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Spanish; Castilian Pages 282 [283] Year 1999
GILBERT DURAND
CIENCIA DEL HOMBRE YTRADICION «EL NUEVO ESPÍRITU ANTROPOLÓGICO»
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PAIDÓS
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CIENCIA DEL HOMBRE Y TRADICIÓN
PAIDÓS ORIENTALIA Últimos títulos publicados:
M. Eliade/J. M. K.ita¡¡awa - Metodologz"a de la historia de las religiones l. Shah - Las ocurrencias del increible Mulá Nasmdin l. Shah - Reflexiones l. Shah - Aprender a aprender A. Coomaraswamy - Buddha y el evangelio del budismo J. Klausner - Jesús de Nazaret. Su vida. su época. sus enseñanzas A. Loisy - Los misterios paganos y el misterio cristiano 27. Al Sulami - Futuwah. Tratado de caballería sufi 28. Maestro Takuán - Misterios de la sabiduna inmóvil 29. Rumí - 150 cuentos sufies 30. L. Renou - El hinduismo 31. M. Eliade/1. P. Couliano - Diccionario de las relifiones 32. M. Eliade - Alquimia asiática 33. R. R. Khawam (comp.) - El libro de las argucias. l Ángeles. profetas y místicos 34. R. R. Khawam (comp.) - E[ libro de las argucias. ll Califas, visires y jueces 35. M. Arkoun - E[ pensamiento árabe 36. G. Parrinder - Avatar y encamación 37. M. Eliade - Cosmofogz"a y alquimia babilónicas 38. I. P. Couliano - Más alfó de este mundo 39. C. Bonaud - Introducción al sufismo 41. T. Buráhardt - Alquimia 42. E. Zolla - La amante invisible 43. E. Zalla - Auras 44. C. T. Tart - Psicofogz"as transpersonales 45. D. T. Suzuki - El zen y la cultura japonesa 46. H. Corbin - Avicena y e[ relato visionario 47. R. Guénon - Simbo/os fundamentales de la ciencia sagrada 48. R. Guénon - E[ reino de fa cantidad y los signos de los tiempos 49. Rumi - El libro interior 50. M. Causemann (comp.) - Cuentos eróticos y mógicos de mujeres nómadas tibetanas 51. J. Hertel (comp.) - Cuentos hindúes 52. R. Wilhelm (comp.) - Cuentos chinos I 53. R. Wilhelm (comp.) - Cuentos chinos JI 54. E. Zolla - Las tres vias 55. M Eliade - Ocultismo. bmjen·a y modas culturales 56. A K. Coomaraswamy - Hinduismo y budismo 57. M. Eliade - Lo sagrado y fo profano 59. F. Schuon - Tesoros del budismo 60. A Kotler (comp.) - Lecturas budistas I 61. A Kotler (comp.) - Lecturas budistas JI 62. G. Durand - Ciencia del hombre y tradición 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26.
Gilbert Durand
CIENCIA DEL HOMBRE Y TRADICIÓN «El nuevo espíritu antropoló�ico»
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PAIDÓS Barcelona Buenos Aires México
Título original: Science de lnomme et tradition Publicado en francés por Éditions Albín Michel. París Traducción de Agustín López y María Tabuyo Cubierta de Julio Vi11as Obra publicada con la ayuda del Ministerio Francés encar¡¡ado de la Cultura - Centre National du Liwe
© 1979 Éditions Albin Michel © 1999 de la traducción, Agustín López y María Tobajas © 1999 de todas las ediciones en castellano Ediciones Paidós Ibérica. S.A. Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paidós. SAICF, Defensa. 599 - Buenos Aires ISBN: 84-493-065!-5 Depósito legal: B-40/1999 [mpreso en A & M Gráfic s.!.. 08130 Sta. Perpetua de Mogoda (Barcelona) Impreso en España- Printed in Spain
Sumario
Introducción La crisis de las ciencias humanas. El fracaso de los mé todos reductivos. La esperanza mitológica. La necesaria inversión epistemológica. Plan de la obra.
II
Capítulo 1. - La. figura tradicional de[ hombre Elección de un terreno «occidental•. Respuesta de la «an tropología» a la cuestión antropológica. - Las erosiones de la figura del hombre en el pensamiento del Extremo Occidente. La catástrofe �etafísica del siglo XIII. Responsabilidad del magisterio eclesiástico. El establecimiento de tres ideologías. Su efecto de desfiguración. La renovación antropológica - La aparición de una antihistoria Los marginados de la filosofía - Psicocosmia tradicional contra dualismo filosófico. El principio tradicional de semejanza. - Conciencia moderna desgarrada contra unitarismo tradicional. La unidad vacía del cogi,to contra las pluralidades del alma. El ejemplo astrológico. El espacio y el tiempo formales de las filosofías contra la gnosis de los tiempos y los espacios múltiples. Angustia y alienación modernas contra serenidad sapiencial. El éxodo contra «el exilio occidental». La realidad arquetipo. Perennidad contra historicismo.
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Capítulo 2. - Ciencia histórica y mitología tradicional El crepúsculo del historicismo. Los fantasmas del con cordismo. Pensamientos salvajes y resurgencia del mito. - La incomodidad intelectual del historicismo y del cul turalismo. El callejón sin salida de la «psicología histórica». - El racismo espiritual de lo Rerigmático. Lévy Strauss contra Ricoeur y \?ernant. - El nue-vo espíritu antropológico, sus raíces en Cassirer y Spengler. Dicoto mización del tiempo humano, secundarización de la historia, re-valorización del mito. Sol contra Gabaon. .. - El anclaje sincrónico del nue-vo espíritu antropológico. La aportación de la etología y de la psicología de las pro fundidades. La aportación del comparatismo de Dumézil. Esbozo y programa de una mitocrítica.
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Capítulo 3. - Horno proximi orientis: ciencia del hombre e islam espiritual
La obra de Henry Corbin. Retorno más acá de la catástrofe del siglo Xlll. Traspasar la «línea de división» de las escolásticas. Hermenéutica permanente contra aggiornamento sempiterno. El libro intangible. - La fábula del progreso como pecado de «asociación». La metahistoria. Las hojas del libro del tiempo profético. La transcendencia de la historia santa. Rehabilitación de Ibn Khaldün. - Sello e interiorización de la profecía. Los profetas de tu alma. La interiorización de la ciudad perfecta. Historia en el alma y geografía espiritual. Sociosofía y política es pirituales. El califa, el imam, la fotowwat. - La ciencia del hombre en sin�ular. La psicol�ía islámica como fantástica transcendental. La onirocrítica. La exploración del imagina!. El método de la anfibolía. Razones del corazón, razones del alma. - Principio de jerarquía y dualitud. El desnivelamiento. El modelo primordial y absoluto. La teosofía y la angelología, fundamentos de la antropología islámica.
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SUMARIO
Capítulo 4. - Hermetica ratio y ciencia del hombre El retorno epistemológico de Hermes. Un vistazo sobre las doctrinas herméticas. Los atributos de Hermes. El principio de semejanza, fundamento del hermetismo. Paracelso y el hermetismo del siglo XVI. El ejemplo de la medicina paracélsica. Las cuatro consecuencias del principio de semejanza: no metricidad, no objetividad, no agnosticismo, no dualidad. - El callejón sin salida de las ciencias del hombre. Las rupturas del objetiv:ismo positivista. Sincronicidad junguiana y homología spen gleriana. Fracaso de lo unidimensional. Retorno, recu rrencia y límites soroRinianos. Guénon contra Comte. El espesor del devenir humano. Las confirmaciones de la medicina contemporánea. - Cassirer contra el agnosticismo universitario. Una gnosis comprensiva. Unidad cósmica. pluralidad de estrategias. La reciprocidad de las perspectivas antropológicas. Poética bachelardiana y simpatía scheleriana. Riqueza de las sociologías com prensivas alemanas. - Contra la reducción a la res extensa. Lo natural de la ciencias del hombre. Los límites de la medida en las ciencias del hombre. Necesidad de matemáticas Kualitativas». La revolución homeopática. El análisis matemático de los datos y la insignificancia. - Contra el dualismo lógico. El lertium datum. Jung y el principio de coincidencia de los contrarios. Las paradojas en Max Weber. El dilema en Lév:i-Strauss. La lógica contradiccional. Frarn;:ois Dagognet y el estatuto con tradictorio del remedio. - La saturación del régimen esquizomorfo de la epistemología clásica. El momento hermetista del siglo XX. Conclusión. - El nuevo espíritu antropológico o el retomo de Hermes La crisis de la epistemología, síntoma de la crisis de civi lización. La desmitificación obsoleta. Los límites del mito
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y la sed de dioses. La inversión del «triedro» del saber. El tetraedro de Edgar Morin. La necesaria conversión del antropólogo. El gueto de los científicos. De Dionisos a Hermes. La restauración del sapiens. Los deberes del an tropólogo. La parte de eternidad.
