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RAQUEL RODAS
DOLORES CACUANGO Pionera en la lucha por los derechos indígenas
Gobierno del Ec. Rafael Correa Delgado - 2007
COMISIÓN NACIONAL PERMANENTE DE CONMEMORACIONES CÍVICAS
Doctor Wankar Ariruma Kowii Maldonado, Presidente de la CNPCC. Doctor Claude Lara, Vicepresidente Ejecutivo de la CNPCC. Doctora Cumandá Campi, Miembro, Representante de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Coronel E.M.C. Arturo Cadena Merlo, Miembro, Representante de las Fuerzas Armadas. Doctor Guillermo Bustos, Miembro, Representante del Ministerio de Educación. Doctor Carlos Joaquín Córdova, Miembro Asesor, Representante de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Economista Fabiola Cuvi Ortiz, Miembro Asesor, Representante del Instituto Ecuatoriano de Capacitación e Investigación de la Mujer. Doctor Manuel de Guzmán Polanco, Miembro Asesor, Representante de la Academia Nacional de Historia. Soc. Fabián Bedón Samaniego, Secretario (e), Jimmy Chung, Asistente.
Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas Av. Amazonas 477 y Roca, Telfax: 2 502 770 - 2 231 596 [email protected] Biblioteca electrónica de la CNPCC: www.conmemoracionescivicas.gov.ec Libros: www. c o n m e m o ra c io n e s c iv ica s . g o v. ec /libros .html Cuadernos: www. c o n me mo rac io n e s c iv ica s . g o v. e c /c c .html © Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas
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Pionera en la lucha por los derechos indígenas Raquel Rodas
ISBN- 978-9978-92-516-4 Fotografías: Archivo gráfico, Diario El Comercio. Diseño, diagramación, impresión CREAR GRÁFICA - EDITORES 097793525 Quito, marzo de 2007
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Pionera en la lucha por los derechos indígenas
olores Cacuango, cabecilla de la zona de Cayambe y Secretaria General de la primera organización indígena nacional, la Federación Ecuatoriana de Indios, tuvo relevante actividad política entre la tercera y la sexta década del siglo XX. Su vida corrió paralela a importantes eventos del país.
Para analizar su trayectoria, divido a este trabajo en cuatro partes correspondientes a igual número de etapas de la historia nacional.
La primera parte está marcada por la irrupción del liberalismo que trae el planteamiento explícito de trasformar la situación deplorable del indigenado, sujeto a la propiedad latifundista de la Sierra. Las continuas tormentas políticas que tiene que aplacar el general Eloy Alfaro talvez le impidieron concretar sus ideas de emancipación de los indígenas, a pesar de lo cual su imagen se impregnó en la conciencia de los pueblos indios como esperanza de salvación. De manera particular, Dolores Cacuango, nacida, crecida y sufrida en la hacienda de los padres mercedarios, en Cayambe, recurrirá con frecuencia
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al legado alfarista para enfatizar la necesidad y pertinencia de la insurgencia indígena. Incluye este capítulo el interregno correspondiente a los gobiernos plutocráticos, 1912-1925, años que representaron la larga agonía del alfarismo.
La segunda parte está inscrita en el período que va de la revolución juliana a la revolución de mayo. Gracias a las leyes decretadas por los gobiernos liberales se produce en este período un clima favorable a la organización y la protesta de los trabajadores del campo. Estos utilizan inéditos instrumentos de expresión de sus demandas como el sindicato, la huelga y el pliego de peticiones. El acompañamiento de los líderes de izquierda (socialistas y comunistas) insertos en las comunidades de Cayambe, colabora con el crecimiento de la organización indígena. Entre 1926 y 1944, Dolores Cacuango despliega una serie de acciones que, al tiempo que revelan las cualidades de gran líder del pueblo indio, evidencian las contradicciones existentes en un modelo de producción que pone énfasis en la rápida rentabilidad, sin detenerse a mirar cómo deteriora el capital humano.
La tercera parte comprende el lapso que va desde la revolución del 28 de mayo de 1944 hasta la promulgación de la Reforma Agraria en 1964. Aquí se destaca el papel protagónico que tienen Dolores y la dirigencia indígena en estos acontecimientos. Comprende esta parte, el nacimiento de la Federación Ecuatoriana de Indios, FEI, y las ejecutorias de Dolores como Secretaria General de esta organización.
En esta sección se enfatiza el interés de Dolores en la educación, y la creación de las primeras escuelas indígenas bilingües, enseñadas por maestros quichuas, escuelas que duran hasta el advenimiento de la dictadura militar.
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La cuarta y última parte se refiere a los últimos días de Dolores, su decepción de la Reforma Agraria que tantas expectativas había producido, y el abandono en que muere.
Circulan en todo el texto pedazos del discurso de Dolores que, gracias a entrevistas realizadas por su amiga y coidearia, Dolores Gómez de la Torre y por el Instituto de Estudios Indígenas, ya desaparecido, testimonian su profunda sabiduría, expresada muchas veces poética y proféticamente. El presente trabajo está basado en las investigaciones que dieron lugar a la Biografía de Dolores Cacuango, obra publicada inicialmente en 1992 por el Proyecto EBI-GTZ y reeditada por el Banco Central del Ecuador, el año 2006. Con base en dicho documento, y organizado de manera diferente, el texto actual incluye nuevos datos y apreciaciones. La autora Quito, enero de 2007.
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PRIMERA PARTE
Fin del siglo XIX y principios del siglo XX: bloques de poder que luchan por la supremacía
A finales del siglo XIX triunfaba el liberalismo en el país. Las ideas liberales habían aparecido desde finales de la colonia pero durante los primeros gobiernos republicanos no alcanzaron a consolidarse. Por décadas se mantuvo el enfrentamiento entre conservadores, y librepensadores. Los primeros querían que el Estado mantuviera inamovible la organización social. Los segundos proclamaban la necesidad de una transformación. Consideraban que la emancipación política debía tener como correlato la independencia mental.
Para los más fieles seguidores de las nuevas ideas, el levantamiento del 5 de junio de 1895 ocurrido en Guayaquil, anunciaba el cierre definitivo de una época y la apertura a un cambio fundamental y definitivo en los modelos de pensamiento y en las estructuras de la sociedad. Eloy Alfaro, el Viejo Luchador, el General de Montoneras, el General de las Mil Batallas, el Caudillo Liberal, desde los 22 años líder de varias insurrecciones, fue al fin proclamado Jefe Supremo cuando contaba 53 años. En calidad de Jefe
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Supremo entró en Quito, sede del gobierno central, el 4 de septiembre de 1895. Las milicias conservadoras, sin embargo, siguieron obstaculizando su labor. El 10 de enero de 1897, después de dieciséis meses de sofocar revueltas y levantamientos en su contra, la Convención Nacional lo ratificó en el poder, como Presidente Constitucional de la República del Ecuador. Alfaro y la causa indígena
La llegada del general Alfaro abrió el escenario social y político a otros estratos sociales que habían peleado junto a él. Soldados de baja extracción, campesinos de la Costa, negros y mulatos esmeraldeños, montubios macheteros, habitantes pobres de las ciudades y pueblos, cabecillas y peones indígenas pusieron sus expectativas en el nuevo gobierno. La buena nueva se propagó por la manigua y por los Andes.
Los hacendados de la Sierra y sus círculos de influencia fuertemente molestos por esta remoción social se alistaron a defender sus privilegios. Tachaban al General de “indio Alfaro”. Él, no se inhibía de llamar a los indios sus hermanos. Expresó públicamente su propósito de acabar con la ignominia que pesaba sobre los infelices indios desheredados e injustamente vilipendiados. Sus enemigos veían en él cualidades como “astucia y reserva” que provenían de su origen indígena.
Cuando se encontraba en Guamote (agosto de 1895) cabecillas indígenas de las provincias centrales al frente de un grupo numeroso, preguntaron por él. Querían saber si en verdad era indio como decían. Aunque le encontraron físicamente diferente a ellos, no dejó de convencerles su humanidad por el trato digno que les brindó. Tal vez pensaron: si no es
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indio de cara, sí lo es de sangre. Inmediatamente, Alfaro les incorporó al ejército nombrando a los dos jefes Alejo Saes y Manuel Guamán, General y Coronel, respectivamente. Desde entonces, mientras duró la campaña militar, Alfaro contó con el respaldo en refuerzos, víveres e información que podían proporcionarle los indios de la serranía.
Conforme a su preocupación, el 20 de agosto de 1895, por recomendación suya, el Consejo de Ministros expidió el Decreto por el cual se mandaba que a los indios se les dé las consideraciones debidas a todo “ciudadano ecuatoriano” y que se suprima la contribución territorial, el trabajo subsidiario y el maltrato. Estas decisiones fueron ratificadas el l9 de abril de 1896 con el Decreto de Protección a la Raza indígena. El conocimiento de este Decreto fue recibido en el altiplano con el grito de ¡Viva Alfaro! La supresión del concertaje se dará más tarde en el gobierno liberal de Alfredo Baquerizo Moreno, pero las bases de este proyecto las sentó Alfaro mediante el Decreto Ejecutivo del 12 de abril de 1899 en el cual se puntualizó que el “concertaje de por vida es nulo”.
Existen muchos testimonios que demuestran la gratitud que profesaron los indios al general Alfaro. Floresmilo Romero cuenta de un indio que expresó: “General, voy a pelear mi libertad. Después del triunfo me darás una papeleta para no ser más indio concierto”. El mismo testimoniante expresa: “Eloy Alfaro peleó junto al indio de la Sierra y al indio de la Costa. Por eso hasta ahora dicen: Taita Alfaro me sacó de la esclavitud”. Según contaba Marieta Cárdenas: “En la Casa del Obrero ubicada en el centro de Quito había un gran retrato de Alfaro. Muchos indios, cuando entraban en la sala, iban directamente hacia el retrato, se arrodillaban y santiguaban frente a él”.
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Nacimiento de Dolores Cacuango Quilo
Por esa época turbulenta, de enfrentamiento entre fuerzas políticas tan disímiles, nació Dolores Cacuango, en San Pablo Urco, una parcialidad de la hacienda de Moyurco, que los frailes mercedarios tenían en el cantón Cayambe, de la provincia de Pichincha. Otros feudos vecinos pertenecían a los jesuitas y a los dominicanos. El paisaje de estas tierras era hermoso: amplios campos de cultivo en tonalidades verde y oro, rodeados de colinas cubiertas de bosques, arroyos que bajaban del nevado. En el horizonte se levantaba el monte majestuoso, al que los campesinos llamaban con respeto el “Señor Blanco”. Todo era magnífico y predisponía para una vida de paz y armonía.
En medio de ese entorno privilegiado de la naturaleza, cuando la peonada se aprestaba a las siembras, nació Dolores. Era el 26 de octubre de 1881.
Dolores, hija de Andrea Quilo y de Juan Cacuango, peones conciertos, tenía 14 años cuando triunfó la revolución liberal. El apellido paterno de Dolores señala un ascendiente de prestigio. Dolores provenía de los antiguos caciques de la zona y por lo tanto debería ser “señora principal”. Uno de los trece ayllus que se mencionan en el Informe de visita de Andrés de Sevilla, Comisionado del Presidente de la Real Audiencia de Quito, al repartimiento de Cayambe, en 1632, es el de los Caogango. Dos siglos y medio después, las condiciones de trabajo y esclavitud a que habían sido sometidas las familias indígenas, ubicaron a la familia de Dolores entre la gente que vivía en extrema pobreza como todos los peones conciertos de la hacienda agrícola de la Sierra.
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La hacienda serrana: un mundo de abundancia y de miseria
Las fuerzas conservadoras que se oponían al proyecto liberal representaban a los terratenientes de la Sierra, poseedores de grandes extensiones de cultivo, hatos, rebaños y además, dueños de peones y de sus familias que trabajaban en las condiciones más inhumanas.
La hacienda serrana tenía un sistema de estratificación muy marcado. En la cúspide estaba el dueño de la hacienda, quien normalmente había heredado a través de generaciones la propiedad de la tierra y de cuyo producto vivía con holgura y lujo. Después venía el administrador: un mestizo que ganaba un sueldo y ostentaba la representación del amo que no se molestaba en vivir en el campo. Tenía todo el poder dentro de la hacienda. Luego, estaba el mayordomo que era un indio “apatronado” encargado de hacer cumplir las órdenes del administrador y disponer quién, dónde y cuándo habían de cumplir las labores los trabajadores del latifundio. Después estaba el cuentayo, indio responsable de los bienes de la hacienda. Si la hacienda era grande requería de varios cuentayos: uno de troje, otro de ganado, otro de tejería, etc., según las especializaciones que tuviera el fundo. Más abajo se ubicaban los peones libres que trabajaban en los meses de mayor demanda (siembra o cosecha) y ganaban un jornal por cada día de labor. Los yanaperos que vivían cerca de la hacienda trabajaban gratis, en ciertas épocas de año, a cambio de hierba, agua, leña que la hacienda les permitía tomar. Al final de la escala estaban los conciertos o gañanes y sus familias que no podían salir de la hacienda. Trabajaban gratis por el préstamo de un pequeño trozo de tierra, al que llamaban huasipungo, que les proporcionaba lo mínimo para sobrevi-
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vir. Tenían derecho además a la leña del monte y al agua. Como esos ínfimos recursos eran insuficientes para cubrir las necesidades materiales y rituales, pedían plata al patrón y por ello estaban continuamente endeudados. Esa dependencia les volvía esclavos de la hacienda. Se llamaban indios conciertos porque habían hecho un pacto tácito o explícito con el patrón para trabajar bajo ese régimen. Imperaba aún el decreto del Presidente Juan José Flores por el cual se les conminaba a los indios a “cumplir religiosamente con las obligaciones con la hacienda sin serles permitido quebrantar el contrato por ningún motivo”, como dice Leopoldo Benitez. Eran analfabetos todos y tenían un grado de desnutrición alarmante. En una mísera choza habitaba una familia extensa de la que sobrevivían solo los más fuertes. La choza era de barro y paja que con los vientos y las lluvias dejaba filtrar el agua y era muy fría. A las condiciones de trabajo excesivo que comprendían un trabajo obligatorio y otro adicional “voluntario”, se añadían el trato humillante, el castigo físico por cualquier leve motivo, la advertencia continua de confiscarles sus incipientes bienes como pago por cualquier pérdida u objeto dañado en el trabajo, de tumbarles la casa, de quitarles el huasipungo, de echarles fuera de la hacienda y separarles de la tierra que era su antigua herencia, de la madre tierra que les identificaba como grupo humano. El Estado también les obligaba a dar trabajo gratuito para obras públicas o entregar productos de subsistencia para los ejércitos.
En la misma hacienda existía una cárcel donde por una falta al trabajo, la muerte de un animal, una respuesta considerada atrevida, se les retenía en condiciones deplorables. Si la infracción se consideraba grave pasaban a la cárcel de la cabecera cantonal. La dependencia se acentuaba con la obligación de mantener los servicios y las fiestas religiosas con
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erogaciones en dinero o en especie. La costumbre de los diezmos y primicias obligaba a entregar al cura la décima parte de todo lo que producía el huasipungo: papas, mazorcas, ovejas, gallinas… A la última categoría de trabajadores pertenecía Juan Cacuango, su esposa Andrea Quilo y su familia. Dolores sintió desde niña hambre, soledad y tristeza. Ella recordaba: Los indígenas vivíamos en choza húmeda, sin sol, sin luz. Nos alumbrábamos con la llama de la tullpa. Sí existían velas en ese tiempo pero no teníamos con qué comprar. Allí mismo dormíamos, cocinábamos y teníamos nuestros cuycitos. Y en el soberado teníamos nuestros granitos, nuestra ropita. La cama era en el suelo cerca de la tullpa para recibir calor. Plata no veíamos en ese tiempo. Solo fuete y fuete.
La hacienda de los Padres Mercedarios
Los campos de Moyurco, donde había nacido Dolores, formaba junto con la hacienda de La Chimba y la de Pesillo un juego de haciendas de propiedad de los padres mercedarios. Ellos los habían recibido como donación del gobierno colonial y lo habían incrementando con donaciones sucesivas que hacían los “fieles cristianos” a cambio de la salvación de sus almas. Las haciendas de los mercedarios poseían bosques y pastizales donde se criaba ganado vacuno, lanar y caballar. Los molinos producían harina de muy buena calidad. La agropecuaria producía quesos, lana y cueros. Las cosechas de cereales: maíz, trigo, cebada y de leguminosas eran abundantes. Por ser tan de buena calidad, los granos se vendían en la
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misma hacienda a los comerciantes que a su vez los llevaban a los mercados de Quito, Ibarra y Colombia. El producto de la venta se remitía al convento principal de la Merced en Quito. Cada quince días salían los arrieros con seis mulas que cargaban las cajas de monedas de plata y los productos para la subsistencia de la comunidad. La riqueza también quedaba en parte en la hacienda. Se daba especial importancia al patrimonio de la iglesia de Pesillo a la que se le dotaba de accesorios de alto valor en plata y oro, de tal manera que dieron en llamarla la “Escorial del Ecuador”. No por estar regentada por frailes, las condiciones de trato y trabajo eran mejores. Los monjes fueron amos crueles, terribles. Dolores, bajo la luz materna
Mama Andrea Quilo enseñó a la hija las labores de la casa y el cultivo de la tierra. De su madre aprendió a convertir en hilo la lana de las ovejas para hacer la “cushma” y el refajo. Dolores creció en medio del dolor propio y de los suyos. La vida era dura, miserable, diría siempre que recordaba sus primeros años. Pero mientras muchos se resignaban y aceptaban las condiciones de servidumbre, ella aprendió directamente de su madre a luchar contra los mandos de la hacienda. Doña Andrea no aceptaba el maltrato. Protestaba, defendía a los débiles que no osaban levantar la cabeza. Dolores, desde que tuvo uso de razón, compartió sentimientos y reflexiones con la madre. También ella reclamó en alta voz y soñó con que un día debían cambiar esas costumbres. Cuando murió el padre, la miseria familiar se acentuó porque según las leyes de la hacienda el huasipungo no lo heredaban las mujeres. Por lo mismo, tampoco tenían dere-
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cho de recibir los “socorros” en granos y ropa que los patrones entregaban a sus peones en el día de los difuntos. La familia pasaba a ser “arrimada”, sin ninguna posibilidad de recibir protección. La situación hizo pensar a Dolores en salir de la hacienda en busca de trabajo que le permitiera colaborar con la sobrevivencia de su madre y de su hermana. Pero los Padres habían decidido cooptar para su servicio a la vivaz muchacha y de ese modo asegurar su permanencia en la hacienda. La primera trasgresión de Dolores
Jovencita aún, fue presionada por los frailes propietarios para que tomara un hombre, para que se casara como toda mujer “debía hacerlo”, a fin de procrear una familia y aumentar la mano de obra que la hacienda requería. Esta orden fue motivo para que Dolores se rebelara terminantemente. No aceptó la imposición de los monjes patrones y antes que casarse con un hombre que no concordaba con ella, prefirió huir de la hacienda. Había concebido ya un plan. Se iría a Quito. Conocería cómo es ese lugar a donde iba la plata y dónde estaba el reino de los despóticos amos. Aprovechó un viaje de los arrieros amigos a Quito y se coló en la caravana. Hizo el trayecto de tres días y dos noches que tomaba recorrer el camino: subiendo cerros y bajando cuestas, atravesando quebradas y bordeando ríos; parando en los pueblos del camino: Cayambe, Guayllabamba y Calderón, para descansar, refrescarse o pasar la noche. Al llegar a la capital, los arrieros le dejaron en la casa de un militar en Quito cuya esposa siempre les había rogado que le consiguieran una “longa” que se hiciera cargo de las labores domésticas.
