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Pages [232] Year 2017
BILLINGHURST C O M B AT I E N T E DEL DESIERTO SALITRERO Osmar Gonzales Alvarado
Universidad Nacional Mayor de San Marcos Universidad del Perú. Decana de América
Fondo Editorial Facultad de Ciencias Sociales
BILLINGHURST combatiente del desierto salitrero
Osmar Gonzales Alvarado
BILLINGHURST combatiente del desierto salitrero
Universidad Nacional Mayor de San Marcos Universidad del Perú. Decana de América
Fondo Editorial Facultad de Ciencias Sociales
Gonzales Alvarado, Osmar Billinghurst, combatiente del desierto salitrero / Osmar Gonzales Alvarado. 1.a ed. Lima: Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos / Facultad de Ciencias Sociales, 2017. 230 pp.; 14.5 x 22.5 cm Guillermo Billinghurst / Guerra del Pacífico / Partido Demócrata / siglo XIX ISBN 978-9972-46-612-0 Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2017-09709 Primera edición Lima, diciembre de 2017 © Universidad Nacional Mayor de San Marcos Fondo Editorial Av. Germán Amézaga n.° 375, Ciudad Universitaria, Lima, Perú (01) 6197000, anexos 7529 y 7530 [email protected] ©
Universidad Nacional Mayor de San Marcos Facultad de Ciencias Sociales Av. Germán Amézaga n.° 375, Edificio José Carlos Mariátegui Ciudad Universitaria, Lima, Perú (01) 6197000, anexo 4009
© Osmar Gonzales Alvarado Cuidado de edición, diseño de cubierta y diagramación de interiores Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Corrección de estilo Ana Lucía Salazar Vilela Las opiniones y contenidos expuestos en este libro son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de la editorial. Impreso en el Perú / Printed in Peru Queda prohibida la reproducción total o parcial de la presente edición, bajo cualquier modalidad, sin la autorización expresa del titular de los derechos.
A Laura Gabriela, mi retoño que florece feliz.
Índice Nota previa
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El Billinghurst de Gonzales Antonio Zapata Velasco 13 I Empresario, pensador y revolucionario (1851-1878)
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II De miliciano a cónsul (1879-1893)
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III Caudillos del sur: Billinghurst y Piérola (1894-1899)
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IV Camino al poder (1900-1914)
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Epílogo Sergio González Miranda
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Bibliografía 187 Documentos 195
Nota previa La figura de Guillermo E. Billinghurst guarda cierta aura mítica. Apellido extraño, poco mencionado en los libros de historia, gobierno breve e interrumpido abruptamente, apodo atractivo (Pan grande); en fin, un personaje más cercano a nuestros abuelos que a nosotros y nuestros contemporáneos. Por ello, encontrar, espulgar, descubrir y analizar documentos de primera mano de Billinghurst, incluso manuscritos, contiene un encanto especial; es como entrar a un arcano privilegiado que nos transporta en el tiempo. Así lo sentí yo, al menos. Revelar al personaje va de la mano con el descubrimiento de momentos de la historia sumamente significativos que nos dicen, asimismo, sobre la importancia de aquel, y también es la oportunidad de volver a colocar esos sucesos históricos en nuestra memoria colectiva: hechos heroicos, personajes reprobables, infortunios, felonías, es decir, todo lo que comporta la experiencia humana y la vida en sociedad. Las páginas de este pequeño volumen están basadas en documentos que se encuentran en el Archivo Piérola de la Biblioteca Nacional del Perú, que conserva cartas, telegramas e informes que Billinghurst le dirigió al Califa, principalmente, y también, aunque en menor medida, al general Andrés A. Cáceres. Complementariamente, utilicé los informes que Billinghurst remitió siendo cónsul en Iquique al entonces presidente de la República, Andrés A. Cáceres; documentos conservados en el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores. Otra fuente directa son los artículos que publicó Billinghurst en El Comercio de Iquique, del que también fue uno de los dos redactores. Una co-
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lección de este semanario se encuentra en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Expreso mi gratitud al historiador Antonio Zapata —profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, e investigador asociado del Instituto de Estudios Peruanos, especializado en historia contemporánea—, que aceptó de inmediato, y con sincera amistad, escribir el prólogo a este trabajo. También a Miguel Ángel Rodríguez Rea, quien me apoyó en la revisión de este texto. Igualmente, a Juan Taboada por su apoyo técnico. Un reconocimiento especial de mi parte merece el historiador iquiqueño, Sergio González Miranda, profesor de la Universidad Arturo Prat y prolífico investigador de su región y personajes — como el propio Billinghurst, por quien ha manifestado en muchos de sus artículos cariño y admiración—. En estas páginas uso y abuso de su abundante obra, y aun así siento que no he sido recíproco con la información a la que pude acceder por medio de ella. El epílogo a este texto revela su vocación. Para concluir esta nota previa, deseo expresar mi agradecimiento al amigo y colega, Dr. Julio Mejía Navarrete, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, quien con gran generosidad decidió incorporar este trabajo dentro de las publicaciones de la Facultad que ahora dirige.
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El Billinghurst de Gonzales Escribir un prólogo es una actividad muy complicada, porque la naturaleza de estos textos los hace difíciles de construir. El problema es que se escriben al terminar un libro, pero se colocan al comienzo y generalmente nadie los lee, sobre todo cuando no son escritos por el autor del cuerpo principal. Los lectores, por lógica, buscan las primeras páginas del verdadero escritor y desde ahí comienzan. Así, todos se saltan las líneas que comienzo a escribir. Debido a ello, he decidido ir al grano y buscar atraer algunos lectores que le den sentido a esta corta nota. La pregunta es, ¿cuál es la importancia de Billinghurst para Osmar Gonzales y qué novedad conceptual nos trae? Según su interpretación, Billinghurst sería el representante de la perdida burguesía nacional peruana. Hallarla viene siendo tan difícil como encontrar el eslabón perdido de la evolución entre el mono y el ser humano. La supuesta ausencia de la burguesía nacional peruana ha motivado largos debates entre especialistas. Por ejemplo, la versión local de la teoría de la «dependencia» sostenía que dicha burguesía nacional no existía, que el drama del Perú era carecer de clase dirigente; a lo sumo se hallaría una clase dominante, pero sin proyecto nacional ni voluntad de liderar con su planteamiento a una nación integrada. Por ello, ni siquiera habría emprendido su construcción y habría transcurrido un siglo a la deriva. Esa postura fue dominante durante los años setenta e incluso ochenta, lapso durante el cual logró notable hegemonía intelectual. Ella se resquebrajó conforme transcurría la década de 1980.
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Diversos acontecimientos de impacto internacional contribuyeron a su declive. En primer lugar, fue el triunfo político del neoliberalismo, que se materializó a través de Margaret Thatcher, que subió al poder en 1978, y sobre todo de Ronald Reagan, dos años después. De ese modo, en Washington gobernaron los neoconservadores que emprendieron una ofensiva sobre posiciones progresistas en el mundo entero. La guerra de Afganistán vino a sumarse al largo estancamiento de la economía soviética y la osificación del Partido Comunista para marcar el declive y caída final del comunismo realmente existente. Ese desenlace permitió a los neoconservadores de Washington ajustar cuentas dentro de los países capitalistas. En efecto, los ochenta marcan el ascenso de una nueva versión del conservadurismo, que desmanteló al «estado de bienestar» y todas las conquistas populares que cimentaban el mundo de posguerra. Al terminarse este mundo fueron cayendo los pareceres que habían surgido con él. Máxime al derrumbarse el sistema socialista entre 1989 y 1991, cuando cayó el Muro de Berlín y se disolvió la URSS, terminando el período abierto por la revolución bolchevique de 1917. A partir de entonces, el triunfo neoliberal fue completo y una onda revisionista sacudió al mundo entero. En el caso peruano, ese giro neoconservador fue más marcado por la negativa influencia de Sendero Luminoso, que espantó justificadamente a las mayorías nacionales. La insurrección maoísta peruana solo trajo muerte, atraso y destrucción. La población se alejó instintivamente de todo lo que supiera a rojo, izquierdista o incluso progresista. Fueron los años de las privatizaciones de Alberto Fujimori, paralelos a la crisis final y desmoronamiento de Izquierda Unida. En el terreno intelectual, en estos años noventa ocurrió el desafío abierto a los postulados de la escuela de la «dependencia». Con respecto a la burguesía peruana del siglo xix, Carmen McEvoy ofreció una nueva interpretación del papel y alcances de la burguesía pe-
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El Billinghurst de Gonzales
ruana, a través de la revalorización de la carrera de Manuel Pardo y la trayectoria de su partido, denominado «Civil». Según este punto de vista, la burguesía peruana sí habría contado con un proyecto nacional y un partido político de corte moderno, opuesto al rentismo parasitario, propio del militarismo. Tan burgués habría sido Pardo que su planteamiento de fondo se resumía en una consigna de profunda resonancia capitalista y empírica, la «república práctica». La versión de la «dependencia» había sido invertida. El grupo sociopolítico que había sido calificado como «oligárquico», pasaba a poseer características de burguesía y su proyecto era ensalzado. De este modo, el impulso liberal de los años 1990 hallaba un héroe en el pasado que le otorgaba prestancia a su reforma de la economía nacional. El neoliberalismo tenía antecedentes y su pasado disponía de suficiente lustre. La visión de la «dependencia» quedaba vinculada a una lectura negativa de la historia peruana. Donde los historiadores de esa tendencia veían claudicación y rentismo parasitario, McEvoy subrayaba proyecto y dinámica burguesa. Los hechos no eran distintos ni otros los personajes, cambiaba radicalmente la interpretación. Ese giro significaba dejar de pensar en el Perú como un país sin liderazgo, sin élites; sino por el contrario, como un país que tenía miserias y grandezas, junto a frustraciones, virtudes y logros comunes a la mayoría de naciones. En la misma dirección de McEvoy apareció un libro del historiador alemán Ulrich Mücke, quien estudió al Partido Civil como entidad política. Su investigación subraya su naturaleza como partido burgués, muy distinto de formaciones prepolíticas. Tanto su ideario como su reclutamiento habrían correspondido a sectores sociales en ascenso hacia su integración a la élite, durante el período del guano. Pero, más importante aun, la cultura política que difundió y los mecanismos electorales que empleó le confieren un estatus de partido moderno basado en la extensa participación de miembros de élite unidos en todo el país.
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Pero la versión «dependentista» no había sido completamente derrotada. En efecto, la postura revisionista se fundaba en el estudio del proyecto de Pardo y su lucha por conquistar el poder. La intención del primer civilismo era la base de la caracterización que ofrecía la versión revisionista. Pardo había llegado al gobierno y su gestión no parecía regirse estrictamente por sus promesas. Ciertamente, ante la crisis mundial y la bancarrota del Perú, Pardo había procedido a estatizar la propiedad privada sobre el salitre, intentando emular el monopolio estatal del guano, como base para rescatar al Perú de la grave crisis financiera. Pero el guano fue un monopolio natural del Estado al estar situado en promontorios e islas deshabitadas, mientras que el salitre se hallaba en una provincia costera donde había propietarios privados, tanto peruanos como chilenos e ingleses, además de otras nacionalidades. Aquí aparece el Billinghurst de Gonzales, porque este hombre público habría denunciado precisamente la política de Pardo con respecto al salitre. Es más, la habría hecho responsable tanto del conflicto como de la derrota del Perú en la Guerra del Pacífico. Así, en la investigación de Gonzales, Pardo y los suyos vuelven a ser considerados como líderes de la oligarquía financiera asentada en Lima que se dirige a monopolizar, a través de los bancos, la riqueza salitrera que estaba siendo explotada por propietarios privados, algunos extranjeros, pero también por muchos nacionales. Entre ellos, Guillermo Billinghurst, quien construyó una fortuna que supo forjar en la etapa peruana de Tarapacá y ampliarla en la época de Chile en su provincia natal. En esta versión, la burguesía no se habría hallado en el civilismo. Más cerca de la interpretación «dependentista», el Billinghurst de Gonzales muestra a la burguesía nacional en el pierolismo. Pero, el partido del Califa, Nicolás de Piérola, siempre fue interpretado como una alianza de terratenientes y se hallan suficientes pruebas históricas en ese sentido. El caso es que también estaba integrado por artesanos y todo tipo de emprendedores urbanos. De hecho,
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Piérola contó con variados apoyos en sectores populares y su partido fue mucho más popular que el civilismo, identificado con la élite social. Además, el pierolismo venía de provincias en dirección a la capital, a la inversa del civilismo, que era un proyecto de Lima para conducir a las provincias en determinada dirección. Por ello, parece natural que un empresario provinciano con sólidas ambiciones apostara por el pierolismo, antes que por sus enemigos de siempre. De este modo, Gonzales sostiene a la «dependencia» en un punto, el puesto del civilismo en la oligarquía. Pero difiere en un segundo punto. Sí habría habido una burguesía con proyecto, que no habría sido el civilismo, pero se halla en la etapa billinghurista del viejo partido demócrata del Califa. El líder tarapaqueño habría heredado la base popular del Partido Demócrata y disponiendo de conexiones en todos los círculos de la sociedad forjó nuestro primer populismo. En la postura que defiende Gonzales, Billinghurst representa la burguesía nacional progresista, que afirma sus lazos con los sectores populares y se defiende con ellos; pero que pierde la partida ante la arremetida del segundo civilismo que finalmente lo derroca. En ese sentido, estamos no solo ante una nueva biografía de Billinghurst, publicada precisamente en el centenario de su honesto y patriota gobierno, sino ante una reflexión integral sobre el puesto de la burguesía en la construcción del Perú. El lector encontrará un nuevo argumento para encarar un viejo debate sobre las élites y las clases sociales en el Perú. Antonio Zapata Velasco
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Guillermo E. Billinghurst —hijo de Guillermo Billinghurst y Belisaria Angulo— abrió por primera vez sus ojos en Arica el 27 de julio de 1851, cuando esto era parte del Estado peruano, y los cerró definitivamente en el oasis de Pica, el 28 de junio de 1915, cuando ese territorio ya pertenecía a Chile. Sesenta y cuatro años de una vida nada apacible sobre la cual la historiografía tradicional se ha mantenido reacia a dejar constancia a la altura que exige el personaje.1 El recorrido vital de Billinghurst enmarca y resume años difíciles en la vida política peruana, incluida la Guerra del Pacífico, los conflictos entre las élites económicas y la emergencia de las clases populares en el escenario público. Billinghurst fue protagonista tanto por sus acciones como subversivo, como también por sus actividades institucionales desde los puestos que ocupó. Como es usual, una biografía puede resumir los avatares que atraviesan colectividades más amplias, en este caso dos naciones.
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Diversas partes de este texto están basadas en la investigación de Sergio González Miranda (2000).
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I Empresario, pensador y revolucionario (1851-1878) No se puede soslayar que Billinghurst fue un comerciante exitoso, además de un político con gran sentido social, dueño de un estilo diametralmente opuesto al que caracterizó a los políticos oligarcas de su tiempo. Por esta razón se distanciaba plenamente de los rasgos que identificaban a una forma específica de ejercer el poder, y en los análisis se le considera como el precursor del populismo en el Perú. Pero así como Billinghurst no tenía ningún reparo en acercarse a las clases sociales bajas (obreros y artesanos urbanos, especialmente, pero tampoco fue insensible ante la realidad campesino-indígena), al mismo tiempo había sabido cultivar su espíritu, con amplios conocimientos en economía y administración, y con un especial entendimiento de los asuntos del saber y de las artes. A pesar de todos estos rasgos, la importancia de la personalidad histórica de Billinghurst ha sido escamoteada —por diferentes motivos— por los analistas peruanos. Por un lado, la lectura oficial de la historia lo ha silenciado porque fue un decidido opositor al sistema oligárquico en el que predominaba el Partido Civil, y por ser una incrustación molestosa en la república de notables. Durante su gestión como efímero presidente del Perú, buscó socavar uno a uno los pilares del andamiaje construido por las élites oligárquicas. Incluso el golpe de Estado que lo derrocó fue auspiciado y ejecutado por los hijos de Mariano Ignacio Prado, presidente peruano que, en el momento del inicio de la Guerra del Pacífico, viajó a Europa para comprar armamento y no volvió sino hasta mucho después de
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concluido el conflicto. Esas mismas élites lo acusaron con injusticia de pro-chilenismo para justificar el atropello a la legalidad. Por otra parte, desde la lectura de la contra-historia o de las clases populares, es decir, la que marca sus diferencias con la llamada «historia oficial», Billinghurst no aparece en un sitial importante a pesar de que fue el primero que estableció la jornada laboral de 8 horas en el puerto del Callao, y encarnó un gobierno que por primera vez consideró ciudadanos a los trabajadores. Ello quizás se deba al momento histórico de su aparición, cuando el mundo laboral peruano se debatía entre el mutualismo y el anarcosindicalismo, y antes de que insurgieran las grandes ideologías de masas, como el marxismo y el aprismo, que modificaron sustancialmente el panorama social y político de los trabajadores peruanos de inicios del siglo xx. Desde una perspectiva alternativa a las dos citadas, la historiografía peruana tampoco ha sido muy generosa con Billinghurst. Jorge Basadre, por ejemplo, lo considera, en términos generales, como un demagogo que pretendió cerrar el Congreso (Basadre, 1968-1970), atentando con ello a la legalidad establecida. El resultado es que en ninguna lectura de la realidad peruana Billinghurst figura como un personaje importante, a pesar de que con él se iniciaron varios procesos trascendentales, tanto políticos como sociales y cuyas consecuencias se verían durante el Oncenio leguiista, por ejemplo. Pero últimamente han aparecido trabajos que buscan situar mejor a este personaje en la evolución política y social del Perú, y que más adelante iré señalando. Conocer la personalidad de Billinghurst inspira respeto y admiración, pues mantuvo siempre una conducta irreprochable, proba, con gran compromiso con sus ideas y porque guardaba correspondencia entre lo que decía y hacía.2 El político iquiqueño 2
Era un hombre apasionado que defendía con ardor sus convicciones y, por lo tanto, se mantenía renuente a transar principios en aras de alcanzar beneficios ocasionales. Por el contrario, era un hombre franco y directo, y sabía expresar sus críticas sin ambages, por
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encarnaba todo lo contrario al comportamiento ambiguo y sin definición, de medias tintas, que caracterizaba a las élites oligárquicas y que Manuel González Prada reprochaba al denunciar el pacto infame de hablar a media voz. Por otro lado, a Billinghurst se le puede criticar como a cualquier personaje público, pero hay algo que es importante resaltar: no se le conoce algún hecho ligado a la corrupción. El libro más acucioso sobre el tema, el de Alfonso W. Quiroz (2008) sobre lo que llama «el círculo corrupto», no lo incluye en su análisis. Esto resulta más loable sabiendo que Billinghurst vivió un momento de extrema corrupción, por atravesar el país un período de auge económico gracias al comercio guanero, en el cual muchos personajes encopetados sucumbieron sin remedio. Billinghurst —y esto forma parte de la explicación de la odiosidad que generó entre los sectores dominantes del Perú— fue directo y confrontacional por lo que consideraba había de ser modificado. En tal sentido, fue un desinhibido crítico del civilismo dominante, a quien identificaba como el culpable de la derrota en 1879. Billinghurst tuvo una prédica directa y sin ambages, aun cuando ello supusiera tratar temas desde una perspectiva no muy parecida a la del sentido común oficial. Bajo este comportamiento, no fue el antichilenismo lo que caracterizó su forma de observar la realidad —no podía serlo por las consideraciones arriba señaladas duras que fueran. José Santos Chocano, quien participó con Billinghurst en alguna aventura política, lo describe de una manera muy precisa: «[…] inteligente, enérgico, rectilíneo […] de una franqueza excesiva» (Chocano, 1940, pp. 184-185). Este carácter bronco era heredado. Su abuelo, don Roberto Billinghurst (1782-1841), fue un militar inglés que llegó muy joven a Argentina en donde combatió en la lucha independentista de 1810. Por su participación destacada el Gobierno argentino le otorgó la primera carta de ciudadanía, el 29 de noviembre de 1811. Por otra parte, el hijo de don Roberto y tío abuelo de nuestro personaje, don Mariano Billinghurst (Buenos Aires, 1810-1892) fue un exitoso empresario ferrocarrilero que contribuyó con la modernización de Buenos Aires. Obtuvo condecoraciones por su participación en la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) y por su apoyo humanitario durante la epidemia de cólera y fiebre amarilla en Buenos Aires de 1871. En 1889 fue parte de la fundación de la Unión Cívica de Leandro Alem, y el año siguiente apoyó la Revolución del Parque. Finalmente, el padre de quien fue presidente del Perú también tenía carácter recio, como lo demostró durante el maremoto de Arica de 1868.
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sobre su doble pertenencia—, a pesar de vivir un tiempo en el que quien no hablaba en contra del país sureño era considerado casi un traidor a la patria. Más aun, con respecto a Chile, Billinghurst guardaba una postura mesurada (González y Gonzales, 2013). Después de todo, gran parte de su círculo inmediato —social y empresarial— se hallaba en dicho país. De esta manera, se mantenía lejano de la prédica antichilena representada por González Prada y también por el escritor Abraham Valdelomar, quien llegó a ser jefe de la campaña política de Billinghurst en 1912, y luego, ya en el Gobierno de este, director del diario oficial El Peruano, así como segundo secretario en la legación peruana en Italia. Por otra parte, Billinghurst también se mostraba distante de las posturas oportunistas de un sector de las élites oligárquicas, que movilizaba el sentimiento antichileno —según intereses de grupo y de la evaluación que hicieran de las coyunturas que le podían generar réditos políticos—. Si bien Billinghurst representaba una posición ecuánime y realista, no por ello se puede considerar concesiva.
Billinghurst joven y el infortunio familiar La recia personalidad de Billinghurst tenía antecedentes familiares. Como lo ha rescatado Sergio González Miranda, en el maremoto que asoló Arica en el año 1868: Hubo una persona que se negó a huir, confiando en la solidez de su residencia, cerrando todas sus puertas y obligando a sus familiares a quedarse dentro. Fue don Guillermo Billinghurst, antiguo vecino y padre del homónimo expresidente del Perú e historiador. Este último se hallaba ausente de Iquique (citado en González Miranda, 2000).
El padre de Guillermo Billinghurst murió en la zona de La Puntilla, en Iquique, y no en Arica, como Jorge Basadre había sostenido
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erróneamente.3 La desgracia familiar obligó a nuestro personaje a retornar al Perú desde Argentina —a donde había ido a estudiar ingeniería— para hacerse cargo de los negocios propios y de sus hermanos (Roberto y Celia); quedaba inesperadamente como jefe de familia. Su padre fue socio de la casa inglesa Campbell Outram, y aunque murió en el maremoto de Arica, sus derechos no fueron reclamados sino hasta 1887, cuando su hijo Guillermo planteó litigio contra dicha empresa. Incluso llegó hasta los tribunales de Santiago y consiguió un arreglo legal en 1889. Los tres hermanos recibieron 20 000 libras esterlinas. Luego de la muerte de sus dos hermanos, Guillermo heredó sus patrimonios —pues no dejaron descendencia—. Así, se convirtió en un próspero comerciante de riquezas salitreras de Iquique. Por todas estas razones, uno puede concluir que la base económica de su fortuna era distinta a las de las élites oligárquicas dominantes, que se concentraban en la agricultura de costa, las finanzas o los bienes raíces urbanos. Billinghurst tampoco pertenecía a la red social primaria que estrechaba vínculos entre los integrantes de las familias oligárquicas. Esta exterioridad respecto al orden oligárquico ayuda a explicar la manera directa y libre con que se le enfrentó. Billinghurst recibió su formación inicial en Valparaíso, en el colegio inglés Goldfinch y Bluhm (donde también estudiaron Alfonso Ugarte y Augusto B. Leguía). Recibió una educación ligada al trabajo y a la relación inmediata con la realidad. Esta sería otra de las características que lo diferenciaría de las élites oligárquicas, en su mayoría holgazanas y rentistas. Por otro lado, desde los primeros años escolares, Billinghurst establecería relaciones y amistad con quienes después serían importantes miembros de la sociedad chilena. Entre ellos destaca quien luego sería presidente de ese país: Arturo Alessandri, también un adelantado del populismo chileno. Estos vínculos serían importantes en el futuro, cuando el 3
Debo esta rectificación a Sergio González Miranda.
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empresario salitrero peruano trate de llegar a acuerdos diplomáticos mientras ejercía la vicepresidencia del Perú. De otro lado, como señalé, en ese colegio conocería a Alfonso Ugarte Vernal, nacido en Iquique, quien se inmolaría en la batalla del Morro de Arica el 7 de junio de 1880. A ambos los uniría una profunda y sincera amistad: La amistad con Alfonso Ugarte fue fundamental para su temprana incorporación a la política. Recordemos que en enero de 1876 se organizó en Iquique un Consejo Departamental, cuyo alcalde fue Don Antonio Gutiérrez de la Fuente, y un Consejo Provincial, cuyo alcalde fue precisamente Don Alfonso Ugarte. Billinghurst también llegaría a la alcaldía, pero su condición de diputado por Tarapacá le permitió acceder a los círculos del poder en Perú, incluso mientras residía en un Iquique bajo soberanía chilena (González Miranda, 2000).
Pronto le ganaría a Billinghurst la vocación política y postularía con éxito para una diputación por Iquique, Tarapacá; empezaría a destacar en el Congreso y ante la opinión pública nacional. En su ingreso a la vida pública se encontraría con Nicolás de Piérola, 12 años mayor que él, e iniciaría una prolongada asociación de rebeldes. Como diría Jorge Basadre: «[…] pocas veces se ha visto en el Perú una lealtad igual en la rebeldía tenaz y en el fracaso invariable» (Basadre, 1970, p. 219).
Las aventuras revolucionarias junto a Piérola Antes de ser ministro de Estado, Piérola no era un personaje público conocido, aunque la suerte corrió a su favor. A pesar de que en esos momentos solo estaba al frente de una botica e incursionaba ocasionalmente en el periodismo, al parecer un personaje de la época —Rafael Vial o Juan Martín Echenique— lo presentó ante
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el presidente José Balta y lo convenció de que podía ser el ministro de Hacienda que este necesitaba. Así, entre 1869 y 1871 Piérola ejerció dicho cargo desde el cual se enfrentaría directamente a los consignatarios del guano —es decir, los fundadores de las élites oligárquicas—, mediante el conocido y polémico contrato con la Compañía Hermanos Dreyfus de París, firmado el 5 de julio de 1869, por el cual se concedía a la empresa francesa el monopolio de exportación del guano, despojando a los consignatarios nacionales de ese privilegio.4 Piérola envió como su representante a Juan Martín Echenique, hijo del expresidente del Perú José Rufino Echenique, para que negociara los términos del contrato y firmara en su representación. Poco después retornaría al Perú en compañía de Augusto Dreyfus, lo que daría pie a comentarios —no exentos de veracidad— de que se había constituido una red de corrupción: recordemos que el padre de Piérola había sido ministro de Hacienda de Echenique, uno de los gobernantes más corruptos que ha tenido el Perú, que Piérola designó como su representante al hijo de este, y que se firmó un contrato con Dreyfus, quien financiaría parte de las aventuras políticas del Califa (Quiroz, 2008). El civilismo no se quedó tranquilo y sometió a Piérola a una investigación en el Congreso, pero sin buenos resultados para sus intereses, pues el caudillo saldría absuelto en 1872. A partir de esos años, el enfrentamiento entre pierolistas y civilistas marcaría nuestra vida política por veinte años, al menos hasta 1895. Los tambores de guerra no dejarían de sonar y el Perú se convertiría en un extenso escenario propicio para los enfrentamientos entre los consignatarios del guano y los pierolistas, entre los que se encontraba Billinghurst. 4
Dicho contrato significó la venta de 2 millones de toneladas de guano por valor de 73 millones de soles. La suma obtenida permitió al Gobierno de Balta emprender una gigantesca política de obras públicas, especialmente la construcción de ferrocarriles, todo lo cual dio lugar a una gran corrupción que tendría luego consecuencias en las relaciones con Chile, durante y después del conflicto bélico.
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La amistad entre Billinghurst y Piérola se remonta a la década de 1870 y fue nutrida por numerosas aventuras insurreccionales. Efectivamente, Billinghurst también era un hombre de acción, un insurrecto. Estuvo en las diferentes aventuras de Piérola, por disparatadas que estas parecieran, como la aventura del Talismán, la asonada de Moquegua y la toma del Huáscar. Luego del Gobierno de Balta, Piérola sería elegido diputado por Arequipa, pero el recientemente fundado Partido Civil en 1871 por Manuel Pardo tachó su elección. Piérola partió al exilio, primero a Chile y luego a Europa, a Francia específicamente, manteniéndose alejado de la vida política peruana hasta 1874. El propio Pardo gobernaba el Perú, constituyéndose en el primer presidente civil, y el Califa ya era su enemigo declarado.
El Comercio de Iquique El 27 de junio de 1874 aparecería en Iquique el primer número del semanario El Comercio, fundado por Billinghurst y por el poeta y teniente alcalde de esa ciudad, Modesto Molina, ambos serían sus redactores. Los propósitos de esta publicación eran dar a conocer la situación de la región de Tarapacá, defender la industria salitrera y ejercer fuerte oposición contra el Gobierno civilista. Billinghurst redactaría los textos de dura polémica contra la política salitrera de Pardo, aun cuando muchos de ellos no fueran firmados, pero se descubre fácilmente su pluma y estilo una vez conocidos los diversos libros que escribió sobre estos temas.5 En la primera entrega los redactores resumen su papel del siguiente modo: «El escritor no se pertenece a sí mismo. Tiene él que recoger las ideas de todos, y buscar en su uniformidad el sentimien5
Agradezco la búsqueda hemerográfica realizada por la historiadora Delfina González del Riego, quien rescató la información contenida en El Comercio de Iquique que se utiliza en este texto.
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to que domina en las mayorías, para unificarlo por medio del poderoso órgano de la prensa». Una nueva entrega tiene como interés central llamar la atención sobre la necesidad de que el Consejo de Iquique dé luz verde para que una empresa extranjera instale el gas en la ciudad, como ya lo había determinado la Corte Suprema. El Comercio señala que solo debe hacer tres cosas: «el bien, el bien y el bien». En un nuevo número (15 de julio de 1874) informa que en 1870 se formó la Compañía Sudamericana de Vapores, algo plenamente justificado: «Su estado actual es el mejor justificativo de la protección que el público le ha dispensado, merced a sus importantes servicios y a las ventajas que ha proporcionado al comercio e industrias del Perú, Bolivia y Chile». Posteriormente (27 de julio) aparece el artículo crítico «D. Manuel Pardo. (Retrato a la pluma)» en el que se establece sin lugar a dudas el papel de opositor al civilismo de esta publicación. Estas son algunas frases que se pueden leer: «He aquí un hombre de quien no puede decirse que su vida ha sido corta pero gloriosa». «No es muy poblada la hoja de servicios de Pardo», lo que significa para los redactores que para ser presidente del Perú no se necesitan «grandes méritos ni virtudes republicanas». Aunque reconocen que su mejor labor fue como director en la Beneficencia Pública de Lima, «la única página que sobresale en su corta vida pública civil», señalan que protagonizó escándalos, pagó a manos llenas, prometió fortunas y ofreció un programa imposible de realizar; acusan que no ama a la república y que no se ha sacrificado por ella. Para completar su perfil lo describen como vanidoso, por eso lo llaman «ídolo de barro»: «Alguien ha dicho que los ojos son el espejo del alma. La de Pardo debe ser sombría, helada, impasible…». A partir del 11 de agosto la disputa empieza a ser más encarnizada debido al discurso presidencial del 28 de julio, en el que Pardo aborda el tema del Estanco del Salitre en Tarapacá, al que se oponen los redactores de El Comercio de Iquique señalando que, precisamente porque no ha funcionado, el gobierno se ha visto obligado a impo-
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ner un impuesto de 15 centavos. Es más, afirman que en dos años de «república práctica nada se ha hecho por el país». Sobre el mismo tema, los redactores desmienten al Gobierno asegurando que el salitre no le quita mercado al guano, como sí lo hacen los abonos artificiales. Destacan que el salitre boliviano será la competencia, y con respecto a Chile señalan que estamos en desventaja porque en dicho país no hay tantas restricciones legales para el comercio, y porque los legisladores peruanos no se dan cuenta de ello (30 de octubre). Esta misma entrega nos da la noticia de que el Talismán ha sido capturado. Lo que ocurrió fue que Piérola, proveniente de Glasgow a bordo de la nave Talismán, llegó a Quinteros (Chile) y el 10 de octubre tomó a la fuerza la embarcación junto con otros 48 hombres, entre los que figuraba precisamente un Billinghurst de apenas 23 años de edad. El objetivo que perseguían Piérola y sus secuaces era muy claro: derrocar a Pardo. Entonces empezaron las correrías. Piérola quiso desembarcar en Pacasmayo, pero ante la imposibilidad de ello decidió hacerlo en Pacocha, sin prever que quien patrullaba la costa entre Pisco y Arica era el mismísimo Miguel Grau, al que pudo eludir hasta que la nave fue capturada en Tacna pero no así los «revoltosos» que siguieron su camino hacia Moquegua, según el informe de Grau al prefecto de Tacna enviado desde Arica el 2 de noviembre. Finalmente, Piérola y su tripulación pudieron llegar a Moquegua el 31 de octubre (Basadre, 1970, pp. 401-406). Aquel 2 de noviembre de 1874, Piérola daría a conocer su autoproclamación como Jefe Supremo Provisorio de la República en ceremonia que Jorge Basadre califica con razón de ridícula. En el artículo primero de su manifiesto firmado en Alto de la Villa (Moquegua) señala: «Desde esta fecha asumo el ejercicio del Poder Ejecutivo del Estado, bajo la denominación de Jefe Supremo Provisorio de la República, por el tiempo necesario para el restablecimiento del régimen legal, y con las facultades acordadas por el mandato popular». En otro documento, del 4 de noviembre, declara libre
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«la elaboración y exportación del salitre en la Provincia Litoral de Tarapacá». Y se dirige a los ciudadanos para decirles: «[…] no soy yo sino el primer soldado de la República, el primero solo para el esfuerzo y el sacrificio». En los meses de noviembre y diciembre, El Comercio de Iquique defendería a la inversión extranjera para levantar la industria salitrera (10 de noviembre) y polemizaría con El Nacional sobre dicho tema (20 de noviembre), sobre el Estanco (10 de diciembre) y nuevamente acerca de los capitales extranjeros y nacionales (24 de diciembre). Mientras estas discusiones ocurrían, Piérola enrumbaba hacia Arequipa. A las 5 de la madrugada del 30 de diciembre de 1874, Grau capturaría a Piérola —ahora sí— y a los rebeldes. Como dice Basadre, resumiendo los avatares del caudillo: «Allá iba a tierra Piérola y su diminuta hueste, en pequeño barco, sin víveres, sin agua, ni planes definidos, pero al mismo tiempo, gallardo, inflexible, temerario». Acciones como esta le valieron al Califa el aura de caudillo romántico. Frente a tales acontecimientos El Comercio de Iquique se preguntaba «¿qué hará el vencedor?» y respondía que «debe dejar libres a los ciudadanos y el país que ellos forman; debe dejar libres las industrias y los elementos que contribuyen a la existencia misma de la Nación» (24 de diciembre). Deportado nuevamente, Piérola tuvo que volver a exiliarse. Luego de estar en Bolivia un breve tiempo, se trasladó a Chile en 1875. Desde ahí, siempre apoyado por Billinghurst, intentaría otra insurrección. A mediados de marzo se produjo el combate de Torata en el cual se creyó que Billinghurst había muerto, aunque en verdad solo partió al destierro, como informa El Comercio en su edición del 20 de marzo de 1875. En la misma edición se publicaría la carta que Billinghurst le dirige a Modesto Molina desde Pisagua el 16 de marzo de 1875. «El pueblo justamente descontento trata de reivindicar sus derechos conculcados y la revolución patentiza el retroceso en las industrias del comercio y de toda la parte material del Estado». Billinghurst considera la creación del Estanco del
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Salitre como la causa del descontento y que la voluntad de Pardo «se ha sobrepuesto a todo». En su recorrido —cuenta— pudo ver los trabajos agrícolas del Tamarugal y concluye, con desencanto, que no le reportarán nada al fisco. Ofrece que más adelante enviará su versión de la aventura del Talismán, porque considera que la explicación oficial ha distorsionado los hechos. En una nueva carta, esta vez desde Limache, el 15 de mayo de 1875, Billinghurst se refiere al proyecto de expropiación de las salitreras, que ya había recibido sanción en la Cámara de Diputados el 10 de abril, basándose en la idea falsa de que el salitre compite con el guano. Billinghurst se opone a ese plan porque —dice— significaría un endeudamiento innecesario del Estado, además de que se prestaría a negociados: «¡Qué clase de contrato hará el gobierno con los capitalistas que suministran los fondos para la expropiación y los tres millones de libras!», mientras que Tarapacá se sumergiría en «una ruina desastrosa»: «[…] no queda otro recurso a los talentos y conocimientos financieros de don Manuel Pardo, que matar una de las más importantes y florecientes industrias de la nación, sumiendo en la misma a una no pequeña fracción del pueblo peruano —a 30,000 habitantes». Finalmente, Billinghurst recuerda que estuvo más de año y medio fuera del país. Pocos meses después, El Comercio, en su edición del 14 de noviembre de 1875, en la columna «Crónica local», le daba una efusiva bienvenida: Saludo.- Se halla entre nosotros nuestro querido compañero y amigo Guillermo E. Billinghurst, después de un largo destierro. Le saludamos muy afectuosamente y le deseamos que su permanencia le sea grata en esta ciudad. Desde el próximo número se hará cargo nuestro amigo de la redacción de El Comercio.
Billinghurst aprovecharía su reinstalación en Iquique para lanzar su campaña política. Su diferente manera de entender la política a la de las élites del guano, le permitiría ser un diputado de gran
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aceptación, con arrastre popular.6 A pesar de la crisis desatada por el asesinato del presidente Manuel Pardo en 1878, y sin importar que había sido su adversario político, Billinghurst se opuso, junto a otros dos congresistas, a la suspensión de las garantías constitucionales. Fue una actitud que lo pintaba como un defensor consecuente de las instituciones y que fue comentada por González Prada de manera elogiosa en el inicio de su artículo «La retirada de Billinghurst» (aunque después lo continuaría con agudas críticas): Cuando Manuel Pardo cayó herido de muerte, se creyó generalmente que al asesinato seguiría una revolución, y para facilitar al Gobierno los medios de conjurarla, se presentó en el Congreso una proposición declarando «la Patria en peligro» y «suspendidas las garantías individuales». La proposición quedó sancionada casi por unanimidad, pues solo tres representantes osaron votar en contra: un señor Sánchez, un señor García y Billinghurst (González Prada, 1939).
Por su parte Piérola, según el plan que había trazado para derrocar al ya presidente Mariano Ignacio Prado, se traslada a Arica el 3 de octubre de 1876 y tres días después, con sus compañeros de aventura con los que se había reunido en Torata, tomaría Moquegua. Pero nuevamente sería derrotado por las fuerzas del orden, esta vez en Yacango; finalmente volvería al destierro el 19 de octubre, otra vez a Chile, en donde residiría hasta 1877. Una nueva sublevación en la que Billinghurst secundaría a Piérola ocurriría el 6 de mayo de ese año, cuando oficiales y civiles tomaron el monitor Huáscar en el Callao. El presidente Prado autorizó la aprensión de la nave ofreciendo recompensa. El 9 de mayo, los sublevados dieron a conocer una proclama y declararían Jefe Supremo del Perú 6
Desde entonces, Billinghurst ya se oponía a la alianza defensiva con Argentina, pues consideraba que de producirse un acuerdo con dicho país sería como hacer caer una maldición sobre el Perú.
