De Virgilio a Espronceda 8400089251, 9788400089252

Se publican nueve trabajos, todos ellos inéditos, sobre textos literarios, latinos y españoles, para ser interpretados f

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Spanish Pages 200 [202] Year 2009

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ÍNDICE
VIRGILIO COMO ANTECEDENTE
CONSIDERACIONES SOBREÉPICA MEDIEVAL
RELATOS BREVES EN TEXTOS POLÍTICOSE INSTITUCIONALES (SIGLOS XIV-XVI)
ACERCAMIENTOS A GARCILASO
DOS APROXIMACIONES A LA OBRADE CERVANTES
DESPLIEGUE NOVELÍSTICO CON ALGUNOSOTROS AÑADIDOS
ROJAS de VILLANDRANDO EN ENTREDICHO
DOS TEMAS ESPECÍFICOS
EN PLENO ROMANTICISMO POLÍTICO:ESPRONCEDA REPUBLICANO
BIBLIOGRAFÍA
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De Virgilio a Espronceda
 8400089251, 9788400089252

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JOSÉ LUIS BERMEJO CABRERO

ANEJOS DE LA REVISTA DE LITERATURA Últimos títulos publicados 55. Espacios de la comunicación literaria, por Joaquín Álvarez Barrientos (ed.), 228 págs. 56. Imágenes de la Edad Media. La mirada del realismo, por Rebeca Sanmartín Bastida, 638 págs. 57. Espacios del drama romántico español, por Ana Isabel Ballesteros Dorado, 288 págs. 58. El humor verbal y visual de La Codorniz, por José Antonio Llera, 448 págs. 59. Pedro Estala, vida y obra. Una aportación a la teoría literaria del siglo XVIII español, por María Elena Arenas Cruz, 528 págs. 60. Álvaro Cunqueiro. El juego de la ficción dramática, por Ninfa Criado Martínez, 216 págs. 61. El renacimiento espiritual. Introducción literaria a los tratados de oración españoles (1520-1566), por Armando Pego Puigbó, 224 págs. 62. El concepto de materia en la teoría literaria del Medievo. Creación, interpretación y transtextualidad, por César Domínguez, 232 págs. 63. Pensamiento literario del siglo XVIII español. Antología comentada, por José Checa Beltrán, 342 págs. 64. Para una historia del pensamiento literario en España, por Antonio Chicharro Chamorro, 356 págs. 65. Vidas de sabios. El nacimiento de la autografía moderna en España (1733-1849), por Fernando Durán López, 516 págs. 66. De grado o de gracias. Vejámenes universitarios de los Siglos de Oro, por Abraham Madroñal Durán, 532 págs. 67. Del simbolismo a la hermenéutica. Recorrido intelectual de Paul Ricoeur (1950-1985), por Daniel Vela Valloecabres, 192 págs. 68. De amor y política: la tragedia neoclásica española, por Joseh Maria Salla Valldaura, 552 págs. 69. Diez estudios sobre literatura de viajes, por Manuel Lucena Giraldo y Juan Pimentel Igea (eds.), 260 págs. 70. Doscientos críticos literarios en la España del siglo XIX, por Frank Baasmer y Francisco Acero Yus (dirs.), 904 págs. 71. Teoría/crítica. Homenaje a la profesora Carmen Bobes Naves, por Miguel Ángel Garrido y Emilio Frechilla (eds.), 464 págs. 72. Modernidad bajo sospecha: Salas Barbadillo y la cultura material del siglo XVII, por Enrique García Santo-Tomás, 280 págs. 73. «Escucho con mis ojos a los a los muertos». La odisea de la interpretación literaria, por Fernando Romo Feito, 280 págs. 74. La España dramática. Colección de obras representadas con aplauso en los teatros de la corte (1849-1881), por Pilar Martínez Olmo, 652 págs. 75. Escenas que sostienen mundos. Mímesis y modelos de ficción en el teatro, por Luis Emilio Abraham, 192 págs.

JOSÉ LUIS BERMEJO CABRERO

I SBN 978 - 84 - 00 - 08925 - 2

9 788400 089252

ANEJOS DE REVISTA DE LITERATURA

DE VIRGILIO A ESPRONCEDA

DE VIRGILIO A ESPRONCEDA

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Se publican ahora nueve trabajos, todos ellos inéditos, sobre textos literarios, latinos y españoles, para ser interpretados fundamentalmente desde un ángulo político-institucional como viene haciendo el autor, aunque en esta ocasión tratando de ampliar su enfoque hacia planteamientos literarios. Se pasa así revista a partir de Virgilio al curioso tema de los vaticinios políticos lanzados imaginariamente por corrientes fluviales, junto a un tópico político de larga difusión. Sigue un análisis sobre las dos formas contrapuestas de interpretar jurídicamente la épica medieval, para centrarse luego en una selección de relatos breves extraídos de obras de pensamiento político o de materia institucional. Garcilaso y Cervantes ocupan posición central en el trabajo a partir de aproximaciones a puntos concretos de sus obras o, en el caso de Garcilaso, con algunas apostillas sobre su biografía. Se pasa luego a escritores menos conocidos —Miguel Moreno, Matías de los Reyes— con un añadido sobre las técnicas narrativas de Céspedes y Meneses para tratar de imprimir verosimilitud histórica a sus relatos novelísticos. Se hace un hueco para la noche de San Juan y para las Cortes de la modernidad; sin que falte la exposición a doble columna de un clamoroso plagio perpetrado por un autor bien conocido, Agustín de Rojas de Villandrando, a quien algunos intérpretes han considerado experto expositor de ideas políticas. Y finalmente se publica y comenta una aportación de Espronceda, hasta ahora al parecer desconocida, de la que sólo se poseían noticias indirectas y que resulta de gran interés para subrayar mejor sus planteamientos políticos. En unos y otros casos se procura aportar novedades a la hora de la interpretación, por muy alejados que temporalmente se encuentren los textos analizados, de Virgilio a Espronceda. José Luis Bermejo Cabrero. Con tres doctorados por la Universidad Complutense (Derecho, Geografía e Historia y Ciencias Políticas), un DEA (en Ciencias Económicas) y un máster (en Historia de la Literatura), ha sido durante años catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones y es, al presente, profesor emérito en la citada universidad. A través de un continuo manejo de los textos literarios, ha publicado una docena de libros y unas cien monografías sobre diversa temática, con atención especial a la historia del derecho y de las instituciones y a la historia del pensamiento político.

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Ilustración de cubierta, fotomontaje: José de Espronceda y Emblemata centum regia politica (Juan de Solórzano Pereira), Madrid, 1953. Emblema n.º 93.

CSIC

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de virgilio a espronceda

ANEJOS DE LA REVISTA DE LITERATURA, 76

Director Miguel Ángel Garrido Gallardo (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC) Secretario José Checa Beltrán, Instituto de Lengua (Literatura y Antropología. CSIC) Comité Editorial Luis Alburquerque García (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC) Joaquín Álvarez Barrientos (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC) Paloma Díaz Mas (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC) Pura Fernández Rodríguez (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC) Carmen Menéndez Onrubia (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC) María del Carmen Simón Palmer (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC) Consejo Asesor Alberto Blecua (Universidad Autónoma de Barcelona) Jean-François Botrel (Universidad de Rennes. Francia) Dietrich Briesemeister (Universidad de Jena. Alemania) Manuel Criado de Val (CSIC) Alan D. Deyermond (Universidad de Londres) Aurora Egido (Universidad de Zaragoza) Mauricio Fabbri (Universidad de Bolonia) Víctor García de la Concha (Universidad de Salamanca) Alfredo Hermenegildo (Universidad de Montreal) Jo Lavanyi (Universidad de Nueva York) José Carlos Mainer (Universidad de Zaragoza) Emilio Miró González (Universidad Complutense de Madrid) Francisco Rico Manrique (Universidad Autónoma de Barcelona) Elías S. Rivers (Universidad de Suny at Stone Brook. Nueva York) Leonardo Romero Tobar (Universidad de Zaragoza)

josé luis bermejo cabrero

de virgilio a espronceda

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS INSTITUTO DE LENGUA, literatura y antropología MADRID, 2009

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Catálogo general de publicaciones oficiales: http://www.060.es

© CSIC © José Luis Bermejo Cabrero NIPO: 472-09-175-X ISBN: 978-84-00-08925-2 Depósito Legal: M. 50.884-2009 Maquetación: Ángel de la Llera (CSIC) Impreso en DiScript Preimpresión, S. L. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

ÍNDICE INTRODUCCIÓN................................................................................................................

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1. VIRGILIO COMO ANTECEDENTE.............................................................................

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1.1. Vaticinios fluviales de intencionalidad política................................................... 1.2. Despliegue de un tópico político con entronques religiosos.................................

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2. CONSIDERACIONES SOBRE ÉPICA MEDIEVAL.....................................................

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2.1. Del germanismo al romanismo en la interpretación de la épica española. .......... 2.2. Caracterización del Conde Fernán González a través de la literatura............

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2.2.1. De la realidad histórica a la mitificación literaria......................................... 2.2.2. La leyenda de la independencia de Castilla por el precio de un caballo y un azor...............................................................................................................

3. RELATOS BREVES EN TEXTOS POLÍTICOS E INSTITUCIONALES (SIGLOS XIV-XVI).........................................................................................................................

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3.1. Introducción. .......................................................................................................... 3.2. Selección de pasajes de la Glosa castellana a Egidio Romano de García de Castrojeriz. ................................................................................................................... 3.3. Un relato ejemplarizante en los Castigos del Rey Don Sancho IV........................ 3.4. Dos fazañas del Fuero General de Navarra........................................................... 3.5. Un repaso a la Política de corregidores de Castillo de Bovadilla...................... 3.6. Apuntamiento final. ................................................................................................

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4. ACERCAMIENTOS A GARCILASO............................................................................

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63 63 69 73 74



4.1. Introducción. .......................................................................................................... 4.2. Garcilaso desterrado............................................................................................. 4.3. El «mayorazgo corto» de Garcilaso..................................................................... 4.4. Garcilaso y Aldana en la milicia. ......................................................................... 4.5. Pervivencia de Garcilaso en la literatura española (siglos xvi y xvii)...............



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4.5.1. Libros de caballería...................................................................................... 4.5.2. Escritores políticos....................................................................................... 4.5.3. Obras de miscelánea y de variada temática..................................................



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4.5.3.1. Luis de Zapata................................................................................ 4.5.3.2. Juan Rufo........................................................................................ 4.5.3.3. Fastiginia....................................................................................... 4.5.3.4. El diablo cojuelo............................................................................ 4.5.3.5. Sabuco de Nantes y Pérez de Oliva................................................

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4.5.4. Participación de algunos novelistas.............................................................. 4.5.5. La aportación de Francisco de la Torre.........................................................

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5. DOS APROXIMACIONES A LA OBRA DE CERVANTES.........................................

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5.1. Introducción. .......................................................................................................... 5.2. Castillo de Bovadilla y Cervantes........................................................................ 5.3. Acotaciones al Persiles. .........................................................................................

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5.3.1. Trasfondo histórico de un relato del Persiles............................................... 5.3.2. Dos asendereados personajes........................................................................ 5.3.3. El impresionante salto ecuestre de Periandro............................................... 5.3.4. En el hueco de una encina............................................................................ 5.3.5. La idea de venganza en el Persiles...............................................................

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6. DESPLIEGUE NOVELÍSTICO CON ALGUNOS OTROS AÑADIDOS.....................

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6.1. De Boccalini a Matías de los Reyes. .....................................................................

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6.1.1. Introducción.................................................................................................. 6.1.2. Acotaciones a El Curial del Parnaso de Matías de los Reyes...................... 6.1.3. Un manuscrito en la línea de Boccalini sobre la situación internacional de la República de Venecia................................................................................ 6.1.4. Imágenes contrapuestas de la privanza real en Matías de los Reyes............



6.2. Miguel Moreno, novelista y estudioso de la administración...............................

118



112 114

6.2.1. Introducción.................................................................................................. 6.2.2. Avisos de Miguel Moreno............................................................................. 6.2.3. El cuerdo amante.......................................................................................... 6.2.4. La desdicha en la constancia.......................................................................

118 120 125 129

6.3. Varia fortuna de Céspedes y Meneses. .................................................................. 6.3.1. Antonio Pérez y Céspedes y Meneses.......................................................... 6.3.2. Entre la historia y la ficción novelesca......................................................... 6.3.3. Los prólogos a las Historias peregrinas.......................................................

132 132 136 142

7. ROJAS DE VILLANDRANDO EN ENTREDICHO.....................................................

145

8. DOS TEMAS ESPECÍFICOS.........................................................................................

159

8.1. Recordatorio literario del día de San Juan.......................................................... 8.2. Las Cortes a través de la literatura del siglo xvii..............................................

159 167

9. EN PLENO ROMANTICISMO POLÍTICO: ESPRONCEDA REPUBLICANO..........

179

BIBLIOGRAFÍA..................................................................................................................

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INTRODUCCIÓN

Llevamos ya bastantes años con la mirada puesta en diversos pasajes de la literatura española a fin de destacar muy especialmente sus componentes político-institucionales más curiosos o característicos, no siempre tomados en consideración cumplidamente por determinados intérpretes. Volvemos a insistir ahora en esa misma dirección —con ampliación hacia otros enfoques de índole más específicamente literaria— mediante una serie de aproximaciones concretas que nos permitan detectar algunas novedades interpretativas. En tal sentido iniciamos nuestro repaso literario con unos fragmentos de Virgilio de índole vaticinadora con amplia repercusión en nuestro país hasta derivar en ocasiones hacia nuevos enfoques y consideraciones con algún tópico político de por medio. Prestamos luego atención a la doble vertiente interpretativa (germanismo-romanismo) de nuestra épica, que en los últimos años parece haber dado un vuelco radical, aunque sin entronques documentales sólidos y consistentes, por lo que conviene de nuevo insistir en el peculiar mundo jurídico de la Alta Edad Media —complejo y muy al ras de los diplomas— para poder trazar fecundas comparaciones entre las realidades históricas y el quehacer literario, sin dejarse impresionar por «ismos» de mayor o menor fama o resonancia. Dedicamos también un breve apartado a Garcilaso, tras haber dejado fuera de nuestra consideración amplios materiales sobre su influencia literaria, logrados reunir pacientemente, y que podrían dar lugar a todo un amplio libro. En esta ocasión nos hemos limitado a matizar y limitar el alcance del llamado destierro a una isla de Danubio, en lo que insisten una y otra vez los estudiosos desde hace muchos años, no siempre con los debidas apoyaturas documentales; y en parecida dirección matizadora, nos ocupados del «mayorazgo corto» fundado por el insigne toledano a tra-



vés de la mejora de tercio y quinto. A lo que se añade una pequeña muestra del influjo de su poesía a poco de morir el poeta. Ofrecemos asimismo un casuístico acercamiento a la novela de la Edad de Oro, con especial atención a un escritor apenas estudiado hasta el presente, Miguel Moreno, que escribe dos novelas de prosa alambicada, difícil entendimiento y factura muy personal. Paralelamente añadimos algún dato de archivo en torno a su nacimiento con lo que creemos haber despejado las dudas suscitadas en tal sentido. Pero Miguel Moreno trabajó concienzudamente en la administración y, a pesar de morir joven, llegó a publicar una obra sobre los quehaceres y vicisitudes de los escribanos de provincia, sus compañeros de oficio, donde el autor alardea de prosista eficaz con un despliegue estilístico singular y muy rebuscado, como en sus novelas. En uno y otro caso hemos ido entresacando fragmentos de sus escritos a modo de comprobación de nuestros apuntamientos. Distinto es el caso de Rojas de Villandrando, experto en copiar textos ajenos pro domo sua —como ya sabíamos por algún ejemplo aportado por Cirot o Avalle-Arce para El viaje entretenido—. En nuestro caso ampliamos los cotejos al pie de la letra a muchísimos pasajes de El buen repúblico —tras obligarnos a presentar las pruebas del desaguisado a doble columna—; curiosamente en una obra considerada de especial relevancia doctrinal por algunos intérpretes de última hora, metidos a historiadores del pensamiento político. Sin llegar a tanto, Céspedes y Meneses, novelista, historiador y a veces pensador político, nos ha obligado también a poner en estrecho paralelo alguno de sus trabajos con otro escritor político, para entrar luego en algunos temas de su aportación novelística. Por muy distinto camino, como es natural, van los cotejos que ofrecemos entre Cervantes y Castillo Bovadilla, autor de una de las más importantes obras para la formación de los oficiales de la administración, entre los que quiso figurar sin éxito nuestro Cervantes y que debió de tener muy presente la obra que traemos ahora a colación; no hay que olvidar que Cervantes quiso ocupar oficios de la administración para los que Castillo Bovadilla era considerado relevante especialista. Se trata de una serie de coincidencias y paralelismos entre uno y otro autor, algunos de los cuales se mueven en una línea tópica. En cualquier caso el genio finísimo de Cervantes pudo aprovechar en forma muy personal semejantes materiales para apostillar o corroborar algunos de sus puntos de vista. Otras breves aproximaciones cervantinas se basan en el Persiles, una obra que nos viene interesando desde hace años y que se ha visto favorecida últimamente por un aluvión de publicaciones como para no poder hablar ya del «olvido del Persiles». Añadimos un breve recordatorio sobre la mañana de San Juan con presencia destacada también de Cervantes junto al gran Lope de Vega. En cuanto a la influencia italiana en nuestra literatura —de la que cada día se saben más cosas— nos hemos fijado particularmente en el caso de Matías de los

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Reyes —en una línea ya marcada por la publicística anglosajona— para entresacar en este caso los aspectos peculiares de la privanza real tal como se proyectan en dos de sus novelas. Sobre las Cortes españolas de la modernidad se han cambiado en los últimos años las premisas en las que se basaba la investigación histórica por influjo principalmente de la más reciente historiografía anglosajona. Antes, como es sabido, las Cortes a partir de las Comunidades de Castilla, y muy especialmente ante el desplante nobiliario de 1538, quedaron muy deterioradas, poco menos que inoperantes y con altas dosis de corrupción por parte de los procuradores, ávidos de prebendas y de hábitos de órdenes militares. Y todo ello tenía su correspondiente repercusión literaria. Pues bien, hemos puesto algunos ejemplos de la atención proyectada por nuestros escritores áureos al despliegue de las Cortes que pueden conectar con las corrientes historiográficas antes apuntadas. Finalmente llegamos hasta el Romanticismo a través del siempre joven, combativo y original Espronceda mediante la publicación —tras breve presentación— de su escrito en defensa de la prensa más avanzada de la época, al que se han referido indirectamente, sin dar con el texto en cuestión, importantes estudiosos, y en donde, sin pelos en la lengua, nuestro apasionado escritor se define muy claramente como republicano —por dos veces, para que no hubiera duda— con todo el riesgo que podía comportar tal demostración de coraje y habilidad dialéctica en la época. Podría decirse que hemos incurrido en demasiada amplitud cronológica, con temas y materiales normalmente reservados a los especialistas en la materia. Pero hemos preferido arriesgarnos a cambio de poder aportar algunas novedades interpretativas para que puedan seguir laborando esos especialistas, a los que pedimos excusas. Y en el capítulo de los agradecimientos vaya por delante nuestra gratitud a los latinistas de la Complutense, encabezados por Enrique Otón y Marcelo Martínez Pastor, sin olvidar a quienes desde el ámbito de nuestra historia literaria nos han proporcionado experta guía y derroches de entusiamo.

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1 VIRGILIO COMO ANTECEDENTE

1.1.  Vaticinios fluviales de intencionalidad política Desde tiempos remotos los ríos han servido de inspiración a escritores de muy diverso talante y formación, sin que resulte extraño o sorprendente ver a esos ríos lanzar vaticinios y profecías de amplia repercusión política, según veremos a continuación, en tardío homenaje a nuestro querido amigo y profesor insigne Marcelo Martínez Pastor. 1 Por orden cronológico comenzaremos por Virgilio, de quien arranca toda una larga tradición. El río Tíber, ya avanzada la Eneida (inicios del libro VIII) trata de reconfortar e infundir ánimos a los desorientados y divagantes nautas a través de una especie de anuncio profético dirigido al mítico jefe de la expedición. 2 El mensaje no puede ser más rotundo y claro en su formulación: muy pronto para todos ellos termi   Virgilio nos interesa aquí fundamentalmente como precedente y punto de conexión con diversos escritores españoles. No pretendemos, pues, profundizar en la interpretación del pasaje virgiliano en sí mismo. No somos especialistas en la materia, por lo que bastará con recoger sobre el tema algunas referencias de tipo general. Y algo parecido cabe decir de la bibliografía. Sin entrar en mayores precisiones, utilizamos aquí los términos vaticinio y profecía como equivalentes. Por lo demás, al no haber podido colaborar en su momento en el homenaje a don Marcelo Martínez Pastor aprovechamos esta ocasión para suplir el vacío hacia figura tan relevante y que tanto nos ha aportado.    No hará falta indicar que la bibliografía sobre la Eneida es amplísima. Recordemos aquí tan solo algunos significativos títulos, comenzando por las extensas obras anotadas de la Eneida publicadas en el siglo xix (Hein, [1833], Henry, [1881], J. Conington-Nettleship [reed. 1963]). Como introducción a la Eneida, K. W. Gransden (1991), pp. 36-103.

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narán cuitas y sobresaltos, sin que se vuelvan a repetir pasadas situaciones límite, como cuando «ibant obscuri sola sub nocte per umbram» (Eneida VI, 268). Y a partir de entonces la suerte cambiará de signo para tornarse sumamente favorable. Tal vendrá a ser en síntesis el mensaje lanzado por el Tíber —convenientemente transfigurado en un anciano— al héroe troyano, tras caer en sus márgenes rendido de sueño. Conviene recordar algunos detalles más de aquel sorpresivo parlamento fluvial. Ante todo, a pesar de las apariencias y muy especialmente de la posible guerra que se avecina, el lugar elegido por Eneas es, sin duda, el más adecuado como asentamiento definitivo, pues sólo falta realizar las correspondientes ofrendas y sacrificios para que los dioses se muestren sumamente propicios y favorables. En cuanto a la guerra inminente que se cierne en el horizonte, conviene asumirla con todas sus consecuencias a través de una alianza con el pueblo de los árcades, con los que a la sazón tienen trabado singular combate los latinos. Tranquilidad, pues, ya que, tras superar muchos trances y dificultades, a la postre se alcanzará la deseada victoria y el fin de tanto peregrinar; el propio Tíber se encargará de poner sus aguas al servicio de una navegación favorable para Eneas y los suyos. Y aunque todo aquello parezca un sueño, pronto se convertirá en una realidad, como se barrunta ya en las calmadas aguas que ofrece el Tíber a fin de facilitar la penetración tierra adentro. Y para que no haya duda alguna al respecto, el propio río Tíber termina dándose a conocer: «Ego sum [...] caerulius Thybris». 3 No hará falta, pues, seguir con más detalles sobre el posterior cumplimiento de lo anunciado por el famoso río italiano. El vaticinio o profecía sobre las futuras empresas romanas, expuesto al detalle en la Eneida páginas atrás con la aparición de Anquises, padre del héroe, se vuelve aquí a reafirmar a fin de que los ánimos no decaigan; y todo ello sin necesidad de acumular detalles sobre semejante porvenir glorioso. Por lo demás —y con independencia de otros vaticinios esparcidos por la obra— parecida técnica recordatoria se utiliza más adelante, al final del libro VIII de la Eneida, mediante la simbología desplegada en torno al escudo y otros refulgentes artificios bélicos del héroe troyano en su día fabricados por Vulcano. 4 Paralelamente, Horacio, a propósito de los males que va a acarrear el rapto de la troyana Elena, nos ofrece, como es bien sabido, otro famoso vaticinio en el Libro I de sus Odas, el Vaticinio de Nereo, divinidad de las profundidades marinas. Pero estamos en este caso ante la intervención de una deidad marítima y no de una corriente fluvial convenientemente transfigurada. En cualquier caso la leyenda alcanzará también amplia popularidad, por lo que no será necesario insistir en ella. Pasemos ahora a otro de los grandes poetas aquí traídos a colación. Nada menos que Garcilaso, tan buen conocedor de Virgilio, que puede servir de segunda apoyaSobre el tema de las profecías en Virgilio, Elizabeth Henry (1989); ��� J. ��� J. �������������������������� O’Hara (1990)������������� . Para enmarcar el pensamiento de Virgilio en el ámbito político, E. Adler (2003).    Virgilio (1963), VIII, vv. 63-64.   Sirva de ejemplo la amplia exposición de Eleno, recordada por el propio Eneas, en donde, por cierto, se anuncia que encontrará en las orillas del río que le servirá de descanso la famosa cerda blanca con sus numerosos lechones (Eneida, III), tal como sucederá luego en el pasaje aquí contemplado.

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tura en nuestra breve aproximación al tema. 5 Pero en este punto las cosas van a resultar un tanto diferentes. La visión profética desplegada en varias estrofas de la Égloga II no descansa ahora en un río caudaloso y bien conocido, como el Tajo, el de las arenas de oro —río preferido de Garcilaso— sino en el más humilde río Tormes. Y el héroe elegido a la hora de anticipar los eventos no alcanza el significado y dimensión heroicos del fugitivo Eneas —como le llamará más adelante Cervantes—, pero tiene su enjundia y protagonismo, no sólo por pertenecer a uno de los linajes más altos y esclarecidos de la nobleza castellana, sino por la relevancia de sus prendas y altas dotes personales, al sentir de Garcilaso. Tal viene a ser el marco general de la profecía. Veamos algunos detalles en su más concreto planteamiento. Situémonos en esa Égloga II de Garcilaso, la más extensa de las tres y la de mayor grado de complejidad y elaboración. Buena parte de tan amplia composición está dedicada a exaltar los hechos gloriosos y relevantes de la familia Alba, con independencia de que en alguna otra ocasión resulten los eventos de triste recordación, como sucede con la muerte en combate de don García, en la jornada de los Gelves. En cuanto al joven don Fernando —nuestro famoso duque de Alba, de años después— su futuro no puede ser más esperanzador, como lo presagia ya el discurrir de sus primeros años. Pero el momento elegido para exaltar pormenorizadamente su recia personalidad tiene lugar a la vera ya del Emperador Carlos V, en plena campaña militar, no muy distante de Garcilaso. Será entonces cuando el río Tormes, una vez más convenientemente transfigurado, se dirigirá al anciano Severo, preceptor de la familia Alba, para ilustrarle a través de las representaciones de una urna historiada sobre los destinos gloriosos de don Fernando, con los consiguientes comentarios laudatorios del espumoso guía:  «Éste de la milicia», dixo el río, la cumbre y señorío terná solo del uno al otro polo; y porque ‘spantes a todos quando cantes los famosos  hechos tan glorïosos, tan illustres, sabe que’n cinco lustres de sus años hará tantos engaños a la muerte que con ánimo fuerte avrá passado por quanto aquí pintado della as visto. Pero no termina aquí la visión vaticinadora de la Égloga II. Al lado del Tormes aparece más brevemente el río Danubio emergiendo del cauce fluvial —a la manera como hiciera Virgilio en el pasaje antes citado de la Eneida— para orientar a la pa  Para las citas de Garcilaso manejamos la segunda edición de sus Obras completas, a cargo de Elias L. Rivers (1968). Una visión general sobre las conexiones Virgilio y Garcilaso puede encontrarse en la conocida obra de R. Lapesa (1985) pp. 99-100. Sobre influencias italianas en lo relativo a la urna historiada, pp. 113-114.

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reja de altos personajes —Carlos V y don Fernando— sobre las operaciones contra el turco: Después de aver hablado, ya cansados, en la yerva acostados se dormían; el gran Danubio oýan ir sonando, quasi como aprovando aquel consejo.  En esto el claro viejo rio de vía que del agua salía muy callado, de sauzes coronado y un vestido de las ovas texido mal cubierto; y en aquel sueño incierto les mostrava  todo quanto tocava al gran negocio, Estamos en este caso bajo la directa influencia de Virgilio. Y el río Danubio aquí también ofrece sus aguas a las tropas españolas para contribuir al éxito final de las operaciones, tras el abandono del campo por los turcos sin decidirse a trabar combate. Nuevo ejemplo, al hilo de cuanto decimos, nos ofrece otro insigne poeta castellano, Fray Luis de León, situado en una línea horaciana bien conocida, al tiempo que se advierten en su poesía claras influencias virgilianas. Sólo que ahora el planteamiento profético elegido no admite duda y salta a la vista: basta reparar en el título que se viene atribuyendo al poema objeto de nuestra atención: Profecía del Tajo. Por lo demás, de los poetas aquí elegidos es quien hasta ahora trata el tema en forma monográfica, mientras que en los demás casos la materia profética suele ocupar un espacio concreto en el amplio marco de toda una obra. En cuanto al contenido del poema, no puede resultar más doloroso y ejemplarizante; estamos ante la pérdida de España, un tema tratado una y otra vez en distintos ámbitos de nuestra Literatura, hasta el punto de servir a don Ramón Menéndez Pidal para la elaboración de una espléndida antología de textos. 6 Destaquemos algunos pasajes de la composición poética. Ya en los versos iniciales queda esbozada su trama con el río Tajo, convenientemente transfigurado, lanzando un severo parlamento: Folgaba el rey Rodrigo con la hermosa Cava en la ribera el Tajo, sin testigo; el río sacó fuera   Citamos el poema conforme a la edición de: Fray Luis de León (2000), pp. 112-117. Cuevas, en línea con otros autores, considera que la Oda está inspirada en el vaticinio de Nereo, quien «redujo los vientos a una calma enojosa». Pero el mismo autor en notas al pie recoge influencias de Virgilio. Bibliografía selecta aporta Cuevas en pp. 59-60. 

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el pecho y le habló de esta manera: «En mal punto te goces, injusto forzador, que ya el sonido oyó, ya y las voces, las armas y el bramido de Marte, de furor y ardor ceñido». Ante la conducta libidinosa del rey godo, es fácil comprender lo que se avecina: el derrumbe de golpe y en su conjunto de la organización política visigoda; y todo ello, bajo una perspectiva triste y desoladora: Llamas, dolores, guerras, muertes, asolamiento, fieros males entre tus brazos cierras; trabajos inmortales a ti y a tus vasallos naturales. Semejantes males y desgracias no podían menos de afectar profundamente «a toda la espaciosa y triste España», con lo que queda aún más subrayada la dimensión política de tan trágicos sucesos. Tras la intervención vengativa del conde don Julián, se precipita la invasión musulmana dejando perfilado, en forma directa y radical, el duro contraste entre «el mal dulce regazo» de la Cava y el triste final de la derrota; sin que falten al cierre de la composición nuevas referencias al dios Marte: El furibundo Marte cinco luces las haces desordena, igual a cada parte; la sesta, ¡ay!, te condena, ¡oh cara patria!, a bárbara cadena El final no ha podido ser más aciago, sin que exista un resquicio de esperanza en un futuro más o menos inmediato. El poder godo se ha derrumbado estrepitosamente con su vicioso rey al frente; tan sólo queda llorar la pérdida de España, con el río Tajo como testigo privilegiado de una España abatida y desconsolada. Por su parte, Francisco de Medrano retoma la profecía del Tajo en forma más rebuscada y artificiosa que en el caso de Fray Luis, y con unas influencias horacianas asimismo no menos directas y marcadas. 7 Ahora el río Tajo, remansadas sus aguas,    En la edición de Menéndez Pidal (1944), vol. I, pp. 114-116, a pie de página se ofrecen los cotejos con el famoso vaticinio de Nereo, al que ya hicimos referencia. No cabe duda de que, como en el resto de la poesía de Fray Luis, en este punto la influencia de Horacio es bien marcada especialmente en lo que se refiere a la pérdida de España y a la caída de Troya

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increpa al rey godo violador y le advierte de los males que se avecinan, no sólo para él sino para el aparato de poder godo en su conjunto, al reseñar en breves trazos cómo «caerá su soberana y antigua Monarquía». Se comprende que Medrano insista en la forma violenta de producirse la invasión musulmana, con un amplio dispositivo militar a caballo, banderas al viento: Ya suena el atambor, ya las banderas se despliegan el viento, ya obediente al acicate corren en hileras los ginetes ardientes y las yeguas ligeras. O que recuerde a los famosos caudillos musulmanes al frente de la expedición, con la curiosa y un tanto anacrónica inclusión de todo un Almanzor: Mira cómo Tarife atrevesando osado por las huestes, y valiente tu enseña abate, y Muza destrozando, asombro de tu gente, los campos va talando. Conocerás allí al nunca vencido Almanzor, qu’en tu mengua s’engrandece. Si pasamos de la historia de España a la más general de mundo clásico, nos encontramos con un vaticinio en la extensa obra de Barahona de Soto a propósito del futuro político que aguarda a la protagonista de su obra principal, tras haber superado múltiples dificultades y acometidas del destino. Ahora la presentación del río Comaro aparece descrita con todo género de detalles a través de su imponente figura humana, sensiblemente plateada y con sus rasgos faciales bien marcados: 8 Alzó su ilustre frente, qu’el tesoro del suelo opulentísimo sostiene, y encadenados con pimpollos tiernos, sus dos soberbios nevados cüerpos, sus verdes ojos, sus vellosas cejas, do muestra su potencia y señorio, su aguileña nariz, y sus parejas por la actuación deshonesta de Paris, semejante a la del último rey godo respecto a «la Cava». Pero también cabe encontrar paralelismos con Virgilio, como la utilización del río y no del mar. Existe, pues, una especie de contaminación de Horacio y Virgilio a la hora de evocar la pérdida de España. No hay que olvidar que Fray Luis fue también traductor de Virgilio.    Barahona de Soto (1981), p. 476.

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y abierta cuevas, do su furia y brió, y su espumosa barba, y sus orejas, y de alto abajo lleno de rocio; el rostro y cuello blanco, el vientre, l’anca, blanco hombre, pecho blanco y veste blanca. Blanco el cabello, y crespo, y coronado de la ancha hoja y la menuda espina. Y en su parlamento el río Comaro pronostica una corona para la bella Angélica y una amplia extensión territorial para su reino en un marco geográfico complejo y convenientemente delimitado: 9 Y juntarás de tierra vencedora gran parte a la vencida, y la que el puro río Ecardes riega, y la que el seres mora, que de otro humano trato no es seguro; después que, al fin, de tanto seas señora, cercarlo has por mil leguas con un muro, que llegue, habiendo un mar y aún otro visto, del círculo de Canero al de Calisto. No hará falta añadir que el vaticinio fluvial, también en este caso, tendría su fiel reflejo en la realidad histórica, según el marco narrativo elegido por Barahona en línea con Ariosto. Pero vayamos a otro ejemplo, no muy distante de los planteamientos hasta ahora conocidos. En el caso de Bernardo de Balbuena asistimos a un curioso trastrueque de papeles a la hora de exponer vaticinios. Aquí el río, convenientemente personificado —aunque con un plus de divinización— sigue emergiendo imponentemente de las aguas a la manera del Danubio garcilasiano: 10 El dios deste lugar sagrado río, De verdes cañas y ovas coronado, El rostro y barba llenos de rocío, Lloviendo arroyos de sudor helado: En una mano un álamo sombrío, Y en una urna de vidrio reclinado, Del lugar con el mio mas vecino Salió rompiendo el muro cristalino.

  Barahona de Soto (1981), p. 478.   Bernardo de Balbuena (1808), p. 105.



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Y todo ello tal como se representa en el tapiz que está labrando la ninfa Iberia con materiales parecidos a los utilizados por las ninfas del Tajo de Garcilaso. Pero ya no le corresponde al río misión profética alguna; demasiado ocupado se encuentra en perseguir, como caprichosa divinidad del Olimpo, a la desnuda ninfa Iberia, denominada hada en otro pasaje de la obra. Por supuesto que de todo esto podemos prescindir ahora. Lo que importa destacar es la dedicación de la ninfa a contar las glorias venideras de la Monarquía Española, tanto en términos generales como, sobre todo, a través de un recordatorio de sus más ilustres capitanes en número de nueve —en la línea de los «nueve de la fama»— con el imprescindible añadido del protagonista del poema, el legendario Bernardo de Carpio. Y así, para lo primero, se recordarán: 11 Los triunfos, y el camino verdadero, Que al mundo sacará una gente nueva, A reducir debaxo de su lanza Quanto rodea el sol, y el mar alcanza. En cuanto al recordatorio de famosos capitanes no podían faltar Fernán González, artífice legendario de la independencia de Castilla; el Cid, que aquí también vence después de muerto; el Gran Capitán, invencible en tierras napolitanas, o Hernán Cortés, de cara a las conquistas del nuevo mundo. Sin mencionarlas expresamente, se exaltan las victorias de don Juan de Austria, junto a una sentida lamentación por su muerte prematura. Se cita también al marqués de Santa Cruz, en tanto hubiera cambiado el curso de los acontecimientos frente a la pérfida Albión, de haber estado al frente de la fallida operación naval. Y, por supuesto, aparece mencionado el valido de turno, duque de Lerma —enraizado en toda una ilustre dinastía nobiliaria— al tiempo de hacer el consabido panegírico del rey reinante: 12 De la real sangre que sucede y mana A Sandoval desta sagrada fuente, Lerma gozará Duques, y hará ufana A España un Soberano descendiente; De cuya sábia y fiel prudencia humana, El grave sucesor de un Rey prudente, Hará el mejor gobierno que en Castilla Haya tenido la española silla. 13

  Bernardo de Balbuena (1808), p. 108.  Pudiera resultar extraña la implícita mención de Felipe III y no de Felipe IV, que es cuando se publico El Bernardo (1624); pero es que la obra estaba ya redactada con anterioridad, algo en lo que ha insistido la investigación sobre el particular. 13   Bernardo de Balbuena (1808), p. 110. 11

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Sólo resulta un tanto estrambótica la mención del visigodo Nuño Belchides; pero ya se sabe que Balbuena, como tantos otros escritores de la época, se inspiraba para los tiempos más antiguos en Dextro y demás fabuladores de nuestra historia. En cualquier caso se trata de una amplia exaltación profética de las glorias españolas y de su fabulosa expansión territorial, que luego en la misma obra veremos descrita más al detalle, con minuciosas referencias geográficas al solar hispánico. No podía faltar en nuestro breve repaso la figura egregia de Cervantes, admirador y, en tantas ocasiones, fiel seguidor de Virgilio. El río Duero, acompañado esta vez de tres afluentes, hace acto de presencia en El cerco de Numancia 14 para tratar de aliviar con toda una fuerte carga profética el dolor que sufre España ante tanta entrega y derroche de valor de los numantinos, justo en el momento en que Escipión decide estrechar el cerco a la ciudad a través de un profundo foso, cabe el río, en el que han de trabajar duramente todos y cada uno de los romanos, con su general al frente. La situación se presenta ya desesperada para los héroes numantinos; y es entonces cuando la figuración de España se ve obligada a salir a escena —coronada con una torre y un castillo en la mano—, presta a entablar diálogo, entre triste y esperanzado, con el río Duero. Triste por la suerte inexorable que corren los numantinos, sin posibilidad alguna de salvación; pero, al propio tiempo, con su honra acrecentada y todo un futuro esplendoroso de por medio. Pues, en efecto, España, a no mucho tardar, se tomará la revancha frente a los romanos, de la mano de los godos, entre los cuales, dicho sea de paso, Cervantes —en un momento de clara exaltación del mito neogótico en las letras españolas— incluye al propio Atila; para asistir más adelante al saco de Roma y a los despliegues bélicos del Duque de Alba. Y, a la hora de rematar la profecía política, Cervantes, como en algunas otras ocasiones, invocará la simpar figura del Rey Prudente, sin olvidar naturalmente la incorporación de Portugal a la Corona española: Será llamado, siendo suyo el mundo, el segundo Felipo sin segundo, Debajo de este imperio tan dichoso serán a una corona reducidos, por bien universal y a tu reposo, tus reinos hasta entonces divididos: el girón lusitano tan famoso, que un tiempo se cortó de los vestidos de la ilustre Castilla, ha de zurcirse de nuevo, y a su estado antiguo unirse.

 Para El cerco de Numancia utilizaremos la edición de Robert Marrast (1984). Entre la bibliografía sobre el tema conviene destacar la importante síntesis de Canavaggio (1977), pp. 39 y ss. 14

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Podríamos seguir, pues, con más relatos proféticos de análogo tenor, como sucede por ejemplo con la Restauración de España, de Cristóbal de Mesa, donde el vaticinio corresponde a un río de no mucho renombre, el río Deva (Diva en el original), aunque estratégicamente situado en los albores de la Reconquista. 15 Aquí también aparece en otro lugar la figuración de España. Y en la visión profética de las glorias hispánicas no sólo participa el mencionado río, sino la misma virgen María, que hace un recuento de las futuras victorias españolas (las Navas, el Salado, y así sucesivamente). En cuanto al río Deva, aparece personificado a la manera habitual al salir imponentemente de las aguas Coronado de juncos y de cañas sale de la profunda ancha caverna cubierto de ovas verdes y espadañas. 16 Pero esta vez el parlamento fluvial va dirigido al mayor enemigo de España del momento, el caudillo militar de los musulmanes, Alcabón. Se comprende que ahora se invierta el razonamiento del río norteño: los cristianos al final van a resultar victoriosos; tienen a su favor la justicia de la causa y la fe verdadera, y el propio Alcabón morderá el polvo. Y todo ello, en tanto el caudillo musulmán cae también rendido de sueño. Sólo que, al despertar, hará oídos sordos al vaticinio, confiado en su valor, arrogancia y potencia militar. Cabe también recordar al conde de Villamediana a la hora de recurrir al artificio simbólico aquí reseñado en una de sus obras de más artificiosa construcción, donde fluye el río Tajo —o con más precisión la corriente del «sacro río»— a fin de exaltar las futuras glorias de Felipe IV en la celebración de su cumpleaños con sutiles planteamientos alegóricos. Aparecen al lado del río el mes de abril y la figuración de la «edad». Y aunque el grueso del vaticinio del monarca corre a cargo de la «edad», las aguas del Tajo cumplen aquí también su papel profético, a modo de acompañamiento, como el propio Villamediana advierte poco después: Abril, la edad, la corriente desta sagrada ribera, de la gloria que te espera cantaron ya felizmente. 17 15   Manejamos la edición publicada en Madrid en 1607 bajo el título La Restauración de España de Cristóbal de Mesa. 16   Cristóbal de Mesa (1607), p. 78r. En El canto de Turia, que aparece en la Diana enamorada de Gil Polo, hay algunos elementos en la línea aquí apuntada como cuando el río aparece personificado en un viejo saliendo a la superficie. Sentado en la ribera, se trata ahora de cantar las glorias y alabanzas de la tierra valenciana a través del repaso de distintos autores, algunos poco conocidos, sin que falte la mención del capitán Aldana; pero apenas se manejan connotaciones políticas por lo que no hará falta insistir en el tema. 17   Conde de Villamediana (1990), pp. 1.147-1.227. Los versos del texto pueden verse en p. 1.166.

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Y un ejemplo más nos ofrece —sin que por ello pensemos haber agotado la materia— un manuscrito, al parecer no muy conocido, en el que se exaltan las negociaciones de paz en las que intervienen por una y otra parte don Luis de Haro y el Cardenal Mazarino. El autor anónimo plantea el tema como un alto logro para España, con toda una carga simbólica de por medio, en la que participa asimismo como protagonista privilegiado el río Bidasoa, en cuyas orillas se celebran las negociaciones a tan alto nivel diplomático. Nuestro autor rinde tributo a la tradición simbólica con el río de nuevo transfigurado en un anciano que repentinamente emerge de las aguas con las imprescindibles ovas en su torso, para montar a continuación todo un parlamento sobre la marcha de las negociaciones, por más que, al llevarse todo ello con sumo secreto, no pudiera obtener información puntual sobre el particular. Lo que no impide que en breves palabras se apunte la consabida visión profética al considerar el bien que han de proporcionar a España las negociaciones emprendidas a la sazón. 18 Y al lado de los ríos, de mayor o menor caudal, figuran las fuentes con su vertiente profética. Sólo que en este caso nos vamos a referir a una sola muestra, aunque de no poca importancia. Se trata del «próspero vaticinio» en torno a la ejemplar devoción de Carlos II hacia el Sacramento de la Eucaristía —al hilo de los tradicionales comportamientos de la Casa de Austria— según atestiguan también relatos de la época y obras de arte. Si pasamos ahora a una consideración conjunta de las distintas versiones examinadas, podrá apreciarse en primer lugar la alta dosis política que los relatos proféticos encierran, ya sea brevemente o con mayor género de detalles cuando lo permite la entera estructura de la obra. Y la propia temática así lo indica: el vaticinio de los orígenes de Roma, forjadora de todo el Imperio; la participación en las empresas imperiales de un importante linaje de la nobleza española; el arranque de la Reconquista o el ejemplar sacrificio de todo un pueblo en el devenir histórico de la Monarquía española. Y, como contrapunto a tan singular comportamiento, la «pérdida de España», doblemente versificada, o, lo que es lo mismo, la caída de la Monarquía visigoda ante la actitud concupiscente del último rey godo. En los tres primeros casos queda centrado el tema en los héroes individuales o colectivos que alcanzan honra y fama por su ejemplar comportamiento de claras connotacines políticas; mientras que por el lado negativo se destacará la figura del antihéroe, capaz de infringir, por no saber frenar su apetito sexual, el mayor desastre político imaginable para su país. Paralelamente a lo anterior, se despliega otro tema de no poca monta, cual es el de la presencia, más o menos inmediata y amenazante, de la guerra. Una guerra que muy pronto va a comenzar entre troyanos y latinos, sobre la cual en términos generales ya se había pronunciado Virgilio en punto a sus consecuencias destructivas («bella, horrida bella»), como recuerda a su vez Garcilaso en uno de sus conocidos   El manuscrito se guarda en B.P.R. Mss. II/1976, fols. 61r-64v.

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sonetos, mientras que en la Égloga II, sin renunciar a su visión pesimista, se exalta la intervención decisiva del futuro Duque de Alba en el levantamiento del cerco, bajo banderas imperiales. Y en cuanto a la Numancia, a la Profecía del Tajo o a los inicios de la Reconquista en versión de Cristóbal de Mesa, el fragor de las armas lo llena todo, sin que por nuestra parte sea necesario insistir más en la materia. Sólo un tanto aislada queda la transfiguración del río Bidasoa en su peculiar loa en torno a la paz de Westfalia aunque la parafernalia transfiguradora siga en pie con el anciano parlante y su resurgir de las aguas envuelto en ovas. Si de los temas más generales pasamos a la configuración concreta de los aspectos proféticos, en todos los casos examinados existen planteamientos comunes, —al lado naturalmente de matizaciones singulares y específicas— basados en la presencia de un elemento de la naturaleza que se comporta como si de un ser humano se tratase, no solo con el empleo de la voz humana, sino a través de una serie de razonamientos y adivinanzas que van a constituir todo un entramado político, proyectado todo ello en una realidad histórica más o menos inmediata. En unos y otros casos la personificación será la de un río, según hemos podido comprobar; y esa personificación, por lo demás, queda esbozada en sus rasgos más generales, mientras que en el caso de Cervantes, por consideraciones o exigencias dramáticas, la transfiguración del río Duero se produce a través de un anciano venerable, que dialoga con otro de nuestros grandes símbolos políticos: la figuración de España. Y en esta misma línea podría hablarse de otras especificaciones de alguno de los relatos proféticos, como sucede con la gran carga de religiosidad que se advierte en el relato de Virgilio, con especial atención a los sacrificios de los dioses. 19 Pero no hará falta tratar pormenorizadamente de los particularismos expositivos de cada una de las narraciones aquí apuntadas. Finalmente, no podríamos dejar de plantear la consabida pregunta sobre si los distintos relatos responden a un fondo común que permita hablar de posibles imitaciones. Sin duda el artífice originario es Virgilio, naturalmente; y Virgilio en algún momento ha sido puesto en relación, en lo que aquí importa, con El cerco de Numancia. 20 Y todo ello se acrecienta a la vista de la clara y decidida admiración que siente el maes­ tro de los novelistas por Virgilio, más allá incluso de su propia poesía. Por lo demás, algo parecido podríamos decir con respecto a Garcilaso, aunque en esta ocasión los planteamientos proféticos en ocasiones adopten formas complejas y sinuosas. 19   No hará falta aquí insistir en la enorme «carga» de religiosidad de la Eneida, en donde los héroes, que ofrecen cumplidos sacrificios a los dioses, encuentran el premio a su religiosidad en la otra vida, mientras que la versión secularizada de esa concepción aparece en obras como en El sueño de Escipión, a través de la información recogida en la República de Cicerón y, más adelante, en los Saturnalia de Macrobio. 20   Así, en la introducción de Francisco Yndurain a la Numancia (1962), pp. 20-29. En los Comentarios de Alcina se destacan con gran erudición las influencias de Horacio y Virgilio. En cuanto al dios Marte, es un motivo en el que insiste Fray Luis; así en la Canción al nacimiento de la hija del marqués de Alcañices dirá: «Y el fiero Marte airado», reproduciendo un verso de Garcilaso, a la manera de otros muchos poetas y escritores que rinden tributo al príncipe de nuestra poesía. No se trata, pues, de plagios, sino de testimonio de reconocimiento para el insigne poeta toledano del que luego nos ocuparemos brevemente.

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1.2.  Despliegue de un tópico político con entronques religiosos Al final del Libro VI de la Eneida se encuentra, como hemos apuntado ya, el largo vaticinio de Anquises, padre del héroe troyano, sobre la fabulosa expansión del Imperio Romano protagonizada por sus personajes más aguerridos y dispuestos a darlo todo por el amor a la patria (amor patriae). La enumeración de esta especie de héroes es amplia y detallada —desde los Torcuatos, Camilos o Fabricios hasta llegar a los más grandes emperadores, un Julio César o un Augusto—, sin que falten naturalmente aportaciones legendarias muy en la línea de las grandes epopeyas. Pues bien, Virgilio adorna tan largo desfile de personalidades egregias con una invocación de notorio alcance teórico y amplia repercusión en el mundo político y literario europeo al señalar la dirección correcta del despliegue imperial: pacífica convivencia y prudente despliegue gubernativo. Tu regere imperio populos, Romane, memento (Hae tibi erunt artes) pacique imponere morem, Parcere subiectis et debellare superbos. 21 Nos encontramos ante uno de los pasajes mejor conocidos y más citados de Virgilio especialmente en lo tocante al verso final, que terminará por convertirse en un verdadero tópico con amplias incidencias en el ámbito político, según vamos a recordar aquí desde el lado hispánico a través de algunos testimonios significativos; todo ello a modo de aproximación a una documentación que, manejada en su conjunto, nos llevaría muy lejos y exigiría un amplio y muy ceñido trabajo de investigación. En principio nos situamos en pleno Renacimiento a través de uno de sus más ilustres representantes, Luis Vives, dispuesto a marcar el rumbo, desde su amplia atalaya europeísta, de la política internacional europea, para lo cual se vale de la fórmula virgiliana en lo tocante al saber jurídico de la época. No hará falta resumir lo que a tal fin señala; pero sí conviene recordar que el programa de actuación política resumido por Virgilio encaja bien con sus ideales de paz y concordia entre los pueblos. Conviene asimismo insistir en el hecho de que en esta ocasión Vives recuerda el fragmento virgiliano al tratar en su programa educativo de la caracterización de las leyes, de sus requisitos más destacados y de su flexibilidad a la hora de su aplicación con especial atención a las diferencias en el comportamiento de los súbditos hasta distinguir tres grados —y no dos como en Virgilio— en su aplicación, de mayor o menor dosis de dureza o de blandura ejecutiva, para lo cual se cita expresamente al príncipe de los poetas latinos en la forma consabida: Parcere subjectis, et debellare superbos. 22   Virgilio (1940), p. 38.   Vives (1782-1790), vol. VI, p. 411.

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Es por tanto el aspecto normativo de la formulación virgiliana el que aparece expresamente destacado en esta línea interpretativa. Por otra parte, Vives volverá a recordar el pasaje de Virgilio en sus comentarios a la obra de San Agustín De civitate dei en torno a la soberbia de los romanos. Otro escritor de la misma época, consejero áulico y capellán del Emperador, de amplia influencia en nuestra literatura, acude también a Virgilio para fundamentar sus planteamientos políticos, en ocasiones un tanto zigzagueantes. Nos referimos a Fray Antonio de Guevara, según atestigua el parlamento del villano del Danubio en el marco del Relox de príncipes. Sólo que aquí se produce un brusco giro interpretativo ya que la política imperial romana es contemplada desde un ángulo muy negativo por su carácter claramente expansionista sin respetos ni miramientos hacia los pueblos sometidos y a las personas más menesterosas. Cuando en el Imperio Romano —según viene a señalar Guevara— se celebraban los triunfos de sus caudillos militares no se hará otra cosa que exaltar los abusos, atropellos y crímenes cometidos, como si se tratara de auténticos tiranos. Se comprende así que, a la hora de citar el tópico virgiliano, se proponga la más radical de las inversiones, esto es: «romanorum est expoliare inocentes et inquietare quietos». 23 Y es que a veces los tópicos son manejados como en esta ocasión a través de una brusca contraposición de su originaria formulación. Pero sigamos adelante. Años después volvemos a encontrar un amplio comentario en torno al tópico que venimos analizando. Se trata esta vez de un influyente pensador político que ha sabido aprovechar corrientes doctrinales variadas e incluso dispares hasta componer una síntesis atractiva y de muy amplia influencia, Idea de un príncipe político-cristiano representada en cien empresas. Virgilio aparece aquí citado in extenso conforme al original latino. Y en cuanto al comentario en la Empresa VI dedicada a la educación del Príncipe, Saavedra Fajardo transige con la dedicación del príncipe al cultivo de la poesía o de la pintura, siempre y cuando no se dejen de lado las específicas tareas de gobierno, principal misión del gobernante. De ahí que para subrayar la diferente valoración entre una y otra tarea principesca resulte necesaria la ampliación de la cita tradicional de Virgilio hasta abarcar los versos precedentes: 24 Excudent alii spirantia mollius aera, Credo equidem, vivos ducent de marmore vultus, Orabunt causas melius, coelique meatus Describent radio, et surgentia sidera dicent. Tu regere imperio populos, romane, memento: Hae tibi erunt artes, pacique imponere morem, Parcere subjetis, et debellare superbos. 23   A. de Guevara (1532), fols. CLIII-CLIV. Ofrece una visión general de Guevara, A. Redondo (1976). Para las ideas políticas, J. A. Maravall (1960), pp. 183-205. 24  Saavedra Fajardo (1999), p. 239.

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Con Saavedra entramos en el terreno de la emblemática, donde el tópico en cuestión será objeto de nuevas formulaciones, como sucede con Solórzano Pereira (Emblema XCIII), quien dedica al tema un amplio comentario cargado de erudición, como en él es habitual. El principio político aparece aquí formulado con variantes en cuatro ocasiones, en una de ellas con inversión de sus dos componentes, en la forma siguiente: «Audaces contendere, parcere victimis». Un amplio despliegue de autores sirve para apostillar la vertiente política y humanitaria del principio: autores clásicos y modernos, sin que falten los españoles, desde un Saavedra Fajardo al emblematista Covarrubias. Citas y más citas —largas y enrevesadas a veces— que se entrecruzan con hechos memorables de altos personajes, en la doble línea de los «dichos y hechos», marcada en su día por Valerio Máximo. Buena parte de la exposición gira en torno a los avatares de la guerra y al trato magnánimo y generoso que hay que dispensar a los vencidos. Mientras dura la guerra debe emplearse la fuerza a todo trance, aunque sin ensañarse con el enemigo. Y en el momento de la victoria, nada de posturas vengativas por mucho que se haya sufrido hasta el momento. No solo hay que saber vencer, sino ante todo saber vencerse a sí mismo. Y en cuanto a los comportamientos ejemplares destaca un Carlos V al dar libertad a su prisionero el rey francés, tras su derrota en Pavía, frente a la opinión de algunos de sus consejeros imperiales. Y pueden servir de ejemplo asimismo algunos insignes reyes y capitanes que, ante los efectos desastrosos de la derrota enemiga, vertieron lágrimas muy sinceras. 25 En la misma línea se nos presenta el padre Mendo, tras una cuidadosa selección de lo apuntado por Solórzano. Nuestro historiador de las Órdenes Militares se centra especialmente en hacer la defensa de todo un programa político de moderación frente a los débiles y de firmeza de cara a los más altivos, después de hacer un resumen bastante personal de lo expuesto por Solórzano Pereira, dejando fuera, salvo en dos ocasiones, la larga e interminable serie de citas desplegadas por su antecesor. 26 Algún autor se fija en una de las dos partes contrapuestas del tópico, concretamente en el «debellare superbos». Es lo que sucede con Esteban Manuel de Villegas, tan aficionado al mundo clásico, aunque en esta ocasión la cita es de Propercio. 27 Paralelamente a la interpretación política surgen corrientes procedentes del ámbito religioso bajo el principio, tan repetido en tales medios, de premiar a los buenos y castigar a los malos, o con otras formulaciones de parecido tenor. Sea como fuere, seguimos cercanos a Virgilio, conviene insistir en ello. Y es que desde época medieval,  Solórzano (1653), Emblema XCIII.  Se conservan dos ediciones de El príncipe perfecto de Mendo de los años 1657 y 1662 con un pequeño añadido en la segunda edición sobre el comportamiento lloroso de Aníbal junto con otros dirigentes romanos. Va acompañada esta segunda edición de los ochenta emblemas tomados de Solórzano Pereira. Para otros ejemplos de la proyección del tópico en la emblemática y en la arquitectura efímera cfr. Moreno Cuadro (1985), p. 22. 27   Villegas (1969), p. 205. Así Castillo de Bovadilla, a quien citaremos en más de una ocasión como escritor político e institucionalista, dirá con citas de San Pedro y San Pablo: «Resiste a los soberbios y desgracia a los humildes» (Castillo de Bovadilla [1978], t. I, p. 30). 25 26

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como ya advirtiera Maravall hace unos años, se produce una aproximación entre los escritores de la Antigüedad y la cultura monástica de la época, como si esos escritores antiguos mantuvieran posiciones próximas al cristianismo. Se comprende así que en ocasiones sea difícil discernir si algunas de las citas formuladas en la línea aquí seguida proceden de Virgilio o de versiones religiosas que puedan resultar paralelas. Sin duda el caso más significativo es el de Cervantes a través de las dos citas repetitivas de El coloquio de los perros, donde tanto Cipión como Berganza, tan ufanos en su papel de perros humanizados, aportan una versión castellana del principio que nos ocupa: Volverán en su forma verdadera cuando vieren con presta diligencia derribar los soberbios levantados, y alzar a los humildes abatidos por mano poderosa para hacerlo. 28 Poco importa que en esta ocasión se maneje el tópico para dar ánimos a tan singular pareja de inteligentes animales a la hora de una posible transformación en personajes humanos, con toda la carga irónica que pueda apreciarse de por medio. Cervantes, una vez más, imprime un agudo giro a una formulación venida de muy lejos. Por su parte, el conde de Salinas se manifiesta frente a la máxima virgiliana con manifiesta indiferencia e importantes variantes cuando dice en una de sus Glosas: Yo no condenar quejosos ni quiero ensalzar sufridos. 29 Pero la máxima que estamos intentando cumplimentar se proyecta incluso en la novela picaresca según se apunta ya en la continuación del Lazarillo de Juan de Luna, desde una perspectiva del mundo al revés, o «mundo loco», como dice el autor a través de un quiasmo de tipo conceptual: «Levantar a los bajos y abajar a los altos». 30 Años después la máxima aparece recogida con una cierta vertiente religiosa nada menos que en Guzmán de Alfarache, al preguntarse, en línea con personajes de la Antigüedad, sobre cuál fuera la ocupación de Dios, que en breve respuesta vendría a consistir: «En levantar humildes y derribar soberbios». 31 No hará falta decir que sería fácil encontrar en nuestra literatura formulaciones como las que ofrece Mateo Alemán. Pero con lo apuntado pensamos que puede bastar para dejar al menos centrado el tema.   M. Cervantes (1982), p. 294.   Conde de Salinas (1985), p. 176. 30   Juan de Luna (1979), p. 44. Conviene puntualizar que la máxima aparece en boca de un personaje de baja calidad, una especie de botarate. 31   Mateo Alemán (1979), 2.ª Parte, Libro II, Cap. III, p. 169. 28 29

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2 CONSIDERACIONES SOBRE ÉPICA MEDIEVAL

2.1.  Del germanismo al romanismo en la interpretación de la épica española Como es bien sabido, durante muchos años se ha mantenido, sin apenas notorias discrepancias, una visión claramente germanista de nuestro derecho altomedieval. Y esa visión se procuró hacer extensiva al ámbito de la literatura, y muy especialmente, al de la épica, a la hora de valorar sus posibles entronques jurídicos. Pero en los últimos años se han producido importantes cambios en esa doble dirección interpretativa. Por parte de los historiadores del derecho ya no se manejan las hipótesis germanistas con la seguridad y certidumbre de antaño; y no faltan estudiosos que han llegado a considerar una especie de construcción artificial la exposición sobre el mundo germánico que solía aparecer en las antiguas monografías dedicadas al tema. Y en el campo de la literatura, de pronto se ha ido extendiendo aquí y allá la idea de que para interpretar correctamente la obra principal de nuestra épica, El cantar de Mío Cid, había que contar con conceptos y categorías procedentes del Derecho Romano; y no parece tratarse de una moda pasajera, a juzgar por el empeño puesto en tal sentido, no tanto por especialistas en Derecho Romano, como por diversos historiadores de la literatura e hispanistas. Para tratar de uno y otro tema comenzaremos por las más antiguas propuestas germanistas que han gozado hasta época reciente de gran predicamento; al ser bien conocidas, bastará con un breve recordatorio, centrado además en algunas de sus figuras más representativas.

