Democracia En Que Estado

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G. Agamben, A. Badiou, D.'Bensa'id, W. Brown, J-L. Nancy, J. Ranciére,

K. Ross, S. Zizek

Democracia, ¿en qué estado?

aprom eted \J

l i b r o s

Agamben, Giorgio Dem ocracia, ¿en qué Estado? / Giorgio A g am b en ; Alarn Badiou ; Daniel Bensaid; e ta !. - la ed. - Buenos A ire s: Prom eteo L ibros, 2 0 iO. 128 p . ; 15x21 cm. Traducido por: M atthew G ajdow skí ISBN 9 7 8 -9 8 7 -5 7 4 -4 5 8 -5 1. Democracia. 2. Estado. 1. Badiou, Alain II. Bensaid, Daniel III, Gajdowski, M a tth ew , trad. CDD 323

Cuidado de la edición: M agalí C. Álvarez. Howiin D iagramación: Erica Anabela M edina

© De esta edición, Prom eteo L ibros, 2 0 1 0 Pringles 521 (C 1 1 8 3 A E I), Ciudad Autónom a de Buenos Aires República Argentina Tel.: (5 4 -1 1 ) 4 8 6 2 -6 7 9 4 / F a x : (5 4 - 1 1 )4 8 6 4 -3 2 9 7 e-m ail: d istribuidora@ p rom eteolibros.com ht.tp://www.prometeoeditorial.com © 2 0 0 9 La Fabrique E ditions. 6 4 rué Rébeval 7 5 0 1 9 París, France. http://www.lafabrique.iiLa presente publicación ha sid o realizada gracias al apoyo del M inisterio de Asuntos Extranjeros de Francia.

G iorg io A garaben

N ota prelim in ar sobre el concepto de la d e m o c r a c ia ............................................ 1). A lain B ad io u

El em blem a d em o crá tico ............................................................................................... 15 Daniel Bensaíd El escán dalo perm anente ................................................................................ ............. 25 Wcndy Brown Hoy en día, som os todos d e m ó c r a ta s ...........................................................................53 Je a n -L u c N ancy

D em ocracia fin ita e in fin ita .........................................................................................>, re cu rrir a especialistas, p ro fesio n aliz a r el poder, recu rrir p o r com od id ad a «la' d irec­ ció n ú n ica, e n c a rn a c ió n de u n a co n cep ció n ind iv id u alista ca ra cte rísti­ ca de la b u rgu esía». E lla ten ía el m érito de p ercibir, a n tes q u e los de­ m ás, los p elig ros p ro fe sio n a le s d el poder y de v e r lo s in icio s de la reacció n b u ro crática n a c ie n te . P ero su crítica , seg ú n la cu al estas d es­ v iaciones p ro ced en de c o n c e sio n e s a lá h eterog en eid ad de lo so cial, p resu p o n en un fan tasm a de socied ad h om ogénea: una yez abolid os los p rivileg ios de la p ro p ied a d y el n a cim ie n to , el p ro leta ria d o ya no sería nada m ás que un cu erp o . ¿Q u ién d ebe asegu rar la creativ id ad de la

d ictadura del proletariad o en m ateria económ ica? Preguntaba K ollontái: «¿L os órganos esen cialm en te p ro letarios, es d ecir, los sin d ic a to s» , o «por lo c o n tra rio , las a d m in istracio n es d e Estado sin re la ció n vigente con la actividad p ro d u ctiva, y tam bién las de u n contenido social m ix ­ ta » ! «A llí rad ica el qu id del p ro b lem a » , agregaba.30 Allí, en efecto, radica el quid. Al querer suprim ir la representación territorial (los soviets en un principio eran órganos te r r i t o r ia l e s ) s e tiende por un lado a transform ar los sin dicatos en órganos adm inistrativos o estatales, y por o t r o lado a obstaculizar la apariencia de una voluntad general a través de! m antenim iento d e una fragm entación corporativa. La d enuncia del «abigarram iento» o de «la com posición social m ixta» se ve en varios escritos de K ollontái y su camarada Chliapnikov, que critican las con cesion es hechas a la pequeña burguesía o a los partidarios de¡ antiguo régim en (estas « categ orías heterog én eas por las cuales nuestro partido está obligado a navegar»). E sta fobia de la m ezcla y el abigarra­ m iento revela un sueño de revolución obrera sociológicam en te pura, sin rastro heg em ón ico, La con secu en cia paradójica es la del partido único, encam ación de una clase única y unida. Lo que L cn in com batió m ediante la O posición obrera es en realidad una co n cep ción corporativa de ¡a dem ocracia socialista que yuxtapon­ dría sin síntesis los intereses particu lares de localidad, em presa, oficio, sin llegar a cristalizar un interés general. Sería inevitable, pues, que un bonapartism o b u ro crático rozase esta red de poderes descentralizados y de d em ocracia econ óm ica local, q u e son incapaces de p rop oner un pro­ yecto h egem ónicó a toda la sociedad. La controversia no afectaba la vali­ dez de las exp erien cias parciales in scritas en el m ovim iento real con el objetivo de abolir el orden existen te, sin o sus lim itaciones.

De la relatividad dei número Ul- nú m ero no tien e nada que ver con la verdad. Jam ás tiene valor de, prueba. E l hecho ma'yoritario pu ed e, p o r convención, d arle térm ino a una..controversia. Pero el llamado sigue abierto. D e la m inoría del día

» Alexandra KoLiontái,t'Opposition 01ivríére, París, Le S*uil, .1974, p. 50. 51 Véase Oskar Am íéiUlír, Serge Bridaner, Fierre Broué, Les Soviets en Russie, 1905-1921, París, Gallírnard, 1972.

