Categorias Y Autoconciencia En Kant

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CATEGORÍAS Y AUTOCONCIENCIA EN KANT Antecedentes y objetivos de la deducción trascendental de las categorías

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO México 2000

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS Circuito Maestro Mario de la Cueva Ciudad de la Investigación en Humanidades Ciudad Universitaria, 04510, México, D.F. Tel. 5622 7437 FAX 5665 4991 email [email protected] Impreso y hecho en México ISBN 968-36-8384-3

A mis padres

“-L ’esprit est la possibilité maxima -et le máximum de capacité d ’incohérence. -Le moi est la résponse instantanée chaqué incohérence partielle -qui est excitant. ” Paul Valéry, Monsieur Teste

ÍNDICE

Introducción.............................................................'........... I. Conceptos puros del entendimiento en la Dissertatio y en la carta a Marcus Herz de 1772 ............................ II. Conceptos puros del entendimiento hacia 1772: Funciones que coordinan posiciones en los juicios con posiciones en el espacio y el tiem po...................... 1. Uso lógico y uso real del entendimiento................. 2. La posición fija en los juicios..................................... 3. Funciones que coordinan posiciones en los juicios con posiciones en el espacio y el tiem po.................. 4. Los conceptos puros del entendimiento como condiciones de posibilidad de la experiencia III. Conceptos puros del entendimiento y apercepción en 1775 y en 1780 ...................................................... 1. Conceptos puros del entendimiento y funciones de la apercepción en los manuscritos de Duisburg 1.1 Los conceptos puros del entendimiento en cuanto funciones de síntesis.......................... 1.2 Reglas de síntesis y funciones de la apercepción 1.3 Conciencia y autoconciencia ............................... 2. Conceptos puros del entendimiento y apercepción enB 12 .......................................................................... 2.1 Imaginación productiva y unidad de la apercepción..................................................

9 21 37 37 41 45 49 53 53 56 60 77 79 82

2.2 Deducción subjetiva de los conceptos puros del entendimiento ......................................... .. IV. La deducción objetiva en la Crítica de la razón pura . V. La deducción subjetiva en la Crítica de la razón pura. El argumento a favor de la necesidad de las categorías 1. Distintos objetivos de la deducción trascendental; distintas caracterizaciones de las categorías............. 2. La deducción subjetiva en la primera edición de ia Crítica.................................................................... 2.1 Aprehensión, reproducción y reconocimiento (la propuesta de deducción en la segunda sección).................................................................... 2.2 El problema de las representaciones subjetivas 2.3 La deducción “desde arriba” y la deducción “desde abajo" ......................... .............................. 3. La unidad de la autoconciencia en la deducción subjetiva de la segunda edición de la Crítica ........... Conclusiones.......................................................................... Apéndice I. Algunas interpretaciones contemporáneas sobre las posibles estrategias de la deducción trascendental .................................................................... Apéndice II. El escepticismo y la reconstrucción de P.F. Strawson de la deducción trascendental......... Bibliografía............................................................................

92 . 95 111 111 121 121 146 153 162 173 181 193 205

Una de las principales críticas de la filosofía contemporánea al empirismo se dirige en contra de la posibilidad de justificar nuestras creencias de manera aislada, una por una, apelando a impresiones sensoriales desprovistas de cualquier envoltura conceptual. Para Wilfrid Sellars, el empirismo se encuentra en una situación paradójica al buscar el fundamento de nuestro conocimiento empírico en impresiones cuya aprehensión no está condicionada por el uso de conceptos, ya que estas impre­ siones, al no involucrar nuestras capacidades conceptuales, caen fuera del “espacio de las razones” en el cual justificamos nuestras creencias.1 En términos de John McDowell, quien apela a dichas impresiones para apoyar sus creencias acerca del mundo ofrece “exculpaciones” ahí en donde lo que busca­ mos son justificaciones: señala algo fuera del espacio de las razones, cuya validez no puede poner en cuestión.2 La pre­ tensión de otorgar un valor epistémico a esos datos de los sen­ tidos es lo que Sellars denominó “el mito de lo dado”.3 La per­ sistencia de esta pretensión, según McDowell, se debe a que ofrece un panorama donde nuestras creencias encuentran un límite externo al juego entre ellas. En Mind and World, este au­ tor coloca el mito de lo dado en uno de los extremos de un co­ lumpio en cuya posición contraria coloca una teoría coheren1 Cfr. W. Sellars, “Empiricism and the Philosophy of Mind”, en Science, Perception and Reality. 2 Cfr. J. McDowell, Mind and World, pp. 3-23. 3 Cfr. W. Sellars, op. cit.

tista del conocimiento que no acepta como justificación de una creencia más que otras creencias. Estas dos posiciones pueden ocasionar una constante oscilación, ya que las consecuencias de cada una de ellas generan las preocupaciones que conducen a la posición contraria. La situación paradójica en la que cae el empirista sugiere que debemos rechazar como elementos justificatorios de nuestras creencias cualquier cosa que no pueda ser interpretada como creencia. La ausencia de un límite exter­ no al espacio de las razones recomienda, sin embargo, volver al mito de lo dado. Para abandonar este columpio, McDowell re­ curre a la tesis kantiana según la cual no hay receptividad sin espontaneidad, es decir, no es posible asimilar nada de la ex­ periencia si en ella no hacemos uso de conceptos, lo cual equivale a sostener que la sensibilidad involucrada en el co­ nocimiento empírico es una sensibilidad que trabaja siempre en colaboración con el entendimiento, nuestra facultad de los conceptos. Esta concepción acerca de la receptividad puede hacer justicia a la preocupación empirista por limitar el espacio de las razones en la experiencia, sin tener que adoptar el mito de lo dado. De acuerdo con ella, nuestras capacidades concep­ tuales ya están involucradas en la recepción del material que nos ofrece la experiencia, y, gracias a esto, podemos apelar a la experiencia misma para justificar nuestras creencias sobre el mundo.4 Las preocupaciones que llevaron a Kant a sostener que Mla re­ ceptividad sólo hace posibles los conocimientos si va ligada a la espontaneidad”5 son las preocupaciones que expone en la de­ ducción trascendental de las categorías, la parte de la Crítica de la razón pura que para muchos autores constituye el núcleo de esta obra. Kant introduce esta parte de la Crítica preguntándose por la objetividad de aquellos conceptos que para él conforman la estructura del pensar y garantizan la unidad de la conciencia: “cómo pueden tener validez objetiva las condiciones subjetivas del pensar, es decir, cómo pueden éstas proporcionar las condicio­ nes de posibilidad de todo conocimiento de los objetos”.6 Una 4 Cfr. J. McDowell, op.cit., pp. 3-23. 5 A 97. 6 A89/B122.

manera de interpretar esta pregunta consiste en expresarla en los siguientes términos: ¿cómo es posible que las exigencias in­ ternas al espacio de las razones tengan validez para el conoci­ miento de los objetos que nos son dados en la experiencia? La respuesta que da Kant a esta pregunta estriba precisamente en condicionar nuestra receptividad al entendimiento, la facultad de los conceptos involucrada en la formación de juicios acerca de objetos. La idea misma de un objeto al cual corresponden nuestras impresiones sensoriales es presentada en esta deduc­ ción trascendental como el principal elemento que la estructura del pensamiento aporta al conocimiento. De esta manera, Kant rechaza que tenga valor epistémico cualquier experiencia que no esté enmarcada en un esquema conceptual que nos permita hablar de objetos.^ Pero la manera en que presenta el proble­ ma, así como la forma en que explica la relación entre la sensi­ bilidad y el entendimiento, lo comprometen, además, con la idea de un esquema conceptual necesario. Así pues, el contexto en el cual aparece la idea de una receptividad que involucra el uso de conceptos en la filosofía kantiana es el intento por justi­ ficar la objetividad y la necesidad del esquema conceptual que, para Kant, constituyen “las condiciones subjetivas del pensar”. El objetivo de este libro es exponer las distintas perspectivas desde las cuales Kant intentó justificar la objetividad de este es­ quema conceptual, así como los conflictos en los cuales se vio envuelto al intentar conjugarlas. Para reconstruir estas perspec­ tivas, me he basado en los distintos proyectos de la deducción trascendental de las categorías que Wolfgang Cari identifica en los manuscritos de Kant previos a la redacción de la Crítica de la razón pura.8 Destaco los conflictos entre estos proyectos ana­ lizando, sobre todo, la deducción en la primera edición de la Crítica y esbozando la solución que puede obtenerse recurrien­ do a la versión modificada de la deducción en la segunda edi­ ción de la Crítica. 7 Con respecto al uso del término contemporáneo “esquema conceptual” en la interpretación de la filosofía de Kant, véase M. Baum, “Transcendental Proofs in the Critique of Puré Reason". 8 Cfr. W. Cari, Der sckweigende Kant Die Entwürfe zu einer Deduktion der Kategorien vor 1781.

La importancia que podía tener la idea de una receptividad condicionada por el uso de conceptos para integrar la experien­ cia al espacio de las razones, caracterizado por su aspecto nor­ mativo, no fue algo de lo cual Kant se percatara desde el momento en que reconoció la necesidad de justificar la objeti­ vidad de las “condiciones subjetivas del pensar”. Su interés al plantearse por primera vez el problema que lo condujo a la de­ ducción trascendental de las categorías era reivindicar la meta­ física, entendida como conocimiento a priori acerca del mundo. El trasfondo de este planteamiento era la radical separación, que había defendido en su Dissertatio de 1770, entre el conoci­ miento sensible y el conocimiento intelectual, propio de la me­ tafísica, el cual había fundado en conceptos a priori, que deben obtenerse, según esta obra, reflexionando sobre nuestra propia actividad pensante. En una carta dirigida a Marcus Herz, en 1772, Kant toma distancia respecto de esta separación y reco­ noce que en la Dissertatio no había podido justificar la vali­ dez objetiva de estos conceptos, para lo cual requería explicar cómo es posible que los objetos que no son producidos por nuestra actividad pensante concuerdan necesariamente con los conceptos que estructuran esta actividad. Ya en algunas re­ flexiones contemporáneas a la redacción de esta carta se en­ cuentra lo que puede considerarse, siguiendo la interpretación de Wolfgang Cari, la primera respuesta a esta pregunta. Con ella, Kant da el paso decisivo para adoptar una posición crítica con respecto a los conceptos puros del entendimiento: recono­ ce que la justificación de su objetividad no se puede hallar más que en el papel que desempeñan en el conocimiento empírico, en los juicios acerca de los objetos de la experiencia. Este reco­ nocimiento lo lleva a enfocar estos conceptos como condicio­ nes de posibilidad del conocimiento empírico, con lo cual limita, al mismo tiempo, el alcance de su uso legítimo a la expe­ riencia. Aquí se encuentran, pues, dos de las ideas centrales de la deducción trascendental en la Crítica de la razón pura, aque­ llas a las que se dirige el objetivo de la llamada “deducción ob­ jetiva” en el prólogo a la primera edición.9 Sin embargo, la manera en que Kant explica, en estas reflexiones, cómo esos

9Axvi-xvn.

conceptos condicionan el conocimiento empírico parece aún moverse dentro de una concepción de la receptividad que sus­ cribe el mito de lo dado. Los conceptos puros del entendimien­ to condicionan el conocimiento empírico porque son ellos los que proporcionan la idea de un mundo de objetos al cual de­ ben corresponder las impresiones recibidas a través de la sensi­ bilidad. La idea de un mundo de objetos independientes de nuestras representaciones e interrelacionados causalmente sur­ ge, de acuerdo con estas reflexiones, en el ámbito de los juicios, cuando fijamos la posición de sus términos. El conocimiento empírico surge, pues, al coordinar dos órdenes distintos: el de las impresiones en el espacio y el tiempo y el de los conceptos en los juicios; pero la receptividad de las primeras no está con­ dicionada por el uso de estos últimos; lo que está condicionado por ellos es la concepción del mundo que podemos adquirir al integrar el material que proporciona la sensibilidad al ámbito de los juicios. En el primer capítulo de este libro expongo la pregunta acer­ ca de la objetividad de los conceptos puros del entendimiento, tal como Kant la formula en la carta dirigida a Marcus Herz en 1772. Para comprender el significado de esta pregunta en el desarrollo de la filosofía kantiana presentaré esta cuestión en contraste con la caracterización que Kant había ofrecido de es­ tos conceptos en su Dissertatio de 1770. En el segundo capítulo ofrezco una lectura de las reflexiones en donde se encuentra, según Cari, la primera respuesta a la pregunta por la objetivi­ dad de los conceptos que Kant llamará “categorías” en la Críti­ ca de la razón pura. En el cuarto capítulo intento mostrar que la idea de una “deducción objetiva”, tal como Kant la expone en el prólogo a la primera edición de la Critica, pertenece al pro­ yecto de deducción que ofrece esta primera respuesta, a pesar de que en la propia Crítica se encuentre entremezclada con ideas que forman parte de otro proyecto de deducción. Uno de los principales aspectos del proyecto de justificación que ofrece esta primera respuesta consiste en suponer que es­ tamos en posesión de conocimientos empíricos, expresados mediante juicios en los cuales nos referimos a objetos. La estra­ tegia que propone este proyecto para determinar el esquema conceptual bajo el cual son posibles estos conocimientos estri­

ba precisamente en analizar los juicios que expresan esos cono­ cimientos en contraste con otras dos clases de juicios: por un lado, aquellos que sólo jerarquizan conceptos, y, por él otro, aquellos que sólo consignan el aspecto subjetivo de nuestras experiencias. Tomando en cuenta este proyecto, resulta extra­ ño interpretar la deducción trascendental como un argumento antiescéptico, tal como lo han propuesto varios autores si­ guiendo a P.F. Strawson,10 o como un argumento que preten­ de apoyar la idea de un esquema conceptual necesario, tal como lo ha hecho Stephan Kórner.11 Si el punto de partida para justificar la objetividad de ciertos conceptos a priori es la aceptación del conocimiento empírico, no se ve cómo esta jus­ tificación podría contribuir a responder al desafío escéptico. Si, por otro lado, el esquema conceptual propuesto se obtiene mediante un análisis de este conocimiento, resulta improce­ dente pretender que sea necesario. Sin embargo, estas inter­ pretaciones están convincentemente apoyadas en el propio tex­ to de la deducción trascendental. Esta discrepancia se debe precisamente a que en la deducción trascendental nos enfren­ tamos a una yuxtaposición de diferentes proyectos con distin­ tos objetivos. El propio Kant advierte en el prólogo a la prime­ ra edición de la Crítica de la razón pura que la deducción contiene dos aspectos o partes que responden a distintas pre­ guntas;12 sin embargo, él mismo no tenía en claro cuál era lajerarquización de estas partes y en el desarrollo mismo de la de­ ducción no deslinda con precisión cada una de ellas. Más aún, las ideas que podrían corresponder a una de las respuestas se filtran permanentemente en la otra, obstaculizando la distin­ ción de las diferentes líneas argumentativas del texto. De ahí la necesidad de recurrir a las notas que Kant redactó en los doce años previos a la aparición de la primera Crítica, los doce años que el propio Kant declara haber empleado para meditar sobre el material que expone en esta obra. 10 Cfr, K. Ameriks, “Recent Work on Kant’s Theoretical Philosophy”, p. 11. 11 S. Kórner, “The Impossibility of Transcendental Deductions”, p. 231. 12 A XVI -XVII. 13 Cfr. carta a Christian Grave del 7 de agosto de 1783, Gesammelte Schriften, PreuBischen/Deutschen Akademie der Wissenschaften zu Berlin/Góttingen (en adelante A.A.), X, p. 338.

Además del esbozo de deducción, contemporáneo a la carta a Herz de 1772, Wolfgang Cari distingue dos esbozos más.14 El primero está contenido en la serie de notas que se conoce con el nombre de “manuscritos de Duisburg”, cuya redacción ha sido ubicada en 1775; el segundo se encuentra en una nota que se conoce con la designación “B 12” y que parece haber sido ela­ borada por Kant un año antes de la publicación de la Crítica de la razón pura. Ambos esbozos desarrollan ideas que cumplirán un papel fundamental en esa parte o aspecto de la deducción que Kant llama “deducción subjetiva” en el primer prólogo de la Critica. En el tercer capítulo de este libro presentaré una in­ terpretación de estos dos esbozos que difiere en varios puntos importantes de la lectura de Cari. En ambos esbozos los conceptos puros del entendimiento son abordados en estrecha relación con el concepto de autoconciencia. En los “manuscritos de Duisburg”, Kant concibe estos conceptos como funciones de síntesis de las representa­ ciones intuitivas y busca justificar su objetividad mostrando que sin ellas sería imposible determinar el orden temporal de las mismas y, por lo tanto, tampoco sería posible conformar la unidad de las representaciones que constituye la concepción de un mundo de objetos. A diferencia del proyecto anterior, esos conceptos no forman parte de un orden distinto del or­ den en el cual recibimos información de la experiencia, sino que contribuyen a estructurar el material mismo que nos pro­ porciona la experiencia. En algunas notas, Kant considera que a través de estas funciones somos conscientes de nosotros mis­ mos, somos conscientes de nuestra propia actividad pensante que integra todo el material recibido en una sola unidad; en otras notas, considera que esas funciones se derivan de las ope­ raciones por las cuales somos conscientes de nostros mismos; pero, finalmente, esboza ya una idea que desarrollará amplia­ mente en la Critica, a saber, que los conceptos puros del enten­ dimiento conforman la unidad en la cual se dan todas las representaciones intuitivas, es decir, la unidad de la concien­ cia. Es en este contexto en el que Kant pone énfasis en la tesis según la cual la receptividad es imposible sin el uso de concep­ 14 Cfr. W. Cari, op. cit.

tos, ya que la unidad misma de la conciencia queda caracteriza­ da aquí por La unidad que configura el uso de un conjunto básico de conceptos. En B 12, Kant depura esta idea conforme a la cual la unidad de la conciencia no es más que la unidad que configuran las categorías, e introduce una facultad inter­ media entre el entendimiento y la sensibilidad, la imaginación, para explicar la manera en que los datos de los sentidos que­ dan determinados en su aprehensión misma por esa unidad. Esta nueva manera de enfocar los conceptos puros del en­ tendimiento le permite a Kant ofrecer, en la deducción tras­ cendental de la Critica, un argumento a favor de la necesidad de estos conceptos sin tener que recurrir a un análisis de aque­ llo que hacen posible, es decir, del conocimiento empírico, sino apelando al concepto de autoconciencia. En contra de la opinión de Stephan Kórner, me parece que Kant tenía presen­ te que para sostener la necesidad del esquema conceptual cons­ tituido por las categorías, debía ofrecer un argumento a favor de la idea de un único esquema conceptual.15 Creo que este ar­ gumento puede obtenerse si centramos nuestra atención en el papel que desempeña el concepto de autoconciencia en esta deducción. En el quinto capítulo de este libro presentaré este argumento, siguiendo la interpretación que Dieter Henrich ofrece de ese concepto como conciencia de la identidad del su­ jeto que aprehende una pluralidad de representaciones.16 A grandes rasgos, este argumento consta de dos pasos: el prime­ ro establece que sería imposible tener conciencia de una plura­ lidad de representaciones y, por lo tanto, sería imposible la experiencia misma, si no tuviéramos conciencia de nuestra pro­ pia identidad, lo cual presupone tener conciencia de algo que permanece idéntico a lo largo de la aprehensión de esa plurali­ dad; el segundo paso intenta mostrar que lo único que puede permanecer idéntico en el flujo de representaciones conteni­ das en la conciencia es un conjunto básico de conceptos que condicionan la síntesis de esas representaciones, es decir, lo que Kant consideraba desde 1775 como aquello en lo que estri­ ba la propia unidad de la conciencia. 15 Cfr. S. Kórner, op. cit. 16 D. Henrich, Identitát und Objektivitát, pp. 84-94.

Las pretensiones de la deducción subjetiva, sin embargo, van más allá de apoyar la idea de un único esquema conceptual que garantice la conciencia de nuestra identidad. Kant quería, ade­ más, mostrar que ese esquema conceptual único es el que nos permite pensar en términos de objetos; quería mostrar que los mismos conceptos que constituyen la unidad de la conciencia son aquellos que nos permiten estructurar nuestras representa­ ciones sensibles en la concepción de un mundo de objetos. Esta pretensión puede comprenderse mejor si se la concibe como el resultado de intentar conjugar los dos proyectos antes mencio­ nados. De hecho, las reflexiones de 1775 ya apuntan en esta dirección, pues, a pesar de la nueva caracterización de los con­ ceptos puros del entendimiento como conceptos que propor­ cionan reglas para la síntesis de representaciones intuitivas en una sola unidad, Kant no abandona nunca la anterior caracte­ rización de estos conceptos como aquellos que nos permiten pensar en los objetos a los cuales corresponden las representa­ ciones sensibles. Kant pretende, pues, establecer una relación de necesaria dependencia entre la identidad y la unidad de la conciencia, por un lado, y la concepción de un mundo de obje­ tos al cual accedemos a través de la experiencia, por el otro. Ésta es la razón por la cual puede verse en la deducción trascen­ dental una estrategia para responder al desafío escéptico, aun­ que, en realidad, lo único que logra establecer es la necesidad de pensar en términos de objetos a los cuales corresponden nuestras sensaciones para poder aceptar la unidad y la identi­ dad de la conciencia. Por ello, el contrincante de la deducción debe concebirse, en términos contemporáneos, como un convencionalista que considera al marco lingüístico dentro del cual hablamos de objetos de la experiencia tan sólo como una alter­ nativa entre otras.17 Pero, al intentar conjugar los dos proyectos mencionados y sostener que la unidad de la conciencia está garantizada por los mismos conceptos por los cuales pensamos en objetos de la ex­ periencia, Kant se vio envuelto en conflictos que sólo parece di­ solver hasta la segunda edición de la Crítica de la razón pura. En la segunda sección de la deducción en la primera edición de la 17 Cfr. B. Stroud, “Transcendental Arguments”.

Crítica, Kant desarrolla el segundo proyecto, de tal manera que excluye la posibilidad de tener conciencia de representaciones subjetivas, es decir, de representaciones que no formen parte de una concepción objetiva del mundo. Apoyándose en una teoría sobre las distintas facultades que intervienen en el cono­ cimiento, Kant describe ahí el proceso por el cual aprehende­ mos representaciones sensibles de forma tal que resulta imposi­ ble tener conciencia de una representación sin tener conciencia de la síntesis que enlaza esa representación con otras de acuer­ do con los conceptos por los cuales pensamos en los objetos correspondientes. Así pues, una de las consecuencias de esa descripción es que toda representación de la cual tenemos con­ ciencia es objetiva, ya que, para integrarla a la unidad de la conciencia, hay que sintetizarla con otras, conforme a las cate­ gorías que garantizan su objetividad. Esta consecuencia es in­ compatible con el primer proyecto de deducción, el cual Kant suscribe en otras partes de la Critica, ya que la estrategia que propone este proyecto para determinar el esquema conceptual que subyace en el conocimiento empírico consiste precisamen­ te en contrastar los juicios que sintetizan objetivamente nues­ tras representaciones, es decir, que se refieren a objetos, con aquellos que sólo registran el aspecto subjetivo de la experien­ cia. Esa consecuencia parece, pues, eliminar la diferencia entre representaciones objetivas y representaciones subjetivas, cuyo contraste nos permitiría determinar el esquema conceptual que presupone el conocimiento empírico. Pero no sólo resulta in­ compatible con el primer proyecto de deducción; además, difi­ culta la explicación de los errores que podemos cometer al identificar objetos, los errores que podemos cometer en el jue­ go de intuiciones y conceptos involucrado en la percepción. Estas dificultades constituyen razones importantes para sus­ tituir esa descripción del proceso de aprehensión de represerttaciones sensibles por otra justificación de la tesis según la cual no hay receptividad que no involucre los conceptos básicos de una visión objetiva del mundo, una justificación que no elimine la diferencia entre representaciones objetivas y representacio­ nes subjetivas. Creo que esta justificación se encuentra en la nueva versión que Kant ofrece de la deducción en la segunda

edición de la Crítica de la razón pura. En la última sección del quinto capítulo de este libro presentaré esta justificación. Basándose en algunas ideas ya expuestas en la tercera sec­ ción de la deducción en la primera edición, Kant caracteriza, en la segunda edición de la Crítica, la unidad que garantiza la objetividad de nuestras representaciones como una unidad a la cual deben integrarse todas las representaciones y condiciona su aprehensión, ya no a una síntesis que las haga objetivas en el proceso mismo de su recepción, sino al pensamiento de la uni­ dad en la cual pueden convertirse en representaciones objeti­ vas. En esta versión Kant exige, pues, que toda representación sea objetivable, es decir, que pueda integrarse a una visión ob­ jetiva del mundo, con lo cual acepta que haya representaciones subjetivas, en tanto que no han sido integradas a esa visión. Lo que no es posible, de acuerdo con esta nueva versión de la de­ ducción, es pensar en estas representaciones subjetivas sin pen­ sar en el orden objetivo al cual deben poder integrarse. De esta manera, Kant evita colapsar la diferencia entre representacio­ nes objetivas y representaciones subjedvas, sin tener que acep­ tar una receptividad desprovista de conceptos. Pero, además, enfatiza el aspecto normativo de la unidad que garantiza nues­ tros conocimientos, aspecto que había quedado oscurecido en la versión anterior por una presunta descripción de las distin­ tas facultades mentales. Ofrece, pues, una concepción de la conciencia humana en la cual los procesos de justificación ocu­ pan un lugar central. A lo largo de este trabajo me detendré, a veces, en un análisis minucioso de los textos que puede parecer de un interés mera­ mente erudito. Sin embargo, he tenido que recurrir a esa labor de detalle para poder desembocar en problemas importantes para cualquier concepción del conocimiento. Quizá la manera en que he procedido en este libro se asemeja al trabajo de po­ nerle un botón a una camisa: es difícil y, en ocasiones, tedioso encontrar el orificio del botón; pero, una vez que lo encontra­ mos, podemos jalar con libertad la aguja y el hilo del otro lado del botón.

CONCEPTOS PUROS DEL ENTENDIMIENTO EN LA DISSERTATIO Y EN LA CARTA A MARCUS HERZ DE 1772 La carta que Kant le escribe a su discípulo Marcus Herz el 21 de febrero de 1772 ha sido considerada por muchos estudio­ sos de la filosofía teórica kantiana como el documento que por primera vez plantea el problema al que ha de responder la deducción trascendental de las categorías y, por lo tanto, un indicador del punto en el cual el pensamiento de Kant vira de­ finitivamente hacia la filosofía crítica. No es, pues, de extrañar que esta carta se valore teniendo en mente la Crítica de la razón pura} En contra de esta perspectiva, Hermán Jean de Vlees­ chauwer, uno de los primeros en analizar con detenimiento esta deducción durante el siglo xx, ha señalado que en ella nos encontramos sobre todo con un balance del pensamiento de Kant previo a la redacción de esta carta, más que con un “bo­ ceto de un programa futuro”.2 A pesar de esta advertencia, es imposible dejar de ver en esta carta tal boceto, ya que incluso hay fragmentos de la deducción en la Crítica que delatan clara­ mente su origen en ella;3 pero tampoco se debe pasar por alto 1 Cfr. W. Cari, Der schweigende Kant, p. 16. Paulsen ve en esta carta la mejor “introducción a la comprensión histórica de la Critica de la razón pura” (Versuch einer Entwicklungsgeschichte der kantischen Erkenntnistheorie, p. 151). Riehl considera que en ella “se manifiesta por primera vez el problema de la Crítica de la razón pura ” (Der Philosophische Kritizismus, p. 371). 2 La evolución del pensamiento kantiano, p. 63. 3 Compárese esta carta con A 92-93 de la Crítica.

que, efectivamente, en ella hay un balance de las investigacio­ nes metafísicas de Kant previas a la redacción de la misma. La manera en que Wolfgang Cari ha tratado este documento me parece la más adecuada, ya que utiliza ambas perspectivas para reconstruir un momento clave del desarrollo de la filosofía de Kant: ve en él, al mismo tiempo, un balance de trabajos ante­ riores y un esbozo de programas futuros.4 El balance que Kant lleva a cabo en esta carta es un balan­ ce de las ideas metafísicas que desarrolló entre 1765 y 1770, en particular de las ideas expuestas en su disertación de 1770 sobre los Principios formales del mundo sensible y del inteligible; pero este balance está enmarcado en un programa de investi­ gación. Kant le informa a su discípulo Marcus Herz acerca de un proyecto en el cual se encuentra ocupado y “que podría te­ ner por título: Los límites de la sensibilidad y de la razón’\ 5 Lo di­ vide en dos partes, una práctica y una teórica. En cuanto a la parte práctica, Kant se manifiesta satisfecho con los progresos realizados; pero, en relación con la teórica, encuentra un pro­ blema en el cual no había reparado y cuyo planteamiento le abre una nueva dirección al desarrollo de su pensamiento. Este problema le incumbe específicamente a una de las dos secciones de la parte teórica de su proyecto: a la metafísica “sólo según su naturaleza y método”.6 En la otra sección de esta parte teórica se propone exponer una “fenomenología en general” que determine los “principios de la sensibilidad, su validez y sus límites”.7 En cambio, en la metafísica debe abor­ dar los conceptos y principios que tienen su origen en el en­ tendimiento puro. Al examinar con cuidado la parte teórica en todo su alcance y con respecto a las relaciones recíprocas de todas sus partes, noté que aún me faltaba algo esencial que, como otros, había pasado por alto en mis largas investigaciones metafísicas y que de hecho cons4 Cfr. Der sckweigende Kant, p. 16. 5 A.A., X, p. 129. 6 Ibid. 7 Carta a Lambert del 2 de septiembre de 1770, A.A., X, p. 98. 8 Cfr. Dissertatio, § 8 (A.A., II, p. 395).

tituye la clave de todo el secreto de la metafísica, hasta ahora ocul­ ta. Me pregunté: ¿en qué razón descansa la relación de aquello que en nosotros llamamos representación con el objeto [Gegenstand\7 Si la representación contiene sólo la forma en que el suje­ to es afectado por el objeto, entonces es fácil ver cómo aquélla co­ rresponde a éste, como un efecto con su causa y cómo esta determinación de nuestra mente [Gemüth] puede representar al­ go, es decir, puede tener un objeto. Las representaciones pasivas o sensibles tienen, pues, una relación comprensible con su objeto, y los principios que se desprenden de la naturaleza de nuestra alma [Seele] tienen una validez comprensible para todas las cosas, en cuanto objetos de los sentidos. Igualmente, si aquello que en nosotros se llama representación fuera activo con respecto al ob­ jeto, es decir, si por medio de la misma fuera creado el objeto, tal como nos representamos los conocimientos divinos en cuanto ar­ quetipos de las cosas, entonces podría entenderse también la con­ formidad de las mismas con los objetos. Así pues, la posibilidad, tanto del intelecto archetypi, en cuya intuición se fundan las cosas, como del intelecto ectypi, que toma los datos de sus procedimien­ tos lógicos de la intuición sensible de las cosas, es al menos inteli­ gible. Sólo que nuestro entendimiento no es la causa del objeto mediante sus representaciones (salvo en la moral, de los buenos fines), ni el objeto causa de las representaciones del entendimien­ to {in sensu reati). Los conceptos puros del entendimiento no pue­ den, pues, ser abstraídos a partir de sensaciones de los sentidos, ni expresar la receptividad de las representaciones a través de los sentidos, sino que tienen ciertamente su origen en la naturaleza del alma, pero no en cuanto a que son producidos por el objeto, ni en cuanto a que crean al objeto mismo. En la dissertatio me ha­ bía conformado con explicar sólo negativamente la naturaleza de las representaciones intelectuales, a saber: que no eran modifica­ ciones del alma provocadas por los objetos. Sin embargo, ¿cómo es posible entonces una representación que se relacione con un objeto sin ser afectada por éste de manera alguna?; esto lo dejé pa­ sar en silencio.9

Conforme a este texto, la pregunta acerca de la razón por la cual consideramos que una representación corresponde a un objeto acepta una respuesta en términos de una relación cau­ 9 A.A., X, pp. 129-130. La traducción de todos los textos de Kant escritos en alemán es mía.

sal. Tanto en el caso en que el objeto es la causa de la represen­ tación, como en el caso en que la representación es causa del objeto, es comprensible que la representación “tenga un obje­ to” o se relacione con un objeto. Pero ya que nuestras faculta­ des cognoscitivas no pueden crear el objeto, la única relación causal que nos incumbe es aquella en la cual el objeto es consi­ derado como la causa, siendo el sujeto aquello en lo cual se da el efecto. En esta relación entre el sujeto y el objeto, el primero mantiene una posición pasiva, de suerte que en ella entra en juego solamente su facultad receptiva, es decir, la sensibilidad. De esta manera resulta comprensible que los principios de la sensibilidad tengan validez para los objetos con los cuales se re­ lacionan: los objetos de los sentidos. Es a estos principios a los que se refiere Kant cuando afirma, en la carta a Herz, que “los principios que se desprenden de la naturaleza de nuestra alma tienen validez comprensible para todas las cosas en cuanto ob­ jetos de los sentidos”. En la segunda sección de la Dissertatio, a la que alude en par­ ticular en la carta a Herz, Kant maneja ya la idea según la cual hay determinadas “condiciones subjetivas”10 del conocimien­ to de los fenómenos, condiciones que corresponden a la forma de los fenómenos y que dependen de la “índole especial del sujeto”.11 En la representación de los sentidos se da en primer lugar al­ go que se puede llamar materia, esto es la sensación, y además algo que puede llamarse la forma \species\ de lo sensible, que surge al coordinarse, según cierta ley natural del alma, la varie­ dad de datos que afectan al sentido.12 Este principio formal de nuestra intuición (espacio y tiempo) es la condición para que algo pueda ser objeto de nuestros sentidos.13 10 Dissertatio, § 4 (A.A., II, p. 392); Principios formales del mundo sensible y del inteligible, trad. Ramón Ceñal Lorente, p. 10 (en adelante: trad. Ceñal). 11 Ibid. 12 Ibid. 13 Ibid., § 10 (A.A., II, p. 396); trad. Ceñal, p. 14.

Esta relación entre condiciones subjetivas y objetos de los sentidos la maneja aquí Kant sólo con respecto a la sensibili­ dad, es decir, a “la receptividad de un sujeto, por la que es po­ sible que el estado representativo del mismo sea afectado de determinada manera por la presencia de algún objeto”.14 Reto­ mando la carta a Herz podría decirse, entonces, que “las leyes naturales de la mente” pueden entenderse como condiciones de posibilidad de los objetos y así justificar su validez para el co­ nocimiento de los mismos, pero sólo en la medida en que de­ terminan la forma en que un sujeto es afectado por un objeto. En otras palabras: la validez de los principios de la mente, con respecto al conocimiento de los objetos, puede comprenderse en tanto que el sujeto mantiene una relación causal con el ob­ jeto. Sin embargo, no es ésta la relación que guarda el entendi­ miento con su objeto. En la carta a Marcus Herz, Kant sostiene que “los conceptos puros del entendimiento no pueden ser abstraídos a partir de sensaciones de los sentidos, ni explicar la receptividad de las re­ presentaciones a través de los sentidos”. En esto también coin­ cide esta carta con la Dissertatio, en donde Kant sostiene que la diferencia entre las representaciones intelectuales, entre las cuales se encuentran los “conceptos puros del entendimiento” que Kant menciona en la carta a Herz, y las representaciones sensibles no se debe al grado de generalidad de las mismas. De acuerdo con la Dissertatio, esta diferencia no depende de lo que Kant llama ahí “uso lógico” del entendimiento. Esto quiere de­ cir que, por muy lejos que vayamos en la abstracción o en la comparación de representaciones, no es posible obtener repre­ sentaciones intelectuales a partir de representaciones sensibles, aun cuando éstas sólo tengan que ver con la forma de nues­ tra receptividad. Tampoco pueden obtenerse representaciones sensibles a partir de representaciones intelectuales. La diferen­ cia entre ellas depende de su origen, es decir, depende de las distintas facultades de las cuales se adquieren.15 Esta distinción cualitativa entre representaciones sensibles y representaciones intelectuales anticipa en ciertos aspectos la di­ 14 Dissertatio, § 3 (A.A., II, p. 392); trad. Ceñal, p. 10. 15 Cfr. Dissertatio, § 5 y § 7.

ferencia entre intuiciones y conceptos de la Crítica de la razón pura . Con ella, Kant se aparta de aquellos autores modernos que piensan que el conocimiento depende fundamentalmente de una sola facultad o que la diferencia entre representaciones sensibles e intelectuales es sólo gradual.16 Sin embargo, esta distinción cualitativa desempeña papeles muy diferentes en la Crítica y en la Dissertatio. Mientras que en la Crítica ambos tipos de representación colaboran en la conformación de un mismo conocimiento, en la Dissertatio Kant postula una separación tan radical, que cada tipo de representación se relaciona con dife­ rentes aspectos de la realidad y pertenece, por lo tanto, a distin­ tos campos del conocimiento. De acuerdo con la Dissertatio, las 16 En el § 7 de la Dissertatio, Kant lamenta que Wolff haya reducido la di­ ferencia entre lo sensible y lo inteligible a una diferencia entre representado* nes confusas y representaciones distintas. Al hacerlo —señala Kant—anuló “la excelente doctrina de la Antigüedad acerca de la constitución de los fenómenos y noúmenos, con mucho daño de la filosofía”. En la Crítica de la razón pura no sólo considera que la filosofía de Wolff y de Leibniz eliminó esta última dife­ rencia al tomar la diferencia entre representaciones sensibles e intelectuales como meramente gradual (A 44), sino que también le imputa haber descono­ cido, de esta manera, la diferencia irreductible entre las facultades que inter­ vienen en el conocimiento de los fenómenos mismos. Y esta carencia es algo que comparte esta filosofía incluso con posiciones empiristas. En el apéndice de la “Analítica de los principios", titulado “La anfibología de los conceptos de reflexión”, Kant afirma que “Leibniz intelectualizó los fenómenos, al igual que Locke sensificó todos los conceptos del entendimiento” (A 271). El error común de estos autores, según Kant, fue intentar explicar el conocimiento re­ curriendo a una sola facultad. La tendencia a unificar las facultades del cono­ cimiento en una sola es, en realidad, un rasgo característico de la filosofía moderna y tiene su origen en la obra de Descartes (Reglas para la dirección de la mente, XII, AT, X, pp. 415-416; Meditaciones metafísicas, VI, AT, VII, pp. 8586). Por ello, al oponerse a la doctrina wolffiana sobre la diferencia gradual en­ tre las representaciones sensibles y las intelectuales, Kant se opone a la con­ cepción generalizada de sus contemporáneos y predecesores inmediatos acerca de una sola facultad del conocimiento. Pero, como él mismo lo recono­ ce, con esta diferencia entre la facultad sensitiva y la intelectual no está intro­ duciendo una idea nueva, sino reestableciendo una diferencia que tiene sus orígenes en la filosofía griega y que se mantuvo durante la filosofía escolástica {cfr. Aristóteles, De anima, 427b7-15). Con respecto a esta diferencia, sus orí­ genes y los autores a los que Kant se opone, véanse: L. Falkenstein, Kant’s Intuitionism: A Commentary on the Trascendental Aesthetic, pp. 28-71; R. Torretti, Manuel Kant. Estudio sobre los fundamentos de la filosofía crítica, pp. 146-165.

representaciones sensibles provienen de la sensibilidad y, por ello, no pueden valer más que para los objetos “tal como apare­ cen”, es decir, para los fenómenos.17 No pueden representar las cosas conforme a su “interna y absoluta constitución”,18 ya que o bien son el resultado de una “afección del sujeto”, ocasio­ nada por la presencia del objeto, o bien le conciernen sólo a la “constitución natural” del mismo, por la cual sufre aquellas afecciones. Las representaciones intelectuales, en cambio, al no tener su origen en la sensibilidad, al no ser el producto de una relación causal, representan las cosas “tal como son”.19 La facultad de la cual provienen es el entendimiento (Intelligentiaf"0 y se adquieren a partir de ciertas “leyes connaturales de la mente”, ñjando la atención en nuestras propias acciones mentales.21 Estas leyes no son los principios que nos permiten subordinar y comparar representaciones, sino las leyes que de­ terminan lo que Kant denomina “uso real” del entendimiento, en contraste con el “uso lógico”. El “uso real ” del entendimien­ to es el que nos permite pensar en las cosas mismas y en las re­ laciones que guardan entre sí, mientras que el “uso lógico” tan sólo sirve para subordinar, ordenar y comparar representacio­ nes.22 Así pues, las representaciones intelectuales son concep­ tos que obtenemos del propio entendimiento, mediante las cuales pensamos en los objetos y sus relaciones. Por los ejemplos que Kant ofrece de las representaciones ad­ quiridas de esta última manera, no cabe duda de que entre ellas se encuentran los conceptos que en la C rítica denominará “categorías” o “conceptos puros del entendimiento”. “Son de esta clase los conceptos de ‘p osibilidad’, ‘existencia’, ‘necesi­ dad’, ‘sustancia’, ‘causa’, etc.”23 La caracterización de estos con­ ceptos sufrirá una transformación radical, ocasionada por la pregunta que se hace Kant en la carta a Herz. Sin embargo, creo que conservarán dos rasgos esenciales: 1) ser conceptos 17 Dissertatio, § 3 y § 4 (A.A., II, p. 392); trad. Ceñal, p. 10, 18 Ibid., § 11 (A.A., II, p. 397); trad. Ceñal, p. 15. 19 Ibid., § 4 (A.A., II, p. 392). 20 Ibid., § 3 (A.A., II, p. 392); trad. Ceñal, p. 10. 21 Ibid., § 8 (A.A., II, p. 395); trad. Ceñal, p. 13. 22 Cfr. ibid., § 5 (A.A., II, p. 393); trad. Ceñal, p. 11. 23 Ibid., § 8 (A.A., II, p. 395); trad. Ceñal, p. 13.

no-empíricos de objetos, y 2) no ser conceptos adquiridos a par­ tir del “uso lógico” del entendimiento. La enorme diferencia que los separa tiene que ver, sobre todo, con la aplicación de los mismos. En la Dissertatio, Kant los coloca dentro del mismo grupo de aquellas representaciones que en la Crítica llamará “ideas de la razón” (en sentido restringido) y aprueba su aplica­ ción a los objetos de estas ideas, lo cual equivale a legitimar la metafísica que más tarde desacreditará. En cambio, su aplica­ ción a las representaciones sensibles, en donde más tarde bus­ cará la justificación de su objetividad y la determinación de los límites de su uso legítimo, apenas es mencionada a título de principios de utilidad para el entendimiento, cuyo fundamento es subjetivo. Paul Guyer llega incluso a sostener que “la idea de una facultad intelectual que haga uso de conceptos puros en el conocimiento empírico simplemente no figura en la Dissertatio. El uso real del intelecto proporciona conocimiento de objetos como Dios, el alma o la perfección moral, los cuales no son para nada objetos de conocimiento sensible.”24 Pero Kant parece haber escrito la Dissertatio cuando empeza­ ba a concebir ideas que habrían de transformar definitivamente su filosofía, de tal manera que es posible encontrar pasajes que anticipan la idea del entendimiento tal como la manejará en la Crítica de la razón pura. Estos pasajes se encuentran, sobre todo, en la sección final, titulada “Del método en la metafísica, en re­ lación con lo sensible y con lo intelectual”. En ella, Kant aborda básicamente aquellos principios de la sensibilidad que pueden ser tomados falsamente como principios que valen para los ob­ jetos en general y, por lo tanto, también para los objetos corres­ pondientes a las representaciones intelectuales. Al estilo de la Dialéctica Trascendental en la Crítica, Kant habla aquí de “ilu­ siones” que se generan por el abuso de determinados concep­ tos; de la confusión de diferentes ámbitos del conocimiento, ocasionada por pretender rebasar los límites de su aplicación; y de “axiomas subrepticios”. Lo que le interesa a Kant es mante­ ner a los conceptos provenientes de la sensibilidad dentro de sus límites (los objetos de los sentidos) y no permitirles alterar los principios que determinan el conocimiento intelectual. El 24 P. Guyer, Kant and the Claims of Knowledge, p. 18.

peligro de transgredir los límites de la sensibilidad se da cuando utilizamos un “concepto sensible”, es decir, un concepto que hemos adquirido a partir de los datos de los sentidos, como pre­ dicado de un concepto del entendimiento. Si el juicio que así surge se considera válido para los objetos tal como son y no se restringe al campo del conocimiento sensible, entonces esta­ mos rebasando ilegítimamente los límites de este campo.25 Pero Kant aclara en una nota que a la inversa no transgredimos límite alguno, ya que los conceptos intelectuales, al valer para los objetos tal como son, valen para los objetos en general y no sólo para un determinado tipo o aspecto de los mismos: cuando el predicado es un concepto intelectual, la relación con el sujeto del juicio, aun cuando se le piense como sensible, ex­ presa siempre una nota característica que le compete al obje­ to mismo. Sin embargo, cuando el predicado es un concepto sensible, no tiene validez para el sujeto del juicio pensado por el entendimiento y, consecuentemente, no puede ser afirmado objetivamente, pues las leyes del conocimiento sensible no son las condiciones de posibilidad de las cosas mismas.26 Debido a la tajante diferencia que Kant establece en la se­ gunda sección de la Dissertatio entre representaciones sensibles y representaciones intelectuales, parece como si los objetos correspondientes a estos dos tipos de representaciones fueran distintos. Sin embargo, en el pasaje antes citado, Kant admite que ambos tipos de representaciones pueden valer para los mismos objetos. Con ello se acerca a la idea de las categorías como condiciones de posibilidad de los objetos de la experien­ cia, aunque aquí simplemente acepta la posibilidad de usar conceptos del entendimiento como predicados de los objetos de los sentidos y está lejos de afirmar que ello sea necesario. Pero, más adelante, en el último parágrafo de esta sección, Kant aborda determinados principios que descansan en “leyes del conocimiento intelectual”, sin los cuales el entendimien­ to “apenas seria capaz de juicio alguno acerca de objetos da­ 25 Dissertatio, § 24 (A.A., II, pp. 411-412); trad. Ceñal, pp. 52-33. 26 Ibid., la traducción es mía.

dos”.27 Es verdad que Kant advierte que estos principios tienen sólo un fundamento subjetivo, pues resultan convenientes para un uso cómodo y fácil del entendimiento, si bien no provienen de los objetos a los cuales se aplican, ni de las condiciones de su receptividad. Esta aclaración anticipa lo que en la Crítica lla­ mará Kant el “uso regulativo de las ideas de la razón”. De he­ cho, uno de los tres principios que menciona corresponde a uno de los principios que caracterizan en la Crítica ese uso re­ gulativo: “la predilección por la unidad , propia del espíritu filo­ sófico, del cual ha dimanado este canon tan difundido: no se han de multiplicar los principios sin suma necesidad.. ”28 Sin embar­ go, los otros dos principios concuerdan mejor con el uso que Kant le asignará en la Crítica al entendimiento con respecto al conocimiento de los objetos dé la experiencia. Uno de ellos afirma que “en el universo todo se hace según un orhen de la naturaleza”; el otro, que “nada en la materia nace o perece”.29 Guyer considera que el primero de estos principios anticipa el princi­ pio de la segunda analogía de la experiencia y que el segundo es un antecedente del principio de la primera analogía de la ex­ periencia en la Crítica de la razón pura .30 Sin entrar en detalles, lo que puede decirse con seguridad es que, desde la perspecti­ va de la Crítica, estos dos principios tendrían un valor objetivo y, consecuentemente, no tendrían por qué formar parte del uso regulativo de la razón. Otro de los pasajes de la Dissertatio que hace pensar en el de­ sarrollo posterior de la filosofía de Kant es aquel en el cual de­ fine ni más ni menos que el concepto mismo de experiencia. En lo sensible y en el fenómeno, lo que antecede al uso lógico se llama apariencia, y se llama experiencia el conocimiento refle­ jo originado a partir de múltiples apariencias comparadas por el intelecto. No se da, por consiguiente, camino de la aparien­ cia a la experiencia sino por medio de la reflexión, según el uso lógico del intelecto.31 27 Ibid., § 30 (A.A., II, p. 418); la traducción es mía. 28 Ibid., trad. Ceñal, p. 39. 29 Ibid. 30 P. Guyer, op. cit, p. 19. 31 Dissertatio, § 5 (A.A., II, p. 394); trad. Ceñal, p. 12.