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No hará falta insistir en el impulso dado por Hinojosa al despliegue de las hipótesis germanistas. Tras Hinojosa, se siguió abundando en el tema, muy especialmente por parte de algunos de sus más directos discípulos. Y no solo desde el ángulo del derecho, sino a través de incursiones o acotaciones en el campo literario, como ya hiciera el maestro Hinojosa en dos de sus estudios más representativos. En El elemento germánico en el derecho español se parte, en efecto, de una caracterización general de las posibles conexiones entre los Derechos germánico y español altomedieval, seguido todo ello de un análisis, ya más pormenorizado, de determiandas figuras institucionales, consideradas de filiación germánica, desde la venganza de la sangre a la prenda extrajudicial. 1 Y aunque en principio se ciñiera el trabajo fundamentalmente a la documentación de tipo jurídico, quedaba el camino despejado para los análisis literarios, al manejarse, en diversas ocasiones, sobre la marcha, algunos datos de nuestra épica. Paralelamente, desde una perspectiva asimismo jurídica, Hinojosa se ocuparía en una nueva interpretación del más importante testimonio de nuestra épica, en un trabajo que alcanzaría amplia influencia: El Derecho en el poema del Cid. 2 A partir, pues, de Hinojosa cabrá profundizar ya en las posibles influencias del Derecho germánico, en el doble plano jurídico y literario de nuestro pasado. Por su parte Menéndez Pidal —si seguimos con las grandes figuras— recondujo aún más el tema al campo literario, con la importante aportación de su teoría sobre el estado latente por el que atraviesan prácticas e instituciones que parecen olvidadas, pero que vuelven a recobrar vida años después, cuando las circunstancias históricas resultan más favorables. Fue así como volverían a reverdecer prácticas y figuras institucionales de tipo germánico aparentemente olvidadas en el derecho y la literatura castellanas de la Alta Edad Media. Y en tal sentido Menéndez Pidal se referiría también a figuras concretas del ámbito jurídico, dando por supuesto su caracterización germánica. 3 En cuanto a los textos literarios, nuestro gran filólogo e historiador fijó su atención especialmente en el famoso pasaje del poema de Fernán González sobre la independencia de Castilla por el precio de un caballo y un azor; pasaje que puso en relación directa con un texto breve de Jordanes, en donde se señala cómo el pueblo de los britones había conseguido salir de su antigua servidumbre mediante la entrega de un caballo. A poco de formularse, la tesis de Menéndez Pidal fue minuciosamente analizada por García Gallo en un amplio trabajo crítico, con la pretensión de desmontar de forma pormenorizada las diversas apoyaturas históricas de las tesis germanistas. Fue así como desde un plano general se destacaría el pretendido divorcio de la ley y la costumbre en la España visigoda, la escasez relativa de asentamientos godos en   Hinojosa y Naveros (1955), pp 404-470. Sobre el proceso de redacción del trabajo hay referencias en pág. 406.    Hinojosa y Naveros (1948), pp. 181-215.    Menéndez Pidal (1969), pp. 11-57. El texto original, en lo que aquí interesa, fue presentado en las conocidas jornadas de Spoleto sobre la Alta Edad Media (1 de diciembre de 1955). 

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la Península o la ausencia de sentimiento goticista en tierras castellanas, frente a lo que pudiera suceder en León; para entrar luego en el examen concreto de ciertas figuras jurídicas consideradas hasta entonces presuntamente germánicas. García Gallo no negará que tales figuras pudieran aparecer entre los germanos; solo que no cabía reducir su ámbito de expansión exclusivamente al mundo germánico. En otros pueblos y en otras culturas bien distintas a las del mundo germánico sería fácil, según García Gallo, encontrar parecidos ejemplos institucionales. Y es que en sociedades y culturas de escaso desarrollo —desde pueblos prerromanos o musulmanes hasta algunos primitivos actuales— pueden fácilmente documentarse figuras como la venganza de la sangre, el duelo judicial u otras semejantes que se venían atribuyendo en exclusiva a influencias germánicas. En cualquier caso, habría que esperar, según el afamado historiador del derecho, a un mayor desarrollo de la investigación para poder llegar a mayores precisiones en relación con los factores jurídicos configuradores de nuestro pasado medieval. Por lo demás, especial atención dedicó García Gallo a examinar la leyenda de la independencia de Castilla según aparece recogida en el Poema de Fernán González y en algunos otros textos medievales, ofreciendo esa leyenda, a su entender, frente a la interpretación de Menéndez Pidal, solo una aparente semejanza con la breve versión recogida por Jordanes. Y las diferencias entre uno y otro relato resultarían tan notorias como para no poder hablar de germanismo con respecto al Poema, al no conocer los germanos la venta aplazada o al no utilizar cláusulas penales añadidas al precio. Y menos aún si se atiende a la complicada forma como se expone el tema en el Poema, tras hacer intervenir toda una progresión geométrica —«al gallarín doblado»— desconocida entre los germanos. Con el añadido complementario de que, no sólo se fija en el Poema el precio a través del valor de un caballo, sino de un azor y un caballo; azor que, por lo demás, aparece en tono amenazante más de una vez en algunos relatos cronísticos de la España musulmana. 4 Ante las críticas formuladas por García Gallo, Don Ramón Menéndez Pidal en un trabajo posterior —aunque ya sin mencionar a su oponente— recordaría una de las prácticas procesales del mundo germánico, recogida años después en textos hispánicos altomedievales a fin de dirimir la responsabilidad por rapto, a base de trazar una especie de círculo en torno a la raptada, tanto sus parientes como el presunto raptor, a la espera de ver hacia dónde se dirige la raptada, si hacia sus parientes o hacia el raptor, dependiendo la resolución del proceso de la dirección seguida por la raptada. 5 No parece que García Gallo quisiera seguir polemizando sobre el particular, o al menos no hubo respuesta al trabajo mencionado de Menéndez Pidal. Pero, ya más recientemente, volvería al tema de la independencia de Castilla al hacer un repaso de distintos tipos de relatos en torno a la independencia castellana, uno de los cuales se centraría en el discutido pasaje del Poema de Fernán de González sobre el caballo y  García Gallo (1955), pp. 5-101.   Menéndez Pidal (1963), pp. 129-159, especialmente pp. 133-138.

 

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el azor, al que luego nos referiremos. Pero en esta ocasión, tras el marco externo de la leyenda, quiso García Gallo entrever un cierto fondo histórico a través de la compulsa de la documentación castellana de la época, sin entrar más en profundidad en el rechazo de la interpretación germánica de la leyenda. 6 El punto de contacto a que habían llegado —aunque en forma tan dispar— Menéndez Pidal y García Gallo, no se volvería a repetir a lo que parece. Cada cual seguiría por separado con su obra investigadora sin buscar posibles conexiones en torno a la épica y al derecho. Y tal tipo de aproximaciones entre historiadores del derecho y de la literatura vendrían a resultar algo excepcional en un panorama dominado por la más estricta especialización, sin aparente conexión entre unas y otras aportaciones. Pensemos, por ejemplo, en el tema ya apuntado de la leyenda sobre la independencia de Castilla. Historiadores de la literatura y filólogos han prestado, en efecto, bastante atención al tema, con particular insistencia en lo relativo al caballo y al azor. Al margen del trabajo de W. J. Entwistle, 7 que tomaba en cuenta el texto de Jordanes, y algunas primerizas aproximaciones al tema de Menéndez Pidal, conviene recordar la aportación de Helen V. Terry, que extiende la investigación a épocas ya más avanzadas de nuestra Historia, hasta adentrarse en pleno barroco, como sucede con El Conde Fernán González, de Lope, en donde aún se mantiene vivo el hilo de la leyenda de la independencia castellana. A través de un análisis de los diversos elementos que confluyen en semejante leyenda, se trataría de buscar las conexiones entre las diversas obras literarias, con interesantes agrupaciones temáticas. Análisis que podría hoy ser ampliable a otras obras que no fueron objeto de consideración por parte de H. V. Terry, a quien, dicho sea de paso, no cita García Gallo. 8 Posteriormente se ha vuelto a insistir en el tema de la independencia de Castilla desde otras perspectivas, en este caso sin tomar tampoco en consideración las aportaciones de García Gallo antes referidas. Conviene recordar en primer lugar el trabajo conjunto de L. P. Harvey y D. Hook, en el que se vuelve la mirada hacia el mundo musulmán hasta encontrar en obras de diversos cronistas referencias a caballos y halcones, en forma parecida a como sucede en el poema de Fernán González. 9 Y entre nosotros se puede destacar el importante trabajo del catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, Marcos Marín, al ampliar en un interesante repaso bibliográfico el campo de observación hacia las actividades artísticas, en su modalidad de artes industriales, descubriendo en tejidos y cerámicas de tipo arábigo algunos motivos de los aquí considerados sobre el caballo y el azor. Todo ello para una época en torno al siglo xi. A lo que cabe añadir algunos otros trabajos que pueden verse rese   Años después García Gallo volvería a insistir con renovados planteamientos en las leyendas sobre la independencias de Castilla, «Las versiones medievales de la independencia de Castilla». Cfr. García Gallo (1984), pp. 253-294.    Entwistle (1924), pp. 471-472.    Terry (1930), pp. 497-504. Véase lo que luego diremos sobre la figura de Fernán González    Harvey y Hook (1982), pp. 840 y ss.

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ñados en el citado trabajo del profesor Marcos Marín. 10 Conviene insistir en el hecho de que, en unos y otros casos, los trabajos de García Gallo no fueron objeto de particular análisis. Podemos, pues, decir que desde la época de Hinojosa a nuestros días el panorama jurídico de nuestra épica se ha complicado notoriamente y que los intentos de búsqueda de conexiones entre historiadores del derecho y de la literatura no han terminado de proyectarse en lo que bien pudiera haber sido una fecunda colaboración o al menos un enriquecedor intercambio de puntos de vista. Pero tal vez lo más destacado en los últimos años haya sido el giro profundo que se ha dado al buscar grandes líneas de referencia a la hora de interpretar la épica desde el ángulo jurídico; todo ello con la mirada ahora puesta en el Derecho romano, y en forma bien curiosa, por cierto. La nueva manera de acudir al Derecho romano en la interpretación de nuestra épica no ha surgido como consecuencia de una confrontación crítica y pormenorizada frente a los anteriores planteamientos germanistas, aludidos en las nuevas aportaciones todo lo más ocasionalmente o sobre la marcha aunque sin entrar a fondo en el tema en cuestión. Y al final el romanismo triunfante ha llegado a las obras de síntesis como si de un tema ya resuelto se tratase. Al propio tiempo, la atención de los estudiosos se ha centrado, una vez más, en una obra singular, la más amplia y representativa de nuestra épica, el cantar de Mío Cid. Y otra particularidad digna de destacar: en esta ocasión, a lo que parece, solo han intervenido historiadores de la literatura sin mediación directa de historiadores del derecho. No vamos a seguir a todos y cada uno de los estudiosos que se mueven o han movido en tan novedosa dirección interpretativa. Recordaremos tan solo algunas de sus aportaciones más características. Ya hace algunos años algún conocido autor dejó caer la especie de la posible influencia de los textos jurídicos romanos en el campo de la épica. 11 Más adelante se detectaron nuevos aspectos jurídicos del Cantar, aparentemente insignificantes —la mención de las «entradas y salidas» o la alusión al poyo del Cid, en relación con un pasaje del Fuero de Molina de Aragón— junto a otros de mayor enjundia, como la encomendación de la familia del Cid al abad de Cardeña. 12 Al propio tiempo se puso el acento en la notoria diferencia de comportamiento entre los infantes de Carrión con respecto a las hijas del Cid, movidos por un afán primitivo de venganza, al hilo del germanismo en este caso, y la respuesta del Cid a semejante afrenta en forma mucho más moderna y «civilizada», al acudir ante los tribunales de justicia en vez de tomarse la justicia por su propia mano. Y a todo ello conviene añadir el enorme entusiasmo desplegado por un gran especialista, el profesor inglés Smith, al enfrentarse críticamente con la otrora influyente tesis de Menéndez Pidal, en dos puntos bien característicos: redacción tardía del Cantar y autor único, con una amplia formación   Marcos Marín (1986), pp. 355-361.   Sobre el tema puede verse Zahareas (1964), pp. 161-172. 12   Hook (1980), pp. 517-526. 10 11

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jurídica a sus espaldas. Pero el ilustre profesor inglés, aupado por la nueva moda interpretativa del romanismo, quiso ir aún más lejos. Se trataría, según él, de un autor formado en el ámbito del Derecho romano y que habría ampliado su formación jurídica en universidades extranjeras. Y todo ello se proyectaría en diversos planos tratados en el Cantar que aparecen resumidos por C. Smith de la siguiente forma: 1. El poeta confiere un aspecto jurídico a muchos actos humanos. La vida está condicionada por la ira o graçia del rey. La grandiosa escena de la corte forma el clímax del poema, y al componerla el poeta alcanza la cumbre de su arte. 2. El poeta quiere que veamos la pericia jurídica del Cid y su retórica forense como facetas de su carácter épico; el Cid es guerrero y general, pero en este nuevo tipo de épica, las virtudes cívicas y familiares importan tanto como las militares, y el poeta quiere enriquecer de este modo el carácter ejemplar del héroe. 3. En última instancia, la justicia no es tanto la que se revela, de acuerdo con la voluntad de Dios, en los duelos, ni menos la que se busca en la venganza privada, sino que sigue el proceso, más moderno, de escuchar los alegatos y los testimonios ante jueces imparciales. Que el Cid proceda en efecto a tomarse la justicia en los duelos, en público y con sangre, puede ser una concesión a la tradición épica establecida (la francesa). O bien, según lo que propone Lacarra, el poeta, como artículo de un programa reformista, pone como ejemplo el duelo judicial, en sus tiempos bastante nuevo todavía. El duelo judicial se efectúa con su debido reglamento y bajo la presidencia del monarca, y es un medio, por tanto, preferible a la venganza privada. 13 Se centra la interpretación —apostillada por los trabajos de otros autores— fundamentalmente en los aspectos procesales del Poema y muy especialmente en su parte final dedicada a recoger los avatares del conflicto jurídico que enfrenta al Cid con los infantes de Carrión. Según la más reciente interpretación, y en línea con lo anteriormente apuntado, el sistema procesal que aparece reflejado en esas páginas no sería el germánico, sino el romano en su fase final, correspondiente a la extraordinaria cognitio, una vez superado el antiguo sistema de las acciones de ley y el denominado sistema formulario. Y todo ello se refleja en los siguientes aspectos de la obra: — La terminología empleada en el Cantar según planteamientos del Derecho romano. — La superposición de demandas por parte del Cid, frente a la actuación de los infantes de Carrión, hasta configurar tres demandas distintas, a saber: 13   Smith (1985), p. 102. Desarrollan el tema con puntualizaciones técnicas sobre Derecho Romano, M. N. Paulovic y R. M. Walker (1983).

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   1. Devolución de las espadas que en su día fueron entregadas a los infantes.    2. Reclamación del axuvar por un valor de 3.000 marcos.    3. Planteamiento del riepto, más tarde celebrado en tierras de Carrión. Habría en este desglose del procedimiento en tres fases sucesivas, según la novísima interpretación, un planteamiento de tipo romanista, bien distinto al que mantienen, con claras reminiscencias germánicas, los infantes de Carrión, confiados en que todo el procedimiento se debiera centrar en la presentación de la primera demanda referente a las espadas. Se piensa también que los «sabidores» del derecho a los que acude el Cid para asesorarse en la materia serían expertos, buenos conocedores del Derecho romano, en línea bien distinta a la de los infantes, que siguen prácticas más antiguas al dejar aconsejarse por su entorno familiar. Y todo ello vendría a estar en consonancia con la temprana romanización de algunos textos jurídicos, como el Fuero de Cuenca o con la propia fundación de la Universidad de Palencia, donde se estudiaría ya el Derecho romano según los nuevos planteamientos. Pero conviene por nuestra parte señalar algunas líneas generales —con independencia de que podamos volver al tema con mayor detenimiento en otra ocasión— para tratar de aquilatar lo que de forma tan generalizada se viene repitiendo últimamente. Por lo pronto, interesa atender al significado, valoración y datación del derecho romano, en el siguiente sentido: — Se ha sacado de su verdadero contexto el derecho romano y su influencia en la Edad Media (lo que los historiadores del derecho llaman recepción del derecho romano). No se puede adelantar esa influencia de forma tan radical como pretenden las nuevas interpretaciones; hay que esperar a la segunda mitad del siglo xiii para hablar de verdaderas influencias, como sucede con los distintos textos de la obra alfonsina, empezando por el propio Fuero Real. — Es cierto que antes de esas fechas se detectan influencias romanistas, pero esas influencias proceden de lo que se viene denominando desde hace años derecho romano vulgar, algo que por cierto no se toma en consideración en las interpretaciones al uso. 14 — En cuanto a los planteamientos procesales, conviene insistir en que la separación de las distintas demandas judiciales por parte del Cid y de sus colaboradores no demuestran una mayor dosis de modernidad, ni es algo que cabe 14   Desde hace ya muchos años romanistas e historiadores del derecho han prestado atención a la evolución del derecho romano vulgar. Y ya desde hace tiempo disponemos de información al respecto no sólo en plan monográfico, sino a través de importantes obras de síntesis, como la del famoso romanista M. Kaser (1959) o los trabajos E. Levy (1951) entre los autores antiguos. Puede consultarse bibliografía moderna sobre derecho romano vulgar en el prólogo de Cremades a la traducción al español de E. Levy.

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atribuir a una posible formación romanista del anónimo autor. Por el contrario, la acumulación de acciones del mismo o parecido tenor temático es más bien una muestra de modernidad, lo que por lo demás cabe detectar en el propio derecho romano. — Dentro del ámbito del derecho procesal romano, como es bien sabido, figuran las denominadas acciones de ley. Pero la utilización que han hecho los intérpretes de las nuevas corrientes no puede ser más engañosa. Tomando como base ciertas expresiones del Cantar, se ha pensado que el procedimiento judicial se basaba en algo tan específico como las acciones de ley, que en el derecho romano estaban perfectamente delimitadas, de tal suerte que el demandante tenía que atenerse estrictamente al texto de las fórmulas si quería sacar adelante el litigio. No hay ningún tipo de conexión entre las expresiones utilizadas en el Cantar y las estrictas y rigurosas formulaciones del procedimiento romano en aquellas épocas. Pero es que además resulta de todo punto imposible para el autor del Cantar inspirarse en pretendidas fórmulas procesales, ya que no fueron conocidas hasta el siglo xix, como cualquier estudioso del procedimiento romano sabe muy bien. — Por lo demás, el riepto no es una figura institucional enmarcada directamente en el derecho romano. Se trata de un procedimiento destinado a resolver conflictos jurídicos cuando se ha incurrido en traición o aleve. Todo ello con independencia de que termine o no el procedimiento en un combante, como es el caso del Cantar. Y en definitiva el riepto conserva rasgos y planteamientos de las ordalías. — Conviene asimismo guardar todo tipo de cautelas al manejar los textos si se quiere exponer el derecho realmente vivido en la época. No se pueden tomar los textos de los fueros de aquí y de allá, indiscriminadamente. Y al lado de los fueros hay que basar la investigación en los diplomas de la época para comprender el grado de aplicación de los diferentes textos legales. Fueros que, a veces, presentan pasajes claramente redactados en épocas avanzadas. 15 2.2. Caracterización del Conde Fernán González a través de la literatura Desde un primer momento cabe advertir la distancia existente entre la realidad histórica y el tratamiento literario en torno a la figura de Fernán González; y ello sin contar con la aportación de algunos historiadores «románticos» que, como en el caso de fray Justo Pérez de Urbel desde una perspectiva histórica tratará de convertir al

15   El profesor García Gallo dedicó diversos estudios a distintos fueros breves (Medinaceli, Alfambra o el propio Fuero de León) en el AHDE intentando demostrar que tal como se conservan contienen fragmentos redactados en distintas épocas.

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Conde castellano en una figura emblemática y singularísima, tantas veces sin los precisos y oportunos comprobantes documentales. En el Poema de Fernán González, en efecto, se somete al Conde a un tratamiento en buena parte legendario, a base de atribuirle victorias que nunca alcanzó —ejemplo característico: la batalla de Hacinas—, conquistas territoriales que no se produjeron y, muy especialmente, haber logrado la independencia de Castilla del reino de León hasta convertirlo en reino independiente y con propia soberanía, por utilizar un término que pronto circulará por Castilla. Esto en cuanto a algunos de sus aspectos políticos más destacables. 16 En relación con la caracterización humana del personaje, se produce en el Poema una verdadera exaltación mítica de su figura, desde sus primerizos e incipientes pasos —al lado del carbonero con el que se crió— hasta convertirse en dechado de perfecciones, preocupado sólo por vencer al enemigo musulmán y expandir paralelamente la fe religiosa frente a tantos descarriados y descreídos. Y a todo ello se añaden las aportaciones puramente fabulosas, desde intervenciones angélicas, con participación bélica de Santiago, hasta la inclusión de sucesos no menos prodigiosos, como la aparición de la sierpe que llegó a aterrorizar a las huestes condales. Pues bien, a pesar de tamaño distanciamiento de la realidad histórica, la figura literaria de Fernán González, de tal forma delineada, dejaría una amplia huella tanto en la literatura como en la historiografía española. En cualquier caso se ha tardado mucho tiempo en tratar de diferenciar cumplidamente lo propiamente histórico en la Castilla condal de aquellos añadidos de pura invención, con lo que se ha procurado doblemente exaltar al Conde y a la tierra que lo vio nacer. Pero centrémonos en las aportaciones literarias en torno a tan famoso personaje, con el Poema (o Libro) de Fernán González a la cabeza. 17 Se compone el Poema de Fernán González de dos partes en principio claramente diferenciadas: un compendio histórico del solar hispánico a modo de introducción y —ya en forma más concreta y detallada— una exposición dedicada a hacer el recuento de las hazañas de Fernán González, desde sus inicios hasta su muerte. Pero ambas partes se procuran enmarcar dentro de una unidad temática, al insertar al Conde en una línea histórica que arranca de muy remotos tiempos, con la idea de España muy presente en toda la narración. Y es que Fernán González va a ser considerado en esta ocasión como indiscutible paladín de la Reconquista, desde sus primeros años en su época de formación junto 16   Haremos nuestras citas por la edición de Itziar López Guil (2001), con independencia de que manejemos paralelamente otras ediciones de la obra. Estamos ante una edición muy trabajada con un importante prólogo, proyectado fundamentalmente desde el ángulo lingüístico. Por lo demás, se emplea aquí el término libro en lugar de poema. 17   En cualquier caso disponemos ya de una nutrida producción interpretativa en el doble plano histórico y literario. Destaca, en primer lugar, la extensa obra del malogrado R. Cotrait (1977), cuyo ambicioso plan de trabajo no pudo ver terminado. Desde el ángulo histórico conviene recordar la reciente aportación de Martínez Díez (2001). A lo largo de nuestra exposición iremos citando otros trabajos en esa doble vertiente.

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al legendario carbonero que le protege y guía inicialmente. Una Reconquista que se concibe al modo de una cruzada frente al musulmán, al que una y otra vez, se le otorga un tratamiento muy negativo desde el ángulo religioso, en claro contraste con la fe verdadera encarnada en el héroe castellano. De ahí que Fernán González acuda, aquí y allá, a la intervención divina, implorando auxilios para salir victorioso en su lucha extremadamente desigual, tanto por el número de tropas como por el tipo de armamento utilizado. Y todo ello viene a ser corroborado por la intervención favorable de las mesnadas celestiales con el propio Santiago Apóstol a la cabeza. Estamos, pues, como han señalado algunos intérpretes, ante un personaje comparable a un Fernando III el Santo, que se empleó a fondo en la doble vertiente de expansión religiosa y territorial, sin escatimar esfuerzos, según ya se apuntara inicialmente en el Poema con sus impaciencias por entrar inmediatamente en combate, al modo como hiciera Alejandro Magno en el Libro de Alexandre, aunque sin llegar, naturalmente a los extremos de jactancia y soberbia del héroe macedonio. Mientras que, en cambio, con la figura del Cid existen claras diferenciaciones en el tratamiento literario que conviene subrayar. El Cid, en efecto, se comporta más bien como un héroe que se atiene al marco feudovasallático en el que se desenvuelve, con su rey Alfonso VI al frente. De ahí que en su casi inigualable política expansiva no busque en principio fundar un reino, ni siquiera tras la conquista de Valencia, sino ganar tierras y «averes amonedados» para él, su familia y su mesnada, con todo lo que ello suponga naturalmente de acrecentamiento de su honra personal y familiar. Y de ahí también que la idea de Reconquista, como motor expansivo de los enclaves cristianos, no tenga el significado y relevancia que en el caso de Fernán González; todo ello corroborado, asimismo, por la gran diferencia en el número de citas y referencias a España que aparecen en una y otra obra, con el acento histórico puesto en la obra dedicada al Conde castellano. Por lo demás es bien sabido que el Cid se polariza hacia valores y virtudes que van más allá del ámbito militar o guerrero, como la mesura —en la que hoy tanto se insiste—, con su correlato de sapientia (y no sólo de fortitudo), según cabe advertir en su meditado enfrentamiento final con los infantes de Carrión. En cuanto a los conflicto bélicos con otros enclaves cristianos, en el caso de Fernán González se conciben meramente como respuestas a las maniobras de expansión territorial que emprenden las fuerzas contrarias frente a lo que sucede con el héroe castellano, pendiente de salvar la integridad territorial del condado castellano, sin que interese tanto alcanzar un saneado botín, como sucediera en tantas ocasiones con las mesnadas capitaneadas por Rodrigo de Vivar. 18 En cualquier caso conviene tener presente que a las indudables virtudes guerreras del Conde se añade una capacidad persuasiva nada despreciable, principalmente de cara a sus tropas en los momentos más dificultosos, cuando la superioridad numé18   Se ha ocupado de poner en relación el Poema de Mio Cid y el Poema de Fernán González, Bailey (1993). Por su parte, J. P. Keller (1990) hace un repaso, siguiendo la estructura del poema, a la tradición legendaria del conde.

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rica del enemigo parece aflojar el ánimo de los castellanos. Especialmente significativo resulta en tal sentido el enfrentamiento dialéctico con uno de los personajes más destacados del ejército castellano, Gonzalo Díez, que ante la superioridad numérica del enemigo, aconseja pedir treguas: Muchos son e syn guisa los pueblos renegados, caveros e peones todos byen aguisados; somos poca conpaña, de armas muy menguados: seremos, sy nos vençen, todos descabezados. Sy nós pleito podiéssemos con Almozor traer, que fincasse la lid por dar o prometer, es el mejor consejo que podemos aver: sy otra cosa femos podémosnos perder. 19 Por su parte el Conde argumenta de muy diversa manera. Nadie puede excusarse de la muerte; mientras que las treguas propuestas por Gonzalo Díez llevarían a Castilla a una situación aún más deteriorada. Dixo de lo primero de excussar lidiar, pero non puede omne la muerte excusar; el omne, pues que sabe que non pued’ escapar, deve a la su carne onrrada muerte dar. Por la tregua aver por algo que pechemos, de señores que somos vasallos nos faremos; en logar que Castyella de la premia saquemos, la premia en que era doblar gela ý emos. 20 Pero es que, además —en la misma línea argumentativa— conviene tener muy presente la acendrada lealtad de los castellanos Nuestros anteçesores lealtad aguardaron, sobre las otras tierras, ellos la heredaron: por ésta aguardar, las muertes olvidaron, quanto sabor ovyeron, por ý lo acabaron. 21 Por último, hay que confiar con plena seguridad en la victoria: Amigos d’una cosa só yo bien sabidor, Que vençremos, syn duda, al moro Almozor;   Libro de Fernán González (2001), p. 210.   Libro de Fernán González (2001), p. 211. 21   Libro de Fernán González (2001), p. 211. 19 20

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De todos los d’España, farédesme mejor: Será grand la mi onra e la vuestra, mayor. 22 Y, según el poema, los hechos confirmarán la posición dialéctica asumida por Fernán González. Pero, por encima de todo, según muy diversos testimonios legendarios, el Conde castellano logrará la independencia a través de unos mecanismos un tanto extraños y fabulosos y que no van a depender en principio de la mediación de las armas. De ello nos ocuparemos a continuación, tratando de seguir el hilo legendario hasta donde cronológicamente nos sea posible. Pero antes conviene, muy brevemente, realizar algunos deslindes en torno a la apuntada mitificación de uno de nuestros personajes históricos más característicos a riesgo de dejar a un lado la documentación histórica fielmente interpretada. 2.2.1.  De la realidad histórica a la mitificación literaria Pocos personajes históricos —insistimos— han recibido un tratamiento tan favorable como el conde Fernán González, tanto desde el plano historiográfico como literario. Ya desde muy pronto su figura fue exaltada de forma intensa y repetitiva hasta convertirse en un verdadera mito, en tanto artífice de la reconquista y forjador —el término es bien significativo— de la independencia de Castilla, a través de extremosas visiones exaltativas. Y esa impresión tardó mucho en matizarse y corregirse, habiendo llegado en algunos sectores prácticamente a nuestros días, como apuntábamos al principio. La realidad histórica nos ofrece un personaje muy cambiante en sus relaciones con los reinos cristianos —considerado incluso poco de fiar—, movido no tanto por un pretendido interés general, sino por muy concretas ambiciones personales, sin haber alcanzado los pretendidos éxitos militares y de expansión territorial que se le atribuían. Incluso esta visión correctiva ha sido difundida desde planteamientos inicialmente literarios, como se puede comprobar con el extenso libro de R. Cotrait que infortunadamente no pudo ser continuado. 23 Desde la perspectiva de la historia política quien más ha contribuido en los últimos tiempos a la difusión del mito ha sido, sin duda, fray Justo Pérez de Urbel, haciendo abundante uso del Romancero, al lado de la documentación histórica —diplomas principalmente—, aunque, eso sí, manejada desde un ángulo apologético e incluso propagandístico, tanto en su primera entrega con su librito sobre   Libro de Fernán González (2001), p. 215. M. Bailey considera que la réplica de Fernán González a la argumentación de Gonzalo Díez se basa en consideraciones «extracircunstanciales» que guardan sólo una conexión metafórica con la situación por la que atraviesan las tropas castellanas (Bailey [1993], p. 70). 23  ����������������������������������������������������������������������������������������� Cotrait (1977), p������������������������������������������������������������������������ p. 256-315. Sobre la leyenda de la emancipación castellana, pp. 282-283. 22

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Fernán González como en su amplia y voluminosa obra El condado de Castilla. 24 Y en esa misma línea se han movido recientemente algunos otros historiadores hasta el punto de hablar de independencia de Castilla con Fernán González. 25 Pero hoy la historiografía más solvente y rigurosa ha tratado de poner finalmente las cosas en su sitio, aunque queda todavía mucho por hacer sobre tan confusos y remotos tiempos. Conviene recordar lo expuesto a este propósito por Gonzalo Martínez que ha dedicado dos amplios volúmenes a la historia del condado de Castilla: La figura de Fernán González ha pasado a la historia como el primer conde independiente o como el primer conde soberano de Castilla; estamos ya acabando el recorrido vital de este conde castellano y no hemos hallado por ninguna parte ni un solo testimonio histórico que atestigüe esa presunta independencia y segregación de la monarquía leonesa. Todo lo más podrán señalarse algunas actitudes de rebeldía fáctica o algún intento de proceder conforme a sus propios intereses personales, actitudes e intentos no muy diversos de los que por la misma época adoptaban los grandes condes gallegos u otros magnates de la misma monarquía, a los que nadie por eso ha calificado de condes independientes o soberanos. 26

En breve síntesis podemos distinguir dos épocas en el despliegue político de Fernán González. En la primera, con un rey fuerte, enérgico, reconquistador y pagado de su autoridad, como Ramiro II, resultaba difícil lograr algún tipo de independencia; y si en algún momento el Conde castellano dio muestras de insubordinación lo pagó caro con su encarcelamiento. Y en cuantas empresas victoriosas emprendió el rey leonés —nada menos que frente a Abderramán III— el Conde se mostró siempre fiel colaborador. Fue más tarde, a la muerte de tan gran rey, con la apertura de hostilidades en el reino de León en torno a los problemas sucesorios, cuando Fernán González, como otros tantos magnates, adoptaría un mayor grado de autonomía en su particular gestión, avalada por sus relaciones con Navarra a través de un oportuno matrimonio con la hermana del rey. Pero no se conserva ningún documento en el que se refleje algún grado de insubordinación respecto al reino leonés. Fernán González aparece siempre en situación de subordinado político, bajo fórmulas como la siguiente: «regnante principe Ranimiro». 27 Veamos en qué curiosa forma pudo construirse ese mito de la independencia de Castilla.

  Pérez de Urbel (1970).   He aquí, por ejemplo, lo que dice Suárez Fernández en una obra de síntesis: «Entre todas, Castilla, bajo la mano firme de Fernán González, se reveló como la más radical y obtuvo su independencia aspirando a convertirse de condado en reino» (Suárez Fernández [1970], p. 83). 26   Martínez Díez (2004), t. I, pp. 445-446. 27   Martínez Díez (2004), t. I, p. 449, nota 31. 24 25

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2.2.2.  L  a leyenda de la independencia de Castilla por el precio de un caballo y un azor La leyenda de la independencia de Castilla por el conde Fernán González aparece por primera vez en la Crónica najerense. Pero en la forma en la que se proyecta en el Poema de Fernán González con la mediación del precio del caballo y del azor, fue puesta en relación por Menéndez Pidal, como es sabido, con antiguas leyendas godas, en una forma que ya fuera vehementemente criticada por García Gallo, fundamentalmente al no conocerse entre los germanos el precio aplazado y mucho menos con su proyección geométrica o al gallarín doblado, con respuesta por parte de Menéndez Pidal, sin que García Gallo contestara en aquel momento con una nueva aportación. 28 Años después García Gallo volvería a tratar monográficamente de la leyenda castellana en lo tocante a la Edad Media, procurando atisbar algún fondo legendario sobre la independencia, que pudiera tener una cierta apoyatura en la documentación de la época sobre la base de las inmunidades concedidas a determinados territorios, al tiempo que se proyectaría tal leyenda en un texto historiográfico tan representativo como la Primera crónica general. Conviene añadir —según recordaba el profesor García Gallo— que la leyenda tuvo su reflejo asimismo en un documento jurídico sobre el fuero de albedrío castellano, que aparece recogido al lado de una conocida colección de fazañas de la Biblioteca Nacional, en la siguiente forma: E después que el conde Ferrant Gonçález ovo contienda con el rey de León sobre un cavallo e un aztor, segund la Corónica cuenta, creçió tanto las penas de aquellos dineros que porque non pagó a los plazos que el rey de León ovo por mejor de soltarle el condado que de pagarle los dineros.

García Gallo se detiene en este punto; pero la leyenda seguiría su evolución posterior —incluso con posterioridad, a partir de la Baja Edad Media— más allá de los textos comentados por García Gallo. 29 Veamos ante todo en qué sentido se pronuncian las Mocedades de Rodrigo. En este caso nos encontramos también ante unas Cortes convocadas por el rey leonés, con expresa mención del caballo y el azor, aunque sin entrar en precisiones sobre las características del azor: «un caballo lleva preciado / y un azor en la mano». Sí se reseña en cambio el alto precio pactado esta vez en maravedís 28   Con independencia de su inicial exposición en las jornadas de Spoleto, Menéndez Pidal desarrolló sus planteamientos en Los godos y la epopeya española. «Chansons de geste» y baladas nórdicas (1969), pp. 5-57. Volvió luego con nuevos argumentos sobre el tema en «El estado latente en la vida tradicional» (1963), pp. 129-152. Sin que en tal sentido obtuviera inmediata respuesta por parte del conocido historiador del derecho. 29  García Gallo (1984), pp. 253-294. El texto citado en pp. 290-291.

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(35.000), y no en marcos de plata, como sucedía anteriormente. 30 Pasa el tiempo; no se produce la entrega de la cantidad pactada, y el Conde se niega a presentarse ante las Cortes, a menos que primero se le entregue el precio convenido. Incluso se añade —como interesante novedad— el parlamento pronunciado en tal sentido por Fernán González: Rey non verné a vuestras Cortes / a menos de ser pagado del haber que me devedes / del azor y del mi caballo. 31 Naturalmente, al no poder aportar la suma resultante por la entrada en juego de la condición previamente acordado en relación con la sucesiva duplicación del precio, lo dos altos jerarcas terminan por pactar en compensación la independencia de Castilla. Por otra parte, en el Romancero, como es sabido, encontramos algo así como un ciclo dedicado al Conde castellano, con el acento puesto en los aspectos más genuinamente legendarios y dramáticos, como sucede con todo lo correspondiente a la prisión del Conde y a su liberación por la condesa castellana, convertida antes o después en reina de Castilla, junto a la intervención desdichada de un arcipreste, que viene a ser sustituida en alguna de las versiones por la mediación de un seglar, para no herir susceptibilidades de signo religioso. En cualquier caso, la mención de la independencia de Castilla aparece sólo en algunas de esas versiones. Tal es el caso del romance «Preso está Fernán González, / el buen conde castellano», en cuya parte final se recuerda que, tras la liberación del Conde de la prisión, Castilla logra su independencia frente al rey Sancho Ordóñez, al haber dilatado la entrega del precio pactado por la venta del caballo y el azor. He aquí el correspondiente fragmento: El conde, desque la vido, / holgose en estremo grado y envió a decir al rey / que pues también lo ha mirado, que le mandase pagar / lo del azor y el caballo, si no, que le pediría / con el espada en la mano. Todo por el rey sabido, / el su consejo ha tomado; sumado han toda la paga / y no pueden numerallo, así que todo bien visto, / fue por el rey acordado de le soltar el tributo / que el conde era obligado; desta manera el buen conde / a Castilla hubo librado. 32

30  Todo parece indicar que se trata, en este caso, de una nueva convocatoria de Cortes, aunque el texto en cuestión resulta algo confuso. 31   Mocedades de Rodrigo (1980), pp. 8-9. 32   Puede verse transcrito el fragmento en Alcina (1987), p. 189.

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En esta ocasión Fernán González se había negado a pagar el tributo correspondiente a su condado, por lo que fue encarcelado por el rey leonés. Tras requerir consejo y comprobar que no había suficiente dinero para la entrega del precio acordado —sin entrar en detalles sobre la suma pactada— no tuvo otra opción que perdonar al Conde el «tributo» que pesaba sobre Castilla, lo que, sin decirlo expresamente, venía a equivaler a la deseada independencia de Castilla. 33 Podemos recordar otra versión del Romancero algo distinta, con un tratamiento del tema más extenso y con interesantes añadidos y matizaciones. Sucede esto con el romance «En los reinos de León». 34 El rey de León —don Sancho el Gordo— convoca Cortes por mensajeros para la capital del reino. El Conde cumple la orden real, no sin antes invocar al cielo ayuda para poder superar la situación de dependencia y subordinación en que se encuentran con respecto a León tanto él como el condado. El propio rey sale a recibir al Conde, que aparece en términos parecidos e los reseñados en el Poema, azor en mano y a caballo Un azor el Conde lleva Que de muda lo sacaba, Y un caballo muy hermoso, Que al moro Almanzor ganara. Y en similar sentido tiene lugar el cruce de propuestas entre el rey y el Conde, en el sentido en que el rey quería efectuar una compra en tanto que el Conde solo estaba dispuesto a hacer un regalo: El conde lo da de balde, No el Rey lo quiere sin paga, Gran haber por ello ofrece Si el Conde se lo fiaba: Pusieron entre si el plazo En que el Rey haría la paga, Y si al plazo no pagase La moneda se doblaba. Así las cosas, transcurren siete años sin producirse en tal sentido ninguna aportación novedosa. El rey recrimina la conducta absentista de las Cortes por parte de Fernán González, e incluso le advierte que obedezca o renuncie al condado.

33   El último verso («De esta manera el buen conde / a Castilla hubo librado») cabe referirlo expresamente a la liberación del tributo; pero en cualquier caso el fragmento en cuestión es susceptible asimismo de una más amplia interpretación en relación con la independencia castellana. 34   Romancero general (1945), vol. I, pp. 469-470.

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De nuevo el Conde se muestra leal e incluso trata de hincarse de rodillas ante el rey en señal de sumisión, mientras que el rey, por el contrario, da claras muestras de su enojo, y hasta imputa a su subordinado la grave acusación de quererse alzar con todo el poder en el condado. Dos años ha que á mis Cortes No vais, aunque os llamaba: Con mi condado os alzasteis, Que yo a vos lo diera en guarda, Otros tuertos me fecisteis De que yo agora habré paga, — El Conde dijo: —Señor, Con la tierra no me alzaba, Ni vengo de tal lugar, Ni linaje que lo obrara, Que en lealtad y mañas buenas Por muy bueno me contaba, Y por tan buen caballero Como el mejor que se halla. Pacientemente el Conde replica con nuevas muestras de fidelidad, desmintiendo al rey la acusación de su deliberada ausencia en las Cortes, a pesar de las deshonras recibidas por parte de los castellanos. Otra vez vine á Leon Do la vuestra corte estaba, Y de vuestros leoneses Gran deshonra yo cobraba, Y esta fue la causa, el Rey, Que a ellas no continuaba. Pero luego cambia de registro para advertir que le hubiera sido fácil conseguir la independencia del condado al no haberse producido la entrega del precio, pasados tres años, por lo que —y esto es un añadido jurídico importante— exige fiadores para que se produzca al fin la entrega del precio concertado Y si me alzo con la tierra Yo tengo razón y causa, Ca me tenedes robado Gran haber y gran ganancia. Tres años ha lo debéis, Y a mi no se me pagaba:

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Dadme, Rey, vos, fiadores Que a mi me será pagada; Yo dárvoslos he también De pagar si en algo erraba. El Rey recibiera enojo D’esto qu’el Conde hablaba. Ante semejante situación, el Conde termina por ser encarcelado, hasta verse liberado por la intervención de su mujer. Y será entonces cuando, al no poder el rey entregar la fuerte suma por la entrada en juego del «gallarín», Castilla salga de su dependencia leonesa. Variantes de este romance encontramos en uno de los atribuidos a Burguillos, donde el rey leonés y el Conde defienden cada uno sus contrapuestas posiciones. Por una parte. Fernán González es acusado de traición al no cumplir los mandatos del rey de acudir a Cortes, por lo que se le exige presentar fiadores, mientras el Conde se defiende de la acusación recordando la deuda no satisfecha, aunque sin referirse a sus orígenes a través de la consabida mención del caballo y del azor: Ca me tenedes mi haver bien a tres años forçado y en tenermelo por fuerça me lo tenedes rrobado, que a bien sabedes que fue de esta guisa conçertado que al plaço no me pagando fuese cada día doblado. El romance termina esta vez con la prisión del Conde. 35 Ya en época de los Reyes Católicos encontramos nueva referencia al tema que nos ocupa, con expresa mención de la venta del caballo y del azor, aunque sin allegar pormenores sobre la independencia del condado. Nos referimos a la Vida rimada de Fernán González —de muy tosca redacción— que en este punto dirá: 36 Fue el Conde recibido del rrey Sancho y cavalleros, y el açor fue vendido con cavallo escogido, 35   Cancionero de poesía varias, manuscrito 617 de la Biblioteca del Palacio Real. Ed., prólogo y notas de J. J. Labrador, C. A. Zorita y R. A. Difranco. Madrid, 1986, p. 432. 36   G. de Arredondo (1987), pp. 46-47. A fines de la Edad Media Lope García de Salazar en su libro De las bienandanzas e fortunas escrito entre 1471 y 1474 nos ofrece el siguiente dato: «e después qu’el virtuoso conde Fernand Gonçalez sacó a Castilla» de la dependencia de los reyes de León (García de Salazar [2005], p. 508), a propósito del alto valor de las monedas sin mencionar el caballo y el azor.

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commo amigos verdaderos. Fue tenido y acatado aquel Conde en León por lo que ovo rrazonado, por lo que ovo bien hablado con la su noble rrazón. Pero pasemos a otro tipo de fuentes. Desde el ángulo de los historiadores conviene destacar la posición asumido por Juan de Mariana en su Historia de España, tan influyente en el ámbito literario. La historia aquí referida se intercala en todo un capítulo (cap. VII) dedicado a don Sancho el Gordo, rey de León. Tras referirse a los avatares del rey leonés, Mariana introduce el tema en relación con la convocatoria de Cortes de León, que él fecha exactamente en el año 958, aunque en concreto se desconozca el contenido de los temas tratados en Cortes. Se sabe, sin embargo, según «refieren» los cronistas, que en esas Cortes «el Conde vendió al Rey por gran precio un caballo y un azor de gran excelencia» con la conocida condición que, de no pagar en el plazo establecido, «por cada día que pasase se doblase la paga». Mariana, tras lo apuntado, se dedica a hacer el recuento un tanto pormenorizado de los avatares de Fernán González en los que interviene como destacada enemiga la reina leonesa. Finalmente, retomada la leyenda, Mariana nos presenta, al modo tradicional, el logro independentista alcanzado por Fernán González en la siguiente forma: 37 El conde, alegre por lo sucedido, dado que pudiera romper la guerra contra aquel Rey como contra enemigo, contentóse con pedirle lo que por el caballo y el azor se le debia. Habia crecido grandemente la deuda por la dilacion. Como no le pagasen, talaba los campos de los leoneses sin desistir de hacer mal y daño hasta tanto que el Rey envió sus contadores para hacer la paga enteramente. Llegados a cuenta, hallaron que no bastaban los tesoros reales para pagar. Concertóse que en recompensa de la deuda Castilla quedase libre sin reconocer adelante vasallaje a los reyes de Leon. Este asiento dicen que se tomó año de nuestra salvacion de 965.

En esta misma línea —al compás de otras leyendas— nos ofrece Cristóbal Lozano un resumen en prosa de la leyenda, 38 al tratar asimismo de Sancho I el Craso, sobre «aquel cuento tan sabido del caballo y del azor», lo que demuestra, una vez más, el alto grado de difusión alcanzado por el relato independentista de marras. Tenemos aquí en brevísimos trazos las líneas fundamentales, ya conocidas, tal como fueron planteadas por el historiador Mariana. El Conde se presenta ante la corte real leonesa con un azor y «un famoso caballo, hijo del Betis», sin que aparezca la mención de Almanzor de otros relatos. El rey   Mariana, vol. I (1950), p. 230.   Lozano (1969), pp. 67-69.

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leonés quiere comprarlos, sin aceptar el regalo de entrambos presentes que le ofrece el Conde; al final se fijó «un precio subidísimo» y aplazado, pero con la condición de que «se fuese doblando el precio cada día que pasase». Y en este punto se interrumpe el relato a fin de renovar las dudas sobre su realidad histórica, apoyándose en lo que «dicen los coronistas sobre el particular», para dar luego paso a las acechanzas y maniobras de Teresa, reina de León, frente al Conde castellano, como ya hiciera asimismo, aunque con mayor extensión, el propio Mariana. Posteriormente, de vuelta al relato independentista, Lozano recuerda la imposibilidad de pagar el «precio infinito» alcanzado por el retraso en el cumplimiento del convenio, lo que dará pie a Fernán González para tomar represalias en territorio del rey leonés «entrándole por sus tierras». Fue entonces cuando el rey leonés, tras consultar con sus «contadores y mayordomos», se ve obligado a reconocer como situación final acomodaticia que «quedase libre Castilla, sin reconocer vasallaje a los reyes de León», prácticamente en los mismos términos que Mariana. Otros historiadores de la época vuelven a dar cuenta de la leyenda con mayor o menor intensidad. El tema llegará finalmente a Lope de Vega. A lo largo de la obra de Lope —El conde Fernán González— el magnate castellano adopta una posición un tanto peculiar. Por una parte reconoce su dependencia hacia el rey leonés vinculado por lazos feudovasalláticos, pero por otra, parte de la base de que no es un Conde cualquiera, sino que, como recuerda al rey de Navarra, asume una posición eminente, en cierta medida paralela a la de los propios reyes. 39 Pero es en el acto tercero cuando la situación del Conde termina por resultar insostenible y sumamente arrogante. No cumple las órdenes del rey ni acude a la convocatoria a Cortes, como está obligado todo vasallo. Los consejeros del rey consideran que ha incurrido en caso de traición. Y cuando por fin acude a León, el rey le recrimina su actitud rebelde, por lo que se niega a darle su mano a besar. Por su parte, Fernán González se defiende culpando a los malos consejeros áulicos de informaciones insidiosas: Nacen todas esas quexas de consejeros villanos El Conde ingresa en prisión para ser luego liberado por un ardid de su esposa, consistente en intercambiar la vestimenta, quedando la mujer en prisión como si se tratara del Conde. A pesar de los cual el rey leonés alaba la conducta de esposa tan abnegada y le otorga caballerosamente el perdón. Pero Fernán González se pondrá al frente de las tropas castellanas, invade territorio leonés y entra muy pronto en contacto con las tropas leonesas con su rey al frente, quien recuerda al Conde haber liberado a su esposa, por lo que convendría buscar un expediente para solucionar los conflictos de forma pacífica. Momento que   Lope de Vega (1624), pp. 120-148.

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es aprovechado por el Conde para recordar la deuda que el rey había contraído por la venta del caballo y el azor, cuyo precio, en virtud de la condición pactada, se había elevado hasta cantidades inimaginables: Un cavallo hermoso mío y un azor, rey de las aves, con afición que te dieron por mil marcos me compraste, fue concierto en la escritura que si no me lo pagases al plaço por cada día los mil marcos se doblasen Hechas las cuentas por el Conde, en función solamente de unos cuantos días, se eleva la suma a 128.000 marcos, y si el cálculo se hiciera en relación con los dos años transcurridos sin pagar, la cantidad final sería inmensa. Tan fabulosa suma resulta imposible de recaudar por lo que el Conde apunta la solución de alcanzar la libertad de Castilla, a lo que se aviene el rey leonés: Que Castilla no te pague reconocimiento alguno sino que la mano alarges de los fondos que te debe, y que desde oy se llame libre Castilla y su Conde, O rey, si de ay adelante, que como eso muda el tiempo no bese la mano a nadie. 40 Lope, una vez más, adopta una posición un tanto ambivalente. El Conde, junto al territorio bajo su jurisdicción, alcanza plena libertad, solo que todavía no es el momento de ostentar el título de rey, aunque quede abierta esa posibilidad para un futuro más o menos inmediato. Pero todavía podemos añadir un nuevo testimonio de nuestro teatro, representado por Rojas Zorrilla, según la breve referencia aportada en su obra La más hidalga hermosura, aunque sin mencionar expresamente la independencia castellana. He aquí el correspondiente pasaje de esta obra dramática: Caballo de Almanzor era el caballo Que ferié al de Leon, y juntamente   Lope de Vega (1624), pp. 147v-148r.

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Le di un azor, y tan ligeramente Uno y otro en el curso se igualaba Que el caballo pensaron que volaba, Que pisaba el azor el monte ó valle; Uno corre, otro vuela, y al miralle Ninguno discurria Cuál era de los dos el que corría. 41 Se trata de un simple eco de la leyenda, sin entrar tampoco en disquisiciones sobre los orígenes de la tan traída y llevada independencia política. Y es que no podía ser otra manera —como sucede con Lope— en una época en que lucía en su plenitud el absolutismo monárquico. Habrá que esperar al siglo xvii, ya un tanto avanzado, y sobre todo al siglo xviii para que diversos historiadores manifiesten su extrañeza ante las exposiciones independentistas con pretensiones históricas aunque sin apoyatura en la documentación de la época que acabamos de reseñar. Pero de estos intentos de depuración historiográfica no podemos tratar por ahora al ser preciso para ello toda una densa monografía.

  Rojas Zorrilla (1952), p. 513.

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3 RELATOS BREVES EN TEXTOS POLÍTICOS E INSTITUCIONALES (SIGLOS xiv-xvi) 3.1. Introducción El pensamiento político e institucional mantiene estrechas conexiones con la literatura en unas y otras épocas, aunque en tantas ocasiones no haya sido aún suficientemente estudiado el tema. Cabe explicar esas relaciones por el hecho de que buena parte de los pensadores políticos, además de especialistas en la materia, suelen tener aficiones literarias como lectores o autores. No hará falta en tal sentido aportar datos y entrar en pormenores. Como ejemplo de cuanto decimos, ofrecemos aquí una pequeña muestra, fácil de ampliar a poco esfuerzo que desplegáramos. En concreto, nos hemos fijado en un autor que apenas ha sido investigado en tal dirección, aunque en los últimos años se hayan ocupado de él algunos historiadores de nuestra literatura, Juan García de Castrojeriz, que glosa minuciosamente en castellano una obra de amplia difusión en la edad media, el Espejo de Príncipes de Egidio Romano. Son muchos los relatos breves que aparecen recogidos en esta Glosa; pero nos hemos limitado a dos de los más característicos en relación con los textos literarios, seguido todo ello de unos apuntamientos sobre la influencia de Valerio Máximo en la Glosa en lo tocante a la administración de justicia y de una selección de pasajes sobre la vida de Alejandro Magno. Pasamos después a relatar un episodio que presentan los Castigos del Rey Don Sancho como un suceso real, aunque con ribetes sobrenaturales, cuyo protagonista podría resultar ser un personaje de ficción, pero que creemos haber demostrado su pertenencia a la realidad histórica.

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Por otra parte, del Fuero General de Navarra comentamos dos fazañas que aparecen insertadas al final del texto y que guardan estrecha relación con el mundo de la literatura. Tras un salto temporal importante, hacemos un repaso a la extensa obra de Castillo de Bovadilla, afamado jurista castellano que a fines del xvi escribe una obra para la formación de corregidores y gobernadores de muy amplia acogida. Sobre la que luego volveremos. Finalmente cerramos nuestra exposición con un apuntamiento a modo de conclusión. 3.2.  Selección de pasajes de la Glosa castellana   a Egidio Romano de García de Castrojeriz Resulta bien significativo y un tanto aleccionador el hecho de encontrar en una obra de pensamiento político —la Glosa castellana a Egidio Romano de García de Castrojeriz— reseñado uno de los breves relatos de la Disciplina clericalis. Es una prueba más de los estrechos lazos establecidos entre la literatura de ficción y pensamiento jurídico político. En primer lugar haremos un resumen del texto en cuestión. Se trata de un tema referente a la administración de justicia entre pobres y ricos en el que interviene una persona de recto proceder que se dedica a prestar ayuda a pobres y menesterosos en los procesos judiciales en los que se ven envueltos. Su nombre resulta bien curioso: «Ayuda de pobres» —«Refugium pauperum»—, según la propia denominación de Pedro Alfonso, autor de la Disciplina clericalis. En esta ocasión un «rico, malo y codicioso» había alquilado una casa a un pobre del lugar con idea de apoderarse de sus escasos bienes, para lo cual había introducido en la casa una serie de toneles, unos repletos de aceite, y los demás con aceite sólo hasta la mitad. Pasado un tiempo, el rico presentó una acusación ante el alcalde de haber sido robado el aceite depositado en sus recipientes rellenos hasta la mitad. La sentencia del alcalde no pudo ser más dura: que se repusiera el aceite sustraído, «si no que muriese por ello». Pena de muerte, pues, para el pobre que había sido engañado. Pero es en este momento cuando entra en juego el benefactor de los pobres, ahora bajo la denominación latina de «Refugium pauperum», como en la Disciplina clericalis. Su alegato consistió en plantear la prueba de si contenían unos y otros recipientes la misma cantidad de aceite. Realizada la prueba, pudo comprobarse como los toneles con aceite hasta la mitad contenían asimismo la mitad exacta de heces que los repletos de aceite con lo que se demostró la inocencia del pobre y en consecuencia quedó libre de la acusación. Nada se dice, sin embargo, sobre la posible responsabilidad del falso acusador. 1 Si comparamos este relato con el original de Pedro Alfonso, existen a grandes rasgos coincidencias, pero al propio tiempo podemos detectar numerosas variantes. Por de pronto el relato de Pedro Alfonso resulta mucho más extenso. García de Castrojeriz en su resumen ha prescindido de la parte dialogado que ocupa amplio   Glosa castellana (1947-1948), III, pp. 197-198.



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espacio en la Disciplina clericalis. Y se dejan de lado asimismo muchos otros detalles. Así, el acusado ya no es un joven con más o menos dosis de ingenuidad, sino un pobre como tal, carente de vivienda y que se ve precisado a alquilar una casa, mientras que en la Disciplina clericalis el joven es propietario de la vivienda; una vivienda que para mantenerla convenientemente exigía grandes esfuerzos económicos. El vecino que busca aprovecharse de sus estrecheces económicas trata de comprar la casa. Pero el joven de ningún modo quería vender. Al fallarle su propuesta, el rico toma en arrendamiento una pequeña parte de la casa. Digamos que la propuesta aparece expuesta en forma dialogada, lo que no sucede en García de Castrojeriz. Tales son las principales variantes entre uno y otro texto. Por otra parte, en la misma Glosa de García de Castrojeriz encontramos diversos relatos tocantes a la administración de justicia, vía Valerio Máximo, lo que no tiene nada de particular al tratarse de un autor latino que ha sido aprovechado hasta la saciedad en la Edad Media como fuente de inspiración de todo un anecdotario «con mensaje». En el caso concreto de García de Castrojeriz es sin duda Valerio Máximo el autor más citado y aprovechado, nada menos que unas noventa veces, si los recuentos no nos fallan. Ante tal cúmulo de citas centraremos nuestra atención en los relatos más directamente relacionados con la administración de justicia, aunque sólo en aquellos casos en los que, más allá de una simple cita erudita, se despliegue una cierta trama narrativa, por breve que resulte. Habrá que distinguir también entre aquellos relatos que mantienen algún dato personal de los aportados por Valerio Máximo de aquellos otros en donde los nombres de los intervinientes han desaparecido para dar pie a una narración de características más genéricas. En el primer caso nos encontramos con el famoso suceso ocurrido en Alejandría, donde una mujer mató a su marido y al hijo engendrado por éste con otra mujer porque le mataron un «fijo muy bueno que ella havía de otro marido». El proceso en principio había tocado dirimirlo a un juez ateniense de nombre Dolobela, quien no se consideró capaz de juzgar tan dificultosa materia. No podía quedar libre una mujer causante de dos muertes; pero, al propio tiempo, tampoco debía condenarla al ver muerto a su hijo en tan trágicas circunstancias, de modo que se sintió obligado el juez a dar traslado de los autos al «Consejo de los sabios de Atenas», donde se acordó resolver la disyuntiva de forma bien curiosa: E los sabios, después que vieron la acusación e la muger culpada, juzgaron muy sabiamente que este pleito havía menester cien annos, para saber lo que havían de facer en él e así mandaron a las partes que viniesen a cabo de cien annos a oír la sentencia. E ovieron esa misma intención que Dolobela, sacado que él encomendó el juicio a éstos alogáronlo por la dubda que havían de condenar o de absolver. 2

   Glosa castellana (1947-1948), III, pp. 198-199 y Disciplina clericalis (1980), núm. XVI, pp. 128-129.