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Dolores trabajó como sirvienta en silencio y con responsabilidad. Aunque no recibió maltrato explícito, esa casa, esa familia, esa ciudad no la hicieron feliz. Mientras cumplía la rutina que comenzaba a la madrugada y terminaba cerca de medianoche, añoraba su nevado y sus campos de pasto verde, muy verde. Pensaba en el destino de los suyos, en su propia condición de nueva servidumbre, en las discriminaciones, en las distancias que separaban a las personas que vivían en la ciudad y en el campo, entre los que tenían dinero y los que carecían de él, pero sobre todo entre los que habían ido a la escuela y los que no conocían “la letra”. Su estadía en la capital de la república le sirvió para desmitificar ese Quito que habitaba en su imaginario como una ciudad de rejas y de torres, de plazas anchas y de calles estrechas; de faroles que se prendían solos y de agua que chorreaba de las piedras labradas.
Ese Quito es una ciudad convulsa y la gente es desconfiada. No se quieren los unos con los otros. Es una ciudad que huele a pólvora y destila rumores y sospechas. En la casa del militar se habla a gritos unas veces y otras el cuchicheo atraviesa el ambiente como una boa. No se entera bien de lo que pasa pero sospecha que algo se está quebrando. El nombre de Alfaro se repite con frecuencia. Dolores aprovecha la estadía en la capital para aprender la lengua de los blancos, movilizarse por los barrios de la ciudad y para intuir que hay un mundo que está más allá de la preocupación por el hambre diaria. Este período en la ciudad de Quito lejos de cambiarle sus afectos, los vigoriza; agudiza sus percepciones y afianza sus anhelos humanos. No quiere permanecer más tiempo lejos de su llacta. Vuelve a San Pablo Urco. Reencuentra a su madre, a
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la única hermana que le queda y a ese joven huasipunguero por quien su corazón se agita como pajonal al viento de medio día. Las piedras parecen cambiar de color: reformas del liberalismo
Alfaro, el Viejo Luchador, aspira a modernizar el Estado y la sociedad. Una élite de intelectuales de formación humanista le apoya. Todos intentan transformar las condiciones de vida y las relaciones entre ciudadanos ecuatorianos. El gobierno liberal radical quiere poner fin al Estado desorganizado y a la sociedad desunida por razones geográficas, económicas, políticas y culturales. Quiere colocar hondos cimientos para un país integrado y próspero. Varios avances materiales que provienen de los afanes liberales, el viejo patriarca los puede ver con inmensa satisfacción. Se unen el mar y los Andes mediante el ferrocarril, Guayaquil se adecenta, nuevos caminos unen las ciudades y los pueblos, se oye el bullicio de los niños y las niñas en las escuelas (diurnas y nocturnas) van jóvenes a los colegios e instituciones de formación artística o científica, se abren las puertas de colegios y oficinas para las mujeres.
El sueño alfarista es un proyecto de grandes alcances. Convertir a la economía de consumo interno en economía mercantil, lo cual significa centrar la atención en la plantación costeña más que en la hacienda serrana. Desarrollar la burguesía comercial y financiera superando el omnímodo poder terrateniente y aristócrata concentrado en la Sierra. Erradicar la influencia de la Iglesia propietaria de enormes extensiones de terreno; pero sobre todo propietaria de las conciencias y
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arsenal ideológico de las fuerzas conservadoras. Por eso son necesarias algunas reformas en el plano simbólico que debiliten el poder del clero. Es necesario decretar la separación de la Iglesia y el Estado, instaurar el laicismo, dar educación al pueblo, permitir el matrimonio civil y el divorcio. Sólo así la Iglesia dejará de controlar las decisiones de la gente en todos los aspectos de la vida privada: matrimonio y familia, educación de los hijos e hijas, cultos y creencias, transmisión de los bienes. Los objetivos económicos se mezclan con los objetivos políticos y culturales. Y para que tengan vigencia real, es importante difundir las ideas liberales en el pueblo para que éste sostenga –con la vida si es necesario- la transformación iniciada.
Y hay que actuar con prisa y sin pausa. Con la Ley de Patronato se prohíbe el pago de los servicios religiosos y la expresión pública de la fe a través de las procesiones religiosas. Se crea el Registro Civil. El censo de las personas corresponde ahora al Estado y no a las parroquias eclesiales donde se inscribían a los recién nacidos, a los cónyuges y a los difuntos. En 1902 se expide la ley del matrimonio civil y en 1910 la del divorcio. Se dicta la ley de Libertad de Cultos y se suprimen los diezmos para la iglesia. Se dicta la ley de educación predial. De acuerdo a este mandato oficial los hacendados estaban obligados a escolarizar a la niñez indígena. Debían crear una escuela en su predio para la educación de los hijos e hijas de los peones. La Ley de Manos Muertas
El mismo año en que llega el ferrocarril a Quito (1908) se dicta la Ley de Beneficencia conocida como Ley de Manos
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Muertas, que Dolores y más indígenas la conocían como “Ley de Manos Negras”. Por efecto de esta ley, se incautan las tierras de las comunidades religiosas. Las rentas que producen estos bienes se destinan a sufragar los gastos de las casas de beneficencia: asilos de huérfanos y de ancianos, maternidades y casas cunas, hospitales y centros de asistencia social dispensados hasta ese momento por la Iglesia.
El liberalismo propone enfáticamente la emancipación indígena. Se piensa en instrumentos legales que permitan romper las ataduras que mantienen a los indios ligados de por vida a la hacienda serrana. La propuesta beneficiaría al indigenado y favorecería a la nueva economía que necesita mano de obra. Ya la Constitución de 1897 prohibió la confiscación de bienes y la recluta forzosa. Fueron los primeros pasos que apuntaron a la supresión del concertaje, lo que dada la envergadura de la medida en contra de los hacendados prepotentes, sólo llegará a decretarse más tarde (1918) y el establecerse como práctica tomó muchos años más. El problema indígena pasa a ser un tema de discusión que involucra el posicionamiento de los bandos opuestos. Quienes se oponían a supresión de la “ley de indios conciertos” argumentaban que defendían la agricultura. Los que estaban por la desaparición del concertaje esgrimían el principio de la libertad como derecho fundamental de todo ser humano. Matrimonio de Dolores
Rafael Catucuamba se llamaba el gañán que Dolores escogió como compañero de su vida. Él era hijo de José Catucuamba y de Juana Chirana, muertos los dos tras duras jornadas de trabajo. Dolores y Rafael entraron en noviazgo. El
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15 de agosto de 1905, cumpliendo los rituales comunitarios de rigor, esposa y esposo se inscribieron en el Registro Civil. Luego celebraron la boda religiosa en la iglesia principal de Cayambe. Ella se sentía ilusionada por el acontecimiento y hubiese querido certificarlo en el papel pero ese gozo le está impedido porque no sabe leer ni escribir. Como los contrayentes y todos sus familiares, incluso los testigos, unos artesanos conocidos del pueblo son analfabetos, los empleados del Registro Civil suscriben el acta en nombre de los contrayentes. Pese a esta sensación de desvalimiento por no poseer el don de la palabra escrita, un cierto orgullo y satisfacción le acompaña. Dice Dolores: Ese Alfaro que está sepultado en San Diego, sepultado con la bandera. Ese Alfaro que quitó las haciendas a los frailes. Ese también hizo matrimonio civil. Yo primerita hice matrimonio civil en Cayambe. No se equivocó Dolores al escoger a Rafael. Fue dulce, firme y leal compañero en las buenas y en las malas. Ella lo decía: Él me quiso y yo le quise y desde entonces no volví a salir de Cayambe.
Juntos cuidaron del huasipungo heredado por Rafael en Yanahuaico y juntos desempeñaron las labores de la vida hogareña. Tuvieron nueve hijos pero solo uno llegó a la madurez. Los demás fueron muriendo, víctimas de la pobreza y la marginalidad. Las frecuentes ausencias de su madre dirigente también les afectaron. Mi hijita, mi hijito murieron de la pena, decía Dolores, cuajado su rostro en llanto.
El único hijo que le acompañó en sus jornadas de lucha y en la concreción de sus sueños, que fue su secretario y el primer maestro bilingüe, este hijo llamado Luis Catucuamba recordaba la relación amorosa que veía entre su madre y su padre:
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Si ella hilaba, él tejía. Si él torcía la cabuya, ella cosía el pantalón. Si ella tostaba el grano, él molía en la piedra. Si él amarraba, ella emparejaba la yunta. Desde el tiempo en que eran peones en la hacienda iban juntos a la siembra, al deshierbe y a la cosecha. Juntos al pastoreo y al molino.
Desde el momento en que ella empezó a despuntar como cabecilla, Rafael no tuvo reparo en hacerse cargo de las labores agrícolas y del cuidado de los vástagos. Cocinaba, lavaba y se hacía cargo de todos los menesteres. Jamás le impidió entregarse a la lucha por los intereses de su comunidad ni tuvo celos de su prestigio. Todo lo contrario, si creía que su apoyo era necesario, no dudaba en acompañarla. Los dos compartían todas las angustias y penalidades que ocasionaban la defensa de los derechos conculcados.
A mi padre le decían: Vos no sigas a tu mujer, vos deja. A ella al archipiélago vamos a mandar. A vos vamos a quedar el huasipungo, recordaba su hijo Luis.
Los chantajes no le hacían cambiar de idea. El apoyo a su mujer fue incondicional. Dice Dolores: Yo decía vos quédate no más. Yo donde quiera he de morir. Pero él no. Atrás, atrás seguía, pobrecito.
En medio de los sinsabores de la lucha se daban tiempo para llevar flores a las cruces blancas, debajo de las cuales reposaban sus hijos muertos. Inspirándose en esta imagen de amor y fidelidad la cantautora Judith Hurtado compuso una canción que expresa: Tierra y sol largo camino / nos fuimos juntos andando / el maíz fue un niño nuestro / como el tri-
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gal y el arado / y así acunamos la vida / de un pequeño pueblo hermano // ¿Por qué temer las espinas / si tú estabas a mi lado / si te escogí contra el viento / de la sinrazón mi amado?/¿Si tú acompañaste tierno alegrías y fracasos?//Con la estrella y a la aurora / los dos tejimos cantando / en telar de vida nueva / el poema más humano / de recobrar para el indio dignidad, tierra y trabajo // No nos quebró la pobreza / ni la crueldad de los amos / ni la injusticia o miseria / ni los hijos que enterramos //¡ La fe en la vida sembramos hombre y mujer de la mano! Don Eloy sacrificado en la “hoguera bárbara”
Por sus obras y sus años el Viejo Luchador se había vuelto un anciano venerable. Siempre fue bueno y magnánimo con amigos y enemigos. Lo que no niega que haya sido un guerrero fogoso, que peleara y dirigiera combates con valentía asombrosa, incluso con temeridad, dicen sus biógrafos. Pero fuera del fragor de la campaña era bueno, blando incluso. Un demócrata convencido que rehusó convertirse en dictador aun cuando esta medida hubiera facilitado la consolidación del proyecto liberal. Honesto y pulcro en el manejo de los fondos públicos vivió en austeridad y murió en pobreza habiendo dado a la causa liberal toda su fortuna lograda en el comercio. Convencido americanista, puso a disposición su patrimonio económico para financiar la propagación de las ideas liberales y crear una América Latina que se opusiera a la hegemonía del país del norte. El acendrado patriotismo de sus años mozos se mantuvo incólume. En su vida privada y en su vida pública ejerció una moral sin tacha. Estaba lleno de
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sueños y quería transformar al país en una nación próspera y moralmente sana. Eso le enfrentó a fuerzas poderosas que minaron la unidad del partido, que malinterpretaron sus iniciativas y sembraron desconfianza en el pueblo manipulable. Esas fuerzas oscuras, la Iglesia incluida, fraguaron su muerte. Para vergüenza histórica el Viejo Soñador fue sacrificado (28 de enero de 1912) en un acto sanguinario que espeluzna con solo recordarlo. Ese fue “el día de decapitación de la última esperanza”, dijo con razón, Leopoldo Benitez Vinueza. Levantamientos indígenas en Cayambe
La Ley de Beneficencia obligó a los mercedarios a dejar las propiedades que mantenían en Pesillo. La gente indígena se alegró porque los frailes eran patrones crueles, pero por efecto de la ideología también se sentían desprotegidos. Al salir de las haciendas no sólo que fueron echando pestes contra los liberales, “masones, herejes, enemigos de Dios”, sino que les engañaron diciendo que las tierras volvían a los indígenas. Y ellos se lo creyeron porque de hecho recordaban cómo fueron despojados de esas tierras ancestrales. Dice Dolores: A un indio Guatemal con engaños han quitado los frailes. Han hecho firmar escrituras... Como el Guatemal no ha sabido leer ni escribir…
Cuando los nuevos patrones llegaron, no estaban muy dispuestos a obedecerles y empezaron a buscar apoyo fuera de la hacienda. Querían saber qué pasaba y cómo podían defenderse de la prepotencia de los patrones. Así se dieron los primeros contactos. Durante los años 1908 a 1913 la Asistencia Pública, entidad creada para organizar la caridad pública, administró sin mayor atención las haciendas incautadas. La poca experiencia
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en el manejo de los nuevos bienes del Estado, obligó a buscar intermediarios que administraran esas tierras. Se las dio en arrendamiento. La “mama” hacienda de Pesillo fue dividida en tres predios: Pesillo, Moyurco y La Chimba, y entregada a diferentes arrendatarios. Más tarde, cuando la nueva forma de administración se admitió, las haciendas fueron reagrupadas bajo la conducción de Luis Delgado que las usufructuó por más de veinte años. La primera rebelión en Pesillo, cuando las lomas y el agua se tiñeron de rojo
En 1919 estalló la primera rebelión en la hacienda de Pesillo contra el primer arrendatario, un colombiano llamado Ernesto Fierro. La leyenda de Andón Guatemal y de su esposa Soforina, propietarios de esas tierras sonsacados por los frailes, según lo decía Dolores Cacuango, les dio impulso para oponerse al nuevo amo. Alentados por las admoniciones de los frailes que al ser botados de la hacienda les habían dicho que las tierras volvían a su legítima propiedad, los peones se negaron a bajar al trabajo.
Hacía un año que se había decretado la abolición del concertaje y la prisión por deudas. A pesar de los cuidados que ponían los terratenientes para mantener oculta esta información, de alguna manera se había filtrado entre la peonada inconforme, golpeada pero que sabía cómo resistir la injusticia y los ultrajes.
Se había legislado a favor de los indios. Esas disposiciones legales apenas eran conocidas por ellos como un rumor. Los más insumisos averiguaron por su cuenta. Realmente fueron mujeres las primeras que salieron fuera de los predios.
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En busca de información y asesoramiento llegaron hasta los despachos de quillcas y tinterillos. Primero indagaron en Cayambe, después en Ibarra y más tarde en Quito. Así se percataron que sí era cierto que “había ley para indios”.
El indigenado aprovechó la oportunidad para aglutinarse y repensar su situación. El nuevo patrón no era ya representante del orden divino, ni siquiera un “cristiano” sino un mortal común enviado por los “masones” liberales enemigos de Dios. Esa ambigüedad contribuyó a debilitar el prestigio del patrón frente al conjunto de trabajadores de la hacienda y por lo mismo a desafiar su autoridad. Las contradicciones de la época también se manifestaron en las altas esferas del poder. El presidente liberal Alfredo Baquerizo envió tropas para reprimir el alzamiento y defender los intereses del nuevo patrón y del Estado. Para la comunidad de indios defender la tierra era primordial. Existía en ellos una ancestral adhesión a la tierra de sus mayores, a su tierra, ligazón que les había mantenido en la hacienda, a pesar de la servidumbre y la pobreza.
Corría 1919 cuando las lomas de Pesillo se tiñeron de rojo. Las quipas y churos sonaron. Los indios protegidos por sus enormes sombreros rojos y haciendo flamear sus ponchos bajaron con el puño alzado hasta la hacienda. Después, fue la sangre que tiñó de rojo la tierra y el agua del arroyo. La refriega entre soldados provistos de armas de fuego, y la gente campesina armada de piedras y palos, dio como resultado treinta personas muertas, y heridas en ambos bandos, a más de huérfanos y viudas. Entre las heroínas de la jornada destacaron Juana Calcán, Mama Cipriana, Rosa Colcha y Encarnación Colcha. Con esta lucha los peones y peonas consiguieron por primera vez que el pago del salario se hiciera en
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dinero y no en especie ( 0,20 de peso al día para los hombres y 0,10 para las mujeres). Sombras nefastas enturbian el cielo de la Patria
La muerte del general Alfaro interrumpió muchos proyectos de desarrollo del país. La agonía del alfarismo duró muchos años.
