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Spanish Pages [359] Year 1937
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y la nobleza, todos a caballo, recorrió las ca lles de la ciudad, a la vez que el indio prego nero Bartolomé iba diciendo en altas e inteli gibles voces: . Aprobado su proyecto por la reina Isabel, ésta le facilitó los medios de lle varlo a cabo y en abril de 1578 llegaba Drake a las costas del Brasil con cinco navíos. Des pués de haber entrado en el Río de la Plata se fué a lá bahía de San Julián, donde hizo , cortar la cabeza de uno de sus capitanes, Tho mas Daughty, por un intento de rebeldía contra su autoridad; separándose allí de dos de los barcos que le acompañaban, se dirigió al estre cho de Magallanes guiado por Nuño de Silva 1 hábil piloto portugués a quien había hecho pri sionero en las islas de Cabo Verde; pero sólo el navío que él mandaba, el Golden Hind, pudo pasar el estrecho; los otros dos regresaron a In glaterra. Una vez en el Pacífico, Drake apresó un rico cargamento de oro y piedras preciosas en Valparaíso, fué rechazado en Coquimbo, se apoderó en Arica de tres mil barras de plata,
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saqueó todos los navíos que estaban en el Ca llao, Y dando caza al San Juan de Antón que se diri gía a Panamá, lo despojó de su carga_ mento que valía centenares de miles de libras esterlin as. Catorce meses después de haber perdido de vista las costas de Inglaterra, el afortunado corsario llegaba a las de la provincia de Cos ta Rica, a la sazón gobernada por el capitán Juan Solano, en ausencia de Diego de Artieda Chirino. Se detuvo en la llamada hoy babia de Drake, frente a la isla del Caño, y desde allí divisó, el 20 de marzo de 1579, un pequeño na vío procedente del puerto de San Pedro del Palmar, en la boca del río de la Barranca, de donde había salido tres días antes con uu car gamento de maíz, zarzaparrilla, botijas de man teca, miel y madera, destinado a Panamá. Ro drigo Tello era el maestre de esta nave que llevaba catorce pasajeros, entre los cuales iban Alonso Sánchez Colchero y Martín de Aguirr@, pilotos que el virrey de la Nueva España en viaba a Panamá, para que lleva en al general D. Gonzalo Ronquillo a las isla Filipinas. Salió al encuentro del barco una lancha tripulada por treinta hombres que le intimaron rendición con toques de trompeta y algunos arcabuzazos ti rados al aire; pero como vieran los ingleses que los españoles se apercibían a la defensa, los acometieron de verdad, hirieron a dos y les obligaron a rendirse.
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La presa fuó llevada al lugar on que esta ban dando carena. al Golden Ilind. Drnke trató bien a los prisioneros y a falta de barras de plata y reales de a ocho, de que venia provis to en abundancia, encontró en el navío de Ro drigo Tello bastimentos y algo más que le fué particularmente grato: dos cartas de marear y los derroteros para el viaje de las Filipinas de que eran portadores los pilotos enviados por el virrey de Méjico. Terminada la carena se hizo Drake a la vela con rumbo a la península de Nicoya. A la vista del cabo Blanco, el 27 de marzo, puso en libertad a los prisioneros dán doles una lancha para que se fuesen a tierra, pero se quedó con el navío y su cargamento, no sin excusarse repetidas veces y en términos muy corteses de la necesidad en que estaba de hacerlo. Dejóse también al piloto Sánchez Col chero, a quien ofreció pagar mil ducados con tal que lo llevase a la China y le dió cincuenta para que los enviara a su mujer, permitiéndole escribir cartas a sus deudos, al virrey y al oidor García de Palacio que estaba en Nica ragua. Los prisioneros llegaron el 29 de marzo a la ciudad del Espíritu Santo de Esparza, don de casualmente se encontraba el capitán JtHUl Solano, y éste se apresuró a escribir tan 1nnln nuevas como traían al licenciado nlverd , presidente de la Audiencia de Gunto1nnlH. Siguió navegando Drake n. lo largo d ln
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dalgo español, a Colchero. Al despedirse del hi que diese no Drake le pidió encarecidamente s ticias suyas a varios ingleses residente en Li ma, prueba de que tenia inteligencias en el Perú. D. Francisco de por a it cr es ón aci rel la Según fortuito con Drake, Zárate sobre su encuentro cuerpo y podía tener éste era rubio, pequeño de años. Venían con entonces unos treinta y cinco casas princi él nueve o diez segundones de a su mesa, pales de Inglaterra, a quienes sentaba a, el cual lo mismo que al piloto Nuño de Silv mali no hablaba nunca, limitándose a sonreir ciosamente cuando los prisioneros le dirigían la palabra. Una música de violines amenizaba la comida y la cena, servidas en abundante vajilla de plata marcada con escudos de armas del corsario. En su aposento tenía éste todo género de comodidades, aguas de olor y objetos de lujo, muchos de ellos regalados por la reina Isabel. Sus compañeros le adoraban y él era con todos muy bondadoso, pero a la vez de una gran seve ridad en materia de disciplina. Zárate dice de Drake que era «uno de los mayores marine ros que hay en el mar, ansí de altura como de saber mandar>, y Nuño de Silva lo califica de «boro bre muy sabio en el arte de la mar, tanto que ninguno se sabe que lo sea n1á ">. El Golden Ilind era un excelente navío de unas doscientas toneladas, con treinta pi za de artillería, gran cantidad de pertr chos .,"
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del día señalado para darse la armada a la vela, se declaró enfermo de gravedad, diciendo que tenía una pierna y un brazo tullidos. Fuera o no cierto, moti vos hubo para pon·erlo en duda, a juzgar por lo que el licenciado Val verde escribió al rey sobre el asunto: «Me dijeron muchos que el licenciado Palacio no había tenido mal ninguno... Doy cuenta de esto a V. M., porque el licenciado Palacio ha escrito un libro de militar y me dicen que lo ha enviado a V. M. y profesa este camino de cosas de guerra de mar y tierra; y en el ser vir a V. M. y el decir y haeer, en todo no es una misma cosa>. Después de este paso .de sainete, la flota estuvo en Iztapa y de allí salió al mando de D. Diego de Herrera el 27 de agosto en persecución de Drake, quien ha cía un mes navegaba hacia los mares de la China. Durante quince años más, Drake debía se guir asestando los más rudos golpes al pode- río español en Europa y América. Con activi dad y saña infatigab les saquea la ciudad de Vigo, ataca la de Ca:rtagena de Indias, se apo dera de la isla de Santo Domingo, devasta las costas de la Florida, quema cien barcos en la bahía de Cádiz, contribuye ·c omo el que más a la destrucción de la Armada Invencible ataca la Coruña, desembarca en Lisboa, apresa en todas partes navíos cargados de riquezas.
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eminente y un grande hombre de guerra. Sus mismos enemigos, a quienes tantos males hizo, lo juzgaron así. Nada menos que Lope de Vega cantó las hazañas del terrible inglés en su poema La Dragontea, homenaje de la hi dalguía española y que sólo se concibe en aquellos tiempos heroicos y caballerescos; pues ¿qué diríamos hoy de un poeta alemán que celebrase las victorias de sir Da vid Beatty?
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No faltó sin embargo quien deseara lo que el juicioso Barahona había desdeñado. Don Fer nando de la Cueva, hijo del alguacil mayor de corte de la ciudad de Guatemala, fué hasta Madrid a solicitar con empeño la sucesión de Artieda y pud� conseguir que el rey le otor gase, el 29 de diciembre de 1593, una capitu lación por la cual se comprometía a sustentar y conservar lo que estaba poblado de la provin cia de Costa Rica, y a descubrir, pacificar y poblar a su costa lo que faltaba. N_o obstante las buenas recomendaciones que nevó de Gua temala y el informe muy favorable del Con sejo de Indias, el prudente Felipe II tuvo des confianza de sus aptitudes, como se infiere de la ·real cédula que dirigió al doctor Francisco de Sande, presidente de la Audiencia de Gua temala, en que le ordenaba informarse muy particularmente de si D. ]'ernando de la Cueva era a propósito para cumplir lo capitulado, antes de entregarle su título de gobernador, y que si no lo fuese se abstuviera de hacerlo. Menos escrupuloso que el rey, Sande no tuvo incon.. veniente en confiar la gobernación de la pro vincia de Costa Ríen a un mozo ·de veinticinco años, cala.vera y de índole perversa, que babia derrochado la dote de su mujer D.n Catalina Gutiérrez y dado ya pruebas de su mala con ducta durante el tiempo quo sirvió el empleo de teniente gobernador de Soconusco; poro D.
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negocio en perspectiva, D. Fernando se fué a visitar al preso, le ofreció librarlo de las ga rras de la justicia mediante el valimiento que decía tener con el doctor Sande y los oidores, y le aconsejó que se fugase por lo pronto. Ochoa, muy agradecido, hizo llevar su vajilla de plata a la posada de D. Fernando y éste le facilitó la fuga por todos los medios de que disponia, incluso el de poner preso a Sánchez de Figueroa para que no se la estorbase. De Nicoya e fué el gobernador para la ciudad de Esparza, donde dió otro escándalo muy grande. Durante los pocos días que allí estuvo de paso ace�tó a llegar, procedente de Panamá, Luis Ortiz con su mujer, la hermosa Catalina de Trejo, y D. Fernando resolvió apo.. derarse de ella como lo había hecho en Ni coya con la mulatn. iiandó meter al marido en la cárcel y depositar a la mujer en casa de un cacique indio, incapaz de darle ninguna protección; pero Catalina, no menos virtuosa que bella, opuso tan enérgica resistencia al bellaco de D. Fernando y dió tales gritos de • que se juntó todo el vecindario frente a la casa del cacique, en soa de protesta. Con todo, hubo necesidad de que interviniesen los frailes de San Francisco para salvar el honor de la pobre Catalina. El gobernador se instaló en Oartago como en una ciudad conquistada. Tanto él como sus
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des, había cometido ya tal número de malda a que el padre Pedro de Herrera, nombrado cur de Cartago y vicario provincial, resolvió ex comulgarlo el mismo dia de su llegada, que fué el 24 de junio de 1595, mandando poner asimismo en tablilla al cura anterior Martin Muñoz y al escribano de gobernación, por su complicidad con D. Fernando. Tan pronto como éste lo supo hizo tocar la caja de guerra por las calles, sacó la bandera y una vez reunidos los vecinos en armas se fué con ellos al con- vento de San Francisco. El padre Herrera es taba en la iglesia con el Santísimo Sacramento en las manos y rodeado de los frailes, espe rando el atropello que presagiaban las medidas tomadas por el gobernador. Penetró éste en la iglesia con Antonio de Carvajal y Juan de Trimiñ.o y en tono colérico requirió al cura para que lo absolviese, mostrándole una real· cédula del archivo de la ciudad en que se mandaba que los gobernadores no fwesen ex comulgados; y como el cura no quería ceder, lo amenazó con ponerle grillos y expulsarlo de la provincia. Intervinieron entonces algu nos vecinos y los frailes, y al fin convin el o padre Herrera en que el guardián de San Francisco diese la absolución a los tres ex comulgados, quedando así triun fante el go bernador. A pesar de la presencia del vica rio siguió
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MUERTO el abominable D. Fernando de la Cueva, que fué azote de la provincia de Costa Rica, el doctor Alonso Criado de Cas tilla, capitán general y presidente de la Audien
cia de Guatemala, nombró a fines de 1599 gobernador interino a D. Gonzalo Vázquez de Corona.do, primogénito del conquistador Juan Vázquez de Coronado, a quien babia sucedido en el adelantamiento el 21 de abril de 1586, . veintiún años después de la muerte trágica de su padre. Don Gonzalo era vecino de la ciu dad de Santiago de los Caballeros de Guate mala, donde nació también su madre doña Isabel Arias Dávila, dama del linaje de los
condes de Puñonrostro. El doctor Criado de Castilla era muy amigo suyo y deseaba favo recerle, al ver que no obstante las buenas en comiendas de indios que tenia en Guatemala, la renta de mil pesos anuales de que gozaba
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pero que no debieron de ser buenas, porque las desestimó el cabildo y más tarde la Audien cia, Ocampo Golfín objetó la elección y des tituyó a los regidores que la hicieron, en pre sencia de D. Gonzalo y con el beneplácito de éste, reponiéndolos con otros de su bando que dieron las varas a Matías de Palacios y Antonio de Carvajal. Agustín Félix de Prendas, uno de los regidores arbitrariamente depuestos, salió para Guatemala con el objeto de pre sentar una queja ante la Audiencia por el atropello; pero el gobernador mandó en su persecución al alguacil Felipe Monje y a Fran cisco de Fonseca, que le dieron alcance a unas cuatro leguas de Cartago y lo trajeron a la cárcel, donde fué a verle D. Gonzalo y le dijo que lo había hecho volver tan sólo para que llevase a Guatemala la noticia de que él erti· solidario con Ocampo Golfín. No obstante este obstáculo y otros que se le pusieron, Prendas logró hacer su viaje, y la Audiencia dispuso, el 23 de marzo de 1601, que los regidores y alcaldes desposeídos volviesen a sµs puestos. Habiendo regresado tan rápidamente como lo permitía un viaje de trescientas leguas por pé simos caminos, el triunfante Prendas se apre suró a presentar la real provisión de que era portador al cabildo de Cartago, el 20 de junio. Leída que fué con el respeto y solemnidad acostumbrados, los señores capitulares dijeron