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Estamos ante uno de esos temas dificultosos planteados ante los tribunales de justicia en los que, a través de un ingenioso planteamiento, se opta por aplazar el cumplimiento de la sentencia dictada por un juez o tribunal hasta una fecha tan distante que a la postre resultaría de imposible cumplimiento, a la manera como sucede en el famoso caso del elefante hasta tanto no se le enseñase a leer, tan traído y llevado por nuestra literatura, con el propio Cervantes a la cabeza. Por lo demás, en esta ocasión García de Castrojeriz ha respetado minuciosamente lo apuntado por Valerio Máximo, incluso en lo tocante al nombre del juez. Otro supuesto judicial aparece protagonizado por el «sabio Demóstenes», quien, a base de ingenio y penetrativa, logrará salvar a una hostelera que se había comprometido a guardar el dinero de unos clientes, bajo condición de que la consiguiente reclamación del dinero se hiciera conjuntamente. 3 No fue así. Pasado un tiempo vino uno de los huéspedes a reclamar el dinero, alegando que su compañero había fallecido. Después apareció el compañero, sano y salvo, a reclamar a su vez la totalidad de la suma depositada. La pobre mujer no sabía qué hacer. Fue entonces cuando apareció Demóstenes para salvar del trance a la hospedera, tras exigir que la reclamación del dinero se hiciese conjuntamente por los dos antiguos huéspedes, algo que resultará imposible de cumplir, al haber desaparecido uno de ellos. Encontramos parecido relato en el Libro de los exemplos, aunque con algunas variantes, como la de sintetizar la forma dialogada empleada por Valerio Máximo. 4 (Libro VI, Capítulo III). En las restantes ocasiones inspiradas por Valerio Máximo no sólo se suprimen los nombres de los participantes en el suceso, sino que se procura abreviar el tema. En unos y otros casos se trata de aplicar medidas de gracia —a veces con participación de la justicia popular— en las condenas a muerte, por las especialísimas circunstancias que se dan en los procesos: una mujer que se encuentra sola y desvalida si se condena al hijo que ha dado muerte a su hermano, donde «presvaleció la sentencia del pueblo el ruego que hicieron porque la madre no fincase privada de ambos los hijos»; un padre condenado a muerte que, de aplicarse la sentencia, dejaría huérfano a un niño de corta edad; un condenado que hizo tales muestras de dolor y demostraciones ante los alcaldes, con fiebre muy alta, «e vaxando la tierra entre sus pies finchó toda su cara y toda su boca de lodo»; alguien que confesó haber forzado a una mujer pero que «si lo perdonasen se enmendaría dende adelante», y, en fin, no faltó quien, a la hora del fallo judicial, prorrumpiese en «voces muy grandes que era sin culpa». En unos y otros casos se impuso la misericordia sobre la nuda justicia, en una línea bien conocida desde época antigua. 5    En la versión de García de Castrojeriz no queda muy claro el despliegue argumentativo de Demóstenes, por lo que hay que acudir para su correcta interpretación a Valerio Máximo.    Libro de los Exemplos (1961), núm. 6. El propio Libro de los Exemplos se remite a Valerio Máximo, lib. VII, cap. III.    Los resúmenes de García de Castrojeriz pueden verse en Glosa castellana (1947-1948), III, pp. 199-200. La Glosa se remite a Valerio Máximo, lib. VIII, cap. 1 «do reza muchos pleitos en que ovo gran piedad».

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Pero lo más digno de destacar de la glosa de García de Castrojeriz tal vez sea el resumen que ofrece al final de la obra sobre pasajes de la historia de Alejandro Magno, precedido de unos apuntamientos sobre los últimos años de la ciudad de Troya, tomados de la Historia troyana. Y lo más curioso es que la glosa tiene poco que ver en principio con lo que dice el texto de Egidio Romano, dedicado por entero al despliegue militar por tierra y mar, con planteamientos teóricos de base. Se trata, en definitiva, de una selección de pasajes de la vida de Alejandro Magno con el acento puesto naturalmente en sus espectaculares hechos militares y en su fabulosa expansión territorial a partir del vencimiento del rey Poro. Pero lo que interesa sobremanera resaltar es el despliegue del anecdotario en torno al héroe macedonio, no solo a través de sus victorias, sino también ante el sufrimiento ejemplar de que fue capaz en los momentos en que cayó herido y estuvo a punto de morir. No se olvida la Glosa naturalmente de recoger abundante anecdotario sobre Alejandro: enseñanzas de Aristóteles; conducta ejemplar con la mujer de Darío; dichos famosos del héroe; justicias extremosas frente al comportamiento cruel de los enemigos en relación con su ejército 6 y, por supuesto, referencias a las extraordinarias propiedades del caballo de Alejandro, Bucéfalo. 7 Y así sucesivamente. Digamos, por último que García de Castrojeriz se permite a veces introducir alguna reflexión de carácter moralizante. 8 En cuanto a las fuentes manejadas, la Glosa cita distintos libros de la Historia de Alejandro. Pero todo parece indicar que llegó a consultar en algún momento el Libro de Alexandre, como se puede colegir de los regalos que recibe Alejandro Magno de distintas potencias europeas, entre las cuales, España: Ca Francia le envía un escudo de oro, lleno de piedras preciosas; e Cartagena le envía un yelmo, que resplandesce como el sol, e está cennido de piedras preciosas; e Alemania le envía una espada, que semeja que destella sangre; e Espanna le La aplicación de la justicia con el contrapunto de la misericordia se convertirá en un verdadero tópico que cabe encontrar en textos políticos, jurídicos e incluso literarios. No es este el momento de ofrecer documentación al respecto. Algunos ejemplos en tal sentido pueden verse en Bermejo Cabrero (2005), pp. 24-25.    Así, por ejemplo, se recuerda la respuesta de Alejandro a los emisarios de Darío: «Amigos, tornadvos para Darío e decidle que antes que mi padre Felipo oviese fijo, que havía una gallina que ponía huevos de oro e de aquellos huevos pagaban el tributo; mas en el día en que yo nascí murió la gallina e agora no quiere pagar el tributo. Mas decid que se apareje, que un día desto le iré allá a buscar, que me pague todo lo que he llevado e no lo he de dejar en la tierra, ni en la mar, e aun si subiere al cielo allá lo hiré a buscar» (Glosa castellana [1947-1948], III, pp. 395-396).    He aquí lo que refiere la Glosa sobre el particular: «E en aquella facienda mataron al su caballo de Alejandro, que llamaban Bucifal, e fue este un tal caballo que decían que para tan noble rey pertenescía tal caballo, que no havía otro tal caballo en el mundo. E magüera estuviese todo cubierto con dardos e con lanzas e con saetas, que estaban tan espesas en él como las espigas en el erizo, pero nunca quiso derribarse fasta que descendió dél Alejandro.» (Glosa castellana [1947-1948], III, p. 411).    Glosa castellana (1957-1948), III, p. 392.

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envía un caballo muy fermoso e de departidos colores que trae freno de oro e máscalo con los dientes, faciendo en él son maravilloso. 9

Pero en este tema de las fuentes habrá que esperar a nuevos estudios y profundizaciones para podernos pronunciar de forma segura y convincente. 3.3.  Un relato ejemplarizante en los Castigos del Rey Don Sancho IV En los Castigos del Rey Don Sancho se narra un episodio que, además de plantear interesantes problemas, ha sido en los últimos años objeto de atención particular. Se centra el relato, protagonizado por un ricohombre navarro, Juan Corberán de Alet, en lo ocurrido en un enfrentamiento bélico entre navarros y aragoneses. Al principio de la refriega la suerte se decantaba del lado de Corberán al frente de las tropas navarras; los aragoneses habían emprendido ya la huida. Pero he aquí que de pronto surgió el prodigio —o milagro como dice el texto—. El caballo de Corberán se quedó clavado sin poder dar un paso ante la fuerza ejercida en cuello y cinchas por una monja que hizo su aparición de improviso, como venida del más allá. Las tropas de Corberán, en vez de perseguir a los aragoneses, vinieron en socorro de su jefe militar. Lo que fue aprovechado por los enemigos para dar la vuelta a la situación e iniciar el contraataque. Y cuando Corberán, a su vez, iniciada la retirada, de nuevo se ve sujetado por la misma monja nuevamente aparecida, se establece un diálogo entre los dos personajes, preguntando Corberán por la identidad de la aparecida y sobre las extrañas razones por las que procede de semejante manera. En su réplica, la monja se identifica con quien en su día fuera forzada por el propio Corberán. Al propio tiempo el ricohombre navarro sería capturado y sometido a larga prisión por parte de las tropas aragonesas, hasta poder pagar un elevado rescate por su libertad. A partir de entonces, Corberán huía de la presencia de cualquier monja y no volvió a pisar convento alguno. Y para que no hubiera duda sobre la veracidad de lo sucedido, el propio Sancho IV —según los Castigos— declara al final haber recibido toda aquella información del propio Corberán. Así todas las piezas podían encajar en tan curioso relato. 10 Si hacemos ahora un breve comentario, podemos en primer lugar apuntar hacia una clara diferenciación entre los planos históricos y literarios. Juan Corberán no es un personaje bien documentado en principio en la historia navarra, aunque se le menciona en textos procedentes de otros ámbitos políticos, según tendremos ocasión de señalar más adelante. Pero lo que no cabe duda es que el relato en cuestión se desdobla en un plano histórico con el enfrentamiento de navarros y aragoneses, vencedores a la postre. Mientras paralelamente, desde un segundo plano de ficción narrativa, encontramos a la monja, presuntamente forzada, para conseguir con su aparición dar la vuelta a los acontecimientos militares.   Glosa castellana (1947-1948), III, p. 417.   Castigos del rey don Sancho (2001), pp. 195-196, refiriéndose a Juan Corualán de Leret. En la redacción extensa se detectan escasas variantes, Castigos e documentos del rey don Sancho (1952), pp. 131-132. 

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En el primer aspecto se emplean diversos mecanismos de tipo histórico para alcanzar la mayor dosis de verosimilitud posible, desde la mención de los reyes que intervienen en los orígenes de los enfrentamientos hasta el apuntamiento de detalles sobre el ingreso en prisión de Corberán por largo tiempo, junto a su rescate mediante una elevada suma. Por desgracia no disponemos de fuentes directas de información a fin de contrastar y hacer una valoración de lo reseñado en los Castigos. Para la historiografía que se ha ocupado del tema, hay que esperar a las aportaciones de Zurita y del navarro Moret, si queremos encontrar referencias al tema que no vayan más allá de ser simples remisiones a la obra atribuida a Sancho IV. ¿Y si todo el relato hasta ahora no encuentra confirmación en otros testimonios, sino que se basa en una mera construcción literaria sin apoyatura documental? ¿No podía ser al propio tiempo el capitán navarro un personaje puramente literario? Creemos, por nuestra parte, poder contestar a estos interrogantes en forma negativa. En primer lugar, porque a través de la historiografía se pueden encontrar algunos datos referentes al Corberán histórico que no admiten en principio duda alguna. 11 En segundo lugar, en la Crónica de Ramón Muntaner se registra la presencia del capitán navarro años después, a propósito de la expansión de los catalanoaragoneses por el Mediterráneo, formando parte de los victoriosos contingentes mandados por Roger de Flor frente a los turcos que asolaban Constantinopla. Precisamente en uno de esos encuentros victoriosos encontraría la muerte nuestro arriscado personaje, a la sazón senescal de las tropas almogávares, en tanto figuraba al frente de una expedición de castigo contra los turcos en la ciudad de Tira. De la fama y respeto que había alcanzado son testimonios los actos y conmemoraciones en torno a su funeral, rodeados de gran esplendor durante varios días. 12 No hay duda, pues, de que Juan Corberán fue un personaje histórico. En cuanto a los aspectos legendarios de la narración, responden al patrón conocido de tantos y tantos relatos breves en los que se castiga a un personaje, mejor o peor conocido, por los abusos por él cometidos anteriormente, con intervenciones de tipo milagroso de por medio. 13 3.4.  Dos fazañas del Fuero General de Navarra Al final del Fuero General de Navarra se recoge en forma bien curiosa siete fazañas —denominadas así en el Fuero— seis de las cuales contienen relatos o narraciones sobre temas judiciales mientras que en el supuesto restante sólo se formulan 11   Cfr. J. E. Martínez Ferrando, S. Sobrequés y E. Bagué (1968), p. 24. Los datos aportados por estos historiadores vienen a coincidir con lo apuntado en los Castigos, sin citarlos expresamente; se habla en cambio del «analista» y, en términos generales, de Muntaner, aunque en este punto no se mencione a Corberán. 12   Muntaner (1970), pp. 425-426. Otras noticias en pp. 413 y 415. 13   M. J. Lacarra (1999), p. 133.

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principios jurídicos de tipo general, sin dar pie a una posible narración. O dicho de otra forma, en realidad son seis las fazañas propiamente dichas. A su vez, dos de esas fazañas contienen narraciones claramente literarias, por lo que aquí nos ocuparemos de ellas prescindiendo por ahora de las restantes. 14 Si seguimos el orden de exposición del Fuero podemos comenzar por la fazaña contenida en el capítulo IV bajo el siguiente epígrafe: «Fasania cómo una muger iurgada de lapidar fue defendida por exiemplo de unos mozos, como Susana.» 15 Ya es significativo que aparezca aquí la mención de la Susana bíblica a modo de comparación con lo que aquí se presenta como una historieta referente a la administración de justicia. Se trata en este caso de una falsa acusación formulada frente a la mujer de un mercader que ha tenido que realizar un viaje al extranjero. La acusación de adulterio ha sido presentada por el hermano del mercader, despechado por no haber conseguido que su cuñada accediese a sus pretensiones amorosas. Mediante dinero se presentaron testigos falsos, y la mujer fue condenada a ser lapidada. Pero milagrosamente salió indemne del apedreamiento y abandonó el lugar de los hechos. Posteriormente el juez vio a unos niños que en uno de sus juegos simulaban un proceso judicial donde los testigos eran examinados separadamente hasta otorgar testimonios opuestos. Fue así como el juez —inspirado por tal práctica infantil— volvió a repetir la prueba de testigos. Y, en efecto, como en el juego de los niños, los testigos depusieron cada uno en forma contrapuesta. Se descubrió así la falsedad en la que habían incurrido: E iurgó el alcalde que el cuynado fuesse lapidado et sufriesse la pena de la falsía.

Así el matrimonio, a la vuelta del marido, pudo vivir en paz y felicidad. Estamos ante un relato basado en la utilización de un mecanismo judicial para la averiguación de la verdad, a base de obtener la declaración de los testigos, no en forma conjunta, como se hizo al principio, sino por separado, a fin de averiguar las posibles contradicciones. Procedimiento que presupone un cierto grado de modernidad frente a las prácticas judiciales más antiguas; pero procedimiento que al propio tiempo recoge prácticas primitivas, como es el caso de la aplicación de la pena del talión. La segunda fazaña 16 aquí seleccionada contiene aspectos fabulísticos que permiten situarla dentro de la tradición literaria europea. Se trata, en efecto, de una narración en la que un hombre se encontró en el camino con varias serpientes. Pudo matarlas a todas, salvo a la más pequeña. Ya en casa, se encargó de su crianza, hasta que en un momento determinado la serpiente se enroscó en su garganta. El hombre dijo a la serpiente «non me mates que criete et gran bien te he fecho». La serpiente   Fuero General de Navarra (1964).   Fuero General de Navarra (1964), p. 256. 16   Fuero General de Navarra (1964), p. 257. 14 15

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le recordó las muertes de su familia por lo que debía matarlo. El hombre se presentó con la serpiente enroscada ante el juez para ponderar lo bien que había criado a la serpiente y el mal pago que estaba recibiendo. Por su parte, la serpiente adujo a su favor como el hombre había dado muerte a toda su familia. «Et dixo lalcalde que no daría yuizio el hombre estando preso». Fue así como la serpiente dejó libre al hombre, ocasión aprovechada para dar muerte a la serpiente. 17 El principio en el que se basa buena parte de la narración apunta al hecho de que no se puede dictar sentencia bajo fuerza o presión que impida la prestación de declaraciones judiciales en régimen de libertad. Esto desde el plano jurídico. Otros detalles pertenecen a la tradición literaria, donde es fácil encontrar de forma repetitiva en el fabulario tradicional la posibilidad de que los animales puedan dialogar con los hombres. Pero es que además este texto tiene precedentes literarios perfectamente delimitados. En efecto, una narración muy semejante a la que acabamos de exponer se encuentra recogida en la Disciplina clericalis con mayor amplitud de detalles y más amplia extensión. Se trata ahora de una sola culebra, forzada y atada en unos palos para más señas, a la que un hombre desató e hizo entrar en calor, con la mala fortuna de que la culebra se le enrolló al cuello. Tras un diálogo frente a la culebra por su ingrato comportamiento —por los demás algo conforme a su maligna naturaleza—, se terminó por acudir al arbitraje de una zorra que se las ingenió para que, antes de dictar el fallo, se reconstruyeran los hechos hasta conseguir ver atada a la culebra, como sucediera en un principio. Situación que aprovecha la zorra para sentar doctrina sobre el particular. 18 Como se ve, el fondo de la narración discurre por parecidos derroteros a los del relato anterior, aunque la forma de exponer la situación es bien distinta en uno y otro caso. 3.5.  Un repaso a la Política de corregidores de Castillo de Bovadilla En la extensa y compleja obra de Castillo de Bovadilla sobre corregidores y gobernadores se recogen materiales de muy varia temática y amplia erudición, no siempre de primera mano; sin que falten en ocasiones aprovechamientos de materiales ajenos en forma que cabría calificar de plagio, lo que no guarda consonancia con la fama y aceptación mantenida por la obra en unas y otras épocas. 19 No faltan en la obra citas y referencias a textos literarios, como en lo tocante a Juan de Mena. Y si observamos atentamente, podemos encontrar también algunos 17   En el Fuero de Jaca aparece recogida esta misma fazaña, según ya advirtiera Molho (1959-1960) seguida por María Jesús Lacarra (1980), pp. 35-36. Puede verse también Bermejo Cabrero (1972). 18   Disciplina clericalis (1980), núm. V, p. 118. 19   Castillo de Bovadilla (1978). Sobre la personalidad y la obra de Castillo de Bovadilla puede verse, F. Tomás y Valiente (1982) y B. González Alonso en «Estudio preliminar» a la edición comentada de Castillo de Bovadilla (1978).

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relatos breves a la manera como en este trabajo venimos considerando. Por lo demás, aunque Castillo de Bovadilla escribe a fines del siglo xvi, sigue inmerso en los planteamientos y modos de operar renacentistas, por lo que encaja sin dificultad en la época aquí considerada. En tal sentido resulta explicable que buena parte de esos relatos se sitúen en época antigua, principalmente romana; es así como encontramos reseñado el conocido sacrificio heroico de Manlio Torcato, al ordenar la muerte de su hijo por contravenir las órdenes dictadas para el ejército: El primero ponen el del cónsul Manlio Torcato, el qual mandó matar a su hijo, porque sin su mandato començó la batalla, y sin que el y todo el exercito lo supiesse: y aunque fue vencedor, le hizo matar, porque todo el exército pereciera, si el fuera vencido, pareciéndole mejor perder su hijo, aunque valeroso y buen cavallero, que perder el orden y concierto de la guerra, o poner todo el pueblo y la tierra en peligro. 20

En otro pasaje aparece Julio César revocando la sentencia de muerte previamente dictada por él, tras haber oído el juicioso parecer de Cicerón: No le acaezca lo que a Julio Cesar, que teniendo ordenada la sentencia contra uno, le dixeron, que Cicerón quería orar ante el en su defensa; y el dixo, De que sirve oyr a Cicerón? no tomó armas contra la República? no es enemigo de la patria? y después de llevada la sentencia ordenada contra el, oyó la declaración y defensa que por el hizo Cicerón en el Senado, y mudó César parecer, y absolvió al reo, y dixo: Bueno es aver oydo a Cicerón: y estando absorto oyéndole, se le cayó el papel del seno, y hallaron que la sentencia que trahía acordada era contra lo que pronunció. 21

En relación con Atenas se recoge la anécdota sobre Solón, que se vio obligado a fingirse loco para persuadir a los atenienses de la necesidad de tomar Salamina frente a los megarenses: Con ser tan sabio Solón, no se atrevió, sino fingiendo estar loco, persuadir a los atenienses para cobrar a Salamina de los Megarenses. 22

Y sin salirnos de Atenas ni de Valerio Máximo, volvemos a encontrarnos con lo sucedido a Plubio Dolobela, quien se vio obligado a someter un dificultoso caso de sentencia de muerte al arbitrio del senado de los areopagitas, decantándose este tribunal por diferir el cumplimiento de la sentencia a través de un plazo de cien años; lo que viene a coincidir, a grandes rasgos, con lo expuesto por García de Castrojeriz, según dejamos arriba anotado:   Castillo de Bovadilla (1978), t. II, lib. IV, cap. 2, fol. 331. Vuelve a referirse al tema en fol. 352.   Castillo de Bovadilla (1978), t. I, lib. II, cap. VIII, fols. 300-301. 22   Castillo de Bovadilla (1978), t. II, lib. IV, ���������������������� cap. II, fol. 324. 20 21

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Cuenta Valerio Máximo, que Publio Dolobela, Alcalde de Atenas, dudando como sentenciaría á una muger honrada, acusada por aver muerte á su marido, y á un hijo que él tenía de otro matrimonio, porque ellos le avían muerte á un hijo que tenía ella de otro marido, consultó con el Senado de los Areopagitas, los quales vista la duda, mandaron que las partes viniessen a oyr sentencia de allí á cien años. 23

Se recuerda asimismo en breves palabras el indigno comportamiento de Tarquino el Soberbio frente a Lucrecia, asunto tratado por tantas y tantas obras literarias: Tarquino Superbo, que fue el quinto y último Rey: al qual por la fuerza que cometió contra Lucrecia, expelieron del Reyno. 24

Otras veces, Castillo de Bovadilla se inspira en tratadistas religiosos, como sucede con la narración tomada de los Diálogos de San Gregorio, en donde un soldado, muerto y luego resucitado, pudo ver «en la otra vida» a un tal Pedro, juez mayor de una iglesia, sometido a tormentos y fuertemente encadenado por haberse dejado llevar en vida por un deseo incontrolado de imponer duras penas a los condenados en lugar de atenerse a cumplir fielmente con su oficio: Cuenta S. Gregorio, que entre otras cosas que un soldado que avía muerto y resuscitado, le contó que avía visto en la otra vida, fue, que vio a Pedro juez mayor de una Iglesia, puesto en una cárcel muy obscura, aherrojado con una gran cadena, y muy atormentado, y preguntándole porque estaba allí, oyó una voz que le respondió, que porque quando mandava hazer alguna justicia, mas se movía a hazerla por desseo de dar penas que por obediencia de servir el oficio. 25

Otro supuesto con planteamientos milagrosos es narrado con todo lujo de detalles en la siguiente forma: Para recomendación de la justicia quiero referir el milagroso ejemplo que San Antonino arçobispo de Florencia, y el Doctor Avilés cuentan de un juez pagano e infiel, gran professor y observante de la justicia, y muy recatado y rezeloso de errar en ella, el qual aunque murió en su infidelidad y paganismo, fue reservado largos tiempos de la infernal condenación: y un día, cavando un labrador a caso en un campo y heredad suya, oyó una voz que dixo, Cava passo no me maltrates; el qual le preguntó quien era, y él le respondió que era Gentil, y avía sido juez, y por la justicia que avía guardado, le avía preservado Dios hasta que recibiesse Bautismo; y rogole que fuesse a la ciudad, y le traxesse allí al Obispo para que le bautizasse: y vino allí el clero y pueblo, y vieron como su cuerpo, cabeça y lengua estava entero, fresco, y vivo, el qual habló y declaró lo susodicho, y recebido el bautismo, se   Castillo de Bovadilla (1978), t. II, lib. III, cap. XV, fol. 295.   Castillo de Bovadilla (1978), t. I,����������������������������� lib. II, cap. XVI, fol. 439. 25   Castillo de Bovadilla (1978), t. I,����������������������������� lib. II,�������������������� cap. VII, fol. 297. 23 24

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resolvió luego en ceniza, y sin ninguna duda fue su alma a gozar de la bienaventurança. 26

Y, en fin, Castillo llega incluso a referirse a la administración de justicia a la hora de redondear su anecdotario judicial, como sucede en el caso de un famoso pintor romano: De Carmenades Romano, pintor famoso, se cuenta, que ingeniosamente dibuxó en una tabla un Papa, y un soldado, y un labrador, y una muger, y un juez, significando que el Papa absolvía a todos aquellos quatro, el soldado los defendía, el labrador los sustentava, la muger los engañava, y el juez los robava. 27

Con lo apuntado a título de ejemplo creemos haber probado la afición de un famoso jurista castellano de la Modernidad a ilustrar su grave razonar con ejemplos tomados de la tradición histórica y literaria. 28 3.6.  Apuntamiento final A través del repaso que acabamos de realizar hemos podido comprobar algo que ya hemos adelantado al principio del trabajo: la cercanía existente tantas veces entre el despliegue del pensamiento político y algunas formulaciones literarias, en este caso a través del ejemplo ofrecido por ciertos relatos breves que desde época romana —el caso de Valerio Máximo es bien significativo— se venían repitiendo tanto oralmente como por escrito, según los distintos casos. Cabe señalar al propio tiempo cómo esas breves narraciones suelen estar sometidas a un proceso de evolución, distinto de unos casos a otros, aunque con variantes suficientes como para poder señalar que no se trata de una mera copia o traslado de un texto ajeno. Finalmente conviene advertir que con los ejemplos aquí elegidos hemos procurado, no tanto apurar el nivel interpretativo —que puede quedar abierto para otras ocasiones— sino poner el acento en la novedad de los textos aportados que en algunos casos —pensemos en Castillo de Bovadilla— no habían sido hasta el presente tomados en consideración a los efectos selectivos que venimos apuntando.

  Castillo de Bovadilla (1978), t. I,���������������������������� lib. II, cap. II, fol. 246.   Castillo de Bovadilla (1978), t. I,����������������������������� lib. II,�������������������� cap. XII, fol. 358. 28   Como Castillo de Bovadilla desde el ángulo aquí expuesto no parece haber sido analizado hasta el presente, hemos procurado dejar constancia literal de los breves relatos contenidos en su extensísima obra. Tiempo habrá para mayores y más enjundiosos comentarios. 26 27

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4 ACERCAMIENTOS A GARCILASO 4.1. Introducción La impresión causada por la poesía de Garcilaso en nuestra literatura no ha podido ser más intensa y duradera, como es fácil comprobar. Y no sólo en relación con los poetas líricos o de fuerte emotividad, sino que esa influencia se extiende a los más variados campos del quehacer literario. No hará falta añadir que esa influencia ha llegado hasta nuestros días, causando impresiones no menos profundas, por mucho tiempo que haya transcurrido desde aquellas fechas poéticamente tan creativas, según recordaría J. A. Maravall ensimismado con los sonetos y églogas garcilasianos, o como sucedía con el propio Ortega, al interrumpir su epistolario con Curtius para recordar, sobre la marcha y sin previo aviso, lo de la «fruta del cercado ajeno» de la Égloga III. 1 Pero aquí debemos remontarnos a los orígenes mismos, a poco de la muerte del poeta, para ocuparnos de algunos aspectos de la trayectoria literaria de tan altísimo poeta. 2 4.2.  Garcilaso desterrado Buena parte de la bibliografía especializada suele repetir que Garcilaso fue desterrado a una isla del Danubio a cumplir condena por el hecho de haber asistido a las   J. A. Maravall (1984), p. 219.   Con ese título ofrece una amplísima antología de textos de más de setecientas páginas Gallego Morell (1978). Ya antes había publicado el profesor Gallego Morell un anticipo de tan extenso trabajo. Conviene recordar también la antología de textos de Guillermo Díaz-Plaja. Pero no nos vamos a referir aquí, al menos por el momento, a los más grandes y famosos escritores sobre los que ya existen aportaciones muy ilustrativas. Buscaremos por terrenos menos conocidos y transitados aunque en ocasiones se trate también de escritores de alta calidad literaria.  

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ceremonias matrimoniales de un sobrino, hijo de su hermano mayor, el famoso Pero Laso de la Vega, que fueron prohibidas por el emperador Carlos V. Interesa reparar en la primera parte de este enunciado, tan traído y llevado, en lo referente a la reclusión en una isla del Danubio por ver si los intérpretes han llevado o no las cosas demasiado lejos. Podemos en cambio prescindir por ahora de los avatares matrimoniales del sobrino, siempre y cuando no incidan directamente en lo tocante a la reclusión en la mencionada isla. Por de pronto no todos los analistas coinciden en la propia configuración del destierro en la isla danubiana. Hay quienes piensan que desde un principio la pena impuesta incluía la deportación a una isla, mientras que, al otro extremo, se habla ya de una segunda sentencia imperial con expresa mención del «confinamiento» insular. Sin que falten autores que introduzcan añadidos y matizaciones en una u otra dirección. Pero conviene advertir ya de entrada que no existen claras apoyaturas documentales en defensa de unas y otras posiciones en lo tocante —insistimos— a la reclusión en una isla. Tratemos de verlo más al detalle y, a ser posible, documentación en mano. Pero antes conviene realizar unas acotaciones previas sobre la pena del destierro. En principio todas las referencias oficiales al destierro en España desde época medieval no se refieren a la obligación de permanecer recluido en un determinado lugar sin poderlo en modo alguno abandonar hasta tanto no se dé orden en tal sentido, lo que vendría a ser un confinamiento. Por el contrario, el destierro se concibe desde antiguo en forma negativa en el sentido de no poder entrar en un lugar determinado, ya sea el lugar de residencia habitual, con un entorno mayor o menor, el país en general, o la propia Corte real, bien sea conjuntamente o por separado. Se destierra a una persona de un determinado punto geográfico y no a un lugar previamente designado; lo que implica que por un tiempo más o menos largo no se puede residir en tal o cual demarcación geográfica o en la Corte misma. Todo ello guarda conexión además con la práctica penitenciaria de la época del Emperador, por más que desde el derecho romano aparezca configurado como tal pena el destierro a una isla sólo para algunos delitos sexuales o de falsedad, regulados ya desde las Partidas de Alfonso X. 3 Ahora bien, una cosa es el ideal marcado por unas leyes con apoyaturas en tantas ocasiones en viejos y anticuados esquemas del derecho romano y otra cosa muy distinta será la forma de llevar a la práctica ese ideal. En épocas remotas debió de pensarse en una isla como el lugar más idóneo para conseguir el mayor grado de aislamiento posible para el confinado; pero las islas no quedan en unos y otros tiempos fácilmente a disposición de las autoridades judiciales; de ahí que tan curiosa figura penitenciaria desde un primer momento resultase extremadamente complicado ponerla en práctica. Y en época del Emperador difícilmente cabía pensar en condenar de tan extravagante modo, y menos en la forma como ahora se pretende por algunos intérpretes.    J. A. Alejandre (1972), pp. 117-187, ha estudiado a través de la legislación de la época el tema de la falsificación de documentos y monedas.

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Garcilaso, por tanto, según la práctica penitenciaria de la época, sería condenado por su intervención en el «affaire» de su sobrino, no a la pena de destierro a una zona concreta de los dominio imperiales, sino que, por el contrario, tan sólo quedaría obligado a no poder entrar en los lugares señalados en la sentencia, que vendrían así a coincidir con los límites del propio país y con los confines de la Corte. La emperatriz Isabel había comunicado al corregidor de Vizcaya los términos a los que había de ajustarse su actuación con respecto a Garcilaso en el sentido de pronunciarse inequícovamente, bajo juramento, sobre su intervención como testigo en el matrimonio de su sobrino, junto a las noticias que pudiera aportar sobre otros asistentes a la ceremonia, al tiempo que por otro documento le alzaba de la prohibición de prestar juramento en calidad de caballero de orden militar. Ante la actitud poco clara del poeta en el interrogatorio del corregidor, la Emperatriz volvería con más estrictas exigencias: podría Garcilaso seguir su camino si juraba no haber intervenido como testigo en el matrimonio, y, en caso contrario, se le aplicarían las penas correspondientes. Tras la segunda declaración de Garcilaso sobre haber estado presente en la ceremonia celebrada en Ávila, el corregidor procedió a dictar sentencia de destierro a tenor de las instrucciones recibidas en la real cédula de la Emperatriz. La sentencia correspondió, pues, dictarla en este momento a un órgano ordinario de la administración de justicia, como era el corregidor, previa intervención de la Emperatriz —insistimos— para marcar el orden de actuación. En cuanto al destierro se proyectaba en dos vertientes: — Obligación de abandonar el reino sin poder volver a entrar hasta tanto no se levantara el destierro. — Prohibición de entrar en la Corte imperial. Todo ello conforme a la práctica de la Corona de Castilla anteriormente resumida. He aquí el texto de la sentencia: E luego a la ora, visto lo susodicho, el dicho señor corregidor dixo que conforme a la dicha cédula Real de la Emperatriz nuestra señora, que le desterraba e desterró al dicho Garcilaso de la Vega del reino de su Magestad, conforme a la ley questo dispone: e que le mandaba e mandó al dicho Garcilaso por parte de su Magestad que no entre en la corte del Emperador e Rey nuestro señor, sin licencia e mandado de su Magestad, so pena de perdimiento de todos sus bienes para la cámara de su Magestad e de ser desterrado perpetuamente destos reinos e señoríos de su Magestad, en las cuales penas desde agora le condenaba e le abia por condenado para que se ejecuten en su persona e bienes, conforme a la dicha ley real de su Magestad; lo cual mandaba atenta la sobredicha confesión e declaracion que a la ora ante él habia hecho, e conforme a las palabras declaradas en la dicha cédula real de

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su Magestad e aquellas compliendo e guardando; e que salga del dicho reino dentro de seis dias primeros siguientes. 4

Sabemos que el duque de Alba —tras desplegar toda su influencia— se presentaría junto con su acompañante Garcilaso en la Corte itinerante, situada a la sazón en Ratisbona (Regemburg). ¿Qué sucedió entonces? En este punto las noticias y referencias resultan bastante confusas. Posiblemente el Duque y su ilustre compañero de viaje pensaron que, ante la difícil situación militar de cara a los turcos, serían recibidos en la corte con alborozo —el duque de Alba resultaba imprescindible en la campaña— y que, por ende, el Emperador adoptaría alguna medida de gracia en lo referente a Garcilaso. Todo parece indicar que no fue así exactamente. Sabemos que el Consejo del Emperador en una consulta elevada a Carlos V junto a otros puntos trató el tema de Garcilaso en los siguientes términos: Quanto a lo de Garcilaso, su tío, ya V. M. tiene relación de lo que paresce que con el se deve hacer antes de su venida a esta corte. 5

En consulta posterior del Consejo imperial (25 de junio de 1532) se ofrecen diversas alternativas para proceder frente a Garcilaso: Podrá mandar enviar por el tiempo que fuese servido a su convento o alguna de las fronteras de Africa en el armada que se haze, o a Nápoles para defension del reino, o mandarle servir a V. M. en esta jornada, guardando la carceleria que tiene hasta que V. M. salga para ir al campo.

La consulta se resolverá de la siguiente forma: Que vaya a Nápoles a servir alli por el tiempo que fuere la voluntad de S. M. o al convento que mas él quisiere. 6

Naturalmente, Garcilaso prefirió la opción de Nápoles. Conviene en este momento calibrar el alcance de la referencia a la carcelería antes mencionada en la consulta. Lo cual parece significar que al llegar Garcilaso a la Corte del Emperador hubo de ser sometido a una especie de encarcelamiento militar, aunque no sabemos exactamente en que términos. 7    Fernández de Navarrete (1850). Podemos también seguir los textos que presentan sobre el particular Gallego Morell (1976), pp. 120-147 y Sliwa (2006), pp. 98-100, 101-103, 105-108 y 112-115.    Gallego Morell (1976), p. 132 y Sliwa (2006), p. 114. Por su parte, Fernández Navarrete ([1850], pp. 221-222) hace un resumen de la consulta, añadiendo que se mandó a nuestro poeta «ponerle preso en una isla del Danubio». Pero nada de esto figura en la consulta original.    García Morell (1976), p. 146. Resume la sentencia Fernández Navarrete (1850), p. 222.    Pudo realizarse incluso de forma más o menos simbólica, como —entre otras posibilidades— proceder a requisarle la espada, mantener albergue distinto al resto de la tropa imperial, o ser sometido a especial vigilancia.

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Ahora bien, ¿esa carcelería tuvo lugar en una isla del Danubio? Ningún documento oficial avala semejante interpretación. Todo parece indicar que una isla no resultaba el lugar más adecuado para una reclusión oficial ante la necesidad de mantener en la pretendida isla algún destacamente militar en funciones de vigilancia no lejos de los turcos y de realizar los correspondientes aprovisionamientos para poder subsistir en aquellos parajes. ¿De dónde procede, pues, la insistencia de tantos intérpretes a la hora de mencionar la isla como lugar de aplicación del debatido destierro? La respuesta a esta pregunta obliga a manejar fuentes distintas a las utilizadas hasta el momento. Sin duda ha sido la Canción III de nuestro sublime poeta la que ha servido de apoyatura a los distintos intérpretes para llegar a semejantes coincidencias sobre isla tan traída y llevada. Y no sólo eso. Diversos estudiosos han pretendido fijar la localización más o menos exacta del destierro en un determinado punto geográfico. Aquí las opiniones no siempre resultan coincidentes. 8 Aunque la mayor parte de los intérpretes consideran sin más que Garcilaso fue desde un principio desterrado —o confinado, dirán algunos— en una isla del Danubio, con mención o no de su previa llegada a Ratisbona, hay quienes se aventuran con mayor grado de precisión a la hora de localizar su emplazamiento: «junto a Ratisbona»; 9 «cerca de Ratisbona»; 10 «isla cerca de Ratisbona, probablemente cerca de Presburgo»; 11 «seguramente cerca de Ratisbona». E incluso existen ciertos intérpretes que siguiendo a Fernández de Navarrete se atreven a dar nombre a la isla: «la isla de Scrut», 12 mientras que Keninston se fija en una de las islas del Danubio cercana a Ratisbona, 13 sin que falte algún autor que sitúe en tal ameno lugar la composición de la Canción III. Súmese a todo ello la transcripción del pasaje de la Canción III expresado, no por un verbo, como sería lo correcto —«cerca el Danubio»— sino por un adverbio de lugar —cerca del Danubio 14—, con lo cual, lejos de de despejarse, no hacen más que acrecentarse las dificultades a la hora de la interpretación. ¿No será más fácil, como sucede en otras ocasiones, interpretar en un sentido metafórico buena parte de lo relacionado con la isla de tan formidable río mientras no aparezca un documento con las precisas localizaciones sobre la isla en cuestión? Veamos. Es cierto que la Canción se refiere a una isla que «cerca el Danubio» a modo de lugar paradisiaco, si no fuera por el amargo trance por el que atraviesa nuestro poeta:   Garcilaso de la Vega (1968), pp. 37-39.   Pedraza (2000), pp. 155 y 157 y Rivers (1989), p. 13. 10   Bleiberg (1986), p. V. 11   Garcilaso de la Vega (1983), p. 29. 12   Fernández de Navarrete (1850), p. 41. 13   Keniston (1922), p. 112. 14   Así Morros (2007), p. 146. No hace falta insistir en el hecho de que en la Canción III es el Danubio el que «cerca» o rodea un determinado terreno, y no que ese paraje quede cerca del Danubio, según la lectura que ofrece Morros, aunque anote a pie de página la equivalencia entre las expresiones «cerca» y «rodea». O lo uno o lo otro. En cualquier caso, dada la solvencia de semejante investigador parece tratarse de una errata en la transcripción o un pequeño «despiste», que puede suceder a cualquiera.  

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Aquí estuve yo puesto, o por mejor dezillo, preso y forçado y solo en tierra agena. Pero la muerte, al sentir de Garcilaso, acaecerá por motivaciones de más alto calado: Y sé yo bien que muero por solo aquello que morir espero. Se insistirá después en la idea de que para él la muerte no es lo más importante: Aquí me a de hallar en el mismo lugar, que otra cosa más dura que la muerte me halla y me a hallado, y esto sabe muy bien quien lo a probado. 15 Y esa «cosa más dura» no puede ser otra que un amor contrariado, un amor perdido en una sola hora: Pues a sido en un ora todo aquello desecho en que toda mi vida fue gastada. Se comprende así que en tales circunstancias se considere haber perdido en un solo día el miedo a la muerte: Qu’el bien y el miedo me quitó en un día. Y todo ello en línea y conformidad con otras manifestaciones tanto de nuestro poeta como de otros autores. 16 No parece, además, que Garcilaso pudiera celebrar con tanta vehemencia y ardor algo tan prosaico para él como un destierro de tal naturaleza, 15   Conviene observar que en dos formas muy distintas se utiliza el adverbio «aquí» en los versos transcritos: al principio, con remisiones al pasado y luego, de cara al futuro. 16   En varias ocasiones se refiere Garcilaso a lo que sucede, en una sola hora (Canción II o Égloga II, en relación con el nacimiento del duque de Alba). Pero a veces esas referencias cabe situarlas en parecida línea a lo que se dice en la Canción III, al tratarse de haber perdido todo o lo más importante: el amor, como en el famoso Soneto X : «Pues en una hora junto me llevaste todo el bien que por términos me diste.» O en la Égloga II: «¿Cómo pudiste tan presto olvidarte d’aquel tan luego amor, y de sus ciegos

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muy pronto suspendido, cuando se suele reservar tal género de lamentaciones para temas de mayor alcance y relevancia, como en todo lo referente al plano amoroso. A pesar de las dificultades de interpretación que entraña la Canción no parece, en efecto, que la mención a la isla vaya más allá de una simple referencia geográfica —a modo de recordatorio— a fin de mostrar el contraste entre semejante «locus amoenus» y la amarga experiencia del poeta por haber perdido, de pronto y sin previo aviso, en un sola hora, lo que tanto había deseado y que para él importaba más que la muerte misma, a saber, el amor de una mujer. En cualquier caso aunque se quiera hacer valer la interpretación política de la Canción III no es necesario llevar tal consideración a sus extremos, pretendiendo hacer de la isla un único punto del «destierro», sino que la interpretación deberá ser más amplia en el sentido de que, mientras durase el destierro Garcilaso, estuvo en una isla —o simplemente pasó por ella— como pudo suceder con otros lugares, al atravesar Francia con el duque de Alba, por ejemplo. Sería demasiado atrevido pensar que todo aquel tiempo, antes de ser destinado a Nápoles, lo pasara recluido en una isla, por otra parte de tan difícil localización. Y en tal sentido podemos terminar con algunas provisionales consideraciones: — Garcilaso no fue desterrado ni por el Emperador, la Emperatriz o el corregidor de Vizcaya a ninguna isla del Danubio. — El destierro consistió en no poder entrar en el reino ni en la itinerante Corte imperial. — Al presentarse con el duque de Alba en la Corte y no cumplir, por ende, con el destierro impuesto, fue sometido el poeta a «carcelería», a lo que parece en torno a las filas del ejército imperial. — Posteriormente Carlos V, a consulta de su Consejo, resolvió enviarlo a Nápoles, a fin de asignarle un destino en el marco del servicio imperial, con lo que podía mantenerse así una cierta continuidad —o simple apariencia— con la noción de destierro, al no dejar de tal manera fijada su residencia ni en el reino ni en la Corte. Es cuanto, hoy por hoy, podemos interpretar o conjeturar, en tanto no aparezcan documentos con nuevos datos y referencias. 4.3.  El «mayorazgo corto» de Garcilaso En la familia de Garcilaso, en principio, el mayorazgo correspondió al hermano mayor, Pero Lasso. Son conocidos a grandes rasgos los avatares sufridos por este ñudos en sola un ora desligarte?» (Garcilaso de la Vega [1968], p. 100). A lo que pudiéramos llamar «destierro amoroso» se refieren diversos poetas, como Diego Hurtado de Mendoza.

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mayorazgo tras la participación de su titular en las Comunidades de Castilla y la dura represión desplegada por Carlos V. 17 El joven poeta quedaría, como en tantos otros casos, en calidad de caballero segundón, obligado a ganarse la vida en servicio del Emperador, con independencia de haber obtenido por vía sucesoria ciertos bienes inmuebles y algunas otras pertenencias. Difícilmente podría Garcilaso de la Vega fundar un mayorazgo de configuración tradicional para sus descendientes. Se necesitaba contar con bienes suficientes a la hora de vincular en un único titular, con la consiguiente señalización de un orden sucesorio y una determinadas «condiciones» —susceptibles de variación de unos casos a otros— a las que debería ajustarse el nuevo titular de la fundación. No de otra forma se concebía el mayorazgo hasta entonces conocido como tal. Sólo en algunas importantes casas señoriales con abundantísimos bienes cabía la posibilidad de fundar varios mayorazgos para los distintos sucesores. Pero, poco a poco, se fueron flexibilizando los requisitos para las fundaciones, a fin de ampliar el radio de acción de tan importante e influyente figura institucional, hasta poder comprender en ella a miembros de menor entidad social y de medios económicos más escasos o reducidos. En tal sentido, la fórmula más extendida fue la de vincular aquellos bienes procedentes de la denominada mejora (en Castilla: mejora de tercio y quinto) de la masa sucesoria, al tiempo que se establecían asimismo algunas condiciones de obligatorio cumplimiento por parte del agraciado en la sucesión. De esta forma muchas familias de no muy elevada alcurnia —y sin la amplitud de bienes de los antiguos mayorazgos— pudieron ver cumplidos sus sueños de ser titulares de una especie menor de mayorazgo, o «mayorazgo corto», como se les empezó a denominar a partir de entonces. El poder político y la propia alta sociedad del Antiguo Régimen terminaría por transigir con esta ampliación a favor de unos nuevos y advenedizos titulares, por más que la nueva figura fuera considera de menor entidad y raingambre y de efectos económicos empalidecidos, hasta el punto de ser muy pronto objeto de diversas críticas, al desnaturalizarse de esa forma la finalidad original para la que en su momento se instituyó el mayorazgo, que no fue otra que mantener convenientemente dotada a la más alta nobleza y poder así dedicarse, sin ahogos ni contratiempos económicos, al servicio del rey y de la Monarquía española. Pues bien, a este tipo de mayorazgos «descafeinados» pudo acogerse Garcilaso de la Vega a la hora de redactar su testamento. 18 Diversos intérpretes al tocar el tema, sin entrar en distinciones, han hablado de la fundación de un mayorazgo por parte de Garcilaso. Que se trata de una de esas vinculaciones de bienes asimilados posteriormente a los mayorazgos circulantes a la sazón no parece difícil de demostrar. Garcilaso otorga testamento el 25 de julio de 1529. Digamos, sobre la marcha, que la vía testamentaría podía servir como título o mecanismo de fundación de un mayorazgo. En este caso los bienes se reparten proporcionalmente entre los suce  J. Pérez (1977), pp. 622-625, 642, 644 y 672.   Ofrece la transcripción del testamento Gallego Morell (1976), pp. 93-104. Y nuevamente Sliwa (2006), pp. 76-80. Como las transcripciones son muy similares, seguimos citando por Gallego Morell. 17 18

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sores, con la salvedad de la mejora de tercio y quinto de los bienes para el hijo mayor: Instituyo y nombro por mis legítmos e unibersales herederos para en todos mis bienes a los dichos Garcilaso e don Iñigo de Çuñiga e don Pedro de Guzman e al postumo o postuma que pariere la dicha doña Elena para que los ayan y hereden por partes iguales, sacando primero de todos ellos el dicho tercio e quinto en que mejoro al dicho Garcilaso, mi hijo, para que lo aya en las dichas dehesas e posesiones de suso dichas e declaradas. 19

A partir de aquí, para evitar dudas ante la posible falta del inicial titular, se fija un determinado orden sucesorio: Primeramente, que lo que montare el dicho tercio e remanente de quinto e legitima lo tenga e posea el dicho Garcilaso, mi hijo, por todos los dias de su bida, e después de su fin e muerte lo tenga e posea e desfrute su hijo mayor del dicho Garcilaso, mi hijo, seyendo legitimo e de legitimo matrimonio avido, e después su nieto mayor del dicho Garcilaso, mi hijo, e sus descendientes sucesivamente uno en pos de otro por la linea reta, prefiriéndose siempre por la dicha línea los barones a la embras; y en defeto de hijos lo aya la hija mayor, e después de la hija su hijo mayor por la dicha regla susodicha e declarada, llamandose siempre el que ubiere de suceder en la dicha mejoría e legitima de mi apellido de la Vega e de Guzman e trayendo las insinias e armas de los de la Vega e de Guzman. 20

Y así sucesivamente. Se añaden unas determinadas condiciones para ser cumplidas por el futuro titular. Conviene advertir que el texto en ningún caso utiliza el término mayorazgo para definir el acto de última voluntad ahora documentado. 21 Entre las condiciones establecidas figura en primer lugar la fijación de una estrecha vinculación de bienes, sin posibilidad de realizar actos de disposición con respecto a esos bienes: Et con condicion que estos bienes en que señalo el dicho tercio remanente de quinto e legítima no se puedan vender, ni donar, ni trocar, ni canbiar, ni atributar, ni obligar a dotte ni a obligación de rey por ninguna razón ni causa que sea; e que si en contrario algo se hiziere, que los dichos bienes queden libres para el suçesor que biniere a ellos.

Quedan exentos los bienes vinculados de una posible confiscación por los delitos cometidos, según cláusulas que suelen figurar en textos semejantes:   Gallego Morell (1976), p. 99.   Gallego Morell (1976), p. 98. 21   Gallego Morell (1976), pp. 98-99. 19 20

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Iten, con condición que si por caso, lo que Dios no quiera, el que fuere tenedor de los dichos bienes cometiere algund delito grave o gravisimo o de aquellos por los quales el que los comete es pribado e pierde ipso jure sus bienes y biene al fisco, que en tal caso no se pierdan, e luego vengan y se traspasen en el suçediente grado: y el que cometiere el tal delito o delitos sea excluso e avido como si fuera muerto antes que los cometiera.

Por lo demás, los actos de violencia física o la presentación de querella frente al poseedor de los bienes hacen perder el derecho a la sucesión de los bienes vinculados: Iten, con condicion que si el que hubiere de suceder en los dichos bienes fuere en echo o en consejo de matar al que los tuviere o poseyere o le acusare creminalemente de algund delito, o por fuerça e contra boluntad del tenedor se entrare en los dichos bienes o le tomare parte alguna dellos, que sea escluso y pierda la sucesion, e vengan los dichos bienes al siguiente en grado por su horden.

Quedan excluidos quienes posean defectos físicos o morales: Iten, que el que hubiere de suceder en esta dicha mejoría e legitima e bienes no sea loco de atar, ni mudo, ni ciego de entramo hojos, ni tullido de entramos pies o de entramos braços, y si lo fuere que benga al sucediente en grado de ligitimo; e si por caso después e avidos estos bienes la persona que los hubiere de aver por enfermedad o por otra causa le sobrebiniere alguna de las dichas henfermedades o defectos, que no sea privado ni despojado de los dichos bienes, salbo que lo tenga por los dias de su bida.

Se recogen también disposiciones sobre los efectos del testamento, las tutorías y el usufructo de bienes: Iten, quiero y es mi boluntad, si Dios fuere servido que en este camino donde voy yo haya de morir, que este mi testamento aya efecto, e no muriendo, no; y no muriendo yo aya e tenga dichos bienes, e después de mis dias aya hefeto este testamento; e que si yo fallesciere antes que dona Elena de Çuñiga, mi muger, que la dicha doña Elena sea madre e tutriz de los dichos sus hijos e mios e lleve el usufruto de los dichos mis bienes para los criar que los dichos mis hijos sean de hedad para administrar sus bienes; esto si la dicha doña Elena no casare.

Y, en fin, nos encontramos con la institución de herederos como figura jurídica central de cualquier testamento: Iten, instituyo y nombro por mis legitimos e universales herederos para en todos mis bienes a los dichos Garcilaso e don Iñigo de Çuñiga e don Pedro de Guzman e al postumo o postuma que pariere la dicha doña Elena para que los ayan y hereden por partes iguales, sacando primero de todos ellos el dicho tercio o quinto en que mejoro al dicho Garcilaso, mi hijo, para que lo aya en las dichas dehesas e posesiones de suso dichas e declaradas; e si mas montare el dicho tercio e remanen-

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te del quinto e legitima del dicho Garcilaso de lo que valen e rentan las dichas dehesas e posesiones, que lo aya en los otros mis bienes, e si menos que se desfalque e quite de las dichas posesiones.

Conviene advertir que no figuran cláusulas sobre armas y apellido ni sobre incompatibilidad con otros mayorazgos. Tales vienen a ser las condiciones a las que se ajusta la vinculación de bienes realizada por Garcilaso en su testamento, en tanto el sublime poeta pudo hacerse con un discreto patrimonio. 4.4.  Garcilaso y Aldana en la milicia Garcilaso se enfrenta a la guerra con planteamientos bien distintos según la situación y circunstancias en las que se desenvuelve su actividad poética. Es fácil comprender su enjuiciamiento negativo sobre los efectos, trastornos y desbarajustes que producen las contiendas bélicas al componer una elegía por la muerte acaecida en batalla campal por un miembro de la familia Alba con la que mantiene estrechas relaciones (Elegía I). Y en el caso del fallecimiento de su propio hermano en combate con los franceses, aunque no directamente sino a resueltas de la peste, manifiesta también su postura contraria a la guerra. En uno y otro supuesto son fáciles de detectar las influencias de la Antigüedad clásica con sus conocidas invocaciones («Bella, horrida bella»; y así sucesivamente). Pero es bien distinta la toma de postura de Garcilaso cuando se trata de exaltar la figura de algún miembro de la alta nobleza. Al comienzo de la Égloga I, en efecto, se dirige a uno de esos altos personajes nobiliarios —tal vez don Pedro de Toledo, bajo la denominación poética-pastoril de Albano— a fin de imaginarse cuál fuera a la sazón su dedicación conforme a una triple alternativa: el «gobierno del estado» señorial; la participación en la guerra («vuelto a la otra parte, resplandeciente, armado, representando en tierra al fiero Marte») o, como tercera posibilidad, a escasa distancia de la guerra, su pasión por la caza, tras «los ciervos temerosos». En ninguna de estas tres alternativas aparece su rechazo a la guerra que veíamos al principio. En cuanto a la Égloga II, buena parte de la exaltación de don Fernando (duque de Alba) se basa en su decisiva intervención al lado de Carlos V en el levantamiento del cerco de Viena por parte de los turcos. Estamos ante un verdadero panegírico con todos los excesos laudatorios propios del género, en donde el trasfondo de la confrontación bélica —aunque no llegase en definitiva a producirse el combate— sirve a mayor gloria del personaje en cuestión, sin que se advierta tampoco ningún matiz antibélico en el desarrollo del tema. Por lo demás, si se presta suficiente atención, no estamos ante un militar que se pase la vida en pleno campo de batalla como sucediera con el propio Emperador en plenas campañas por Europa. Buena parte de su dedicación oficial se desarrolló

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en misiones representativas como enlace o enviado entre unas y otras posesiones españolas; y cuando llegó a Nápoles con el marqués de Villafranca, primero ocuparía plaza de lugarteniente de la guardia del virrey para pasar después como alcaide de la fortaleza de Regio, a la sazón sin graves conflictos militares, aunque muy pronto pidiese traslado de la plaza. Fue sobre todo al final de su vida cuando estuvo alistado en el frente antes de morir en el asalto a la plaza de Frejus. No hará falta señalar que su estancia en Nápoles le sirvió para afianzar literariamente su formación al tiempo que escribía altísima poesía. Bien distinto es el caso de Aldana, un militar en activo y un experimentado capitán de reconocida fama internacional, hasta el punto de que el rey don Sebastián, con su entusiasmo de expansionismo utópico, insistió una y otra vez en tenerle a su lado en la campaña al norte de África, lo que a la postre consiguiera, a pesar de la opinión contraria de nuestro ilustre capitán frente a tan iluso despliegue militar, donde Aldana heroicamente, y a sabiendas de la tragedia, perdió la vida. 22 Paralelamente en la poesía del capitán se refleja toda una visión política y hasta patriótica frente a las escasas manifestaciones en tal sentido de Garcilaso. 23 4.5.  Pervivencia de Garcilaso en la literatura española (siglos xvi y xvii) Cada día que pasa va siendo mejor conocida la amplísima influencia ejercida por Garcilaso en la literatura española. Pero todavía queda mucho por hacer en tal sentido. En esta ocasión nos vamos a referir a diversos ejemplos de esas influencias a través de algunos ámbitos literarios que en principio no han sido tan trabajados —o en ocasiones un tanto ignorados— por la crítica literaria, frente a lo que sucede con escritores de mayor renombre. 4.5.1.  Libros de caballería Los dulces lamentos de Garcilaso se difunden en ámbitos literarios que en principio pueden parecer un tanto alejados, como sucede con los libros de caballería, ya en su fase de extinción. Conviene constatar, en efecto, que, frente al largo y denodado batallar entre gigantes, endriagos y toda suerte de enemigos de los héroes caballerescos tradicionales, el género literario evoluciona hacia una aportación cada vez 22  Una síntesis actualizada de la carrera militar de Aldana, en buena parte forjada en Flandes, entre cerco de ciudades y amotinamiento de tropas, puede verse en el capítulo titulado «Francisco de Aldana, una vida en la milicia» de la introducción a las Poesías castellanas completas de Francisco de Aldana (2000), pp. 20-39. Por nuestra parte, esperamos poder ampliar en algún momento este brevísimo apuntamiento de urgencia sobre tan insignes poetas. 23   J. A. Maravall ya puso en contraste el devenir de uno y otro poeta, no sin alguna exageración sobre la postura antibelicista de Garcilaso según pudimos comprobar. No es este el momento, al tratarse de un brevísimo apunte, de entrar más a fondo en el tema.

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mayor de sentimentalismo amoroso, con hondas exclamaciones y abundante derroche de lágrimas, auspiciadas en ocasiones por un cierto ambiente bucólico y pastoril. Y es que no sólo Don Quijote, tras su desastre frente al Caballero de la Media Luna, proyectaría tomarse un descanso al modo pastoril antes de querer recobrar el ejercicio de las armas, sino que también algunos caballeros andantes se sintieron atraídos por el modo de vida pastoril. Pero vayamos a las influencias concretas de Garcilaso. En los libros III y IV de El Espejo de príncipes y caballeros, que figura a nombre de Marcos Martínez, a modo de continuación de El caballero de Febo, encontramos algún eco del Soneto número 20 de Garcilaso: Sospechas que en el alma enamorada Opuestas a mi bien hazeys la guerra. 24 Y algo parecido sucede con otra composición que comienza de forma parecida al modo del Soneto número 11 de Garcilaso: Hermosas ninfas, que en el bosque umbroso passays la vida en gusto enamoradas. 25 Sin que falte un breve recordatorio de uno de los pasajes más famosos de la Égloga III, al decir Marcos Martínez en un cuarteto: «Que será para mi dulce y sabrosa». 26 Por su parte, en lo que viene a ser nueva continuación del Espejo de Príncipes, bajo la firma de Pedro de Sierra, son aún más notorias las resonancias de Garcilaso, hasta el punto de encontrarnos con una composición poética contrahecha al modo del maestro: O dura mas que fiera, tigre hircana y más sorda a mis quejas que el ruido embravecido de la mar insana vesme entregado, vesme aquí rendido pues aunque vences toma cruel tirana de mi cuerpo miserable y aflijido los postreros obras y despojos y pongo fin del tomo a mis enojos. 27   Marcos Martínez (1623), fol. 160v. Mientras que Garcilaso se expresa en estos términos: «Sospechas que, en mi triste fantasia puestas, hacéis la guerra a mi sentido». 25   Marcos Martínez (1623), fol. 128r. 26   Marcos Martínez (1623), fol. 54v. Y Garcilaso Égloga III, en el conocido pasaje dedicado a Flérida. 27   Pedro de la Sierra (1677), fol. 136. 24

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Pero no hará falta seguir adelante con otros pasajes garcilasianos de Pedro de Sierra por haber sido cumplidamente destacados por la más reciente bibliografía. 28 4.5.2.  Escritores políticos Un escritor político de la categoría de Saavedra Fajardo cita versos de la tercera Égloga de Garcilaso al tratar de ilustrar las beneficiosas enseñanzas políticas que se puedan derivar del ejercicio de la caza. Y no sólo de la caza mayor o de la caza de altanería, sino de la más humilde caza de las cornejas, a la manera de Garcilaso, fielmente resumido en las Empresas, de quien se recuerdan los siguientes versos, citados en términos generales, sin referencias concretas a la Égloga II a la que pertenecen: Cercávanla, y alguna, más piadosa del mal ageno de la compañera que del suyo avisada y temerosa, llegávase muy cerca, y la primera que’sto hazía pagava su inocencia con prisión o con muerte lastimera. 29 Por otra parte, se comprende que en La República literaria, dada su peculiar temática, se recojan varias referencias a nuestro autor que por ser bien conocidas no vamos a tomar ahora en consideración. Otro de los escritores políticos aficionado a Garcilaso es, sin duda, Castillo de Bovadilla, como demuestra su extensa y bien conocida en la época Política para corregidores y señores de vasallos. Pues, en efecto, muy avanzado el segundo volumen, al referir un episodio de Julio César sobre la satisfacción que le producía dejar de lado la imperial majestad a la hora de participar en juegos y diversiones populares, se recoge la siguiente cita de Garcilaso: ¡Dichoso tú, que afloxas la cuerda al pensamiento o al deseo! 30 No se vuelven a repetir las citas en tan amplia y minuciosa obra en forma distinta a lo que sucede con otros poetas de época romana principalmente, manejados una 28   Recientemente, en efecto, se ha podido comprobar que el magisterio del poeta toledano había tocado también la fibra sensible de algún autor de libros de caballerías, ya de época avanzada. Las pruebas aportadas en tal sentido no admiten lugar a dudas: Pedro de Sierra en los versos introducidos en la narración caballeresca denota un notable conocimiento de la obra garcilasiana, a juzgar por los versos que aprovecha. Cfr. José Julio Martín Romero (2004), vol. II, pp. 1.267-1.275. 29   Saavedra Fajardo (1999), p. 557 y Garcilaso de la Vega (1968), p. 91. 30   Castillo de Bovadilla (1978), t. II, p. 579 y Garcilaso de la Vega (1968), p. 85.