Conforme a esta definición, la experiencia no es un campo de conocimientos que dependa exclusivamente de la facultad receptiva del sujeto, sino que es el resultado del uso del enten­ dimiento en el campo de las representaciones sensibles, me­ diante el cual construimos una unidad a partir de una plurali­ dad que nos es dada. Es cierto que Kant pone énfasis en que este uso del entendimiento es sólo lógico y que, por lo tanto, el orden que así introducimos tan sólo tiene que ver con nuestras representaciones y no nos proporciona conocimiento alguno acerca de los objetos tal como son. Pero la idea fundamental de la unidad de la experiencia, determinada por el uso del enten­ dimiento, se encuentra ya presente. En todos estos pasajes de la Dissertatio es posible reconocer ideas que desarrollará Kant en la Crítica de la razón pura, pero en una posición de conjunto diferente, la cual en algunas par­ tes coincide con la otra y en otras resulta opuesta. Es como si estuviéramos ante las piezas de un rompecabezas que pudie­ ran describir diferentes figuras, las cuales, sin embargo, coinci­ dieran en algunos trazos. La idea de una ilusión, ocasionada por rebasar los límites de validez de determinados conceptos, ya está presente en la Dissertatio, sólo que aquí la ilusión se ge­ nera cuando queremos hacer valer irrestricta y objetivamente principios que sólo tienen un valor subjetivo, ya que sólo se refieren a las cosas según nos aparecen. En la Critica, en cam­ bio, esta ilusión se genera cuando queremos hacer valer prin­ cipios que valen objetivamente para los objetos de la ex­ periencia como principios de algo que no nos puede ser dado. En ambos casos, sí, la ilusión se genera por rebasar el campo de la experiencia, pero en el primero se da por querer in­ troducir una restricción a las representaciones intelectuales, mientras que, en el segundo, se da por querer ampliar la ob­ jetividad asegurada en el campo de la experiencia a los con­ ceptos cuyos objetos son suprasensibles. En ambas obras se mencionan también principios que permiten organizar los co­ nocimientos de la experiencia, no obstante tener un valor sólo subjetivo; sin embargo, en la primera, esto se debe, en última instancia, a la naturaleza subjetiva de las representaciones sen­ sibles, mientras que, en la otra, se debe a que esos principios se derivan de algún concepto que no tiene un correlato sensi­

ble. Así mismo, en las dos obras se habla de aplicar conceptos del entendimiento a representaciones sensibles, mediante lo cual se obtienen determinaciones objetivas de las cosas a las que corresponden; pero, en la Dissertatio, esto es posible por­ que esos conceptos, por sí mismos, valen para las cosas tal como son, mientras que, en la Critica, esa aplicación sólo se justifica porque esos conceptos son condiciones de posibilidad de los objetos que les corresponden a las representaciones sensibles. La diferencia entre estas posiciones puede entenderse mejor si se piensa en los distintos sentidos del término “objetivo”, presupuestos por cada una de estas posiciones. En el caso de la Dissertatio, una representación es objetiva cuando representa un objeto sin tomar en cuenta la posición que el sujeto del co­ nocimiento guarda con él, es decir, cuando lo representa sólo tomando en consideración su naturaleza y no su relación con el sujeto. En el caso de la Critica, una representación es objetiva cuando tenemos razones para justificar que corresponde, pue­ de o tiene que corresponder, a algún objeto. Cuando Kant se pregunta en la carta a Herz “¿en qué razón descansa la relación de aquello que en nosotros llamamos representación con el ob­ jeto?” y decide orientar sus investigaciones metafísicas hacia la solución de este problema, está desplazando la pregunta por la objetividad, en el primer sentido, por el problema de la objeti­ vidad en el segundo. En el primer caso, el asunto por resolver es qué tipo de representaciones puede hacernos pensar en los objetos tal como son; en el segundo, qué razones tenemos para considerar que a las representaciones les puede corresponder un objeto. Este cambio de perspectiva obligará a Kant a reordenar completamente las piezas que ha utilizado en la Dissertatio. Pero esta reordenación sólo es posible porque Kant mantiene fijo un punto: que existen representaciones que provienen del entendimiento puro, es decir, adquiridas por abstracción “a partir de las leyes inherentes a la mente”,32 por las cuales pen­ samos objetos. Bayo este supuesto, la pregunta, de la cual Kant afirma que depende todo el secreto de la metafísica, adquiere su verdadero significado y su peculiaridad. El sentido de esta 32 Dissertatio, § 8 (A.A., II, p. 13), la traducción es mía.

pregunta resalta, en la carta a Herz, cuando Kant la reformula, después de haber declarado que la relación de causalidad justi­ fica la relación que las representaciones sensibles guardan con sus objetos y después de haber insistido en que los conceptos puros del entendimiento no provienen de la sensibilidad. En esta reformulación, Kant pregunta exclusivamente por la rela­ ción de las representaciones intelectuales con sus objetos: si es­ tas representaciones descansan en nuestra actividad interna, ¿de dónde proviene la concordancia que deben tener con los objetos que no son pro­ ducidos por ellas?; y los axiomas de la razón pura acerca de esos objetos, ¿cómo concuerdan con ellos sin pedirle ayuda a la expe­ riencia?33

Kant no responde a esta pregunta en esta carta, pero la manera como la desarrolla y reformula hace pensar que ya te­ nía una respuesta; una respuesta que interpreta los concep­ tos puros del entendimiento como condiciones de posibilidad del pensar objetos de la experiencia. En ella queda ya claro que la relación de estos conceptos con sus objetos no puede ser una relación de causalidad, sino que debe ser una relación de concordancia [Übereinstimmung]. Queda también claro que el interés de Kant se dirige a explicar esta relación de concor­ dancia sólo con respecto a los objetos de la experiencia y no con respecto a los objetos en general, como cabría esperar si­ guiendo la línea de pensamientos de la Dissertatio. Cómo —vuelve a preguntarse Kant, esbozando ya la respuesta que daría años más tarde—debería mi entendimiento formarse, por sí mismo, conceptos de cosas completamente a priori , con los cuales esas cosas deban concordar necesariamente; cómo debería for­ mular principios reales acerca de su posibilidad, con los cuales tenga que concordar fielmente la experiencia y que, sin embargo, sean independientes de ella.34 33 Carta a Marcus Herz del 21 de febrero de 1772 (A.A., X, p. 131). 34 Ibid.

A diferencia de la Dissertatio, aquí Kant insiste en que los obje­ tos de la experiencia tienen que concordar necesariamente con esos conceptos a priori, los cuales determinan el “uso real” del entendimiento. En esta carta, Kant deja ver también que ya se encontraba buscando la respuesta a esa pregunta en el papel que desempe­ ñan los distintos tipos de juicio en el conocimiento de los obje­ tos. Esto sugiere que Kant ya había desarrollado una concep­ ción diferente de la expuesta en la Dissertatio acerca de los conceptos puros del entendimiento y que pensaba que esta idea podía justificar la validez objetiva de esos conceptos, así como delimitar el alcance de su uso legítimo. Al buscar de esta manera las fuentes del conocimiento intelec­ tual, sin las cuales no es posible determinar la naturaleza y los límites de la metafísica, dividí esta ciencia en partes esencial­ mente distintas e intenté traer la filosofía trascendental, es de­ cir, todos los conceptos de la razón pura completa, a un deter­ minado número de categorías; pero no como Aristóteles, que en sus diez predicamentos las dispuso azarosamente como las fue encontrando una al lado de la otra, sino tal como se divi­ den por sí mismas en clases, a través de un número reducido de principios de la razón,35 La respuesta que Kant anuncia aquí sólo comprende algu­ nos elementos de la compleja respuesta que Kant dará en la Crítica de la razón pura al problema acerca de la objetividad de los conceptos puros del entendimiento. En los años que sepa­ ran la redacción de esta carta y la primera edición de la Critica, Kant descubrirá nuevos aspectos del problema planteado e irá incorporando nuevos elementos a su respuesta. La perspectiva desde la cual Kant responde a la pregunta que se hace en la car­ ta a Herz se irá transformando a tal punto, que lo más conve­ niente para entender el resultado final es distinguir varias propuestas de solución. Wolfgang Cari, en su libro Der schweigende Kant, distingue tres propuestas previas a la publicación 55 Ibid., pp. 131-132).

de la Criticad La primera es concebida por Kant en los prime­ ros años de la década de los setenta del siglo xvm y se halla ex­ puesta, sobre todo, en las reflexiones 4629-4634, publicadas por Erich Adickes en el tomo XVII de las obras completas de Kant, editadas por la Akademie der Wissensckaften. En ella, Kant desarrolla la idea de las categorías como condiciones de posibi­ lidad de los objetos de la experiencia. La segunda aparece alre­ dedor de 1775, en los llamados “manuscritos de Duisburg” (R4674-4684), también publicados en ese tomo de las obras completas de Kant. Aquí, los conceptos puros del entendimien­ to son tratados, fundamentalmente, como reglas que nos per­ miten ordenar nuestras representaciones sensibles y la noción de apercepción aparece por primera vez estrechamente vincu­ lada a esos conceptos. La tercera proviene de 1780,37 en ella, la noción de apercepción también ocupa una posición central, pero es tratada desde una perspectiva diferente: a través de lo que podría llamarse una teoría de las facultades cognoscitivas, en la cual la imaginación desempeña un papel preponderante. En los dos siguientes capítulos abordaré estas tres propues­ tas, y posteriormente analizaré cómo se entremezclan en la Crí­ tica de la razón pura. En algunos puntos sigo la interpretación de Cari, en otros difiero considerablemente; en conjunto trazo una trayectoria distinta de la que ofrece su exposición.

36 Véase también: “Kant’s First Drafts of the Déduction of the Categories”, en E. Fórster (ed.), Kant’s Transcendental Deductions, pp. 3-20. 37 A.A., XXIII, pp. 18-20.

CONCEPTOS PUROS DEL ENTENDIMIENTO HACIA 1772: FUNCIONES QUE COORDINAN POSICIONES EN LOS JUICIOS CON POSICIONES EN EL ESPACIO Y EL TIEMPO 1. Uso lógico y uso real del entendimiento En la carta a Marcus Herz de 1772, la principal preocupación de Kant con respecto a la metafísica consiste en explicar cómo es posible que conceptos no derivados de la experiencia puedan valer objetivamente para los objetos de la misma. Esta explica­ ción debe definir los límites de la metafísica, lo cual equivale a decir: los límites de la aplicación legítima de los conceptos pu­ ros del entendimiento, mediante los cuales pensamos a priori en objetos. Algunos de los elementos de lo que podríamos con­ siderar, siguiendo a Cari,1 la primera propuesta de solución a este problema también se encuentran ya esbozados en esta car­ ta. En particular, hay tres ideas que me parece fundamental destacar para entender esta primera explicación: 1) las repre­ sentaciones sensibles tienen una relación comprensible con los objetos de la experiencia; 2) la relación entre los conceptos del entendimiento y esos objetos no es una relación de causalidad, sino de concordancia; y 3) el entendimiento puede formular “principios reales ’ acerca de la posibilidad de las cosas que nos son dadas en la experiencia. La primera idea podría parecer superflua, pero es de la ma­ yor importancia, ya que, para dar respuesta a su principal pre­ 1 W. Cari, Der schweigende Kant, pp. 50-73.

ocupación, Kant adopta una estrategia semejante a la que más tarde llamará en la Crítica “exposición trascendental”,2 a saber: aceptar que tenemos determinado tipo de conocimientos y pre­ guntar cómo es posible ese tipo de conocimientos. En la carta a Marcus Herz, la pregunta general “¿en qué razón descansa la re­ lación de aquello que en nosotros llamamos representación con el objeto?” se convierte en una pregunta acerca de la relación entre los conceptos puros del entendimiento y sus objetos, una vez que Kant ha observado que con respecto a las representacio­ nes sensibles no presenta una verdadera dificultad. En cambio, en las primeras reflexiones que tratan de responder a esta pre­ gunta específica, Kant parece dirigirle la pregunta general a las representaciones sensibles. Efectivamente, estas representacio­ nes nos permiten conocer objetos de la experiencia; pero ¿có­ mo és esto posible? Sabemos que no se obtienen reflexionando sobre nuestra propia actividad pensante; pero ¿por qué pensa­ mos en objetos a los cuales supuestamente corresponden?, ¿qué razón tenemos para colocar un objeto al cual deben correspon­ der? Estas preguntas parecen haber sido aquellas que conduje­ ron a Kant a concebir los conceptos puros del entendimiento precisamente como esos conceptos mediante los cuales pensa­ mos en los objetos a los que deben corresponder las representa­ ciones sensibles. De esta manera, se abría la posibilidad de garantizar la validez objetiva de esos conceptos, pero también se limitaba el campo de su aplicación legítima, ya que su justifi­ cación se apoyaba en la función que desempeñan en el conoci­ miento de los objetos de la experiencia. En la Dissertatio Kant tan sólo había aceptado que era posible aplicar conceptos del entendimiento a las representaciones sen­ sibles, así como a sus correlatos objetivos, los fenómenos. Al pa­ recer, la carta que le envió Johann Heínrieh Lambert en octubre de 1770, en la cual comenta la Dissertatio, influyó en el cambio de perspectiva de Kant,3 o más bien lo estimuló a reto­ mar ideas que ya había empezado a desarrollar, quizá desde 1765 aproximadamente. En esta carta, Lambert considera que 2 Cfr. B 40. 3 Cfr. L.W. Beck, Essays on Kant and Hume, p. 106; Cari, Der schweigende Kant, p. 23.

es útil para la metafísica estudiar “los conceptos que se encuen­ tran asegurados” en los fenómenos, ya que la teoría de los con­ ceptos finalmente tiene que aplicarse también a ellos. En la carta a Marcus Herz de 1772, Kant muestra que ya ha adoptado esta posición, según la cual los conceptos del entendimiento tienen que valer —no sólo pueden—para los objetos de la expe­ riencia. Y da un paso más al sostener que los objetos de la ex­ periencia son los que tienen que concordar con los conceptos puros del entendimiento y no éstos últimos los que tienen que ceñirse a lo que nos es dado. Con ello, Kant se encuentra ya en­ focando estos conceptos como condiciones de posibilidad de los fenómenos, de manera semejante al espacio y al tiempo en la Dissertatio. Sin embargo, estas nuevas condiciones no podían quedar asimiladas al espacio y al tiempo, porque, en cuanto conceptos puros, no cabía caracterizarlas como condiciones de la sensibilidad, es decir, de nuestra facultad receptiva. Al que­ dar excluida la relación de causalidad entre el entendimiento y su objeto, no era posible explicarlas como formas de aquello en lo cual los objetos causan un efecto; había que buscar otra ma­ nera de caracterizar esas nuevas condiciones de posibilidad de los fenómenos. Al parecer Kant se encontraba ya en posesión de una solución a este problema: apelar al “uso real” del enten­ dimiento, en contraste con el “uso lógico” del mismo, que había expuesto en la Dissertatio;'5 sólo que la forma en que lo había ex­ plicado aquí quizá le impedía tomar la decisión que finalmente adoptó, apartándose así definitivamente del “uso dogmático de la razón”, que todavía mantiene en esta obra. En ella, el uso real del entendimiento debía contribuir fundamentalmente al desa­ rrollo de una metafísica que tratara acerca de los objetos “tal como son” y no “tal como aparecen”. La idea de una “metafísica de la experiencia” estaba, pues, del todo ausente. Sin embargo, en varias reflexiones previas a la Dissertatio, Kant define la tarea de la metafísica de tal forma que no la restringe al “mundo in­ teligible”, dejando así abierta la posibilidad de una “metafísica de la experiencia”. En una de estas reflexiones, Kant distingue 4 A.A., X, p. 108. 5 Dissertatio, § 5. 6 Sobre el término “metafísica de la experiencia”, véase: R. Torretti, Ma­ nuel Kant. Estudio sobre los fundamentos de la filosofía critica, pp. 418 y ss.

la lógica de la metafísica apelando a lo que llama en la Dissertatio “uso lógico” y “uso real” del entendimiento. Toda filosofía pura es o bien lógica, o bien metafísica. Aquélla comprende sólo la subordinación de unos conceptos bajo la es­ fera de otros, ya sea inmediata, en juicios, o mediata, en argu­ mentos. Pero deja los conceptos, que pueden subordinarse unos a otros, indeterminados y no establece qué predicados les corresponden a las cosas conforme a leyes de la razón pura. De ahí que reconocer los primeros predicados de las cosas, a tra­ vés de la razón pura, sea un asunto de la metafísica, y también, por consiguiente, buscar los primeros conceptos fundamenta­ les con los cuales juzgamos por la razón pura y los principios.7

De acuerdo con esta reflexión, la lógica se ocupa sólo de la re­ lación entre conceptos, sin atender a los objetos que les corres­ ponden. En cambio, la metafísica pretende determinar lo que puede decirse de los objetos, atendiendo exclusivamente a lo que se piensa a priori de los mismos y, por lo tanto, tiene que atender a la relación que guardan en general las representacio­ nes con sus objetos. Retomando esta línea de pensamiento, para la cual la metafísica también tiene que ver con las representacio­ nes sensibles,8 Kant parece haber dado con “la clave del miste­ rio de la metafísica”, que menciona en la carta a Herz. En una reflexión que Adickes ubica entre 1770 y 1771,9 quizá ocasiona­ da por la sugerencia de Lambert, Kant da con la definición fun­ damental de las categorías que le permitirá concebirlas como condiciones de posibilidad de los objetos de la experiencia. Las categorías son acciones universales de la razón, a través de las cuales pensamos un objeto en general (con respecto a representa­ ciones, a fenómenos). Las acciones del entendimiento tienen que ver o bien con con­ ceptos [...] en cuanto a la relación de unos con los otros o bien con las cosas, pues el entendimiento piensa en un objeto en general, en la manera de asentar [setzen] algo en general y sus rela7 RS946; A.A., XVII, p. 359. 8 Cfr. R3947; A.A., X, p. 360. 9 Cfr. A.A., XVII, p. VIII.

dones. Ambos casos sólo se distinguen porque en el primero las representaciones son puestas [gesetz werden], mientras que en el se­ gundo las cosas son puestas a través de Las representaciones.10

Aquí Kant vuelve a la diferencia entre uso lógico y uso real del entendimiento, pero ya con la clara intención de utilizarla para dar cuenta de la relación entre conceptos puros del enten­ dimiento y objetos correspondientes a representaciones sensi­ bles. Es cierto que no utiliza el término “representación sen­ sible”, pero está claro que por “fenómeno” no entiende aquí el objeto correspondiente a esas representaciones, sino sólo su contenido sensible, pues lo que está planteando en esta re­ flexión es precisamente que a través de las categorías pensamos ese objeto que les corresponde. Siguiendo esta reflexión, puede decirse, entonces, que tenemos dos formas de pensar las repre­ sentaciones: o bien por sí mismas y, en tal caso, las comparamos y subordinamos entre sí, o bien en función del objeto que re­ presentan. Pero debemos contar con conceptos mediante los cuales podamos distinguir cuándo pensamos sólo las represen­ taciones y cuándo los objetos a través de las representaciones. Estos conceptos son las categorías que nos indican qué es un ob­ jeto en general o, más precisamente, qué debe exigírsele a una representación para poder pensar en un objeto correspondien­ te a la misma. 2. La posición fija en los juicios “¿Qué es objeto?”, “¿en qué consiste la relación de una determi­ nación del alma [Seelé] con otra cosa?”, “¿cuál es el fundamento de la correspondencia?”, “¿cómo distinguimos lo que se relacio­ na con el objeto de lo que se relaciona con el sujeto?” Estas preguntas expresan las preocupaciones teóricas que Kant tenía cuando le escribe a Marcus Herz, anunciando un nuevo proyec­ to filosófico. En la última reflexión que he citado, se encuentra ya el primer paso para responder a esas preocupaciones: hay determinados conceptos puros del entendimiento mediante los 10 R4276; A.A., XVII, p. 492-493. 11 R4286; A.A., XVII, p. 496.

cuales pensamos lo que es un objeto en general y gracias a los cuales concebimos los objetos que corresponden a las repre­ sentaciones sensibles. Pero ¿en qué consisten estos conceptos?, ¿cómo es posible determinar lo que es un objeto en general sin apelar a los datos de la sensibilidad?, ¿cómo especificar la ac­ ción que lleva a cabo el entendimiento al aplicar estos concep­ tos a representaciones sensibles? Para dar respuesta a estas preguntas, Kant parte de una de las premisas fundamentales de su filosofía: “pensar es juzgar”.12 No es, pues, de extrañar que Kant busque la solución a estas preocupaciones en la función que desempeñan esos conceptos en los juicios acerca de obje­ tos. ¿Qué es aquello que nos indica que en un juicio nos esta­ mos refiriendo a un objeto? Ésta es la pregunta clave para poder definir más detalladamente lo que son esos conceptos. Se llama objeto sólo aquello que posee una cualidad lógica; por ejemplo, el sujeto no relativo a otro concepto, sino en sí mismo. Estos objetos se distinguen de los fenómenos, los cua­ les pueden, es cierto, ser colocados bajo relaciones lógicas, pe­ ro no les corresponde de manera absoluta esta cualidad lógica. Cuando a un fenómeno le corresponde una posición lógica, la cual tiene que ver con los datos del fenómeno y no con la re­ lación de una representación con otra, entonces es objetivo; por ejemplo, fundamento [Grund], causa.13 Por “cualidad lógica” Kant entiende aquí la característica que adquiere una representación al figurar en una determi­ nada posición de un juicio; por ejemplo: sujeto, predicado, an­ tecedente, consecuente, etc. Una representación sensible es objetiva, entonces, cuando ocupa una determinada posición en el juicio y sólo puede ocupar esa posición, no otra. Esa posi12 R4638; A.A., XVII, p. 620. 13 R4285; A.A., XVII, p. 496. El concepto de sustancia primera que Aristó­ teles expone en Categorías (5, 2all-14) es un claro antecedente de la idea que Kant expone en esta reflexión: que la posición fija del sujeto en un juicio es cri­ terio para saber cuándo estamos hablando de un objeto. Sin embargo, Kant pretende utilizar la posición fija de los términos en un juicio no sólo para deri­ var el concepto de sustancia, sino para derivar, en general, los conceptos que nos permiten pensar en los objetos y sus relaciones, dentro de los cuales, por supuesto, cae, para Kant, el concepto de causa.

ción debe ocuparla, además, en virtud de su propio contenido. No basta, pues, con integrar una representación a un juicio para considerarla objetiva. Debe haber algo en ella que nos exi­ ja integrarla de cierta manera. Modificando un poco los térmi­ nos que Kant utiliza aquí, cabría interpretar lo que sostiene esta reflexión de la siguiente manera: sólo el contenido de aquellas representaciones sensibles, al cual nos referimos con términos que ocupan una posición fija en los juicios, puede considerarse objetivo. Para entender mejor esta idea, hay que recurrir a la diferencia entre lo que más tarde, en los Prolegóme­ no,, Kant llamará “juicios de percepción” y “juicios de experien­ cia”,14 la cual me parece que está esbozando precisamente en esta reflexión, a pesar de no manejar aún la terminología de esa obra. En los Prolegomena, Kant llama “juicios de percepción” a aquellos juicios empíricos que no requieren ningún concepto puro del entendimiento, “sino sólo del enlace lógico de las per­ cepciones en un sujeto pensante”,15 de ahí que sólo tengan un valor subjetivo. Estos juicios corresponden a aquellos a los que se refiere la reflexión cuando menciona la posibilidad de que los fenómenos ocurran en alguna posición lógica, a pesar de no tenerla de manera absoluta. Podemos, entonces, entender por “fenómenos”, en el primer caso, percepciones o representacio­ nes sensibles. En cambio, los juicios de experiencia, de acuerdo con los Prolegomena, “exigen en todo momento, además de las representaciones de la intuición sensible, determinados con­ ceptos generados originariamente en el entendimiento, los cuales hacen precisamente que el juicio de experiencia sea váli­ do objetivamente”.16 Y esto sucede al darles a los juicios de per­ cepción, que sólo valen para el sujeto, una “nueva relación, a saber, con el objeto”.17 Estos juicios corresponden a aquellos de la reflexión en los cuales podemos considerar al fenómeno 14 Acerca de la relación entre la diferencia juicios de percepción/juicios de experiencia y las categorías como conceptos que determinan representaciones sensibles en atención a las funciones lógicas de los juicios, véase: B. Thóle, Kant und das Problem der Gesetzmafíigkeil der Natur, pp. 100-112. 15 Prolegomena, § 18 (A.A., IV, p. 298). 15 Ibid 17 Ibid.

como objetivo, de tal suerte que, en este segundo caso, por “fe­ nómeno” debemos entender objeto de la experiencia. Teniendo en cuenta las dos últimas reflexiones que he co­ mentado, creo que es posible encontrar en ellas esa idea de los Prolegomena según la cual los conceptos puros del entendimien­ to son aquello que nos permite darles objetividad a las repre­ sentaciones sensibles, que, por sí mismas, sólo poseen un valor subjetivo. Siguiendo esta caracterización, estos conceptos de­ ben servirnos como criterios para distinguir representaciones subjetivas de representaciones objetivas y, por lo tanto, deben responder a la pregunta “¿cómo distinguimos lo que se relacio­ na con el objeto de lo que se relaciona con el sujeto?” La posi­ ción fija de los términos con los cuales nos referimos a los fenómenos es —de acuerdo con la última reflexión citada— el criterio general para establecer esta diferencia. ¿Por qué? En esta misma reflexión, Kant agrega a la definición de objeto an­ tes citada, la siguiente observación: “sólo podemos concebir que los fenómenos corresponden a cosas si son los fundamen­ tos de un conocimiento posible y de valor universal [allgemeingültig]. Pero lo pueden ser si se ajustan a la forma lógica.” Esta observación puede explicar por qué Kant piensa que al fi­ jar la posición de una representación en el juicio le otorgamos objetividad. La idea principál para justificar esto consiste en equiparar dos sentidos del término “objetivo”, a saber: en cuan­ to designa la correspondencia de la representación con un ob­ jeto, y en cuanto designa el valor universal del juicio en el cual ocurre la representación en cuestión. Pero este valor universal no significa, en este contexto, que el juicio sea universal, sino que valga en cualquier momento y para cualquier sujeto. Para aclarar este asunto hay que recurrir aquí también a los Prolegomena, que siguen una línea de pensamiento semejante a la de esta reflexión. En esta obra, Kant sostiene que los juicios de ex­ periencia deben ser válidos para nosotros en todo momento e igualmente para cualquier otro; pues si un juicio concuerda con un objeto, entonces todos los juicios acerca del mismo objeto deben concordar entre sí y,

así, la validez objetiva de los juicios de experiencia no significa más que la validez universal necesaria del mismo.19

En la reflexión 4285, Kant afirma que los fenómenos o las percepciones corresponden a cosas si son el fundamento de un conocimiento de valor universal, y esto sólo es posible si se ajus­ tan a la forma lógica de los juicios. Sin embargo, no basta con “integrarlos” a juicios para que sean objetivos: requieren una posición fija en el juicio; dicho de otra manera, en todos los jui­ cios del mismo tipo deben figurar en la misma posición, es de­ cir, debemos ubicarlos siempre en la misma posición, de acuer­ do con lo que ellos son y no de acuerdo con la perspectiva desde la cual juzgamos. El valor universal de un conocimiento signifi­ ca, pues, en esta reflexión, que tenemos que reconocer la posi­ ción del fenómeno y no otorgársela segúií varíen las circunstan­ cias en las cuales emitimos juicios acerca de ese fenómeno. 3. Funciones que coordinan posiciones en los juicios con posiciones en el espacio y el tiempo En la reflexión 4638, Kant afirma que un fenómeno es objetivo cuando le corresponde una posición lógica en el juicio, “la cual tiene que ver con los datos del fenómeno”, es decir, cuando la posición fija en el juicio, que es lo que le otorga objetividad, se determina en atención a esos datos. Ahora bien, ya que el fenó~ meno, independientemente de su relación con el objeto y de su posición lógica (que le incumben sólo al entendimiento), no es más que una representación sensible, entonces la posición lógi> ca del término correspondiente al fenómeno tiene que fijarse atendiendo a esa otra facultad mediante la cual nos son dados los fenómenos, a saber, la sensibilidad. En una de las reflexiones que recogen —según Wolfgang Cari—las principales ideas de la primera respuesta a la carta a 19 Prolegomena, § 18 (A.A.; IV, p. 298). Véase también el § 19 (A.A., IV, p. 298): “Por ello, la validez objetiva y la validez universal necesaria (para todos) son conceptos intercambiables y, si bien no conocemos el objeto en sí, cuando consideramos que un juicio es válido para todos y, por ende, necesario, se en­ tiende con ello la validez objetiva.”

Herz, Kant establece un paralelismo entre el espacio y el tiem­ po, por un lado, y la forma lógica de los juicios, por el otro. La forma lógica es a las representaciones que el entendimiento tie­ ne de una cosa, lo que el espacio y el tiempo son a los fenómenos de la misma, a saber: contienen las posiciones para ordenarlos. La representación por la cual le asignamos al objeto una posición ló­ gica inherente es el concepto real y puro del entendimiento; por ejemplo: algo que en todo momento sólo puedo utilizar como su­ jeto, algo de lo cual tengo que derivar hipotéticamente una conse­ cuencia, etcétera. En la medida en que nuestras sensaciones reciben una deter­ minada posición (una posición determinada es distinta de una ar­ bitraria) en el espacio y en el tiempo, adquieren una función entre los fenómenos, pero la posición en el espacio y en el tiempo está determinada por la proximidad de otras sensaciones en ellos; por ejemplo, a un estado de mis sensaciones que tienen algo en común con las anteriores le sigue otro; la sensación de resistencia está ligada en el mismo espacio con el peso. A través de la determinación de la posición lógica recibe la re­ presentación una función entre conceptos. Por ejemplo: antece­ dente, consecuente. Sin embargo, la función sensitiva es el funda­ mento de la intelectual.20

Tanto el espacio y el tiempo, que ya en la Dissertatio se consi­ deran condiciones de posibilidad de los objetos de los senti­ dos, como la forma lógica de los juicios, contienen posiciones en las cuales ordenamos la materia del conocimiento. Lo que ordenamos en el espacio y el tiempo son sensaciones y el re­ sultado de esta operación son fenómenos, es decir, representa­ ciones sensibles que guardan determinadas relaciones espaciotemporales con otras representaciones. Lo que ordenamos en el juicio son conceptos y el resultado de otorgarles una deter­ minada posición los hace representaciones de objetos. Pero Kant no puede estar pensando aquí en cualquier orden de las representaciones en los juicios, pues la posición de una repre­ sentación en un juicio puede hacer abstracción del objeto que le corresponde. Puede depender de lo que es la representación

en cuanto estado mental del sujeto, en cuyo caso obtenemos juicios de percepción, o puede depender de la relación de sub­ ordinación de unos conceptos con respecto a otros. La forma lógica de los juicios y las distintas posiciones en los mismos son, por lo tanto, sólo el tablero en el cual colocamos las repre­ sentaciones. Necesitamos, además, determinados criterios para colocarlas en una u otra posición y, en el caso de los jui­ cios que se reñeren a objetos, esos criterios los proporcionan los conceptos puros del entendimiento. Estos criterios tienen que atender a los datos de los fenómenos. Esto significa que los conceptos puros del entendimiento son funciones median­ te las cuales se les asignan a los conceptos correspondientes a las representaciones sensibles determinadas posiciones lógicas en los juicios, de acuerdo con el orden que tienen esas repre­ sentaciones en el espacio y el tiempo. A esto precisamente pa­ rece referirse Kant al decir que “la función sensitiva es el fun­ damento de la intelectual”. En esta reflexión podemos, pues, reconocer la idea de las ca­ tegorías como funciones que coordinan intuiciones empíricas o representaciones sensibles con posiciones lógicas en los juicios. Y ésta es la idea que utilizará Kant en los Prolegomena para defi­ nir lo que es un concepto puro del entendimiento y por la cual justificará el asociarlos con las distintas formas de los juicios. La intuición dada —afirma Kant en esta obra—tiene que ser subsumida bajo un concepto que determina la forma del juicio en ge­ neral en atención a la intuición [...]; semejante concepto es un concepto puro a priori del entendimiento, el cual no hace más que determinar el modo general en que una intuición puede ser­ vir para los juicios.21

Y, más adelante, antes de presentar la tabla de los juicios junto a la tabla de los conceptos del entendimiento, aclara que para exponer la posibilidad de la experiencia, en cuanto que descan­ sa en conceptos puros del entendimiento, hay que presentar lo que pertenece a los juicios en general, 21 Prolegomena, § 20 (A.A.. IV, p. 300).

pues los conceptos puros del entendimiento, que no son más que conceptos de intuiciones en general, en cuanto que éstas son de­ terminadas en atención a uno u otro de estos momentos del jui­ cio, determinadas, por lo tanto, necesaria y universalmente, resul­ tarán exactamente paralelos a ellos.22

Es muy probable que aquel intento de reducir los conceptos puros del entendimiento a un determinado número de catego­ rías, al cual se refiere Kant en la carta a Herz, haya tenido como fundamento esta idea de esos conceptos como funciones que coordinan representaciones sensibles con posiciones lógicas en los juicios y que, por lo tanto, ya desde entonces haya pensado en hacer corresponder las categorías con una tabla en la cual se expongan las distintas formas de los juicios. Lo cierto es que en las últimas reflexiones que he presentado ya se encuentra esa idea, gracias a la cual puede justificar la validez objetiva de esos conceptos, por la que se pregunta en esa carta. Y esta justifica­ ción, que lo llevó finalmente a establecer la tabla de categorías conforme a la tabla de juicios, le permitía a su vez garantizar la aprioricidad de esos conceptos, pues, si bien era posible sospe­ char que los conceptos, mediante los cuales pensamos un obje­ to en general, se obtienen en realidad de la experiencia por generalización, resultaba inaceptable sostener que las formas lógicas de los juicios tuvieran ese origen, ya que los juicios acer­ ca de objetos y los juicios analíticos comparten las mismas for­ mas. Si era posible hacer corresponder esos conceptos con las formas lógicas de los juicios, quedaba, entonces, garantizada su aprioricidad con respecto a uno de los lados de la relación que establecen. En cuanto al otro lado de la relación, las representa­ ciones sensibles, Kant contaba ya con la idea del espacio y el tiempo como formas o condiciones de las mismas. Al disponer ya de esta concepción del espacio y el tiempo, Kant podía soste­ ner la idea de los conceptos puros del entendimiento como fun­ ciones que coordinan representaciones sensibles con formas lógicas de los juicios sin comprometer su aprioricidad. Estos conceptos deberían fijar la posición lógica de las representacio­ nes sensibles en juicios atendiendo sólo a su aspecto formal, es 22 Ibid., § 21 (A.A., IV, p. 302).

decir, a la posición que guardan en el espacio y el tiempo, cuya determinación era lo que definía a esa “función sensitiva” en la que se basa la “función intelectual” o la función de las catego­ rías. Y, así como el espacio y el tiempo constituían condiciones de posibilidad de los objetos, en cuanto que nos son dados, las categorías podían concebirse también como condiciones de posibilidad de esos mismos objetos, no en cuanto que nos son dados, sino en cuanto que pensamos en ellos, es decir, en la me­ dida en que podemos integrar sus representaciones en juicios. Al parecer, esta analogía con el espacio y el tiempo es lo que llevó a Kant a desarrollar la idea de las categorías como23condiciones de posibilidad de los objetos de la experiencia. Pero esta nueva idea no dejaba inalterada la concepción del espacio y el tiempo. En la Dissertatio éstos eran considerados condicio­ nes subjetivas, mientras que en estas reflexiones Kant los abor­ da ya como condiciones objetivas. “Las condiciones sin las cuales no pueden ser dados los objetos, aunque dependan de las leyes de la sensibilidad, son objetivas. Las condiciones sin las cuales no pueden ser comprendidos (aunque sean dados) son objetivas.” En efecto, si la función intelectual, mediante la cual les son asignadas a los conceptos de los fenómenos posi­ ciones lógicas definidas y por la cual pensamos en el objeto que les corresponde, tiene su fundamento en la función sensitiva, ésta tiene que ser también objetiva. 4. Los conceptos puros del entendimiento como condiciones . de posibilidad de la experiencia

La analogía entre formas de la sensibilidad y conceptos puros del entendimiento también le permite a Kant, en las reflexio­ nes que Adickes ubica alrededor de 1772, explicar la posibili­ dad de los juicios sintéticos a priori y establecer los límites de la aplicación legítima de las categorías en la experiencia, dos de los objetivos fundamentales de la Crítica de la razón pura , que es­ tán ya claramente definidos en la última reflexión de esta serie 23 Cjr.W. Cari, op.cit.,p. 70. 24 R4292; A.A., XVII, p. 498.

que Car] considera la primera respuesta al problema que pre­ tende solucionar la deducción trascendental de las categorías. Si determinados conceptos en nosotros no contienen más que aquello por lo cual son posibles de nuestro lado todas las expe­ riencias, entonces pueden enunciarse a priori, previamente a la experiencia y, no obstante, con toda validez antes de todo lo que jamás nos pueda ser dado [vorkommen ]. Así pues, no valen cierta­ mente con respecto a las cosas en general, pero sí con respecto a todo lo que jamás nos pueda ser dado por la experiencia, porque contienen las condiciones por las cuales son posibles esas expe­ riencias. Esas proposiciones no contienen, pues, la condición de posibilidad de las cosas, sino de la experiencia, Pero las cosas que no pueden sernos dadas por experiencia alguna no son nada para nosotros; podemos muy bien, entonces, usar esas proposiciones como universales con un fin práctico, sólo que no como princi­ pios de la especulación acerca de los objetos en general. Ahora bien, para decidir qué clase de conceptos son los que tienen que preceder necesariamente a toda experiencia y por los cuales sólo es posible ésta, que, por lo tanto, son dados a priori y contienen también el fundamento de los juicios a priori, tenemos que analizar la experiencia en general. En toda experiencia hay algo a través de lo cual nos es dado un objeto y algo a través de lo cual es pensado. Si tomamos las condiciones que descansan en la actividad de la mente [Gemüth], por la cual únicamente puede ser dado, entonces se puede conocer a priori algo de los objetos. Si to­ mamos aquello por lo cual únicamente puede ser pensado, enton­ ces también se puede conocer a priori algo de todos los objetos posibles, pues sólo de esta manera algo se vuelve para nosotros objeto o conocimiento del mismo.25

En esta reflexión, los conceptos del entendimiento son con­ siderados condiciones de posibilidad de la experiencia y, por ello, también se consideran condiciones de posibilidad de las cosas que nos son dadas en ella. Para comprender esto es nece­ sario tener presente que Kant no entiende aquí bajo el concep­ to de experiencia simplemente un conjunto de impresiones o datos de los sentidos. La experiencia significa para Kant, ya en esta reflexión, e incluso desde la Dissertatio, la unidad de un con-

junto de representaciones, resultado de la aplicación de deter­ minadas funciones que nos permiten relacionar y ordenar esas representaciones. En la Dissertatio, Kant sostenía que la expe­ riencia es “el conocimiento reflejo originado a partir de múlti­ ples apariencias comparadas por el intelecto”.26 La experiencia no es, pues, un conjunto de datos inconexos. “No se da —afirma también Kant en la Dissertatio—camino de la apariencia a la ex­ periencia sino por medio de la reflexión, según el uso lógico del intelecto.”27 En las reflexiones que he analizado y que pretenden respon­ der a la pregunta que se planteaba Kant en la carta a Marcus Herz, la función del entendimiento en la experiencia no se re­ duce al uso lógico, sino que se incorpora también el “uso real” del mismo, mediante el cual pensamos a priori en objetos. “Los conocimientos de experiencia no son meras impresiones. Para que éstos surjan, tenemos que pensar algo con respecto a las impresiones.”28 La experiencia es, pues, ya aquí, no sólo la uni­ dad de las representaciones sensibles conforme al uso lógico del entendimiento, sino también conforme a esos conceptos que relacionan representaciones con objetos. A partir de este momento, la experiencia será para Kant experiencia de objetos. Por ello, en esta última reflexión (4634) Kant utiliza la idea de condiciones de posibilidad de la experiencia como equivalente a la de condiciones de posibilidad de los objetos de la misma. En la medida en que estos conceptos son condiciones de po­ sibilidad de los objetos de la experiencia, su validez objetiva queda restringida a estos objetos. Son funciones que coordi­ nan posiciones en el espacio y el tiempo con posiciones lógicas en los juicios, de suerte que sólo podemos usarlos legítima­ mente con respecto a los objetos que nos son dados en el espa­ cio y el tiempo. Así, los conceptos puros del entendimiento, que en la Dissertatio eran considerados precisamente como conceptos de los objetos en general, quedan ahora restringidos al campo de la experiencia. Y es mediante un análisis de la ex­ periencia en general como podemos llegar a determinar cuáles 26 Dissertatio, § 5 (A.A., II, p. 394); trad. Ceñal, p. 12. 27 Jbid. 28 R4473; A.A., XVII, p. 565,

son esos conceptos, pues la experiencia ya está estructurada conforme a ellos. Para decidir qué clase de conceptos son los que tienen que pre­ ceder necesariamente a toda experiencia y por los cuales sólo es posible ésta, que, por lo tanto, son dados a priori y contienen tam­ bién el fundamento de los juicios a prioriytenemos que analizar la experiencia en general.

Con esta afirmación, me parece que Kant interpreta el pro­ ceso que ha seguido para buscar esos conceptos y se está refi­ riendo a lo que en sus lecciones de lógica llamaba “método analítico”, en contraposición al “método sintético”. “Aquél —di­ ce Kant—parte de lo condicionado y fundamentado [Begründete] y va hacia los principios (a principiatis ad principia).”29 Esto significa que hay que partir de la experiencia y remontarse a sus principios o condiciones de posibilidad. Pero, claro está, Kant no parte de cualquier caracterización de lo que es la expe­ riencia; parte de la concepción de la misma como conocimien­ to de objetos estructurado en juicios, de suerte que sabe a dónde y cómo tiene que llegar a especificar esos conceptos me­ diante el análisis de la experiencia. Gracias a la caracterización general de un concepto puro del entendimiento y a la tabla de juicios, sabe a dónde debe conducir ese análisis.

29 Cfr. Immanuel Kant’s Logik: ein Handbuch zu Vorlesung, § 117, A.A., IX, p. 149.

1. Conceptos puros del entendimiento y funciones de la apercepción en los manuscritos de Duisburg Al escribirle a Marcus Herz en febrero de 1772, Kant pensaba poder concluir en el transcurso de tres meses la parte teórica de aquella crítica de la razón pura que menciona en esa carta. Sin entrar aquí en detalles acerca de la serie completa de investi­ gaciones que avanzan hacia el objetivo final, puedo decir que he conseguido lo esencial de mi propósito y que estoy en posibili­ dad de presentar una crítica de la razón pura que abarque la na­ turaleza del conocimiento teórico, así como del práctico, en cuanto puramente intelectual. Primero desarrollaré la primera parte que aborda las fuentes de la metafísica, su método y sus lí­ mites; después, los principios puros de la moralidad [.Sittlichkeit]. Por lo que atañe a la primera parte, podré publicarla dentro de tres meses.1

Hoy sabemos que esos cuantos meses se convirtieron en nueve años y que, al desarrollar los pensamientos que habrían de constituir esa crítica de la razón pura, Kant se abrió paso por caminos que, al parecer, él mismo no había sospechado. Fue a través de este horizonte, no previsto en 1772, que descubrió las ideas que más resonancia han tenido desde sus contemporá-

neos (Beck, Reinhold, Fichte) hasta la fecha. Me refiero, en par­ ticular, a aquellas ideas que corresponden a la parte de la deducción trascendental en la cual Kant establece un estrecho vínculo entre las categorías y la autoconciencia o, como él la lla­ ma aquí, la “apercepción”. Pero ese horizonte nuevo no sólo le permitió concebir esa parte de la deducción, que más tarde lla­ maría “subjetiva’', sino también gran parte del contenido de la analítica de los principios de la Critica de la razón pura. El prin­ cipal documento que da testimonio de los primeros pero deci­ sivos pasos en este terreno, aún inexplorado por Kant, es un conjunto de reflexiones conocido con el nombre de “manuscri­ tos de Duisburg” (R4674-4682). Estas reflexiones mantienen entre sí una fuerte semejanza temática y terminológica, de suerte que se ha considerado que fueron redactadas en un mis­ mo lapso de tiempo, el cual ha sido ubicado a mediados del año 1775, ya que una de ellas la escribió Kant al reverso de una carta fechada el 20 de mayo de ese mismo año.2 Al igual que en las reflexiones que he presentado en el capí­ tulo anterior, el principal tema que abordan las primeras re­ flexiones de los manuscritos de Duisburg es el concepto de ob­ jeto o, mejor dicho, el conjunto de conceptos por el cual les asignamos a las representaciones un objeto. En aquéllas, los conceptos puros del entendimiento son caracterizados como funciones que coordinan representaciones sensibles con po­ siciones lógicas en los juicios, atendiendo a la posición que guardan entre sí esas representaciones en el espacio y el tiem­ po. En los manuscritos de Duisburg, en cambio, son considera­ dos como reglas gracias a las cuales representaciones dadas ad­ quieren una determinada posición en el todo que constituye la conciencia. Es cierto que en las reflexiones anteriores ya se en­ cuentra una caracterización semejante de los conceptos puros del entendimiento; sin embargo, Kant no la desarrolla lo sufi­ ciente como para llegar a las conclusiones que obtiene en los manuscritos de Duisburg. En éstos, Kant no presupone dos ór­ denes distintos (posiciones en el espacio y el tiempo, por un 2 Véase la nota de Erich Adickes en A.A., XVIII, p. 269 (“Cuando Kant uti­ lizaba las cartas y los oficios que le enviaban para escribir, tenía la costumbre de hacerlo poco después de haberlos recibido. ”).

lado, y posiciones en los diferentes tipos de juicios), cuya coordinación estaría a cargo de los conceptos puros del enten­ dimiento, generando así conocimiento de objetos. Por el con­ trario, en ellos, Kant insiste en que estos conceptos son reglas cuya aplicación a las representaciones les otorga una posición fija en un todo ordenado, cualquiera que éste sea. Esto consti­ tuye un cambio de perspectiva considerable, ya que, de acuer­ do con esta última concepción, no bastan las formas de la sen­ sibilidad para otorgarles a las representaciones sensibles una posición en el tiempo, sino que, ya en este nivel, se requieren conceptos. Pero la aportación más original de los manuscritos de Duisburg, en contraste con las reflexiones previas, estriba en el estrecho vínculo que Kant establece entre los conceptos pu­ ros del entendimiento, como conceptos de un objeto en gene­ ral, y las “funciones” por las cuales somos conscientes de noso­ tros mismos. Hasta donde alcanzo a ver, Kant concibe esta relación gracias a una nueva concepción de la objetividad que depende de la manera como el sujeto ordena sus representacio­ nes, lo cual ayuda a explicar por qué Kant, en la Crítica de la ra­ zón pura, hará intervenir el concepto de autoconciencia en la justificación de la objetividad de las categorías. Es cierto que en estos manuscritos todavía no distingue claramente los diferen­ tes sentidos del término “autoconciencia” que manejará en la Crítica, pero en ellos desarrolla la concepción de la autocon­ ciencia como conciencia de las reglas por las cuales determina­ mos objetivamente nuestras representaciones en un todo, lo cual constituye un claro antecedente de lo que llamará poste­ riormente “la unidad sintética de la apercepción”. En esta sección abordaré, primero, los conceptos puros del entendimiento como reglas que relacionan representaciones sensibles con objetos, lo cual me permitirá destacar la continui­ dad del pensamiento kantiano; después, analizaré las distintas maneras en que Kant concibe la relación entre esos conceptos y la autoconciencia.

1.1. Los conceptos puros del entendimiento en cuanto funciones de síntesis En una de las reflexiones que forman parte de la serie que pre­ senté en el capítulo anterior, Kant afirma: En la naturaleza no puede salimos al encuentro [uns vorkommen ] dato alguno, a menos que las leyes que se perciben en ellos corres­ pondan a los modos generales conforme a los cuales ponemos al­ go, pues, de no ser así, no destacaríamos ninguna ley y, en gene­ ral, ningún objeto, sino sólo confusas modificaciones internas. Ya que sólo podemos representarnos objetos a través de nuestras modificaciones, en la medida en que tienen en sí mismas algo que concuerda con las reglas por las cuales ponemos o suprimimos, entonces las funciones reales son el fundamento de posibilidad de la representación de las cosas, y las funciones lógicas, el funda­ mento de posibilidad de los juicios, consecuentemente, de los co­ nocimientos.3 Kant destaca ya aquí la conformidad que tiene que haber en­ tre las relaciones que mantienen entre sí los datos de la sensibi­ lidad y las acciones de la mente por las cuales pensamos en un objeto. La razón de esta necesaria conformidad es la unidad que deben manifestar las representaciones sensibles entre sí para que podamos pensar en los objetos correspondientes a ellas. Si esas representaciones no se encuentran ordenadas de tal forma que concuerden con las reglas por las cuales pensa­ mos en objetos, entonces no podemos destacar aquellas relacio­ nes entre representaciones que nos indican que corresponden a objetos y, por lo tanto, no podemos afirmar que sean datos de esa unidad fenoménica que constituye la naturaleza. Esas reglas aquí son las funciones reales que, en virtud de la posición fija que pueden mantener las representaciones en los juicios, seña­ lan cuándo corresponden a un objeto. Las relaciones, pues, en­ tre los datos de los sentidos tienen que concordar, de alguna manera, con esas formas de los juicios en las cuales una repre­ sentación mantiene una sola posición. Pero cómo se da esa con­ cordancia es un asunto que Kant no trata en esas reflexiones.