Con la exportación de cacao, “la pepa de oro”, las clases poderosas del país quisieron abrirse al mundo. Pretendieron que el país dejara de ser una aldea grande prendida a las montañas y mantuviera relaciones comerciales que la hicieran rica y poderosa. En poco tiempo las ilusiones de progreso nacional se desinflaron. La I Guerra Mundial produjo un efecto desastroso para la exportación del cacao. Por último, la plaga de la “monilla” asoló las plantaciones. El nuevo centro mundial de mercado de cacao pasó de Europa a Nueva York, y esto inició la dependencia comercial de Ecuador a los Estados Unidos. Y como si eso fuera poco, las pretensiones de crecimiento se enredaron entre las mezquindades de ciertos grupos de poder. Los ricos de la Sierra y los de la Costa, se las arreglaron bien. Habían creado sus propios bancos. Uno de estos grupos, el más ambicioso de todos, era propietario del Banco Comercial y Agrícola, en Guayaquil, institución que en poco tiempo llegó a tener más dinero que las cajas fiscales y a emitir sus propios billetes lo que le convirtió en acreedor usurero del Estado. De 1912 a 1925, años que comprenden la época de los gobiernos plutocráticos fueron tiempos muy convulsionados y de fuerte depresión económica. No sólo la guerra mundial, la caída de los ingresos por disminución de la venta del cacao
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en el exterior, sino los intereses encontrados de las clases altas: terratenientes y banqueros, exportadores e importadores, que vivían en derroche permanente a costa de la explotación a trabajadores del campo y la ciudad. La pobreza generalizada, y su consecuencia: las huelgas de obreros y campesinos generaron una época de caos casi incontrolable. Ocurrió en este período, la manifestación de una multitud formada por los trabajadores de los gremios de carros urbanos, luz eléctrica y otros que salieron el 15 de noviembre de 1922 a reclamar por la carestía de la vida. Sus cadáveres, o cuerpos vivos, abiertos para que no flotaran, fueron botados en la ría que amaneció teñida de sangre. También la educación sintió el impacto de los vaivenes políticos. Dice Carlos Paladines: Conforme avanzó la serie de gobiernos plutocráticos quedó sepultado el espíritu radical de la revolución alfarista, la desnacionalización se profundizó y la educación laica quedó entrampada entre su vertiente nacional y la supeditación o acoplamiento al proyecto burgués, a pesar de los esfuerzos de algunos maestros por incentivar el sentido nacional en sus aulas.
En aquella época, aún las ciudades importantes como Quito y Guayaquil tenían incipiente desarrollo. La mayoría de las calles eran de tierra. El Ecuador tenía mala reputación en cuanto a higiene y sanidad. Las condiciones de insalubridad y aseo eran deprimentes. El Ministerio de Instrucción Pública hubo de obligar al baño semanal en 1930. Práctica que tardó en consolidarse. Otra disposición incitaba al uso del cal-
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zado prohibiendo el ingreso de personas descalzas a los mercados, escuelas y otros lugares públicos. Más de la mitad de las familias ecuatorianas (de 6 a 12 personas) se alojaban en una sola pieza.
El acaparamiento de la riqueza pública en manos de los plutócratas, limitó la construcción de obras públicas que beneficiaran a la mayoría de la población. En Quito, ciertos adelantos tecnológicos, como el teléfono, la luz eléctrica, el cinematógrafo y el tranvía, contrastaban con la suciedad de los barrios y las acequias por donde corrían las aguas servidas. De Guayaquil, dice Bruno Andrade, era una ciudad de sobrevivientes, que se debatían entre la pobreza y el matonismo.
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SEGUNDA PARTE Cambio de mando: de los civiles a los militares
La situación económica inestable y dudosa en lo político fue causa de la irrupción del poder militar a través del cuartelazo ocurrido en Guayaquil, y respaldado en Quito, el 9 de julio de 1925, golpe de Estado que con el nombre de Revolución Juliana acabó con el liberalismo plutócrata. Cuadros jóvenes del ejército con cierta influencia de las ideas socialistas derrocaron al último presidente plutócrata, Gonzalo Córdova, y asumieron el poder en “nombre de las clases oprimidas”. De alguna manera buscaban una exculpación de la matanza protagonizada por el ejército, el fatídico 15 de noviembre. Pero la verdad es que más bien facilitaron la recuperación de la clase terrateniente derrotada en 1895, parte de la cual se transformaba en débil burguesía industrial, especialmente en la rama textil.
El Estado carecía de organización administrativa y de fondos que permitieran canalizar las necesidades de la población. El cuartelazo de 1925 intentó instaurar ciertas innovaciones para manejar de forma metódica las rentas fiscales y la obra social, crear una entidad pública que controlara la emi-
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sión y el flujo de la moneda nacional y estos procedimientos no fueran un privilegio más de los grupos de poder de ambos lados de los Andes. Como consecuencia de toda la convulsión vivida, apareció en esos años una nueva intelectualidad que, renunciando a las ventajas de clase, empezó a adentrarse en el conocimiento del país profundo y a constituirse en portavoz de la población miserable que no existía para la ley, el pensamiento ni el arte. Otros actores: cholos, indios, montubios; y otros paisajes, fueron develados a través de la literatura y la plástica e incorporados a una visión más completa del país. En los años treinta dejaron su impronta los escritores del Grupo de Guayaquil formado por “cinco como un puño”: Joaquín Gallegos Lara, Alfredo Pareja D. Enrique Gil G. Demetrio Aguilera M. y José de la Cuadra. En la Sierra incursionaron con una mirada similar escritores y artistas, como Jorge Icaza, Pablo Palacio, Nicolás Kingman, Benjamín Carrión, Pío Jaramillo. Todos abogaron por la construcción de una nueva sociedad y el nacimiento de un nuevo “hombre”.
No obstante, con la revolución juliana no se logró el equilibrio anhelado. Contrariamente, se inició un período de la mayor inestabilidad que ha conocido la nación. Un “torbellino”, una “confusión política”, un “revoltijo político”, “locura”, “orgía”, “permanente pugna” de poderes se manifestó entre Costa y Sierra, entre exportadores e importadores, entre terratenientes e industriales incipientes, entre los poderes legislativo y ejecutivo. De 1925 a 1947 pasaron por la presidencia veintitrés individuos, ora conservadores, ora liberales. Los Jefes de Estado, llámense presidentes, interinos, encargados del poder, jefes supremos o provisionales se sucedían como en una pasarela. Los socialistas que habían nacido for-
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malmente a la vida política en 1926, no fueron ajenos a este juego y metieron la mano hasta donde les dejaron. Como secuela de esta “intromisión” también sufrieron las consecuencias debidas a su menor experiencia. Los análisis sobre este período bien se pueden concluir con el juicio de Quintero y Silva: “Hasta medio siglo después de la revolución liberal la nación ecuatoriana no existía (...) El Ecuador de los años treinta y cuarenta albergaba una sociedad problema... Una situación que no había vivido ninguno de los países vecinos”.
En un país disgregado, dislocado, frágil, inseguro, la población se debatía en la frustración, la zozobra, el pesimismo. Carecían de un sentido de identidad y de pertenencia. “Era un Estado sin nación”. José Llerena atribuye este sentimiento generalizado de confusión, pérdida y desconfianza, a la invasión del Perú y los desmembramientos del territorio que de aquella se derivaron. La sensación de impotencia y carencia se trocaba en rebeldía, en inconformismo, en descontento contra las autoridades de turno. Ante la insurgencia de los grupos populares los sectores de poder pedían volver a la prudencia, a la cordura, a “su” cordura. Nada era visto como la voz del hambre, la desigualdad, la necesidad de justicia sino solamente como caos, anarquía y comunismo.
La época juliana termina con otro golpe militar que derroca al presidente Ayora (1931) Corresponden a los últimos años de esta etapa histórica, dentro del gobierno del general Alberto Enríquez Gallo, algunas disposiciones legales a favor de las clases pobres como la Ley de Comunas, el Código del Trabajo y la creación de la Caja de Previsión Social. Es de entender que estos logros no fueron bien vistos por los
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Dolores Cacuango 1968.
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empresarios burgueses que incitaron continuamente a acciones de desestabilización del orden gubernamental. El discurso burgués atribuía cada cambio a la presencia de los “bolcheviques”. Incluían estos sobresaltos las sublevaciones indígenas a lo largo del callejón interandino. El levantamiento de Changalá
En la época juliana, en Cayambe se produjo un importante alzamiento que contribuyó a definir el nacimiento de la organización indígena. La rebelión acaeció en los primeros meses de 1926. A causa de una intención de venta de las tierras comunales que, desde tiempos coloniales, habían sido concedidas a indígenas de la parcialidad de Juan Montalvo y a los habitantes del pueblo de Cayambe, unos y otros se levantaron para impedir esa negociación por parte de la familia García Alcázar, hacendada de la zona.
También en esa ocasión las mujeres tuvieron un papel relevante. Mestizas cayambeñas provistas de tambores recorrieron las calles y los caminos convocando a la gente. Petrona Barriga, Lucinda Baroja, Rafaela Torres, Ana Valdivia y la negra Beltrana comandaron a la población alzada por más de un mes. Dando ejemplo de coraje se colocaron al frente y con su pecho hacían retroceder a los caballos de los soldados. Como las mujeres no se movían, los hombres tuvieron que permanecer con ellas en la lucha todo el tiempo de la sublevación. Esta fue sofocada al fin con la intervención de los batallones Carchi e Imbabura. Con la interposición de la Iglesia las mujeres protagonistas fueron encarceladas y luego condenadas al ostracismo y al silencio.
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Por el lado de los indígenas, la rebelión de Changalá puso en alto el liderazgo de Jesús Gualavisí, un carismático y recio indígena de la comunidad de Juan Montalvo quien, a partir de este enfrentamiento y durante más de tres décadas, representó con inteligencia y dignidad, al naciente movimiento indígena, en el marco de la organización popular. Las ideas socialistas alientan la organización indígena
El liberalismo ideológico signado por los principios de igualdad, libertad y fraternidad, había colapsado y ese fracaso abrió el camino a las propuestas socialistas. Privilegiando solo la libertad empresarial, el liberalismo se había identificado totalmente con los intereses de la burguesía comercial y bancaria. Los intelectuales y militantes inconformes con la decadencia de las ideas liberales que se distorsionaron y devaluaron en un ejercicio corrupto y prepotente del poder, se adhirieron a la propuesta filosófica y política del socialismo, con la esperanza de construir un país más equilibrado en lo económico y más humano en lo social. La efervescencia de las ideas socialistas dio lugar a la formación de células organizativas en diferentes puntos de la Sierra y la Costa ecuatorianas. Desde el siglo XIX, los trabajadores pagados y artesanos que trabajaban por cuenta propia, habían empezado a organizarse. Este desarrollo continuó en el siglo XX. Al ritmo del desarrollo capitalista surgieron los primeros núcleos obreros en Guayaquil formados además de los artesanos, por cacahueros y trabajadores de las incipientes industrias.
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Socialistas e indígenas
El socialismo aparecía como una nueva tendencia política promovida por jóvenes intelectuales y profesionales que preconizaban propuestas más avanzadas. Los socialistas agrupados alrededor del periódico “La Antorcha” fueron los primeros en abanderarse abierta y decididamente a favor de la población indígena.
A partir de su nacimiento institucional (1926), el socialismo tuvo carta abierta para influir en los procesos organizativos del pueblo. La alianza con los indios permitió remover los antiguos prejuicios e intereses que mantenían en esclavitud a la población indígena, al mismo tiempo que ampliaron las bases populares que el Partido necesitaba para sostenerse. El I Congreso Socialista reunido en Quito, puntualizó como una aspiración primordial del socialismo la liquidación del problema del indio, como señala en su libro, Germán Rodas. Entre los años veinte y treinta el movimiento indígena siguió alimentando la fogata donde habrían de quemarse los esquemas de dominación. Cabecillas como Gualavisí, Ambrosio Laso y Dolores Cacuango se afirmaron en la escena nacional reclamando justicia.
La presión social obligó a crear en 1927 la Junta Protectora de Indios que nunca llegó a funcionar. Milton Luna dice que para el indio, a pesar de los discursos líricos, en la década del veinte no cambió nada. Se refiere sobre todo a la supresión del concertaje que debía aplicarse inmediatamente conforme obligaba la ley pero que en la práctica fue desconocida por la parte patronal. Sin embargo el indigenado protagonizó varias acciones y mantuvo la atención en torno a su emergencia.
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Los primeros sindicatos agrícolas y el frustrado Congreso Indígena
En Cayambe se formaron células de artesanos y campesinos, núcleos que recibieron el apoyo teórico y operacional de connotados militantes socialistas como Ricardo Paredes, Luis F. Chávez, Rubén Rodríguez y Alejandro Torres. El cabecilla Gualavisí que había sido cofundador del Partido, en representación del indigenado, participó decididamente en el sostenimiento de la organización indígena que admitía expresamente su carácter socialista. En la tierra de Gualavisí, la parroquia Juan Montalvo, se formó el primer sindicato agrícola. Los siguientes se formaron en las comunidades de Pesillo, La Chimba y Moyurco.
En estas últimas, los sindicatos se enfrentaron prontamente con los patrones arrendatarios de las haciendas de la Asistencia Pública, en el año de 1930. Al mismo tiempo, Juan Montalvo, cuna de Jesús Gualavisí, fue escogida para la realización del Primer Congreso Indígena que debía llevarse el 8 de febrero de 1931. Este inusitado evento, que preveía la presencia de 2000 indígenas que venían en representación de por los menos 100.000, no llegó a efectuarse. El gobierno central presidido por Isidro Ayora, destacó al batallón Carchi para impedir que llegaran los indígenas convocados desde las provincias centrales y del norte del país. Según O. Albornoz, los soldados taponaron con sus cuerpos todas las entradas a Cayambe. Este fue un suceso inédito que alarmó sobremanera a los poderes establecidos. ¿Qué podía pasar a la Nación si despertaban las comunidades indígenas que representaban el cincuenta por ciento de la población ecuatoriana y que hasta ahora habían sido ignoradas por las leyes, por los mandatarios y despreciada por el resto de la gente? ¿Qué se ponía en
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juego si se levantaba esa gente que había sido repudiada, a la par que explotada, por la clase terrateniente, tremendamente poderosa, amparada en antiguos e inicuos privilegios?
Los gamonales se indignan ante este hecho sorpresivo, se estremecen de ira pero también de temor. Al frustrar el Congreso Indígena el Ministro de Gobierno informa a la Nación La república estaba próxima a estallar en la más desastrosa de las conmociones sociales, recuerdan Quintero y Silva. En cambio el Senador Leopoldo Chávez, favorable a la causa indígena, en su Informe exclama: No es un sueño ni un imposible el mejoramiento del indio. Dolores, una líder infatigable
Dolores fue introducida a la actividad gremial por un compañero de su comunidad, el viejo astuto y rebelde, Juan Albamocho.
Dolores Cacuango cabecilla de San Pablo Urco empezó a comprometerse, cada vez más intensamente, con la defensa de las reivindicaciones indígenas, en especial de las mujeres servicias y ordeñadoras que trabajaban en jornadas completas sin remuneración ninguna. Dolores se desplazaba de San Pablo Urco a Moyurco, de Moyurco a Pesillo, de aquí a la Chimba. No le importaba si era de día o de noche. Caminaba aprisa, como iluminada, por pajonales y chaquiñanes. Mientras tanto su esposo Rafael se hacía cargo de las tareas domésticas. Quienes incursionan en la política necesitan energía, fortaleza, claridad, competencia, empatía, comunicación fluida y firme. Todos esos atributos caracterizaban a Dolores. Ella era
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ágil para comprender y para responder. Tenía a su favor la palabra lúcida y vehemente. El don de convocar y convencer, y el corazón receptivo a los clamores de la gente: Entonces de ahí ca, hablando, hablando, ya reuniendo uno, dos, tres, cuatro, cinco, ajustando diez, ñuca clavé sindicato con un secretario general secretario para que trabaje, secretario sindicato, otro propaganda, otro tesorero, cinco dirigentes poniendo. Elé así formé sindicato hablando con campesinos.
En su hijo Luis Catucuanba ha quedado impregnada la imagen de su madre que despertaba respeto y temor: Desde su juventud, mi mamita había dedicado su tiempo a organizar a los indígenas, a las familias para que luchen unidos y consigan mejoras en el salario, en el trato. Se paraba duro contra cualquier empleado, con el palo le hacia correr. Por eso desde joven fue fichada por los patrones, ya en ese tiempo eran arrendatarios de la Asistencia Publica que ordenaban a los demás indígenas- a esa india picara no le dejen hablar con ninguna. Es india bandida.
Desde joven se había distinguido por su rebeldía y coraje. A palazos impidió una vez que el mayordomo de la hacienda consumara la violación de su hija. Muchas veces obstaculizó que maltrataran a sus compañeros de faena. Había desarrollado una especial percepción para captar el sufrimiento de su pueblo sometido a explotación, humillación, pobreza, e incluso a tortura. Cuando volvía a sus recuerdos, Dolores comentaba:
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Elé contra patrones luché yo, ca. Patroncito no paga ni medio ni calé no paga. ¿Cómo ha de ser así? De noche, ca, con guardia civil viniendo y rompiendo puertas, allá dentro ca, pegaba hecho una lástima. Otro atajaba la puerta y guardia civil en la puerta y otro pegando. Otro día, yo ca visitaba así rutu sangre empapado yendo a policía. Policía decía: bueno trae agradito, trae agradito para defender. Yo decía porque voy a estar pagando, obligación tuya es.