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y otra vez por Castillo de Bovadilla. Y esto es cuanto podemos decir en este momento sobre materia política, por más que hayamos buscado y rebuscado en los pensadores políticos de la época. 4.5.3.  Obras de miscelánea y de variada temática Nos referiremos ahora a ciertas obras de carácter misceláneo —con aportaciones de lo que suele denominarse de filosofía vulgar— dedicadas a coleccionar apotegmas y refranes, junto con algunas otras difíciles de encajar en las clasificiones al uso. 4.5.3.1.  Luis de Zapata Con independencia de los conocidos versos que Luis de Zapata —donoso caballero y hábil justador— dedica a la muerte de Garcilaso en su Carlo famoso (ya recogidos en la Antología de Gallego Morell 31), en su Miscelánea 32 en más de una ocasión nos vuelve a poner en contacto con nuestro poeta, unas veces en forma explícita y a la llana, mientras que en alguna otra ocasión lo hará a través de una fórmula métrica bien conocida de nuestra literatura, la del poema «contrahecho», aunque en este caso sin referirse al modelo original. En una primera ocasión se recogen por un lado dos dichos ocurrentes de Garcilaso en su estancia en Nápoles, mientras que, por otro lado, ya muy avanzada la Miscelánea, nos encontramos con uno de los conocidos elogios al simpar toledano: «En Garcilaso —se dice— no hay cosa que reprender, sino infinitas por loar», aunque sin olvidar alguna leve matización crítica: la falta de precisión en la Égloga II a la hora de describir con evidente exageración las historias pintadas en la urna a modo de ilustración del sabio preceptor Severo. En cuanto al poema «contrahecho», se trata de un soneto al hilo de algunos versos del Soneto primero de Garcilaso, que conviene recordar aquí: 33 Cuando reparo y miro lo que he andado Y veo los pasos por donde he venido, Yo hallo por mi cuenta que he perdido El tiempo, la salud y lo gastado. Y si codiçio verme retirado   Gallego Morell (1978), pp. 100-108.   Zapata (1859), Miscelánea, pp. 131-132. 33   Zapata (1859), Miscelánea, pp. 130-131. Según Zapata el autor del soneto contrahecho fue el duque de Sessa. En la antología de la Miscelánea publicada por Rodríguez-Moñino se atribuye el soneto que sirve de modelo a Boscán en lugar de Garcilaso. 31 32

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Y vivir en mi casa recogido, No puedo, porque tengo ya vendido Cuanto mi padre y mi madre me han dejado. Yo me perdí por aprender el arte De cortesano, y he ganado en ello, Pues he salido con desengañarme. Que pues mi voluntad pudo dañarme, Privados que son menos de mi parte, Pudiendo ¿qué harán sino hacello? 34 Se transcriben también en la Miscelánea los seis versos de la Égloga II de Garcilaso que comienzan: «Por cuan mejor librado tengo un muerto». 35 Finalmente se recuerdan distintas anécdotas de nuestro poeta, tanto en su estancia «en Flandes», como en otras ocasiones, procurando referir algún dicho ocurrente del poeta. 36 4.5.3.2.  Juan Rufo Tanto en la colección de apotegmas como en su obra poética Juan Rufo tributa rendida admiración a Garcilaso. En efecto, ya en los Seiscientos apotegmas nuestro poeta aparece, una vez más, mencionado como «divino Garcilaso», a quien se considera «digno, por cierto, de que tal hijo la celebrase en historia particular con la gravidad y alteza de su estilo». 37 Pero donde Rufo se muestra más compenetrado con el mundo poético del insigne toledano es en La Austriada, extensa obra épica —y a veces no del todo bien valorada— transida de planteamientos bucólicos y de apuntamientos eruditos. El método aquí empleado se caracteriza por embutir en tal cual estrofa algún verso de Garcilaso. Unas veces en forma prácticamente literal: «Mas como de un dolor otro se empieza». 38 Mientras que en otras ocasiones se introducen algunos retoques en el verso utilizado como modelo, cual sucede con otro pasaje de la Égloga I: «Materia larga daba de esperanza». 39 Si pasamos a otras composiciones poéticas del autor, podemos encontrar algunos otros ecos garcilasianos, como al decir «Nunca pusiera fin al llanto amargo», que figura en la composición a la muerte de Marco Antonio Coloma, según el patrón de la Égloga I del maestro toledano en su parte final. Y esto sin contar diversos giros y   Zapata (1859), pp. 130-131.   Zapata (1859), p. 466. 36   Zapata (1859), pp. 132-133 y 392-393. 37   Rufo (1972), p. 140. Como «divino Garcilaso» aparece calificado en el número 381 de esta obra. 38   Rufo (1948), p. 18, según las lamentaciones de Albanio en la Égloga II de Garcilaso, con sólo cambiar la «y» por «mas». 39   Rufo (1948), p. 286. 34 35

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expresiones a ritmo de Garcilaso, como las «arenas limpias que producen oro» al referirse al río Tajo o la mención a la «caza de las simples avecillas». 40 4.5.3.3.  Fastiginia Otra obra que quisiéramos traer a colación fue publicada a comienzos del siglo xvii por el portugués Pinheiro da Veiga con el título de Fastiginia. Pues bien, entre las diversas anotaciones eruditas que sirven para apostillar la obra se recogen en dos ocasiones versos de Garcilaso, no reconocidos como tales por el benemérito erudito vallisoletano Narciso Alonso Cortés, en su edición de la mencionada obra. En primer lugar aparece embutido en la prosa un verso de la Égloga III de Garcilaso: «Entre las armas del sangriento Marte». 41 Páginas después volvemos a encontrar la conocida disyuntiva garcilasiana: «Tomando ora la espada, ora la pluma», sin que tampoco en este caso se haya destacado su concreta procedencia. 42 Quizá puedan añadirse algunos otros testimonios en tal sentido, pero lo hasta ahora reseñado bastará para comprobar, una vez más, que la influencia del insigne toledano resultaba de todo punto imparable y que utilizar fragmentos de Garcilaso sin advertencia previa podía parecer de lo más natural y hacedero, como una significativa muestra de reconocimiento a su excelsitud poética. 4.5.3.4.  El diablo cojuelo La amplia expansión de la poesía aquí examinada se advierte en una obra, escrita con gran desenfado, que al pronto puede resultar un tanto difícil de clasificar: El diablo cojuelo del dramaturgo Vélez de Guevara. La referencia se encuentra al final del tranco III en uno de los animados diálogos entre el diablo protagonista y el estudiante don Cleofás, que presume de su entronque nobiliario con personajes de la antigüedad, nada menos que con Leandro, el animoso, al decir de Garcilaso, de quien se cita el verso segundo del Soneto número XXIX: «En amoroso fuego todo ardiendo». Y en esa misma línea se recuerdan los nombres de los pastores Salicio y Nemoroso, a la hora de probar con facilidad la hidalguía de don Cleofás ante los altos tribunales. 43

  Rufo (1972), p. 264.   Resulta curiosa la advertencia de Narciso Alonso Cortés a pie de página: «Me es conocido este verso pero no recuerdo a quien pertenece» (Pinheiro da Veiga [1989], p. 137). 42   Pinheiro da Veiga (1989), p. 174. Tampoco en este punto Alonso Cortés introduce ninguna nota aclaratoria sobre el particular. 43   Vélez de Guevara (1969), pp. 143-144. Los editores advierten en nota que «Garcilaso compuso un soneto aludiendo a dicho tema [de Hero y Leandro]». 40 41

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4.5.3.5.  Sabuco de Nantes y Pérez de Oliva La influencia de Garcilaso se extiende a producciones de divulgación ética y filosófica, como sucede con el Coloquio del conocimiento de sí mismo, en su momento atribuido a doña Oliva Sabuco de Nantes, en el que intervienen tres pastores, con aprestos filosóficos, Antonio, Veronio y Rodonio. Al tratar de la posible felicidad del hombre, cifrada en una prudente y sabia medianía —lejos de la acumulación de riquezas, cargos y falsos oropeles—, se le ocurre al pastor Antonio recordar a Garcilaso, quien «pintó muy bien esta felicidad en su Égloga». A lo que Veronio responderá: «Podéis alegar a Aristóteles, Séneca, Platón, y a Cicerón, y alegáis a Garcilaso?». Frente a lo cual Antonio, dejando de lado el posible enfrentamiento entre «antiguos y modernos», se despacha con una transcripción del comienzo de la Égloga II de Garcilaso sobre la bienaventuranza alcanzada por quien se abraza con la dulce soledad sin reparar en grandes señores y aduladores, en contraste con el sencillo quehacer de los pastores: «el ganado contando de su manada pobre». 44 En otro diálogo de parecida temática filosófico-vulgar compuesto por Pérez de Oliva encontramos citas de Garcilaso, aunque esta vez a través del prólogo de su sobrino Ambrosio de Morales, al romper una lanza a favor de la importancia del idioma castellano y de sus cultivadores, como muestra Garcilaso: Y no fuera mucha gloria la de nuestra lengua y su poesía en imitar el verso italiano, si no mejorara tanto en este género Garcilaso de la Vega, luz muy esclarecida de nuestra nación, que ya no se contentan sus obras con ganar la victoria y el despojo de la Toscana, sino con lo mejor de lo latino traen la competencia, y no menos que con lo muy preciosos de Virgilio y Horacio se enriquecen. 45

4.5.4.  Participación de algunos novelistas En la novela del siglo xvii hay huellas bien notorias de Garcilaso aunque no tan intensas ni precisas como en el caso de Cervantes, del que ahora no podemos ocuparnos. Sucede esto con Céspedes y Meneses, un tanto aficionado a tomar «fruta del cercado ajeno», como podemos comprobar en otro apartado de este trabajo, solo que, en este caso, tras prestar sincero homenaje al gran poeta español, bajo el dictado de «divino Garcilaso». Testimonio que cabe encontrar en El soldado Píndaro; mientras que en las Historias peregrinas y ejemplares utiliza alguna imagen de análoga pro44   Al referirse Sabuco de Nantes por dos veces a la Égloga de Garcilaso, sin mayores precisiones o puntualizaciones como dando la impresión de sólo conocer la Égloga II. Las citas a las que hacemos referencia pueden verse en Sabuco de Nantes (1953), pp. 360-361. Hizo referencia al texto de Sabuco J. A. Maravall al final de su trabajo ya citado sobre Garcilaso. 45   Pérez de Oliva (s. a.), pp. 24-25. Al texto en cuestión ya hizo referencia Menéndez Pelayo en el tomo IX de su Antología de la poesía lírica española, dedicado a Boscán.

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cedencia. Por lo demás en el prólogo de su hermano a El español Gerardo surgen nuevas citas bien significativas. Por su parte, Salas Barbadillo, en tantos aspectos cercano a Cervantes, insiste en la misma calificación de «divino» al recordar el primer cuarteto del famoso soneto: «Cuando me paro a contemplar mi estado». Sin que falten en la misma obra alusiones tópicas a las «arenas de oro del Tajo». Mientras que en otra obra novelística de carácter asimismo misceláneo, Corrección de vicios, podemos encontrar nuevas aproximaciones a Garcilaso. Por otra parte, nuevas referencias a Garcilaso aparecen en La casa del placer honesto, a nombre en este caso del «príncipe de los poetas». Todo lo cual ha sido cumplidamente destacado ya por la bibliografía. 46 Cabría añadir finalmente algunos datos de José Camerino 47 o de Piña. 48 Y, en fin, Pedro de Castro y Añaya en las Auroras de Diana utiliza dos versos del final de la Égloga I: «Decidlo vos Piérides» y «Aquí dio fin a su cantar». Y aún cabría encontrar alguna referencia más: «Ilustre honor de», al modo del inicio del Soneto XXIV de su genial inspirador. 49 4.5.5.  La aportación de Francisco de la Torre Estrechísima relación guarda con Garcilaso el escurridizo y fino poeta Francisco de la Torre, del que hasta hace poco se dudaba incluso de su propia existencia. Muy escasas concordancias ofrecía la edición prologada por Vicente Zamora, más atento a discurrir sobre los argumentos de las obras de nuestro escritor que sobre sus fuentes de inspiración. Distinto es el caso de la más reciente y ambiciosa edición de María Teresa Cerrón Puga sobre su Poesía completa, precedida de un prólogo que viene a constituir una ceñida investigación sobre los modelos italianos manejados, al tiempo que se aportan algunos paralelismos garcilasianos. Pero a tan celosa investigadora se le han escapado puntos importantes de contacto entre uno y otro poeta, sobre lo cual vamos a insistir aquí. En principio, la forma que tiene de la Torre de encararse con Garcilaso no responde a un mismo patrón. Según el tipo de composición utilizada en cada ocasión, las influencias del cantor del Tajo son más o menos intensas; pero donde esa influencia se hace más notoria es al componer églogas. Ya en la Égloga I hay acercamientos al consagrado modelo de tantos y tantos escritores: «la hierba con el olmo asida» y «con la vid ligado»; Filomena que «ensor  Ha dado cuenta de los paisajes garcilasianos de Salas Barbadillo, Lacrone (1945), pp. 24-44.   J. Camerino (1986), p. 115. «Como suele fresca rosa a el calor estiva», que recuerda una expresión utilizada en la Égloga I de Garcilaso («Ardiendo ya en el calor estiva»). A lo que hay que añadir la influencia más general del «collige virgo rosas» reflejado en el Soneto XXIII de Garcilaso, como recuerda Evangelina Rodríguez en nota al citado pasaje de Camerino. 48   Sobre Piña cfr. I. Colón (2001), p. 57. 49   Pedro de Castro y Añaya (1989), p. 270. 46 47

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dece la selva con querellas»; «Las fieras hircanas de la Libia fiera» y, muy especialmente, las excelsas y alternativas valoraciones de los pastores hacia sus amantísimas pastoras. 50 Mientras que en la Égloga II de De la Torre menudean las lamentaciones pastoriles al hilo de Garcilaso, tales como «más sordo a mis lamentos / que el animoso viento»; «a mi doliente voz entristecida»; «mi llanto entristecido»; «del grave mal que siento»; «de mi cansada vida miserable». Y algunas muestras más. Por su parte, en las Églogas IV y V encontramos nuevo material aprovechable. Así en la Égloga IV se recoge la queja de Salicio hacia Galatea de la Égloga I de Garcilaso en esta forma: «más helados que nieve»; junto al retirarse de los pastores al final del mismo poema: «Paso a paso se fueron retirando». Sin que falten algunas otras comparaciones de tipo garcilasiano. Por otro lado, en la Égloga V se advierte algún postrer eco amatorio: «Y del ardiente y encendido fuego», a la manera de la vehemente queja amorosa del pastor Salicio en la Égloga I. 51 Pero, sobre todo, es en las Églogas VI y VIII donde cabe encontrar más abundante material comparativo. En efecto, la Égloga VI contiene versos tomados al pie de la letra de Garcilaso. Tal sucede con el párrafo tantas veces citado por la tradición literaria «estoy muriendo y aún la vida temo» del lamento de Garcilaso de la Égloga I, o con el que unas estrofas después dice así: «tras fortuna suele haber bonanza», procedente del Soneto IV garcilasiano y que vemos luego repetido. Y a ello cabe añadir otras influencias al estar la Égloga en su conjunto diseñada al ritmo de Garcilaso, según cabe advertir a través de algunos paralelismos. Garcilaso

De la Torre

Noche tenebrosa, escura. (Égloga I, p. 80)

La tenebrosa noche oscura. (Égloga VI, p. 261).

Antes de tiempo dada a los agudos filos de la muerte!, más convenible fuera aquesta suerte. 52 (Egloga I, p. 77)

Injustamente dada al riguroso punto de la muerte, por menos dolorosa que mi suerte. (Égloga VI, p. 272).

Por lo demás, especial consideración merece asimismo la Égloga VIII, en la que se tienen muy presentes las correspondientes Églogas I y III de Garcilaso. El «locus 50   No se ha olvidado de subrayar Cerrón Puga ([1993], p. 229) tales ponderaciones pastoriles en comparación con el final de la Égloga III de Garcilaso. 51   Como los textos de las Églogas de De la Torre en principio no son muy extensos (seguimos manejando la edición de María Luisa Cerrón Puga) no hará falta, salvo en casos concretos, precisar las citas. 52   Aunque venimos citando por la edición de Elías L. Rivers de la Editorial Castalia de 1968. En este último verso hemos detectado un error al suprimir dos palabras: «fuera aquesta».

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amoenus» en el que se desenvuelve el pastor Montano está configurado en torno al «sacro y cristalino río Tajo», a la manera del río Danubio garcilasiano: De escuras verdes hojas coronado a la ribera sale presuroso. Por lo demás, el Tajo presenta en el interior de sus aguas parecido aspecto al de la Égloga II de Garcilaso, con sus concavidades, sus urnas o con la serie de ninfas que discurren por sus aguas. Sigue luego el diálogo alternativo de los pastores, precedido de una introducción vía Garcilaso: Ésto cantó Montano, y ésto Ergasto. 53

En cuanto a las ponderaciones amorosas de los dos pastores, en la parte última de la composición, nos encontramos ante una especia de «amplificatio» de la Égloga III garcilasiana: Flérida mía, más que el sol hermosa / más blanca y colorada que el blanco lirio y colorada rosa.

Y es bien significativo que el mismo nombre de Flérida aparezca en uno y otro poeta. También en las Odas nos sale al paso Garcilaso a través de «la concha de Venus» o del «marchitarán la rosa» (Oda I). 54 Por su parte, en la Oda III se encuentra el siguiente verso en parecida dirección: «Y de cuidados enojosos libre», que corresponde a lo que dice Albano a comienzos de la Égloga I de Garcilaso. Se pueden también entresacar versos vía Garcilaso en las Canciones de Francisco de la Torre. Así, en la número I al hablar de la tórtola: «Ensordeces la selva con gemidos»; como sucede asimismo con el «solo, desamparado» de la coda de esta canción, repetido luego al comienzo de la Canción II. En cambio, las Endechas parecen quedar al margen de las conexiones aquí analizadas, al atenerse a modelos más tradicionales.

  Es fácil recordar lo que en parecido sentido dice Garcilaso a modo de despedida en la Égloga III: «Ésto cantó Tirreno y esto Albano». Y al final de la Égloga, al retirarse a casa los pastores, vuelven a resonar los ecos de la Égloga I: «No pusieran fin a su cantar...». 54   Cerrón Puga señala que la Oda I es imitación de Garcilaso con influencias clásicas desde Ausonio, junto a autores modernos: Petrarca, Bembo, Bernardo Tasso y Herrera. 53

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5 DOS APROXIMACIONES A LA OBRA DE CERVANTES

5.1. Introducción La enorme atracción ejercida por la obra de Cervantes no sólo se manifiesta en la vuelta, una y otra vez, a su lectura con renovado empeño, sino que ha servido de estímulo y acicate para un sinfín de trabajos, hoy muy difíciles de abarcar en su conjunto, incluso si se descuenta la enorme bibliografía sobre El Quijote. Por nuestra parte, nos ocupamos ya hace algún tiempo de algunos puntos en aquel momento menos atendidos por la investigación en torno al Persiles principalmente. Y tras un lapso de tiempo ya bastante largo volvemos ahora con nuevas aproximaciones al más insigne de nuestros escritores por ver si encontramos por nuestra parte algún enfoque de novedad en su interpretación. Volvemos, pues, a insistir en el complejo mundo del Persiles a través de puntualizaciones muy concretas tras haber puesto antes en comparación el conjunto de la obra cervantina con uno de los escritores políticos y de temática institucional más famosos y consultados desde fines del siglo xvi. Esperemos que cuando menos quede patente aquí nuestro fervor admirativo por tan inmenso escritor. 5.2.  Castillo de Bovadilla y Cervantes En algunas ocasiones se ha puesto en relación a Cervantes con Castillo de Bovadilla, que, como es sabido, se hizo famoso con una sola obra publicada, aunque de

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muy amplia extensión y abundante carga erudita, la Política para corregidores, 1 que ya tuvimos ocasión de citar anteriormente. Esas relaciones se han centrado fundamentalmente por parte de los investigadores en los consejos que diera Don Quijote a Sancho a la hora de gobernar la ínsula Barataria; pero creemos que las conexiones entre una y otras obras pueden ser más amplias e intensas de lo que hasta ahora se ha podido pensar. 2 Por de pronto Cervantes debió de sentirse atraído por la Política para corregidores, aunque sólo fuera por un interés puramente profesional, al tratarse de una obra fundamental e imprescindible para la formación y despliegue profesional de los corregidores, como la propia época reconoció, a juzgar por las alabanzas de que fue objeto a partir de su publicación. Y sabemos que Cervantes quiso obtener una plaza de tal naturaleza que le hubiera permitido resolver sus múltiples problemas económicos y poder, al propio tiempo, ostentar un oficio público de cierta relevancia. Como es sabido, no le fue posible alcanzar tan deseado puesto, a pesar del interés mostrado y de las gestiones realizadas en tal sentido ya que, en principio, carecía de la previa titulación necesaria para ser corregidor. Pero a estas razones de índole profesional y de prestigio se añaden otras muy diversas, basadas en los cotejos textuales entre uno y otro autor. Veamos en qué forma, dejando ya de lado el tema de los consejos dirigidos a Sancho por haber sido destacados por la bibliografía. 3 Comencemos por el Quijote, a través de dos de sus famosas disertaciones. En el tratamiento de la mítica edad de oro ambos autores presentan similitudes y aproximaciones, mientras que en alguna ocasión los paralelismos que pueden trazarse son prácticamente literales, como al referirse a la ausencia de propiedad individual al ser todas las cosas comunes en aquellos míticos tiempos. Que los hombres no tuviessen propiedad, ni mio, ni tuyo, sino que todas las cosas fuessen comunes. (Política, vol. I, fol 8)

Ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes. (Quijote, I, 11)

Páginas después Castillo de Bovadilla vuelve al tema de los antiguos tiempos mitificados, donde los habitantes, dada la abundancia y «grassesa» de la tierra, se alimentaban de frutos silvestres —bellotas incluidas— en contraste con etapas más   Recogemos aquí el título completo de la obra: Política para corregidores y señores de vassallos, en tiempo de paz, y de guerra y para juezes eclesiásticos y seglares y de sacas, aduanas y de residencias y sus oficiales: y para regidores y abogados y del valor de los corregimientos y goviernos realengos y de la órdenes. Autor el Licenciado Castillo de Bovadilla en tomos I y II. Manejamos la edición de Amberes, 1704, reeditada por el Instituto de Estudios de Administración Local en 1978. La primera edición conocida de la obra es de 1597.    Referencias bibliográficas a los consejos de Don Quijote a Sancho en relación con Castillo de Bovadilla pueden encontrarse en Cervantes (1978), vol. III: Bibliografía fundamental, p. 124.    Aunque el tema ha sido tratado de forma insuficiente; pero volver a insistir en él exigiría ahora un intenso trabajo monográfico que dejamos para otra ocasión. 

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cercanas, donde el desenfreno y la gula se extienden por doquier. Y todo ello en forma tal que recuerda el tratamiento ofrecido al respecto por Cervantes, especialmente en lo tocante a esas bellotas, puñado en mano, que servirían al insigne caballero para montar su arenga ante los boquiabiertos cabreros. Si pasamos al otro famoso discurso del Quijote dedicado a la disputa entre las armas y las letras surge un parecido tratamiento desde el plano estructural, con sus argumentos en pro y en contra de una y otra disyuntiva. Se trata asimismo de una temática venida de muy lejos, con sus conocidos planteamientos tópicos, que cada uno de nuestros dos escritores desarrolla a su manera. Cervantes insiste en las privaciones y peligros a que se ven sometidos los militares sin justa compensación a la postre por parte del poder público, mientras que Castillo de Bovadilla despliega toda una amplia erudición a base de citas interminables de autores y de ejemplos históricos. En cualquier caso es bien significativo que cada cual emplee un capítulo completo de su obra para despachar el tema. 4 Otro famoso pasaje del Quijote parece responder en algunos de sus planteamientos a las correlaciones hasta aquí marcadas. Nos referimos a la soltura de los galeotes por mediación del héroe manchego, lo que para él significa su puesta en libertad. Y es bien significativo que Castillo de Bovadilla se ocupe con un cierto detenimiento de la forma correcta de realizar la remisión de galeotes de unos puntos geográficos a otros, convenientemente custodiados para evitar fugas; y todo ello con el debido acompañamiento militar a base de guardas con su alguacil al frente. Conviene destacar, además, el dato que aporta la Política para corregidores sobre las condiciones requeridas por alguacil y guardas para desempeñar su oficio: «que sean cumplidas y suficientes y que lleven arcabuzes». Como es bien sabido, en el Quijote algunos de los guardas portaban armas de fuego —escopetas en concreto—, aunque a la postre de bien poco les sirvieran ante la denodada acometividad de nuestro famoso héroe. 5 Pero es que además Castillo advierte del peligro de olvidar las medidas de seguridad frente a los galeotes «porque del poco recato de esto hemos visto soltarse galeotes». Parece como si se tratase de una premonición de lo descrito en el Quijote. Sigamos con los cotejos a que puede dar lugar el Quijote, en este caso ya en su segunda parte y en un tema de gran amplitud: el gobierno de Sancho en la ínsula. Conviene no olvidar que el libro de Castillo de Bovadilla se ocupa no sólo de corregidores sino de la figura paralela de los gobernadores pertenecientes al ámbito territorial, con especial atención a los de dominio señorial. Pues bien, si se descuenta el tratamiento irónico y un tanto festivo de Cervantes sobre el gobierno de la «ínsula»,   Castillo de Bovadilla (1978), t. I, pp. 104-122 y Quijote, I, 38. Sería fácil en cada uno de los pasajes cervantinos aquí recordados acumular referencias bibliográficas dada la magnitud de lo investigado sobre Cervantes. Pero esas referencias resultarían superfluas para los especialistas. Lo que ahora tratamos es destacar los paralelismos que se puedan trazar entre Cervantes y Castillo de Bovadilla y en este sentido la bibliografía, salvo en lo tocante a los consejos de Don Quijote a Sancho no se ha empleado a fondo.    Castillo de Bovadilla (1978), t. II, p. 616. 

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hay puntos de similitud entre una y otra obra. Y no sólo en el delineamiento general de la figura de un gobernador adscrito a territorio señorial, sino en todo lo concerniente a la defensa de la localidad por parte del corregidor o gobernador en caso de ataque de los enemigos. Y algo parecido cabe decir de la ronda nocturna que ha de realizar el gobernador Sancho con el preciso acompañamiento militar. 6 Por lo demás, desde un punto de vista técnico, conforme a la práctica administrativa de la época, sabemos que los corregidores o gobernadores sin formación jurídica podían dictar sentencia a través de la mediación de un asesor letrado, algo en lo que se insiste tanto en la Política de corregidores como en el Quijote. Y no sólo eso, en la misma obra se llegará a decir que con cierta frecuencia salen elegidos alcaldes ordinarios y otras autoridades «hombres idiotas... los quales muchas veces sin ciencia de las leyes, con solo la razón natural (que es ánima de ellas) dan rectos juycios y sentencias». Es como si se estuviera pensando anticipadamente en figuras como la de Sancho, aunque no quedase nada mal al dictar sentencias guiado tan sólo por su natural penetrativa. 7 Otro punto de comparación interesante es el tocante a la residencia de los oficiales de la administración territorial o señorial —o «juicio de residencia»— a través de la cual se exigía a estos oficiales al término de su actuación responsabilidad por el ejercicio del cargo mediante las denuncias o querellas presentadas por los particulares que se considerasen agraviados. Así sucede, por ejemplo, en el caso de Sancho en la «ínsula Barataria» cansado de tanto batallar, tras el fingido asalto militar a la capital de la ínsula, y a punto de recobrar su perdida libertad a lomos del rucio cuando el maestresala le advierte que antes de partir debe cumplir con los trámites de la residencia, «a dar primero residencia», 8 sin que Sancho se avenga a sus razones, decidido como está a dejar tan alto empleo. O como se recuerda a propósito de las prácticas de gobierno entre turcos, según consta en El amante liberal. 9 Pues bien, nuestro famoso tratadista político-administrativo dedica muchas páginas de su Política para corregidores a tratar de las residencias en general o de los corregidores y gobernadores en particular, lo que nos permite trazar otra línea de aproximación entre uno y otro escritor. 10 Si continuamos con el Quijote, podemos encontrar citas sobre personajes de la antigüedad que se singularizaron por sus actuaciones un tanto extremosas al modo como aparecen mencionados en parecido términos en la obra aquí puesta en paralelo, cual es el caso de Marco Curcio, quien «se ofreció a los dioses —según Castillo de   Sobre la ronda nocturna del corregidor-gobernador cfr. Castillo de Bovadilla (1978), t. I, fol. 374375. Castillo de Bovadilla llegará a decir, entre citas de leyes y de diversos autores: «Conviene pues que el corregidor ronde y que sus oficiales no duerman y que todos velen, y que esten en centinela».    Castillo de Bovadilla insiste en que puede el corregidor ser «indocto en los derechos... como tenga consigo asesores»; mientras que en el Quijote se lee algo parecido «como los gobernadores caballeros y no letrados que sentencian con asesor» (Quijote, II, 32).    Quijote, II, 43.    En El amante liberal a propósito de una residencia a la manera de los turcos se dice que «se la dio cerrada y sellada». 10   Sobre residencias cfr. Castillo de Bovadilla (1978), t. II, pp. 405-571. 

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Bovadilla— y puesto armado en un cavallo muy ricamente adornado y poniéndole las piernas se arrojó en la espelunca» (Castillo, vol. I, fol. 106). Episodio evocado por Cervantes en parecidos términos (Quijote, II, 7). A lo anterior puede añadirse la referencia de Castillo de Bovadilla a la conducta poco edificante en algún punto de Alejandro Magno a semejanza de lo reseñado en Quijote II, 2: «Dicen de él que tuvo sus puntos de borracho». 11 Es cierto que semejantes relaciones de los hechos vienen siendo famosas desde la antigüedad —Tito Livio, Valerio Máximo, etc.—, pero resulta significativo que también en este punto encontremos nuevas coincidencias al modo de otros pasajes de las obras ahora comparadas. En lo tocante a la administración de justicia en la ínsula imaginada habría mucho que decir al ocuparse con detenimiento del tema uno y otro autor. Nos limitaremos tan sólo a un punto concreto en el que Cervantes insiste más de una vez: el de las palabras afrentosas del juez que suelen incidir con mayor intensidad en el ánimo del sentenciado que el propio castigo, tal como se recuerda en La elección de los alcaldes de Daganzo: Que suele lastimar una palabra De un juez arrojado, de afrentosa, Mucho más que lastima su sentencia, Aunque en ella se intime cruel castigo. 12 O como se vuelve a recordar en los consejos de Don Quijote a Sancho: Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. 13

Si del ámbito institucional pasamos al de las ideas políticas sucede algo parecido que conviene aquí destacar brevemente. Recordemos lo referido al comienzo de la segunda parte del Quijote al haberse ya repuesto Don Quijote de su traslado en carreta de bueyes, tras recibir la visita del cura y del barbero. Allí, entre otras cosas, se platicó sobre «razón de estado y de gobierno», algo que en principio debía de resultar bastante frecuente en la época. Y decimos sólo en principio porque en lo que se venía insistiendo normalmente era en el tema de la «razón de estado», sin más connotaciones a través de numerosas publicaciones europeas sobre el tema. Pero es que aquí la razón de estado se amplía hasta apuntar también al gobierno. Y esto ya no era tan corriente. Pues bien, entre los autores que manejan esa doble referencia con total naturalidad e incluso reiteración nos encontramos con nuestro Castillo de   He aquí lo que señala sobre el particular Castillo de Bovadilla: «Bien se sabe la excelencia de virtudes y grandes hazañas de Alejandro Magno, pero mucho le afeó la costumbre que tenía de embriagarse» (Castillo de Bovadilla [1978], t. I, p. 31). 12   Cervantes (1970), pp. 115-116 y Castillo de Bobadilla (1987), t. I, pp. 253-257. 13   Quijote, II, 42. 11

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Bovadilla, quien parece de nuevo anticiparse en el manejo de los términos técnicos. 14 En cuanto a los «dichos», expresiones, frases hechas e incluso puntos de contacto y similitudes son asimismo abundantes. Pongamos algunos ejemplos a doble columna. Política para corregidores

Cervantes

Al enemigo pequeño... se le ha de hacer puente de plata (vol. II, fol. 348).

Que es hacer puente de plata al enemigo que huye (El gallardo español, jornada III).

El sumo derecho es suma injusticia (Summun jux, summa injuria) (según nota marginal)

Sumun jux, suma injuria (Persiles, III, 10).

Pues aunque sea amigo Platón... más amigo Amicus Plato, sed magis amica ha de ser la verdad. �������� Veritas. (vol. I, fol. 241). (Quijote, II, 50). Pasemos a El cerco de Numancia, en donde existen también conexiones con la Política para corregidores. Y es que Castillo no sólo presta especial atención al ejemplar comportamiento de los numantinos frente al asedio romano, al mando de Escipión, sino que, al haber sido corregidor en Soria, según advierte expresamente, «dexé pintada esta historia en su ayuntamiento». En tal sentido nuestro tratadista político-administrativo se fija especialmente en el final heroico de los numantinos al preferir lanzarse a la hoguera en lugar de entregarse al enemigo: Llegó a tal estremo su ferocidad, que por huyr el yugo de la servidumbre, y no sujetarse al enemigo los que dellos quedaron vivos, se echaron con todas las riquezas que en la ciudad avía en una hoguera, donde acabando sus vidas començó su eterna memoria, y del fuego que abrasó sus cenizas, salió el resplandor: que esclareció sus famas y assi Scipion no halló en la ciudad, quando entró en ella, prisionero alguno ni despojos, por lo qual no se pudo llamar vencedor, ni llevó trofeo, ni Roma por ello le concedió triunfo. (Vol. II, fol. 362).

Conviene reparar no sólo en el hecho de arrojarse al fuego los naturales con todas su riquezas —en coincidencia con Cervantes— sino especialmente en lo que se dice al final del párrafo transcrito: que tal situación privó a Escipión de alcanzar la fama del verdadero vencedor, punto en el que se fija expresamente Cervantes y 14   Una breve aproximación a ciertas ideas políticas de Cervantes entre las que figura la «razón de estado» puede verse en Bermejo Cabrero (1993), pp. 227-232, donde se amplía la información aquí ofrecida.

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que, según los intérpretes, no logró encontrar paralelismo en otras fuentes de la época. 15 Por tanto, si es Castillo de Bovadilla la única fuente que destaca la frustración de Escipión al no poder contar con ningún prisionero numantino, privado como queda del triunfo militar y de los honores que tal remisión de prisioneros le reportase, la conclusión es obvia: Cervantes fue aquí donde pudo inspirarse para su exposición. Por lo demás, es cierto que en El cerco de Numancia hay un último superviviente, el joven Bariato, que terminó por arrojarse desde la muralla sin dejarse convencer en ese trance final por las fabulosas riquezas prometidas por Escipión. Pero es que Castillo tampoco se olvida de ponderar el bravo gesto del muchacho numantino de preferir la muerte a cualquier otro tipo de consideraciones: El corregidor «ha de elegir su muerte antes que le entregue las llaves della, como hizo (según dicen) el muchacho Numantino, que con ellas se despeñó y cayó muerto a los pies de Scipion: porque es cosa gloriosa morir por su ley, y por su Rey. (Vol. II, fol. 360). 16

Podemos también rastrear algunas otras correlaciones, como en lo relativo a la política militar seguida por Escipión nada más llegar a Numancia mediante la aplicación de una rigurosa disciplina militar frente al exceso de blandura, permisividad y buen vivir hasta entonces practicado por las tropas romanas. Cervantes destaca la expulsión de «las infames meretrices», causantes de la molicie en el ejército, mientras que Castillo dedica asimismo una significativa referencia a la expulsión de las «mujercillas» por parte del prestigioso general romano, a fin de recuperar las antiguas glorias militares. 17 En cuanto a la elección de Los alcaldes de Daganzo, nos atrevemos a formular una pregunta, ¿por qué Cervantes se fijó precisamente en el lugar de Daganzo para componer su famoso entremés? Pregunta que puede dar pie a una sugerencia: ¿no sería acaso por el hecho de que Castillo había destacado en su monumental obra que el largo pleito que presentarían los lugareños de Daganzo frente al conde de Coruña había sido ya fallado con sentencia de vista y revista a últimos del xvi por la chancillería de Valladolid a fin de resolver el tema de la elección de sus autoridades municipales? No olvidemos que el pleito había cobrado por entonces una cierta resonancia y pudiera ser que Cervantes reparase en Daganzo al hilo de la exposición de Castillo; 18 se trata sólo de una simple sugerencia que puede ponerse también en contacto con los diversos datos que hemos venido manejando y que podían aún ampliarse al no estar el tema agotado. 15   Precisamente, quienes se han ocupado de las posibles fuentes manejadas por Cervantes en La Numancia, han destacado el vació que ofrecen esas fuentes en este punto, en el que insiste ahora Castillo (Así, por ejemplo, Marrast [1984], siguiendo a Schevill-Bonilla, en su «Introducción», p. 250). 16   El detalle de las llaves no aparece recogido en la Numancia. 17   Castillo de Bovadilla (1978), t. II, p. 335. 18   Castillo de Bovadilla (1978), t. I, p. 459.

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5.3.  Acotaciones al Persiles Frente a lo sucedido hace unos cuantos años cuando podía hablarse del «olvido del Persiles», hoy la bibliografía cervantina se ha empleado a fondo con la obra póstuma del mayor novelista de todos los tiempos en la doble vía de interpretación conjunta y de análisis pormenorizados y concretos de múltiples pasajes, como cabe ejemplificar en este último caso a través de la magna edición de Carlos Fuentes, especialmente con sus notas a pie de página y sus puntualizaciones conclusivas. Por nuestra parte, algo parecido —aunque en mucha menor medida y con pretensiones más limitades— hemos intentado hacer en más de una ocasión. Y continuamos ahora en esa misma línea de aproximación a puntos concretos de la obra. 5.3.1.  Trasfondo histórico de un relato del Persiles En un trabajo de hace unos años hemos procurado defender la coherencia histórica de Cervantes al componer el Persiles frente a lo expuesto por algunos importantes cervantistas sobre el desinterés de Cervantes ante la posible apoyatura histórica de la narración. 19 Volvemos ahora con nuevos datos y documentos para corroborar y matizar en un punto concreto y con algunas variantes cronológicas lo apuntado en aquella ocasión. Se centra el relato en lo sucedido a la joven aragonesa Ambrosia Agustina, recién casada con un caballero del hábito de Alcántara, Contarino de Alboránchez, y hermana, a su vez, de Bernardo Agustín, cuatralbo de las galeras, según se apunta en otro lugar de la obra. Cervantes aporta minuciosamente todos estos datos de identificación personal. Pero sucede que, nada más terminar las ceremonias matrimoniales, Contarino recibe una orden real para ponerse al frente de un tercio «de infantería española que bajaba de Lombardía a Génova a la isla de Malta sobre la cual se pensaba bajaba el turco». 20 Ni que decir tiene que Contarino, sin tiempo que perder, parte raudo a cumplir las órdenes reales, aun a riesgo de no poder permanecer ni un momento al lado de su esposa. De poco sirvieron lágrimas, ruegos y sobresaltos. Pasados unos días, Ambrosia Agustina, no pudiendo aguantar tamaño apartamiento, abandona el lugar vestida de soldado a fin de ir al encuentro de su marido, como a la postre felizmente ocurriría, tras múltiples y escabrosas periperias, con dos años de galeras y duras prisiones a sus espaldas. Hasta que, descubierta su verdadera personalidad y presa de un intenso desmayo, se encuentra al despertar del contratiempo ante la reconfortante presencia de personas tan queridas como su hermano y su marido, llenos a su vez de sorpresa ante hallazgo tan inesperado. Se supo entonces que Contarino había sido «cautivado por los moros con una de las dos chalupas donde se había embarcado para ir   Bermejo Cabrero (1993), pp. 261-267.   Citaremos el Persiles por la edición de Carlos Romero Muñoz (2004).

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a Génova». Y Ambrosia Agustina añade por su parte que en las mismas galeras donde se embarcó en su afanosa búsqueda venía acompañada de la esposa del encargado del patrimonio de Sicilia. Tal viene a ser el resumen de la parte central de la narración, sin haber hecho por nuestra parte mención del anterior encuentro de Ambrosia Agustina con el grueso de los peregrinos, encabezados por Periandro y Auristela, a la hora de pedirles una ayudita, desfigurado el rostro y con las ropas raídas, cual si se tratara de una vulgar mendiga. Pero no nos interesa por ahora el relato de las peripecias de Ambrosia Agustina en sus pormenores más novelescos sino en tanto surgen al hilo de la narración datos que pudieran servir para enmarcar históricamente los acontecimientos a raíz del movimiento de tropas en torno a la isla de Malta con la amenaza turca al fondo. Veamos, en efecto, si esos datos se ajustan con un cierto grado de aproximación a lo que sabemos por la documentación de la época. Si sólo se tratase, en términos generales y sin más especificaciones, de los intentos de invasión de la isla de Malta por parte de los turcos, de poco serviría la narración del Persiles para tratar de fijar la ambientación histórica de los hechos descritos al ser bien sabido que la isla de Malta, una y otra vez, estuvo muy pendiente —siempre a la defensiva— de posibles ataques turcos o berberiscos. Pero sucede que en el Persiles se aportan precisiones o puntualizaciones sobre el particular que pueden resultar interesantes en tanto la Monarquía española se preparaba militarmente para rechazar un posible ataque turco a la isla, para lo cual se movilizan fuerzas desde Lombardía, vía Génova. Antonia Agustina se fija naturalmente en lo que atañe a su marido en tanto ostenta el mando de una unidad militar. Pues bien, en la realidad histórica el movimiento de tropas enviado en auxilio de la isla tantas veces amenazada puede documentarse, con amplitud de detalles, en torno a 1565-1566. 21 En cualquier caso ningún otro movimiento de tropas alcanzó la magnitud del ahora apuntado, por lo que otros intentos no encajan, por varias razones, tan ajustadamente con lo descrito en el Persiles. En primer lugar —conviene insistir en ello— por la magnitud de los acontecimientos. Los avisos de la llegada de la flota turca no cesan de comunicarse a las autoridades españolas. 22 Se habla de una fabulosa escuadra, a la que hay que oponer contingentes militares de enormes proporciones y que requiere un esfuerzo económico inusitado. El propio Felipe II sigue día a día muy pendiente la marcha de las operaciones, al tiempo que mantiene contacto epistolar continuo con las altas autoridades militares de Italia y el Mediterráneo, especialmente con el virrey de Sicilia, 21   Dos volúmenes del CODOIN (números 29 y 30) están dedicados a relatar los avatares en torno al socorro de Malta. 22   Así, por ejemplo, García de Toledo ofrece los datos sobre la armada turca frente a los contingentes navales que pueda aportar la Monarquía Española (Correspondencia [1857], p. 35). Esos datos son los que manejará Felipe II para planificar la defensa de la isla (Carta de Felipe II a García de Toledo de 18 de junio de 1565, Correspondencia [1857], p. 221). Por avisos posteriores se pudo comprobar que la armada turca no alcanzaba las proporciones inicialmente calculadas. Así, por ejemplo, Carta de García de Toledo a Felipe II de 28 de junio de 1566, Correspondencia [1857], p. 303).

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García de Toledo, jefe superior del despliegue defensivo. 23 Hay que reclutar tropas, poner en marcha un amplísimo dispositivo naval, allegar provisiones y enviar urgentemente dinero para pagar las tropas. Don García de Toledo no hace más que multiplicarse, moviéndose de un lado para otro en busca de auxilios económicos y militares que no suelen llegar a tiempo. Todo el Mediterráneo se ha puesto en alerta extrema, especialmente desde Barcelona a los dominios españoles en Italia. Se llega incluso a pedir la colaboración de otras potencias católicas, como la misma Génova. Y al no conocerse el punto exacto del ataque turco —no sólo Malta está amenazada— no cabe dejar indefensas zonas por donde se puede concretar la invasión, como sucede especialmente con el virreinato de Nápoles o con La Goleta. De ahí el trasiego y trastrueque de tropas veteranas españolas o de nuevos contingentes italianos. Esto es, lo que, brevemente expuesto, viene a decirnos la documentación de la época, mientras que el relato de Ambrosia Agustina es sólo un aspecto del enorme esfuerzo desplegado para contener a los turcos a punto de lanzar un ataque. Pero ese breve relato de la intrépida Ambrosia se puede apostillar incluso más intensamente documentación en mano. Y no se trata, naturalmente, de que su esposo estuviese en la realidad histórica al frente de la expedición, al tratarse, a lo que parece de un personaje imaginario. Pero lo que se cuenta sobre el movimiento de tropas guarda directa relación con lo sucedido en un determinado momento histórico. Sabemos, en efecto, que desde Lombardía partió hacia Génova un importante contingente militar para ser allí embarcado vía Malta. Se trata de soldados que además son, como dirá con precisión Cervantes, «de infantería española», a tenor de la conocida diferenciación entre infantería española y levas italianas de nuevos reclutas. Conviene además señalar que, aunque en la documentación no suele hablar del «tercio de españoles», por las cifras aportadas documentalmente puede pensarse que estamos ante una unidad militar española de composición aproximada a la de un tercio de infantería. En los textos cruzados entre las autoridades militares se habla de más de mil hombres. Pero es que, además, en algún momento encontramos referencias a «la infantería española deste tercio». 24 Por otra parte, en las operaciones están presentes algunos otros personajes que aparecen en el Persiles con altas responsabilidades militares, como sucede especialmente con don Sancho de Leiva, al frente de las galeras de Nápoles, que, por cierto, mantiene en ocasiones diversos enfrentamientos con el jefe supremo de la zona, virrey don García de Toledo. 25 23   García de Toledo ostenta el cargo de Capitán General de la Mar paralelamente al de Virrey de Sicilia. Sus preferencias se dirigen hacia los veteranos soldados españoles: «portando todos los más soldados viejos que se pudiese» (Correspondencia [1857], p. 247). Pero las dificultades con las que se encuentra son muy numerosas y difíciles de superar, sin excluir la intervención de las «malas lenguas» frente a las medidas adoptadas por el dirigente de las operaciones navales. 24   Cfr. Carta a don García de Toledo desde Milán a 5 de junio de 1565 (Correspondencia [1857], p. 259). 25   No vamos a entrar en detalles sobre los distintos avatares de la expedición que no mantengan estricta relación con los datos aportados en el Persiles.

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Finalmente cabe destacar el cuidado con que Cervantes presenta la ambientación institucional del episodio, como se advierte por ejemplo en el dato aparentemente mínimo del encargado del patrimonio de Sicilia, esposo de la dama que acompaña en la galeras a Ambrosia Agustina, y que, por cierto, no cabe confundir ese empleo con el de virrey de la isla. 26 En definitiva, pensamos que Cervantes en el Persiles se refiere a la más importante de las amenazas turcas a la isla de Malta que obligó a la Monarquía Española a realizar un portentoso despliegue defensivo en los años 1565-1566, por más que el tan temido desembarco turco no se produjera por entonces. Todo lo cual nos obliga a ampliar el marco cronológico que hemos manejado en otra ocasión para centrar históricamente los avatares reseñados por Cervantes. 27 5.3.2.  Dos asendereados personajes En la ya abundante bibliografía sobre el Persiles no se ha prestado especial atención a la caracterización como tal personaje novelístico del italiano Rutilio, a no ser, naturalmente, en lo relativo a su vuelo hechiceril hacia Noruega con toda su secuela de transformaciones lupinas. Sólo en los últimos años se ha tratado de ofrecer a modo de caracterización —en consonancia con el grado de verosimilitud manifestado en la obra en su conjunto— diversos análisis onomásticos, bajo la idea especialmente de que el propio nombre Rutilio debía de ofrecer la clave cervantina para adentrarnos en el significado y valoración del personaje en cuestión. Y en tal sentido se ha pensado en el latino Rutilius según una doble vertiente. Por una parte, Rutilius apuntaría a su marcada brillantez, resplandeciente como el oro. Pero por otra parte, y con mayor relevancia, ese nombre entrañaría connotaciones negativas. Así en una reciente monografía se ha insistido en esa línea onomástica sobre los aspectos más rechazables del personaje. Pero es que, además, en esa misma línea interpretativa se recuerda que el Rutilio del Persiles había nacido en Toscana, y los toscanos tenían fama de malos y falsos, como podía ser corroborado por un texto de Sebastián de Orozco. Así las cosas, la particularidad esencial de Rutilio —según el aludido trabajo monográfico— vendría a consistir en su capacidad para «mentir o fingir y, como el Demonio, intercalar verdades con mentiras». A lo que cabría añadir que «Rutilio se llama así porque es pelirrojo y siendo pelirrojo es indefectiblemente embustero». 28

26   Ya advirtió Carlos Romero en las notas al pie de su edición sobre la confusión en la que han caído algunos autores en tal sentido. 27   Véase Bermejo Cabrero (1973). 28   Todo ello según Reynado C. Riva: «Apuntes para una solución: la narración de Rutilio» en Cervantes, núm. 23.2 (2003), p. 348. Por su parte Dominique Reyre ofrece diversas consideraciones semánticas sobre la pareja de personajes aquí analizados. Véase D. Reyre «Estudio onomástico» en J.-M. Pelorson, El desafío del Persiles, Toulouse, 2003, pp. 95-127.

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Pero, como vamos a tratar de demostrar, no parece el más adecuado modo de acceder al trasfondo del personaje recurrir a semejantes análisis semánticos. Por de pronto, si nos remontamos al mundo romano, el nombre de Rutilio aparece con frecuencia aplicado a escritores e historiadores sin el correlato negativo que ahora se pretende hacer valer. Buena prueba de ello es que con tal denominación conocemos personajes de muy distinta escala social, desde cargos políticos —así por ejemplo, tribunos de la plebe— hasta individuos «de a pie», como hoy diríamos, pasando por algún famoso literato, como sucede con Rutilio Damanciano. Y no sólo en el mundo romano. En tal sentido cabe encontrar semejantes rastros onomásticos en el propio Cervantes en una obra que, para lo que aquí interesa, no ha sido tomada en consideración hasta el presente y nos puede poner en la adecuada pista interpretativa. En El laberinto de amor, en efecto, aparece algún personaje femenino que adopta provisionalmente el nombre de Rutilio a fin de hacerse pasar por varón. Si semejante trastrueque no ha sido traído a colación por los estudiosos del Persiles con respecto al que ahora nos ocupa, tal vez se deba al hecho de no figurar los nombres adventicios en el elenco inicial de personajes intervinientes en esa obra dramática, por lo demás poco estudiada y llena de entrecruces y complicaciones técnicas. Sea como fuere, conviene insistir en el hecho de que Cervantes utiliza el artificio del cambio de nombres al objeto de alcanzar la mayor dosis de disimulo posible por parte de una dama de la alta nobleza, en busca de la realización de sus pretensiones amorosas sin ser reconocida. Convenientemente ataviada se hará pasar por un joven pastor —para más adelante cambiar de oficio y vestimenta—, junto con otra compañera de reparto que anda metida paralelamente en similares avatares y trastrueques amorosos. Así las cosas, no hará falta insistir en el hecho de que Cervantes ha procurado elegir para las damas nombres de lo más corriente a fin de no poder levantar sospechas sobre su verdadera identidad. Por eso cuando una de las dos amigas se olvida de utilizar el nuevo nombre apropiado para sus fines se le recuerda lo previamente acordado sobre semejante trastrueque nominativo y en tal sentido dirá Porcia: Rutilio me has de llamar, si es que quieres excusar un desastroso suceso. Yo no sé como te olvidas De nuestro nombres trocados. 29 Nada, pues, de connotaciones negativas de entronque onomástico. Digamos que, al final, la pareja femenina causante de tal embrollo dramático logrará alcanzar las metas propuestas con cambios en el curso de los acontecimientos y bodas conclusivas.   El laberinto de amor, Jornada primera.

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Si la vertiente nominal hasta ahora utilizada ilustra escasamente en lo relativo a la caracterización de los personajes, el análisis del Persiles —sin adoptar posiciones previas— puede orientarnos también en la correcta dirección interpretativa. Algo que en definitiva resulta de lo más normal y hacedero y que por nuestra parte vamos a intentar llevar a cabo, aunque sólo sea en una primera aproximación, en tanto pueda resultar correctiva de cuanto se viene diciendo últimamente. Es cierto que Rutilio no ofrece los fuertes trazos a los que se somete a otros personajes de los muchos que discurren por tan complejísima novela. Si descontamos la excepcionalidad del vuelo hechiceril con su aterrizaje noruego y la subsiguiente muerte de la hechicera con apariencias de lobo, se trata de un personaje que procura ante todo salir adelante como buenamente puede sorteando las numerosas dificultades con las que se enfrenta; y todo ello sin apenas causar revuelo, haciéndose escasamente notar. Estamos ante una persona corriente, que en Italia supo ganarse cómodamente la vida ejercitando un oficio —maestro de danza— que le daba para vivir. No cabe, pues, confundirlo con otros participantes en el discurrir por tierras lejanas de Periandro y Auristela, de posiciones más acomodadas —incluso cortesanos o caballeros— aunque hubieran sufrido notorios contratiempos en sus vidas. No mantiene lazos familiares ni de otra índole con los demás acompañantes; podríamos decir incluso que camina a su aire, sin meterse en vanas complicaciones, como demuestra cabalmente su renuncia a las pretensiones amorosas hacia la hija menor del rey Policarpo, a pesar de las insistencias en tal sentido del maldiciente Clodio de las que luego hablaremos. Es cierto que fue condenado a muerte en su tierra natal y que estuvo a punto de ser ajusticiado. Pero —aunque Cervantes no ofrece datos expresos en tal sentido— es fácil colegir que se trataba de una sentencia a todas luces desmesurada, al basarse sólo en el hecho de haber emprendido con su amante la fuga de casa de sus padres; y todo ello sin ejercitar violencia alguna por su parte y, por ende, sin incurrir en rapto, a la manera tradicional. A lo apuntado puede añadirse el episodio, tan traído y llevado, del vuelo hacia Noruega con la consiguiente muerte de la hechicera, trasfigurada en loba. Pero en tierras nórdicas nadie exigirá responsabilidad por la muerte acaecida. ¿Y qué es lo que hace el bueno de Rutilio a partir de entonces? Adaptarse a las circunstancias a través del aprendizaje de un nuevo oficio con harta facilidad, como bien dotado de un ingenio despierto y acomodaticio, al no poder ejercitar sus antiguas habilidades de danzarín por ser las costumbres de aquellas zonas heladas bien distintas a las de Italia. Como nuevo especialista en la manipulación de los metales —platero, podríamos denominarlo hoy— se ganará la vida satisfactoriamente, hasta que por avatares de la fortuna se ven en tierras extrañas pobladas de bárbaros. Y aquí también se produce una nueva adaptación del personaje para lograr sobrevivir, tras apro­ piarse de las ropas de un bárbaro muerto. A fin de no ser descubierto —sin conocer la lengua de aquel país— se las ingenia para hacerse pasar por loco y comunicándo-

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se sólo por señas —en un despunte de humor cervantino—, dando cabriolas a diestro y siniestro, a la manera como pudimos ver a Don Quijote en Sierra Morena. Van pasando los días sin mayores contratiempos, seguido sólo en algunos casos por la chiquillería —muy al modo cervantino asimismo—, hasta que por fin logra sumarse a la ilustre comitiva de los andantes peregrinos. Hasta aquí, la narración del propio Rutilio, de la que resulta muy difícil entresacar una caracterización semejante a la de un ser poco recomendable, y menos, de una especie de delincuente común, sino que estamos, más bien, ante una persona corriente que, a base de oportunas ocurrencias, logra adaptarse al medio hostil que le rodea, fiado de su ingenio y de su capacidad de improvisación. Posteriormente Rutilio se mueve en parecida línea; con algún que otro comentario por su parte sobre la curiosa manera que tiene Periandro de relatar sus aventuras, o con la apuntada renuncia a las propuestas de Clodio para lograr el amor de Policarpa, la menor de las princesas. Particular importancia cobra el episodio en el que el antiguo maestro de danza toscano con el mar en calma, alza su voz, no sólo para dar a conocer un soneto, al parecer de su propia cosecha, sino para entonarlo musicalmente, lo que abre una nueva perspectiva en la caracterización del personaje. Ahora resulta que manifiesta Rutilio sus puntos de poeta y de cantante, acompañado todo ello de una buena voz, en consonancia a su vez —podríamos añadir por nuestra parte— con su nacimiento en Italia tan abundante en poetas y cantantes. No vamos a entrar, por ahora, en la interpretación del soneto, que ofrece sus dificultades. Importa destacar la forma amable que tiene nuestro personaje de comportarse ante los demás caminadores tratando de hacerles la vida un poco más agradable. Por último, el punto siguiente de reflexión no tiene desperdicio. Ha llegado el grupo de tan variados personajes a las islas denominadas de las ermitas. Allí se han encontrado con dos ermitaños, Renato y su mujer, que deciden regresar a su país de origen, mientras Rutilio, ni corto ni perezoso, se ofrece a ocupar la posición ahora vacante y hacerse ermitaño. Sin tiempo que perder, se cambia de vestimenta y empieza a actuar como un eremita más, antes incluso de despedirse de los restantes compañeros de viaje. El hecho de que al propio tiempo insista en sus deseos de cambiar de vida no deja de ser un tópico muy utilizado en semejantes ocasiones. Después se pierde el rastro del personaje. Parecería en principio como si su destino quedase allí fijado para siempre. Pero no fue así, pues al final de la obra, ya en plena ciudad de Roma, volvemos a encontrarnos con Rutilio que hace de acompañante del antiguo preceptor de Periandro. No sabemos cual haya sido ni el derrotero empleado para volver a su patria ni los cambios en su forma de vida; lo cierto es que en este caso, de nuevo, vuelve a comportarse a la manera amigable habitual, abrazando a Periandro, gozoso de haberle encontrado de nuevo, con lo cual su actitud y modo de comportarse puede calificarse de forma bien distinta a lo que pretende la interpretación negativa que hemos sometido a revisión. Pero reparemos ahora en el otro personaje, no menos curioso, con el que parece en principio entenderse.

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Aunque mantenga contactos eventuales con Rutilio, Clodio proyecta una imagen bien distinta a la del italiano danzarín. De mayor y más amplia formación, adquirida en los ambientes cortesanos en Inglaterra, no se contenta con un mediano pasar; siempre anda empeñado en la búsqueda obsesiva de oportunidades para ejercer su más anhelada vocación, cual es la de enjuiciar a los demás, a todo trance y sin paliativos, y muy especialmente a los más encumbrados personajes, sin detenerse en modo alguno ante la imagen del rey, si es llegado el caso. Su crítica se proyecta de forma implacable y sin tomar las precauciones necesarias, a la manera de un «maldiciente» o murmurador, que es como se conoce en la época a semejante tipo de personajes. En tal sentido se trata de una caracterización tópica, muy traída y llevada desde época antigua —cabe recordar en tal sentido al poeta romano Mevio— y a la que la publicística política había dedicado bastante atención a lo largo del tiempo, en tanto buena parte de su dedicación se proyecta en torno a la figura del rey y a la crítica pública y manifiesta de sus medidas de gobierno sin respetar incluso su vida privada. Sólo que a estos planteamientos políticos Cervantes añade diversos componentes novelísticos con su correspondiente versión dramática, que hacen de Clodio una figura compleja y asendereada, a la búsqueda —conviene insistir en ello— de un puesto influyente en la sociedad, y, más adelante, en la comitiva de los andantes peregrinos, sin conseguir a cambio otras cosas que destierros, cerradas negativas y un anticipado final infeliz. De poco servirán para una convincente caracterización del personaje, al modo del caso anterior, los análisis de tipo semántico en torno al nombre de Clodio. Y es que en tal sentido, por un lado, es conocida la existencia de un Publio Clodio Pulcro de época romana, personaje de costumbres muy censurables que tuvo diversos enfrentamientos con Cicerón. 30 Pero no se puede sin más elegir este antecedente negativo para interpretar lo que sucede en el Persiles, puesto que, por otro lado, paralelamente —y sin ir más lejos— podemos encontrar, bajo idéntica denominación, ejemplos de comportamientos bastante piadosos, como sucede en Galicia con la existencia de un monasterio bajo advocación de San Clodio. No parece, pues, con todo un miembro del santoral de por medio, que el nombre en cuestión suscitara en todos los casos connotaciones tan negativas como se ha pretendido. Pero sigamos con la posible evolución del personaje. En el momento de su presentación, encadenado junto a Rosamunda, Clodio se define a sí mismo doblemente como murmurador y maldiciente, reconociendo que, por muchos esfuerzos realizados, no puede superar su acendrada condición de sacar 30   Cicerón, por los manejos de Clodio, sufrió destierro. A la vuelta escribió diversos discursos de una u otra forma dirigidos contra Clodio y su entorno, los denominados Discursos clodianos. Recordemos, en tal sentido, los siguientes escritos: De domo sua, donde Cicerón pide que se le devuelva una villa en la que había construido un templo Clodio; De haruspicum responso, breve complemento del escrito anterior; Pro Sextio, en defensa de un personaje, Sextio, amigo de Cicerón y que en su destierro había vigilado los pasos de Clodio; In Vatinium, nuevo discurso contra la familia de Clodio y, por fin, Pro Caelio, donde se defiende a Celio, acusado de haber envenenado a Clodio junto a algún de miembro de su familia.