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D. Diego de Sojo y Pedro Alonso de las Alas, riñó con los tres y se puso a la cabeza del partido de oposición, logrando formar una ma yoría contra ellos entre los regidores. Viendo lo cual D. Gonzalo puso una guardia en el cabildo el día de la elección para amedren tarlos; pero los opositores se mantuvieron fir mes, eligiendo para alcaldes ordinarios a Cris tóbal de Ohaves y Francisco Ramiro Oorajo, y de la Santa Hermandad a Gaspar Rodríguez y Leandro de Figueroa, los cuatro del bando de Ocampo Golfín. El gobernador ·objetó la elección de Chaves por ser cuñado del alférez mayor Francisco de Alfaro, el cual no había votado por él, y el cabildo sostuvo la validez del nombramiento alegando que la real pro visión de 1599 prohibía que fueran electos pa rientes de los regidores dentro del tercer grado de consanguinidad, mas no de afinidad. Muchos vecinos, atraídos por las grandes voces que daban el gobernador y los regido res, habían penetrado en el cabildo para pre senciar la disputa. De pronto llegó tambi · n Cristóbal de Cha ves, y al verlo entrar s pr cipitaron a su encuentro los regidores, di i n dole que estaba legalmente electo nlcnld or dinario, que hiciese la señal de la ruz jurase el cargo en forma de d recho. Juró Chaves como se lo pedían, Ramiro orfljo, quien estaba ya en posesión de su ara, la
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noche se jugaba sin tapujos en las casas del bachiller Lope de Echavarria, cura y vicario de Cartago, del alguacil mayor Gaspar Pe reyra Cardoso, de Luis Camelo, Juan Calde rón, Alonso Pérez, y hasta en la del gober nador, cuando por . Uno muri de tres carabinazos y otro fué muy grav mente herido. Cuatro pedreros que estaban en la lan h .capturada quedaron en poder de los indios 01n
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trofeos de su victoria. Los piratas estuvieron algunos días en la isla de San Lucas dando carena, pero sin volver a intentar n · ingún des embarco. Dos años y medio más tarde, los indios de Nicoya fueron a su vez sorprendidos por los piratas ingleses y franceses asociados que in festaban las costas del Pacífico. El 7 de enero de 1687 encontrábase el alcalde mayor D. Fran cisco de Rivas y Coutreras departiendo en su casa cop fray Antonio de Paravayón, guardián del convento de San Francisco, cuando los in terrumpió un jinete que llegaba a galope. Era un indio que traía la noticia de que el enemigo estaba en las goteras del puebló. Con estos piratas venían los que en 1685 y 1686 · saquea ron e incendiaron la ciudad de Esparza, y entre los cuales figuraba el parisiense Raveneau de Lussan, que escribió un relato muy interesante de sus aventuras. En número de doscientos habían llegado la .noche anterior a la boca del rio Nacaome en lanchas. Un español que los guiaba les dijo que para no ser descubiertos era indispensable desembarcar en un estero donde los metió. Desde alli emprendieron la marcha por un pantano, en el que pronto se encontraron metidos basta la cintura, y a varios de ellos que se fueron en el f�ngo basta el cuello bub::.º...-iiilli. ...__ que sacarlos con cuerdas amarradas d mangles. En tan apurada situación m�
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al guia que se subiese a un árbol, para tratar de ver a la luz de la luna si había terreno firme. El prisionero aprovechó la coyuntura para fu garse de árbol en árbol, haciendo mofa de las amenazas de los piratas impotentes. Estos no pudieron salir del atolladero hasta el amanecer y se consolaron del estado lastimoso en que se encontraban, riendo del chasco que les había dado el español. Habiendo vuelto a sus lanchas, salieron del estero al río y navegaron aguas arriba hasta una trinchera abandonada, donde estaban los re1dos de dos navíos quemados por log- espafioles algunos atios antes. Desembarca ron en ese punto, y siguiendo un camino que de alli_ partía sorprendieron el pueblo de Santa Catalina, situado probablemente en el lugar que hoy se llama Vigía. Al saber que Nicoya no estaba l'l:lás que a tres leguas de allí, montaron A catiallo sesenta para tomar la población de aorptesa, según su táctica habitual; pero se to paron a medio camino con dos jinetes que vol vieron g.-upas al verlos, y uno de éstos fué el que dió la -vot de alarma al alcalde mayor, el cual d�p1110 reunir inmediatamenté en la plalA a loé pbe01 Hombres disponibles, para oponers, a lós ijlt'�soréi, en tanto que las mujeres bufan a loa montea co.b to4& lb que pudit,ron recoger a tdda pW1sa. 1'.ray A.btoitto ■e fue corriendo a la igleaia a con'JMm{r et Santfaimo Sacramentb y los mayor«rofiioa ,e 1te1varon l • vasos sagt dos para enterrarlos. l
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se babia prometido por los prisioneros de Santa Catalina. El 19 vieron llegar los piratas a la orilla del mar una recua de mulas cargadas de maiz y bizcocho. Era el rescate de los treinta y cinco niños y mujeres que gemían a bordo de los na vios y fueron puestos en libertad. Los piratas salieron de nuevo en lanchas con el objeto de explorar los rios y penetraron diez leguas por el Tempisque. En las haciendas de ganado estavieron proveyéndose de carne hasta el 6 de febrero, y el 13 llegaron por tercera vez a Nicoya. No había un alma en el pueblo, y después de haber aguardado en vano el rescate hasta el 17, le dieron fuego, menos a la iglesia, como antes habían hecho en Es-. parza, porque, según dice Raveneau de Lus· san, los franceses, como buenos católicos, res• petaban los templos, salvándolos del furor de los ingleses. Los infelices indios de Nicoya quedaron en un estado de miseria lamentable, y tuvieron que suplicar a la Audiencia de Gua temala que les perdonase los tributos de los tres años en que no habían podido trabajar por causa de los piratas; la Audiencia, com padecida, accedió a taQ justa demanda.
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a la provincia, la ciudad de Cartago pidió en 1696 a Felipe II que se le nombrase abad de Costa Rica. De los que ingresaron en la orden seráfica merecen ser recordados, entre otros) fray Diego Macotela, que llegó a ser vicario provincial en Nicaragua, fray Sebastián de las Alas y fray Claudio de Aguiar, cura doctrinero y gran benefactor de los indios de Boruca, para quie nes fué a pedir limosna hasta Guatemala. Fray Claudio, cuya virtud era por todos admirada, murió muy joven, el 22 de septiembre de 1680, en una montaña remota donde se encontraba con otro franciscano y un ermitaño. Su cadá ver fué traído a Cartago; llegando a esta ciu dad incorrupto, a pesar de los soles y las lluvias que llevó en el camino durante varios días; y a su entierro, que fué muy solemne, asistió toda la provincia, después de haber acu dido a contemplar el prodigio. Pero aun cuando fueron muchos los hijos de San Fraacisco, fo rasteros o naturales de Costa Rica, que por sus cristianas virtudes y trabajos apostólicos, particularmente en la indómita Talamanca, se hicieron acreedores a la gratitud de sus con temporáneos, la tradición popular sólo guarda la memoria de fray Antonio Margil de Jesús, de quien se refieren toda vía los milagros en Cartago. Nació fray Antonio en cuna muy humilde
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su ministerio, esparciéndose en todo el reino la fama de los Padt"es Santos, como les lla maban las gentes; y, después de haber pere grinado también por Nicaragua y Nicoya, lle garon en 1688 a Costa Rica. La ciudad de Cartago presenció, hondamente conmovida, la entrada de los misioneros. Con un crucifijo en las manos y cantando el Alabado venían en medio del gentío que los rodeaba. La palidez de sus semblantes, sus hábitos llenos_ de re miendos, sus pies descalzos, impresionaban los ánimos, mo�'iendo a piedad los corazones más empedernidos. Nunca- hubo en Cartago tanto fervor religioso ni tan sincera contrición como en aquellos días. La iglesia de San Francisco no se vaciaba, y desde el gobernador D. Mi guel Gómez de Lara hasta el último de los indios pidieron la absolución de sus culpas a los misioneros, de cuya presencia no se can saba el vecindario de dar grac1as a Dios. Asi fué general la consternación al saberse que habían resuelto entrar en Talam.anca, por los grandes peligros que iban a correr en aquellas adustas montanas habitadas por indios de le gendaria fiereza, que habían derramallo la san• gre de fray Juan de Ortega y fray Rodrigo Pérez; pero los dos misioneros tenfan sed de sacrificio y esos mismos peligros que con tan . sombríos colores les. pintaban, eran para su ardor evangélico nuevos acicates.
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edicación del sultó igualmente fructuosa la pr Evangelio. Quince iglesias fundaron en Tala manca durante los diecinueve n1eses de su per manencia en esta comarca. Bendijeron la úl tima el 25 d·e agosto de 1691, poniéndose al dia siguiente en camino para su convento de Q,uerétaro en Méjico, por mandato del comisario general. La labor evangélica de fray Antonio y su compaft.ero en Talamanca, es verdaderamente 4dmirable y sólo se concibe en hombres ani mados de una fe semejante a la de los após toles. Para llevarla a cabo pasaron innume rables- trabajos y corrieron !Duchos peligros, llegand� una vez a punto de perder la vida en Ujambor, donde los indios, después de que mar la iglesia de San José, los rechazaron con sus armas, abollando de un macanazo la cara del Santo Cristo que 1,es mostraban. Con gran dolor de su corazón abandonó fray intonio a sus neófitos de Talamanca, aumentando su pena al llegar a Guatemala y saber que la orden de su regreso a Méjico ha bja sido revocada. Pasó a la Verapaz en mi sión, de alli a los indios cholee del Manché, intentando después entrar en las tierras de los feroces lacandones aln podel'lo conseguir. En• contrábase de nuevo en la ciudad de Guateala, cuando el presidente de la Audiencia D. Jacinto de BarrlJ)s Leal re-olvió abrir un ca-
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mino a Campeche por el territorio de Lacan dón, poniéndose él mismo al frente de 600 hom bres para realizar esta dificil empresa. En calidad de capellán del presidente, fray Anto nio acompañó esta expedición, saliendo de Gua temala el 17 de enero de 1695. Al año siguiente tuvo que trasladarse a Méjico, por haber sido electo guardián del convento de Querétaro, y en 1701 regresó a Guatemala para fundar en esta ciudad el colegio de Cristo Crucificado del que fué el primer guardián; pero en medio de sus trabajos y peregrinaciones no echaba en olvido a Talamanca, y en 1706 se vino de nuevo a Costa Rica para reanudar su labor interrumpida desde hacia catoree afíos. La -ciu dad de Cartago lo recibió con palmas,. reno vándose las devotas demostraciones de 1688. En el mes de junio de 1706 salió fray An tonio para Talamanca con fray Lucas Morillo de Rivera y una escolta de 60 soldados, parque los indios se mostraban cada vez más hostiles a los misioneros. Cerca del pueblo de Tuis le dió alcance un correo con una carta en que se le ordenaba ir a Méjico. Lamentándose fray Antonio de la ruina de sus esperanzas cuandó ya creía verlas realizadas, su compalfero le propuso seguir el viaje para. regresar una vez organizada· la misión; pero fray Antonio le replicó: . -Eso so; ni un paso ·ade�ante. Lo que me manda la obediencia es volver.
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Y dejando la empresa a cargo de fray An tonio de Andrade, se puso en camino para Mé jico, donde fundó en 1707 el colegio de misio neros de Propaganda Fide de Zacatecas y en 1713 el de Guadalupe. Sin que en él declinase un solo día el en tusiasmo apostólico que lo trBjo a las Indias, fray Antonio consagró sus últimos años a las misiones franciscanas del virreinato de la Nueva España, conquistando el nombre de Padre Santo �on que fué conocido hasta en Tejas. Murió en el convento grande de San Fr.ancisco de la ciudad de Méjico, el 6 de agosto de 1726. Todo el vecindario desfiló ante su cadáver, que estuvo expuesto durante dos días. Hubo nece sidad de resguardar!� con soldados, porque la muchedumbre se precipitaba a besarle los pies y quitarle pedazos del hábito y del cordón, para guardarlos como reliquias. Convocados por el virrey, los señores de la Real Audiencia se reunieron el 7 de agosto y acordaron: «Que por cuanto había fallecido el día seis el padre fray Antonio Margil de Jesús, reli gioso del sagrado orden de San Francisco, pre dicador, misionero, etc.; y atendiendo a que más tiempo de cuarenta y cinco años, con ar diente celo en el servicio de Dios y de Su Majestad, sin reservar ciudad, pueblo, villa, partido ni provincia de este reino de Nueva España, de los de Guatemala, Nueva Galicia
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claustro del convento, salió a recorrer algunas calles para que la muchedumbre apifiada en ellas pudiese ver el cuerpo del Pad_re Santo, llevado en hombros por canónigos, prelados de las religiones y regidores de la ciudad. En muchos lugares de Nueva España y del reino de Guatemala se hicieron honras fúne bres a fray Antonio, y admiradores entusiastas publicaron en Méjico panegíricos de sus vir tudes, en prosa y en verso; Dieciséis años más tarde, en 1742, fray Isidro Félix de Espinosa, ex guardián y cronista del colegio de la San ta Cruz de Querétaro, dió a la estampa en Va leucia un libro sobre el padre Margit, intitu lado El Pe1·eg1"ino Septent1·ional Atlante. En sus 411 páginas relata y comenta prolijamente la vida del misionero ejemplar, a quien los franciscanos llamaban el Apóstol de Guate mala. Como en la mayor parte de las obras de esta índole, figuran en la de Espinosa he chos extraordinarios relacionados con la vida del padre Margil. En apoyo de algunos cita el testimonio de personas de reconocida piedad, como la noble matrona guatemalteca D.ª Ana Guerra, que escribió en galana prosa el relato de sus valientes peleas contra el demonio. Dofia Ana afirma que fray Antonio extinguió en ella para siempre y con la fiola virtud de sus pa• labras, los_ incentivos de la concupiscencia que no había podido vencer en muchos aiios de lucha pavorosa.