Los manuscritos de Duisburg comparten con esta reflexión el considerar a los conceptos puros del entendimiento como reglas gracias a las cuales referimos nuestras representaciones sensibles a objetos. En la reflexión 4677 Kant sostiene: Sólo porque consideramos la relación de lo que es puesto confor­ ma a las condiciones de la intuición es determinable de acuerdo con una regla, el fenómeno se refiere a un objeto; de no ser así, es sólo una afección interna de la mente.4

En la reflexión 4675: La necesidad interna del fenómeno, ya que está libre de toda sub­ jetividad y es considerada determinable a través de una regla uni­ versal (de los fenómenos), es lo objetivo. Lo objetivo es el funda­ mento de la concordancia de los fenómenos entre sí.3 Tanto en la reflexión de 1772 como en estas últimas, lo que nos permite considerar objetivas las representaciones sensi­ bles, es decir, correspondientes a objetos y, por lo tanto, orde­ nadas en un todo coherente, es una regla que expresa la relación entre esas representaciones. Pero, en la reflexión de 1772, Kant habla de una concordancia o correspondencia en­ tre las relaciones que “percibimos entre los datos de la natura­ leza"’ y esas reglas por las cuales ponemos algo o, mejor dicho, pensamos en un objeto. Las funciones reales son aquellos con­ ceptos del entendimiento que nos indican cuándo pensamos en un objeto, gracias a la posición que pueden mantener en los juicios los términos correspondientes a representaciones sensi­ bles. A esta relación entre posiciones en los juicios le debe corresponder una determinada relación en el espacio y el tiem­ po. Esto presupone que los principios de la sensibilidad deben ser independientes de los principios del entendimiento, si bien los primeros tienen que poseer una semejanza estructural con los segundos para que podamos hablar de objetos. Estamos, 4 A.A., XVII, p. 657.

pues, ante una relación de paralelismo, no de auténtica deter­ minación. Siguiendo estas ideas, es posible decir que las repre­ sentaciones sensibles por sí mismas (con lo cual no me refiero a las meras sensaciones) son las que manifiestan un determina­ do orden que, al coincidir con el concepto de objeto, propio del entendimiento, nos permite referirlas a objetos. En los manuscritos de Duisburg, en cambio, Kant afirma que esas relaciones entre representaciones sensibles son determinables de acuerdo con una regla. Ya no se trata, pues, de una con­ cordancia, sino de una determinación del entendimiento en el campo de las representaciones sensibles. Esta nueva visión de la relación entre sensibilidad y entendimiento me parece que se debe a la caracterización que Kant ofrece aquí de los conceptos puros del entendimiento como aquellos que nos permiten sin­ tetizar una pluralidad en general y no sólo conceptos en juicios. El concepto de sustancia y accidente proporciona por sí mismo una síntesis, igualmente el de causa y efecto y el de multiplicidad [Menge] en una unidad real. La naturaleza, según sus distintas re­ laciones, tiene que hallarse en el sentido interno bajo alguna de es­ tas síntesis.6 Estos conceptos intervienen, pues, en la organización del material que nos proporcionan los sentidos y no son sólo crite­ rios para distinguir lo que forma parte de esa unidad coherente que llamamos “naturaleza”. El entendimiento, entonces, no sólo señala lo que deben poseer las representaciones sensibles para poder ser integradas en esa unidad, sino que contribuye en su conformación. Sus conceptos, en cuanto funciones de síntesis de una pluralidad, son aquello que nos permite enlazar esas representaciones en esa unidad. A diferencia de las otras reflexiones, para las cuales las formas de la sensibilidad, espacio y tiempo, bastaban para determinar la posición de los fenóme­ nos entre sí,7 en los manuscritos de Duisburg Kant considera que para ello se requiere, además, la síntesis que proporcionan los conceptos puros del entendimiento. 6 R4674; A.A., XVII, p. 645; el subrayado es mío. 7 Véase R4629; A.A., XVII, p. 614, renglones 16-20.

En estos manuscritos, Kant distingue entre la forma en la cual nos es dado algo y la función a través de la cual es puesto. Esta diferencia le permite explicar las distintas tareas que desempe­ ñan las formas de la sensibilidad y los conceptos puros del en­ tendimiento en la conformación de la unidad de nuestras percepciones. Al tratar esta diferencia, Kant en realidad sólo aborda el tiempo, debido a la caracterización de esos conceptos como reglas de síntesis de una pluralidad distribuida temporal­ mente. En el “encadenamiento” de nuestras representaciones —afirma—hay “unidad, no en virtud de aquello en lo cual, sino a través de lo cual la pluralidad es llevada a uno [in eines gebracht wird...]. De ahí que no sean formas, sino funciones aquello so­ bre lo cual descansan las relaciones de los fenómenos.”8 Mien­ tras que en la reflexión 4629 Kant concebía aún una “función sensitiva” en la cual había de basarse la “función intelectual” para referir representaciones a objetos, aquí sólo se aceptan funciones del entendimiento en contraposición a las formas de la sensibilidad, ya que en los fenómenos “por sí mismos no des­ cansa ninguna síntesis”9 y, por lo tanto, las relaciones objetivas entre los mismos no las puede determinar la forma en la cual nos son dados. Cuando determino lo que ocurre por especificación en el tiempo, es decir, cuando determino una realidad en la serie del tiempo, el tiempo es ciertamente la condición en la cual, pero la regla es la condición a través de la cual.10 Los conceptos puros del entendimiento son aquí precisamente estas reglas que determinan la posición de los objetos en el tiempo: Los conceptos de sustancia, causa y totalidad sólo sirven, pues, para asignarle a cada realidad su posición entre los fenómenos, puesto que representan, cada uno de ellos, una función o una di8 R4674; A.A., XVII, p. 643. 9 Ibid, p. 647, renglones 1-2. 10 R4678; A.A., XVII, p. 662.

mensión del tiempo en donde el objeto que es percibido debe ser determinado y el fenómeno debe convertirse en experiencia.11 Así pues, estos conceptos no se limitan a determinar posicio­ nes en los juicios, por lo cual reconocemos la correspondencia de las representaciones con objetos en virtud de la posición que mantienen en el tiempo, sino que ellos mismos determinan esta última posición y, al hacerlo, refieren representaciones a obje­ tos; sólo por ello las formas de los juicios pueden “coincidir” o corresponder con las relaciones de los fenómenos en el tiempo. Es cierto que las representaciones ya están dadas en el tiem­ po, unas al lado de las otras; pero “sin estos conceptos, los fenó­ menos estarían aislados y no pertenecerían unos a otros”.12 Las posiciones de las representaciones, sin la determinación de esos conceptos, son variables y, por lo tanto, no pueden representar esa unidad coherente bajo la cual concebimos los objetos. Y la tarea de esos conceptos no estriba sólo en destacar aquellas re­ laciones que coinciden con esta unidad, pues, conforme a las re­ glas que ellos mismos constituyen, “se encuentra una serie del todo distinta de aquella en la cual el objeto ha sido dado”.13 1.2. Reglas de síntesis y funciones de la apercepción El nuevo enfoque de los conceptos puros del entendimiento, como conceptos que nos proporcionan reglas para la síntesis de una pluralidad de representaciones sensibles, distribuidas temporalmente, no se desentiende, por supuesto, de uno de los objetivos permanentes de las reflexiones metafísicas de Kant, a saber: explicar la posibilidad de los conocimientos a priori acerca de objetos. Al igual que en la última reflexión que pre­ senté en el capítulo anterior, Kant distingue, en los manuscri­ tos de Duisburg, los conocimientos a priori que se obtienen a partir de las condiciones por las cuales nos es dado un objeto, de los conocimientos a priori que se derivan de las condiciones por las cuales son pensados los fenómenos a través de concep­ 11 12 13

R4682; A.A., XVII, p. 669. También véase R4680; A.A., XVII, p. 665. R4679; A.A., XVII, p. 664, renglones 13-14. R4681; A.A., XVII, p. 666, renglones 17-18.

tos.14 Pero aquí Kant introduce un nuevo criterio para distin­ guir estos dos tipos de conocimiento: en el primero (aquél que se dirige a la condición por la cual es dado el objeto) podemos construir el objeto que le corresponde al concepto, mientras que, en el segundo, sólo podemos exponer las condiciones bajo las cuales nos puede ser dado el objeto correspondiente al con­ cepto. x es el objeto. Éste puede ser dado a priori por la construcción, pero en la exposición pueden reconocerse a priori en el sujeto las condiciones bajo las cuales a se refiere en general a un objeto, es decir, a algo real [ein reales].15 Cuando Kant menciona aquí la construcción de un objeto, está pensando, como se desprende de los ejemplos que pone, en la construcción de figuras geométricas en el espacio “puro”, es decir, en una de las condiciones por las cuales nos es dado el objeto; está pensando, pues, en los conocimientos que nos pro­ porciona la geometría. Sin embargo, éste no es el tipo de cono­ cimiento a priori que podemos tener de los fenómenos, ya que “los fenómenos no los podemos construir”.16 En contraposi­ ción a la construcción de objetos en la intuición,17 Kant intro­ duce aquello que llama “exposición de fenómenos”.18 “Tene­ mos que exponer conceptos, si no podemos construirlos.”19 Mejor dicho: tenemos que exponer lo que pertenece al concep­ 14 Véase: R4678; A.A., XVII, p. 661, renglones 15 R4674; A.A., XVII, p. 646, renglones 6-10. 16 R4678; A.A., XVII, p. 660, renglón 27.

17 Ibid.

17-23.

18 R4674; A.A., XVII, p. 643, renglón 7. Desgraciadamente, en estas reflexio­ nes Kant no define lo que entiende por “exposición”; sin embargo, se puede re­ currir, como lo hace Wolfgang Cari {Der schweigende Kant, p. 75), a la definición de este término que aparece en la Estética trascendental de la Critica de la razón pura. “Entiendo por exposición —afirma Kant ahí—la clara (aunque no detalla­ da) representación de aquello que pertenece a un concepto” (B 38). Esta defini­ ción me parece, incluso, más adecuada al contexto de estos manuscritos que al de la propia Estética trascendental, ya que en los manuscritos de Duisburg Kant se refiere siempre a la exposición del concepto de fenómeno, mientras que en la Estética se refiere a la exposición de las formas de la sensibilidad. 19 R4678; A.A, XVII, p. 660, renglones 26-27.

to de un objeto, cuando no podemos construir el objeto con­ forme al concepto.20 La exposición del fenómeno es la exposi­ ción del concepto de un objeto que nos tiene que ser dado a través de la sensibilidad. No es, pues, la exposición de algo pen­ sado en general, sino de algo que es pensado como dado.21 Esta exposición no puede darse más que a través de las reglas me­ diante las cuales enlazamos representaciones sensibles, pues, si ha de ser un conocimiento a priori, no puede basarse en la ma­ teria de esas representaciones. Ha de fundarse, entonces, en la acción de enlazar representaciones sensibles. La exposición de aquello que es pensado descansa sólo en la con­ ciencia, la de aquello que es dado, cuando se considera la materia 2Ü Es importante hacer notar que al tratar esta diferencia entre la construc­ ción del objeto en las condiciones bajo las cuales es dado y la exposición de los fenómenos, Kant no menciona nunca la construcción de un objeto en el tiem­ po. Habla, como ya señalé, de la construcción del objeto en el espacio; en cam­ bio, al tiempo siempre lo aborda en relación con las reglas por las cuales “enca­ denamos” representaciones. Quizá este estrecho vinculo entre el tiempo y las reglas de síntesis sea lo que llevó a Kant, en las últimas reflexiones de los manus­ critos, a minimizar esta diferencia. En estas reflexiones Kant caracteriza la cons­ trucción de una figura como una acción conforme a una regla. Y esto le permite concebir lo que llamaba anteriormente “exposición" en analogía con la cons­ trucción. Las reglas del enlace de las representaciones dadas en el tiempo, al no tomar en consideración la materia de las mismas, parecen construir un objeto en el tiempo “puro". Gracias a esta analogía con la construcción, Kant encuen­ tra una explicación de esos conocimientos a priori acerca de los fenómenos, que los deja a salvo de la sospecha de no ser más que meros análisis de conceptos. “Cómo se puede saber que en una cosa en general, que no le es dada a los sentidos, está contenido algo más de lo que se piensa realmente a través de su concepto a. Ya que un momento [eine Zeit] en el que sucede algo no se distin­ gue de otro, entonces la sucesión sólo puede determinarse por una regla del tiempo y, por lo tanto, nos podemos representar, en la condición sensible, más de lo que fue pensado en a, es der¡r, en ese tiempo como una construcción [...] Nos representamos, pues, al objeto por analogía con la construcción, el cual puede construirse en el sentido interno; así como un triángulo sólo se constru­ ye conforme a una regla y les sirve de regla a todos, así, el que algo que acon­ tece le siga siempre a otra cosa; esta representación es una de las acciones generales de determinación de los fenómenos, la cual, por ello, proporciona una regla.” (R4684; A.A., XVII, pp. 670-671) 21 Paul Guyer caracteriza incluso al entendimiento mismo en los manuscri­ tos de Duisburg como la facultad de pensar a priori objetos que nos son dados {Kant and the Claims of Knowledge, p. 32).

indeterminada, en el fundamento de toda relación y todo encade­ namiento de representaciones (sensaciones).22 Este es el punto en el cual Kant introduce, por primera vez, la relación entre la síntesis de representaciones y la autocon­ ciencia en cuanto conciencia de la acción de la mente. El “fun­ damento de toda relación y todo encadenamiento”, al cual Kant se refiere aquí, es precisamente la acción mediante la cual la mente enlaza una pluralidad de representaciones a través de una unidad. El encadenamiento no se funda en el mero fenómeno, sino que es una representación de la acción interna de la mente que enlaza re­ presentaciones y no sólo las coloca una al lado de la otra en la in­ tuición, sino que hace un todo conforme a la materia. Aquí hay, pues, unidad, no en virtud de aquello en lo cual, sino a través de lo cual la pluralidad es llevada a uno [in eines gebracht wird]. De ahí que no sean formas, sino funciones aquello sobre lo cual descan­ san las relaciones de los fenómenos.23 Que la síntesis o encadenamiento de las representaciones sensibles sea una representación de la “acción interna de la mente” significa, por lo pronto, que no se funda en las condi­ ciones de la sensibilidad, sino en las “funciones” que se hallan estrechamente ligadas a la unidad a través de la cual una “plu­ ralidad es llevada a uno”. El uso del término “unidad”, aquí, no puede dejar de producir cierto malestar. Kant menciona una unidad a través de la cual formamos una unidad. ¿Qué hay de­ trás de esta manera poco elegante de expresarse? El término “unidad” es, sin lugar a dudas, uno de los términos clave para entender el pensamiento kantiano y en esta reflexión ya se encuentra el doble significado con el cual Kant juega en la Crí­ tica de la razón pura. El significado que se le puede dar espon­ táneamente a este término en la filosofía kantiana es el de aquello que resulta de la síntesis de representaciones, es decir, el conjunto de representaciones enlazadas. Con frecuencia 22 Ibid., renglones 8-11. 23 Ibid,., p. 643, el subrayado

es mío.

Kant utiliza ese término en este sentido, pero en esta reflexión introduce otro significado que es el decisivo para entender lo que está queriendo decir. Si se piensa en aquello que trae entre manos cuando sostiene que en la síntesis hay unidad a través de la cual se conforma un todo de acuerdo con la materia, no pue­ de aludir al resultado de la síntesis. Kant espera poder explicar los conocimientos a priori acerca de los fenómenos apelando precisamente a esa unidad; está buscando explicar esos conoci­ mientos a priori que ha llamado “exposición de los fenóme­ nos”. Yo creó que Kant está usando ya aquí el término “unidad” en el sentido de aquello que guía nuestras percepcio­ nes. Debe significar, entonces, la manera de acuerdo con la cual enlazamos las representaciones sensibles que nos son da­ das simplemente unas al lado de las otras en el tiempo, la for­ ma en que las relacionamos en un todo que nos permite reidentificarlas y hablar de fenómenos que ocurren en un mo­ mento determinado. Pero ¿a qué viene el destacar que esas reglas son acciones de la mente e incluso afirmar que el encadenamiento es una repre­ sentación de la “acción interna de la mente”? Para responder a esta pregunta hay que fijar la atención en los tres elementos que para Kant intervienen en una regla y que trata de describir haciendo uso de las letras x, a y b. A lo largo de todos los ma­ nuscritos de Duisburg se encuentran fragmentos en los cuales aparece esta notación. Kant parece estar probando con ellos distintas explicaciones de esos elementos, de tal manera que re­ sultaría una labor demasiado extensa exponer aquí los distintos valores que les otorga a esas letras. Me concentraré tan sólo en aquellos que pueden responder en forma directa a la pregunta arriba planteada. Para la formación de una regla se requieren tres elementos: 1) x como dato para una regla (objeto de la sensibilidad o, mejor aún, representación sensible real); 2) a, la aptitudo para una regla o la condición por la cual se le relaciona en general con una regla; 3) byel exponente de la regla.24

x es aquello a Lo que se le puede aplicar la regla o aquello que es determinado a través de la misma: el conjunto de represen­ taciones sensibles que referimos a un objeto en particular o el objeto mismo que identificamos mediante la aplicación de una regla, a es la condición bajo la cual se le aplica una regla a esas representaciones, pero —como Kant afirma en una reflexión previa—es también el concepto a través del cual pensamos un objeto.25 “x es lo determinable (objeto) que pienso a través de a, y b es su determinación (o la manera de determinarlo}.”26 b es la manera de determinar el objeto, alude a la acción que lle­ va a cabo el sujeto al ubicar un objeto mediante un conjunto de representaciones, b debe expresar en qué consiste esa acción, es el exponente de la regla. El término “exponente” lo toma Kant de las matemáticas y, como lo ha mostrado Klaus Reich (basándose en los matemáticos contemporáneos a Kant, en particular, en Kástner),27 significa la relación que guardan en­ tre sí números contiguos de una serie ordenada; en otras pala­ bras, significa lo que tenemos que hacer con uno de los números de la serie para pasar al otro. Al concebir el elemento b de las “reglas de la percepción”28 en analogía con el exponen­ te de una serie numérica, lo que le interesa a Kant es señalar que las reglas nos indican lo que tenemos que hacer con uno de los miembros de la serie (con una representación sensible) para pasar al siguiente, que indican, pues, la manera en que po­ demos construir una serie. Kant sostiene, mediante esta analo­ gía, que uno de los elementos de las reglas que determinan los objetos de la experiencia debe expresar la acción que lleva a 25 Paul Guyer identifica a con “las reglas de la sensibilidad” (Kant and tke Claims of Knowledge, p. 50), apelando a un fragmento de R4676 en el cual Kant afirma que a es “sólo una función de la aprehensión de los fenómenos en cuan­ to dados en general” (A. A., XVII, p. 656, renglones 17-18). Al hablar de “reglas de la sensibilidad” en los manuscritos de Duisburg, Guyer está ignorando la distinción que Kant establece entre las formas en las cuales nos son dados los objetos y las funciones o reglas mediante las que los relacionamos, las cuales sólo pertenecen al entendimiento. Con ello, Guyer no parece reconocer que en los manuscritos de Duisburg incluso el orden de los fenómenos en el tiem­ po requiere la intervención del entendimiento. 26 R4674; A.A., XVII, p. 645, renglones 28-29. 27 Die Vollstándigkeit der kantischen Urteilstafel, p. 67. 28 R4681; A.A., XVII, p. 666, renglón 15.

cabo el sujeto dei conocimiento. Esto explica por qué Kant considera que el encadenamiento de las representaciones sen­ sibles es una representación de la “acción interna de la mente”. También puede explicar por qué Kant afirma en esta misma re­ flexión que es el acto de la apercepción”,29 es decir, un acto mediante el cual tenemos conciencia de la acción del sujeto por 29 R4676; A.A., XVII, p. 656, renglón 20. Tanto en R4674 como en R4675 queda claro que Kant utiliza el término “apercepción” en los manuscritos de Duisburg como sinónimo de “autoconciencia”. “La intuición —afirma Kant en R4675—es una intuición del objeto {apprehensio) o de nosotros mismos; esta úl­ tima (apperceptio) le concierne a todos los conocimientos, también a aquellos del entendimiento y de la razón” (A.A., XVII, p. 651, renglones 6 - 8 ). Paul Gu­ yer considera que este empleo del término “apercepción" “representa una se­ paración radical del concepto que sus predecesores asociaban al mismo nombre”. “En Leibniz —agrega Guyer—e induso en los Philosophische Versuche de J.N. Tetens, pubicados un año después de la redacción de la presente nota fR4675], la palabra francesa appercepcion y la alemana Apperzeption significan sólo una percepción explícita, una representación de un estado de cosas o de un estímulo, que es lo suficientemente clara y distinta para tener conciencia de ella. Pero no se sugiere que la referencia al yo que tiene esa percepción for­ me parte del contenido intencional de semejante apercepción. La formulación de Kant sugiere, sin embargo, que el yo es de alguna manera el objeto intencio­ nal de la apperceptio" {Kant and the Claims of Knowtedge, p. 32). Es cierto que en los pasajes indicados por Guyer, Tetens utiliza la palabra “apercepción" como sinónimo sólo de “conciencia”. El propio Tetens advierte que los términos “conciencia” [Bewujitsein], “percatarse” [Gewahmekmen} y “apercepción” [Ap­ perceptio] se refieren a un mismo concepto fundamental. Pero esto no equivale a excluir al yo del contenido intencional de la apercepción. Incluso Tetens llega a sugerir en el siguiente pasaje que el yo forma parte del contenido intencional de la conciencia: “La conciencia es, por un lado, un sentimiento [Gefühl], pero un sentimiento claro, una clara sensación [Empfindung], un sentimiento que está ligado a la distinción de la cosa sentida y de uno mismo” (Philosophische Versuche, p. 255. Con respecto al concepto de apercepción como autoconciencia en Tetens, véase: Hermán J. de Vleeschauwer, La déduction trascendental dans l’ceuvre de Kant, 1 .1, p. 302). Leibniz también maneja los términos “apercep­ ción” y “conciencia” como sinónimos (“Principes de la Nature et de la Grace, fondé en raison”, § 4, G VI, p. 600). Pero en su caso es mucho más claro que el yo no queda excluido del contenido intencional de la apercepción. Por el con­ trario, en la apercepción leibniziana parecen confundirse conciencia y autocon­ ciencia, ya que la conciencia es siempre conciencia de los propios estados internos del sujeto {cfr. Leibniz, op. cit.; R. McRae, “The Theory of Knowledge” en The Cambridge Companion to Leibniz, p. 179; id., Leibniz: Perception, Apperception óf Thought, pp. 30-33). No me parece, pues, que Kant esté introduciendo un nuevo significado del término “apercepción”. Tan sólo está enfatizando uno de los sentidos de ese término.

la cua] enlaza representaciones. En la medida en que el expo­ nente de la regla nos señala lo que hacemos al ordenar las representaciones, describe la síntesis que llevamos a cabo: a tra­ vés de él somos conscientes de esta actividad. La relación que Kant establece aquí entre a, el concepto de un objeto, y el acto de la apercepción, es imprescindible para entender por qué Kant decide buscar la justificación de la obje­ tividad de los conceptos puros del entendimiento apelando a la autoconciencia. La apercepción es la conciencia del pensar, es decir, de las repre­ sentaciones tal como son puestas en la mente. Aquí hay tres expo­ nentes: 1) la relación con el sujeto; 2) la relación de sucesión entre ellas; 3) el enlace en un todo [Zusammennehmung]. La deter­ minación de a en estos momentos de la apercepción es la subsunción bajo alguna de estas acciones del pensar. Se reconoce que el concepto a es determinable en sí, y por ello es objetivo, cuando se le trae bajo una de estas acciones generales del pensar por la cual queda bajo una reglad0 Los tres exponentes mencionados son “momentos de la apercepción”, reglas a través de las cuales nos representamos nuestra propia acción; expresan la manera en que enlazamos las representaciones en nuestra conciencia. Al quedar determina­ do con respecto a la apercepción, el concepto de un objeto cae bajo una regla que debe tener como exponente alguno de esos momentos de la apercepción. De esta manera, el concepto ad­ quiere objetividad. Intentaré explicar este asunto. Kant introduce en esta re­ flexión un nuevo significado del término “objetivo” en cuanto predicado de un concepto. De acuerdo con este nuevo signifi­ cado, un concepto es objetivo cuando se pone en relación con la manera en que estructuramos nuestras representaciones en la conciencia, cuando se engarza con las reglas que nos permi­ ten armar un todo en el cual podemos reconocer fenómenos. Los conceptos mediante los cuales sólo pensamos objetos en abstracto, por sí mismos, no nos dicen en qué orden debemos

distribuir las representaciones para reconocer sus objetos. Para ello, necesitamos vincularlos con las reglas que guían nuestras percepciones, con las reglas que estructuran los datos que reci­ bimos de la sensibilidad. Si los conceptos concuerdan con estas reglas, podemos afirmar que sus objetos nos pueden ser dados en la experiencia: sabemos cuál es el juego de representaciones que nos permitiría identificar sus objetos y ubicarlos en posi­ ciones fijas del tiempo, ubicarlos en la pluralidad ordenada de representaciones distribuidas temporalmente que conforma la conciencia de cada quien. Pensemos en un concepto empírico para facilitar el asunto; pensemos en el concepto de casa. Este concepto me dice qué debe tener una construcción para que sea una casa, pero no me dice si lo que veo a 100 metros es una casa o si esto que veo en un momento a 100 metros es lo mismo que aquello que veo cuando estoy a sólo un metro o cuando en­ tro en esa construcción. Este concepto me puede servir para sintetizar representaciones y, por lo tanto, para reconocer una casa, sólo si se coordina con la manera en que ordeno las sen­ saciones que corresponden a un mismo objeto, si me permite, por ejemplo, determinar cuáles son las representaciones o los aspectos de las mismas que deben permanecer en cada una de las percepciones que tengo. El concepto de casa me proporcio­ na, es cierto, una especie de plano en el cual puedo ubicar las representaciones que me son dadas sucesivamente; pero, para ello, tengo que vincularlo con la manera en que determino las representaciones en el tiempo. Al establecer esta relación entre los conceptos mediante los cuales pensamos objetos en abstracto con las reglas que nos per­ miten ubicar sus objetos en una experiencia temporal, esos con­ ceptos quedan determinados en cuanto que se especifica la forma en que pueden aplicarse a las representaciones sensibles. Pero estas reglas que expresan la forma en que se llevan a cabo las acciones del pensar y que, por ello, se las puede considerar “momentos de la apercepción”, también requieren conceptos de objetos. Si no contáramos con estos últimos, esas reglas no servirían para determinar objetos de la experiencia, pues no sabríamos qué es lo que debemos ubicar. Las reglas también re­ quieren un plano que nos permita distribuir las representacio­ nes en ciertas unidades que llamamos “objetos”. Así pues, los

momentos de la apercepción sólo pueden entrar enjuego si te­ nemos conceptos de objetos. De ahí que Kant considere que a, el concepto a través del cual pensamos un objeto, sea la condi­ ción para aplicar una regla a una representación sensible. La conexión que Kant introduce aquí entre conceptos y re­ glas, así como la nueva concepción de objetividad que lleva con­ sigo esta conexión, son, sin lugar a dudas, un claro antecedente de la relación que Kant sostiene en la deducción trascendental entre autoconciencia y conceptos puros del entendimiento. So­ bre todo, explica por qué Kant involucra a la autoconciencia en la respuesta a la pregunta por la objetividad de estos conceptos. La exposición que he ofrecido de estos conceptos apunta cla­ ramente a una justiñcación de su objetividad en la cual se les identifica con los “momentos de la apercepción”. Pero, en rea­ lidad, los propios manuscritos de Duisburg no son tan claros al respecto, ya que muchas ideas que posteriormente Kant distin­ guirá con nitidez, aquí se encuentran mezcladas. Por ello, algu­ nos fragmentos sugieren que esa justificación podría buscarse mostrando que esos conceptos están necesariamente coordina­ dos con esos “momentos”. El asunto, además, se complica, ya que en varios fragmentos también intenta derivar esos concep­ tos a partir de los momentos de la apercepción y, para ello, re­ curre a una noción de autoconciencia diferente de la que he presentado hasta aquí, aunque no queda claro si confunde juna con la otra. En la reflexión 4678, Kant parece insistir en que hay una di­ ferencia entre los conceptos puros del entendimiento, que lla­ ma “títulos del pensar”, y la manera de ordenar los elementos que nos son dados a través de la sensibilidad. En esta reflexión significa “el pensar puro”,31 por lo cual creo que debemos entender precisamente los conceptos puros del entendimiento. Si se respeta esta diferencia, entonces la estrategia que Kant es­ taría sugiriendo para justificar la objetividad de esos conceptos sería mostrar que hay una necesaria coordinación entre ellos y las reglas que conforman la unidad de la mente. La justificación tendría que correr en dos sentidos: por un lado, destacar que esos conceptos se vinculan efectivamente con las reglas que ga­

rantizan la formación de un todo ordenado de representacio­ nes y, por lo tanto, que son objetivos; por el otro, mostrar que estas reglas sólo entran enjuego si operan en coordinación con los conceptos de sustancia, causalidad e interacción, es decir, que estos conceptos son condiciones de la objetividad de nues­ tros conocimientos. La segunda parte de esta estrategia puede identificarse con la interpretación que P.F. Strawson ha pro­ porcionado acerca del propósito que Kant persigue en la de­ ducción trascendental: mostrar que la unidad que conforman nuestras experiencias, la trayectoria que trazamos con ellas, presupone la concepción de un mundo de objetos, la idea de un mundo unificado, estructurado por objetos que interactúan entre sí.32 Sin embargo, esta estrategia apenas está sugerida por los manuscritos de Duisburg y se halla oscurecida por un pro­ yecto que destaca con mucha más claridad: derivar los concep­ tos o las reglas que nos permiten determinar objetos de la experiencia a partir de las reglas por las cuales somos conscien­ tes de nosotros mismos. Si Kant quisiera justificar la objetividad de los conceptos puros del entendimiento, por los cuales pen­ samos a priori en objetos, mostrando que condicionan la au­ toconciencia, no sería razonable, al mismo tiempo, derivar esos conceptos a partir de la autoconciencia. Este proyecto oscu­ rece, además, la noción misma de autoconciencia en cuanto conciencia de la acción que lleva a cabo el sujeto al ordenar sus representaciones en un todo y parece confundirla con la no­ ción de autoconciencia como conciencia de una sustancia a la cual se le adscriben representaciones en cuanto estados menta­ les. En efecto, algunos fragmentos parecen entender ios mo­ mentos de la apercepción que he mencionado anteriormente como reglas que determinan al sujeto en cuanto objeto de co­ nocimiento. De esta manera, los momentos de la apercepción se convierten en el modelo de los conceptos generales de acuerdo con los cuales pensamos en objetos, ya que proporcio­ nan las reglas para pensar un objeto en particular: nuestro pro­ pio yo. En una larga reflexión acerca de la diferencia entre 32 Cfr. P.F. Strawson, The Bounds of Sense, pp. 97-112. Paul Guyer incluso re­ conoce esta estrategia en algunos pasajes de los manuscritos de Duisburg (Kant and the Claims of Knowledge, p. 42).

series de representaciones subjetivas y series de representacio­ nes objetivas, Kant sostiene que a las funciones por las cuales ordenamos representaciones en nuestra mente les deben co­ rresponder funciones paralelas que nos permitan determinar objetos distintos de nuestra propia mente. En esta reflexión, las funciones por las cuales somos conscientes de nosotros mismos no son reglas que garanticen la objetividad de nuestras repre­ sentaciones, ya que sólo pueden determinar lo que le sucede al sujeto. Pero, ya que sirven para conocer un objeto particular, pueden transformarse en otras reglas que nos permitan referir representaciones a otros objetos. Si mi representación le sigue a algo, no por ello el objeto de la misma lo sucederá, a menos que su representación esté determi­ nada de aquella manera como un efecto, lo cual nunca puede acontecer más que conforme a una ley universal. Dicho de otra manera: tiene que haber una ley universal que establezca: todo efecto está determinado por algo precedente; de no ser así, yo no podría poner la sucesión de objetos correspondiente a la suce­ sión de representaciones, pues, para darles objetos a mis repre­ sentaciones, se requiere siempre que mi representación esté determinada según una ley universal, pues precisamente el objeto consiste en la posición [.Punkte] universalmente válida. Igualmente, no me representaría algo como exterior a mí y, por lo tanto, no haría de un fenómeno una experiencia (objetiva) si las representaciones no se relacionaran con algo paralelo a mi yo, a través de lo cual las refiero de mí mismo a otro sujeto. Lo mismo sucedería si diversas representaciones no se determinaran entre sí conforme a una ley universal. Las tres relaciones en la mente requieren, pues, tres analogías del fenómeno para trans­ formar las funciones subjetivas de la mente en objetivas y hacer­ las, así, conceptos del entendimiento que les den realidad a los fenómenos.33 Aquí Kant distingue entre las leyes universales, que determi­ nan objetivamente nuestras representaciones, y las “funciones subjetivas”, que sintetizan nuestras representaciones en cuanto estados mentales. Mientras que las funciones de la apercepción

en otras reflexiones son consideradas los exponentes de las re­ glas que refieren representaciones a objetos, en ésta se conside­ ran funciones que determinan un solo objeto: mi propio yo. Si bien las funciones de la apercepción sólo determinan al sujeto y, por ello, pueden ser llamadas “subjetivas”, proporcionan el modelo conforme al cual se establecen las funciones que nos permiten determinar otros objetos. Por analogía con las rela­ ciones de las representaciones, en cuanto estados mentales que nos permiten determinar al sujeto, se obtienen las relaciones que nos permiten referir representaciones a otros objetos. “La propia mente es, pues, el original de semejante síntesis a través del pensar originario y no derivado.”34 Mediante esta explicación del origen de los conceptos por los cuales pensamos en objetos distintos de nosotros mismos, Kant parece buscar una garantía de su aprioricidad. De acuer­ do con la Dissertatio, si un concepto se obtiene reflexionando sobre nuestras propias acciones mentales, entonces se trata de un concepto a priori.35 En el fragmento antes citado, Kant sos­ tiene no sólo que los conceptos por los cuales pensamos en ob­ jetos distintos de nuestros estados mentales se originan reflexionando sobre las acciones de la mente, sino reflexionan­ do específicamente sobre las acciones por las cuales el sujeto se determina a sí mismo. Con esto, parece estar reforzando la idea según la cual la propia mente, y no los datos que recibe del exterior, genera esos conceptos, cuya aplicación a las represen­ taciones sensibles les otorga objetividad. El panorama que ofrece este intento de derivación es dife­ rente del que presenté anteriormente, apoyándome en la re­ flexión 4678; allá, los “momentos de la apercepción” y los conceptos puros del entendimiento se coordinan entre sí para aplicar reglas que determinan objetivamente las representacio­ nes sensibles; aquí se trata de distintas reglas, unas derivadas de las otras. Sin embargo, esta derivación finalmente conduce a identificar las funciones de la apercepción con los conceptos puros del entendimiento, gracias a la idea de la unidad de la mente como aquello a través de lo cual se determinan, en gene­ 34 R4674; A.A., XVII, p. 64*7, renglones 35 Dissertatio, § 8 (A.A., II, p. 395).

3-5.

ral, las representaciones, ya sea refiriéndolas al sujeto o a los objetos externos al mismo. Este paso puede entenderse apelan­ do a un fragmento en el cual Kant parece explicar en qué po­ dría consistir esa transformación de las funciones subjetivas en objetivas. Esa transformación no consistiría, siguiendo ese frag­ mento, más que en una generalización de las primeras, gracias a la cual se define lo que es un objeto en general. x es el objeto [...]. Este objeto sólo puede ser representado según sus relaciones y no es más que la representación subjetiva (del su­ jeto), pero generalizada, pues yo soy el original de todos los obje­ tos.3^ Las relaciones entre los datos de la sensibilidad por las cua­ les nos representamos un objeto distinto de nosotros mismos son, pues, las mismas que intervienen en la determinación de mi propio yo, es decir, de un sujeto particular, pero generaliza­ das. Con esta observación, Kant está queriendo explicar el ori­ gen del concepto de objeto, a saber: la representación del propio yo.37 Pero, independientemente de cuál sea el origen de la representación del objeto o del yo, lo cierto es que las mis­ mas relaciones entre representaciones valen para ambos, de suerte que puede hablarse de identidad entre los conceptos pu­ ros del entendimiento y las funciones de la apercepción. Esto queda claro en un fragmento posterior, en el cual Kant está co­ mentando el concepto de experiencia. Las experiencias son pues, posibles sólo porque se presupone que todos los fenómenos pertenecen a títulos del entendimiento es decir: en toda mera intuición hay dimensión; en todo fenóme­ no, sustancia y accidente. En el cambio de los mismos, causa y efecto; en el todo, acción recíproca. Estas proposiciones valen, R4674; A.A., XVII, p. 646, renglones 6-13. Esta explicación del origen de conceptos como sustancia o causa en rea­ lidad reproduce la explicación que al respecto habían proporcionado Leibniz (“Lettre touchant ce qui est independan! des Sens et de la Matiére”, G VI, p. 502) y Descartes (Meditaciones metafísicas, III, AT IX, p. 35). Cfr. R. McRae, Leibniz: Perception, Apperception & Thought, pp. 89-97. 36 37

pues, para todos los objetos de la experiencia. Exactamente las mismas proposiciones valen, también, para la mente con respecto a la producción de sus propias representaciones y son momentos de su génesis.38 Las mismas proposiciones que describen la estructura ge­ neral de nuestras experiencias de objetos son aquellas que ha­ cen posible hablar del sujeto que tiene estas experiencias. Estas proposiciones pueden ser utilizadas como reglas para ordenar nuestras representaciones y gracias al uso de estas reglas perci­ bimos objetos y somos conscientes de nosotros mismos en cuanto objetos particulares de la experiencia. Sin ellas,, no ten­ dríamos más que una serie de representaciones distintas entre sí las cuales no podríamos asociar para conformar experiencias de objetos. Pero si las mismas reglas que me sirven para iden­ tificar objetos son las que me permiten tener conciencia de mí mismo en cuanto objeto de la experiencia, ¿por qué habría que llamarlas en general “funciones de la apercepción” o “momen­ tos de la apercepción”? En todo caso, habría que denominar de esta manera a una aplicación determinada de esas reglas: aque­ lla que me permite explicar la génesis de mis representaciones en cuanto estados mentales. Kant insiste, sin embargo, en que estas reglas son “momentos de la apercepción”, es decir, aque­ llo a través de lo cual somos conscientes de la acción que lle­ vamos a cabo al relacionar representaciones. Está claro que Kant se enfrenta aquí, en los manuscritos de Duisburg, con dos caracterizaciones distintas de la autoconciencia: por un lado, con la conciencia de sí mismo en cuanto objeto, por el otro, con la conciencia de las acciones por las cuales se conforma la expe­ riencia. Cuando Kant intenta derivar las reglas mediante las cuales pensamos en objetos de la experiencia a partir de las fun­ ciones de la apercepción, por las cuales cada quien piensa en sí mismo como sujeto al cual se le adscriben representaciones en cuanto estados mentales, está utilizando el término “apercep­ ción” para designar la conciencia de un objeto particular, la conciencia de la unidad de las representaciones que configuran una trayectoria particular. Cuando afirma, en cambio, que los

“momentos de la apercepción” constituyen reglas mediante las cuales se determina un objeto correspondiente a un concepto, está utilizando el término “apercepción” para designar la con­ ciencia de las acciones del pensar, en cuanto que conforman la unidad a través de la cual la pluralidad de representaciones es sintetizada, no en cuanto elementos que nos permiten determi­ nar un sujeto en particular. Los dos significados del término “unidad” que he menciona­ do más arriba están involucrados en estas dos maneras de inter­ pretar lo que Kant entiende por “apercepción”. En el primer caso, se trata, en efecto, de la conciencia de las representacio­ nes sintetizadas bajo el concepto del yo, de la conciencia de la unidad que conforman esas representaciones, por lo tanto, del producto de aplicar reglas a una serie particular de representa­ ciones. En el segundo, en cambio, se trata de la conciencia de las reglas mismas que nos permiten distribuir nuestras repre­ sentaciones de tal manera que se refieran a objetos, dentro de los cuales se encuentra mi propio yo. En este segundo caso, la apercepción es conciencia del marco que hace posible integrar todas mis representaciones a un mismo juego, no es un saber acerca de una de las piezas del juego. En la Crítica de la razón pura, Kant distinguirá entre la autoconciencia empírica, que corresponde al primer sentido del término “apercepción”, y la autoconciencia trascendental, que corresponde al segundo. Esta distinción le permitirá evitar las confusiones en las cuales se ve envuelto en los manuscritos de Duisburg. Así mismo, dis­ tinguirá la unidad de las representaciones que caracterizan a un sujeto particular, a la cual denominará “unidad subjetiva de la apercepción”, de la unidad gracias a la cual las representacio­ nes se integran a un único entramado, a la cual denominará “unidad objetiva de la apercepción”, por ser ella la que garan­ tiza que nuestras representaciones se estructuren en la expe­ riencia de objetos. En los manuscritos de Duisburg, estos dos sentidos del término “apercepción” parecen confundirse. Sin embargo, está claro que Kant maneja ambos sentidos y que cada uno de ellos lo lleva a explotar distintas ideas. No resulta, pues, arriesgado pensar que la incompatibilidad de las reflexio­ nes que comprenden los manuscritos de Duisburg fue una de

las razones por las cuales Kant se vio en la necesidad de distin­ guir dos tipos de autoconciencia.39 Sin lugar a dudas, la caracterización de la autoconciencia como conciencia del pensar, como conciencia de la unidad que conforman las reglas por las cuales determinamos objetos de la experiencia, es aquella que hace de los manuscritos de Duis­ burg un claro antecedente de la Crítica de la razón pura. Y esta caracterización es la que le permite a Kant identificar, en estas reflexiones, los conceptos puros del entendimiento con las fun­ ciones de la apercepción. En efecto, si estas funciones no tie­ nen que ver sólo con la determinación de un objeto en particular, sino que son las reglas que estructuran las represen­ taciones en una única conciencia, en la medida en que las refie­ ren a objetos, parecen identificarse, sin más, con los conceptos mismos que definen a priori lo que es un objeto de la experien­ cia en general. Identificar esas funciones con estos conceptos equivale a proponer que las reglas que ordenan nuestras repre­ sentaciones en la concepción de un mundo de objetos son las mismas que ordenan una pluralidad de representaciones, dis­ tribuidas temporalmente, en una única conciencia, cualquiera que sea el conjunto particular de representaciones que nos haya sido dado. Esta propuesta es una de las principales ideas que Kant explotará más tarde en la deducción trascendental de la Crítica de la razón pura. En donde puede verse con más claridad que Kant busca identificar los conceptos puros del entendimiento con las fun­ ciones de la apercepción es en la reflexión 4680. En ella, Kant vuelve a utilizar la notación x-a-b, con la cual había analizado, en las reflexiones anteriores, los distintos elementos que inter­ vienen en la aplicación de una regla. Pues bien, habiendo carac­ terizado a b como “el acto de la apercepción” o como “los 39 Wolfgang Cari no parece reconocer estas dos concepciones de la autoconciencia en los manuscritos de Duisburg. Para él, la “unidad del sujeto pen­ sante'* de la cual habla aquí Kant es en todos los casos la unidad de una sustancia. De ahí que considere que la concepción de esta unidad en los manus­ critos de Duisburg sea incompatible con la crídca a la psicología racional que Kant ofrece en el capítulo acerca de los paralogismos de la razón en la Crítica {Der schweigende Kant, pp. 91-92).

momentos de la apercepción”, Kant identifica a b, en la re­ flexión 4680, con los conceptos puros del entendimiento. Todo lo que acontece es representado por mor de la determina­ ción de su concepto entre los fenómenos, es decir, en atención a la posibilidad de la experiencia, como contenido bajo una regla, cuya relación se expresa a través de un concepto del entendi­ miento. En el fenómeno en donde a es un concepto, además de aquello que es pensado por a, tienen que estar contenidas las con­ diciones de su especificación, las cuales hacen necesaria una regla cuya función se expresa a través de b. a no puede ser especificado en el tiempo en que sucede más que mediante una regla.40 La estrategia que Kant elige aquí para justificar la objetivi­ dad de los conceptos puros del entendimiento presupone la caracterización de la objetividad en la cual la autoconciencia desempeña un papel preponderante. De acuerdo con esta ca­ racterización, la objetividad de un concepto descansa en las reglas que nos permiten determinar o ubicar los objetos que corresponden a ese concepto. La objetividad es aquello que hace posible vincular las representaciones que nos son dadas con lo que pensamos en abstracto. Al afirmar que los concep­ tos puros del entendimiento son las reglas que nos permiten identificar los objetos que corresponden a lo que pensamos en abstracto, Kant está afirmando que son ellos los que constitu­ yen la objetividad misma, que son ellos los que garantizan la objetividad de todos los demás conceptos. Esto es precisamen­ te lo que Kant había sostenido con respecto a los momentos de la apercepción, de tal manera que estos conceptos vienen a conformar la unidad a través de la cual la pluralidad de repre­ sentaciones distribuidas temporalmente es sintetizada en un todo coherente. 1.3. Conciencia y autoconciencia La nueva caracterización de la objetividad que lleva a Kant a buscar la justificación de la objetividad de los conceptos puros

del entendimiento apelando a la autoconciencia, corre a la par de una concepción de la conciencia que cumplirá un papel fundamental en la Crítica de la razón pura. La objetividad es vis­ ta, en los manuscritos de Duisburg, como algo que descansa en las reglas que ordenan las representaciones que nos son dadas a través de la sensibilidad. Estas reglas adquieren tal importan­ cia en este texto que Kant condiciona nuestra facultad recep­ tiva, nuestra capacidad para recibir información de los senti­ dos, al uso de estas reglas. Esto significa que lo dado sólo puede ser asimilado o aprehendido por el sujeto en la medida en que es objeto de estas reglas, en la medida en que es captu­ rado por ellas. Ninguna representación puede integrarse a la unidad que conforma la conciencia de cada sujeto a menos que sea sintetizada, es decir, relacionada mediante reglas con otras representaciones. La conciencia que tenemos de una re­ presentación, de acuerdo con esta tesis, no puede tener por objeto sólo esa representación, sino el juego completo del cual forma parte. Somos conscientes de nosotros mismos, de nuestras acciones y de los fenómenos en la medida en que tenemos conciencia de su aprehensión, ya sea a través de coordinarlos entre sí o de aprehen­ der una sensación por otra.41 Percibimos algo sólo porque somos conscientes de nuestra aprehensión.42 En estos fragmentos, Kant sostiene que sólo tenemos con­ ciencia directa de nosotros mismos y de nuestras acciones. Las representaciones sensibles, en cambio, son objeto de la con­ ciencia en la medida en que se integran a nuestra actividad pensante. Por ello, las reglas que se deben aplicar a estas repre­ sentaciones son necesarias no sólo para referirlas a objetos, sino incluso para tener conciencia de las mismas. La conciencia de las representaciones sensibles presupone, pues, la concien­ 41 42

R4679; A.A., XVII, p. 662. R4681; A.A., XVII, pp. 667, renglones 27-28.

cia de la acción mental que las enlaza y les da su posición en el “sentido interno”. Una de las principales ideas que subyace en esta tesis y que Kant explotará en la Crítica de la razón pura es que no hay conciencia de representaciones aisladas, ya que la conciencia de cualquier representación involucra un proceso de síntesis que al sujeto le corresponde introducir.43 En la Crítica de la razón pura, Kant no sólo argumentará a fa­ vor de la objetividad de los conceptos puros del entendimien­ to, sino también a favor de su necesidad; además de intentar mostrar que ellos garantizan la experiencia de objetos, intenta­ rá mostrar que son necesarios para conformar la unidad de la conciencia, independientemente de si aceptamos que tenemos experiencias de objetos o no. La concepción de la conciencia que Kant desarrolla en los manuscritos de Duisburg es una pie­ za clave para los argumentos a favor de la necesidad de estos conceptos, ya que, por un lado, rechaza toda conciencia pasiva, y, por el otro, identifica estos conceptos con la unidad a través de la cual es sintetizada la pluralidad que nos es dada. 2. Conceptos puros del entendimiento y apercepción en B 12 A lo largo de todas las reflexiones de los manuscritos de Duis­ burg, los conceptos puros del entendimiento son abordados en estrecha relación con las acciones de la mente por las cuales or­ denamos las representaciones sensibles en un todo coherente. Ya sea porque se identifican con las reglas por las cuales sinteti­ zamos una pluralidad de esas representaciones, ya sea porque constituyen factores de la aplicación de esas reglas, en ningún momento dejan de ser tratados desde la perspectiva de la “acti­ vidad interna” del sujeto. Desde esta perspectiva, Kant busca ex­ plicar su objetividad. Al igual que en las reflexiones de 1772, estos conceptos son lo que nos permite hablar de objetos de la experiencia; pero ya no por destacar un orden dado de repre­ sentaciones, que nos permite referirlas a lo que pensamos como 43 R4674: “Hay tres funciones de la apercepción que se encuentran en todo pensamiento de nuestro estado en general y a las cuales tienen que ajustarse por ello todos los fenómenos, ya que en éstos por sí mismos no descansa nin­ guna síntesis, a menos que la mente la añada o la lleve a cabo a partir de los da­ tos de los mismos.” (A.A., XVII, pp. 646-647)

objeto, sino porque ellos mismos ordenan ese material en un todo coherente, que hace posible tener experiencias de objetos. Nuestra capacidad receptiva, la sensibilidad, queda, de esta ma­ nera, condicionada por el uso de estos conceptos, sin los cuales ni siquiera podríamos ser conscientes de las propias represen­ taciones sensibles. Esta nueva perspectiva, adoptada para justi­ ficar la objetividad de estos conceptos, le ofrece a Kant, sin embargo, un panorama en el cual estos conceptos adquieren una función más amplia que la prevista, ya que, conforme a ella, no sólo se puede mostrar que sin ellos no podríamos tener ex­ periencias de objetos, sino que también se puede mostrar que son indispensables para ordenar las representaciones sensibles de tal manera que conformen un todo coherente de representa­ ciones bajo la unidad de la conciencia. En las reflexiones de 1772, el orden de las representaciones sensibles en el espacio y el tiempo es considerado indepen­ diente de los conceptos puros del entendimiento, los cuales fi­ jan posiciones en los juicios basándose en ese orden. Lo que Kant no explica en estas reflexiones es por qué las posiciones en los juicios se pueden fijar basándose en el orden que man­ tienen las representaciones en el espacio y el tiempo, es decir, no propone una relación particular entre nuestras facultades que explique esa correspondencia. Simplemente analiza lo que da por hecho, a saber: el conocimiento que tenemos de los ob­ jetos de la experiencia, y a partir de este análisis destaca esa correspondencia. Pero ¿qué estructura posee nuestra mente para hacer posible esa correspondencia? Ésta pregunta no pa­ rece responderla Kant en las reflexiones de 1772. En los ma­ nuscritos de Duisburg, en cambio, Kant parece estar abordan­ do precisamente este asunto; pero, al hacerlo, establece una nueva relación entre el orden de las representaciones en la sen­ sibilidad y los conceptos puros del entendimiento. Estos últi­ mos ya no sólo fijan posiciones en los juicios, sino que también ordenan representaciones sensibles en el tiempo. Esta nueva relación le permite a Kant dar una nueva justificación de la ob­ jetividad de esos conceptos, en donde ellos mismos se convier­ ten en factores que hacen posible que tengamos experiencias de objetos, ya que intervienen en la ordenación de las repre­ sentaciones en el momento mismo de su recepción. Mostrar

que la unidad de las representaciones sensibles en el espacio y el tiempo es algo que depende de la actividad sintética del suje­ to se puede convertir, bajo esta nueva perspectiva, en la justifi­ cación de la objetividad de los conceptos por los cuales pensa­ mos a priori en objetos. En las reflexiones de 1772, la actividad del sujeto podía ex­ plicarse como la coordinación de dos órdenes distintos: el or­ den de las representaciones sensibles en un entramado espaciotemporal y el de los conceptos en los juicios. Bajo esta visión, la actividad del sujeto quedaba enmarcada por esos dos órdenes, y, por lo tanto, los conceptos puros del entendimiento queda­ ban caracterizados como funciones que coordinan esos órde­ nes. El nuevo proyecto, en cambio, subordina el orden de las representaciones en la sensibilidad a nuestra actividad sintéti­ ca, cuya estructura general la constituyen los conceptos puros del entendimiento. De acuerdo con este proyecto, nuestra fa­ cultad receptiva está subordinada a la facultad de los concep­ tos, es decir, no hay recepción de datos sin la proyección de una unidad conceptual a la cual deben quedar integrados estos datos. Esta proyección es lo que le permite al sujeto conformar un orden objetivo de representaciones, de suerte que el orden que deben guardar las representaciones sensibles para descri­ bir un mundo objetivo queda asimilado a la estructura de nues­ tra actividad pensante. Aquí ya no es posible hablar de dos órdenes que se originan en distintas facultades y cuya coordina­ ción genera el conocimiento, es decir, un orden objetivo de re­ presentaciones. De acuerdo con la nueva perspectiva adoptada por Kant, sólo puede admitirse un orden de representaciones en el cual se funde la sensibilidad y el entendimiento. No es, pues, de extrañar que Kant haya buscado, después de escribir los manuscritos de Duisburg, una facultad en la cual se engar­ zaran la sensibilidad y el entendimiento, esas dos facultades que antes había caracterizado de tal forma que generaban dos órdenes distintos, si bien necesariamente coordinados en el co­ nocimiento.