Dolores, hermana
La gente iba a la casa de Dolores a contarle sus sufrimientos, a pedirle que le acompañara en sus reclamos, a llevar las quejas a Quito, a buscar ayuda en el sindicato: “En mi casa han organizado no más. En otras partes tam han organizado no más, porque duro parando, duro parando. A mí ca no hacía nada ninguno. Por eso a mí jamás cogió”.
De entre los muchos incidentes en los que testificó con sus propios ojos, Dolores contaba de esta manera: Yendo con agradito, todo eso amontonado, cargando indio roto cabeza, cargando toditos los indígenas yendo. Entonces ahí el político (Teniente Político) sabía decir: Bueno, yo voy a salir a favor. Yo voy a mandar a Quito. Estando así, ca ya vino patrón y viendo a este pobre campesino así tapado, todito ensangrentado, sentado así, dijo patrón: Ah, ah, ah, bandido así hay que tener a estos indios. Y el político decía: - Patroncito es que usted no sabe que... Bueno, bueno, para después ha de quedar; que vaya nomás al trabajo.
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Pero más que receptar las quejas, procuraba que las costumbres empleadas en las haciendas cambiaran a una situación más humana, que se reconocieran a los indígenas como seres de derechos, como personas. La posibilidad de agruparse y presentar ante las autoridades la voz colectiva le enardecía. Y nosotros ca, decíamos: más mejor a patrón viejo de Moyurco vamos a avisar. Pero pior, viejo ca cerrando las puertas castiga. Ninguno era favorable a nosotros pobres. Por eso yo ca ya vine con la noticia del sindicato y avisé a la gente. Entonces ca, nosotros, yo formé, de noche no más, de noche. Cuando llegaron a saber que estaba formando sindicato dijeron: Ve la india bandida. Y a mí mismo otros indígenas decían: No te metas con socialistas, no te metás. Este ca, demonio son, hereje son. No vale. A vos ca, patrón ha de mandar al penal. Yo ca vuelta contestaba: Entonces por qué pega, por qué maltrata al pobre natural. ¿Para qué? Habiendo un borreguito, al patrón dinvalde. Habiendo un chanchito, al patrón dinvalde. Gallinita habiendo, al patrón dinvalde. Huevos recogiendo a Quito. Todo.
Le dolía la situación de sus hermanas. Las mujeres indígenas que trabajaban como servicias o huasicamas en la casa de hacienda estaban obligadas a trabajar sin pago y sin horario. Dice Tránsito Amaguaña: “Después de trabajar todo el día, ya a las nueve de la noche venía la patrona a dar harina para cernir o quinua para lavar. Ve longa fiera no has limpiado bien. Con candilito chiquito ni se podía ver”. A pesar de la poca valoración que se daba a las mujeres, su cuerpo –no importaba si fueran núbiles o casadas- estaba
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expuesto a la lascivia de los patrones y empleados. La apropiación de sus cuerpos, el asalto a su virginidad, la crueldad del trato sexual, eran sufrimientos que afectaban hondamente a las mujeres indígenas.
Por todo esto en el conjunto de aspiraciones de Dolores figuraba el respeto a la dignidad de sus hermanas. La invasión al cuerpo de las mujeres había dado lugar a la proliferación de hijos mestizos no reconocidos que aumentaban la miseria de las comunidades. Por eso Dolores proclamaba: “Queremos que indias sepan de quién paren, para que nunca más sean violadas por tanto diablo patrón, para que nunca más nazcan guaguas sin padre y sean hijos despreciados”. El gran estallido de 1931 en Pesillo
La orientación de los cuadros socialistas -Ricardo Paredes, en primer lugar- llevó a los sindicatos constituidos en las haciendas de Pesillo, la Chimba y Moyurco a plantear sus exigencias mediante instrumentos tácticos novedosos para el campo. Pusieron sus reclamos en un Pliego de Peticiones y se lo presentaron a los patrones. Luchar contra el sistema hacendario era oponerse al poder establecido, enfrentarse a los aparatos de control con que los latifundistas contaban. Los huasipungueros arriesgaban el todo por el todo.
Dadas las circunstancias, se tomaba el máximo de precauciones para realizar las reuniones. Cuando se hubo discutido lo suficiente y previendo las consecuencias, se decidió encarar el asunto, de una vez por todas. El pliego de peticiones contenía varias reivindicaciones que eran, en verdad, elementales derechos que se debían reconocer a los trabajadores y trabajadoras del campo. La rebelión había estallado nueva-
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mente y esta vez tenía increíbles proporciones. Las chispas se dispersaban con rapidez y amenazaban alumbrar el panorama o consumirlo todo. Cuenta Mercedes Prieto que en el pliego de peticiones se solicitaba:
- que cesen los maltratos - se suprima el trabajo obligatorio de las mujeres - se supriman las huasicamías y servicias para ayudantes y mayordomos - se supriman los diezmos y primicias - se provea de herramientas a los trabajadores - se rebaje el número de ovejas a cargo del cuentayo - se incremente el salario para los huasipungueros y peones libres - se asignen huasipungos a los apegados - se disminuyan las jornadas extras destinadas a la hacienda - se elimine la reposición de ganado muerto - se realicen las cuentas anualmente con presencia de un representante de los trabajadores - se pague el jornal cada quincena.
El patrón desconoció en absoluto las peticiones de los demandantes. Entonces estos se declararon en huelga. No salieron a trabajar. Terminaba el año 1930 cuando ocurrió el gran levantamiento de los sindicatos de Pesillo. El patrón Luis Delgado pidió auxilio al gobierno de Ayora para acabar con los huelguistas, que según decía, estaban bien tratados y sólo actuaban así porque estaban azuzados por los comunistas. La prensa capitalina también sorprendida por la medida de hecho clamó por mano dura contra los alzados que quitaban la paz y sembraban un mal ejemplo de fata-
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les e impredecibles consecuencias. Mientras la prensa socialista celebraba el despertar de la raza vencida.
Un piquete se hizo presente en la hacienda de Pesillo para presionar que los trabajadores indígenas retomaran las labores del agro. Tres meses resistieron sin moverse de sus casas. Mientras los cabecillas de la revuelta permanecían escondidos o con orden de arresto y juicio. Dolores estaba en cinta e igual desafiaba los peligros. Cuando venían a querer coger, campesinos ca, comprendiendo, levantando con palos, de noche, levantaban. Estando así mismo, bonita, ya llegaron los dolores, ahí mismo, más, más, más. Después ca, ya vinieron con tropas de batallón de policía, entonces con eso para agarrar, para coger. Pero no hicimos coger, no hicimos agarrar. Únicamente los empleados aconsejaban: -Ve, Dolores, no te metás, no te metás, a vos ca, van a pelar viva, a vos ca, van a desollar viva, no te metás en esa cosa. Pero yo casi siempre decía: -Entonces ca, por qué llevan todos los animales, todo llevan, y no dejan descansar ni un día. Por qué. Más que haga lo que quiera yo ca, no he de dejar. Yo he de ir a saber en Quito, porque en Quito hay sindicato grande de trabajadores.
La conciencia de su estado de dominación aumentaba y consecuentemente se fortalecía su rebeldía, el contrapoder de su presencia insurrecta en las calles de la ciudad de Quito que un día despertó sobresaltada porque el tumulto de cientos de indígenas en las estrechas arterias del centro colonial, de la pequeña y recoleta Quito de entonces, hacía “temblar las
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calles”, según lo recordaba un testimoniante. “Así paramos para ir a Quito, a poner conocimiento. Entonces campesinos ya reunieron para sacar colecta. Entonces ya me fui a Quito, para trabajar en prensa volante y con ese volante viniendo a trabajar y de ahí, creciendo, creciendo, creciendo, dice Dolores. Su liderazgo se impone
Un grupo de mil indígenas, engañados por el Jefe Político de Cayambe, había llegado a Quito. Supuestamente iban a conferenciar con el presidente Ayora. Entraron a Quito conmocionando la ciudad. Era inusitado mirar a un inmenso conjunto de indios que no venían amarrados como antes, ni arrastrados, ni agachados, sino con paso firme y el puño alzado. Al frente del grupo estaba la valiente e ingeniosa Dolores. Había entrado sin que los perseguidores se percataran. “El pesquisa andaba buscando a mí en Cayambe, en Guachalá, en Calderón, en El Ejido, queriendo cogerme. Yo tiznada la cara, negra, negra, trapuda, trapuda, estera poniendo encima, por medio de las patas de caballo, voy pasando”.
Una vez que llegaron a la capital les condujeron al cuartel de policía y les notificaron que quedaban prisioneros. Allí fueron golpeados y ultrajados. A pesar de eso insistieron en hablar con el presidente Isidro Ayora. Al fin permitieron que una comisión se movilizara a la casa de gobierno. Les recibió el secretario quien se limitó a aconsejarles que vuelvan a la hacienda, pidan perdón al patrón y se pongan a trabajar.
Regresaron escoltados por el ejército. Como dice Mercedes Prieto, el diario El Comercio insistía en asombrarse de las osadas pretensiones de los indígenas que habían abandonado la característica de los sencillos hijos de Atahualpa. Al respecto, cuenta Neptalí Ulcuango:
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Vinimos en febrero a la capital, a implorar justicia al señor Presidente de la República y no fuimos atendidos con justicia, ni siquiera con compasión, se nos trató sin piedad y después de inferirnos vejámenes se nos ordenó que regresáramos a las haciendas. Lo único que consiguieron fue que una comisión viniera a juzgar los hechos. Antes que cualquier indemnización llegó la represión institucionalizada.
Era Semana Santa. Como se acostumbraba, había un severo recogimiento religioso en todos los espacios de la hacienda. De pronto irrumpieron las tropas que venían a aplastar el levantamiento y arremetieron con cuanto encontraron a su paso. Un piquete de cincuenta soldados se desplazó a cada hacienda. En el patio de la hacienda de Pesillo encerraron a los animales que tenían los huasipungueros y los quemaron. Después procedieron a desbaratar sus casas y torturar a los cabecillas. Neptalí Ulcuango, un niño en ese momento, más tarde profesor de la escuela de La Chimba, escribió a partir de sus reminiscencias: El Director de la Asistencia Pública, Augusto Egas y el Jefe de Pesquisas con un piquete de tropas llegaron a las haciendas no a solucionar el conflicto laboral suscitado sino a amedrentarnos, a imponernos, por el temor, sumisión a despóticos amos y, para demostrar el poder que tenían, hicieron destruir nuestras casas de los que suponían cabecillas y así nos arrojaron, sin pan ni abrigo, a las inclemencias de la vida.
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También Dolores recordaba entre lágrimas: “Había mandado a Yaguachi para que queme casita, huasipunguito con animalito y todo: chanchito, vaquita, borreguito, gallinita, cuycito; trastecito, granito, ropita, todo limpio quemaron”. Persecución y amenazas contra Dolores y las comunidades
Los soldados tomaron presos a varios de ellos. A otros les colgaron de los dedos pulgares hasta que declararan dónde tenían las armas, inexistentes. No les importó ver que los guaguas y menores lloraran, chillaran y que de rodillas clamaran que no maltrataran más a sus padres. A vista de ellos, les latiguearon en la piel desnuda hasta que les brotaba sangre. Dice Dolores: Habían mandado a Yaguachi, habían mandado para que queme casita y así quemaron casa como huasipunguito, había animalito, había chanchito, vaconita, vaquita, torete, borreguito, gallinita, cuycito, trastecito, granito, ropita. Todo limpio quemaron. Yaguachi, ca limpio quemaron. Y quemando así a Yaguachico le digo. –Por qué hicieron tudu así. Por qué quemaron mi casita. Quién mandó. –No sé, mandado somos, mandado somos, mandado fuimos-, ellos decían.
Los soldados se solazaron echando al suelo las pertenencias de las familias, sus escasas ropas, los granos de la tierra que guardaban en el soberado de las casas. Hecho que dolía y asombraba a los indígenas. ¿¡ Cómo podían derramar los granos de la tierra y pisar a los pobres cuyes!? Las pocas pertenencias de valor que tenían las familias: una máquina de
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moler o una alcancía, despertaban la codicia de los soldados que se robaban a vista y sufrimiento de los afectados. Cuarenta y seis casas fueron desbaratadas e incendiadas en las tres comunidades.
Cuando llegó a Pesillo, el Director de la Asistencia Pública no vino a ofrecer indemnizaciones ni compasión. Lo que le interesaba era averiguar quién dirigía el movimiento. Cuenta Dolores: Entonces ya, bueno, quemado casa, vino el Director de Asistencia. Entonces ya vinieron tuditos de Quito, a trabajar, a reunir con alguacil, con Yaguachi. Todo ese gentío que ya vino. Comisario, policía a reunir en la hacienda de Pesillo. Y haciendo parar por grupo a campesino así en el aire preguntaron: ¡A ver! ¿Quién mandó a Quito, levantado?¿ Quién te mandó? -Una doña longa había patroncito. Mama Dolores enganchó.
Contestó algún atemorizado campesino, según refirió Dolores. La respuesta despertó la indignación del funcionario quién sentenció: “Ah, india del diablo. Por aquí es tu camino. Ahora no has de dentrar. No has de dentrar. Ahora por este camino tenés que seguir donde quiera, india bandida. Si te encuentro yo mismo te mato”. La represión había calado bien hondo. Lo habían perdido todo. Estaban maltratados en cuerpo y alma. Las amenazas del todopoderoso representante de la Asistencia Pública debilitaron la unidad campesina. Bajo amenaza Dolores se quedó sola, perseguida y agredida. Lo dice su testimonio:
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-Ay india bandida del diablo. Por aquí es tu camino. Esa india puñetera no ha de volver acá. Toditos los campesinos sí quieren trabajar. -Si hemos de trabajar, si hemos de trabajar contestaron los indios. El desarraigamiento
En previsión de represalias, Dolores tuvo la buena idea de esconderse. Cuando vinieron a llevarla a la madrugada, no la encontraron porque huyó al cerro de la Compañía. Los hijitos querían ir conmigo pero no podía llevarles. Mi hermanita dijo: -Espera mamita lleva un cucaíto, maíz tostado voy a hacer. Yo, no dije, así no más, me voy. Echando pañuelito botado a los hombros, salí a las cuatro de la mañana, por cerro. En hueco de loba ahí amanecí. No dejé coger. A las cinco de la mañana había venido guardia civil con empleado y no halló a mí. Buscando en sembrado, en quebrada, sin hallar.
En la cueva de los lobos permaneció hasta el día siguiente cuando los soldados se habían alejado. Para no sentirse burlados, los soldados secuestraron a un hijo y una hija de Dolores, ambos menores de edad. Les hicieron montar en el anca del caballo y les llevaron. Esperaban que Dolores apareciera en busca de sus guaguas. Dolores, ignorando el secuestro, permaneció en su escondite de la montaña. Imaginando que el peligro había pasado, regresó a la casa y se encontró con la terrible noticia. Emprendió una búsqueda infatigable.
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Cuando ya todo parecía consumado, les encontró tristes y abandonados, pasando el pueblo de Cayambe, cerca de Río Blanco.
Los soldados después de haber cumplido la consigna se retiraron a la cabecera cantonal en previsión de nuevos acontecimientos. El batallón “Sucre” de infantería, el regimiento “Quito” de artillería, los escuadrones “Yaguachi” y “Carchi” de caballería, quedaron acantonados largo tiempo en Cayambe.
Con este respaldo al poder latifundista, era obvio que las cosas no mejoraran para los indígenas. Por largo tiempo más siguió la explotación y el abuso, la humillación, el maltrato y la intimidación. Pero siguió latiendo el espíritu de rebelión. Cuenta Luis Catucuamba: “A mi madre le ofrecían desollar, pelar viva, pero ella no hacía caso. Seguía no más”.
Los campesinos desposeídos del huasipungo vagaban sin rumbo por Pisambilla, Cancagua, Tabacundo, o Alegría. Entre ellos, también Dolores sin casa, sin tener qué comer, ni qué vestir. Continuaba perseguida por los patrones que amenazaban con encerrarla en el Penal o confinarla en la colonia penal de Galápagos. Los expulsados de las haciendas lograron ubicarse en covachas precarias, a la vera del camino público que llevaba a Cayambe, lo más cerca posible de su antiguo domicilio.
Las necesidades primarias de los trabajadores campesinos no fueron satisfechas. El Ministro de Gobierno aprobó que se les pagara por las pertenencias destruidas pero esa disposición nunca se cumplió. El Ministro de Previsión y Trabajo, mandaba de tiempo en tiempo a inspeccionar, supuestamente para dar trámite a los reclamos; mas, a pesar de las prue-
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bas, siempre se ponía de lado del patrón. El informe decía que todo estaba bien, que no se les maltrataba y que los campesinos querían trabajar en paz. La lucha continúa a pesar de todo
Pasado el descomunal espanto, recuperada en parte de su dolor, la gente seguía reuniéndose a escondidas y fortaleciéndose en su posición, decidida a continuar con la lucha. Las asambleas campesinas no desmayaron. Aunque todas las demandas laborales seguían en pie, los motivos emergentes eran recuperar el huasipungo y volver a levantar las casas.
Los cabecillas no pudieron reintegrarse enseguida a sus lugares de origen. Algunas personas como Dolores nunca más lo hicieron. Mientras tanto, los sindicatos continuaron presionando por mejores condiciones de salario y mejor trato. Con el tiempo, por la necesidad de evitar mayores pérdidas y ante la presión de los indígenas, los patrones concedieron algunos puntos del pliego de peticiones, entre ellos nuevos salarios: - a cuarenta centavos el del peón suelto con derecho a tener animales
- treinta centavos el jornal de los hombres, con derecho a huasipungo y a chucchir1 pago de veinte centavos para las mujeres ordeñadoras. Creyendo que habían recuperado el poder sobre los traba-
1 Chucchir: recoger el grano suelto que quedaba en las eras.
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jadores y que los ánimos estaban calmados, los patrones tomaron represalias contra los más luchadores. Instituyeron un descuento de tres sucres anuales por el uso del huasipungo y despidieron a los que percibían como los nuevos cabecillas. Esto provocó otro estallido. Los campesinos respaldaron a sus dirigentes y fueron a Cayambe a pedir justicia. Presionaron para que les reembolsaran el dinero descontado.