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padre Margil desempeñó cargos muy honrosos, como el de prefecto de las misiones de Pro paganda Fide en todas las Indias Occidenta les, notario apostólico, comisario del Santo Ofi cio y guardián de tres conventos. Su vida constituye un admirable ejemplo de energía, perseverancia y abnegación cristiana, digno de que 1a posteridad le tribute -el homenaje que merece
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atemala, era Mosquitos, cáncer del reino de Gu . 1s�o 0 el r po as itid em � loable, las pretensiones de usurpar el gobierno civil de la prov1nc1a de Nicaragua no podían tolerarse. En esta ma teria fray Benito llegó hasta exigir que el ca bildo de la ciudad de León se reuniese en su palacio, presidiendo él las sesiones vestido de seglar con una capa adornada de vivos encar nados, un gorro blanco en la cabeza, y dán dose aire de estar por encima de la autoridad real. Durante la visita que hizo a Costa· Rica en 1711, ordenó a los habitantes de los cam pos que construyeran oratorios y cumpliesen puntualmente con los preceptos de la Iglesia, y como no pudo ser obedecido los excomulgó en 1714 con terribles maldiciones. En este mismo afio y sin níás fundamento que UBa carta de un tal Pedro Martfnez de Santa Cruz y otra de fray Pablo de Otalora, guardián del con vento de San Francisco de Cartago, acusó ante la Audienci-a de Guatemala, por comercio ilí cito y trato_ con extranjeros, al sargento mayor D. José Antonio Lacayo de Briones go bernador interino de Costa Rica. Por motivo de esta denuncia la Audiencia , obrando con tanta ligereza como el obispo, depuso a Lacayo de Briones y nombró en su lugar al maestre de campo D, Pedro Ruiz de Bustamante, quien tomó posesión el 6 de marzo de 1717; Y como eran muchas las · denuncias
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que por comercio ilícito ha bfa recibido contra diferentes personas importantes de Cartago, dispuso enviar un juez pesquisidor y de resi dencia, confiando el cargo a D. Pedro Martínez de Ugarrio; pero desde que éste hizo pre en tación de sus poderes, a principios de septiem bre, tropezó con la mala voluntad de Ruiz de Bustamante, resueltamente hostil a su antecesor, ilo obstante las pruebas fehacientes de su ino cencia que éste le había presentado. Haciendo caso omiso de la autoridad de l\Iartinez de Ugarrio, embargó los bienes de Lacayo de Brio nes y le puso guardas en su casa, confabulán dose con los que tenían razones para temer los procedimientos del juez pesquisidor, a quien acordaron recusar, como en efecto lo hicieron el 16 de septiembre D. Bias González Coronel y D. Pedro Rodríguez Palacio, regidores, y D. Juan Mario, diciéndose procurador síndico in serlo. Ruiz de Bustamante hizo causa común con estos individuos y amenazó a Martinez de Ugarrio con aplicarle una multa de do mil pesos si no se daba por recusado. 1 1 septiembre mandó salir a Lacayo d ri n para Tucurrique bajo pena de quini nto p de multa; pero éste se asiló 1 n1i m dia n el convento de San Francis ·o, on li n ia d l juez pesquisidor y burlando la igilan ia d lo guardas, vestido de francis ano según pare e. En el proceso seguido por el 1ni mo Ruiz
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de Bustamante no resultó ningún cargo probado contra Lacayo de Briones; antes bien pudo éste demostrar que durante su gobierno la real caja. había recibido dos mil pesos por decomisos de mercaderías de contrabando. Se probó además que en Costa Rica no existía ni había existido nunca ningún sujeto llamado Pedro Martínez de Santa Cruz, y en cuanto a fray Pablo de Otalora, negó a pie juntillas haber escrito l& carta recibida por el obispo; pero después, y no obstante haber dicho que su autor era un dejado de la mano de Dios que se había valido de su nombre para cometer semejante infamia, escribió a la Audiencia que sólo él decía ver dad, aludiendo a los informes muy favorables al gobernador enviados a Guatemala por el ca bildo y el clero regular y secular de Cartago. La impostura de fray Pablo resultaba especial mente odiosa por la amistad que lo ligaba con Lacayo de Briones, quien asimismo había ser vido bien al obispo cuando la expedición contra los zambos de Punta Gorda, lo que no fué obs táculo para que fray Benito le tomase ojeriza después. Habiéndose quejado el g0bernador de la conducta del guardián a fray Ignacio del Río, provincial de los franciscanoB, el definitorio de la provincia de San Jorge de Nicaragua prohibió a fray Pablo el ejercicio de todo ministerio sa cerdotal, declarándole apóstata y fuera del gremio de la religión y le ordenó comparecer en el convento de León.
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bernador y el clero y en efecto surgió el 29 de junio de 1718. Por la tarde de ese día entraron en Cartago unas mulas cargadas de cacao de Matina y conducidas por un esclavo de D. José de Mier Ceballos, recién nombrado notario ecle siástico. El gobernador, después de embargar el cacao, ordenó al esclavo que fuese a descar garlo en casa del capitán D. Antonio de Soto y Barahona. Enterado el notario del hecho, se fué a ver a Ruiz de Bustamante para pregun tarle el motivo del embargo y decirle que una parte del cacao era de su propiedad y el resto de su sobrina D.ª Maria Josefa de la Vega Ca bra!, administradora de la bula de la Santa Cru zada. Por toda contestación el gobernador le dijo: -Yo no embargo nada de usted ni de su sobrina. En viniendo las tres cargas que su es clavo dejó en El Guayabo, sabrá usted el mo tivo. Muy descontento por esta respuesta que no aclaraba nada, Mier Ceballos puso la queja al cura y vicario de Cartago, el cual requirió al gobernador, en nombre del tribunal eclesiástico y el de la Santa Cruzada, para que desembar gase el cacao. Ruiz de Bustamante contestó negativamente, diciendo que todo aquello era una intriga de Lacayo de Hriones para pertur bar la paz de la provincia, siendo éste el ver dadero duefio del cacao, y que el embargo iba.
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a servir para pagar los guardas que le tenia _puestos en el convento de San Francisco. Al segundo requerimiento del vicario, respondió con citas de opiniones de jurisconsultos aplica bles al caso y argumentos en defensa de la real jurisdicción. El vicario lo requirió entonces por tercera vez el 11 de julio, ordenándole levantar el embargo dentro de una hora de notificado el auto, bajo pena de excomunión mayor. A esto replicó Ruiz de Bustamante que la amenaza de excomunión no le causaba ni podía causarle perjuicio alguno, porque el vi cario estaba evidentemente dirigido por Lacayo de Briones, cuya causa protegía. En seguida hizo tocar las cajas de guerra en la plaza para llamar a las milicias y puso una guardia en su casa y otra en el cabildo. Con no menos diligencia el vicario lo declaró por público excomulgado, mandándole poner en tablilla. El sacristán mayor fijó en la puerta de la pa rroquia el siguiente rótulo: «Tengan por público excomulgado de parti cipantes al maestre de Oampo D. P dro Ruiz de Bustamante, justicia mayor y capitán g neral de esta provincia, por desobediente lo mandatos de Nuestra Santa Madre Iglesia por percusor de la inmunidad eclesiástica � de�a;:;-- la Santa Oruzada.
� Don Diego de Angulo Gas ón>.
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ron • is d l tarde del mismo df a fue na or, a notiftcarle la excog a • )f.anuel González Coronel, D. Manuel de Ea• 1,a1eo ; 1n e sea y , pero los guardias que estaban rta les cerraron el paso. e Gonatén aois?-lea preguntó el Padr o el. contestaron. �tt e1M d _a:-a1• • or gobernador ar. fijado por go 1
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do con tres oficiales y un amigote suyo foras tero, llamado D. Juan de Paz y Quiñones, que andaba en busca de minas. Estuvo un rato en el cuerpo de guardia hablando con el maestre de campo y después se fué con éste y los de más que le acompañaban a casa de D. Fran cisco de la Madriz Linares. En el momento de salir dijo a los de la guardia: «El clérigo o mo nigote que aquí llegue rechácenlo, y si no obe dece le disparan el arma que esté mejor car gada. Hasta ahora no saben quién es D. Pedro Ruiz. Yo les daré una manotada». En casa del sargento mayor Madriz Linares, éste le refirió que los padres habían estado a notificarle que si continuaba- obedeciéndole seria también ex comulgado, a lo que él contestó que no oia el auto por tener órderres que ejecutar de su go bernador y capitán general. -Ha hecho usted Iq.uy bien-dijo Ruiz de Bustamante-, porque yo tampoco me tengo por excomulgado. Eso es valerse de las armas de la Iglesia para tapar picardlas. Ya se toma ran los padrecillos saber lo que yo he estud ado. 'l'odo nace de no ser yo amancebado ni tener otras picardías para ser tapadera de los demis. En cuanto a la jurisdicción no me la dejo qui tar. Esa la he de defender hasta el dia del juicio, si basta entonces me mantengo en nii gobierno. Y luego, aludiendo sin duda al prudente
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silencio que guardaba el maestre de campo, a quien habían notificado lo mismo que a Madriz Linares, añadió: -Si alguno tiene algún escrúpulo, yo no tengo ninguno; y si por faltarme a la obedien cia ahorco a uno o más de · mis súbditos, ¿en qué quedarán los padres? A la mañana siguiente y para obligar a Lacayo de Briones a que abandonase el asilo mandó poner sitio al con vento de San Francis co, con tal rigor que· no se permitía entrar ni salir a los mismos fr-ai.les, a la vez que las ma niobras de los milicianos mantenían en alarma la ciudad. No obstante el requerimiento del vicario para que desobedeciesen al gobernador, los oficiales no faltaron a su deber, y el 17 de julio fueron también puestos en tablilla, con excepción de Serrano de Reina que habia pro cur4do lavarse las manos en su respuesta al padre González Corqnel, negándose además. a obedecer la orden de haQer fuego sobre los clérigo1 mientras no ae la diese el gobernador por escrito. Don J Qan de Paz y Quifiones, uno de los excomulgados, escribió al vicario par• rogarle que le blcie1e saber si el rótulo que babia amaneoido eg 1-. puerta de la iglesia en el cual flgtiraba un aujeto llam2'do Juan de Paz a secas, ae referfa al capitán D. Juan de Paz y Qultionea. «Porque estoy cierto-afia• día-que si· por algún delito me hubieran de
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Ollo y Carrasco, mujer del gober.nador y na tural de Panamá. Don Diego le entregó seis cartas de parientes y amigos para que las fuese leyendo, en tanto que él se enteraba del con tenido de los oficios que le dirigían D. Jeró nimo Badillo, capitán general del reino de Tie rra Firme, y el teniente de Esparza. Ambos eran importantes. En el suyo, de fecha 2 de enero, Badillo le comunicaba que el 31 de di ciembre anterior había arribado a Panamá un barco que despacharon expresamente las auto ridades de Guayaquil, para noticiarle que por aquellos mares andaba un navío inglés de 40 cañones y tripulado por 150 hombres. Don José del Haya le c·onfirmaba esta noticia, aña-· diendo que el navío corsario había hecho ya cinco presas en las costas de Guayaquil y que su capitán se llamaba John Clipperton, el mismo que había entrado en el Pacifico el año de· 1713 con el navío Prince Eugene. Estas noti cias y las cartas habían llegado a Caldera el 25 de enero en el barco de Gregorio Farias procedente de Panamá. En el acto contestó el gobernador a su teniente de Esparza que do blase las vigías y pusiese otras en parajes avanzados; y como estaba muy escaso de ar mas Y pertrechos, escribió a los capitanes ge nerales de Guatemala y Panamá para pedirles pólvora Y balas, y al alcalde mayor de Nicoya Y al gobernador de Nicaragua, a· fin de que
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estuviesen listos a la defensa de sus costas. Al día siguiente hizo publicar un bando para que todos los vecinos que tuvieran armas y municiones las aprontasen y ordenó que el barco de Farias fuera a ocultarse en el río Tempisque y le quitaran el timón, los remos y las velas. Nada más se supo en Cartago del corsario hasta a mediados de febrero por una carta de D. Juan de Irigoyen, alcalde mayor de Ni.. coya, en la que noticiaba al gobernador que el día 6 del mismo mes habían llegado allí dos negros fugitivos de una pe_queña fragata tripu lada por trece ingleses, que hizo agu�da en Punta Blanca. Estos negros, junto con otros seis que quedaron a bordo, habían sido apre sados en las costas del Perú y la fragata que los trajo aguardaba un navío grande, con el cual debía reunirse en el puerto de Las Velas o en la isla del Coco, para hacer viaje a la China. Clipperton se había quedado en las costas de Panamá con el propósito de apre sar al marqués de Villarrocba; pero Irigoyen añadía que el marqués se encontraba a�n en Pueblo Nuevo de Chiri�ui. Esta noticia inquietó mucho a D. Diego y sobre todo a D.ª Petro nila, que había vivido en casa del marqués como su hija. adoptiva. El general de artillería marqués de Villa� rrocha era natural de Quito y hombre que fri-
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saba en los sesenta años. !labia sido presidente de la Audiencia de Panamá durante seis me ses, en 1699, y sucedió al marqués de Brenes como gobernador y capitán general del reino de Tierra Firme en mayo de 1707; mas por motivo de discordias con la Audiencia, ésta lo despojó del mando en 1708, confinándole al fuerte de Chepo donde estuvo tres años, hasta que habiendo quebrantado su confinamiento en junio de 1711, se apoderó del gobierno que sólo pudo conservar durante vein-ticuatro horas. Extinguida la Audiencia en 1718 por la anar quia que reinaba en Panamá, el rey llamó al marqués de Villarrocha a la corte. Sabedor de que en el Callao se preparaba a salir una flota directamente para Europa por el cabo de Hor nos, resolvió aprovechar tan buena ocasión de que su mujer D.ª Teresa Manrique de Lara, natural de la ciudad de Lima, pudiese ver de paso a sus hermanas que residían en ella. En tró en arreglos con el capitán D. Agustín de Carranza, propietario del navío 1Vuest1·a 1ñora del Ca,·men, para que lo llevase ·011 su familia al Callao, suministrándole mús de veint mil pesos que se necesitaron para reparar 1 barco, que debia hacer escala en la iudad de Nuestra Señora de los Remedios de Pueblo Nuevo, con el objeto de tomar allf un carga mento de madera de cedro pertenecí ute al marqués y que éste se proponía vender en el
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deciendo hambre y sed, porq u e el navío est aba u esc aso de víveres y ag u a. Clipperton les � r p1d10 un rescate de cinc u enta mil pesos ofre ciendo llevarlos al p u erto de Ancón O 'al de Chancay en el Perú, donde debían pagarle esta suma, que después convino en reducir a veinte mil pesos; pero antes se vino a Nicoya en busca de la fragata q u e allí había estado en el mes de febrero. El 20 de marzo fondearon en el puerto de Las Velas el Success y el Nuestra Señora del Carmen # y el 22 las vigías apre saron en la playa a dos hombres que resultaron ser. el c�pitán Carranza y fray La u reano Ga monal, capellán del navio español, a quienes Clipperton había permitido salir a tierra a buscar vi veres para los · marqueses. Cuando regresaron a bordo, fray Laureano cometió la imprudencia de contar al corsario que había sabido que una poderosa escuadra estaba para salir del Callao en su busca. Clipperton dijo entonces al marqués que ya no lo llevaría al Perú y le ofreció, a cambio de un rescate e · seis mil pesos -en dinero o en afiil, dejarl en Nicoya con su familia, sus esclavos, el navi� 1Nuestra Señora del Carmen y todo su equ ajas. paj e, excepto el oro, la plata y las alh o del cor Aceptó el marqués la oferta y obtuv i .ª tierr sario un plazo de doce d�as para � el dinero) de con la marquesa a procurarse catorce mes jando en rehenes a su hija de
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uestra Señora sobre la propiedad del navío N todavía en del Carmen. En 1724 se encontraba la suerte la capital del Reino, sin noticias de ra colmo que hubiese corrido el marqués, Y pa año el de males la Audiencia falló ese mismo o se pleito en favor de Carranza. Del Re�lej dirigió Clipperton a las costas de Chile, bus cando la salida por el cabo de Hornos, y a la altura de Payta apresó un navío que iba para Panamá con escala en Guayaquil, donde debía dejar a la condesa de Lagunas, mujer del go bernador de Popayán. El corsario la trató con el mayor respete, no permitiendo que su gente la despojase de ninguna cosa de su pertenencia. Diéronle caza, sin poderle alcanzar, los tres navíos de guerra que al mando de D. Bartolomé de Undinzu mandó contra él el arzobispo vi rrey del Perú, D. fray Diego Morcillo Rubio de Auñón, el mismo que había sido obispo de Nicaragua y Costa Rica de 1701 a 1709. No tuvieron mejor suerte la fragata Aguila Volante ni el navío del general D. Pedro Medranda· pero Clipperton tuvo que desistir de su pro� yecto de regresar a Europa por el cabo de Hornos y puso la proa a los mares de la China. E? las i�las Marianas se le fugó el marqués de V1llarrocha, y en las Filipinas cayó por seg unda ve� en ma�os de los españoles el galan te cor. sario, de quien no se volvieron a tener ·1c1as no t . en Ame, r1ca.