2.1. Imaginación productiva y unidad de la apercepción En 1780, un año antes de la publicación de la Crítica de la razón puray Kant redactó un esbozo de la deducción trascendental de las categorías que manifiesta ya una fuerte semejanza con el tex­ to definitivo de la primera edición, en sus dos últimas secciones. Este esbozo se conoce bajo la designación B 12.44 En él, Kant enfoca las categorías fundamentalmente como conceptos que colaboran en la síntesis de representaciones en el tiempo y las aborda en estrecha relación con las funciones de una facultad que no maneja en los manuscritos de Duisburg: la imaginación. Este texto es muy confuso con respecto a la distinción entre las diferentes facultades del conocimiento, al igual que la tercera sección de la deducción en la primera edición de la Crítica.45 A la imaginación le otorga tal importancia que llega a sostener que “la síntesis trascendental de la imaginación subyace en to­ dos nuestros conceptos del entendimiento”46 y distingue varios tipos de imaginación, que parecen ahora desempeñar las dife­ rentes funciones que antes Ies correspondía realizar a las otras facultades. Estas confusiones se deben a la superposición de una constelación teórica diferente de la que Kant había venido manejando, pero que acogió porque le proporcionaba, en ese momento, un esquema para enfatizar la subordinación de los aspectos pasivos del conocimiento a los aspectos activos, lo cual había ido adquiriendo cada vez más importancia en el desarro­ llo de su filosofía teórica. Esta constelación teórica, que Kant intenta amoldar a los re­ sultados de sus anteriores investigaciones, manifiesta una clara 44 Kant escribió este esbozo al reverso de una carta que el rector de la uni­ versidad de Kónigsberg le envió el 20 de enero de 1780, lo cual indica más o menos la fecha de su elaboración. De acuerdo con el cuidadoso análisis de Erich Adickes, este documento no pudo haber sido escrito después de la redac­ ción de la Crítica de la razón pura, ni pudo haberle servido a Kant como prepa­ ración para la redacción definitiva de la deducción trascendental en conjunto. Adickes concluye que se trata de un trabajo previo a la redacción de la Crítica, el cual Kant utilizó posteriormente para la elaboración de una parte de la de­ ducción: la tercera sección en la primera edición de la Crítica. Cfr. E. Adickes, Kant-Studien,ipip. 181-185. 45 Con respecto a las semejanzas entre este esbozo y esa sección de la deduc­ ción trascendental, véase E. Adickes, op. ext., pp. 173-185. 46 A.A., XXIII, p. 18, renglones 13-14.

influencia de los Philosophische Versuche über die Menschliche Natur und ihre Entwicklung de Johann Nicolás Tetens, publicados en 1777.47 Desde una perspectiva empirista, Tetens expone en esta obra la génesis del conocimiento en toda su complejidad a partir de la recepción de impresiones ocasionadas por objetos externos o por nuestra propia actividad mental.48 Tetens ma­ neja, en esta exposición, un esquema de la mente que postula tres facultades: la facultad de las sensaciones [Empfindungsvermógen], la facultad representativa [Vorstellungsvermogen] y la fa­ cultad del pensamiento [Denkkraft].^9 La segunda de estas facultades comprende tanto nuestra capacidad para reproducir las huellas qué dejan las impresiones como la capacidad de construir nuevas imágenes a partir de esa reproducción. Com­ prende, pues, una imaginación reproductiva [Einhildungskraft] y una imaginación productiva [Dichtungsvermógen].5®La facul­ tad del pensamiento incluye tanto al entendimiento como a la razón.51-Muchos aspectos de esta obra de Tetens coinciden con la perspectiva desde la cual Kant había explicado la función de las categorías en los manuscritos de Duisburg. Semejante coin­ cidencia se debe a que ambos autores enfatizan el aspecto acti­ vo de los procesos del conocimiento, al punto de hacer depender del mismo hechos psíquicos que hasta entonces, so­ bre todo entre los empiristas, se tendía a explicar considerando al sujeto como algo pasivo. Esta perspectiva salta a la vista en la 47 Sobre la influencia que ejercieron I05 Philosophische Versuche de Tetens so­ bre la filosofía de Kant, véase Hermán J. de Vleeschauwer, La déduction trascen­ dental9 dans Vceuvre de Kant, t. I, pp. 299-329. 48 Cfr. Hermán J. de Vleeschauwer, La déduction trascendental dans Vceuvre de Kant, 1 .1, p. 299; W. Cari, op. «1, p. 124. 49 Tetens, Philosophische Versuche, pp. 1-7, pp. 287-289. Tetens uti­ liza el término “representación” con un significado diferente del que le da Kant la mayoría de las veces. Para Kant, al igual que para Leibniz y Wolff, ese térmi­ no significa cualquier modificación de la mente. Tetens ataca la concepción que Leibniz y Wolff tienen de las representaciones (op. cit., pp. 8-12) y reserva ese término para aquellas modificaciones de la mente que dejan las impresio­ nes que han desaparecido. La facultad representativa es, pues, para Tetens, aquella facultad que trabaja con esas huellas que dejan las impresiones, ya sea al reproducirlas o despertarlas, al dividirlas o al crear nuevas imágenes a partir de ellas (op. cit., pp. 16-26). 50 Q r' J-N- Tetens, op. cit., pp. 24. 51 Ibid., pp. 288-289.

explicación que Tetens ofrece del proceso mediante el cual re­ producimos mentalmente las huellas que han dejado las impre­ siones. Según Tetens, esa reproducción es un proceso que depende de la actividad interna del sujeto [innerlich bewohnende Kraft],52 por la cual las huellas recibidas se transforman en re­ presentaciones de los objetos que las han causado.53 Y esta reproducción es la que determina el alcance de la conciencia sobre las impresiones recibidas.54 De ahí que la conciencia no sea para Tetens algo pasivo, sino un producto de nuestra acti­ vidad mental.55 Pero esa transformación de las huellas recibi­ das en representaciones de los objetos no la puede realizar la imaginación sin la colaboración de la facultad de pensar, cuya principal aportación consiste precisamente en relacionar las re­ presentaciones, que por sí mismas no son más que copias de las impresiones, con el objeto que las ha causado. Al leer los Philosophische Versuche, Kant encontró seguramente cierto eco de sus propios pensamientos, por lo cual se entregó a su estudio con particular interés, tal como lo atestiguó Hamann en mayo de 1779.57 Lo que más llama la atención de aquello que Kant toma en B 12 de esta obra de Tetens es la importancia que le otorga a la imaginación en el proceso del conocimiento. Adopta, conse­ cuentemente, el esquema de las tres facultades que Tetens ma­ neja. Lo que le interesaba a Kant de este esquema era la posi­ ción de la imaginación entre el entendimiento y la sensibilidad. Esta facultad, de la cual había hecho abstracción en los manus­ critos de Duisburg, debió despertar el interés de Kant en tanto que podía ayudarlo a esclarecer el proceso mediante el cual las intuiciones quedan determinadas por los conceptos puros del entendimiento y, de esta manera, allanar el camino para una Ibid., p. 14. 53 Ibid., pp. 16-21. 54 Ibid., pp. 257-265. 55 Ibid., p. 278. En este pasaje, Tetens no utiliza el término “Bewufitsein'\ 52

sino el término “Gewahmehmen”. Sin embargo, Tetens considera que estos términos se refieren a un mismo concepto fundamental (op. cit., p. 255). 56 Ibid., p. 332. 57 Véase la carta del 17 de mayo de 1779, dirigida a Herden J.G. Hamann, Briejwechsel IV, A. Henkel (ed.), Wiesbaden, 1959, p. 81.

nueva justificación de su validez objetiva. La distinción que Tetens lleva a cabo entre una imaginación reproductiva y una imaginación productiva también le sirvió a Kant para enfatizar la subordinación de nuestra receptividad a nuestra actividad sintética y, de esta manera, para condicionar el aspecto empíri­ co del conocimiento a la aplicación de funciones de síntesis a priori. “La imaginación —afirma Kant en B 12— es una sín­ tesis en parte productiva y en parte reproductiva. La primera hace posible la última.”58 Kant circunscribe, en este esbozo, el campo en el cual opera el aspecto reproductivo de la imagi­ nación al ámbito de lo empírico, es decir, considera que repro­ ducimos sólo lo que hemos recibido a través de los sentidos. Al aspecto productivo de la imaginación, en cambio, lo involucra tanto en el campo de lo empírico, como en el de las intuicio­ nes puras y en el de las condiciones de posibilidad de la expe­ riencia. La imaginación productiva es: 1) empírica en la aprehensión; 2) pura, pero sensible, con respecto a un objeto de la intuición pura sensible; 3) trascendental con respecto a un objeto en gene­ ral. La primera presupone la segunda; la segunda, la tercera.59 Guando Kant sostiene que la parte productiva de la imagi­ nación hace posible la parte reproductiva, subordina la repro­ ducción de datos empíricos a una síntesis a priori de la imagina­ ción. No está pensando, pues, en la imaginación productiva que elabora nuevas imágenes a partir de los datos que hemos recibido de los sentidos, sino en una imaginación que, al rela­ cionar intuiciones puras o posiciones en el tiempo, estructura el plano en el cual se da la reproducción de datos empíricos. Pero esta manera de concebir la relación entre la imaginación reproductiva y la imaginación productiva lleva consigo la sub­ ordinación de nuestra receptividad a la actividad sintética a priori de la imaginación, pues el plano en el cual se da la repro­ ducción debe ser el mismo en el cual se da la recepción o apre­ hensión de los datos de los sentidos. 58 A.A., XXIII, p. 18, renglones 59 Ibid., p. 18, renglones 25-28.

21-22.

La síntesis pura de la imaginación es el fundamento de posibili­ dad de la síntesis empírica en la aprehensión, por lo tanto, tam­ bién de la percepción. Es posible a priori y no produce más que formas. La síntesis trascendental de la imaginación tiene que ver sólo con la unidad de la apercepción en la síntesis de la plurali­ dad en general a través de la imaginación. Por medio de ella es pensado un concepto del objeto en general de acuerdo con las distintas maneras de la síntesis trascendental. La síntesis se da en el tiempo.60 En este fragmento parece haber una confusión entre la sín­ tesis pura y la síntesis trascendental de la imaginación, pero esta confusión puede disolverse si se concibe a la síntesis tras­ cendental como una síntesis pura que hace posible la represen­ tación de un objeto correspondiente a nuestras intuiciones. Una síntesis pura es aquella que enlaza intuiciones puras. Si la manera en que las enlaza hace posible pensar en objetos, en­ tonces es trascendental. No toda síntesis pura es, pues, una sín­ tesis trascendental, sino sólo aquella que nos permite pensar en un objeto a partir del material intuitivo con el cual trabaja. Pero toda síntesis trascendental es pura y “no produce más que formas”, porque la manera en que condiciona la represen­ tación de un objeto es mediante la estructuración del plano en el cual nos son dadas las representaciones sensibles, en el caso de la experiencia, o son construidos los objetos que correspon­ den a un concepto, como en el caso de la geometría. En ambos casos, lo que nos permite pensar en objetos correspondientes a las intuiciones es la síntesis trascendental. Esta última enlaza de manera inmediata intuiciones puras, pero interviene a tra­ vés de éste enlace en la síntesis de intuiciones empíricas que produce la experiencia de objetos. Por ello, puede decirse que es condición de posibilidad de la experiencia de objetos. Así pues, la síntesis trascendental condiciona la percepción en la medida en que conforma las intuiciones puras de tal manera que por ella pensamos en objetos correspondientes a los datos que recibimos. Aquí Kant está reformulando, en términos de una teoría de las facultades, lo que ya había vislumbrado en los 60 I b id p.

18, renglones 29-36.

manuscritos de Duisburg al afirmar que nos representamos el objeto en general “por analogía con la construcción”, pues las condiciones para que se nos dé un objeto pueden determinar­ se a priori en el sentido interno, tomando al sentido interno como la mera sucesión de momentos que, por no distinguirse entre sí sólo pueden ser determinados a través de una regla a priori.61 Con esta reformulación, Kant da un paso más que Tetens, pues si este último considera que la reproducción de las huellas que dejan las impresiones es ya una actividad de la imaginación gracias a la cual estas huellas se convierten en re­ presentaciones de objetos, Kant condiciona la aprehensión misma de las sensaciones al aspecto productivo de esta facul­ tad.62 Como puede verse, una de las tareas que Kant le había asig­ nado al entendimiento en los manuscritos de Duisburg queda desplazada por la introducción de la imaginación. Ya no es el entendimiento, sino la imaginación, aquella facultad que sinte­ tiza las sensaciones en un todo coherente y estructura el plano en el cual nos son dadas. La capacidad de sintetizar intuiciones 61 Cfr. R4684; A. A., XVII, pp. 670-671; véase también la nota 20 de este ca* pítulo. 62 Hermán J. de Vleeschauwer reformula la opinión que el propio Kant te­ nía de esta aportación teórica en los siguientes términos: “Kant menciona como una victoria sobre su época el hecho de haber sido el único que vislum­ bró por primera vez que la imaginación es un factor involucrado en la percep­ ción y que constituye para esta última una condición de posibilidad” {La déduction trascendental# dans Vceuvre de Kant, I, p. 313). Desgraciadamente, Vlees­ chauwer no indica la referencia de esta autoevaluación. Supongo que se refiere a la nota de la tercera sección de la deducción trascendental en la primera edi­ ción de la Crítica de la razón pura , en la cual Kant sostiene lo siguiente: “Ningún psicólogo ha pensado hasta ahora que la imaginación es un ingrediente nece­ sario de la propia percepción. Esto se debe, por un lado, a que se limita esta fa­ cultad a las reproducciones, y, por el otro, a que se cree que los sentidos no sólo nos proporcionan impresiones, sino que incluso las enlazan y producen imáge­ nes de los objetos” (Al20). Es cierto que Hume, en el Tratado sobre la naturaleza humana, ya había enfatizado el papel que desempeña la imaginación en la per­ cepción, pero está lejos de considerarla un factor necesario o una condición de posibilidad de la recepción de impresiones, ya que le asigna una función repro­ ductiva (Treatise, parte IV, II, “Of scepticism with regard to the senses”, pp. 187-218). Con respecto a las distintas funciones que Hume y Kant le atri­ buyen a la imaginación en la percepción, véase: P. Strawson, “Imagination and Perception”, en L. Foster y J.W. Swanson, Experience & Theory, pp. 31-54.

puras o empíricas aquí sólo le corresponde a la imaginación. Pero la labor trascendental de esta nueva facultad queda some­ tida a la dirección de los conceptos puros del entendimiento. De acuerdo con la nueva constelación teórica, mediante estos conceptos sólo pensamos en abstracto lo que es un objeto en general; la imaginación es, ahora, la que vincula esta idea abs­ tracta con la manera en que nos son dadas las representaciones sensibles. Los conceptos puros del entendimiento proporcio­ nan así la unidad a través de la cual determinamos los objetos de la experiencia, mientras que la imaginación lleva a cabo, en el tiempo, la síntesis conforme a esa unidad. El entendimiento proporciona los conceptos o las reglas para construir un todo coherente de representaciones sensibles; la imaginación lleva a cabo la síntesis conforme a esas reglas. Puede afirmarse, enton­ ces, que la síntesis trascendental de la imaginación es el vehícu­ lo a través del cual la pluralidad de datos queda integrada a la unidad que constituyen las categorías, es decir, la unidad que nos permite armar nuestras representaciones en experiencias de objetos. A pesar de estas modificaciones que acarrea la introducción de la imaginación en el panorama desarrollado por los manus­ critos de Duisburg, Kant enfatiza en B 12 algunos resultados de esas investigaciones anteriores y logra, de esta manera, recortar y depurar, por así decirlo, las ideas que habrá de utilizar en la Crítica de la razón pura para explicar la objetividad y la necesi­ dad de las categorías. Uno de esos resultados que Kant destaca es la identidad que había sugerido en los manuscritos de Duis­ burg entre la unidad que conforman las categorías y la unidad que caracteriza la conciencia del sujeto que conoce. Esta iden­ tidad es la que explica por qué Kant, en el fragmento antes ci­ tado de B 12, sostiene simultáneamente que a través de la síntesis trascendental de la imaginación pensamos en un objeto en general que corresponde a lo que nos puede ser dado por la pluralidad sensible y que esta síntesis sólo tiene que ver con la unidad de la apercepción, es decir, con la unidad de la concien­ cia por la cual el sujeto sabe de sí mismo como agente del co­ nocimiento. En otro fragmento de B 12, Kant postula clara y explícitamente esta identidad.

La pluralidad no puede pertenecer en general a una apercepción más que a través de la síntesis general de la imaginación y de las funciones de la misma en una conciencia. Esta unidad trascen­ dental en la síntesis de la imaginación es, por lo tanto, una unidad a priori bajo la cual tienen que estar todos los fenómenos. Pero esas [funciones] son las categorías; por lo tanto, las categorías ex­ presan la unidad necesaria de la apercepción, bajo la cual se ha­ llan a priori y de manera necesaria todos los fenómenos en cuanto pertenecen a un conocimiento.63 La imaginación también es, de acuerdo con este fragmento, el vehículo a través del cual la pluralidad de representaciones intuitivas es integrada a la “unidad de la apercepción”. Pero las funciones conforme a las cuales la imaginación realiza la sínte­ sis que constituye la integración misma de esa pluralidad a la unidad de la apercepción son precisamente las categorías, es decir, aquellos conceptos por los cuales pensamos en objetos. La “unidad de la apercepción” que aquí menciona Kant no pue­ de ser el resultado de la síntesis, ya que es la unidad a la cual hay que integrar las representaciones, no la unidad que manifiestan una vez sintetizadas. De ahí que esta unidad no sea más que aquella que determina la manera en que la pluralidad es sinte­ tizada, a saber: la unidad que constituyen las categorías. Kant no sólo está afirmando aquí que necesitamos conceptos de un objeto en general para integrar representaciones intuitivas a la “unidad de la apercepción”. Está afirmando algo más fuerte: que la unidad misma de la apercepción no es más que el plano en el cual distribuimos las representaciones intuitivas en la con­ cepción de un mundo de objetos. Es importante hacer notar que en B 12 Kant no menciona en ningún momento la apercepción entendida como la conciencia de sí mismo en cuanto objeto, como la conciencia de un sujeto particular que es determinado en el tiempo. Ni siquiera men­ ciona la apercepción como conciencia de las propias acciones por las cuales pensamos en objetos. Se limita a utilizar el térmi­ nos “apercepción” en la expresión “unidad de la apercepción”. Con ello, Kant parece estar evitando las confusiones en las que

se había visto envuelto en los manuscritos de Duisburg por ma­ nejar distintos significados del término “apercepción”. Parece retomar el significado de “apercepción” sólo como conciencia de la unidad que nos permite referir representaciones sensibles a objetos. Esto es lo que sugiere la identificación de la unidad de la apercepción con la unidad que constituyen las categorías. Sin embargo, en la expresión “unidad de la apercepción” el tér­ mino “apercepción” puede significar aquí la conciencia empíri­ ca, sin modificar, por ello, el carácter a priori y trascendental de esa unidad. Esta unidad puede ser aquella que hace posible la autoconciencia empírica, al igual que hace posible el conoci­ miento de objetos; puede ser también la unidad de la cual te­ nemos conciencia al reconocer que todas nuestras representa­ ciones pertenecen a un mismo juego. En B 12, Kant no está preocupado por aquello sobre lo cual versa la apercepción, sino por la postulación de una unidad a priori que condicione la aprehensión de todas las representaciones sensibles. Bajo cualquiera de los dos significados anteriores, la unidad de la cual Kant habla aquí puede entenderse como una unidad a prio­ ri que condiciona la receptividad de representaciones sensibles. Y esto parece bastarle, ya que en este esbozo de la deducción trascendental de las categorías, se concentra en argumentar a favor de la necesidad de aplicar conceptos puros del entendi­ miento para generar conocimiento. Los fenómenos me conciernen, no en cuanto que están en los sentidos, sino en cuanto que pueden, al menos, hallarse en la apercepción. Pero en ella sólo pueden hallarse por mediación de la síntesis de la aprehensión, es decir, de la imaginación; pero ésta tiene que concordar con la unidad absoluta de la apercepción; por lo tanto, los fenómenos sólo son elementos de un conoci­ miento posible en tanto que se encuentran bajo la unidad trascen­ dental de la síntesis de la imaginación. Ahora bien, las categorías no son más que representaciones de algo (fenómeno) en general, en la medida en que es representado a través de la síntesis tras­ cendental de la imaginación, por lo tanto, todos los fenómenos, en cuanto elementos de un conocimiento posible (experiencia), se hallan beyo las categorías. Las intuiciones no son nada para nosotros si no están integra­ das [aufgenommen] a la conciencia. Por lo tanto, su relación con el

conocimiento posible no es más que su relación con la concien­ cia. Pero todo enlace de la pluralidad de la intuición no es nada si no ha sido integrado a la unidad de la apercepción; igualmente, todo conocimiento posible en sí sólo pertenece al conocimiento posible, porque pertenece, con todos los demás, a la apercep­ ción.64 Para que una representación sensible pueda formar parte de un conocimiento tiene que estar relacionada con otras en la unidad que constituye nuestra conciencia y de la cual, a su vez, podemos ser conscientes. La integración de las representacio­ nes sensibles a esta unidad la lleva a cabo la imaginación con­ forme a los conceptos de un objeto en general, los cuales proporciona el entendimiento. Por lo tanto, si una representa­ ción sensible contribuye al conocimiento es porque está rela­ cionada con otras de acuerdo con las categorías. Aquí Kant retoma dos tesis que ya había enfatizado en los manuscritos de Duisburg y que desempeñarán un papel fundamental en la de­ ducción trascendental de la Crítica de la razón pura: 1) que no hay conciencia de representaciones aisladas, es de­ cir, que no hay conciencia de representaciones que no estén vinculadas con otras representaciones, actuales o posibles; y 2) que toda síntesis presupone la unidad, que puede compren­ derse como la regla conforme a la cual se lleva a cabo esta síntesis. Con este argumento Kant logra darle cohesión a las reflexio­ nes de los manuscritos de Duisburg: por un lado, mantiene el vínculo entre los conceptos puros del entendimiento y la mane­ ra en que aprehendemos los datos de los sentidos como garan­ tía de su objetividad; por el otro, retoma la idea de la unidad de la mente, que aquí llama “unidad de la apercepción”, como la unidad que conforman esos conceptos. Pero, sobre todo, ex­ plota el potencial de esta última idea para argumentar a favor de la necesidad que tenemos de pensar bajo categorías. Es cier­ to que en este esbozo Kant no justifica que esa unidad a la cual deben integrarse todas las representaciones tenga que ser la

unidad de la autoconciencia y tampoco justifica la necesidad de la autoconciencia. Para ello, habrá que esperar a la Crítica, en donde saca a colación la conciencia de la identidad del sujeto como condición de la conciencia de cualquier representación. 2.2. Deducción subjetiva de los conceptos puros del entendimiento La lectura de Tetens le permitió a Kant precisar sus propias ideas acerca de la intervención del entendimiento en la deter­ minación del orden de las representaciones sensibles. Pero, con ello, arrastró también un esquema de nuestras facultades cognoscitivas que no logró hacer embonar adecuadamente con su propia concepción acerca de las distintas operaciones que in­ tervienen en el conocimiento. De ahí las confusiones acerca de las diferentes facultades en B 12 y en muchos paszyes de las dos últimas secciones de la deducción en la primera edición de la Crítica. A esta amalgama también se debe el tinte psicológico que parece dejar ver la propia deducción. No es de extrañar que el propio Kant se sintiera inseguro con los resultados de esa parte de la deducción, que se enreda demasiado con las dis­ tintas facultades y sus correspondientes operaciones, y que por tanto declarara en el prólogo a la primera edición de la Crítica que se trataba de una hipótesis,65 y que luego la haya reestruc­ turado radicalmente en la segunda edición. Podría pensarse que ese tinte psicológico, en parte producto del influjo de Te­ tens, fue el motivo por el cual Kant llamó “deducción subjetiva” a las secciones más importantes de la deducción trascenden­ tal.66 Sin embargo, Kant tenía presente la diferencia de sus in­ vestigaciones respecto de las de Tetens, incluso antes de la redacción definitiva de la Crítica.67 “Tetens —afirma Kant en la reflexión 4901—investiga los conceptos de la razón pura sólo de manera subjetiva (naturaleza humana); yo, de manera obje­ tiva. Aquel análisis es empírico; éste, trascendental.”68 Así, 65 A XVII. 66 Cfr. Hermán J. de Vleeschauwer, op. cit., I, p. 290. 67 Con respecto a la diferencia de los proyectos de investigación

y de Kant, véase W. Cari, op. cit., pp. 119-126. 68 A.A., XVIII, p. 23.

de Tetens

Kant coloca las investigaciones de Tetens al lado de las de Locke, que en el § 13 de la Crítica caracteriza como una “deri­ vación fisiológica” de las categorías, cuyo objetivo no puede ser más que el estudio de las “causas ocasionales de su produc­ ción”, es decir, las causas por las cuales el individuo llega a estar en posesión de esos conceptos, pero de ninguna manera la de­ ducción de su legitimidad, ya que, al basarse en aspectos empí­ ricos de la experiencia, no puede dar razón de la universalidad y necesidad de esos conceptos. En esa nota, en la que Kant señala la diferencia entre sus in­ vestigaciones acerca de los conceptos puros del entendimiento y las de Tetens, Kant equipara subjetivo a empírico y objetivo a trascendental. Por “investigación empírica y/o subjetiva” en­ tiende esa “derivación fisiológica”, que le atribuye a Locke en la Crítica. Es subjetiva ya que se concentra en la trayectoria que ha de seguir cada individuo para alcanzar el uso consciente de esos conceptos a partir de experiencias particulares. Está claro que en los manuscritos de Duisburg y en B 12, las reflexiones en las que se basa para desarrollar la deducción subjetiva, Kant no aborda, ni le interesa, este problema. Sin embargo, el térmi­ no “subjetivo” puede tomarse en otro sentido y calificar la in­ vestigación que explica la objetividad y la necesidad de las categorías mediante una consideración acerca de la “naturaleza humana”. Con este sentido Kant parece haber utilizado el tér­ mino “subjetivo” al designar una parte de la deducción como “deducción subjetiva’'. Pero, en este sentido, una investigación subjetiva no se opone a una trascendental, ni se identifica nece­ sariamente con una empírica: puede ser empírica o trascenden­ tal Si esta investigación determina esas facultades, basándose en observaciones acerca del modo en que procedemos, es em­ pírica; pero si las determina a partir de principios que no re­ quieren someterse a contrastación empírica, como aquel según el cual para ser consciente de una representación es necesario que esté integrada a la unidad de la conciencia, entonces es po­ sible afirmar que se trata de una investigación trascendental. En B 12 Kant tema presente que el esbozo de la deducción que estaba desarrollando se circunscribía a una investigación tras­ cendental, no obstante ser subjetiva, en cuanto que indaga las operaciones que intervienen en el conocimiento. No en balde

insiste en el carácter trascendental de la imaginación, que le sir­ ve para explicar la objetividad y la necesidad de las categorías. No estaba buscando una descripción de todos los procesos que intervienen en el conocimiento, sino la determinación de aque­ llas operaciones que deben considerarse condiciones de posibi­ lidad del mismo. Y esto lo hace a partir de un principio que no puede tomarse como empírico: “que los fenómenos me con­ ciernen en cuanto que pueden hallarse en la apercepción”. En la deducción de la primera edición de la Crítica, Kant está bus­ cando también la determinación de esas operaciones trascen­ dentales, por lo cual no es casual que en el prólogo se haya cuidado de no equiparar una investigación subjetiva a una em­ pírica.

En el prólogo a la primera edición de la Critica de la razón pura, Kant advierte que la deducción de los conceptos puros del en­ tendimiento tiene dos partes o aspectos (Seilen) que responden a distintas preguntas y que tienen diferente valor para el obje­ tivo de la obra. La primera parte responde a la pregunta “¿qué y cuánto pueden conocer el entendimiento y la razón, indepen­ dientemente de toda experiencia?”1La respuesta a esta pregun­ ta es considerada aquí como la principal tarea de la deducción. La otra parte responde a la pregunta “¿cómo es posible la facul­ tad misma de pensar?”2 La respuesta a esta pregunta es impor­ tante para la deducción, pero “no pertenece esencialmente” a su principal objetivo. Es una investigación acerca de las causas de un efecto dado y, como tal, puede tomarse como una hipó­ tesis, no obstante —aclara Kant—que haya oportunidad de mos­ trar que no es así. Kant parece advertir aquí que lo fundamental de la deducción es determinar el alcance de los conceptos pu­ ros del entendimiento; para ello, puede ser útil explicar cómo esos conceptos hacen posible la experiencia, pero no es necesa­ rio. Al menos ésta es la manera en que Kant, cinco años más tarde, en Metaphysiscke Anfangsgründe der Naturwissenschcift for­ mula la diferencia: 1 A XVII.

2 Ibid.

Si puede probarse que las categorías, de las cuales tiene que ser­ virse la razón en todo conocimiento, no pueden tener ningún otro uso más que en relación con objetos de la experiencia (debi­ do a que hacen posible en ésta la forma del pensar), entonces la respuesta a la pregunta de cómo hacen esto posible ciertamente es muy importante para completar esta deducción, si es posible, pero en relación con el fin principal del sistema, a saber: la deter­ minación de los límites de la razón, de ninguna manera es nece­ saria, sino sólo digna de mérito,3 A la primera y principal parte la llama Kant, en el prólogo a la primera edición de la Critica, “deducción objetiva”, y señala que “lo dicho en las páginas 92 y 93 puede ser suficiente”4 para al­ canzar su objetivo. En cambio, a la otra parte, que “trata de con­ siderar el entendimiento puro mismo según su posibilidad y las facultades cognoscitivas en que descansa, por lo tanto, de con­ siderarlo en sentido subjetivo”, la llama “deducción subjetiva”.5 Si con esta advertencia nos dirigimos a la deducción, pronto habremos de confundimos. Las páginas que Kant ha indicado como aquellas que pueden satisfacer su principal objetivo per­ tenecen a un apartado con el modesto título “Tránsito a la de­ ducción trascendental de las categorías”. En ellas, Kant expo­ ne, es cierto, la idea fundamental de las categorías en cuanto condiciones a priori de posibilidad del pensar objetos de la ex­ periencia, pero de ninguna manera podría hablarse de una prueba o deducción, a menos que se tomen en consideración los resultados obtenidos en la sección anterior de la Critica, la llamada “deducción metafísica de las categorías”.6 Pero lo que más contrasta con la advertencia del prólogo es la manera en que Kant formula, en la propia deducción, la pregunta general que debe responder, a saber: ¿cómo pueden tener validez obje­ tiva las condiciones subjetivas del pensar?7 Esta pregunta no 3 Metaphysische Anfangsgründe der Ñalurwissenschaft,

A.A., IV, p. 474. 4 A xvn . 5 a x v i-x v ii. 6 En cuanto a esta denominación de la sección que aparece bajo el título “Von dem Leitfaden der Entdeckung aller reinen Verstandesbegriffe”, véase: B 159. 7 A 89.

parece aludir más que al objetivo de la deducción subjetiva, tal como Kant la caracteriza en el prólogo, ya que, por un lado, demanda una explicación de cómo el entendimiento puede re­ ferirse a objetos de la experiencia, y por el otro, toma las categorías como condiciones subjetivas del pensar. Parece aludir, pues, a lo que en Metaphysische Anfangsgründe der Natunoisenschaft Kant consideró “digno de mérito”, pero no necesario para determinar los límites de la razón pura. Dos años más tarde, en Über den Gebrauch teleologischer Prinzipien in der Pkilosophie, Kant intentó despejar los malentendi­ dos que provocaron las observaciones de los Metaphysische Anfangsgründe der Natunuissensckaft. Aquí ya no habla de dos partes o aspectos de la deducción, sino sólo de dos propósitos conforme a los cuales puede considerarse: uno negativo y otro positivo. El negativo corresponde a la determinación de los lí­ mites del uso legítimo de las categorías con respecto al conoci­ miento teórico, por lo tanto, a la denominada “deducción objetiva”. La manera en que Kant caracteriza este propósito ne­ gativo es la siguiente: “probar que sólo mediante ellas [las cate­ gorías] (sin intuición sensible) no se origina conocimiento alguno de las cosas”.8 ¡Y es según este punto de vista que Kant considera aquí que puede prescindir de la deducción, “pues ya resulta claro [que sólo mediante las categorías no se origina co­ nocimiento alguno], si se tiene tan sólo a la vista la exposición de las categorías”!9 En cambio, la deducción considerada en su aspecto positivo es la que resulta imprescindible, pues ya que hacemos uso de ellas, de suerte que pertenecen realmente al conocimiento de objetos (de la experiencia), tenía que probar­ se también Laposibilidad de la validez objetiva de semejantes con­ ceptos a priori en relación con lo empírico en particular, para que no se juzgaran carentes de significado ni originadas empírica­ mente; y éste es el propósito en atención al cual la deducción es con seguridad absolutamente necesaria.10 8 Über den Gebrauch teLe.ologischer Prinzipien in der Pkilosophie, A.A., VIII, p. 184. 9 Ibid. 10 Ibid. Un comentario detallado de estas observaciones se encuentra en: W. Cari, op. cit., pp. 162-171.

En lo que coinciden estas observaciones del propio Kant es en la distinción de dos propósitos de la deducción: por un la­ do, determinar los límites de la validez objetiva de las catego­ rías; por el otro, dar razón de esta validez, apelando a la naturaleza del pensar mismo. En lo que discrepan es en la im­ portancia que le otorgan a cada uno de estos objetivos, de suer­ te que podría hablarse de un conflicto de propósitos, el cual es, en buena medida, responsable de las interpretaciones discor­ dantes que se le han dado a la deducción de las categorías en particular, pero también de las perspectivas en conflicto desde las cuales se puede tratar la filosofía teórica de Kant en general. Kant no tenía presente esta diferencia de propósitos al redac­ tar la carta a Herz de 1772, es decir, al plantearse el problema que le conduciría a la deducción. Parece tratarse, más bien, de una reflexión posterior acerca de las distintas maneras en que había atacado el problema. Incluso en la propia Crítica no es posible distinguir con nitidez todas las partes que correspon­ den a uno u otro de esos propósitos; en muchos pasajes se en­ cuentran entremezclados y en conflicto. La parte que Kant indica en el prólogo como correspondiente al primer objetivo no puede considerarse como una deducción completa, y hay otras partes de la Crítica que apuntan a ese mismo objetivo. Al hablar de partes de la deducción, Kant no parece estar pensan­ do tanto en las distintas partes del texto, como en los distintos objetivos que identificó después de su redacción. Estos distin­ tos objetivos parecen poder corresponder a distintas partes de la deducción, ya que los argumentos encaminados a cumplir con el primer propósito dan por supuesto aquello que preten­ den fundamentar los argumentos dirigidos al otro objetivo. Así, estos últimos pueden considerarse como un complemento o una ampliación de los otros. Este presupuesto es ni más ni menos que la experiencia entendida como conocimiento de objetos independientes de nuestros estados mentales.11 Este presupuesto es el punto clave que distingue esos propósitos y determina el método que ha de seguirse para la realización de los mismos. Si se acepta que conocemos objetos que son distin­ tos de nuestros estados mentales, el método para indagar los 11

Cfr. W. Cari, op. cit., p. 162.

conceptos puros del entendimiento y determinar su alcance sólo puede consistir en un análisis de las condiciones de posibi­ lidad de ese conocimiento. Si se pretende, en cambio, funda­ mentar ese presupuesto, es posible recurrir a otro proceder que Kant denomina “método sintético”, un método que adop­ ta como punto de partida principios que no requieren una ul­ terior fundamentación,12 a partir de los cuales se obtienen como consecuencias los presupuestos de la investigación que adopta el método analítico. En la carta dirigida a Marcus Herz de 1772, Kant se pregun­ taba “¿en qué razón se basa la relación de aquello que en noso­ tros llamamos representación con el objeto?" La respuesta que es posible extraer de las reflexiones que escribió alrededor de 1772 apela precisamente a los conceptos puros del entendi­ miento para explicar este asunto. Esta respuesta da por senta­ do que las representaciones sensibles se refieren a objetos; da por sentado, pues, que tenemos conocimiento de objetos in­ dependientes de nuestros estados mentales. El problema con­ siste en explicar qué razón tenemos para considerar que a nuestras representaciones les corresponden esos objetos. La respuesta estriba en mostrar que sólo puede aceptarse que una representación corresponde a un objeto y, por lo tanto, que es objetiva, si mantiene determinadas relaciones fijas o invariables con otras representaciones. Kant entiende esta invariabilidad como la invariabilidad de la posición lógica en el juicio. La re­ presentación sensible que cae bajo un concepto que mantiene una posición lógica fija en un juicio, el cual, a su vez, es compa­ tible con otros juicios en los cuales aparece el mismo concepto, es una representación objetiva. Las categorías o conceptos pu­ ros del entendimiento son esas funciones que les otorgan po­ siciones fijas a los conceptos, en atención a la posición que guardan las representaciones sensibles correspondientes en el espacio y el tiempo. Las categorías son, de acuerdo con estas reflexiones, los criterios que utilizamos para referir nuestras re­ presentaciones sensibles a objetos. Es, pues, la coherencia que manifiestan nuestras representaciones lo que nos garantiza su 12 Cfr. Im?nanuel Kant’s Logik: ein Handbuch zu Vorlesung, § 117, A.A., IX, p. 149.

objetividad. Es la coherencia de las representaciones que defi­ nen el campo de la experiencia lo que puede mostrarnos cuáles son los criterios de objetividad. De ahí que Kant afirme en una de las reflexiones de 1772 que “para decidir qué clase de con­ ceptos son los que tienen que preceder necesariamente a toda experiencia [particular]... tenemos que analizar la experiencia en general”. Yo creo que en esta afirmación hay que ver un antecedente de la caracterización que Kant proporciona en los Prolegomena acerca del “método analítico”. “Significa solamen­ te —afirma ahí—que se parte de lo que se busca, como si fuera dado, y se asciende a las condiciones bajo las cuales solamente es posible.”14 En esta obra, Kant declara emplear este método y sostiene que en la Crítica de la razón pura procedió, en cam­ bio, de manera sintética. Sin embargo, muchos paseyes de la propia Críticay sobre todo de la introducción y la estética (en la definición de una exposición trascendental), hacen pensar que ahí también siguió el método analítico.15 La deducción objetiva, en cuanto que presupone la expe­ riencia como conocimiento de objetos, debe proceder también conforme al método analítico, tal como lo caracteriza Kant en los Prolegomena. El hecho de presuponer la experiencia, en este sentido, es la razón por la cual Wolfgang Cari considera, a mi modo de ver acertadamente, que la deducción objetiva está inscrita en el mismo proyecto que aquel que Kant desarrolla en la primera respuesta al problema planteado en la carta a Herz de 1772.16 En la sección indicada en el prólogo de la Crí­ tica como aquella que podría ser suficiente para esta deduc­ ción (§ 14), Kant presenta el problema siguiendo muy de cerca la primera parte de la carta a Herz; distingue dos casos de rela­ ción entre la representación y su objeto: 1) cuando el objeto hace posible la representación, como en el caso de la sensaR4634; A.A., XVII, p. 638. Prolegomena, § 5 (A.A., IV, p. 276). Cfr. introducción, II y VI; Estética trascendental, § 3. No es de extrañar que un buen número de comentaristas considere que esta forma de proceder es definitoria de todo “argumento trascendental” y, consecuentemente, que ésta es la estrategia que Kant sigue en toda la Crítica. Al respecto, véase el pri­ mer apéndice de este libro. 16 Cfr. W. Cari, op. cit, pp. 161-162. 13 14 15

ción, y 2) cuando la representación hace posible el objeto, no en cuanto a su existencia, sino en cuanto a su conocimiento. Explicar este segundo caso es la tarea de una deducción de las categorías. Siguiendo también esa carta, excluye la posibilidad de que esa relación sea una relación de causalidad, ya que no se trata de la existencia del objeto, sino de su conocimiento. Como respuesta al problema, expone la idea de las categorías como condiciones de posibilidad del pensar objetos, paralelas a las condiciones de posibilidad de que nos sean dados. Son es­ tos dos tipos de condiciones los que intervienen en el conoci­ miento de objetos, ya que la experiencia implica tanto el manejo de intuiciones como el de conceptos. Con esta carac­ terización de las categorías, Kant no se aparta en lo absoluto de las reflexiones de 1772, y la definición que añadió de las mismas en la segunda edición casa perfectamente con la de­ terminación que da de las mismas en esas reflexiones: “son conceptos de un objeto en general, por los cuales la intuición del objeto se considera determinada con respecto a las funcio­ nes lógicas del juzgar”.17 Aquí tenemos, claramente, la idea de­ sarrollada en esas reflexiones, según la cual los conceptos del entendimiento son funciones que coordinan posiciones de re­ presentaciones en el espacio y el tiempo con posiciones en el juicio. En el prólogo a la primera edición de la Crítica, Kant parece considerar que esta caracterización podría bastar para respon­ der lo que ahí considera que es la principal pregunta que debe responder la deducción: “¿qué y cuánto pueden conocer el en­ tendimiento y la razón, independientemente de toda experien­ 17 B 128. Es extraño que Bernhard Thóle sostenga que sólo en la segunda edición de la Critica, después de haber escrito los Frolegomena, Kant tuvo en cla­ ro cuál era la conexión entre funciones del juicio y categorías (Kant und das Pro­ blem der Gesetzmapigkeit der Natur, p. 104). Es cierto que en la deducción trascendental de la primera edición Kant no involucra esta conexión en la justi­ ficación de la objetividad de las categorías. Pero esto se debe a la yuxtaposición de dos proyectos de justificación alternativos; no se debe a que no contara con una explicación acerca de la relación entre las fundones del juicio y las catego­ rías. Como lo he tratado de mostrar, siguiendo a W. Cari, esta relación ya está presente en el primer esbozo de justificación de las categorías. Lo que sí puede decirse es que en la segunda edición de la Crítica Kant logra ajustar los dos pro­ yectos de justificación, cuyas diferencias saltan a la vista en la primera edición.

cia?”18 La manera en que describe la parte en la cual se encuen­ tra esa caracterización es la siguiente: “se refiere a los objetos del entendimiento puro y debe exponer y hacer concebible la validez objetiva de sus conceptos a priori' . 19 Al parecer, con la expresión “objetos del entendimiento puro” Kant alude al ob­ jeto en general que, de acuerdo con las reflexiones de 1772, es pensado a través de las categorías. Al menos, ésta es la única idea semejante que se encuentra en el § 14, en esa parte de la deducción que debe corresponder a esa descripción. Al igual que en esas reflexiones, las categorías son caracterizadas como conceptos por los cuales es pensado un objeto en general, que fungen como condiciones de posibilidad de la experiencia y, de esta manera, “hacen concebible” su validez objetiva. Pero, a di­ ferencia de esas reflexiones, en donde Kant explica esas carac­ terísticas de las categorías por su relación con las funciones ló­ gicas del juicio, en el § 14 simplemente las menciona como notas distintivas para poder reconocerlas. Por ello, es difícil pensar que al hablar de una “deducción objetiva” Kant tuviera en mente el § 14 únicamente. En realidad, este parágrafo no parece ser más que el último paso de una deducción, en el cual se señala una peculiaridad de conceptos ya expuestos gracias a la cual se hace concebible su validez objetiva y, de esta manera, se fijan al mismo tiempo los límites de su aplicación legítima. Así pues, si hemos de ver en el § 14 un argumento que establez­ ca los límites de la validez objetiva de la categorías, tenemos que aceptar lo ya expuesto en las secciones anteriores de la Cri­ tica de la razón pura. Al respecto es reveladora la nota de los Metaphysische Anfansgründe der Naturwissenschaft que he citado an­ tes, en la que Kant define cuáles serían las premisas de la “deducción objetiva”, cuyo propósito consistiría en probar que las categorías “no pueden tener ningún otro uso más que en re­ lación con objetos de la experiencia”.20 En relación con este propósito —afirma Kant—, la deducción llega lo suficientemente lejos si muestra que las categorías pensadas no 18 A XVIII. 19 A XVII. 20 Metaphysische Anfangsgriinde der Naturwissenschaft,

A.A., IV, p. 474.

