que nos constituye como mal esencial. Si atendemos a lo que el vacío nos suscita y nos despojamos de lo que somos, nos enfrentamos a laoportu­ nidad del saber espiritual, El abogado sólo sabe de Bartleby "un nebuloso rumor que figurará en el epílogo". Sólo se conoce de Bartleby su relación con lo irredento, con lo queno pudo ser. El abogadoesunhombre que"desdelajuventudha sen­ tido profundamente que la vida más fácil es la mejor". Es alguien que nunca se inquietó. "Soy uno de esos abogados sin ambición". "En la serena tranquilidad de un cómodo retiro realizocómodos asuntos". Sus virtudes: laprudencia y el método, principios del buenprofesional, desde Huarte de SanJuan enadelante. El abogado ama el tintineodel oro acuñado, y lo escucha en el resonar de las palabras. Es un "hombre eminentemente seguro". Supongamos que el hombre sin cualidades es el abogado. Bartleby, desde que se presenta, es unjoven inmóvil, pálido, pulcro, desolado. Bartleby no tiene nada de particular en el sentido de que ni siquiera "existe". Es una figura fantástica que sirve como atractor para el abogado, que lo induce a alcanzar el límite de aquello a lo que pertenece como ser social, gre­ gario, profesional. Lo invita a salir de allí. Y el abogado no lo hace. Bartleby es un vacío porque no quita energía al ambiente. Tiene sus propios medios de vida, sin que se los procure nadie ni nada visible, rasgo típico de los seres fantásticos de las fábulas. La famosa fórmula, preferiría no hacerlo, es también una trampa que consiste en un dispositivo para eludir todo antagonismo. Lo significativo no es esa elusión, sino la

revelación de las suscitaciones que provoca Bartleby a su alrededor. Una por una, se disuelven todas las categorías que encierran al diferente en una previsión del paradigma. La trampa consiste en eludir la desaparición, la invisibilidad decretada por el sistema hasta quitarle al sistematodo recurso categorial, y obligarlo a denunciar su iniquidad ante sí mismo. Bartleby consigue sobrevivir: "quédate ahí, detrás del biombo, pensé; no te perseguiré más; eres ino­ fensivo y silencioso como una de esas viejas sillas (...). Mi misión en este mundo, Bartleby, es proveerte de una ofici­ na por el período que quieras". Esta concesión, incluso este don que resuelve otorgar el abogado a Bartleby, dictado por el recuerdo del "divino precepto" de amarse los unos a los otros, se muestra de im­ posible realización para un profesional de Wall Street. Al persistir el amanuenseensuinmovilidad, el abogado se da cuenta de que "corría un murmullo de asombro acerca del extraño ser que cobijaba en mi oficina. Esto me molestaba ya muchísimo". El peligro de Bartleby se revelaba ahora, hacia el final de sutrayecto, ya no en su neutralidad abso­ luta (porque suinutilidad era inofensiva), sino porque ha­ ría "escandalosa mi reputación profesional". El riesgo de contagiarse como ser social e irradiar hacia los demás esa imposibilidad existencial de Bartleby con la que ya había decidido convivir "operó un gran cambio en mí". Entonces es cuando decide deshacerse del escribien­ te, olvidando todas sus sensiblerías eticistas y amorosas con el género humano y el destino providencial. Por fin encontramos el límite del buen burgués. Todavía habrá una oportunidad más, antes de la resolución trágica: en el límite le ofrecerá llevarlo a su casa. Esconderlo en la inti­ midad. Aun estará dispuesto a eso. No hay dudas acerca de la generosidad y los buenos sentimientos del aboga­ do. Bartlebyllega al extremo en que para sobrevivir como

puro vacío y realizar el ideal burgués de la realización del puro deseo de la libertad que no perjudica absolutamen­ te a nadie pone en riesgo la existencia profesional, y por lo tanto la supervivencia del abogado. Se desencadena la guerra, el exterminio. La abolición de la experiencia en fa­ vor de la dura vida concreta. La miseria espiritual del abo­ gado termina con la apelación a la buena conciencia: Oh Bartleby, Oh humanidad. En 1853 se despide el siglo XIX.

* Jorge Panesi, "Política y ficción, o acerca del volverse lite­ ratura de cierta sociología argentina", Boletín del Grupo de estudios de teoría literaria, UNR, Rosario, Abril de 1995. Juan Huarte de Sari Juan, Examen de ingenios para las cien­ cias, edición preparada por Esteban Torre, Editora Nacio­ nal, Madrid, 1976. Thomas S. Kuhn, La estructura de las revolucioties científicas, FCE, México, 1971. Rodolfo Mondolfo, En los orígenes de la filosofía de la cultu­ ra., Hachette, Buenos Aires, 1960.

Diego Tatián

Elogio de la incompetencia

Si hay una cuestión que todo el conocimiento acumulado a lo largo de los siglos ni siquiera ha rozado aún es la de saber para qué sirve un hombre, para qué estamos los se­ res humanos enel mundo. Acasoeste interrogante carezca de respuesta, pero su prescindencia nos sume fácilmente en la barbarie. Obien podríamos pensar que los hombres hemos ve­ nido al mundo simplemente para ser quienes somos, sólo que no somos "algo" -ni siquiera somos "alguien"-: los seres humanos somos criaturas a las que les está vedado decir: Soy el que Soy. Un verso célebre de Holderlin dice: "Un signo somos, indescifrado, y en tierra extraña casi perdimos el habla". Tal vez ese signo inapropiable es lo que hay de impersonal -o de sagrado- en cada ser huma­ no; lo indisponible, aquello con lo que nada puede hacer­ se: lo que hace que un ser humano, en rigor, en realidad, no "sirva" para nada. Por el contrario, la "personalidad", la persona ("másca­ ra") es lo que se construye o fabrica siempre en virtud de un culto o de un cultivo: el llamado "culto a la personali­ dad" impuesto por los grandes dictadores es en realidad lo más extendido en la sociedad contemporánea, definida

por Guy Debord como "sociedad del espectáculo" ala vez sociedad-para-la-producción, y donde la personalidad se va construyendo en función de un incesante dispositivo de éxitoy fracaso. Unapersona queha logrado alcanzar su concreción mayor accede así al más alto nivel de competitividad, eficacia, capacidad y capacitación. La memoria necesaria -por lo demás de largo alcance político- de que somos ante todo un signo indescifrado, un misterio, podría por consiguiente adoptar esta forma interrogativa: ¿cómo no ser persona?, ¿cómo recuperar la memoria de que no estamos aquí para ser eficientes, ni productivos, ni mejores que otros, ni competentes, ni competitivos?, ¿cómo, en fin, sustraerse al culto de la per­ sonalidad, a la prepotencia de la persona?, ¿cómo no ser idólatras -de otros o de nosotros mismos? En noviembre de 1853 apareció una primera versión de uno de los textos en lengua inglesa más perfectos de la literatura del siglo XIX: Bartléby, the scrivener: a Story o f Wall Street -en la versión definitiva Hermán Melville con­ servaría sólo la primeraparte del título original: "Bartléby, el escribiente". No reconstruiremos aquí en detalle el argumento del relato, por otra parte mínimo. Criatura enigmática que se presenta un día atrabajar en la oficina de un notario como copista, Bartlébyrehúsa, conla terrible fórmula "preferiría no hacerlo", cualquier invitación u orden de realizar algo que no sea copiar. El narrador de la historia es el abogado que le concedió el empleo, quien a pesar de sus esfuerzos nada pudo saber de Bartléby, nada logró interpretar enél, "signo indescifrado" sin proveniencia y sin porvenir que acabamuriendoenla cárcel dondefue llevadosimplemen­ te porque no se sabía qué hacer con él, inocente de todo, más inofensivo y manso que cualquier otro hombre. Lo único que el narrador alcanza a saber de su amanuense es

"un rumor", que da a conocer en la última página del tex­ to. Bartléby habría sido empleado en la Oficina de Cartas Muertas (o no reclamadas: Dead Letter Office)', "¿qué ejerci­ cio puede aumentar la desesperanza como el de manejar esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Aveces, el pálido funcionariosaca delos dobleces del papel un ani­ llo-el dedo al que iba destinado, tal vez ya se corrompe en la tumba-; unbillete debancoremitido enurgente caridad a quien ya no come ni puede ya sentir hambre; perdón para quienes murieron desesperados; esperanza para los que murieron sin esperanza...". Aunque podríamos pensar no sólo en cartas que llevan alivio, esperanza y perdón, sino también en cartas deses­ peradas de condenados y terminales, llenas de palabras que solicitan ayuda y comprensión; cartas, en fin, que exponen todas las formas de la agonía humana. Imagine­ mos al joven Bartléby leyendo ese sufrimiento imperso­ nal -de todos aquellos cuya persona se ha desmoronado-, esa desesperación que finalmente no llegará a destino, la súplica que jamás será leída por aquél a quien iba remi­ tida. Bartléby tiene frente a sí, durante años, esos restos de voluntades que inútilmente "han preferido escribir"; ha escrutado minuciosamente toda esa "carne muerta del idioma" (expresión que tomo prestada de un poema ma­ yor de la literatura argentina, escrito por Luis Tedesco), esa humanidad inaudible, en estado puro, incompetente, inservible, más verdadera que nada. La fórmula de Bartleby retumbando unay otra vez enel corazónde Wall Street es su gran responsabilidad por la estirpe de los hombres. Nada de "personal" podrá encontrarse en Bartléby: "I am not particular", sólo un gran despojo que se desliza siem­ pre más y más hacia la incompetencia: no sólo porque ya no será capaz denadani competente para nada, sino sobre todo porque rehúsa competir.

En un pasaje justamente famoso de su obra, Walter Benjamín habló de un cuadro pintado por Paul Klee, en el que puede verse a un ángel con los ojos desencajados, la boca abierta y las alas desplegadas, que parece alejarse de algo sobre lo que clava la mirada. "El ángel de la his­ toria -dice Benjamín allí- debe tener ese aspecto". Vuelto hacia el pasado, su rostro está viendo una catástrofe única allí donde nosotros sólo vemos una cadena de aconteci­ mientos; está viendo lo que queda en el camino, lo que no logra hacerse oír, lo que se perderá irremisiblemente en medio de la tempestad que arrastra hacia el futuro y que impide al ángel plegar las alas y detenerse para recoger esos fragmentos y recomponer las ruinas que se acumulan a sus pies. "Esa tempestad -concluye el texto- es lo que llamamos progreso". Como el ángel de la historia que sólo ve injusticia y catástrofe donde nosotros vemos sentidoyprogreso, Bart­ leby ha podido leer esas cartas muertas, esas cartas no re­ clamadas escritas con palabras que ya nadie leerá excepto él. Su lógica de la preferencia negativa (preferir no hacer­ lo, no ser razonable, no dar explicaciones y, finalmente, ya no copiar más) acaso sea simple responsabilidad por esas letras perdidas. Una responsabilidad que se contrapone a toda voluntad de seguir la marcha a cualquier costo. Hay seres, Bartleby es sin dudas uno de ellos, cuya sola exis­ tencia nos hace recordar algo que quisiéramos mantener apartado; de allí la incomodidad que generan, lo insopor­ table que hay en su presencia. Si, como escribió Eduardo Grüner, "la política comien­ za cuando se retiran los cadáveres", esa misma política nos hace olvidar su proveniencia. Olvido que sería com­ pleto si no hubiera quienes -mujeres, madres, hombres, hijos- "prefierenno" aceptar promesasni compensaciones a cambio de olvidar; olvido absoluto (olvido de algo ab­

soluto, también) si no hubiera quienes con sus palabras, sus silencios, su actitudes impolíticas nos recuerden que aquí "hubo cadáveres". Seres cuya "locura" en épocas de la dictadura consistió en gritar: "hay cadáveres", aunque no se vean. Algunos de ellos prolongaron su "locura" en democracia y permanentemente nos recuerdan: "hubo ca­ dáveres", aunque sigan sin verse. La invulnerable fragilidad de Bartléby, el escribiente, parece habitar ese mismo espacio, el lugar de lo no escri­ to; el lugar donde la lengua está en carne viva, donde se anegan los códigos, las leyes, los estilos. Su "preferir no" quizás sea el emergente de un idioma sin comunidad: el mismo Bartléby sea tal vez el ciudadano errante de una comunidad ausente, o simplemente alguien que bus­ ca construir la "comunidad de los sin comunidad". No una comunidad de "personas", ni de trabajadores, ni de aptos; antes bien una comunidad de hombres y mujeres que saben que no saben quiénes son, ni para qué sirven. Hombres y mujeres que cuidan lo que en ellos no tiene un sentido, no produce, no tiene éxito, no progresa sino que es. Bartlébyha mostrado mejor quenadie que sólo un trabajo de despersonalización hace posible que aparezca esa dimensión reprimida, ese "hombre sin atributos" que resiste a la hegemonía amnésica de los capacitados y los competentes. Improductivos, inservibles, lentos, locos, incapaces, discapaces, fracasados, denegadores, balbucientes, incom­ petentes, retardados, retrasados, deficientes, inoperantes, débiles; también quienes "prefieren no hacerlo": todos ellos, signos indescifrados, son los habitantes de la aldea más próxima al enigma de la frágil estancia humana en la Tierra. Tomemos prestado, una vez más, un verso de Borges: "todos ellos, que tal vez se ignoran, estánsalvando el mundo".