LA JURA DE D. LUIS I FRAY
Diego -Caballero, guardián del convento de San Francisco de Cartago, es taba muy atareado el 24 de diciembre de 1724 con los preparativos que en su iglesia se hacían para celebrar dignamente la Navidad, cuando se le - acercó un indio y le entregó una .carta después de besarle con mucho respeto la mano. La misiva era de fray Miguel Hernández, cura doctrinero del pueblo de Ujarraz, y el guardián comenzó a leerla distraído, pero a medida que avanzaba en la lectura, su sem blante iba reflejando un interés creciente. Le ó por segunda vez· con gran reposo, y habiendo llamado a Fray Andrés Capellazo, que dirigia el aderezo de un altar, se fué con él al cl�ustro -para mostrarle la carta. Al enterarse de su contenido, fray Andrés ae quedó suspenso mi rando al guardián. Al cabo de un rato le dijo:
-¿Qué piensa vuesa paternidad de este suceso?
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-Pienso que no conviene decir nada todavía. Se trata quizás de una ilusión de fray Miguel. -Me parece que vuesa paternidad piensa muv.. bien . Sin decir más, los dos franciscanos regre saron a la iglesia para reanudar su tarea y no volvieron a hablar del asunto hasta después de la Navidad. En su carta fray Miguel comu nicaba al guardián que a las diez de la noche del 23 de diciembre las campanas de la igle• sia de Ujarraz habían tocado por si solas, -acontecimiento que lo tenia muy preocupado. Esa iglesia, una de las mejores de Costa Rica en aquel tiempo, era el santuario de Nuestra Señora de la Concepción, protectora y defenso ra de la provincia, que la había salvado de los piratas en 1666 y cuya milagrosa imagen, en viada según la tradición por el emperador Car los Quinto, se custodiaba en Ujarraz desde los tiempos de la Conquista. El guardián y fray Andrés, después de haber departido largamente, convinieron en seguir callando el hecho para no alarmar al vecindario; pero el 7 de enero de 1725 una nueva carta de fray Miguel vino a alborotar el convento y en seguida la ciudad. Relataba en ella que el 31 de diciembre ante rior, a las once de la noche, las campanas ha bían tocado por segunda vez misteriosa mente, repitiéndose el hecho el 6 de eBero después de media noche. La confusión y alarma que estas
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publicar en Cartago, la ciudad del tspíritu San to de Esparza y· todos los valles de Barva, a son de cajas de guerra, clarines y tiros de fusil; pero en vista de lo muy riguroso de la estación de aguas, dispuso aplazar la jura del nuevo rey hasta el 21 de enero del año siguie:Bte, a fin de que la solemnidad resultase más lucida con el buen tiempo. Tanto el gobernador como los ve cinos juzgaron que la presencia en Cartago de la milagrosa imagen habría de contribuir po derosamente a este lucimiento, y se acordó se guirle tributando honores hasta que terminasen las fiestas reales que se habían venido prepa. rando. Empezarou éstas en la mañana del 20 de enero de 1725, poniendo el estandarte real en el corredor del cabildo, bajo dosel y en un sitial custodiado por una guardia de honor. Por la tarde, D. Diego de la Haya, los sargentos mayores D. Pedro José Sáeuz, D. José de Bo nilla y D. Manuel de Alvarado, el capitán Teo domiro Arias y demás vecinos principales de Cartago y los Valles, todos a ca hallo, fueron a casa del maestre de campo de la provincia D. Francisco Bruno Serrano de Reina, quien había sido designado para sacar el estandarte real a falta de alguacil mayor, porque desde 1718 es• taba extinguido el cabildo de la ciudad. Lo acompafiaron luego a la plaza y aUi se formó la comitiva. La precedían los tambores, clari nes Y chirimías; en· seguida cabalgaba el maes-
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tre de campo �on el estandarte, lle vando a su derecha al ternente general de go bernador D. Pedro José 8áenz, y a su izquierda a 1). Manuel de Al varado, teniente de oficiales real es· en seguida venia el gobernador espada en �ano, a la cabeza de cuatro filas de ref armados. Des pués de dar un a vuelta a la ciudad, la comitiva regresó a la plaza, donde una tropa de infan tería, mandada por el sargento mayor D. José Fernández Castellanos, simuló el ataque de una fortaleza. Terminado el simulacro, se dirigieron todos los concurrentes a la iglesia parroquial, en cuya puerta aguardaban el cura y vicario D. Diego de Angulo Gascón, el clero, el guar dián de San Francisco y sus religiosos. Habien do echado pie a tierra, el maestre de campo entregó al vicario el estandarte, que fué colo cado en un sitial y bajo dosel en el presbiterio, donde ya estaban puestos los retratos de D. Felipe V y D. Luis I, muy adornados. Se can taron vísperas solemnes y, concluidas éstas, �l clero y los franciseanos se unieron a la com1ti va para acompañar a su morada al maestre de campo, quien obsequió con un abundante re e se fresco a toda la concurrencia. Por la noch y se to-· iluminó la ciudad, se dispararon tiros caron tambores Y clarines· la parroq� 1a en o hub a n aña m la en El 21 rte los meJ 0• misa cantada ' en que tomaron Pa del padre n mó r se un o, g rta 1·es músicos de Ca
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D. Antonio de Guevara, procesión del Santísimo Sacramento dentro de la iglesia y maniobras militares en la plaza. Después el vicario de volvió el estandarte real al maestre de campo y éste, con toda la comitiva, fué a colocarlo de nuevo bajo el dosel erigido en el cabildo y ob sequió otro gran refresco en su casa. Por la tarde se congregaron todos en la plaza a caba llo, se volvió a entregar el estandarte al maes tre de campo y hubo otro paseo por la ciudad, regresando a la plaza donde se babia construi do el tablado para la jura. Subieron a él el maestre de campo, asistido del gobernador y los cuatro reyes de armas, que lo eran D. Pe dro José Sáenz, D. José de Bonilla, D. Manuel de Alvarado y D. Antonio de Soto y Barahona, y éstos reclamaros el silencio con las voces de costumbre. Se adelantó entonces don Francis(:o Bruno Serrano de Reina con el estandarte real y tremolándolo en alto clamó por tres veces consecutivas: «¡Cartago, Cartago, Cartago, Cas tilla y las Indias por D. Lais I !» Al mismo tiem po, él y los demás que estaban en el tablado arrojaron a la plaza puñados de reales de plata que el pueblo recogía lleno de júbilo al grito de «¡Viva nuestro rey D. Luis II>, a la vez que la tropa descargaba sus fusiles. A continuación el maestre de campo, con la comitiva, paseó el estandarte a caballo por todas las calles de la ciudad y sus arrabales, vitoreando al nuevo rey
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D. Juan Francisco de !barra. En la mañana hubo encierro y corrida de toros con estafermo, y por la tarde escaramuza de cuatro cuadrillas a caballo dos con disfraces de negros Y negras, y las otras dos de indios e indias, que maniobraron muy bien a las órdenes del ayudante Francisco Montoya, teniente José Picado, sar gento Francisco Roldán y Antonio de Umaña. Para terminar se jugaron alcancías y se co�rie ron cañas y toros. Don Manuel de Alvarado dirigió las fiestas del día 26, por encargo del sargento mayor D. Antonio de Utrera. Hubo toros en la mañana y se corrió sortija por la tarde. Los mulatos pardos de la Puebla de los Angeles festejaron el día 27 corriendo cañas y ejecutando una escaramuza con cuatro cua drillas montadas y vestidas d·e moros y espa ñoles, que mandaban el alférez Tomás Ca1nino, Tomás Calvo, Domingo de Mesa y Nicolás Ba rrantes. A ·ruego de D. Francisco Garrido se encargó también D. Manuel de Alvarado de di rigir los festejos del 28 con D. Antonio de Ba rahona. Se corrió sortija por tercera vez. · El 29 era el día señalado para la escara muza de los indios de Barva, Aserri, Pacaca y Curridabat, y para alguna otra fiesta que de bían hacer los de San Juan de Herrera' Coó, ·Quircó Y Tobosf. Dirigidos por el gobernador, los de los últimos cuatro pueblos construyeron dos barcos de madera y carias montados sobre
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, otra espada, tropezó con la de Serrano de Reina que estaba en la puerta, hiriéndose casualmente. En ese momento García de Hergueta se encon traba en mitad de la calle, donde lo tenían su jeto su mujer y sus hijos. Esto mismo fué lo que dijo en su declaración el capitán Díaz de He rrera. Doña Josefa y D.a Rosa de Arburola, que habían presenciado la reyerta desde una venta na de su casa, confirmaron la versión, excepto en lo tocante a la herida de D. Bernardo, di ciendo que no vieron quién se la diera. Estas señoras eran parientas de Diaz de Herrera, de la primera mujer de García de Hergueta y ene migas de la familia Salmón Pacheco. Contra ta les aseveraciones había la declaración termi nante de la víctima y las de varia.e indias de la · servidumbre, que estaban en la puerta y vieron a García de Hergueta dar la estocada a D. Ber nardo, encontrándose en aquel momento el maes-. tre d-e campo en la calle, a unas pocas varas de distancia. Además, la espada de éste era de hoja ancha y la herida de estoque; y aunque el arma remitid� al gobernador por la familia de García de Hergueta era también una espada, varios ·testigos afirmaban haber visto en sus manos un estoque y una daga. Por último, D. Francisco Jiménez y D. José Lorenzo de Viera dec1ara:ron que habfan encontrado a García de Hergueta en la puerta de la casa de D.ª Anto nia, en ademán de querer penetrar en ella. ,
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a su antojo, y por medio de éste obtuvo el cu rato que deseaba y además el cargo de visitador. La noticia de su nombramiento se recibió en Car.tago en el mes de agosto con mucho dis gusto de todo el vecindario, y el clero se puso en movimiento para ver de qué modo podía parar el golpe. Hizo que los vecinos de lbs valles de Barva formulasen una queja contra Zumbado, en la cual se le acusaba de revelar los secretos de confesión a una tal Faustinilla; de haber sacado dos doncellas de sus casas; de que negaba la extremaunción a los moribundos que hacían testamento sin consultarle, entre otros a un Antonio de Ocampo, al cual dijo que «el diablo se lo tenía ya llevado porque había testado sin su parecer>; de que se apropiaba los bienes de difuntos con pretexto de fideico miso, amén de otras cosas no menos feas. Diez clérigos escribieron al obispo y a fray Francisco de Rivas para rogarles que se retirasen los titulas de visitador al padre Zumbado, porque la quietud y sosiego de la provincia dependían de que éste no volviese a ella, añadiendo que los vecinos del valle de Barva estaban tan irri tados que amenazaban con matarlo. Enviaron también cartas en el mismo sentido a varios de sus amigos de Granada y a D. Andrés Güembes de Villanueva, cura de esta ciudad, manifestándole además que estaban dispuestos a desembolsar todo el dinero que fuera necesa-
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comisario del Santo Oficio, requirió al gober nador D. Baltasar Francisco de Valderrama, en nombre del tribunal de la Inquisición, a fin de que lo auxiliase con veinticinco hombres para prender a un �lérigo y servir de guardia y custodia a los ministros del santo tribunal. El gobernador accedió en el acto y pocas horas después marchaban seis clérigos y los soldados hacia la. canoa del Río Grande, por donde for zosame e debía pasar el visitador. Estando allí acampados supieron que en el hato del capitán Tomás de Chaves, situado a media legua del paso del Río Grande, se encon traba D. Felipe de Mendoza y Bautes, clérigo de menores órdenes, sacristán interino de la parroquia de Esparza y conocido con el apodo de Felipote. Fué a prenderlo allí el padre D. Antonio Diaz de Herrera, sin más motivo que el de ser D. Felipe primo del visitador, y se le remitió a Cartago custodiado por el padre Gar banzo y siete hombres, provisto de un par de grillos o «calcetas de Vizcaya>, según escribía gozoso uno de los ministros del San to Oficio. Mendoza y Bautes estuvo preso en la congre gación de la Soledad hasta el 16 de diciembre, en que se fugó, asilándose en el convento de San Francisco, y no fué puesto en libertad hasta el 29 de enero de 1735, a pesar de que no se le siguió causa ninguna. La noticia de que el tribunal de la In qui-