Introducción
No sólo es preciso soportar, y de nin15ún modo ocultar. lo que es necesario -todo idealismo es la mentira ante la necesidad-, es preciso también amarlo... F. NIETZSCHE, Ecce Homo
Las ciencías sociales y humanas se encuentran en un mortal ca llejón sin salida. Es trivial constatarlo y se necesita todo el talento de Michel Foucault' para interesarnos por estos funerales de tantas pre tensiones y coartadas. Por mi parte, he mostrado' que los excesos del reduccionismo condenan a las ciencias humanas a perder al hombre por el camino, a trocarle por los esquemas vacíos de los for malismos o por el absurdo de la explicación causal. Como diría más o menos Michel Foucault. las «ciencias del hombre» están incómo damente asentadas entre los pies del trípode -él dice el «triedro» de nuestra episteme contemporánea. Nuestro si�lo XX está obsesio nado con las ciencias del hombre, como impulsado por una nostal �ia o remordimiento, pero. impotente, no puede sino disecar el ca1. M. Foucault. Les mots et les choses, París, Gallimard, 1966 [trad. cast.: Las palabras y las cosas. Madrid, Siglo XXI, 1997J. 2. Véase nuestra obra Llma¡ination symbolique, París, P.U.F.. 1964 [trad. cast.: La imaginación simbólica, Buenos Aires, Amorrortu, 1971].
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dáver a �rancies golpes de experimentalismo psicológico, de panse xualismo más o menos adornado con las plumas de la lingüística. de factores sociológicos dominantes -y contradictorios- y de análisis históricos o económicos. Estos peligrosos procedimientos reductores son todos monopoli zadores. por tanto totalitarios, y no hacen más que agravar el fraca so. La mixtificación que implican consiste, como dice un célebre proverbio, en fijarse en el dedo en vez de mirar la luna que el dedo señala. Más wave que la muerte de Dios --que al menos dejaba jus tificarse al asesino- es la i�norancia de los dioses. Cierto es que nuestro si�lo enloquece y que se abren �rietas en el edificio epistemológico. Los científicos se angustian ante el pro greso de su descubrimiento: después de la alarma atómica, tras la experiencia de los campos de concentración. aparece la alarma eco lógica. ,El mejor de los mundos» se realiza en todos los acimut ideoló gicos. Y se podría creer que la profecía de Michel Foucault. a saber, el deS'\7anecimiento del hombre por el progreso de la episteme con temporánea. está en vías de cumplirse. Pero, sin embargo. el viento ha cambiado de rumbo: la antro pología de nuestro final de si�lo se desplaza en relación al trípode en el que Foucault incómodamente la colocaba. Los «modelos, psicológico. sociológico o lingüístico están caducos por haber sa crificado demasiado a la historia. a la �énesis o a la forma. Un nuevo ámbito epistémico se ha abierto en el horizonte epistemoló gico: etolo�ía. simbología y mitología, psicología de las profundida des, sustituyen lentamente a las reducciones psicoanalíticas, al fac tor dominante de la sociología clásica, al historicismo. por más dialéctico que sea... Lo que anuncia el pensamiento de Nietzsche, más que el fin del «asesino de Dios,. es «la dispersión de la profun da corriente del tiempo por la que el hombre se sentía transporta do y cuya presión en el ser mismo de las cosas sospechaba: es la identidad del retorno de lo Mismo y la dispersión absoluta del hombre... ». 3 3. M. Foucault, op. cit. pág. 397.
INTRODUCCIÓN
Pero, ¿por qué este hombre disperso sería menos hombre que la figura rígida y totalitaria que nuestras pretenciosas «ciencias sociales» han tratado en '\7ano de erigir? El retorno de los dioses «siempre los mismos» ¿no absuelve del asesinato de Dios 1Ie'l7ado a cabo en este gran guiñol? El retomo -el eterno retorno- de los dioses fue siem pre presagio de renacimiento, por tanto de humanismo. Simplemente debemos cambiar nuestra imagen del hombre, re ciente como un «pliegue» arqueológico, y subvertir la perspecti'l7a de nuestras «ciencias humanas». Tomar en serio, y no como simple me táfora poética. esta recurrencia -epistrophe, enantiodromía, tawfl o éxodo, no lo sé-, tomar la palabra a las gestas y los nombres di'l7i nos a la mitología. Por eso la '\7erdadera ciencia del hombre, si se si túa en la perspecti'l7a profética de Nietzsche, rechaza totalmente --co mo ya hiciera el propio Nietzsche-· la «modernidad» del triedro epistémico. Repudia especialmente las definiciones puramente cul turalistas y etnocéntricas con que la antropología de nuestra ci'l7iliza ción asfixia al Hamo sapiens. Los capítulos de este libro quieren ilustrar esa «transmutación de los '17alores» epistémicos y esa epistemología de la recurrencia. De ahí el título: la ciencia del hombre debe regularse según el saber tradicio nal del hombre sobre el hombre. Pues Foucault se engaña cuando cree en «la in'l7ención reciente del hombre». Sin duda_�ste hombré' totalitario, idealmente unificado, lleno a la '\7�Z de resentimientos, re presiones y complejos, que zozobra en la soberbia de su pecado de angelismo, es moderno. En '17erdad, el objeto de la antropología cu ya precariedad y peligro denuncia Foucault es muy reciente, pero el objeto que redescubren -siguiendo el impulso filosófico nietzschia no- etología, psicología de las profundidades, mitocrítica, es un hombre que no ha sido distendido ni desfigurado por el lecho de Procusto del famoso «triedro». Hombre «siempre el mismo» porque, precisamente, sus dioses son «siempre los mismos•. Por eso, en el primer capítulo, La figura tradicional del hombre, opongo justamente esta última a las diferentes distorsiones y desfi guraciones que le ha hecho sufrir nuestra episteme. El segundo capí tulo, Ciencia histórica y mitología tradicional, que aborda uno de los
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grandes ídolos epistémicos de nuestro siglo. muestra cómo, en la in vestigación más reciente, el universal modelo mitológico sustituye al modelo etnocéntrico del historicismo. El capítulo 3. Hamo proximi oríentis, nos muestra que en un Oriente sin embargo cercano. pero donde la armazón cultural del cristianismo fue alterada por el islam, se ha conservado una imago homini tradicional de forma más pura que en nuestras sociedades. que han tenido la desgracia de ver su civilización material arrastra da por su cultura, a la par que esta última perecía ante la idolatría de los materialismos de la producción y el consumo. El capítulo 4, Hermetica ratio y ciencia del hombre, nos muestra precisamente este giro epistémico del que hablo. y la forma en que todas las ciencias humanas más modernas, las ciencias de vanguar dia, \7Uelven más o menos abiertamente a los antiguos principios del hermetismo, traduciéndose su «filosofía del no» en una gigantesca re currencia, más allá de Freud, más allá de Fechner o Ribot. más allá de Comte. Saint-Simon, Marx, Montesquieu o Condorcet... Esta re currencia ha sido -hay que advertirlo- más fácil en Alemania. donde el pasado goethiano y boehmiano favoreció el moderno re encuentro de la antropología y el hermetismo. Por supuesto, soy perfectamente consciente de que para la ma sa -y la peor de todas. la masa intelectual. «masa mediatizada» . éstas son Consideraciones intempestivas. Pero me felicito de ello al pensar que este libro conmemora, con un siglo de distancia, la Se gunda consideración intempestiva de 187 4 para denunciar incansa blemente: «Lo que hay de peligroso. lo que corroe y envenena la vi da en nuestra manera de hacer ciencia... ».
