Dos culturas en diálogo: Historia cultural de la naturaleza, la técnica y las ciencias naturales en España y América Latina 9783964565785

Desde la perspectiva de los estudios culturales, se ofrece una visión multifacética de las imbricaciones entre naturalez

140 32 24MB

Spanish; Castilian Pages 342 [340] Year 2007

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Table of contents :
CONTENIDO
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS SOBRE LA HISTORIA CULTURAL DE LA NATURALEZA, LA TÉCNICA Y LAS CIENCIAS NATURALES COMO CAMPO DE INVESTIGACIÓN
CIENCIA, TECNOLOGÍA, CULTURA Y POLÍTICA EN LA ESPAÑA DE LOS SIGLOS XIX Y XX
LOS ANTECEDENTES DE LA POLÉMICA EN TORNO A LA CIENCIA ESPAÑOLA
EL CORTACIRCUITO DEL MUNDO HISPÁNICO EN CIENCIA Y TECNOLOGÍA
ASPECTOS TEMÁTICOS, TAREAS Y PERSPECTIVAS DE LA INVESTIGACIÓN DEL LENGUAJE CIENTÍFICO CASTELLANO
ALEXANDER VON HUMBOLDT Y ESPAÑA: HISTORIAL DE UNA INVESTIGACIÓN
TOWARDS WORLD SCIENCE? HUMBOLDTIAN SCIENCE, WORLD CONCEPTS, AND TRANSAREA STUDIES
LA TERMINOLOGÍA DE LA GEOGRAFÍA Y EL ENSAYO POLÍTICO SOBRE CUBA DE A. YON HUMBOLDT
HUMBOLDT, LA ECOLOGÍA Y AMÉRICA
DEL TOPOS AL LOGOS: PROPUESTAS PARA UNA GEOPOÉTICA LATINOAMERICANA
LAS DIFICULTADES DEL ESPÍRITU CRÍTICO-CIENTÍFICO EN UNA SOCIEDAD AUTORITARIA
ECOLOGICAL CONSTRAINTS OF HUMID TROPICAL ENVIRONMENTS
INFERIORITY OF LATIN-AMERICAN TECHNOLOGY? CONSEQUENCES FOR PHILOSOPHY OF TECHNOLOGY
OLD AMERICA AND NEW EUROPE: A REVERSAL OF ROLES
LECTURA AMERICANA DE MITOS EUROPEOS Y SU CORRELATO EN IMÁGENES: LA PERSPECTIVA DEL "NUEVO MUNDO" DESDE LA ÓPTICA DE LO MARAVILLOSO
LA RECONCILIACIÓN DE DOS "CULTURAS DEL SABER": EL ANÁLISIS CIENTÍFICO Y LA INTERPRETACIÓN TEOLÓGICA DEL MUNDO EN EL VIAJE ESTÁTICO AL MUNDO PLANETARIO DE LORENZO HERVÁS Y PANDURO (1735-1809)
SOBRE LAS "RUINOSAS HIPÓTESIS" DE LAS CIENCIAS NATURALES Y HUMANAS DESDE LA PERSPECTIVA FILOSÓFICA: LAS VISIONES DE AMÉRICA DE IMMANUEL KANT DENTRO DEL CONTEXTO DE LA CIENCIA DE SU ÉPOCA
AUTORES
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Dos culturas en diálogo: Historia cultural de la naturaleza, la técnica y las ciencias naturales en España y América Latina
 9783964565785

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Norbert Rehrmann; Laura Ramirez Sainz (eds.) Dos culturas en dialogo

Norbert Rehrmann; Laura Ramírez Sáinz (eds.)

Dos culturas en diálogo Historia cultural de la naturaleza, la técnica y las ciencias naturales en España y América Latina

IBEROAMERICANA

2007



VERVUERT

Bibliographic information published by Die Deutsche Nationalbibliothek. Die Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the Internet at http://dnb.ddb.de

L o s editores agradecen el apoyo financiero d e la Technische Universität D r e s d e n para la impresión del libro y la realización del simposio.

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2 0 0 7 Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid Tel.: + 3 4 91 4 2 9 35 22 Fax: +34 91 4 2 9 53 97 [email protected] www. ibero-americana, net © Vervuert, 2 0 0 7 Wielandstr. 40 - D - 6 0 3 1 8 Frankfurt am Main T e l . : + 4 9 69 597 4 6 17 Fax: +49 69 597 8 7 43 [email protected] www.ibero-americana.net I S B N 978-84-8489-303-5 (Iberoamericana) I S B N 978-3-86527-333-8 (Vervuert) Depósito Legal: B - 3 7 7 0 1 - 2 0 0 7 Ilustración de la cubierta: Mapamundi cordiforme "Elbufón"de Oronce Finé (1494-1555) Cubierta: J. C . García Cabrera Impreso en España

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

CONTENIDO

Norbert Rehrmann/Laura Ramírez Sáinz Reflexiones introductorias sobre la historia cultural de la naturaleza, la técnica y las ciencias naturales como campo de investigación

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José Manuel Sánchez Ron Ciencia, tecnología, cultura y política en la España de los siglos XIX y xx . . .

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Dietrich Briesemeister Los antecedentes de la polémica en torno a la ciencia española

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Ignacio Sotelo El cortacircuito del m u n d o hispánico en ciencia y tecnología

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Heiner Bóhmer Aspectos temáticos, tareas y perspectivas de la investigación del lenguaje científico castellano

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Miguel Ángel Puig-Samper, Sandra Rebok Alexander von Humboldt y España: Historial de una investigación

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Ottmar Ette Towards World Science? Humboldtian Science, World Concepts and Transarea Studies

121

María-Rosario Martí Marco La terminología de la geografía y el Ensayo político sobre Cuba de A. von Humboldt

151

6 Miguel Rojas Mix Humboldt, la ecología y América Fernando Aínsa Del topos al logos-, propuestas para una geopoética latinoamericana

177

207

H. C. F. Mansilla Las dificultades del espíritu crítico-científico en una sociedad autoritaria . . .

221

Fritz Haubold/Dominik Faust Ecological Constraints of Humid Tropical Environments

237

Bernhard Irrgang Inferiority of Latin-American Technology? Consequences for Philosophy of Technology

249

Michael Kimmage Old America and New Europe: A Reversal of Roles

269

Maria del Mar Ramirez Alvarado Lectura americana de mitos europeos y su correlato en imágenes: La perspectiva del "Nuevo Mundo" desde la óptica de lo maravilloso . . . .

287

Manfred Tietz La reconciliación de dos "culturas del saber": el análisis científico y la interpretación teológica del mundo en el Viaje estático al mundo planetario de Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809)

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Norbert Rehrmann Sobre las "ruinosas hipótesis" de las ciencias naturales y humanas desde la perspectiva filosófica: Las visiones de América de Immanuel Kant dentro del contexto de la ciencia de su época

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Autores

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Norbert Rehrmann/Laura Ramírez Sáinz REFLEXIONES I N T R O D U C T O R I A S SOBRE LA HISTORIA CULTURAL DE LA NATURALEZA, LA T É C N I C A Y LAS CIENCIAS NATURALES C O M O C A M P O D E INVESTIGACIÓN

Carl Friedrich von Weizsäcker (1989: XI) escribe lo siguiente en el prólogo al estudio de Georg Picht Der Begriff der Natur und seine Geschichte {La noción de naturaleza y su historia): "No se puede trabajar sobre el concepto de naturaleza como lo utiliza la Ciencia actual, si no se observa su historia". Del mismo modo que la propia naturaleza tiene una historia — su presunta "falta de historia" según Weizsäcker en otra obra (1948: 10), es por ello "una ilusión óptica" — , el concepto de naturaleza está determinado eo ipso histórica y culturalmente, como también el concepto de ciencia, con cuya ayuda se cambia, se define y se "reconoce" la naturaleza. La historia cultural de la naturaleza, un ámbito de trabajo central de los estudios culturales actuales, habla con relación a esto de una historia "intrínseca" y "extrínseca" (Böhme/Matussek/Müller 2000: 119). Intrínseca es, en el sentido en que la utiliza Weizsäcker, la historicidad de la naturaleza — ésta también cambia, también forma parte de la evolución — . Sin embargo, para la temática aquí tratada es más importante la historia extrínseca: según los autores citados, la naturaleza es siempre la historia de aquello que los hombres han concebido como naturaleza en función de modelos cognitivos, técnicos, estéticos, religiosos. Aunque son sobre todo los científicos de la naturaleza quienes escriben en los últimos tiempos, la historia de la naturaleza es siempre parte de una dimensión cultural; por eso se habla de una "historia cultural de la naturaleza". Y estos modelos, es evidente, no sólo se diferencian históricamente, sino también y, sobre todo, culturalmente. Los ámbitos culturales aquí tratados ilustran, por diversas razones y de forma especial, estas diferencias.

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Alexander von Humboldt fue, entre otros, quien se encauzó hacia una historia de la naturaleza "intercultural", sobre todo en relación con su conocido viaje a América (1799-1804). El conocido investigador de la naturaleza analizaba en la primera parte de su Kosmos principalmente la "naturaleza empírica" como tal, como realidad universal en la variedad de apariciones regionales y continentales, a diferencia de las corrientes filosóficas y naturales imperantes de aquellos tiempos: "Estos beneficios [los placeres de la naturaleza, N.R.] están preservados a los hombres en cada región, en todas partes donde se presentan las formas de la vida de los animales y plantas, en cambio constante, a cualquier nivel de formación intelectual" (Humboldt 1993: I, 15). El segundo tomo de su Opus Magnum versa sobre las diferentes "imágenes de la Naturaleza", como se denomina al principio (1993: II, 3), entre ellas el "reflejo de la imagen recibida por medio de los sentidos externos en la sensación y el poder de la imaginación de corte poético". Humboldt ilustra por medio de numerosas investigaciones particulares, que parten de la Antigüedad, pasan por el Renacimiento y llegan hasta la Ilustración, que no se trata sólo de influencias de la naturaleza sobre los sentidos, sino que se trata también y, sobre todo, de diferentes formas de ver la naturaleza impregnadas por la cultura. Por lo que respecta a la Península Ibérica y Latinoamérica, son de especial interés los análisis de las imágenes de la naturaleza, judíos y árabes entre otros (1993: 39) en la España medieval, y las visiones de la naturaleza, en las que se inspiraron los descubridores y conquistadores españoles y portugueses de América (1993: 219ss.). De la misma forma se puede considerar, por ejemplo, el "antiguo vínculo del conocimiento de la Naturaleza con [...] la sensibilidad del arte", como Humboldt llama, entre otras cosas, a la historia intercultural de la pintura del paisaje, incluyendo también España y Latinoamérica (1993: 64ss.). Precisamente aquí, en el ámbito de reconocimiento estético de la naturaleza de las más diversas épocas y culturas, se muestra con las palabras de Ruth y Diether Groh (1991: 95): "La percepción sensorial estética de la naturaleza se forma siempre en primer lugar por ideas, por conceptos". A más tardar en los tiempos de Humboldt se acrecentó el interés científico por la historia (cultural) de la naturaleza, precisamente con respecto a las diferencias culturales. Debido a las razones político-sociales más variadas (entre otras cosas a consecuencia de la Ilustración), y a raíz de la expansión de nuevas disciplinas científicas (así surgieron la geología y la paleontología), las imágenes de la naturaleza, influenciadas hasta el momento de forma elemental por la Antigüedad, experimentaron transformaciones profundas. Estas transformaciones confirman una vez más su carácter histórico-cultural. Se llegó, sin duda,

Reflexiones introductorias

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a un renacimiento de antiguas y nuevas especulaciones filosóficas sobre la historia de la tierra, cuyas hipótesis fantásticas, en parte extremas, mostraban, no en último término, un eurocentrismo científico que se evidencia como particularmente fatal para Latinoamérica. Por ejemplo, la extensa Histoire naturelle del investigador de la naturaleza francés Georges Louis Leclerc Comte de Buffon (1707-1788), en cuya forma secularizada de una historia mundial escatológica definía la naturaleza del Nuevo Mundo en comparación con el Viejo como extremadamente "débil" e "inferior". A pesar de todas las diferencias con la Antigüedad, especialmente con las representaciones de la naturaleza platónicas y aristotélicas, permanecían así unas "exigencias a la realidad ilimitadas" que, según Gregor Schiemann (1996: 16), "trascienden el ámbito de lo experimentable empíricamente o ni siquiera lo tocan, típico hasta el siglo xix". Fue este tipo de filosofía de la naturaleza, entre otras cosas las teorías de inferioridad eurocéntricas con respecto a América, la que, según las palabras de Gernot Böhme (1989: 9ss.), "se aventuraba en áreas que entretanto habían superado la competencia de las ciencias de la naturaleza y quedaba en ridículo". Por eso ve Böhme, con razón, una de las tareas de la filosofía de la naturaleza actual en la "crítica de su propia Historia". Esta crítica se refiere, entre otras cosas, a la dimensión cristiana de la historia cultural de la naturaleza, que dejó huellas especialmente profundas en la España de la Contrarreforma y en la Latinoamérica colonial. Así ha señalado Georg Picht (1989: 164), por ejemplo, que ya la representación de la Creación cristiana revela un concepto problemático de la naturaleza: "Cuando hablamos de 'Creación, entendemos el surgimiento como un 'haber sido traídos'. Incluimos automáticamente aquel que ha hecho surgir la Creación. Los griegos, sin embargo, no sentían necesidad de sobreentender un creador para la fase del surgimiento y desaparición, que les ha 'hecho' a ellos. La Physis no conoce ningún 'de dónde' ni ningún 'a dónde'". Además, el concepto de los griegos de "Physis" incluye lo divino^ lo humano, como escribe Picht (1989: 58): "Ésta es la mayor y más fundamental oposición entre el concepto de 'Physis' de los griegos y el concepto de naturaleza de la Edad Moderna. El concepto de Creación cristiano excluye la idea de que la naturaleza contiene a Dios". Si bien la doctrina cristiana de la Creación presenta ciertamente algunas ambivalencias, por ejemplo la obligación de obediencia a Dios y al mundo creado por él, permanece la idea de una "naturaleza externa". Las consecuencias de gran alcance de este dualismo son fáciles de adivinar: la naturaleza "carente de Dios" de la Edad Moderna se convierte en objeto del hombre.

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Recientemente Klaus Michael Meyer-Abich ha recogido y continuado el pensamiento de Picht. Una anomalía llamativa de las imágenes de Dios en las grandes religiones consiste, según Meyer-Abich (1997: 29), en que en el Antiguo Testamento el Dios atestiguado es un Dios sobrenatural, más autónomo con respecto a los procesos de la naturaleza, más independiente y trascendente. La relación de Jahwe con la naturaleza no ha sido la de los "conquistadores extraterrestres", pero ya el pensamiento de que "la naturaleza es creación" contiene un distanciamiento claro. Como creación no es una metamorfosis de Dios, sino algo fuera de él. Como agravante se añadió en la historia cultural de la naturaleza judeocristiana, según el mismo autor (1997: 40s.), que el Antiguo Testamento no sólo postulaba la extraterrenalidad del creador sino, simultáneamente, la imagen del hombre a semejanza de Dios, y al contrario de la restante naturaleza, que no puede ser explicada aquí como imagen de Dios, menos aún se explica su corporeidad. Mientras en la mayoría de las demás religiones Dios existe como fuerza natural que se muestra entre otras cosas en forma de animal, el Dios de los israelitas ha aparecido sólo de forma humana. N o era de este mundo y creó, no obstante, un pueblo de la tierra a su imagen y semejanza: "¿Cómo podían vivir los hombres en esta tensión, es decir, pertenecer a la Creación, pero no como todos los demás? La semejanza de la creación terrenal del hombre según el Creador sobrenatural fue una limitación del hombre ante la naturaleza de graves consecuencias". Aquí sólo se pueden resumir las siguientes consecuencias a grandes rasgos. Éstas se manifestaban sobre todo al comienzo de la Edad Moderna, en el siglo xviII. Con la famosa fórmula "maitres et possesseurs de la nature" René Descartes creó, según Gehlen (1957: 70), "el imperialismo del dominio de la naturaleza contenido en las ciencias de la naturaleza en la Edad Moderna". Según este programa, la ciencia interrogó a las fuerzas poderosas de la naturaleza inorgánica que habían estado encadenadas y la técnica las condenó a trabajos forzados. La metáfora de la naturaleza como "novia encadenada" (Meyer-Abich 1997: 232), creada por Francis Bacon en ese tiempo, articulaba la futura relación hombre-naturaleza con menos tacto todavía. Las fantasías de violación de Bacon no fueron realmente complacidas hasta el siglo xvm: con la paulatina marcha triunfal de la industrialización, escribe Gehlen (1957: 13), "se fuerza técnicamente a la naturaleza". Esta violenta entrada en la naturaleza, que muestra ya una visión superficial del mapa histórico de Europa, no se desarrolló en todas partes por igual. Mientras la marcha triunfal de la técnica moderna tenía un éxito rápido e intenso en los "países de vanguardia" europeos, sobre todo en Francia e Inglaterra, en otros lugares era lento y superficial. Las relevantes dife-

Reflexiones introductorias

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rencias se deben por ejemplo a las estructuras religiosas. En el área de influencia de la Contrarreforma, la decidida negación de la creencia de la creación a las ciencias de la naturaleza tropezó con barreras más altas. A esto se añaden a su vez, en España y Latinoamérica, tradiciones específicas de la naturaleza, la técnica y de la ciencia, en especial las arábigo-judías en la Península Ibérica y las precolombinas en el Nuevo Mundo, que se mezclaron de forma compleja con las "culturas vencedoras". De esta manera, las estrechas líneas de comunicación entre una "Historia cultural de la naturaleza" y una "Historia cultural de la técnica" están ya esbozadas. Se explique como se explique el significado antropológico-social de la técnica (como "sustitución de órganos" o "refuerzo de órganos", como escribió Ortega y Gasset [1947: 287] o como "fenómeno de resonancia", como imitación de "automatismos" naturales, entre otras cosas, el latido cardíaco, la respiración, el curso de las constelaciones, como Gehlen [1957: 16] interpretaba el nacimiento de la técnica), también ésta está determinada en gran medida por la cultura. Ya la historia de la palabra "cultura" (latín colere, cultura) señala un nexo estrecho entre técnica y cultura: "Cultura" en relación con "Agricultura" es, según esto, la naturaleza técnicamente transformada. Como derivación de ello se entendió también el culto religioso, los valores, las normas, las costumbres elegantes y las buenas maneras como elementos de "cultura simbólica". El enfoque culturalista en la historia de la técnica, que entretanto apenas ha sido discutido (Irrgang 2001), supone implícitamente el reconocimiento de una historia cultural de la técnica rica en transformaciones. En estrecha relación con el concepto de la naturaleza de los antiguos, concretamente de proveniencia platónico-aristotélica, que se caracteriza por una oposición marcada entre "Physis" y "Techne", los elementos centrales de los clásicos siguen presentes sin duda hasta la Edad Media tardía. La transformación entonces producida, que no se desarrolló desde luego de la misma manera en todos los países de Europa (entre otras cosas en la España influenciada por el Islam), supuso un cambio profundo: "El abandono radical de la tradición aristotélica", así resume Gregor Schiemann (1996: 26) este cambio, "postula en la Edad Moderna la pertenencia de la técnica a la naturaleza". A pesar de todos los procesos venideros de transformación, sobre todo desde el siglo xviii, técnica y naturaleza quedaron en el futuro como conceptos de referencia que forman parte de una historia de oposiciones de muchas relaciones. En España, "puesto avanzado antimoderno" de Europa, tuvo lugar este desarrollo con numerosas rupturas y particularidades. Así se presentaba en las culturas no europeas, entre otras en Latinoamérica, un panorama todavía más complejo. Allí tropezaron las tradiciones de la

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técnica y la naturaleza, que apenas podían ser más diferentes. Junto a la historia material de la técnica hay, a partir de ahí, determinadas "pautas" o, más bien, una "imagología de la técnica" en la que se manifiestan las diferencias culturales. Éstas también se perciben en España y Latinoamérica de forma especialmente fuerte, sobre todo en la relación con la importación de pautas técnicas de los "países vanguardistas" europeos y de los EEUU. Sin embargo, al comienzo de la Edad Moderna se había encauzado ya en lo más esencial hacia la relación venidera entre naturaleza, técnica y ciencia. Mediante la dicotomía ciencias de la naturaleza-ciencias de la ingeniería, por una parte, y ciencias del espíritu-ciencias sociales, por otra, la ciencia actual también sigue el entonces nuevo y dominante entendimiento de la naturaleza, escribe Meyer-Abich (1997: 72), según el cual la naturaleza es aquello que nosotros no somos: "Si la naturaleza y la sociedad se ponen en oposición, de forma que una es objeto de una Ciencia de carácter completamente diferente a la otra, entonces esto supone que vale para la humanidad un orden diferente (el de las ciencias del espíritu y las ciencias sociales), que para la naturaleza (el de las ciencias de la naturaleza y la ingeniería)". Por eso pertenece en realidad a la temática de las "dos culturas", que alcanzó un momento culmen con la lecture de sir Charles Snow en 1959, muy anterior. Con el intento de Wilhelm Dilthey (1970: 140) de comprobar "las diferencias fundamentales" entre las ciencias de espíritu y las ciencias de la naturaleza, el debate alcanzó por primera vez una dimensión teórica clara. Aunque Dilthey destruyó los puentes entre las dos "culturas" — reconoció, por ejemplo (1970: 156), que numerosos métodos y formas de pensamiento de las ciencias sociales están influidos por las ciencias naturales — la oposición supuesta por él se puede justificar sólo de una forma muy limitada. Después de Dilthey fue sobre todo el escritor y físico inglés Snow, cuya lecture inauguraba el debate actual. Se sabe que él constataba que, entre los "cultivados literariamente" por una parte y los científicos de la naturaleza por otra, se hallaba un abismo muy profundo. Entre ambos grupos, según Snow (Kreuzer 1987: 21), existe "un abismo de no-entendimiento recíproco — a veces y sobre todo en la generación joven — hostilidad y antipatía, pero en primera línea, falta de comprensión. Se tiene una imagen extrañamente distorsionada del otro". Si bien las tesis del crítico inglés de la ciencia provocaron contracríticas justificadas — por ejemplo a su optimismo de progreso fundado en la técnica y las ciencias de la naturaleza con vistas al tercer mundo —, su descripción del status quo tocó un punto débil de la empresa científica "occidental". Desde entonces el debate de las dos culturas tuvo gran eco. Un eco que sobrepasa claramente los

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estrechos marcos de los teóricos de la ciencia: sea en forma de una historia de la ciencia histórico-cultural (Bóhme 1980, Rüsen 1999), que agudiza la observación de diferencias históricas y culturales, o sea mediante los enfoques reformistas interdisciplinarios, en los que se articulaba el convencimiento de que el progreso del conocimiento no solamente requería rendimientos analíticos sino también sintéticos. Una lectura de las publicaciones referentes a este tema en los años pasados muestra, sin embargo, que las trincheras de las dos culturas no han sido desmontadas. La acalorada polémica que provocó en 1994 el libro Higher Superstition del biólogo Paul Gross y el matemático Norman Levitt sobre "el ocaso del espíritu americano" (Griem 1999: 243), es ilustrativa de ello. En ese sentido parece resultar demasiado optimista el balance de Hans Georg Gadamer (1989: 90) de que "la conciencia de solidaridad" entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu ha crecido en los últimos 50 años en grado enorme. Por eso Hans Magnus Enzensberger (2002: 265) se encuentra más cerca de la realidad, cuando habla de la "discordia fraternal en la casa de la inteligentsia". Según el escritor, muy versado en ciencias de la naturaleza y matemáticas, no se puede dudar que, a pesar del tan aceptado discurso de la interdisciplinaridad, "hay una relación entre el aumento de conocimiento y la estupidez". Y todavía menos podía sorprender que desde hacía mucho tiempo no se pudiera hablar de un horizonte cultural común de los científicos de las humanidades y la naturaleza y mucho menos sobre el arte: la conocida tesis de P.C. Snow de las "dos culturas" fue superada por la realidad. Sin embargo, domina una conformidad considerable con respecto al significado universal de las ciencias de la naturaleza modernas. Se realiza el siguiente descubrimiento con cierto sobresalto: las ciencias de la naturaleza son, hoy día, una de las pocas instancias espirituales que son realmente reconocidas globalmente. Más aún, las nuevas promesas utópicas, escribe Enzensberger (2002: 161), vendrían hoy día de los institutos de investigación y de los laboratorios de las ciencias naturales: "Muy de repente volvieron todos los motivos del pensamiento utópico: la victoria sobre todas las carencias y necesidades de la especie, sobre la idiotez, el dolor y la muerte". C o m o en el pasado, no se desarrolla en todas partes por igual el actual renacimiento de las utopías en la técnica y en las ciencias de la naturaleza. La problemática de las dos culturas, si bien un fenómeno universal, tiene matices nacionales y culturales, cuyo significado no se debe infravalorar. Por lo que respecta al desarrollo alemán, señala Gadamer (1989: 115), apoyándose en la diferenciación kantiana de la razón teórica y práctica, que su consecuencia científico-teórica — la diferenciación de "conceptos de la naturaleza" y "conceptos de libertad" y, con ésta, en consecuente

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diferenciación, las ciencias de la naturaleza y del espíritu — presenta particularidades específicas: "Esto no tiene en ese sentido correspondencia exacta en otros países, en el sentido de que allí conceptos como 'lettres' o como 'literacy' no subordinaban en absoluto ciertos aspectos de las ciencias del espíritu al concepto de ciencia". Esto se puede aplicar también, aunque con limitaciones, a España y Latinoamérica. A esto se añade, y esto atañe sobre todo a Latinoamérica, que las hipotecas coloniales determinaron también la relación de las dos culturas. Llama la atención, escribe Elisabeth List (1999: 88), que el desarrollo del discurso científico se desarrolle de forma "muy desigual" en diferentes países y continentes. Un ejemplo de ello es el debate sobre el postcolonialismo que parte de países que pertenecieron antiguamente a los estados coloniales clásicos y crearon una inteligencia multicultural literaria y científica en el periodo tras la Segunda Guerra Mundial, es decir, en la fase del Neocolonialismo, que en cierta medida hicieron ver expost los efectos de un etnocentrismo desde la perspectiva de la periferia. A la paleta amplia de particularidades nacionales y culturales pertenece en este contexto, finalmente, la controversia continua de las lenguas científicas (Rehrmann 1993), de las que se habla recientemente como una "tercera cultura". John Brockman (1996: 16s.), el probablemente más conocido representante de esta corriente, formulaba su credo siguiendo el ejemplo de Snow con las siguientes palabras: "Los medios tradicionales de los intelectuales jugaban un juego perpendicular. Los periodistas escribían de abajo hacia arriba, y los profesores escribían de arriba hacia abajo. Los representantes de la tercera cultura intentan hoy evitar el intermediario y reaccionan expresando sus más profundos pensamientos de tal forma que éstos sean accesibles a cualquier lector inteligente". A diferencia de Snow, que veía en la tercera cultura la paulatina construcción del puente sobre el abismo de las dos culturas, Brockman, por el contrario, se apoya en las capacidades comunicativas de los mismos científicos: los científicos de la naturaleza. Dudamos que este giro, en el fondo pesimista, del debate de las dos culturas (Brockman: "¡Los intelectuales de la literatura no hablan hoy en día con los científicos de la naturaleza, pero los científicos de la naturaleza se dirigen de forma inmediata al público general!") sea la última palabra. Es seguro, en cualquier caso, que la dimensión lingüística del debate no resulta igual en todas partes. Como ha mostrado por ejemplo Johan Galtung (1982) mediante su "mapa mundi de estilos científicos", no sólo se diferencia la relación de ambas culturas en un plano general, sino que también se diferencia de forma particular la relación entre el lenguaje científico y los idiomas "profanos". Otras investigaciones del mismo autor (1965: 72ss.) ilustran que España y Latinoamérica presentan

Reflexiones introductorias

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también en este terreno marcadas diferencias, por ejemplo ante la lengua científica "teutona", c o m o G a l t u n g d e n o m i n a irónicamente a la habitualmente marcada dicción teórica y hermética de las tradiciones lingüísticas alemanas: el "dragón t r e m e b u n d o de la terminología" que espantaba a Ortega y Gasset (1984: 19), nunca tuvo en el m u n d o hispanohablante, es de suponer, tantos seguidores c o m o en la patria de Kant y Hegel. R e s u m i e n d o : las reflexiones generales esquematizadas a q u í de f o r m a breve sobre la historia cultural de la naturaleza y la técnica remiten, p o r u n a parte, a la estrecha relación de ambas y, por otra parte, a la d i m e n s i ó n intercultural de esta historia. Si bien es similar en m u c h o s p u n t o s , llaman la atención las diferencias nacionales y culturales, q u e son imprescindibles para la c o m p r e n s i ó n de la historia y el presente de la problemática de la naturaleza-técnica. Por eso el tema de las "dos culturas" n o les debería interesar a los científicos sólo como "culturas", sopesa H e l m u t h Holzhey (1999: 27) de f o r m a c o m p l e t a m e n t e acertada, "sino al m i s m o t i e m p o c o m o su t o m a de p a r t i d o en la cultura". Las aportaciones a la historia cultural de la naturaleza, técnica y ciencias de la naturaleza en España y América Latina, a q u í reunidas, tienen en c u e n t a este juicio. D e n t r o del e n o r m e terreno temático presentan, claro está, sólo unas parcelas m u y reducidas. U n a s parcelas, sin e m b a r g o , q u e — así lo esperamos — arrojen luz sobre la historia (y el presente) de España y América Latina, q u e todavía es relativamente poco conocida allende los Pirineos. Al m e n o s en Alem a n i a y en comparación con otros temas cuyas raíces académicas suelen ser, por lo general, m u c h o más p r o f u n d a s q u e las a q u í presentadas. D a d a la situación s u m a m e n t e propicia q u e existe en Dresde — u n a universidad técnica, contactos sólidos entre las "dos culturas" y u n a cátedra de estudios culturales afín al m u n d o hispánico — nos h e m o s atrevido a sondear este terreno, naturalmente d e n t r o de nuestras posibilidades limitadas. Si este s o n d e o ha t e n i d o éxito, se lo d e b e m o s , sin e m b a r g o , en primer lugar a las aportaciones de los/las colegas de fuera, sobre t o d o de España y América Latina. A la calidad de los ponentes, entre ellos varios de r e n o m b r e internacional, corresponde el amplio abanico temático d e sus ponencias. Esperamos, pues, q u e esta colección de textos sea lo suficientemente interesante c o m o para q u e otros sigan nuestro ejemplo en u n terreno del saber científico q u e nos parece cada vez más i m p o r t a n t e .

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Norbert Rehrmann/Laura Ramírez Sáinz BIBLIOGRAFÍA

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José Manuel Sánchez Ron CIENCIA, TECNOLOGÍA, CULTURA Y POLÍTICA E N LA E S P A Ñ A D E L O S S I G L O S X I X Y X X

La mirada del historiador que intenta reconstruir el pasado debe ser, necesariamente, desapasionada, imparcial, pero ello no significa que no pueda gozar o sufrir con aquello que desvela, con las conclusiones a las que llega. En lo que se refiere a sufrir, no infrecuentemente éste es el caso para el historiador de la ciencia española que ama a España (más aún para aquel que vive en ella). N o es, naturalmente, que no haya habido ciencia en España, que no existan objetivos interesantes a los que dirigir nuestra atención en prácticamente cualquier época, no. Incluso, en alguna ocasión, como la del gran Santiago Ramón y Cajal, un español ha alcanzado la cumbre de su disciplina, instalándose en el panteón más exclusivo y permanente de la ciencia universal. Pero si comparamos la ciencia que se ha hecho a lo largo de la historia en España con la de otros países, el balance no es, en general, positivo para la Península Ibérica, especialmente durante épocas cruciales para el avance de la ciencia, como la Revolución Científica de los siglos xvi y xvii, cuando se sentaron las bases de la ciencia moderna, o los siglos XIX y gran parte del XX, en los que la ciencia experimentó cambios cruciales, con, además, profundas implicaciones socioeconómicas. Motivos hubo, de índole, por ejemplo, política, económica o cultural, como intentaré demostrar aquí en lo que se refiere a los siglos xix y XX, pero antes ofreceré un ejemplo que corrobora que la situación de la ciencia española decimonónica fue francamente mala. Recurriré para ello a una cita debida a la pluma de José Echegaray (18321916), el ingeniero de caminos, matemático, físico-matemático, divulgador científico, dramaturgo, economista y político, que alcanzó en todas estas actividades renombre: número uno de su promoción en la Escuela de Ingenieros

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de Caminos, en la que más tarde fue profesor de diversas materias, ministro, primero de Fomento y de Hacienda después, ateneísta distinguido, figura prominente en la creación (con, esencialmente, las funciones que hoy desempeña) del Banco de España, académico de Ciencias y de la Española, presidente del Ateneo de Madrid, del Consejo de Instrucción Pública, de la Junta del Catastro, de la Real Academia de Ciencias, de la Sociedad Española de Física y Química, de la Sociedad Matemática Española y de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, premio Nobel de Literatura, catedrático de Física Matemática en la Universidad Central, o senador vitalicio. Títulos que ningún otro español de su época, de antes o de después, ha conseguido reunir. Sé muy bien que Echegaray no es recordado como científico, como matemático o físico-matemático, sino como literato. Según algunos (entre los que me cuento), fue el mejor matemático español del siglo xix, aunque nada nuevo aportó, únicamente — aunque también nada más y nada menos — introdujo en España algunas de las nuevas teorías matemáticas (como la de Galois) que se estaban abriendo camino, o que se habían abierto camino ya, en el universo matemático internacional, pero pudo, acaso, ser mucho más que eso; mucho mejor matemático. ¿Por qué no lo fue? Recordemos lo que él mismo escribió en sus memorias (Echegaray 1917:1, 401-406): Las Matemáticas fueron, y son [Echegaray escribió estas líneas hacia 1913-1915], una de las grandes preocupaciones de mi vida; y si yo hubiera sido rico o lo fuera hoy, si no tuviera que ganar el pan de cada día con el trabajo diario, probablemente me hubiera marchado a una casa de c a m p o muy alegre y muy confortable, y me hubiera dedicado exclusivamente al cultivo de las Ciencias Matemáticas. N i más dramas, ni más argumentos terribles, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas, ni, sobre todo, más críticos; otras incógnitas y otras ecuaciones me hubieran preocupado. Pero el cultivo de las Altas Matemáticas no da lo bastante para vivir. El drama más desdichado, el crimen teatral más modesto, proporciona mucho más dinero que el más alto problema de cálculo integral; y la obligación es antes que la devoción, y la realidad se impone, y hay que dejar las Matemáticas para ir rellenando con ellas los huecos de descanso que el trabajo productivo deja de tiempo en tiempo.

