Ciencia a la sombra del Vesubio : ensayo sobre el conocimiento de la naturaleza: Ensayo sobre el conocimiento de la naturaleza
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CIENCIA A LA SOMBRA DEL VESUBIO ENSAYO SOBRE EL CONOCIMIENTO DE LA NATURALEZA

ESTUDIOS SOBRE LA CIENCIA: 31

ANDRÉS GALERA

CIENCIA A LA SOMBRA DEL VESUBIO ENSAYO SOBRE EL CONOCIMIENTO DE LA NATURALEZA

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS MADRID, 2003

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© CSIC © Andrés Galera NIPO: 403-03-040-3 ISBN: 84-00-08137-4 Depósito Legal: M. 39.366-2003 Compuesto e Impreso en Solana e Hijos; A.G., S.A., San Alfonso, 26. (Leganés) Madrid Printed in Spain

A Pili y Alberto, con quienes comparto il profumo della vita.

ÍNDICE Agradecimientos .........................................................................

XI

EL VIRREINATO DE NÁPOLES ............................................

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MOVIMIENTO, TIEMPO Y VIDA ...........................................

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1. EL SENDERO ......................................................................

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2. LOS INVESTIGADORES ...................................................

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3. EL RECINTO UNIVERSITARIO ....................................... 129 EPÍLOGO.................................................................................... 213 BIBLIOGRAFÍA ........................................................................ 217 ÍNDICE ANALÍTICO ................................................................ 245

IX

AGRADECIMIENTOS Antonello, Dario, Eduardo, Estela, Giulio, Manolo, Marcelo, Mauricio, Pepe, Raquel, colaboraron en la realización del libro. Unos corrigieron el contenido, otros contribuyeron en la búsqueda de materiales, y todos confiaron en mi trabajo. Joachino y Christiane me abrieron las puertas de la napolitana Stazione Zoologica Anton Dohrn, sin su ayuda no habría historia. Gracias a José María Artola Barrenechea he podido consultar con solvencia la bibliografía latina y alemana. Mi gratitud y reconocimiento. Dora Lampo, su marido Gaetano, su hermana Giuseppina, y sus sobrinos Dimitri, Geraldina, y Fabiana, hicieron posible que Nápoles, città sensa legge, anidase en mi corazón. Il più bel pensiero per loro. Al escribir estás líneas no quiero olvidar a Andrés, María Dolores y Agustín. En su presencia comencé la redacción de este libro y en su ausencia la termino. Ahora forman parte de las raíces que lo sustentan. Este libro es también una muestra de afecto para Carlos y Mirta, amigos entrañables. grazie dal cuore

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EL VIRREINATO DE NÁPOLES

Un onírico puerto de Toledo es el recurso literario utilizado por Anna Maria Ortese en novela de homónimo título1 para subrayar el componente hispánico y borbónico característico de Nápoles. Espíritu que aún hoy deambula entre los muros del majestuoso palacio real y recorre la centenaria via Toledo. La relación viene de lejos, se remonta al siglo XV cuando el quinto Alfonso de Aragón incorpora a su reino el espacio napolitano, la edad aragonesa, en detrimento de la casa de Anjou. Después, a partir de 1503, durante la católica monarquía de Isabel y Fernando, Nápoles se constituye en virreinato, la edad española. Por espacio de dos siglos ejercieron los virreyes en tierras del mezzogiorno. Gonzalo Fernández de Córdoba inicia una larga lista cerrada por Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, quien el año 1707 dio paso a la corte de Viena tutelada por el monarca Leopoldo I. En el intervalo Juan de Aragón, conde de Ribagorza; Pedro Álvarez de Toledo, segundo duque de Alba; Pedro Téllez Girón, duque de Osuna; Gaspar de Bracamonte y Guzmán, conde de Peñaranda; el conde de Lemos, Pedro Fernández de Castro; el marqués de Astorga, Antonio Pedro Álvarez de Toledo; y Luis Francisco de la Cerda, duque de Medinaceli, penúltimo de una serie próxima al medio centenar de nombramientos, identifican a los gobernadores2. Tras veintisiete años de régimen austríaco, en 1734 Nápoles recupera su vocación española ahora como reino independiente, cuyo trono ocupó Carlos de Borbón abdicando en 1759 para suceder a su hermano Fernando en el cetro español. Heredó el trono su hijo Ferdinando, y el blasón borbónico cubrió Nápoles A.M. Ortese, Il porto di Toledo, Milán, Rizzoli, 1975. Cf. Giuseppe Coniglio, I vicere spagnoli di Napoli, Nápoles, Fausto Fiorentino, 1967. 1 2

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el resto de la centuria. Sin embargo, a pesar del estrecho vínculo y contrariamente a lo ocurrido con los dominios americanos, la historia de España oculta su faz napolitana. Pocos identifican a Carlos III como rey de Nápoles3, ¿porqué? La respuesta es obvia, porque la pregunta no pertenece al acervo de los pasatiempos. Ironía sobre una actitud indolente cuyo peaje es la incultura. De una historia olvidada escribo en este libro analizando el desarrollo de la historia natural en el reino de Nápoles desde el siglo XVI hasta la centuria decimonónica. Es un diálogo con el pasado a través de unos naturalistas cuya ideología estudio invadiendo su sociedad, su modelo político, su sistema educativo, sus relaciones personales, para conformar un ensayo sobre el problema epistemológico de conocer la naturaleza y corroborar el principio goethiano de la felicidad: «uno nunca podrá ser completamente desgraciado mientras se acuerde de Nápoles»4.

3 Sobre el tema cf. Jesús Urrea, Carlos III en Italia (1731-1759): itinerario italiano de un monarca español, Madrid, Ministero de Cultura, 1989; Mª de los Ángeles Pérez Samper, La vida y la época de Carlos III, Barcelona, Planeta, 1998, cap. III, pp. 43-91. 4 Cf. Johann W. Goethe, Viaje a Italia, Barcelona, Ediciones B, 2001, p. 190.

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MOVIMIENTO, TIEMPO Y VIDA

Lo guarracino che jeva pe mare le venne voglia i se ’nozorà, se facette no bello vestito de scarde de spine pulito pulito co na parucca tutta ingrifata de ziarelle ‘mbrasciolata co lo sciabò scolla e punizi de punte Angrese fini fini. Abre las páginas de este libro una estrofa de la conocida fábula musical napolitana Il Guarracino5, nombre vulgar del pez Chromis chromis. La intención es doble, pues si bien no deja de ser un recurso literario, un artificio estético a ritmo de tarantela, un divertimento para iniciar plácidamente nuestro discurrir por los vericuetos de las ciencias naturales en el reino de Nápoles, la canzonetta, cuya letra alude a decenas de organismos marinos, tiene un valor intrínseco como fenómeno cultural representativo del estrecho vínculo que existe entre los habitantes del mar y la tierra del golfo de Nápoles. Siempre bajo la ardiente y cómplice mirada del Vesubio. Acordes nada musicales son los caracteres geométricos propuestos por Galileo para leer el libro del universo, sin los cuales sería «como girar vanamente en un oscuro laberinto»6. Siglos más tarde 5 El fragmento de la conocida tarantella napolitana pertenece a la versión de Guglielmo Cottrau, 1829. El texto está publicado en Christiane Groeben; Maria Cristina Gambi, Lo Guarracino che jeva pe mare, Nápoles, Gaetano Macchiaroli, 1992, p. 43. 6 Galileo Galilei, El ensayador (traducción de José Manuel Revuelta), Madrid, Sarpe, 1984, ensayo 6, p. 61. Como indica Jacques Roger, Les sciences de la vie

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Albert Einstein y Leopold Infeld, en los prolegómenos de su The evolution of physics, rescatan de la metafísica aristotélica la definición del saber como un hecho natural y, consecuentemente, las «tentativas de leer el grande y misterioso libro de la naturaleza son tan antiguas como el propio pensamiento humano»7. Para ambos físicos, esta lectura alcanzó su fundamento con el modelo mecanicista que Galileo y Newton representan. La máquina y el movimiento como elementos definitorios de la vida y de los seres vivos es la consecuencia lógica de la interpretación determinista construida por los científicos como descriptor de la naturaleza. Descartes no duda en imaginar al hombre como un artilugio divino compuesto por piezas engranadas, los órganos, es una máquina cuyas funciones son la consecuencia de su organigrama: «sucede lo mismo, ni más ni menos, que con los movimientos de un reloj de pared u otro autómata, pues todo acontece en virtud de la disposición de sus contrapesos y de sus ruedas»8. El movimiento como cualidad de la vida —iatromecánica—, y, aún más, como principio causal de un cosmos donde los seres vivos son meros elementos —Copérnico, Kepler, Galileo, Newton—. La mecánica es el principio activo de la materia, sea orgánica o inorgánica. Esta puede ser una buena manera de aproximarnos al siglo XVIII, esquemática, con carencias, pero suficiente para subrayar dos elementos epistemológicos característicos del saber: conocer la naturaleza, el universo, y hacerlo siguiendo un programa general, con un lenguaje común y principios unitarios, relacionando las partes por sus semejanzas y no por sus diferencias. Demos un paso más hacia las luces. En 1667 Lorenzo Magalotti, secretario de la Academia de Cimento, afirmaba: «Primogénita entre todas las criaturas de la divina sabiduría fue, sin duda, la idea de verdad, a cuyo diseño se ajustó dans la pensée française au XVIII siècle, París, Albin-Michel, 1993, avant-propos, p. XXVIII, sin retroceder a los clásicos, la idea de un universo escrito en lenguaje matemático está presente en el siglo XIV con Nicole Oresme y la escuela del Merton College. La novedad galileana resulta de conjugar teoría y práctica, cuantificando los fenómenos estudiados. 7 Albert Einstein y Leopold Infeld, La evolución de la física, Barcelona, Salvat, 1993, p. 3. 8 René Descartes, El tratado del hombre, Madrid, Alianza, 1990, p. 109.

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Movimiento, tiempo y vida

tan estrechamente el maestro eterno al fabricar el universo que no formó cosa alguna que tuviese en sí el menor rasgo de falso»9. Lo verdadero y lo falso. Una reflexión maniquea sobre el libro de la naturaleza. De la verdad dan testimonio sus páginas, el error surge de la dificultad de su lectura; el hombre «al querer internarse excesivamente en el conocimiento, vino a crear un número infinito de falsedades»10. Pero no falta la esperanza, el deseo, ni la capacidad de conocer. En palabras de Cicerón: «los días van borrando las invenciones de la imaginación, pero confirman los juicios de la naturaleza»11. Este principio de incertidumbre, de aproximación a la verdad mediante el error, derivado de la imperfecta condición humana, ha regido el destino de la historia natural. La advertencia procede de Platón, recordándonos que la realidad es un ideal al que nos acercamos mediante aproximaciones. Algunos siglos después Buffon tituló la empresa cognitiva De la manera de estudiar y tratar la historia natural12, aludiendo a la inmensidad de la hechos a descubrir frente a las carencias del hombre, causa por la cual «los más hábiles observadores, después de un trabajo de muchos años, sólo han ofrecido esbozos bastante imperfectos de la multitud de objetos que presentan las ramás particulares de la Historia Natural»13. La centuria dieciochesca contiene una nueva clave para descifrar el códice natural: el tiempo biológico14. Animales, minerales y plantas, participan de un presente enraizado en un pasado escrito en caracteres geológicos. Los restos fósiles, la estratigrafía, descubren el Lorenzo Magalotti, Saggi di naturali esperienze (ed.Teresa Poggi Salani), Milán, Longanesi, 1976, p. 57. 10 Ibidem. 11 Cicerón, Sobre la naturaleza de los Dioses (trad. F. P. Samaranch), Buenos Aires, Aguilar Argentina, 1970, lib.II, cap. 2.5, p. 114. 12 Buffon, «De la manière d’étudier et de traiter l’histoire naturelle», en Histoire Naturelle,Générale et Particulière, avec la description du Cabinet du Roi, París, Imp. Royale, 1749-1789, tomo I. 13 Buffon, Histoire naturelle, Premier discours (ed. J. Varloot), París, Gallimard, 1984, p. 37. 14 Sobre tal argumento es de particular interés el análisis histórico realizado por François Jacob, La logique du vivant, París, Gallimard, 1970, en el capítulo III, «le temps», pp. 146-195. 9

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ayer y permiten imaginar el futuro. Así, la vida es un mundo de sensaciones, el universo de los sentidos proclamado por el abate Condillac. Muy lejos queda el alma material y mortal con la que Lucrecio, aplicando el ideario atomista elaborado por Demócrito y aceptado por Epicuro, caracteriza la cualidad vital de los seres vivos en De rerum natura15. Las leyes de la mecánica no regulan ya el fenómeno de la vida, que recupera el alma recientemente perdida con Descartes: «no debemos concebir en esta máquina alma vegetativa o sensitiva alguna, ni otro principio de movimiento y de vida»16. El planteamiento ha cambiado y los seres vivos se definen mediante la cadena de los seres, una secuencia continua que relaciona las formas orgánicas e inorgánicas utilizando el criterio de la perfección y cobija una interpretación unitaria de la vida terrestre al amparo de un tiempo que dejará de ser el de la Creación para adquirir una progresiva dimensión transformista. Es el tiempo de los sentidos, en correspondencia con la imagen etérea de la naturaleza representada por ese animal metafísico, la estatua sensible17, que la imaginación de Condillac pergeña en su Traité des sensations. Un hombre de mármol dotado en su génesis de un alma pura y del olfato como única cualidad sensitiva. Paulatinamente, a través de sucesivas experiencias con el medio, adquiere las facultades propias de la especie humana hasta alcanzar la noción de espacio. Un espacio donde, como diría Aristóteles, el hombre deTito Lucrecio Caro, La naturaleza, Madrid, Akal, 1990, pp. 185 y ss. R. Descartes, El tratado del hombre, Madrid, Alianza, 1990, p. 109. La negación de todo elemento inmaterial como causa del fenómeno de la vida conduce a Descartes a definir un sistema de pequeñas partículas, denominadas espíritus animales, procedentes de la sangre y seleccionadas en el cerebro, donde se concentran en la glandula pineal, que a través del sistema nervioso llegan a los músculos alterando su forma y produciendo el movimiento (véanse pp. 34 y ss.). Para el hombre Descartes admite un alma racional, localizada en el cerebro, que lo diferencia del resto del mundo animal, una parte distinta del cuerpo cuya función es pensar, regulada por la glándula pineal. Sobre esta temática, junto al Traité de l’homme, consúltese el Traité des passions de l’âme; y los capítulos IV y V de los Principia philosophiae y del Discours de la méthode, respectivamante. 17 Étienne Bonnot de Condillac, Traité des sensations, París 1754. Jorge Luis Borges ha recogido la fantasía comparándola con otra especie no menos metafísica, el animal hipotético de Lotze. Cf. J. L. Borges, Manual de zoología fantástica, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1983, 4ª reimpresión, pp. 18-19. 15 16

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Movimiento, tiempo y vida

sarrolla su deseo de saber. La Ilustración estimuló esta inquietud intelectual siguiendo la pauta marcada por Francis Bacon, quien, en las primeras décadas del siglo XVII, sentenciaba: «El hombre, servidor e interprete de la naturaleza, ni obra ni comprende más que en proporción a sus descubrimientos experimentales y racionales sobre leyes de esta naturaleza; fuera de ahí, nada sabe ni nada puede»18. Máxima que el siglo de las Luces puso en práctica para clasificar, para especular sobre el origen de la vida, para estudiar la génesis de los organismos, y para comprender la transformación de las especies como capítulos sobresalientes de un saber renovador. El precedente es sólo uno de lo caminos posibles para resumir el interrogante cognitivo que caracterizó el estudio de la naturaleza durante el seis y el setecientos, proceso que como todo fenómeno intelectivo no tiene fronteras definidas; y así el tiempo de conocer se expande y se contrae, aparece y desaparece, se sumerge entre tinieblas y renace protagonista frente a la cronología. Poco importa si la sombra del Vesubio es o no alargada, los naturalistas napolitanos estuvieron imbuidos de la inquietud intelectual necesaria para participar en la construcción de la ciencia europea. La presente historia lo es de ellos y pertenece a un marco intelectual donde la investigación histórica se realiza interpretando el pasado con una perspectiva de futuro. El resultado conforma un árbol genealógico donde las corrientes intelectuales aparecen, se extinguen, y vuelven a renacer acordes a nuevos criterios de investigación, sustentadas en otros saberes. El árbol de la ciencia lo es por su imagen y no por sus frutos, ramas que crecen, cruzan, resquebrajan, rompen y consolidan en el discurrir de una historia del hombre caracterizada por la rectitud del tiempo y su curvilíneo trazado. Concluiremos el preámbulo acudiendo a Diderot. Afirma este filósofo que «en ningún caso, el tiempo que empleamos en interrogar a la naturaleza está completamente perdido»19 —incluso cuando las preguntas correspondan al capítulo de la historia de la ciencia, añadiFrancis Bacon, Novum organum (trad. Cristóbal Litrán), Madrid, Sarpe, 1984, p. 33. 19 Denis Diderot, Sobre la interpretación de la Naturaleza (ed. bilingüe de Mauricio Jalón), Barcelona, Anthropos, 1992. 18

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mos nosotros—, no en vano la vida del hombre es un continuo monólogo con la naturaleza, como asevera un maestro contemporáneo20. Dialoguemos.

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José Luis Peset, Ciencia y libertad, Madrid, CSIC, 1987, p. 13.

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1. EL SENDERO

Publicado en 1723, Pietro Giannone inicia el relato de su Istoria civile del regno di Napoli estableciendo sus límites geográficos. «Esta amplia, y poderosa parte de Italia, que reino de Nápoles hoy se llama, el cual circundado del uno, y del otro mar, superior e inferior, no tiene otro confín mediterráneo que el estado de la Iglesia de Roma»21, escribe dando testimonio de las barreras física y teológica signo de identidad napolitana. Si el mar se muestra como una fuerza de la naturaleza, no menos implacable resulta la ley divina. No en vano la propia obra de Giannone formó parte de la lista de libros prohibidos por la romana Congregación del Santo Oficio, solicitándose en 1734 el secuestro y la quema de la obra al gobierno de la recien instaurada monarquía del rey Carlos22. Es la cultura del agua, del agua bendita y del agua salada como proclama la metáfora acuñada por Ernesto de Martino en Sud e magia23. Un bautismo entre Neptuno y Jehová de donde emerge la historia de Nápoles. El agua salada es fuente de saber, el objeto de una historia natural que, sin olvidar a la diosa Cibeles, encuentra en el mar un quehacer intelectual que aún hoy día da sentido a la cultura partenopea. El agua bendita representa la ingerencia del estamento eclesiástico en una sociedad afectada por el conocimiento científico. 21 Pietro Giannone, Istoria civile del regno di Napoli, La Haya, Errigo-Alberto Gosse, 1753, vol.I, p. 1. 22 La misma hoguera de la Istoria de Giannone serviría para los tres tomos de la Discusión histórica escrita por Constantino Grimaldi. Cf. la carta del cardenal Luigi Belluga al conde de Santostefano, Roma, 6 de agosto de 1734, en Dino Carpanetto, L’Italia del settecento. Illuminismo e movimiento riformatore, Turín, Loescher, 1980, pp. 112-117. 23 Ernesto de Martino, Sud e magia, Milán, Feltrinelli, 1989, p. 8.

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El camino hacia los investiganti es un sendero de agua y de luz que, expresado en los términos del sur mágico propuesto por Martino, alcanza desde la visión mágica de la naturaleza hasta la cultura del iettatore, del gafe, tal y como fue ideada por los ilustrados napolitanos. Ocupa el tiempo y el espacio que va desde el instante en el que, en la centuria del seiscientos, los ojos de un sabio como Tommaso Campanella ven «muchas cosas mágicas»24, hasta el siglo dieciocho cuando, finalizando la centuria, un ilustrado como Nicola Valletta invoca el componente psicológico del infortunio: «Mientras hago alguna cosa, si se me acerca alguien que yo entienda que tiene mal agüero y es gafe, o que verdaderamente me sea antipático, y con sus efluvios me altere la fantasía, me desconcierte, ya no soy más yo, no me encuentro dentro de mí, los sentidos internos y las operaciones del animo ya no tienen regla, todo me parece malo, y mi propia suerte parece funesta»25. Aquélla es la magia blanca de los sentidos, responsable de la construcción de una cosmología natural sustentada en un cúmulo de propiedades inherentes a la materia y trasmisibles de unos organismos a otros. «Ahora diré con universales proposiciones que los animales y las hierbas, induciendo en nosotros las pasiones que poseen, todos entran en el uso de la magia»26, explica Campanella. Ideario que, en la época de las luces, es sustituido por la magia de la razón, y sólo el azar será capaz de trastocar la realidad. Entonces el iettatore recibe su identidad de la demostrada incapacidad del modelo científico para controlar el sistema, es fruto y contrapunto del raciocinio. Su figura representa la veleidad de la fortuna, motivo por el cual se manifiesta como un individuo que «inconsciente y sistemáticamente introduce el desorden en la esfera moral, social y natural de la realidad, y que está en el mundo como aquel que, por el ciego destino, hace ir siempre las cosas al revés»27. 24 Tommaso Campanella, Il senso delle cose e la magia (ed. Antonio Bruers), Genova, Basilisco Editrice, 1987, 2ª ed., libro IV, cap. 14, p. 284. 25 Cf. Benedetto Croce, «La cicalata di Nicola Valletta», Quaderni di Critica, III, 1945, p. 108. También Ernesto de Martino, Sud e magia, Milán, Feltrinelli, 1989, p. 153. 26 Campanella (1987), libro IV, cap. 13, p. 279. 27 Ernesto de Martino, Sud e magia, Milán, Feltrinelli, p. 9.

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El sendero

El concepto de naturaleza mágica, que caracteriza el ascendente científico renacentista, es la simiente que germina en la Academia de los Investiganti. El juicio lo anticipaba Giannone afirmando que «habían surgido entre nosotros, en aquel siglo, ingenios preclaros que rompiendo el hielo intentaron derribar la autoridad de Aristóteles, y de Galeno, y hacer conocer vana e inútil la filosofía de la Escuela»28, y lo actualiza Paolo Casini: «Invocando a Bruno, a Telesio, a Campanella, al Severino —y en general a los antiaristotélicos del renacimiento tardío—, los Investiganti pretendían restablecer una genealogía autóctona del método experimental y reforzar la negación del principio de autoridad»29. Ambos enunciados contienen idéntico mensaje implícito, convergen en la necesidad de emprender nuestro recorrido hacia el siglo XVIII de la mano de Giordano Bruno, de Tommaso Campanella, y de Gian Battista Porta, por ejemplo, ponen el acento en la obligación de comprender el sentido mágico de la vida percibido por los sabios del Renacimiento al invadir la naturaleza.

Tiempo de magia En 1955 afirmaba Teilhard de Chardin que había «llegado el momento de darse cuenta de que toda interpretación del Universo, incluso positivista, debe, para ser satisfactoria, abarcar tanto el interior como el exterior de las cosas —lo mismo el Espíritu que la Materia—»30. La relación entre el espíritu y la materia ha marcado históricamente el ritmo cognoscitivo a la hora de interpretar la naturaleza. El balance entre uno y otro componente define períodos históricos y actitudes de saber. La magia natural nos descubre una naturaleza espiritual, un mundo de cualidades trasmutables de unos cuerpos a otros por la adecuada combinación de los elementos, un universo sensorial que identifica hechos y razones a través de la materia. Ya en 28 Pietro Giannone, Istoria civile del regno di Napoli, La Haya, Errigo-Alberto Gosse, 1753, vol. IV, p. 300. 29 Paolo Casini, Introduzione all’illuminismo, Roma-Bari, Laterza, 1973, p. 289. 30 Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, Barcelona, Ediciones Orbis, 1984, p. 46.

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el medievo Ramón Llull, en su libro De ascensu e descensu intellectus, publicado en 1304, interpreta la naturaleza pergeñando una cosmogonía reduccionista que conjuga los objetos bajo el imperio de los sentidos. Piedra, llama, planta, bruto, hombre, cielo, ángel, dios, son los peldaños de una escala perfeccionista definida por la cualidad. Su ciencia es perceptiva, su lenguaje las propiedades de una materia conocida mediante las sensaciones, el resultado un conocimiento cuya expresión demanda un sexto sentido capaz de aglutinar el testimonio de los otros cinco en un cuerpo único con entidad propia, «el cual es el afato, sin el cual no puede haber perfecta ciencia ni tenerse de las cosas»31. Frente a la materia se manifiesta el espíritu de las cosas. El saber de Llull es animista por partida doble. Lo es en tanto a la percepción sensorial que origina el conocimiento, y en cuanto a la elaboración intelectual de los hechos que el hombre realiza para hacerlos inteligibles: «Luego que los sentidos acaban la operación de sus actos en la piedra, la imaginación abstrae de ellos las semejanzas que han percibido de ella y las hace imaginables en su misma esencia y naturaleza, las que después de imaginadas abstrae el entendimiento de la imaginación, y en su esencia y naturaleza las hace inteligibles o entendidas»32. Ramón Llull, sin duda, sigue una línea acertada, usar la observación y el raciocinio frente a la creencia, pero la balanza todavía sostiene pesos muy desiguales en sus platillos del espíritu y la materia. Dos siglos más tarde Cornelio Agrippa ofrece un ejemplo diferente, donde la cualidad también domina sobre la materia. El organigrama cósmico sigue siendo una escala celeste que conduce a una divinidad de la que dimana el esplendor del universo. Pero la suya es una correlación pervertida por la posición contemplativa, de espectador, del hombre. Piedras, metales, plantas, animales, estrellas, cielo, ángeles y dios, son los componentes de un mundo creado para disfrute de la humanidad, «porque todo fue creado para nosotros»33 proclama enarbolando la bandera de un egocentrismo re31 Ramón Llull, El libro del ascenso y descenso del entendimiento, Barcelona, Ediciones Orbis, 1985, p. 23. 32 Ibidem. 33 Enrique Cornelio Agrippa, Filosofía oculta. Libro I, Magia Natural (edición de Bárbara Pastor), Madrid, Alianza, 1992, p. 41.

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El sendero

petido históricamente bajo formas y connotaciones diversas. En la filosofía oculta de Agrippa el universo es un espacio tridimensional y especulativo, donde las virtudes de los elementos se conjugan para constituir el nivel superior de la creación. Como eslabón primario la naturaleza. Los fenómenos naturales y su ciencia componen el universo elemental, la realidad visible, perceptible e inmediata, son el punto de partida del organigrama34. Y la física es la disciplina que estudia la naturaleza sin representar un conocimiento material de los objetos, es la «ciencia por la que se conocen las cualidades de las cosas y se manifiestan las virtudes ocultas de cualquier ser»35. Agrippa personifica el lema «todo es posible»36 acuñado por Alexandre Koyré al definir la mentalidad renacentista. Todo es posible, incluso alcanzar al creador y obrar como él. El suyo es un claro ejemplo de los magos alquimistas que Eugenio Garin cataloga como antecedente de la cualidad potestativa que el concepto de ciencia tiene en Francis Bacon, considerándola «como obra activa que escucha el lenguaje de la naturaleza para apropiarse de él»37. Así, cuando Agrippa recurre a los versos de Virgilio invocando la causa como fin del estudio de la naturaleza38, lo hace identificando ciencia con poder y manifiesta su deseo de saber para dominar el universo e incluso crearlo. Si alrededor de la figura de Ramón Llull planea la sombra del intelecto gobernado por la razón, en torno a Cornelio Agrippa revolotean las negras brujas del shakespeariano personaje de Macbeth ejercitando la inteligencia 34 El universo de Agrippa está definido por tres niveles —elemental, celeste e intelectual—, que trasmiten su influjo en sentido descendente. El elemental se corresponde con la naturaleza, el celeste con la astrología, y el intelectual con la divinidad creadora. La denominada magia culta está compuesta, pues, por tres saberes correspondientes a tres niveles cognoscitivos: física, matemáticas y teología. Este universo de sabiduría es el bagaje del mago para conformar una filosofía oculta que abarca tres argumentos: magia natural, magia celeste y magia ceremonial. Ibidem, capítulos I y II. 35 Enrique Cornelio Agrippa, Filosofía oculta. Libro I, Magia Natural, Madrid, Alianza, 1992, p. 46. 36 Alexandre Koyré, Estudios de historia del pensamiento científico, Madrid, Siglo XXI, 1983, p. 43. 37 Eugenio Garin, La revolución cultural del renacimiento, Barcelona, Crítica, 1981, p. 201. 38 Enrique Cornelio Agrippa, Filosofía oculta. Libro I, Magia Natural, Madrid, Alianza, 1992, p. 44.

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de las fuerzas sobrenaturales. Cuestionar la validez de uno u otro mensaje sería erróneo, estamos frente a mentalidades e intereses distintos; sin olvidar que en ambas fuentes bebieron agua insignes personajes como Descartes y Leibniz, lo cual da idea de su proyección. Conviene recordar las palabras de Einstein: «El objeto de toda ciencia, sea natural o psicológica, consiste en coordinar nuestras experiencias de modo que el todo forme un sistema lógico»39. La definición invalida cualquier juicio maniqueo, poniendo el punto y seguido en la coherencia que debe tener una corriente de pensamiento frente a los fundamentos que la sustentan; se trata, en definitiva, de armonía, pues no olvida el físico alemán que «La única justificación de nuestros conceptos y sistema de conceptos reside en el hecho de que son útiles para representar el complejo de nuestras experiencias; pero fuera de ello no poseen otro título de legitimidad»40. Si aceptamos el modelo baconiano como punto de inflexión de la renovación científica —conjugar palabras y hechos, raciocinio y empirismo, es la propuesta—, Llull y Agrippa pertenecen al aforismo de arañas, hormigas y abejas fabulado en su Instauratio magna41, busquemos algún candidato a abeja en el horizonte napolitano.

El principio y la causa «Confieso que voy a exponer muchas cosas de diferente manera que mis predecesores». Con esta rotunda afirmación inicia Copérnico su De Revolutionibus42, y este será también el principio que aplicaremos para cualificar la revolución científica. Al hablar de las mismas cosas de forma y manera diferente se introducen coordenadas ori39 Albert Einstein, El significado de la relatividad, Barcelona, Planeta-De Agostini, 1985, p. 51. 40 Ibidem, p. 52. 41 Con esta denominación Bacon inicia en 1620 la publicación de un inconcluso tratado general sobre la ciencia. Novum organum fue la primera entrega, apareciendo en 1622 una segunda sobre Historia natural y experimental. 42 Nicolás Copérnico, Sobre las revoluciones de los orbes del cielo, Madrid, Editora Nacional, 1982, p. 99.

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ginales en el método y en el lenguaje propios del saber, pero no es obligatorio negar el pasado pues, como aduce Copérnico, es un elemento necesario para construir la ciencia actual aprendiendo de sus errores y certificando los aciertos. Copérnico representa esta opción, y sirve de reflexión para ir al punto de partida: Giordano Bruno. Personaje caracterizado por su filiación copernicana, por involucrarse en la corriente ideológica deudora del modelo heliocéntrico. Un novedoso panorama filosófico que Eugenio Garín considera causa de la «radical transformación de los cuadros generales del saber vinculada a la revolución astronómica»43. Los hechos, la ciencia, adquieren identidad mediante la filosofía, teorética, que promueven, en una obligada conjunción de actitudes que explica el desarrollo cognitivo por la alternancia de científicos y filósofos en la tribuna del saber: «de Copernico se pasa a Bruno, de Bruno a Galileo»44. El universo bruniano es infinito y heliocéntrico en su jerarquía, pero su lenguaje es filosófico y no matemático. Cualitativamente reune la tradición luliana45 y la inmediata de Agrippa, y por magia natural su pensamiento se hace animista y multidimensional transmutando los elementos sistémicos. Aquí y ahora omitiremos su especulación sobre la cualidad espiritual de la materia, necesaria para explicar el fenómeno de la vida súbdito todavía del reino de la imaginación y aún ignorante de la expresión génica que hoy resuelve el problema, analizaremos el aspecto material de la cuestión. Junto a la necesaria cualidad sensorial que mueve el universo, el alma del mundo46, Bruno define la naturaleza por su unidad de composición, habiendo «una sola materia bajo todas las formaciones de la naturaleza»47. Co43 Eugenio Garin, La revolución cultural del renacimiento, Barcelona, Crítica, 1981, p. 274. 44 Ibidem. 45 En 1584 Giordano Bruno publica en París su Complemento Artiis Lullii que, en opinión de Gentile, es un compendio del Ars Magna de Ramón Llull con comentarios críticos sobre autores precedentes. Cf. Giovanni Gentile (ed.), Opere Italiane de Giordano Bruno, Roma-Bari, Laterza, 1925, vol.I, prefazione. 46 Giordano Bruno, Mundo, magia, memoria (edición y traducción Ignacio Gómez), Madrid, Taurus, 1973, p. 247. 47 Giordano Bruno, De la causa, principio e uno; citamos por la edición de Gentile (1925), vol.I, p. 208. Se puede consultar una reciente edición facsímil del texto pu-

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munión en la substancia donde la forma es responsable de la diversidad que ofrecen los objetos animados e inanimados48. Materia y forma componen un esquema simple, reduccionista, uniendo los tres reinos de la naturaleza por su analogía material y separándolos por su imagen. El ojo físico percibe las diferencias formales de las cosas, desigualdades que el occhio della raggione deshace atendiendo al principio de identidad material que rige en los objetos naturales49. Lejos está la filosofía natural bruniana de los vericuetos químicos y físicos que actualmente permiten demostrar este supuesto, pero guiado por la mente, tal y como acontecerá en Buffon, su esquema unitario es una propuesta adecuada para recorrer la escala de la naturaleza. Comenzando por el ente supremo, su escalafón es general y la secuencia trascurre del elemento compuesto al simple aplicando un mecanismo proporcional, copulativo y participativo en las propiedades de los extremos50. La interrelación refleja la idea de orden natural y contiene un mensaje de cambio que, en Bruno, reconoce la dimensión mágica, trasmutable, del universo, y siglos más tarde, cuando nuevos principios formen parte del discurso científico, cuando se definan los objetos naturales y se establezcan sus relaciones componiéndose los infinitos peldaños de la escala natural, hablaremos de transformismo primero y evolución después. Afirma Alexandre Koyré que dada su condición de execrable matemático la afiliación de Giordano Bruno al copernicanismo fue un fenómeno intuitivo51. Por intuición, tal vez, su interpretación de la naturaleza asume una exitosa línea de pensamiento, conforma un eje de coordenadas donde los sabios venideros trazarán sus representaciones. Su ideología unitaria es un precedente donde, por ejemplo, tiene cabida el esquema atomista propuesto por Leibniz en su blicado en 1584: Giordano Bruno, Opere italiane (a cura di E. Canone), Florencia, Olschki, 1999, vol. II. 48 Cf. ibidem, p. 206, por ejemplo. 49 Cf. ibidem, p. 207. 50 Ibidem, p. 232. 51 Alexandre Koyré, Estudios de historia del pensamiento científico, Madrid, Siglo XXI, 1983, p. 48.

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Monadología, definiendo las mónadas como «los verdaderos átomos de la naturaleza»52, y hay espacio para la teoría sobre las moléculas orgánicas imaginada por Buffon en su Histoire Naturelle53 al explicar la génesis de los seres vivos; un criterio de semejanza orgánica consolidado como axioma biológico por la decimonónica teoría celular: «Hay un principio general de construcción para todas las producciones orgánicas y este principio de construcción es la formación de la célula», afirmaba Theodor Schwam en 183954. Ni su pensamiento es ajeno a la interpretación que James Hutton hace de la Tierra como un sistema dinámico dirigido a la construcción de un habitable world, un espacio adaptado a las necesidades de plantas y animales55. Una visión conjunta entre el medio ambiente y sus habitantes que en el siglo XX está presente en modelos como la teoría sobre Gaia propuesta por James Lovelock56 a finales de los años 70, y en el Planeta simbiótico construido por Lynn Margulis para explicar la evolución de los seres vivos57. ¿Qué es la vida? es el interrogante a resolver por los sabios renacentistas, los naturalistas ilustrados y los científicos del siglo XXI, y hallar la respuesta es el trasfondo de sus indagaciones sobre la naturaleza, se trate de magia natural, de trasformismo, de evolucionismo, de sistemática, de bioquímica, de genética, o de biología molecular. Giordano Bruno nos ofrece una explicación cosmológica unitaria. La idea es simple, consiste en vincular el principio a la causa para definir la vida como un fenómeno universal de la materia diferenciable por la cualidad. G.W. Leibniz, Monadología, Madrid, Orbis, 1983, p. 22. Buffon, Histoire Naturelle, généralle et particulier, París, imp. Royal, vol.III, 1769, p. 34. 54 Theodor Schwam, Mikroskopische Untersuchungen, Berlín, 1839; cit. en François Duchesneau, «Cómo nació la teoría celular», Mundo Científico, vol.12, 1992, p. 27. 55 James Hutton, Theory of the Earth, Edinburgo, 1795, 2 vols; I, pp. 4-5. 56 James Lovelock, Gaia: una nueva visión de la vida sobre la Tierra, Londres, Oxford University Press, 1979. Las edades de Gaia, Tusquets, 1993 (edición inglesa de 1988). 57 Cf. su reciente libro Siymbiotic planet: A New Look at Evolution, Basic Books, 1998. 52 53

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El sentido de las cosas En carta escrita el 1 de diciembre de 1612 Galileo exponía a Marco Velseri sus ideas sobre el Sol y las manchas solares, recordándole los dos modos de conocer: «o especulando intentamos penetrar en la esencia verdadera e intrínseca de las sustancias naturales; o nos contentamos con tener noticia de algunas de sus propiedades»58. Aquélla representa la opción de Giordano Bruno, mientras que el sistema galileano lo componen los hechos, las noticias, gira alrededor de una información mensurable y contrastable. Su concepción del saber es consecuente con la imposibilidad de un conocimiento general, y su verdad parte de datos comprobados cuya conjunción da forma a la teoría. Su pensamiento es un mundo de ideas construido con pequeñas realidades al alcance del intelecto humano y no el resultado de elaborar una teoría general donde encajen todos los elementos que forman el universo. La figura de Galileo es el contexto apropiado para un nuevo referente: Tommaso Campanella. Si a Copérnico le acomoda el filosofar de Bruno, la relación entre Galileo y Campanella fue igualmente inequívoca. La actitud del eclesiástico muestra la dificultad padecida por la intelectualidad católica para conjugar ciencia y religión. «Yo defiendo contra todos como este libro está a favor del decreto Contra motum telluris», afirmaba Campanella en carta dirigida Galileo refiriéndose a sus Diálogos59. Anteriormente tampoco había dudado en mostrar su fidelidad al científico: «he mandado a Roma y a Vuestra señoría una cuestión donde se prueba teológicamente que el modo de filosofor seguido por usted es más conforme con la divina escritura que al contrario, o al menos bastante más que el aristotélico»60. Una defensa no carente de impronta nacionalista: «escriba al principio que esta filosofía es de Italia, de Filolao 58 Galileo a Marco Velseri, Villa delle Selve, 1 de diciembre de 1612; en Galileo Galilei, Opere (edición de Ferdinando Flora), Milán-Nápoles, Riccardo Ricciardi, 1984, p. 949. 59 Roma, 5 de agosto de 1632. En Tommaso Campanella, Lettere (ed. Vincenzo Spampanato), Bari, Laterza, 1927, p. 241. 60 Carta a Galileo; Napoli, 3 de diciembre de 1616. Ibidem, p. 179.

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a Timeo en parte, y que Copérnico la robó de nuestros predecesores y de Francesco Ferrarese, su maestro, porque es una gran vergüenza que nos superen en intelecto las naciones que nosotros de salvajes hemos hecho domésticas»61, aconsejaba el entusiasta seguidor galileano que acabó convirtiéndose en abogado del diablo, «algunos me dijeron que he hecho mal en hablar con un cardenal para ayudarle»62, al que los problemas con el Santo Oficio y la cárcel napolitana no le fueron ajenos63. Relación personal de donde dimana una caudalosa fuente de información sobre la problemática científica del seiscientos. «Todos los filósofos del mundo dependen hoy de la pluma de Vuestra Señoría, porque de verdad no se puede filosofar sin un verdadero y comprobado sistema sobre la construcción de los mundos, que de usted esperamos»64, afirmaba Campanella en 1614 señalando la necesidad de elaborar un marco apropiado a los progresos cognitivos, un requisito necesario para superar la inestable situación provocada por la diferente forma de describir el mundo desde Copérnico. El nuevo contexto estará alejado de la especulación y reglamentado matemáticamente: «Vuestra Señoría arme el estilo con perfecta matemática y deje los átomos para más adelante» 65, le sugería al sabio de Pisa. El resultado, veinte años más tarde, es el cambio, la renovación ideológica de una sociedad que comienza a desarrollarse por el camino de la norma científica, «nuevos mundos, nuevas estrellas, nuevas naciones, etc., son el principio de un nuevo siglo» 66, que el clero contrarrestará enfrentándose a una ciencia insolente y atrevida, dispuesta a cuestionar no ya los procesos terrenales sino a invadir y conquistar el reino de los cielos, racionalizando los dogmas de fe. Carta a Galileo; Napoli, 8 de marzo de 1614. Ibidem, p. 177. Carta a Galileo; Frascati, 22 octubre de 1632. Ibidem, p. 244. 63 Cf. Luigi Amabile, Fra Tommaso Campanella, la sua congiura, i suoi processi e la sua pazzia, Nápoles, Antonio Morano, 1882, 3 vols; L.Firpo, I processi di Tommaso Campanella, Roma-Salerno, Profili, 1998. 64 Carta a Galileo, Nápoles 8 de marzo, 1614; en Tommaso Campanella, Lettere (ed. Vincenzo Spampanato), Bari, Laterza, 1927, p. 176. 65 Ibidem, p. 177. 66 Carta a Galileo; Roma, 5 de agosto de 1632. Ibidem, p. 242. 61 62

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Frontispicio de Galileo Galilei, Dialogus de Systemate Mundi

En el libro cuarto de su obra Del senso delle cose e della magia —el sentido de las cosas ha sustituido al principio y a la causa brunianos—, afirma Tommaso Campanella que «hasta que no se entiende el arte, siempre se llama magia, luego es vulgar ciencia»67, definiendo el tránsito entre la observación de un fenómeno, o proceso natural, y su explicación racional. La afirmación es válida aún hoy día, aunque la amplia base cultural que nos protege proyecta la cuestión mágica a estratos superiores del conocimiento. La idea es simple, la magia es fruto de la ignorancia. Los hechos, conocidos, explicados, y divulgados, vulgarizados, pierden su carácter irreal, desaparece su cualidad de extraordinario y se hacen comprensibles a la mente humana. Como suscribe el maestro Porta, «el milagro deja de ser milagro cuando se decubre por qué era milagro»68. Toda ciencia, cualquier arte, el saber en toda su amplitud, es magia cuando sus cimientos no tienen una base empírica. La magia no es una disciplina en sí misma, se nutre del conocimiento especulativo. 67 Tommaso Campanella, Il senso delle cose e la magia, Genova, Basilisco Editrice, 1987, lib. IV, cap. 5º, p. 242. 68 Gian Battista Porta, Della Magia naturale, Nápoles, Antonio Bulifon, 1677, p. 5.

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Tal consideración obliga a Campanella a elaborar una filosofía pragmática, y cuando demanda de Galileo un sistema del mundo lo hace desde la duda, por inseguridad, expresa su necesidad de ver para creer: «todas las cosas se ponen en duda, tanto que no sabemos si el hablar es hablar»69. Hablar por hablar resulta gratuito, la palabra es un remanso retórico carente de contenido si responde sólo a elucubraciones, frente a lo cual el discurso de Campanella emerge en una corriente filosófica regulada por la precisión matemática. Su disputa es con un presente aristotélico que participa de un modelo diferente. Su universo es heliocéntrico y el sentido de las cosas representa el orden necesario, la razón de ser de un mundo determinista creado por Dios: «El mundo es el libro donde la Sabiduría eterna escribe sus propios conceptos», proclaman sus versos70. Reglas que la ciencia precisa descubrir. Y su respuesta a la pregunta ¿qué es la vida? pertenece al ámbito de esta «gran cadena del altísimo consenso universal»71, asumiendo un esquema espíritu-materia cualificado por el orden de las cosas con el que fueron creadas, «porque cada planta, piedra y animal con orden y razón están hechos, sentido tienen»72. El calor solar es la causa física que determina el organigrama terrestre, penetra en la tierra modelándola en estado sólido, líquido, gaseoso, y orgánico73. La vida, limitada aún por numerosas carencias cognitivas, suscita una interpretación de índole físico-química. El espíritu diferencia todavía a los seres vivos de la materia inerte pero su origen es ahora terrenal, y el consabido, socorrido y repetido, concepto tierra-principio deviene empírico. Desde la perspectiva de siglos futuros el análisis es simple. Un universo cerrado cuyo centro, el Sol, lo es tanto de su mecánica como de su termodinámica, es la fuente energética necesaria para la génesis de la vida y de la materia inorgánica a partir de un úni69 Carta a Galileo, Nápoles, 8 de marzo de 1614; en Tommaso Campanella, Lettere, Bari, Laterza, 1927, p. 176. 70 Cf. el soneto Modo di filosofare en Tommaso Campanella, Poesie (a cura di Mario Vinciguerra), Bari, Gius. Laterza & Figli, 1938, p. 16. 71 Tommaso Campanella, Il senso delle cose e la magia, Genova, Basilisco Editrice, 1987, lib. I, cap. 8º, p. 25. 72 Ibidem, lib.I, cap. 1º, p. 9. 73 Ibidem, lib. II, cap. 4º, pp. 43-44.

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co sustrato sometido a procesos de síntesis y degradación. Aplicar este ideario al pensamiento renacentista de Tommaso Campanella resulta anacrónico y puede entenderse como mera especulación. Frente al discurso histórico la actividad del científico puede reducirse a realizar una continua y pulcra lectura del pasado, pero no está prohibido, y resulta conveniente, conversar con esta herencia intelectual, profundizar en su contenido a la luz del siglo XXI, atrevernos a compartir ideas y contaminar nuestro pensamiento con el de nuestros antecesores, poner al día valores que sin esta interrelación difícilmente alcanzarán una dimensión cognitiva. En esta ocasión podríamos incluso ir más lejos y, recuperando el testimonio de Claude Bernard74, hablar de la posible influencia de Campanella en un Leibniz antecedente del pensamiento biológico del siglo XIX. La cuestión no es buscar precedentes ni reclamar autorías sino asimilar el pasado. La conclusión del discurso rinde tributo a su condición religiosa: «Así a todo el mundo todas las cosas contentan y sirven, y cada cosa hecha para el todo y el todo para gloria de Dios»75. Un mundo cuyo epílogo es el hombre, un ser que camina hacia la divinidad no por la transmutación tridimensional propuesta por Agrippa, sino por el orden de las cosas. El hombre es la representación terrenal de Dios, quien lo ha elegido entre todos los mimbres de la creación haciéndolo partícipe de su naturaleza76. El fraile napolitano es siervo de dos religiones, el dogma científico y la fe católica. Para aquél las reglas del juego, las leyes que mueven el universo, para éste la supremacía de la génesis, el origen del cosmos. El menester no resulta fácil, los procesos inquisitoriales andaban tras la pista de inquietos religiosos poco temerosos de Dios al que quieren expulsar del reino de la Tierra. Pero ésta es otra historia, algunos de cuyos detalles conoceremos más adelante. Claude Bernard, Leçons sur les phénomènes de la vie communs aux animaux et aux végétaux, París, 1879, II, p. 431. Cit. en Mirko D.Grmek, La première révolution biologique, París, Payot, 1990. 75 Tommaso Campanella, Il senso delle cose e la magia, Genova, Basilisco Editrice, 1987, lib. IV, p. 330. 76 Ibidem, Lib. II, cap. 27º, p. 134. 74

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Magia e historia natural Desde un remoto pasado y durante algunos siglos más, filósofos, magos, sabios, científicos, se enfrentan a una naturaleza proyectista, capaz, pues, de construir sus elementos. La ciencia avanza despejando dudas sobre cómo se producen los fenómenos naturales, descubre nuevos objetos, da un soporte empírico a la dimensión creadora de la naturaleza pero sin cuestionar su capacidad genésica. La idea de una naturaleza objetiva, sin participación en la modelación de sus componentes, caracterizará las reglas del juego científico durante el siglo XX77. El tránsito de magia natural a historia promueve el empirismo, es un proceso paulatino que diluye la especulación en el océano de la observación. Exige un cambio de mentalidad. Anticipadamente, en su poema De rerum natura, Lucrecio acierta con el aforismo que define la frontera: «Nada puede surgir de la nada», encontrando en la contemplación y el estudio de la naturaleza el camino para disipar los temores de todos los mortales, «ya que constatan que se producen en la tierra y en el cielo muchos fenómenos cuyas causas no pueden descubrir en modo alguno y piensan que son obra del poder divino»78. Participar o no de esta ideología es la disyuntiva que promueve el cambio. Magia e historia natural son deudoras de la tradición, del proceso cultural que caracteriza la evolución del Homo sapiens tras los pasos de un interrogante cognoscitivo. El tiempo de una y otra disciplina está marcado por la ignorancia y la actitud humana para aceptar su limitación intelectual y vivir lejos de la cima del conocimiento. La ciencia moderna, y con ella la historia natural, es heredera de esa capacidad potestativa que los magos adivinan, buscan y encuentran en el saber. Tomemos a Francis Bacon como ejemplo. El filósofo inglés en un ensayo titulado La esfinge acude a la conocida fábula donde Edipo se convierte en rey de Tebas, triunfa sobre el resto de los mortales al resolver la adivinanza propuesta por el mostruo79. La moraleja es inmeJacques Monod, El azar y la necesidad, Barcelona, Tusquets, 1981, p. 15. Tito Lucrecio Caro, La naturaleza, Madrid, Akal, 1990, p. 106. 79 En Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, El libro de los seres imaginarios, Barcelona, Emecé, 1990, p. 92, se recogen la versión, probablemente, más antigua del enigma resuelto por Edipo: «¿Qué ser tiene cuatro pies, dos pies o tres pies, y cuantos más tiene es más débil?». 77 78

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diata. Bacon cree y promueve una ciencia que, como la esfinge, es capaz de devorar a los súbditos pero también de entronizarlos, de proclamar rey a quien solucione el enigma. Controlar la naturaleza es la eterna e irresistible oferta de los sabios, y renovarse significa aplicar una metodología diferente para comprender los procesos naturales. El método cambia, el espíritu permanece: «El dominio de la primera (la naturaleza) —de los cuerpos, de las sustancias curativas, de las fuerzas mecánicas y de una infinidad de otras cosas, factores y fenómenos de similar esencia— es el objetivo propio y último de la verdadera filosofía natural, por mucho que la filosofía escolástica, satisfecha con sus hallazgos y henchida de retórica, pueda desdeñar e incluso rechazar la investigación de la realidad y sus causas»80. Hay que observar la naturaleza para descubrir la realidad a través de los hechos, y gobernarla aplicando el determinismo físico que los regula. La nueva actitud científica implica un cambio cultural del que participan las letras, promueve la aparición de una literatura científica que conduce a la historia natural hacia su devenir moderno. La unión de lo que hoy conocemos como las dos culturas81. La faceta literaria es deudora de la necesaria divulgación científica que ilumina el futuro de la ciencia, a través de contar cosas nuevas sobre objetos desconocidos. Las historias y teatros naturales que dan cobijo a la botánica y zoología de autores como Fuchs, Belon, Lonicer, Cesalpino, Gesner, Bauhin, Jonston, Aldrovandi, son un legado bibliográfico que se corresponde con las distintas etapas del cambio82. En un prin80 Francis Bacon, La esfinge, reproducido en Martin Garner, El escarabajo sagrado. Y otros grandes ensayos sobre la ciencia, Barcelona, Salvat, 1986, vol.I, p. 3. Para las obras de Francis Bacon consúltese la edición estándar R.L. Ellis, J. Spedding & D.D. Heath (eds.), The works of Francis Bacon, Londres, 14 vols., 1857-74 (reimp. Nueva York, 1968). 81 Sobre el tema de las dos culturas véase C.P. Snow, The two cultures, Cambridge, Cambridge University Press, 1993 (1ª ed. 1959). Wolf Lepenies, «Scienza con stile», en Prometeo, n 7, II, 1984, pp. 80-89; Las tres culturas, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1995; Wolf Lepenies, Natura e scrittura. Autori e scienziati nel XVIII secolo, Bolonia, Il Moulino, 1992 (edición original: Autoren und Wissenschaftler im 18, Munich-Viena, Carl Hanser, 1988). 82 Fuchs, Historia stirpium, 1542; P. Belon, L’histoire de la nature des oyseaux (1555); A. Lonicer, Naturalis historiae opus novum, 1551; A. Cesalpino, De plantis

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cipio la naturaleza es prioritariamente historia, en tanto en cuanto se rescatan del pasado todas las noticias referentes a los objetos naturales, conviviendo con nuevas observaciones. Así, este renacer del estudio de la naturaleza no es ajeno a la fábula y el cambio no produce ruptura. «La historia de un ser vivo era este mismo ser, en el interior de toda esa red semántica que lo enlaza con el mundo», teoriza Foucault para explicar un primer período histórico donde el ser vivo conjuga lo que se ve, observación, lo conocido, tradición, y lo imaginado, fábula83. Para Buffon, por ejemplo, la obra del «más laborioso y sabio de todos los naturalistas», Aldrovandi, une la exactitud y fidelidad de sus descripciones a la fabulación fruto de la excesiva credulidad del autor, participando de un modelo literario caracterizado por una erudición inútil, «de suerte que el tema que tratan, se ahoga en una cantidad de materias raras sobre las cuales razonan complacientemente y se extienden con poco miramiento para contar lo que han dicho otros»84. La renovación avanza y las nuevas observaciones sustituyen a la tradición, la naturaleza deja de ser historia para convertirse en historia natural. La empresa literaria se encamina hacia la búsqueda del orden natural y la palabra no arropa ni encubre al ser vivo, que ha de ser descrito tal y como se contempla, con su forma, sin ambages estilistas. Así, como afirma Foucault, «el ser vivo, en su anatomía, en su forma, en sus costumbres, en su nacimiento y en su muerte, aparece como desnudo»85. El lenguaje científico requiere precisión matemática, exactitud y minuciosidad tipológica que dé identidad al objeto, convirtiéndose en fuente de conocimiento y no ser un elemento de distorsión: «el orden y la precisión con la que se escribe ahora, han hecho las Ciencias más agradables, más fáciles, libri XVI, 1583; G.Gesner, Historia animalium (1551-1581); J. Bauhin, Prodromus theatri botani, 1620; Jonston, Historia naturalis de quadripedibus, 1657; U. Aldrovandi, Ornithologiae, 1599-1602; De quadrupedibus solipedibus, 1616; Quadrupedum omnium bisulcorum historia, 1613; De piscibus, 1613; De reliquis animalibus exsanguibus, 1606. 83 Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Méjico, Siglo XXI, 1989, pp. 129130. 84 Buffon, L’histoire naturelle, générale et particulière, París, Imp. Royale, 1769, t.I, p. 38. 85 Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Méjico, Siglo XXI, 1989, p. 130.

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y estoy persuadido que esta diferencia de estilo contribuye tanto a su progreso como el espíritu de investigación que reina hoy», opina Buffon86. La siguiente etapa sustituye la historia natural por historia de la naturaleza y se definirá en el umbral del siglo XIX; es el paso «de una ciencia de los seres vivos a una ciencia de la vida»87, que la aparición del concepto de biología va a consolidar en la primera década del nuevo siglo88. El suceso marca la diferencia entre la Histoire Buffon, L’histoire naturelle, générale et particulière, París, Imp. Royale, 1769, t. I, p. 38. 87 Wolf Lepenies, La fine della storia naturale, Bolonia, Il Moulino, 1991, p. 42 (edición original: Das ende der Naturgeschichte, Müchen-Wien, C.H.Verlag, 1976). También Giulio Barsanti, Dalla storia naturale alla storia della natura. Saggio su Lamarck, Milán, Feltrinelli, 1979. 88 El médico Karl Friedrich Burdach (1776-1847) en su obra Propädeutik zum Studium der gesamten Heilkunde-Ein Leitfaden akademischer Vorlesungen (Propedéutica para el estudio de la terapéutica. Manual para las lecciones académicas), 1800, p. 62, emplea el término biología como teoría de la vida del hombre. Gottfried Reinhold Treviranus, en su Biologie oder Philosophie der lebenden Natur für Naturforscher und Aerzte (Biología o filosofía de la naturaleza para naturalistas y médicos), Göttingen, 6 vols, 1802-1822, vol. 1, p. 4, lo utiliza como teoría de la vida. Esta interpretación, conjunto de fenómenos vitales, la expone en 1802 J.-B. de Lamarck en sus obras Hydrogéologie, y Recherches sur l’organisation des corps vivants. Sin embargo, el término había sido usado con anterioridad por Theodor G.A. Roose en 1797 (cf. M. Dittrich, «Progressive Elemente in den Lebensdefinitionen der romantischen Naturphilosophie», Comm. Hist. Artis Med., Budapest, 73/74, 1974, pp. 7385). Consúltese también Ilse Jahn, Rölf Lother & Konrad Senglaub, Historia de la biología, Barcelona, Labor, 1989, p. 282. Sobre Treviranus cf. Raoul Mourgue, «La conception de la biologie chez Gottfried Reinhold Treviranus (1776-1837)», Journal of comparative neurologie, 56, 1932, pp. 503-10; Patrick Tort, «Treviranus», en Patrick Tort, Dictionnaire du Darwinisme et de l’évolution, París, Puf, 1996, vol. 3, pp. 4351-4353. Sobre Burdach, ver H.Theodore Bast, «Karl Fredrick Burdach», june 12, 1776-july 16, 1847, Ann. Med. Hist., 10, 1928, pp. 34-46. Sobre el concepto de biología en Lamarck véase su texto «Biologie ou considerations sur la nature, les facultés, les développemens et l’origine des corps vivans», inédito hasta su publicación por Pierre P. Grassé en La Revue Scientifiche, LXXXII, fasc. 5, juin-juillet, 1944, pp. 267-276; el manuscrito fue el argumento utilizado por Marc Klein en su artículo «Sur l’origine du vocable Biologie», Arch.. anat. histol. et embryol., t. 37, 1954, pp. 105-114 (reimp. en Marc Klein, Regards d’un biologiste, París, Hermann, 1980, pp. 115-121), ignorando que ya se había publicado. La datación propuesta, 1800 ó 1801, no coinciden con la establecida por Grassé, 1809-1815. 86

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naturelle de Buffon y, por ejemplo, el Système des animaux sans vertèbres que Lamarck publica en 1801. La naturaleza deja de ser causa para convertirse en efecto, pasa a ser «un orden de cosas compuesto de objetos extraños a la materia»89. El concepto de biología es la luz que ilumina el túnel que conduce al siglo XX y, por supuesto, no está presente en la cultura napolitana, ni europea, del seisciento. ¿Cuáles fueron sus intereses?