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a Piérola, quien algunos días después publicaría un manifiesto en Valparaíso. Luego de pasar por Quilca y Pisagua, el Huáscar embarcaría a Piérola en Antofagasta junto a Juan Martín Echenique y, por supuesto, Billinghurst. En Mollendo, el Huáscar se toparía con el vapor inglés Santa Rosa y con el John Elder en Arica, que exigían se les entregara la correspondencia para su Gobierno, a lo que los rebeldes se negaron. El almirante Horsey en el Callao les dirigió un ultimátum por sus actos inamistosos contra súbditos ingleses y sus propiedades. En Pacocha, el 29 de mayo, el Huáscar recibiría un cañonazo de la corbeta Amethist, comandada por Horsey, quien requirió la rendición pero sin encontrar respuesta satisfactoria. Se inició el combate que finalmente obligó al Huáscar capturado a abdicar (Basadre, 1970, p. 407). Las constantes acciones políticas insurreccionales de Piérola implicaban altos gastos que él, que no tenía fortuna, no estaba en condiciones de subvencionar. Ante esta situación, Basadre sostiene que el Califa supo comprometer de amigos y socios la ayuda económica necesaria. Por un lado, Dreyfus, pero también propietarios peruanos como Miguel Iglesias, Juan Martín Echenique, parte de la familia Goyeneche, Dionisio Derteano (cuestionado presidente del Banco Nacional del Perú por la emisión fraudulenta de billetes en 1875) y un Billinghurst que ya estaba dispuesto a ser parte de la historia del Perú (Basadre, 1970, p. 407).
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II De miliciano a cónsul (1879-1893) Billinghurst tuvo una participación valiente y decidida en la Guerra con Chile. Luego del cuestionable viaje del presidente Mariano Ignacio Prado a Europa para comprar armamento, Piérola se declararía Jefe Supremo de la República, instaurando la dictadura en diciembre de 1879.7 Muchos de los que fueron sus adversarios hasta la víspera debieron acatar sus órdenes; esto es parte de la explicación del desbarajuste que se exhibió en la conducción de la guerra, y los conflictos que emergieron durante su desarrollo. Sería el mismo Piérola quien nombraría a Billinghurst coronel del Ejército de Reserva y luego jefe de Estado Mayor del Ejército del Norte. Piérola buscó invadir Tarapacá por territorio boliviano y sería Billinghurst quien —en febrero de 1880— viajaría a explorar la zona del lago Titicaca y el río Desaguadero.8 7
Posteriormente, Manuel González Prada en «Piérola», acusaría en su estilo al caudillo: «Chile mismo no habría elegido mejor aliado. Cuando convenía ceñirse a disciplinar soldados, reunir material de guerra y aumentar los recursos fiscales, Piérola remueve las más pasivas instituciones: era el caso de ordenar, y desordena; de hacer, y deshace; de conservar, y destruye; de operar, y sueña. En el estado de guerra, cuando las funciones del cuerpo social son de más intensidad y de mayor extensión, suprime órganos o les sustituye con mecanismos artificiales y muertos. Peor aún: asume el Poder Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial, el Generalato en Jefe del Ejército, el Almirantazgo de la Marina, en fin, presume realizar una obra que no imaginaron Alejandro, César, Carlomagno ni Bonaparte. Un dedo pretende monopolizar todas las funciones del organismo» (1938, pp. 158-159). 8 El decreto fue firmado por el general Miguel Iglesias el 28 de enero de 1880 en el Despacho de Guerra de la Secretaría de Estado con el siguiente contenido: «Señor Coronel D. Guillermo E. Billinghurst S.E. el Jefe Supremo se ha servido expedir con esta fecha el siguiente decreto: Debiendo practicarse un reconocimiento militar en los Departamentos del Sur de la República y en algunos de Bolivia: nómbrase una comisión compuesta del Coronel provisional D. Guillermo E. Billinghurst, del Ingeniero militar D. Augusto Tamayo, y del Teniente de
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Su conclusión fue que dicha operación era posible de ser llevada a cabo. Luego, en 1881, cuando el ingreso del ejército chileno a la capital, participaría decididamente en la defensa de Lima en el Morro Solar, en la batalla de San Juan del 13 de enero de 1881. Tras la derrota sería apresado y enviado a Chile, junto a Miguel Iglesias, Carlos de Piérola y Miguel Valle Riestra. Pedro Dávalos y Lissón relata una anécdota que pinta de cuerpo entero la valentía y osadía de Billinghurst: A las dos de la tarde, el ministro de Guerra don Miguel Iglesias, su ayudante Víctor Castro Iglesias, el jefe de Estado Mayor don Guillermo Billinghurst, don Carlos de Piérola, jefe de Guardia peruana, el coronel Valle Riestra, su hijo Alfredo, teniente, y otros de más alta graduación, en conjunto, fueron tomados prisioneros y puestos en la fila para ser fusilados. Pasó esto en el Malecón de Chorrillos: Guillermo Billinghurst rompió la línea, dio algunos pasos al frente y encarándose con el sargento chileno que mandaba el pelotón de soldados, le dijo pasando la vista por los prisioneros: ‘El señor es el ministro de Guerra, el coronel Iglesias; el que le sigue es el coronel Carlos de Piérola, hermano del Presidente de la República, yo soy el jefe de Estado Mayor y los demás son militares de alta graduación. ¿No es de mayor honra y provecho para usted entregarnos vivos al general Baquedano y no decirle después de fusilarnos que nos ha victimado, lo cual tal vez no se lo crean y de ninguna manera se lo agradezcan?’. Sin decir una palabra, el sargento chileno suspendió la orden de fusilamiento. Billinghurst se acercó a él y le regaló su reloj de oro. Este jefe de Estado Mayor que debió ser fusilado el 13 de enero llegó después a la Presidencia de la
la Armada D. Bernardo Smith, quienes para cumplir su cometido deberán sujetarse a las instrucciones que la Secretaría de Guerra dará oportunamente al Coronel Billinghurst, jefe de dicha comisión. Y lo transcribo a U.S. para su conocimiento y demás efectos. Dios guarde a U.S. muchos años Miguel Iglesias» (Tamayo, 2011, p. 9).
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República y lo mismo pasó con Miguel Iglesias en 1883. Cuántas y raras novedades tienen la historia en su tortuoso camino y cuántos acontecimientos por causas entorpecedoras no debieren haberse realizado (Basadre, 1970, p. 301).
Cartas de Billinghurst a Piérola. Camino al desastre Billinghurst fue, pues, un protagonista de primera línea en la Guerra del Pacífico; pero no solo fue un actor, sino también un analista agudo y meticuloso del paso de la política durante los tiempos del conflicto armado internacional. Prácticamente desde el inicio de la guerra, Billinghurst ya encontraba «indignidades, perfidia y estupidez» en las altas esferas oficiales (carta a Piérola, Iquique, 24 de junio de 1879) que justificarían su desesperanza en los políticos peruanos, especialmente los civilistas. Pero dentro del desastre también encontraría el aspecto positivo del patriotismo que está de su lado precisamente, como se lo dice a su amigo y líder: «Fíjese que esta cuestión tiene dos aspectos. El patriotismo, al cual está directamente vinculado el pierolismo, y mi situación de representante de Iquique (teatro de la guerra). Creo que el Congreso será un fiasco. Me resignaré a arrastrar mi parte de responsabilidad en esto».9 El conflicto armado tendría consecuencias fundamentales en el vínculo de Billinghurst con Tarapacá. A poco más de un mes de realizado el combate de Angamos, con la captura del Huáscar y la muerte de Miguel Grau y otros héroes el 8 de octubre, un Billinghurst amargado escribe a Piérola desde Arica el 26 de noviembre de 1879, lamentándose de la derrota de San Francisco ocurrida el 19 de noviembre de 1879, la «que ha sido lo más vergonzosa posible […]. Un ejército de 9300 hombres contra 3500 9
Las cartas de Billinghurst son manuscritas, y aunque su caligrafía es más o menos clara, no siempre fue fácil su lectura, más aun cuando hay misivas sumamente extensas, y algunas ya muestran el deterioro producto de los años y del ambiente.
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enemigos, y después de haber perdido solo 40 hombres se dispersa; por ignominia». Señala además que Iquique está tomado «por 50 chilenos»: «Dejemos a esa gente seguir la senda de la deshonra». Billinghurst tenía razones de sobra para esta amargura, pues las tropas peruano-bolivianas esperaban el refuerzo de 5 mil soldados provenientes de las fuerzas comandadas por el propio presidente y general boliviano Hilarión Daza, con los cuales la victoria era una cosa segura, pero, a mitad de camino, Daza dio la orden de retroceder, dejando en evidente desventaja a los aliados.10 Este sería un punto crucial de la guerra, cuyas consecuencias se harían evidentes en la subsistencia de la alianza entre Perú y Bolivia. El propio Daza sería destituido pocas semanas después. Billinghurst aprovecha la comunicación epistolar para expresarle a Piérola su opinión sobre el que quizás fue el hecho más vergonzoso de la guerra: la fuga del presidente Mariano Ignacio Prado el 18 de diciembre de 1879, luego de haber dirigido la defensa desde Arica. Primero, Billinghurst asegura que hay una conspiración de la que participan todos los jefes: «El objeto es deponer y decapitar a Prado». A Lizardo Montero —jefe de las fuerzas de Arica— le han ofrecido el mando supremo pero no ha aceptado. Luego, expone rudamente que «Prado ha celebrado consejo de jefes para hablar de su ida a Lima y esto está acordado, Ud. comprende que esto es una fuga a Panamá. He allí al héroe del 2 de mayo. ¡Farsantes!». Ahora es más comprensible el odio de Billinghurst contra los civilistas; ya es muy claro por qué fueron los hijos del expresidente los que le dieron el golpe de Estado en febrero de 1914.11 El famoso viaje de 10 El héroe militar y político argentino, Roque Sáenz Peña, que defendió la causa peruana en el campo de batalla, diría que la acción traicionera de Daza «[…] ha herido en el corazón los destinos de la Alianza peruana-boliviana, pero él ha muerto civil y militarmente y no tardará en sentir el anatema de su pueblo y de su ejército, sufrido y valeroso» (Martínez, 2010, p. 39). 11 La corrupción durante el gobierno de Prado parece que también fue espectacular. Según palabras de Víctor Andrés García Belaunde, quien está finalizando una profunda investigación sobre dicho gobierno, comentando el libro de Alfonso Quiroz sobre los círculos de la corrupción afirma sobre este: «También comete errores cuando acusa a Manuel Pardo
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Prado ha sido motivo de muchas interpretaciones y debates: decisión discutible de un personaje polémico.12 Prado representa a los ojos de Billinghurst el civilismo antinacionalista. En pleno despliegue de la guerra, con la frialdad de un cirujano, Billinghurst describe el carácter de los tarapaqueños, al mismo tiempo que busca razones. En efecto, en una nueva carta le dice a Piérola: «La gente de Tarapacá, con raras excepciones, no es patriota; se apega más al dinero y al trabajo que a cualquiera otra cosa. Gente explotada y vejada por los de Lima, gente tiranizada por los gobiernos desde la independencia acá; que guarda profundo rencor contra los de Lima…» (Arica, 30 de noviembre de 1879).13 En de corrupto, sindicándolo como el autor de la compra de dos navíos de guerra sobrevaluados, comprados en Estados Unidos, rebautizados como Manco Cápac y Atahualpa; equivocándose, pues dichos barcos fueron comprados por Prado y su ministro Pío Cornejo en las postrimerías de 1867 (los documentos sobre el tema que hay en el Archivo de la Cancillería y el Informe de la Comisión Investigadora del Congreso de los EE.UU. así lo demuestran). Y, a propósito de ese tema, llama la atención que no se refiera a la inmensa corrupción que hubo durante el Gobierno del general Prado, al que además tilda de ‘dictadura patriótica’; sin referirse a las graves acusaciones de corrupción que se hicieron durante sus dos gobiernos, y a raíz de su fuga en plena guerra trata de justificar la actitud de Arnaldo Márquez cuando este fue el operador de la compra de los sobrevalorados navíos a través de un intermediario, que ni era propietario de los mismos (Alexander Swift). Quiroz incluso afirma que revisó el archivo de la Casa Grace (Universidad de Columbia) y solo rescata las cartas sobre unas compras de caballos, cuando en realidad dicho archivo contiene mucha correspondencia de negocios extraños entre Prado y los Grace, archivo que he consultado para mis investigaciones, ya que incluso en esta compra hubo claros indicios de ser una transacción sospechosa. La información de las 60 cajas que hay en dicho archivo es sumamente vasta. Por ejemplo, la carta mediante la cual Prado desde Arica (junio de 1879) le pide a Grace que le descuente una letra por 4.000 L.E. contra un banco en Londres. Esta sola carta demostraría que el viaje de Prado fue meticulosamente preparado con la complicidad de los Grace, quienes lo recibieron cuando llegó a Nueva York, el 7 de enero de 1880, en compañía del cónsul chileno en Estados Unidos, e hicieron de traductores en una entrevista para el New York Herald al día siguiente» (García Belaunde, 2013). 12 Víctor Andrés García Belaunde (2014) ha publicado un exhaustivo estudio sobre el famoso viaje de Prado. 13 Carlos Donoso Rojas explica esta desafección de los pobladores de Iquique con la nación peruana, debido a la escasa presencia del Estado y a su práctico olvido de esa región. «La ciudad de Iquique, hasta noviembre de 1879, creció y se organizó en base a los intereses particulares de sus habitantes y a condicionantes sociales, geográficas y naturales, no en torno a un Estado configurador. Esto puede explicar lo que en junio de 1879 un oficial peruano llamó ‘el pobre espíritu nacionalista de esta población’ y la nula resistencia a la ocupación chilena» (Donoso Rojas, 2003, p. 158).
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estas líneas, Billinghurst deja explícito el resentimiento de los tarapaqueños hacia los limeños, que al final de cuentas también es su propio rencor. Pero es excesivo generalizar; no es contra todos los limeños en forma abstracta que el empresario salitrero enfila su amargura, específicamente es en contra de la élite que domina el país desde sus cómodos sillones de sus amplias casonas.14 Este es uno de los rasgos fundamentales de Billinghurst, su radical oposición a la plutocracia limeña, antipatriota y cobarde además (salvo contadas excepciones), así como su odio a las oligarquías provinciales y feudales del resto del país, especialmente de las zonas altoandinas. De este modo, no entendía el carácter de «la gente» de Tarapacá como una condición natural, sino como un resultado histórico. En un sentido inmediato, Billinghurst temía que el alejamiento de los tarapaqueños respecto de Lima y los vínculos que iban tejiendo paralelamente con Chile, gracias a su «prudente y sabia» administración, los lleve a hacer causa común con el país del sur, lo que —profetiza— sería una condición irreversible. En otro momento de la misma misiva, Billinghurst da cuenta de que «la marcha precipitada (y sin duda aconsejada, sostiene, por Montero) de Prado paralizó por completo los trabajos en el sentido que le indicaba» para enfrentar al enemigo. Billinghurst no vacila en definir a Montero como un traidor, un mentiroso que ahora ha quedado como general en jefe cuando ese cargo había sido ofrecido al propio Billinghurst. Pero hay algo más que lo indigna, y es que en el 14 Desde una ubicación opuesta, el antipierolista Ramón Rojas y Cañas evaluaría de manera similar la situación de 1880: «Cuanto más acentuado es el desorden administrativo, tanto más costosa debería ser la guerra; pero también cuanto seria ella tremenda y tenaz. A medida que un pueblo posee mas conciencia de su dignidad nacional, es menos humilde ó sumiso; esto es, practica menos esa obediencia ciega que se toca con el servilismo, en cuyo caso, si los gobernantes incurren en negligencia ó en algún desaliento para las cuestiones de honor patrio, el pueblo que atribuye ese efecto á debilidad ó á incapacidad, está muy cerca de entrever la traición y estalla en santa cólera, concentrando toda su acción, todos sus instintos y toda su energía en una salvadora sustitución de gobernantes, como ya se ha visto en el mes de Diciembre de 1879» (citado en Chávez, 2010, p. 197).
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combate de Tarapacá (27 de noviembre de 1879) no ha habido muertos: «todo es farsa indigna […]. Todo es un cúmulo de contradicciones y mentiras y de real y positivo la deshonra». En la comunicación desde Arica el 17 de diciembre de 1879, la desazón de Billinghurst se profundiza: «es claro; la carcoma, el servilismo, la epidemia social que devora a este infortunado país no se puede detener de golpe». Igual sentimiento expresaría González Prada en su famoso «Discurso en el Politeama»: «[…] las armas del enemigo fueron nuestra ignorancia y nuestro espíritu de servidumbre». A fines de ese año la situación política empeoraría en medio de la ya inevitable debacle militar con el cuestionado —políticamente inconveniente y moralmente censurable— y ya mencionado viaje del presidente Prado a Europa y la autoproclamación de Piérola como Dictador. Mientras tanto, en Bolivia también ocurría un golpe de Estado cuando Narciso Campero depone al presidente Daza. En medio de tal caos, la avanzada chilena casi no encontraría oposición. El 7 de enero de 1880, es decir, a pocos días de establecer la Dictadura, Piérola trató de que los títulos de la deuda externa sean convertidos en acciones de ferrocarriles, consolidando así en una sola las deudas de 1870 y 1872. Las vías ferroviarias serían adjudicadas a los tenedores de bonos, pero estos no aceptaron la propuesta. Inmediatamente, Piérola arreglaría con Dreyfus un nuevo pacto que generaría duras críticas. Entre el 13 de abril y el 22 de mayo de 1880, Piérola expidió siete laudos que reconocían más de 13 millones de soles a favor de la casa francesa, además de la autorización sin límites para la explotación del guano, entre otras concesiones. Pero los acreedores británicos del Perú se opusieron a Dreyfus, al igual que los acreedores franceses y adversarios políticos. Finalmente, el nuevo contrato con Dreyfus fracasaría. Como resume Basadre: «Fue una gestión desacertada e infausta» (1970, p. 265).
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El 7 de junio de 1880 se dio la batalla de Arica, con el conocido sacrificio de los soldados peruanos, con Francisco Bolognesi a la cabeza. Ese fue el día también de la inmolación de Alfonso Ugarte en el Morro. Fue él quien estimuló el ingreso a la política de Billinghurst. Como recuerda Sergio González Miranda (2004a, p. 63), en 1876 se había constituido en Iquique un consejo provincial, teniendo como alcalde al propio Ugarte. Como homenaje, Billinghurst escribiría Corona fúnebre de Alfonso Ugarte, en 1880. Pero el heroísmo no bastaba para enfrentar al enemigo. Internamente, la organización para la guerra mostraba graves problemas. Como le indica Billinghurst a Piérola desde el campamento de Cauto (Lima, 3 de setiembre de 1880), las provisiones no están llegando oportunamente a la tropa: se les está debiendo dos días y medio de raciones de arroz, el rancho es pésimo, no han llegado los camotes en la cantidad necesaria: «Parece que hubiese un estudio especial en hostilizarnos a fin de demostrar, sin duda, que no podemos vivir sin el tutelaje vejatorio». Billinghurst sospecha que hay un interés de los contratistas de la provisión, y que si por él fuera rompería el contrato, pues no aseguran la remisión oportuna de víveres como demanda la situación. Precisamente al día siguiente, la expedición del ejército chileno, comandados por el general Patricio Lynch, iniciaría en la Costa Norte la destrucción de las haciendas y propiedades. El 27 de setiembre de 1880, pero esta vez desde Huaral, Billinghurst insiste en el tema de los pertrechos: le informa a Piérola que el comandante Carvajal está gestionando por su indicación mil pares de zapatos y 300 frazadas; además, informa, no hay arroz y sal. Y si bien el rancho es bueno, carecen de remedios, falta sulfato de quinua y purgantes; felizmente, dice, el clima ayuda, no así la organización del Estado. El 22 de octubre de 1880 se realizan inútiles negociaciones de paz en Arica, con la mediación de los Estados Unidos. Entre el 22 y 26 de diciembre se produce el desembarco de las fuerzas de ocu-
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pación chilenas en Lurín. Por su parte, Piérola ya había nombrado al coronel Aurelio García y García, secretario general del Estado —quien había combatido al lado de Grau y era, además, un connotado personaje político—. A él se dirigió Billinghurst casi desesperadamente a inicios del año siguiente. El 5 de enero de 1881, desde Santa Teresa (Lima), Billinghurst le advierte que Bernardo Toro, del batallón Callao, es chileno. Ese mismo día, acusa que Fernandini ha estado divulgando absurdos sobre Ancón. Por nueva carta del 10 de enero, también desde Santa Teresa, nos enteramos que Billinghurst comunica a García y García que ha dado de baja al teniente Pitot y sugiere en su reemplazo al teniente Smith. Los ánimos están tensos, pues el enfrentamiento es inminente. Efectivamente, el 13 de enero de 1881 ocurre la batalla de San Juan que encuentra a unas fuerzas peruanas improvisadas15 y, por ello, fácilmente derrotadas; Chorrillos es destruido y Billinghurst, junto con otros, es hecho prisionero. El 15 de enero de 1881, en la batalla de Miraflores, la reserva también es vencida; ahí Lima fue defendida por niños, niños héroes. Esta improvisación llevaría a relatar a González Prada — aludiendo a la incapacidad e inmoralidad de las élites dominantes, y específicamente a la inutilidad de Juan Martín Echenique—, lo siguiente: «Un profesional nos enseñaba la Táctica del Marqués del Duero, o mejor dicho, la aprendía con nosotros» (1985). Pero también se percató de la responsabilidad que recaía sobre las nuevas generaciones: «Niños, sed hombres temprano, madrugad a la vida, porque ninguna generación recibió herencia más triste […]» (2003).16 Los invasores ya no tendrían ningún problema para to15 El historiador chileno Gonzalo Bulnes, en su libro La Guerra del Pacífico (tres volúmenes, 1911-1919), describe: «El ejército de línea se encargaría de defender las posiciones de Villa San Juan; la Reserva, la línea de Miraflores […] En el ejército de línea figuraba en un puesto elevado don Guillermo Billinghurst» [Ver Hildebrandt en sus trece, 3 al 9 de febrero del 2017, p. 19]. 16 Juan Martín Echenique —hijo del expresidente del Perú Rufino Echenique, que ha pasado a la historia como uno de los mandatarios más corruptos— fue ascendido por Piérola al grado de coronel en 1880, y tuvo como misión organizar el ejército de reserva y dirigir la
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mar Lima (17 de enero), Piérola se retiraba a Ayacucho y al mes siguiente —el 22 de febrero de 1881— el gobierno chileno impondría al presidente Francisco García Calderón (que luego de negarse a ceder Tarapacá sería deportado a Chile, siendo sucedido por Montero). Se trata del gobierno que Palma (1979) llamaba con ironía de los «magdalenos» por tener su sede en Magdalena, hoy distrito de Pueblo Libre. El 25 de marzo, desde Lima, Billinghurst se dirige a Carlos Piérola para compartir su evaluación sobre la situación del conflicto con Chile y sobre la actuación de Piérola, de quien dice no ha tenido buenos asesores que le informaran con veracidad y puntualidad sobre los acontecimientos. Billinghurst señala que el Presidente Provisorio, García Calderón, trató de imponer a los delegados chilenos la desocupación militar de Lima y la entrega de la aduana trasladándola a Ancón, comprometiéndose a sufragar los gastos de la ocupación, el levantamiento de bloqueos y la devolución de los prisioneros. Sin embargo, los chilenos descartaron el retiro de Lima. Billinghurst entiende que «no quieren entrar en negociaciones». Continúa diciendo que García Calderón quiso ganar tiempo buscando influir en el ánimo de los invasores con la esperanza de que abandonen sus pretensiones; evalúa que ello no ocurrirá, pues «temen» dejar Lima por cuestiones de estrategia política. Entre la salida de Piérola y la toma de García Calderón pasaron cerca de 40 días que el Califa no supo aprovechar, prefiriendo la inacción precisamente por estar mal aconsejado, se lamenta Billinghurst. Considera además que García Calderón se verá obligado a hacer una «farsa de dimisión», y que declarará algo así: «Llamado por el pueblo para tratar con los invasores acepté defensa de Lima. En la batalla de Miraflores estuvo al mando de los doce batallones que conformaban la reserva, de los cuales solo uno participó activamente. Echenique fue muy reprochado por su falta de iniciativa, a la que se atribuyó en parte la derrota de los peruanos. Jorge Basadre lo describe muy duramente como «intermediario, semidiplomático y comisionado de negocios del Presidente Balta enriquecido y derrochador de grandes sumas en París, jamás al servicio del ejército».
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ese escabroso puesto por puro patriotismo; las condiciones que me impone el ejército invasor son inaceptables para el decoro nacional, etc. y por lo tanto me veo en el caso de declinar del honor que se me ha confiado». Ante esa situación, recomienda Billinghurst, le toca actuar a Piérola, y propone una serie de acciones para recuperar posiciones con gente de confianza. Y luego vuelve a pensar en cómo aconsejar al caudillo: «Sea cual fuere el desarrollo que tomaran estos acontecimientos ante todo, y mientras no veamos iniciadas de un modo serio las negociaciones entre García Calderón y los chilenos, es preciso contener la pluma a Don Nicolás», declara, por más que quiera arremeter en contra de quienes firmaron el acta oponiéndose a la dictadura. Billinghurst sostiene que hay que «destruir la resistencia de los suscriptores del acta» y «desprestigiar a los promotores de ella». Para lograr ambos propósitos, aconseja que Piérola declare que estaba de acuerdo en la conformación de la Junta de Gobierno en Lima para conocer exactamente la posición de los chilenos sobre el tema de la paz; e insinuar que él y García Calderón han actuado de acuerdo. Con estas declaraciones, Piérola —analiza Billinghurst—, pondría «fuera de acción» tanto a chilenos como a civilistas, pero entrevé que Piérola «no procede con la cordura y frialdad de siempre». Finalmente, propone: «[…] creo indispensable la inmediata e ineludible, convocatoria a un Congreso en Jauja o Huancayo. A su llamamiento acudirán los pueblos, desoyendo el llamamiento del gobierno de Lima. Las autoridades departamentales son suyas, cambiando unos cuantos de color dudoso, el Congreso le pertenecerá». La carta desde Iquique, del 1 de octubre de 1881, es enviada cuando Billinghurst ya está confinado al destierro. Merece ser transcrita en su integridad porque constituye un descarnado y brillante análisis de la situación, sin artilugios y con un gran odio al civilismo.
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Mi respetado Sr. y amigo: Consideraciones especiales a la situación desgraciada en que me encuentro desde el fatal 13 de enero me han privado de escribir a Ud. durante mi permanencia en este departamento. Ud. comprenderá, no lo dudo, la magnitud del sacrificio que me he impuesto, al segregarme de las filas que aun combaten por mi país. La suerte ha querido someterme a esta prueba ruda e inaguantable. Con pesar profundo, con verdadera repugnancia diviso, desde este destierro, los acontecimientos que, día a día, se van desenvolviendo en Lima. Apenas entra todo ello en la jurisdicción de lo creíble. La farsa ha invadido todas las esferas sociales. Nada hay, absolutamente nada, digno de respeto ni consideración. Mientras tanto, la situación del país, a pesar, de los esfuerzos que el patriotismo aplaude, pero que considero aislados y casi individuales de parte suya, es, a cada instante peor y oscura. No veo el objetivo. Verdad que ignoro si hay alguna combinación diplomática que es la única manera de salvar la crisis tremenda que atravesamos. Las montoneras, el ataque simultáneo de Montero, Cáceres y las tropas bolivianas, si es que llega a realizarse, nunca conducirían a resultados prácticos. No soy pesimista; pero tampoco me dejo arrebatar por los arranques febriles del patriotismo. La visión natural, la atmósfera helada y serena en que me encuentro, la distancia del teatro agitado de las operaciones todo me hace comprender la verdadera situación. La guerra es utópica; la resistencia tiene sus días tan contados como los escudos con que Ud. prodigiosamente lo realiza. Nadie tiene interés en salvar al Perú ¿Acaso lo merece un pueblo que se muestra como el nuestro ante los ojos del espectador neutral? Los Estados Unidos nos dan una prueba de lo que de ellos debemos esperar con la conducta irrespetuosa de Hurlbut en Lima. Falta de circunspección tratándose de Chile; insolencia, tratándose de Ud.
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La República Argentina nos indica claramente lo que piensa. La Cámara de diputados acaba de aprobar por 46 votos contra 15 el tratado de Límites. En cuanto a Bolivia, permítame que haga un paréntesis. Ud. conoce a fondo, lo que su cooperación vale. Chile mientras tanto avanza, y avanza con pasos acelerados. Su papel se cotiza hoy a 33 peniques; vive del Perú y cuenta con la más perfecta y cordial unión de los partidos. Iquique solo le produce medio millón de pesos mensuales con su Aduana. Sistemada la explotación del huano, obtendrá una pingüe entrada de ese ramo. Dispone, además, del resto de las Aduanas, de la República, que le darán 8 millones más. La elaboración de salitre corresponde a 6 millones al año ¿Qué porvenir se nos espera? Sin embargo, a Chile no puede convenirle estado tan anormal, ni es posible aclimatarse a él. Desea la paz; el pueblo está cansado de la guerra. El advenimiento del Sr. Santa María, es un acontecimiento a mi modo de ver, en la historia de la guerra. Conducir ejércitos de comarca en comarca, desbastarlas, introducir el pánico en el pueblo vencido, es cosa fácil de ejecutar. Realizar un estado de cosas permanente e inamovible para ambos países, es problema social, arduo, intrincado. Prescindiremos de la Mojiganga de la Magdalena, del Galvecitos y Canseco. La cuestión queda reducida a lo siguiente: 1º Hacer un tratado de paz, estipulando cesión de territorio. Esta cesión puede tomar el colorido de una ocupación, como prenda temporal, hasta el pago de la indemnización pecuniaria; pero no por eso dejará de ser una desmembración del territorio; 2º Realizada la paz con semejante condición, ¿tendría estabilidad el gobierno que la firme? ¿Podrá contar con el apoyo popular, inconsciente e incapaz de medir la situación? 3º Por otro lado, se atreverá el Gobierno de Chile a suscribir un tratado de paz que no incluya la anexión de Tarapacá, a lo menos?
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El círculo civilista prepara, de antemano, la base de futuras complicaciones intestinas, por boca de Hurlbut. Perdidos, García Calderón y los suyos, pregonan ahora, que sucumben porque no ceden Tarapacá. He ahí algo patriótico para halagar a la muchedumbre, y he ahí la bandera que enarbolaron los que pretendan derrocar al traidor que ceda este departamento ¿No ve Ud. el juego? Pero, es para mí, axiomático, que los intereses chilenos pueden quedar ampliamente solventados, sin la pretendida anexión. Tarapacá, por las inmutables e inflexibles leyes económicas, ha pertenecido siempre, a despecho de Don Manuel Pardo, y seguirá perteneciendo a Chile. Si pues, las riquezas le pertenecen, ¿Por qué insistir, en apropiarse el árido y arenoso terreno de este desierto? Nunca he creído difícil una solución que tenga por base la condición económica de Tarapacá. La creo, a cada momento, más realizable en todo sentido. Tarapacá, ha sido, y continuaría siendo un vasto taller chileno, donde encontrarían ocupación los brazos que en Chile abundan; sería, además, la fuente económica de retornos para Chile, y el mercado de expendio de sus productos agrícolas; ¿Qué más puede apetecer? Para realizar una combinación semejante se necesita dos hombres; uno que mande, en el Perú; y otro que gobierne en Chile. Ud. es el primero, necesitábamos al Sr. Santa María para llenar el otro puesto. No conozco los rasgos característicos del nuevo mandatario chileno; pero se de él lo suficiente. Sé que es hombre eminentemente hábil e instruido; que procede por sí, y solo inspirado por sus propias convicciones y clara inteligencia; sé también que anhela la paz y pronta solución de esta cuestión internacional. Me han asegurado que no se ofusca por el aura popular, y que prescinde en obsequio de intereses permanentes y reales, de la populachería, que es hombre práctico, y no patriota teórico. Eso, y su resolución inquebrantable de llegar a la paz, bastan. Son las precedentes íntimas consideraciones, las que me han inducido a aceptar la carta que en mis manos ha puesto el Sr. Don Rafael Vial, para Ud.; y que le incluyo.
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Antes de ahora hemos hablado Ud. y yo, del Sr. Vial. De antemano conozco el cariño que le profesa; y esta ofrenda de sinceridad en su proceder. Creo que el único medio de llegar a un avenimiento, es la discusión tranquila y serena entre Ud. y el Sr. Santa María. Don Rafael Vial, que es íntimo amigo del nuevo presidente, me asegura que no cree que haya inconveniente alguno para que tengan una conferencia verbal, en Mollendo, por ejemplo. Creo más; y es que el Sr. Santa María, ha mandado expresamente y con este objeto, a Vial, a este puerto. A pesar de que el simula tener otra intenciones y propósitos, y tan solo le da a su carta el carácter de un incidente de su viaje a Iquique. Sea ello lo que fuere, si Ud. puede, por este conducto ponerse al habla con el Sr. Santa María, creo que habremos obtenido mucho. En vista de lo expuesto, creo yo que debería Ud. venirse a Arequipa, y de allí contestar a Don Rafael Vial, con las reservas del caso, aceptando su mediación, y sugiriendo la idea de una entrevista personal con el Sr. Santa María. Podría Ud. mandar, por conducto de uno de los cónsules de Mollendo, la carta para Vial, a bordo del buque bloqueador, para que éste la remita al Jefe Político de este puerto. En cuanto a mí creo excusado decirle que el mejor medio de contestarme sería por conducto de Don Carlos. Ud. verá cómo obtendremos de Ud., la contestación más rápida. Mientras tanto, créame Ud., como siempre, su muy adicto. Guillermo Billinghurst En todo caso, será prudente que, antes de llegar a una entrevista estudie Ud. la condición económica de este territorio, los recursos con que cuenta, etc.; de manera de presentar al mandatario chileno, un verdadero plan de asociación para explotar estas riquezas, sin mengua de la dignidad nacional; y antes bien, con provecho del progreso material del Perú, y de su reorganización social, que no puede tener por mas base que el trabajo.
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No quedaba mucho por hacer, a pesar de los denodados esfuerzos del general Cáceres y sus montoneros en la Sierra Central que obligaron a las huestes chilenas a retirarse. El 13 de julio de 1882, los chilenos sufren otra derrota en la batalla de San Pablo, en la Sierra Norte. Pero cuando Cáceres pensaba que todavía había una oportunidad, Iglesias lanza el 31 de agosto de 1882 el llamado Grito de Montán, que fue la rendición con cesión de Tarapacá, y el 30 de diciembre de 1882 se impondría como Presidente Regenerador del Perú. Tercamente, Cáceres persiste y el 10 de julio de 1883 es heroicamente derrotado por el ejército chileno en la batalla de Huamachuco. El 18 de octubre, el ministro de Chile en Lima, Jovino Novoa, reconoce formalmente a Iglesias como presidente del Perú. Finalmente, el 20 de octubre de 1883 se firma el Tratado de Ancón por el cual el Perú perdió definitivamente Tarapacá, mientras que Tacna y Arica quedaban bajo la administración de Chile por diez años, luego de los cuales se debía producir un plebiscito para que sus pobladores decidieran libremente si quedaban con Chile o regresaban a nuestro país. Dos días después, el ejército chileno avanzaría sobre Arequipa, ciudad que tomaría el 29 de octubre; el 4 de noviembre llegaría a Puno. Cáceres todavía resiste, acusa a Iglesias de prochileno y rescata el patriotismo de las clases populares, el mismo del que carecieron las élites. Poco después, desde febrero de 1884, se instalaría un gran debate sobre quién pagaría la deuda de 50 millones de libras contraída por los gastos de la guerra contra la garantía del guano: ¿Chile o Perú? Varias de las cartas de Billinghurst abordarían ese asunto.
Después de la derrota Terminada la guerra, con la derrota a cuestas llegaría el inevitable balance, y es el tenor de la carta de Billinghurst a Piérola fechada desde Iquique, el 4 de marzo de 1884, cuatro días antes de que el
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Califa regresara al Perú. Del entonces presidente Iglesias expresa el más pobre concepto luego de reunirse con él: cercado o monopolizado por un círculo muy cerrado con algunos casos de corrupción; ignorante de la importancia de lo que ha firmado como tratado de paz sobre el que, inútilmente, trató de explicarle su trascendencia e implicancias, algo que ni sus asesores habían entendido. Al menos, Billinghurst reconoce que como político Iglesias guarda ciertos valores y sigue siendo respetuoso de la figura de Piérola (después de todo estuvo en los inicios de la conformación del movimiento pierolista). Esto lo descubrió Billinghurst cuando le consultó sobre la posibilidad de que el caudillo regresara al país: Iglesias no se opuso. Volviendo al Tratado de Ancón, Billinghurst expone su sorpresa ante la pregunta que no hicieron las autoridades peruanas acerca del monto de la indemnización. Estaba seguro que el Perú podía pagar el monto que sea, por elevado que fuere, y con ello asegurar que no le quiten sus territorios. Inmediatamente, luego de extensos y complejos cálculos, Billinghurst, ante el dilema de pagar o ceder territorios, llega a la conclusión de que lo mejor sería «un protectorado para Tarapacá, Tacna y Arica mientras se extinguen las deudas». Billinghurst no quiere recuperar Tarapacá pues es muy tajante en sus apreciaciones, como ya vimos, pero en este punto va más allá: «sería una madriguera de ladrones, en manos peruanas, como comienza a serlo en las puras manos de los chilenos». A pesar de la dureza de sus palabras, le advierte a Piérola que no puede dudar de su patriotismo, pero enfatiza que su interés no es «regenerar», sino «salvar algo del naufragio» después de la derrota. Billinghurst señala a Piérola que él había propuesto poner en discusión lo siguiente: «El Perú cede perpetuamente el territorio de Tarapacá y transfiere a Chile todos los derechos que pueda tener sobre los yacimientos de nitrato de soda y covaderas de huano, existentes en dicho territorio» (Iquique, 16 de marzo de 1884). Este texto, dice nuestro personaje, era una expresión genuina de un pueblo que no tenía otra salida y que honraba sus deudas, diferente a la práctica
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de los «politiqueros de la capital, nada más hacedera que repudiar la deuda, repudiar los billetes, salvar de la crisis trampeando a todo el mundo». Por ello, Billinghurst se lamenta con vergüenza que el ministro de Relaciones Exteriores, Eugenio Larrabure y Unanue, haya dicho que se niega a pagar a los acreedores peruanos: «Esa nota es el sudario del crédito del Perú», sentencia. Por otro lado, Billinghurst vaticina, en un cálculo muy errado, que Tacna y Arica ya están perdidos para el Perú, y que los tacneños serían dentro de diez años los más encarnizados enemigos de nuestro país. En todo caso, Billinghurst tenía más confianza en Arica. Hacia fines de los años veinte ocurriría todo lo contrario a lo que presagiaba, pues la población tacneña manifestaría su voluntad por volver al Perú, aun venciendo las condiciones más adversas. Pocos días después, desde Iquique, el 29 de marzo de 1884 Billinghurst le dirige otra extensa carta a Piérola en la cual aborda temas como el verdadero volumen de guano que existe para la explotación y realiza una precisión acerca de la administración del producto líquido del guano, lo que los chilenos quieren minimizar con el fin de «desalentar a los tenedores de bonos», sostiene. En un momento se rumoreó que habían embargado un cargamento de guano en Valparaíso, lo que no resultó cierto pero sospechaba que solo expresaba una táctica de presión. Billinghurst recomienda la estrategia más conveniente: «atacarles la bolsa». Igualmente, aborda la cuestión del salitre, en el que también sostiene que los cálculos realizados sobre las reservas por investigadores son bajos con relación a lo que el propio Billinghurst había llegado a determinar. Luego de pasar por otros asuntos, llega al del trabajo que está preparando sobre Tarapacá, el que tiene como finalidad decir a los peruanos lo mucho que se ha perdido por culpa de las picardías del Partido Civil y de Manuel Pardo en especial. Considera a su investigación como «un desahogo del patriotismo». También comenta sobre las reclamaciones de los neutrales ante la Comisión Arbitral e indica que se necesita un representante peruano en esa
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comisión. Sugiere que las líneas telegráficas y ferrocarrileras (a propósito de la línea hacia Moquegua) estén a cargo de personas que sean adictas al pierolismo. En la comunicación desde Iquique, el 6 de abril de 1884, Billinghurst adjunta el pacto de tregua indefinida firmado dos días antes por los plenipotenciarios de Chile y Bolivia. En su opinión, el gobierno boliviano ha quedado en mejores condiciones que el del Perú: «Aun no he estudiado dicho pacto [entre ambos países], pero salta a primera vista el inmenso contraste entre las condiciones obtenidas por Bolivia y las que Don Miguel Iglesias consiguió». Por otro lado, explica la intención de Chile de burlar el Tratado de Ancón, que en su artículo 3.º señala el límite por el norte al río Sama; sin embargo, este río es la confluencia de los ríos Tarata, Tarancache y Estique. ¿Cuál sería el criterio para determinar el límite?, se pregunta; y responde que debería ser el río de más caudal, el Estique, que se ubica más al sur de lo que quieren los chilenos, quienes proponen al río Tarata como origen del Sama para ganar territorio. Pocos días después, el 24 de abril, Bolivia y Chile acordarían el armisticio. En carta desde Iquique del 2 de mayo de 1884, Billinghurst explica que hacer una «Memoria ad hoc» sobre las riquezas del territorio de Tarapacá sería considerado apasionado, por ello recomienda exponerlo como libro solo una vez que haya terminado su investigación.