Para una política de la amistad

El argumento de esta tentativa es que el más profundo se-. creto de Bartléby es un secreto político. 1 would prefer not to -"preferiría no hacerlo", "preferiría que no", o bien, sim­ plemente, "preferiría no"-, pequeña locución que rechaza algo indeterminado; un "granrechazo" por tanto-debido, precisamente a esa indeterminación-, que condensa en el í lenguaje y en la Adda un principio de destrucción del ok| den dado. Punto deun derrumbe, de un desmoronamien­ to que no es revolución -pues nada se propone transfor­ mar-, ni desobediencia civil -pues jamás da razones de sí.: Bartléby, aquél de quien nada se sabe ("De otros copistas podría yo escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartléby..., uno de esos seres de quie­ nes nada es indagable"), misterio de un hombre con cuya sola presencia silenciosa deja "sin saber con qué amenaza atemorizarlo para trocar en obediencia su inmovilidad''. ¿Qué perturba en esa inmovilidad desobediente e inofen­ siva a la vez? ¿Qué es lo intolerable enBartléby? Enunantiguoescritoquenoshasidotransmitido-trans­ misión en la que tuvo mucho que ver Montaigne- con el nombre de Discours de la servitude volontaire y también con el nombre de Contr'Un -redactado presumiblemente en 1576-, Étienne de la Boétie revela la más íntima sustancia de la dominación, con una radicalidad que muypocos an­ tes o después de él lograron alcanzar. "Al tirano -escribía La Boétie- no es necesario combatirlo, ni siquiera defen­ derse de él... No se trata de derrocarlo sino simplemente deno darle nada". Frente aunsistema de poder, cualquier sistema de poder, viene a decimos La Boétie, alcanza con una pasividad o una inacción, con un silencio o bien, po­ dríamos añadir, conla simple fórmula de Bartléby: I wuold prefer not to. Más aún si, como en el texto melvilleano, es

proferida sin estridencias, exenta de las perturbaciones que ocasiona su entorno, casi con cortesía. "Nada exas­ pera más a una persona seria que una resistencia pasiva" dice enunmomento dado, al borde de la desesperación, el abogado para el que Bartleby realiza las copias. Bartleby sabe lo mismo que Wakefield1: "En medio de la aparente confusión de nuestro mundo misterioso -concluía el rela­ to dé Hawthome-, los individuos están tanperfectamente ajustados a un sistema, y los sistemas unos a otros y a un todo que, un hombre, al salirse del sistema por un mo­ mento se expone al riesgo espantoso de perder su lugar para siempre". Tal vez ese sistema -ese y cualquier otrose abisma por sus extremos, que marcan a su vez los lí­ mites de su tolerancia: a saber, la total imprevisibilidad y la repetición absoluta. El registro de los comportamientos humanos funcionales se detiene en estos dos puntos im­ pensables, inapropiables, ingobernables, incontrolables. Bartleby es quien a cada requerimiento y a cada solicitud de algo que supondría un desvío de lo mismo, por mínimo que este pudiera ser, responderá siempre lo mismo: "pre­ feriría no", o bien alguna variante siempre inscripta en la lógica de la preferencia negativa. Punto inasible de derrumbe de un funcionamiento, Bartleby, amanuense que copia de manera ininterrumpi­ da infinitas copias, que multiplica documentos de manera mecánica, con previsibilidad absoluta, prefiere no hacer nada diferente de esa actividad reproductiva para la que ha sido contratado. Ironía perfecta que lleva al sistema al absurdo de sí mismo para crear allí, en su centro, un agu­ jeronegro. Ninguna pulsión de poder, ningunapretensión reivindicativa podremos encontrar en Bartleby, qué, por 1 Ver Alejandro Kaufman, "De la pmfesionalidad", en este mismo volumen, pp. 87-106.

eso mismo, resultará siempre impresentable: en el doble sentido de no poder formamos una imagen de él y de no poder hacer nada por él. Anadie le será posible -en virtud de los pocos elementos con los que cuenta- construir una representación suya satisfactoria, al igual quenadie podrá apropiarse de su voz, ni hablar en su nombre, ni luchar por él o defender sus intereses. Impugnación del parla­ mentarismo (en todos los sentidos de la palabra); también interrupción de ese movimiento que hace de los cuerpos y las almas, de las acciones y las palabras, el alimento y la sustancia misma del tirano. El escribiente de Melville es el punto de anegamiento del poder, su insóluble cortocircui­ to: "...si a los tiranos no se les da nada -decía La Boétie-, si no se les obedece en absoluto, sin combatirlos, sin gol­ pearlos, quedan desnudos y deshechos: semejantes a ese árbol que al no recibir más la saviay el alimento desuraíz, no es otra cosa que una rama seca y muerta". Mucho más influyente en nuestra experiencia política que La Boétie, Hobbes describía la lógica del poder no con una metáfora biológica sino mecánica: como el hombre, ese gran Leviatán que llamamos Estado es un "autómata" cuya potencia es obtenida de los particulares y de ningún otro lado más, y así es infinitamente más poderoso que ellos. La literatura ha proporcionado otro "hombre artificial", en un libro que acaso pueda ser también leído como una parábolapolítica. "Se dice que el origende lahistoria-escri­ be GustavMeyrink- se remonta posiblemente al sigloXVI. Cuentan que un rabino creó, según métodos de la Cábala ahora perdidos, un hombre artificial -el llamado Golemque le ayudara...". A diferencia del Leviatán hobbesiano, que se ha quedado entre nosotros y nunca o casi nunca nos abandona, el Golem fue destruido al poco tiempo de su nacimiento pero, de manera inexplicable, cada cierto tiempo reaparece imprevistamente por las callejas del ba­

rriojudío de Praga. ¿Quiénes el Golem? ¿Quiéneseste fan­ tasma "con ansias de poseer figura y forma", y que cada tanto -"en el transcurso de cada generación"- lo logra? Si bien el Golemno es necesariamente un tirano, todo tirano es un Golem. "Quizás esté entre nosotros, hora tras hora y nosotros no lo percibimos", dice uno de los personajes de Meyrink. "¿No podría ser que del mismo modo que en los días de bochorno crece la tensión eléctricahasta hacerse in­ soportable y formar el rayo, debido a la continua repetición de esos pensamientos, siempre iguales, que envenenan el aire, aquí enel ghettohayauna descarga repentina ysúbita, una explosión anímica que sacase a la luz del día nuestro subconsciente para, al igual qüe allí el rayo, crear aquí un fantasma que... es el símbolo y el alma de la masa, si se pu­ diera entender correctamente el enigmático lenguaje de las formas?". Teoría del tirano, podría pensarse. Todo un "re­ baño de pensamientos", de deseos, de sueños, de pasiones y represiones es liberado por los hombres de una ciudad para que converjan y formen una figura monstruosa, que toma su materia de quienes finalmente serán objetos de su terror y de su destrucción. El fíat carece de majestad: no se trata más que de una corriente eléctrica, el flujo de una sa­ via, la potencia concedida aun autómata. Lo verdaderamente destructivo en Bartléby es la po­ sibilidad dé entrever en él algo que no circula por los senderos para "rebaños de pensamiento", algo como una responsabilidad solitaria que se ejerce -y se oculta- como inmovilidad, pasividad, "agramaticalidad", irrazonabilidad. Una cautela irónica o una ironía cauta acompaña to­ das sus denegaciones, comunicadas siempre bajo el modo de una "preferencia". Bartléby es lo políticamente intra­ table por antonomasia; nunca un tirano podrá contar con él ni logrará transformar en materia propia la radicalidad

de su padecimiento y su pasividad. No encontrará en su vida nada útil para la consecución de sus fines sino sólo una existencia en estado puro: ningún temor, ninguna espe­ ranza, ninguna pasión sobre la que construir y mantener la dominación. Ninguna ilusión de hallar en otra parte o en otro tiempo por venir -hacia donde el poderoso sabría conducimos- algo ante lo que no estemos ya. El arcano de Bartleby es, así, político: no entregar la vida a la promesa de quien se alimenta de nuestros temores y nuestras espe­ ranzas. No hay otra vida que la que tenemos; si puede ser distinta, únicamente puede serlo ahora. La fraternidad de Bartleby, la tristeza infinita de su mi­ rada en el muro, es la de quien no ha encontrado a nadie. La lucidez del desencuentro es lo que nos ha sido lega­ do. No una esperanza, sólo una disposición, un deseo de otros, de reconocimiento mutuo, una apertura a otras sin­ gularidades, a otras soledades secretas con las que fundar una política de la amistad. Exactamente lo que Bartleby jamás alcanzaría a realizar. Legado de la inapetencia

"Prefiero no cenar hoy-dijo Bartleby, dándose vuelta". Fue lo último que dijo, su última preferencia. Cuando prefirió "no cenar hoy" Bartleby estabayaenla cárcel, dondehabía sido conducido sin ofrecer "la menor resistencia". Puesto que no pesaba sobre él ningún cargo, lo dejaban deambu­ lar libremente por la prisión, "particularmente por los pa­ tios de césped cercados", escrutado desde las ventanas por "asesinos y ladrones". Allí lo encontróel abogado, después de solicitar una entrevista a las autoridades de la prisión. "Yo no soy el que lo trajo aquí -se exculpó-... Nada repro­ chable lo ha traído aquí. Vea, no es un lugar triste, como podía suponerse. Mire, allí está el cielo, y aquí la hierba".

Alo que, en una de las pocas ocasiones en las que se abs­ tiene de contestar con una preferencia, Bartléby, que yá no escribe, responde breve con el acto de habla más lacónico y enigmático de todo el relato: "Sé dónde estoy". Bartléby pareciera pues emitir su certeza desdeunespacio diferente, dislocado, no sólo respecto de suinterlocutor sino también de supropia manera de hablar hastaese momento. A lo largo del texto, encontramos treinta y tres inter­ venciones de Bartléby reproducidasenestilo directopor el abogado, que es el sujeto del relato. Trece veces pronuncia la fórmula I would prefer not to, "preferiría no hacerlo" (o "preferiría no", como prefiere Deleuze), y una vez más sin el potencial: "prefiero no hacerlo". Las otras diecinueve, son: "¿En qué puedo ser útil?", "Lo preferiría así", "Por ahoraprefiero no contestar", "Por ahora prefierono ser un poco razonable", "Preferiría quedarme aquí solo", "Nun­ ca más", "¿No lo ve usted mismo?" "He renunciado a co­ piar", "Preferiría no dejarlos", "Sentado en la baranda", "No. Preferiría no hacer ningún cambio", "Es demasiado encierro. No, no me gustaría ser vendedor; pero no soy exigente", "Preferiría no ser vendedor", "No me gustaría pero, comohe dicho antes, no soy exigente", "No, preferi­ ría hacer otra cosa", "De ninguna manera. No me parece que haya en eso nada preciso. Me gusta estar fijo en un si­ tio. Perono soy exigente" [esta locuciónes la más extensa], "No, por el momento preferiría no hacer ningún cambio", "Sé dónde estoy" y "Prefiero no cenar hoy. Me haría mal; no acostumbro cenar". Aesto se reduce todolo dichopor Bartléby. Ensólo cin­ co oportunidades se trata de proposiciones que no inclu­ yen negación; "Sé dónde estoy" es una de ellas. ¿Én qué consiste ese saber? Tal vez no sea del todo impertinente invocar aquí esa pregunta terrible en el momento más terrible, esa pregun­