son más que puras formas de juicios en la medida en que se apli­ can a intuiciones (que para nosotros nunca pueden ser más que sensibles), a través de las cuales adquieren ante todo objetos y de­ vienen conocimientos.25 Las tres premisas que Kant menciona aquí para concluir que la razón pura sólo proporciona principios a pnori de la posibi­ lidad de la experiencia y que, por lo tanto, en ella debe recono­ cer sus límites, son las siguientes: 1) aceptado que la tabla de las categorías contiene todos los con­ ceptos puros del entendimiento y así mismo todas las acciones formales dei entendimiento en el juicio, de las cuales se derivan aquéllos y de las cuales no se distinguen más que en esto: que a través de un concepto del entendimiento se piensa un objeto como determinado en atención a una u otra de las funciones de los juicios (por ejemplo: en el juicio categórico “la piedra es du­ ra”, “piedra” es usado como objeto y “dura” como predicado; pero el entendimiento puede intercambiar la función lógica de estos conceptos y decir: “algo duro es una piedra”; por el contra­ rio, cuando me represento como determinado en el objeto que la piedra tiene que ser pensada sólo como sujeto bajo cualquier de­ terminación del objeto, no del mero concepto, y a la dureza sólo como predicado, las mismas funciones lógicas se transforman en conceptos de objeto puros del entendimiento, a saber: sustancia y accidente); 2) aceptado que el entendimiento, por su naturaleza, lleva con­ sigo principios sintéticos a priori, a través de los cuales conforma bajo categorías todo objeto que pueda serle dado, por consi­ guiente, que tiene que haber también intuiciones a priori que con­ tengan las condiciones indispensables para la aplicación de esos conceptos puros del entendimiento, ya que sin intuición no hay objeto con respecto al cual la función lógica pueda ser determina­ da como categoría, por lo tanto, tampoco hay conocimiento de objeto alguno y, consecuentemente, sin intuición pura no hay principio que determine a priori la función lógica con este propó­ sito [el conocimiento]; 3) aceptado que estas intuiciones puras no pueden ser más que meras formas de los fenómenos del sentido externo o inter­

no (espacio y tiempo), y por ende, sólo de los objetos de experien­ cias posibles; entonces, se sigue que el uso de la razón pura no puede jamás dirigirse a otra cosa que no sean los objetos de la experiencia y, puesto que en los principios a priori nada empírico puede ser con­ dición, estos principios no pueden ser más que principios de la posibilidad de la experiencia en general.22 Del inciso 1) pueden obtenerse dos premisas distintas: a) la tabla de las categorías es completa, y b) los conceptos puros del entendimiento corresponden a las funciones lógicas del juicio en cuanto que éstas son usadas para determinar un objeto. Yo creo que la premisa relevante es la segunda, ya que define lo que es un concepto puro del entendimiento y proporciona una clara razón para considerar que estos conceptos son a priori, pues se “derivan” de las “acciones formales del entendimiento en el juicio”. La otra premisa me parece que es accesoria y pre­ tende evitar que la conclusión del argumento se considere par­ cial; pretende evitar, pues, una objeción de este tipo: ya que no tenemos una lista completa de las categorías, no podemos ne­ gar que haya algún concepto puro del entendimiento gracias al cual podamos determinar un objeto que no nos pueda ser dado por la experiencia. Sin embargo, esta objeción podría también evitarse apelando a los incisos 2) y 3), pues en el 2) se condiciona la aplicación de las categorías a las intuiciones pu­ ras, y en el 3) se determinan estas intuiciones como meras for­ mas de los fenómenos. Así pues, la premisa relevante es la definición de las categorías como conceptos que se derivan de las funciones lógicas de los juicios en cuanto que son utilizadas para determinar un objeto. Esta definición no difiere mucho de la caracterización de las mismas desarrollada en las reflexio­ nes de 1772, sobre todo si se toma en consideración el ejemplo que Kant inserta en este primer inciso. Yo diría incluso que este ejemplo es una aclaración de algunos pensamientos desa­ rrollados en esas reflexiones: las funciones lógicas del juicio se transforman en conceptos puros del entendimiento cuando, en atención al objeto, se les otorga a los conceptos que intervie22 Ibid., p. 475.

nen en el juicio una posición fija. Y esta manera de describir las categorías, más inspirada en esas reflexiones que en cualquier parte de la Crítica previa al § 14, prepara ya la siguiente premi­ sa, pues es necesario señalar algún criterio formal no derivado de las funciones lógicas de los juicios gracias al cual se puedan fijar esas posiciones. La parte de la Crítica en la cual habría que buscar esta defi­ nición de los conceptos puros del entendimiento es la llamada “deducción metafísica de las categorías” (aquella sección titula­ da “Del hilo conductor trascendental del descubrimiento de to­ dos los conceptos puros del entendimiento”), ya que esta definición es la que justifica buscar la tabla de las categorías en la tabla de los juicios. Sin embargo, a diferencia de la nota de los Metaphysiscke Anfangsgründe der Naturwissenschaft, de las re­ flexiones de 1772 y de los Prolegomena, aquí la justificación de esa correspondencia se basa en los conceptos de síntesis y de unidad, los dos conceptos clave de la “deducción subjetiva”. La manera en la que Kant procede es la siguiente: una vez deter­ minado que el entendimiento es la facultad de los conceptos y que el uso de los mismos consiste en juzgar, y que, por lo tanto, las funciones del entendimiento en su totalidad pueden encon­ trarse en la tabla de los juicios, expone el papel que desempeña cada una de las tres facultades que intervienen en el conoci­ miento: la sensibilidad proporciona la pluralidad de represen­ taciones intuitivas, la imaginación sintetiza esa pluralidad y el entendimiento le da unidad a esa síntesis a través de los con­ ceptos. Sólo después de esta consideración acerca de nuestras facultades cognoscitivas, Kant agrega la razón por la cual hace corresponder los conceptos puros del entendimiento con las funciones lógicas de los juicios: La misma función que les da unidad a las diferentes represen­ taciones en un juicio le da también unidad a la mera síntesis de diferentes representaciones en una intuición; esta función, ex­ presada en forma general, se llama concepto puro del entendi­ miento. El mismo entendimiento, pues, y, por cierto, a través de las mismas acciones por las cuales produjo en los conceptos la forma lógica en un juicio, mediante la unidad analítica, pone también, por medio de la unidad sintética de la pluralidad en

la intuición en general, un contenido trascendental en sus re­ presentaciones, por ello se llaman conceptos puros del enten­ dimiento, los cuales se refieren a priori a objetos.23 No quisiera detenerme en el enjambre de ideas contenido en el parágrafo al cual pertenece este pasaje. Sólo me interesa señalar que aquí Kant ha sustituido la explicación de las re­ flexiones de 1772, gracias a la cual justificaba el derivar los con­ ceptos puros del entendimiento de las funciones lógicas del juicio, por una explicación que hace intervenir ideas desarrolla­ das posteriormente. La concepción de las tres facultades que intervienen en el conocimiento y el papel preponderante de la imaginación como facultad de síntesis, cuya unidad correspon­ de a los conceptos del entendimiento, es aquella que Kant de­ sarrolla, por primera vez, en B 12 y que manifiesta una clara influencia de la psicología de Tetens, la cual utilizó para enri­ quecer las reflexiones de los manuscritos de Duisburg. Está cla­ ro que las ideas expuestas en estos textos están inscritas en el proyecto de una deducción subjetiva, tal como Kant lo describe en el prólogo de la Critica, ya que en ellos se intenta explicar cómo el entendimiento se refiere a objetos y en qué otras facul­ tades se apoya para lograrlo. Así pues, la constelación teórica que Kant maneja en la parte de la Critica en la que introduce la tabla de las categorías corresponde a la de una deducción sub­ jetiva. Esta sustitución parece mostrar que Kant, al redactar la Crí­ tica, no se guió, ni respetó la diferencia de objetivos, que pos­ teriormente sacó a colación en el prólogo a la primera edición. Es significativo que en los Prolegomena retome las reflexiones de 1772, al igual que en la nota de Metaphysische Anfangsgründe der Natunuissenschaft. Con ello, Kant parece estar corrigiendo la confusión a la que lo condujo mezclar dos proyectos distin­ tos, y volver así a colocar en su lugar la idea original que lo lle­ vó a buscar derivar las categorías de las funciones lógicas del juicio. En el inciso 2) también podemos encontrar dos premisas di­ ferentes, aunque dependientes una de la otra: a) “el entendi-

miento, por su naturaleza, lleva consigo principios sintéticos a

priori, a través de los cuales conforma bajo categorías todo ob­ jeto que pueda serle dado”, y b) “tiene que haber intuiciones a priori ”. La primera de estas premisas a su vez contiene dos afir­

maciones: a') “el entendimiento, por su naturaleza, lleva consi­ go principios sintéticos a priori”, y a") a través de principios sintéticos a priori, el entendimiento conforma bajo categorías todo objeto que pueda serle dado. La primera de estas afirma­ ciones en realidad es un presupuesto de la deducción objetiva íntegra. Con base en este presupuesto tiene sentido delimitar el uso legítimo de esas categorías. La segunda afirmación pue­ de comprenderse de dos maneras distintas, según se tome la expresión “objeto que pueda serle dado al entendimiento”. Si con esa expresión se entiende ya el objeto posible de la expe­ riencia, entonces la afirmación no hace más que adelantar la conclusión de la deducción, a saber: que esas categorías y esos principios sólo pueden concebirse como condiciones de posibi­ lidad de la experiencia. Si no se presupone que el objeto tiene que ser dado mediante la intuición, entonces la afirmación re­ sulta superflua, pues la premisa del inciso 1) ya ha dejado claro que las categorías son los conceptos que determinan los obje­ tos. Por lo tanto, la premisa relevante de este inciso 2) es que “tiene que haber intuiciones a priori”. La justificación de esta premisa es que las intuiciones a priori contienen las “condicio­ nes indispensables para la aplicación de esos conceptos puros del entendimiento”. Inútil sería buscar esta justificación en la Crítica de la razón pura , ya que ahí Kant expone las intuiciones a priori antes de abordar las propias categorías. En cambio, en las reflexiones de 1772 sí se puede encontrar esta justificación y precisamente en relación con los principios sintéticos a priori, pues, una vez que se ha aceptado que los conceptos puros del entendimiento determinan posiciones fijas en el juicio y que justamente esto los distingue de la mera aplicación de las fun­ ciones lógicas, las cuales permiten variar la posición de los con­ ceptos en el juicio, hay que apelar al aspecto intuitivo de las representaciones para explicar cómo pueden fijarse esas posi­ ciones. Pero si a partir de esos conceptos hemos de obtener principios a priori, las categorías no pueden atender a las intui­ ciones empíricas para determinar la posición de las representa-

dones, sino que tienen que determinarlas en atención al aspecto formal de la intuición, vale decir, apoyándose en las in­ tuiciones puras. La premisa del inciso 3) no representa problema alguno y es fácil ubicarla tanto en la Critica como en las reflexiones de 1772. Sin embargo, las dificultades expuestas para ubicar las otras dos premisas en la Crítica hacen suponer que al recons­ truir los pasos de una deducción objetiva en la nota de los Meta­ physiscke Anfangsgründe der Naturwissenschaft, Kant estaba pen­ sando más en las reflexiones de 1772 que en la propia Crítica. Esto resulta aún más claro si se intenta traducir el argumento de esa nota a los términos de las reflexiones de 1772. Creo que el resultado de ello es un argumento mucho más sencillo, que, por ello, se delata como el argumento original, en el cual pare­ ce haber pensado Kant al redactar esa nota. El argumento que puede obtenerse de las reflexiones de 1772 me parece que es el siguiente: 1) aceptado que los conceptos puros del entendimiento son conceptos de un objeto en general, ya que al fijar posicio­ nes lógicas en los juicios indican si a las representaciones sensibles en cuestión les corresponde un objeto; 2) aceptado que la posición fija en el juicio no puede determi­ narse más que atendiendo a las relaciones formales de las representaciones en el espacio y el tiempo; 3) aceptado que el espacio y el tiempo no son más que condi­ ciones de posibilidad de los objetos de la experiencia; entonces, esos conceptos no pueden ser más que condi­ ciones de posibilidad de los objetos de la experiencia. A partir de este análisis de la nota de Metaphysiscke Anfangs­ gründe der Naturwissenschaft, en donde se exponen los pasos que debería contener una deducción objetiva, creo que es legítimo concluir que al hablar de esta deducción en el prólogo a la pri­ mera edición de la Critica, Kant estaba pensando en el proyecto desarrollado en las reflexiones de 1772, el cual quedó diluido con otro en la Crítica, de suerte que no es posible ubicarlo en alguna parte específica de esta obra. Si se quiere rescatar esa deducción, hay que hacerlo, pues, a partir de las reflexiones de

1772, y no de la Crítica de la razón pura. Con esto no quiero de­ cir que en esta obra no se encuentren argumentos para deter­ minar los límites del uso legítimo de las categorías en relación con el conocimiento, sino que estos argumentos no hay que buscarlos en la presunta deducción objetiva.

IA DEDUCCIÓN SUBJETIVA EN LA CRÍTICA D E L A R A ZÓ N PURA. EL ARGUMENTO A FAVOR DE LA NECESIDAD DE LAS CATEGORÍAS 1. Distintos objetivos de la deducción trascendental; distintas caracterizaciones de las categorías

En el capítulo anterior he tratado de mostrar, parcialmente, que en la Crítica de la razón pura se encuentran entremezclados los dos proyectos de la deducción trascendental de las catego­ rías que Wolfgang Cari distingue recurriendo a las reflexiones previas a la Crítica. Al plantear el problema de la deducción en la carta a Marcus Herz de febrero de 1772, Kant no tenía pre­ sente dos proyectos distintos, tenía uno solo. Sin embargo, el planteamiento del problema apuntaba en varias direcciones. El asunto era justificar la objetividad de los conceptos puros del entendimiento y esto podía lograrse mostrando que sin ellos no es posible pensar los objetos a los cuales se refieren las repre­ sentaciones sensibles. Pero también había que explicar la mane­ ra en que estos conceptos se articulan con las intuiciones para generar conocimiento1 (lo cual Kant concibió posteriormente como otra justificación de su objetividad) y argumentar a favor 1 “si esas representaciones descansan en nuestra actividad interna, ¿de dónde proviene la conformidad que deben tener con los objetos que no son producidos por ellas?; y los axiomas de la razón pura acerca de esos objetos, ¿cómo concuerdan con ellos sin pedirle ayuda a la experiencia?” (A.A., X, p. 131)

de la necesidad de su aplicación.2 Estos dos últimos puntos, no tratados suficientemente en las reflexiones de 1772, parecen haber sido el motivo por el cual Kant desarrolló un nuevo pro­ yecto que, si bien compartía semejanzas con el anterior, para 1780 era ya claramente distinto, y quizá incompatible con el otro. Al distinguir una “deducción objetiva” de una “deducción subjetiva” en el prólogo a la primera edición de la Crítica, Kant reconoce, en algún sentido, que maneja dos proyectos de de­ ducción; sin embargo, en el curso de su exposición no los des­ linda con precisión. En la segunda edición, a pesar de haber reestructurado totalmente la parte correspondiente a lo que ha­ bía llamado “deducción subjetiva”, no se preocupa por estable­ cer nítidamente la diferencia entre ambos proyectos. No es de extrañar, por ello, que los intérpretes de esta parte central de la Crítica con frecuencia se vean enredados con dos líneas argu­ mentativas diferentes. El objetivo del primer proyecto de la deducción, contenido en las reflexiones de 1772 y que incluye la “deducción objeti­ va”, es mostrar que sin las categorías no podríamos relacionar representaciones sensibles con objetos y, por lo tanto, que de­ ben entenderse como condiciones de posibilidad del conoci­ miento de los objetos de la experiencia. En la medida en que se acepta como un hecho que estamos en posesión de ese conoci­ miento, la estrategia correspondiente a este objetivo es anali­ zar esos conocimientos; en particular, los criterios gracias a los cuales distinguimos representaciones objetivas, es decir, repre­ sentaciones que consideramos concuerdan con objetos dife­ rentes de nuestros estados mentales, de representaciones sub­ jetivas. La clave para desarrollar este análisis es que todo conocimiento tiene que ser expresado mediante juicios, de ma­ nera que una tabla que contenga los distintos tipos de juicio puede adoptarse como guía para establecer cuáles son esas ca­ tegorías. El primer proyecto tiene, pues, como tarea establecer el esquema conceptual bayo el cual son posibles los conoci­ mientos expresados mediante juicios de experiencia (juicios 2 “Cómo debería mi entendimiento formarse por sí mismo conceptos de cosas completamente a priori, con los cuales deban concordar necesariamente..." (Ibid.)

acerca de objetos que nos son dados a través de la sensibilidad) y mostrar que sin ese esquema no podríamos hablar de obje­ tos, tal como de hecho lo hacemos.3 A este objetivo parece aludir Eva Schaper en su caracterización de los argumentos trascendentales como aquellos que buscan responder a la si­ guiente pregunta: “¿cuáles son las condiciones necesarias de nuestra capacidad para hablar inteligiblemente del mundo de nuestra experiencia?” También parece referirse a este obje­ tivo cuando considera que esos argumentos pretenden deter­ minar “las condiciones de conceptualización de la experiencia, tal como de hecho es conceptualizada por nosotros”.4 Yo creo que ésta es una buena caracterización del objetivo y la estrategia del proyecto de 1772; pero no corresponde a una parte específica de la “Analítica trascendental” de la Crítica. En todo caso, tendría que corresponder a la Analítica en su totali­ dad, pues en la “deducción metafísica” es en donde se establece el esquema conceptual, presupuesto por nuestros conocimien­ tos acerca de objetos de la experiencia, y el objetivo de la “Ana­ lítica de los principios” podría interpretarse como el mostrar que sin el uso de los conceptos que conforman ese esquema no podríamos determinar los fenómenos, tal como de hecho lo ha­ cemos.5 Dentro de este proyecto, a la deducción trascendental sólo le queda señalar los límites de la aplicación legítima de las categorías, en la medida en que hace concebible la aplicación de conceptos a priori a objetos del conocimiento únicamente en cuanto condiciones de posibilidad de los objetos que nos son dados a través de la sensibilidad. Con este proyecto —considera Kant en la Crítica—habría bas­ tado para justificar la objetividad de las categorías: “es ya una 3 Evidentemente no estoy utilizando aquí el término "esquema” con el signi­ ficado específico que Kant le otorga en el capítulo sobre el esquematismo de las categorías en la Crítica de la razón pura. Estoy usando el término “esquema con­ ceptual” con el significado que se le ha dado en la filosofía contemporánea. Cfr. D. Davidson, “On the Very Idea of a Conceptual Scheme”; N. Rescher, “Concep­ tual Schemes and Philosophical Pluralism”;J. McDowell, Mind and 'World. 4 E. Schaper, “Are Transcendental Deductions Impossible?”, p. 3. 5 En el caso de la segunda y de la tercera analogías de la experiencia, puede decirse incluso que forman parte de ese análisis del conocimiento, mediante el cual se destacan los criterios por los cuales establecemos la diferencia entre re­ presentaciones objetivas y representaciones subjetivas.

deducción suficiente de las mismas, y una justificación de su va­ lidez objetiva, el que podamos probar que sólo puede ser pen­ sado un objeto mediante ellas”.6 ¿Por qué, entonces, buscar otra justificación? Porque, agrega Kant, en semejante pensamiento [el de un objeto] interviene algo más que la facultad de pensar sola, el entendimiento, e incluso éste en cuanto facultad del conocimiento, que debe referirse a un objeto, requiere una explicación con respecto a la posibilidad de esta re­ ferencia; entonces tenemos que examinar previamente las fuentes subjetivas que constituyen los fundamentos a priori de posibilidad de la experiencia [.. .]7

Conforme a esta aclaración, la “deducción subjetiva” tendría el propósito de explicar cómo tenemos que concebir el funcio­ namiento de la mente, en particular la relación entre el enten­ dimiento y la sensibilidad, para hacer comprensible algo que ya hemos aceptado: que sin conceptos a priori del entendimiento no podemos referir representaciones sensibles a objetos. La “deducción subjetiva” es, en parte, una explicación de este tipo: intenta mostrar cómo el entendimiento determina la sensibili­ dad, de tal forma que las representaciones que recibimos a tra­ vés de esta última coincidan con los conceptos puros, por los cuales pensamos un objeto. La caracterización del entendi­ miento como la facultad que proporciona reglas para la síntesis de representaciones intuitivas y los resultados de la estética, con respecto a la existencia de intuiciones puras a priori, son las dos piezas clave para esta explicación que, siguiendo el esbozo de 1780, pretende mostrar que nuestra facultad receptiva está su­ bordinada o condicionada por nuestra facultad de síntesis. Pero esta explicación va más allá del lugar que le asigna el proyecto dentro del cual se inscribe la “deducción objetiva” y, de esta ma­ nera, pone al descubierto que no fue diseñada para resolver ese problema, que dejaba abierto esta última, sino que tiene su ori­ gen en un proyecto de deducción alternativo, que Kant venía desarrollando desde los manuscritos de Duisburg. Cuando, en 6 A 97-98.

7 Ibid.

la primera edición de la Crítica, Kant saca a colación la unidad de la autoconciencia como condición última de toda síntesis de representaciones, parece deslizarse de un nivel de discusión a otro: si el proyecto al cual pertenece la “deducción objetiva” es­ tablece el esquema conceptual bajo el cual operamos en la expe­ riencia y fija sus límites, la “deducción subjetiva” busca, además de explicar la relación entre la sensibilidad y el entendimiento, mostrar la necesidad de operar bajo ese esquema y, por lo tan­ to, señalar que no hay otra forma de entender la experiencia más que tal como de hecho la entendemos (ya que los concep­ tos de ese esquema son los conceptos de un objeto). Para lograr esto último sin caer en un círculo vicioso, no es posible dar por supuesta la caracterización de la experiencia de la cual se ha par­ tido para establecer el esquema conceptual, a saber, como co­ nocimiento de objetos espacio-temporales independientes de nuestros estados mentales. En otras palabras: no es posible jus­ tificar la necesidad de ciertos conceptos apelando sólo al uso que hacemos de ellos,8 En la nota de Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft que he comentado en el capítulo anterior, Kant señala que la “deducción objetiva” muestra cómo las categorías y los principios derivados de las mismas adquieren contenido sólo en la medida en que se aplican a intuiciones; por lo tanto, que el uso de la razón pura no puede jamás dirigirse a otra cosa más que a los objetos de la experiencia y, puesto que en los prinPaul Guyer reconoce una diferencia de objetivos en la deducción trascen­ dental que corresponde a la diferencia aquí expuesta entre el objetivo de la de­ ducción objetiva y el de la deducción subjetiva. Uno de los propósitos de la deducción —considera Guyer— es mostrar que las categorías tienen instancias en la experiencia, es decir, que se aplican a representaciones sensibles. La estra­ tegia para alcanzar este objetivo es mostrar que sólo gracias a la aplicación de las mismas es posible establecer la diferencia que llevamos a cabo entre repre­ sentaciones meramente subjetivas y representaciones objetivas. El otro objetivo de la deducción consiste en probar que las categorías se aplican necesariamente a todas las representaciones, y la estrategia que sigue Kant para ello es hacer de las categorías condiciones necesarias de la autoconciencia y, por lo tanto, con­ diciones de las representaciones de objetos en cuanto estados subjetivos a tra­ vés de los cuales somos autoconscientes (“The Transcendental Deduction of Categories", pp. 126-127).

cipios a priori nada empírico puede ser condición, estos princi­ pios no pueden ser más que principios de la posibilidad de la experiencia en general. Sólo esto es el verdadero y suficiente fun­ damento de la determinación de los límites de la razón pura, pero no es la solución a la cuestión de cómo es posible la experiencia mediante estas categorías y sólo a través de ellas?

Esto último se refiere a la “deducción subjetiva” que, conforme a esta nota, posee dos objetivos: 1) mostrar Mcómo es posible la experiencia mediante estas categorías”, y 2) mostrar que la ex­ periencia sólo es posible o concebible mediante estas catego­ rías. Ambos objetivos, sin embargo, los presenta aquí Kant como si formaran parte de uno solo. En la Crítica estos dos ob­ jetivos parecen también estar enlazados de tal manera que la consecución del uno llevara consigo la del otro y, en efecto, en la exposición, la explicación del “cómo” conduce a la justifica­ ción de la necesidad de las categorías. La manera como Kant formula el problema que se va a resolver en la “deducción sub­ jetiva” indica ya que la explicación de cómo es posible que con­ ceptos a priori se apliquen a representaciones sensibles debe mostrar que es necesario que se apliquen.10 Lo que Kant quiere demostrar es que toda representación sensible tiene que hallar­ se bajo categorías, en la medida en que la recepción de las mis­ mas está condicionada por la actividad sintética, la cual, a su vez, está determinada por el entendimiento; que la síntesis que hace posible el entendimiento es condición de posibilidad de la sensibilidad. Pero si la explicación del cómo se ciñera realmen­ te a la deducción objetiva, no tendría que ir tan lejos; bastaría con mostrar que las representaciones sensibles que intervienen en el conocimiento de objetos independientes de nuestros es­ tados mentales tienen que hallarse bajo las categorías. El que Kant proporcione la otra explicación y no esta última, que sería la de esperarse, deja ver que aquello que le interesaba era dar 9 Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft, A.A., IV, p. 475, el sub­ rayado es mío. 10 Me refiero aquí a la formulación en la que Kant plantea la posibilidad de que los datos que nos proporciona la sensibilidad puedan no hallarse confor­ mes a las condiciones del pensar (A 89-90/B 122-123). Esta posibilidad es lo que debe excluir la deducción trascendental.

una explicación de la relación entre el entendimiento y la sen­ sibilidad que le permitiera justificar la necesidad de las catego­ rías, sin dar poc supuesto el conocimiento de objetos de la ex­ periencia. De ahí que el objetivo distintivo de la deducción subjetiva haya que verlo en mostrar la necesidad de la aplica­ ción del esquema conceptual que constituyen las categorías, lo cual equivale a demostrar que tiene que haber un único esque­ ma bajo el cual tengan que conformarse todas las representa­ ciones y que ese esquema es la tabla de categorías expuesta en la deducción metafísica.11 La necesidad de la aplicación de las categorías es, efecti­ vamente, el centro hacia el cual apuntan los principales argu­ mentos de la “deducción subjetiva”; pero no se trata de una “necesidad condicionada” a algo que ya hemos aceptado, con­ dicionada a lo que entendemos como conocimiento de objetos. La “deducción subjetiva” pretende justificar esa necesidad apo­ yándose en la naturaleza del pensamiento y, en particular, en dos hechos innegables acerca de la misma: que el pensamiento es autoconsciente y que opera sobre representaciones distribui­ das temporalmente. Para asentar esta necesidad, Kant utiliza fundamentalmente la caracterización de las categorías como funciones de síntesis, desarrollada principalmente en los ma­ nuscritos de Duisburg y en B 12. Sin embargo, al abandonar el presupuesto del conocimiento de objetos para hallar una fundamentación radical de la necesidad de las categorías, Kant pa­ rece sentirse obligado a justificar ese conocimiento desde la misma perspectiva de la “deducción subjetiva”. De esta mane­ ra, asume la tarea de mostrar que es necesario el conocimiento de objetos partiendo de la necesidad de la autoconciencia. Por ello, puede parecer que el principal objetivo de la deducción subjetiva es probar la necesidad de pensar y conocer objetos para aceptar la autoconciencia (cuya necesidad tiene que acep­ tarse por otras razones distintas del conocimiento de objetos). Este objetivo, a su vez, puede interpretarse como la justifica­ 11 Con respecto a la equivalencia entre demostrar que un “esquema catego­ rial” se aplica necesariamente a la experiencia y demostrar que sólo podemos utilizar un “esquema categorial” en la experiencia, es decir, que hay un único “esquema categorial” que podemos aplicar en la experiencia, véase S. Kórner, “The Impossibility of Trascendental Deductions”, pp. 232-240.

ción de la objetividad de las categorías que Kant está buscando en la deducción en general. Para alcanzarlo, pretendería mos­ trar que las condiciones sin las cuales no es posible la autocon­ ciencia deben también garantizar que nuestras representacio­ nes, en conjunto, incluyan el conocimiento de objetos,12 Es cierto, la deducción subjetiva también tiene esta meta, pero sólo porque la justificación de la necesidad de las categorías no presupone el conocimiento de objetos, dejando de esta manera en suspenso cualquier otro argumento que se haya basado en esta premisa. De no ser así, sería incomprensible el que Kant afirme, precisamente al abrir la “deducción subjetiva”, que “es ya una deducción suficiente de las mismas y una justificación de su validez objetiva, el que podamos probar que sólo puede ser pensado un objeto mediante ellas”.13 Bastaría con probar —nos dice Kant—que aquello que llamamos conocimiento de objetos no es concebible sin presuponer las categorías, para de­ mostrar que efectivamente éstas se refieren a objetos. Pero, como no debemos dar por supuesto el conocimiento de obje­ tos para demostrar la necesidad de aplicar categorías, entonces se requiere mostrar que la aplicación de las categorías implica el conocimiento de objetos y recuperar, de esta manera, la ob­ jetividad que ha quedado en suspenso al inicio de la “deduc­ ción subjetiva”. Para alcanzar este segundo objetivo, Kant usa la caracterización de las categorías desarrollada desde 1772, aquella según la cual son conceptos del objeto en general gra­ cias a los cuales referimos representaciones sensibles, en cuan­ to estados mentales, a algo diferente de ellas mismas. Yo creo que la coexistencia de estos dos objetivos y, conse­ cuentemente, el uso de dos distintas caracterizaciones de las ca­ tegorías es la principal razón de las dificultades para compren­ 12 Ésta es la manera en que P.F. Strawson interpreta el objetivo de la deduc­ ción trascendental (The Bounds of Sense, pp. 97-112). La gran influencia que ha tenido esta interpretación es la razón por la cual muchos autores han querido ver en la deducción trascendental un argumento antiescéptico {cfr. Ameriks, “Recent Work on Kant’s Theoretical Philosophy”, pp. 11-12) y por la cual algu­ nos autores, como P. Guyer, consideran que la deducción trascendental debe complementarse con la “Refutación al idealismo” {cfr. P. Guyer, “The Trans­ cendental Deduction of Categories”, pp. 126-127). 1S A 97-98.

der la “deducción subjetiva” en la primera edición de la Crítica de la razón pura, sobre todo porque Kant intenta desarrollar en ella una tercera caracterización que conjuga las dos anteriores, no obstante privilegiar a veces una de éstas y así oscilar entre ellas. Por lo anterior, considero de gran utilidad leer esta de­ ducción preguntándose, en cada párrafo, cuál de los dos obje­ tivos tiene en mente Kant y qué noción de categoría está mane­ jando. Intentaré, pues, exponer esta lectura sucintamente. Para ello, quisiera antes recordar las dos caracterizaciones de las ca­ tegorías, destacando sus diferencias, y apuntar cómo podrían conjugarse en una sola noción. Una de ellas, desarrollada des­ de 1772, considera las categorías como conceptos de un objeto en general, gracias a los cuales referimos representaciones sen­ sibles a objetos en cuanto cosas que existen con independencia de nuestros estados mentales. La otra, desarrollada a partir de 1775, las considera, en cambio, conceptos que nos proporcio­ nan reglas gracias a las cuales sintetizamos una pluralidad de representaciones intuitivas, ya sean puras o empíricas. Es cierto que Kant nunca abandona la primera noción de las categorías, de suerte que tanto en los manuscritos de Duisburg, como en el esbozo de deducción B 12, esa doble caracterización ya está presente, e incluso podría decirse que, en los primeros, ya se encuentra un intento de esa tercera caracterización que preten­ de resolverla, pero creo que en ambos predomina claramente la noción de las categorías como funciones de síntesis y que sólo hasta la primera edición de la Crítica Kant se enfrenta al problema de hacerlas compatibles. Por la segunda caracteriza­ ción entiendo, pues, no la noción de las categorías que de he­ cho se encuentra en 1775 y en 1780, sino el nuevo aspecto de las mismas que Kant desarrolla a partir de 1775. A cada una de estas caracterizaciones se les puede asociar un concepto de objeto y de objetividad diferente. Para la primera, los objetos son aquello a lo que corresponden las represen­ taciones cuyos conceptos mantienen una posición fija en los jui­ cios. Esta posición fija se determina atendiendo a la posición que mantienen las representaciones en el espacio y el tiempo; se considera como una razón para atribuírselas a objetos, por­ que no es el sujeto el que fija arbitrariamente esta posición. Desde esta perspectiva, “objetivo” es un predicado ya sea de las

representaciones sensibles que decimos corresponden a obje­ tos, ya sea de los conceptos que nos permiten referirlas a los mismos. Para la segunda caracterización, los objetos son las re­ presentaciones intuitivas sintetizadas por un concepto, que opera como regla de la determinación de las posiciones de las representaciones en el espacio y el tiempo; o bien aquello que pensamos cuando tenemos un concepto que nos permite sinte­ tizar una pluralidad de representaciones intuitivas. Aquí “obje­ tivo” debe predicarse de un concepto, por servirnos para determinar las formas de la sensibilidad y no por referir nues­ tras representaciones sensibles a algo diferente de ellas mismas. Una manera en que podrían conjugarse estas dos caracteri­ zaciones consistiría en señalar que sólo podemos sintetizar re­ presentaciones sensibles si las referimos a algo diferente de ellas mismas, si las reglas para sintetizarlas se derivan de con­ ceptos que se refieren a algo diferente de las propias represen­ taciones. Dicho de otro modo: sólo podemos enlazar distintas representaciones sensibles porque se las adscribimos a un mis­ mo objeto, diferente de las representaciones; porque las pensa­ mos como representaciones de un solo objeto. Yo creo que Kant intenta en algunos pasajes una solución de este tipo. Pero esta solución arrastra la dificultad de no valer para la síntesis pura, es decir, para la síntesis que opera sobre representacio­ nes no empíricas, la cual, por otro lado, Kant considera como condición de la síntesis empírica. Quizá por esta razón Kant termina privilegiando otra solución a esa doble caracterización de las categorías, que consiste en señalar que el objeto que pen­ samos como referente de nuestras representaciones no consis­ te más que en el conjunto de relaciones necesarias que guardan las representaciones entre sí. Pero no quisiera adelantarme a la lectura de la deducción subjetiva, guiada por la mencionada di­ ferencia de objetivos.

2. La deducción subjetiva en la primera edición de la Crítica 2.1. Aprehensión, reproducción y reconocimiento (la propuesta de deducción en la segunda sección) La segunda sección de la deducción trascendental de Jas cate­ gorías en la primera edición de la Critica, aquella que Kant ad­ vierte que no es más que una preparación de la exposición sistemática,14 contenida en la tercera sección, es, sin embargo, la parte decisiva en la que Kant pretende conjugar las dos ca­ racterizaciones de las categorías y, de esta manera, atacar si­ multáneamente el problema de la necesidad y de la objetividad de las mismas. Kant divide esta sección en cuatro apartados. Los tres primeros parecen exponer la actividad que desempe­ ñan las tres facultades que intervienen en el conocimiento: sen­ sibilidad, imaginación y entendimiento. Pero Kant no utiliza aquí el término “sensibilidad”, ni maneja la palabra “intuición” como si designara una facultad, sino que la emplea para referir­ se al material sobre el cual opera una actividad. La razón de esta omisión creo que se debe a que la sensibilidad es una facul­ tad receptiva, y lo que Kant pretende mostrar en estos aparta­ dos, siguiendo el esbozo de B 12, es que toda recepción o retención de representaciones presupone una actividad por parte del sujeto de esas representaciones. Por ello, resulta más apropiado hablar de la actividad del pensamiento en general en tres distintos niveles, caracterizados por el material con el cual trabaja: intuiciones, imágenes y conceptos. En el cuarto apartado Kant utiliza las reflexiones anteriores para aclarar o redefinir lo que es la experiencia, lo que son las categorías en cuanto condiciones de posibilidad de la experiencia y lo que debe comprender el concepto de naturaleza. Recurriendo a una observación de la tercera sección,15 po­ dría decirse que la segunda sección procede de manera “ascen­ dente”, es decir, parte de los elementos que intervienen en el pensar en el nivel de la intuición empírica, para ir ascendiendo hasta alcanzar la condición última del pensar en general: la uni­ dad sintética de la autoconciencia. De acuerdo con esta ob14 Cfr. A 98. 15 A 119.

servación, cabría pensar que Kant establece una relación de subordinación entre las actividades correspondientes a cada ni­ vel y que, por lo tanto, avanza de lo condicionado a su condi­ ción de posibilidad. Hay algunos pasíyes que parecen sugerir­ lo; sin embargo, en otro pasaje Kant afirma que la primera síntesis “constituye el fundamento trascendental de la posibi­ lidad de todo conocimiento”.16 Lo mismo podría decirse, em­ pero, del último peldaño de esta exposición. Por esto, hay que tomar las actividades de cada nivel como necesariamente coor­ dinadas entre sí, siendo posible pasar de cada una de ellas a la otra como a su condición, sin que se trate de una relación de subordinación. En donde sí se establece una relación de subor­ dinación, en cuanto que se coloca un tipo de síntesis como fun­ damento de otro, es en el interior de cada nivel; ahí se expo­ nen tanto una síntesis empírica como una síntesis pura y se argumenta que esta última es condición de posibilidad de la primera, y, consecuentemente, que es trascendental. En este sentido, podría decirse que el método que sigue Kant en esta sección es analítico en la medida en que parte de lo condicio­ nado, una síntesis empírica en cada nivel, y se asciende a su condición de posibilidad, una síntesis pura que se halla coor­ dinada con otras “síntesis trascendentales”. Pero el punto de partida, la síntesis empírica del primer nivel, no presupone el conocimiento de objetos de la experiencia, sino que tan sólo destaca una característica fundamental del pensar que puede considerarse también como una definición de la experiencia, lo suficientemente amplia para comprender cualquier otra, a saber, que el pensar siempre opera sobre una pluralidad de re­ presentaciones distribuidas temporalmente o que la experien­ cia es un conjunto de representaciones distribuidas temporal­ mente: Cualquiera que sea el origen de nuestras representaciones, ya sea que estén ocasionadas por el influjo de cosas externas o por causas internas, que se originen a priori o empíricamente como fenómenos, como sea, pertenecen, en cuanto modifica­ ciones de la mente [Gemüt], al sentido interno y, como tales,

todos nuestros conocimientos se hallan sujetos a la condición formal del sentido interno, es decir, el tiempo, como aquello en lo cual tienen que ordenarse, enlazarse y relacionarse. Esta es una observación general que ha de tomarse como funda­ mento de todo lo que sigue. ^ A pesar de que Kant se refiere aquí a todas las representa­ ciones, en realidad está enfocando, sobre todo, las represen­ taciones intuitivas y, en particular, la serie de representaciones empíricas o sensaciones que permanentemente está corriendo ante nuestra conciencia. Para que esta corriente, en cuanto plu­ ralidad, pueda ser captada, tiene que haber cierta unidad con­ forme a la cual puedan ser enlazadas las representaciones. Más aún, tiene que haber unidades que nos permitan ir sintetizan­ do paulatinamente este devenir permanente de representacio­ nes. Al parecer, a esto último se refiere Kant al afirmar que “cada [jede] intuición contiene en sí una pluralidad”.18 No hay, pues, pluralidad alguna para nosotros que no esté contenida en cierta unidad. Con esta elemental reflexión Kant podría haber sacado a colación ya los conceptos, precisamente como esas unidades que nos permiten sintetizar una pluralidad. Sin em­ bargo, en esta sección le interesa determinar cada una de las ac­ tividades que intervienen en los diferentes niveles de ese complejo proceso que llamamos “pensar”. Por lo pronto, lo que establece es que toda pluralidad debe formar parte de una unidad que, en este nivel, consideramos como intuición, a pe­ sar de que no es el aspecto intuitivo de las representaciones lo que nos permite llevar a cabo la síntesis, sino lo que las hace ser material para una síntesis. Esta pluralidad tiene que ser recorri­ da; a esta actividad, la más elemental, Kant la llama “síntesis de la aprehensión” y consiste fundamentalmente en cobrar con­ ciencia de las representaciones que vienen una después de la otra en el tiempo. En el pequeño apartado que trata esta síntesis, Kant simple­ mente coloca la síntesis de la aprehensión empírica y Ja síntesis de la aprehensión pura una al lado de la otra. No indica que 17 A 99.

18 Ibid.

esta última sea una síntesis trascendental porque hace posible la empírica, como lo hará en los dos siguientes apartados; sólo señala que, así como necesitamos una síntesis de la aprehen­ sión que enlace las impresiones que nos son dadas para poder concebirlas como una pluralidad, igualmente requerimos una síntesis de la aprehensión que se lleve a cabo a priori (que sea pura) para tener las representaciones del espacio y el tiem­ po.19 A pesar de esto, Kant hace una observación que indica cómo estas dos síntesis pueden relacionarse y subordinarse la primera a la segunda. Cada intuición contiene en sí una pluralidad, la cual, sin em­ bargo, no sería representada como tal si la mente [Gemüt] no distinguiera por contraposición el tiempo en la serie de impre­ siones, pues cada representación, en cuanto contenida en un momento, no puede ser otra cosa que unidad absoluta.20 Para comprender la importancia de esta observación, hay que tener presente lo que acabo de señalar acerca de la repre­ sentación del tiempo y que afirma Kant en este mismo aparta­ do: que esta representación sólo es posible gracias a una síntesis pura de la aprehensión. Por “síntesis pura” hay que en­ tender una síntesis de representaciones intuitivas, no empíri­ cas. Yo creo que aquí Kant está pensando en la representación del tiempo como una sucesión de representaciones iguales en­ tre sí, como una serie de momentos ‘‘vacíos”.21 La representa­ ción del tiempo, según este apartado, no es, pues, algo que nos sea dado y en lo cual vayamos colocando representaciones que nos son dadas sucesivamente, sino que es una representación que construimos. En contraste con ella podemos asimilar una 19 Esta última observación parece sugerir que la deducción trascendental podría adoptar como punto de partida las representaciones mismas del espacio y el tiempo. 20 “Jede Anschauung enthált ein Mannigfaltiges in sich, welches doch nicht ais ein solches vorgestellt weden würde, wenn das Gemüt nicht die Zeit, in der Folge der Eindrücke auf einander unterschiede: denn, ais ein in einem Augenblick enthalten, kann jede Vorstellung niemals etwas anders, ais absolute Einheit sein." (A 99, el subrayado es mío.) 21 Vacíos, por no contener diversidad alguna.

pluralidad de representaciones sucesivas diferentes una de la otra. Esto último es lo que sostiene Kant ai afirmar que, para re­ presentarnos una pluralidad como tal, tenemos que distinguir el tiempo (la representación del mismo) de la serie de impresio­ nes. Si no tuviéramos la representación de una sucesión de mo­ mentos siempre iguales entre sí, cada sensación pasaría por la conciencia, si pudiéramos hablar de conciencia en tal caso, sin que supiéramos al menos que ocupa un lugar en una sucesión. Para saber esto y poder construir así una serie de representacio­ nes diversas, necesitamos simultáneamente la representación pura del tiempo, en cuanto sucesión de momentos siempre iguales.22 La síntesis empírica de la aprehensión requiere, pues, una síntesis pura de la aprehensión y, por ello, esta última pue­ de considerarse “trascendental”. En este primer apartado, Kant habla de la síntesis simple­ mente como de una función que enlaza representaciones; no hay mención alguna de una cosa diferente de las representacio­ nes, cuyo concepto nos permita llevar a cabo ese enlace. Si se piensa ahora en aquello a lo que apunta Kant al mostrar que no hay intuición alguna en la que no intervenga la actividad sinté­ tica, cabe suponer que Kant tenía en mente aquí las categorías sólo como funciones de síntesis, no como conceptos de objetos que nos permiten referir representaciones sensibles a algo dife­ rente de ellas mismas. A lo que apunta Kant es a identificar la síntesis que ha expuesto en este apartado con una aplicación de las categorías, a mostrar que la síntesis, ya en este nivel, depen­ de de las categorías. Esto queda claro no sólo tomando en con­ sideración lo que viene después de este apartado, sino también recordando pasajes anteriores al mismo. En la introducción a la segunda sección de la deducción, Kant ha indicado que “la re­ ceptividad, sólo combinada con la espontaneidad, puede hacer posible el conocimiento”, el cual “es un todo de representacio­ nes enlazadas y comparadas entre sí”.23 En la deducción meta­ física, Kant ha anticipado uno de los principales resultados de las ideas que está desarrollando aquí: “la misma función que les 22 Cfr. M. Heidegger, Phánomenologische Interpretation von Kants Kritik der rei­ nen Vernunft, pp. 343-346. 23 A 97.

da unidad a las diferentes representaciones en un juicio, le da también unidad a la mera síntesis de diferentes representacio­ nes en una intuición; esta función, expresada en forma general, se llama concepto puro del entendimiento”.24 Lo que no está ni siquiera insinuado en este primer apartado es lo que afirma en la siguiente oración de este pasaje de la deducción metafísica: el mismo entendimiento, pues, [...] pone también, por medio de la unidad sintética de la pluralidad en la intuición en general, un contenido trascendental en sus representaciones, por ello se llaman conceptos puros del entendimiento, los cuales se refieren a priori a objetos.25

El segundo apartado, “acerca de la síntesis de la reproduc­ ción en la figuración”,26 ataca al comienzo precisamente el pro­ blema de la referencia de las representaciones a objetos; lo hace tan decididamente que uno tiene la impresión de saltar a una lí­ nea argumentativa totalmente distinta de la del primer aparta­ do. Este salto llama aún más la atención cuando Kant, hacia el final del segundo apartado, retoma muy de cerca el problema que ha tratado en el primero: cómo explicar la conciencia de una pluralidad de representaciones distribuidas temporalmen­ te. Y lo retoma de tal manera que no se ve con claridad para qué le puede servir la reflexión con la cual ha iniciado. ¿Por qué des­ vía Kant su argumento con una reflexión que parece interrum­ pirlo, más que fortalecerlo? La razón de ello, creo, sólo puede encontrarse en el tercer apartado, en donde Kant pretende mostrar que el objeto, al cual referimos nuestras representacio­ nes sensibles, no es más que el conjunto de relaciones que tie­ nen que guardar estas representaciones para pertenecer a una única conciencia. Pero no debo adelantarme. Kant inicia el segundo apartado con una reflexión muy sen­ cilla acerca de la asociación empírica de representaciones: la 24 A 79/B 105. 25 Ibid., el subrayado es mío. 26 Traduzco “Einbildung” por “figuración” y no por “imaginación”, porque a este último término, en cuanto que designa una facultad, le corresponde el término alemán “Einbildungskraft ”, el cual Kant distingue del primero.

asociación que establecemos entre representaciones empíricas, por el hecho de que algunas se nos dan regularmente después de otras o simultáneamente, sólo es posible si presuponemos que los fenómenos correspondientes están sometidos a “re­ glas". Esta observación parece señalar que la asociación subjeti­ va de representaciones presupone un orden objetivo de cosas, subsistente por sí mismo: Sin duda es una ley meramente empírica aquella según la cual representaciones que se han seguido o acompañado con fre­ cuencia finalmente se asocian una con la otra y, de esta mane­ ra, establecen un vínculo conforme al cual, incluso sin la presencia del objeto, una de estas representaciones hace que la mente pase a la otra de acuerdo con una regla fija. Esta ley de la reproducción, empero, presupone que los fenómenos mismos se hallen realmente sujetos a tal regla y que, en la plu­ ralidad de sus representaciones, tenga lugar el acompaña­ miento o la sucesión conforme a ciertas reglas; pues, de no ser así, nuestra imaginación jamás tendría algo que hacer que fue­ ra conforme a su capacidad; permanecería, pues, oculta en el interior del espíritu, como una capacidad muerta e incluso desconocida para nosotros. Si el cinabrio fuera ora rojo, ora negro, ora ligero, ora pesado; si un hombre adoptara ora ésta, ora aquella figura animal; si la tierra en el día más largo del año ora se cubriera de frutos, ora de hielo y nieve, entonces mi imaginación empírica no tendría ni siquiera la oportuni­ dad de traer al pensamiento el cinabrio pesado al tener pre­ sente la representación del color rojo.27 Si se hace abstracción del contexto en el cual está insertado, este pasaje parece argumentar a favor de nuestra creencia en un mundo externo y, en particular, en lo que podría denomi­ narse “la uniformidad de la naturaleza”. Si no suponemos —pa­ rece decir— que hay objetos a los que se refieren nuestras representaciones sensibles y que éstos están sometidos a deter­ minadas leyes, entonces resulta inconcebible que asociemos unas representaciones con otras por el hecho de que se nos den regularmente en cierto orden. Si pensáramos que la naturaleza

no posee uniformidad, entonces la regularidad de nuestras re­ presentaciones no sería más que una especie de capricho, más aún, ni siquiera podríamos hablar de regularidad, pues siempre quedaría abierta la posibilidad de pensar que las mismas repre­ sentaciones pueden estar ocasionadas por diferentes aconteci­ mientos, o que los mismos acontecimientos, si tuviera algún sentido hablar de los mismos acontecimientos, pueden produ­ cir distintas representaciones. Si ahora se toma en consideración el contexto en el cual apa­ rece esta reflexión, cabría esperar que Kant introdujera las cate­ gorías precisamente como aquellos conceptos que nos propor­ cionan esa idea de la naturaleza como unidad conforme a leyes, como esa unidad que requerimos presuponer para poder esta­ blecer asociaciones empíricas. Yo creo que Kant tenía en mente esto al redactar este primer párrafo del segundo apartado y, consecuentemente, la noción de las categorías a la que alude en la segunda parte del pasaje de la deducción metafísica que he ci­ tado antes, es decir, como conceptos que se refieren a priori a objetos e introducen, de esta manera, un “contenido trascen­ dental” en las representaciones intuitivas. Introducen un conte­ nido trascendental al hacer que se refieran a algo distinto de ellas mismas. Está claro que el término “trascendental”, en este caso, no tiene el mismo significado que Kant le da en B 12, como predicado de una facultad que opera con representacio­ nes no empíricas y se considera condición de posibilidad de una facultad empírica. Aquí “trascendental” no sólo significa condi­ ción de posibilidad de una síntesis empírica, tampoco es sólo predicado de una síntesis pura, sino que denota, principalmen­ te, la característica de un concepto gracias a la cual podemos pensar lo que está más allá de la representación intuitiva y, por ello, tomarla precisamente como representación de algo. Kant explotará esta manera de enfocar las categorías en los dos siguientes apartados; en el segundo, en cambio, da un ex­ traño giro que le permitirá retomar la reflexión iniciada por el primer apartado, en lugar de seguir esa línea argumentativa que arranca con el pasaje arriba citado. Ese giro lo da para jus­ tificar la búsqueda del fundamento de la asociación empírica en “principios a priori”.