Personajes bajo la mira Por otro lado, Billinghurst informa a Piérola que los tenedores de bonos peruanos desean tratar con Chile para llegar a acuerdos sobre la explotación de guano bajo regalías, y reitera una vez más su desconfianza con respecto de los bolivianos. En la carta desde Iquique del 4 de mayo de 1884, sostiene que los acreedores de la deuda externa peruana tienen el derecho de tomar el guano
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descubierto de Tarapacá; sin embargo, considera que no tienen ese mismo derecho para los productos del salitre. Sobre este tema, Billinghurst entra en una serie de disquisiciones legales sobre la propiedad de los estacamentos salitreros que fueron arrebatados a sus verdaderos dueños: «El círculo malhadado que embrolló las finanzas peruanas, arruinó las industrias, y dio ocasión a Chile de quitarnos Tarapacá, nos persigue hasta hoy mismo…». Asimismo, informa que ha hecho múltiples gestiones para servir a sus «comprovincianos»: «Es tan grato hacer el bien a esta pobre gente que ha quedado sin patria, pues nunca podrá emigrar al Perú!», afirma siguiendo el patriotismo que siempre lo caracterizó. En medio de estas reflexiones, Billinghurst no podía olvidarse de Iglesias, sobre quien volvería en otra misiva para describirlo con ironía: «[…] el bueno de Don Miguel se va presentando ante las miradas impacientes de chilenos y peruanos tal como es […]. Si tan solo fuera daño personal y así mismo el que se infringiesen los hombres de mando, de desear sería que siguiesen esa senda; pero desgraciadamente es la parte inocente del país la que sufre» (Iquique, 14 de mayo de 1884). El 20 de agosto de 1884 Billinghurst le escribe nuevamente a Piérola para decirle que debe definir su posición ante la situación que vive el país en el conflicto entre Cáceres (a quien considera un «fantasmón») e Iglesias, a quien debe «archivar» como hizo con el general La Puerta, y le recuerda: «[…] no olvide Ud. que Cáceres e Iglesias fueron cuervos que Ud. crió». En la siguiente comunicación (Iquique, 29 de agosto de 1884), ante las noticias sobre la derrota del general Cáceres, sugiere que se coloque al señor César Chocano como prefecto de Moquegua. En la comunicación desde Iquique, el 11 de setiembre de 1884, tranquiliza a Piérola diciéndole que este ha salido ileso «moral y físicamente» de las campañas en su contra, sea de peruanos o de chilenos. El general Lynch había dicho que a Piérola solo le preocupaba defender los intereses de Dreyfus y no los de su patria. Billinghurst está tajantemente en
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contra de esa acusación.17 Por otro lado, le indigna cómo Cáceres e Iglesias, «estos miserables», están aniquilando al país con sus enfrentamientos, y cómo sus adversarios buscan que el segundo no tenga acercamiento alguno con Piérola. Billinghurst resume del siguiente modo la coyuntura política: «Aprovechan el antagonismo del pierolismo y civilismo, para sostener a Iglesias, sin Piérola». A ello se suma las estrategias de los vecinos: Bolivia apoyando a Cáceres y Chile sosteniendo a Iglesias. El cuadro que pinta Billinghurst de la situación interna es alarmante, aludiendo a cómo han ido persiguiendo a algunos personajes peruanos, encarcelándolos u obligándolos a emigrar, al punto de señalar que prescindiendo del espíritu de partido; y aun a pesar de que recuerdo cuanto nos han perseguido los civilistas, debo confesarle que me indigna lo que con ellos se ha hecho para dar gusto a Iglesias. El decoro del Perú está por los suelos. Iglesias ha entregado la soberanía de nuestro país a los chilenos. Santa María sigue imperando en Lima y en el resto del país que ocupa Iglesias. Los prisioneros peruanos son: Lorenzo García, Dr. José Gregorio García, Quimper, Pazos, Candamo, Garland, Elguera (Don Juan J.), Don Gral. M. Salazar, Correa y Santiago, Arancibia (Felipe), un Alfaro (agente de Quimper). Han sido custodiados desde Tacna a Iquique y aquí están en calidad de presos de Estado, por el delito de violar el territorio neutral. Se les pasa revista diariamente en el hotel donde viven. Si esto no fuera triste y vergonzoso, sería ridículo por demás. 17 En otra oportunidad, Billinghurst insistiría en estas afirmaciones chilenas: «Me olvidé decir a Ud., a propósito de estos asuntos, que Elías me dijo, después de una conferencia que acababa de tener con el Gobierno de la Moneda, lo siguiente: ‘Los chilenos dicen que Piérola tiene 20% en los reclamos de Dreyfus’. No creo que esto sea invención de Elías, pues Balmaceda varias veces me ha hecho alusión a este asunto y Santa María en una ocasión me lo dijo claramente. Ud. supondrá lo que yo le contesté, aunque empleando toda la moderación conveniente. Lo positivo es que los chilenos (digo la gente del Gobierno) no cree en esas cosas, y lo dicen simplemente por odio y temor a Ud. La participación que en todas estas calumnias tienen los compatriotas, fácil es comprenderla» (Iquique, 24 de enero de 1890).
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La vida después de la guerra continuó como estaba antes de ella. Dicho año —1884— sería de gran trascendencia para la política peruana: José María Quimper fundaría el Partido Liberal y, sobre todo, Piérola el Partido Demócrata,18 el que ejercería una dura oposición al gobierno de Iglesias. Billinghurst después afirmaría (Iquique, 17 de setiembre de 1884) eufórico: «[…] democrático, que bien podía llamarse el partido de la ‘Revancha’: tiene una misión hasta sagrada para proseguir la senda que ha emprendido». Por ello hace intenso proselitismo entre algunos peruanos exiliados junto a él: «He tenido ocasión de hablar extensamente con Pazos, Salazar, García L. y Don J.J. Elguera. Yo noto que estos caballeros están sumamente inclinados a plegarse a la bandera política que Ud. enarbola», le escribe a Piérola. Su visceral reacción contra la política que llevó a la derrota vergonzosa del Perú aflora siempre entre las líneas que escribe Billinghurst. En medio de ese fragor no se olvida de Iglesias; no puede olvidarse de él, causante —así concluye—, de la situación del Perú: Cada día me convenzo más de la indigna conducta de Don Miguel. El Perú no es sino una provincia chilena, gracias al Gral. Iglesias. ¿Cree Ud. inaccesible este hombre a la razón? Me parece que si alguien pudiera hacerle comprender el papel funesto que desempeña, retrocedería. Parece un hecho que pronto nos asombrará Don Miguel con un tratado de Comercio que no será sino el complemento de la obra indigna de Lavalle y Castro Zaldívar. 18 Estas agrupaciones, además del Partido Civil y el Partido Constitucional que Cáceres fundaría en 1885, componían el precario espacio partidario del Perú de aquella época. Posteriormente, en 1892 se uniría la Unión Cívica, de Nicolás Valcárcel. El Partido Demócrata fue fundado el 1 de agosto de 1884 por Piérola, y sus principios doctrinarios fueron expuestos en la «Declaración de Principios», publicada el año de su fundación. El Demócrata fue un partido constituido por aristócratas y hombres ligados a la influencia clerical; una de sus excepciones fue precisamente Billinghurst, quien no era ni aristócrata ni clerical. Como lo sostenía todo el liberalismo decimonónico, este partido postulaba que la democracia no suponía igualdad, sino la necesidad de una «clase superior», la sujeción plena a la autoridad y el respeto absoluto a la propiedad privada. No obstante estas características, el papel del caudillo hizo de este un partido de gran atractivo para las masas (Garavito Amézaga, 1989, pp. 247-249).
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Billinghurst representa un caso raro de empresario: defendiendo la importancia «de la propiedad bien establecida» reconoce que también hay un problema de moral pública. Por ello denunciaba «la perversión del criterio público en el Perú, el completo desquiciamiento del orden y de la economía social, el entronizamiento del vandalismo en todas las ramas de la administración pública, toda esta gangrena moral, ha hecho perder, en el infortunado país, las nociones de lo tuyo y de lo mío». Y proponía: «Hay que hacer una verdadera batida de instrucción; hay que reorganizar moralmente la sociedad». Luego define lo que sería su línea de conducta política incluso en su gestión como presidente, y que sería el escozor de las élites oligárquicas: «No se escapará a su penetración la necesidad de difundir esta sana doctrina: de hacer que el pueblo comprenda que no hay divorcio posible entre el capital, la propiedad y el trabajo, y que este no puede subsistir si no marcha armónicamente con aquel y viceversa». Billinghurst también aborda un asunto sobre el cual se le conocen pocas opiniones: el tema indígena. Aunque reproduciendo cierto sentido común de su tiempo, señala que ha seguido de cerca el vandalismo tanto de chilenos como de caceristas en la Sierra, y no sé, francamente cuál de las dos facciones ha cometido más extorsiones y depredaciones. Yo doy a esta cuestión, además de la importancia que en sí encierra, otra especial, que no es particular. Yo no creo en la posibilidad ni en la prudencia de esperar que la raza indígena de las sierras se civilice; creo, indudablemente, que debe propenderse a ello por pura humanidad; pero jamás debe uno hacer estribar en la futura civilización de esa gente, la prosperidad del país. Esa raza es refractaria y nosotros tenemos que vivir, y vivir con el día, para poder pensar seriamente en la posteridad. Hay, pues, que pensar en la inmigración; y esta es imposible sin la sólida constitución de la propiedad, sin las más amplias garantías individuales (Iquique, 21 de setiembre de 1884).
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Además, Billinghurst era un pensador que investigaba con seriedad los temas que le interesaban. En una nueva carta (Iquique, 13 de noviembre de 1884), hace conocer a Piérola que está redactando un estudio comparativo sobre Perú, Bolivia y Chile para conocer en qué posición estaba cada país antes de iniciarse el conflicto bélico. Incluso dice que ya ha escrito el prólogo señalando que la verdadera causa es simplemente el salitre. Además, estudia «los actos económicos de Don Manuel Pardo, en este orden demostrando el grave temerario error que cometió al amarrarnos, por pura especulación mercantil a Bolivia con el tratado de paz». También quiere demostrar que las malas decisiones del gobierno de Prado impidieron que el Estado financie adecuadamente la guerra: «[…] según los diferentes proyectos muy en auge en el Congreso de 1879 (se intentaba sacar del país una contribución de 10% y el capital por una sola vez), la nación debió contribuir con S/. 35 000 000. En cambio, ha contribuido con solo S/. 20 000 000 durante el período álgido de la guerra». Es evidente que Billinghurst estaba entusiasmado con su estudio sobre Tarapacá. Según otra carta a Piérola (Iquique, 22 de enero de 1885), todo el mes de diciembre del año anterior lo había dedicado a tal empresa pensando que sería suficiente para concluir su trabajo, pero el texto creció hasta tener más de 300 páginas. En un primer momento pensó denominar al libro «La guerra del salitre. Apuntes para la historia económica del Perú»; pero finalmente le dio el nombre de Los capitales salitreros de Tarapacá, publicado en 1889 y reeditado recientemente (Billinghurst, 2011),19 lo que demuestra que se trata de una obra importante. En la misma carta, Billinghurst plantea a Piérola un problema sin solución: «[…] he demostrado […] la ruina que trajo el monopolio que sustituyó el régimen de libertad». Por otra parte, quiere mostrar a los peruanos el valor de Tarapacá y lo que Chile está ganando con él. 19 Esta reedición fue posible gracias a la labor entusiasta de Sergio González Miranda y Rafael Sagredo.
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Una nueva carta a Piérola (Iquique, 26 de febrero de 1886) le sirve a Billinghurst para comentarle una noticia, o mejor dicho, un rumor sorprendente: que Iglesias cedería Tacna a Bolivia (y recibiría un pago por indemnización), y que este país cedería el litoral hasta Huanchaca a Chile. Billinghurst concluye su carta reiterando la opinión desfavorable que tiene sobre Iglesias, y que no se cansaría de repetir en cuanta oportunidad se le aparezca: «Parece que la situación financiera del gobierno de Iglesias, forma parte del miedo a Ud. o a la revolución civilista, y el terror de una guerra con Bolivia pueden influir en el ánimo raquítico de ese pobre hombre, e inducirlo a coronar con esa nueva infamia, su obra de ignominia y vergüenza».20 Resulta curioso lo que Billinghurst sostiene acerca de la inconveniencia de nombrar un cónsul en la región sureña: «La presencia de un cónsul no aliviaría en nada la condición de los peruanos de este territorio. Un cónsul peruano sería un cero a la izquierda, sobre todo con el actual gobierno ¿Cuánto tiempo durará el actual orden de cosas en Lima? Dios lo sabe: y nuestra condición no puede mejorar sino con un cambio de gobierno». Al año siguiente el gobierno provisorio de Cáceres lo nombraría cónsul en Iquique. En la misma carta, Billinghurst plantea a Piérola otro grave problema. Le informa que un grupo de tarapaqueños se le ha acercado para manifestarle su intención de no perder su ciudadanía peruana. Menciona además que el gobierno chileno ha coaccionado a muchos peruanos para que se inscriban como chilenos. Los tarapaque20 Billinghurst era un agnóstico, pero ello no significaba que desatendiera asuntos institucionales de la Iglesia católica (absolutamente hegemónica entonces), más aun siendo consciente de la importancia de la fe popular y de la labor humanitaria de aquella. Sobre estos temas gira la carta enviada a Piérola desde Iquique el 11 de agosto de 1886. En ella le informa que el 6 de abril de 1882, «el Delegado Apostólico Moncerri, infringiendo, a mi modo de ver, la neutralidad que en la contienda del Pacífico debía guardar, autorizó al gobierno de Chile para nombrar curas para las parroquias ‘liberadas’ de Tarapacá, ocupadas por las ramas chilenas». Señala además que Tarapacá consta de cinco parroquias: Iquique, Pica, Tarapacá, Silaya y Camiña. La preocupación de Billinghurst es regular la administración y jurisdicción eclesiástica de Tarapacá, Camiña y Silaya, «pueblos esencialmente peruanos». Como se puede colegir, detrás de la preocupación administrativa a Billinghurst lo anima un afán político.
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ños, insiste, están desamparados, el Gobierno no les ofrece ningún tipo de seguridad. Son estos temas los que vería Billinghurst directamente como cónsul en Iquique. Pero otros problemas también ocupaban su atención, como por ejemplo los intentos subversivos de Juan Martín Echenique desde tierra ajena, Chile, como le informa a Piérola: «Creo haber comunicado por conducto de Góngora que fui yo quien hizo capturar la barca María en el Callao, y detuve la barca Mary en Iquique» (Santiago, 3 de diciembre de 1889). Sus medidas fueron tan buenas que hasta el presidente Cáceres lo felicitó; Echenique logró ser neutralizado. Otro asunto espinoso y que aparece continuamente en su correspondencia es el de los tenedores de bonos: La cuestión «Tenedores de Bonos» ha tomado un sesgo curioso. En el Perú confían mucho en la actitud enérgica de Inglaterra. Tengo amistad con Don Kennedy (ministro inglés) y diariamente me busca para que le explique o traduzca algo. Hasta hoy no había recibido ninguna noticia ni instrucción de su gobierno. La acción de Mr. Kennedy será muy pía; procuraran obtener de Chile algo más que las £. 400,000 reportadas en Inglaterra. Los tenedores piden, según creo, cuatro millones de libras. Chile lo único que piensa ofrecer es todo el huano descubierto en Tarapacá. José Manuel Balmaceda insiste en que esta cuestión se trate aquí, en Santiago, y no en Lima como quiere el Gobierno del Perú. Balmaceda quiere además, que sea el ministro peruano el negociador, a fin de que no sea Chile quien trate directamente con el representante de los «bondholders». Hoy (ayer) recibió Mr. Kennedy un cablegrama de Lord Salisbury diciéndole que haga presente al Gobierno de Chile; que Inglaterra juzga injusta la oposición que hace al Contrato Donoughmore. Todo esto nada significa (Santiago, 3 de diciembre de 1889).21
21 En el Archivo Piérola de la BNP existe este conjunto de comunicaciones cambiadas entre la legación de la Gran Bretaña y el departamento de Relaciones Exteriores.
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La carta de Billinghurst enviada desde Iquique, del 24 de enero de 1890, tiene importantes referencias a la lucha política peruana. En efecto, el político iquiqueño le informa a Piérola que el tema de los tenedores de bonos se está convirtiendo en un reclamo importante para franceses y alemanes. En Chile se dice —comenta Billinghurst— que Piérola «tiene 20% en los reclamos de Dreyfus».22 Por otro lado, recuerda que se vienen las nuevas elecciones y que Remigio Morales Bermúdez será el candidato, pero señala que los demócratas están trabajando por la candidatura de Piérola. Morales Bermúdez, «ese imbécil», puede hacer una barbaridad con el tema de Tacna (según el Tratado de Ancón la realización del plebiscito coincidiría con el posible mandato suyo). Billinghurst es firme en señalar que él solo apoyaría la candidatura de Piérola, por más que quieran convencerlo los partidarios de Morales Bermúdez.
Billinghurst, cónsul en Iquique Terminada la Guerra del Pacífico, la toma del poder por Iglesias encontró una fuerte oposición en el héroe de La Breña, Andrés A. Cáceres. Así, entre 1884 y 1885 el Perú se vio envuelto en una cruenta guerra civil.23 El conflicto se inclinó hacia los caceristas e Iglesias fue obligado a dimitir el 3 de diciembre de 1885. Inmediatamente después se constituyó un Gobierno Provisorio administrado por el Consejo de Ministros presidido por Antonio Arenas, aunque era muy claro que Cáceres era el verdadero poder. Fue este gobierno de transición el que nombró a Billinghurst —a la sazón con 34 años de edad— cónsul ad honorem en Iquique el 22 En la misiva de Iquique del 3 de febrero de 1890, Billinghurst le informa que lo que le comentó confidencialmente salió publicado en los diarios como «Los manejos de Piérola». 23 Agradezco el apoyo brindado por el historiador Rodolfo Castro, quien buscó pacientemente en los archivos de la Cancillería peruana los informes de Billinghurst como cónsul de Iquique, y otros documentos que he utilizado en este texto.
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17 de febrero de 1886. Su ascendencia en esa región, de la que era natural, y las redes sociales y económicas que había tejido a lo largo de muchos lustros, fueron elementos fundamentales para esa designación. Rápidamente, Billinghurst se dirige con una nota formal al Ministro Plenipotenciario del Perú en Chile, que transcribo a continuación: Iquique, Febrero 25 de 1886 Señor Ministro Plenipotenciario del Perú en Chile S.M. Me he impuesto por el estimable oficio de U.S.; fecha 17 del corriente, que llegó oportunamente a manos de US la patente que me acredita como Cónsul General de la República en Chile, y así mismo, de los pasos que US ha dado para recabar el respectivo [ilegible]. Al agradecer a US su benevolencia por las molestias que este asunto le ha ocasionado, no puedo menos, también, que manifestar a US., mi gratitud por las felicitaciones que me envía a causa del nombramiento de Cónsul General con que me ha honrado el Supremo Gobierno de la República, y suplicarle que confíe en que sabré, corresponder dignamente a la confianza en mí depositada a este respecto. Dios que a U.S. Guillermo Billinghurst
No obstante la identificación que sentía hacia su propia región, Billinghurst no se hallaba cómodo con que un adversario político (Cáceres) de su amigo y correligionario (Piérola) lo hubiera colocado en ese cargo tan importante. De esto dejó testimonio en la carta que le dirigió a Piérola desde Iquique el 23 de abril de 1886, donde le confiesa que piensa «renunciar el puesto inmediatamente que suba Cáceres. Yo no sirvo para esa gente, ni, francamente, me avengo con ella. ¿No le parece que debo proceder así?». Deseoso de desembarazarse del cargo buscó terminar lo que consideraba una tarea
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prioritaria, el Registro de tarapaqueños de la sección de Iquique. En la misma carta le informa a Piérola que dicho Registro consta de 10 822 personas, cifra certificada a su pedido por la secretaría municipal. Este estudio le servirá de base para, en 1887, publicar su libro Condición legal de los peruanos nacidos en Tarapacá. El primer envío conocido firmado por Billinghurst como cónsul de Iquique es del 15 de abril de 1886, en el que informa a Antonio Arenas —que también fungía como ministro de Relaciones Exteriores— sobre la condición legal de los peruanos en Tarapacá. Luego, el 27 de abril de 1886 da a conocer una anomalía con la que se encontró; esto es, que se ha estado cobrando indebidamente —hasta la administración previa a la de él— el registro a los peruanos, contraviniendo el artículo 233 del Reglamento consular. Billinghurst señala además que ha suspendido la inscripción, y recomienda la exoneración de ese ilegal cobro y reabrir la matrícula por lo menos los seis meses siguientes. Billinghurst, además de empresario y político, era un acucioso investigador de su región. Siempre buscaba fundamentos para su acción política y empresarial. Por ello trató de conocer lo mejor que podía su territorio. Luego, le envía a Piérola un pormenorizado «Estudio sobre la geografía de Tarapacá», del 21 de mayo de 1886. Es una exploración detallada sobre los recursos naturales de esa región, las condiciones legales de los terrenos, las características de las estacas de salitre y su productividad. El Gobierno Provisorio convocó a elecciones, las mismas que obviamente ganaría Cáceres, quien asumiría el poder el 3 de junio de 1886. Apenas una semana después, Billinghurst se dirige al nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Manuel María Rivas, para solicitarle que cancele su nombramiento como cónsul; aunque dejando en claro que, como simple ciudadano, siempre estará dispuesto para servir al país. El gobierno de Cáceres no aceptaría la renuncia. Al no tener más alternativa, Billinghurst continuaría con el tema del Registro de peruanos en Tarapacá. Por escrito,
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transmite su preocupación sobre el hecho de que muchos padres de familia peruanos, por evitar que sus hijos nacidos con posterioridad al 31 de octubre de 188424 sean considerados chilenos, prefieren viajar a Arica o Tacna para inscribirlos en esas localidades. Recuerda que «según el inciso 2º artículo 33 de la Constitución Política de la República, a los hijos de padre peruano o de madre peruana, se los considera como peruanos por nacimiento, siempre que sus nombres hayan sido inscritos en el Registro cívico, por voluntad de sus padres durante su minoría o por la suya propia, luego que hayan llegado a la mayor edad o se emancipen» (solo se alcanza a ver escrito el mes de julio, pero con toda seguridad es de 1886). Propone también que en todos los consulados se forme un Registro cívico para «inscribir a los menores cuyos padres deseen cumplir con el requisito del artículo 33, inciso 2º de la Constitución». Asimismo, considera necesario definir con claridad qué es el Registro cívico y subsanar las contradicciones legales que se observan en el ya mencionado artículo 33 de la Constitución y el Reglamento Orgánico de 1861 acerca de si deben o no ser registrados antes o después de cumplir los 21 años de edad. Quizás 24 Rosa Troncoso de la Fuente señala: «Legalmente, la situación de las familias peruanas en Tarapacá se regularizó mediante la Ley de 31 de octubre de 1884, expedida por el Congreso chileno, donde se señalaba que los peruanos podían conservar su nacionalidad siempre y cuando se registraran como tales en el término de un año en sus respectivas municipalidades. En 1885, al cerrarse el registro de peruanos, eran 11,179 las personas inscritas en las Municipalidades de Iquique y Pisagua. Además, Chile reconoció tanto las propiedades como los derechos consuetudinarios de los peruanos. Así la población peruana de Tarapacá quedó conformada por los lugareños que conservaron su nacionalidad y migrantes de Puno, Cusco y Arequipa. Ellos eran los tarapaqueños peruanos, hombres y mujeres migrantes que junto a bolivianos y chilenos desarrollaron una identidad muy particular en la pampa salitrera, producto de la mezcla de costumbres y tradiciones diversas. Los peruanos se vincularon a través de matrimonios y compadrazgos, los niños estudiaban en colegios chilenos sin que por ello tuvieran que renunciar a su nacionalidad. Cada nacionalidad era reconocida por el otro, cada fiesta nacional era cocelebrada y lo mismo sucedía a nivel religioso con la festividad del Carmen de La Tirana que se celebraba cada año en fechas diversas: 16 de julio, 28 de julio y 6 de agosto. La tolerancia étnica y el internacionalismo estaban presentes. Como lo señala Sergio González ‘Tarapacá era una región pluriétnica y plurinacional, rasgo que definió el carácter y la personalidad del tarapaqueño de ese período’» (Troncoso de la Fuente, 2008, p. 2).
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sea necesaria, reflexiona, una nueva ley: «Me permito, pues, llamar la atención del Supremo Gobierno, respecto de este delicado asunto, a fin de que, si lo estima conveniente, recabe del Congreso una disposición especial sobre el particular, que ponga a salvo, la nacionalidad de los hijos de los peruanos a quienes ha cabido la desgracia de verse violenta e indefinidamente segregados del resto de la República». En un nuevo informe (9 de julio de 1886), Billinghurst realiza una denuncia muy seria. Señala que la casa Campbell Jones y Compañía de Tacna está buscando llevar adelante el proyecto de irrigación del Maui y Laguna Blanca de Tacna. Pero lo más importante es que el mencionado proyecto se basa en una concesión que hizo Miguel Iglesias cuando era presidente, en 1883, «a favor de dos empresarios chilenos». Billinghurst, sorprendido e indignado, quiere llamar la atención del Gobierno sobre este hecho sumamente grave: «Lo que no se concibe, lo que no tiene nombre, es que un gobierno que se titula peruano, fomente, mediante concesiones como la otorgada por la administración pasada a los señores Vilabaw y Compañía, la chilenizacion de territorios de Tacna y Arica; poniendo, de este modo, obstáculos para la reivindicación futura de esas dos importantes provincias peruanas». Además, el cónsul acompaña a su comunicación el «informe reservado que, en julio de 1883, elevó al Gobierno de Chile, el Jefe Político y Comandante General de Armas de Tacna y Arica, hoy, Intendente de esa jurisdicción, Don Manuel J. Soffia». En resumen, lo que dice es que es muy conveniente la línea de frontera al norte «[d] ejando a Tacna y Arica, hasta Locumba inclusive, como propiedad de Chile, podría realizarse aquí el proyecto del señor Barros Luco, sobre recompensar al ejército, repartiéndoles tierras en lugar de hacerlo en Arauco». Y advierte: «[…] o se ratifica la concesión hecha por el general Iglesias, y la empresa de irrigación se lleva a cabo, asegurando la perpetuidad de esos territorios para Chile; o se desconoce la concesión referida, y la obra mencionada no se lleva a cabo, con
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grave daño de los moradores peruanos de las provincias en cuestión». Por todas estas razones, Billinghurst aconseja dejar sin efecto la concesión hecha por Iglesias. Nuevamente, Billinghurst regresa al tema de las líneas de frontera (14 de julio de 1886). Según el tratado de paz, el río Sama establecería temporalmente el límite, pero Chile —advierte— interpreta a su conveniencia el tratado y pone como referencia el río Tarata, más al norte aun. Para dar mayor solidez a su argumentación acompaña el informe con un plano del que no disponemos: «La estricta y única interpretación aceptable de la cláusula 3ª del Tratado, dejaría en poder de Chile únicamente el distrito de Estique cuya población es poco más o menos 700 habitantes». La comunicación al nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Cesáreo Chacaltana (13 de junio de 1887), porta una queja de Billinghurst, pues señala que además de ejercer su cargo ad honorem, dos cónsules no le han remesado el 20% de lo que han recaudado como dispone el artículo 331 inciso 2 del Reglamento consular, ocasionándole mayores perjuicios; además, indica, se debe cumplir con las normas. La siguiente comunicación (28 de junio de 1887) está dirigida para reiterar y reafirmar su opinión emitida el 29 de diciembre de 1886, en el sentido de la necesidad de llegar a un arreglo con las compañías de Vapores Inglesa y Sudamericana para que, por la mitad del costo usual de sus pasajes, pudiera trasladar a los peruanos que quisieran regresar al país. Las escuetas líneas del 7 de setiembre de 1887 dirigidas al ministro de Relaciones Exteriores, Carlos M. Elías, tienen un significado muy especial, pues con ellas remite un ejemplar del Registro de los tarapaqueños que optaron por la nacionalidad peruana, y que había sido publicado por Manuel de la Fuente. Este Registro constituye la conclusión de la labor más importante de Billinghurst como cónsul. No obstante, en virtud de la prórroga concedida para quienes quisieran optar por la nacionalidad peruana, Billinghurst (según le informa el 2 de noviembre de 1887 al nuevo ministro, Domingo de
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Vivero)25 siguió recibiendo solicitudes e indica que son 62 en total que contienen 1758 «declaraciones de opción». Pero también se encarga de dejar en claro las dificultades que ha tenido con su labor: «Inútil creo manifestar a U.S. que para conseguir este resultado he tenido que dar multitud de pasos y emplear no poca labor, porque todos los que últimamente han hecho la indicada declaración son indígenas que viven, en las aldeas de la cordillera de esta Provincia». El 3 de noviembre de 1887, Billinghurst informa que la Compañía de Vapores Sudamericana ha dado instrucciones para que sus naves no hagan visar su patente de sanidad en el consulado de Iquique por su tarifa tan elevada, y han preferido hacerlo con el vicecónsul inglés, el señor Jewell. Billinghurst se queja señalando esto como un abuso: «¿Qué grado de crédito puede ofrecer un documento de ese género por el agente de las compañías de vapores? No lo sé; pero considero todo esto tan irregular por una parte, y por otro tan vejatorio para el suscrito que no puedo prescindir de llamar la atención de U.S. de una manera especial sobre tan anómalo proceder». El 13 de febrero de 1888, siendo ya ministro Alberto Elmore, Billinghurst envía recortes de las comunicaciones cursadas entre la 25 Billinghurst acusa recibo de la ley admitiendo la prórroga para la transcripción de los tarapaqueños peruanos con el siguiente texto: «Iquique, junio 29 de 1887 Señor Don Jesús Elías y Salas Encargado de Negocio ad interim S. E. Junto con su estimable oficio, fecha 21 del presente mes he recibido el N.º 3032 del «Diario Oficial» de esta República que contiene el texto oficial de la ley de 14 de este mes, que concede á los nacidos en esta Provincia hasta el 21 de Mayo de 1884 y residentes en ella, cuatro meses de prórroga para que opten por la nacionalidad peruana. Oportunamente recibí, también, el telegrama de U.S. comunicándome la promulgación de la expresada ley. Me es grato manifestar a U.S. con este motivo, que con bastante anticipación he adoptado las providencias necesarias, para que nuestros nacionales de Tarapacá, aprovechen esta prórroga. Dios guíe á U.S. Gmo. E. Billinghurst Nª 129 Stgo. Julio 4 de 1887 Archívese».
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legación de Gran Bretaña y el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile «relativas a las gestiones establecidas por los tenedores de bonos de Perú». Luego, el 24 de febrero de 1888 informa que el gobierno chileno ha recibido una ventajosa propuesta de una sociedad alemana para la compra del guano de la Isla de Lobos: 1 libra esterlina por cada tonelada de guano, y le adjunta dos telegramas al respecto. Pero aparte de este tema, Billinghurst da cuenta de un hecho preocupante: «En las últimas 24 horas el cólera produjo 16 casos nuevos y 3 defunciones». Como recuerda Sergio González Miranda: «Cuando en enero de 1887 una epidemia de cólera asoló al puerto, el Círculo Científico y Literario Ateneo se preparó para reunir recursos y apoyar a los enfermos, la Comisión estaba presidida por el secretario de este Círculo: Guillermo Billinghurst Angulo». El asunto del cólera sería un tema de preocupación en Iquique, pero como después señalaría Billinghurst a Alberto Elmore (26 de abril de 1888), pudo ser controlado, aunque bajo el pretexto de la fumigación se seguían abriendo las valijas de Tacna. El cónsul considera que ya no hay razones para mantener cerrados los puertos peruanos. Pero otro aspecto de singular importancia es la cesión por parte del gobierno peruano de los territorios de Tacna a Chile, lo que «ha causado honda impresión». Complementariamente, incluye dos recortes: uno de Juan Martín Echenique y otro sobre su arribo a Valparaíso y sobre una supuesta revolución en contra de Cáceres. En este momento debo incorporar las cartas que Billinghurst le dirigió a Cáceres, entonces presidente del Perú, porque considero que ayudan a completar la visión acerca de su papel como cónsul de un gobierno del cual no era afecto. En la carta del 30 de agosto de 1888, informa a Cáceres de un enfrentamiento entre peruanos y chilenos ocurrido en el pueblo de Matilla. También señala que se entrevistará con el intendente, el señor Yavar, para asegurar la paz. Es una lástima no contar con las respuestas de Cáceres. Pero gracias a la nueva comunicación de Billinghurst (14 de se-
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tiembre de 1888), nos da a conocer que lo había propuesto para la legación en Santiago, a lo que Billinghurst educadamente desistió alegando asuntos personales que debía atender en Iquique. Por otra parte, subraya con agudeza que había que «arrebatar a Arica todo el tráfico de Bolivia». Propone además potenciar el ferrocarril de Mollendo para quitarle competitividad a Tacna y Antofagasta: «No necesito manifestar a Ud. cuán importante sería bajo el punto estratégico reunir en un solo punto: Pacocha, los ferrocarriles de Cuzco, Puno, Arequipa y Moquegua». Billinghurst se apresura en señalar a Cáceres que le es necesario darle su opinión, «porque creo que todo lo que no se haga en los próximos dos años, en bien de la tranquilidad futura del Perú, no podrá realizarse más tarde». No le faltó razón. La siguiente carta de Billinghurst a Cáceres (18 de setiembre de 1888) es la evaluación de aquel sobre las posibilidades de explotación de minas auríferas en Puno. Por un lado, José María Echenique, quien no ofrece muchas garantías, está pobre y le pide a Billinghurst una habilitación para trabajar en las minas de Sandia; esperaba que Cáceres lo apoyara, al mismo tiempo que decidía romper todo tipo de vínculo con su primo Juan Martín, que complotaba contra el gobierno. Billinghurst ofreció apoyarlo a condición de que no tuviera ninguna participación política. Finalmente, decidiría no apoyar el pedido de Echenique y le escribiría a Cáceres lo siguiente: Lo natural sería que Echenique fuese personalmente a mostrar sus minas, pero yo he creído que esto no es conveniente por la siguiente razón: Aunque Juan Martín Echenique está convencido de su impotencia para llevar adelante sus planes revolucionarios, confiado sin duda en expectativas que no alcanzó o por pura malevolencia está sosteniendo la ilusión de los bellacos y torpes que lo han tomado como caudillo. Un viaje de José María Echenique por inocente que sea, al Sur de la República, en las actuales circunstancias, no haría
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sino contribuir al sostenimiento de esa ilusión que es preciso desvanecer, para tranquilizar los ánimos y compeler a todos a que busquen en el trabajo honrado y no en las revueltas su manera de vivir. Por otra consideración y a pesar de que Echenique me ha pedido varias veces que escriba a Ud. en su favor, no lo he hecho, ni ahora aconsejaría que se le permita ir a Puno.
Por otro lado, recomienda al presidente atender a Antonio Valdés Cuevas, proveniente —según lo informa Billinghurst— de una de las familias más distinguidas de Santiago y es además hijo de un expresidente chileno. Una inversión de él en zonas auríferas puneñas estaría garantizada. Cáceres luego lo recibiría en su despacho. Apenas tres días después (21 de setiembre de 1888), Billinghurst empieza a abordar el tema de las condiciones para el plebiscito. Informa que Chile desea «poner término a la anómala situación de Tacna y Arica», basándose en que la reducción de las tarifas del ferrocarril de Mollendo «está arrebatando por completo el tráfico boliviano a Arica y Tacna». Billinghurst, nuevamente con visión estratégica, recomienda «ajustar con Chile las bases del futuro plebiscito». El 25 de octubre de 1888, el gobierno de Cáceres ordenó firmar el denominado contrato Grace. Los signatarios fueron Ántero Aspíllaga (entonces ministro de Hacienda y futuro rival de Billinghurst en la jornada electoral de 1912) y Lord Donoughmore. Se trató de un contrato que generó mucha controversia, por el cual el Gobierno peruano le daba al Comité Inglés de Tenedores de Bonos de la Deuda Externa del Perú la administración de sus ferrocarriles por 66 años (para lo cual los bonistas ingleses conformarían la Peruvian Corporation en mayo de 1890), a cambio del pago de la mencionada deuda (producto de los empréstitos otorgados entre los años 1869 y 1872), amén de otras prerrogativas que hasta el día de hoy se consideran demasiado concesivas y entreguistas. Incluso en su momento fue motivo de intensos debates.
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El Ejecutivo remitió el proyecto de contrato al Congreso, pero la oposición pudo aplazar la firma varias veces, hasta que finalmente el Gobierno obligó a vacar a los congresistas reacios; nombró a otros más dóciles y finalmente el contrato fue firmado en la fecha indicada. Billinghurst estuvo en contra de dicho contrato, pero recordemos que en su calidad de cónsul no podía hacer pública su discrepancia. No obstante, sí lo dijo en su mensaje como presidente de la Nación en 1913, donde señaló que para octubre de 1888 el valor de los bonos solo llegaba a £ 2 368 832, pero en el momento de su cancelación a los bonistas estos salieron tremendamente beneficiados, pues se les pagó por un valor de aproximadamente seis veces más (£ 18 204 628), lo que parecía indicar un gran caso de corrupción. La opinión pública quedó desconcertada al ver al héroe de La Breña inmiscuido en estos arreglos ilegales. El Gobierno se defendió argumentando que esta era la única manera de salir de una deuda externa tan elevada, y que además permitiría al país poder solicitar crédito externo, así como recuperar prestigio internacional, bases del gobierno de reconstrucción nacional que encarnaba Cáceres.26 El 31 de mayo de 1889 —con Antenor Arias de ministro—, Billinghurst refiere a Cáceres las pretensiones de Juan Thomas North. A este ya se había referido el 18 de setiembre de 1888, informando que protege a Lord Donoughmore, el mismo que tiene interés en construir el ferrocarril Tocopilla. North —dice Billinghurst— «es un herrero, calderero, que vino a esta provincia en 1870, y estuvo ocupado en la máquina Santa Rita», y que «no desiste de sus pretensiones […]. Conozco yo de los negocios de 26 En las siguientes cinco comunicaciones (19 y 22 de febrero, dos del 21 de marzo y otra del 22 de abril de 1889), que incluyen las gestiones de los ministros Isaac Alzamora, Antenor Arias y Manuel Yrigoyen Arias, Billinghurst aborda un hecho criminal: el asesinato, a golpes, de una peruana por un chileno. En medio hay un niño que el asesino reclama como hijo suyo, aunque Billinghurst llegó a determinar que su padre es el esposo de la víctima, también peruano. Finalmente, mientras el muchacho es enviado a Lima, el asesino se escapa de la cárcel.
