Dominacion Etnica Y Racismo Discursivo En España Y America Latina

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DOMINACIÓN ÉTNICA Y RACISMO DISCURSIVO EN ESPAÑA Y AMÉRICA LATINA

Teun A. van Dijk

© 2003 Teun A. van Dijk

Traducción: Montse Basté

Diseño de cubierta: Edgardo Carosia

Primera edición: septiembre del 2003, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. Paseo Bonanova, 9 1°-1* 08022 Barcelona, España Tel. 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05 Correo electrónico: gedisa@gedisa, com http://www.gedisa.com ISBN: 84-7432-997-3 Depósito legal: B. 37839-2003

Impreso por: Carvigraf Cot, 31 - Ripollet

Impreso en España Printed itt Spain

índice

A g rad ecim ien to s..................................................................... P ró lo g o ......................................................................................

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1. Racismo y discurso de élite en España In tro d u c c ió n ............................................................................. Contextos históricos .............................................................. Inmigración y racismo contemporáneos en E sp a ñ a .......... Política ...................................................................................... Los medios de co m u n icació n ................................................ Racismo en el trabajo ............................................................ Otras formas de racismo de é lite ........................................... C o n c lu s ió n ...............................................................................

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2. Racismo y discurso de élite en Latinoamérica In tro d u c c ió n .................................................. .......................... Discurso de élite y racismo en L atinoam érica...................

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Racismo discursivo ................................................................. Discurso p o lític o ..................................................................... Discurso parlamentario mexicano sobre pueblos indígenas ..................................................... Discurso político y mediático en Argentina ...................... Discurso mediático en Chile ................................................ Discurso de élite y racismo en B rasil.................................... Otros p aíse s............................................................................... C onclusiones.............................................................................

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B ib lio g rafía...............................................................................

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Agradecimientos

D urante la preparación de este libro he tenido ayuda y consejos de muchas personas. Agradezco a Luisa M artín R ojo, A ntonio Bañón y Xavier Torrens la lectura crítica y las numerosas suge­ rencias para el capítulo sobre España. Para el capítulo sobre América Latina he recibido cuantiosos datos, consejos, sugerencias, bibliografía y com entarios críticos de tantos amigos, amigas y colegas que es imposible mencionar­ los a todos y todas. Agradezco a C orina Courtis los ejemplos, la bibliografía y las discusiones sobre el racismo en Argentina. María Eugenia M erino y Berta San M artín leyeron la sección sobre los periódicos chilenos, y me mandaron correcciones úti­ les. Giovanni Parodi, M iguel Farías y G uillerm o Soto me pro­ porcionaron im portantes contactos para mi investigación en Chile. D e Cecilia Q uintrileo aprendí m ucho sobre el racismo contra el pueblo mapuche. Fúlvia Rosem berg hizo algunas observaciones críticas impor­ tantes sobre mi descripción del racismo en Brasil, y Paulo Baptista da Silva no solamente realizó comentarios sobre la misma sección, sino que tam bién me mandó una bibliografía m uy útil

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de tesis brasileñas sobre racismo. D e M ónica C onrado aprendí mucho sobre racismo en Brasil. Mis agradecimientos por las car­ tas, sugerencias, ejemplos y otras ayudas a Sónia Irene Silva do Carmo, Francisco Gomes de Matos, Jaime Pinsky, Luiz Antonio Marcushi, Livio Sansone, Enrique C unha Jr., Ana Célia da Silva, Carlos Vogt, María Batista Lima, Jonathan Warren, M aria Célia Lima-Hernandes, M aria Lucia Mexias, O dir Ram os da Costa, Leda Verdiani Tfouni, Vera Menezes y Beatriz Protti Christino. Gracias a Adriana Bolívar, en Venezuela, por sus trabajos so­ bre racismo, y a Ligia M ontañés por sus buenos consejos. Así como a Charles Briggs, quien m e explicó varios rasgos del racis­ m o antiindígena en Venezuela. Para la inform ación sobre racismo en Colom bia me ha sido de gran utilidad la detallada bibliografía sobre afrocolombianos que m e m andó Eduardo Restrepo, así com o las sugerencias de Jaime Arocha y Consuelo Posada, los com entarios de Peter Wade y la ayuda de Francisco Zuluaga. Tomás Gonzales no solamente m e envió su tesis sobre el ra­ cismo en Bolivia, sino que tam bién hizo un valioso com entario de mis pasajes sobre ese país. Alicia Castellanos m e m andó sugerencias, bibliografía y co­ mentarios sobre la sección mexicana, y R ainer Hamel, Irene Fonte y Teresa Carbó me propiciaron buenos contactos en M é­ xico. Seguramente olvido a varias personas de las muchas que ge­ nerosamente me ayudaron en Am érica Latina. Aquí, colectiva­ mente, quiero mostrar mi agradecimiento a todas ellas, como también a las coordinadoras y miembros de los equipos que aho­ ra están involucrados en nuestro proyecto sobre discurso y racis­ m o en varios países de América Latina. Quisiera agradecer tam bién a mis colegas de la Universidad Pompeu Fabra, y sobre todo a aquéllas de la línea de Análisis del Discurso, su hospitalidad y cooperación durante los años que he estado con ellos.

A g r a d e c im ie n t o s

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Finalmente, mil gracias a Flavia Limone, mi mujer, no sola­ m ente por todo lo que he aprendido con ella sobre Chile y América Latina (así com o sobre tantos otros temas), sino tam­ bién por su am or y por los años de felicidad y pasión que han sido el contexto de producción de este libro. A ella dedico este estudio.

Prólogo

Este libro fue escrito com o estudio com plementario de mi obra -originariam ente publicada en inglés en 1993- Racismo y discur­ so de las élites (Gedisa, 2003), ya que, desafortunadamente, ésta no incluía datos y análisis sobre racismo y etnicismo en España y Latinoamérica. Por eso estoy contento de que Gedisa haya acep­ tado publicar también el presente estudio, que perm ite a los es­ tudiantes e investigadores españoles y latinoamericanos acceder a mis contribuciones más recientes en el ámbito de los estudios sobre racismo también en sus propios países. Estas contribuciones son m uy modestas y me remito a los muchos estudios citados en la bibliografía, donde los lectores en­ contrarán más informaciones y referencias a otras investigacio­ nes. Para España y, desde luego, especialmente para los muchos países latinoamericanos serían necesarias muchas más investiga­ ciones de numerosos equipos para poder comenzar a entender la complejidad de la dom inación étnica y racial y la desigualdad en el m undo iberoamericano. Lo que espero será una contribución nueva en este breve es­ tudio es el examen -ah o ra también para España y Latinoaméri­ c a - de algunas relaciones entre etnicismo y racismo por un lado,

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y, por el otro, del discurso, del uso del lenguaje y de la com uni­ cación. A unque los prejuicios e ideologías racistas se adoptan en gran medida del discurso público y a pesar de que el propio dis­ curso racista es una form a de discriminación y parte del sistema de desigualdad étnica y racial, en la mayoría de los estudios psi­ cológicos y sociológicos sobre racismo casi siempre se pasó por alto el discurso. Por eso espero que esta investigación limitada estimule a los estudiantes e investigadores españoles y latinoamericanos en hu­ manidades y ciencias sociales a em prender investigaciones m u­ cho más detalladas en los diferentes países y sobre las distintas formas de discurso y de instituciones sociales. Hay aquí suge­ rencias para centenares de monografías, tesis doctorales y artícu­ los, por ejemplo, sobre debates parlamentarios, programas y pro­ paganda de partidos y otras formas del discurso político, sobre informativos, talk shows, películas y publicidad en televisión, in­ formaciones y artículos de opinión de la prensa periódica, libros de texto escolares e investigaciones científicas, sobre novelas, te­ lenovelas y otros géneros de ficción y literatura, sobre conversa­ ciones cotidianas, diálogos en organizaciones e instituciones y muchos otros tipos de discurso en los que el racismo se expresa y reproduce a diario en los diferentes países, situaciones socia­ les y contra los más diversos grupos étnicos. Puesto que las pocas observaciones en este libro sobre Lati­ noam érica son obviam ente insuficientes para dar cuenta de las muchas formas de desigualdad étnica y racial en los diversos países latinoamericanos, entretanto he tom ado la iniciativa de prom over un proyecto internacional con equipos ubicados en América Latina que trabajarán sobre discurso y racismo en sus respectivos países. Espero que pronto estemos en condiciones de publicar los resultados de esta investigación colectiva en for­ ma de libro. Después de haber ejercido la docencia durante más de 25 años en la mayoría de los países latinoamericanos y residiendo en

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rólogo

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España desde hace cuatro años, no me considero un observador y crítico externo a la situación étnica y racial del m undo iberoa­ mericano. Al contrario, se trata de un estudio crítico de «nuestra propia» sociedad, es decir, de una sociedad en la que me he sen­ tido más en casa y donde tengo muchos más amigos que en mi país natal. De todos modos, esta sociedad «nuestra» también es una sociedad en la que, desgraciadamente, ha prevalecido duran­ te siglos el (euro) racismo «blanco», com o también ocurre en el resto de Europa y en Norteam érica. En otras palabras, me ocu­ po de un problema muy general y fundamental, un problema que no se limita a España y Latinoamérica, aunque sus formas varían evidentemente de un país a otro. Espero que este y otros estudios sucesivos me permitan unir­ me y apoyar a aquellos investigadores en España y Latinoaméri­ ca - y también a todos los otros de las propias comunidades de minorías o inm igrantes- que luchan explícitamente con sus ideas, obras y acciones contra la dominación étnica y el racismo. En este libro no comentamos con detalle la teoría del racis­ mo ni los métodos de análisis del discurso y los estudios sobre racismo discursivo en otros países. Refiero para ello a mis otras publicaciones, algunas citadas en la bibliografía, al final de este li­ bro. Los que desean hacer comentarios o sugerencias sobre este li­ bro pueden enviarme su mensaje a la siguiente dirección del co­ rreo electrónico: [email protected]. Para más informaciones sobre mis investigaciones, publica­ ciones y otros trabajos sobre análisis del discurso, por favor visi­ ten mi página web www.discourse-in-society.org. Barcelona, í de julio 2 0 0 3

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Racismo y discurso de élite en España

Introducción A unque una buena parte del racismo en América Latina tiene sus raíces históricas en el colonialismo y en la conquista, la desi­ gualdad étnica y la dom inación actuales en España y América Latina son tan distintas que precisan ser tratadas en capítulos se­ parados. Hasta ahora, mi investigación sobre el racismo en España ha sido limitada, por lo que voy a apoyarme en los estudios acadé­ micos y las experiencias personales de otros. N o obstante, una gran parte de este material no se relaciona específicamente con el discurso, sino que se trata de documentos sobre el racismo en general, de m odo que deberé deducir qué propiedades discursi­ vas pueden desprenderse de estas formas de racismo (véase las referencias a continuación). Además de estos breves resúmenes de investigaciones anteriores, presentaré algunos nuevos análi­ sis de datos obtenidos de discursos. Aunque la mayor parte de los estudios sobre inm igración y racismo en España sean sociológi­ cos, existe en la actualidad un núm ero creciente de estudios so­ bre el discurso que pueden aportar análisis e informaciones más

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detallados de los que pueda ofrecer este capítulo (véase, por ejemplo, M artín R ojo, Góm ez Esteba, Arranz Lozano y Gabilondo Pujol, 1994; Bañón H ernández, 1996, 2002; para una puesta al día de referencias puede consultarse Bañón Hernández, 2002). Por otra parte, un único capítulo sólo puede ofrecer una inform ación limitada sobre el racismo discursivo de élite en to­ dos los ámbitos de la sociedad. A fin de organizar la ingente cantidad de datos recabados en este capítulo, según la investigación llevada a cabo por otros ade­ más de mis observaciones propias, por lo que respecta al racismo en España se pueden formular desde un principio las tendencias generales siguientes: • C om o en otras partes de Europa, son varios los tipos de ra­ cismo de élite que están en auge en España, a pesar de no existir partidos racistas de extrema derecha. • El racismo en España es complejo y está cambiando rápi­ damente, debido especialmente a las consecuencias de los cambios socioeconómicos que han convertido España en un país de inm igración después de haber sido un país de emigración durante siglos. • C om o en otras partes de Europa, el auge del racismo se re­ laciona con el aum ento de poder de los partidos conserva­ dores, en España concretam ente representado por el Parti­ do Popular (PP), con Aznar com o presidente y con una mayoría parlamentaria absoluta desde las últimas elecciones en el año 2000. • La inm igración en España ha cambiado rápidamente, pa­ sando de ser un fenóm eno m enor a un proceso social, po­ lítico y cultural m ucho más relevante, que precisa de pro­ fundos cambios tanto en su política de inm igración como de integración, por ejemplo en los ámbitos de la cultura, la lengua y la religión.

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Contextos históricos Las modalidades del racismo actual en España no constituyen un fenómeno nuevo que deba estudiarse en el marco más amplio de una Europa que, desde la posguerra, empezó a reaccionar contra los inmigrantes del Sur. En España, las propiedades de uno de estos racismos deriva de la conciencia histórica de haber sido la muralla sur de la fortaleza europea frente a las «invasiones» árabes o musulmanas que no tiene relación alguna con el racismo an­ tiafricano más reciente o con el racismo contra los latinoameri­ canos. Existen, además, otras estructuras y procesos históricos que explican la coherencia de los diversos racismos contemporáneos en España y en Europa. N o es por azar que algunos de estos procesos tengan sus orígenes en la España del siglo xv. El cato­ licismo intolerante, la conquista colonial y la Reconquista in­ fluyeron entre sí y se reforzaron m utuam ente en la incipiente dom inación de los españoles y europeos sobre árabes, judíos, gitanos, indios americanos y subsaharianos, que fueron subordi­ nados y marginados lo mismo que sus descendientes en las Américas. Esta es la compleja dimensión histórica del racismo en Espa­ ña que, por motivos de espacio, no podré precisar en detalle. Recordem os que hace solamente diez años, España celebraba el 500 aniversario del «descubrimiento» de América por Colón, evento que a la sazón conform ó los cimientos del racismo en Latinoamérica y que trataremos en el siguiente capítulo, a la vez que el 500 aniversario de la expulsión de los «moros» de España, cuando los Reyes Católicos tomaron Granada, el último bastión árabe después de 700 años de ocupación de buena parte de la península. C on lo cual 1492 marca el final y el principio de una era de encuentros étnicos o «raciales» con los «otros», cuyos efectos du­ raderos han influido notablemente sobre la conciencia colectiva

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española. Los siglos de colonialismo español han dejado su hue­ lla en las actitudes racistas de los colonizadores y de su descen­ dencia contra los pueblos indígenas y los esclavos africanos en las Américas y tam bién en un indeleble sentim iento de superiori­ dad racial dentro de la propia península española. C om o vere­ mos a partir de las manifestaciones contemporáneas del discurso de élite y del racismo en España, apenas se distingue de otras po­ tencias coloniales de Europa, a saber, Inglaterra, Países Bajos, Portugal y Francia. Hay otra dimensión histórica del racismo contem poráneo en España que hemos de destacar brevemente, concretam ente la que afecta a los gitanos y gitanas. A diferencia de otras potencias coloniales europeas, los españoles tenían una mem oria colectiva muy viva de la conquista y dom inación cultural árabes, cuya in­ fluencia hasta la fecha es evidente en el idioma, la literatura, el arte y la arquitectura. Pero además, y particularm ente en la re­ gión abandonada por los árabes, Andalucía, España ejerció su predominio, ya desde el siglo xv, sobre el pueblo romaní que procedía del este de Europa, del Próxim o O riente y de la India. A pesar de que en la actualidad la opinión pública presta mayor atención a la inmigración contem poránea desde otros continen­ tes, debe destacarse que tam bién desde 1492 y a lo largo de los siglos siguientes, el prejuicio y la discriminación en España se ha dirigido en particular hacia los gitanos y las gitanas (véase: San R om án, 1986; Calvo Buezas, 1990). M encionaremos finalmente un tercer evento de importancia que marca la historia de las relaciones étnicas en España: la marginación, persecución y expulsión de los judíos. En efecto, como también se desprende de la modalidad de racismo y de co­ lonialismo difundidos por España en las Américas, el catolicis­ mo, desde siempre dom inante en la península, se convirtió en la religión oficial también en Latinoamérica y, con ello, en el pará­ metro por el cual se juzgaba a los «otros». D e este m odo se con­ sideraba a los amerindios «racialmente» distintos y, ante todo, he­

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rejes, en conclusión inferiores. U n criterio religioso similar guiaba las actitudes hacia los árabes y los judíos, cuyas diversas religiones se consideraban incompatibles con el catolicismo do­ minante, a pesar de que hubo una coexistencia relativamente pa­ cífica durante la dom inación árabe. Desde los inicios del siglo XV y, en especial, a partir del esta­ blecimiento de la Inquisición en 1480, los judíos sefardíes fueron obligados a convertirse al catolicismo o a salir del país. M uchos se fueron a Grecia, a Turquía, al norte de Africa, a Portugal y al norte de Europa. A pesar de la prohibición inicial de establecer­ se en las colonias, otros se fueron a las Américas. Allí se unieron a los ashkenazí, que eran los judíos procedentes del este de Europa, y ju n to a ellos gozaron de cierta libertad religiosa aun­ que sufrieron la persecución que muchos de los países en este continente les depararon. Algunos judíos permanecieron en Es­ paña, que constituyó un entorno hostil para ellos puesto que la población temía ser «contaminada» por la «sangre» judía. U n buen ejemplo de esto son los marranos o chuetas de Mallorca. En la actualidad, el antisemitismo en España se considera tan políticamente incorrecto com o en cualquier otro lugar de Euro­ pa occidental pero no debería olvidarse que su práctica persiste y que, desde un punto de vista histórico, está relacionado con la intolerancia religiosa y con otras modalidades de dom inio étni­ co. Las formas de antisemitismo practicadas en Latinoamérica son el legado de estos prejuicios hostiles contra los judíos exis­ tentes en las metrópolis coloniales y en otros lugares dentro de la propia Europa (Elkin, 1998). Es imposible resumir 500 años de racismo en unos pocos pá­ rrafos sin caer en la simplificación y sin eludir algunos sucesos de gran relevancia. Los apuntes precedentes sólo sirven para desta­ car la importancia del trasfondo histórico en muchas de las prác­ ticas racistas contemporáneas, tanto en España como en Latino­ américa.

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Inmigración y racismo contemporáneos en España El brote de racismo social que se dio en el mes de febrero de 2000 sigue latente. No ha habido una depuración de responsabili­ dades ni políticas ni judiciales. No ha pasado nada. Lo segundo es que ese racismo social está apoyado por un racismo institucionali­ zado. Diría que el tema está peor que el año pasado; porque la sensación de mucha gente de El Ejido es que con los actos de agresión de hace un año lo que se hizo fue justicia; es decir, que ellos tenían razón y que, en efecto, el inmigrante es un problema relacionado con la delincuencia y con la inseguridad. Es como si les hubieran dicho: «Sí, detrás de un inmigrante hay un posible delincuente». Y no es que los ciudadanos de El Ejido sean más ra­ cistas que otros, pero ellos se han encontrado en medio de una si­ tuación que provoca ese racismo (Mercedes García Fornieles, Pre­ sidenta de la Asociación de Mujeres Progresistas de El Ejido, en una entrevista con Soledad Alameda, El País, 5 de agosto de 2001).

En España, el discurso público contem poráneo sobre los «otros» tiende a evitar a los gitanos y gitanas, que han sido reem­ plazados por los nuevos inmigrantes de Latinoamérica, de Asia y, en especial, de Africa. Aunque la inmensa mayoría suele llegar en avión, no hay día que pase sin que los medios den una amplia cobertura de la llegada (fallida o no) de los inmigrantes que pre­ tenden arribar a las costas españolas peligrosamente en pequeños barcos (pateras), cruzando el estrecho o dirigiéndose a las islas Canarias desde el norte de M arruecos. También se inform a de cuántos mueren en el intento. N o existen, por supuesto, estadís­ ticas oficiales que den cuenta de la cifra de inmigrantes indocu­ m entados que logran entrar en el país sin ser arrestados por las fuerzas policiales; pero, a partir de los datos que aporta tanto la policía com o la prensa, se puede deducir con bastante seguridad que miles de estos «sin papeles» consiguen franquear anualmente las barreras para unirse a las decenas de miles de inmigrantes que

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de form a regular llegan a España cada año. Las estadísticas de­ muestran que al final de ju n io de 2003 había en España casi 1.500.000 residentes extranjeros (1.324.000 al final de 2002: 28,75 por ciento de América, 27,70 por ciento de Africa y 35,56 de Europa) (Anuario Estadístico de Extranjería, 2003). Téngase en cuenta, sin embargo, que no es nuestra intención aportar detalles sobre el rápido crecimiento de la población in­ migrante, ni sobre dónde residen, ni las motivaciones para aban­ donar su país o el tipo de trabajo que realizan. Para este tipo de datos nos referimos a estudios especializados (Izquierdo, 1996; Pajares, 1998; Colectivo loé, 2000; R uiz Olabuénaga, etal., 1999; López, et al., 1993). Cuando los recién llegados sobreviven la odisea del viaje y consiguen entrar en el país, comienzan a surgirles problemas. La inmensa mayoría carece de recursos, en parte debido a que las mafias se han aprovechado de ellos durante la travesía, y para subsistir deben encontrar un empleo de inmediato. N o hace fal­ ta pensar m ucho para imaginar que esta situación es el caldo de cultivo que propicia la explotación a gran escala por parte de los patronos, desde las plantaciones en viveros del sur, hasta la albañilería, la hostelería y el empleo doméstico en cualquier parte del país. A ello debe añadirse la precariedad de sus viviendas (si las tienen), de los servicios sociales, del subsidio por enfermedad u otras ayudas, lo cual redunda en el hecho de que estos inm i­ grantes indocumentados apenas pueden sobrevivir. A esta situa­ ción social y económica misérrima debe añadirse el trato racista, más o menos evidente, que a diario se da a esta población y que, com o hemos constatado, se repite en otros países de Europa y de América del norte. Docum entarem os lo que ocurre a este respecto en España y que es similar a lo del resto de Europa. Dicho estado de cosas se ha visto exacerbado po r el gobierno conservador presidido por Aznar, quien en 2002 se convirtió en el líder europeo de los ata­ ques derechistas contra la inm igración (para más detalles acerca

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de las experiencias de los inmigrantes en España véase, por ejemplo, Manzanos Bilbao, 1999). El racismo en España puede, en algunas ocasiones, tom ar un cariz popular violento, com o sucedió en El Ejido (Almería) a principios de 2000; la población local se organizó para atacar a los trabajadores extranjeros después de que una vecina de la pobla­ ción hubiera sido asesinada a manos de un inm igrante cuyas fa­ cultades mentales estaban perturbadas. C on el apoyo de Juan Enciso, alcalde de tendencias abiertam ente racistas, la pobla­ ción de esta próspera localidad hortícola se dispuso a destruir los barracones y las escasas pertenencias de los inmigrantes, per­ siguiéndoles y apaleándoles mientras las fuerzas del orden se m antenían prácticam ente al margen. Puesto que la política an­ tiextranjera es tan popular aquí com o en el resto de Europa, el Partido Popular en el poder tampoco actuó para desbancar al al­ calde, racista y militante de su partido, cuyo poder de élite con­ tribuyó a legitim ar aquellos ataques contra la población inm i­ grante. Salvo los terribles eventos en la guerra étnica de Bosnia y Kosovo, pocos ataques racistas en Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, han sido tan virulentos como los de El Ejido, y pocos han sido los sucesos de esta índole donde la complicidad de los líderes políticos ha demostrado tan claramente la tesis de este libro acerca del rol de las élites en la reproducción del racis­ mo (para más detalles sobre los sucesos en El Ejido véase, por ejemplo, Checa, 2001; SOS Racismo, 2001, 2002; M artínez Veiga, 1997). Entre las escasas organizaciones que perm anecieron activas en El Ejido, a pesar de los ataques reiterados e incluso amenazas de muerte, se encuentra la Asociación de mujeres progresistas de El Ejido, con Mercedes García Fórmeles al frente, admirada por muchos desde una distancia prudencial y odiada por muchos de sus convecinos. Se trata de una situación parecida a la de los blancos «amantes de los negros» en Estados Unidos. A unque ha

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sido objeto de muchas entrevistas, citaré en este caso la que pu­ blicó el diario E l País del 5 de agosto de 2001, dieciocho meses después de que sucedieran aquellos eventos. Se trata de un testi­ m onio concreto de la violenta naturaleza del racismo popular y del de élite que está en su base y que lo condona o ignora. En lo que queda de esta sección sobre España, incluiremos pequeños fragmentos de la mencionada entrevista, a m odo de epígrafes significativos que demuestran que, afortunadamente, siempre queda margen para un resquicio m inoritario de ciudadanos dis­ puestos a oponerse activamente al racismo. Afortunadamente, no es habitual que las relaciones étnicas en España sean tan violentas. Pero, aunque el racismo cotidiano es a m enudo menos visible, las consecuencias para los inmigrantes no son necesariamente menos graves, com o se pone de manifiesto en el ámbito laboral (dificultad para conseguir o m antener el empleo y para ascender), en el del alojamiento, bienestar social, trato de los niños inmigrantes en la escuela y, en general, en las conductas de los miembros del grupo dominante que marginan la inmigración o la tachan de problemática. C om o ya hemos su­ gerido anteriorm ente, nos llevamos pocas sorpresas cuando comparamos a España con otros países de Europa. Por otra par­ te, la encuesta anual Eurobarometer apunta que, en muchos senti­ dos, España se ha convertido en un miembro integrante de la U nión Europea com o cualquier otro y, a pesar de que las actitu­ des expresadas en este tipo de encuesta no suelen ser de las más negativas, en lo referente a la inmigración distan de ser halagüe­ ñas. También en lo que respecta a España, al parecer, las opinio­ nes se manifiestan de form a más políticamente correcta que en otros países de la U E donde un mayor núm ero de residentes ex­ presa con más rotundidad su racismo. C om o también lo de­ muestra la política conservadora del gobierno actual, las actitudes y prácticas hacia los inmigrantes están cambiando rápidamente en España y el racismo popular va muy a la zaga del preformulado por las élites políticas.

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Racismo de élite

Tras el esbozo histórico y contem poráneo muy general del racis­ m o en España, examinaremos ahora los diversos tipos de racismo y de discurso de élite. Empezaré con algunos comentarios gené­ ricos sobre el racismo de élite en España y posteriorm ente exa­ minaremos unos ejemplos dentro de los pocos ámbitos sobre los que tenemos resultados de investigaciones y datos de discursos, particularmente del político y del de los medios. Cuando tratamos el racismo de élite en España, la primera observación que debemos hacer es que, a diferencia de la mayo­ ría de los países de Europa occidental, España no dispone de un partido de extrema derecha racista. Ello significa que ni dentro ni fuera de su Parlamento existe un discurso oficial que legitime explícitamente el racismo. Este hecho influye decididamente so­ bre las actitudes populares: la xenofobia radical no se sustenta ni se fomenta oficialmente desde ningún partido político. Cierto es que, al igual que el R eino Unido, España puede no necesitar un partido racista cuando el Partido Popular (PP), el partido con­ servador en el poder, proporciona un espacio suficientemente amplio com o para que en él se cobije una gran variedad de opi­ niones antiextranjeras de diversa índole. Debería recordarse que el PP también alberga parte del legado del partido falangista que, durante décadas, apoyó la dictadura de Franco. La situación se hizo particularm ente evidente a partir de 2001, cuando se prom ulgó la nueva ley de inm igración (Ley de Extranjería, 8/2000) que abolía muchos elementos positivos de la anterior ley (4/2000), la cual gozaba de un amplio apoyo y había sido aprobada pocos meses antes, pero no tuvo la oportu­ nidad de implementarse. D e este modo, los inmigrantes perdie­ ron algunos de sus derechos más esenciales com o los relativos a sanidad, educación, amparo legal y otros beneficios. Sin tener en cuenta las protestas de los socialistas, y las de otros partidos en la oposición, ni las de las organizaciones de inmigrantes, el PP sim­

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plemente utilizó su nueva mayoría parlamentaria para im poner la ley, aunque su im plem entación real (incluida la expulsión de in­ migrantes sin docum entación), es menos dura de lo que se te­ mía. En otras palabras, en el ámbito político de las élites existe al parecer una mayoría que está a favor de las restricciones para con inmigrantes y de recortar sus derechos humanos. Hay que mati­ zar que la anterior ley de extranjería, promulgada por el partido socialista, tam poco era especialmente favorable para los inm i­ grantes. Por regla general hemos observado que, cuando deten­ tan el poder, los gobiernos democráticos socialistas no suelen decretar leyes sobre la inmigración mucho más liberales. Tras la victoria de la derecha y de los éxitos de la extrema de­ recha durante 2002 en el resto de Europa, sobre todo en Italia, Francia y los Países Bajos, que se unieron a movimientos de ten­ dencia similar iniciados en Austria y Dinamarca, Aznar aprove­ chó la oportunidad de estar al frente de la presidencia de la U nión Europea para desplegar una política más restrictiva frente a lo que él y su gobierno llaman repetidamente inmigración «ilegal». Al no desconocer la poderosa influencia que el tema de la se­ guridad ciudadana ejerce sobre la sociedad, Aznar y muchos po­ líticos conservadores han aprovechado la coyuntura para relacionar explícitamente a la inmigración con la delincuencia, ganando así un mayor apoyo de la ciudadanía. Se trata de un caso típico de preformulación del racismo por parte de las élites. Aparte de alguna equiparación esporádica entre inmigración «ilegal» y delincuencia, los discursos políticos que proliferan en este tipo de política no suelen ser explícitamente racistas. Por re­ gla general y hasta la fecha, el discurso público en España puede considerarse políticamente correcto. Si en alguna ocasión se es­ cucha un comentario racista emitido por una figura destacada, el resto de sus colegas y los medios adoptan acto seguido una acti­ tud crítica. En otras palabras, en España el discurso público ra­ cista es todavía tabú, m ucho más que en Francia, Austria, Italia,

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Dinamarca y en los Países Bajos, donde recientem ente los parti­ dos explícitamente racistas tienen potestad para ejercer una in­ fluencia mayor (medios de com unicación incluidos) cuando es­ tablecen los térm inos del debate público sobre inmigración. D ebe notarse que se trata de una tendencia general y que, de forma más indirecta y menos pública, afloran diversas modalida­ des de este tipo de racismo de élite presente en otros países. U na vez más, a este y a otros respectos, España se ha desarrollado rá­ pidam ente y ha sabido integrarse en la UE; en este sentido, y a partir de 2000, el desarrollo ha sido m uy rápido. El hecho de que, en apariencia, el racismo de élite y su dis­ curso parezcan más mitigados en España que en otros países de Europa puede explicarse de formas diversas. El factor más influ­ yente es, probablemente, el proceso de democratización tan ex­ plícito que ha tenido lugar tras un largo período de opresión y de régimen dictatorial bajo Franco. La extrema derecha se asocia m ucho más con aquel período que la mayor parte de países de la U E, y se descarta definitivamente com o posibilidad de consenso. D icho extremismo, cuando se da, está integrado en las lindes del conservadurismo del Partido Popular, desde cuyo trasfondo ejer­ ce su influencia. Puesto que las prácticas explícitas de racismo se vinculan con la extrema derecha, la mayoría de políticos y demás élites estiman que el racismo oficial está excluido del consenso dominante. Las mismas observaciones son tanto más ciertas cuando se aplican a los otros sectores sociales principales de racismo de éli­ te, com o son los dominios simbólicos de los medios, la educa­ ción y la investigación, donde la fuerte presencia izquierdista es incompatible con el racismo extremista. A diferencia de muchos países europeos, por ejemplo, los tabloides no parecen haber te­ nido éxito en España y en la mayoría de los principales periódi­ cos de élite no se encuentran, por lo general, artículos abierta­ m ente racistas, tratándose del medio donde con frecuencia pueden leerse artículos de opinión explícitamente antirracistas.

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Ello no significa que los medios españoles no desempeñen nin­ gún papel en la reproducción del racismo, sino sólo que no lo hacen de un m odo tan explícito ni con asiduidad, como consta­ taremos más detalladamente a continuación. Nos ocuparemos ahora de algunos ejemplos que ilustran algunos de los ámbitos mayores del discurso de élite y del racismo. (Para estudios del ra­ cismo de las élites en otros países, véase Van Dijk, 1991, 1995, 1997 y 2003a.)

Política MG: Los del PP dicen que no darán suelo y los del PSOE se escudan en esa negativa para hacer lo mismo. Nadie se atreve ex­ cepto estos dos que dices. Aquí mandan los empresarios. Ellos po­ nen a quien quieren desde hace años. SA: ¿Hay alguna diferencia entre la actitud de los políticos del PSOE y del PP? MG: No. Este asunto no tiene que ver con los partidos. Cuan­ do querían nombrar a Juan Goytisolo persona no grata, toda la corporación, incluidos los socialistas, Izquierda Unida y el PP, es­ taban de acuerdo. No ocurrió porque el PSOE a nivel andaluz, lo mismo que IU, llamaron a su gente y los pararon. Aquí no quieren a Juan Goytisolo porque se atrevió a criticar el desarrollo econó­ mico de Almería (Entrevista de Soledad Alameda con Mercedes García Fórmeles, El País, 5 de agosto de 2001). C om o ya se ha sugerido anteriorm ente, debido a la fuerte reacción democrática contra el régimen de Franco y su legado, el paisaje político español no es muy radical. Al no existir oficial­ mente ningún partido racista a nivel nacional o regional, los eslóganes de los partidos de derecha están ausentes (cosa que no su­ cede, por ejemplo, en el Frente Nacional francés y otros partidos extremistas en Europa). Pero como ya he dicho antes, eso no sig­

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nifica que las modalidades más tenues de xenofobia o de racismo no puedan ser detectadas entre (especial pero no exclusivamente) los políticos conservadores. La reciente Ley de Extranjería y la política gubernamental actual sobre la inmigración irregular son, en efecto, claros ejemplos que ilustran la voluntad de excluir a los grupos árabes, asiáticos, africanos y latinoamericanos. A unque las modalidades de racismo político más contunden­ tes se prodigan a nivel nacional desde M adrid (como veremos más adelante), ciertos políticos conservadores también en algu­ nas de las comunidades autónomas más antiguas, com o son el País Vasco y Cataluña, condonan o fomentan a veces nociones xenófobas. Esto no se debe solamente a que encuentran el apo­ yo popular, lo cual puede atraer votos, sino que también encaja con una imagen nacionalista de las autonomías donde la asimila­ ción de la inm igración (si no la resistencia contra ésta) forma parte de una tendencia política. El 2 de octubre de 2002, en un discurso parlamentario, el presidente catalán Jordi Pujol, declaró que la inmigración es uno de los principales «factores problemáticos» en la Cataluña actual. Si bien insistió en que se trata de un problema generalizado en todos los países desarrollados, también destacó el significado es­ pecial que tiene para Cataluña porque puede afectar a «nuestra identidad». Y prosiguió: No podemos perder de vista que tiene que haber una cultura central de referencia, que es la que a través de los siglos hemos ido elaborando (El País, 3 de octubre de 2002). D e estas palabras se desprende claramente que para el nacio­ nalismo catalán es vital m antener su propia identidad. Si una re­ gión autónom a o una nación com o Cataluña ha de tener una «cultura» central o dominante, ésta debe ser una cultura catalana. N o se menciona el hecho de que esta cultura e identidad catala­ nas han sido a su vez conformadas históricamente por otras cul­

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turas distintas y que, sin lugar a dudas, ello continuará siendo así en el futuro, es decir, m ediante la continua integración de los muchos inmigrantes que llegarán a Cataluña, especialmente de Africa y de América Latina. Algunas estadísticas de la década de 1990 sugieren que menos de la mitad de la población que vota a los partidos nacionalistas en el País Vasco y en Cataluña acepta la tesis de que los extranje­ ros deberían tener los mismos derechos que los españoles, tesis que sí es aceptada por más de dos tercios de los votantes de otros partidos (véase Colectivo loé, 1995). La investigación sugiere de forma similar que los votantes de los partidos autonómicos na­ cionalistas más radicales también tienden a ser menos com pren­ sivos con los árabes, los negros, los gitanos, etcétera (véase, Barbadillo Griñán, 1997: 60, 87 y ss). Esta reacción antagonista hacia los inmigrantes en las históri­ cas regiones autónomas de España tiene una tradición muy dila­ tada y en su época tam bién se dirigió contra los inmigrantes de otras partes de España (para más detalles, por ejemplo, sobre Ca­ taluña, véase Solé, 1982, 1991; para un estudio de las reacciones de los barceloneses contra la inmigración, véase Bergallí, 2001). Las mismas estadísticas sugieren que estas tendencias autonóm ico-nacionalistas también coinciden con las de los votantes con­ servadores del Partido Popular. Ello sugiere que, por lo que a la inmigración se refiere, las actitudes negativas autonóm ico-nacionalistas y las conservadoras tienden a basarse en ideologías simi­ lares. En España, este parecido puede encontrarse paradójicamente en dos modalidades opuestas de nacionalismo. Tenemos, por una parte, el nacionalismo estatal oficial y, por ende, tácito, que en la actualidad está especialmente representado por el partido conser­ vador, un nacionalismo que se opone a cualquier vulneración de la unidad de España. Este nacionalismo centralista sigue la tradi­ ción falangista del régim en de Franco, que ensalzaba la unidad de España y que reprim ía cualquier intento de diversidad lin-

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guística o de autonom ía política de las naciones vasca y catalana. En la actualidad, en 2002-2003, tanto el partido conservador com o el partido socialista se oponen enérgicamente a cualquier aum ento de la autonomía, p o r ejemplo, del País Vasco. Por otra parte tenemos los nacionalismos «periféricos» que pueden encontrarse en las autonomías históricas, particularmen­ te en las que tienen su propio idioma, como son Cataluña, Gali­ cia y el País Vasco. En especial las variedades más radicalmente conservadoras de ambas ideologías tienden a oponerse al m ultilingüismo, al multiculturalismo, a la inm igración o a cualquier tendencia que perciban com o una amenaza para su «unidad na­ cional» u homogeneidad. D e esta forma, para algunos nacionalistas de las autonomías históricas un exceso de inm igración podría desequilibrar el de­ licado consenso de un sistema cuyo proyecto dom inante es el autonóm ico, por ejemplo, con respecto a la enseñanza y al uso del catalán en Cataluña. H eribert Barrera, antiguo presidente del Parlamento catalán, publicó un libro con comentarios explícita­ m ente xenófobos y manifestó estar de acuerdo con Haider, el político austríaco de extrema derecha. De forma parecida, M ar­ ta Ferrusola, esposa del presidente catalán Jordi Pujol, declaró estar en contra de la inmigración, alegando que su punto de vista coincidía con el de muchos otros. Sus palabras fueron matizadas sólo m ucho después y con poco vigor por su marido. Hemos visto que el propio Pujol se opone a cualquier posible amenaza de la cultura y la identidad catalanas. A pesar de estas explícitas formas de «etnicismo regional» ampliamente difundidas, debería señalar que los nacionalismos periféricos en España no son inherentemente racistas. M uchos na­ cionalistas en las comunidades autónomas, particularm ente los de izquierda, son personas antirracistas que están a favor del multiculturalismo. Sin lugar a dudas, para ellos las actitudes racis­ tas y antimulticulturales expresan el abuso de los proyectos na­ cionalistas o autonómicos.

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Aunque también para ellos, como sucedió con la inmigración anterior desde otras partes de España, la inmigración actual de otros países hace que el aprendizaje y mantenimiento de la propia lengua (minoritaria) y cultura estén siempre en la palestra, sobre todo debido a la com petición constante, tanto a nivel nacional com o regional, con el castellano predominante. Por supuesto, con los procesos de globalización la influencia del inglés y del castellano no hará más que crecer en lugares como la universidad, la investigación y la información vía Internet, lo que no favore­ cerá el desarrollo del catalán más allá del contexto local. En otras palabras, los diversos tipos de nacionalismo en Espa­ ña también reaccionan ante la inmigración, el multiculturalismo y la integración, salvadas unas diferencias y variantes sutiles que este capítulo no puede analizar en profundidad. Así pues, en España, aun cuando en la superficie todo parez­ ca bastante tranquilo, con sólo hurgar ligeramente se encuentran varias modalidades de racismo de élite, a cual más conocida en el resto de Europa y que, en algunos casos, están muy relacionadas con las tendencias nacionalistas que preconizan el lema de «es­ tar con los nuestros» tan desfavorable al multiculturalismo. Para ilustrar el discurso político sobre inmigración examina­ remos con detenim iento el discurso político oficial tal y como se manifiesta en el Parlamento español. Entre tanto, también disponemos de mayor información ge­ neral sobre el tema del racismo político en Europa, gracias a R a ­ cista at the Top, el estudio realizado por un equipo internacional en siete países de la U E de las formas de discutir el tema de las minorías y de las inmigraciones (Wodak y Van Dijk, 2000). Este proyecto ha contado con la colaboración de Luisa M artín R ojo (2000), que se ocupa del discurso parlamentario español. En di­ cho estudio, la autora analiza cuatro debates parlamentarios del año 1997, todos ellos acerca de la inm igración (es interesante notar que no pudo encontrar ninguno que se refiriese a los gita­ nos/gitanas).