No hace falta ningún comentario, ¿verdad? Y ¿por qué fueron tan pobres los logros de la ciencia española del siglo xix? ¡Del siglo xix!, de la centuria en la que, de la mano de la química orgánica y la física del electromagnetismo, se produjo la verdadera institucionalización de la ciencia; la época en la que los gobiernos y la industria comprendieron la im-

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portancia socioeconómica y política de la ciencia. Pues bien, una razón muy importante se encuentra en la política. Resulta que la situación en que se encontró España entonces hizo que fuese muy difícil que pudiese unirse a las naciones que, como Alemania, Gran Bretaña, Francia y, al final, Estados Unidos, destacaron en la empresa científica. La inestabilidad política que plagó el siglo XIX hispano, en el que no faltaron ni guerras ni revoluciones, fue colosal, y la investigación científica, digámoslo ya, necesita — o al menos se ve muy favorecida — de una situación política estable. Así, la Guerra de la Independencia, con la que prácticamente comenzó el siglo, significó un abrupto final para los esfuerzos de renovación científica llevados a cabo durante el siglo xvm, el Siglo de las Luces, o de la Ilustración. Aunque los extremos pocas veces son completamente representativos, conviene recordar lo que le ocurrió al Real Observatorio de Madrid. Transformado en cuartel por los franceses, su excelente telescopio Herschel fue desmontado para aprovechar su madera, y su archivo saqueado para encender fuego en torno al cual las tropas francesas pudieran calentarse durante el invierno. El final de la guerra no significó, sin embargo, un retorno a la situación de la Ilustración, aunque en el primer periodo absolutista de Fernando VII se pensase restaurar algunas de las instituciones de la época de Carlos IV. La sublevación de Riego, el trienio liberal, el regreso al poder de Fernando VII, las guerras carlistas y las continuas crisis de gobierno explican el que hasta pasada la mitad del siglo, ya en el reinado de Isabel II, no comenzase a mejorar la situación. Si conveniente es la estabilidad política para el desarrollo científico, no menos lo es el que no se convierta en arma política, ya que ello implica que no forma parte del "discurso civil", del conjunto de valores que acepta el conjunto de la sociedad. Y en este punto hay que señalar que el XIX hispano no fue especialmente propicio en este sentido. El motivo es que la fe en la ciencia estuvo entonces muy relacionada con ideas y círculos políticamente progresistas, en particular a partir de la revolución de 1868, de la "Gloriosa", durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874). El periodo constituyente es pródigo en ejemplos. En las cortes se pudieron escuchar intervenciones como las del médico catalán y revolucionario Francisco Suñer y Capdevila, que el 2 6 de abril de 1869 intervino en el debate parlamentario con manifestaciones como las siguientes (Sánchez Martínez 1987: 215.): "Cuando el Gobierno provisional se presentó aquí por primera vez, nos dijo que la idea nueva venía a sustituir en España la idea caduca... Ni el Gobierno ni la Comisión han comprendido lo que es la idea nueva, y yo voy a decírselo. La idea caduca es la fe, el cielo, Dios. La idea nueva es la ciencia, la tierra, el hombre. Yo me complazco en proclamarlo así

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desde el último banco de la minoría republicana, porque esta es la aspiración de mi vida: veinticinco años no he deseado otra cosa que poder proclamar estas ideas, que no son mías, no; no se me atribuyan: no las he creado; no las he sentido yo. Las he observado y estudiado en los autores eminentes" (Sánchez Martínez 1987: 215). Menos radical, pero más importante en la historia política subsiguiente, fue el papel que la Institución Libre de Enseñanza, creada en 1875, en la que la ciencia desempeñó un papel importante, como prueba el punto primero de las "Bases generales de la Asociación": "Se constituye una Sociedad, cuyo objeto es fundar en Madrid una Institución Libre, consagrada al cultivo y propagación de la ciencia en sus diversos órdenes, especialmente por medio de la enseñanza". Una ojeada superficial al Boletín de la Institución Libre de Enseñanza muestra que la enseñanza de la ciencia no se limitó a las clases dentro de la Institución, sino a través de numerosos artículos, algunos de los cuales en modo alguno elementales. No podemos olvidar tampoco que, durante la primera década de la Restauración, muchos de los más eminentes científicos de Madrid mantuvieron relaciones con la Institución: González de Linares, por supuesto, Salvador Calderón (geólogo), Luis Simarro (neurólogo), Lucas Mallada (ingeniero de Minas), e incluso Ramón y Cajal. Pasando ahora a la relación entre ciencia y tecnología, hay que recordar que en el siglo XIX España era un país centrado en la agricultura, con una industria muy primaria, escasamente competitiva a nivel internacional. En la balanza comercial hispana primaban, a gran distancia, las exportaciones de productos agrícolas o minerales, mientras que se tenía que importar la mayor parte de los productos que implicasen algún refinamiento técnico. Y, quiero decirlo con claridad, soy de la opinión que una nación sin una industria poderosa y creativa tiene graves problemas para desarrollar una ciencia que también sea poderosa y creativa. Muchos sostienen que lo primero es la ciencia —la ciencia básica o pura, dicen— que al aplicarse, esto es, al hacerse ciencia aplicada, produce tecnología, y a través de ésta, riqueza. Desde este punto de vista, lo primero es la ciencia, a la que seguirá más tarde la tecnología, la industria. Sin embargo, no es así, desde luego no siempre, y menos desde hace aproximadamente un siglo y medio. En conjunto, el avance científico necesita del estímulo y medios que ofrece una industria saludable y activa. No se trata sólo de ofertas de trabajo para científicos, ni tampoco de que la industria financie investigaciones de científicos universitarios, que de esta manera ven aumentadas sus posibilidades. Ambas cosas son convenientes, necesarias, por supuesto, pero más importante es una industria que plantee problemas a la comunidad científica nació-

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nal, y que haya llegado a un estadio de desarrollo que haga que disponga de instrumentos, de tecnología avanzada, de "última generación", a la que puedan acceder los investigadores mal llamados "puros". Todo esto faltaba en la España del siglo xix. Y, ¡ay!, continúa faltando todavía hoy, aunque afortunadamente no en la medida que entonces. Por eso, el problema de la ciencia en España es tan complicado. No se puede resolver únicamente a golpe de decreto, aumentando los recursos para los científicos, aunque esto sea condición indispensable, y tampoco lograda todavía. Es necesaria una industria privada sensible a la ciencia y competitiva a nivel internacional, y esto transciende en gran medida el ámbito de la actuación pública de los gobiernos. Ahora bien, el que la ciencia necesite de la industria, de la tecnología, no debe, naturalmente, entenderse en el sentido de que sólo se debe perseguir la ciencia con miras aplicadas, utilitaristas. En absoluto. La ciencia es una práctica que se mantiene en un delicado equilibrio, en el que no debe faltar el deseo de comprender el funcionamiento de la naturaleza. Sin este deseo no habrá ciencia. Otra cosa es que para alcanzar semejante meta sea necesario, en el sentido que acabo de indicar, elementos que suministra o estimula la industria. El caso de la química española decimonónica muestra con cierta claridad algunos de los rasgos excesivamente utilitaristas que plagaron la ciencia hispana de entonces, y que, junto a la citada inestabilidad política, no favorecieron al avance científico. Si se repasan los repertorios de libros publicados en esa ciencia, se detecta inmediatamente la conexión con los intereses, de escaso refinamiento tecnológico, existentes en la España de aquella época. Así, tenemos que cuando se analizan los títulos de los libros y folletos de esa ciencia publicados entre 1801 y 1900, la abrumadora mayoría tienen que ver con cuestiones aplicadas del tipo de El libro del viticultor. Breve resumen de las prácticas más útiles para cultivar las viñas y fabricar buenos vinos (Madrid, 1855), de Eduardo Abela Sainz de Andino, Apuntes de hidrología médica general, química y biología hidrológica, según el programa de oposición para el ingreso en el Cuerpo de médicos directores de baños (Valencia, 1896), de Francisco Aguilar Martínez, o el Tratado de química práctica y casera, o colección de recetas: Io, para fabricar licores; 2o, para corregir el mal gusto de los vinos y hacer excelentes vinos extranjeros con vino del país; 3o, para componer varios barnices; 4°, para hacer diversos objetos de perfumería, etc. (Valladolid, 1843), de Antonio Bellout. Mala química, o, cuando menos, poco ambiciosa, la que preferentemente se ocupa de cuestiones como éstas.

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José Manuel Sánchez Ron LA CIENCIA COMO PARTE DE LA CULTURA DEL REGENERACIONISMO: LA PÉRDIDA DE C U B A

No podemos — especialmente a partir del siglo xix —- comprender el desarrollo científico sin tomar en consideración la situación de la industria de la comunidad cuya ciencia queremos estudiar. Ahora bien, tampoco podemos entender el estado de la ciencia de tal comunidad sin tener en cuenta en qué medida se había introducido en su cultura, entendiendo por "cultura" no sólo, ni siquiera principalmente, el estado de las artes literarias o plásticas, sino también cosas como "estados de opinión", creencias compartidas por algunos colectivos. Digo esto, porque a continuación voy a referirme a uno de esos estados de opinión, uno en el que la ciencia desempeñó un papel destacado: la creencia, que surgió a finales del siglo xix, de que el futuro del país pasaba por el conocimiento científico. Santiago Ramón y Cajal sirve perfectamente para introducir este punto. Estamos acostumbrados a hablar de Cajal con relación a su ciencia, a su maravillosa ciencia, algo por otra parte perfectamente natural. No en vano fue el gran científico que fue: una de las cumbres de la historia de la ciencia de todos los tiempos, el único que España puede realmente ofrecer a tan ilustre panteón. Por cierto, el que existiese un Cajal no se debe entender como una excepción que confirma la regla, sino como consecuencia del hecho de que mientras que en España no existía entonces prácticamente ninguna tradición sólida en física o química, sí la había en medicina, por la sencilla razón de que ningún país puede prescindir de ésta: necesita atender a la salud pública. Cajal, no se olvide, tuvo maestros (volveré a este punto más adelante). Pero además de ser un científico absolutamente sobresaliente, Cajal fue un gran patriota, una persona a la que nada de su país le fue ajeno. Y como tal le afectó especialmente la pérdida, en 1898, de la guerra de Cuba con Estados Unidos y con ella de los últimos vestigios del antiguo imperio americano colonial español. Q u e así fue se comprueba, por ejemplo, en un artículo que publicó en El Libérale 1 26 de octubre de 1898, esto es, inmediatamente después de la derrota. Es oportuno citar parte de su contenido, en concreto de la sección que titulaba "La media ciencia causa de ruina" (Durán Muñoz/Sánchez Duarte 1945: 119-120): Transformar la enseñanza científica, literaria e industrial, no aumentando, como ahora está de moda, el número de asignaturas, sino enseñando de verdad y prácticamente lo que tenemos. Bajo este aspecto habría que decir de nosotros cosas atro-

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ees. La media ciencia es, sin disputa, una de las causas más poderosas de nuestra ruina. A la hora de manejar los cañones no les han faltado a nuestros artilleros conocimientos matemáticos, sino la práctica de dar en el blanco. D i g o lo mismo de los médicos, físicos, químicos y naturalistas; todos son doctísimos pero pocos saben aplicar su ciencia a las necesidades de la vida y rarísimos los que dominan los métodos de investigación hasta el punto de hacer descubrimientos. Hay que crear ciencia original, en todos los órdenes del pensamiento: filosofía, matemáticas, química, biología, sociología, etcétera. Tras la ciencia original vendrá la aplicación industrial de los principios científicos, pues siempre brota al lado del hecho nuevo la explotación del mismo, es decir, la aplicación al aumento y a la comodidad de la vida. Al fin, el fruto de la ciencia aplicada a todos los órdenes de la actividad humana, es la riqueza, el bienestar, el aumento de la población y la fuerza militar y política.

Y concluía: "Hemos caído ante los Estados Unidos por ignorantes y por débiles, que, hasta negábamos su ciencia y su fuerza. Es preciso, pues, regenerarse por el trabajo y el estudio". Más o menos al mismo tiempo que Cajal escribía todo esto, el 23 de junio de 1899, ideas no muy diferentes a las suyas encontraban eco en las Cortes, en donde el diputado Eduardo Vincenti' manifestaba: "Yo no cesaré de repetir que, dejando a un lado un falso patriotismo, debemos inspirarnos en el ejemplo que nos han dado los Estados Unidos. Este pueblo nos ha vencido no sólo por ser más fuerte, sino también por ser más instruido, más educado; de ningún modo por ser más valiente. Ningún yanqui ha presentado a nuestra escuadra o a nuestro ejército su pecho, sino una máquina inventada por algún electricista o algún mecánico. No ha habido lucha. Se nos ha vencido en el laboratorio y en las oficinas, pero no en el mar o en la tierra". El mismo año, 1899, en el que Vincenti proclamaba estas verdades en las Cortes, Ricardo Macías Picabea publicaba el que se convertiría un libro célebre, Elproblema nacional (1899), en el que manifestaba ideas similares:2 "Sigue abundando entre los togados la garrulería verbosa, investigadores originales, experimentalistas concienzudos, laboradores del conocimiento positivo en la literatura, en la historia, en la filología, en la física, en la química, en la biología, en el derecho... ¿dónde los hay? Puede que lleguen hasta una docena de nombres propios, y tres o cuatro Institutos académicos o científicos; siempre,

Vincenti (1916), citado en Turín (1959), p. 375. Las citas que siguen están tomadas de la edición de Biblioteca Nueva (Macías Picabea 1996, 117-118). 1

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eso sí, en c o n d i c i o n e s harto m o d e s t a s y precarias p o r el vacío asfixiante d e q u e se ven r o d e a d o s " . Para concluir l u e g o : Nuestra cultura es sólo cultura de segunda mano, epidérmica, yuxtapuesta, no nacional, advenida casi exclusivamente por el arcaduz francés. Llegan escasamente a media docena los espíritus independientes e investigadores originales, que crean y fundan en España... ¿Cuántos científicos hay que manejen con ciencia propia la alta experimentación física? ¿Cuántos capaces de regir un laboratorio de química honda y fina en el amplio y maravilloso campo que hoy tiene conquistado? ¿Cuántos que dominen la técnica del microscopio y de la experimentación biológica, en cualquiera de sus múltiples asombrosas aplicaciones? D i e z a ñ o s m á s tarde, c o m o si f u e s e u n a historia — o u n a pesadilla — sin final, t o d a v í a se repetía la m i s m a idea. E n 1 9 0 9 , en efecto, J o s é R o d r í g u e z C a rracido, catedrático desde, p r e c i s a m e n t e , 1 8 9 8 d e Q u í m i c a B i o l ó g i c a en M a drid, f u t u r o rector d e la U n i v e r s i d a d C e n t r a l y s e n a d o r del R e i n o , recordaba q u e el " p r o b l e m a d e la e d u c a c i ó n científica en E s p a ñ a se h a p l a n t e a d o c o m o n e c e s i d a d a p r e m i a n t e i n m e d i a t a m e n t e d e s p u é s d e la p é r d i d a d e los ú l t i m o s restos d e nuestro p o d e r í o colonial. R e p l e g a d a en s u s lares solariegos el a l m a nacional hizo e x a m e n d e c o n c i e n c i a y vio c o n t o d a claridad q u e h a b í a ido a la lucha, y en ella había s i d o v e n c i d a p o r su i g n o r a n c i a d e a q u e l l o s c o n o c i m i e n t o s q u e i n f u n d e n vigor m e n t a l positivo en los o r g a n i s m o s sociales. R e f i r i é n d o s e a los títulos d e las a s i g n a t u r a s d e la s e g u n d a e n s e ñ a n z a , alguien d i j o d o n o s a m e n te q u e nuestra d e r r o t a era inevitable, p o r ser los E s t a d o s U n i d o s el p u e b l o d e la Física y la Q u í m i c a , y E s p a ñ a el d e la Retórica y Poética" ( R o d r í g u e z C a r r a c i do 1917: 70-71).

NUEVAS ESPERANZAS (Y REALIDADES) EN UN NUEVO SIGLO, EL XX A f o r t u n a d a m e n t e , las lecciones d e la derrota en C u b a no se perdieron (las experiencias traumáticas tienen a veces algo d e b u e n o ) . Si la e d u c a c i ó n tenía q u e ver con El Desastre, entonces había q u e actuar en ese c a m p o . Y así surgieron alg u n a s iniciativas q u e mejoraron la situación d e la educación y d e la ciencia españolas. Hay, en primer lugar, q u e m e n c i o n a r q u e p o r decreto d e 2 8 de abril de 1 9 0 0 se s u p r i m i ó el anterior Ministerio de F o m e n t o , creándose en su lugar d o s nuevos ministerios: el d e Agricultura, Industria, C o m e r c i o y O b r a s Públicas y el

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de Instrucción Pública y Bellas Artes. Por primera vez en la historia de España, la educación alcanzaba los niveles más altos de la Administración del Estado. Pero los esfuerzos más importantes se centraron en la educación primaria y secundaria, no en la superior, con lo que la educación universitaria no progresó demasiado, especialmente en lo que a facilidades materiales para realizar investigaciones científicas se refiere. Hubo, sin embargo, al menos una excepción: la creación, en 1907, de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), una institución autónoma aunque dependiente del Ministerio de Instrucción Pública e inspirada en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza. 3 En los centros de física, química, matemáticas, ciencias naturales y biomédicas, al igual que en los de humanidades (filología, historia, arte, filosofía, arqueología), que creó o ayudó a mantener la Junta, investigaron los mejores cerebros de la ciencia española de aquella época: los, entre otros, Santiago Ramón y Cajal, Blas Cabrera, Ignacio Bolívar, Miguel Catalán, Enrique Moles, Julio Rey Pastor, Nicolás Achucarro, Pío del Río Hortega, Juan Negrín, Gonzalo Rodríguez Lafora, Antonio de Zulueta, Eduardo Hernández-Pacheco, Julio Palacios, Arturo Duperier, Manuel Martínez Risco, Antonio Madinaveita, Jorge Francisco Tello, Luis Calandre, Fernando de Castro y jóvenes como Francisco Grande Covián, Rafael Lorente de No, Severo Ochoa o Luis Santaló, que terminarían, tras la Guerra Civil, por contribuir de manera destacada al desarrollo de la bioquímica y fisiología estadounidense, los tres primeros, y a la matemática argentina el tercero.

LA GUERRA

C I V I L Y LA R E P R E S I Ó N

DE LOS

VENCEDORES

Gracias a la labor de la Junta, se fue avanzando en el cumplimiento del compromiso histórico que España tenía con la ciencia, aunque es preciso señalar que en cuanto a centros propios de investigación la mayoría de éstos estuvieron situados en Madrid (el maldito centralismo que tanto ha perjudicado a España). Pero llegó la incivil guerra que nos obstinamos aún en seguir llamando Guerra Civil, y una gran parte de las semillas sembradas se perdieron. Exilios, exteriores o interiores, y rencor, mucho rencor. La física, que con los Blas Cabrera, Miguel Catalán, Julio Palacios, Arturo Duperier y otros había comenzado a despuntar en el que sería el "Siglo de la Fí-

' Sobre la JAE, consultar Sánchez Ron 1988, (coord.).

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sica", el siglo de la relatividad y la física cuántica, retrocedió décadas: el Instituto Nacional de Física y Química de la Junta, que había sido construido con el dinero de la Fundación Rockefeller (algo insólito en la historia de la ciencia española), se convirtió en un Instituto de Química-Física, en el que se prohibió la entrada a Catalán, que tanto prestigio internacional había dado al centro con el descubrimiento, en 1922, de los multipletes, una pieza notable en la construcción de la mecánica cuántica. Catalán, yerno de Ramón Menéndez Pidal, que de hecho había permanecido en "zona nacional" durante la guerra, también fue apartado de su cátedra universitaria hasta 1946. 4 En cuanto al director del Instituto, Blas Cabrera, que se exilió en septiembre de 1936, instalándose en París, no le fue permitido regresar al término de la guerra. Julio Palacios, otro de los físicos que desde los laboratorios de física de la Junta para Ampliación de Estudios más hizo por que la física hispana levantase el vuelo, tuvo problemas en España después de 1939, en buena medida por sus propias opciones políticas, monárquicas: integrado en las filas de Renovación Española desempeñando cargos cada vez más importantes en la entonces denominada por muchos "monarquía juanista", cuando en marzo de 1944 don Juan de Borbón hizo público el conocido como "Manifiesto de Lausana", Julio Palacios, junto a otros intelectuales monárquicos como Alfonso García Valdecasas, Juan José López Ibor y Jesús Pavón, firmó un escrito solidarizándose con don Juan; como consecuencia el Gobierno decidió confinarlo en Almalsa. 5 Finalmente, en este breve repaso, está el caso de Arturo Duperier, como los anteriores no sólo miembro del centro de la Junta sino también catedrático (de Geofísica) en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid desde 1933. 6 El 30 de abril de 1938, Duperier, que había sido leal a la República (en 1937, por ejemplo, formó parte de la delegación del Gobierno republicano que representó a España en la inauguración del Palais de la Découverte de París), salió de Barcelona rumbo a París, trasladándose en mayo a Inglaterra. Allí, primero en Manchester y luego en Londres (en ambos casos trabajando con Patríele Blackett, que obtuvo el premio Nobel de Física en 1948), donde obtuvo resultados importantes en el campo de los rayos cósmicos. No fue, en consecuencia, un científico que el régimen pudiese ver como uno de los suyos de siempre. De hecho, no pudo regresar definitivamente a España, recuperando su antigua cátedra, hasta 1953. Los ingleses, que sabían que nadie mejor que él podría utilizar los instrumentos de que disponía en Londres, decidieron, en oc-

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Sobre Catalán, ver Sánchez Ron 1994. En 1961, don Juan nombró a Palacios miembro de su Consejo Privado.

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tubre de 1953, prestárselos. Pero las autoridades españolas no parecían valorar demasiado ni al científico recuperado, ni a sus instrumentos, y los cajones con el material durmieron el sueño, no de los justos, sino el de los desesperados, durante varios años, por falta de pagos de los aranceles. N o fue hasta el otoño de 1958 cuando, tras las protestas del gobierno británico, se pudo efectuar el traslado del equipo a la Universidad de Madrid, y aun entonces fueron a parar a los sótanos, esperando un lugar apropiado. Si tenemos en cuenta que falleció el 10 de febrero de 1959, nos podemos imaginar lo que pudo h a c e r — lo que no pudo hacer — con aquel material. Y tampoco les fue demasiado bien a las ciencias mejor establecidas, las histológicas y neurológicas, las de la "escuela de Cajal". Cajal murió, recordemos, en 1934. Pero dejó discípulos, y un centro bien dotado: el Instituto Cajal, en el cerro de San Blas, junto al Observatorio Astronómico. De la suma de ambos, discípulos e instituto, habría cabido esperar, a pesar de la sangría que fue el exilio, que continuaran prosperando en España las ciencias neurohistológicas, extendiendo de esta manera la huella del maestro en el ámbito de la ciencia internacional. N o fue, sin embargo, así. El discípulo más unido a Cajal, Francisco Tello Muñoz, que heredó su cátedra y que dirigió el Instituto Cajal durante la guerra, fue, tras ésta, separado de la dirección del Instituto y de su cátedra por una Orden Ministerial de 4 de octubre de 1939, mediante la cual se le incoó expediente de depuración, esgrimiéndose en su contra su ateísmo, no haber bautizado a sus hijos y haber desempeñado cargos en Madrid durante la guerra. N o sería rehabilitado hasta septiembre de 1949, y de hecho más que una rehabilitación fue una medida de gracia para que pudiese cobrar una pensión. Además de Tello, y más jóvenes que él, la "escuela de Cajal" contaba en la época de la Guerra Civil con otros investigadores sobresalientes: Pío del Río Hortega, Rafael Lorente de N o y Fernando de Castro. El primero se exilió en Argentina, aunque no vivió mucho, ya que falleció en 1945, el segundo nada aportaría a la ciencia neurològica española de después de la guerra, y sí mucho a la de Estados Unidos, país al que se exilió y del que hizo su hogar. Y en cuanto a Castro, que permaneció en Madrid, fue marginado no llegando nunca a dirigir el Cajal. En conjunto, el propio Instituto, la que debería haber sido considerada "joya de la corona" de la ciencia española, fue más que maltratado por las autoridades del nuevo régimen (no busquen, por cierto, ustedes hoy un centro biomédico en el lugar en el que estuvo el Instituto, lo que hay ahora es un centro de, creo, el Ministerio de Fomento).

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En su conocido libro Descargo de conciencia, Pedro Laín Entralgo se refirió al trato que recibió la escuela de Cajal tras la guerra. Recordaba allí que Fernando de Castro había expuesto al todopoderoso secretario general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el edafólogo y miembro del Opus Dei José María Albareda, la penosa situación en que por falta de recursos se encontraba el Instituto. '"Que el Cajal se nos muere, Albareda'", le dijo Castro. "A lo cual éste", añadía Laín, "respondió algo que en un gerente de la ciencia española en la segunda mitad del siglo xx resulta punto menos que increíble: 'Qué quiere, Castro; todo en la historia se muere alguna vez'" (Laín Entralgo 1976: 284). Y terminó muñéndose. O, por lo menos, transformándose radicalmente. Pero no voy a relatar esta historia. Sólo quiero mencionar dos hechos. El primero, la gravedad de semejante comportamiento, puesto que algo que es especialmente importante en ciencia es establecer una tradición, el no tener que partir de cero. Esto se había logrado en las ciencias neurohistólogicas en España hacia el primer tercio del siglo xx, y por razones diversas, en las que desde luego la ideología, y el resentimiento, desempeñaron un importante papel, se echó a perder. Aunque no del todo, y éste es el segundo punto que quiero destacar. La fuerza de una tradición bien establecida es tal que al menos durante algún tiempo continúa promoviendo vocaciones. El recuerdo del pasado reciente, qué es la investigación científica realmente, no se borra tan fácilmente. Como el propio Cajal señaló en su discurso de entrada en la Academia de Ciencias de Madrid: "La ciencia, como todas las actividades específicas del entendimiento, es simple consecuencia de la imitación y el ejemplo" (Laín Entralgo 1976: 284). Y esto no se improvisa, aunque sí se puede acelerar. En el caso que estoy mencionando, esto se materializó en que tampoco se desarmó completamente el Instituto Cajal. Se reconvirtió a un Centro de Investigaciones Biológicas (comúnmente denominado "el Cajal"), que abrió sus puertas oficialmente el 8 de febrero de 1958, con Gregorio Marañón de director. Aunque el nuevo centro nació para dedicarse a la investigación neurofisiológica, neuroquímica y microbiológica (pero sin apenas restos directos de la escuela de Cajal), resultó ser uno de los lugares desde los que se impulsó el desarrollo de la bioquímica en España. Tal desarrollo tuvo allí su instrumento de materialización en Alberto Sois (1917-1989), que con el apoyo de Albareda encontró acomodo en el Centro de Investigaciones Biológicas, inicialmente como colaborador científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tras haber pasado tres años en el grupo de Cari Cori en la Universidad de Washington. Tanto la bioquímica como la biología molecular española de las

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últimas décadas del siglo xx se beneficiarían de semejante conexión. También de la ayuda de restos del pasado cajaliano como era Severo Ochoa, que acogió en su laboratorio del Departamento de Bioquímica de la Universidad de Nueva York a jóvenes investigadores españoles, como Margarita Salas o Eladio Vifiuelas, además de prestar su prestigio y experiencia — como también otro exiliado, Juan Oró — para colaborar en las reformas que el ministro de Educación, Luis Villar Palasí, se propuso hacer en la Universidad a finales de la década de los años 60. Fruto de estas iniciativas sería el establecimiento del Instituto de Biología Fundamental de Barcelona (1970) y del Centro de Biología Molecular en el campus de la Universidad Autónoma de Madrid (1975), un centro mixto Universidad-CSIC.

L A S LETRAS HISPANAS DESPUÉS DE

1939:

EL C A S O DE M E N É N D E Z PLDAL

Me he estado refiriendo hasta ahora a científicos, a qué problemas encontraron en la España que surgió de la Guerra Civil, pero, como es bien sabido, no fueron ellos los únicos que se tuvieron que mover en aguas contaminadas por la ideología; recordemos, por ejemplo, los casos de escritores, historiadores o ensayistas como Juan Ramón Jiménez, Francisco Ayala, Max Aub, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Tomás Navarro Tomás, Manuel Altolaguirre, José Moreno Villa, Ramón Sender, Salvador de Madariaga, Jorge Guillén o Luis Cernuda, que se exiliaron, y no olvidemos el asesinato de Federico García Lorca, o la muerte temprana, favorecida por su encarcelamiento, de Miguel Hernández. Y también está el caso de Ramón Menéndez Pidal. Como es bien sabido, don Ramón, que en 1936 era director de la Real Academia Española, pasó en el extranjero los años de la Guerra Civil, no regresando a su patria hasta julio de 1939. Y la vuelta no fue fácil, como ha recordado no hace mucho su nieto, Diego Catalán, eminente filólogo e historiador de la literatura él mismo: "De conformidad con esa oleada de revanchismo, cuando Menéndez Pidal se disponía a regresar a España, un alto cargo militar, Jorge Vigón, publicó en Mayo de 1939, en el semanario Domingo, un artículo titulado 'La voz de nuestros muertos. Infiltraciones'. Deseoso de impedir la reentrada en España de Menéndez Pidal, Vigón rememoraba un suceso vivido por don Ramón el 14 de Diciembre de 1936, en compañía de Gregorio Marañón: su visita en el Madrid revolucionario al 5 o Regimiento, de la cual publicó el día

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16 de aquel mes y año un reportaje gráfico el periódico Milicia Popular... con dos fotografías en las que el cantarada Ganivet, el miliciano Menéndez y el cantarada Lister aparecen conjugados con el conocido perfil de don Gregorio y con la barba de don Ramón, sobre la que florecía una complacida sonrisa'" (Catalán 2001: 245-247). Ya instalado en Madrid, a Menéndez Pidal se le hizo saber (académicos entre ellos) con claridad que no era conveniente que volviera a la Real Academia Española, lo que don Ramón hizo, llegando a devolver su medalla. En los ocho años siguientes no volvió a pisar la Academia Española (sí la de Historia, a la que también pertenecía, en la que encontró una buena acogida).7 En diciembre de 1947, en efecto, le fue levantado el veto gubernativo y fue elegido nuevamente director de la Española. Antes de que esto sucediese tuvo que sufrir alguna humillación (bien es cierto que como otros, o, incluso, siendo algo mejor tratado). Me refiero a la norma que se aprobó en la Sesión de las Comisiones reorganizadoras de las Academias de España y fundadoras del Instituto de España celebrada en Burgos el 27 de diciembre de 1937, en la que se determinó que en cuanto las circunstancias lo permitiesen tanto los nuevos como los antiguos miembros de las Reales Academias que constituían el recién creado Instituto de España deberían reingresar en su Academia siguiendo el siguiente ritual:8 El juramento de los Sres. Académicos se ajustará al ceremonial siguiente: Abierta la sesión por el Presidente de la misma, el secretario perpetuo del Instituto llamará por su nombre y según orden de antigüedad en la elección a todos los Sres. Académicos que se hayan presentado a reingresar o ingresar en la sesión de que se trate. Sucesivamente se irá colocando cada uno ante la Mesa presidencial en la cual se encontrarán un ejemplar de los Santos Evangelios, con el texto de la Vulgata, bajo cubierta ornada con la señal de la cruz y un ejemplar del "Don Quijote de la Mancha" con cubierta ornada con el blasón del yugo y las flechas. De pie ante estos libros, con la mano derecha puesta en los Evangelios, y el "Don Quijote" y vuelta la cara

6 La mejor referencia para estudiar la vida y obra de Duperier es el libro de González de Posada y Bru Villaseca (1996). 7 Es oportuno en este punto citar lo que escribió Laín (1976: 2 8 3 - 2 8 4 ) en Descargo de conciencia: "De dirigir la investigación filológico-románica no se encargó a Dámaso Alonso y a Rafael Lapesa — y por supuesto, tan pronto como volvió a España, a don Ramón Menéndez Pidal— sino a Entrambasaguas y a Balbín". 8 Las citas que siguen están tomadas de las Actas de las sesiones del Instituto de España que se mencionan, y que se encuentran depositadas en la sede del Instituto en Madrid.

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al Presidente de la Academia aguardará a que el secretario del Instituto le pregunte según la formula del juramento: "Señor Académico, ¿juráis a Dios y ante nuestro Angel Custodio servir perpetua y lealmente al de España, bajo imperio y norma de su tradición viva; en su catolicidad, que encarna el Pontífice de Roma; en su continuidad, hoy representada por el Caudillo salvador de nuestro pueblo?" Responderá el Académico: "Sí, juro". Dirá el Presidente: "Si así lo hiciereis, Dios os lo premie, y si no, os lo demande". R a m ó n M e n é n d e z Pidal, el patriarca de las letras españolas, u n , simplem e n t e , liberal, n o p u d o evitar c u m p l i r semejante requisito, a u n q u e se le permitió hacerlo por escrito. E n el acta de la sesión L de la mesa del I n s t i t u t o de España, celebrada en M a d r i d el 2 2 de abril de 1940, se lee: Relativamente al último [Menéndez Pidal], el Sr. Secretario de Publicaciones, Secretario de la Historia, da cuenta de haber recibido del Ministerio de Educación Nacional, la siguiente Orden, comunicada: "Este Ministerio, atendiendo el ruego de esa Corporación de su digna presidencia y no obstante haber dejado transcurrir los plazos que para ello se le concedieron, ha resuelto autorizar al Académico de número D. Ramón Menéndez Pidal para prestar por escrito el juramento prescrito por la legislación vigente. Dios guarde a V. I. muchos años. Madrid, 29 de Marzo de 1940. — Firmado: José Ibáñez Martín. — Sr. Presidente de la Real Academia de la Historia". En virtud de esta autorización, el mencionado Académico de la Real Academia de la Historia, ha dirigido a la misma, la comunicación siguiente: "El que subscribe, Académico de Número de la Real Academia de la Historia, tiene el honor de enviar a V. I. el juramento corporativo según la fórmula, inserta en el Boletín Oficial del Estado de I o de enero de 1938. Juro en Dios en mi Ángel Custodio servir perpetua y lealmente al de España bajo Imperio y norma de su tradición viva; en su catolicidad que encarna en el Pontífice de Roma; en su continuidad representada por el Caudillo, Salvador de nuestro pueblo.- Dios guarde a V. E. Muchos años. Madrid, 12 de abril de 1940. — Firmado: Ramón Menéndez Pidal. — Excmo. Sr. Presidente del Instituto de España". La Mesa del Instituto autoriza la lectura de ese texto por el Sr. Secretario de la Real Academia de la Historia en la sesión solemne de mañana. Firmaban el acta, Julio Palacios, c o m o presidente accidental, y Eugenio d ' O r s , c o m o secretario perpetuo, con el Visto Bueno de Pedro Sainz Rodríguez, presidente.

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NUEVAS INSTITUCIONES EN UN NUEVO RÉGIMEN: EL C O N S E J O SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Y LA JUNTA DE ENERGÍA N U C L E A R

Pasando ahora, y para terminar, a la situación institucional, tenemos que tras la Guerra Civil, c o m o he dicho, la J A E y muchos de sus principales investigadores sufrieron persecución y discriminación. D e hecho, incluso antes de q u e finalizase la contienda, en 1938, un decreto suscrito por el ministro Sainz Rodríguez disolvía la Junta, anunciándose para "fecha próxima y ocasión también de alto significado nacional la organización de otro grupo de Instituciones concernientes al estudio de las Ciencias de la naturaleza y matemática". Era la primicia de la fundación, en noviembre de 1939, del C o n s e j o Superior de Investigaciones Científicas ( C S I C ) , q u e de acuerdo con lo establecido en su decreto fundacional pasó a poseer las propiedades de la J A E . C u a n d o se repasa no sólo la estructura inicial del Consejo — con centros, completamente ajenos al espíritu de la J A E , c o m o el Instituto Francisco Suárez" de Teología, dirigido por el obispo Leopoldo Eijo y Garay — , sino también las manifestaciones de aquellos que, c o m o su presidente durante muchos años (¡hasta 1967!), José Ibáfiez Martín, o su poderoso Secretario General, el edafólogo (especialista en química de los suelos) José María Albareda, (miembro del O p u s Dei desde 1937, y ordenado sacerdote en 1959), dirigieron el C S I C desde sus comienzos, se detecta con facilidad el espíritu nacional-católico que le impregnaba. Sin embargo, no por ello dejó de aportar a la ciencia nacional, más aún en unos años en los que la universidad fue un auténtico erial. A la ciencia y a la tecnología, toda vez que fue m u c h o más sensible — los tiempos, las necesidades (España estaba políticamente aislada y haciendo virtud de la necesidad adoptó políticas fuertemente autárquicas), eran también otras — a esta última q u e la J A E : uno de los patronatos creados, el Juan de la Cierva, estuvo dedicado a la ciencia aplicada, y durante algún tiempo fue el que más recursos recibió (en 1948, por ejemplo, tenía un presupuesto — 1 5 . 9 5 8 . 0 0 0 pesetas — mayor que el de los cinco restantes patronatos juntos). El desarrollo científico no es inmune al Zeitgeist, al espíritu del tiempo, c o m o lo demuestra con prístina claridad una institución tecnocientífica q u e ha f o r m a d o parte destacada del complejo científico y tecnológico de Madrid desde mediados del siglo xx: la Junta de Energía Nuclear ( J E N ) , hoy Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas ( C I E M A T ) . 9

9

Para la historia de la Junta de Energía Nuclear, ver Romero de Pablos y Sánchez Ron

(2001).