contra la mayoría del día, del día de mañana contra el presen te, de la legitim idad contra la legalidad, de la moral com ra el derecho. La alternativa radical al p rin cip io m ayoritario, sólo co m o últim o re­ cu rso, es el sorteo. No es de sorprender que la idea resurja en forma m ítica com o síntom a de la crisis de las institu ciones d em ocráticas actua­ les.32 R anciére proporciona el argum ento más serio. La ausencia de título a gobernar, escribe, «allí radica el problem a más profundo significado por la palabra d em ocracia»; puesto que la dem ocracia «es el buen placer del d ios del azar», el escándalo de una superioridad fundada en ningún otro concepto que el de la ausencia de superioridad. El sorteo, pues, es la con clu sión lógica. Hay ciertos inconvenientes, pero dentro de todo se­ rían m enos im portantes que el gobierno por capacidad, artim aña e in tri­ ga: «El buen gobierno es el gobierno de iguales que no desean gobernar». Y la dem ocracia no es «ni una sociedad a gobierno, ni un gobierno de la sociedad, es propiam ente ese ingobernable sobre el cual todo gobierno debe en definitiva fund arse».33 El reem plazo puro y sim p le de la repre­ sentación por el sorteo sign ifica no sólo la ab olición del E stado, sino tam bién de la política com o deliberación, de la cual pueden surgir pro­ p osiciones y proyectos a realizar. Al contrario de una trad ición que concebía a la m ayoría co m o la m a­ nifestación in m inen te de una sabiduría divina, Lippm ann plantea una concep ción desacralizada y m inim alista del sufragio. E l voto ya no es la expresión de una op in ión , sin o de una sim ple prom esa de apoyo a u n candidato, En coherencia con la idea de que el elector sólo está capacita­ do con respecto a lo que lo afecta en forma personal, L ipp m an n radicaliza de esta m anera el p rin cip io de delegación, hasta la .aceptación teorizada de una extrem a profesionalización - y m o n o p o liz a ció n - del p od er p o líti­ co. Es decir, un efectivo retorno a una con cep ción oligárquica.

La mediarión partidaria Para R an ciere, es la fatiga lo que « exig e que la gente sea re p re s e n ­ tada p o r u n p a rtid o » ,M E l re ch a z o a toda re p re sen ta ció n im p lic a el

3í Véase Luciano Canfora, op. a t . 13 La Haine de la dém ocratie, óp. d t ., p. 57. 3‘ Oacques Ranciére, Le Philosophe e t se! pauvres, París, Champs-Flamwarion 2006, p. 204.

rechazo categ órico de la n o ció n de partido com o m an ifestació n de un re co n o cim ien to q u e e x is te por sí m ism o. E n 1 9 7 5 , C laud e Lefort veía en el partido el propio e je m p lo de la in co ip o ra ció n . A diferencia de C astoriadis, rechazaba p o r m otivos de p rin cip io todo m anifiesto o p ro ­ grama co n cara cte rística s de una visión global. E n 1 9 9 3 , tras haber de­ sarrollado su ad hesión-a la op osición b in aria en tre el to talitarism o y la dem ocracia, apoyada en la guerra de la OTAN en la P en ín su la Balcánica y la ocu p ación israelí d e los territorios p alestin os, estim aba que., por más p ertin ente que fu ese , la crítica a los partid os n o podía «h acer olvi­ dar la exigen cia co n stitu tiv a de la d em ocracia lib eral de un sistem a re­ p resen tativo», M ientras le s atribuía a las redes asociativ as de la sociedad civil un papel in d isp en sa b le, sostenía que a p artir de aquel m om ento «la rivalidad de los p artid o s só lo hace que aparezcan en su generalidad las asp iracio n es de d iv erso s grupos s o cia le s».35 B u scaba, m enuda ironía de la h istoria, llegar p o r un cam ino tortuoso a la idea leninista de que, puesto que n o es re d u c tib le a lo social, la d eterm in a ció n de la p o lítica en últim a instan cia por la s relacion es de clase se. p ro d u jese a través de la lucha de los partidas. E n la ú ltim a obra de B o u rd ieu , el rechazo de la fe d em ocrática e n la exactitu d de la sum a m a te m á tica de las o p in io n es individ uales conduce lóg icam ente a re sta b le cer la im p ortancia de la a c ció n colectiv a, cu al­ quiera que sea el n o m b re dado a este grupo. P ero un partido no es la clase, y la clase está sie m p re en exceso en re la ció n c o n los partidos que d icen representarla. H a b ría , e n to n ces, u n a a n to n im ia in h eren te a la p o lítica: el riesgo de in v o lu cra rse en la a lie n a ció n por d eleg ación y rep resen tació n b ajo el p re te x to de escap arse de la a lie n a ció n en el traba­ jo . D ebido a que no e x is te n com o gru po (si no es estad ísticam en te) antes de la op eración d e la rep resen tació n , los d om in ad os tendrían, a p esar de todo, que ser represen tados. De a h í un círcu lo vicioso casi p erfecto de la d o m in ació n , y «la cu estió n fu n d am en tal, casi m etafísica, de, saber lo que es h a b la r p o r la gente que n o h ab laría si no se hablase por e l l p s » . ,

14 Le Temps du p r p en t, óp. cit., p. 941. Js Pierre Bourdieu, Propos sur le cham p p olitiq u e, Lyan, Presses universitaires de Lyon, 2000, P. 72.

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Cuestión m etafísica, en efecto, o falso problem a. Es producto inevita­ ble de la suposición tenaz de que los dom inados serían incapaces de rom per el ciclo vicioso de la reproducción y hablar por sf mismos. Los dom inados hablan - y su eñ a n -, sin em bargo, y de m uchas formas. A d i­ ferencia de Bourdieu, hay que decir que existen varias m aneras, in clu ­ yendo los grupos, antes de «la operación de represen tación »; y miles de palabras de los trabajadores, las m ujeres y los esclavos, dan fe de su exis­ tencia. El problem a concreto es su discurso p olítico. Com o Lenin ha mostrado, el idiom a político no es un fiel reflejo de lo social, ni la traduc­ ción ventrílocua de los intereses corporativos. Tiene sus m ovim ientos y condensaciones sim bólicas, sus lugares e in terlo cu to res específicos.