Tiene que haber, pues, algo que haga posible esta reproduc­ ción de los fenómenos, en cuanto que sea el fundamento a prio­ ri de una unidad sintética necesaria. A esto se llega pronto si se recuerda que los fenómenos no son cosas en sí mismas, sino el mero juego de nuestras representaciones, que finalmente se reducen a meras modificaciones del sentido interno.28 El cambio de perspectiva es considerable. Si el párrafo ante­ rior sugiere pensar en un orden objetivo independiente de nuestras representaciones, como fundamento de la reproduc­ ción de los fenómenos, éste nos recuerda que debemos buscar e] fundamento de su asociación en la estructura del pensar mis­ mo, ya que los fenómenos sólo son representaciones de un su­ jeto. Más adelante, Kant insistirá en que sólo de esta manera es posible aceptar que los fenómenos estén sometidos a leyes ne­ cesarias o que sea necesario pensar en la uniformidad de los mismos. Con esto, Kant está afirmando algo francamente dis­ tinto de lo que sugiere en el párrafo anterior, a saber, que los fenómenos, como representaciones, están necesariamente so­ metidos a determinadas leyes del pensar, y no que los fenóme­ nos, en cuanto que corresponden a algo independiente de nuestras re­ presentaciones, los tenemos que pensar como sujetos a leyes. Lo que aquí ya está enjuego es algo que destacará en el siguiente apartado: intentar asimilar el término “objetividad” al término “necesidad” y, de esta manera, tomar la prueba de la necesidad de las categorías como prueba de su objetividad. Aparentemente, lo que le interesa a Kant aquí es justificar la aprioricidad en la cual descansa la asociación empírica. Esto po­ dría haberlo justificado, sin embargo, con una observación muy sencilla: la noción del orden necesario de los objetos, a los que se refieren las representaciones sensibles, no puede obtenerse recurriendo a la regularidad bajo la cual nos son dadas esas re­ presentaciones, recurriendo, pues, a la experiencia, pues esa regularidad sólo es concebible si se tiene ya aquella noción del orden necesario de los objetos. Tampoco era necesario apelar a un idealismo tan extremo, como el que aquí apunta, a un idea­ lismo que funda toda objetividad sólo en las leyes necesarias del

pensar. Pudo haber concillado el hecho de que pensamos esc orden como algo independiente de nuestras representaciones con la imposibilidad de obtener su concepto a través de lo que nos es dado, recurriendo a una reflexión de 1772: En la naturaleza no puede salimos al encuentro dato alguno, a menos que las leyes que se perciben en ellos correspondan a los modos generales conforme a los cuales ponemos algo, pues, de no ser así, no destacaríamos ninguna ley y, en general, ningún ob­ jeto, sino sólo confusas modificaciones internas.29

Lo cierto es que Kant da ese giro y, al hacerlo, regresa exac­ tamente al mismo punto en el cual se había quedado en el an­ terior apartado: la necesidad de una actividad sintética para tener una intuición y, en particular, la necesidad de una síntesis a priori para tener la representación de una intuición pura, como la del tiempo, que, a su vez, es condición formal de todas nuestras representaciones. Vuelve a este punto porque, al ha­ ber aclarado que los fenómenos no son más que representacio­ nes, en cuanto modificaciones internas, y hacer abstracción, así, de su referencia a algo diferente de las mismas, el orden de los fenómenos que exigía en el primer párrafo no puede inter­ pretarse más que como el orden de las representaciones en la intuición. La asociación empírica ha de fundarse, entonces, en el orden que necesariamente guardan las representaciones in­ tuitivas. Y, para explicar este orden, Kant saca a colación la sín­ tesis pura de la imaginación como una actividad coordinada con la síntesis de la aprehensión. De esta manera, la asociación empírica no se funda directamente en la síntesis trascendental de la imaginación, sino indirectamente, en cuanto que esta úl­ tima hace posible el orden necesario de las representaciones en la intuición. Si podemos, pues, probar que incluso nuestras más puras in­ tuiciones a priori no procuran conocimiento alguno a no ser que contengan un tal enlace de la pluralidad que haga posible 29 R4631; A.A., XVII, 615.

una síntesis permanente \durchga7igige ] de la reproducción, entonces esta síntesis de la imaginación queda también funda­ da con anterioridad a la experiencia en principios a priori y se tiene que aceptar una síntesis pura de la misma [...] Este pasaje, con el cual Kant retoma el problema de cómo ex­ plicar la conciencia de una pluralidad de representaciones dis­ tribuidas temporalmente, creo que puede tomarse como un indicio de que toda la reflexión acerca de la asociación empírica y su fundamento no es más que una desviación del argumento con el que Kant inicia la deducción subjetiva y que ahora quiere continuar. La idea central de este pasaje creo que es la siguien­ te: la síntesis de la reproducción de los fenómenos o la asocia­ ción de los mismos está fundada en principios a priori, porque tiene que apoyarse en la forma en que nos son dados los fenó­ menos, es decir, en las intuiciones puras a priori del espacio y el tiempo, las cuales, a su vez, como se ha señalado en el anterior apartado, presuponen la actividad sintética del sujeto. En el pri­ mer apartado se expuso la síntesis pura de la aprehensión como condición de esas intuiciones; ahora se expondrá la síntesis pura de la reproducción también como condición, coordinada con la anterior, de las mismas intuiciones. Pero si lo que se quie­ re es mostrar la necesidad de esta síntesis para el pensar en ge­ neral, basta con mostrar que es condición de posibilidad de las intuiciones puras a priori; ¿para qué, entonces, mostrar además que es condición de posibilidad de la asociación empírica de los fenómenos? En la breve descripción de esta síntesis trascendental de la imaginación o síntesis pura de la reproducción, en efecto, Kant sólo muestra, apoyándose en el pasaje anterior, cómo ésta hace posible que tengamos intuiciones, en cuanto unidades de una pluralidad de representaciones. Si intento trazar una línea mentalmente, pensar en el tiempo entre un mediodía y otro o simplemente representarme cierto número, es necesario que retenga mentalmente una tras otra diversas representaciones. Si perdiera siempre de vista las pre­

cedentes y no las reprodujera al pasar a las siguientes, jamás podría originarse una representación completa, ni las ideas an­ tes mencionadas, más aún, ni siquiera las primeras y más puras representaciones fundamentales del espacio y el tiempo.31 Tomando en consideración la importancia que Kant le había otorgado a la síntesis de la imaginación en B 12 y el papel que le asigna en el capítulo acerca del esquematismo en la Critica de la razón pura, cabría haber esperado que esta exposición dejara ver el vínculo de la síntesis pura de la imaginación con las ca­ tegorías. Cabría haber esperado que Kant mostrara que nues­ tra representación a priori del tiempo no consiste sólo en la mera representación de una sucesión de momentos iguales en­ tre sí, sino que también pueden establecerse relaciones a priori entre las posibles representaciones que ocupan esos momen­ tos, conformando, de esta manera, una unidad más compleja que la mera sucesión. Pero lo que intenta Kant aquí es sólo mostrar que la síntesis de la reproducción es necesaria para el pensar en general. Y cuanto más elemental sea aquello que ha­ ce posible, queda más firmemente demostrada su necesidad. De ahí que lo único que le interese destacar de la síntesis de la imaginación sea que sin ella no podemos tener la representa­ ción de una unidad de una pluralidad. Esto significa que para poder tener semejante representación no basta con la síntesis de la aprehensión, es decir, no es suficiente recorrer una plura­ lidad y saber que cada representación pertenece a una suce­ sión; es necesario, además, que en cada momento que estamos ante una representación intuitiva determinada tengamos pre­ sentes las representaciones que nos han sido dadas o que he­ mos puesto previamente, ya no como algo que nos es dado o que ponemos, sino como imágenes o copias. El tercer apartado, “acerca de la síntesis del reconocimiento en el concepto”, arranca con una reflexión que se conecta di­ recta e inmediatamente con este último asunto y señala que esta reproducción sería imposible sin la conciencia de la uni­ dad a la cual pertenece la pluralidad reproducida, es decir, sin

la aplicación de algún concepto que pueda servirnos como re­ gla de la síntesis de representaciones. Sin conciencia de que aquello que pensam os es precisam ente lo mism o que pensábamos un m om ento antes, sería inútil toda re­ producción en la serie de las representaciones, pues, en el estado actual, habría una nueva representación que de ninguna manera pertenecería al acto por el cual debió ser producida gradualmen­ te; y la pluralidad de la misma jamás constituiría un todo, porque haría falta la unidad que sólo la conciencia puede proporcionar. Si, al contar, olvido que las unidades que ahora tengo ante m í han sido añadidas sucesivamente por m í una a la otra, entonces no re­ conoceré la producción del conjunto por esa adición sucesiva de una unidad a la otra y, consecuentem ente, tam poco reconoceré el núm ero, pues este concepto consiste solam ente en la concien­ cia de la unidad de la síntesis.

Ya la palabra “Begriff”,32 por sí misma, podría conducirnos a esta observación, pues esa conciencia una [unitaria] es la que reúne en una representación a la pluralidad intuida suce­ sivamente y luego reproducida. Esta conciencia puede con frecuencia tener poca energía, de suerte que no la vinculamos con el acto mismo, es decir, inmediatamente con la produc­ ción de la representación, sino sólo con el efecto [...]33 En este fragmento se encuentran ya las principales piezas que le permiten a Kant pasar de la unidad de una pluralidad in­ tuitiva, de la cual partió, a la autoconciencia. La clave para en­ tender este paso creo que se encuentra en el significado que Kant le da a la palabra “unidad” cuando aquí habla de “concien­ cia de la unidad”. Para aclarar este punto, me parece convenien­ te empezar por preguntarnos a qué se refiere Kant con aquello que tenemos que pensar como lo mismo, para que tenga senti­ do la reproducción en la serie de representaciones. Puede tra­ tarse de cada una de las representaciones que constituyen la se­ rie, o bien de la unidad de la que forman parte. Si se trata de cada una de las representaciones, Kant estaría diciendo que si 32 La palabra “Begriff ” está emparentada con el verbo “greifen”, que significa agarrar o tomar. 33 A 103-104.

no sabemos que la representación reproducida es la misma que la representación intuida en un momento anterior, entonces el resultado de la reproducción no sería más que una serie más lar­ ga de representaciones.34 Las representaciones reproducidas se intercalarían entre las representaciones intuidas sin que pudié­ ramos establecer una diferencia entre ambas.33 Para que esto no suceda, debemos tener conciencia de nuestra propia acción reproductiva, debemos saber qué representaciones hemos re­ producido; pero incluso esto último no bastaría para que las representaciones manifestaran cierta “unidad”. Debemos saber no sólo de nuestra acción reproductiva, mejor aún, para sa­ ber de esta última, debemos saber de la acción que le da sentido a la reproducción, al hacer que las representaciones reproduci­ das formen parte de un conjunto. La reproducción sería inútil si no estuviera coordinada con la acción que define la unidad a la que se integran las representaciones. Por ello, a lo que debe referirse Kant con aquello que tenemos que pensar como lo mismo, para que tenga sentido la reproducción, es a la unidad a la que deben pertenecer tanto las representaciones reproduci­ das, como las intuidas a lo largo de una serie de momentos. En cuanto que esta unidad hace posible la síntesis, no puede tratar­ se del resultado de la acción, es decir, del conjunto de represen­ taciones reunidas de una determinada manera, sino de aquello que guía la síntesis o de la forma en que se enlazan las represen­ taciones. Esta unidad es la que expresan los conceptos, en la me­ dida en que nos sirven como “reglas” para sintetizar una plura­ lidad de representaciones intuidas; de ahí que Kant afirme que el concepto sea una conciencia o un saber que nos permite re­ unir en una representación la pluralidad intuida y reproducida. El concepto queda definido, en este pasaje, como un saber acerca de la unidad de la síntesis. Mediante un concepto pensa­ mos la forma en que se relacionan distintas representaciones entre sí. Aquí, el significado de “unidad” creo que es equivalen­ te al de esta forma. La síntesis es la acción que llevamos a cabo 34 En el párrafo inicial de la tercera sección (A 115), Kant interpreta la sín­ tesis empírica del reconocimiento como conciencia de la identidad entre las re­ presentaciones reproducidas y los fenómenos o representaciones que nos son dados por la percepción. 35 Cfr. M. Heidegger, op. dt., p. 363.

al relacionar representaciones de acuerdo con esa forma. Así pues, el concepto puede caracterizarse como el saber de la for­ ma en que relacionamos representaciones. Con esta reflexión, Kant está mostrando que no hay intuición alguna que no pre­ suponga la aplicación de conceptos. En los dos primeros apar­ tados ha expuesto por qué no es posible tener intuiciones o recibir datos sin presuponer la actividad sintética por parte del sujeto. Ahora señala que esta actividad sintética sería inútil sin conciencia de la forma de acuerdo con la cual procede esta ac­ tividad. Sería inútil porque, aun suponiendo que la aprehen­ sión y la reproducción pudieran proceder conforme a reglas de las que no tenemos conciencia, el resultado de esta actividad en cada momento sería algo nuevo y nunca estaríamos ante una unidad de representaciones. Para saber en distintos momentos que estamos ante el mismo conjunto de representaciones y que, por lo tanto, poseen unidad, tenemos que saber que la ac­ tividad sintética que llevamos a cabo es la misma. Y esto sólo podemos saberlo si tenemos conciencia de la forma o la regla de acuerdo con la cual procede. Para reconocer las mismas re­ presentaciones, es decir, para saber que estamos ante las mis­ mas representaciones en distintos momentos, necesitamos saber de la identidad de nuestra actividad sintética. Y el con­ cepto es precisamente lo que expresa esta identidad. Con esta caracterización del concepto, inspirada, según creo, en los manuscritos de Duisburg, Kant está mostrando ya la necesidad de la autoconciencia entendida como conciencia de nuestra actividad sintética. Kant pudo haber pasado directa­ mente de esta reflexión a la noción de la autoconciencia tras­ cendental o unidad sintética de la apercepción; sin embargo, llega a esta última a través de una consideración acerca de lo que debemos entender por el objeto al cual presuntamente co­ rresponden nuestras representaciones. Con ello, Kant buscará asegurar la objetividad de las categorías tratando de reducir el concepto de objeto, como algo diferente de las representacio­ nes, a la necesaria unidad de la autoconciencia. Este giro me parece que vuelve a romper la línea argumentativa que Kant había iniciado con el problema de la conciencia de la unidad de representaciones distribuidas temporalmente, y uno tiene la impresión de entrar en un laberinto en el cual se disuelven y

confunden las ideas que habían quedado claras hasta este pun­ to. Por esta razón, me separaré aquí de la secuencia del propio texto para rescatar las ideas que conducen en forma directa a mostrar la necesidad de las categorías. Posteriormente volveré a las reflexiones acerca del objeto trascendental = x y expon­ dré las dificultades que arrastra. Lo que hay que preguntarse, para saltarse la reflexión acerca del objeto trascendental = x , es cómo podría argumentarse a favor de una autoconciencia no derivada de las representacio­ nes que nos son dadas empíricamente, cómo argumentar a fa­ vor de la necesidad de tal conciencia, partiendo de la necesidad de aplicar conceptos para poder aprehender una pluralidad in­ tuitiva y de la caracterización del concepto como un saber acer­ ca de la forma de la actividad sintética que nos permite enlazar cierta pluralidad. Pero antes de esto, quizá haya que aclarar qué sentido tiene recurrir a semejante noción para justificar la necesidad de las categorías. Se ha llegado a un resultado que tal vez pueda servir ya para lograr esa justificación sin tener que apelar a la oscura noción de una autoconciencia trascendental. Los dos primeros apartados de la sección que he comentado muestran que toda síntesis empírica presupone una síntesis pura. El último frag­ mento citado, aquel con el que comienza el tercer apartado, se­ ñala que toda síntesis requiere la aplicación de un concepto en cuanto saber de la forma en que procede la síntesis. Si ahora se caracterizan las categorías como conceptos que guían las sínte­ sis puras, ¿no habrá quedado ya demostrada su necesidad? ¿No bastaría con rescatar en este punto la siguiente conclusión?: es necesario que estemos en posesión de conceptos no empíricos que hagan posibles las síntesis puras, en las que tienen que fun­ darse las síntesis empíricas de la aprehensión y de la reproduc­ ción. Esta conclusión me parece que tiene un grado de genera­ lidad que no permite concluir la necesidad de ciertos conceptos a priori, es decir, de un conjunto único de conceptos a priori, que es precisamente lo que pretende demostrar la “deducción sub­ jetiva”, de acuerdo con la nota de Metaphysiscke Anfangsgründe der Naturwissenschaft. Esta conclusión afirma que son necesarios conceptos a priori para explicar la conciencia de una pluralidad de representaciones, pero deja abierta la posibilidad de que

unos conceptos a priori puedan ser sustituidos por otros con­ ceptos a priori. Por ello, no basta con esta conclusión para soste­ ner que debe haber un conjunto único de conceptos a priori que hagan posible la experiencia, entendida como un conjunto de representaciones sensibles distribuidas temporalmente. Esta observación debe indicar lo que hay que esperar de la noción de autoconciencia trascendental. Retomo ahora el asun­ to de cómo es posible pasar del último pasaje comentado a esta noción. En este pasaje, los conceptos ya han sido caracterizados de tal forma que muestran la necesidad de la autoconciencia para sintetizar una pluralidad de representaciones intuitivas. Los conceptos son un saber acerca de la forma en que sintetiza­ mos las representaciones; son un saber de la unidad a la cual se incorporan las representaciones sucesivamente; son, pues, un saber acerca de nuestra propia actividad pensante. Pero cada concepto, en cuanto que se aplica a una determinada pluralidad, no puede ser considerado él mismo necesario. Hasta ahora se ha argumentado que no es posible la conciencia de una plurali­ dad de representaciones intuitivas o la experiencia en general sin aplicar conceptos; pero esto no significa que tengamos que aceptar ciertos conceptos como necesarios. Si hemos de aceptar que ciertos conceptos son necesarios, hay que preguntar por la unidad a la cual tienen que pertenecer todas las representacio­ nes, por la unidad que debe servir como fundamento de la apli­ cación de conceptos particulares. Si las representaciones no ma­ nifiestan cierta unidad previa a la aplicación de conceptos particulares, no podríamos reconocerlas como susceptibles de ser sintetizadas por ellos. Esta unidad elemental debe garanti­ zar, al menos, que tengamos conciencia de las representaciones y, por ello, puede llamarse “unidad de la conciencia”. Podría considerarse, en un primer momento, que esta unidad es el conjunto de representaciones que me han sido dadas, la unidad que manifiestan todas ellas por el hecho de pertenecer a una única conciencia, la unidad empírica de la conciencia; sin em­ bargo, a esta unidad se le puede aplicar la misma reflexión que a la síntesis de la reproducción. No podría reconocer que la plu­ ralidad de representaciones que me han sido dadas forman par­ te de una misma unidad (no podría haber autoconciencia empí­ rica) si no tuviera conciencia de la identidad de la actividad de

enlazarlas. La unidad de la conciencia empírica ha de basarse, pues, en una conciencia de la actividad sintética a la cual tienen que pertenecer todas las representaciones. Expresado con ma­ yor precisión: tiene que basarse en la conciencia de la forma, siempre idéntica, en que procede esta actividad, lo cual quiere decir, en términos de Kant, que tiene que basarse en la concien­ cia de la unidad sintética que guía el enlace de todas las repre­ sentaciones. Esta conciencia ha de ser pura, porque sin ella no es posible concebir la recepción de representaciones, y, por la misma razón, es trascendental. Aquí estamos, pues, ante la au­ toconciencia trascendental. Esta es una conciencia de la unidad a la cual pertenecen to­ das las representaciones posibles, conciencia del campo o del plano en el cual establecemos relaciones entre las mismas. Pero, a su vez, esta unidad no puede estar definida más que por las re­ laciones más elementales que tenemos que establecer entre las mismas para poder concebirlas integradas a una única concien­ cia. Estas relaciones son las funciones de enlace que definen un único campo de representaciones y, por lo tanto, deben ser siempre las mismas. Si estas funciones cambiaran o fueran sus­ tituidas por otras, no podríamos hablar de la misma conciencia. Así pues, la unidad de la conciencia, presupuesta por todo enla­ ce de representaciones, descansa en la identidad de las funcio­ nes de enlace, es decir, en el hecho de ser siempre las mismas. A esto se refiere Kant al afirmar que “esta unidad de la concien­ cia sería imposible si en el conocimiento de la pluralidad la mente no pudiera cobrar conciencia de la identidad de la fun­ ción a través de la cual reúne sintéticamente esa misma plurali­ dad en un conocimiento”.56 La identidad de nuestra conciencia no es, pues, más que la identidad de nuestra actividad sintética, la cual integra toda representación a una misma unidad. La m ente no podría pensar la identidad de sí misma en la plura­ lidad de representaciones, y precisam ente a priori, si no tuviera presente la identidad de su acto, el cual som ete toda síntesis de la aprehensión (que es empírica) a una unidad trascendental y

hace posible, ante todo, su interconexión conform e a reglas a p rio riP

Aquí estamos ante el principal paso del argumento a favor de la necesidad de las categorías.38 Las categorías son precisa­ mente los conceptos que expresan la manera más general en que procede nuestra actividad pensante, nuestra actividad sin­ tética, y, por lo tanto, aquello que define la unidad a la cual tie­ ne que integrarse toda representación. Las categorías son el esquema conceptual que define el proceder de nuestra activi­ dad sintética y, por ende, la identidad de la unidad de la con­ ciencia. El término “unidad de la conciencia” no significa, pues, más que la unidad o el campo que define el esquema con­ ceptual que constituyen las categorías. Si se acepta, pues, que no hay síntesis de una pluralidad de representaciones intuitivas sin conciencia de la identidad de esa síntesis, que no hay conciencia de una pluralidad intuitiva sin autoconciencia, entonces queda asentada la necesidad de las ca­ tegorías, en cuanto funciones de síntesis. Esta conclusión la re­ coge Kant con nitidez, sin mezcla con las reflexiones acerca del objeto trascendental = x , en un pasaje del cuarto apartado: la necesidad de esas categorías descansa en la relación que tie­ ne la sensibilidad en su totalidad, y con ella todos los fenóme­ nos posibles, con la apercepción originaria, en la cual todo se conforma necesariamente a las condiciones de la unidad uni­ versal de la autoconciencia, es decir, tiene que hallarse bajo 37 Ibid. La reconstrucción que ofrezco aquí de este paso de la deducción trascen­ dental, en el cual se pretende argumentar a favor de la necesidad de las catego­ rías a partir de la conciencia de la unidad y de la identidad de la propia con­ ciencia, está basada en el análisis de la deducción trascendental que lleva a cabo Dieter Henrich en Identitat und Objektivitat (pp. 54-107). En este análisis, Henrich presenta tres posibles argumentos para concluir la universalidad y la aprioricidad de las categorías a partir de un concepto de “identidad moderada” del sujeto de conocimiento (pp. 84-94). Henrich sólo acepta uno de ellos: aquel que aborda las categorías como “modos de transición” de un estado del sujeto a otro. En la reconstrucción que ofrezco aquí utilizo ideas que se encuentran en los tres argumentos que Henrich ofrece, ya que las razones que ofrece para rechazar los otros dos argumentos no me parecen convincentes.

funciones generales de la síntesis, a saber: de la síntesis confor­ me a conceptos, como aquello en lo único en que la apercep­ ción puede probar a priori su universal y necesaria identidad. 9 Conforme a este pasaje conclusivo, la necesidad de las cate­ gorías se justifica a través de la necesidad de la autoconciencia trascendental: sólo porque las categorías son “condiciones de la unidad universal de la autoconciencia” son, a su vez, condi­ ciones necesarias de todas las representaciones intuitivas. Po­ dríamos, entonces, hablar de dos pasos en la justificación de la necesidad de las categorías. El primero intentaría mostrar que no es posible tener conciencia de una pluralidad de represen­ taciones intuitivas sin presuponer la autoconciencia. El segun­ do intentaría mostrar que esta autoconciencia sólo es posible si presuponemos un conjunto único de funciones de síntesis. En la sección que estoy comentando, el primer paso se lleva a cabo apoyándose fundamentalmente en la representa­ ción pura del tiempo. Esta representación es necesaria para la aprehensión empírica y sólo podemos obtenerla gracias a las síntesis puras de la aprehensión y de la reproducción, las cua­ les no podrían realizarse sin la aplicación de conceptos, ya que éstos nos permiten saber que estamos construyendo una sola unidad de representaciones gracias a que involucran un saber acerca de la identidad de la síntesis, un saber de la forma siem­ pre idéntica en que procede. Pero, al igual que en la base de toda representación intuitiva se encuentran las representacio­ nes puras del espacio y fundamentalmente del tiempo, en la base de todo concepto se halla la unidad de la autoconciencia como la unidad más elemental, sin la cual no podríamos reco­ nocer la posibilidad de aplicar un concepto. “La unidad numé­ rica de esta apercepción está, pues, a priori en la base de todos los conceptos, así como la pluralidad del espacio y del tiempo en relación con las intuiciones de la sensibilidad.”40 La manera en que aquí se introduce la autoconciencia creo que puede conducir a cierta circularidad y a cierta oscuridad. Circularidad, debido a que el siguiente paso de la prueba con­ 39 A 111-112. 40 A 107.

siste en mostrar que esa unidad está condicionada por deter­ minados conceptos a priori (las categorías). Oscuridad, porque parece sugerir que esa unidad es algo más que el campo que configuran esos conceptos. La circularidad podría evitarse ex­ cluyendo del conjunto de conceptos que operan dentro del marco de la unidad de la autoconciencia precisamente a los conceptos que condicionan esa unidad. La oscuridad podría despejarse aclarando que cuando se habla de la unidad de la autoconciencia, como algo más que el conjunto de las catego­ rías, sólo se quiere poner énfasis en que ese conjunto tiene que constituir una sola estructura conceptual que no se obtiene por mera agregación de conceptos, sino que el todo debe estar presupuesto por las partes. . El segundo paso de la prueba consiste en señalar que aquello de cuya identidad tenemos conciencia no es el conjunto de re­ presentaciones que constituye la autoconciencia empírica, ya que este conjunto varía permanentemente, requiriendo, al igual que cualquier producto de nuestra actividad sintética, una unidad por la cual podamos reconocer que ese conjunto es el mismo en distintos momentos. Esa conciencia de nuestra iden­ tidad, presupuesta por la conciencia de cualquier pluralidad in­ tuitiva, tiene que ser conciencia de nuestra actividad sintética o conciencia de la unidad a la cual integramos todas las represen­ taciones. Ambas posibilidades, aquí, en realidad no son más que una sola. Si la conciencia de mi identidad es la conciencia de mi actividad sintética, ésta tiene que desarrollarse siempre de la misma manera; de no ser así, no podrían equivaler lina a la otra. Esto significa que mi actividad debe operar siempre de acuerdo con las mismas reglas, es decir, tiene que estar estruc­ turada conforme a una misma unidad conceptual, a saber, la unidad a la cual integro toda representación. La conciencia de mi propia identidad es, pues, la conciencia de una unidad con­ ceptual siempre idéntica. Pero la conciencia de esta unidad se­ ría imposible si esa unidad no operara como aquello que nos permite sintetizar representaciones, ya que toda unidad sólo ad­ quiere contenido cuando nos sirve para sintetizar representa­ ciones. Las categorías son precisamente esas funciones que nos permiten sintetizar una pluralidad dada a través de la intuición, por lo tanto, podemos decir que sin categorías no es posible la

conciencia de nuestra identidad, la cual, a su vez, es un presu­ puesto indispensable para tener conciencia de cualquier plura­ lidad intuitiva. De los dos pasos anteriores se sigue que no es posible la ex­ periencia, entendida de la manera más general, como una suce­ sión temporal de representaciones sensibles, sin presuponer las categorías en cuanto fun ciones de síntesis. Este argumento a favor de la necesidad de la aplicación de las categorías puede considerarse un argumento a favor de la validez objetiva de las categorías, pero sólo en cuanto que estos conceptos a priori tienen que valer como condiciones de posi­ bilidad de todas las representaciones intuitivas y, por lo tanto, también de las representaciones de objetos de la experiencia. En la medida en que las representaciones de objetos no pue­ den obtenerse más que por medio de la síntesis de representa­ ciones intuitivas, entonces están necesariamente sometidas a las condiciones de la autoconciencia trascendental, a saber, a las categorías, en cuanto funciones de síntesis. Pero Kant pretende ir más lejos y mostrar, desde esta misma línea argumentativa, que esas funciones de síntesis que consti­ tuyen las categorías son precisamente aquello que le da sentido a la relación que pensamos entre representaciones y objetos. Esta relación —sostiene Kant— no expresa más que las relacio­ nes necesarias que deben sostener las representaciones entre sí para formar parte de un todo coherente, cuya unidad es ni más ni menos que la unidad de la autoconciencia. ¿Qué se entiende, pues, cuando se habla de un objeto que corres­ ponde a un conocim iento y que, por lo tanto, es diferente de él? Es fácil ver que este objeto sólo puede ser pensado com o algo ge­ neral = x , puesto que no tenem os nada, fuera de nuestro cono­ cim iento, que podam os colocar ante ese conocim iento com o algo que le corresponde. Hallamos, sin embargo, que nuestro pensam iento acerca de la relación de todo conocim iento con su objeto lleva consigo algo de necesidad, ya que éste [el objeto] es considerado aquello ante lo cual nuestros conocim ientos no se determ inan al azar o com o se quiera, sino a priori de cierta manera, porque, en cuanto que de­ ben referirse a un objeto, tienen que concordar entre sí en reía-

ción con éste necesariamente, es decir, tienen que poseer aquella unidad que constituye el concepto de un objeto.

Pero ya que sólo tenemos que ver con la pluralidad de nuestras representaciones y aquella x que les corresponde (el objeto) no es nada para nosotros, porque debe ser algo dife­ rente de todas nuestras representaciones, está claro que la unidad que el objeto hace necesaria no puede ser más que la unidad formal de la conciencia, en la síntesis de la plurali­ dad de representaciones.41

Kant introduce este pasaje inmediatamente después de ha­ ber mostrado que la aplicación de conceptos está presupuesta por la aprehensión y reproducción de una pluralidad de repre­ sentaciones intuitivas. En él, como está claro, pretende mostrar que el objeto que pensamos como correspondiente a nuestras representaciones lo único que indica es la coherencia que de­ ben manifestar nuestras representaciones al ser subsumidas bajo un concepto. Y esta coherencia necesaria es la que expresa el concepto de un objeto. Para entender las consecuencias de esta explicación sobre el significado del objeto al cual referimos nuestras representacio­ nes, hay que preguntarse si, con ella, Kant pretende simplemen­ te señalar que también los conceptos de objetos tienen que estar vinculados a las síntesis que se han expuesto previamente y, consecuentemente, estar sometidos a las funciones de síntesis que definen la identidad de la conciencia, o bien pretende dar una explicación de lo que es, en general, un concepto que se aplica a representaciones intuitivas y, por lo tanto, presupo­ ne que todos estos conceptos son conceptos de objetos. Yo creo que Kant presupone esto último y, gracias a ello, puede identi­ ficar aquellas funciones generales que determinan la identidad de la conciencia con las funciones que nos permiten referir re­ presentaciones a objetos, identificar, pues, las dos caracteriza­ ciones de las categorías que he mencionado más arriba. La con­ clusión que obtiene de estas consideraciones en el cuarto apartado de la sección que estoy comentando es ilustrativa al respecto. “Las condiciones a priori de una experiencia posible

—afirma Kant ahí—son, a la vez, condiciones de la posibilidad de objetos de la experiencia. ”42 Y no porque las segundas inclu­ yan a las primeras, sino porque son las mismas: precisamente las categorías mencionadas no son más que las con­ diciones del pensar en una experiencia posible, así como espacio y tiempo contienen las condiciones de la intuición con respecto a la misma. Por lo tanto, aquéllas son también conceptos elementa­ les para pensar objetos en general en relación con los fenómenos y tienen, por lo tanto, validez objetiva.43

Que Kant presupone, en el pasaje antes citado (A 104-105), que todos los conceptos que se aplican a intuiciones son con­ ceptos de objetos, queda también claro si atendemos a la es­ tructura de la sección en la que aparece. En los tres primeros apartados Kant expone, primero, una síntesis empírica y, lue­ go, muestra que ésta tiene su fundamento en una síntesis aprio~ n. En el texto anterior a ese pasaje, Kant ha expuesto la necesidad de aplicar conceptos en general para hacer posible las síntesis de la aprehensión y de la reproducción. Estos con­ ceptos pueden considerarse empíricos. Ahora, si se presupone que todo concepto que se aplica a intuiciones es concepto de un objeto, entonces en el concepto de objeto en general se tie­ ne precisamente el fundamento a priori de todos los conceptos empíricos. Que Kant, al introducir este pasaje, está pensando en este paso del nivel empírico al nivel a priori o trascendental creo que queda corroborado en un comentario posterior: “El concepto puro de este objeto trascendental es aquello que pue­ de proporcionarle a todos los conceptos empíricos referencia a un objeto, es decir, realidad objetiva.”44 Es evidente que Kant tiene aquí en la mira a las categorías, tal como las había caracterizado en las reflexiones de 1772, como conceptos que definen lo que es un objeto y funcionan, por lo tanto, como criterios para identificar aquellas represen­ taciones a las que les corresponde un objeto; como aquellas 42 A l l í . 43 Ibid. 44 A 109.

funciones que nos permiten referir representaciones a objetos y, consecuentemente, les proporcionan objetividad a las repre­ sentaciones sensibles. Esa caracterización le permitió a Kant determinar una tabla de categorías, mediante el análisis de lo que consideramos conocimiento de objetos de la experiencia, expresado en juicios objetivos que pueden ser verificados o fal­ sificados. Lo que aquí hace Kant es identificar esta concepción de las categorías con aquella que le ha permitido mostrar la ne­ cesidad de las mismas, con las categorías en cuanto funciones que garantizan la unidad y la identidad de la conciencia. Este concepto [del objeto trascendental = x ] no puede conte­ ner de ninguna manera una determinada intuición, y no le concierne, por lo tanto, más que a la unidad que tiene que ha­ llarse en una pluralidad de conocimientos, en la medida en que se refiere a un objeto. Esta referencia, empero, no es más que la unidad necesaria de la conciencia, por ende, también de la síntesis de la pluralidad a través de la función común de la mente [Gemüt] de enlazar esa pluralidad en una representacion. * /

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Con esta identificación entre las funciones que garantizan la autoconciencia y los conceptos que definen lo que es un objeto en general, Kant pretende transferir la necesidad de las catego­ rías en Cuanto funciones de síntesis a las categorías en cuanto conceptos que definen lo que es un objeto en general. Si esta identificación es correcta, entonces se tendría un argumento a favor de la necesidad de pensar en términos de objetos y podría decirse que las mismas condiciones que garantizan la unidad de la conciencia son las que garantizan que nuestras representacio­ nes incluyan conocimiento de objetos. Ésta es la manera en que Kant pretende conjugar los dos objetivos de la deducción sub­ jetiva que he mencionado al principio de este capítulo: mostrar que hay un único esquema conceptual que articula el material de la experiencia, el cual, por lo tanto, es necesario, y mostrar que este esquema garantiza el conocimiento de objetos y, por lo tanto, que es objetivo.

Pero esta identificación arrastra una sena dificultad que exi­ ge modificar la justificación de la necesidad de las categorías tal como Kant la ofrece en la sección que he comentado hasta aquí. Quizá ésta sea la razón por la cual Kant afirma que esta sección no es más que una preparación de la exposición siste­ mática que ofrece en la siguiente sección. 2.2. El problema de las representaciones subjetivas

Identificar “la unidad que el objeto hace necesaria” con “la uni­ dad formal de la conciencia en la síntesis de la pluralidad de re­ presentaciones” acarrea una seria dificultad que Bernhard Thóle llama “el problema de las representaciones subjetivas” en su Jibro Kant und das Problem der Gesetzmáfiigkeit der Natur.4G Esta dificultad puede resumirse de la siguiente manera: al pretender fundar la unidad objetiva de nuestras representaciones en el concepto de autoconciencia, Kant parece excluir la posibilidad de tener representaciones subjetivas. En efecto, ya que Kant pretende haber mostrado que toda representación tiene que ha­ llarse bajo la unidad formal de la conciencia, es decir, que tiene que estar enlazada mediante categorías con otras representacio­ nes, entonces identificar esta unidad con la unidad del objeto significa que toda representación es ya objetiva por el hecho mismo de que tengamos conciencia de ella. Si las categorías son lo que determina la unidad que el objeto hace necesaria y, a la vez, no es posible tener conciencia de representación alguna que no esté enlazada con otras conforme a categorías, entonces toda representación es objetiva.47 4fa B. Thóle, Kant und das Problem der Gesetzmáfiigkeit der Natur, pp. 64-69. 47 Previamente a B. Thóle, L.W. Beck abordó este problema en su artículo titulado “Did the Sage of Kónigsbcrg Have no Dreams?” (en Essays on Kant and Hume, pp. 38-61). Este artículo parte de una objeción que C.l. Lewis presenta en contra de la teoría kantiana de las categorías, expresada precisamente por esa pregunta con la que Beck titula su artículo. Conforme a Lewis, Kant con­ fundió los principios que se requieren para limitar nuestra concepción de la realidad con presuntos principios que pretenden limitar a priori nuestras expe­ riencias, excluyendo de esta manera las experiencias que tenemos de objetos que no son reales, como las que tenemos cuando soñamos (Mind and the World Order, Nueva York, 1929, pp. 221-222).

Si se considera que las categorías funcionan para Kant como criterios de verdad y se acepta que las intuiciones se ha­ llan bajo categorías por mediación de conceptos particulares, entonces esta dificultad conduce al absurdo de afirmar que toda aplicación de un concepto a una pluralidad intuitiva es correcta. En efecto, no podríamos aceptar que al identificar un objeto nos podamos equivocar, ya que el error consistiría en creer que hemos sintetizado esa pluralidad, cuando en reali­ dad no lo hemos hecho. El error nos obligaría a reconocer que podemos ser conscientes de una pluralidad que no se halla conforme a las categorías. Pero, para Kant, las categorías no son criterios de verdad, sino sólo criterios de objetividad,48 de tal manera que bastaría con aceptar que necesitamos usar con­ ceptos al identificar objetos para sostener que la pluralidad in­ tuitiva correspondiente se halla bajo categorías, aun cuando estemos equivocados. Lo que afirma Kant al sostener que to­ das las intuiciones tienen que hallarse bajo categorías es que tienen que sintetizarse a través de conceptos de objetos, los cuales, a su vez, presuponen a las categorías, ya que son ellas las que definen lo que es un objeto. En el caso, por ejemplo, de una sensación, Kant diría que tenemos que pensarla como representación de una propiedad de algún objeto, el cual man­ tiene relaciones de causalidad con otros objetos. Esto significa que tenemos que subsumirla bajo algún concepto de un obje­ to, pero no que el concepto que nos ha permitido aprehender­ la sea el único bajo el cual pueda caer. Al contrario, al subsumir una sensación bajo un concepto, abrimos la posibilidad de corregir esa subsunción, ya que, a partir de ella, podemos construir juicios que el concepto de objeto nos exige que concuerden con todos los demás juicios acerca del mismo objeto. Así pues, la exigencia de que todas las representaciones intui­ tivas se hallen bajo categorías, en cuanto conceptos que de­ terminan lo que es un objeto, no significa que todas las repre­ sentaciones sean objetivas en el sentido en que ya estén subsumidas bajo el concepto particular correcto. Significa que toda representación tenemos que pensarla referida de alguna manera a un objeto, es decir, tenemos que pensar que guarda 48 Cfr. G. Prauss, “Zum Wahrheitsproblem bei Kant”.

relaciones con otras representaciones, no que la primera rela­ ción que establezcamos, por el hecho mismo de ser estableci­ da, sea ya necesaria. La posibilidad de corregir la forma en que subsumimos intuiciones a conceptos queda, pues, garantizada, en esta sección de la Crítica, precisamente porque las catego­ rías se aplican a través de conceptos particulares, los cuales por sí mismos no son necesarios.49 Que toda representación sea objetiva por el hecho de hallarse bajo categorías no signifi­ ca, entonces, que la relación que hemos establecido entre re­ presentaciones particulares, al aprehenderlas, sea inalterable, sino que siempre tenemos que pensarlas relacionadas por me­ dio de categorías con otras representaciones. Ésta parece una salida legítima a una de las posibles inter­ pretaciones del problema de las representaciones subjetivas. Sin embargo, Kant tendría que sortear otras dificultades que acarrea ese problema para poder mantener la identidad entre la unidad del objeto y la unidad de la conciencia. La objeción se­ gún la cual no todas las representaciones intuitivas podemos ad­ judicárselas a un objeto y no nos queda, en tales casos, más que la autoadscripción, en realidad no presenta un verdadero obs­ táculo, ya que, para Kant, el sujeto al cual se le pueden adjudicar determinadas representaciones no es sino un objeto más entre otros y, por lo tanto, tiene que estar sometido a las mismas con­ 49 Que las categorías se aplican a intuiciones a través de conceptos parti­ culares contradice lo que afirmé más arriba al tratar de reconstruir el argu­ mento a favor de la necesidad de una autoconciencia trascendental a partir de la necesidad de aplicar conceptos para aprehender una pluralidad intuitiva (pp. 136-139). En esa parte sosLuve que: “Si las representaciones no manifies­ tan cierta unidad previa a la aplicación de conceptos particulares, no podría­ mos reconocerlas como susceptibles de ser sintetizadas por ellos” (p. 137). Debo recordar que en esa parte intentaba justificar la introducción de la autoconciencia trascendental en la justificación de la necesidad de las categorías sólo como funciones de síntesis, no como conceptos que determinan lo que es un objeto en general. La reintroducción de las categorías en este segundo sen­ tido me obligó a replantear la relación entre estas últimas y los conceptos particulares. De acuerdo con este replanteamiento, las categorías son las fun­ ciones por las cuales los conceptos que se aplican a intuiciones refieren repre­ sentaciones a objetos. Esto quiere decir que las categorías son como las formas generales de los conceptos particulares: constituyen las condiciones por las cuales pensamos en términos de objetos cuando aplicamos conceptos particu­ lares a intuiciones.

diciones que todos los demás.50 Una dificultad mucho más seria salta a la vista cuando se piensa en las razones que tenemos para corregir la relación de intuiciones y objetos o, dicho de otra ma­ nera, la subsunción de intuiciones bajo conceptos. Si subsumir una representación intuitiva bajo un concepto implica relacio­ narla con otras representaciones conforme a reglas, el único motivo que podríamos tener para sustituir un concepto por otro sería la presencia de representaciones que no pueden ser sintetizadas por el primer concepto. Es cierto: si sustituimos un concepto por otro es debido a la exigencia de integrar las repre­ sentaciones aún no sintetizadas a una representación unitaria; pero esto no significa que ya las hayamos enlazado con otras conforme a una regla. Se puede seguir sosteniendo que necesi­ tamos pensar todas las representaciones como si estuvieran rela­ cionadas con otras; pero esto no implica que ya tengamos todos los conceptos que expresan esas relaciones y nos permitan sin­ tetizarlas. Si no tenemos todos esos conceptos, no podemos de­ cir que todas las representaciones en cuestión se hallan bajo categorías, pues éstas sólo pueden aplicarse por mediación de conceptos particulares. Tan sólo podemos decir que necesita­ mos pensarlas como si estuvieran relacionadas conforme a cate­ gorías, pero no que ya se encuentren enlazadas por las mismas. Aceptar que existen representaciones aún no enlazadas por las categorías equivale a aceptar un orden de representaciones distinto del orden que resulta de aplicar las categorías a través de conceptos de objetos; equivale a aceptar que hay una dife­ rencia entre el orden en que recibimos representaciones y el 50 Ésta es una de las estrategias que L.W. Beck sigue en su artículo “Did the Sage of Kónigsberg Have no Dreams?” para responder a la objeción que C.I. Lewis le hace a Kant en Mind and the World Order. La objeción de Lewis puede interpretarse de la siguiente manera: al exigir que todos los elementos de la experiencia se hallen bajo categorías, Kant exige que la experiencia siem­ pre nos permita saber algo acerca de la realidad; pero hay experiencias como las que tenemos en los sueños que no nos permiten saber nada acerca de la rea­ lidad, por lo tanto, esas experiencias no caen bajo las categorías. La respuesta de L.W. Beck consiste en señalar que al menos las experiencias mismas pueden ser atribuidas a un sujeto y esta atribución presupone el uso de categorías. Si bien es cierto que el contenido de las experiencias no nos dice nada sobre la realidad, las experiencias mismas sí nos dicen algo acerca del sujeto que las tie­ ne, el cual forma parte de la realidad.

orden que adquieren mediante la aplicación de las categorías a través de conceptos de objetos. Podría objetarse que la sustitución de un concepto por otro no nos obliga a aceptar representaciones no sintetizadas- Po­ dríamos pensar que las representaciones que se asimilan con el nuevo concepto y que no sintetizaba el concepto que sustitui­ mos ya estaban enlazadas con otras bajo otro concepto, de tal manera que la sustitución de un concepto por otro nos obliga­ ría a sustituir otros conceptos y, por así decirlo, llevar a cabo una nueva distribución de las intuiciones. Esta manera de en­ tender la sustitución de un concepto por otro no nos orilla a aceptar que haya representaciones intuitivas que no se encuen­ tren ya enlazadas por las categorías. Sin embargo, sí nos obliga a aceptar que hay un orden de representaciones o cierto tipo de relaciones entre las mismas que no depende de la aplicación de categorías, pues, de no ser así, no habría razón alguna para considerar que ciertas representaciones enlazadas por un con­ cepto tengamos que enlazarlas con las representaciones que ya se hallan enlazadas por otro concepto y de tal manera que ten­ gamos que sustituir ambos conceptos. No es casual que en el cuarto apartado, al hablar de las cate­ gorías como condiciones de posibilidad de los objetos de la ex­ periencia, Kant mencione, al lado de estas condiciones del pensar en la experiencia, las condiciones de la intuición, como dos condiciones diferentes aunque coordinadas.31 Tampoco es casual que en la deducción trascendental de la segunda edición de la Critica distinga entre la “unidad subjetiva de la concien­ cia” y la “unidad objetiva de la conciencia”.52 Aceptar que hay dos órdenes distintos de representaciones, aquel en el cual nos son dadas las representaciones y aquel que adquieren mediante la aplicación de las categorías, equivale, sin embargo, a echar por la borda la justificación de la necesidad de las categorías, tal como la desarrolla Kant en la sección que he comentando. Esta justificación se apoya, íntegra, en la apre­ hensión de una pluralidad de representaciones intuitivas y pre­ tende mostrar que esta aprehensión es imposible sin la activi­

dad sintética del sujeto, la cual procede siempre de acuerdo con las mismas reglas. La fuerza del argumento descansa en la idea según la cual la recepción de representaciones intuitivas es ya un proceso de síntesis, estructurado conforme a las categorías, lo cual implica que el orden en el que nos son dadas las repre­ sentaciones ya está determinado, y no sólo condicionado, por las categorías. La imagen misma de la unidad de la autoconcien­ cia varía incluso si se la asocia a esta justificación o si se la asocia a las categorías como aquellos conceptos que definen lo que es un objeto. En el primer caso, se trata del campo al cual integra­ mos todas las representaciones, el cual está definido por las re­ glas más elementales mediante las cuales ponemos en relación las representaciones entre sí. En el segundo caso, la unidad de la autoconciencia no puede ser el campo en su totalidad, sino una especie de pauta gracias a la cual podemos jugar con las re­ presentaciones que nos son dadas en un orden distinto del de la pauta. Es cierto: podemos condicionar la recepción de repre­ sentaciones, por lo tanto, la conciencia del orden en que nos son dadas, a la pauta a la cual debemos ajustarlas; pero ello no significa que ese orden ya esté determinado por la pauta. La justificación de la necesidad de las categorías en la sec­ ción que he comentado es, pues, incompatible con la caracteri­ zación de las mismas como aquellos conceptos que definen lo que es un objeto. O bien aceptamos que las categorías, en cuan­ to funciones de síntesis, constituyen un esquema conceptual único que determina toda conciencia de una pluralidad intuiti­ va, o bien aceptamos que son los conceptos que definen lo que es un objeto, pero al mismo tiempo reconocemos que el orden de las representaciones, tal como nos son dadas, difiere del or­ den que adquieren mediante la aplicación de las mismas. Ante este dilema, creo que pueden buscarse dos distintas so­ luciones en las otras propuestas de deducción, contenidas en la primera y en la segunda ediciones de la Crítica. La primera con­ siste en sustituir esa justificación de la necesidad de las catego­ rías por otra que no excluya la posibilidad de un orden de representaciones no estructurado por las categorías, que no ex­ cluya que las representaciones puedan sernos dadas en un or­ den distinto del que adquieren mediante la aplicación de las categorías, pero que deje claro que pensar el orden que impo­

nen las categorías es condición de posibilidad del otro orden, pues, de no ser así, siempre quedaría abierta la posibilidad de pensar que otros conceptos, distintos de las categorías, puedan aplicarse al orden en que nos son dadas las representaciones. Esta justificación puede lograrse si se demuestra que no es po­ sible tener representaciones no estructuradas por las catego­ rías (a las cuales podríamos llamar por esta razón “subjetivas”) sin presuponer representaciones estructuradas por las catego­ rías (objetivas).53 La otra solución consiste en distinguir dos tipos de aplicación de las categorías:54 la primera, que podría llamarse “simple”, garantizaría la construcción de secuencias de representaciones distribuidas temporalmente, de tal mane­ ra que pueda decirse que condiciona y determina el orden en que nos son dadas las representaciones; la segunda, sería aque­ lla que nos proporciona el concepto de “objetividad” y consis­ tiría en la coordinación de distintas secuencias de representa­ ciones, ya enlazadas éntre sí por la primera aplicación de las categorías. En lo que resta de este capítulo examinaré la tercera sección de la deducción, en la primera edición de la Crítica, así como la versión de la misma en la segunda edición, preguntándome hasta qué punto reproducen ese conflicto entre la justificación de la necesidad de las categorías, en cuanto funciones de sínte­ sis, y la caracterización de las mismas, en cuanto conceptos de un objeto en general; preguntándome, así mismo, hasta qué punto lo resuelven recurriendo a la primera de las dos solucio­ nes arriba apuntadas. Abordaré solamente la primera de esas posibles soluciones, ya que la segunda apenas se encuentra su­ gerida en la deducción de la segunda edición de la Crítica y 53 La reconstrucción de la deducción que P.F, Strawson presenta en The Bounds of Sense tiene precisamente la virtud de no excluir la posibilidad de ex­ periencias que no estén conceptualizadas objetivamente. Para Strawson, lo im­ portante de la deducción es mostrar que al menos algunas de nuestras experiencias nos permiten reconocer cómo son las cosas en contraste con la forma en que las experimentamos. Esto significa que, en conjunto, nuestras ex­ periencias tienen que incluir experiencias objetivas, pero no que todas y cada una de ellas sean objetivas. Lo que se pretende excluir es que todas las expe­ riencias puedan ser subjetivas (cfr. The Bounds of Sense, pp. 100-102; Los límites del sentido, pp. 90-91). 54 Cfr. A 152.