Los arrendatarios volvieron a solicitar el auxilio de la Iglesia. Los curas fieles al sistema de poder hacendario, encontraron nuevos motivos para intimidar a los rebeldes. Su pertenencia a los sindicatos y su amistad con los grupos de izquierda les valía la sentencia de “ser negados de Dios, socialistas, comunistas, condenados en vida”, como dice Tránsito Amaguaña. El comunismo era, según su versión, un temible monstruo que se había metido en las entrañas de los indios. La compañera Dolores
El reclamo de las casas de los cuarenta y seis líderes de las haciendas de la Asistencia Pública, los reunió en un esfuerzo mancomunado que no cesó pese a las amenazas, a la persecución y a la diáspora. En esa lucha Dolores conoció a Tránsito Amaguaña, hija de Venancio Amaguaña y Rosa Alba, uno de los matrimonios desposeídos de la vivienda. Dolores tenía cuarenta años, Tránsito dieciséis, pero ya estaba casada y era madre de familia. Rosa Alba, su madre, fue una de las precursoras de la rebelión indígena en Cayambe. La primera que fue en busca de luces a Ibarra para enfrentar la extorsión. Tránsito junto a su madre se unió a los cabecillas. A la muerte de Rosa Alba, la hija realizó una ceremonia comunal muy significativa exaltando su liderazgo ejemplificador.
Dolores Cacuango al frente de las escuelas indígenas bilingúes. Sesión con las familias, 1952
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Dolores, Tránsito y Angelita Andrango constituyeron un trío de mujeres combativas, inteligentes y tenaces a las que cupo, al menos quince años, conducir la organización sindical y las reivindicaciones de los campesinos y campesinas expulsados de las haciendas. Tránsito Amaguaña sobrevive aún. “En Pesillo había una compañera que se llamaba Angelita Andrango. Tránsito Amaguaña y Angelita Andrango llegaron a ser dirigentes, andando con mamita Dolores”, dice Luis Cutucuamba. Dolores buscó refugio en Santa Rosa, antes llamado Yanahuaico, donde organizó un nuevo sindicato que se convirtió en el centro de operaciones.
Los familiares íntimos de Dolores, su esposo, hijo e hija, volvieron a depender de la bondad de los allegados o de la gente de buen corazón que les permitía “chucchir” en las cosechas. “Déjenlos no más, decían algunos buenos mayordomos de las haciendas vecinas, no vienen por ladrones...”, cuenta Tránsito.
Por su lado, los camaradas comunistas les demostraron que la amistad con los “mishus”2 era posible. Llegaron a tener gran confianza en su palabra y en el ejemplo de su vida. Ricardo Paredes, Director del Partido Comunista y Senador por la Raza Indígena, Luisa Gómez de la Torre, Nela Martínez y muchos otros militantes comunistas, eran ejemplos intachables de lealtad y solidaridad con la causa del conglomerado indígena. Lo testimonia Miguel Lechón:
2 Mishus: blancos, extraños.
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Cuando vinieron los chapas yo alcancé a conocer al finado Juan Albamocho de Pesillo y a la finada compañera Dolores Cacuango y había también un doctor Chávez, el chiquito, que era también luchador por los campesinos. Había otro compañero, Rubén Rodríguez, él también era bueno. Pero el más primero era el camarada Ricardo Paredes, el no era ateo para los compañeros. Él dio la conciencia al indio. Él ayudó, él defendió. Él dio clase. Yo siento el alma de mi compañero. El doctor Ricardo Paredes, fue padre y madre para nosotros los obreros, los campesinos, los humildes.
Intentar comprensión de las autoridades de la Asistencia Pública les significaba desplazarse con frecuencia a la capital. Varias mujeres formaban parte de la iniciativa, entre ellas Dolores y Tránsito. De esas visitas no lograban casi nada. Su presencia en la ciudad, si bien llamaba la atención, también irritaba a las autoridades de la Asistencia Social y al gobierno que no quería alteraciones del orden público.
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Mama Dulu Cacuango, madre del pueblo indio Nosotros somos como los granos de quinua si estamos solos, el viento lleva lejos pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento, bamboleará, pero no nos hará caer.
Dolores Cacuango.
Palabras como estas hicieron célebre el discurso de Dolores Cacuango. Al frente del grupo: diez, veinte, cincuenta o más indios, Dolores debía intervenir con firmeza ante los representantes del poder. Debía exponer razones y defender planteamientos. Ella llevaba la voz de su pueblo y lo hacía con profundidad, belleza y elocuencia.
El liderazgo de Dolores se impuso nítidamente. La lucha inédita que sostenían los indígenas contra la prepotencia e injusticia de los patrones requería de personas fuertes y firmes. A esas cualidades, Dolores añadía una personalidad carismática y una gran pasión por las causas que defendía. Tenía gran vehemencia al hablar. Era clara y directa en sus intervenciones.
Permanecer en la capital, días o semanas, hasta un mes, no garantizaba el éxito de la misión. Casi siempre volvían desalentados, frente a la indiferencia de los políticos y gobernantes que no comprendían, o no querían, la validez de sus reclamos. Aún así, continuaban en su empeño. Insistía Dolores: “Yo he luchado compañero aquí. Tanto, tanto ensangrentado. No salía a favor, nadie, nadie. Ni policía, ni comisario, ni capitán de Quito, nadie. Peor en Quito”.
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Además, Dolores seguía visitando las comunidades, buscando respaldo, de noche si era necesario. Repartiendo volantes, hablando en las asambleas, oyendo las quejas de la gente. Las mujeres eran las que más se animaban a denunciar: “Patrón todo quita.... marido no dice nada, a él contenta con trago”. “A marido enfermo de la cama van sacando que venga a trabajo”. Siguió recorriendo, sin parar. De Pucará a La Chimba, de La Chimba a Moyurco, de Moyurco a Pesillo. Consolidando los sindicatos, arengando a los indígenas, aleccionando a la niñez y a la juventud. A Cayambe también iba a las sesiones con Jesús Gualavisí y Rubén Rodríguez. Por sesionar con los sindicatos no tenía descanso. De San Pablo Urco pasaba a Pesillo, de Pesillo a la Chimba, de la Chimba a Chaupi y así. Unas veces a pie, otras a caballo, daba la vuelta. Solo en Zuleta no pudo formar sindicato. De gana quieren meter a socialistas, patrón Galo no molesta a nadie, dizque decían, refiere Luis Catucuamba.
Persecución y amenazas
Dolores, junto a otros líderes y lideresas, continuaba organizando, levantando el ánimo, explicando los objetivos de la lucha, robusteciendo la conciencia. Yendo y viniendo de Quito, hablando con las autoridades, buscando nuevas entrevistas con los funcionarios de Gobierno, de Previsión Social y de Trabajo, de Fomento, de Educación. Continúa el testimonio de Luis: Así luchaba mi mamita, organizando a la gente, yendo de un lugar a otro. Ochenta y cinco viajes
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hizo a pie, a pie lluchito a Quito a buscar justicia. Por eso los patrones no le querían, decían: Ve a la india comunista, formando sindicatos. Voy a quemarle viva. Busca a la india, sácale los ojos, rómpele la cabeza, déjale sin dientes, no permitas que hable con nadie, decía el mayordomo. Dolores no se inmutó frente a las amenazas ni a los chantajes. Su compromiso abarcaba el presente y el futuro: Si muero, muero; pero otros han de venir para seguir, para continuar, decía muy convencida. En una época de política huracanada ella vislumbraba la necesidad de crear una patria para iguales, iniciar una ciudadanía fraterna.
Cierta vez, los patrones de Cayambe, valiéndose de los curas, intentaron sobornarle ofreciendo dinero en efectivo que –de aceptarlo- le habría permitido cambiar radicalmente sus condiciones de vida. El cura de Cayambe la esperó en el camino. Dolores venía con Tránsito Amaguaña, a quien corresponde el testimonio: “-Toma, Dolores, cinco mil sucres”. (Una cantidad asombrosa si se toma en cuenta que el salario diario estaba en treinta centavos. Sin tener deudas con el patrón –cosa imposible- se necesitaban más de treinta años de trabajo para reunir esa cantidad). “-Dolores deja, no estés andando así. Coge la plata. Les doy eso para que no sean revoltosas, politiqueras, para que no sean luchadoras, no anden en sesión, para eso les pago. Para que estén quietitas, para que no sean socialistas, comunistas”. Tránsito se apresuró a descalificar la dádiva corruptora: No cojas mamita Dolores, cinco sucres ha de dar, no cinco mil.
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A lo que el cura respondió amenazante: “-Calla india comunista. Cuando mueras, no has de entrar a la iglesia, en la quebrada te hemos de botar”.
Esta frase en boca del cura significaba una maldición porque según las creencias ancestrales, la quebrada era un lugar tenebroso, donde moraba el rabudo.
Dolores, lo mismo que Tránsito y los demás dirigentes, siguió su línea de vida intachable, incorruptible, libre de ambiciones personales. Ceder, congraciarse significaba retroceder, entregar la lucha a los enemigos de siempre. Significaba dejar de ser un dique para ellos, para sus futuros propósitos. Manteniendo su dignidad, su verdad, prefirió seguir siendo una amenaza y no una gracia.
Las retaliaciones no lograron amedrentarla. Al contrario, templaron más su espíritu rebelde, su fe en la lucha necesaria. Dolores solía decir tocándose en la mitad del pecho: “Yo, aunque ponga la bala aquí, aunque ponga fusil aquí, tengo que reclamar donde quiera. Tengo que seguir luchando. Para vivir siquiera libertad en esta vida”.
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TERCERA PARTE
Los años cuarenta
Al final de los tumultuosos años treinta subió al poder como encargado Carlos Alberto Arroyo del Río, abogado liberal vinculado a empresas multinacionales y poco grato a la clase trabajadora cuyas preocupaciones siempre había minimizado. Las elecciones le otorgaron la Presidencia Constitucional del Ecuador para el período 1940-1944. Arroyo es uno de los presidentes más tristemente célebres de la historia republicana porque en su gobierno, el Ecuador firmó la cesión de la mitad de su territorio en el Oriente, donde se habían detectado prometedoras perspectivas de explotación petrolífera. Además manejó con descuido los intereses nacionales, ocupado más en mantener sus contactos a nivel internacional y sostenerse en el poder. Los datos del libro de Jenny Estrada son reveladores. Un pueblo herido y decepcionado salió a las calles y, en dos días y dos noches de insurgencia, abatió al Jefe de Estado. La sublevación convocó a gentes de todas las clases e ideologías que expresaron unánimemente su protesta. Esta revolución popular, conocida como La Gloriosa, marcó el tramo final de una etapa ingrata para la nación.
Delegación Ecuatoriana al Segundo Congreso de Trabajadores Latinoamericano realizado en Cali, Colombia, realizado del 10 al 15 de diciembre de 1944.
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Pensando cambiar de panorama, la agrupación política que encabezaba la revuelta, Alianza Democrática Ecuatoriana, ADE, integrada por dirigentes de diversos partidos políticos, buscó a un líder nuevo, independiente, carismático. Hombre culto, ajeno a las contingencias económicas, fogoso orador que predicaba la vuelta a la armonía y a la reconciliación e invocaba la salvación de la patria. Era José Velasco Ibarra, exilado en Colombia a raíz de su fugaz desempeño como Presidente electo, entre el 34 y el 35, cuando se anticipó a pedir apoyo a los cuarteles para nombrarse dictador y estos le dejaron que se cayera “sobre las bayonetas”.
Con Velasco se inicia el populismo en el país. Una forma de hacer política sin una doctrina y un programa que lo respalden sino amparado en un pueblo que lo siga feligresamente. Por tanto, se inaugura un estilo de gobierno sustentado en vagos ofrecimientos que, al no ser cumplidos causan descontento y confusión popular.
El intelectual impulsivo, apasionado y personalista pronto dejó de lado al hombre público sereno y sagaz. Velasco rompió con quienes le habían exaltado y quiso gobernar a su manera rodeándose de seguidores fieles que no siempre garantizaban solvencia y honestidad. Después de haber dado paso a una Constituyente (1945) que elaborara una nueva Carta Magna, conforme a la demanda de los sectores progresistas, la rompió y llamó a una nueva Constituyente. Velasco no logró acabar su período porque el pueblo se rebeló y lo echó de la presidencia pero seguiría intentando en otras ocasiones llegar al palacio de Carondelet y gobernar a este pueblo “díscolo y anárquico”, según sus palabras.
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Dolores militante comunista
La primera división del Partido Socialista (1931) dio lugar al nacimiento del Partido Comunista, identificado con los principios y estrategias de la Internacional Comunista. Lo lideraba Ricardo Paredes. Los sindicatos de Cayambe, formados por él, se mantuvieron leales a su conducción.
Dolores asumió la formación que el Partido le ofrecía y cumplió con las tareas asignadas, como la más leal militante. No a partir de una obediencia ciega sino en la medida que la doctrina socialista-comunista se identificaba con sus propios valores y las necesidades de su pueblo. En tanto militante, predicó y mantuvo fidelidad con los principios y prácticas del Partido. Aconsejaba a sus compañeros mantenerse siempre en el mismo camino, sin virar la cabeza. No obstante esta formación. en su discurso jamás utilizó términos ni conceptos ajenos a su propio sistema de comprensión del mundo. A “pesar de todos los pesares”, Dolores continuó luchando por su causa, porque sabía que era “justa y necesaria”. Estaba convencida de que había llegado el momento de no ceder ante el predominio de los patrones que los habían atropellado inmisericordemente todo el tiempo. Pensaba que los indios tenían derecho a vivir bien y a ser respetados. Ochenta y cinco viajes hizo a pie desnudo, para buscar justicia y demandar atención a las necesidades de su pueblo: Devolución de la tierra, respeto a la organización, buen trato, educación, salarios justos.
La emergencia indígena fue favorecida por la coyuntura social latinoamericana, pues desde la década del treinta, y con más fervor en la del cuarenta estaba abierta la polémica sobre la situación de las masas indígenas. En palabras de
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Albornoz: “el temor al hacendado se había diluido y cualquier ciudadano podía criticar las actuaciones desacertadas e injustas de los terratenientes”. La cuestión indígena constituía en ese momento una preocupación continental. Se habían dado varios congresos indigenistas en México, Perú, Bolivia, Guatemala, a la luz del pensamiento de Carlos Mariátegui, Moisés Sáenz y otros. El Ecuador no podía abstraerse de un debate fundamental. Después de haber sido durante centurias “indio” una palabra inventada para excluir y sojuzgar, como dicen Quintero y Silva, lo indio dejó de ser adjetivo peyorativo para ocupar el lugar de concepto sustancial. Dolores en la CTAL
Corría el año 1942. Había una preocupación generalizada en los países latinoamericanos azotados por las consecuencias de la guerra mundial. Ecuador había sufrido la derrota y la usurpación de sus tierras a manos de la diplomacia comprometida con los intereses de Estados Unidos, país que comandaba el bloque de los aliados en contra de los países del Eje germano-nipón.
En octubre de ese año visitó el país Vicente Lombardo Toledano, Presidente de la Confederación de Trabajadores de América Latina, CTAL. El sindicalista fue invitado a Cayambe donde Dolores Cacuango y Jesús Gualavisí prepararon su recibimiento con una multitud de indígenas, hombres y mujeres, que le aclamaron. La visita de Toledano fue un motivo más para que Arroyo del Río pusiera de manifiesto su poco aprecio a la clase trabajadora a la vez que su escondido temor a la sublevación popular.
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Desde esa histórica visita Dolores tuvo un proceso de rápido crecimiento en su desenvolvimiento público. Ella poseía una gran capacidad de aprendizaje, reflexión y expresión. Con el apoyo de los camaradas incrementó su formación política y desenvolvimiento personal. Pasó de ser la mujer sufrida, abrumada por su condición de mujer pobre y analfabeta, a la líder segura, altiva, clara y contundente. Esos ojos cansados de mirar la huida de los días infinitos, profundos aunque sombríos se volvieron astros de fulgor penetrante, fogón de chispas que calcinaban a los otros. Esa lumbre y ese fuego recorrieron campos y ciudades predicando la unidad, buscando la justicia. Dice Dolores: “Yo en toda la nación he luchado. Yo he ido al Congreso. He ido a Bogotá. He ido a Cali. He ido a Guayaquil. Todos los compañeros he cogido yo. Negros y mulatos he cogido yo. Por todos he luchado”.
La visita del líder sindicalista la catapultó a nivel nacional e internacional. En medio de una numerosa delegación ecuatoriana, junto con otros sindicalistas como Pedro Saad y Nela Martínez, Dolores fue invitada al Congreso Latinoamericano que se realizó en Cali (1944). Era la primera vez que una indígena pudo exponer a la conciencia latinoamericana la realidad en que vivían los trabajadores del campo, la lucha iniciada frente a los gobiernos de turno y sus más hondas aspiraciones. Continúa Dolores: Allí en Congreso de Cali todo planteé, para que conozcan cuál es la situación de los indios. Todo dije. Cómo hemos sufrido, cómo hemos llorado. Hecho una lástima por servir de huasicama, de vaquero, a punte palo.
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Nosotros necesitamos tierra, necesitamos casita, necesitamos qué vestir, qué comer, qué alimentarnos. Somos humanos, queremos que nos traten bien, así dije, todo eso dije en Congreso de Trabajadores.