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El estallido de las bombas atómicas lanzadas, en agosto de 1945, por Estados Unidos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki conmocionó al mundo. Si alguna vez se dudó de que el conocimiento científico suministraba poder, poder político y militar, no sólo cultural, educativo, industrial y económico, la fisión del uranio y del plutonio (los materiales de los que estaban fabricadas las dos bombas de 1945) sentenciaba definitivamente la cuestión. España, que poseía importantes yacimientos de uranio, reaccionó pronto ante este nuevo mundo tecnocientífico y político-militar: el 6 de septiembre de 1948, el jefe del Estado, general Franco, firmaba un Decreto Reservado que refleja con absoluta claridad tanto la percepción que de la nueva fuente energética se hacía, como la retórica — e incluso detalles de la ideología — del régimen surgido en 1939: Las posibilidades de explotación de la Energía Nuclear con fines industriales, han despertado en todas las naciones no sólo el interés de mantener en el mayor secreto las investigaciones propias de este importantísimo campo de la Ciencia, sino también la codicia por la adquisición de las materias primas básicas para la explotación de esta futura fuente de energía que puedan existir en otras naciones y que de no ser debidamente conocidas y controladas, pueden ser exportadas como minerales de otras clases de mucho menos valor. Existiendo en nuestra nación esta clase de minerales radiactivos, se hace preciso por un imperativo de la economía y la defensa nacional, conocer sus existencias y a la vez preparar un equipo de técnicos capacitados en la prospección, beneficio y utilización de los mismos con vistas a la explotación de la energía nuclear, mediante un intercambio de técnica con el extranjero y de colaboración con entidades de otros países dedicados a experiencias y estudios sobre la materia (Romeo de Pablos/Sánchez Ron 2 0 0 1 : 36).

Y a continuación veían una serie de "Disposiciones" mediante la cuales se creaba, con carácter secreto, una "Junta de Investigaciones Atómicas", dependiente de Presidencia del Gobierno. El periodo secreto de aquella Junta, que desarrolló sus primeras actividades en lugares como el Instituto de Óptica del C S I C o en algunas cátedras de Física y Química de la Universidad de Madrid, se mantuvo, básicamente, hasta 1951, el año en que se creó, mediante un Decreto-Ley, una Junta de Energía Nuclear dotada de amplios poderes en el dominio científico, tecnológico e industrial nuclear. Convencido de que las labores científicas que debería desarrollar el nuevo centro, al igual que las tareas de formación del personal, se verían facilitadas si la sede de la JEN se estableciese en una zona próxima a la Ciudad Universitaria, el presidente de Junta, el general Juan Vigón, antiguo ministro

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del Aire, propuso en noviembre de 1951 al subsecretario de la Presidencia, Luis Carrero Blanco (uno de los políticos de la época que más fuertemente apoyó que España se involucrase en el mundo nuclear), que se seleccionase una parcela "que se encuentra al final de la Ciudad Universitaria, limitada por el Canalillo, carretera de la Dehesa de la Villa y carretera que conduce de las Facultades de Ciencias a la Ciudad de Puerta de Hierro", y que reunía, según él, las condiciones que se requerían para semejante instalación: próxima al casco urbano, buenas comunicaciones, fácil acceso a suministros de gas, agua y electricidad, y facilidad para ser vigilada con discreción. No hay que decir que algunas de esas características, especialmente la de proximidad al casco urbano, no eran ya entonces consideradas por muchos especialistas las más convenientes para un centro nuclear, pero el hecho es que la sugerencia fue aceptada, aunque no sería hasta noviembre de 1958 cuando se inauguró oficialmente, con la presencia del general Franco, la Junta de Energía Nuclear, también denominada "Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón". Aquel mismo mes alcanzó su primera criticidad el primer reactor nuclear instalado en la Moncloa, la primera vez que esto ocurría en España: fue en el reactor experimental denominado JEN-1, comprado a Estados Unidos mediante un acuerdo suscrito en Washington el 19 de julio de 1955, acuerdo que en más de un sentido era hijo de los primeros tratados, "los de las bases", firmados entre los dos países en 1953, y que tanto significaron para el régimen franquista. Cuando se repasa la historia de la JEN, hay que concluir que no sirvió sólo para que España avanzase en el dominio de la tecnología e industria nuclear: también ayudó al desarrollo de dominios científicos, como, muy especialmente, los de la física teórica y experimental de altas energías, física de los materiales o diversas ramas de la química. De hecho, fue gracias al apoyo de autoridades de la JEN que España entró a formar parte en 1961 del Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire (CERN), que abandonaría en 1968 para reincorporarse en 1983. Las carreras científicas de muchos profesores de las Facultades de Ciencias de la Universidad Complutense y Autónoma de Madrid, además de las de otros de centros del CSIC o de la propia JEN, habrían sido sin duda menos productivas sin la existencia del centro nuclear de la Moncloa, que con el tiempo se configuró como una de las instalaciones "clásicas" del Madrid científico y tecnológico de la segunda mitad del siglo XX. Pero al igual que su creación fue producto del espíritu del tiempo, del espíritu forjado, en el más cruel de los fuegos, en Hiroshima y Nagasaki, la Junta de Energía Nuclear fue víctima de un Zeitgeist posterior: el de la oposición social a la energía nuclear que se fue generando a lo largo de las últimas décadas

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del siglo. En este caso concreto, la cobertura fue la Ley del Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica, más conocida como la "Ley de la Ciencia", promulgada en 1986, que reorientó el potencial científico y tecnológico español, y que favorecía a unos programas frente a otros en aras del desarrollo tecnológico y medio ambiental. Dentro de las previsiones de la Ley de la Ciencia, la JEN cambió oficialmente su nombre y pasó a llamarse Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas, organizándose en cinco departamentos: Fisión Nuclear, Combustibles Fósiles, Fusión y Partículas Elementales, Energías Renovables, e Impacto Ambiental de la Energía. Lo que no cambió fue la sede, que continuó siendo la de las instalaciones de la Moncloa, que de esta manera podían presumir ya también de ser testigo del paso y avatares de la historia. Como tantos otros centros científicos madrileños. Y también habría que hablar, para completar el triunvirato que dominó la ciencia y la tecnología española durante las primeras décadas tras 1939, del Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica (Aeroespacial más tarde; INTA), creado en 1942 dentro del Ministerio del Aire. CSIC, JEN e INTA. Pero ésa es otra historia, en la que la tecnología primó sobre la ciencia.10

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et

Ma-

Dietrich Briesemeister L O S A N T E C E D E N T E S D E LA P O L É M I C A E N T O R N O A LA C I E N C I A E S P A Ñ O L A

En la historia intelectual de España, la disputa acalorada sobre la cultura y ciencia del país no se entabla sólo con el artículo crítico y malintencionado del geógrafo francés Nicolas Masson de Morvilliers planteando la pregunta " Q u e doit-on à l'Espagne? Et depuis deux siècles, depuis quatre, depuis dix, qu'a-t-elle fait pour l'Europe?" (Panckoucke 1784: 554-568ss.), ni se reduce a la edad conflictiva que culmina, con Marcelino Menéndez y Pelayo a partir de los artículos polémicos "Mr. Masson, redivivo" y "Mr. Masson, redimuerto"; 1 al contrario, lleva consigo una aplastante carga histórico-ideológica que explica la violencia, persistencia secular y dimensión europea de la contienda desde los inicios de la primera edad moderna y ante el trasfondo de la incipiente globalización desencadenada tanto por la expansión ultramarina como por las luchas hegemónicas de los estados nacionales europeos en pleno auge durante el siglo xvr. En este proceso, la cultura y las creencias desempeñan obviamente un papel importantísimo. El discurso público sobre el rango y cultivo de la ciencia y los estudios en una sociedad del saber, para usar un término hoy de moda, está fundamentalmente condicionado por factores político-económicos, bases espirituales o culturales e ideológicas. Los primeros indicios alarmantes de un malestar por la situación general de la cultura, de la lengua y de los estudios en España se manifiestan en los momentos iniciales del contacto e intercambio con la Italia humanista y el renaci-

1 En Revista Europea 8 (1876), n." 127 y 8 (1876), n." 135, recopilados en Obras completas, t. 58-60, Madrid: C S I C (1954), que reproducen la tercera edición de La ciencia española en tres volúmenes, Madrid 1887-1888.

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Dietrich Briesemeister

miento contemporáneo de letras clásicas que causan una sensación de inferioridad y retraso intelectual (Gómez Moreno 1994). Las razones alegadas por los propios críticos castellanos son varias. En el prólogo al libro escolar internacionalmente muy difundido El Catón en latin e romance, el doctor Gonzalo García de Santa María, converso e "intelectual", constata la falta de "hombres excellentes e escogidos" en España, "lo qual acahece no por falta de ingenios, los quales tiene la gente hespañola a qualquier estudio aptissimos", sino atribuye la culpa al sistema de educación y a la falsa jerarquía de valores educativos y estamentales, que desorientan a los hijos en sus inclinaciones profesionales al estudio y las letras: "para ser letrado, ponemosle en el palacio e a la arte déla caualleria", lo cual "causa el trastocar e querer mudar lo natural" con graves inconvenientes, tanto para la corona (el estado, la sociedad) como para el estado eclesiástico (la vida y ciencia religiosas) (Gallardo 1888: 27-32). Gonzalo García de Santa María constata que a pesar de la profusión de libros latinos, griegos y arábigos que la imprenta pone a disposición de los estudiosos en todas las disciplinas, "los ingenios se han encogido e apoquecido", fenómeno desconcertante y paradójico que no ha provocado el caudal de libros disponibles, sino la falta de los "galardones e remuneraciones", el mecenazgo, o, como diríamos hoy, las subvenciones. "Las honras e provechos tienen las artes e sciencias en pie... los principes que tienen veces de dios en la tierra, son los que sepultan ingenios no faciendo honras, ni mercedes a las letras." La censura es acerba y constructiva a la vez. Si ya no hay "alguno tan excellente como ellos [los antiguos], mas ni ahun medianamente docto, trabajemos alomenos que de lo que se fallase en nuestro tiempo, no tengamos el mas baxo logar". Micer Gonzalo García de Santa María aboga por una renovación fundamental de la enseñanza y de la erudición, que al mismo tiempo garantizará una adecuada posición social y profesional para la capa de los conversos. Las quejas trópicas y autocríticas sobre la situación precaria del saber en España se prolongan en la primera mitad del siglo xvi (Green 1965: 257). El erudito Alejo de Venegas lamenta en su Agonía y transito de la muerte con los avisos y consuelos que cerca della son provechosos (1537), muy difundida en más de una docena de reimpresiones, el cuarto vicio peculiar de los españoles: el desinterés y la falta del deseo de saber (a pesar de los avisos recurrentes de los moralistas, de los peligros de la curiosidad) (Mir 1746). 2 Faltan los autores y libros ("li-

2 La falta de curiosidad no es muestra de la sabiduría, sino de la deplorable situación de gente inculta y baja. La cupiditas rerum novarum es un incentivo y una inclinación constante de la naturaleza humana.

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brorum egestas"), hay "en las letras muy gran negligencia" (Alonso Hernández de Sevilla 1516). El ambicioso proyecto de la fundación de la Universidad de Alcalá, que persiguió el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros corresponde a la necesidad de reformas académicas en el ámbito de las humanidades. Desde los comienzos del debate sobre la erudición de los españoles y la translatio studii desde Italia a España en el siglo xv, el problema de la lengua desempeña un papel importante, primero en las largas querellas sobre la insuficiencia del castellano y en segundo lugar en la pugna entre el latín y el vernáculo, su respectivo uso en la teología y las ciencias así como su lugar en la formación escolar y académica (Briesemeister 1969, Bahner 1966, Carrera de la Red 1988, Terracini 1979). La primera afirmación de una ciencia española en medio del bullicio en el país mismo y fuera en Europa — si se piensa sólo en el movimiento luterano y los Comuneros — se encuentra en un lugar insospechado e insólito: la exégesis del Nuevo Testamento y, lo que es sintomático también, en el marco de la creciente corriente antierasmiana en España. Con sus Annotationes contra Erasmum Roterodamum in defensionem tralationis Novi Testamenti (Salamanca: Guillén de Brocar 1520), Diego López de Zúñiga abrió en 1520 una apasionada campaña, a la vez filológica, religiosa y política, contra las "nugas Erasmi" en la Universidad de Alcalá, rival de Salamanca y centro de estudios bíblicos relacionados con el proyecto ambicioso de la edición de la Biblia Poliglota (Bataillon 1966). Las rencillas muy polémicas entre eruditos humanistas no son raras, pero aquí entra en juego un motivo ideológico y nacionalista. Se encendió la polémica de repente contra Erasmo — el bátavo, harto de cerveza y manteca, sármata sospechoso de ser simpatizante de Lutero — en un detalle minúsculo de ortografía y fonética: el nombre griego Spanía y la pronunciación española con una e protética, como, por ejemplo, en spero y specto > espero y especio, España. En una amplia disertación, el bachiller, miembro del grupo de expertos para la publicación de la Biblia convocados por Cisneros, sale en defensa de su patria ultrajada, afirmando que las observaciones (bien entendido, meramente filológicas y correctas) son indicio de envidia. Unos años antes Erasmo habla rehusando la invitación a venir a España con las palabras apodícticas: "Non placet Hispania". La controversia coincide, además, con las tensiones que había provocado la proclamación de Carlos de Borgoña como rey de Castilla en Bruselas y, en 1519, su elección como emperador. Las Cortes exigían que el monarca extranjero, que apenas hablaba español, no confiriese cargos y dignidades castellanos a foráneos y que admitiese a castellanos en la Corte.

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No pudiendo tratar a los españoles de cobardes o mendigos, los tacha de ignorantes y olvida el antiguo esplendor de la España romana; se altera sin razón alguna López de Zúñiga por Erasmo. En virtud de sus orígenes romanos la natio, la-raza-española, es superior a las demás, una convicción y legitimación muy difundida en la España imperial. Aquí ya se transparenta el cambio repentino del complejo de inferioridad al de superioridad. España ya no tiene nada que envidiar ni a Italia ni aún menos a los norteños. Después de siglos de guerra contra los infieles crecen de nuevo los centros universitarios donde los jóvenes ansiosos de las humanidades se dedican a los estudios. Como prueba de ello invoca a dos personajes de alto prestigio: Antonio de Nebrija — "debelador de la barbarie" en Salamanca — y el helenista Hernán Núñez en Alcalá. Erasmo, por consiguiente, está equivocado al menospreciar a los españoles como ignorantes y bárbaros. Si, por casualidad, hubiera visto las formas incriminadas en el escrito de algún mercader español que haya ido a enriquecerse a las tierras del norte, ello no sería razón suficiente para generalizar la crítica y despreciar la erudición de un país entero. En su enojo contra Erasmo afirma hiperbólicamente que los autores griegos son en esos días más conocidos y leídos en España que lo que fueron en otros tiempos las obras de los autores latinos. En esta argumentación apologética se vislumbran elementos inveterados del debate secular: la oposición norte-sur (mundo mediterráneo-Europa septentrional), muy pronto recargada del conflicto confesional, la raza o nación, la genealogía romana vs. la barbarie germanogoda (aunque el abolengo godo pronto se convertirá en un vínculo o parentesco positivo con el mundo germano bajo los Austrias), la rivalidad cultural y la aspiración hegemónica. Salta a la vista en el razonamiento de López de Zúñiga, aparte de su celo ortodoxo, el intento de poner en entredicho la calidad de la filosofía erasmiana poco sistemática, su desinterés por las cuestiones de física, su preferencia por los griegos y su afán mórbido de traducir los "cuentos" de Luciano de Samosata. Desde Roma dirigió en 1522 un libelo contra las "blasphemiae et impietates" de Erasmo, sospechoso de luteranismo, con que culmina la campaña de difamación. Erasmo dio una respuesta muy sarcàstica defendiéndose del reproche de haber calumniado a España en su Apología respondens ad ea quae Jacobus Lopis Stunica taxaverat (Lovaina, 1521). Esta polémica empañada de carácter teológico no es nada más que un preludio de otra controversia entablada en la República de las Letras, como se llamaba entonces a la comunidad científica internacional. Los hombres de ciencias eran sabios, eruditos, letrados formados básicamente por el programa canónico de las artes liberales, con una mentalidad diferente de la metodolo-

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gía, terminología y curiosidad científica de los tiempos modernos (Strosetzki 1987, Maravall 1973, Gil Fernández 1997). Aún en el siglo xvin losphilosophes constituían en buena parte la capa social de los científicos e intelectuales. El debate sobre la ciencia española arranca de un breve inciso que Miguel Servet (1511-1553) introdujo como comentario actualizado sobre España y los españoles en su edición latina revisada de la Geographia del astrónomo y matemático griego Claudio Ptolomeo (siglo III d.C.) (Lyon, 1535). Servet, un aragonés genial, fue el médico que por primera vez formuló la hipótesis de la circulación pulmonar de la sangre, pero era filósofo también, una combinación no del todo insólita en la historia de las ciencias en la España del siglo xvi. El librepensador, teólogo, heterodoxo, polígrafo y amanuense del impresor Trechsel en Lyon poseía una erudición enciclopédica. Perteneció, durante algún tiempo, al séquito del emperador Carlos V y vivió fuera de su patria en Basilea, Estrasburgo, París y Lyon. Murió en la hoguera por orden de Calvino en Ginebra. Calibró el carácter de sus compatriotas de la manera siguiente: "Son de buena disposición para las ciencias, pero que estudian poco y mal, y cuando son semidoctos se creen ya doctísimos, por lo cual es mucho más fácil encontrar un español sabio fuera de su tierra que en España. Forman grandes proyectos, pero no los realizan, y en la conversación se deleitan en sutilezas y sofisterías. Tienen poco gusto por las letras, imprimen pocos libros y suelen valerse de los que les vienen de Francia. El pueblo tiene muchas costumbres bárbaras heredadas de los moros. Las mujeres se pintan la cara [...] y no beben vino: Es gente muy templada y sobria la española, pero la más supersticiosa de la tierra. Son muy valientes [...] sufridores de trabajos, y por sus viajes y descubrimientos han extendido su nombre por toda la superficie de la tierra" (Menéndez Pelayo 1954: 335). Esta caracterización del talante español emana del rencor que el exilado refugiado y perseguido guarda a sus paisanos, que ama y odia, como declara la alusión al español sabio fuera de su tierra, destino que Servet compartió con Juan Luis Vives. Esta idiosincrasia española ha dejado huellas indelebles no sólo a causa de la autoridad de que gozaba el manual clásico de Ptolomeo, muy difundido en la época, de profundos cambios en la visión geográfica del mundo más ancho y ajeno, sino, sobre todo, debido a su instrumentalización en el proceso formativo de una imagen antiespañola en Europa. No es este el lugar para analizar el texto, que no es otra cosa que un centón de tópicos, prejuicios y citas que derivan de la caracterología de los pueblos con sus esquemas diagnósticos basados en la fisiología humoral clásico-medieval que pretenden explicar la constitución no sólo del individuo, sino de grupos étnicos enteros ("nationes") según su temperamento melancólico (que corresponde al tipo es-

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pañol), sanguíneo, colérico y flemático y sus múltiples combinaciones. Los españoles son valientes y sufridores de trabajos, afirmó ya el historiador romano Pompeyo Trogo, poniendo su mira, claro está, no en los españoles, sino en los habitantes prerromanos de la Península Ibérica que resistían ferozmente a los invasores procedentes de la península de los Apeninos. "Corpora hominum ad inediam laboremque, animi ad mortem parati, dura ómnibus adstricta parsimonia, bellum quamotium malunt." En circunstancias históricas y políticas muy distintas, el predicador espiritualista Sebastián Franck (1499-1532) tacha a los españoles (de su tiempo, bien entendido) de "zanckisch, grappisch, mühselig volck, deren gemüt unrüig, allzeit nach etwas trachten das sy ein rumor machen. Was sy yn fürnemmen darauff steen sy steiff und lassen sich nit von yrem kopff bringen" (en su Weltbüch — cosmografía —, Ulm, 1534), una característica que coincide con Servet por la referencia a la misma fuente clásica. Servet no proporciona necesariamente una "satírica pintura", como opinó Menéndez Pelayo, ni mucho menos una calumnia adrede maldiciente, pero sí expresa la impaciencia y desilusión personal del joven humanista impetuoso, nómada y no conformista. La alusión a la falta de libros, a la situación precaria de los estudios, al predominio de la filosofía escolástica y la casuística refleja el típico (o tópico) resentimiento que se observa también entre los humanistas italianos establecidos en España desde finales del siglo xv como profesores itinerantes. En el acto segundo de la polémica, en absoluto ajena a los eruditos de la época, se acentúan la tensión y el conflicto sobre el ingenio científico de los españoles. Sebastián Münster (1488-1552), ex fraile franciscano y profesor de lengua hebraica de las universidades de Heidelberg y Basilea, incorpora el párrafo "De Hispania et eius ad Galliam comparado" de la edición que hizo el "famosísimo" Miguel Servet en Lyon (1535), primero en su propia edición de la Geographia universalis de Ptolomeo (Basilea, 1540) — en latín — y después, en versión alemana, en su Cosmographia. Beschreibung aller Lender (Basilea, 1544). Esta compilación enciclopédica de la geografía universal, difundida en 27 tiradas alemanas hasta 1628 y otras tantas más en traducciones a otras lenguas, fue un éxito de venta excepcional que marca profundamente la imagen del mundo en el siglo xvi. Sin embargo, el manual autoritativo, muy grueso, no siempre corresponde al estado de los conocimientos de la época. Las informaciones sobre España son poco novedosas. He aquí lo que ofrece el hebraísta al lector ingenuo en versión literal de las frases de Servet, sin señalar la fuente, pero valiéndose de su veracidad: "Die Frantzosen sind froelich und leichtsinnig, und geneigt zu wolleben, aber die Spanier sind dagegen schwer-

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muetig und ernsthaftig, und onlustig zu den wirtschafften. Die Spanier hand eine ruhe [rauhe] sprach, aber der Frantzosen sprach ist früntlicher [freundlicher] [...[ unnd in der Hispanischen sprach sind die von Castilien die aller hoeflichsten". Y ahora el pasaje decisivo: "Die Spanier hand sinnriche koepff, aber werden in jrem studieren nimmer recht gelert. Dann so sie halber gelernt hand, achten sie sich für gar gelert, unnd erzeygen mit jrem geschwetz unnd bracht mere kunst dann hinder jn ist. Es wirt selten einer by inen gefunden, der die latinisch sprach recht kan, sunder sie vermischen sie mit jrer unnd der Maranen [¡en latín Mauroruml] sprachen. Und das ist ursach, das also wenig buecher in Hispania beschriben werden". En la descripción destaca en primer lugar la oposición y el parangón entre Francia y España de carente actualidad entonces. El motivo tendrá una larga y fatal trayectoria también en Alemania (García 1979). El cotejo de las naciones corresponde a las pautas tradicionales de los temperamentos, causa de la diversidad, los vicios y las virtudes de los pueblos, así como la doctrina del influjo que ejerce el clima en la constitución de los hombres (melancolía/schwermütig; gravedad/ ernsthaftig) (Stanzel 1998). Las observaciones sobre la inscitia-barbaries del latín en España y la correspondiente corrupción de la lengua vernácula por préstamos de vocablos árabes pertenece igualmente al repertorio perseverante de las imágenes negativas estereotipadas que circulaban por Europa (López de Abiada/López Bernasocchi 2004). La creación de un vocabulario científico castellano por los traductores de tratados árabes (de medicina, astronomía, filosofía) bajo el reinado de Alfonso X el Sabio no se digna a valorar aún. Por lo que se refiere a la comparación de las lenguas, hay una famosa anécdota difundida con variantes que dice así (Weinrich 1985: 181-192, Alvar 1991, González-Ollé 1996): el emperador Carlos V hablaba español con Dios, francés con los amigos y embajadores, italiano con las damas y alemán (tudesco) con sus perros, caballos o lansquenetes. La asociación de una lengua con su función o sujeto en determinadas áreas revela al mismo tiempo una graduación jerárquica y el prestigio del idioma respectivo. La "contentio de primatu linguarum" (la disputa sobre la primacía de las lenguas) no es un mero juego retórico-erudito, sino que tiene su paralelo y complemento en el cotejo de las naciones con la declarada intención de afirmar la supremacía política y cultural. Otra anécdota muy significativa, aunque no comprobada históricamente, relata que en un certamen oratorio de los embajadores de España, Francia e Italia ante la Santa Sede, el papa le otorgó el premio al representante de los Reyes Católicos por haber pronunciado el discurso hispano-latino más acabado en prueba de la mayor afinidad y congruencia del castellano con el latín, lengua sagra-

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da junto con el griego y hebreo, demostrada por la composición de textos híbridos que suenan a la vez a latín y romance. Uno de los primeros testimonios de este tipo de juegos de destreza filológica apareció en la Arithmetica in theoricert etpraxim scissa del cardenal de Toledo Juan Martínez Guijarro (Siliceus) (París, 1519) (Briesemeister 1986, Ruiz Pérez 1991). En cambio, la percepción negativa y antiespañola de la lengua castellana ("Geschwätz" y "Pracht") se condensa en el tipo del fanfarrón y el estilo grandilocuente, grave y retórico atribuido a la manera de hablar y escribir de los españoles (Briesemeister 2004: 157, Schmidt 2001: 232-272). Tal peculiaridad lingüística repercute, según esta valoración, en la preferencia por ciertas ciencias "abstractas" (jurisprudencia, metafísica, teología) y en el cultivo de las letras. El acto tercero de la contienda prepara una peripecia. El humanista portugués Damiáo de Góis (1502-1574), radicado en Amberes y Lovaina durante veinte años — cosmopolita, archivero, historiógrafo, viajero en misiones diplomáticas y comerciales, en continuo contacto con Erasmo, Juan Luis Vives (en Lovaina), Melancton, Durero, Bembo y otros, acusado él también ante el tribunal del Santo Oficio —, se enteró del veredicto de Miguel Servet sobre España y los españoles en la edición de la Cosmographia ptolomaica (1540), arremetió inmediatamente con furia contra el autor con una defensa fulminante, Hispania (Lovaina 1542), y terminó el manuscrito en noviembre de 1541 (Torres 1982: 187-189, 348-354). 3 Es la primera oración apologética por España y su mérito, pronunciada por un extranjero fuera de España en un territorio al poco tiempo muy reñido, once años antes de la De adserenda Hispanorum eruditione seu de viris Hispaniae doctis enarratio apologética (1553) de Alfonso García de Matamoros (López de Toro 1943) y casi setenta años antes del tratado España defendida de Francisco de Quevedo. A la publicación del librito Hispania precede la correspondencia de Góis con Juan Diego Fugger (1516-1575), poderoso banquero, miembro del Consejo Imperial y comerciante de Augsburgo, que mantenía una factoría en Amberes, el centro norteeuropeo del comercio trasatlántico. Su familia hizo una fortuna inmensa ("rico como un Fúcar" reza una frase proverbial), entre otros, gracias al monopolio del palo santo (guayac). El erudito portugués le dirigió una carta "Pro Hispania adversus Munsterum defensio", como adelanto del tratado sometido en manuscrito a Pieter Nanninck, profesor en Lovaina, que 3 El manuscrito lleva el título: Hispaniae, cuius nomina uarii uaríis nominibus amplectuntur, haec sequens est amplitudo, potentia ubertasque. El texto fue reeditado en Opuscula (Lovania, 1544) junto con Pro Hispania adversus Munsterum defensio.

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hizo imprimir inmediatamente. Es la primera monografía escrita con la expresa finalidad de refutar las "mentiras" sobre España que Münster había sacado de la edición de Servet. Se estructura la obra según el modelo retórico del discurso demostrativo en elogio de un país (Gil de Zamora 1955, Fernández Chicharro 1948). El prototipo más conocido de este género panegírico que tiene una larga tradición en España, es la laus Spaniae de san Isidoro de Sevilla. Incluye una detallada descripción geográfica de España, sus provincias, riquezas naturales y productos. Lo que más interesa en el contexto del debate en curso sobre letras y ciencias españolas es el catálogo de los viri illustres, género muy cultivado desde la Antigüedad, en la Edad Media y en el Renacimiento. En los siglos XVII y XVIII será remplazado por la historia litteraria, el elenco crítico-bibliográfico de la producción de libros científicos en las distintas disciplinas y el progreso del saber. Con su Ciencia española y la Historia de las ideas estéticas en España, Menéndez Pelayo se situará más tarde plenamente en esta tradición historiográfica erudita. En el marco de la laudatio retórica, Góis enumera una serie abigarrada de nombres "hispanos", como Séneca, Quintiliano, Avicena, Averroes, algunos judíos y conversos (Pablo de Santa María), poetas como Juan de Mena, Jorge Manrique y Garcilaso de la Vega, Antonio de Nebrija y Vives, su gran amigo. No faltan personajes de la actualidad como los conquistadores Hernán Cortes y Pizarro. El listado de hombres ilustres sirve para documentar la aportación hispánica al acervo cultural de la humanidad (Gómez Moreno 1994: 226241). 4 España/Hispania no carece del todo de scriptores — autores y científicos, eruditos y poetas. Es muy significativo el intento de establecer una continuidad entre la Hispania romana con su legado clásico-latino, la recuperación del saber antiguo por los intermediarios árabes en la alta Edad Media, la contribución intelectual de los judíos y el auge en el tiempo presente que resiste cualquier comparación con Francia y Alemania (en sentido lato del Sacro Imperio de "nación alemana"). Es la falta de atención o de conocimientos por parte de los extranjeros que ignoran a España. El elenco de figuras ilustres le sirve a Góis — siendo portugués — en su empeño por lavar a la vecina España del reproche de producir pocos libros. Es una queja que menudea ya desde fines del siglo XV entre los (pre)humanistas es-

4 Paolo Cortesi (1465-1510), mencionado en la página 52, era secretario del papa Alejandro VI y compuso De hominibus doctis dialogus (1490), no publicado hasta 1734.

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pañoles, que aducen tres causas para ello: la falta de mecenazgo, es decir, de financiación, puesto que los letrados dependían básicamente de un protector eclesiástico o noble, la prioridad de las empresas bélicas, que debía moderar en cierta forma el ideal de "Armas y Letras" o sapientia etfortitudo y, por último, la inexistencia de un público lector culto y preparado. Góis introduce otro momento catastrófico: la invasión de los godos y sarracenos ("inculti homines ab omnique genere disciplinarum abhorrentes") truncó la tradición cultural romana. La culpa de la decadencia de la vida intelectual se atribuye a los "otros", los bárbaros. Góis adopta la repugnancia a los godos/germanos cultivada en los círculos de humanistas italianos y recrudecida por el Sacco di Roma (1527). La invasión devastadora de los godos corrompió la lengua pura del Lacio, pero tal juicio perentorio hace caso omiso del hecho de que los visigodos precisamente salvaron los restos de la cultura romana provincial asumiendo su lengua, instituciones y legado espiritual. El odio hacia los sarracenos, nombre colectivo dado a los musulmanes o infieles, se alimenta tanto por el espíritu de la cruzada y reconquista como por la amenaza contemporánea de los turcos en el Mediterráneo. Góis amonesta a su amigo Miinster para que consulte sus fuentes más cautelosamente, asegurándole que los españoles recuperarán muy pronto su prístina erudición desde que la barbarie — no sólo el estado de incultura y la incapacidad de expresarse en un latín elegante, limpio de barbarismos, sino también el exterminio del dominio moro — fuera expulsada definitivamente. "Nunc uero hac barbarie utcunque expulsa, non dubitet Munsterus, quin Hispani posthac ad laudem eruditionis non segni gressu sint progressuri": expresión de un optimismo que José Antonio Maravall estudió magistralmente en su libro Antiguos y modernos. La idea del progreso en el desarrollo inicial de una sociedad (Maravall 1966), citando a Luis de Zapata de Chaves, quien en su Miscelánea (ca. 1590) (Zapata 1859, Simón Abril 1589: 293-300) 5 constató — ya

5 Anteriormente Cristóbal de Villalón en su Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente (Valladolid, 1539) cantó el himno al apogeo de las ciencias en la actualidad: "Si viniéramos [...] a nuestra España, pienso que nos faltara tiempo en que los contar [los hombres más agudos, industriosos y sabios], porque no ha florecido menos en el estudio de las sciencias y artes que todas las otras naciones; mas antes os mostrara que más, quando viniéramos discurriendo por la admirable copia de los juristas y canonistas, y nombrando particularmente los varones, viérades la eminencia de sus letras; la excelencia y sinceridad de los theólogos, juntamente con su admirable religión; la curiosidad e industria de los médicos; el ingenio y sutileza de los filósofos; la elegancia y elocuencia de los retóricos y sabios en la lectura humana", citado por Maravall (1973: 597-598). En ElScholdstico (1967) Villalón traza una reforma de la universidad y hace el elogio de la ciencia. Pedro Simón Abril publicó

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en el m o m e n t o del declive del imperio español — : " E n las ciencias y artes hace el tiempo de agora al antiguo grandísima ventaja", en la teología, pintura, música, agricultura, en los conocimientos cosmográficos, la imprenta, medicina, ingeniería civil y militar, etc., atisbando, incluso, "que tratemos de volar" algún día. D e todos modos sorprende que G ó i s repulse a los godos c o m o destructores justo en el punto en que empezó creciendo el mito godo para legitimar la alianza dinástica y política entre España y Alemania sobre una base histórica. Extraña, además, que G ó i s no vacile en integrar a Averroes y Avicena en el legado patrio hispano con igual naturalidad que a los hispanorromanos, celebrando, por otra parte, la expulsión de los "sarracenos". El reproche de que los españoles publican pocos libros se retorna con ironía mordaz contra los críticos extranjeros. Para Góis la estadística material de la producción de libros no puede servir de indicador fiable, ni del ingenio y capacidad creadora, ni de la calidad intelectual de un pueblo. " E d u n t fortasse Hispani pauca, sed edunt sua, nec falsarii hac in parte, nec fures" (Puede ser que los españoles publiquen poco, pero por lo menos publican lo que es el fruto de su propia pluma, no son ni falsificadores ni plagiarios). El mismo argumento del plagio y de la compilación estéril se dirigía contra los autores españoles en los escritos hispanófobos europeos. L o que en los esquemas caracterológicos de los pueblos es una marca distintiva de los españoles, su verbosidad sofística para esconder la ignorancia, se convierte en virtud de ellos — "Est [...] nobis ista modestia scribendi ratio" — y constituye una marca de disciplina y honestidad intelectuales. La apología de Góis a favor de Hispania no se limita únicamente al campo de las letras, ciencias y de la cultura general, sino que contribuye también c o m o novedad a unas consideraciones y datos sustanciosos sobre la economía política del país, sus exportaciones (en particular a Francia), importaciones de ultramar e ingresos. Estas notas constituyen el germen de la futura estadística y ciencia política convirtiendo el libro en un primerizo manual descriptivo de España. E n contraposición a Münster, Góis pone de relieve su experiencia personal de viajero para llegar a una imagen objetiva y acertada de España a diferencia del geógrafo basiliense que se apoya en fuentes de segunda mano o anticuadas. E n el

en 1589 los Apuntamientos de como se deben reformar las dotrinas y la manera de enseñallas para reduzillas a su antigua entereza y perficion, de que con la malicia del tiempo, y con el demasiado desseo de llegar los hombres presto a tomar las insignias dellas, han caydo (1953: 2933 0 0 ) . Éste es u n o de los textos fundamentales para la crítica de la enseñanza y la reforma de la ciencia en el siglo xvi.