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a la luz pública la verdad —es decir, su verdad—, ya sea verbalmente o por escrito, por más que altas personalidades queden zaheridas y maltrechas en sus honras, incluido el más alto titular del poder, con el consiguiente riesgo para su persona ante semejantes intervenciones críticas. Le resulta imposible enmendar su inclinación a la crítica tan inoportuna. Incluso, según propia confesión, al actuar de semejante modo llegará a sentir una especial delectación: Tengo —dirá expresamente— un cierto espíritu satírico y maldiciente, una pluma veloz y una lengua libre; deléitanme las maliciosas agudezas y, por decir una, perderé yo, no sólo un amigo, pero cien mil vidas. No me ataban la lengua prisiones, ni enmudecían destierros, ni atemorizaban amenazas, ni enmendaban castigos. 31

Cervantes, en lugar de ofrecernos un largo parlamento en la presentación del personaje como en el caso del portugués Manuel de Sosa Coitiño o del propio Rutilio, prefiere que la imagen del murmurador-maldiciente se vaya perfilando a través de las intervenciones de algunos de los personajes con los que se desenvuelve, como sucede especialmente con el prudente Mauricio. Y es que, a pesar de que la imagen proyectada por un personaje caracterizado por tan peligrosas aficiones pueda resultar bien conocida de las mentes más penetrativas de la época, se trata de una imagen tópica, que venía siendo diseñada ya desde antiguo por escritores y pensadores políticos. De ahí que Mauricio, insistimos, sin apenas conocerle, se ponga a teorizar sobre la materia, con agudeza y conocimiento de causa, a través de una intervención oral que no admite desperdicio, por larga que pueda resultar: Las culpas cometidas en secreto nadie ha de ser osado de sacarlas en público, especialmente las de los reyes y príncipes que nos gobiernan; sí, que no toca a un hombre particular reprehender a su rey y señor, ni sembrar en los oídos de sus vasallos las faltas de su príncipe, porque esto no será causa de enmendarle, sino de que los suyos no le estimen. Y, si la corrección ha de ser fraterna entre todos, ¿por qué no ha de gozar deste privilegio el príncipe? ¿Por qué le han de decir públicamente y en el rostro sus defectos? Que tal vez la reprehensión pública y mal considerada suele endurecer la condición del que la recibe y volverle antes pertinaz que blando; y, como es forzoso que la reprehensión caiga sobre culpas verdaderas o imaginadas, nadie quiere que le reprehendan en público y, así, dignamente los satíricos, los maldicientes, los malintencionados son desterrados y echados de sus casas, sin honras y con vituperio, sin que les quede otra alabanza que llamarse agudos sobre bellacos y bellacos sobre agudos; y es como lo que suele decirse: la traición contenta, pero el traidor enfada. 32

Mauricio parte, pues, de la diferenciación de dos ámbitos que no pueden confundirse: si los secretos de particulares no se deben por las buenas airear, en el caso de   Persiles, I, XIV, p. 223.   Persiles, I, XIV, pp. 224-225.

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los reyes con tanto o mayor razón habrán de extremarse las precauciones. No sólo por ser tal tipo de crítica ineficaz, sino contraproducente. Pero Mauricio, al término de su reflexión, añade una nota más en tal sentido: la publicidad por escrito es mucho más dañosa que la trasmitida oralmente, según reza un principio jurídico-político: Las honras que se quitan por escrito, como vuelan y pasan de gente en gente, no se pueden reducir a restitución, sin la cual no se perdonan los pecados. 33

Conviene recordar que en parecidos términos, con mayor o menor dosis de información y de aportación de detalles, se habían expresado otros escritores. Ya en El Príncipe el propio Maquiavelo había señalado los peligros y desventajas de sacar a la luz pública los defectos de los más altos dirigentes políticos. 34 Y en esa misma línea se movieron en España después diversos escritores y pensadores políticos, aunque con mayor o menor intensidad mantuvieran posturas contrarias a Maquiavelo. 35 Pero no termina con lo anterior la serie de consideraciones políticas formuladas en forma tópica por el tándem Clodio-Mauricio: Verdad es —dirá Clodio— que pienso guardar la cara a los príncipes, porque ellos tienen largos brazos y alcanzan adonde quieren y a quien quieren, y ya la esperiencia me ha mostrado que no es bien ofender a los poderosos y la caridad cristiana enseña que por el príncipe bueno se ha de rogar al cielo por su vida y por su salud y, por el malo, que le mejore y enmiende. 36

En cualquier caso Clodio, a la vista de la situación por la que atraviesa, tratará de moverse muy pronto en el terreno que le era familiar, esto es, al lado de príncipes y altos dignatarios políticos. Para ello procura situarse «a la sombra» de Arnaldo, el único príncipe para él conocido en su nueva fase itinerante, al permanecer de incógnito Periandro y Auristela. Pues bien, lo que pretende Clodio es hacer de consejero de Arnaldo, sin escatimar elogios y adulaciones a lo que se opone el príncipe. 37 Y   Persiles, I, XIV, p. 225.   Maquiavelo, El Príncipe, cap. XXII. 35   En cuanto a la lengua del maldiciente comparada con el agudo filo de una espada resulta significativa la pregunta que se hace en un obra de carácter misceláneo: «¿Qual es mayor llaga la que hace la espada aguda o la que hace una lengua maldiciente?» (Campos [1587] p. 193). Véase también la nota 13 de Carlos Romero en Cervantes (2004), p. 226. 36   Persiles, I, XIV, p. 226. El tópico de las largas manos del príncipe aparece recogido por Ovidio y recordado por P. Mexía (Cervantes [2004], p. 226). En el ámbito del pensamiento político podemos añadir diversos testimonios al respecto: Castillo de Bovadilla (1978), t. I, p. 94, Fernández de Navarrete (1947), p. 512. 37   En cuanto a los aduladores al lado de los príncipes, los escritores políticos, desde época muy antigua, se manifiestan con acerbas críticas. El propio Maquiavelo en el capítulo XXIII de su obra más famosa puede servir de ejemplo ilustrativo. No hace falta insistir en lo bien conocida y rechazable que resulta la figura de aduladores y lisonjeros en el pensamiento político desde Diego de Valera ([1959], 33 34

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sin más preámbulos insiste en la extraña situación por la que atraviesa el príncipe en su afanosa búsqueda del amor de Auristela, sin obtener a cambio resultados positivos, algo que no resulta comprensible en un príncipe como Arnaldo respecto a una mujer de la que no se tienen noticias fidedignas sobre su condición y linaje. 38 Por el contrario, Arnaldo está obligado a tomar esposa conforme a su altísima condición, y no así por las buenas, por lo que, cuando menos, debe tomar en tal sentido las debidas precauciones: Mira que los reyes están obligados a casarse, no con la hermosura, sino con el linaje; no con la riqueza, sino con la virtud, por la obligación que tienen de dar buenos sucesores a sus reinos. Desmengua y apoca el respeto que se debe al príncipe el verle cojear en la sangre, y no basta decir que la grandeza de rey es en sí tan poderosa que iguala consigo misma la bajeza de la mujer que escogiere. El caballo y la yegua de casta generosa y conocida prometen crías de valor admirable, mas que las no conocidas y de baja estirpe; entre la gente comun tiene lugar de mostrarse poderoso el gusto, pero no le ha de tener entre la noble; así que, ¡oh señor mio!, o te vuelve a tu reino o procura con el recato no dejar engañarte. 39

Pero no se trata sólo de lanzar concretas admoniciones a la vista de una determinada situación. Cervantes aprovecha la ocasión para remontarse a los principios del buen consejo en forma breve y lapidaria: Por que el que lo ha de ser [consejero] requiere tres calidades: la primera, autoridad; la segunda, prudencia y la tercera, ser llamado 40

Ante semejantes planteamientos dirigidos a un príncipe que, al margen de sus obligaciones políticas, se dedica a seguir por esos mares a una desconocida, todo lo bella que se quiera, diríase que Clodio ha cambiado de registro vocacional para convertirse en consejero áulico de no poca prestancia y altura de miras. Es como si hubiera querido iniciar una nueva etapa en su vida, más recta y presentable. Sólo que, ante la negativo del príncipe Arnaldo a seguir sus consejos, abandona el nuevo «rol» asumido para volver a su antigua y arraigada condición con mayor dedicación y radicalidad si cabe, y con inminente riesgo para su persona. Nada menos que con la pretendida colaborap. 186) hasta Monzón ([1571], pp. 171 y ss.) o Rivadeneyra ([1952], t. II, p. 559). Después de Cervantes el tópico será manejado indiscriminadamente. Sirva de ejemplo la «Empresa» XLIII de Saavedra Fajardo. 38   Es curioso que Clodio sea el único que advierta la extraña situación de la pretendida hermandad entre Periandro y Auristela y que en cambio no llegue a advertir la condición principesca de la bellísima dama, tan familiarizado como estaba con los entresijos palaciegos. 39   Persiles, II, IV, pp. 298-299. 40   Persiles, II, IV, p. 299. Ya en el capítulo anterior había Clodio dejado caer las sospechas que le infundían la extraña situación de Periandro y Auristela, bajo la posible apariencia de ser hermanos, sin rumbo fijo de uno a otro territorio. Y más adelante, cuando trate de convencer a Rutilio para sus empresas amorosas, volverá a insistir en la misma dirección.

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ción de Rutilio trata de atraerse la voluntad de Auristela a través de una declaración epistolar que despierta en la princesita la reacción más violenta que quepa imaginar por querer romper las barreras estamentales de la época, sin que falten amenazas de muerte si el caso llega a oídos de Periandro y del príncipe Arnaldo. Y, en efecto, Cervantes se encargará pronto de hacer desaparecer al frustrado consejero que no ha sabido comportarse debidamente ante las exigencias y barreras de la escala social. En definitiva, cabe distinguir tres fases en el devenir de tan curioso personaje. Primero, sigue fiel a su vocación de maldiciente incorregible, a pesar del destierro impuesto; trata luego de iniciar una nueva etapa, más llevadera y prometedora, como fiel consejero a la sombra protectora del príncipe Arnaldo, para terminar muriendo «tontamente» por una flecha que no iba a él dirigida, tras haberse atrevido a traspasar los límites marcados por el «ordo» social imperante desde los más remotos tiempos. Cervantes ha sabido imprimir tan interesantes cambios en una figura que en principio podría haber resultado un tanto hierática e intemporal, como símbolo del conocido tópico en torno al maldiciente de unas y otras épocas. 5.3.3.  El impresionante salto ecuestre de Periandro Lo cuenta el propio Periandro en el largo parlamento ante sus compañeros de viaje, tan atentos y expectantes por lo general, aunque se viera interrumpido en más de una ocasión, al tiempo que algunos de ellos mostraran sus reticencias sobre el particular. 41 Y, en efecto, a poco de llegar Periandro a Bituania con su improvisada flota, se presenta como de improviso el rey del país a caballo, el pecho cubierto de insignias, un tanto hierático y al parecer muy pagado de su autoridad. Monta un caballo magnífico e imponente, como corresponde —según podemos conjeturar— a toda una larga tradición de las monarquías europeas, en donde el caballo ocupa un lugar privilegiado en la simbología de exaltación áulica (recordemos sobre la marcha el poema de Fernán González y su larga herencia literaria, ya reseñada, a la hora de imaginar la independencia de Castilla por el precio de una caballo). Pero el rey Cratilo posee un caballo no menos impresionante que nadie había logrado montar, tras fallidos y reiterados intentos. Ni siquiera el propio rey parece haberlo conseguido aunque pudo encajar la silla de montar. 42 Lo que nos puede servir a nosotros para diferenciar su situación de los de otros ejemplares históricos de especial renombre, el caballo de Alejandro por ejemplo, con todo su anecdotario de por medio, que sólo se había dejado montar por su propio dueño —Plutarco dixit—  o el de Julio César, dotado de parecidas virtualidades cabalgatorias. 43   Persiles, II, XVIII y XX.   En contra de lo que dice Carlos Romero. 43   Ya Plutarco destacó la prestancia y fiereza de Bucéfalo que no consentía ser montado de ningún súbdito del rey Filipo. Sólo su hijo Alejandro logró amansar al animal ante la admiración de todos los cortesanos y el justificado orgullo de su padre (Plutarco, Alejandro y Cesar, II, 7). 41 42

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Sea como fuere, en esta ocasión Periandro en un gesto audaz monta el caballo sin aparejo alguno, lo azuza con los pies; y el caballo da tamaño salto que vuela por los aires más allá de los confines del propio mar. Solo que, en esta ocasión el mar está helado y el caballo, lejos de hundirse en las aguas procelosas, se detiene bruscamente, las uñas aferradas a la superficie helada, en tanto Periandro rueda por tan cristalinos suelos. A pesar de las apariencias, no ha sucedido ninguna catástrofe, ni ha habido ningún herido de por medio. Periandro, tan osado como siempre, vuelve a la carga y logra en este segundo intento domeñar al corcel. Y, ya convenientemente apaciguado, se lo entrega al rey. No vamos a entrar en los pormenores de la alegría real y de los parabienes que se cruzaron entre unos y otros altos dirigentes. Interesa reparar por un momento en el inusitado salto. Salto inverosímil, que suscitará las dudas o el comentario burlón de algunos de los contertulios que escuchan a Periandro; pero salto que puede recordar, con muy distintos componentes, al que diera en su momento el romano Curcius, lanzándose al Tíber, caballero en su caballo, en un intento desesperado por enaltecer la fama de Roma. Cervantes conocía muy bien semejante anécdota según atestigua la cita de comienzos de la segunda parte del Quijote, por lo que nada tiene de extraño que tuviera presente la leyenda romana para componer el un tanto inverosímil episodio del atlético Periandro en tierras de hielo y nieve. 5.3.4.  En el hueco de una encina Ya avanzada la obra, entre los muchos avatares y curiosos episodios que surgen aquí y allá, encontramos a nuestros peregrinos —metidos ya de lleno en su periplo hacia Roma— por tierras extremeñas, entre encinas y majadas de pastores de ganado mayor y menor. Y he aquí que, como en otras ocasiones, un tanto bruscamente, se presenta ante ellos una nueva «aventura» protagonizada en este caso por una mujer recién parida que necesita de especial protección, mientras que a los pastores —designados en algún momento como ganaderos— con los que los peregrinos traban amistad y que facilitan al grupo ayuda y cobijo se les ocurre como urgente modo de salvar a la mujer —de la que Cervantes irá dando luego cuenta pormenorizada— nada menos que ocultarla en el hueco de una encina, convenientemente acomodada con pieles de distinto género de animales para poder reconfortarse y dejar pasar la noche. Pudiera en principio parecer extrañísima práctica la de recurrir a la protección improvisada del hueco de una encina; pero quien conoce bien los encinares extremeEl relato de Plutarco sería muy conocido en época de Cervantes, incluidos pensadores políticos, como es el caso de Monzón (1567), p. 153 o, años después, del propio Fernández de Otero (1633), fol. 5, que sigue fielmente el relato de las Vidas paralelas. Por lo demás, la figura del caballo volador resulta familiar en la literatura universal —por ejemplo Beloforonte o el «caballo seyano» al que se refiere Pinheiro da Veiga ([1989], p. 252) siguiento a Aulo Gelio— y tiene su fiel reflejo, como es sabido, en la ficción de Clavileño.

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ños sabe que algunas viejas encinas, junto con alcornoques centenarios, pueden quedar vaciadas de sus partes interiores hasta servir de refugio a una persona, como aún practican, a veces, según nuestras noticias, algunos muchachos de la zona en sus juegos y correrías campestres. Cervantes pudo estar informado sobre prácticas de tal naturaleza. Pero, por otro lado, como no podía ser menos, se han buscado antecedentes literarios para interpretar el pasaje cervantino por tierras de conquistadores. Y en tal sentido se han traído a colación dos obras teatrales de Tirso de Molina; sólo que una de esas obras —la dedicada a execrar la «tiranía» de Herodes en la matanza de los inocentes— se recurre a la ocultación de menores entre peñas; nada pues de encinas ahuecadas. 44 En cuanto a la otra obra de Tirso, se refiere —esta vez en correspondencia con el resto del relato cervantino— al amamantamiento de una criatura en la teta de una cabra, al modo como la tradición se proyectara a la hora de explicar los avatares del nacimiento de Pizarro, uno de tantos héroes amamantados por animales, con su posible reflejo en el Persiles. Pero tampoco en este caso se mencionan los huecos de las encinas. En cambio, ya antes de Tirso de Molina, era conocido en la literatura el tema de buscar algún refugio o escondrijo en el hueco de una encina. La prueba la tenemos en lo que se dice en una de las obras de Barahona de Soto, y no en su monumental Las lágrimas de Angélica, sino en la égloga dedicada a las hemandríades, donde unas ninfas, tras discurrir alegremente a través de los bosques animados, terminan por ocultarse, como en Cervantes, en el hueco de unas encinas. O como dirá expresamente Barahona: Desnudas se metieron en las encinas huecas do salieron. 45 Y es bien sabido que Barahona fue valorado muy positivamente por Cervantes, como cualquier lector del Quijote puede recordar fácilmente. Nuestro genial novelista pudo tomar buena nota de lo expuesto en su día por su admirado Barahona. 5.3.5.  La idea de venganza en el Persiles Hay otros muchos temas en el Persiles que convendría abordar algún día con un cierto detenimiento. Sin duda una de las ideas-fuerza que está muy presente a lo 44   Es curioso que en otro pasaje del Persiles se habla del enterramiento de Cloelia, ama de Auristela, «en el hueco de una peña» (Persiles, I, VI, p. 173). Podemos recordar también como Cardenio en sus locos arrebatos busca refugio en el hueco de un alcornoque (Quijote, I, XXIV y XXVII). 45   La égloga fue editada por Rodríguez Marín (1903). El pasaje en cuestión en p. 799. Sobre la actividad poética de Barahona puede verse Lara Garrido (1994). Resulta interesante comprobar como Cervantes en una de sus obras dramáticas, generalmente poco valorada —La casa de los celos y selva de Ardenia— presenta también, en un tono humorístico, a un supuesto loro parlanchín que se encierra en el hueco de un árbol.

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largo de la obra es la referente a las venganzas en las que se ven envueltos una y otra vez distintos personajes de la novela. Y no se trata sólo de la forma más o menos violenta que tienen de reaccionar esos personajes sino que Cervantes procura dar un tratamiento que pudiéramos denominar «doctrinal» al tema, a través del manejo de categorías tales como afrenta, agravio, o, en su caso, desafío, como correlato; sin olvidar los distintos tipos de venganzas que de una u otra forma podrían catalogarse. Pero tratar del tema en su conjunto nos llevaría muy lejos por lo que nos fijaremos sólo en un par de ejemplos convenientemente imbricados o, si se quiere, yuxtapuestos en la complejísima trama del Persiles. Por un lado, la actitud vengativa desplegada por la hechicera Cenotia —aunque ella se considere a mayor altura «encantadora» y «maga»— que tanta influencia alcanzaría en la isla regida por el rey electivo Policarpo. La tal hechicera se enamoró perdidamente del joven Antonio, hijo del español del mismo nombre. Y sitiéndose rechazada, despreciada y en peligro de muerte, cobró singular ímpetu vengativo por la «afrenta» y el «agravio» recibido —términos que emplea Cervantes paralelamente— por parte de tan atractivo mozo. Quien ante la declaración amorosa de Cenotia le disparó una flecha, que un tanto desviada, causaría la muerte del maldiciente Clodio. Cenotia —de origen español y perseguida por la Inquisición— echaría mano de sus artes hechiceriles para procurar arruinar paso a paso la salud del joven, que a punto estuvo de morir, si no fuera por la intervención airada de su padre amenazando de muerte «a la Cenotia», con lo cual se vio obligada a cambiar de estrategia (Persiles, II, 11). En esta segunda fase de su ataque desmesurado utilizará la hechicera un procedimiento indirecto, sin dar la cara ni aparecer en un primer plano: valerse nada menos de la mediación del propio rey Policarpo al conocer con todo detalle la pasión que sentía el viejo dirigente hacia la sin par y bellísima Auristela. A modo de consejo —ella venía actuando desde mucho antes de consejera áulica— tratará de convencer al rey de que se someta a proceso al riguroso joven por la muerte de Clodio. Y en ese momento el rey parece atender a las torticeras razones hechiceriles. Pero, cuando se vuelva a reanudar el relato, interrumpido por las sucesivas intervenciones de la larga narración de Periandro, nos enteramos de la resistencia ejercida por el enamoradizo rey a las propuestas de Cenotia. El rey, en efecto, en este punto parece razonar con cierta soltura y lucidez, al margen de la ofuscación al que se ve sometido por sus devaneos amorosos. No puede, según él, iniciarse tal proceso por la protección ofrecida al irascible joven por el príncipe Arnaldo; Auristela se enfadaría; y la muerte de Clodio fue sólo ocasional o accidental, un faltal incidente en definitva. Y un añadido más de carácter técnico: que no tenía «el posible delito parte que le pidiese» (Persiles, II, 13); o lo que es lo mismo: que en este punto no podía actuarse de oficio, sino que habría que esperar a la presentación de una querella por la parte ofendida o damnificada. 46 46   En el sistema procesal-penal del Antiguo Régimen seguía teniendo importancia la participación de los particulares afectados por el delito cometido, aunque se advierta cada vez más «la decadencia de

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En una tercera fase —reanudado el relato, tras las sucesivas interrupciones— volvemos a encontrarnos con el rey y la hechicera puestos de acuerdo a la hora de cumplir sus respectivas maquinaciones. No hará falta continuar con los pormenores del episodio. Tras el fuego provocado por los esbirros del rey para poder retener a su amada Auristela, los habitantes de tan singular reino terminarán por derrocar al rey y «colgar de una entena» a la veleidosa Cenotia. Nos encontramos, pues, ante la venganza de una mujer enamorada dotada de especialísimos poderes —en este caso de signo hechiceril— y que busca el favor del más alto titular del poder para consumar sus deseos, sin que se cumplan a la postre. No hará falta entrar aquí en la amplia casuística de venganzas desplegada en el Persiles; será este uno de los casos menos conocidos y comentados. Paralelamente a la historia aciaga de Cenotia discurre otra venganza sui generis con otro rey a la cabeza, aunque esta vez puesta la narración en boca de Periandro. Estamos en alta mar. Periandro con sus pescadores convertidos en eventuales «corsarios contra corsarios», sigue afanosamente, en calidad de capitán del barco, el derrotero de las mujeres raptadas, entre las que figura Auristela. De pronto aparece un barco de parecidas dimensiones al de nuestros agerridos nautas que no ofrecerá resistencia al abordaje. No hay en el barco tropa armada, sólo el imprescindible personal de tripulación y servicios. Y en una de las estancias se encuentran con el espectáculo de una pareja, hombre y mujer, «con un cepo de hierro a la garganta»; mientras que en otro habitáculo, tendido en una cama, aparece un venerable anciano que con sólo su presencia causa entre los bondadosos corsarios muy positiva impresión. Y es que, como explicará el anciano a continuación, se trata del rey de Danea, Leopoldio, que se ve de tan extraña manera a causa del complot urdido por la pareja apresada en el barco: dos traidores que trataron de asesinarlo y de apoderarse del trono. Un rey que, tras permanecer viudo durante años, según confiesa arrepentido, se había encaprichado de aquella jovencita ahora prisionera, en tanto ella planeaba tan tremendo crimen (Persiles, II, 13). Pero lo más intereseante es la forma que tiene el rey de buscar el castigo de los culpables. En primer lugar los ha perseguido, no en calidad de rey, sino como un particular cualquiera, sin valerse de su poder y altos atributos, «depuesta la autoridad», al decir de muchos testimonios de la época. Estamos, pues, ante el conocido desdoble de la personalidad de un rey que toma venganza del agravio causado, no como tal rey, sino en calidad de particular. Pero además la venganza así configurada no será ejecutada directamente, sino que entrará en juego la administración de la justicia ordinaria del país de origen. Con lo cual la venganza se convierte en castigo público, con todas las de la ley, incluidos tribunal y formalidades. Una vez más —conviene insistir en ello— nos encontramos con la dualidad marcada por la venganza privada y el castigo público. las acusaciones particulares», como ha señalado María Paz Alonso (1982), pp. 139-143. A una de esas intervenciones de particulares dedicó Tomas y Valiente una valiosa monografía «El perdón de la parte ofendida en el Derecho penal castellano» (Tomás y Valiente [1961]).

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Pero no terminan aquí las peripecias del rey Leopoldio. Tras prometer ante los amables corsarios una alta suma por su posible rescate —que ellos naturalmente no aceptarán— se plegará a los deseos de Periandro de perdonar a los traidores o dejarlos sueltos en el barco bajo su mando, a lo que el anciano rey accederá. Pero una tormenta repentina alejará a los dos barcos, y el del buen rey se perderá en el horizonte. En definitiva, hemos recordado dos tipos distintos de venganzas dentro de la amplia nómina vengativa del Persiles, a la espera de poder tratar el tema con mayor profundidad y detenimiento, extendiendo el trabajo a las distintas obras de Cervantes.

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6 DESPLIEGUE NOVELÍSTICO CON ALGUNOS OTROS AÑADIDOS 6.1. De Boccalini a Matías de los Reyes 6.1.1.  Introducción Uno de los pensadores políticos italianos de mayor influencia en la literatura española del xvii ha sido sin duda Trajano Boccalini, especialmente a través de su más famosa obra, Los Ragguagli di Parnaso, que muy pronto fue traducida al español por el portugués naturalizado Pérez de Sousa para ser luego objeto de sucesivas reediciones, alguna ya en pleno siglo xviii. Famosos autores, como Quevedo o Gracián, tienen muy presente la obra en sus aportaciones literarias. Y su influencia se extiende a otros muchos escritores, algunos menos conocidos, que supieron apreciar el derroche de ingenio y el punzante tono crítico del visionario escritor italiano. Por su parte, la bibliografía especializada no se ha olvidado del tema, como demostrara ya hace años el investigador norteamericano Williams con nutrida aportación erudita, en tanto Maravall ofrece breves referencias al tema al ocuparse del tacitismo político en España. 1 Desde muy pronto se pudo advertir la clara influencia de Boccalini en un curioso escritor de diversa temática y de muy discutida originalidad; nos referimos, claro está, a Matías de los Reyes, según cabe advertir en el Curial del Parnaso, donde se    Williams (1946). De haber conocido Maravall ([1975], pp. 92-93) la obra de Williams podría haber ampliado su información al respecto. En esta ocasión se limita a mencionar los tres avisos de Boccalini en torno a Tácito según la traducción al español de los Ragguali por Pérez de Sousa (ediciones no coincidentes en la numeración de los años de 1634 y 1653).

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recogen una docena de avisos, a modo de cartas escritas por un imaginario corresponsal del Parnaso. 2 Por nuestra parte nos ocuparemos aquí de puntos concretos de las relaciones entre uno y otro autor, para analizar luego la influencia de Boccalini en algunas otras elaboraciones literarias.

6.1.2.  Acotaciones a El Curial del Parnaso de Matías de los Reyes En El Curial del Parnaso la mitad de los avisos —en concreto, media docena— están tomados de los Ragguali, ya sea directamente, caso por caso, o bien a través de la unificación en un solo relato de dos o tres pasajes procedentes del modelo original; 3 lo que significa que Reyes tuvo que proceder a una estricta selección al componer la obra. Y todo ello sin ajustarse, a lo que parece, a un criterio sistemático. Tampoco se siguen reglas precisas en lo tocante a la extensión de cada aviso en particular, por más que predomine la brevedad en el tratamiento de los temas, al gusto del modelo. En cuanto al discutido tema de la fidelidad a ese modelo, Reyes procede normalmente a la manera de un traductor que en ocasiones se mueve con cierta libertad, mientras que, otras veces, se mantiene más fiel al original. Y no faltan ocasiones en las que se «sale» del texto inspirador para introducir algún que otro pasaje nuevo, a veces de difícil localización en cuanto a las fuentes de inspiración. Resulta muy ilustrativo en este punto lo que sucede con el aviso número tres del Curial, donde se refunden dos pasajes de los Ragguagli, con el añadido de algún fragmento nuevo, tomado de la historia de España y diversos planteamientos tradicionalmente interpretados como aportación original de Reyes. Pero veamos primero en breve resumen el contenido del Aviso. Apolo trata de averiguar quien fuera el inventor de la pólvora a fin de llevarlo ante los tribunales del Parnaso para aplicarle un severo correctivo —la muerte en este caso— en atención a los múltiples males que acarreara tan nefando invento, especialmente a la hora de la utilización de la pólvora por parte de la artillería. Y para hacer semejante averiguación se recurre a los servicios de Polidoro Virgilio, considerado a la sazón el mayor especialista en la temática de los orígenes de los inventos. 4 Muy pronto pudo saberse que el inventor de la pólvora había sido un alemán, a quien Polidoro fue capaz de identificar para llevarlo a continuación ante el tribunal de Apolo; todo ello, naturalmente, en la línea marcada por Boccalini, con ligeras variantes. Pues bien, es ahora cuando Reyes parece moverse por su cuenta al referirse al inventor de la pólvora, nada menos que el propio demonio. Y en cuanto a la posible aplicación del invento, tras citar como autoridades a Blondo y el Volaterrano, el hallazgo fue comunicado a   Para una consideración de la obra de Matías de los Reyes, sin tratar de su obra teatral, puede verse Johnson (1973).    Para más detalles véase Johnson (1973), pp. 107-111. En el Aviso primero Reyes refunde tres Ragguagli (I, 27; I, 60 y I, 2).    La obra de Polidoro Virgilio fue traducido al español. 

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los españoles por un sabio alemán, aunque los primeros en usar de la pólvora serían, según se viene diciendo, «los venecianos contra los genoveses». Frente a lo cual Reyes insiste en la primacía de los españoles en el uso de la artillería, concretamente en la toma de Algeciras, año 1340, por parte de Alfonso XI. Llegados a este punto, creemos poder identificar la fuente de inspiración de este pasaje que no deja de ser otra que la conocida Miscelánea de Pero Mexía, al tratar precisamente de la invención de la pólvora. Y para que no haya lugar a dudas, presentamos a dos columnas, como en otras ocasiones, los textos de uno y otro escritor, a sabiendas de que se observan diversas variantes entre los textos, especialmente a la hora de la datación: Los primeros que de ella usaron, según dize Blondo y Raphael Volaterrano, fueron los venecianos contra los ginoveses, en el año del señor de mil y trescientos y ochenta años. Aunque, a mi ver, mas antigua cosa debe ser esta invención, porque en la corónica del rey don Alonso el Onzeno de Castilla, que gano las Algeziras, se escrive que, teniendo él cercada el Algezira, en el año del Señor de mil y trezientos y quarenta y tres años, los moros cercados tiravan desde la ciudad ciertos truenos con tiros de hierro. (Mexía: Silva de varia lección, I-8, pp. 235-236 5).

Blondo y el Volaterrano le tuvieron persuadido que el primero que la comunicó a los españoles fue un alemán cuyo nombre no se supo jamás. Y que los primeros que usaron della fueron los venecianos contra los ginoveses en el año de 1460. Pero a esto quiero contradecir yo, pues en las historias de España, he hallado que en el de 1340, el rey don Alonso el onceno usó de tiros y artillería en el cerco de Algecira. (Reyes: Curial, p. 67).

Pero la influencia de Mexía cabe detectarla en otras obras de nuestro autor. Pensemos en el Para algunos —escrito bajo la estela del Para todos de Montalbán, aunque con notables diferencias de por medio— donde encontramos un pasaje dedicado a tratar de las semejanzas físicas entre los hombres, siguiendo muy de cerca lo escrito años atrás por Mexía en la citada aportación miscelánea, al subrayar las semejanzas entre Pompeyo con otros personajes de la Antigüedad (Biblio y Publicio) y el del padre de Pompeyo con un «hombre baxo, llamado Menogene»; que es lo mismo que viene a decir Matías de los Reyes en su obra Para algunos. 6 En cualquier caso la utilización de elementos ajenos en la relación RagguagliAvisos del Parnaso siempre resultará especialmente relevante. A lo que cabe añadir la aportación de algunos pasajes, al parecer originales del propio Matías de los Reyes consistentes fundamentalmente en las redacción de los epígrafes y en lo tocante al grado de hispanización de la versión italiana.   Para las citas de Mexia hemos seguido la edición de Antonio Castro (1989).   Mexia (1989), p. 505 y Reyes (1909a) fol. 54v.

 

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6.1.3.  U  n manuscrito en la línea de Boccalini sobre la situación   internacional de la República de Venecia Otra forma de manifestarse la influencia de Boccalini en España fue a través de escritos ocasionales sobre ideas políticas o relaciones internacionales en los que se seguirá el modelo italiano en sus aspectos formales y en la localización de los sucesos en un imaginario Parnaso. Un ejemplo en tal sentido nos lo proporciona un breve manuscrito de carácter anónimo en el que la República veneciana se lamenta de los males y contratiempos surgidos en los últimos años, principalmente por mediación española, con la consiguiente respuesta de la denominada «reina de Italia» y la intervención final del dios Apolo. 7 Y para que no surgiera ninguna duda sobre el modelo elegido para esta composición literaria el anónimo autor en el encabezamiento señalará como fuente de inspiración precisamente los Ragguagli de Boccalini. Veamos las líneas generales de este «discurso», según la denominación empleada en el propio manuscrito. Había especial curiosidad en el Parnaso ante la llegada de una dama tan singular y encumbrada como la República de Venecia. El propio Apolo participaba del sentimiento general de expectación. Y a ello se sumaban los comentarios de los enviados internacionales que vaticinaban un fabuloso despliegue de riquezas y de fuerzas navales y militares con motivo de la llegada de tan importante potencia internacional. Pero todo sucedió de modo muy distinto a lo imaginado. Su Altísima Señoría se presentó como a hurtadillas y con un acompañamiento de tan sólo dos escuderos; y luego se alojó humildemente y no en el antiguo palacio de Roma, como se esperaba; además tuvo que vender un objeto de su propiedad para poder comprarse un vestido acorde con los ceremoniales de la presentación. E incluso desde medios genoveses se difundió el rumor de que se encontraba fuertemente endeudada, tras haber solicitado importantes préstamos a los banqueros de su antagonista la República de Génova. 8 A partir de estas premisas se comprende lo que sucedió después. Nada de despliegues prepotentes; la primerísima dama se presentó demacrada y un tanto desfallecida, hasta el punto de que el maestro de ceremonias tuvo que acercarla un taburete para que descansara. Y su forma de expresarser —«con voz turbada y falta de oratoria»— no pudo ser más representativa: Señor. Yo soy la república de Venecia que desde su declinación del Romano Imperio me e mantenido libre en mis lagunas, sembrando discordias en mis vecinos.    He aquí el encabezamiento del escrito: «La República de Venecia llegó al Parnaso y refiere a Apolo el estado en que se alla, y él le manda llevar al hospital de los príncipes y repúblicas que se dan por fallidos. Síguese en este discurso la metáfora de los avisos del Parnaso que escrivió Trajano Boccaliny» (BPR, Mss. II/2423). Por lo demás no hará falta facilitar por nuestra parte, la cita exacta de los pasajes expuestos en el texto, al ser de muy fácil localización en el manuscrito que manejamos.    Resulta bien conocido es el importante papel desplegado por los banqueros genoveses en las finanzas internacionales, especialmente en su relación con la Monarquía Española, sobre cuyo tema no podemos aquí entrar.

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Y tras tan «sincera» presentación, hará exposición detallada de sus glorias pasadas y de su fabulosa expansión territorial mediante la apropiación de la Marca italiana, de diversas ciudades imperiales o de las provincias de Friuli, Istia y Dalmacia, aprovechando los enfrentamientos de la Casa de Austria con Hungría. «Y huviera mucho más con el restante de Italia, si los españoles no poseyeran la mayor parte de ella». Frente a un pasado tan esplendoroso, se siente ahora totalmente postergada, tras haber perdido el antiguo renombre por culpa —vuelve a insistir en ello— del expansionismo hispano. Una gran potencia, que impuso leyes y condiciones a países muy poderosos, se ve obligada ahora a confesar su fracaso: «siento haber perdido esta posesión [el dominio de toda Italia] por la grandeza de España; temo su vecindad, pues desde que la conozco me ha hecho malas obras». De poco sirvió haber ayudado a diversas potencias con toda suerte de medidas económicas y militares. «He procurado también de levantar la Baja Alemania, unir la Francia y que el inglés corriera el Océano y el turco enbiara su armada sobre Malta o a las marinas de Sicilia o Calabria y que con su exército formidable se entrara por Ungría y Croacia». A pesar de lo cual tampoco se ha visto compensada por la ayuda prestada en su día al duque de Milán, vuelto ahora del lado español, acatando las leyes que le quieran imponer; mientras los Países Bajos permanecen quietos. Todo parece volverse en contra suya. «La Francia tiene bastante que hacer en su propia casa; Ingalaterra desea más emparentar que guer[r]ear con España». Y en cuanto al turco, tiene bastante con defender sus fronteras de los ataques enemigos. La otrora opulenta Venecia se muestra, pues, pobre, desabastecida y con los amigos de antaño vueltos de espalda. Y, para empeorar la situación, ahí están las declaraciones del rey de Bohemia, Fernando, prometiendo que, si sale elegido emperador, volverán las fronteras del Imperio a sus antiguas demarcaciones, en detrimento de las posesiones venecianas. Significativo es asimismo que el duque de Osuna envíe a don Antonio de Leiva a hacer correrías por el Mediterráneo, apresando a su antojo embarcaciones enemigas, sin que Venecia, por su parte, con armada más numerosa pueda cambiar la situación. De ahí la súplica final dirigida a Apolo: Por donde me ha sido forzoso, aunque haya descubierto mis faltas y la ambición que me domina acudir a los pies de Vuestra Magestad a representar la ingratitud de los príncipes a los que he acudido en mis mayores neçesidades, el peligroso estado en que me veo para que mandaseis Vuestra Majestad aquietar la Casa de Austria y que el exército de España en el Piamonte, a las riberas de Gardoy, el duque de Osuna me torne la posesión del mar Adriático.

Se comprende el estado de admiración a que llegarían los dignatarios que escuchaban el discurso al oír expresamente las súplicas venecianas hasta entonces nunca escuchadas. Pero no se producirá en este punto la réplica de España —en una de sus frecuentes transfiguraciones políticas— a tan sentidas palabras, sino que en su lugar actuará a modo de intermediaria de sus intereses políticos la «bellísima reina de Italia», para atacar directamente a la «impúdica Venecia», por mentir una y otra vez,

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como se demuestra a través del breve repaso a la actuación desplegada por la República italiana desde épocas antiguas. En tal sentido se recuerda la entrega de Chipre, tras comprar la paz al mejor precio; la forma de contemporizar con el rey francés; el apoyo a las pretensiones de Francisco Sforza o la conducta desplegada en torno a la liga de Cambray. Y en cuanto a la responsabilidad asignada a los españoles por la caída de su antiguo esplendor, nada más falso. España no se ha aprovechado de las ventajas económicas de la península italiana; ha sucedido justamente al contrario: Italia se ha visto enriquecida con la política desarrollada por los españoles; y hasta ha sabido aprovecharse del esplendor económico suscitado por los descubrimientos indianos. No hará falta que sigamos punto por punto la razones expuestas por la denominada Reina de Italia. 9 De una forma minuciosa y pormenorizada se ha podido detectar el sutil razonamiento antiespañol montado por la República de Venecia. Algo que no convenció tampoco a los representantes de las potencias destacadas en los ámbitos de Apolo, hasta el punto de que se llegará a pedir la condena a muerte de la república veneciana «habiéndosele probado tantas maldades de más de ser público en el Parnaso...». Bajo la ficción de Boccalini, ante el Parnaso se despliega toda una argumentación a favor de la Monarquía Española en sus relaciones internacionales y en particular con las mantenidas con la República de Venecia, sin necesidad de sacar a la palestra a la propia imagen idealizada de España, al salir en su defensa nada menos que la propia Península italiana a la sazón plenamente identificada con el quehacer de los españoles en aquellos territorios. Si quisiéramos ahora profundizar en el tema, resulta difícil pronunciarse sobre el autor de esta pieza literaria, sin duda puesto al servicio de los intereses españoles. En cualquier caso en el escrito no se aportan datos, pistas o indicios para su posible identificación. En cuanto a la época a la que se refiere el discurso, no va más allá del siglo xvii, al detectarse la intervención del propio Felipe II en la imaginada controversia. Pero, claro está, ello no significa que el autor escribiera al hilo de los hechos; lo que no cabe duda es que el anónimo autor trabaja en un momento posterior a la publicación de los Ragguagli (1614-1615).

6.1.4.  Imágenes contrapuestas de la privanza real en Matías de los Reyes No hace falta insistir en el hecho de que la figura del privado del monarca en el siglo xvii sirviera de fuente de inspiración tanto en el pensamiento político como en la litera-

tura en general, con especial incidencia en el teatro de la época. En el caso español se viene trabajando con diverso rigor y fortuna sobre el particular, aunque todavía quede    En la literatura política en torno a la ocupación italiana por parte de España aparece más de una vez la figura de la reina de Italia presente en este escrito.

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mucho por hacer en tal sentido. El propio Matías de los Reyes se enfrenta con el tema en dos de sus novelas inspiradas en Giraldo Chintio, sin que hasta ahora se haya suficientemente destacado el tema. Se trata de las que aparecen insertas en los Avisos número X y XII, según un orden expositivo al que nos vamos a sujetar a continuación. En el primer caso estamos ante la figura del buen privado. Hay que advertir que nuestro autor no utiliza en ningún momento el término valido, según su vertiente hispánica, pero para el caso es lo mismo. El privado en cuestión, Segismundo, ha ascendido a la esfera del gobierno por sus propios méritos, con la fidelidad del rey por delante, desde posiciones poco elevadas en la escala social. Tras una carrera militar en progresivo ascenso «de soldado obediente», alcanzará grados elevados en la milicia. Pero no termina aquí su carrera; el rey llegará a considerarle su amigo, hasta el punto de otorgarle el puesto más elevado en el gobierno del país, en calidad de privado. En cambio, en el caso de Cintio, el personaje que sirve de fuente de inspiración a Matías de los Reyes no traspasa el ámbito militar, como jefe de la milicia palatina, sin alcanzar las altas dosis de poder político de un privado del rey, como no podía ser de otro modo, dada la temprana época de redacción de los Hecathomithi. 10 Nos encontramos, pues, con una importante adaptación de la fuente inspiradora a la época en la que escribe Reyes, donde, como venimos diciendo, el privado o valido es figura literaria de primer orden. Pero sigamos adelante con la trama de la narración. El buen privado Segismundo muy pronto suscitó la envidia y enemiga de miembros de la alta nobleza, al considerarse desplazados por la llegada de una especie de intruso advenedizo, sin tradición nobiliaria a sus espaldas. Fue así como dos de los altos magnates palatinos urdieron una trama para desprestigiar y hundir en la miseria al más alto representante del poder político. Tras haberse conjurado, atribuyeron a Segismundo la mayor de las traiciones: querer desplazar al rey de su señera posición y ocupar su puesto, para lo cual contarían nada menos que con la colaboración del secretario de Segismundo. Digamos que en este punto Matías de los Reyes sitúa la acción no en Nápoles medieval como Cintio, sino en la moderna Polonia, donde la monarquía era por esas fechas electiva, como más de un autor español se encargaría de recordar. 11 Así las cosas, se trataría según los términos de la pretendida conjura de poner al propio Segismundo al frente del gobierno de la nación, no sin antes haber pactado con los turcos la colaboración de su imponente aparato militar. Y para que la acusación de tamaña traición tuviera suficiente apoyatura documental, el secretario de Se  Giraldi Cintio, 1565, Hecathomithi, IV, 2, pp. 636-652 y V, 2, pp. 733-778 y Avisos, X y XII de Matías de los Reyes. Giraldi Cintio escribe en pleno siglo xiv cuando todavía faltaba mucho tiempo para el espectacular despliegue de la privanza, tanto en el plano de la realidad histórica como en el de la teorización política. Se ocupa brevemente de los relatos aquí comentados Caroll J. Thompson, 1973, pp. 119-121. 11   Recordemos que la monarquía electiva la sitúan los pensadores políticos como J. Bodin en tierras septentrionales europeas. El propio Cervantes considera elegido por el voto de los súbditos al rey Policarpo, de tan infausto final, en tierras muy al norte de Europa («sus moradores le eligen a su beneplácito») (Persiles, I, 22), mientras que en el caso del príncipe de Dinamarca Arnaldo dirá Cervantes que le viene el título «no por elección, sino por herencia» (Persiles, II, 16). 10

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gismundo, muy al tanto de su letra y forma de redactar, falsificaría una carta, en la que el buen privado, considerado ahora traidor, fijaba fecha de la invasión turca para el mes siguiente, tras haber preparado convenientemente el terreno y los medios disponibles desde el interior del país. Pues bien, el principal urdidor de la trama se presentaría ante el rey con semejante carta a fin de denunciar la inventada traición. El rey en un principio no quiso escucharlo. La acusación no se sostenía en pie; su amigo y fiel colaborador no podía haber llegado a tales extremos de infidelidad. Pero el denunciante supo «trastear» al rey con habilidad e insistencia hasta hacerle dudar. Fue entonces llegado el momento de exhibir la carta falsificada, con lo cual el rey, ante tanta apariencia de ingratitud y deslealtad, no pudo menos que dar marcha atrás, hasta ordenar la entrada en prisión de Segismundo, bajo la custodia del propio denunciante, especialmente comisionado al efecto. Cumplida la orden de prisión, ante el estupor del propio Segismundo, el rey puso en manos del justicia mayor de la Corte la tramitación del proceso de traición, esta vez en forma distinta a lo expuesto por Cintio, que remite el proceso a la justicia militar, dada la condición del procesado. El justicia mayor, persona muy recta y de virtudes decantadas, se tomó muy en serio su cometido sin llegar de entrada a prejuzgar el caso en modo alguno. Primero hizo llamar a Segismundo, quien negó de plano las acusaciones, sin mostrar dudas ni vacilaciones. Todo aquello —según él— había sido una burda trama montada por viles y envidiosos personajes. Pero estaba por medio la carta. Segismundo reconoció que podía ser aquella su letra, tan semejante a la suya; pero que él no había escrito semejante carta. Fue luego llamado a declarar el ingrato secretario que se mantuvo firme en su posición inicial. Todo parecía perdido para Segismundo. Pero el justicia mayor quiso acometer una última prueba: el «careo» entre Segismundo y su secretario, el cual, sin poder resistir la mirada fija de su antiguo protector, terminaría por confesar la verdad. Segismundo fue repuesto en el cargo. De los acusadores nunca más se supo, al darse a la fuga; sus bienes y posesiones fueron confiscados por el rey, para ser luego entregados a su fidelísimo privado. Pero Segismundo no quiso aceptar aquella merced para no perjudicar a los herederos de los fugados, tanto en el plano económico como en el de la honra. En cuanto a Roberto, el rey remitió el castigo a Segismundo, «dándole —dirá— por vuestra mano la muerte». Pero Segismundo una vez más se mostró magnánimo; no sólo perdonó al agresor, sino que le repuso en el cargo. Sutil forma de imponerle un castigo, según diría el propio Segismundo: «Ningún castigo le puedo dar como hacerle bien». 12 El final de la narración es bien distinto al formulado por Cintio, donde el castigo a los traidores se lleva adelante en forma tradicional sin hacer intervenir, como en la versión hispánica, la magnanimidad del privado Segismundo. El cambio introducido por Reyes mantiene conexión con formulaciones teóricas de larga tradición. En efecto, Reyes no se conforma con adaptar al marco hispánico la narración de Cintio, sino que, como en otras ocasiones —e incluso aquí con mayor   Matías de los Reyes (1909a), p. 295.

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extensión e intensidad—, proyecta la narración como un caso concreto de aplicación de una serie de máximas y principios de alcance teórico frente a la trama pergeñada por Cintio, con el añadido además de algunas citas de famosos autores. Se trata de hacer ver que frente al enemigo no hay que repeler directamente la agresión perpetrada, sino más bien saber responder con mesura y buenas palabras, como si no hubiese pasado nada. Así el enemigo se encontrará, a falta de la esperada reacción adversa, completamente descolocado. La venganza como tal trae consigo fatales consecuencias. Y no sólo eso. Hay que procurar valorar el lado positivo del tema, ya que un enemigo, tratado con tal serie de consideraciones, con la concesión del perdón por delante, no dejará de reportar una cierta utilidad para la parte ofendida: por de pronto, paz y tranquilidad de espíritu; a lo que se añadirán alabanzas de los demás por tal modo de comportarse, mientras que no podrá ser mayor la confusión que siente el enemigo cuando «recibió beneficios impensados de aquel a quien quisiera beber la sangre». 13 Y es que con los enemigos debemos de proceder de forma tal que creamos que en algún tiempo podrán ser nuestros amigos. Doctrina que convendrá aplicar incluso al más poderoso de los enemigos, aquel que se oculta y aparenta favorecernos. Ante tal género de personajes conviene disimular; todo ello muy en la línea del tacitismo barroco. Reyes no utiliza directamente la expresión disimulo, tan traída y llevada en la época, pero sus palabras apuntan en semejante dirección: A los tales debemos responder haciéndoles la puente de plata, como dicen, hablándoles con suavidad y blandura, significándoles nos satisfacemos de su fidelidad, no dándonos por entendidos de sus ofensas, porque quien las reconoce se obliga a la venganza dellas. Y no hay mejor satisfacción que la que se hace sin escándalo, ni más suave cura que la que se hace sin hierro. 14

Si pasamos a la siguiente novela de la colección —Aviso XII—, la imagen proyectada en esta ocasión por la actuación del privado de turno no puede ser más significativa. Sólo que ahora no se centra la trama en la conspiración de unos magnates para el desplazamiento del máximo dirigente político junto al rey —un advenedizo para ellos— sino que el desarrollo del argumento estará en función de una intriga amorosa en torno a un matrimonio —Artemio y Antandra— que va a ser objeto de continuas presiones por parte del privado real —de nombre Leopoldo— para obtener el amor y los favores de la desposada. 15 Esas presiones se ejercen tanto frente al marido como con la mujer, que sabrá sortear el peligro con habilidad y ciertas dosis de disimulo. Pero el apasionamiento de Leopoldo es tan intenso que pone en el empeño toda suerte de artimañas, desde ofrecimientos de grandes dones y riquezas hasta la amenaza pura y dura. En un determinado   Matías de los Reyes (1909a), p. 263.   Matías de los Reyes (1909a), p. 265. 15   En la transcripción de la obra, «Colección selecta de antiguas novelas españolas», unas veces se habla de Artemio y en otras ocasiones de Artenio. 13 14

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momento sabrá aprovechar la estancia del marido en palacio para tenderle una trampa a base de imputar a Artemio un gravísimo delito, que por supuesto no había cometido. La trampa sería urdida con habilidad: mientras con engaños y falsas apariencias Artemio fue invitado a visitar el tesoro de la cámara real, Leopoldo logrará introducir disimuladamente en el bolsillo de Artenio una joya de preciado valor, para luego poner al descubierto el pretendido robo ante los demás cortesanos. Se trataba, pues, de un delito gravísimo, un caso de traición, por robar en el tesoro real, que llevaba aparejada la pena de muerte. Pero no terminan aquí los tortuosos manejos de Leopoldo, al ofrecerse él mismo al rey para juzgar semejante delito por vía de comisión, lo que será corroborado por el rey. Se comprende cual fuera en tales circunstancias la resolución final del comisario: pena de muerte para Artemio. Pero a Leopoldo le interesaba diferir la muerte hasta lograr sus pretensiones amorosas. A partir de este momento la intervención de Antandra sería cada vez más importante y decisiva. A pesar de las enormes dificultades para acercarse a la prisión de su marido —una torre frente al mar de dificilísimo acceso—, al modo de una heroína clásica, logrará cruzar a nado, tras denodados esfuerzos, el brazo de mar que le separaba del prisionero. Reyes citará paralelamente los sucesos trágicos de Hero y Leandro, aunque con los papeles aquí invertidos. En días sucesivos, la mujer volverá a repetir con éxito la travesía, hasta que por fin logrará persuadir al carcelero para facilitar la fuga de su marido. Lo que a la postre se logrará, con ulterior escapada al extranjero del matrimonio. Pero muy pronto en el país se terminó por descubrir la verdad. Leopoldo, desacreditado e infamado, no podrá soportar la nueva situación; falleció a los pocos días; eso sí, tras reconocer su error y reconciliarse con la Iglesia. Al final, a través de nuevas peripecias que alargan la situación y ponen a Artemio al borde del suicidio al creer que su mujer había sido asesinada, confundiéndola con otra persona, el bien triunfará sobre el mal, y el matrimonio —ahora con el favor real de su lado— podrá vivir en paz y tranquilidad por muchos años. Las variantes del relato de Reyes con respecto a la fuente de inspiración (Giraldo Cintio) son diversas e importantes. Se sitúa ahora la acción en Dinamarca, y no en Constantinopla; los nombres de los personajes también han cambiado, al tiempo que su dedicación profesional ya no es la misma (de comerciantes se han transformado en simples miembros de la sociedad intermedia, «de la mediana plebe»). Y, en fin, la comparación de la gesta de la mujer con la leyenda de Hero y Leandro parece un añadido de Reyes. Pero salvo estas y otras variantes de menor relevancia, podemos concluir que Reyes ha seguido normalmente el texto de G. Cintio, a pesar de lo cual puede leerse con facilidad e interés, y no como una simple y mera traducción.

6.2. Miguel Moreno, novelista y estudioso de la administración 6.2.1.  Introducción No conocemos aún con precisión la figura con toda su obra literaria de por medio, de Miguel Moreno en la transición del siglo xvi al xvii. Disponemos de datos de

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su vida, aunque hayan sido manejados en ocasiones sin haberlos sometido a la consiguiente depuración crítica. Y en cuanto a su proyección literaria no se sabe a ciencia cierta el número de obras que escribiera, sin que a las conocidas haya prestado la crítica moderna hasta ahora suficiente atención. Descontando algún prólogo erudito de hace ya bastantes años, las noticias que poseemos sobre el particular o son muy antiguas o no han sido suficientemente contrastadas, sin ir por lo general más allá de las exposiciones de conjunto. 16 Por nuestra parte, intentaremos aportar diversas puntualizaciones y reflexiones que nos permitan una mayor aproximación a un escritor hasta ahora tan desatendido por la investigación. Ya de entrada existían dudas sobre el lugar y la fecha de nacimiento. En un principio fue considerado escritor madrileño, hasta que Nicolás Antonio fijó correctamente su lugar de nacimiento en Villacastín, provincia de Segovia, aunque sin aportar a tal fin fieles pruebas documentales; a pesar de lo cual desde entonces se viene repitiendo la mención de Villacastín. Hoy podemos comprobar, tras compulsar los libros parroquiales de la localidad, que, en efecto, Miguel Moreno nació en Villacastín a comienzos de 1590. En el acta bautismal se reseñan los nombres de los padrinos, vecinos del propio lugar. 17 Carecemos de información sobre sus posibles estudios; se ha conjeturado que pudo estudiar derecho, a tenor de los conocimientos que sobre la materia exhibe en algunas de sus obras. Sea como fuere, en plena juventud redacta una obra sobre administración, que debió de alcanzar una cierta influencia en su época. Además en sus ratos libres se dedica a sus aficiones literarias, proyectadas en dos novelas de distinta ambientación y concisa prosa que publica en imprentas madrileñas. De una y otra forma, como profesional de la administración logró alcanzar un cierto grado de notoriedad por su honradez, laboriosidad y conocimiento de las materias. Lope, por ejemplo, le cita en el Laurel de Apolo. Nombrado escribano de provincia de la sala de alcaldes de Casa y Corte, fue designado por vía de comisión secretario de la legación encabezada por don Pedro Pimentel enviada a Italia a tratar de resolver los conflictos entre España y la Curia romana. Todo parece indicar que cumplió su cometido con precisión y eficacia, sin monoscabo de sus pretensiones literarias, a juzgar por su colección de doscientos epigramas editados en la propia Roma. Pero no pudo ya regresar a España. Murió en plena juventud, a los 32 años, y allí mismo fue enterrado. Tal viene a ser, en brevísimos trazos, el bosquejo de su biografía. Pasemos ahora a hacer un repaso a su producción literaria, en el doble plano propuesto en el título. 18

16   Cotarelo y Mori (1906a). El prólogo de Cotarelo, al que hacemos referencia en el texto, puede verse en pp. V-XVII. 17   «El 2 de febrero —1590— se bautizó Miguel Moreno» (Archivo Parroquial de Villacastín, Tomo I de bautizados, fol. 61). Al margen figura la siguiente nota: «Hombre de profundo talento y erudición». 18   No entramos aquí en el análisis de sus doscientos epigramas, mejor conocidos que el resto de su obra, entre otras cosas, por haber sido publicados en la BAE.

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6.2.2.  Avisos de Miguel Moreno Comenzaremos, pues, por su obra dedicada a la formación y quehacer de los escribanos de provincia, bajo el significativo título de Avisos, muy en la línea de otros muchos escritores. Estamos ante una obra que trata de las reglas y comportamientos que deben guardar los escribanos de provincia entre los que se encuentra el autor de la obra. Se trata de una docena de avisos —de mayor o menor extensión— a los que se añade una exposición de los derechos que pueden hacer valer dichos oficiales, sin que falten algunos otros planteamiento de carácter más general. Escritos con artificiosidad, en tono conceptista, las más de las veces resultan difíciles de comparar con lo expuesto en otras obras para formación de oficiales de la administración. Miguel Moreno ha querido destacar no sólo por el contenido de sus Avisos, sino muy especialmente por el revestimiento léxico con el que se adornan, por más que en nuestros días todo ello puede resultar un tanto forzado o sobrecargado. A la hora de la exposición de los diversos Avisos, se entra directamente en materia sin introducción o puntualizaciones previas, como si el posible lector conociese de antemano los distintos sectores de la Corte y de la administración de los Austrias; y ello con independencia de que en tantas ocasiones los Avisos se dirijan expresamente a los mismos compañeros de oficio de la administración. De ahí que se eche en falta, desde una perspectiva moderna, algunas aclaraciones o puntualizaciones, en forma clara y sencilla, sobre la caracterización del oficio de escribano de provincia y de su inserción institucional para poder cabalmente entender algunos de los pasajes más intrincados de la obra. En cualquier caso encontramos diversas notas referentes a la «calidad» del oficio en razón de su vinculación estrecha y subordinada a un organismo de tan alta dignidad y preeminencia como era el Consejo Supremo de Justicia, o lo que es lo mismo, el Consejo de Castilla, a una de cuyas salas quedan adscritos los escribanos de provincia; y en tal sentido se insiste en el hecho de no existir ninguna instancia intermedia entre el rey y el Consejo, mientras que en materia de precedencias el Consejo brilla a gran altura. Y desde tan alta plataforma institucional se tratan de explicar las dos vertientes del oficio: la de escribano de provincia y la de relator ante el alto tribunal, como secretario que da fe de lo acordado, sin que una u otra vertiente pueda crear especial confusión o cruce de competencias. El escribano de provincia se encargará de hacer «relación» ante la sala de alcaldes de los distintos expedientes que se tramitan ante el organismo, o, dicho con mayor concreción, debe exponer en términos claros, precisos y sencillos los distintos materiales que aparecen recogidos en la documentación judicial objeto de atención de la sala, a fin de evitar la enojosa compulsa por los alcaldes madrileños del conjunto de la documentación obrada al efecto. En segundo lugar, el escribano de provincia se encarga de la redacción de las actas y de la guarda de la documentación con la diligencia debida. En cualquier caso,

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Miguel Moreno advertirá que «lo principal del ministerio es relatar los pleitos en su comparación, accesorio lo que actúa como escribano». 19 Paralelamente cuidará del ornato en la exposición: «las relaciones y el arte que admite su inventiva, y ornamento de palabras, no se sirven de instrumentos viles» (p. 3). En su trato con las partes que intervienen en el proceso el escribano ha de mostrarse afable, humano y cortés, además de quedar comprometido con la rectitud en la tramitación: «mire y hable a cada uno —dirá en referencia a sus compañeros de oficio— si puedes nombrarle por su nombre; que como los de mediano o inferior esfera cuando comparecen vienen acompañados más de pavor que de esperanza de agasajo celebren por honra lo que no se adjudicarían por deuda y nunca estén sus braxos vacíos de loores» (p. 7). Y es curioso destacar como utiliza el viejo tópico del amortemor referido al rey, aplicándolo ahora al ejercicio de la profesión, sin necesidad de acumular citar eruditas sobre el particular. 20 En el Aviso III se ponderan los méritos y calidades de las autoridades superiores de las que dependen los escribanos de provincia a fin «de esclarecer y averiguar el concepto de potestad regia», hasta el punto de «que sus palabras tienen implícito lo venerable del misterio» (p. 1). En su comportamiento con los superiores habrán de ajustarse los escribanos a las siguientes reglas: «la primera es reverencia; obediencia la segunda; tercera: fidelidad, y quarta no más asistencia voluntaria que lo que requiere el exercicio». A lo que conviene añadir el no dejarse llevar por la excesiva familiaridad en el trato. Y por supuesto, nada de disputas con los superiores. En todo caso, cabe esperar siempre al juicio de residencia, donde se pueden exponer los posibles agravios causados, partiendo de la base de que «raros son los ministros a los que no comprende censura por algún achaque y en todos ha de resplandecer la potestad suprema pagándolos con los efectos de su justicia, quedando ella triunfal». En el Aviso IV se vuelve a insistir en cuatro condiciones precisas para el recto ejercicio del oficio: «ser urbano y apacible y despachar liberalmente. Y amar la legalidad y justicia. Son las quatro piedras fundamentales.» Todo lo cual será convenientemente glosado y explicado en el resto del aviso. En quinto lugar se expone «el conocimiento de las quexas y entenderse en ellas». En este punto M. Moreno vuelve al estilo directo: «pensarán los muy preciados defensores en llevarlo del afecto de mi dedicación personas o colores que disculpen o disculpas que enogen» (p. 27). Para proseguir después: «Otro es mi intento aunque me creo menos ajustado no los confieso más regidos, cada una discurra según su dictamen que yo con pretexto de verdad de una experiencia en vigilia dilatada deseo desembarazar de lo que a mi juycio acude de revozo». Pero nuestro escribano aprovecha la ocasión para montar sobre la marcha todo un discurso en torno a la tramitación procesal con sus correspondientes definiciones 19   Miguel Moreno (1631), p. 3. Para aligerar las notas, a partir de ahora, en el propio texto pondremos entre paréntesis la página de los Avisos. 20   Sobre el tópico del amor-temor en el ámbito político puede verse el apartado de nuestro libro Máximas, principios y símbolos políticos (1986), pp. 31-50.