El evento agrupó a los líderes populares más representativos del continente. En ese foro internacional, Dolores recalcó la necesidad de apoyar la organización indígena como vía para acabar con las circunstancias de explotación y sufrimiento de las inmensas masas de campesinos pobres que trabajaban para sostener las fortunas de los terratenientes incrustados en las esferas del poder, mientras las condiciones de la vida de los indios seguía deteriorándose por falta de alimentación adecuada, exceso de trabajo e insalubridad. Muriel Crespi, una investigadora extranjera que entró por los años sesenta, en la zona de Olmedo, cuando aún vivía Dolores, y en tanto las vivencias de los hechos y sobre los personajes estaban totalmente frescas, comentó con inusitado entusiasmo el rol jugado por Dolores. Esta mujer exploró fronteras sociales que hasta entonces habían sido inaccesibles a cualquier residente de las haciendas, de cualquier sexo. La loca Dolores
Después de haber cumplido decorosa y lúcidamente su misión en Colombia, Dolores contó con el respaldo total de la izquierda ecuatoriana para sus proyectos. En contraste dio ocasión a improperios y burlas entre algunos mestizos de Cayambe que veían con mezquinos ojos el papel protagónico de la “india” Dolores. Su combatividad y fervor le valieron el calificativo de la “loca” Dolores. Un epíteto común aplicado a
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todas las mujeres transgresoras, a las que adquirían notoriedad más allá del cerco doméstico, a las que produjeron rupturas excepcionales con el mundo establecido.
Dolores era capaz de movilizar miles de personas en dirección a Quito. Cuando el sonido del churo y la bocina retumbaban por el aire y las lomas se vestían de rojo con el flamear de las banderas socialistas, la gente del pueblo de Cayambe tornaba a esconderse, murmurando: ¡Ahí viene la loca! En cambio, artesanos de militancia socialista, iban a esperarla en la quebrada de Ayacuchu y le acompañaban en su peregrinaje.
El cura, el jefe político, el director de escuela tuvieron oportunidad de escucharle, de conocer sus planteamientos. Ellos –aun a su pesar- dieron testimonio de su coraje, de su valor y de su talento. Mama Dolores tenía credibilidad. La temían pero la respetaban, con es admiración que despiertan las personas que portan en sí autoridad intrínseca, genuina. Era temible, pero conversando con ella buena era y también inteligente, la doña, enfatizaba el director de la escuela de Cayambe. Dolores y la Revolución de Mayo
Su espíritu ardoroso y temerario llevó a Dolores a comandar un intento de asalto al cuartel “La Remonta”, de Cayambe. Centenares de indios e indias de las comunidades de Cayambe rodearon el cuartel hasta entrada la noche para presionar la caída de Arroyo del Río, en la famosa revolución del 28 de mayo de 1944, conocida como La Gloriosa. Por ello cuando Velasco Ibarra llegó de Colombia, con dirección a la capital, saludó con Dolores y los demás cabecillas y compar-
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tió el balcón municipal desde donde el gran orador señalaba con su palabra inflamada y su dedo acusador los males que iba a derrotar para siempre cuando asumiera el poder por segunda oportunidad. Por primera vez el indigenado participó como actor en una transformación política nacional. Se cuenta que las principales lideresas indígenas que se integraron a las acciones de Cayambe fueron introducidas en el palacio de gobierno.
La revuelta de mayo favoreció el establecimiento legal de varias expresiones de organización popular entre ellas la Central de Trabajadores Ecuatorianos, CTE. Esta organización declaró enfáticamente su interés y preocupación por vencer la oprobiosa situación de los trabajadores del campo. Dio especial importancia a la superación de la población indígena que en ese entonces todavía era la mitad de toda la población nacional. El papel conductor de Ricardo Paredes, la presencia combativa de Dolores y el peso de las comunidades indígenas en los acontecimientos de mayo lograron la creación de la primera organización indígena, la Federación Ecuatoriana de Indios, FEI. La fundación de la FEI
La lucha de los sindicalistas del campo presionó a los políticos que se vieron obligados a discutir en otro tono la cuestión indígena. Entonces se escuchaban en el Parlamento frases como éstas que difundían los periódicos de la época: - El problema del indio es un problema nacional
- Todos los problemas del país se resumen en el indio
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- Es hora de que cambien radicalmente sus condiciones. Es hora de que se haga justicia a quienes han alimentado con su sudor y su sangre la fortuna de muchos potentados. Otros querían introducirles rápidamente a los intereses del mercado, los veían como potenciales consumidores. -Los indios más que tierra lo que necesitan es circulante. ¡Dinero, ese es el asunto!
Pero, como es de suponerse, muchos políticos se negaban a considerar un asunto prioritario. Sin analizar debidamente la situación, sostenían alevosamente que el indigenado era un peso muerto, un lastre nacional, que no valía la pena poner interés en el tema. -Tan solo son indios, no se puede discutir sobre ello tanto tiempo cuando hay otros asuntos importantes para la República, decía un Honorable Legislador, en el seno del Congreso. Como reflexiona A. Muyulema: La integración a la cultura nacional, a la civilización era vista como la única forma de redención de la raza indígena, mediante un acto sacrificial de su cultura propia, de su propio proyecto civilizatorio. No faltaron quienes, queriendo defender a los indios, construían horrendas descripciones de su persona y de su vida, que más bien producían el efecto contrario. Creaban una especie de repudio acerca de ellos como si la naturaleza les hubiese condenado a ser seres abyectos y por tanto su destino fuese fatalmente inmutable. La creación de la FEI dejaba de lado estas absurdas creencias y concedía status social a la masa campesina de la Sierra formada en su mayoría por indígenas quichuas. Las líneas programáticas de la FEI, expresadas en su Manifiesto a la Nación ponían en el tapete un conjunto de principios y orde-
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namientos congruentes, factibles y de urgente aplicación si realmente se quería procurar el mejoramiento del indigenado. La FEI no pedía, exigía públicamente, por primera vez el traspaso de la tierra a quienes la cultivaban, la parcelación de las tierras, como paso previo a la Reforma Agraria. Esto significaba en primer lugar la parcelación de las tierras de la Asistencia Pública y de las tierras baldías. Del mismo modo exigían: la inmediata regularización de las jornadas de trabajo y de los salarios de hombres y mujeres que laboraban en la hacienda; la supresión de las “obligaciones” consideradas connaturales a su estadía en la hacienda; el establecimiento de servicios de salud, educación, vivienda; la tecnificación de la agricultura; la defensa de su lengua y su cultura y la incorporación de la población indígena a la vida democrática del país. La “lucha unidad” de Dolores, Secretaria General de la FEI
Después de Gualavisí, correspondió a Dolores Cacuango Quilo, la dirección de la máxima agrupación indígena nacional. En tal sentido recayó en su gestión la defensa de los indios e indias de la nación. Fiel a sus convicciones de unidad nacional Dolores continuó visitando, convocando a la integración a otras organizaciones y sectores populares que requerían exigir atención a sus “derechos”. Sin haber utilizado nunca este término, que se impuso en décadas posteriores, Dolores fue precursora en la lucha por los derechos humanos. En lo más profundo de su pensamiento estaba la certidumbre de que todas las personas, sin importar la procedencia étnica, regional, el color de la piel, el sexo, la edad debían ser considerados seres humanos, como ahora se reconoce: “sujetos de derechos”.
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Con el patrocinio del Partido Comunista, Dolores contribuyó a que se fundara la FETAL, Federación de Trabajadores del Litoral. Estaba clara de la necesidad de la lucha-unidad. Lo dijo así: En mi lucha, ca hasta sirviente ha apoyado y ha entendido.
Y tenemos que reclamar aunque castigue patrón. (Ahora) No soy sola, no soy huérfana, no soy botada. Así formando, poniendo idea en la cabeza. Con eso he dado fuerza para avanzar en la lucha. En calidad de Secretaria General de la FEI, Dolores hubo de cumplir tareas especiales que correspondían a su cargo, en un momento en que la organización indígena debía afianzarse y justificar su existencia. Esto significaba fortalecer los sindicatos ya constituidos, crear otros, ampliar las fronteras de la Federación y representarla en las gestiones o eventos que exigían su participación. El liderazgo de Dolores se impuso limpio y arrollador. Su presencia tenía gran poder de convocatoria. Su palabra vibrante estremecía a los auditorios. Muchos habitantes de Quito recuerdan, por ejemplo, su intervención en el Paraninfo de la Universidad Central, otros en el Teatro Sucre o en la Plaza Arenas. Ante un público heterogéneo compuesto por estudiantes, sindicalistas, maestros, profesionales, la gran líder cargada de santa indignación fue haciendo un recuento de los dolores de su pueblo postergado por muchos siglos. Todas las humillaciones y atropellos provenientes de los hacendados, de los jueces, de los curas, de los tenientes, de los abogados, de los chulqueros que habían usufructuado de su dolor y su pobreza, que habían construido riqueza a costa
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del trabajo de los indios. Hablaba de la situación de las mujeres indias ofendidas y esclavizadas, de los niños que morían “porque sí”. De la insensibilidad de la gente que se había acostumbrado a tratarles como si los indios no fueran seres humanos. Recalcó sobre la lucha incesante por cambiar las condiciones de vida y lograr reconocimiento en el ámbito social.
En aquellas ocasiones las palabras de Dolores tuvieron la fuerza de un látigo y la luminosidad de un rayo. La descripción de la situación indígena adquiría otro peso y ganaba fuerza al ser hecha con la sapiencia y la contundencia de quien era parte sufriente de ese dolor y esa injusticia. Y para muchos de los presentes era la primera vez que pudieron, a través de la palabra de Dolores, aquilatar la enorme profundidad y belleza que la concepción indígena guardaba en su pensamiento y en su filosofía ancestral. “Somos como la paja, más que el viento nos mueva de un lado para otro no podrá arrancarnos. Somos como la paja del cerro que se arranca y vuelve a crecer y de paja del cerro cubriremos el mundo”. Las palabras de Dolores sonaban como un Magnificat indio pronunciadas al amanecer de una nueva era. El camino de la lucha se había iniciado peleando por un mundo nuevo donde los oprimidos recuperaran su voz y su palabra, y los hambrientos y marginados pudieran alzar la cabeza y reconocerse con respeto a sí mismos y ante los otros seres de conciencia. “Con la pasión que hablaba de su pueblo, del sufrimiento de su gente, nos hacía estremecer de coraje. Nos hacía hasta llorar con ella”, evocaba Marieta Cárdenas.
Cuando hablaba, salía a relucir su experiencia de vida: su conocimiento y su dolor. Al mismo tiempo sus palabras anunciaban del advenimiento de una nueva era que parecía estar-
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se gestando en las entrañas mismas de la tierra. No era el discurso frío que calculaba cada palabra para engatuzar, ni el discurso demagógico prefabricado según las consignas aprendidas mecánicamente. Hablaba como sentía, decía lo que creía A través de ella hablaba la voz de los mayores, de sus contemporáneos y de los renacientes. Era la voz de todo un pueblo oprimido por siglos y para ese pueblo clamaba una justicia legítima.
Dolores desplegó todo su esfuerzo apoyando la formación de nuevos sindicatos en la Sierra y en la Costa. Siempre con la consigna: no hay que dejar, hay que seguir luchando.
Donde había un reclamo ante el patrón, allí estaba Dolores. Donde había un conflicto de tierras, donde había que formar un sindicato; donde se necesitaban empuje, fortaleza, solidaridad, allí estaba ella con fuerza impresionante aplacando las oposiciones innecesarias, ajustando cuentas, exigiendo cumplimiento incluso a sus propios compañeros. “Brava era, enérgica, dura. Nos exigía, pero ha sido para nuestro bien”. Así la recordaba Miguel Lechón, el sindicalista que le sucedió en la representación indígena ante la Federación Ecuatoriana de Indios, FEI.
Su lucha no tenía fronteras. Recalcó siempre la necesidad de la unidad, de la solidaridad entre desposeídos: “No soy solo, no soy huérfano, no soy botado. Ahora la lucha-unidad para todos igualito. Por todos hemos luchado, por pobres, negros, mulatos, carpintero, panadero, peluquero. Buscando futuro para todos”. Ella creía en la acción mancomunada, en la minga humanitaria. “Así también todo obrero, todo artesano, peluquero, todo panadero, están con campesinos. Todo trabajador luchando para conseguir futuro para todos”.
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Mientras tanto, debía continuar su labor de vigilancia porque, a pesar de las regulaciones sobre el trabajo indígena, continuaban las dificultades de entendimiento entre latifundistas y trabajadores. La terquedad de los patrones y las trabas burocráticas desanimaban a los indígenas y bajaban el nivel de participación en la organización. En esos casos, la acción de Dolores se volvía necesaria y tenaz. Muchos evocan su firmeza y compromiso inquebrantable. “Lisiadita era, operada la pobre, pero así seguía. Juntas íbamos a Quito, a donde quiera que había que ir”, dice Tránsito Amaguaña.
Y si cundía el desaliento o retornaba el miedo que paraliza las acciones, Dolores tenía la imprecación precisa y ardorosa: “Por qué van a estar así con la cabeza gacha y el corazón de cuy ¡Párense duro, compañeros!” Dolores, formadora
Dolores, ya madura en edad y experimentada en la lucha asume que su ciclo terminará pronto. Con paciencia, con amor y responsabilidad se apresta a traspasar el mandato. Forma gente a través del discurso clarificador, de la frase ardorosa, del consejo oportuno y a través de su ejemplo de vida de mujer valerosa, honesta, inclaudicable. La doctrina socialista empata con sus creencias sociales, con sus aspiraciones. Los líderes “renacientes” comprenden que: “Mama Dulu Cacuango, de San Pablo Urco, por tanto maltrato hablaba del socialismo que es a favor del campesino”. “Yo de la mano de Mama Dolores aprendí la lucha. Desde jovencito ella me llevó para que aprenda cómo hay que hablar con los doctores, con las autoridades”, dice Miguel Lechón.
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Cumpliendo su rol de dirigenta fue educadora, comunicadora y propagandista. Sabía que la lucha recién había comenzado y que se necesitaba foguear a nuevos dirigentes. Fue un paradigma para Tránsito Amaguaña y tantas otras mujeres. Nunca escatimó información ni ocultó su juicio. Estaba ubicada en una posición política y en una posición humana trascendental. En esa convicción educó a los dirigentes que vendrían después de ella. Miguel Lechón: Yo solo oyendo la voz de la compañera Dolores no más seguía. Yo aprendí con ella, porque ella me andaba llevando a mí desde chico. Muchachito de catorce años andé a Congreso, conociendo Partido. Entonces ya desde ahí seguí trabajando, trabajando, luchando, luchando, luchando. Florentino Nepas: Yo solo por mama Dolores entré al Sindicato. A ella yo seguía, ella me enseñó desde que era longo chico cómo se ha de hablar, cómo se ha de dirigir a los compañeros.
Luis Catucuamba: Ustedes son jóvenes. Ustedes aprendan que yo ya me he de morir, decía mi mamita.
Los sindicalistas indígenas, aleccionados por los compañeros del Partido, trataron que la lucha que mantenían se concretara en la expedición de leyes y decretos.
Para Dolores, que se convirtió en la voz autorizada de los indígenas de Cayambe, eso significaba movilizarse continuamente a la capital, para hablar con las autoridades. La Casa del Obrero era su posada habitual y en otras ocasiones, el hogar de alguna camarada, en especial, el de Luisa Gómez de la Torre.
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Dolores envejeció en la lucha sin declinar un solo momento. El final de la vida no le asustaba. La muerte llegaría en cualquier momento. Lo que le preocupaba era que la misión no estuviera comprendida y que la palabra no hubiera pasado a otras bocas. Si muero, muero, pero uno siquiera ha de quedar para seguir, para continuar. La recuperación de los huasipungos
En 1946, después de quince años de insistencia, y presionado por la FEI, el gobierno de Velasco Ibarra decretó que fueran devueltos los huasipungos a los cabecillas de la huelga indígena de 1931. Conjuntamente con este logro, la FEI alcanzó la conquista de muchos de los derechos que habían motivado dicho levantamiento. Las comunidades de las haciendas de Pesillo en Olmedo consiguieron:
fijar la jornada de trabajo en ocho horas diarias, el descanso de fin de semana, subir el salario a dos sucres cincuenta centavos (S. / 2,50) - suprimir las servicias - pagar por las huasicamías - suprimir el trabajo gratuito de las mujeres - erradicar los maltratos.
Cuando la noticia fue debidamente confirmada, los huasipungueros de Pesillo llegaron al patio de la hacienda con la banda de música, a anunciar el fin de la esclavitud. Entraron de golpe a la casa de hacienda y sacaron a las servicias. Solo dejamos una para el patrón principal, ya que tanto rogó, cuenta Tránsito Amaguaña. Luego, expusieron al patrón cuáles eran
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las nuevas condiciones de trabajo. Ante la solidez de su exigencia, el patrón temblaba como una hoja de árbol. A regañadientes, tuvo que aceptar que los indígenas eran trabajadores con derechos. No obstante, el cambio en las relaciones de trabajo no se dio automáticamente. Transcurrieron semanas y meses y muchos enfrentamientos verbales y conatos de huelga, antes de que fuera reconocido el derecho a un salario y trato justos. El patrón Delgado prefirió salir de la hacienda, renunciar al arrendamiento. Antes de irse, y oculto en las sombras de la noche, tomó revancha una vez más. Dispersó químicos en los suelos para que perdieran su capacidad productiva. Estaba pendiente el cambio de relaciones con la Iglesia. La gente estaba harta de ese sistema de explotación. Reflexiona Luis Catucuamba:
El cura no trabajaba nada y recibía la décima parte de todo lo que cultivábamos. De diez huachos de papas él se llevaba uno. De cada diez costales de maíz, él tenía derecho a uno. De cada diez gallinas, a él había que darle uno, huevos, quinua y así. Cuando ya suprimimos los diezmos, él ya no venía a quitar. A una mujer había vendido. Ella venía a cobrar. Elé, nosotros no entregábamos nada.
Y Tránsito Amaguaña lo confirma
Como el cura de Cayambe seguía cobrando los diezmos, fuimos con la Dolores y otros más, donde el Cardenal Carlos María de la Torre. Dijimos: “Pobre campesino no tiene ni para él mismo ni para
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guaguas propios. No hay derecho que la Iglesia quite más”. –“Bueno, bueno, que sea voluntario” dijo.