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En general, estos debates se llevan a cabo en comisiones par­ lamentarias y no en las sesiones plenarias de las Cortes. La pers­ pectiva conservadora sobre estos temas, representada por el en­ tonces ministro del Interior, Mayor Oreja, ha esgrimido una política de control sobre el «flujo» de «ilegales», mientras que el punto de vista progresivo ha sido de cariz más bien sociopolítico, centrándose en particular en la solidaridad para con los inmi­ grantes y su precario estatus social. El Partido Socialista (PSOE) ha mantenido una postura intermedia, en parte por ser responsa­ bles de la anterior Ley de Extranjería. Es interesante, y recuerda un tema utilizado de manera parecida por el Parlamento italiano en sus debates sobre la inm igración, que uno de los aspectos mencionados en estos debates sea la historia de los propios emi­ grantes españoles. Dicha temática se utiliza como argumento en favor de la solidaridad hacia los actuales inmigrantes y, por lo tanto, debería analizarse com o un ejemplo típico de argumenta­ ción antirracista: [España] es un país que sabe perfectamente de lo que estamos hablando, una sociedad que ha sufrido en sus carnes la realidad de abrirse camino en países extranjeros (Meyer-Pleite, IU, pág. 5.200, 24-9-1997). Representando a la derecha del Partido Popular, Mayor O re­ ja prefiere hablar del m odo en que España y, por ende Europa, pueden protegerse de la «invasión» del sur, por ejemplo en las ciudades de Ceuta y Melilla, en el norte de Africa: La carretera denominada Melilla 300, que se construyó a lo largo de la frontera con el complemento de una pista de sensores y un complejo sistema de cámaras de televisión, alumbrado y megafonía, así como un puesto de control para todos los sistemas, supu­ so un gasto, ya realizado, de 2.074 millones de pesetas, el 64 por ciento del cual ha sido financiado por los fondos Feder. En la ac­

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tualidad se están realizando obras en Ceuta para conseguir imper­ meabilizar la frontera e impedir el paso de personas y mercancías de carácter ilegal (Mayor Oreja, págs. 10.716-17, 18-12-1997). O tro tópico que M artín R o jo ha encontrado en el discurso político conservador es el tema del tráfico de inmigrantes, el cual se presta fácilmente a la asociación de la inmigración con actividades ilegales, y donde, por consiguiente, se culpa una vez más a las víctimas: Los responsables de estas muertes son los que trafican con la vida de esas personas, fundamentalmente, y los que están organi­ zando ese tráfico ilegal de personas y, desde luego, el Gobierno de España hará todo lo que tenga que hacer (Arenas Bocanegra, PP, pág. 5.203, 24-09-1997). A partir de su análisis, M artín R o jo llega a la conclusión de que, a pesar de centrarse en el control y en la asociación de la inmigración con actividades ilegales, el discurso conservador de aquel m om ento no era explícitamente racista. El PP tiene buen cuidado en no formular posicionamientos que pudieran recordar el pasado falangista de algunos de sus fundadores y miembros y se asegura de no adoptar posturas relacionadas con el racismo. Sean cuales fueren las medidas adoptadas y aplicadas para contro­ lar la inmigración, se hace mención explícita de su relación con la antigua ley de inm igración aprobada por el PSOE. Tanto la derecha com o la izquierda en sus respectivos discursos políticos, no utilizan ciertas metáforas com o «avalancha» u «oleada» asocia­ das al peligro de trombas de agua com o es habitual en otros paí­ ses para referirse a la inmigración, sino que se suele elegir la pa­ labra «flujo» que resulta m ucho menos negativa. También es cierto que el léxico aplicado a los «otros» es más m oderado que en otras partes; las palabras empleadas con mayor frecuencia para referirse a ellos son «inmigrantes», «extranjeros», «personas» e in­

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cluso «ciudadanos», además de*designar su país de origen. En es­ tos casos, las valoraciones suelen esconderse en los adjetivos se­ leccionados, en particular en el amplio pero controvertido uso del atributo «ilegal». Por otra parte, como hemos visto en el dis­ curso sobre inmigrantes en otros países, cuando se les representa com o partícipes de una determ inada acción, suele hacerse con adjetivos que les tildan de pasivos o de víctimas (Van Dijk, 2003a). C om o ya he explicado más arriba, el reciente discurso oficial público sobre la inm igración en España, reforzado por una ten­ dencia europea más conservadora durante el año 2002, puede haber dado pie a una ruptura con aquellas actitudes más m ode­ radas que M artín R o jo halló en su investigación durante la déca­ da de 1990 (véanse también Grad y M artín R ojo, 2003; M artín R ojo, 2000a). D e hecho, tanto los medios com o otros observadores han puesto de manifiesto que desde las elecciones generales de 2000, donde el Partido Popular obtuvo una mayoría absoluta, se ha apreciado un notable increm ento en la arrogancia de su poder, que se muestra evidente en su recrudecim iento de actitudes ha­ cia la inmigración. En un estudio anterior, M artín R o jo y Van Dijk (1997) exa­ minaron un discurso de Mayor Oreja donde justificaba la expul­ sión de 103 africanos en julio de 1996 a los que fiie administra­ do un narcótico para mantenerlos calmados durante el vuelo. La estrategia de Mayor Oreja se centra en subrayar que tanto la ex­ pulsión com o los m étodos empleados por la policía eran legales y consecuencia natural de la Ley de Extranjería aprobada por los socialistas. En nuestro estudio demostramos que la legitimación discursiva de dicha expulsión tiene tres dimensiones esenciales: A. U na estrategia semántica de la «verdad», es decir, nuestra presentación de los «hechos» es la correcta y, por consi­ guiente, la de nuestros detractores es «falsa».

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B. U na estrategia pragmática de justificación: nuestra actua­ ción está justificada por unas leyes y normas determ ina­ das. C. U na estrategia sociopolítica de poder y de autoridad: nuestro discurso es legítimo y creíble en tanto que lo pro­ nuncia un ministro y miembro del gobierno. Esta legitimación implica también la confirmación del orden moral de la sociedad española. Es evidente que estos aspectos de legitimación suponen a su vez una «^legitim ación de la oposi­ ción (socialista), de los medios, de las O N G y de otros observa­ dores críticos de la expulsión. Poca argumentación e ilustración hacen falta para demostrar el sesgo de estas tres estrategias de le­ gitimación en favor de un posicionamiento dominante. En efec­ to, la definición negativa de los inmigrantes com o seres «ilegales» y «violentos» no se presenta com o una mera opinión subjetiva, sino como un hecho y, por ende, como parte del régimen de ver­ dades establecidas. Quizá algunos ejemplos característicos de este tipo de legitimación discursiva ilustren más detalladamente cómo se formulan estos discursos. Veremos que la prim era táctica de legitimación es, por su­ puesto, la afirmación reiterada de que las acciones se llevaron a cabo según la ley: (...) medidas estas que se adoptan con el carácter de medidas gu­ bernativas y en cumplimiento estricto de lo dispuesto en la ley Orgánica Reguladora de los Derechos y Libertades de los Extran­ jeros en España, conocida habitualmente como Ley de Extranjería (pág. 848). Nótese que la formalidad empleada al referirse a la ley tam­ bién se refleja en el tono formal con el que se invoca el nombre oficial de la ley, la aplicación de medidas gubernativas (en lugar de «medidas administrativas», más corriente), el uso de «estricto»

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para subrayar la naturaleza del cum plimiento de la ley, además del uso de lo dispuesto en lugar de, por ejemplo, «lo que dice la ley» o «el contenido de la ley». Así pues y a nivel más general, se describen y se justifican las propias acciones y las del cuerpo po­ licial en términos legales y de procedimientos normales. Mayor Oreja tam bién subraya que dichas acciones se llevaron a cabo con el mayor cuidado. E n otro m om ento Mayor Oreja recalca que además de lega­ les, estas acciones benefician al país, como se com prueba en el pasaje siguiente, donde se atisba un esbozo de amenaza: El ministro del Interior, ante estos graves acontecimientos que ponían en grave peligro el orden público y suponían una altera­ ción grave de la seguridad ciudadana, tenía la inexcusable obliga­ ción de proceder, en nuestra opinión, a la expulsión o devolución de los inmigrantes ilegales (pág. 848). D e hecho tanto el discurso de élite como el popular, cuando reflejan al «otro» negativamente se fijan en el factor amenazante que representa el increm ento de la inmigración. Así pues, la es­ trategia general de la presentación negativa del «otro» y de la autopresentación positiva, una de las tácticas de discurso antiinmi­ gración más poderosas, consiste en afirmar o mostrar que la política contra la inm igración es buena para «nosotros» o para «nuestra gente». Esta táctica populista es, de entrada, difícil de vencer, sobre todo porque se presenta a la inmigración como algo costoso para nuestro país, com o una amenaza para nuestros empleos, nuestras viviendas, nuestra cultura y nuestra seguridad, entre otros. Algo más tarde, en 2000, también en España se usó un argum ento algo más «positivo» en favor de la inmigración (controlada), basándose en la evidencia de una tasa de natalidad autóctona muy baja y en la necesidad de emplear a los inmigran­ tes en aquellas tareas que «nosotros» no queremos realizar y de este m odo poder costear las pensiones de la población anciana.

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Nótese, no obstante, que en cualquier argumento relacionado con la inmigración sólo se debaten nuestros derechos e intereses y no así los de los propios inmigrantes. O tra estrategia im portante que encontramos en nuestro estu­ dio fue la relativa al consenso. En los debates parlamentarios se alude a lo im portante que es gobernar en mayoría y, a la vez, in­ tentar llegar al consenso. Esto es particularmente cierto cuando se tratan cuestiones controvertidas, com o lo es la inmigración. También en España, el gobierno conservador alega o presupone que la política sobre inmigración debe ser bipartidista o consen­ suada y nunca objeto de com petición política. A fin de cuentas todas estas medidas políticas se refieren a «nosotros» frente a los «otros» y precisan, por consiguiente, de la solidaridad nacional contra la «invasión» extranjera. A rgum ento nacionalista aparte, esta táctica tiene la virtud de aplacar a la oposición. Esto es espe­ cialmente sencillo en España, ya que la ley actual a la que se re­ fiere Mayor Oreja fue adoptada por los socialistas. En mi libro Racismo y discurso de las élites he mostrado reitera­ damente que la presentación negativa del «otro» es la táctica do­ minante del discurso racista que involucra variantes discursivas y distintos niveles de análisis. En la estrategia de legitimación, este tipo de discurso negati­ vo es fundamental para establecer «los hechos» según los ve el ministro; a fin de justificar la expulsión y de obtener el apoyo popular, es importante que el ministro describa a los inmigrantes com o «ilegales» (lo cual significa no acatar la ley, por no hablar directamente de delincuencia) y com o personas violentas. U na manifestación de inmigrantes en Melilla se representa, por lo tanto, com o especialmente violenta y a los manifestantes com o ciudadanos indeseables en un país pacífico como España. Al mis­ mo tiempo, se niegan las propias acciones negativas (como el he­ cho de administrar drogas al grupo de inmigrantes que fue pos­ teriorm ente deportado), o com o m ínim o se mitigan o se describen como perfectamente legales y moderadas. La negación

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del racismo es particularm ente significativa como modalidad del discurso de élite dominante, algo que ya hemos hallado en m u­ chos tipos de expresión escrita y hablada de diversos países. (...) este Gobierno no quiere caracterizarse precisamente (...), por lo que viene a significar un discurso desde la intolerancia (...) (pág. 868).

En este caso concreto la negación tiene una mayor relevancia debido a las conexiones históricas existentes entre el PP y el le­ gado del régimen de Franco, es decir, para el Partido Popular en el gobierno (que en 1996 acababa de subir al poder) es muy im­ portante mostrar sus credenciales democráticas y con ello negar cualquier atisbo de racismo. Por supuesto no se menciona la no­ ción de «racismo», sino que eufemísticamente se habla de «dis­ curso desde la tolerancia». Estas pocas observaciones sobre un discurso político crucial del Parlamento español pretenden demostrar, en prim er lugar, que en España y durante la década de 1990 las formulaciones ra­ cistas explícitas son escasas en el discurso político oficial, lo cual no impide asociar de forma más indirecta a los inmigrantes con características negativas, com o son la entrada o el trabajo ilegal, la violencia y otras formas de delito. Esta representación negati­ va de los «otros» está fuertem ente vinculada a representaciones positivas similares de «nosotros», nuestra tolerancia y solidaridad, nuestros principios legales, y así sucesivamente. En su tesis doctoral sobre los debates parlamentarios, M ont­ serrat Ribas (2000) investigó las representaciones sociales y las estructuras argumentativas sobre las cuestiones referidas a la in­ m igración que fueron formuladas por los delegados del Parla­ m ento catalán, dentro de los llamados «comités de estudio». A partir de su porm enorizado análisis sobre las cuestiones globales y locales, llega a la conclusión de que las representacio­ nes de los parlamentarios varían, com o era de esperar, según sea

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el partido al que pertenecen. Los representantes del partido (na­ cionalista) en el poder, Convergencia i U nió, liderado por el ca­ talán Jordi Pujol, definen básicamente la inmigración y los emi­ grantes com o un problema, una amenaza para la unidad cultural y lingüística de Cataluña. Para ellos, la inm igración se asocia a unos cambios de orden social no deseables entre los que se incluyen las distintas prácticas sociales y religiosas, el aum ento de la delincuencia y la proble­ mática que representa para su educación y su integración. De hecho, para CiU, la integración significa su catalanización, por ende, su asimilación. N o es pues sorprendente que, de entre to­ dos los temas debatidos en el Parlamento catalán, el de la inte­ gración sea el más frecuente, tal com o muestra el párrafo si­ guiente: (...) si los inmigrantes también son sensibles a la cultura catalana (...), si se integran progresivamente (...), a nuestras costumbres, al idioma, al modo de hacer de aquí... (Ribas, 2000, pág. 147). Ribas muestra que, por lo que se refiere al Partido Socialista Catalán (PSC), los inmigrantes se nom bran, ante todo, com o trabajadores extranjeros, térm ino que recoge sus dificultades con respecto a la discriminación laboral y la explotación. En este sentido, el PSC trata a los inmigrantes com o a cualquier otro grupo de trabajadores, aunque su definición restrinja los proble­ mas de los inmigrantes al ámbito laboral. Para los socialistas, in­ tegración significa la adaptación de los inmigrantes a las normas y valores de la cultura occidental y el abandono de la suya propia («atrasada»). La Izquierda Republicana de Catalunya (ERC) ha­ bla de «inmigrados» en lugar de «inmigrantes», con lo cual desta­ ca sus derechos com o ciudadanos establecidos en el país. N o obstante, al subrayar el derecho a la diferencia y al centrarse en las dificultades sociales que emanan de la misma, E R C también presupone que los inmigrantes no cambian culturalmente. Por

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otra parte, E R C utiliza especialmente la problemática de la in­ migración para atacar a los gobiernos autonóm ico y nacional. Ribas argumenta que únicam ente un grupo, IC (Iniciativa per Catalunya) en la actualidad ICV, al añadir la letra «V» (de «verde»), ha formulado un discurso auténticamente alternativo al racista dominante. ICV define a los inmigrantes com o trabaja­ dores extranjeros y sus diferencias culturales se valoran positiva­ mente. Cuando surge alguna problemática, se considera que ellos tienen problemas con nosotros porque los tratamos com o delin­ cuentes. Es de destacar que el tema del racismo apenas se con­ sulta en la comisión. En otras palabras, los supuestos problemas se asumen com o para «nosotros» y no para «ellos». Por otra par­ te, Ribas tam bién observa que la posición de ICV no es muy combativa pero sí bastante paternalista. La conclusión general de su análisis coincide con la que he formulado anteriorm ente sobre los debates políticos a nivel na­ cional e internacional; a saber, que rara vez se encuentra la ex­ presión abierta y obvia del racismo sino una más moderada y a m enudo indirecta, articulada con prejuicios y estereotipos xenó­ fobos (Ribas, 2000: 404). Las sociedades deben ser homogéneas y la inmigración puede amenazar dicha homogeneidad y es, por lo tanto, un problema. Las normas y la conducta de los inmigrantes son distintas y, ade­ más, moralmente equivocadas. Generalizaciones: la conducta ne­ gativa de algún(os) miembro (s) del grupo de fuera se extrapola a todos ellos. Los inmigrantes no son individuos sino miembros de grupos homogéneos, representados en estereotipos. Sus diferen­ cias culturales se reducen a básicos: los inmigrantes son, por defi­ nición, distintos (biológicamente) de nosotros. Voluntarismo: si los inmigrantes no se integran es porque no quieren. Autopresentación positiva y presentación negativa de los «otros» (Ribas, 2000: 404).

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En su gran tesis doctoral, un estudio teórico sobre racismo y política en España, Xavier Torrens (2002) suele llegar a conclu­ siones comunes a las sostenidas en este libro y también en Racis­ mo y discurso de las élites. Apoyándose en los textos y en los acon­ tecimientos recientes, Torrens concluye que las élites y sus discursos juegan un im portante papel en la reproducción del ra­ cismo en el ám bito público. Al examinar la política de «prefe­ rencia nacional» afirma que «los inmigrantes indocumentados creados por el Estado se traducen en los inmigrantes indeseables para la sociedad», lo cual confirma nuestra tesis sobre la preformulación del racismo por parte de las élites. La «preferencia na­ cional» no es tanto un medio para garantizar la cohesión social com o una estrategia institucionalizada de exclusión del «otro», que viola los principios básicos de un Estado democrático. Esta exclusión institucionalizada puede encontrarse en diversos as­ pectos com o son la criminalización, la expulsión, la segregación y la asimilación cultural de inmigrantes a lo largo de los varios estadios de su estancia en el país. Esta política oficial y 110 oficial (por tanto, negada) del Estado termina por actuar a m odo de po­ derosa legitimación del racismo cotidiano suscrita tanto por los miembros de las agencias estatales (policía, etcétera), com o por la ciudadanía en general. Lamentablemente 110 existe todavía un estudio sistemático actualizado del desarrollo en España del discurso político antiin­ migración. C om o ya he sugerido, dicho discurso va a la zaga de los acontecimientos xenófobos de otras partes de Europa, como por ejemplo el éxito de Le Pen en la primera vuelta de las elec­ ciones presidenciales francesas de 2002, la fundación de un par­ tido antiinmigrantes en los Países Bajos (su fundador, Pim Fortuyn fue más tarde asesinado) que en la actualidad forma parte de la coalición de gobierno, o las medidas propagadas por políti­ cos explícitamente racistas tales com o Berlusconi, Bossi y Finí, en Italia. Estos acontecimientos se sucedieron muy rápidamen­ te en la primavera de 2002 y, en muchos sentidos, pueden conside­

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rarse una vuelta de tuerca, aunque no hay que olvidar que las tendencias xenófobas más profundas en Europa son constantes. En efecto, el presidente José María Aznar aprovechó dicha situa­ ción europea para abogar en varios discursos por una política de la U E más estricta contra la inm igración «ilegal», equiparando reiteradamente a la inmigración con la delincuencia. C on el mismo espíritu, M ariano Rajoy, ministro del Interior, declaró que «un exceso de inmigrantes provoca la marginación y el crimen» (La Verdad, 13 de mayo de 2002) y, com o ya se ha m encionado anteriorm ente, su antecesor Mayor Oreja, corro­ boró explícitamente esta afirmación en una entrevista con E l Pe­ riódico (26 de mayo de 2002): Normalmente lo ilegal lleva al delito. Hay mayores índices de delincuencia cuando aumenta la inmigración. Tenemos que aso­ ciar lo irregular a la delincuencia, y la cultura de la legalidad es el mejor antídoto. La oposición socialista del PSOE acusó a Aznar de utilizar re­ tórica racista en este caso, lo cual no significa que los socialdemócratas en el poder sean m ucho más condescendientes cuando se trata de política de inm igración (como en Gran Bretaña o, hasta 2002, en Francia, y en España hasta 1996 cuando el Parti­ do Popular tom ó las riendas). Así pues, se constata que en España existe una retórica popu­ lista racista que se desata cuando los políticos se creen capaces de ganar votos entre los ciudadanos que tem en (por coacción) una inmigración creciente, que están preocupados por la delincuen­ cia y por una sensación cotidiana de inseguridad atribuida a los «extranjeros». D e este m odo, muchas de las preocupaciones de la ciudadanía, com o el desempleo, los problemas económicos o la delincuencia callejera, pueden asociarse con la inmigración m e­ diante culpabilización de las víctimas. Debería recordarse, no obstante, que muchas de dichas preocupaciones están a su vez

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manipuladas por el propio discurso de los políticos (o. por los medios que las reproduce y las legitima, a veces incluso por la falta de espíritu crítico), que cita estadísticas dudosas acerca de la incidencia delictiva. Esto es aplicable a España donde en la primavera de 2002 los representantes del gobierno destacaron el porcentaje provisional de detenidos en las cárceles españolas, con unas cifras m uy superiores para los inmigrantes (más de un 75 por ciento) que para otros individuos, algo que incluso el sindi­ cato policial rechazó con ahínco y además que las entradas «ile­ gales» al país también se contabilizan com o delitos (El País, 2 de febrero de 2002). Será necesario investigar el discurso político español con mayor profundidad para confirm ar (o desautorizar) y porm eno­ rizar estos datos difundidos a partir de unos informes mediáti­ cos recientes. Es preciso, por ejemplo, efectuar un análisis más intensivo del discurso de los políticos locales, com o el alcalde Enciso de El Ejido, y de su influencia sobre la opinión, el dis­ curso y las otras prácticas sociales de la ciudadanía. Lo mismo es aplicable a los escalafones más altos del gobierno, agencias esta­ tales y demás burócratas de élite. En este sentido, Mikel Azurmendi, presidente del Foro para la Integración Social de los In­ migrantes y, por consiguiente, uno de los portavoces más influyentes en la form ulación de políticas para la integración, efe'ctuó unas declaraciones en febrero de 2002 en las que afir­ maba que «el multiculturalismo es una gangrena de la sociedad democrática» (El País, 20 de febrero de 2002). En un artículo del periódico, A zurm endi define el multiculturalismo de la si­ guiente manera: Se llama ahora multiculturalismo al hecho de que en el seno del mismo Estado de derecho coexistan una cultura democrática, por ejemplo en la nuestra actual, con otro u otras culturas no ne­ cesariamente democráticas (El País, 23-2-2002).

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Después de los acontecimientos de El Ejido, el propio Azurm endi escribió un libro sobre el tem a en el que culpaba a los trabajadores extranjeros de toda la problemática, exonerando a los patronos locales y a los políticos (Azurmendi, 2001). Hay que tener en cuenta que Azurm endi no es el único que sostiene este tipo de ideas y dentro de la opinión de la élite es­ tán bastante extendidas. Incluso H erm án Tertsch, desde E l País, defiende a Azurm endi de sus críticos, con un estilo típico y ful­ m inante contra la corrección política cuando uno se atreve a decir la «verdad» sobre otras culturas. El secretario de Estado para la Inmigración y Extranjería, Enrique Fernández Miranda, com parte las opiniones de A zurm endi afirmando que algunas culturas son, en efecto, «irreconciliables» (El País, 27 de febrero de 2002). Aparte de lo sorprendente de sus declaraciones, da­ dos sus cargos, estas palabras ponen particularm ente de m ani­ fiesto su desconocim iento del significado del multiculturalismo, por no hablar de su reticencia a modificar su propia cultura bajo la influencia de otras (García Castaño y Barragán Ruiz-M atas, 2000). En efecto, el multiculturalismo se suele interpretar des­ de una óptica relativista y gratuita en la que cualquier hábito cul­ tural podría estimarse com o aceptable aun cuando entrase en conflicto con los fundamentos esenciales de la democracia o de los principios de los derechos humanos. Para este tipo de perso­ nas multiculturalismo es sinónim o de «gueto». En lugar de se­ ñalar los múltiples aspectos negativos de nuestra propia cultu­ ra, com o por ejemplo el alto índice de violencia doméstica y el chovinismo masculino, se hace especial hincapié en unas tradi­ ciones retrógradas seleccionadas intencionadam ente y que se atribuyen por com pleto a los integrantes de la otra cultura, com o puede ser la mutilación de los genitales femeninos en al­ gunas culturas africanas. En una gran mayoría de estos discursos políticos dom ina la estrategia general de autopresentación posi­ tiva y de presentación negativa de los «otros» com o ya hemos señalado.

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C on este resumen de algunos estudios relativos al discurso sobre la inm igración tanto a nivel nacional com o autonóm ico debemos cerrar nuestras observaciones sobre racismo y antirracismo político en España. C om o habíamos concluido anterior­ mente, el discurso político oficial en España no es abiertamente racista aunque sí existen muchos ejemplos de prácticas de prejui­ cio estereotipadas hacia los inmigrantes. La inmigración se defi­ ne com o un problema y no com o una promesa, com o una ame­ naza y no com o una oportunidad; no se da la bienvenida a las diferencias culturales y, a menudo, la integración significa adap­ tación, cuando no asimilación. Si bien es un hecho que estos es­ tereotipos e interpretaciones negativas están más arraigados en la derecha y que la izquierda parece ser menos hostil hacia la inm i­ gración, no es menos cierto que ésta tiende a adoptar una postu­ ra más paternalista. Tanto a nivel nacional com o regional no suele darse ni un discurso ni una política genuinamente antirracistas. Esto no significa que no existan organizaciones, O N G y éli­ tes destacadas antirracistas, tanto por lo que se refiere a los polí­ ticos, a medios de comunicación, a académicos y a otros ámbitos sociales. Algunas élites incluso llevan a cabo acciones antirracis­ tas indiscutibles com o es el caso, por ejemplo, del Defensor del Pueblo en Andalucía, José Chamizo, quien se manifestó contra­ rio a todas las prácticas racistas de su comunidad (por ejemplo el caso de El Ejido) y que desempeñó un destacado papel de m e­ diador en el transcurso de un encierro de inmigrantes en la U ni­ versidad de Almería durante la primavera de 2002; aunque tuvo una actuación menos afortunada en un encierro parecido ocu­ rrido en verano de 2002 en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Desgraciadamente, en España tampoco abunda este tipo de agente antirracista favorable al cambio, particularmente en los escalafones más altos, y puede afirmarse que en el gobierno con­ servador y demás agencias estatales actuales la política y las prác­ ticas explícitamente antirracistas son escasas.

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Los medios de comunicación Tienen ese miedo a lo desconocido. Y como no se hacen polí­ ticas de integración, de sensibilización, sino que este alcalde y otros se han dedicado a crear alarma social día a día... A decir por la tele­ visión local que los inmigrantes violan a nuestras mujeres, que nos roban (Mercedes García Fórmeles, El País, 5 de agosto de 2001). A muchos niveles, el análisis de los medios en España arroja una imagen similar a la de la política oficial, es decir, ningún pe­ riódico principal, nacional o regional es abiertamente racista como, por ejemplo, los tabloides británicos. N o obstante, y aun­ que no sean de élite ni dominantes, si se incluye Internet entre los medios, deberá recordarse que España tiene colgadas en la red páginas racistas y neonazis como, por ejemplo, Nuevo O r­ den, donde prolifera la propaganda antiinmigratoria que intenta «demostrar» con estadísticas que los inmigrantes son delincuen­ tes violentos y que «nosotros», los blancos, somos sus víctimas. Los principales periódicos nacionales representan ideas bas­ tante paralelas a las de los políticos, es decir, que muestran una gama de posiciones desde la claramente conservadora hasta la de centro-izquierda y socialdemócrata, com o se ve en los periódi­ cos nacionales A B C , E l M undo y E l País que son, respectiva­ mente, ejemplos de este orden. C om o en la mayoría de países europeos, la izquierda política más «radical» no dispone de voz mayoritaria (nacional) en los medios españoles aunque, ocasionalmente, algunos artículos con tendencias de izquierdas pueden leerse en E l País. La prensa autonóm ica, por ejemplo en Cataluña, sigue el mismo patrón aunque añada una dimensión más o menos regionalista-nacionalista, ausente en la prensa de difusión estatal. La prensa local en Andalucía, región más próxim a a los recién llegados de Africa, expresa opiniones que, en algunas ocasiones, son ejemplo de un racismo popular más explícito.

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La inmensa mayoría de los periodistas españoles es blanca y de nacionalidad española, y su patrón se asemeja al del resto de países de la UE. Los periodistas pertenecientes a las minorías ét­ nicas no abundan. Según estadísticas del CoMegi de Periodistes de Catalunya, 99 de sus integrantes ha nacido fuera de España, casi todos en Europa y, en particular, en Francia o bien en Amé­ rica Latina (especialmente en Argentina). En sus listas figuran seis periodistas oriundos de M arruecos. Ignoramos cuántos de entre todos los periodistas extranjeros que han trabajado o que de hecho escriben en periódicos destacados, son africanos, asiá­ ticos o latinoamericanos, probablemente muy pocos. Se puede deducir sin arriesgarse que las redacciones, en su política y sus prácticas, cuando se trata de noticias referentes a la inmigración o a los asuntos étnicos, están prácticamente dominadas por pe­ riodistas españoles blancos, por sus actitudes y su ideología. Ello no supone que la mayoría de periodistas españoles sea abierta­ mente racista. M uy al contrario, existe en España una fuerte tra­ dición de periodismo de oposición de izquierdas. En España so­ brevive un sólido movim iento de solidaridad antirracista mucho más im portante que en otros países de la UE, por ejemplo, que en los Países Bajos. Desde 1995 los periodistas catalanes mantie­ nen un grupo de trabajo especial sobre los medios y las minorías, que aboga por la multiculturalidad y está sensibilizado respecto a la representación mediática de los inmigrantes (para más detalles véase: www.periodistes.org).

Frecuencia

C on el aum ento del núm ero de inmigrantes, también se ha vis­ to incrementada gradualmente la publicación de noticias y de artículos de fondo sobre inmigración. La excelente base de datos sobre prensa del CIPIE (Observatorio de Inmigración y Racis­ mo) revela que entre 1995 y 2000 la cifra se ha triplicado; de

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800 artículos trimestrales en ocho periódicos regionales y nacio­ nales seleccionados en 1995 se ha pasado a 1.000 por trimestre en 1999 y a cerca de 2.300 en el año 2000 (véase Tabla 1 para más detalles). Esto significa que en el año 2000, los periódicos publicaron un prom edio de 2,5 artículos cada día sobre algún tema relacionado con la inm igración, E l País en particular, in­ cluso más, entre tres y cuatro. En efecto, la cobertura se duplicó entre 1999 y 2000.

Tendencia general

Los datos del CIPIE también demuestran que la tendencia eva­ luadora general de estos artículos es principalm ente negativa. Unos dos tercios de todos los artículos tratan de casos con impli­ caciones negativas y únicam ente una sexta parte de los mismos puede ser clasificada com o bastante positiva. Las tendencias neu­ trales o indefinidas también conform an una sexta parte de la to­ talidad, proporción que se increm entó ligeramente entre 1999 y 2000 a expensas de otros artículos más negativos. N o existe has­ ta la fecha ningún dato que cuantifique las diferencias entre la prensa nacional y la regional. N o obstante, es de suponer que los periódicos nacionales de tendencias más izquierdistas, com o por ejemplo E l País, tienden a ser menos negativos en su cobertura. Esto es, sin embargo, solamente una extrapolación de los datos de otras publicaciones europeas, además de una primera impre­ sión personal com o lector habitual de este diario.

Temas

U na descripción algo más cualitativa de la cobertura en prensa de la inmigración pone de manifiesto que algunos temas son fre­ cuentes y permanentes, com o por ejemplo los propios sucesos

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entre inmigrantes y, en especial, sus tragedias al atravesar en pa­ teras el estrecho desde M arruecos hasta la península. Esta trave­ sía ha costado unas 3.000 vidas en cinco años, según datos de SOS Racismo. Si en el prim er trimestre de 1999 se publicaron 68 artículos (6,4 por ciento de la cobertura) sobre polizones y pateras, en el tercer trimestre de 2000 la cifra se había incremen­ tado hasta 409 (17,4 por ciento). Deberían agregarse a estas ci­ fras los artículos sobre tráfico de inmigrantes que aumentaron de 55 a 169, además de otros artículos relacionados con el control de fronteras. En otras palabras, un promedio del 25 por ciento de artículos está relacionado con varias modalidades de entradas «ile­ gales», control fronterizo, expulsiones y temas relacionados. D i­ chos artículos suelen ir parejos a la acción policial, y la propia definición de entradas indocumentadas al país com o «ilegales» suele significar que estos artículos se categorizan com o represen­ tativos de una imagen negativa de la inmigración. En comparación con la prensa del resto de Europa occiden­ tal, llama la atención que, aparte de los artículos sobre entradas «ilegales» al país, la prensa española brinda escasa información sobre delincuencia atribuida a inmigrantes: tanto en el prim er trimestre de 1999 com o en el tercero de 2000 alcanza sólo a un 3,5 por ciento de los artículos. N o obstante, también se dan otras problemáticas que pueden asociarse al de la delincuencia com o son la prostitución y la violencia entre inmigrantes, que pueden doblar el porcentaje de noticias relacionadas con la de­ lincuencia. Las noticias de orientación positiva inform an de actividades de gobierno, de funcionarios y de O N G , e incluyen denuncias de varias formas de racismo y discriminación, representando un 17 por ciento de las noticias de 1999 y de 2000. Son aparentemente neutrales (pero posiblemente con efectos negativos sobre las actitudes de los individuos) los artículos (usualmente restrictivos) sobre legislación, política gubernamen­ tal sobre la inmigración, las medidas oficiales, los temas sanitarios

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y los problemas de acogida, que en conjunto representan un 17 por ciento de la cobertura. C om o es de esperar, cuando se ha contado una y mil veces la historia sobre la entrada «ilegal» y, en­ tre tanto, muchos inmigrantes han entrado en el país, la cober­ tura mediática tiende a ocuparse en medida creciente de los múltiples temas relacionados con los inmigrantes en tanto que minoría: vivienda, sanidad, escolarización infantil y, en especial, empleo. Nótese, no obstante, que en el tercer trimestre de 2000 el porcentaje acumulativo de estos temas es de un 6 por ciento. Muchas de estas noticias todavía están relacionadas con centros de acogida, vivienda y suburbios. Finalmente y com o en otras partes, la prensa española tam­ bién presta atención al racismo, a la discriminación, al prejuicio, a la violencia entre inmigrantes y a otros temas relacionados. N o obstante, igual que sucede con el tratamiento de la vida cotidia­ na del inmigrante, este grupo de temas no es m uy predominan­ te y representa aproximadamente un 7 por ciento del total trata­ do en 2002. Por otra parte, m uchos artículos sobre Europa se relacionan con los temas del racismo (por ejemplo la cobertura sobre el éxito electoral de H aider en Austria), con lo cual se agregan unos puntos al porcentaje de temas generales sobre ra­ cismo. Cada año, la cobertura se adapta según sean los aconteci­ mientos principales. Así pues, la propia Ley de Extranjería repre­ senta por sí sola el equivalente de 200 artículos (casi un 10 por ciento) en la cobertura de 2000, mientras que los ataques racistas de El Ejido en febrero de 2000 fueron cubiertos en centenares de artículos, cartas y otros (aproximadamente un 20 por ciento de la cobertura total del prim er trimestre). N o obstante y a pesar de estas variaciones, una visión más global de la cobertura sobre la inm igración y las minorías en la prensa española, según se refleja en los datos de CIPIE, nos per­ m ite llegar a la conclusión de que los temas generales relaciona­ dos con la inmigración tienden a ser los siguientes:

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Tabla 1. Porcentajes aproxim ados de cobertura m ediática según im portancia del tem a Temas

1. 2. 3. 4. 5. 6.

Entrada irregular Acontecimientos administrativos Solidaridad Europa Racismo y discriminación Delincuencia

% cobertura 25

17 17 10 7 7

Hay que advertir que estos porcentajes son aproximativos y que existen notables variaciones de un trimestre y de un año a otro, según sea la naturaleza de los nuevos acontecimientos, como, por ejemplo, un ataque racista grave (El Ejido), una ac­ ción administrativa de amplia repercusión (Ley de Extranjería, implementación de una nueva política, regularización de inm i­ grantes, etcétera). Si el historial, a veces triste, del resto de la prensa europea sir­ ve de modelo, podemos esperar que en los próximos años dismi­ nuyan las historias relacionadas con «entradas», aunque éstas continúen dándose com o antes y a pesar de que se adopten res­ tricciones de inmigración cada vez más duras. Por otra parte, au­ mentarán las historias de todo tipo sobre los «problemas causados por los inmigrantes», desde los temas sobre delincuencia explíci­ tamente negativos hasta los referentes a la típica «carga pesada», que tienen que ver con el papel que desempeñan los inmigran­ tes dentro del ámbito de la sanidad, la escolarización, la vivienda y, en especial, del m ercado laboral. Mientras que la policía y otros organismos de control son los agentes activos y los inm i­ grantes los participantes pasivos en muchos artículos que se re­ fieren a las «entradas», en los relativos a la legislación e integra­ ción que van en aum ento probablem ente cambiará el papel de

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agente principal que pasará a ser atributo de las autoridades. En las historias sobre solidaridad, los agentes principales son las O N G , los partidos políticos y las organizaciones antirracistas, en su mayoría formadas por españoles y blancos. Las minorías y los inmigrantes actúan com o agentes activos principales únicamen­ te en episodios de delincuencia y com o víctimas de discrimina­ ción o de racismo. U n análisis en profundidad podría recabar unas conclusiones más detalladas de nuestro análisis temático so­ bre la cobertura mediática.

G itanos y gitanas

Existe un tema en la prensa española, en especial en el ámbito del análisis del racismo en España, que lo distingue de otros paí­ ses de la UE: la cobertura de noticias sobre el pueblo romaní (gi­ tanos y gitanas). Desde su llegada en 1425, y por tanto mucho antes de la actual inm igración en grandes grupos desde Africa, América del Sur y Asia, los gitanos representan el grupo étnico m inoritario más discriminado. A pesar de su reducido tamaño en cifras (0,7 por cien de la población), el tratamiento negativo de estereotipos y prejuicios del que son objeto sólo es compara­ ble en la actualidad al que se depara a los norteafricanos (San R om án, 1986). Estos prejuicios no se basan en conclusiones propias de experiencias personales negativas, sino que se incul­ can desde la infancia a partir de la información recibida tanto de los padres com o de los medios de comunicación, com o lo de­ muestra la extensa investigación sobre las actitudes de la juven­ tud paya (Calvo Buezas, 1990). La prensa también ha ignorado, estereotipado o discriminado al pueblo gitano durante largo tiempo, asociándole con temas negativos com o la delincuencia, la violencia o la incapacidad de adaptarse. C om o sucede con los afroamericanos en Estados U ni­ dos, los gitanos suelen recibir únicamente un tratamiento positi­

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vo en relación con su cultura y, en particular, su música, el fla­ menco. U n estudio reciente sobre la cobertura de prensa acerca de los gitanos (Instituto R om aní, 1997) llega a unas conclusiones muy similares a las mías sobre el racismo en la prensa referido a las minorías y a los inmigrantes: • Incluso en las historias sobre ellos mismos, las versiones de los gitanos no se consideran fidedignas. • Los gitanos figuran, generalmente, en la sección de «socie­ dad» de la prensa, particularm ente en las páginas dedicadas a los sucesos, que suelen informar sobre episodios violentos o incluso crímenes; raramente aparecen en las páginas de economía o incluso de cultura, a pesar de su im portante contribución cultural. Así pues, el retrato del gitano suele ser el de un delincuente y sólo alguna vez el de un artista. • La mayor parte de las informaciones se derivan de agencias o están firmadas por el colectivo editorial, lo cual sugiere que la prensa no emplea especialistas en el tema (minorías, racismo). • Las noticias sobre gitanos son breves y superficiales, utilizan pocas fotografías u otros tipos de ilustraciones visuales que, cuando existen, muestran una existencia pobre, niños su­ cios y chabolismo. • Los gitanos raramente aparecen en la portada de los perió­ dicos, a menos que estén implicados en un acontecimiento sensacional o muy negativo, com o las drogas o una reyerta de consecuencias graves (muerte). C on esta información sobre la cobertura que la prensa depa­ ra a los gitanos y a las gitanas podremos asimismo entender la imagen que se otorga actualmente a las minorías.