Academias, jardines y museos Para Ernesto de Martino el pensamiento meridional –Giordano Bruno y Tommaso Campanella–, participó decisivamente en el tránsito entre demonología y magía natural, «pero no así a la alternativa entre magia y ciencia de la naturaleza, que en el mezzogiorno quedó sin contribuciones de relieve»90. La opinión olvida a sabios como Fabio Colonna, Ferrante Imperato, Gian Battista Porta, Marco Aurelio Severino, verbi gratia, cuyos idearios son la prueba de este cambio. Y junto a la trama personal el ambiente intelectual napolitano que preside el cambio de siglo, XVI-XVII, se aleja de la individualidad para manifestarse como tarea colectiva, y la sustitución de la magia por historia natural encuentra significado en la definición de un espacio físico, de centros de investigación. Academias, jardines y museos surgen y dan cobijo a una comunidad científica renovadora, son círculos de saber donde la observación y la inducción se implantan como modelo empírico obligado para el estudio de la naturaleza en su sentido clásico de relación de los elementos. Los objetos naturales pierden sus imaginarias cualidades etéreas y se materializan en principios observables y mensurables. Son los primeros pasos de un empirismo que no busca las causas sino comprobar los hechos conocidos —de aquí su querella con el pasado91— y persigue descubrir otros nuevos, pues la causa es única y general y múltiples las co89 J.-B. de Lamarck, «Nature (la)», en Articles d’histoire naturell (ed. Jacques Roger; Goulven Laurent), París, Belin, 1991, p. 308. 90 Ernesto de Martino, Sud e magia, Milán, Feltrinelli, 1989, p. 175. 91 Sobre el tema cf. Mauricio Jalón, La plaza de las ciencias, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1991.

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sas que componen el universo. Mi «saber nace de la experiencia, que veo; el de los otros, de los libros»92, dictamina Porta indicando que el camino de la verdad es una cuestión de método. Institucionalizar el saber tiene un sentido material, responde a una estrategia operativa, es una necesidad metodológica para quienes en el estudio de la naturaleza anteponen, ahora, la observación a la palabra, «porque muchos de ellos (los antiguos) han escrito cosas que jamás vieron, o experimentaron, ni nunca conocieron los ingredientes de la composición»93. El tiempo nos remonta hasta la colina de los Milagros, próxima al emplazamiento del actual jardín botánico napolitano, donde, en la segunda mitad del siglo XVI, Gian Vicenzo Pinelli establece un orto dei semplici cuya existencia no alcanzó la década de los años 6094. A partir de este primer referente podemos diferenciar un triángulo institucional dedicado a la práctica de las ciencias naturales, cuyos vértices ocupan museos, jardines y academias. Es el caso de la Academia de’ Secreti dirigida por della Porta, de la que nos habla en la edición de 1598 de su Magia natural. Porta también será el artífice de la colonia lincea que la academia romana estableció en Nápoles95 en 1612, y de un jardín botánico sito en su Villa delle Due Porte. Contemporáneo es el prestigioso museo de Historia Natural que Ferrante Imperato constituye desde 1575 y que, al menos, hasta 1650 — fallecido el fundador y bajo la tutela del hijo Francesco—, siguió abriendo sus puertas a numerosos visitantes96: «aquí veréis minerales, admiraréis metales, piedras, vegetales, plantas desconocidas la mayoría», 92 Carta de Gian Battista Porta a Giov. Franc. Angelica. Reproducida en G.Paparelli, Critica e filologia (saggi), Nápoles, Società Editrice Napoletana, 1974, p. 212. 93 Gian Battista Porta, Della Magia Naturale, Prefazione, Nápoles, Antonio Bulifon, 1677, pp. 2-3. En 1558 se publicó la 1ª edición compuesta por 4 libros, y en 1589 la edición definitiva formada por 20 libros, ambas en latín. El mismo Porta la tradujo al italiano en 1611, reeditándose en 1677 corregida por Pompeo Sarnelli. 94 Sobre Gian Vicenzo Pinelli y su jardín de los simples véase el capítulo rerum plantarum. 95 Cf. Giuseppe Olmi, «La colonia lincea di Napoli», en Fabricio Lomonaco; Maurizio Torrini (eds.), Galileo e Napoli, Nápoles, Guida, 1987, pp. 23-58; Giuseppe Gabrieli, Contributi alla storia della Accademia dei Lincei, Roma, Accademia Nazionale dei Lincei, 1989, vol.II, pp. 1497-1548. 96 Cf. carta de Marco Aurelio Severino a Cassiano dal Pozzo, de fecha 1 de mayo de 1650. El documento puede consultarse en Antonio Neviani, Ferrante Im-

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reza la propaganda de la época, una guía para forasteros escrita por Capaccio en 1634 que presenta la sede museológica como uno de los centros culturales del Nápoles seicentesco97. ¿Qué significado tiene este triangular recinto intelectual? La respuesta relaciona tres factores sociológicos: comunicación, método y financiación, tal y como en 1623 Martin Mersenne conforma su propuesta de restauración de la ciencia europea a través de la creación de academias nacionales98. Las ciencias humanas crecen con la comunicación, opina Ferrante99, descubriendo como signo de progreso el vínculo entre los miembros de una comunidad científica que no reconoce fronteras. Frente a la inmensidad de la naturaleza, ante la multiplicidad de los objetos, es necesario intercambiar tanto las ideas como los especímenes, considerar la investigación como una empresa común. El avance científico no se identifica con la individualidad, se consigue a través de la comunicación. Así, el grabado que abre las páginas de su Historia Natural reproduce la novedad colectiva que el museo representa incluso en su faceta más estática: el coleccionismo. Plantas, aves, anfibios, reptiles, moluscos, peces, minerales, reunidos por un criterio estético, testimonian la diversidad natural que los sabios contemplan. Tal y como relata Faraglia: «En su casa, situada detrás del palacio de los duques de Gravina, donde ahora están las oficinas de correos, formó un museo que se hizo famoso: había animales raros de otros mundos y otros mares preparados y conservados diligentemente, momias, minerales, herbarios ordenados con particular esmero en cerca de ochenta volúmenes»100. La colección museística elimina barreras espaciales mostrando a los visitantes una naturaleza física y geográficamente plural, la hace visible, perceptible, lejos de su entorno. perato speziale e naturalista napoletano con documenti inediti, Instituto Nazionale Medico Farmacologico Serono, Roma, p. 37. 97 C. Capaccio, Il forastiero, Nápoles, 1634, pp. 865-866. Rep. en Anna Maria Ciarallo, «Ferrante Imperato e le origini del Museo naturalistico», Museologia, nº 10, luglio-dicembre, 1981, pp. 56. 98 Martin Mersenne, Quaestiones celeberrimae in Genesim, prefatio, París, 1623. 99 Ferrante Imperato, Dell’Historia naturale, lib.XXVIII, Nápoles, Constantino Vitale, 1599. En 1672 se publica la 2ª edición, Venecia, Combi & Nou, cuyo libro 28 incluye nuevas anotaciones sobre plantas por Giovanni Maria Ferro. 100 N.F. Faraglia, «Fabio Colonna linceo», Archivio Storico per la Province Napoletane, X, 1885, p. 682.

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Museo de Ferrante Imperato, grabado incluido en su Historia Natural

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La elección de un modelo científico está necesariamente unida a la definición de un espacio intelectual que ordene el saber. Academias, museos y jardines manifiestan su identidad por esta capacidad investigadora. Sobrepasar el umbral recolector en éstos y la charlatanería en aquéllas es el reto. Las instituciones napolitanas propagaron el legado de Leonardo da Vinci en su particular revisión del pasado, y también, como el florentino, sus obras pretenden ser «el resultado de la experiencia simple y llana»101. Porta, por ejemplo, participa de esta ideología, admitiendo como verdadero sólo el conocimiento que resulta de la experiencia y, consecuente con este empirismo, su magia natural pretende ser una historia del pasado sometida al infalible criterio experimental del presente: «Nosotros al escribir pondremos primero la opinión de los antiguos y de los modernos; a continuación escribiremos, cuando la hayamos experimentado, si la encontramos verdadera o falsa; después nuestras propias aportaciones»102. Esta nueva ciencia que escribe su verdad al dictado del experimento no puede ser ajena al factor económico. La condición empírica de la ciencia moderna, observar y experimentar, supone una economía alejada del mero sustento individual que el filosofar significa. Levantar el nuevo edificio de la ciencia es un trabajo oneroso. Así, los curiosi uomini que participan en la academia regentada por Gian Battista, «pagan cada uno su parte para investigar, y para experimentar sobre las cosas investigadas con satisfacción y toda diligencia han contribuido a los gastos necesarios para aumentar y enriquecer mi obra»103. La academia es un valor cultural que hay que costear, su labor conlleva un aspecto crematístico de obligado cumplimiento. El científico, como aconseja Porta, debe ser rico, o bien «enriquecerse primero y filosofar después, y no filosofar para enriquecerse»104. Leonardo da Vinci, Cuadernos de notas, Madrid, M.E. Editores, 1993, p. 179. Gian Battista Porta, Della Magia Naturale, Prefazione, Nápoles, Antonio Bulifon, 1677. 103 Gian Battista Porta, Della Magia Naturale, prefazione Nápoles, C.Vitale, 1611. Cf. Mario Gliozzi, «Sulla natura dell’ Accademia de’Secreti di Giovan Battista Porta», Archives Internationales d’Histoire des Sciences, III, 1950, p. 537. 104 Gian Battista Porta, Della Magia Naturale, Nápoles, Antonio Bulifon, 1677, p. 5. 101

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Definir un espacio científico supone un cambio ideológico, se manifiesta en la sustitución de magia por historia natural. ¿Cuáles son los límites de esta renovación? Entre Porta e Imperato, naturaleza mágica frente a histórica, hay diferencias sustantivas fruto de su divergente aproximación al ecosistema Tierra. Con Porta la naturaleza es un mundo de virtudes. Los objetos participan de las propiedades que fluyen en su universo cualitativo, poseen atributos trasmisibles. La semejanza entre magia y naturaleza no es otra que el poder de los fenómenos naturales, se manifiesta en hechos tan distintos como la reproducción y la lluvia, por ejemplo. Todo está escrito, el modelo es determinista, el reto observar el universo y descubrir sus más profundos secretos. Su saber es una metáfora fisonómica pues «toda nuestra ciencia se descubre en el rostro de la naturaleza»105. Así, la botánica es la phytognomonica106, ciencia que estudia las propiedades de los vegetales atendiendo a su morfología. Nada escapa a la impronta empírica de la anatomía. La conformación identifica el carácter de los seres vivos107. Desde esta tribuna su propuesta es una alquimia de la vida —alejada de las tentaciones moleculares de nuestro siglo sólo en la forma, no en espíritu— que Porta utiliza para conjugar las cualidades de los seres vivos. «Partiendo (afirma Paparelli) de una nueva definición de Magia, con el propósito de dar una explicación física a los fenómenos comúnmente atribuidos a influjos sobrenaturales, admite luego, en el ámbito de la Naturaleza, las mismas condiciones de irracionalidad y de misterio a las que, de alguna manera, pretendía oponerse»108. Porta ejemplariza la máxi105 Ibidem, p. 3. Sobre la cualidad mágica en el ideario de Porta cf. L.Muraro, Giovanbattista Della Porta mago e scienziato, Milán, Feltrinelli, 1978; y N. Badaloni, «I fratelli Della Porta e la cultura magica e astrologica a Napoli nel ‘500», Studi Storici, vol.I, 1959-60, pp. 677-715. 106 Gian Battista della Porta, Phytognomonica, Nápoles, 1588. 107 Los estudios fisionómicos de Porta se completan con las obras De humana physognomonia, libri IIII, Vico Aquense, 1586; y De coelesti physiognomonia, libri sex, Nápoles, 1601. Un valioso análisis sobre esta temática portiana se recoge en Julio Caro Baroja, Historia de la fisiognómica. El rostro y el carácter, Madrid, Istmo, 1988, pp. 108127. Cf. también Agnes Arber, Herbals. Their origin and evolution, a chapter in the history of botany. 1570-1670, Cambridge, Cambridge University Press, 1986, pp. 251 y ss.; y G. Paparelli, Critica e filologia (saggi), Nápoles, Società Editrice Napoletana, 1974. Sobre la phytognomonica véase el capítulo rerum plantarum. 108 G. Paparelli, Critica e filologia (saggi), Nápoles, Società Editrice Napoletana, 1974, p. 213.

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ma expresada por Leonardo da Vinci cuestionando la objetividad del científico frente al experimento al construir un conocimiento impropio del resultado obtenido: «La experiencia nunca se equivoca; es nuestra apreciación la que únicamente se equivoca, al esperar resultados no causados por el experimento»109. En contraposición, la Historia Naturale de Imperato es un tratado que describe los animales, minerales y plantas que habitan el planeta Tierra construido con agua, fuego, tierra y aire. Conjunto inorgánico sometido a la acción de los fenómenos atmosféricos y geológicos, donde la cualidad del viviente se modela bajo el antagonismo físico de calor y frío. Sin olvidar la agricultura, la plástica, la arquitectura, como expresión del quehacer humano respecto al medio. Su museo, el espacio científico donde se instrumentaliza la vida, se caracteriza por individualizar los objetos a través de su forma. No es un laboratorio dedicado a combinar sus propiedades y sí un gabinete donde las cosas sólo tienen representación morfológica, es un centro destinado a generar un conocimiento puramente descriptivo de los objetos naturales. La finalidad es contar sin mezclar. En sus vitrinas los seres vivos pierden la cualidad vital, forman una naturaleza muerta donde los fósiles comienzan a dar signos de vida, a testimoniar un pasado biológico oculto por un tiempo que todavía es el de la creación.

Glossopetrae, o cómo los animales se convierten en piedras Si en el discurso preliminar de su obra Investigaciones sobre las osamentas fósiles de los cuadrúpedos110, Cuvier reconoce su cualidad de anticuario de la vida, un saber necesario para descifrar la historia del globo y reconstruir mediante el testimonio fósil los extintos seres que habitaron en el pasado, de suerte que hay un ayer, un hoy y un Leonardo da Vinci, Cuadernos de notas, Madrid, M.E. Editores, 1993, p. 182. Georges Cuvier, Recherches sur les ossements fossiles de quadrupèdes,où l’on rétablit les caractères de plusieurs animaux dont les révolutions du globe ont détruit les espèces, París, Déterville, 1812, 4 vols., Discours préliminaire, vol. I, pp. 1-120 (citamos por la edición de 1992, París, Flammarion). 109

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mañana de las especies que pueblan la Tierra, para los naturalistas del siglo XVII los restos fósiles son un problema de forma y de materia, están lejos de la dimensión temporal que tendrán una vez aceptado su valor orgánico. Glossopetrae es la denominación latina y genérica que recibieron supuestas piedras de forma longitudinal muy abundantes en la isla de Malta111. Por su estilización la tradición las reconoce como lenguas pétreas de serpiente, y la historia del cristianismo atribuye a san Pablo, en represalia por la mordedura de una víbora, la milagrosa extinción de los ofidios que poblaban la isla reduciéndolos a un simple testimonio pétreo lingual112. En realidad los pretendidos artefactos minerales son dientes de escualo fosilizados. El descubrimiento de esta verdad nos conduce al Nápoles de Ferrante Imperato y Fabio Colonna, estamos en los inicios de la paleontología113. El debate paleontológico acaecido en el seicento napolitano toma forma al delimitar un espacio científico propio y componer un ideario que utiliza el método empírico como la única herramienta capaz de Otro ejemplo de restos fósiles similares son las Glossopiedras de Lünburg. Son de menor tamaño y no están incrustadas en la roca, como ocurre con las de Malta, sino depositadas sobre el terreno. A ellas se refieren, por ejemplo, Reiskius, De glossopetris Luneburgensibus, Leipzip, 1648; y Gottfried Wilhelm Leibniz, Protogée ou de la formation et des revolutions du globe, París, L. Langlois, 1859, p. 78. 112 Francesco Maria Pompeo Colonna, Histoire Naturelle de l’Univers, París, A. Cailleau, 1734, 3 vols., t.II, p. 301, recoge esta tradición. Michele Mercati (15411593) en su colección de Minerales y fósiles formada en el Museo Vaticano, siguiendo la tradición de Plinio, incluía las glossopiedras entre los metales; Michele Mercati, Metallotheca Vaticana. Opus posthumum, Roma, Jo. Mariam Salvioni, 1719, pp. 331-6 (el editor, Joanis Mariae Lancisii, corrigió el error señalando los trabajos de Colonna, Stenone, Scilla, y Boccone). 113 Cf. Nicoletta Morello, «Fabio Colonna e gli inizi della paleontologia», Physis, XIX, 1977, pp. 247-279; N. Morello, La nascita della paleontologia nel seicento. Colonna, Stenone e Scilla, Milán, Franco Agnelli, 1979; N. Morello, «De Glossopetris dissertatio: the demonstration by Fabio Colonna of the true nature of fossils», Archives Internationales d’Histoire des Sciences, vol. XXXI, 1981, pp. 6371; N. Morello, «Le conchiglie stravaganti da Colonna a Lister», en P.Nastasi (ed.), Il Meridione e le scienze, Palermo, Università di Palermo/Istituto Gramsci/Istituto Italiano, 1988, pp. 257-279. Sobre la reivindicación francesa cf. Goulvent Laurent, «Cuvier et Lamarck fondateurs de la paleontologie», pp. 143-181, en Lamarck e il lamarckismo, Nápoles, La Città del Sole, 1995. 111

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dilucidar la cualidad orgánica de la materia inerte. La institución, el lugar físico, fue el museo regentado por Ferrante Imperato, y los objetos de estudio las piezas que componían una notable colección de muestras fósiles: «Pero todo aquel que viera, no sólo lo que tengo yo, sino lo que guarda Imperator en su Museo, todos aquellos géneros de caparazones convertidos en piedras, o rellenos de una variedad de concreciones de piedra, no dudamos que deje de aprobar, por experiencia, la opinión de los antiguos», asevera Fabio Colonna en su obra De Glossopetris dissertatio114; partitura donde suenan los acordes de la futura paleontología. Si la Historia Naturale de Imperato contiene novedosas aportaciones a la paleontología —en sus páginas se reconocen como restos orgánicos no sólo las habituales incrustaciones conchíferas provenientes de las zonas montañosas, «vestigios de inundaciones marinas», sino que, además, se toma partido favorable en casos más complejos y de mayor escepticismo como el Megalodon, conocido en la época como Bucardia y caracterizado por su semejanza al corazón del buey, y se identifica la primera rudista fósil, que denomina corno di Ammone115; aunque los errores también son 114 F. Colonna, De glossopetris dissertatio, Roma, 1616 (citamos por la trad. castellana incluida en José María Artola; Andrés Galera, «El tiempo biológico», Asclepio, vol. XVLII, fasc.2, 1994, pp. 219-230, p. 228. En adelante referiremos la obra por esta traducción). Sobre el museo de Imperato y su colección cf. también Colonna, De Purpurea, ad animali testaceo fusa, de hoc ipso animali aliisque varioribus testaceis quisbusdam tractatus, Roma, 1616, pp. 23, 25. En esta obra se publicó primigeniamente De glossopetris como parte final del texto, pp. 31-39. En el siglo XVIII se incluye en la edición latina de Agostino Scilla, De corporibus marinis lapidescentibus, Roma, Angelus Rotilius et Philippus Bacchellus, 1752. La traducción italiana se puede consultar en Nicoletta Morello, La nascita della paleontologia nel seicento. Colonna, Stenone e Scilla, Milán, Franco Agnelli, 1979, pp. 71-92. 115 Ferrante Imperato, Dell’Historia naturale, lib.XXVIII, Nápoles, Constantino Vitale, 1599, lib. 24, cap.XXVI, pp. 665-7 (en la ed. de 1672 pp. 580 y ss.). Cf. también Carlo Fabrizio Parona, «Saggio bibliografico sulle rudiste», Boll. R. Comit. Geol. d’Italia, VI, fasc.1, 1916, pp. 1-78; Bruno Accordi, «Ferrante Imperato (Napoli, 1550-1625) e il suo contributo alla storia della geologia», Geologica Romana, XX, 1981, pp. 43-56. Una breve relación de los fósiles custodiados en el museo de su padre se reproduce en Francesco Imperato, Discorsi intorno a diverse cose naturali, Nápoles, Egidio Longo, 1628.

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frecuentes, como considerar a los belemnites auténticas estalactitas116—, con su dissertatio Colonna117 se anticipa a Nicolás Stenon, al Champollion de la geología, como le ha bautizado Gabriel Gohau por establecer las reglas para la lectura de los estratos geológicos118. Cuan116 El error fue reconocido por Henri Marie Ducrotay de Blainville, Mémoires sur les Belennites, considérées zoologiquement et géologiquement, París, Levrault, 1827, p. 8. En una obra precedente, Manuel de malacologie et conchyliologie, París, Levrault, 1825, 2 vols., I, p. 342, Ducrotay advierte del escaso número de verdaderos fósiles que se refieren en la obra.También Giovanni Battista Brocchi, Conchiologia fossile subappenninica, con osservazioni geologiche sugli apennini e sul suolo adiacente, Milán, Giovanni Silvestri, 1855 (1ª ed. 1814), vol. I, pp. 54-55, alude a los errores paleontológicos de Imperato, entre ellos otorgar a las piedras capacidad vegetativa mediante un principio interno; reflexión que también estuvo presente en Charles Lyell, Principles of Geology or the modern chenges of the earth and its inhabitants, Londres, John Murray, 1867-8, vol. I, p. 35. Por su parte Cuvier, Histoire des sciences naturelles (París, Fortin, Masson et cia., 1841, vol. III, p. 335; reimp. Bruselas, Culture et civilisation, 1969), reconoce el acierto y la anticipación de Imperato al suponer la condición animal de los corales. 117 Para su biografía cf. N. Morello, La nascita della paleontologia nel seicento.Colonna, Stenone e Scilla, Milán, Franco Agnelli, 1979, pp. 64-69; A. de Fabri, «Fabio Colonna», Dizionario biografico degli italiani, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, vol. XXVII, 1982, pp. 286-288; N. Faraglia, «Fabio Colonna linceo», Archivio storico per le province napoletane, año X, 1885, pp. 665-749; G. Gabrieli, Contributti alla storia della accademia dei Lincei, Roma, Acc. Nazionale dei Lincei, 1989, t. II, pp. 1507-1519. 118 G. Gohau, Une histoire de la géologie, Seuil, 1990, p. 75. Cf. también G. Gohau, Les sciences de la terre aux XVII et XVIII siècles. Naissance de la géologie, París, Albin Michel, 1990. Los principios geológicos de Stenon se encuentran recogidos en su obra De solido intra solidum naturaliter contento Dissertationis Prodromus, Florencia, 1669. Stephen Jay Gould, bajo el epígrafe de «El obispo titular de Terciopolis», en su libro Dientes de gallina y dedos de caballo, Barcelona, Blume, 1984, pp. 73-82, realiza un breve y certero análisis de la contribución de Stenon a la geología. Cf. también Rémacle Rome, «Nicolas Sténon (1638-1686), anatomiste, géologue, paléontologiste, cristallographe, vicaire apostolique des regions nordiques», Revue des Questions Scientifiques, LXXVII, 1956, pp. 517-572; Gustav Scherz (ed.), «Nicolaus Steno and his indice», Acta Historica Scientiarum, naturalium et medicinalium, vol. 15, Copenhague, Munksgaard, 1958; A. Bussi (coord.), Niccolo Stenone e la Scienza in Toscana alla fine del ‘600, Florencia, Biblioteca Medicea Laurenziana, 1986; Francois Ellenberger, Historia de la Geología. De la antigüedad al siglo XVII, Barcelona, Labor, 1989. Para la comparación entre Colonna y Stenon cf. N. Morello, La nascita della paleontologia nel seicento.Colonna, Stenone e Scilla, Milán, Agnelli, 1979.

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do en 1666 Stenon estudia la anatomía del tiburón y comprende la relación entre las glossopetrae y los dientes de escualo, componiendo un preciso y riguroso discurso de rango paleontológico119, habían transcurrido cinco décadas desde la demostración realizada por Colonna y más de un siglo desde que Leonardo da Vinci relacionase las imaginarias lenguas de serpiente con restos fósiles correspondientes a dientes de peces120. El hecho es algo más que una mera cuestión de anticipación y autoría, tiene un trasfondo ideológico. De glossopetrae dissertatio toma forma como una reflexión sobre el ser vivo, exponiendo una filosofía acorde con la perfección de la naturaleza. «La naturaleza no hace nada en vano», reza un lema clásico121. Aplicando este concepto a la polémica paleontológica sobre el origen de los fósiles —orgánico o pétreo—, a su catalogación como animales o como unidades minerales, Colonna concluye la condición orgánica de las muestras por la imposibilidad de que partes de un ser vivo puedan generarse con independencia del organismo al que pertenecen; sería el fin de un sistema perfecto. «Para afirmar esto aducimos otra observación. Hubieran sido elaboradas en vano por la naturaleza si no fuesen verdaderos dientes, y no piedras, partes de un animal muerto»122. Las partes son 119 La observaciones se publicaron en Nicolás Stenon, Elementorum myologiae specimen seu musculi descriptio geometrica sui accedant Canis Carchariae dissectum caput et dissectus piscis ex Canum genere, Florencia, 1667 (cf. la trad. italiana de Canis Carchariae dissectum caput en N. Morello, La nascita della paleontologia nel seicento.Colonna, Stenone e Scilla, Milán, Agnelli, 1979, pp. 100-143). Stenon conocía los trabajos de Colonna como lo demuestra la referencia que hace en las Actas Danesas, vol.II, 1666, observación octuagesimonona (rep. en Francesco Redi, Osservazioni intorno agli animali viventi che si trovano negli animali viventi, Florencia, Piero Martini, 1684, p. 159). 120 Leonardo da Vinci, Escritos literarios y filosóficos, Madrid, Aguilar, 1930, p. 95. 121 J. M. Artola; A. Galera, «El tiempo biológico», Asclepio, vol. XVLII, fasc.2, 1994, p. 223. El lema es una máxima general que, como Colonna, también Robert Hooke, por ejemplo, repetirá en 1665 en su Micrografía, para establecer el origen orgánico de los fósiles, rechazando la supuesta virtud plástica de la tierra necesaria para la creación espontánea de estos objetos. Cf. R. Hooke, Micrografía (ed. y trad. Carlos Solís), Madrid, Alfaguara, 1989, pp. 343. 122 J. M. Artola; A. Galera, «El tiempo biológico», Asclepio, vol. XVLII, fasc.2, 1994, p. 225.

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instrumentos y como tales necesitan del conjunto, del ser vivo, para realizarse, aisladas carecen de identidad. El fenómeno biológico no incluye el azar entre sus reglas, la génesis de las especies responde a un diseño perfeccionista donde el conjunto identifica a los elementos excluyendo cualquier individualidad, que cuando se manifiesta es fruto de la degradación corporal. Este ideario filosófico tiene un componente empírico, es una teoría apoyada en hechos. Determinar el origen orgánico de un fósil, rechazar su vínculo lapídeo, está avalado por la forma y la materia: «Nosotros decimos que este tipo de formaciones no es de piedra, apoyándonos en el aspecto, en la figura y en la sustancia que la compone»123. Eliminado el azar, admitido su valor biológico, la correspondencia formal de la muestra con especies vivas demuestra la hipótesis. Principio analógico que Stenon repetirá al comparar los dientes del Canis con las glossopetrae, y también para él «Su forma convence de que son dientes de Canis Carcharias, porque las partes planas, los bordes y la base de los dientes, sean fósiles sean actuales, se corresponden»124. Además, cuando el fósil es óseo, como es el caso, y no un modelo petrificado, el análisis químico es una prueba irrefutable. La formación de carbón procedente de la combustión del hueso revela su naturaleza animal: «Ahora bien, dado que estos dientes cuando se queman se reducen rápidamente a carbón y la toba unida a ellos no, resulta claro que son de hueso y no de piedra» 125 , concluye Colonna siguiendo la senda experimental. El sabio napolitano llegó aún más lejos en materia paleontológica. Como reconocen Brocchi126, D’Archiac127, Ibidem, p. 222. N. Stenon, Elementorum myologiae specimen, Florencia, 1667. Cit. por la trad. incluida en N. Morello, La nascita della paleontologia nel seicento, Milán, Agnelli, 1979, p. 141. 125 J. M. Artola; A. Galera, «El tiempo biológico», Asclepio, vol. XVLII, fasc.2, 1994, p. 222. 126 Giovanni Battista Brocchi, Conchiologia fossile subappenninica, con osservazioni geologiche sugli apennini e sul suolo adiacente, Milán, Giovanni Silvestri, 1855, vol. I, pp. 56-57. 127 A. d’Archiac, Cours de Paléontologie stratigraphique, París, F. Savy, 1862, vol.1, p. 17. 123

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Grabado incluido en De Glossopetris dissertatio

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Bertrand128, y Lyell129, por ejemplo, los servicios prestados por Colonna a la paleontología alcanzaron a señalar los tres estados de conservación de los restos fósiles: vaciado, molde y materia orgánica, y fue el primero en diferenciar su origen marino y terrestre. D’Archiac, en su Curso de paleontología estratigráfica, le atribuye también la primacía de describir científicamente el tipo de la familia braquiópoda de los Terebratula, determinando tres especies fósiles: Anomia terebratula, gryphus y lacunosa130. No es accidental, afirma generosamente Martin J.S. Rudwick en el siglo XX, que «desde Colonna en adelante, la mayoría de quienes argumentaron sobre el origen orgánico de los fósiles eran principalmente biólogos»131. Y no le faltó mérito al napolitano al estudiar los moluscos. Fue, repite Brocchi, el primero en distinguir con precisión en los testáceos «los rasgos de analogía que los acercan y constituyen los géneros»132. No en vano, su tratado De purpura fue el soporte empírico con el que Daniel Major construye en 1675 su Ostracologiae in ordinem redactae, el primer sistema 128 Alexandre Bertrand, Lettres sur les révolutions du Globe, Bruselas, Sociéte Typographique Belge, 1843, 7ª ed., p. 12. La primera edición apareción en 1824, contribuyendo a la difusión de la obra las reseñas que, de la 1ª y 3ª edición, realizó André Daudebard de Ferussac para el Bulletin de la Société Naturalistique et Gêologique, 1824, pp. 305-308; y 1828, pp. 322-24. 129 Lyell (1867-8), I, p. 35. Lyell argumenta su afirmación citando la obra Ossev. sugli animali aquat. e terrest., fechada en 1626. Se refiere, sin duda, al trabajo de Fabio Colonna Aquatilium et terrestrium aliquot animalium aliorumq. naturalium Rerum observationes, incluido en la edición del Ecphrasis de 1616. Idéntica referencia ofrece John Ray aunque datada en 1616 (cf. Charles E. Raven, John Ray, naturalist: his Life and works, Cambridge, University Press, 1986, p. 442). 130 A. d’Archiac (1862), vol 1, p. 17. Las descipciones de Colonna pertenecen a su Aquatilium et terrestrium aliquot animalium aliorumq. naturalium Rerum observationes, obra que Archiac cita con la denominación italiana Ossevacioni sugli animali aquatici e terresri, pero datada correctamente en 1616. 131 Martin J.S. Rudwick, The Meaning of Fossils: Episodes in the History of Paleontology, Chicago/Londres, Univ. of Chicago Press, 1985 (reed. de la 2ª ed. publicada en 1976), p. 42. El breve análisis histórico-paleontológico sobre Colonna se centra en el Aquatilium et terrestrium aliquot, sin olvidar De glossopetris dissertatio ni la relación Colonna-Stenon. Cf. pp. 42-44, 51. 132 G. B. Brocchi, Conchiologia fossile subappenninica, con osservazioni geologiche sugli apennini e sul suolo adiacente, Milán, Giovanni Silvestri, 1855, vol. I, p. 57.

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formulado sobre conquiliología, donde, por primera vez, se establece la división entre univalvos y multivalvos133. La novedosa clasificación formó parte de la edición alemana que Major realizó del De purpura, impresión que incluye también el texto De glossopetrae dissertatio134. Contemporáneamente, De purpura no faltó como referente en los estudios sobre conchas realizados por Martin Lister, y fue una referencia para Tiedemann trascurridos dos siglos135. «De todos los tratados antiguos, éste es, sin discusión, el que se hizo de la manera más conveniente para el avance de la ciencia, y, a pesar de la imperfección de las figuras, será siempre estudiado como un hito en la historia de la conquiliología», afirmaba el malacólogo Paul Deshayes en 1827136. El debate sobre las glossopetrae tuvo continuidad. En 1670 el pintor y diletante naturalista siciliano Agostino Scilla publica en Nápoles La vana speculazione disingannata dal senso137. La obra participa y desarrolla el argumento expuesto por el extinto Colonna y por Stenon: «Sé bien que los corales, las conchas, los dientes de Lamia y 133 Cf. H. M.Ducrotay, Manuel de Malacologie et de Conchyliologie, París, Levrault, 1825, vol. I, p. 305. 134 John Daniel Major (ed.), Fabii Columnae opusculum de Purpura, Romae primum, Ann. 1616 editum, Kiliae, Joachim Reaumannus, 1675. En opinión del naturalista Gérard Paul Deshayes, desde Aristóteles hasta la publicación de Major nada de interés se había realizado sobre la materia; cf. su artículo «Conchyliologie», Dictionnaire classique d’histoire naturelle (dir. Bory de Saint-Vicent), París, Rey et Gravier-Badouin Fréres, 1823, t. 4, p. 368. 135 Cf. Martin Lister, Historiae animalium amgliae tres tractus. Unus de araneis. Alter de cochleis tum terrestribus tum fluviatilibus. Tertius de cochleis marinis, Londres, Joh. Martyn, 1678, p. 240; Historia sive synopsis methodica conchyliorum, 1678 (cit. por la 3ª ed. a cargo de L.W. Dillwyn, Oxonii, typographeo Clarendoniano, 1823, laminas 214, 224, 453, 572, 952, 975). Lister empleó también el Aquatilium et terrestrium aliquot animalium de Fabio Colonna. Fréd. Tiedemann, Traité complet de physiologie de l’homme (trad. del alemán por A.J.L. Jourdan), París, J.B. Baillière, 2 vols., 1831, vol. 2, p. 475. 136 Gérard Paul Deshayes, «Mollusques», Dictionnaire classique d’histoire naturelle (dir. Bory de Saint-Vicent), París, Rey et Gravier-Badouin Fréres, 1827, t. 11, p. 17. 137 Agostino Scilla, La vana speculazione disingannata dal senso. Lettera risponsiva circa i corpi marini, che petrificati si trovano in varij luoghi terrestri, Nápoles, Andrea Colicchia, 1670. Sobre la obra de Scilla cf. Bruno Accordi, «Agostino Scilla, partner from Messina (1629-1700) and his experimental studies on the true nature of fossils», Geologica Romana, 17, 1978, pp. 129-144.

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de Canicola, y los erizos, etc., son verdaderos corales, verdaderas conchas, verdaderos dientes, caparazones y huesos petrificados, pero no formados de la piedra»138. Su tesis repite el modelo precedente pero el tema se aborda ahora bajo el prisma de la reproducción. El desarrollo embrionario es el novedoso razonamiento que justifica el origen orgánico de los fósiles al refutar la hipótesis de la generación independiente de las partes que componen un ser vivo: «desde el principio se habría formado el huevo y de él el animal, o desde el inicio un embrión entero del pequeño animalito y no una porción de él», explica Scilla tomando como ejemplo la reproducción de los peces139. La respuesta encierra, en definitiva, una consideración metodológica donde el empirismo biológico sustituye a la especulación filosófica, «a las oscuras abstracciones de los metafísicos», que no es el camino que ha elegido para descubrir la verdad sobre la formación los cuerpos naturales140. Dos razonamientos componen el debate, interpretar la vida como un fenómeno determinista propio de una naturaleza ordenada, o hacerlo como el principio casual, azaroso, que conlleva admitir la condición pétrea de unos fósiles que serían el resultado de la acción indiscriminada de la naturaleza. Con su teoría embriológica Scilla niega la casualidad como ley natural y participa en la polémica genésica del seiscientos. Su hipótesis se acerca a un ideario epigenésico afín al lema ex ovo omnia que rige la obra de su contemporáneo William Harvey141, en sintonía con el rechazo que, indirectamente, se realiza de la generación espontánea en las primeras páginas de la speculazione a través de la obra de Francesco Redi, Esperience intorno alla generazione degl’insette142. Así, definir la vida terrestre como una realidad fisiológica tiene interesantes implicaciones conceptuales. La consideración de vivo e inerte, la contraposición de animal y vegetal frente a mineral, no es ya una simple cuestión de forma, de cualidades anatómicas, sino la consideración del individuo como el resultado de un proceso fisiológico que determina su tipología. La morfología no es cauIbidem, p. 129. Ibidem, p. 108. 140 Ibidem, p. 13. 141 William Harvey, Exercitationes de generatione animalium, Londres, 1651. 142 A. Scilla, La vana speculazione disingannata dal senso, Nápoles, Andrea Colicchia, 1670, p. 11. 138 139

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sa sino consecuencia. El estudio del ser vivo alcanza un nivel cognoscible superior y camina hacia esa visión integradora de la especie y su hábitat que caracterizará a la biología del futuro. La consecuencia inmediata de aceptar la condición orgánica de los fósiles es la necesidad de considerar el mar como el medio de transporte de las diferentes especies acuáticas que representan por las distintas y distantes regiones que habitaron en el pasado. Distribución geográfica motivo también de polémica. Para Colonna y Scilla —uno y otro plantean el problema del origen animal del registro fósil con independencia de su procedencia— la fosilización es un fenómeno continuo en el tiempo, conformes con una historia geológica de la Tierra caracterizada por las inundaciones. «Esto no sólo aconteció en tiempos del diluvio universal, sino que en otros siglos y en otros sitios el mar y la tierra cambiaron alternándose entre sí», afirma Colonna distanciándose del precepto bíblico143. Naturalistas más respetuosos con las Escrituras mantuvieron una actitud diferente nada proclives a este actualismo geológico. John Ray, por ejemplo, acepta la condición orgánica de los fósiles sin revocar el pasado creacionista predicado en la Biblia, y, respondiendo a la teoría de Scilla, en sus discourses rechaza las inundaciones trasladando el fenómeno a la época de la creación. Originalmente la tierra estuvo anegada por agua, emergiendo el fondo marino para formar las montañas donde acontecerá la creación de los animales y el hombre: «Más acorde, por lo tanto, con las Escrituras y la razón me parece suponer que la Tierra al principio estaba cubierta por agua; que el suelo se levantó por fuegos subterráneos al mandato Divino, donde gradualmente los primeros animales y el hombre fueron creados, y entonces, más y más, las aguas descienden»144; descenso que revela las expresiones pétreas de la vida animal. El naturalista inglés elabora así una teoría acorde con su ideología fijista, donde la fosilización puede ser un acontecimiento primigenio alejado de la historia reciente de una naturaleza inalterable, constante en número y formas, diseñada por Dios. 143 J. M. Artola; A. Galera, «El tiempo biológico», Asclepio, vol. XVLII, fasc.2, 1994, p. 226. 144 John Ray, Three physico-theological discourses, Londres, 1693, 2ª ed. Citado en Charles E. Raven, John Ray, naturalist: his Life and works, Cambridge, University press, 1986, p. 438.

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Frontispicio de La vana speculazione disingannata dal senso, Nápoles, 1670

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El ideario de Scilla fue también motivo de polémica entre sus coterráneos al contravenir la opinión de Borelli, defensor de la capacidad plástica de la naturaleza, encontrando férreos detractores entre los partidarios del matemático, que como Lorenzo Tomaso se enfrentaron abiertamente al pintor145. Entre vítores y abucheos, desengañada o no por el sentido común, La vana especulación alcanzó el horizonte del setecientos con esplendor. Y si en 1686 el libro era desconocido para el académico Robert Boyle, a quien ese mismo año Malpighi le obsequió un ejemplar146, una década más tarde causó polémica en la tribuna de la Royal Society londinense, donde William Wotton presentó en 1696 un resumen del texto147. La atención prestada por John Ray en la tercera edición de sus discourses, enjuiciando tan polémicos argumentos148; el testimonio de Leibniz en su Protogaea, reconociendo el acierto paleontológico del savant peindre149; el análisis realizado por Benoit de Maillet en su Telliamed, exponiendo 145 Cf. carta de Carlo Fracassati a Malpighi, Messina, 12 de agosto de 1670; rep. en Howard B. Adelmann, The Correspondance of Marcello Malpighi, Ithaca-Londres, Cornell Univ. Press, 1975, vol. II, pp. 469-71. 146 Cf. Correspondencia entre Malpighi y Carlo Antonio Ronchi, Bolonia 6 de febrero y Londres 27 de marzo, de 1686; rep. en Adelmann (1975), vol. III, pp. 1135-38, 1156-1160. 147 The Philosophical Transaction publicó en el nº 219, enero y febrero de 1695, pp. 181-199, un amplio resumen de la obra. También William Wotton, Vindication of an abstract of Italian Book concerning Marine Bodies which are found Petrified in several Places at Land written by Agostino Scilla, en John Arbuthnot An examination of Dr. Woodward’s Account of the Deluge, Londres, 1697. Sobre la polémica difusión del libro de Agostino Scilla en Inglaterra cf. Paolo Rossi, I segni del tempo, Milán, Feltrinelli, 1979, p. 44; V.A. Eyles, «The influence of Nicolaus Stenon on the developement of Geological science in Britain», en Gustav Scherz (ed.), «Nicolaus Steno’s and his indice», Acta Historica Scientiarum, Naturalium et Medicinalium, Copenhague, Munksgaard, vol.15, 1958, pp. 167-188. 148 John Ray, Three physico-theological discourses, Londres, 1713, 3ª ed., pp. 138-45. La correspondencia de Ray revela que ya en 1696 el naturalista inglés tenía conocimiento detallado del ideario paleontológico de Scilla; cf. John Ray, Further correspondance, Londres, Ray Society, 1928, p. 266. Sobre este argumento también Raven (1986), pp. 438-440. 149 G. W. Leibniz, Protogée ou de la formation et des revolutions du globe, París, Langlois, 1859, pp. 73, 79.

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ampliamente la obra150; o la profesión de fe a favor de su doctrina expresada por Pompeo Colonna en su Historia natural del universo151; le hicieron partícipe del debate paleontológico ilustrado. Controversia a la que acudió en primera persona gracias a la traducción y sucesivas reimpresiones latinas que la obra mereció a partir de la década de los veinte152. Pero la Historia no ha sido siempre tan favorable. Lyell, por ejemplo, en las pocas líneas que dedicó a Scilla en la semblanza histórica de sus principios geológicos, le elogia por su defensa de la condición orgánica de los fósiles, recriminándole por su, supuesta, ideología diluvista al considerarlos como «el efecto y la prueba del Diluvio Universal»153. Opinión que, precedentemente, hallamos en Brocci y Archiad, extendiendo el error a Fabio Colonna154. El equívoco denota ignorancia, indica el desconocimiento de una obra y un ideario cuya principal planteamiento es que los fósiles son verdaderos animales y no bromas de la naturaleza talladas en piedra155. Hipótesis que el pintor filósofo demostró tan fehacientemente, con palabras e imágenes, «que es necesario ser estúpido para no rendirse a esta verdad», afirma Pompeo Colonna156; opinión que Cuvier Benoit de Maillet, Telliamed ou entretiens d’un philoso-phe indien avec un missionnaire français, París, 2 vols., 1748 (citamos por la edición de Fayard, 1984, pp. 176-182). 151 F. Mª Pompeo Colonna, Histoire naturelle de l’univers, París, A. Cailleau, 1734, vol. II, pp. 300-303. 152 A. Scilla, De corporibus marinis lapidescentibus, Roma, Monaldini, 1727; se reeditó en 1752 y años ss. 153 Ch. Lyell, Principles of Geology, Londres, John Murray, 1867-8, vol. I, p. 37. Lyell confunde la obra de Scilla pues atribuye el año 1670 a la versión latina cuando corresponde a la publicación del original italiano de La vana speculazione. 154 Cf. G. B. Brocchi, Conchiologia fossile subappenninica, Milán, Giovanni Silvestri, 1855, vol.I, pp. 62 (el juicio lo hace extensivo a también a Stenon); A. d’Archiac, Cours de Paléontologie stratigraphique, París, Savy, 1862, vol.1, p. 15. En el siglo XX esta afirmación todavía se repite en M.J. S. Rudwick, The Meaning of Fossils: Episodes in the History of Paleontology, Chicago/Londres, Univ. of Chicago Press, 1985, pp. 44 y 57. 155 A. Scilla, La vana speculazione disingannata dal senso, Nápoles, Andrea Colicchia, 1670, p. 33. 156 F. Mª Pompeo Colonna, Histoire naturelle de l’univers, París, A. Cailleau, 1734, vol. II, pp. 300-1. 150

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secundó en la centuria decimonónica157. Frente al problema de su naturaleza, ante la relevancia científica de la inequívoca condición orgánica de las muestras, la procedencia es un cuestión secundaria que, en cualquier caso, merece una respuesta geofísica actualista distante de Dios: desecaciones, inundaciones y otros fenómenos naturales son las probables causas de la confusión paleontológica que muestran los estratos geológicos158. Sin embargo, desde su error, Lyell acierta en el análisis sociológico, cuestionando la licitud del consenso que reguló las relaciones entre los científicos y la sociedad para que esta novedosa interpretación de la naturaleza, al amparo del registro fósil, se asimile sin trasgredir radicalmente la norma social, impidiendo que los científicos lleven a sus últimas consecuencias los datos observados. Se trata, sencillamente, del tradicional debate entre ciencia y religión que, al menos a corto plazo, supuso el triunfo de la fe sobre la razón, lo cual significó renunciar a unos hechos que rompían amarras con el pasado creacionista: «servía de poca cosa que la naturaleza del documento pudiera ser, finalmente, correctamente comprendida, si se impidió a los hombres deducir conclusiones imparciales de ellos», concluía Lyell159. Los cienctíficos decimonónicos tampoco olvidaron a Scilla. A los testimonios aludidos hay que añadir los ejemplos de Alexandre Bertrand, quien reconoce el valor de su obra elogiando tanto las figuras como el texto160, y de Ducrotay de Blainville, atribuyéndole el mérito de ser el único autor ocupado en estudiar los fósiles de la Calabria161. Sin olvidar que L.-F. Jéhan le hizo un hueco en su Dictionnaire de 157 G. Cuvier, Histoire des sciences naturelles depuis leur origine jusqu’a nos jours (complétée, rédigée, annotée et publiée par M. Magdeleine de Saint Agy), París, Fortin-Masson, 1841-45, vol. II, p. 502. 158 A. Scilla, La vana speculazione disingannata dal senso, Nápoles, Andrea Colicchia, 1670, p. 129. 159 Ch. Lyell, Principles of Geology, Londres, John Murray, 1867-8, vol. I, p. 38. 160 A. Bertrand, Lettres sur les révolutions du Globe, Bruselas, Sociéte typ. Belge, 1843, pp. 12, 67-70. 161 H. M. Ducrotay, Manuel de Malacologie et de Conchyliologie, París, Levrault, 1825, vol. I, p. 343; quien cita la edición italiana de 1670 y la reedición latina de 1752.

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cosmogonie et de paléontologie162, y Cuvier le incluye en el triunvirato que demostró el origen orgánico de las petrificaciones: Palissy, Aldrovandi, Scilla163. En la génesis de la paleontología la pregunta ¿qué es la vida? recibe una respuesta integradora elaborada alrededor de principios anatómicos y fisiológicos, construida desde la relación de los animales y plantas con el reino mineral. Si en la Historia Natural de Plinio, por ejemplo, estas bromas de la naturaleza, los fósiles, son sólo tierra petrificada, lapidem vertuntur, y el problema no sobrepasa el ámbito del reino mineral, es un componente más, durante el Renacimiento napolitano se modula su concepto como una manifestación orgánica fruto de una historia geológica reciente y no de un pasado creacionista lejano, aunque la clave del organigrama natural sigan siendo el fijismo y la perfección. Incluso los restos paleontológicos pueden tener representantes en el presente, basta con apelar a la ignorancia y, siguiendo propuestas como la realizada por John Ray, ubicar las formas desconocidas en algún inexplorado lugar del Globo. Al caso cabe aplicarle la sentencia nietzscheriana: «la sabiduría marca límites también al conocimiento»164. Finalizando la centuria del seiscientos, Robert Hooke establece una nueva frontera al hablar de especies sin representación contemporánea: «existieron muchas otras especies de criaturas en épocas pasadas, ninguna de las cuales podemos hallarla en el presente»165. El concepto de tiempo se convierte así en una propiedad de la especie, adquiere una dimensión biológica relativa al período de existencia de las formas vivas sobre la Tierra, permitiendo que el sustantivo cambio se incorpore al vocabulario del sistema natural. Los extravagantes 162 L.-F. Jéhan, Dictionnaire de cosmogonie et de paléontologie, París, 1854, col. 616. El diccionario reproduce el texto de la traducción francesa de Ch. Lyell, Principes de gèologie, París, Garnier Frères, 1873, 2 vols., p. 46. 163 Cuvier (1841-45), II, p. 503. 164 F. Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos o Cómo se filosofa con el martillo, Madrid, Alianza, 1984, p. 30. 165 Robert Hooke, Lectures and discourses of earthquakes, and subterraneous eruptions, en Richard Waller (ed.), The postumous works of Robert Hooke, Londres, 1705; cit. por la edición facsímil de Berhard Fabian, Hildesheim-Nueva York, 1970, p. 290.

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Tabla XVI de La vana speculazione, incluye la Bucardia marcada con la letra A

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restos conchíferos que caracterizan la corteza terrestre se convertirán en el calendario estratigráfico que con tanto acierto y talento literario recrea la imaginación de Italo Calvino. Un imaginario y real cronógrafo que mensura el tiempo sustituyendo la secuencia astral por la serie vertical que los estratos geológicos representan; un reloj pétreo capaz de liberar al hombre del «giro continuo de la rueda astral» que encasillaba el curso de su fragmentario existir166. Las épocas de la naturaleza se unen a las edades de la Tierra, símbolo de sus coincidentes historias geológica y biológica.

Rerum plantarum Hacia el año 300 antes de Cristo un discípulo aventajado de Aristóteles escribía una Historia plantarum llamada a grandes logros. Impresa por vez primera en 1483167, los nueve libros que componen la obra de Teofrasto son una referencia obligada para los naturalistas del siglo XVI en su intento de construir un nuevo orden botánico. L’Ecluse, Cesalpino, y, más tarde, Ray, Tournefort, y tantos, leyeron y siguieron las enseñanzas del filósofo griego sobre los vegetales: «Teofrasto, discípulo de Aristóteles, hizo la obra más considerable que tenemos de aquel tiempo. Trata ampliamente de la naturaleza, de las diferencias, y de las virtudes de numerosas plantas; y explica a continuación algunos fenómenos sobre su vegetación y cultivo», comenta el naturalista francés168. Teofrasto ocupó una privilegiada posición dentro de la literatura botánica renacentista, en compañía de la no 166 «Le conchiglie e il tempo», en Italo Calvino, La memoria del mondo, Milán, Mondadori, 1997, p. 198; también Italo Calvino, Tutte le cosmicomiche, Milán, Mondadori, 1997, p. 350. 167 Teodoro Gaza tradujo la obra al latín hacia 1450, imprimiéndose en Treviso en 1483. La primera publicación en griego corresponde al texto incluido en Aristotelis Opera, Venecia, 1497, t. IV. Cf. la introducción de S.Amigues a la edición bilingüe (francés/griego) de Théophraste, Recherches sur les plantes, París, Société d’Édition Les Belles Lettres, 1988-91; también la introducción de J. M. Díaz-Regañón a la edición de Teofrasto, Historia de las plantas, Madrid, Gredos, 1988. 168 Joseph Pitton de Tournefort, Élémens de botanique ou méthode pour conaître les plantes, París, Imp. Royale, 1694, vol. I, p. 6.

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menos exitosa materia médica de Dioscórides169. Uno y otro representan los dos presupuestos botánicos del siglo y por los siglos: el remedio ante la enfermedad, y el estudio de las plantas en calidad de seres vivos. Relegando la farmacología, resta responder a la pregunta de ¿cuáles fueron los argumentos esgrimidos por Teofrasto para descubrir los secretos del reino de las flores? Conocer la naturaleza ha sido y es un proceso intelectual regido por un principio morfológico derivado de la identificación visual de sus componentes, pues, como afirma Aristóteles, «preferimos el conocimiento visible a todos los demás conocimientos que nos dan los otros sentidos»170. Hablando en clave evolutiva: mediante la selección natural nos hemos modelado como animales con vista en detrimento de las otras percepciones sensitivas, y, simplemente, hacemos uso de tal facultad. La regla no hace excepción para la ocasión: «La investigación sobre las plantas se centra, generalmente, en las partes exteriores y en la forma en general, o en las partes internas»171. La finalidad es comparativa, hay que definir cada especimen comparándolo con el resto: «En las plantas hay que investigar qué partes son las comunes a todas y cuáles propias de cada especie, y cuáles de entre éstas son las mismas siempre»172. La dificultad del proceso estriba en «saber qué es lo que hay que llamar partes y qué es lo que no»173. Con esta proposición se reconoce la temporalidad de las estructuras vegetales: hojas, flores y frutos se alternan según la estación gracias a una capacidad genésica que define el mundo de las plantas como una naturaleza inconstante, en continuo desarrollo, otorgándoles un orden diferente del que poseen los animaParticular fortuna tuvieron los comentarios a la obra de Dioscorides realizados por Pietro Andrea Mattioli, Dei discorsi nelli sei libri di Pedacio Dioscoride Anazarbeo, della materia medica, Venecia, 1544, que en 1565 había alcanzado la décima edición. Cf. August Hirsch (ed.), Biographisches Lexikon der hervorragenden Ärzte aller Zeiten und Völker, Verlag von Urban & Schwarzenberg, MunichBerlín, 1962. Sobre el tema cf. Jerry Stannard, Herbs and Herbalism in the Middle Ages and Renaissance, Aldershot, Ashgate, 1999. 170 Aristóteles, Metafísica, Madrid, Espasa Calpe, 1988, pp. 35-36. 171 Teofrasto Historia de las plantas, Madrid, Gredos, 1988, p. 61. 172 Ibidem. 173 Ibidem, p. 59. 169

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les: «no hay que creer que en general y en todos los aspectos, se comporten lo mismo plantas y animales»174; aunque no faltan analogías. Las plantas cambian su aspecto estacionalmente, y esta propiedad no la olvida Teofrasto al formular su clasificación. Por su perennidad, la raíz, el tallo, y las ramas identifican las formas vegetales, y a su distribucción responden los cuatro esquemáticos arquetipos, árboles, arbustos, subarbustos e hierbas, que dan sentido y orden al reino de las plantas. Así, utilizando una sistemática rudimentaria reglada por una sencilla analogía estructural, Teofrasto construye un marco científico elemental, útil para ordenar los conocimientos adquiridos y ofrecer una visión global de un grupo de seres vivos caracterizados por una diversidad y multiplicidad de formas que dificulta su estudio. La planta, afirma, «es algo complicado, múltiple, y es difícil de definir en términos absolutos»175. Heterogeneidad que le obliga a diferenciar dos niveles de organización tipológica: plantas análogas, distinguibles no por las partes de que constan sino por su disposición, forma, tamaño, número, color, etcétera; y otras que no tienen «raíz ni tallo ni ramas principales, ni ramas secundarias, ni hojas, ni flor, ni fruto ni tan poco corteza o corazón, fibras o venas», pero sí la cualidad de plantas176. Idéntica conclusión alcanzó John Ray finalizando el siglo XVII en su Historia generalis plantarum, hablando de plantas perfectas e imperfectas. Como él, los predecesores y coetáneos del naturalista inglés demostraron la viabilidad del proyecto botánico de Teofrasto quien, como afirma Adolphe Richard en el Dictionnaire Universel d’Histoire Naturelle, describe «no sólo las plantas de Grecia cuyo uso las hacía más dignas de atención, nos da ya algunas nociones sobre estructura y fisiología vegetal»177. Su legado es un manual por escribir, un sumario de materias y contenidos compilado a partir del siglo XVI, en cuya redacción participaron los botánicos napolitanos. Sepamos quiénes y cómo. Ibidem, p. 61. Ibidem, p. 64. 176 Ibidem. 177 Adolphe Richard, «Botanique», en Charles Dessalines d’Orbigny, Dictionnaire Universel d’Histoire Naturelle, París, 1842, vol. 2, p. 724. 174 175

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Lámina botánica perteneciente a la obra de P.A. Mattioli, Comentarii Secundo Aucti, in Libros Sex Pedacii Dioscoridis Anazarbei de Medica Materia, Venecia, 1558

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Viejos y nuevos botánicos Fuera de duda quedan las relevantes aportaciones realizadas por los naturalistas italianos al conocimiento del reino vegetal. Limitándonos al período que nos ocupa, Ulisse Aldrovandi, Andrea Cesalpino, Prospero Alpini, Pietro Andrea Mattioli, a través de sus herbarios, desde los jardines regentados, con sus enseñanzas universitarias y sus publicaciones, testimonian el aserto. No es por casualidad que el primer jardín botánico se fundase en Pisa, y que dos años más tarde, en 1545, corrieran pareja suerte las ciudades de Padua y Florencia178. Sin embargo, el reino napolitano no mostró tanta diligencia a la hora de fundar un jardín de tutela pública. Por entonces la actividad botánica napolitana tiene una dimensión privada y la Universidad recibe fundadas críticas por sus carencias en la materia. Todavía en 1681 Leonardo di Capua señalaba la necesidad de completar la enseñanza creando un jardín de simples a cargo de profesionales cualificados179. Cerca de dos siglos necesitó el estamento gubernativo para atender la petición y establecer un orto universitario que abrió sus puertas despacio180. En esta historia no falta la anécdota, y el jardín palaciego erigido por la corona de Aragón durante la segunda mitad del siglo XV se presenta como el antecedente más relevante en la cronología botánica napolitana. Conocido como Poggio Reale, ciertamente no era un establecimiento científico sino un lugar de recreo destacable tanto por la arquitectura181 como por el valor botánico y zoológico de un recinto que responden al fasto propio de cualquier corte europea que se precie: «entre otros lugares amenos, y placenteros, que hay fuera de 178 Cf. Giusseppe Catalano, Storia dell’Orto botanico di Napoli, Nápoles, Guglielmo Genovese, 1959, p. 68; A. Chiarugi, «La date di fondazione dei primi Orti botanici del mondo», Nuevo Giornale Botanico Italiano, vol. LX, nº 4, 1953. 179 Lionardo di Capua, Del parere, Colonia, 1714, vol. II, p. 135. 180 El jardín botánico de la Universidad de Nápoles fue creado durante el mandato de José Bonaparte por decreto de 28 de diciembre de 1807, e inició su actividad en 1809. 181 Sebastian Serlio, Architettura, in sei libri divisa, Venecia, Giacomo Hertz, 1663, pp. 221-225, reproduce cinco planos, dos en planta y tres en alzado, del Poggio Reale.