Como era de esperarse la supresión de los diezmos causó conmoción. El cura de Cayambe no aceptó de buena gana la dispensa del Cardenal. Arguyó un falso levantamiento para pedir que el ejército viniera a reprimir a los indígenas. Ellos fueron directamente a Quito y presentaron sus quejas ante la máxima autoridad eclesiástica. Habían conseguido atacar el poder económico del patrón y el poder ideológico de la iglesia. ¡Eran fuertes! Venían otros tiempos, nuevos tiempos que Dolores con su imagen y su palabra contribuyó notablemente a modelarlos.
Esa misma Dolores temeraria y loca, como decían sus enemigos, nunca usó más armas que su discurso conmovedor, su arenga incisiva y la orden oportuna y firme. Esa misma loca Dolores era la ternura anhelante, era un copo de algodón frente a los niños y niñas, a las mujeres golpeadas, a los indios sin techo. Era como la flor y el espino lo retrata Oswaldo Albornoz. Ternura y fuerza, nieve y fuego al mismo tiempo.
Muriel Crespi, afirmó: Esta notable mujer se convirtió en uno de los más celebrados héroes culturales de los trabajadores rurales, y a mi entender, en su única heroína. Muy cerca a Dolores, otra líder de recia personalidad y vibrante discurso estaba formada. Sería su continuadora. Se trataba de Tránsito Amaguaña.
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Su pasión por la educación
Junto con la tierra, la organización y la educación, el gran objetivo de la lucha de Dolores Cacuango fue insertar en la conciencia de los ajenos, la idea de la dignidad de los indios e indias, su calidad de seres humanos valiosos y respetables. Para eso era necesario que tuvieran las mismas oportunidades de adelanto. Desarrollo que pasaba necesariamente por la educación. Esta visionaria mujer tuvo siempre gran confianza en los efectos de la escolarización que, de alguna manera, daban carta de ciudadanía a la gente, concedían cierta respetabilidad que la diferenciaba del común de los pobres que nunca habían pisado la escuela. Con el convencimiento en la acción redentora de la educación se la vio muchas veces recorrer los caminos, visitar las comunidades llevando bajo su rebozo hojas volantes para distribuirlas entre los campesinos. Los campesinos ya reunieron, ya sacaron colecta para que yo vaya a poner en conocimiento. Entonces ya me fui a Quito para trabajar en prensa volante y con esa volante viniendo a trabajar y así ¡creciendo, creciendo, creciendo...!
Confiaba en el poder de la palabra escrita sobre la que se podía volver las veces que se requirieran, o preguntar hasta entender el mensaje que contenía. Con gran avidez Dolores inquiere, aprende todo cuanto puede servir para fortalecer su lucha. Ella, en primer lugar, y los demás compañeros sindicalistas indígenas contribuyen con una módica suma de dinero para la impresión del periódico Ñucanchic Allpa que dirigía
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Nela Martínez. Material que mirado a través de la óptica de Paulo Freire era nada menos que instrumento de educación liberadora.
Dolores sintió más de una ocasión la invalidez de no conocer la lengua escrita de los blanco-mestizos. Pero eso no le inhibió para buscar oportunidades de aprender. Lamentablemente cuando quiso entregarse de lleno a ese aprendizaje ya era tarde, le habían salido cataratas en los ojos. No obstante pidió a una compañera del Partido Comunista que le leyera, una y otra vez, el Código de Trabajo. Lo aprendió de memoria y cuando cierta vez se entrevistó con la máxima autoridad de la Cartera de Previsión, que daba vueltas al asunto sin resolverlo, ella le increpó: Vos, Ministro mientes que has arreglado problema de indios. Cambias contenido de Código de Trabajo porque estás de parte de patrones. Y ante la estupefacción del Ministro, le citó el artículo exacto que correspondía a sus reclamos. Las escuelas indígenas bilingües
Cansada de solicitar atención de los poderes centrales a la educación del indigenado, la gran trasgresora que fue Dolores mientras ejercía la alta dirigenta de la FEI decidió fundar por su cuenta escuelas para los niños y las niñas indígenas. Estos establecimientos enseñarían en kichwa y castellano. Siempre entendí el valor de la escuela, por eso le mandé a mis hijos a la escuela para que aprendan la letra. Yo hablé en la Federación Ecuatoriana de Indios y sabiendo que la compañera Lucha Gómez era maestra le pedí que nos ayude. Ella hizo una
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visita a mi choza y allí discutimos con más compañeros la mejor forma de que estas escuelas funcionen, de que tengan bancas y material para la enseñanza. Con toda voluntad aceptó el pedido y desde ese momento empezó a dar clases, primero a los que iban a ser maestros de esas escuelas de indios. Se consiguió que las Madres Lauritas facilitaran el texto Mi cartilla Inca que habían elaborado para la escuela kichwa de Otavalo. La innovación introducida por Dolores consistió en que estas escuelas bilingües estuvieran dirigidas por maestros que tenían el kichwa como lengua materna. Esto permitía mayor facilidad y empatía con el alumnado. La relación con maestros de sus propias comunidades establecía lazos de mayor fraternidad, comprensión y respeto entre docentes y estudiantes.
La primera escuela se fundó en 1946 en Yanahuaico, junto a la humilde choza de Dolores: A mi hijo Luis le pedí que deje los trabajos del campo y se dedique a ayudar a los niños de su raza haciendo funcionar una escuelita aunque sea en la choza miserable que teníamos para vivir.
Después se fundaron otras tres escuelas en la Chimba, en San Pablo Urco y en Pesillo. Se buscaron jóvenes indígenas que habían estudiado. Dos de ellos eran graduados en el Normal Rural de Uyumbicho. Estos primeros maestros fueron Neptalí Ulcuango, José Amaguaña y Luis Tarabata.
Al principio las escuelas no poseían mubles ni útiles. Se utilizaban troncos de árboles, piedras o el mismo suelo para sentarse. Los profesores no ganaban sueldo. Luisa les ayudaba pagando de su escasa pensión de profesora jubilada.
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Rememora Luis Catucuamba: Yo trabajé durante dieciocho años sin ganar sueldo. La compañera Luisa nos regalaba de su voluntad veinte sucres al mes, después de trabajar tres o cuatro años de balde. Las escuelas incorporaron a su currículo además de las materias básicas: lengua, matemática, ciencias naturales y sociales, otros elementos que provenían de su cultura: cultivo de la tierra, confección de cedazos, tejido de fajas. Daban importancia a la música y el baile nativos. Lo que producía el alumnado se vendía para solventar algunos gastos de las escuelas y se les pagaba a los niños y niñas para que conocieran el valor del dinero. Los hacendados hostigaban de diferentes formas para evitar que las escuelas funcionaran y que los niños continuaran sus estudios. Tenían miedo de que ya educados, se rebelaran, como así sucedió. Los patrones ya no podían hacerles trampas, testimoniaba Luisa Gómez de la Torre.
Dolores vigilaba, estimulaba y estaba pendiente del funcionamiento de las escuelas. Frente a cada amenaza de los patrones, Dolores y Luisa se ingeniaban para despistarlos mediante novedosos recursos como ocultar la escuela con tapias, construir pupitres desarmables que se podían esconder en cuanto veían venir a los enemigos. Otra táctica fue poner a funcionar las escuelas por la noche. Para que no sepan en dónde funcionaba la escuela todas las chozas permanecían alumbradas mientras duraba el tiempo de las clases.
Las escuelas lograron éxito a pesar de la animadversión de patrones y también de profesores fiscales que acudían con sus quejas a la Dirección de Educación pidiendo su supresión porque no eran legales y no contaban con lo necesario. Cualquier
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cosa. Pero lo que no pudo el Ministerio de Educación con las facultades que le competen, lo logró la Dictadura Militar de Castro Jijón que en 1964 mandó a clausurar las escuelas por considerarlas focos de sedición comunista.
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CUARTA PARTE
La Reforma Agraria
El país había vivido doce años de relativa paz y orden (1948 - 1960) debido a los beneficios económicos que proporcionaba la exportación de balsa, caucho, quina y otros productos necesarios en un momento de conflagración bélica de grandes proporciones (II Guerra Mundial y conflictos subsiguientes). También contribuyó a mantener ese clima de calma, la apertura de mercados al banano ecuatoriano. Todo eso cambió bruscamente en los años sesenta.
Los años sesenta son especialmente célebres en el mundo occidental y en América. Intelectuales mayores, y jóvenes de varios países quisieron tomar el mundo por asalto. Romper las viejas estructuras y dar paso a muchas libertades que las instituciones políticas y culturales habían cercenado. Es la década de la revolución de los estudiantes de París, de los hippies de los Estados Unidos, de Luther King y el advenimiento del Black Power.
Los vientos más radicales y originales de cuantos hayan existido antes circularon por el mundo. Cuba afirmaba su revolución socialista iniciada en 1959. La imagen del Che convertida en un icono provocador inflamaba las conciencias.
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Estados Unidos vio amenazada su hegemonía y buscó afianzar su apoyo en Latinoamérica. Desplegó programas sociales de emergencia y apoyó el advenimiento de dictaduras que dejaron trágicas secuelas.
En esa onda de pánico político, en el Ecuador se implanta un cuadriunvirato militar para impedir que la efervescencia popular llegara a estadios incontrolables. Con el fin de sosegar las demandas populares se proclama la Reforma Agraria (1964).
Durante los años cincuenta, la cuestión de la Reforma Agraria fue tópico común de los políticos de derecha e izquierda. La clase política tomó para sí el asunto y lo manejó, como siempre, según sus intereses. Al interior del Congreso Nacional fue objeto de interminables discusiones. El asunto convocó a grupos de diversas tendencias. Claro que los menos consultados fueron los indígenas. Había que hacer alguna reforma en el régimen de tenencia y usufructo de la tierra, para detener la ofensiva de los campesinos rebeldes y precautelar las haciendas. Se produjo, entonces, un proceso de liquidación voluntaria de las relaciones de huasipunguería. Esta entrega anticipada, realizada en un marco de absoluta ilegalidad e imprevisión, liberó a los terratenientes de las obligaciones patronales y disipó el peligro inminente de redistribución de la tierra. Como era previsible, cuando se dictó la Ley, la opción adoptada fue la que beneficiaba a las sociedades de agricultores, esto es a sostener el poder terrateniente. A pesar de ello, no todos los latifundistas estuvieron de acuerdo con las nuevas políticas. Se resistieron a eliminar las relaciones precaristas de producción y más aún a repartir las tierras. La situación dio lugar a un largo período de enfrentamiento en el campo. La FEI tuvo un arduo trabajo en varias provincias del país,
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sobre todo en la Sierra-centro, nos recordaba Estuardo Walle (último presidente de la FEI), asesorando las acciones jurídicas pertinentes. Al mismo tiempo, se dictaron medidas compensatorias que trataron de distraer la atención del motivo principal, el contenido manipulado de la ley. Mientras las nacientes empresas agrícolas capitalistas se conformaban, las débiles concesiones a los campesinos descomponían paulatinamente el movimiento indígena sindical.
Los amigos socialistas y comunistas, habían introducido en el discurso la toma del poder total que pondría la tierra en las manos de quienes realmente la cultivaban. Los sectores campesinos, ya bastante deteriorados políticamente, no interiorizaron el discurso, por eso, a la hora de la hora, se contentaron con beneficios inmediatos en disminución de la jornada de trabajo, mayor salario, menos obligaciones laborales, una parcela mínima de tierra y otras conquistas fragmentarias.
La Reforma Agraria que sancionó el Estado nada tuvo que ver con los derechos de los campesinos e indígenas. La nueva política agraria canalizó su acción a favor de las medianas y grandes propiedades capitalistas en el campo que estaban ampliando su base de producción o cambiando la línea de cultivo, con miras al mercado, por eso enfatizó la implementación de medidas que sirvieran para tecnificar y modernizar las haciendas de mayor productividad. Con toda intención se impulsó la colonización de las tierras vírgenes del subtrópico y de los bosques de la amazonía. Fue una manera de extender la frontera agrícola y desplazar a grandes grupos de población hambrienta que reclamaba tierra para cultivar o simplemente un lugar para vivir. Las propiedades agrarias más vulnerables para implantar una seudo reforma agraria, fueron las tierras del Estado, o
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sea, las haciendas de la Asistencia Pública. Solamente en años posteriores la acción se extendió a los latifundios privados. Para el Fisco, ajustar las deudas no pagadas en salario y la seguridad social no cubierta durante tantos años a la masa de trabajadores agrícolas era más oneroso que deshacerse de la hacienda. Los huasipungueros se vieron impelidos a comprar las enormes propiedades, sus tierras ancestrales, antes de proceder a la repartición individual o implementar la estructuración de procedimientos de administración colectiva. La repartición de tierras en Olmedo
Las primeras haciendas en ser parceladas por el Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización, IERAC, fueron las haciendas de Olmedo: Pesillo, Moyurco y demás, consideradas centro de agitación y disconformidad. Para la entrega de los huasipungos fue necesaria una nueva huelga. Era el tiempo del patrón Fausto Cordovez. Todo el período anterior a la expedición de la Ley de la Reforma Agraria, entre 1945 y 1964 se mantuvo una fuerte tensión entre los sucesivos patrones que arrendaban las haciendas y los trabajadores indígenas que reclamaban pagos oportunos y cancelación de los fondos de seguridad social. En 1965, la efervescencia indígena en la zona llegó a un punto de máxima conflictividad. Todas las haciendas del cantón Cayambe se solidarizaron con la huelga de los peones de Pesillo. Acompañadas de un despliegue de publicidad política, se comenzó a entregar a los huasipungueros, las escrituras de la posesión de las tierras de la Asistencia Pública, ya no tan fértiles como antes debido a la sobreexplotación de los arrendatarios. Se dejaron las tierras lotizadas en manos de los nuevos
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propietarios, los campesinos adjudicatarios. Estos, sin dinero, sin semillas y sin instrumentos de labranza tuvieron serias dificultades para hacerlas producir. Los indígenas más viejos no sabían quién era este “señor IERAC” y qué mismo era lo que se proponía hacer dividiendo el hacendón enorme en lotes insignificantes.
He aquí las palabras de Dolores dichas después del desconcierto que produjo la promulgación de la ley y luego de la implantación de la reforma agraria: La Ley de Reforma Agraria ha creado en nosotros grandes ilusiones. La entrega del huasipungo que durante toda la vida hemos querido que sea propio, cuando se hizo realidad en el primer momento fue de gran alegría. Al principio estábamos contentos sabiendo que ya no podían amenazarnos con quitarnos cada vez que querían que trabajemos más horas. Pero cuando pasó el tiempo vimos que no había pasado nada. Por el contrario, estábamos más fregados que antes porque el patrón ya no nos tomaba en cuenta para el trabajo y por lo mismo, no teníamos la semana de salario, no teníamos el suplido y solamente teníamos que vivir del huasipungo y esto no alcanza para la familia.
Adicionalmente a la imposición de una ley inconsulta, se implantó un sistema de organización totalmente nuevo, basado en la acumulación del dinero que producían las cosechas. Como cualquier otro sistema capitalista, acorde a las leyes del mercado, el Cooperativismo degeneró en una lucha de ambiciones por el poder, por el gobierno de las cooperativas y por
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la mayor riqueza personal. Hasta el año 1971, en Pesillo se habían formado siete cooperativas con resultados desiguales. Al margen de ellas quedaba un buen número de campesinos absolutamente desposeídos. Los valores de reciprocidad, de mesura, de solidaridad fueron desplazados por otros de competencia, agresividad e individualismo sin que las condiciones de vida mejoraran para todos. Al contrario, se detectó aumento de desempleo, migración, desnutrición, alcoholismo y desorganización familiar. Dolores avistó bien lo que se avecinaba. Una nueva forma de pobreza y desamparo: Cuando nuestros hijos ya están grandes y se casan se quedan apegados al huasipungo de los padres y la situación se vuelve más pobre, más miserable. Los niños no crecen pronto y son muy flacos porque no hay que darles de comer. La mama no tiene leche en los pechos para darles de mamar.
Dolores, fuera ya de la dirigencia de la FEI, percibió que el nuevo sistema de trabajo, impuesto desde el Estado y los grupos de poder, no empataba con el carácter de la lucha indígena ni con sus verdaderas necesidades. Una vez más comprendió la situación de desigualdad que imperaba entre la sociedad de los blancos-mestizos instruidos y los indios expuestos a sus tejes y manejes. Volvió a insistir sobre la necesidad de mejorar la educación: Yo pienso que no habría Reforma Agraria mientras nosotros no aprendamos bien las letras para comprender lo que dice la Ley y exigir. Esa misma sensación de duda, de tomadura de pelo, diferente a cuanto había vislumbrado la lucha indígena, aparece
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en el testimonio de Tránsito Amaguaña frente a la Reforma Agraria: Tanto preguntar, tanto averiguar entendí qué era eso de la Reforma Agraria.
El cambio en el régimen de la propiedad de la tierra que la revolución liberal no intentó modificar, logró imponerlo la lucha de los indígenas organizados; pero no fueron ellos los que los disfrutaron sino los dueños del poder, los mismos que habían reprimido a bala y cárcel las movilizaciones indígenas. Dolores en la gloria y el olvido
Esta es la vida, un día mil muriendo, mil naciendo, mil muriendo, mil renaciendo...
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En el pequeño lote de terreno que le adjudicaron, Dolores pasó sus últimos días, en compañía de Rafael, su hijo Luis, su nuera y sus nietos. No obstante que ya había carretera, venía poco a Quito, en ocasiones muy especiales.
Por los años setenta, la FEI había perdido fuerza en Olmedo y en gran parte de la sierra ecuatoriana. En el VI Congreso de la FEI los dirigentes se lamentaban de la soledad en que habían quedado los pocos sindicalistas como Newton Moreno, Manuel Oña, Pedro Ortiz y Modesto Rivera que eran los únicos que sostenían el movimiento. También en el partido Comunista las viejas figuras habían sido desplazadas por la dirigencia más joven. Pedro Saad más conciliador reemplazaba al socialista radical Ricardo Paredes. Dolores fue juzgada con tanta acritud como injusticia. En torno de ella se levantaron calumnias inculpándola de ansia de protagonismo.