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y sus curiosas comparaciones para hacerse mejor entender, comenzando por la definición del juicio contencioso: «concurrir dos a una cosa y quererla para uno de por sí». Lo que, según él, se asemeja a un verdadero combate. Y en este artículo tanto el juez como el escribano deben contribuir a lograr la paz, aunque a la postre las partes no reconozcan lo delicado de semejante misión. En definitiva, la forma de exponer la tramitación procesal no reside tanto en el devenir de sus distintos planos, sino más bien en el hecho de que la atención se polariza hacia la reacciones de las partes que intervienen en el proceso. Según Moreno todos son «extensiones, estilos y costumbres, torcido lo recto del derecho» (p. 31). De lo que se trata es de ganar el pleito o cuando menos de procurar dilatarlo, «interpónense apelaciones sin agravio y hazense recusaciones sin causas». Poco importa la fundamentación de las posiciones asumidas. «Demandas ay juradas en que está clamando el juramento de que lo interponen temerariamente» (p. 32) Y en medio de la refriega procesal se encuentra el escribano en una posición que no puede resultar más incómoda. Por doquier surge «encono, odio, desvelo, desconfianza, deseo de ofender al opositor». Y así sucesivamente. Moreno se ve obligado a advertir que actúa al escribir sin pasión alguna: «que aunque todos le aventajen en lo peynado y crespo del estilo, ninguna en la observación con que lo escribo» (p. 36). Finalmente, a la hora de desempeñar su tarea administrativa conviene no confundir en este orden de cosas el grado de responsabilidad de cada cual. Naturalmente que los escribanos de provincia pueden encontrar faltas en el ejecución de sus tareas; pero no se les deben imputar las cometidas por otros órganos y personas. Y siempre conviene atender a la pasión asumida por quienes presentan las quejas con mayor o menor grado de fundamentación. Presentada la queja, el escribano debe actuar con sumo tiento y exquisita prudencia, sin mostrar enojo ni alteración de semblante, para lo cual se exponen, una vez más, una serie de reglas a modo de salvaguarda del oficio, que aquí no hará falta explicitar. Con detenimiento se expone todo lo relacionado con los derechos y remuneraciones del escribano. Aquí de nuevo al tratamiento técnico del tema se superponen los análisis de tipo psicológico, amén de una exposición de impronta literaria, un tanto artificiosa. En este punto se insiste en la discriminación sufrida por los compañeros de oficio a la hora de recibir censuras por el modo de percibir sus ingresos a base de tasas: «muchos oficios ay —nos dirá— cuyo punto está regulado por tasa y apenas se habla de ello. Pocos son tan desgraciados como los de provincia. Contra ellos hallan los estadistas facilitada la vía de la crítica». De ahí la defensa a ultranza asumida por el escribano villacastinense en pro de la dignidad del oficio por él practicado. En primer lugar a través de la señalización de las reglas más adecuadas para salir airoso y conforme a derecho a la hora de reclamar sus emolumentos de las partes por vía de arancel. Y en tal sentido el escribano de provincia deberá cobrar lo que justamente le corresponde: «tanto provoca la moderación, como ofende el exceso». Y una vez más aparecen aquí recogidas determinadas reglas para cobrar de los particulares de la mejor manera posible, esto es directamente y sin intervención

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de intermediarios; y todo ello con el consiguiente secreto, «sin reducirlo todo a moneda». Pero sobre todo interesa subrayar que los tiempos cambian y los precios de las mercancías y mantenimientos no se mantienen fijos a lo largo del tiempo. Un arancel no es tanto una ley como una «medida de gobierno», por lo que debe acomodarse al tiempo y a las circunstancias. Pero es que además inicialmente el arancel fue proyectado en una época en donde el oficio no estaba sometido a la práctica de la venalidad (o venta de oficio público). Al haber cambiado las circunstancias el escribano de provincia se ve obligado a resarcirse poco a poco de las cantidades que tuvieron que ser aportadas en su día para acceder al cargo. Y para mayor desgracia deberá también atender a una multiplicidad de cometidos que se le han ido acumulando a lo largo del tiempo. Mientras que los demás oficiales se aplican a una única tarea, el de provincia «tiene la carga de tres exercicios con una remuneración» (p. 59). Todo ello sin olvidar la incidencia de una inflación galopante y el hecho de no haber obtenido las ventajas correspondientes a otros empleados públicos: «salarios, gages y ayudas de costa no les están asignados» (p. 63); además de que sólo reciben remuneración por los concretos servicios prestados, excluidos naturalmente las festividades. Panorama nada halagüeño que nuestro fiel oficial se encarga de poner al descubierto con todo género de detalles y toda una ambientación histórica de por medio. Otro amplio apartado de la obra está dedicado a exponer minuciosamente el método de hacer relación, para lo cual ha de emplear el titular del oficio muchas horas de estudio y ejercitación: «al ministerio que requiere ojos tan abiertos no cuadra el adagio que aconseja que, cobrada buena fama, es disculpable el reposo» (p. 69). Hay que trabajar muy duro y con extrema y continua vigilancia. En todo momento debe expresarse con precisión y propiedad; y será a través de la práctica como vaya aprendiendo y sorteando las dificultosas bases de la tramitación. Es en este punto donde, al tratar de la tramitación procesal, M. Moreno cambia de registro expresivo para ofrecer todo un amplio panorama de práctica judicial de un cierto contenido técnico aunque sin la retórica extenuante y machacona de tantas otras ocasiones, según podemos observar a continuación al referirse a los distintos nombres de las acciones y de su tramitación: Si en las ordinarias se incluyen, real, hipotecaria, personal, redibitoria, nulidad de contratos, lesiones, division de bienes, quenta, sucesión de herencia, concursos de acreedores, revocatorias, esperas, y tassas. Si en las sumarias se tratan los remedios possessorios, el de interim, y despojos. Si las ejecutivas se introducen por confesión pura hecha en juicio, escritura guarentigia, carta executoria, cédula reconocida, alcance de quentas aprobado por Juez, y tal vez por legados, precediendo preparación (p. 72).

M. Moreno trata luego de las prescripciones y de la complejísima materia de las excepciones dilatorias y perentorias, de los medios de prueba y de sus correspondientes plazos. Y no termina aquí la exposición resumida del procedimiento al faltar todo lo correspondiente a las apelaciones.

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Ahora bien, por mucho que se afane en su preparación, el oficial debe poseer aptitudes previas: «si la persona dedicada a relatar carece de natural y espíritu para ello los preceptos le sobran.» (p. 82) En cualquier caso nuestro cuidadoso oficial seguirá dando nuevas reglas para sortear las posibles dificultades con las que en este punto se encuentren sus compañeros. Y así la primera regla del escribano de provincia será que «el hacer relación no es acto libre ni elección propia y voluntaria. Dependiente es de la censura de los jueces y corrección de los interesados» (pp. 83-84). Siguen luego otras reglas de compostura, con especial atención a lo dispuesto por el presidente del tribunal, fijos los ojos en él. Y, por supuesto, en la exposición oral ha de ser sumamente cuidadoso: «el vestirse las cláusulas de palabras se ha de fiar al caudal de lenguaje que se adquiere del curso y culta observación» (p. 85). La última parte de los Avisos se dedica a subrayar la discriminación que sufren estos empleados frente a los demás «oficios de merced», por lo que se aboga por cambiar e incluso invertir tan enojosa situación. Y así mientras los «oficios de merced» requieren poco esfuerzo, talento normal e importante remuneración, en el caso del oficio del que trata nuestro autor la situación es bien distinta e incluso contrapuesta. Ya de entrada hay que pagar para acceder al cargo; luego se precisan altas dosis de sufrimiento y fatiga, con injurias incluidas, por parte de los particulares al verse defraudados de sus expectativas procesales. Recordemos las sentidas consideraciones que ofrece sobre el particular nuestro ilustrado plumífero: Para el uso es forzoso, no solo grande, o mayor talento (según es grande la variedad, gravedad, y extrañeza de casos) sino muy auxiliada prudencia, y gracia de explicación. El exercicio es más penoso, y de incasable desvelo. La parte menos trabajosa (con serlo) la que comprende de Escribano. La muy vigilante (y para quien toda inteligencia es pequeña) la del estudio perpetuo. La muy ardua (si bien de igual lucimiento) la de los actos publicos de relatar los pleytos. La muy desconsolada, y sobre todas gravosa, la de la exposición al descontento, calumnias, y horribles juicios de los litigantes. En todo suceso contrario, no reparan aun en injurias (pp. 111-112).

Y todo ello para obtener a cambio escasos y muy tasados ingresos, junto a un desmesurado control de la superioridad a través de una «continua visita y resi­ dencia». Por tanto cúmulo de fatiga, qué premio se da a los dueños de estos Oficios? Ninguno, sino el que dispone el arancel antiguo, nuevas leyes, y ordenes, con nuevo terror, que facilite su observacia, y finalmente una continua visita y residencia (p. 112).

No se podrá tampoco alegar en pro de la citada discriminación el hecho de ser venales los oficios de provincia, mientras que en los de merced, «se sirve al rey»

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directamente. Tanto unos como otros oficiales pueden ser calificados de criados del rey; y aún con mayor razón en el ámbito provincial. Quien siendo capaz de recibirle de merced el pago, sirve con su capacidad, y patrimonio, duplicando título, y mérito (p. 114).

De ahí que en el título despachado al efecto para ejercer de escribano de provincia considera su majestad que «los nombra expresamente de su casa y familia». Y como tales se les otorgan determinadas ventajas, como en todo lo relacionado con lutos y aposentamientos. Se ponderan asimismo los servicios prestados por estos oficiales de cara a la Monarquía, como si se tratase de una «milicia civil», paralela a la «milicia de las armas». En los de provincia todo es «contienda, vatalla y astucias»; razón por la cual deben ser mejor remunerados y tomados en consideración por los litigantes, a lo que cabe añadir «cierta esperanza de esplendor». Y esa legítima aspiración se funda, no en el derecho hereditario, sino en el ejercicio diario del oficio que precisa formación, entrega y capacidad: «los exercicios requieren sugetos adaptados a ellos» (p. 120). Y a modo de colofón se vuelve a insistir en las razones ya apuntadas a lo largo de los Avisos: No desmerecen ascenso. Antes el negársele será desgracia de su justicia, y suma severidad de la gracia (p. 122).

Tal viene a ser en definitiva el propósito de la obra aquí resumida. No sólo se exponen reglas y advertencias para el recto ejercicio de un empleo público, sino que se trata al propio tiempo de enaltecer la dignidad del oficio en cuestión, se insiste en los diversos contactos mantenidos por el secretario de provincia directamente con la cúspide de la Monarquía, en la falta de una remuneración suficiente y ajustada a las difíciles condiciones del trabajo ejercido y en la necesidad de otorgar a sus miembros la posibilidad de promocionarse a través de los correspondientes ascensos. Una obra, pues, breve pero compleja y de carácter muy personal, además de haber sido servida a través de una exposición artificiosa y rebuscadísima a la manera de la prosa novelística del autor que hemos intentado reflejar fragmentariamente en su caso con las citas correspondientes, por lo que pedimos excusas al lector que haya tenido la paciencia de seguirnos en este punto.

6.2.3.  El cuerdo amante En 1628 aparece publicada la primera de las dos novelas citadas bajo el titulo de El cuerdo amante. No se conocen ediciones posteriores de la obra, si se descuenta, ya en pleno siglo xx, la que figura en la Colección Selecta de antiguas novelas españolas, junto a la otra novela del autor, de la que luego hablaremos, al cuidado —con

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su correspondiente introducción— de don Emilio Cotarelo y Mori. Y salvo alguna que otra anotación bibliográfica, a esta introducción se reduce cuanto sabemos del autor y de la novela en cuestión. 21 Cuenta la novela con dos prólogos del autor, uno breve y de índole puramente formalista dirigido a don Diego Ximenes de Enciso y Zúñiga, mientras que el segundo prólogo se dirige a un amigo y colega en el oficio del secretariado, Antonio López de Vega, a quien se pide sincera opinión sobre el valor de la obra. Y esa petición obtuvo cumplida respuesta, tal como puede verse hoy transcrita a continuación de ambos prólogos, lo que no deja de tener sus puntos de originalidad en el panorama literario de la época. En su segundo prólogo, Miguel Moreno plantea temas de teoría literaria en relación con la obra a la sazón publicada, partiendo de la diferencia en la exposición literaria entre fondo y forma, sin poderse aplicar los mismos mecanismos estéticos en una y otra vertiente, pues, si en lo relativo al asunto o contenido de la obra conviene buscar la originalidad hasta alcanzar incluso metas peregrinas, en punto al estilo literario hay que procurar escribir con claridad y precisión a tenor de las pautas marcadas por la tradición literaria y sus destacadas exponentes. Y ello a pesar de aquella sentencia de Aristóteles: Que dicen que condena por bajo (aunque claro) el estilo que se ejercita con palabras propias y naturales, y constituye en alteza el que va adornado de forasteras y peregrinas. 22

Cuidado, pues, con hacer concesiones a ciertas corrientes literarias al uso, sea cual sea su denominación o grado de difusión: Peregrino holgara ser en la agudeza de los pensamientos, no en el traje que los explica, si por mal organizados es ridículo en la novedad y dañoso en la opinión. Expresar un sutil concepto en un período conciso con los verbos inexcusables en el romance castellano, de manera que se ofrezca hermoso, y el entendimiento que le va percibiendo quede descansado en elegancia magistral; pero quitarle la dulzura y gracia con la dureza escabrosa de la trasposición del sentido y usurpación de verbos, es indignar á la inteligencia y al gusto, en vez de irles obligando. Con pretexto de cultura se abortan disfraces y sombras tan vanos, que produce dos efectos. El primero es no mudar la sustancia de lo que encubren, y si en el sujeto no hay, visten de defectos al desaliño. El segundo, que si hay alguna, la privan de conocimiento y alabanza con la oscuridad afectada. 23

Semejante ideal de exposición ha tratado de aplicar nuestro autor a su novela, aunque no parece que con mucho éxito, según tendremos ocasión de comprobar.   Algunas referencias al tema pueden verse en Colón (2001), pp. 37, 56, 79 y 104.   Miguel Moreno (1906), p. 5. 23   Miguel Moreno (1906), pp. 5-6. 21 22

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Si entramos ya en materia, no podemos dejar de hacer un resumen del argumento —lento y repetitivo— al no haber sido abordado hasta ahora con algún detenimiento en parte alguna que sepamos, a lo que tal vez haya contribuido lo dificultoso de la interpretación de algunos pasajes por mucha atención que se les preste. Un repaso, pues, necesario e imprescindible, si se quiere luego poder abordar otras cuestiones de interés. La obra comienza con un encendido elogio hacia Celia, la protagonista de la obra, para quien, según el viejo tópico, no existen palabras adecuadas a la hora de enaltecer sus cualidades y múltiples perfecciones. En cualquier caso, sin hacienda propia, vive bajo la tutela y protección de su tía Clenarda, viuda y con dos hijas, Laura y Fenisa. Cierto día, pasando casualmente por los alrededores de la casa, Leonardo, joven, al parecer rico, noble y gallardo, sorprende a Celia asomada a la ventana, sin lograr olvidarla a partir de entonces. Su amor llega a tales extremos que se desinteresa de cuanto sucede a su alrededor, algo que sus amigos advierten desde muy pronto. Y así el día de la celebración de la festividad madrileña de Santiago el Verde, Leonardo sigue fiel a sus cavilaciones amorosas sin enterarse de lo que sucede alrededor, mientras que sus amigos tratan de pasarlo bien y lo más divertido posible, sin que falten los derroches de ingenio a través de improvisaciones literarias. De pronto un coche con unas damas embozadas —es el día de Santiago el Verde, conviene no olvidarlo— se cruza en el camino; y al ver la cara desolada y cariacontecida del joven enamorado, una de las damas le pregunta sobre situación tan tensa, conjeturando que debe de tratarse de algún percance amoroso, aunque sin conseguir ninguna respuesta satisfactoria a la pregunta. Poco después el coche sufre un contratiempo del que, con la ayuda de nuestro enamorado personaje, se liberarán las desconocidas y embozadas damas, sin apenas ocasión para despedirse y agradecer cumplidamente la ayuda prestada, aunque les dé tiempo para advertirle que les gustaría volver a encontrarse con tan cortés y apuesto galán. Un día fue Leonardo a visitar a una vieja amiga —Anarda— y la encontró en una actitud de quien sabía muchas cosas secretas sin quererlo manifestar a las claras, según se traduce en su semblante. La amiga trata de sonsacarle sobre la situación amorosa por la que atraviesa, mientras que Leonardo procura zafarse de las preguntas capciosas de su interlocutora, quien termina por declarar que está al tanto de lo sucedido en la festividad de Santiago el Verde y que conoce y mantiene lazos de estrecha amistad con Celia y su entorno familiar. Tras responderle positivamente a las preguntas sobre la «calidad» de Celia, Anarda termina por reconocer que ella era una de las embozadas en aquella tarde de diversión y que, si pasó adelante sin descubrirse el antifaz, fue por esperar mejor ocasión; ocasión que entre los dos contertulios quedará fijada vagamente para días venideros bajo la idea de que Leonardo compondría unos versos para la reunión. De nuevo vemos al protagonista vacilante entre los deseos de hacer una declaración amorosa precipitada o saber controlarse hasta esperar mejores ocasiones, a través de un claro enfrentamiento entre la razón y el sentimiento desbocado.

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Por fin quedó fijado el día de la reunión. Pero antes Leonardo había enviado a través de Anarda unas composiciones poéticas —un soneto y unas endechas— llenas de ambigüedades y equívocos, sobre su posible situación amorosa, muy celebradas por parte de las damas en una de sus reuniones, aunque no lograran descifrar los enigmas de base. Y un detalle más, sumamente significativo: a las poesías acompañaba una espléndida merienda muy del gusto de las agradecidas damas, aunque Celia se mantuviera al margen de los encarecimientos: Sólo Celia, con nunca sentidos cuidados, hacía plato al alma de nuevos pensamientos, dando tan buen lugar en ella al que se hacía a Leonardo, que por tan bueno le dudara él. Sentía una blanda y agradable violencia, que si bien era violencia porque ignoraba haberla dado consentimiento, era juntamente amable por la suavidad con que venia. 24

Al día siguiente de la merienda, «visitó» Leonardo a Anarda, y de nuevo vuelta a empezar con parabienes, cumplimientos y encarecimientos por el lado femenino, mientras Leonardo insistía en no dar importancia al regalo (los versos solos serían «muy frío regalo», etc.) en una forma que hoy pueda resultar un tanto empalagosa. Por lo demás, también aquí logró Leonardo sortear el lazo tendido por Anarda en relación con su posible condición de pretendiente al amor de alguna de sus amigas. Un día, por fin, se presentó Leonardo en casa de la señora Clenarda; era día de regocijo, como pudo comprobar por la música que salía del interior; y allí se encontró con otro posible pretendiente que le llegó a causar nuevos desasosiegos, un tal Carlos, que al final tuvo que batirse en retirada al comprobar que sobraba en la reunión ante la presencia del joven galán. Todo fueron cumplimientos y parabienes hacia el recién llegado, hasta el punto que una de las hijas de Clenarda tuvo que mediar para dejarse de tantos cumplimientos. Pero los enojosos cumplimientos siguieron su curso. Leonardo hizo un breve recordatorio de lo sucedido la noche que rondaba la casa antes de ser llevado a la cárcel. Y trató de aclarar el significado de los versos que en su día había enviado a las damas allí reunidas. A la música siguieron los cánticos. Leonardo recitó un nuevo soneto de su cosecha, dirigido ya directamente a Celia. A la salida de la reunión en compañía de Anarda volvió a turbarse ante la presencia de un antiguo conocido, Feliciano. Una vez más, nos encontramos con palabras de cumplimiento y desazón en los ánimos. Posteriormente Leonardo mandó a su criado con una carta que incluía una declaración amorosa, aunque sin especificar a quien iba dirigida. Entregada la carta, volvió poco después el emisario con otra distinta declarando que había confundido la misiva, haciendo entrega de la carta original en la que se incluían unos versos dirigidos a una dama, de nombre Celia, aunque la propia Celia sorprendentemente no logró identificar a quién iba dirigida, si a ella o a otra persona del mismo nombre. La confusión, una vez más, estaba servida.   Miguel Moreno (1906), p. 46.

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Sigue la correspondencia epistolar entre Leonardo y Celia, con nuevas incitaciones a la confusión y no pocas vaguedades. Hasta que un día, en una de las visitas a la casa, se ve Leonardo envuelto en una pelea, tras mediar altisonantes palabras, sin otro motivo aparente que no fuera la incidencia de unos posibles celos. En la desigual pelea quedaron malheridos los dos atacantes; mientras que Leonardo sufrió leves lesiones. Se retiró a su posada y dio órdenes a los criados para que durante un tiempo no se supiera de él, marchando fuera de la ciudad. La noticia de su desaparición causó pesadumbre y angustia en la familia de Clenarda, especialmente en Celia. Pero pronto recibieron de Leonardo importantes regalos, con una joya de oro y diamantes para Celia. Se tranquilizaron las damas y se redoblaron los agradecimientos. Se producen nuevos cruces de cartas —no menos cursis— entre quienes ya podían pasar por enamorados declarados. Mejoran los heridos de la reyerta —Calos y Feliciano— que no son otros que los pretendientes de las dos hijas de Clenarda. Se conciertan las bodas de las hijas. Confiesa Leonardo ser el autor de las heridas; pero Feliciano, dada su noble condición, no tiene nada que alegar en contra y aún redobla su amistad con Leonardo. El final no puede ser más feliz: en un mismo día se celebran las tres bodas: Gozaron los tres amantes en un día el fruto que en tantos habían deseado y entre sí secretamente competido. Siguiéndose a esta dichas infinitas, que de tan acertada, conforme y amorosa unión procedieron. 25

Estamos, pues, ante una novela de entronque cortesano, centrado el grueso de la acción en la capital de la Monarquía, con unos personajes pertenecientes a la clase ociosa —por seguir la terminología de Veblen— que además de dedicarse a vaguear y al cuidado y recuento de sus amores, se pasan la vida en discreteos y muestras de ingenio, en ocasiones con proyecciones literarias, según los gustos de nuestro novelista. En cuanto al protagonista se debate entre los dictados del sentimiento y el freno de la razón que al final termina imponiendo su ley. Por lo demás, añadiremos algunas otras reflexiones al comparar esta novela con la que viene a continuación.

6.2.4.  La desdicha en la constancia No pocas dificultades de datación ofrece la novela de Miguel Moreno La desdicha de la constancia. Sabemos sólo que es posterior a la anteriormente comentada, pero no se conoce hasta ahora ninguna edición de la época a nombre del autor. El texto hasta ahora disponible fue publicado con carácter anónimo en una colección de novelas de distintos autores. Y hasta se ha conjeturado que pudiera haber figurado en algún momento con título distinto como pudiera ser Los más finos amates. 26 Y aun  Miguel Moreno (1906), p. 100.   Cotarelo y Mori llega a sospechar que en su día la obra pudo llevar por título «Los más finos amantes», tal como reza el último verso del epitafio, que luego transcribiremos, con el que termina la 25 26

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que no resulte de tan difícil interpretación como la obra anteriormente analizada, conviene trazar un breve apunte sobre el argumento antes de entrar en algún otro tema, difícil de entender de no conocer semejantes planteamientos previos. Figuran al comienzo de la obra tres miembros de una misma familia: el padre, noble figura, venerable y muy respetada, y sus dos hijos Jaime, el mayor, protagonista de la obra, y su hermano menor que se llevan muy bien, no sólo como hermanos sino a través de estrechos lazos de amistad. En principio todo marcha bien en las relaciones familiares; pero una tarde, de improviso, las cosas se vienen a torcer; incluso desde el comienzo se percibe una ambientación cargada de tragedia. Ya el padre había indicado que esa noche sus hijos permanecieran en casa; y así se lo dice el hermano mayor al pequeño; pero a éste resulta imposible cumplir los deseos paternos, al tener de antemano concertada una cita muy importante con un amigo al que no se quiere contrariar. Incluso el propio don Jaime se ve obligado a salir de casa ante un aviso que acaba de recibir. Al pasar por la casa que suele rondar, se ve envuelto en una pelea que termina, según todos los indicios, con un muerto a sus espaldas. Y, de vuelta a casa, recibe noticias de su criado que le obligan a volver a salir a la calle, confuso y muy tenso, sin apenas reparar en la presencia del padre que le pregunta sobre la causa de su aparente atolondramiento y confusión sin obtener más que vagas palabras a modo de respuesta. Fuera ya de casa, a escasos metros de la mansión de su dama, encuentra paseando a un conocido suyo, a quien sin tiempo que perder le acusa de haberle traicionado y, tras una rápida acometida, le deja tendido a sus pies a punto de expirar. Todo ha sido muy rápido, y no hay tiempo que perder. Ante la inminente amenaza de la justicia, don Jaime se encamina a la marina con la ventaja de disponer en ese momento de un navío que parte rumbo a Italia. De todo lo anterior, Miguel Moreno no ofrece apenas explicaciones; ya veremos que las reserva para más adelante. En la travesía por mar arrecia una tormenta, descrita en forma tópica y a usanza de la narrativa de la época. Pasado el peligro, cuando el ambiente es calmado y bonancible, se produce un asalto de las tropas turcas; y nuestro singular protagonista se ve convertido de la noche a la mañana en simple esclavo, a las órdenes de un jerarca turco, que le recibirá como regalo del jefe asaltante, persona afable y de buen trato que, a su vez, decide enviarlo como regalo a su futuro suegro. Su nuevo dueño tiene una hija a la que atiende y sirve en calidad de esclavo otro joven cristiano, noble asimismo, que pretende tener contento a su amo de quien recibe un trato exquisito. Algo parecido sucederá con don Jaime, siempre fuera de sí y como enajenado por tanto sufrimiento, sin apenas importarle lo que suceda a su alrededor. A ruegos de su compañero de cautiverio terminará por hacer una breve descripción de lo sucedido en España antes de tomar rumbo a Italia. Y es entonces cuando el lector recibe información aclaratoria sobre los acontecimientos descritos a vuela pluma por Miguel Moreno a comienzos de la novela. novela (Catarelo y Mori [1906b], p. XI).

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La realidad había sido bien distinta de lo que pudiera deducir o conjeturar el atento lector de la novela. Tanto el hermano como el noble antagonista sólo habían resultado heridos, y con el tiempo y los cuidados recibidos logran recobrar la salud. Así se lo comunicaría por carta a don Jaime su fiel criado, tras haber logrado aquél escapar del cautiverio, sin que sepamos cómo ni en qué circunstancias lo hubiera logrado. Sea como fuere, en la carta del criado se añaden datos interesantes para don Jaime. Su contrincante, tras porfiar una y otra vez por lograr el amor de la dama de don Jaime —a quien ya por tales fechas se le tenía por muerto o desaparecido— adopta la extrema decisión de «robar a la dama» con la colaboración de un grupo armado de amigos y allegados convenientemente emboscados en la montaña, a usanza de bandoleros catalanes. Se comprende que tales noticias despertasen doblemente el furor y el encendido fuego amoroso del fugitivo don Jaime. Y sin tiempo que perder —y sin que se nos explique a los lectores—, vuelve a Cataluña a planear cuidadosamente, con la ayuda de su fidelísimo criado, la recuperación de la dama, fiel y constante a su persona, sin aceptar promesas y halagos del don Juan. Como estratagema para acceder al lugar del cautiverio, el animoso criado se hará pasar por uno de los bandoleros para lograr así comunicarse con la dama y planear conjuntamente la huida. Pero cuando parecían haber logrado sus propósitos, ya muy cerquita de don Jaime, que estaba a la espera en un lugar previamente acordado, se ven asaltados por el grueso de la tropa. Don Jaime se puso valerosamente en defensa; logra momentáneamente contener el ataque, pero al final cae mortalmente herido. Y a su lado expira también, herida de muerte, doña Juana. Muy pronto la noticia se extendería por toda la ciudad en tanto que de don Juan no se volvería a saber. Por su parte, el anciano padre no pudo superar tamañas desgracias. Y tanto el fiel criado Carmona como don Juan tomaron buena nota de tan trágicos sucesos. La obra termina con el siguiente epitafio para aviso de navegantes:

No sepulcro de amor; templo es el que presente tienes, que de amor honra las sienes la corona de este ejemplo. Prevén llanto y no te espantes. ¡Oh tú, que adviertes la historia, que aquí yace la memoria de los más finos amantes! Es fácil observar como la obra tiene un ritmo superior —más rápido y fluido— que la otra novela de nuestro autor antes reseñada. Se advierte también una menor utilización de los materiales poéticos. Por el contrario se utilizan aquí procedimientos novelísticos pertenecientes a diversos ámbitos literarios: novela cortesana, de aventuras y de tradición griega, en este caso con los turcos de por medio. Y no quisiéramos dejar este brevísimo apunte analítico sin reparar en algunas conexiones con

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una obra de Cervantes en lo que se refiere en su ambientación turca; nos referimos a El amante liberal. En uno y otro caso aparece la descripción de una tormenta marítima o la amistad entre los dos esclavos cristianos, uno de los cuales lleva ya tiempo en el país, conoce las costumbres de la tierra y trata de ilustrar y ayudar al español recién llegado tras comunicarle sus desgracias y su apasionado amor. Y resulta común también la pasión desbordada hacia sus amantes de los protagonistas masculinos hasta bordear en ocasiones la enajenación mental. Finalmente, existen también conexiones en lo relativo a considerar inicialmente fallecidos a los personajes de la obra que tan sólo habían resultado heridos. Por lo demás, la novela presenta algunas otras características dignas de destacar: — Utilización de parlamentos explicativos en boca de los personajes, entre los cuales aparece algún dignatario turco. — Presencia del género epistolar, aquí en mayor medida que en El cuerdo amante. — Empleo de máximas referentes al comportamiento que han de seguir algunos personajes de la obra. — Ciertas matizaciones de índole jurídica, como la calificación de robo —al no ser utilizada la violencia con la dama— en lugar de rapto, con respecto a la actuación del amante despechado, convertido en nuevo bandolero. Estamos, pues, ante una tragedia que mantiene contacto con la dramaturgia de la época y que, salvo en la forma narrativa empleada, contrasta grandemente con la novela anteriormente descrita.

6.3. Varia fortuna de Céspedes y Meneses Recogemos a continuación varios acercamientos a la figura de Céspedes y Meneses, historiador y novelista de no poca monta, que logró dejar apuntados retazos de su figura y personalidad a través de alguno de sus personajes novelísticos más característicos, en forma tal que, como es bien sabido, se han utilizado esos pasajes literarios para recomponer la biografía de nuestro personaje ante la escasez de datos facilitados por otras fuentes. Por lo demás, conviene advertir ya inicialmente que nos hemos visto obligados en ocasiones a utilizar la doble columna para hacer patente el aprovechamiento poco ortodoxo de algunos textos de ajena mano. De ahí el título que hemos dado a nuestro trabajo.

6.3.1.  Antonio Pérez y Céspedes y Meneses No es esta la primera vez que se ponen en parangón las figuras de Antonio Pérez y Gonzalo Céspedes y Meneses. Como es sabido, el propio Céspedes escribió una

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Historia apologética, en cuyo libro III, se ocupa ampliamente de los avatares en tierras aragonesas del famoso y turbulento secretario de Estado de Felipe II. Son páginas escritas —como la obra en su conjunto— con fervor, vehemencia y patriotismo —un patriotismo, si se quiere, «avant la lettre»— en las que el otrora secretario de Estado queda escasamente favorecido y hasta un tanto malparado. 27 Lo que ya no resulta tan conocido, según creemos, es la curiosa y, en principio, poco admisible forma que tiene don Gonzalo de aprovechar lo escrito por Antonio Pérez al comienzo de su Norte de príncipes, a través de una de sus versiones manuscritas que circulaban por aquel entonces, de mano en mano, a modo de traslado de una de sus Cartas y relaciones. 28 Digámoslo brevemente y a la llana: Céspedes en esta ocasión no hace más que reproducir, prácticamente al pie de la letra y sin citas de autor, lo escrito por el secretario de Felipe II. Y lo hace en una de sus obras —Varia fortuna del soldado Píndaro— en donde resultará difícil de imaginar por parte de los estudiosos tal tipo de aprovechamiento si no se repara en lo que se dice en el prólogo al lector, al tratarse de una especie de novela, en la que los interpretes han querido ver retazos autobiográficos, como sucede con algunas otras obras del propio autor. 29 Hay que advertir que en El soldado Píndaro —como es conocida abreviadamente la obra— se mezclan aquí y allá pasajes doctrinales y eruditos, lo que imprime a la obra un cierto carácter misceláneo, muy del gusto de la época. Pues bien, en uno de estos apartados o paréntesis doctrinales, Céspedes hace gala de erudición en torno a la privanza de signo político, uno de los temas más traídos y llevados a la sazón por los expositores de ideas políticas, a base de distinguir diversos tipos de privanzas, con el añadido de un episodio aleccionador sobre los peligros y adversidades de la privanza en torno al rey portugués don Manuel el Afortunado. Veamos en qué sentido lo hace, con las correspondientes fuentes concretas de inspiración a doble columna para que no haya dudas al respecto. Existe una primera imagen del privado, basada en la interesada gracia personal del favorito, con unos resultados a la postre poco consistentes:

27   He aquí el extenso título de la obra Historia apologética de los sucessos del Reyno de Aragón y su ciudad de Çaragoça, años de 91 y 92 y relaciones fieles de la verdad, por Gonçalo Céspedes y Meneses, vecino de Madrid. La obra aparece impresa en Zaragoza en el año 1622. Sobre el tema pueden verse las observaciones de Arsenio Pachecho en el prólogo a su edición de Varia fortuna del soldado Píndaro (1975), vol. I, pp. LXIV-LXXIII y Y. R. Fonquerne al editar y prologar las Historias peregrinas y ejemplares (1980), pp. 28-30. 28   Para los cotejos utilizamos la edición del Norte de Príncipes (1788). Citamos la Varia fortuna del soldado Píndaro por la edición ya mencionada de Arsenio Pacheco. Para un encuadramiento bibliográfico sobre los derroteros de la novela corta en el siglo xvii con diversas referencias a los aspectos políticos, socioeconómicos e institucionales conviene manejar la obra de la profesora Colón Calderón (2001). 29   Por lo demás, es cierto, que en el Prólogo al lector Céspedes nos advierte ya que no va a ser excesivamente escrupuloso en el aprovechamiento de obras ajenas. He aquí sus palabras: «Lacónico y conciso verás hoy al Soldado, y no sin sus retaços de moralidad y doctrina, gracias a polianteas, brocárdicos, proverbios y lugares comunes. En quanto a estas alajas, yo te confiesso el robo; sólo lo enserto y la invectiva es mía» (p. 10).

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Si la privanza procede de gracia está trabada de entrambas partes, y de gustos; pero no hay gracia ninguna, que sea mas que flor de un Arbol, que hermoséa, pero pasase presto por su natural, y por mil accidentes, que se confirman con exemplos de mi tiempo. Si está fundada en obligaciones, y son pequeñas, no podrá ser la esperanza de el fruto grande. Si grandes, desgajan la rama con el peso, porque nadie sufre peso de mucha deuda. (A. Pérez, Norte de príncipes, prólogo s. n.)

Si procede de gracia personal, aunque esta se prosiga eslavonada de muy conformes gustos y voluntades, no ay flor de almendro más inconstante y frágil: mucho hermosea y resplandece, pero pássase presto, efecto natural de varios accidentes que califican los exemplos que an visto nuestros tiempos. Mas si ésta va fundada en sólo obligaciones, si son pequeñas llano es que será menos grande la esperança del fructo; y si grandes, también es evidente el desgajarse la rama con el peso, pues nadie sufre carga de muchas deudas. (G. Céspedes, El soldado Píndaro, p. 64).

Efímera resulta también una nueva modalidad de la privanza con apoyaturas asimismo de escasa relevancia personal: Si está fundada en la satisfacción del instrumento para el egercicio de la inclinación natural, (hablo de la inclinaciones contrarias á la grandeza, y á la authoridad del oficio, que las riquezas personales facilmente las disimular los Reyes) y sufre la naturaleza, el oficio mismo no lo puede sufrir, porque á la larga, ó á la corte les viene á dar su pago, y aun la persona del mismo Príncipe, porque, aunque ama la satisfaccion por su inclinación, vuelve las mas veces el rostro á la honra del oficio, y suelen corridos con el tiempo, y con la carga de las quexas del Pueblo, y de los mayores estados, y con su Propia nota, descargarse con el castigo, ó exclusión del Privado. (A. Perez, Norte de Príncipes, prólogo s. n.).

Y si se apoia en la satisfacción del instrumento, cessando el exercicio de la inclinación que la arrastra, cessa también y aun se deshaze favor; porque los reyes, si bien aman la satisfacción de sus inclinaciones, tal vez corridos, con el tiempo, buelven los ojos a la honra del officio, y con la carga de las quexas del pueblo, murmuraciones de mayores estados, se descargan con el castigo y esclusión del privado (G. Céspedes, El soldado Píndaro, p. 64).

Distinto es el caso de aquella privanza de fundamentación más sólida y profunda que augura resultados optimistas y de mayor duración, si se logran sortear los riesgos y asechanzas interpuestos por cortesanos envidiosos:

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Si está fundada la privanza en el gran peso del entendimiento, y valor de la persona, aquí es el mayor peligro, y aquí son los baxios de la baxeza humana: aquí es menester gran tiento, y navegar con la sonda en la mano para que la tierra (el Príncipe) donde está plantado el Arbol (el Privado digo) tenga grande virtud, y profundidad de raices con que se sustentan los Arboles. Porque no hay Príncipe, ¿qué digo Príncipe? no hay hombre, (y esta es enfermedad natural) que quiera sufrir mayor entendimiento. Pero si sabe el Privado templarse al humor de su Príncipe, éste genero de Privados son los más durables. (A. Perez, Norte de Príncipes, prólogo, s. n.).

Pero, en conclusión, si éste sólo se encumbra en fee de su valor y noble entendimiento, aquí sí se aparecen los baxíos de la baxeza humana, aquí sí es menester terrible tiento y navegar continuo con la sonda en la mano, porque no ay príncipe, no ay ombre que dure el en sufrir mayor capacidad. Mas si ésta sabe templar el favorecido y allegado, no ay uso de privança de mayor duración, y con razón, pues nace del entendimiento y prudencia. (G. Céspedes, El soldado Píndaro, pp. 64-65).

Según puede comprobarse con un simple cotejo, las semejanzas entre ambas obras resultan bien significativas, por más que se aprecien ligeras variantes que no alteran el sentido general de los textos. En cuanto a la anécdota sobre el carácter efímero de la privanza, centrada en el mundo político portugués, las coincidencias entre los textos son muy estrechas, con amplificatio de Céspedes de por medio, y responden a similares fuentes de inspiración, como podemos apreciar a continuación: A este proposito me dijo asimismo, que le contó un cuento el propio Príncipe Ruy Gomez de un Consejero, el Conde Luis de Muzina, que pasó con el Rey Don Manuel, y fue, que habiendo venido un Despacho de Roma con un papel estremadamente ordenado, el Rey llamó al Conde, y consultó, y resolvió con él la respuesta, mandándole, que ordenase una, y que él haría otra, porque el Rey se preciaba de eloquente, y lo era ciertamente. El Conde sintió mucho el haber de poner la pluma donde su señor; pero obedeció, y ordenó su papel. Fue á la mañana al Rey con él: el Rey tenia ordenado el suyo; oyó el del Conde, y no queria despues leer el que habia hecho; pero á instancia del Conde lo leyó. Al fin

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Pero a este propósito, no me acuerdo dónde, leí un exemplo que quisiera escrivir, si bieno el ser notable y digno de saberse suplirá en parte el no alegar su autor; passó por un grande privado del rey don Manuel de Portugal, y era éste el conde don Luis de Silveira. Parece ser que vino del Pontífice un despacho y papel de consumada erudición y estilo. Llamó el Rey al tal Conde, y en consultando y resolviendo con él la repuesta, le ordenó que dispusiesse una, advirtiéndole que él mismo quería escrevir otra; porque aquel grande y dichoso príncipe no sólo se preciava de eloqüente, mas lo era sin duda. Sintió mucho el Silveira

conoció el Rey, que estaba mejor el de el Conde, y resolvió, que aquel se diese por respuesta al Papa. El Conde se fue á su casa, y con ser medio dia, mandó ensillar dos Caballos para dos hijos, y sin comer los llevó al campo, y les dixo: Hijos, cada uno busque su vida, y yo la mía, que no hay vivir aquí, porque el Rey conoce, que sé más que él. (A. Pérez, Norte de Príncipes, prólogo s. n.).

poner la pluma donde su dueño proprio, pero resignóse en su gusto y obedecióle humilde; y disponiendo su papel, se fue con él a la mañana al Rey, el qual ya también tenía ordenado el suyo. Oyó el del Conde, y conociendo la ventaja, cuerdo quiso encubrir las obras de sus manos; mas la istancia del criado hizo que fuessen públicas; leyó al fin su respuesta, pero con el conocimiento referido, determinó que fuesse la del Conde al Pontífice. Esta resolución entristeció al privado, de manera que, iéndose a su casa, sin dilación alguna, mandó que se ensillasen dos cavallos para dos hijos suyos y con ellos se salió al campo, y en él les dixo: —Hijos míos, cada uno vaya a buscar su vida, que yo les seguiré en la misma demanda, pues aviendo el Rey confessado y conocido que sé más que él, ni ay que vivir aquí, ni esperarnos un punto. (G. Céspedes, El soldado Píndaro, pp. 66-67).

A la vista de los textos cotejados es fácil advertir cómo Céspedes utiliza la doble técnica del resumen o de la amplificatio a la hora de aprovechar la información que encuentra a mano. Y, en fin, no hará falta insistir en el hecho de que nuestro autor se mueve en un ambiente de tacitismo político, como sucede con otros muchos autores de nuestro siglo xvi, hasta culminar en los Comentarios a Tácito por parte de Lancina. 30

6.3.2.  Entre la historia y la ficción novelesca Pocos escritores han sabido compatibilizar con éxito la doble vertiente de historiador y novelista como Gonzalo de Céspedes y Meneses. Cuando escribe sobre la realidad histórica se deslizan páginas que pudieran pasar por un relato imaginativo; y a la inversa, dentro de la su quehacer literario encontramos pasajes que parecen 30   No entramos ahora en el discutido tema de la autoría del Norte de Príncipes que hoy muchos atribuyen a Álamos de Barrientos. En cualquier caso, los pasajes ahora manejados se encuentran también en las Cartas y relaciones de Antonio Pérez, por lo que en este punto no cabe plantear el problema de la autoría.

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basados o fundamentados en el propio devenir histórico. Y en semejante operación de trastrueque se ve comprometido en primerísimo lugar el propio autor hasta el punto de hacer dudar a los intérpretes si es o no el mismo héroe de algunos de sus relatos novelescos. Y no sólo eso. Como es bien sabido, Céspedes no duda en firmar alguna de sus obras bajo el propio nombre de Gerardo Hispano, uno de sus héroes de ficción de mayor fama y predicamento. A lo que habría que añadir la serie complementaria de mecanismos utilizados para transitar con suma facilidad de la historia a la novela. Tratemos de entresacar algunos de esos mecanismos, más o menos sutiles, que le permiten alcanzar un alto grado de verosimilitud novelística. Fijémonos en esos seis relatos, breves pero intrincados, con sus correspondientes añadidos políticos y geográficos, que aparecen agrupados bajo el bien significativo denominador común de Historias peregrinas y ejemplares. Podemos preguntarnos de entrada, ¿estamos ante historia o relato novelístico bien urdido? Pregunta que deja sentada el autor en el prólogo, para terminar inclinándose por la historia, al tratarse, según le han contado, de sucesos verdaderamente ocurridos en diversas ciudades de la Monarquía y que trata ahora de rescatar del olvido 31: En una y otra [narración] protesto dibujarte el alma de la historia, su verdad efectiva, y tan calificada como la oí a personas de crédito, si bien en el cumplirlo corra peligro el mío.

Luego en cada uno de los relatos utilizará distintos procedimientos de ambientación histórica. Veamos, con algún detalle, de qué manera. En la primera de las novelas que forma la colección lo hace directamente y a la llana aportando la fecha de 1589 al comienzo de la narración. Y, ya en pleno despliegue narrativo, ofrece una amplia descripción del fracaso de la armada contra Ingla­ terra un año antes, que bien pudiera pasar por un fragmento histórico puesto en boca de uno de los personajes de la novela: Preveníase en aquesta sazón en la Coruña, en Lisboa y parte de Vizcaya la más poderosa armada que han visto nuestros siglos, magnánimo y piadoso remedio del católico Felipe contra las invasiones de la India y expugnación de Inglaterra, que las fomentaba. 32

Se insiste a continuación en los imponentes aprestos militares empleados en la malograda expedición, «casi veinte mil hombres de pelea, setecientas piezas de artillería, municiones, arcabuces y picas para los católicos de la isla». 33 Desde un principio los vientos azotaron en la empresa militar de forma inmisericorde; murieron muchos hombres y se perdió la mayor parte de la flota a su vuelta a   Céspedes y Meneses (1969), p. 59.   Céspedes y Meneses (1969), p. 80. 33   Céspedes y Meneses (1969), p. 80. 31 32

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España; al arribar a Galicia, después de tantos padecimientos, de «tantos horrores y contagio de los mantenimientos», siguen las muertes. Céspedes ha sabido utilizar métodos y recursos de historiador para la descripción de un fracaso militar de tal naturaleza. En otras dos novelas los sucesos peregrinos se sitúan unos años antes; concretamente en plenas Comunidades de Castilla; y en uno y otro caso la ambientación histórica se busca por distintos métodos. Con más amplios detalles aparece esa ambientación histórica en Pachechos y Palomeques. Al comienzo mismo se apunta la fecha de 1521, cuando «la mayor parte de España» se encontraba «parcial y divertida en opiniones, que otros han llamado Comunidades», envuelta toda ella además en venganzas, violencias y atropellos. En un ambiente tan hostil surge en la imperial ciudad de Toledo, centro comunero por excelencia, el amor entre dos jóvenes pertenecientes a bandos distintos y radicalmente enfrentados. Y a lo largo de toda la obra se mantiene tenso y decidido ese enfrentamiento entre bandos armados, sirviendo todo ello de guía al devenir novelesco, sin necesidad de acumular nuevos datos extraídos de la realidad histórica. Los linajes enfrentados de Palomeques y Pachecos —no hay que olvidar el nombre señero de la viuda de Padilla, doña María Pachecho— son suficientemente expresivos para imprimir al relato un alto grado de verosimilitud, con independencia de que los nombres elegidos para los dos jóvenes amantes pudieran encontrar o no su refrendo en los anales de la historia. Por su parte, en La constante cordobesa nuestro autor resuelve el problema de la posible datación histórica del relato también al comienzo mismo de la obra, sin necesidad de volver más adelante con nuevas y detalladas referencias: En los años pasados de 520, gobernando estos reinos, por la ausencia de la católica y cesárea majestad de Carlos V, el cardenal de Tortosa, su maestro, que después, con el nombre de Adriano, fue Pontífice máximo. 34

Conviene señalar que Céspedes debió de documentarse convenientemente a la hora de emplear semejante anotación, al haber sido, en efecto, nombrado en un primer momento gobernador del reino el cardenal de Tortosa, posteriormente elegido Papa. Si atendemos a las dos obras en conjunto, conviene recordar que, tras la durísima represión frente a las Comunidades, se puede apreciar en España un silencio muy difícil de romper, excepción hecha de los apologístas del Emperador. Se trataba de una especie de tema tabú, por lo que hubo que esperar muchos años para poder abordarlo con un mínimo de objetividad. Céspedes se atreve a romper ese silencio; e incluso, sabe adoptar una cierta postura independiente sin lanzar inciensos imperiales; y hasta se muestra en ocasiones un tanto crítico, como se intuye al calificar al movi  Céspedes y Meneses (1969), p. 165.

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miento de «guerras civiles» o al insistir en el hecho, ya apuntado, de «que otros han llamado Comunidades». 35 Por otro lado en Los dos Mendoza —número seis de la colección— encontramos tres importantes niveles de acotación cronológica. El primero pertenece también a época imperial, años después de las Comunidades, cuando Carlos V actúa en campaña por Europa, en cuyas filas milita en lugar destacado don Alonso González de Mendoza, importante miembro del linaje Mendoza y padre de los dos protagonistas conocidos con el nombre de los dos Mendoza. El padre podía haber llegado a lo más alto como militar distinguido a la vera del César, de no ser por su carácter «arrebatado y colérico» que le dio más de un disgusto, hasta verse obligado por decisión imperial a retirarse a sus tierras señoriales cercanas al Júcar. En los tres primeros capítulos se centra la narración en los hechos y andanzas de tan arriscado personaje desde su matrimonio con una esclarecida dama, Catalina Ramírez, hasta sus enfrentamientos y disgustos con sus dos hijos, para quienes funda sendos mayorazgos, no sin antes apretarse el cinturón. Y es que los hijos querían disponer a sus anchas de dinero en efectivo para los muchos gastos que habían de soportar con su tren de vida. Al propio tiempo, don Alonso en uno de sus frecuentes arrebatos ordena la muerte de uno de sus criados, sin que la justicia lograra esclarecer los hechos; ya veremos luego que el criado vuelve a aparecer dos años después en forma muy significativa y un tanto siniestra. Todo el relato se fundamenta en un tratamiento al modo historiográfico: aportación del nombre de los personajes de la alta nobleza y geografía en su punto, con una serie de acotaciones sobre el Madrid de la época como capital de la Monarquía o con la localización de las tierras señoriales en zonas conquenses, donde estuvo asentada una conocida rama de los Mendoza, a trasmano del núcleo central del señorío radicado en Guadalajara. La segunda acotación cronológica surge dentro de semejante ambiente nobiliario para servir de cauce expositivo a la segunda generación, que es la que, en definitiva, va a protagonizar —con los dos hijos de don Alonso a la cabeza— el grueso de la obra, a través de la renuncia del gobierno de la Monarquía por parte de Carlos V, y de la transición de ese gobierno al del rey prudente; todo ello acompañado de una serie de elogios a los monarcas españoles: Gobernaba por él esta dilatada monarquía su prudentísimo hijo, el Salomón segundo, digno abuelo del potentísimo príncipe Felipe IV, que por dichosos y felices años hoy reina sobre sus innumerables señoríos y vasallos. 36

35   Sobre la inmisericorde represión desplegada por Carlos V frente a los comuneros hemos insistido en más de una ocasión. Puede verse últimamente Bermejo Cabrero (2005), pp. 107-117. Un minucioso repaso a las cambiantes interpretaciones sobre las Comunidades —incluido ese silencio de primera hora al que nos referimos en el texto— puede verse en J. I. Gutiérrez Nieto (1973), pp. 19-122. 36   Céspedes y Meneses (1969), p. 353.

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Por último, una tercera acotación —no hará falta insistir en ello—, aparece al final del párrafo transcrito al mencionar al príncipe sucesor, Felipe IV, con lo que deja sentir su presencia el propio narrador, como hará en alguna otra ocasión. Conviene advertir que semejantes puntualizaciones cronológicas vienen acompañadas de algunas otras de menor calado político, aunque resulten bien significativas, como la que hace referencia a la participación de uno de los consejeros áulicos de mayor fama, Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, a propósito de su mediación en la administración de justicia a favor de los dos Mendoza para alcanzar el favor real al respecto. En la etapa central, correspondiente a Felipe II, suceden episodios que sobrepasan los límites de la verosimilitud; de ahí la importancia de poner el contrapunto de historicidad al relato con pasajes como los que acabamos de examinar. Ya es significativo en tal sentido la aparición de una especie de vestiglo de enormes proporciones que casi hace perder el equilibrio al menor de los dos Mendoza, aunque a la postre, encendida ya las lumbreras de la ciudad, se demuestre que sólo se trataba de la sombra de un animal expuesto en un balcón. Pero cuando el grado de inverosimilitud alcanza sus cotas más altas es a propósito de la intervención de un personaje, ya citado anteriormente, que lanza admoniciones y consejos, y que, a la postre, resultará ser aquel criado muerto injustamente por órdenes de don Alonso, treinta años antes en época de Carlos V, y que ahora reaparece como un fantasma, afanado por encontrar adecuada sepultura para su descanso eterno. Mucho debió de cavilar Céspedes para poder encajar pasajes como los referidos —que apuntan ya hacia un cierto romanticismo— en un relato con claras pretensiones de historicidad. Por lo demás la trama principal de la obra descansa en los avatares y peripecias de los dos miembros de tan destacado linaje nobiliario, que pierden el tiempo en diversiones, despilfarros de la hacienda paterna, amoríos, cañas y toros, por lo demás, entreverados con duelos y encuentros con la justicia. Y todo ello, tras recibir el asentimiento entusiasta de Céspedes y Meneses, quien parece sentirse identificado con tal tipo de vida de toda una clase ociosa tan poco ejemplar. Pero prosigamos con los procedimientos de ambientación histórica por parte de nuestro autor. En El desdén del Alameda aparecen diversas acotaciones a fin de situar la acción en su momento histórico a través de la mención de determinados sucesos del devenir hispánico, de fácil localización, con las intervenciones del propio rey Felipe II a la cabeza. Y aunque el argumento de la obra no sea ahora objeto principal de nuestra atención, conviene decir algo sobre el particular para comprender los mecanismos históricos manejados en esta ocasión. Un mercader riquísimo, Claudio Irunza, 37 muere al intentar clavar rejones a un toro bravo con motivo de la celebración de sus bodas. La viuda hereda una inmensa fortuna bajo la condición de no repetir matrimonio, lo que la dama procura cumplir a la vista del nacimiento póstumo de una niña. Al propio tiempo, un miembro de la 37   Si corregimos Irunza por Isunza nos encontramos con una de las familias de banqueros —por utilizar la denominación de Carande— bien conocida para un lector de la época.

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nobleza sevillana, don Pedro, titular de un riquísimo mayorazgo, traba amistad con la viuda con la esperanza de un matrimonio que no termina de llegar. Don Pedro, de carácter muy irascible, tiene un único hermano, don Sancho, a quien maltrata de palabra y obra. Ni siquiera le facilita los alimentos del mayorazgo que le corresponden, a pesar de lo cual el comportamiento del hermano menor resulta intachable como persona y caballero. Pero un día don Sancho se las ingenia para poder contactar en público con su hermano, que se comportará como de costumbre, con el añadido de insultar a la madre. Don Sancho no puede reprimirse y en singular combate hiere fatalmente a su hermano, por lo que tiene que buscar refugio en la primera casa que encuentra accesible. Y he aquí que en la casa se produce el encuentro con una bellísima joven, hija de Claudio Irunza, el mercader corneado en sus bodas —desde entonces han pasado ya unos años— . Por su parte don Sancho logra convencer a la joven de la apurada situación por la que atraviesa, no sin que se produzcan miradas tiernas y diálogos comprometidos hasta producirse la «pérdida de la honra» de la doncella, según púdicamente nos advierte Céspedes. Don Sancho huye a Flandes, donde adquiere fama por sus sobresalientes hechos de armas. Y es precisamente aquí donde Céspedes extrema sus acotaciones históricas a través de la mención de sucesos militares bien conocidos en la época: [En] la toma de Mons de Henao, en sus asaltos, arrastrando una pica, la enarboló el primero, a pesar del contrario, en sus mismas almenas; y prosiguiendo tan honrados principios, después, en diferentes trances, hizo igual experiencia, y en la famosa rota que se dio al enemigo, prendiendo a su general Mos de Genlis, él fue quien, aclamando la victoria, anticipó el suceso, y quien, mediante su esfuerzo y valentía en aquel memorable Esguazo de Targoes, singular ejemplar para el de Cirquizca, dio a España honor eterno y a lo restante de la tierra, con semejante hazaña, admiración y espanto. 38

En esta misma línea Céspedes hace intervenir a Felipe II —ya recuperado el hermano de sus heridas, aunque no de su áspero talante y odio fraterno— para premiar a don Sancho en distintas ocasiones con altas sumas y prebendas, entre las cuales un hábito de Santiago: Habiendo llegado por diferentes medios al Consejo de Guerra sus servicios, y por el consiguiente a los oídos y noticias de aquel potentísimo príncipe y monarca Felipe II, prudente apreciador de tales méritos, deseó mucho verle y remunerarle según su grandeza, y así lo dio a entender, remitiéndole por su medio del Duque un hábito de Santiago, ventaja y conducta de caballos. 39

Pero después vendrá otra acotación histórica. Vuelto don Sancho a España, le fue comunicada la nueva misión asignada por el rey para poner cobro al donativo corres  Céspedes y Meneses (1969), pp. 137-138.   Céspedes y Meneses (1969), pp. 138-139.

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pondiente a la ciudad de Sevilla, lo que ejecutó con «prudencia y cordura», al tiempo que obtendría real cédula de «amparo y seguro» frente a las heridas causadas a su hermano. No hará falta seguir con los avatares posteriores de la narración. Digamos tan sólo que, tras un intento frustrado de asesinato por parte de unos sicarios pagados por el malvado don Pedro, y una vez perdonado por el rey, a ruegos de su bondadoso hermano, aunque obligado a recluirse en un convento, don Sancho termina casándose con la dama de sus sueños, la misma que tiempo atrás «perdió su honra» entres sus brazos. No es extraño por eso que para imprimir verosimilitud a una narración con tal cúmulo de peripecias se vea obligado Céspedes a elevar el listón de las referencias de carácter histórico, según hemos podido comprobar. En Los sucesos trágicos de don Enrique de Silva la búsqueda de la verosimilitud se centra, en principio, en la descripción de los paisajes y de los distintos emplazamientos territoriales, algunos geográficamente muy distantes del centro principal de la novela, la ciudad de Lisboa. Así las rutas recorridas van de Goa a Lisboa, pasando por Mozambique, para proseguir, un tiempo después, por Flandes, Bohemia y Europa Oriental. Y en algunas de estas demarcaciones territoriales las fórmulas descriptivas utilizadas adquieren un alto grado de precisión y minuciosidad. Sólo, ya muy avanzada la obra, se introducen connotaciones históricas concretas para situar la narración a comienzo del xvi, a tenor de los acontecimientos bélicos de Flandes. 40 En cualquier caso también aquí cabe apreciar el esfuerzo desplegado por nuestro novelista para someter los episodios imaginados dentro de un adecuado ambiente histórico.