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análisis de Góis está siempre presente la comparación con el estado de cosas en Francia y, en menor grado, con Alemania, país predilecto de Góis. "Est enim Germania provincia quam ego meis ómnibus elogiis ad astra semper tuli, in qua magnam selectorum amicorum copiam habeo [...] nec Germaniam [...] laedo, sed tantummodo in eius atque Galliae gnathones et fámulos iocose garrió et ludo idque feci, non quod uitia eorum reprehendere unquam optauerim, sed ut Munsteri erroneo de rebus Hispaniae iudicio obuiarem", confiesa a beato Renano en carta del primero de junio de 1542 (Torres 1982: 193-194). Góis persigue el objetivo de demostrar las riquezas naturales y culturales de España luchando contra el estereotipo indeleble de su esterilidad natural e intelectual. Mientras que la edición alemana de la Cosmographey de 1550 salió sin modifidación alguna del pasaje incriminado por Góis, la versión latina del mismo año dedicada al emperador Carlos V suprime las frases ultrajantes conservando, sin embargo, la oposición entre Francia y España, que corresponde a la postura adoptada desde siempre por el emperador. Münster añadió, con todo, una breve lista de eruditos españoles y escasos datos sobre Séneca y Quintiliano. Al encomio ostentativo de la erudición de los españoles sirve una serie de repertorios que registran los méritos de España en el dominio de las letras y ciencias. El título De asserenda Hispanorum eruditione, sive de viris Hispaniae doctis narratio apologética del profesor de retórica en Alcalá, Alfonso García de Matamoros, es, de por sí, un programa vindicativo y apologético de la ciencia española. Menéndez Pelayo la calificó de "himno triunfal del Renacimiento español". Para probar la erudición, ingeniosidad y excelencia de los españoles García de Matamoros construye un desarrollo homogéneo y continuo de la cultura en suelo hispano al paso de las etapas históricas según la tríada de nacimiento, crecimiento y madurez que Nebrija había aplicado igualmente a la evolución de la lengua como "compañera del imperio". La primera translatio studii tuvo lugar cuando en Roma se extinguió el estudio de las humanidades y del saber, debido al agotamiento del poder en las empresas bélicas. Entonces Hispania asumió la herencia de las letras, que abandonaron a Italia. Una semejante teoría de sucesión se aplicó en el ámbito político como legitimación del Imperio hispánico continuador de Roma. Como Góis, García de Matamoros establece un catálogo de escritores hispanorromanos y cristianos (patrísticos) que establecen los cimientos de la cultura del saber en la Península. Ese profesor complutense se enfrenta, como Góis, con el mismo problema de las invasiones visigoda y árabe. ¿Cómo integrar los logros en el transcurso histórico ascendente a pesar de la calígene devastadora y bárbara? García de Matamoros distingue entre las gentes brutales y

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los sabios hispanos que en un proceso civilizador asimilaron a los invasores incultos en un breve lapso de tiempo. El progreso de las letras continúa gracias a una serie de varones ilustres encabezada por san Isidoro de Sevilla.6 El mismo problema surge con la invasión árabe. Nuevamente, el restablecimiento intelectual ocurre rápidamente. Una serie de sabios hispano-árabes garantiza la asimilación para salvar la continuidad. La Edad Media que Góis omite no es del todo oscura en la interpretación de García de Matamoros a pesar de ciertos síntomas de corrupción de los estudios causados por el escolasticismo. La fase del oscurecimiento fue superada por la operación de rescate de Nebrija y, sobre todo, en el siglo xvi por Juan Luis Vives y la Universidad de Alcalá, "oráculo público de España". García de Matamoros presenta en amplio catálogo de valores nacionales que contribuyen a la gloria de la patria y fomentan la renovación de los estudios en el estado de madurez. Como Nebrija, García de Matamoros no considera en su optimismo la vejez o decadencia que en última consecuencia del ciclo biológico es insoslayable. Parece muy significativo que García de Matamoros termine su panorama de la tradición ininterrumpida del saber con un elogio de la lengua vulgar como instrumento capaz de vehicular la ciencia. En España, García de Matamoros amplía las conocidas galerías de claros varones "nacionales" — Hernando del Pulgar, claros varones de Castilla (Toledo, 1486) y Fernán Pérez de Guzmán, Generaciones y semblanzas (Valladolid, 1512) — alistando sobre todo a figuras de ilustres intelectuales, como diríamos hoy, luminarias de la ciencia española perenne. "Nihil Hispanorum ingenio feracius" podría ser el lema y resumen de su Apología fulminante. Antes de García de Matamoros sólo el humanista italiano Lucio Marineo Sículo registró en De Hispartia laudibus (Salamanca, 1496) a destacados personajes de la vida culural del siglo XV, mientras que la versión española De las cosas memorables de España (Alcalá, 1530, y dos reediciones posteriores) incluye no sólo a sabios medievales, sino también a eminentes contemporáneos suyos. En el extranjero (hispanófilo), autores como Valerius Andreas (Catalogus clarorum Hispaniae scriptores, Maguncia, 1607) o Andreas Schott (Híspanla illustrata, Frankfurt, 1603-1608) siguen la línea marcada por Góis y García de Matamoros. El mero título Hispania illustrata es sintomático. Schott acoge en el tomo segundo no sólo la obra de Góis Hispania y la correspondencia con el

6 Isidoro de Sevilla escribió un tratado, De viris illustribus, en que recoge a autores hispanorromanos e hispanogodos cristianos. Ildefonso de Toledo continuó el repertorio añadiendo a viri illustres eclesiásticos toledanos.

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Fúcar, sino también los libros de Lucio Marineo Sículo y de García de Matamoros con el título De academiis, et doctis viris Hispaniae (801-823). Andreas Schott compiló, además de eso, su Hispaniae bibliotheca, seu de academiis ac bibliothecis. Item elogia et nomenclátor clarorum Hispaniae scriptorum qui Latine disciplinas omnes illustraruntphilologiae, philosophiae, medicinae, jurisprudentia ac theologiae (Frankfurt, 1608), que es la primera obra de consulta sobre las "cosas de España" sacado a la luz en Alemania. Forma una especie de World of learning de inestimable valor informativo para los nacientes estudios polígrafos dedicados con ahínco a la filosofía, teología, historia y letras de España en el barroco alemán. Tanto la edición de los Rerum Hispanicarum scriptores aliquot (Frankfurt, 1579-1581) como la colección monumental Hispania Illustrata fueron presentadas por los compiladores como reivindicación de un acervo histórico-documental ignorado por el público culto en la Europa central y compilado por eruditos castellanos, catalanes y portugueses. La Bibliotheca Hispana sive Hispanorum y la Bibliotheca Hispana Vetus de Nicolás Antonio se publicaron bastante más tarde en Roma (1672 y 1696) al final del Siglo de Oro — y en el extranjero. Unos 75 años después de la querella en torno a la ciencia española provocada por Servet y Münster se repetirá — cuarto acto — el mismo enfrentamiento entre el famoso cartógrafo Gerardo Mercator, autor del Atlas minor (1607), y Francisco de Quevedo. Aparentemente Mercator se refiere o a la edición del Ptolomeo preparada por Miguel Servet o a las obras de Sebastian Münster aseverando, por ejemplo, que a causa de su extraño idioma los españoles son incapaces de engendrar grandes espíritus. Quevedo compuso su tratado España defendida i los tiempos de aora délas calumnias de los noveleros i sediziosos (1609) realzando las "^ien^ias sólidas" y contribuciones españolas en el campo de la filosofía, teología, medicina, cánones y leyes "auiendo en cada esquina hombres doctíssimos en ellas". El escrito, muy polémico y patriotero, dedicado al rey Felipe III, es una síntesis de la previa argumentación apologética y, al mismo tiempo, un presentimiento de la decadencia de España (Schmidt 1975). Con el tratado España defendida termina la serie de laudes Hispaniae auriseculares alabando la "ciencia española" desde los tiempos romanos hasta la actualidad. Al lado de esta trayectoria sincretista y nacional corre otro filón teórico. En su Examen de ingenios para lassciencias (con el subtítulo "Donde se muestran la diferencia de habilidades que hay en los hombres y el género de letras que a cada uno responde en particular") (1575), el médico Juan Huarte de San Juan

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(1529-1588) intenta desarrollar una psicología diferencial a base de la observación y experiencia (por medio de test) que permita una sistematización del ingenio de los hombres (Mehnert 1979, Iriarte 1948), 7 con el fin de que cada individuo se dedique en la sociedad con el mayor rendimiento al cultivo de aquella rama del saber que mejor corresponda a sus dotes temperamentales. El ingenio depende funcionalmente del temperamento en combinación con los distintos humores (seco, húmedo y caliente, el frío queda fuera de consideración). Al temperamento seco corresponde la facultad cognoscitiva de entendimiento, al húmedo, la memoria y al caliente, la imaginación. D e ahí deriva la siguiente clasificación de las ciencias. Al entendimiento quedan coordinadas la teología escolástica, dialéctica, la filosofía moral y natural, la medicina teórica y la práctica de la jurisprudencia. Aquí intervienen los actos intelectuales o racionales básicos: distinguir, inferir, raciocinar, juzgar y elegir, interpretar, ampliar y restringir. A la memoria se atribuye el aprendizaje de idiomas, la teoría de la jurisprudencia, la teología positiva, la cosmografía y la aritmética. La imaginación (o fantasía) está en correlación con la poesía, elocuencia, música y gobernación, definida como "ordenar y concertar la república". Según este cuadro de coordenadas, la excelencia intelectual y la sutilidad ingeniosa (el entendimiento) le corresponden al español debido a su temperamento melancólico. Así, España se opone a las naciones septentrionales desprovistas de entendimiento, como ya afirmaban Aristóteles y Galeno. En el mapa de la inteligencia, las zonas tórridas a que pertenece el Mediterráneo son el hábitat idóneo para los sabios en materia de teología, filosofía, dialéctica, medicina y derecho. En estos dominios España puede reclamar el liderazgo. El español se distingue por la capacidad de expresar en su idioma cosas más asombrosamente que ningún otro extranjero. Si a éste se le quitase la elegancia estilística y su "mondología", articularía solamente palabras soeces. En el esquema temperamental remodelado por Huarte corresponde a los alemanes la buena memoria que les capacita para el aprendizaje de lenguas y, combinada con la viva imaginación, llegan a hacerse buenos técnicos, expertos en las "artes mecanicae" o "manuariae", inventores o constructores de máquinas maravillosas, como el elevador hidráulico de agua en Toledo. La imagen del español melancólico, adoptada, desarrollada y modificada por autores españoles y extranjeros tanto en el sentido positivo como crítico y peyorativo, ha dejado huellas profundas en la polémica

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Edición de R. Sanz, Madrid, 1 9 3 0 (sinopsis de las dos versiones, 1 5 7 5 y 1594). El li-

bro alcanzó más de 8 0 ediciones y fue traducido a siete idiomas.

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y apología de las ciencias en España (Orobitg 1997). No es éste el lugar para seguir la estela de las ambivalencias, consecuencias y la arbitrariedad en torno al topos relacionado con la acedia (un pecado mortal), la abulia, la ignorancia, el retraso cultural ("kulturelle Verspätung"), la ociosidad o pereza, el desprecio del trabajo, la depresión económica. Basta con citar tres ejemplos: John Barclay constata en su Icón animorum (en versión alemana, Frankfurt, 1625: 300): "Die Studia sind in Spanien nicht auff solche weiß herauß gestrichen, wie diese unsere polirte Zeit sie haben will. Das Wohlsprechen [Wohlredenheit] in Lateinischer Sprache gehet dort nicht im Schwang, keine zierliche Poeterey noch nützliche Lieblichkeit in den Historien. [•••] Sie lieben sonsten die Philosophy undTheology, und halten dieses vor die groste Wissenschafft, daß man in weitläuffigen dicken Büchern wenig verfasse, zumahl auch dasjenige, was man auß den Scribenten [Autoren] mit vergeblicher Mühe gemeiniglich gezogen. In den übrigen Stätten treibt man das studiren zumahl wenig. [...] Sonsten haben die Spanier tieffe und verborgene Gedancken". Al inicio del Siglo de las Luces, el profesor de filosofía de la Universidad de Halle Jerónimo Gundling ofrece en sus Otia (Frankfurt, Lipsia, 1706: 51) la siguiente fisonomía del español, que baraja los estereotipos y prejuicios atávicos y arraigados: el español cubre la "blödigkeit des Gesichts" (la estupidez de la cara) con grandes gafas (el utensilio de identidad del letrado). Su fenotipo es un "hitziges, trockenes, dürres, schmachtiges und nicht allzu grosses schwärtzlichtes Animal, voller Muth und Courage, mäßig in Essen undTrincken, in seinen Anschlägen [=Unternehmungen] groß und magnifique [...], unverzagt, beständig, presomptueux und hochmüthig, zur Kopf Arbeit geschickt, stille und verschwiegen, mehr iudiceux als ingenieux [...] geitzig, grausam, langsam, betriegerisch und neidisch [...] und weilen er späte oder nicht heyrattet, zur Hurerei bißweilen nicht ungeneigt. Der Spaniard ist ein Feind von Manufacturen, von Handwerken, vom Ackerbau ... In der Physique will es mit ihnen nicht fort, theils weil man hierdurch [...] leicht zu einem Hexenmeister kan gemacht werden, theils weil sie zur Mechanic keine Lust haben [...]. In ihrem studiren [wollen sie] lieber mit subtilen, abstracten Wissenschaften als mit anderen belustigenden oder ein grosses und ungemeines Gedächtniß erfordernden Disciplinen zu thun haben". Y finalmente las numerosas reflexiones autocríticas, dialécticas y ambiguas en las conversaciones joco-serias entre Andrenio y Critilo sobre el ser español que Baltasar Gracián refiere en el Criticón a propósito de la psicología y caracterología comparadas de las naciones europeas. "Son los españoles muy biza-

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rros. Son muy juiciosos, no tan ingeniosos. Son muy llegados a la razón, pero arrimados a su dictamen". Hay que situar el debate enconado sobre las ciencias en España en el contexto europeo y en la no menos controvertida historia de las ciencias en la época moderna de otros países europeos. Su desarrollo vertiginoso ha causado profundas tensiones y rupturas: el antagonismo entre antiguos y modernos, la idea del progreso, nuevos conceptos de la ciencia e investigación y su lugar en la sociedad, la emancipación conflictiva de la ciencia frente a la tutela religiosa o eclesiástica, la oposición y rivalidad creciente entre ciencias naturales y las humanidades, el auge del nacionalismo y el desarrollo desfasado político-económico de los diferentes países constituyen los factores más importantes que determinan el curso del desenvolvimiento sinuoso. Lo que complica y diferencia la evolución en España es el hecho de que las controversias se enmarañaban indisolublememte debido a la repercusión internacional de las leyendas negra y blanca, alcanzando así una dinámica propia de competencia, confrontación y cotejo de las naciones.

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Ignacio Sotelo EL C O R T A C I R C U I T O DEL M U N D O HISPÁNICO EN CIENCIA Y T E C N O L O G Í A

El que el mundo hispánico a ambos lacios del Atlántico haya permanecido al margen del desarrollo científico y tecnológico que ha caracterizado a la civilización occidental, pese a formar indudablemente parte de ella, es un hecho bien conocido en el que no hace falta insistir. No queda, por tanto, otro remedio que reconvertir la cuestión planteada en una negativa, ¿por qué no ha enraizado en el mundo hispánico la cultura científica y tecnológica? Como no es fácil explicar el porqué algo no ha acontecido, la cuestión oportuna sería más bien preguntarse por los factores que hicieron posible que la ciencia surgiera en la Europa del XVII, alcanzando un gran desarrollo en los siglos xix y xx. Empero, indagar las causas por las que en la cultura hispánica la ciencia todavía no se muestra con capacidad de desarrollarse por sí misma, dependiendo por completo de lo que se investiga y se inventa fuera, es una tarea que no podemos obviar si queremos encontrar algún remedio a este enorme handicap. Tenemos ciertamente una literatura en sus momentos de grandeza comparable con la más sobresaliente de la Europa pionera, y en las artes plásticas destacan también algunas cumbres, pero nada similar ocurre en la ciencia y filosofía modernas. Claro que cabría mencionar algunos nombres, por ejemplo, en las ciencias biomédicas, a Cajal en España, Houssay en Argentina, a Rosenblueth en México, pero son excepciones que confirman la regla. Ahora bien, los obstáculos para incluirnos en el pensamiento de la modernidad no significan que no se haya pensado, o no se piense, en español. Contamos con una literatura ensayística muy digna, expresión cabal de un pensamiento en lengua española que, llegado demasiado tarde, no pudo evitar que hayamos permanecido al margen de aquella "filosofía nueva" de la que se desprendieron las diversas ciencias a lo

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largo de los siglos xvii y xviii. Pese a progresos indudables, hispanoamericanos y españoles estamos todavía muy lejos de haber eliminado por completo los factores que produjeron "el cortacircuito de la modernidad", para decirlo con la atinada expresión de Claudio Sánchez Albornoz.

1. Hasta bien entrado el siglo xx el mundo hispánico se ha mantenido a las afueras de la modernidad, y desde entonces se esfuerza con suerte varia por su modernización en lo económico, en lo social, en lo político, y cómo no, en el afán de contribuir al avance de las ciencias. Llegados tarde a la industrialización, etapa irrecuperable en las condiciones actuales, la dependencia del exterior resulta en lo económico a menudo aplastante; las estructuras sociales siguen caracterizándose por una gran desigualdad, en parte heredada del pasado; pese a los progresos de los últimos decenios, la democracia presenta problemas para arraigarse en los países hispánicos. Asimismo, la filosofía y las ciencias modernas no logran penetrar en el tejido social, con lo que continuamos siendo meros receptores de ciencia y tecnología. Han ido cambiando los países a la cabeza del mundo hispánico — Argentina lo fue en la primera mitad del siglo xx; México, en los años sesenta; España a finales del siglo — pero, aun en los momentos de mayor esplendor, en todos ellos se constatan déficits importantes en el desarrollo científico y tecnológico. Incluso la España de hoy, con algunos indicadores que la colocan en el mundo desarrollado, se halla a la cola en el número de patentes industriales que solicita. Las universidades y centros de investigación no están a la altura del grado de desarrollo socioeconómico alcanzado. La universidad hispánica no ha logrado superar la contradicción básica que cierra el acceso a la modernidad. Por un lado, convencida de que poco vale la enseñanza del que no investiga, pretende vincular la investigación a la enseñanza, pero, por otro, el modelo de organización y sobre todo una didáctica centrada en la lección magistral impide alcanzar el objetivo principal de la universidad moderna, enseñar a dudar. El monólogo frontal en que consiste la clase no sólo refuerza la pasividad del oyente, sino, más grave, suprime el espacio para cuestionar y cuestionarse, que es, justamente, lo que caracteriza a la docencia que entronque con la investigación. La labor del profesor no radica en transmitir los conocimientos adquiridos, en el mejor de los casos en la investigación más reciente, sino en enseñar a preguntar, orientando el trabajo y pro-

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moviendo el desarrollo intelectual y científico de los alumnos, lo que únicamente cabe en un diálogo personal. Si la universidad moderna se distingue por unir investigación y docencia, vincularlas resulta imposible con la fragmentación del saber en asignaturas que se exponen en "la horita de clase", monólogo del profesor que los alumnos recogen literalmente en sus cuadernos, ya que van a ser examinados de lo que se ha dicho en clase, a menudo con la obligación de repetirlo tal como se dictó. Antes bastaba con aprenderse el libro de texto; hoy sobra con los apuntes; en ambos casos podemos prescindir de las bibliotecas. ¿No han observado que están llenas de alumnos que no leen un libro, sino que están repasando o recopiando apuntes? El profesor universitario podrá investigar por su cuenta — de algunos sé que lo hacen con dedicación y calidad — pero a la hora de dar la clase, en el mejor de los casos podrán referirse a los resultados de la más reciente investigación, propia o ajena, pero no insertarla en la enseñanza que exigiría una didáctica en la que el estudiante fuese activo, leyendo, escribiendo y hablando en público sobre los temas que trabaje. La universidad medieval, que se prolonga en algunos países hasta finales del xviii, en otros hasta mediados del XIX, en España renace en el franquismo y, como tantas otras cosas de esta época que se mantienen hasta ahora incólumes, concibe el conocimiento como un todo estructurado que hay que transmitir tal como se ha recibido. El saber se concibe como un continente sólido e indiscutible que hay que aprender tal como está establecido. La lección — que significa lectura de un texto, tenía sentido antes de la invención de la imprenta — pretende transferir un saber seguro, reducido a lo esencial y de manera sistemática, que el alumno tendría simplemente que absorber. Desde esta concepción cabe distinguir saberes relevantes — aquellos que en todo caso habría que dominar — de los que se reputan prescindibles. En consecuencia, los exámenes consisten en exponer los conocimientos recibidos, sin añadir ni modificar nada. Basta con mostrar que se tiene una visión completa de un continente bien acotado, sin que el tribunal detecte "lagunas" importantes. Nos tropezamos así con los dos elementos básicos de lo que yo llamaría una comprensión "continental" del saber. Por un lado, se clasifican los saberes, no ya en distintas ciencias, algo en sí harto problemático, máxime cuando comprobamos que los conocimientos innovadores suelen amontonarse en las zonas fronterizas entre dos o más ciencias, sino en meras "asignaturas", subdivisiones burocráticas sin ningún contenido real que deben su existencia a figurar en un plan de estudio. La asignatura nace con un decreto ministerial y desaparece con otro. Mi tesis, en la que llevo insistiendo desde hace muchos años, es que mien-

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tras la universidad hispánica organice la enseñanza en torno a estos dos inventos burocráticos, la "asignatura" y "el plan de estudio", permanecerá anclada en el pasado. En cambio, en la universidad moderna la metáfora adecuada no es la del saber como un continente sólido y seguro, sino la kantiana de un archipiélago en un mar de ignorancia. Los conocimientos son islotes aislados, no cabe sistematizarlos en unidades omnicomprensivas — no hay continentes sólidos de saber — ya que estos islotes no son nada seguros, unos emergen y otros, que parecían bien asentados, se hunden y desaparecen. Lo que ayer estimábamos valioso, hoy se considera poco operativo. Saberes de los que no teníamos noticia surgen con tal velocidad que en poco tiempo quedan obsoletos programas de la asignatura y planes de estudio. Un día, ojalá no demasiado tarde, terminaremos por reconocer que la función de la universidad no consiste en la ficción de transmitir lo inexistente, es decir, conocimientos seguros, sistematizados en las correspondientes asignaturas, que a su vez se organizan en un plan de estudios para cuatro, cinco o seis años. Los hay que todavía discuten el sexo de los ángeles, o lo que es lo mismo, si los conocimientos imprescindibles que habría que transmitir en estas o aquellas asignaturas, optativas o troncales, otra decisión burocrática, se pueden comprimir en los plazos que dicta el ministerio. En efecto, la universidad no tiene como misión repetir lo que ya se sabe y que se puede encontrar en un buen libro (la enseñanza universitaria no sustituye a la lectura, sino que la presupone, la universidad moderna nació junto con la biblioteca), sino enseñar a preguntar. La relación intrínseca entre investigación y enseñanza radica precisamente en desarrollar la capacidad de preguntar, de problematizar conocimientos que pasan por válidos, y así ir acumulando en torno a ellos multitud de preguntas. Cualquiera que haya hecho investigación sabe que lo importante es hacerse las preguntas pertinentes, y luego es cuestión de constancia y suerte llegar a alguna respuesta provechosa, pero también es muy consciente de los muchos conocimientos que es preciso almacenar en un ámbito determinado de la ciencia para poder hacer alguna pregunta que valga la pena. La finalidad primaria de la universidad no es transmitir conocimientos; lo específico de una institución docente que merezca este nombre es desarrollar en el alumno la capacidad de preguntar, lo que, claro está, exige adquirir no pocos conocimientos. Nadie duda que la universidad tenga que ver con la transmisión de conocimientos, pero no cabe fijarlos de antemano en ningún plan de estudios ni programa de la asignatura, sino que en cada caso dependen de la cuestión de que nos ocupemos. Ningún conocimiento es relevante en sí, y me-

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nos porque así lo reputen las burocracias que hacen los planes de estudios. De ahí que no tenga el menor sentido comprobar en un examen si el alumno sabe lo que desde fuera alguien ha dicho que tendría que saber. De lo que se trata es de ayudarle, en comunicación continua con los enseñantes, a que vaya formulando las preguntas que le interesan; luego en el examen se comprobará la capacidad que haya adquirido de problematizar, es decir, de preguntar sobre un tema propuesto por él mismo. El océano de nuestra ignorancia es y permanecerá infinito; de lo que se trata es de llegar a saber un poco de algo, y esto no se alcanza con una visión tan general como superficial que no entra en el meollo de nada. La universidad no debe ser un centro superior de divulgación científica, su misión no es enseñar las diversas ciencias, sino enseñar a hacer ciencia. Además de la libertad del enseñante de investigar lo que quiera y llegar a los resultados que considere oportunos, la otra cara de la libertad académica que en España se ignora por completo es que el alumno pueda trabajar sobre los temas que le atraigan y con los profesores que libremente elija. Principio pedagógico elemental es que como obligación, sin saber por qué y para qué, nada se aprende de verdad, ni tampoco con una persona impuesta a la que no se respete. En suma, no se trata de convertir al estudiante en un epítome ambulante, sino en alguien capaz de cuestionar. Muy instructiva es la experiencia docente en Brasil — hubiera sido la misma en cualquier otro país de nuestro ámbito cultural — que cuenta el físico norteamericano Richard P. Feynman: "Acabé averiguando que los estudiantes se habían aprendido todo de memoria, pero no sabían el significado de nada. Cuando oían decir la luz reflejada por un medio con índice de refracción mayor que 1, no sabían que se estaba hablando de un medio material como el agua, por ejemplo. No sabían que la dirección de la luz es la dirección en la que se ve algo cuando uno lo está mirando, y así sucesivamente. Todo había sido memorizado, pero nada había quedado traducido en palabras con significado. Así, si yo preguntaba, ¿cuál es el ángulo de Brewster? Me estaba dirigiendo al banco de datos del ordenador con las palabras claves precisas. Pero si decía, ¡mirad el agua!, no lograba efecto alguno, porque en el archivo ¡mirad el agua! no se había efectuado registro alguno" (Feynman 1987: 247-248). No quiero prolongar las citas, aunque podrían ser muy sabrosas, pero las páginas que Feynman dedica a su experiencia brasileña de enseñante son bien ilustrativas.

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2. Pues bien, no hay forma de evitarlo; al preguntarnos por las causas de que ciencia y tecnología no hayan penetrado en nuestros países, nos tropezamos una vez más con la vieja "polémica de la ciencia española". Como es bien sabido, la primera versión surge en 1782 con el artículo que en la Enciclopedia dedica a España Nicolás Masson de Morvilliers. En él llega a afirmar que "quizá sea la nación más ignorante de Europa. ¿Qué se puede esperar de un pueblo que necesita permiso de un fraile para leer y pensar?". Por ofensivos que sean, que lo son, los modos de expresarse en unas páginas que destilan todo el desprecio francés por nuestro país, empero acierta en el diagnóstico. La Inquisición es sin duda el factor principal que nos aparta de la modernidad, al haber contribuido de manera decisiva a que diéramos la espalda a la filosofía nueva y a las ciencias que de ella surgen, con consecuencias gravísimas que, en mayor o menor medida, aún padecemos a ambos lados del Atlántico. Por lo pronto, hay que recordar que la Inquisición ha actuado sobre todo en España, Italia y Portugal, y si, por un lado, sus efectos se notan en los tres países, acusándola como causa principal del retraso, por otro, nos hace caer en la cuenta de que echar toda la culpa a la Iglesia y a su celo inquisitorial supone quedarse en la superficie, sin entrar a indagar las causas más profundas. El hecho que necesita explicación es por qué la Inquisición ha ejercido en España un poder tan destructor, mientras que otros países católicos, como la "cristianísima" Francia, donde se inauguró en la lucha contra los albigenses, se hayan visto libres de semejante plaga, o incluso en una Italia partida en su mitad por los Estados Pontificios, las secuelas más negativas se observan en los territorios que estuvieron dominados por la Corona española. Aun así, la Inquisición en Italia, con los casos de Galileo y Bruno incluidos, no mostró la capacidad de destrucción que tuvo en España. El hecho, en el que me gustaría insistir, es que la Inquisición, más que un fenómeno católico, es uno particular del catolicismo español. Preguntarse por qué fue así, no implica eximir a la institución de sus culpas, sino hacerse cargo de la enorme complejidad del asunto. No cabe la menor duda que en la España de los siglos xvi y xvii el temor al Santo Oficio arrancó de raíz cualquier preocupación intelectual. Levantaba desconfianza todo aquel que se dedicase a los estudios humanísticos o a los saberes profanos, por parecer actividades propias de judaizantes, e incluso los laicos o clérigos demasiado preocupados en cuestiones teológicas podían dar la impresión de estar influidos por la herejía luterana, de modo que la mejor forma de verse libre de cualquier sospecha era permanecer dentro de la inmensa mayoría de los analfabetos.

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En el entremés de Cervantes, La elección de los alcaldes de Daganzo (Daganzo es un pueblito cerca de Alcalá de Henares), cuatro candidatos a alcalde exhiben ante los regidores los méritos que se atribuyen para ocupar el cargo. La primera pregunta que hace el bachiller Pesuña a uno de los labriegos candidatos, por nombre Francisco Humillos, es si sabe leer. Su respuesta no tiene desperdicio: "No, por cierto, / Ni tal se probará que en mi linaje / Haya persona tan de poco asiento, / Que se pongan a aprender esas quimeras / Que llevan a los hombres al brasero / Y a las mujeres, a la casa llana. / Leer no sé, mas sé otras cosas tales / Que llevan al leer ventajas muchas". Al preguntársele qué cosas son esas, la respuesta es contundente: "Sé de memoria / Todas cuatro oraciones, y las rezo / Cada semana cuatro y cinco veces." "Y ¿con eso pensáis de ser alcalde?" / "Con esto, y con ser yo cristiano viejo, / Me atrevo a ser un senador romano." El leer lleva a los hombres al brasero, es decir, a la hoguera del auto de fe, y a las mujeres a la casa llana, o sea, al prostíbulo. Dos son los méritos de que se enorgullece Humillos y piensa que bastan para ser alcalde, lo que es lo mismo, para prosperar en aquella España, ser analfabeto y, por lo tanto, libre del riesgo de leer o haber leído libros prohibidos, virtud que garantiza el hecho de ser cristiano viejo, de venir de buen linaje, que es lo único que importa. "Sea por Dios — dijo Sancho — ; que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta. Y aun te sobra, dijo don Quijote" (Parte I, cap. 21). Lo decisivo no es la pertenencia a una clase social, sino a una casta (cristiano, moro o judío). De clase, aunque difícil, cabe cambiar, pues, como corrobora don Quijote en el mismo capítulo, los hay que "tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en grado, hasta llegar a ser grandes señores". En cambio, de casta no; se nace judío, y aunque se bautice, ni él ni sus descendientes dejarán de ser "cristianos nuevos", es decir, de pertenecer a otra casta. Nada se entiende de la América colonial sin la distancia que se establece entre españoles y las otras castas. "Españoles y otras castas" se dice en los documentos. El paso de una sociedad de castas a una de clases ha sido un proceso arduo y harto doloroso, que aún no acabado por completo en nuestra América. En tal ambiente social se comprende que en el mundo hispánico no se desarrollase el hábito de la lectura ni floreciese la industria editorial. Cuando en la Europa reformada leer la Biblia en lengua vernácula — el alemán moderno es una creación de Lutero en su traducción del Libro sagrado — lleva consigo el que la lectura se expanda en amplias capas sociales, Roma pone dificultades a la Biblia Políglota Complutense, sin duda la mayor hazaña y en cierto modo también la última del raquítico humanismo español, que terminada en 1517 no acaba de publicarse hasta que la autoriza el papa León X en 1522. Sin público lector que le sostenga, el que

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escribe en español hasta bastante avanzado el siglo XDí, depende en grado sumo del poder constituido, tanto por la existencia de la censura, como por no poder subsistir sin su ayuda.

3. Con ironía finísima Cervantes nos pone sobre la pista de algunas de las causas que explican el poder omnímodo de la Inquisición, sin parangón en otros países católicos, y es que encaja de manera perfecta con el orden aristocratizante de una sociedad en la que, al menos en valores y creencias, prevalecen los de la alta nobleza que comparten hidalgos y labriegos, tres grupos sociales que por distintas razones desconfían de los sectores medios urbanos, que habían dominado los judíos hasta su expulsión en 1492. La relación tan íntima y personal que tiene el señor don Quijote con su escudero Sancho es algo inconcebible en el resto de Europa, donde las distancias sociales han estado siempre, y pienso que siguen estándolo, marcadas por una mayor frialdad, a la vez que, digamos, son más corteses. Castilla, que se hace con una frontera abierta en continuo litigio, no pudo consolidar el tipo de feudalismo que cuajó en la Europa central. El siervo podía escapar a las zonas recién conquistadas, cuyos pobladores contaban con fueros que garantizaban su libertad. En su primera fase, Castilla se construye con hombres libres. Después de la conquista de Andalucía, el latifundio señorial y eclesiástico configuran toda la vida social, siendo ahora el morisco el que queda sujeto a la tierra. La familiaridad entre las clases que observamos en España proviene de que frente a moriscos y judíos señores y criados de estirpe cristiana asumen los mismos ideales aristocratizantes; con lo que las enormes distancias entre las castas achican hasta cierto punto las que provienen de la clase social. Si bien es cierto que vida y pensamiento de los españoles vienen marcados de manera indeleble por el "conflicto entre las tres castas", que en los siglos xvi y xvii configura la que Américo Castro ha llamado "la edad conflictiva" (Castro 1972), un acontecer de tal envergadura no se entiende únicamente desde sus raíces religiosas, ideológicas o culturales, aunque, como insiste Castro, tal vez tampoco resulte satisfactorio un marxismo elemental que lo reduzca al enfrentamiento de una sociedad refeudalizada tardíamente con una burguesía naciente. Asumiendo la autonomía de los fenómenos culturales, ideológicos y religiosos, no cabe, sin embargo, desconectarlos del sustrato socioeconómico. El "conflicto" se engendró en los siglos XIV y XV, al desplomarse el anterior equilibrio de fuerzas entre el mundo cristiano y el musulmán, del que sobre todo los

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judíos, al moverse con bastante libertad entre ambos mundos, se habían beneficiado. Todavía en el siglo XIII, Castilla había sido modelo avanzado de convivencia y tolerancia religiosa, una tolerancia, no se olvide, que en Europa cuajó después de la paz de Westfalia (1648). En cambio, cuando algunas ciudades del continente ya habían iniciado una profunda reconversión económica, social y cultural, en Castilla se consolida una aristocracia terrateniente que, estrechamente vinculada a una Iglesia con la que comparte el monopolio de la tierra, establece una dominación férrea que no deja espacio para la convivencia pacífica de las tres religiones. Las guerras civiles de los siglos xiv y xv en Castilla tienen como trasfondo unas ciudades que llegaron muy pronto a ser libres y que sufren las consecuencias de una refeudalización tardía, producto de la expansión conquistadora de Andalucía que trae consigo el monopolio de la tierra en manos de la Iglesia y de la aristocracia. Después de casi un siglo de guerras civiles, a costa de la población urbana de comerciantes y artesanos, entre la que el número de judíos era alto, los Reyes Católicos lograron fundir con la Monarquía en un bloque férreo, tanto a la nobleza como a la Iglesia terratenientes. La Inquisición, establecida en 1478, tiene como función principal consolidar el poder que resulta de esta fusión. Con razón se desconfía de una población judía que, despojada de sus bienes, había sido obligada a bautizarse. Inquisición y expulsión de los judíos convergen en la consolidación de una sociedad aristocrática que, por paradójico que parezca, cuenta con el apoyo de amplios sectores populares, orgullosos de su linaje de cristianos viejos. Las grandes perdedoras son las ciudades, las únicas preparadas para el advenimiento de las corrientes humanísticas, en lo ideológico, y comerciales y financieras, en lo económico, que son las que en la Europa central llevarían a cabo la revolución de la modernidad. La España imperial de Carlos V es también la de una enorme fragilidad económica, social y cultural. Sólo los metales preciosos que empiezan a fluir de las Indias hacen posible que se sostenga un orden social trasnochado. El desplome de la cultura y de la economía españolas en la segunda mitad del siglo xvii son acontecimientos congruentes que van a marcar por siglos la vida española y, por tanto, su lengua y pensamiento.