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A nálisis de algunos ejemplos

Después de esta descripción cuantitativa y global acerca de la co­ bertura que efectúa la prensa española sobre inm igración y m i­ norías, pasaremos a examinar en detalle algunos ejemplos. Hemos seleccionado ciertos temas que destacaron en el tercer trimestre de 2000, el últim o trimestre sobre el que disponemos de infor­ mación sistemática de la base de datos CIPIE. Las citas a continua­ ción han sido extraídas de dicha base de datos.

Tráfico de inmigrantes

Empezaremos con algunos ejemplos típicos de uno de los temas negativos más relevantes por lo que a inm igración se refiere: la actividad de las redes de traficantes de seres humanos. (1) «Liberan a ocho marroquíes secuestrados por no pagar a la ma­ fia que los traía a Murcia. Los traficantes falsificaban papeles para los inmigrantes, que estaban hacinados y desnutridos en un cortijo de Málaga» (La Verdad de Murcia, 1 de julio de 2000). (2) «Desarticulada una red en Aranda de Duero que captaba a tra­ bajadores sudamericanos con falsas ofertas de empleo. Los de­ tenidos cobraban cantidades abusivas por sus servicios» (El Co­ rreo, Bilbao, 13-07-2000). (3) «Red de prostitución en El Ejido. Los detenidos forman parte de una red de prostitución que captaba jóvenes en Rusia. Las mujeres eran obligadas a alternar con los clientes bajo amena­ zas y sanciones económicas» (Canarias, 17-07-2000). (4) «Desarticulada una red que arreglaba matrimonios de conve­ niencia para inmigrantes a un millón de pesetas. La policía calcula que doscientos extranjeros han sido víctimas de esta banda ubicada en Madrid» (ABC , 28-07-2000). (5) «Unas 400 extranjeras de tres continentes trabajan en los clubes de alterne de la región. Buena parte de ellas carecen de papeles

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y han entrado en el país mediante redes de trata de blancas» (La Verdad de Murcia, 28-07-2000). Estos y otros ejemplos tienen una estructura tan estereotipa­ da com o rutinarios son los acontecimientos que se describen y que pueden resumirse en el formato siguiente: La policía detiene (grupo, red de) delincuentes en x que abu­ san de los inmigrantes (que deben pagar mucho dinero; o que de una forma u otra son amenazados). En estas citas se suele mencionar a la policía de forma implí­ cita y sólo con oraciones pasivas, lo cual subraya el posicionam iento tópico de los criminales. El verbo seleccionado para la actuación policial es «desmantelar». En estas historias, casi siem­ pre se adjudica a los inmigrantes el papel de víctima, a menos que se trate de inmigrantes delincuentes que explotan a otros in­ migrantes. De hecho, cuando los delincuentes son españoles, no se destaca su nacionalidad; su identificación acostumbra a enca­ jarse dentro de la dudosa categoría de «mafia». C om o hemos vis­ to en el ejemplo (1), la policía puede presentarse com o «libera­ dora» de los inmigrantes, lo cual contribuye a la conocida presentación positiva de «nosotros» (por parte de una de nuestras instituciones principales). Nótese que a pesar de describir a los traficantes negativamente porque abusan de los inmigrantes, y a éstos com o víctimas, el artículo en cuestión sigue teniendo im ­ plicaciones negativas en el sentido de que asocia a los inmigran­ tes con la delincuencia o con prácticas ilegales. En efecto, y puesto que no se m enciona el origen, ya sea nacional o étnico, de los traficantes, se puede hacer una lectura sesgada e interpre­ tar que ellos tam bién son inmigrantes o que proceden de los mismos países que los propios inmigrantes. En ambos casos, la implicación forma parte de una representación obviamente ne­ gativa de los «otros», y esto es una respuesta xenófoba.

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Por otra parte, muchos de estos mensajes m encionan a la prostitución, lo cual añade una dimensión de género a la estrate­ gia de presentación negativa del «otro». D e manera que un m o­ delo preferido puede suscitar la opinión de que los otros no sean solamente extranjeros e ilegales, sino también mujeres moral­ m ente inferiores porque ejercen la prostitución. Algunas expresiones favoritas que resaltan esta dimensión pueden ser «esclavas del sexo» o «trata de blancas». U na dim en­ sión religiosa étnica puede subrayar todavía más la naturaleza «exótica» de tales acontecimientos: Sólo en Madrid 200 prostitutas nigerianas trabajan como es­ clavas para la «banda del vudú». Las prostitutas tardan entre dos y tres años en comprar su libertad. La deuda es de unos 40.000 dó­ lares (El Mundo , 18-08-2000). N o hace falta argum entar que si existe un grupo al que se trata totalm ente de m odo implícito en estos pasajes de prostitu­ ción «exótica», éste es el de los hombres blancos (españoles). De hecho, siguiendo la lógica de la estrategia de autopresentación positiva y de presentación negativa de los «otros», el delito y la desviación asociados a inmigrantes o extranjeros deben represen­ tarse libres de la posible participación de uno de «nosotros» (hombres blancos).

Delincuencia

Si el tráfico de inmigrantes representa el lado oscuro y delictivo de la entrada y de la residencia ilegales, en cuanto un inmigran­ te ya está dentro del país, no se le representa únicam ente como víctima pasiva, com o debería hacerse en los casos de discrimina­ ción, prejuicio o racismo. A unque hasta la fecha la prensa espa­ ñola haya sido bastante tímida en su cobertura de «delitos étni-

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eos», ello no significa que, por regla general, haya seguido la re­ com endación de no m encionar la nacionalidad o el origen étni­ co de un sospechoso. Examinaremos algunos de estos ejemplos más detalladamente. (1) «Un joven magrebí acusado de robar 7 millones a dos comer­ ciantes chinos en la plaza de Tirso de Molina de Madrid» (El País, 7-07-2000). (2) «Hallan en El Ejido el cadáver de un joven magrebí con la ca­ beza destrozada a golpes tras una reyerta. Una llamada anóni­ ma comunicó que se había producido una pelea entre varios magrebíes» (La Verdad de Murcia, 10-07-2000). (3) «Una mujer marroquí muere a causa de los golpes que le pro­ pinó su ex compañero sentimental. Los familiares de la víctima dicen que el agresor la maltrataba, aunque ella nunca quiso de­ nunciarle» (ABC , 19-07-2000). (4) «La Guardia Civil ha detectado la presencia de más de 600 kosovares que integran las bandas de atracadores en España. Los robos y atracos les han reportado un botín estimado de 4.000 millones en los dos últimos años» (El Correo, Bilbao, 21-082000 ). (5) «Carteristas y ladrones peinan Barcelona buscando turistas. Los latinoamericanos son los carteristas mejor preparados y los ma­ grebíes dominan el arte de robar en coches con el dueño en su interior» (La Vanguardia, 21-07-2000). (6) «La quinta parte de los delitos registrados el año pasado en Murcia fueron cometidos por inmigrantes. El 15 por ciento de los reclusos internados en la cárcel de Sangonera son ya ciuda­ danos extranjeros» (La Verdad de Murcia, 25-09-2000). Esta escueta selección caracteriza bastante bien las inform a­ ciones sobre los delitos en general y la cobertura de la «delin­ cuencia étnica» en particular, donde incluso las referencias a los «magrebíes» son confusas. Los supuestos delincuentes, además de sus víctimas, se clasifican según el grupo étnico al que pertene­

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cen... siempre y cuando no sea el español y aunque esta infor­ mación sea irrelevante para la comprensión de la noticia. Por lo general, dichas informaciones se basan en sucesos concretos, norm alm ente sacados de informes policiales com o en los casos (1) a (4). N o obstante, tam bién encontramos generalizaciones basadas en ciertas representaciones sociales que pueden ser direc­ tam ente prejuicios o bien «datos» derivados de estadísticas poli­ ciales, com o son los casos (5) y (6). Las estadísticas son particularm ente enrevesadas porque sus cifras sugieren hechos y objetividad; por ese mismo motivo, los lectores de los periódicos las utilizan para discutir acerca de las tendencias delictivas de los «extranjeros». Así pues, en el ejemplo (6) el hecho de que un 15 por ciento de los presos sea extranje­ ro, no tiene mucha im portancia ya que desconocemos el por­ centaje de extranjeros en la región, el porcentaje de pobres que no tienen otra alternativa para subsistir más que la de robar, el porcentaje de detenciones, o la misión y la actividad especial que la policía despliega hacia los extranjeros, etcétera (lo cual resulta en muchos más arrestos y detenciones selectivas; para más deta­ lles véase el Boletín del Instituto de Estudios de Seguridad y Po­ licía, Observatorio de la Seguridad Pública, n.° 10, mayo de 2002). Encontraremos que en muy raras ocasiones, una estadís­ tica sobre delincuencia publicada en la prensa afirme, por ejem­ plo, que el 97 por ciento de los presos son hombres. Por otra parte, las generalizaciones del ejemplo (5) no indican cuántos delincuentes españoles operan en las calles de Barcelona. Tam­ poco se nos facilitan las estadísticas sobre las muchas formas de delitos de cuello blanco en el ámbito financiero (probablemente, y en su inmensa mayoría, perpetrados por hombres españoles). N o disponemos tam poco de estadísticas sobre el porcentaje de españoles que practica la discriminación de diversas formas, tra­ tándose de un tipo de delincuencia que, para empezar, muchos ni siquiera definirían com o tal. Hem os visto anteriorm ente que muchos periodistas defienden sus artículos sobre delincuencia

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étnica alegando que están «contando la verdad», pero ésta y otras cuestiones demuestran que la «verdad» tiene muchas caras, y que el hecho de m encionar el origen étnico de un sospechoso o de un reo sólo sirve para «etnificar» la definición de delito de tal manera que el lector, en lugar de obtener una información rele­ vante, consigue desarrollar sus propios estereotipos y prejuicios.

Entrada sin documentos

C om o ya hemos visto, las historias que se refieren a las entradas «ilegales» a través del Estrecho de Gibraltar o de las Islas Canarias representan la categoría más frecuente de noticias sobre inm i­ grantes en la prensa española, aun cuando la mayoría de inm i­ grantes indocumentados llegue, por ejemplo, por avión y con un visado turístico. A diario, los informes policiales publican unas tristes estadís­ ticas relativas al núm ero de marroquíes o de subsaharianos que han sido detenidos o de los que han sucumbido a la arriesgada travesía en patera. Examinaremos a continuación algunos frag­ mentos de dichas historias: (1) «Los 4.295 inmigrantes detenidos desde enero en Cádiz casi quintuplican los del mismo periodo de 1999» (El País, 1-072000 ). (2) «La Guardia Civil detiene en sólo 24 horas a 141 inmigrantes en las costas españolas. Un subsahariano llega a Ceuta tras cru­ zar a nado la línea fronteriza desde Marruecos» (Levante EM V, 2-07-2000). (3) «Un pesquero rescata en Lanzarote a los 16 pasajeros de una patera a la deriva» (El País, 8-07-2000). (4) «Detenidos 193 subsaharianos en la costa de Tarifa en sólo una hora. Desembarcaron en cinco zodiac a lo largo de 10 kilóme­ tros de litoral. Entre los inmigrantes había 90 mujeres, ocho de

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ellas embarazadas, y dos niños de sólo seis meses y tres años» (El Mundo, 9-07-2000). (5) «La policía detiene en Algeciras a 8 marroquíes que viajaban en los bajos de tres autobuses» (Levante E M V , 19-07-2000). (6) «Otros cuatro inmigrantes norteafricanos aparecen muertos en la costa de Almería. El Ayuntamiento de Algeciras ha comuni­ cado que no puede hacerse cargo de más enterramientos de inmigrantes» (La Vanguardia, 13-08-2000). Puesto que este tipo de historia se publica a diario, su estruc­ tura y su significado general se han convertido en una rutina, tanto para la policía, que suele procurar la información, como para los periodistas y lectores. C om o sucede con las noticias so­ bre el tráfico de inmigrantes, la policía es la protagonista princi­ pal del grupo de «nosotros» en estos artículos donde se les ve cum pliendo con su deber (detenciones, etcétera) o actuando com o héroes cuando salvan la vida de los inmigrantes irregula­ res. A otros partícipes del grupo de «nosotros» se les representa negativamente com o traficantes u otros que abusan de la situa­ ción de los inmigrantes indocumentados o, al contrario, son pre­ sentados positivamente, por ejemplo, pescadores (ejemplo 3), miembros de agencias y municipios, O N G , etcétera, por haber intentado ayudar a los recién llegados. De mayor relevancia son los integrantes de los grupos extranjeros descritos de m odo va­ riopinto com o norteafricanos, marroquíes, subsaharianos o, sim­ plemente, com o «ilegales», «irregulares» o «indocumentados». C om o vemos en el ejemplo (4), es tam bién bastante frecuente indicar el núm ero de mujeres y niños que forman parte de estos grupos detectados por la policía, además de información adicio­ nal acerca de si las mujeres están embarazadas a fin de subrayar la naturaleza dramática de estas travesías. En últim o lugar, encontram os la inform ación trágica acerca de la presencia de cadáveres a bordo de las pateras o del núm e­ ro de cuerpos arrastrados por las olas hasta la playa.

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C om o podem os com probar en casi todos los ejemplos y también en la cobertura de noticias de otros países de Europa occidental, los recién llegados son asociados invariablemente con el juego de números. A un cuando estas cifras puedan no ser co­ rrectas y precisen de una posterior corrección, su exactitud no tiene ninguna relevancia, pero su efecto sem ántico-retórico de apariencia objetiva y precisa sí la tiene. Estos números son, con toda probabilidad, un elem ento fijo en los informes policiales que los periodistas utilizan para su cobertura mediática. A m e­ nudo, los números se generalizan, se resumen, se extrapolan y se comparan con los de otros períodos, com o es el caso del ejem­ plo (1). De este modo, com o se comprueba en el ejemplo (2), la expresión «tantos X fueron detenidos (encontrados, etcétera) en tan poco tiempo», también sirve para añadir un elemento de «es­ tablecimiento de récords» com o los que se dan en los com enta­ rios deportivos o en las noticias sobre eventos cuantificables. O tro elemento de este tipo de historias, en particular cuando se trata de polizones, es la información relativa al modo y el lu­ gar donde se esconden, más cuando se trata de lugares insólitos o, por un motivo u otro, noticiables, com o en el ejemplo (5). Algunos polizones mueren asfixiados, o bien aplastados entre las paredes y el cargamento de barcos o camiones. Finalmente, cuando los inmigrantes consiguen llegar a Espa­ ña sin ser detenidos, internados o devueltos por la policía, no sólo se los define com o «ilegales» por haber entrado, sino tam­ bién com o una «carga» para las agencias o municipios incluso cuando, com o en el ejemplo (6), hayan fallecido por el camino. Hace muchos años que este tipo de historias sobre la inm i­ gración es corriente en los medios españoles. Incluso en la ac­ tualidad, cuando la población inmigrante va creciendo gradual­ mente, y por tanto, otro tipo de temas se hacen potencialmente relevantes, la «entrada ilegal» sigue siendo el tema de actualidad más destacado y más frecuente en la cobertura mediática sobre inmigrantes e inmigración. Por razones obvias, esto es más evi­

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dente en la prensa local de Andalucía e Islas Canarias. Este énfa­ sis repetitivo sobre la irregularidad de entrada, sobre «oleadas» y sobre el papel de la policía y las detenciones contribuye a unas «primeras definiciones» que tienen m ucho peso en el posterior desarrollo de actitudes hacia los recién llegados. Por otra parte, el hecho de que durante estas travesías se produzcan muchas muer­ tes puede contribuir a destacar el papel de las víctimas de los in­ migrantes irregulares, lo cual se presta a representaciones sociales paternalistas, La victimización subraya la pasividad y ensombrece el hecho, raramente destacado en los artículos referentes a las travesías en patera, que los inmigrantes, en un acto de decisión, han optado por ejercer control sobre su destino, aun arriesgando sus vidas, lo cual representa una actitud valiente y activa que po­ dría interpretarse com o una característica positiva que contribui­ ría a su éxito en España, O tro elemento ausente en estos artículos es la explicación de los motivos que puede tener un inmigrante para, arriesgando su vida de este modo, llegar a España, así com o tam poco aparece una descripción de la situación social y política de su país de ori­ gen. Es natural que una inform ación exhaustiva no pueda pro­ porcionarse cada vez que se dé la llegada de un grupo, pero sería de esperar que se publicara con cierta regularidad algún tipo de historia sobre las motivaciones de la inmigración y las caracterís­ ticas de sus países de origen. Sin embargo esto es muy poco fre­ cuente, también porque significaría m ucho más trabajo para los periodistas. Se trata claramente de historias que no se pueden copiar de los archivos policiales. Por otra parte, tampoco es frecuente escuchar en boca de los propios inmigrantes la narración de sus experiencias, lo cual no es extraño puesto que las historias consuetudinarias las relata la policía y su cobertura es «distante». U na vez más, se trataría de que un corresponsal local hablara con muchos de los inm igran­ tes y, aunque de manera anónima, les preguntara acerca de los detalles de su llegada y de sus experiencias, Este tipo de historia

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aparece en los suplementos dominicales de los periódicos pero es raro en la prensa diaria. La ausencia de la voz de los propios inmigrantes es una carac­ terística general en la política, en los medios, en la educación, en la ciencia y en otros discursos de élite, así como en los estudios académicos sobre minorías e inmigración. Obviamente los estu­ dios sobre racismo se centran, com o es debido, en las mayorías, pero es también im portante investigar el discurso antirracista, in­ cluido el de los grupos minoritarios y el de sus miembros (para docum entación reciente véase por ejemplo: Manzanos Bilbao, 1999). A ntonio Bañón Hernández lo hace así en su reciente li­ bro (2002), donde examina todo el «debate» sobre inmigración, incluyendo muchas voces distintas y presentando una compleja tipología de los distintos discursos al respecto. Así pues, además de ser un estudio de una impresionante riqueza de datos y de di­ versas modalidades de discurso discriminatorio, también aporta gran cantidad de tipos de texto y de habla de compromiso polí­ tico emitidos por políticos, miembros de O N G y tantos otros, que se encuentran en artículos, libros, panfletos, páginas de In­ ternet, etcétera.

Racismo en el trabajo Pero recuerdo que a muchos de El Ejido, si les robaban las ga­ llinas, o cualquier otra cosa, les echaban la culpa a los jornaleros que habían venido de fuera. Igual que ahora les echamos la culpa a los inmigrantes. La historia se repite. Luego fueron integrándose y, claro, los que vinieron dé jornaleros son los empresarios de aho­ ra. Esta gente, entonces, hace veinte años, explotaba a sus mujeres y sus hijos; cuando faltaba mano de obra los niños iban a los inver­ naderos. Es que este tipo de agricultura intensiva bajo plástico ne­ cesita bastante mano de obra; son cuatro campañas al año. Así que

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cuando empezaron a venir los inmigrantes, en los años ochenta, pues es normal que también les explotaran (Mercedes García Fór­ meles, E l País, 5 de agosto, 2001). Lamentablemente los datos sistemáticos del discurso sobre el racismo en el trabajo son poco frecuentes. Igual que en el resto de Europa la discriminación laboral es com ún en España, ya sea en la búsqueda de empleo o en la prom oción. C om o en otras partes de la U E, la mayoría de patronos prefiere hombres blancos o mujeres si éstas son más económicas. Las labores que los traba­ jadores españoles no pueden o no quieren realizar, en particular, en el sector de la agricultura o de la construcción, pueden ser realizadas por inmigrantes indocumentados que, por consiguien­ te, son baratos, por lo que no suele haber ningún problema, siempre y cuando existan plazas vacantes. N o obstante, una de las características del racismo de élite se muestra en el hecho de que cuanto más alto es el escalafón al que se aspira, más difícil es para un inmigrante conseguir empleo, lo cual no se debe siem­ pre a una form ación escasa, a unos conocimientos precarios del idioma o a dificultades en la integración cultural. C om o sucede en los Países Bajos y en el resto de la U E, en el empleo suele darse preferencia a «los de casa», incluso en aquellas organizacio­ nes, instituciones o empresas donde se supone que las prácticas explícitas de exclusión por discriminación no deberían existir. Este tipo de sesgo, por supuesto, nunca se considera ni se define como discriminatorio, sino que se aduce la selección de los m e­ jores candidatos. La condición de ser extranjero o de otra cultu­ ra pocas veces se considera una ventaja o una contribución a la diversidad y a la eficiencia laboral. En las regiones autonómicas, en especial en la vasca y en la catalana, además se dan argumen­ tos nacionalistas que pueden ayudar a justificar los motivos para no contratar a «los de fuera», en particular cuando los criterios (posiblemente irrelevantes) de lengua juegan un papel en la con­ tratación.

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Toda esta situación es previsible a partir de los datos que co­ nocemos sobre prácticas similares en otros lugares de la U E y las estadísticas confirman las predicciones. Las lecturas más recientes del baróm etro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) son de mayo de 2002 e indican que entre los tres problemas que, según la población, afectan de manera más adversa a la sociedad española, la inmigración se cifra en un 23,5 por ciento aunque el porcentaje referido al desempleo y al terrorismo (ETA) sea muy superior (este último de 54,3 por ciento). U n año antes, la preo­ cupación por la inmigración era de unos seis puntos menos. Los afectados personalmente por la inmigración representan única­ m ente el 11,3 por ciento de la población, cifra muy inferior a la referida al desempleo, 40,2 por ciento, o al terrorismo, 13,3 por ciento, aunque dobla la del año precedente. N o obstante, cuan­ do se preguntó a la ciudadanía si consideraba que la inmigración es un problema (muy) im portante en su lugar de residencia, un 68 por ciento aproximadamente respondió de forma afirmativa en 2001, si bien estos resultados son similares a los de otros temas tan diversos com o la vivienda, la seguridad, el tráfico o el medio ambiente y, por tanto, son probablemente un reflejo de lo que la ciudadanía oye o lee y no de lo que siente com o sus problemas personales más acuciantes. De hecho es muy característico de este tipo de sondeos no comprender por qué motivos se dan las respuestas y, por tanto, las estadísticas deben manejarse con prudencia. N o obstante, hay que señalar que las estadísticas del CIS para 2002 sugieren un marcado incremento respecto a las de cinco años antes (1996), cuando la inmigración sólo representaba un problema relevante para un 4 por ciento de la población y para un 3 por ciento de los entrevis­ tados. También vale la pena notar la marcada diferencia de las ci­ fras referidas a la preocupación manifestada acerca del racismo en la sociedad: menos del 1 por ciento lo considera un problema. En la misma línea se suele atribuir el éxito de la extrema derecha en Europa a una consecuencia de la inmigración y no del racismo.

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Más directamente relevante para el ámbito laboral es la opi­ nión de una mayoría de la población cinco años antes (1991) acerca de la influencia de la inmigración sobre la economía. Sólo alrededor de la cuarta parte opinaba que era positiva en tanto que un tercio la consideraba negativa, mientras que entre la m i­ tad y un tercio manifestaba no tener opinión. Más concretamente, cuando se les preguntó si los trabajado­ res inmigrantes eran necesarios en ciertos sectores, la mayor par­ te (más de dos tercios) respondió negativamente en 1991. N o es pues sorprendente que, en 1996, una mayoría siga pensando to­ davía que los inmigrantes quitan el empleo a los españoles (Gim eno Giménez, 2001). C om o se observa en el caso de muchas de estas preguntas, las respuestas menos favorables sobre la inm i­ gración fueron las de la población de más edad, con menos cul­ tura, menores ingresos, habitantes de ciudades no muy grandes, católicos y de derechas, que son, asimismo, los que tienden a pensar que el aum ento de la inmigración favorece el incremento de la delincuencia en España (para más detalles véase Gimeno Giménez, 2001).

Los patronos

Hay empresarios que en 20 años reconocen haber hecho un capital de 60.000 millones de pesetas. Esto es una mina de oro verde. Desde 1984 está prohibido construir invernaderos, pero se siguen construyendo a diestro y siniestro. Y la Administración hace la vista gorda. Toda esa gente quiere mano de obra barata, sin derechos (Mercedes García Fórmeles, El País, 5 de agosto, 2000). Estas actitudes xenófobas generalizadas tam bién se manifies­ tan en el entorno laboral y, evidentemente, la situación em peo­ ra cuando alguien constata que su empleo está en peligro debido

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a la llegada de inmigrantes. C om o hemos comprobado en la ac­ titud cínica de los empresarios de El Ejido, son muchos los res­ ponsables de empresas que ignoran o explotan el racismo y que aun cuando pueden no fomentarlo abiertamente, suelen condo­ narlo frente a los obreros, posiblemente para evitar problemas con los trabajadores blancos. Tanto en España com o en otros lugares, los estudiosos del discurso empresarial referido a los inmigrantes y a la inmigra­ ción a m enudo sacan una primera impresión favorable. Mientras que, pensando en la mayoría, muchos políticos (que han m ani­ pulado las actitudes de la población con su política y sus discur­ sos) rehúsan dar cabida a un mayor núm ero de inmigrantes, los empresarios son de otro parecer y, en general, los aceptan. Su único interés es la compañía que dirigen y, por norma, toda em ­ presa acepta la mano de obra barata y flexible con los brazos abiertos, esto es, exactamente, lo que puede ofrecer la inmigra­ ción. En sectores sociales toles como la agricultura, la construcción y la hostelería, los trabajadores irregulares son ideales ya que se pueden contratar y despedir a voluntad. Así pues, si atendemos a las palabras del presidente de la C on­ federación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), José María Cuevas, pronunciadas el 9 de marzo de 2001, com ­ probaremos que insta al gobierno a asegurarse de que la nueva ley de inmigración perm ita la contratación rápida de trabajado­ res inmigrantes «con los mismos derechos» que los trabajadores españoles. Son muchos los españoles desempleados que no quie­ ren trabajar en tareas que los inmigrantes están dispuestos a rea­ lizar y, puesto que en muchos casos la patronal tiene que demos­ trar que no existe ningún español que quiera realizar una determ inada labor, el proceso burocrático antes de contratar a un inm igrante puede ser muy complicado, lo cual favorece el emplearlos ilegalmente. En otras palabras, los intereses de los rangos más altos de las organizaciones patronales son los mismos que los de los inmigrantes, incluidos los «ilegales». N o es pues

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sorprendente que el empleo de «ilegales» no se considere delito y que no se penalice con demasiada firmeza. Sin embargo, existe un abismo entre el discurso positivo «ofi­ cial» de los patronos y su conducta o habla reales, tanto a nivel directivo com o laboral. En efecto, la contratación y el despido ilegales son equivalentes a la explotación y la discriminación. Ante esta situación un obrero indocum entado no suele protestar, ni contactar con la policía ni organizarse de otro modo. Disponemos de pocos datos sobre el tipo de lenguaje emplea­ do por la patronal, ni del personal ni de su trato directo con éste. Sólo en uno de los escasos estudios sociológicos españoles se con­ creta algo sobre el modo de hablar sobre la inmigración en España y se incluye algunos ejemplos del habla de la patronal (Colectivo loé, 2001; véase también Cachón Rodríguez, 1997, 1999). Examinaremos a continuación el ejemplo de un pequeño empresario del ámbito rural (Colectivo loé, 2001: pág. 90 y ss): (1) Bueno, pues sabemos que hay de todo, no quiero decir que porque sea gente de fuera, si también los hay aquí, ¿no?, de aquí del mismo pueblo, ¿no?, pero el hecho de que vengan de fuera y, por ejemplo, los veas que no quieren integrarse porque... pues porque no quieren trabajar, o porque es mejor estar, pues no sé, con la droga, ¿no?, traficando con la droga. Eso es una realidad que los tenemos aquí en el pueblo, y eso hay que decirlo (pág. 90). (2) - ¿Cómo que no hay (ilegales)?, la mitad. ¿Todas las pateras que pasan, dónde están metidos? - Todos escondidos, por los cortijos por los invernaderos y por todos los sitios están escondidos, y luego tienen que comer y no tienen contrato de trabajo ni nada, nada. —Y eso es un problema a la hora de encontrar quién hizo un robo o una cosa, es muy difícil porque al no estar legalizados, no tener documentación aquí como Dios manda, pues es muy difícil para la policía o para quien quiera pillarlos, porque no se sabe ni el nombre; o sea que... (pág. 91).

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(3) —Yo tengo un concepto un poco personal, ¿no?, a lo mejor todos no. Yo pienso que la raza blanca por sí nos sentimos su­ periores a cualquier otra raza. Y digo, voy a explicar un poco lo que yo entiendo: mira nos creemos... nosotros los españoles tenemos la raza gitana; en América los negros; en otros países, pues, los moros; es decir, siempre la raza blanca intenta, no sé..., algo... Quizás porque la postura que tenemos sea un poco más abierta o nos comunicamos más, pero siempre hay ese..., los blancos, no sé por qué tenemos un poco superior a los de­ más, me creo, ¿eh? Y claro entonces viene que se enfrenta, la cultura es muy enfrentá. - Sí, yo creo que sí; además me imagino, que yo no me ha pa­ sado nunca ese caso, pero me imagino que casi todos los padres que tenemos hijos, si a lo mejor viene un francés viviendo por esta zona, o mi inglés o un alemán, y dice de casarse con él, no ponemos barreras; en cambio si un padre dice que un moro se va a casar con su hija, hay atranque, hay atranque (GD2, pág. 93). Aunque sería prematuro generalizar a partir de éste y de los escasos ejemplos facilitados en el informe, apenas se puede con­ siderar especulación concluir que las opiniones formuladas en estos fragmentos son muy características del racismo cotidiano «juicioso», tan corriente entre la población española como en la del resto de Europa. Así pues en el ejemplo (1) encontramos eximentes tan conocidos com o la vaga concesión de que «aquí» también tenemos «todo tipo de gente», y la negación de que este tipo de conducta se atribuya a los otros por el hecho de ser ex­ tranjeros. Asimismo encontramos las usuales acusaciones de que los otros no quieren trabajar, no quieren adaptarse y de que tra­ fican con drogas. La primera acusación es especialmente flagrantre puesto que los patronos rurales se enfrentan a diario con in­ migrantes que están desesperados por trabajar, com o lo demuestran otros pasajes del mismo texto. También constatamos lo fuertem ente enraizado que está el estereotipo del extranjero

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gandul y el m odo en que afecta al discurso. El mismo tipo de contradicción tam bién existe en la conocida queja «no quieren adaptarse», que he encontrado en reiteradas ocasiones en las conversaciones en los Países Bajos y Estados Unidos (Van Dijk, 1984, 1987b), y donde el propio interlocutor es quien no desea la integración o quiere sólo un tipo de asimilación que hace in­ visible al inmigrante, incluso por lo que a su cultura se refiere. Nótese, finalmente, la táctica de «evidencia» al final de este texto, cuando el interlocutor se refiere a los hechos «de aquí, del mismo pueblo», para significar que no se trata meramente de su opinión personal sino de un conocim iento compartido. En el ejemplo (2) se expresa el mismo tipo de «lógica» popular cuando el interlocutor niega la (implícita) negación de que haya muchos «ilegales». Refiriéndose explícitamente a los artículos de prensa (no se citan), concluye que si cada semana llegan centenares de personas en patera y si sólo unos pocos son devueltos a su país, el campo tiene que estar por fuerza lleno de «ilegales», lo cual tam­ bién representa un contratiem po para la policía, con lo que su­ pone explícitamente que existe un nexo obvio entre entradas ilegales y actos ilegales como, por ejemplo, el hurto. El ejemplo (3) es bastante interesante porque este tipo de discurso popular universal sobre «raza» es difícil de encontrar o de grabar. Nótese, en prim er lugar, la presencia de una compleja estructura de exi­ mentes y de mitigaciones que demuestran que el interlocutor tiene plena conciencia de estar hablando de un tema tabú y con­ trovertido: la superioridad de la raza blanca. El interlocutor con­ cede que, de hecho, es su opinión personal y que es posible que otros no la compartan. Su afirmación sobre la superioridad de la raza blanca (comparada con gitanos, negros y «moros») se pro­ nuncia con titubeos («quizá») y con mitigaciones acerca de nues­ tra superioridad (somos «un poco» más abiertos que los demás). Es precisamente esta diferencia intergrupal, prosigue, lo que debe interpretarse com o la causa del choque de culturas. La par­ te final del ejemplo tam bién demuestra que sus manifestaciones

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no van dirigidas a todos los extranjeros en general, sino en parti­ cular contra los que provienen de fuera de Europa, una distin­ ción racista que, en este caso, se aplica al popular ejemplo de la «hija que se casa con el extranjero». El hecho de que las ideolo­ gías racistas sobre la superioridad de la «raza» blanca sean apenas marginales en España, también se evidencia en los datos recaba­ dos entre alumnos de bachillerato en 1993 y donde la mitad ma­ nifestó creer en la superioridad de la raza blanca (Calvo Buezas, 1995, págs. 678 y ss), porcentaje que ha ido descendiendo hasta un (todavía desconcertante) 38 por ciento en 1997 (Calvo Bue­ zas, 2000, págs. 120 y ss). Los ejemplos citados no podrían ser tachados de espectacula­ res, son tan comunes que ya han pasado a formar parte de la vida cotidiana de las sociedades racistas. El único aspecto por el que vale la pena citarlos es el de que los patronos tienen sentimientos racistas bastante similares a los de la población general, y que este discurso y estas opiniones no se limitan a la conversación de la entrevista, sino que también tendrán un impacto directo en el modo de tratar a los trabajadores inmigrantes. El problema radica en que no se dispone fácilmente de un registro de esos discursos «internos», de las élites en particular, a menos que la patronal los vaya grabando o copiando. Lamenta­ blemente y que sepamos, en España no puede accederse a este tipo de datos. Tan sólo disponemos de los datos de los informes generales, los de Comisiones Obreras, según los cuales los trabajadores inmi­ grantes cobran entre un 25 y un 30 por ciento menos (CC.OO., pág. 207) y los de un estudio reciente del Colectivo loé para el sindicato U G T (loé, 2001), sobre la discriminación laboral. En su inform e más reciente (para 2001), la conocida O N G SOS Racism o resume la situación laboral de los inmigrantes de la manera siguiente. Queremos reproducir el pasaje en su totalidad porque nos informa acerca de las prácticas y del discurso patro­ nales:

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La mayoría de trabajadores extranjeros, un 70 por ciento, se halla en situación irregular. Este hecho ocupa un lugar central en el sistema de producción de los invernaderos. El volumen de mano de obra que se necesita en las explotaciones es variable. En Almería, en la época de cosechas —tres por temporada- hay que cubrir 40.000 puestos de trabajo en un período comprendido en­ tre una y tres semanas, mientras que sólo hay 11.854 puestos de trabajos fijos. Los irregulares son esta mano de obra flexible. Hay unos 28.000 puestos de trabajo dentro de la economía sumergida, con la connivencia de las patronales, las asociaciones agrarias y las administraciones. Es altamente significativo que, en los últimos años, no se haya realizado ninguna inspección laboral en El Ejido por parte del Ministerio de Trabajo. Las jornadas de trabajo en los invernaderos son de unas diez horas. Dentro de los invernaderos se soportan temperaturas de hasta 45° C, con una humedad próxima al 90 por ciento y el am­ biente cargado de pesticidas. La mayoría de los contratos son ver­ bales, con un sistema a la antigua contratación de jornaleros en los campos andaluces (págs. 106-107). Pág. 167: Organización Internacional de Trabajo: «Un tercio de los inmigrantes que residen legalmente en España sufre recha­ zo xenófobo al buscar trabajo.» Sobre todo los Marroquíes. Más grave en el sector servicios, hostelería incluida, que en actividades como la construcción. Pág. 170: Barcelona: La policía detiene al dueño de un taller de confección clandestino que explotaba a cinco inmigrantes orientales. Los inmigrantes trabajaban 15 horas diarias sin ningún día de descanso. Se trata de estadísticas y de sucintos ejemplos, de casos con­ cretos que, una vez más, no aclaran de qué forma los patronos (especialmente los de mayor categoría) tratan, o hablan a sus em­ pleados, así que este proyecto de investigación queda pendiente de realización. Por el m om ento, sólo podem os hacernos una idea sobre el m odo de hablar y de actuar de los patronos a través de las expe-

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riendas personales narradas por las propias víctimas. Por ello concluiré este capítulo con algunos testimonios de los propios inmigrantes. Sus historias también ponen de manifiesto que a pesar de que el racismo en el discurso de élite política, mediáti­ ca y patronal juegan un papel fundamental en el posicionamiento general de los inmigrantes, sus experiencias cotidianas de ex­ plotación física y psíquica extrema pueden apenas tildarse de puram ente discursivas. Las citas siguientes se reproducirán ínte­ gram ente porque sólo las personas directamente involucradas com o víctimas de la explotación pueden narrar sus experiencias con veracidad: (1) Hace poco una sobrina mía estuvo en tina casa, los baños no se los dejaban limpiar con una fregona, ¿y cómo quiere que le limpie los baños la señora? Viene a donde mí y me dice que arrodillada, y le dije: «Mira, dígale que la esclavitud se acabó hace muchos años». Si llega una española, a esa chica no la ha­ cen arrodillarse de esa manera; entonces, ¿qué es eso? Racis­ mo, discriminación (Manzanos Bilbao, 1999: 144). (2) Estudié enfermería y quería trabajar en el verano, empecé a llamar a anuncios del periódico y te ponen llama a tal hora, lla­ mas y cuando dices, «soy negra», «ah, entonces te llamaré», y ya no llaman (pág. 144). (3) Me han entrevistado para trabajo de profesor de inglés dos ve­ ces, y me entrevistaron ingleses y las dos veces me cogieron en las dos academias. Cuando me entrevistaron españoles no me cogieron porque el inglés, al hablar inglés, se da cuenta que sa­ bes aunque no hayas estado en Londres, que es lo que te pre­ guntan los españoles. Para ellos lo importante es que no has es­ tado en Inglaterra y tienes una licenciatura marroquí, que se supone que es peor; eso para mí es mucho prejuicio: por qué no piden el programa de estudios para ver qué he estudiado. En el trabajo tienes que ser siempre peón, trabajar a destajo. Aquí el marroquí trabaja mucho y el de aquí no se deja explo­ tar así, el marroquí siempre tiene el fantasma del permiso a fi­

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nal de año y como le hacen contrato de seis meses piensa se me acaba a los seis meses y si después no encuentro trabajo qué (...), tiene que aguantar muchas cosas. Tienes ahí una amenaza permanente (pág. 147). (4) Sabía que lo de dar clases de inglés, aparte de dar poco dinero es muy difícil de conseguir que cojan un moro para dar clases de inglés, te tienen que conocer o te tienen que dar una opor­ tunidad y, normalmente, una academia seria ¿cómo va a dar a un moro trabajo? No te van a dar esa oportunidad, y yo quería trabajar en algo serio, y con seguro (pág. 153). (5) Aquí para trabajar como «moro» hay mucho trabajo: en el campo, en la construcción, lo que pasa es que hay gente que no aguanta que se les trate de «moro», tienes que estar dispues­ to a olvidarte de tu dignidad totalmente y hacer todo lo que pidan, y hacerlo bien y cargarte con las culpas cuando a ellos les sale mal porque tú eres el «moro» que no entiende. Si no admites eso, yo conozco argelinos que tienen el sentido del or­ gullo más alto que nosotros, y no entienden ni pasan por eso. Un marroquí, normalmente, hace lo que le digan y lo aguan­ ta, pero no se enfrenta a un jefe. Los que duran en los trabajos son los que aguantan todo (pág. 201). Los pasajes precedentes no requieren comentario alguno, ha­ blan claramente por sí mismos; de m odo que, la clase, el género y la «raza» están entrelazados en un arco de explotación laboral, de marginación, de exclusión y de otras formas de discrimina­ ción bien conocidas. Hay que advertir la presencia de diversas formas de resisten­ cia y de crítica formuladas por los propios discriminados; la m u­ je r latinoam ericana se niega a que la traten com o a una mera esclava (ejemplo 1), el académico marroquí que entiende perfec­ tamente que su exclusión no tiene ninguna relación con su flui­ dez en inglés (ejemplo 3), o el «moro» que percibe con exactitud los detalles de la modalidad racista de dirección y mando (ejem­ plo 5).