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North muy de cerca y sé cuál es su verdadera situación financiera, cuáles son sus relaciones». En efecto, Billinghurst ya conocía a quien se hacía llamar como «El Rey del Salitre». Como señala Jorge Basadre: Se ha mencionado a este personaje como uno de los presuntos gestores de la influencia inglesa a favor de Chile durante la guerra. Guillermo Billinghurst, en su obra Los capitales salitreros de Tarapacá recuerda que, en la etapa anterior a la expropiación, las casas británicas de importancia en aquella provincia fueron las de Jorge Smith, Guillermo Gibbs y Cía., Melbourne Clark (que se asociaron desde 1865 en la ‘Compañía de Salitres de Tarapacá’), J. D. Campbell y Cía. (asociada a familias peruanas) y algunos comerciantes de Arequipa. En 1876 el gobierno peruano había creado la Inspección de las Salitreras con el objeto de custodiar los terrenos y oficinas de propiedad fiscal. Cuando se produjo la ocupación chilena de la provincia, este cargo pasó a ser desempeñado por Roberto Harvey, mecánico extranjero que se hallaba a cargo de la conservación de las maquinarias de los establecimientos. El decreto chileno de 23 de febrero de 1880 revistió a la Inspección de adicionales atribuciones y facultades. Aquel año, Harvey se asoció para la explotación de la salitrera denominada ‘Peruana’, nominalmente de propiedad fiscal, con Juan Thomas North, llegado a Tarapacá pocos años antes que él, como calderero de máquinas. Los certificados salitreros sufrieron una tremenda baja en el mercado de Lima después de las grandes derrotas peruanas. Por otra parte, el gobierno chileno optó por la política de entregar la industria nuevamente a las empresas privadas. Harvey y North tuvieron conocimiento anticipado de esta determinación y adquirieron a bajo precio los certificados de muchas oficinas, para lo cual utilizaron el crédito que les otorgó el gerente del Banco de Valparaíso Juan Dawson. Fueron así beneficiados con el decreto expedido en Santiago el 11 de junio de 1881 que mandó devolver los establecimientos salitreros que habían sido adquiridos
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por el gobierno peruano, a quienes depositasen, por lo menos, las tres cuartas partes de los certificados emitidos por el valor de cada salitrera y entregasen, además, una suma igual al precio de la otra parte. Los fondos para las lucrativas especulaciones entonces hechas por Harvey y North salieron de una institución de crédito chilena: el Banco de Valparaíso ya mencionado. Dawson estaba interesado en los negocios de North hasta el punto de que se le adjudicara el título de ‘Rey del Salitre’; pero ello ya no pertenece a la historia del Perú. Su ‘reinado’ empezó, pues, contra lo que se ha dicho, solo después de la ocupación chilena de Tarapacá (Basadre, 1970, p. 31).
En la carta del 24 de junio de 1889, Billinghurst escribe a Cáceres diciéndole que sospecha del comportamiento del Gobierno de Bolivia y se pone a disposición por si habría que estar alerta y vigilante. Cuatro días después (28 de junio de 1889), advierte sobre el regreso de Mr. Firth a Tacna, representante del ferrocarril de Arica a tal ciudad; se dice amigo del Perú pero se acerca al presidente chileno José Manuel Balmaceda. Billinghurst propone postergar indefinidamente la ejecución del ferrocarril. Por otro lado, le envía a Cáceres un ejemplar de Los capitales salitreros de Tarapacá: «Ojalá tenga Ud. tiempo de leerlo, pues encontrará en él algunos datos curiosos sobre la industria salitrera y sobre el error que cometió Don Manuel Pardo al pretender monopolizar en esa industria». Antes, le había escrito a Piérola sobre «las funestas consecuencias de los errores de Don Manuel Pardo que han arrebatado al Perú treinta mil hombres, y el departamento más rico bajo todos los aspectos» (Iquique, 14 de mayo de 1884). Billinghurst, si bien entiende que está en una posición importante para ayudar a sus compatriotas, siempre tuvo en mente — como hemos visto— la decisión de renunciar, y lo hizo tres veces, pero Cáceres le rechazó siempre su dimisión, a pesar de saber que se trataba de un adversario político. Ante las constantes negativas del presidente, Billinghurst llegó a considerar que ya no debía
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insistir porque —como se lo dijo al propio Piérola— tiene «temor de que esa renuncia fuera a refluir en contra de Ud., pues nada de extraño sería que la interpretasen como una medida previa a favor de algún movimiento iniciado por y a favor de Ud.» (Iquique, 3 de diciembre de 1889). Finalmente, las condiciones políticas cambiaron al llegar el término del período de Cáceres (quien concluiría su mandato el 13 de abril de 1890), aunque mantendría el poder real. Billinghurst aprovecha la coyuntura y presenta su renuncia al puesto de cónsul ante el ministro Yrigoyen Arias: Iquique, Julio 15 de 1890 Ministro de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores S.M. Teniendo que ausentarme de este puesto, por tiempo indefinido, y no pudiendo, por lo tanto, continuar en el desempeño del puesto de Cónsul General, con que el Supremo Gobierno tuvo a bien honrarme en 1886, me veo en el caso de renunciarlo. En esta virtud, ruego a Ud. que se sirva aceptar la presente renuncia que tiene el carácter de indeclinable; y manifestar a S.E. el Presidente de la República, mis agradecimientos por las pruebas de confianza que de él he recibido durante el tiempo que este establecimiento consular ha corrido a mi cargo. Aprovecho esta última oportunidad para reiterar a US los sentimientos de mi alta y distinguida consideración. Dios guíe a U.S. Guillermo E. Billinghurst
El ministro Yrigoyen acepta la renuncia y responde: «Las gracias a nombre de la Nación por los importantes y desinteresados servicios que ha prestado – Comuníquese y regístrese». El último informe de Billinghurst tiene fecha del 3 de setiembre de 1890, y está dirigido al ministro de Relaciones Exteriores,
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Alberto Elmore. Se refiere a datos demográficos de Tacna, Arica y Tarapacá. El 1 de octubre de 1890, M. C. de la Torre sustituiría a Billinghurst en el consulado peruano en Iquique. La renuncia de Billinghurst al cargo de cónsul en Iquique le permite desprenderse de una función que le era muy incómoda. Si bien la defensa de los intereses nacionales acercó a Cáceres y Billinghurst durante el conflicto bélico de 1879, terminada la guerra se hicieron evidentes las diferencias. Como ha estudiado Nelson Manrique, Cáceres, luego de obtener la presidencia (previo triunfo sobre Iglesias en la guerra civil de 1883), asumió la defensa de los intereses de los poderes locales en contra incluso de los indígenas, con los que había combatido gloriosamente contra el ejército chileno (Manrique, 1985; Millones, 2006). La mirada burguesa, modernizadora e integracionista en términos nacionales de Billinghurst colisionaba con la política cacerista; además de las pugnas menores entre los partidos Demócrata y Constitucional. Por esta razón, una vez desembarazado de sus funciones consulares, Billinghurst participaría activamente en las montoneras que terminaron derrocando al héroe de La Breña.
Las cartas a Ricardo Palma Una vez concluida la guerra, Billinghurst vuelve a Iquique a reanudar su vida, aunque en un contexto completamente diferente al año 1879. En efecto, hasta ese año vivió en suelo peruano y sus negocios e inversiones se enmarcaban al interior del Estado peruano. Después de 1883, la misma región pasó a pertenecer a un Estado ajeno, pero sus habitantes seguían siendo peruanos por cultura y socialización, más allá de los nuevos contornos políticos y administrativos. Por esa razón, Billinghurst nunca dejó de estar atento a la vida peruana, siempre se manifestó preocupado por su
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devenir y una muestra son sus continuas reflexiones que publicó y las que expresó por medio de cartas personales. Un epistolario especialmente relevante es el que mantuvo con su amigo, hermano masón y correligionario político, el escritor Ricardo Palma. Desde el 22 junio de 1883 hasta el 6 de junio de 1904 se conocen 25 cartas (solo una es del tradicionista), es evidente que se escribieron algunas más pero no todas están preservadas, pero las que cuida la Biblioteca Nacional del Perú más alguna otra que se ha recuperado nos dan una imagen cabal del cuidado extremo que guardaba Billinghurst hacia los problemas nacionales.27 La primera carta es de Billinghurst (Iquique, el 22 de junio de 1883), de antes que asumiera el poder Miguel Iglesias (31 de agosto de 1882) y de la firma del Tratado de Ancón (20 de octubre de 1883). Palma, por su parte, tampoco había accedido aún a la dirección de la Biblioteca Nacional (2 de noviembre de 1883). Se trata de una carta temprana, cuando el humo de los cañones todavía no se había disipado y los rencores estaban muy frescos. Pero curiosamente, en contra de lo que se pudiera esperar de un personaje que llegaría a ser presidente de la República, las cartas de Billinghurst no abordan el tema bélico, y el político apenas es rozado en algunas pocas líneas. En una mirada general de sus cartas se observa que sus preocupaciones están dirigidas a apoyar la gestión de Palma al frente de la Biblioteca Nacional, especialmente donando libros, difundiendo la obra del tradicionista, creando espacios de aprendizaje para los trabajadores (escuelas y bibliotecas), y comentando ciertos temas generales. En definitiva, las cartas de Billinghurst a Palma nos reafirman el lado intelectual de aquel político. Pero tengamos en cuenta que no es solo un receptor de ideas ajenas, también es un generador de conocimiento mediante atentas 27 Este es solo un escueto resumen del libro que publicamos Delfina González del Riego y yo (2005). A ese estudio agrego, para el presente texto, la única carta de Ricardo Palma dirigida a Billinghurst de la que tengo conocimiento, y que debo a la generosidad involuntaria de Miguel Arturo Seminario.
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investigaciones, especialmente sobre la región de Tarapacá. Así se lo hace saber a Palma (Iquique, 15 de enero de 1885), mencionándole el trabajo que publicaría en 1886 con el título Estudio sobre la geografía de Tarapacá. Billinghurst estaba muy orgulloso de esta investigación, y lo anunciaba a otros amigos como al mismo Piérola, por ejemplo. Es preciso señalar que para esta época ya cumplía sus labores como cónsul en Iquique designado por el Gobierno Provisorio (que había reemplazado a Iglesias) y que sería ratificado luego por Cáceres, como hemos visto. Curiosamente, Palma, otro pierolista y miembro del Partido Demócrata, también fue mantenido en su cargo como director de la Biblioteca Nacional. A pesar de las discrepancias políticas, Cáceres no dudó en contar con ellos en su administración y, como sabemos, en 1895 los pierolistas lo despojarían del poder. Junto a su labor como cónsul, Billinghurst también cumplía su papel de ciudadano ejemplar.28 En 1886 formaría el Ateneo, círculo científico y literario, pensado como un espacio de divulgación cultural. En este sentido, le escribe a Palma informándole que dicha institución (de la que Billinghurst era secretario) quiere nombrarlo socio honorario (Iquique, 15 de diciembre de 1886), distinción que el escritor evidentemente acepta (el texto de incorporación es del 12 de enero de 1887).29 En esta misiva, Billinghurst introduce un 28 Con motivo de los incendios de 1870, Billinghurst como secretario de la compañía de bomberos, junto con el teniente Alfonso Ugarte, organizó la Compañía Iquique N.° 1 en diciembre del mismo año (Alberto Prado Díaz, 2012, p. 294). 29 Como señala Sergio González Miranda, hay una conexión estrecha entre el Ateneo y las ligas masónicas, por ello resultaba natural que Palma sea propuesto por los directivos del Ateneo y que este aceptara ser su miembro honorario. «Don Guillermo fue fundador, en palabras de Fray K. Brito, ‘del Ateneo, círculo científico y literario’, donde expuso varias de sus principales obras (vgr. ‘Estudio sobre la Jeografía de Tarapacá’, ‘La condición legal de los peruanos nacidos en Tarapacá’ y ‘Legislación sobre salitre y bórax’); posteriormente en la década de los años veinte y treinta del siglo siguiente, funcionó en la que fuera casa de la familia Billinghurst, en la calle Billinghurst, el ‘Ateneo Obrero’, una agrupación teatral de inspiración anarquista, dirigida por el profesor Eulogio Larraín. El nombre ‘Ateneo’ es de conocida preferencia masónica. Recordemos que en Iquique funcionó desde 1875 una logia masónica dependiente del Gran Oriente del Perú, llamada ‘Fraternidad y Progreso N.° 28’. También hubo otra denominada ‘Pioneer N.° 643’, dependiente del Gran Oriente de Escocia» (González Miranda, 2000, pp. 12-13).
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comentario sobre la situación política y que ya empezaba a ser motivo de discusión y debate públicos: el llamado «contrato Grace»: «¿Qué dice Ud. de ese famoso contrato o proyecto de contrato Grace? La Compañía de las Indias!!». Palma le respondería (Lima, 24 de noviembre de 1886) lo siguiente: «Como siempre, hemos ido de Guatemala a Guatepeor, me he vuelto partidario de la viejecita de Siracusa. Creo, pues, que hoy vivimos la mejor de las vidas. El contrato Grace (que empiezo a temer se realice, pues las turbas de Quimper en la ‘Época’ han producido sensación pública) no significa, para mí, sino la escoba que da el último barrido a la casa». En otro aspecto, Billinghurst (Iquique, junio 13 de 1887) estaba atento en proporcionar a la Biblioteca Nacional colecciones de libros para contribuir a la reconstrucción en la que estaba empeñado Palma y que lograría llevarla con éxito.30 Pero también le envía un nuevo texto suyo: Condición legal de los peruanos nacidos en Tarapacá, y otro «sobre la organización de una Sociedad de Beneficencia Peruana que hemos fundado acá». Como se desprende de estas líneas, Billinghurst es un hombre conectado profundamente con la realidad y los habitantes de su región. Para él, además, es imprescindible la divulgación de la cultura (Iquique, 27 de junio de 1887), y sostiene que una de las «obligaciones de los funcionarios consulares de la república» —como él mismo es— debería ser difundir las obras de nuestros escritores, como lo hacen en Chile por ejemplo, afirma. Una muestra de ello es el reconocimiento que recibió de alguna asociación iquiqueña que lo distinguió con una medalla (Iquique, octubre 12 de 1887). Pero se lamenta de que una de las características del peruano sea no tolerar los éxitos ajenos y dejarse corroer por la envidia. Billinghurst está convencido
30 Este es el contenido, en lo esencial, de las cartas enviadas desde Iquique: del 14 de setiembre de 1887, del 11 de enero de 1888, del 29 de abril de 1889, del 30 de enero de 1890, del 7 de diciembre de 1891, del 7 de enero de 1892, del 12 de mayo de 1892, y del 13 de junio de 1893.
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de que se trata de «una cuestión de raza».31 Al mismo tiempo, se queja de que el Gobierno lo tiene olvidado, y eso siendo cónsul; por ello le pide a Palma que le envíe «las Memorias de Hacienda y Gobierno de este año y sus respectivos anexos». Hay cierto humor cuando afirma que debe desempeñarse como cónsul por intuición, pues ni siquiera el diario oficial El Peruano le llega. Billinghurst —hombre moderno— sabía de la importancia de la educación y el papel que el Estado debía cumplir. Al interior de esta preocupación le comenta a Palma que recibe muchos indígenas en su oficina de cónsul, que le piden libros escolares para sus hijos. Ante ello, piensa que debería escribirse una historia del Perú para entregárselos gratis (Iquique, 11 de enero de 1888). Incluso, lo incita a Palma para que él sea quien escriba esa obra que considera tan importante; pues, como escritor, tiene la responsabilidad de mantener encendido el sentimiento del patriotismo (Iquique, 6 de octubre de 1890). De manera complementaria, es un convencido que hay que crear más escuelas; en el oasis de Pica impulsó tres de ellas e incluso donó libros con su propio peculio. Por otra parte, en la Sociedad Peruana de Ahorros Mutuos está dando forma a una biblioteca (Iquique, 11 de enero de 1888); le pide a Palma que envíe libros, los que se sumarían a los que Cáceres había prometido, así como está buscando un maestro (Iquique, diciembre 7 de 1891). En el mismo año 1888, el Ayuntamiento decide construir un nuevo teatro y deben transar con Billinghurst la compra de su terreno frente a la Plaza Prat, lo que finalmente ocurriría en febrero de dicho año (Prado, 2012, p. 416). Con la carta de Iquique del 29 de julio de 1889, Billinghurst le remite a su amigo un nuevo folleto, «Los capitales salitreros de Tarapacá». Especialmente le recomienda a Palma que lea las páginas relativas a la evaluación «que hicieron los ingenieros Arancibia 31 Por carta de Billinghurst, de Iquique del 30 de enero de 1890, conocemos que Palma se queja de lo mismo, a lo que le consuela: «La superioridad, Sr. Don Ricardo, se paga mui caro en este mundo».
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y Paz Soldán de las propiedades salitreras de Gibbs. Si eso no es una segunda edición de la consolidación dígame Ud. qué es». Inmediatamente después, Billinghurst alerta sobre la reconcentración de capitales o inversiones en manos extranjeras, que no siempre se conjugan con los intereses nacionales: «No debe sacrificarse el hombre al Estado; pero la tiranía de los pocos sobre los más, es comúnmente tan insoportable como el más riguroso fiscalismo» (Billinghurst, 1889, p. 71). En la carta escrita en Iquique el 30 de enero de 1890, Billinghurst elogia a su corresponsal con el fin de levantarle el ánimo pues, al parecer, Palma está dolido por algunas críticas recibidas; seguramente se esté refiriendo a González Prada, quien entre 1886 y 1888, en sus discursos pronunciados en el Ateneo de Lima y en los teatros Politeama y Olimpo, atacó directamente al tradicionista por su mirada pasatista, condescendiente y arcaica, según sus severos juicios. Sin embargo, habría que recordar que Leguía, luego de reemplazar en 1912 a Palma por González Prada, fue sucedido el propio Billinghurst en la presidencia de la República y, contra lo que se pudiera pensar, mantuvo al autor de Pájinas libres en ese cargo, a pesar de ser un convencido y público antipierolista y el más despiadado crítico de Palma. Otra comunicación de Billinghurst (Iquique, 6 octubre de 1890) tiene un contenido especial: es la respuesta a la que Palma le remitió el 25 de setiembre, en la que adjuntaba la Revista Masónica con algunos poemas suyos los cuales Billinghurst, según señala, ya conocía por haberlos leído en Chile, donde se difunde la obra palmiana. Lo que nos dice este dato es que Billinghurst, como su corresponsal, era masón (Palma era Venerable Maestro Grado 33), (Zanutelli, 2003), aunque no haya datos más concretos al respecto. Pero aun así, como afirma Sergio González Miranda (2011a, xiv), hay que tomar en cuenta que el tío del cónsul en Iquique, Mariano Billinghurst, personaje importante de la historia argentina, era un distinguido masón.
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Billinghurst se congratula y felicita a Palma (Valparaíso, 15 de julio de 1892) por su misión como representante del Gobierno peruano para el Cuarto Centenario del Descubrimiento de América en España. Luego (Iquique, 13 de junio de 1893) le confiesa que se ha metido otra vez en política aunque, sostiene, muy a su pesar, pues pretendía mudarse a Lima y vivir tranquilamente. Sabe que al entrar en política —afirma con escepticismo— muy poco será lo que coseche, pues los demás no se lo permitirán. Pero a pesar de todo, tratará de cumplirse en cualquier puesto («Sea vicepresidente o sea juez de paz de aldea») dentro de «los alcances de mi inteligencia» con sus funciones. Como en otras oportunidades, Billinghurst le hace llegar a Palma un nuevo trabajo de su autoría (Iquique, 7 de noviembre de 1893): se trata de su estudio titulado La irrigación en Tarapacá.32 La correspondencia con Palma nos permite ver, sin cortapisas, otras facetas de Billinghurst, las que usualmente han pasado desapercibidas para los observadores.33
32 La última carta de Billinghurst (Iquique, 6 de junio de 1904), es para comunicarle a Palma que la escritora norteamericana Maria Robinson Wright pronto llegaría al Perú y desea su autorización para traducir algunas Tradiciones al inglés, proyecto que al parecer no se concretó. Un tiempo después, Billinghurst se la presentaría a Piérola (Iquique, 28 de julio de 1905): «No sé si hoy, o mañana, se va a Lima, la escritora americana, Mrs. Robinson Wright. Le voy a dar una carta para Ud. Como va a publicar un libro sobre el Perú, bueno es que lo conozca a Ud. para que su exposición sobre la marcha administrativa y financiera del país sea imparcial, y no vaya a inclinarse del lado de los jóvenes gobernantes de la hora presente». 33 El 18 de febrero de 1893, Billinghurst fundó el vespertino La Voz del Sur en Tacna.
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Foto 1: Desde joven, Billinghurst debió hacerse cargo de los negocios familiares, luego de la muerte de su padre en el maremoto de Arica.
Foto 2: Billinghurst fue leal partidario de Piérola, a quien acompañó en sus aventuras insurreccionales y financió sus campañas políticas.
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Foto 3a: El presidente Billinghurst alertado por zancudos del acecho de sus enemigos en el Congreso, en 1913. El Zancudo, n.° 19, 21 de junio de 1913, BNP.
Foto 3b: Billinghurst y las masas populares urbanas. Variedades, 16 de noviembre de 1912. Caricatura de Pedro Challe.
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Foto 4: Como cónsul en Iquique, Billinghurst se preocupó por la situación de sus compatriotas que querían mantener la nacionalidad peruana.
Foto 5: La gran matanza de Iquique en 1907 fue un hecho que marcaría la vida de muchos ciudadanos de la época, entre ellos el propio Billinghurst.
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Foto 6: Histórica foto. En su cumpleaños, Piérola leyendo un discurso. Sentado a su izquierda, Billinghurst. Hotel Maury, 1909.
Foto 7: Billinghurst, alcalde de Lima, 1910. Realizó obras importantes que modernizaron la ciudad y favorecieron a las clases más necesitadas.
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Foto 8: Residencia de Billinghurst, en la calle Gallinazos.
Foto 9: Las montoneras de 1895, comandadas por Piérola, que abrieron paso a una nueva etapa de la política peruana. Archivo Caretas.
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Foto 10: El apoyo multitudinario a Pan Grande que asustó a las élites oligárquicas. Archivo Caretas.
Foto 11: Por primera vez, el pueblo como protagonista en la política peruana.
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Foto 12: Billinghurst con la banda de presidente del Perú. Él inició una política de atención a las necesidades populares, contraria a la ejercida por las élites oligárquicas hasta entonces. Biblioteca Virtual de Tacna.
Foto 13: El presidente Billinghurst cuando ya enfrentaba una seria crisis política, debido a su cuestionamiento de las bases institucionales del pacto oligárquico.
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Foto 14: Los caricaturistas políticos tuvieron en Billinghurst a uno de sus personajes favoritos.
Foto 15: El presidente Billinghurst visitando la Beneficiencia de Lima.
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Foto 16: Billinghurst como presidente, ingresando a la Catedral de Lima para el Te Deum. Archivo Biblioteca Nacional del Perú.
Foto 17: En ceremonia oficial como presidente.
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Foto 18: Billinghurst representa los inicios del populismo en el Perú. Archivo Biblioteca Nacional del Perú.
Foto 19: El diario La Prensa, que apoyó la campaña de 1912, celebró luego el golpe de Estado de febrero de 1914.
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Foto 20: Diligencia de Pica. Archivo de Sergio González M.
Foto 21: Guillermo E. Billinghurst, un combatiente.
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III Caudillos del sur: Billinghurst y Piérola (1894-1899) Los años de la posguerra fueron dominados por la figura de Cáceres, luego que derrotara en una guerra civil a Iglesias y ganara las elecciones presidenciales. Directamente en la presidencia o por interpósita persona gobernó el Perú hasta 1895. Desde el año anterior, las huestes pierolistas habían estado agrupándose en las provincias, teniendo como objetivo llegar a Lima para provocar la destitución de Cáceres. Por su parte, Piérola continuaría con su azarosa vida pública. Fue deportado en setiembre de 1885 y repatriado en enero de 1886; en abril de 1890 sería apresado y en el mismo mes se fugaría; en el trayecto haría declaraciones opositoras en la prensa y subrepticiamente iría aglutinando a subversivos.
Las montoneras de 1895 y el gobierno de Piérola Billinghurst, en carta a Palma (Iquique, 7 de noviembre de 1893), ya había previsto la crisis política que pronto estallaría con las montoneras: «El llamado problema presidencial dejaría de serlo si el Gobierno y el Congreso no estuvieran empeñados en burlar el voto popular», escribiría. Pocos meses después, en abril de 1894 moriría el presidente Remigio Morales Bermúdez, haciéndose cargo de la presidencia el coronel Justiniano Borgoño, quien solo se limitó a convocar a nuevas elecciones, las que ganaría Cáceres iniciando su segundo período presidencial el 10 de agosto de 1894: el militarismo que él inició en su primer gobierno continuaría con Morales
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Bermúdez y luego por él mismo. Sería duramente combatido por su enemigo de mucho tiempo atrás, Piérola, quien al frente de la llamada Coalición Nacional (acuerdo entre pierolistas y civilistas, sus antiguos adversarios, firmado el 30 de marzo de 1894), lo derrocaría. Pero antes de ello, ya desde inicios de 1894 se estuvieron preparando los montoneros, incluso desde fuera del Perú. Así, hubo montoneros en diferentes partes del país: los hermanos Oswaldo, Augusto, Edmundo34 y Teodoro Seminario en Piura; el hacendado Augusto Durand en Huánuco; el coronel Felipe Santiago Oré en Ica, entre algunos más.35 En un inicio fue necesario darle dirección al movimiento; fue entonces que se encomendó a Billinghurst para que fuera a buscar a Piérola a Chile —en donde vivía uno de sus tantos destierros—, para proponerle la conducción de las montoneras, a lo que el caudillo aceptó sin dudas. Billinghurst a duras penas pudo conseguir una precaria chalupa para que Piérola se transportara. A pesar de los riesgos, el Califa se embarcó y partió desde Iquique el 19 de octubre de 1894. Desembarcó 300 millas después en Puerto Caballas, en las inmediaciones de Pisco, el 24 de octubre. Fue una verdadera hazaña, lo que hizo más legítimo su liderazgo. Solo siete meses después de asumir la presidencia por segunda vez, Cáceres tendría que dimitir ante las victorias sucesivas en diferentes lugares del país de las montoneras populares dirigidas por el Califa. Así, Piérola, acompañado fielmente por Billinghurst y sus seguidores, ingresó a Lima por Cocharcas el 16 de marzo de 1895 pero no sin derramamiento de sangre. Por el contrario, el 17 de marzo Lima sería escenario de duros combates que obligaron a Cáceres a dejar la presidencia; pudo constatar cruelmente que las 34 Una prueba de esta temprana coordinación subversiva se encuentra en la carta que el 2 de julio de 1894 Edmundo Seminario le envía desde Guayaquil a Guillermo Billinghurst —entonces encargado de reunir a las fuerzas antigobiernistas—, en donde le informa su desembarco en Paita, puerto que su hermano Oswaldo ya había tomado, y de su plan de dirigirse luego al cuartel de Sullana. A pesar de la persecución por agentes del gobierno no fueron alcanzados, lo que constituyó un hecho positivo de cara a los objetivos de los montoneros [Archivo Andrés A. Cáceres, Biblioteca Nacional del Perú]. 35 Una muy interesante novela histórica es la de Hugo Garavito Amézaga (2005).
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simpatías populares no lo acompañaban. Si bien trató de reconstruir la vida peruana, sus administraciones estuvieron dirigidas a atender los intereses de las oligarquías provincianas. El héroe de la Breña que organizó a los campesinos en la guerra, en los años de sus gobiernos se olvidó de ellos. Las nuevas elecciones de 1895 las ganaría ampliamente Piérola (Billinghurst, con 44 años sería su primer vicepresidente) y ejercería un gobierno que tuvo como propósito institucionalizar el Estado y recuperar económicamente al país, objetivos que cumplió en gran medida. Rápidamente, y para contextualizar mejor la acción de Billinghurst, es necesario echar un brochazo sobre lo que fue el gobierno de Piérola. Como un elemento primero se debe mencionar que se trató de una gestión con amplia legitimidad en el mundo popular, de alguna manera se puede decir que tuvo una base multitudinaria, lo que alcanzó su momento de mayor auge con la elección del artesano Rosendo Vidaurre como diputado por Lima del Partido Demócrata. Nunca antes en la historia peruana había ocurrido que los sectores de los trabajadores eligieran a un representante en el Congreso. Se puede decir que el gobierno demócrata marcó el inicio de una etapa de estabilidad política y de cierta institucionalización del Estado. Estimuló la creación de cooperativas, implantó el Patrón de Oro y el Estanco de la Sal para financiar el rescate de Tacna y Arica. También se creó la Compañía Recaudadora de Impuestos, se buscó proteger la industria agrícola y minera y tecnificar la industria azucarera. Fue el tiempo en el que se fomentó la explotación del caucho en la Amazonía (Billinghurst sería después un decisivo impulsor de la colonización de la selva peruana con el propósito de establecer el comercio por el lado atlántico). Por otra parte, la sociedad civil se robusteció con la creación de la Sociedad Nacional de Minería y la Sociedad Nacional de Industrias, y el sistema financiero se fortaleció con la fundación de nuevos bancos y compañías de seguros. Asimismo, hubo una mayor obra pública, se creó el Ministerio de Fomento (Eduardo
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López de Romaña sería su primer responsable), se expandió el tendido ferrocarrilero y se empezó a unir la selva. Se contrató a una misión francesa para profesionalizar el ejército, y simultáneamente se creó la Escuela Militar de Chorrillos. También se estableció el Servicio Militar Obligatorio y se promulgó el primer Código de Justicia Militar. La ciudad se expandió y se construyeron algunos lugares simbólicos de Lima como el Paseo Colón, la Avenida Brasil y la Avenida de la Colmena que unía a Lima con la ruta hacia el Callao. Aumentaron los puestos de trabajo como también las luchas por mejores condiciones laborales y reducción de las horas de trabajo por día. Evidentemente, en el aspecto internacional la preocupación central fue la recuperación de las provincias cautivas. Se buscó atender el problema indígena de forma tenue y el propio Piérola se hizo llamar Protector de la Raza Indígena. Finalmente, se sancionó la nueva Ley Electoral que impedía la reelección inmediata. En conjunto, el gobierno de Piérola fue el inicio de lo que se llama la República de notables. Solo se estaba incubando un problema que explicaría después las desavenencias entre Piérola y Billinghurst, y es que mientras Piérola establecía sus relaciones con las oligarquías regionales y poderes locales (expresados en el Partido Civil), Billinghurst tenía en mente un proyecto modernizador que dejaba de lado a esos poderes; pero eso lo veremos después.
Continuación de una intensa —y tensa— correspondencia Billinghurst era muy consciente de que el pierolismo debía asegurar el control del Estado y de su burocracia, más aun teniendo en cuenta la historia antigua y reciente cargada de asonadas, revueltas y guerras civiles. Los leales debían estar en los puestos importantes, y que ello no ocurriese es el temor que se observa en algunas de las cartas de Billinghurst —ya vicepresidente y senador por Tacna—, por medio de las cuales presenta a Piérola compañeros de mili-
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tancia que habían demostrado lealtad a su fuerza política, y que merecían ser colocados en algún puesto de confianza. Billinghurst entonces tenía gran ascendencia al interior de su fuerza política así como en su región, el sur del Perú. Recordemos que las montoneras habían dejado estragos y resentimientos y que los caceristas no estarían quietos. Por ello, Billinghurst sabía que debían estar atentos ante cualquier posibilidad de reagrupación de los derrotados de 1895, aunque se encuentra en condiciones de tranquilizar a Piérola (Mollendo, 12 de noviembre de 1895) asegurándole que en Pisco «no hay trabajos caceristas». Billinghurst nunca dejó de preocuparse por Tacna y Arica, así como por los peruanos en Tarapacá.36 En enero de 1896 señalaba a Piérola que los políticos chilenos advertían que el Califa sería capaz de sacrificar ambas provincias «en obsequio de los intereses franceses» (así se lo recuerda en carta desde Iquique, el 1 de marzo de 1900). La labor de Billinghurst estuvo orientada a desvirtuar tal percepción, lo que logró con cierto éxito. La desconfianza chilena acrecentaba cuando se constataba que entre 1886 y 1894, a pesar de terminar con superávit los presupuestos, no se consideraba la partida para la recuperación de esas provincias. Sobre el tema Tarapacá, informa a Piérola (Iquique, 29 de abril de 1896) que hay cerca de 18 mil peruanos, y que levantar una inscripción de esta envergadura es como realizar un censo. Así de difícil, «larga y penosa» es la tarea, la que se dificulta porque solo hay dos consulados, el de Pisagua y el de Iquique; y porque además los trabajadores, 36 En reconocimiento a su permanente preocupación el pueblo de Tacna le rendiría un homenaje a Billinghurst, por lo que ofreció un discurso en la Sociedad de Artesanos, en el que dijo, entre otras cosas, lo siguiente: «El patriotismo en Tacna y Arica es planta de germinación espontánea. Si vosotros no hubieses dado ya mil veces pruebas de vuestro culto por la patria en la cruenta defensa nacional, y en los tres lustros de abnegada resignación que se han sucedido a la gloriosa epopeya del Morro de Arica, inequívoca prueba de amor patrio es la que dáis ahora, congregándoos, en este local, sin distinción de partidos, preocupados solamente con una grande y común idea, con un noble y levantado propósito: reiterar de una manera pública vuestro ardiente anhelo de reincorporaos, cuando antes, a la Patria» (Palacios Rodríguez, 1974, p. 189).
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para inscribirse, tienen que realizar viajes de 10 o 12 horas con graves perjuicios para sus bolsillos. Menciona también el viejo litigio legal: para el Perú, todos los nacidos en Tarapacá son peruanos, hayan o no cumplido con dejar explícito su deseo de conservar su nacionalidad. Para Chile, por el contrario, son chilenos naturalizados todos los tarapaqueños si en el plazo legal no manifestaron su deseo de ser peruanos. Billinghurst sugiere finalmente dar facilidades a los tarapaqueños omisos. El 1 de mayo, el político-empresario-intelectual salitrero advierte a Piérola que sería un error suprimir la aduana principal de Moquegua por considerarlo un gasto superfluo. Billinghurst tiene en cuenta dos consideraciones para sostener lo contrario. En el plano internacional, señala que es necesario fortalecer la frontera sureña, «dar vida oficial a esos lugares» y «custodiar la puerta falsa». Y en cuanto a la política interna, deja entender que todavía hay elementos sediciosos actuando. Por otra parte, informa que dicha aduana en los últimos diez meses ha producido 14 200 soles, y que cerrarla contribuiría además a que se incremente el contrabando vía Tacna. Billinghurst considera que el ministro de Hacienda «ha sido mal informado». El 22 de mayo retoma el asunto del Protocolo entre Bolivia y Chile. Señala que el acuerdo habla de un «lugar aparente para puerto […] sin interrumpir la continuidad del territorio chileno». Es decir, que ese lugar no puede ser otro que Camarones o Vítor, concluye. Por otra parte, sostiene que a Chile no le conviene romper con Bolivia ni con el Perú hasta que al menos no se resuelva el litigio que sostiene con Argentina. Espera con atención las nuevas elecciones presidenciales en Chile y que gane Federico Errázuriz, quien se había manifestado más proclive a resolver con el Perú que con Bolivia: «[…] si sale, creo que habría posibilidades de obtener ventajas». Después de los comicios viajaría a Santiago. Finaliza su carta con la recomendación (ya mencionada en la del 1 de mayo) de aprobar una subvención por vía del Banco de Tacna a los artesanos de esa ciudad para constituir una escuela, pues señala
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que tiene en muy buen concepto al presidente de la Sociedad de Artesanos, González Sardón. La carta desde Iquique del 1 de junio de 1896 aborda el tema preocupante de Iquitos, que busca separarse del Estado peruano. Billinghurst reitera lo que había puesto en un telegrama: enviar a un negociador, porque le daría tiempo al Gobierno para armarse y conocer en la zona misma lo que realmente está sucediendo. Recomienda clausurar la navegación fluvial, y se manifiesta molesto con «esa maldita sublevación», en medio de las negociaciones con Chile. Por su parte, Billinghurst también cumplía con su papel de senador —y, por ello, presidente del Congreso—. El 20 de agosto presentó ante su Cámara un proyecto de ley que permitía la inscripción en el Registro Civil de matrimonios no católicos. En primer lugar, porque era un hombre agnóstico pero tolerante a todas las religiones; en segundo lugar, porque no quería que existiera ningún tipo de obstáculos para el ingreso al país de inmigrantes. Buena idea, aunque el proyecto no fue aprobado (Armas Asín, 1998, pp. 132-133). El 10 de diciembre de 1896, Billinghurst aconseja a Piérola aceptar la propuesta enviada desde Inglaterra por Weir en el sentido de otorgarle exenciones de luz y empezar la construcción del ferrocarril, lo que ayudaría a colocar en diferentes mercados la producción vitivinícola. Billinghurst considera que contribuirá al desarrollo, sostiene que lo hace basándose en el conocimiento que sobre el tema ha ido acumulando desde hacía muchos años. El 12 de enero de 1897, Billinghurst reitera que el ya presidente chileno Errázuriz lo ha invitado a Santiago, especialmente porque está flotando el litigio con Bolivia. Billinghurst se ha inhibido de viajar porque no sabe nada de las negociaciones previas del canciller Enrique Riva-Agüero. Le pide a Piérola que le dé instrucciones sobre el particular. El 21 de enero, Billinghurst da cuenta del telegrama que le envió el mismo Piérola indicándole que viaje a Santiago. Recuerda que para él el tema de Tacna y Arica es de primer orden, «pero yo no puedo ir como un centinela perdido, destinado a trans-
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mitir la voz de alarma». Por ello, sostiene que es necesario un plan de operaciones: «Nunca insistiré lo bastante en el siguiente punto: La idea de que el Perú puede en cualquier momento exigir de Bolivia el pago de los 30 millones de soles gastados en la guerra preocupa seriamente a la Cancillería chilena. Comprende la cancillería que eso es una espada de Damocles que pende sobre Bolivia; y que suponiendo que Chile lograse entregar a Bolivia parte del territorio de Arica, el Perú, más tarde, reclamando ese pago podría recuperar ese territorio sin que Chile pudiese evitarlo. Con ello desaparecerá la solución continental que Chile anhela asegurando, a nuestra costa, la alianza a Bolivia». Lo que sí recomienda descartar es lo referente a cualquier intento de cesión territorial. La comunicación del 8 de febrero es muy importante porque deja ver la estrategia de Billinghurst en el escenario regional de nuestros países. Considera que una guerra entre Argentina y Chile es inminente, que el Perú debe gestionar en contra del Protocolo entre Bolivia y Chile y que sería un error de Piérola manejar como preocupaciones distintas las cuestiones boliviana y chilena. Insiste en que hay que tener «una línea de conducta bien estudiada» para que el país no se meta «en un atolladero del cual no será fácil salir». Billinghurst es radical: a Bolivia se le debe tratar con las armas; de no ser así el Perú quedaría simuladamente neutral en el conflicto argentino-chileno, porque Chile lo que busca es «asegurar a Bolivia», y si eso ocurre verán al Perú como aliado de Argentina y entonces será víctima expiatoria de rencores ajenos. Para Billinghurst, sería un error repetir la estrategia de Manuel Pardo de solicitar a Argentina que fuera aliado peruano. Advierte que Chile está en condiciones de derrotar a Argentina, además de arruinar al mismo tiempo al Perú. Billinghurst ve como una oportunidad la guerra entre Argentina y Chile para conseguir los objetivos peruanos de recuperar Tacna y Arica. La siguiente carta (Iquique, 27 de diciembre de 1897) porta la novedad de que el senado chileno ha «dictaminado contra los protocolos bolivianos». Bulnes le dirigió
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una carta a Billinghurst al respecto afirmando que «el asunto queda definitivamente muerto». A continuación propone utilizar los casos de Tacna y Arica para reconciliar a sus dos países. Es dentro de este clima que el Gobierno peruano entra en conversaciones con el Ejecutivo chileno en vista de llegar a un acuerdo bilateral.