4. La "polémica de la ciencia española" rebrota más emponzoñada que nunca en la España liberal del último tercio del xix. Hasta entonces las voces habían sido todas extranjeras, sobre todo en el "siglo de las luces", en el que el libro en

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español había desaparecido prácticamente de las bibliotecas europeas. Pero ahora son los españoles los que se atreven a criticar su pasado. En 1876, Gumersindo de Azcárate, en un artículo titulado Self Government y la Monarquía doctrinaria se atreve a expresar lo evidente: que la Inquisición, al haber ahogado por completo la libertad, era la causa de que durante tres siglos España hubiera dado la espalda al despliegue prodigioso de la filosofía y las ciencias modernas. Marcelino Menéndez Pelayo, un muchacho de 22 años, imbuido de un catolicismo a machamartillo, responde con un libro, La ciencia española (en su forma definitiva lo publica en 1887), en el que pretende mostrar, identificado plenamente con la Inquisición, que ésta no sólo no ha impedido el desarrollo de la ciencia; sino que, al contrario, un amplio catálogo de nombres y obras en todas las ramas del saber pondría de manifiesto el vigor de la ciencia en una España en la que la fe se mantuvo incólume. "Antes de su libro entreveíase ya que en España no había habido ciencia; luego de publicado se vio paladinamente que jamás la había habido", reza el comentario sarcàstico de Ortega, justamente la persona que pasa por ser la que hizo "apto el castellano para la faena filosófica".1 A la tesis de que no habría habido filosofía moderna en español, habría que añadir el estrambote de hasta que Ortega la crease en el siglo xx.2 "La polémica de la ciencia española" retoña por tercera vez en el franquismo. Por un lado, a Menéndez Pelayo se le declara santo patrono de la España imperial y reciamente católica que se pretende instaurar; por otro, se persigue con furia exacerbada cualquier rastro de pensamiento liberal, aunque fuese claramente de derecha y, claro está, el odio principal va dirigido a la figura más eximia del pensamiento liberal español, José Ortega y Gasset. En este contexto importa subrayar la actuación de mediador que ejerció Pedro Laín Entralgo. Como científico (médico y químico) y católico practicante, desde sus primeros escritos le ha preocupado la difícil relación del catolicismo con la ciencia moderna, y a Menéndez Pelayo dedica uno de sus primeros libros (Laín Entralgo

1 En palabras del profesor de literatura española que tuve en mis años de estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, don Francisco Maldonado (1957: 125-139). 2 Afirmación de que si bien cuenta con un amplio apoyo en España, no lo tiene en América. Véase V. Chumillas 1940. Crítica que, más bien referida al estilo orteguiano, se mantiene desde Jorge Borges hasta Alberto Manguel. Ciertamente, el culto a Ortega no ha alcanzado en América los niveles que tuvo en España, y ello pese a que en algunos países la filosofía de esta segunda mitad del siglo xx debió mucho a los discípulos de Ortega que, como consecuencia de la Guerra Civil, se vieron trasterrados a América; en México baste con mencionar a José Gaos, así como en Venezuela a David García Bacca.

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1944) con el fin de rescatar al polígrafo santanderino del integrismo en el que el régimen lo tenía confinado. Laín se esfuerza en poner de manifiesto algo que en aquellos años no era tarea fácil ni baladí, a saber, que el integrismo católico del polemista Menéndez Pelayo pertenece a un periodo juvenil (1876-1883) del que con un mejor conocimiento de la cultura europea se distancia en su obra posterior, tratando de reconciliar catolicismo y ciencia moderna. Con este espíritu, Laín y sus amigos de la revista Escorial, Dionisio Ridruejo y José Luis López Aranguren, sin renegar de su catolicismo, reivindican la obra de Ortega. El católico Laín reconoce la animadversión de la Iglesia contra la modernidad, aunque, en su función de mediador, la excusa en cierto modo por el pretendido anticlericalismo del liberalismo hispánico. Lejos de participar en la autosatisfacción que destila la universidad española hacia la ciencia patria, tanto la que se hizo en el pasado, como la que se hace en el presente, Pedro Laín ha sabido criticar nuestras deficiencias del pasado, pero también gritar a menudo su indignación por el estado de la investigación en la España de nuestros días, a la vez que ha contribuido a que surgiese una historia de la medicina rigurosa que ha terminado ampliándose a la historia de la ciencia. Uno de los discípulos de Laín, José María López Piñero, ha escrito una historia de la ciencia en la España de los siglos xvi y xvn (López Piñero 1969). N o se circunscribe a una simple "historiografía de las grandes figuras" (si para certificar la existencia de una ciencia española necesitásemos recurrir al Galileo o al Newton español, obviamente sólo cabría refrendar su no existencia) sino que se limita a estudiar, como un simple fenómeno social, los conocimientos de los fenómenos naturales y sus aplicaciones prácticas, dejando a un lado la relevancia que estos saberes hayan podido tener en la historia de la ciencia. En este libro se pasa revista a las matemáticas, la cosmografía y la astrología (la astronomía desapareció de nuestro horizonte tras la expulsión en 1492 del judío Abraham Zacuto, nacido en Salamanca en 1452 y muerto en Túnez en 1525), la geografía y la historia natural. A mayor altura quedamos en los saberes prácticos ligados a la navegación y a los descubrimientos geográficos, como la cartografía, la náutica y la ingeniería naval, la metalurgia y el arte militar (la artillería, como entonces se decía en un sentido más amplio que el actual). Todo ello muestra que España en la primera mitad del XVI, al menos en lo que respecta a la técnica, se encontraba en una buena situación. Ello hace aún más estrepitoso el descalabro que sufre a finales del xvi y a lo largo del xvii. López Piñero tiene que reconocer que, justamente, cuando empieza a alborear la ciencia nueva, "los obstáculos que hemos visto ir creciendo a lo largo del siglo xvi se convirtieron en auténticas barreras que aislaron la actividad científica española

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de las corrientes europeas y desarticularon su inserción en la sociedad" (1969: 372). López Piñero no puede menos que hacer patente la causa de tamaño estropicio. "Durante el siglo XVII la represión, además de hacerse más intensa e intolerante, se dirigió contra el cultivo de la ciencia de modo directo y explícito. Esta diferencia se refleja, por ejemplo, en los índices inquisitoriales de libros prohibidos y expurgados." Por consiguiente, "el colapso de la producción científica durante el siglo XVII es un hecho tan evidente que su comprobación no platea dificultades" (1969: 373). En la segunda mitad del XVII se desploma la cultura escrita en español. Alejados de la corte — la Academia de Matemáticas de Madrid había cerrado en 1625 — en Sevilla, Valencia, Barcelona, Zaragoza, nos encontramos con algunas personas interesadas en la filosofía y la ciencia que se hace en Europa; los conocemos como los "novatores". España, que hasta bien entrado el siglo xvi ha pertenecido plenamente a la cultura europea, llega a mínimos en la primera mitad del XVIII. A partir de un nivel muy bajo tiene que esforzarse en adquirirla, como si se tratase de una ajena. Europeizarse supone, justamente, este arduo proceso de aculturación a la modernidad.

5. El español, como lengua de pensamiento, surge tras el vacío que va, pongamos desde 1681, año de la muerte de Calderón de la Barca, hasta la segunda mitad del XVIII. En este resurgir de la lengua, la influencia francesa es creciente, por lo menos hasta bien entrado el siglo XIX. El que el impacto del francés haya sido tan fuerte se explica por el hecho de que el español, como lengua de pensamiento, empezase de niveles ínfimos: "El siglo XVIII español hereda un lenguaje escolástico, barroco y dislocado entre la chabacanería y la artificiosidad", diagnostica Rafael Lapesa (1996: 12). Todavía en 1760, Francisco Mariano Nipho publica un libro titulado Cajón desastre literario o percha de maulero erudito con muchos retales buenos, mejores y medianos, útiles, graciosos y honestos para evitar las funestas consecuencias del ocio, encabezamiento que basta para captar la calidad intelectual de su contenido. En este mismo año, la Inquisición prohibe la Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, que el jesuita Francisco José de Isla había publicado en 1758. En la novela, así al menos la llama el autor, ridiculiza la lengua de la oratoria sagrada de la época, no muy diferente de la que se empleaba en otros géneros literarios. Una simple lista de los títulos de los libros españoles de la época sería suficiente para dejar constancia de las razones por las que no los encontramos en las bibliote-

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cas europeas del XVIII. Si los mismos españoles piensan en francés y llenan su lengua de galicismos, conseguida la Independencia, los hispanoamericanos no tienen por qué seguir orientándose en España, sino que, ya sin intermediarios, pueden comerciar con Inglaterra y leer en francés. El español, como lengua de pensamiento, se inaugura en la segunda mitad del siglo xviii de forma bien modesta. El precursor fue sin duda fray Benito Feijoo, una cumbre, medido con lo que se publica en la España de su tiempo, y un pigmeo, comparado con el pensamiento que a la sazón se escribe en inglés, francés y alemán. Mérito de Feijoo es haber roto con el barroquismo chapucero de su tiempo, volviendo al estilo sencillo, conversacional, de Juán de Valdés o de Antonio de Guevara. Al leerle uno no se libra de la impresión de estar sentado a su vera, escuchándole en amigable tertulia. Escribe de los temas más diversos, artes, astronomía, geografía, economía y derecho, filosofía, física y matemáticas, historia natural, medicina, historia, supersticiones y costumbres. En rigor, Feijoo inventa el ensayo en español; una curiosidad insaciable involucra su persona en ese "discurrir a lo libre", como dijera Gracián. Feijoo, desde su celda de Oviedo, trata de importar todo lo que puede del pensamiento europeo de su tiempo. C o m o no lee inglés ni alemán, sus fuentes están en francés — sigue periódicamente el Journal des Savants de París — , lengua que admira y que considera incluso más útil dominar que el mismo griego. En suma, si tomamos el pensamiento en el sentido estricto de filosofía y ciencias modernas, hay suficiente base empírica para dudar que el español sea una lengua de pensamiento. En cambio, no cabe la menor duda de que lo es, si al español lo consideramos vehículo de pensamiento en el sentido en que lo es toda lengua, e incluso, en el más particular de haber creado desde el siglo XVTII un tipo de ensayo que a ambos lados del Atlántico distingue a los llamados "pensadores", como se les conoce tal vez más entre los especialistas estadounidenses que en nuestra América.

6. Este segundo sentido del español, como lengua de pensamiento, conlleva dos cuestiones a las que habría que enfrentarse, a sabiendas de que sobrepasan con mucho, no sólo mis modestos conocimientos, sino los de la lingüística y la filosofía del lenguaje de nuestro tiempo. La primera reza: ¿cómo influye, si es que lo hace de alguna forma, la estructura del español sobre el pensamiento, de la misma manera que se supone que el griego o el alemán han configurado el

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pensamiento escrito en estas lenguas? Y, la segunda: ¿los rasgos específicos del español se reflejan de algún modo en los ensayos escritos en los dos últimos siglos a ambos lados del Atlántico? Por supuesto que en lo que sigue no ofrezco más que un armazón elemental con el único fin de ordenar un poco cuestiones de tamaño calibre. En la tradición romántica que proviene de Guillermo de Humboldt tal vez lo menos convincente sea la identificación que hace de lengua y nación, como si cada lengua implicara la existencia de una nación. Tesis que, si bien ha echado raíces profundas en Cataluña, no encaja con lo ocurrido en el inglés o el español, idiomas que lo son de muchas naciones. El caso del español es ejemplar a este respecto. Por un lado, una misma lengua pertenece a diferentes naciones, cada una con una sólida conciencia nacional; por otro, España, por lo menos desde el punto de vista de sus lenguas, es una "nación de naciones". Además del castellano, se habla el catalán, el gallego y el vascuence3 y, como las cuatro lenguas son españolas, el castellano no debiera monopolizar el nombre. La Constitución de 1978 en su artículo tercero sostiene que "el castellano es la lengua española oficial del Estado... Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas". El que el castellano haya pasado a denominarse español ocurre, en realidad, bastante tarde. Hasta 1925 la Real Academia Española no llama español al castellano. De la misma manera que el término español es un provenzalismo — si la palabra hubiese nacido en Castilla, nos hubiéramos llamado españuelos 4 — también el idioma que hablamos a ambos lados del Atlántico empezó a llamarse español fuera de nuestro espacio lingüístico antes que entre nosotros. En cualquier parte del mundo seguro que verán en los escaparates el letrero de "se habla español" y un hispanoparlante, peninsular o americano, se anuncia como profesor de español. Al final terminamos llamándonos tal como nos llaman los otros. También el nombre de América Latina surgió entre latinoamericanos afincados en Francia en la segunda mitad del siglo xix y llegó a América por

3 Juán Valdés (1928: 29) distingue también cuatro lenguas en la Península, "la catalana, la valenciana, la portuguesa y la vizcaína". La gallega desaparece absorbida por el portugués y, en cambio, diferencia el catalán de la lengua valenciana, aunque reconociendo que "la valenciana es tan conforme a la catalana que el que entiende la una entiende casi la otra, porque la principal diferencia consiste en la pronunciación, que se llega más al castellano, y así es más intelegible al castellano que la catalana" (1928: 31). 4 Probablemente fueron los catalanes los primeros a los que se les llamó españoles, durante siglos los únicos españoles, ya que los habitantes del reino astur-leonés y del condado de Castilla se identificaban como cristianos (Castro 1985).

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conducto de Estados Unidos, y hoy los hispanoamericanos lo tienen perfectamente asumido. No sólo, suprimidos resabios nacionalistas del pasado, se ha impuesto a ambos lados del Atlántico la denominación de español para nuestra lengua, sino que, pese a los intentos decimonónicos en sentido contrario, estamos en camino de mantener como un verdadero tesoro la unidad del español. Hoy nadie duda que nuestra fuerza radica en que más de 4 0 0 millones de hispanoparlantes nos entendemos oral o por escrito sin la menor dificultad. Bueno, para no recibir alguna sorpresa que pudiera resultar hasta desagradable, basta con prestar alguna atención a ciertas palabras o modismos, propios de cada país y que se aprenden fácilmente. 5 El que sea así, no debe ser óbice para dejar de reconocer que existen diferencias significativas; ahora bien, las peculiaridades del español no se traducen en una escisión entre el que se habla en España y en América, sino que cabría distinguir, siguiendo a Diego Catalán, un español castellano de otro atlántico, que incluiría Andalucía, Extremadura, Canarias e Hispanoamérica. Si la lengua está incrustada en la historia, y cuentan los caracteres étnicos, la situación socioeconómica, la mentalidad de las gentes y un larguísimo etcétera, a la larga la consecuencia tendría que ser la descomposición del español que se habla en países tan diferentes. A partir de las tesis humboldtianas y teniendo en cuenta el aislamiento de la población rural, incluso de buena parte de la urbana, parecía plausible el vaticinio del colombiano Rufino José Cuervo de que el español estaría condenado a fragmentarse, de la misma manera que lo hizo el latín vulgar después de largos siglos de desaparecido el Imperio romano de occidente, máxime si a ello contribuía un nacionalismo que pretendía tomar cuerpo también en la lengua. La experiencia de los dos últimos siglos, empero, no ha confirmado este pronóstico, lo que no debe tranquilizarnos en exceso, pese a que trabajen a favor de la unidad, por un lado, la conciencia compartida de la ventaja que supone hablar una lengua, y, por otro, dados los actuales medios de transporte y de comunicación, la infinitamente mayor comunicación que existe hoy entre los hispanohablantes, así como el que se mantenga la migración, aunque ahora en sentido inverso, de América a la Península. Sí, cabe albergar la esperanza de que no se convierta en realidad la duda angustiosa de Rubén Darío: "¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?". Porque, efectivamente, la mayor amenaza a la unidad de la lengua proviene hoy del inglés. No porque se incrusten en nuestra habla cada vez más anglicismos, proceso tan imparable, como a la postre enriquecedor — como lo fue que el cas-

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Angel Rosenblat ( 1 9 7 7 ) nos ofrece un rico catálogo.

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tellano se llenase de arabismos en la Edad Media, en el Renacimiento, de italianismos, y en la Ilustración, de galicismos — sino porque en cada país la palabra inglesa adopte una forma distinta. Ya es grave que se emplee una palabra inglesa, cuando tenemos la española a punto, y se diga bluyins para vaqueros, pero resulta exterminador, cuando en cada lugar toma una forma diferente el anglicismo de turno.

7. A finales del siglo XV y primera mitad del XVI, emancipadas las lenguas romances del latín, León Battista Alberti, Pietro Bembo, Antonio de Nebrija, Joachim Du Bellay, hacen el elogio de la propia lengua que, como es natural, es siempre la que nos resulta más entrañable y en la que descubrimos las mayores virtudes. En este contexto llama la atención el que el conquense Juán de Valdés, al comienzo de Diálogo de la Lengua reconozca que el castellano es inferior al toscano. Y ello porque esta lengua "está ilustrada y enriquecida por un Boccaccio y un Petrarca... y como sabéis la lengua castellana nunca ha tenido quien escriba en ella con tanto cuidado y miramiento cuanto sería menester para que hombre... se pudiere aprovechar de su autoridad" (Valdés 1928: 8). El aprecio del castellano no debe de ser muy grande, pues, cuando sus interlocutores le preguntan por los mejores escritores castellanos en prosa, Valdés confiesa haberlos leído muy poco "porque, como entiendo el latín y el italiano, no curo de ir al romance" (1928: 164). Sí, en cambio, admite que, como buen español, se dejó embaucar por los libros de caballerías, los Amadís de Gaula o los Palmerín. "Diez años, los mejores de mi vida, que gasté en palacios y cortes, no me empleé en ejercicio más virtuoso que en leer estas mentiras en las cuales tomaba tanto sabor, que me comía las manos tras ellas" (1928: 169). Franqueza y apertura de espíritu que considero cualidades principales del que exprese por escrito su pensamiento, y de las que Valdés da cumplida muestra. "Porque jamás me sé aficionar tanto a una cosa que el afición me prive del uso de la razón, ni deseo jamás tanto complacer a otros que vaya contra mi principal profesión, que es decir libremente lo que siento de las cosas que soy preguntado" (1928: 180).6 Esta libertad de espíritu que se plasma en "decir a la clara mi parecer" exige un estilo

6 Aunque he modernizado la ortografía en las citas, respeto la regla que para evitar la cacofonía nos da Valdés de poner el artículo masculino sobre las palabras femeninas que empiecen por a, y así como decimos el alma, Valdés escribe el afición y no la afición.

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natural "y sin afectación ninguna escribo como hablo, solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir" (1928: 150). En suma, la lección que nos da Valdés y que sigue siendo válida, es que el verdadero valor de una lengua como vehículo de pensamiento no depende de su estructura gramatical ni de la riqueza de su léxico, sino de lo que tengan que decir de bello, bueno y verdadero aquellos que la utilizan. El mérito del español, como lengua de pensamiento, es el que otorguemos a los pensadores, ensayistas y escritores que se expresan en esta lengua. No sólo llama la atención la unidad del español, como lengua de pensamiento, las semejanzas en el estilo, sino incluso en los contenidos. Fijémonos en uno que es dominante. Una de las preocupaciones centrales a ambos lado del Atlántico es determinar quiénes somos, la cuestión de la identidad. Es una cuestión vinculada al "cortacircuito de la modernidad" que nos ha obligado a europeizarnos, siendo europeos. Desde que Simón Bolívar se preguntara quiénes son, en realidad, los hispanoamericanos, al no ser ni españoles ni americanos, hasta que el joven Ortega insistiese que para un español la cuestión esencial es conocer quién es en su especial circunstancia, y cómo condiciona esta circunstancia su modo de vivir y de pensar, la literatura ensayística sobre la identidad del iberoamericano, si se quiere, en concreto, del español, argentino, mexicano, o peruano, es amplísima. Nos preguntamos quiénes somos, y en la pregunta queda sobrentendida nuestra relación con la modernidad, que se nos presenta como algo propio — proviene de raíces que compartimos — a la vez que extraño, al no haber participado en su primer despliegue.

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Heiner Böhmer ASPECTOS T E M Á T I C O S , TAREAS Y PERSPECTIVAS DE LA INVESTIGACIÓN DEL LENGUAJE CIENTÍFICO CASTELLANO

En el presente artículo nos proponemos destacar algunas tendencias en los resultados de la investigación del lenguaje científico castellano que podrían ser relevantes desde la perspectiva del estudio de las culturas. Se trata, pues, de seleccionar y generalizar resultados lingüísticos aptos para el marco temático de este coloquio. Al efecto, hemos escogido varias publicaciones españolas y alemanas que ofrezcan estudios interesantes de casos o que contengan reflexiones y enfoques favorables para las cuestiones que vamos a abordar. Empecemos por dar una idea de conjunto de las contribuciones que la lingüística ha aportado hasta el momento. Respecto de los marcos temáticos de la investigación, destacan tres aspectos: (1) los motivos históricos y actuales para seleccionar cierto idioma que sirva para presentar, divulgar o desarrollar los conocimientos de las diferentes disciplinas (2) la continua formación interna de los recursos del código seleccionado en cuanto a la terminología, los giros sintácticos y el típico fraseologismo científico (3) el lado de la evaluación estilística de los recursos dados según las exigencias del campo de expresión, es decir, de una disciplina científica determinada, y también según las de lo que se podría llamar "buen estilo" en un sentido general. A continuación, veamos qué tendencias se pueden deducir de los resultados singulares que han sido elaborados en el marco de cada uno de estos temas.

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1 . L A S E L E C C I Ó N DEL IDIOMA

C o m o es sabido, la historia de las ciencias en Europa nos dice que, durante la Edad Media, el idioma del que se servían los estudiosos no era la lengua de su pueblo sino el latín medieval. Aunque esta lengua era para cada uno un idioma aprendido, parece que los estudiosos lo manejaban m u y hábilmente, de m o d o que satisfacía las múltiples necesidades de expresión que podía tener el m u n d o universitario de aquella época. Pero llegó un m o m e n t o en que las diferentes naciones pasaron a servirse cada vez más de su medio de expresión cotidiana, la lengua vernácula, para realizar la comunicación dentro de las instituciones científicas. Este periodo de transición se sitúa en siglos diferentes según los diversos pueblos. E n este caso, la primera nación de Europa fue, por una vez, España, ya que la escuela de Alfonso X produjo, a mediados del siglo xm, una serie de obras científicas castellanas realizadas en diversos campos de erudición (astronomía, derecho, etc.). E n Francia, fueron algunos botánicos de Montpellier y el cirujano Ambroise Paré quienes tomaron, en el siglo xvi, una iniciativa parecida. Sin embargo, hasta finales del siglo siguiente, en la famosa S o r b o n n e y en muchas otras instituciones científicas francesas, se mantenía el latín c o m o idioma exclusivo de la presentación y discusión de métodos y teorías. E n Inglaterra, la transición se hizo de manera comparable. D u r a n t e el siglo xvii, muchos estudiosos publicaron obras en latín y, al mismo tiempo, obras escritas en su lengua materna (Gläser 1 9 9 5 ) . E n Alemania fue el jurista Christian T h o m a s i u s el primero en dar cursos en su lengua nativa en la U n i versidad de Leipzig, iniciados en 1 6 8 7 (Skudlik 1 9 9 2 : 12s.). Por otro lado, no hay que olvidar que una teología que se servía del alemán c o m o medio de expresión ya había sido creada siglo y medio antes, en las obras de M a r t i n Luther. E n c o n j u n t o , el alemán, el italiano, el inglés y el francés parecen haberse impuesto c o m o lenguajes científicos en un largo proceso de competición y coexistencia con el latín durante los siglos xvi y xvn. Y hasta finales del siglo xviii seguía produciéndose un número significativo de obras científicas escritas en latín. ¿ C ó m o se hizo la transición en España? N o obstante lo dicho arriba, el m o m e n t o crucial no es ya la época de Alfonso el Sabio. Son las décadas alrededor del año 1 5 0 0 , época en la que Frederick N o r t o n , en un estudio sobre los primeros libros imprimidos en lengua castellana y catalana, observa, en muchos campos, una subida repentina y persistente de la producción castellana en detrimento de la producción latina ( N o r t o n 1 9 9 7 : 1 9 3 - 1 9 6 ) . E n base a estos datos es lícito suponer que también se habrá reanimado el empleo de la lengua

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vernácula en las discusiones y presentaciones del ámbito universitario. A partir de este periodo, la lengua materna constituía un medio de comunicación que forzosamente había que tener en cuenta. López Pifiero ( 1 9 8 9 ) nos hace ver un panorama de las instituciones científicas así c o m o de las corrientes intelectuales que, j u n t o con los títulos de las obras científicas transcendentes, sugiere una reconstrucción grosera de la distribución de los pesos que tenía el latín o respectivamente el castellano en los trabajos de la erudición española durante los siglos xvi y xvii. Al añadir las informaciones que nos suministran José Luis Abellán ( 1 9 8 8 ) y el t o m o correspondiente de la historia de T u ñ ó n de Lara ( 1 9 9 2 ) sobre la época de la Ilustración, obtenemos la imagen siguiente: la corte era, en la Alta Edad Media y hacia 1 5 0 0 , uno de los focos principales de la ciencia (López Piñero 1 9 8 9 : 3 6 6 ) y el castellano habría sido el medio de comunicación preferido en este ambiente. En la Iglesia, otra institución clave que apoyaba y distribuía ciertos resultados y teorías de la ciencia, habría dominado el latín. En las universidades se observan dos corrientes (López Piñero 1 9 8 9 : 3 7 3 ) que, por motivos diferentes, fomentaron el castellano y el latín al mismo tiempo: el h u m a n i s m o , cuyos protagonistas habían reformado el latín, alimentaba también un fuerte interés por los idiomas vernáculos; el escolasticismo arabizado, que estaba fundado en la doble tradición alfonsí de traducciones: del árabe al latín y del árabe al romance. A la llegada de la Contrarreforma, estas dos corrientes fueron suprimidas, y el m u n d o científico asistió a una restauración del latín c o m o medio legítimo del escribir y hablar erudito. López Piñero ( 1 9 8 9 : 3 7 4 s . ) pone en relieve lo paralizada que se quedó la ciencia española de aquella época, donde la apertura máxima se observa en algunos m o derados, los cuales, sin abandonar el escolasticismo de fondo, adoptaron eclécticamente variopintos elementos del pensamiento moderno. La vigencia y dominación del latín se comprueba al otro extremo de esta fase contrarreformista, cuando los llamados novatores del siglo XVIII manifestaron su simpatía por las ideas progresistas extranjeras por el hecho de escribir en un castellano comprensible en vez de en un latín inaccesible (Abellán 1 9 8 8 : 3 5 3 ) . Finalmente, el tercer intento que, en la época de Carlos III, la lengua castellana emprendió para hacerse idioma científico exclusivo o dominante, llegó a ser coronado por el éxito. Actualmente asistimos al ascenso del inglés en las ciencias naturales, manteniéndose el castellano en las ciencias humanas. Una situación que, referida a la totalidad de una comunidad lingüística, se suele designar c o m o diglosia. El primero que propuso este concepto fue Charles Ferguson ( 1 9 5 9 ) . Para él, eran casos de diglosia situaciones lingüísticas en las que una versión antigua, elabo-

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rada, estandarizada de una lengua se usa para la comunicación escrita y/u oficial mientras que una versión más moderna de la misma lengua, variante viva y no sujeta a las leyes de la norma, domina la comunicación oral y/o privada. Un ejemplo son los países árabes, donde, en los diálogos cotidianos, se usan dialectos del árabe según la región y, en el dominio escrito, se emplea o una versión del árabe clásico del Corán o hasta una lengua europea como el francés o el inglés. Después de Ferguson, el campo de aplicación del concepto de diglosia se ensanchó llegando a incluir todo tipo de situaciones en las que, en una comunidad de hablantes, se usaban o usan idiomas diferentes reservados a dominios diferentes de comunicación. ¿En qué sentido se puede decir que tal diglosia tiene lugar en la esfera científica? En una parte del sistema de disciplinas científicas, a saber en las ciencias naturales, se va introduciendo una lengua universal que posibilita la comunicación internacional o, mejor dicho, global. En esto, el inglés es un verdadero sucesor del latín medieval. Dado que se generaliza su empleo en las ciencias naturales de cada país, manteniéndose el idioma nacional en las letras y ciencias sociales, la influencia angloamericana provoca una división del ambiente lingüístico en el dominio de la ciencia profundizando el contraste ideológico y metodológico entre dos culturas. El grupo de estudiosos que trabajan en el campo de las humanidades y el grupo de investigadores de las llamadas ciencias se van transformando en dos comunidades lingüísticas, la primera ligada al horizonte de su cultura nativa, la segunda abierta a una pluralidad mundial pero casi encerrada en un mundo parcial sin contacto inmediato con su comunidad cultural patria y concentrada en sus asuntos específicos. Como observa Wittgenstein en las Investigaciones Filosóficas (1982), las lenguas tienen el efecto de muros reforzando la coherencia de las sociedades en sí y protegiendo estas sociedades contra un intruso venido del exterior. Ya que, sin una iniciación bastante larga y profunda al idioma de intercambio de ideas y dirección del comportamiento, nadie logra entrar en tal comunidad y hacerse, aunque sea de modo pasajero, miembro de ella. De esta manera las lenguas contribuyen a separar una sociedad de la otra, una cultura de la otra. Lo mismo se aplica a los diferentes grupos profesionalistas de educación específica en los que está dividida cada una de las grandes sociedades. Dos idiomas diferentes de comunicación científica pueden separar dos comunidades de investigadores. En uno de los textos de Snow (1965: 64) en el que habla de su tesis de las dos culturas, se dice que la palabra "cultura" es empleada por antropólogos para designar un grupo de personas que viven en el mismo ambiente, unidas por las mismas costumbres, las mismas actitudes y suposiciones, el mismo modo de vivir. Para Snow, son culturas en este sentido

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también: la gente marcada por una educación literaria por un lado y el grupo de investigadores de la naturaleza y de la técnica por otro lado. Como se sabe, Snow sostiene que estas dos culturas están separadas sin entendimiento mutuo. Como el idioma es una contribución fuerte a la unión de costumbres y actitudes comunes que constituye una cultura, aislándola de culturas diferentes, el contraste entre el empleo del inglés y el empleo del idioma nativo de cada nación debería llevar a una separación aún más clara y más difícil de superar de las dos culturas. Parecemos, pues, asistir a una época en que, en el dominio de la ciencia, las lenguas nacionales tienden a desaparecer en favor del idioma angloamericano. Pero, bien mirado, no es así. Al menos, no parece adecuado si se aplica a España e Hispanoamérica. En estos países, en la mayoría de los siglos, ha habido siempre una situación de diglosia. Es y era el estado normal de la gran comunidad de todos los que trabajaban en el dominio científico o que se ocupaban de sus resultados y se interesaban por ellos. Durante toda la Edad Media, el empleo del latín medieval era siempre más intenso que el del castellano (Langosch 1997: XIV). La transición al castellano hacia 1500 no tuvo como consecuencia la desaparición del latín. Aunque los libros sobre la historia de la lengua española (Lapesa 1981, Cano Aguilar 1988) no se ocupan de la relación entre latín científico y castellano científico, se puede concluir, como hemos visto más arriba, que el latín seguía empleándose paralelamente al castellano hasta bien entrado el siglo xvin, siendo la lengua de Roma la que dominaba en la mayoría de los decenios. Reinaba, pues, una diglosia latino-castellana durante los siglos xvi y xvii. Es difícil determinar, sin un estudio detallado, con qué frecuencia se producían títulos científicos españoles bajo la Contrarreforma y cuál era su función exacta. Sólo es de suponer que les correspondía un papel especial y que, por eso, la situación del lenguaje científico todavía se puede describir como diglósica durante esos siglos. En la época de la Ilustración, ésta fue relevada primero por una poliglosia con las lenguas de las naciones, en las que iban desarrollándose los campos revolucionarios de la investigación: el italiano, lengua de Galilei, Galvani, Volta y Avogadro; el francés, lengua de Gassendi, Descartes, Lavoisier y Ampère; el inglés, lengua de Newton y Watts; el alemán, lengua de la mineralogía, de Werner, Forster y Humboldt. Tal poliglosia no sólo es probable sino que está además documentada por varios hechos: ya.Feijoo se sirvió de fuentes extranjeras que, en su mayoría, eran francesas (los periódicos Mémoires de Trévoux y Journal des savants) o inglesas (el periódico The Spectator) (Abellán 1988: 498); a finales del siglo xvm, se toman muchos préstamos de lenguas diversas, como zinc del alemán al lado de mineralogía del

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francés (cf. G ó m e z de Enterría 2 0 0 1 : 8 1 ) ; en 1 7 7 6 , se considera en los programas de enseñanza de la Real Sociedad Bascongada de los amigos del país, proyecto de reforma de la ciencia en España, que, para entender los textos extranjeros, los estudiantes de las materias científicas también habrían de aprender la lengua alemana, inglesa, italiana y francesa ( G ó m e z de Enterría 2 0 0 1 : 8 5 ) . Finalmente, se puede sacar de las investigaciones actuales de diversos lingüistas españoles (el grupo dirigido por Gutiérrez Cuadrado en Barcelona, Paz Battaner también de Barcelona) la conclusión de que, también durante el siglo xix, los manuales y diccionarios escritos por estudiosos franceses constituían una fuente continua de información cuya accesibilidad era garantizada por n u m e rosas traducciones. E n Hispanoamérica, las actividades de investigación en las universidades ya existentes en el m o m e n t o de las guerras de la independencia pronto habrían sido integradas a la corriente científica y tecnológica que venía de la América del Norte, haciéndose el inglés el factor de mayor ascendente lingüístico. Todo ello parece confirmar que, m u c h o tiempo antes de la diglosia abierta entre inglés y castellano, ya había existido una situación de poliglosia oculta en la que el francés y otras grandes lenguas europeas servían de idiomas de referencia influyendo c o n t i n u a m e n t e en la formación de los recursos lingüísticos del castellano. Siendo, pues, la diglosia o poliglosia la situación normal para la ciencia española e hispanoamericana, uno puede preguntarse también si es tan perjudicial la presencia del inglés en la situación actual. Tal vez la divulgación de resultados y la reconstrucción y comprensión de éstos ocupe una parte más importante en la ciencia hispánica que en otras culturas científicas. Al e n u m e rar los diversos motivos que justifican y explican que el empleo de la lengua vernácula reemplazó el uso de una lengua universal c o m o el latín y sigue impidiendo la introducción de una nueva lengua universal c o m o el inglés, hay que destacar sobre todo dos: el motivo nacionalista y el motivo de divulgación. El primero es obvio en el siglo xix y la primera mitad del siglo xx, época en la que la competición entre las naciones abarcaba todos los dominios de la vida y hasta la ciencia. Pero está también presente en el siglo x v y las iniciativas de los humanistas. C u a n d o se empezó a utilizar el castellano en los cursos universitarios, los eruditos españoles intentaban imitar a los humanistas italianos y querían demostrar que, comparada al italiano o al latín, su lengua materna no era menos capaz de expresar los matices semánticos o construir las frases complicadas que se exigían en el código escrito. Aquélla es la época de la competición de las lenguas y no hay que olvidarlo (Lapesa 1 9 8 1 : 3 0 0 s . ) . Por otro lado, el motivo de divulgación parece más fuerte que el motivo nacional. Ya en el caso de los

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humanistas, su presencia es plausible. ¿Por qué habrían cambiado de idioma, si hubieran mirado al mismo público de estudiantes formados en el empleo y entendimiento del latín desde la escuela? Todo funcionaba bien, la terminología estaba a su disposición, las oraciones latinas debían parecerles a los estudiantes medievales mucho más transparentes que, a lo mejor, se presentan a la comprensión de nuestros alumnos en los institutos modernos. ¿Por qué abandonar todo esto si no fue para comunicarse, a la larga, con un círculo de receptores mucho más extendido, ensanchando de manera dramática el alcance de la educación y de la cultura? Durante la Ilustración, la divulgación es, sin duda alguna, el motivo dominante. En un estudio de los periódicos científicos españoles del siglo xviii, la hispanista alemana Gerda Haßler cita y comenta pasajes que dejan ver que el motivo nacional pudo ser dirigido por una preocupación divulgativa ya que el nacionalismo científico, durante la Ilustración, se fomentaba para evitar que se perdiera el contacto con las naciones progresivas: [...] no podia menos de extenderse repentinamente la luz á toda o á la mayor parte de la Nación, como se extiende el fuego cuya comunicación no se procura impedir: crecería, se aumentaría en muchos grados, y cada vez mas; y si no llegásemos a sobrepujar en breve, nos igualaríamos por lo menos á las Naciones mas sabias (Haßler 2001:71). Muchos eruditos reconocieron que los conocimientos de las ciencias representaban posibilidades de aumentar la riqueza del propio pueblo y por eso había que divulgar estos conocimientos en la población culta. Es un nacionalismo pasivo, en el que la divulgación se ve como motor de un bienestar futuro. Si vemos la escena actual, el castellano no está ausente de las ciencias naturales. Hay una convivencia con el inglés, sirviendo este último para acompañar la fase de la investigación misma, es decir, los debates acerca de las teorías y teoremas más recientes o actuales. En cambio, el castellano sirve para divulgar conocimientos que han sido asegurados durante este proceso de discusión. Si queremos juzgar bien el empleo de lenguas en el ámbito científico, hay que tener en cuenta la totalidad del espacio comunicativo concernido. Y este espacio abarca también la escuela, donde los alumnos aprenden por primera vez la terminología y las teorías de las ciencias naturales. Esto lo hacen en castellano. Si, más tarde, estudian química o física o biología, aprenden estas materias con manuales escritos en español, en cursos en los que aún raramente es el inglés la lengua de enseñanza. Además toda la industria de divulgación de resultados científicos a través de revistas difundidas en el mercado de la prensa de masa y,

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por eso, accesibles a todos, se efectúa en una lengua que puedan entender los posibles lectores. Y ésta es la lengua castellana, por el simple motivo de q u e es en castellano que esos posibles lectores han conocido los términos e ideas clave cuya comprensión se presupone en la presentación divulgativa de los resultados especiales. Un sistema de comprensión y difusión del saber que, en última instancia, estriba en la enseñanza escolar, difícilmente abandonará el castellano c o m o lengua de comunicación a no ser que la m i s m a enseñanza escolar pase a realizarse en inglés. El inglés y el castellano comparten el espacio comunicativo lingüístico sin que se observen, por el m o m e n t o , movimientos dramáticos de sustitución. Y esto porque, para el castellano, parece natural coexistir con otras lenguas en este dominio.