ta insatisfecha que desde el fondo del tiempo es formula­ da a cada hombre que nace como su legado más propio y que -en la versión de Cipriano de Valera- dice: "Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?" (Géne­ sis, 3:9). Desde entonces el "hombre" ya no ha sido capaz de responder "Sé dónde estoy" (como así tampoco: "Por ahora prefiero no contestar" -tampoco: "Sentado en una baranda"). Desde entonces, el hombre se avergüenzade sí, teme y se esconde. Hay un largo trecho entre el Edén y la prisión-atestada de "asesinos y ladrones"-; sin embargo, ese trechono tienela forma de una caída gradual ni de una pendiente: aut au t Lo que media entre uno y otro es un apetito, un ápetito prohibido. ¿Hubiera podido el hombre "preferir no" comer el fruto -decir a la serpiente: "Me ha­ ría mal; no estoy acostumbrado...? ¿Qué tañe la inapeten­ cia de Bartleby? Conocemos el legado del apetito; ¿cuál es el legado de la inapetencia? No es Bartleby, precisamente, lo que podríamos llamar un "artista del hambre"; nadie podría estar más alejado de un "artista" que él -por lo demás, en el relato melvilleano el hambre no concursa jamás. No podría pensarse a Bartle­ by cómo un artista incomprendido, ni siquiera comoun incomprendidoa secas ocomoalguiencondenadoporel Zeitgeist. No es su casoel del ayunador kafkiano cuyasentencia de muerte han pronunciado los tiempos actuales ("Podía ayunar cuanto quisiera, y así lo hacía. Pero nada podía ya salvarle, la gente pasaba a su lado sinverle"). Desde luego puedenencontrarseanalogías: comoBartleby, el "artista del hambre" de Kafka acaba siendo ni más ni menos "un es­ torbo", y ambos mueren de inanición. Pero Bartleby nunca entrega su secreto -en realidad no tiene secreto alguno-, a diferencia del ayunador que confiesa, con su última fuer­ za, haberse negado a comer "porque no pude encontrar la comida que me gustara. Si la hubiera encontrado, puedes

creerlo... me habría hartado como tú y como todos". Por el contrario, el pálido y delgado amanuense se alimenta sólo de bizcochos de jengibre: "Vive de bizcochos de jengibre, pensé; notomanuncalo que se llamaunalmuerzo". Comer y copiar son para él dos actividades paralelas, impersona­ les, signadas por la repetición: lejos está Bartléby de buscar una "comida que le guste". Bartléby no es un artista sino, simplemente, un inapetente. ¿Cuáles son las pasiones de Bartléby? Su absoluta pa­ sividad más bien parece excluirlas, mostrando así una pa­ radoja terminológica-pues pathos, passio, passion designan precisamente una pasividad. ¿Ante qué o quién es pasivo Bartléby, a qué o quién responde su pasividad desapa­ sionada? Ni el conocimiento (Aristóteles), ni la conserva­ ción (Hobbes), ni el poder (Nietzsche) o la sobrevivencia (Canetti) -tampoco la esperanza como en el "artista del hambre"- intervienen en ese "hombre sin biografía"; será más bien el abogado quien transita todas las pasiones: desde "un sentimiento de prudencia", hasta la "lástima", el "miedo", la "repulsión"; también, una "abrumadora y punzante melancolía", una "melancolía fraternal". Es jus­ tamente esa fraternidad melancólica la que define su hos­ pitalidad.

Emile Benveniste recuerda todos los matices deesa ins­ titución indoeuropea central de la hospitalidad2. No hay un "extranjero en. sí", no todo extranjero es mero bárbaro ni esclavo (doulos, servus), ni necesariamente enemigo (hostis). El otro, el que llega de lejos, el peregrinus es -puede ser- acogido en el interior de un espacio legal y ser consi­ derado como hospes, huésped, pero lo importante es que la hospitalidadno se halla nunca despojada de una forma 2 E. Benveniste, Le vocabulaire des institutions indo-européencs, Minuit, París, 1969, H p p . 87-101.

sino siempre "inscripta enun derecho"; lo que hay enjue­ go es en cada caso unas "leyes de la hospitalidad" -que la vuelven, por consiguiente, "relativa". Es decir: "no se ofre­ ce hospitalidad, en esas condiciones, a un recién llegado anónimo y a alguien que no tiene nombre ni patronímico, ni familia, ni estatuto social..."3. El "otro absoluto" no es objeto de hospitalidad -no tiene "derecho de hospitali­ dad"-, pero no todo otro es considerado "absoluto". Tampoco se da trabajo a quien no muestra sus creden­ ciales y sus capacidades. Y enefecto, algo nos es sugerido en el relato melvilleano: el día que Bartléby se presenta en la oficina en respuesta al aviso, el abogado lo contrata "después de algunas palabras sobre su idoneidad" -pala­ bras que no nos serán confiadas. Pero cuando Bartléby se rehúsa a seguir copiando, deja de ser un empleado; sim­ plemente permanece en el lugar. "¿Cómo distinguir -pregunta Derrida- entre un hués­ ped y un parásito? En principio, la diferencia es estricta, pero para eso es necesario un derecho... Sin ese derecho, sólo puede introducirse en 'mi propio-hogar', en 'el pro­ pio-hogar' del anfitrión, como parásito, huésped abusivo, ilegítimo, clandestino, pasible de expulsión o de arresto"4. Lo extraño es que Bartlébyno transmite nada "abusivo" ni "clandestino"; entre parásito y huésped, habita un límite desconcertante sinreclamar nada, ni underecho de asilo, ni una tolerancia, ni siquiera una acogida sin condición-que, al menos durante un tiempo, es lo que sucede de hecho-; por el contrario, caridad, lástima, piedad, conmiseración, son sentimientos que remiten exclusivamente al abogado. Bartléby "había rehusado a decir quién era, o de dónde ve­ 3 J. Derrida, y A. Dufourmantelle, La hospitalidad, de la Flor, Buenos Aires, 2000, p. 29. 4 Ibid., p. 63.

nía, o si tenía algún pariente en el mundo". Esta ausencia de biografía es lo que pone a Bartleby fuera de ia ley y, en particular, fuera de las leyes de la hospitalidad ("-¿Quiere decirme, Bartleby, dóndeha nacido? -Preferiría no hacerlo. -¿Quiere contarme algo de usted? -Preferiría no hacerlo. -¿Pero qué objeción razonable puede tener para no hablar conmigo?Yoquisieraser unamigo... -Por ahoraprefierono contestar", etc.). Asimismo, Bartleby está fuera de ese pre­ supuesto absoluto de la condición social, sin el que ésta -y yano sólo lahospitalidad- no tendría lugar: la promesa. La tácita promesa de razonabilidad que instituye (o al menos mantiene) el vínculohumanoes loqueno existeenél, quien además prefiere ni siquiera hacerla explícita: Bartleby es la ausencia de promesa ("-Prométame que mañana opasado ayudará a examinar documentos; prométame que dentro de un par de días se volverá un poco razonable. ¿Verdad Bartleby? -Por ahora prefiero no ser un poco razonable"). Pero otra vez aquí la paradoja se presenta. Pues si bien la promesa puede ser pensada, según HannahArendt, como ima manera con la que los hombres compensan o atenúan laimprevisibilidadde sus acciones, estaimprevisibilidades inexistente enBartleby. La ausencia debiografía y de promesa dejana Bartleby fuera de las leyes de la hospitalidad; sin embargo, tampo­ co es ya un empleado, ni completamente un parásito o un simple intruso. Por un instante -pero sólo por un instan­ te- su empleador, hombre de leyes, practica con Bartleby una especie de hospitalidadfuera de la ley, o más bienuna hospitalidad sinley, ilimitada, absoluta, incondicional: "la hospitalidad absoluta exige que yo abra mi casa y que dé no sólo al extranjero (provisto de un apellido, de un esta­ tuto social de extranjero, etc.) sino al otro absoluto, des­ conocido, anónimo, y que le dé lugar, lo deje venir, lo deje llegar, y tener lugar en el que le ofrezco, sin pedirle reci-

procidad (la entrada en un pacto) y ni siquiera su nombre. La ley de la hospitalidad absoluta ordena romper con la hospitalidad de derecho..."5. La entrada en el pacto -e l imperio de la ley- es la vigen­ cia de la amenaza, la promesa y la razón -todo aquello que la fónnula de Bartleby erosiona. Esa hospitalidad absoluta, sin reciprocidad y sin pacto que exige Bartleby ~y el notasi o fugazmente concede- se interrumpe por el desconcierto ante ese hombre silencioso y manso en una oficina vacía de Wall Street. La amenaza objetiva de ese silencio y ese vacío en medio de la economía y de la ley, no encuentra con facilidad un mecanismo de conjuro. Prevista para castigar infracciones y delitos, la prisión bien puede servir, a falta de otra cosa mejor, para albergar rarezas inocentes. ¿Quién es Bartleby, ese hombre sin pasado y sin futuro, ese hombre que casi ha dejado de serlo? Es quien, ante todo, abjura de la potencia, quien no antepone ninguna vo­ luntad -pues el estilo de la preferencia se sustrae a la con­ tundencia de la voluntad. Bartleby, el inapetente, es quien más allá de todo ejercicio de poder6, depone la fuerza, se despotencia. Más allá de todo ejercicio de poder, es decir más allá del hombre, Über-mensch. Un "sagrado egoísmo que dona", antipódico de ese "otro egoísmo, demasiado pobre, un egoísmo hambriento, que siempre quiere hurtar, el egoísmo de los enfermos, el egoísmo enfermo"7: más allá de la especie que dice "todo para m í"1'. Más allá del 5 Ibírí., p. 31. 6 Ha sido Elias Canetti quien ha mostrado en páginas decisivas la relación entre apetito y poder, la ingestión y la digestión como "procesos esenciales del poder" (Masa y poder, Muchnik, Barcelona, 1994, pp. 213-235). 7 F. Nietzsche, "De la virtud que hace regalos", Así habló Zaratusirn, Alianza, Madrid, 1981, pp. 118-123 (el subrayado es mío). 8 Id.

hombre está quien, despojado del comtus primario hacia la autoconservación, logra investirlo de una potencia pa­ radójica y "hace siempre don de sí mismo"9. Pero no en el sentido de "perder el alma para salvarla" (Marcos, 8, 35; Lucas, 9, 22-24), que designa la apropiación de sí en su forma pura, una conservación a la segunda potencia, una voluntad de sí mismo llevada al extremo. Antes bien do­ nación; lógica del don que se sustrae por principio al cál­ culo de la salvación y de la pérdida, que es su otro. Nada positivo podrá decirse del "nuevo inicio que se piensa con el término Ultrahombre. Lo Abierto podría ser su nomcn pivpinquius: 'lugar' que acoge y que da, 'lugar' que no se apropia de lo que recibe, sino que lo alimenta, 'lugar' que no retiene, que no captura sino que vuelve-a-dejar toda cosa en su declinar. Ninguna otra cosa que esta idea -ab ­ solutamente no icónica- es el Ultrahombre... El Ultrahom­ bre es el abandono de todas las imágenes y de sí mismo, el devenir disímil y extranjero a todo, pero tan disímil como para ser disímil del mismo disímil, y entonces abierto y amigo de todo, donador y don para todos"10. La "extranjería" respecto a lo que efectivamente es, el "abandono" de las imágenes y de las cosas en su declinar, la suspensión de esas elementales incisiones en el mun­ do que son el apetito y la voluntad, despejan el "espacio no irónico" que refiere el prefijo über. Más próxima a la fragilidad que a la estabilidad, más cerca de la debilidad que de la fuerza, de una dépense que del individualismo posesivo del último hombre, esa condición vacía es el le­ gado de Bartleby. Preferir -preferir en potencial- en lugar de prometer, pues no es de un porvenir de lo que se trata;

9 hl. 10 M. Cacciari, El Archipiélago. Figuras del otro en Occidente, Eudebn, Buenos Aires, 1999, pp. 142-143.

preferir en lugar de querer, porque la generosidad que se tienta no resulta de la imposición de una voluntad; prefe­ rir en lugar de razonar, porque bien sabemos que, junto a la promesa y a la voluntad, la razón se inscribe enun pro­ grama de dominio -de sí, de los otros, del mundo- que ha hecho suya toda invocación de futuro, así como también las buenas intenciones y las razones -que antes se llama­ ban "críticas". El verbo "preferir", sobre todo en potencial -y sobre todo enunciando una negación-no podría nunca encontrar lugar en ese programa. Más acá de la crítica, la posibilidad de entrever un espacio más allá del hombre es el legado impolítico de Bartléby.