arrastra dificultades que no me sería posible resolver aquí.55 Por otro lado, lo que me interesa destacar es que Kant, de he­ cho, maneja dos concepciones distintas de la autoconciencia trascendental, y que el problema de las representaciones subje­ tivas y, consecuentemente, el querer identificar las dos distin­ tas caracterizaciones de las categorías, puede considerarse como el motivo por el cual Kant tiende a desatender una de esas concepciones y a fortalecer la otra en la segunda edición de la Crítica. 2.3. La deducción “desde arriba” y la deducción “desde abajo” En la tercera sección de la deducción, en la primera edición de la Crítica, Kant desarrolla dos propuestas de deducción. La pri­ mera empieza postulando la unidad sintética de la apercepción como un principio y muestra que los datos de toda experiencia posible tienen que hallarse bajo categorías, en cuanto concep­ tos que proporcionan la unidad conforme a la cual la imagina­ ción sintetiza todos los datos y sin la cual estos datos no serían nada para nosotros, en cuanto sujetos del conocimiento. La se­ gunda, al igual que la deducción de la sección anterior, adopta como punto de partida la pluralidad empírica que nos es dada a través de la sensibilidad y sigue un camino ascendente, seme­ jante al de esa sección, es decir, avanza a través de la exposición de las diversas síntesis que requiere la aprehensión de esa plu­ ralidad, hasta alcanzar la unidad sintética de la apercepción. La idea central de ambas propuestas es la misma que aquella que guía la justificación de la necesidad de las categorías en la se­ gunda sección: que nuestra facultad receptiva presupone nues­ tra facultad de síntesis productiva, la cual realiza síntesis puras o a priori que condicionan la recepción de datos empíricos. En ambas, Kant destaca el papel fundamental que desempeña la imaginación trascendental, como aquella facultad intermedia entre la unidad sintética de la apercepción, la unidad a la cual 55 Por ejemplo, 1) si tenemos razones para identificar las funciones median­ te las cuales construimos secuencias de representaciones distribuidas temporal­ mente con las funciones que nos permiten coordinarlas entre sí; o 2) si las representaciones unitarias del espacio y el tiempo, bajo esta interpretación, pueden seguir siendo consideradas intuiciones y no, más bien, conceptos.

debe adecuarse toda representación, y la pluralidad que nos proporcionan las intuiciones. De ahí la franca similitud que os­ tentan estas propuestas con el esbozo B 12. En ellas, Kant tam­ bién está concentrado en describir la manera en que se engarzan las tres facultades que intervienen en la conforma­ ción de esa compleja unidad que llamamos “experiencia”, tan­ to en su aspecto empírico como en el trascendental. Pocas son las ideas nuevas que aparecen en esta sección con respecto a B 12 y a la sección anterior. En realidad, Kant parece estar sim­ plificando y resumiendo lo que ha desarrollado en la segunda sección, de tal manera que destaque el principal argumento de la deducción. Y el argumento que destaca es aquel que apela a la caracterización de las categorías en cuanto funciones de sín­ tesis que condicionan la recepción de los datos de los sentidos y que concluye la necesidad de las categorías para toda repre­ sentación irrestrictamente. Es cierto que en estas propuestas se concluye también la objetividad de las categorías, pero en cuan­ to que tienen que valer para los objetos de la experiencia, por­ que valen para todas las representaciones, dentro de las cuales se encuentran esos objetos. Son necesarias con respecto a los objetos de la experiencia y, por lo tanto, poseen objetividad, porque son necesarias para todas las representaciones, no por­ que a través de ellas pensemos las relaciones que deben guar­ dar las representaciones entre sí para que las consideremos objetivas o para creer que corresponden a algo diferente de las propias representaciones. En la primera propuesta Kant ni siquiera maneja la caracte­ rización de las categorías como conceptos que definen lo que es un objeto. Por ello, el conflicto que he señalado más arriba entre la justificación de la necesidad de las categorías y la carac­ terización de las mismas como esos conceptos no aparece en esta propuesta. Sin embargo, la formulación del principio de la unidad sintética de la apercepción, con la cual inicia, parece ofrecer una solución a ese conflicto, siempre y cuando se haga abstracción del desarrollo ulterior de la misma. Esta propues­ ta, a la cual se le ha llamado “deducción desde arriba”, por adoptar como punto de partida la unidad a la cual tienen que adecuarse todas las representaciones, arranca de la siguiente manera:

Las intuiciones no son nada para nosotros, ni nos conciernen en lo absoluto, si no pueden integrarse a la conciencia, ya sea que confluyan en ella directa o indirectamente; y sólo median­ te ésta es posible el conocimiento. Somos conscientes a priori de la permanente identidad de nosotros mismos con respecto a todas las representaciones que puedan pertenecer en cual­ quier momento a nuestro conocimiento; esto es una condi­ ción necesaria de Ja posibilidad de todas las representaciones (ya que éstas sólo representan algo en mí en cuanto que perte­ necen, con todas las demás, a una conciencia y, por lo tanto, al menos tienen que poder ser enlazadas en ella). Este principio se halla firmemente establecido a priori y puede llamarse princi­ pio trascendental de la unidad de toda pluralidad de nuestras representaciones (por lo tanto, también en nuestra intui­ ción).56 Esta unidad, continúa Kant, presupone o incluye una síntesis que debe ser también a priori. Esta síntesis no puede ser una síntesis reproductiva, agrega Kant, ya que ésta depende de los contenidos específicos de la experiencia.5 ' Debe ser, pues, una síntesis productiva que, no tomando en consideración las dife­ rencias entre las representaciones intuitivas, se dirige exclusiva­ mente al enlace de una pluralidad a priori. Podría decirse que se trata de una síntesis que sólo toma en cuenta las posiciones espacio-temporales de las representaciones intuitivas, sin aten­ der al contenido empírico que pueda ocuparlas. Esta síntesis es aquella que lleva a cabo la imaginación trascendental. Se trata de la síntesis que garantiza que toda pluralidad intuitiva posible pueda llevarse a la unidad de la apercepción, ya que configura las intuiciones formales o puras del espacio y el tiempo, de suer­ te que se hallen conformes a la unidad de la apercepción y estas intuiciones son la forma de toda intuición empírica. Con está Sucinta reflexión, Kant parece excluir aquella posi­ bilidad que menciona al inicio de la deducción trascendental: 56 A 116, el subrayado es mío. 5' A 118. Esta aseveración contradice la exposición de la síntesis de la repro­ ducción de la sección anterior, como bien lo señala Jacques Havet en Kant et le próbleme du temps (p. 44). En aquella exposición, Kant acepta una síntesis pura de la reproducción.

los fenómenos podrían estar constituidos de tal manera que el en­ tendimiento no los hallara conformes a las condiciones de su uni­ dad y, de ser así, todo estaría en tal confusión que, por ejemplo, en la serie de los fenómenos no habría nada que proporcionara una regla de la síntesis y que, por lo tanto, correspondiera al con­ cepto de causa y efecto [... ]58 Excluye esta posibilidad porque la síntesis de la imaginación trascendental, tal como se expone aquí, estructura “la plurali­ dad a priori” en la cual se dan las representaciones sensibles y esta imaginación estructura esa pluralidad conforme a los con­ ceptos del entendimiento, conforme a los conceptos de una fa­ cultad que Kant, aquí, caracteriza como la propia unidad de la apercepción en relación con la síntesis de la imaginación. El sis­ tema de categorías es, pues, la unidad de la apercepción en cuanto que está articulada con la necesaria síntesis de la plura­ lidad intuitiva. De esta manera, Kant concluye de la misma for­ ma que en la sección anterior la necesidad de las categorías y, consecuentemente, su objetividad, ya que esos conceptos valen para todas las representaciones intuitivas, dentro de las cuales se encuentran los “objetos de la experiencia”. Dado que las ca­ tegorías determinan toda experiencia posible, determinan tam­ bién todo objeto posible de la misma. La facultad humana del conocimiento empírico contiene ne­ cesariamente, por lo tanto, un entendimiento que se refiere a todos los objetos de los sentidos, si bien sólo a través de la in­ tuición y de la síntesis de la misma, mediante la imaginación; bajo él se hallan, por lo tanto, todos los fenómenos en cuanto datos de una posible experiencia. Y, puesto que esta relación de los fenómenos con una experiencia posible es igualmente necesaria (porque sin ésta no obtendríamos conocimiento al­ guno a través de ellos y, por lo tanto, no tendríamos nada que ver con ellos), se sigue que el entendimiento puro es, por me­ diación de las categorías, un principio formal y sintético de to­ das las experiencias y que los fenómenos tienen una relación necesaria con el entendimiento.39 58 A 90/B 123. 59 A 119.

Si bien Kant concluye en esta propuesta la necesidad y la ob­ jetividad de las categorías de la misma manera que en la sec­ ción anterior, introduce dos diferencias considerables que rescatará en la versión de la deducción en la segunda edición de la Crítica de la razón pura. La diferencia que más llama la atención le concierne a la forma del argumento. En esta pro­ puesta Kant parte de la unidad sintética de la apercepción como de un principio que debe admitirse sin apoyarse en nin­ guna otra premisa. Con ello, Kant adecúa la exposición dé la deducción a lo que ya en sus lecciones de lógica había llamado “método sintético”60 y que, según los Prolegomena, sigue la Crí­ tica de la razón pura, a saber, una estrategia que parte de los principios y deriva consecuencias de los mismos. En el caso de la deducción, la instrumentación de este método significa de­ terminar cómo tiene que ser la experiencia para que concuerde con la unidad sintética de la apercepción, y no mostrar la necesidad de esta unidad a partir de la unidad que manifiestan las representaciones en la experiencia, vale decir, a partir de la unidad de las intuiciones. La otra diferencia que Kant introduce en esta propuesta es la manera en que formula el principio de la unidad de la aper­ cepción. Si a esta formulación se la aísla del resto del argumen­ to, creo que ofrece una salida al conflicto en el cual cae la de­ ducción en la sección anterior, a saber, o bien aceptar la demostración de la necesidad de las categorías, en cuanto fun­ ciones de síntesis que condicionan toda conciencia de una plu­ ralidad de representaciones intuitivas, o bien aceptar que las categorías son aquellos conceptos que definen lo que es un ob­ jeto, presuponiendo que debe haber un orden subjetivo de re­ presentaciones no determinado por las categorías. Como lo expuse anteriormente, este conflicto surge porque Kant sostie­ ne, al justificar la necesidad de las categorías, que toda apre­ hensión de una pluralidad intuitiva presupone la conciencia de la actividad sintética que define la unidad a la cual se inte­ gra esa pluralidad. Siendo las categorías las funciones más ele­ mentales que caracterizan esa actividad por la cual la concien­ 60 Cfr. Immanuel Kant’s Logik: éin Handbuch zu Vorlesung, § 117, A.A., IX, p. 149.

cia sabe de su propia identidad, toda aprehensión de una pluralidad, toda sucesión de representaciones, tiene que ha­ llarse bajo categorías. Pues bien, la formulación de la unidad de la apercepción en la exposición “desde arriba” evita caracte­ rizar esta unidad como la unidad que define la conciencia de la actividad sintética, ya que no se apoya en aquello que hace posible. Esta unidad no se introduce aquí como conciencia de la forma de la síntesis que construye una sucesión de represen­ taciones, de tal manera que puede pensarse sólo como la uni­ dad a la cual deben integrarse todas las representaciones para conformar un todo coherente. Esta unidad puede caracterizar­ se como la unidad que definen las categorías, en cuanto con­ ceptos de lo que es un objeto, como aquellos conceptos que engarzan las representaciones en un todo coherente. Lo que se exige de todas las representaciones intuitivas, en esta for­ mulación, no es que tengan que ser aprehendidas de tal modo que se encuentren ya enlazadas con otras representaciones en la unidad de la apercepción, sino que puedan ser enlazadas en ella. Las intuiciones no nos conciernen si no pueden integrarse a la unidad de la autoconciencia y, de esta manera, formar par­ te del todo coherente que hace posible. Pero esto no quiere decir que toda intuición quede ya enlazada conforme a catego­ rías en el momento mismo de la aprehensión. Significa que para aprehenderla y retenerla tengo que pensar que ocupa un lugar determinado en el todo coherente que la unidad de la apercepción hace posible, la cual no es más que el sistema de categorías que determina lo que es un objeto y exige, por ello, que las representaciones ocupen un lugar determinado y no cualquiera. La manera en que Kant condiciona la conciencia de las re­ presentaciones a la conciencia “de la permanente identidad de nosotros mismos” indica que apunta, efectivamente, en esta di­ rección. La conciencia de nuestra identidad es condición nece­ saria de posibilidad de todas nuestras representaciones, “ya que éstas sólo representan algo en mí en cuanto que pertene­ cen, con todas las demás, a una conciencia y, por lo tanto, al menos tienen que poder ser enlazadas en ella”.61 Si en la sec­ 61 A 116.

ción anterior la unidad de la autoconciencia es la unidad que define la síntesis que realizamos al pasar de una representación a otra en una sucesión temporal, aquí es la unidad que nos per­ mite decir que las intuiciones representan algo. Conforme a las consideraciones de la sección anterior acerca del objeto = *, que las intuiciones representen algo quiere decir que pensa­ mos que mantienen determinadas relaciones con otras intui­ ciones, es decir, que tienen que poder ocupar una posición determinada en el todo coherente que conforma la unidad de la apercepción. Exigir que toda representación tenga que po­ der enlazarse con otras en esta unidad significa, pues, que toda representación es objetivable, es decir, que tiene que poder convertirse en una representación objetiva, pero no que ya lo sea por el hecho mismo de ser aprehendida, por el hecho de ser integrada a una sucesión temporal. Esta exigencia deja abierta la posibilidad de un orden de representaciones subjeti­ vo, determinado exclusivamente por el orden en que nos son dadas las representaciones en el tiempo. Pero puede seguir considerándose que este orden subjetivo está condicionado por la unidad de la apercepción, la cual hace posible el orden objetivo de las representaciones, el orden que se halla determi­ nado por las categorías. Que la unidad de la apercepción no determine el orden subjetivo no significa que no lo condicione. Incluso puede recuperarse, parcialmente, el argumento de la sección anterior, según el cual, sin conciencia de nuestra iden­ tidad no es posible tener conciencia de una pluralidad intuiti­ va, ya que para aprehenderla se requiere tener en mente algo que permanezca idéntico; pero esto que permanece idéntico debe ser la unidad objetiva que pensamos al aprehender esa pluralidad, la unidad que sirve de fondo sobre el cual nos son dadas las intuiciones y no la forma de la síntesis que realizamos al pasar de una representación a otra. Esta formulación ofrece, pues, una salida al problema arriba señalado en la medida en que no excluye la posibilidad de un orden subjetivo de representaciones y, de esta manera, permite identificar las categorías como aquellos conceptos que definen lo que es un objeto con las categorías como aquellas funciones que garantizan la unidad de la autoconciencia. Sin embargo, Kant no explota esta virtud de esa formulación y desarrolla la

propuesta de deducción “desde arriba” de tal forma que vuelve a exigir de toda pluralidad intuitiva que se halle b:‘ Metaphysiscke Anfangsgründe der Naturwissenschaft, A XVI (A.A., IV, p. 474).

bitual suerte del entendimiento de no ser, comúnmente, el cami­ no más corto el primero del cual se percata. Así es que aprovecha­ ré la próxima ocasión para remediar esta deficiencia (que sólo le concierne a la forma de la exposición, no al fundamento explica­ tivo, expresado ya ahí correctamente).66

Esta ocasión fue la segunda edición de la Critica de la razón pura (1787), en cuya versión de esa parte de la deducción, en efecto, Kant determina con más claridad “la estructura de la prueba”, al menos en lo que Dieter Henrich llama “el primer paso de la prueba” (hasta el § 20).67 Mantiene una sola forma de la expo­ sición, aquella que arranca de la unidad sintética de la aper­ cepción, y explota la formulación de esta última que había esbozado en la deducción “desde arriba”: aquella que exige de toda representación la posibilidad de ser enlazada conforme a categorías. De esta manera, Kant manifiesta su convicción de que el método sintético, aquel que parte del fundamento, es el único adecuado para demostrar la necesidad de las categorías. En esa primera parte (hasta el § 20), evita igualmente, gracias a la formulación de ese principio, exigir que todas nuestras repre­ sentaciones, por ser aprehendidas en una secuencia temporal, tengan que estar enlazadas conforme a categorías. Evita, así, el conflicto que he señalado entre la justificación de la necesidad de las categorías y la caracterización de las mismas como con­ ceptos que determinan lo que es un objeto. Incluso profundiza más en esta última caracterización, al punto de señalar que las funciones de síntesis, cuya necesidad está justificando, tienen que ser las funciones por las cuales vinculamos representacio­ nes intuitivas con funciones de juicio y, de esta manera, las de­ terminamos. Establece, así, una conexión mucho más clara entre la tabla de las categorías, expuesta en la deducción meta­ física, y esas funciones, cuya necesidad justifica recurriendo a la unidad sintética de la apercepción. Al hablar de “un camino más corto”, en la nota de Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft, Kant se refiere precisamente a la “facilidad” con Ibiá, pp. 475-476. 67 Cfr. D. Henrich, “The Proof-Structure of Kant's Transcendental Deduction”.

la cual se puede explicar cómo sólo las categorías hacen posible la experiencia, apelando a la definición del juicio como aquella acción por la cual las representaciones dadas devienen conoci­ miento de objetos, es decir, ocupan una posición determinada en el todo coherente que posibilita la unidad de la autoconciencia. Pero que “la forma de la exposición”, en la segunda edición de la Crítica, deje intacto el “fundamento explicativo”, tal como quedó expresado en la primera edición, no me queda claro. Evidentemente, Kant se refiere a la unidad sintética de la aper­ cepción y, como lo he tratado de mostrar, en la primera edi­ ción subyacen dos concepciones diferentes de esta unidad, según lo que se entienda por autoconciencia trascendental: o bien la conciencia de la forma siempre idéntica en que procede el pensar, en su sentido más amplio, desde la aprehensión de una pluralidad hasta la formulación de juicios acerca de obje­ tos, o bien como conciencia de la unidad a la cual deben con­ formarse todas las representaciones para constituir un todo coherente determinado por juicios acerca de objetos. De acuer­ do con la primera concepción, todas las representaciones intui­ tivas se hallan bajo categorías, por el hecho mismo de ser aprehendidas; conforme a la segunda, tan sólo puede decirse que todas las representaciones tienen que poder hallarse bajo categorías, en la medida en que podemos utilizarlas para for­ mular juicios acerca de objetos, juicios que van más allá del or­ den en que nos son dadas esas representaciones. ¿Que Kant afirme que el “fundamento explicativo” se encon­ traba ya correctamente expresado en la primera edición signi­ fica, entonces, que estas dos concepciones subyacen también en la segunda edición? ¿Significa que arrastra el problema de las representaciones subjetivas? Si se toma en consideración sólo la primera parte de la “prueba” (hasta el § 20), creo que hay que responder negativamente esa pregunta.68 Pero incluso 68 Es cierto que en el § 21 Kant afirma que sólo en el § 26 se cumple por completo el propósito de la deducción, de suerte que habría que analizar tam­ bién la segunda parte de la deducción para ver si Kant evita el conflicto entre la justificación de la necesidad de las categorías y la caracterización de las mis­ mas como conceptos de un objeto en general. Pero no está daro por qué esa deducción sólo se completa en el § 26. Al respecto hay varías versiones. Según

en esta parte, si se pescan algunos fragmentos aislados, podría responderse afirmativamente. Trataré de mostrar brevemente cómo Kant evita ese problema al elegir sólo la segunda concep­ ción de la unidad de la autoconciencia que he mencionado. En la segunda edición de la Crítica, la “deducción subjetiva” empieza con el § 15, en el cual Kant expone una premisa de la cual penden todas sus propuestas de deducción, a saber, que nuestra facultad receptiva sólo puede proporcionarnos una pluralidad de representaciones y no contiene, por sí misma, en­ lace alguno de las mismas. Todo enlace de las representaciones depende, en última instancia, de un acto del entendimiento, es decir, de la actividad pensante del sujeto. Nos es dado sólo el material por enlazar. La introducción del concepto de unidad puede considerarse como la segunda premisa de esta deduc­ ción: todo enlace presupone tanto una pluralidad, como la uni­ dad a la cual se integra esa pluralidad. Una vez establecidas estas dos premisas, Kant presenta, en el § 16, el célebre princi­ pio de la unidad sintética de la apercepción: “El yo pienso tiene que poder acompañar todas mis representaciones, pues, de no ser así, habría algo representado en mí que no podría ser pen­ sado, lo cual equivale a decir que la representación sería impo­ sible o, al menos, no sería nada para mí.”69 Al “yo pienso”, que Dieter Henrich (cfr. “The Proof-Structure of Kant’s Transcendental Deduction”), la segunda parte debe levantar una restricción que se encuentra en la primera, a saber, que la validez de las categorías ha quedado demostrada sólo en relación con aquellas intuiciones que ya poseen unidad, quedando así abier­ ta la posibilidad de intuiciones no configuradas en la unidad que constituyen las categorías. La segunda pane tendría, pues, que excluir esa posibilidad. Sin embargo, concuerdo plenamente con la observación de Thóle (“Die Beweisstruktur der transzendentalen Deduktion in der zweiten Auflage der ‘Kritik der reinen Vemunft’”, pp. 305-306) según la cual en el § 17 queda irrestrictamen­ te establecido que toda intuición tiene que hallarse “bajo las condiciones de la unidad sintética originaria de la apercepción” (B 136), por lo tanto, bajo cate­ gorías. Creo que Thóle tiene razón al señalar que en la primera parte se esta­ blece la necesidad de pensar un objeto con respecto a cualquier pluralidad intuitiva, mientras que en la segunda parte se aborda la función de las catego­ rías con respecto al conocimiento de esos objetos. En la primera parte debe en­ contrarse, pues, el argumento por el cual tenemos que aceptar que tiene que haber un único conjunto de categorías que hagan posible la experiencia, es de­ cir, la justificación de su necesidad.

69 B132-133.

de hecho acompaña a diferentes representaciones, a la con­ ciencia de mí mismo ante diferentes representaciones, Kant lo llama aquí “conciencia empírica” y “unidad analítica”. Concien­ cia empírica, porque se presenta ante determinadas represen­ taciones que me son dadas (que podrían ser otras); unidad analítica, porque, si concebimos a cada representación como compuesta de otras representaciones, el “yo pienso” es una re­ presentación parcial que se encuentra en cada una de las repre­ sentaciones. Para poder reconocer esa representación, “yo pienso”, como la misma en cada una de las representaciones que puede acompañar, es necesario presuponer una represen­ tación general que implique la posibilidad de que el “yo pien­ so”, en cuanto manifestación particular, acompañe a todas las demás representaciones. Esta representación general es la uni­ dad sintética de la apercepción. Al igual que todos los concep­ tos, se trata de una representación que implica una pluralidad posible y en ello estriba precisamente su generalidad. El pensar una pluralidad posible, a su vez, implica o significa lo mismo que pensar la posibilidad de la síntesis de esa pluralidad; pero no necesariamente pensar o tener conciencia de la realización de la síntesis,70 como parece sugerirlo el siguiente fragmento: Esta permanente identidad de la apercepción, de una plurali­ dad dada en la intuición, contiene una síntesis de las represen­ taciones y sólo es posible por la conciencia de esta síntesis.71

Si este pasaje se interpreta de tal manera que la identidad de la autoconciencia, ante una pluralidad dada, presupone la con­ ciencia de que esta pluralidad se encuentra ya enlazada o se la está enlazando, entonces salta inmediatamente el problema de las representaciones subjetivas. La identidad de la autoconcien­ cia sólo puede entenderse, en tal caso, como la identidad de la actividad sintética y, como esta identidad tiene que estar presu­ puesta por toda pluralidad posible, se sigue que no podemos tener conciencia de esta última sin conciencia de la actividad 70 Una pluralidad meramente posible no puede poner en marcha un proce­ so de síntesis. 71 B 134.

que La sintetiza, la cual, a su vez, es la que le da objetividad al referirla a un objeto que pensamos como correlato de la mis­ ma. La conciencia de cualquier pluralidad presupone la con­ ciencia de la síntesis en el objeto de esa pluralidad: no hay, pues, conciencia de una pluralidad, de una serie de representa­ ciones, que no esté determinada por la referencia a un objeto. Sin embargo, la explicación que da Kant de esa aseveración, en el mismo párrafo, muestra que por “conciencia de la sínte­ sis” no entiende el captar un proceso que se esté llevando a cabo en nuestra mente, sino el pensar un enlace que pueda de­ terminar la pluralidad ante la cual estamos o al menos pensar que esa pluralidad es sintetizable en una unidad objetiva, que, en última instancia, es la unidad siempre idéntica de la autoconciencia. El pensamiento: “estas representaciones dadas en la intuición me pertenecen todas juntas”, quiere decir, de acuerdo con eso, lo mismo que: “las enlazo en una autoconciencia o, al me­ nos, pueden ser enlazadas en ella”. Y si bien ese pensamiento no es todavía la conciencia de la síntesis de las representaciones, presu­ pone la posibilidad de esta última, es decir, sólo porque puedo concebir [begreifen] la pluralidad de las mismas en una con­ ciencia, las llamo en conjunto mis representaciones.72 Tener conciencia de una pluralidad de representaciones, sa­ ber que me pertenecen, presupone, pues, pensarlas como sintetizables, pensar en el orden en el cual pueden adquirir una posición determinada entre otras representaciones, es decir, en la unidad objetiva de la autoconciencia, pero no necesaria­ mente saber ya del enlace de las mismas en esa unidad. Esta manera de condicionar la conciencia de toda pluralidad a la unidad sintética de la apercepción permite aceptar un or­ den de representaciones no encadenado de acuerdo con las ca­ tegorías, un orden subjetivo de representaciones, el cual, sin embargo, en tanto que pensamos en él, se halla condicionado por el pensar en la unidad estructurada por las categorías. Si­ guiendo esta idea, podría incluso decirse que pensar una plura-

lidad no significa más que mover las representaciones sobre un fondo siempre idéntico, moverlas para hacerlas encuadrar en la unidad siempre idéntica de la autoconciencia, es decir, bus­ car la posición fija que les corresponde en el todo coherente de las representaciones. En el § 18, Kant insiste precisamente en la diferencia que hay entre el orden en el cual nos son dadas las representacio­ nes, al cual llama “unidad subjetiva de la conciencia”, y el orden bajo el cual las pensamos, el orden en el cual tienen que adqui­ rir una posición para ser consideradas representaciones obje­ tivas, a saber, el orden que describen los conceptos de un ob­ jeto en general. La unidad trascendental de la conciencia es aquella a través de la cual toda pluralidad dada en la intuición es sintetizada en un concepto del objeto. Por ello se llama objetiva y debe distin­ guirse de la unidad subjetiva de la conciencia, que es una de­ terminación del senddo interno, por la cual aquella pluralidad de la intuición es dada empíricamente para aquel enlace.73 Esta diferencia le permite a Kant mantener la identificación entre la “unidad que constituye el concepto de un objeto”74 y la unidad trascendental de la conciencia, que había ya estable­ cido en la primera edición de la Crítica. “Sólo la unidad de la conciencia es aquello que constituye la referencia de las repre­ sentaciones a un objeto, por lo tanto, su validez objetiva, con­ secuentemente, aquello por lo que llegan a ser conocimien­ to.”75 Se lo permite sin verse obligado a tomar, por ello, todas las representaciones de las cuales tenemos conciencia como re­ presentaciones objetivas, ya que la unidad a la que se refiere aquí no le concierne a las representaciones en cuanto que nos son dadas, sino en cuanto que son pensadas. Pensar represen­ taciones que nos son dadas implica pensar en esa unidad, pero no anula la diferencia entre el orden en que las recibimos y el 73 B 139. 74 A 104.

75 B 137.

orden en el cual las sintetizamos en un todo coherente de las mismas. Reconocer que hay un orden de representaciones subjetivas, aceptar que no todas las representaciones están enlazadas por las categorías, aunque pensar en ellas presuponga pensar en este enlace, no sólo le permite a Kant dar respuesta a las obje­ ciones que he presentado. Reconocer esto es necesario para vincular las funciones de síntesis que garantizan la unidad de la autoconciencia con las categorías en cuanto conceptos que de­ terminan la objetividad de nuestros juicios, para vincular, pues, los conceptos a los que se refiere la “deducción subjetiva” con aquellos que Kant especifica en la “deducción metafísica”, recu­ rriendo a una tabla de juicios, y cuyos límites de aplicación pre­ tende establecer en la “deducción objetiva”. Si la “deducción subjetiva” nos obligara a concluir que todas nuestras represen­ taciones son objetivas y que, por lo tanto, las relaciones que los juicios establecen entre sus términos siempre concuerdan con las categorías, entonces sería imposible obtener una tabla de ca­ tegorías mediante el análisis de los juicios, ya que todos ellos se­ rían objetivos. Como traté de mostrarlo en el segundo capítulo de este libro, la derivación de la tabla de categorías a partir de una tabla de juicios presupone la distinción entre juicios de experiencia y juicios de percepción, la cual corresponde a la di­ ferencia entre representaciones objetivas y representaciones subjetivas. Si se pierden estas diferencias, no es posible destacar las características de las representaciones y de los juicios objeti­ vos, ya que nos quedamos sin nada con qué contrastarlos. El análisis que le permite a Kant proponer un esquema concep­ tual que garantiza la objetividad de la experiencia presupone, pues, la diferencia entre juicios que poseen valor objetivo y jui­ cios que no lo tienen. En el § 19, Kant define un juicio como “el modo de llevar co­ nocimientos dados a la unidad objetiva de la apercepción”.76 En realidad, Kant alude aquí sólo a los juicios que en los Prolegomena llama “juicios de experiencia”, es decir, aquellos que estable­ cen una síntesis de representaciones en el objeto o se refieren al 76 B 141. Por “conocimiento” hay que entender aquí simplemente represen­ tación.

mismo y, por lo tanto, poseen validez objetiva.77 Que Kant sólo alude aquí a los juicios de experiencia queda claro, ya que des­ linda el tipo de relaciones que garantizan estos juicios de las re­ laciones subjetivas “según leyes de la asociación”, que son las que establecen los juicios de percepción.78 Esta definición de un juicio objetivo es precisamente lo que le permite concluir en el § 20 que aquellas funciones que sintetizan una pluralidad in­ tuitiva en la unidad de la apercepción son aquellas “funciones del juzgar, en tanto que la pluralidad de una intuición dada está determinada con respecto a ellas”.79 Me parece claro que Kant alude aquí a la definición de las categorías que había introduci­ do en el § 14, a saber, como “conceptos de un objeto en gene­ ral, por los cuales su intuición se considera determinada con respecto a las funciones lógicas del juzgar”,80 es decir, como aquellas funciones mediante las cuales se les otorgan posiciones fijas en los juicios a los conceptos correspondientes a represen­ taciones sensibles. Y esta última caracterización de las catego­ rías es aquella por la cual Kant justifica, ya desde 1772, el re­ currir a la tabla de juicios para obtener el esquema conceptual que constituyen las categorías. Este último paso es de la mayor importancia, ya que con él Kant logra despojar a la “deducción subjetiva” del grado de ge­ neralidad en el cual se había venido moviendo. De no haber introducido esta conexión entre las categorías como funciones de síntesis en la unidad de la apercepción y como funcio­ nes que determinan posiciones fijas en los juicios, la única con­ clusión que Kant hubiera podido obtener en la deducción tendría que ser la siguiente: tiene que haber un único esquema conceptual para que podamos pensar o ser conscientes de nuestras representaciones sensibles. ¡Pero no tendríamos ni 77 Sobre la relación entre la diferencia que Kant establece en los Prolegomena entre juicios de percepción y juicios de experiencia, por un lado, y la defini­ ción que ofrece en el § 19 de la deducción en la segunda edición de la Critica, véase: B. Thóle, op. cit., pp. 90-119. 78 B 142. El ejemplo que Kant presenta aquí de estas relaciones subjetivas es precisamente un juicio de percepción : “Cuando sostengo un cuerpo siento la presión del peso.” 79 B 143. 80 B 128.

una sola pista para especificar ese esquema! La conclusión de la deducción trascendental dejaría, pues, totalmente abierta la pregunta acerca de cuáles son los conceptos que constituyen ese esquema.81

81 P.F. Strawson considera, de hecho, que la conclusión general de la de­ ducción deja abierta la pregunta acerca de qué tipo de conceptos son aquellos que deben garantizar la unidad de la conciencia y la objetividad de nuestras ex­ periencias. Cfr. The Bounds ofSense, pp. 87-88 (Los límites del sentido, pp. 78-79).

A lo largo de este trabajo he tratado de dar un panorama tanto de las distintas perspectivas desde las cuales Kant enfocó los conceptos puros del entendimiento, desde la Dissertatio hasta la segunda edición de la Crítica de la razón pura , como de la mane­ ra en que intentó conjugarlas. En este panorama he destacado dos distintas caracterizaciones de esos conceptos:

1) en cuanto conceptos de un objeto en general, que nos per­ miten otorgarles posiciones fijas en los juicios a los concep­ tos correspondientes a las representaciones sensibles; 2) en cuanto conceptos que operan como reglas para sinteti­ zar representaciones intuitivas dadas en una secuencia tem­ poral.

Mi principal interés al destacar esta diferencia ha sido aclarar los distintos objetivos que se le pueden asignar a la deducción trascendental de las categorías, los cuales el propio Kant no dis­ tinguió con suficiente nitidez, así como las estrategias que les corresponden.

En la Dissertatio, Kant considera que los conceptos puros del entendimiento son aquellos por los cuales pensamos en los ob­ jetos tal como son, independientemente de su relación con la forma en que es afectado el sujeto. Sin embargo, al preguntarse en la carta a Marcus Herz de 1772 por las razones que tenemos para considerar que estos conceptos se relacionan con objetos, busca la justificación de su objetividad en el papel que desempe­ ñan en el conocimiento de los objetos de la experiencia. En las

reflexiones más o menos contemporáneas a la redacción de esa carta, presupone que las representaciones sensibles tienen una relación comprensible con los objetos de la experiencia, es de­ cir, da por supuesto que la experiencia incluye conocimiento de objetos. Partiendo de este supuesto, se pregunta por los crite­ rios gracias a los cuales distinguimos representaciones objetivas de representaciones subjetivas, es decir, por aquello que reco­ nocemos en las representaciones referidas a un objeto. Y es aquí en donde saca a colación los conceptos puros del entendi­ miento como aquellas funciones que al otorgarles a los concep­ tos correspondientes a representaciones sensibles una posición fija en los juicios las refieren a objetos. Desde esta perspectiva, Kant concibe una justificación de la objetividad de las catego­ rías que, a su vez, debe servir para establecer el esquema con­ ceptual (conjunto de categorías) bajo el cual, de hecho, opera­ mos en la experiencia. Semejante proyecto procede de acuerdo con lo que Kant llamó, desde sus lecciones de lógica, “método analítico”, un método que “parte de lo condicionado” (la expe­ riencia en cuanto que incluye conocimiento de objetos) “y va hacia los principios”1 (las categorías y los principios que se deri­ van de las mismas). Su objetivo puede formularse de la siguien­ te manera: demostrar que sin conceptos puros del entendimiento no es posible la experiencia., tal como de hecho la entendemos. Yo creo que en la Crítica Kant se refiere a este proyecto cuan­ do afirma que “es ya una deducción suficiente de las mismas [las categorías] y una justificación de su validez objetiva el que podamos probar que sólo mediante ellas puede ser pensado un objeto”.2 Pero este objetivo no se le puede asignar sólo a la de­ ducción trascendental de las categorías; habría que asignárselo, en general, a la analítica trascendental, y a la deducción sólo le quedaría la tarea que Kant le otorga a la “deducción objetiva” en el prólogo a la primera edición de la Crítica, a saber: estable­ cer los límites de la validez objetiva de las categorías. De acuerdo con la reconstrucción que Kant lleva a cabo de esta “deducción ob­ jetiva” en los Metaphysiscke Anfangsgründe der Naturwissenschaft, 1 Cfr. Immanuel Kant’s Logik: ein Handbuch zu Vorlesung, § 117, A.A., IX, p. 149. 2 A 97-98.

efectivamente, se trata de un argumento cuyo objetivo es el mencionado en el prólogo de la Crítica y que se inscribe clara­ mente en el proyecto de deducción que Kant desarrolla en las reflexiones alrededor de 1772. El resto de la deducción, aquella parte que Kant denomina “deducción subjetiva” en ese prólogo, proviene de otro proyec­ to de justificación de la objetividad de las categorías, que había venido desarrollando desde 1775. A pesar de que Kant no abandona la caracterización de las categorías como conceptos de un objeto en general, en los manuscritos de Duisburg les atribuye nuevas funciones que más tarde, en la primera edición de la Críticay resultarán incompatibles con esa caracterización. En estas reflexiones, los conceptos puros del entendimiento son considerados conceptos que nos proporcionan reglas de la síntesis de representaciones intuitivas. La justificación de su objetividad la busca Kant mostrando que sin esas reglas no po­ dríamos determinar el orden de las representaciones sensibles en una secuencia temporal y, por lo tanto, no podríamos tam­ poco referirlas a objetos. Busca, pues, justificar su objetividad mostrando cómo esos conceptos intervienen ya en la recepción de las representaciones sensibles. Pero Kant lleva tan lejos esta idea, en los manuscritos de Duisburg y sobre todo en el esbozo de deducción B 12, que acaba exigiendo que todas las repre­ sentaciones sensibles se encuentren enlazadas mediante esos conceptos para poder tener conciencia de ellas. Al hacer esto, Kant en realidad ya no está buscando sólo justificar la objetivi­ dad de las categorías, sino la necesidad de su aplicación para cualquier concepción de la experiencia que podamos tener. Si­ guiendo estas ideas, Kant encuentra un argumento por el cual justificar la aplicación de las categorías sin tener que apoyarse en la concepción de la experiencia como algo que incluye cono­ cimientos de objetos; pero, con ello, también abandona la idea de las categorías como criterios para distinguir representacio­ nes objetivas de representaciones subjetivas, ya que todas ellas tienen que hallarse enlazadas por las mismas. Gracias a este proyecto, Kant concibe una justificación de la necesaria aplicación dé los conceptos puros del entendimiento que se apoya en una descripción de las distintas operaciones y facultades que intervienen en el pensamiento, que se apoya en

la forma en que procede nuestro pensamiento, en la naturaleza misma del pensar, y sólo secundariamente en su relación con algo distinto del mismo. Por esta razón, Kant llama, en el prólo­ go a la primera edición de la Crítica, “deducción subjetiva” a aquella parte que tiene su origen en ese proyecto y le asigna como objetivo responder a la pregunta ¿cómo es posible la fa­ cultad misma de pensar?, en otras palabras: “indagar el entendímiento puro mismo, según su posibilidad y lasfacultades cognoscitivas en que descansa”? Una de las principales ideas de este proyecto es la caracterización de los conceptos, en general, como las úni­ cas representaciones que nos proporcionan reglas para la sínte­ sis de representaciones intuitivas, y lo que pretende mostrar Kant es que tiene que haber un conjunto de conceptos básicos, no derivados de la experiencia, que hagan posible esta última, entendida de la manera más elemental, sin presuponer una con­ cepción específica de la misma, a saber, como una pluralidad de representaciones de las cuales tenemos conciencia, es decir, que conforman una unidad. Estos conceptos básicos los entien­ de Kant como aquellos que configuran las formas de la sensibi­ lidad, a través de las cuales nos son dadas las representaciones sensibles. La deducción trascendental intenta, en parte, mos­ trar esto y, en ese sentido, puede decirse que uno de sus objeti­ vos (el menos pretensioso) es mostrar que sin conceptos a priori no es posible la experiencia de ninguna manera. Sin embargo, este ob­ jetivo dista mucho todavía del principal objetivo de la “deduc­ ción subjetiva”: mostrar que tiene que haber un único esquema conceptual (conjunto de conceptos a priori) que haga posible la expe­ riencia, cualquiera que sea laforma en que se la entienda. Para alcan­ zar este objetivo Kant recurre, en la Crítica, al concepto de autoconciencia que había desarrollado tanto en los manuscritos de Duisburg, como en B 12. En los manuscritos de Duisburg, Kant desarrolla dos caracte­ rizaciones de aquello que llamará “autoconciencia trascenden­ tal” en la Crítica de la razón pura. De acuerdo con la primera, se trata de la conciencia de la actividad pensante por la cual enla­ zamos representaciones intuitivas, la cual está presupuesta por la conciencia de cualquier representación, ya que esta última 3 A XVI-XVTI.

sólo es posible mediante el enlace de varias representaciones. De acuerdo con la segunda, mejor expuesta en B 12 que en los manuscritos de Duisburg, la autoconciencia trascendental es conciencia de la unidad a la cual tienen que integrarse todas las representaciones para conformar un todo coherente, y esa uni­ dad debe entenderse como el esquema conceptual que consti­ tuyen las categorías (en cuanto que nos proporcionan reglas de la síntesis de representaciones). En la segunda sección de la de­ ducción en la primera edición de la Critica, Kant se apoya en am­ bas caracterizaciones de la autoconciencia para argumentar a favor de un único conjunto de conceptos apriori que haga posi­ ble la experiencia, entendida tan sólo como una pluralidad de representaciones distribuidas temporalmente. A grandes ras­ gos, el argumento es el siguiente: 1) para aprehender o tener conciencia de una pluralidad de representaciones, distribuidas temporalmente, es necesa­ rio sintetizarlas; 2) no es posible sintetizar una pluralidad de representaciones sin presuponer la identidad de la síntesis, sin presuponer que es una y la misma unidad aquella a la cual integramos las distintas representaciones; 3) para poder sintetizar cualquier representación que nos pueda ser dada necesitamos presuponer que es una y la misma conciencia aquella a la cual puede ser integrada, ne­ cesitamos presuponer la identidad de la conciencia; 4) la identidad de la conciencia no puede consistir más que en la identidad de la actividad pensante por la cual sinteti­ zamos representaciones, la cual debe estar expresada por la unidad conceptual de acuerdo con la cual está estructurada esa actividad. Pero, al sostener que esa unidad conceptual que expresa la identidad de la actividad pensante conforme a la cual enlaza­ mos representaciones no es más que el conjunto de categorías que nos permite “referir” representaciones a objetos, en otras palabras, al identificar “la unidad que el objeto hace necesaria" con “la unidad formal de la conciencia en la síntesis de la plu­ ralidad de representaciones”, Kant excluye la posibilidad de las

representaciones subjetivas, es decir, de representaciones que no estén enlazadas con otras conforme a los conceptos que de­ terminan lo que es un objeto; más aún, excluye la posibilidad de un orden de representaciones que no sea el orden que esta­ blece la aplicación de los conceptos por los cuales enlazamos objetivamente las representaciones sensibles. Una de las conse­ cuencias de excluir las representaciones subjetivas es la imposi­ bilidad de explicar cómo corregimos la aplicación de conceptos a intuiciones, ya que, dentro de la constelación teórica kantia­ na, sólo las representaciones no enlazadas objetivamente nos obligarían a llevar a cabo una redistribución de intuiciones bajo conceptos. El otro problema que arrastra excluir las represen­ taciones subjetivas es abandonar la posibilidad de especificar en qué consiste el esquema conceptual que constituyen las ca­ tegorías, ya que no tendríamos con qué contrastar el orden que éstas hacen posible. Para evitar estos problemas y mantener la identificación de la unidad conceptual que constituyen las categorías, en cuanto conceptos de un objeto en general, con la “unidad de la au­ toconciencia”, Kant tiene que abandonar la noción de autoconciencia como conciencia de la síntesis de las representacio­ nes y, consecuentemente, la tesis, según la cual, para tener conciencia de una representación es necesario enlazarla con otras mediante categorías. La formulación del principio de la unidad de la autoconciencia, en la primera propuesta de de­ ducción en la tercera sección de la primera edición de la Críti­ ca, apunta ya en esta dirección, pero no es sino hasta la segun­ da edición, en la primera parte de la deducción subjetiva, en donde Kant mantiene exclusivamente la noción de autocon­ ciencia como conciencia de la unidad a la cual deben poder in­ tegrarse todas las representaciones. Al conservar exclusiva­ mente esta noción, Kant abre la posibilidad de un orden de representaciones no estructurado por las categorías, pero con­ dicionado por el pensar en la unidad que constituyen estas úl­ timas. La identidad de la conciencia, presupuesta por la con­ ciencia de cualquier representación, lo que exige ya no es que toda representación intuitiva tenga que ser aprehendida de tal modo que se enlace con otras representaciones en esa unidad, sino sólo el que pueda ser enlazada en ella. De esta manera, la

autoconciencia trascendental ya no se entiende como concien­ cia de la unidad en la cual se relacionan todas las representa­ ciones, sino como conciencia de la unidad en la cual quedan determinadas objetivamente y que es necesario tener presente para poder pensar en el orden subjetivo de representaciones. De acuerdo con esto, pensar en las representaciones subjetivas no significa más que buscar su determinación en esa unidad, es decir, buscar la síntesis que las determine objetivamente. La identificación de la unidad de la autoconciencia con el es­ quema conceptual que configuran las categorías, en cuanto conceptos de un objeto en general, no es una extravagancia del idealismo kantiano. Con ella, Kant está buscando argumentar a favor de lo que Stephan Kórner llama “unicidad del esquema” (cualidad de ser único)4 y, por lo tanto, a favor de su necesidad. La definición de las categorías como conceptos de un objeto en general fue lo que le sugirió a Kant derivar el esquema concep­ tual que ellas constituyen a partir de una tabla de juicios. Pero Kant tenía presente que, para obtener este esquema, había que analizar la experiencia, en cuanto aquello que incluye conoci­ miento de objetos, y, por lo tanto, que al establecerlo no podía pretender que fuera necesario. Por ello, Kant batalla con una deducción que debe proceder de acuerdo con el método sinté­ tico, es decir, que no presuponga aquello que quiere explicar, sino que adopte como punto de partida “principios” que pue­ den aceptarse sin apoyarse en otros conocimientos. La “deduc­ ción subjetiva”, en cuanto que parte del principio de la unidad de la autoconciencia y busca identificar esta unidad con el es­ quema conceptual que constituyen las categorías, pretende ser un argumento a favor de la necesidad de este esquema.

4 S. Kórner, “The Impossibility of Trascendental Deductions”, p. 233.

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Categorías y autoconciencia en Kant, de Pedro Stepanenko, se terminó de imprimir el 14 de agosto de 2000 en los talleres de Editorial y Li­ tografía Regina de los Ángeles, S.A., Antonio Rodríguez no. 57 bis (antes Avenida de la Luz), Col. San Simón Ticumac, Delegación Benito Juárez, México, D.F. En su composi­ ción y formación, realizadas por computadora en el Instituto de Investigaciones Filosóficas, se usaron tipos ITC-NewBaskerville 10.5:12.5, 9.5:10.5 y 8.5:10.5 y el programa FrameMaker. El cuidado de la edición estuvo a cargo de José Alberto Barrañón Cedillo. El tirsye consta de 500 ejemplares.