2 . L A C O N T I N U A FORMACIÓN DE LOS R E C U R S O S

LINGÜÍSTICOS

A T R A V É S D E LA H I S T O R I A D E LA C I E N C I A

El segundo aspecto del que se discute en las contribuciones lingüísticas lo constituye la construcción del lenguaje científico castellano, es decir, la creación y el desenvolvimiento de terminologías así c o m o el desarrollo de estructuras sintácticas convenientes. H a y varias observaciones generales de carácter bastante diversificado que se pueden deducir del estudio histórico de los textos. El primero es que el lenguaje científico castellano se originó en un proceso largo, divisible en varias etapas. Sabemos que, en las traducciones alfonsíes, el castellano es independiente del latín pues empezaba por servir de instrumento de traducción intermedia entre el árabe y el latín. Al mandar documentar con letra escrita estos productos transitorios, Alfonso crea el primer modelo del lenguaje científico castellano (Lapesa 1981: 237s.). En cambio, los textos redactados hacia 1500 parecen depender más de su modelo latino, c o m o prueban por ejemplo los extractos de textos astronómicos que presenta José C h a b á s (2001). Veamos un ejemplo: Sciendum est quod motus intersectionum ecentrici lune cum eclíptica, que dicuntur caput vel cauda draconis, non est sicut motus planetarum sed est ad partem oppositam, sicut dicit theorica: "et dicitur caput genzahar tantum iré medio motu contra firmamentum quantum in rei veritate vadit cum firmamento; quare subtracto medio cursu capitis draconis a 12 signis remanet verus locus eius computatus secundum successionem signorum". Cum ergo volueris verum locum capitis draconis, quere [...].

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Es a saber que el movimiento de los entrecortamientos del e^entrico de la luna con la eclíptica el qual se dize la cabera del Dracon no es asi como motu de los planetas mas esta a la parte oposita. Por ende dize la theorica y dizese Cabega de Genzahar solamente yr por medio motu contra el firmamento [...] porque quitado medio curso de la cabera de e los 12 signos queda el verdadero lugar del contado según la sub^esion de los sygnos. Quando quisieres el verdadero lugar de la cabera del Dracon, busca [...] (Chabás 2001: 47). Se trata de una traducción anónima de un texto de astronomía de finales del siglo xv. El original es el capítulo 19 de los cánones latinos que, en el siglo xiii, había redactado Juan de Sajonia con relación a las Tablas Alfonsíes. Como se nota, la sintaxis de la versión castellana está preformada en la versión latina. Esta no observa de modo estricto las reglas del latín clásico. Está influenciada por el idioma vernáculo. Por ejemplo, el verbo se encuentra en el medio de la oración y todos los participios y genitivos siguen al sustantivo determinado por ellos. El que quería traducir el texto latino al castellano sólo necesitaba proceder a un número restringido de transformaciones casi monótonas: introducir los artículos precisos poner de para los genitivos y a para los dativos reemplazar automáticamente los pasivos por la fórmula se hace. La construcción absoluta (subtracto medio cursu capitis Draconis) así como el acusativo con infinitivo (dicitur caputgenzahar tantum iré medio motu contra firmamentum) quedan sin transformación en la versión española. Quizá el autor quisiera mantener la exactitud matemática que se refleja en las estructuras sintácticas del texto en latín. De todas formas, se han evitado transformaciones demasiado marcadas y desviadas del modelo latino. Al seguir la historia de la astronomía hasta mediados del siglo XVI, se observa una libertad creciente de variar los textos traducidos según las costumbres medievales introduciendo explicaciones o reduciendo las informaciones dadas (cf. Gómez Martínez 2004: 91s.). Tales cambios atestiguan que, durante la primera edad del siglo xvi, iba naciendo una cultura científica oral cuyos participantes se expresaban en castellano, y que se podía basar en experiencias comunicativas siempre más seguras. Al mismo tiempo que los recursos sintácticos se construyó la terminología siguiendo, en su desarrollo, los caminos que también se le observan en la actualidad:

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El trabajo de los traductores cuando no encontraban una voz en su lengua que recogiera el significado del original consistía en acudir a un préstamo (tomar una palabra o expresión de otra lengua), sustituirla por un calco (adoptando el contenido semántico de una voz o expresión de otra lengua, traduciendo su significado), reemplazarla por una glosa o paráfrasis, acumular sinónimos o simplemente omitirla (Gómez Martínez 2004: 93). Así, en la terminología astronómica de inicios del siglo xvi, por la latitudo latina, se encuentra latitud o ladeza, por la longitudo tenemos longitud o Ion-

gura. Después de haberse originado, el lenguaje científico se desarrolló en las diferentes disciplinas. Y c o m o la comunicación científica es más intensa entre especialistas de la m i s m a materia, las iniciativas innovadoras debían ser discutidas en el marco de cada disciplina. H a y que ver sobre todo una cosa: en el caso de la terminología, las palabras no pueden ser estudiadas independientemente de las cosas que designan. Ahora bien, en la lingüística moderna, está m u y difundida una concepción del saber léxico de un hablante en la que se sostiene que el significado de una palabra determinada puede estudiarse independientemente del tipo de cosa, persona o proceso designado por esta palabra. Por lo tanto, la lingüística sería capaz de discutir del contenido de las unidades léxicas sin q u e necesite ninguna otra disciplina que la a c o m p a ñ e en sus discusiones semánticas. Pero incluso los teóricos q u e defienden esta tesis de manera rigurosa, c o m o Eugenio Coseriu, admiten que, al tratar de terminologías, es imposible prescindir de las cosas designadas por las palabras (cf. Coseriu 1996: 95s.). L o s términos están vinculados a las teorías en las q u e se sitúan sus significados y sólo se explican suficientemente si se explican al m i s m o tiempo los principios y el sentido de la teoría respectiva. Esta vinculación de términos y teorías tiene consecuencias sorprendentes. La primera es la que ya ha sido esbozada, a saber, que el desarrollo del lenguaje científico mejor se describe c o m o una pluralidad de caminos, atravesando cada uno la historia de una sola disciplina. Pero hay otra consecuencia más dramática: siendo el castellano científico, c o m o hemos dicho arriba, un registro dependiente de otros idiomas, la intensidad de innovación terminológica, colocacional y sintáctica habrá dependido, a lo largo de la historia, del ritmo en que cambió la innovación lingüística del registro científico en esos idiomas. Vista la interdependencia de términos y teorías, este ritm o habrá dependido a su vez de otro ritmo: el de las mismas innovaciones teóricas. C a d a vez que, en una disciplina, hubo, por citar el ejemplo más llamativo, un cambio de paradigma — según Kuhn ( 1 9 6 6 ) — , este cambio

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causó en el código científico de los científicos responsables de ese cambio una reorganización terminológica. Reorganización que puede hasta haber sido acompañada de ciertos giros innovadores o incluso nuevos esquemas sintácticos. Un ejemplo sería la innovación de Einstein por su teoría de la relatividad, la cual empezó por incitar una reorganización de la terminología física del alemán. Ahora bien, el cambio en el registro científico de aquel idioma en el que había empezado por declararse el nuevo paradigma teórico debe de haber tenido repercusiones muy sensibles en todos los registros científicos de otros idiomas cuyos estudiosos se sirvieron de los escritos del innovador paradigmático como fuente de información sobre su disciplina. Los terremotos en las fuentes de información tuvieron su eco en las lenguas receptoras y cambiaron dramáticamente un paisaje teórico tradicional. Tal será el caso de la física del siglo xvii originariamente formulada en italiano, francés, inglés y latín y, al menos parcialmente, comunicada a la cultura española por la obra de Feijoo. Tal es el caso de la creación de la nueva química por Lavoisier (Garriga et al. 2001: 1 lOss.) o de las llamadas geociencias por Alejandro de Humboldt. En relación a la química, Garriga destaca "un periodo especialmente interesante que se sitúa a finales del siglo xviii, cuando penetran las ideas de Lavoisier en España, y que evoluciona a lo largo de todo el siglo xix, con [...] la asimilación relativamente completa de la química orgánica en la Restauración, y la aparición, a finales de siglo, del sistema periódico de los elementos" (2001: 107). Hubo, pues, en España, varios impulsos de reorganización de la terminología química castellana, los cuales vinieron de Francia, Alemania (Liebig) y Rusia (Mendelejew). Diversos estudios de casos hacen ver que los motores más poderosos del cambio fueron las traducciones de grandes diccionarios representativos. En el campo de la química, los progresos que se realizaron desde Lavoisier a Berzelius fueron comunicados al público erudito español mediante dos importantes traducciones: el Método de Lavoisier et al., obra traducida por Pedro Gutiérrez Bueno (1788); la Nomenclatura química de Berzelius, obra traducida en la casa editorial de José Torner en Barcelona (1832) (cf. Sala 2001). Otros ejemplos son la traducción del Diccionario Universal de Agricultura Teórica del francés Rozier (1797-1803), que influyó en toda la investigación que, en España, se realizó en este dominio durante el siglo xix (Battaner 2001: 227), así como la traducción que hizo A. de San Román del Diccionario de Electricidad de Lefevre (1893). Ahora bien, la reorganización de terminologías de la que hablamos arriba se refleja en un proceso muy significativo: las series de sinónimos. Lo demuestra el análisis de Lidia Sala. En la traducción del Método de Lavoisier se introducen los términos nuevos del científico francés. Al mismo tiempo, cada

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uno de estos términos se explica por una serie de términos tradicionales de procedencia diversa (Sala 2001: 121). Por ejemplo, la expresión carbonate de sosa, que forma parte de la nomenclatura de Lavoisier, se aclara por términos de la tradición alquímica o expresiones ligadas a la precedente teoría del flogistón, la cual estaba en vigor cuando aún no se había entendido bien el proceso de combustión. H e aquí la serie de estos términos tradicionales: carbonate de sosa = natrum, natrón, base de sal marina, alkali marino, alkali mineral, sosa gredosa, sosa ayreada, mefite de sosa y otros (cf. Sala 2001: 121). O t r o hecho interesante consiste en que, al confeccionar y traducir un diccionario, a m e n u d o se reunieron varios especialistas de la materia (Battaner 2001: 226) con el fin de acelerar la difusión del nuevo lenguaje entre la comunidad científica española. Si los lingüistas quieren entender mejor cómo se desarrollaron los recursos en el dominio del lenguaje científico, podrán aprovechar mucho asociándose con la investigación de la historia de las diversas disciplinas así como el estudio de su cultura metodológica y social. Las contribuciones contenidas en los volúmenes editados por Jenny B r u m m e y Victoria Alsina ya constituyen una señal muy prometedora en este sentido.

3 . C R Í T I C A S AL E S T I L O

CIENTÍFICO

C o m o observa Gerda Haßler en el artículo mencionado arriba, ya en el siglo xvill se critica de modo sistemático el estilo del lenguaje científico. En aquel siglo se originó, en el ámbito de los periódicos de divulgación, un género llamado críticas. En estos textos no sólo se habla de la adecuación de los teoremas a los campos de la realidad descritos. También se encuentran numerosos comentarios metalingüísticos como éste: Recorramos el catalogo de todas las enfermedades, y hallaremos el mayor numero de las inflamaciones, las mas de ellas designadas por la barbara nomenclatura de las terminaciones en itis, como hepatititis, phrenitis, peritonitis-, y su nombre solo escusa ya al médico del examen de la constitución del paciente, del origen de la enfermedad, y de sus progresos (Variedades 1804, vol. IV, p. 6, cit. según Haßler 2001: 75). Uno de los temas metalingüísticos preferidos es la falta de transparencia de ciertos textos científicos en los que el investigador se expresa de modo complicado y oscuro. Tal estilo se opone a la comprensión y, por lo tanto, a la divul-

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gación de los nuevos conocimientos. En cada esfuerzo de divulgación, el autor se enfrenta a la cuestión de cómo reducir la complejidad de la expresión cultivada por los especialistas, profesionales en su manejo no sólo de los términos sino también de difíciles estructuras sintácticas que, para ellos, ya se han hecho rutina. Se plantea, pues, el problema de la complejidad y simplificación. Si es verdad que el castellano tiene sobre todo una función divulgativa, esta cuestión estilística constituirá claramente la clave de toda evaluación de la expresión científica. Parece, pues, lógico concluir nuestras reflexiones destacando los parámetros centrales que hay que tener en cuenta para determinar el grado de complejidad de un texto dado. Se trata, sobre todo, de los cuatro parámetros siguientes: (1) Explicación o falta de explicación de los términos empleados Como hemos dicho arriba, los artículos de la prensa de masas {Investigación y Ciencia, Mundo Científico, etc.) suelen dirigirse a un público instruido por la enseñanza escolar o hasta universitaria. Por lo tanto, los autores de tales artículos presuponen que los lectores interesados ya conocen cierto número de conceptos fundamentales de la disciplina en la que han sido realizados los progresos que se presentan en el artículo. Ningún autor se esfuerza por explicar la mayoría de los términos que utiliza. Sin embargo, hay diferencias: por lo que concierne a la manera de entrar en la materia, a la densidad general de términos y finalmente a la presencia o ausencia de explicaciones de los términos menos conocidos. En un artículo en el que es más intensa la preocupación por la comprensión no se acumulan los términos técnicos en cada oración. Se emplean menos términos de cuanto, por principio, sería posible. Sobre todo en la fase inicial, los autores renuncian a impresionar por un uso excesivo de expresiones de especialidad. Tal es el caso del texto de Arturo Arnau y sus colegas sobre la lucha contra las bacterias nocivas, el cual empieza por una descripción al nivel social, sirviéndose de una serie de imágenes de carácter militar para dejar sentir el trasfondo humano dramático de las investigaciones tematizadas (Arnau et al. 2002: 70s.). En este texto se explican también diversos conceptos cada vez que se puede suponer que un posible lector desconoce el significado y la posición teórica de la especie de sustancia a la que los autores se refieren en un pasaje dado. He aquí un ejemplo: En los últimos cuarenta años los antibióticos que poseen un anillo b-lactámico, como las conocidas penicilinas y cefalosporinas, se han venido usando masivamente para combatir infecciones bacterianas. Estos antibióticos ejecutan su acción bac-

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Heiner Böhmer tericida interrumpiendo la función de un grupo de enzimas esenciales en la síntesis de la pared celular de los microbios, las transpeptidasas y carboxipeptidasas (conocidas colectivamente por el acrónimo inglés PBP s, de proteínas enlazantes con las penicilinas) (Arnau et al. 2002: 72).

Las expresiones "que poseen un anillo b-lactámico " así como "transpeptidasas" y "carboxipeptidasas" son explicadas mediante una referencia a sustancias conocidas o respectivamente designaciones más frecuentes en el dominio de la disciplina. Por contraposición a este texto, el artículo de Salgado y Coria sobre dinosaurios de la Argentina parece hecho para un público de iniciados. Desde el principio, se sirve de términos técnicos de la paleontología, los presenta a un ritmo parcialmente muy denso y no pone a disposición de los lectores ninguna explicación de los términos más especializados. Dos extractos: [...] los saurópodos ocuparon un papel de grandes consumidores primarios, especializándose en una dieta herbívora, aunque ignoramos si se alimentaban preferentemente de las copas de los árboles o de arbustos. [...] Suponemos que su sistema de procesamiento oral de los alimentos no alcanzó el grado de perfeccionamiento de otros grupos de dinosaurios herbívoros, como los ornitisquios (ceratopsios. ankilosaurios. paquicefalosaurios. estegosaurios y ornitópodos) (Salgado/Coria 2002: 39).

Es obvio que la serie de designaciones de especies que se observa en el segundo extracto resulta indescifrable para todos los que no sean especialistas de la materia. Pero tampoco herbívora es más accesible. No es fácil reconocer detrás de esta palabra la combinación de hierba y devorar, que explicará su sentido. Sin embargo, en el texto de Salgado y Coria, el término no se explica, se presupone su comprensión. Puede, pues, haber diferencias de complejidad y simplicidad al nivel de la terminología. (2) El papel de las metáforas En el juego de complejidad y simplicidad entra también un factor que tiene que ver con la plasticidad de la presentación: la metáfora. A primera vista, la metáfora constituye una ayuda, como describe muy bien De Bustos (2000: 132s.): [...] las metáforas pueden tener una función pedagógica, nocimiento expresado por las teorías científicas.

en la transmisión del co-

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[...] las metáforas permiten dar colorido al lenguaje de la ciencia, posibilitando no solamente su comprensión en ámbitos de especialistas, sino también su difusión entre el gran público. [...] las metáforas pueden tener un valor heurístico, pueden servir para la ideación de nuevas hipótesis o teorías, o un valor exegético, para ilustrar de una forma gráfica y sintética la naturaleza de una teoría. La f u n c i ó n pedagógica y la de "dar colorido" está d e m o s t r a d a por el extracto siguiente, d e s p r e n d i d o del artículo ya citado del c o m b a t e de las bacterias: Todas estas estrategias pasan por conocer mejor la respuesta bacteriana a los antibióticos, tarea que se verá facilitada si somos capaces de desenmascarar los mecanismos moleculares que controlan esta particular pugna entre el microbio y el medicamento (Arnau et al. 2002: 72). Para ilustrar sus investigaciones, los autores describen los procesos q u e constituyen sus objetos m e d i a n t e palabras q u e pertenecen al d o m i n i o de la com u n i c a c i ó n (respuesta), de la vida social (desenmascarar, mascarar, máscara) y, otra vez, de la lucha militar {pugna). Es decir, d e esferas más familiares o más palpables y plásticas q u e los sobrios procedimientos experimentales. Sugiere este extracto q u e la metáfora contribuye a la simplificación. Es t a m b i é n lo q u e resulta de las caracterizaciones de D e Bustos. Es más fácil buscar u n a solución o d i f u n d i r u n c o n o c i m i e n t o si u n o se sirve de expresiones figuradas, representativas de m u n d o s conocidos y accesibles i n m e d i a t a m e n t e . Por o t r o lado, viendo la m a n e r a en la q u e las metáforas se aprovechan en la construcción literaria, u n o p u e d e preguntarse si es verdad q u e u n a expresión figurada contribuye a simplificar en todos los casos. En la interpretación literaria, n o es siempre fácil dar u n sentido a d e c u a d o a las imágenes representadas por ciertas palabras. A m e n u d o , se p u e d e n asignar varios sentidos. A u n q u e , en el caso del uso pedagógico en u n á m b i t o científico, tal a m b i g ü e d a d sería más bien u n error y u n a falta, es imaginable aceptarla en el marco de la f u n c i ó n heurística. El género científico q u e más elementos heurísticos p e r m i t e es el ensayo. En u n ensayo, el a u t o r presenta u n a serie de reflexiones q u e abre a la observación del lector la m i s m a construcción del c o n o c i m i e n t o . U n o de los c o m p o n e n t e s de este trabajo de esbozar pensamientos lo constituyen las metáforas. ¿No es lógico que, en tal contexto, u n a m a n e r a a m b i g u a de usarlas sea favorable a la e m presa de e n c o n t r a r los primeros pasos de u n a hipótesis o teoría?

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Veamos un ejemplo. En su ensayo "Cuestiones holandesas", José Ortega y Gasset establece una relación entre el carácter económico de los holandeses y el extendido empleo de la bicicleta en los Países Bajos (Ortega y Gasset 1983). Cuando, al inicio de su ensayo, Ortega y Gasset se va acercando a su tema más especial, despliega ante su lector una reflexión sobre un conflicto cognitivo fundamental al que tiene que enfrentarse todo estudio de las culturas, a saber, el contraste entre la actitud de exponerse a las impresiones de una cultura durante la estancia en un país extranjero y el simultáneo esfuerzo inductivo de inferir una idea general sobre esta cultura a partir de estas impresiones. Ahora bien, para describir la fuerza de las percepciones se sirve de la imagen de un asalto: Lo primero que al llegar a Holanda pasa al viajero es que le atrepellan las bicicletas, quiero decir, que asaltan su sensibilidad, [...] (Ortega y Gasset 1983: 257).

Y, para caracterizar el lado opuesto, es decir, el hecho de que es difícil mantener una coherencia de las ideas sobre el país, aprovecha la bien conocida experiencia de los pastores intentando mantener juntas las ovejas de un rebaño desasosegado: (No hay peor manera de visitar un país que ir a él para dar conferencias). A poco escrupuloso que sea, el conferenciante tiene que mantenerse concentrado hacia dentro, alerta la pupila sobre el rebaño fugaz de sus ideas (Ortega y Gasset 1983: 256).

Con varias imágenes, el autor consigue dar plasticidad a las reflexiones abstractas que le preocupan. Y no parece adecuado decir que, en este caso, las metáforas quedan ambiguas. A pesar de su función heurística y no obstante el contexto ensayístico, son bastante fáciles de entender y soportan considerablemente la comprensión del pensamiento que se está desarrollando. Claro que aquí se trata sólo de una ilustración, no de una prueba. Pero a la luz de estos pasajes, la suposición de una ambigüedad funcional de las metáforas científicas parecerá menos probable. El uso de expresiones figuradas podría ser más típico de las ciencias humanas que de las ciencias naturales. Sin embargo, bajo la influencia de la teoría semántica de George Lakoff (1987), se viene destacando, en diversas contribuciones, el carácter metafórico de muchos elementos de las teorías físicas, químicas y biológicas modernas (Pulaczewska 1999). Para demostrarlo, citemos dos ejemplos de la gran colección de Pulaczewska. Una "barrera del soni-

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do" (sound barrier) no consiste en algo espacial sino que es un número, un mero valor (227): sound barrier: the magnitude of the velocity o f sound, which has to be exceeded before a projectile can be considered supersonic. i.e. having the Mach number greater than 1.

Tampoco es la "hija radioactiva" {radioactive daughter) un miembro de una familia humana, sino el producto de un proceso de desintegración atómica (251): radioactive daughter: in radioactive particle decay of A into B, A is the parent and B the daughter product.

En tales casos, la metáfora está lexicalizada, es decir, el significado monosémico del término compuesto contiene una imagen como rutina reproducible de acceso a una idea abstracta. Como el efecto de plasticidad y apoyo imaginativo se mantiene, las metáforas lexicalizadas desempeñan una función heurística y pedagógica, no menos que las expresiones figuradas inventadas espontáneamente. Toda crítica del estilo científico basada en la problemática de la terminología tiene que tener en cuenta este potencial explicativo de las designaciones inherente a las teorías. (3) El carácter implícito o explícito de la formulación El que un texto sea más o menos simple, más o menos complicado, también depende de la decisión del autor de servirse o no de conectores pragmáticos para marcar las relaciones semánticas entre dos proposiciones. Tales conectores son conjunciones como porque, aunque, sin que, de manera que o adverbios como por eso, sin embargo, además, igualmente, etc. Los conectores pueden ser omitidos como vemos en otro extracto del ensayo de Ortega y Gasset (1983: 255): Al visitar por primera vez un país, el alma del viajero se va cargando de interrogaciones. Es natural: un pueblo se compone, ante todo, de secretos. C a d a nación es un tenaz ensayo de vivir según cierta manera, de afrontar las dificultades de la existencia partiendo de ciertos supuestos, c o m o un poeta que se obliga a construir un soneto con rimas forzadas. Esos supuestos consisten en la actitud adoptada ante las cosas más elementales que intervienen en toda vida humana. Por eso son secretos. Lo patente es siempre el compuesto. Los ingredientes, los elementos, por defini-

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Heiner Böhmer ción, no parecen nunca aislados. Para descubrirlos hace falta emplear una fuerte operación analítica, una química enérgica. El viajero, rápido siempre y tangente a aquella figura de vida para él nueva, no posee el laboratorio que le permitiría descomponerla en sus simples y comprender de verdad por qué las cosas son así. Le falta casi siempre le mot de l'énigme. Sólo ve claro, que no entiende lo que ve, que le es cuestión precisamente lo que al indígena parece más natural y sin problema. Entre la primera y la segunda oración hay una relación causal. Si el viajero

empieza a reflexionar sobre ciertos fenómenos, esto se debe al carácter misterioso y opaco de tales hechos:

Al visitar por primera vez un país, el alma del viajero se va cargando de interrogaciones. /[CAUS]/ Es natural: un pueblo se compone, ante todo, de secretos. (= el alma del viajero se va cargando de interrogaciones porque un pueblo se compone, ante todo, de secretos.) C o m o se ve en la segunda versión arriba, que ha sido formulada entre paréntesis, es posible transformar la secuencia introduciendo una conjunción adecuada. Otro ejemplo. En la siguiente secuencia se construye una antítesis entre la composicionalidad de las situaciones y el aislamiento imaginable, pero nunca realizado, de sus elementos. Sin embargo, en la expresión lingüística falta un conector que marque esta relación de manera explícita:

Lo patente es siempre el compuesto. /[COMP]/ Los ingredientes, los elementos, por definición, no parecen nunca aislados. (= Mientras que lo patente es siempre el compuesto, los ingredientes, los elementos, por definición, no parecen nunca aislados.) Esta práctica de omitir marcas de relaciones a menudo se observa en el lenguaje coloquial pues, en unas condiciones de formulación espontánea, no es siempre fácil tener claro inmediatamente qué relación semántica o lógica existe entre dos oraciones. Por lo tanto, frecuentemente se pasa por alto una marca explícita. Es decir, el procedimiento estilístico del que acabamos de hablar se parece a una práctica coloquial. A primera vista, un texto se facilitará por la omisión de marcadores explícitos acercándose al nivel coloquial. Sin embargo, la ventaja no es tan obvia. N o hay que olvidar que el receptor está obligado a reconstruir la relación que queda sin expresión. Para él sería más fácil que esta relación estuviera expresada. Además no es siempre evidente qué

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tipo de relación tiene lugar. Es decir que, por principio, este procedimiento conlleva un peligro de ambigüedad dificultando las condiciones de comprensión. Además forma parte del estilo de omisión la práctica de suprimir los atributos en los sintagmas nominales poniendo sólo sustantivaciones de verbos "desnudas" y dejando al lector la cuenta de reconstruir o adivinar el contexto de tales sustantivaciones. Así Ortega y Gasset, en su texto, habla de impresiones, realidad, digestión, pensamiento, etc. (1983: 256s.) sin que se indique de qué impresiones o pensamiento está escribiendo o cuál es su objeto, ni a qué tipo de realidad se refiere, ni qué cosa se digiere intelectualmente, etc. Leyendo otros textos de Ortega y Gasset se comprueba que este tipo de omisión es una característica general de su estilo. Otra vez uno se pregunta si resulta más fácil la comprensión pasando por alto elementos reconstruibles o si, al contrario, sería preferible mencionarlos. El estilo de omisión no es típico de muchos textos científicos. Es fácil encontrar ejemplos de la manera de escribir opuesta, es decir, de un estilo explícito. He aquí unos extractos de un texto de ciencias naturales (Sendifia Nadal/Sanjuán 2002, física) y de otro de ciencias humanas (Álvarez 1994, historia): (S. 3 2 ) En el caso amortiguado, la amplitud disminuye a medida que aumenta el tiempo, de modo que intuitivamente podemos visualizar sus trayectorias en el espacio de fases como una circunferencia cuyo "radio" disminuye en cada oscilación.

En este extracto, en el que se describe el comportamiento de un péndulo y su descripción matemática, observamos dos marcadores que explicitan una relación comparativa (a medida que) y una consecutiva (de modo que). La primera es típica de las ciencias naturales, cuyas leyes a menudo implican una proporción entre magnitudes variables. La segunda pone en el horizonte de una visión integrada una situación física y su documentación por un procedimiento de análisis geométrico. Pero, en este caso, se siente que explicitación no significa simplificación si, en una secuencia de proposiciones, se mantiene una arquitectura sintácticamente compleja. Lo mismo vale para el ejemplo siguiente. Aquí se marca una antítesis entre péndulos cuya oscilación se desarrolla de manera lineal a otros que oscilan de modo no lineal: (S. 30) Mientras que en los osciladores lineales la presencia de un rozamiento y de una fuerza periódica externa únicamente puede producir una respuesta periódica, en un oscilador no lineal la respuesta puede llegar a ser caótica. [...]

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El tercer ejemplo ha sido desprendido de una biografía del político Juan Negrín. A u n q u e tal obra parece comportar un sujeto que invita a un estilo literario y, en los límites de lo posible, relajado, la tarea científica de analizar los datos ha llevado al historiador que redactó el texto a introducir muchas marcas de relaciones. H a y que ver también q u e los sintagmas nominales no presentan núcleos desnudos ocupados por sustantivaciones sin satélites sintácticos sino que estos sintagmas contienen información atributiva explícita: En 1934, cuando ya lleva cinco años como afiliado a ese partido de origen obrero (al que él ha atribuido la exclusiva de ser el único republicano) y lleva además cuatro años en el Parlamento, renuncia a su labor docente y científica para cumplir más eficazmente con su actividad como diputado (Álvarez 1994: 53). La posición que expresó entonces el doctor Negrín era razonable y políticamente muy justa. C o m o justa es la mencionada posición sobre las consecuencias que para la República tuvo aquella actitud gubernamental. (Alvarez 1994: 55)

O t r a vez se comprueba el efecto que vimos arriba: la explicitación en sí es una guía segura pero o favorece o no impide la construcción de estructuras sintácticas complejas. L o que, por un lado, se gana en cuanto a la simplificación, se vuelve a perder por el otro lado. Esto nos lleva al cuarto aspecto de la complejidad, que es la integración o separación de proposiciones. (4) L a estructura sintáctica de los enunciados singulares: agregación vs. integración E n la lengua escrita, las estructuras sintácticas pueden resultar m u c h o más complejas que en la lengua hablada. Tal complejidad se realiza sobre todo mediante el empleo de formas c o m o el infinitivo sustantivado, el gerundio, el participio, sustantivaciones con o sin cópula o verbos funcionales de apoyo ( hace

falta por faltar, etc.), conjunciones o preposiciones complejas. Veamos otra vez el principio del ensayo de Ortega y Gasset, en el que se observan varios de estos recursos: Al visitar por primera vez un país, el alma del viajero se va cargando de interrogaciones. Es natural: un pueblo se compone, ante todo, de secretos. Cada nación es un tenaz ensayo de vivir según cierta manera, de afrontar las dificultades de la existencia partiendo de ciertos supuestos, como un poeta que se obliga a construir un soneto con rimas forzadas. Esos supuestos consisten en la actitud adoptada ante las cosas más elementales que intervienen en toda vida humana. Por eso son secretos.

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Lo patente es siempre el compuesto. Los ingredientes, los elementos, por definición, no parecen nunca aislados. Para descubrirlos hace falta emplear una fuerte operación analítica, una química enérgica. Todos los recursos que hemos resaltado operan en el mismo sentido: tienen el efecto de aumentar el número de núcleos predicativos que contiene una sola oración. Por ejemplo la oración al visitar por primera vez un país, el alma del viajero se va cargando de interrogaciones contiene tres núcleos predicativos: el visitar (= el alma visita), se va cargando (= el alma se carga), interrogaciones (= el alma se interroga). El núcleo principal es siempre el verbo conjugado de la frase principal. Los otros predicados que se añaden constituyen centros secundarios alrededor de los cuales son tejidas redes de dependencias sintácticas. Así a el visitar se agregan un objeto (un país) y un adverbio temporal (por primera vez); a ensayo se añade, mediante la preposición de, una construcción con infinitivo (vivir según cierta manera); partiendo, que aquí se emplea en un sentido mental, se complementa por un objeto preposicional (de ciertos supuestos), etc. Es por la construcción de tales redes de dependencia que la estructura total de una oración se carga de componentes secundarios alcanzando una complejidad elevada. Ahora bien, la investigación lingüística no sólo consigue explicar la complejidad, sino que también pone a disposición esquemas exactos para describirla. Cuando a una frase principal con un verbo conjugado se añaden centros suplementarios de construcción, cada vez se obtiene un solo periodo sintáctico en lugar de una secuencia de varias oraciones. En la teoría de Raible (1992), las secuencias, típicas de la lengua hablada, se designan como "agregativas". En cambio, el proceso de rellenar de núcleos secundarios una oración simple se ve como una operación de integración, ya que se integran varios predicados y sus dependencias para formar un conjunto. Siguiendo las ideas de Hans-Jakob Sailer, Raible reconoce una dimensión de variación de la expresión lingüística, válida para cada lengua, en la que entre un polo agregativo (secuencia de dos oraciones simples) y un polo integrativo (una frase se transforma, mediante una sustantivación de su verbo conjugado, en sujeto u objeto directo del verbo conjugado de la segunda oración) se extiende una serie de técnicas de construcción, cuyo efecto de integración resulta cada vez más fuerte en cada nivel. Veamos un ejemplo, una serie de oraciones que van desde una secuencia de oraciones simples hasta un nivel elevado de integración de estas oraciones: (a)

Jaime estaba haciendo unos cálculos muy importantes. No oía el timbre.

Heiner Böhmer (b) (c) (d) (e) (f)

Jaime estaba haciendo unos cálculos muy importantes. Por eso, no oía el timbre. Jaime estaba haciendo unos cálculos muy importantes y no oía el timbre. Como estaba haciendo unos cálculos muy importantes, Jaime no oía el timbre. Ocupado con unos cálculos muy importantes, Jaime no oía el timbre. Por unos cálculos muy importantes que hacía, Jaime no oía el timbre.

Pasando de (a) a (f) las dos oraciones se van enlazando de manera cada vez ás estrecha: (a)

(b)

(c)

(d)

(e)

(0

Aunque aquí, en el primer caso, las oraciones se siguen sin conexión explícita, se puede deducir que la primera oración describe un hecho (hacer cálculos) por el que se explica la falta de reacción descrita en la segunda proposición (no oía). En el segundo caso, el adverbio complejo por eso se refiere, en su elemento eso, a la frase anterior. Ésta está marcada como información sobre la razón (por) del comportamiento descrito en la segunda oración. Por medio de la preposición y, las dos oraciones empiezan a integrarse para formar un conjunto. En este primer paso, otra vez se pierde una información exacta sobre el estatus que ocupa la proposición A en su relación con la proposición B. Comparable a y, como posibilita una conexión por la que se realiza un conjunto. Por contraposición a y, con como no sólo se puede construir una oración total, se puede además marcar la relación semántica entre las dos proposiciones. El participio ( o c u p a d o de) es una construcción que implica una transformación de formas verbales finitas en formas infinitas. Al servirse de participios o infinitivos, se suele suprimir el sujeto de la primera o segunda proposición, siendo éste a menudo el mismo en las dos proposiciones. En el caso dado, es siempre el mismo Jaime el que está ocupado en sus cálculos y que no oye el timbre. Por eso se sugiere el uso de un participio como recurso de integración. La presencia de una sustantivación en la primera oración (cálculo) sugiere que ésta se acorte aún más, indicándose la relación causal entre las proposiciones con una preposición (por).