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medio del gran tumulto que armaron al verlo los vecinos de los valles de Barva, sus feligreses1 gritando a voz en cuello que no lo querían ni admitían como cura ni visitador. El . padre Al varado, que venía acompañándole, quiso inter venir en su defensa, pero fué en vano. Le pusie ron grillos, como a su primo D. Felipe de Mendoza, y se lo llevaron a Cartago donde in gresó en la rigurosa prisión que le tenf a pre parada el comisario del Santo Oficio con bene plácito general, a juzgar por lo que uno de los clérigos escribió sobre el particular: «Todo Car tago,. gobernador y demás vecinos están con nos-otros y alentándonos con sus caudales y vidas>. La noticia de la prisión del visitador, que a principios del mes de octubre se tuvo en Granada, irritó sobremanera a fray Francisco de Rivas y al notario mayor de la curia José Félix López, un mulato expulsado de Panamá por falsario, su amigo y colaborador. En cuanto al obispo, anciano de ochenta años que desde hacía varios meses se encontraba en continuo letargo, miaado por la hidropesía, es probable que no se enterase del caso. Su secretario no lo dejaba ver de nadie, haciéndole firmar cuanto , quería. En el acto se dispuso Rivas a vengar el agra.vio inferido a la dignidad del obispo, que seguía tranquilamente aletargado. Se entrevistó con el padre Ocampo Golfín en el hospicio de
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provisión de la Audiencia en que ésta mandaba que el comisario real tratase el caso de Zum bado con el del Santo Oficio, y que si entre . ellos hubiese discrepancia, designara el comi sario real tres eclesiásticos que no tuviesen in terés en el asunto y de los cuales debía el go bernador elegir a uno para que en unión de Sáenz Cano lo resolviese, y que, en caso de no haber conformidad de opiniones, el gober nador estudiase la causa y se adhiriese al pa recer que juzgare ser el mejor, debiendo dar los auxilios arreglados a derecho. Valderrama, destocado y puesto de pie, tomó la real provi sión en la mano derecha, _ arrimósela al pecho, la besó y, poniéndola sobre su cabeza, dijo: -Obedezco el rescripto como mandato del superior tribunal; pero en cuanto a su cumpli miento suplico por ahora, porque ya he infor mado a la Audiencia sobre el auxilio real dado por mi al comisario del Santo Oficio, y hasta tanto no tenga respuesta no cumplire el man dato. Como todos en Cartago, Valderrama sabia que los diecit:;iete delitos y causas pertene cientes al Santo Oficio de que se acusaba al visitador en el proceso levantado por González Coronel, eran otros tantos pretextos para man. tenerlo preso e impedirle el ejercicio de su cargo. De aqui su negativa a intervenir en el asunto como juez, a pesar del mandato de la
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capaz de formular semejantes acusaciones contra el gobernador Valderrama, con cuyos her�anos tuvo estrecha amistad eri Madrid. La real provisión en que la Audiencia en cargaba al obispo expulsar a fray Francisco de Rivas y a López no surtió ningún efecto, Como era fácil preverlo, el turbulento secreta rio no había de aplicar a su compinche y mucho menos a si mismo medida tan severa, que no tuvo ni la virtud de contener sus demasías. El 20 de junio de 1735 puso en manos del obispo la pluma para que firmase la excomunión del gobernador de Costa Rica, como incurso en las censuras de la bula de la Cena, del canon Siquis suadente diábolo y del Concilio de Trento. Valderrama fué condenado además a pagar una multa de cuatro mil pesos y el ohispo se re servó su absolución. Pocos días después llegó a Granada, de regreso de Guatemala y de paso para Cartago, D. Francisco J a-vier de Iglesias, Enterado Rivas de su presencia y de que era el consejero de _Valderrama, bizole prohibir, por medio del obispo y bajo pena de excomunión mayor, que continuase el viaje; pero Iglesias siguió su camino, por lo que también fué ex comulgado. Ramirez de Arellano tuvo más de un mes en su poder la carta de excomunión del obispo, sin atreverse a darle cumplimiento por temor de un atropello. Al fin la mandó no tificar a Valderrama el 16 de agosto con Sebas-
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No obstante las reconocidas ventajas· de esta babia, los españoles continuaron sirviéndose del puerto de Suerre y especialmente del de Matina, por haber establecido en el valle del mismo nombre plantaciones de cacao. Cuando los .pi ratas invadieron a Costa Rica en 1666 encon traron en el pueblo de Matina treinta y cinco habitantes, fuera de los qae estaban en las ha ciendas de los contornos. Esta invasión demostró la necesidad de for tificar la entrada de la provincia por el Atlánti co, y en 1674 el gobernador D. Francisco Sáenz Vázquez propuso que se fabricase un castillo de cal y piedra en la boca del río de Matina y una torre en El Portete, que hubiesen sido de gran. utilidad dos años más tarde, porque el 30 de ju�io de 1676 llegaron otros piratas y en número de más de 800 sorprendieron el valle de Matina al amanecer. Por gran suerte las vi gías y los vecinos pudieron escapar, refugián dose, en los montes, y al tener a viso del des e�barco, el gobernador Sáenz Vázquez salió de Cartago con 500 soldados y 200 indios flecheros, puso en fuga a los piratas matando a más de 200 y les obligó a reembarcarse. Sabida por el rey esta segunda gran invasión que tenía por objeto, como la de 1666, apoderarse de un paso entre los dos océ�anos, ordenó la construcción de las fortificaciones propuestas por Sáenz Vá z quez, el 4 de junio de 1677.
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u n cuerpo de guardia interior llamado el Prin cipal. Cada baluarte estaba defendido por dos cañoncitos de bronce, y el medio baluarte de San Antonio por uno de hierro, habiendo ade más tres tablas de órgano con cinco cañones de mosquete en los de San Felipe, Santiago y San Antonio. El fuerte era de estacas, la mayor par te redondas, y estaba muy mal construido. Su plano se conserva en el Archiyo General de Indias de Sevilla. Al paincipio la guarnición se componia de cien plazas, pero pronto quedó reducida a la mitad por lo mortífero del clima, la escasez y mala calidad de los ali_mentos y las muchas deserciones. Cada seis meses se re mudaba con reclutas de Cartago, y a los que eran designados para integrarla los lloraban sus familias como muertos. El fuerte de San Fernanda sirvió para im pedir el comercio ilícito, mas no los saqueos de las haciendas de cacao, porque los zambos Mosquitos y sus amigos ingleses siguieron en trando en el vall_e de Matina por Moin, Suerre y otros puntos de la costa, como lo hicieron en abril y mayo de 1747. Tomaron entonces diez prisioneros, de los cuales pusieron a dos en libertad para que fuesen a decir al teniente de Matina y al gobernador de la provincia que si no se les daba permiso de comerciar vol verían dentro de cuatro meses para destruir el fuerte, quemar las haciendas e ir hasta Cartago. Por
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este motivo el gobernador D. Juan Gemmir y Lleonart hizo junta de guerra y en ella se acor dó enviar un refuerzo de veinticinco hombres al fuerte y otros veinticinco para guarnecer a Matina, donde se levantó un reducto. Desde la muerte del último castellano, D. Juan Robredo, en octubre de 1746, la comandancia del fuerte de San Fernando estaba a cargo del sargento Francisco Rodríguez. El teniente general del valle de Matina, D. �liguel de !barra, llevó el refuerzo y órdenes escritas del gobernador para el sargento Rodríguez, a fin de que pusies·e vi gías fijas en Moín y Suerr� y estuviera muy alerta. España se encontraba a la sazón en gue rra con la Gran Bretaña. El sargento no cum plió puntualmente las órdenes de su superior. En vez de situar las vigías permanentes, dis puso enviar piquetes cada cuatro días a Moín y Suerre a reconocer estos puntos, y sólo por la noche se ejercía en el fuerte la necesaria vigilancia. El 13 de agosto de 1747, hacia las once del día, los soldados de la guarnición preparaban tranquilamente el rancho en las cocinas inte riores del fuerte. La puerta, situada entre los medios baluartes de San Antonio y Santa Bár bara, del lado de Moín, estaba abierta Y no había más que dos centinelas, uno en el baluar te de San Felipe y otro en el Principal, que sólo podían ver la playa, el río y el camino
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Principal el sargento Rodríguez gritando: 4'.¡Buen cuartel, buen cuartel!> Cesó inmediatamente el combate, que según testimonio de varios indi viduos de la guarnición duró una hora; el sar gento Rodríguez dice hora y media y otro testigo dos horas; pero el artillero Pedro Rodríguez áfirma que no pasó de quince minutos. De par�e de los defensores del fuerte hubo cuatro muer tos y buen número de heridos; los asaltantes tuvieron dos muertos y algunos heridos. Por la tarde del mismo 13 de agosto los pri sioneros fueron conducidos amarrados a bordo de dos goletas que estaban fondeadas en Moín. Dos días después y llevando como guías al sar gento Rodríguez y dos más, subieron los inva sores hasta Matina por el río en cuatro piraguas y se apoderaron de todo el cacao que encontra,. ron en las haciendas y el pueblo que estaban desiertos, porque un soldado pudo escapar del fuerte y dió el alarma el 14 de agosto a la una de la tarde. El destacamento huyó también al valle de Barbilla, abandonando una parte de las armas y pertrechos. Al reembarcarse en l\Ioín el comandante inglés puso en libertad a los pri sioneros y entregó dos cartas al sargento R.o dríguez, una dirigida al gobernador y otra a D. Dionisio Salmón Pacheco. Lqs invasores se lle varon todos los cafü.ones, pertrechos, fusiles y otras armas que había en el fuerte y le dieron fuego, dejándolo totalmente arrasado.
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El gobernador Gemmir y Lleonart recibió la noticia de la pérdida del fuerte de San Fer nando en los últimos días de agosto, y a las ocho de la noche del 30 del mismo mes llegaron a Cartago el cabo de escuadra Manuel Cam pos y cinco soldados de la guarnición de Matina, trayendo preso al sargento Francisco Rodrí guez de orden de D. Miguel de !barra. Cam pos traía también la carta dirigida al goberna dor, escrita en latín y que traducida dice así: «Muy respetable y honorable señor: > Ponemos en vuestro conocimiento que con fuerzas armadas hemos tomado el castillo que tenéis en. las márgenes del río Carpintero, lla mado en vuestra lengua Río de alla Montano. Destruimos el fuerte a hierro y fuego y tene mos a vuestros soldados en rigurosa custodia. Nuestro vivo deseo es establecer con vosotros, por quienes sentimos benévola inclinación, re:. laciones de libre comercio, con el consejo y bajo los auspicios de pudientes y acreditados comerciantes de la ciudad generalmente cono cida con el nombre de Kingston. Mas si rehu• sareis acoger esta solicitud, si esta proposición de libre comercio, igualmente ventajosa para vosotros y para nosotros, fuese rechazada, tened entendido que en breve devastaremos a hierro y fuego vuestras casas y plantaciones; que si tiaremos vuestra ciudad con numerosas tropas
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Y. nos llevaremos cautivos a vuestras mujeres y a vuestros hijos. No penséis que éstas son vanas palabras. Os j uram0s por los dioses in mortales que todo será cumplido al pie de la letra. Esperamos con ansia vuestra contestación dentro de una semana, o sea dentro de ocho días, en el sitio llamado Salt Creek. Sin em bargo, si no os fuera posible hacernos llegar vuestra respuesta en el plazo asignado, podéis dirigirla al comerciante Alejandro Campbell, residente en Kingston. > Soy con la mayor consideración vuestro humilde y afectísimo servidor, >
TH0. s O,VENS >Capitán•.