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la ciudad, está un palacio, llamado Poggio Reale, que el rey Alfonso hizo edificar para su diversión»182. Fue opinión general, recuerda Fernández de Oviedo en su crónica americana, que el, castellanizado, Pujo Real era «el principado de todas las huertas de más excelentes frutas que los cristianos poseían»183. A su cualidad de vergel unía la ornamentación floral y no faltaba un orto destinado al cultivo de plantas medicinales. Había estanques para practicar la pesca, una reserva de caza que el poeta convirtió en un «bosque más grande que el bosque de Vincennes»184, y una célebre casa de fieras donde se podían admirar una jirafa y una cebra regalos del califa de Bagdad185. El horizonte faunístico de la vieja Europa se extendía hasta África. El Parque Real fue destruido en 1528 durante el asedio al que fue sometida la plaza por las tropas francesas186. Algunas décadas después los olivos, palmeras, naranjos, higueras, granados, perales, manzanos y laureles de la decadencia monárquica dieron paso al primer establecimiento botánico con rango científico. Se trata del mencionado jardín de los simples Ibidem, p. 221. Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, 1535 (cit. por la edición de José Amador de los Ríos, Madrid, Real Academia de la Historia, 1851, t. I, lib.VII, cap. XIV, p. 280). 184 El poema, titulado Vergier d’Honneur, lo reproduce Foucemagne en las Menorias de la Acc. dell. Iscr., t. XVII. Una versión corregida se encuentra en Ritis (1835), pp. 132-5, quien afirma que fue escrito durante el breve reinado, 1494, de Alfonso II. También V. Giacomini, «L’Orto botanico di Napoli», en Orti botanici delle Università italiane, Nápoles, 1965, p. 90. 185 Cf. Charles Singer, Histoire de la biologie (ed. de F. Gidon), París, Payot, 1934, p. 139. Similar afirmación se recoge en Jakob Burckhardt, La civiltà del rinascimento in Italia, Florencia, Sansoni, 1927, vol. II, p. 15, que indica como referencia el De magnificentia de Pontano. 186 Alfonso V de Aragón conquistó Nápoles definitivamente en 1442 frente a los intereses de la Casa de Anjou. Su hijo, Fernando I, ocupo el reino napolitano en el periodo 1458-1494. Las tentativas francesas por recuperar la herencia de los Anjou se iniciaron en 1494 bajo los intereses del monarca Carlos VIII, y continuaron durante las primeras décadas del siglo XVI, culminando con el asedio que la plaza sufrió en marzo de 1528 a manos del ejercito francés, al mando del mariscal Lautrec, que, diezmado por la peste y abandonado por sus aliados, la escuadra naval genovesa de Andrea Doria, fue expulsado en agosto de ese mismo año. Benedetto Croce ofrece en su obra La Spagna nella vita italiana durante la Rinascenca, Bari, Laterza & Figli, 1917, un interesante relato sobre la corte napolitana de Alfonso V. 182 183

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fundado por Gian Vicenzo Pinelli187 en la colina de los Milagros. Su período de actividad fue corto —no sobrepasó el año 1558, fecha del traslado de Pinelli Padua188—, sin embargo, gracias al desahogo económico del mecenas, albergó una notable colección de plantas, muchas importadas, que recreaban un espacio vegetal abierto a curiosos y estudiosos. Bartolomeo Maranta se cuenta entre ellos, y diversas observaciones de su conocido tratado botánico sobre los simples fueron realizadas en el orto napolitano189. El nuevo teatro natural muestra la diversidad vegetal reconociendo en la botánica una tarea colectiva. El jardín deja de ser un recinto aislado, dedicado al mero cultivo de plantas, para convertirse en un centro botánico gobernado por el estudio y el intercambio científico190. El recinto pinelliano indica un cambio pero, en cualquier caso, es un suceso demasiado parco en testimonios como para representar algo más que el punto de partida de la botánica renacentista napolitana hacia nuevos derroteros. 187 Para su biografía cf. Michaud, Biographie universelle, ancienne et moderne, Graz-Austria, Akademische Druck-U. Verlagsanstalt, 1970, pp. 359-60; Paolo Gualdo, Vitae Johannis Vicentii Pinelli, patrici genuensis, Augustae Vindilicorum, 1607; Antonio Cappellini, «Un mecenante genovese a Padova (Gianvicenzo Pinelli)», Giornale Storico e Letterario della Liguria, XIII, fasc. II, 1937, pp. 129-134; Guilielmo Bates, Vitas selectorum vivorum eruditorum, Londres, 1681, p. 322; Biografia degli uomini illustri del Regno di Napoli, Nápoles, Nicola Gervasi, 1820, t. 7; N.F. Faraglia, «Fabio Colonna linceo», Archivio Storico per la Province Napoletane, X, 1885, p. 680, nota 2. Del jardín dan testimonio Bartolomeo Maranta, Methodi cognoscendorum simplicium libri tres, Venecia, 1559, dedicatoria; Joseph Pitton de Tournefort, Institutiones rei Herbariae, París, 1719, vol. I, p. 37; Kurt Sprengel, Historia rei herbariae, Amsterdam, 1807-8, vol. I, p. 363; Giovanni Battista De Toni, Spigolature aldrovandiane 18: lettere di G.V. Pinelli bibliografo del sec. XVI, Roma, 1920. 188 La fecha de fundación es incierta pero teniendo encuenta que Vicenzo Pinelli nace en Nápoles en 1535 y su viaje a Padova se produce en 1558, es de suponer que la actividad del jardín no alcanzaría una década. 189 Cf B. Maranta, Methodi cognoscendorum simplicium, Venecia, 1559, dedicatoria a Vincenzo Pinelli. 190 Charles l’Ecluse, Aldrovandi, Joachim Camerarius, Girolamo Mercuriale, Giacomo Antonio Cortuso, Honorius Belli, entre otros, participaron en este intercambio de plantas secas, semillas e información. Cf. tanto la correspondencia de Vicenzo Pinelli como la de Ferrante Imperato. Una primera aproximación puede realizarse en A. Neviani, Ferrante Imperato speziale e naturalista napoletano con documenti inediti, Roma, Instituto Nazionale Medico Farmacologico Serono, 1936.

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¿Qué argumentos sobre la vida vegetal gobiernan el tránsito de siglo? Dos idearios diferentes lo definen. Uno pertenece al pasado, simboliza el conocimiento mágico de la vida, y, consecuentemente, tiene a Gian Battista Porta como representante. Simultánea a esta opción hay una propuesta con futuro, deudora del modelo elaborado por Vicenzo Pinelli y partícipe en definir la naturaleza como una historia natural, es decir a través de un conocimiento directo de los animales, vegetales y minerales que la componen al objeto de describirlos tal y como se observan. El cometido resulta de la actividad desplegada por dos personajes a los que hemos prestado atención en páginas precedentes, se trata de Fabio Colonna y Ferrante Imperato. Hablamos de viejos y nuevos botánicos. La figura del maestro Porta191 representa al sabio aglutinador de saberes. Agricultura, botánica, zoología, química, mecánica, astrología, hidráulica, geometría, óptica, fisionómica, nemotécnica, ingeniería, quiromancia, se practicaban en su liceo enarbolando la bandera de un empirismo, observar y experimentar, tendencioso, con el cual pretende renovar el pasado y construir la ciencia moderna. Sin embargo, Porta describe una naturaleza misteriosa regulada por la misma irracionalidad que critica. No le falta razón a Francesco Redi al afirmar que Porta, «hombre curioso y muy docto, en ésta y en otras muchas cosas había sido demasiado crédulo»192. Su interpretación de los fenómenos naturales es intuitiva y su saber sibilino, elementos necesarios para construir un mundo de cualidades que pueden transmutarse de unos miembros a otros. ¿Qué representa el reino vegetal en 191 Para su biografía cf. Giuseppe Gabrieli, Contributi alla storia della accademia dei Lincei, Roma, Accademia Nazionale dei Lincei, 1989, 2 vols. (el vol. I, pp. 687-761, recoge la relación de su obra impresa, manuscritos y correspondencia); Fr. Colangelo, Vita di G.B. Porta, Nápoles, 1818; F. Fiorentino, «Della vita e delle opere di G.B. Porta», Nuova Antologia, 1880; Michaud, Biographie universelle, ancienne et moderne, Graz-Austria, Akademische Druck-U. Verlagsanstalt, 1970, vol.34, pp. 124-6; Dizionario biografico degli italiani, Roma, Istituto della enciclopedia italiana, 1989 vol. XXXVII, pp. 170-9. Un amplio análisis de sus obras se ofrece en Henri Gabriel Duchesne, Notice historique sur la vie et les ouvrages de J.B.Porta, geltilhomme napolitain, París, Poigne, an IX, 1801. 192 Francesco Redi, Esperienze intorno alla generazione degli insetti, Florencia, 1668, p. 81.

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este contexto? Al personaje de sabio-mago que Porta interpreta le corresponde ser una persona «muy inteligente de la naturaleza de los simples, no un sencillo herbolario sino un gran investigador de las plantas»193. El resultado de esta investigación es la Phytognomonica, ciencia que estudia las propiedades de los vegetales relacionándolas con su morfología194. Porta, no contento con escribir un tratado sobre fisionomía humana, invadía también el reino vegetal. Años después ni siquiera el cielo escapó a su totalitarismo. Fruto de esta amplitud de miras fue una trilogía fisionómica que define el universo como un sistema de signos morfológicos195. Dentro de esta especulación intelectual la botánica es otro componente mágico, forma parte del rostro de la naturaleza cuyo libro está escrito en relieve, y descifrar los signos ha sido el método con el cual «he avanzado tanto en la penetración de los secretos naturales, y en tantas sutilísimas especulaciones y nuevos inventos», afirma196. Porta hace suya la tradición aristotélica, recuperando la idea de materializar el alma mediante la forma del cuerpo. Durante los ocho capítulos que componen su obra las plantas se arrogan de propiedades transmutables análogas a las que poseen los astros, los animales y el hombre, con quien mantienen numerosas semejanzas197. Rasgos que, por ejemplo, corresponden a su hábitat —acuáticas, terrestres, de climas fríos, de montaña, cultivadas, silvestres—, que revelan su parecido físico con el hombre y los animales —cabello, dientes, manos, dedos, ojos, flores con forma de mariposa, hojas de tipo córneo, frutos con forma de cresta—, o se relacionan con enfermedades —hojas con manchas, tallos escamosos, frutos grumosos—, o son propios de la conducta humana —alegres, tristes, simpáticas, antipáticas—, o se vinculan a los astros por su color —dorado pertenece al Sol, blanco a la Luna, rojo a Venus, amariG. B. Porta, Della Magia Naturale, Nápoles, Antonio Bulifon, 1677, p. 4. «La fitognomónica es el estudio de las cualidades de las plantas por su forma»; G. B. Porta, Phytognomonica, Nápoles, Orazio Salviani, 1588, lib.1, cap. XXII, p. 32. 195 La trilogía la componen sus obras De humana physognomonia; Phytognomonica; y Coelestis physiognomoniae. 196 Carta al cardenal D’Este, Nápoles 27 giugno de 1586; rep. en F. Fiorentino, «Della vita e delle opere di G. B. Porta», Nuova Antologia, 1880, p. 267. 197 G. B. Porta, Phytognomonica, Rouen, 1650, p. 3. 193 194

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llo a Jupiter—. Este lenguaje de semejanzas se traduce en un compendio de cualidades análogas a los elementos representados, que las plantas pueden transmitir a todos los mortales. ¿Es la Phytognomonica un método de clasificación? En 1763 Michel Adanson responde afirmativamente. En su obra Familles des plantes califica el sistema de ordenación propuesto por Porta como uno de los métodos universales o generales de botánica, afirmando que «La idea y el método que ha fundado es muy ingenioso, y contiene al menos tantas verdades como falsedades», aunque ninguna de las siete clases establecidas fuese natural198. ¿Es correcto el planteamiento? Reduciendo el concepto de clasificación al de agrupación, la Phytognomonica es un erróneo intento por conseguirlo. Porta construye los grupos sin relacionar las plantas entre sí, pues la pertenencia a una u otra clase depende de sus analogías morfológicas con elementos ajenos a los vegetales. Por este motivo su método no ofrece una explicación general de la naturaleza. La finalidad que rige su agrupación no es determinar los vínculos existentes entre las diferentes especies, sino ordenarlas atendiendo a sus propiedades para que el hombre pueda corregir las enfermedades199. Su botánica es fisiocrática, busca explotar los recursos y no hay utilidad alguna en conocer la diversidad vegetal: «la industria del cultivo tiene tantas especies que pretender contar sus variedades juzgo sea obra de una mente no sana, careciendo la tarea de alguna utilidad»200. El resultado es una teoría vegetal integrada en una explicación cosmológica que identifica a los diferentes miembros del sistema —animales, plantas y astros— por cualidades que se repiten y se reconocen en su forma, siguiendo una interpretación antropocéntrica que dispone la naturaleza al servicio del hombre201. 198 Michel Adanson, Famille des plantes, París, Vincent, 1763, vol. I, p. XIIJ. Las siete clases se dividen en 47 secciones, de las cuales, en opinión de Adanson, sólo 2 eran naturales. 199 G. B. Porta Porta, Phytognomonica, Nápoles, Orazio Salviani, 1588, p. 22. 200 G. B. Porta, Della Magia Naturale, Nápoles, Antonio Bulifon, 1677, p. 82. 201 Sobre la materia médica en la obra de Porta cf. Wolf-Dieter Muller-Jahncke, «Die Phytognomonica Giovan Battista Della Portas als medicinische signsturenlehre», en Maurizio Torrini (coord.), Giovan Battista Della Porta nell’ Europa del suo tempo, Nápoles, Guida, 1990, pp. 93-99. También Massimo Luigi Bianchi, Signatura rerum. Segni, magia e conoszenza da Paracelso a Leibniz, Roma, Edizioni dell’Ateneo, 1987, pp. 90-92.

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Retrato de Gian Battista Porta incluido en su De distillatione, Roma, 1608

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La figura y la obra botánica del sabio napolitano también mereció la reivindicación nacionalista que corresponde al siglo XX. Es el caso de la propuesta realizada por Augusto Béguinot el segundo año de la centuria202, donde se analiza la Phytognomonica con la generosidad de cualquier rehabilitación. El artículo promueve la confusión, necesaria para justificar la existencia de un temprano Humboldt, para considerar la obra un antecedente del Essai sur la géographie des plantes203 y descubrir entre sus páginas una prematura teoría sobre la adaptación de las especies al medio. ¿Cuál es el error? La equivocación se produce por ignorar el carácter mágico que gobierna la naturaleza según Porta. Así, cuando formula la hipótesis de que los vegetales cambian de morfología al modificarse el sustrato, no es como consecuencia de un proceso adaptativo sino por la transmutación de las cualidades presentes en el terreno, fenómeno responsable del cambio de aspecto, y resulta falaz ver en esta explicación un testimonio sobre la teoría de la transformación de las especies204. Enjuiciar un proceso sólo por el resultado, ignorando el procedimiento, es un acto de tergiversación. Para Porta, como bien afirma Béguinot, «el ambiente ejerce una indiscutible influencia durante toda la vida de la planta»205, pero no es transformando las especies por adaptación al medio sino como consecuencia del intercambio de propiedades. Acontecer que define las relaciones entre los diferentes objetos naturales que componen este universo cualitativo, identificado por una morfología que cambia simultáneamente con las propiedades. Cuando Porta agrupa las plantas según el lugar que habitan no está proponiendo una distribución bio-geográfica del reino vegetal sino describiendo su localización. Su ordenación se rige por un criterio de utilidad alejado todavía de la relación espacio-tiempo que la teoría tendrá en el siglo XIX. En este campo Porta es un ídolo con los pies de barro. ¿Qué es un jardín botánico para Gian Battista Porta? La respuesta tiene en cuenta la identidad que se establece entre magia y naturaleza. 202 Augusto Béguinot, «Intorno ad alcuni concetti sulla distribuzione geografica delle piante contenuti nell’opera Phytognomonica di G.B. Porta», Bolletino della Società Botanica Italiana, 1902, pp. 140-150. 203 Alexander Humboldt, Essai sur la géographie des plantes, París, LevraultSchoell, 1805. 204 A. Béguinot (1902), p. 143. 205 Ibidem, p. 145.

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Para un científico capaz de admitir que las plantas al cambiar de hábitat cambian de forma perdiendo todas sus propiedades206; que mezclando diversas semillas pueden obtenerse frutos compuestos207; que de la putrefacción, a modo de generación espontánea, nacen nuevas plantas208; que no duda de la capacidad de las cornamentas de los ciervos, y otros animales, para generar plantas209; que rinde culto al lapis philosophorum210 y cree en la existencia de un ungüento medicinal de origen vegetal capaz de sanar cualquier enfermedad211, necesariamente el jardín botánico adquiere una dimensión alquimista, es un vergel donde se manipulan las propiedades de los vegetales. Podríamos catalogar a Porta como uno de los miembros más cualificados del grupo de soñadores, dedicados a fabular virtudes mágicas en las plantas relacionándolas con su morfología, que Francesco Redi critica y refuta experimentalmente212. Los nuevos botánicos tienen un criterio diferente, tratan de conocer la naturaleza observándola lejos de las adivinanzas y los signos de interrogación. Atendiendo a los resultados podemos definir esta etapa por dos singularidades: la elaboración de un ingente herbario y la contribución al diseño de una taxonomía botánica más rigurosa, sustentada en elementos morfológicos más precisos. La renovación estuvo protagonizada por naturalistas como Gesner, Jung, Cesalpino, Gaspard Bauhin, Lobel y Fabio Colonna, y sirvió de preámbulo a los sistemas de clasificación propuestos por John Ray y por Tournefort finalizando el siglo XVII213. G. B. Porta, Della Magia Naturale, Nápoles, Antonio Bulifon, 1677, lib. 3, cap.II. Ibidem, lib. 3, cap. III. 208 Ibidem, lib. 3, cap. I. 209 Ibidem. 210 Cf. la correspondencia de Porta con el cardenal D’Este, particularmente la carta fechada en Nápoles, 14 mayo de 1583, donde Porta relata los vericuetos que le han llevado a conocer la fórmula mágica para obtener la piedra filosofal. La correspondencia se reproduce en F. Fiorentino, «Della vita e delle opere di G.B. Porta», Nuova Antologia, 1880, pp. 251-294. 211 G. B. Porta, Della Magia Naturale, Nápoles, Antonio Bulifon, 1677, p. 295. 212 Francesco Redi, Osservazioni intorno alle vipere, citamos por la edición en Opere, Nápoles, Michele Stasi, 1778, 2ª ed., pp. 19-20. 213 John Ray, Methodus plantarum nova, 1682, Londres; Joseph Pitton de Tournefort, Elémens de botanique, ou Méthode pour connaître les plantes, París, Imprimerie Royale, 1964, 3 vols. 206

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Herborizar era una tarea común en toda Europa con la ubicua intención de catalogar la variada flora que puebla el viejo continente. Así, el herbario adquiere un doble valor pues no deja de ser la principal herramienta de trabajo y se convierte en una fuente inagotable de conocimiento. Ésta fue una de las labores prioritarias desempeñadas por Ferrante Imperato, cuyo cometido tuvo la repercusión institucional propia del museo de Historia Natural que regentaba y ya hemos visitado. Un espacio dedicado al coleccionismo, un Theatro di Natura, como él lo define214, donde se muestran los especímenes animales, vegetales y minerales con el fin de exhibir las múltiples formas que componen la naturaleza. Como afirma Aldrovandi «no he dejado en mi época de describir todas las cosas naturales, animadas e inanimadas, que han caído en mis manos, ni de hacerlas dibujar y pintar por distintos dibujantes y pintores, porque yo conocía que, verdaderamente, éste era el camino para dar fruto a la posteridad»215, metodología que podemos aplicar al caso napolitano pues ambos naturalistas compartieron muestras, información e ideología (también Charles l’Ecluse, Johann Faber, Vicenzo Pinelli, Michele Mercati, Giovanni Battista Fulcheri e Ippòlito Agostini, entre otros, formaron parte del exitoso elenco de sus correspondientes)216. 214 Con esta denominación se refiere Imperato a su Museo en carta dirigida a Ippòlito Agostini de fecha 25 de septiembre de 1597. Idéntica denominación usa en la correspondencia con Johann Faber, Nápoles, 6 de abril de 1612. Reproducidas en A. Neviani, Ferrante Imperato speziale e naturalista napoletano con documenti inediti, Roma, I. N. M. Farmacologico Serono, 1936, p. 39; y Fabrio Cortesi, «Alcune lettere inedite di Ferrante Imperato», Annali di botanica, vol.VI, 1908, p. 128; respectivamente. 215 Biblioteca Universitaria de Bolonia, fondo Aldrovandi, ms. 70, c.IV; rep. en Mª Cristina Tagliaferri, «La botanica nel secolo XVI», en Antonella Maiorino et al. (eds.), L’erbario dipinto di Ulisse Aldrovandi: un capolavoro del Rinascimento, Como, Ace International, 1995, p. 64. 216 Para la correspondencia y relaciones de Imperato con Agostini, Aldrovandi, L’Ecluse, Faber, Fulcheri y Pinelli, véanse Neviani (1936); Cortesi (1908); G. Fantuzzi, Memorie della vita di Ulisse Aldrovandi medico e filosofo bolognese, Bolonia, Lelio dalla Volpe, 1774; G.B. de Toni, «Il carteggio degli italiani col. botanico C.Clusius», Mem.R. Accad. di Modena, X., 1911; A. Nannizzi, «Due lettere inedite del naturalista napoletano Ferrante Imperato al senese Agostini», Lavori dell’Istituto Botanico di Siena, I, 1922; Alessandro Tosi (ed.), Ulise Aldrovandi e la Toscana. Carteggio e testimonianze documentarie, Florencia, Olschki, 1989.

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Frontispicio de Minus cognitarum rariorumque, Roma, 1616

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Además del herbario existía un jardín colgante —giardino pensile—, referido por Imperato en su correspondencia con Pinelli, compuesto por meros recipientes destinados al cultivo de plantas, que posiblemente estaban situados en la terraza de su casa, inmediata al palacio Gravina sede del Museo217; terreno donde, tal vez, cultivase los simples necesarios para desempeñar su oficio de boticario. Profesión que le aportó merecida fama, siendo, ya en su juventud, uno de los ocho miembros que componían el regio y sacro Consiglio de sabios que dictaba la norma farmacológica en Nápoles218. El conjunto debió de constituir el giardino dei semplici referido por Imperato en sus cartas219. Sin embargo, es su herbario el que le capacita como capítulo aparte de la historia botánica napolitana. La colección estaba formada por 80 volúmenes de, aproximadamente, 400 plantas cada uno, preparadas según una técnica propia destinada a mantener la forma y el color originales220, conservados en las dependencias del museo con el título de Collectio plantarum naturalium. El herbario, continuado por su hijo Francesco tras su muerte, fue un repertorio botánico conocido en toda Europa durante dos siglos, que a finales de la centuria ilustrada todavía era objeto de curiosidad y consulta. Tan monumental obra llegó al siglo XX muy disminuida. La perdida más notable se produjo durante la peste de 1656, recuperándose sólo nueve volúmenes de la primigenia colección que fueron adquiridos por el pintor y botánico napolitano Sante Cirillo. En el siglo XVIII, el diezmado repertorio pasó a manos de su sobrino, el médico y naturalista napolitano Domenico Cirillo, quien fue ajusticiado por participar en el levantamiento partenopeo. El incidente provocó la destrucción de sus pertenencias, salvándose un único volumen de los nueve que poseía del 217 Cf. Valerio Giacomini, «L’Orto botanico di Napoli», en Orti botanici delle Università italiane, Nápoles, 1965, p. 91; Neviani (1936), pp. 40 y 74, donde se reproduce dicha correspondencia. También Fabio Colonna, Fitobasanos sive plantarum aliquot historia, Neapoli, 1592, Ad lectorem, testimonia la práctica botánica realizada por Imperato en su museo. 218 Cf. Bartolomeo Maranta, Della theriaca et del mithridato libri due, Venecia, Marcantonio Olmo, 1572, dedicatoria a Imperato. 219 Cf. las cartas reproducidas en Cortesi (1908). 220 N. F. Faraglia, «Fabio Colonna linceo», Archivio Storico per la Province Napoletane, X, 1885, p. 682.

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herbario. La reliquia se conserva actualmente en la napolitana Biblioteca Nacional221. Por su parte, la figura de Fabio Colonna representa la propuesta teórica, testimonia la preocupación de los botánicos por conocer las plantas estableciendo un nuevo orden que, mediante el uso de otros elementos morfológicos, sirva para construir un modelo sistemático más preciso. El empleo de la flor, el fruto y la semilla, en detrimento de la hoja, es el criterio utilizado por Colonna para diferenciar los géneros vegetales; un método original opinará Cuvier222. Camino iniciado por Gesner, continuado por Cesalpino y mejorado por Colonna. «No se si él había leído las partes de Gesner y de Cesalpino que acabo de citar, pero estoy muy persuadido de que era capaz de conocer por sí mismo una verdad de tal importancia»223, afirma Tournefort acentuando un exagerado elogio. El Tesoro mexicano224, Fitobasanos, y El volumen fue adquirido en el siglo XIX por Camillo Minieri Riccio quien lo donó a la BNN donde se conserva con la signatúra Ms.XIV.D.43. Consta de 536 pp. e incluye 428 ejemplares de plantas disecadas, cuya relación puede consultarse en Anna Maria Ciarallo, «L’erbario di Ferrante Imperato», Museologia Scientifica, III, nº 3-4, luglio-dicembre, 1986, pp. 183-213. Sobre el tema cf. también Domenico Cirillo, Entomologiae Neapolitanae, specimen primun, Nápoles, 1787, «praefatio»; Anna Maria Ciarallo, «Gli erbari storici della Biblioteca Nazionale de Napoli», en Atti del Convegno 150º HCI-Collezione botaniche e ricerca scientifica (Firenze, 16/18, settembre, 1992), Florencia, Museo Botanico dell’Università, 1993, pp. 549-554; Anna Maria Ciarallo, «Ferrante Imperato e le origini del Museo naturalistico», Museologia, nº 10, julio-diciembre, 1981, pp. 50-59; Andrea Russo, «Ferrante Imperato farmacista naturalista», Atti del Convegno della Marca Fermana per la Storia della Medicina, Fermo, 4-5 mayo, 1957, pp. 111-115; Italo Giglioli, Sopra l’erbario di Ferrante Imperato, giá appartenuto a Domenico Cirillo, ecc, Portici, 1901; Camillo Minieri Riccio, Breve notizia dell’erbario de Ferrante Imperato, Nápoles, 1863; Neviani (1936), p. 38, donde se cuestiona la identidad del volumen conservado en la BNN. Las investigaciones paleográficas han datado el herbario hacia la segunda mitad del siglo XVI; Ciarallo (1986), (1993). Para su biografía véase también Biografía degli uomini illustri del Regno di Napoli, Nápoles, Nicola Gervasi, 1822, t. 8. 222 G. Cuvier, Histoire des sciences naturelles depuis leur origine jusqu’a nos jours chez tous les peuples connus, París, Fortin/Masson, 1841-1845, vol. II, p. 205. 223 J. P. de Tournefort, Elémens de botanique, París, Imp. Royale, 1694, vol. I, p. 18. 224 Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesarus, Roma, Basius Deursinus et Zanobius Masottus, 1651 (esta edición lleva también la siguiente portada Nova Plantarum animalium et mineralium Mexicanorum historia / a Francisco Hernández). Se 221

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Ekphrasis componen la trilogía botánica escrita por Colonna sobre la que Tournefort vierte su efusivo verbo. Aportaciones que, si no iluminan tinieblas, ofrecen, como recuerda Albert Haller, novedades sobre «los géneros, las clases y a los caracteres de las plantas similares a las que se observan en los más recientes inventores»225. La exactitud de las descripciones, junto a la calidad y minuciosidad de las ilustraciones —Colonna sustituyó la xilografía por la calcografía para realizar los grabados de sus obras226 y, al igual que Gesner y Camerarius, cada figura incluye el dibujo en detalle de flores y frutos, añadiendo a la figura general la representación separada de los órganos reproductores227—, son cualidades ampliamente reconocidas (Haller, Ray, Tournefort, Linneo Adanson, Cuvier, Sprengel, Biuur228). Su obra trata de una edición comentada, realizada por los miembros de la Accademia dei Lincei tomando como punto de partida la recopilación realizada por Antonio Recchi de las observaciones zoológicas, botánicas y mineralógicas realizadas por Francisco Hernández en México durante el período 1571-1577 por encargo del monarca español Felipe II. El jesuita Schreck había sido elegido para coordinar la parte botánica de la obra, pero al trasladarse a China como misionero la tarea paso a manos de Colonna quien enriqueció el original con amplias anotaciones. Al trabajo de Recchi se refiere Colonna en su Fitobasanos, 1592, p. 50. Ferrante Imperato en carta dirigida a Clusius, Napoli 7 de enero de 1598, relata los vicisitudes que impidieron la publicación en España del material recolectado por Hernández en América; la carta se reproduce en Ignacio Jordán de Asso, Cl. Hispaniensium atque exterorum epistolae, Zaragoza, tip. Regia, 1793, pp. 101-3. Sobre la labor botánica de los Lincei en Nápoles consúltese Gabriella Belloni Speciale, «La ricerca botanica dei Lincei a Napoli: corrispondenti e luoghi», en F. Lomonaco & M.Torrini (eds.) (1987), pp. 59-79. 225 Cf. Ritis (1835), p. 141. 226 Su obra fitobasanos fue uno de los primeros libros de botánica italianos donde se utiliza la calcografía, planchas de cobre, para la reproducción gráfica, sustituyendo a las habituales planchas de madera, xilografía. Michele Rak, «L’imagine stampata e la diffusione del sapere scientifico a Napoli tra Cinquecento e Seicento», en F. Lomonaco & M.Torrini (1987), p. 235, la considerá la primera impresión calcográfica botánica italiana, sin embargo Wilfrid Blunt & Sandra Raphael, Gli erbari. Manoscritti e libri dall’antichità all’età moderna, Turín, Umberto Allemandi, 1989, p. 173, otorga este privilegio al herbario de Pietro di Nobili, Roma, alrededor de 1580. 227 Cf. G. Cuvier, Histoire des sciences naturelles depuis leur origine jusqu’a nos jours chez tous les peuples connus, París, Fortin/Masson, 1841-1845, II, p. 206. 228 Jacobus Biuur, «Incrementa botanices», en C. Linne, Amoenitates academicae, Holmiae, 1764, vol. 3, pp. 377-93, p. 380. La disertación tuvo lugar el 11 de junio de 1753 en la Academia de Upsala.

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botánica aporta también la novedad del uso primigenio del término pétalo229, la definición del género no ya por la simple semejanza de las hojas sino «por la flor, por la cápsula, o, por mejor decir, incluso por la semilla»230, y la primera descripción precisa del polimorfismo del fruto en una misma planta231, junto a una dilatada lista de plantas desconocidas hasta entonces232.

Lámina botánica incluida en Minus cognitarum

229 Cf. H. Baillon, Dictionnaire de botanique, París, Hachette, 1886, vol. II, p. 137; Cuvier (1841-45), II, p. 206. 230 Cf. J. P. de Tournefort, Elémens de botanique, París, Imp. Royale, 1694, vol.I, p. 18. 231 Colonna refiere este fenómeno en su obra Fitobasanos al describir la Clymenon dioscoridis. Cf. G. B. Tonni, «Fabio Colonna e l’eterocarpia», Rivista di Biologia, vol.I, 1919, pp. 46-49. 232 Kurt Sprengel, Historia rei herbariae, Amsterdam, 1807-8, vol. I, pp. 43943, ofrece una relación de 91 plantas nuevas descritas por Fabio Colonna.

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¿Qué incidencia tuvo su ideario entre la comunidad científica? La respuesta recoge manifestaciones contradictorias. Si para Michel Adanson el trabajo de Colonna pertenece a una corriente que denomina método histórico, de relación y no de ordenación, y conforma un esplendido repertorio iconográfico, Tournefort lo vincula con la sistemática moderna: «en principio, mi deseo fue convencerme, de una vez para siempre, si era posible encontrar reglas seguras para establecer los géneros y las clases de las plantas; y como me pareció que en las visiones de Gesner, de Cesalpino y de Colonna, iba a parar a mí mismo, creí que sería bueno hacer ver las ventajas que se podían sacar de ellos para el esclarecimiento de la Botánica»233. Más ecuánime se muestra John Ray cuando afirma que junto a la labor de los hermanos Bauhinus, los trabajos de Fabio Colonna, Prosper Alpino, Jacques Cornut, Paolo Boccone, y otros, compusieron una amplia historia de las plantas234. Naturalistas de diferentes épocas y tendencias atestiguan que el corpus botánico elaborado por Fabio Colonna fue conocido y difundido en Europa235, participando en el debate para la construcción de un nuevo plano sistemático. En sus textos botánicos no encontraremos grupos naturales, como acertadamente afirmaba Adanson, pero descubriremos la preocupación por relacionar las plantas J. P. de Tournefort, Elémens de botanique, París, Imp. Royale, 1694, vol. I, p. 20. Cf. Ch. E. Raven, John Ray, naturalist: his Life and works, Cambridge, University Press, 1986, p. 191. 235 En 1593 Colonna envió un ejemplar del Fitobasanos a Clusius quien anotó el hecho en el frontispicio. El libro se conserva en la Bodleian Library. Cf. W. Blunt; S. Raphael (1989), p. 175. Tan poco faltaron en la biblioteca de Robert Hooke las obras de Colonna: Ekphrasis, Roma, 1616; y De Purpura, Kiliae, 1675. Cf. Leona Rostenber, The Library of Robert Hooke. The scientific Book trade on Restoration England (incluye la reproducción facsímil de Bibliotheca Hookiana sive Catalogus Diversorum Librorum, Londres, Edoardum Millington, 1703), Santa Monica, 1989, pp. 223 y 281. En España el naturalista Ignacio Jordán de Asso, elogiando las cualidades de la obra botánica de Colonna, relata las dificultades que existían a finales del siglo XVIII para conseguir un ejemplar del Ekphrasis y el astronómico precio que alcanzaba; cf. Asso, Cl. Hispaniensium atque exterorum epistolae, Zaragoza, tip. Regia, 1793, p. 97, nota 1. El Ekphrasis es uno de los libros de referencia que podemos encontrar en el linneano Systema Naturae; cf., por ejemplo, la descripción del Papilio machaon, tomo I, parte V, p. 2238, de la 13ª ed. a cargo de J.F. Gmelin, Lyon, J.B. Delamolliere, 1789-1794. 233

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atendiendo a un criterio de clasificación preciso y unitario: la flor y la semilla. La exactitud de sus observaciones sobre los órganos de la fructificación y la calidad de sus figuras marcaron la diferencia para Cuvier236. La fitonómica es otro argumento emergente en la obra del botánico Colonna. El argumento nos conduce a su colaboración en la edición del Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesaurus de Francisco Hernández237. Hasta entonces sus reflexiones sobre el tema son escasas, por ejemplo aparecen en su descripción de la Clymenum discoroidis238, pero en las Anotaciones a la obra de Hernández hay referencias diversas239 y la propuesta de realizar un posterior y detenido análisis que no elaboró240. El hecho ha sido correlacionado por Nicola Badaloni con una inequívoca vocación portiana241. La idea ha tenido fortuna y, más recientemente, Alessandro Ottaviani242 retrotrae el vínculo hasta Paracelso. Dediquemos algunas líneas a dilucidar la cuestión. Tempranamente, en su Fitobasanos, Colonna marca distancias frente a la fitonómica. La breve referencia insertada en la descripción del Clymenun no admite discusión. Frases inequívocas puntualizan su posición: «si se cree a los fitonómicos», «lo que no siempre creo»243. Años más tarde, 1628, la situación no ha cambiado. En el Tesoro mexicano su propuesta es idéntica, su acercamiento al tema lo es en segunda persona. Cuando habla de imaginum signis hominis describe un antropomorfo reino vegetal cuyas imágenes, no los hechos, parecen imitar la figura del hombre, imágenes «que los fitonómicos perCuvier (1841-45), II, p. 206. Cf. la reciente edición de Raquel Álvarez; Florentino Fernández (eds.), De Materia Medica Novae Hispanae. Manuscrito de Recchi, Madrid, Doce Calles-Junta de Castilla y León, 1998, 2 vols. Sobre el tema también J.Mª López Piñero; J. Pardo Tomás, Nuevos materiales y noticias sobre la Historia de las Plantas de Nueva España, de Francisco Hernández, Valencia, Universidad de Valencia-CSIC, 1994. 238 Colonna (1592), p. 58. 239 F. Hernández (1651), pp. 849, 850, 852-3, 858-9. 240 Ibidem, p. 852. 241 Nicola Badaloni, Introduzione a G.B. Vico, Milán, Feltrinelli, 1961, p. 24. 242 A. Ottaviani, «La natura senza inventario:aspetti della ricerca naturalistica del linceo Fabio Colonna», Physis, vol. XXXIV, fasc. 1-2, 1997, pp. 53-54. 243 «Si phytognomicis est credendum», «cui nec semper credo»; Colonna (1592), p. 52. 236

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siguen intensamente»244. Y al afirmar que «los signos de las hojas parecen conducir al conocimiento de las virtudes de estas plantas y algunas así lo indican en sus mismos nombres»245, se suscribe un criterio farmacológico y no una propuesta alquimista. La transmutación es una doctrina incompatible con su ideología, pues «Yo siempre he tenido este axioma, que ninguna criatura puede hacer cosa natural alguna por mínima e imperfecta que sea», explica a Francesco Stelluti246. En consecuencia, la fitonómica no es un argumento apto para interpretar el reino vegetal.

Lámina botánica incluida en Minus cognitarum 244

«Quas phytognomici maxime perquirunt», F. Hernández (1651), p. 852. Ibidem, p. 850. 246 Carta de Fabio Colonna a Francesco Stelluti, Nápoles, 15 de septiembre de 1628; rep. en Giuseppe Gabrieli, Il carteggio Linceo, Roma, Reale Accademia Nazionale dei Lincei, 1996, pp. 1181-2. El tema a debate es la quimera alquimista del oro, que Colonna rechaza. Su contribucción al Tesoro mexicano, comienza con una dedicatoria a Federico Cesi fechada en junio de 1628. La coincidencia de fechas demuestra que durante su redacción el lema expuesto a su amigo Stelluti era válido. 245

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En su tránsito del Renacimiento al Barroco la botánica napolitana admite una definición temporal que abarca desde la década de los años sesenta, en el siglo XVI, hasta los primeros decenios del siglo XVII. Su actividad corre paralela al fenómeno institucional derivado de la fundación de academias, jardines y museos, y su propuesta cognoscitiva considera tanto el herbario como la renovación sistemática. La institución representa la experiencia, el hecho observable; el sistema posibilita organizar la información y relacionar las plantas dando sentido a la etapa recolectora. El jardín botánico pierde así su condición de centro sanitario, se convierte en el templo del segundo reino de la naturaleza. Todo aderezado con la magia natural esparcida por Gian Battista Porta, con quien la botánica se hace espíritu. Del cuerpo se ocuparon otros botánicos interesados por conocer las plantas y sus relaciones. Como afirma Foucault, durante el siglo XVI «los signos formaban parte de las cosas», y en el siglo XVII «se convierten en modos de representación»247.

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Foucault (1989), p. 130.

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Lámina botánica incluida en Fitobasanos

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2. LOS INVESTIGADORES

El mundo es una alcachofa es el título de un breve ensayo literario escrito por Italo Calvino248, metáfora que alude a la multiplicidad, dificultad y compactación de la realidad mundana en analogía con la popular hortaliza. Lo interesante para nosotros, como para Calvino en la literatura, es la posibilidad de deshojar indefinidamente la alcachofa de la historia de la ciencia para descubrir nuevas dimensiones del saber.

El filósofo y la máquina En septiembre de 1624, escribía Galileo a Federico Cesi comunicándole el envío de un «instrumento para ver de cerca las cosas mínimas», para «contemplar infinitamente la grandeza de la naturaleza»249. Esta curiosidad sobre el instrumento que Johann Faber denominó microscopio250 y Colonna enghiscopio251, nos sirve para evocar los dos 248 Italo Calvino, Por qué leer los clásicos, Barcelona, Tusquets, 1992, pp. 203205. Calvino es un ejemplo cualificado de la aludida unión de las dos culturas, científica y literaria. En este contexto resultan de gran interés dos aproximaciones suyas a la ciencia desde las letras: «El cielo, el hombre, el elefante», relativa a la historia natural de Plinio el Viejo, y «El libro de la naturaleza en Galileo», incluidas en esta recopilación, pp. 45-55 y 91-97 respectivamente. 249 Carta de Galileo a Federico Cesi de fecha 23 de septiembre de 1624, en Galileo Galilei, Le opere, Florencia, G. Barbera, 1935, pp. 208-209. También en Enrica Schettini, «Teoria e sperimentazione nell’apiario di Federico Cesi», en Atti del Convegno celebrativo del IV centenario della nascita di Federico Cesi, Roma, Accademia Nazionale dei Lincei, 1986, p. 231. 250 Cf. la carta de Faber a Cesi, 13 abril de 1625, donde le comunica que llama microscopio al «ochiale di vedere le cose minute»; rep. en Gabrieli (1989), II, p. 1590. Sobre el origen de los términos microscopio, telescopio, y otros nombres cien-

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significados que el concepto de máquina —toda obra compuesta con arte, según Lucrecio Caro—, tiene para las ciencias naturales: el instrumento y el modelo teórico. Como afirma Galileo, la tecnología es imprescindible para conocer el universo de mínimos inherente al fenómeno de la vida; y además, la representación mecánica del ser vivo —artefacto compuesto por unidades sincronizadas y regulado por leyes conocibles—, es un argumento biológico que ha superado el mecanicismo físico-químico de la época barroca para ser sustituido por la bioquímica y biofísica en el siglo XX. La biognosia ha mejorado la propuesta explicativa y la tecnología médica amenaza con convertir al hombre en un muñeco recambiable, acentuando todavía más el materialismo del cuerpo humano cuya actividad responde a las mismos saberes que regulan la materia en el reino mineral. El componente vivo se diferencia del inerte no por sus átomos sino por una peculiar agregación que lo distingue del medio. La química orgánica nos enseña que los seres vivos no poseen ningún elemento exclusivo. Oxígeno, carbono, hidrógeno y nitrógeno, predominantes en su estructura, se caracterizan por su vulgaridad. La peculiaridad del fenómeno vida reside en la forma de agrupación y no en la composición. Nuestra identidad, unidad, con el mundo inorgánico está definida por un ciclo material que, mediante los vegetales, pone en circulación los elementos químicos que las formas vivas precisan obtener del ecosistema, retornando al mundo inorgánico por el metabolismo de bacterias y hongos252. La vida es un estado cualitativo de una materia en continuo movimiento por el universo terrestre; es, en la tíficos, consúltese el artículo de Giuseppe Gabrieli, «Voci Lincee nella lingua scientifica italiana», Lingua nostra, fasc. IV, luglio, 1940, pp. 87-91 (también Gabrieli (1989), II, pp. 1585-1593). 251 Carta a J. Faber, 6 de junio, 1625. Rep. en Giuseppe Gabrieli, Pràtica e técnica del telescopio e del microscopio presso i primi Lincei, Roma, Reale Accademia d’Italia, 1941, p. 16 (publ. aparte de Rendiconti della Classe di Scienze Morali e Storiche della R. Acc. d’Italia, fasc. 1-5, serie VII, II, 1940). 252 Los vegetales son los únicos organismos pluricelulares capaces de sintetizar moléculas orgánicas, correspondería a la fase productora; los animales no poseen esta capacidad por lo que deben obtenerlas en la alimentación, y finalmente bacterias y hongos, proceso de reducción, restituyen al medio el material inorgánico asimilado por las plantas en la síntesis molecular; cerrando el ciclo.

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terminología de Lamarck, «un orden y un estado de cosas en las partes de todo cuerpo que la posee, permitiendo o haciendo posible en él la ejecución del movimiento orgánico»253. La respuesta de Giordano Bruno y Tomaso Campanella a la pregunta ¿qué es la vida? es relacionar la naturaleza orgánica e inorgánica por su identidad material, sometiéndola al canon científico que Copérnico y Galileo representan. Sin embargo, no podemos incluir en este ideario renacentista los anteriores principios porque el bagaje cognoscitivo de la época impide tal proyección. La hipótesis es que su modelo filosófico permite la aproximación en la distancia, anhela un devenir científico que pruebe sus argumentos transformado el supuesto metafísico en una teoría fisicalista. Por su parte, Porta, Imperato, Colonna, en el tránsito del quinientos al seiscientos, dan entidad a una disciplina, la historia natural, que camina con independencia por su propio santuario: el museo. En este momento de la historia natural la palabra acompaña a los hechos e, incluso, los precede, forma parte sustancial de un saber básicamente inductivo. Es juez y parte a la hora de dictaminar sobre fenómenos accesibles al intelecto humano sólo mediante la abstracción filosófica.Teoría y práctica conjugarán tiempos diferentes del verbo investigar hasta alcanzar el modelo hipotético-deductivo que hoy practicamos. Nuestra exploración de la naturaleza requiere siempre un esfuerzo sistematizador que dé sentido y orden a los animales, minerales y plantas que habitan el planeta. El sabio naturalista de la centuria barroca enarbola esta bandera con la ayuda, ahora, del microscopio, pero, además, contempla el ser vivo como una máquina sometida a las leyes de la mecánica. La vida es un fenómeno físico regulado por fórmulas matemáticas y será objeto de definición al hilo de la renovación galileana, convirtiéndose en un proceso cuantificable y predecible. Objetivo primero y último del saber. La inmediata consecuencia de tal planteamiento es la definición del concepto cuerpo-máquina y el empleo de la disección anatómica como vía de conocimiento. «Hoy todo se disecciona, todo se abre, tanto los árboles como los animales, de donde cabe esperar que la física se perfeccionará», reflexiona el matemático Bernard Lamy en la 253 J.-B. de Lamarck, Recherches sur l’organisation des corps vivants, París, 1802 (citamos por la edición de 1986, Fayard, p. 57).

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década de los ochenta254. La cualidad del ser vivo se estudia bajo el prisma de la morfología interna, «para abrir la naturaleza que ha estado cerrada hasta el presente»255, y la zootomía256 será una novedosa fuente de conocimiento con una marcada finalidad antropocéntrica: «La disección de brutos sanos puede promover el descubrimiento de las partes correspondientes en el cuerpo humano; y la anatomía de bestias enfermas a menudo ofrece luz sobre las acciones y las causas de la enfermedad en los hombres», afirma Robert Boyle en 1661257. Nápoles ejemplariza esta realidad. Considerando la secuencia cronológica propuesta por Jacques Roger para las ciencias naturales en la centuria del seiscientos258, que establece una frontera temporal en los años setenta, se delimita una primera etapa, desde 1600 —la fin de la Renaissance—, caracterizada por la formulación teórica, por la génesis de una nueva filosofía sobre la vida, atendiendo a figuras como Galileo, Descartes, Gassendi, a los patriarcas del mecanicismo y atomismo; y un segundo período, hasta 1745 —la philosophie des savants—, en cuyo transcurso tuvo lugar una intensa labor investigadora sobre fisiología que, siguiendo el ejemplo harveiano de la circulación sanguínea, reconstruye el antecedente horizonte mecanicista mediante la experiencia y la observación: son los primeros biólogos de los tiempos modernos. Según Roger, «estos hombres aparecerán, después de 1600, en todos los Bernard Lamy, Entretiens sur les sciences, París, 1684, p. 260, en Discours sur la philosophie. Cf. Claire Salomon-Bayet, L’institution de la science et l’experience du vivant, París, Flammarion, 1978, p. 180. 255 Ibidem. 256 F.J. Cole considera que el napolitano Marco Aurelio Severino introdujo en 1645 del término zootomía con su obra Zootomia Democritaea; en 1663 R. Boyle limitó su significado para la disección de animales utilizando andratomy para el cuerpo humano. Cf. Cole (1949), p. 11-12. 257 Robert Boyle, The usefulness of experimental natural philosophy, Londres, 1661 (citamos por la edición de Peter Shaw, The philosophical works of the honourable Robert Boyle, Londres, 3 vols., 1738, I, p. 35). 258 J. Roger, Les sciences de la vie dans la pensée française au XVIII siècle, Paris, Albin-Michel, 1993, pp. 7, 160-163. Una secuencia de similar contenido pero con diferente periodicidad es la propuesta de Mirko D.Grmek, La première révolution biologique, París, Payot, 1990, p. 131, situando el límite temporal en 1650, año de la muerte de Descartes, quien sobrevivió en seis años a Galileo. 254

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puntos de Europa. Llegados de la medicina, se separaran de sus compañeros cofrades para reconocerse y agruparse entre ellos»259. Un esquema que podemos aplicar al caso napolitano sin menoscabo de su propia identidad. La principal novedad es la coexistencia, en la primera mitad del siglo, de una corriente naturalista y otra médica, complementarias en el estudio de la naturaleza. La faceta naturalística continuó la formulación independiente que la historia natural había recibido en jardines y museos; será un saber descriptivo, atento a la novedad del microscopio y partícipe de la nueva realidad natural surgida de su uso. La vertiente médica, por su parte, desarrolla una innovadora práctica anatómica también deudora del ingenio óptico, que constituye el primer estadio de una incipiente anatomía comparada. Sendos modelos servirán de guía a una renovadora comunidad científica que en 1663 toma identidad como Accademia degl’Investiganti. Este grupo intelectual asumió la responsabilidad de elaborar una programa científico acorde con los nuevos parámetros que el estudio de la naturaleza presentaba lejos de Nápoles, participando significativamente en el debate mecanicista que ocupó a la ciencia europea en su intento de resolver el interrogante ¿qué es un ser vivo? Por contra, la faceta meramente naturalista verá oscurecer un brillante pasado, manteniéndose rutilante una farmacopea que no ha perdido la privilegiada posición que por su cometido sanitario le corresponde. No será, pues, la ciencia oficial la que regule los destinos de la cultura napolitana al cambiar de siglo, sino un saber renovador, independiente, y alternativo a la enseñanza universitaria.

Naturalistas y médicos Superada la primera década del siglo XVII, la comunidad científica napolitana toma identidad en la colonia lincea que Federico Cesi establece en el mezzogiorno. Tras su ingreso en la romana academia de los Lincei en 1610, Gian Battista Porta dirigirá la neonata filial, 259 J. Roger, Les sciences de la vie dans la pensée française au XVIII siècle, París, Albin-Michel, 1993, p. 160. Se considera que, en el caso francés, no hay biólogos durante la primera mitad del siglo XVII sino médicos que dedican parte de su tiempo a la biología, p. 7.

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constituida dos años más tarde con la incorporación de cuatro nuevos académicos napolitanos260. ¿Cuáles son las directrices que gobiernan el estudio de la naturaleza? Dos enfoques complementarios emergen del clima tecnológico que tanto el microscopio como el modelo iatromecánico proclaman: la disección médica y la contemplación naturalista. El instrumento óptico, observar los seres vivos, es el ideario de Fabio Colonna. El hombre como prototipo mecánico, acorde con el modelo circulatorio propuesto por William Harvey y la teoría atomista cartesiana, es la doctrina del médico Marco Aurelio Severino261. El ejemplo de Colonna es un continuo interrogar la naturaleza mediante la observación y la experiencia, respuestas que la razón debe procesar. En palabras de Cuvier, «Colonna es, sobretodo, uno de los que merecen la mayor estima de los naturalistas como observador»262. Su interpretación cosmológica nos ofrece una visión fijista creacionista de la vida, pero su universo es un sistema abierto sujeto a la acción de los fenómenos naturales y a los cambios que puedan provocar. En su particular lectura, el libro de la naturaleza tiene páginas ajenas al acto de la creación escritas durante la historia de la Tierra; secretos que el hombre está llamado a desvelar. Su imagen del sabio se aleja del paralelismo que Rheticus hace en su Narratio prima263 entre el matemático que estudia el movimiento de los astros y el ciego que deambula por un dificultoso camino con el único auxilio de un bastón, ambos necesitan la ayuda de Dios para llegar a buen puerto, Colonna no. Como naturalista su acti260 El 20, 24, y 27 de enero, y el 2 de febrero de 1612 fueron admitidos Filesio Constanzo della Porta, Fabio Colonna, Nicola Antonio Stelliola y Diego de Urrea Conca, respectivamente. En 1610 había ingresado Gian Battista Porta, y en 1611 lo hizo Galileo. La colonia se matuvo vigente hasta la muerte de Federico Cesi en 1630, cuando desaparece la Accademia dei Lincei. Porta fallece en 1615, sucediéndole en la presidencia Fabio Colonna. Una cronología detallada se reproduce Gabrieli (1989), vol.I, pp. 504-550. Sobre la academia lincea y los miembros de la colonia napolitana consúltese la introducción de Iano Planco a Fabio Colonna, Fitobasanos, Florencia, 1744. 261 Marco Aurelio Severino fue propuesto como miembro de la Accademia dei Lincei en 1625, pero no llegó a formar parte. Cf. Gabrieli (1989), vol. I, p. 463. 262 G.Cuvier, Histoire des sciences naturelles depuis leur origine jusqu’a nos jours chez tous les peuples connus, París, Fortin-Masson, 1841-45, vol. II, p. 98. 263 Joachim Rheticus, De libris revolutionum Nicolai Copernici narratio prima, Gdansk, 1540. El texto se incluyó como introducción en la segunda edición del De revolutionibus copernicano publicada en 1566.

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vidad es un quehacer botánico y paleontológico que ya conocemos. Él trabaja con datos y, en consecuencia, necesita sistematizar la realidad. Su propuesta metodológica busca y encuentra el orden y el sentido de la naturaleza en los individuos que la componen. Su objetivo es mostrarlos tal y como se manifiestan rechazando cualquier interpretación, motivo por el cual su método es informativo y no predictivo. Los individuos, y no sus atributos, forman el sistema, que carece de autoridad para identificar objetos no observados, fruto sólo de la mente: «hemos mantenido que se debe creer más a la observación de las cosas naturales que a las cosas imaginadas»264. Su historia natural se despoja así de todo rasgo apriorístico pues la imaginación es un factor pernicioso y, por ende, ajeno al conocimiento. El hombre no puede modelar caprichosamente la naturaleza para conocerla según su parecer, es necesario observar los objetos naturales para conocerlos y deducir el método correspondiente. La conclusión establece la prioridad de los hechos frente al método, que no es la causa sino el efecto: «la cosa observada perfectamente da el método, y no el método hace que la cosa sea conforme al supuesto método»265. El resultado es una imagen estereotípica de la naturaleza que Colonna diseña y graba personalmente; él es, como reconocerá Adanson un siglo después, uno de «los que han dado las mejores figuras» del reino vegetal266. Sus figuras «muy finas y muy delicadas, representan objetos ignorados por los ictiólogos y naturalistas precedentes», afirmará Cuvier en clave zoológica267. 264 Fabio Colonna, La Sambuca lincea, overo dell’istrumento musico perfetto, Nápoles, Costantino Vitale, 1618, p. 16. En esta obra Colonna se revela como musicólogo. El libro es un ejemplo de la relación que música y ciencia han desarrollado a lo largo de la historia, particularmente en los siglos XVI y XVII, el arte musical deviene una relación físico-matemática, por conversión de la cualidad musical en parámetros aritméticos y efectos ondulatorios. La cuestión puede merecer el calificativo de anécdota, y no dejaría de ser una simple muestra de su polifacética actividad cultural sino fuera por su enunciado metodológico. 265 Ibidem. 266 Adanson (1763), I, p.CXLIJ. En la p.CXL reconoce el rigor y la precisión de sus descripciones: «les descriptions spécifiques les plus complètes sont celles de l’Ecluse en 1576, Columna en 1592, J. Bauin en 1650». Cf. también Albrecht von Haller, Opuscula sua botanica, Gottinga, 1749, p. 65; Tournefort (1719), p. 53; Sprengel (1807-8), I, p. 438-9. 267 G. Cuvier, Histoire des sciences naturelles depuis leur origine jusqu’a nos jours chez tous les peuples connus, París, Fortin/Masson, 1841-1845 vols., II, p. 99.

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Grabado perteneciente a la obra Aquatilium, et terrestrium aliquot animalium, Roma, 1616

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El sabio napolitano era consciente de esa debilidad de la inteligencia que, según Cesalpino, significa «abandonar la percepción para invocar la razón»268. Uno y otro cumplieron la pauta aristotélica de conocer los seres vivos observándolos. ¿Cuál es la actitud de Colonna frente al pasado? Sin duda, no participa del exaltado espíritu escolástico presente en su compatriota, capaz de afirmar que tras dos mil años de historia cualquier fatiga se dirige a entender el ideario aristotélico269, pero tampoco prorrumpe en una disputa con el ayer. Como nos enseña su dissertatio, analogías y divergencias son mera cuestión metodológica, nacen de pasar por el tamiz de la experiencia la opinión de los antiguos. Aristóteles elaboró su Historia de los animales definiendo el plan natural a través de las semejanzas y diferencias que encontró comparando los diferentes organismos. Fórmula que ha tenido un éxito histórico, a la que obedece Colonna y que Buffon, por ejemplo, considera «el único medio de hacer un método instructivo y natural»270. ¿Cómo interpretar este vínculo atemporal? Con independencia de la época todo observador de la naturaleza está obligado a suscribir un principio creacionista para explicar el cosmos271, y a seguir un esquema de relaciones, semejanzas y diferencias, al analizar su contenido. En el ámbito de los seres vivos el individuo es el objeto natural por excelencia y su estudio presenta dos niveles informativos básicos de obligado cumplimiento: la forma y la función. La morfología lo identifica y la función testimonia su existencia, constituye su cualidad vital. La nutrición y la reproducción son los argumentos funcionales que, establecida la tipología, permiten su relación de manera simple e inmediata. La multiplicación da identidad de grupo, especie, a las unidades semejantes; el alimento conforma una 268 Andrea Cesalpino, Questiones peripateticae, Venecia, 1571; Cf. Eugenio Garin, L’umanesimo italiano. Filosofia e vita civile nel Rinascimento, Roma-Bari, Laterza, 1994, p. 218. 269 Ibidem. 270 Buffon, Histoire Naturelle,Générale et Particulière, avec la description du Cabinet du Roi, París, Imp. Royale, 1749-1789, t. I, p. 21. 271 Con el adjetivo creacionista nos referirnos al enigma que representa el origen del universo. Este interrogante obliga a tomar como punto de partida un estado material definido del que ignoramos su procedencia: Dios o la materia inorgánica, la teología o la ciencia.