De [a destrucción teológica de los partidos políticos Hoy en día, el rechazo a la «form a-p artid o» suele ir acom pañado de una apología de co alicio n es pu ntuales, de form as flexibles y reticulares, interm itentes y afines. Isom orfo a la retórica lib era! de la libre circula­ ción y de la socied ad líquida, este d iscu rso no es nuevo. En su N ota sobre la su p resión g en e ra l d e los p a rtid o s p o lít ic o s ,J7 Símeme W eil no se conform aba con refugiarse en el no-p artid ism o , ¡b a hasta el pu nto de exigir «com enzar p o r la supresión de los p artid os p o lítico s» . E sta e x i­ gencia lógicam en te tenía sus raíces en el d iag n ó stico de que «la estru c­ tu ra de c u a lq u ie r p a r t id o p o lí t i c o » im p l ic a r ía « u n a a n o m a lía irreso lu b le»: «un p artid o p o lítico es una m áquina para la fabricación de la pasión colectiv a, para ejercer p resió n colectiv a sobre el p en sa­ m ien to de cada uno. Cada partido es to ta lita rio desde sus in icios y en sus a sp iracio n es».38 Ésa era la exp resió n , desde un p u n to de vista sin d icalista rev o lu ­ cion ario, de la c rític a a ctu a lm en te en boga de los partid os p o lítico s. D espués de la ex p e rien cia de la G uerra C iv il e sp añ o la , el pacto^german o -so v ié tico , la «gran m en tira » e sta lin ista , u n o puede com p rend er su

” Sirnone Weil, Note sur lo suppression g éném te d es partís politíqugs, publicada en 1950, siete meses después de su muerte, por Éditíons de la Táble Ronde, reeditada en 2006 por Éditlcms Climats con prefacio de André Bretón. J1 Ibid ., p. 35.

o rigen : el h o rro r que se vivía a n te s de la ev olu ción de las grandes m áquinas partisanas del period o de entreg u erras y la asfixia del p lu ra­ lism o p o lítico . T ien e com o co n tra p a rtid a un elogio apoyado en la «no p e rten en cia» (in gen u am en te co n sid era d a com o garantía de la libertad ind ivid ual) y «un deseo in c o n d ic io n a l de la verdad», que se rem ite, b astan te ló g icam en te, a una c o n c e p c ió n religiosa de la verdad revelada por la gracia: «¡L a verdad es u n a !» , « ¡Y el b ien es sólo un fin !» . Pero ¿quién p roclam a esta verdad a b so lu ta , y quién d ecid e sob re este so b e ­ rano bien? Su p rim ir la política, según la teología: «La luz in terio r siem p re se da a cu alq u ier persona que so licite una respuesta m anifiesta». Sin em ­ bargo, «¿cóm o desear la verdad s in saber nada al resp ecto?». E llo , ad­ m ite W eil, «es el m isterio de m isterio s» , cuya aclaración es netam ente tau tológica. La verdad nace del d eseo de la verdad: «La verdad son los pen sam ien tos que surgen en el esp íritu del ser pensante, única, to tal y exclu siv am en te deseoso de la verdad. Es queriendo la verdad a p len o, sin tratar de adivinar su sign ificad o por adelantado, que uno re cib e la lu z». Esta revelación por la gracia y esta búsqueda de pureza con d u cen in ev itab lem en te a la paradoja de un individualism o au toritario -ca d a u n o co n su v e rd ad -. D esafiando a toda autoridad colectiv a, con clu y e por im p on er arbitrariam ente su p ro p ia autoridad. Así, «la su p resión de los partid os sería un b ien casi p u ro ».39 P ero, ¿por qué reem plazarlos? S im o n e W eil co n c ib e un sistem a electiv o en el que los can d id atos, en vez de p ro p o n er un program a, se lim ita ría n a em itir una op in ión p u ra­ m ente su b jetiv a: «P ienso tal o cu al cosa co n respecto a tal o cu al p ro b le ­ m a». N o hay más partid os, en ton ces. Ni izquierda ni derecha. U n p o l­ vo, una nube, op inion es cam b ian tes: los fu ncionarios electos se a so cia ­ rían y se d isociarían de acuerdo c o n «el ju e g o natural y el m ovim iento de las afinid ad es». Para evitar que estas afinidades fluidas e in te rm ite n ­ tes se crista lice n o coagu len, cab ría p ro h ib ir q u e hasta los lecto res oca­ sio n ales de u n a revista se org an icen en socied ad o en grupo de am igos:

” Ibid., p. 61. En su prefacio, André Bretón se esfuerza por matizar esta propuesta al reempla­ zar ta «supresión»'por ta «prohibición», que ya no sería un acta Legislativo inm ediato, sino un proceso histó rico , producto «de un largo desarrollo de desengaño co lectivo », tan. alejada como la hipotética decadencia del Estado, de la política y eí derecho. ¿Qué hacer mientras tanto?

«Toda vez que un secto r trata de cristalizarse otorg ánd ole un carácter d efinid o a la calidad de m iem bro , habrá rep resió n p enal cu ando el h ech o se esta b lezca ».''0 E llo se rem ite a la cu estió n de sab er q u ién em ite la ley, y a nom bre de quién se ejerce esta ju s tic ia p en al. E l rech azo a la p o lítica profana, sus im purezas, in certid u m b res, co n ­ v en cion es erradas, con d u ce in ev itab lem en te a la teolog ía, con su gama de gracia, m ilag ros, revelaciones, de a rrep en tim ien to y perd ón. Las fu­ gas ilu so rias para escapar de su s servidum bres en realidad perpetúan la im p o ten cia. En lugar de p retend er eludir la co n tra d icció n en tre la incon d icio n alid ad de los p rin cip io s y la co n d icio n alid ad de su s prácti­ cas, la p o lítica es la reso lu ció n de trab ajar d ich a co n tra d icció n para superarla sin su p rim irla ja m á s. Al suprim ir ¡a m ed iación de los parti­ dos, queda el p artid o ú n i c o - o in clu so e) E s ta d o - ¡de los « sin p artid o»! No hay salida. La d esconfianza de la lógica partidaria es legítim a. P ero es un poco excesiv o resp on sab ilizar exclu siv am en te a un a form a - l a «fo rm a-p artido»~ dei peligro b u ro crá tico y las m iserias de este sig lo. La tend encia a la bu ro cratización está registrada en la com p lejid ad de las sociedades m odernas y en la lóg ica de la d ivisión social del trab a jo . E stá laten te en todas las form as de organización. La su p resión de lo s p artid os que re­ c la m a W e il se c a r a c te r iz a p o r un f e t ic h is m o in v e r t id o , de un d eterm in ism o organ izacional po bre que n atu raliza la o rg an izació n en lugar de h istoriarla, en lugar de p en sar acerca de su ev olu ción y su variación en fu n ció n de los ca m b io s en las re la cio n e s so ciales y en los m ed ios de com u n ica ció n .