Capítulo
1
-La figura tradicional del hombre*
... Lo que hay de peli�roso, lo que corroe y envenena la vida en nuestra manera de hacer ciencia. F. NIETZSCHE, Ecce Hamo
La tesis que en primer lu�ar quiero exponer y defender en este capítulo' es la de que el «sentido» de la imagen del hombre -lo que hace que la ima�en del hombre sea un símbolo, que remita a un si� nificado vivido- no se recupera de manera precisa más que si se la separa de las «metamorfosis», es decir, de las derivaciones que tuvie ron la ambición de «forzar» el sentido simbólico para sustituirlo por la. disección no vivida de los conceptos, de las definiciones claras y distintas, de las lar�as cadenas de la razón. He ele�ido Occidente como lu�ar de mi demostración. Y esto por la simple razón de que demasiadas desesperanzas contemporá neas se afanan por encontrar al hombre en Katmandú o en un hi potético Extremo Oriente, zen, tántrico o hindú. Pero yo doy a Oc cidente un sentido muy preciso y limitado en el tiempo. Si�uiendo * El contenido de este capítulo apareció como artículo en Eranos Jahrbuch con el título ,Figure traditionnelle de l'homme et défiguration philosophique•. r. Véase J. Rostand. ,Peut-on modifier I"homme?». en Espoirs et inquietudes de f'homme. París. Ga[limard. 1956.
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el ejemplo de O. Spengler. disociaría del Occidente «fáusticm lo que otros confunden injustamente con él: la Antigüedad clásica greco latina e igualmente la intrusión oriental («árabe». habría dicho Spengler) que marca los siglos del hundimiento del Imperio Roma no y la progresi\7a con\7ersión de Europa al cristianismo. Por tanto. \70Y a situar mi debate en torno a los a\7atares de la imagen del hombre en el transcurso del último milenio y en la ci'7ilización sur gida de Europa. El tema escogido es sumamente banal: la sin cesar manoseada. desde hace uno o dos siglos, «crisis» de la filosofía occidental. Esta crisis. que aparece como un leitmotiv del pensamiento contemporá neo. aparece con los pensadores románticos y prerrománticos que reflexionan sobre las «causas» de la grandeza y la decadencia de las ci'7ilizaciones. sobre el > del pensamiento occidental. semítico en Ri coeur, helénico en Vernant. En Ricoeur y Vernant existe implícitamente el mismo etnocen trismo epistemológico, el de Hegel o Comte, incluso el de Victor Cou sin, consistente en considerar como modelo de la historicidad y de los métodos de la historia el «fondo» del pensamiento occidental ti pificado, para el occidental moderno. sea creyente o no, por el me sianismo judeocristiano. Al menos, el '7iejo historicismo humanista de Edgar Quinet tenía el \ligar de alargar explícitamente hacia el mi to a ese hombre rebelde, sujeto de la historia progresista, inspirada en Vico, que era AhaS\7erus, el judío errante, o «Merlín el encanta dor». Todo lo más, los nue\los concordistas -Pauwels y Bergier- es33- La lengua francesa es muy pobre para expresar estos matices; la alema na, más rica, dispone de cuatro términos: die Geschichte, die Historie. die Erziih lllilf e incluso das Marchen. 34. Véase P. Ricoeur. Stmcture et herméneutique. op. cit.. y J.-P. Vemant, Se minario de Arbresle, op. cit.
CIENCIA DEL HOMBRE Y TRADICIÓN
tán de acuerdo en un tímido retorno de los brujos. Nuestros historia dores modernos no tienen ya la audacia mitolo�izante de los román ticos. Mientras que las enseñanzas de El pensamiento salvaje se sacan de ese mundo «no cristiano», caro a Lé-vi-Strauss y a Eliade tanto co mo a Maurice Leenhardt, en Ricoeur y en Vernant, el fundamento de la \7erdad sobre la episteme he�eliana donde la diacronicidad quiere en el límite -y, como hemos \7isto, de forma imposible- ser dueño del sentido, conduce a las antimonias epistemoló�icas. Babelismo cientifista de una parte, jue�o de manos para recuperar subrepticia mente el relato redundante mítico de otra, o apelación desesperada a la fe, unos y otros desembocan en una renuncia al conocimiento, en un a�nosticismo satisfecho o desesperado. Me queda ahora mos trar cómo la epistemolo�ía más reciente, incluso en Occidente -lo que constituye una «revolución»-, rechaza científicamente el v'iejo modelo etnocéntrico e imperialista del positiv'ismo y el he�elianismo. Cuando Quinet, Lamartine, Soumet o Laprade35 -con su sue ño de «epopeya de la humanidad,- hipostasían ale�remente la his toria tal como Ile�ó a estar de moda a mediados del si�lo XIX, al me nos saben con lucidez que esa «epopeya» no se deduce de la historia, que es un «mito, y que los nuevos Prometeo, Ahasveros, Merlín, Ce dar, Ps¡ché, tienen una muminosidad» mítica que transciende la po sitiv'idad histórica. El historicista moderno no sabe siquiera, como clamaba el humanitarismo pro�resista historiador y «socialista, de los románticos, que es tributario de ciertas perspectiv'as judeocristia nas. Su etnocentrismo es inconsciente. Sol contra Gabaón, ine movearisl JOSUÉ, IO, 12
Sin remontarme a descubrimientos científicos de un alcance in conmensurable, el de la relativ'idad restrin�ida y la relati\7idad �ene35. Véase P. Albouy. La, Création mytholofique chez Víctor Hu¡o. págs. 51-52, París, Corti. 1968. y L. Cellier. l'Épopée humanítaíre et le mythe romantíque. París.
P.U.F., 1954-
CIENCIA HISTÓRICA Y MITOLOGÍA TRADICIONAL
ralizada. que han marcado el comienzo de nuestro siglo y han per mitido deshacer el engaño de la noción de «tiempo único•. pará metro último e hipostasiado de toda medida. y para no ocuparme más que de la antropología, debo señalar la obra fundamental de Ernst Cassirer y Oswald Spengler. Con �stos últimos. tras las hue llas de W. Dilthey. 36 puede hablarse realmente de un «Nuevo Espí ritu Científico» introducido en las ciencias antropológicas. El re sultado. desmixtificar el imperialismo de la historia. romper su monolitismo hipostático, por una parte pluralizando -por tanto relafrvizándola también por tiempos locales culturales- las rami ficaciones históricas; por otra. pluralizando los procedimientos de explicaciones legítimas contra el totalitarismo de la razón pura l, en C.-G. Jun€ y K. Kérényi. Introduc tion á l'essence de la m;¡thologie, París. Payot, 1968. 15. Sobre un Ori€en e€ipcio del caduceo, representado por dos tallos que lle \7a Thot y en cada uno de los cuales se enrosca un naga, uno portador de la tia ra del Alto-E€ipto. el otro con la corona del Bajo E€ipto. Véase K. Lan€e y M. Hir ner, Aegypten. Munich, Himer Verla€, 1955. pi. 2!0.
ESTRUCTURAS GENERALES
Cualidades
EL PODER DE LO INflMO
Puer CJl!/emUS
Eltigil
El intermediaiio
El intercambio
1. Bastardo de Zeus y de una mortal
2. Niño prodigio (ladrón. inventor) 4. Siendo la lira
6. Inventa la siringa
14. Ata los tendondes de Zeus
12. Intermediario de Zeus en la liberación delo transformada en becerra
15. 15. 15. Ayuda y oculta a Oionisos niño. bastardo de 7,P1 1•1 \',Ir ""'' 1\\1111111
El robo
La armonía
El fUía
El iniciador
El civilizador
, bis. Sobrino nieto de Prometeo
5. Trueque de la lira por !_os rebaños de Apolo
niño. in�enta
11. Libera astu lamente a Ares del caldero de los Aloades
EL PSICAGOGO
EL MEDIADOR
3. Robo de los rebaños de Apolo
7-8. Inventa la lira de Apolo
9. Trueque de la siringa por el báculo de oro de Apolo
to. Inventa la siringa 13. Robo de los tendondes de Zeus retenidos por Tifón
7 bis. 8 bis, 9 bis. bis.