6.3.3.  Los prólogos a las Historias peregrinas Como es sabido, las Historias peregrinas se ajustan a un modelo de exposición que no deja de tener sus puntos de originalidad. Las distintas narraciones tienen lugar en importantes ciudades españolas, incluida Lisboa, perteneciente a la sazón a la Monarquía Española, con el apuntamiento preliminar de una visión exaltatoria de cada una de las ciudades seleccionadas. Y todo ello, a su vez, precedido de una visión general, a modo de resumen, de las glorias, valores y singularidad de la Monarquía Española, sin punto de posible comparación con cualquier otra formación política, antigua o moderna. Reparemos por el momento en este último aspecto, digno de consideración por varias motivaciones, entre las cuales la propia falta de atención   A propósito de la muerte de unos de los personajes secundarios se dirá: «Cruzando la Alemania, se pasó a Flandes, adonde, militando debajo de los estandartes del Archiduque Alberto, a pocos días murió animosamente en la rota de Ostende.» (Céspedes y Meneses [1969], p. 333). Sobre la comprobación de las referencias históricas aquí apuntadas puede verse la nota que ofrece Fonquerne en la citada página de su edición. 40

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por parte de editores y estudiosos hacia un aspecto tan singular dentro de la obra ahora comentada. 41 No hará falta insistir en el hecho de que el procedimiento de exaltación hispánica aquí utilizado viene de muy lejos, con el conocido arranque de los laudes isidorianos. Hay toda una línea continua de idealización patriótica —la palabra patria la emplea más de una vez el propio Céspedes— que llega en esa línea a su punto culminante en pleno siglo xvii, con exposiciones proféticas de España y de su glorioso destino, no sujeto a límites ni a paliativos, como la del visionario Juan de Salazar, influyente escritor político de la época. 42 Céspedes dedica breves páginas al tema, tras reconocer que se trata de un simple resumen. Incluso llegará a decir que esas excelencias hispánicas son tantas y de tal magnitud que él procederá a una estricta selección, para lo cual se atendrá o ajustará al número doce. Y ese mismo número le habrá de servir, a su vez, para enumerar en cada caso particular las distintas proyecciones de cada una de las excelencias concretas, en forma un tanto ingenua, con lo que consigue en cierto modo singularizarse metodológicamente de las exposiciones al uso, llenas, al igual que la suya, de tópicos y repeticiones, como es fácil comprender. Por nuestra parte, procuraremos introducir algún tipo de sistematización a fin de reducir las consecuencias de la adicción a ese paradigmático número doce, lo que puede permitir una exposición algo más abreviada y coherente, aprovechando de paso lo repetitivo de la enumeración de nuestro autor. Y así la primera excelencia se fundamenta en los antiquísimos orígenes a los que podemos retrotraernos. Ninguna otra formación política, si se exceptúa el mundo político de las Sagradas Escrituras, puede presumir de tal grado de antigüedad como España. Y es en este punto cuando Céspedes invoca el nombre mítico del primer fundador Tubal, con toda su conocida parafernalia legendaria, según los testimonios de Beroso y otros conocidos escritores de fabulaciones históricas, que —dicho sea de paso— hicieron las delicias de tantos y tantos historiadores, algunos de no poca monta a la hora de manejar fuentes históricas ya más cercanas a nosotros. Se glorifica en la excelencia número dos la portentosa defensa del solar hispánico frente a las continuas invasiones, o como dirá Céspedes, frente «a doce suerte de enemigos de quien se ha resistido en diferentes tiempos», entre los cuales, los almonidas, los burgundios o los ingleses y franceses. Y en esa misma línea, se pondera el valor (excelencia número 6) de los españoles o la importancia (excelencia número 12) de sus dirigente políticos, encabezados por el «santo rey Pelayo» que «restitu41   En la edición de mayor difusión en nuestro días de las Historia peregrinas que venimos manejando se ha prescindido incluso de las páginas dedicadas al encuadre político-geográfico del que ahora nos ocupamos, como si no tuviera relación con las seis narraciones que vienen a continuación. Es una de tantas muestras de la falta de atención hacia nuestro autor a que hacemos referencia en el texto. 42   Al poner prólogo a nuestra edición de las Excelencias de la Monarquía y Reino de España de López Madera hicimos un balance de la ancestral laudatio hispanica sin reparar, en tal sentido, en la aportación de Céspedes; vaya por delante el reconocimiento de nuestro descuido que ahora pretendemos enmendar.

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yó a España en su valor, destrozando en un punto trescientos mil moros con su capitán Abraym», para culminar con Felipe II, doble vencedor de los «moros levantados», en clara referencia de la batalla naval de Lepanto y a la rebelión de los moriscos. En punto a la defensa de la fe, catolicidad y devoción (excelencia número cinco y algunas otras más) también resulta indiscutible asimismo la primacía en punto a catolicidad que corresponde a España, a partir del rey visigodo Recaredo; se insiste además en el número incomparable de santos y mártires, según un resumen aportado por la excelencia duodécima. Primerísimo lugar ocupa también España (excelencia octava) por el número y calidad de sus sabios, con inclusión de ciertos nombres de la antigüedad o de la España musulmana (un Avicena o un Averroes), sin necesidad de traer a colación la figura egregia de Alfonso X. A pesar de lo cual, en esta ocasión nuestro autor no consigue aportar los doce nombres prometidos. Sí lo consigue en lo referente al número de Universidades españolas, comenzando naturalmente por Salamanca, lo que no admite parangón —según nuestro autor— con otro países que a lo que más que llegaron es a contar con dos universidades. En cuanto a extensión de dominios, potencia demostrada y organización política, cabe decir algo parecido. Inconmensurable resulta su extensión territorial, de un extremo a otro del planeta según la imagen tradicional de no ponerse el sol: «está tan dilatado y extendido [el dominio español], que de Oriente á Poniente, dando el sol vuelta al círculo del orbe, siempre va caminando por tierras y provincias que le son tributarias». Conviene en este punto destacar, con el número doce por delante, la cuidadosa enumeración de los doce altos Consejos de la Monarquía, comenzando por los Consejos de Estado y de Castilla, fiel y brevemente caracterizados a través de sus funciones, para terminar con el recuento de los Consejos territoriales, sin olvidar las audiencias y chancillerías, tanto peninsulares como americanas (excelencia número 3). Dejamos para el final los bienes y riquezas que desde la antigüedad dan brillo y singularidad a España frente a los demás países, sirviendo para enriquecer incluso a otras grandes potencias, como fue el caso del Imperio romano en épocas antiguas. Pero lo más característico de esta excelencia es lo que en los días de gloria de Céspedes podemos caracterizar como autarquía económica: «España encierra en sí cuanto necesitan los hombres, sin haber menester las ayudas que ella hace á diversas provincias que se aumentan y viven con las relieves de sus frutos y metales». Estamos ante un cuadro un tanto idealista que muy pronto se verá desmentido por la decadente evolución histórica del país.

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7 ROJAS de VILLANDRANDO EN ENTREDICHO Vamos a introducir ahora un tema diferente a los planteados hasta el momento. Si antes en cada apartado hemos pasado revista a los distintos autores, ahora nos enfrentamos a la obra de un solo autor. Y lo hacemos con la idea de detectar algo que hasta ahora, a lo que parece, ha pasado desapercibido: el aprovechamiento indiscriminado y torticero de una de las obras que han marcado un hito en la crítica a la situación económica, hacendística y demográfica a comienzos del siglo xvii por parte de un autor que logró general consideración en su época. Vamos a confrontar, pues, a González de Cellorigo con Rojas de Villandrando; y para que no haya dudas al respecto ofrecemos los textos a doble columna, a través de los cotejos realizados entre uno y otro autor. Son muchos los textos puestos en paralelo —a riesgo de apurar la paciencia del lector— aunque sólo sea a título de ejemplo. Pero antes diremos algo sobre el autor y su obra literaria para tratar de centrar el tema. De las tres obras publicadas por Agustín Rojas de Villandrando sólo el Viaje entretenido ha suscitado una cierta atención por parte de historiadores y estudiosos de nuestra literatura. El buen Repúblico aún no ha sido objeto en nuestra época de una edición mejor o peor configurada, salvo en lo relativo a los pasajes tocantes a la ciudad de Zamora; 1 mientras que la obra de teatro El natural desdichado, a pesar de existir dos ediciones modernas sobre el particular, ha pasado prácticamente desapercibida dentro del rico panorama teatral de la época. 2 En cualquier caso, incluso en lo relativo al Viaje, quedan muchos aspectos por analizar, empezando por el manejo de las fuentes o por la posible procedencia de los materiales eruditos empleados en su estructuración, aparentemente amplios y variados. Comencemos por una   Historia de Zamora sacada del buen Repúblico (1990).   Rojas de Villandrando (1939).

 

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aproximación de carácter general a esta obra, para entrar luego algo más a fondo en las páginas de El buen Repúblico, tan poco frecuentadas en nuestros días, a lo que parece. Ya el propio título de la obra más famosa de las tres aquí mencionadas puede servirnos de guía en nuestros planteamientos. El Viaje lo realizan cuatro miembros o representantes de la farándula (tanto «guionistas» como actores propiamente dichos) en gira teatral por diversos lugares de la geografía española. Queda fuera de la exposición todo lo relativo a las representaciones teatrales en sí mismas o a los incidentes que hubieran podido surgir al hilo del espectáculo. Y ello con independencia de que se apunten datos de lo sucedido a los comediantes unos años antes. Lo que importa resaltar ahora son las conversaciones y pláticas mantenidas por los contertulios en su lento discurrir viajero de una a otra localidad. Y, como los temas tratados por los contertulios pretenden ser de lo más variado y ocurrente, puede resultar lógico pensar que el viaje en cuestión fuera calificado de entretenido, tomando en consideración los gustos y preferencias de un potencial lector de la obra. Y si a todo ello se añade la carga erudita que se despliega aquí y allá —a veces en forma un tanto insistente y machacona—, se comprende asimismo que algunos intérpretes de nuestros días hayan invocado al respecto el manido tópico del enseñar divirtiendo. 3 No podemos tratar aquí del abundante número y diversidad de temas tratados por los contertulios, en forma tan amigable y por lo general sin apenas diatriba, con una participación muy activa y puntera del propio Rojas, de carne y hueso, que aprovecha la ocasión para embutir en tan largo recorrido loa tras loa —hasta ocupar con este artificio literario buena parte de la obra—, entendiendo por loas las piezas menores de teatro que sirvieron en su día a modo de introducción de la obra principal que se trataba de representar; loas que en época de Rojas estaban ya en franca decadencia. Variedad, pues, en la temática de conjunto: elogios y acumulación de pormenores sobre las localidades visitadas con algunos datos económicos sobre la marcha; condición y papel asignado a la mujer; particularidades de la farándula; y así sucesivamente. Sin olvidar la novela caballeresco-pastoril sobre los amores y arrebatos de Leonardo y Camila, escrita en límpido estilo, a veces en claro contraste con el resto de la obra. En cuanto a las fuentes, ya Cirot encontró paralelismos, en ocasiones al pie de la letra, entre el Viaje y las Epístolas de Fray Antonio de Guevara. Pero semejante dirección investigadora, articulada con tal grado de minuciosidad, no ha sido posteriormente proseguida, salvo en el caso de Avalla-Arce que ha logrado localizar pasajes de la obra que han sido fiel traslado de una obra histórica de la época. 4 Sin entrar por ahora en el análisis pormenorizado en las fuentes manejadas, sí conviene destacar que Rojas se ufana por haber manejado diversos libros a la hora de la composición de la obra, aunque deslice sobre la marcha la posibilidad de algún   Como es el caso de Jean Pierre Ressot en su edición de El Viaje entretenido (1972).   Avalle-Arce (1978), pp. 255-280.





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manejo un tanto fraudulento de materiales ajenos, justamente antes de explayarse, en una de sus loas, en la festiva defensa de la actuación de los ladrones. 5 En el caso de El buen repúblico la investigación sobre las fuentes manejadas adquiere especial importancia y curiosos perfiles, que vamos a tratar de especificar de la forma más clara y directa posible, a doble columna —insistimos—, para que no haya lugar a dudas sobre el particular. En una primera aproximación —si se tiene especialmente a la vista el título de la obra— pudiera dar la impresión de encontrarnos ante una producción de pensamiento político, con la definición de soberanía a la cabeza, y con una muy amplia proyección en el ámbito económico y social. Solo que la obra abarca otro tipo de materiales y consideraciones al modo de una miscelánea en la línea marcada unos años antes por el Viaje entretenido. De ahí que Jean Pierre Ressot, al editar el Viaje, haya insistido en las estrechas conexiones entre ambas obras, aunque un tanto exageradamente, dicho sea de paso. 6 En cualquier caso interesa aquí reparar en las fuentes de inspiración de Rojas en lo referente a los aspectos aquí apuntados en primer lugar. Digámoslo directamente y a la llana: Rojas para montar su teorización política, económica y social utiliza una obra que en ningún momento aparece directamente citada. Nos referimos al Memorial de la política necesaria y útil restauración a la República de España de Martín González de Cellorigo, bien conocida de nuestros historiadores de la economía. Y ello sucede incluso a la hora de facilitar alguna cita indirecta como al manejar la conocida definición de la República en el siguiente sentido: Dizen que es un justo gobierno de muchas familias y lo común a ellas con suprema autoridad. 7

   He aquí el animado diálogo mantenido por Rojas y Agustín Ríos a propósito del trabajo que ha tenido que desarrollar al componer las loas: «Rojas: Algunos libros he revuelto para hacerlas. Sol: No es de pequeña alabanza saber un hombre aprovecharse bien de lo que hurta, y que venga a propósito de lo que trata. Rojas: ¿Qué hombre hay en el mundo que no hurte y se aproveche de algo ajeno? Porque todo lo más que hoy se escribe (si bien se mira) está ya dicho; pero el buen estilo con que se dice es justo que se celebre. Y a este propósito os diré una loa en alabanza de los ladrones, que os ha de parecer buena». Rojas de Villandrando (1972), p. 460.    Rojas de Villandrando (1972), pp. 17-23. Ressot llegará a decir: «Aunque el tono y la forma son diferentes [de El viaje entretenido y El buen Repúblico], sorprende la profunda identidad del contenido enciclopédico en ambas obras. Dejando aparte algunas novedades, como los comentarios propiamente políticos o las reflexiones sobre la moneda, encontraremos la misma materia bíblica, histórica (antigua y moderna), arqueológica, geográfica, hidrográfica, astrológica, hagiográfica, etc. Lo todo sin ninguna originalidad, como era de esperar, en un libro de carácter resueltamente enciclopédico, pero de notable interés como muestra de los conocimientos comunes de un hombre medianamente culto en aquella época» (p. 21).    Rojas de Villandrando (1611), p. 275.

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En principio aparece ahora recogida la famosa definición de J. Bodin sobre la República, según la traducción al castellano de Gaspar de Añastro. 8 Hasta aquí todo pudiera resultar más o menos normal. Y lo curioso es que Rojas en alguna ocasión se referirá a diversos autores de pensamiento político, entre los cuales se encuentran el propio Bodin o su discípulo Pierre Gregoire. Cabría pensar en principio que Rojas acude directamente a las fuentes citadas. Pero sucede que la definición de República, con el «dizen» por delante, ha sido tomada directamente de la obra antes citada de González de Cellorigo. Y a partir de aquí podemos aportar multitud de páginas de Rojas procedentes siempre del mismo origen. Veamos algunos significativos ejemplos de tal modo de actuar. Para empezar podemos recordar el conocido pasaje sobre la quimérica fundamentación de la riqueza por parte de los españoles de la época, hace unos años traído a colación por el gran Pierre Vilar: 9 Y el no aver tomado suelo procede de que la riqueza ha andado y anda en el ayre, en papeles y contractos, censos, y letras de cambio, en la moneda, en la plata y en el oro. (Vilar, p. 204).

Procede de que la riqueza ha andado y anda en el ayre, en papeles y en contratos, censos, letras de cambio, en la moneda, en la plata y en el oro. (El buen Repúblico, p. 277).

O el siguiente fragmento, recordado también por gran historiador francés: No parece sino que se han querido reducir estos reynos a una república de hombres encantados que viven fuera del orden natural. (Vilar, p. 442).

Y por cuanto se ha quitado y sacado todo lo bueno de los buenos y se ha dado a los que usan tan mal de ello que haciendo una república de gente encantada. (El buen Repúblico, p. 172).

En cuanto a las citas de Bodino responden al mismo esquema repetitivo: Juan Bodino siguiendo al mismo Platón, en el más oscuro lugar que escribió dice que las Repúblicas vienen a perderse cuando la armonía falta, y que ello sucede cuando la proporción de los número acordes, perfectos, imperfectos, cuadrados, cúbicos y esféricos, y en toda

Bodino trata del declinar de las repúblicas […] en proporción a los números acordes, perfectos, imperfectos, cuadrados, cúbicos, esféricos y en toda suerte de proporción. Pasa de la armonía a la desabrida discordancia del número

   Puede verse la definición (versión de Añastro) en vol. I, p. 267 de nuestra edición de Los Seis libros de la República.    Vilar (1964).

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suerte de proporción, pasa de la armoniosa a la desabrida discordia del número de años. (González de Cellórigo, p. 14).

cero. (El buen Repúblico, p. 12).

Algo parecido sucede con las referencias a la historia romana en relación con las edificaciones de uno de sus cónsules: En tiempo que el Cónsul Marco Marcelo En tiempo que el cónsul Marco edificó un templo a la honra y la virtud, Marcello edificó un templo a la donde, para que los sacrificios no se honra y a la virtud donde para que confundiesen, levantaron puerta de los sacrificios no se confundiessen suerte que para entrar en el templo del levantaron una pared con la que honor se pasase primero por el de la dividieron el templo en dos partes y virtud. le hicieron puerta de suerte que para (González de Cellorigo, p. 191). entrar en el templo del honor pasaban primero por el de la virtud. (El buen repúblico, p. 57).

O con más extensión, al tratar de la dedicación a la agricultura de los romanos y de algunos otros pueblos con sus emperadores al frente: Entre las loas del Emperador Antonio Pío fue la más principal de que hubiese sido labrador. Para poder usar de este oficio dicen las historias que Diocleciano dejó la gran monarquía de sus estados y se recogió en Salona, adonde, viéndole a pedir por merced Herculeo y Galerio que tornase al imperio les respondió que si ellos hubieran visto las plantas puestas por su mano en Salona no le tentaran otra vez con lo que para aquel ministerio había dejado, en cuyo ejercicio también dicen le siguió el Emperador Teodosio. Plinio, Teófrates y otros cuentan del rey Agamenón, que ellos llaman Rey de Reyes, que fue dado a la labranza y crianza que hizo todo lo que un buen labrador podía hacer. Lo mismo se dice de su hermano Menelao y de Masinisa, rey de Numida; se cuenta que cuando entró en su tierra estaba basta y sin fruto, y por su buena

Y entre las loas de el Emperador Antonino Pío fue la más principal de que ubiesse sido labrador. Para poder usar deste officio dicen las historias que Diocleciano dexó la gran monarchía de sus estados y se recogió en Salona, adonde viéndole a pedir por merced Herculeo y Galieno que tornasse al imperio les respondió que si ellos ubieran visto las plantas puestas por su mano en Salona no le tentaran otra vez con lo que para aquel ministerio abía dexado, en cuyo exercicio también dicen le siguió el Emperador Theodosio. Plinio, Theóphrasto y otros cuentan del rey Agamenón, que ellos llaman Rey de Reyes, que fue dado a la labranza y crianza que hizo todo lo que un buen labrador podía hazer. Lo mismo se dice de su hermano Menelao y de Massinissa, rey de Numidia se cuenta que quando entró en su tierra estaba basta y sin fructo, y por su buena

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industria y ejercicio de la labranza la industria y exercicio de la labrança la hizo fructífera. En otra parte, Plinio hizo fructífera. En otra parte, Plinio tiene por tan ilustres a los labradores tiene por tan illustres a los labradores que dice que antiguamente algunos que dice que antiguamente algunos Emperadores cultivaron la tierra por Emperadores cultivauan la tierra por su propia mano. Es en fin la labranza, su propria mano. Es en fin la labrança como dice Columela, un noble y (como dice Columela) un noble y liberal modo de aumentar la hacienda liberal modo de augmentar la hacienda de que todos nos podemos mucho de que todos nos podemos mucho preciar en tanto grado que, según preciar en tanto grado que, según Aristóteles, es muy conforme al orden Aristóteles, es muy conforme al orden natural en todas las ocupaciones natural en todas las ocupaciones humanas, porque si por naturaleza humanas. Porque si por naturaleza todas la cosas son criadas de su madre todas la cosas son criadas de su madre la tierra y naturalmente nadie puede la tierra y naturalmente nadie puede vivir sin ellas, cosa clara es que lo vivir sin ellas, cosa clara que es, lo que el labrador hace es lo más que el labrador hace es lo más principal. Demás de que semejantes principal. Demás de que semejantes ocupación aprovecha mucho, como ocupación aprovecha mucho (como dice este mismo filósofo, para hacer dice este mismo philósofo) para hazer fuertes a los hombres, que los fuertes los hombres, que los acostumbra a trabajar para resistir a acostumbra al trabajo para resistir a los enemigos, sin que se pueda los enemigos, sin que se pueda atribuir a rusticidad semejante trato. atribuyr a rusticidad semejante trato. (González de Cellorigo, 81-82). (El buen repúblico, pp. 65-66).

Y lo que acabamos de referir en relación con las faenas agrícolas se amplía también a los mercaderes de alto porte: Porque nuestros Doctores tratan más ásperamente a los mercaderes, tan necesarios en las Repúblicas en que muy levantados de ingenio se han más fácilmente engañado, será necesario usar de la misma distinción que en los labradores tenemos hecha, para no confundir los términos y componer las opiniones y diversidad de leyes, que en razón de esto están discordes. Porque, supuesta la necesidad que de ellos hay para el bien común de todos, es necesario advertir que tres cosas hacen a los mercaderes nobles o innobles: la calidad, la cantidad del trato y

Aunque algunos Doctores tratan ásperamente a los mercaderes, tan necessarios en las Repúblicas en que muy levantados de ingenio se han más fácilmente engañado, será necesario usar de la misma distinción que en los labradores tenemos hecha, para no confundir los términos y componer las opiniones y diversidad de leyes, que en razón desto están discordes. Porque, suppuesta la necessidad que dellos ay para el bien común de todos, es necessario advertir que tres cosas hazen a los mercaderes nobles o ignobles: la calidad, la cantidad de el trato y

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costumbre de la tierra. En cuanto a la calidad, si el trato es calificado y en cosas grandes y lo más del fuera del Reino, con correspondencia en las ferias y universidades diputadas por el común de todos los tratantes, y la cantidad es copiosa y en diferentes tratos sin estar atenida a uno solo, no hay ley que diga que el que esto siguiere deje de ser noble y muy honrado, digno de todos los cargos honrosos de la República y merecedor de autoridad en ella, tanta cuanta se debe al que es más ilustre y más aventajado. Este genero de trato se tuvo por tan noble, que usaron del el Emperador Vespasiano, el Emperador Elio Pertinax y el Rey Tarquino Prisco, por sobrenombre el Bueno, el cual no sólo fue hijo de mercader, mas no se despreciando de tal padre él mismo siendo Rey usó el trato de la mercancía. (González de Cellorigo, pp. 84-85).

costumbre de la tierra. En quanto a la calidad, si el trato es calificado y en cosas grandes y lo más del fuera de el Reyno, con correspondencia en las ferias y universidades diputadas por el común de todos los tratantes, y la cantidad es copiosa y en differentes tratos sin estar atenida a uno solo, no ay ley que diga que el que esto siguiere deje de ser noble y muy honrado, digno de todos los cargos honrosos de la República y merecedor de authoridad en ella, tanta quanta se debe al que es más illustre y más aventajado. Este genero de trato se tuvo por tan noble, que usaron del el Emperador Vespasiano, y el Emperador Elio Pertinax y el Rey Tarquino Prisco, por sobrenombre el Bueno, el qual no sólo fue hijo de mercader, mas no se despreciando de tal padre él mismo siendo Rey usó el trato de la mercancía. (El buen repúblico, p. 82).

Insistimos en el hecho de que no se trata de haber aprovechado algunos fragmentos sueltos de Cellorigo; una y otra vez Rojas utiliza para componer su obra largos pasajes de ajena elaboración sin la menor indicación de su procedencia. Para probarlo cumplidamente será necesario realizar algunos cotejos complementarios sin pretender naturalmente agotar la materia para lo que sería necesario todo un libro de no poca extensión. Es bien significativo lo que sucede ya al principio de la obra al tratar Rojas de la peste de asoló Sevilla, que viene a coincidir punto por punto con la exposición de Cellorigo en relación con la ciudad de Valladolid. A Rojas le han bastado unos cuantos retoques —como cambiar Valladolid por Sevilla— y algunas supresiones para hacer pasar por propio lo de ajena pertenencia. O porque la constelación había llegado, o porque los seminarios del contagio habían crecido, o porque el Señor fue servido con la multitud de la gente, se comenzaron a sentir enfermos muchos, y haberse tan declarado el mal, que luego se alborotó nuestra ciudad y poco a

O porque la constelación abía llegado, o porque los seminarios del contagio abían crecido, o porque el Señor fue servido con la multitud de la gente (como bien sabeys) se començaron a sentir enfermos muchos, y averse tan declarado el mal, que luego se alborotó nuestra insigne ciudad y poco

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poco se fue encendiendo; de suerte que parecía venía convertido en un espíritu que discernía las cosas, con ser naturales en los acontecimientos que hacía, en andar buscando los rincones de las cosas, en esperar a los más cautos y herir a los más mirados, en llevar unos y disimular con otros, en descuidar con el más descuidado y asir del más cuidadoso, en echar mano del más fuerte y no hacer caso del más flaco, en sanar al enfermo y matar al sano, a los que estábamos esperando su golpe nos perecía que traía nómina y padrón de los que habían de quedar vivos y de los que habían de ser muertos, y como los sucesos de esto pendían de los ocultos juicios de Dios a todos hacía andar con cuidado y a muchos sacó de pecado. (González de Cellorigo, p. 23).

a poco se fue encendiendo; de suerte que parecía venía convertido en un spíritu que discernía las cosas, con ser naturales en los acontecimientos que hazía, en andar buscando los rincones de las cosas, en esperar a los más cautos y herir a los más mirados, en llevar unos y dissimular con otros, en descuydar con el más descuydado y asir del más cuydadoso, en echar mano del más fuerte y no hacer caso del más flaco, en sanar al enfermo y matar al sano. A los que estávamos esperando su golpe nos perecía que traía nómina y padrón de los que abían de quedar vivos y de los que abían de ser muertos, y como los sucessos desto pendían de los ocultos juyzios de Dios a todos hazía andar con cuydado y a muchos sacó de pecado. (El Buen repúblico, pp. 6-7).

A continuación se suprime el epígrafe que introduce Cellorigo para proseguir luego con el mismo sistema de copia: En cuanto a ser mal pestilente se echa de ver luego, aunque algunos médicos en nuestra ciudad no lo conocieron en sus principios y cuando se pudieran atajar grandes males, porque dijeron que no se pegaba y pareció después lo contrario por los mismos efectos. Lo cual fue causa para que no hubiese recato ni en la comunicación, ni en el contacto, ni en las visitas, que después visto el daño se excusaron estando ya encendido el mal. Fue error grande de la Física, porque aunque todas las ciencias son ciertas y los que las profesan son los que las yerran. Debíase advertir en ella que, si a los principios no se pegaba, era por no haber llegado la malignidad de la constelación, ni estar los cuerpos dispuestos con la coherencia del mal,

Y aunque este mal pestilente se echa de ver luego, algunos médicos no lo conocieron en sus principios y quando se pudieran atajar grandes males, porque dixeron que no se pegaba y pareció después lo contrario por los mismos effectos. Lo qual fue causa para que no uviesse recato ni en la communicación, ni en el contacto, ni en las visitas, que después visto el daño se excusaron estando ya encendido el mal. Fue error grande de la Physica, porque aunque todas las sciencias son ciertas, los que las professan son los que las yerran. Debíase de advertir en ella que, si a los principios no se pegaba, era por no aber llegado la malignidad de la constelación, ni estar los cuerpos dispuestos con la coherencia del mal, pero que llegada la fuerça del

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pero que llegada la fuerza del contagio a ser mayor y a disponer más los sujetos, había de obrar como en otras partes y no acordar, —en esto estuvo todo el daño y lo estará donde esta constelación llegare. Y así por cuenta de las vidas de muchos se vio después el desengaño, el cual vino a tanto rompimiento que, entrando a las casas de los enfermos, inficionaba y mataba, y con sólo llegar a la ropa de un apestado morían los hombres, de tal manera que los que se salieron fuera sólo por ir tocados del aire lo pasaron peor. (González de Cellorigo, p. 24).

contagio a ser mayor y a disponer más los subjectos, abía de obrar como en otras partes y no acordar, en esto estuvo todo el daño no solo en nuestra ciudad de Sevilla pero en toda España y lo estará donde esta constelación llegare. Y ansí por cuenta de las vidas de muchos se vio después el desengaño, el qual vino a tanto rompimiento que, entrando a las casas de los enfermos, inficionaba y mataba, y con sólo llegar a la ropa de un apestado morían los hombres, de tal manera que los que se salieron fuera sólo por yr tocados del ayre lo passaron peor. (El buen repúblico, pp. 7-8).

De nuevo desaparece el epígrafe de Cellorigo para seguir Rojas luego con el mismo método: No se puede negar, para que de ello estén advertidos los demás pueblos del Reino, sino que el más eficaz remedio de esta enfermedad, según los que de ella escriben, es el huir; mas si es en perjuicio de sus pueblos y contra las fuerzas de la caridad, tal huida será la misma que se imputa a los desertores de la milicia, así porque muchos de los que huyen podrían aprovechar sus lugares en muchas cosas como porque faltarían al socorro de los pobres y a la obligación de sus oficios y a la caridad de sus próximos. El huir de este mal es cierto que se puede fundar en buena política, porque se disminuye la multitud en que se rehace la enfermedad. Y aunque los pueblos parece se despueblen, no es por su mal, sino por su bien, porque después tornan a su grandeza con los que con el huir conservaron sus vidas, y quedan los demás holgados y menos ahogados, de que resulta conservarse

Y aunque no se puede negar que el más eficaz remedio de esta enfermedad, según los que de ella escriben, es el huyr; mas si es en perjuyzio de sus pueblos y contra las fuerças de la charidad, tal huyda será la misma que se imputa a los desertores de la milicia, ansí porque muchos de los que huyen podrían aprovechar a sus lugares en muchas cosas como porque faltarían al socorro de los pobres y a la obligación de sus officios y a la charidad de sus próximos. El huyr de este mal es cierto que se puede fundar en buena policía, porque se disminuye la multitud en que se rehaze la enfermedad. Y aunque los pueblos parece se despueblan, no es por su mal, sino por su bien, porque después tornan a su grandeza con los que con el huyr conservaron las vidas, y quedan los de más holgados y menos afligidos, de que resulta conservarse más gente en sanidad, para bien de los pueblos, ansí de parte de los que

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más gente en sanidad, para bien de los pueblos, así de parte de los que quedan como de los que se van, lo que no sería si todos se quedasen. Y así los doctores, médicos y juristas lo aconsejan; los unos en buena medicina y los otros en buena política. Pero si la salida es como la que algunos hacen de más, que a ella en la forma y en el modo resisten las reglas de la medicina y las ordenanzas de la política, no es sino para hacer daño a los que quedan y aumentar la ruina y perdición de sus pueblos. En cuanto a la medicina, es evidencia entre los que la profesan que el huir de la peste ha de ser con tres requisitos, de que sea luego, y lejos, y volver tarde, y no el uno sin el otro; en los cuales casi todos los que se van y ausentan en todo faltan, y los que no en todo, en la parte que basta para pasarlo muy peor que los que quedan. Porque los que se van luego se quedan cerca, y los que lejos se salen tarde, y todos, o los más, compelidos del mal se vuelven presto y ajuntando más mal a mal, y enfermedad que comienza a enfermedad que acaba hacen mucho peor su constitución, como se vio en nuestra ciudad, que cuando convalecía los que se salieron la entraron comenzando en sus dolencia los más dellos. (González de Cellorigo, pp. 24-25).

quedan como de los que se van, lo que no sería si todos se quedassen. Y ansí los Doctores, Médicos y Iuristas lo aconsejan; los unos en buena medicina y los otros en buena policía. Pero si la salida es como la que algunos hazen, demás de que a ella en la forma y en el modo resisten las reglas de la medicina y las ordenanças de la policía, no es sino para hazer daño a los que quedan y aumentar la ruyna y perdición de sus pueblos. En quanto a la medicina, es evidencia entre los que la proffesan que el huyr de la peste ha de ser con tres requisitos, de que sea luego, y lejos, y bolver tarde, y no el uno sin el otro; en los quales casi todos los que se van y ausentan en todo faltan, y los que no en todo, en la parte que basta para passarlo mal y muy peor que los que quedan. Porque los que se van luego se quedan cerca, y los que lexos se salen tarde, y todos, o los más, compelidos del mal se buelven presto y ajuntando más mal a mal, y enfermedad que comienza a enfermedad que acaba hazen mucho peor su constitución, como vimos en Sevilla, que quando convalecía los que se salieron la entraron comenzando en sus dolencia los más dellos. (El buen repúblico, pp. 8-9).

Se trata luego de la huida de muchos vecinos de Sevilla ante la acometida de la peste para finalmente verse obligados los supervivientes a regresar a casa, tras dejar subrayada por parte de las dos obras la obligación que tienen los médicos de curar en tales circunstancias a los más necesitados, carentes de medios económicos para pagar el coste de sus tratamientos e intervenciones. Sólo en ocasiones introduce Rojas de su cosecha alguna invocación dirigida a esos médicos que luchan por salvar vidas en plena vorágine pestífera. 10 10   No haremos más cotejos expresos en este punto concreto. Bastará, en tal sentido, comparar Cellorigo (1991), pp. 27-28 con lo expuesto por Rojas en pp. 8 y ss., para ver como la copia descarada continúa.

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Resulta asimismo curioso e ilustrativo el modo que tiene Rojas de tomar nota de lo apuntado por Mateo Vilany a mitad del siglo xiv sobre la peste procedente de Asia, extendida por distintos puertos europeos a través de las galeras que surcaban el mar Mediterráneo. Si Cellorigo en este punto señala la fuente de inspiración, Rojas, al modo habitual, incorpora todo ese material sin una sola referencia a uno u otro autor: Copia de lo que Mateo Vilany Florentin, en el libro primero de la historia de su tiempo, escribió según su estilo italiano.

Quan general fue el mal que sucedió en la ciudad de Florencia y de los daños y muertes que del resultaron así en aquel reino como en otros muchos.

Vióse en los años de Cristo de su salutífera Encarnación de mil y trescientos y cuarenta y seis la conjunción de los tres superiores planetas en el signo de Acuario, de la cual conjunción se dijo por los Astrólogos que Saturno fue el señor de donde pronosticaron al mundo grandes y graves novedades, mas en semejante conjunción por los tiempos pasados muchas otras veces se había visto la influencia de ella por otros particulares accidentes. No pareció ocasión de esta mortad, más antes divino juicio, según la disposición de la absoluta voluntad de Dios. Comenzóse en las partes de Oriente en el año dicho, hacia el Catayo y la India superior y en las otras provincias circunstantes a las marinas del Océano, una pestilencia entre los hombres de toda condición, de toda edad y sexo, que morían quien en dos y quien en tres días, y algunos tardaban en morir más; y acontecía que quien servía a estos enfermos, pegándosele este mal de aquella misma corrupción, enfermaban incontinenti y morían de la misma manera, y a los más se les hinchaba la ingle y a muchos debajo del brazo diestro o siniestro, y a otros en otras partes del cuerpo, que casi

Vióse en los años de Cristo de su salutífera encarnación de mil y trezientos y quarenta y seys la conjunción de los tres superiores planetas en el signo de Aquario, de la qual conjunción se dijo por los Astrólogos que Saturno fue el señor de donde pronosticaron al mundo grandes y graves novedades, mas en semejante conjunción por los tiempos pasados muchas otras vezes se avía visto la influencia della por otros particulares acidentes. No pareció ocasión desta mortandad, más antes divino juyzio, según la disposición de la absoluta voluntad de Dios. Començose en las partes de Oriente en el año dicho, azia el Catayo y la India superior y en las otras provincias circunstantes a las marinas del Océano, una pestilencia entre los hombres de toda condición, de toda edad y sexo, que morían quien en dos y quien en tres días, y algunos tardaban en morir más; y acontecía que quien servía a estos enfermos, pegándosele este mal de aquella misma corrupción, enfermaban en continente y morían de la misma manera, y a los más se les hinchaba la ingre y a muchos debajo del braço diestro o siniestro, y a otros en otras partes de el cuerpo, que casi

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generalmente la pestilencia de este generalmente la pestilencia de este mal se demostraba con alguna mal se demostraba con alguna hinchazón singular en el cuerpo inchazón singular en el cuerpo apestado, y vino de tiempo en tiempo, apestado, y vino de tiempo en tiempo, y de gente en gente, aprehendiéndose. y de gente en gente, aprehendiéndose. Y en el término de un año se extendió Y en el término de un año se estendió por la tercera parte del mundo, que se por la tercera parte del mundo, que se llama la Asia, y en lo último de este llama Asia, y en lo último deste tiempo se pegó a las naciones del mar tiempo se pegó a las naciones del mar mayor y a las riberas del mar Tirreno Mayor y a las riberas del mar Tyrreno en la Soria y Turquía, hacia Egipto, en la Suria y Turquía azia Egipto, y en las riberas del mar Rojo y, de la y en las riberas del mar Roxo y, de la parte septentrional, la Rusia, Grecia parte septentrional, la Rusia, Grecia y Herminia y otras provincias y Herminia y otras provincias circunvecinas. En aquel tiempo se circunvezinas. En aquel tiempo se partieron del mar mayor, y de Soria, partieron del mar Mayor, y de Suria, y de Rumania, ciertas galeras de y de Romania, ciertas galeras de Genoveses y Catalanes por huir de la Genoveses y Catalanes por huyr de la muerte, y no pudieron escapar, que muerte, y traxeron sus mercancías a gran parte de ellos no muriese en la Italia, y no pudieron escapar, que gran mar de aquella enfermedad, y parte de ellos no muriesse en la mar de arribando a Sicilia, conversaron con aquella enfermedad, y arribando a los de la tierra y dejaron allí de los Sicilia, conversaron con los de la tierra y enfermos que traían, y luego se dexaron allí de los enfermos que trahían, comenzó aquella pestilencia entre y luego se començó aquella pestilencia los Sicilianos. Y viniendo aquellas entre los Sicilianos. Y viniendo aquellas galeras a Pisa y después a Génova galeras a Pisa y después a Génova por la conversación de los que en por la conversación de los que en ellas venían, comenzó la mortandad ellas venían, començó la mortandad en estos lugares, mas no general. en estos lugares, mas no general. Después, llegado el tiempo ordenado Después, llegado el tiempo ordenado de Dios para estas tierras, toda Sicilia de Dios para estas tierras, toda Sicilia fue envuelta en esta mortal fue embuelta en esta mortal pestilencia y el Africa en sus marinas, pestilencia y el Affrica en sus marinas, y en las Provincia de hacia Levante y y en las provincias de azia Levante y en las riberas de nuestro mar Tirreno. en las riberas de nuestro mar Tyrreno. Y viniendo de tiempo en tiempo hacia Y viniendo de tiempo en tiempo azia Poniente, comprendió a Cerdeña y a poniente, comprehendió a Cerdeña y a Córcega y a las otras Islas de este mar Córcega y a las otras Islas de este mar y, de la otra parte, que es dicha y, de la otra parte, que es dicha Europa, de la misma manera llegó a Europa. De la misma manera llegó a las partes vecinas hacia el Poniente, las partes vezinas azia el Poniente, extendiéndose hacia el mediodía, con estendiéndose azia el medio día, con más áspero asalto que había hecho más áspero assalto que abía hecho debajo las partes Septentrionales. Y debaxo las partes septentrionales. Y en los años de Cristo de 1348 tuvo en los años de Christo de mil y trezientos

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esta enfermedad toda la Italia, salvo la ciudad de Milán y ciertos lugares circunvecinos, a los Alpes que dividen la Italia de Alemania, adonde gravó poco. Y en este mismo año comenzó a pasar a las montañas y extenderse en Proenza, y en Saboya y Delfinado y Borgoña, y por la marina de Marsella y de Aguas muertas, y por Cataluña y en la Isla de Mallorca, y en España y Granada. (González de Cellorigo, pp. 43-44).

y quarenta y ocho tuvo esta enfermedad toda la Italia, salvo la ciudad de Milán y ciertos lugares circunvecinos, a los Alpes que dividen la Italia de Alemania, adonde gravó poco. Y en este mismo año començó a pasar a las montañas y estenderse en Proença, y en Saboya y Delfinado y Borgoña, y por la marina de Marsella y de Aguas muertas, y por Cataluña y en la Isla de Mallorca, y en España y Granada. (El buen Repúblico, pp. 22-24).

Páginas después vuelve a ser común la temática y el tratamiento para uno y otro autor: que exista buena correspondencia entre el rey y el reino; 11 comparación del reino con la explotación de una heredad; 12 proporcionalidad de los tributos en relación con la riqueza de los ciudadanos; 13 excesiva distancia entre pobres y ricos con las consecuencias negativas que ello comporta 14 y, finalmente, medios sugeridos para superar los males existentes en el país. 15 Podemos decir, pues, que buena parte del Memorial de Cellorigo aparece trasladado tal cual —o con ligerísimas variantes— en El buen repúblico de Rojas, por lo que es difícil seguir a ciertos autores de nuestros días que han querido servirse de Rojas a la hora de exponer las ideas políticas de la España de la época, 16 como si se tratara de una autor de reconocida originalidad. Pero antes de terminar con este apartado quisiéramos recoger dos observaciones conclusivas. No harán falta más pruebas por ahora. Solo queda hacer una llamada de atención a los estudiosos de la época para que prosigan en el análisis de las fuentes manejadas. Y todo ello con independencia de la idea que se tenga en unas y otras épocas sobre lo que es o deje de ser un plagio. No creemos que exista un caso parecido de tan torcido aprovechamiento sobre economía y hacienda en toda la literatura o, al menos, hasta ahora no ha sido localizada ninguna obra semejante. Sin duda, el plagio ahora detectado —que nos ha hecho plantear este capítulo en forma distinta a los anteriores— pudo contribuir a su manera a la difusión de las ideas de Cellorigo, que para la situación de la ciencia económica de la época suponían todo un avance y una revulsiva llamada de atención, en contraste con las apolo  Cellorigo (1991), p. 125 y Rojas Villandrando (1611), pp. 293-295.   Cellorigo (1991), p. 153 y Rojas Villandrando (1611), p. 313. 13   Cellorigo (1991), pp. 154-155 y Rojas Villandrando (1611), pp. 314-315. 14   Cellorigo (1991), pp. 158-162 y Rojas Villandrando (1611), pp. 317-320. 15   Cellorigo (1991), pp. 163-165 y Rojas Villandrando (1611), pp. 320-322. 16   Recordemos en tal sentido a un especialista en la época de Felipe III, A. Feros (2002), pp. 404-405, con citas de El buen repúblico al lado de El gobernador cristiano de Juan Márquez. 11

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gías que solían circular sobre las excelencias de la Monarquía Española. Vaya lo uno por lo otro. En cualquier caso no hay que olvidar que el escritor que sirve de modelo en este punto no podía presumir enteramente de originalidad; basta hacer un cotejo de Cellorigo con J. Bodin, como tendremos ocasión de comprobar en otro momento.

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8 DOS TEMAS ESPECÍFICOS 8.1. Recordatorio literario del día de San Juan El día de San Juan ha sido contemplado a través de los tiempos como una fecha que hoy podríamos calificar de emblemática. A las circunstancias físicas —con la noche más corta o, si se quiere, el día más largo del año— se añaden otras consideraciones como la de constituir una importante festividad que se proyectaría de muy diversas formas en el calendario agrícola y comercial —duración de las labores del campo, fijación de las fechas para los contratos agrarios, celebración de ferias 1—, en la toponimia, con numerosos lugares bajo la advocación del santo predecesor o en la mitología popular, por poner sólo unos cuantos ejemplos significativos. Se ha llegado incluso a decir —por recordar un caso extremoso— que tan señalada fecha influiría también en el aumento de la tasa de natalidad de algunos colectivos, como el de los pastores trashumantes a su vuelta a casa tras prolongadas ausencias, sin dejar pasar la oportunidad en aquellos momentos de asueto de poder añadir algún nuevo vástago al círculo familiar. 2 Todo lo cual puede resultar suficientemente conocido a través de trabajos de geógrafos, historiadores, sociólogos y demás estudiosos de la vida social. 3 En cuanto a la literatura, al ser en tantos aspectos fiel reflejo de la mentalidad popular de la época, no podía pasar desapercibido tema tan significativo, como vamos a tratar de recordar con unos cuantos ejemplos fácilmente ampliables.   Las ferias de Villalón, por ejemplo, se celebraban por Cuaresma y San Juan. Cfr. H. Casado (2004), p. 103.    Tomamos tan curiosos datos del trabajo de Sanz Fernández (2003), p. 114.    Recordemos, por ejemplo, el conocido resumen sobre el particular de Caro Baroja (1946), p. 312. 

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Encontramos en textos literarios diversas referencias genéricas a día tan singular, según se desprende de unos cuantos ejemplos, sin entrar en precisiones o puntualizaciones a no ser para realzar la coincidencia de algún suceso con ese día. Recordemos simplemente como en el «Prólogo al lector» del Espejo de príncipes y caballeros de Marcos Martínez se dirá simplemente que el autor se quedó dormido en esa misma fecha. Por su parte, Miguel Moreno en El cuerdo amante nos advierte de que por indisposición de una de las protagonistas de la obra «no había gozado la mañana de San Juan». 4 Y en esa misma línea cabe recordar el dato recogido en El Menandro —compleja composición de Matías de los Reyes— sobre el nacimiento de uno de los personajes de la obra. 5 Y no digamos nada de pasajes del Romancero que repiten una y otra vez lo de la mañana de San Juan. Pero el día de San Juan da para mucho y dentro del día cobra singular importancia la alborada hasta llegar a proyectarse en composiciones de carácter popular. Una de esas composiciones nos ofrece el propio Cervantes en el Persiles:

La mañana de San Juan al tiempo que alboreaba. Sabemos que Cervantes en este punto ha seguido la pauta marcada por el Romancero; mientras que encontramos parecidos planteamientos en una obra de composición miscelánea El fabulario de Mey. 6 Por otra parte, es fácil registrar variantes sobre la citada composición como sucede con una obra de Espinel, en el Cartapacio de la Biblioteca de Palacio:

La mañana de San Juan al punto que alboreaba. Cabe esperar en principio que en esta noche mágica todo el pueblo se mantenga en pie y a la expectativa, mientras aguarda la luz del día; tan sólo los animales prosiguen sin especial contratiempo su ciclo vital, lo que explica que algún autor se dirija a pajarillos y aves en general para no perderse tan esperado amanecer, al modo de un auto sacramental poco conocido:

Despertar pajarillos aves despertad que amanece el alva de señor San Juan. 7   Miguel Moreno (1906), p. 61.   Matías de los Reyes (1909b), p. 351.    El fabulario aparece impreso en M. Menéndez Pelayo (1932), vol. III.    Coello, El reino en Cortes y rey en campaña en Loas y autos, mss. 528 de la Biblioteca Marqués de Valdecilla de la U.C.M., fol. 61v.  

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Y es natural que, dadas las fechas avanzadas del calendario, se piense para celebrar el día en rosas y flores:

La mañana de San Juan las flores florecerán. Con las mozas del lugar participando en la recogida floral:

La mañana de San Juan, mozas. vamos a coger rosas. Mientras que en algunas composiciones habrá que esperar a la noche para proceder a la recogida:

La noche de San Juan, mozas, bamonos a coger rrossas, mas la noche de Sant Pedro, bamos a coger aneldo. 8 Por lo demás, la fama y notoriedad de un día tan señalado se extenderá incluso a tierras musulmanas, con sus peculiares adaptaciones a tal celebración. 9 Frente al revuelo y alborozo de la fiesta no faltan posturas literarias de signo negativo, como cuando se emplean maldiciones o juramentos, según puede documentarse en la Autobiografía de Miguel de Castro, donde algún personaje llegará a proferir: «mala Pascua y mal San Juan os di. Y era día de San Juan». 10 Pero al lado de los testimonios populares algunos grandes escritores se ocupan del día de San Juan con un mayor grado de complejidad. Dos escritores que no pueden ser más significativos nos servirán para profundizar en el tema. Es lo que sucede con Pedro de Urdemalas de Cervantes, con toda su carga de ironía y festividad muy en la línea de la celebración. Ya la primera referencia la encontramos en una intervención del propio Urdemalas:

Esta noche de San Juan ya tú sabes cómo están del lugar las mozas todas    Estas tres últimas referencias pueden documentarse en Margit (1990), pp. 392, 523 y 513 respectivamente.    Encontramos referencias en tal sentido en Matías de los Reyes (1909b), p. 151. Luego veremos que Cervantes recuerda también datos en tal sentido. 10   Miguel de Castro (1956), p. 611. El título completo de la obra es: Libro que comenzó en Malta Miguel de Castro de su nacimiento y demas razones de su familia, según la que tenía y unas memorias que llevo a España, cuya razón va por principio, y sigue a ello varios tratados de su viaje desde la salida de España hasta la vuelta a ella como sigue…

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esperando de sus bodas las señales que les dan. 11 Nos encontramos, pues, ante una nueva temática. La mayor parte de las solteras del lugar se mantienen con el oído atento a la espera de captar alguna señal sobre sus amoríos que de algún modo les sirva de pistas o avisos sobre sus posibles bodas. Y para que no haya dudas al respecto una de las mozas —Benita, para más señas— vive su particular experiencia. Puesta en la ventana de su casa, el pelo al aire y los pies metidos en un bargueño espera ansiosa la señal:

Benita, el cabello al viento, y el pie en una bacía llena de agua, y oído atento, ha de esperar hasta el día señal de su casamiento; sé tú primero en nombrarte, en su calle, de tal arte, que claro entienda tu nombre. 12 La propia Benita nos vuelve a dar más datos sobre el tema a través de una larga invocación:

Tus alas, ¡oh noche!, estiende sobre cuantos te requiebran, y a su gusto justo atiende, pues dicen que te celebran hasta los moros de aliende. Yo, por conseguir mi intento, los cabellos doy al viento, y el pie izquierdo a una bacía llena de agua clara y fría, y el oído al aire atento. Eres noche tan sagrada, que hasta la voz que en ti suena dicen que viene preñada de alguna ventura buena a quien la escucha guardad. Haz que a mis oídos toque alguna que me provoque a esperar suerte dichosa. 13   Cervantes (1998), p. 158.   Cervantes (1998), p. 158. 13   Cervantes (1998), p. 170. 11

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No hará falta insistir en lo que viene a continuación: el nombre que suena en los oídos de Benita en trance tan señalado es el de un sacristán —uno de esos sacristanes de los entremeses cervantinos— que por un curioso trastrueque ocupará momentáneamente el lugar del verdadero pretendiente, un apuesto joven del lugar que lleva un nombre distinto al pronunciado. Tan complicado problema será resuelto por el buen tacto y habilidad desplegada por parte de Pedro de Urdemalas. Por su parte, el mencionado sacristán no se olvida de lanzar un dardo envenenado frente a tan ingenuas prácticas amorosas:

Que la vana hechicería que la noche antes del día de San Juan usan doncellas, hace que se muestren ellas de liviana fantasía. 14 Por otro lado Cervantes no se olvida de ambientar la Noche de San Juan con toda la parafernalia jardineril practicada en su época, no sólo con rosas y palmas, sino incluso con el añadido de elevados olmos y otras especies arbóreas:

Y en los árboles que ahora vendrán a enramar tu puerta, verás, cruel matadora, cómo en ellos se vee cierta la gran fe que en mi alma mora. Aquí verás la verbena, de raras virtudes llena, Y el rosal, que alegra al alma, y la vitoriosa palma, en todos sucesos buena. Verás del álamo erguido pender la delgada oblea, y del valle aquí traído, para que en tu puerta sea sobre al sol, gusto al sentido. 15 Para ofrecer después una sentida canción, con música de fondo, sobre la noche de las noches, que en su comienzo dice así:

Niña, la que esperas en reja o balcón,   Cervantes (1998), p. 173.   Cervantes (1998), pp. 174-175.

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advierte que viene tu polido amor. Noche de San Juan, el gran Precursor, que tuvo la mano más que de reloj, pues su dedo santo tan bien señaló, que nos mostró el día que no anocheció. 16 Mientras que en otra ocasión se insiste en las posibles transformaciones de las plantas más salvajes y agresivas en flores olorosas:

El fresno escabroso y robusta encina, puestos a la puerta do vive mi vida, verán que se vuelven, si acaso los mira, en matas sabeas de sacros olores, y espiras y zarzas se vuelven flores. 17 Sea como fuere, la solución al entrecruce de los amoríos con el sacristán de por medio la ofrece Pedro de Urdemalas con agudeza e ingenio sin par. Lo que nos permite pasar al tratamiento del tema que ofrece Lope de Vega. Pocos autores como Lope de Vega dedican tanto espacio al día que nos ocupa. Aparte de las simples alusiones en diversas obras dramáticas, Lope escribe una obra con el significativo título de La noche de San Juan. Paralelamente en Lo cierto por lo dudoso se recogen en su primera parte datos importantes sobre el particular que nos permiten completar el cuadro que venimos pergeñando. Veamos algunas de los aspectos más significativos. Conviene ante todo señalar que La noche de San Juan ofrece un muestrario bastante complejo de las intrigas galantes suscitadas entre dos figuras históricas, el rey Pedro I de Castilla y su hermano Enrique, que es quien a la postre se lleva la palma de tan amorosos lances. Son varias las mujeres que se sienten profundamente atraídas por Enrique, pero hay una que destaca sobre las demás en la que convergen las miradas de los hermanos. Pedro I sigue insistiendo en sus pretensiones amatorias hasta   Cervantes (1998), p. 176.   Cervantes (1998), p. 178.

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que al final termina por reconocer que su hermano es el preferido. En cualquier caso la impronta de día de San Juan se advierte sobre todo en la primera parte de la obra. Ya el comienzo mismo no puede ser más significativo

Enrique: En la noche de San Juan y la fiesta de Sevilla todo en esta ciudad es en extremo perfecto. Como lo es asimismo el calificativo de casamentero que recibe el santo protagonista de la noche con las mozas del lugar en pleno revuelo sentimental.

Enrique: No sé por Dios quien aplique a tu grandeza las cosas desta noche, si no pones el gusto en la oraciones y respuestas fabulosas en que han dado las doncellas haciendo casamentero a San Juan. En esto de las oraciones vuelve a insistir poco después otro personaje de la obra.

Todas están ocupadas, digo las más partes dellas, en su oración las doncellas y en sus hechizos las casadas. La nota crítica la aporta algún personaje nobiliario —el Maestre de Castilla— quien llegará a decir:

Mal fuego les queme, amén, que mal saben emplear la fiesta de tan gran santo. Sin que en tal sentido falten algunas referencias a los afeites empleados por las mujeres para mejorar su aspecto físico. Es una noche, por lo demás, en la que conviene mantenerse en vela, al decir del propio rey: «Es noche toda de fiesta». Lo que queda subrayado por algún contertulio:

Quien en esta noche se acuesta gusto o salud le faltó.

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No es de extrañar que Lope se fije con particular énfasis en las flores, jardines y altares improvisados para la celebración de la festividad, a través del relato sobre alguna moza enamoradiza:

Hize, en efecto, este altar a San Juan; robé las flores al jardín, y a los mayores naranjos su blanco azahar. Traxeron del alameda los olmos que ves aquí con que la sala por mi transformada en selva queda. Pero a pesar de tanto engalanamiento, la enamorada en cuestión no consigue captar fielmente el nombre del conde Enrique por mucho esfuerzo desplegado en la ocasión:

Recé, pero nunca oí por más que se lo supliqué si ha de ser el conde Enrique mi esposo. Se insiste en el hecho de tratarse de prácticas que no se corresponden con el despliegue ordenado de la razón. Y conviene recordar, por último, la insistencia que pone el rey don Pedro en el hecho de haber participado de algún modo en la composición de los altares amorosos, aunque a la postre sus amores resultasen contrariados. El día de San Juan fue objeto también de tratamiento costumbrista en una obra, por lo demás, de un cierto carácter misceláneo, recargada de citas eruditas y literarias, con Torcuato Tasso en un primer plano. Nos referimos a la Fastiginia del portugués Tomé Pinheiro da Veiga que dedica todo un capítulo a la temática aquí analizada. Pinheiro hace un recuento de los días para él más destacados del año 1605 a partir de Semana Santa. No hará falta indicar que el día de San Juan aparece especialmente señalizado como día de fiesta y divertimiento generalizado con todo el personal —altos y bajos— volcado en las celebraciones campestres, sin que falten naturalmente referencias a las prácticas amatorias del día del amor por antonomasia, a base de enramadas en las puertas y de esperas para las casaderas, con el oído atento a si surge alguna señal de amorosos requiebros. En breves trazos Pinheiro aborda el tema que ya hemos visto tratado literariamente con un cierto grado de complejidad: 18 No usan los castellanos hogueras ni altares, sino en su lugar enramadas, y hallamos esta mañana muchas puertas enramadas y con arcos de ramaje, y mástiles a   Pinheiro da Veiga (1989), p. 177.

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las puertas, que son fiestas que los enamorados hacen a las damas, enramándolas las puertas y principalmente los artesanos a aquellas con quienes tratan de casar. Decíamos nosotros que era poner el ramo a la puerta, para que se supiese que allí se vendía vino. También allí llegan las supersticiones de las deseosas de casarse, de ponerse a las ventanas, después de ciertas oraciones, a oír lo que habla el primero que pasa y tomar buen agüero de casamientos.

A todo ello hay que añadir las trovas improvisadas, las matracas de estudiantes o los cánticos y danzas que se prolongan hasta bien entrada la noche. Y esto no en el Madrid de los Austrias, sino en Valladolid, donde a la sazón residía la Corte, aunque por breve espacio de tiempo.

8.2. Las Cortes a través de la literatura del siglo xvii Durante mucho tiempo se ha mantenido por parte de la historiografía una imagen muy negativa de las Cortes de Castilla en la Edad Moderna. A partir de las Comunidades, y muy especialmente tras 1538, con la ausencia de los estamentos privilegiados como tales —nobleza y alto clero—, se llegó a pensar que la otrora prestigiosa institución asamblearia había entrado en franca decadencia ante la decisiva acometida del absolutismo real. Nos encontraríamos ante unas Cortes enteramente sometidas al rey, preocupadas más de obtener ventajas para los procuradores —ayudas de costa, hábitos de Órdenes Militares— que de la defensa de los intereses generales. Faltas de prestigio y operatividad, discurren monótonamente a lo largo del siglo xvii hasta dejar de convocarse en época de Carlos II, carentes de significación por su propia inercia, cuando ya su existencia no se consideró necesaria. Pero esa imagen deteriorada de las Cortes ha sido objeto de revisión en los últimos años, especialmente a través de una decisiva participación de la historiografía anglosajona. A partir de entonces, fueron consultados los cuadernos de Cortes —hasta entonces apenas tomados en consideración—, se revisaron los archivos, sin olvidar los archivos locales, y se pudo comprobar, a la postre, que esas Cortes habían desempeñado un papel nada desdeñable, hasta el punto de que en algunas ocasiones ofrecieron notoria resistencia ante las exigencias del poder soberano, muy especialmente en el plano hacendístico. Todo ello habría de tener algún reflejo en el mundo literario, según pensamos, por más que hasta ahora el tema haya sido dejado de la mano por parte de la historiografía. De ahí que, en esta ocasión, tratemos de recordar algunos ejemplos sobre el particular con la mirada puesta especialmente en el teatro del siglo xvii, a la espera de más extensas y ceñidas investigaciones. Comenzaremos nuestro breve repaso por un auto sacramental de título bien significativo: El Reino en Cortes y el rey en campaña de Coello; y nos adentraremos en su contenido para com-

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probar que los aspectos políticos e institucionales en nada desmerecen a los de índole religiosa. 19 La obra se abre con un largo parlamento del reino configurado como uno de tantos personajes teatrales; reino que desde un principio no cabe identificar exclusivamente con el reino de Castilla en particular —o si se quiere, con mayor precisión, con la Corona de Castilla— sino que extiende su representación al conjunto de la Monarquía Española, o como dirá expresamente «bien puedo llamarme España». Pues bien, de los problemas por los que atraviesa esa Monarquía tratará el parlamento en cuestión. Nos encontramos ante una España que se siente profundamente desgarrada, a pesar de su enorme extensión y de su tradicional y reconocido potencial políticoeconómico. Son muchas las tierras sujetas a su mando, aunque cabe advertir desde un primer momento que algunas de esas demarcaciones territoriales no se comportan como en principio cabría esperar.