Revolución democrática permanente C ontrariam ente a la creencia popular, M arx no sentía d esprecio por las libertades d em ocráticas que calificaba com o formales^ Ju rista de for­ m ación , sabía m uy b ien que las form as n o están vacías y que tien en su propia eficacia. Sólo señalaba los lím ites h istóricos: «la em ancipación p o lítica (la de tos d erechos de los ciudadanos) es un gran avance; rio'es la form a últim a de la em an cipación hum ana en general, pero es la última

forma de la em an cip ació n hum ana en el sen o del orden mundial tal com o existe hasta el p re sen te ».'*1 Para él, se trataba de reem plazar «la cu estión de las relaciones de em ancip ació n p o lítica por la de la religión», la «de las relaciones de la em ancip ación p o lítica por la em ancipación hu m ana», o la de la d em ocracia p o lítica por la d e la d em ocracia social. Esta tarea de revolucionar la d em ocracia, puesta en práctica con la revolución de 1 8 4 8 , debe seguir para que la crítica a la d em ocracia parlam entaria realm ente existente no se desvíe hacia el lado de Sas solu cion es autoritarias y las com unidades m íticas. Ranciére habla de «escán dalo d em ocrático». ¿Por qué puede ser es­ candalosa la d em ocracia? Precisam ente porque, para sobrevivir, tiene que ir aún más lejo s, en co n sta n te transgresión de sus formas institucionales, extendiendo el horizonte de lo universal, poniendo la igualdad a la prueba de la libertad. Porque lid ia sin cesar con la repartición de lo político y lo social, y de a poco va p o n ien d o en tela de ju ic io los ataques de la propie­ dad privada y las u su rp acio n es del Estado al espacio público y los bienes com unes. Porque al fin al debe procurar exten d er en form a perm anente y en todos los d om inios el acceso a la igualdad y la ciudadanía. La d em o­ cracia sólo puede ser ella m ism a si es escandalosa hasta el fin.

** Karl Marx, Sur ta question ju iv re, París, La Fabrique, 2006, p. 44,

Hoy en día, somos todos demócratas W endy B rown

Wh£OM£ &ÍCK, DEMOCRACW Título de un artículo sobre la elección de Obama en Tlie Beaver, periódico de la London School of Econom ics, 6 noviembre 2008. Se deduce de lo anterior que la voluntad general es siem pre recta y tiende siempre a ia utilidad pública, p ero no se deduce que las deliberaciones de! pueblo tengan siempre l a misma r e c titu d . Jean-Jacques Rousseau, El contrato social.

La democracia como significante varío Hoy en día la dem ocracia d isfruta de una popularidad m u nd ial sin . preced en tes en la h isto ria, pero n u n ca ha sido m ás concep tu alm en te im precisa y su stan cialm en te h u eca. Tal vez su popularidad depende de su im precisión y vacuidad de significado y eficacia -c o m o B arack Obama, es un significante vacío al que todos y cada uno pueden v incu lar sus sueños y esp eran zas-. O tal vez el capitalism o, el m ellizo de la d em ocra­ cia m oderna y siem pre el m ás ro b u sto y astuto de los d os, ha reducido la d em ocracia a una m a rca , esa ultim a versión del fetichism o de la m erca­ dería que separa por com pleto la im agen del p ro d u cto a vender de su con ten id o re al.1 O tal vez, por u n desvío iró n ico del progresism o, los JJjastrados que ven en el siglo xxl la puesta en escena de dioses involucrados en. una lucha violenta que la m odernidad parecía h ab er elim inado, la

1 Como recuerda Patrick Ruffini, las grandes marcas «evocan sentim ientos que no tienen virtuatmente nada que ver con fas características específicas de un producto». Ello se aplica tanto a Nike y BMW como a Obama durante la reciente campaña electoral presidencial, http:/ /www. patrickruffini.com. Consulta: 13 de febrero de 2008.

dem ocracia ha florecido com o una nueva religión m undial - n o una for­ ma específica de p od er y cultura política, sin o un altar ante el que se arrodillan O ccid en te y sus adm iradores, un p lan divino que lleva a la concep ción y leg itim ació n de las cruzadas im p eriales-. En el m undo de hoy, la dem ocracia no sólo se exalta en todo el m u n­ do, sino tam bién a lo largo de todo el espectro político. Com o en los regím enes después de la G uerra Fría, en donde los otrora súbditos sovié­ ticos festejan su suerte em presarial, la izquierda eu roatlántica se fascina por ¡a marca. C elebram os la dem ocracia para reparar el abandono de la política de un M arx alejado de las tem áticas hegelianas (o bien decim os que la dem ocracia radical era desde el principio lo que se entiend e por com unism o), tratam os de recuperar la dem ocracia m ediante m etas y ethoi inéditos, escribim os «la dem ocracia por v e n ir» , «la d em ocracia de los no contados», «soberanía d em ocratizad ora», «talleres de d em ocracia», «de­ m ocracia plu ralizante», etc. B erlu scon i y Bush, Derrida y Balibar, com u­ nistas italianos y H am as, som os todos dem ócratas h o y en día. Pero ¿qué es lo que queda de la d em ocracia?

El poder del demos No se puede enfatizar de m ás: la d em ocracia liberal, form a dom inante de la m odernidad euroatlán tica, es una variante entre los m ed ios de re­ partición del poder p o lítico cristalizado en ese térm ino venerable del griego, la dem ocracia. D em os + c ra tie significa poder del p u eblo, en c o n ­ traste con la aristocracia, la oligarquía, la tiranía, y tam bién la cond ición de colonizados u ocupados. Pero ningún argum ento irrefutable, ya sea histórico o etim ológ ico , podría com p robar que la dem ocracia im plica inherentem ente la existen cia de rep resentación , co n stitu cio n es, delibera­ ciones, participación, libertad de m ercado, d erechos, universalidad e in ­ cluso la propia igualdad. El térm ino con tien e una afirm ación sim ple y puram ente política: el pu eblo se gobierna a sí m ism o, es el todo y no una parte ni un gran O tro q ue es p olíticam ente soberano. E n este sentid o, la dem ocracia es un p rin cip io in con clu so - n o especifica qu é poderes deben ser repartidos entre n oso tros, ni có m o el poder del pueblo d ebe ser orga­ nizado. ni a través d e qu é in stitu cion es debe ser establecido y aseg u rad o. Desde el prin cipio, el pensam iento occid ental de la dem ocfa'cía:!ha sido una su erte de regateo. D ich o de otra form a, ciertos te ó rico s -d e sd e A ristóteles Rousseau, Tocqu eville y M arx hasta Rawls y.^Volin- sostienen (de m anera d iferente) que la d em ocracia necesita con d icio n es precisas,

en riqu ecim ientos, eq u ilib rios sutiles, pero el térm ino en sí no estipula nada. Es acaso otra razó n por la que, en el clim a actual de entusiasm o por la dem ocracia, es tan fácil dejar de ver hasta qué p u n to su objeto ha sido vaciado de todo con ten id o.