'º
Aporta la siri�a. la lira. ef comercio. el trueque
1
16. Mediador de Zeus ante Alcmena. madre de Herades
17. Entre¡¡a de la espada que matará a la Hidra de Lema. 18. Entr�a 19. Iniciador del casco que de la aventura hará invisible de Perseo a Perseo
20. lntermediario de Zeus en la entre¡¡a del camero del toisón de oro n. Padre del ladrón Antelil>os (abuelo de Ulises e instructor de Heracles)
24. lntermediario de Zeus ante tres diosas y Paris 28. Ayuda a Ulises a escapar de Calipso y Circe 30 bis. El Nychios. padre de la astucia
29. Padre de Hermafrodita. síntesis y armonía de las dos naturalezas (vinculación con el culto cabirico de Tebas y Samotracia). Padre de los Lares. divinidades de las encrucijadas
Cuadro
1.
El mito clásico de Hermes.
23. Junto a Heracles en el descenso a los infiernos
26. Guía de Priamo
Ufiada XIV) 30. Guia de Orestes de Delfos a Atenas
21. Iniciador de la empresa de los arllünautas (padre de dos ar¡¡onautas)
21 bis. Entrega de lo que será el toisón de oro
2 5. Iniciador indirecto de la ¡¡uerra de Troya 27. Entr�a de la planta cmoly, a Ulises
CIENCIA DEL HOMBRE Y TRADICIÓN
3) Por último, el Seelenführer, eI psicagogo guía, iniciador y civi lizador. No consideraré para mi objetivo más que el segundo tema. el del Mediador, al que Thot-Ibis nos ha preparado ya. Su culto enlaza directamente con eI culto cabírico de Tebas y Samotracia. Se sabe que eI culto de Samotracia tenía por base una tríada cabírica (for mada por Axieros, Axiokersos y Axiokersa).' 6 Unida cada divinidad a la otra por una correspondencia lingüística: Ia raíz AKS (sánscrito, aksah. grie�o axión, latín axis), término que significa eje, eje media no .. La vieja imagen del carro alado resurge pues, pero el acento no cae ya en el «auriga», como en el .Fedro de Platón, sino sobre el eje. Ahora bien, si los dos últimos términos de la tríada son asimilados a Helios y Hefestos. el primero no es otro que Hermes. Las otras dos divinidades son las extremidades del eje, Hermes es el «cubo» o par te central de la rueda y encontramos otra vez su papel de mediador. J.-P. Vernant ha mostrado excelentemente, por otra parte. la cohe rencia de los epítetos -numerosos- atribuidos a Hermes, y opo niéndole a Hestia ha resumido las cualidades del dios (el bandido, el merodeador de las puertas, el que vigila en la noche, el que atravie sa las muraIIas, el protector de las encrucijadas. de los pasos, por tanto de las tumbas. ..). «Nada hay en él de fijo, estable, permanente, nada de circunscrito ni cerrado. Representa en el espacio y en el mundo humano el movimiento, el paso, el cambio de estado, las transiciones, los contactos entre elementos extraños...»' 7 Este hermetismo primitivo. mitológico si no teológico, nos con duce de manera natural al segundo hermetismo, el del Corpus Her metícum y los escritos herméticos helenístico-romanos, a través del filtro y la prueba del racionalismo clásico de Grecia. Esta confronta16. Véase _R. Alleau, Aspects de l'alchimie traditionnelle. París. Minuit. 1970, págs. 52-57. 17. J.-P. Vemant. M;¡thes et pensée chez les frecs. étude de ps;¡chologie histori que. París. Maspéro, 1969 [trad. cast.: Mito;¡ pensamiento en la Grecia antigua, Barcelona, Ariel. 1983].
HERMETJCA RATIO Y CIENCIA DEL HOMBRE
ción entre un racionalismo objefrvista por una parte y el hermetismo por la otra, a la que se entrega con más o menos fortuna A J. Fes tugiere,'8 es muy instrucfrva: nos ofrece el modelo histórico -o la clave de las resurgencias históricas- del hermetismo. El hermetismo, ya sea en el período helenístico, en Roma, en el siglo XVI o a finales del XVIII y en el siglo extremo del Extremo Occidente, aparece siempre en un período en que, como diría Sorokin,' 9 el consenso cultural racionalista (idealista o ideaciona[) alcanza su lí mite de saturación y bascula hacia la antítesis del sentimentalismo, el empirismo, el pragmatismo (sensate, según la terminología soroki niana). Ése es el caso, paradigmático en alguna medida, del período helenístico y romano. Se asistió en la Atenas de Pericles y en la Ma cedonia de Filipo al triunfo progresivo del prototipo del racionalismo occidental -más o menos agnóstico y que no deja de recordar al nuestro- cuya primera suma es el corpus aristotélico. Como señala Festugiere, esta ciencia aristotélica tiene por característica el «de sinterés » teorético, es decir, la objetivación. Se busca el saber por el saber, sin preocuparse por las implicaciones prácticas de las reper cusiones antropológicas. Segundo punto, esta ciencia es ciencia del por qué (&nn). es decir, de la inteligibilidad de lo general. incluso de lo universal. bajo los rasgos de lo singular: el objetivo de la cien cia es clasificar y. ya, reducir el fenómeno a la ley. Tercero y último. el universo se constituye sobre el modelo de esta clasificación, y a la Causa Suprema, en la clase más explicativa, corresponde la abstrac ción mayor. Estos tres caracteres: objetivación, causalismo lógico y generalización, constituyen el gran modelo del-racionalismo deducti vo de toda la ciencia occidental. Ahora bien, en torno a los primeros siglos de nuestra era, «a partir del siglo u a. de J.C. » , dice Festugiere, y por una infinidad de «razones» y de «factores» que no podemos 20
A. J. Festugiere. Hermétisme et m¡stique pai'enne, op. cit., pág. 40. 19. Véase P. Sorokin, Social and Cultural d¡namics. 4 vols.. 1937-1941 [trad. cast.: Dinámica social ¡ cultural. Madrid. Centro de estudios constitucionales. 1962]. 20. Ibíd.. pág. 40 y sigs 18.
CIENCIA DEL HOMBRE Y TRADICIÓN
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analizar aquí -y en un ambiente semejante al del empuje del ag nosticismo de los siglos XVI, XVIIIy XX- el racionalismo se agota en escepticismos diversos. «Una nueva concepción de la ciencia» se for ma en Egipto, «al menos en ciertos medios»: 21 es el segundo desarro llo del hermetismo, el primer «retorno» de Hermes, por utilizar la ter minología de Jean Brun." Esta «nueva concepción de la ciencia» se opone punto por pun to a los tres rasgos del racionalismo decadente. AJ «desinterés» obje tivo, digamos a su neutralidad laicizante, opone, si no un «interés» pragmático -Festugiere carece aquí de matices-, 23 al menos un interés subjetivante: se pide a la astrología, a la magia, a la alquimia, a la medicina, por último, que operen concretamente. Esto entraña ipso facto la oposición al tercer punto: la generalizacióny la abstrac ción de las clases que ahí figuran. De nuevo -digamos que en una especie de empiria- el hecho singular y ( por ello, único, maravillo so) se convierte en el centro de interés del conocimiento. La «cien cia» es el saber de los hechos concretos, de los mirabilia. Pero a esta doble oposición al racionalismo «clásico», oposición a la objetivacióny a la generalización, se le incorpora la principal oposición que legitima la subjetivacióny la singularización del her metismo. Es la sustitución del determinismo causal elaborado por la física de Aristótelesy la lógica de la Academiay del peripatetismo, por un principio de participación en entidades-fuerza. Tal es el tema de mi estudio, pues este principio es denominado, bien principio de correspondencia, bien --lo que hace resaltar su carácter de subjeti vación- principio de mentalismo, bien, por último -y en este tér mino nos detendremos-, principio de semejanza.24 Este principio re mite directamente a la paradoja que planteaba al principio de este capítuloy también al carácter fundamental de «mediador» del arlbíd., pág. 42. Véase J. Brun. Le retour de Dion;¡sos, París. Desclée de Brouwer, 1969 [trad. cast.: El retomo de Dionisos, México, Extemporáneos, 1971]. 23- A. J. Festugiere, op. cit. pág. 43, «La Science nouvelle est intéressé». 24. Ley de simpatía y de antipatía (Pliniol. 21.