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cadena trófica vinculando las diferentes especies por su dependencia nutricional. Son dos funciones para la supervivencia: del individuo y de la especie. Las diferencias entre los distintos estadios de la historia natural en la cronología humana, resultan de completar empíricamente este esquema. La respuesta a la pregunta ¿qué es un ser vivo? adquiere paulatinamente un grado de complejidad creciente, en proporción directa con el tiempo trascurrido. Lamarck lo explica en primera persona: «de reconocer los fenómenos más generales que ella presenta en los principales casos, yo fui sucesivamente arrastrado a abrazar las consideraciones de mayor interés para la ciencia, y a examinar las cuestiones zoológicas más difíciles»272. El microscopio fue una herramienta empleada por Colonna para conocer una naturaleza sorprendente: «He visto los animalitos del polvo del cascio, verdaderamente son una cosa estupenda, pero la estructura del ojo de la mosca con sus palpados alrededor, más gruesos que los nuestros, me sorprende»273. La actividad tuvo su origen en la favorable acogida que los miembros de la Accademia dei Lincei dispensaron al occhialino galileano. Con él los académicos dirigieron sus miras al estudio de la abeja, participando de la temática entomológica predominante. Un interés ciertamente propagandístico, un homenaje a su protector el papa Urbano VIII, cuyo escudo de armas incluía un trígono formado por tres ejemplares de Apis mellifica. Con este fin se planificaron diferentes tareas didácticas, entre las que se encontraba la realización de un Apiario que formaría parte del theatrum naturae proyectado por Federico Cesi y nunca realizado274. El valor del estudio radica en la primicia técnica, Lamarck, Philpsophie zoologique, París, Flammarion, 1994 (1ª ed. 1809), p. 55. Carta a Johann Faber, 6 de junio, 1625. Rep. Gabrieli (1941), p. 16. 274 El homenaje cultural programado por Cesi en honor de Urbano VIII incluyó la composición de un poema titulado Apes Daniae, debido al academico belga Iustus Riquius e impreso en noviembre de 1625, la realización de un grabado la Melissographia, que incluye observaciones microscopias de la abeja debidas a Francesco Stelluti, e impreso en diciembre de 1625, y un detallado estudio descriptivo denominado Apiario cuya primera edición es de enero de 1626 y no del año 1625 como figura en el texto. Cf. C.S. Kidwell, The Accademia dei Lincei and the Apiarium, Norman, University of Oklahoma, 1970; Luigi Belloni, «Il primo ventennio della microscopia (Galilei 1610- Harvey 1628. Dalla microscopia alla anatomia microscopica dell’insetto», Clio Medica, IV, 1969, pp. 179-190; Schettini (1986). 272 273

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por ser uno de los primeros trabajos que recogen observaciones microscópicas: «la primera obra de biología microscópica», opina Ernst Mayr275. Colonna participó en la elaboración de tan novedoso examen contribuyendo a mejorar el conocimiento morfológico de la abeja — estructura del aparato bucal, por ejemplo276—, empleando para su estudio la tecnología elaborada por su amico dell’Ape, Francesco Fontana, quien en 1626 había desarrollado un microscopio de una sola lente que mejoraba la calidad de la imagen, en detrimento del tamaño, en comparación con los construidos por los hermanos Kuffler: «es de un único cristal y de tres dedos de largo, y, si bien no aumenta tanto, amplía tanto que se ven cercanas las incisiones de la piel de la abeja sin que el ojo sufra deslumbramiento, como sucede con el Coloniese»277. Con ser relevante la aportación descriptiva, de mayor interés aún resulta comprobar el culto generado por el microscopio como herramienta científica. En carta dirigida a Cesi afirmaba Colonna: «Se reproducirá toda la imagen en papel grande, que una abeja ocupa un folio real, para poder reproducir todo lo que se conoce por ahora, pues creo que cuanto más se observa más se descubre, siendo tan grande el Maestro que la hizo»278. Para una mentalidad descriptiva como la suya el microscopio es la panacea del naturalista, el remedio a todos sus males, el medio adecuado para conocer con detalle cada organismo y desvelar los recónditos secretos de su anatomía; es, en definitiva, la mejor manera de leer la letra pequeña tan abundante en el manual de la naturaleza. A Federico Cesi cabe la sensatez de frenar tanta euforia, de recordar y reconocer las limitaciones del conocimiento humano incluso auxiliado por la tecnología279. La refle275 Ernst Mayr, Historie de la biologie. Diversité, evolution et hérédité, París, Fayard, 1989, 2 vols., t.I, p. 200. Mayr hace referencia a la Melissographia. 276 Cf. Belloni (1969), pp. 181-184, donde se reproduce el texto latino y la traducción italiana de la tercera, cuarta y sexta casillas del Apiario. 277 Carta a Federico Cesi, 19 de octubre, 1626. Rep. Gabrieli (1941), p. 17. Sobre este argumento es la correspondencia que se reproduce en pp. 16 y 17. Cf. también Gabrieli (1942), p. 1123-1124. 278 Carta de Fabio Colonna a Federico Cesi, 7 julio 1926. Reproducida en Giuseppe Gabrieli, Il carteggio linceo della vecchia Accademia di Federico Cesi (1603-1630), Roma, Memorie della Reale Accademia Nazionale dei Lincei, serie VI, VII, 1942, p. 1123. 279 Cf. el texto del Apiario rep. en Schettini (1986), p. 239.

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xión refleja la asintótica relación que el conocimiento humano y la realidad establecen a lo largo del tiempo, dos procesos coincidentes sólo en un hipotético infinito. Conocer la naturaleza ha sido, y es, un ejercicio visual, deudor del uso del microscopio. Aristóteles encontraba en la vista su mejor aliado para el estudio de los seres vivos: «mejor que los otros sentidos, nos da a conocer los objetos, y nos descubre entre ellos gran número de diferencias»280. Para Leonardo da Vinci, por ejemplo, el ojo «es el órgano principal por el que el entendimiento puede tener la más completa y magnifica visión de las infinitas obras de la naturaleza», y sólo «las ciencias que en él se fundan son absolutamente ciertas»281. Francis Bacon, en 1620, repite idéntico lema: «claro está que el primer papel para la instrucción del hombre corresponde a la vista», ahora con el auxilio de «ese instrumento de nueva invención, el microscopio, con cuya ayuda se descubren las partes invisibles de los cuerpos»282. Nuevas épocas, nuevos medios que para Descartes significan «abrir el camino para lograr un conocimiento de la naturaleza mucho más grande y más perfecto»283. La aparición del microscopio es la consecuencia de una limitación física: la incapacidad del ojo humano para enfocar correctamente la imagen de un objeto situado a una distancia inferior a la distancia focal. Problema que desde el siglo XVI se quiere remediar. Recurrir a las artes para mejorar la capacidad visual no fue un privilegio de Galileo ni del microscopio, Giovanni Rucellai, por ejemplo, en las primeras décadas del cinquecento utiliza espejos cóncavos con fines entomológicos284. Para una ciencia que deviene empírica Aristóteles, Metafísica, Madrid, Espasa Calpe, 1988, p. 36. Leonardo da Vinci, Cuadernos de notas, Madrid, M.E. Editores, 1993, p. 11. 282 Francis Bacon, Novum organum, Madrid, Sarpe, 1984, p. 219. 283 Descartes, La dioptrique, Leyde, Imp. Ian Maire, 1637 (citamos por la edición de Ch. Adam & P.Tannery, Oeuvres de Descartes, París, Vrin, 1973, vol. VI, p. 81. 284 Cf. Vasco Ronchi, «Nouveaux points de vue à propos de l’invention du microscope», Archives Internationales d’histoire des Science, XXXII, 1953, p. 229; Luigi Belloni, «Appunti per una storia pre-Leeuwenhoechiana degli animacula», Gesnerus, XXIII, 1966, p. 16; Belloni (1969), nota 1. Giovanni Rucellai, 1475-1526, escribió en 1523 el poema titulado L’api para completar la obra de Alamanni sobre la Coltivazione, de la que formó parte. Se publicó en 1539, Florencia, y en el siglo 280 281

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¿qué repercusión tiene la novedad tecnológica? El microscopio amplía el campo de acción del naturalista, multiplica su ambición de conocer trasgrediendo la barrera física del hombre, pero las ignotas imágenes que ofrece son tanto una fuente de saber como un pozo de incertidumbre. El ácaro, el animal más pequeño conocido a principios de la centuria barroca, dejó de ser una incógnita, visto al microscopio «se reconocen las patas muy largas, la cabeza puntiaguda y el resto de las partes corporales evidentísimas»285; y en 1669 la pulga de agua, Daphnia pulex, se hace visible en la Historia Insectorum Generalis escrita por Swammerdam. El microscopio permite el estudio anatómico de los organismos de pequeño tamaño, convirtiéndose en un instrumento eficaz e imprescindible para conocer el grupo de los insectos, constituido, entonces, por invertebrados que en su mayoría hoy incluimos en las diversas clases de los actuales tipos anélido y artrópodo, pero fue también la llave para adentrarse en el desconocido universo unicelular que desde 1674 describe Antoni van Leeuwenhoek. El microscopista holandés se convierte así en el Demócrito recreado por Bacon en Novum organum imaginando el microscopio como «el medio de penetrar hasta en los átomos»286. Los animálculos que Leeuwenhoek da a conocer a la Royal Society son una mera cuestión visual, un problema de tamaño, y sus reducidas dimensiones no les inhabilita para poseer un esquema vital semejante al del mundo macroscópico: «a pesar de esto, deben de estar provistos de instrumentos para la locomoción, y estos instrumentos consisten, en parte, en vasos sanguíneos que conducen el alimento y en nervios que les hacen moverse»287. Esta línea de pensamiento, la semejanza vegetatiXVIII se incluye en el Parnaso italiano ovvero racolta dpoeti classici italiani, Venecia, vol. XXIII, 1768, pp. 107-182, donde se recoge su biografía, p. 310; también en Michaud, Biographie universelle, ancienne et moderne, Graz-Austria, Akademische Druck-U. Verlagsanstalt, 1970. En Francesco Redi, Esperienze intorno alla generazione degli insetti, Florencia, 1668, se reproduce un fragmento del poema. 285 Carta de Nicolas Claude Fabri de Pereisc (1580-1637) a Gerolamo Aleandro, 7 junio de 1622; Cf. Belloni (1969), p. 180; la carta se reproduce en L.M. Rezzi, «sulla invencione del microscopio», Atti Accademia Pontificia Nuovi Lincei, V, 1851. 286 Francis Bacon, Novum organum, Madrid, Sarpe, 1984, p. 220. 287 Carta de Leeuwenhoek a la Royal Society, 20 de mayo de 1679. Reproducida en Clifford Dobbel, Antony Van Leeuwenhoek and his «little animals», Amster-

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va del universo animado que puebla uno y otro lado de la lente de aumento, estuvo presente en la ineludible cita que gametos y embriones tuvieron con el microscopio participando en la polémica sobre la génesis de los seres vivos, como evidencia la History of Generation escrita por Highmore mediado el siglo XVII288. Ovismo, animalculismo, preformación y epigénesis, serán los conceptos a debatir hasta que la teoría celular defina al ser vivo como el resultado de los diferentes niveles de organización de las células que lo forman. Un cambio de mentalidad propio del siglo XIX.

Locos por el bisturí En carta dirigida al médico inglés John Houghton, con fecha 1 de marzo de 1640, reflexionaba Marco Aurelio Severino sobre la composición material del cuerpo humano afirmando: «la madre naturaleza ha incorporado intencionadamente en el hombre varias porciones y partes típicas del universo material de las cuales el mundo está básicamente compuesto»289. La correspondencia del catedrático de anatomía y cirugía de la Universidad de Nápoles contiene las claves para comprender su ideario anatomomédico. Prueba, en primer lugar, la existencia de una fluida comunicación con la comunidad científica inglesa —de particular interés resulta su vínculo con William Harvey, con quien mantuvo intercambio epistolar y literario—290, reladam, Swets and Zeitlinger, 1932, pp. 187-192 (citamos por la trad. francesa incluida en André Gordan et al, Histoire de la biologie, París, Lavoisier-Tec & Doc, 1987, vol. I, pp. 100-101). 288 Nathaniel Highmore, History of Generation, Londres, John Martin, 1651. Este mismo año se publicó la obra de William Harvey, Exercitationes de generatione animalium, Londres. Sobre Highmore Cf. Joseph Needham, A history of embryology, Cambridge, University Press, 1934, pp. 102-108. 289 Reproducida en Josiah C. Trent, «Five letters of Marcus Aurelius Severinus to «The Very Honourable English Physiciam John Houghton», Bulletin of the History of Medicine, vol. XV, marzo, nº 3, 1944, p. 314. 290 En la biblioteca Lancisiana de Roma se conserva una minuta donde Severino agradece a Harvey el envío de su De Motu Cordis, así como una carta de Harvey en idéntico sentido. Véase Virgilio Ducceschi, «L’epistolario di Marco Aurelio Severino

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ción que, en el ámbito de la historia natural, alcanza, al menos, hasta el siglo XVIII. El segundo considerando atiende a la sustancia de su pensamiento. Definir al hombre por su identidad material con el medio coloca a Severino en la senda ideológica de su maestro Campanella, y da continuidad al modelo pseudo-experimental que la magia natural del maestro Porta representa. Bajo esta filosofía no es difícil admitir, como hace Severino acuñando la opinión de los clásicos —Eliano, Plinio, Ovidio—, la generación espontánea de los ofidios a partir de restos óseos humanos, de la columna vertebral291. El hombre no es sólo causa sino también principio, posee la materia universal origen de todas las cosas —tal y como afirma Campanella—, y su conversión en un nuevo objeto se produce por transmutación de la materia —fenómeno que no falta en el manual portiano—. La excesiva credulidad, su fe en un conocimiento mágico, provoca el error, le lleva a defender con falsedades la generación espontánea, como afirma su coetáneo Francesco Redi292. La crítica rediana refleja el perfil de un digno discípulo de Porta, capaz de renunciar al rigor empírico y explicar los procesos vitales por la acción de fuerzas sobrenaturales293. Como corresponde a su oficio, Severino ofrece una visión anatomomédica de los seres vivos. Con sus observaciones no busca la relación del individuo con el medio y sí conocer los secretos resortes que hacen funcionar la fábrica animal. En sus manos los organismos conforman una naturaleza muerta, anatómica, que él dibuja y descri(1580-1656). Un fondo per la storia della medicina nella prima met del sec. XVII», Rivista di Storia delle Scienze Mediche e Naturali, V, 1923, pp. 213-223. Sobre el tema cf. también C.B.Schmitt; C. Webster, «Harvey and M.A.Severino. A Neglected Medical Relationship», Bulletin of History of Medicine, XLV, 1971, pp. 49-75; O. Trabucco (1995), «Tra Napoli e l’Europa. Le relazioni scientifiche di Marco Aurelio Severino (con un appendice di lettere inedite)», Giornale critico della filosofia italiana, LXXIV, fasc.III, pp. 309-340. 291 Marco Aurelio Severino, Vipera pythia sive de vipere natura, veneno, medicina demostrationes, Padua, 1643, cap. X. Cf. Francesco Redi, Esperienze intorno alla generazione degli insetti, Florencia, 1668, p. 84. 292 Redi (1668), p. 84. La crítica se hace extensiva a Porta. 293 Los comentarios de Redi tienen relación con las experiencias sobre el efecto del veneno de la víbora referidas por Severino en Vipera Pythia. Cf. Francesco Redi, Osservazioni intorno alle vipere, Florencia, 1664, pp. 25, 42, 53.

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be para, como afirmarán Georges Cuvier y Achille Valennciennes tres siglos después, «poner los fundamentos de una anatomía general de los animales» 294, que toma cuerpo en su libro Zootomia Democritaea 295, publicado en Nuremberg en 1645 a cargo de su alumno el anatomista alemán Wolckammer 296, y considerado por Cuvier el primer tratado ex professo de anatomía comparada y una de las primeras obras donde se comparan los animales al hombre 297. Marco Aurelio está debajo de un almendro podría ser el irónico e irreverente epígrafe del grabado introductorio. La imagen muestra al maestro alejado de un grupo de paseantes, protegido por una liviana techumbre y un frondoso árbol de la ciencia, sumido en la disección de los numerosos cadáveres que le rodean, teniendo a Demócrito como único interlocutor y guía. Las páginas siguientes desvelan la promesa cognitiva que el grabado encierra, son el paraíso de la disección, componen un tratado de «investigación y observación de lo más íntimo de los animales», tal y como lo define el autor 298; conocimientos anatómicos que Severino difunde entre la «brigada de curiosos amigos» que acuden a su casa 299. 294 G. Cuvier; A. Valennciennes, Histoire naturelle des poissons, París, F. G. Levrault, 1828, vol. I, p. 65. 295 Marco Aurelio Severino, Zootomia Democritaea, Nuremberg, Literis Endterianis, 1645. 296 Cf. Cuvier (1841-1845), II, pp. 50-51. Opina Cuvier que el texto correspondería a las lecciones de anatomía impartidas por Severino. Anteriormente había escrito Historia anatomica, observatioque medica eviscerati corporis, Napoli, 1629, traducida al francés con el título de Enchiridion anatomique, París, 1629; cf. Michaud, Biographie universelle, ancienne et moderne, Graz-Austria, Akademische Druck-U.Verlagsanstalt, 1970, vol. 39, p. 185. 297 Cuvier (1841-45), II, p. 50. En su historia de la anatomía comparada, Cole (1949), p. 132, define la obra como «The earliest comprehensive treatise on comparative anatomy». Severino fue también innovador en la práctica quirúrgica, restaurando el uso del cuchillo, del cauterio y practicó la anestesia fría, y fue autor de uno de los primeros libros de texto sobre patología quirúrgica; cf. Fisch (1968), p. 19. 298 Marco Aurelio Severino, La filosofia overo il perche degli scachi, Nápoles, Antonio Bulifon, 1690, p. 75. 299 Capua (1714a), I, p. 63.

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Retrato de Marco Aurelio Severino

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El legado de esta ingente actividad anatómica es una extensa organografía zoológica no carente de novedades300, incluyendo animales disecados por vez primera como el pulpo y la sepia301. La investigación tiene una dimensión estructural, y se realiza siguiendo un análisis comparativo que le permite elaborar un modelo unitario sobre la composición de los seres vivos. El esquema comienza en los vegetales, recorre el reino animal y tiene su epílogo en el hombre302: el microcosmos que resume los diferentes elementos del universo. Plantas y animales presentan una admirable relación303 que Severino exalta siguiendo la pauta marcada en la Historia de las plantas de Teofrasto304, y no es ajena al universo mágico diseñado por Gian Battista Porta305. La vida se define como un principio activo común a animales y vegetales306, que se desdobla en dos funciones: la supervivencia del individuo a través de la fisiología, y la pervivencia de la especie mediante la reproducción. Bajo la clave zoológica que gobierna la obra, este pensamiento unitario toma la forma de un patrón anatómico común para todos los miembros del reino animal. Ideología presente también en su diatriba sobre la repiración de los peces, publicada en 1659, que no pasó desapercibida para los naturalistas Cuvier y Valennciennes, definiéndola como «ideas sobre la uniformidad de las estructuras Por ejemplo, la descripción de la válvula espiral del intestino delgado de los elasmobranquios; cf. Eugene Willis Gudger, «The history of the discovery (16001680) of the spiral valve in the large intestine of elasmobranchs and a ganoid», Journal of Elisha Mitchell Scientific Society, Univ. North Carolina, LXVI, 1950, pp. 53-69. Michaud, Biographie universelle, ancienne et moderne, Graz-Austria, Akademische Druck-U. Verlagsanstalt, 1970, vol. 39, pp. 186, afirma que la Zootomia de Severino contiene el germen de descubrimientos anatómicos posteriores: las glandulas de Johann Konrad Peyer, los dos tubérculos de la uretra de R. Graaf y el trígono de Joseph L. Lieutaud; idéntica opinión en Cuvier (1841-1845), II, p. 50, nota 1 del redactor. Sobre el contenido anatómico de la obra cf. Cole (1949), pp. 138 y ss. 301 Cuvier (1841-1845), II, p. 51. 302 M. A. Severino, Zootomia Democritaea, Nuremberg, Literis Endterianis, 1645, p. 199. 303 Ibidem, p. 59. 304 Ibidem, p. 61. 305 Ibidem, p. 62. 306 Ibidem, p. 58. 300

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en todos los animales»307. La propuesta de Severino se presenta como un rudimentario antecedente de la teoría analógica que, en las primeras décadas del siglo XIX, Étienne Geoffroy Saint-Hilaire elaborará utilizando, también, la fórmula de la anatomía comparada: la unidad de composición orgánica de los vertebrados308. Y, siguiendo este camino de correspondencias, no debemos olvidar que el anatomista napolitano, como disector, realizó experiencias que Albert von Haller repetirá un siglo más tarde al estudiar el fenómeno de la irritabilidad animal309. La novedad alcanzó también a la histología, pues Severino reclama el privilegio de ser el primero, 1617, en inyectar en los vasos sanguíneos una sustancia coagulante (sales metálicas) al objeto de separarlos de los tejidos blandos por maceración310; técnica que será de uso generalizado en el siglo XVII. Como afirma Grmek, Severino en su Zootomía «propone remplazar la disectio, procedimiento grosero, por la resolutio ad minutum, descomposición de los cuerpos en sus elementos verdaderos, procedimiento delicado semejante a desmontar un reloj»311. A tal fin, no fue ajeno a la novedad del microscopio, y su obra se convierte en un tratado micrológico, un estudio de la naturaleza reglado por la disección y la óptica. El procedimiento es simple, consiste en representar a gran tamaño las partes que se escapan a la visión: «las observaciones que representan en tamaño más grande lo que es pequeño y casi se escapa a la visión, se llama en nuestro tiempo microscopio312». 307 M.A.Severino, Antiperipatias hoc est adversus Aristoteles. De respiratione piscium diatriba, Nápoles, 1659; donde, siguiendo esta ideología, Severino atribuyó a los peces un sistema pulmonar análogo al resto de los animales, confundiendo los riñones con dicho órgano. Cf. G.Cuvier; A. Valennciennes (1828), I, p. 66. 308 É. Geoffroy Saint-Hilaire, Sur le principe de l’unite de composition organique, París, Pichon et Didier, 1827. 309 Alber von Haller, Dissertation sur les parties irritables et sensibles des animaux (trad. M. Tisssot), Lausana, 1755, p. 46; Memories sur la nature sensible e irritable, des parties du corps animal, Lausana, 1756, vol. I, p. 50 (este volumen es la edición aumentada y corregida por Haller de la traducción francesa realizada por Tissot). 310 Cf. Hendrik C.D. de Wit, Histoire du developpement de la biologie, Lausanne, Presses Polytechniques et Universitaires Romandes, 1990, I, p. 270. 311 Mirko D.Grmek, La première révolution biologique, París, Payot, 1990, p. 170. 312 M. A. Severino, Zootomia Democritaea, Nuremberg, Literis Endterianis, 1645, p. 400.

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Esta combinación técnica —que Severino denomina microtome—, es la expresión práctica de su lema «separar hasta la indivisibilidad»313, la consecuencia del espíritu democriteo que gobierna la investigación del capo di tutti, como lo calificó Tommaso Campanella314.

La academia Durante la segunda mitad del siglo XVII la cultura napolitana escenifica una polémica renovación intelectual, sinónimo de controversia científico-religiosa, que enfrentó a novatores y escolásticos. Proceso que la academia de los Investiganti simboliza. Creada en 1663 bajo la protección del marqués de Arena, cuya sede albergó los actos académicos —las reuniones se celebraban los miércoles y consistían en una exposición temática seguida del oportuno debate315—, su actividad quedó en suspenso pocos años más tarde, 1670, por salomónica sentencia gubernativa316. No obstante, su espíritu deambulaba por la ciencia napolitana mucho antes de la fundación y se mantuvo vigente tras el cierre institucional como depositario de una nueva forma de entender y practicar la filosofía natural317. La academia dio 313 Cf. Belloni (1969), p. 184: «resolutio adusque indivisibilita». Según Belloni el primer trabajo sobre anatomía microscopica se recoge en la obra de William Harvey, Exercitatio anatomica de motu cordis et sanguinis in animalibus, Francfort, 1628; después la descripción de Giovan Battista Odierna, L’occhio della mosca, Palermo, 1644; y en tercer lugar la Zootomia de Severino. 314 Carta de Campanella a Severino, Nápoles (Castelnovo), 23 de julio de 1624; rep. en T. Campanella, Lettere, Bari, Laterza, 1927, p. 204. 315 En 1664 John Ray visitó Nápoles asistiendo a las sesiones académicas. El relato se recoge en su obra Observations topographical, moral, & physiological, made in a journey through part of the Low-Countries, Germany, Italy, and France, Londres, 1673, p. 271 y ss. (el fragmento se reproduce en Fisch (1968), p. 29). Según Gabriel Maugain, Étude sur l’évolution intellectuelle de l’Italie de 1657 a 1750 environ, París, Hachette, 1909, p. 31, las reuniones tenían lugar el día 20 de cada mes. 316 En 1666 Carlo Pignataro organiza la academia de los Discordanti en abierta oposición con los Investiganti. El enfrentamiento entre ambos permitió al virrey de Nápoles ordenar la disolución. 317 Desde 1649, año de su regreso a Nápoles después de una larga estancia en Roma, su casa acoge las reuniones del grupo de novatores, quienes en 1663 deciden

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identidad al cambio de actitud manifestado por un grupo de científicos que se interrogaban por sus conocimientos con una óptica diferente. La respuesta condujo a la ciencia napolitana por la senda del discurso mecanicista y atomista dominante en Europa. Interpretado este cambio como un enfrentamiento, la querella, sin embargo, no es con el pasado sino con los herederos de un saber obsoleto. Cuando la nueva medicina napolitana se opone a Galeno, por ejemplo, el rechazo tiene un componente metodológico, se quiere sustituir la especulación por la observación. Pero el enemigo no es el médico griego sino los coterráneos de la vieja escuela, que, amparados en el magisterio clásico, argumentando la infalibilidad del maestro, defienden sustanciosas rentas, acuden en defensa de su propia potestad y no de la doctrina, aspiran a mantener vigentes unos privilegios auspiciados por anticuados y oscurantistas principios que cimentan el templo de Esculapio. Es una cuestión de poder, al que se enfrentan unos médicos insatisfechos de cononcer la naturaleza sólo por la mera relación de sus elementos. Los nuevos investigadores miran a la naturaleza a través de la experiencia y su finalidad no es otra que indagar las causas responsables de los fenómenos. Para realizar una medicina racional, afirma Di Capua, es necesario «saber las probables causas de las cosas, no sólo la historia y el simple relato de aquellas»318. Su prédica mereció el favor de una sociedad ávida de acontecimientos intelectuales319, pero el mensaje no traspasó los muros del viejo recinto universitario napolitano que, sometido al control escolástico, hizo oídos sordos a la novedad alejándose de la corriente renovadora. Como toda regla ésta tuvo su excepción en la cátedra de cirugía regentada por Marco Audar un marco formal a la asamblea creando la Accademia degli Investiganti al amparo del marqués de Arena, cuya residencia se convierte en sede oficial de la agrupación. La academia de los Investiganti tuvo su ultimo renacer en el período 1735-1737 época, al menos, durante la cual Vico fue miembro. Las diferentes etapas académicas son analizados en Fisch (1968). 318 Capua (1714a), II, p. 85-6. 319 P. Giannone, Istoria civile del regno di Napoli, La Haya, Errigo-Alberto Gosse, 1753, vol. IV, p. 120, testimonia la buena acogida que mereció la obra de Pierre Gassendi: «Si procurò farle venire in Napoli, e quando furono lette, fù incredibile l’amor de’giovani verso questo scrittore, presi non men dalla sua dottrina, che dalla grande, e varia letteratura, onde in breve tempo si fecero tutti gassendisti».

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relio Severino, espacio donde hemos visto que la anatomía discurre por el innovador camino del microscopio y el análisis comparado. La tribuna que dio cobijo al nuevo ideario no fue, pues, la enseñanza oficial sino la privada. Y son los discípulos de Severino, los albaceas de su doctrina, los llamados a promover la ruptura al hilo de un discurso médico caduco que considera la medicina como un simple y lucrativo oficio320. Tommaso Cornelio, Leonardo di Capua, Sebastiano Bartoli, Lucantonio Porzio, Giuseppe Donzelli, son médicos convertidos en libres pensadores, agrupados bajo las mismas siglas académicas para acometer una empresa ideológica cuyo guión se escribe al dictado del experimento. Y «cuando tenemos la certeza experimental se busca la razón; y si ella afirma la verdad peripatética o la destruye. Y sin pasión o prejuicios juzgamos por la verdad», afirmaba el arzobispo Caramuel explicando el proceder académico321. Un saber que no se conjuga en verba magistri. La institución asumió su papel intelectual elaborando una propuesta cultural cuyo objetivo prioritario era incorporar la ciencia napolitana a la órbita ideológica promovida desde otros puntos de Europa, haciéndola partícipe de sus inquietudes. Como testimonia la breve pero inequívoca declaración de principios realizada por Tommaso Cornelio en su Discorso dell’Eclissi —pronunciado en 1650 en la academia de los Oziosi—, la situación a remediar, la pregunta que necesita respuesta es ¿por qué sigue Nápoles al margen de la ciencia europea?, cuál es la causa de que en Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania, e, incluso, en otras partes de Italia, se reconozca el mérito de los ingenios frente a las escuelas, y en Nápoles extrañe tanto que hombres como Galileo, Descartes, Gassendi, quieran enriquecer el mundo con nuevas formulaciones322. La crítica de Cornelio es una proclama en favor de la libertad e independencia 320 En carta dirigida a Francesco Verde, Nápoles, 1 de Julio de 1693, Lucantonio Porzio afirma:«spesso credetti che molti facessero il medico, come fa ogni vil bottegaro, assolutamente per guadagnare»; rep. en Maurizio Torrini, «Cinque lettere di Lucantonio Porzio in difesa della moderna filosofia», Atti dell’Accademia di Scienze Morali e Politiche, XC, 1979, p. 163. 321 Carta de Caramuel a Joannes Marcus y G. Aloysius Kinner, 12 de septiembre 1664. Rep. y tr. del latín en Badaloni (1691), p. 46. El original puede consultarse en Joannis Caramuelis Mathesis biceps vetus et nova, Campaniae, 1670, vol. I, p. 712. 322 Tommasso Cornelio, Discorso dell’Eclissi detto nell’Accademia degli Otiosi nel d 29 di maggio. Datto in luce per l’Accademico detto l’Arrestato, Nápoles,

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de la ciencia, una llamada de atención sobre la necesidad de franquear los límites impuestos por la tradición y dar a «conocer los errores y los sueños de la filosofía de los Conventos», tal y como se afirma en la Istoria civile de Pietro Giannone323. Un discurso inmerso en la nueva dimensión cognoscitiva que el horaciano lema Sapere aude adquiere en el ideario de Pierre Gassendi: ser libre para investigar324. No analizaremos la Accademia degli Investiganti desde una perspectiva global ni como una relato histórico, pues ha sido objeto de particulares y exitosos estudios a los que remitimos325. Además, a nivel conceptual, teórico, no sería un exceso arbitrar tantas variantes como miembros, considerar la institución sólo como el soporte físico necesario para hacer tangibles las ideas que sostienen y defienden cada uno de sus componentes. La carencia de estatutos, de un programa definido de actividades, la ausencia de cargos académicos, su apertura a los profanos, son rasgos que subrayan una atipicidad que, como afirma Maurizio Torrini, la caracteriza «más como un movimiento de ideas que como una corporación de científicos»326. La fuerza del grupo es ideológica, radica en las enseñanzas e indagaciones que los académicos difunden promoviendo una nueva forma de hacer ciencia basada en el uso del experimento. En palabras de John Ray, «Apenas se podría esperar encontrar un círculo tal de personas de ingenio y con tanta amplitud y libertad de juicio en una parte tan remota de Europa, en unión de tal Iglesia»327. Nuestra propuesta es conocer cúales fueron las directrices seguidas al estudiar los seres vivos, saber qué argumentos se propusieron para explicar el fenómeno de la vida. Camillo Cavallo, 1652. El fragmento está reproducido en Maurizio Torrini, Tommaso Cornelio e la rocostruzione della scienza, Nápoles, Guida, 1977, p. 93-4. 323 P. Giannone, Istoria civile del regno di Napoli, La Haya, Errigo-Alberto Gosse, 1753, vol. IV, p. 120. 324 Cf. Franco Venturi, Utopia e riforma nell’illuminismo, Turín, Einaudi, 1978, pp. 14 y ss.; «Was ist Aufklärung Sapere aude!», Rivista Storia Italiana, LXXI, 1959, pp. 119-128. L. Firpo, «Ancora a proposito de «Sapere aude!», Rivista Storica Italiana, LXXII, 1960, pp. 114-117. 325 Gabriel Maugain (1909); Badaloni (1961), pp. 79-164; Fisch (1968); Maurizio Torrini, «L’Accademia degli Investiganti. Napoli 1663-1670», Quaderni Storici, XLVIII, 1981, pp. 845-883. 326 Torrini (1981), p. 846. 327 Fisch (1968), p. 29.

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De motu animalium El movimiento como actividad física es una cualidad inmediata que identifica a los integrantes del reino animal, es la propiedad funcional que permite tanto al lego como al docto la inclusión de un ser vivo en esa sencilla, connatural y genérica agrupación que forman los tres reinos de la naturaleza. «Los animales son cuerpos organizados dotados de vida y sentimiento, que se mueven espontáneamente», afirma Linneo en 1735 al diferenciar los tres niveles de agrupación328. Comenzado el nuevo siglo Lamarck repite similar versión transgrediendo la demarcación morfológica para diferenciar la filogenia de los animales y las plantas atendiendo a su movimiento. Partiendo de una forma viva elemental surgida por agregación de materia inorgánica fruto de la acción de agentes físicos, incorporar o no, mediante idénticos mecanismos, la facultad de la irritabilidad —considerada como la propiedad responsable de la motricidad que posee un cuerpo vivo—329, permitió la aparición de dos líneas filogenéticas caracterizadas por la presencia y la ausencia de irritabilidad, ancestros de la fauna y flora actual. Los dos reinos que componen la naturaleza viva constituían dos ramas independientes de la vida, próximas sólo en la base330. Pero los naturalistas no han sido siempre tan ocurrentes, y décadas más tarde, como enseñan, por ejemplo, el conocido curso de zoología de Milne Edwards y la no menos difundida historia natural de G. Delafosse331, los sentimientos y la capacidad locomotriz volun328 C. Linné, Système de la nature, Bruselas, 1793, p. 4; rep. en Luc Ferry; Laudine Germé, Des animaux et des hommes, París, Libraire Générale Francaise, 1994, p. 233). Frente a los animales, las plantas carecen de sentimientos y movimiento espontáneo, y ambos se diferencian de los minerales por el nivel organizativo que alcanza la materia; circunstancia que condiciona la cualidad vital. Los minerales son meros agregados materiales, mientras que a los reinos animal y vegetal, los seres vivos, pertenecen los cuerpos organizados. 329 Cf. Lamarck, Histoire naturelle des animaux sans vertebres, París, Verdiere, 1815, t.I, pp. 124-5. 330 Ibidem, p. 129. Sobre este argumeto véanse las pp. 177-180. 331 M. Edwards, Cours élémentaire d’Histoire Naturelle. Zoologie, París, MassonsGarnier, 11ª edición, 1871, p. 11. G. Delafosse, Elementos de Historia Natural (trad. de la 10ª edición francesa por J. Vilanova y Piera), París, Hachette, 5ª edición, 1885, p. 7.

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taria señalan aún sólo las diferencias entre dos formas de existir. Esta facultad motora tiene una evidente expresión morfológica dependiendo del medio donde se desarrolla la vida animal —agua, aire, tierra—, utilizada primigeniamente para definir los diferentes tipos que la componen. Este es el significado que Aristóteles le otorga en su Historia de los animales desde un exclusivo punto de vista zoológico332. Pero no renuncia el sabio de Estagira a la dimensión filosófica del proceso. Si biológicamente la locomoción tiene una identidad morfológica, se corresponde con la presencia en el organismo de elementos anatómicos apropiados para el desplazamiento por un determinado medio, paralelamente, la metafísica aristotélica asimila el movimiento al concepto de cambio, cambio de lugar, pero también de naturaleza, de sustancia333. Filosofía que convenientemente cuantificada, coronada por las matemáticas, será el sustrato teórico del modelo mecanicista: definir los procesos vitales por la cantidad de materia. La vida se identifica con un modelo fisiológico, que sucumbe a la tentación materialista de explicar los procesos vitales como el resultado de la circulación de invisibles e imaginarias partículas por el interior del organismo. Una actividad metabólica regulada por leyes físicas y procesos químicos responsables del desplazamiento y de los cambios de naturaleza que se producen. No es necesario, sin embargo, esperar a la era cristiana para encontrar el predicado de semejante modelización de la vida. El mecanicismo atomista que los versos de Lucrecio proponen, lleva hasta sus últimas consecuencias la relación entre cambio y movimiento. El suyo es un universo microscópico, que el átomo como indivisible unidad material representa. Su incesante actividad, su continuo movimiento, permite la relación, combinación y producción de materia según desconocidas leyes de la naturaleza. Lucrecio interpreta la vida como un sistema material dinámico, pero vislumbra la solución del problema bajo el prisma de la especulación filosófica que será la barrera a franquear en el futuro, al recuperar los invisibles átomos, ya en el siglo XVII, el primado de la materia. Cuando un sabio renacen332 333

Aristóteles, Historia de los animales, Madrid, Akal, 1990, pp. 49 y ss. Aristóteles, Metafísica, Madrid, Espasa Calpe, 1988, pp. 295 y ss.

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tista como Leonardo da Vinci afirma que «Un ave es un instrumento que actúa de acuerdo con las leyes matemáticas»334, la vida, como objeto de definición, ha alcanzado una dimensión cuantitativa que se prolonga hasta nuestros días, siendo las matemáticas el sistema de medida elegido. Desde entonces los seres vivos son inventos naturales, para quienes la ciencia busca un equivalente mecánico. Fisiológicamente, como fenómeno natural, un organismo será un sistema material integrado en la revolución celeste copernicana. El modelo cartesiano no atiende ya a las características anatómicas individuales: «supongo que son iguales en todo a aquellas partes de nuestro cuerpo que poseen el mismo nombre y que pueden ser mostradas por un experto anatomista»335. Describir el cerebro, el corazón, los huesos, los músculos, los nervios, equivale a confeccionar una naturaleza muerta sin interés para unos sabios cuya intención es explicar el funcionamiento de la máquina animal. La vida recibe su definición mecánica del reduccionismo métrico al que conduce el uso del lenguaje matemático como marco científico, y de la sincronización funcional de las partes que regula todo sistema, que en el caso de los seres vivos tiene como finalidad conservar la vida del individuo a partir del intercambio material que se produce con el medio. El mecanicismo de Descartes forma parte del «conocimiento operativo y mecánico»336 de la naturaleza que acontece durante el siglo XVII, y equivale a un conjunto de procesos coordinados que tienen su razón de ser en el movimiento de la materia, explicando los efectos a través de una filosofía corpuscular, como la denomina Robert Boyle, que une física y química haciendo a ésta participe de los elementos teóricos, átomos y movimiento, que sostiene aquélla. La química se hace mecanicista y adquiere las propiedades necesarias para apoyar la explicación materialista y sistémica donde está inmerso el concepto de vida: «Si de la consideración del Universo se puede pasar a la del hombre, que se puede llamar mundo pequeño, será fácil de observar muchas operaciones, semejantes a las que se hacen en la química, como 334 335 336

L. da Vinci, Cuadernos de notas, Madrid, M.E. Editores, 1993, p. 250. René Descartes, El tratado del hombre, Madrid, Alianza, 1990, p. 23. R. Hooke, Micrografía , Madrid, Alfaguara, 1989, p. 124.

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la circulación de los humores, las fermentaciones, las filtraciones, y las destilaciones», enseña el curso de química de Nicolas Lémery337. Se trataba, tal y como en 1665 Robert Hooke interpreta el problema en su micrografía, de dar contenido a los conceptos de materia y forma —términos propios de la definición de vida— sin lo cual son «dos palabras generales e inútiles»338.

Portada de Progymnasmata physica, Venecia, 1663 337 Nicolas Lémery, Cours de Chymie, París, 1675 (citamos por la trad. española: Curso chymico del doctor Nicolas Lémery, Madrid, 1703, prólogo). 338 Cf. R. Hooke, Micrografía, Madrid, Alfaguara, 1989, p. 124.

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No obstante, aunque lejos del modelo descriptivo propuesto Hooke, el hombre-máquina es un concepto fisiológico construido con hipótesis especulativas articuladas alrededor de la física experimental, y recibiendo de las matemáticas el componente empírico. Y conviene recordar, como afirma Croce, «que estas mismas construcciones no carecen de una concepción u orientación filosófica»339. Filosofía que considera la vida como la expresión de un fenómeno material diferenciado del resto por la autosuficiencia del sistema. El cuerpo, afirmaba el filósofo francés Julien-Offray de La Mettrie en 1747, «es una máquina que ensambla sus resortes por sí misma, imagen viva del movimiento perpetuo»340. En el siglo XIX, siguiendo ahora los enunciados que conforman la naciente biología, la circulación de materia recuperó su vigencia como principio vital: «El principal carácter, pues, de la vida consiste en un movimiento continuo de moléculas de fuera a dentro y de dentro a fuera, por efecto de la cual las diferentes partes de un cuerpo organizado, subsisten y crecen bajo formas determinadas, resistiendo a las fuerzas generales de la materia muerta que tienden a disolverlas», explica Delafosse341, por ejemplo. Pero esta historia no nos corresponde. En 1653 el médico Tommaso Cornelio ocupó el puesto de lector de matemáticas en la Universidad de Nápoles, enseñaba en su salotto privado física, química y matemáticas, y había comenzado la redacción de un libro sobre la naturaleza del hombre con el cual pretendía «mostrar al mundo muchos nuevos hallazgos tanto curiosos como útiles para la medicina»342. La obra se publicará en 1663 con el título 339 Benedetto Croce, Storia della età Barocca in Italia, Roma-Bari, Laterza, 1929, p. 61. 340 J.-O. de La Mettrie, L’Homme machine, París, 1747 (cit. por J.-O. de La Mettrie, Oeuvres philosophiques, París, Fayard, 1984, vol. I, p. 69). 341 G. Delafosse, Elementos de Historia Natural (trad. de la 10ª edición francesa por J. Vilanova y Piera), París, Hachette, 5ª edición, 1885, p. 4. 342 Carta de Tommaso Cornelio a Cassiano dal Pozzo, Nápoles, 16 de octubre de 1654; en Francesco Trevisani, Carteggio Puteano: lettere inedite di Tommaso Cornelio e di Cassiano dal Pozzo, Mesina, La Libra, 1979, p. 9 (véase también la carta de fecha 19-12-1654). La redacción del libro alcanza el año 1647, según testimonia la carta dirigida por Cornelio a Marco Aurelio Severino de fecha Bolonia, 21 de septiembre de 1647; rep. en Maurizio Torrini, «Lettere inedite di Tommaso Cornelio a

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de Progymnasmata physica343. El perfil de Cornelio marca las distancias entre dos generaciones de médicos, entre dos modos correlativos de entender y practicar la medicina. Si al maestro Severino, al catedrático de cirugía y anatomía, no le tiembla el pulso a la hora de emplear el coltello para indagar la novedad anatómica de los seres vivos, el discípulo fue un profesor de matemáticas alejado del oficio de galeno y dedicado a las meditaciones fisico-matemáticas sobre la estructura del mundo; orden universal al que pertenece el cuerpo humano344. La dimensión científica del personaje no es, pues, la del médico sanador sino la antropológica, y conocer la naturaleza del hombre es el objeto de su reflexión. Estudio que se rige por la norma matemática, como recordaba al estudiante de medicina Lucantonio Porzio: «de todas las ciencias humanas, las matemáticas son las que tiene mayor uso; y poco o nada podía saber de otras cosas quien no Marco Aurelio Severino», Atti e memorie dell’Accademia toscana di scienze e lettere «La Colombaria», vol. 35, pp. 149-51. Cornelio presentó la solicitud como lector de matemáticas en 1652, la obtiene el 15 de octubre, pero sólo un año después, el 11 de diciembre, ocupará la cátedra ordinaria. Cf. Nino Cortese, «L’etá spagnuola»; en Torraca (1924), p. 355 y nota 6. Se indica como fuente el doc. Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano maggiore, processi antichi, f.15, n.1177. En la correspondencia referida, Cornelio comunica a Casiano que no podrá visitarle en Roma por haber sido admitido a una cátedra de medicina. 343 Tommaso Cornelio, Progymnasmata physica, Venecia, Typis Haeredum Fr. Baba, 1663 (citamos por la edición de 1688, Nápoles, tip. Jacobi Raillard). Contemporáneamente, en Philosophical Transactions, vol. II, diciembre, 1667, pp. 576-9, se publicó un amplio resumen del libro. Un análisis de la obra se realiza en Gonario Deffenu, «Il "progymnasmata phisica" di Tommaso Cornelio» Episteme, vol. III, nº 2/3/4, diciembre, 1974, pp. 190-221; también Franco Crispini, Metafísica del senso e scienze della vita. Tommaso Cornelio, Nápoles, Guida, 1975. Para su biografía pueden consultarse Dizionario biografico degli italiani, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, vol. 29, 1983, pp. 136-140; Biografia degli uomini illustri del Regno di Napoli, Nápoles, Nicola Gervasi, t. 4, 1817. 344 Cf. Tommaso Cornelio, Meditationes de Mundi structura, prefacio. Reproducido en Eugenio Garin, «Uno scritto sconosciuto di Tommaso Cornelio», Atti e Memorie dell’Accademia Toscana di Scienze e lettere La Colombaria, vol. XXXIV, p. 308. El manuscrito corneliano se revela como un antecedente temprano de su Progymnasmata y pertenece a una obra inconclusa que constaría de cuatro libros siendo el primero las Meditationes, que en 1646 estaban casi finalizadas.

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sabía de matemáticas»345. Asi, siguiendo a Galileo346 —y a Leonardo y a Descartes, por ejemplo— Cornelio concibe el cuerpo humano como un libro escrito en lenguaje geométrico, y hace de este saber una herramienta imprescindible para organizar el laberinto fisiológico que caracteriza al ser vivo: «Quien desee dedicarse con fruto al estudio de la fisiología, debe antes llenar el espíritu con las artes matemáticas, al menos, conforme al precepto de Platón, con la geometría»347; pero también reconoce las limitaciones que surgen en una disciplina circunscrita a magnitudes y proporciones para solucionar las múltiples incógnitas presentes en los fenómenos naturales, accesibles sólo mediante la observación y la experimentación348. Con esta perspectiva, la vida tiene una valor cualitativo no exento de correlación empírica pues se define por la forma, el tamaño y el número de las partículas que constituyen la materia. Estos factores determinan los diferentes tipos de sustancias y sus posibles combinaciones dentro de una química de la vida también mecanicista, regulada por el movimiento como vector divisor de la materia en porciones de distinto tamaño, disposición y figura, de cuya agregación resulta la diferente cualidad de las cosas349. La química es otra materia imprescindible para quienes filosofan350. 345 La cita pertenece al diario manuscrito de Lucantonio Porzio, reproducida en Giusseppe Mosca, Vita di Lucantonio Porzio, Nápoles, Gennaro Migliaccio, 1765, p. 11. Cf. Torrini (1977), p. 102. 346 El Progymnasmata physica no olvida la forma dialogada característica de Galileo, pues la obra comienza con un Dialogus in Proaemiilocum Suffectus (pp. 158), interpretado por los personajes de Stelliola, Trusianus y Brunus. También Galileo participa, junto a Bruno, Campanella, Galeno, Timeo, de la imaginaria epístola que el difunto Marco Aurelio Severino, fallecido durante la peste de 1656, dirige a Timeo, pseudónimo de Cornelio (Epistola subdititio Marci Aurelii Severini ad Timeum Locrensem nomine conscripta, pp. 401-470). 347 T. Cornelio, Progymnasmata physica, Nápoles, Raillard, 1688, p. 75. 348 Ibidem, p. 64. A pesar de esta putualización no es acertada la opinión de Benedetto Croce, Storia del regno di Napoli, Roma-Bari, Laterza, 1972, p. 215, afirmando que Cornelio «avversava le esagerazioni matematiche dei cartesiani nella fisiologia e nella stessa fisica». 349 Ibidem, p. 111-2. 350 Ibidem, p. 77.

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El esquema fisiológico aplicado por Cornelio al interpretar el cuerpo humano sigue la pauta establecida por William Harvey en De motu cordis. El corazón, tal y como enseña el médico inglés, es el Sol que ilumina el microcosmos humano, la unidad motriz de un sistema sanguíneo cuya finalidad es distribuir los nutrientes necesarios para reparar el consumo energético corporal: «en virtud de las palpitaciones del corazón que manda por la arteria la sangre a todas las partes, cada una de las cuales retiene para sí el mínimo nutrimento que se le proporciona, así como el Sol manda calor y luz a la tierra»351. Cornelio ha elaborado un discurso donde tienen cabida tanto el antecedente filosófico de Campanella como el pensamiento científico de Galileo, cuyo resultado es un producto típicamente cartesiano definiendo la materia, y por consiguiente al ser vivo, conforme a las leyes de la mecánica: el Progymnasmata physica352. Su respuesta al interrogante ¿qué es la vida? corrobora el ideario de Descartes, y así nutrición y reproducción353 son los capítulos fundamentales de una corporis humani fabrica que ha perdido el carácter arquitectónico, de edificio, que tiene en Vesalio. La fábrica vesaliana es un conjunto anatómico del que puede participar el maestro Severino, mientras que el discípulo se aproxima a la organografía, emplea la zootomía354 para preguntarse por el funcionamiento y no por la morfología. La fisiología es su personal concepto vital. El hombre no es el modelo estático que la 351 Carta de Cornelio a Severino, Roma, agosto de 1649; rep. en Badaloni (1961), p. 71. 352 T. Cornelio, Progymnasmata physica, Nápoles, Raillard, 1688, p. 94. 353 Junto a De nutricatione y De generatione hominis, cinco capítulos, progymnasmas, componen la obra: De ratione philosophandi (reflexión sobre el conocimiento de la naturaleza a través de la observación. Las matemática, la química y la mecánica son los valuartes de esta investigación); De rerum naturalium initiis (resumen de los diferentes y múltiples idearios sobre el origen del mundo. Aristóteles, Demócrito, Platón, Epicuro, Teofrasto, Stelliola, Telesio, Campanella, Galileo, Bacon, Gassendi, culminan en un elogioso discurso cartesiano); De universitate (se exponen diversos argumentos sobre el sistema del mundo y el orden del cosmos, entre ellos el modelo copernicano); De sole (el astro ocupa el consabido epicentro energético y lumínico terrestre); De vita (se aborda el problema de la circulación sanguínea, el calor corporal y la respiración). La edición de 1688 incluye un capítulo postumo: De sensibus. 354 T. Cornelio, Progymnasmata physica, Nápoles, Raillard, 1688, p. 77.

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escuela anatómica enseña sino un complejo sistema físico-químico que pone en relación al organismo con el medio. Su fábrica no es una unidad estructural sino funcional, articulada alrededor del sistema circulatorio. El ser vivo es un compendio de materia en movimiento y transformación, un sistema sometido a la dictadura de los átomos y de la mecánica. Aquéllos representan la unidad material y ésta el principio activo responsable de los cambios. Con tan sencillo equipaje, Cornelio induce de sus observaciones una explicación ad hoc para interpretar unos hechos cuyo realidad está lejos de comprender; deficiencia solventada con generosas dosis de imaginación y los auspicios de una filosofía matemática que aporta al esquema un soporte científico engañoso. Desde nuestra distancia, el Progymnasmata es una precipitada explicación fisiológica del cuerpo humano consecuencia de un legítimo deseo de saber, al tratar de esclarecer la polícroma funcionalidad del ser vivo con las limitaciones y carencias cognoscitivas del Barroco. Pero un tratamiento maniqueo está fuera de lugar, carece de sentido pues dará como resultado un erróneo y deformado análisis que catalogaría de fracaso el modelo fisiológico mecanicista, muy alejado todavía de los parámetros que hoy postulamos para los organismos vivos pero influido de un principio irrefutable: caracterizar la vida como un fenómeno orgánico definido por la circulación interna de materia y regulado por leyes físico-químicas. No se trata ni de biofísica ni de bioquímica, es un modelo cosmológico, universal —el hombre es un subsistema dentro del Universo y participa de esta unidad material—, que se abandonará cuando los biólogos sean capaces de determinar la dimensión celular propia y exclusiva de animales y plantas. Así, por ejemplo, el problema de la respiración en dos medios tan diferentes como agua y tierra, ya planteado por Marco Aurelio Severino355, es resuelto por Cornelio admitiendo la mutación recíproca entre el aire y el agua deducida a partir de los procesos de evaporación y condensación356. Su análisis, como explica a Severino 355 Marco Aurelio Severino, De respiratione piscium diatriba, Nápoles, Camilli Cavalli, 1659. 356 De cognatione Aëris, & aquae, epistola ad Marcum Aurelium Severinum; en Cornelio (1688), pp. 377-399. Véase también Badaloni (1961), pp. 73-74. Torricelli

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en 1649, distingue tres niveles fenomenológicos: la sustancia, la organografía y la función fisiológica357. Estudiar la respiración requiere conocer las propiedades del aire, saber cómo funciona el órgano responsable, y explicar su repercusión en el organismo. La propuesta no discierne la proximidad química de ambas sustancias, y, menos aún, la absorción de oxígeno que se produce en las branquias y los pulmones mediante la respiración, es, simplemente, la consecuencia de describir macroscópicamente una reacción química. La hipótesis que se deduce de esta confluencia de identidades es definir la vida como un modelo único aplicado a los diferentes medios que componen la naturaleza. Que la teoría sea más o menos correcta, como asimismo le ocurre al explicar la acidificación y el peristaltismo digestivo, y el tránsito intestinal de los alimentos, depende del grado de especulación argumental en detrimento de una explicación meramente descriptiva del fenómeno observado. En 1667, Giovanni Alfonso Borelli efectúa una breve estancia en su ciudad natal, Nápoles, camino de Mesina, donde ocupará la cátedra de matemáticas que ya regentó durante más de dos lustros, desde 1635 hasta 1656, año de su traslado al studio de Pisa, donde también se encargó de enseñar matemáticas. Durante su escala, cercana al mes, el ambiente intelectual napolitano no cubrió sus expectativas, máxime cuando «el señor Cornelio se ha dado al ocio y a la comodidad»358, al margen de su veracidad, la negativa opinión evidencia la actitud conformista de Cornelio que, probablemente, ya tiene como meta gozar de la paz de cuerpo y alma que confiesa a su amigo Malpighi años más tarde, cuando busca acomodo en la Universidad de repitió ante Cornelio sus experiencias sobre la cognatione del aire y agua; cf. la correspondencia de Marco Aurelio Severino a Cassiano dal Pozzo, particularmente la carta de fecha Nápoles, 15 de diciembre de 1646, en Trevisani (1979), p. 15. 357 Carta de T. Cornelio a M.A. Severino, Roma 28-8-1649. Rep. en Torrini (1970), p. 153-4. 358 Carta de Borelli a Malpighi, 20 junio 1667, rep. en Howard B. Adelmann, The Correspondance of Marcello Malpighi, Ithaca-Londres, Cornell Univ. Press, 1975, vol., I. p. 350. Borelli no permaneció ocioso durante su estancia, estudió los fenómenos hidrológicos del lago de Agnano y participó en las sesiones de la Accademia.

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Padua359; y en 1677 Cornelio se aparta del bullicio ciudadano refugiándose en la soledad de la periferia napolitana, renunciando a su quehacer médico para optar por la reflexión y el estudio. La radical decisión estuvo influida por las acusaciones vertidas hacia su terapéutica química y la responsabilidad contraída en la muerte de uno de sus pacientes, el principe de Avellino, ocurrida en diciembre de 1674360 . Como antídoto para la apatía la actividad de Borelli, que persigue la imposible tarea de reconstruir la fisiología de los seres animados mediante las demostraciones mecánicas que conformarán su De motum animalium, la obra que le dio merecida fama y mejor fortuna histórica. Con la anécdota nos preguntamos ¿qué relación existe entre los personajes? ¿Cuál fue su diferente contribución al mecanicismo biológico? Habitualmente la historiografía trasmite un mensaje de cercanía, de identificación, entre Borelli y la academia de los Investiganti, llegando, incluso, a considerarle el ideólogo del grupo361. Hipótesis que está fuera de lugar. Como afirma Paolo Galluzzi, si exceptuamos su obra Theoriae mediceorum planetarum ex causis physicis deductae (1666), en la década de los años sesenta Borelli no había publicado «trabajos de los cuales se pueda obtener una idea mínimamente precisa del ambicioso proyecto que perseguía desde el inicio de los años 50»362. Difícilmente su aportación pudo ir más allá del apoyo testimonial. Paralelamente, su correspondencia revela una actitud abiertamente crítica con la obra de Cornelio, quien le demostraba su estima 359 Carta de Cornelio a Malpighi, Nápoles, 6 noviembre 1674; Adelmann (1975), vol. II, p. 695. Sobre la operación de traslado véase la correspondencia con Malpighi, pp. 665, 674, 687, 701. En carta dirigida a Girolamo Corrado, Bolonia 3 de octubre 1674, afirma Malpighi que Cornelio ocupaba en el estudio napolitano, junto a la cátedra de matemáticas, otra de medicina; ibidem, pp. 694-5. 360 Cf. La carta dirigida por Cornelio a Malpighi, Nápoles 18 de septiembre de 1677; rep. en Adelmann (1975), vol. II, pp. 768-69. También A. Borrelli, «Il funerale de Tommaso Cornelio», Nouvelles de la Republique des lettres, fasc.1, 1990, p. 61. 361 Riccardo de Sanctis, por ejemplo, situa a Borelli entre los miembros fundadores; cf. La nuova scienza a Napoli tra ’700 e ’800, Roma-Bari, Laterza, 1986, p. 4. Idéntica opinión expresa Gabriele Reppucci, Breve saggio monografico su Leonardo di Capua, Materdomini, Circolo Sociale Leonardo di Capua, 1995, p. 43. 362 Ibidem, p. 353.