De-democratización Si es difícil d eterm inar con seguridad por qué la d em ocracia es tan popular hoy en día, se puede identificar los procesos que red ucen la propia d em ocracia liberal (parlam entaria, burguesa o con stitu cio n al) a la som bra de lo que era. E n ias regiones del m undo que desde hace tiem po han navegado bajó la bandera dem ocrática, ¿cóm o ha sucedido que el poder del p u eblo ya n ó se ejerciese de ninguna form a? En la m odernidad tardía, ¿qué co n stelació n de fuerzas, qué procesos han podido vaciar su esencia hasta alcanzar esta form a lim itada de la dem ocracia? En p rim er lugar, si b ien hace m ucho tiem po que el poder de grandes grupos erosiona las esperanzas y las prácticas del p od er popular, este proceso ha alcanzado un nivel sin p reced en te.2 N o se trata sim plem ente de grupos que com pran a los políticos y m odelan abiertam ente la política nacional y extranjera, n i de que los m edios de com u nicación que les pertenecen rid icu licen la idea mism a de la inform ación pública y de res­ ponsabilidad del poder. M ás que una in terferen cia, las grandes dem ocra­ cias son testigos de una fusión del poder de los grupos y el poder del Estado: la transferencia m asiva de las fu nciones del Estado hacia el secto r privado, desde las escu elas a las prisiones, pasando por el ejército; ban­ queros de n eg ocios y C E O que se conv ierten en m in istros o directores de gabinetes; estados propietarios latentes c o n enorm e capital financiero, y, por encim a de todo, un poder estatal d esvergonzadam ente atraído p o r el proyecto de acu m u lació n de capital a través de su p o lítica fiscal, am bien­ t a l , energética, social y- m onetaria, por no m en cio n ar el flu jo de asistencia directa y jp o y o a todos io s sectores del capital. E l d em os no es capaz de ver lo que hay detrás de la m ayoría de estos d esarrollos, y m enos aún de cuestionarlos, de op on érseles y proponer otros objetivos. Al no contar

* El texto principal acerca de esta temática es eL de Sheldon Wolin, Democracy, Inc., Princeton, N.3., Princeton Üniversity Press, 2008.

con recursos para desafiar a ¡as necesidades de capital, el d em os presencia pasivam ente el abandono de sus propios capitales. En segundo lugar, hasta las eleccio n es « lib res» , el icon o m ás im por­ tante de la d em ocracia, se ven relegadas a un circo com p u esto de m a r­ ketin g y m an ag em en t, desde el esp ectácu lo de la re c o le c c ió n de fondos hasta la m ovilización dirigida a los votantes. Los ciud ad anos están so ­ m etid os a sofisticad as cam pañ as de m arketing que equ iv alen el voto co n otras op cion es de con su m o, y todos los elem en tos de la vida p o líti­ ca van acom pañados cada vez m ás de eventos m ed iáticos y p u b licita­ rios. No son sólo los candidatos que son presen tad os en un em balaje ideado por expertos en relacio n es p ú blicas, que están m ás acostu m b ra­ dos a p rom over las m arcas y a organizar las cam pañas m ed iáticas de los grandes grupos que a m an ejar los p rin cip io s d em o crático s; son tam bién los program as p o lítico s que se venden com o b ien es de consu m o y no com o bienes p ú blico s. No es de sorp ren d er que haya cada vez m ás CEO en el gobierno, lo cual ocu rre en forma paralela con el cre cim ie n to de los d ep artam en tos u n iv ersitarios de cien cias p o lítica s, q ue reclu ta n d o­ cen tes en escuelas de com ercio y econom ía. En tercer lugar, el neoiiberalism o com o ra c io n a lid a d p o lític a ha lanza­ do un asalto frontal contra los fundam entos de la d em ocracia liberal, girando sus p rin cip io s-co n stitu cio n a lid a d , igualdad ante la ley, liberta­ des políticas y civiles, autonom ía política, u n iv ersa lism o - hacia los crite­ rios de m ercado, los raLios coste-ben eficio, la eficacia, la rentabilid ad.3 Es por esta racionalidad neoliberal que los derechos, el acceso a la inform a­ ció n , la transparencia y la responsabilidad del gobierno, el respeto por los proced im ientos se desvian o se dejan de lado con facilidad. Sobre todo, es de esta m anera que el Estado deja de ser la en carn ación de la soberanía del pueblo para convertirse en un sistem a para h acer n eg ocios.4 La racionalidad neoliberal con cib e cada ser h u m ano, cada in stitu ción , inclu yendo el Estado con stitu cio n al, en base al m odelo em presarial. R e­ em plaza los principios d em ocráticos por aquellos del m an ejo de negocios tanto en la vida política com o en la social. Tras haher:?hechb' tíiz a s la

’.Para un estudio más profundo de los efectos de-democratizadores de la racionalidad neoliberal, véase mi libro Les Habite neufs de la politique: Neatiberatisme et neoconservatism e, París, Les Prairies ordihaires, 2007. 1 Véase los textos de Míchel Foucault sobre la gubernamentalización en II fa u t d efen d er ¡a s o d é t é , Cours au Collége de France, 1976, París, Hautes Études, Gallimard, Seiiií, 1997.