22.
1/ERMET!CA RAT!O Y CIENCIA DEL !iOM5RE
quetipo Hermes-Mercurio. La paradoja consistía en que el tema tra dicional era vivido como múltiple, y en que la unidad era objetiva da, «proyectada» en el mundo, el Kosmos. El principio «explicativo» supremo era un rechazo del corte entre sujeto y objeto, entre causa y efecto. La unificación se hace por la mediación de un principio ener gético que se revela -término utilizado, con toda razón, por Festu giere- asegurando el orden del Kosmos y su destino en la unifica ción del sujeto. La mueva» ciencia, singularizadora y subjetivante, necesita la revelación teofánica del principio unificador, ,,mediador» -Hermes en persona- para colaborar en el esfuerzo del descubri miento. El laborare se muestra como orare. Aquí se establece el cuarto carácter de oposición de la «ciencia nueva» a la ciencia aristotélica. La ciencia aristotélica se dirigía a todo «animal racional», y el saber era el reparto igualitario de todo esfuerzo «humanista» por adquirir lo. 25 En la nueva ciencia, el científico, para saber y operar según los verdaderos principios, debe ser también más que un phi!osophos, de be ser un adepto, iniciado en el secreto cósmico por la mediación del poder de toda organización, de toda < escritura», de toda «signatura»: el propio Hermes-Thot, el Andrógino primordial en quien se realiza la coincidentia oppositomm entre 1, panacea compuesta por una cuarentena de in15redientes. La intervención era siempre alopática, es decir, reposaba en el principio contraria, contmriis cumntur. En resumen, la medicina de Galeno reposa en cuatro puntos: la endo15enia, la no especificidad terapéutica. la composición farmacéutica y la alopatía. Ahora bien. el médico Paracelso' 1 no dejará de opo nerse a esas cuatw proposiciones, y de su negación experimental (Eifahrung, «la experiencia•, es un término paracélsico, o Scientia, 32. Véase 1i1fra, pá15s. 254 y sigs. 33. Véase R. Allendy, Parace!se. fe médecin maudit, Paris, Gallimard. ¡93734. Véase W. Pa1;el. op. cit.. pá1;. t6o y si�s., y B. Whiteside, ,La médecine de Paracelse�. en Parace!se. op. cit., Table Ronde, 1966; Proí.>sch. Les Écrits médicaux de Parace!se, 19rr; y L. Durey. Étude sur toeu-vre de Parace!se et sur que!ques autres médecins hermétistes, París, Vi1;ot. 1900. 35. Véase Opus Paramirum. Libro ll. caps. 4·6.
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que él opone a Logica, a los razonamientos librescos de Galeno, Aristóteles o Avicena) se inducirá en alguna medida el principio de semejanza. En primer lugar, la enfermedad no es una falta o un desarreglo endógeno, es una realidad, un cuerpo, un !ocus morbi, un ens. Hay una materialidad de la enfermedad en tanto que elemento conteni do en el iliadus, término que significa la totalidad de las especies elementales contenidas en una «matriz » elemental. Oponiéndose a Galeno, Paracelso16 afirma: «Pues el humor no engendra ningún mal». Lo que engendra la enfermedad es otra cosa, a saber. la enti dad sustancial El cuerpo, constituido por cuatro elementos (y vol veremos a ello, por tres fuerzas), contiene el ílíadus potencial -com prendidas en él las enfermedades en potencia- de cada uno de esos elementos y, desde el momento en que inteT'li'iene un factor ex terior, las enfermedades germinan «creciendo en el hombre como los vegetales y los arbustos en la tierra». También Paracelso compa ra al hombre con una mina,;: que contiene salia en filones muy es pecíficos (tema de la anatomía e!ementata) de los que algunos son los ens substantíae de la enfermedad (esos loci morbi, aún más im portantes que la anatomía de los órganos sanos, constituyen la ana tomía essata). Existe pues una iníluencia exterior determinante en la génesis del mal. De este modo, Paracelso3 � intuye la asepsia listeriana reco mendando mantener las heridas «limpias y protegidas de los enemi gos exteriores ... los medicamentos se aplican a las heridas en razón de los accidentes; no para ayudar a la naturaleza del cuerpo, sino para rechazar y expulsar las cosas que están infectadas por los ele mentos externos, sea por los metales u otros minerales. por el aire o por todos ellos juntos» ... «Los humores no están por casualidad en la supuración de las heridas; mantenedlas limpias y preser'l7adlas de los enemigos externos; las curaréis todas. » Pero esta iníluencia es una 36. lbíd.. Libro l. 37. Véase G. Rosen. The History of Miners Disaeses. Nueva YorR, 1943. i8. ,Petite Chirurheim, reducirían rápidamen te el «Gran Ser» a los límites del «medio, de la raza y del momen to» o, toda\7ía de manera más totalitaria, a las «coacciones» y la «presión» colecti\7as. Y las disputas sempiternas entre psicólo�os y sociólo�os se reducen simplemente a saber en qué salsa se disol \7erá al hombre. ¿Cuál es la caricatura más semejante al hombre, la del «mono desnudo» solitario o copulador, o la de la abeja obre ra y la hormi�a? Por último la historia, la �ran y fabulosa ideolo�ía de Occiden te, el único ídolo de los dos últimos si�los, busca la definición del hombre en la muerte y la decadencia de los imperios y en el pro �reso tranquilizador de las máquinas, reduciendo desesperadamente al Hamo sapiens al determinismo totalitario de un tiempo único e hi postasiado, el de la «e\?olución» entrópica de la materia. Cronos que no emascula al Uranos psicoló�ico o cultural más que para, a su \7eZ, de\?orar mejor a sus hijos. Y finalmente la historia se marida absur damente con el �ran ídolo de la causalidad mecánica y propone el modelo explicati\7o único, fruto de esta unión, el post-hoc-ergo-prop ter hoc.
Como se \?e por ésta muy rápida incursión, nuestras «ciencias humanas» caen todas, a pesar de sus celosas di\7ersificaciones, a pe sar de sus infinitas subdi\7isiones casuísticas, en el carril metodoló �ico totalitario que es el trazado por la física clásica de los si�los 78. Sobre A Comte, véanse los recientes trabajos de P. Arnaud, especial mente le Nouveau Dieu, París, \7rin, 1973-
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XVII y XVIII: la reducción de todo fenómeno a sus coordenadas cuan
titativas, la unicidad del método de objetivación, el agnosticismo determinista y, finalmente, la binariedad lógicá. En otras palabras, lo que era procedimiento de «dominio y posesión de la naturale za», aplicado al hombre se convierte en monstruoso procedimiento de alienación. Pero hay algo más ridículo que este atentado. La ló gica que postulan nuestras atascadas «ciencias humanas» del siglo XX no ha esbozado siquiera la transformación mayor que ha afec tado a la lógica de la física. Nuestras «ciencias humanas» no han iniciado siquiera sus reconversiones al «nuevo espíritu científico», su fundamento metodológico es el de la física de Descartes, la quí mica de Lavoisier. la astronomía de Newton, el historicismo de Condorcet. 79 Están pasadas de moda -ellas, que tanto se enorgu llecen del «progreso» histórico- en dos siglos con relación a PlancR, Pauli. Oppenheimer, Einstein o incluso Bohr. Y ahí reside el malestar fundamental de nuestras «ciencias humanas» contem poráneas. Si se quiere resumir en una frase la situación genética de la cri sis contemporánea de las ciencias del hombre, podríamos decir fa miliarmente, con un proverbio que creo que es inglés, que se en cuentran desamparadas porque han «tirado al niño con el agua del baño». 8 º lQué se quiere decir con esto? En la gigantesca empresa tecnocrática de Occidente por hacerse «dueño y señor» de la natu raleza, en la triunfante escalada de la epistemología de las ciencias físicas, ligada -al menos en su expansión de los siglos XVII y XVIII79. Véase G. Bachelard, Le Nouvel esprit scíentifique. y S. Lupasco, l 'Expé rience microph;¡sique et la pensée humaine, París, P.U.F.; Mach, la Ph;¡sique mo deme et ses théories, París, Gallimard. 1965; Nils Bohr, la Ph;¡sique atomique et con naissance humaine, París, Gonthier [trad. cast.: Física atómica ;¡ conocimiento humano, Madrid, Aguilar, 1964]; W. Heisenberg, Ph;¡sique et philosophie, París, Al bín Michel. 1961. y la Nature dans la ph;¡sique contemporaine. París. Gallimard, 1962. 80. Sobre el tema del «niño tirado con el agua del baño» y la crítica a la teo logía de Bultmann, véase M. de Diéguez. Science et nescience, París, Galimard, 1970, págs. 497-512. Véase aquí, supra. cap. 2.