Enterado el gobernador del contenido de la carta, contestó in mediatamente en estos términos: «Señor D. Thomás Qwens, dux. > Muy señor mio: Recibí la de vuestra mer ced y quedo enterado de que tiene con custo dia los soldados prisioneros que guarnecían el fuerte de San Fernando de la boca del río del valle de Matina de esta guarnición, y espero que practicando los estilos militares los tratará como se debe y como soldados del rey mi amo. > Por lo perteneciente a la ¡,roposición que me hace vuestra merced pidiendo comercio, respondo negativa (sic), porque no soy mer-ca-
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La noticia comunicada por el mulato Morúa era infortunadamente cierta. El gobernador ba bia construido, para mayor seguridad, una es tacada en la boca y a la margen izquierda del río �{atina, defendida por su gente y cuatro pe dreros. Mientras llegaban las mulas pedidaij a Cartago, el bergantín se hizo a la vela el 18 de junio para volver dentro de pocos días y, según se supo después, capturó una goleta de los Mosquitos y a tres de éstos. ,El 2 de julio no había regresado aún, por lo que Fernández de la Pastora despachó dos hombres a Moín, en las primeras horas de ese día, para que le informasen si estaba a la vista. Después de ha berse desayunado salió a dar un paseo por la playa, sin armas y en bata, según costumbre que tenia. Hacia las ocho ge la mañana vió lle gar a la ribera derecha del río los dos hombres enviados por él a Moin, y creyendo sin duda que le traian noticias del bergantín, ord nó qu fuese ·por ellos la canoa que servia parn 1 pa o de loe viajeros. Al arribar la e1nbar a i n a l orilla opuesta salieron del mont uatro zan1b Mosquitos y dejando en tierra a los qu la 11ducian atravesaron el rio. Uno de llos, que 11 • vaba una escopeta, se quedó cer a d la n a, y los otros tres, armados de lanzas, se ini r n ta ir hacia l gobernador, qui s a p sar d cunstancia ord nó a los cin o hombr s qu l acompafiaban retirara a h, ta uda, , ud
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armas. De pronto algunos de los zambos rom pieron el fuego contra la estacada, a la vez que otros arrastraban rápidamente al gobernador y a su teniente hacia el río y los metían en la canoa. Cuando los de la estacada se percataron de la traición, ya era tarde. Tras el disparo de las piezas de artillería salieron contra los Mos quitos a quitarles los prisioneros, pero tan sólo llegaron a tiempo de ver que los llevaban por tierra en dirección de Moin, adonde fueron más tarde D. Dionisia Salmón Pacheco y D. Joaquín González como parlamentarios a negociar el rescate. Las piraguas de los Mosquitos iban na vegando ya con bandera inglesa cuando llega ron, y en una de ellas reconocieron al gober nador por la bata que llevaba puesta. Durante largo tiempo se ignoró en Costa Rica la suerte que hubiesen corrido Fernández de la Pastora y García de Miranda. Al fin se tuvo noticia de que los Mosquitos los llevaron a una isla, donde habitaban algunas familias inglesas, y allí les dieron muerte a lanzadas, instigados por un tal James Tbyes. Este asesinato fué cruelmente vengado tre, años después, por medio de una traición 1111\s negra que la de los Mosquitos. A principios de agosto de 1769 arribaron a Matina tres balan dras cargadas de mercaderf as, dos de Curazao y una de Jamaica. Las -escoltaban cinco pira guas de los zambos. Los mercaderes holandeses
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no se atrevió a tanto, fracasando otra vez el plan por los gritos de alarma del centinela, a los que acudieron la guardia y muchos vecinos. En esta segunda tentativa no tomaron parte ni Boniche ni Peralta. El último habitaba en frente de Soler y desde el principio llamó mucho la atención que no hubiese acudido a enterarse de lo que pasaba, a pesar del gran alboroto que metieron los soldados de la guardia con sus voces y carreras; y como su presencia era ne• cesaría para iniciar el proceso sobre el aten tado, el gobernador y varias otras personas atravesaron la calle para llamarlo. La sorpresa de todos aumentó al encontrar la puerta de la casa del escribano apenas entornada; y no obs tante haber penetrado hasta su aposento con gran ruido, fué preciso que el gobernador lo llamase varias veces en voz alta para que des pertara de su profundo sueño. Arlegtli, Sáenz, Molina y Padilla corrieron a refugiarse en el con vento de San Francisco; pero se pudo apresar a Ju1u1 Gutiérrez y a Dionisio Encalada. Todos tenían gran coufianza en la habilidad de su cómplice Peralta para en marañar el proceso; pero las sospechas que el gobernador babia concebido desde la noche de la segunda tentativa eran cada vez mayores, por las frecuentes vi-sitas que el escribano hacia a los asilados en San Francisco, y lo vigilaba de cerca. Al ordenarle que extendiese una di-
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ligencia en el proceso, el 18 de marzo de 1759, le dijo en un momento de irritación: . Después añadió con sonrisa maliciosa: «Ya le dejo al gobernador bien en redado el t"rompo para que lo baile�. Habiendo tenjdo aviso de que el escribano trataba de fugarse del convento, Soler rogó al vicario que allanase la inmunidad y éste, por extraordinaria excepción, accedió a sus deseos. El 16 de junio fué un ayudante con ocho soldados a sacarle y lo metió en un calabozo; pero a la noche si guiente se vieron unos bultos sospechosos ron dando la cárcel y para mayor seguridad el go bernador lo hizo trasladar a su propia casa, mandándole poner grillos. Don Manuel Soler, hombre culto y refinado, se afectó profundamente con la tentativa de a11esinato dirigida contre él, tan sólo porque cumplta con los deberes de su cargo. Acos tumbrado a la vida de Madrid y a los esplen-
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dores de la corte, no podía resignarse a las miserias y bajezas de la sociedad cartaginesa. Comenzó a desconfiar de todos y a ver puñales asesinos a la vuelta de cada esquina. Un suceso lamentable vino de pronto a multiplicar el nú-' mero de sus malquerientes. En agósto de 1759 arribaron a Matina varios barcos de mercaderes in gleses y holandeses, para comerciar con los dueños de plantaciones de cacao, como solían hacerlo a pesar de la riguroea prohibición cien veces reiterada por el rey, porque casi tod os los gobernadores de la provincia ha bia tol n e rado· este comercio ilícito, cuando no se hacían cómplices en él; pero D. Manuel Soler er a de una probidad acrisolada y ordenó qu e los merca deres extranjeros fuesen rechazados por fuerza de armas, haciéndolo asf su t,enien te de Matiila., si bien con alevosía y harta crueldad. Los muchos perjudicados por la cesa ción del comer• cio de contrabando pusieron el grito en el cielo, y Peralta y sus cómplices ga naron numerosas simpatías. Muchos de los que antes pidieron el des tierro del escribano, se dolía n ahora de la dureza con que el gobernad or lo trataba en la prisión, asegurando que no se le daban en ella los necesarios alimento s, y hasta el vicario Casasola y Córdoba se hizo eco de estos rumo res calumniosos. De modo que con beneplácito general y la complicidad de unos cuantos, Pe-
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Poco desp ués de este acontecimiento r ui doso, llegó a Cartago D. fray Mateo de Navia y Bolaños, obispo de Nicarag ua y Costa Rica' . con qu ien mant uvo el gobe rnador cordiales relaciones, y c uando te rminada s u visita re gresó a León en marzo de 1760, fué éste acom pañándole hasta Esparza, de donde se volvió a Cartago com pletament e solo, para mostrar a s us enemigos q ue no l es tenia miedo; pero al lle gar a:I monte del Ag u acate tomó de pronto la determinación de irse a Nicaragua para salvar la vida, se gún carta que desde allí escribió al Vi gobernador de esta provincia D. Melchor s, da! de Lorca. El 18 de marzo llegó a Bagace el acompañado. de un m uchacho q u e topó en án· An camino, hospedándose en casa del. capit encon tonio D urán. En ella t uvo el placer de de Ocaña, trar a su amigo D. Gabriel Marco q ue el go q uie n obse rvó con dolorosa sorpresa ber perdido en bernador daba señales de ha bras ue sus acciones y pala rq po , io ic u j l e _ te ar p u gran tale nto, capaci «s e d as en aj y u m an er gada del 80 de ru ad m la En . a> ci en ud dad y pr nde estaba el do a, ay as M a gó e ll r marzo Sole do ya una uien liabia r ecibi q , ca or L r do b na go er de Rueda, teniente ez ér P l ue ig M . D carta de unicaba lo oc urrido com e l e qu n e de Esparza, Soler mostró en uel Man D. ro pe en Bagaces; cordura, que a tant as br ala p Yi todos sus actos ue e l r umor de s u q de o cid e n v n Lorca quedó co
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en abril de 1761 llegó a poder. de Oriamuno, remitido de Nicaragua por orden de la Audien cia. Peralta lo supo y se fugó de la prisión en que estaba desde el mes de diciembre del año anterior,, asilándose otra vez en el convento de San Francisco. Oriamuno exhortó al vicario D. José Miguel de Echavarria Navarro para que allanase la inmunidad, y éste, a pesar de que el reo había renunciado al favor de la Igle sia, remitió el exhorto al obispo Navia y Bola ños, para ganar tiempo. Peralta no debía de te ner mucha confianza en la resolución del obispo, porque el 25 del mismo mes de abril se fugó del convento, burlando la vigilancia de los guardias, y se fué a Guatemala donde estuvo en la cárcel algún tiempo. No se conoce el resultado del proceso se• guido contra los que maquinaron la prisión o el asesinato de D. Manuel Soler y le hicieron perder el juicio. I.;o más probable es que en definitiva fuese a parar el expediente a los es• tantes del archivo secreto de la Audiencia, verdadero cementerio de causas inconclusas, del que por desgracia han desaparecido muchos papeles.
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y filibusteros el deseo vehemente de apode rarse de un paso interoceánico por la América Ce n tral, y no obstante que en esta difícil empresa fracasaron hombres tan audaces como Mansfelt y Morgan, era permitido suponer que no resulta ría superior a las fuerzas de Su Majestad Bri tánica. El gobernador de Jamaica William Hen ry Littleton, juzgando el momento favorable para llevarla a efecto, despachó varios navíos de gue rra y dos mil hombres contra Nicaragua que, se gún decía con visión profética un funcionario español en 1790, cera la llave de los tres reinos, tenazmente codiciada por los ingleses y tal vez más tRrde lo sería también por los americanos separados>. Las fuerzas británicas arribaron a la boca del San Juan y, guiadas por indios de la Mosquitia, emprendieron la subida del río en balandras y otras embarcaciones pequeñas has ta en número de cincuenta, con la mira de ata car el castillo de la Purísima Concepción, hoy Castillo Viejo. Cien años antes, el general D. Fernando Francisco de Escobedo había construi do este castillo, situándolo en la margen dere cha del río, sobre una colina rocallosa en el raudal de la Santa Cruz, antiguamente llamado raudal del Diablo. Era de modestas proporcio nes, pero bastaba a defender el paso con sus treinta y seis piezas de artillería, sus murallas, sus cuatro baluartes y sólido caballero, el foso y las estacadas que lo rodeaban por la parte de
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·sentia por esta niñ.a, única heredera de su nom. bre, un amor entrañable. Doliase de verla con denada a vivir recluida en el castillo solitario donde los dias pasaban todos igualmente tri stes' sin que ningún halago viniese a romper el tedio de una existencia de exasperante unifor midad. Por todas partes la selva virgen limi taba el horizonte, sombría y monótona como el . murmullo de las aguas del San Juan. El caste llano habla empleado todos los medios que le sugirió el cariño para distraer a su hija; pero los paseos en bote y la pesca en el río cada vez le agradaban menos, prefiriendo, a pesar de sa berlo ya de memoria, el relato de los terribles combates que sostuvo su padre contra los in gleses de Vernon y el de las proezas de su abuelo el brigadier y director general de ingenieros D. Juan de Herrera, quien durante más de se• seota años babia servido al rey en Europa y en América, peleando bizarramente contra todo género de enemigos. Siempre que evocaba estas y otras glorias de los Herreras, el capitán no podía dejar de lamentarse de que Dios n� le hubiese deparado, en vez de aquella niña, un varón capaz de con tinuar las tradiciones de la familia con la es pada al cinto, y al' cual hubiera transmitid o sus conocimientos en el arte de la guerra.; pero e 9t e pesar se lo guardaba en lo más bont\a del co razón, por temor de que su hija adorada p u-
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-Falta que verlo. -¿Es esa vuestra última palabra? -La última. -Pronto estaremos aqui. -Seréis bien recibidos. El inglés saludó, a la vez que murmuraba en_tre dientes· «Siempre la incorregible soberbia. española>; pero en sus adentros aplaudía la en tereza de aquella niña, por cuya boca hablaban varias generaciones de guerreros esforzados. Doña Rafaela, asumiendo desde aquel ins tante el mando del castillo, ordenó sepultar el cadáver de su padre con todos los honores pres critos por la ordenanza. Al terminar la ceremo nia aparecieron las embarcaciones enemigas. Con insolente audacia saltaron los ingleses a tierra, plantando sus tiendas a tiro de cañón; y, seguros como estaban de que la fortaleza �apitularia ante sus amenazas, dieron principio a una serie de escaramuzas que bastaron en efecto para acobardar a la guarnición, desmo ralizada por la muerte de su jefe. Viendo que los negros y mulatos- trataban de rendirse, D.ª Rafaela sintió bullir con fuerza impetuosa la noble sangre que corría por sus venas y los increpó, afeándoles su conducta. ¿Se habían ol vidado acaso del juramento que prestaron al rey, de morir en defebsa del castillo? ¿De los deberes que les imponia el honor militar? ¿Iban ellos a_ permitir que se infiriese semejante afren•