El fallido Protocolo Billinghurst-La Torre A un año de concluir su mandato presidencial, el 1 de febrero de 1898, Piérola designa a Billinghurst Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante el Gobierno de Chile, para hallar una salida al plebiscito que, según el Tratado de Ancón, debió haberse realizado diez años después de ser firmado para solucionar la situación de Tacna y Arica. El proceso para llegar al Protocolo fue difícil, pues en realidad se trató de un camino lleno de fracasos. Primero, Chile ofreció al Perú una indemnización de 14 000 000 pesos a contra entrega de las regiones incautadas, además del monitor Huáscar; lo que quería era evitar el plebiscito previsto en el Tratado de Ancón. Como mecanismo de presión amenazó con ceder sus derechos a Bolivia, mientras que este país seguía buscando recuperar su salida al mar. Como era previsible, el Perú se negó rotundamente. Hacia agosto de 1895, el embajador chileno Máximo Lira exigía al Perú el pago de la indemnización con el propósito de forzar la entrega de las provincias incautadas sin pasar por el plebiscito. Como respuesta, el ministro de Relaciones Exteriores del Perú, Ricardo Ortiz de Zevallos, propuso una solución que sería desechada luego por el Gobierno: que si el Perú no pagaba una indemnización en un determinado plazo, las provincias no serían devueltas. Al año siguiente las negociaciones entre los dos países fueron suspendidas. Es en este contexto que Piérola designa a Billinghurst como el representante peruano en las negociaciones bilaterales.
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Billinghurst mantuvo varias reuniones con el ministro de Relaciones Exteriores chileno, Raimundo Silva Cruz. Como resultado, el 16 de abril de 1898 se firma el Protocolo que se conoce como Billinghurst-La Torre, por el ministro de Relaciones Exteriores y almirante Juan José La Torre (héroe en la Guerra de 1879, fue quien se enfrentó a Miguel Grau en la batalla de los mares y persiguió infructuosamente a la corbeta Unión), que reemplazó a Silva Cruz. Dicho acuerdo «decidió someter a la definición de la corona española los términos del plebiscito que decidiera la suerte de Tacna y Arica» (Novak, 2001, p. 78). Prontamente, el 13 de julio del mismo año el Congreso peruano aprobó el Protocolo. En general, este fue visto como un triunfo de la diplomacia peruana. Pero hubo también los descontentos y los críticos. Hubo unas montoneras que se opusieron a la firma de ese tratado. Jorge Basadre señala que sus líderes se aprovecharon de la ignorancia de la población indígena y de su falta de identificación nacional para enfrentarlos a lo que creían era el «señor Protocolo», como si fuera un personaje (Basadre, 1992, p. 196). Pero ocurrió que el Congreso chileno postergó indefinidamente la aprobación del Protocolo, hasta que el 14 de enero de 1901 fue definitivamente rechazado, lo que constituyó un revés muy duro para los intereses peruanos. La verdad es que Chile estaba dispuesto a solucionar lo más pronto posible el conflicto con el Perú, pues tenía en perspectiva amenazante un enfrentamiento con Argentina por el tema patagónico (lo que hubiera supuesto tener dos focos de conflicto: por el norte con el Perú, por el este con Argentina), pero una vez superado el peligro gracias al llamado «abrazo del estrecho» entre los presidentes de Chile y Argentina, ocurrido el 15 de febrero de 1899, el Gobierno chileno dejó de dar importancia a la firma del Protocolo. Esta nueva situación exacerbó la voz magnífica de Manuel González Prada, quien en «Los partidos y la Unidad Nacional» del 21 de agosto de 1898 inflamaba a todos los peruanos con estas palabras:
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Concluyo, señores. Si Chile ha encontrado su industria nacional en la guerra con el Perú, si no abandona la esperanza de venir tarde o temprano a pedirnos un nuevo pedazo de nuestra carne, armémonos de pies a cabeza, y vivamos en formidable paz armada o estado de guerra latente. El pasado nos habla con bastante claridad. ¿De qué nos vale ser hombres, si el daño de ayer no nos abre los ojos para evitar el de mañana? Cuando se respira el optimismo que reina en las regiones oficiales, cuando se ve la confianza que adormece a todas las clases sociales, cualquiera se figuraría que no hay peligros exteriores, que Chile se halla impotente y desarmado, que en la última guerra fuimos nosotros los vencedores.37
El contenido del Protocolo de 1898 hizo pensar que la devolución de Tacna y Arica era un hecho. Los diarios ya cantaban la victoria y la gente salía a las calles a celebrar. Contrariamente, lo que el Gobierno chileno iniciaba era el proceso llamado de chilenización, precisamente de Tacna y Arica, preparando así las condiciones favorables para el plebiscito. Según Óscar Panty Neyra, en su Historia de la prensa escrita en Tacna, hubo primero una chilenización conciliadora (1884-1901), que luego dio paso a la chilenización violenta (1902-1929) (González Miranda, 2008, p. 40).
El conocimiento del terreno de Billinghurst No solo por conocer la región, Billinghurst era el más capacitado para llevar a cabo la difícil misión de negociar con el Gobierno chileno, sino también porque había seguido de cerca el tema internacional y por lo tanto sabía perfectamente la situación de los países involucrados (no solo Perú y Chile), a finales del siglo xix. Existe un documento firmado por Billinghurst titulado «Memorándum 37 Una versión desde el punto de vista chileno se puede encontrar en Mario Barros van Buren (1990).
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relativo a la cuestión internacional pendiente» (diciembre de 1897) que parece dirigido a algún funcionario chileno, en el que hace una prolija descripción de las relaciones entre Perú, Chile, Bolivia y Argentina. En él sostiene, en primer lugar, que Chile cometió un grave error en no dar por concluida la guerra luego de sus victorias en las batallas de Chorrillos y Miraflores, facilitadas por «unos cuantos malos peruanos traicionando al gobierno de la defensa nacional». Ante ello, sostiene que «Piérola hubiera pactado la paz sobre las cureñas calientes en Miraflores, a condición de no hacer cesión territorial. Habría dado como indemnización de guerra todo el huano y todo el salitre de Tarapacá, reservando el suelo estéril de esta Provincia». Aquí entra el tercer actor en el análisis de Billinghurst: Argentina, en la llamada «cuestión patagónica» que puso a Chile en una situación difícil. La descripción de Billinghurst es meticulosa: «[…] basta echar una ojeada al mapa de Sud América y abarcar toda la extensión de territorio comprendido desde el paralelo 38º hasta el 52º y desde el 66º hasta el 72º de longitud. 14º grados de Norte a Sur y 6º de Este a Oeste. ¡Más de 30 000 leguas cuadradas de hermoso y fértil territorio!». Para entonces la región de la Patagonia estaba en litigio. Billinghurst no puede afirmar que Chile tuviera los títulos para apropiarse de ese territorio pero sí que los títulos que Argentina exhibía «eran simplemente títulos colorados». En este conflicto, Chile salía perdiendo ante su vecino fundamentalmente por la fertilidad del territorio, lo que explica que sea Argentina el país que más atraía inmigrantes permitiéndole aumentar muy notoriamente su población, lo que no ocurría con Chile que, pese a tener buena disposición frente a la inmigración extranjera, veía que esta población no podía aclimatarse en su territorio. En la puja decidió mal, sostiene Billinghurst, perdiendo la posibilidad de ser dueño de un territorio riquísimo: «Chile pudo y debió quedarse con la Patagonia; y pudo haber cruzado ese territorio con ferrocarriles, extendiendo la soberanía chilena hasta el Atlántico. Desde Bariloche hasta Punguipulli
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los boquetes de la cordillera, habrían dado fácil acceso a la colocación de líneas férreas […]. Chile estaría de Europa a no más de 14 días». Hubiera podido sumar 4 o 5 millones a su población, habría prosperado sin límites y también, a su sombra, «y sin menoscabo de nadie, el Perú».38 Por otro lado, el análisis económico que realiza Billinghurst también es detallado. Sumando los ingresos de las aduanas de Arica, Pisagua e Iquique, señala que Chile ha recibido en total 338 000 000 pesos, mientras que el remate de las salitreras fiscales le ha producido £ 1 810 008. Además, informa que hay tasadas para venderse por un valor de £ 934 473 y 38 lotes que están avaluados en $ 1 220 930. Precisa que, según los cateos de la Delegación de Salitreras, en Tarapacá hay existencias de salitre estimadas en 577 274 183 quintales españoles, aunque sospecha que esta cifra se queda corta; aun así, calcula que el derecho de exportación no será inferior a 27 968 peniques por quintal español, que representarían una renta aduanera de £ 672 271 684, esto sin tomar en cuenta el derecho sobre el yodo. Por otra parte, los derechos de importación correspondientes a esa elaboración equivalen a £ 5 045 372. Como conclusión de su análisis, Billinghurst prevé una renta asegurada de £ 2 371 060, aun sin considerar el precio de las estacas fiscales. A continuación, Billinghurst señala que «la indemnización de guerra pagada por el Perú representa, por tanto, un valor de más de 100 000 000 libras esterlinas», y se pregunta si con ese dinero 38 Como resume el historiador argentino Carlos María Martínez, en 1877 Chile debía decidir si combatir a Perú y Bolivia o invadir la Patagonia. El presidente argentino Nicolás Avellaneda, para evitar de cuajo toda intención militar de Chile, envió a cinco unidades de guerra a tomar posesión de la zona patagónica y ordenó al comodoro Luis Py a destruir las barracas chilenas, clavar la bandera de su país y fundar el puerto de Santa Cruz: «La firme actitud del Presidente Avellaneda impulsará a Chile a realizar gestiones que terminaron en lo que se conoció como el Pacto Fierro-Sarratea a fin de lograr una especie de statu quo en el territorio de la Patagonia, que reconocía el uti possidetis del año 1810 que determinaba los derechos de la Argentina sobre el Atlántico y de Chile sobre el estrecho. Asimismo, se disponía la conformación de una comisión de límites» (Martínez, 2010, p. 27).
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Chile no habría podido convertir a la Patagonia en algo parecido a los Estados Unidos de Norteamérica. En opinión de Billinghurst, Chile no llegó a calibrar en toda su importancia el tema patagónico (el ministro de Chile en Argentina, el señor Lastarria, estimaba que la Patagonia era de poca importancia) en gran parte porque se centró en la guerra con el Perú, la que extendió equivocadamente, generando además pequeños conflictos entre ambos países. Desde la geoestrategia, Billinghurst suponía que Patagonia se convertiría en el puesto de avanzada de Argentina hacia el Pacífico. «El complemento de la Puna es Mejillones y Antofagasta». Luego realiza un rápido repaso sobre las distancias físicas, teniendo en cuenta que lo que aparecía algunos años antes como utópico ahora es fácil de realizar gracias a la tecnología para construir ferrocarriles. Por ejemplo, la línea férrea del norte de Argentina llega hasta Jujuy y se prolonga hasta Fartogal. De Jujuy a Laquiaca (frontera boliviana) hay 63 leguas; de Laquiaca a Potosí 75 leguas; de Potosí a Oruro 65 leguas; de Oruro a Arica 90 leguas. En total, se está hablando de 293 leguas o de 1 322 kilómetros. Por otra parte, de Valparaíso a Traigeri hay 750 km, que representan 14 horas de viaje. En conclusión: «Bastarían pues 30 horas para trasladarse de Jujuy a Arica». Y menciona Arica porque sostiene que cederlo a Bolivia es lo mismo que dárselo a Argentina, y teniendo en cuenta que el tratado de comercio firmado por Barros Borgoño-Gutiérrez entre Chile y Bolivia es por diez años, existe «tiempo suficiente para la construcción de esa línea férrea». Sin embargo, sostiene Billinghurst, si Arica o Vítor regresan al Perú «no hay ni remota probabilidad de que esa línea se construya». Luego de ofrecer un conjunto de datos sobre distancias, ciudades y su importancia en el desarrollo de la región, concluye varias cosas, pero entre ellas sobresale la idea de potenciar Chile para que amague sobre Argentina e intercepte el ferrocarril argentinoboliviano en construcción. Ello porque Argentina constituye una amenaza para la economía chilena y porque Bolivia quiere anexar-
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se territorio que fue peruano (en otro momento recuerda que el Perú todavía espera el pago de cinco millones de libras esterlinas de Bolivia por los gastos de la Guerra del Pacífico). Se colige que Billinghurst prevé un desarrollo interrelacionado entre Perú y Chile, pero al mismo tiempo concibe como amenazas a Bolivia y Argentina. Por ello sostiene que los negociadores peruanos no hubieran firmado el Tratado de Ancón, especialmente el artículo 3, si hubiese habido la posibilidad de que territorio peruano pase a manos de un tercero.39 Más concretamente: «Los negociadores peruanos se habrían negado a autorizar la trasferencia [sic] a Bolivia de los peruanos nacidos en Tacna y Arica […]. Se habló de incorporación definitiva al dominio chileno». Con sarcasmo afirma: «¡Hermoso ejemplo de hidalguía internacional sería aquello de ceder a Bolivia unas provincias que habían manifestado su deseo de ser chilenas!»; e inmediatamente agrega: «Pero nunca llegaría ese caso porque no hay un solo peruano que votaría en contra del Perú». En igual tono desmiente que haya alguna posibilidad de que se adhiera al gobierno chileno: «[…] es evidente que el Gobierno de Chile debe creer que la masa peruana de población está completamente minada y lista para adherirse a esta República. Todo ello, sin embargo, no pasa de ser una superchería […]. No hay un solo peruano que se haya prestado a semejante farsa»; «Sea cual fuere, el número de sufragantes, el Perú triunfará en todo el territorio ocu39 El artículo 3 del Tratado de Ancón dice así: «El territorio de las provincias de Tacna y Arica que limita, por el Norte, con el río Sama, desde su nacimiento en las cordilleras limítrofes con Bolivia hasta su desembocadura en el mar, por el Sur, con la quebrada y el río de Camarones, por el Oriente, con la República de Bolivia; y por el poniente con el mar Pacífico, continuar poseído por Chile y sujeto a la legislación y autoridades chilenas durante el término de diez años, contados desde que se ratifique el presente tratado de paz. Expirado este plazo, un plebiscito decidirá en votación popular, si el territorio de las provincias referidas queda definitivamente el dominio y soberanía de Chile o si continúa siendo parte del territorio peruano. Aquel de los países a cuyo favor queden anexadas las provincias de Tacna y Arica, pagar otros diez millones de pesos, moneda chilena de plata, o soles peruanos de igual ley y peso que aquella. Un protocolo especial, se considerará como parte integrante del presente tratado, establecerá [la forma en que el plebiscito debe tener lugar, y los términos y plazos en que haya de pagarse los diez millones por el país que quede dueño de las provincias de Tacna y Arica».
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pado a pesar de los fraudes que pudieran cometerse para burlar el voto peruano». Si Chile cediera los territorios que fueron peruanos a Bolivia estaría «desconociendo sus propios intereses y atropellando el derecho del Perú». Seguidamente, Billinghurst entra al tema álgido de si el Perú podría volver a ser amigo de Chile, y plantea la interrogante: «¿Qué ha hecho Chile desde 1883 hasta la fecha para hacer olvidar al Perú el odio engendrado por la guerra?». Y responde: «La iniciativa en la tarea de aproximación corresponde al vencedor». Afirma que salvo uno que otro escritor en el Perú no se piensa en revancha, pero sí señala un punto fundamental: «El único punto oscuro es Tacna y Arica. La recuperación de esas provincias es el ideal de todo peruano de corazón; y no hay sacrificio que no se hará para conseguirlo. Es cuestión que toca al alma del pueblo peruano». Lo que no sucede con Tarapacá, por ejemplo; una vez firmado el Tratado los peruanos se olvidarán de esa región. Billinghurst resume el caso de Tacna a dos posibilidades: «Mercantilmente, o por medio de un acto de desprendimiento generoso, de parte de Chile». Si fuera el primer caso, ir a un plebiscito sería inevitable con el consiguiente endeudamiento para su realización; pero si fuera el segundo caso, la devolución de Chile de los territorios sería sin gravamen. «Los que anhelamos la sincera reconciliación del Perú con Chile, optamos por el segundo de los dos términos». Por otra parte, considera que no es posible una alianza entre Perú y Chile, pero sí que puede empezarse con un acercamiento entre los gobiernos; también que el Perú mantendría una «neutralidad sincera» en un posible conflicto entre Chile y Argentina. También asegura que Chile «puede contar a todo evento con la lealtad del Gobierno de Piérola que es fuerte y con la del partido que Piérola representa que es poderoso». Considera que la política de Piérola ha ayudado a que los peruanos vean de otra manera a Chile: «Al dejar el mando Piérola, en 1899, a su sucesor que es de suponerse será pierolista, habrá dejado el germen de una futura alianza entre ambos países», y ello explica
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a su vez la hostilidad de Argentina hacia el Perú. Evidentemente, Billinghurst supone que el continuador del gobierno de Piérola sería él mismo. En otro aspecto, Billinghurst advierte que Chile se equivocaría si cree que el Perú no estaría en condiciones de enfrentar un nuevo conflicto armado; por el contrario, sostiene que puede «poner sobre las armas en menos de noventa días cuarenta mil hombres». Afirma que las derrotas de 1879 y de 1881 «no deprimieron el carácter nacional». Recuerda que en la guerra civil de 1895, en la que triunfó Piérola, «quedaron en las calles de la ciudad cerca de tres mil cadáveres». Finalmente, considera que un tratado de comercio puede ser fácilmente suscrito entre el Perú y Chile. «Un tratado semejante debe discutirse tranquila y amistosamente consultando no solo los intereses del presente sino el futuro desarrollo del Perú llamado a triplicarse antes de ocho años». Con todo este conocimiento y visión estratégica es que Billinghurst fue designado por Piérola como representante del Estado peruano para las negociaciones con Chile; nadie como él conocía la historia, la geografía, los recursos naturales y la situación internacional. Evidentemente, no había mejor opción que él. La participación de Billinghurst fue por demás brillante en las negociaciones y no pudo haber mejor elección para la delicada misión. Era el primer vicepresidente peruano y gozaba de prestigio personal y público en Chile, aun cuando había sido un tenaz defensor del territorio peruano en la guerra (González Miranda, 2008, pp. 40-42). Aunque no fue fácil su papel, pues como señala Sergio González Miranda (2004b), sus vínculos con prominentes personajes chilenos, el «creer en Chile» y no provenir de los grupos de poder tradicionales —«principal fronda que construyó al ‘enemigo absoluto’ con su idealismo por las ‘cautivas’»— hicieron más difícil aun su papel en las negociaciones. Rebatiendo una a una las propuestas chilenas, Billinghurst consiguió dejar de lado el tema de la salida al mar de Bolivia (a quién responsabilizaba
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por la guerra) y concentrarse en cómo dar cumplimiento a lo acordado en el Tratado de Ancón. Se centró en las condiciones del plebiscito, desechando la idea de la partición del territorio. Tampoco aceptó la propuesta chilena de realizar el plebiscito en tres partes: de Sama a Chero, de Chero a Vítor y de Vítor a Camarones. Luego de idas y vueltas se acordaron 18 puntos a ser sometidos al fallo arbitral de la reina regente de España. También se debía determinar quiénes podrían participar en la votación (edad, nacionalidad), los lugares de votación (Tacna, Tarata, Arica y Lluta), composición de la junta (representantes de Perú, Chile y España), carácter del arbitraje (público o secreto) y, finalmente, el monto de la indemnización. El representante peruano, evidentemente, había logrado muy buenas condiciones. El Congreso tenía que aprobar el Tratado. El propio Piérola arengó el 15 de junio de 1898 a los representantes diciéndoles que el contenido del Protocolo asegura la reincorporación de nuestras queridas provincias […]. Nuestro hermoso pabellón flotará de nuevo, ciertamente honorables señores, sobre el legendario Morro de Arica, gracias al ejemplar civismo de los hijos de aquella tierra, más peruana hoy que nunca, y a la actitud de la nación, factores reales de esa obra; obra que traerá lección fecunda de salud a los pueblos de América, conjurando males sin medida para ellos». Aun así, el 20 de junio de 1898, la votación en el congreso tuvo sus rebeldes: 35 senadores lo hicieron a favor pero hubo 7 que se manifestaron en contra; por su parte, 76 diputados se manifestaron a favor y 18 en contra. El 28 de julio de 1898 volvió Piérola a hablar del asunto en el congreso. Y el primer tema al que se refirió fue precisamente al del Protocolo: «Acabáis de sancionar, después del más detenido examen, la solución felizmente alcanzada en el complicado problema internacional relativo a Tacna y Arica; solución que solo aguarda el voto del Congreso Chileno, próximo a ser pronunciado, para entrar en inmediata eje-
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cución. Ella ha ofrecido oportunidad a aquellas dos queridas provincias para hacer manifestaciones que han sacudido el corazón del Perú, y que, ante propios y extraños, ponen fuera de toda duda su inevitable vuelta a la patria. Yo me siento orgulloso de los hijos de aquella tierra y con nueva fe en la grandeza de la nación. Pueblo que tiene hijos como ellos alienta necesariamente legítima confianza en sí mismo y en sus altos destinos.
Como vimos, la decisión chilena de no refrendar el acuerdo echó por tierra el optimismo peruano y se abrió otro momento en las relaciones entre nuestros dos países. González Prada sería implacable en su juicio del 14 de enero de 1899 contra el iquiqueño en «La retirada de Billinghurst»: «su papel fue tan desairado y triste, con su sensiblería patriotera quedó tan mal parado ante el grosero positivismo de los chilenos, que los mismos diarios de Piérola no mencionan hoy el tal Protocolo sino para dirigir una que otra pulla al ex-Comisionado Especial». Pero lo que más llama la atención es que fue el propio Piérola el más contento por el fracaso del Protocolo, pues al parecer consideraba que si hubiera llegado a un final feliz, el mayor beneficiado hubiera sido Billinghurst y no él. Aparece entonces muy clara la estrategia de Piérola: apoyar el Protocolo porque podía beneficiar a su imagen pero no tanto, pues jugaría en favor de Billinghurst. A pesar de que el Protocolo no se firmó no se puede dejar de reconocer el importante papel que cumplió Billinghurst en estas negociaciones, lo que acrecentaría su prestigio ante la opinión pública que consideraba que él era el candidato obvio en las siguientes elecciones presidenciales, que deberían celebrarse en 1899; Billinghurst era el natural sucesor de Piérola. Como sabemos, las cosas resultaron de manera distinta a la prevista.
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Después del fracaso, la ruptura Con seguridad, y entre otras razones, la postergación de la firma del Protocolo enturbió las relaciones personales entre Billinghurst y Piérola, pero hubo otros elementos en juego como la designación del sucesor de Piérola en el Gobierno. En efecto, en 1899 estaban previstas las nuevas elecciones presidenciales y Piérola no podía postular en cumplimiento de la Ley Electoral. Para 1898 Augusto Durand, uno de los más recios montoneros de 1895, había roto con el Califa, y en 1902 fundaría el Partido Liberal. Como sucesor se suponía lo obvio, que debía ser Billinghurst. Pero este, de acuerdo a su bronco carácter, criticó en acto público la implantación del Patrón de Oro, la creación de la Compañía Recaudadora, entre otras decisiones del presidente Piérola. Incluso, en un banquete en el Club de la Unión, enfiló su verbo en contra de sus compañeros de partido (líderes y parlamentarios). Especialmente duro fue con Manuel Candamo, a la sazón presidente del Partido Civil, quien se quejó directamente con Piérola. Enojado, este le dijo a Billinghurst que no auspiciaría su candidatura y que prefería mostrarse neutral en el proceso, aunque por lo bajo apoyaría a Eduardo López de Romaña como candidato único de demócratas y civilistas. Billinghurst trató de presionar a favor de su propia candidatura por ser no solo su vicepresidente, sino su amigo de tantas batallas durante muchos años. Un grupo demócrata lo apoyó oficialmente el 8 de diciembre de 1898, con la adhesión de la Unión Cívica de Mariano Nicolás Valcárcel. Pero aprovechando que Billinghurst se encontraba en Iquique, se convocó a la convención de los partidos Demócrata y Civil y se proclamó la candidatura única de López de Romaña, tal cual era el deseo de Piérola. Arreciaron los ataques contra Billinghurst, presentándolo como díscolo, y el propio Gobierno manipuló a la Junta Electoral para cerrarle el paso al político salitrero. Ante esta situación, Billinghurst decidió renunciar.
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El mencionado contexto explica el extenso telegrama que, desde Iquique, el 2 de enero de 1899 Billinghurst le dirige a Augusto Seminario Vascones, segundo vicepresidente del Perú y presidente de la Asamblea Demócrata. El tono de esas líneas es muy amargo. Efectivamente, Billinghurst se muestra descontento y se siente traicionado, pero se defiende y ataca. En sus líneas, recuerda que alguna vez Carlos de Piérola sostuvo que su hermano Nicolás combatiría explícitamente la candidatura de nuestro personaje porque lo consideraba una amenaza para su obra política, incluso —decía el Califa, exagerando— para él mismo, y que se vería obligado a salir del país. En parte —como lo veremos— tenía algo de razón, al menos en la comprensión de la política: la forma de entender la práctica de gobierno de Billinghurst era muy diferente a la de su examigo, especialmente con respecto a los poderes económicos y políticos oligárquicos y sus instituciones más importantes. En su telegrama, Billinghurst también llama la atención sobre que él ya había aceptado la nominación a ser candidato por un «móvil patriótico y honrado» y porque pensaba que podía ayudar a conjurar la crisis nacional, pues así había convenido con el propio Piérola. Billinghurst quería renunciar a toda candidatura, romper con su partido e irse a Iquique para dedicarse a sus actividades empresariales y privadas, pero Piérola logró seducirlo porque así convenía a sus planes de dividir para reinar. La candidatura de López de Romaña —analiza— echa por tierra «tan patrióticas expectativas». Billinghurst no quiere ser parte de una lucha fratricida entre los propios demócratas. Alude al argumento de que levantaría al cacerismo señalando que entre peruanos no puede haber «odios eternos». Igual hizo Piérola —busca sacudir Billinghurst— con el civilismo, que lo combatió desde 1874 hasta 1894 y ahora gobierna con él. Punzante, señala que los 25 años de lucha de el Califa le han costado al país 20 mil víctimas y más de 20 millones de soles. Ante la situación descrita, anuncia que vuelve a su vida privada y retira su nombre de la «contienda eleccionaria». Esta carta se hizo
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pública, y le valió a Billinghurst feroces críticas de sus adversarios, incluido el diario El Comercio del 5 de enero. Desde Tacna, el 1 de abril de 1899, un Billinghurst muy amargado y quizás hasta resentido se dirige nuevamente a Piérola, esta vez para hacerle llegar un informe pormenorizado de su contribución económica al «movimiento político de 1894-95»: 8 700 libras, de las cuales exige el pago de 4500. Recuerda que Amador del Solar le había insistido a Piérola que haga el abono respectivo, pero sin respuesta: «Los meses han pasado y Ud. no se ha tomado el trabajo de intentar siquiera el pago de esas sumas que fueron prestadas generosamente cuando estaba Ud. en absoluta insolvencia y cuando todo el mundo se negaba a proporcionarle dinero». Además, refriega Billinghurst, se ha olvidado de pagar las mil libras que prestó «por mi conducto» el señor Oliván, y 2000 soles más que proporcionó este señor a Juan Martín Echenique el 1 de enero de 1895 para la compra de la goleta Garibaldi. Y remacha: «Me limitaré a pedirle que se sirva decirme en contestación, si ha rendido Ud. cuenta al Gobierno, siquiera de las £ 1500 de mi propiedad y de las cuales dispuso Ud. directa, personal y exclusivamente en Valparaíso…». Finaliza con una no muy sutil amenaza: «Si Ud., desoyendo los dictados de la honradez, rehúye darme una contestación, muy a pesar mío y olvidando por completo que durante algunos años tuve por Ud. una amistad, que Ud. fría, sistemática y calculadamente logró romper, me veré obligado a adoptar una línea de conducta en armonía con las circunstancias». También le recuerda un préstamo de 3480 soles de plata que había hecho al vicepresidente de la República, Pedro Alejandrino del Solar, con el fin de armar las expediciones militares de Moquegua y Arequipa (lo que consta en la carta que Billinghurst envió al ministro de Estado en el despacho de Hacienda y Comercio; Iquique, 2 de diciembre de 1895); asumido por Solar y que todavía está pendiente de ser pagado y sigue aumentando por los intereses. Pide a Piérola que el pago se haga por medio del Banco de Tacna (Quiroz, 2008, pp. 206 y ss.).
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Por la carta desde Lima del 7 de abril de 1899 nos enteramos que Piérola había respondido el 1 del mismo mes a Billinghurst en términos que este rechaza: «Ni como Jefe del Estado, ni como individuo, podría Ud. formular con verdades queja alguna contra mí i el fondo la rectitud de su alma le hará reprocharse su comportamiento para conmigo». El 17 de abril, desde Tacna nuevamente, Billinghurst responde a Piérola diciéndole que no ha encontrado ninguna explicación satisfactoria a las inquisiciones planteadas. Reitera que solo ha querido hacerle recordar que hay un plazo legal «para reclamar los créditos pendientes contra el Estado», el mismo que se va a vencer, así como refrescarle la memoria sobre la obligación que tiene de rendir cuentas. Billinghurst rechaza lo que Piérola le ha escrito, porque observa que lo mueve la mala pasión y que él sí se ha portado correctamente. Con suave ironía, Billinghurst le dice que no lo ha motivado «ningún móvil hostil»: «Aunque hace tiempo que he dejado de tener por Ud. el respeto y consideración de antes, no por eso abrigo respecto de Ud. odiosidad personal. Otro es el sentimiento que Ud. me inspira». Luego describe a su examigo con rudeza: «Aun en los actos más familiares Ud. nunca procede sino por una excitación de su vanidad o por el temor de lo que pudiera sobrevenirle. Son estos los rasgos distintivos de su carácter, Ud. no me lo negará». Continúa Billinghurst abriendo la herida: «La hipocresía política es mil veces más funesta que la hipocresía religiosa, y Ud., Sr. D. Nicolás, posee la primera en grado que nadie, que no lo conozca íntimamente podría imaginarse». Le restriega que cuando llegó a Chile, «desahuciado por Dreyfus», acudió a él para que le subvencione sus planes revolucionarios «invocando mi patriotismo», e incluso lo consideraba apto «hasta para sucederle en el mando». Enfatiza recordando su «humillante condición, en París, respecto de los esposos Dreyfus, su encarcelamiento prolongado e injustificable en la Intendencia de Lima, los vejámenes y persecuciones que ha tenido Ud. que soportar», todas estas desventuras que no se las cobra a sus adversarios —sostiene
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Billinghurst— sino a los amigos que le han sido fieles, como él mismo precisamente. Y luego hunde el estilete en la que quizás es la herida más sensible de Piérola: «Invocando lo que Ud. entendía su deber para con la Patria, suscribió Ud. en 1869, cuando aún era Ud. joven inexperto, y sin entenderlo siquiera, el contrato Dreyfus, colocando, así, en manos de un grupo de judíos de baja ralea, los instrumentos de opresión que audazmente arrebató Ud. a los agiotistas nacionales. Ud. logró cambiar el personal de los verdugos, pero, desgraciadamente la víctima fue siempre la misma». Luego, prosigue, en 1880 firmó «aquellos terribles laudos» que reconocen a favor de Dreyfus y en contra del país varios millones sin proceder ninguna liquidación formal: «Día llegará en que el país sepa si esos laudos, que son hoy una amenaza formidable suspendida sobre el porvenir financiero del Perú, fueron redactados por Ud. o por el abogado de Mr. Ford», el gerente de Dreyfus. En la argumentación de Billinghurst van cayendo otros personajes políticos: «En 1874, alarmado Ud. con la degradación de la primera magistratura del Estado caída en manos de Pardo, acusado del feísimo delito de hurto, y obedeciendo el mandato de los pueblos, aceptó Ud. el acero que forjaron nuestros padres en la edad heroica, y se hizo Ud. general para derrocar al civilismo, cuya presencia en el poder era humillación y oprobio». El llamado contrato Dreyfus tuvo ciertas consecuencias en las negociaciones entre Perú y Chile, pues políticos de este país tenían aprensión de pagar la indemnización por Tacna y Arica por la sospecha de que Piérola tenía participación en la liquidación final de los negocios de Dreyfus. Por otra parte, existía desconfianza porque se pensaba que los laudos expedidos en abril y mayo de 1880 tuvieron el objetivo subalterno de favorecer los intereses de Piérola, ligados a los de Dreyfus. En resumen, en Santiago se llegó a la conclusión de que Piérola sacrificaría Tacna y Arica con tal de que los 20 millones de indemnización ingresaran a las arcas de Dreyfus y, por ende, a las de Piérola. En otras palabras, había detrás del contrato una gran
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corrupción. Después del asesinato de Pardo, Piérola dijo —ante el «espanto» de Billinghurst— que «el civilismo, es preciso desengañarse, es el único elemento serio de gobierno». Para Piérola, según concluye Billinghurst, «los demócratas solo sirvieron de peldaño sangriento». Sus acciones por el poder (el generalato de Tarata, la dictadura) solo produjeron derramamiento de sangre, y en 1897, quiso renovar el perjudicial contrato Joseph-Herz con «cuantos israelitas insolventes y de pésima reputación» para pagar el rescate de Tacna y Arica: «En el fondo de todo eso, sin embargo, hay algo más que una farsa; y el tiempo se encargará de descubrirlo. No soy yo el llamado a arrojar lodo sobre su rostro». Billinghurst no deja de acusar al mismo Piérola y a sus ocasionales aliados, los civilistas. Se lamenta que ambos obstruyeran sus gestiones diplomáticas en Santiago; está aludiendo, sin mencionarlo, al diario El Comercio: «El país quiere también una explicación respecto de la conducta de su ministro de Relaciones Exteriores [Riva-Agüero], quien subvencionó a un diario popular de Lima [La Opinión Nacional], para que me atase en mi calidad de representante del Perú en Chile». Evidentemente se refiere al documento conocido como Protocolo Billinghurst-La Torre, que ya vimos. ¿Cuál era el verdadero fin de esto?, se pregunta Billinghurst, y le restriega a Piérola que sabía que no tenía ambiciones políticas, pero lo convenció de apoyarlo en las montoneras bajo la promesa de la liberación de Tacna y Arica, «que yo he ambicionado desde el día mismo en que se suscribió el Tratado de Ancón». Piérola también lo convenció —siempre según la versión de Billinghurst— de ser su vicepresidente, aunque ahora se da cuenta de que solo fue para obstruir las ambiciones de Olaechea y dividir a su propio partido en beneficio privado. Esa estrategia divisionista fue la misma al adular a Riva-Agüero, acercándose al Partido Constitucional de Cáceres y promoviendo la propia candidatura de Billinghurst, la que finalmente sería boicoteada por el mismo Piérola apoyando la postulación de López de Romaña,
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reconocido antipierolista de antigua data. Y para colocar la fresa a la torta, permitió la corrupción, como en el caso de Echenique. Como resumen de esta extensa carta se pueden reproducir las siguientes líneas: En su mensaje de Octubre de 1897, dijo Ud. al país lo siguiente: ‘¡Atrás! los viejos empeños, los mezquinos ardidos, todo ese conjunto de abominables miserias que se ha llamado aquí política. Yo no entiendo de ella ni quiero aprenderla’. Cuando el historiador tranquilo e imparcial estudie la administración política de 1895-99, se asombrará de ver la exactitud con que Ud. ha pintado su propia obra.
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A pesar de los duros términos de la ruptura, pronto hubo gestos para reanudar la amistad, en los que los propios hijos de Piérola tuvieron participación. En efecto, al año siguiente de 1900, volverían las cartas gentiles de Billinghurst, aunque es legítimo dudar que la amistad hubiera recuperado los tonos de intimidad y complicidad que había logrado en otros tiempos.
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IV Camino al poder (1900-1914) Billinghurst tenía varias facetas: la intelectual, la empresarial y la política. Representa el caso poco común de ser un empresario-intelectual, preocupado por los asuntos culturales. A pesar de no haber sido universitario, «poseyó una cultura seria y variada». Además, su «biblioteca fue una de las más ricas entre las de los personajes de aquella época» (Basadre, 1970, p. 223). Su obra tiene varios títulos y gira alrededor —principalmente— de la región del sur, su población y sus recursos naturales: Tarapacá, los peruanos que quieren continuar siéndolo y el salitre. Rápidamente se puede echar una ojeada a su producción autoral. En el año 1874 fue redactor de El Comercio de Iquique, en 1875 publicó Rápida ojeada sobre la cuestión del salitre, tres años después Compendio de legislación municipal del Perú, 1873-1877 en Iquique, en 1880 Corona fúnebre de Alfonso Ugarte, y en ese mismo año Reconocimiento militar del río Desaguadero y de la altiplanicie andina. En 1882 fue cofundador del diario La Industria de Iquique y también fue director de El Ateneo de esa misma ciudad. En 1886 sacó a la luz Estudio sobre la geografía de Tarapacá, al año siguiente publicó Condición legal de los peruanos nacidos en Tarapacá y El abastecimiento del agua potable del puerto de Iquique, en 1888 Los ferrocarriles salitreros de Tarapacá, en 1889 Los capitales salitreros de Tarapacá, en 1893 La irrigación en Tarapacá, en 1896 Reglamento de explotaciones agrícolas en «La Montaña», en 1903 Legislación sobre salitre y bórax en Tarapacá. Luego, en 1905 editó Documentos relativos al ferrocarril de Patillos, y en 1909 Irrigación por medio de pozos artesianos. Posteriormente, en 1912 su plan de gobierno Discurso
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programa; entre dicho año y fines de 1913 habría que contar sus discursos como presidente del Perú, porque son verdaderas reflexiones sobre el país con sentido y profundidad; y en 1915, desde el exilio en Chile, su Mensaje a la nación. Como ha observado Sergio González Miranda (2000),40 una gran parte de estas publicaciones fue escrita durante la estadía de Billinghurst en Iquique, lejos del fragor de la lucha política, en la tranquilidad de su hogar, con la ventaja de vivir en la calma de un tiempo lento, sin sobresaltos. En términos generales, la clave que quiso descubrir Billinghurst fue bajo cuáles condiciones el Perú podía alcanzar su desarrollo sin requerir de la presencia extranjera, pensando básica pero no exclusivamente en Inglaterra. Al lado de ese objetivo nuclear, otro eje de sus preocupaciones fue cómo construir el Estado nacional e integrar a la población. Finalmente, está presente en sus escritos la tarea de la construcción de un conjunto de valores que permitan superar el (des)orden construido por las élites oligárquicas que llevó al país a la derrota en la Guerra del Pacífico y fundar realmente el Estado nacional peruano. La característica fundamental de Billinghurst fue el de ser un hombre preocupado por las posibilidades de desarrollo del Perú. Sus ideas de irrigar, industrializar el campo, invertir, limitar el ingreso del capital extranjero, así como otorgar importancia al comercio, la inversión y la ganancia nos indican que Billinghurst fue representante de una burguesía nacional en gérmenes. Quería modernizar la economía; por ello, en lo político, propuso nuevas formas de relación con las masas, proponiendo cambios que fueron vistos con temor por aquellas élites oligárquicas. Como empresario, Billinghurst fue un hombre atento al desempeño económico de sus propiedades, como lo ha demostrado Sergio González Miranda. En efecto, desde fines del siglo xix hasta 40 En este texto, el autor hace una excelente comparación entre Billinghurst y Alessandri, con ventaja para el primero.
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mayo de 1912 —es decir, cuando estaba en plena campaña política que lo llevaría a la presidencia de la República— Billinghurst mantuvo una correspondencia representativa de su mentalidad empresarial con un socio suyo: «Son cartas que don Guillermo le envía a Juan Dessori, quien fue residente del pueblo de la Huayca, siendo principal motivo la sociedad que ambos tenían respecto de la propiedad de la mina de cobre llamada Sagasca. En sus cartas se puede ver cómo desde los más variados cargos políticos don Guillermo se preocupaba de sus intereses mineros, demostrando allí su mentalidad moderna e innovadora» (González Miranda, 2006, p. 32). En este grupo de cartas podemos encontrar a un Billinghurst preocupado por la peste bubónica que azotaba a la región, propiciador de experimentos mineros, que tenía negocios con Augusto B. Leguía de sales potásicas. Incluso nos enteramos que en algún momento por desavenencias estratégicas divide la propiedad con su socio, aunque no dejan de ser amigos; etcétera. Definitivamente, se trataba de un hombre multifacético, de un capitán de industria que lamentablemente no encontró en el Perú de su tiempo las condiciones propicias para desplegar toda su vitalidad y probar otra vía económica diferente a la agroexportadora vigente. Pero es indudable que la faceta política es la más evidente en Billinghurst. Los inicios del año 1900 encuentran, al parecer, a Billinghurst y a Piérola tratando de reanudar su relación personal: Personas de la intimidad suya, y aun su hijo Don Isaías, han manifestado a dos amigos míos, directamente las primeras e indirectamente el último que tiene interés público, en poner término al estado actual de mis relaciones con Ud., asegurando que Ud. no es ajeno a esta aproximación. No sé si estas insinuaciones correspondan, realmente, a un propósito serio, levantado y sincero, e ignoro qué alcance puede tener esta reacción de parte de quienes por capricho y vanidad han intentado, de tiempo atrás, injusta e inmotivadamente, hacerme todo el daño posible […].