esencia política de la dem ocracia, el neolíberalism o se ha apropiado del térm ino para servir sus objetivos c o n la consecuencia de que la «dem o­ cracia de m ercado», antigua exp resión despectiva para aludir al poder del capital desregulado, se convierte en la manera cotidiana de describir una forma que ya no tiene nada que ver con el poder de! pueblo. Pero el capital y la racionalidad neoliberal no son los únicos agentes responsables de la d escom posición d e las institu ciones, principios y prác­ ticas de la dem ocracia liberal. T am bién se hace presente -é s te es el cuarto p u n to - la extensión del poder y el dom inio de la acción de los tribuna­ les, nacionales e in tern acio n ales.3 U n a variada gama de causas y luchas políticas, incluyendo aquellas que tien en sus raíces en m ovim ientos so­ ciales y cam pañas internacionales p o r los derechos del hom bre, se ven llam adas con cada vez más frecu encia a com parecer ante los tribunales, en donde expertos en derecho h acen artim añas y tergiversan con respec­ to a decisiones políticas en un leng u aje tan com p lejo que sólo lo entien­ den los ju ristas especializados en la m ateria. Al m ism o tiem po, los tribu­ nales se han reducido; ya no fallan sobre lo que se debe prohibir, sino sobre lo que hay que hacer - e n resu m en, han pasado de una función lim itativa a una función legislativa que usurpa la tarea clásica de la polí­ tica dem ocrática- . 6 Si es verdad que el im perio de la ley es un pilar im ­ portante de la vida d em ocrática, la g obernación d e los tribunales es una subversión de la dem ocracia. In vierte la subord inación esencial del po­ der ju d icia l al poder legislativo, de la que depende la soberanía popular, y otorga el poder político a una in stitu ció n no representativa. E l quinto punto, clave para la de-dem ocratización de O ccidente, es la erosión de la soberanía del E stad o-nación por la globalización.7 Si aún está presente una suerte de ficción en la aspiración de estos estados a la suprem acía absoluta, la perfección, la continuidad del derecho, el m ono­ polio de la violencia, la perennidad, esta ficción era poderosa y ha forjado las relaciones internas y externas de las naciones desde su consagración en

í!"Ésta1expansión se debe en parte a Las acciones de militantes bien intencionados que buscan casos'para «ganar» ante los tribunales, a pesar de que la democracia corra el riesgo de ser un daño colateral de su éxito. * Véase Gordon.Silverstein, Low's AUure: How Law Shapes, Constraíns, Saves and Kitls Polítics, New York, Cambridge University Press, 2009; y «Law as Politics/Potitics as Law», trabajo en curso de Jack'JacksGn, departamento de ciencias políticas, University of California, Berkeley. ' Véase mi ensayo «Por'ous Sovereignty, Wailed Democracy», a aparecer en La Revue Internationale des tivres et des idees.

1 6 4 8 por el Tratado de W estfalia. Pero, a lo largo del ultim o m edio siglo, el m o n op o lio de estos diversos atributos del E stado-nación ha sido grave­ m ente com prom etid o por el crecim iento de los flu jos transnacionales de capitales, p o blaciones, ideas, recursos, m ercadería, violencia, y lealtades p olítico-religiosas. Estos flujos destruyen las fronteras que atraviesan y, una vez adentro, se cristalizan para crear fuerzas: de esta m anera, la sobe­ ranía del E stad o -n ación se ve com prom etida tanto en sus lím ites com o en su interior. Cuando los estados, su soberanía ya erosionad a, conservan una brutal capacidad de actuar, y cuando se alejan del doble sentido de la soberanía en la d em ocracia -p ro v e n ien te del p u eblo y desde a rrib a - im plica dos con secu en cias im portantes. Por un lado, la d em ocracia pierde su forma política y su contenid o. Por otro lado, los estados abandonan cu alquier pretensión de e n ca m a r la soberanía popular, de hacer escu char la volu n­ tad del pu eblo -u n proceso ya in iciad o por la racionalidad neoliberal, com o se ha v isto -. Sobre el prim er p u n to, la d em ocracia o g ob iern o del pu eblo n o tiene sen tid o, só lo se puede ejercer en un cu ad ro claram en te delim itado - e s lo que señ ala el térm ino de sob eran ía en la ecu ació n entre «sob eran ía p opular» y « d em o cra cia » -. La d em o cracia sin territo rio de ju risd ic c ió n d efinida (en el sen tid o virtual o literal) no tiene sentid o p o lítico : para que el pu eblo pueda gobernarse, debe existir una entidad colectiv a identificable en la que la rep artición del p od er pueda organizarse y sob re la que este p o d e r s e pueda ejercer. Es cierto que las grandes d im en siones del E sta d o -n a ció n lim itan desde un p rin cip io las form as de repartir el p od er que le dan sentid o a la d em ocracia, p ero cuando el propio terri­ torio ju ríd ic o se reem plaza por espacios p osnacion ales y tran sn acion ales en d onde actú a el p od er p o lítico , eco n ó m ico y so cia l, la d em ocracia se vuelve in co h e re n te . Sobre el segundo pu nto, los estados desprovistos de soberanía se co n ­ vierten en estados d elincuentes, por dentro y p o r fuera. Para ejercer el p od er estatal, la referencia ya n o es la representación del pueblo ni su p ro te c c ió n -ju s tific a c ió n del poder del Estado en el liberalism o clá sico -. Para los estados contem poráneos, se trata m ás b ien de un eco lejan o de la raison d 'É ta t’ de reem plazar el prestigio del poder por un triple pápe! de

* En francés éñ él texto:original.