La dimensión de variaciones construccionales demostrada por estos ejemos es llamada JUNCIÓN. Con este esquema, es posible determinar con cierexactitud el nivel de integración en el que se sitúa una oración dada. En los

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términos de Raible, al discutir de la simplicidad o complejidad de un texto científico, se trata, pues, de determinar su nivel medio de integración de proposiciones. Hemos empezado este apartado por el texto de Ortega y Gasset, un artículo que se sitúa en el marco de las ciencias humanas. No obstante lo destacado arriba, su nivel medio de integración de proposiciones no parece considerablemente elevado. Pero sí existen textos que provienen del área de las ciencias humanas con un nivel medio de integración elevado. Es el caso de la biografía de Negrín, que también ya ha sido mencionada (Álvarez 1994). Sirvan para demostrarlo algunos extractos: (p. 15) Juan Negrín y López pertenecía pues a una familia de posición económica más que desahogada, lo que haría que su niñez y adolescencia transcurrieran en un ambiente económico hasta cierto punto privilegiado.

En la pieza de conexión (lo que haría qué), la primera parte de la oración se retoma por el pronombre lo que, indicándose mediante el verbo haría (que) que el hecho descrito en la primera proposición es vista como causa del hecho descrito en la segunda oración. (p. 15) [sus padres querían darle una educación de carácter europeo] De ahí su decisión — en la que habrá influido sin duda lo estudioso que era el niño desde su infancia — de que realizara sus estudios en Alemania.

Aquí la fuente de la complicación la constituye la parte insertada (— en la que habrá influido sin duda lo estudioso que era el niño desde su infancia —), por la que se desvía la concentración del lector que estaba siguiendo el hilo conductor lógico de la argumentación. (p. 195) Negrín fue una figura excepcional. [Continúa la cita, en la que se habla de que Negrín habrá transformado en realidades concretas y tangibles la voluntad republicana de resistencia]. Esa realidad concreta y tangible era la reafirmación de una política de resistencia, que en este caso se expresó en la elaboración del programa de los trece puntos, en el esfuerzo para recomponer el Ejército Popular con el ensayo de ofensiva en el Col de Balaguer (Lérida), y en la preparación y realización de la famosa batalla del Ebro.

En este ejemplo, los focos de la dinámica integradora residen en las numerosas sustantivaciones.

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El g r a d o d e integración suele ser elevado t a m b i é n en m u c h o s textos q u e se s i t ú a n en u n c o n t e x t o d e ciencias naturales. C i t e m o s , a c o n t i n u a c i ó n , varios extractos d e u n artículo c o n u n t e m a d e física ( S e n d i f i a N a d a l / S a n j u á n 2 0 0 2 ) , c u y o s autores se d i r i g e n a r e s p o n s a b l e s d e la e n s e ñ a n z a universitaria, a los q u e p r o p o n e n servirse d e osciladores o p é n d u l o s p a r a explicar, a b a s e d e u n caso c o m p a r a b l e m e n t e sencillo, las diferencias entre p r o c e s o s físicos lineales, n o lineales y caóticos. Para hacer a ú n m á s p a l p a b l e s los efectos d e la integración, c a d a extracto será a c o m p a ñ a d o d e u n a p r o p u e s t a d e s i m p l i f i c a c i ó n del p a s a j e respectivo. (p. 32) haciendo uso de ta segunda ley de Newton

Hacer uso de significa "usar, e m p l e a r " . S e trata d e u n a c o m b i n a c i ó n d e u n s u s t a n t i v o a b s t r a c t o {uso) c o n u n v e r b o f u n c i o n a l d e a p o y o {hacer), la cual, p o r p r i n c i p i o , r e e m p l a z a u n verbo s i m p l e {usar, emplear, aprovechar).

Por eso se p o -

dría h a b l a r d e u n efecto d e c o m p l i c a c i ó n . Propuestas de simplificación (hacia niveles más bajos de la Junción): usando la segunda ley de Newton aprovechando la segunda ley de Newton aplicando la segunda ley de Newton basándonos en la segunda ley de Newton basándose en la segunda ley de Newton interviniendo la segunda ley de Newton transformaciones: sustantivo predicativo -> verbo correspondiente sustantivo predicativo -> verbo sinónimo al verbo correspondiente (p. 30) Si el oscilador es lineal, presentará un comportamiento periódico característico

que dependerá de la frecuencia de lajuerza

externa oscilante

A q u í la complicación reside en las sustantivaciones comportamiento

y frecuencia,

q u e posibilitan u n a complejidad q u e consiste en d o s series d e encajamientos d e dependencias sintácticas. Esto se reconoce al intentar simplificar la oración dada. Propuestas de simplificación (hacia niveles más bajos de la Junción):

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Si el oscilador es lineal, se observará que se comporta de manera periódica/periódicamente... Si el oscilador es lineal, se observará un comportamiento característico: se mueve periódicamente entre dos estados. Los periodos dependerán de una fuerza externa que vendrá/tendrá lugar con cierta frecuencia haciendo oscilar el objeto que se está moviendo. Si el oscilador es lineal, se observará que se moverá de manera periódica y los periodos cambiarán según el número de veces que se aplique la fuerza externa responsable de la oscilación. transformaciones: inserción del verbo moverse verbo presentar -> verbo antonímico converso (objetivamente: presentar, subjetivamente: se observa) cuyas propiedades estructurales permiten un complemento proposicional (que + oración con otro verbo finito) sintagma nominal frecuencia de la fuerza -> disolución semémica -> sintagma nominal el número de veces conteniendo como atributo una proposición de tipo que + oración con verbo finito verbo depender -> disolución semémica -> cambiar según los ritmos cuantitativos de otro proceso (p. 30) Además de introducir conceptos como no linealidady oscilaciones irregulares o erráticas, utilizando sistemas oscilantes sencillos, otra aportación del artículo es presentar de forma natural una manera alternativa de representar las soluciones de un sistema en general (además de laya conocida de espacio-tiempo), que consiste en dibujar la coordenada desplazada a lo largo del eje de las abscisas y el valor simultáneo de ¡a velocidad a lo largo del eje de las ordenadas. En esta larga oración se observan muchas proposiciones secundarias que, en su mayoría, dependen de infinitivos. Hay también un gerundio. ¿Es necesario escribir así? Propuesta de simplificación (hacia niveles más bajos de la Junción): Pero el artículo no mostrará sólo cómo se pueden utilizar sistemas oscilantes sencillos para introducir conceptos como no linealidad y oscilaciones irregulares o erráticas. Presentará también de forma natural una manera alternativa de representar las soluciones de un sistema general. Ya se conoce el método de espacio-tiempo. En el método que aquí se propone, se dibuja la coordenada desplazada a lo largo del eje de las abscisas y el valor simultáneo de la velocidad a lo largo del eje de las ordenadas.

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Heiner Böhmer transformaciones: además de + infinitivo -> dos oraciones coordinadas mediante no sólo...(sino) también infinitivo (introducir) -> verbo finito + proposición objeto (mostrará cómo introducir) (corresponde más exactamente a las intenciones de los autores) adaptación del tiempo, visto que se trata de una declaración de metas (futuro en vez de presente) infinitivo (una manera que consiste en dibujar) - > verbo finito (en el método... se dibuja) gerundio {utilizando sistemas...) -> verbo finito modal + infinitivo (sepueden utilizar sistemas para introducir...)

Otra fuente de complicación son las cópulas. Aunque pueden servir para la énfasis sintáctica, muchas veces parecen más bien tener un efecto de abstracción, como en el caso que sigue: (p. 31) Otra forma muy útiliie visualizar este movimiento el nombre de espacio de fases.

es a través de lo que recibe

Propuestas de simplificación (hacia niveles más bajos de la Junción): Para visualizar este movimiento se puede uno servir de una forma muy útil de representación, a saber, el espacio de fases. Si queremos visualizar este movimiento, podemos servirnos de una forma muy útil de representación, a saber, el espacio de fases. transformaciones: cópula + preposición compleja que constituye una imagen de una relación instrumental (es a través de) -> preposición final (para...) + verbo instrumental (servirse de) construcción infinitiva atributiva (\formd\ de visualizar) -> construcción infinitiva adverbial (\pard\ visualizar...) en relación con el grupo predicativo de la frase principal (poder servirse) se renuncia a la problemática del nombre (lo que recibe el nombre dé) para introducir el espacio de fases como algo a lo que el lector podría enfrentarse por primera vez y sobre lo que va a encontrar informaciones en los párrafos siguientes; esta introducción se realiza con el empleo de a saber en la solución alternativa: cópula + preposición compleja que constituye una imagen de una relación instrumental (es a través de) -> oración compleja condicional con verbo modal (si queremos...) + verbo instrumental (servirse de)

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Al escudriñar detenidamente el artículo sobre los osciladores, se pueden destacar numerosos ejemplos de esta índole. Viendo las simplificaciones propuestas, uno se pregunta si es verdaderamente inevitable mantener un grado tan elevado del nivel medio de integración. Es sobre todo en este contexto, el de la problemática sintáctica, en el que aparece la cuestión del "buen estilo". Punto de vista que, en la tradición de un uso marcadamente divulgativo de la lengua nativa, como es la del lenguaje científico castellano, debería desempeñar un papel primordial. Pero, quizá debido a esta tradición, se hayan redactado, en este idioma, textos con un nivel medio de integración menos elevado que en las naciones, cuyas contribuciones a la ciencia eran más a menudo de carácter original y donde la lengua nativa ocupaba un espacio más ancho en el dominio de la discusión actual de teorías en estado incipiente. D e todas formas, por lo poco que hemos visto, es ilícito sacar conclusiones: ni en cuanto a la diferencia entre las culturas científicas de disciplinas diversas ni en cuanto a las posibles divergencias entre tradiciones científicas de las naciones singulares. Sería favorable integrar los rasgos (1) a (4) — densidad textual de terminología, grado de metaforización, grado de explicitación, grado de integración — en un esquema combinado de descripciones numérico-cuantitativas y comentarios cualitativos de éstas. Habría que saber determinar con exactitud el grado de complicación de una frase o un texto dado. Por el momento, podemos sólo suponer que, generalmente, el grado de complicación de un texto científico dado se adapta más o menos a dos coordenadas: por un lado, el perfil metodológico de la disciplina y las condiciones de su cultura investigadora; por otro lado, la tarea comunicativa, que puede ser o divulgativa o cognitiva, con matices determinados por el carácter específico del público para el que se escribe. Sólo en el último punto parece posible que haya divergencias de tradiciones estilísticas entre culturas científicas de naciones diferentes. En el fondo, la suposición de una adaptación siempre imperfecta, pero siempre parcialmente exitosa, vale para todas las culturas científicas mundiales que existen actualmente.

4.

SÍNTESIS

En resumen, abarcando los tres aspectos temáticos mencionados, obtenemos la imagen siguiente: la ciencia española e hispanoamericana se ejercía, por lo general, en condiciones diglósicas o poliglósicas; el desarrollo interno del lenguaje científico castellano fue marcado esencialmente por los cambios de

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paradigmas o las épocas de condensación de conocimientos singulares que tuvieron lugar en naciones de lengua diferente; el estilo funcional de la ciencia está determinado por las tareas de una adecuación a los segmentos de la realidad, descritos por un lado, y, por otro lado, de la accesibilidad al público culto, variando esta última según las naciones y las épocas. Aunque ya disponemos de algunos estudios que apoyan esta visión, los tres rasgos sólo constituyen tendencias de la investigación lingüística. Para obtener una imagen cierta y completa, todavía faltan muchísimos estudios de casos. Como perspectiva metodológica general retengamos que la lingüística y el estudio de las culturas podrían aprovechar mucho de una colaboración que mire a deducir las características del estilo funcional del discurso científico de una definición de lo que es una cultura científica, de cuáles son sus componentes y propiedades. Basándose en tal definición, se podrían también comparar los estilos del discurso en los espacios comunicativos de las culturas científicas castellanas con el discurso científico alemán o inglés, tales como se presentan en épocas diferentes del pasado o en la actualidad. Un esquema marcadamente lingüístico como la medida de la complejidad a la que aludimos en el tercer párrafo podría resultar muy fructuoso en este contexto.

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Miguel Ángel Puig-Samper/Sandra Rebok ALEXANDER V O N H U M B O L D T Y ESPAÑA: HISTORIAL DE UNA INVESTIGACIÓN 1

E S T U D I O DE H U M B O L D T EN ESPAÑA: A N T E C E D E N T E S

El primer tópico que habría que matizar es que hasta hace pocos años en España la repercusión de la obra de Alexander von Humboldt fue muy débil, lo que podría reflejarse tanto en la escasez de sus traducciones como en la discusión de su trabajo científico y en la adopción de sus ideas científicas, lo que aparentemente podría deberse a la reacción de la monarquía absolutista española ante las ideas liberales de Humboldt, en un primer momento, para caer después en el olvido. Las primeras investigaciones sobre el reflejo de la obra de Humboldt en la prensa española comienzan a cuestionar la sencillez de las anteriores afirmaciones, ya que a las primeras detecciones de la influencia humboldtiana realizadas por Xosé Fraga y Agustín Camós en revistas como la Crónica Científica y Literaria (Madrid, 1817-1820) o La Abeja (Barcelona, 1862-1870), nuestras primeras indagaciones nos han dado ya como resultado — en un trabajo que aún continúa — que hubo un seguimiento en periódicos de corte oficial como El Mercurio de España, en revistas de divulgación literaria y científica como las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, que editaba el poeta Quintana a principios del siglo xix, o en la Minerva (1805-1808) de Pedro M. a Olivé, así como en la prensa editada por los liberales españoles en el exilio, como sería el caso

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Trabajo realizado con un contrato postdoctoral I3P del C S I C y en el marco del proyecto de investigación del Ministerio de Educación y Ciencia, n ú m e r o BHA 2 0 0 3 - 0 4 4 1 4 C 0 3 - 0 1 , que dirige el Dr. Miguel Ángel Puig-Samper.

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del Museo Universal de Ciencias y Artes que editaba José Joaquín de Mora en Londres en 1825-26. En el caso de las traducciones parece más evidente el desinterés o la oposición a la divulgación de Humboldt en España, pero también hay que contextualizar los momentos históricos en que se producen o no y aclarar la personalidad de sus traductores. Resulta aparentemente contradictorio que frente a una rápida traducción al español de un trabajo tan técnico como Experiencias acerca del Galvanismo y en general sobre la irritación de las fibras musculares y nerviosas (Madrid, 1803) haya que dar un salto de casi cincuenta años para encontrar una traducción de Humboldt en España, con la excepción del extracto publicado en 1818 por Pedro M. a de Olivé del Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, ya que la obra completa la tradujo Vicente González Arnao en París en 1822, o las supuestas ediciones del Ensayo político sobre la Isla de Cuba, que en realidad se había traducido en París en 1827. Este hecho sí parece confirmar que el periodo fernandino fue especialmente opuesto a la divulgación de la obra de Humboldt en España, algo que vendría a confirmar la denegación de un permiso de viaje a España al sabio prusiano en 1830, estudiado por Germán Bleiberg, en tanto que era París el centro más interesante de traducción al español pues además de las ediciones citadas se acometía la del Viage a las regiones equinocciales del Nuevo Continente... en 1826. En cuanto a la segunda mitad del siglo xix, más interesante por la recuperación de algunos materiales por la Sociedad Española de Historia Natural y las traducciones del Cosmos, parcial por Francisco Díaz Quintero en 1851 y completa por Bernardo Giner y José de Fuentes en 1874, así como de Cuadros de la Naturaleza y Sitios de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América, también por Bernardo Giner, y Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, traducción de Luis Navarro y Calvo, los estudios actuales son sumamente escasos, al igual que la investigación de los naturalistas de corte humboldtiano, como Ramón de la Sagra, Marcos Jiménez de la Espada, Miguel Rodríguez Ferrer, etc., o de la labor de algunos intelectuales y científicos como Rodríguez Carracido, autor de los conocidos Estudios histórico-críticos de la ciencia española (1897), en los que comenta la labor de Humboldt. Un panorama mucho más desolador aparece en el siglo XX en lo que se refiere a la edición de obras de Humboldt. En 1926 se reedita el Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, en 1958 las Nociones de los escritores antiguos sobre la existencia de tierras occidentales, por Carlos Sanz, en 1961 los Cuadros de la Naturaleza, por Javier Núñez de Prado y al año siguiente la obra quizá con mayor divulgación, Del Orinoco al Amazonas, junto a la biografía de Botting,

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Humboldty el Cosmos, traducida en 1981. Entre las más recientes habría que mencionar el Viaje a las Islas Canarias, edición de Manuel Hernández extractada de la traducción de Lisandro Alvarado en 1995; así como la edición del Ensayo político sobre la Isla de Cuba, realizada por Miguel Ángel Puig-Samper, Consuelo Naranjo y Armando García en 1998, que ha coincidido en el tiempo con la edición cubana preparada por la Fundación Fernando Ortiz. En lo que se refiere a los estudios humboldtianos en España hay palpables discontinuidades a lo largo del siglo xx. El siglo comienza con la obra de divulgación del mexicano Carlos Pereyra, Humboldt en América, publicada en Madrid por la editorial América, a la que siguió la breve de Ramón de Manjarrés, Alejandro de Humboldt y los españoles, quizá una de las defensas más apasionadas de la influencia española en la obra científica de Humboldt, con un singular empeño en demostrar los trabajos anteriores hechos en América por Jorge Juan, Ulloa, Sessé y Mociño, Ruiz y Pavón, Malaspina, etc., y las facilidades que dieron las autoridades españolas a Humboldt en su viaje americano, tarea en la que parece seguirle el más productivo de los humboldtianos españoles, Amando Melón y Ruiz de Gordejuela, autor de numerosos artículos desde los años treinta sobre la biografía de Humboldt, sus relaciones con España y del único libro de referencia publicado en España, Alejandro de Humboldt, publicado en Madrid en 1960. Este autor aparece también en las dos conmemoraciones más importantes del bicentenario de Humboldt en España; la primera es la realizada por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en Madrid en 1959, en la que participa uno de los mejores especialistas en historia de la biología española, Enrique Álvarez López, con el tema Alejandro de Humboldt y los naturalistas españoles, con una visión menos nacionalista y más académica, que más tarde desarrolló en su trabajo El viaje a América deAlexander von Humboldt y Aimé Bonpland y las relaciones científicas de ambos expedicionarios con los naturalistas españoles de su tiempo (1964). Ambos autores, Melón y Álvarez, participaron en el número monográfico de la revista Estudios Geográficos del CSIC que en 1959 conmemoró el bicentenario de Humboldt, ofreciendo además algunas contribuciones originales como la ya citada de Bleiberg. Al año siguiente aparecía la primera contribución regional con el estudio de Alejandro Cioranescu, Alejandro de Humboldt en Tenerife, que ha sido el clásico sobre la actividad de Humboldt en Canarias hasta la edición ya citada de Manuel Hernández, quien además ha participado en el catálogo de la gran exposición alemana sobre Humboldt coordinada por Frank Holl y ha asesorado las actividades, conferencias y exposición patrocinadas por la Fundación cana-

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rio-alemana Alexander von Humboldt, bajo la dirección de Jürgen Misch e Isidoro Sánchez, en Tenerife, con motivo del bicentenario de la salida de Humboldt de España. En este ámbito de estudios regionales hay que valorar también las recientes contribuciones gallegas al estudio humboldtiano, por los interesantes trabajos de Xosé Fraga, además organizador de los actos de homenaje en La Corufia y Pontevedra este mismo año y editor — junto a F. Javier Dosil y M.J. Fuentes — del Ensaio sobre a Xeografia das plantas (1999), primera traducción de una obra de Humboldt al gallego. Asimismo es destacable el estudio editado por Francisco Díaz-Fierros y Daniel Rozados, Un Novo Mundo para un home universal (1999), en el que se ofrecen algunas primicias sobre la estancia de Alexander von Humboldt en Galicia antes de emprender su viaje a bordo de la Pizarro. Además de algunos trabajos de carácter general o de alta divulgación, como el reciente del especialista en Malaspina Juan Pimentel, Humboldt, viajero y científico (1999), los aspectos más específicos en el estudio de Humboldt van ocupando un cierto papel en la última historiografía humboldtiana en España, donde, por ejemplo, se han dado a conocer algunas de sus relaciones científicas como la mantenida con Felipe Bauza, publicada recientemente por Carlos Bauza. También se han iniciado los estudios sobre la imagen de la naturaleza en su obra desde la perspectiva artística por Antonio de Pedro y se ha empezado a discutir su papel mítico en el mundo latinoamericano en los trabajos de Manuel Lucena Giraldo, El espejo roto. Una polémica sobre la obra de Alejandro de Humboldt en la Venezuela del siglo xix (1992) o en el de Leoncio López-Ocón, Un naturalista en el panteón (1999), este último formando parte de un número monográfico de la revista Cuadernos Hispanoamericanos dedicado a Humboldt, en el que se encuentran contribuciones de diferente índole, desde la de José Vericat, Humboldt o el viaje a lo inanimado, enfocada desde la perspectiva de la historia de las ideas, Fermín del Pino, que estudia Humboldt y la polémica de la ciencia española, hasta la interesante contribución de Antonio González Bueno dedicada al estudio de la actividad botánica de Alexander von Humboldt. Respecto a las relaciones con España, José M. a Artola publicó hace unos años un trabajo titulado La vocación de Alexander von Humboldt y su relación con España, que intentaba conectar las dos cuestiones para explicar el periplo americano. En otro sentido, más bien el de explicar el proceso de aprobación del viaje en Madrid y el contexto político y científico en el que se produjo, hemos publicado recientemente un artículo en la Revista de Indias, en el que por un lado se desvela el famoso e inédito Memorial de Humboldt presentado a la

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Corte de Carlos IV y por otro se dan a conocer las importantes relaciones de Humboldt con la comunidad científica española antes de emprender su viaje hacia tierras americanas. En cuanto a las perspectivas de la investigación humboldtiana en España, la tarea era enorme dadas las insuficiencias de investigación. Entre los vacíos más llamativos de la época de su estancia en España, quedaba por estudiar el propio trabajo geográfico de Alexander von Humboldt en la Península, ya que era frecuente encontrar citada la importancia de sus descubrimientos en torno al relieve peninsular y a la precisión de sus determinaciones de longitud y latitud, sin que podamos localizar en qué se basan estas afirmaciones. Es sintomático que el artículo publicado por Humboldt en la revista Hertha sobre España no se hubiera traducido y estudiado minuciosamente su contenido, para compararlo además con los estudios que los geógrafos, astrónomos y marinos españoles hicieron en su época. Asimismo había que seguir indagando sobre sus relaciones científicas en España — incluidos los naturalistas alemanes residentes en Madrid — y sus posibles fuentes antes de la partida. Sabíamos por ejemplo qué vio en el Real Gabinete de Historia Natural o en el Real Jardín Botánico, pero ¿qué fuentes americanistas pudo manejar en contacto con Juan Bautista Muñoz? O ¿qué fuentes cartográficas y geográficas le fueron suministradas antes y después del viaje por los marinos del Depósito Hidrográfico? Seguía siendo otro misterio el posible seguimiento del viaje americano de Humboldt desde la metrópoli, tanto desde las instituciones oficiales como desde el ámbito privado, además de un necesario y detallado estudio de la correspondencia no realizado todavía en España en profundidad. El contacto con los científicos criollos y peninsulares en tierras americanas se había investigado insuficientemente y muestra de ello es la poca atención concedida a la traducción de los discípulos de Mutis de la primera Geografía de las plantas, tarea que estaba aún pendiente. Como ya hemos señalado antes, la recepción en la prensa española se había empezado a estudiar, pero todavía quedaba mucho trabajo por hacer, al igual que en la investigación del impacto de las ideas de Humboldt entre los naturalistas e intelectuales españoles de la segunda mitad del siglo XIX. La conclusión de estos apuntes no podía ser otra que la de recuperar la memoria, sin enfoques nacionalistas, sobre el trabajo de Alexander von Humboldt en España y el contexto de lo hispánico en el estudio de su viaje americano para abrir nuevas vías en la interesante investigación humboldtiana, quizá con un mayor énfasis en la colaboración europea y americana que permitía comprender mejor su obra a uno y otro lado del Atlántico.

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Miguel Ángel Puig-Samper/Sandra Rebok NUESTROS

OBJETIVOS

Partiendo de estas bases, nos propusimos la investigación en el marco del proyecto: Las relaciones científicas hispano!alemanas en la época ilustrada. Alejandro de Humboldty las reformas de la minería y la mineralogía en España e Iberoamérica en el seno del Departamento de Historia de la Ciencia (Instituto de Historia) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Madrid, financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología y que abarcaba hasta el año 2003. Las primeras publicaciones se dedicaron a mostrar la historiografía respecto a las investigaciones realizadas hasta este momento e indicar las lagunas respecto a la estancia de Humboldt en España, como puede verse en Puig-Samper (1999b y 2000a). También acometimos la investigación sobre aspectos desconocidos e incluso distorsionados por la historiografía, como la desaparición del Memorial presentado por Humboldt al rey Carlos IV para obtener el permiso de su viaje americano. La aparente desaparición de esta Memoria y la aparición de notas en borrador entre sus papeles y en los del barón de Forell, hicieron que los historiadores humboldtianos especulasen sobre cómo fue el proceso de aprobación del viaje y sobre el contenido de la citada Memoria presentada a Urquijo, confundiendo las notas autobiográficas y las directrices de Humboldt para su permiso de viaje con la memoria oficial. Nuestra paciente búsqueda en los archivos ha dado su fruto y aclara estos puntos que habían quedado oscurecidos en la biografía de Alexander von Humboldt, tras encontrar esta Memoria, junto a otros documentos, en los papeles correspondientes a Sajonia en la sección de Estado del Archivo Histórico Nacional de Madrid. El primer documento relevante es una carta del barón de Forell, fechada en Aranjuez el 11 de marzo de 1799, y dirigida a Mariano Luis de Urquijo, en la que el embajador de Sajonia presentaba el proyecto de Humboldt — Consejero Superior de Minas de S.M. prusiana y sabio conocido en toda Europa —, convencido de que el permiso para visitar los dominios españoles en América daría como fruto un gran avance en los conocimientos científicos del mundo natural. Forell solicitaba la protección de Urquijo, que ya había dado pruebas de su interés en el progreso de las ciencias, tanto para Alexander von Humboldt como para Aimé Bonpland, sólo mencionado, sin su nombre, como secretario y copista. Asimismo, el embajador pedía que se entregase la memoria al rey Carlos IV y en caso de aprobación, solicitaba la expedición de los pasaportes y de cartas de recomendación necesarias para que el sabio prusiano pudiera pasar a América con los instrumentos adecuados para sus observaciones. Además y como última recomen-

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dación, el barón de Forell enviaba a Urquijo junto a la Memoria una Noticia sóbrela vida literaria de Mr. de Humbold{sic), escrito por el barón de Forell aunque firmado por Fréderic Alexandre de Humboldt y fechado en Aranjuez el 11 de marzo de 1799, documento autobiográfico que también se conserva y cuyo borrador ha dado origen a las confusiones ya reseñadas, aunque es cierto que ambos documentos formaban parte de la petición de Humboldt al rey de España, por lo que el error podría considerarse sólo parcial. Asimismo se acometió un primer acercamiento a la figura del valedor de Humboldt en España, el barón de Forell, embajador de Sajonia en España. Phillip de Forell había llegado a Madrid como embajador de Sajonia en 1791, presentando sus credenciales, firmadas por Federico Augusto, ante el rey Carlos IV el 22 de agosto. Dos años más tarde le fue retirada la confianza como embajador por el mismísimo Godoy por haber protestado por la detención de su criado Pierre Callas, acusado de difundir ideas en favor de la democracia y el jacobinismo, siendo sustituido temporalmente por Carlos Enrique Balcke. Según un informe del profesor de mineralogía Cristiano Herrgen, fue precisamente la vuelta a Sajonia de Forell lo que permitió que se conocieran en Europa las riquezas mineralógicas de España y que comenzasen a solicitarse colecciones de todas partes, lo cual ya era posible por el establecimiento que existía en Madrid regentado por la familia alemana Thalacker, en la propia casa de Forell en la calle Santa Bárbara. Juan Guillermo y Enrique Thalacker fueron contratados en 1793 por el Real Gabinete de Historia Natural, institución controlada por José Clavijo y Fajardo, personaje muy conocido por ser el editor de El Pensador y traductor de la Historia natural, general y particular del conde de Buffon (1786-1805), además de por su tumultuosa vida privada — recogida en una obra por Goethe. A pesar de su primer contratiempo, el barón de Forell volvió a España como embajador de Sajonia en 1795 y parece que fue el que impulsó la traducción de la Orictognosia de Juan Federico Guillermo Wiedenmann por el mineralogista alemán Cristiano Herrgen, también contratado en el Real Gabinete de Historia Natural en 1796 como colector y ascendido a profesor de mineralogía en 1798, con el aval poderoso de José Clavijo y del ministro Mariano Luis de Urquijo. La investigación de este asunto, publicado en Puig-Samper (1999a), despertó mucho interés dentro del mundo humboldtiano y fue inmediatamente traducida al alemán en Puig-Samper (2001). Otro de los objetivos que nos planteamos fue la revisión de la prensa española del siglo XIX, que realizamos básicamente en la Hemeroteca Municipal de Madrid y en la Biblioteca Nacional, para ver el tipo de referencias que se hacían

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a Alexander von Humboldt, la evolución de los comentarios a lo largo del siglo, desde su viaje por España hasta pocos meses después de su muerte, para además analizar la imagen de él en estos medios de comunicación. Fruto de este trabajo fue la primera publicación humboldtiana de Sandra Rebok (2000), centrada en la percepción de las ideas de Alexander von Humboldt en la prensa española durante la primera mitad del siglo xix, que más tarde fue traducida al alemán en una versión revisada y ampliada en la revista especializada Humboldt im Netz por Rebok (2002). En nuestra investigación, también nos planteamos la búsqueda de cualquier material que hiciera referencia a España, dado que en la publicación alemana de los Diarios de Humboldt, el material sobre España era prácticamente nulo. En el curso de nuestra investigación sobre la estancia de Humboldt en España, descubrimos que ya en 1808 se había publicado en el libro del geógrafo Alexandre Laborde una pequeña Notice sur la configuration du sol de l'Espagne et son climat firmada por Humboldt, luego publicada en español en Valencia en 1816, que ofrece la novedad de explicar la presencia de la meseta en la Península Ibérica. A pesar de la novedad de esta publicación, fue realmente en el artículo publicado en la revista alemana Hertha en 1825, titulado Sobre la configuración y el clima de la meseta de la Península Ibérica (Uber die Gestalt und das Klima des Hochlandes in der iberischen Halbinsel), donde la argumentación científica fue más precisa, se dieron las nivelaciones barométricas y se ofreció el perfil topográfico peninsular, tal como publicamos en Puig-Samper/Rebok (2002a y b). La forma de presentación de Humboldt de sus investigaciones en la Península es bastante curiosa, ya que, a pesar del tono estrictamente científico de su escrito, guía al lector desde un manuscrito desaparecido muchos años atrás, a través de una carta a su editor el profesor Berghaus y con datos obtenidos de sus corresponsales españoles, además de la inclusión de los perfiles peninsulares, que ya había dado a conocer en el Mapa Civily Militar de España y Portugal, editado por Alexis Donnet en París en 1823, y en el Atlas de su obra sobre el Nuevo Continente. Lamentablemente el estudio de Alexander von Humboldt sobre España no tiene la riqueza literaria de muchos de sus escritos; más bien constituye un ensayo científico de gran valor, aunque alejado de las observaciones personales del habitual relato del viajero ilustrado y quizá también condicionado por el generoso permiso de viaje concedido por las autoridades españolas. Respecto a estas mediciones de la longitud y la latitud de las ciudades españolas, Humboldt dio una especial importancia a la posición de Madrid como punto indiscutible de referencia para el resto de las posiciones peninsulares, tal como demuestra en su trabajo con Oltmanns, donde explicaba cómo había he-

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cho sus observaciones en el palacio del duque del Infantado, cerca de la Plaza Mayor de Madrid, y recomendaba seguir con las mediciones, un consejo que se vería plasmado en las polémicas publicadas en la revista Variedades de Ciencias, Literatura y Artes. Lo llamativo en el artículo de Hertha es que, desentendiéndose de la posición de la capital, Humboldt centra su atención en la altitud de Madrid como punto central de referencia para sus determinaciones barométricas. No hay que olvidar que en este caso Humboldt buscaba la determinación de la tercera dimensión peninsular para poder ejecutar adecuadamente sus perfiles (ValenciaLa Coruña y Sierra Nevada-Pirineos), en los que quedaba demostrada claramente la conexión de las mesetas y el relieve general de la Península Ibérica. Es también interesante cómo Alexander von Humboldt basa su determinación de 340 toesas para la altitud de Madrid en las observaciones realizadas por Felipe Bauzá, en 1820, en la casa del Depósito Hidrográfico, consideradas por él como las de mayor fiabilidad. El recorrido del itinerario del sabio prusiano permite por una parte reconstruir perfectamente su recorrido por tierras españolas, algo imposible de otra manera dado su silencio en la mayor parte de su gran obra publicada y por la desaparición de las páginas peninsulares de su Diario, así como precisar sus observaciones geológicas, guiadas casi siempre por su obsesión comparativa con las de otras zonas. Asimismo, Humboldt hizo en su artículo en Hertha algunas consideraciones sobre el clima peninsular, destacando la modificación climática del interior como consecuencia de la elevación de la meseta, que llevaba asociada la presencia de un auténtico clima continental, en contraste con el suave clima de las costas. Entre las publicaciones relacionadas con la estancia española de Humboldt y su percepción, podemos destacar "La experiencia española de Alejandro de Humboldt y la repercusión de su obra" (Puig-Samper/Rebok, 2002c) y "Alexander von Humboldt y España en el siglo XIX: Análisis de una mirada recíproca" (Rebok 2004), esta última, fruto de la ponencia en el congreso Alexander von Humboldt: From the Americas to the Cosmos, (Nueva York, 2004). Además, está a punto de publicarse una monografía dedicada a la estancia española de Humboldt, que recopila nuestra investigación. Un tercer aspecto también relacionado con España ha sido el estudio del reconocimiento oficial que se le había concedido, tanto por instituciones científicas como por la propia Corona. El primer reconocimiento oficial por parte española hacia Humboldt tuvo lugar el 8 de junio de 1799 cuando fue nombrado miembro corresponsal del Real Jardín Botánico de Madrid. Pocos años después se realizó la siguiente mención de honor, en plena ocupación napoleó-

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nica de la Península Ibérica, que correspondió a la Academia Médica Matritense, que propuso el jueves 24 de enero de 1811 el nombramiento de Humboldt como miembro correspondiente de la Academia Médica de Madrid. El siguiente nombramiento se produjo en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Fue su primer presidente, el general Antonio Remón Zarco del Valle y Huet, quien parece ser el personaje clave de la propuesta de nombramiento de Alexander von Humboldt como académico corresponsal extranjero de la Academia de Ciencias madrileña en 1847. Además de estos reconocimientos académicos y científicos, Alexander von Humboldt se encontró con el político en los últimos años de su vida. Se ha hablado mucho de la poca atención prestada en España hacia su figura y su obra, tanto desde la Corona y los diferentes gobiernos como por la propia sociedad española, pero el descubrimiento de la concesión de la reina Isabel II al científico prusiano de la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III rompe, sin duda, esta imagen o al menos la modifica. Puede ser que se le concediese por su mérito científico y por su intervención en el restablecimiento de las relaciones hispano-prusianas. El 3 de diciembre de 1845 fue emitido el decreto real de concesión, firmado además por Francisco Martínez de la Rosa, y pocos días después fue concedido el título, para lo que la reina Isabel II redactó un escrito a Humboldt en el que le comunicaba su decisión. En el curso de la investigación encontramos además una carta desconocida de Humboldt que es muy interesante para la historiografía humboldtiana. Humboldt se mostró en la carta de agradecimiento encantado por el hecho de que las relaciones entre España y Prusia se restablecieran. Es además interesante que Humboldt en este momento aprovechase la oportunidad de expresar su reconocimiento hacia el gobierno español por la concesión del antiguo permiso de su viaje americano y alabar el carácter nacional y la literatura española. El hecho del reconocimiento académico, científico y político de la obra y la figura de Alexander von Humboldt en España matiza de manera concluyente las afirmaciones rotundas en torno a la falta de aprecio por parte de la sociedad española del científico prusiano, como hemos demostrado en Puig-Samper/Rebok (2004 a y b). De la misma manera, hemos revisado todos los escritos de Humboldt, tanto los publicados por él como los no publicados (diarios, correspondencia), para reconstruir la imagen que él desarrolló y difundió de España, tanto de la contemporánea como de la histórica y el pasado colonial, algo que puede verse en los artículos "La imagen de España creada por Alexander von Humboldt" de Sandra Rebok (2005, en prensa) y "Alejandro de Humboldt y el modelo de la Historia Natural y Moral" (Rebok 2001), donde se estudia el significado de los

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primeros cronistas españoles para los estudios historiográficos de Humboldt. Dentro del proyecto de investigación fue desarrollada también la tesis doctoral de Sandra Rebok sobre "Alexander von Humboldt y España: Análisis de un proceso de percepción recíproco" ("Alexander von Humboldt und Spanien im 19. Jahrhundert: Analyse eines reziproken Wahrnehmungsprozesses"), entregada en la Universidad de Heidelberg en marzo de 2004 (Rebok, 2006). Asimismo, nuestro equipo de investigación ha desarrollado algunos estudios que tratan de averiguar la importancia y significado de Alexander von Humboldt en relación con la minería en los dominios españoles en América, especialmente en artículos como "Fausto de Elhuyar y la Societat de Bergbaukunde. Un proyecto científico de red europea para la difusión de las prácticas minero-metalúrgicas" (Pelayo/Rebok 2002-2003) y "Un condiscípulo español de Alexander von Humboldt en la Bergakademie de Freiberg: Josef Ricarte y su informe sobre el método de amalgamación de Born (1788)" (Pelayo/Rebok 2004). El primer número de la revista Debate y Perspectivas, publicado en el año 2000 y coordinado por Miguel Ángel Puig-Samper, fue dedicado a la publicación de diversos artículos en relación a su significado para la modernidad y la independencia americana. Respecto al viaje americano se han desarrollado algunos aspectos específicos como la traducción al español del primer relato de Humboldt sobre su expedición americana, redactado en 1804 en el camino de regreso de los EEUU a Francia en nuestro artículo "Alexander von Humboldt y el relato de su viaje americano redactado en Filadelfia" (Puig-Samper/Rebok 2002d). En el terreno de la difusión científica, hemos hecho un gran esfuerzo por dar a conocer la obra de Alexander von Humboldt a través de diferentes empresas, como la introducción a la reedición de Cuadros de Naturaleza de Alexander von Humboldt, publicada por la editorial Los libros de la Catarata, en Madrid (Puig-Samper/Rebok 2003), o la preparación de un DVD con las obras de Humboldt en su versión original (francés o alemán) con sus respectivas traducciones al español (colaboración con la Fundación Hernando de Larramendi). Se publicará en 2007, junto a un amplio estudio introductorio sobre la edición y recepción de las obras humboldtianas en España, presentado en cuatro idiomas: español, alemán, francés e inglés. Con la idea de no sólo contribuir con nuevos documentos específicos a la investigación humboldtiana internacional, sino dar a conocer este personaje a un público más amplio, hemos publicado también artículos como "Alejandro de Humboldt en España" en la revista Eidon (Puig-Samper/Rebok 2004c), así como "Humboldt y España", en National Geographic (Rebok/Puig-Samper, 2005).