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a un modelo único de objetificación, y en la conmoción epistémica sin precedentes que hizo 'vaciar el agua ineficaz de las presciencias objeti\las de la Edad Media y del Renacimiento, la ciencia del hombre, como la teología, se '7io arrastrada en este Malestroom re\loluciona rio. Y en primer lugar, primer e ineluctable signo de este «\laciado» semántico, desde el siglo XVJJI, la noción de hombre se fragmenta se gún el capricho de las epistemologías mecanicistas de la medicina experimental naciente, de la naciente psicología de los Ideólogos. del sensualismo después del asociacionismo, de la sociología balbu ciente de las primeras estadísticas y del prepositi\lismo reductor del Espíritu de las Leyes. La antropología aborda curiosamente di'7idida el desarrollo de sus propias epistemologías. Ya no se atre\le a utili zar en su sentido pleno el término de antropología, ni siquiera, en singular, el de ciencia del hombre; lo sustituye 'ventajosamente por el plural «ciencias del hombre». «ciencias humanas». y. por qué no. «ciencias sociales». Este plural sintomático de una di'7isión de la pers pecti'7a, o de la «intención», se acompaña paradójicamente de una reducción totalitaria a una sola metodología, la metodología compleja y menos simple de lo que parece a los ojos ingenuos del psicólogo. el sociólogo, el economista o el médico- de las ciencias de la materia pero, desgraciadamente, de las ciencias de la materia del siglo XVII. Y cuando en nuestros días, uno de nuestros eminentes psicólo gos aÍirma8 ' la 'validez «de una psicología elaborada gracias al méto do experimental. método que ha probado sus aptitudes en las cien cias de la naturaleza: física, química, biología»; ¿no parecería que estamos oyendo un eco de la ingenuidad saint-simoniana de la Mé moire sur la science de thomme (al menos Saint-Simon en 1813 utili zaba toda\lía un singular) pretendiendo que las cuestiones políticas sean «tratadas con el mismo método y de la misma manera que se 81. P. Fraisse, La Psychofogie expérimentafe. París. P.U.F.. 1970 [trad. cast.: La psicofogia experimental. Barcelona, Oikos-Tau. 1978]. Este mismo autor celebra ale�remente el «centenario» de los trabajos de Fechner (Efemente der Psychoph;¡ sik. 1860). en Manuel pratique de psychologie expérimentafe. Parí_s. P.U.F., 1963.
2.10
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tratan actualmente las relativas a los otros fenómenos», es decir, re duciendo la naciente sociología a una «física social»? Si de manera paradójica a la sociología le está permitido dar un diagnóstico don de está implicado entre otros el fracaso de la sociología misma. yo diría que justamente la paralización de las ciencias humanas, su ex travío por las vías muertas de la objetividad totalitaria del cientifis mo, vienen de que sus principios datan al menos de 1860. cuando no de 1813 o de 1637. Es decir, de la lógica de la física clásica, la de Descartes, después de Newton y el enciclopedismo, prolongación se lectiva de la lógica clásica aristotélica. Por otra parte, la superespecialización de cada una de las «cien cias humanas» que priva a la mayor parte de los investigadores psi cólogos, sociólogos. médicos, lingüistas, del mínimo de cultura gene ral que preconizaban todavía las «humanidades», hace que en última instancia esos sabios ilotas8 ' estén mucho más relacionados con M. Homais* que con Descartes o Aristóteles. Este «retraso» de las epis temologías sobre las metodologías -que Bachelard denunciaba ha ce cincuenta años en los epistemólogos de las ciencias físicas- se ve también agravado en los epistemólogos de las «ciencias humanas» -o «sociales»- por el hecho de que a una incultura general que no es únicamente patrimonio suyo, se añade en ellos una mortificante incultura física, biológica y química.g 3 Por eso, en esta mitad del siglo XX, esos «modernistas» hablan sin saberlo el lenguaje caduco del me canicismo de finales del siglo XVIII. Nos quedamos ensimismados an te el alarde de incultura pedante y la total inadecuación a su objeto -el objeto humano- que revelan la panoplia del estereómetro, * Monsieur Homais: personaje de Flaubert en Madame Bovary. [N de los t.} 82. No sólo los «sabios» de las ciencias humanas parecen afectados por esta oligognosia debida a la superespecialización. sino biólogos tan eminentes como nuestros premios Nobel. Véase el brillante y feroz panfleto de M. Beigbeder. Le contre Monod. París. Fayard, 1972. 83. Véase la sutil respuesta de A Koyré a T.-S. Kun que le decía que a partir de los ,hijos de Piaget, yo aprendí a comprender a Aristóteles». La respuesta: que «era la física de Aristóteles la que le había enseñado a comprender a los hijos de Piaget•. en: varios autores, Les Théories de la cau.salité, París. P.U.F.. 1971.
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�ra\7ímetro, dexterímetro, lúnesímetro, dinamó�rafo, termómetro y otras jerin�as di�nas del teodolito del que se ríe el antropólo�o Jean Servier en L'Homme et llnvisib!e. Todo este batiburrillo e\70ca irresis tiblemente a Jom lit, di�no heredero de los «�abinetes de física• con ti�uos a los salones del si�lo XVlll. En cuanto a nosotros -que no tenemos mala conciencia de es tar «pasados de moda», y diremos por qué al exponer el punto de \7ista hermetista sobre la historia- examinaremos cómo los científi cos antropólo�os contemporáneos, los más conscientes del malestar y el estancamiento de las KCiencias humanasi no intentan salir de es te mal paso epistemoló�ico más que por una recurrencia del 'viejo principio hermético de la semejanza. Habíamos visto que el postulado de no objeti'17idad que estruc tura este famoso principio desecha la causalidad eficiente tal como se manifiesta en la física clásica y la diacronicidad única de la e\70lución o de la �énesis del fenómeno. Es pues por la aplicación de ese postulado, como esa rama soberana de la ciencia del hombre que es la historia inau�urará, en el si�lo XIX, su crítica. Sin embar�o. la his toria, en sus comienzos románticos, como '17io G. Gusdorf, 84 servía deliberadamente de «instrumento a una subjeti'17idad que se busca». Después, la primera reforma «acontecimientalista» de Fuste! de Cou lan�e (1875), 85 incorporándose a las resur�encias filosóficas �randio sas de la «filosofía de la historia» de los He�el. Marx o Comte, im pulsada por todo el consenso cristiano de Occidente, «objetificará» el moti\7o de la in\7esti�ación histórica, y a la \7ez sistematizará totalita riamente el de\7enir de los hombres y las sociedades en una «filoso fía de la historia» fuertemente etnocéntrica y colonizadora de las cul turas «arcaicas». Esta objetificación y ese totalitarismo «desfi�uran» al sujeto hu mano, y en Francia será necesario todo el esfuerzo desesperado y
4ro.