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Era el hecho que Dolores no tenía reparos en expresar lo que pensaba y en pedir explicaciones de las cosas que no le parecían absolutamente claras. Eso le valió para ser tachada de querer mantener su influencia indefinidamente y de tener actitudes cuadillistas y divisionistas. Luisa Gómez de la Torre se levantó para defender a su amiga y coidearia porque la conocía de sobra y podía poner las manos al fuego por ella, segura como estaba de su incorruptibilidad, transparencia y lealtad con la causa indígena. La anciana figura de Ricardo Paredes que vivió toda la vida para los trabajadores y los indios tampoco pudo hacer algo porque también estaba alejado del Partido.
Dolores fue ladeada del Partido. Pasó sus últimos meses de vida junto a los suyos. En su lugar, el Partido acrecentó la figura de Tránsito, pretendiendo opacar la estela de Dolores. Pero Dolores brillaba ya límpida y tranquilamente. De ella se había construido una imagen imperecedera, única, con sólido basamento histórico. Runakunapac pushak-guía política y espiritual mujer, atributos que apropiadamente le asigna el antropólogo Armando Muyulema. Mama Dulu Cacuango, era la madre del pueblo indio que portaba en sí toda la grandiosidad de la madre tierra. Dijo Juan Paz y Miño: Era una mujer cósmica, telúrica, como si la misma Pachamama se expresara por su voz. Cuando la televisión sueca recorría América entrevistando a los líderes del indigenado que más se habían destacado en el continente, buscó a Dolores y la encontró en su humilde choza, en Yanahuaico, cerca de Ayora. Rolf Blomberg, vivamente emocionado la recordaba: Era un montoncito de paja seca sobrecogido por el frío. Pero cuando tuvo que hablar de su pueblo, de
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los sufrimientos que su gente había pasado, de las aspiraciones para mejorar su futuro, entonces... ¡era increíble! Ese montoncito de paja seca se convertía en una hoguera, se inflamaba y crepitaba como un volcán. De pronto se convirtió en una llamarada. Era como si renaciera desde las entrañas de la tierra.
Escritores, políticos, comunicadores plasmaron en sus frases el impacto que Dolores les había producido. Hernán Pernet Yépez expresaba: ... esa joven campesina dotada de un juicio y una lucidez moral extraordinarios se afirma en el camino de su existencia de tal forma que su espíritu por ser incorruptible es casi perfecto; la campesina establece ante su propia conciencia un juicio claro y definitivo de lo que es la justicia y lucha por llegar a ella como meta final de su existencia… Dolores no ha sido reconocida por la Patria, ese oscurantismo absurdo de aquellos bastardos que escriben la historia, le ha querido negar un capítulo completo en la lucha que nuestro campesinado ha efectuado por su redención. Dolores la revoltosa, Dolores la hereje, Dolores la comunista, Dolores la maldita asistió en 1931 rodeada de tres niños al incendio de su choza que los patrones lo decidieron pensando que el fuego apaga el fuego.
Ricardo Paredes ensayó escribir versos para perpetuar su admiración por su camarada y amiga del alma. Dolores: de tu pueblo y de tu raza;/ alto nevado en los Andes te transformaste en mujer./India excelsa
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acunada en el Cayambe,/ que te dio sangre volcánica/ para tu amplio corazón.
Pero quien la ha descrito con profundo fervor es Oswaldo Albornoz, historiador de las luchas del pueblo. Él fue el primero en dejar para de los sobrevivientes la memoria de la inigualable líder. Ternura fijada en sus facciones, blanda y suave ternura, como copo de lana o escarcha matutina. No es una ternura sola, es ternura colectiva, que abarca los afectos de los ayllus serranos, transparente diáfanos y purificados en el crisol del sufrimiento que contiene encerrado en vasija de barro para que no se escape el tierno arrullo de las madres indias rítmico y grave como canto de tórtolas campestres.
Rasgos de dura firmeza, coexistiendo con la mansa dulzura como la flor al lado del espino. Fortaleza con consistencia de granito y resistente a los golpes más furiosos, como el puño del martillo de los amos o el rayo lanzado por los dioses... Temple de inquebrantable roca porque es de fe su basamento. Porque es certidumbre pegada a la piel y grabada en la mente de reconquistar la tierra arrebatada, para que ya poseída acariciar los surcos y acariciar y besar el brote de las mieses. Y entonces clamar con voz potente, para que retumbe con el eco, el viejo grito de guerra y de victoria ¡Ñucanchic Allpa! Mirada potente y penetrante, hecha para romper la niebla espesa de los cerros nativos, para distinguir entre la paja de la puna la sierpe de los chaquiñanes. Mirada prestada por los cóndores andinos,
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para avizorar también, desde la cumbre, el camino y la meta de combate emprendido, ese mundo feliz con tierra propia, que titila en los horizontes del futuro, irradiando claridad como una estrella!
Barro arrugado-mama pacha-ternura y firmeza confundidas, ojos en éxtasis mirando hacia la aurora, esa es Dolores.
Los años, las jornadas de lucha, cayeron con su peso sobre el sufrido cuerpo de Mama Dolores que se postró en su lecho por muchos años, quizá evocando, cosa que frecuentemente lo hacía: Todo lo que yo he sufrido, todo lo que yo he padecido. Toda la lástima que hemos vivido los indios. Un velo de sombras cubrió los últimos días de Dolores, pagaba su tributo al implacable tiempo. Las piernas se le entumecieron, las carnes se le pegaron a los huesos, mil hilillos de pena le recorrían las quebradas del rostro, el candil de los ojos se replegaba al interior para calentar las oquedades de la soledad y la tristeza... Solo resurgía cuando algún dirigente venía hasta su choza para pedir su consejo o algún buscador de estrellas llegaba a recoger la historia de su pueblo.
Tardó en apagarse, allí reclinada sobre un humilde camastro de paja. Decidida a entregar su vida para conquistar bienestar y respeto para los indios, Dolores había dicho antes: Ñuca mañana, ahura mismo, puedo ir muriendo. Todos tenemos que caminar por este camino a la muerte, toda nuestra vida. Taita Diosito él ha de llevar, él ha de recoger. Esa es la vida. Tiene Dios así. No vivimos no más, nosotros.
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La hora del enfrentamiento final, del enfrentamiento con ella misma, con su historia, con su esencia, había llegado. Cayó al suelo su rústico bastón de palo de monte. Ya no era necesario en su libre camino a la trascendencia. Cerró los ojos y recogió en un suspiro todos los senderos, todos los chaquiñanes, todos los caminos y las calles, los rostros de la gente que amó y combatió, todas las palabras que pronunció y escuchó, todos los anhelos y las penas, las conquistas, las derrotas, los amaneceres sonrientes y las noches tempestuosas. Devolvió al padre sol los colores y los gritos repartidos por las lomas y al fin musitó: Sólo tengo una pena, mi hijito que se queda sin pan ni abrigo y empezó a desprenderse de la allpa mama mascullando su memorable proclama: Esta es la vida. Un día mil naciendo. mil respondiendo. Una noche mil naciendo, mil respondiendo. Así está la vida.
Cuando la noche cayó sobre sus ojos, hasta ese momento luminosos, centellantes, junto a su lecho estaban su hijo Luis, su nuera y su nieta. Nadie más. La primera camarada en enterarse fue Luisa que emprendió su viaje a Cayambe para acompañar a su amiga de lides y de sueños. Como diría tiempo después O. Albornoz: Esa obstinada perseguidora de una estrella -el socialismo- ha desaparecido de la escena de la vida. Los ojos que avizoraban el porvenir lejano, se cerraron para siempre.
Y así, en nívea paz, la paz de los nevados, Dolores se reintegró al infinito.
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Murió tan pobre como había nacido. Hasta último momento lamentaba que su hijo se quedaba sin pan ni abrigo. Ella que había luchado tanto, tanto por la recuperación de la tierra no tenía que heredar a su hijo. La pobreza no es un mérito, pero en casos como éste, sirve para probar la honestidad de las acciones, la incorruptibilidad de la verdadera autoridad, la respetabilidad de la representación, y también el olvido que frecuentemente acompaña a las personas visionarias que abren caminos de luz en medio de las tinieblas.
A la mañana de día siguiente -24 de abril de 1971- un pequeño cortejo compuesto por sus familiares íntimos, sus vecinos y unos pocos camaradas, llevaban a depositar sus despojos en una humilde tumba del cementerio de Olmedo, donde reposan sus últimos restos rodeados de hierbas y flores silvestres. El IERAC, ese monstruo que Dolores repudiaba, se inclinó ante su nombre y publicó una condolencia a la FEI, por la muerte de la “Señora Dolores Cacuango”, el 31 de abril de 1971. Fue la única nota de prensa que lamentó su partida. Seis meses más tarde, Rafael Catucuamba su fiel compañero, recogió a las hebras de su voz regadas en el viento del Ande: Una noche mil muriendo, mil reponiendo.
Años después, el movimiento popular asumió sus palabras como slogan poético político. Su rostro, pintado por Guayasamín, apareció en el mural del Palacio Legislativo junto a los de Rocafuerte y Alfaro, forjadores de la nacionalidad, como dijo Jorge Enrique Adoum. Para 1990, el movimiento indio había crecido tanto que era capaz de paralizar el país. Se cumplía la profecía de Dolores: Si muero, muero, pero otros han de venir para seguir, para continuar.
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La presencia de Dolores en el escenario nacional -el pensamiento disidente de Dolores, de acuerdo al antropólogo Muyulema- obligó a muchos de estos a repensar sus juicios sobre la supuesta inferioridad de una “raza”.
A través del ejemplo vivo de Dolores se evidenciaba la riqueza genotípica que existía en las y los indígenas. Siendo indígena, mujer, pobre y analfabeta, Dolores demostró poseer capacidad intelectual, carisma y valores humanos por encima de todas las limitaciones impuestas. Ella no representaba la excepción a la regla, era la expresión de la plenitud de las posibilidades humanas impedidas de expresarse normalmente por la marginación social. Su profundo ideal por recuperar el respeto para los indios, el reconocimiento de su dignidad, lo concretizó a partir de ella misma, en la primera mitad del siglo pasado y abrió camino a otras posibilidades de expresión y reivindicación.3
3 Para el año 1990, el movimiento indígena formado ya no solamente por los kichwas de la sierra y el oriente sino por las otras trece etnias organizadas a través de la Confederación de Nacionalidades Indígenas, CONAIE, paralizó el país con un levantamiento nacional. Aunque su afán de insertarse prontamente en “la vida democrática del país” ha dado lugar a graves errores y divisiones al interior del movimiento, hay que reconocer que ya no se puede ignorar la existencia de una sociedad multicultural. Han sido notorias algunas conquistas obtenidas en los últimos años. Varios indígenas han llegado al Congreso Nacional. Luis Macas fue el primero. Una indígena Nina Pacari, fue vicepresidenta de la Legislatura y luego, en el gobierno de Lucio Gutiérrez ejerció temporalmente la representación del país como Canciller de la República. Hombres y mujeres indígenas han ejercido Subsecretarías de Estado. Sus intereses específicos son impulsados desde el Consejo Nacional de los Pueblos Indígenas, CODENPI. Los gobiernos locales han contado con varios alcaldes frente a los municipios. El gobierno de Auki Tituaña, alcalde de Cotacachi, es paradigmático en muchos aspectos. Tituaña es un prospecto interesante con opción de llegar a la primera magistratura del país. El acceso a las universidades nacionales y extranjeras ha dotado al país de profesionales de excelente nivel en las diferentes ramas del saber humano. Luis Macas dirige la Universidad Indígena. El mismo Macas, fue en el 2006 candidato a la Presidencia de la República. El presidente Rafael Correa ha integrado a indígenas mujeres a importantes funciones dentro del Estado
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Fuentes bibliográficas Textos: - ALBORNOZ, OSWALDO, Las luchas indígenas en el Ecuador, Claridad, Guayaquil, 1971. -------------------------,Dolores Cacuango y las luchas indígenas de Cayambe, Claridad, 1975. - ANDRADE, BRUNO, “Reseña de una década que forjaría historia” en Crisis y cambios de la Economía de los Años Veinte, Banco Central del Ecuador, 1987. - BARSKY, OSVALDO, Reforma Agraria Ecuatoriana, CEN, 1984. - BENITEZ VINUEZA, Leopoldo, Ecuador, drama y paradoja, CCE, 1987. - CORAL PAREDES, Héctor , Vida y Obra del General Alberto Enríquez, BCE. - COSTALES, ALFREDO,“Historia Social del Ecuador, Rev. Llacta, 1964. - CRESPI, MURIEL, Mujeres Campesinas como Líderes Sindicales, Estudios Andinos, s.f. - ESTRADA, JENNY, Lista Negra en Ecuador, s.e. Guayaquil, 2006. - GALLEGOS LARA, JOAQUÍN, Cruces sobre el agua, Libresa, 1993. - HURTADO, MARÍA JUDITH, “Poema del Amanecer,¨ en Tierra Nueva, disco sencillo, 1995. - JARAMILLO, PÍO, El indio ecuatoriano, CCE, 1983. - LUNA, MILTON, “Regiones, clase y enfrentamiento en los veinte”, en Crisis y cambios en la economía en los años veinte, BCE,1987.
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- MIÑO, CECILIA, Tránsito Amaguaña, Heroína India, BBC, 2006. - MUYULEMA, ARMANDO, De la “cuestión indígena” a lo “indígena” como cuestionamiento. Hacia una crítica del latinoamericanismo, el indigenismo y el mestiz(o)aje. Universidad de Pittsburg, Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, en “Convergencia de tiempos: estudios subalternos...”, 2001. - PALADINES, CARLOS, Informe del Ministro de Instrucción Pública, en Historia de la Educación y el Pensamiento Pedagógico Ecuatorianos, UP Loja, 2006. - PAREJA DIEZCANSECO, Alfredo, Historia del Ecuador, Tomo I CCE, 2ªedic. 1958. - PERALTA, JOSÉ, Eloy Alfaro y sus victimarios, Corporación José Peralta, 2ª edic. Cuenca, 1977. - PRIETO, MERCEDES, Condicionamiento en las movilizaciones campesinas: el caso de Pesillo, tesis, PUCE, 1978. - QUINTERO, RAFAEL Y ERICKA SILVA, Ecuador: una nación en ciernes, Universitaria, Tomo 1. - REYES, ÓSCAR EFRÉN, Breve Historia del Ecuador. - RODAS CHÁVEZ, GERMÁN, Partido Socialista, casa adentro, La Tierra, 2006. -RODAS MORALES, RAQUEL, Tránsito Amaguaña: su testimonio, CEDIME, 1985. -----------------------------, Recuperando nuestra Historia, video, 1989. -----------------------------, Las mujeres de Cayambe en la lucha por la tierra, 1984. -----------------------------, Crónica de un sueño, las escuelas indígenas de Dolores Cacuango, EBI- GT, 2ª edic.”2000 ----------------------------, Dolores Cacuango, Biografía, BCE, 2ª. edic. 2006 - ROMERO, FLORESMILO, Testimonio en: El 15 de noviembre contado por sus protagonistas y la Fundación del Socialismo, CEN-INFOC, 1982. - YÁNEZ, JOSÉ, Yo declaro con franqueza, 1998. - VÁZQUEZ, MARÍA ANTONIETA, Nueva Historia del Ecuador, CEN, Vol.9.
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Diarios:
- ULTIMAS NOTICIAS, (Hernán Pernet Yépez), 1985 - EL DÍA, 31 de abril de 1971, p.1 Entrevistas:
- Entrevista en audio grabada por Luisa Gómez de la Torre en 1969 (aprox.) y facilitada a la autora por Mercedes Prieto. - Dolores Cacuango, en trevista en texto escrito, Instituto de Estudios Indígenas, IEI, s,f.’ - Luisa Gómez de la Torre, entrevista por Mercedes Prieto, 1969. Y todos los testimonios recogidos por la autora a: Luis Catucuamba, Luis Guzmán, Neptalí Ulcuango, Miguel Lechón, Marieta Cárdenas, Florentino Nepas, Juan Paz y Miño, Rolf Blomberg. Luis Jarrín. Archivos:
- Familia Costales Paredes. - Federación Ecuatoriana de Indios.
- Registro Oficial, Nº 16 del 28 de agosto de 1895
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ÍNDICE DE TEMAS DOLORES CACUANGO Pionera en la lucha por los derechos indígenas PRIMERA PARTE
Fin del siglo XIX y principios del siglo XX: bloques de poder que luchan por la supremacía Alfaro y la causa indígena Nacimiento de Dolores Cacuango Quilo La hacienda serrana: un mundo de abundancia y de miseria La hacienda de los Padres Mercedarios Dolores, bajo la luz materna La primera trasgresión de Dolores Las piedras parecen cambiar de color: reformas del liberalismo La Ley de Manos Muertas Matrimonio de Dolores Don Eloy sacrificado en la “hoguera bárbara” Levantamientos indígenas en Cayambe La primera rebelión en Pesillo, cuando las lomas
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y el agua se tiñeron de rojo Sombras nefastas enturbian el cielo de la Patria
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Cambio de mando: de los civiles a los militares El levantamiento de Changalá Las ideas socialistas alientan la organización indígena Socialistas e indígenas Los primeros sindicatos agrícolas y el frustrado Congreso Indígena Dolores, una líder infatigable Dolores, hermana El gran estallido de 1931 en Pesillo Su liderazgo se impone Persecución y amenazas contra Dolores y las comunidades El desarraigamiento La lucha continúa a pesar de todo La compañera Dolores Mama Dulu Cacuango, madre del pueblo indio Persecución y amenazas
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SEGUNDA PARTE
TERCERA PARTE
Los años cuarenta Dolores militante comunista Dolores en la CTAL La loca Dolores Dolores y la Revolución de Mayo La fundación de la FEI La “lucha unidad” de Dolores,
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Secretaria General de la FEI Dolores, formadora La recuperación de los huasipungos Su pasión por la educación Las escuelas indígenas bilingües
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La Reforma Agraria La repartición de tierras en Olmedo Dolores en la gloria y el olvido
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CUARTA PARTE
Fuentes bibliográficas
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