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dedicándole un capítulo del libro363. Algunos meses después de su publicación Borelli escribía a Malpighi: «Me agrada que v.s. haya visto el libro del Sr. Cornelio y que lo encontrase de su gusto, y, verdaderamente, si el Sr. Cornelio fuese menos resuelto y menos cartesiano yo lo estimaría mucho, no obstante, de los amigos es necesario gozar lo bueno y compartir las imperfecciones»364. Él no estaba dispuesto al esfuerzo, pues no compartía el filosófico ideario cartesiano utilizado por Cornelio para reflexionar sobre los objetos naturales; circunstancia que no supuso enfrentamiento alguno: «Me alegra haber tropezado con un escolar del señor Tommaso, el cual, si vuestra señoría lo ensalza, será hombre de garbo, y vuestra señoría lo saluda cariñosamente de mi parte»365. ¿Cúales son los defectos de Descartes? Borelli se explica: «yo, por no entender la lengua francesa, lo entiendo poquísimo y en lo poco que entiendo no encuentro nada de gran relieve porque gira siempre sobre su demostración del alma racional, que aburre a la misma paciencia»366. El aburrimiento establece la frontera entre la teoría y la práctica, entre la verdad absoluta y el conocimiento mensurable de las cosas. Objetivos que pertenecen a distintos niveles cognitivos. Frente al cartesiano discurso de la razón, gobernado por la lógica, los biólogos modernos, como Borelli, utilizan el cálculo y la física para construir un modelo físico-matemático de la vida de índole expositiva y predictiva. El corazón, por ejemplo, ya no interesa como concepto general de energía sino en la particular determinación de la fuerza muscular empleada para bombear la sangre por todo el organismo: 180.000 libras calcula Borelli367. 363 Epistola subdititio Marci Aurelii Severini ad Timaeum Locrensem nomine conscripta, pp. 401-470. 364 Carta de Borelli a Malpighi; Pisa, 21 de marzo, 1664. Rep. en Adelmann (1975), I, p. 204. 365 Ibidem. 366 Carta de Borellia a Magliabechi, rep. en Paolo Galluzzi, «Lettere di Giovanni Alfonso Borelli ad Antonio Magliabechi», Physis, XII, 1970, p. 278. 367 Borelli. prosición LXXIII. Sobre su ideario físico-matemático véase el riguroso y preciso estudio de Emilio Balaguer Perigüel, La introducción del modelo físico-matemático en la medicina moderna. Análisis de la obra de G.A. Borelli (1608-1679), Cuadernos Hispánicos de Hª de la Medicina y de la Ciencia, XV, Valencia y Granada, 1974.

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Por su parte, Cornelio es un amigo de Descartes y ejerce el oficio de pensador. Su discurso es filosófico, pero la afirmación borelliana considerando que «la geometría y la mecánica son la escala por la cual podemos alcanzar la maravillosa ciencia del movimiento de los seres vivos»368 no le es ajena, y la utiliza para meditar sobre el universo elaborando un discurso unitario donde la materia en movimiento es el principio causal que explica la pluralidad de objetos y fenómenos naturales. Ni continente ni contenido son novedosos pero sí la tribuna geográfica donde prorrumpe el ideario. Imbuir la cultura napolitana seiscentesca con el pensamiento de Descartes, Gassendi, Boyle, fue un acto revolucionario que la muerte no pudo conciliar: «terminada la persecución contra la persona, no ha terminado contra la doctrina», afirma su amigo Francesco D’Andrea369. El Progymnasmata physica fue un tratado conocido en Italia. Autor y obra tuvieron, junto a los investiganti, partidarios incondicionales como Malpighi y Elia Astorini370; hasta Francesco Redi recomendaba la lectura del capítulo De Nutricatione371. También el romano Giornale de’Letterati —publicación que durante su corta existencia, 1668-1683, siguió los pasos del Journal des Savants— contribuyó a la difusión372. Finalizando el setecientos Saverio Macri373 rescata del olvido el ideario corneliano, reivindicando su primacía en descubrir la irritabilidad muscular, tema que, siguiendo su estela, contemporáBorelli, De motun anumalium, libro I, capítulo X, p. 294. Carta de Francesco d’Andrea a F. Redi, Nápoles 25 junio, 1685. Rep. Gino Tellini, «Tre corrispondenti di Francesco Redi (lettere inedite de G. Montari, F. D’Andrea e P. Boccone)», Filologia e Crítica, I, fasc. 3, 1976, pp. 428-9. Sobre el tema cf. Antonio Borelli, «Il funerale de Tommaso Cornelio», Nouvelles de la republique des lettres, fasc. 1, 1990, p. 61-82. 370 Cf. Eugenio Garin, «L’ars magna di Elia Astorini», Atti e Memorie dell’ Accademia Toscana di Scienze e Lettere La Colombaria, XXXIV, 1969, pp. 311-327. 371 Francesco Redi, Esperienze intorno a diverse cose naturali e particularmente a quelle che ci son portate dall’indie (citamos por Carlo Livi (ed.) Opuscoli di storia naturale di Francesco Redi, Florencia, Felice Le Monnier, 1858, p. 269). 372 V. Ferrone, Scienza, natura, religione. Mondo Newtoniano e cultura italiana nel primo settecento, Nápoles, Jovene, 1982, p. 12. 373 Cf. la edición realizada por Macri de Leopoldo Marco Antonio Caldani, Institutiones physiologicae, Nápoles, 1787, Josephi Mariae Porcelli, 2 vols., 1804. Citamos por la reedición de 1804, véase vol. II, pp. 92-3, 156, 159, 160, 208. 368 369

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neamente cultivó el médico inglés Francis Glisson374 e hizo famoso a Albrecht von Haller un siglo después. Al otro lado de los Alpes, el vínculo de Cornelio con la Royal Society375 le abrió las páginas de las Philosophical Transactions, solicitando los académicos londinenses su opinión sobre temas como el veneno de la tarántula 376 y la exudación arbórea denominada manna377. Si hacemos caso a John Ray, debemos afirmar que Tommaso Cornelio era conocido en el mundo por sus escritos378. Al menos el naturalista inglés participó de esta tarea incluyendo en su catálogo de plantas inglesas su método para recolectar el manna379. El círculo francés tampoco le fue ajeno. Malebranche, por ejemplo, conoció la obra y difundió la opinión de ser un libro estimado380. Y aún, para los escépticos que nieguen toda gloria, pode374 Francis Glisson, Tractatus de natura eiusque tribus primis facultatibus: I. perceptiva, II appetitiva et III. motiva, Londres, H. Brome, 1672. Análogo planteamiento desarrolla Pandolfi, «Brevi cenni intorno a Tommaso Cornelio da Cosenza e la irritabilità Halleriana», Atti della Accademia Cosentina, IX, 1865, pp. 163-7; y Crispini (1975), pp. 105-136. Sobre el tema también Pazzini, Storia della medicina, Milán, 1947, vol.II, pp. 78-9. Una visión general del problema la ofrece Alessandro Dini, «il dibattio sulla teoria dell’irritabilità in Italia, 1755-1767», Bollettino filosofico, 7, fasc.1, 1987, pp. 67-85. 375 Cf. Fisch (1968), pp. 42 y ss.; Pighetti (1988), pp. 51-54, 69-70. Entre otros, durante la segunda mitad del siglo XVII visitaron Nápoles los miembros de la Royal Society Gilbert Burnet, John Ray, Filippo Skippon, Francis Willughby y Robert Southwell. 376 Cf. Pighetti (1988), p. 201. La autora reproduce un índice de los estudiosos italianos referidos en las reuniones de la Royal Society celebradas en el período 1660-1687. Véase también el tercer volumen de Thomas Birch, The history of the Royal Society of London, Londres, 1756-7, 4 vols. (reed. en 1968). 377 Sustancia sacaroidea que fluye de algunos árboles, caso del fresno, utilizada en farmacología. Cornelio relata a John Ray sus experiencias sobre el fresno en carta fechada en Roma, diciembre de 1663 (rep. en Edwin Lankester (ed.), The Correspondance of John Ray: Consisting of selections from the philosophical letters published by Dr. Derham, and Original letters of John Ray, in The Collection of the British Museum, Londres, Ray Society, 1848, p. 7). El año es erróneo pues Ray viajó a Italia en 1664. Cf. Raven (1986), p. 134; y Fisch (1968), p. 42. 378 Ray (1673), p. 271. Cf. Fisch (1968), p. 29, Torrini, (1970), p. 140. 379 Ray (1677), p. 114. 380 Cf. la carta dirigida por F. Daniel a N.J. Poisson de fecha 10/9/1670, en Oeuvres complètes de Malebranche (ed. André Robinet), París, Vrin, 1970, vol.XVIII, p. 59. La refencia se recoge en Eugenio Garín, «Filosofi italiani citati da Malebranche», Rivista Critica di storia della filosofia, año XXX, fasc. I, enero-marzo, 1975, pp. 102-3.

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mos recurrir al testimonio de Vico y concluir que el Progymnasmata asombró a los jóvenes, e indujo al propio Giambattista a cultivar la lengua latina381. Aunque en esta ocasión el discípulo desobedecía el consejo de Descartes sobre la conveniencia del uso de la lengua vulgar382.

Sobre la incerteza de la medicina Publicado en 1681 el Parere de Leonardo di Capua obtuvo por derecho propio un hueco en el índice del Santo Oficio romano383. Su polémico contenido contribuyó al éxito, imprimiéndose hasta 1714, al menos, cuatro ediciones en italiano y una traducción parcial en inglés, publicada en 1684 en Inglaterra384. El debate intelectual provocado por el libro se identifica en la desafiante Lettera apologetiche in difesa della teologia scolastica, e della filosofia peripatetica escrita por el jesuita Giovanni Battista de Benedictis385, impresa en Nápoles en 1694, y en la defensa manuscrita redactada por el abogado Francesco D’Andrea bajo los epígrafes de Difesa del Di Capua y Risposta del Signor Francesco D’Andrea a favore del signor Lionardo Di Capua contro le Lettere apologetiche del P. de’Benedictis, gesuita, al Signor Principe di Castiglione386. G. Vico, L’autobiografia, il carteggio e le poesie varie, Bari, Laterza, 1929, p. 21-22. Descartes, Discurso del Método, Madrid, Alianza, 1979, p. 129. 383 Fisch (1968), p. 51. 384 Leonardo di Capua, The uncertainty of the art of physic, Londres, Thomas Malthus at the Sun, 1684. Cf. Fisch (1968), p. 69; Pighetti (1988), p. 158. La traducción corresponde al primer razonamiento de los ocho que componen la obra y fue realizada por John Lancaster. Las reediciones italianas corresponden a los años 1689 y 1695, Nápoles, y 1714, Bolonia (edición realizada en tres tomos, incluyendo Lezioni intorno alla natura delle mofete, obra publicada en 1683). Una breve antología de textos se recoge en Reppuci (1995); para su biografía cf. también Dizionario biografico degli italiani, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1991, vol. 39, pp. 712-14; y Biografia degli uomini ilustri del Regno di Napoli, Nápoles, Nicola Gervasi, t.1. 385 Conocido por el pseudónimo de Benedetto Aletino. 386 Sobre los ms. conservados en la Biblioteca Nacional de Nápoles, véase Badaloni (1961), pp. 147 y ss. La relación histórica de esta polémica y otros mss. de la Risposta pueden consultarse en Amedeo Quodam, «Minima dandreiana: prima rigognizione sul testo dell “Risposte” de Francesco D’Andrea a Benedetto Aletino», Rivista storica italiana, LXXXII, fasc. IV (1970), pp. 887-916. 381 382

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Retrato de Leonardo di Capua

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Un error médico de funestas consecuencias para un aristocrático paciente napolitano fue el detonante de una encendida discusión sobre terapéutica, poniendo bajo sospecha a los médicos químicos. Conflicto donde el Parere tiene su razón de ser. D’Andrea relata el suceso en su Difesa387, donde se narra cómo el virrey, acaecida la defunción del amigo envenenado por la dosis de antimonio que contenía el fármaco prescrito por el galeno, solicita del protomedicato que se dicten precisas reglas que conviertan la profesión sanitaria en un oficio seguro. Leonardo se rebela contra este alegato en favor del perfecto médico escribiendo el Parere, proclamando la condición incierta, dubitativa e incostante de los saberes médicos388, negándose a catalogar la medicina como una ciencia infalible sustentada en un sistema ordenancista capaz de facilitar a los médicos «ciertas, seguras y sólidas reglas para medicar»389, y rechazando convertir la curación en una procedimiento nemotécnico olvidando el factor individual que caracteriza a toda enfermedad por la peculiar relación individuo-medio origen del estado morboso. Obra y autor integran la renovación científica ocurrida en Nápoles durante el siglo diecisiete. Parere y Progymnasmata physica, Leonardo di Capua y Tommaso Cornelio, fueron enseñas del revolucionario movimiento científico representado por la academia de los Investiganti. El cambio ideológico proviene de la medicina y el tema elegido por Leonardo es el arte de curar, proponiendo un nuevo orden sanitario sustentado en la química. Disciplina interpretada acorde con el modelo de filosofía corpuscular desarrollado por su contemporáneo Robert Boyle390. Los fenómenos naturales tienen su origen en el movimiento y la composición de ínfimas unidades materiales denominadas corpúsculos. Ocho razonamientos componen la obra, reiterativos en calificar la medicina con el preciso y significativo adjetivo de incierta. Duda derivada de las limitaciones inherentes al conocimiento humano. Carencias que lo catalogan como una verdad relativa. Relativa en el tiempo. La ciencia tiene su historia, un relato cronológico y acumulativo de aciertos y El fragmento se reproduce en Badaloni (1961), pp. 125-6. Capua (1714a), I, p. 3. 389 Ibidem, p. 2. 390 Ibidem, II, p. 33. «Incomparabile Boile» lo llama Capua. Curiosamente el traductor dedicó a Boyle la edición inglesa. 387 388

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errores vertidos sobre el vasto teatro del universo. El saber es un patrimonio de la humanidad, cuyo contenido se ha modificado a lo largo de la historia atendiendo a nuevos e irreverentes idearios que convulsionan la tradición; «todo lo antiguo en su tiempo fue moderno», es el lema aplicado por Leonardo para justificar su rebeldía391. En consecuencia, es lógico que la solución de un problema médico resulte distinta a la luz de Hipócrates y de Paracelso. Relativa en cuanto al método científico: «No es la naturaleza de las cosas lo que a primera vista se manifiesta, tal que el hombre pueda completamente conocerla sin examinarla primero detenidamente»392. La observación es el camino elegido para investigar la naturaleza siguiendo la senda del microscopio y la notomía empleadas por el maestro Severino393, y el análisis químico el marco teórico-práctico apropiado para estudiar y comprender los principios que gobiernan los cuerpos naturales394. Y relativa también a causa de la tecnología: «¿Cómo reconocerá el astrónomo las nuevas estrellas sin el nuevo telescopio? ¿Cómo abatirá a la escuadra enemiga, o los asaltos, el capitán sin los arcabuces y la artillería, y sin otros modernos descubrimientos para la guerra? ¿Qué harán el filósofo y el médico sin el microscopio? ¿Cuánto llegará a saber de la Tierra el geógrafo sin el nuevo mapa de América?», se pregunta subyugando un pasado científico tecnológicamente deficiente395. La óptica ha ampliado los límites de la naturaleza, haciendo visibles objetos antes ocultos. La división de la materia en partículas deja de ser un supuesto filosófico predicado por Demócrito y Epicuro —«fueron enseñanzas que los primeros filósofos griegos tomaron de los fenicios», recuerda Capua396—, para convertirse en un secreto que el microscopio amenaza revelar. Pero este juego cognitivo es un arma de doble filo pues, simultáneamente, busca y cuestiona la verdad. La tecnología demuestra que los ojos perciben una imagen macroscópica de la naturaleza y la lente de aumento la descompone en porciones de materia 391 392 393 394 395 396

Ibidem, I, p. 47. Ibidem, I, p. 74. Ibidem, I, pp. 37, 63, 83; II, p. 135. Ibidem, Ragionamento settimo. Ibidem, I, p. 58. Ibidem, II, p. 192.

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cuyo significado se desconoce. Un nuevo rostro natural se esconde tras las limitaciones sensoriales del hombre, el problema es cómo descubrir el mecanismo de la «fabricación y la construcción de las partes mayores, que están compuestas y formadas sin fallo»397; descubrimiento que permanecerá aún varios siglos oculto. ¿Cuál es el límite? ¿Hasta dónde puede llegar la tecnología? La duda aterroriza a los científicos, pero la incerteza del saber es el precio que debemos pagar por nuestra imperfección. Concomitante con su discurso médico, Capua hilvana una teoría del conocimiento acorde al principio antropocéntrico que el estudio de la naturaleza conlleva bajo el designio humano. Su ideario reconoce la independencia de las observaciones, la individualidad de los objetos naturales frente al sistema, se caracteriza, como afirma Badaloni, por su «intuición de la ciencia como observaciones de comportamientos naturales que no es posible encerrar fácilmente en un fórmula resumen»398. El rechazo sistémico señala las limitaciones del saber, nace de la imposiblidad de conocer con precisión todos y cada uno de los elementos que componen el conjunto. Su renuncia no es una fórmula gnoseológica, sino una cuestión metodológica que atiende a las carencias cognitivas humanas y define un estatuto de falibilidad científica trascendente para la práctica médica, pues aunque «la virtud del medicamento fuese conocida plenamente, no por ello se podría tener seguridad alguna»399. Siguiendo esta máxima, Capua reflexiona sobre el estado de la medicina, sobre el conocimiento de la naturaleza. Se puede, y se debe, perdonar a los antiguos sus sueños sobre el ave fénix, el centauro, el caballo marino, el basilisco, el cíclope, la sirena, y tantos otros errores, pero es inadmisible que este falso testimonio conforme la vanguardia científica sin mejor razón que el presunto magisterio de los antepasados400. «¿Porqué debemos siempre con loca obstinación dejarnos llevar por el reverendisimo parecer de los antiguos? ¿Acaso no hubieron muchas cosas de su agrado que ahora nos parecen desagradables, incluso fastidiosas? (...). ¿O quizás alguna cosa, que a su cortisimo entendimiento parecía verdadera, ahora falsísima por obra 397 398 399 400

Ibidem, I, p. 117. Badaloni (1961), p. 126. Capua (1714b), p. 2; cf. también pp. 76 y 80. Capua (1714a), I, p. 57.

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de los modernos no se ha mostrado?»401, son preguntas dirigidas a derribar la infalibilidad de Aristóteles, Demócrito, Descartes, Epicuro, Galeno, Hipócrates, Paracelso, Platón, Teofrasto, entre otros ejemplos de su particular purga científica. Como todo modelo que se precie, la teorética de Leonardo afronta el interrogante cosmogónico. El origen del cosmos merece una explicación materialista acorde con el atomismo clásico. Capua participa, con Demócrito y Epicuro, de un universo compuesto por infinitas partículas con distinto tamaño, figura, movimiento y ordenación402, y se distancia de sus compañeros de viaje cuando atribuyen el origen de los mundos posibles a la libre circulación, agrupación y organización de la materia en estado corpuscular403. Su interpretación es materialista, pero la formación del universo no es un suceso estocástico, tiene una explicación creacionista. El orden, la belleza, la perfección y el finalismo de los objetos que lo componen justifican la existencia de una deidad generadora404. Como ya sabemos por Marco Aurelio Severino, cuyo aserto se repite, los seres vivos representan una unidad compositiva y estructural con ascendente divino. La notomía y el microscopio demuestran que moscas, hormigas, mosquitos, abejas, ácaros, coinciden con los animales superiores en tener ojos, cerebro, estómago, corazón, y tantas otras analogías estructurales405. Son la misma máquina animal en miniatura, representan idéntico plan anatómico surgido de la creación, modelado según el deseo de una mente operatrice. Una máquina animal cuyo corazón ha dejado de ser la fuente cartesiana de calor para ocuparse de la exclusiva función motora que Harvey le ha otorgado en 1649406. En esta presunta uniformiIbidem, I, p. 45. Ibidem, II, p. 192. 403 Ibidem, II, p. 189. También rechaza Leonardo el concepto de vacio propuesto por Epicuro, Cf. II, p. 194. 404 Ibidem, II, p. 189. 405 Ibidem, II, pp. 189-90. 406 Ibidem, I, p. 235. Capua se distancia en este punto del modelo propuesto por Descartes, quien considera el corazón la fuente calorífica de la sangre. Harvey en su De motu cordis, 1628, sigue este argumento que rectificará en sus Exercitationes ad Riolanum, 1649, pasando a ser un órgano propulsor. Sobre la dualidad harveriana cf. P. Laín, Harvey, Madrid, Ed. Centauro, 1948, 2 vols., I p. 95 y ss. 401 402

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dad, en esta analogía anatomofisiológica, radica el antropocentrismo de una naturaleza que culmina en el hombre, y «sin duda mal podrá ayudar a determinar las cosas del mundo sobre el uso o el oficio de las partes del cuerpo humano quien primero no haya tomado con acierto argumentos de cada otro bruto animal»407. Conocer la naturaleza a través del prisma de la medicina es un problema de disección y observación, pero no renuncia Leonardo a la aritmética, astronomía, climatología, geometría y lógica para investigar la composición y economía del cuerpo humano, aunque el médico deba ser, sobre todo, experto en química, «la cual comprende todo lo bello, todo lo incierto, todo lo maravilloso, que puede jamás operar la naturaleza, o el ingenio humano»408. Notomía y química constituyen dos materias complementarias e indispensables para conocer el cuerpo humano409. Aquélla descubre las partes que componen los animales y los vegetales410, ésta lleva hasta sus primeros componentes y revela las propiedades de las partículas, las separa y recombina para alcanzar su perfección411, explica la fisiología. Pero la incertidumbre permanece en un conocimiento que quiere ser empírico y lucha contra la especulación. El deseo de saber provoca una fractura entre observar e interpretar los hechos y, como reconoce Leonardo, «¿quién podrá jamás conocer plenamente las partículas de la sangre, que vencen cualquier descubrimiento químico para notomizarlas? ¿Quién las del jugo nutritivo, de la linfa, del licor pancreático, de la orina, de la hiel, del mucílago, (...), y tantas otras sustancias que circulan por el cuerpo, sobre las que, hasta ahora, el hombre nada sabe ni podrá saber jamás por ventura, como no sea sagaz y diligente en la práctica de la notomía? ¿Y quién, finalmente, alcanzará a comprender, si no es mediante inciertas y falibles conjeturas, la grandeza, la figura, el lugar, o el movimiento de los invisibles cuerpecillos que componen cualquier mínima partícula de las partes sólidas y líquidas del cuerpo animal? Y si esto permanece oculto para el ingenio humano, ¿cómo 407 408 409 410 411

Ibidem, I, p. 74. Ibidem, II, pp. 75-6. Ibidem, II, p. 85. Ibidem. Cf. Ibidem, I, p. 37, II, pp. 81-2, 85; también Capua (1714b), p. 30.

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podrá jamás alcanzar a espiar la facultad, los oficios, y todas las demás cosas necesarias para la economía de los animales?»412. El resultado es la duda, una imagen bidimensional de la materia que discrimina el imaginario microcosmos donde fluyen las partículas elementales junto al observable macrocosmos anatómico resultado de su agregación. La incerteza del saber no procede, pues, de un universo caótico, aleatorio, el reglamento está escrito, se puede conocer y los resultados son predecibles. En el siglo XVII la falibilidad de la ciencia equivale a ignorancia, proviene del imperfecto conocimiento de las cosas. El pensamiento de Capua recorre la misma senda que un siglo después hizo soñar al matemático Laplace con una inteligencia capaz de comprender y analizar todas las fuerzas de la materia: «para ella, no habría nada incierto y el futuro, igual que el pasado, se haría presente ante sus ojos»413. El tiempo ha sido un eficaz antídoto contra la incertidumbre del saber, y así, de esta historia, al siglo XXI sólo ha llegado la voz del virrey. Petición que los científicos tratan de satisfacer convirtiendo la naturaleza en un inmenso y controvertido puzzle donde todavía faltan infinidad de piezas por descubrir y colocar; y, dada su versatilidad, es poco probable que el milagro determinista esté próximo, lo cual no nos libra de sus efectos.

Ibidem, I, pp. 118-119. Pierre Simon Laplace, 1814. Cf. A.C. Clarke, El martillo de Dios, Barcelona, Ediciones B, 1997, p. 35. 412 413

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3. EL RECINTO UNIVERSITARIO

Quarantottu es el término que con mayor precisión refleja el estado de la cultura napolitana seicentesca en su tramo final. Quarantottu en la acepción de desorden, de barullo, que el dialecto siciliano414, convirtiendo el numeral en calificativo, incorpora a raíz de los acontecimientos políticos ocurridos en la isla durante el año 1848. Y no fue pequeño el alboroto organizado por los padres jesuitas durante la década de los años 80 a causa de la filosofía atomista que contaminaba la ciudad de Nápoles. No era precisamente de excursión donde los hermanos de la Compañía que fundase Ignacio querían llevar a sus aventajados e irreverentes coetáneos, sino ante el romano tribunal del Santo Oficio. Objetivo que cumplieron en 1688, iniciando un proceso inquisitorial, il processo agli ateisti, que duró nueve años415. «En la Sagrada Congregación hay doctos Cardenales entre los cuales se maduraba el negocio. De este asunto no tengo conocimiento preciso, pero sé que desde hace tiempo se manejaba», relata Marcelo Malpighi, entonces residente en Roma416. Qué mejor castigo que la salvación de sus almas merecían un puñado de ateos dispuestos a someter al materialismo atómico la espiritual transmutación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Y así se lo hizo saber la Santa Sede al arzobispo de Nápoles en 1671, de puño y letra del cardenal Barberini, destacado miembro de la Compañía417. El proceso tiene su origen en el malesGaetano Peruzzo, Dizionario siculo-italiano, Castro, tip. Amato, 1881. L.Osbat, L’Inquisizione a napoli: il processo agli ateisti 1688-1697, Roma, Ed. di Storia e Letteratura, 1974. 416 Rep. en M. Torrini, Galileo. Una polemica scientifica (1684-1711), Florencia, Olschki, 1979, p. 28. 417 Carta del cardenal Barberini al arzobispo de Nápoles, Roma, 1671, rep. en Luigi Amabile, Il Santo Officcio e l’Inquisizione in Napoli, Città di Castello, Lapi, 414 415

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tar de Roma con una ciencia materialista que describe la naturaleza alejándose del relato bíblico. «Toda Roma está en armas contra los matemáticos y los físico-matemáticos», advertía un jesuita menos dogmático, Antonio Baldigiani418. La represión intelectual no fue patrimonio del territorio napolitano, recorrió gran parte de la península y, por ejemplo, en 1691 llevó a Cosimo III, sexto granduca de la Toscana, a instaurar en la Universidad de Pisa la obligatoriedad de enseñar filosofía peripatética419. El 17 de septiembre de 1680, en carta dirigida a su tocayo Redi, Francesco d’Andrea afirmaba que «El señor Tommaso ha muerto al mundo y a sí mismo. El señor Leonardo no es el de antes. Discípulos no los hay. Y la ignorancia y la barbarie tienen más fuerza cada día»420. Conclusión, la incultura era una cualidad arraigada en la sociedad napolitana finisecular. Si la desaparición intelectual de Tommaso Cornelio y Leonardo di Capua tuvo como consecuencia la desolación aludida por el abogado, el interrogante se cierne sobre la causa, nos preguntamos el porqué de la persecución intelectual perpetrada en los años venideros. La posterior correspondencia de Francesco d’Andrea con Redi revela otra variante del problema, consecuencia de las hostiles relaciones que mantenía el estamento docente oficial con el privado. Narra en sus cartas que muerto el perro Cornelio no se acabó la rabia jesuita421, puesto que los lectores privados continuaban ganando adeptos, y dinero, difundiendo los vol. II, pp. 53-54. Un fragmento lo reproducen Torrini (1979b), p. 18; Vincenzo Ferrone, Scienza, natura, religione, Nápoles, Jovene, 1982, p. 9. 418 Carta de Antonio Baldigiani a Vincenzo Viviani, rep. en A. Favaro, Miscellanea galileiana inediat. Studi e ricerche, Venecia, 1887. Cf. Ferrone (1982), p. 11. Baldigiani fue profesor de matemáticas y teología moral del Colegio romano, y consultor de la Sagrada Congregación del Indice. Cf. Torrini (1979b), p. 173. 419 Cf. R. Galluzzi, Istoria del Granducato di Toscana sotto il governo di Casa Medici, Florencia, Cambiagi, 1781. El testimonio también lo recogen Tellini (1976), p. 443; Torrini (1979b), p. 28. 420 Carta de Francesco d’Andrea a Francesco Redi, Nápoles 17 de septiembre de 1680. Reproducido en Antonio Borelli, «Francesco d’Andrea nella corrispondenza inedita con Francesco Redi», Filologia e Critica, año VII, fasc. II, mayo-agosto, 1982, p. 195. 421 Sobre el tema cf. Antonio Borrelli, «Il funerale de Tommaso Cornelio», Nouvelles de la Republique des lettres, fasc.1, 1990, pp. 61-82.

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El recinto universitario

principios de la nueva filosofía. Dejaban sus escuelas vacías de alumnos y contenidos. Contra ellos «se han armado los jesuitas para hacerlos prohibir, porque ven abandonadas sus escuelas» 422, invocando el nombre de Cornelio423. Si hacemos caso de otros testimonios, finalizando el siglo la situación cultural napolitana no resulta tan precaria. No sólo se estudia la nueva filosofía, sino que se reúne también «una asamblea de hombres que tienen el gusto por el verdadero saber y el buen sentido. Ellos son mal vistos por el clero, y son descritos como una secta de ateos y como la prole de la escuela de los Pomponazzi; pero yo no he encontrado nada de esto entre ellos», relataba el obispo de Salisbury, Gilbert Burnet424, miembro de la Royal Society, a Robert Boyle con motivo del viaje efectuado a Nápoles en 1685. En versión francesa, Michel Germain afirmaba ese mismo año: «Descartes tiene los más bellos espíritus de Nápoles por sectarios. Están ávidos de obras hechas en su defensa y para esclarecer la doctrina»425. La situación no parece peor transcurridos los nueve años del proceso inquisitorial. Otro miembro de la Royal Society, el médico Peter Silvestre que viajó por Italia en el bienio 1699-1700, fue gratamente sorprendido de encontrar en Nápoles «un gran número de personas que se dedicaban a la filosofía corpuscular y a las matemáticas. Ellos confesaban su gratitud a Tommaso Cornelio cosentino, que fue el primero en introducirlos a estos estudios, y a Leonardo Di Capua, que siguió sus pasos»426. Y según Celestino Galiani, futuro cappellano 422 Carta de Andrea a Redi, Nápoles 17 de julio de 1685, reproducida en Tellini (1976), p. 429; cf. también la carta de fecha 25 de junio. 423 En 1792 Felice Pasano, inculpado en el proceso contra los ateos, declaró haber formado parte de la «setta nova, e che havevano pratticato con Tomase Cornelio». Anteriormente, en 1790, G. Battista Ferace testimoniaba culpándole de ateismo. Cf. Borrelli (1990), p. 70. 424 Gilbert Burnet, Some letters containing an account of what seemed most remarkable in travelling through Switzerland, Italy, some parts of Germany, in the years 1685 and 1686, Roterdam, 1687, 3ª ed.; en Fisch (1968), p. 50-51. 425 Carta de Michel Germain a Placide Poucheron, 1685. Rep. en Gabriel Maugain, Étude sur l’évolution intellectuelle de l’italie de 1657 a 1750 environ, París, Hachette, 1909, p. 153. 426 Pietro Silvestre, Philosophical Trans., vol.XXII, p. 629. Cf. Fisch (1968), p. 53; Torrini (1970), p. 139, n. 1.

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maggiore del regio estudio, consumida una década del setecientos Descartes era aún la insignia intelectual de Nápoles427. En la alborada del siglo ilustrado las nuevas ideas han colonizado la plaza napolitana. Sin embargo, bien por cuestiones sociales, bien por condicionantes políticos, bien por incapacidad para superar una sociedad profundamente religiosa, la actividad intelectual se paraliza. Fase no superada hasta transcurrir medio siglo de la nueva centuria. Si buscamos el grafismo histórico el turno le corresponde a Vico. Leemos en su elogio al defenestrado duque de Medinaceli: «cuando veíamos restablecidas por largo tiempo las mejores letras del Cinquecento, con la partida del duque virrey surge un nuevo orden de cosas que pone todo en ruina en brevísimo tiempo y contra cualquier expectativa»428. Para cruzar este caudaloso río aprovecharemos el vado universitario. La intención es conocer cómo la historia natural encuentra acomodo en la Universidad.

El regio estudio Reforma es el sustantivo apropiado para definir el pasado no tan ilustrado del recinto universitario napolitano429. Los cambios no son ajenos a la historia política. Acontecimientos como la pérdida del virreinato por la corona española en favor de la corte austríaca, ocurrida en 1707, y la reconquista de Nápoles por Carlos de Borbón transcurridos veintisiete años, repercutieron en la ordenación del regio estudio gracias al particular estatuto que gobierna el recinto educativo desde su creación en el siglo trece. El decreto fundacional, firmado en 1224 por Federico II, otorgaba a la Universidad de Nápo427 Cf. la carta de Galiani a Guido Grandi, Roma, 21/4/1714. Rep. En Franco Palladino, Luisa Simonutti (eds.), Celestino Galiani-Guido Grandi carteggio (17141429), Florencia, Olschiki, 1989, p. 31. 428 G. Vico, L’ autobiografia, il cartegio e le poesie varie, Bari, Laterza, 1929, p. 25. 429 La universidad napolitana tiene una prolija y particular historia que no es el hilo conductor de la exposición. A los interesados les recomendamos la obra de F.Torraca et al., Storia della Università di Napoli, Nápoles, Ricardo Ricciardi, 1924.

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les un organigrama diferente al régimen de estudios establecido en otros núcleos docentes italianos. Es el rey quien nombra y paga a los catedráticos y al prefecto, denominado cappellano maggiore, quedando al margen las agrupaciones de profesores y de estudiantes. En consecuencia, la institución tuvo un carácter estatal y estuvo sometida al dictado exclusivo de los gobernantes. A las puertas de un nuevo siglo, transcurridos cerca de quinientos años desde sus fundación, la situación universitaria es preocupante. Es un cadáver, afirmaba en 1681 el cappellano maggiore. Cadáver que él ha tratado de resucitar «no habiendo cesado en el término de tres años de irle ensalmando con todos los remedios que he conocido eficaces para darle vida»430. ¿Qué enfermedad padece el moribundo? Conocemos cómo en la centuria barroca la cultura napolitana es sensible a las ideas y métodos que fluyen por Europea. Las doctrinas de Francis Bacon, Robert Boyle, René Descartes, Pierre Gassendi, William Harvey, Isaac Newton, Galileo Galilei, Francesco Redi, se difunden pero no es la Universidad quien respalda la nueva filosofía sino la academia de los Investiganti. El ideario novator quedó relegado del viejo estudio. La querella fue un episodio ideológico e institucional. La enseñanza de la química sirve de ejemplo. La materia no formaba parte del plan docente universitario y su aprendizaje se realizaba privadamente. Médicos como Capua atendían esta deficiencia educativa, enseñaban cómo emplear adecuadamente los remedios químicos evitando que el paciente se convierta en víctima. Los médicos galenistas, representados por el protomédico Carlo Pignataro, se opusieron a los nuevos derroteros químicos del arte sanitario mediando contra tales prácticas. El resultado fue un decreto, de dudosa eficacia, prohibiendo estas enseñanzas431. El corolario del enfrentamiento merece el calificativo de fracaso. Mientras en la Universidad se mantiene vivo 430 Ms. del Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano Maggiore, varietá, vol, 43. Cf. Cortese (1924), p. 233. 431 Los novatores respondieron a esta prohibición enviando al virrey un Discorso per la difesa dell’arte chimica, e de’ professori di essa, fechado el 28 de septiembre de 1663. Cf. Fisch (1968), pp. 22-23; Maurizio Torrini, «Uno scritto sconosciuto di Leonardo da Capua in difesa dell’arte chimica», Bollettino del Centro di Studi Vichiani, IV (1974), 126-139.

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el espíritu escolástico y se rinde culto a la metafísica, extramuros las escuelas privadas difunden una ciencia moderna constituyéndose en sólida alternativa a la doctrina oficial. La escasa valía del profesorado complementa el caduco contenido temático, completando un proceso de creciente degradación a medida que se aproxima la frontera del setecientos. La consecuencia es que los alumnos se alejan de la Universidad reivindicando, implícitamente, otro programa educativo. Un fenómeno cuyo perfil se traza en tres dimensiones: administrativa, económica y sociológica. La titulación está en manos de los colegios de doctores que favorecen la práctica privada al considerar innecesaria la asistencia a las clases oficiales para obtener el título académico432. Los emolumentos que alcanza la enseñanza privada son impensables en la pública, multiplicándose la actividad extrauniversitaria. La promiscuidad social que promueve la Universidad obliga a las familias de clase alta a separar a sus hijos del recinto, evitando mezclarlos con alumnos de menor rango. Bajo estas condiciones, la competencia con las escuelas privadas y los colegios eclesiásticos resulta imposible. Todavía en 1714, de las treinta cátedras impartidas en el estudio napolitano sólo ocho profesores atraen el interés del alumnado: Giambattista Vico, retórica; Domenico Aulisio, derecho civil; Gennaro Cusano y Nicola Capasso, derecho canónico; Biagio Troisi, metafísica; Agostino Ariani, matemáticas; Niccoló Cirillo, aforismos de Hipócrates; y Giambattista Balbi, física433. Prestigiosos médicos como Lucantonio Porzio y Luca Tozzi, atendían con preferencia a la clien432 El origen de los colegios de doctores se remontan al siglo XIV, pero es más exacto referirse a la normativa sancionada por el monarca Giovanni II en 1428. Su vigencia alcanza hasta los primeros años de 1800. Originariamente tres eran los títulos de doctor: derecho, medicina, y teología. La asistencia a la universidad era obligatoria pero en la práctica esta norma se transgredía fácilmente pues el colegio de doctores sólo exigía como comprobante dos testimonios de asistencia rubricados por amigos y conocidos. Cf. Monti (1924); M. G. Colletta, «Il collegio dei doctori dal 1722 al 1744 attraverso le carte dell’Archiviodi Stato di Napoli», Archivio Storico per la Province Napoletane, 3ª serie, XVIII, 1979, pp. 217-241. 433 Cf. el informe de Filippo Caravita fechado el 27 de septiembre de 1714 reproducido en Blasiis (1876), pp. 141-166. Corresponde al manuscrito de la Biblioteca Nazionale de Nápoles, XI.B.17.

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tela abandonando las respectivas cátedras en manos de sustitutos434, y el jurista Aniello Cappellari, ocupado en quehaceres ministeriales, había impartido en su cátedra de derecho feudal una sola lección en dos años435. Más espiritual y desinteresado era el impulso que conducía a algunos eclesiásticos, docentes de teología, a abandonar las aulas dos meses al año para sermonear la cuaresma por provincias436. La Universidad del siglo ilustrado debe reconocer los errores, asumir las carencias, y renovarse incorporando las orientaciones cognoscitivas que se difunden lejos de sus aposentos. Promulgada por el conde de Lemos437, desde 1616 la pragmática De regimine studiorum regulaba la actividad del estudio napolitano. En 1698, durante el mandato del duque de Medinaceli, se intenta cambiar la reglamentación con el fin de regular efectivamente el sistema educativo. La reforma propuesta por el cappellano maggiore, Diego Vincenzo Vidania, arremete contra los colegios de doctores y la educación privada aplicando dos directrices: recuperar los alumnos mediante un eficaz control administrativo de su asistencia a las aulas; y, no siendo en la práctica factible su prohibición, controlar la enseñanza privada legalizándola si era ejercida por profesores universitarios, como era costumbre en España donde catedráticos y profesores repasan privadamente las lecciones impartidas en clase438. Una medida coercitiva dirigida a restringir la actividad del sector privado a un grupo de funcionarios de quienes, como elementos pertenecientes al sistema, «no se teme puedan leer doctrinas perjudiciales a la conciencia»439. Inaugurada la centuria el virrey fue relevado de su cargo quedando en suspenso el proyecto. No Ibidem, p. 151. Ibidem, pp. 147 y 151. 436 M. Shipa, «Il secolo decimottavo», en Torraca et al., Storia della università di Napoli, Nápoles, R. Ricciardi, 1924, pp. 438 y 443. 437 Sobre la reforma universitaria protagonizada por el conde de Lemos cf. Cortese (1924), pp. 255-265; Félix Fernández Murga, «El conde de Lemos, virrey-mecenas de Nápoles», Annali dell’ Istituto Universitario Orientale, 4 (1962), 5-28; Otis H.Green, «The literary court of the conde de Lemos a Naples, 1610-1616», Hispanic Review, 1 (1933). 438 La reforma propuesta por Lorenzo Vidania en 1698 se rep. en Cortese (1924), pp. 267-269, y corresponde al manuscrito de la Biblioteca Nazionale de Nápoles, XI.D.31. 439 Ibidem. 434 435

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será hasta 1703 cuando su sustituto, Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena y duque de Escalona, firme la nueva disposición. El documento conserva el espíritu y la letra del borrador precedente, pues Vidania sigue disfrutando del cargo. Se asume la vinculación pseudo-estatal del modelo privado y se procede a la reordenación de las materias docentes, que por vez primera se ordenan en ocho grupos o facultades: derecho civil, sagrados cánones, teología, medicina, filosofía, matemáticas, retórica, y lengua griega440. El estamento profesoral recibe una inyección de credibilidad al mejorarse los estipendios y admitirse que las cátedras fuesen nominadas por concurso. La situación universitaria no difiere con el posterior gobierno austríaco. Diversas y con idéntico talante son las propuestas de renovación formuladas en esta época. Esclarecedor resulta el informe elaborado por Filippo Caravita en 1714, defendiendo la libertad de cátedra y denunciando significativas carencias educativas: los futuros médicos no realizaban prácticas de notomía, eran siervos de Galeno e Hipócrates y carecían de un profesor de botánica; la teología enseñaba sólo las sentencias de Scoto y del santo Tomás; mientras la filosofía no superaba la doctrina aristotélica441. Aumentar y diversificar los conocimientos, mejorar el profesorado, adecuar las instalaciones docentes, atender a los conocimientos prácticos, eran los ingredientes de una receta habitual que no por conocida fue menos ignorada. Los austríacos abandonaron Nápoles «dejando la Universidad donde y como la habían encontrado veintisiete años antes. La nueva Universidad debía nacer con la nueva era de la independencia del Reino»442, durante el mandato de Carlos de Borbón.

Un monje en la corte de Carlos VII Sabemos que durante el año 1734 Nápoles se reincorpora a la nómina de Madrid, ahora como territorio independiente. Los orígenes 440 Cf. Francesco Scandone, L’Università degli Studi in Napoli nel sttecento, Santamaria Capua Vetere, stab. tipografico Cavotta, 1927, pp. 19-20; Cortese (1924), p. 270. 441 Rep. en Blasiis (1876), pp. 141-166; corresponde al ms. de la Biblioteca Nacional de Nápoles, XI.B.17. 442 Schipa (1924), p. 438.

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del iluminismo napolitano se esconden tras las bambalinas de este incierto período. La cabecera del cartel, y no podía ser de otra manera, le pertenece a un fraile, a Celestino Galiani, personaje caracterizado por su filiación científica y por su catolicismo. Su doble cualidad de matemático y de clérigo fue condición sine quanon para abanderar la cultura napolitana sometida desde antaño a los designios del saber y de la iglesia, habituada a conjugar la carne con el espíritu y a padecer los rigores y peligros de la fe y de la razón. Nicola Simone Agostino, nombre laico del monje, nace el 8 de octubre de 1681 en San Giovanni Rotondo, pueblo cercano a Roma. Su temprana orfandad paterna y las consiguientes penurias económicas le abrieron las puertas del reino de los cielos, cruzando primero el portón del convento de los celestinos, en cuya orden ingresa a los dieciséis años. En 1701 se traslada como estudiante al convento romano de san Eusebio, donde se convierte en el hombre apuesto, afable e instruido, descrito por Antonio Genovesi443. Aquí conjugó las enseñanzas celestiales de los santos Agustín y Tomás con los saberes terrenales de Galileo, Barrow, Lamy y Gassendi, y degusta los frutos prohibidos del paraíso cartesiano. Leyó los Principios filosóficos y las Meditaciones, «que comprendió bastante bien con sumo placer», la Dióptrica y el Tratado del hombre, según relata su autobiografía444. Más tarde, Galiani sustituye los Principia philosophiae por los Principia mathematica, y Newton reemplaza a Descartes como guía para interpretar la naturaleza445. Este fraile matemático, uno de los «prinAutobiografía, en A. Genovesi, Scritti, Turín, Einaudi, 1977, p. 10. Celestino Galiani, Ristretto della vita di Celestino Galiani, Biblioteca della Società Napoletana de Storia Patria, ms. XXIX. Cf. Vicenzo Ferrone, «Celestino Galiani: un inquieto cattolico illuminato nella crisi della coscienza europea», Archivio storico per la provinze napoletane, 19, 1980, pp. 282-3. Para su biografía cf. también Appiani Bonafedii, De Coelestini Galiani arch. Thessalonic. Vita comentarius, 1754. Para su biografía Fausto Nicolini, «Monsignor Celestino Galiani. Saggio biografico», Archivio Storico per la Provinze Napoletane, serie nueva, 17 (1931), pp. 249-358. 445 Sobre el ideario de Galiani cf. Fausto Nicolini, Un grande educatore italiano, Celestino Galiani. Nápoles, Giannini, 1951; Ferrone (1980). Para el aspecto científico resulta de interés la correspondencia entre Galiani y Grandi reproducida en F. Palladino, L. Simonutti (eds.) (1989). 443 444

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cipales sabios de Italia» según Montesquieu446, electo miembro de la Royal Society447, pronto ocupará un lugar prominente en el grupo de estudiosos romanos que el pontificado de Clemente XI favoreció448. Desde el foro curial dejó sentir su influencia sobre la cultura del sur de Italia, convirtiéndose en interlocutor y canalizador de numerosas inquietudes. Será el nuevo líder intelectual del mezzogiorno. En unos casos actuó como vehículo para difundir obras censuradas; en otros puso en marcha la imprenta clandestina napolitana sacando a la luz textos de Galileo, Derham, Boyle, Cheyne449. El éxito como hombre de letras no fue en menoscabo de su condición de representante de Dios en la Tierra. En 1718 asciende a abad, alcanzando el puesto de procurador general de la orden en 1722 y es elegido abad general seis años después durante el capítulo celebrado en el monasterio del Santo Spírito del Morrone450. 1731 fue el año de su consagración como arzobispo de Taranto, y más tarde de Tesalónica, ocupándose también de la dirección del regio estudio napolitano gracias a la nómina de cappellano maggiore otorgada por el virrey austríaco451. 446 Montesquieu, Oeuvres complètes. París, 1950, vol.II, p. 1213. Cf. Ferrone (1980), p. 297. 447 Archivo de la Royal Society, List comprises all names of foreing members from the fondation until 1800. 448 Cf. Ferrone (1980), p. 284-6. 449 En carta fechada en Nápoles, el 10 de octubre de 1709, Giacinto de Cristoforo le agradece el envío de la obra de Galileo, Istoria e dimostrazioni intorno alle macchie solari, que tuvo graves problemas de censura. Por ejemplo, en 1710 se publica en Nápoles el Dialogo intorno a due massimi sistemi, de Galileo condenada por la censura. En 1728 aparece la traducción italiana de William Derham, Astroteology: or a demostration of the Being and Attributes of God from a Survey of the Heavens, Londres, 1714; y un año después George Cheyne, Philosophical Principes of Natural Religion, Londres, 1715. Cf. Vicenzo Ferrone, «Galileo, Newton e la libertad philosophandi nella prima meta del XVIII secolo in Italia», Rivista Storica Italiana, año XCIII, fasc. I, 1981, pp. 165-7; Ferrone (1980), p. 284. R. Ajello, «Cartesianismo e cultura oltremontana al tempo dell’Istoria civile», en Introduzione a Pietro Giannone e il suo tempo. Atti del Convegno di studi nel tricentenario della nascita, Nápoles, Jovene, 1980, pp. 142-3. 450 El nombramiento ocurrió en mayo de 1728; cf. F. Palladino, L. Simonutti (eds.) (1989), p. 265, n. 1. 451 La designación se produjo en diciembre de 1731, pero no fue oficial hasta el nuevo año. Cf. la elogiosa acogida que el nombramiento mereció a Bartolomeo Intieri en carta dirigida a Giovanni Bottari de fecha 15 de diciembre de 1731; rep. en Venturi (1959), p. 421.

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Caricatura de Celestino Galiani realizada por Pier Leone Ghezzi, Biblioteca Apostica Vaticana

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Barbarie es uno de los epítetos empleados por el matemático toscano Bartolomeo Intieri para calificar la situación universitaria al ser electo Galiani. De su amigo esperaba Intieri452 que pusiera «las letras en buen estado, las cuales, si prenden y echan buenas raíces, difícilmente se desarraigarán de aquí en siglos»453. Barbarie es también el epíteto seleccionado por otra de sus amistades, Antonio Genovesi, para calificar el estudio napolitano poco antes de su nominación. No había cátedra de historia natural, ni de física experimental, ni de astronomía, ni de leyes napolitanas, la metafísica era de maestrillo y la ética una vieja jerga454. No extraña, pues, la rapidez del nuevo prefecto en exponer su Progetto per la riforma della Regia Università degli Studii. El objetivo de la propuesta presentada en 1732 era convertir la enseñanza en un elemento útil y cualificado, transformando el viejo estudio en digno competidor frente a las escuelas privadas455. Se aboga por establecer una nueva sede acorde con las necesidades espaciales requeridas por la docencia, y se considera necesario mejorar las condiciones sociales y económicas del profesorado, modificar el proceso de selección para que el acceso a las cátedras fuera por concurso, y ampliar el programa educativo con novedosas enseñanzas. Temas recurrentes. La puesta al día significaba incluir en el recinto universitario disciplinas como botánica, física experimental, astronomía, náutica, mecánica, derecho natural y de gentes, y lengua hebrea, ausentes hasta la fecha, mientras que otros saberes ya consolidados, como la notomía y la cirugía, apuntaban hacia el grado de cátedras. 452 Intieri fue uno de los elementos más cualificados de la ilustración napolitana, directamente vinculado a la tarea reformista de Galiani. Para su biografía cf. Giuseppe Maria Galanti, «Elogio del sig. Bartolomeo Intieri fiorentino», en Elogio storico del Signor Abate Antonio Genovesi, Florencia, 1781; «Notizie di Genovesi», en Scrittori classici italiani di economia politica, Milán, G.G. Destefanis, vol. VII, 1804; Indice biografico italiano, Munich, K.G. Saur, vol. 4, 1997, 2ª ed., p. 1367; Emilio de Tipaldo, Biografia degli italiani illustri nelle scienze, lettere et arti, vol 1, 1834, p. 96. También Venturi (1959). 453 Carta de Bartolomeo Intieri a Giovanni Bottari, 15 de diciembre de 1731; rep. en Venturi (1959), p. 421. 454 A. Genovesi (1977), Autobiografía, p. 10. 455 Para conocer el criterio de Galiani sobre las escuelas privadas es de interés la relación escrita en mayo de 1736 sobre la enseñanza privada en Nápoles. El documento se reproduce en V. Cuoco, Scritti pedagogici inediti o rari, Roma-Milán, Società editrice Dante Alighieri, pp. 243-250.

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El profesorado es pieza clave en esta reforma reglada por la calidad. Se seleccionarían individuos que valorasen la labor universitaria como un estimulante reto personal y no como un mero entretenimiento escasamente lucrativo. Se buscaban personas capacitadas para desarrollar un cometido creativo y enriquecer con aportaciones propias las materias que impartan, eliminando la tradicional figura del lector de libros obsoletos. Ellos serían los fideicomisarios de la ciencia, los depositarios de un saber que han de transmitir a la posteridad mejorado con nuevos descubrimientos456. Cuando en 1734 el príncipe Carlos reconquista Nápoles la reforma educativa era el sueño de una noche de verano. Galiani, confirmado en su tarea, deberá presentar otro proyecto. El plan del año 34 repite las antecedentes directrices y pretende recuperar viejas tradiciones, como nombrar ministros entre los miembros destacados del cuerpo docente y aumentar el rango eclesiástico a los religiosos, medidas dirigidas a mejorar el nivel social del profesorado pues la Universidad ha caído en tal desprecio, «que cualquiera de los más mediocres Abogados y Procuradores se sentiría ofendido si se le ofreciese una cátedra»457, afirmaba el cappellano. Las buenas intenciones no dejaron de serlo, y la pragmática sancionada en noviembre de 1735 no tuvo el efecto deseado458. En opinión de uno de los afectados, Giuseppe Origlia, la reordenación económica, dirigida a igualar los sueldos de todos los catedráticos disminuyendo los más elevados, sirvió para igualar al profesorado en la miseria459. Al final de su vida se vio a Galiani «llorar, y dolerse no por otra cosa, que por dejar en desorden la napolitana Universidad de los Estudios», afirma el susodicho460. La enseñanza universitaria se encontraba lejos de la práctica europea y el camino de las ciencias naturales no pasaba por el regio estudio, pocas eran las enseñanzas y menores los recursos para cultivar saberes empíricos. 456 Celestino Galiani, Progetto per la riforma della Regia Università degli Studii; rep. en Federico Amodeo, Le riforme universitarie de Carlo III e Ferdinando IV Borbone, Nápoles, stab. tip. della R. Universitá, 1902, p. 8 457 Ibidem, p. 11. 458 Sobre la reforma consúltese Amodeo (1902); Shipa (1924), pp. 433-466. 459 Giuseppe Origlia, Istoria dello studio di Napoli, Nápoles, Giovanni di Simone, 1753-4, II, p. 305. 460 Ibidem, II, p. 307.

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Al confeccionar su modelo universitario, Galiani se cuidó de separar la función docente de la tarea investigadora, y al compás de la reforma universitaria puso los cimientos para constituir una academia científica. Ambas instituciones representan valores diferentes. La academia trata de recuperar el otrora estatus científico retomando la senda empírica. La Universidad debía de ser un centro educativo moderno abierto a nuevos saberes, y no una cárcel para el pensamiento. Organizada en 1732, la academia tiene como espejo la parisina Académie des Sciences y recoge las directrices intelectuales de la cercana academia filosófica, establecida por el cardenal Filippo Antonio Gualteri el año 1714 en su domicilio de Roma, que Celestino frecuentaba461. Uno de los objetivos era realizar una minuciosa historia natural del reino, a cuyo fin se redacta un formulario solicitando información sobre fósiles, minerales, y todos aquellos objetos que tuvieran cabida en la historia natural del país462. Se retoma el discurso de la antecesora academia de los Investiganti para cultivar la filosofía natural, la notomía, la química, la geometría, la astronomía y la mecánica, prohibiéndose «discurrir de metafísica y de sistemas generales», anuncia Bartolome Intieri, otro de sus ideólogos. El país, repetía Intieri463, era ajeno a estos estudios gracias a la actuación y vigilancia de los tribunales eclesiásticos, y un año después de la fundación, el cappellano maggiore es denunciado al Santo Oficio por sus correrías académicas acusándole de introducir el lockismo464. La institución tuvo su primera sede en el palacio Gravina y mantuvo una actividad notoria hasta 1737, cuando Galiani es comisionado por el rey para litigar las diferencias jurisdiccionales existentes 461 Cf. carta de Galiani a Grandi, Roma 21 de abril de 1714, rep. en F.Palladino, L.Simonutti (eds.) (1989), p. 30. 462 Celestino Galiani, Ristretto della vita di Celestino Galiani, cit. La parte del ms. relativa a la academia de ciencias se reproduce en Fausto Nicolini, «La puerizia e l’adolescenza dell’abate Galiani (1735-1745). Notizie, lettere, versi, documenti», Archivio Storico per le Province Napoletane, 4 (1918), pp. 126-27; véase p. 126. 463 Carta de Bartolome Intieri a Giovanni Botari, rep. en Franco Venturi, «Alle origini dell’illuminismo napoletano», Rivista Istorica Italiana, 70 (1959), p. 421. 464 Ibidem.

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entre Nápoles y Roma. Tras su partida, la academia languidece y, a pesar de los esfuerzos realizados a su regreso para reactivarla465, después de 1744 no se reunió más. Galiani explica porqué: «aunque lo intentó en muchas ocasiones, no fue posible restablecerla. Quienes la componían eran en su mayor parte médicos. Estos, ocupados en sus enfermos, no intervenían la mayor parte de las veces en la academia e, interviniendo, no se encontraban preparados para cumplir con su obligación»466. La historia es diferente tal y como la cuenta Genovesi, adquiere un tinte materialista. Los académicos no recibían emolumentos y difícilmente se asumen fatigas para alcanzar una gloria que no da para vivir467. Y no debemos echar en saco roto otra opinión del abate: Galiani emprendía los grandes proyectos con la misma facilidad que los abandonaba468. De esta guisa comienza lo Ilustración napolitana.

El verdadero fin de las letras y de las ciencias En los prolegómenos de El hombre máquina, polémica y combustible obra del filósofo La Mettrie, al menos así lo entendió el tribunal inquisitorial alimentando con sus páginas el fuego de su fatua hoguera intelectual, se argumenta la necesidad de difundir el conocimiento para solaz beneficio de pensadores libres de prejuicios interesados en descubrir la auténtica naturaleza de las cosas, pues a los «esclavos voluntarios de los prejuicios, les es tan posible alcanzar la verdad como a las ranas volar»469. De tan procaz pensamiento la reflexión 465 La misión diplomática encomendada por Carlos III a Galiani concluyó en 1741 con la firma del concordato, que solventaba las diferencias políticas entre la Santa Sede y el reino de Nápoles. 466 C. Galiani, Ristretto della vita di Celestino Galiani; rep. en Nicolini (1918), p. 127. 467 A. Genovesi (1977), Autobiografia, p. 27. 468 Ibidem, p. 10. Sobre la academia de Galiani cf. también el testimonio de Francesco Serao en «Vita Nicolai Cyrilli» incluida en Niccoló Cirillo, Consulti Medici, Venecia, Francesco Pitteri, 1756, t. I. 469 Julien Offroy de la Mettrie, L’ homme machine; cit. por la edición de 1984, París, Fayard, vol. I, p. 63.