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N o precisamos apuntar más detalles sobre estos datos cotidia­ nos en la vida de los inmigrantes en España ni de su conforma­ ción, que se debe a una difícil combinación de acoso y burocra­ cia, a partir del m om ento en que precisan un permiso de residencia, hasta las múltiples y más humillantes formas de ex­ clusión, de racismo en el entorno laboral, en el barrio o en la tienda, por sólo citar algunos. Hemos comprobado que en todas estas situaciones el racismo discursivo va acompañado de innu­ merables prácticas de humillación, por ejemplo, cuando los pa­ tronos explican o legitiman sus acciones o comentan sus expec­ tativas sobre la labor que, en su opinión, deben ejecutar los inmigrantes. Para más detalles de estas múltiples variedades de explotación, com o las referidas a horarios laborales excesiva­ mente largos y a salarios mínimos véase: Pajares (1998, págs. 217 y ss), M artínez Veiga (1997, capítulo 3), R uíz Olabuénaga et al. (1999) y Colectivo loé (2001). Para historias reales sobre inm i­ grantes, en las que se pueden observar y valorar sus experiencias con el racismo cotidiano, véase Criado (2001).

Otras formas de racismo de élite La política, los medios y la empresa no son los únicos contextos de racismo de élite y de discursos racistas (y antirracistas) en Es­ paña. Consideremos, por tanto, y para terminar, otros aspectos de relaciones étnicas y de racismo de élite en España sabiendo que no puede ser una descripción completa de la situación ac­ tual.

Educación

C on la creciente presencia de niños inmigrantes en las escuelas, sobre todo en las grandes- ciudades como M adrid y Barcelona,

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aumenta la preocupación en el discurso sobre la educación mul­ ticultural (García M artínez y Sáez Carreras, 1998; Terrén Lalana, 2001 ). Com o ya sabemos por otros países, esto no significa, en pri­ m er lugar, que los estudiantes sean automáticamente antirracistas ni que lo sean los libros de texto (para más detalles sobre las opi­ niones de los estudiantes véase la serie de voluminosos estudios de Calvo Buezas, por ejemplo: Calvo Buezas, 2000). Es decir que, a pesar de que muchos libros de texto condenan el racismo, no es menos cierto que los libros de texto españoles tienden a tratar el racismo fuera de su país (en Estados Unidos, Sudáfrica o Alemania), y no en España al igual que sucede con los libros es­ colares holandeses que hemos estudiado (Calvo Buezas, 2000, págs. 114 y ss). D e forma similar, precisamente en el ámbito de la educación las contradicciones y los conflictos culturales y lingüísticos de­ sempeñan un im portante papel, en tanto que los niños de otros países y culturas deben enfrentarse a las otras culturas y lenguas dominantes. La preocupación actual, además del discurso acadé­ mico y pedagógico en este ámbito, se centra en las modalidades de integración que se llevan a cabo o que se consideran más de­ seables, y que oscilan entre una asimilación burda y unos distin­ tos tipos de autonom ía y pluralismo cultural y lingüístico. De hecho, la política oficial liberal, así com o los discursos sobre la diversidad, pueden poner en práctica dentro del aula varios tipos de asimilación o bien una segregación problemática (Martín Rojo, 2003a,b,c,d). Así, en febrero de 2002 surgió en España una versión del an­ tiguo conflicto francés sobre las niñas musulmanas que acudían a la escuela tocadas con el hijab. Después de que una escuela no admitiera a una alumna de trece años que se negaba a acudir a clase con la cabeza descubierta, la prensa m ontó un enorm e es­ cándalo, atribuyendo el conflicto a la intransigencia de un padre musulmán que forzaba a su hija a llevar «chador». N o sólo se

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confundió el hijab con el chador, posiblemente una de las conse­ cuencias posteriores a los sucesos del 11-S y de la guerra en Af­ ganistán (y la criticada postura de las mujeres afganas), sino que además resultó que el padre en cuestión era, de hecho, bastante liberal y había dejado que fuera su hija quien tomara la decisión de tocarse o no con el hijab. Incluso la ministra de Educación opi­ nó que el hecho de llevar hijab era un símbolo de opresión de las mujeres. Otras élites llegaron a declarar que era inconstitu­ cional y Juan Carlos Aparicio, ministro de Trabajo y de Asun­ tos Sociales, llegó a asociarlo con la ablación del clítoris, con lo cual lo vinculaba a una serie de aspectos negativos del Islam. Por otra parte, los grupos feministas se pronunciaron contra el hecho de llevar el hijab a la escuela por razones simbólicas (El País, 20 de febrero de 2002). La alumna fue finalmente admiti­ da, pero el debate nacional había demostrado entre tanto que muchas élites experim entan dificultades con la sociedad multi­ cultural, ya sea por ignorancia, ya por actitudes prejudiciadas o por ambas razones. La ironía del caso es que la alumna en cuestión fue rechazada por una escuela religiosa, que por norma suelen estar dirigidas por monjas. N o obstante, la forma de vestir de «nuestras» monjas no se percibe al parecer con tanta extrañeza ni tampoco se conside­ ra un símbolo de opresión de las mujeres. Estamos, una vez más, ante un caso de doble rasero relativo a las diferencias de percep­ ción de «nosotros» y de los «otros». El incidente relativo a la alumna marroquí que acabamos de explicar no es único si pensamos en la discriminación y en el re­ chazo sufrido por los hijos de la minoría gitana. Existen ejem­ plos de la acción conjunta llevada a cabo por padres payos cuan­ do en la clase de sus hijos se da la presencia de alumnos gitanos. Tanto para nuestro debate com o para la obra en general es prioritario estudiar las actitudes y conductas de las élites respon­ sables, com o los ministros, los directores de escuelas, los admi­ nistradores y los periodistas cuyas informaciones dramáticas y

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unilaterales exageraron el caso hasta que alcanzó unas proporcio­ nes desmesuradas (véase Bañón, 2002b, sobre este episodio y la confusión de la prensa relativa a «velos», «pañuelos», «chador», etcétera; véase también para mayor detalle sobre las relaciones entre género y multiculturalismo, Nash y Marre, 2001). En efecto, los cambios profundos que se están produciendo en nuestras escuelas no siempre se corresponden con unos cam­ bios de actitud en las élites educativas hacia la integración de in­ migrantes, que es necesaria y positiva desde su infancia. Así pues, con demasiada frecuencia se contempla el aprendizaje del idioma com o un problema o un contratiempo que los jóvenes recién llegados deben afrontar, en lugar de como una apreciable contribución a la diversidad cultural y lingüística en España.

Racismo y ley

En España, sería de esperar que existiese un respeto hacia los principios que señala la legislación, incluidas las previsiones con­ tra la discriminación y las conductas rapistas. Así lo marca el ar­ tículo 22.4 del nuevo Código Penal (1996) que im pone severas sanciones contra los delitos con intención racista (véase también Pajares, 1998, págs. 305 y ss). El inform e de SOS Racism o para el año 2000 incluye un apartado donde se resumen 14 casos de delito racista entre los que se encuentran violencia policial contra los inmigrantes, los in­ sultos racistas y los ataques a inmigrantes por parte de «cabezas rapadas». Ignoramos si esta lista es exhaustiva y si existe o no in­ form ación general sobre las condenas por delitos racistas o, más en general, ataques contra inmigrantes. D e ser com pleto el in­ form e de SOS Racismo, la acción legal contra el delito racista representaría, por supuesto, una parte muy pequeña de los miles de casos anuales donde los inmigrantes son objeto de discrimi­ nación por parte de todos los sectores de la sociedad, o donde

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han sido insultados o atacados. En efecto, después de los violen­ tos sucesos en El Ejido, se presentaron 693 acusaciones, todas ellas archivadas sin cargos. Al parecer los tribunales de justicia en este caso actuaron con la misma pasividad que la policía, que no intervino en los ataques. Por otra parte, en un insólito caso de 1998, un juez declaró inocente a un hombre que contrató y tra­ tó a un argelino com o esclavo (El País, 8 de noviembre, 1998, pág. 38). O tro caso de comunicación que arroja algo de luz sobre la actitud étnica de las élites en el ámbito jurídico es la conferencia dictada por el presidente del Tribunal Supremo, Francisco H er­ nando, con ocasión de la apertura del Año Judicial, el 16 de sep­ tiembre de 2002. Parte de su discurso trata extensamente de los inmigrantes «ilegales» que presionan a las autoridades para ser legalizados «al margen de los cauces del Derecho». Presenta argumentos contra la solidaridad internacional y contra la fraternidad de los seres humanos en general cuando ello conduzca a la permisividad en el ámbito de la inmigración ilegal, y advierte que dicha inmigra­ ción ilegal representa una amenaza tanto para la economía del país com o para el orden público y el nivel de los servicios públi­ cos (El País, 17 de septiembre, 2002). C on su conservador discurso, Hernando parece confirmar la política y las actitudes del gobierno de Aznar. Para este libro, di­ cho evento representa una nueva confirmación de la tesis que postula que son las élites las que formulan y desarrollan la políti­ ca y las ideologías xenófobas, y cuyo discurso de estilo algo más políticamente correcto preformula el racismo callejero, en oca­ siones más crudo. Asimismo hemos constatado que las actitudes de élite sobre inmigración no son casos aislados, sino que tienden a formular­ se e implementarse en conexión con diversos sectores sociales de élite, en este caso, con el sistema político y judicial. En España, esto pone de manifiesto de qué m odo se propagan dentro del

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conservador PP las actitudes antagónicas para con los extranjeros y que su formulación explícita ya no se considera, al parecer, po­ líticamente incorrecta. U na vez más, esto no significa que haya algún tipo de cons­ piración, sino simplemente que el conservadurismo de derechas parece tener una cohesión de pensamiento sobre los asuntos re­ lacionados con la inmigración y la política de minorías. Cuando el presidente del Tribunal Supremo piensa y dice abiertamente lo que dice, podemos suponer sin riesgo alguno que muchos jueces y fiscales de ese país serán apenas más benévolos a la hora de juzgar a los «ilegales», de tom ar decisiones sobre sus perm i­ sos de residencia o de luchar contra el racismo y la discrimina­ ción en la sociedad.

La Iglesia

Son pocos los ámbitos en los que la Iglesia católica española, du­ rante la dictadura de Franco y tam bién después, desempeñó un papel verdaderamente positivo. En muchos aspectos morales, en especial los relacionados con la sexualidad, el papel de las m uje­ res y otros, la jerarquía eclesiástica sigue todavía aplicando un re­ glamento socialmente retrógrado. N o queremos decir que todos los católicos, o incluso todos los curas, sean reaccionarios. Hay muchos que luchan por un cambio social. Su actitud contra el racismo y a favor de la protección de los inmigrantes indocu­ mentados, que pretende evitar su expulsión, posiblemente sea una de las áreas donde la Iglesia desarrolla una de sus actividades más positivas en España y en otros lugares de Europa. A m enu­ do, los amenazados por la expulsión encuentran acogida en una iglesia. D e todas las instituciones oficiales, la Iglesia es, tal vez, la más explícitamente antirracista y con frecuencia se pronuncia a favor de los inmigrantes.

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N o disponemos de datos actuales sobre el discurso oficial ra­ cista por parte de la Iglesia española; no obstante, como en cual­ quier otra institución, la Iglesia también despliega diversas for­ mas de autopresentación positiva. En un docum ento emitido por el conocido comité pontificio «Iustitia et pax» titulado La igle­

sia ante el racismo. Para una sociedad fraterna (Minv.mercaba.org/conse­ jos /p a x /racismo-01.htm), encontramos un fuerte posicionamiento

antirracista y una breve historia del racismo desde la antigüedad hasta nuestros días. En esta historia la Iglesia (católica) desempeña un papel ejemplar. El racismo, según su informe, ha sido conde­ nado desde sus inicios por muchos papas, fuera cual fuera la con­ ducta del poder mundial en su m omento, empezando por Pablo III (Bula: Sublimus Deus, 1537), que explícitamente indica que los indios no deben ser desprovistos de su libertad ni de sus bie­ nes. En esta serie de voces positivas también se encuentra, por su­ puesto, la de Bartolomé de las Casas, el religioso que defendió a los indios y denunció la crueldad (española) contra ellos. Una breve historia de esta índole no puede considerarse completa pero es, al menos, sesgada por no mencionar las activi­ dades de los Reyes Católicos ni el papel de la Iglesia en la expul­ sión de los judíos de España o el de tantos otros curas y papas que practicaron o toleraron conductas racistas hacia los pueblos indígenas americanos y, posteriorm ente, hacia los esclavos afri­ canos por toda América. Históricamente, la Iglesia también ha estado profundamente relacionada con las diversas modalidades de dominación colonial y racista de España y de otras potencias coloniales. El hecho de haber tratado y discriminado a los «otros» por no ser cristianos y no por pertenecer a otra «raza», únicamente demuestra que el racismo «racial» y el racismo «cultural» representan, desde sus inicios, un fenóm eno unificado. Por lo que se refiere a la situación actual en España, uno de los pocos documentos que conocemos es un artículo sobre la or­ ganización Cáritas, perteneciente a la Iglesia, que subraya la

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óptim a labor que lleva a cabo entre los trabajadores inmigrantes en España (Herrera, 2000). Carecemos de los datos suficientes que nos perm itan presentar desde otro ángulo las actividades ac­ tuales de cariz religioso institucional en España. N o obstante, la impresión general sobre Cáritas, tam bién por parte de otras O N G y diversas organizaciones de inmigrantes, es bastante po­ sitiva y, por tanto, constituye una muestra de una organización de élite que da buen ejemplo. Claro que se trata de una minoría y carece de poder. Deberíamos apuntar tam bién que el increm ento de la inm i­ gración, particularm ente del N o rte de Africa, supone una pre­ sencia mayor de musulmanes en España. U na de las muchas consecuencias de esta diversidad religiosa es el hecho de que en diversos lugares están apareciendo mezquitas en un país de tradi­ ción predom inantemente católica, lo que es motivo de una con­ ducta intolerante, no siempre ausente de fricciones, com o suce­ de en otras partes de Europa. En efecto, el multiculturalismo no representa un reto sólo en el entorno escolar, sino también en el religioso.

La universidad y su entorno

Por lo que concierne a las universidades, a las instituciones de investigación y, por extensión, al discurso académico, por ahora no disponemos de datos empíricos actualizados que nos perm i­ tan form ular unas generalizaciones fiables sobre racismo acadé­ mico en España. C om o sucede en el caso de la Iglesia, mi im ­ presión, basada sobre todo en la lectura de las publicaciones en prensa y, en especial, en E l País, es que en contadas ocasiones se formulan abiertamente opiniones racistas o xenófobas en este entorno. N o obstante, y com o sucede en los Países Bajos y en otras partes, lo contrario también se da; en el ámbito académico tampoco existe, al menos entre los profesores, algún movimien­

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to antirracista notable. En general, el alumnado es más crítico con el racismo y con las restricciones sobre la inmigración, com o se vio en los encierros en Almería y Sevilla que hemos mencionado anteriorm ente, donde los estudiantes participaron activamente. Este tipo de manifestación suele generar un amplio debate acerca de la situación de los inmigrantes indocum enta­ dos, tanto a nivel local com o nacional. Hasta la fecha los estudios críticos sobre racismo en España son infrecuentes, por no decir inexistentes; el interés suele cen­ trarse en la problemática sobre la inmigración pero no en los de­ talles del discurso o de la práctica racistas. Existen escasos pro­ gramas de estudios académicos que traten explícitamente sobre el racismo aunque cada vez abundan más los que conciernen a la inmigración, el interculturalismo, etcétera. Los únicos datos recientes de los que disponemos sobre racis­ m o «académico» provienen de un estudio cuantitativo sobre las actitudes de los estudiantes respecto de la inmigración, efectua­ do por Calvo Buezas (2001). Se trata del últim o estudio dentro de una serie parecida realizada por el mismo autor entre la po­ blación joven. Sabemos que no hace falta indicar las limitaciones de los sondeos cuando se quiere estudiar actitudes sociales com ­ plejas, debido a la tendencia prevaleciente de responder con co­ rrección política a las preguntas sobre temas delicados tales como la inmigración. N o obstante, este estudio aporta algunos resulta­ dos sobre las manifestaciones explícitas realizadas por los estu­ diantes encuestados. Los resultados más destacables del estudio de Calvo Buezas pueden ser resumidos de la siguiente manera: • Aproximadamente el 90 por ciento de los estudiantes, espe­ cialmente las mujeres, siente antipatía hacia los «cabezas ra­ padas» y los neonazis. • El grupo étnico que sigue gozando de mayor antipatía (par­ ticularm ente entre los hombres) es el de los gitanos, cuyo rechazo entre los estudiantes es de un 36,5 por ciento, se-

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guido del de los «moros» (26,5 por ciento) y el de los cata­ lanes (23,5 por ciento). Los demás grupos y pueblos son re­ chazados a niveles inferiores del 10 por ciento. Así pues, los negros son juzgados negativamente por sólo un 3,7 por ciento de los estudiantes. Nótese que el colectivo feminista es rechazado por un 27,1 por ciento de los estudiantes y, com o era de esperar, más por los hombres (39,4 por ciento) que por las mujeres (17,8 por ciento). • Estas actitudes negativas son más pronunciadas cuando se pregunta a los estudiantes si les im portaría casarse con un miembro de un grupo diferente al suyo. En estos casos tan­ to gitanos com o «moros» son rechazados como consortes por casi la m itad de la población estudiantil mientras que los africanos y latinoamericanos negros reciben el rechazo de un 20 por ciento aproximadamente. Casi nadie m ani­ fiesta tener inconveniente para contraer m atrim onio con un extranjero europeo blanco. • Unas actitudes más radicales, com o la expulsión del país, son compartidas por un 15 por ciento de estudiantes cuan­ do se trata de gitanos y «moros». Por lo que se refiere a los negros, un 5 por ciento de los estudiantes quisiera verlos expulsados. U nicam ente un 4 por ciento votaría por un partido similar al Frente Nacional de Le Pen en Francia o cuya política fuera similar a la suya. • U n 77,4 por ciento de los estudiantes discrepa de la tesis que postula que, históricamente, la raza blanca ha sido la más desarrollada, cultivada y superior a las demás. Quizá sea más interesante resaltar que un 20 por ciento está de acuerdo con esta tesis. • U na gran mayoría de estudiantes (78 por ciento) considera que la sociedad española es racista y la mitad se considera a sí misma algo racista mientras que la otra mitad dice no serlo. • U na mayoría de estudiantes (56,8 por ciento) considera que ya hay bastantes extranjeros en el país y que se debería evi­

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tar que entren más. M enos de un tercio de los estudiantes (30,9 por ciento) no está de acuerdo con esta opinión y piensa que el núm ero de inmigrantes en España es relativa­ mente pequeño y que España puede dar cabida a más. • U na mayoría de estudiantes (71,1 por ciento) no está de acuerdo con la afirmación de que los inmigrantes quitan empleo a los trabajadores españoles aunque una minoría significativa (27,6 por ciento) sí lo cree así. • La conocida asociación de inmigrantes, drogas y delincuen­ cia se acepta explícitamente (41,7 por ciento) y solamente una pequeña mayoría (56,4 por ciento) no quiere culpar a los inmigrantes. También una mayoría (52,2 por ciento) piensa que la inmigración supone más desventajas que ven­ tajas. • La mayor parte de estudiantes (85,4 por ciento) prefiere una sociedad multicultural y mestiza y un número similar tam­ bién perm itiría que los inmigrantes preservaran su propia cultura, aunque un 13,6 por ciento aboga por la asimilación cultural. • U na mayoría de estudiantes (57,7 por ciento) cree que Espa­ ña tiene el mismo número (o similar) de inmigrantes que el resto de países europeos. Sólo un 9,1 por ciento sabe que hay muchos menos inmigrantes en España que en otros paí­ ses europeos. • Para muchos otros temas sobre inmigración, la opinión de los estudiantes en un 70 u 80 por ciento es «políticamente correcta», mientras que entre un 20 y un 30 por ciento no la comparte; entre estos temas se citan, por ejemplo, que los inmigrantes tengan los mismos derechos que los españoles, que puedan reclamar la reunificación familiar, que even­ tualmente sean aceptados y, para los sin papeles, que no sean repatriados a sus países. Las mujeres suelen ser más to­ lerantes que los hombres en sus opiniones, salvo en lo que se refiere a los «moros».

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• En general, la clase media alta suele oponerse más a la inmi­ gración que el resto: por ejemplo, un 35,4 por ciento de los estudiantes de clase alta y un 18,9 por ciento de clases más bajas dice estar contra los «moros». Por otra parte, cuando se trata de averiguar si se debería expulsar a los gitanos o a los inmigrantes, las clases altas suelen estar más a favor de hacerlo que los estudiantes de clase baja. En este caso, la di­ ferencia con las clases medias es, a veces, dramática. • Comparadas con las opiniones de adolescentes, las de los estudiantes universitarios son menos prejuiciadas. A unque los datos del sondeo sobre las actitudes de los estu­ diantes no sean exhaustivos y los estudiantes no representen el entorno académico al completo, estos datos nos proporcionan una idea de lo que pueden ser las actitudes de las élites futuras. Por regla general, los estudiantes se posicionan más a la izquier­ da en política y son más tolerantes respecto de la diversidad étni­ ca y de la inm igración que otras élites de más edad, con lo cual es posible que a medida que pase el tiempo, las opiniones aquí expresadas por los estudiantes se vuelvan menos tolerantes. H e­ mos visto que, en general, la población estudiantil tiende a acep­ tar la multiculturalidad y una sociedad mestiza y que no profesa actitudes contrarias a los extranjeros. Por otra parte, existen todavía unas minorías de peso que sienten antipatía por los gitanos y los «moros», ambos grupos emblemáticos, y desde siempre, punto de mira del prejuicio y del racismo españoles. En comparación con estas actitudes, los negros salen bastante menos mal parados. N o obstante, cuando las imaginarias relaciones pasan a ser reales (matrimonio con una persona de otro grupo), las actitudes pasan a ser m ucho menos positivas. D e las respuestas a las cuestiones de este sondeo se des­ prende que una mayoría cree que en España el núm ero de inm i­ grantes ya es suficiente, y que no debería permitirse la entrada a más (esta opinión tam bién se relaciona con la percepción erró­

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nea que tiene la mayoría de estudiantes españoles acerca del nú­ mero de inmigrantes presentes en España en comparación con otros países de Europa). Del mismo modo, casi la mitad de los encuestados tiende a asociar la inmigración con la delincuencia. Debería subrayarse asimismo que las clases altas y las más bajas tienden a ser las más racistas, evidentemente por razones opues­ tas, com o son, por ejemplo, el distanciamiento cultural y social por lo que respecta a las primeras y por motivos de competitividad en el caso de las más desfavorecidas. Al extraer algunas sec­ ciones de élite de las clases altas, también obtenemos más infor­ mación sobre las actitudes conservadoras étnicas dentro de las élites de clase alta, puesto que, norm alm ente, los estudiantes de clase alta suelen com partir las actitudes sociales de sus padres. Si tenemos en cuenta que las respuestas de los sondeos tien­ den a ser más positivas cuando se trata de preguntas explícitas que cuando los encuestados han tenido ocasión de ser más es­ pontáneos (particularmente dentro de su propio grupo), es muy probable que las actitudes sean, por lo general, menos positivas. Vemos por otra parte que las actitudes xenófobas tienden a ser moderadas, en el sentido de que los racistas más extremos (re­ presentados en la opinión de que los «otros» deben ser expulsa­ dos del país) son, definitivamente, muy m inoritarios. Por regla general, se rechaza tanto la violencia com o a los grupos violen­ tos (cabezas rapadas, neonazis) entre los «nuestros».

Conclusión Si consideramos globalmente la situación étnica en España, y en particular el racismo y el discurso de élite, nuestra conclusión general preliminar, a partir de la limitada cantidad de datos e in­ formes de los que disponemos, es que en este sentido España se ha convertido en un país com o cualquier otro de Europa occi­ dental. En todos los ámbitos de la sociedad y también en los dis­

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cursos de élite se pueden encontrar actitudes y prácticas racistas e ideologías discriminatorias. C on la subida al poder del conser­ vador Partido Popular (y su mayoría absoluta parlamentaria), y dado el desarrollo de una política racista y de derechas en el res­ to de Europa, esta tendencia se ha exacerbado en años recientes. C om o en otros lugares, esta tendencia se suele atribuir al creci­ m iento de la inmigración y, en especial, a los inmigrantes indo­ cumentados. Para com prender el racismo en España es de vital im portan­ cia entender la importancia histórica de la ocupación árabe de la península, su posterior reconquista y la expulsión de los judíos, llevada a cabo por los Reyes Católicos hace más de 500 años y los subsiguientes siglos de colonización racista en América. Es imprescindible conocer este marco histórico para comprender, al menos en parte, el racismo actual en España, dirigido contra «moros» y «sudacas». O tra dimensión histórica notoria y cons­ tante es la presencia de una discriminación ancestral del pueblo gitano, y su problematización y marginación hasta la fecha. U na notable diferencia entre España y la mayoría de países de Europa occidental es la ausencia de un partido racista de dere­ chas. Debería notarse, no obstante, que muchas de las actitudes e ideologías defendidas por este tipo de partidos en otros países encuentran cabida en España, de forma natural, dentro del Par­ tido Popular. En efecto, la asociación que efectúan las élites de liderazgo, empezando por su presidente Aznar, entre inmigra­ ción «ilegal» y delito, amén de otras nociones y políticas, no di­ fieren esencialmente de las de los partidos racistas de derechas en otros lugares. En las regiones autonómicas, como la vasca y la catalana, algunas fuerzas más conservadoras del nacionalismo po­ lítico o lingüístico pueden exacerbar aún más el nacionalismo estatal del gobierno central y del partido conservador de M a­ drid. En comparación con, por ejemplo, el racismo de los tabloi­ des de Gran Bretaña o de Alemania, los informes actuales y mis

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propias observaciones sugieren que el racismo discursivo en los medios de comunicación españoles suele ser moderado, particu­ larmente en la prensa más progresista. Los puntos de vista explí­ citamente racistas no suelen tener acceso a los medios mientras que las voces antirracistas, por ejemplo sobre la política de inmi­ gración, nacional o europea, son bastante comunes. Predominan los informes acerca de la inmigración irregular y sobre diversos debates políticos y legales relativos a la inmigración. Se informa sobre el delito y la violencia practicados por los inmigrantes aunque no se trata de un tem or dominante. Por otra parte, el racismo no es una problemática establecida y las informaciones relativas al mismo suelen limitarse a los actos de racismo violentos o a los de discriminación muy evidentes. El racismo de élite cotidiano, presente en muchas instituciones y organizaciones, no es tampoco un tema mediático predominan­ te. La conclusión general, por lo que se refiere a la prensa espa­ ñola, es que ni es explícitamente racista ni explícitamente antirracista, y que tiende a emplear estereotipos en sus artículos sobre inmigrantes y sobre los eventos más espectaculares, como la llegada de pateras a la costa española cuando cruzan el Es­ trecho de Gibraltar. Ello tam bién significa que los periódicos liberales de mayor tirada manifiestan, en alguna ocasión, sus opi­ niones antirracistas de forma más explícita y que la prensa con­ servadora publica artículos más explícitamente xenófobos mani­ festando su apoyo a la política antiinmigrdción del gobierno actual. Para las demás fuerzas de élite en España, disponemos de muy pocos datos (discursivos). Los escasos ejemplos que tene­ mos a mano acerca del discurso de élites empresariales apunta que, por regla general, no rechazan a la inmigración siempre y cuando represente mano de obra barata. En el ámbito laboral y a nivel de interacción cotidiana entre patronos y obreros extranje­ ros, existen evidencias de una amplia discriminación y del pre­ juicio con inclusión de ataques (verbales) racistas frecuentes y

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otros tipos de discurso discriminatorio de la inmigración. Respecto a otros ámbitos elitistas, como el educativo, el judi­ cial, el de la investigación, el eclesiástico, el policial, el militar y las burocracias estatales, entre muchos otros, aún no disponemos de datos suficientes para llegar a conclusiones generales. Hemos encontrado algunos indicios que sugieren la preferencia de los jóvenes académicos en general por una sociedad multicultural y la manifíestación de pocos prejuicios hacia los negros; no obs­ tante, también es cierto que existen minorías significativas fuer­ tem ente prejuiciadas contra los gitanos y los «moros», particular­ m ente a la hora de establecer unas relaciones personales más estrechas. Asimismo, y al igual que para el resto de la población, la mayoría de jóvenes académicos se opone al crecimiento de la inmigración. C on la llegada de un mayor núm ero de niños de distintas culturas y países, el sistema educativo está pasando cier­ tas estrecheces y los esfuerzos que se realizan en la actualidad para implementar una política y una práctica más multiculturales se limitan con frecuencia a contemplar las diferencias lingüísticas y culturales como inconvenientes, en lugar de considerarlas con­ tribuciones valiosas en el establecimiento de la diversidad, tanto en las escuelas com o en la sociedad. También disponemos de al­ guna evidencia que demuestra que, particularm ente a niveles institucionales superiores de la tradición eclesiástica y judicial, si­ gue habiendo fuertes actitudes de élite contra la inmigración, la integración y la sociedad multicultural. Para todos estos ámbitos será preciso investigar m ucho más a fondo a fin de obtener unos datos más extensos y fiables que nos perm itan establecer cuáles son las formas prevalecientes de discurso de élite y racismo en España. Los datos tam bién confirm an que las actitudes étnicas cam­ bian tan rápidamente com o la situación étnica. En tan sólo unos años, las opiniones políticas, los medios y la población en gene­ ral han sufrido transformaciones, dramáticas en algunos casos, hacia un posicionamiento más intolerante e incluso más explíci­

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tam ente racista. La inmigración, la integración y el increm ento de una presencia visible de personas procedentes de otros países, culturas o continentes se han convertido en temas del lenguaje hablado y escrito prominente, tanto en la conversación cotidia­ na com o en el discurso de élite, y representan un verdadero de­ safío para la sociedad española.

Racismo y discurso de élite en Latinoamérica

Introducción El racismo latinoamericano y el europeo tienen muchas caracte­ rísticas comunes, entre otras razones porque también en Am éri­ ca Latina quienes lo practican suelen ser de ascendencia europea y com parten una ideología similar sobre los no europeos. N o obstante, también existen particularidades históricas, económ i­ cas, sociales y culturales, y también hay diferencias entre los dis­ tintos países latinoamericanos que deben ser señaladas desde el prim er mom ento: • Los racismos latinoamericanos son sistemas de dom inio étnico-racial cuyas raíces históricas se enclavan en el colonia­ lismo europeo así com o en su legitimación, es decir, en la conquista, la explotación y el genocidio de los pueblos in­ dígenas amerindios y en la esclavitud de los africanos, idea incluida en el «colonialismo europeo». • En Europa, el racismo suele dirigirse contra los «extranje­ ros» que son «distintos», mientras que en Latinoamérica son los propios inmigrantes europeos quienes discriminan a los

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pueblos indígenas y, asimismo, a los «extranjeros distintos» de origen africano. • D ebido a los complejos patrones de la mezcla de razas, las estructuras de dom inio étnico-racial no implican única­ m ente a los «blancos» (europeos), por una parte, y, a los «no blancos» (no europeos), por otra, sino también a los mesti­ zos y los mulatos de aspecto, estatus y poder muy diversos que pueden aparecer com o agentes, colaboradores o vícti­ mas del racismo, según el contexto. • Además de los colonos europeos y de sus descendientes son muchos los extranjeros de otros países y culturas que han emigrado a Latinoamérica: chinos, japoneses, coreanos, libaneses y otros árabes, hindúes, etcétera. Junto con los ju ­ díos sefardíes y ashkenazí que emigraron a Latinoamérica en distintas épocas, todos ellos en su conjunto pueden ha­ berse visto involucrados de distintas maneras en episodios de desigualdad étnica, ya sea com o víctimas del «eurorracismo» (el racismo practicado por los europeos «blancos» y sus descendientes) o com o agentes activos en la discriminación a los pueblos indígenas y afrolatinos. • A unque ésta sea una compleja variedad de prejuicios, dis­ criminaciones, etnicismos o racismos, la tónica general prácticamente en todo el continente americano, es la exis­ tencia de grupos de gente de mayor apariencia europea que discrimina a los de m enor apariencia europea. En este sen­ tido, el racismo latinoam ericano opera como una variante del racismo europeo. • A pesar de la prom oción oficial del «mestizaje» en algunos países y del orgullo, dentro de un contexto internacional, sobre la com ún identidad «latina», la ideología del racismo euroamericano tiende a asociar el hecho de ser blanco o de apariencia más (norte) europea con unas cualidades y unos valores más positivos, com o la inteligencia, la habilidad, la educación, la belleza, la honradez, la amabilidad, etcétera.

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Por el contrario, un aspecto físico menos europeo se asocia con la fealdad, la pereza, la delincuencia, la irresponsabili­ dad, la incultura, la necedad, etcétera. • El racismo latinoamericano se vincula y, por tanto, a m enu­ do se confunde (y se excusa) con la idea de clase social. La tendencia mayoritaria postula que la jerarquía de clase se suele corresponder con la «jerarquía de color». Las personas de aspecto africano o amerindio suelen ser las más pobres y, en general, su acceso a los escasos recursos sociales y su control sobre ellos son menores. Aunque esta es la tenden­ cia general, en algunas ocasiones, la raza/etnicidad y la cla­ se no van de la mano. Existen muchas discontinuidades y contradicciones dentro de tan intrincado sistema de fuerzas sociales que, además, pueden variar según los países, e in­ cluso de una región a otra. • Esta compleja asociación de la desigualdad de la raza con la de clase también significa que la clase, el estatus u otras for­ mas de poder material o simbólico puedan compensar has­ ta cierto punto la desigualdad de «raza»; por ejemplo, un negro rico o famoso puede ser considerado en algunos contextos com o «menos negro» y recibir un trato privile­ giado. Este es el caso en particular de algunos personajes negros famosos de otros países, por ejemplo de Estados Unidos. • D e la misma manera que una persona puede ascender en la jerarquía racial por mejorar su posición en la jerarquía de clase, existen otros procesos de «blanqueado» entre los que se incluyen promover la inmigración europea, los matrim o­ nios interraciales, etcétera. • Este sistema de clasismo-racismo se combina estructural­ m ente con el sexismo y la dominación masculina; por tan­ to, la mayoría de los patrones de dominación mencionados, afectan especialmente a las mujeres. • Tal com o sucede con el racismo en Europa, en Latinoamé­

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rica tam bién es habitual negar o disimular su práctica, com o sucede al atribuir a la clase las diferencias de poder, posición o estatus. • Sigue siendo una creencia m uy extendida, en especial entre las élites de los grupos dominantes «más blancos» (y no úni­ camente en Brasil), que su país es una «democracia racial» o que las relaciones raciales en su país son más cordiales y be­ névolas que en Estados U nidos o Europa. • El racismo latinoam ericano es una mezcla variable de fac­ tores «raciales» y «étnicos»: el prim ero acostumbra a dirigir­ se con mayor frecuencia en contra de los pueblos de ascen­ dencia africana, el segundo afecta a los indígenas que son percibidos socioculturalmente (e incluso geográficamente) com o más alejados y distintos a los grupos dominantes (blanco, mestizo, mulato), por lo que son definidos fre­ cuentem ente com o los verdaderos «otros». D entro de los patrones de dom inio del racismo cotidiano en Latinoamé­ rica, el aspecto («raza») y la cultura suelen entrelazarse y convertirse en una sola cosa, es decir, en que son «diferen­ tes» de «nosotros». • La realidad económica y sociocultural del racismo en Lati­ noam érica se basa en formas de discriminación tales como la subordinación, la marginación o la exclusión, que deri­ van en una distribución desigual tanto de los recursos de poder material como de poder simbólico. Así, por lo gene­ ral, las personas de aspecto africano o indígena tienen un acceso limitado al capital, a la tierra, al trabajo, a la vivien­ da, a la educación, a la información, al estatus, a la fama, al respeto, etcétera. • Este sistema de discriminación o de racismo cotidiano se fundamenta y se legitima mediante una ideología del racis­ m o que com prende muchos conceptos, normas, valores y actitudes sobre las jerarquías de raza, color y etnia m encio­ nadas anteriorm ente.

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• D onde hay racismo suelen surgir corrientes de antirracismo, y Latinoamérica no es una excepción. Históricamente las víctimas del racismo han adoptado un papel activo a fin de escapar o de resistirse a la esclavitud y a otras formas de dom inación o de explotación. En la actualidad, tanto los indígenas com o los negros se agrupan frecuentem ente en organizaciones que se oponen al racismo, así consolidan su propio poder e identidad y, en general, abogan por la pro­ tección de los derechos humanos, la igualdad y la democra­ cia. De forma parecida, también en las élites dominantes blancas, hay organizaciones que luchan activamente contra el racismo y manifiestan su solidaridad con las mayorías y las minorías discriminadas. Gracias a estas formas de defensa de la diversidad etno-racial y al antirracismo en auge, algu­ nos países latinoamericanos han podido establecer, recien­ temente, ciertas modalidades de poder compartido e incluso se ha pactado a nivel legislativo y constitucional, tal es el caso de México, Colom bia, Venezuela y Brasil. A pesar de que, en el ámbito de la política, muchas de estas iniciativas siguen siendo retóricas y que los cambios reales sean lentos o prácticamente inexistentes, debe reconocerse una tenden­ cia general hacia un cambio de actitudes, hacia una concienciación y unas prácticas cotidianas más sensibilizadas, lo cual hace que el racismo se perciba de forma menos obvia, más sutil, lo que dificulta combatirlo, como ocurre en Euro­ pa y Estados Unidos. Estos principios son obviamente muy genéricos y tienen múltiples variantes locales y excepciones. Para cada región y país precisan adaptarse a la realidad de grupos específicos, a las formas de dom inación y a los contextos socioculturales que se hayan desarrollado históricam ente en cada uno de ellos. (Aunque no existe prácticamente ningún estudio general de racismo en Lati­ noamérica, se puede consultar por ejemplo: Domínguez, 1994;

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Knight, 1996; M inority R ights Group, 1995; Sagrera, 1998; Stonich, 2001; Wade, 1997; W hitten y Torres, 1998; además de las referencias específicas para cada país que se incluyen al final de este capítulo.)

Diferencias contextúales

Así pues, el racismo hacia los pueblos indígenas de M éxico es distinto del que sufren los mulatos en Brasil, los peruanos o bo­ livianos que emigran a Argentina para trabajar. Los negros co­ lombianos sufren el racismo cotidiano de distinta manera que los brasileños, nicaragüenses o cubanos. Los negros en Brasil, Vene­ zuela o Colom bia tam bién experim entan un racismo distinto a los indígenas dentro del mismo país. M ucho de lo dicho hasta ahora no vale en la zona sur del Caribe, donde varios países o islas no tienen virtualm ente nin­ gún tipo de dom inación europea blanca pero donde sin embar­ go encontramos otras modalidades de predom inio etno-racial. Nos referimos, por ejemplo, a los casos de Surinam, Guayana, Trinidad y Tobago donde, además de africanos, amerindios y europeos tam bién conviven grupos del sur de Asia, lo que con­ form a una compleja estructura etno-racial (Premdas, 1995). Puesto que este capítulo se centra en Latinoamérica y, en parti­ cular en aquellos países más vastos del centro y del sur de Amé­ rica, no nos detendremos demasiado en el análisis concreto del racismo en los países del Caribe. En ciertos países com o en Argentina, Chile y Brasil, los gru­ pos indígenas son pequeñas minorías mientras que en otros for­ man parte de un grupo más numeroso com o ocurre en Perú y en muchos países de Am érica central. Esto puede extenderse a los de ascendencia africana, que son pequeñas minorías en M é­ xico y en el C ono Sur pero que representan grandes minorías o mayorías en Brasil y en el Caribe.