los acto res, los facilitadores y los estabilizadores de la globalización e c o ­ nóm ica. En este con texto, el pueblo se red u ce a un co n ju n to de pequeños accionistas pasivos en los estados que fu ncionan com o em presas en su in terio r y com o débiles m a n a g c rs clel capital internacional en el exterior. Esta nueva configuración del poder, la a cció n y legitim idad de los esta­ dos se m anifiesta con una lucidez sin gu lar desde el caos finan cieto del otoño de 2 0 0 8 . P or últim o, lo que se n o s presenta corno «política de seguridad» tam ­ bién ha contribuid o a la d e-d em o cratizació n de los estados occidentales. En países tan diferentes co m o Israel, G ran Bretaña, India o Estados U n i­ dos, el con ju n to de m edidas que buscan prevenir o reprim ir el terrorism o frecu entem ente se presenta, sin razón, com o un resurgim iento de la sob e­ ranía estatal. E n realidad, se trata de una señal de pérdida del poder soberano. Con el abandono neoliberal de los principios lib e r a le s (lib er­ tad, igualdad, im perio de la ley ), el Estado de seguridad responde al debilitam iento y a la disputa de su soberanía por una serie de medidas de-dem ocratizadoras -re s tric c ió n a la libertad de m ovim iento y a la p o si­ bilidad de inform arse, asig n ación de etiquetas raciales, zonas cada vez más extensas de secretos de E stad o, y suspensiones con stitu cionales, o cu ­ paciones y guerras p erm anentes n o d eclarad as-, .En resum idas cuentas, para que la gente pueda g obernarse a sí m ism a, debe existir un pueblo que tenga acceso al poder q u e busca dem ocratizar. La erosión de la so b e­ ranía del Estado-nación p o r la g lobalización socava la prim era de estas con d iciones, y el n eolib eralism o, al d esencad enar .el poder del capital com o potencia m undial desenfrenado, elim ina la segunda. P ero, si «la d em ocracia real» se en cuentra en un estado deplorable, para cam biarlo habría que exam inar lo que queda del p rin cip io e ideal de la dem ocracia en nu estros tiem pos.

Las paradojas democráticas E s,u n heqho bien difundido que la d em ocracia ateniense excluía de sus rangos la m ayor parte de la población de Á tic a —las m u jeres, los escla­ vos, los extranjeros y otros q u e no reunían las cond iciones de linaje n e c e ­ sarias para ser ciud ad anos-. E stas exclu sion es en la cuna de la dem ocra­ cia eran extrem as, pero no excep cio n ales. La d em ocracia com o concepto y com o práctica aún se en co n trab a rodeada de una zona periférica no d em ocrática, y aún tenía un su strato in tern o no incorporad o que a la vez la m antenía m aterialm en te')' que tam bién le servía para definirse por

op osición. H istóricam en te, todas las d em ocracias han d efinido un g ru ­ po interno exclu id o - s e puede com p oner de esclavos, indígenas, m u je ­ res, pobres, u h oy en día, in m igran tes e xtran jero s en situ ació n irreg u ­ lar, o puede p erte n e cer a d eterm inadas razas, etnias o re lig io n e s-. Aún existe un m undo al exterio r que perm ite que la d em ocracia se defina: los «bárbaros», nom bre dado por los antiguos pero que se ha actu aliza­ do de diversas form as desde aquella época, desde el com u n ism o hasta las colonias de las propias d em ocracias. En nuestra época, la figura del «islam ism o» recon forta a los d em ócratas por d isfrutar de esta co n d i­ ción, aun (y quizás esp ecialm en te) en el co n tex to de la d e-d em o cratiza­ ción de O ccid ente. Aún existe, en ton ces, un antiuniversalism o re co n o ­ cido en el corazón m ism o de la dem ocracia, lo que sugiere que, si el sueño im perial de una d em ocracia universal se h iciese realidad, no asu ­ miría la forma de la d em ocracia. Si la dem ocracia prem oderna y republicana se basó en la idea de ejercer el poder en form a com ún - e l poder del pueblo para el p u eb lo -, y si, por consigu iente, se cen tró en un principio de la igualdad, la pro­ mesa de la d em ocracia m od ern a siem pre ha sido la libertad. Esta dem o­ cracia m oderna nu nca ha abogado por la igualdad, co n la e x cep ció n de la manera más form al, la de la rep resentación (la papeleta) o la igualdad ante la ley (que no form a p arte de {as im p licacion es de la dem ocracia y que rara vez se p o n e en p ráctica). Es efectivam ente el d ifícil reto de Rousseau -re n u n cia m o s a nu estra libertad individual sin reglas por el poder político colectiv o para con cretar nuestra libertad individual—que está en el corazón de la suprem acía norm ativa que reivindica la dem o­ cracia. De h ech o, la libertad individual es la m eton im ia m ás poderosa relacionada con la d em ocracia, m ientras que la prom esa de gobiern o por el pueblo a m enudo se-olvida,-8 Sólo la d em ocracia puede h acern os li­ bres, ya que sólo en una d em ocracia som os los autores (w£ auLhor) de los poderes que nos gobiernan . En la época m oderna, la libertad com o autoiegislación se entiende com o deseo universal del h om bre; si n o, para K ant, R ousseau y Stuart M ili, c o m o la q u intaesencia del ser hum ano. De hech'o, es el nacim iento, con la m odernidad, del su jeto m oral libre que establece la dem ocracia

! Es~est3 premisa que Hobbes busca satisfacer con sus artimañas semánticas sobra autores, calidad' de autor (autharship) y autoridad, que íe permiten hacernos autores ie í absolutismo del Estado que nos domina.

com o la ú n ica form a p o lítica legítim a de O ccid en te. Es esta figura del su jeto que sigue brind and o a la dem ocracia una legitim idad indisputa­ ble. P ero, al m ism o tiem po, el rostro b la n co , m ascu lin o y colonial de este su jeto ha perm itido y perpetu ado las je ra rq u ía s, las exclu sion es y la v iolencia q u e m arcaron la d em ocracia en toda su existen cia m oderna. P or lo tan to, e x iste una n o -lib ertad evidente y quizá necesaria en el corazón m ism o de la d em ocracia. E llo sugiere que, si el sueño im perial de h acer a todos ios seres h u m an os libres se m aterializara, no asum iría la form a de la dem ocracia.