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Además, Billinghurst le recuerda al caudillo las percepciones que tienen en Chile sobre sus relaciones con Dreyfus, pues le plantea a Piérola un tema de suma importancia: según le había dicho este algunos años antes, en 1893, que «Francia le había asegurado que Chile estaba comprometido a pagar, caso de quedarse en nuestras provincias, los 14 millones de soles ofrecidos, directamente a Francia, haciendo caso omiso del Perú». Billinghurst trató de hacerle ver su error y que «el pago directo a Francia con detrimento del Perú, no constaba del Protocolo Bacourt-Errázuriz, ni de ningún otro documento público».41 Para salir de dudas, llevó a Piérola a La Moneda para consultarle directamente al ministro de guerra chileno que había firmado el Protocolo, Isidoro Errázuriz, quien señaló que se trataba de una equivocación o de una mala interpretación «del ministro de Relaciones Exteriores de Francia, pues eso no era lo pactado». Aunque Piérola insistió, era claro que eso no estaba estipulado «en el artículo 5º, letra A del Protocolo de 23 de julio de 1892». Pero el asunto no quedaba allí. En algún momento se pensó en Errázuriz como embajador en el Perú, pero la idea no prosperó porque al parecer, «además del Protocolo de 23 de julio, [existía] otro que permanecía secreto, por el cual había el compromiso de entregar a Francia directamente el precio de Tacna y Arica». Billinghurst pudo tener acceso a ese Protocolo secreto: Conforme al Protocolo secreto Chile se ha comprometido a entregar a Francia 14 millones de soles, si se quedase aquel país con Tacna y Arica, despojando al Perú de esa suma que le correspondería en la emergencia de que el Plebiscito le fuera adverso. Francia se obliga a gestionar para que el Perú ceda, desde luego, y sin más trámites sus 41 Hugo Pereyra señala que el Protocolo Bacourt-Errázuriz «hizo ver a muchos que Chile no estaba dispuesto a cumplir con las estipulaciones del Tratado de Ancón. El Perú se opuso a este instrumento porque Chile reconocía, por primera vez, el derecho de los intereses franceses en la deuda peruana» (Pereyra Plasencia, 2009, p. 81).
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dos provincias. De suerte que perdiendo el Perú el Plebiscito, perdería sus mencionados territorios y el valor en que caprichosamente fueron tasados por los negociadores del Tratado de Ancón.
Regresando a la política nacional, Billinghurst —ya vuelto a su viejo partido—, tendría incesante actividad pública. En declaraciones al diario La Prensa de Lima, el 3 de junio de 1904, rechaza enfáticamente la acusación sibilina del civilismo que señalaba que cuando aquél fue Ministro Plenipotenciario en Chile recibió dinero de ese gobierno; asimismo, niega haber subvencionado a Piérola para acabar con el régimen de Cáceres. Pocos días después, en el mismo diario, sale al frente para criticar a los miembros del Partido Civil que atacaron a La Prensa. Nuevamente, en este diario Billinghurst publica una «carta política» (12 de junio) por la que se adhiere a la candidatura presidencial de Piérola (acometida sin éxito, pues el ganador sería José Pardo). Como vemos, Billinghurst era nuevamente ferviente seguidor pierolista, y retomaría su papel de organizador del Partido Demócrata. Cuatro años más tarde, en 1908, el Perú se preparaba para la nueva contienda electoral. El civilismo había apostado con todo por Leguía, como se lo expresa Billinghurst a un coronel del que no sabemos su nombre, pues él mismo quiso que permaneciera así. Además, considera que Pardo está siendo increíblemente miope — inexplicable después de gobernar cuatro años el país— al apoyar al político lambayecano. Billinghurst señala que puede ver con imparcialidad la vida política nacional después de tantos años de estar fuera del país. Pero no ha cambiado su opinión del civilismo: «Un mandatario puede engañar a todo el pueblo una parte del tiempo, o a una parte del pueblo todo el tiempo; pero nunca puede engañar a todo el pueblo, todo el tiempo», concluye. En ese mismo año ocurriría un hecho dramático en Iquique que sacudiría la conciencia de los contemporáneos, conocido como «la matanza del colegio Santa María».
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La matanza de 1907 en Iquique Los primeros años del siglo xx encontraron a Billinghurst alejado de la política nacional, si bien siguió muy activo en el plano regional. Como se observa en su correspondencia con el escritor Ricardo Palma, además de sus preocupaciones políticas y empresariales también estaba interesado en la labor educativo-cultural. Por un lado, fue un interesado en fundar bibliotecas, impulsar ediciones y proveer a la Biblioteca Nacional del Perú con libros que ayudaran a su refundación luego de la devastación que sufrió por la guerra; pero al mismo tiempo estuvo atento al impulso educativo que necesitaba su región. En este contexto, formó parte en 1905 de las Juntas Administradoras de Liceos de Tarapacá (González Miranda, 1999). Pero acontecimientos de 1907 estaban llamados a remecer las conciencias de su tiempo. Sucedió lo siguiente. En los yacimientos salitreros de Tarapacá trabajaban obreros de Perú, Bolivia y Argentina, pues se trataba de un territorio que por su riqueza atraía a la fuerza de trabajo. A pesar de que la explotación salitrera constituía el rubro económico más dinámico y productivo de Chile, sus trabajadores ganaban salarios de hambre. Los administradores y dueños mantenían un control casi absoluto sobre los obreros, sea por la simple represión o por incluirlos en un circuito perverso de endeudamiento que no podía tener solución dentro de sus propios marcos. Esta situación generó obviamente el descontento del operario salitrero. De forma inevitable surgió «la huelga de los 18 peniques», como se la conoció. La marcha El 10 de diciembre, los obreros de la salitrera San Lorenzo paralizaron sus labores y muy pronto la medida de lucha se extendió a otras oficinas salitreras. Se fue conformando un clima espeso
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que producía temor. Es por ello que el Club de la Unión llamó a sus socios para que conformen una Guardia de Salvadores. El comandante de bomberos, David Richardson, sugirió a los vecinos armarse. Junto a esto, la «presión obrera» hizo que los notables huyeran de la ciudad. El día 13, Billinghurst se fue a Valparaíso y luego a Santiago (Donoso, 2009, p. 66). La gran marcha de los huelguistas llegó a Iquique y se alojaron en el Hipódromo. Por su parte, el Gobierno ordenaba el traslado de tres regimientos, encabezados por el intendente Carlos Eastman Quiroga y por el general Roberto Silva Renard, quien tendría un protagonismo nefasto en los acontecimientos. El día 17 de diciembre, El Comercio de Lima informaba que la situación era tensa y peligrosa, pues los trabajadores habían impedido el tráfico a tranvías, coches y carretas, y que por el estado de embriaguez de muchos de ellos (según decía el despacho) eran proclives a cometer actos de saqueos. Asimismo, señalaba que el Gobierno peruano había autorizado al cónsul en Iquique, Manuel María Forero, para que ofreciera pasajes sin limitación alguna a todo peruano que quisiera retornar al país. Los 12 mil trabajadores reunidos tanto en la Plaza Manuel Montt como en la Escuela Domingo Santa María exigían al Gobierno su intervención obligando a los patrones a atender sus demandas. Pero al contrario, lo que este declaró fue el estado de sitio el 20 de diciembre. Con respecto a la situación del 21 de diciembre, El Comercio resume la situación con alarma y presagiando lo peor: «En estos momentos se ha desplegado en la plaza principal fuerzas de las tres armas, notificándose á la vez á los huelguistas para que abandonen los locales que ocupan pasado el hipódromo que se encuentra fuera de la ciudad. Esta notificación ha sido ampliada manifestándoles que en caso de no hacerlo, se les intimará haciendo el uso de la fuerza./Después sabe Dios lo que sobrevendrá».
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La matanza Efectivamente, el mismo 21 de diciembre un grupo de trabajadores y sus familiares fueron acribillados cuando quisieron abandonar el lugar. Al día siguiente, luego de los funerales, los obreros fueron conminados a trasladarse al Club Hípico, a lo que se negaron rotundamente. A las 15 y 30 de dicho día, el general Silva Renard cumplió con sus amenazas y ametralló a los obreros y sus familias que se opusieron a su traslado y que se hallaban refugiados en el colegio Santa María. Fue un hecho horriblemente sangriento. El número de víctimas no se sabe con exactitud: quizás 2 000, quizás 3 600. Lo importante es que se trató de una ejecución, de un fusilamiento crudelísimo. Luego de la matanza, cinco mil peruanos, por medio del cónsul, solicitaron al Gobierno ser repatriados. «La repatriación simultánea é inmediata de cinco mil hombres, es asunto arduo que, tal vez, el gobierno no pueda realizar. Pero de todos modos, es indispensable que haga algo por esos compatriotas nuestros, porque aun cuando después de la hecatombe de ayer la huelga de las salitreras quedará probablemente ahogada en sangre…». Como conclusión, valen las palabras de Sergio González Miranda: La masacre pampina-obrera del 21 de diciembre de 1907 puso a todos en una situación extrema, fue cuando se manifestaron los sentimientos más nobles y las pasiones más bajas. En esos instantes cuando la vida y la muerte están separadas por una línea que se puede cruzar de un minuto a otro solo con una decisión. Peruanos y bolivianos, pudieron evitar su muerte, porque se les ofreció abandonar la escuela Santa María minutos antes de la masacre. Esa decisión vital ha sido recordada por generaciones en el norte de Chile y la propia masacre obrera ha sido recogida por la literatura chilena, donde podemos identificar la Cantata de la Escuela Santa
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María, escrita por Luis Advis; la obra de teatro Santa María del Salitre de Sergio Arrau; en poesía, el poema más conocido es el «Canto a la pampa» o «Canto de venganza» del obrero pampino Francisco Pezoa; y las novelas Hijo del salitre de Volodia Teitelboim y Santa María de las flores negras de Hernán Rivera Letelier; entre otras obras (2011b, p. 58).
El retorno Por otra parte, la carta firmada por «Un peruano» en Iquique el 23 de diciembre de 1907 y publicada en El Comercio informa lo siguiente: «Murieron 70 peruanos y hubo 40 heridos fuera de muchos otros que han caído en la pampa. Todo el mundo aplaude la valentía de estos buenos peruanos, que, a pesar de que el cónsul, momentos antes de la matanza, les dirigió la palabra, suplicándose se retirasen, pues se le iba á hacer fuego, contestaron que habiéndose comprometido á seguir la huelga y como su pabellón estaba al tope, no podían arrearlo para irse cobardemente, dejando a sus compañeros solos en el momento del peligro; é impulsados por tan nobles sentimientos prefirieron inmolarse». Luego del día trágico, los peruanos reunidos en la escuela peruana y en el galpón Isabel Ugarte esperan la repatriación (El Comercio, Lima, 23 de diciembre de 1907, edición de la tarde). Al Callao llegaron a bordo del vapor Panamá 66 obreros, y en el Iquitos 600 peruanos más (hombres, mujeres y niños), 54 conscriptos, 7 licenciados, 4 soldados, 4 voluntarios y 3 presos. De El Victoria otros 300 y de El Mapocho otro grupo más.
Un discurso de Piérola El día del cumpleaños del Califa —5 de enero de 1908— sus partidarios y amigos del Partido Liberal organizaron un banquete en su honor en el Hotel Maury. En esa ocasión, Piérola ofreció un dis-
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curso muy interesante en el que hace una evaluación de la situación política y de su propia trayectoria.42 Tengamos en cuenta que 1908 es el último año del gobierno de José Pardo, quien consolidaría el predominio del Partido Civil —fundado por Manuel Pardo, su padre—, y dentro de él la preeminencia de su ala renovadora, la de los «jóvenes turcos» comandados por Pardo y Leguía, entre otros. En ese año, además, los jóvenes civilistas reafirmarían su presencia cuando Leguía alcanzara la presidencia, cargo que asumiría en setiembre de ese año. Piérola y su partido habían perdido el protagonismo político que habían alcanzado desde 1895 hasta 1904, año en el que ingresaría precisamente Pardo al poder. Desde entonces, Piérola ya no volvería a gozar de la sensualidad del poder, a pesar de sus intentos de ser elegido Alcalde de Lima o, incluso, nuevamente como presidente. El discurso de Piérola hay que enmarcarlo entonces en un año electoral, y en una situación de derrota o marginalidad en su lucha por el poder. Discurso que se inscribe, además, al interior de una tendencia de renovación generacional de las representaciones políticas. Se trata de palabras que desea que sean escuchadas más allá del auditorio repleto de correligionarios. Es un discurso de arenga política, que no pierde oportunidad de atacar al gobierno civilista. Luego, pasa a realizar un recorrido histórico-político. Señala que la emancipación política de España fue un acto que de improviso nos ubicó como República, la cual, no obstante, es mejor que el régimen colonial precedente. Inmediatamente después alude a la condición de ciudadanos menguados de los peruanos, quienes «quedan necesariamente a merced de los audaces, ora empleen éstos la brutalidad de la fuerza, ora las alucinaciones del engaño, divididos en dos terribles campos: dominadores y dominados, 42 Agradezco a Domingo García Belaunde el haberme proporcionado la transcripción de este discurso de Piérola, y que luego publicara en la Revista Peruana de Derecho Público, año 5, núm. 9, julio-diciembre de 2004. Originalmente apareció en La Prensa el 6 de enero de 1908.
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con todos sus desastres». El embate contra la demagogia —que él mismo utilizó en tantas oportunidades, por lo demás— va directamente contra los políticos civilistas. Las palabras de Piérola adquieren, evidentemente, tintes de una reflexión moderna al centrar su preocupación en la escasa condición ciudadana de los peruanos; denunciando, como lo han hecho múltiples analistas contemporáneos nuestros, la falacia ciudadana y, por lo tanto, la ficción de la República: Sin ciudadanos no hay República. Y no puede darse el nombre de tales sino a los que estén íntimamente penetrados de que el interés del individuo es solidario con el de los demás; de manera que todo ataque y todo servicio a la colectividad, es ataque o servicio necesario, inevitable, al interés de cada uno; que la ley honradamente cumplida, es condición de vida para todo pueblo; que solo el imperio de la verdad y la justicia da fuerza, poder y prosperidad a las naciones; que ningún pueblo alcanzó jamás otros bienes que aquellos que por sí mismo supo conquistar y defender; que los indiferentes y los omisos son, en daño propio, los grandes cooperadores de la audacia dominadora, rebaño de insensatos o menguados destinado al sacrificio, historia apenas interrumpida por brevísimos intervalos en los pueblos hispano-americanos.
Por otra parte, Piérola afirma que el Partido Demócrata había surgido para superar los males de la patria. Quizás su logro más importante fue el haber comandado la insurrección que dio término al segundo militarismo post-1879 e instaurar la paz institucional que cobijó el progreso económico en 1895, que dio inicio a la llamada república de notables. Por otra parte, analistas de su tiempo afirmaban que con él se inició la «regeneración nacional», y por ello cautivó la simpatía de intelectuales del Novecientos como los periodistas José María de la Jara y Ureta, Luis Fernán Cisneros y Leonidas Yerovi, el historiador José de la Riva-Agüero, el escritor
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José Gálvez o el multifacético Víctor Andrés Belaunde, por ejemplo. Gran parte de ellos fundaría en 1915 el Partido Nacional Democrático, de inspiración pierolista. Piérola también es enfático en denunciar los estragos de la corrupción, es decir, utilizar los bienes públicos para el enriquecimiento privado; abusar del poder para el beneficio propio, olvidando el fin máximo de la política, que es el bien colectivo, conquistar la vida buena. Puede llamar la atención esta arenga; quizás se pueda explicar que se trata de un discurso pronunciado casi al final de su vida, de una evaluación de lo hecho durante una trayectoria muy larga y quizás hasta una expresión de arrepentimiento. Pero también puede ser que en la mirada que echa hacia atrás no encuentra nada reprochable o, en todo caso, encuentra explicaciones racionales para lo cometido. Finalmente, puede tratarse de simple cinismo y demagogia. En cualquier caso, y siguiendo el hilo de su discurso, resulta interesante que para Piérola la condición de ciudadanía vaya aparejada a la de la honestidad; en sentido contrario, el corrupto no puede ser considerado ciudadano. Si no puede haber República sin ciudadanos, tampoco puede haberla con corruptos. El discurso de Piérola también es un esfuerzo de justificación histórica, especialmente de cuando asumió la dictadura en plena guerra con Chile —uno de los momentos más controversiales de su larga carrera política—, hecho que el líder consideraba de «necesidad nacional» y que su partido y él mismo —según sus palabras, aunque la figura de Piérola es tan controversial que existen posiciones antagónicas— asumieron sin buscar la ventaja personal o egoísta. Por el contrario, dice, su partido «luchó por la patria y para la patria». Inmediatamente, Piérola da un giro y pasa a la ofensiva, pues se interroga qué hubiera pasado si los demócratas hubiesen salido victoriosos de algunas de sus revueltas como las de Arequipa o Yacango: «¿Habría tenido el Perú la bancarrota, fuera; la miseria del billete fiscal inconvertible, dentro; la insensata guerra con Chile; la ruina y la mutilación nacional; el desastre…?».
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Posteriormente, el Califa retomaría algunos postulados del programa de su partido sobre la educación: «Los que parecen ufanarse por la educación del niño, cooperando al mismo tiempo al desorden político y social, se engañan a sí mismos o engañan a los demás. En todo caso, destruyen de un solo golpe y en grande escala, lo mismo que pretenden edificar en detalle y poco a poco». Lo anterior está relacionado con el mismo ejemplo político. Los líderes son los que tienen la obligación de irradiar las conductas imitables y positivas, que contribuyan a la convivencia tolerante. Traducido en práctica política, para Piérola significó —cuando llegó al poder en 1895— buscar un acuerdo con sus otrora adversarios, los civilistas, y establecer el gobierno conocido como Coalición Nacional. Este pacto político —que permitió a las élites oligárquicas conocer su momento de mayor esplendor— ejerció su influencia en la sociedad, en los propios ciudadanos. Piérola releva la importancia de la educación política. Cuando se dirige a los correligionarios que habían asumido la responsabilidad de conducir las riendas del Partido Demócrata, los elogia efusivamente: «en donde quiera que ha alcanzado vuestra acción, habéis dado enorme paso en la educación política de la República y demostrado, con la elocuencia de los hechos, que el Perú tiene ciudadanos». Por otro lado, ve al Estado como una institución moderna. En él solo deben permanecer los más capaces. Está en ciernes el criterio del mérito, y no las relaciones personales de compadrazgo ni las influencias nocivas. Una vez dejado el gobierno, el Partido Demócrata pasó a la oposición, labor que cumplió —señala Piérola— inflexiblemente pero con grandeza de miras: «La oposición a lo bueno es insensata y condenable, la oposición a lo que se juzgue malo, es deber de todo ciudadano». Volviendo al tema de la coyuntura política, y previendo la sucesión del civilismo en la presidencia, Piérola arenga a sus partidarios a «revisar a vuestros afiliados y alzar contra aquélla enérgica protesta y resuelto combate». De paso agradece al Partido Liberal, cuyos dirigentes ya habían tomado la decisión de oponerse
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a la continuidad del civilismo. Lo que Piérola está alertando es, en el fondo, sobre un posible fraude electoral, una manipulación de los resultados de la votación a favor del candidato oficial. La historia ha demostrado que se equivocó, y que el Partido Civil fue la primera fuerza política en importancia durante las primeras décadas del siglo xx en el Perú. Pero en el momento en que Piérola pronuncia su discurso, la forma de llevar a cabo las elecciones contenía todos los elementos para incrementar la duda. Más allá de las percepciones coyunturales, Piérola incide en la necesidad de desarrollar elecciones limpias, y recuerda pasajes del programa de su partido. Subraya que hay que respetar la voluntad nacional, sea quien sea el ganador: «pero a condición de que lo sea en verdad, a condición de que el Perú tenga el gobierno que él quiera darse. Tal es vuestra aspiración y vuestra enseña, que yo bendigo de todo corazón». Leguía ganó las elecciones, y al año siguiente un grupo de pierolistas enojados con la derrota electoral pasearon al presidente para exigirle su renuncia, a lo que Leguía se resistió con entereza. Finalmente, el presidente fue rescatado por la policía y los amotinados terminaron apresados. Si bien Piérola fue para 1908 una figura política en declive, su discurso encierra las bases de una discusión moderna que se repite en constantes oportunidades: formar ciudadanos, consolidar las instituciones, respetar las leyes, educar con el ejemplo a los peruanos, recusar la demagogia, no utilizar al Estado como trampolín para alcanzar las expectativas personales y combatir la corrupción.
Billinghurst, alcalde de Lima Al parecer, la amistad retomada entre Billinghurst y Piérola fue útil para que el primero alcanzara la alcaldía. Se trata de un hecho irónico porque Billinghurst reemplazó en 1909 a Ántero Aspíllaga en la alcaldía debido a la renuncia de este, y porque luego en 1912
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arrebataría al mismo representante civilista la posibilidad de ser presidente del Perú. La historia es, resumidamente, la siguiente.43 Los días 1, 2 y 3 de diciembre de 1908 se realizaron las elecciones municipales en las cuales se debía decidir al sucesor del exitoso Federico Elguera, quien gobernaba la ciudad desde principios de siglo (1901), y además era periodista y escritor de éxito que hizo famoso el seudónimo El Barón de Keef. Se presentaron dos listas: la Liga Municipal, del Partido Civil, con su candidato Ántero Aspíllaga (quien ya había sido Alcalde de Lima en 18961897); y el Comité Popular, compuesto por demócratas y liberales financiados por Billinghurst, opinión deslizada por El Comercio. Según este diario, el 2 de diciembre, la jornada eleccionaria transcurrió sin incidentes e incluso en medio de la apatía ciudadana, y adelantaba que luego del primer día de votación la lista de la Liga Municipal había captado el mayor número de votos. El día 4 — después de concluidos los comicios— el mismo diario confirmaría la información. Incluso daba la lista de los elegidos. En primer lugar, Aspíllaga. De su lista: Lizardo Alzamora, Rómulo Botto, Juan Castro, Mariano Lino Cornejo, Fernando Fuchs, David García Irigoyen, Plácido Jiménez, Guillermo Olano, Arístides Porras, Ricardo Salcedo, Enrique Swayne y Carlos Zavala Loayza. Del Comité Popular: Federico Elguera, Manuel Bellido, Federico Helbek y Luis Sanguinetti. Es decir, el triunfo del civilismo era muy claro. El 3 de diciembre44 a las 6 de la tarde, un grupo de partidarios de la lista derrotada —cerca de 400— se reunió en la Plaza de Armas, encabezado por sus candidatos José Cerrutti y Federico Crempian Velásquez, para protestar por la forma cómo se llevaron 43 Para esta parte he contado con el apoyo de Laura Gabriela Gonzales Malca y Alfredo Álvarez Chambi, quienes hicieron la búsqueda hemerográfica. También expreso mi gratitud a los trabajadores de la Biblioteca Central de la Universidad Católica del Perú y de la Biblioteca del Congreso de la República del Perú. 44 El mismo día 3 murió la tía de Billinghurst, Jesús Angulo viuda de Izarnótegui; el día 4 apareció una nota en El Comercio pagada por el propio Billinghurst participando la noticia, y el día 5 agradeciendo a los asistentes al velorio.
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a cabo las elecciones vivando por Piérola y Durand; luego de recorrer algunas calles llegaron al local del diario La Prensa (Jirón de la Unión) y fueron dispersados en la calle Malambo. Por su parte, los de la lista ganadora salieron a la vía pública dando hurras por sus candidatos triunfadores. Se debe mencionar que el Perú había avanzado en materia electoral. Juan Luis Orrego (2010) señala que la ley electoral de 1896 fue muy positiva, tanto por la letra como por las consecuencias que trajo. «Estableció que las elecciones edilicias se hicieran por votación directa de los vecinos, peruanos o extranjeros, de 21 años o casados, y que supieran leer y escribir. Así, los municipios emanados del sufragio popular revolucionaron la administración urbana, especialmente la de Lima».45 Enero de 1909 fue un mes bastante movido. El día 5, con ocasión de un nuevo cumpleaños de Piérola, sería Billinghurst el encargado de organizar el homenaje al líder demócrata, al que asistieron personalidades cercanas al Califa como Joaquín Capelo, Abelardo Gamarra, José María de la Jara y Ureta, Pedro de Osma, Manuel Olaechea, Manuel Quimper, Alberto Ulloa, Leonidas Yerovi, entre muchos más. Como en 1908, se reunirían en el Hotel Maury, y sería el propio empresario salitrero quien pronunciaría las palabras de saludo al Califa, las mismas que serían publicadas en La Prensa: Os rodean amigos que se complacen en ofreceros el homenaje de su respetuosa consideración a vos, el preclaro ciudadano a quien contempla el Perú desde hace cuarenta años, trabajando con incesante y patriótico afán, por su bienestar.
45 Entre los buenos alcaldes que salieron elegidos señala a Juan Martín Echenique, Federico Elguera y al propio Guillermo Billinghurst, entre otros. En un balance general que nos ayuda para ingresar a la gestión de este último, sostiene que se ganó el título de «benefactor de los pobres», «al realizar obras de canalización y agua potable que mejoraron el pobre saneamiento urbano, construir viviendas para los obreros y abaratar los precios de las subsistencias».
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Al saludaros en el nombre de esos amigos y en el mío propio, en esta fecha que marca vuestro natalicio, os ruego que aceptéis junto con mi afecto personal los votos que hago porque se prolongue vuestra brillante existencia clamorosamente necesaria para la salud de la Patria y la prosperidad y predominio del gran partido demócrata. Y al hacer esos votos, señor, creedme que no obstante los años transcurridos y los reveses experimentados, me domina el mismo entusiasmo que supisteis inspirarme hace más de un tercio de siglo, a bordo del Talismán para seguiros y acompañaros con fe y resolución en la toma de Ilo, en las trincheras de los Ángeles y Quilinquili, en la batalla de Chuculay, en la retirada de Tumilaca, en el asalto de Arequipa, en el encuentro de Pisagua, y en el combate naval de Pacocha; entusiasmo que me ha hecho colaborar, también, en todas las demás jornadas que habéis librado, persiguiendo el triunfo de la bandera que en aquella época memorable enarbolarais. Es, pues, vuestro antiguo compañero quien os dedica esta manifestación de amistad, bien modesta, es cierto, pero que será bastante para llevar a vuestro espíritu la seguridad de que aumenta con el tiempo la alta estimación a que sois acreedor por vuestras singulares dotes y por vuestros notorios merecimientos. Señor: puesto preferente habéis conquistado en el corazón de la patria y mañana, en justicia, ocupareis en la historia las mejores de sus páginas. Mientras tanto, contad con la ardiente adhesión de vuestros amigos y con el respeto de todos.
En su respuesta, Piérola pronunció palabras como esta: «Rodeándome de los nuestros, i descorriendo con vuestra palabra, señor Billinghurst, el velo del pasado, habéis traído sobre mi frente la brisa bienhechora de otra edad; sobre mi frente, que el hielo de los años ha tostado; pero que no ha enfriado el corazón». La reunión terminó en olor de multitud, pues los partidarios que esperaban a sus líderes en las calles —el banquete empezó a las 8 de la noche y terminaría a las 11— los
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acompañaron al momento de salir, primero al hogar de Piérola y luego al de Billinghurst, donde continuó el ágape. Pero además ese primer mes de 1909 fue muy importante en la vida de los principales partidos: el Civil y el Demócrata. El día 13, los dirigentes del civilismo se reunieron en casa particular para renovar, vía elecciones, a su junta directiva: presidente y otros cargos. Aspíllaga alcanzó la máxima votación.46 Luego se designó a la comisión que negociaría con el Partido Constitucional las candidaturas para senadores y diputados. El mismo día 13 se reunieron los dirigentes de este partido, designando al general César Canevaro como su representante en las negociaciones con el civilismo. El día 18, la junta central directiva del Partido Civil acordó apoyar la candidatura de Aspíllaga para senador por Lima. Por su parte, el día 17 Billinghurst sería votado —provisionalmente— como presidente del comité directivo de su partido, luego de la renuncia de Pedro de Osma. Prometía reconstruir a su partido. El momento político previo a elecciones aceleraba los tiempos. El día 18, coincidentemente, el Partido Civil y el Partido Demócrata anunciaron a sus nuevos presidentes: Aspíllaga y Billinghurst. La junta directiva del civilismo y el comité directivo de los demócratas se reunieron cada uno por su lado. Ya estaban preparados para enfrentar las elecciones parlamentarias del mes de mayo. Aspíllaga estaba en una posición incómoda, pues había sido elegido alcalde y postulaba para senador; en la medida de que no corría riesgo su próxima elección, renuncia a la alcaldía y, efectivamente, sería elegido senador y presidiría el Congreso. Su renuncia dejaría vacante el sillón municipal. En ese momento y circunstancia, Billinghurst sería designado alcalde de Lima en sustitución de Aspíllaga. Esta coyuntura sería el anticipo de lo que ocurriría en 1912, en el que la disputa por la presidencia del país los volvería a enfrentar. 46 Al día siguiente eligieron a Javier Prado Ugarteche como vicepresidente, a Ernesto Zapata como secretario y a Vicente Delgado como tesorero.
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La elección de Billinghurst La elección de Billinghurst como alcalde de Lima ocurrió el 24 de abril de 1909, cuando contaba con 58 años de edad. Según el diario La Prensa del día siguiente, el empresario salitrero fue elegido por «considerable mayoría de los votos del concejo». La nota continúa así: Presidida por el teniente alcalde señor Pablo La Rosa celebró sesión a las 5 y 30 de la tarde de ayer la honorable municipalidad, con asistencia de concejales Víctor Andrade, Honorio Angulo, Eduardo Basadre, Manuel F. Bellido, Octavio Bernales, Carlos Borda, Rómulo Botto, Rafael Canevaro, Nicanor M. Carmona, Juan D. Castro, Carlos B. Cisneros, Pedro Dávalos Lissón, Miguel F. Delgado, Arturo F. Martínez, Carlos Forero, Fernando Fuchs, David García Irigoyen, Emilio I. Gree, Juan B. Ísola, Plácido Jiménez, Ignacio de la Puente, Pedro Larrañaga, Eduardo Lavergne, Augusto Luna, Manuel Mazzi, Juan F. Meléndez, Guillermo Olano, Manuel Augusto Olaechea, Ricardo Salcedo, Enrique Silva Elguera, Federico Terán, Edilberto Velarde, Carlos Zavala y Loayza.
En total votaron 35 concejales, con lo cual quedaron en 18 los votos necesarios para la elección. El resultado de la votación se distribuyó del siguiente modo: Guillermo Billinghurst:
22 votos
Nicanor Carmona:
11 votos
En blanco:
2 votos
Total:
35 votos
Posteriormente, el teniente alcalde, Pablo La Rosa, pronunciaría las siguientes palabras:
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Personal satisfacción tengo en proclamar como Alcalde de Lima al señor don Guillermo Billinghurst, con quien me unen antiguos lazos de amistad y cariño. La brillante actuación del señor Billinghurst en el parlamento, en las campañas de la guerra nacional, el honroso cargo de ser vicepresidente de la República y las dotes de estadista que siempre ha revelado, son augurios de lo mucho que puede esperarse de él en beneficio de la ciudad. Buen patriota, tiene hoy el señor Billinghurst la honrosa ambición de secundar el impulso que Lima recibiera en los últimos años; y en esta labor de provecho común, puede contar con que nos tendrá a todos incondicionales a su lado.
Inmediatamente después, Billinghurst expresaría su agradecimiento: Señores concejales: La elección con que me habéis favorecido obliga mi gratitud. Cumplo, pues, gustoso con el deber de declararlo y de manifestar pública y solemnemente mi reconocimiento. Bien sé, señores, que al aceptar el puesto que vuestra benevolencia me confía, contraigo obligaciones de naturaleza muy delicada y trascendente, por la excepcional situación en que este H. concejo va a llenar sus funciones, por las necesidades crecientes y los justos anhelos de nuestra histórica y querida capital, en orden a la subsistencia de las clases menesterosas, a la higiene en sus diferentes ramificaciones, a su ornato y embellecimiento, a su bienestar y progreso, en fin que de consumo reclamen su posición en el Pacífico y la proverbial cultura de la sociedad. Me alienta, sin embargo, la esperanza, señores, de que para satisfacer estas múltiples y difíciles obligaciones he de contar en toda ocasión con vuestros conocimientos y vuestra experiencia, en el acierto en vuestras decisiones; con vuestro constante interés por el bien procomunal, ya que todos debemos extremar nuestras energías dentro de
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la órbita de la ley, para corresponder dignamente a la honra que se nos ha discernido y para no desdecir del patriótico empeño de las distinguidas corporaciones que nos han precedido. Al renovaros, señores, mis agradecimientos con la seguridad de que los hechos sabrán ratificarlos, aceptad los votos que hago porque la más estrecha unión y solidaridad sean la norma de nuestra conducta funcionaria.
La nota periodística consigna lo que ocurrió después: Inmediatamente después se levantó la sesión, acompañando los concejales al señor Billinghurst hasta su domicilio, donde los invitó a beber una copa de champaña. Un numeroso grupo siguió al nuevo Alcalde de Lima por los girones de La Unión y Puno, lanzando vivas a su persona y al Partido Demócrata; y como ya en su alojamiento pidiese que le dirigiera la palabra, el señor Billinghurst salió a una de las ventanas, y desde allí dijo, más o menos, que agradecía una vez más al pueblo esa nueva y espontánea manifestación de cariño que empeñaba su gratitud; que siempre se había acercado a él para sentir los latidos de su corazón, ya en horas de combate como en las expansiones del patriotismo; y que hoy en el puesto de alcalde se acercaría nuevamente al pueblo para estudiar sus necesidades, procurando satisfacerlas dentro del límite de sus atribuciones. Estas palabras fueron recibidas con aplausos, disolviéndose poco después la manifestación.
La gestión municipal Billinghurst había conseguido en 1909 lo que Piérola no había podido lograr en 1901: ser alcalde de Lima. Su administración estuvo caracterizada por un sentido de firmeza en cuanto al orden pú-
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blico, sensibilidad ante las necesidades populares (creó puestos en el mercado de La Concepción, donde se vendían los productos a precios justos; en las Fiestas Patrias de 1910 sorteó casas para obreros), preocupación por la higiene (inauguró obras de canalización y agua potable, erigió parques, desalojó a los chinos que vivían hacinados en la Calle Capón, mandó incinerar centros infecciosos como los barrios Maravillas y el Prado) y por cierta moral restrictiva (prohibió espectáculos que «atentaban contra la moral pública»). En su Memoria de 1910, como alcalde de Lima, Billinghurst resaltaba que lo central de su gestión fue su preocupación por la higienización de la ciudad: «Mientras que en Lima el callejón y el solar inmundo continúen arrancando al noventa por ciento de nuestro capital vivo no tenemos derecho a llamarnos un pueblo culto». Estas preocupaciones las continuaría teniendo en su papel como presidente de la República. Como alcalde, pudo tomar contacto con los sectores emergentes urbanos, productos de una relativa modernización y del crecimiento económico. De «benefactor de los pobres» como alcalde de Lima pasaría a ser «Pan grande» como presidente del Perú. Como buen vecino, Billinghurst —ya era una costumbre en él— siempre estaba atento a los requerimientos cívicos de su localidad, como lo vimos en el caso de Iquique. En Lima mantuvo esa conducta; es así que en 1909 es cofundador de la Asociación Nacional Pro-Marina del Perú, junto con personalidades como Teodoro Elmore, José Balta, Manuel Prado, Federico Villarreal, Pedro Paulet, Antonio Miro Quesada, Melitón Carvajal, entre otros (Isabel Ugarte, la hermana del héroe que fue amigo de Billinghurst hizo un aporte voluntario de 500 soles) (Sánchez-Serra, 2009). Realizó juegos florales por primera vez en 1909, e inauguró el monumento a Antonio Raimondi en la Plaza Italia. Uno de los problemas más agudos o visibles que tuvo que afrontar Billinghurst como alcalde de Lima fue el de la presencia de los inmigrantes chinos. Estos no eran bienvenidos por la com-
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petencia que significaba para otros comerciantes locales, quienes se sentían con más derechos. Se les estigmatizaba como ladrones que venían a quitar oportunidades a los originarios, como si fueran los responsables de la crisis. Además, se les atribuían características naturales de viciosos, jugadores, estafadores, entre otras cosas. El teatro sicalíptico (Muñoz Cabrejo, 2001) fue uno de los elementos que se rechazaban de ellos, al menos formalmente, pues por lo bajo miembros de la emergente clase media visitaban sus localidades con frecuencia. Ahí están los testimonios de Abraham Valdelomar, César Vallejo o Felipe Sassone, por ejemplo. Pero por sobre todas las cosas, se veía a los comerciantes chinos como competidores en un mercado laboral y un comercio reducido por la crisis económica. La hostilidad llegó a ser tan evidente y hasta peligrosa que el domingo 9 de mayo el Gobierno impuso medidas para impedir que los sigan atacando. Por su parte, Billinghurst anunciaba la realización de obras de construcción y remodelación. Especialmente la destrucción del Callejón Otayza (que encargaría al ingeniero Aurelio Miró Quesada), ubicado entre los jirones Ucayali y Andahuaylas (Casalino Sen, 2005), donde vivía hacinada una gran cantidad de inmigrantes chinos. La reconstrucción se llamaría después Calle Billinghurst. El pueblo vivaba a su alcalde, pero al mismo tiempo generaba demandas por trabajo. Las nuevas obras llevaron a que unas 300 personas vayan a las puertas de la alcaldía para exigir puestos de trabajo como albañiles. El 17 de mayo, Billinghurst sería elegido como mediador para tratar con los demandantes (Ruiz Zevallos, 2001, p. 111). Este sería el esquema de relación que desarrollaría Billinghurst cuando asuma la presidencia: nuevas obras, entusiasmo popular que inmediatamente generaba expectativas y demandas que trataban de ser resueltas mediante negociaciones personales más o menos exitosas.47
47 También se puede consultar el artículo de Humberto Rodríguez Pastor (1995).
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Acerca de la preocupación de Billinghurst sobre el problema de la vivienda, Orrego recuerda la construcción de las llamadas «quintas de obreros». Las primeras fueron de 1908, las de La Riva y Los Huérfanos; «pero, en realidad, fue hacia 1909, cuando el Estado participa en la edificación de viviendas populares, bajo el impulso de la Municipalidad de Lima». Billinghurst tuvo como uno de sus objetivos centrales proporcionar viviendas dignas a los trabajadores y de emprender una política de higienización de la ciudad: Por ello, a pesar de los escasos recursos, Billinghurst inició en la zona de Santa Sofía, en La Victoria, un conjunto de viviendas, que paulatinamente se fue convirtiendo en un barrio obrero. El ejemplo fue seguido por la Beneficencia Pública de Lima que le encargó al destacado arquitecto Rafael Marquina la construcción de casas para obreros en los jirones Cusco y Miró Quesada, en Barrios Altos, en la avenida Pizarro en el Rímac y en el jirón Junín del Cercado. Marquina combinó los estilos de los callejones y las quintas para la construcción de estas viviendas (Orrego, 2011).