Juan Besse Todo debía ser intemporal¡ inactual, asocial, abismal, cándido, intruso Pascal Quignard. R etórica especulativa

I. El proferimiento

Escribir sobre Bartléby hace decrepitar las frases antes de que envejezcan. Insistir, acrecienta lo atestado de la em­ presa. En ese despeñadero del sentido, algo del encuentro con lo imposible de esa escritura aborta las frases antes de instaurarlas. Sí escribo, no escribo. No escribo, sí escribo. Si escribo... Tildo el sí y lo 'destildo': al destildarlo la frase se vuelve vacua, académica; reverbera en ella la jugarreta de ciertaimposturaretórica. Vuelvoal acento conatildamiento decidido. Tildo el sí. Preferiríano escribir y estoyescribien­ do. En la medida, exacta, que Bartléby hace silenciosupro­ ferimiento es mío y cuando leo el suyo quedo en silencio, entre la taciturnidadylamudez, bajolos efectos deunafra­ se que no se incorpora a la lengua sino que la parasita. Recuerdo, con Deleuze, que Ja frase de Bartléby (la 'fórmula' dice Deleuze) no es una negación ni una afir­ mación1. Lugar propicio para descansar, el impasse entre * A Laura Portnoi, Godia Giménez Tansky, Esteban Barrios y Rene Rossano con quienes, en aquellos obstinados inviernos marplatensés, deletreamos Bartléby tantas veces. 1. Gilíes Deleuze (2000) "Bartléby o la fórmula" en Preferiría no hacerlo. Bartléby el escribiente de Hermán Melville seguido de tres ensayos de Gilíes Deleuze, Giorgio Agamben y José Luis Pardo, Valencia, Pre-textós, p. 62.

negar y afirmar, entre negar hacer y afirmar preferir, es el rincón del vago estar. Entonces bajo la frase, la pesante frescura del fraseo, hace advenir la poesía del instante que no es otra que la del desecho. Así, a contrapelo de lo feo, la sordidez de un complejo de oficinas de Wall Street da lu­ gar auna delicadafiguía del haiku japonés. Bartlebydetrás del biombo, en el rincón y desde el rincón hace emerger la otra lengua. El oriente de la lengua. Un preferir no, tan distinto ano preferir, que interrumpe la productividaddel copista y la fabricaciónde copias. La transparencia del biombo y la palidez de Bartleby se duplican, tierna y siniestramente, como una súplica sim­ bólica que por el mero prorrumpir de las cosas -un biom­ bo, un hombre empírico- limitara la repetición sin sentido delos trabajos y los días en un bufete de abogado de Wall Street. Así, tanto cuandoBartlebyescribe, copia, y sóloeso, como cuando deja de hacerlo, la maquinaria se trastoca. El asunto Bartleby no se deja reducir. La individualiza­ ción en el plano de la acción, manifiesta en algún atributo del sujeto gramatical Bartleby, "su hosquedad enfermiza"2 o "sus mórbidas cavilaciones puede hacer pensar que Bartleby es reticente o que algo, en ese no preferir, resiste. Blanchot diceque "loquehacenotableel inexorable'preferiríano (ha­ cerlo)' deBartlebyel escribiente, unaabstenciónquenotuvo que ser decidida, que precede a cualquier decisión, que es, antes que una denegación, más bien una abdicación, la re­ nuncia (nunca pronunciada, nunca aclarada) a decir algo"4. 2. Traduce José Luis Pardo (2000) en Preferiría no hacerlo. Bartleby el escribiente de Hermán Meloille seguido de tres ensayos de Gilíes Dclcuze, Giorgio Agamben y ¡osé LuisPardo, Valencia, Pre-textos, p. 33. 3. Traduce Jorge Luis Borges en Hermán Melville (1853) Bartleby, el escribiente, Madrid, Alianza, 2002, p. 60 4. Maurice Blanchot (1983) La escritura del desastre, Caracas, Monte Ávila, 1990, p. 22.

Pero, antes de precipitarse en el sentido, cabe como recau­ do de método5primero describir luego interpretar. En ese punto en el que la descripción antecede a la interpretación no sabemos, ni sabríamos luego, si hay reticencia oresisten­ cia. Tampoco querer decir. Siquiera abdicación. Sólo es dable decir que prefiere no. Bartléby deja de copiar y se desgrana como una galleta de jengibre; como un panadero al viento tempestuoso de la historia que sopla desde el paraíso6. II. E scribir lo im p osible o el escribiente escribe no Fuese o no posible, escribía, pero no hablaba. Tal es el silencio de la escritura. Maurice Blanchot. La escritura del desastre

La fórmula que profiere Bartléby hace su aparición en diez momentos principales7. En lo que concierne al traba­ jo de copista, Bartléby profiere en condicional: "preferiría no hacerlo". Pero cuando lo hace en presente, "prefiero", deja de copiar. El abandono del condicional anticipa una operación de, re-inventemos la palabra, desinscripción. Se 'desinscribe'' el copista y algo se escribe. Cuando Bartléby abandona el condicional y prefiere, se detiene el trabajo del escribiente y da lugar al/escritor' en tanto función del escrito. Otra vez enOriente; unOriente que no es lo otro en

5. La descripción antecede a la interpretación desde el punto de vista lógico pero no cronológico. Registrar lo que profiere, describir la frase negro sobre blanco, antes de establecer un significado o desprender un sentido. 6. "Esa tempestad -dice Walter Benjamín- es lo que llamamos progreso". Véase, la tesis IX "Sobre el concepto de la historia". 7. Gilíes Deleuze (2000), ob. cit., p. 61. El copista lo hace en condicional o con variaciones; en condicional "preferiría no hacerlo", como los apóstoles, lo prefiere 12 veces.

oposición a lo mismo8sino lo-otro-en-lo-mismo9. Algo pro­ rrumpe allí donde cesa la 'escribidura' de amanuense y hace lugar a un cuerpo extraño. La cosa (habría que escri­ bir la Cosa -das Ding- pero prefiero deletrear la cosa con minúscula) se inscribe en el cuerpo de la habitación, lugar de la intimidad de Bartelby en torsiónhacia el exterior. Así, esageografíadelorecóndito-la insondableintimi­ dad de Bartléby- que el narrador pro-puesto por Melville insiste en imaginar como una térra incógnita a conquistar pierde solidez cuando, en el acontecer de lo dicho, el na­ rrador dicehaberescuchadouna decisión, la de no escribir más, punto de la trama en el que cabe decir que lo íntimo en cuestión se toma éxtimo10. El escribiente que no escribe (diré en adelante que no copia) revela lo ominoso del lugar a donde se ha llegado: de un modo u otro, lahabitaciónen la oficina deja ver una topología del sujeto de esa narración, que no es Bartléby -aunque preferiríamos que lo fuera exclusivamente—sino él y el narrador, y Nippers, y Turkey, y Ginger Nuts, exclui­ dos en el interior e incluidos enel exterior. En tanto escribiente Bartlébyno cesa de copiar. Pero en rigor no escribe. La escritura tiene lugar en otra parte, allí 8. Según la razón dialéctica mediante la cual Occidente ha constituido su Oriente como objeto mitológico, es decir como objeto mítico accesible al significante, por ejemplo en la perspectiva poscolonial de Edward Said. 9. Prefiero decirlo, "lo real no puede oponerse al lenguaje como su otro sino cuando es inasible para el significante", Pascal Quignard (1994) Retórica especulativa, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2006, p. 77. 10. Porge lo dice asi "parafraseando a Freud, diremos que lo éxtimo (Unheimlich) es de alguna manera una especie de íntimo (heimlich)", Erik Porge (2005) "Topología de le extimidad" en Transmitir la clínica psicomalltica, Buenos Aires, Nueva Visión, 2007, p. 123. Miller refiere la extimidad como una propiedad topológica, "es un afuera que se encuentra adentro. Lo que está más adentro se vislumbra por estar cerrado, inaccesible, fuera del alcance" y apunta de ese modo a un cierto puesto que "destotaliza, descompleta, hace desconsistir, inconsistir", Jacques-Alain Miller (2000) "Tormenta y paloma" en l a erótica del tiempo y otros textos, Buenos Aires, Tres haches, pp. 118-119.

donde Bartléby es aquel que cuando prefiere no escribir, hace acaecer un escrito: se escribe la situación inimagina­ ble de una oficina de copistas con un copista que rio es­ cribe. Y así se produce el efecto topológico de que los que escriben deban excluirse de ella para sostener su trabajo mientras quien no copia permanece.

“Al día siguiente noté que Bartléby no hacía más que mirar por la ventana, en su sueño frente a la pared. Cuando le pregunté por qué no escribía, me dijo que había resuelto no escribir más. -¿P or qué no?, ¿qué se propone? -exclamé-,¿No escribir más? -Nunca más. —¿ Y por qué razón ? -¿N o la ve usted? -replicó con indiferencia"11. *

Aunque resulta oscuro saber lo que quiere decir no12, me permito suponer que su operatoria en la lengua de Bart11. En adelante Ja citas de Bartléby, el escribiente pertenecen a la traducción de Borges, ob. cit., pp. 67-68. 12. A pie ¡tintillas de lo dicho por Derrida acerca de Joyce-Ulises: "todavía no sabemos lo que quiere decir yes y cómo esta palabrita, si es que lo es, opera en la lengua y en lo que serenamente se llaman actos de lenguaje. No sabemos si participa, sea lo que sea, con alguna otra palabra de alguna lengua, ni siquiera con un 'no' que ciertamente no le es simétrico". Además, para abonar el oriente de nuestro Bartléby, cuenta Derrida "se dice que por cortesía los japoneses evitan decir no aun cuando quieren decir no. ¿Cómo hacer entender un no cuando se quiere decir no sin decirlo? Cómo traducir no por sí y qué significa traducir a esa pareja singular de sí/no, he aquí una cuestión que os espera al regreso. (...) Nunca toméis el si como respuesta", Jacques Derrida (1987) "Ulises gramófono. Rumores de Joyce" en Ulises gramófono/Dos palabras para ]oyce, Buenos Aires, Tres haches, 2002, p.. 71 y pp. 55-56.

leby disocia negación y negatividad. Cabría presumir lo preferir) que una noción no acarree, necesariamente, a la otra. Por un instante pienso que hay en Bartleby un paso (no) más allá del no, que no constituye negación y menos aún supone una negatividad dialectizante. El no no expre­ sa ningún contenido, está allí como término ocupando un lugar, y no es lícito derivar de ese lugar que efectivamen­ te ocupa, un sentido. Y es en este punto cuando se revela la extimidad en la que Bartleby se sitúa. El no es un efecto de superficie, que no esconde ni retacea sino que deja ver, toma exterior lo más interior. Éxtimo lo íntimo. Y, así, me­ diante ese preferir no, se hace evidente la negación pura, una negación sin negatividad corroe los fundamentos del edificio Occidental. Allí donde se profiere el no sin condi­ cional la negaciónparasita la lengua. Otra vez enOriente. Un Oriente sinOccidente. ¿Es Bartleby un relato sobre la imposibilidad? ¿Sobre imposibilidad? ¿Sobre una imposibilidad? Propongo du­ dar metódicamente, por sus declinaciones semánticas, de las preguntas anteriores. Preferiría que no, pero profiero sí. Bartleby, el escribiente es un cuento (narración y conteo) sobre lo imposible. III. Bartleby o el imposible femenino Hablaré de nada. De nada. Marguerite Duras. Escribir

En un breve pasaje de Dar la muerte, Derrida asienta que "Bartleby el escribiente no hace ni una sola alusión a nada que sea femenino, a fortiori a nada que sea una figura de

mujer"13. Sin embargo, escudriñado desde otro lugar14, hay un Bartleby-no-todo que hace despuntar la cuestión femenina. El preferiría-no que formula Bartléby, de algún modo, descompleta el universal, hiende el todo masculino y lo incluye en la posición femenina, pero, no sin para­ dojas. Cuando el narrador advierte que la pasividad de Bartléby, en una torsión imperceptible, que pareciera fue­ ra del tiempo crónico, lo 'pasiviza' a él y coneso se desor­ dena el universo de la oficina, está marcando que hay en Bartléby algo inasimilable, extraño y doméstico a la vez: un preferiría no-todo hacerlo. * Evoco, casi conel tono de una reminiscencia histérica, que la traducción de Borges feminiza a Bartléby através de un detalle. Ese detalle es expresado en bastardilla, y no sólo porque se trata de un vocablo en lengua extranjerao deun galicismo inasimilable: deshabilléIS. Dice el pasaje: 13. El pasaje se inscribe en la convergencia que Derrida establece entre el relato de Kierkegaard sobre Abraham y el escrito de Melville. Dice el fragmento completo "¿Cómo no sorprenderse, en estas dos historias monstruosas y banales, por la ausencia de una mujer? Es una historia de padre e hijo, de figuras masculinas, de jerarquías entre hombres (Dios el padre, Abraham, Isaac; la mujer, Sara, es aquella a la que no se dice nada -por no hablar de Agar-; Bartléby el escribiente no hace ni una sola alusión a nada que sea femenino, a fnrtiori a nada que sea una figura de mujer). En la implacable universalidad de la ley, de su ley, la lógica de la responsabilidad sacrificial ¿sería alterada, desviada, atenuada, desplazada, si una mujer interviniera en ello de modo determinante?", Jacques Derrida (1999) Dar la muerte, Barcelona, P»;dós, p. 88. 14. El de los ejercicios de logistería que Lacan propone en las fórmulas de la sexuación desarrolladas en el Seminario XX Aún. Según Rithée Cevasco, Lacan hace logistería, término que daría cuenta de un uso de la lógica por parte de Lacan que vulnera los principios mismos de la lógica clásica e inaugura una pregunta por otra lógica.