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motora tampoco admite discusión: las ranas no vuelan, aunque lo intentan —Rhacophorus nigropalmatus planea que da gusto—. Si el sabio francés fuese nuestro contemporáneo su atrevimiento sería idéntico pero la conclusión tal vez diferente. La teoría de la evolución es el argumento idóneo para contravenir el determinismo morfológico y, fantaseando la filogenia de la aves, a su debido tiempo el feo batracio anuro se transformará en el hermoso cisne del cuento. La broma conduce al problema filosófico de la identidad del ser. Podemos considerar un ave como un reptil modificado o debemos catalogarlo como un individuo independiente resultado de la transformación de un prototipo anatómico precedente sometido al control del medio. La duda no es nueva. El problema, por ejemplo, lo recoge un contertulio habitual de este libro, Aristóteles. En su Metafísica, siguiendo su interpretación esencialista y fijista de los objetos naturales, no renuncia a definir el ser como la conjunción de acto y potencia. Con la impronta evolucionista, la definición adquiere posibilidades insospechadas por el griego. Pero no hemos recurrido al pensamiento de La Mettrie para distorsionar el debate planteando una disquisición filosófica, sino para preguntarnos ¿cuál es el fin de las letras y las ciencias? Atendamos al interrogante. Conocer la verdad, descubrir las secretas leyes que gobiernan la naturaleza es la proposición enunciada por el filósofo francés, y tantos otros. Propuesta que aúna la virtud de conocer y el pecado de gobernar la naturaleza, dos objetivos que, siguiendo la batuta de la infalibilidad científica, se dibujan en nuestro horizonte sine die. Si queremos solazarnos con una respuesta lúdica y romántica, cualidades que no la invalida, será oportuno leer la correspondencia dirigida por Rousseau a madame Delessert. Capítulo epistolar donde conocer la naturaleza se convierte en bálsamo contra las pasiones, es un antídoto para la frivolidad, el alimento que serena el espíritu y cura los padecimientos del alma470. La moneda del conocimiento muestra aquí su cara divertida, 470 En el período 1771-1773 Rousseau escribió sus ocho lettres élémentaires sur la botanique à madame Delessert, publicadas como J.J. Rousseau, Le botaniste sans maître ou manière d’apprendre seul la botanique, París, Éditions A.M. Métailié, 1983; cf. p. 13.

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complemento de la seriedad y el rigor que atormentan al científico. No cabe duda que Rousseau hubiera hecho fortuna en el siglo veinte promocionando el turismo rural. Llegados a este punto resulta oportuno retomar nuestro relato pidiendo opinión al abate471 Antonio Genovesi, pues algo sabrá del tema quien tuvo el atrevimiento de escribir un exitoso Discorso sopra il vero fine delle lettere e delle scienze. En su alegato Genovesi denuncia la precaria situación de la ciencia napolitana transcurrida media centuria. Futilidad, desinterés por el saber, es la respuesta de una sociedad que considera la geometría, la astronomía, la física, la aritmética y la historia natural, como actividades de ociosos. Son disciplinas cultivadas por placer472. La severa autocrítica contiene el siguiente interrogante: ¿serán los napolitanos capaces de superar la situación o, por el contrario, continuarán siendo los últimos de Europa?473. El problema es de índole educativa, y se soluciona estableciendo un modelo de enseñanza que acerque la cultura al pueblo, permitiéndole disfrutar de las ventajas que la ciencia proporciona a la vida humana. El punto de partida de esta reforma populista fue la expulsión de los jesuitas, acaecida el año 1767. Con su salida se reincorporan a la tutela monárquica diferentes sedes educativas empleadas para remodelar el sistema docente474. Pero algunos años antes de ocurrir la purga eclesial el orden universitario ya se vio alterado con la creación, en 1754, de una cátedra de mecánica y de comercio ocupada por el profesor de ética Antonio Genovesi475. La disciplina aportó prestigio al 471 Sobre el ideario religioso de Genovesi cf. Giuseppe Galasso, «Il pensiero religioso di Antonio Genovesi», Rivista Storica Italiana, vol.82, fasc. 4, 1970, pp. 800-823. 472 Antonio Genovesi, Discorso sopra il vero fine delle lettere e delle scienze, Nápoles, 1753. Cit. por la edición incluida en Antonio Genovesi, Scritti, Turín, Einaudi, 1977, p. 57. 473 Ibidem, p. 58. 474 Consúltese el edicto de 8 de febrero de 1768, en Archivio di Stato de Nápoles, sez. diplomàtica, catàlogo de raccolta de provvedimenti normativa a stampa, colocación 36. También en Casa Reale Antica, leg. 1473. 475 Bajo la protección de Celestino Galiani, Genovesi ocupa en 1745, como profesor interino, la cátedra primaria de ética sustituyendo a Isidoro Sánchez de Luna, que pasó a

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estudio napolitano pues «en toda Europa no hay más que la nuestra y aquélla», afirma el abate refiriéndose a la antecedente cátedra de jurisprudencia, economía y comercio, fundada en la Universidad de Upsala 476. La enseñanza de tan novedosa disciplina gozó del patrocinio privado. El relato es fúnebre. En 1753 Bartolomé Intieri, afectado de pleuresía y sintiendo vecina la muerte, dicta testamento asignando la cantidad de 600 ducados para la creación de una cátedra universitaria dedicada a la enseñanza de la economía y del comercio. Superada la crisis vital, el asunto se pospone por espacio de un año, cuando un nuevo proceso morboso aconseja a Intieri resolver los asuntos terrenales sin demora ante el riesgo de ascender precipitadamente a los cielos. Revocado el anterior testamento, el sueldo queda reducido a 300 ducados, donando su biblioteca para uso de la futura cátedra. Las condiciones del mecenazgo eran estrictas: el catedrático sería Genovesi, a cuyo fallecimiento la plaza pasaría a concurso; se vetaba el acceso a los religiosos regulares, sólo laicos y sacerdotes podrían optar al puesto; y era obligatorio impartir las lecciones en italiano477. La propuesta mereció la aprobación real y el 5 de noviembre de 1754 se dictaba la lección inaugural, recibida con aplausos y difundida con rapidez por toda la ciudad según testimonia el halagado profesor478.

desempeñar la de teología. Con anterioridad Genovesi impartía privadamente lecciones de ética, actividad que le supuso prestigio académico y la amistad de Galiani; cf. Genovesi (1977), Autobiografía, pp. 10 y 14. La relación impresa de profesores y materias del curso 1746-47 puede consultarse en Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano Maggiore, 1777/5. 476 Cf. carta de Genovesi a G. de Sanctis, Nápoles 20 de junio de 1758; en Genovesi (1977), p. 252. La cátedra se instaura en la universidad de Upsala el año 1741 y fue ocupada por Anders Berch; véase Svenskt biografisk lexicon, Estocolmo, 1922. 477 Cf. Genovesi (1977), Autobiografía, pp. 29-32. También el documento del Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano Maggiore, leg.1777, doc.17. 478 Carta de Genovesi a Gioseppe de Sanctis, Nápoles 23 de noviembre de 1754, en Genovesi (1977), p. 249.

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Representación de un gabinete científico, incluida en G.M. della Torre, Instituciones physicae, Nápoles, 1753

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La creación de la cátedra supone una renovación ideológica y es un enfrentamiento con el clero. Lo era de forma directa al prohibir el acceso a los miembros de las órdenes religiosas, e indirecta al sustituir el latín, idioma que le pertenece, por el italiano. La obligación de usar como medio de expresión la lengua italiana transgredía gravemente la normativa vigente —la falta se castigaba con la pérdida del sueldo—, pero la ruptura era necesaria. El cambio lingüístico es una propuesta social, es la herramienta para popularizar el conocimiento. ¿Cómo hacer que la ciencia hable para todos? se pregunta Genovesi en un imaginario diálogo sobre los Estudios. Haciéndola hablar en una lengua que todos entiendan479. Y ésta fue la tarea emprendida en noviembre de 1754 desde su tribuna universitaria: «grande fue la maravilla de dictar en italiano», afirma relatando la actividad desplegada en su segundo día docente480. El santuario universitario abría sus puertas al idioma con la intención de popularizar la enseñanza, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de los oyentes. El bien público atañe al individuo. El conocimiento le ayuda a obtener un mayor bienestar, y la suma de individualidades da como resultado el progreso colectivo. Pues no olvidemos que «El hombre obra sólo por su interés»481, que los héroes que ni comen, ni beben, ni duermen en beneficio de los demás están tan lejos que hasta Homero los desconoce, los refiere por tradición482. Emulando al maestro, Genovesi recurre a la fórmula académica para defender su populismo científico. Era necesaria la existencia de una institución que recogiese y explicase a la sociedad los progresos de la ciencia: «que todo lo que se estime digno del público se le co479 El texto se representa como un imaginario debate entre Galiani, el marqués Nicola Fraggianni, que asume el ideario de Genovesi, y el cardenal Bembo. Reproducido en Gennaro Maria Monti, Per la storia dell’Università di Napoli, Nápoles, Editrice Framcesco Perrella, 1924, pp. 119-128, p. 125. En opinión de Monti la intención era publicar el diálogo junto a las Meditazioni filosofiche sulla religione e sulla morale, 1758. 480 Carta a Gioseppe de Sanctis, Nápoles 23 de noviembre de 1754, en Genovesi (1977), p. 249. 481 Cf. la carta de Genovesi a Leonardo Cortese, Nápoles 1 de septimbre de 1764; en Genovesi (1977), p. 261. 482 Ibidem.

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munique en nuestra lengua»483. Su martillo reformista golpeaba el yunque forjado por su valedor Celestino Galiani. Docencia e investigación son las herramientas necesarias para modelar la cultura del mezzogiorno. La enseñanza debe alcanzar el horizonte de la ciencia moderna, y el estudio de la naturaleza debe recaer en manos de un centro académico capacitado para canalizar y dirigir con impronta utilitaria las observaciones y los descubrimientos que realicen los súbditos del monarca: «Es increíble, me parece a mí, la utilidad que nuestra nación podría sacar de semejante semillero de ciencia e ingenio»484. El verdadero fin de las ciencias y las letras es popularizar el saber, y dos son los caminos a recorrer para alcanzar tal gloria. Construir un sistema público de enseñanza e investigación que atienda y salvaguarde las necesidades del ciudadano, y emplear el idioma italiano como vehículo para difundir la cultura. Amparado por sus resonantes planteamientos, Genovesi se convirtió en uno de los personajes más relevantes de la Ilustración acusándosele de ser «el primero en despertar el gusto democrático» entre los napolitanos485. Esto significa que como profesor dio a conocer al pueblo derechos y deberes, reclamó la libertad de comercio y de capital, criticando privilegios y monopolios. Y como pensador soñó con la utopía de usar la razón como soberana regla de la actividad humana. La remodelación del regio estudio napolitano contigua a la expulsión de los jesuitas comulga, en su génesis, con esta línea de pensamiento, y se materializó en el edificio del antiguo colegio jesuítico de Gesù Vecchio, rebautizado con el nombre de liceo del Salvatore. Genovesi fue el encargado de elaborar un programa adecuado a los fines culturales de la futura escuela de literatura y ciencias con sede en el liceo486. Su propuesta desarrolla un organigrama temático acorde a los diferentes niveles educativos del sistema docente. La escuela se Genovesi (1977), Discorso, p. 79. Ibidem. 485 Schipa (1924), p. 456. 486 Cf. los diferentes documentos incluidos en el legajo del Archivio di Stato di Napoli, sezione Casa Reale Antica, fs. 1473, particulamente el doc. 21 correspondiente al informe redactado por Genovesi sobre las materias que se deberían impartir, fechado el 3 de diciembre de 1767. 483 484

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perfilaba como un centro de enseñanza primaria donde se aprendiese leer, a escribir y a sumar; debía atender la formación de grado medio con materias como lengua toscana, griego, latín y hebreo, historia universal, geografía y trigonometría; y ser un complemento universitario impartiendo disciplinas ignoradas por el estudio, como geometría de sólidos, mecánica, arquitectura teórica, agricultura, antigüedad cristiana, y antigüedad romana, apropiándose de algunas, como lógica, y remozando el contenido de otras, caso de la teología487. Conjunto de disciplinas interpretadas al dictado del italiano. Las «escuelas deberían hablar en italiano», repetía incansablemente Genovesi ansioso por difundir las buenas letras y las mejores ciencias. Como acertadamente se ha escrito488, el modelo propuesto asume la forma de un sistema coordinado de materias, desde la elemental hasta la superior, gestionado por el estado y tendente a renovar el tradicional esquema cultural introduciendo nuevas disciplinas, cambiando la orientación de las existentes, y utilizando la lengua italiana como medio de comunicación. La propuesta ideológica redactada por Genovesi para reconstruir intelectualmente el Regio Liceo-Convitto del Salvatore responde a una concepción estatal de la enseñanza acorde con la misión protectora que, en el marco del despotismo ilustrado, un monarca debe tener con los súbditos. Genovesi pertenecía al grupo de atrevidos intelectuales que recuerdan al rey su papel, y piensa, como le ocurre a su coetáneo Cesare Beccaria, que educar a sus vasallos es el mejor regalo que un monarca puede hacerles y hacerse489. El 25 de marzo de 1768 el monarca Ferdinando IV, hijo de María Amalia de Sajonia y de Carlos, a quien sucede en 1759 cuando su padre ocupó el trono de España, firmaba el edicto que oficializaba la escuela del Salvatore490. El proceso de renovación contemplaba Archivio di Stato de Nápoles, Casa Reale Antica, leg. 1473, doc. 21. Dino Carpanetto; Giuseppe Ricuperati, L’italia del settecento, Roma-Bari, Laterza, 1990, p. 270. 489 Cesare Beccaria, De los delitos y las penas, Barcelona, Orbis, 1985, p. 114. 490 Cf. el edicto de creación, incluyendo la relación de profesores, en Archivio di Stato de Nápoles, Casa Reale Antica, leg. 1473, doc. 32; también el doc. 36. De interés es el edicto de 8 de febrero de 1768, sec. diplomatica raccolta de provvedimenti normativa a stampa, doc. 36. Sobre el programa docente interesa la exposición de Giacinto Dragonetti, Casa Reale Antica, fs 1382. 487 488

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también la creación de un jardín botánico y un observatorio astronómico, para cuya instalación se pedía el concurso de los profesores de botánica y de astronomía, Domenico Cirillo y Felice Sabatelli491. Genovesi murió el 22 de septiembre de 1769 y la renovación docente tomó otro rumbo. Su propuesta se atendió parcialmente. Faltaron las materias más innovadoras y emblemáticas como las cátedras de agricultura, arquitectura y, sobre todo, la cátedra de lingua, eloquenza, e poesia toscana, símbolo inequívoco de la orientación social del proyecto492. El gobierno eligió un modelo escolar «muy similar al de los jesuitas en cuanto al sistema y mejor en cuanto al método», explicaba Bernardo Tanucci493. La enseñanza, opinaba el primer ministro ya en el año 1735, no era un instrumento formativo sino la herramienta para controlar ideológicamente a la población, y la Universidad servía al monarca para «tener a su devoción, y obediencia, aquellos sujetos que enseñan a pensar a sus Pueblos; no siendo otra cosa el enseñar que dirigir los pensamientos»494. A este planteamiento absolutista se oponía el mensaje liberal genovesiano: el conocimiento debía librar al hombre de su esclavitud terrenal. El lema era «haced que las luces acompañen a la libertad», puntualizaba Beccaria495. Palabras cuyo eco percibimos todavía. En la década de los años setenta otra reforma unió el liceo del Salvatore y la Universidad. La nueva remodelación ocupó al ministro Tanucci, pero caído en desgracia en 1776 será su sucesor, el marqués de la Sambuca, quien conduzca la nave de los estudios a otro puerto, procediendo en 1777 a unificar ambas instituciones en salomónica y ambivalente decisión. La Universidad absorbe la función docente del 491 Cf. carta de Bernardo Tanucci al principe de Campofiorito, Caserta 17 de marzo de 1768, Casa Reale Antica, leg. 1473, doc. 30. 492 Sobre el tema cf. el referido informe de G. Dragonetti, Casa Reale Antica, fs 1382; también Elvira Chiosi, Andrea Serrao. Apologia e crisi del regalismo nel Settecento napoletano, Nápoles, Jovene, 1981, pp. 173-6. 493 La cita se reproduce en Elvira Chiosi, «Intellettuali e plebe. Il problema dell’istruzione elementare nel settecento napoletano», Rivista storica Italiana, año 100, fasc.I, 1988, p. 158. 494 Carta de BernardoTanucci a Montealegre, 17 de octubre de 1735; rep. en Monti (1924), p. 98. 495 C. Beccaria, De los delitos y las penas, Barcelona, Orbis, 1985, p. 112.

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liceo, pero la casa del Salvatore es la nueva sede del regio Studio. La reforma supone la rehabilitación del modelo genovesiano, incorporándose a la enseñanza las defenestradas cátedras de agricultura, elocuencia, y arquitectura496, y significa una revitalización de las disciplinas experimentales frente a las humanidades, fundándose por primera vez una facultad de ciencias naturales que impartirá materias tan dispares como agricultura, botánica, comercio, física experimental, química, y la novedosa cátedra de historia natural. El proyecto de erigir un jardín botánico y un observatorio astronómico seguía siéndolo, y a los buenos deseos se incorporaban un laboratorio químico, un museo de historia natural y una academia de ciencias497. Las letras y las ciencias reciben en las manos de Genovesi una trato revolucionario, conjugando al unísono felicidad y libertad. Pero su concepto de naturaleza supera el reduccionismo práctico que, empleando la ciencia como portavoz, la sociedad moderna propone al etiquetarla bajo la denominación de patrimonio de la humanidad. Utilitarismo tendencioso, pues distorsiona el atributo esencialista inmanente en los seres vivos convirtiéndolos en objetos de valor terrenal. Reivindicar la esencia de los cuerpos organizados significa renunciar a nuestros intereses para atender a la historia de la Tierra. Y ésta fue también una de las ocupaciones intelectuales de Genovesi. Al menos su obra, póstuma, Elementi di fisica sperimentali para uso de los jóvenes498, contiene una clara evaluación del problema. Dividida en siete libros, quinto y sexto tratan de la tierra, del mar y de sus habitantes, siguiendo un planteamiento creacionista antropocéntrico499. La naturaleza, sus miembros, sufren las consecuencias de tan particular filosofía divina, que ha puesto la vida terrestre al servicio 496 El doc. con la relación de las nuevas cátedras puede consultarse en Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano Maggiore, 1777/23. 497 Sobre el proceso de unificación véanse los documentos «Diario della Università degli Studi» y «Cattedre del Salvatore, che si uniscono alla Università», Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano Maggiore, 1777/23. Un esquema general de la reforma de 1777 se elabora en Amodeo (1902), pp. 29-30; sobre el tema también Shipa (1924), pp. 459-61. 498 Antonio Genovesi, Elementi di fisica sperimentali ad uso de’giovani principianti, Nápoles, Giusppedi Bisogno, 1786, 2 vols. 499 Ibidem, vol. 2, p. 107.

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de un determinado grupo zoológico. Para explicar la reproducción de los organismos se suscribe el epigenismo500, y para explicar su funcionamiento, su fisiología, los seres vivos reciben la correspondiente dosis mecanicista: «el cuerpo animal es una máquina hidráulica, formada y compuesta de tubos»501, y sus relaciones se expresan mediante una imaginaria cadena orgánica que los diferencia en animales perfectos, imperfectos y plantas. Imaginaria porque la imperfección no ha lugar en una secuencia de origen divino. La supuesta agrupación es fruto de la soberbia del hombre que, guiado por un desmedido afán de conocimiento, confunde el puesto y la función otorgada a cada ser vivo en la creación con una gradación morfológica perfeccionista inexistente en los planes del creador502. Un supuesto que atenta contra su infalibilidad. En su concepción creacionista del mundo reunir los seres vivos bajo este escalafón es un recurso intelectual carente de correspondencia real, incompatible con un sistema fijista cuyo principio es que cada objeto atiende al lugar y al cometido para el que fue creado individualmente. La interpretación sólo es factible como abstracción. La génesis de la Tierra merece similar línea de pensamiento. Las teorías diluvistas de las últimas décadas del siglo XVII —Thomas Burnet, The Sacred Theory of the Earth; John Woodward, Essay toward a Natural History of the Earth—, inundan un capítulo que, sin embargo, destaca por su referencia a la heterodoxa teoría buffoniana sobre las épocas geológicas503. Genovesi no rehuye el desafío y da a conocer una irreverente propuesta geomorfológica cuyo punto de partida es un mundo acuático, de donde emerge la superficie por efecto de la actividad mecánica del océano y de la fuerza centrífuga. La orogenia es un proceso dinámico de origen mecánico e índole espacio-temporal, donde las leyes de la física sustituyen a la gracia di500

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Cf. A. Genovesi, Delle scienze metafisiche per gli giovinetti, Nápoles,

501 A. Genovesi, Elementi di fisica sperimentali ad uso de’giovani principianti, Nápoles, G. Bisogno, 1786, vol. II, p. 110. 502 Ibidem, p. 106. 503 «Histoire et théorie de la terre». El discurso pertenece a su Histoire naturelle, générale y particulière, París, 1749, t. I. Sobre idéntico argumento Buffon publicó en 1779 Les Époques de la nature.

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vina para agitar la materia y levantar el edificio continental del globo terráqueo504. Sin esconder las ventajas que el modelo ofrece: «no se puede negar que con esta hipótesis no se puedan cómodamente explicar muchos fenómenos, pero hay que admitir también, que no se pueden explicar todos»505, Genovesi dictamina su adhesión a la teoría diluvista: «Nosotros, por tanto, no dudamos en atribuir una gran parte de la presente superficie de la tierra al diluvio»506. El rechazo tiene un componente antropocéntrico. Resulta inverosímil, por ejemplo, aceptar que los peces hayan nacido antes que el hombre y los otros animales terrestres507. De la propuesta del filósofo francés se deduce un orden diferente, es posible relacionar los seres vivos atendiendo a otro criterio, pero en su lucha por la libertad no ha olvidado Genovesi la de filosofar y así, siguiendo un criterio deontológico respetuoso con las ideologías no compartidas, difunde, para demostrar su error, los principios de una innovadora historia geo-biológica de la Tierra distinta y distante del pasado bíblico, con la que no comulga. Como intuye Genovesi, el peligro del discurso buffoniano radica en su potencial carga ideológica, que desde 1772 recorre el reino en edición napolitana508. Una filosofía natural que, siendo un planteamiento defendible desde posiciones teístas, conduce al deísmo y permite interpretar la vida invocando un desalmado materialismo científico. El tiempo y los hechos le dan la razón.

Eslabones y cadenas Como enseña el aforismo de Lucrecio Caro ni los árboles enraízan en el cielo ni las nubes descienden al fondo del mar, «Está estaGenovesi (1786), vol. 2, p. 76. Ibidem, p. 77. 506 Ibidem, p. 78. 507 Ibidem. 508 Entre 1772 y 1791 Fratelli Raimondi edita en Nápoles la buffoniana Storia naturale, generale e particolare, incluyendo la teoría de la Tierra, la historia natural del hombre, de los animales cuadrúpedos y de los pájaros, y las épocas de la naturaleza, publicada en el bienio 1786-7. 504 505

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blecido y ordenado donde cada cosa debe existir y crecer»509. Explicar el orden de las cosas y descubrir la causa de esta relación es un antiguo y escurridizo anhelo científico, define un proceso intelectual caracterizado por la observación y la descripción de los elementos que componen el sistema. La naturaleza, suscribe Lamarck en su historia de los invertebrados, es «un orden de cosas, ajeno a la materia, determinable por la observación de los cuerpos»510. Ambos asertos son metodológicamente coincidentes y conceptualmente opuestos. Al determinismo de Lucrecio, resultado de situar pasado, presente y futuro, en una dimensión espacio-temporal constante, responde Lamarck modificando el orden de la vida en función del espacio y del tiempo. La permanencia terrenal de los seres vivos, su observación y descripción, se reduce a una fase finita de la historia terrestre. Los seres se adaptan al medio transformándose al incorporar nuevos hábitos. El orden de las cosas pertenece a un espacio concreto y se mantiene durante un período limitado de tiempo. No en vano, la firma de Lamarck encabeza el manifiesto evolucionista decimonónico. Subrayando la variabilidad e invariabilidad de las formas, los naturalistas componen la imagen de la naturaleza como una escala natural o cadena de los seres511. La idea se remonta al clasicismo griego, alcanza a Platón y Aristóteles, quienes la definen atendiendo a los principios de plenitud y continuidad. El concepto de plenitud significa diversidad, representa la multiplicidad de formas vivas que pueblan la Tierra. Tal y como explica el precepto platónico, cualquier objeto capaz de existir lo hace realmente. El aristotélico principio de continuidad establece la correspondencia entre los objetos naturales, predice el solapamiento de una especie con sus vecinas conformando una secuencia ininterrumpida de organismos cada vez más dotados de vida, más complejos. En este contexto, el orden natural responde Tito Lucrecio Caro, La naturaleza, Madrid, Akal, 1990, pp. 211-2. Lamarck, Histoire naturelle des animaus sans vertèbres, «Introduction», París, Verdier, 1815, vol. 1, p. 317. 511 Resulta tradicional la referencia del libro de Arthur O. Lovejoy, The great chain of begin, Cambridge-Massachusetts, Harvard University Press, 1936. Pero mucho más relevante, de lectura obligada, es el libro de Giulio Barsanti, La scala, la mappa, l’albero. Immagini e classificacioni della natura fra sei e ottocento, Florencia, Sansoni, 1992. 509 510

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a un principio teleológico cuya directriz es la perfección orgánica; y el resultado de relacionar los elementos por su semejanza estructural es una secuencia rectilínea donde se sitúan los organismos atendiendo a su creciente complejidad tipológica. Cada uno de los eslabones que forman la cadena representa una específica unidad material, y la continuidad entre los distintos niveles de organización material, minerales, vegetales y animales, ocurre mediante ambiguos estados intermedias. Por ejemplo, según la versión de uno de sus más famosos ideólogos, el naturalista suizo Charles Bonnet, los cuatro elementos, agua, fuego, tierra y aire, dan paso a metales y minerales. La cadena continúa con las madréporas y los corales, y avanza a través de los mohos y líquenes hasta el reino vegetal, conformado por las hierbas, los arbustos y los árboles. El tránsito al reino animal se realiza con el grupo de los plantanimales, representado por especies como la hidra, la medusa, la anémona, la esponja y la estrella de mar. La secuencia continúa con las numerosas especies de insectos, moluscos, peces, pájaros y cuadrúpedos, y culmina con la especie humana512. En resumen, la ordenación escalonada de objetos lleva, como dirá Voltaire allá por 1770, del simple átomo hasta Dios513, siendo el Homo sapiens su máximo representante terrenal. La cadena se estigmatiza por la egolatría del hombre, que no dudó en autoproclamarse rey del universo y considerarse la obra maestra de la naturaleza, como suscribe el médico francés Gillaume Lamy514. Es sólo uno de tantos ejemplos. Naturalistas posteriores, caso de Linneo, engarzaron los eslabones con mayor ecuanimidad, acercando, peligrosamente, el mono al hombre. El científico sueco tuvo la inteligencia, y osadía, de acuñar para la especie humana el término Homo sapiens e incluirla en el orden Anthropomorpha, junto a los simios. Sin temer equívocarnos podemos traspasar a Linneo la frase «habla y te bautizo», que Diderot puso en boca del cardenal Polignac dirigiéndose al orangután resiCharles Bonnet, Contemplation de la nature, Amsterdam, Marc-Michel Rey, 1764, cap. V-XXVII. También Considérations sur les corps organisés, Amsterdam, Marc-Michel Rey, 1762 (cit. por la edición de 1985, París, Fayard, 1ª parte, cap. 12). 513 Voltaire, Diccionario filosófico, Madrid, Akal, 1985, pp. 106-7. 514 G. Lamy, Discours anatomiques, París, 1675; rep. en L.Ferry & Cl.Germé (1994), p. 202. 512

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dente en el Jardin des Plantes515. Si Linneo confiesa ser incapaz de encontrar un carácter que nos distinga del mono, su criterio no fue compartido por muchos antropólogos. Friedrich Blumenbach, por ejemplo, en su manual sobre historia natural adoctrina al lector en las diferencias morfológicas de la pareja, recuperando para la especie sapiens el liderazgo perdido: «no creo que jamás un naturalista se haya visto en apuros para distinguir un hombre de un mono»516. Realmente, al margen de anatomías, la controversia linneana dilucida cuál es el lugar ocupado por el hombre en la naturaleza. Cuestión que Linneo responde en términos exclusivamente biológicos para arrancarle su antifaz social e integrarle en el sistema natural como un componente animal más517. Su finalidad es reconstruir la unidad de la naturaleza, rota por el desarrollo cultural de la especie humana. Esta y otras razones convierten la cadena de los seres en un estereotipo controvertido, pero no deja de ser una imagen atrayente por su simplicidad y la verosimilitud de una hipótesis que se percibe con los ojos, es una explicación cuya comprensión no requiere de complejas leyes físico-químicas ni tortuosos cálculos matemáticos. Aunque el esquema tiene un valor algorítmico implícito puesto que cada elemento se obtiene a partir del antecedente por adición de unidades, en analogía con la gráfica de los números naturales. Trasfondo matemático que conviene no olvidar como justificación teórica del modelo. Pero, en definitiva, representar el orden natural atendiendo a la complejidad de los seres, utilizando la noción de progreso y perfección para explicar la diversidad de formas y funciones, es una idea, aparentemente, sencilla e inocua. Además, la fórmula expositiva posee la versatilidad necesaria para adecuarse a las diferentes teorías, fijismo, transformismo y evolucionismo, formuladas por los naturalistas sobre el origen de las especies a lo largo de la historia. Para unos la cadena es la consecuencia de la creación, otros la 515 Diderot, Coloquio entre D’Alambert y Diderot, en Diderot, Escritos filosóficos, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 110. 516 Johann Friedrich Blumenbach, Manuel d’histoire naturelle (trad. del alemán por Soulange Artaud), Metz, Collignon, 1803, vol.1, p. 7. El texto también se reproduce en L.Ferry & Cl.Germé (1994), pp. 285-6. 517 Sobre el tema véase Gunnar Broberg, «Homo sapiens. Linnaeus’s classification of man», en Tore Frängsmyr (ed.), Linnaeus. The man and his work, Massachusetts, Watson Publishing International, 1994, pp. 156-194.

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contemplan como el resultado de cambios regulados por las leyes que gobiernan el plan de la naturaleza, los restantes atribuyen a la escala un sentido filogenético emergente en Bonnet cuando se interroga: «¿La Escala Natural se ramificará al elevarse? ¿Los insectos y los moluscos serán dos ramas laterales y paralelas de este gran tronco?»518. Incipientes ramificaciones, todavía escasas y dudosas, esbozan el árbol genealógico símbolo de la teoría de la evolución. La continuidad seguirá siendo norma, ahora multidireccional, en concordancia con las series paleontológicas. Escala primero, árbol después, será el logotipo representativo de una naturaleza racionalmente ordenada en clave sistemática. La percepción visual tiene su expresión filológica, pero no es fácil convertir las imágenes en palabras. Aún hoy polemizamos sobre subclases, órdenes, familias, géneros, especies, utilizando tres sistemas clasificatorios: cladística, fenética y taxonomía evolutiva. Y este debate nos sirve para recuperar el tiempo y el espacio de nuestra historia. En 1735 Linneo publica su Sistema natural, obra donde, como reconoce Adrien de Jussieu años más tarde519, la naturaleza participa de un nuevo orden. La novedad botánica se traduce en clasificar las plantas atendiendo a la relación y número de los estambres y el pistilo520. Se puede discutir la originalidad de la idea, pues en 1702 Henry Burckhard escribía a Leibniz exponiéndole similar argumento521, pero es in518 Ch. Bonnet, Contemplation de la nature, Amsterdan, Marc-Michel Rey, 1764, p. 59. 519 A. de Jussieu, «Taxonomie», en Ch. Dessalines d’Orbigny, Dictionnaire Universel d’Histoire Naturelle, 1849, vol.13, p. 504. 520 En un manuscrito titulado Praeludia sponsaliorum plantarum, fechado en 1730, Linneo expone por primera vez su concepto sobre la función sexual de los estambres y pistilo. En ese mismo año una versión de su Hortus uplandicus emplea el argumento sexual para clasificar las plantas, metodología que está presente en una primera versión manuscrita de su Fundamenta botanica, correspondiente, también, al año 30. El nuevo método botánico se consolidó en obras como Genera plantarum, Critica botanica, y Methodus sexualis, publicados en 1737. Sobre el ideario botánico linneano es imprescindible la lectura de Gunnar Eriksson, «Linnaeus the botanist», en Frängsmyr (1994), pp. 63-109. Un comentario del contenido del libro en Andrés Galera, «El príncipe de las flores», Asclepio, XLVIII, 2 (1996): 219-223. 521 La carta fue empleada en la época para desprestigiar a Linneo, cf. A. Jussieu, «Taxonomie», en Ch. Dessalines d’Orbigny, Dictionnaire Universel d’Histoire Naturelle, París, 1849, vol.13, p. 503.

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cuestionable el éxito alcanzado por el sistema linneano, destinado a reemplazar el precedente Méthode pour connaître les plantes desarrollado por Joseph Tournefort522. En consecuencia, ser botánico en el siglo XVIII significa afiliarse a la doctrina impartida bien desde el parisino Jardín de Plantas, bien desde el Jardín Botánico de Upsala. ¿Cuál fue la filiación de los botánicos napolitanos?

Juegos florales Se lee en la historia escrita por Origlia523 que fue preciso el concurso del Collegio de’Speziali para dotar al estudio napolitano de una cátedra destinada a la enseñanza de la botánica. Sea como fuere, lo cierto es que en 1735 la rúbrica del neófito rey Carlos VII validaba la propuesta524. La concesión otorgaba a la historia natural un papel universitario ignorado hasta entonces, aunque el perfil botánico siguió caracterizándose por la ausencia de un jardín de plantas y por mantener su ubicación en la facultad de medicina, pues las plantas son, principalmente, un instrumento sanador y, en consecuencia, la enseñanza requiere tutela médica. La situación no se consolidó hasta 1777 con la creación de una facultad de ciencias naturales que liberaba a la naturaleza de su servidumbre médica, pero el nuevo estatus también significa renovación. La época de los profesores extraordinarios ocupados y preocupados por los herbarios, las fórmulas, y el uso de los fármacos525, se difumina. En cualquier caso, los comienzos no son J. P. Tournefort, Elémens de botanique, ou Méthode pour connaître les plantes, París, Imp. Royale, 1694. 523 G. Origlia, Istoria dello studio di Napoli, Nápoles, Giovanni di Simone, 1753-4, II, p. 282. 524 El organigrama aprobado en noviembre de 1735 incorporaba a la facultad de medicina una nueva cátedra de botánica y química, siendo su responsable Oracio Biancardi —cf. Origlia (1753-4), II, p. 282; Amodeo (1902), pp. 20-21—. Para el curso universitario 37/38 se transformó en cátedra de botánica e historia natural con idéntico docente (el organigrama puede consultarse en Scandone, 1927, p. 25). 525 Consúltese la relación de materias impartidas en la universidad napolitana en el curso académico 1725-1726, Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano Maggiore, 1777/5. 522

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prometedores. El puesto de profesor de botánica no fue un empleo codiciado, es un peldaño más en la carrera docente. Inaugurado por Oracio Biancardi, en menos de tres décadas subieron al estrado526, al menos, Pietro Moliberni, Francesco Porzio, Domenico Pedillo y Nicola Brauci. A quienes seguirán Domenico Cirillo y Vincenzo Petagna conformando una etapa de estabilidad que cerró el siglo. En 1760 un botánico diletante, Domenico Cirillo, gana por oposición la cátedra vacante de botánica. La controvertida decisión del tribunal otorgaba la plaza a un candidato inexperto, laureado en medicina el año anterior, y sin cualificación ni méritos botánicos particulares, en detrimento de aspirantes competentes y con prestigio en la disciplina, como Nicola Brauci527. El agravio es mayor si la información de Geremicca y Baldini es exacta y Brauci ocupaba interinamente el puesto. Es fácil atribuir el éxito del novato al apoyo familiar, particularmente al prestigio y antiguas amistades del difunto tío, catedrático de medicina, Niccoló Cirillo, fallecido en 1734 pero cuya 526 Oracio Biancardi fue el primer catedrático, circunstancia que trascurridas casi cuatro décadas todavía recordaban sus obras (cf., por ejemplo, su Petitorium seu index medicaminum, Nápoles, Faustini de Bonis, 1772), pasando en 1739 a ocupar la cátedra de metafísica —cf.Origlia (1753-4), II, p. 282—. El curso 39/40 fue iniciado con Pietro Moliberni (cf, Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano Maggiore, 1777/13), pero un decreto de febrero de 1740 nombraba a Francesco Porzio —cf. Amodeo (1902); Scandone (1927)—. En el curso 46/47 ocupó la cátedra Domenico Pedillo (cf, Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano Maggiore, 1777/5). Según Geremicca (1965), Nicola Brauci ocupó la plaza hasta la oposición; y Baldini precisa que estuvo como interino desde 1754 a 1760; cf. Ugo Baldini, «Braucci, Nicola», Dizionario biografico degli italiani, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, vol.14, 1972, pp. 71-72. Baillon (1876), p. 73, afirma que Cirillo sustituyo a Pedillo en la cátedra de botánica. 527 Cf. la biografía de Brauci en M.Geremicca, «Botanici e botanofili napoletani», Boletino del Reale Orto Botanico di Napoli, III (1913), pp. 59-74; U. Baldini (1972). Según Monticelli, Vincenzo Petagna también concurrió a la oposición, aunque la información es incorrecta pues equivoca la fecha del concurso, que sitúa tres años después, 1763, e ignora la participación de Brauci. Cf. Teodoro Monticelli, «Elogio di Vincenzio Petagna», Atti della Reale Accademia delle Science, 3 (1825), p. 64. Según se refiere en Antonio Borrelli, Istituzioni scientifiche, medicina e società. Biografia di Domenico Cotugno (1736-1822), Florencia, Olschki, 2000, p. 24, posiblemente Domenico Cotugno fue otro de los aspirantes a la cátedra de botánica (la información se recoge en Benedetto Vulpes (1824), pp. 48-9).

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sombra todavía alcanzaba a proteger los intereses del clan. Al menos, la posterior carrera científica del sobrino justificó la decisión del tribunal. Arbitrariedades al margen, el proceso de selección es una ocasión apropiada para evaluar la situación de la disciplina mediado el siglo. Comencemos analizando un novedoso documento, la lección pública impartida por Brauci el cinco de octubre de 1760 en el Regio Archigymnasio como ejercicio de oposición a la cátedra de Historia Natural528. El texto demuestra que mediado el siglo los botánicos napolitanos, enredados en el debate sistemático que recorre Europa, discuten la conveniencia de emplear los modelos de Tournefort y Linneo para clasificar el reino vegetal. El aspirante eligió el género Capparis, alias alcaparra, como tema de disertación. Y deshojando alcaparras y contando estambres Nicola confronta ambos sistemas estableciendo diferencias pedagógicas y científicas. La adhesión al método tournefortiano se sustenta en una supuesta superioridad didáctica frente al sistema sexual, que aventajaría a su rival como herramienta cognoscitiva al corresponderse mejor con el orden natural: «el método linneano, aunque más concorde con el sistema de la naturaleza, no resulta muy sencillo para la mente del principiante»529. La propuesta ideológica realizada por Brauci representa un programa educativo conservador, donde la Universidad es una institución docente dirigida a la consolidación de saberes establecidos. En consecuencia, los alumnos aprenderían a identificar las plantas observando y comparando la forma y la estructura de flores y frutos, y no aplicando el heterodoxo juego de contar estambres y pistilos enunciado y practicado por Linneo contra el orden establecido. Con esta actitud, Nicola Brauci renuncia a enseñar un método «cómodo y seguro de llegar a la determinación de las plantas», como lo calificó Praelectio habita ab Nicolao Braucio in Regio Archigymnasio Neapolitano v. Calendas Octobres 1760 pro cathedrae historiae naturalis petitione, Nápoles, Josephi Raymundi, 1760. Sobre la obra inédita de Brauci cf. G. D’Erasmo, «Di N.B. da Caivano (1719-1774) e la sua opera inedita», Atti della Reale Accademia delle scienze fisiche e matematiche della Società Reale di Napoli, III, 1941. 529 N. Brauci (1760), p. 9. 528

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Adrien de Jussieu530, y no es ecuánime alegando razones pedagógicas para justificar su decisión, pues resulta ridículo atribuir mayor dificultad a contar estambres que a describir una planta531. Tampoco convence su crítica a la nomenclatura. Brauci invoca la autoridad y el testimonio de Albert Haller para subrayar que Linneo «trastoca y cambia los nombres de las plantas y, a su arbitrio, impone otros, que ni son suficientemente claros ni eficaces»532. Modificaciones lógicas cuando el nuevo sistema rompe el patrón precedente estableciendo una pauta de ordenación diferente. El rechazo no responde a un criterio científico, representa el clásico dilema entre tradición y renovación peculiar del intelecto humano; muestra la dificultad de implantar nuevos saberes, obligados a superar la barrera de los valores aceptados y consolidados por la acomodaticia práctica cotidiana. Sería fácil atribuir el fracaso de Brauci a una anticuada propuesta educativa. Aceptar tal posibilidad supondría conceder a la Universidad napolitana un supuesto de modernidad que no le corresponde. Además, los rasgos ortodoxos también afloran en el perfil del nuevo catedrático. Domenico se inició a la botánica en el tournefortiano orto cultivado por su tío Sante Cirillo533, y entre sus inéditos se encuentra un Instituciones botanicae iuxta methodum tournefortianum, aunque, como afirma Baldini534, el autógrafo bien pudiera corresponder a la mano de Niccolò. Y conviene recordar que Brauci fue uno de los naturalistas con los que contactó durante su periplo universitario535. Sea como fuere, la disputa universitaria indica que, en mayor o menor medida, mediado el siglo XVIII el legado de Tournefort todavía 530 A. de Jussieu, «Taxonomie», en Ch. D. d’Orbigny, Dictionnaire Universel d’Histoire Naturelle, París, 1849, vol.13, p. 506. 531 N. Brauci (1760), p. 9. 532 Ibidem. 533 Cf. Vicenzo de Ritis, «Il Reale Orto Botanico», Annali Civili, fasc. XXI, mayojunio, 1836, p. 154; F. Delpino, «Domenico Cirillo e le sue opere botaniche», Bullettino dell’orto botanico della Regia Università de Napoli, t.I, fasc.3, 1902, p. 292. 534 Ugo Baldini, «Cirillo, Domenico», en Dizionaio biografico degli italiani, Roma, Istituto della Enciclopedia italiana, vol. 25, 1981, p. 789. 535 Cf. Vincenzo Cesati, Alla memoria de sei illustri naturalisti nazionali della Società Italiana delle Scienze, Nápoles, Accademia Reale delle Scienze, 1879, p. 2; la relación entre Brauci y Cirillo también la recoge Ritis (1936), p. 155.

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repercutía sobre los naturalistas napolitanos. Domenico supo purificarse en las aguas del Ganges linneano.

Linneo cruza los Apeninos napolitanos Leyendo las Confesiones escritas por Rousseau hallamos una curiosa anécdota. Cuenta Jean-Jacques536 que mientras ocupaba el cargo de secretario del embajador francés en Venecia, conde de Montaigu, ocurría la confrontación entre el ejército napolitano y las tropas austro-húngaras, comandadas por el príncipe Lobkowitz. Gracias a su mediación pudo infiltrarse el emisario enviado para sublevar a la población de Abruzzo contra las huestes invasoras y ejecutar el complot. Tal vez, como afirma el filósofo, la casa de Borbón mantuvo el cetro napolitano por su mediación, al menos colaboró en la empresa, aunque otros narradores relatan el episodio de un modo diferente. Por ejemplo, Pietro Colletta, en su Storia del Reame di Napoli537, convierte al rey Carlos en héroe nacional tras derrotar a las tropas de Lobkowitz en agosto de 1744. Si Domenico Cirillo leyó las Confesiones538 no sentiría gratitud por el filósofo, a juzgar por su filiación republicana y las funestas consecuencias que su ideología le deparó en la corte borbónica finisecular. Condenado por participar en la proclamación de la república partenopea, el 29 de octubre de 1799 subía al patíbulo539 construido 536 J.-J. Rouseau, Les confessions, París, Librairie Générale Française, 2 vols., 1963, I, libro VII, p. 469. En 1782 se publicaron los libros I-VI y en 1789 los libros VII-XII restantes. 537 P. Colletta, Storia del reame di Napoli, Milán, Gherardo Casini Editore, 1989, pp. 58-65. 538 Lo cual no es una suposición baladí pues se editó conjuntamente con Les rêveries du promeneur solitaire, de cuya obra tradujo Cirillo al italianao algunos capítulos y, por lo tanto, conocía; cf. nota 544. 539 Es la fecha que se recoge en el diario de los Succesi Giornali della Casa di S. Paolo Mag. Di Napoli de’Ch. Reg., religiosos encargados de asistir a los condenados. El manuscrito se conserva en la biblioteca del napolitano Museo Nazionale di San Martino, cf. Vittorio Spinazzola, Gli avvenimenti del 1799 in Napoli, Nápoles, Luigi Pierro, 1899, p. 130. Sobre el levantamiento partenopeo cf., por ejemplo, B. Croce, La rivoluzione napoletana de 1799, Bari, Laterza & Figli, 1953.

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por orden del rey Fernando para escarmentar a los insurrectos. Otra vittima del Borbone. No fue suficiente que negase por escrito sus patrióticos ideales540, quienes lo auparon como científico y confiaron en sus cuidados médicos lo decapitaron por sus correrías políticas. «Es grande el peligro, y más grande el honor; yo dedico a la república mis escasos talentos, mi escasa fortuna, toda la vida», fue su testimonio al incorporarse al neonato gobierno republicano541 el año 99. La sentencia se cumplió. Ciencia y política modelaron un personaje que nos interesa por su condición de naturalista. Es fácil imaginar a Domenico542 recolectando plantas por tierras napolitanas, lupa en ristre y con un ejemplar del Sistema natural bajo el brazo, emulando al botánico idealizado por Rousseau en Los ensueños de un paseante solitario543. El paralelismo ni es fortuito ni es arbitrario, el propio Cirillo lo proyecta al seleccionar y traducir los capítulos quinto y séptimo de Les rêveries incluyéndolos entre sus Discursos académicos544. Lo cierto es que desde joven realizó numeCf. la correspondencia de Cirillo con lord Nelson y lady Hamilton, archivo de la British Library, Add. 34.912, fols. 276 y 334; Add. 34.947, fol. 52. 541 Cf. P. Colletta, Storia del reame di Napoli, Milán, Gherardo Casini Editore, 1989, p. 234. 542 Domenico Cirillo nació en Grumo Nevano, Nápoles, el año 1739 y falleció en 1799. En 1759 se laureó en medicina y en 1760 obtuvo la cátedra de botánica; más tarde lo será de medicina teórica y después de medicina práctica. Ejerció la medicina en el hospital de los Incurables, y fue médico de la aristocracia y de la familia Real. Para su biografía véase Biografia degli uomini illustri del regno di Napoli, Nápoles, Nicola Gervasi, 1814-1830, vol. 5; Ugo Baldini, «Domenico Cirillo», Dizionario biografico degli italiani, Roma, Istituto delle Enciclopedia Italiana, 1981, vol. 25, pp. 789-794; también F. Delpino et al., Domenico Cirillo, Nápoles, Ditta A. Morano & Figlio, 1901; Gaetano Gagliardi, Domenico Cirillo ed il suo tempo, Nápoles, Luigi Regina editore; Vincenzo Cesati, Alla memoria di sei illustri naturalista nazionali, Nápoles, Accademia Reale delle Scienze, 1879; AA.VV., Atti del Convegno Nazionale di studi su Domenico Cirillo e la repubblica partenopea, Arpino, Istituto di Studi Atellani, 1991. 543 Cf. J.-J. Rouseau, Les rêveries du promeneur solitaire. El texto se publicó en 1782 junto al primer volúmen de Les confessionss, editándose simultáneamente en Ginebra, 2 t.; Lausanne, 2 t.; y Londres, 3 t. 544 Cirillo tradujo al italiano los capítulos «Cinquième promenade» y «Septième promenade», incorporándolos a su obra Discorsi Accademici, Nápoles, 1789 (2ª ed. 1799, reeditada en 1997, Filema, Nápoles). 540

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rosas excursiones durante las cuales, como el imaginario personaje del cuento, no dejará un pelo de hierba sin describir; aunque entonces sus juveniles pesquisas por los Apeninos, los Alpes, el Etna y el Vesuvio, tenían un marcado interés farmacológico pues la terapéutica vegetal era su mayor aliciente botánico545. Y, si le hacemos caso, fue el primero en proponer a los napolitanos el uso del sistema sexual546. Poco importa el primado, el hecho transcendente es que obras como Historiae naturalis y Fundamenta botanica547 propagaron el legado científico de Linneo dentro y fuera del espacio universitario. En 1766 iniciaba su labor divulgativa publicando una historia natural de carácter eminentemente pedagógico, compuesta por veintiocho páginas que resumen la Philosofia botanica linneana548. La sencillez caracterizaba un texto cuya finalidad era superar las limitaciones temporales y las lagunas intelectuales inherentes a los cursos escolares napolitanos549. La brevedad del tratado no excluye la novedad científica, incluyendo Cirillo los resultados parciales de su investigación550 sobre el mecanismo de la fecundación en las plantas con flores, fanerógamas. Posteriormente, en Fundamenta botanica, compondrá una imagen completa del orden botánico diseñado por Linneo adornándolo con observaciones propias. Y junto a la divulgación, la sistemática y la fisiología vegetal completan su particular tríada botánica. Plantarum Rariorum Regni Neapolitani y Entomologiae Neapolitanae representan el apartado sistemático, textos que conjugan entomología y botánica en estrecha correspondencia. El repertorio 545 Cf. Cirillo, «Piaceri della solitudine», en Discorsi Accademici, Nápoles, 1789; cit. por la ed. de 1997, p. 146-7. 546 D. Cirillo, Entomologiae neapolitanae specimen primum, «praefatio», Nápoles, 1787. 547 Historiae naturalis professoris ad botanicas institutiones introductio, Nápoles, 1766 (2ª ed. 1771); Fundamenta botanica. Sive philosophiae botanicae explicatio, Nápoles, 2 vols., 1785-1787. Siguiendo los pasos de Linneo, pero resultado de sus observaciones, en 1784 publicó De essentialibus nonnullarum plantarum characteribus commentarius, Nápoles, 1784, cuya finalidad era describir caracteres botánicos olvidados por el maestro. 548 C. Linneo, Philosofia botanica, Estocolmo, G. Kiesewetter, 1751. 549 D. Cirillo, Historiae naturalis professoris ad botanicas institutiones introductio, Nápoles, tip. Simoniana, 1766, p. III. 550 Ibidem, capítulo XXXV, p. XVI-XVII.

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entomológico atiende y corrige el habitual desconocimiento de los insectos napolitanos, capítulo donde Domenico reclama la primacía de enviar ejemplares a Linneo y de enseñar la materia a sus conciudadanos551. El volumen reune ciento veinticinco especies distribuidas en doce láminas de excelente factura. Igualmente, el catálogo de plantas raras incluye especies desconocidas, publicándose solamente dos de los tres fascículos que debían componer la obra552. También para Cirillo el término sistemática significa inventario, expresa la ambición de identificar la naturaleza suscribiendo el firme propósito de conocer y nombrar inequívocamente todos sus componentes mostrando la pluralidad de organismos que la constituyen. En su caso, distribuidos por los diferentes parajes del reino napolitano.

Los estambres y el pistilo Comenta Linneo que nadie en su sano juicio negó jamás que las plantas tienen semillas553; lo contrario ocurrió con el sexo. En el transcurso de la centuria barroca la anatomía botánica experimentó grandes avances. Naturalistas como Malpighi554 examinan los especímenes al microscopio describiendo con detalle estructuras como los estambres, el pistilo, los granos de polen, pero ignoran la condición sexual que estos elementos anatómicos confieren al reino vegetal. Algunos micrógrafos, como Nehemiah Grew555, la sospecharon, aun551 D. Cirillo, Entomologiae neapolitanae specimen primum, «prefacio», Nápoles, 1787. 552 D. Cirillo, Plantarum Rariorum Regni Neapolitani, Nápoles, 2 fasc., 1788 y 1792. En ambos se incluyen, respectivamente, quince y doce descripciones ilustradas. El tercer fascículo, según relata Delpino, estuvo listo para la imprenta pero no se publicó, identificando once de las doce especies vegetales que lo componían. Cf. F. Delpino, «Dei meriti di Domenico Cirillo verso la botanica», en F. Delpino, G. Paladino, G. Ria, F. Fede, Domenico Cirillo, Nápoles, A. Morano & Figli, 1901, pp. 21-23. 553 C. Linneo, Philosofia botanica; cit. por la traducción italiana incluida en C. Linneo, I fondamenti della botanica, Roma-Nápoles, Theoria, 1985, p. 114. 554 Marcello Malphigi, Anatomes plantarum, Londres, 1675-1679, 2 vols. 555 Nehemiah Grew, The anatomy of vegetables, Londres, 1672; The anatomy of plants, with an idea of a philosophical history of plants, Londres, 1682. . Un antece-

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que sin comprender la función reproductora de los órganos florales. El debate sobre el sexo de las plantas alcanzó su epicentro en los años treinta del nuevo siglo, bajo la fórmula linneana556. Como sucede habitualmente en biología, la teoría sexual no fue patrimonio sueco, se manifestó como una idea compartida tendente a unificar la morfológica duplicidad animal y vegetal de los seres vivos bajo un patrón reproductor común. Analogía antigua que, sin admitir ninguna diferenciación sexual botánica, Aristóteles intuye y formula —y otros le preceden en el enunciado, como Empédocles en su poema—, argumentando la similitud de desarrollo entre la semilla y el huevo fecundado, pues «el huevo es un embrión y de una parte de él se forma el animal y el resto es alimento», igual que la semilla557. Coincidencia ampliable al ámbito general de la multiplicación, ya que, en su opinión, los individuos de ambos reinos se originan, independientemente, por heterogénesis y por abiogénesis, es decir, a partir de materia orgánica e inorgánica558. En la centuria del setecientos la semejanza es vieja pero alcanza una dimensión cognoscitiva, teórica y práctica, diferente. Con Linneo la sexualidad floral tiene un valor sistemático, identifica las especies, y descubrir el mecanismo de la fecundación vegetal fue uno de los interrogantes botánicos característicos de la segunda mitad del siglo, cuya solución atañe al microscopio y se halló en la siguiente centuria, en el escenario de la teoría celular. La historia reconoce al polifacético micrógrafo italiano Giovanni Battista Amici como el primer observador de la continuidad del tubo polínico recorriendo el esdente aislado y directo de la sexualidad de las plantas es la obra de Adam Zaluzansky, Methodi herbariae libri tres, Praga, 1592. Seguidor de los principios botánicos de Aristóteles, Teofrasto y, especialmente, Plinio, su libro primero incluye un capítulo sobre la sexualidad de las plantas diferenciándolas en masculinas y femeninas, relacionando estambres y pistilos. 556 De 1730 es el manuscrito linneano Praeludia sponsaliorum plantarum, donde Linneo expuso inicialmente su convicción sobre la función sexual de los estambres y pistilos. Ese mismo año publica una versión del Ortus uplandicus, empleando el argumento sexual como patrón clasificatorio; metodología que confirma en la primera redacción de su Fundamenta Botanica, realizada el mismo año. Linneo contravenía la doctrina del italiano Giulio Pontedera quien en su obra Anthologia, sive de floris natura, 1720, rechazó el sexo de las plantas. 557 Aristóteles, Reproducción de los animales, Madrid, Gredos, 1994, libro I, p. 119. 558 Ibidem, p. 61.

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tigma hasta el ovario, donde ocurre la fecundación559, allá por la decimonónica década de los años veinte560. Pero anteriormente, arropado por el instrumental óptico que su cotáneo Giovanni María della Torre construye en Nápoles, Cirillo ya había investigado cómo el polen desciende a través del pistilo para fecundar el óvulo. La micrografía floral fue una materia obligatoria para los botánicos finiseculares que consideraban la semilla el resultado de la unión de elementos procedentes de órganos reproductores sexualmente diferenciados, estambres y pistilos; polémica e innovadora hipótesis que requería demostración experimental. ¿Qué ocurre en Nápoles? En 1765 Domenico Cirillo anunciaba la inmediata elaboración de una disertación sobre el mecanismo de la fecundación vegetal que, siguiendo sus observaciones microscópicas, explicaría cómo la materia fecundante alcanza el pistilo para operar el proceso561. El anuncio no cristalizó literariamente pero su trabajo no cayó en saco roto. Al año siguiente su Historiae naturalis incluía los resultados. Cirillo seguía los pasos del abate Needham, quien había pulverizado la tesis linneana del aura seminal —el polen formaría sobre el estigma un humor particular, aura, necesario para la formación de la semilla—, describiendo el paso físico del polen al pistilo por el estigma562. Ciri559 Edward Strassburger aún tardará varias décadas en observar y describir la fusión de la célula polínica con el óvulo (Zellbildung und Zelltheilung, Jena, Fischer, 1875). 560 Giovanni Battista Amici, osservazioni microscopiche sopra varie piante, Modena, 1823; «observations microscopiques sur diverses espèces de plantes», Annales des sciences naturelles (botanique), 2 (1824), pp. 41-71, 211-249. Un planteamiento comparativo del problema puede verse en Enrico Battaglia, Emilio Battaglia, «Embryological questions: 9. Who discovered the mono and polysiphonous pollen grains?: a documentation of the role played, 1760-1830, by C. Linnaeus, D. Cirillo, A. Brongniart and G.B. Amici», en Fabio Garbari, Ettore Pacini (eds.), Plant embryology: the Tuscan contribution, Pisa, Pacini, 1987, pp. 53-125. 561 Cartas de Cirillo al Ferdinando Bassi, prefecto del jardín botánico de Bolonia, fechadas el 15 de julio y el 13 de agosta de 1765. Fragmentos reproducidos en G.B. de Toni, «Appunti dal cartegio inédito di Domenico Cirillo», Rivista di storia delle scienze mediche e naturali, vol. VII, nº 7-8, julio-agosto, 3ª serie, 1925, p. 194. 562 Cf., por ejemplo, John Turberville Needham, An Account of some new microscopical discoveries founded on an examination of the calamary and its wonderful miltvessls. Also, observations on the farina fœcundans of plants, Londres, 1745; J. T. Needham, observations upon the generation, composition and decomposition of animal and vegetable substances, Londres, 1749.