84. G. Gusdorf. Introduction aux sciences humaines, Estrasburgo. 1960. pág.
85. Véase F. de Coulanges, Histoire des institutions politiques de tancienne France. 1875.
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polémico de la Escuela de los Anales de Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel para intentar una armoniosa «síntesis»86 purifica dora y tratar de establecer una «ciencia de los hombres en el tiem po». Pero la crisis de la ciencia histórica no desaparece por el genio de esos historiadores franceses: se manifiesta, por ejemplo, en la dis puta siempre renovada entre sociólogos «sincrónicos» e historiadores «diacrónicos,. 87 Pero para nuestro propósito no retenemos de esta crisis y de esta disputa más que la oposición que debe sublevarse en toda «ciencia del hombre» -es decir, de los hombres, de la especie y sus diversificaciones, de sus individuaciones- contra la unilineali dad, la unidimensionalidad, el totalitarismo del tiempo y de la histo ria. Toda una parte de la crítica más heurística contemporánea se erige como antropología contra la vieja imagen totalitaria de la filo sofía de la historia y su diacronismo unidimensional. El esquema simplistamente causal88 del efecto consecuente que sigue necesaria mente a la causa antecedente, es sustituido al menos por las causa lidades «en red», «en haces», los «enmarañamientos de relaciones», «cruzamientos» ( Verschrakung), e incluso «reciprocidades de accio nes, acciones recíprocas», y se ve en este punto cómo el marxista Henri Lefebvre se encuentra con el husserliana T. Litt.89 En esta eli minación de una diacronicidad lineal en beneficio del círculo cerra do de las reciprocidades sincrónicas, vemos que la referencia al prin86. Véase H. Berr. fundador de los «Cahiers de synthese historique». Véase M. Bloch, Apo!ofie pour f"histoire ou fe metier d"flistorien, A. Colin. 1952 [trad. cast.: Apología de fa Historia o el oficio de historiador, La Habana, Instituto Cubano del Libro. 1971]. 87. Véase F. Braudel. «Histoire et sociologie». en G. Gurvitch. Jraité de Socio fogie, y G. GuJVitch, «La crise de l'explication en sociologie,, en Cahiers intematio naux de Socio!ogie, \7ol. XXI. 1966. 88. Estas nociones las toman como blanco tanto la Escuela de los Anales como H. Marcuse. Véase J. Servier y su acerba crítica del e\?olucionismo, en L "Homme et /'invisible. París, Laffont. 1964 [trad. cast.: El hombre y fo invisible. Ca racas. Monte Á\7ila]. 89. Véase H. Lefebwe. ,La Notion de totalité dans les sciences sociales», en Cahiers intemationaux de sociolofie, XVIII, 1955. Véase T. Litt. lndivíduum und Ge
meinschaft, op. cit.
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cipio de semejanza es indispensable. Pues, como hemos comproba do, el principio de semejanza reposa en el postulado de la pluralidad de los tiempos locales. No nos detendremos en el promotor más decidido y más lúcido de la sincronicidad empírica, C.-G. Jung.9º puesto que ya he insistido muchas -veces en ese capital momento junguiano; en cambio, mos traré cómo ese postulado inaugura a la -vez una nue-va -visión de la historia y permite -exorcizando el «progresismo» grosero- hacer epistemológicamente -válida la recurrencia al «-viejo» principio de se mejanza. Otro gran autor que ha manifestado su desprecio por la unidi mensionalidad histórico-causal es Oswald Spengler.9' cuya obra fun damental. La decadencia de Occidente, subtitulada «Bosquejo de una morfología de la historia uni-versal», fue publicada de 1916 a 1920 y sólo se traduce al francés -lo que es significati-vo del totalitarismo . uni-versitario francés- en 1934, es decir, quince años más tarde... Reí-vindicando a Nietzsche y sobre todo a Goethe, y, por mediación de este último, todo lo que lle-va consigo el gran linaje del hermetis mo germánico, en particular de Bohme, toda la obra científica de Spengler es una prueba de la quiebra de las filosofías continuistas y totalitarias de la historia. Discontinuidad, pluralismo sin duda, pero reconquistado por un conocimiento que rei-vindica justamente el principio de semejanza bajo sus formas particularizadas, y tan ricas para la heurística comparatista, como son la homología, la contemporaneidad y la fisionomía. Dejemos pro-visionalmente de lado este último concepto para profundizar las otras dos nociones de la heurística spengleriana. Esas dos nociones se plantean en primer lugar como denuncia del mito judeocristiano de la historia uni-versal. lineal y progresista. En parti90. Véase Aniéla Jaffé. sobre los trabajos del científico soviético L.-L. Wassi liev ( Wnuscheni¡e na Rassto¡anü, Moscú, Gospolitistadt, 1962). en Eranos Jahr buch. 1973; Synchronizitat und Kausalitat in der Parapsycho[o¡ie. op. cit. 91. Ve.ase O. Spengler, Des Unter¡an¡ des Abend[andes. Munich, 1917, 1920 [trad. cast.: La decadencia de Occidente, Barcelona. Planeta. 1992].
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cular, se alza contra el monopolio que se atribuye esta historia ane xionando indirectamente al esquema pro�resista «Edad Media» y «tiempos modernos•. esa prehistoria que sería la «Anti�üedad», es quema de una «increíble indi�encia», 91 «tenia que prepara épocas sin cesar», «sistema ptolemaico de la historia» que Spen�ler cambiará por completo por una «re'Jolución copernicana» �acias a la introducción del postulado -constantemente 'verificado por la arqueolo�ía y la et no�rafía contemporáneas- del pluralismo de las culturas y las ci'vi lizaciones, sustituyendo el mesianismo pro�resista y totalitario por un esquema, si no bioló�ico. al menos cosmoló�ico, en el que actúa de lleno una primera semejanza de la que no habría rene�ado Paracel so, que hace interoenir, junto a las ideas de crecimiento y apo�eo, las de decadencia y caídaY3 Y cuando Spen�ler 'vincula el tiempo de ca da or�anismo, bioló�ico o social, a las «cualidades de la especie de la que forma parte». creemos oír a Paracelso exponiendo la teoría del Kraftzeit «fijado por Dios para cada especie»: «Hay un crecimiento y un en'lejecimiento de las culturas, de los pueblos, de las len�uas, de las 'Jerdades, de los dioses, de los paisajes, como lo hay de los robles, los pinos, las flores, las ramas. las hojas, já'7enes y 'viejas». De esta pluralidad, de esta ne�ación de una objeti'7idad única y de una única causalidad de la historia, nacen las dos �rancies no ciones operati'las de la «morfolo�ía» spen�leriana, aplicaciones di rectas de la semejanza. Spen�ler94 recuerda en primer lu�ar que Goe the, uno de los eslabones �ermánicos de la �ran dinastía hermética occidental. fue quien introdujo el concepto heurístico de homolo�ía, que indica una «equi'lalencia morfoló�ica», mientras que el de ana Io�ía indica una equi'lalencia funcional. Este se�undo principio per mitió a Goethe descubrir, por ejemplo el hueso intermaxilar del hombre. Por otra parte, Goethe descarta totalmente el principio de 92. Véáse O. Spen¡:¡ler, op. cit.. l. pá¡:¡s. 28-31; estos textos han sido seleccio nados por nosotros en Les Grands textes de la sociolofie modeme. París. Bordas, 1969. textos 96, 97. 126. Véase supra. cap. 2. 93. O. Spen¡:¡ler, op. cit., l. pá¡:¡s. 32-33, 112-u5. 94. Jbíd., J, pá¡:¡s. II8-II9, 120.