15. En el Larousse de poche, "deshabillé: n. m. Tenue légére que Ton porte chez sol. En deshabillé, négligemment habillé" (vestimenta liviana que se

“Ahora bien, un domingo de mañana se me ocurrió ir a la iglesia de la Trinidad a oír un famoso -predicador, y como era muy temprano pensé en pasar un momento por mi oficina. Fe­ lizmente llevaba mi llave, pero al meterla en la cerradura, encon­ tré resistencia por la parte interior. Llamé; consternado, vi girar una llave por dentro y exhibiendo su pálido rostro por la puerta entreabierta, entrevi a Bartléby en mangas de camisa, y un raro y andrajoso deshabillé. Se excusó, mansamente: dijo que estaba muy ocupado y que prefería no recibirme por el momento. Añadió que sería mejor que yo fuera a dar dos o tres vueltas por la manzana, y que en­ tonces habría terminado sus tareas. La inesperada aparición de Bartléby, ocupando mi oficina un domingo, con su cadavérica indiferencia caballeresca, pero tan firme y tan seguro de sí, tuvo tan extraño efecto, que de inmediato me retiré de mi puerta y cumplí sus deseos. Pero no sin variados pujos de inútil rebelión contra la mansa desfachatez de este inexplicable amanuense. Su maravillosa mansedumbre no sólo me desarmaba, me aco­ bardaba. Porque considero que es una especie de cobarde el que tranquilamente permite a su dependiente asalariado que le dé órdenes y que lo expulse de sus dominios”16. lleva de entre casa. En deshabillé, desaliñadamente y/o caseramente vestido, traducción mía). Literalmente: desvestido, 'poco' vestido. 16.-Traducción de Borges, ob. cit., pp. 53-54 (deshebilié en bastardilla en el original). Melville escribe "Quite surprísed, I called out; when to my constemation a key was turned from within; and thrusting his lean visage at me, and holding the door ajar, the appariüon of Bartléby appeared, in his shirt sleeves, and otherwise in a strangely taltered dishabille, saying quietly that he was sorry, but he was deeply engaged just then, and—preferred not admitting me at present". Borges traduce 'dishabille' por deshabillé y, ya sea por corrección automática de la edición o por conocimiento de las reglas que indican que un término en lengua extranjera debe ser destacado, el vocablo francés queda estampado en bastardilla. En la lengua de los argentinos, y esto más allá de la impronta de clase del propio Borges, el deshabillé es una denominación habitualmente asociada a una prenda femenina y, a la vez, no directamente intercambiable por bata, salto de cama, robe de chambre o, como traduce Pardo en un per saltum del dishabille de Melville, ropa interior.

Es la escena en la que el narrador descubre que Bart­ leby vive en la oficina, aquella donde el enigma de la 'in­ terioridad' del copista se encama con la propiedad (o la propia interioridad) del narrador que hace una espesura con su bufete. Allí, no sin cierta obscenidad17propia de la comprensión, con el fulgor del instante, queda expuesta la pregunta que se le impone al narrador, la preguntapor ese atuendo que lo hace vacilar respecto de quién es Bartleby y que agita, como una bandera rota, el gozar indescifrable asociado a la cuestión femenina tal como fuera revisitada por Lacan. Lo que se deja entre-ver es, al mismo tiempo, prosaico y sibilino. El copista, entrevisto femenino por la hendidurade lapuerta, es restituido-rápidamente- porel imperativo de simbolización al lugar de las pobres almas. Prosigue el narrador: "Además, yo estaba lleno de dudas sobre lo que Bartleby po­ día estar haciendo en mi oficina, en mangas de camisa y todo des­ hecho, un domingo a la mañana. ¿Pasaría algo impropio? No, eso quedaba descartado. No podía pensar ni por un momento que Bartleby fuera una persona inmoral. Pero ¿qué podía estar haciendo allí?, ¿copias? No, por excéntrico que fuera Bartleby, era notoriamente decente. Era la última persona para sentarse en su escritorio en un estado vecino a la desnudez. Aclemás, era domingo, y había algo en Bartleby que prohibía suponer que vio­ laría la santidad de ese día con tareas profanas. Pardo traduce "Y entonces, ante mi consternación, una llave giró desde adentro y, asomando su cara delgada y sujetando la puerta para que no se abriera del todo, apareció Bartleby en mangas de camisa y una ropa interior extrañamente hecha jirones, y dijo tranquilamente que lo sentía, pero que estaba muy ocupado en ese momento y... prefería no dejarme entrar", José, Luis Pardo (2000), p. 30. Lo interior está deshecho. 17. Dice Maier "lo obsceno es doble, se encuentra entre dos. En tanto bifacial, es lo más visible y también aparece con intermitencia. 'Lo obsceno tiene todas las cualidades del intervalo sustraído', resume el escritor Henry Miller", Corinne Maier (2004) Lo obsceno, Buenos Aires, Nueva Visión, 2005, p. 39. La intermitencia reenvía a lo entrevisto por la puerta entreabierta.

Con todo, mi espíritu no estaba tranquilo; y lleno de inquie­ ta curiosidad, volví por fin a mi puerta: sin obstáculo introdu­ je la llave, abrí y entré. Bartléby no.se veía; miré ansiosamente por todo, eche una ojeada atrás del biombo; pero era claro que se había ido. Después de un prolijo examen, comprendí que por un tiempo indefinido Bartléby debía haber comido y dormido y haberse vestido en mi oficina, y eso sin vajilla, cama o espejo. El tapizado asiento de un viejo sofá desvencijado mostraba en un rincón la huella visible de una flaca forma reclinada. Enrollada bajo el escritorio encontré una frazada; en el hogar vacío una caja de betún y un cepillo; en una silla una palangana de lata, jabón y una toalla rotosa; en un diario, unas migas de bizcochos de jengibre y un bocado de queso. Sí, pensé, es bastante claro que Bartléby ha estado viviendo sólo aquí"w. *

En el prólogo que escribió para introducir su traducción del cuento, Borges dice que Bartléby19 "es, fundamental­ mente, un libro triste y verdadero que nos muestra esa inutilidad esencial, que es una de las cotidianas ironías del universo"20. En el capítulo final de Tristes trópicos, Lévi-Strauss elabora una conjetura, anacrónica, pero me­ lancólicamente utópica en la que destaca que Occidente al dejarse tomar por su propio fantasma, encarnado en el Islam, tronchó sus puentes con el budismo y "perdió su oportunidad de seguir siendo fecundo"21 o, dicho de 18. Traducción de Borges, ob. cit., pp. 54-56. 19. Nótese que en Borges, como en otros analistas del relato de Melville, el nombre de Bartléby es intercambiable con el nombre de obra. 20. Jorge Luis Borges "Prólogo" a Hermán Melville (1853) Bartléby, el escribiente, Madrid, Alianza, 2002, p. 12. 21. Al comienzo del último capítulo de Tristes trópicos dice Lévi-Strauss que "El Islam es el Occidente de Oriente". La cita completa de la que

otro modo, de 'ser' mujer. Léase, de constituirse, en tanto mundo cultural, como no-todo (es posible). La pasividad de Bartleby puede ser entendida como parte de ese des­ completamiento del paratodeo que organiza el universo masculino. Es evidente que es imposible saber qué prefiere Bartleby, sólo sabemos que prefiere no hacerlo. El imposible femenino se revela enlapasivizaciónpero tambiénen el descompletamientosimbólico22que produce el silencio23. Un silencio que no es o, conmás precisión, es no metodológico, ni pedagógico, ni acaso, me pregunto, como el del Buda que contornea la grafía del Oriente de Melville, un silencio ontológico y óntico24sino que es algo se desprende el fragmento arriba citado despliega esa protesta: "Que Occidente se remonte a las fuentes de su desgarramiento: interponiéndose entre el budismo y el cristianismo, el Islam nos islamizó cuando Occidente se dejó llevar por las Cruzadas, oponiéndose a él y entonces imitándolo en vez de entregarse -si el Islam no hubiese existido- a una lenta osmosis con el budismo, que nos hubiera cristianizado más y en un sentido tanto más cristiano cuanto que nos habríamos remontado más allá del mismo cristianismo. Entonces fue cuando el Occidente perdió su oportunidad de seguir siendo fecundo" (traducción de Eliseo Verón), Claude Lévi-Strauss (1955) "Visita al Kyong" en Tristes Trópicos, Buenos Aires, Eudeba, 1976, p. 413. Víctor Goldstein traduce "Fue entonces cuando el Occidente perdió su posibilidad de seguir siendo mujer" en Catherine Clément (2002) Claude Lévi-Strauss, Buenos Aires, FCE, p. 9. La recalificación de estos vislumbres de Lévi-Strauss es desplegada por Nancy en las primeras páginas de La comunidad enfrentada, Jean-Luc Nancy (2002) La comunidad enfrentada, Buenos Aires, La cebra, pp. 9-15. 22. En Lacan este descompletamiento de lo simbólico, que paradójicamente es 'producido' por lo simbólico, se califica como lo real. Bajo las fórmulas ya frecuentes de lo real como imposible o como lo que no cesa de no inscribirse o escribirse. En La escritura del desastre, Blanchot lo formula por la positiva "lo real es real porque excluye la posibilidad", Maurice Blanchot (1983), ob. cit,, p. 60. 23. Fonteneau propone "considerar al silencio como un fuera del universo, un terreno fuera de todo. El silencio está en el no-todo'', Fran^oise Fonteneau (1999) La ética del silencio. Wittgensteín y Lacnn, Buenos Aires, Atuel/Anáfora, 2000, p. 227. 24. Raimon Panikkar (1996) El silencio del Buddha. Urut introducción al ateísmo

religioso, Madrid, Siruela, p. 66.

de lo imposible, un silencio real. Bartléby, cuerpo del si­ lencio, se constituye así como ese grano de imposibilidad que requiere deshacerse de Bartléby para suturar el todo, el universo de las reglas (masculinas diría Derrida) que reintegre la productividad del estudio y la manufactura de documentos. IV. Melville a la luz de Blanchot o el imposible suicidio

Al finalizar La escritura del desastre -el texto se publica en 1983- Blanchot se refiere, por segunda yúltimavez alo lar­ go del libro, al relato de Melville y lo hace para decir que "en Bartléby, el enigmaprocedede la'pura' escrituraqueno puede ser más que copia (re-escritura), de la pasividad en la que desaparece la actividady que pasa insensible y súbi­ tamente de la pasividadordinaria (lare-producción) al más allá de todo pasivo: vida tan pasiva, con la decencia oculta del morir, que no tiene la muerte comosalida. Bartlébyestá copiando; escribe incesantemente y no puede detenerse para someterse a algo que se parezca a una inspección. Pre­ feriría no (hacerlo). Esta frasehabla de laintimidaddenues­ tras noches: la preferencia negativa, la negación que borra la preferencia y se borra en ella, lo neutro de aquelloque no cabe hacer, la retendón, lamansedumbre que puedella­ marse obstinada y que desbarata la obstinación con aque­ llas pocas palabras; el lenguaje calla perpetuándose"M. Diez años antes de La escritura del desastre, en 1973, Blanchot -sin referirse ni dirigir su sentido hacia el texto de Melville- anticipa en El paso (no) más allá esa experien­ cia de lo real que destila la lectura de Bartléby. Son demasiados, por frecuencia pero también por de­ masía, los pasajes enlos queBlanchot alimentala conexión

Bartléby. Si tienepresente el escritosobre el escribiente, no lo dice, prefiere no hacerlo. He escogido unos pocos. Escribe Blanchot, luego de un punto que 'aforistiza' la intermitencia o la fragmentación de la escritura: "La angustia sedentaria"26. Lo que parece haber comenzado como angustia seden­ taria, enBartlébyno supone unsujeto. La angustia es señal de sujeto pero al copista no le cabe el atributo angustiado. Freud apuesta a la historicidad de la angustia27y la colo­ cación BarÜeby -descriptivamente hablando- parece ser refractaria a la angustia. El que parece angustiarse es el narrador. También el lector. La angustia no es sin objeto, el 'nuestro', del yona­ rrador y del yo lector es Bartléby o Bartléby, el escribiente. *

* "¡Qué extraño vacío esta falta de respuesta!"28. "La mañana siguiente Uegó. -Bartléby -dije, llamándolo comedidamente. Silencio. -Bartléby -dije en tono aún más suave-, venga, no le voy a pedir que haga nada que usted preferiría no hacer. Sólo quiero conversar con usted. Con esto, se me acercó silenciosamente. -¿Quiere decirme, Bartléby, dónde ha nacido? -Preferiría no hacerlo. —¿Quiere contarme algo de usted? -Preferiría no hacerlo. -¡Pero qué objeción razonable puede tener para no hablar conmigo! Yo quisiera ser un amigo. 26. Maurice Blanchot (1973) El paso (no) más allá, Barcelona, Paidós ICE/UAB, 1994, p. 96. 27. Paul-Laurent Assoun (2002) La angustia, Buenos Aires, Nueva Visión. 28. Maurice Blanchot (1973), ob. cit., p. 111.