APÉNDICE I ALGUNAS INTERPRETACIONES CONTEMPORÁNEAS SOBRE LAS POSIBLES ESTRATEGIAS DE LA DEDUCCIÓN TRASCENDENTAL En su artículo “The Impossibility of Trascendental Deductions”, Stephan Kórner caracteriza esos argumentos kantianos como presuntas demostraciones “de las razones por las cuales un esquema categorial particular no sólo es usado de hecho, sino que es usado necesariamente”.1 Por “esquema catego­ rial ”, Kórner entiende un conjunto de atributos que se aplican a una determinada región de objetos. Estos atributos deben comprender atributos constitutivos, mediante los cuales iden­ tificamos objetos como pertenecientes a esa región, y atributos de individuación, gracias a los cuales distinguimos unos obje­ tos de otros en esa región. Siguiendo esta terminología, el “es­ quema categorial” que Kant propone en la Critica de la razón pura corresponde a la región de objetos de la experiencia y comprende tanto los conceptos puros del entendimiento, que vienen a ser atributos constitutivos, como las formas de la sen­ sibilidad, el espacio y el tiempo, que cumplen el papel de atri­ butos de individuación. Para que la deducción trascendental de este esquema, como de cualquier otro, tenga éxito, primero hay que demostrar, según Kórner, que ese esquema es el úni­ co que puede emplearse en la región de objetos que le corres­ ponde. Curiosamente, Kórner considera que Kant no se perca­ tó de la necesidad de proporcionar una prueba de la unicidad 1 S. Kórner, “The Impossibility of Transcendental Deductions”, p. 231.

(cualidad de ser el único) del esquema categorial que él propo­ ne y que sus deducciones trascendentales no hacen más que examinar el esquema establecido en sus exposiciones metafí­ sicas.2 No vio esa necesidad —según Kórner—porque confun­ dió enunciados a priori relativos a un esquema categorial con enunciados a priori válidos universalmente.3 Le bastaba, pues, argumentar a favor de la aprioricidad y la objetividad (la aplicabilidad a objetos de la experiencia) de su esquema categorial para considerarlo universalmente válido, es decir, necesario. Thomas Seebohm, en un artículo publicado bajo el extraño título “Über die unmógliche Móglichkeit, andere Kategorien zu denken ais die unseren” [“Acerca de la imposible posibilidad de pensar otras categorías que las nuestras”], coincide con Kóríier al considerar que Kant no proporciona una prueba de la unici­ dad de su tabla de categorías. Pero, a diferencia de Kórner, sos­ tiene que la ausencia de semejante prueba no se debe a alguna confusión o defecto del sistema filosófico kantiano, sino al re­ chazo explícito de Kant en cuanto a la posibilidad de semejante prueba. Para Seebohm esto no significa dejar abierta la posibili­ dad de un esquema alternativo; por el contrario, la prueba re­ sulta inútil porque no tiene sentido considerar alternativo un esquema que debiera ser expuesto en el esquema que determi­ na lo que es concebible. “Querer demostrar que es ‘necesario’ y ‘único’ —afirma Seebohm—algo para lo cual no son concebibles alternativas en cuanto a su contenido y sólo podría aceptárseles una posibilidad lógica, no es una empresa particularmente razo­ nable."4 En el pasaje de la Crítica de la razón pura al cual apela Seebohm para sostener que Kant rechaza explícitamente seme­ jante prueba, Kant afirma que no es posible dar razón de por qué poseemos las categorías que ha expuesto, así como no se 2 Por “exposición metafísica” Kórner entiende en este artículo la exposi­ ción de un concepto en cuanto que es a priori (cfr. op. ciL, p. 236). Este signifi­ cado concuerda con la definición que Kant proporciona de este término en la Estética Trascendental de la Crítica de la razón pura (A 23/B 38). Sin embargo, Kórner también usa este término para referirse al primer capítulo de la Analí­ tica Trascendental, es decir, para referirse a la "deducción metafísica”, en la cual Kant expone su tabla de categorías. 3 S. Kórner, op. cit., p. 236. 4 T.M. Seebohm, “Über die unmógliche Móglichkeit, andere Kategorien zu denken ais die unseren”, p. 17.

puede explicar por qué espacio y tiempo son las únicas formas de la intuición.5 Yo creo que Seebohm, al interpretar de esa ma­ nera este pasaje de la Crítica, confunde la explicación de por qué algo sucede con la justificación de que sucede. Parafrasean­ do a Kórner, podría decirse que antes de aceptar alguna razón de por qué el esquema categorial que utilizamos es el único, pri­ mero habría que justificar que ese esquema es el único posible.6 Lo que Kant está rechazando en ese pasaje es la posibilidad de explicar por qué operamos necesariamente con las categorías que ha expuesto, lo cual es diferente de justificar que sólo a tra­ vés de ellas es posible la experiencia en general. Como lo expu­ se en el capítulo V, Kant acepta esta última justificación como uno de los objetivos de la deducción trascendental de las cate­ gorías. En la nota de los Metaphysiscke Anfangsgründe der Naturwissenschaft, que he comentado en los dos últimos capítulos, Kant reconoce dos preguntas que responder en esa deducción: 1) ¿cuáles son los límites de la aplicación de las categorías?, y 2) ¿cómo es posible la experiencia mediante estas categorías y sólo a través de ellas?7 Me parece claro que responder a esta úl­ tima pregunta implica argumentar que sólo hay un esquema ca­ tegorial, lo cual, si tomamos en consideración la anterior obser­ vación de Kant, no equivale a explicar por qué estamos en posesión de ese único esquema. En todo caso, lo que queda cla­ ro a la luz de esta nota es que Kant, contrariamente a la opinión de Kórner y de Seebohm, sí reconoce que pretendió justificar la unicidad de su esquema categorial. Según Kórner, para demostrar la unicidad de un esquema categorial en principio podrían aceptarse sólo tres estrategias.8 La primera consistiría en comparar el esquema propuesto con experiencias indiferenciadas; pero esto resulta infructuoso, ya que la comparación tiene que llevarse a cabo conforme a algún método que nos permita distinguir objetos de atributos, lo cual significa moverse ya dentro de algún esquema. El propio Kant —habría que señalar—rechazaría definitivamente semejante es­ 5 B 145-146. 6 Cfr. S. Kórner, “The Impossibility of Transcendental Deductions”, p. 235. 7 Metaphysiscke Anfangsgründe der Naturuñssenschaft, A.A., IV, pp. 475. 8 S. Kórner, op. cit., pp. 233-234.

trategia, puesto que una de sus principales tesis filosóficas afir­ ma que no es posible aprehender datos de la experiencia sin la aplicación de conceptos. La segunda estrategia posible sería comparar el esquema establecido con otros esquemas alternati­ vos; pero semejante proceder es autocontradictorio, ya que acepta de entrada lo que se pretende rechazar, a saber, la posi­ bilidad de otros esquemas. La tercera, aquella que, al parecer de Kórner, Kant adoptó sin proponérselo, consistiría en exami­ nar el esquema y sus aplicaciones desde adentro, lo cual, sin embargo, no muestra más que la forma en que opera el esque­ ma. Éstas son las tres únicas posibilidades, infructuosas las tres, que acepta Kórner, rechazando cualquier otra estrategia suge­ rida en la Crítica de la razón pura como “visión mística”, bajo la cual supongo que incluye al concepto central de la deducción trascendental de las categorías, la autoconciencia, ahorrándo­ se de esta manera el análisis de este concepto y las posibilida­ des que pudiera abrir para argumentar a favor de la unicidad de lo que denomina “esquema categorial”. En el capítulo V de este libro me he concentrado en el análi­ sis de este concepto y de los posibles argumentos que pueden obtenerse a partir de él para apoyar la idea de un único esque­ ma conceptual. Aquí me limitaré a comentar algunas de las ré­ plicas que ha recibido el artículo de Kórner sobre la imposibili­ dad de las deducciones trascendentales. De este comentario creo que pueden obtenerse algunas advertencias acerca de la estrategia que es posible atribuirle a la deducción trascendental de las categorías. Eva Schaper, en su artículo “Are Trascendental Deductions Impossible?”, acepta que la primera estrategia mencionada por Kórner para demostrar la unicidad de un esquema categorial es infructuosa, pero ofrece una defensa de las otras dos estrategias que presenta Kórner. En cuanto a la segunda estrategia, aque­ lla que parece de entrada autocontradictoria, ya que su propio planteamiento acepta lo que quiere rechazarse: que hay esque­ mas alternativos, Schaper piensa que puede reformularse, ad­ virtiendo que aquello que se toma en un primer momento como esquema alternativo debe mostrarse, mediante un proce­ 9 Ibiá, p. 234.

so argumentativo, como falsa alternativa, en la medida en que puede integrarse al otro esquema, o revelarse como imposible. Esta estrategia posee, sin embargo, una limitación que no le permite llegar al resultado que pretende: al proceder caso por caso, nunca puede conducirnos a la conclusión de que hay un único esquema categorial. Para llegar a esto último habría que rechazar toda alternativa de una sola vez. “Cualquier método —afirma Schaper—tiene que descartar no ésta o aquella alterna­ tiva, sino toda alternativa, y tiene que mostrar que cualquier al­ ternativa debe violar algún presupuesto necesario de la expe­ riencia.”10 Pero mostrar esto último significa saber ya cuáles son esos presupuestos necesarios de la experiencia, es decir, ha­ ber aceptado un esquema categorial como único, que es lo que se quiere probar. Al intentar probar que “cualquier alternativa tiene que violar algún presupuesto necesario de la experiencia”, en realidad se estaría haciendo uso de la tercera estrategia que menciona Kórner, la cual cae en una petición de principio. Sin embargo, quien defienda este tercer método podría ar­ gumentar —según Schaper—que si un esquema se ha aceptado como esquema categorial, es porque no se puede concebir una alternativa. “Dado un esquema en uso que se admita como es­ quema categorial —señala Schaper—, no podemos aceptar la po­ sibilidad de alternativas, porque no tenemos cómo expresar lo que son más que en los términos de ese esquema.”11 No pode­ mos aceptar ni rechazar alternativas, de tal manera que la pre­ gunta misma acerca de estas últimas carece de sentido. Schaper opina que Kórner usa el concepto de esquema categorial como el de un aparato conceptual que lleva a cabo determinadas ta­ reas que pueden realizarse igualmente mediante otro aparato conceptual. Si éste fuera el caso, podría, entonces, hablarse de un esquema categorial más general que subyace en las alterna­ tivas y que les da sentido como tales. Si se comparan esos esque­ mas legítimamente alternativos con lenguajes alternativos, el esquema cuya unicidad estarían tratando de probar las deduc­ ciones trascendentales podría entenderse como aquel que de­ termina los “principios de significatividad” que hacen posible la 10 E. Schaper, “Are Trascendental Deductions Impossible?”, p. 6. 11 Ibid., p. 7.

traducción de un lenguaje al otro. Cabría, entonces, defender una versión del tercer método, como aquel que examina la re­ lación entre esos principios y los esquemas alternativos particu­ lares. El esquema que incluye los principios generales de significación sería la base sobre la cual es posible hablar de es­ quemas alternativos, y pretender que haya una alternativa a ese esquema general sería proponer algo ininteligible, ya que sólo podríamos comprenderla en los términos del esquema bajo el cual nos movemos. Esta defensa del tercer método conduce, pues, a una inter­ pretación del esquema categorial que propone Kant en la Críti­ ca de la razón pura como un esquema que establece lo que podría denominarse “las condiciones de inteligibilidad del len­ guaje”. Yo creo que Kant, en la Crítica de la razón pura, no está buscando este tipo de esquema, ya que acepta un discurso per­ fectamente inteligible, como el de la moral, que sin embargo no cumple con los principios del esquema categorial que esta­ blece en esta obra. Este esquema, de acuerdo con el principal objetivo de la primera Crítica, debe ñjar los límites del conoci­ miento, con lo cual está presuponiendo todo un ámbito de ob­ jetos que, a pesar de ser concebibles, no cumplen con las condiciones para ser aceptados como objetos de conocimien­ to. Ese esquema pretende, pues, establecer las condiciones de cognoscibilidad y busca hacerlo mediante aquello que Kórner llama “principios constitutivos”,12 es decir, principios que le permitan al sujeto del conocimiento organizar sus intuiciones de tal manera que pueda relacionarlas con objetos y, conse­ cuentemente, exigir que los enunciados acerca de su expe­ riencia adquieran la coherencia que se requiere para hablar de conocimiento, para poder verificar o refutar enunciados den­ tro de un sistema de enunciados conectados entre sí. Lo que le interesa a Kant es un conjunto o sistema de conceptos cuya aplicación a los datos de los sentidos pueda dar razón de la coherencia que le exigimos a una experiencia para considerar­ la objetiva, es decir, para considerar que se refiere a objetos que existen con independencia de esa experiencia. Así pues, la 12 Cfr. Kórner, S., “Über ontologische Notwendigkeit und die Begründung ontologischer Prinzipien”, p. 13

justificación de la unicidad de su esquema categorial creo que hay que buscarla en la explicación que proporciona acerca de cómo organizamos el material de la experiencia, y no en las condiciones de inteligibilidad de nuestros enunciados. Parte de esa justificación, aquella que corresponde a los con­ ceptos del entendimiento, hay que buscarla en la deducción trascendental de las categorías, como lo señala Kant en la nota de los Metaphysiscke Anfangsgründe der Naturwissenschaft. En pri­ mera instancia, este texto parece ocuparse sólo de la manera en que Kant piensa que las categorías determinan las formas de la sensibilidad (espacio y tiempo), las cuales han quedado caracte­ rizadas en la estética trascendental como condiciones sin las cuales no nos puede ser dado objeto alguno de la experiencia. En esto que podría considerarse una descripción de cómo cree Kant que tiene que operar su esquema categorial, el concepto de autoconciencia no parece ser más que un elemento que vie­ ne a enfatizar la función sintética que le asigna a sus categorías. Desde esta perspectiva, resulta extraño que le dé tanta impor­ tancia; pero si tenemos presente que uno de los objetivos de es­ te texto también es argumentar a favor de la unicidad del esque­ ma conceptual que conforman las categorías, la relevancia que Kant le otorga a este concepto queda plenamente justificada.13 Como he tratado de mostrar al comienzo del capítulo V, pa­ rece que Kant se percató de la imposibilidad de argumentar a favor de la unicidad de un esquema conceptual que se ha ob­ tenido mediante el análisis de la experiencia en cuanto que presupone conocimiento de objetos y, por lo tanto, en cuanto que presupone la diferencia que de hecho llevamos a cabo en­ tre representaciones subjetivas y representaciones objetivas.14 Ésta parece ser la razón por la cual Kant apeló al concepto de autoconciencia, un concepto que no forma parte del conjunto de categorías cuya necesidad se pretende justificar. También ésta parece ser la razón por la cual recurrió a una estrategia distinta del análisis de las condiciones de posibilidad de la ex­ periencia para argumentar a favor de la necesidad de estas con­ diciones. Por ello, Manfred Baum opina que las objeciones de 13 Véase el capítulo V (pp. 136-142) de este libro. 14 Véanse pp. 111—120.

Kórner son válidas, sólo si se considera que los argumentos trascendentales, dentro de los cuales habría que incluir a las deducciones trascendentales, son argumentos analítico-ragre­ sivos, es decir, que aceptan un determinado concepto de ex­ periencia a partir del cual establecen las condiciones de posi­ bilidad de la misma. Lo que a Baum le parece un error es precisamente esta caracterización de los argumentos trascen­ dentales: “Lo que tiene que objetarse a los argumentos tras­ cendentales no es que sean trascendentales, sino que sean ana­ líticos.”15 Según Baum, lo que debería estar en cuestión en la actual discusión sobre los argumentos trascendentales no es si es posible que haya argumentos que establezcan las condicio­ nes necesarias de posibilidad de la experiencia, sino si estos ar­ gumentos pueden entenderse como argumentos analítico-regresivos. La gran influencia que ha tenido la interpretación de P.F. Strawson de la filosofía kantiana explica, en buena medi­ da, la tendencia a considerar que los argumentos trascendenta­ les, en general, y la deducción trascendental, en particular, son argumentos analíticos. En efecto, P.F. Strawson considera, en Individuáis, que los argumentos trascendentales deben contri­ buir a la labor de una “metafísica descriptiva”, la cual busca describir “la estructura real de nuestro pensamiento sobre el mundo”.16 En su brillante reconstrucción de la deducción tras­ cendental, en The Bounds of Sense, Strawson opina que ésta debe tomarse como una “argumentación estrictamente analíti­ ca”,17 “que procede por medio del análisis del concepto de ex­ periencia en general para llegar a la conclusión de que cierta objetividad y cierta unidad son condiciones necesarias de posi­ bilidad de la experiencia”.18 Sin embargo, en esa misma re­ construcción, Strawson reconoce que la caracterización de la experiencia como algo que incluye el conocimiento de objetos puede servir sólo de premisa provisional de la deducción, y que en un momento dado se ve desplazada en cuanto premisa y se la justifica a partir del concepto de la unidad de la concien­ 15 M, Baum, “Transcendental Proofs in the Critique of Puré Reason", p. 6. 16 P.F Strawson, Individuáis, p. 9/p. 40. 17 Id., The Bounds of Sense, p. 32 {Los límites del sentido, p. 28). 18 Ibid., pp. 31-32 (pp. 27-28).

cia.19 Pero, independientemente de si Strawson sigue realmen­ te una “argumentación estrictamente analítica” en su recons­ trucción de la deducción trascendental, lo cierto es que en la discusión contemporánea sobre los argumentos trascendenta­ les ha predominado la interpretación que ve en ellos argumen­ tos analíticos.20 De ahí que se tienda, en el mejor de los casos, a limitar los resultados de semejantes argumentos, como de hecho lo propone Kórner, a un campo específico de conoci­ mientos, concibiéndolos encaminados a establecer los presu­ puestos de una forma de conocimiento empírica aceptada,21 a establecer principios que determinen el campo de aplicación de un determinado concepto a priori,22 o bien a exponer el esquema conceptual de una determinada época o de una de­ terminada teoría, caracterizándolos así como instrumentos de una metateoria. Si se pretende ir más allá de estas limitaciones, hay que bus­ car una descripción de los argumentos trascendentales que no los contemple como argumentos analítico-regresivos. Tal es la propuesta de M. Baum, quien reivindica la idea de las pruebas trascendentales como aquellas que pretenden “probar” propo­ siciones trascendentales apoyándose en el concepto de expe­ riencia posible, el cual no debe derivarse de experiencias par­ ticulares.24 No quiero evaluar la viabilidad de esta concepción de las pruebas o argumentos trascendentales; sospecho que M.S. Gram tiene razón al afirmar que semejante caracterización supone ya la teoría de la experiencia kantiana.25 Sólo me intere­ sa señalar que Baum cree que es necesario dar una definición de los argumentos trascendentales siguiendo lo que Kant llama “método sintético”, de suerte que no haya que considerarlos de19 Ibid,, pp. 92-93 (pp. 82-83). 20 Cfr. R. Aschenberg, Sprachanalyse und Transzendentalphilosophie, Zweite Teil: Transzendentale Argumentation, pp. 257-362. Aschenberg ofrece en este libro un amplio panorama sobre las distintas posiciones que se han adoptado con respecto a los argumentos trascendentales. 23 Cfr. P.A. Crawford, “Kant’s Theory of Philosophical Proof”. 22 Cfr. A.P. Griffiths, “Transcendental Arguments”. 23 Cfr. W. Stegmüller, “Gedanken über eine mógliche rationale Rekonstruktion von Kants Metaphysik der Erfahrung”. 24 Cfr. M. Baum, op. ciL, p. 13/c/r. B 811/A 783. 25 Cfr. M.S. Gram, “Transcendental Arguments”, p. 16, n. 1.

pendientes de la aceptación de ciertos conocimientos a partir de los cuales habría que derivar las condiciones de su posibili­ dad. Yo creo que la filosofía teórica de Kant en conjunto y, en particular, la Crítica de la razón pura apoyan ambas interpreta­ ciones. Si pensamos en las exposiciones trascendentales del es­ pacio y el tiempo de la estética trascendental, en la segunda ana­ logía de la experiencia o en la definición de los principios trascendentales como aquellos que tienen “la peculiar propie­ dad de hacer posible el fundamento de su prueba, a saber, la ex­ periencia, y estar siempre presupuesto[s] por ella”,26 si pensa­ mos también en el método de exposición de los Prolegomena, entonces tenemos elementos para sostener que los argumentos trascendentales deben ser argumentos analíticos. Pero la Crítica de la razón pura también ofrece elementos para caracterizar a los argumentos trascendentales como sintético-progresivos, es de­ cir, como argumentos que parten de principios, cuya prueba no presupone haber aceptado la experiencia como algo que ya in­ cluye conocimiento de objetos. La parte de la deducción tras­ cendental que pretende argumentar a favor de la necesidad de las categorías, es decir, la “deducción subjetiva”, tiene que con­ cebirse, sin duda, de esta última manera. En ello concuerdo ple­ namente con M. Baum,27 R. Aschenberg28 y D Henrich.29 Yo creo que Baum también tiene razón al afirmar que las objeciones de Kórner sólo se dirigen en contra de la deducción trascendental en tanto que se considera un argumento analítico-regresivo.30 De hecho, Kórner entiende la deducción como una descripción del esquema que se ha obtenido por análisis, y sus objeciones a las posibles estrategias para demostrar que es único señalan que éstas fracasan porque no pueden adoptar una posición fuera del esquema. En cambio, la deducción en cuanto argumento sin té tico-progresivo parte de un concepto que no forma parte del esquema cuya necesidad se quiere pro­ bar, a saber, del concepto de autoconciencia. La conclusión 26 B 766/A 738. 27 Cfr. M. Baum, op. cit. 28 Cfr. R. Aschenberg, op. cit., pp. 257 ss. 29 Cfr. D. Henrich, “Die Identitát des Subjekts in der transzendentalen De­ duktion”, pp. 42-43. 3() Cfr. M. Baum, op. cit., p. G.

general que se puede obtener de la deducción subjetiva mues­ tra con claridad que ésta no consiste en un examen del esque­ ma conceptual establecido por la deducción metafísica. Esta conclusión se mantiene en tal grado de generalidad que sólo afirma que tiene que haber un único esquema. En la versión de la primera edición de la Crítica, la deducción subjetiva incluso se enfrenta a serias dificultades para no excluir la posibilidad de obtener un esquema conceptual mediante el análisis de la experiencia, ya que exige que toda representación se halle bajo categorías, obstaculizando de esta manera la comparación de representaciones que nos pueda llevar a proponer un esquema particular. Si Kant mantiene cierta confusión entre la deduc­ ción objetiva y la subjetiva y, por lo tanto, entre demostrar que la experiencia, tal como la entendemos, pertenece a un es­ quema conceptual, y demostrar que cualquier concepción de la experiencia tiene que responder a un único esquema, es pre­ cisamente porque la deducción subjetiva resulta demasiado ge­ neral. No es que Kant se encuentre encerrado en un esquema conceptual y pretenda mostrar su necesidad desde adentro; al contrario, lo que no logra, y por lo cual quizá mantuvo esa con­ fusión, es volver a entrar al esquema a partir de principios y de­ finiciones demasiado generales. En todo caso, lo que sí tenía presente Kant es que la deducción trascendental, en tanto que pretende demostrar la necesidad de las categorías, tenía que desarrollarse siguiendo un método sintético, y no un método analítico, como piensa Kórner al afirmar que Kant pretende mostrar la necesidad de un esquema examinando el propio es­ quema que se ha obtenido mediante análisis de la experiencia. Al ignorar la diferencia entre lo que Kant llamó “método analí­ tico” y “método sintético”, Kórner confunde los diferentes ob­ jetivos de la deducción trascendental y, así, le asigna al objetivo de la deducción subjetiva el método que, en todo caso, podría contribuir a realizar el propósito de la deducción objetiva.31 Yo creo que ésta es una de las razones por las cuales las únicas estrategias que Kórner considera posibles para intentar demos­ trar la necesidad del esquema parecen destinadas al fracaso. 31 Con respecto a esta diferencia de objetivos y estrategias, véanse las con­ clusiones de este libro.

EL ESCEPTICISMO Y LA RECONSTRUCCIÓN DE P.F. STRAWSON DE LA DEDUCCIÓN TRASCENDENTAL La interpretación de la deducción kantiana de las categorías como un argumento antiescéptico ha sido durante muchos años la interpretación más difundida acerca del objetivo que Kant persigue en esta parte central de la Crítica de la razón pu­ ra.1 Karl Ameriks, en su artículo “Recent Work on Kant’s Theoretical Philosophy” (1982), destaca esta interpretación como un punto de acuerdo en medio de un panorama en el cual pa­ recen predominar los desacuerdos. Algo tiene que decirse —afirma Ameriks—acerca de la idea distin­ tiva que, al menos desde Los límites del sentido, ha sido ampliamen­ te admitida como aquello que define lo que Kant trataba de hacer. Esta idea es que la deducción trascendental debe leerse como una respuesta directa al escepticismo de Hume y que, grosso modo, partiendo de una premisa débil como el hecho de que so­ mos seres conscientes, el principal propósito de Kant es estable­ cer que hay un reino objetivo (esto es lo que Strawson llama “la tesis de la objetividad”).2 1 Bernhard Thóle, en Kant und das Problem der Gesetzmájiigkeit der Natur, y Patricia Kitcher, en Kant’s Transcendental Psychology, han criticado esta interpre­ tación. 2 K. Ameriks, “Recent Work on Kant’s Theoretical Philosophy”, p. 11.

Esta opinión puede respaldarse con las afirmaciones que el propio Kant hace en el prefacio a los Prolegomena. En efecto, Kant presenta ahí su metafísica como una respuesta al escepti­ cismo de Hume y señala que las dudas de este autor acerca de la validez objetiva de los conceptos de causa y efecto fueron aquello que “lo despertó del sueño dogmático”,3 es decir, que le hizo ver la necesidad de una justificación de la objetividad de todos los conceptos semejantes a éste, que, a su vez, determina­ ra los límites de su aplicación legítima. Esto sugiere que la de­ ducción debe refutar al escepticismo que pone en duda la existencia de un mundo objetivo que posee su propio orden, al escéptico que pone en cuestión, por lo tanto, el conocimiento de objetos pertenecientes a ese mundo.4 3 Prolegomena, A.A., IV, p. 260. 4 Wolfgang Cari {Der schmigende Kant, pp. 146-158) y Bernhard Thóle {Kant und das Problem der Gesetzmáfiigkeit der Natur, pp. 24-35) han señalado que Kant no entendía el escepticismo de Hume como aquella posición filosófi­ ca que pone en cuestión la existencia de un mundo externo, independiente de nuestras experiencias, sino como aquella posición que adopta Hume al consi­ derar que no es posible dar una justificación racional del principio de causali­ dad. Si se adopta esta posición ante todos aquellos conceptos básicos para el conocimiento, como el concepto de causa y efecto, se niega, de acuerdo con Kant, la posibilidad de una metafísica, entendida como una doctrina que está conformada por conocimientos a priori acerca de objetos. £1 escepticismo de Hume consistiría, entonces, en negar la posibilidad de este tipo de conocimien­ to. Según Kant, Hume cayó en este escepticismo al reconocer acertadamente que el principio de causalidad no es un juicio analítico; lo que no supo ver fue la posibilidad de un conocimiento sintético a priori, bajo el cual se hallara ese principio. Kant pretende refutar este escepticismo mostrando que no todo co­ nocimiento sintético es empírico y que, por lo tanto, aceptar que principios como el de causalidad son sintéticos no nos obliga a reconocer su origen en un hábito generado por la experiencia. Kant mismo se lamenta de que Hume no fuera comprendido por sus con­ temporáneos, ignorando lo que ponía en cuestión y probando “lo que jamás se le había ocurrido poner en duda” {Prolegomena, A.A., IV, p. 258). “La pre­ gunta no era si el concepto de causa es correcto, útil e indispensable con res­ pecto a todo conocimiento de la naturaleza, pues esto Hume nunca lo puso en duda, sino si es pensado a priori por la razón y, de esta manera, si es una verdad interna, independiente de toda experiencia” {op. cit, pp. 258-259). Este pasaje no sólo deja claro lo que Kant entendía por el escepticismo de Hume, sino también excluye la posibilidad de que Kant lo haya podido asociar con el escep­ ticismo que pone en cuestión la existencia de los objetos externos y, conse­ cuentemente, su conocimiento. En contra de esta posibilidad no sólo habla cía-

Me parece que esta interpretación es uno de los principales motivos por los cuales P.F. Strawson inicia su reconstrucción de la deducción en Los límites del sentido tratando la noción de au­ toconciencia como “adscripción de una experiencia o estado mental a uno mismo”.5 Si concebimos al escéptico como al­ guien que acepta la autoadscripción de estados mentales y, al mismo tiempo, rechaza el conocimiento de objetos distintos de uno mismo, se ve con claridad por qué la deducción trascen­ dental puede concebirse como un argumento antiescéptico. Pe­ ro, con ello, Strawson desplaza el papel central que Kant le otorga a la llamada “autoconciencia trascendental” y, en su lugar, coloca lo que en términos kantianos debe entenderse como autoconciencia empírica, borrando de esta manera la di­ ferencia de objetivos entre la deducción trascendental y la refu­ tación del idealismo y haciendo de la primera un argumento inútilmente complicado que concluye lo mismo que la segunda. La crítica de Barry Stroud a la concepción de los argumentos trascendentales como argumentos antiescépticos ha hecho in­ tervenir una nueva figura filosófica que deben enfrentar estos ramente este pasaje, sino la escasa probabilidad de que Kant conociera la sec­ ción del Tratado en donde Hume aborda el escepticismo con respecto a los sen­ tidos. Al parecer, Kant no leía en inglés y la primera traducción al alemán del Tratado apareció en 1790 (cfr. B. Tliole, op. c itf p. 26). Lo que sí leyó apasiona­ damente fue la traducción de las Investigaciones (en las cuales Hume no conser­ vó esas reflexiones) que apareció desde 1755. Pero, si se hace abstracción de lo que Kant entendía por el escepticismo de Hume, lo cierto es que la deducción trascendental sí desarrolla ideas que pueden utilizarse como argumentos en contra del escéptico que pone en cues­ tión el conocimiento de objetos de la experiencia. Incluso podría decirse, como lo he apuntado al comienzo del quinto capítulo, que la deducción subje­ tiva puede considerarse como un complemento de la deducción objetiva, en la medida en que fundamenta aquello de lo cual parte esta última: que la expe­ riencia es o incluye conocimiento de objetos que existen con independencia de nuestros estados mentales. 5 P.F. Strawson, The Bouncís of Sense, p. 98 {Los límites del sentido, p. 88). La cita que proporciona Strawson para apoyar esta lectura es una cita de la traduc­ ción de la Critica de Kemp Smith, en donde éste traduce “rechnen” como “ascribe” (Patricia Kitcher se equivoca al decir que el término traducido es “záhlen... zu” (op. ciL, p. 93). No es ésta una buena traducción, sobre todo mando en cuenta que en este contexto el término “ascribe” compromete al tex­ to con una lectura particular, que difiere considerablemente de otras si se utilizan términos más neutrales como “incluir”, “contar” o “considerar”. Lo ­

argumentos, a saber, la figura del convencionalista.6 La inter­ vención de esta figura en la discusión acerca de la deducción trascendental creo que es mucho más útil para establecer el ob­ jetivo distintivo de esta parte central de la Crítica de la razón pu­ ra. Creo, pues, que la caracterización de la deducción trascen­ dental como un argumento antiescéptico ha impedido ver que la mejor caracterización, en términos contemporáneos, de la posición con la que polemiza Kant es la posición del convencio­ nalista, tal como Stroud la describe en su artículo sobre argu­ mentos trascendentales.7 En lo que sigue trataré de justificar esta evaluación. Según Strawson, la tesis que Kant defiende en la deducción es la siguiente: “para que una serie de experiencias diversas pertenezca a una única conciencia, es necesario que estén co­ nectadas de tal forma que constituyan una experiencia, exten­ dida temporalmente, de un mundo objetivo unificado”,8 es decir, para que las experiencias de cada quien formen parte de una única trayectoria individual, es necesario concebirlas como experiencias de un único mundo, cuyo orden no lo establezca la trayectoria particular de cada cual. Para argumentar a favor de esta tesis, Strawson propone defenderla en contra de quie­ nes pongan en cuestión la necesidad de establecer una diferen­ cia entre el orden de las experiencias y el orden de los objetos experimentados. Entre aquellos que ponen en cuestión esta di­ ferencia puede localizarse al escéptico, ya que éste niega la po­ sibilidad de justificar la existencia de un mundo objetivo que exista con independencia de las propias experiencias. El argu­ mento que ofrece Strawson para mostrar la necesidad de esta diferencia adopta como premisa básica un enunciado que el es­ céptico no puede dejar de aceptar: que las experiencias están integradas a una única conciencia; y puede resumirse en los cuatro siguientes pasos: 1) Para que una serie de experiencias diversas pertenezca a una única conciencia es necesario que se apliquen concep­ 6 Cfr. B. Stroud, “Transcendental Arguments”. 7 Ibid. 8 P.F. Strawson, The Bounds of Sense, p. 97 (Los limites d¿l sentido, p. 87).

tos, como aquello que nos permite reconocer ítem particu­ lares que conforman esta serie. 2) La aplicación de conceptos a las experiencias exige que haya una diferencia entre el “componente de reconoci­ miento” y el ítem reconocido. Si no existiera esta diferen­ cia, los conceptos no servirían para reconocer distintas representaciones particulares. 3) Esta diferencia implica “la posibilidad de referir experien­ cias diferentes a un idéntico sujeto de todas ellas”,9 como aquel que aplica los conceptos. 4) Pero sería imposible concebir un sujeto idéntico al cual atribuir todas las experiencias si no se acepta que al menos algunos de los conceptos que utiliza le permiten describir un mundo objetivo en el cual se da ese sujeto. Es decir, la idea de un sujeto idéntico, al cual se le puedan atribuir ex­ periencias, presupone ubicarlo en un mundo espacio-tem­ poral unificado. Este último paso deja claro que la razón por la cual Strawson in­ terpreta la noción de autoconciencia como autoadscripción de experiencias, en esta primera parte de su reconstrucción, no es sólo para evitar, como él lo maneja, las tesis de la psicología tras­ cendental, sino también para presentar la deducción como un argumento antiescéptico. Pero, con ello, pasa por alto, al menos en esta primera parte, una diferencia en la cual Kant no se cansa en insistir, a saber, la diferencia entre autoconciencia empírica y autoconciencia trascendental. Sobre esto volveré más adelan­ te. Lo que quiero señalar ahora es cómo debe concebirse la po­ sición del escéptico para pretender refutarlo mediante una línea argumentativa como la anteriormente esbozada. Esta po­ sición es la de alguien que acepta un ámbito privilegiado de enunciados empíricos, cuya pretensión de conocimiento no pone en cuestión (aquellos que atribuyen experiencias a uno mismo), y considera que la pretensión de conocimiento de to­ dos los demás enunciados no puede justificarse. Lo que hay que preguntarse es si ésta es la única manera de definir la posición 9 P.F. Strawson, The Bounds o/Sense, p. 101 (Los límites del sentido, p. 90).

del escéptico o si no es, más bien, una versión bastante debilita­ da de la misma. Yo creo que el aspecto más agudo de la crítica de Barry Stroud a los argumentos trascendentales como argumentos antiescépticos es precisamente la caracterización que da del es­ céptico: “el escéptico —afirma Stroud— sostiene que no se ha mostrado que toda la estructura de prácticas y creencias sobre cuya base son corrientemente ‘apoyadas’ las hipótesis empíri­ cas es ella misma confiable”.10 Esta caracterización adquiere mayor relieve, en la crítica de Stroud, al ser contrastada con la interpretación que Carnap sostiene en un famoso apéndice de Meaning and Necessity acerca del problema que plantea el escép­ tico.11 Para Carnap, el problema que plantea el escéptico no tiene sentido porque exige una justificación teórica de un pro­ blema que es práctico. Esto lo explica Carnap distinguiendo dos tipos de problemas: las cuestiones internas y las cuestiones externas. Las cuestiones internas son aquellas que se plantean en el interior de un marco lingüístico que estipula (tácita o ex­ plícitamente) las reglas que hay que seguir para resolverlas. Las cuestiones externas, en cambio, preguntan por la validez de esas reglas, pero no pueden resolverse, porque sólo presupo­ niéndolas pueden justificarse teóricamente. No son, pues, pro­ blemas teóricos y, por ello, Carnap sostiene que no tienen sentido; tan sólo se les puede considerar como cuestiones prác­ ticas, ya que las reglas del marco lingüístico dentro del cual po­ demos hablar de enunciados verdaderos o falsos son algo que podemos elegir. Ésta es la razón por la cual Stroud identifica la posición de Carnap ante el escéptico como convencionalista. Frente a esta perspectiva, la posición del escéptico puede preci­ sarse de la siguiente manera: a diferencia del convencionalista, el escéptico piensa que poner en duda las reglas o “la estructu­ ra de prácticas y creencias”, gracias a la cual podemos resolver problemas empíricos, sí es un problema teórico y, por lo tanto, tiene sentido, pero al mismo tiempo sostiene que no puede re­ solverse. sity.

10 B. Stroud, op. ciL, p. 242. 11 R. Carnap, “Empincism, Semantics and Ontology”, en Meaning and Neces­

Si ahora preguntamos si es posible rechazar la posición es­ céptica siguiendo la línea argumentativa de Strawson, me pa­ rece claro que hay dos respuestas opuestas. Si el escéptico acep­ ta como conocimientos enunciados en los cuales el sujeto se autoadscribe experiencias, me parece correcto pretender refu­ tarlo mostrándole que atribuir estados mentales a un sujeto idéntico presupone el conocimiento de objetos distintos de uno mismo. De hecho, esto es lo que pretende hacer Kant en la re­ futación del idealismo. En esta parte de la Crítica de la razón pu­ ra, Kant señala que no podríamos tener conocimiento de nin­ gún estado mental si no tuviéramos conocimiento de objetos en el espacio, ya que sólo estos últimos nos proporcionan la idea de algo permanente en el tiempo, en contraste con lo cual po­ demos aprehender la fugacidad de los estados mentales. Inclu­ so se podría intentar refutar al escéptico sin privilegiar algún tipo de conocimiento, mostrándole simplemente que las reglas que hacen posible atribuir estados mentales a sí mismo son las mismas que hacen posible atribuir propiedades a cualquier otro objeto. Al afirmar, en la Estética Trascendental, que el yo empí­ rico no es más que un fenómeno entre otros, Kant sugiere una respuesta de este tipo al desafío escéptico.12 Pero si aquello que cuestiona el escéptico son las reglas mismas, sería inconsecuen­ te apelar a la autoadscripción para refutarlo. El escéptico po­ dría refugiarse poniendo en cuestión el valor epistémico de la autoadscripción y sosteniendo que tener conciencia de una se­ rie de representaciones no equivale a autoadscribírselas. La reconstrucción de la deducción que propone Strawson tiene, sin embargo, una segunda parte, en la cual reconoce que Kant no establece las condiciones suficientes de la autoadscrip­ ción y que, por lo tanto, en realidad se apoya tan sólo en una condición necesaria de la autoadscripción para defender la tesis que le interesa, a saber, que es necesario que nuestras experien­ cias estén conectadas de tal forma que constituyan una expe­ riencia de un mundo objetivo unificado para que pertenezcan a una única conciencia. Quizá esta condición de la autoadscrip­ ción sea algo que el escéptico en su versión fuerte tenga que re12 Cfr. A 38/B 54-55; B 66-69.

conocer, a pesar de refugiase negando el valor epistémico de la autoadscripción, y de esta manera poder refutarlo. En la segunda parte de su reconstrucción, Strawson confron­ ta la presunta tesis de la deducción precisamente con la obje­ ción según la cual Kant no puede mostrar la necesidad de que nuestras experiencias sean experiencias de un mundo objetivo, ya que no le da suficiente peso a la autoconciencia entendida como autoadscripción de experiencias. Si no puede mostrar esta necesidad, entonces tampoco puede refutar al escéptico, incluso en su versión débil. Para ello, tendría que incluir ios cri­ terios empíricos de identidad personal, los criterios para iden­ tificar al sujeto que posee las experiencias como un objeto más entre otros. Pero esto no lo hace en la deducción. La respuesta de Strawson a esta objeción parece sugerir que con ella en realidad se fortalece la posición kantiana, ya que la idea de un mundo objetivo unificado puede mostrarse como un presupuesto de una de las condiciones de posibilidad de la autoadscripción. El escéptico, entonces, tendría que rechazar una tesis mucho más firme que aquella que acepta la preten­ sión de conocimiento de la autoadscripción. Esta condición la llama Strawson “la necesaria autorreflexividad de una expe­ riencia”, con lo cual se refiere a la necesaria posibilidad de reflexionar, de pensar, sobre las experiencias de las cuales tene­ mos conciencia, e identifica esta condición con lo que Kant lla­ ma “autoconciencia trascendental”. De esta manera, Strawson le devuelve a este concepto el papel central que Kant le otorga en la deducción trascendental. Yo creo que se trata de una in­ terpretación convincente, sobre todo si tenemos presente el principio básico que involucra a la autoconciencia trascenden­ tal en la segunda edición de la Critica de la razón pura, a saber, “el ‘yo pienso’ tiene que poder acompañar todas mis represen­ taciones”.13 Lo que se afirma con esta condición es que todas nuestras experiencias deben poder ser objeto de una reflexión que las ordene de tal manera que conformen una ruta subjetiva particular. La autorreflexividad es, pues, en términos de Straw­ son, “el hacerse de un punto de vista”, de una trayectoria. Pero esto sería imposible si no pensáramos al mismo tiempo en el

plano dentro del cual se da esa trayectoria, si no pensáramos en aquello sobre lo cual tenemos un punto de vista. Esta última observación me parece que es el núcleo de la propuesta de Strawson para defender la necesidad de pensar la diferencia entre el orden de nuestras experiencias y el orden de un mun­ do objetivo. La idea puede expresarse de la siguiente manera: para pensar o reflexionar sobre nuestras experiencias, debe­ mos mantener dos perspectivas, la de la ruta que trazan nues­ tras experiencias y la del mundo objetivo en el cual se da esa trayectoria. En un comentario posterior a su reconstrucción del argu­ mento kantiano, Strawson señala que la necesidad de salvar al componente recognoscitivo de una expe­ riencia de ser absorbido por su acusativo sensible (salvando así el status de la experiencia como experiencia) es simplemente idénti­ ca a la necesidad de dar lugar, en la experiencia, al pensamiento de la misma experiencia.14

La posibilidad de reflexionar sobre nuestras experiencias impli­ ca la diferencia entre la ruta que trazan esas experiencias y el or­ den de los objetos experimentados; de no ser así, se vendría abajo la diferencia entre los conceptos y los ítem reconocidos por los conceptos. Esto quiere decir que la necesidad de pensar en un mundo objetivo se apoya finalmente en la necesidad de aplicar conceptos a las experiencias, de tal manera que el argu­ mento de Strawson que presenté anteriormente puede reformularse de la siguiente manera: 1) Para que una serie de experiencias diversas pertenezcan a una única conciencia, es necesario que se apliquen concep­ tos, como aquello que nos permite reconocer ítem particu­ lares que conforman esta serie. 2) La aplicación de conceptos a las experiencias exige que haya una diferencia entre el “componente de reconoci­ miento” y el ítem reconocido. Si no existiera esta diferen­ 14 P.F. Strawson, The Bounds of Sense, p. 110 (Los límites del sentido, p. 98).

cia, los conceptos no servirían para reconocer distintas representaciones particulares. 3) Para mantener la diferencia entre el componente recognoscitivo de los conceptos y los ítem particulares reconoci­ dos, es necesario poder reflexionar sobre nuestras expe­ riencias. 4) Para reflexionar sobre nuestras experiencias, es necesario sostener una doble perspectiva: la de la ruta que trazan nuestras experiencias y la del mundo en el cual se da esta ruta. Volvamos ahora con el escéptico en su versión fuerte y vea­ mos si es posible refutarlo adoptando la estrategia propuesta por el argumento antes esbozado. El escéptico no podría negar que podemos pensar acerca de nuestras experiencias, y si es posible mostrar que ello presupone adoptar una doble pers­ pectiva (por un lado, una descripción del orden objetivo; por el otro, una descripción de la ruta que trazan nuestras experien­ cias), cabría abrigar nuevas esperanzas de refutarlo. El escépti­ co puede poner en duda las reglas con las cuales operamos actualmente para construir esta doble perspectiva, pero quizá tenga que reconocer que cualesquiera que sean las reglas que utilizamos, éstas deben servirnos para trazar la trayectoria de nuestras experiencias en el plano de un mundo objetivo. Esto parece poner al escéptico en una situación difícil, pero el pun­ to del escéptico es que las reglas que utilizamos para justificar enunciados empíricos pueden expresarse en forma de enuncia­ dos o implican necesariamente enunciados que deben tener un valor de verdad y, por ello, considera que ponerlas en duda es una cuestión teórica. El problema es que no podemos determi­ nar este valor de verdad, no podemos saber si corresponden a lo que son las cosas en realidad. El escéptico no tendría incon­ veniente en aceptar que necesitamos dos órdenes de represen­ taciones para poder incluso pensar en nuestras experiencias; lo que seguiría poniendo en duda es si los criterios que utilizamos para hablar de objetos nos sirven para saber cómo son las cosas independientemente de nuestras experiencias. El escéptico puede aceptar la necesidad de pensar un mundo objetivo, inde­ pendiente de nuestras experiencias, pero ésto no significa para

él que realmente exista ese mundo. La defensa del escéptico in­ cluso puede convertirse en una seria objeción en contra del sis­ tema kantiano, pues podría atacar sosteniendo que Kant confundió la necesidad de pensar conforme a una regla con la verdad del enunciado que implica esta regla.15 La defensa de la tesis que sostiene la deducción, según Straw­ son, parece que sólo nos puede conducir a establecer una nece­ sidad subjetiva, una necesidad para el pensar o para la unidad de la conciencia. Y esto es algo que no parece incomodarle al escéptico, pero sí al convencionalista, porque este último con­ sidera que las reglas básicas que determinan el juego de enun­ ciados verdaderos y falsos es algo que podemos elegir y, por lo tanto, presupone que puede haber alternativas entre las cuales elegir. Lo que se ha obtenido queriendo refutar al escéptico es la defensa de una estructura necesaria del pensar, por la cual te­ nemos que pensar en términos de objetos para poder garanti­ zar la unidad de la conciencia. Esto significa que si queremos hacer polemizar a la deducción con una posición filosófica, la mejor manera de caracterizar esta posición es identificándola con la posición del convencionalista, tal como la describe Stroud, basándose en la crítica de Carnap al desafío escépti­ co.16 La influyente interpretación de Strawson, la cual tiende a ver en la deducción un argumento antiescéptico y trata a la au­ toconciencia como autoadscripción de experiencias, ha obsta­ culizado ver con claridad esta opción. Sin embargo, algunos autores, como Stephan Kórner, creo que han identificado acer­ tadamente el objetivo de la deducción señalando que pretende argumentar a favor de la unicidad (cualidad de ser único) de un esquema conceptual.17 Efectivamente, si uno se acerca a la de­ ducción sin prejuicios, tarde o temprano una de las principales 15 El convencionalista también podría atacar la posición kantiana en la mis­ ma dirección. Pero añadiría que tanto el escéptico como Kant están en un error al considerar que las reglas implican enunciados que pueden tener un va­ lor de verdad. Sin embargo, la crítica que puede obtenerse de la reconstruc­ ción de Strawson en contra del convencionalista no tiene por qué incluir esa premisa, según la cual las reglas implican enunciados. De ahí que dirigir la re­ construcción de Strawson en contra del escéptico sea debilitar la posición kan­ tiana, pues lo hace enfrentarse a esta objeción. 16 Cfr. B. Stroud, op. cit. ll Cfr. S. Kórner, “The Impossibility of Trascendental Deductions”, p. 231.

tesis que destaca es una tesis que podría formularse de la si­ guiente manera: “para que sea posible integrar una pluralidad de experiencias a una única conciencia es necesario asimilar la información que recibimos a un único esquema conceptual”. Es cierto que este esquema conceptual es aquel que nos hace pensar en términos de objetos y, por ello, parece que Kant po­ lemiza con el escéptico. Sin embargo, la famosa afirmación de la deducción conforme a la cual la unidad del objeto no puede ser más que la unidad formal de la conciencia18 deja en claro que no es el escéptico con quien hay que medir a la deducción, sino con cualquier posición filosófica que sostenga que pensar en términos de objetos no es más que una alternativa entre otras. En la filosofía contemporánea el convencionalista es quien adopta esta posición. De ahí que la brillante reconstruc­ ción que ha ofrecido Strawson de este argumento kantiano ad­ quiera su verdadero significado si la concebimos como un argumento anticonvencionalista.