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causalidad; 95 la idea de destino -es decir, del orden de las sucesio nes morfológicas- no tiene nada que 'ver con el principio de cau salidad. La epistemología totalitaria de Occidente ha confundido, desde Kant, la causalidad con un tiempo abstracto. newtoniano y si deral. De esta confusión nace por otra parte la fábula ideológica de una historia lineal. única y causal. Ahora bien, para Spengler, «la causalidad no tiene nada que 'ver con el tiempo», «el nexo causal. cuando se al fondo de las cosas, se limita rigurosamente a mos trar que una cosa tiene lugar, no cuándo tiene lugan. 96 Lejos de ser una forma a priori de la sensibilidad en el mismo plano que el espacio, el tiempo es una antinomia del espacio.9 7 La 'verdadera intuición del tiempo es la de una «dirección», un sentido: «El destino es siempre joven. Aquel que lo sustituye por una cadena de causas y efectos 'le también, por decirlo así. algo de 'viejo y de pa sado incluso en lo no realizado». La causalidad es pues rechazada por Spengler lo mismo que la pseudohistoria lineal. Desde ese mo mento, la historia de las formas que el hombre da a la naturaleza es historia de destinos y no de causalidades. La homología nos in'lita a una comparación de las semejanzas de los destinos. Lejos de limi tarse a las «comparaciones superficiales» 9R (y todas analógicas. es de cir. que hacen interoenir una relación funcional de tipo causal) de los historiadores de la actualidad. que ponen en paralelo «Cristo y Buda. Arquímedes y Galileo, César y Wallenstein», (comparaciones funcionales todas ellas que subordinan un «efecto» a una «causa» en una relación de tipo analógico: la fundación religiosa de Jesús está relacionada con Buda en su propia fundación religiosa; el genio mi litar es a César lo que Wallenstein es al genio militar, etc.). las «in mensas perspecti'las, que ofrecen las semejanzas homológicas de Spengler permiten comparar «la plástica griega y la música instru mental de Occidente, las pirámides de la cuarta dinastía y las cate-
"ª
95. 96. 97. 98.
lbíd., l. págs. u9, n º 1 y pág. lbíd., ], pág. 123. lbíd., l. pág. 130. Ibíd., l. pág. 119.
122.
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drales góticas, el budismo indio y el estoicismo romano, etc. » .99 Aquí se trata de semejanza' morfológica entre fases de dos series de desti nos, como las «signaturas» paracélsicas son homologías morfol�icas entre determinada fisionomía de la planta -y su destino- ílor, se milla, germen, retoño ... o del astro de la astrología (exaltación, reino o domicilio, exilio y caída, términos todos que tienen consonancias spenglerianas) con el microcosmo humano, ya esté sano o enfermo. «De la homología de los fenómenos históricos se desprende in mediatamente un concepto enteramente nuevo. Llamo contemporá neos a dos hechos históricos que, cada uno en su cultura, se mani fiestan exac:tamente en la misma situación -relativa- y tienen en consecuencia un sentido exactamente correspondiente», añade Spen gler. Así es como Pitágoras es contemporáneo de Descartes, como el puritanismo se reíleja de época en época, de cultura en cultura, uniendo en una contemporaneidad excesivamente heurística a Ale jandro, Mahoma y la Convención. Vemos pues que el principio de semejanza rigurosamente aplica do gracias a las reglas- de la homología y la contemporaneidad, dico tomiza la historia y el esquema causal al que se la ligaba fatalmente. Paradójicamente, el acontecimiento se desobjetiviza al mismo tiem po que se desingulariza. En la explicación cientiíista hay una histo ria totalitaria objetiva en la que los hechos se engendran en cadena, uno a tino -cada uno de los cuales «jamás se verá dos veces»-, in definidamente. El acontecimiento toma en Spengler la subjetividad absoluta de un único destino, «al mismo tiempo y bajo la misma re lación» en que se teje la trama de un tiempo universalizable gracias a la regla misma del eterno retorno de ese destino. Dos consecuencias se siguen de esta sincronía no causal y no objetiva. La primera, que Spengler pone inmediatamente en acción «y que sobrepasa la ambición de la investigación histórica moderna», es predeterminar «las épocas todavía no pasadas...»'ºº y también «re99. lbíd.. l. pá�. 119. Véanse los cuadros célebres que resumen las homo!o �ías. op. cit.. l. pá�s. 96-97. 100. [bíd.. l. pá�s. n9-120.
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construir épocas desconocidas, extin�uidas desde hace mucho tiem po, incluso culturas enteras del pasado humano». Método, sin duda, como señala el autor, «bastante próximo a la paleontolo�ía», «esen cialmente �oethiano... familiar ya a la botánica y la zoolo�ía, pero que es capaz también de extenderse de manera insospechada al ámbito total de la historia>> . Pero método que, centrado en el pos tulado del eterno retorno, ev>oca para nosotros, irresistiblemente, los procedimientos astroló�icos de las «direcciones» y los «tránsi tos», es decir, la precisión de un destino �racias a las semejanzas se ñaladas por el retorno de los planetas en su rev1olución orbital. El futuro de un fenómeno, como su pasado, no es un acontecimien to insólito que trate en vano de recuperar un determinismo causal probabilista. Presente, futuro, pasado, están inscritos en el orden fa tal de la cosa considerada y le�ible �radas a las «si�naturas», se po dría decir, �radas a las semejanzas localizadas en otra cosa sincró nica conocida. La se�unda consecuencia, más metodoló�ica, será establecida por otro pensador fundamental de las ciencias humanas de esta pri mera mitad del si�lo XX, Pitirim SoroRin,'º' cori la denominación de principio de recurrencia y principio de los límites o de saturación. SoroRin'º «en lu�ar de entre�arse a la investi�ación de una va �a y dudosa sucesión de etapas de un solo proceso lineal que com prendería toda la historia humana», se ocupa de la semejanza de los ritmos socioculturales, reivindicando por otra parte a Spen�ler, H. Woelffiin, f. Mentré, Joseph Schumpeter, L.-A. Kroeber y A We2
1ot. P. SoroRin. nacido en 1899 en Rusia. ciudadano norteamericano desde 1930, ha dirigido el Departamento de Sociología de la Uni'7ersidad de Har'7ard, hasta su muerte (1966). 102. Véase P. Sorol.!in, Society. Culture and Personnality: their structures and dynamics, 1947, y P. SoroRin, ,Dynamique socio-culturefie et é'lolutionnisme», en G. Gur'7itch, Sociologie au XX' siécle, París, P.U.F., 1947 [trad. cast.: La sociología del siglo xx. Buenos Aires. El Ateneo, 1956]. Desgraciadamente. !a obra esencial de Sorol.!in, Social and cultural dynamics, Boston. 1957, no está traducida al francés safoo las páginas capitales traducidas por J.-E. Guhl. en nuestro Grands textes de la Sociologie modeme, op. cit., textos nº' 100, 101, 102 y 114-
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CIENCIA DEL HOMBRE Y TRADICIÓN
ber entre otros. Su célebre sistema.'º3 por métodos cercanos, si no a la homología spengleriana, al menos a la referencia de las sincroni cidades, distingue tres grandes fases sincrónicas de los sistemas socio culturales: la fase «ideacional» (ideationa[), próxima a un conjunto ideológico que se puede etiquetar sumariamente de espiritualista; la fase «\7isualista» (semate). correspondiente aproximadamente al sen sualismo; por último, la fase «idealística» (idealistic), especie de esta do de equilibrio que se podría denominar «conceptualista». Pero la originalidad de SoroRin nos parece residir sobre todo en el afina miento del principio de semejanza ya experimentado por Spengler. El principio de recurrencia significa que la semejanza (SoroRin dis tingue tres tipos de homologías: en el tiempo. en el espacio, y en el espacio y el tiempo), por otra parte \7ariable, no es un ciclo someti do, como en Spengler,'º 4 a un orden que transciende el aconteci miento, sino que esta recurrencia está pro'7ocada por la saturación paroxística interna del proceso. por una especie de feedback. El «modeloJ de recurrencia 'variable no impone KUna tendencia o di rección eterna» al fenómeno: «Puesto que no existe ninguna ten dencia lineal y las direcciones cambiam, «esto significa>>, contraria mente a Spengler, «la negación de la existencia de una tendencia principal eterna en la historia y en la mayor parte de los procesos sociales». También ahí se encuentra una noción del equilibrio del proceso -es decir, de la evolución lenta. «fría». escribiría Lé'7i Strauss- bastante próxima a la definición de la salud en la medi cina tradicional y especialmente en Paracelso: es el «exceso» el que pro'7oca el cambio rápido. Permítasenos. antes de concluir este apartado. añadir al análisis metodológico de estos dos sabios antropólogos fundamentales del si103. Véase P. Sorol