Mientras yo hablaba, no me miró. Tenía los ojos fijos en el busto de Cicerón, que estaba justo detrás de mí a unos quince centímetros sobre mi cabeza. -¿Cuál es su respuesta, Bartleby? -le pregunté, después de esperar un buen rato, durante el cual su actitud era estática, no­ tándose apenas un levísimo temblor en sus labios descoloridos. -Por ahora prefiero no contestar -dijo y se retiró a su ermita"23. Un levísimo temblor por toda respuesta. * “Morir - muriendo en el frío y la disolución del afuera: siempre fuera de sí como fuera de la vida"30. La muerte de Bartleby en el 'exterior' de la prisión: otra vez exclusión en el interior e inclusión en el exterior. * "Respetar el silencio en el acto de callar. La imposibi­ lidad del suicidio, sola, atenúa esa espantosa indiscreción: como si se hubiera fingido que se fundía, a pleno día, cier­ tamente, pero con una luz tal que, pese a la ostentación, nadie ve nada ni sabe en absoluto que ocurre"31. No hay decisión. * "Morir demasiado ligero, más ligero que cualquier fantasma en su fantasmagórica pesadez"32. Ingrávido. Desecho leve estaba Bartleby, "Extraña­ mente acurrucado al pie del muro"33.

29. Traducción de Borges, ob. cit, pp. 62-63. 30. Maurice Blanchot (1973), ob. cit., p. 127. 31. Maurice Blanchot (1973), ob. cit., p. 128. 32. Maurice Blanchot (1973), ob. cit., p. 141. 33. Traducción de Borges, ob. cit., p. 103.

* "Libérame del habla demasiado larga"-14. Busco un mojón de inteligibilidad para esa frase. El rótulo de manual 'lógica-semántica' me parece propicio para anclar el asunto Bartléby. Ayuda de Gottlob Frege: los términos intensión (Sinn; en castellano sentido, conte­ nido de un concepto) y extensión (Bedeutung; en castellano referencia de un concepto) son tomados de las categorías lógico-semánticas propuestas por Frege. Por ejemplo, las frases "el tirano prófugo" y "el primer trabajador", en el marco de la lengua política de los argentinos, refieren (extensión) ambas a J. D. Perón pero producen distintos y, en este caso, contrapuestos sentidos (intensión). El sin­ tagma "Preferiría no hacerlo" es la extensión de la lengua de Bartléby (tengo nada para decir, siempre) y "libérame del habla demasiado larga", es uno de los sentidos (inten­ sión). Otra intensión -com o sugiere Alféri- preferiría que fuera "una frase clara es la condensación rítmica de varias frases gastadas"33. La intensión queda abierta. VI. El im p osible fin al Cuando el narrador decide mudarse de oficina como modo de deshacerse de Bartléby, el nuevo propietario hace de­ salojar al copista por la policía, y es llevado " a la cárcel como v a g a b u n d o "Supe después -dice el narrador- que cuando le

dijeron al amanuense que sería conducido a la cárcel, éste no ofreció la menor resistencia. Con su pálido modo inalterable, si­ lenciosamente asintió. Algunos curiosos o apiadados espectado­ res se unieron al grupo; encabezada por uno de los gendarmes del brazo de Bartléby, ¡a silenciosa procesión siguió su camino 34. Maurice Blanchot (1973), ob. cil., p. 168.

35- Pieire Alféri (1.995) Buscar una frase, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, p. 68.

entre todo el ruido, y él calor, y la felicidad de las aturdidas calles al mediodía. El mismo día que recibí la nota, fu i a la cárcel. Buscando al empleado, declaré el propósito de mi visita, y fui informado de que el individuo que yo buscaba estaba, en efecto, ahí adentro. Aseguré al funcionario que Bartléby era de una cabal honradez y que me­ recía nuestra lástima por inexplicablemente excéntrico que fuera. Le referí todo lo que sabía, y le sugerí que lo dejara en un benigno encierro hasta que algo menos duro pudiera hacerse -aunque no sé muy bien en qué pensaba- De todos modos, si nada se decidía, el asilo debía recibirlo. Luego solicité una entrevista. Como no había contra él ningún cargo serio, y era inofensi­ vo y tranquilo, le permitían andar en libertad por la prisión y particularmente por patios cercados de césped. Ahí lo encontré, solitario en el más quieto de los patios, con el rostro vuelto a un alto muro, mientras alrededor, me pareció ver los ojos de asesinos y ladrones, atisbando por las estrechas rendijas de las ventanas. -¡Bartléby! -L o conozco -dijo sin darse vuelta-, y no tengo nada para decirle. -Yo no soy él que le trajo aquí, Bartléby -dije profundamente dolido por su sospecha- Para usted, este lugar no debe ser tan vil. Nada reprochable lo ha traído aquí. Vea, no es un lugar tan triste, como podría suponerse. Mire ahí está el cielo, y aquí él césped. -S é dónde estoy -replicó, pero no quiso decir nada más, y entonces lo dejé"36.

Bartlébyno sospechanada. Si hayunsujetoBartléby, su complexión está más allá de la sospecha. En ese más allá de la sospecha, se asienta Bartléby como una de las figu­ ras modernas del testigo y Melville como un testimonian­ te que hace testimonio del testimonio: no-todo, porque el

testimonio mismo es imposible y es, precisamente, por esa imposibilidad que seguir testimoniando es posible. *

En unlibro cómico, Bartleby y compañía, Vila-Matas dice que hayenel cuentode Melvilleunrelatosobrela "renuncia ala vidaengeneral"37. Es sabidoquelavidacomotal sólopuede ser en singular. Ni la nuda vida que anima Agambenen sus escritos, ni lo viviente que escruta Canguilhemen su histo­ ria del pensamientosobre lavida, soportanunen general sin la piedra de toque particular que singulariza cualquier vida que, en consecuencia, es una vida no cualquiera. Pensé en­ tonces que, si comodiceVila-Matas, se tratade una renuncia en general, enBartlebyhayuna renuncia a nada. Excurso; Bartleby, el hom bre sin

historia o lo que perdió

no la literatura

Es Bartleby unhombre sinhistoria. El hombre sin referen­ cias, como afirma Deleuze, sin pasado ni futuro. Esa vida hace imposible una historia, es inenarrable. La literatura, comonovela histórica, y la historiografía, comonarrativacientíficadeloacontecidoenel pasado, son coetáneas de la constituciónde laoposiciónentre sociedad política y sociedad civil. Surgieron al calor de la separa­ ción, o de los movimientos de exclusión entre la ciencia y la política, que dieron lugar a la emergencia de la función crítica enlos tiempos modernos. El establecimiento de las fronteras entre el Estado y la sociedad civil, no sóloinstau­ ró la distinción público-privado en ún sentido distinto al 37. Enrique Vila-Matas (2000) Bartleby y compañía, Barcelona, Anagrama, p. 103.

que este distingo conocía, por ejemplo, en el mundo grie­ go sino que agregó la dimensión de lo íntimo38. Occidente presume haber dado lugar a una cultura en la que, aunque anudadas de modos singulares, según los casos, las esfe­ ras de lo público, lo privado y lo íntimo reclaman, en letanía sociológica, autonomías relativas39.

La literatura y la historiografía modernas se constituyeron sincrónicamente. También hoy es moneda aceptada que esas emergencias no sólo se dieron al mismo tiempo sino simultáneamente, una causando la otra y en reversa. Así, el caldero donde decantaron las nociones de 'ficción litera­ ria' y 'verdad científica (histórica)' fue, durante largo tiem­ po, un lugar de cocción epistémica que invitó a pensar a una como contra cara de la otra e hizo, de esa oposición, una pareja conceptual con rango epistemológico fundador 38. Kazumi Slahl inscribe a Bartléby, el escribiente de Melville en ese contexto, el de los avatares de la construcción de la sociedad civil norteamericana vistos desde un ángulo intelectual que pone el foco en la controversia entre la rigidez puritana y el desembarco de perspectivas trascendentalistas en el siglo XIX, Anna Kazumi Stahl en Jorge Chamorro, Anna Kazumi Slahl y Fermín Rodríguez (2007) Ecos entre el psicoanálisis y In literatura, Buenos Aires, Cuadernos del ICBA. 39. Bartléby -dice Pardo- "no está en la serie del tiempo, adviene sin antecedentes y permanece sin consecuencias: es exactamente, un espíritu, un espectro -algo situado fuera de la cadena de la causalidad física-, el fantasma de la oficina, el espíritu de los escribientes (...) Tal es el misterio de Bartléby: su presencia es al mismo tiempo opaca -impenetrable ("su alma estaba fuera de mi alcance")- y superficial como una piel sin cuerpo, o más bien es impenetrable justamente porque no tiene interior, porque no hay ningún lugar en donde penetrar, es toda ella exterioridad (...) Si la literatura es hija de la interioridad, de [a privacidad, he ahí otra razón por la. cual la vida de Bartléby está irremediablemente perdida para la literatura", José Luis Pardo (2000) "Bartléby o de la humanidad" en Preferiría no hacerlo. Bartléby el escribiente de Hermán Melville seguido de tres ensayos de Gille Deleuze, Giorgio Agaraben y José Luis Parda, Valencia, Pre-textos, pp. 162-163.

de la cientificidad de las disciplinas sociales. La oposición ciencia/literatura ha sido uno de los muros sobre los que se edificó el saber moderno -un saber que se quiso abso­ luto- en el siglo XIX. Dice Ranciére que, por ejemplo, en Michelet la "utopía historiadora se identifica exactamente con el fin de la literatura" y que "aunque no le preocupe, el historiador científico de nuestro tiempo se inscribe en la utopía de un discurso sin exterior, del relato que lo junta todo, que no conoce el vacío de las palabras''40. Así, los soplos epistémicos que establecieron la frontera entre lo que es literatura y lo que es historia modularon cánones del trabajo intelectual que afectaron lo que hasta el siglo XVIII puede clasificarse como las artes de la memoria, en la acepción que entronca las artes con oficios que hacen a la producción de formas y estilos de rememoración. Auschwitz y otras matanzas del siglo XX, como precur­ soras de la lógica segregativa del discurso capitalista que rige nuestros días, agujerearon esa frontera. Con los cam­ pos deexterminio, lacámara degas, los crematorios, y otros objetos construidos por la cultura occidental41, lailusióndel saber absoluto se hizo trizas. Algunos aún la cultivan, in­ sisten en que la Historia sabe y que ese saber es fundado, con-fundiendo lofundado conloincuestionable. La tesis de Michel de Certeau42de que laliteraturaconstituye-por más desfondada que esté y por el solohecho de explorar con las 40. Jacques Ranciére (1990) Breves majes al país del pueblo, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991, p. 85. 41. Jean-CIaude Milner [1997] El salario del ideal. La teoría de las clases y de la cultura en el siglo XX, Barcelona, Gedisa/Punto crítico, 2003. 42. Michel de Certeau sostiene que "bien lejos de considerar a la literatura como 'expresión' de un referente, es necesario reconocerla como análoga a lo que las matemáticas, por largo tiempo, han sido para las ciencias exactas: un discurso 'lógico' de la historia, la 'ficción' que la vuelve pensable", Michel de Certeau (1995) [1987J Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción, México, UIA,pp. 97-98.

licencias de la ficción las operaciones reales de una sociedadel discurso teórico de los procesos históricos, subvierte los fundamentos de esa ilusión. Esa subversióndel sujeto de la Historia45que hoynoes pensable más que comosujetode y a una política, Badioulahace resonar demodo incrementa! al sostener que "la literatura puede nombrar unreal al que la política permanece[ría] cerrada"44. Esta relaciónya más que centenaria de la literatura con la historiografía científica hoy compromete la de la litera­ tura, como testimonio de la experiencia de lo imposible, con el trabajo de las llamadas ciencias sociales en su con­ junto. Por caso, si imaginamos al antropólogo ya no ino­ cente sino insistente, requiriendo una palabra a Bartleby en pos deuna historia de vida, la respuesta aese imperati­ vo epistemológico sería una respetuosa carcajada.