Más de humores diferentes de provincias desunidas por la maldad de las gentes mis fuerzas miro extinguidas. Y no sólo eso. En diversos territorios de la Monarquía se producen algaradas y levantamientos. Incluso se puede constatar que ha estallado una especie de revolución frente a la tradicional obediencia al monarca español. Se comprende, para hacer frente a la situación, que se pida ayuda y colaboración a la figura de la justicia, cuya puesta como singular personaje dramático en escena no se hace esperar. Se establece así un diálogo entre las dos personificaciones institucionales —España y la Justicia— con lo cual se aportan nuevas precisiones sobre el grado de postración a que ha llegado la Monarquía con rebeliones que asolan la propia Península, desde Cataluña a Portugal. Y, por supuesto, a todo ello hay que añadir lo que viene sucediendo en Flandes, donde la guerra resulta ya imposible de detener. La situación resulta tan comprometida como para hacer peligrar la estabilidad del conjunto de la Monarquía. Habrá que buscar una salida a la situación, para lo cual es imprescindible sin demora la participación del rey. Ya, en presencia del rey, se vuelven a repetir las súplicas y quejas, esta vez con renovada argumentación: el Reino de España desde muy antiguo viene sufriendo dentro y fuera de su solar guerras cruentas y enormes sacrificios solo en defensa, no de sus intereses más inmediatos, sino en pro de la fe. Pero a la sazón cabe advertir un amplio deterioro de la situación, según palabras del rey: 19   Auto sacramental intitulado el Reyno en Cortes y rey en campaña, su autor don Antonio Coello en Autos Sacramentales, ms. 598, fol. 43r-71v conservado en la Biblioteca Marqués de Valdecilla de la Universidad Complutense. Al tratarse de un texto relativamente breve no hará falta ir reseñando el folio correspondiente a cada pasaje citado.

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Allá en los Países Baxos tantos años por la fe, aunque sepultura fue de mis hixos malogrados, no me dio tantos cuidados que antes era su inquietud escuela de la virtud que enseñaba a los soldados. Al tratarse ahora de una guerra dentro de las propias fronteras, una verdadera rebelión de «domésticos gusanos» al estilo de lo que devoraban a Job, la situación de los ejércitos hispanos no puede ser más penosa y comprometida, sin asomo de disciplina, con quejas y deserciones por doquier

Tus exércitos señor sin tu presencia divina están ya sin disciplina, todo es malicia y furor ninguno tiene temor a superior que le dan, de tus vanderas se van, y como abaxo no hay paga que al soldado satisfaga todos quejosos están. Ante semejante situación crítica, el Rey decide no dar más pábulo a los rebeldes, que deben deponer su actitud belicosa, al tiempo que se adopta una medida radical: el mismo rey en persona se pondrá al frente del ejército.

Yo en persona quiero hacer la guerra, saldré a campaña y haré la mayor hazaña de amor, venciendo escuadrones de afrentas y de baldones con el bastón de una caña. Es entonces cuando interviene la figura de la Justicia para tratar de disuadir al rey de semejante empresa tan arriesgada, que no va encaminada a domeñar en el extranjero a un rey poderoso, sino que se dirige al sometimiento de unos súbditos rebeldes. Lo mejor será, como en tantas ocasiones, que la propia Justicia —como tal personificación— se ponga también al frente de las tropas, tratando de poner remedio a la situación.

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Por su parte el rey mantiene su apuesta de seguir adelante con su decisión personalísima, no sin antes oír el dictamen del Consejo de Estado, por tratarse, naturalmente, de «materias de Estado». Pero, como dirá la Justicia, el Consejo ya estaba con anterioridad dispuesto a intervenir en semejantes materias en tanto el rey podría presidir directamente la reunión o escuchar los pareceres de los consejeros desde su propia ventanilla, como a la postre sucediera:

Cuanto dirán, lo escucho yo desde mi avierta tengo la ventana que sale al Consejo, donde ningún pensamiento esconde de mi la malicia humana por ella me asomaré al humano entendimiento. En cualquier caso, estamos ante específicos planteamientos políticos. Aunque hasta tal momento la obra ha girado ya en torno al mundo jurídico-político, es lógico que, tratándose de un auto sacramental, a partir de un determinado momento participen figuras de impronta religiosa, como la hipocresía, o el albedrío, que establecen diálogo defendiendo cada una sus respectivas posiciones, a través de un astuto manejo de los conceptos políticos por parte de la hipocresía, que se definirá como «política hipocresía», sabiendo ocultar la verdad con falaces apariencias y fingimientos, hasta terminar por identificarse con conceptos de amplio calado político (materia de Estado o estadista), vistos desde su perspectiva más negativa:

Llamo al engaño firmeza, soberbia a la verdad, materia de Estado a todo lo que es fingir y engañar, y en fin, estadista grande y hipócrita, pues igual es en los dos al oficio de saber disimular. En conformidad con tan aviesos planteamientos, la hipocresía trata de torcer la suerte de los ejércitos españoles enviados a Cataluña, y, tras reafirmarse en su condición de estadista, tratará de desvelar los propósitos ocultos del rey español, que, según su dictamen, no son otros que sojuzgar al mundo entero. Y en cuanto a Cataluña, ya en plena rebelión,

Todo a su ley a su imperio lo ha de querer sugetar

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y quitarte a ti los fueros de su verde livertad. Es toda una llamada a la rebelión frente a la Monarquía Española, que habrá de completarse con la intervención del rey francés, para lo cual la propia hipocresía sabrá buscar convincentes justificaciones, con la razón de Estado en primer plano, una vez más (fol. 57). Por su parte corresponderá a la figura de la justicia realizar la convocatoria de Cortes, a lo largo del extensísimo territorio de la Monarquía española:

Provincias del universo el rey os manda juntar a Cortes, el verbo suyo de su asiento ha de vaxar venid a escuchar su ley. Se trata de una convocatoria que cuenta con el refrendo religioso, según cabe advertir en las invocaciones a San Juan o a «las leyes del mundo a gracia». Mientras que por su parte el albedrío trata también de hacer valer su voz. Asistimos a un forcejeo entre una y otra figuración. La justicia insiste en la amplitud de su llamada a Cortes:

Hombres, a todos convoco, que todos votos tendrán, príncipal causa es común defender su libertad, ningún rincón de la tierra de mi esconderse podrá. No hay que decir que la convocatoria de Cortes surtiría efectos, a pesar de las dificultades con que se encuentras los procuradores para poder asistir.

Llegando a las Cortes van de los climas apartados que vario el tiempo engendró con abregos o con nortes, procuradores de Cortes de todas provincias. Pero la hipocresía sigue al acecho, procurando espiar a diestro y siniestro con taimado disimulo. Y es a partir de este momento, al hacer el recuento de los procuradores que van llegando a las Cortes, cuando el auto sacramental ofrece más acusado perfil religioso. A la cabeza, en representación de la ciudad de Toledo, San Pedro:

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La ciudad Imperial soy cabeza de esta Castilla. Sigue luego el judaísmo, o lo que es lo mismo, «la ley escrita», centrada su representación a través de la ciudad de Burgos. El tercer procurador en llegar es nada menos que Santo Tomás, pero no el filósofo, sino el apóstol incrédulo ante la resurrección, antes de obtener la prueba definitiva de aquel milagro con la introducción de sus propios dedos en el costado de Cristo; a quien se le pregunta:

A qué provincia darás la fe, ¿por quién traes el voto? A lo que responderá el apóstol: «por el Universo remoto». En tanto se producen estas llegadas, la hipocresía sabe aprovechar el tiempo, ataviada con el manto de la virtud, hasta lograr hacerse con un puesto en las Cortes. Por fin llega San Juan, para hacer valer en las Cortes la voz del desierto, o, como él dirá, ante la consabida pregunta del Reino:

Sí soy voz de los desiertos, por el desierto hablaré. Ya no se hará mención expresa de más procuradores. La atención se centra luego en la presencia del rey, militarmente ataviado, dirigiéndose al Reino de la siguiente forma:

Reino, yo salgo a campaña, ya de soldado me veis, y antes que tome el bastón las Cortes empezaré. Conviene transcribir en este punto las anotaciones de Coello sobre los asientos ocupados por los procuradores, con el rey a la cabeza: Siéntase el rey en una silla y el reyno en un taburete, y los demás en unos escaños a los dos lados.

El rey da comienzo a su exposición oral —o «proposición en Cortes», según la propia terminología empleada por Coello—, haciendo ver que es él quien sale a campaña como un soldado más. Aunque, eso sí, sin olvidar la petición de ayuda al Reino de un servicio económico para poder sufragar los gastos de la guerra.

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Y el reino contesta a la proposición afirmativamente, a través de lo que Coello llamara, con precisión institucional, «voto decisivo».

Voto decisivo os doy vuestras provincias podéis o salvar o condenar. Mientras que la respuesta del rey, como luego trataremos de hacer ver, no puede ser más significativa en la misma línea institucional:

Eso no: suave es mi yugo, que sólo voto consultivo a de tener que aunque a estos procuradores para recivir mi ley cada provincia en común les dio todo su poder es menester que les quede a cada uno después su alvedrío decisivo para ver si les está bien. Se votará, pues, conforme a la dualidad voto consultivo-voto decisivo, un tema sobremanera técnico, sobre el que la historiografía ha reparado tan solo en los últimos años, y que demuestra el contacto con los planteamientos políticos e institucionales de la época por parte de Coello, como luego tendremos ocasión de comprobar. Pero antes de proceder a la votación, se plantea otro tema que venía suscitándose de tiempo atrás en forma un tanto machacona: ¿a quién correspondía hablar primero, si al representante de la ciudad de Burgos o al de la imperial Toledo (que en este momento habla por Castilla la Nueva). Y aquí también el rey tiene que zanjar la discusión a través de la conocida advertencia de que hable primero Burgos:

Callad, callad, yo a los dos os compondré, hable la antigua Castilla ahora, que tú después hablarás. Nueva muestra, pues, del cuidado que pone Coello en la ambientación institucional de la obra. Pero prosigamos. En la votación del servicio que viene a continuación se producen algunos incidentes. La «gentilidad» cobra conciencia de que aquel rey no es su rey, y que por tanto se ve obligada a abandonar las Cortes. Y algo parecido

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sucede con la hipocresía —puesta ahora su falsía al descubierto— no sin antes haber criticado, como quien no quiere la cosa, la dureza de las imposiciones que se avecinan. En cuanto al resto de los procuradores, van depositando su voto en el doble plano espiritual y terrenal. Santo Tomás, fiel a su condición, se resiste a otorgar servicio alguno, sin antes comprobar, con pelos y señales, las necesidades urgentes del Rey:

Yo, senor, ver y creer, hasta tocar con las manos la necesidad del rey no he de conceder. Y tras tocar con sus manos el pecho del rey, concede a modo de tributo el «ayuno del reino». San Pedro, por su parte, tras hacer múltiples concesiones en el ámbito espiritual, se decanta por una ayuda, cargada de simbología:

Te doy el uno por ciento, que no será mucho, pues, ciento por uno nos das que uno por ciento te dé. El rey, votado ya el servicio por las Cortes, se dispone, por fin, a salir a campaña. Pero antes el Reino le advierte de la necesidad de contar con la mediación de los asentistas, para poder disponer prontamente del necesario numerario:

Señor, será menester con un hombre de negocios de estos efectos en fe hacer un asiento, para ir socorriendo con él el exército. El rey, por su parte, conocidas las urgencias de la hacienda, dice contar ya con la mediación de un asentista muy capaz: San Mateo, quien además no cobrará intereses por su activa participación en la empresa militar. No termina aquí el auto; falta por reseñar las ceremonias correspondientes y el despliegue militar hacia Cataluña. Pero sobre este punto ya no es preciso insistir por nuestra parte. Podemos pasar a otra de las obras que contiene amplia información sobre los temas institucionales aquí expuestos. En También la afrenta es veneno asistimos a una celebración de Cortes un tanto accidentada. Se trata, a lo que parece, de una obra escrita en colaboración por Vélez

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de Guevara, Coello y Rojas Zorrilla; y es precisamente Coello a quien corresponde el tratamiento dado a las Cortes en esta pieza teatral. Estamos ante unas Cortes portuguesas, situadas en época antigua, aunque para lo que aquí importa no es necesario entrar en distinciones, al pertenecer Portugal a la sazón a la Monarquía Española, con lo que las instituciones portuguesas se contemplan desde una perspectiva castellana. Veamos en qué sentido. El rey portugués ha convocado Cortes para una fecha y un lugar determinados. Pero sucede que los súbditos no acuden a la llamada con la prontitud requerida, lo que provoca la contrariedad del rey, según el parlamento real dirigido al prior de Crato: 20

Cuando he mandado, Prior, Que se junte todo el reino. Cuando convoco este día Fidalgos y caballeros, Cuando a Córtes hoy los llamo Para proponer, resuelto, La más atrevida hazaña Que intento en humano pecho El amor; y en fin, don Claudio, Cuando en el real asiento, Con magestad y decoro Y asentado los espero, Ningún vasallo ha llegado, A ningún fidalgo veo, Ningún portugués me asiste: ¿Qué estilo es este tan nuevo? ¿Cómo tardan todos? ¿cuándo Mis portugueses tuvieron Perezosa la obediencia? Pero su fiel consejero hace ver al rey que la fidelidad de los portugueses hacia la Monarquía es inquebrantable y que la tardanza en acudir a la convocatoria no hay que entenderla como una muestra de desobediencia; sólo la impaciencia del rey produce la impresión de que se dilate la llegada de los convocados a Cortes, por lo que no se les puede exigir responsabilidades a los convocados, según opina Don Vasco: 21

Y así, Señor, no les culpes, Pues su tardanza es efecto Mas de la impaciencia en ti, Que de la pereza en ellos.   Vélez de Guevara, Coello y Rojas (1952), p. 591.   Vélez de Guevara, Coello y Rojas (1952), p. 591.

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Por su parte el rey sigue insistiendo en la falta de comprensión de los súbditos en un momento para él tan especial como es hacerles partícipes de sus planes más íntimos y personales. Pero cuando los portugueses se presentan por fin a la reunión de Cortes surge una nueva contrariedad al acudir a la convocatoria, no alegres, sino tristes, haciendo sonar instrumentos musicales de ronco sonido. Y en consonancia con esta situación, antes de la apertura de Cortes, le piden al rey que escuche sus quejas por mediación de un insigne personaje, don Vasco de Almeida, ayo del rey. Tras solicitar don Vasco la correspondiente licencia, se asiste a un tenso diálogo entre ambos altos personajes en donde la teoría política ocupa un importante lugar. El tema principal que se plantea es el de la doble vertiente en la que se mueve el rey: justicia y liberalidad, sin que falten las imágenes en torno a la figura excepcional del rey, como en lo relativo a sus dos oídos, según advierte don Vasco: 22

Si el Rey tiene dos oídos Equivocadamente iguales Para escuchar los servicios Que al premio le persuaden. El propio rey teoriza sobre el equilibrio que ha de mantener entre las dos vertientes apuntadas, que en definitiva no plantean especiales problemas, al ser el rey, según el viejo tópico, imagen de Dios. A todo lo cual se añade otra singular dualidad: el desdoblamiento como rey y como hombre, según un largo parlamento real que en tal sentido no admite desperdicio por largo que resulte: 23

Esperad: antes de hablarme, Sabed que estas dos virtudes En el hombre, aunque le hacen Liberal o justiciero, Como él medirse no sabe En el medio hacia el extremo, Suelen siempre destemplarse; Mas como son atributos En el rey, como es imagen De Dios, no tienen peligro Las virtudes de estragarse: Y así no temáis que trueque El uso de ellas, habladme, Que aunque en los otros afectos Pueda como hombre olvidarme,   Vélez de Guevara, Coello y Rojas (1952), p. 592.   Vélez de Guevara, Coello y Rojas (1952), p. 592.

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En lo que con Dios convengo No es posible que se halle Que liberal me destemple Ni justiciero me estrague. Por su parte, ante los escrúpulos formulados por don Vasco el rey advierte asimismo en tono imperativo que las quejas por parte de los súbditos han de formularse correctamente: 24

Que justifiquéis las quejas, Que los cargos sean verdades, Que los delitos sean ciertos, No sea que el juez se canse, Y amparando la inocencia Del que acusaron en balde, Los hilos de la justicia Se vuelvan hacia otra parte. Por el contrario, don Vasco hace un recuento de la ejemplar actuación de antiguos reyes portugueses e incluso recuerda lo que pudiera ocurrir si su discípulo comete abusos de difícil reparación. Se comprende, en tal sentido, la respuesta del monarca ante tan extremoso modo de exposición por parte de su ayo: 25

El consejo os agradezco, No el modo de aconsejarme; Que aunque obligados estén A hablar verdad los leales A su rey, tal vez el modo Echa a perder las verdades. Conviene indicar que la actitud negativa de los súbditos venía motivada por la conducta del rey con respecto a su matrimonio, con una reina marginada y una favorita a la que el rey dedica toda suerte de miramientos e íntimas atenciones. De algún modo aquello tenía que terminar, y así se lo hacen saber al rey por intermedio de su ayo. Pero el rey se adelantaría a la posible crisis monárquica que se avecinaba con unas declaraciones tendentes a cambiar el rumbo de sus planteamientos más íntimos y personales, poniendo a la reina en su debido lugar. Pues bien, es a partir de entonces cuando el trío de los autores de la obra parece desentenderse del devenir de las Cortes para centrar su atención en los avatares de índole más personal, con independencia de que todo ello tuviese repercusión en el ámbito político. Y desde ese ámbito   Vélez de Guevara, Coello y Rojas (1952), p. 592.   Vélez de Guevara, Coello y Rojas (1952), p. 593.

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político —que es el que más nos interesa ahora— conviene destacar algunas notas significativas: Las Cortes sirven ahora de apoyatura a una breve teorización sobre el papel del rey y la consiguiente reacción de los súbditos ante abusos extremados. Los planteamientos de tipo institucional —convocatoria por parte del rey y obligación de acudir a las Cortes— se manejan correctamente, aunque no sean expuestos al detalle. El acento está puesto en el «pulso» mantenido entre el rey y el reino con algunas importantes notas referentes a la forma más correcta de prestar consejo al rey, sin que falten algunas connotaciones simbólicas para subrayar el tema. Pero luego la obra, según apuntábamos, deriva hacia aspectos más conocidos del drama de la época. Hasta aquí los principales aspectos de la obra realizada en colaboración por estos tres importantes dramaturgos. Podíamos recordar a continuación el breve apuntamiento sobre otras Cortes del Antiguo Régimen que siguen su curso independientemente de las de Castilla, como sucede con las de Aragón, a través del breve recordatorio inicial de las celebradas en Monzón:

En las Cortes está el rey en las Cortes de Monçón… 26 Cortes que no plantean especiales problemas de interpretación. Otras manifestaciones literarias en torno a las Cortes son, hoy por hoy, mejor conocidas, como sucede con la descripción de los actos celebrados en alguna convocatoria de Cortes de época de Felipe IV, que han merecido el comentario de institucionalistas y de algunos otros historiadores menos especializados, por lo que no será necesario insistir en el tema. En cuanto al auto sacramental titulado Las Cortes de la iglesia, aparece configurado desde parámetros eclesiásticos sin que se aporten especiales noticias para el despliegue de las ideas políticas e institucionales. 27 Pero esto ha sido tan solo un resumen que quizá podríamos ampliar en el futuro.

  Labrador, Zorita y Difranco, 1984, Cleveland, p. 137.   La farsa de las Cortes de la Iglesia, 1865, Madrid.

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9 EN PLENO ROMANTICISMO POLÍTICO: ESPRONCEDA REPUBLICANO Tras la promulgación de la constitución de 1837, un grupo de periódicos asume la defensa de planteamientos de signo democrático y de participación popular en el gobierno. En algunos casos extremos, la Constitución y su ulterior despliegue normativo se considera que no bastaba ya para alcanzar semejantes ideales participativos, e incluso se llegó a pensar en algunos círculos políticos que la Constitución significaba en principio toda una rémora, a tenor de las posiciones inmovilistas mantenidas por los gobiernos de turno. Y en tal sentido destacan por los años 1840 y 1841 dos periódicos: La Revolución y su continuador El Huracán. Se comprende que El Huracán fuera objeto de estrecha vigilancia hasta ser a la postre denunciado como subversivo por el promotor fiscal, basado fundamentalmente en el hecho de que se vertían en el diario especies injuriosas contra la Reina Gobernadora. Pero desde la publicación del artículo a la celebración del juicio los acontecimientos se habían precipitado sobremanera y la posición de María Cristina había cambiado sustancialmente. Su imagen estaba ya muy deteriorada y, a no mucho tardar, tendría que abandonar el país rumbo a Europa. Espronceda fue encargado de la defensa del periódico. El jurado se pronunció a favor de la continuidad del periódico y en contra, por tanto, de las posiciones mantenidas por el promotor fiscal, quien, por cierto, ni siquiera llegó a presentarse ante el tribunal en defensa de sus iniciales planteamientos. Fue un triunfo en toda regla de Espronceda, muy identificado con la ideología mantenida por el periódico en su todavía corta andadura. Tal viene a ser, en breve aproximación, el resumen de los acontecimientos sobre los cuales no disponíamos hasta la fecha sino de noticias indirectas que no parecen haber suscitado especialmente la atención de los estudiosos. Al menos hasta ahora, a lo que parece, no se

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han podido encontrar testimonios fidedignos de la intervención de Espronceda. Por nuestra parte hemos tenido la fortuna de dar con este interesante documento que publicamos en apéndice documental, tras la breve introducción sobre el particular que viene a continuación. Comencemos con los enfrentamientos del periódico con las autoridades gubernativas, que venían de lejos, antes incluso de que el diario se titulase como tal, al ser El Huracán fiel continuador, con cambio de nombre y dirección, de otro periódico que llevaba el significativo título de La Revolución y que sólo pudo salir a la calle durante muy breve espacio —se lograron publicar cinco números tan sólo—, tras ser sometido a implacables y minuciosas pesquisas antes de declararse el cierre gubernativo por su carácter subversivo. 1 No hará falta por ahora entrar en más detalles sobre esta etapa inicial de nuestra prensa liberal. Por su parte, El Huracán desde los primeros números mantuvo sucesivos enfrentamientos con el gobierno, por lo que fue asimismo sometido una y otra vez a estrecha vigilancia, sin que faltasen diversos intentos de llevarlo ante los tribunales, aunque sin conseguir el cierre definitivo. Es cierto que desde un primer momento la dura actitud crítica del periódico iba dirigida fundamentalmente hacia los órganos rectores del país, y muy especialmente frente a las posiciones mantenidas por la reina gobernadora en lo referente a su vida privada y sobre ciertos manejos económicos que se imputaban a ella y a su camarilla. Número tras número, El Huracán aportaba datos y consideraciones sobre el particular, que, según sus redactores, otros periódicos no se habían atrevido a sacar a la luz pública, a pesar de que los hechos narrados resultasen de conocimiento general y que buena parte de los madrileños estuvieran al tanto de los «secretos de palacio» y de los graves manejos urdidos por la denostada camarilla palatina. Ya en el número 66 (jueves, 27 de agosto de 1840) el editorial no podía ser más significativo. Bajo el supuesto, tantas veces repetido, de que la soberanía no residía en las Cortes ni en el Rey sino en la nación en su conjunto, se recogían afirmaciones como las siguientes: Los representantes de la nación son simples temporeros y el Rey un mero funcionario mondo y lirondo, como el último esbirro, aunque elevado en clase, en distinciones y en sueldo, sobre todo porque el pueblo quiso destinar al uno a rey y al otro a esbirro, salvo la facultad de cambiarlo de papel y puesto cuando a bien lo tuviere.

En posteriores números siguieron los ataques al gobierno y a la institución monárquica, considerados delictivos por parte de los círculos gubernativos. 2   La Revolución, en efecto, sólo logró publicar cinco números. Por su parte en el primer número de El Huracán se ofrecen importantes datos sobre la transición de uno a otro periódico.    Así, por poner sólo un ejemplo en el editorial del número 68 de 29 de agosto se dirá: «El despotismo ejercido hasta aquí por los hombres del poder; la bárbara tiranía a la que constantemente aspira esa ciega y viciosa camarilla.» Y así sucesivamente. 

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Pero fue en el número 90 donde el fiscal —colmado ya el vaso— creyó ver materia suficiente para presentar denuncia ante el jurado. 3 Conviene ante todo señalar que la denuncia del promotor fiscal se refería al número 90 del periódico en su conjunto; sabemos, en efecto, que en algún momento fueron objeto de especial atención tanto el editorial como el «folletín»; pero, sin duda, la parte más sustanciosa de la denuncia se proyectaría frente al editorial, del que conviene tomar aquí buena nota. Parte este artículo de fondo de un comentario realizado en El Correo Nacional días antes, al subrayar la conveniencia de que la Regencia recayese en exclusiva en la persona real de María Cristina, frente a las propuestas de algunos otros medios de comunicación; a lo que se añade lo oportuno que resultaría la implicación de la opinión pública en tan importante cuestión. Recogido el envite por parte de El Huracán, se parte de la base de una encendida alabanza de la libertad de imprenta, sin ningún género de trabas ni limitaciones, a la manera como lo suele entender el periódico. Paralelamente se recuerda la opinión vertida en un folleto ampliamente difundido en aquellas fechas —bajo el título: «De la regencia y de la regente»—, muy del agrado de los redactores del diario. En el folleto se insistirá especialmente en las bondades de una regencia compartida, a través del acompañamiento a la reina madre por parte de dos o cuatro personalidades públicas. No sin advertir de la extrañeza por no haberse abierto en tal sentido un debate en profundidad a través de los medios de comunicación. Y es en este punto cuando, como quien no quiere la cosa, El Huracán saca a la luz pública otros asuntos sumamente turbios y comprometidos para la reina gobernadora, a fin de hacer reflexionar al autor del mentado folleto de lo difícil que resulta en España tratar de materias tan delicadas y a riesgo de incurrir en «seis años de prisión, o más», para lo cual se añaden dos significativos ejemplos. En primer lugar se recuerda lo que sucedió con El Girigay —otro de los periódicos en punta— cuando señaló «que por orden de la reina Cristina se habían extraído e iban a enviarse «preciosidades» de considerable valor del Gabinete de Historia Natural», para añadir a continuación que se trataba «de una de las muchas sustracciones que se han hecho a la nación». A consecuencia de lo cual se decretó el cierre del periódico. Y nadie, ni en la prensa ni en el Congreso de los Diputados, levantaría su voz ante tamaña «prostitución», con la única excepción de El Huracán que emprendió la defensa de El Girigay, animado por su amor a la verdad y a la independencia de la prensa, mientras que los posibles beneficiarios de las sustracciones quedaban obligados a la restitución, fueran quienes fuesen los causantes del atropello. En segundo lugar El Huracán apenas se detiene en subrayar todo lo concerniente a los excesos amorosos de la reina gobernadora, al tratarse de hechos públicos y notorios: Toda España y toda Europa —se dirá expresamente— sabrá que don Fernando Muñoz, joven guardia de corps ha logrado hace muchos años el favor de la reina   Sobre el jurado en su vertiente jurídica puede ver J. A. Alejandre (1981).



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Cristina; que con ella se ha presentado en su coche y hasta en la revista de tropas, en términos que se llegó a murmurar.

Y no sólo eso: «asegúrase —prosigue el periódico— que está casada en secreto y que de su matrimonio tiene dos hijos». Pero para los redactores del periódico la vida privada de las personas por importantes que parezcan habría de quedar al margen de cualquier postura crítica; eso sí, siempre y cuando no afectasen esas conductas al ámbito público y a la «suerte de la nación», como sucedía en esta ocasión. María Cristina, «casada en segundas nupcias, no puede continuar ni con la tutela de su hija ni con la regencia del reino, según nuestra Constitución y nuestras leyes». Por lo demás, en torno a don Fernando Muñoz —amigo íntimo de la reina antes de ser su esposo— pululaba toda una camarilla «en cuyas manos ha estado por tanto tiempo el destino de la nación». Y ello explicaría el ambiente de desazón que embargaba a la opinión pública. Y no sólo en términos generales sino con datos precisos y concretos: «que se haya arrancado al pueblo y remitido a Italia para imponerla allí la cantidad de mil setecientos seis millones de reales según un documento impreso que tenemos a la vista». Y cuando un periódico como en este caso se empeña en defender los principios democráticos y las instituciones representativas —sigue argumentando El Huracán— algunos órganos de información, con el «indecente» Fray Gerundio a la cabeza, han desarrollado toda una campaña de acoso y derribo hacia El Huracán al objeto de hacerle desaparecer. Tal viene a ser la línea vehemente en la que se mueve El Huracán, en este número 90, bajo promesa de que en los números siguientes los redactores seguirán abundando en el problema, como en efecto pudo comprobarse en días sucesivos. 4 Pero con esta primera entrega —como venimos diciendo— bastó para que se formase causa ante el jurado, tras la presentación de la correspondiente denuncia por parte del promotor fiscal. En cuanto al «folletín» —firmado una vez más con las siglas V. A. M.—, desde un ángulo festivo y un tanto procaz, se insiste en términos parecidos a los mantenidos por el editorial, con el añadido de algún dato sobre la situación política menesterosa por la que atraviesa la nación. 5    Y así, en el número 105 aparece un largo editorial con dos epígrafes significativos: «La cuestión de la regencia» y «El casamiento de María Cristina con Fernando Muñoz», donde se describen con todo detalle los avatares del matrimonio, incluido el nacimiento de dos vástagos, niña y niño. Se aportan además los nombres de los componentes de la «camarilla».    Con manifiesta ironía en el «folletín» se insertan versos como los siguientes: Que ninguno es responsable de siete años de falsías porque sagrada e inviolable la corona es impecable y su gobierno hasta el día. Que es una felicidad haber nacido en España

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El juicio ante el jurado fue fijado para el 18 de octubre. El propio periódico, cuyos avatares quedan reseñados en una breve nota, puso sobre aviso a los lectores de la celebración del juicio en la siguiente forma: Mañana domingo 18 de octubre á las diez de la mañana y en el salón de columnas de la casa de Villa, se celebrará el jurado para la calificación del artículo de fondo y folletin número 90 del Huracán denunciado como subversivo. Se ha encargado de la defensa el señor don José Espronceda.

Y en efecto, el día señalado en el aviso tuvo lugar la esperada celebración. Había mucha expectación sobre el particular. Espronceda ya era bien conocido en el ambiente literario madrileño y su presencia en calidad de defensor del periódico serviría para acrecentar el nivel de expectación alcanzado. Hasta ahora conocíamos la existencia del discurso por noticias indirectas. Algunos escritores de la época hicieron alusiones al discurso y al consiguiente éxito logrado por Espronceda. Se llegó incluso a apuntar que en ese discurso el célebre poeta se había confesado republicano. Pero, a lo que parece, con el paso del tiempo, y a pesar del celo de los estudiosos de la obra de Espronceda, se perdió el rastro de tan señalada pieza literaria. 6 Por nuestra parte hemos tenido la fortuna de su hallazgo. Dada su importancia lo transcribimos en apéndice. Veamos a grandes rasgos cual viene a ser su contenido. No se trata de un alegato jurídico en sí mismo, sino más bien de una pieza oratoria, con profusión de interrogantes, vocativos y exclamaciones, dirigida a un jurado favorable y a un auditorio propicio y entusiasta. Tampoco en el discurso aparecen citas de leyes o de doctrina jurídica; tan sólo se alude una vez en términos generales a la ley de imprenta, de escaso valor en la práctica al haber sido rebasada y ampliamente superada por la marcha de los acontecimientos. Y es fácil advertir en todo momento que el enfoque político del discurso resulta predominante, lo que permite a Espronceda moverse con entera libertad en su exposición. Ni siquiera en los aspectos formales se manifiesta una estructura más o menos fiel a los habituales cauces retóricos del discurso forense. Nada de introducción o de acotaciones iniciales para dejar

donde hay una magestad de tan innata bondad que todo «quidam» la engaña.    En cuanto a la bibliografía sobre Espronceda, como se comprende, es abundantísima. Hay incluso en tal sentido repertorios monográficos de Billick (1981) y Jacobson (1985). Se puede completar esta bibliografía con los datos que ofrece Talens en Espronceda (2001), pp. 71-82. El prólogo de esta obra está dedicado a dar una visión renovadora de la poesía de Espronceda sin entrar apenas en las posiciones políticas asumidas por el poeta. Sobre el discurso pueden verse las referencias de Carnero (1974), p. 1 y 16 y Marrast (1989). En las obras completas de Espronceda (1954) se recogen diversos textos políticos de nuestro poeta romántico; no en cambio el discurso que ahora publicamos. Por su parte Romero Tobar (1975a) y (1975b) escribió dos artículos sobre la censura gubernativa de la época, que pueden verse reseñados en la bibliografía que aporta Talens.

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apuntado o esbozado el tema. Se parte del supuesto de que tanto el jurado como el público en general están al tanto de lo allí debatido. De ahí el inicial arranque de Espronceda «in medias res», como hiciera en algunos otros escritos. Ante todo se monta un ataque fulminante frente al promotor fiscal, que ni siquiera se presentaría ante el jurado a refrendar sus principales alegatos jurídicos, tras haber incluso pedido la tramitación de la vista oral a puerta cerrada, con lo que dejaba totalmente indefensa a María Cristina y facilitaba así las cosas al defensor del periódico, hasta permitirle, ya de entrada, mostrarse generoso con la posición asumida por la hasta entonces Reina Gobernadora. Lo cual no significaría que se dejase de controlar el funcionamiento del poder político por parte de la representación popular española como titular de la soberanía. Con respecto a lo alegado por el fiscal, se comprende que Espronceda no necesite seguir paso a paso el despliegue de las alegaciones fiscales a fin de rebatirlas en forma pormenorizada. Según el hábil planteamiento de nuestro poeta, el fiscal se ha quedado sin argumentos y enteramente desacreditado, al esconderse y no dar la cara. En concreto, uno de los puntos en los que se fijó el fiscal no puede ser más falaz: no poder tratar de la vida privada de María Cristina; y ello por la sencilla razón, como en su día ya apuntara el periódico ahora defendido, de que los reyes o regentes no pueden invocar esa privacidad cuando entran en juego intereses políticos de alto nivel. Tampoco se puede descargar la responsabilidad de los gobernantes en la toma de decisiones por parte de los consejeros, según una fórmula utilizada desde tiempos remotos, y a la sazón suficientemente desacreditada. Ya está bien de mantener subterfugios para que los monarcas queden al margen de cualquier planteamiento crítico; es preciso que asuman de una vez el alcance de su responsabilidad política. Hay un argumento en cambio que Espronceda supo sortear asimismo con notoria habilidad. El fiscal, en efecto, había acusado a El Huracán de no aportar pruebas concretas en sus posturas críticas. Se recuerda en particular que el número del periódico objeto de la acusación denunciaba una importante apropiación indebida de fondos por parte del círculo que rodeaba a María Cristina, tras insistir en poseer los necesarios comprobantes documentales. Espronceda, fiel a su promesa de no ensañarse con María Cristina, no entra al trapo que le había tendido el fiscal; le basta con sólo remitirse a lo que resulta público y notorio. Por lo demás, el pueblo ya se ha pronunciado suficientemente en tal sentido; y la propia reina lo ha terminado por reconocer al salir precipitadamente hacia Valencia, de tan fácil comunicación con el exterior vía marítima. Y como se encarga de repetir el insigne poeta, el fiscal no se entera de nada, «ni oye ni ve». Situado ya en esta línea argumentativa, Espronceda puede dedicarse a exponer las líneas programáticas del periódico que defiende, por las que se ve perseguido y con las que coincide plenamente. Persecución que curiosamente no alcanza a otros periódicos que en su día denunciaron hechos parecidos, como El Eco del Comercio, El Labriego o El Girigay. Y es que en el fondo lo que se persigue ahora es la ideolo-

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gía que mantiene El Huracán en pro de la estricta defensa de la soberanía nacional con su correspondientes correlatos, incluido el posible cambio de régimen político. Estamos ante un periódico republicano. Y es ahora, en pleno arrebato argumentativo, cuando Espronceda va a utilizar el estilo directo, identificado como está con semejante modo de pensar. Y para que no haya duda al respecto se declara por dos veces republicano: «Sí, yo soy también republicano». Y en la misma línea de confesión personal expondrá a modo de apostilla lo que para él significa ser republicano: compromiso total con los principios de igualdad, libertad y fraternidad, sin que para ello existan fronteras limitativas. Aunque a la hora de matizar su posición no vaya más allá de ofrecer planteamientos muy genéricos de cara al futuro, bajo la doble idea de mantener un impulso continuado («adelante, adelante») y de defender una vaga idea del progreso que habrá de alcanzar a la humanidad en su conjunto: «Yo amo esa república que está en el porvenir, esa república que han de formular algún día las revoluciones de los pueblos, que no ha de parecerse a ningún gobierno conocido hasta ahora, que ha de hermanar a los hombres y que ha de hacer una sola familia de todas las naciones de la tierra». Y para terminar —tras semejante ejercicio de vehemencia— entre aclamaciones del público, sólo le queda a nuestro poeta y orador a la par hacer un guiño al jurado para sentirse plenamente seguro de cual sería el fallo definitivo. Un fallo sin duda aplastante: diez votos a favor y dos en contra. El Huracán podía seguir adelante en su andadura, tras celebrar y glosar en los números siguientes el éxito obtenido. Pero no por mucho tiempo. Cortapisas y dificultades por parte gubernamental se sucederían una y otra vez; y antes de echar el cierro definitivo, El Huracán tuvo que convertirse en una de tantas hojas volanderas que con menores aprestos circulaban a la sazón. Pero sobre esta etapa final, —mejor conocida por parte de la bibliografía— no nos corresponde tratar aquí. Para entonces Espronceda ya había fallecido, muy joven todavía, y en plena creatividad.

DEFENSA del núm. 90 de El Huracán, pronunciado por D. José Espronceda ante el jurado, el día 18 de octubre. SEÑORES: Pocos defensores se habrán presentado nunca delante de un tribunal con tan ventajosa causa como la mía; la nación y la reina Cristina han cuidado de fallar en la causa de El Huracán, y el fiscal no ha podido dar prueba más clara de considerarla ganada irremisiblemente por mí, que la de no atreverse siquiera a aparecer en esos bancos. No contento todavía con probar de este modo mi justicia, se han atrevido a pedir al jurado, contra toda ley, se celebrase este juicio a puerta cerrada. Poco caballero con la dama que defiende y sobrado remiso en el cumplimiento de sus deberes ha andado el fiscal en esta ocasión. En su primer escrito se presenta al público, lo llama, convoca a los jueces, sin duda por que entonces creía que abrigarán

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éstos en su alma el temor y la adulación y doblarían sus frentes ante la reina y temblarían de su poder; y hoy, cuando la ve caída, cuando la reina ha pasado del alto puesto que ocupaba a una jerarquía privada e insignificante en el mundo, se retira cobardemente del palanque que ha abierto él mismo, y es el primero a confesar la justicia que a mi defendido acompaña. (aplausos). Nuestro enemigo ha huido y nuestro triunfo no puede ser más completo; pero no tema que nos desatemos en insultos contra una reina caída. Hoy hace ocho días los insultos hubieran sido grandes, porque grandes eran las razones de verdad y de conveniencia pública en que se hubieran apoyado; hoy hace ocho días hubiera yo arrostrado la cólera de ese trono a cuya sombra se abrigaba el fiscal; hubiera presentado a los ojos de todo el mundo los secretos más escondidos del palacio, hubiera referido la historia de los cortesanos y de la reina. Pero el partido a que pertenezco hace alarde, y con razón, de generoso; y el señor fiscal, que sin duda no comprende esta generosidad, ha creído en su mezquino juicio que no podía tratarse públicamente este asunto. Se puede, señores, y yo lo trataré con decoro; yo respetaré el dolor de la madre y las debilidades de la mujer. (Bien, bien). Sin embargo, son tantos los abogados que tienen siempre los tronos, tantas las voces lastimosas que a compadecer y defender los reyes se levantan, que alguna vez es forzoso que se oiga también la voz del abogado del pueblo, que se atienda a sus lágrimas y se compadezcan sus desventuras, mil veces más amargas que las desgracias de los reyes y las lágrimas de las mujeres reinas. Hace dos años, dijo en Francia ante un tribunal un reo de delito político que apenas amenazaba una desgracia a un rey, todos acorrían a él, todos se sobresaltaban, y que no parecía sino que era un rey, él solo más digno de miramiento que las naciones enteras, llegándose a tener, a la menor muestra de irreverencia, a cualquiera acontecimiento desagradable que le acaeciese, una disolución social capaz de hacer volver a los hombres a los bosques. Y entre tanto ¿quién lloraba, quién levantaba la voz por esa Polonia sacrificada por los pueblos enteros sumidos en la degradación y en la indiferencia, villas y aldeas abrasadas, niños inocentes arrebatados a sus madres y generaciones enteras arrojadas en los desiertos de la Siberia? Y ni una voz, ni una queja; y el que gritaba y se quejaba no era oído; y si era oído, la muerte cerraba para siempre inmediatamente sus labios. No se extrañe, pues, el señor fiscal que yo hable en contra de los reyes y deje que, una vez siquiera, se alce una voz a favor de los pueblos, ya que tantas y en todas épocas nos han aturdido con sus aplausos y adulaciones a los monarcas. Yo hablaré, sí, y siento que el señor fiscal no esté presente, porque, encontrando en él un adversario, su misma presencia redoblaría la fuerza de mis ataques. Dice el señor fiscal que los escritos de El Huracán amenazan terribles males a la sociedad asaz abrumada ya con los que hace tiempo la atormentan. Tranquilícese el señor fiscal, y tranquilícese la sociedad por que no corre peligro, aunque esos escritos se publiquen y circulen, ni el señor fiscal tampoco debe sentirlo tanto, pues que le proporcionan uno de sus mayores placeres cual es el de denunciarlos. Estos escritos, señores, presentan clara y patente la verdad. Y la verdad puede ser alguna vez perniciosa para los reyes, pero no lo es nunca a los pueblos. Escritos de esta naturaleza, lejos de minar el edificio social, lo robustecen y lo afianzan. Los vicios de los reyes y los señores sí que minan la sociedad, influyen viciosamente en las

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costumbres y pierden a los pueblos. Llenas están las páginas de la historia de crímenes de reyes que han causado la esclavitud y la ruina de las naciones. El fiscal en su lenguaje que calificaré de servil, añade que no es lícito en manera alguna penetrar en el sagrado recinto de los palacios. ¡Recinto sagrado manchado ya por los vicios de sus habitadores; recinto sagrado aquel de donde la virtud ha huido! Porque, ¿qué importan, señores, las dignidades ni las jerarquías? Cuanto más elevadas, más en ellas se presenta el vicio desnudo, más escandaloso y más provoca al desprecio y a la ignominia. Afortunadamente almas mejor templadas que la del fiscal llega un día en que penetran en los palacios; afortunadamente los pueblos reyes han llegado a tratar con franco desembarazo con sus iguales, examinan la conducta de los hombres del poder. Cuando son virtuosos los acatan, y cuando no, hacen justicia y los condenan a eterno vituperio y a la execración pública. Dícese que los reyes no son responsables. Lo son, señores. Las cuchillas ensangrentadas de los verdugos de París y Londres y las cabezas rodando de Luis XVI de Francia, y Carlos I de Inglaterra han probado cuán grande es la responsabilidad de los reyes, cuán tremendo es el pueblo el día de su justicia. (Vivos aplausos). Lastímase el tierno corazón del señor fiscal de que se ataque la vida privada de Su Majestad con tanta acritud en un periódico, y dice que no es posible se vea exenta la reina del derecho que asiste a la última mujer del pueblo que impide que nadie se introduzca en su habitación y averigüe su vida privada. Pero qué ¿Ignora el señor fiscal que los reyes precisamente carecen de ese privilegio? ¿Ignora que al subir al trono hicieron completa agnegación de los derechos de la vida común y privada? Ignora que no hay en ellos si no vida pública y que es tan poderosa la por ellos mismo establecida razón de estado que ni aun pueden disponer libremente de su corazón para contraer matrimonio, como dispone el último hombre del pueblo? ¿No sabe que los vicios de los reyes colocados en tan algo lugar dejan de ser privados porque están a la vista de todo el mundo? Tan verdad es esto, que Cristina misma, comprendiendo que había un poder superior al de los ministros y al de los hombres que la rogaban permaneciera todavía en España, se ha negado absolutamente a sus súplicas. Cristina sabía que la opinión pública la había ya juzgado; sabía que de la murmuración al desprecio no hay más que un paso; y como del desprecio al cadalso queda a los reyes aun menos terreno que andar, se ha retirado temerosa del término a donde le conducía su camino. Dice el señor fiscal que El Huracán no tiene dato alguno sobre que apoyar su acusación. El Huracán tiene un dato que me parece ocioso citar; la opinión pública, expresada en todos los periódicos. Y el grito de la revolución de setiembre ha designado a la reina gobernadora como perjudicial al país, y ha señalado también como merecían a los hombres influyentes que la cercaban. El mismo fiscal confiesa que es verdad que la reina estaba rodeada de consejeros irresponsables que en su conducta influían. Y ¿quiénes son estos? ¿supone el fiscal a la reina tan negada de entendimiento que no hubiese leído siquiera la Constitución y que no supiera que no debía aconsejarse de ellos? ¿No son esos consejeros a los que públicamente se han llamado la camarilla? ¿No se ha dicho por todos que la reina tenía un amante? ¿No la hemos visto algún tiempo pasearse públicamente con él por todas partes? ¿Lo que ha escrito El Huracán no lo ha dicho y murmurado todo el mundo? ¿No es voz pública que por orden de la reina o por la de consejeros suyos (hombres que

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deberían haber pagado, mucho tiempo ha, los males que han causado al país con sus delitos) se ha arrancado a la nación su tesoro? ¿No está despojado ese palacio? Culpará en buen hora el fiscal a esos hombres que han rodeado y rodean a Cristina, y que, diciéndose sus servidores y los miradores de su honra, la dejan salir de España sin justificarse de esta acusación pública, para que, ya que incurrió en debilidades de mujer, no dejara tras de ella memoria ni rastro de ningún crimen; culpáralos si, como celoso defensor de la reina; pero no culpe a El Huracán que no ha sido sino el eco de la voz pública. El Huracán, apoyado en estos datos, se ha presentado en la arena el primero, y ha corrido el velo. Sí, ha corrido el velo de palacio, ha tenido el valor que al señor fiscal le falta de penetrar en ese recinto, que el llama sagrado, y ha presentado no una acusación suya contra la reina, sino la que la opinión pública tenía formulada El Huracán ha manifestado que la España entera, Europa toda, estaba escandalizada de lo que pasaba en palacio. Y si no presenta datos legales y positivos para condenar a la acusada, los ha dado suficientes para probar la razón y la justicia que le asiste. Si la acusada estuviera presente ante el tribunal, seguro es que las pruebas de El Huracán no bastarían para sentenciarla. Pero hay un diferencia grande de este caso al que nos encontramos; en este tribunal no se trata sino de condenar o de absolver a El Huracán, y los datos en que se apoya el periódico son más que suficientes para quedar absuelto. Su defensa, fundada en estas razones, se afirma además en que la ley sobre libertad de imprenta, en las circunstancias actuales, se ha quedado atrasada. Es una ley escrita para otros tiempos y épocas, y no para una situación que el fiscal mismo califica de excepcional; y al propio tiempo por un desacuerdo de juicio, que no comprendo, dice que en nada ha variado la forma de nuestro gobierno. No sé, señores, donde vive el fiscal, pero anda tan lejos de cuanto está pasando que no parece sino que su acusación ha sido escrita por algún mandarín de la China (risas) ¿No ve el señor fiscal que hay juntas? ¿Y estas juntas acaso están marcadas en la Constitución? ¿Y si no lo están, no ve que la Constitución ha tenido que suspenderse? ¿No lo ha emprendido así? ¿No ha leído un bando en que se impone pena capital a los que comuniquen con la corte de Valencia? ¿Y allí no estaba la reina? ¿No formaba acaso parte del gobierno? ¿No era ella la principal? Pero el señor fiscal está ciego y está sordo, porque ni ve que la reina no está en Madrid, que las juntas existen, y que está por lo tanto la constitución suspensa, ni oye lo que de la reina se habla en los cafés, en las calles y en las plazas públicas. Hablaré ahora de la responsabilidad de la reina. Ya he dicho que los reyes la tienen y los pueblos el derecho de exigírsela; pero la reina Cristina ¿era acaso inviolable? La responsabilidad de la tutoría de que las Cortes la habían encargado, ¿no la hacían responsable ante las Cortes mismas, ante los tribunales; no la ponían bajo el dominio de la prensa pública? El señor fiscal, como no ve y como no oye, no ha oído ni ha visto la revolución de setiembre, y, creyendo que la revolución era un grito dado sin más fin que el de sostener la constitución de 1837, pensó que allí cesarían todas nuestras pretensiones y que íbamos a quedarnos el pueblo más tranquilo y pacífico de la tierra. No ha visto ni comprendido que en las revoluciones presiden dos ideas necesariamente: una, destruir lo que estorba; otra, adelantar sobre lo que hay. No ha comprendido que estas ideas de lo pasado y de lo futuro es menester que se cumplan. Aquí se ha cumplido una; falta otra. Se ha removido un

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estorbo, se ha vencido un obstáculo, pero falta marchar adelante. Miserables fueran las revoluciones, y lástima sería que tanto afán y tanto sudor costasen a los pueblos, si no diesen otro resultado que permanecer en el punto de partida. No, señores, siempre se gana. La humanidad siempre marcha adelante; siempre avanza en el progreso; y en ese progreso hay un término ilimitado, de manera que cada revolución produce una idea nueva; y cada idea nueva, un paso más. El señor fiscal no ha comprendido que el pueblo no se ha sublevado solo por la ley de ayuntamientos, ni porque fulano o zutano sean ministros, ni porque domine tal o cual principio frívolo y de poca importancia. Se ha sublevado porque desde 1833 hasta hoy, a pesar de sacrificios inmensos, a pesar de tanta sangre derramada en los campos de batalla, y de tantos y tantos trastornos como ha traído consigo la revolución, no ha vislumbrado un rayo de esperanza; porque ha visto que solo se disputaban sus gobernantes el lucro y los empleos; que sus llamados representantes no han sido en su mayor parte sino una horda de cosacos arrojada sobre el país para saquearle, (grandes aplausos), que nadie daba nada al pobre y todos le arrancaban, y que, mandara quien mandara, no salía nunca el pueblo de su abandono y de su miseria. Y entonces ha cogido el fusil y ha dicho: «yo os castigaré», y, levantándose ha castigado a sus enemigos. (Vivos aplausos). Y es menester, ha dicho, una idea nueva; es menester una marcha distinta. Son necesarios nuevos hombres, nuevas cosas; es preciso que la libertad del pensamiento y la de escribir se ensanchen; que la libertad no sea una palabra vana. Y así es como el pueblo español la quiere, y esta es la bandera que levantó en setiembre. Si algunos después ha creído que podría paralizarse su movimiento, y lo han intentado, son esos viles insectos que después de las tempestades y tronadas salen al son a infectar de nuevo la atmósfera con su ponzoña. (bien) Pero esos hombres se han engañado. Podrán detenernos; podrán servir como una piedra para detener un carro, pero el carro seguirá su camino. Y, como aquí el carro es todo el pueblo, pasará por cima de la piedra y la hará polvo. (Muy bien). Dice el señor fiscal que en prueba de que la reina ha sido siempre respetada como tal, aun después del movimiento de setiembre, hasta los revolucionarios mismos la han acatado, y se queja del lenguaje sin disfraz de El Huracán, que la culpa, cuando más los consejeros son los que la han llevado al caso en que se halla. ¿No sabe que este lenguaje está ya muy usado? Malos consejeros fueron los que engañaron a Fernando VII en 1820, en 823, y los que le han engañado tantas veces: y a malos consejeros atribuyó un ministro de la corona en la Cortes los crímenes de un don Carlos, llamándole con ese lenguaje hipócrita el mal aconsejado príncipe. Y aún pretende el señor Fiscal que no variemos de lenguaje. Menester es variarlo y marchar adelante para evitar el despotismo, tendencia desgraciadamente de todos los hombres en el poder y de todos los reyes. Pero ¿por qué, señores, el fiscal se ha estrellado con El Huracán y no contra otros periódicos que han dicho poco más o menos lo mismo? El Eco del Comercio, El Labriego, una porción de hojas volantes, todas de esta misma época, ¿no han atacado la regencia de Cristina con más o menos fuerza, no han hablado de su enlace con Muñoz, no se han presentado documentos, y aquí tengo uno que acreditaría las escandalosas extracciones cometidas de dinero y alhajas, si no fuera porque me he propuesto ser generoso y respetar a la reina caída? ¿No habló El Castellano en 1838 de una almoneda pública? ¿El Guirigai también no se ha presentado en este

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mismo sitio, y su abogado al defender el artículo, que fue absuelto, no habló de los palacios de Florencia y de otros puntos? ¿Y por qué a El Huracán se le ha perseguido? ¿Por qué contra él se ha dirigido el fiscal? Porque El Huracán es un periódico que ha levantado la bandera de adelante; porque no ha hecho alto, sino que comprendiendo toda la extensión de la revolución de setiembre, ha levantado la bandera de la humanidad que tiene por lema, libertad, igualdad, fraternidad, y se ha presentado con ella y ha gritado adelante. Y los hombres que nunca quieren marchar, sino seguir en el statu quo, porque se encuentran bien en su egoísmo, son los que se esfuerzan, antes que el pueblo entero siga adelante, en parar a El Huracán y acallar su grito. Pero esa voz no la sofocarán; es la de la humanidad entera, y no hay mano que baste a tapar la boca a toda la humanidad. El Huracán, periódico de quien habla con ese desdeño y mezquindad el señor fiscal, es un periódico de ideas patrióticas, de pensamientos grandes, que no caben en las cabezas raquíticas de los denunciadores de profesión. Es un periódico desinteresado, independiente; que no sirve a los amaños e intrigas de pandilla alguna; que habla la verdad, porque sabe que la verdad es conveniente a los pueblos; que podrá padecer equivocaciones, pero cuyas palabras brotan del corazón. Es un periódico, en fin, que ha pensado en el engrandecimiento de su país, en unir el Portugal a España, y que, deseando esta unión se ha declarado republicano. Y ¿por qué no? Yo, también, señores, yo también soy republicano (varias voces, yo también, y aplausos). Si, yo también soy republicano. Yo amo esa república que está en el porvenir; esa república que han de formular algún día las revoluciones de los pueblos, que no ha de parecerse a ningún gobierno conocido hasta ahora, que ha de hermanar a los hombres y que ha de hacer una sola familia de todas las naciones de la tierra. Distante está todavía quizá el triunfo de estas ideas; pero nosotros artesanos incansables, iremos removiendo obstáculos, y algún día nos bendecirán nuestros hijos por haberles abierto el camino. Nosotros respetaremos las instituciones de nuestro país, las sabremos sostener a todo trance; pero al mismo tiempo predicaremos nuestra doctrina, y nos valdremos de todos los medios posibles para explicarla, extenderla y comunicarla por todas partes. Tenemos este derecho como lo tiene todo el mundo; y si por esto el señor fiscal nos persigue, habrá de perseguirse a todas las opiniones que difieran de las del poder. Y una vez explicada y comprendida la palabra república, sería preciso fusilar a toda la humanidad. (Bien, bien, muy bien). Resumiendo, concluyo con que el artículo no es subversivo, lo que no me detendré más en probar, porque haría poco favor a la inteligencia del jurado. Las naciones juzgan a los reyes, y la nuestra ya ha juzgado a Cristina. Ahora, jueces, atreveos a juzgar a El Huracán de subversivo, y calificaréis de injusta la sentencia de todo el pueblo español 7.

   El discurso se publicó en folios sueltos, a tres columnas, para ser intercalado en los ejemplares de El Huracán, de fecha 19 de octubre, cfr. BPR, XIII, 117.

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JOSÉ LUIS BERMEJO CABRERO

ANEJOS DE LA REVISTA DE LITERATURA Últimos títulos publicados 55. Espacios de la comunicación literaria, por Joaquín Álvarez Barrientos (ed.), 228 págs. 56. Imágenes de la Edad Media. La mirada del realismo, por Rebeca Sanmartín Bastida, 638 págs. 57. Espacios del drama romántico español, por Ana Isabel Ballesteros Dorado, 288 págs. 58. El humor verbal y visual de La Codorniz, por José Antonio Llera, 448 págs. 59. Pedro Estala, vida y obra. Una aportación a la teoría literaria del siglo XVIII español, por María Elena Arenas Cruz, 528 págs. 60. Álvaro Cunqueiro. El juego de la ficción dramática, por Ninfa Criado Martínez, 216 págs. 61. El renacimiento espiritual. Introducción literaria a los tratados de oración españoles (1520-1566), por Armando Pego Puigbó, 224 págs. 62. El concepto de materia en la teoría literaria del Medievo. Creación, interpretación y transtextualidad, por César Domínguez, 232 págs. 63. Pensamiento literario del siglo XVIII español. Antología comentada, por José Checa Beltrán, 342 págs. 64. Para una historia del pensamiento literario en España, por Antonio Chicharro Chamorro, 356 págs. 65. Vidas de sabios. El nacimiento de la autografía moderna en España (1733-1849), por Fernando Durán López, 516 págs. 66. De grado o de gracias. Vejámenes universitarios de los Siglos de Oro, por Abraham Madroñal Durán, 532 págs. 67. Del simbolismo a la hermenéutica. Recorrido intelectual de Paul Ricoeur (1950-1985), por Daniel Vela Valloecabres, 192 págs. 68. De amor y política: la tragedia neoclásica española, por Joseh Maria Salla Valldaura, 552 págs. 69. Diez estudios sobre literatura de viajes, por Manuel Lucena Giraldo y Juan Pimentel Igea (eds.), 260 págs. 70. Doscientos críticos literarios en la España del siglo XIX, por Frank Baasmer y Francisco Acero Yus (dirs.), 904 págs. 71. Teoría/crítica. Homenaje a la profesora Carmen Bobes Naves, por Miguel Ángel Garrido y Emilio Frechilla (eds.), 464 págs. 72. Modernidad bajo sospecha: Salas Barbadillo y la cultura material del siglo XVII, por Enrique García Santo-Tomás, 280 págs. 73. «Escucho con mis ojos a los a los muertos». La odisea de la interpretación literaria, por Fernando Romo Feito, 280 págs. 74. La España dramática. Colección de obras representadas con aplauso en los teatros de la corte (1849-1881), por Pilar Martínez Olmo, 652 págs. 75. Escenas que sostienen mundos. Mímesis y modelos de ficción en el teatro, por Luis Emilio Abraham, 192 págs.

JOSÉ LUIS BERMEJO CABRERO

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ANEJOS DE REVISTA DE LITERATURA

DE VIRGILIO A ESPRONCEDA

DE VIRGILIO A ESPRONCEDA

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Se publican ahora nueve trabajos, todos ellos inéditos, sobre textos literarios, latinos y españoles, para ser interpretados fundamentalmente desde un ángulo político-institucional como viene haciendo el autor, aunque en esta ocasión tratando de ampliar su enfoque hacia planteamientos literarios. Se pasa así revista a partir de Virgilio al curioso tema de los vaticinios políticos lanzados imaginariamente por corrientes fluviales, junto a un tópico político de larga difusión. Sigue un análisis sobre las dos formas contrapuestas de interpretar jurídicamente la épica medieval, para centrarse luego en una selección de relatos breves extraídos de obras de pensamiento político o de materia institucional. Garcilaso y Cervantes ocupan posición central en el trabajo a partir de aproximaciones a puntos concretos de sus obras o, en el caso de Garcilaso, con algunas apostillas sobre su biografía. Se pasa luego a escritores menos conocidos —Miguel Moreno, Matías de los Reyes— con un añadido sobre las técnicas narrativas de Céspedes y Meneses para tratar de imprimir verosimilitud histórica a sus relatos novelísticos. Se hace un hueco para la noche de San Juan y para las Cortes de la modernidad; sin que falte la exposición a doble columna de un clamoroso plagio perpetrado por un autor bien conocido, Agustín de Rojas de Villandrando, a quien algunos intérpretes han considerado experto expositor de ideas políticas. Y finalmente se publica y comenta una aportación de Espronceda, hasta ahora al parecer desconocida, de la que sólo se poseían noticias indirectas y que resulta de gran interés para subrayar mejor sus planteamientos políticos. En unos y otros casos se procura aportar novedades a la hora de la interpretación, por muy alejados que temporalmente se encuentren los textos analizados, de Virgilio a Espronceda. José Luis Bermejo Cabrero. Con tres doctorados por la Universidad Complutense (Derecho, Geografía e Historia y Ciencias Políticas), un DEA (en Ciencias Económicas) y un máster (en Historia de la Literatura), ha sido durante años catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones y es, al presente, profesor emérito en la citada universidad. A través de un continuo manejo de los textos literarios, ha publicado una docena de libros y unas cien monografías sobre diversa temática, con atención especial a la historia del derecho y de las instituciones y a la historia del pensamiento político.

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Ilustración de cubierta, fotomontaje: José de Espronceda y Emblemata centum regia politica (Juan de Solórzano Pereira), Madrid, 1953. Emblema n.º 93.

CSIC

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