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Judíos

Puesto que el antisemitismo no es el tema central de este libro, nos limitaremos a apuntar sus rasgos generales. Para un análisis específico se pueden consultar: Elkin (1987) y Elkin y Sater (1990). C om o hemos m encionado brevemente en el capítulo anterior, la presencia de los judíos sefardíes en Latinoamérica se puede rem ontar a los primeros años de la conquista española, que coincide con la expulsión de los judíos de España. En el transcurso del tiempo, los judíos ashkenazí procedentes de otras partes de Europa se unieron a los exiliados como conse­ cuencia de la persecución nazi a partir de los primeros años de la década de 1930. El destino de los judíos en los países latinoame­ ricanos ha sido tan dispar com o la variedad de países y de sus respectivos regímenes políticos, desde Cuba y M éxico hasta Bra­ sil y Argentina (véanse, entre otros estudios: Lesser, 1995; Levine, 1993; Loker, 1991). Aunque muchas comunidades judías, la mayoría de las cuales son bastante pequeñas, están integradas en mayor o m enor grado donde residen, a menudo se advierte cier­ ta rémora, reciben un trato distinto y es posible que todavía se les siga discriminando (Elkin, 1987). Las minorías indígenas y afroamericanas consideran a los j u ­ díos com o «blancos» y, si han prosperado, también como miem­ bros de las élites que, por tanto, pueden discriminarles. Por otra parte, tal com o sucede en Europa y en Estados Unidos, los j u ­ díos en Latinoamérica tienden a comprometerse con los movi­ mientos antir racistas. La inmensa mayoría de los judíos latinoamericanos (unos 200.000) vive en la actualidad en Argentina, donde su centro cultural (AMIA) sufrió un ataque terrorista el 18 de julio de 1994, en el que m urieron 86 personas y otras 300 resultaron he­ ridas, dos años después de que una explosión en la embajada de Israel en Buenos Aires matara a 29 personas y dejara heridas a 242. La investigación de estos hechos se vio frustrada durante

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años, debido a la supuesta implicación de la policía argentina en una conspiración que, en la actualidad, se ha relacionado con agentes sirios y cuyo objetivo era persuadir al presidente M enem para que cambiara su política pro-israelí. Aparte de estos ataques terroristas, los judíos argentinos son víctimas de formas cotidia­ nas del antisemitismo practicado por la población argentina (Avni, 1986; Gardosky, 1988; Kleiner, 1984; M irelman, 1990; Senkam, 1989).

Otras comunidades inmigrantes

Son varias las comunidades inmigrantes en Latinoamérica que pueden ser objeto de discriminación por parte de los latinos europeos; entre estas comunidades se cuentan los coreanos en Argentina, los japoneses en Brasil, los indios asiáticos en el Cari­ be o los libaneses y otros árabes y orientales en toda Latinoamé­ rica. C om o sucede con los mestizos, mulatos y judíos, cuando estas comunidades ocupan, o se les asigna, posiciones sociales «in­ termedias», pueden ser tanto víctimas del racismo europeo como agentes activos de la discriminación de los negros o los pueblos indígenas, según sea su clase, estatus social o poder económico. Lamentablemente los datos de que disponemos no son suficientes para explicar este tipo de racismo o etnicismo (véase: Baltazar Rodríguez, 1997; Cazorla, 1995; Gómez Izquierdo, 1991; Greiber, M alufy Mattar, 1998; Lone, 2001; Look Lai, 1998). Finalmente, y también dentro del contexto latinoamericano, podemos referirnos a la migración entre países, generalmente de los más pobres a los menos pobres; ello significa que mucha gen­ te de Perú, Bolívia y Paraguay se han desplazado a Argentina en busca de empleo, al menos hasta poco tiempo atrás, antes de que la economía argentina también se hubiera debilitado. Lo mismo puede decirse de los peruanos y bolivianos que emigraron a Chile. Por lo que respecta a Argentina, veremos a continuación

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con más detalle cóm o estos inmigrantes pobres (a m enudo de marcados rasgos indígenas) suelen recibir tratos discriminatorios similares a los recibidos por los inmigrantes en Europa.

Los agentes del racismo

Además de las diferencias entre las víctimas del racismo en Lati­ noamérica, también hay que considerar, entre quienes participan activamente en este tipo cotidiano de dominación, la divergen­ cia de los patrones de com portamiento. En M éxico o Brasil, por ejemplo, existe una diferencia notable entre el racismo tal vez más sutil y simbólico de las élites de las capitales y otras modali­ dades, a veces más violentas, com o la de los terratenientes, por ejemplo en Chiapas o en la región amazónica. El racismo de las élites argentinas hacia los inmigrantes trabajadores y pobres de los países vecinos se practica y se legitima de una manera distin­ ta al que tiene por objeto a los argentinos pobres que viven en las mismas barriadas míseras de los inmigrantes («villas»). El ra­ cismo de la clase alta blanca de Sao Paulo contra los negros y los mulatos de la ciudad (o en Bahía cuando están veraneando) es bastante distinto del que demuestra el nordestino blanco y pobre a su convecino indígena. De hecho, existen incluso modalidades de racismo muy diferentes entre las propias élites blancas de Sao Paulo; por ejemplo, entre un profesor universitario de izquierdas y un gerente de empresa conservador. Estas diferencias locales y regionales de los partícipes, dispari­ dad de clase, de profesión, de educación, de ideología política y, también, en lo relativo a la interacción contextual, definen una infinita variedad de modalidades de racismo. De ahí que utilice­ mos la palabra «racismos», en plural, cuando hablamos de la si­ tuación en Latinoamérica. Por el mismo motivo, nos referimos a «racismo(s)» y no a «etnicismo», porque los racismos en Latinoa­ mérica no suelen ser únicam ente culturales sino que tienen un

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com ponente de apariencia «racial», incluso cuando, por ejemplo, las diferencias culturales, y por extensión «étnicas», con la pobla­ ción indígena trasciendan a su apariencia física. Esta inmensa diversidad de formas de dom inio y de exclu­ sión en contextos concretos no suele diferenciarse de los patro­ nes de discriminación de clase o de género. Lo cual no significa que el racismo latinoam ericano no exista o que no puedan ha­ cerse generalizaciones, antes bien, las características generales del racismo formuladas anteriorm ente son aplicables a la mayoría de los países y de las situaciones. Esto, precisamente, nos perm ite hablar de racismo en todas estas circunstancias. Los detalles más relevantes se encuentran, por supuesto, en los contextos y en las experiencias específicas así com o en las formas particulares de representación del racismo en cada país, región y situación so­ cial, y veremos cóm o dicho racismo (o antirracismo) se mani­ fiesta en el discurso.

Discurso de élite y racismo en Latinoamérica Desde el trasfondo hasta aquí explicitado, investigaremos de ma­ nera concisa algunas características del discurso de élite y racismo en diversos países latinoamericanos, concretam ente en México, Argentina, Brasil y Chile. C om o hemos indicado anteriorm en­ te, podem os esperar similitudes con el discurso de élite y racis­ m o en Europa y Norteam érica aunque, probablemente, también existan particularidades y diferencias en los distintos países de Latinoamérica. Considerando los patrones generales de racismo en Latinoa­ mérica, resumidos anteriorm ente, cabe suponer que las élites la­ tinoamericanas y sus discursos sean una parte de la problemática tratada, así com o confiamos en que form en parte de la solución. Si, en efecto, el racismo en Latinoamérica es mayoritariamente «blanco» y si las élites dominantes son también «blancas» (o «más

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blancas que...»), existen no pocos motivos para suponer que el discurso dom inante sea coherente con dicha tendencia. Supon­ dría, en efecto, una contradicción que el racismo político, eco­ nómico, social y cultural sólo se reprodujera de manera no verbal, es decir, sin las condiciones discursivas e ideológicas necesarias para la legitimación de tales racismos y para la formación y el cambio de estas ideologías racistas. D icho esto, el racismo de élite puede diferir del europeo. Es posible imaginar, por ejemplo, que algunas de las élites «simbóli­ cas», entre ellas la prensa y el entorno académico, tiendan a ser más antirracistas que en Europa, form ando un grupo disidente respecto a los políticos y a los gestores empresariales. Si éste fue­ ra el caso, el papel especial desempeñado por los periodistas y los académicos podría explicarse desde la diferente posición cultural y sociopolítica que ocupan, por ejemplo porque gozan de más credibilidad moral o política que los políticos, los jueces o los empresarios. Así pues, en Argentina es bastante com ún aceptar que los profesionales de la prensa de prestigio hayan adquirido entre la población la autoridad y la credibilidad que ya no tienen los po­ líticos al haber denunciado, por ejemplo, la corrupción política y la desigualdad social. En principio esta actitud podría exten­ derse a la denuncia del racismo político y algunos otros, pero también puede ocurrir lo contrario. Si un periodista representa la voz del pueblo y tiene la impresión de que el resentimiento popular contra la inmigración o contra un grupo m inoritario se extiende a un amplio segmento de la población, es posible que pierda su credibilidad y su prestigio ético por haberse distancia­ do excesivamente de estos sentimientos populares. U na de las tesis principales de este libro es que la tendencia general del racismo va de arriba a abajo, es decir, que está preformulado, posiblemente de un m odo bastante moderado, por las élites simbólicas en general y por los políticos y los medios de comunicación en particular. En otras palabras, es difícil suponer,

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tam bién en Latinoamérica, un racismo popular carente de preformulaciones racistas, cuanto menos, en una parte de los m e­ dios. El racismo se aprende y, por tanto, se enseña, no surge espontáneamente a partir de las experiencias cotidianas. La so­ ciedad necesita categorías sociales de diferencia, criterios de su­ perioridad, pautas, es decir, una legitimación para su racismo. Los medios masivos y los discursos políticos o didácticos son las fuentes principales de estos procesos de com unicación y de re­ producción del racismo. Si el racismo de élite en Latinoamérica es menos notable que en Europa occidental, o si se considera únicamente circunscrito a unos sectores concretos de la población (a los políticos, por ejemplo), aún queda por explicar de qué forma se puede repro­ ducir y extender al resto de la población. Podría formularse una explicación en términos de cambio histórico: el racismo popular («juicioso») puede estar más difundido en Latinoamérica que en Estados U nidos o que en Europa, no sólo por el hecho de que las experiencias intensivas «interraciales» sean más frecuentes en lo cotidiano, sino también porque las ideologías populares subya­ centes pueden derivarse de discursos de élite racistas precedentes, por ejemplo, de los discursos políticos, mediáticos o científicos. Es decir, que las élites, o algunas de ellas, quizá hayan cambiado su ideología en las décadas últimas a causa de los acontecimien­ tos sociopolíticos internos (la desaparición de algunas dictaduras) o bien por la influencia de los movimientos en defensa de los derechos civiles en Estados Unidos, o por una actitud crítica con los crecientes acontecimientos racistas en Europa. Es posible que las actitudes populares étnicas actuales no hayan advertido aún estos cambios. Dejaré de especular acerca de si el racismo y el discurso de élite en Latinoamérica difieren de los presentes en Europa y Es­ tados Unidos, para poder examinar los datos que hemos encon­ trado en algunos estudios sobre discurso de élite y racismo en Latinoamérica.

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Es im portante recordar, sin embargo, que el racismo en Lati­ noamérica tiene sus raíces históricas en el colonialismo europeo, así com o sus creencias racistas y su práctica. Además de otros desmanes e injusticias, el racismo fue «importado» por los espa­ ñoles, holandeses, portugueses y otros europeos, que llegaron com o conquistadores o colonos, y sus descendientes ayudaron a perpetuarlo, ju n to con tantos otros que aprendieron a ejercer el poder y a legitimar su abuso, aduciendo diferencias étnicas y «ra­ ciales» (Lewis, 1995). Pero al mismo tiem po hay que destacar que los racismos ac­ tuales en Latinoamérica no constituyen un mero legado de la dominación colonial o neocolonial. C on algunas transformacio­ nes en términos de virulencia, de expresión y de selección de las víctimas, se desarrolla en todos los países del Caribe y de Sudamérica. Su práctica cotidiana afecta a la existencia de millones de indígenas y de africanos latinoamericanos y conforma el orden social y político de muchos países del continente. Con otras cau­ sas, está en la raíz de la pobreza y la discriminación desde M éxi­ co hasta el C ono Sur. Hasta aquí hemos señalado que el racismo proporciona la es­ tructura explicativa fundamental de la innegable experiencia y observación cotidianas prácticamente en todos los países de La­ tinoamérica, es decir, que (más) blanco significa «mejor» y (más) negro o (más) indígena significa «peor» sea cual sea el ámbito so­ cial y el tipo de experiencia. N o se trata de una evaluación esté­ tica superficial, sino de una simple regla com ún que resume una generalización profunda de la jerarquía social y de la dom ina­ ción, según la cual, a un mayor aspecto físico europeo, se corres­ ponden más posibilidades de éxito y prestigio social en todos los sectores, político, empresarial, educativo, etcétera, mientras que los «otros» perm anecen relegados a los rangos inferiores o a los escalafones más bajos de la jerarquía. Por supuesto, la «raza», la etnicidad o el color no son las úni­ cas fuerzas organizativas sociales en Latinoamérica y, com o he­

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mos señalado, están inextricablemente entrelazadas con los con­ ceptos de casta, clase y género en la reproducción de las comple­ jas estructuras socioeconómicas, políticas y culturales de cada país y región. Además, estos conceptos tienen una función va­ riable en el Caribe, o en Brasil, donde muchas personas son des­ cendientes de africanos, en Perú, donde la mayoría de la población es indígena, o en Argentina, donde gran parte de la ciudadanía es de origen europeo. Aparte de las raíces comunes, una de las múltiples caracterís­ ticas que el racismo latinoamericano comparte con el europeo es su asidua negación por parte de las élites blancas o mestizas, tan­ to en el discurso político com o en el académico y también en las conversaciones corrientes (Dulitzky, 2000). Hemos visto que la explicación habitual (y juiciosa) para justificar la pobreza y la marginación de los pueblos indígenas y de los descendientes africa­ nos es que se debe a su pertenencia a una clase social determina­ da, y no a su color o a su raza. El hecho de que algunos negros sean ricos y famosos, por ejemplo en Brasil, o que algún indí­ gena se convierta en presidente de la nación, com o sucedió en M éxico o actualmente en Perú, todavía se interpreta com o la prueba evidente de que el color o la «raza» no son un im pedi­ mento. Tomando com o referencia las experiencias cotidianas de los indígenas y de los negros en Latinoamérica, además de basarme en abundante investigación especializada, sostendré, en lo que queda de este capítulo, que en Latinoamérica las variantes parti­ culares del racismo representan una im portante dimensión de la vida cotidiana y de su estructura social. Es posible que el racismo no tenga su origen en «razas» cons­ truidas de distintos modos sino en las percepciones sociales del color o del aspecto, así com o en las diferencias étnicas com o el lenguaje, la religión o las costumbres. Aun cuando muchos lati­ noamericanos declaran ser y sentirse mestizos, por lo que el concepto de racismo basado en la diferencia y en la dominación

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no tendría sentido, debo interpretar estas negaciones com o sín­ toma, precisamente, del problema del racismo. Este capítulo tam bién está escrito para apoyar las crecientes protestas, los movimientos sociales y la investigación académica crítica, que se proponen cuestionar estas negaciones y contrastar los mitos recurrentes sobre la democracia y la igualdad racial, se­ gún constan en las constituciones y en muchos de los discursos dominantes del ámbito político, mediático y académico latinoa­ mericanos (para un detallado recuento de las negaciones oficia­ les sobre el racismo y la discriminación en Latinoamérica hasta la fecha, véase el excelente informe de Dulitzky, 2000).

Racismo discursivo El objetivo concreto de este capítulo es el de explicitar algunas de las características del racismo en Latinoamérica mediante el análisis de algunos ejemplos del discurso de élite en la política, los medios y otros ámbitos del discurso dominante. Si la nega­ ción es una de las características de este racismo, esto también se mostrará en el discurso, por ejemplo, en negaciones explícitas, en mitigaciones, eufemismos, explicaciones alternativas sobre la desigualdad y otras formas de negación. Por otra parte, dicho análisis debería explicitar las creencias subyacentes que forman la base sociocognitiva del racismo latinoamericano, así com o los criterios que emplean los integrantes de los grupos dominantes y de las instituciones, con el objetivo de excluir, marginar o problematizar a los grupos dominados. Es innecesario recalcar que, en la sociedad, el discurso no es la única, ni la más im portante o más incisiva manifestación de racismo. Decididamente, no es mi intención reducir el racismo a sus prácticas discursivas ni localizar la mayor parte de sus explica­ ciones en textos y expresiones orales. En todas partes, y de m odo m uy particular en Latinoamérica, el racismo se manifiesta

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principalmente en las prácticas sociales cotidianas de discrimina­ ción, exclusión y problematización, que dan lugar a una desi­ gualdad social manifiesta en la falta de viviendas dignas, de servi­ cios sanitarios, de educación, de empleo o de ingresos. Ante todo, el racismo cotidiano en Latinoamérica significa pobreza material más que marginación discursiva. En efecto, gran parte del discurso oficial, por ejemplo en política y en los medios, puede parecer sorprendentem ente antirracista. Por otra parte, de forma similar a lo que ocurre en Europa y Estados Unidos, el racismo de élite con frecuencia se ampara en el discurso, se adquiere a partir suyo o incluso se legitima en él. Precisamente a través de este discurso los miembros de un gru­ po dom inante aprenden las ideologías dominantes de su círculo, sus normas, valores y actitudes, las cuales organizan, día a día, las prácticas sociales de la exclusión y de la discriminación. La d iscrim in a c ió n cotidiana tiene sus razones y éstas n ecesitan ser aprendidas, reproducidas y legitimadas dentro del grupo dom i­ nante. Así, las representaciones sociales prevalecientes acerca de la población de negros o indígenas no son las únicas razones para que sean tratados de form a distinta, también deben consi­ derarse los diferentes discursos elitistas de los grupos dom inan­ tes. Es decir, a pesar de que tales discursos no constituyan la principal manifestación de racismo en las experiencias cotidia­ nas de los dominados, su análisis perm ite com prender aspectos decisivos de los mecanismos ideológicos de la reproducción del racismo. La predom inante negación del racismo en Latinoamérica no sólo significa que los estudios sistemáticos al respecto son esca­ sos, sino además que sus formas discursivas hasta la fecha apenas han sido estudiadas. Por este motivo no disponemos de un cuer­ po de investigación rigurosa de cada país latinoamericano sobre los discursos dominantes, ya sean políticos, mediáticos, educati­ vos, científicos, corporativos, legales, o sobre las gentes indígenas o negras. En realidad, estos insuficientes estudios se limitan a un

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puñado de tesis locales, doctorales o magistrales, difíciles de ob­ tener, o cuya inform ación bibliográfica a nivel internacional es mínima. M uchos de nuestros datos han sido recabados a partir de publicaciones heterogéneas en Internet donde, a menudo, las de organizaciones m inoritarias es bastante reveladora del racismo cotidiano en Latinoamérica. O tro motivo para la escasez de publicaciones sobre racismo discursivo en Latinoamérica es que la mayoría de los estudios re­ levantes sobre relaciones raciales han sido llevadas a cabo por so­ ciólogos o por antropólogos, locales o extranjeros, cuyo objetivo primordial es la investigación de los grupos étnicos propiamente dichos y no los patrones de abuso de poder de las élites dom i­ nantes. El racismo y otras formas de marginación representan, ciertamente, una im portante dimensión del estado en que se ha­ llan los pueblos negros o indígenas, pero no siempre se conside­ ran com o tales en su interacción cotidiana con los miembros de los grupos dominantes y, por tanto, no son verbalizados en estos términos por los propios miembros de los grupos étnicos m ino­ ritarios. M uchos científicos sociales parecen estar más interesa­ dos en estos aspectos sociales de la pobreza y de la desigualdad (estén o no conceptualizados en un marco de racismo) o en di­ mensiones culturales com o el lenguaje, la literatura, el arte o la religión de los grupos étnicos minoritarios, que en los discursos de élite dominantes sobre la política, los medios o la educación. En otras palabras, mi interés se centra en el estudio de los grupos blancos dominantes y su discurso antes que en los pueblos ne­ gros o indígenas. Por el contrario, a pesar de la amplia atención latinoamerica­ na por el discurso y el análisis del discurso (se trata, en efecto, de la única región en el m undo que dispone de su propia asociación de análisis del discurso, la ALED), la mayoría de lingüistas y de analistas del discurso se han dedicado hasta la fecha a estudiar otros de sus aspectos, com o la comunicación en las aulas o, qui­ zá, el discurso político.

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Se trate de Europa o de Latinoamérica, el racismo no forma parte inherente de las experiencias vitales cotidianas de las élites académicas blancas, con lo cual raramente suscita un interés di­ rectamente personal en el estudio de textos y expresiones orales del propio grupo. Cabe añadir que se trataría potencialmente de una modalidad de autocrítica amenazadora que los pondría en una situación incómoda. En lo que sigue, nuestra exposición se ocupará de cada uno de los países por separado, ya que nos proponemos describir y explicar las diferencias históricas y locales de los diversos tipos de racismo y de los grupos de gente involucrados. N o obstante, puesto que no disponemos de datos sistemáticos ni siquiera en lo que se refiere a los países y regiones más relevantes y no desea­ mos ser repetitivos, seleccionaré algunos estudios que abarcan distintos tipos de discurso para varios países, a fin de dar cuenta del estado del racismo discursivo en Latinoamérica. D onde pare­ ce necesario agregaré la inform ación pertinente para indicar cuándo o cóm o estos discursos se diferencian entre sí en diversos países o regiones del continente. Es evidente que no podremos aportar en este escueto ensayo más que una breve y superficial reflexión del racismo discursivo en Latinoamérica. En efecto, cada país se merecería, cuanto m e­ nos, un com pleto m onográfico para empezar a com prender las complejidades de los múltiples tipos de textos y expresiones ora­ les de las élites que contribuyen a la reproducción (y a la resis­ tencia) del racismo y del etnicismo en cada país. Ello significa que sólo estudiaremos algunos países y únicamente algunos tipos de discurso que, además, representan solamente un análisis preli­ minar. En el futuro será preciso realizar una investigación más intensa que aporte los detalles necesarios acerca del racismo dis­ cursivo en los diversos países de Latinoamérica.

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Discurso político El discurso político en Latinoamérica, igual que en Europa, acostumbra a ser público y oficial. Ya por tem or a perder algu­ nos votos importantes, ya debido a las ideologías oficiales de la democracia racial, del pluralismo y de la tolerancia, o simple­ m ente por motivos de corrección política, los políticos latinoa­ mericanos apenas hacen uso del menosprecio explícito contra los grupos minoritarios. Al contrario que en Europa, quizá con la excepción de Argentina (Margulis y Urresti, 1998), la inm i­ gración «extranjera» en Latinoamérica no se recibe com o una amenaza desde un amplio sector de la población, por consi­ guiente, tampoco representa una preocupación política grave ni un tema populista que pueda utilizarse con un interés táctico. La histórica inmigración de los europeos fue a m enudo interpreta­ da com o positiva, puesto que era una manera de «blanquear» el país. Así pues, cuando el discurso político m enciona a grupos étnicos debe entenderse que alude a los grupos indígenas o bien a los pueblos de ascendencia africana en la mayoría de los casos. Desde M éxico hasta Brasil, gran parte del discurso político oficial manifiesta una actitud respetuosa hacia las raíces indígenas de las naciones oficialmente definidas como mestizas (véase tam­ bién: Urban y Sherzer, 1991), así com o hacia los derechos de los pueblos de ascendencia africana. Por otra parte, las tribulaciones económicas y sociales más básicas de los Estados latinoamerica­ nos no pueden atribuirse a los indígenas ni a las minorías negras (en algunos casos mayorías, com o en Brasil y Perú), cosa que sí se da con respecto a la inmigración en los países de Europa occi­ dental. En otras palabras, no existe una razón política obvia que justi­ fique que el discurso político en Latinoamérica se inclinara ex­ plícitamente hacia el racismo o contra los grupos minoritarios. Antes bien, entre las élites blancas dominantes el reconocimento formal de las raíces indígenas de la nación puede inspirar senti­

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mientos de orgullo nacional, por ejemplo, en México, Perú o Brasil, al contrario que en Chile o Argentina. Cuando este dis­ curso político es racista suele deberse a la pertenencia de clase de los propios políticos que, p o r razones sociales, y no políticas, se sienten superiores a los pobres, en general, los negros o los indí­ genas. Así, el racismo político en Latinoamérica se justifica en parte por motivos de clase y del clientelismo de los políticos que protegen a otras élites (blancas), como la de los terratenientes, de las consecuencias de la igualdad étnica o racial. Es preciso señalar que en Latinoamérica aunque la herencia indígena, africana o mestiza se com prenda oficialmente como un motivo ideológico para el orgullo nacionalista colectivo, di­ cho sentim iento puede no ser com partido en absoluto a nivel individual. En Latinoamérica m uy pocos políticos blancos se sentirían honrados si, a m odo de halago, alguien les llamara «in­ dígena» o «africano». Tampoco el discurso político oficial, muy positivo para con las minorías étnicas, representa una garantía de que el trato hacia sus sirvientes indígenas o negros sea antirracista o, cuanto menos, de que no caerá, aun sin darse cuenta, en el paternalismo o en el autoritarismo. En este sentido, los políticos no difieren de otras élites (blancas, mestizas) en Latinoamérica. Obviam ente el discurso político público no tiene semejanza alguna con el discurso informal, cotidiano, entre amigos y miem­ bros de la familia, donde puede ser tan abiertamente racista como cualquier político racista de Europa occidental. En otras pala­ bras, las características del discurso político público, incluidos los matices racistas o antirracistas, no son únicam ente la expresión de los prejuicios personales, sino también la manifestación de una función de contexto, es decir, la muestra del contexto social de la clase dom inante por una parte y, por otra, la de las condi­ ciones políticas e implicaciones de la política de partido, relacio­ nes de poder, ideologías nacionales y el mantenimiento de situa­ ciones de privilegio y autoridad de los grupos dominantes y de sus élites.

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Examinemos ahora algunos fragmentos de discurso político com o ejemplo de este tipo de discurso oficial sobre minorías ét­ nicas; comenzaremos p o r México, el país más septentrional de Latinoamérica.

Discurso parlamentario mexicano sobre pueblos indígenas U no de los estudios más reveladores acerca del discurso sobre minorías realizados hasta el m om ento en Latinoamérica es la monum ental tesis de Teresa Carbó dedicada a los debates parla­ mentarios en M éxico sobre los pueblos indígenas (Carbó, 1995). Para ello eligió tres eventos clave en la historia mexicana, a saber, la creación de los departamentos de asuntos indígenas, el D E C R I en 1921, el DAI en 1935 y el INI en 1948. A continuación de una detallada explicación de enfoque analítico discursivo, Carbó dedica una gran parte de su estudio a los detalles del con­ texto político de dichos debates. Este enfoque es crucial, puesto que el discurso político y sus características se entienden, a fin de cuentas, solamente porque su práctica toma significado en el contexto político y social. Así pues, las palabras de los parlamentarios mexicanos no deben en­ tenderse com o mero discurso transparente sobre indígenas y ni siquiera com o la única expresión o implementación de un sesgo étnico por parte de los miembros del grupo dominante, sino que deben interpretarse principalm ente según las múltiples condi­ ciones e implicaciones de las relaciones de poder político entre los jespectivos presidentes, gobiernos y partidos políticos. En efecto, como demuestra Carbó, la mayor parte de los dis­ cursos parlamentarios se refieren al ritual y a la argumentación política de estos departamentos, pero apenas a los indígenas en sí mismos y m ucho menos se preocupan de que éstos tengan una voz sólida en las deliberaciones. El tema principal del prim er de­

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bate es «mejoran) la situación de la población indígena, las dificul­ tades que presenta su integración y los prejuicios que prevalecen contra la misma. La noción paternalista y racista de «mejora» de la población indígena (o negra) se puede encontrar en varios países latinoamericanos, bajo las influencias eugenésicas de Estados Unidos y de Europa en la prim era mitad del siglo XX (Stepan, 1991). Discursos parecidos sobre los pobres gozaron de gran po­ pularidad en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial. C om o en casi todos los debates políticos sobre las minorías, uno de los temas principales es que los pueblos indígenas repre­ sentan un problema. C on ironía, Carbó subraya que los mismos pasajes sobre los prejuicios acerca de la elección de un léxico, realizada por los propios delegados, no están precisamente libres de sesgo cuando se refieren a «los indios» (pág. 460). Décadas más tarde, en 1948, el conocido prejuicio paternalista de «mejo­ rar a los indios» siguió encabezando el discurso del PR I, m ien­ tras que el opositor PAN (partido que finalmente derrotó al PR I y que ganó la presidencia en 2000) habla de «incorporación» de los indios. La única diferencia con respecto a 1921 radica en que «mejorar a los indios» representa, en este último caso, una pro­ puesta que parte de los resultados de una investigación antropo­ lógica. Tomando com o trasfondo la investigación de Carbó, hemos examinado diversos pasajes del discurso parlamentario mexica­ no, empezando por el más antiguo, el de 1921. Puesto que el ra­ cismo en M éxico se centra principalm ente en los pueblos indí­ genas y la pequeña com unidad afromexicana suele ser ignorada por el discurso político público, examinaré sólo algunos pasajes del discurso parlamentario referidos a los pueblos indígenas. C om o sucede con otros países ya citados, no dispongo del espacio para detallar la temática general de las relaciones étnicas y del racismo en M éxico más allá de lo com entado al principio sobre Latinoamérica. Debo, por tanto, limitarme al estudio bre­ ve de algunos ejemplos del discurso sobre las minorías étnicas tal

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y com o he hecho en el resto del capítulo (para detalles sobre re­ laciones étnicas y racismo en México, véase, por ejemplo, Caste­ llanos y Sandoval, 1998). Cuando nos fijamos en los debates parlamentarios de M éxi­ co es interesante constatar que desde principios del siglo x x al­ gunos delegados, com o por ejemplo Pedro de Alba, reconocían la importancia de las relaciones con los pueblos indígenas mexi­ canos con argumentos parecidos a los del famoso sociólogo afro­ americano W.E.B. Dubois: (...) el problema fundamental de nuestro país, [es] el problema del indio, el problema de la raza. (Aplausos.) El problema, hace años, en la XXVI Legislatura, casi tengo la seguridad de que fue en ella, uno de los diputados, cuando hablaba de la lucha con los zapatistas, tan escarnecida, tan caótica, que nadie sabía por qué era aque­ llo, que todos se preguntaban por qué no se sometían, por qué si Zapata era amigo de Madero no venía a someterse, a acompañar­ lo a protestar en la Cámara, entonces hubo un diputado que aquí dijo: «Señores, la guerra de Morelos es la guerra de razas, la lucha de castas, la lucha de clases». Aquel diputado produjo estupor en la Asamblea; en la prensa apareció con letras rojas como si fuera un sarcasmo aquello, pero siempre con cierto recelo, con cierto te­ mor porque en el fondo había una enorme profecía, a la que de seguro estamos avocados (Pedro de Alba, 6-5-1921, Diario 41). Vemos en este debate, al igual que en el debate relativo a la marcha del EZLN en M éxico ochenta años más tarde, que tam­ bién en este pasaje se relaciona la temática de los indígenas con la de los zapatistas y se cuestiona si aceptarían hablar en el Parla­ mento. Del mismo m odo y emulando las palabras de un diputa­ do precedente, que el propio Pedro de Alba describe como proféticas, comprobamos que de Alba también lo es. Aparte de la utilización habitual del térm ino «indio» en los debates parlamen­ tarios de aquella época, también hemos encontrado en este de­

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bate la reiteración del «problema de la raza» y del «Día de la Raza», en el que se celebra, hasta la fecha, el singular legado mes­ tizo de México. Para tener una idea de lo ancestral del prejuicio supuesto en estos debates, citaremos una vez más a Pedro de Alba, que en un pasaje antirracista previo denuncia estos prejuicios y su legitima­ ción pseudocientífica: Quiero hacer hincapié en un asunto que se ha ventilado en la práctica y que es oportuno traer a esta tribuna: el que se refiere a la falta de regeneración posible en el indio; a que es una raza infe­ rior, a que es una raza irredenta, a que es una raza que no puede nivelarse con la corriente civilizadora de nuestro tiempo. En fin, todas estas zarandajas, como dije, que no tienen en el fondo sino un convencionalismo perfectamente inhumano, perfectamente in­ consecuente con los postulados mismos de la ciencia que ellos in­ vocan. (Voces: ¡Muy bien!) A propósito de estas cuestiones de raza, se cita a Lebón, se cita a Lombroso, se cita a los antropologistas de aquí y de allá, y, señores, estas teorías, estas ideas, son ideas en desuso, descalificadas y, tanto en serio como en broma, ya se han dicho una infinidad de cosas a propósito de estos prejuicios de raza (Pedro de Alba, 6-5-1921, Diario 41, pág. 11). El aspecto sobresaliente en estas descripciones es que el argu­ m ento predom inante en el Parlamento se fundamenta, precisa­ mente, en el «atraso» del «indio». A lo largo del siglo XX los diputados mexicanos formulan repetidam ente unos herm osos discursos en los térm inos pater­ nalistas de «ayuda» a los «indios», con el fin de que se conviertan en gente com o nosotros. N o podem os olvidar que este discur­ so se pronunció en 1921, es decir, durante un período en el que políticos y académicos legitimaban por igual el racismo y el co­ lonialismo de Estados U nidos y de Europa que todavía estaban vigentes.

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Hemos de advertir que el rechazo explícito del racismo pue­ de combinarse con otras formas de paternalismo que implican la inferioridad de los «otros». Por ejemplo, un poco más adelante en ese discurso, el mismo orador describe la conducta de los indíge­ nas cuando entraron en contacto con sus conquistadores, como la de unos «adolescentes» que se impresionan con facilidad: Pues las razas aborígenes de América que encontrándose en la adolescencia tomaron contacto con los conquistadores en esa for­ ma a que vengo refiriéndome y seguramente que ese hecho por sí solo bastaría si los procedimientos posteriores no lo explicaran para darnos la llave, por decirlo así, de todo aquello que hemos observado posteriormente (Pedro de Alba, 6-5-1921, Diario 41, pág. 12). En este discurso contradictorio que caracteriza a gran parte del lenguaje político oficial sobre los indígenas tanto en México com o en otros países latinoamericanos encontramos, por una parte, el reconocim iento del legado de los indígenas, la riqueza de sus lenguas y culturas y la necesidad de protegerlas. Por otra parte, estos discursos apenas disimulan el etnocentrism o de la cultura y del paternalismo europeos desde donde pretenden re­ dim ir a «nuestro indio». Esto es, la reiteración de la idea del com pleto «retraso» de la población indígena, a lo largo de todo el discurso. A pesar de que siempre hayan existido en la historia llamamientos para «ayudar» a los pobres «indios», la realidad es que apenas se les ha otorgado algún derecho digno de recibir este nombre, ni algún recurso importante, com o la tierra, el po­ der político, etcétera (Valdez, 1998). Por este motivo, el 1 de enero de 1994 los zapatistas se levantaron en Chiapas contra el Estado mexicano. Para obtener una impresión particularm ente relevante de la insistente retórica positiva del discurso político mexicano hemos estudiado uno de los debates más recientes sobre la población in­

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dígena, concretam ente el del 15 de marzo de 2001. E n dicho debate, de difusión internacional, se pone de manifiesto el deseo del E Z L N de dirigirse al Parlamento con ocasión de una nueva ley indígena que había prom etido el actual presidente Fox. El discurso culminó con la famosa marcha zapatista sobre la ciudad de México. M uchos parlamentarios, en especial los del propio partido de Fox, el PAN, rechazan la presencia «ilegal» y sin pre­ cedentes en el Parlamento de los que ellos consideran rebeldes, aunque lo hacen escudándose de manera solapada en la retórica proindígena habitual que citamos al completo: Históricamente los grupos parlamentarios del Partido Acción Nacional hemos concebido a la persona humana con inminente dignidad y un destino espiritual y material que cumplir, por lo que la colectividad y sus órganos deben asegurar el conjunto de todas las libertades y medios necesarios para cumplir cabalmente con su destino. Estamos convencidos que en la organización política nacional es preciso que las comunidades naturales sean reconocidas, respe­ tadas y en cuanto se encuentren dentro de la jurisdicción del Esta­ do, ordenadas y puntualmente jerarquizadas, dándoles el lugar y la participación debida en la estructura y el funcionamiento del Es­ tado mismo, a fin de que éste coincida verdaderamente con la rea­ lidad nacional y el gobierno y el Estado en su conjunto sea siem­ pre una expresión genuina de la nación. Son nuestras convicciones, nuestros ideales, por lo que las di­ putadas y los diputados del Partido Acción Nacional hacemos nuestras las legítimas aspiraciones de los indígenas de México. Sa­ bemos bien del orgullo de cada indígena por su cultura, por sus raíces, por sus tradiciones, por su historia; sabemos bien del orgu­ llo de la lengua que habla cada una de las etnias de nuestro país, del clamor indígena por ser tratados no sólo con dignidad, sino por asegurar que el Gobierno haga presentes las oportunidades para su desarrollo (Armando Salinas Torre, Diario de los Debates, 15 de marzo, 2001).