El mismo Orrego también dice que cuando Billinghurst «accedió a la presidencia de la República», dedicó a la vivienda obrera un especial interés. Por ejemplo, en su mensaje a la nación del 28 de julio de 1913, declaraba: Uno de los problemas que más directamente atañen a las colectividades obreras es el que se refiere a la construcción, con material conveniente, de viviendas sanas, alegres y baratas para reemplazar, cuanto antes, las habitaciones insalubres, desprovistas de ventilación y sol, caras y de lúgubre aspecto en que actualmente se hacinan los desheredados de la fortuna; albergue que es causa directa o inmediata de la alta cifra de mortalidad en nuestras ciudades y especialmente en esta capital.
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Continúa el autor: En este sentido, su gobierno compró en el populoso barrio de Malambo un amplio terreno bien ubicado, con mucha ventilación, luz, agua y desagüe, para construir un barrio obrero. La idea era construir unas 40 casas bajo un modelo que debía extenderse a otros proyectos similares: 1. El obrero que deseara comprar alguna vivienda debía ser aportante de la Caja de Ahorros y tener en depósito una cantidad igual al 15% del precio que debía pagar. 2. El comprador debía tener una familia formalmente constituida y comprometerse a ocupar con ella la casa adquirida y no darla en alquiler. 3. La transferencia a una tercera persona solo podía realizarse previa autorización del gobierno. 4. Solo el 15% del precio de la propiedad debía abonarse al contado.
El hacendado versus el empresario en pos de la presidencia Luego de su buena gestión como alcalde de Lima, el prestigio de Billinghurst creció, especialmente entre los sectores populares. Por esta razón, la presidencia era el siguiente paso lógico en su carrera. No obstante, no se pudo inscribir como candidato y aludió intención de fraude del Gobierno y del partido en el poder, el Civil. Gobernaba el Perú Augusto B. Leguía desde 1908, quien si bien seguía siendo civilista ya se había distanciado de su partido; aun así solo había un candidato inscrito, su correligionario, el importante hacendado Ántero Aspíllaga. Se daba por descontado su triunfo en los comicios. Leguía lo apoyaba a regañadientes. Ántero Aspíllaga Barrera era la expresión más acabada de las élites oligárquicas dominantes. Nació en Pisco en 1849, y su familia era dueña de una de las haciendas más importantes del Perú, Cayaltí,
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ubicada en Chiclayo. Además de hacendado, Aspíllaga también fue político destacado y uno de los miembros más prominentes del Partido Civil y del Club Nacional (del que fue presidente), símbolo social y centro de confluencia de los poderosos del Perú. Durante el gobierno de Cáceres ejerció las funciones de ministro de Hacienda (entre 1887 y 1889, y fue quien —como hemos visto— firmó el polémico contrato Grace), luego fue elegido alcalde de Lima (18961897), senador varias veces (desde 1902 hasta 1910), y también presidió el Congreso así como el Partido Civil (1909-1912). En resumen, el hacendado Aspíllaga expresaba lo más típico del círculo de poder peruano de la república de notables, y quizás ello explique el porqué de sus derrotas frente a políticos modernizadores como el empresario Billinghurst y el financista Leguía.48 Billinghurst se percató de que la crisis en el Partido Civil podía jugar a su favor.49 Además, contaba con el apoyo de los integrantes del Partido Demócrata, aun en contra de la opinión de Piérola, que nuevamente se oponía a la candidatura de su otra vez examigo. El propio general Cáceres fue seducido por la arremetida plebeya pro Billinghurst. El general Enrique Varela y otros le enviaron un telegrama a Berlín el 17 de junio pidiéndole se sume a la movilización por su candidatura diciéndole: «confiamos reconocido patriotismo usted apoyar corriente opinión pública aprobando nuestra actitud».50 Por otra parte, Billinghurst también tenía a su favor al diario pierolista La Prensa, dirigido por Alberto Ulloa Cisneros, que fue un verdadero baluarte en la campaña. Para completar el 48 Efectivamente, como candidato para presidente Aspíllaga no tuvo fortuna. Primero fue vencido por Billinghurst en 1912 y luego por Leguía en 1919. 49 En el mes de enero de 1912, una escisión del Partido Civil conformó el Partido Civil Independiente, en oposición del candidato oficialista Ántero Aspíllaga (José Carlos Martín, 2002). En febrero ya hay evidencia de que Billinghurst mantenía comunicación con el general Cáceres, para entonces con residencia en Berlín. El 19 de febrero el futuro presidente le envía un telegrama desde Lima con el siguiente mensaje: «Acabo de recibir su carta del 19 enero que contestaré detenidamente. Saludos amistosos. Billinghurst» [Archivo Andrés A. Cáceres. Biblioteca Nacional del Perú]. 50 Lima, 17 de junio de 1912 [Archivo Andrés A. Cáceres, Biblioteca Nacional del Perú].
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panorama favorable a Billinghurst, se debe mencionar que la plebe urbana estaba volcada hacia su candidatura. Con todos estos elementos, Billinghurst pudo desplegar una fuerte iniciativa en contra de las elecciones, lo que consiguió luego que más de 20 mil personas salieran el 20 de mayo a las calles de Lima impidiendo que se lleve a cabo la votación. Fue en esa jornada que apareció el lema que identificaría a Billinghurst en la historia peruana: Pan grande. Nunca antes la multitud había ocupado calles y plazas en favor de un político que ni siquiera era oficialmente candidato.51 El resultado fue que, efectivamente, el proceso eleccionario fue anulado, para complacencia del propio Leguía. Aspíllaga, a pesar de ser candidato único, salió vencido. El civilismo había sufrido una derrota tremenda de manos de su gran adversario político, desde los años setenta del siglo anterior. Lo que no pudo conseguir Billinghurst por la vía institucional en 1899, lo estaba alcanzando en las calles y por la presión popular en 1912. Pero aún faltaba que lo designaran como nuevo presidente. La responsabilidad recayó en el Congreso en una medida que algunos acusaban de ilegal, mientras que otros defendían su plena legalidad. Luego de semanas de intensas negociaciones con el propio Leguía y otros actores políticos, el Congreso designó a Billinghurst presidente del Perú el 19 de agosto de 1912. El día 26 de agosto, el propio Billinghurst le envía un telegrama a Cáceres con estas simples palabras: Profundamente agradecido».52 Pan grande había llegado a Palacio. El periodista Leonidas Yerovi, lo refrendaba en el coro de una de sus letrillas políticas del siguiente modo: «Ya ha subido don Guillermo/al poder presidencial,/ya tendremos pan de a medio/a diez piezas por un real» (Velázquez y Yerovi Douat, 2005, p. 343).53 A los 61 años, el caudillo salitrero conquistaría lo que tantos años había anhelado. El conciliábulo 51 El análisis más acabado de dichas jornadas cívicas pertenece a Humberto Leceta Gálvez (1999 y 2001). 52 Lima, 26 de agosto [Archivo Andrés A. Cáceres. Biblioteca Nacional del Perú]. 53 Como muestran los editores, Yerovi dedicó varias páginas a Billinghurst, tanto en letrillas como crónicas periodísticas.
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con Leguía determinó que el primer vicepresidente designado sea su hermano Roberto; como segundo vicepresidente se nombró a Miguel Echenique.54 El compromiso asumido con Leguía tenía su lógica, pues ambos portaban una visión moderna de la economía y la política, diferente a la predominante de caciques, agroexportadores y comerciantes guaneros (Huiza, 1998; Dagicour, 2014).
Con los intelectuales Es útil agregar una característica relevante de la política de Billinghurst, y es el respaldo que consiguió de intelectuales como el escritor y periodista Abraham Valdelomar (quien fue su jefe de campaña), el entonces estudiante de Derecho y luego diplomático Carlos Concha, el joven indigenista Luis E. Valcárcel, el constitucionalista y parlamentario Mariano H. Cornejo, el ya importante arqueólogo Julio C. Tello, además de su viejo amigo el tradicionista Ricardo Palma. Cuando presidente, Billinghurst también apoyó con una subvención al dramaturgo Felipe Sassone, que vivía en España, para que cumpliera funciones diplomáticas y culturales en la legación peruana en dicho país. Un caso singular a destacar es el del gran panfletario Manuel González Prada quien había punzado a Billinghurst por el envío de su extenso telegrama (después de que Piérola lo había desestimado como su candidato) con estas duras palabras: Aunque las cifras ‘veinte mil’ y ‘veinte millones’ resulten muy inferiores a las verdaderas, démoslas por exactas. Como Billinghurst blasona de haber sido Demócrata por un cuarto de siglo, como se jacta de haber tomado parte en las revoluciones de su Jefe, él ha 54 Una excelente explicación de la designación de Billinghurst se puede encontrar en Humberto Leceta Gálvez (2002). Una muestra de cómo se siguió la coyuntura durante el gobierno billinghurista lo ofrezco en Gonzales Alvarado (2011).
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contribuido también al sacrificio de los veinte mil peruanos y al derroche de los veinte millones de soles; le toca, pues, su grano de responsabilidad. Si el culpable hubiera estado solo, no habría causado a la Nación todos los males que hoy le echa en cara uno de sus cómplices. No se lava un hombre las manos con decir que los otros las llevan puercas.
No obstante, Billinghurst olvidó estas acusaciones y mantuvo al autor de Horas de lucha en el puesto en que Leguía lo había colocado, como director de la Biblioteca Nacional del Perú. No solo eso, tanto González Prada como Valdelomar se habían manifestado por un profundo antichilenismo, muy diferente a la posición amistosa de Billinghurst. No obstante, este no tuvo problemas, además de mantener en su cargo al primero y de premiar a su jefe de campaña designándolo como segundo secretario del Perú en la legación peruana en Italia, puesto que ocupaba cuando el presidente Billinghurst fue derrocado. Por su parte, González Prada no tendría miramientos en 1914 al momento de enjuiciar a los golpistas (los hermanos Manuel y Jorge Prado) y a Óscar R. Benavides, y defender el derecho de Billinghurst de concluir su período como presidente.55 La atracción que ejercía Billinghurst sobre los intelectuales es consecuencia de la mirada renovadora que portaba sobre la vida general del país, y el aire fresco que traía a la política peruana. Con el apoyo de las nuevas fuerzas sociales, y con las mejores expectativas puestas en su persona, Billinghurst se disponía a gobernar el Perú de manera inédita.
55 Como muy bien puntualiza Isabelle Tauzin Castellanos (2004), González Prada tuvo opiniones ambivalentes sobre Billinghurst. En «La eliminación» critica la manera cómo el político iquiqueño llegó a la presidencia, pero luego, en «La gran farsa», enfila contra el golpe de Estado. Lo mismo sostiene en «Los honorables», en donde señala a los parlamentarios como responsables de la defenestración de Billinghurst, haciéndose cómplices del «coronelillo» Benavides.
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Billinghurst, presidente del Perú Sobre el gobierno de Billinghurst, en los últimos años, ya existe consenso de que se trató de uno que quiso modificar los patrones predominantes ejercidos por las élites oligárquicas.56 Ello prescindiendo de su éxito o fracaso. Para Jesús Tovar (2003), Billinghurst intentó romper el juego de alianzas existentes. Para Margarita Guerra Martinière (1994), Billinghurst, al declararse nacionalista, no partidario y moderno, continuaba con los elementos característicos del primer gobierno de Leguía (1908-1912), y que seguirían presentes durante el Oncenio del mismo personaje (1919-1930). Según Carmen McEvoy (1997), se trató de un gobierno reformista que reactivó un republicanismo radical.57 Peter Blanchard (1977) señala que fue un precursor del populismo,58 línea que he mantenido al sostener que con Billinghurst se inicia el populismo en el Perú, incluso antes del período de sustitución de importaciones, es decir, en pleno auge del modelo exportador (Gonzales, 2005)59. Valentín Paniagua califica a su gobierno de «autocracia plebiscitaria» (2009); Sergio González Miranda (2000) incide en su política de acercamiento con Chile aun a costa de enfrentarse con las oligarquías dominantes. Luis Torrejón (2010) destaca la presencia popular en el momento previo de la elección de Billinghurst como presidente, y Miguel Rodríguez Hernández (2012)60 analiza las políticas de acercamiento que estableció con los sectores trabajadores: en estos dos últimos casos se hace hincapié en que este nuevo esquema de relación entre Gobierno/clases trabajadoras es
56 Un análisis detallado de la coyuntura electoral de 1912 se puede encontrar en el trabajo de Alejandro Salinas (2014). 57 Martín Castilla (2010) define como progresista al gobierno de Billinghurst. 58 También Bill Albert (2002). 59 Una revisión de las ideas sobre Billinghurst en la literatura reciente se puede encontrar en el artículo de Antonio Zapata (2012). 60 También Dave Hollett (2008).
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profundamente renovador con respecto a la forma como se había gobernado anteriormente. La debilidad del gobierno de Billinghurst consistió en su escasa vinculación orgánica con las clases subalternas, lo que lo hizo más vulnerable frente a la arremetida de las élites oligárquicas temerosas de los planes de reforma que aquél impulsaba.
El breve gobierno de Billinghurst El mandato de Billinghurst empezó con buenos auspicios.61 Desde el inicio, reafirmó lo que su trayectoria pública previa había dejado en claro: que no iba a reiterar los métodos «antiguos y gastados» de la política de las élites oligárquicas (Billinghurst, 2012).62 Sus promesas eran las básicas y las que el país quería escuchar: continuar con las obras públicas; asegurar la paz interna y externa como condición básica del progreso económico; apuntalar la democracia con una nueva ley electoral que asegurara el libre sufragio; y disminuir la desocupación, causa de la migración de los peruanos a otras tierras en busca de mejores oportunidades. Según su diagnóstico, la ley de trabajo se estaba cumpliendo con deficiencias. Prometió impulsar la instrucción pública, irrigar la costa y mejorar la producción agrícola, reorientar la institución militar, mejorar los puertos y, finalmente, algo novedoso: elaborar el presupuesto general de la República. Basadre acierta al señalar que existía cierta continuidad entre Manuel Pardo y Billinghurst, a pesar de ser irreconciliables adversarios políticos; la idea de edificar una «República práctica» estaba en la mente de ambos (Basadre, 1970, p. 226). 61 Esta sección está basada en mi libro ya citado (Gonzales, 2005). 62 Este sería el primero de varios mensajes: el segundo, del 4 de octubre de 1912, es un informe sobre las rentas y gastos públicos; el tercero, de noviembre, es un informe secreto acerca de la situación con Chile; el cuarto, del 19 de diciembre del mismo año, trata sobre un empréstito de liquidación; el quinto, del 28 de julio de 1913, es un informe general del país; el sexto, del 5 de setiembre, amplía informaciones precedentes.
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Aunque como distingue con razón González Miranda, mientras que Pardo era más proclive a la participación del Estado en la economía, Billinghurst apostaba más al mercado; el caso del debate sobre el salitre es el mejor ejemplo de esta distinción (González Miranda, 2012). Como no podía ser de otra manera, el tema con Chile fue una preocupación central para el gobierno billinghurista. Al momento de asumir la presidencia, el 24 de setiembre de 1912, Billinghurst nombró como ministro de Relaciones Exteriores a Wenceslao Valera, con la misión de mejorar las relaciones con Chile. Como destaca Alberto Wagner de Reyna, el 10 de noviembre de 1912 intercambió cablegramas con su par chileno, Antonio Huneeus, para fijar «las bases de un protocolo plebiscitario» (Wagner de Reyna, 1997, p. 167), a saber: aplazamiento del plebiscito hasta 1933;63 comisión presidida por dos personeros de cada país y cuya presidencia recaería en el presidente de la Corte Suprema de Chile; voto de los nacidos en Tacna y Arica, además de los chilenos y peruanos con tres años de residencia; y restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Asimismo, Chile entregaría 500 mil libras a nuestro país, pero esto último quedaría después descartado debido a un error político y administrativo.64 En 1914, Billinghurst remitió un mensaje secreto al Congreso con copia —en el ánimo de ser transparente— al cónsul chileno en el Callao. Este, naturalmente, lo envió a su Cancillería. Ante la información revelada, el Gobierno chileno decidió suspender las negociaciones. Este fue un duro revés para el 63 La solución se daría en 1929 cuando el territorio arrebatado por Chile se divida en dos: Tacna para el Perú y Arica para dicho país. 64 Wagner de Reyna lo explica así: «[…] el Perú había propuesto el pago de 30,000 libras anuales como canon (o merced conductiva) por Tacna y Arica, y Chile prefería dar el capital que producía esa renta en una sola armada pero no como canon sino en manifestación del deseo de estrechar vinculaciones y sin que tuviera relación con los diez millones del tratado de Ancón. El desagrado que esta fórmula produjo en Lima hizo que el señor Billinghurst deseara imputar la suma al rendimiento de las aduanas de Arica y Sama, pero finalmente se eliminó del todo este pago» (1997, pp. 167-168).
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presidente Billinghurst, pues por años había tratado de solucionar el conflicto diplomático entre nuestros dos países. En otra esfera, a diferencia de sus antecesores, Billinghurst era sumamente escrupuloso en las cosas financieras. Él fue el primer presidente peruano que mandó a imprimir las cuentas nacionales trimestralmente. Antes de él, el informe financiero se hacía anualmente, especialmente por medio de los discursos presidenciales. Según Alejandro Reyes Flores, Billinghurst «inició una política de ordenamiento económico dirigida a contener el incremento desmesurado presupuestal y, al hacerlo, se enfrentó a la clase política […] le costó la presidencia su intento de detener la euforia presupuestovívora». Solo pudo hacer algunos recortes a la estructura del gasto, y no reformas de fondo como quería; pero puso sobre el debate público el uso político del presupuesto nacional (Reyes, 2002, p. 78). Billinghurst inició su mensaje al Parlamento del 28 de julio de 1913 —a las pocas semanas del fallecimiento de su excolega y líder político, Piérola, ocurrido el 23 de junio— con un balance sobre la situación limítrofe: con Chile, se iniciaba tibiamente un acercamiento sobre unas bases formuladas por las cancillerías peruana y chilena. Con Bolivia se esperaba que para ese año se definieran las fronteras. Con Brasil se firmó en Río de Janeiro el protocolo sobre límites. Con Colombia se esperaba una solución sobre los límites, mientras que las fuerzas militares de ambos países se mantenían en sus posiciones. Con Ecuador consideraba conveniente esperar las decisiones del tribunal de La Haya. Evidentemente, la demarcación de los límites físicos del país era, en ese momento, un asunto central para la demarcación política del Estado peruano. Billinghurst también era enfático en afirmar la necesidad de llevar una estadística oficial sobre la producción industrial y agrícola, así como de seguir la situación obrera y de los trabajadores en general. Proponía en este último rubro llevar las estadísticas de las huelgas, anotando sus causas, duración y resultados. Es decir, tenía una vi-
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sión moderna del Estado, no uno patrimonialista al servicio de intereses particulares. Estas preocupaciones se inscribían dentro de una mayor referida a la necesidad de racionalizar y nacionalizar — si cabe el término— al Estado, lo que hacía indispensable el conocimiento exacto de la situación del país; consideraba que se trataba de una «obligación primordial» (Billinghurst, 1913a, p. 22). Un claro ejemplo del interés de Billinghurst por conocer el territorio peruano y expandir la influencia del Estado, es su plan para la creación del departamento de Madre de Dios —ubicado en la región sur oriente de la selva peruana—, la misma que se realizaría el 26 de diciembre de 1912. Otro aspecto del pensamiento de Billinghurst es la idea que tenía del progreso. Estaba convencido —como lo había sostenido en varias de sus obras— de que no se necesitaba vender todos nuestros productos a los compradores extranjeros, sino que por el contrario, fortaleciendo el mercado interno, a la industria nacional, se podía satisfacer las necesidades materiales de la población. Está pensando básicamente en la venta del salitre a Inglaterra, que Billinghurst sostenía podía ser parte de la base para el desarrollo propio. Asimismo, manifestaba una política claramente antiestadounidense, pues no se había mostrado muy entusiasmado —oponiéndose incluso—, con ciertos contratos firmados con empresarios de dicho país, sea para construir el ferrocarril a Ucayali aceptando determinados préstamos, o para promover la irrigación en algunas regiones. Por otra parte, Billinghurst insistía en la necesidad de armonizar capital y trabajo por considerarlo un asunto de interés central para el desarrollo económico (Yepes, 1979). La conciliación de clases, con base en un discurso nacionalista, llegaría a ser una de las características básicas del populismo después de la crisis de 1929. En aquel momento, sin embargo, a principios del siglo xx, se trataba de un repertorio político totalmente novedoso. Billinghurst llegaría al Gobierno gracias a una amplia movilización de la opinión pública, sostenida en una inusitada moviliza-
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ción popular y un apoyo pluripartidario. No obstante, los dieciséis meses que duró su mandato estuvieron atravesados por múltiples dificultades. La principal fue con las élites oligárquicas predominantes. Al mismo tiempo que el billinghurismo se distanciaba de la institucionalidad oligárquica, se acercaba más a las clases populares, hecho que atizó el fuego de los conflictos mencionados hasta su definitiva explosión. Estos conflictos se materializaron en los enfrentamientos con la Iglesia, el Ejército, los partidos y el Parlamento, como veremos más adelante.
La relación entre Gobierno y trabajadores Como era previsible, la llegada de Billinghurst al poder impulsó a los sectores trabajadores a adoptar una serie de estrategias de lucha con el fin de acceder a mejores condiciones de vida. Los estimulaba el considerar que, por fin, tenían a un Gobierno amigo, encabezado por «el primer obrero del Perú», como la masa limeña lo había bautizado en las jornadas de mayo de 1912. Billinghurst se refería a las clases trabajadoras como necesitadas de cariño y benevolencia (Billinghurst, 1913b, p. 73). Si bien no abandona cierta mirada paternalista, Billinghurst pensaba en los trabajadores y en el pueblo en general como ciudadanos; en formación, pero ciudadanos. Por su parte, la clase trabajadora tenía justificadamente expectativas positivas, aunque ello no hizo desaparecer los conflictos sociales ni las demandas al Gobierno; por el contrario, las estimuló. Para entender la relación trabajadores-Estado en el gobierno de Billinghurst es necesario auscultar los conflictos ideológicos al interior del mundo laboral. Diferentes sectores obreros (textiles, tranviarios, estibadores del puerto del Callao y otros) presionaron al presidente para que cumpliera con sus promesas electorales, protagonizando por lo menos doce conflictos. La vivienda popular fue una de las preocupaciones a las que más atención dio Billinghurst
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como presidente. Mediante la Ley N.º 1883 del 28 de noviembre de 1913, autorizó al Ejecutivo ceder al municipio del Callao cuatro lotes de terrenos en Chucuito y La Punta para que se construyeran casas para obreros (Orrego, 2011). Posteriores gobiernos siguieron este ejemplo. Jorge Basadre también señala que Billinghurst adquirió un terreno en Malambo —barrio obrero por excelencia— para construir casas populares; lo mismo había hecho en la zona de Santa Sofía (Basadre, 1970). Miguel Rodríguez Hernández ha analizado con detalle la relación del gobierno de Billinghurst con los trabajadores. Señala que «el billinghurismo fue la versión más radical del discurso republicano». Asimismo, que la emergencia del movimiento popular se debió tanto la participación activa «de las organizaciones laborales mutualistas en la vida política», como al «denso tejido social» que ya se estaba constituyendo en Lima (Rodríguez Hernández, 2012, p. 75). Desde el primer momento, Billinghurst «contó con la adhesión mayoritaria de las centrales mutuales cuyos presidentes, Justo González de la CAUU [Confederación de Artesanos Unión Universal] y Ramón Espinoza de la ASU [Asamblea de Sociedades Unidas], son dos de los dirigentes populares activos [...].Ya en el gobierno contará además con la colaboración cercana de Justo Cassaretto (CAUU) y Federico Ortiz Rodríguez (ASU)». Este último, además de dirigente popular del billinghurismo era entonces director del diario Acción Popular. La debilidad de Billinghurst fue «situarse por encima de los partidos, [lo que] reducía el sostén de su gobierno a la capacidad para movilizar a las masas populares» (Rodríguez Hernández, 2012). El 5 de enero de 1913 se inició un paro general que conmocionó a Lima. El movimiento de protesta comenzó con el reclamo de la Unión de Jornaleros de la Compañía Naviera y la Empresa Muelle Dársena del Callao, y fue dirigido por el anarquista Fernando Vera, quien después se convertiría en un convencido billinghurista. La influencia de la recién fundada (en marzo de 1913) Federación
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Obrera Regional Peruana y del periódico La Protesta, como recuerda Delfín Lévano, un líder anarquista de la época, resulta evidente. La irradiación del movimiento fue espectacular y llegó hasta los trabajadores metalúrgicos, molineros (de la fábrica Santa Catalina), los obreros de la fábrica de galletas Field, los tipógrafos y panaderos, los trabajadores del gas y los de las bebidas. El reclamo era básicamente por mejoras salariales. Como respuesta, Billinghurst declaró el estado de sitio en la capital, e inmediatamente después recibió a una comisión de trabajadores. El resultado de las negociaciones fue una resolución, con fecha del 10 de enero de 1913, en la cual el Gobierno aprobaba la jornada diaria de ocho horas para los estibadores del puerto. A los pocos días, el Gobierno emitió un Decreto Supremo (del 24 de enero de 1913) para reglamentar las huelgas. Este decreto contaba con las importantes —y progresistas para su época— características siguientes: representación obrera para negociar las reclamaciones ante el patrón; arbitraje (sin la participación necesaria del Estado); condiciones de la huelga (permitiendo su reconocimiento oficial y el amparo de sus derechos); requisitos de la huelga por parte de los trabajadores (decisión por mayoría de los trabajadores mediante votación secreta, previo aviso y con renovación cada cuatro días para no perder su condición de legalidad); la posibilidad de cierre patronal (los empresarios solo tenían que enviar una comunicación a la Intendencia de Policía señalando las causas del cierre); sanciones y prohibiciones (se declararía delincuentes a aquellos que impidieran el «libre ejercicio de la industria, el comercio y el trabajo», y se prohibían los campamentos de huelga y las manifestaciones públicas, entre otros); y creación de la sección obrera en la Intendencia de Policía para el registro estadístico de las huelgas y cierres (Santistevan y Delgado, 1980, pp. 39-41). La expedición del Decreto Supremo tuvo el objetivo, según el propio Billinghurst, de «impedir, en lo posible, y dentro del marco de la ley, la repetición del conflicto entre el capital y el trabajo»
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(1913b, p. 13). El decreto afirmaba la «clara percepción del derecho como instrumento de control social [y] muestra además una actitud moderna, netamente burguesa, lógicamente afín a un gobierno populista con rasgos ‘progresistas’ como el de Billinghurst, y ciertamente ajena a los rezagos de feudalidad representados en el parlamento» (Santistevan y Delgado, 1980, p. 43). Es importante subrayar que el instrumento legal por el cual Billinghurst reglamentó la huelga fue un decreto, o sea, un ordenamiento legal de rango inferior a una ley sancionada por el Parlamento. Este hecho revela el entrampe que ya encontraba Billinghurst para llevar a cabo sus reformas, y que permanecería durante todo su corto gobierno. Por otra parte, la vinculación que establecía el presidente con las clases trabajadoras y la sensibilidad que exhibía frente a sus reclamos fue mal vista por las clases propietarias, las que aún tenían la esperanza de cooptar y controlar los arrestos reformistas del presidente. Dos días después de terminado el conflicto con los jornaleros del Callao, los trabajadores del Molino y Milne obtuvieron la jornada de 10 horas y un aumento salarial del 15%. La expectativa del resto de trabajadores por conseguir esa demanda creció, aunque los resultados no fueron los esperados por ellos. Ernesto Yepes del Castillo señala que era inevitable que la promesa de «pan grande» encontrara prontamente sus límites. Por una parte, el gobierno de Billinghurst carecía de una base política y económica propia para efectuar el programa de reformas sin necesidad de contar con el apoyo de fuerzas políticas ajenas a las élites económicas dominantes. No obstante, los movimientos laborales no se realizaron en oposición a un Gobierno que no cumplía con sus promesas electorales, sino por lo contrario, en apelación a un gobernante sensibilizado hacia sus reclamos, por lo que consideraban que ese era el mejor momento para ejercer presión. Sin embargo, no todos los intentos de huelga fueron bien recibidos. En noviembre de 1913, los trabajadores del Callao convoca-
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ron, por medio de su Federación Marítima y Terrestre del Callao, una nueva huelga por aumentos salariales y mejores condiciones de trabajo, prevista para el 27 de noviembre. En seguida, Billinghurst ordenó al prefecto del puerto que declarara ilegal la huelga, mandando a encarcelar a diez líderes sindicales, incluido el secretario de la federación. El día siguiente, una delegación de trabajadores fue a visitarlo para explicarle las razones de tales medidas. Billinghurst no aceptó ninguna consideración. Les recordó que él había cumplido con las disposiciones del Decreto Supremo del 10 de enero referentes a la reducción de la jornada laboral, y que siempre había apoyado las causas de los trabajadores. Estos aceptaron las razones del presidente; posteriormente, le enviaron una carta reconociendo las buenas intenciones del Gobierno y admitiendo que se habían equivocado. En otro aspecto, Billinghurst también se preocupó por impulsar la solidaridad de los trabajadores de Perú y Chile. A inicios de 1913, el tipógrafo Víctor Pujazón viajó a Chile, como representante de la Confederación de Artesanos, para invitar a los trabajadores de ese país a asistir a las celebraciones que se iban a realizar el 28 de julio por motivo del aniversario de la independencia peruana. La cortesía fue devuelta rápidamente, pues en setiembre del mismo año una delegación de trabajadores peruanos fue invitada a Chile, estableciéndose un pacto de solidaridad con el propósito de expandirlo a todos los trabajadores de América Latina. El resultado fue la creación en noviembre de 1913 de una nueva sociedad obrera llamada Centro Internacional Obrero de Solidaridad Latinoamericana del Perú, cuyos objetivos eran, además de unificar a los obreros de los países americanos, organizar congresos e instruirlos en sus derechos (Rodríguez Hernández, 2012, p. 262).65 Lo interesante de toda esta historia es lo que 65 Una constancia de las buenas relaciones entre los obreros peruanos y chilenos se puede ver en el Centro Internacional Obrero de Solidaridad Latinoamericana (1928). En este se rinde homenaje al líder anarquista peruano Víctor A. Pujazón.
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destaca Rodríguez Hernández en cuanto a que el movimiento obrero no estaba plenamente unificado. Por un lado, los mutualistas que eran más proclives a apoyar a Billinghurst; por otro lado, los anarquistas, más radicales y opositores a las propuestas provenientes del Estado. Sumados a esos dos sectores estaban los partidos opositores, especialmente el Civil: Además de las disputas al interior del mutualismo y el enfrentamiento de estos con los anarquistas, la trabazón que los partidos de oposición hacían a las reformas impulsadas por Billinghurst también había redundado en actos de violencia. Pero en lo que al movimiento obrero compete, la prensa de esos días da cuenta de varios conflictos como una programada huelga de inquilinos en el puerto, nuevos reclamos en el gremio de jornaleros, de los obreros de las Empresas Eléctricas Asociadas y otros centros laborales. El inicio de una huelga de los cerveceros se convertiría en el centro de la propagación de los reclamos y derivaría a fines de noviembre en la convocatoria a otro paro general en el puerto. Pero esta vez las cosas serían diferentes, el gobierno tenía entonces demasiados frentes abiertos y reprimirá con dureza al movimiento obrero marcando un punto de inflexión en su política hacia las clases trabajadoras (Rodríguez Hernández, 2012, p. 138).
En la evaluación final queda que Billinghurst modificó la relación tradicional entre Gobierno y trabajadores, mediando directamente en los conflictos, accediendo a determinadas demandas de estos y asumiendo una posición más progresista. Sin embargo, esta política lo colocó en el fiel de la balanza, obligándolo a mantenerse en un equilibrio muy inestable por el casi nulo respaldo de una fuerza política propia que se uniera con el apoyo obrero más circunstancial.
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El tema indígena Si bien lo fundamental del Gobierno de Billinghurst fue la relación que mantuvo con el lado urbano del país, ello no significó que dejara de atender la realidad de la sierra y, en alguna medida, de la selva peruanas. En su Mensaje Ordinario de 1913, Billinghurst criticaría la concentración de la propiedad agrícola en pocas manos y el reemplazo del cultivo de frutas por el algodón y la caña de azúcar que perjudica a la salud pública y a la economía doméstica: «Hoy solo la gente acomodada puede adquirir aquélla, pagando precios crecidos, que están fuera del alcance de las clases menesterosas» (1913b, p. 77). Por otro lado, Billinghurst también manifestó interés por la situación de los campesinos indígenas. Un caso famoso es el de Teodomiro Gutiérrez Cuevas. Este fue un militar que apoyó la candidatura de Billinghurst, lo que explica la confianza que le depositó el presidente para la tarea de elaborar un informe acerca de la situación de los campesinos en el sur andino. Los medios controlados por las élites oligárquicas (como la prensa y el Parlamento) se encargaron de denunciar que se trataba de un proyecto peligroso del Poder Ejecutivo para enfrentar a «indios contra blancos». Esta nueva manera de ejercer la política por parte del presidente Billinghurst era intolerable para las élites oligárquicas, quienes manifestaron una profunda ira. (Luego que este fuera derrocado, Gutiérrez, bajo el seudónimo de Rumimaqui —«Martillo de piedra»—, dirigiría varias rebeliones indígenas): Los indios, protestando contra los abusos del gamonal Mariano Abarca Dueñas (que quería tomar posesión de las tierras de las comunidades) intentaron —aunque sin éxito— ocupar el pequeño pueblo de Samán y, más adelante, atacaron otras tierras del gamonal y negaron la legitimidad de las autoridades distritales y provinciales. Gutiérrez llegó al pueblo para investigar lo ocurrido y escribió a
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los indios un manifiesto en quechua expresando la benevolencia de Billinghurst y pidiendo la colaboración de los campesinos. Los gamonales le acusaron de partidismo y de que estaba a favor de los indígenas. Al finalizar la investigación, redactó un informe que tal vez nunca ha sido estudiado, pues poco después, Billinghurst fue derrocado por Óscar R. Benavides (Jancsó, 2009, p. 43).
Por otra parte, como señala Katalin Jancsó, Billinghurst, consciente del centralismo limeño, tuvo varias ideas para propulsar el desarrollo de ciertas regiones del país, introducir reformas en el sistema de sufragio y detener el crecimiento de los gastos públicos. Sin embargo pocas de sus iniciativas se realizaron. Algunas, como la renovación del Congreso o la creación del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social se ejecutaron más tarde, otras nunca se realizaron por falta de tiempo y apoyo. Billinghurst mostró interés por el fomento de la extensión cultural entre el pueblo, la educación primaria (quería fundar cursos de artes prácticas, escuelas nocturnas para analfabetos, cursos de artes domésticas en escuelas femeninas), y también por la cuestión indígena. Su corto período presidencial (fue forzado a dimitir en 1914) y las preocupaciones políticas no le dieron tiempo, sin duda, para madurar éstas y otras iniciativas (Jancsó, 2009, p. 29).
Desde el aspecto cultural, Billinghurst también mostraba cierta sensibilidad ante lo andino, o a lo que en su tiempo se percibía como tal, pues recuérdese que la gran polémica sobre el tema indígena todavía no se había producido; eso sería a mediados de los años 20. Dentro de esa preocupación, Billinghurst encargaría en 1913 al destacado músico Daniel Alomía Robles (compositor de El cóndor pasa en dicho año), que recorriera el sur andino y recogiera expresiones de música autóctona. Asimismo, en 1913 también, a instancias del destacado arqueólogo Julio C. Tello (director del Museo de Historia
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Nacional), Billinghurst crearía «una sección de Arqueología en el Museo Nacional de Historia» (Jancsó, 2009, p. 55). Con respecto a la selva amazónica, Billinghurst era consciente de las continuas demandas por autonomía de Loreto, y también de las precarias condiciones de vida de los pobladores de esa región. Una forma de atender sus demandas fue impulsar la creación del departamento de Madre de Dios, como ya mencioné. Pero también ponía su atención en el terreno social, especialmente por las continuas denuncias que existían por abuso y trato inmisericorde y hasta esclavizante a los que eran sometidos los trabajadores empleados en la floreciente, aunque efímera, explotación del caucho. En este terreno, Billinghurst fue atento observador de las quejas que redactaba Pedro Zulen en nombre de la Asociación Pro-Indígena (API), que mantenía correspondencia con los representantes y la directiva de la Anti-Slavery Society. Las cartas eran firmadas por Zulen y traducidas al inglés por Mayer. La sociedad inglesa les informaba sobre los pasos de la investigación y Zulen enviaba cartas informativas sobre cada suceso, adjuntando los artículos aparecidos en la prensa al respecto […]. Luego, los miembros de la API hacían llegar los informes enviados por la Anti-Slavery a diarios peruanos y conseguían que los publicaran. En diciembre de 1912 anunciaron la aparición del Libro Azul, el informe redactado sobre los crímenes del Putumayo, y prometieron publicar en la sección —Informaciones— de El Deber fragmentos del libro por entregas. En esta noticia aludieron a un cablegrama del presidente Billinghurst mandado al periódico londinense Daily Mirror, según el cual el presidente mismo estaba haciendo investigaciones sobre los sucesos del Putumayo.66 66 La misma autora resume los sucesos del Putumayo (Jancsó, 2009, p. 108): «En los últimos años del siglo xix Julio César Arana estableció su negocio de caucho en la zona del río Putumayo, en dos distritos con centros en Encanto y la Chorrera. En 1903 formó la Casa Arana y Hermanos que organizó la explotación. En 1907 Arana creó su empresa en Londres, la Peruvian Amazon Company. En el mismo año, un ingeniero nor-
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Los conflictos institucionales Los conflictos que Billinghurst sostuvo con las fuerzas sociales, culturales y políticas del establishment oligárquico fueron múltiples y constantes, los mismos que contribuyen a comprender el golpe del 4 de febrero de 1914; como el conflicto con la Iglesia católica. Recordemos que el catolicismo estaba en el núcleo de las ideas que reforzaban los sentimientos de fatalidad y resignación de las clases subalternas; su influencia le otorgaba carácter a cierta mentalidad y modo de ser oligárquico. Por ello, el conflicto Gobierno-Iglesia tocaba fibras de la sociedad de su tiempo, más sensibles que las que aparecían a primera vista. En octubre de 1913, el Gobierno presentó al Congreso una propuesta de modificación del artículo cuarto de la Constitución, que proscribía cultos y creencias que no fueran católicos. La reforma, que fue aprobada por unanimidad en las dos cámaras legislativas, irritó profundamente a la jerarquía eclesiástica. Esta, que preconizaba la unidad Estado-Iglesia católica, y en la cual no daba lugar para otras creencias, no permitía el más leve cuestionamiento a su preeminencia. Por lo tanto, sostener la tolerancia de cultos y nivelar la influencia católica a las de otras confesiones, ponía en entredicho a uno de los pilares del orden vigente. El ambiente se agriaba más debido a la presencia que los adventistas habían alcanzado en Puno, lo que motivó a que se fundara la Acción Católica, que en diversos departamentos y localidades se planteara severa disputa contra el Estado (Huánuco, Huaraz, teamericano, W. Hardenburg, fue testigo de las circunstancias bajo las cuales los indios trabajaban en el Putumayo. Un periódico londinense, Truth, publicó un artículo, en el cual Arana y su empresa fueron acusados de cometer abusos, crímenes y matanzas contra los indígenas contratados. Describía también las torturas y las condiciones de trabajo forzado. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña en 1910 envió a Roger Casement, cónsul inglés en Rio de Janeiro, al Perú para examinar las circunstancias en la región de Putumayo. Escribió un informe detallado (según el cual habían matado por lo menos a treinta mil nativos en doce años), que se envió a la Anti-Slavery y Aboriginals Protection Society. Las denuncias provocaron un escándalo internacional. En 1912 el Parlamento británico inició una investigación pública en contacto con el caso, sin embargo, los acontecimientos de la política mundial lo retiraron del orden del día» (Jancsó, 2009, p. 32).