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edan l les que concurrían a los ailes, qu priDCipl con mu a casa sin quien la cuidase «y no en la sala chas cea>, porque sólo se ponfan n Francisco Juan - ·' donde se bailaba. Do - .. Mi �... , promotor fiscal eclesiástico, escribe: s se La casa de Nuestra S ñora de los Angele a babia vuelto escuela para aprender a bailar, enamorar . • • pero no se t_reve el fiscal a · o ue treint.a, cuarenta. o cien imaquella santa s fiea ndo r s
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lían hacerlo. debiendo quedar reservado para lo ecle iú ticos. No obstante esta prohibición -encontraron a varias sel1oras instaladas en la orre, entre ellas dos viudas hermosas y de mu chas campanillas: D.- J oaquina López del Corral Y D.ª Manuela Fernández de la Pastora. Esta circunstancia obligó al padre Azofeifa a quedarse a espaldas de las señoras y al padre Robredo -en la escalera. En cuanto al padre Sancho de Castañeda, menos tolerante, fué a sentarse en -el antepecho de la ventana, delante de las se ñoras. Este acto de escasa cortesía sulfuró a D. Manuela Fernández de la Pastora, muy al tiva y arrebatada. A sus enérgicas protestas ,contestaron agriamente D. Ramón de Azofeifa y el padre D. Fernando de Arlegui, que tam bién estaba allí; pero D.ª Manuela replicó de tal modo que los redujo al silencio. Sancho de -Oastañeda, quien al principio babia estado ha ciéndose el sueco, intervino entonces y le dijo .que el lugar estaba reservado para los clérigos y que no debían volver a él ni ella ni ninguna -0tra mujer. Tan vehemente fué la respuesta de D.ª Manuela, que el padre tuvo que callar también. El lance dió mucho que hablar por la calidad de las personas que en él tomaron parte. D.ª Manuela era hija del difunto gobernador D. Francisco Fernández de la Pastora y hermana, ._por su madre, de D.ª J oaquina López del Corral,
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había dicho que dentro da dos horas iría a ma tarlo en ·su casa por el insulto inferido a D.ª Ma nuela. El padre, muy alarmado, se apresuró a escribir al cura a fin de que exhortase al go bernador para que pusiese a D. Mateo en la cárcel, y entretanto se atrancó con guardas. Herdocia estuvo efectivamente rondando la casa al anochecer, pero ni el padre ni sus guardas .asomaron las narices. Se comprende que el gobernador estuviese más que nadie interesado en el arreglo del conflicto. Por sus relaciones públicas con D.ª J"oaquina, se sen�fa demasiado vulnerable para solidarizarse con las hermanas de ésta en un asunto que podía llegar a conocimiento de la Audiencia, provocando revelaciones sobre su vida y milagros ante la autoridad superior del reino. Así fué que se aplicó a calmar los áni mos exaltados de las señoras, hasta conseguir que D.ª Manuela y D.ª Francisca se allanasen a pedir perdó-n a Sancho de Castañeda, como lo hicieron en la puerta de la iglesia en su presencia y la de varios clérigos, pidiéndolo a su vez el padre ·a las dos amazonas. Don Mateo Herdocia opuso mayor resistencia, perf> al fin convino en escribir una carta de excusas y la excomunión les fué levantada a todos. Los escándalos de la cofradía de los Angeles continuaron hast, 1782, año en que el obispo D. Esteban Lorenzo de Tristán les puso fin con
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vino a América por los años de 1759, echó en olvido a su mujer y a sus hijos que habían que dado en Ciudad Rodrigo. El gobernador se sin tió en Cartago como el pez en el agua. Era un amable libertino y en vez de perseguir las ma las costumbres y los vicios, como se lo mandaba el rey, toleró y aún fomentó los muchos que había en la provincia, llegando hasta poner en su propia casa un garito donde fueron desplu mados los incautos. En su tiempo el comercio ilícito que se hacía por Matina con judíos e in gleses de Jamaica no tuvo cortapisas, y las fies tas que todos los años celebraba en el mes de agosto la congregación de Nuestra Señora de los Angeles, tomaron el carácter de verdaderas saturaales en que reinaba una licencia sin freno durante veinte días y noches consecutivos. Doña Joaquina era dos veces viuda y per tenecía a la flor y nata de la provincia. Su madre D.ª Francisca de Arburola había sido casada dos veces también: en primeras nupcias con D. José Antonio López del Corral y en se gundas con el maestre de campo D. Fran cisco Fernández de la Pastora, gobernador de Costa Rica, a quien mataron los zambos Mosquitos el año 1766. La aristocracia de Cartago, tan des preocupada en aquella época como la corte de Versalles, lejos de ponerla en en tredicho por sus relaciones amorosas con Na va la trató co- mo a legitima gobernadora, festeja�do sin rubor
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el nacimiento de tres hijas que con él tuvo. Nava gobernó alegremente durante nueve años, hasta que fué reemplazado a fines de 1773 por D. Juan Fernández de Bobadilla; pero se quedó en Cartago sin pensar en volver a su casa de Ciudad Rodrigo, encontrándose muy feliz en la que poseía contigua a la de D.ª Joaquina, con la cual 80 comunicaba por una puerta sec ta. Colgó la espada y se dedicó al comercio, en q hizo un capital para aquellos tiempos con siderable. Un golpe inesperado de la suerte vino a poner fin, al cabo de doce años, a su idilio clandestino. No faltó en Cartago un alma cari tativa que escribiese a su mujer D.ª Paula Al varez que trataba de casarse y de enajenar bienes. Su hermano D. Pedro de Nava, canó nigo de Ciudad Rodrigo, se dirigió al rey ex poniéndole la desolación y el desamparo en que se encontraban su cuñada y sobrinos por haberse olvidado el ex gobernador de Costa Rica de to das sus obligaciones de cristiano y de las que el honor imponía a un oficial de su grado· con una rapidez extraordinari en la admini tra ción colonial espafiola, pues sólo mediaron d e .dias entre la fecha de la carta del oanó�igo y la de la real orden dictada sobre el asunto, •e mandó al capitán general de Guatemala que remitiese al esposo infiel a Espatia con todos 1us haberes, en el primer navío que saliera de Honduras para Oádiz, sin admitirle e ousa al-
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que daba a la de D.ª Joaquina. Indignado, dijo con aspereza al gobernador, a Nava y a los testigos: «A estas acciones no se convida a los hombres de bien como yo>; y sin añadir palabra los dejó plantados. El inventarjo se hizo y en él figuran 1.432 pesos en metálico, la. vajilla de plata que pesó 91 ·libras, alhajas, muebles y las• efigies de san José y san Joaquín, cuyo consor cio en casa de Nava no requiere explicaciones. En el de la tienda aparecen mercaderías que prueban que el lujo no era cosa desconocida -para nuestras abuelas: terciopelo a seis pesos la vara, raso negro a tres, tafetán a dos, batista a tre's, galón de oro a cinco pesos la onza, p�uelos de bolsillo a dos pesos cada uno, medias de seda, tela de oro y plata, burato y otros gé neros valiosos. Los libros no eran muchos: una Hiblia, las Leyes de Partidas, las de Castilla, un diccionario francés, el Año Cristiano en ..el mismo idioma y algunas docenas de catones. Se estimó que las existencias valían de veinte a veinticuatro mil pesos a los precios de Costa Rica, o la mitad a los de Guat mala. Nava te nía otros bienes de que hizo donación a las tres bJjas menores de D.ª J oaquina con gran disgus to de Perié. Consistían en d'os casas situadas en Cartago, un molino hariner o ' dos haciendas de eacao, dos potreros, dos esclavas, ajas Y muebles . En la escritura hiz o constar que bacía la donact'ón en agradeci miento de lo que le ha·
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escondido� D. Pedro Nicolás Fernández y D. Tomás Lo pez del Corral, pariente de D.ª J oa quina, para servir de testigos de la violación. �er¡¡ández de Bobadilla egresó a Cartago deJando una guardia de veinte hombres en torno del convento, y al día siguiente dirigió un ex horto al vicario para que allanara la inmunidad y entregase la persona y bienes de Nava. El vicario estaba en el ajo y contestó, por supues to, negativamente. Perie, no acostumbrado to davía a las artimañas de lo� cartagineses, se puso furioso y escribió una larga carta al ca pitán genera-! en que le "'Mltaba todo lo acon tecido con amargos comentarios. En ella le decía que los alborotos y sediciones eran tan anti guos en Costa Rica como la provincia; que dada la actitud asumida por el clero. en el caso de . Nava podría temerse una sublevación, aunque dichosamente la plebe era subordinada al rey y a sus ministros, laboriosa, honrada y aplicada. Como remedio proponia que se tomasen las si guientes medidas: D.ª Joaquina López del Corral y su hermana D.ª Manuela Fernández de la Pastora, ,por la ostentación que hacen de su fragiljdad, siendo la primera dama de Nava y la segunda de cuantos la soficitan>, debían ser desterradas de la provincia por ocho afi s con todos sus hijos, que eran muchos y sólo es de matrimonio; y agregaba que esta providencia era capaz de aterrar a todos los malcontentos
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ía castigarse tam de quienes eran parientes. Deb Salmón Pacbeco bién a D. Dionisio y D. Jq.an dero; a D. Tomás ra du y o ot m re o rr ie st de u n co nilla y D. Juan de López del Corral, D. juan Bo tes multas, y a D� Casasola y Córdoba con fuer una mediana. n co z de án rn Fe s lá co Ni o dr Pe or en la traro• · No habiendo caído el gobernad que le decia pa, Nava le envió una carta en scansando, y no estar refugiado sino tan sólo de se manifes• poco después un escrito en el cual z de Boba taba pronto a entregarse. Fernánde tara en dilla le ordenó e nces que se presen mo para el cabildo de Curri abat, saliendo él mis médico ese pueblo con D. Gregorio García y el lo exa empírico D. Félix Meneses, a fin de que uir minasen. Ambos declararon q ue no podía seg uso su viaje, y en vista de este dictamen disp casa· q ue se trasladara. con todos sus bienes a en de su fiador D. Ventura Sáenz de Bonilla, illavieja, para que allí lo curasen. En resumi das cuentas y no obstante la real orden que mandaba no admitirle excusa alguna, Nava ba bia logrado quedarse en Costa Rica, gracias a la debilidad de Fernández de Bobadilla; y aun cuando D. José Perié tomó pose sión el 25 de unio, las cosas siguieron lo mismo basta que vino na nueva orden de la Audiencia para la remisión de Na va a Guatemala· en hamaca, silla de manos o del modo que mejor le acomodase, como que él debla costearlo. Perié se apresuró
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merced de mi jurisdicción, si voluntariamente no lo efectúa,. Nava conocía ya lo bastante el carácter de Perié para saber que esta amenaza no era vana, y con dolor de su alma salló en ula para Nicaragua el 2 de diciembre, lleván dose al cirujano García. Le acompafüaban, ade más de sus criados y por encargo de Perié, el capitán D. Agustín Pérez y J uas de Dios Arias, que debían custodiarlo hasta Guatemala. En el Aguacate le dieron alcance el teniente de Vi llavieja, dos capitanes y dos sargentos, quienes hicieron volver al cirujano en virtud de orden escrita de Perié. Eri enero de 1779 llegó Nava a la ciudad de Granada y allí puso otra vez en juego su sistema de dilatorias. Solicitó de D. Miguel de Quiroga, gobernador de Nicaragua, que lo hiciese reconocer, y dos peritos nombra dos al efecto declararon que no podía continuar su viaje antes de cincuenta días. Se ha visto y.a que Nava era maestro consumado en el arte de alargar los plazos. Así, no es extraño que en el mes de junio estuviese todavía argumen tando con el nuevo capitán general D. 1.iatías de Gál vez sobre el motivo de st1 remisión a España, que él tan sólo consideraba como «un liviano desliz casi original a todo soldado». No es probable que un hombre como Gálvez tu viera e-1 miBmo criterio. Sea lo que fue v casi re " · al mi· smo tie mp o que la carta en qu e se lee esta . frase reveladora de la elasti cidad de conciencin
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de su autor, recibió el capitán general una se gunda real orden, más apremiante que la pri� 1?�ra, para que remitiese a Nava; pero la no ticia de haber estallado la guerra con la Gran Bretaña vino de perillas al viejo marrullero para inventar nuevos pretextos de demora. Hizo que el gobernador Quiroga solicitara de Gálvez que lo dejase en Nicaragua por estar amenazado el río de San Juan, en cuya defensa podían ser muy úti s su pericia militar y el conocimiento que tenia_ de la costa de Mosquitos. Gálvez so metió el caso a. la Audiencia y el fiscal dijo que el teniente coronel D. José Joaquín de Nava, después de haber escandalizado por mucho tiem po la provincia de Costa Rica, hacia más de un año y medio que estaba· jugando con las órdenes del rey; que había dicho no poder caminar por sus años y achaques, aunque fuese con la mayor comodidad, pero en el día ya se hallaba en ap titud de emprender una campaña y de hacer e útil en ella. Era dificil que la Audiencia 10 reconociese lo bien fundado de las razon'es del fiscal. En enero de 1780 ordenó la inmediata remisión de Nava, a quien el teniente de capi tán general D. Ignacio Maestre babia confiado ya el mando de los cuatrocientos miliciano acuartelados en Matagalpa. Maestre hizo cuant -pudo para que no se cumpliese el mandato de la Audiencia, sin poderlo conseguir, Y Nava llegó por fin a Guatemala, pero no fué más allá. Se
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ignora de qué medios pudo valerse para que no lo embarcasen con destino a España y lo deja ran regresar en seguida a Nicaragua, donde Gálvez, que había acudido a la defensa de esta provincia, después de recuperado el castillo de Omoa de manos de los ingleses, le confió el mando de la fuerza expedicionaria destinada a socorrer por tierra el de la Purísima Concepción, amenazado por el coronel Polson y el capitán Horacio Nelson. Al frente de más de mil hom bres Nava construyó un camino por la montaña con una rapidez verdaderamente asombrosa de parte de quien decía no poderse mover ni en silla de manos, logrando realizar una empresa que muchos creyeron imposible; pero no pudo llegar a tiempo para salvar el castillo y sus heroicos defensores, � pesar de su mucha dili gencia. El buen desempeño de esta dificil comisión acabó de granjearle la buena voluntad y confia za de Gálvez, lo que pronto debía servirle eficazmente para el desquite que ansiaba tomar de Perié con el auxilio de sus an1igos, cada z más enconados contra éste. La nobleza de Costa Rica era tal vez la más inquieta e ingoberna ble de toda la América española. Estaba acos tumbrada a manejarse con una independeu ·ia que en ninguna otra provincia se habría tole rado, y los gobernadores que pretendían op nórsele, pronto se veían n vueltos en una red