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R econocem os el mismo tipo de retórica interesada y nacio­ nalista que se utiliza al com ienzo de los debates sobre inmigra­ ción en Europa occidental, analizados en mi libro Racismo y dis­ curso de las élites: nuestra nación y, en especial, nuestro partido celebran los ideales más altos de la humanidad, los derechos hu­ manos y la igualdad entre todos los pueblos. A pesar de ello, en el prim er párrafo de este fragmento, el orador inserta las palabras clave de la ideología liberalconservadora del PAN, su individua­ lismo y la referencia a las «libertades»; de este modo, los indíge­ nas (a los que él denom ina «comunidades naturales») se suponen objeto de reconocim iento y de respeto, así com o se les otorga un lugar y una participación en el gobierno de la nación. N o obstante, el orador esgrime una condición: sólo puede cumplir­ se lo anterior cuando los indígenas estén dentro de la jurisdic­ ción del Estado. Muchas de estas formulaciones en apariencia positivas de re­ conocim iento de los indígenas sólo pueden entenderse por completo si se porm enorizan sus múltiples proposiciones implí­ citas. Así, cuando los zapatistas no aceptan la jurisdicción del Estado sobre las tierras indígenas, y piden su autonom ía, no pueden pretender ser reconocidos y respetados. El últim o pá­ rrafo es el lugar clásico de la retórica y de la argum entación proindígenas, ya mencionadas: com partimos las legítimas aspi­ raciones del pueblo indígena y reconocemos el orgullo que su­ pone su propia lengua y cultura. En efecto, todas las ideas clave de los alegatos indígenas están aquí resumidos en un form ato repetitivo que incluye el alegato simbólico de la «dignidad» y el alegato material del «desarrollo». Este topos no se presenta com o una mera opinión sino que se introduce con el uso reiterativo del concepto de «convicción» y, en el último párrafo, con la no­ ción de los «ideales», táctica que podríamos definir com o «sin­ ceridad ideológica». En resumen, el hecho de com partir las as­ piraciones del otro grupo no representa un criterio superficial sino un juicio que se expresa retóricam ente y se subraya com o

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profundam ente sentido, honesto y piedra fundamental de nues­ tras creencias. Para suavizar los polos N O S O T R O S /O T R O S que organiza, por definición, cualquier acto de habla político sobre los «otros», el orador utiliza la conocida estrategia de «nuestro grupo/su grupo» mediante la fórmula «hacer nuestras, sus...», haciendo hincapié en el hecho de compartir, y, por extensión, la unidad nacional. D entro de los parámetros generales de la retórica proindígena, la tendencia actual hacia el diálogo con el EZ LN se formula en términos positivos: Los diputados del PAN hemos estado dispuestos a recibir a los interlocutores del Ejército Zapatista en el marco del respeto y la legalidad. El grupo parlamentario del Partido Acción Nacional se­ guimos insistiendo, insistimos e insistiremos, pedimos dialogar y conciliar los contenidos inscritos en la iniciativa de Ley de Dere­ chos y Cultura Indígena. En el marco de la ley, el respeto al Con­ greso y en el respeto a la representación indígena. U na vez más, las palabras clave de la autopresentación positi­ va abundan en estos párrafos que, de hecho, pueden ser inter­ pretados como una larga negación tras la cual se espera un «pero» contundente. Así, el PAN está, por supuesto, oficialmente a fa­ vor del diálogo y de la reconciliación. Pero una vez más, incluso com o exim ente «positivo», las restricciones ya se han transfor­ mado en algo explícito, no sólo com o signo de respeto sino, además, com o algo dentro de la legalidad. En breve, y de forma indirecta, se evidenciará que recibir al E Z L N en el Parlamento no es legal y, por ende, se rechazará el diálogo con el Congreso. Por otra parte, los que están a favor de recibir al E Z L N no piensan que sea ilegal invitar oradores para que hablen ante el Parlamento, puesto que, a menudo, se invita a jefes de Estado para que así lo hagan; para ellos, el Parlamento tiene el poder de hacer y deshacer, de crear nuevas reglas según

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convenga. El problema real es que el hecho de invitar al EZLN representa un im portante reconocimiento simbólico y un m odo de diálogo entre iguales, pero el PAN no está dispuesto a ir tan lejos. Simbolismos aparte, el factor decisivo es que, por supuesto, el PAN representa intereses poderosos (terratenientes que discre­ pan de los alegatos indígenas por ejemplo). Así pues, una nega­ ción tajante, que fuera interpretada com o una contrariedad para el pueblo indígena (posicionamiento que no se puede defender políticamente), necesita esconderse tras una serie de argumentos de apariencia legal, tras unos eximentes variados que enumeran los ideales positivos del partido, entre los cuales se encuentra el respeto hacia la ley y que es, probablemente por definición, el pri­ mer valor al que tendrían que adherirse los legisladores. Por con­ siguiente, se formula la negación con una retórica similar, es de­ cir, en términos positivos de obligaciones de los legisladores: Los diputados del PAN estamos conscientes de la altísima res­ ponsabilidad de nuestra representación política y función como miembros del Congreso de la Unión. Sabemos que la soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo y que todo poder público dimana de éste para su beneficio. La naturaleza de la república representativa se inscribe en la idea de que todo el pueblo no puede, a la vez, ejercer su soberanía y que en conse­ cuencia necesita nombrar representantes que decidan por él y para él. La república representativa significa que la colectividad dueña de su propio destino transmite a sus representantes, que pueden serlo por distintos títulos, la capacidad de decidir. ¡Ese es nuestro origen y destino en la función como congresistas mexicanos! (...) Aquel legislador que cede su espacio de representación política re­ nuncia a su máxima obligación en el mandato concebido por la voluntad democrática del pueblo... Hay que puntualizar, una vez más, que el hecho de negar la voz al EZ LN nunca se explícita sino que se formula en unos tér­

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minos en exceso positivos de obligación de los miembros del Parlamento, de reconocim iento de los valores básicos de la de­ mocracia, del poder del pueblo, aunque sólo mediante la repre­ sentación. En este sentido, la autopresentación positiva es, a la vez, una form a de autodefensa, concretam ente de los derechos de los miembros del Parlamento a ser los únicos representantes del pueblo. El perm itir que otros hablen en su lugar, supondría para ellos infringir las reglas fundamentales del juego democráti­ co. Nadie en el Parlamento niega, tampoco a nadie se le escapan los motivos por los cuales el delegado utiliza argumentos como la retórica de conveniencia para interrum pir el diálogo parla­ m entario con los representantes del EZLN. Esta retórica es representativa del doble rasero que se emplea en buena parte de los discursos políticos oficiales acerca de los pueblos indígenas en Latinoamérica: reconocim iento formal de sus derechos, de su cultura y de sus aspiraciones pero, en la prác­ tica, se les m antiene al margen de la estructura de poder y se les margina socialmente. U n abismo separa la hermosa retórica proindígena de los Parlamentos y de los partidos conservadores del discurso sobre las condiciones de vida de los indígenas fuera del Parlamento. Cambiar estas condiciones significa, por supues­ to, cambiar las relaciones de poder y, además, no es responsabili­ dad nuestra el miserable estado en el que se encuentran «nuestros indios». En lugar de ello, com o otro orador dice más adelante, el «enemigo común» es la pobreza personificada a la que se atribu­ ye la culpa de la situación indígena que podría reprocharse a los que ostentan el poder. O rador tras orador van reconociendo que «las comunidades indígenas han sufrido la marginación, el olvido, durante m u­ chos, muchos años» y que m erecen toda la admiración y el res­ peto, aunque m uy pocos estén dispuestos a com partir el poder y, menos aún, su riqueza. En un caso concreto de conflicto político, durante la revuel­ ta de los indígenas de Chiapas, el 1 de enero de 1994, constata­

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mos de qué manera el discurso político formula la ideología do­ minante sobre las minorías indígenas, discurso, por otra parte, repleto de infinidad de indicios de autopresentación positiva y de elogio, aunque sea retóricamente paternalista sobre «nuestros indios». Para ver con detalle en qué contextos aparecen las nociones de «indio» e «indígena», hemos examinado todos los pasajes de aquellos debates efectuados entre 1994 y 1997, es decir, los últi­ mos debates del Parlamento mexicano que se pueden analizar por palabras clave. También elegimos este período porque coin­ cide con la revuelta zapatista de 1994 y, por tanto, es simultáneo con una época en la que se destacó la prominencia del pueblo indígena, tanto en M éxico com o en el mundo entero. Tal com o se deduce de lo anterior, los indígenas se m encio­ nan dentro del discurso político mexicano a menudo como parte de expresiones tan poco claras como «comunidad(es) indígena(s)», «población indígena», «zonas indígenas» o «pueblos indígenas» e incluso «hermanos/-as indígenas» si el miembro del Parlamento es indígena. Los contextos de referencia a los indígenas, generalmente es­ tereotipados, del discurso político mexicano son los siguientes: • Son pobres, pasan hambre y viven en la miseria desde hace siglos. • Son analfabetos pero hablan sus lenguas propias. • Están marginados, oprimidos y discriminados. • Debemos, ayudarles, asistirles y «animarles». • Se han levantado (ahora, en Chiapas) contra estas condicio­ nes. • Sus demandas están justificadas. • Cualquier intento de reforma debería tener en cuenta a la población indígena. • Sólo tendremos paz cuando las demandas legítimas de los pueblos indígenas se cumplan.

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• Necesitan tierra, sanidad, educación. • Viven en el campo como campesinos. • Necesitan su propia organización y gobierno. Este sumario de tópicos abarca aproxidamente 1.000 usos del térm ino «indígena». El análisis de la palabra «indio(s)», mucho menos frecuente en la década de 1990, no altera este sumario de contextos típicos de uso. Se utiliza también entre los propios in­ dígenas, en el compuesto «pueblos indios», para designar a la «población» indígena (no los «poblados» indígenas). C om o ya hemos observado en repetidas ocasiones, el discur­ so político oficial sobre los indígenas de M éxico (o de cualquier otro lugar de Latinoamérica) es, por lo general, políticamente correcto pero se basa en una imagen estereotipada que no ha evolucionado. Al margen de la usual retórica paternalista no he encontrado, en los debates parlamentarios, ninguna expresión abiertamente racista aunque eso tampoco garantiza que las leyes y la política favorezcan necesariamente a la población indígena. Al contrario, su situación de pobreza perm anente y, finalmente, la revuelta zapatista demuestran que incluso en el ámbito políti­ co las cartas no están a su favor. N o hace falta utilizar un discur­ so abiertamente racista para, simplemente, ignorar a la población indígena. El discurso retóricam ente positivo, salvo cuando lo emplean los delegados indígenas, no implica necesariamente po­ líticas favorables para unos u otros («nuestros indios»). En efecto, se ha comprobado en los ejemplos anteriores que la negativa de los políticos del PAN para admitir a los zapatistas en el Parlamento se formula con un lenguaje correcto, educado y positivo, lo cual no es más que una m etonim ia de la negación más genérica de los derechos de la población indígena. Hemos visto cóm o en Europa occidental se emplean los cor­ teses térm inos de hospitalidad y de tolerancia como prólogo a unas políticas de inmigración restrictivas. Ignoramos por el m o­ m ento de qué m odo los políticos mexicanos se refieren a los

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pueblos indígenas en contextos menos formales. Será preciso realizar más investigaciones de análisis crítico del discurso para responder a esta cuestión. Es posible que el discurso parlamenta­ rio positivo no sea mera retórica, quizá las expresiones política­ mente correctas que manifiestan preocupación y buena voluntad no sean del todo hipócritas. Sin lugar a dudas algunos políticos mexicanos, com o en cualquier otro lugar, se han comprometido seriamente con la mejora de la situación de las minorías. Algu­ nos gobiernos, recientemente, han favorecido a las poblaciones indígenas, también en Chiapas. Los críticos, presentes en el Par­ lamento mexicano, insisten en la insuficiencia de las medidas to­ madas y denuncian que la situación de la población indígena si­ gue siendo miserable, a lo que contribuye, entre otras causas, la marginación racista. Por lo tanto, para aproximarnos a los verda­ deros pensamientos y a las actuaciones reales de los políticos, ne­ cesitaremos datos discursivos concretos sobre el ejercicio del po­ der y las decisiones administrativas en México. U na de las conclusiones de nuestro modesto análisis del dis­ curso político sobre los pueblos indígenas mexicanos confirma el postulado general de esta obra, a saber, que también aquí las éli­ tes superiores practican contra los «otros» diversas modalidades de exclusión, marginación y problematización racistas. Debería­ mos añadir que el racismo cotidiano contra los indígenas en M é­ xico conlleva algo más que unas opiniones de la élite, un discur­ so y una legislación impuesta. Por una parte, tenemos el racismo y la violencia habituales que ejercen los terratenientes blancos o mestizos además del prejuicio y la discriminación de los com er­ ciantes y de los funcionarios, entre otros. Pero, por otra parte, son estas mismas reglas de señorío las que precisamente favore­ cen algunos modos de colaboración y de protección selectiva de los caciques locales, responsables de la violencia entre la comuni­ dad indígena. A unque también es posible encontrar a algunos miembros del grupo dom inante de élite política, mediática o académica, activamente comprometidos en la lucha antirracista.

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El líder del EZLN , el subcomandante Marcos, es solamente un ejemplo destacado de dichas élites intelectuales. Queda claro que, tanto en M éxico com o en otros lugares, el racismo no es una simple estampa de la maldad de los blancos y la prueba de la ino­ cencia de las minorías, sino que se trata de una estructura de do­ minio intrincada en la que distintos grupos e intereses están in­ volucrados incluso de maneras contradictorias.

Discurso político y mediático en Argentina Después del prim er encuentro con el discurso oficial sobre «raza» y «etnicismo» en Latinoamérica tal como se expresa en el discurso parlamentario mexicano, viajaremos al otro extremo del continente para observar algunos datos de la prensa y de la polí­ tica argentinas. El racismo en Argentina tiene cinco vertientes principales: • El genocidio histórico y el racismo presente contra la po­ blación indígena mapuche. • Los prejuicios y la discriminación actuales de la población mestiza pobre, llamada «cabezitas negras». • El antisemitismo. • El prejuicio y el racismo existentes contra los trabajadores inmigrantes, en particular de Perú, Bolivia y Paraguay. • Los prejuicios y la discriminación contra los coreanos. M e ocuparé brevemente de las últimas formas de racismo in­ cluidas en esta lista para centrarm e luego en la población indíge­ na m apuche de Chile. (Para Argentina, véase, por ejemplo, Briones, 1998; R adovich y Balazote, 1992; para un estudio del discurso político argentino sobre pueblos indígenas véase B rio­ nes y Lenton, 1997; Lenton, 1999.) Ya he m encionado que la prensa argentina, debido a la cri­ sis actual y al popular y extendido desencanto de la política, ha

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adquirido una posición de prestigio y de influencia que le otorga unos poderes que disfrutan pocos medios de com unica­ ción. D e manera que se considera a la prensa argentina com o el único m uro de contención frente a la corrupción política y la mafia, com o el único recurso contra la violencia estatal y po­ licial, y, en general, com o la defensora y la voz del pueblo. Los periodistas no están en absoluto a salvo de la violencia, lo que se hizo evidente el 25 de enero de 1997 con la tortura y asesi­ nato de José Luis Cabezas, fotógrafo de Noticias, una im portan­ te revista política del país. El suceso tuvo un profundo efecto en los medios y en la opinión pública debido a la participación de la policía de la provincia de Buenos Aires y de un conocido empresario, Yabrán, supuestamente asociado con la mafia, que term inó suicidándose en circunstancias misteriosas. La prensa de prestigio, por ejemplo, Página 12, Clarín e incluso el conser­ vador diario La Nación, denuncian regularm ente casos de co­ rrupción, de violencia política y otros abusos de poder. N o cabe duda de que el ciudadano com ún preferiría hablar de la delincuencia y de abuso del poder a un periodista antes que a la policía. Mi preocupación, no obstante, es ver de qué forma la prensa argentina trata a los inmigrantes y a las minorías étnicas. En cuestiones políticas, hacer periodismo progresista o com prom e­ tido no equivale siempre a la coherencia, como que un periodis­ ta masculino se oponga al sexismo en los medios. Lo mismo ocurre con la cobertura antirracista de los asuntos étnicos o las relaciones raciales por parte de los periodistas «blancos». Así que necesitamos averiguar hasta dónde los periodistas ar­ gentinos pueden ser considerados la voz y los defensores de las pequeñas comunidades indígenas, por ejemplo, de los m apu­ ches, de la población mestiza pobre y de los inmigrantes de C o­ rea, de Perú, de Paraguay o de Bolivia. ¿Cuál es el papel de la prensa en la form ación y en la propaganda de estereotipos y de prejuicios sobre éstas u otras minorías étnicas en el país? ¿Intenta

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enm endar los prejuicios ampliamente difundidos sobre los «otros» en Argentina? ¿Ignora a dichas minorías? ¿O las repre­ senta de forma equilibrada? En su libro Racismo y discriminación en Argentina (1999), Víc­ tor Ram os, antiguo periodista y en la actualidad director del IN A D I (Instituto Nacional contra la Discriminación, la X eno­ fobia y el Racismo), también presta atención al papel de los m e­ dios; en un capítulo que empieza con una cita de una de mis obras sobre racismo en la prensa (Van Dijk, 1997), resume en prim er lugar algunos elementos de racismo encontrados en la prensa europea y norteamericana, para después concluir: Justo es reconocer que no es común que la prensa argentina adopte actitudes discriminatorias de esta gravedad. Por lo general, los medios de comunicación locales juegan un papel positivo en materia de integración de los inmigrantes. Aunque no faltan ex­ cepciones, en particular en las zonas de la frontera, donde los pe­ riódicos, la radio y la televisión expresan sentimientos de xenofo­ bia hacia los habitantes de determinados países vecinos. Eso pasa en el sur con los chilenos y en el norte con los bolivianos, para­ guayos y brasileños (pág. 129). Estas líneas representan todo cuanto el autor tiene que decir sobre el racismo y la prensa en Argentina. El resto del capítulo trata de la juventud y de otros temas, pero no comenta cóm o la prensa publica y escribe sobre las minorías o simplemente las ig­ nora, a pesar de lo que sugieren el título y la temática de su li­ bro. El hecho de que Ram os describa la prensa como no discri­ minante y que, según él, los casos de discriminación suelen encontrarse «en otras partes», en los medios fronterizos, lejos de los medios prestigiosos nacionales de Buenos Aires, es un signo de negación elitista del racismo, en el sentido antes mencionado. Es posible que el hecho de que el autor sea periodista justifique que algunas de sus presentaciones mediáticas resulten en extre­

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mo positivas, lo cual se corresponde con nuestras experiencias en los Países Bajos y en otros lugares, donde muchos periodistas tienen apuros para reconocer sus propios fallos, en especial con respecto al ámbito de las relaciones raciales. De hecho, ¿cuándo encontramos artículos sobre el racismo en la prensa? Q ue R a­ mos sea director del IN A D I hace que sus conclusiones tengan aún más autoridad y, por consiguiente, al ser demasiado benévo­ las sobre la actividad periodística se convierten en una especie de encubrim iento que no deja de ser preocupante y que precisa de una ulterior investigación. Es lamentable que a pesar del profundo interés que suscitan en Argentina el análisis crítico del discurso y el análisis mediáti­ co sólo se hayan realizado, hasta la fecha, muy pocos trabajos de análisis del discurso sobre la manera en que se trata a la inmigra­ ción, las minorías y el racismo en la prensa argentina. La obra de la antropóloga Corina Courtis es uno de los pocos estudios en forma de libro del discurso cotidiano sobre los inmigrantes core­ anos que también se refiere brevemente a los medios (Courtis, 2001). Junto al estudio de Carbó sobre el discurso parlamentario referido a los indígenas mexicanos comentado anteriorm ente, el de Courtis es uno de los pioneros en el análisis del discurso del racismo en Latinoamérica. Hay unos 32.000 coreanos en Argentina que se dedican prin­ cipalmente a pequeños negocios com o las tiendas de barrio y que al igual que sus compatriotas en Los Angeles, por ejemplo, son víctimas del prejuicio y del resentimiento que se hizo paten­ te en la revuelta de 1992 en aquella ciudad. Courtis basa sus ob­ servaciones en un cuerpo de artículos publicados entre 1988 y 2000 en los periódicos más prestigiosos de Buenos Aires: Clarín, La Nación y Página 12. U na de sus observaciones es que los m e­ dios tienden a mostrar los negocios coreanos com o centros de explotación de inmigrantes pobres y de evasión de impuestos; se trata de un estereotipo que, por supuesto, suena bien en cual­ quier contexto: es progresista porque adopta la perspectiva de los

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pobres inmigrantes y, a la vez, es coherente con los sentimientos xenófobos anticoreanos entre algunos argentinos. Courtis cuen­ ta (pág. 66) que, ju n to a su colega Eugenia Contarini, escribió una carta al diario conservador La Nación, subrayando que a am­ bas les parecía bastante notable que de todas las variedades de explotación de los inmigrantes, el periódico hubiera elegido precisamente aquella que venía a culpar a los coreanos y a los chinos. Según ellas, esta práctica sólo sirve para disimular otras formas de explotación, exacerbadas por las políticas públicas es­ tatales. En otro estudio, Diego Casaravilla (2000) se centra en ciertos artículos mediáticos sobre trabajadores inmigrantes de los países vecinos que, por lo general, viven en condiciones precarias, es­ tán muy discriminados, son víctimas de ataques e incluso a veces de asesinatos (véase también Casaravilla, 1999, y además muchos informes sobre derechos humanos, por ejemplo, www.derechos, org.normaliza). N o es sorprendente pero sí llamativamente pare­ cido con los resultados europeos sobre el racismo y el prejuicio antiinmigración lo que el autor descubre con relación a las estra­ tegias mediáticas y otros discursos que estigmatizan a los inm i­ grantes trabajadores. Su estudio se detiene, en particular, en el discurso público sobre el intento (frustrado) de aprobación de una ley de inmigración negativa. El autor define 16 de las estra­ tegias utilizadas con este fin, entre ellas la asociación directa entre inmigrantes y delito, la manipulación arbitraria de las estadísticas (tantos inmigrantes com eten tantos delitos), la identificación de sospechosos o detenidos (cuando se verifican sus documentos) ju n to a delincuentes, el m ito de que los inmigrantes delinquen para evitar la deportación, la interpretación de la documentación falsa com o prueba de que quieren delinquir, la asociación de los inmigrantes indocumentados con las mafias, la relación de los in­ migrantes con la inseguridad, la agresión, el desorden, etcétera, y la amenaza de una invasión masiva de inmigrantes, entre otras muchas.

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Estas mismas estrategias y sus ejemplos se encuentran leyendo la prensa española (o europea), cuyo discurso mediático y políti­ co se ha estudiado anteriorm ente (acerca del discurso de la pren­ sa argentina sobre inmigrantes, véase también Courtis y Longo, 2001; Margulis, 1998). C om o ya hemos comprobado, el discurso cotidiano de los ciudadanos de a pie refleja a m enudo estas imágenes mediáticas sobre los inmigrantes. (Para estudios sobre el discurso cotidiano referido a inmigrantes en Argentina, véase Caggiano, 2000, 2001; Margulis, 1998.) Al no disponer de otros datos cuantitativos sistemáticos o de análisis del discurso mediático argentino referido a la inmigra­ ción, nos formaremos una idea más exacta si examinamos la car­ ta publicada por La Nación, que escribió Amílcar E. Argüelles, antiguo ministro de Sanidad del gobierno militar del dictador R oberto Viola y vicepresidente de la Academia de las Ciencias. Esta carta es tan reveladora de las actitudes e ideologías racistas de la derecha argentina que merece ser transcrita en su integridad: Recientes estudios sobre la población argentina demuestran que la salud ha empeorado por aumento de la enfermedad de Chagas, meningitis, tuberculosis, parasitosis y, particularmente, el cólera, hasta hace poco desconocido en nuestro país. Este alar­ mante aumento de la morbilidad se relaciona con el ingreso de la inmigración ilegal sudamericana que, en aumento, se hacina pro­ miscuamente en la periferia de Buenos Aires y en otras zonas ru­ rales de Misiones, Chaco, Formosa, Salta, Jujuy y toda La Patagonia, con lo que introduce enfermos chagásticos, parasitados y casos de cólera de Bolivia, Perú, Paraguay y Brasil. En el Gran Buenos Aires, la contaminación es ya gravísima. Los últimos exámenes médicos para conscriptos registraron déficit de estatura de diez a doce centímetros en los adolescentes de zonas de frontera y Gran Buenos Aires en relación con los del resto del país. Dos tercios del presupuesto de los hospitales públicos argentinos se gasta en pacientes in­ migrantes sudamericanos. Pero más grave aún que el empeoramiento

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de la salud de nuestra población es el descenso de los niveles intelec­ tuales y de escolaridad que se está observando, debidofundamentalmente a la incorporación creciente defamilias indocumentadas de pulses cordillera­ nos y limítrofes. Desgraciadamente esa corriente entre legales e in­ documentados ya es de millones de inmigrantes, gran número de ellos con capacidad mental limitada por siglos de desnutrición, de sus an­

tepasados e infancias, por carencias vitamínicas y de aminoácidos esenciales para el desarrollo cerebral, necesario para su educación. Ante el bajo índice demográfico de las familias argentinas, el nota­ ble número de nacimientos entre los inmigrantes sudamericanos de menor nivel intelectual llevará a una reducción apreciable del promedio intelectivo

de los habitantes de nuestro país. Ya Estados Unidos, con grandes recursos naturales y amplia disponibilidad de capital y gran fuerza laboral, retrocedió ante los países que basaron su desarrollo en las produc­ ciones «cerebrointensivas», condición que sólo es posible si existe una po­ blación con capacidad intelectual destacada. Los países adelantados re­

quieren ya poseer la mitad de su población menos educada con capacidad para controles de equipos y manejos computadorizados, como ya ocurre en Japón y Alemania. Por ello un descenso del nivel de capacidad cerebral de nuestros pobladores por migraciones subdotadas

condenaría al país a un desarrollo parcial y detenido. Ya no es po­ sible soslayar que la subcultura de una inmigración aluvional de bajo nivel intelectual en nuestro país nos impide lo que debe ser una existencia civilizada y está en pugna con los valoresfundamentales sobre los que ba­ sar un proyecto nacional. (...) Postergar la realización de estas accio­ nes arriesgará nuestra soberanía territorial y mas grave aún, traerá un monstruoso crecimiento de arrabales contaminados tercermundistas, po­ blados por subdotados, en detrimento del nivel intelectual y cultural nacio­ nal y del desarrollo y la competitividad de la Argentina del Siglo XXI (La Nación, 21 abril de 1994; cursivas en el original).

Tal com o sugirió Margulis (Margulis, 1998), sería m ejor no com entar esta carta, puesto que habla por sí misma. N o obstan­ te, en el marco del análisis crítico del racismo de élite de esta obra, es preciso hacer algunos comentarios analíticos.

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En prim er lugar y por coherencia con la temática de este li­ bro, debería recordarse que se trata de un ejemplo característico del discurso de élite: el autor es un antiguo ministro de Sanidad, médico especialista y vicepresidente de la Academia de las C ien­ cias. En segundo lugar, podemos deducir sus tendencias políticas a partir de su participación en el régimen militar de Viola y por la consonancia de su carta con la ideología fascista. En tercer lu­ gar, para demostrar de qué forma las élites mediáticas y militares pueden estar íntim am ente relacionadas, sólo hace falta constatar el notable acceso que La Nación, periódico nacional de gran ti­ rada, concede a Argüelles. Se mitigaría la relevancia de la carta aduciendo que se trata de un caso aislado y que su autor es un viejo racista o fascista. Sin embargo, el hecho de que un periódi­ co de tanta relevancia publique dicha carta la convierte automá­ ticamente (junto a los credenciales de «ministro» al lado del nom bre de su autor) en una autoridad con acceso al dominio público. En efecto, el diario es totalm ente corresponsable de la publicación de esta carta y de las ideas contenidas en la misma. Por ahora no podemos saber cuántos argentinos com parten las ideas que en ella se expresan, pero estamos seguros de que no se trata de un puñado de marginales puesto que, de ser así, la carta nunca se habría publicado. Por lo que se refiere al contenido y al estilo del escrito en cuestión, debemos decir que, sencillamente, concuerda con la expresión más fiel de una ideología racista, incluso desprovista de los eximentes o del estilo indirecto habituales. Puesto que un análisis detallado de la carta ocuparía el resto de este capítulo, re­ sumiremos solamente sus características esenciales: • Legitimación pseudocientífica de creencias racistas. • Falaz abuso de la jerga científica a m odo de argumento de peso. • Discriminación de «otros» distintos por motivos de raza o de etnia.

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• Abuso de hipérboles y de terminología alarmista (alarman­ te, gravísima, monstruosa, etcétera). •Juego de números: abuso de estadísticas (por ejemplo, dos tercios del presupuesto de los hospitales públicos se destina a los inmigrantes, etcétera). • Presupuesto racista de la superioridad intelectual propia (el nivel de inteligencia desciende, debido a la inmigración) y falso presupuesto acerca de la supuesta falta de inteligencia de los inmigrantes. • Argumentos pseudocientíficos y racistas sobre las condicio­ nes genéticas de la inteligencia y de la conducta de los «otros» (étnicamente distintos). • El argum ento racista consuetudinario acerca de la alta tasa de natalidad entre los inmigrantes (comparada con «nuestra» baja tasa de natalidad), sin explicar que suele bajar y adap­ tarse a la del país de acogida. • Culpabilización de los inmigrantes por el declive económ i­ co del país. • Representación de los inmigrantes como una amenaza para nuestra civilización, sistema sanitario, bienestar social, etcétera. • Polarización de «nosotros» (desarrollados, civilizados, inteli­ gentes, saludables, etcétera) y «ellos» (atrasados, ignorantes, enfermos, etcétera). «

El resto y los detalles del texto, ju n to a todas las suposiciones e implicaciones, no necesita de más comentarios. Ignoro si esta carta causó un escándalo en el país; supongo que no fue así y que, en todo caso, sería considerada com o un poco extremista y demasiado «sincera» en sus planteamientos. Por desgracia, sus nociones racistas coinciden con las de m u­ chas élites conservadoras, tanto de Europa como de Latinoamé­ rica, a pesar de que sus planteamientos quizá ya no se consideren políticam ente correctos. Son muchos los argum entos plantea­

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dos en esta carta que todavía rigen los debates parlamentarios sobre inm igración en Europa. Extremista, y también caracterís­ tica del texto, es la noción abiertam ente racista de «nuestra» su­ perioridad intelectual y de la «contaminación» que representa la inmigración de gente «inferior» para nuestra raza. Las investiga­ ciones futuras deberían poner de manifiesto si este tipo de opi­ niones son compartidas p o r la sociedad argentina. Por lo que a nuestro debate se refiere, es muy im portante comprobar que di­ chas ideas, en efecto, están presentes y que, además, tienen ac­ ceso a los periódicos de mayor tirada y, por ende, al debate pú­ blico. Podría aducirse que el texto de Argüelles es una aberración, una excepción, que la mayoría de políticos argentinos son emi­ nentem ente democráticos y antirracistas. Existen por desgracia demasiados indicios de exculpación masiva de las élites políticas argentinas, pero la legislación antiinmigración reciente (y su de­ bate político inherente) ratifica estas actitudes. Para proporcionar otro ejemplo citaremos algunos fragmen­ tos del debate parlamentario celebrado el 14 de marzo de 2002 sobre la abolición de una ley relativa a la modificación de encar­ celamientos (agradezco a C orina Courtis que me señalara este ejemplo). Cuando se trata el tema de la seguridad, se sostiene que en Argentina es imprescindible que bajen los niveles de in­ seguridad percibidos, y el parlamentario prosigue: Sr. Pichetto: Es imprescindible debatir fuertemente una ley in­ migratoria en la Argentina y avanzar en esta materia. De ninguna manera hago un planteo xenófobo ni creo que los autores de los delitos que se cometen sean solamente inmigrantes clandestinos o ilegales. Simplemente señalo un dato de esta sociedad y creo que es importante analizar esta temática. Debemos contar con una ley de inmigración seria y responsa­ ble como la que tiene cualquier Estado moderno. No puede ha­ ber ilegales en el país que cometan ilícitos, y si los hay, inmediata­

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mente debemos deportarlos. No nos tenemos que hacer cargo de este tema. U na de las asociaciones más frecuentes, tanto en Europa com o en Latinoamérica, es la de inm igración (o minorías resi­ dentes) y delincuencia. En Argentina se atribuye habitualmente el notable aum ento del índice de criminalidad a los inmigrantes pobres de Perú y Bolívia. El señor Pichetto lo confirma así en su discurso al emplear dispensas típicas tales como «de ninguna ma­ nera hago un planteam iento xenófobo», etcétera. En efecto, al igual que siempre ha sucedido en los partidos políticos europeos de derechas, se propone deportar a aquellos inmigrantes que ha­ yan com etido algún delito. El señor Scioli, colega de Pichetto, apoya este extremismo e incluso lo reafirma al pronunciar las si­ guientes palabras: Sr. Scioli.- Señor presidente: quiero poner mucho énfasis en este punto que está describiendo el señor diputado Pichetto, por­ que nada tienen que ver las características de los inmigrantes que hoy están llegando a nuestro país, especialmente a nuestras grandes ciudades, con las de aquellos inmigrantes italianos y españoles que han hecho grande a nuestra patria, cuando vinieron a trabajar y a poner industrias. Esto se ve claramente reflejado en el caso concreto de muchos delitos que están azotando la ciudad de Buenos Aires con tours de delincuentes que vienen de otros países, con tours sanitarios que vienen a ocupar nuestros hospitales, con delincuentes que vienen a usurpar casas y a ejercer la prostitución. Argentina hoy vive al revés: estamos exportando ingenieros y científicos, y estamos importando delincuentes. Esto no significa ir contra la inmigración. Tenemos que tomar los ejemplos de otros países, como España, que ha producido un sinceramiento en la situación y protegido a los suyos. Por eso tenemos que empezar a proteger a nuestra gente, san­ cionando una ley migratoria que contribuya a erradicar gran par­

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te de la delincuencia, porque como bien se dijo aquí, la deroga­ ción del «dos por uno» no es suficiente. Es interesante darse cuenta en este ejemplo de que, aparte de la directa y familiar asociación de la inmigración con la delin­ cuencia, o con el abuso de los servicios sanitarios y sociales, el señor Scioli también realiza una distinción entre «antiguos» y «nuevos» inmigrantes donde califica, obviamente, a los primeros de óptimos para Argentina, pero no así a los segundos quienes apenas hacen contribución alguna al país. Del apellido Scioli po­ dría sospecharse que es de ascendencia italiana, con lo cual acla­ ra la distinción que hace entre unos inmigrantes y otros. Este an­ tagonismo podría explicarse en los términos de la conocida categorización de los «establecidos» y los «de fuera» (Elias y Scotson, 1965). N o obstante, este caso es todavía más grave ya que una reacción negativa de ese tipo no se refiere a ningún recién llegado, sino que se emplea selectivamente contra aquellos que se perciben como «racialmente» distintos, por ejemplo los que tie­ nen un aspecto «más indígena» o los inmigrantes pobres de Perú y Bolívia. U na vez más se trata de un racismo parecido al que se da en Europa occidental contra los inmigrantes, y que se dirige de manera selectiva según sean más o menos evidentes las «dife­ rencias», es decir, hacia la mayoría de individuos de Africa, Asia o Latinoamérica, o a los de una cultura más o menos distinta, com o los turcos en Alemania y en los Países Bajos. La conocida estrategia de la autorrepresentación positiva y de la presentación negativa de los «otros» que caracteriza el discurso abiertamente racista del señor Scioli se apoya en una retórica de contrastes que opone la inmigración antigua (buena) a la nueva (mala), y, tam­ bién, en la imagen especular que contrasta la exportación de personal altamente cualificado con la importación de delincuen­ tes. N o satisfecho con esto, a estos patrones de generalización hi­ perbólica y explícita sigue alguna disculpa rutinaria, por ejemplo cuando asegura que personalm ente no está contra la inm igra­

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ción. Nótese que, finalmente, en su referencia positiva a España y a la ley de extranjería española, vuelve a introducir un elemen­ to de confrontación de grupo local/grupo ajeno cuando alega que España proteje a los «suyos». En Argentina, estas formas de racismo abierto tampoco sue­ len estar consensuadas, y no aparecen en el discurso público. Por este motivo Scioli se ve interrum pido por otro miembro de su propio partido, el señor Galland, que le acusa de estar llevando al país hacia la peor de las xenofobias. Este com entario recibe la ovación del resto de representantes. Gallard recuerda brevemen­ te que en Argentina existen leyes para atajar el delito y que éstas deberían ser aplicadas tanto a los argentinos com o a los extran­ jeros. Sin embargo, estas reflexiones van seguidas del com entario del prim er orador, Pichetto, quien subraya que ni él ni el señor Scioli están «sosteniendo la bandera de la xenofobia». U na vez más, este tipo de mitigación sirve para introducir un ejemplo de delito (en este caso, asesinato) com etido por inmigrantes «ilega­ les», que según el orador tiene «características transnacionales» y que atribuye a «quienes vienen a la Argentina a robar autom oto­ res». D e este modo, tanto el asesinato como el hurto de vehículos quedan definidos com o «delitos extranjeros», lo que exime a los argentinos, o al menos puntualiza, que no son ellos quienes lo hacen más a menudo. U na vez más no disponemos de datos suficientes para averi­ guar qué proporción de la población comparte estos puntos de vista xenófobos de los políticos argentinos. Ahora bien, la ova­ ción recibida por el orador que critica aquellos planteamientos racistas sugiere que muchos parlamentarios los consideran extre­ mistas, tal y com o sería el caso en Europa. A un así, eso no significa que otras formas más moderadas de racismo o de xenofobia no sean compartidas por muchos, como sugiere la legislación argentina antiinmigración (para más refe­ rencias y detalles sobre racismo en Argentina véase: Margulis y

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Urresti, 1998; N oufouri y otros, 1999. Para estudios sobre el ra­ cismo en libros de texto, que no nos es posible comentar en esta obra, véase: Gvirtz, Valerani y Cornejo, 2000).

Discurso mediático en Chile Cruzaremos los Andes hacia el oeste, hasta llegar a Chile, el país vecino. Las relaciones étnicas en Chile se definen en términos de las relaciones entre una gran mayoría europea, descendiente de emigrantes españoles, italianos, alemanes, etcétera, y los m apu­ ches, que representan aproximadamente un 94 por ciento de las minorías indígenas (los aymara al norte del país representan un 4 por ciento y los rapanui en la Isla de Pascua un 2 por ciento). C on la actual inmigración de Perú y Bolivia ha aumentado el ra­ cismo contra estas minorías (según datos encontrados mediante el buscador Google, en agosto de 2002 existían más de 700 sitios en Internet que documentaban el racismo en Chile hacia las m i­ norías peruana y boliviana). En esta sección nos centraremos en el racismo hacia los grupos indígenas mayoritarios, es decir, ha­ cia los mapuches. Históricamente se conoce a los mapuches (es decir, el tópico los describe) com o valientes guerreros que resistieron la ocupa­ ción española durante casi 300 años hasta que sus tierrras al sur del río Biobío, también conocidas como Araucanía, fueron colo­ nizadas paulatinamente por los españoles y por otros inmigrantes durante el siglo xix, después de que Chile se independizara en 1810. Durante siglos, desde el genocidio de los mapuches, eufemísticamente conocido como «la pacificación de la Araucanía», hasta el presente el mayor conflicto entre los mapuches y los es­ pañoles y, posteriormente, el Estado chileno, se ha concentrado en las tierras mapuches y en sus recursos (Barra González, 2000; Barrera, 1999; Bengoa, 1999; Millamán Reinao, 2001; Vítale, 2000).

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El discurso público actual, tanto en lo político com o en la prensa, se centra tam bién en la reclamación de las tierras por parte de los mapuches, principalm ente en el sur de Chile, don­ de las poderosas madereras e hidroeléctricas, como Raleo, tienen grandes intereses que están en conflicto con los de los mapuches (Johnston y Turner, 1999; Nam uncura, 1999). Por este motivo, los titulares recientes de los periódicos suelen referirse a éstos y a otros conflictos relacionados con el hecho de que los mapuches «ocupan» (o m ejor dicho, reclaman sus) tierras, im piden la tala de árboles o se movilizan contra las empresas que negocian allí. Estas historias suelen referirse a la intervención de los carabine­ ros (policía nacional de Chile), a la resistencia y detención de los activistas mapuches o a la solidaridad internacional hacia los in­ dígenas mapuches. Dicha cobertura sugiere que los mapuches son activistas de izquierdas cuando, de hecho, están representa­ dos en todos los partidos políticos del país. Aparte de los conocimientos necesarios para entender la his­ toria de los mapuches y las reclamaciones actuales que de ella se derivan, debemos com prender el contenido informativo sobre los asuntos étnicos presentes en la prensa chilena (Human Rights Watch, 1998). Com o sucede en otros ámbitos, por ejemplo en el de la Iglesia, las Fuerzas Armadas y la empresa, los medios en Chile son muy conservadores, com o es el caso del periódico de gran tirada E l Mercurio, que apoyó tanto al dictador Pinochet com o a su gobierno militar (Dermota, 2003; Sunkel, 1983). Ese régim en fascista fue particularm ente cruel con los mapuches, encarceló, torturó y asesinó a muchos de sus líderes (Declaración en Londres, 1978, de mapuches en el exilio; véase también M illamán Reinao, 2001). O tros periódicos son menos conservadores, por ejemplo E l Sur y La Tercera (que, no obstante, también fue partidario de Pi­ nochet durante su régim en militar). Otros, com o La Segunda y La Cuarta, son tabloides. Al contrario de otros países latinoame­ ricanos, la prensa influyente, crítica, independiente y de calidad

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apenas existe. Las fuerzas conservadoras dominantes, que tampo­ co toleran la práctica del divorcio ni el aborto en su país (uno de los pocos que quedan en el m undo), no perm iten el desarrollo de una prensa crítica e independiente. La Época, el único perió­ dico algo más crítico que el resto, se vió obligado a cerrar tras una breve existencia, al ser incapaz de conseguir financiación mediante la publicidad. D entro de esta amplia perspectiva han existido alteraciones importantes por lo que se refiere a las acti­ tudes de la prensa durante la dictadura, la transición y la dem o­ cracia actual. Nos pesa no disponer del espacio necesario para describir detalladamente las actitudes y el desarrollo de las mismas en la prensa chilena (para más detalles, véase Dermota, 2002). Quizá esta situación sea la causa de que pocos chilenos lean la prensa de forma regular. La inmensa mayoría depende de la televisión para informarse. Afortunadamente, la variedad de opi­ niones es algo más frecuente en este medio, aunque el católico Canal 13 no represente exactamente a las fuerzas progresistas, com o se desprende de su rotunda negativa a divulgar una cam­ paña estatal contra el sida que recomendaba el uso de condones. En tales circunstancias no se espera que la prensa pueda ser muy positiva cuando informa de la situación actual de los mapu­ ches. E l Mercurio representa los intereses de la política de dere­ chas, de las Fuerzas Armadas y del sector empresarial, ninguno de estos grupos es conocido por ser un ferviente defensor de los mapuches ni de sus reivindicaciones de tierra. Esta actitud no puede considerarse novedosa, pues ya en 1859 E l Mercurio publi­ có lo siguiente sobre los mapuches: Los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos, sin provecho del género humano; y una aso­ ciación de bárbaros, tan bárbaros como los pampas o como los araucanos, no es más que una horda de fieras, que es urgente en­ cadenar o destruir en el interés de la humanidad y en el bien de la civilización (El Mercurio, 24 de mayo de 1859).