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llo perseveró en esta línea de trabajo observando el curso del polen en el pistilo mediante el tubo polínico: «encontramos que cada una de las partículas son como cápsulas transparentes de diferente figura, llenas de numerosísimos cuerpos. Una vez rota, fácilmente, la membrana de las cápsulas, las partículas contenidas en los granos de polen, se difunden por la superficie del tubo y bajan en un cierto fluido muy tenue»563. Temática que, posteriormente, conformará con mayor precisión y amplitud, ilustrando la teoría con imágenes564. En realidad, su interés por conocer el mecanismo de la fecundación fue una motivación temprana, se remonta a su ascenso a catedrático, y su estudio micrográfico obtuvo difusión internacional exponiéndose en la tribuna de la Royal Society y publicándose en Philosophical transactions. La historia es sencilla. A comienzos de los años sesenta Cirillo colaboraba en Nápoles con Eyles Styles, fellow de dicha academia, quien le abrió las puertas de la institución londinense enviando, en diciembre de 1761, un informe titulado Remarks on the impregnation of vegetables que recoge su estudio microscópico. El texto fue debatido en diciembre de 1765, publicándose en el correspondiente volumen de Philosophical565. Revista donde también apareció su exposición sobre el Fraxinus ornus —fresno, árbol del manna—, realizada en 1770 en la referida sociedad londinense566. Aunque Cirillo describió el mecanismo de la fecundación incompleto —por ejemplo, no distingue la formación del tubo a partir del saco polínico, ni observó el recorrido final hasta el ovario567—, su 563 D. Cirillo, Historiae naturalis, Nápoles, tip. Simoniana, 1766, capítulo XXXV, p. XVI. 564 Cf. Fundamenta botanica, Nápoles, 1785, vol. I, pp. 105-108; Tabulae botanicae elementares quatour priores sive icones partium, quae in fundamentis botanicis discribuntur, Nápoles, 1790, tabla 4ª. 565 «A letter of sir F.H.E. Styles, F.R.S. to Daniel Wray, esquire, F.R.S. on the sexes of plans», Philosophical Transactions, vol. LV, 1765, pp. 258-266; el informe comprende las pp. 261-266, además de dos tablas con un total de 38 figuras. 566 D. Cirillo, «Some account of the manna tree», Philosophical Transactions, vol. IX, 1771, pp. 233-236. U. Baldini (1981), p. 792, afirma que Cirillo fue admitido en la Royal Society el año 1770. 567 Cf. Delpino et al. (1901), pp. 17-18; Delpino (1902), pp. 304-5; Giovanni Battista de Toni, «Di una interessante scoperta del modenese Giambattista Amici e

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contribucción micrográfica fue significativa para contextualizar la reproducción sexual vegetal como un fenómeno material pues, al describir el descenso del polen por el pistilo, implícitamente, se conceptúa la fecundación como un mecanismo físico resultado de la unión de materia orgánica procedente de ambos sexos; análogamente al mecanismo vigente en el otro reino. La sexualidad era un territorio compartido por animales y plantas, representa una función biológica coincidente en los objetivos y los medios empleados para alcanzarlos, pues en ambos casos el proceso reproductor ocurre mediante órganos sexualmente diferenciados, «que sirven para dirigir y conducir el fluido seminal en el germen y en el huevo»568. La semejanza no es fortuita, Cirillo la conoce y expone569 conformando una filosofía natural que argumenta la uniformidad de los seres vivos —la diversidad vegetal y animal encubriría el mismo patrón funcional—, conjunto caracterizado por su dependencia del mismo factor vital identificado en la motilidad, individual y orgánica. Un organismo vive porque se mueve, sin embargo el movimiento no es la esencia de la vida570, sólo es el vehículo transmisor. Tanto el aleteo de la mosca como el cierre de los espinosos apéndices foliares de la Dionaea muscipula para deglutir al confiado insecto, la circulación sanguínea y la apertura floral, son signos vitales de una naturaleza en perpetuo movimiento, ¿cuál es la causa?571 Cirillo, aceptando la creación como origen del orden natural vigente572, orden continuo, plural y complejo, engarzado por los eslabones de la cadena de los seres 573, aplica la teoría hipode’suoi progresi», Annuario della Regia Universitá di Modena, año académico 1905-1906, Modena, 1906, pp. 15-53, pp. 30-1. Un esbozo comparado, incluyendo la reproducción fragmentada de obras, Tabulae Botanicae en el caso de Cirillo, se realiza en E. Battaglia, «Embryological questions: 9. Who discovered the mono and polysiphonous pollen grains? A documentation of the role played, 1760-1830, by C. Linnaeus, D. Cirillo, A. Brongniart and G. B. Amici», en Fabio Garbari, Ettore Pacini (eds.), Plant embriology. The Tuscan contribution, Pisa, Pacini, 1987, pp. 53-125. 568 Cf. Cirillo, «La cagione della vita», Discorsi Accademici, Nápoles, 1789; cit. ed.1997, p. 127. 569 Ibidem. 570 Ibidem, p. 135. 571 Ibidem, pp. 127, 130. 572 Ibidem, pp. 127-8, 135, 141-2. 573 Ibidem, pp. 126-7, 135, 142.

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crática del calor vital, en la moderna versión pneumática de Adair Crawford574, concluyendo que «la vida, la existencia, esto es, los principales atributos de los cuerpos creados obedecen a la fuerza y al influjo del calor, y de aquel calor, precisamente, que del Sol nos viene largamente suministrado»575. Partiendo de la fuente calórica solar, se atribuye a la vida un esquema físico-químico donde la mayor o menor proporción de calor hace que los cuerpos creados muestren «una vida más o menos perfecta, una mayor energía, o una lánguida existencia»576, siendo el elemento necesario para eliminar el desecho respiratorio, el flogisto (anhídrido carbónico)577 . En combinación, fisiología animal y vegetal forma un ciclo químico donde las plantas cumplen una función purificadora, les corresponde transformar en aire puro la atmósfera contaminada por el intercambio gaseoso de la respiración animal, son «cuerpos destinados, con la ayuda de los rayos solares, a devolver a la atmósfera aquel purísimo fluido vital, aquel aire desflogistizado, que se debe considerar como el sostén fundamental de la vida»578. En estos términos, responder la recurrente pregunta ¿qué es la vida? toma la forma de un conservador sistema creacionista fijista regido por leyes materiales que controlan el funcionamiento de las máquinas vivientes579, diseñadas en el pasado en múltiples versiones, pero adecuadas al mismo elemento calórico que les insufla vida y condiciona el sistema. Esta máquina viva, extraída por Cirillo de su práctica médica, sigue las coordenadas químico-pneumáticas experimentales determinadas por su amigo el médico Michele Rosa580, y ocupa su lu574 Ibidem, p. 138. Adair Crawford, Experiments and observations on animal heat and the inflammation of combustible bodies. Being an attempt to resolve these phænomena into a general law of nature, Londres, J. Murray-J. Sewell, 1779 (2ª edición ampliada, Londres, J. Johnson, 1788). 575 Ibidem, p. 144. 576 Ibidem, p. 141. 577 Ibidem, p. 139. 578 Cirillo (1997), «Piaceri della solitudine», p. 151. Actualmente corresponderían a los ciclos biológicos del oxígeno y del anhídrido carbónico, de la función respiratoria, animal y vegetal, y la fotosíntesis. 579 Cirillo (1997), «La cagione della vita», p. 138. 580 Cf. Ibidem, p. 139. Michele Rosa, Lettere fisiologiche, Nápoles, 1782, 2 t.

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gar en el escenario mecanicista perpetrado por Offray de la Mettrie en los años cuarenta —L’homme machine; L’homme plante; Les animaux plus que machines—, pero a diferencia de éste, en su contra, su enunciado creacionista contraviene el espíritu diderotiano presente en las páginas del filósofo francés permitiendo contemplar la naturaleza al margen de Dios. Como Diderot, Cirillo puede suscribir que la naturaleza es «una mujer que ama disfrazarse»581, subrayando su uniformidad, pero la creadora mano de Dios es incompatible con la hipotética construcción temporal que su contemporáneo imagina explicando el origen de los seres animados mediante procesos físicos582. En su descargo podemos argüir que Cirillo disecciona la naturaleza por prescripción facultativa, escenario donde prevalece la condición presentista del objeto (curación), ocultando su valor histórico (evolución); disgregación necesaria para resolver el problema del origen de las especies en clave transformista. Consumada la reforma universitaria promovida por el marqués de la Sambuca el año 1777, Cirillo pasó a ocupar la cátedra de medicina teórica y Vincenzo Petagna583 asume la vacante de botánica, probablemente como interino, y más tarde, desde 1779, como titular y director de un inexistente jardín botánico584. El cambio no fue ideológico es sólo nominal, la sombra de Linneo era alargada y traspasó el siglo. Por ejem581 D. Diderot, Sobre la interpretación de la Naturaleza , Barcelona, Anthropos, 1992, p. 27. 582 Ibidem, p. 143. 583 Vincenzo Petagna nace y muere en Nápoles, 1730-1810, médico de formación tiene como principal logro botánico la fundación del Orto de Monteoliveto. Para su biografía cf. Biografia degli uomini illustri del regno di Napoli, Nápoles, Nicola Gervasi, 1814-1830, vol. 8; M. Geremicca, «Botanici e botanofili napoletani», Boletino del Real Orto Botanico di Napoli, t. III, 1913; Teodoro Monticelli, «Elogio di Vincenzio Petagna», Atti della Reale Accademia delle Scienze, vol.3, 1825, pp. 59-76; «Necrologia de Vincenzo Petagna», Atti del Real Istituto d’Incoraggiamento di Nápoli, 1818, t. II, pp. 340-42. 584 Cf. «Necrológica de Vincenzo Petagna», Atti del Real Istituto d’Incoraggiamento, 1818, tomo II, pp. 340-342. Según Federico Amodeo, por decreto de 29 de marzo de 1779 fue nombrado «director del orto botanico e conseguentemente prof. di botanica nell’Università»; Amodeo (1902), p. 31. Al menos fue catedrático desde 1782 según consta en la relación de sueldos pagados a los catedráticos en el periodo 1782-1787; Archivio di Stato de Nápoles, cappellano maggiore, leg. 1777, doc. 28.

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plo, en 1809 Vincenzo Stellati, discípulo de Cirillo y profesor de botánica en el sistema privado, cantaba «la excelencia, la sublimidad y la preferencia, que este sistema tiene sobre cualquier otro», entretanto el método natural de Antoine-Laurent de Jussieu se perfeccionaba585. En este marco continuista la trayectoria científica de Petagna fue un calco de su predecesor, componiendo similares piezas linneanas sobre botánica y entomología con idéntica finalidad pedagógica y cuantificativa: Institutiones botanicae, Institutiones entomologicae, Specimen insectorum586. Ratificar las ideas de Linneo y ampliar el inventario regional son los ingredientes de una línea de investigación elemental, circunscrita a recolectar y describir objetos naturales ordenados con el mismo patrón cosmogónico antecedente587: la creación como mecanismo genésico; el calor y el aire atmosférico como elementos vitales; existencia de una correspondencia funcional entre animales y plantas; ciclo respiratorio (intercambio gaseoso animal y vegetal); relación morfológica de complejidad y perfección crecientes a través de la escala de los seres. Colectivo definido como un conjunto de organismos interrelacionados con valor antropocéntrico, pues la naturaleza ha sido creada para uso y disfrute del príncipe de los animales588. En su condición servil las plantas representan un ideal fisiocrático, y el objetivo de su estudio será conocer sus virtudes sanitarias y agronómicas, explica Petagna en su tratado sobre las propiedades de las plantas589. La materia botánica recupera su idiosincrasia farmacológica confiriendo a la disciplina una obsoleta dependencia galénica en detrimento de su identidad biológica. Planteamiento 585 V. Stellati, Istituzione di filosofia botanica per uso del suo studio privato, Nápoles, stamperia Manfrediana, 1809, pp. 160, 136. A.-L de Jussieu, Genera plantarun secundum ordines naturales, París, 1789; «Méthode naturelle des végétaux», Dictionnaire des sciences naturelles, 1805, pp. 426-428. 586 Institutiones botanicae, Nápoles, J. M. Porticelli, 1785-1787, 5 vols.; Specimen insectorum ulterioris calabriae, Nápoles, Petri Perger, 1786; Institutiones entomologicae, Nápoles, Gaetano Raimondi, 1792, 2 vols. 587 Cf. V. Petagna, Delle facultá delle piante, Nápoles, Gaetano Raimondi, 1796, vol. I, cap. I, III, IV. 588 Ibidem, p. 2. 589 Trattato in cui s’espongo le virtú delle piante, tanto di quelle addette all’uso medico, cuanto di quelle, che servono ad altri usi nella civile economia, reza el subtítulo.

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significativo por su regresión ideológica. El mediocre papel científico del botánico Petagna halla alguna reparación en la vertiente institucional, capítulo donde actuó doblemente participando en la creación de un jardín botánico universitario y en la formulación de un programa académico para el estudio del reino vegetal. La aludida reforma del 77 establecía la enseñanza teórica-práctica de los vegetales, y el profesor tenía la obligación de «demostrar las plantas en el Orto Botánico»590. Para lo cual era necesario construirlo. Similar pronunciamiento había ocurrido en la precedente reforma del 68 sin obtener ningún éxito, que ahora no fue mayor. El proyecto tardó algunas décadas en materializarse, y lo hizo de forma precaria. En 1804 el recinto universitario extendía sus dominios al monasterio de Monteoliveto, y un septuagenario Petagna aprovecha la ocasión para solicitar y convertir en orto universitario el pequeño jardín colindante. Codirigen la institución Petagna y Giuseppe Saverio Poli, que donaba al recinto la dotación de plantas de su orto privado —conocido como Giardino di Tarsia—, en compañía de un jardinero y dos ayudantes591. Hasta entonces se habían repetido las buenas intenciones, y varios inconclusos proyectos adornan la historia botánica napolitana finisecular. Michele Tenore relata cómo la Corona sancionó en 1796 la creación de un orto universitario, situándolo en un emplazamiento similar al actual. Se trazaron los planos y estaba cerca el inicio de las obras «cuando el torbellino político que sacudió toda Europa hizo suspender la ejecución»592. La iniciativa resurge dos años más tarde, ubicándose en el perímetro del Albergo dei Poveri el recinto diseñado por el arquitecto Francesco Maresca. La revolución partenopea echó por tierra el proyecto. El jardín botánico universitario mantuvo su emplazamiento de Monteoliveto hasta diciembre de 1807, cuando José Bonaparte, rey de Nápoles durante la dominación francesa, firDiario della università degli Studi, Archivio di Stato de Nápoles, cappellano maggiore, leg. 1777, doc. 23. 591 Cf. Ritis (1836), p. 156. También V. Giacomini, «L’Orto botanico di Napoli», en Orti botanici delle Università italiane, Nápoles, 1965, p. 93. 592 M.Tenore, Discorso pronunziato il dì 7 maggio 1818 in occasione dell’ apertura della nuova sala destinata per le pubbliche lezioni nel R. Orto Botanico, Nápoles, 1818, p. 24. Véase también en Ciarallo (1983), p. 220. 590

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ma el decreto fundacional del actual Real Orto Botánico593 que, dirigido por Tenore, abriría sus puertas al público en mayo de 1809. El programa científico nos conduce al umbral de la Reale Accademia delle Scienze e Belle Lettere594, producto también de la remodelación universitaria de 1777. Localizada en el Palazzo degli Studi fue sancionada por Ferdinando IV el año 79, e inaugurada con gran boato por los monarcas al año siguiente595. Como informa Gemello Villa a su maestro Lazzaro Spallanzani, el rey era demasiado aficionado a la caza, y otras diversiones palaciegas, para valorar la ciencia pero, afortunadamente, en esta ocasión atendió el consejo de quienes le andaban cerca596. Gracias a su ociosa magnanimidad Nápoles con593 Sobre el tema cf. Valerio Giacomini, «L’Orto botanico di Napoli», en Orti botanici delle Università italiane, Napoli, 1965, pp. 89-102; Anna Maria Ciarallo, «L’Orto botanico: origini e fondazione», Napoli Nobilissima, vol. XXII, fasc. V-VI, settembre-dicembre, 1983, pp. 217-226; Vicenzo de Ritis, «Il Reale Orto Botanico», Annali Civili del Regno delle due Sicilie, vol.IX, fasc. XVIII, noviembre-diciembre, 1835, pp. 130-147, vol.X, fasc. XXI mayo-junio, 1836, pp. 153-170; Tommaso Russo (ed.), L’Orto botanico di Napoli: 1807-1992, Nápoles, Banco di Napoli-Università di Napoli-Orto Botanico di Napoli-Ministerio per i Beni Culturale e ambientali; Giuseppe Catalano, Storia dell’Orto botanico di Napoli: (contributo ad una sintesi della Storia universale della botanica), Nápoles, Rappolla, 1958. 594 Sobre la Academia cf. G. Beltrani, «La Reale Accademia di Scienze e Belle Lettere fondata in Napoli nel 1778», Atti della Accademia Pontaniana, XXX, 1900; F. Amodeo, Gli istituti accademici di Napoli intorno al 1800, Nápoles, Francesco Giannin & figli, 1905 (también en Atti della Accademia Pontaniana, 1905); Camillo Minieri Riccio, Cenno storico delle accademie fiorite nella città di Napoli, Nápoles, Giannini, 1879, pp. 125-127 (también en Archivio storico per la province napoletana, 1880, pp. 586-589); E. Chiosi, «Humanitates e scienze: la Reale accademia napoletana di Ferdinando IV. Storia di un progetto», Studi Storici, 1989, 30, nº 2, 1989, pp. 435-456; B. della Torre, Orazione di rendimento di grazie al Re a nome della Nazione Napoletana per lo stabilimento della Regale Accademia di Scienza e Belle Lettere, Nápoles, stamperia Simoniana, 1788. 595 El marqués de Sambuca anunciaba la fundación en un despacho fechado el 22 de junio de 1778, y el 5 de julio de 1780 ocurría la inauguración. Cf. Amodeo (1905), p. 5; Minieri Riccio (1879), p. 125; B. Torre (1788). 596 Carta de Gemello Villa a Lazzaro Spallanzani fechada en Nápoles, 18 de diciembre de 1780; en Lazzaro Spallanzani, Edizione nazionale delle opere di Lazzaro Spallanzani (a cura di Pietro Modena), Modena, Enrico Mucchi, 1984, vol. XI p. 88. Gemello Villa (1758-1834), fue alumno de Spallanzani laureándose en medicina en Pavía. Residió en Nápoles durante tres años, donde cursa las enseñanzas de Cotugno, Cirillo, Vairo, etc.

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taba con la academia idealizada por Genovesi, un templo del saber destinado a la felicidad del pueblo597. Probablemente, la institución merecía el calificativo de Arca de Noé otorgado por nuestro cronista, señalando el número, la diversidad, y escasa valía de la mayoría de sus ocupantes, pues «los leones y las águilas de alto vuelo en este arca son casi todos exóticos, y de ellos pocos son nacionales»598. La institución buscó reconocimiento exterior coleccionando el prestigio de reputados socios extranjeros —Banks, Beccaria, D’Alembert, Fontana, Lalande, formaron desde el inicio en esta categoría599—, y en el apartado de la historia natural el cuadro nacional ofrecía un panorama completo. Fasano, Bottis, Cavolini, Macri, Petagna, Poli, Torre, Serao, Vairo, Pacífico, compusieron un grupo heterogéneo tanto por la temática como por su desigual contribución y valía científica. La academia mantuvo una actividad regular hasta el año 1787. Desde entonces la institución languidece, y en la década de los noventa, si hacemos caso del testimonio de Leandro Fernández de Moratín600, paso a formar parte del patrimonio de las guías turísticas. En su edición de 1788, la Guía de forasteros incluía entre sus páginas una elogiosa reseña resaltando la valiosa biblioteca y su riqueza ornamental y mobiliaria601. Fastuosa representación de una corporación que pocos años después carecía de libros, no tenía instrumentos ni celebraba reuniones, habiendo motivos para creer «que el letargo en que yace la tal academia durará por mucho tiempo todavía»602. En el deterioro institucional intervinieron factores económicos —en 1786 el gasto sobrepasaba considerablemente los fondos asignados603—, 597 Calificativo atribuido por su presidente Antonio Pignatelli. Atti della Reale Accademia delle Scienze e Bell-lettere. Nápoles, Donato Campo, 1788, vol.I. 598 Ibidem, p. 87. 599 Cf. Statuti della Reale Accademia delle Scienze e Belle Lettere eretta in Napoli dalla sovrana munificenza, Nápoles, Stamperia Reale, 1780. También Amodeo (1905), pp. 5-7. 600 Leandro Fernández de Moratín, Viaje a Italia, cap. 5º; citamos por la edición de 1991, Madrid, Espasa, p. 320. Moratín recorrió Nápoles en el bienio 1793-4. 601 Guida de’forestieri per la cità di Napoli, Nápoles, 1788. 602 Moratín (1991), p. 321-2. 603 Originalmente la academia tuvo una dotación de12.000 ducados anuales y en 1786 sobrepasaba ampliamente la asignación acumulada con un gasto de 230.000

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y no faltó el componente político responsable de las sucesivas remodelaciones que la fórmula académica tuvo, primero, con la república partenopea, luego, bajo dominio francés, y, más tarde, al retorno de la casa de Borbón. Bajo los acordes de la revolución partenopea, en 1799 aparecía y desaparecía el Istituto Nazionale; en 1808 Giuseppe Bonaparte constituye la Società Reale di Napoli compuesta por tres academias: Antichità e Belle lettere, Scienze, y Belle Arti; y en 1817 se reforma la Sociedad denominándose Società Reale Borbonica, dividida ahora en academia Ercolanesa, de Ciencias, y de Bellas Artes604. Con independencia de nombres y banderas, la variopinta crónica administrativa implica un nuevo e idéntico patrón cultural divisor entre enseñanza e investigación. La docencia ocupa al estamento universitario, mientras el cuerpo académico se preocupa de investigar. Finalizando el siglo XVIII, cumpliendo este corporativo reparto de funciones, en la Real Academia toma forma un sucinto proyecto botánico. Para la ciencia de las plantas los académicos trazan un plan que no olvida reivindicar el sempiterno jardín público y centra sus intereses en la elaboración de una flora regional, proponiendo Petagna completar la investigación estudiando el carácter natural de las plantas «para formar el deseado sistema natural. Que se examinen las plantas criptógamas, y con la ayuda del microscopio, u otra oportuna diligencia, se distingan las que pertenecen al reino vegetal de aquéllas que sea necesario transferir al reino animal; que se describan las plantas nuevas de nuestro reino, precisando el carácter esencial, y señalando la variedad para restringir las especies al menor número posible»605. La directriz es taxonómica. Observar y describir para clasificar es la secuencia metodológica que compone el nivel botánico primario ducados. Cf. Amodeo (1905), p. 5. Entre los gastos de la académicos se encontraba la financiación de la escuela médica situada en el hospital de los Incurabili, creada en el bienio 1778-1780 con la intervención de Domenico Cotugno y Domenico Cirillo. Cf. Antonio Borrelli (2000), p. 120. 604 Cf. Minieri Riccio (1879), pp. 66, 133, 135. 605 Atti della Reale Accademia delle Scienze e Belle Lettere di Napoli dalla fondazione sino all’anno 1787, (Discorso istorico preliminare), Nápoles, Donato Campo, 1788, p. XXX. Cf. también Statuti della Reale Accademia delle Scienze e Belle Lettere eretta in Napoli dalla sovrana munificenza, Nápoles, Stamperia Reale, 1780.

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cuyo resultado es inventariar y ordenar las plantas, pero la sencilla serie sistemática se impregna luego de relaciones que, aquí, giran alrededor de dos conceptos: la cadena de los seres y el método natural. La propuesta de Petagna recoge el reto taxonómico de hallar el patrón específico representativo del conjunto de variedades que constituyen una especie vegetal, para identificarla con certeza independientemente de su variabilidad. Un reduccionismo que busca la concordancia entre la abstracción cognitiva humana y la naturaleza, pues el ideal de cualquier sistema es desvelar las leyes naturales; en este caso las especies vegetales surgidas de la creación. Paralelamente, helechos, musgos, algas, hongos, plantean un conflicto de identidad y orden clasificatorio. Estos, y otros, plantanimales definían el tránsito entre vegetales y animales en la lineal jerarquía morfológica que conduce al hombre. La ambigüedad anatómica de este grupo de organismos justifica la imagen de una naturaleza unidireccional pero distorsiona una clasificación piramidal, resultado de agrupar objetos pertenecientes a un mismo nivel jerárquico en una categoría taxonómica contigua superior. Especie, género, orden, clase y reino, era la secuencia admitida en el siglo XVIII. Hacia este problema apuntan las indicaciones de Petagna, recomendando usar la nueva tecnología para descubrir en estos organismos características que permitan resolver un dilema irracional desde la óptica sistémica, pues la dualidad planta-animal, pertenencia a dos reinos, invalida la correspondencia unívoca que un taxón establece con las unidades superiores de agrupación. El sistema linneano fue de uso generalizado durante el ochocientos, careció de oposición. Anteriormente hemos acudido al testimonio de Vincenzo Stellati para subrayar el caso napolitano. Su Istituzione di filosofia botanica refrenda el éxito incluso alcanzada la segunda década del novecientos —en 1818 se publicó la 2ª edición—, desvelando también que los botánicos napolitanos son receptivos al nuevo método natural sustituto del sistema sexual. Es cuestión de tiempo, el necesario para que se perfeccione y agrupar las plantas en familias naturales sea tan lógico como contar estambres. Junto al debate taxonómico, el libro representa una decidida proclama en favor del idioma italiano como instrumento cognitivo. Mal pueden heredar los jóvenes la sabiduría de Linneo si han de hacerlo en latín. La solu180

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ción, conocida y reiterada, escribir en lengua vulgar606. Reto lingüístico que los botánicos del nuevo siglo aceptaron recuperando, implícitamente, el discurso docente genovesiano. Tarea divulgadora presente ya en botánicos finiseculares como Petagna, quien lo testimonia en el prefacio de su obra Delle facultà delle piante. Sistemática y fisiología vegetal marcaron la pauta botánica decimonónica, pero en un idioma que todos conocen y algunos entienden.

La lente de aumento La historia de Nápoles es circular y también en el ochocientos la naturaleza se contempla con un microscopio, que ahora manipulan las hábiles manos de otro fraile. El turno le pertenece a Giovanni Maria della Torre. Correspondant de la parisina Académie Royale des Sciences, pensionario de la Reale Accademia delle Scienze e Belle Lettere, custodio de las reales instituciones, pinacoteca, museo y biblioteca napolitanas, director de la regia Tipografía, profesor de física en el Liceo arzobispal, microscopista, vulcanólogo607, son algunos de los méritos que conforman el extenso currículo de este religioso somasco608, nacido en 1710 y llamado a capítulo celestial en la década de los ochenta609. Cronológicamente, la figura de Giovanni reúne la afición micrográfica de Marco Aurelio Severino, el saber microscó606 V. Stellati, Istituzione di filosofia botanica per uso del suo studio privato, Nápoles, stamperia Manfrediana, 1809, p. III. 607 Sus observaciones sobre el Vesubio tuvieron amplia difunsión; por ejemplo, su libro Storia e fenomeni del Vesuvio, Nápoles, 1754, se tradujo al francés en 1760: Histoire et phenomenes du Vésuve, París, J.T. Hérissant. 608 Congregación religiosa instituida el año 1528 por Girolamo Emiliani en Somasca (Bérgamo). 609 Descendiente de noble familia genovesa, G. Mª della Torre nace en Roma en 1710. Estudia filosofía y matemáticas en el pontificio Colegio Clementino y en el Colegio Nazareno de los escolapios, y el 30 de noviembre de 1730 profesa los votos en 1a veneciana casa somasca de Santa María de la Salud. En Nápoles fue docente de matemáticas en el colegio Macedonio de la orden, y enseñó matemáticas y física en el monasterio de San Demetrio y Bonifacio, donde residió desde 1745 hasta su muerte ocurrida en 1782. En 1755 Carlos III le nombra miembro de la academia Ercolanesa, y el año siguiente custodio de la galeria de pintura, biblioteca y museo si-

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pico de Fabio Colonna y el mecanicismo investiganti, conjunto ordenado según la contemporánea norma newtoniana, convirtiéndose en alumno aventajado de la escuela científica ideada por Celestino Galiani. Este fraile microscopista fue un referente intelectual dentro y fuera del reino napolitano, y su investigación acontece tanto en primera persona, estudiando los invisibles componentes de la materia y construyendo los instrumentos ópticos necesarios para desplegar su actividad, como desempeñando un papel secundario oculto tras las bambalinas de los diversos teatros naturales que escenifican Cavolini, Cirillo, Cotugno, Macri, Poli, Vairo, enseñándoles cómo revelar la cara oculta de la naturaleza. La micrografía es el criterio epistemológico empleado, con la finalidad de descubrir «los recónditos arcanos de la Naturaleza, describiendo, mediante agudísimos microscopios, el invisible aparato de partículas y de órganos, con los cuales produce, en las tres especies de cuerpos que se encuentran en la tierra, Inertes, Vegetales y Animales, los maravillosos fenómenos que continuamente ocurren ante nuestros ojos»610. Declaración de intenciones que puso en práctica convirtiéndose en un experto constructor de instrumentos ópticos611. Su habilidad para fabricar lentes no fue un hecho fortuito, esconde la conexión con su correligionario el padre Giovanni Maria de tuados en las dependencias del palacio de Capodimonte. Para su biografía cf. L. Grillo, Elogi di liguri ilustri, Turín, stab. tip. Fontana, 1846, vol, III, pp. 37-43; Biographia degli uomini illustri del Regno di Napoli, Nápoles, 1834; G. Bruno, «Giovanni Maria della Torre istologo napoletano», Gazzetta sanitaria, 20, 1949, pp. 156-159; Dictionary of scientific biography, vol. IV, 1971, pp. 25-6; Dizionario biografico degli italiani, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, vol. 37, 1989, pp. 573-77; V. Trombetta,. «Lettere di Giovanni Maria della Torre “custode” della Real Biblioteca di Napoli (1777-1780), Rendiconti dell’Accademia de Archeologia lettere e Belle Arti, vol. 67, 1997-1998, pp. 341-367; Ch. C. Gillispie (ed.), Dictionary of scientific biography, Nueva York, 1970-6, vol. 4, pp. 25-6; Antonio Bianchi, Ne’ Solenni funerali del reverendissimo padre D. Gian. Maria della Torre, Nápoles, 1782; L’ordine dei chierici regolari somaschi nel IV centenario della sua fondazione (1528-1928), Roma, 1928, pp. 169-171. 610 Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, pp. III-IV. 611 Tanto de microscopios como de telescopios. De estos, en 1765 envió un nuevo modelo al secretario de la Royal Society, Thomas Birch, para someterlo al dictamen de la academia londinense. Cf. la carta de G. della Torre a Thomas Birch, Nápoles, 10 de enero de 1765, Archivo Royal Society, L&P. IV. 252.

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Guevara, quien desde los años cuarenta las elabora en Nápoles con éxito612, y fue el ejemplo necesario. Autodidacta, Torre deviene un estudioso también en el campo de la óptica613; un constructor innovador y conocedor de novedades que aplicó al desarrollo de una tecnología propia614. Y es deudor particular del constructor Giuseppe Campani, en Roma, con cuyos microscopios se formó «una justa idea de lo que quiere decir objeto claro y terminado»615. La regla para construir buenos instrumentos era compaginar el aumento de tamaño con la formación de una imagen precisa, no distorsionada, del objeto visionado. Aplicando este criterio su micrografía no rinde tributo al novedoso microscopio compuesto616. Él utiliza un modelo simple —microscopio a perlina, constituido por una diminuta esfera de cristal—, donde monta las lentes esféricas que construye según un método propio, alcanzando mejores prestaciones que obtenidas con el sistema compuesto, y con la ventaja añadida de minimizar el efecto de la aberración cromática que el uso del microscopio simple ofrecía. La novedosa tecnología fue pronto difundida entre la comunidad científica internacional a través de la revista Philosophical Transanctions, que en el volumen correspondiente al año 1765 incluía un detallado informe del microscopio construido por Torre explicando la teoría y su práctica617. En opinión del monje, el microscopio 612 Ibidem, p. 40. Según Torre, en 1775 Vicenzo Mazzola, dirigido por Guevara, fabricaba lentes que, aumentando 1000 veces el diámetro del objeto, superaban la resolución alcanzada por los constructores ingleses. 613 Cf. Torre, Nuove osservazioni intorno la storia naturale, Nápoles, Donato Campo, 1763, prefacio; Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, pp. 1-2; donde se refieren las contribucciones de Passemant, George Adams, James Wilson, John Cuff, Nicholas Culpeper, Pieter Lyonnet, John Turberville Needham, Robert Hooke, Filippo Bonanni, Leeuwenhoek, Swammerdam, Réaumur, Abraham Trembley, Jan Ellis, entre otros. 614 Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, p. 2. 615 Ibidem. 616 Cf. Ibidem, pp. 4-5, 33-34; Torre (1763), p.VI y ss. Su método lo desarrolló tras múltiples experiencias realizadas entre 1746 y 1751. Un microscopio simple de calidad permitía ver organismos unicelulares (protozoos y bacterias), y orgánulos intracelulares como el núcleo y la mitocondria. El microscopio compuesto más difundido era el fabricado por John Cuff en 1744. 617 «Descriptio novi microscopi, a R.P. Di Torre constructi», Philosophical Transanctions, vol. LV, 1765, pp. 252-57; «Extracts of three letters of sir F.H. Eyles

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compuesto era útil para, inicialmente, delinear completo el objeto a un mediano aumento, y examinar luego minuciosamente las partes con el simple618; aparato caracterizado por la calidad de las imágenes y la comodidad ofrecida al usuario, permitiendo «ver los objetos con una extrema claridad y distinción, no se ven empañados, se forma una idea clarísima de sus partes, no cansa al observador, aunque emplee muchas horas en observar, y no se advierte que el microscopio esté debajo de los ojos, más bien le parece observar el objeto con los ojos desnudos»619. Un buen microscopio conjugaría los recursos técnicos con la bondad del uso. En la secuencia cognitiva, observar es el nivel básico dirigido a describir la naturaleza. El siguiente peldaño consiste en procesar la información relacionando y mensurando datos para formular leyes resolutivas del hecho estudiado, la fase explicativa. ¿Qué ámbito micrográfico ocupó a Giovanni della Torre?, ¿qué resultados obtuvo?, ¿sobrepasó el nivel descriptivo? El portaobjetos de su microscopio fue un escaparate amplio y variopinto revelador de la invisible estructura orgánica e inorgánica de la naturaleza; disposición responsable de los fenómenos que acontecen en su seno 620. Contempladas con el microscopio a perlina las materias viva e inerte asemejan la composición, la distinción macroscópica expresa las diferencias organizativa y funcional. Homogeneidad y estatismo estructural, sin división en partes ni circulación de partículas, y crecimiento por agregación, caracterizan el estado inorgánico. Enfrente, la vida es un modelo material definido por su heterogénea estructuración y su fisiología —circulación interna de Stiles, F.R.S. to Daniel Wray, Esq. F.R.S. concerning some new microscopes made at Naples, and their use in viewing the smallest objets»», Philosophical Transanctions, vol. LV, 1765, pp. 246-49 (las cartas tienen la fecha de noviembre de 1761). En 1a década de los 80 su método para forma las esferas cristalinas se publica en la Scelta di opusculi interessanti, nueva edición, Milán, III, 1784, pp. 514-521. 618 Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, p. 4. También Torre, Nuove osservazioni intorno la storia naturale, Nápoles, Donato Campo, 1763, p. 7. 619 Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, p. 3. 620 Ibidem, pp. III-IV.

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materia—, componiendo el organigrama responsable de la función individual: capacidad sensitiva, multiplicación, crecimiento por asimilación de nutrientes 621. Este reduccionismo fisicalista conforma la imagen del día después de la creación. La génesis del universo responde a leyes no mecánicas, irracionales, escrutables sólo por el creador; y desde su constitución la naturaleza es una entidad conservadora destinada a perpetuar sus componentes utilizando una fenomenología de índole mecánica, en consecuencia, conocible622. Por este motivo, su interpretación cosmológica distingue dos etapas epistemológicamente diferentes: la creación con su inescrutable mandato, y la cronología subsiguiente controlada por leyes racionales propias de una naturaleza uniforme donde la física newtoniana explica tanto el giro de los astros como la fisiología animal y vegetal. Todo es materia en movimiento tras el acto divino; visibles e invisibles partículas que circulan en el vacío sometidas a las fuerzas de atracción e inercia623. Fórmula mecánica conocida que, acorde con el signo de los tiempos, sustituye el cartesianismo por el atomismo; el vacío recupera el espacio sustraído por Descartes y la materia se mueve al son de otros Principia. Pero Torre, como tantos contemporáneos, está lejos de comprender la racionalización fisico-matemática que la filosofía natural newtoniana implica. Confeso seguidor de la doctrina, a nivel práctico asume la tradición empírica baconiana dentro del modelo de la filosofía corpuscular representado por Robert Boyle, con quien coincide metodológicamente en el celo por la observación y en distanciarse de los prejuicios sistémicos: «El verdadero observador es aquél que mientras contempla la Naturaleza no tiene en mente ningún sistema, sólo procura ver con claridad, naturalidad, y distinción, lo que tiene bajo los ojos»624. 621 Cf., por ejemplo, Torre, Scienza della Natura, Nápoles, Serafino Porfile, 1749, vol. II, pp. 272, 415, 439. 622 Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, p. 115. 623 Torre, Scienza della natura, Nápoles, Serafino Porfile, 1749, vol. II, p. 44. 624 Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, p. 89.

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Lámina reproduciendo un microscopio Wilson-Cuff, incluida en G.Mª della Torre, Nuove osservazioni intorno la storia naturale, Nápoles, 1768

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Con esta consigna usa el microscopio para buscar las invisibles partículas responsables del fenómeno vida, y las encuentra bajo la forma de globetti de diferentes tamaños, sólidos y transparentes, circulando ininterrumpidamente por el interior de las máquinas animal y vegetal625. Estos globulitos son «el elemento, el agente universal, utilizado por la naturaleza para la composición de las partes de los vegetales y animales, y para producir todos los movimientos que en ellos se observan»626. Los glóbulos reparan el gasto operativo y explican los procesos voluntarios e involuntarios que ocurren en la máquina refutando la opción vitalista627. La identidad del ser vivo responde a un continuo proceso fisiológico de circulación e intercambio de materia; argumento que da forma y sentido unitario a una variada fenomenología. La memoria, por ejemplo, es consecuencia del movimiento y la particular disposición de los glóbulos en la superficie cerebral, frente a la opinión general que la relacionaba con el plegamiento. Y la reproducción sólo se entiende rechazando la generación espontánea y aceptando el modelo genésico rediano628. Las nuevas generaciones se forman, exclusivamente, a partir del elemento parental, mediante el huevo y la semilla; cuestión tan «fuera de duda, que sería una obstinación quererlo negar»629. En el huevo y la semilla se localizan el órgano director, el punctum saliens de Malpighi, que, participando las omnipresentes unidades globulares, y ocurrida la fecundación630, dirige la epigénesis631 hacia un organigrama anatómico particular, el correspondiente al patrón específico632. El órgano diIbidem, pp. 91-93. Ibidem, p. 93. 627 Ibidem. 628 Torre, Scienza della Natura, Nápoles, Serafino Porfile, 1749, vol. II, pp. 443 y ss. 629 Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, p. 109. Cf. también Torre (1749), II, p. 446. 630 Ibidem. 631 W. Bernardi, Le metafisiche del’l embrione. Scienze della vita e filosofia da Malpghi a Spallanzani (1672-1793), Florencia, Olschki, 1986, pp. 284-294, analiza con detalle el modelo epigenésico de Torre. 632 Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, p. 115. En este sentido cf. también Torre, Scienza della Natura, Nápoles, Serafino Porfile, 1749, vol. II, p. 426. 625 626

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rector pertenece al pasado creacionista, nace con el primer individuo, y desde entonces se repite invariablemente entre generaciones siguiendo «la ley, y la disposición determinada, que se encuentra en el primer órgano encerrado en la semilla de la planta, o en el huevo del animal»633, conforma una naturaleza inmutable. Con escasos mimbres e imaginación, Giovanni della Torre concibe un materialismo biológico con futuro, próximo tanto el contemporáneo modelo buffoniano de las moléculas orgánicas como a la decimonónica teoría darwinista de la pangénesis, por ejemplo.

Experimentum crucis «Este fenómeno visto por el Sr. Needham en 1762, que estuvo en mi habitación en Nápoles, le hizo gritar de improviso experimentum crucis, y quedó convencido de la figura anular de la sangre»634. Es difícil imaginar al famoso microscopista inglés exaltado por la visión de los anulares eritrocitos, pero, con mayor o menor ímpetu, su visita resolvió satisfactoriamente el interés que las observaciones del fraile suscitaban en Charles Bonnet; quien pidió al amigo que durante su viaje por Italia dilucidase personalmente el asunto635. En 1754 Torre escribía a D’Alembert notificándole sus descubrimientos, y cinco años más tarde, sin mayor éxito636, hizo lo propio con Haller637, cuyas observaciones rebatía. Finalmente, un folleto latino publicado en 1760 difundía por Europa su descubriTorre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, p. 115. Ibidem, p. 85. 635 Cf. la correspondencia entre Charles Bonnet y John T. Needham, Ginebra, 28 de mayo de 1761 y 2 marzo de 1762; en Renato G. Mazzolini, Shirley A. Roe, Science against the unbelievers: the correspondence of Bonnet and Needham,17601780, Oxford, Voltaire Foundation-Taylor Institution, 1986, pp. 199-200, 215-217. 636 Según Torre la carta se perdió, cf. ibidem, pero realmente Haller la recibió y la publicó en 1774 en su Epistolarum, IV, pp. 237-242; cf. F. Fontana, Carteggio con Marc’Antonio Caldani: 1758-1794 (ed. R.G. Mazzolini), Trento, Societá di Studi Trentini di Scienza Storiche, 1988, p. 166, nota 4. 637 Cf. Torre, Nuove osservazioni intorno la storia naturale, Nápoles, Donato Campo, 1763 cap. IV, p. 95. 633 634

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miento. El impreso638 correspondía a la carta que, el mismo año, Torre remitió al abate Nollet informándole de los resultados obtenidos en su estudio microscópico de la sangre639. Bonnet, conocedor del texto a través de los ejemplares recibidos por sus colegas de la Universidad de Ginebra, reconoce la favorable acogida que el escrito mereció y, opinando que el religioso napolitano andaba por el buen camino, consiguió que los perspicaces ojos de Needham comprobasen el hecho640; éste, con un gutural experimentum crucis, aprobaba la forma anular de la sangre descrita por el religioso napolitano a la luz de su genuino microscopio. Nuevas observaciones publicadas en 1763 y 1776 ampliaron la investigación, confirmando la generalizada figura anular del componente sanguíneo frente al modelo esférico propuesto para el hombre y los cuadrúpedos641. La tesis fue motivo de controversia. Por ejemplo, en 1766, desde la vecina Florencia, Felice Fontana explicita su oposición a los glóbulos rojos anulares publicando Nuove osservazioni sopra i globetti rossi del sangue642. La refutación se fundamenta en posibles errores interpretativos y en supuestas deficiencias técnicas643 del microscopio usado por un innombrable filósofo italiano644, cuyas observaciones contravenían su propio testimonio y el precedente de Haller, ratificando la esfericidad de los globulos rojos humanos. Realmente, desde 1759, Fontana conocía fehacientemente la investiga638 Torre, Praeclarisimo viro Abbati Noleto publico physicae profesori, Nápoles, 1760. 639 Cf. Torre, Nuove osservazioni microscopiche, Nápoles, 1776, cap.IV, observación 46. 640 Carta de Bonnet a Needham, Ginebra, 28 de mayo de 1761; Mazzolini y Roe (1986), p. 200. 641 Cf. Torre (1763), pp. 115-116 ; Torre (1776), p. 85. Desde Leeuwenhoek se aceptaba la forma plana de los glóbulos rojos en peces y anfibios conservando la condición esférica en el hombre y cuadrúpedos; tesis definitivamente refutada por los trabajos de W. Hewson. 642 F. Fontana, Nuove osservacioni sopra i globetti rossi del sangue, Lucca, Jacopo Giutti, 1766. 643 Cf. Fontana (1766), pp. 7, 9-10, 22-3, 26-27. 644 En ninguna de las 45 páginas que componen el texto Fontana refiere el nombre de G. M. Della Torre, haciéndolo indirectamente tanto a él como a sus obras. Cf., por ejemplo, pp. 7, 9, 23, 26.

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ción realizada por Torre sobre los eritrocitos, aceptando la verosimilitud de la propuesta y comprobando personalmente la calidad de sus lentes: «La ventaja principal del padre Torre es poseer algunas lentes exquisitas, que aumentan el diámentro más de 750 veces. Él mismo las fabrica, y yo he visto una, regalada al Cocchi, que era más pequeña que un grano de polvora de arcabuz»645. La redacción de su opúsculo fue un acto de soberbia. El objetivo era destruir, «porque así convenía a mi honor, que había sido leso por un filósofo napolitano antes de que yo hubiera pensado, siquiera, en escribir contra él»646. La supuesta ofensa del fraile somasco ofuscó a Fontana, que emprendía una batalla perdida. Los trabajos de Torre no habían caído en saco roto ante los académicos ojos de la Royal Society. Si Henry Baker cuestionó la utilidad del microscopio a palina647, William Hewson mostró interés por las observaciones y sus ulteriores investigaciones648 dieron la razón al fraile napolitano. También en humanos y en cuadrúpedos el componente sanguíneo tenía forma circular y no esférica649. A pesar de los cual el debate napolitano650 sobre la figura 645 Carta de Fontana a Marco Antonio Caldani, Roma 12 de diciembre de 1759; rep. en Fontana (1988), pp. 161-62. Sobre el reconocimiento de Fontana hacia las observaciones de Torre sobre los eritrocitos cf. tambien la carta dirigida a Caldani, Roma 4 de mayo de 1760, ibidem, pp. 164-166. 646 Carta de Fontana a Luigi Cerretti, 5 marzo de 1766. Rep. en Fontana (1988), p. 38. El doc. Se conserva en el Archivio di Stato, Modena, Cancelleria estense, Particolari 326, carteggio Cerretti. 647 Cf. Philosofical Transactions, LV, 1766, pp. 67-71. 648 William Hewson, «On the the figure and composition of the red particles of the blood, commonly called the red globules», Philosofical Transactions, LXIII, 1773, pp. 303-323. El trabajo se publicó el mismo año como An experimental inquiry into the figure and composition of the red particles of the blood, commonly called the red globules, Londres, 1773. Hewson había presentado su investigación en la Royal Society ese mismo. Cf. también The Works of William Hewson (edición, introducción y nota, George Gulliver), Londres, Sydenham Society, 1846. 649 Sobre el tema cf. Bruno Zanobio «Ricerche di micrografia dell’eritrocità nel settecento», en Actes du symposium international sur les sciences naturelles, la chimie et la pharmacie du 1630 au 1850, Vinci, 1962, pp. 159-179. Zanobio repitió las experiencias realizadas por Torre utilizando idéntico microscopio y coincidiendo en los resultados. 650 Fuera de la frontera italiana el mineralogista alemán Johann Jacob Ferber, que durante los años 1771 y 1772 recorrió Italia estudiando sus producciones, reco-

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de los eritrocitos continuó en la década de los ochenta en la persona del médico Marco Antonio Caldani, que en 1785 todavía defendía651 la tesis de Fontana contra los planteamientos de Torre y Hewson, ignorando también la favorable línea experimental trazada por Giuseppe Antonio Magni alrededor de la teoría del científico inglés652. El extraño caso de los glóbulos rojos anulares es una prueba del marco internacional donde emerge la actividad científica desplegada por Giovanni della Torre, y nos habla del obligado proceso de homologación y generalización de los recursos técnicos que el desarrollo de la ciencia moderna representa en favor de una práctica científica uniforme.

La cátedra de historia natural La curiosidad nos conduce a las dependencias del palacio de Portici que, alcanzados los años cuarenta, cobija un variopinto grupo de animales salvajes compuesto por avestruces, camellos, carneros, dromedarios, gacelas y tigres. La dotación se incrementó el año 42 con la incorporación de un elefante transportado desde Turquía a iniciativa de Carlos III. El dócil paquidermo paseaba por los jardines palaciegos y fue la estrella rutilante de tan singular casa de fieras, mereciendo trato literario, pictórico y músical653, e incluso prestó servicio a la ciencia, pues su cadaver fue embalsamado y motivo de esgió la polémica entre Torre y Fontana en sus Lettres sur la minéralogie et sur divers autres objets de l’histoire naturelle de l’Italie, écrites par Mr. Ferber à Mr. Le Chev. De Born (traducción del alemán y notas por Mr. Le B. De Dietrich), Strasburgo, Bauer & Treuttel, 1776, p. 142. 651 Marco Antonio Caldani, «Osservazioni microscopiche su la figura delle molecule rosse del sangue», Saggi scientifichi e letterari dell’Accademia di Padova, t.III, parte I, 1794, pp. 1-19 (comunicación leída el 24 de febrero de 1785). 652 G. A. Magni, Nuove osservazioni microscopiche sopra le molecole del sangue, Milán, 1776. 653 Por deseo del monarca el médico Francesco Serao realizó la Descrizione dell’Elefante pervenuto in dono dal gran sultano alla Real Corte di Napoli (Nápoles, 1742); y de los retratos realizados se conserva en el Palacio Real de Riofrío, Segovia,

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tudios anatómicos. Mientras el bestiario, la zoología divertida, formaba parte del boato cortesano evocando las escenas del alfonsino Poggio Reale ¿qué ocurrió con la rama científica? El organigrama universitario resultante tras la remodelación ocurrida en 1777 presentaba la novedad de incorporar una facultad de ciencias naturales, amalgama de cátedras: agricultura, historia natural (inexistentes), botánica, comercio, química, física, y física experimental (abolida en diciembre), formaron unidad docente. Aunque el proyecto para reformar las ciencias naturales quedó incompleto —conocemos la odisea del jardín botánico universitario, y el museo de historia natural tuvo peor suerte, fue sólo en una buena idea incluido su director 654—, el cambio supuso un punto de inflexión en su proceso de consolidación como disciplina del regio estudio pues, junto a la identificación física, el refrendo institucional conlleva un significativo cambio ideológico al considerar el estudio de la naturaleza como un área de conocimiento genuina, eliminando la dependiente relación médica precedente e iniciando el futuro proceso de especialización y subdivisión en los tres ramos generales que la componen, pero con marcadas diferencias: mientras la botánica estaba afianzada como disciplina a través de cualificados profesores capaces de enseñar y desarrollar innovadoras líneas de investigación, el epígrafe de la historia natural tiene un valor diferente, todavía necesita certificar su manumisión soltando el lastre de la incompetencia docente y segregando zoología y mineralogía de manera explícita. El elefante, atribuido a Giuseppe Bonito. En el campo musical el elefante formó parte del reparto operístico de Alejandro en la Indias. Sobre el tema cf. Michelangelo Schipa, Il regno di Napoli al tempo de Carlo Borbone, Roma, Albrighi, 1923, pp. 224-6; Jesús Urrea Fernández, La pintura italiana del siglo XVIII en España, Valladolid, Univer. Valladolid, 1977, p. 314; Jesús Urrea Fernández (ed.), Itinerario italiano de un monarca español 1731-1759. Carlos III en Italia, Madrid, Museo del Prado, 1989, pp. 132-3. 654 Cf. Amodeo (1905), p. 16, nota 2, refiere el documento Consegna delle carte del registro Accademico, año 1784, donde se atribuye la dirección del Museo de Historia Natural a Domenico Cirillo. El museo se hizo efectivo durante la época napoleónica, decretándose su realización en 1813. Fue dirigido por Luigi Petagna y Giosuè Sangiovanni, por cuya actuación se constituyo en 1842 un nuevo museo inaugurado tres años más tarde.

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El elefante, cuadro perteneciente a la colección del Palacio Real de Riofrío, Segovia

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Creada en el mes de septiembre, la cátedra de historia natural655 fue dotada con el sueldo de 300 ducados, nombrándose titular a Gaetano de Bottis, hasta entonces profesor de liturgia en el regio colegio de la Annunziatella y futuro académico de la Real de Ciencias y Buenas Letras, cuyo mérito particular consistía en su conocida afición vulcanológica656 plasmada en una rica colección de minerales vesubianos conformada tras ardua y reclinatoria recolecta de cerca de 20 años. Muestrario que el recién nominado profesor ofrecía diligentemente a su majestad657 y, a la postre, ocupó espacio en las vitrinas del decimonónico museo mineralógico658, fundado en 1801. Este religioso profesional y diletante naturalista dejó el puesto por causas naturales, a su fallecimiento. Saverio Macri659 le sustituye, no sin polémica660. Había ocupado interinamente la vacante compitiendo con Antonio Minasi y Àngiolo Fasano, quien no aceptó el fracaso reclamando posteriormente, en 1792, la plaza aún no consolidada. Sus argumentos eran la incompatibilidad que concurría en el interino por duplicidad de cargo —desempeñaba similar oficio sobre materia química en el regio colegio militar—, y recordaba los méritos fatigosamente ganados al servicio del monarca. La apelación no surtió efecto y, finalmente, la vacante se cubrió ascendiendo el interino a catedrático ese mismo año. Por su longevidad y representación científica, la trayectoria profesional de Macri es un hilo conductor apropiado para hilvanar el fu655 Cf. Diario della Università degli Studi, Achivo de Estato de Nápoles, Cappellano maggiore, doc 1777/23. 656 Durante la década de los años sesenta Gaetano de Bottis escribió dos obras relativas al tema: Ragionamento istorico intorno à nuovi vulcani comparsi nella fine del anno 1760, Nápoles, 1761; y Ragionamento istorico del incendio del Vesuvio accaduto nel mese d’ottobre 1767, Nápoles, 1768. 657 Cf. La carta dirigida por Bottis al rey, con fecha 18 de noviembre de 1778, ofreciéndole la colección. Archivio di Stato de Nápoles, Casa Reale Antica, doc. 173. 658 Cf. «Elogio de Saverio Macri», Atti della Reale Accademia delle Science, vol. 6, 1851, p. LVII. 659 Saverio Macri nace el año 1754 en la ciudad de Siderone, transfiriéndose a Nápoles donde se instruye con los jesuitas y cursa la carrera de medicina. Para su biografía cf. Ibidem, pp. LV-LXIII; F.S. Monticelli, «La scuola zoologica napoletana», Giornale internazionale delle scienze mediche, XXII, fasc. 5, 1900, pp. 193-215. 660 El proceso se relata en el doc. 1178/2, Archivio di Stato de Nápoles, Cappellano maggiore.

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turo de la historia natural. Permaneció como titular hasta 1806, cuando otra reforma, ahora de cuño francés, escinde la cátedra en dos ramas zoológicas. Mediante decreto fechado el 11 de noviembre661, el recién instaurado gobierno galo organiza el recinto universitario en cinco facultades662: derecho, filosofía, teología, medicina, y ciencias naturales —constituida por seis cátedras: química, botánica, mineralogía, metalurgia, y zoología de vertebrados e invertebrados663—, componían el organigrama. De los animales sin vértebras se ocupó Giosuè Sangiovanni664, discípulo de Cirillo y, como él, víctima de la represión borbónica contra la sedición republicana, pero logró salvar la vida exiliándose en París el año 1801. Colaboró con Cuvier y Lamarck, regresando a Nápoles amparado por el nuevo orden napoleónico y la masonería. Por su iniciativa la cátedra se denominó de anatomía comparada, siendo la primera de su género en Italia, pero abandonó el puesto al poco tiempo. Las lecciones sobre vertebrados le corresponden a Saverio Macri, impartiéndolas hasta 1811, cuando una nueva remodelación reúne las zoologías en una sola cátedra, adjudicada a Sangiovanni y también rechazada665, ejerciendo aquél la de materia médica. El puzzle está incompleto sin la pieza correspondiente a la cátedra de teorie generali della storia naturale dimostrate con le osservazioni, creada en 1808 para exclusivo uso y disfrute de Filippo Cavolini. Asignatura y profesor desaparecen del recinto universitario el año 10, tras el óbito del titular. Sintetizando, la historia natural se convierte en zoología siguiendo el modelo francés —Cuvier, Lamarck, Saint-Hilaire, anatomía comparada, invertebrados, 661 Decreto reproducido en Collezione delle leggi,decreti ed altri riguardanti la publica instruzione, Nápoles, stamperia del Fibreno, 1861-3, vol. I, pp. 9-13. También Alfredo Zazo, «L’ultimo periodo borbonico», en Torraca (1924), p. 473. 662 Sobre el tema cf. Alfredo Zazo, «L’ultimo periodo borbonico»; en Torraca (1924), pp. 466-588. 663 Las dos cátedras se denominaron zoologia degli insetti y zoologia dei quadrupedi. 664 Cf. Pietro Omodeo, «La vita e le opere di Giosuè Sangiovanni», Bollettino di zoologia, 16, 1949, pp. 107-117. 665 Luigi Petagna ocupó la cátedra de zoología en el período 1813-1832. Cf. F.S. Monticelli (1900), p. 203.