Miguel Ángel Puig-Samper/Sandra Rebok

118

En esta m i s m a línea de divulgación y difusión científica, participamos c o m o asesores científicos en la exposición sobre H u m b o l d t que se mostró en el M u s e o Nacional de Ciencias Naturales ( C S I C ) de M a d r i d bajo el título " Ale-

jandro

de Humboldt.

Una nueva visión del mundo" y organizada por Frank

Holl. Esta exposición forma parte de una serie de exposiciones que se ha realizado en los últimos años c o m o conmemoración del bicentenario de su viaje americano ( 1 7 9 9 - 1 8 0 4 ) y nuestro trabajo se ve reflejado también en el catálogo de la exposición con nuestras contribuciones "Alejandro de H u m b o l d t en la Península Ibérica", de Puig-Samper, y " U n a mirada desde España: Alejandro de H u m b o l d t y las instituciones científicas", de Sandra Rebok. Por otra parte, aprovechando el interés por H u m b o l d t que se ha ido desarrollando en los últimos años, se han preparado actividades adicionales, tales c o m o una pequeña exposición sobre los vínculos de H u m b o l d t con España, en colaboración con el Instituto Goethe de M a d r i d ; otra exposición de mayor alcance sobre el m i s m o tema, conjuntamente con el Instituto Cervantes; un coloquio internacional sobre H u m b o l d t , en colaboración con la Sociedad Geográfica de Madrid y el Ins-

tituto Cervantes; además de otras de carácter social, entre las q u e destaca un curso para profesorado de enseñanza media sobre H u m b o l d t . C o m o conclusión a este repaso de nuestro trabajo de investigación podem o s decir que durante m u c h o tiempo el interés por H u m b o l d t en España solamente existía en los círculos científicos (sobre todo dentro de la geografía o botánica) o eruditos, en tanto que en el ámbito general había un gran desconocimiento, que en parte hemos colaborado a corregir. C o m o fruto de las publicaciones realizadas en los últimos años, junto con la conmemoración internacional del bicentenario del viaje americano de H u m b o l d t , se ha despertado un cierto interés que sin d u d a se acrecentará con las exposiciones que han sido preparadas en España.

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Ottmar Ette TOWARDS W O R L D SCIENCE? H U M B O L D T I A N SCIENCE, W O R L D C O N C E P T S , A N D TRANSAREA STUDIES*

WORLD

CONCEPTS

In one of his last essays, the late Ulrich Schulz-Buschhaus humorously provided "instructions for the flawless use of language." The scholar of Romance literatures ended these instructions with terms and phrases in the manner of Flaubert's Dictionnaire des idées reçues of which he was convinced that it would spur any career in the field (Schulz-Buschhaus 2002: 155). Apart from the term "Eurocentric," which was glossed with "misapprehended" (2002: 156), the term "globalization" was commented with "erroneously feared; premise of individualization; productive force of new literature" (2002: 156). Furthermore, "world knowledge" was explained by "synthesis of biology and computer simulation" (2002: 158) and the acronym D F G stands for "German Agency for World Knowledge" (2002: 155). From my own viewpoint from within humanities — observed by SchulzBuschhaus as "trapped in a smoldering crisis of legitimacy, need a new paradigm" (2002: 156) — I do not intend to openly interpret his suggestive remarks as a connection between the canalization of DFG-grants and its interest to create world knowledge. Still, on a panel supported by the Deutsche Forschungsgemeinschaft — according to the Dictionnaire, "held exclusively by top-class experts" (2002: 158) — one might fair enough inquire to which part different disciplines contributed to "world knowledge" as well as to what extent we are witnessing a lingering semantic constraint of global concepts. Not * Translated by Ronja Tripp.

122

Ottmar Ette

unlike the concept of life, which shrunk to only a tiny fraction of what bios designated in the ancient Greek tradition due to the (modern) equation of life sciences and bioscience, the semantic restriction of the term "world community" after the 9/11-attacks to only first-world countries, with the exception of some "good-will countries," should be thought-provoking. Quite some time ago, during Alexander von Humboldt's lifetime, we got used to the term "America" as referring to the USA and the philological "American Studies" as presenting USA-studies instead of an approach to the cultures, languages, and literatures of the whole continent. Thus, wouldn't we have to ask first, and this is certainly not a commonplace question: Who asserts what world means? We should be therefore conscious about our position towards the world from which we speak about the world. On this basis, the world knowledge — as well as compounds of other world concepts — can be semantically changed according to perspective: understood as genitivus obiectivus (knowledge about the world), asgenitivus subiectivus (knowledge of the world about itself), as genitivus possessivus (knowledge possessed by the world), as genitivuspartitivus (a hyperonymic knowledge as part of a greater whole), as genitivus qualitatis (knowledge situated in or relating to the world) or as genitivus explicativus (knowledge explained in its relation to the world). This indicates a multiply phased polysemy of the lexeme "world," within which three components can be differentiated. Word-formations like German "Weltall," which has been used in exchange for lat. universum since the 17th century, or "Weltraum" (*world-space) have a galactic, cosmic, or rather universal meaning. It is worth mentioning that the Germanic *wera-, meaning "man," "human being" (Kluge 1999: 885), is the basis for German "Welt" as well as English "world," so the concept has always conveyed some human part, at least etymologically speaking. Apart from this boundary-crossing sememe, another meaning with a more global, planetary scope can be described, as words such as "world society," world trade, world history, world literature indicate. How great the semantic reduction is to certain occidental historic developments, statesmen, or (alphabetical scriptural) cultures can be easily illustrated by a large number of examples. At the same time, this globally defined use is subject to qualitative connotations, as can be seen as early as Goethe's coinage of the term Weltliteratur ("world literature") and its use until today. This constitutes yet another class of sememes, compare also "world-champion," "world-class," which should not concern us here. Furthermore, a third category, which is spatially less distinct than its cosmic or global counterparts, can be traced in terms like the philosophical Weltanschauung. This term is not based on a spatial category; Weltanschauung is not necessarily rooted in a specific experience or knowledge of the world. On the contrary, in Western Tradition

Towards World Science?

123

it cuts off the bonds of its own spatial-temporal, cultural, political, or social preconditions to arrive at its worldview and model. How and with which strategies does the Occident tell about the world? In the first chapter, dedicated to "The Scar of Ulysses," of his Mimesis. Dargestellte Wirklichkeit in der abendländischen Literatur, Erich Auerbach made an attempt to compare and contrast Homer's world to the biblical one. The "biblical narrative," according to Auerbach, does not aim ja nicht nur für einige Stunden unsere eigene Wirklichkeit vergessen lassen wie Homer, sondern er will sie sich unterwerfen; wir sollen unser eigenes Leben in seine Welt einfügen, uns als Glieder seines weltgeschichtlichen Aufbaus fühlen. Dies wird immer schwerer, je weiter sich unsere Lebenswelt von der der biblischen Schriften entfernt [...]. W i r d dies aber durch allzustarke Veränderung der Lebenswelt und durch Erwachen des kritischen Bewußtseins untunlich, so gerät der Herrschaftsanspruch in Gefahr [...]. Die homerischen Gedichte geben einen bestimmten, örtlich und zeitlich begrenzten Ereigniszusammenhang; vor, neben und nach demselben sind andere, von ihm unabhängige Ereigniszusammenhänge ohne Konflikt und Schwierigkeit denkbar. Das Alte Testament hingegen gibt Weltgeschichte; sie beginnt mit dem Beginn der Zeit, mit der Weltschöpfung, und will enden mit der Endzeit, der Erfüllung der Verheißung, mit der die Welt ihr Ende finden soll. Alles andere, was noch in der Welt geschieht, kann nur vorgestellt werden als Glied dieses Zusammenhangs [...] (Auerbach 1982: 12).' T h e fact, t h a t E r i c h A u e r b a c h , w h o t r i e d to trace a " p h i l o l o g y o f w o r l d lite r a t u r e " 2 , t o o k t h e H o m e r i c a n d b i b l i c a l w o r l d o f t h e O l d T e s t a m e n t as t h e two f u n d a m e n t a l view-/starting- a n d reference points, w h o s e interplay of forces i n f l u e n c e u n t i l t o d a y t h e r e p r e s e n t a t i o n o f reality in W e s t e r n l i t e r a t u r e , l e d t h e p h i l o l o g i s t to d e s c r i b e a s e e m i n g l y c o n t r a d i c t o r y s t r u c t u r e : 1 "[N]ot only to forget for a few hours our own reality, as in Homer, but to subjugate it; we are supposed to integrate our own lives into its world, to feel like the elements composing its world-historical structure. As our life-world continues to drift away from that of the biblical texts, this becomes increasingly difficult [...]. The claim to superiority is undermined when a strong change in the life-world and the awakening of the critical consciousness make it appear unacceptable [...]. The Homeric poems confront us with a precise, geographically and temporally limited chain of events, apart and aside from which other, independent chains of events are thinkable without any conflict or difficulty. Very differently, the Old Testament gives world-history; the latter starts with the beginning of time, with the creation of the world, and it will conclude with the end of time, with the completion of the prophecy, with which the world will come to an end. Everything else that takes place in the world can be seen as a part of this larger whole [...]" (Auerbach 1982: 12). 2

See Auerbach (1952), and also Ette (2003).

Ottmar Ette

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Das Alte Testament ist in seiner Komposition unvergleichlich weniger einheitlich als die homerischen Gedichte, es ist viel auffälliger zusammengestückt - aber die einzelnen Stücke gehören alle in einen weltgeschichtlichen und weltgeschichtsdeutenden Zusammenhang (1982: 19) 3

Accordingly, the fragmentariness of Ilias and Odyssee, spatio-temporally restricted, correlates with a narrative unity, whereas on the other hand the unified "religious world-historic perspective" (1982: 19) of the Old Testament leads to its fragmentary patches on the level of narrative. In these introductory passages of Auerbachs Mimesis, the highly debated dialectic of fragment and totality 4 is complemented by a no less forceful reciprocity of spatio-temporal restrictedness and spatio-temporal borderlessness as well as life-based (mimetic) story world and religion-based world (hi-)story. For our discussion here, it is an important insight that the world historical dimension is not only connected with a claim to power — which itself attempts to relate its own salvation/history to far-distanced phenomena — , but also develops from an abstraction of concrete spatio-temporal conditions. If we were to interpret Alexander von Humboldt's Cosmos as one of Lyotard's "grand narratives" — published in five volumes from 1845 to 1862, the last of which posthumously — we could argue that the total of Humboldt's "world knowledge" participates in exactly those interrelated forces and strings of narrative, which according to Auerbach shape the representation of reality and world in Western literature. That "folly to describe the whole material world, everything we know today about cosmic phenomena and life on earth, from far-distant stars to a geography of moss on granite rock, all in one work, a work in lively language stimulating and invigorating at the same time" (Humboldt 1860: 20) was based on an idea of a world-historical process of expansion (in which Humboldt's own journey to America is inscribed), long before these lines were written to Varnhagen von Ense on October 27, 1834. A passage from the second volume of Cosmos reads accordingly: Was aber, wie schon oft bemerkt worden, die geographische Lage des Mittelmeers vor allem wohlthätig in ihrem Einfluß auf den Völkerverkehr und die

3

"The Old Testament is incomparably less homogeneous in its composition than the Homeric poems, it is much more obviously a patchwork — but the individual pieces all belong to one world-historical context and frame of interpretation" (1982: 19). 4 See, for example, Dallenbach / Nibbrig (1984).

Towards World Science?

125

fortschreitende Erweiterung des Weltbewußtseins gemacht hat, ist die Nähe des in der kleinasiatischen Halbinsel vortretenden östlichen Continents; die Fülle der Inseln des ägäischen Meeres, welche eine Brücke für die übergehende Cultur gewesen sind; die Furche zwischen Arabien, Aegypten und Abyssinien, durch die der große indische Ocean unter der Benennung des arabischen Meerbusens oder des rothen Meeres eindringt, getrennt durch eine schmale Erdenge von dem Nil-Delta und der südöstlichen Küste des inneren Meeres. Durch alle diese räumlichen Verhältnisse offenbarte sich in der anwachsenden Macht der Phönicier und später in der der Hellenen, in der schnellen Erweiterung des Ideenkreises der Völker der Einfluß des Meeres, als des verbindenden Elementes (Humboldt 1845-1862: II, 154). 5 T h e Western historic development, which for H u m b o l d t had its beginnings in the geo-cultural space o f the Eastern Mediterranean, is certainly to a large extent desacralized, however, some traces o f the former transcendence o f Judeo-Christian tradition o f the same geographical origin can still be detected. For this reason, H u m b o l d t could repeatedly allude in his writings to the Comedy

Divine

and cited Dante's verses, for he aimed just like the great poet and

demiurge at no less than an inventory of "heaven and earth, everything created" (Humboldt 1 8 6 0 : 2 2 ) , the totality o f creation in its great variety, o f every "grand and important idea, glimmering somewhere" in addition to the innumerous and diverse "facts put d o w n here" and at the same time of an "epoch o f the intellectual development of m a n k i n d (in its knowledge o f nature)" ( 1 8 6 0 : 2 0 ) . In the same letter from 1 8 3 4 , H u m b o l d t pointed out his own first French drafts o f Cosmos

as well as certain medieval traditions, which were still remark-

ably present in his work: Ich hatte vor 15 Jahren angefangen, es französisch zu schreiben, und nannte es Essai sur la Physique du Monde. In Deutschland wollte ich es anfangs das Buch von der Natur nennen, wie man dergleichen im Mittelalter von Albertus Magnus hat. Das

5 "The factor, as has already been noted frequently, concerning the geographic location of the Mediterranean Sea, that has had a positive influence on the movement of peoples and on the continuous expansion of world-consciousness, is its proximity to the eastern continent that protrudes with the peninsula that forms Asia Minor; the multitude of islands in the Aegean Sea, which has formed a bridge for the transgressing culture; the rift between Arabia, Egypt and Abyssinia into which flows the great Indian Ocean under the designation of Arabian or Red Sea, barred from the Nile-Delta and the southeastern coast of the Mediterranean by a small land-bridge. All of these spatial factors played a role in revealing, through the continuously increasing might of the Phoenicians and the Hellenes, the influence of the ocean as the uniting element" (Humboldt 1845-1862: II, 154).

Ottmar Ette

126

ist alles aber unbestimmt. Jetzt ist mein Titel: Kosmos. Entwurf einer physischen Weltbeschreibung von A.v.H. [...]. Ich wünschte das Wort Kosmos hinzuzufügen, ja die Menschheit zu zwingen das Buch so zu nennen, um zu verhindern, daß man nicht H.'s physische Erdbeschreibung sage, was denn das Ding in die Klasse der Mittersacher'schen Schriften werfen würde. Weltbeschreibung (nach Weltgeschichte geformt) würde man als ungebräuchliches Wort immer mit Erdbeschreibung verwechseln (1860: 22). 6 It was not exactly H u m b o l d t s aim to create a description o f the world in the geographic sense o f the term we use today. However, the very neologism in context o f his otherwise linguistically conservative writings points out the deliberate use o f polysemy o f world concepts. T h e H u m b o l d t i a n terms o f Weltbeschreibung

(world description) a n d Weltbewußtsein

(world conscious-

ness) include a planetary dimension, however, are not restricted to it. 7 T h e cosmic s e m e m e as well as an abstract understanding o f world is always present in his texts. T h e co-presence o f those three variants distinguished here hints at his specific terminology, especially in view o f terms like Weltanschauung,

which are

always empirically defined without being restricted to the empirical experience o f a world traveler. T h i s can be detected as s o o n as his fourteenth lecture at Sing a k a d e m i e in his use o f the coinage "Weltansicht," which functions as the predecessor o f "Weltbewußtsein" preferred later in Cosmos.

6 " 15 years ago, I had begun writing it in French, giving it the title Essai sur la Physique du Monde. In Germany, I initially wanted to give it the title das Buch der Natur, as one finds it in medieval times in Albertus Magnus. But all of this lacks precision. Now my title is: Kosmos. Entwurf einerphysischen Erdbeschreibung, byA.v.H. [...]. I wanted to add the word cosmos; I wanted to oblige mankind to call the book so, in order to prevent people from calling it H.'s physical description of the earth, which would align it with Mittersachs writings. World-description (following the word world-history) being an uncommon term, it would continuously be confused with the term description of the earth" (1860: 22). 7 The sensual, material, and technological dimension of this kind of Weltanschauung is explained by Humboldt in an impressive way at the beginning of his reflections on natural and telescopic seeing, in the third volume of his Kosmos, the telescope connecting the Weltanschauung with the exploration of the Welträume (world-spaces): "Dem Auge, Organ der Weltanschauung, ist erst seit drittehalb Jahrhunderten, durch künstliche, teleskopische Steigerung seiner Sehkraft, das großartigste Hülfsmittel zur Kenntniß des Inhalts der Welträume, zur Erforschung der Gestaltung, physischen Beschaffenheit und Massen der Planeten sammt ihren Monden geworden" (Humboldt 1845-1862: III, 60). ["Only two and a half centuries have passed since the eye has been made the superb instrument for exploring what is contained in the world-spaces, the characteristics, the physical forms and dimensions of the planets and their moons. This has been made possible by the telescopic enhancement of its power of perception." (Humboldt 1845-1862: III, 60)]

Towards World Science?

127

Die Weltansicht, als Product der menschlichen Intelligenz, hat nicht in allen Perioden gleich schnelle Fortschritte gemacht, indem wir bald eine Tendenz zur speculativen Philosophie, bald zum dichterischen Schaffen vorherrschend finden. Die Hauptentwickelung derselben gehört ganz unstreitig der neuesten Zeit an. Bei den Alten fand die E n t w i c k l u n g der Kultur fast nur um das Mittelmeer herum statt, wogegen später die Civilisation sich räumlich weiter ausgebreitet hat (Humboldt 1993: 175). 8 In this passage, "Weltansicht" just like "Weltbewußtsein" later on is defined spatially and temporally and connected with definite spaces and periods in the history of mankind. This history is one of expansion and — as Humboldt emphasizes immediately afterwards — is not necessarily a continuous development, but more of distinct phases and progress combined with certain retrogrations. This spatio-temporal concretization in connection with a (collective) intelligence elevates the term beyond factuality to an abstract philosophical level. In combination with the distinction between "culture" and "civilization" an interesting perspective opens up on Humboldt's thinking at a time after he just moved from Paris to Berlin. A t this point, it is legitimate to compare Humboldt's distinction with those reflections by Norbert Elias, which can be found in the first chapter of his

Uber den Prozeß der Zivilisation,

entitled

"Zur Soziogenese des Gegensatzes von 'Kultur' und 'Zivilisation' in Deutschland." Then it becomes apparent that Humboldt's "Weltansicht" is connected to "Weltanschauung" via the concept of "civilization." Humboldt's concepts are diverse as well as they are interrelated. 9

* "The worldview [Weltansicht], as a product of human intelligence, has not advanced at an even pace in all periods, given that we might see a tendency towards speculative philosophy at one time, a tendency towards poetical creation at another. Without a doubt, its main development takes place in most recent times. In antiquity, the development of culture occurred almost exclusively in the immediate surroundings of the Mediterranean. Later, then, civilization spread out ever further in a spatial sense" (Humboldt 1993: 175). 9 See Elias (1990: 2): "Durch ihn [den Begriff der Zivilisation, O.E.] sucht die abendländische Gesellschaft zu charakterisieren, was ihre Eigenart ausmacht, und worauf sie stolz ist: den Stand ihrer Technik, die Art ihrer Manieren, die Entwicklung ihrer wissenschaftlichen Erkenntnis oder ihrer Weltanschauung und vieles andere mehr." ["Through it [the notion of civilization, O.E.] occidental society tries to define its specificity and that of which it is proud: the sophistication of its technology, its customs and ways, the development of its scientific knowledge or its worldview, among many other things."] And in relation with the complex, contrary semantics of the concepts in the international comparison between England, France, and Germany: "Eigentümliches Phänomen: Worte, wie das französische und englische "Zivilisation" oder das deutsche "Kultur" erscheinen völlig klar im

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At the same time, the specificity of the Humboldtian world concepts — which are rooted in, but not restricted to empiricism and contain the notion of mankind at least etymologically — always considers questions of humanity, whether in the planetary or the cosmic sense. Nature and mankind are thematically as well as etymologically inseparable in Humboldt's science. 10 The semantic interpretation of the lexemes "world" and "nature," characteristic for Humboldt, makes this quite clear. Humboldt's writing of a "human" book of the world as one of nature undoubtedly continues the tradition of a "Weltbuch" and "Weltschöpfungsbuch." However, the desacralized story of creation of a Judeo-Christian origin is intertwined, in tune with Auerbach's interpretation, with a conception of the world indebted to Plinius' Historia naturalis and its notion of "Weltbeschreibung." 11 In Cosmos as well as in many other writings, these occidental traditions of world historical interpretation are omnipresent. The relation of Humboldt's work and the traditional metaphor of the "readability of the world," as Hans Blumenberg interpreted it, leads as far as the world concepts are concerned to the insight "daß sein Verfahren der Naturansichtigkeit gerade darin besteht, das Erlebnis auf das Wissen — am Exempel: den einsamen Berggipfel auf das Kontinentalprofil — zu beziehen; nicht um die Subjektivität des Augenblicks zu zerstören, sondern um sie zu integrieren" 12 (Blumenberg 1986: 293). "Life-knowledge," 13 especially in form of knowledge about experience, is an integral part of Humboldt's understanding of world knowledge.

inneren Gebrauch der zugehörigen Gesellschaft. Aber die Art, wie ein Stück Welt in ihnen zusammengefaßt ist, die Selbstverständlichkeit, mit der sie bestimmte Bereiche umgrenzen und andern entgegensetzen, die geheimen Wertungen, die sie unausgesprochen mit sich tragen, alles das macht sie schwer erklärbar für jeden Nicht-Zugehörigen." ["A strange phenomenon: Terms such as the French and English "civilization" or the German "Kultur" appear to be completely clear in the internal usage of the corresponding society. But it is difficult to explain to a foreigner how a fragment of the world is summarized in them. It is difficult to explain to anybody who comes from outside the self-assuredness with which they circumscribe certain areas and oppose them to others, the secret valuations that they silently transport" (1990: 2)]. 10 See Ette (2002: 32, 106 and passim). " See Blumenberg (1986: 284). 12 "[...] that his approach to a visibility of the world is based on an experience referring to knowledge, for example the solitude of a mountain peak in context of the continental profile, not in order to destroy the subjectivity of moment, but to integrate it." 13 About this concept, see Ette (2004a).

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In view of these "man-containing" world concepts, it is possible to conclude that Humboldtian science as well as writing aim at the integration and fertilization of knowledge, which can be termed (Er)Lebenswissen ("life knowledge"), both on the level of specific empirical experience and on the level of reading of and response to the "Weltbuch." His world consciousness is based on a conception of knowledge, which is directed at an expansion ofknowledge of the world about itself, including all perspectives mentioned above, beyond the experience/sensation of knowledge. It is this understanding which accounts for the enormous role education played in both Alexander and Wilhelm von Humboldt's thinking. Humboldt's notion of world-description is always a part of a particular historic expansion-process, which is a process of a "civilization" (Humboldt 1993: 175) developing geographically in the west and which intends an increased world consciousness of itself. In the course of Humboldt's writing and thinking as well as his terminology, the cosmic, planetary, and philosophical-abstract sememes increasingly interfere. Yet, these concepts are always bound to sensual experiences of individual and collective subjects. Humboldt's "Weltbegriffe" are to be understood perspectively, which are to some extent at least aware of their spatio-temporal precondition and their position as precursors with regard to all world knowledge.

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The illuminating, yet sometimes one-sided integration of Humboldt's Cosmos into the occidental traditions since the antiquity — he himself pointed this out several times — often obstructed the view of his conception of science as relevant for future consideration, even though it was highly innovative and tried to realize a project of modernity unfinished until today. Even scholars like Hans Blumenberg could not resist the interpretation of Cosmos as a regressive text due to his own past-oriented perspective. What is more, the conception of science in its totality developed after Goethe's death was repeatedly interpreted as an "anachronism" (1993: 296). Blumenberg's understanding sums up most of the results of the earlier Humboldt-research, which saw the "Weltbürger" from Berlin-Tegel as the end of a development and at best as the last Universalgelehrter (universalistic scholar): [...] denn der Blick auf dieses große mit der Natur rivalisierende Lebenswerk wäre unaufrichtig, wollte er die Züge der Hilflosigkeit übersehen. Nach dem Tode Goe-

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Ottmar Ette thes: welche Einsamkeit unter der Last des Zeitgeistes, trotz der Allgegenwart des »Kosmos« in der Resonanz des Publikums ( 1 9 9 3 : 2 9 6 ) . 1 4

Those inscriptions into Western tradition, consciously performed by Humboldt, should not, however, obscure the observation that Alexander von Humboldt was not the last Universalgelehrte, being ninety years of age and extending far beyond the Goethe-era, but instead the first representative of an original conception of science, which potentialities have not been exhaustively utilized. To put Humboldt's concept in a nutshell, during more than seven decades of research and writing he developed an understanding of science and basic assumptions about the theory and practicality of representations of knowledge, which are characterized by an increasing complexity and dynamic as far as epistemology, history of science, sociology of knowledge, and aesthetics are concerned. The present relevance and potentiality of his views are reflected in particular by the following schematized aspects of his thinking. First and foremost, Humboldt's developed and employed understanding is characterized by a transdisciplinary approach, which is certainly based on the differentiation of disciplines already observable in the 18,h century and which, at the same time, critically discusses this historic development of science. Alexander von Humboldt's approach is transdisciplinary and not interdisciplinary: he was not interested in a dialogue of certain core-positions rooted in specific disciplines and thus being restricted to one "own" viewpoint, but he intended to surpass the disciplinary boundaries with the help of specialists in order to combine a diversity of fields and specific structures or logic. This is undoubtedly a dynamic and nomadic conception, which relationally interweaves and sets in motion the specific logic of different fields. Humboldt's global and comparatistic understanding is secondly characterized as intercultural. The author of Vues des Cordillères had an intercultural (and not transcultural) approach, since he saw very consciously a Western European tradition of knowledge as a basis — the same marks his own scientific stand-point —, from which interrelations with other cultures and traditions could be initiated. This implies that cultural differences are not neglected, but

14 "[...] for the perspective on this great life-work, that rivals nature itself, would not seem righteous were it to ignore the signs of helplessness it displays. After Goethe's death: what loneliness under the weight of the Zeitgeist, despite the omnipresence of the "Kosmos" in the publics resonance" (1993: 296).

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on the other hand are demonstrated, performed, and at the same time, from the standpoint of a globalized and globalizing science, hierarchically organized. As a critical continuance of French-enlightenment ideas and as philosophical conceptualizations of world history and Weltbürgertum, Humboldt's conception is thirdly in the tradition of Immanuel Kant a cosmopolitic science, as long as it is not only thematically, but also in its self-understanding geared towards the totality of humankind and the development of a multi-polar modernity, accepting the ethical foundation and political responsibility as a world science. Phenomena such as uncritical Eurocentrism and philosophical logocentrism, which developed from certain Western traditions of thought and performance (in particular in cosmopolitisme and Weltbürgertum in the 18th century), can potentially become subject to a fundamental self-criticism and be exceeded to some degree. As a precondition, these aspects fourthly require a world-wide net of correspondents, which would supply Humboldt with the necessary regional knowledge, verify it, or would be able to contribute specialized knowledge and connect this to his own questions and scopes within his fields. Accordingly, Humboldt's correspondence generated a "world-wide web" of knowledge and information exchange, a total of 30,000 to 35,000 letters initiating an intercontinental and transdisciplinary transfer of knowledge, which can definitely be called a world-wide network. Moreover, Humboldt was actively involved in the foundation of scientific institutions and cooperation, both nationally and transnationally based, which made him certainly one of the most influential scientific organizers and reformers (and even managers) of the 19th century. He tried at the same time to secure and extend the relative autonomy of the scientific field as opposed to politics and nation-state oriented pressure group, repeatedly so from diplomatic positions. Fifthly, the highly communicative structure of knowledge and science in the Humboldtian sense was not restricted to an extraction and production of knowledge, but referred as well to its social distribution and response. With the help of appropriate structures of (re-)presentation of knowledge, Humboldt aimed at a popularization and democratization of science, and thus making knowledge available and socially acceptable to a large part of the population (including women, at that point still excluded from academic life). Knowledge, additionally, was supposed to be utilized in the development of a bourgeois society of information and knowledge, certainly serving a purpose to change society. Knowledge and science without specifically implemented

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structures of communication were unthinkable and thus inseparably connected to the social or political public sphere respectively. His understanding of science implies communicative and performative competence and an unhindered circulation of knowledge in planetary, world-wide dimensions. The Humboldtian forms of presentation and representation of knowledge impressingly combine intermediality, transmediality, and aesthetics. They convey specific strategies and techniques for visualizing knowledge, the interplay of image-text and text-image, aim at a simultaneous perception of complex clusters of knowledge — for example, the conception of the tableaux de la nature or Naturgemälde —, furthermore, these techniques foster a sensuous adaptation of knowledge based on experience and living accordingly under individual and collective conditions. It is in this aspect where the auto-reflexivity in Humboldt's work becomes as evident as the development of very distinct and experimental forms of presentation in his different projects. The seventh aspect would be that the forms of construction and representation are fractal, showing an auto-reflexive similarity in the sense that literary strategies such as the mise en abyme are employed in scientific writing, a synecdochic density of one part representing the whole text. Moreover, — and this not only in Vues des Cordillères, to which I will come back later in greater detail — he made the attempt to arrange images and graphics in a telescopic order to illustrate, on the one hand, the relation between supposed chaos and fragmentariness and, on the other, the underlying order of things according to his Cosmos. In this sense, we can speak of the fractal construction of his entire œuvre, the unity of which is not achieved by centralizing or totalizing structures, but by relativity of repeating patterns and techniques. Concluding after these shortly sketched aspects, the Humboldtian science is anything but a phased-out model of a conception, and Humboldt himself is not accordingly the last Universalgelehrte-, on the contrary, his conception, de-

15 I am referring to reflections and determinations of bioscientific provenance; see Cramer (1993: 172): "Der Begriff der fraktalen Dimension und der Selbstähnlichkeit ist zunächst ein mathematischer. Bei realen physikalischen und chemischen Objekten, Diffusionskurven, Oberflächen von Kristallen oder von Proteinen wird die Selbstähnlichkeit über alle Längenskalen niemals ideal erfüllt sein. [...] Eine Oberfläche kann man immer weiter in selbstähnliche Fragmente zerlegen." ["The concepts of a fractal dimension and of self-similiarity are in the first place mathematical ones. In the cases of real physical and chemical objects, diffusion-curves, the surfaces of crystals or proteins, self-similarity will never be present in an ideal sense in all dimensions of scale. [...] A surface can continuously be divided into self-similar fragments."] See also Mandelbrot (1987).

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veloped and refined over decades, presents a model which is based on relational logic and a world-wide comparative approach. It is of pioneering character with regard to potential 21st century conceptions, in its emphasis on geo-ecological aspects as well as in consideration of the compatibility and endurance of global developments and forms of production, in both its attempt to supersede colonial structures of dependency and in its orientation towards a definitely multi-polar development. However, the inherent contradictions of Humboldt's concept of science and project of modernity should not be ignored. Just like the neologism "Weltbewufosein" indicates, these incongruities stem from the historic and geo-cultural basis of his thoughts from within Western traditions: an actual planetary "Weltbewutëtsein" does, of course, not derive solely from one process of expansion, communication, and consciousness originated in the Eastern Mediterranean, neither would such an approach to history offer suitable elements of identification for non-European cultures and societies. Nevertheless, does Humboldt's conception due to its manifold auto-reflexive processes include a problematized view on its own origin and a dialogic structure that could link it to other cultural traditions? Thus, the Humboldtian "Weltbeschreibung" can be understood as an endeavor to develop a Weltwissenschafi (world science) as already seen in Cosmos, which accounts for both man and nature as part of one conception. If this global perspective can be traced in areas where regional viewpoints would normally prevail will be examined in the following analysis of Humboldt's Vues des Cordillères.

WORLD

FRAGMENTS

In the postscript to the letter from October 27, 1834, already mentioned above, Humboldt tells Varnhagen von Ense in context of his difficulties in writing his Gw»