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Por supuesto que esto no significa que la prensa pueda seguir publicando artículos explícitamente racistas contra las minorías étnicas, porque también en Chile esta práctica ha dejado de ser políticam ente correcta (para analizar un ejemplo de representa­ ción sutil e indirecta, publicado en E l Mercurio, sobre la «amena­ za» que representan los mapuches, véase M erino, 2001). Lo que sucede es que tanto en la selección com o en los tópicos y en el análisis de estilo de los artículos periodísticos sobre conflictos se asocia a los mapuches con problemas, acciones y ocupaciones de la tierra, cuando no directamente con violencia. Así, si en otras épocas se les representaba com o bárbaros o beodos, en la actua­ lidad se les tilda de extremistas o de terroristas. El resto de ar­ tículos sobre los mapuche es, esencialmente, folclórico (lengua­ je, costumbres, etcétera) y aunque tiene una apariencia inocente, com o ha demostrado Eugenia M erino en su investigación, no está libre de estereotipos (Merino, 2000). E n la conclusión de su tesis doctoral sobre cobertura de los mapuches en la prensa, Berta San M artín afirma que a pesar de existir algunas afirmaciones explícitamente racistas contra los mapuches, los periódicos en general utilizan abundantes estrate­ gias indirectas para representarlos de form a estereotipada y prejudiciosa, es decir, com o atrasados, irracionales, irresponsables, violentos, delincuentes y opuestos al progreso (San M artín, 2002). Las escasas historias positivas sobre los mapuches hablan de los valientes guerreros de antaño, ya fallecidos, o de aconteci­ mientos folclóricos. C om o sucede en la prensa de otros lugares cuando se refiere a minorías, San M artín confirm a que ha en­ contrado en su investigación que el grupo y la cultura dom inan­ tes (los no mapuches o «winkas») se representan com o muy su­ periores, que raramente se citan las fuentes de inform ación mapuches, que los artículos nunca se escriben desde una pers­ pectiva mapuche y que éstos nunca son descritos más allá de es­ tereotipos, es decir, en roles concretos de maestros, académicos o empresarios. Aparte de esta estrategia de presentación negativa

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de los «otros», San M artín encontró también una marcada ten­ dencia a la conocida estrategia ideológica de pasar por alto «nuestros» defectos: las agresiones históricas y contemporáneas de los «winka» y su explotación de los mapuches, hechos que se mitigan, se niegan o se ignoran. Para ilustrar estas conclusiones, tanto de los estudios previos com o de los actuales, acerca de la situación en Chile (que, a la sazón, usan, confirman, ilustran y amplían mi trabajo preceden­ te sobre el racismo y la prensa), comentaré un ejemplo caracte­ rístico de este tipo de informaciones en la prensa con algunas observaciones sobre un artículo aparecido en E l Mercurio acerca de una acción mapuche en la ciudad sureña de Temuco. Cita­ mos el artículo casi en su totalidad para proporcionar una idea clara de este tipo de cobertura típica (para más detalles, véase D erm ota, 2002): Temuco:

500 Mapuches Atacan Sede de La Intendencia Iván Fredes El Mercurio

Jueves 26 de julio de 2001

Catorce carabineros lesionados, un transeúnte herido y 120 detenidos, más millonarios daños luego que enfureci­ da turba se lanzó contra edificios, locales comerciales y bienes públicos. Intendenta de la Araucanía anunció posibles acciones legales contra los manifestantes. En acción paralela, otros grupos levantaron barricadas y saquearon gasolinera, para robar combustible y confec­ cionar artefactos incendiarios. TEM UCO (Iván Fredes).- Un verdadero caos en el sector céntrico y calles aledañas de esta ciudad provocó la acción coordi­ nada de varios grupos mapuches -con un total cercano a 800 in­ dígenas-, que atacaron sin provocación alguna a efectivos de Cara-

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bineros, edificios y bienes públicos y privados, levantaron barrica­ das y robaron combustible desde una gasolinera, para confeccionar artefactos incendiarios. (...)

El agresivo y violento proceder de los manifestantes contra la sede del gobierno regional puso por momentos en peligro la inte­ gridad física de los funcionarios que trabajaban allí. El inmueble resultó con una veintena de ventanales rotos, al igual que las oficinas aledañas de la dirección regional del Sernatur, cuyos tres funcionarios debieron arrastrarse por el piso para evitar ser alcanzados por una lluvia de piedras lanzadas al interior. Los disturbios fueron los más graves que han ocurrido en la ciudad hasta la fecha. Dejaron a 14 efectivos policiales lesionados, un transeúnte herido y 120 detenidos, además de millonarios da­ ños en edificios, locales comerciales y bienes públicos. Se desarrollaron al concluir una marcha pacífica a la que ha­ bía convocado la agrupación mapuche Consejo de Todas las Tie­ rras, con apoyo de otras diez organizaciones indígenas, para protes­ tar contra la reforma procesal penal, en vigencia en la región desde diciembre último. Ello a raíz de al menos una docena de investigaciones que ins­ truyen los fiscales del Ministerio Público por diversas acciones de­ lictivas protagonizadas por indígenas que reivindican tierras -aso­ ciación ilícita, usurpación, lesiones, daños, robos—, las que han derivado en la detención de sus presuntos responsables. También en la incautación y registro de la sede de la agrupa­ ción Consejo de Todas las Tierras, liderada por el dirigente Aucán Huilcamán -que según la intendenta reúne entre 10 y 20 comuni­ dades—, registrada el viernes último en cumplimiento de una orden judicial, y que dio origen a una masiva y violenta manifestación. Tanto organizaciones como grupos de comuneros mapuches investigados por reiteradas ocupaciones a predios de empresas fo­ restales y particulares han adoptado la decisión de resistir y enfren­ tar el cumplimiento de las órdenes judiciales. Estas han sido dictadas por casos de ataque a personas, emboscadas, sabotajes, incendios, secuestro, robos de madera y especies.

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En la madrugada del martes último indígenas de la comunidad de Cherquenco, comuna de Ercilla, ocasionaron heridas a cuatro funcionarios de la Policía de Investigaciones, cuando éstos inten­ taron rescatar a un comunero detenido por orden judicial, la que contemplaba también el arresto de otros cinco indígenas, imputa­ dos de asociación ilícita, secuestro, robo, daños y tenencia ilegal de armas. (■••)

Acciones similares, a las que agregaron la destrucción de seña­ les de tránsito, instalación de grandes piedras y neumáticos encen­ didos, se repitieron en al menos otras cuatro intersecciones de la vía, la más transitada de la ciudad, generando un caos en el tránsi­ to vehicular. La autoridad policial dispuso el despliegue de 300 efectivos de fuerzas especiales, apoyados por dos carros lanzaguas, dos lanzagnses y al menos tres buses, desplegados en calles aledañas, para evi­ tar cualquier asomo de provocación. (...)

Sin mediar provocación, el contingente de seguridad fue ata­ cado con una lluvia de piedras lanzadas con boleadoras y hondas, en tanto que otros mapuches se aproximaron a menos de un me­ tro de los policías para asestar golpes de chueca en sus piernas. El piquete, virtualmente acorralado bajo el ataque de inusitada agresividad, lanzó un artefacto lacrimógeno para dispersar a los manifestantes. A partir de ese momento intervino el resto de la policía, que empleó todos los recursos para detener y controlar a los indígenas. Estos continuaron los enfrentamientos empleando chuecas, boleadoras, hondas y bombas incendiarias, e incluso en peleas cuerpo a cuerpo. Simultáneamente, otros grupos mapuches pro­ vocaban desórdenes en calles aledañas y la avenida Caupolicán. También otro grupo saqueó e intimidó a los empleados de una gasolinera en Caupolicán con Rodríguez, donde exigieron la en­ trega de combustible para confeccionar bombas incendiarias. Los manifestantes concentraron también su acción al interior y alrededores de la Plaza Aníbal Pinto, donde los transeúntes, inclu-

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so madres con sus hijos pequeños, debieron buscar apresurado re­ fugio en galerías comerciales, para así protegerse de las piedras y los efectos de la acción del carro lanzaguas y los gases lacrimóge­ nos. En la refriega resultó herido un transeúnte que realizaba trámi­ tes bancarios en una sucursal de las inmediaciones. (•••)

La intendenta Belmar, que en un comienzo había minimizado las acciones de violencia perpetradas por comuneros indígenas y culpado a la prensa de magnificar los hechos, admitió ahora que los indígenas habían actuado con una agresividad y violencia inu­ sitada. «La mayoría de las marchas son sin autorización, pacíficas, y se limitan a entregar una carta», subrayó. Puntualizó que en la mar­ cha participaron entre 380 y 400 mapuches, según Carabineros. La intendenta dijo que se evalúan los daños para interponer acciones legales contra el Consejo de Todas las Tierras. Com o ya hemos visto, existen pocas dudas acerca de quién es el malo y quién es la víctima en este tipo de noticia. Los mani­ festantes mapuches se representan com o agresivos, violentos e irracionales. La perspectiva general es la que aporta la policía que, según sus portavoces, ha sido atacada «sin que mediara pro­ vocación», de lo cual desprende que el ataque es irracional. Aunque un párrafo más adelante inform e de que el edificio de una organización mapuche ha sido ocupado por la policía, pare­ ce no ser un motivo legítim o suficiente para la manifestación (véase también el análisis de M erino, 2001). En el titular principal también encontramos un popular ju e ­ go de cifras («500 mapuches»), el térm ino negativo «ataque» y a los mapuches com o actores y responsables principales del mis­ mo. El subtítulo nos relata a continuación el papel desempeñado por el resto de participantes, es decir, la policía, en términos tó­ picos y subjetivos y los coloca com o víctimas/pacientes en lugar de en un papel activo.

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M ediante esta macroestrategia, el artículo en su totalidad presenta a los mapuches, de forma sistemática, únicamente como agentes de un acto negativo. N o sólo son agresivos, se manifies­ tan, m ontan barricadas, son violentos, atacan a la policía, destru­ yen bienes urbanos y arrojan piedras, sino que también cometen el terrible delito de robar gasolina de las estaciones de servicio para fabricar «cócteles molotov». Se llega incluso a especificar el núm ero de ventanas rotas, además de un (vago) cálculo de des­ perfectos cifrados en «millones» de pesos (que en dólares, por ejemplo, sólo serían algunos millares). El artículo culmina recor­ dando reiteradamente otros delitos cometidos por los activistas mapuches. C om o suele suceder en este tipo de relatos, que ya conoce­ mos a través del clásico Demonstrations ntid comumcations (Halloran, Elliott y M urdock, 1970), el hecho de que los sucesos con­ cluyeran con una manifestación pacífica sólo se menciona de pasada y sin ningún tipo de énfasis. C om o de costumbre, los involucrados se describen como j ó ­ venes, incluso «menores de edad», con lo cual se combina el de­ lito y la violencia con el tópico del adolescente rebelde. En otras palabras, la narración sigue una pauta muy estereotipada de no­ ticia sobre protesta social, incluyendo una referencia del incen­ diario discurso pronunciado por el líder com o agitador político. Quizá lo más interesante para nuestro análisis sea el conocido uso del térm ino «supuesto» cuando se habla de la represión y de la discriminación ejercidas por el Estado, con lo que se formulan explícitamente ciertas dudas sobre la acción estatal contra los mapuches o bien se trata a éstos de falsos acusadores. Además, a lo largo de todo el artículo se describen con gran detalle las acciones negativas de los mapuches mientras que las de la policía se definen com o defensa propia o bien como piquetes pasivos. Cuando finalmente se desata la actuación policial sólo se indica que «han utilizado sus recursos para detener y controlar a los indígenas», dejando a la fantasía del lector de qué clase de re­

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cursos se trata. Si se efectuaron 120 detenciones resulta bastante improbable que no mediara ningún tipo de violencia, aunque el periódico no proporciona detalles. La evidencia, que no provie­ ne únicamente de las fuentes mapuches, es que la brutalidad po­ licial es moneda de cambio habitual en estas circunstancias.1 Cuando las madres y los niños transeúntes deben ponerse a resguardo de los manifestantes, se cita y se tipifica, una vez más, la acción de los mapuches mientras que de la policía, que utiliza cañones de agua, bombas de hum o, sólo se m enciona la acción como si las bombas de hum o y los cañones de agua funcionasen solos, sin la intervención policial. También en este artículo cons­ tatamos el uso de tácticas gramaticales con estructuras transitivas y el énfasis o la mitigación del sujeto según convenga al procedi­ m iento estándar. El artículo concluye con una figura semántica de contraste en la que el propio representante del gobierno, al que antes se atribuía el hecho de haber «minimizado» las acciones y de haber acusado a la prensa de exageración, ahora se le imputa haber re­ conocido que las acciones actuales de los indígenas han sido, de hecho, violentas. La función de esta inform ación en el artículo de prensa es confirmar y legitimar la exactitud de la prensa al na­ rrar este evento con la autoridad del representante gubernamen­ tal negando, com o de costumbre, cualquier exageración y, por ende, cualquier práctica improcedente por parte de los periodistas. U n análisis más detallado llevaría muchas páginas; sin embar­ go, hemos aclarado lo esencial mediante nuestra observación crí­ tica: a saber, que estamos ante un típico caso de estrategia global de presentación negativa de los «otros», de un grupo étnico mi­ 1. Hemos consultado, por ejemplo, las siguientes páginas en Internet para ob­ tener más detalles sobre la brutalidad policial contra los mapuche: w w w .rebelion.org/ddhh/m apuchesl 10601.htm; y -150301; www.derechos.org/nizkor/espana/doc/endesa/ denuncia.html; www.soc.uu.se/mapuche/docs/CAPM a001127.html; www.xs4all.nl/rehue/act/act259.html

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noritario, que se caracteriza por la autopresentación positiva que com porta el papel de víctima y por la mitigación, la negación o la mera elisión de cualquier acción policial negativa. O tra estra­ tegia habitual en este caso es la ausencia y minimización de las posibles causas o motivos que llevan a manifestarse, con lo cual la violencia parece ser totalm ente arbitraria e irracional. Hay que decir por último, que estamos ante un recuento su­ m am ente detallado de la conclusión violenta de una manifesta­ ción pacífica sobre la que, por cierto, no se facilita ninguna infor­ mación. Así, una vez más somos testigos de las clásicas técnicas de enfatizar la mala conducta de los «otros» y de mitigar la «nues­ tra» (la de la policía, la de la prensa), tácticas que, en este caso, se aplican para ejecutar estas estrategias generales.

Discurso político en Chile

Hay que señalar también que este tipo de discurso no es exclusi­ vo de la prensa ya que el discurso político refleja aproximada­ mente las mismas actitudes. Aunque sea posiblemente más explí­ cito en la derecha conservadora, por ejemplo entre los que apoyan la U D I, los partidos de centro y de izquierda, tanto a ni­ vel nacional com o regional, también han practicado varias m o­ dalidades de paternalismo y de prejuicio para con el pueblo ma­ puche (para más detalles véase M erino, 2003). D e hecho, la marginación de los mapuches también se ve reflejada en su ex­ clusión del debate político, hasta el punto de que muchos políti­ cos conservadores nunca rozan el tema. En algunos discursos parlamentarios hemos encontrado la negación típica del racismo ya presente en otras partes, en particular, cuando se subraya que todos los chilenos tienen sangre mapuche (véase entre otros el dis­ curso de Eduardo Díaz, 20 de mayo de 1998). En este mismo discurso se describe la resistencia mapuche com o un asalto a la propiedad privada, inspirado por los extranjeros y no representa­

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tivo del pueblo mapuche, es decir, con los conocidos métodos de la estrategia de deslegitimación.

Discurso de élite y racismo en Brasil El estudio del racismo discursivo en Brasil justificaría un libro entero, por no decir varios, por las mismas y hasta por más razo­ nes que cualquier otro país de los analizados aquí. Las relaciones raciales en este enorm e país son la quintaesencia de las del resto del continente, con un 44 por ciento de población de origen africano (oficialmente, según datos censales),2 aunque en reali­ dad es posible que sobrepase el 50 por ciento, y más de 200 pue­ blos indígenas, además de grupos muy variados de ascendencias europea o asiática que, debido a tantos siglos de cruce, ha dado lugar a una infinita variedad de aspectos físicos. N o obstante, puesto que la población indígena representa únicam ente el 0,2 por ciento de una población actual de 160 millones de brasileños (Ramos, 1998), la dimensión principal de las relaciones cotidia­ nas en Brasil es la existente entre blancos y negros (Reichmann, 1999; Silva y Hasenbalg, 1992). A pesar de la enorm e complejidad de las relaciones raciales en Brasil, las tendencias fundamentales de las relaciones de poder étnicas no difieren demasiado de las del resto del continente. La regla general de las relaciones étnicas, dom inio y racismo, tam -

2. Debería notarse no obstante que no sólo la mayoría de blancos sino también muchos negros utilizan, en conversación cotidiana, los términos «pardo», «moreno» o «mulato» para referirse a negros o a gente de tez más clara, cuando no los consi­ deran «pretos». Según el censo del año 2000, únicamente el 6,2 por ciento de los declarantes se consideraba «preto», mientras que un 39,1 por ciento manifestaba ser «pardo». N o obstante, comparado con el censo de 1991 existe una tendencia a que los negros se manifiesten «pretos» en lugar de «pardos», o bien utilizan otros eufe­ mismos como, por ejemplo, «moreno», «moreno claro», «mulato», etcétera. Para más información véase Piza y Rosemberg, 1999.

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bien es aplicable en este caso: los blancos (europeos) dominan a los demás grupos de muchas maneras. Este hecho se puede ob­ servar directamente entre las clases medias y altas, en las élites, en los centros de poder y de riqueza donde se ubica la mayoría de gente de ascendencia europea, es decir, en la política, en los me­ dios, en la universidad, en la investigación, en la empresa, en los tribunales, etcétera. Ello se pone tam bién de manifiesto en la historia del «blan­ queamiento» (embranquecimiento o branqueamento), a través de las políticas inmigratorias selectivas, de la preferencia general de consortes (más) blancos (Piza, 2000; Twine, 1998) o de la adop­ ción de niños blancos (véase Corrcio da Bahia, 1 de julio del 2002), entre otras tantas manifestaciones de la vida cotidiana. De la compleja jerarquía de color, de sus denominaciones y valores asociados, se desprende que siempre es mejor ser más blanco que ser más negro, casi siempre considerado como peor (Piza, 2000). Los anuncios explícitamente racistas solicitan personal «de boa apariencia», es decir, hombres y mujeres blancos (Damasceno,

2000). Si encendemos el televisor en Brasil y nos dedicamos a mirar una de las muchas telenovelas u ojeamos un periódico o una re­ vista, constataremos que la mayoría de rostros son blancos e in­ cluso que sus cabellos son rubios. Así pues, el hecho de ser blan­ co no es sólo estéticamente preferido (incluso entre muchos negros),3 sino que también representa más poder social, econó­ mico, intelectual y cultural (D ’Adesky, 2001; Guimaraes, 1999, 2002; Guimaraes y Huntley, 2000; Reichm ann, 1999). O tra característica principal del racismo en Brasil, comparti­ da con el resto de Latinoamérica y de Europa, es su negación. 3. Siguiendo la costumbre de las organizaciones afrobrasileñas actuales y de sus líderes, para el resto de este apartado sobre Brasil utilizaremos el térm ino «negro» o «afrobrasileño» para referirnos a todos los brasileños cuyo origen sea africano. En Brasil también se utiliza el térm ino «afro-descendentes» para referirse al mismo co­ lectivo.

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D e forma más insistente que en cualquier otro país, Brasil ha mantenido su negación sustentándola en una compleja estructu­ ra ideológica de «democracia racial», que fue promovida por in­ fluyentes sociólogos tales como Gilberto Freyre (Azebedo, 1975; Guimaraes, 2002; Twine, 1998). Según esta ideología las relacio­ nes raciales en Brasil son más «cordiales» que, por ejemplo, en Estados Unidos (Degler, 1986), con una distancia interpersonal m enor y una polaridad m enor que entre blancos y negros (Folha de Sao Paulo /Datafolha, 1995). Por este motivo, muchas formas de racismo cotidiano se han hecho invisibles e incluso en la actualidad son muchos los blan­ cos (también algunos negros) que en Brasil opinan que los pro­ blemas y conflictos sociales en su país se basan en la clase y no en la raza. El hecho de que la desigualdad económ ica y social más extrema, tanto a nivel latinoam ericano com o mundial, sea la brasileña, con enormes diferencias entre la riqueza y la pobreza, se debe a su desigualdad racial (Hasenbalg y Silva, 1988; Silva,

2000). Para justificarlo citaremos únicam ente una estadística del IB GE (oficina brasileña de estadísticas): el salario medio anual de un hom bre blanco en 1999 era el doble (R$ 670 = US$ 300 al cambio de la época) que el de los «pardos» (R$ 320) o el de los «negros» (aproximadamente R $ 314). Esto también implica que si nos atenemos a los ingresos, los «pardos» (mulatos) están en el mismo escalafón de clase que los «negros» y no ubicados en una clase interm edia entre los blancos y los negros (véase también Silva, 1999). En 2002, Pierre Sané, subdirector de la U N E SC O , antiguo director general de Amnistía Internacional y originario de Senegal, manifestó en una visita a Brasil que la lucha contra el racis­ m o en este país tiene un retraso de cuarenta años, debido, por ejemplo, al hecho de que hasta ahora no habían tomado medidas de acción afirmativa adecuadas {Jornal do Brasil, y otros periódi­ cos, 13 de ju n io de 2002).

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En las últimas décadas, el m ito de la democracia racial ha sido valorado efectivamente por lo que es, a saber, un m ito (Azevedo, 1976; Munanga, 1996). Entre 1950 y 1960 se efectuaron algunos estudios subvencionados por la U N ESCO , a fin de docum entar los aspectos socioeconómicos fundamentales de la desigualdad racial, aunque ignoraron muchas de las otras dimensiones que caracterizan al racismo (Guimaraes, 2002). Por otra parte, al ini­ cio del movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, entre 1970 y 1980, los científicos sociales críticos fueron apor­ tando paulatinamente una serie de datos que demostraba clara­ m ente la discriminación contra los pueblos indígenas y negros de Brasil (D’Adesky, 2001; Hasenbalg, 1979; Lovell, 1999; M unanga, 1996; R eichm ann, 1999). Finalmente y de form a notable, los brasileños africanos se dispusieron a fundar organizaciones y publicaciones que mani­ festaran su cultura y su orgullo negro (Fernandes, 1989; G ui­ maraes, 1999; Hanchard, 1994; Nascimento y Larkin Nascimento, 2000; Santos, 2000). En 1989, con ocasión del centenario de la abolición de la es­ clavitud, se adoptó una ley que castiga duram ente (incluso con penas de encarcelamiento muy severas) la discriminación «ra­ cial», así com o los actos y el discurso racistas. En consecuencia, los medios y la autoridad policial han efectuado duros ataques contra el racismo; en otras palabras, la lucha contra el racismo en la población negra y, al menos en teoría entre otros grupos de élite o agencias estatales, está en auge. Este desarrollo no siempre implica grandes cambios en lo cotidiano, tanto por lo que con­ cierne al discurso com o a las prácticas de los miembros de los grupos dominantes. N o obstante, los indicios de debate repre­ sentan un principio de cambio. Considerando la enorm e extensión del país, las muchas uni­ versidades existentes y la gravedad del problema del racismo así com o de otras formas de exclusión social, sería de esperar que existiera una ingente cantidad de estudios sobre el racismo en

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Brasil. Pero nada está tan lejos de esta realidad aunque abunden los escritos sobre la cultura negra y temas históricos, publicados en especial durante 1988 con motivo de los preparativos para ce­ lebrar el centenario de la abolición de la esclavitud (véase, por ejemplo, los im portantes y numerosos estudios históricos lleva­ dos a cabo por Lilia M oritz Schwarcz, Schwarcz, 1987). Existen también diversos estudios lingüísticos y antropológicos sobre las culturas indígenas y sus lenguas. Los que se refieren al racismo propiam ente dicho suelen centrarse, por lo general, en la desi­ gualdad socioeconómica, destacando los diversos sectores de la so­ ciedad en los que la población negra tiene que enfrentarse a la discriminación: m enor acceso al mercado laboral, m enor acceso a rangos más altos, salarios más exiguos, viviendas peores, segre­ gación urbana, m enor acceso a una educación digna, etcétera. Las modalidades simbólicas del racismo se estudian por su re­ ferencia a los medios en general y a la televisión en particular, así com o a la educación, aunque a pesar de ello sigan existiendo muy pocos monográficos dedicados al tema (véase referencias a continuación). Hasta la fecha, los estudios sistemáticos sobre ra­ cismo en el discurso político son escasos y ocurre lo mismo con los discursos de la inform ación, el científico y el jurídico, entre otras modalidades de escritura y de habla elitistas. D e esta mane­ ra, nuestros escuetos informes han sido recabados, para esta obra, a partir de un puñado de breves estudios, artículos, tesis, publi­ caciones de Internet y de otros análisis menos ambiciosos. La mayor parte del trabajo que se debe efectuar sobre el discurso del racismo sigue siendo todavía un proyecto.

Conversaciones cotidianas

Por lo general, los investigadores blancos sólo pueden especular sobre el m odo de hablar utilizado por otros blancos cuando se dirigen a los negros en sus conversaciones cotidianas. Los datos

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fidedignos sobre este tipo de habla espontánea no suelen estar registrados. El m ito de las relaciones raciales cordiales y el de las relaciones sociales en Brasil sugiere que la comunicación interra­ cial también es por norm a cordial. Es posible que esto sea cierto para muchos y en muchas situaciones, pero existen algunos datos policiales bastante inauditos en los que se registran quejas ciuda­ danas sobre insultos racistas (recogidos por Antonio Guimaraes, 2002), que demuestran que el discurso cotidiano referido a las relaciones raciales en Brasil puede ser hiriente y explícito. En las tiendas, en el trabajo, en el autobús o entre vecinos, los blancos suelen tratar a los negros en términos racistas con crudeza, como por ejemplo «macaco», «bcsta», «vagabundo», «'Jilho da puta», «safa­ do» (insolente), «ladrao», etcétera. Algunos ejemplos citados por la policía son: • N egro insolente, ladrón, sinvergüenza (entorno laboral). • Sus negritas hijas de puta, negras malolientes (entre veci­ nos). • Estoy harta de esa raza, de esta raza que no da nada (tam­ bién entre vecinos). En otras palabras, se tiende a asociar a los negros con anima­ les, con cualidades com o la pereza, la suciedad y la im pertinen­ cia, y se refieren a ellos o se los representa como delincuentes, seres amorales, faltos de inteligencia o de baja estofa. Es intere­ sante notar que existen más quejas contra las mujeres y que los blancos (hombres) tienden a insultar más a los hombres negros que a las mujeres negras (en términos racistas). N o disponemos de elem entos para valorar la representatividad de estas quejas en la com unicación interracial brasileña4 pero podemos deducir, 4. «Disque-Racismo», una organización antirracista de Bahía, que recibe que­ jas por teléfono, registró 300 llamadas de denuncias por racismo en un período de 18 meses (Correio da Bahía, 14 de mayo, 2002).

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con bastante seguridad, que estos datos de las comisarías de poli­ cía sólo representan la punta del iceberg. También hemos visto que gracias a la ley de 1989 este discurso del racismo está actual­ m ente considerado com o delito y que, en teoría, está penado con el encarcelamiento, aunque no suela llevarse a la práctica. Hemos comprobado que para algunos blancos y en ciertos con­ textos, los insultos racistas no provocados son frecuentes y que las restricciones impuestas por criterios de la corrección política en el discurso de élite público no funcionan.

Política

C om o viene siendo habitual, desgraciadamente disponemos de m uy pocos datos o estudios sobre el racismo en el ámbito del discurso político contem poráneo en Brasil. La mayor parte de estudios históricos subraya, por supuesto, el papel del Estado y de los políticos en la instauración y el m antenim iento de la es­ clavitud. Brasil fue, en efecto, el último país en aboliría, en 1888, y pocos fueron los políticos, blancos, entonces y aún ahora, que mostraron interés por las poblaciones negra o indígena. N o fue hasta la década de 1930, especialmente en el estado de Novo (1937-1945) y durante la Segunda República (1945-1964), que el Estado empezó a descubrir a su «povo» (pueblo), aunque tam­ bién es cierto que redujo su diversidad a una sola «raza», la brasi­ leña, evitando así el estallido de una auténtica bomba de relojería étnica (Guimaraes, 2002, pág. 117 y ss). Estos intentos contaron con el apoyo académico de personajes como Gilberto Freyre y con la propagación de la conocida noción de «democracia racial», inspirada por él y por otros académicos. D e m odo similar, en la década de 1970, cuando los movimientos negros comenzaron a hacer notar su influencia, el ámbito académico y el político em­ pezaron a despertar lentamente para aceptar que Brasil no era, ni es, una democracia racial.

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U nicam ente en 1988, con motivo del centenario de la aboli­ ción de la esclavitud, el racismo fue declarado acto delictivo im ­ procedente, según el artículo XLII de la nueva Constitución. En consonancia con otros discursos de élite, durante las últi­ mas décadas en Brasil, el discurso político oficial sobre los pue­ blos negro e indígena tiende a ser políticamente correcto, en el sentido de que apoya retóricam ente los ideales de igualdad más encomiables. N o obstante, no disponemos de datos sobre la for­ ma de hablar cotidiana de los políticos cuando se refieren o se dirigen a los negros y a los indígenas, ni siquiera cuando se trata de contextos más informales o de política local. Estos datos ten­ drían que proceder de los propios testimonios de las víctimas, y deberían recabarse en una futura investigación, a fin de proceder a un com pleto análisis del discurso del racismo en Brasil (para investigaciones semejantes en los Países Bajos y en EE.UU., vé­ ase, por ejemplo, Essed, 1991). Asimismo, por iniciativa de los parlamentarios negros, en 2001 se estableció un com ité parlamentario específico con la in­ tención de debatir el estatuto de igualdad racial, propuesto por el diputado Paulo Paim. Es interesante resaltar que, en otoño de 2001, uno de los primeros puntos debatidos por el comité in­ tentaba esclarecer si dicho estatuto debería o no aplicarse a todos los grupos étnicos o sólo a la comunidad brasileña más afectada por la discriminación, es decir, los afrobrasileños; com o Paim y otros representantes negros subrayaron: «el negro es el gran dis­ criminado» (comisión de debate, 20 de septiembre, 2001, pág. 17). O tro punto en el debate, propuesto por la representante Tania Soares, cuestionaba si las mujeres negras en dichas circuns­ tancias recibirían un trato especial, dado que son ellas las que su­ fren de una doble discriminación (véase también Roland, 2000). Este punto de vista fue enérgicamente rechazado por Paim, para quien la unidad de la com unidad negra es indispensable: «es im­ portante dejar bien claro que, para nosotros, negro es negro, sea mujer u hombre» (pág. 26). Q ueda por ver si ésta y otras inicia­

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tivas políticas proporcionan el encuadre oficial adecuado que perm ita llevar a cabo una auténtica mejora de los asuntos socia­ les de los negros en Brasil, p o r ejemplo la reducción del estado de pobreza, de la discriminación, del acoso policial, un mejor acceso a la universidad o una mayor presencia en los libros de texto escolares, entre tantos otros asuntos pendientes para la co­ munidad negra.

Los medios

Aparte de los estudiosos del racismo, cualquier observador oca­ sional o cualquier turista que haya visto la televisión en Brasil queda impresionado por la apabullante presencia de rostros «blancos» en la pantalla, comparado con la cantidad de gente de color que se ve en la calle. E n cierto sentido, la televisión refleja una realidad social en la que poca gente de color tiene posicio­ nes de poder político, social, económico o cultural (Araújo, 1996, 2000a, 2000b; Lima, 1984, 1996, 2000, 2001). Dado que las élites tienen un acceso preferente a los medios en cualquier lugar, este estado de cosas implica que en Brasil los descendientes de africanos y, en particular, los pueblos indíge­ nas, no acostum bran a ser directores de program a, realizado­ res, comentaristas, reporteros, presentadores, protagonistas de las telenovelas o de las noticias, ni fuente alguna de interés informa­ tivo. Cuando un negro, en cierta ocasión, ocupa un lugar desta­ cado, recibe una mayor discriminación directamente proporcio­ nal al escalafón que ocupa; es, por tanto, la confirmación de uno de los corolarios que configuran la tesis principal de esta obra, ya se refiera a los medios o a la universidad (véase, Silva Bento, 1999: págs. 115-117). Por los mismos motivos, también sucede lo contrario: cuando un negro o un brasileño de color aparece en pantalla, su rol suele ser el de sirviente o cualquier otro papel secundario en la teleno­

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vela, de delincuente o de víctima de la delincuencia y, cuando se trata de los informativos, se le muestra com o un ciudadano sin identificar, como esclavo en un reportaje histórico y, por supues­ to, como músico, bailarín, mulata sensual, mamá macumbera, et­ cétera, pero sobre todo en escenas de carnaval. Esporádicamente aparecen como víctimas de discriminación o de prejuicio. Algu­ nas honrosas excepciones son el famoso futbolista Pelé, o músicos com o M ilton Nascimento o Gilberto Gil, los cuales sólo son la confirmación de la regla. En contadas ocasiones se presenta a los negros como familias «normales» y tampoco aparecen en contex­ tos cotidianos. N o es sorprendente que con esta clase de retrato público negativo en el omnipresente medio (74 por ciento de los hogares tienen televisión), y dado el especial valor de las imáge­ nes y de las normas estéticas, los propios negros se consideren feos si tienen la tez oscura y guapos si son más blancos. En efecto, la investigación demuestra que son aún menos los negros (34 por ciento) que los blancos (56 por ciento), quienes encuentran ne­ gativa la imagen de los negros en televisión. Araújo (1996, pág. 248; 2000a, 2000b) lista las siguientes propiedades de representación de brasileños africanos en la tele­ visión: a. Se representa a los negros en términos negativos que se re­ trotraen a la época del esclavismo y su papel en televisión es el de servidor sumiso en las telenovelas o bien el de có­ mico. b. Las imágenes positivas no existen, por ejemplo, la repre­ sentación de negros com o líderes cuando se tratan temas a nivel nacional, com o la cuestión de la población africana brasileña. c. La cultura negra se restringe a nivel folclórico com o parte de una cultura que no está viva, con lo cual los negros sólo aparecen com o sambistas, «paes de santo» y otros roles afi­ nes al carnaval y a otros festejos parecidos.

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d. Si en alguna ocasión se representa a los negros de forma rutinaria, es asociándolos con drogas, pobreza, ignorancia, hom icidio y otras situaciones negativas (véase también Lima, 1984, 1992, 1996, 2000, 2001). C om o suele ser habitual, la representación marginal de los negros en la televisión no tiene nada que ver con una falta de ca­ lificaciones dramáticas sino únicam ente con la discriminación por parte de la mayor parte de los jefes de personal, como lo de­ muestra el siguiente fragmento que evidencia un estudio sobre la discriminación laboral en Brasil (Silva Bento, 1999: pág. 114): Dos mujeres que tenían más de cinco años de experiencia en producción televisiva, presentaron una solicitud para el mismo puesto de trabajo, que hice llegar a manos del director, el señor Pires. Cuando su asistente regresó y me dijo que sólo había una plaza disponible, llamé al señor Pires para recordarle que acababa de decirme que necesitábamos a dos personas en producción. Me respondió: «¡Ah, doña Rosana, pero usted no me advirtió que una era criolla!, ¡Usted no me dijo nada de eso!». Le respondí: «¡Qué lástima que no tenga usted una cámara de vídeo conectada a su te­ léfono para verme la cara!», y colgué. Los periódicos más progresistas, com o la Folha de Sao Paulo, se suelen unir a las voces de quienes en las últimas décadas han plantado cara al m ito de la democracia racial (R eid Andrews, 1996: págs. 226 y ss; véase tam bién Concei^ao, 2001; G ui­ maraes, 1996). Sin embargo, otros periódicos todavía reflejan hasta qué punto este m ito sigue estando vivo entre los brasileños, especialmente para los de derechas. Así pues el centenario de la abolición de la esclavitud (13 de mayo de 1988) fue aclamado por O Globo con un editorial que negaba el racismo en los tér­ minos habituales, es decir, mediante la atribución de la desigual­ dad social a las clases brasileñas y advirtiendo a la población ne­

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gra que no se dejara manipular por cualquier otra idea, haciendo referencia a la violencia del movimiento por los Derechos Civi­ les en Estados Unidos. Si examinamos recortes de prensa recientes de la única pero excelente base de datos existente del M inisterio de Cultura (www.palmares.gov.br), constataremos en prim er lugar que los artículos sobre racismo, aun cuando se conceptualicen en térm i­ nos de prejuicio o de discriminación, son bastante comunes en los medios. Por otra parte, las medidas oficiales contra el racismo reciben una cobertura frecuente en la prensa. Asimismo, muchos artícu­ los cubren aspectos culturales de la com unidad afrobrasileña, com o el candomblé, el teatro, la literatura o la danza. A juzgar por estos recortes de prensa, que, presumiblemente, no abarcan la mayoría de los artículos donde los negros figuran sólo como ciudadanos normales (o cualquier m iem bro de élite), podría concluirse de forma provisional que los negros sólo aparecen com o víctimas del racismo, como activistas antirracistas o como agentes en eve.ntos culturales afrobrasileños, es decir, en roles es­ tereotipados. En otras palabras, la participación negra en la eco­ nomía, en las ciencias o en otras áreas de prestigio, no resulta tan prom inente en los medios. N i que decir tiene que se precisará de un análisis detallado del contenido y del discurso para confir­ mar estas primeras impresiones sobre los medios de comunica­ ción brasileños. D ’Adesky (2001), en su tesis doctoral sobre el racismo y el antirracismo en Brasil, dedica un capítulo al papel de los medios basándose en otros estudios previos (pág. 89). Destaca algunas pruebas, evidentes para todos, sobre el rol tan im portante de las telenovelas en Brasil. E n efecto, se trata de un fenóm eno cultu­ ral mayoritario. En comparación con el porcentaje en la socie­ dad real, el núm ero de actores brasileños africanos es insignifi­ cante en estas series de tanta audiencia. D e las veinticinco que se retransmitieron entre 1993 y 1997, menos de un 8 por ciento de

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los actores eran negros; para matizar, la tendencia fue elegir ac­ tores de un ligero color tostado para personajes serviles o de poca m onta (págs. 91-92). U n análisis de la publicidad confirma que los porcentajes de personas de raza negra en los anuncios son similares: alrededor de un 6,5 por ciento en 1995, en Veja (revista comparable a Newsweek), e incluso menos de un 4 por ciento en revistas como Cosmopolitan (pág. 106) (Para cifras sobre la .representación de negros en publicidad, véase, también, H asenbalg, 1988.) Según un estudio de Fernando de Sá, citado por D ’Adesky, que analiza la presencia de los negros en los telediarios, Brasil parece un país blanco del m undo desarrollado aunque la realidad sea que, aparte de Africa, Brasil es el país con más población ne­ gra que queda prácticamente invisible. D ’Adesky recuerda que la exclusión de los negros no queda relegada a este medio y que sucede lo mismo en la prensa y en el cine (para el posicionam iento de los negros en películas bra­ sileñas, véase R odrigues, 1988). Los periódicos afrobrasileños no existen y, por lo general, las revistas están dirigidas a las cla­ ses medias altas (blancas), en un país donde sólo unos 26 millo­ nes, de una población total de 160 millones, son lectores. Son pocas las revistas especializadas, publicadas por y para el público negro, entre las que m ejor se venden Raga Brasil y Black People, que están dirigidas a lectores más cultos (véase también Pereira, 2001, sobre periodistas negros y su acceso a la radio en Sao Paulo). Algo muy parecido se desprende del contenido de la prensa que ignora sistemáticamente a los negros (salvo en carnaval), y no refleja la diversidad cultural del país, aun cuando últimam en­ te haya aumentado la publicación de artículos sobre racismo. Estas observaciones pueden extenderse a la reducida pobla­ ción indígena, cuya representación en los medios sigue siendo marginal y estereotipada; son descritos com o atrasados, prim iti­ vos, únicam ente se resaltan sus costumbres culturales como la

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vestimenta, etcétera (Warren, 2001). Warren narra el caso del ex ministro de Defensa, Leónidas Pires Gon^alves, quien declaró en el día nacional indio de 1989 que los «indios» no necesitaban protección ya que «las culturas indias son muy secundarias y, por lo tanto, no son respetables» (Warren, 2001, pág. 175). Es evi­ dente que una opinión particular no es representativa de la clase política, pero el hecho de que se pueda expresar pública e im pu­ nem ente una idea semejante hace sospechar que más de un mi­ litar de rango y de un político piensan de forma parecida, como en efecto sugiere el título de esta obra.

Educación

En Brasil el discurso del racismo está tan arraigado que aparece en casi todo tipo de géneros y de contextos, no sólo en los m e­ dios de com unicación de masas sino también en otros ámbitos principales del discurso público, como el de la educación. Histó­ ricamente, las minorías han tenido menos acceso a la escolarización y, por lo general, sólo han podido acudir a las peores escue­ las públicas (Rosemberg, 1991, 2000), con lo cual la tasa de analfabetismo ha sido más del doble (aproximadamente un 36 por ciento en 1980) que la de los blancos, y sólo un 0,6 por ciento de los negros ha conseguido diplomarse en secundaria (Hasenbalg y D o Valle Silva, 1990). Tampoco en tanto que agentes sociales los negros han tenido acceso al discurso educativo; están marginados en los libros de texto, al igual que las poblaciones indígenas, salvo en los temas culturales o históricos, por ejemplo la esclavitud, o los hábitos cul­ turales «interesantes» de los indígenas. C om o sucede con los li­ bros de texto de otros países de Latinoamérica, los negros y los indígenas sólo cobran un especial interés cuando el discurso edu­ cativo versa sobre un tiem po pasado, es decir, cuando ya han m uerto (Donisete Benzi Grupioni, 1995).