43. La disciplina: Historie, Histoire, History. Milner, al abordar lo que denomina el decir "no a la Historia" por parte de Barthes, da cuenta de ciertos cuestionamientos que este último formulara a Walter Benjamín. Una nota al pie de su libro sobre Barthes señala, y esto se extiende a la lengua castellana, que "la lengua francesa no distingue entre Historie y Geschichte. Cabria preguntarse si, bajo el nombre de Historia, Barthes apunta a la ciencia de los historiadores (Historie) o a la secuencia de acontecimientos (GescHichte). En verdad, él neutraliza la diferencia. El historiador tiene necesidad del mito de la Historia-Gescíi/cftfe; el sujeto que cree -testigo o cator- que la HistoriaGeschichte existe tiene necesidad del mito de la Historia-H/sforre. La Historia inventada por el décimo noveno siglo se debe a esta indistinción", JeariClaude Milner (2004) [2003] El -paso filosófico de Roland Barthes, Buenos Aires, Amorrortu, p. 85. 44. Alain Badiou (1990) [1985], ¿Se puede pensar ¡a política?, Buenos Aires, Nueva Visión, p. 21.

Marcelo Percia

Una de las cuestiones más apasionantes del presente es cómo pensar fantasías de la conducta y el sentimiento, sin lastimar esas maravillas humanas reduciéndolas a previ­ sibles alegorías. Dos observaciones de Borges sobre Melville (una, respecto de Moby Dick, otra acerca de Bartléby, el escribiente) orientan esta idea. La primera, recupera un pasaje del capítulo cua­ rentay cinco de la historia de laballenablanca, en el quese objeta la interpretación simbólica de la obra: "La mayoría de la gente de tierra ignora hasta tal punto algunas de las sencillas y palpables maravillas del mundo que, sin el apoyo de los simples hechos históricos y ahistóricos de la caza de ballenas, podrían des­ deñar a Moby Dick como una fábula monstniosa o, cosa aun peor y más detestable, como una insoportable y repulsiva alegoría". La

segunda, dice que el relato del escribiente inicia las litera­ turas que atienden intensidades de la-emoción: "Bartléby define ya un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y el sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas".

No se trata de desmerecer las construcciones simbólicas de las teorías que frecuentamos (el principio freudiano de que una cosa representa a otra y a otra), tampoco de im~

pugnar la obsesión moderna de consagrar convenciones explicativas o metáforas convenientes. Importa recuperar la potencia imaginativa que tienen algunas narrativas de la subjetividad. Tal vez, en esa fuerza productiva de senti­ do todavía viva la fábula de lo humano. Presento una serie de comentarios sobre el libro Bartléby, el escribiente de Melville. Un conjunto de posibles contratapas que simulan guías de lectura. Si la aparente descripción de un texto pretende hacerlo accesible al lector, la prolife­ ración de desciframientos provoca agobio. La metástasis explicativa pone a la vista la vana intención de controlar el sentido de una obra. Saturados de significados descansa­ mos en paz. En algún momento, leer se vuelve un trabajo tedioso: como el hastío de los guardia cárceles que tienen todas las celdas controladas. Practico la obstinación interpretativa como descalabro de sentido, como liberación de desvíos confinados, como abuso de la confianza argumental, como tormenta de aso­ ciaciones posibles e ilícitas y, también, como exageración que da risa1. Los fragmentos que construyo son instructivos paródicos que anticipan el tema o informan sobre algunas particu­ laridades del relato, características de los personajes, es­ cenario en el que se desarrolla la ficción, conexiones con otras obras del autor, relatos de otros escritores, ocurren­ cias y relaciones verosímiles. 1 El artículo de Deleuze (1993) Bartléby o la fórmula, comienza así: "Bartléby no es una metáfora del escritor, ni el símbolo de nada. Es un texto violentamente cómico y lo cómico siempre es literal. Es como una novela corta de Klnist, de Dostoievski, de Kafka o de Beckett, con las que conforma un linaje subterráneo y prestigioso. Sólo quiere decir lo que dice, literalmente".

La colección de reseñas juega con la idea de que la con­ tratapa, hecha para vender, es poco fiable. A la vez, que ese sitio de comentarios preparados para influir positiva­ mente sobre eventuales compradores, pone a la vista que la belleza del pensamiento, también, es bestia contaminada por el consumo. Bartleby es un relato que Melville escribe cinco años des­ pués de que Moby Dick, publicada en 1851, pasara inad­ vertida. Si la novela narraba la empecinada historia de un capitán que persigue por todo el océano a una ballena blanca para vengarse de las mutilaciones que el mayor de los cetáceos le ha causado, Bartleby es el relato de una exis­ tencia no motivada por nada, que desnuda el sin sentido de una civilización que navega a la deriva. Bartleby es la historia de un copista judicial contratado por

su aspecto decente, pálido y apenado. Un escribiente de ojos grises que undía comienza aresponder enforma inu­ sitada a los pedidos justificados de su jefe. Esa conducta extraordinaria se agrava, hasta el extremo de no querer salir de la oficina y sufrir estados de inmovilidad y rigidez física, estupor psicológico e inapetencia total. es un porfiado empleado que se niega, sin nin­ guna razón, a la acción. Sujefe, el narrador de la historia, se acostumbra a su comportamiento desconcertante, hasta sentir lástima y terminar encariñándose con el inofensivo e irreductible muchacho. Bartleby

Bartleby es un relato sobre un escribiente de textos judicia­ les que contrae lainexplicable enfermedaddel preferiría no. Unmuchachosinbiografíani datos deunahistoriapresun­ ta. Una vida sólo tocada por el rumor de haber trabajado

en una oficina de Cartas Muertas en Washington abriendo y clasificando, para ser quemados, papeles cerrados que nunca llegaron a destino. Una experiencia demoledora. El secreto contacto conlas indecibles desdichas e infortunios de mujeres y hombres ausentes. La huella callada en su cuerpo inmóvil de todos los dolores del mundo. cuenta el alzamiento solitario contra la inutilidad de las burocracias modernas de un joven tímido que, si bien no se anima a crear el anarquismo, no renuncia a su raquítica autonomía, y, que tras una rara huelga de prefe­ rencias y ayunos, termina en la cárcel. Bartléby

Bartléby es una historia del siglo XIX sobre la homosexua­ lidad reprimida en Wall Street de un abogado sesentón, al parecer solteroysinfamilia, que seobsesionapor undébil y desamparadoempleado queloexcita, hastalalocura, conla expresiónmás seductoradel mundo: "preferiría que no". Bartléby es la historia de un abogado seguro, prudente, metódico, de posiciónsocial acomodadaque tieneoficinas en un piso alto de Wall Street, quien debido a las extra­ vagancias de un empleado, en los límites de su templada razón y de su obstinado amor por el género humano, in­ venta imaginativas interpretaciones psicológicas sobre lo que no puede entender. Bartléby relata las consecuencias nocivas de una dieta sólo

compuesta de galletas de jengibre y (ocasionalmente un pedazo de queso). Lahistoria deuna adiccióny los efectos alucinógenos de esa sustancia, de raíces rizomáticas, que tiene un sabor picante y que en dosis medidas suele tener un efecto antirreumático.

es un homenaje a los copistas que transcribieron originales enla antigüedado durante la edadmedia, hasta la invención de la imprenta en siglo XV. Una reflexión so­ bre patologías laborales, dolores y malestares de ésos per­ sonajes silenciosos y postergados. Tristes consecuencias de horas de inmovilidad: contracturas y articulaciones infla­ madas, agotamiento de la vista expuesta a las vicisitudes del día o los temblores de la luz de una vela. Bartléby

Bartléby, la modernidad paranoica. Suele decirse que este re­ lato deMelville es precursor de laliteratura de Kafka. Tan­ to el checo como el norteamericano narran la experiencia paranoica de estar expuestos al capricho de lo impondera­ ble: si Kafka pone a la vista que uno puede ser declarado culpable sin saber de qué selo acusa. (Josef K., el persona­ je de El Proceso, "sin haber hecho nada malo fue detenido una mañana"); Melville anuncia, setenta años antes, cómo un hombre retraído, cordial e insignificante, puede asumir, de pronto y sin motivo, una posición absurda que termina matándolo. Bartléby o el eterno disturbio de los insurrectos. Melville pien­ sa la rebeldía como fatalidadhumana en un mundo injus­ to y caprichoso. Bartléby, Benito Cereño y Billy Budd sontres relatos alrededor del asunto del amotinamiento: Bartléby prefiere no hacer lo que le pide su jefe, Benito Cereño si­ mula, bajo amenaza, ser el capitán de un barco tomado por una multitud de esclavos libertarios y Billy Budd es un marinero de rara belleza y buen corazón acusado de conspirar en un motín que nunca existió. Bartléby o él dandysmo metafisico de Wall Street Melville re­ trata al dandy absoluto parala misma época queBaudelaire. Dandysmo que no tiene que ver con la moda, el narcisismo

o la estética del yo. Bartleby es un viajero inmóvil a través del gran desierto de los hombres que no hace culto de un yo rutilante, ni de la prepotencia de un ego que se con­ sume en su propia celebración. Su extraña actitud, hace visible la barbarie identitaria e interroga sobre qué hace cada uno con su existencia. Bartleby es también una histo­ ria sobre el límite humano, sobre la dolorosa divisiónde sí que alcanza a quienes no se sometenala ortopedia de una personalidadprevisible. Bartleby o la cosa freudiana no es un relato sobre la malicia, ni el capricho, tampoco la locura, es unmanifiesto sobré la potencia decidida por la nada. El escritor norteamericano, que muere diez años antes de la publicación de La interpretación de los sueños, presenta por primera vez el alma del preferiría no como deseo que no desea ni rechaza, como ansia que no ansia ni aborrece, como suspensiónno indiferente. Esta aficiónsinobjeto odeobjeto a, anunciaesa libertad desacoplada del mundo de las determinaciones que, muchos años después, intentará pensar Jacques Lacan.

testimonia que en el mundo contemporáneo na­ die sabe quéhacer conlos restos quenoencajanenninguna parte. La sociedad es un trazado de ubicaciones precisas. El obstinadoempleadodeMelville, quepracticaunaforma desconocida de meditación, es uninclasificable que termi­ na en la cárcel (podría haber sido un manicomio, un asilo o la frontera del país vecino). Bartleby recuerda el drama del personaje de la película de Kiarostami, El sabor de las cerezas (1997), que recorre las calles de Teherán en busca de alguien que lo entierre. El hombre del suicidio sabe que es imprescindible que su cuerpo desaparezca bajo tierra, porque, si no, otros deberán ocuparse de sus restos.