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evolucionismo666—. Entretanto, la mineralogía traza su propio destino con el fin de explotar los recursos del reino. Para formar profesionales cualificados la corona patrocina en 1789 una comisión científica667 que durante ocho años recorre las principales cuencas de la Europa minera extrayendo conocimientos y muestras. En 1797 el grupo había regresado a casa acumulando valiosa información y una rica colección mineralógica que constituyó el núcleo fundacional del museo668. La institución estuvo adscrita a la cátedra de historia natural hasta 1806, contando desde entonces también con autonomía docente. La cátedra mineralógica la ocupó Vincenzo Ramondini tras el rechazo de Matteo Tondi otro afrancesado que protagonizó éste, anteriores y posteriores episodios669. En conclusión, finalizada la primera década del siglo XIX el estudio de la naturaleza se halla dividido en tres saberes institucional y profesionalmente independientes: botánica, mineralogía y zoología; separación vinculada a los cambios políticos —decadencia borbónica y expansión napoleónica—, que, inicialmente, situaron las ciencias naturales en la órbita cultural francesa. El fortuito cambio de titular habido en la cátedra de historia natural durante los años 90 fue más allá del simple traspaso nominativo. La sustitución merece una lectura doble relativa a la profesión de zoólogo y a la recuperación del medio marino como un espacio cognitivo representativo de la biología napolitana, convirtiéndose en un símbolo para la disciplina. Un modo sencillo y eficaz de cotejar la 666 Sobre estos temas cf. Andrés Galera, «Modelos evolutivos predarwinistas», Arbor, 2002, pp. 1-16. 667 Giovanni Faicchio, Andrea Savarese, Giuseppe Melograni, Vincenzo Ramondini, Carmine Antonio Lippi y Matteo Tondi, fueron los comisionados. 668 Sobre el museo mineralógico cf. Antonio Scherillo, «La storia del Reale Museo Mineralogico di Napoli nella storia napoletana», Atti dell’Accademia Pontaniana, vol. XV, 1966, pp. 5-48. 669 Tondi fue uno de los miembros más destacados de la comisión patrocinada por la corte borbónica. Al regreso se instaló en París y en 1806, todavía allí, es propuesto como catedrático de mineralogía del estudio napolitano rechazando el ofrecimiento, puesto que ocupó Ramondini. A su regreso desempeñó distintos cargos oficiales además de la cátedra de mineralogía y geología. Para su biografía cf. F. de Luca, «Necrologia di Matteo Tondi», Annali civili del Regno delle due Sicilie, vol. IX, 1835; Scherillo (1966).

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cuestión profesional es preguntarse ¿cuál fue el estatus alcanzado por Saverio Macri como naturalista? Formado en el régimen médico que a la hora de estudiar los seres vivos gobernó el recinto universitario hasta el último cuarto del siglo, pudo complementar su aprendizaje con las enseñanzas sobre física y técnica microscópica recibidas del padre Torre670, a través de los fundamentos botánicos impartidos por Cirillo, y mediante la instrucción química671 aprendida en el estudio privado de Giuseppe Vairo; multidisciplinar bagaje de conocimientos que alejaron su motivación profesional de la absolutista y antropocéntrica condición de galeno situándola en el terreno genérico de la naturaleza, sección zoología. En los años setenta Macri es un científico polifacético interesado por observar los organismos aplicando la pauta morfológica y funcional. Anatomía, fisiología y microscopía componen la norma investigadora efervescente en su trabajo inicial sobre el polmone marino672; fórmula que repetirá y divulgó como docente y académico673 desarrollando una línea de investigación sobre zoología marina continuada con éxito por sucesivas generaciones de biólogos. Trasladando el juicio personal al marco institucional podemos inferir que, implícitamente, su elección universitaria complementa el cambio de rumbo iniciado por la historia natural al constituirse en en670 Torre también promocionó su candidatura a rector universitario en la designación ocurrida en noviembre de 1776. Cf. la carta de Torre a Domenico Cotugno, 22 de septiembre de 1776; rep. en Domenico Cotugno, Documenti d’archivio, 17661833 (ed. de Antonio Borrelli), Nápoles, La Città del Sole, 1997, p. 81. 671 A este apartado pertenecen las obras de Macri: Saggio intorno alle acqua minerali di contursi, Nápoles, 1788; Elementi di chimica teorètica, e pràtica per uso della Reale Accademia Militare, Nápoles, 1793-94, 2 vols.; Elementi di chimica per uso della gioventù studiosa, Nápoles, 1805, 2ª ed. 672 S. Macri, Nuove osservazioni intorno alla storia naturale del polmone marino degli antichi, Nápoles, 1778. Esta medusa es la especie Rhizostome bleu de Cuvier y Reaumur; cf. G. Cuvier, Le règne animal distribué d’apres son organisation, París, Peterville, 1817, t. 4, p. 57. 673 El estudio del polmone marino fue mérito suficiente para avalar su ingreso en la Reale Accademia delle Scienze e Belle Lettere el 19 de marzo de 1779, y fue referido en Effemeridi Romanae, 1779, y Opusculi sulle scienze e sulle arti, Milán, 1780, pp. 19-20. Aparece, por ejemplo, como referencia bibliográfica en Cuvier (1817a), t. 4, p. 137; y en la edición realizada por Gmelin del linneano Systema naturae.

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señanza oficial. Al nuevo profesor no le corresponde el perfil de aficionado, es un naturalista capaz de enseñar la disciplina e inculcar el interés por los habitantes del mar Tirreno, «extraordinariamente rico y fecundo de raras, peregrinas y, en gran parte, desconocidas producciones naturales»674. Conocimiento en cuya base metodológica enraíza el cotidiano empirismo de la observación y la experiencia, «que son el fundamento de la Ciencia de la Naturaleza»675. Cúmulo de buenas ideas que puso en práctica pero en contadas ocasiones, pues el longevo personaje no fue prolífico en la tarea de investigar676, aunque sus referencias fueron conocidas677. En 1836, con 82 años de edad, continuaba sus disertaciones académicas sobre el pulmón marino678. La reiteración temática puede considerarse un signo senil, e interpretarse simplemente como un elemento más del coetáneo debate genérico sobre la reproducción animal defendiendo la condición ovípara de las medusas. Una anécdota. Lo cierto es que, transcurridos los diez minutos de gloria correspondientes a su opera prima, poco podemos esperar de sus trabajos, y el mínimo ideario suscrito resulta extremadamente conservador firmando un retrógrado e intemporal discurso fijista. Casi todo está sacado de los libros de Aristóteles, afirma679 proclamando un clasicismo radical que convierte la obra del estagirita en imprescindible guía intelectual para conocer 674 S. Macri, «Osservazioni intorno ad una novella spezie di squalo», Atti della Reale Academia della Scienza, vol. 1, 1819, p. 55. 675 S. Macri, «Nuove osservazioni intorno alla storia naturale del polmone marino degli antichi», Atti della Reale Academia della Scienza, vol. 2, 1825a, p. 45 (versión ampliada y corregida de la publicada en 1778). 676 A los trabajos ya referidos hay que añadir los publicados en las Atti della Reale Academia della Scienza: «Memoria intorno a tre nuove specie di meduse del mare Tirreno», vol. 2, 1825, pp. 53-78; «Osservazioni intorno alla storia naturale di tre nuove specie di tetidi del mare Tirreno», vol. 2, 1825, pp. 159-220; «Osservazioni intorno alla ovaja del polmone marino degli antichi», vol. 4, 1843, pp. 453-455; «Ragionamento intorno ad una medusa del mareTirreno», vol. 4, 1843, pp. 457-460. Y la edición del libro de Leopoldo Maria Antonio Caldano, Instituciones physiologicae, Nápoles, Porcelli, 1787, 2 vols. 677 Cf. por ejemplo Meckel, Johann Friedrich, Additamenta ad historiam molluscorum, piscium et amphibiorum, Halae, Typis Orphanotrophei, 1832, pp. 3, 4, 9. 678 Saverio Macri, «Osservazioni intorno alla ovaja del polmone marino degli antichi», Atti della Reale Academia della Scienza, vol. 4, 1843, pp. 453-455. 679 Macri (1819), p. 58.

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una naturaleza regulada por leyes constantes680 y, en consecuencia, uniforme, cuyos objetos muestran una relación morfológico-funcional fruto de la omnipotencia y sabiduría del creador. Otro homenaje al dios del orden inalterable de las cosas. Ignoremos su ideología, conformémonos con subrayar su contribución a definir un espacio zoológico e identificar el oficio; y con recordar que tal vez Saverio Monticelli tenga razón681, siendo su mayor logro conducir al abogado Filippo Cavolini por el camino de la zoología marina. Conoceremos las consecuencias del acto. La obra Testacea utriusque Siciliae682 es otro elemento merecedor de particular atención para evaluar el grado de implicación de la zoología marina en el proceso de conformación ideológica que caracteriza la historia natural napolitana durante el último tercio de la centuria. A su autor, el profesor de física experimental Giuseppe Saverio Poli683, le hemos conocido colaborando con Vincenzo Petagna en la dirección del jardín de Monteoliveto, y a su afición botánica une ahora el gusto por el mundo acuático684 pormenorizando en el estudio Macri (1825a), p. 30. Cf. F. S. Monticelli (1900), p. 199; similar afirmación en «Elogio de Saverio Macri», Atti della Reale Accademia delle Science, vol. 6, 1851, p. LVII. 682 Giuseppe Saverio Poli (1791-1795), Testacea utriusque Siciliae eorunque historiae et anatome tabulis aeneis illustrata, Parma, Tipografía Regia, 2 vols. (en 1826 se publica postumamente en Parma, Tip. Ducal, la 1ª parte del tercer volumen a cargo de Stefano delle Chiaie, que es el autor de la 2ª parte publicada en 1827). 683 G.S. Poli (1746-1825), fue una figura relevante de la física experimental napolitana interesándose por los estudios sobre electricidad; rama del saber donde proyecta sus estudios sobre zoología. Ejerció como profesor universitario y en la Academia Militar, que llegó a dirigir. Fue miembro de la Reale Accademia delle Scienze e Belle Lettere e instructor del príncipe heredero. En 1779 fue nombrado Fellows por la Royal Society (véase Marie Boas Hall, «La scienza italiana vista dalla Royal Society», en Renzo Cremate, Walter Tega (eds.), Scienza e letteratura nella cultura italiana del settecento, Bolonia, Il Moulino, 1984, pp. 47-64, p. 53). Para su biografía cf. Biografia degli uomini ilustri del regno di Napoli, Nápoles, 1825, v. 11; M. Tridente, «Il molfettese Giuseppe Saverio Poli antesignato della moderna biologia», Archivio storico pugliese, III, fasc. IIIIV, 1950, pp. 228-246, «De vita praestantissimi equitis Iosephi Xaverii Polii Plini Neapolitani», en Testacea utriusque Siciliae, vol. III, 1ª parte, 1826. 684 A finales de los ochenta Saverio Poli inició la formación de un museo de historia natural que alcanzó notable prestigio. La colección fue vendida al estado en 1816 y, transcurridos diez años, pasó a formar parte del patrimonio universitario incorporándose al museo zoológico. Cf. F.S. Monticelli (1900), p. 201. 680 681

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de los moluscos. La reminiscencia, un siglo atrás, de la obra de Fabio Colonna es inmediata. La historia se repite bajo nuevos preceptos científicos y con mejor tecnología. En 1789, el opúsculo Agli amatori della storia naturale685 anunciaba la inminente aparición del primero de los tres volúmenes que compondrán la obra recalcando su distribución internacional —Parma, Nápoles, Florencia, Venecia y Londres serían puntos de venta—, y justificaba su composición latina como lengua que facilitaría la lectura en los diferentes puntos geográficos. El idioma es un signo de clase, aunque el sesgo elitista se corrige parcialmente imprimiendo el texto de las ilustraciones solamente en italiano y francés. Peculiaridad editorial partícipe de una estrategia comercial dirigida a amplificar la difusión con la consiguiente repercusión económica. La propaganda ha sido siempre engañosa, y en esta ocasión el volumen lleva impreso el año 1791. La imprenta compensó el retraso editando un libro que al valor científico une el esplendor artístico de sus láminas, probablemente, como apunta Ducrotay686, obtenidas a partir de planchas elaboradas en cera, que ilustran con perfección las descripciones. Junto al arte, la biología fluye con rumbo anatómico. Observaciones microscópicas sobre el aparato respiratorio, del sistema circulatorio, del aparato reproductor, del crecimiento laminar de la concha, etcétera, relativas a las múltiples especies diseccionadas, identifican empíricamente una investigación inmersa también en el campo de la física experimental687 a consecuencia del planteamiento fisicalista que, coherente con su instrucción, Saverio Poli aplica al estudio de la naturaleza688. Junto al conocimiento individual, la anatomía proyecta su taxonómico valor colectivo maAgli amatori della storia naturale, Parma, Bodoni, 1789, 11 pp. H. M. Ducrotay, Manuel de Malacologie et de Conchyliologie, París, Levrault, 1825, vol. 1, p. 218. 687 Cf. el capítulo VI Caloris animalis gradus,quo Mollusca subsilientia gaudent,experimentis investigatur, 2ª parte, vol. I, pp. 56-58. En esta línea experimental también Chemia testarum analysis, ac principia ipsas componentia exponuntur, vol. I, 1ª parte, cap. VI, p. 21. 688 Cf. G.S. Poli, Breve Ragionamento intorno allo studio della natura, ed à sodi vantaggi, che da quello si possono ritrarre, Nápoles, Satamperia Reale, 1780; Ragionamento intorno allo studio della natura, Nápoles, 1781. 685 686

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terializado en una innovadora clasificación, donde se ubican las coordenadas generales que la sistemática moderna utilizará en adelante para relacionar las especies pertenecientes a la clase de los moluscos689. Establecer el vínculo grupal mediante la anatomía comparada, relegando el habitual criterio testáceo al nivel de especie, cuya consecuencia es la formación de grupos con mayor afinidad natural; y considerar la cabeza como un rasgo distintivo de la categoría sistemática del orden, delimitando tres grandes taxa: brachiata, reptantia, subsilientia690; son las directrices del sistema taxonómico presentado por Poli utilizando un método diferente al empleado por sus predecesores. Clave metodológica pronto confirmada por las sucesivas clasificaciones de Cuvier y Lamarck 691, mostrando la validez de los principios aplicados. Opina Ducrotay de Blainville que la edición de Testacea utriusque Siciliae hizo época y sólo tras su publicación la clasificación de estos invertebrados seguió un curso racional, mereciendo su autor el apelativo de fundador de la clase de los moluscos otorgado por Friedrich Meckel692. Cuvier también fue generoso en la valoración, subra689 Cf. H.M. Ducrotay, Manuel de Malacologie et de Conchyliologie, París, Levrault, 1825, vol.1, pp. 24-25, 34. 690 Mollusca braciata, orden caracterizado por tener numerosos brazos como la hidra. Mollusca reptantia, orden caracterizado por tener un largo pie para su desplazamiento reptante, y la presencia de cabeza; Mollusca subsilientia, orden caracterizado por poseer un largo pie, estar fijos o no a las rocas y carecer de cabeza. Cf. vol. I, 2ª parte, cap. II, Molluscorum testaceorum ordines, atque genera secundun novam nostram methodum apte distribuuntur, pp. 27-28. 691 En su Tableau élémentaire de l’histoire naturelle des animaux, París, 1798, Cuvier dividía la clase en tres grupos siendo la cabeza el factor determinante: céfalos (moluscos con cabeza coronada de grandes tentáculos con los que se desplazan), gasterópodos (moluscos con cabeza que se desplazan sobre el vientre), y acéfalos, cf. pp. 377-378, en clara correspondencia con la propuesta de Poli. Y en su Systeme des animaux sans vertebres, París, 1801, Lamarck simplifica el esquema reduciendo los órdenes a dos según la presencia o ausencia de la cabeza: céfalos y acéfalos; cf. pp. 51-55. Sobre el criterio sistemático establecido por Poli cf. Gérard Paul Deshayes, «Mollusques», Dictionnaire classique d’histoire naturelle (dir. Bory de Saint-Vicent), París, Rey et Gravier-Badouin Fréres, 1827, t.11, pp. 25-26, y la tabla II. 692 H.M. Ducrotay de Blainville, Manuel de Malacologie et de Conchyliologie, París, Levrault, 1825, vol.1, pp. 25 y 218. De Johann F. Meckel cf. Dissertation sur

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yando el calificativo de magnífica para una obra cuyo ideario le precedió, compartió y debatió 693. Y Deshayes la considera el depósito anatómico donde los investigadores deberán mirar durante mucho tiempo para clasificar este grupo de invertebrados694. Aparte del contemporáneo reconocimiento, la memoria histórica ha sido injusta diluyéndola dentro del gran circo de la historia de la ciencia de donde emerge tan sólo para alguna actuación local. Circunstancia que no la invalida como ejemplo demostrativo de la capacidad de los naturalistas napolitanos para organizarse dentro del colectivo científico europeo finisecular atendiendo a una filosofía propia y realizando una investigación vanguardista, cosmopolita y solidaria con los preceptos de la neonata biología, e identificando internacionalmente a los invertebrados marinos como su área peculiar de actuación.

les Ptéropodes. Blainville reconoció públicamente el mérito de Saverio Poli en las clases de zoología que impartía en la parisina facultad de ciencias; cf. el «Analyse des leçons de Philosophie zoologique faites à la faculté des sciences de Paris, par M. de Blainville, Poissons et Mollusques», realizado por P. Gervais y publicado en Cours scientifiques inédits des professeurs de Paris, París, Decourchant, 1836, p. 43. 693 Cuvier (1817a), t. 4, p. 151; Cuvier, Histoire des progrès des sciences naturelles, depuis 1789 jusqu’a ce jour, París, Librairie Encyclopedique de Roret, t. I, 1934, pp. 275 y 306. Cuvier rechazó la estructura anatómica de vasos linfáticos observada por Poli en los moluscos, que él considera elementos del sistema nervioso. Cf., por ejemplo, Leçons d’anatomie comparée, París, Baudouin, 1805, vol. 4, p. 161; y «Mémoire sur le genre Aplysia», en Mémoires pour servir à l’histoire et à l’anatomie des mollusques, París, Deterville, 1817, p. 22. Giuseppe Jacopi en Elementi di fisiologia e notomia comparativa, (I, p. 136), y Reinhold Treviranus en su Biologie (I, sez. 3, cap. 6), recogen las diferencias de criterio señalando éste la correspondencia de sus observaciones con las de Poli y el consiguiente error de Cuvier. 694 Gérard Paul Deshayes, «Conchyliologie», Dictionnaire classique d’histoire naturelle (dir. Bory de Saint-Vicent), París, Rey et Gravier-Badouin Fréres, 1823, t. 4, p. 376.

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Erupción del Vesubio ocurrida en 1779

El golfo de Nápoles Cuentan sus biógrafos695 que, alrededor de 1780, Filippo Cavolini instaló un laboratorio de biología marina en su residencia veraniega 695 Para su biografía Stefano delle Chiaie, «Necrologia de F. Cavolini», Atti dell’Istituto d’Incoraggiamento, 1821, pp. 315-328; D. Vaccolini, «Cavolini», en E. Tipaldo (ed.), Biografia degli italiani illustri nelle scienze, lettere ed arti del secolo XVIII e de’contemporanei, Venecia, 1836, vol. 3, pp. 377-387; Teodoro Monticelli, Philippi Caolini regiae neapolitanae scientiarum academiae socii vita, Nápoles, ex Regia typographia, 1812; Francesco Saverio Monticelli, «Discorso commemorativo di FilippoCavolini», en Onoranze e festeggiamenti nel 1 centenario della morte di Filippo Cavolini. 12-13 septiembre 1910, Nápoles, R. stab. tip. F. Giannini & figli, 1911, pp. 35-52 (suplemento del Bollettino della Società di Naturalisti in Napoli, vol. XXIV); M. Alippi Cappelletti, «Cavolini», en Dizionario biografico degli italiani, Roma, Istituto della Enciclopedia italiana, 1979, vol. 23, pp. 114-117; Salvatore Serrapica, «Filippo Cavolini», en Gli scienziati e la rivoluzione napoletana del 1799, Nápoles, 2000, pp. 31-38.

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de Posillipo, situada «a nivel del mar, en la punta extrema, donde la colina se vuelve un promontorio»696. Aquí estudió la fauna y la flora del mar Tirreno por espacio de tres décadas. Este napolitano, nacido el año 56, fue abogado697 por conveniencia, siguiendo la trayectoria familiar, y naturalista por convicción, inducido y adoctrinado por la diversa y efervescente comunidad científica que el grupo de Cirillo, Macri, Petagna, Poli, Torre, Vairo, constituían bajo el epígrafe de ciencias naturales. Catedrático de historia natural experimental, miembro de instituciones científicas como la londinense sociedad Linneana, las academias de ciencias de Turín, Mantua y Nápoles, la florentina de los Georgofili, y las napolitanas Sociedad Pontaniana, e Instituto de Incoraggiamento, sus méritos fueron reconocidos por una pléyade gremial. Lo hicieron Pallas, Bonnet, Cotugno, Gemelin, Felice Fontana, Spallanzani, Olivi, Zimmermann, Cuvier, Lamarck, Treviranus, Tiedemann, Johnston, Meckel, y otros698; y transcurridas varias décadas desde su fallecimiento sus publicaciones y manuscritos699 concitan aún atención internacional. Quatrefages, Edwards, 696 Así la describe Cavolini en la carta dirigida a L. Spallanzani, con fecha Nápoles 22 de julio de 1797. Rep. en Achile Forti, «Origine e svolgimento dei primi studi biologici sul mare in Italia», Atti del Reale Istituto Veneto di Scienza Lettere ed Arti, vol. LXXXI, 1922, p. 166. 697 Según Alippi Cappelletti (1979), p. 114, Cavolini publicó sobre esta materia la obra Progymnasma in veterum iureconsultorum philosophiam, Nápoles, 1779. 698 Cf. la recopilación testimonial realizada por Stefano delle Chiaie en su edición de Filippo Cavolini, Memorie postume, Benevento, tip. delle Streghe, 1853, p. XX. También la correspondencia de Cavolini con Bonnet, Cotugno, Cuvier, F. Fontana, Olivi, Pallas, Roemer, Spallanzani, Zimmermann, entre otros naturalistas contemporáneos. El núcleo de esta correspondencia se conserva en la napolitana Biblioteca della Società dei Naturalisti, carteggio Cavolini. Parte se reproduce en T. Monticelli (1812). 699 Tras su fallecimiento la Reale Accademia della Scienza solicitó y obtuvo la custodia del material científico perteneciente a Cavolini al objeto de conservarlo y hacerlo público. La empresa tuvo, en su primera fase, la impronta personal de Domenico Cotugno, presidente de la institución desde 1810, quien junto a Saverio Macri, Teodoro Monticelli y Bruno Amantea, serían los encargados de realizar el plan científico-editorial que incluía la comprobación práctica de las observaciones realizadas por Cavolini (sobre el plan cf. la correspondencia entre Cotugno y el ministro del interior Giuseppe Zurlo, año 1811, en D. Cotugno, Documenti d’archivio,1766-1833, ed. A. Borrelli, Nápoles, La Città del Sole, 1997, pp. 114-119; también Borrelli

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Blanchard, Charcot, A. Geoffroy Saint-Hilaire, por ejemplo, se interesan, revisan y debaten su legado700. Hubo suplantaciones, fortuitas o intencionadas, como la señalada por Gabriele Costa701 en el estudio del embrión de Syngnathus ophidion publicado por Quatrefages702, y la indicada por George Johnston703 respecto al ensayo sobre las esponjas escrito por su tocayo Montagu704, ocultándose la prioridad de los trabajos publicados por Cavolini. Sprengel y Zimmermann tradujeron sus obras al alemán705, y Giuseppe Olivi reconocía su frustración al comprobar la anticipación del naturalista napolitano706. El elenco de nombres certifica la dimensión cosmopolita de su obra y su directa participación en el debate ideológico que, alrededor y después del 800, define la biología como ciencia de la vida. Aciertos, como la descripción del mecanismo de la caprificación, que le valió un hueco en las dependencias del Museo de Historia Natural de Florencia707, y (2000), pp. 206-7). El proyecto quedó inconcluso siendo retomado por la Academia que encargó a los naturalistas Sangiovanni, fallecido en el interín, y Stefano delle Chiaie la selección y edición de los textos inéditos, editados por Chiaie en 1853 con el título de Memorie postume, Benevento, tip. delle Streghe. Cf. Atti della Reale Accademia della Scienza, vol. 6, 1851, «Storia del presente volume», pp. X-XIV; también S. delle Chiaie, Notizie intorno a’mss di Cavolini (sin fecha, posterior a 1849), 11 pp. 700 Cf. Atti della Reale Accademia della Scienza, vol. 6, 1851, p. XXV. 701 Oronzo Gabriele Costa, «Esame comparativo delle osservazioni fatte dal Cavolini e dal Quatrefages sugli embrioni del Syngnathus ophidion Lin.», Rendiconto della Reale Accademia della Scienza, v. II, pp. 97-104. 702 Cf. Annales des Sciences naturelles, 2ª serie, t. 18, 1842, p. 193. 703 George Johnston, A history of british sponges and lithophytes, Edimburgo, John Stark, 1842, pp. 34-35. 704 George Montagu, «An essay on sponges, with descriptions of all the species that have been discovered on the coast of Great Britain», Wernerian memoirs, 1818, pp. 71-75. 705 Abhandlund über die Erzeugung der Fische und der Krebse (trad. A.W. Zimmermann), Berlín, Vossinschen, 1792 (corresponde a la Memorie sulla generazione dei pesci e dei granchi, Nápoles 1787); Abhandlungen über Pflanzen-Thiere des Mittelmeers (trad. W. Sprengel), Nuremberg, Johann Leonhard Schrag, 1813 (corresponde a la Memorie per servire alla storia dei polipi marini, Nápoles, 1785). 706 Cf. G. Olivi, Zoologia adriatica, Bassano, 1792, pp. 52-53. Se refiere a la Memorie sulla generazione dei pesci e dei granchi, Nápoles 1787. 707 Cf. La carta de Attilio Zuccagni, Florencia 4 de septiembre de 1797, comunicando a Cavolini la decisión del director, Felice Fontana, de reproducir en cera sus observaciones para incorporarlas a la colección del Museo. La carta se reproduce en T. Monticelli (1812), pp. XV-XVI (cit. por la reed. de 1910).

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sus experiencias sobre la polaridad lumínica de los pólipos, y errores, como el supuesto hermafroditismo de algún miembro de la clase de los peces708, constituyen el envoltorio de una doctrina definida bajo el principio de la unidad orgánica y la relación entre forma y función como expresión de esta ley. Sería bueno que intercambiásemos algunas ideas sobre el asunto709. El Proxeneta de Cardano contiene una frase afortunada relacionada con nuestros intereses: «la perfección del cuerpo es la forma, y la de la forma la operación»710. Un retazo de sabiduría médica en este libro sobre la prudencia civil: la anatomía identifica al objeto llamado ser vivo y la fisiología define el fenómeno vital que la morfología encierra. Sinergia de la vida y de los objetos que la poseen representada por el idealismo empírico–filosófico de la perfección. Y este valor conceptual se repite en el naturalista Cavolini, en virtud del cual su investigación no se limita a contar y describir objetos naturales, y los procesos inherentes, su intención no es formar el abc de la naturaleza711, peldaño imprescindible, pero primario, de la historia natural712, 708 El hermafroditismo de los peces no era una idea novedosa, Charles Bonnet, por ejemplo, refiere algún caso en la edición de 1779 de su obra Corps organisés, artículo 350, pero lo hace desde la consideración de monstruos. Cavolini lo describe en la perca como un mecanismo general, comunicando su observación a Bonnet quien le transmite su conformidad en sendas cartas de 22 de septiembre de 1787 y 6 de octubre de 1790; rep. en T. Monticelli (1812), pp. XXIV-XXV (cit. por la reed. de 1910). También F. Cavolini, Memoria sulla Generazioni dei pesci e dei granchi, Nápoles, 1787; cit. por la edición incluida en Opere di Filippo Cavolini, Nápoles, Detken & Rocholl, 1910, pp. 269-70; en adelante utilizaremos está edición como referencia para sus trabajos con la indicación Cavolini (1910). Consciente de su polémica descripción, Cavolini comunicaba a Spallanzani que le enviaría un ejemplar que ya tenía preparado; cf. carta de Cavolinia a Spallanzani, Nápoles 22 de junio de 1790, rep. en Forti (1922), pp. 161-4. Tiedemann (1831), t. I, p. 217, nº 2, cuestionó abiertamente la validez de las observaciones realizadas por Cavolini. 709 Parafraseamos el título de la novela de Mário de Carvalho, Era bom que trocássemos umas ideias sobre o assunto, Lisboa, Caminho, 1999. 710 Gerolamo Cardano, Proxeneta. Libro de la prudencia civil (traducción de M. A. González Manjarrés, edición crítica de M. Jalón), Milán, Silvio Berlusconi editore, Biblioteca de la Utopía, 2001, p. 10. 711 Cf. el fragmento ms. reprod. en Cavolini (1853), p. XV, nota 3. 712 Cf. F. Cavolini, «Saggio di Storia Naturale», en Memorie postume sceverate dalle schede autografe di Filippo Cavolini (edición de S. delle Chiaie), Benevento, tip. delle Streghe, 1853, p. 89-90.

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pretende desvelar las claves morfológico–funcionales impresas en las páginas del libro; vínculos que atañen al individuo y al hábitat. El resultado es un ambivalente modelo de historia natural donde la tradición cobija observaciones novedosas, perfil de la nueva biología, enmascarándolas bajo el mito de una naturaleza que conserva su statu quo como causa eficiente de los procesos biológicos. Suspendida en esta maraña intelectual se lee la pregunta ¿qué es la vida? La respuesta tiene el continente de centenares de páginas, impresas y manuscritas, sobre los moradores del golfo napolitano713. Peces, esponjas, celentéreos, moluscos, crustáceos, equinodermos, bajo el microscopio714 revelan diseccionados su estructura anatomofisiológica, muestran el funcionamiento de la máquina animal. Aceptado el principio creacionista, la vida carece de pasado y de futuro, su manifestación es un presente continuo tras el impulso inicial del creador715. Buscando el grafismo literario elegimos L’isola del giorno prima716, pero a diferencia con el protagonista de la novela de Eco los personajes del libro de la naturaleza no están a merced de los elementos, hay un plan determinado y las directrices de este primer y único día se repiten en el acontecer de formas y fenómenos terrestres. Los seres vivos tienen un patrón organizativo común que la naturaleza adecúa aplicando el principio general de «variar los medios para alcanzar un mismo fin»717. El resultado es la diversificación 713 La botánica también ocupó lugar entre sus trabajos, por ejemplo «Reflessioni sulla generazione dei funghi», Scelta di opusculi interessanti sulle scienze e sulle arti, Milán, I, 1778, pp. 330-384; «Memoria per servire alla storia compiuta del fico e del caprifico, relativamente al regno di Napoli», Scelta di opusculi interessanti sulle scienze e sulle arti, Milán, V, 1782, pp. 219-249; Zoosterae oceanicae linnaei, Nápoles, 1792; «Nota sull citino ipocistide», Giornale enciclopedico di Napoli, I, 1806, pp. 18-26. Los manuscritos de Cavolini demuestran su interés por la geología y paleontología, pero su actividad fue mínima. 714 Cavolini pertenece a la escuela microscopista de G.M. della Torre, empleando para sus observaciones el microscopio simple. Cf. sus «Reflessioni sulla memoria del signor abate Raimondo Maria de Termeyer sopra il pulce acquaiolo», «Reflessioni sulla generazione dei funghi», «Memorie per servire alla storia de’polipi marini»; Cavolini (1910), pp. 13, 16-17, 111. 715 Cf. «Memorie sulla generazione dei pesci e dei granchi», Cavolini (1910), p. 277. 716 Umberto Eco, L’isola del giorno prima, Milán, Bompiani, 1994. 717 «Appendice sulla generazione di pesci cartilaginosi ossiano anfibi respiranti per mezzo delle branche al modo de’pesci spinosi», Cavolini (1910), p. 355; sobre esta idea de naturaleza también pp. 332-3, 348.

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tipológica de las especies, necesaria para que los individuos operen con idénticas funciones en los distintos niveles de complejidad orgánica: «Hemos visto ejecutarse en los Plantanimales, con la máxima simplicidad, aquellas funciones que en los animales perfectos requieren complicadas operaciones»718; y en hábitats diferentes: «la naturaleza, variando este órgano (respiratorio) de mil maneras, no hace más que adaptarse a la índole de los diversos animales, de los cuales unos ha hecho habitantes del elemento aire, otros del agua, algunos en un tiempo de su vida habitantes del agua y en otro del aire; otros, finalmente, de uno y otro elemento según les plazca»719. Pero el ideario de Cavolini no relaciona diversidad con transformismo y su sistema natural es individualmente repetitivo y uniforme en el conjunto, manteniendo inalterado el orden de las cosas. La variación morfológica es fruto de la función y no del tiempo; la consecuencia, un modelo biológico estable ¿dónde estaría si no la constancia de la Naturaleza?720 Permanencia representada por el tradicional esquema de la cadena de los seres, que se personaliza subrayando la diferencia estructural existente entre vegetales y animales. Las especies de ambos reinos tienen similar principio vital721, sin embargo, su diseño material sigue sendos planos particulares aplicándose leyes independientes722. El resultado, dos clases de una misma familia723, la de los seres vivos, unidas mediante ambiguos organismos caracterizados por su simplicidad y concordancia: «descendiendo por la escala animal, y subiendo por la escala de los vegetales del más simple al más compuesto, muchos y esenciales caracteres de uniformidad se encuentran entre aquélos que son los más simples de los animales, y aquéllos que son los más simples entre los vegetales»724. Plantanimales (pólipos), hongos, musgos, algas, enlazan una y otra serie inte«Discorso sulla fisiologia de’piantanimali», Cavolini (1910), p. 425. «Appendice sulla generazione di pesci cartilaginosi ossiano anfibi respiranti per mezzo delle branche al modo de’pesci spinosi», Cavolini (1910), pp. 332. 720 Cf. «Memorie per servire alla storia de’polipi marini», Cavolini (1910), p. 95. 721 Cf. «Memoria sulla generazione dei pesci e di granchi», Cavolini (1910) pp. 279-280. 722 Cf. «Memorie per servire alla storia de’polipi marini», Cavolini (1910), p. 108. 723 Cf. «Memoria sulla generazione dei pesci e di granchi», Cavolini (1910), p. 279. 724 «Memorie per servire alla storia de’polipi marini», Cavolini (1910), p. 108. 718 719

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grando una sola cadena725, que a su valor morfológico une el reproductivo relacionando los elementos de ambos conjuntos. La reproducción sexual identifica a los vegetales superiores, y la variada fenomenología asexual se distribuye por los escalones inferiores; análogamente al plan trazado en el grupo animal. «Podremos así establecer un paralelismo entre los animales y los vegetales: podremos parangonar los cuadrúpedos con las plantas nobles; los afidios (v.g. pulgón) y monóculos (v.g. daphnia) a las algas. Y todos los pólipos a los musgos, hongos y mohos», sentencia subrayando el carácter unitario de la naturaleza726. La convergencia reproductora es consecuencia de la anatomía. Esquemáticamente, la creciente complejidad orgánica reflejada por la cadena de los seres significa un paulatino incremento de la disimilitud anatómica del organismo, partes que al diferenciarse pierden su capacidad potencial de identificar el todo, concentrádose en los órganos sexuales, contrariamente a lo ocurrido en los niveles inferiores, cuya indiferenciación se traduce en un polifacético mecanismo reproductor asexual727. Es, en definitiva, otra consecuencia del vínculo forma–función que regula la actividad vital. Planteamiento sistémico que suma errores cognitivos a una propuesta teórica con proyección. Los seres vivos siguen idéntico esquema operativo materializado a través de dos ramas orgánicas bifurcadas, líneas donde la anatomía varía, se perfecciona progresivamente, acondicionándose función y forma a una estructura y medio particulares. Esta composición morfológica es un retrato intemporal del orden natural, sin embargo, la curvilínea imagen tiene una inequívoca impregnación transformista728, basta con tem725 Según el esquema desarrollado por Cavolini la cadena se expandia hasta el reino mineral a través de los hongos, que consideraba se originaban por fermentación; «Riflessioni sulla generazione dei funghi», Cavolini (1910), p. 18. Posteriormente, siguiendo las observaciones de Spallanzani, reconocerá su error; «Memorie per servire alla storia de’polipi marini», Cavolini (1910), p. 85. 726 «Memorie per servire alla storia de’polipi marini», Cavolini (1910), p. 86. 727 «Discorso sulla fisiologia de’piantanimali», Cavolini (1910), p. 424. 728 La modificación orgánica por desuso y por influencia del medio son conceptos que aplica en su investigación sin el valor transformista posterior; cf. «Appendice sulla generazione di pesci cartilaginosi ossiano anfibi respiranti per mezzo delle branche al modo de’pesci spinosi», Cavolini (1910), pp. 342, 348.

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porizar la escala; como hará Lamarck infligiendo el principio de constancia de la naturaleza729, norma que, por el contrario, Cavolini respeta y defiende. ¿Cómo? Dos factores condicionan la estabilidad del sistema natural: la extinción de especies y la variabilidad reproductora. Desde la óptica presentista que caracterizaba la época, los fósiles son un elemento pasivo, un anacronismo de la naturaleza cuya traducción al mundo real es todavía oscura. En consecuencia, la reproducción, la génesis de nuevos organismos, es la única vía de interferencia. La preformación es la solución práctica adoptada por Cavolini para construir el sistema perfecto730. El gameto femenino contiene un embrión ya formado (ovismo), activándose su desarrollo en presencia del gameto masculino731. Postergados quedan los modelos de partículas (epigénesis) diseñados por el conde de Buffon y el fraile Giovanni della Torre, que conoce bien732. La elección lo identifica con Lazzaro Spallanzani, pero en el marco conceptual que nos ocupa su tesis preformista es un capítulo más sobre el orden de las cosas. La idea es global, atañe a cualquier proceso genésico, considerando la reproducción como un mecanismo repetitivo donde los gametos —o fragmentos orgánicos en la multiplicación asexual—, representan al individuo latente necesitado sólo de estímulo para repetir su ascendiente respetando el esquema original. La naturaleza estaba ordenada y no fue Cavolini quien la desordenó. Con motivo de recibir la Memoria sobre la generación de los peces y los cangrejos, un complacido Spallanzani trasmitía a Filippo Cavolini sus parabienes parangonándole con Redi, Malpighi y Vallisneri, era una nueva enseña científica para Italia733. ¿Exagerada condescendencia del anciano maestro? Parece. Instaurado en el superlativo, Stefano della Chiaie lo considera el creador de la embriología en in729 Lamarck, Philpsophie zoologique, París, Flammarion, 1994 (1ª ed. 1809), cap. 3, p. 101. 730 Cf. «Memorie per servire alla storia de’polipi marini», Cavolini (1910); «Memoria sulla generazione dei pesci e di granchi»; Cavolini (1910), pp. 71, 84, 102, 221. 731 Cf. «Memorie per servire alla storia de’polipi marini», Cavolini (1910), pp. 84-85. 732 Cf. «Memoria sulla generazione dei pesci e di granchi»; «Riflessioni sulla generazione dei Funghi»; Cavolini (1910), pp. 17, 258. 733 Cf. carta de Spallanzani a Cavolini, Pavía, 14 mayo 1790; rep. en L. Spallanzani, edizione nazionale delle opere (edición de Pericle di Pietro), Modena, Enrico Mucchi, 1984, vol. III, p. 388. También en T. Monticelli (1812), p.XXXV (cit. por la reed. de 1910).

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vertebrados y vertebrados inferiores734. Y, con mayor razón y mesura, Camerano señala las limitaciones interpretativas del científico Cavolini735. Realmente, su investigación es un edificio en construcción cimentado sobre el orden de una naturaleza uniforme, impregnada de un espíritu transformista identificado como ley natural y oculto por el velo empírico. Entre sus muros hallaron cobijo reputados naturalistas decimonónicos que analizaron, profundizaron, cuestionaron e interpretaron sus observaciones en un marco ideológico diferente, con una perspectiva biológica dinámica. Pero su mundo pertenece a la historia natural, disciplina sustentada en el examen ocular, donde la primera obligación del naturalista es «conocer y ocuparse directamente de los productos naturales y, más tarde, analizarlos con raciocinio ayudado del arte»736. Preceptos que atendió y cumplió rigurosamente.

Palacio Real de Nápoles, s. XVIII, cuadro perteneciente a la Fundación Lerma, Toledo

734 Cf. F. Cavolini, Memorie postume (edición de S. delle Chiaie), Benevento, tip. delle Streghe, p. 4. 735 Lorenzo Camerano, «Filippo Cavolini ed i suoi concetti di filosofia naturale», Boll. dei Musei di zoologia ed anatomia comparata della R. Università di Torino, vol. XXV, 1910, pp. I-II. 736 Cf. «Saggio di storia naturale», Cavolini (1910), pp. 89-90.

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EPÍLOGO

Ciencia nueva La historia napolitana de las ciencias naturales lo es de un heterogéneo grupo de individuos aplicados en la lectura del libro de la naturaleza. Filósofos, médicos, naturalistas, biólogos, forman un círculo intelectual, en muchas ocasiones, innovador, obsoleto otras, y siempre cosmopolita, distribuidos entre los diferentes peldaños de la escalera de caracol imaginada por George Steiner para subrayar la ambigua intimidad, complicidad, que relaciona el descenso hacia el pasado y el ascenso al conocimiento 737. Infierno y paraíso según la maniquea simbología de los opuestos. Pero conocer la naturaleza no es un endemismo humano, atañe a todas las especies y nace del vínculo que establecen con el medio para sobrevivir. A diferencia, el Homo sapiens convirtió la necesidad en virtud transformando el conocimiento en un modo particular de evolución, cultural, asegurándose una confortable supervivencia a condición de someter a sus numerosos compañeros de viaje. El hombre conoce la naturaleza para conquistar el medio e independizarse, inconscientemente primero, luego, adquirida la consciencia, como fin. De esta antropocéntrica segunda parte de la historia también se ocupó Gianbattista Vico en su Ciencia nueva, y su ideario estructura el comentario final. Recurrimos a él para formular la idea de renovación, de querella frente al pasado, que las diferentes etapas de la historia natural napolitana presentan como principio epistémico. Renovación orientada a sacar la verdad de un fondo «que, con el correr de los años y al cambiar las lenguas y las costumbres, nos llegó recubierto de falsedades». Errores relativos al tiempo y al espacio donde el saber fue 737

George Steiner, Gramática de la creación, Madrid, Siruela, 2001, p. 23.

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edificado, pues «la naturaleza de las cosas no es sino su crecimiento en cierto tiempo y con ciertas circunstancias, las cuales siempre que son tales, así y no otras nacen las cosas». Y en la construcción de esta nueva ciencia de la naturaleza se observa que «cuando los hombres no pueden hacerse idea de las cosas lejanas y no conocidas, las consideran según las cosas que les son conocidas y presentes». Proceso donde la física de los ignorantes, «con la que atribuyen las causas de las cosas que ignoran a la voluntad de Dios, sin considerar los medios de los que se sirve la voluntad divina», deja paso a la metafísica de la razón para que la observación y la experiencia sometan a la especulación filosófica, pues no en vano «el orden de las ideas debe proceder según el orden de las cosas». Y de esta etiología surge una naturaleza ordenada y predecible mediante leyes físicas, puesto que «la mente humana está inclinada naturalmente a deleitarse con lo uniforme»738. Pero no siempre las cosas son como parecen, y la nueva historia natural demuestra que saltarse las reglas es una regla utilizada por los sabios para levantar el irregular templo de la ciencia; incumplimiento necesario para cambiar de ideología y alcanzar una nueva dimensión epistemológica739. Criterio de desobediencia incorporado en este ensayo bajo una sola condición: no faltar a la verdad intencionadamente.

738 Citamos por G. Vico, Ciencia nueva (intr., trad. y notas de Rocio de la Villa), Madrid, Tecnos, 1995; axiomas 150, 147, 122, 182, 238, 204, pp. 121, 120, 115, 128, 137, 132, respectivamente. 739 Al respecto resulta de interés la anárquica epistemología defendida por Feyerabend como teoría del conocimiento; cf. la edición castellana de Paul K. Feyerabend, Contra el método. Esquema de una teoría anarquista del conocimiento, Barcelona, Folio, 2001.

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Andrés Galera

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ÍNDICE ANALÍTICO Academia de ciencias, 154 Academia de Cimento, 8 Academia de los Investiganti, 17, 87, 102-105, 122, 135, 144 Academia de los Lincei, 87, 92 Academia de los Oziosi, 104 Academia de los Secreti, 34, 37 Academie des Sciences, 144 Actualismo geológico, 49 Adanson, Michel, 65, 73, 75, 89 Adaptación de las especies, 67 Agrippa, C., 18, 20, 21, 28 Albergo dei Poveri, 176 Aldrovandi, U., 31, 54, 60, 69 Alpino, Prosper, 60, 75 Amici, Giovanni Battista, 169 Anatomía comparada, 87, 98 Ariani, Agostino, 136 Aristóteles, 11, 17, 27, 56-57, 91, 107, 125, 146, 157, 169, 198 Astorini, Elia, 118 Aulisio, Domenico, 136 Bacon, Francis, 11, 19, 94, 95 Badaloni, 124 Baker, Henry, 190 Balbi, Giambattista, 136 Baldigiani, Antonio, 132 Baldini, 164 Banks, 178

Barberini, 131 Bartoli, Sebastiano, 104 Bauhin, Gaspard, 68 Beccaria, Cesare, 152, 153, 178 Béguinot, Augusto, 67 Benedictis, Giovanni Battista de, 120 Bernard, Cl., 28 Bertrand, Alexandre, 46, 53 Biancardi, Oracio, 181 Biología, 32, 33, 202 Biuur, J., 73 Blainville, Ducrotay de, 53, 200, 201 Blanchard, 205 Blumenbach, Friedrich, 159 Boccone, Paolo, 75 Bonaparte, José, 176, 179 Bonnet, Charles, 158, 160, 188, 189, 204 Borelli, A., 51, 115-117 Bottis, Gaetano de, 178, 194 Boyle, Robert, 51, 86, 108, 118, 122, 133, 140, 185 Brauci, Nicola, 152-164 Brocchi, G.B., 44, 46, 52 Bruno, Giordano, 17, 21-23, 26, 33, 85 Bucardia, 41 Buffon, 9, 22, 23, 24, 32, 91, 155 Burckhard, Henry, 160 Burnet, Gilbert, 133 Burnet, Thomas, 155

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Caldani, Marco Antonio, 191 Calvino, Italo, 56, 83 Camerano, 211 Camerarius, 73 Campanella, Tommaso, 16, 17, 2428, 33, 85, 97, 102, 113 Campani, Giuseppe, 183 Canis carcharias, 44 Capacidad plástica, 51 Capasso, Nicola, 136 Cappellari, Aniello, 137 Cappellano maggiore, 133, 137, 137, 140, 143, 144 Capua, Leonardo di, 103, 120-127, 132, 133, 135 Caramuel, 104 Caravita, Filippo, 138 Cardano, Girolamo, 206 Carlos de Borbón, 3, 4, 15, 134, 138, 143, 152, 161, 191 Caro, Lucrecio, 10, 84, 107, 156 Casini, Paolo, 17 Cátedra de historia natural, 154, 194 Cátedra de mecánica y de comercio, 147, 148 Cavolini, F., 178, 182, 195, 203-211 Cesalpino, A., 56, 60, 68, 72, 75, 91 Cesi, Federico, 83, 87, 92, 97 Champollion de la geología, 42 Charcot, 205 Chardin, T., 17 Cheyne, G., 140 Chiaie, Stefano della, 210 Cicerón, 9 Ciencia nueva, 215 Cirillo, Domenico, 71, 153, 162, 165-175, 182, 195, 197, 204 Cirillo, Niccoló, 136, 162, 164 Cirillo, Sante, 71, 93, 164 Clemente XI, 139

Collectio plantarum naturalium, 71 Colletta, Pietro, 165 Colonna, Fabio, 33, 40-49, 63, 68, 70, 72-78, 83, 85, 88-93, 182, 200 Colonna, Pompeo, 52 Conde de Lemos, 137 Conde de Montaigu, 93 Condillac, 10 Congregación del Santo Oficio, 15, 120, 131, 144 Copérnico, N., 20, 21, 24, 25, 85 Cornelio, T., 104, 110-120, 122, 132 Corno di Ammone, 41 Cornut, Jacques, 75 Cosimo III, 132 Cosmología natural, 16 Costa, Gabriele, 205 Cotugno, 182 Crawford, Adair, 173 Creacionismo, 19, 39, 49, 53, 54, 155, 159, 173, 174, 180, 185, 188 Croce, B., 110 Cusano, Gennaro, 136 Cuvier, 39, 52, 54, 72, 73, 76, 88, 89, 98, 100, 195, 201, 204 D’Alembert, 178, 188 D’Andrea, Francesco, 118, 120, 122, 132 D’Archiac, 44, 46, 52 De glossopetrae dissertatio, 41-47 De motum animalium, 116 De purpura, 46, 47 De regimine studiorum, 137 De rerum natura, 10, 29 Delafosse, G. 106, 110 Demócrito, 10, 95, 98, 123, 125 Derham, W. 140 Desarrollo embrionario, 48

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Índice analítico

Descartes, R., 8, 10, 20, 86, 94, 104, 112, 113, 117, 118, 125, 133, 134, 139, 185 Deshayes, Paul, 47, 202 Dictionnaire de cosmogonie et de paléontologie, 54 Dictionnaire Universel d’Histoire Naturelle, 58 Diderot, 11, 158, 174 Diluvio Universal, 52 Dioscorides, 57, 59 Discorso dell’Eclissi, 104 Discorso sopra il vero fine, 147 Distribución geográfica, 49 Duque de Medinaceli, 134, 137 Edad aragonesa, 3 Edad española, 3 Edwards, Milne, 106, 204 Einstein, Albert, 8, 20 Ekphrasis, 73 Elementi di fisica sperimentali, 154 Eliano, 97 Enghiscopio, 83 Epicuro, 123 Epigénesis, 106 Épocas geológicas, 155-156 Eritrocitos, 188 Escala natural, 22, 27, 155, 157-160, 172, 175, 180, 208-210 Essai sur la géographie des plantes, 67 Faber, Johann, 69 Familles des plantes, 65 Faraglia, N.F., 35 Farmacopea, 87 Fasano, A., 178, 194 Fecundación en plantas, 167, 170 Federico II, 134 Ferdinando IV, 152, 177 Fernández de Moratín, Leandro, 178 Fernández de Oviedo, 61

Fernández Pacheco, Juan Manuel, 138 Figura anular de la sangre, 188 Filosofía atomista, 131 Filosofía corpuscular, 185 Filosofía natural, 22, 102 Filosofía oculta, 19 Fitobasanos, 72, 76, 79 Fitonómica, 76 Fontana, Felice, 178, 189-191, 204 Fontana, Francesco, 93 Fósiles, 39-56, 144, 210 Foucault, M., 31, 78 Galeno, 17, 103, 125 Galiani, Celestino, 133, 139-145, 151, 182 Galileo, 7, 8, 21, 24, 27, 83, 84, 86, 94, 104, 112, 113, 140 Galluzzi, Paolo, 116 Garin, Eugenio, 19, 21 Gassendi, P., 86, 104, 105, 118, 135, 139 Gemelin, 204 Generación espontánea, 48, 68, 97, 187 Genovesi, Antonio, 139, 142, 145, 147-156, 178 Geoffroy Saint-Hilaire, A., 205 Geoffroy Saint-Hilaire, Étienne, 101, 195 Germain, Michel, 133 Gesner, 68, 72, 73, 75 Giannone, Pietro, 15, 17, 105 Giardino di Tarsia, 176 Giornale de’Letterati, 118 Glisson, Francis, 119 Glossopetrae, 39-47 Gohau, Gabriel, 42 Grew, Nehemiah, 168 Grmek, M., 101 Gualteri, Filippo Antonio, 144 Guevara, Giovanni Maria de, 183

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Haller, Albert von, 73, 101, 119, 164, 188, 189 Harvey, William, 48, 88, 96, 113, 125 Hernández, Francisco, 76 Hewson, William, 190, 191 Highmore, N., 96 Hipócrates, 123, 125 Historia de los animales, 91, 107 Historia natural, 23, 29, 32, 35, 39, 41, 54, 69, 85, 89, 161, 215, 216 Historia generalis plantarum, 58 Historia Insectorum Generalis, 95 Historia natural del universo, 52 Historia plantarum, 56, 100 Hooke, Robert, 54, 109, 110 Houghton, John, 96 Humboldt, A., 67 Hutton, James, 23 Iatromecánica, 8, 88 Iettatore, 16 Imperato, Ferrante, 33, 34, 35, 38-41, 63, 69, 71, 85 Infeld, Leopold, 8 Intieri, Bartolomeo, 142, 144, 148 Investiganti, 16, 102-105 Irritabilidad, 101, 118 Istituto Nazionale, 179 Istoria civile, 105 Jardin des Plantes, 159 Jéhan, L.-F. 53 Jesuitas, 131, 132, 151 Johnston, George, 204, 205 Jung, 68 Jussieu, Adrien de, 160, 164 Kepler, 8 Koyré, A., 19, 22 Kuffler, hermanos, 93 La vana speculazione, 47-51, 55 Lalande, 178

Lamarck, J.B., 33, 85, 106, 157, 195, 201, 204, 210 Lamy, Gillaume, 158 Lapis philosophorum, 68 Laplace, 127 L’Ecluse, 56, 69 Leeuwenhoek, Antoni van, 95 Leibniz, 20, 22, 28, 53, 160 Lémery, Nicolas, 109 Lenguaje científico, 31 Lenguas de serpiente, 43 Libro de la naturaleza, 9, 64, 88 Liceo del Salvatore, 151-154 Linneo, C., 73, 106, 158, 160-164, 167-169, 174, 175, 180 Lister, M., 47 Llull, R., 18-21 Lovelock, J., 23 Lyell, Ch., 46, 52,53 Macri, Saverio, 118, 178, 182, 194199, 204 Madame Delessert, 146 Magalotti, Lorenzo, 8 Magia natural, 17, 21, 29, 34, 37, 38 Magni, Giuseppe Antonio, 191 Maillet, Benoit de, 51 Major, Daniel, 46 Malebranche, 119 Malpighi, 51, 115, 117, 118, 131, 168, 187, 210 Manna, 119, 171 Máquina, 84, 85 Maranta, Bartolomeo, 62 Maresca, Francesco, 176 Margulis, L., 23 Marqués de la Sambuca, 153, 174 Martino, Ernesto de, 15, 16, 33 Mattioli, P.A., 170 Mayr, Ernst, 93

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Índice analítico

Meckel, Friedrich, 201, 204 Megalodon, 41 Mercati, M., 69 Mersenne, Martin, 35 Metafísica, 146 Método natural, 175, 180 Mettrie, J.O. de la, 110, 145. 146, 174 Microscopio, 83, 87, 88, 92-94, 101, 104, 123, 125, 169, 170, 171, 179, 181-184, 207 Microscopio a perlina, 183 Minasi, Antonio, 194 Montagu, George, 205 Monteoliveto, 176, 199 Montesquieu, 139 Monticelli, Saverio, 199 Museo de Historia Natural, 34, 39, 41, 154, 205 Moliberni, Pietro, 162 Needham, 170, 188, 189 Newton, Isaac, 8, 135, 139, 185 Nollet, 189 Novum organum, 95 Olivi, G., 204, 205 Origlia, Giuseppe, 143, 161 Orto Botánico, 34, 71, 175, 177 Ovidio, 97 Pacífico, 178 Paleontología, 39-56 Palissy, 54 Pallas, 204 Paparelli, G., 38 Paracelso, 123, 125 Parere, 120-127 Pedillo, Domenico, 162 Petagna, Vincenzo, 162, 174, 175, 178-180, 199, 204 Philosophical Transactions, 119, 171, 183, 184 Phytognomonica, 38, 64, 65, 67

Pinelli, Gian Vicenzo, 34, 62, 63, 69, 71 Pignataro, Carlo, 135 Platón, 9, 112, 125, 157 Plinio, 54, 97 Poggio Reale, 60, 61, 192 Poli, Giuseppe Saverio, 176, 178, 182, 199-202, 204 Polignac, cardenal, 158 Pomponazzi, 133 Porta, Gian Battista, 17, 26, 33, 34, 37, 38, 63-68, 78, 85, 87, 97, 100 Porzio, Francesco, 158 Porzio, Lucantonio, 104, 111, 136 Preformación, 210 Príncipe Lobkowitz, 165 Principles of Geology, 52 Processo agli ateisti, 131 Progymnasmata physica, 111-114 Protogaea, 51 Quatrefages, 204, 205 Ramondini, Vincenzo, 196 Ray, John, 49, 51, 54, 56, 58, 68, 73, 75, 105, 119 Reale Accademia delle Scienze e Belle Lettere, 177, 179, 181 Redi, Francesco, 48, 63, 68, 97, 118, 132, 210 Reforma universitaria, 142-144 Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesaurus, 76 Rheticus, J., 88 Richard, Adolphe, 58 Roger, Jacques, 86 Rosa, Michele, 173 Rostro de la naturaleza, 64 Rousseau, 146, 165, 166 Royal Society, 51, 95, 119, 133, 139, 171, 190 Rucellai, Giovanni, 94

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Andrés Galera

Rudista fósil, 41 Rudwick, Martin J.S., 46 Sabatelli, Felice, 153 Sajonia, María Amalia de, 152 Sangiovanni, Giosuè, 195 Sapere aude, 105 Schwam, Teodor, 23 Scilla, Agostino, 47-55 Serao, 178 Severino, Marco Aurelio, 33, 88, 96102, 104, 111, 113, 114, 125, 181 Silvestre, Peter, 133 Sistema del mundo, 27 Sistema natural, 160 Sistema sexual, 161, 169, 180 Società Reale Borbonica, 179 Socièta Reale di Napoli, 179 Spallanzani, Lazzaro, 177, 204, 210 Sprengel, W., 73, 205 Steiner, George, 215 Stellati, Vincenzo, 175, 180 Stelluti, Francesco, 77 Stenon, Nicolás, 42, 44 Styles, Eyles, 171 Swammerdam, 95 Tanucci, Bernardo, 153 Telliamed, 51 Tenore, Michele, 176 Teofrasto, 56-58, 100, 125 Tesoro mexicano, 72, 76 Testacea utriusque Siciliae, 199, 201 Theoriae mediceorum planetarum, 116

Tiedemann, 204 Tiempo biológico, 9, 54 Tomaso, Lorenzo, 51 Tondi, Matteo, 196 Torre, Giovanni María della, 170, 178, 181-191, 197, 204 Tournefort, Joseph, 56, 68, 72, 73, 75, 161, 163, 164 Tozzi, Luca, 136 Traité des sensations, 10 Treviranus, 204 Troisi, Biagio, 136 Unidad de composición, 21 Urbano VIII, 92 Vairo, G., 178, 182, 197, 204 Valennciennes, Achille, 98, 100 Valletta, N., 16 Velseri, Marco, 24 Vesalio, 113 Vico, G., 120, 134, 136, 215 Vidania, Diego Vincenzo, 137, 138 Villa, Gemello, 177 Vinci, Leonardo da, 37, 39, 94, 108, 112 Virgilio, 19 Voltaire, 158 Wolckammer, 98 Woodward, John, 155 Wotton, William, 51 Zimmermann, A.W., 204, 205 Zootomía, 86, 98, 101 Zootomia Democritaea, 98

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