La imposible libertad La d em ocracia m oderna presupone com o norm a la autolegislación, obtenida al repartir el poder de gobernar: la soberanía de! sujeto está vinculada con la soberanía del régim en, y cada uno refuerza el otro. Pero ¿la leg islación de qué, poder de qué? En la m odernidad tardía, la re­ flexión teórica sobre una serie de poderes norm ativos (no políticos de form a) relacionada con la crítica devastadora del su jeto kantiano ha vuel­ to la n o ció n de la libertad particularm ente com pleja e im perceptible. ¿Qué poderes debem os ejercer, sob re qué debem os legislar en con ju n to, qué fuerzas debem os som eter a nuestras voluntades para poder decir, incluso m odestam ente, que nos gobernam os a nosotros m ism os, que nosotros m ism os legislam os? Las respuestas a estas preguntas siguen dividiendo a los d em ócratas. P or un lado, lo s liberales h acen de las eleccio nes el grano del asunto, co n restriccion es claras sobre las transgresiones de las activi­ dades y los fines individuales. P or otro lado, los m arxistas afirm an que la prim era co n d ició n de la libertad hum ana es que los m edios de existencia sean propiedad, de la colectividad. Los dem ócratas radicales insisten en la p articip ació n directa en la p o lítica , y los libertarios buscan reducir el poder y las in stitu cion es políticas. Para evaluar esta panoplia, si un o abandona e¡ concepto de sujeto m oral a priori, difícilm ente pueda sen tir entusiasm o p o r la fórm ula libe.ral; H co n se n tim ien to popular con respecto a las leyes y los legisladores no es su ficien te para cum plir la promesa d em ocrática de autolegislación. Cabe en ten d er y con trolar las m últiples fuerzas que nos construyen como su jetos, que producen las norm as m ediante las que percibim os la realidad y ju zgam os el bien y el mal, y que nos presentan las opciones que tene­ m os por delante al votar y legislar. Si uno en tien d e el poder como ía form ación del m undo y no só lo com o la dom inación sobre é l- e s decir, la

d om inación com o fabricación del su jeto y no com o sim ple poder rep resi­ v o -, se exige a los d em ócratas que busqu en de m anera profunda, por una variedad de poderes, las bases de la libertad. La sim ple idea de que pode­ res que están fuera de nu estro alcance y control están perm anen tem ente construyendo el m undo social y a nosotros m ism os arruina la n o ció n liberal de autolegislación por el voto y el consentim iento general. Sin em bargo, la idea de. dirigir dem ocráticam ente todos los poderes que nos construyen es absurdo; equivale a avanzar sin ayuda, o com prender d es­ de el exterior los elem entos psíquicos que m odelan nu estra co n cep ció n del m undo. Para que tenga sentid o, la dem ocracia debe sum ergirse más profundo que nunca en lo que fabrica este poder y, a d ecir verdad, debe abandonar la libertad com o trofeo. Desde esta perspectiva, la d em ocracia nu nca puede ser realizada: es una m eta (in alcanzable), un pro yecto p o lí­ tico en constante evolución. La dem ocratización exige a sus partidarios lu ch ar por la repartición de poderes que les dan forma y los gobierna, pero es un proceso sin fin.9 Tan perturbador para la co n cep ción liberal com o las con cep cion es inspiradas en Foiicau lt y Derrida sobre las m odalidades de poder aparte de la ley y el orden, está la fuerza del capital que produce y organiza a los su jetos d em ocráticos. ¿Q ué significa «poder dem ocrático» si la econom ía n o está controlada por lo p o lítico y lo social, y si por lo con trario la econom ía es la que ejerce su d om inación sobre lo p o lítico y lo social? P ero ¿qué podría ser m ás fantasioso que la idea de subordinar una e co n o ­ m ía globalizada - y su capacidad de form ar la vida social, p o lítica , cu ltu ­ ral, e co ló g ica - al gobierno p o lítico d em ocrático, o bien a cu alq u ier tipo de gobierno? E n resu m en , para la red em o cra tiz a ció n , adem ás del p od er del E sta ­ do, cabe tener en cu enta el cap ital y una serie de poderes n orm ativos m enos exp resam ente e co n ó m ico s. P ero en la historia no existe n in g u n a exp erien cia exitosa de. la d em o cratizació n . A unque, para segu ir cre y en ­ do en la d em ocracia p o lítica com o la realización de la libertad h u m an a, h a y q ue lite r a lm e n te a p a rta r la v is ta de los p o d e re s q u e e stá n in m u n izad os contra la d em o cratizació n , que niegan la au ton om ía y la

5 Sheldon Wolin elabora esta cuestión de una m anera ligeramente diferente, planteando (|Ue sólo una «democracia fugitiva» -et reclamo det pueblo por sus derechos legítimos- es'posible. Véase los últimos capítulos de Politics and Vision: Expandid Edítion, Princeton, N.3., Príncetort Ofliversity. Press, 2004, y de Oemacmcy. In c., op. d t.

prim acía de la p o lítica s o b re las que descansa la teoría d e la dem ocracia en el pasado y el p re s e n te .10 La alternativa es u n a form a de pensar y poner en p ráctica la d em o cra cia con un o jo rea lista p u esto en los pode­ res que la d em ocracia n u n ca ha intentado teorizar, co n tra d ecir o su p e­ rar.11 No se puede im ag in ar una ruptura más m arcada c o n el m onopolio liberal sobre el térm ino d em ocracia.

¿ lo s humanos quieren la libertad? ¿Queremos ser libres? E l últim o desafío, q u izás el más grave para aquellos que creen en el poder del pueblo: p resu p oner que la d em ocracia es un bien im plica la presuposición de que los seres hum anos quieren vivir b a jo sus propias leyes, y que el peligro es u n poder político irresponsable que se co n cen ­ tra en pocas m anos. Pero hoy en día, ¿qué prueba h istó rica , qué concepto filosófico nos perm ite afirm ar que ios seres hum anos quieren, com o d ijo D ostoyevski, «la libertad más que el pan»? Lo que pasó a lo largo dei últim o siglo nos indica q u e entre las sed u cciones del m ercado, las normas del poder d isciplinario y la inseguridad vinculada con una geografía hum ana cada vez más fluida y desordenada, la mayoría de los occidenta­ les han llegado a preferir la m oralización, el consu m o, el conform ism o, el placer, la lucha, y que se les diga lo que deben ser, pensar y hacer para ser los autores de sus propias vidas. Esta difícil propuesta sobre el futuro de la em ancipación fue b ru talm en te articulada por H erbert M arcuse a m e­ diados de! siglo xx.12 Y si los seres hum anos rechazan la responsabilidad de la libertad, y si no tien en ni la educación ni el apoyo necesario para el proyecto de libertad p o lític a , ¿qué pueden significar ios sistem as p o líti­ cos que dan por sentado este anhelo y esta orientación? ¿Q ué extrem a

10 Para las noveda- :s sobre ests punto, véase mi «Sovereign Hesítations», en Derrída and the Time o f fh e Politice eds. Pheng Chsah y Suzanne Guerlac, Durham, N.C., Duke University Pres, 2008; y «The Retu of th