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Los negros y los indígenas de hoy, así como su vida cotidiana, son raramente considerados en un libro de texto. El hecho de que la mitad de la población brasileña sea de color no parece afectar al contenido educativo (Silva, 1995). Esto no nos sorpren­ de si recordamos que hasta finales de la década de 1980 dicha te­ mática era apenas tratada en el discurso pedagógico, de manera que los educadores ni siquiera están preparados para enseñar este tema en las aulas (Fernandes de Souza, 2001; Silva, 2001). Tal como sucede en los medios, en la última década también se han producido algunos cambios aunque sean modestos, que se perciben en un creciente interés por la educación multicultural y el racismo, tanto en la programación como en los contenidos y en los libros de texto (Cunha Jr., 1996). N o nos referimos a los barrios de población culta donde dom ina el discurso de élite (donde habitan las élites políticas, mediáticas y académicas), sino a la presión ejercida por la propia presencia de muchos alumnos de color en las escuelas, lo cual ha forzado a los pedagogos, a los maestros y a los investigadores del sector a sensibilizarse con las necesidades de la población negra (Carvalleiro, 2001). En un es­ tudio posterior a su obra citada anteriorm ente, sobre los libros de texto en lengua m aterna para la escuela primaria, Ana Celia da Silva encontró algunos avances durante la década de 1990: en los 15 libros analizados, publicados en Sao Paulo entre 1994 y 1998, se sigue representando a los negros como minoría pero ya no aparecen en los textos e imágenes com o meras caricaturas; se incluye a los niños negros en un entorno escolar, jugando, y no sólo com o niños de la calle o com o mano de obra barata. Tam­ bién se representa la interacción entre niños blancos y negros, donde estos últimos realizan acciones positivas (Silva, 2001; véan­ se también Bittencourt, 1997; Carmo, 1991; Oliveira, 2000; Sil­ va, 2000). Oliveira (2000), en un estudio acerca de la enseñanza que abarca dos décadas (programaciones, libros de texto, etcétera), entre 1978 y 1998, llega a la conclusión de que ha habido cam­

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bios en el sentido de que se ha llegado a prestar atención a las ac­ tividades cotidianas de la gente, incluida la de color, y a su cultu­ ra. N o obstante, los libros de texto siguen m anteniendo ciertos estereotipos, com o el hecho de representar a la com unidad ne­ gra com o víctima, tanto en épocas de esclavitud com o en la ac­ tualidad, y no en una posición de resistencia activa contra la opresión y la marginación. Así pues, la diversidad de negros en la actualidad, en todos sus contextos y funciones, no queda re­ flejada en los libros de texto. El autor hace hincapié en el hecho de que una cosa es reconocer que, hasta la fecha, los negros han sido marginados a m enudo y otra, representarlos únicamente en el papel de víctimas pasivas. Los profesores entrevistados por el autor también manifiestan que existe cierta resistencia por parte de los alumnos a la hora de estudiar cuestiones de racismo y pre­ juicio, porque consideran que estos temas sólo son de relevancia para los negros. Sonia Irene Silva do Carm o, en uno de los escasos estudios de análisis del discurso existentes, que trata la representación de los pueblos indígenas en Brasil (y por extensión, Latinoamérica), llega a la conclusión de que, para empezar, la forma de represen­ tarlos está vinculada al hecho de su «descubrimiento», es decir, al m om ento en que los europeos blancos, los portugueses en con­ creto, se dieron cuenta de su existencia hace 500 años (Carmo, 1991). D e hecho, los libros de historia suelen incluir a los pue­ blos indígenas en los últimos capítulos, mientras que reservan los primeros para los europeos. Muchas de sus características no son descritas en sí mismas sino mediante comparaciones explícitas o implícitas con los europeos blancos, al lado de los que vivían en un estado «neolítico», usando instrumentos «primitivos». Com o ya hemos sugerido, la representación más com ún de los pueblos indígenas se asocia con el pasado y sólo en raras ocasiones con el presente. D e cualquier manera, este pasado suele calificarse en términos positivos, com o si se tratara de una Arcadia de equita­ tiva y armoniosa convivencia rural. Es interesante reparar en que

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la noción de ruralidad, de pueblo, si bien nunca la de territorio (ocupado por los colonizadores), es la atribución más típica. Es cierto que la colonización tam bién ha sido objeto de un análisis crítico en muchos de los actuales libros de texto, pero dicho aná­ lisis sólo se refiere a la aniquilación física y cultural de los indí­ genas obviando los acontecimientos de la invasión de su propio territorio. En lugar de utilizar términos como «invasión» o «con­ quista», se recurre a eufemismos, com o sucede tam bién cuando se explica la masacre sufrida por los pueblos indígenas. D e esta manera, el autor concluye que los libros de texto no son hom o­ géneos; a pesar de que los «indios» suelen representarse en tér­ minos generales y de distancia, y siempre como los «otros», en alguna ocasión, cuando son víctimas de la dom inación blanca y necesitan «nuestro» apoyo, se les caracteriza por los conocidos términos del prejuicio tradicional, com o lo «exótico» y el «salva­ je», o el «buen salvaje». En otras palabras, incluso cuando se trata de representaciones positivas y compasivas, se los representa como agentes pasivos: en los libros de texto estudiados, el «indio» no habla y no se resiste. Por otra parte, se ensalza la acción positiva y «civilizadora» de los jesuítas, lo que confirma nuestra parcela ideológica general, según la cual sólo se destacan «nuestras» buenas acciones, aunque es cierto que alguna vez tam bién se incluye una nota crítica. El concepto que describe más adecuadamente todas las característi­ cas de la representación de los negros y de los indígenas en los li­ bros de texto es el concepto de eurocentrismo, lo cual no es una sorpresa sino que sólo define la ideología dominante. Pese a ello, no podemos olvidar a quienes se esfuerzan por formular nuevas perspectivas críticas con los europeos, y por tanto, solidarias con la población negra e indígena. Las élites brasileñas, al igual que cualquier otra élite, quieren m antener sus privilegios y rechazan, por lo general, cualquier tipo de acción afirmativa o de cuota. Esto se demuestra, por ejemplo,, en la enorm e oposición al proyecto de ley (289/99)

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que pretendía garantizar el 50 por cien de las plazas universitarias para estudiantes de la escuela pública, de la que proviene la ma­ yoría del alumnado negro (Guimaraes, 2002, pág. 70). Entre tanto, la presencia de rostros negros en las universidades sigue siendo limitada y esta selección académica es uno de los factores decisivos para la reproducción de las clases de élites, formadas por blancos en un 80 por cien (Oliveira y otros, 1982). Para ha­ cerse una idea de los argumentos que ese discurso de élite em­ plea para rechazar las cuotas universitarias, o cualquier otra, nos serviremos del siguiente artículo de opinión publicado en Jornal da Tarde:

«Cuotas de discriminación» El sistema de cuotas, según la raza, para ingresar en las univer­ sidades brasileñas está destinado a provocar los mismos problemas que en Sudáfrica, donde la ley de acción afirmativa dictaminó que los blancos debían ser reemplazados por negros, tanto en las em­ presas como en el servicio público. No hay suficientes profesores negros para ocupar las vacantes dejadas por los blancos, que, con la democratización, cesaron de colaborar a la unidad del país, hicie­ ron las maletas y se marcharon a otros países. En Brasil, una legis­ lación que promueva, en lugar de reducir, el racismo, cambiará el criterio de acceso a las universidades, basado en la competencia, por una raza de «aspirantes». Para empezar, va a ser difícil identifi­ car quién es negro y quién no. «Moreno», ¿es negro o blanco? In­ genieros, médicos, abogados, ejecutivos de grandes multinaciona­ les se han transformado, a la desesperada, en mozos portamaletas, o se han dedicado a otras actividades no profesionales, hasta que han encontrado trabajo fuera del país, al haber sido apartados de los cargos que ocupaban antes de la democratización de Sudáfrica. Los partidos brasileños no han conseguido cumplir con la ley que les obliga a inscribir un mínimo de candidatos femeninos. En la actualidad la opción a la candidatura depende de cada individuo. No puede ser determinada por ley, siguiendo las cuotas universita­ rias para los afrodescendientes porque es un sistema racista que

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también peijudicará la calidad de la enseñanza en Brasil. El ejem­ plo de Sudáfrica no deja dudas sobre tal afirmación {Jornal A Tar­ de, 2 de agosto, 2002). Este texto evidencia algunas de las estrategias conocidas que emplean las élites para negar y rechazar las medidas antirracistas que combaten la discriminación, por ejemplo, el «cargo reverti­ do» que consiste en tildar de discriminante y racista una pro­ puesta que, precisamente, pretende lo contrario. Otros ejemplos son las comparaciones irrelevantes con otros países, la inversión de representaciones (negros que sustituyen a blancos), la aporta­ ción de datos cruzados erróneos o alarmistas (si se implementaran las medidas sugeridas no habría suficientes negros); incapaci­ dad para determ inar quien es blanco y quien no; los especialistas blancos huirían del país, etcétera), y, por supuesto, la estrategia de autopresentación positiva por parte del discurso de élite cuan­ do se ocupa de los «otros» (nos concierne que exista una buena educación). Ante todo, la típica falacia neoliberal es la de que la ley (el Estado) no debería interferir en la universidad mediante la imposición de cuotas y que es el individuo quien debe deci­ dir. Huelga decir que una comparación rigurosa con lo que su­ cedió en Estados U nidos con la imposición del sistema de cuo­ tas hubiera sido suficiente para dem ostrar su validez. N o sólo tuvo una enorm e influencia sino que perm itió la form ación de expertos afroamericanos, quienes de otro m odo no hubieran tenido la posibilidad de obtener un título universitario. Tam­ bién debería notarse que las élites brasileñas en la prensa y en las universidades com parten de form a muy notoria las mismas ac­ titudes negativas y, por ende, la misma ideología, sobre la acción afirmativa. El 7 de febrero de 2002 se publicó otra carta reveladora en contra de la acción afirmativa para los negros en las universida­ des, bajo el título Preto e Branco, en el prominente periódico Jor­ nal do Brasil. La carta la firma José Carlos Azevedo. Para em pe­

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zar, del contenido y del estilo de la misma se desprende que su autor es profundam ente conservador y racista; ju n to a su firma aparecen las siglas que indican que tiene un doctorado en física y que, además, es el antiguo rector de la UnB o UB, la universidad de Brasilia, lo cual realza su estatus y su competencia. Lo que Azevedo no escribió, pero que una búsqueda rápida de su nom ­ bre en Internet reveló, es que desempeñó su cargo de rector du­ rante la dictadura militar y que él fue el responsable de la repre­ sión estudiantil. C om o en el caso de un antiguo miembro del régimen militar argentino, cuya carta hemos analizado con ante­ rioridad, constatamos de nuevo que las viejas voces autoritarias, lejos de desaparecer, siguen teniendo acceso a los diarios de ma­ yor tirada. Es bastante improbable que Jornal do Brasil no cono­ ciera la identidad de Azevedo. Es decir, que los representantes de los antiguos regímenes fascistas pueden expresar y reproducir sus opiniones racistas. En dicha carta, Azevedo ridiculiza el criterio de autocategorización de los negros al suponer que un chino o un sueco que precise una beca puede, a partir de ahora, procla­ marse «negro». Asimismo, emplea otros ejemplos absurdos como el de una pareja negra con un hijo albino, etcétera. De forma parecida, denuncia la utilidad del térm ino «raza» que según dice (correctamente) no se sustenta en una base científica, argumen­ to que, por otra parte, se adapta a lo que se propone decir en esta ocasión. N o obstante, Azevedo «olvida» que también en el propio Brasil la función social de «raza» o de color es fundamen­ tal y, com o es capaz de distinguir entre un blanco y un negro sin ningún género de dudas, sabrá tratar a cada cual según sus crite­ rios. Sin embargo, no todos los académicos aceptan estos argu­ mentos ideológicos contrarios a las cuotas y, entre otros muchos argumentos contrastados, hacen hincapié en el hecho de que el Vestibular (examen para entrar en la universidad en Brasil) no sólo sirve para m edir los méritos individuales, sino también la calidad de las escuelas, para que la identificación de quién es ne­

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gro y quién no, se haga, com o siempre se ha hecho, también por medio del censo y de preguntas a la gente para que en lugar de rebajar la calidad de las universidades, éstas puedan contar con un mayor núm ero de estudiantes brillantes que en el pasado no podían estudiar debido a sus escuelas de procedencia (véase Edna Roland, Folha on Une, mayo, 23, 2002).

Otros países Por razones de espacio no me es posible examinar las formas más destacadas del discurso del racismo en el resto de países latinoa­ mericanos. N o obstante, al menos deberíamos prestar atención a las relaciones étnicas en algunos países mayores, principalmente Cuba, Colombia, Venezuela, Bolivia y Perú. En la mayoría de estos países una numerosa población negra e indígena, norm al­ m ente dominada por una élite o una mayoría blanca, es la situa­ ción general que define las relaciones étnicas. Voy a hacer sólo a continuación algunas observaciones generales sobre estos países.

Cuba

En Cuba, la ideología socialista dom inante y su discurso oficial prohíbe y niega que la población (más) blanca depare un trato discrim inatorio o prejuicioso a la población (más) negra; por otra parte, hace hincapié en el hecho de que la práctica del racis­ m o ocurría especialmente antes de la revolución (Serviat, 1986). El discurso oficial es igualitario y, por tanto, antirracista, aunque, com o en otros lugares de Latinoam érica, los líderes cubanos actuales son mayoritariamente blancos, m ucho más que en las décadas de 1960 y 1970. El racismo cotidiano practicado por la oligarquía cubana de supremacía blanca contra el pueblo negro sigue estando a la orden del día. Las protestas de los negros han

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sido reprimidas con frecuencia y el m ovim iento por los D ere­ chos Civiles norteam ericano apenas ha tenido influencia en Cuba. En otras palabras, para un análisis y un discurso de oposi­ ción fundamentalmente distintos acerca del posicionamiento de los negros hay muy poco espacio. Por otra parte y debido a la política de control aludida, el discurso público explícitamente racista es apenas destacable (Fuente, 2001; M cG arrity y Cárde­ nas, 1995; Stubbs y Pérez Sarduy, 2000).

Colombia

En Colombia, después de una larga historia de colonialismo y de esclavitud seguida por otras formas de marginación y de dom i­ nación de los afrocolombianos y de los indígenas, emergió en la década de 1980 un m ovim iento negro cada vez más consciente y crítico. C om o consecuencia de esta resistencia, se ha generado un interesante debate sobre derechos territoriales y de otro tipo de los pueblos negro e indígena, por ejemplo, la asamblea multiétnica que preparó la Constitución de 1991. En este debate se pusieron de manifiesto unas diferencias de trato espectaculares hacia los indígenas y los negros. A los primeros ya se les recono­ cía sus territorios en función de su definición étnica ya exis­ tente, al igual que ocurre en Brasil y Venezuela. Pero los ne­ gros, especialmente los del C hocó de la costa del Pacífico, tenían muchas más dificultades para conseguir que se aceptaran sus ale­ gatos colectivos porque no estaban definidos como grupo «étni­ co» diferente y también porque sus peticiones chocaban con las de los intereses indígenas de la región. A pesar de la relevancia de estos debates acerca de los derechos de las minorías oficiales, los negros y los indígenas de Colom bia siguen siendo pobres, tienen menos poder y un difícil acceso a los escasos recursos controlados por los blancos, y el racismo cotidiano practicado por éstos es tan prevaleciente com o en cualquier otro lugar de

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Latinoamérica (para más detalles, véase Friedemann, 1993; Friedemann y Arocha, 1986; Wade, 1993). En efecto, la mayoría de los discursos de las organizaciones negras y de los grupos de re­ sistencia continúa refiriéndose a la situación de «invisibilidad» de los afrocolombianos en la vida pública. U na breve ojeada a los li­ bros escolares colombianos pone de manifiesto que se presta mucha atención a la historia y cultura de los grupos indígenas pero que no tienen nada que decir respecto a su vida actual. C om o ejemplo del tipo de discurso que se pronunciaba en Colom bia antes de la guerra (¡publicado aún en 1970!), y que exibe una ideología profundam ente racista, citaremos a conti­ nuación el fragmento de una alocución en un lenguaje bastante habitual que hizo un tal Laureano Gómez en 1929, en el Teatro Municipal de Bogotá: Nuestra raza proviene de la mezcla de españoles, de indios y de negros. Los dos últimos caudales de herencia son estigmas de completa inferioridad (...). Otros primitivos pobladores de nuestro territorio fueron los africanos, que los españoles trajeron para dominar con ellos la na­ turaleza áspera y huraña. El espíritu del negro, rudimentario e in­ forme, como que permanece en una perpetua infantilidad. La bruma de una eterna ilusión lo envuelve y el prodigioso don de mentir es la manifestación de esa falsa imagen de las cosas, de la ofuscación que le produce el espectáculo del mundo, del terror de hallarse abandonado y disminuido en el concierto humano. La otra raza salvaje, la raza indígena de la tierra americana, segundo de los elementos bárbaros de nuestra civilización, ha transmitido a sus descendientes el pavor de su vencimiento. En el rencor de la derrota, parece haberse refugiado en el disimulo taci­ turno y la cazurrería insincera y maliciosa. Afecta a una comple­ ta indiferencia por las palpitaciones de la vida nacional, parece re­ signada a la miseria y a la insignificancia. Está narcotizada por la tristeza del desierto, embriagada con la melancolía de sus páramos y sus bosques (Editorial Revista Colombiana, Colección Populi-

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bro, No. 29, Bogotá, 1970, págs. 44-47; citado en Saúl Franco (comp.), Colombia contemporánea, Bogotá: ECOE/IEPRI, 1996, págs. 237-266). D e form a parecida, en la década de 1940, el ex ministro de Educación y fundador de la sociología colombiana, Luis López de Mesa, manifestó lo siguiente acerca de la población indígena: (...) un pueblo ignorante y deprimido durante los siglos de la co­ lonia, y tal vez no preparado nunca antes para las reacciones de una ética espiritual... De ahí que sea notable todavía un compor­ tamiento indeseable, tal el poco respeto por la propiedad ajena, la crueldad fría, casi torpe, de sus castigos y venganzas, la incuria en sus relaciones sexuales, que va hasta el incesto, la mentira y la fal­ sedad en todas sus formas, la embriaguez que busca para alejarse de la realidad y como única expansión de ánimo o lenitivo a su al­ cance (pág. 75) (...) Sobre estas materias de la civilización de los aborígenes americanos la historia y la sociología tienen una pala­ bra que añadir: y es que sólo el cruzamiento con las razas superio­ res saca al indígena de su postración cultural y fisiológica. De ahí que el esfuerzo catequista de varios siglos en nuestras selvas del sur y en las estepas del oriente, con un gasto que ya monta a muchos millones desde el tiempo de la colonia hasta nuestros días, no está representado por nada, por absolutamente nada que no sea el rela­ to anual de los inmensos sacrificios que hacen los misioneros en meterse en esas desoladas regiones de cuando en cuando para bau­ tizar por la décima vez a los mismos salvajes que eternamente per­ manecen salvajes. Son cincuenta mil indios que allá viven, que allá han vivido, y cuya educación total en Oxford habría costado a la República menos tal vez que la secular tarea de evangelizarlos cada año nuevamente (pág. 113) (De cómo se ha formado la nación colombiana. Bedout, Colección Bolsilibros, Medellín). Sin lugar a dudas, ningún discurso público oficial de esta cla­ se podría pronunciarse hoy día en Bogotá, ni ningún libro aca­

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démico podría ser escrito en estos términos, y no sólo por el he­ cho de que el discurso público en Colombia también se ha vuel­ to políticamente correcto, sino porque las ideologías y actitudes subyacentes entre las élites han cambiado en las últimas décadas. Sin embargo, si pudiéramos acceder al discurso, también el de las élites, que los indígenas y los negros deben soportar a diario, comprobaríamos que buena parte del antiguo discurso sigue es­ tando vigente en la actualidad, y no únicamente en Colombia.

Venezuela

En 2002, es probable que la gente en Venezuela esté menos pre­ ocupada por el racismo, si es que alguna vez lo estuvieron, que por el creciente conflicto entre el controvertido presidente Hugo Chávez y ]a oposición. Pero incluso este conflicto tiene muchas conexiones con el racismo, la pobreza y las relaciones étnicas del país. Chávez, que es mulato, se suele considerar el presidente de los pobres, incluidos los negros y los indígenas. Los líderes de la oposición se suelen identificar com o representantes de la bur­ guesía m ayoritariamente blanca que controla la economía, la prensa y —hasta la elección de Chávez por mayoría absoluta—el Estado y sus agencias. En este conflicto político podemos reco­ nocer una com binación de la lucha de clase y de la disputa ra­ cial, en la que se encuentran por una parte los negros y los m u­ latos pobres y, por la otra, las clases media y alta blancas. Aunque com o en cualquier otra parte de Latinoamérica, el panorama es m ucho más complejo y no puede reducirse únicamente a un an­ tagonismo entre blancos y negros, ricos y pobres, y los eventos en Venezuela nos recuerdan en cualquier caso que el racismo está más que vivo en este país caribeño. La historia del racismo en Venezuela es muy parecida a la de otros países del Caribe y de Latinoamérica y puede resumirse en pocas palabras: esclavitud de los africanos, rebelión de los negros,

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opresión del pueblo indígena. Después de la independencia y de la separación de Colom bia en 1830, y tras la abolición de la es­ clavitud en 1854, la explotación, el m antenim iento del estatus inferior de los afrovenezolanos y la marginación de los indígenas continuaron vigentes, bajo diversas formas de racismo cotidiano y del dom inio de las élites de origen europeo (Montánez, 1993). C om o sucede en Colom bia, la revolucionaria Constitución de 1999 en la nueva «República Bolivariana» reconoce a los pue­ blos indígenas así com o sus territorios y sus derechos, una vez la igualdad étnica fuera establecida formalmente en la Constitución de 1961. A pesar de la herm osa retórica política, de la participación desde 1959 de los líderes afrovenezolanos en el partido Acción Democrática y de las relajadas relaciones entre los grupos caribe­ ños, la discriminación cotidiana de los negros e indígenas sigue igual que siempre: hay muy pocos rostros negros (y todavía me­ nos, indígenas) en los medios, en las universidades, en los tribu­ nales de justicia y en los despachos empresariales (W right, 1990). Los presentadores de prim era línea en televisión son siempre blancos (o casi), así com o lo es Miss Venezuela, entre otras muchas celebridades, y con la excepción de un puñado de negros que confirmaría la regla. Así, a pesar de la gran escasez de investigaciones sobre el racismo, incluso en el discurso acadé­ mico contemporáneo, Venezuela sigue describiéndose como una «democracia racial» donde, al igual que Brasil, «los niños blancos de las clases altas tenían ayas negras, y los blancos apreciaban y se fiaban de los negros que les habían ayudado a cuidar de sus hi­ jos» y donde la posición marginada de la gente de color se expli­ ca en térm inos de clase (Bermúdez y Suárez, 1995, págs. 243, 248, 264). E n otras palabras, también en Venezuela la negación del racismo por parte de la élite es cómplice del problema. C om o en otras partes, los discursos oficiales actuales tam ­ bién se formulan en términos de los valores positivos de una so­ ciedad m ulticultural mestiza, por ejemplo, el m odo en que se

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manifiesta en el discurso siguiente, pronunciado por Luis Al­ fonso Dávila, secretario de Asuntos Extranjeros, con motivo del Congreso Internacional Antirracismo, celebrado en Sudáfrica en 2001: Venezuela es una sociedad multiétnica y multicultural, resulta­ do de la fusión de etnoculturas e idiosincrasias muy diversas, en cuya formación tomaron parte y se amalgamaron las tres razas pri­ migenias de América, como lo fueron la india, la negra y la blan­ ca, y de la inmigración proveniente de todas las naciones del mun­ do entero durante varios siglos. Los venezolanos estamos orgullosos de este mestizaje. Hemos creado una cultura de respeto a las diferencias, lo cual nos ha permitido un mejor manejo de la diversidad. Este proceso de mestizaje ha operado de manera decisiva. Sra. Presidenta, acudimos a esta Conferencia porque Venezue­ la quiere hacer oír su voz ratificando su tradicional e histórica po­ sición y compromiso de luchar contra el racismo, la discrimina­ ción racial, la xenofobia y cualquier otra forma de intolerancia que se pueda dar en el mundo (Durban, 2 de septiembre de 2001). A unque existen pocas dudas acerca de que éstas y otras so­ lemnes declaraciones similares no sean bienintencionadas, como también lo son las políticas gubernamentales en las que se basan, debería apuntarse que tam bién en Venezuela existe un abismo entre la retórica oficial y los discursos prejuiciosos y las prácticas discriminatorias cotidianas. Centenares de páginas de organiza­ ciones en Internet, repletas de declaraciones y experiencias sobre negros e indígenas, atestiguan que el racismo sigue constituyen­ do una im portante dimensión en la vida cotidiana de los vene­ zolanos de color.

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Bolivia

Bolivia suele describirse com o el país latinoamericano con el mayor porcentaje de indígenas y mestizos (aproximadamente un 70 por ciento). En una democracia esto debería significar que muchos de ellos detentaran el poder y que el prejuicio, la discri­ minación y el racismo estuvieran relegados al discurso informal y a las prácticas cotidianas de la minoría blanca que habita las ciudades. En tal caso, el gobierno, el Parlamento, los tribunales, las universidades, los medios y las escuelas celebrarían formal­ mente, y además implementarían de verdad, la igualdad racial y étnica al ciento por ciento, cosa que repercutiría también en la minoría afroboliviana. Pero nada dista más de la realidad y, como en otras partes de Latinoamérica, las instituciones de élite, y por tanto sus discursos, están controlados por personas de ascenden­ cia europea (llamadas «k’aras» o «carai» por los distintos grupos indígenas). Existe una dilatada tradición de dom inio y marginación his­ pánicas sobre los indígenas, así com o un discurso urbano prevalente en el que los indígenas, los indígenas urbanos (llamados despectivamente «cholos») y los mestizos, son tradicionalmente asociados a la pereza, la mentira, el alcohol, el atraso, o a veces, y de forma romántica, a términos más exóticos referentes a su cul­ tura (Abercrombie, 1991; Zavaleta, 1986). En un estudio de los editoriales de prensa acerca de la cono­ cida marcha de 700 kilómetros que, en 1990, realizaron los indí­ genas debido a una disputa de sus tierras, y del bloqueo de la ca­ rretera de La Paz en el año 2000, Gonzales (2002) argumenta que es posible que el discurso público actual sea abiertamente menos racista, aunque la imagen de los indígenas sigue siendo generalmente negativa. Tal y com o hemos visto anteriorm ente en el apartado de representación mediática respecto de los ma­ puche en Chile, éstas serían las fórmulas discursivas:

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• Los indígenas son una amenaza y unos extremistas subversi­ vos. • Sus acciones son irracionales. • Los indígenas no saben gestionar sus tierras. • Se debe educar a los indígenas. • Se debe integrar a los indígenas en el proceso de produc­ ción y de educación nacional. • El problema de los indígenas no es la tierra sino su falta de cultura. En otras palabras, el discurso mediático dom inante hasta la fecha construye una imagen de los «indios» como los «otros» in­ civilizados y atrasados que precisan ser civilizados por «nosotros». N o obstante, y com o en los casos de Colom bia y Venezuela, la C onstitución reciente define a Bolivia com o formada por una sociedad multicultural donde todos los grupos gozan de los mis­ mos derechos. Si bien los especialistas reconocen que se trata de un prim er paso hacia adelante, se manifiestan cautelosos y subra­ yan que el orden social y político en Bolivia sigue siendo racista. El racismo en Bolivia es una institución que está enraizada en nuestro orden social desde la colonia. Es más, incluso es aceptado por quienes son sojuzgados, excluidos y marginados por esta acti­ tud. Los indígenas y los mestizos se sienten obligados a aceptar que a los ojos de la minoría blanca no son iguales sino también inferio­ res (Mauricio Imaña de la Barra, Aula Libre, www.bolivia.com; véanse también otras opiniones en esta web). Y, com o en otras partes, el discurso dom inante y sesgado re­ presenta una fachada para el racismo violento y para la opresión de los indígenas en su tierra, tal y com o queda documentado en múltiples publicaciones indígenas y otras tantas páginas de Inter­ net (por ejemplo: www.aymaranet.org). Reproducim os a conti­ nuación un fragmento de este tipo de discurso contrario, que no

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precisa comentarios adicionales, a m odo de respuesta a los que minimizan o niegan la presencia de racismo en Bolivia: Los indios, campesinos y urbanos (que ahora somos más) so­ mos originarios de esta patria, la colonización nos despojó de nuestro dominio como nación y de nuestras propiedades familia­ res y, junto con ella, nuestra libertad se trocó en servidumbre y es­ clavitud. ¿Hasta cuándo podrá durar esta situación, cuál la seguri­ dad física y jurídica que sirven de resguardo a los privilegios de una minoría que usurpando acapara tierras y territorio? ¿Hasta dónde llega la incomprensión de esa gente en continuar empeci­ nándose en creer que los indios les seguirán sirviendo, trabajando con salarios de hambre, y teniendo la conciencia de que estas tie­ rras son suyas? Bajo este marco el conflicto por la tierra muestra su brutalidad colonialista. Los latifundistas, aparte de contar con ban­ das paramilitares, gozan de la protección estatal, de sus aparatos de represión con cuyo respaldo buscan sentar propiedad en tierras co­ munales indígenas, siendo que estas se encuentran poseídas por sus legítimos propietarios. Esta innegable situación colonial se ha traducido en el asesina­ to genocida de 10 campesinos indígenas agrupados en la organi­ zación Movimiento Sin Tierra en el paraje de Parantí, jurisdic­ ción de Yacuiba. Los autores de este crimen fueron latifundistas y asesinos a sueldo que dejaron además a 20 heridos entre mujeres y niños. La defensora del pueblo Ana María Campero declaró «todos los campesinos fueron muertos con un tiro en el corazón», quiere decir, fueron cazados por veteranos como si fueran enemi­ gos o simplemente animales, a quienes hay que despejar del lati­ fundio. Esta violencia colonial no puede quedar impune, así como la masacre de Amayapampa y Capacirca, que fue encubierta por un indio que presidía el Congreso de la República; es obligación mo­ ral denunciarlo y pedir el castigo de los criminales. Las personas, instituciones y organizaciones indígenas tenemos el deber ineludi­ ble de poner fin al colonialismo, para que nunca más haya víctimas

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de nuestro pueblo, para que nunca más el llanto de sus viudas des­ garren el corazón del Qullasuyu. Qullasuyu, noviembre de 2 0 0 Í

Perú

Para finalizar nos trasladaremos de nuevo al oeste, a Perú, para hacer un esbozo sobre esta nación de 25 millones de habitantes, de los cuales un 36 por ciento es indígena, un 40 por ciento mestizo y entre el 6 y el 10 por ciento de la población es afroperuana. U na mayoría de esta población eligió recientem ente al mestizo Alejandro Toledo com o presidente. Las relaciones étnicas en Perú son semejantes a las de Bolivia en muchos sentidos; por ejemplo, los quechua y los aymara de las montañas y los grupos indígenas de las junglas amazónicas es­ tán sometidos por una minoría de blancos y de mestizos de clase media que habitan en las regiones y ciudades costeras (Mendoza Arroyo, 1993). U n estudio, efectuado por Federico Dejo, de la Universidad Agraria, muestra que un 81 por ciento de los indí­ genas urbanos manifiestan haber sido víctimas de la discrimina­ ción, sobre todo en el entorno laboral. León, en su análisis sobre las actitudes en relación con la raza y el etnicismo de los estu­ diantes, sostiene que, en Perú, el racismo es etnosocial, es decir, una combinación de raza (aspecto) y cultura, pero que, en gene­ ral, la tez más morena y el aspecto físico más indígena equivalen a un estatus inferior (León, 1998). W ilfredo Ardito lo explica con las siguientes palabras: En el Perú, arrastramos desde la Colonia la creencia de que la capacidad intelectual, la belleza física y el estatus son propios de la raza blanca. Es verdad que actualmente el dinero, la posición so­ cial, el nivel educativo, el cargo que se ocupa, pueden hacer que muchas personas olviden el aspecto racial. Sin embargo, es cierto

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también que, cuando estos factores no son evidentes o visibles, las personas pueden padecer maltratos o discriminación. De hecho, muchas personas cuyos rasgos físicos los harían discriminables, en­ fatizan siempre dónde viven, qué cargo ocupan y en dónde han estudiado, con la finalidad de ser respetados (www.lainsignia.org, Sociedad, marzo de 2002). A diferencia de otros países latinoamericanos, incluso el dis­ curso oficial y la política se volvieron más duros contra la po­ blación indígena. La Constitución adoptada en 1993 durante el régim en de Fujim ori limitaba los derechos de los indígenas, otorgados por la Constitución de 1930, con la excusa de que su problemática precisaba ser resuelta dentro del marco de un m o­ delo económ ico liberal. Algo parecido sucede con la dom inación histórica de los afroperuanos en las urbes, quienes com parten su pobreza y su posición de segunda categoría con los «cholos». Al igual que en Brasil, los negros peruanos empezaron a organizarse en la déca­ da de 1980 a fin de oponer resistencia al racismo y de fomentar un discurso consciente de disenso, siguiendo la antigua tradición de resistencia frente a la esclavitud y al cimarronaje (Couche, 1975). Veamos a continuación en el texto de la página de ASON E D H (Asociación N egra de Defensa y Promoción de los D e­ rechos Humanos) en Internet, cóm o allí se pone de manifiesto el tratamiento que reciben en la actualidad los negros y los indí­ genas peruanos: En el Perú contemporáneo la mayoría de los grupos étnicos padecen graves problemas económicos, culturales y represivos, además de estas dificultades son víctimas de prejuicios raciales. Los hombre y las mujeres son considerados como ciudadanos de se­ gunda y última categoría, y sospechosos de haber cometido algún delito, o presuntos delincuentes en contra de la Sociedad Civil, existiendo marginación y discriminación racial encubierta con

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una máscara de igualdad legal, siendo muchas veces los entes polí­ ticos, militares y policiales los que contribuyen con su racismo a colocar dolosamente pruebas o indicios para acusar a miembros de las comunidades peruanas con el fin de que se les recluyan en las cárceles, lo que contribuye a que el 80% de la población peniten­ ciaria en el Perú sean de raza negra e indígena entre inculpados y sentenciados. Generalmente, estas víctimas del racismo permane­ cen en la cárcel durante un período de tiempo que oscila entre 8 y 24 meses. En el factor educacional las oportunidades son mínimas, pues existe escasez de colegios, por lo que nuestros jóvenes tienen que emigrar a la capital en busca de una educación digna, siendo obje­ to de una serie de maltratos por parte de la sociedad, negándoles de esta manera espacios merecidos. Cabe mencionar que muchos de nuestros jóvenes llegan a cur­ sar estudios superiores con mucho esfuerzo, pero igualmente si­ guen siendo relegados pues cuando tratan de obtener algún traba­ jo digno, siempre está supeditado a la buena presencia, lo cual está determinado por el color de la piel y las características físicas, no tomando en cuenta su capacidad profesional e intelectual. Por ejemplo y a manera de ilustración y resumen diremos que en el caso del poblador de raza negra esto significa ser delincuen­ te, vivir en los lugares más pobres, tener los empleos más bajos (chofer, mayordomo, albañil, pescador, agricultor, técnico, porte­ ro de hotel, etcétera). Hay una serie de mitos y prejuicios en torno a los ciudadanos de raza negra como son: • Que sólo piensan o razonan hasta el mediodía. • Que las mujeres negras son prostitutas. • Que las personas negras son delincuentes y gente de mal vivir. • Que son una raza ociosa. Al no disponer de datos referentes al discurso de élite en Perú, este testimonio deberá servir para hacerse una idea preli­

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minar de los tipos cotidianos de racismo de élite que se depara a los afroperuanos y a los indígenas, por ejemplo en el entorno la­ boral. La investigación futura debería examinar detalladamente de qué forma los políticos, los medios, los académicos, los maes­ tros, los jueces, los burócratas y otras élites hablan y escriben cuando se refieren a los negros, a los mestizos y a los indígenas de Perú, incluso cuando se trate de contextos menos formales.

Conclusiones A partir de nuestro breve estudio sobre el racismo discursivo contem poráneo en Latinoamérica, se puede llegar a las siguien­ tes conclusiones generales: • El racismo discursivo expresa, reproduce y legitima las de­ más formas de racismo, a la vez que lo niega, mitiga, escon­ de o excusa. • Al igual que el racismo en general, el racismo discursivo tiene sus raíces históricas en la colonización, la esclavitud y la dom inación europeas, fundamentadas en una ideología de superioridad sobre los pueblos, grupos étnicos o «razas» no europeas. • M ediante un sofisticado vocabulario étnico, somático y cromático (negros, pardos, pretos, morenos, mulatos, in­ dios, cholos, etcétera), el discurso expresa y reproduce, día tras día, las categorías evaluativas y perceptuales de las ideo­ logías de dom inación blanca. • La «negación positiva» es la estrategia predominante del dis­ curso de élite racista, por ejemplo, mediante la autoatribución de la «democracia racial» al propio Estado nacional. • O tra estrategia de negación consiste en la «explicación al­ ternativa»: se justifica en términos de clase la discriminación y la desigualdad racistas.

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• U na tercera estrategia es la de negar o minimizar las dife­ rencias étnicas o raciales y, por extensión, la desigualdad al describir a todos los ciudadanos o al país com o «mestizo» o «mulato» y celebrar de form a retórica las raíces y la cultura indígenas y /o africanas de la nación. • D ebido a estas estrategias de negación y a sus ideologías subyacentes, los discursos público y oficial actuales no sue­ len ser explícita ni directamente racistas, y, en este sentido, pueden parecer muy distintos de la escritura y del habla in­ formales, cotidianos y no oficiales. • A menudo, dentro de un exim ente paternalista, se recono­ ce que el pueblo indígena es pobre, que necesita ayuda y protección. • Por otra parte y en particular en lo que se refiere a las clases bajas de origen africano, las minorías mestizas pobres o los inmigrantes, los discursos mediáticos o políticos menos ofi­ ciales, además de las conversaciones cotidianas, pueden marcar una clara diferencia entre «nosotros» y «ellos» m e­ diante la asociación negativa de los «otros» con valores y atributos negativos tales com o la delincuencia, la violencia, la pereza, el atraso, la estupidez, la amoralidad, la im perti­ nencia, etcétera, y «demostrando» su veracidad mediante la frecuente divulgación de artículos mediáticos y de relatos personales negativos sobre los «otros». • El discurso televisivo, las imágenes, las películas y las tele­ novelas tienden, por lo general, a ignorar a los pueblos indí­ genas y a exhibir de form a marginal su exotismo cuando son pacíficos, o a tildarlos de violentos cuando oponen re­ sistencia; los negros suelen ser del todo invisibles y, de repre­ sentarlos, es siempre en papeles negativos o subordinados, asociados a alguna problemática, a la pobreza y a la discri­ minación, com o si de fuerzas inevitables de la naturaleza se tratara. • Hay claros indicios de cambio en el discurso racista, esen-

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cialmente entre los explícitamente racistas y los supremacistas blancos o el discurso paternalista más evidente de antes de la Segunda Guerra M undial y los discursos oficiales más conscientes de la última década, más políticamente correc­ tos e incluso a veces antirracistas. Aunque no disponemos de medios para saber en qué proporción el discurso cotidia­ no ha cambiado en situaciones informales, son suficientes los datos que tenemos para deducir que persiste la evidencia de racismo explícito en el habla cotidiana, particularmente dirigido contra los negros de clase baja. • En general, después de un período de transición que siguió a las dictaduras de la década de 1970, en las décadas de 1980 y 1990, se ha evidenciado un cierto auge en el discur­ so de resistencia antirracista por una parte y, por otra, un modesto desarrollo positivo en el discurso oficial, que reco­ noce cierta autonom ía, valores, quejas y exigencias de los grupos indígenas y negros, por ejemplo, en los discursos de política, los medios y la educación. N o obstante, estas m e­ joras se interpretan com o prueba suficiente de corrección ideológica de la democracia racial y de la negación del ra­ cismo, que continúan definiendo los parámetros principales del discurso oficial estatal. N o hace falta subrayar que estas conclusiones generales va­ rían según los distintos países y contextos. De m odo general, el discurso dom inante sobre asuntos étnicos reproduce, por su­ puesto, la profunda desigualdad social basada en «raza» (color, as­ pecto) y etnicidad en todos los países de América Latina. Ello se manifiesta de form a más sutil e indirecta en el discurso público oficial, por ejemplo en los ámbitos de la educación y la política, y más explícita y crudam ente en la conversación cotidiana y en los medios. Por otra parte, algunos discursos de élite contem po­ ráneos también ponen de manifiesto y provocan un cambio so­ cial, del cual es responsable en gran medida la creciente concien-

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