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inextricable de intrigas, procesos y quin1eras, cuando no eran victitnas de actos de violencia o y rebeldía. A fines del siglo .:vn el mnl ae hiz go más grave desde que el cabildo de Carta Uus pretendió reducir a prisión a D. Man.uel de 1711 tamante y ponerle una cadena al cuello; en de la declaró inepto y depuso a D. Lorenzo nzález Granda y Balbfn; en 1768 D. .José Go frazado Rancaño tuvo que huir de Cartago dis abandonó de mujer, y en 1760 D. Manuel Soler mala com la provincia, yendo a morir a Guate grande de pletamente loco. Un menosprecio tan haciéndole la autoridad real exacerbó a Perié, a una oje tomar a los individuos de la clase alt ormes� Los riza que revelan a cada paso sus inf haber here acusa de desleales a la Corona, de y la inclina- · dado la traición, la independencia opresores de laa ción al rey de Inglaterra, de as empedernidos, clases bajas, de contrabandist ios, llegando a la ignorantes, chismosos y soberb no tenia má qu ca Ri a st Co e qu de n sió lu nc co l a. La dur z el nombre de colonia espa ol aristo ra i desdén con que trató a la 1 u to final qu un el do to e br so y go ta 1 vant ron u ola a, in at }{ r po to ci iU o ci er com r sobr su b z de odio que debía rompe la primera ocasión, rr 1 hiz Don Tomás López del Co in u o, 17 d os pi ci in pr a ua ag ar a Nic i ol I entenderse con N va. at
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la resolución tornada por Gál vez de hostilizar desdo Costa Rica a los ingleses que ha bian pe netrado en el rio de Snn .Juan. Lo juicioso y prudente habría sido dejar esta empresa al cui dado de Perió, no sólo por ser el gobernador de h\ provincia sino también en razón de su pericia 1nilitar; pero no fué así, y en el hecho de haberse elegido a Corral para llevarla a cabo se adivina sin dificultad la influencia de Nava. Este fué sin duda el autor de los seguros in formes que Gúlvez dijo tener acerca de su com petencia para el caso; y como tal nombramiento entrañaba una humillación para el gobernador, es seguro que Nava intervino en él. Corral no tardó en llegar a Cartago con D. Felipe Gallegos, militar que se había portado muy bizarramente en la toma del castillo de Omoa, y enterado Perié de las instrucciones del capitán general de que era portador, le entregó todos los víve res, armas y pertrechos que dijo necesitar. A mediados de abril de 1780 salió la expedición, compuesta de doscientos milicianos de la me seta central, contra la opinión de Perié, que in dicó la conveniencia de emplear gentes aco tumbradas al clima de la costa atlántica. Corral llegó a Matina, situándose en una hacienda de cacao de su pertenencia, llamada San l\iiguel. Desde allí fueron ochenta hombr s a Talquivó, en el río Tortuguero, donde apresaron a quince personas inof nsivas que vivian en ese lugar,
lJN SABIO EN DESGRACIA FRAY
José AntÓnío de Líendo y Goycoechea fué el hijo más ilustre de la Costa Rica colonial. Nació en Cartago el 3 de mayo de 1735 y desde la edad de doce años vistió el hábito de San Francisco. Enviáronle a Guatemala a estudiar teología y no volvió nunca a su obscura provincia. Guatemala era un campo mucho más propicio para tan insigne talento. En la capital del reino el padre Goycoechea hizo muy bri llante carrera, especialmente en el profesorado. Comenzó sirviendo la cátedra de artes en la Universidad de San Carlos, como sucesor del famoso doctor Escoto, e introdujo en ella la enseñanza de la física experimental, novedad que metió mucha bulla. ExpulsadoE¡ los jesuitas de los dominios españoles en 1767 por Carlo� III, el presidente de la Audiencia lo exhortó, en nombre del rey, para que continuase instruyendo a los discípulos que dejaron en Guatemala, y 22
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si no se restituía a regentar su cátedra dentro del término que se le habia fijado, se la decla raba desde luego vacante para que se proveyese en otra persona. Esta real orden se dictó el 12 de enero de 1789 y fué comunicada al padre comisario ge neral de Indias de la orden de San Francisco y a la Real Universidad de San Carlos de Gua temala. Al padre Goycoechea causó mucha aflic ción haber caído en desgracia del rey; pero no tuvo la suficiente prudencia ni resignación bastante para inclinar la cabeza sin protesta. Cometió un nuevo error al querer explicar su malhadada fras·e y disculparla con la autoridad de otro monarca. En la carta qu� escribió a Taranco citaba a D. Felipe V, quien alguna vez reformó una real cédula por cuanto lo antes resuelto . El padre Goycoechea era un sabio, pero en esta ocasión no pensó que si bien los reyes absolutos son capaces ha ta de confesar espontáneamente los errores que cometen, no tolera su soberbia que un impl mortal les enmiende la plana. Su dis ulpa fu tan mal recibida como su audaz r lama i n· y por más que suplicó al s r t ri d ra ia y Justicia. (tUe lo xcusas con 1 r �,. por mor de Dios, sólo obtuv.o réplicas d sd fíosa aprem miantes órdenes d volv r a uat mala. últin10 favor imploró que l r d
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upremos honores eu su religió1,1; es dos veces jubilado y lo hn. sido tn1nbién de su cátedra de t 1 �ía por haberla servido veintitrés aflos de con titu •ión, cuyas circunstancias se realzan m·i con su virtud y sencillez de costumbres, u prudencia y vasta instrucción, por las cuales e le consulta en los asuntos más delicados, ya en el dogma y en la moral, y ya en la disci plina canónica>. El padre Goycoechea merecía en verdad una mitra, como la pidió para este hijo eximio de Co ta Rica, a nombre de la Real Sociedad Eco nómica de Guatemala, su director D. Jaco bo de Villaurrutia en 1798. La petición fué •dirigida al ilustre D. Gaspar Melchor de J ovellanos. El 2 de julio de 1814 se extinguió en Gua temala fray José Antonio de Liendo y Goy coechea a la edad de setenta. y nueve años. Su muerte causó inmenso duelo en todas las clases sociale y el 7 de agosto del mismo año D. José Cecilio de Valle, otro sabio nacido en tierra centroamericana, pronueció su elogio fú nebre en el seno de la Real Sociedad Económica, pintando con elocuencia su robusto cuerpo de lncbador, habitado por un alma infatigable para el trabajo, su espíritu p�netrante, su memoria prodigiosa, su genio festivo, la naturalidad de su carácter y su deseo insaciable de saber, que lo llevó a dudar de todos los sistemas filosóficos y a resolverse a cno seguir otra guia qu la que nos ha dado el Creador d nu stra spe i >.
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de comunicaciones con los rebeldes, y situó una fuerza de observación en I3agaces. De orden del capitán general del reino puso en marcha el 3 de abril de 1812 su batallón de milicias disci plinadas, que ayudó a sofocar la revuelta de los granadinos, regresando a mediados de 1813 a la ciudad de Cartago, la cual fué agraciada en octubre del mismo año con el título de muy noble .y rnuy leal por las Cortes de Cádiz. Pocas noticias llegaban a Costa Rica de los movimientos de insurrección que estallaron en Quito, Caracas, Buenos Aires, Santa Fe de Bo gotá, Cartagena de Indias, el virreinato de Mé jico y Chile en 1809 y 1810. En todo caso no tuvieron ningún eco apreciable en la provincia; y si como lo dice en sus informes el teniente general D. José de Bustamante, el fuego que abrasó al reino de Guatemala de 1811 a 1814 partió de la capital, este fuego no llegó a Costa Rica, ya fuese por el gran aislamiento en que vi vía, o por no haber hallado en ella materia combustible. Es lo cierto que ninguna huella se encuentra en nuestros archivos coloniales del menor deseo • de indep ndencia 1nnnifestado por los costarricenses con anterioridad al 1ues de octubre de 1821, en que se recibió la noticia de haber sido proclarnada el 16 de septie1nbre en la capital. Eu 1819 el reino de Guatemala estaba en paz desde hacia cinco años y esta paz era octavia-
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derarse fácilmente ci e la aduana de Portobelo, donde perecieron López Tagle, muerto de dos pistoletazos, el doctor D. José Joaquín Vargas y otros oficiales colombianos. Mac Gregor pudo salvar la vida tirándose por una ventana en camisa de dormir y envuelto en un colchón, y luego nadando hasta uno de los barcos. El co ronel Bafter, comandante del fuerte de San Je rónimo, opuso valerosa resistencia a las fuerzas de D. Isidro de Diego que lo atacaban, pero al fin hubo de capitular, entregando sus armas 340 ingleses a los españoles. Palma era comerciante y había ido a Punta de Arenas a esperar el barco. Desde alli remi tió varias cartas y las dos proclamas a Solares, recibiéndolas éste en su hacienda de Las Arii mas , donde se hallaba con Freses �e Ñ eco, a quien se las dió a leer. Este fué poco tiempo des pués a la ciudad de Cartago, y habiéndose en contrado allí con D. Joaquín de Oriamuno, le refirió lo que sabía sobre los acontecimientos de Portobelo y haber leído las proclamas de Lóp z Tagle y Hore. Preguntóle entonces D. Joaquín si le podría facilitar la del primero para n viarla a sus corresponsales de las otras pr in cías del reino, que le tenían encargado omu nicarles las noticias de importancia proc d nt de Panamá. Freses de Ñeco le pron1etió qu tan pronto como regresase a Heredia copiaría la proclama para enviárs la; p ro D. J oaquin l
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�Eso es lo que debes hacer para que se recoJan esos papeles sediciosos. Acababa de pronunciar D. Joaquín estas pa labras cuando se presentó Paniagua con la pro.. clama. Oriamuno le dió las gracias por la mo lestia que se había tomado en copiarla y lle vársela a Cartago; . T tan pronto como el servicial D. Gordiano hubo vuelto las espaldtts, se encas quetó D. Joaquin el sombrero y se fué a casa del ayudante mayor D. Juan Dengo para entre garle la proclama; pero como el comandante le dijese que el asunto iHcumbfa al gobernador, corrió a enterar a éste de todo lo sucedido y a poner en sus manos el papel sedicioso. Por motivo de la muerte de D. Juan de Dios de Ayala, ocurrida el 10 de junio de 1819, el alcalde primero de Cartago D. Ramón Jiménez ejercía interinamente el gobierno político de la provincja, y el coronel D. Juan Manuel de Ca ñas Trujillo, residente en San José, el gobierno militar. Don Ramón Jiménez le dió poca impor tancia al asunto, limitándose a decir a D. Joa quin de Oriarnuno que se informase con D..: An tonio Pujo!, amigo y paisano de Freses de Neco, acerca del paradero de éste para interrogarle sobre la procedencia de la proclama; pero al aaochecer recibió una nota del comandante Dengo pidiéndole la proclama de orden del go bern ador· militar, porque debía poner en arresto a Freses de Ñeco en el cuartel por «tan atroz
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delito>. Esta frase era de Cafias. Jon Ramón Jiménez accedió a la petición, pero con prote,ta de que se quejaría al capitán general de Gua temala por el procedimiento, siendo así que era pública y notoria la puntualidad con que é desempeñaba su cargo. La intervención del coronel Cañas fué motivada por una denuncia secreta que recibió en San José, a medio día del 2 de agosto, sobre lo acontecido la noche anterior en casa de D. Sal vador Oriamuno. No consta en el expediente de la causa quién fuera el delator; pero sólo pudo serlo uno de los asistentes a la tertulia, y como todos pertenecían a lo más granado de la sociedad de Cartago, esta circunstancia hace más odiosa la vileza. Poner el cas'o en conoci miento de Cañas, hombre da carácter muy in tolerante, era darle una gravedad que realmente no tenia. El 3 de agosto fué aprehendido en Heredia Freses de Ñeco y se le condujo a San José, donde Canas le tomó declaración. ijo � r natural de Barcelona, de veintitrée años d dnd y haber venido de Panamá en agosto d 1 1 • Confesó ingenuamente todo lo qu sabia t nnt ir a la proclama y puso n mauos d l adn t cundo Oafias la carta de su an1igo . 1 j d la Roque, en que este f rvi nt r alista 1 r lata ba desde Panamá los sucesos de rtob lo y de pués le decf a: «A migo, como s ha hall do usted la vina de Cristo con las mu •ha ha d
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hasta la rnuerte, con10 hijodnlgo notorio, natu ral del concejo de Villaviciosa en e] principado de Asturias, y D. José Santos Lombardo, capitán del escuadrón de caballería de la ciudad de Car tago, asegurando qne los oyentes habían hecho chacota de la proclnma leida por Paniagua y la miraron con «el des precio que exigía:&, cosa que por no ser cierta, ninguno de los otros tes tigos dijo. Cuatro años más tarde, en mayo de 1823, Lombardo escribía con admirable desen fado que él era el mejor patriota de la provincia. Terminado el sumario, Cañas lo remitió al capitán general de Guatemala D. Carlos de Urru tia. El auditor de guerra D. José Martínez opinó el 18 de diciembre de 1819 que se sobreseyese en la causa, por cuanto resultaba cque aunque en casa de Oriamuno se leyó la proclama en presencia de algunos sujetos, nadie hizo apre cio de ella, y lejos de manifestarse alguna ad hesión a los principios y especies criminales de la misma proclama, se apresuraron aquellos vecinos a denunciarla y entregarla a la justicia>· que se pusiera en absoluta libertad a Freses de Ñeco y que éste y Paniagua pagasen manco munadamente las costas, por su conducta ligera e irreflexiva en el asunto; que en cuanto a la queja presentada por el gobernador político D. Ramón Jiménez debía declararse que éste pudo conocer de la causa, como no sujeta precisa mente al fuero de guerra; pero que había obra-