Bartleby

o la ambigüedad como resistencia al deseo del Otro. Melville propone respuestas que no afirmanni niegan, que no aceptan ni rechazan, como defensas en situaciones de encierro. Bartléby se parece a un hombre del altiplano in­ ternado en un psiquiátrico que declaraba haber nacido en los jardines de la Casa Blanca: cuando se le preguntaba si queríahablar de sus cosas, respondía: "Tal vez, mañana..." o, mientras seguía con atención una conversación, si se le de­ cía: "Perdón, ¿le gustaría decir algo? ", contestaba: "Muy posible que en la próxima" o, enotra ocasión, respondió: "Enseguidita, en cuanto pueda". Una vez, cuandola psicóloga avisóque es­ taba embarazada, dijo que al norte de Potosí, enBolivia, su madredioaluza catorcecriaturas delasque llegaronavivir sólo cuatro. Cuando se le preguntó si él era uno de los so­ brevivientes, respondió en sulengua algo que otroenfermo tradujo así: "Pobres criaturas, las que mueren sin haber vivido". Bartléby

Bartléby, uno de los casos clínicos de Melville. Antes de que el D SM IV consumara reducciones fatales, era posible iden­ tificar personas con el mal del copista: seres que permane­

cen inmóviles mirando un punto fijo, ayunadores que se consumen, presencias sin reflejos ni ansias de nada. Figu­ ras intratables que no tienen miedo ni ambiciones, que no esperan premios ni buscan castigos, que no sienten culpa ni odio, que no persiguen compasión ni desprecio, que no alucinan un poder absoluto ni se denigran a sí mismos. Tipos que, como Bartléby, carecen de historia o filiación. Personas portadoras deun secretovacío. Muchas veces, en la clínica de las psicosis, se trabaja alrededor de la inven­ ción de un secreto, no como ficción neurótica, sino como anclaje posible y provisorio en la inmensidad. es una historia de Wall Street. La desolación in­ móvil de un personaje que permanece de pie con los ojos Bartléby

abiertos frente a una ventana desde la que se ve un muro en la Calle de la Pared. Tragedia en el corazónfinanciero de Nueva York que prefigura la idea de The Wall, álbum de la banda de rock británica Pink Floyd, que retoma (más de den años después) temas que insinúa Melville: la sobreprotección materna y la caprichosa presión de un padre muerto, la burocracia y la barbarie del sistema escolar, la guerra y la violencia policial. La fantasía autodestructiva como escudo de protección. Bartléby o la cuestión del goce. Enesterelato, Melvillecuentala historia de un personaje de abrumadora melancolía que in­ vita a quehaganalgoconél (auncuandono saben quéhacer con él, hacen algo con él). Un hombre tranquilo de morige­ rada apariencia que se presta al goce del otro bajo tres for­ mas: laestetizadónde loinsólito, la compasióny el impulso vejatorio. Respectodeestoúltimo, se verá, lamansedumbre inofensiva del personajeprovoca ira. Enlugares deencierro, el cuerpoinerme y pasivo del otro, que así se ofrece, desen­ cadena crueldad: la maligna atracdón delaindefensión. Bartléby es una historia sobre la ecuanimidad y la justida necesariasenel tratamientodeexcentridadesinconvenien­ tes en un sistema de relaciones democráticas y amables. Los relatos de Melville, como los de su amigo Nathaniel Hawthome, presentan un mundo humano, alborotado de conflictos y excepdones, que desafía la comprensión mo­ derna. El abogado de Bartléby se mete dentro de la mente del copista: una y otra vez entra en sulaberinto, y vuelve a salir sin nada. Melville marca el comienzo de la narrativa psicológica como obstinadón de la razón frustrada. Bartléby o la fórmula de la fam a

es un relato sobre las vicisi­ tudes del éxito de un hombre común. La historia anticipa

el pop art en la cultura norteamericana. El oscuro copista de Melville encama hasta las últimas consecuencias la fór­ mula deAndyWarhol: "A todos en el mundo le deberían tocar 15 minutos defam a en la vida". Bartleby es la prueba de que no hay felicidad sin un tiempo, aunque sea muybreve, de celebridad. El cuento de Melville adelanta afirmaciones de Warhol como "sólo los raros pueden ser alguien" o "... lo que más (¡uiere la gente son estrellas", sin ocultar que, casi siem­ pre, los raros terminan estrellados. Bartleby de Melville prefigura la historia del poeta apócri­ fo: el chino copista, un tipo internado en el hospital Cabreci

que vende poesías a dos pesos y después se bebe toda la plata. El tipo, al que le dicen el chino por la forma de los ojos, cuenta que él sólo copia lo que le dictan unos dioses sabios: poemas que grandes escritores (Shakespeare, Cer­ vantes, Goethe, Borges) destruyeron, perdieronono llega­ rona escribir. Los sabios, para que esas ideas maravillosas no se pierdan, las ponen en su mente através de voces que él no puede dejar de escuchar. "Pero, Chino, usted ¿copia tal cual lo que esos dioses sabios le dictan? Sólo cambio alguna que otra palabra... para que la cosa se entienda". Bartleby o la ocupación ilegal del estudio de un abogado de Nue­ va York a mediados del siglo XIX. El protagonista, contratado

para trabajar como copista, primero declara que prefiere no hacer ciertas cosas y, al tiempo, termina viviendo en la oficina. Su patrón, luego de intentar persuadirlo, conbue­ nas maneras, sobre el absurdo de la situación, lo despide. Bartleby prefiere quedarse y, entonces, el abogado, para desembarazarse del dócil intruso sin escándalos, se muda a otro lugar. Como el copista permanece enla antigua ofi­ cina, los nuevos inquilinos se quejan al ocupante anterior por la presencia de ese hombre inmóvil que sólo responde 153 i-

que prefiere no irse. Tras nuevos e infructuosos intentos del abogado por convencer a Bartléby de que abandone su inexplicable actitud, éste es detenido por vagabundo y encerrado en la cárcel.

Bartléby es el relato sobre la fortaleza del no actuar, sobre el vigor de no desear y sobre la decisión de dejar de hablar y escribir. Historia que inspiró el libro Bartléby y compañía de Enrique Vila-Matas sobre los escritores del No: diferentes autores bartlebys que después de haber publicado deciden callar o personajes que por pereza, desmotivación o inse­ guridad, deciden no publicar nunca. Protagonistas que combinan extravagancia y silencio. ¿Por qué, pudiendo escribir, deciden no escribir? A esa retracción, Vila-Matas la designa con el nombre de síndrome del Bartléby. La re­ flexión abarca obras como las de Rimbaud, Kafka o Rulfo.

Bnrtleby es un relato sobre la buena conciencia de un abo­ gado de Wall Street que, a pesar del rechazo que siente, es razonable y amable hasta el final, incluso hasta prefiere huir antes que violentar lo que no entiende. A través de esta historia, Melville desnuda que la caridad o el auxilio humanista funcionan bajo la presunción de que el otro es esencialmente bueno y descifrable; a la vez que denuncia cómo el narcisismo frustrado de los buenos conduce a lo peor: cuando los benéficos advierten su incompetencia para salvar, comprender o corregir al raro, comienzan a sospechar profundas malicias en el extraño. Momento en el que proyectan eliminarlo o desembarazarse de toda res­ ponsabilidad humana. Bartléby o el record del preferiría no, es un relato sobre marcas que sobresalen de lo común, destrezas y particularidades que se destacan. La expresión preferiría no hacerlo debería

figurar entre en los Guinness de los récords. Deleuze anota que la fórmula se dice en diez circunstancias principales ("y en cada una de ellas puede aparecer varias veces, repelida o variada"). Entre nosotros/ Diego Tatián encuentra treinta y tres intervenciones de Bartléby reproducidas en estilo directo por el narrador. Por mi parte contabilizo alrededor de sesenta considerando, también, las de lenguaje indirec­ to (incluyendo algunas como "silencio" o "no contestó y no

se dijo nada más"). Bartléby es el relato de una de las crueldades más inadverti­ das de la literatura universal: la malicia del preferiría que no de una mente perversa incapaz de un franco rechazo. Un relato de iniciación psicopática sobre la tortura sutil que significa privar a otro de una negativa. La descripción de la mente siniestra del sirviente que goza del desconcierto del. amo. La historia de un empleado, en apariencia débil, que atrapa (en el laberinto de sus conductas inexplicables) a un incauto jefe propenso a sentirse culpable.

Bartléby o la teoría de los pequeños grupos. Melville elige la oficina de un abogado con tres copistas y un cadete (como otras veces lo hizo la tripulación de extraños barcos) para estudiar un campo de fuerzas poblado de curiosos y con­ tundentes dinamismos de grupo. A partir de la descrip­ ción de los desvelos de un líder democrático, arrasado por la conducta excepcional de un integrante díscolo, Melville instruye una técnica sencilla para conducir co­ lectivos de trabajo disciplinados: primero, establecer un sistema equilibrado de premios y castigos igualitario para todos; segundo, armonizar las ambiciones personales de los miembros; y, tercero, no tolerar excentridades de nin­ gún integrante.

Bartleby es el nombre que Melville difunde para los seres afligidos. Bartleby es el apodo de muchos apenados por la existencia. Como ese hombre, al que llaman así y que vive, desde hace muchos años, internado en un manico­ mio de la provincia de Buenos Aires: permanece largas horas quieto, con la mirada fija, de pie en un ángulo del gran dormitorio de su pabellón. Le alcanza con ver cómo han quedolas sábanas ymantas para saber qué ha sido del sueño de cada durmiente: si tuvo sufrimientos, nostalgias, angustias o alguna alegría. Bartleby es una historia que narra de qué manera los hom­ bres de tierra firme, encerrados entre cuatro paredes du­ rante la semana, pegados a sus escritorios, clavados a sus sillas, atados a sus papeles (o plácidos maridos arropados enmatrimonios eternos), puedenvivir una tempestad que se desataen sus corazonesigual que cazadores deballenas que surcan los océanos.

es una postal costumbrista de los avatares de la ferviente moral puritana y la actitud pragmática de un abogado del nuevo mundo. Los estrechos límites del ra­ cionalismo del siglo XVm y la necesidad del ejercicio de una autoridad represiva para enderezar una posición ab­ surda, poco práctica e inútil de un empleado raro, carente de padres. Bartleby

Bartleby es una de las máquinas solteras más logradas de Melville. Máquinas solteras sonexistencias que vivenpasio­ nes sueltas, incapturables por un matrimonio conceptual. Intensidades que difieren de los objetos asignados por la cultura o los padres o la conveniencia de llevar una vida práctica y respetable. Máquinas eróticas indisciplinadas, hermosas y sin función. Máquinas célibes: del despilfarro,

el derroche, inútiles. Invenciones insensatas, como las de Kafka, Duchamp o Raymond Roussel, que tienen lá va­ lentía de chirriar porque sí. Inocencia del deseo que desea sin consecuencias, sin metas, sincontrol, sin estrategias de poder, sin posesión del otro. Prefería no hacerlo es voz precursora de una resistencia. Desde entonces, en este mundo inhóspito, apelamos a di­ ferentes formulas de lucha: un conjunto de preferencias culturales, saberes abreviados, imaginarios de la memo­ ria, excusas para no volver a pensar lo que parece ya pen­ sado. Pruebas irrefutables del estereotipo como pereza argumental. Cito algunas: “La religión es el opio de los pue­ blos", "Dios ha muerto", “La sombra del objeto cae sobre él yo", "Sobre lo que no es posible hablar, mejor callar ", "El adjetivo si no embellece, mata", “No todo es vigilia la de los ojos abiertos" o "No tener nada que decir y haber querido expresarlo".

B ibliografía Deleuze, Gilíes (1993), "Bartleby o la fórmula", en: Crítica y Clínica, Anagrama, Barcelona, 1996. Kaufman, Alejandro, "De la profesionalidad", en este mis­ mo volumen, pp. 87-106. Melville, Hermán (1851), Moby Dick, trad. cast. Enrique Pezzoni y prói. Jaime Rest, Sudamérica, Buenos Aires, 1970. Melville, Hermán (1856), Bartleby, trad. cast. y prólogo Jor­ ge Luis Borges, Edicom, Buenos Aires, 1969. Melville, Hermán, Benito Cereño. Billy Budd. Bartleby, el es­ cribiente, Biblioteca personal Jorge Luis Borges, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985. Melville, Hermán, Bartleby el escribiente, en: Preferiría no ha­

cerlo, seguido de tres ensayos sobre Bartleby de Gilíes Deleuze, Giorgio Agamben, José Luis Pardo, Pre-Textos, Valencia, 2001 . Tatián, Diego, "Tentativas sobre Bartleby", en este mismo volumen, pp. 107-124.

P

r ó l o g o ................................................................................................................................. 5

P e r s o n a je s e s c r ib ie n t e s . E n t r e tie m p o s c o n B a r t lé b y

Gregorio Kaminsky........................................................................................................1 5 E s ta d ía d e B a r tlé b y , U lis e s , U lr ic h , Ja c o b V o n C u n te n , Jo se f

K., El i n n o m b r a b l e

y F r a n z B ib e r k o f f e n l a

R e p ú b lic a d e W e im a r (1 9 1 9 -1 9 3 3 ). P

ie z a e n t r e s a c t o s s i n e s c e n a s

Jorge Lovisolo..................................................................................................................... 3 1 C lB J iK b S J’A U lU Y P O TE N C IA D E SU S P E N SIÓ N

Montea B. Cmgnolini................................................................................................... 6 1 L a b io te c n o lo g ía e n l o s lím ite s d e l a b io p o lít ic a

Patricia Digilio ..................................................................................................................7 3 D e LA PRO FESIO N A I.W A D

Alejandro Kaufinan....................................................................................................... 8 7 T

e n t a t iv a s s o b r e

B a rtléby

Diego Tatián.................................................................................................................... 1 0 7 B artléby

o e l pa so

(n o )

m á s a l l á d e l s il e n c io

Juan Besse......................................................................................................................... 1 2 5 Fa n t a s ía s

d e l a c o n d u c t a y e l s e n t im ie n t o

V a r ia c io n e s

.

a n t i a l e g ó r ic a s

Marcelo Percin............................................................................................................... 1 4 5