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Arequipa, Cusco) y que se creara el Partido Católico de Arequipa en 1913 (Armas Asín, 1998, pp. 227-228). Otra línea de conflicto fue con el Ejército. Los gobiernos previos al de Billinghurst, en su afán de profesionalizarlo y despolitizarlo, le habían destinado el 25% del presupuesto nacional. Billinghurst disminuyó esta cantidad al 21%, y se esperaba que la redujera aun más. Este rumor se tradujo en inquietud al interior de los cuarteles. Por otro lado, se decía que Billinghurst tenía planeado remover todos los mandos de la institución castrense, lo que atrajo los recelos no solo de los oficiales militares sino también de los miembros de las familias oligárquicas, las que estaban interconectadas con el Ejército por múltiples vías, desde las pecuniarias hasta las alianzas familiares, al grado de que al Ejército podía considerársele una institución capturada por ellas (Gilbert, 1982; Villanueva, 1971). Ello se haría evidente tanto en 1914 —cuando la alianza civil-militar despojara a Billinghurst de su cargo de presidente—, como a lo largo de todo el siglo xx. El conflicto con los partidos de la época fue decisivo para el desenlace político de 1914. Se manifestó en relación con dos hechos principales: la nueva ley electoral y los enfrentamientos entre el Congreso y el Ejecutivo. Estos dieron la razón formal para justificar su destitución final. Debemos señalar que Billinghurst había recibido el apoyo de los diferentes partidos opuestos al civilismo leguiista (el Civil-Independiente, el Liberal y el Constitucional) para llegar al Gobierno. Pero ese mismo respaldo explicitaba una debilidad fundamental: el no contar con una fuerza política propia. Por ello, Billinghurst se vio obligado a buscar una mayoría parlamentaria que no dependiera de las alianzas frágiles que pudiera conformar con los partidos mencionados para poder llevar a cabo su plan de gobierno. Este propósito produjo agudos conflictos entre el Ejecutivo y el Congreso. La disputa entre los dos poderes empezó casi inmediatamente después de instalarse el nuevo gobierno. Según la Constitución vigente, la renovación del Congreso
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debía realizarse por tercios. Ello implicaba que no necesariamente coincidían las elecciones presidenciales con las de los representantes congresales. Eso fue lo que ocurrió cuando Billinghurst asumió la presidencia, debiendo iniciar su gestión al lado de una mayoría parlamentaria leguiista adversa o, por lo menos, nada afecta a los proyectos del Gobierno. El primer conflicto entre el Congreso y el Ejecutivo ocurrió en noviembre de 1912. Billinghurst presentó a las cámaras —en reuniones secretas— un informe relacionado con la adquisición de material bélico. Inmediatamente, el ministro de Guerra fue interpelado por el diputado leguiista Rafael Grau, hijo del héroe de Angamos. Finalmente, luego de una demora congresal para enviar por escrito los cuestionamientos de los representantes al Ejecutivo, la ausencia de respuesta por parte de este, demoras burocráticas y traslapes de papeles, el conflicto no pasó a mayores. En octubre de 1912, Mariano H. Cornejo, el asesor de Billinghurst y polémico senador por Puno, propuso una reforma constitucional mediante la cual el Poder Ejecutivo tendría la facultad de elegir al presidente del Perú (suplantando la elección popular). Mediante este proyecto de reforma constitucional se buscaba que el Ejecutivo, aun cuando no tuviera una representación parlamentaria considerable, contara con el poder suficiente para designar al nuevo presidente. Si bien este proyecto de reforma fue rechazado por el senado —por considerar que lesionaba los deberes del Parlamento—, el germen del conflicto Congreso-Ejecutivo había quedado sembrado. En diciembre de 1912, en pleno debate sobre la nueva ley electoral, se produjo la censura al Gabinete por un motivo aparentemente periférico. Ocurrió que un grupo de billinghuristas había atacado una imprenta —llamada Berrio— donde se editaba una hoja proleguiista, El Mosquito, en la que se criticaba duramente a personajes ligados al Gobierno, incluido el propio presidente. Al entender de los representantes parlamentarios, el Ejecutivo no fue suficientemente ejemplar en el castigo a quienes habían atacado
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a dicha imprenta. Como consecuencia, censuraron al Gabinete, ocasionando la renuncia del primer ministro y de toda la plana ministerial. Ante dicha crisis, Billinghurst designaría al general Enrique Varela como presidente del nuevo Gabinete (cargo en el que duraría muy poco, hasta febrero de 1913, pues Varela renunciaría para postular como senador por el departamento de Madre de Dios). Inmediatamente después, Billinghurst, quien al parecer entendió que los partidos representados en el Congreso iban a constituir un obstáculo en la ejecución de su política, retiró los proyectos que había sometido a consideración del Parlamento, produciéndose una nueva fisura entre ambos poderes. Si bien el conflicto no pasó a mayores, por ser los meses iniciales del nuevo gobierno y por las buenas expectativas que había generado, indica el patrón del conflicto que se desarrollaría a lo largo del período que Billinghurst estuvo en el poder. En junio de 1913, el presidente reorganizó nuevamente su Gabinete ministerial, eligiendo como presidente del Consejo de Ministros a Aurelio Sousa, del debilitado Partido Demócrata. Si el anterior Consejo de Ministros fue acusado de servilismo ante la voluntad presidencial, el nuevo Gabinete, de composición pluripartidaria, fue designado por Billinghurst —o así se interpretó en su momento— para otorgar estabilidad a su gobierno. El Gobierno enfrentó un nuevo conato de crisis en julio de 1913, originado precisamente por la ausencia de una fuerza política organizada propia. Sucedió que la representación leguiista que tenía el control de las mesas directivas de las cámaras maniobró —en las vísperas de instalarse el Congreso ordinario— para incorporar fraudulentamente a dos representantes suyos, para así consolidar su mayoría respecto a los otros partidos. Como respuesta, Billinghurst alentó la formación de una organización paraestatal llamada Comité de Salud Pública. Este Comité estaba compuesto principalmente por refugiados de Tarapacá, además de dirigentes obreros y artesanos, y tenía como objetivo crear el terror entre los
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opositores al Gobierno.67 El Comité alentó el enfrentamiento directo y físico contra «los enemigos del gobierno», especialmente leguiistas. Aparentemente, el hecho que instigó su creación fue un intento frustrado de las fuerzas leguiistas para asesinar al presidente el 28 de mayo de 1913. «El gran traidor» Leguía —según un volante del Comité—, junto con Augusto Durand, Rafael Villanueva y otros, planeaban asaltar la casa de Billinghurst para darle muerte. El Comité llamaba a tomar represalias contra los conspiradores de una manera explícita, pues a los mencionados, decía uno de sus volantes, «debemos linchar sin misericordia». La justificación de la existencia del Comité era: 1) que la fuente de poder residía exclusivamente en el pueblo soberano cuya voluntad el Comité decía representar; y 2) que el Poder Ejecutivo y el mismo presidente Billinghurst debían ser protegidos de todo acto antigobiernista. Esto exacerbaba el patriotismo, justificando la afirmación de que opositores al Gobierno eran traidores a la patria. El Comité de Salud Pública estuvo encargado de impedir el juramento como vicepresidentes de la República a Roberto Leguía y Miguel Echenique, a quienes se les exigió su renuncia. Estos, junto con Durand —según apareció en el Boletín de El Huracán (vocero del Comité)— debían ser expulsados del país. Más aún, todos aquellos congresistas que no aceptaran las renuncias de ambos leguiistas «[debían] pagar con sus vidas la infamia de sus actos». Dicho boletín terminaba amenazando: «Si el Congreso se mantiene hasta el 28 de julio en actitud hostil, guerra á él, pero guerra terrible y sin cuartel porque sobre todo está la soberanía del pueblo». Como lo había anunciado, el Comité de Salud Pública organizó movilizaciones en contra de Rafael Villanueva, presidente de la Cámara de Diputados y connotado leguiista, cuya casa fue atacada el 23 de julio. Al día siguiente, fecha prevista para el juramento de los dos nuevos sena67 Sobre los peruanos que fueron expulsados de Tarapacá por la xenofobia chilena, ver el artículo de Sergio A. González Miranda (1999).
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dores que el leguiismo quería introducir ilegalmente, contingentes compuestos por sectores populares acordonaron el Congreso, decididos a no dejar pasar lo que consideraban una argucia planeada directamente por el expresidente Leguía. Incluso llegaron a ingresar al Congreso venciendo la resistencia de la guardia. Luego de escarceos, disparos de revólver y de una infructuosa mediación del ministro Souza, los grupos billinghuristas se dirigieron a la casa de Leguía provocando el intercambio de disparos y ocasionando la muerte de uno de los defensores de la casa de aquél. Con el cadáver en hombros, la muchedumbre se dirigió a la vivienda de Billinghurst. Este, luego de que los leguiistas desistieron de continuar con su maniobra parlamentaria, ordenó la aprensión del expresidente y su destierro. Finalmente, Leguía salió del país el 1 de agosto. El conflicto entre una fuerza mayoritaria adversa al Gobierno que controlaba el Congreso por un lado, y el Ejecutivo por el otro, reveló dos cosas: la profunda amenaza que sentían las élites oligárquicas y la fragilidad política del Gobierno. Esta debilidad quizás fue lo que llevó a Billinghurst a auspiciar una organización amedrentadora como fue el Comité de Salud Pública, hecho sintomático de la soledad política que ya empezaba a experimentar: de alcanzar la presidencia gracias a un movimiento multitudinario, Billinghurst terminó recurriendo a un pequeño grupo de activistas que no dudaban en usar la fuerza como arma de combate político. Si las élites oligárquicas ya estaban descontentas con la política heterodoxa de Billinghurst, la aparición del Comité de Salud Pública terminó por volverlas radicalmente en contra del presidente. Cuando Billinghurst inició su gobierno lo hizo bajo un formato de política populista democrático, y cuando fue interrumpido bosquejaba uno de tipo fascista. No obstante, y en sentido estricto, Billinghurst no cuajó un populismo democrático ni uno fascista pero sí anunció a ambos como posibilidades para el proceso político peruano. Por su parte, la oligarquía —temerosa ante el rumbo político que tomaban las clases subalternas— también
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tuvo su proceso de aprendizaje, el mismo que se expresó en ciertas formas de hacer política que —sin ocultar sus rasgos autoritarios y hasta fascistas en algunos casos— buscó acercarse al pueblo para sostener a los gobiernos de turno, como ocurrió por ejemplo en los años treinta. En cierto momento, Billinghurst trató de solucionar el conflicto político acercándose a los partidos en aras de llevar a efecto una «política nacional». El problema que esto representaba se tradujo en la siguiente disyuntiva: si Billinghurst quería hacer viable su Gobierno, tenía que negociar con los partidos a los cuales había criticado durante su campaña para presidente, lo cual le quitaría credibilidad ante los que habían apoyado su candidatura; pero si no buscaba establecer este tipo de alianzas por ser fiel a sus promesas electorales, corría el riesgo de caer en la ingobernabilidad. Ante este riesgo, Billinghurst trató de solucionar el conflicto político al interior del mismo sistema de partidos que consideraba poco representativo, lo cual fue visto críticamente por miembros de su propio Gabinete ministerial, así como por analistas de la época, quienes señalaban que Billinghurst pasó de querer gobernar con todos a gobernar con algunos solamente. Como consecuencia de la estrategia mencionada, en julio de 1913 Billinghurst debió cambiar nuevamente la composición de su Gabinete. El nuevo Consejo de Ministros lo encabezó el general Enrique Varela, héroe de la Guerra del Pacífico, leal amigo de Billinghurst y de gran ascendencia dentro del ejército. Al mismo tiempo, el Gobierno removió los cargos de las mesas directivas parlamentarias, las que fueron ocupadas por miembros de los partidos Constitucional y del Civilismo Independiente. De esta manera, el Partido Liberal quedó fuera de la nueva estructura de alianzas y se plegó al leguiismo, hecho que tendría importantes repercusiones en los sucesos posteriores. El presidente Billinghurst tuvo que aceptar la dura realidad de que el apoyo de las clases trabajadoras (por más multitudinario y entusiasta que haya sido) era insuficiente para el manejo del Estado. Quizás el punto crítico radicó en que
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Billinghurst nunca tuvo como un proyecto prioritario el organizar a las clases subalternas que habían permitido su ingreso a Palacio, como sí lo harían en las décadas posteriores todos los líderes populistas latinoamericanos. Tampoco tenía la opción de crear una alianza multiclasista, como la tendrían los populistas posteriores, debido a la cuasi ausencia de sectores medios importantes. El otro aspecto relacionado con el conflicto Gobierno-partidos fue la propuesta presidencial de una nueva ley electoral. En diciembre de 1912, según Margarita Guerra, «se propuso el proyecto de ley provisional para 1913, en el cual desaparecía la Junta Electoral Nacional y solo subsistían las juntas electorales de provincias [...]. Los autores fueron Alberto Ulloa, Wenceslao Vera, Aurelio Souza y Gerardo Balbuena» (1994, p. 59). Además, el proyecto establecía que la elección de los miembros de las Juntas de Provincias debería realizarse por los contribuyentes en asamblea pública. Por otra parte, la Corte Suprema tendría la capacidad de declarar la validez o no de las elecciones. El propósito central que perseguía dicho proyecto era el de descentralizar las elecciones y sancionar los fraudes de los procesos electorales que se habían convertido en el sostén de los poderes locales. Por estas razones, el proyecto no fue bien visto por los partidos representados en el Congreso. Sin embargo, ante la necesidad de procurarse de una fuerza propia parlamentaria, el Gobierno impuso su voluntad y promulgó la ley, cayendo en los vicios criticados a los gobiernos precedentes. No obstante, los resultados de las elecciones del 25 de abril de 1913 estuvieron lejos de alcanzar los objetivos formalmente expresados. Por la gran cantidad de solicitudes de reconsideración (46) que recibió la Corte Suprema, esta se vio obligada a anular varios resultados al comprobar procedimientos ilícitos (coacción, hostilidad, prisión de candidatos y electores, persecución y actos de violencia). Incluso, la Junta Escrutadora declaró nulas las elecciones para diputados en Lima. Parecido conflicto causó el pedido que hizo el Gobierno al Congreso, para que le otorgara la facultad
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de nombrar a un nuevo Concejo Municipal de Lima como salida intermedia entre la última elección —que terminó anulada por los múltiples vicios que se detectaron— y una nueva que convocaría el Gobierno. Finalmente, el propio Billinghurst, a fines de 1913, retiró su pedido a favor de una relación menos tensa con el Congreso. Poco después, el presidente ofreció unas palabras al Congreso en un banquete realizado en su honor con motivo de su cumpleaños. Ahí dijo que no estaba satisfecho con lo que había realizado su gobierno en el primer año de gestión y que en adelante buscaría ser conciliatorio. A pesar de tales buenas intenciones, a fines de octubre e inicios de noviembre de aquel año, el Gobierno se enfrascó en otra pugna con el Congreso, esta vez por motivo del presupuesto anual del Ejecutivo. El proyecto presupuestal enviado por el Gobierno fue cuestionado por la Cámara de Diputados, señalando que los cálculos estaban equivocados y que el rubro de ingresos debía ser mayor (por «razones científicas»), a lo que la propuesta del Ejecutivo señalaba. Este entrampe no fue solucionado rápidamente y, por el contrario, los representantes se dedicaron a discutir otros asuntos de menor importancia hasta que el período de la legislatura ordinaria concluyó. Los congresistas supusieron que el presidente convocaría a sesión extraordinaria, pero este se negó rotundamente. Por el contrario, ordenó retirar el proyecto presupuestal del Congreso con la intención de que el Ejecutivo lo aprobara de modo directo, vía un Decreto Supremo. Como consecuencia renunciaron los ministros de Hacienda y Relaciones Exteriores (Francisco Tudela y Baldomero Maldonado), provocando una nueva crisis ministerial. Este incidente marcó el inicio del fin del primer antecedente del populismo peruano. Evidentemente, los partidos representados en el parlamento ya habían identificado a la política billinghurista como contraria a sus intereses, y como no habían podido bloquearla antes lo intentaban nuevamente, aunque sea a partir de hechos aparentemente no centrales.
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A fines de noviembre de 1913 ya corría el rumor de que el Gobierno declararía cerrado el Congreso. Ello creó un ambiente de crisis e inestabilidad. Incluso, para ese entonces, ya se pensaba que existía una causa común entre «el conflicto político» (no resolución de la crisis ministerial por parte del Gobierno sino hasta fines de diciembre, y conflicto con el Congreso) y «la agitación obrera». Además, a inicios de 1914, ya se hablaba de que el senador Cornejo aconsejaba al Gobierno disolver el Congreso y convocar a elecciones para una nueva Carta Magna. Algunas evidencias indican que Billinghurst ya planeaba disolver el Congreso. En el mencionado decreto se planteaban 14 reformas constitucionales, las cuales serían aprobadas vía un plebiscito nacional: renovación completa del Congreso y la eliminación de suplentes; reducción del número de representantes; supresión de los vicepresidentes (el presidente del Senado sería quien remplazaría al Presidente de la Nación, dado el caso); supresión de la iniciativa parlamentaria en materia de gastos públicos (los sueldos de los funcionarios dependerían del Ejecutivo); automaticidad de legislatura extraordinaria por necesidad de aprobación del presupuesto; concesión de premios o gracias solo con autorización del Ejecutivo; asistencia social asumida por el Estado; incompatibilidad entre funciones parlamentarias y administrativas, excepto en el caso de ministros de Estado; responsabilidad de los ministros ante el parlamento pero sin enfrentamientos; establecimiento del referéndum o plebiscito; alargamiento del período presidencial a cinco años. El gobierno de Billinghurst se proponía modificar desde sus bases los criterios de representación política para socavar los fundamentos del caciquismo parlamentario, que significaba la sobrerrepresentación de los poderes locales en el Congreso. De haberlo conseguido, hubiera alterado sustancialmente el pacto oligárquico fundado en 1895, con el triunfo de la Coalición Nacional. Frente a tal proyecto, todas las fuerzas políticas beneficiarias de aquel pacto se colocaron en franca oposición al pre-
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sidente Billinghurst. El Partido Liberal, por ejemplo, mediante una Declaración aparecida en La Prensa y fechada el 26 de enero de 1914, se opuso radicalmente al plebiscito, a la movilización popular y al cierre del Congreso. Dicho partido, mediante comunicación telegráfica de su líder, Augusto Durand, llamaba a enfrentarse al Gobierno por los planes anticonstitucionales que este fraguaba. Por su parte, el Partido Civil Independiente le envió al presidente una comunicación, advirtiéndole de los peligros que podía acarrear un acto anticonstitucional de esta magnitud. Similar advertencia hacía el Partido Demócrata. Ante tal situación, provocada por el protagonismo presidencial, las alianzas se modificaron significativamente, dejando a Billinghurst en una soledad política absoluta. La oposición, en ese momento, estaba conformada por antiguos aliados del Gobierno (el liberal Durand, constitucionalistas como Hoyos Osores y Ulloa), además de sus enemigos de siempre (leguiistas, la familia Prado y el Ejército). Fueron estos personajes, incluidos otros diputados como García Irigoyen, Balta, Menéndez, Jiménez y Hoyos Osores los que conformaron un Comité Parlamentario, y redactaron un documento en el que protestaban contra el plan gubernamental. Pedían declarar la vacancia de la presidencia e invitaban al pueblo a defender los fueros del Congreso. Al mismo tiempo, comenzaron a establecer contactos con oficiales del Ejército y con los sargentos de las guarniciones de Lima y Callao. En respuesta, Billinghurst apeló nuevamente a la acción de las clases populares para llevar a efecto sus reformas y enfrentarse a las fuerzas políticas opositoras. La actitud de los sectores trabajadores fue de decidido apoyo hacia el Gobierno. La Asamblea de Sociedades Unidas y la Federación Marítima y Terrestre del Callao expresaron su total respaldo al presidente. El 27 de enero, la Confederación de Artesanos también le ofreció su apoyo incondicional en defensa de —según sus palabras— los grandes intereses de la patria y en contra de las ambiciones de los po-
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líticos inescrupulosos. Similares manifestaciones se realizaron en Arequipa, Trujillo y Cusco, donde se congregó una multitud de 10 000 personas en una marcha progobiernista. Esta cantidad de gente congregada puede parecer exigua, pero recordemos que el apoyo a Billinghurst en las «jornadas cívicas» (el momento de su auge), en Lima (la ciudad más politizada del país) fue de 20 000 personas. Estas referencias nos permiten valorar más exactamente el impacto de esa multitud congregada para apoyar al gobierno de Billinghurst. A inicios de febrero, el Gobierno declaró orden de inamovilidad en Lima y Callao. El día 2 mandó allanar el Club de la Unión y apresó a varios congresistas, mientras algunos de ellos (como Ulloa Cisneros, director de La Prensa) se asilaron en embajadas como la de Brasil. Al mismo tiempo, la casa de Durand fue atacada y La Prensa fue clausurada el 3 de febrero. En Lima comenzaron a circular más de 80 coches con gente armada que gritaba a favor de Billinghurst. Frente a la situación crítica producida, Billinghurst tuvo la opción de disolver el Congreso y convocar a nuevas elecciones (Blanchard, 1977, p. 267). Sin embargo, se trata de un momento muy oscuro del gobierno billinghurista, pues si bien algunos (como Basadre) se sienten inclinados a creer que este planeaba disolver el Congreso, el propio Billinghurst rechazó tajantemente dicha acusación así como otras (como las que era alcohólico, loco y prochileno).
El golpe de Estado y la respuesta de Billinghurst A las 6 de la mañana del 4 de febrero de 1914, Billinghurst fue depuesto de la presidencia por medio de un golpe militar encabezado por el coronel Óscar R. Benavides (por el batallón N.º 9 de Infantería), quien el día anterior había sido destituido por Billinghurst de su puesto de jefe del Estado Mayor General del
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Ejército.68 Las fuerzas golpistas (encabezadas por Benavides y los hermanos Prado) ingresaron primero al cuartel Santa Catalina dando muerte al general Varela, quien se había quedado a dormir en él suponiendo que su presencia podría ayudar a controlar cualquier intento conspirativo. Luego, se dirigieron a Palacio de Gobierno y obligaron a Billinghurst a dimitir. Después del golpe, el presidente depuesto fue conducido a la Escuela Militar de Chorrillos custodiado por el batallón N.º 15, luego al Panóptico y finalmente expatriado a Chile. La prensa celebró ruidosamente el golpe de Estado, incluso la que hasta hacía poco se mostraba afecto al billinghurismo, como La Prensa, que había sido un pilar en la campaña de 1912. En la edición del mismo 4 de febrero, La Prensa celebró la interrupción institucional como «El triunfo de la Constitución y de la Ley», y se refiere a Billinghurst como exdictador. Viva que acabara «de ser sofocada, en una acción de armas de pocos instantes, la dictadura más desenfrenada, más audaz é inconcebible, por demagógica é impopular que ha padecido el Perú». Desde ese momento, Billinghurst pasó a convertirse en la bestia negra de la oligarquía que lo atacó sin piedad. En un Manifiesto a la nación, Billinghurst hace una defensa ardorosa de su gestión y niega terminantemente las acusaciones que sus opositores hicieron en su contra. Se trata de un extenso documento de 100 páginas, impreso en Santiago de Chile y fechado en 1915, pero escrito en Arica el 31 de octubre de 1914. Lo primero que señala Billinghurst es que jamás contempló disolver el Congreso 68 De acuerdo a documentos que he podido consultar, pero que no puedo revelar, en la conspiración golpista estuvieron Javier Prado y Ugarteche (es decir, el hijo mayor de Mariano Ignacio Prado sí estaba al tanto del golpe y fue uno de sus instigadores principales), Alfredo Piedra, Augusto Durand y otro personaje, quienes se reunieron en una vivienda ubicada en la calle Moneda 738. El día 3 de febrero, es decir, en la víspera del golpe de Estado, Piedra y el otro personaje fueron en comisión a donde Benavides para anunciarle que ya había llegado la hora de la acción. Por otro lado, según lo planificado, el beneficiario inmediato del derrocamiento de Billinghurst debió ser una junta presidida por Durand, pero a la última hora Benavides fue el que se llevó la gloria y el poder, y con él la «argolla civilista».
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(acusación que califica de «insidiosa»); incluso afirma que las reformas que propuso se enmarcaban perfectamente dentro de la ley y que ninguna suponía una conculcación de las libertades y derechos de los peruanos. Pero lo más importante que sostiene es la urgencia de hacer de los peruanos verdaderos ciudadanos: «¡he ahí la necesidad de nuestra época!», exclama. Si observamos bien encontraremos reverberaciones del discurso de Piérola de 1908. Billinghurst también se declara un convencido del régimen parlamentario porque, aun cuando pueda tener muchos inconvenientes «[...] consulta mejor que el actual [régimen presidencialista]». Luego defiende la limpieza con que condujo los asuntos de gobierno, especialmente en materia económico-financiera. Explica las bases sobre las que se proponía el presupuesto para su administración, buscando demostrar que jamás despilfarró los fondos públicos, en contra de lo que la oposición señalaba en el sentido de que la deuda pública aumentó en un millón de libras. Posteriormente, Billinghurst enfila contra los congresistas que tan celosos de sus fueros se manifestaron cuando corría el rumor del cierre del Parlamento, y que sin embargo tan sumisos se mostraron ante la creación de la Junta de Gobierno (que se llamó «Excelentísima») luego del golpe; y «han sido los politicastros acostumbrados a disponer a su antojo, loca e ilícitamente de los dineros del Estado», los malos políticos entregados al «militarismo absorbente, oligárquico y despótico», los que han llevado a poner en el mando de la república a un «militar ignorante, inescrupuloso». Como buen demócrata, Billinghurst no cree en las herencias y dinastías presidenciales (aludiendo explícitamente a los hermanos Prado y a las formas oligárquicas de alcanzar el poder). Finalmente, como balance de su corta gestión, expresa que la principal característica fue su búsqueda de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Poco después de aparecer este mensaje, Billinghurst fallecería de muerte natural a los 64 años de edad: «Decir que muere en el exilio es relativo en este caso, pues Guillermo Billinghurst falleció
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un 28 de junio de 1915 en el oasis de Pica, junto a su familia y amigos, en la provincia donde vivió y trabajó la mayor parte de su vida y a la cual dedicó muchas horas de su trabajo intelectual y empresarial. El 20 de setiembre de 1916 sus restos fueron repatriados a Lima, mientras tanto —un año y tres meses— descansó en el pequeño mausoleo familiar del cementerio N.º 1 de Iquique junto a su madre» (González Miranda, 2011c, xix). Pugnas en las alturas: Billinghurst, Pardo y Piérola Era de esperarse que Billinghurst —habiendo ingresado a la vida política desde el pierolismo— identificara como sus adversarios a los civilistas, especialmente a Manuel Pardo, su máximo líder y fundador. El enfrentamiento era azuzado en la coyuntura, por el propio tiempo político de crisis y de aguda lucha por el poder; también porque las medidas sobre el salitre adoptadas por el presidente Pardo afectaban directamente a los empresarios de ese recurso, incluido el propio Billinghurst. Pero a todo lo mencionado habría que agregar la que quizás sea la razón principal, que son las distintas concepciones acerca del desarrollo o del progreso que tenían tanto Pardo como Billinghurst. Mientras en el primero era vital la vinculación con el comercio exterior, fortaleciendo una burguesía comercial agroexportadora (y para ello buscaba readecuar el Estado y crear un sistema político organizado sustancialmente de forma diferente del predecesor, cooptado por el militarismo, como bases del progreso material),69 el segundo focalizaba su atención en cómo constituir una burguesía moderna industriosa que privilegiara la conformación de un mercado interno, lo que décadas después se llamaría «crecimiento hacia adentro» (que sería la base de los populismos latinoamericanos clásicos), limitando la participación 69 Véanse los interesantes estudios de Carmen McEvoy (1994, 2004, 2007). También se puede consultar el libro ya citado de Valentín Paniagua (2009), en donde enfatiza en la visión modernizadora del Estado que tenía este personaje.
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estatal en lo económico y no necesariamente teniendo un esquema político demoliberal. En otro sentido, el enfrentamiento entre Pardo y Billinghurst actualizó el conflicto entre el norte y el sur en el Perú, entre dos fracciones de las élites peruanas; guaneros y salitreros enfrascados en una pugna por el poder político y económico. A pesar de todas estas diferencias ostensibles, ambos personajes tuvieron un punto de coincidencia: querer configurar un terreno político aceptado de lucha por el poder70 en el cual recabar la legitimidad suficiente para conducir el país. Mientras Pardo constituía una organización política, el Partido Civil, Billinghurst, una vez salido del pierolismo, constituyó una corriente política basada en su liderazgo, en la participación de la plebe y en la opinión pública. Esta común necesidad de conformar un espacio político nuevo explica en gran medida la postura que mostró Billinghurst cuando Pardo fue asesinado, rechazando la suspensión de garantías constitucionales, como hemos visto. Después de la muerte del expresidente Pardo, Billinghurst embestiría contra el civilismo en su conjunto de manera radical, lo que no haría Piérola en su gobierno de 1895-1899, sino que incluso buscaría acercarse a sus otrora enemigos, decisión que explicaría en gran parte el distanciamiento entre el Califa y Billinghurst. En efecto, Piérola como presidente buscó constituir un sistema político de precario equilibrio entre las fuerzas modernizadoras de las élites oligárquicas y los poderes tradicionales, teniendo como telón de fondo una vinculación carismática con sectores populares urbanos. Pero si bien mantuvo vivos a los poderes locales, el pierolismo produjo dos procesos: amplió y racionalizó relativamente la presencia del Estado en la vida nacional que, a la larga, después de varias décadas, requeriría de la extinción de los poderes tradi70 Esto es relevado por Ulrich Mücke en cuanto a la constitución del Partido Civil. Véase su espléndido trabajo (Mücke, 2011).
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cionales para ampliar su legitimidad. Simultáneamente estimuló la expansión de los sectores populares gracias a la modernización que incentivó, que a la postre constituirían filiaciones políticas adversas al orden que buscó cimentar. Aun así, la llamada República de notables que fundó el líder demócrata tuvo las bases suficientes como para durar hasta 1919; solo una fuerza como la que el leguiismo representó pudo remecer sus cimientos. Mientras tanto, se mantuvo el orden exportador, se trató de impedir la presencia militar en la vida política, no se molestó a los poderes locales y sus representaciones políticas en el Congreso, el Estado fortalecía su presencia en algunas áreas (especialmente comunicaciones, y en algunas medidas económicas, como el Estanco de la Sal o la instalación del Patrón Oro) y la disputa política marchaba regularmente con las fuerzas constituidas y de acuerdo a la legislación vigente. A ello hay que sumar la presencia de la Iglesia católica y sus vínculos con las élites del poder. Fue un tiempo de paz, siempre relativa, institucional. Todo esto fue lo que Billinghurst trató de recomponer, como hemos señalado. En su forma de entender la lucha por el poder quiso rebasar los marcos de la acción institucional buscando, en primer lugar, constituir un nuevo sistema político (que no queda muy claramente explícito) y, en segundo lugar, trató conscientemente de incorporar a la plebe a la vida pública como un actor más en la lucha política. Ambas cosas suponían echar por tierra el pacto pierolista con los poderes locales y el potenciamiento de una burguesía modernizadora. Ya lo vimos, Billinghurst arremetió en contra de los poderes locales, el predominio de la Iglesia católica, la desvirtuada representación parlamentaria, el militarismo y las organizaciones políticas en actividad. Utilizando un concepto de Viviane Brachet (1996), se puede afirmar que Billinghurst buscó conformar un nuevo «pacto de dominación» que incorporara a un importante sector de la población excluida del sistema político vigente. Ello suponía el desplazamiento de las élites hegemónicas de sus lugares de privilegio
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y, evidentemente, el odio de estas hacia Billinghurst que concluyó con su derrocamiento en febrero de 1914.71 * *
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Como político, empresario e intelectual, Guillermo E. Billinghurst siempre pretendió ser distinto. Fue miliciano, subversivo y montonero. También mecenas, periodista y masón. Con generosidad y desprendimiento, su fortuna la puso a disposición de causas que consideraba mayores. Quiso ser protagonista de una política diferente, inquisitiva y apasionada. Siempre gozó del apoyo popular: además de diputado por Tarapacá y senador por Tacna, fue cónsul querido en Iquique, alcalde exitoso de Lima y presidente del Perú con aroma popular. Pero por sobre todas las cosas fue un rebelde hasta el final de sus días. Murió sexagenario acusando, desde su lecho de muerte, a esa oligarquía guanera que no supo defender a la patria porque quiso creer que esta no estaba a la altura de sus intereses particulares. Billinghurst fue, en definitiva, un combatiente que había surgido del desierto salitrero.
71 El aprismo lo reconocería de ese modo. En un editorial de la revista APRA (1931, p. 1) evalúa positivamente al gobierno de Billinghurst: «Es a partir de la salida de Piérola que se acentúa el predominio civilista que solo desplaza el movimiento popular que impuso a Billinghurst en 1912. El gobierno de Billinghurst significaba el anticivilismo; y este anticivilismo fue lo que lo convirtió entonces en foco polarizador de los anhelos y esperanzas nacionales».
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Epílogo Posiblemente, en el Perú, dos personajes queden, a partir de este libro que recién hemos leído, indisolublemente unidos: Guillermo Billinghurst Angulo y Osmar Gonzales Alvarado, ambos investigadores pacientes y apasionados por la Historia. Las diferencias comienzan con el protagonismo político y empresarial del primero y el profesionalismo del segundo. Más allá de que Billinghurst haya sido un hombre que vivió el paso del siglo xix al xx y Gonzales haya sido y sigue siendo testigo del cambio del siglo xx al xxi, lo relevante es que Osmar Gonzales rescató a Guillermo Billinghurst desde las escasas páginas que la historia del Perú le había dedicado a quien fuera presidente de la República, vicepresidente, alcalde de Lima y uno de los intelectuales más notables de su época. Catalogado como populista por los defensores de una república oligárquica, fue visto como una amenaza para los intereses de los grupos de poder —recordemos sus duras críticas a los banqueros relacionados con el civilismo—; por ello, un golpe de Estado bajo el mando del entonces coronel Óscar Benavides no solo le desterró del Perú, sino también de la historia oficial de ese país. Osmar Gonzales, a poco más de un siglo de ese aciago momento en el que se destituyó por la fuerza a Billinghurst del gobierno, adonde había llegado con el apoyo de organizaciones obreras, viene a su rescate nuevamente con este libro. Efectivamente, no es la primera obra que edita sobre Billinghurst; ya habíamos conocido su brillante tesis doctoral defendida en el Colegio de México, más otros artículos complementarios y un librito que rescata la correspondencia entre don Guillermo y Ricardo Palma. Ahora vuelve a sorprendernos con
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nuevas aristas de la biografía de Billinghurst, donde nuevamente un epistolario más extenso permite profundizar en la mentalidad de este hombre público que, si bien fue polémico, es indesmentible su capacidad para enfrentar los problemas con pragmatismo y, a la vez, con visión de futuro. Estas nuevas fuentes de información permiten organizar un marco interpretativo más general sobre la vida pública (y fragmentos de la privada) de este personaje, además de comprender mejor algunas de sus decisiones políticas, generalmente en medio de convulsiones o momentos críticos. Queda con este libro meridianamente claro lo pedregoso que fue el camino hacia el Palacio de Pizarro. Hasta Nicolás de Piérola, de quien fue su vicepresidente y uno de sus más leales seguidores, conspiró en su contra para evitar su llegada al poder. Sin duda, Billinghurst era un peligro para las familias poderosas de Lima que le vieron como un outsider, además de estar levantado por las masas populares y, «peor aún», tener acento chileno. Todo ello bastó para que un manto de olvido cubriera su nombre. Próximos al centenario de su muerte, acontecida dos años después de su derrocamiento, era el momento de que las cosas se pusieran en el lugar que les corresponde y, por fin, reconocerle a este prohombre los sacrificios que hizo por su país. En Chile también se le ha hecho un homenaje en el Centro de Investigación Barros Arana de la Biblioteca Nacional, al reeditar en 2011 su libro Los capitales salitreros de Tarapacá en el marco de la colección Fundamentos de la Construcción de Chile, con un prólogo biográfico; porque sus trabajos científicos sobre salitre y bórax, la geografía de Tarapacá, la agricultura del desierto, los ferrocarriles, etc., sin duda, siguen siendo una referencia obligada para la Historia y la Geografía en Chile. Cabe hacer una mención, en mi calidad de chileno, de la importancia que tiene la obra de Billinghurst para la integración o acercamiento entre Perú y Chile, especialmente en estos momentos cuando ambos países acaban de resolver un litigio diplomático. Recordemos que el propio Billinghurst intentó resolver el
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mayor nudo gordiano diplomático chileno-peruano, como fue el caso de las provincias de Tacna y Arica, en el llamado protocolo Billinghurst-La Torre. La historia bilateral ha rescatado a pocos personajes que podrían definirse como puentes de integración entre las dos naciones; el más notorio ha sido sin duda Bernardo O’Higgins, pero es porque no se ha escrutado lo suficiente en las otras historias, especialmente las que se construyen en las propias sociedades y no tanto entre los Estados. Hoy acertadamente se le denomina como paradiplomacia. Las fronteras son el campo de estudio privilegiado de la paradiplomacia. Billinghurst fue un hombre de frontera. Si bien fue un político apasionado, también fue un científico; recordemos su amor por la Geografía y la Historia. Por lo tanto, siempre sus juicios tuvieron esos dos elementos: 1. La pasión por su tierra y el compromiso con sus connacionales; 2. La objetividad de los hechos y el peso de los argumentos. Este libro de Osmar Gonzales nos entrega interesantes pistas de estas dos facetas de nuestro personaje, y que permite a los lectores ver un caso, sino inédito, notoriamente escaso: un político con perfil de científico o un científico con pasión de político. En tanto epílogo, no me corresponde profundizar en detalles sobre la narrativa que construye Gonzales con esta nueva información que llegó a sus manos, que le permitió organizar este libro decisivo para la historia interna del Perú, en ese período lleno de acontecimientos que va desde la Guerra del Pacífico hasta la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, considero que todavía quedan vacíos sobre la vida pública y privada de Billinghurst; respecto de la primera, especialmente como empresario e intelectual, y con relación a la segunda, una sombra de misterio todavía permanece, especialmente sobre sus amistades, su familia y sus grupos de referencia en Lima y Tarapacá. Queda en el misterio saber, ¿cómo lo hizo? ¿Cómo hizo posible estar en los márgenes y ser un personaje central en la política del
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Perú, ser un provinciano con estatura de mandatario y de intelectual decimonónico, estar en Lima y en Tarapacá, ser una voz aquí y allá? Enfrentarse a los grandes empresarios ingleses y, como él mismo definía a los banqueros civilistas, al «círculo de Lima», sin que lo aplastaran política y económicamente. Tener amigos y enemigos en Lima como también en Chile, pero unos y otros le temían y respetaban, tanto como fue querido en Tarapacá. Billinghurst fue un hombre de dos mundos: de la política y de la ciencia, de Lima y de Tarapacá, de la cultura y de la empresa, del centro y de la provincia. También un demócrata moderno en medio de una sociedad tradicional oligárquica. Y, ahora, podemos decir: fue un olvidado de la historia oficial que emerge precisamente cuando esta se abre a nuevas miradas y protagonistas. Billinghurst fue un hombre exitoso —a pesar de que su carrera política fue inconclusa, su mandato como presidente del Perú se vio truncado violentamente, y su pluma de investigador dejó de escribir (se dice que dejó una Historia de Tarapacá en el tintero)— y lo más probable es que será un personaje que irá creciendo con el paso de los años. A pesar de que murió en el oasis de Pica, posiblemente por la tristeza que le dejó el maltrato y la humillación, lo hizo entre los suyos, rodeado de la amistad de peruanos y chilenos, tarapaqueños todos. Sergio González Miranda
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Documentos EL COMERCIO DE IQUIQUE 1 Boletín «El señor Billinghurst» Nuestro compañero y amigo, don Guillermo E. Billinghurst, que pasó con procedencia de Pisagua, por el vapor del 17 del presente, nos ha dirigido la carta siguiente, que reproducimos con el mayor gusto. El señor Billinghurst, que tantas simpatías cuentan en nuestra sociedad, por su clara inteligencia y a quien se supuso muerto en el combate de Torata, pasa al destierro, huyendo de las persecuciones del poder. Le deseamos, sino días felices, porque no hay felicidad posible fuera de la Patria, al menos tranquilidad en el extranjero, y hacemos voto porque apaciguados los rencores políticos, pueda regresar pronto al seno de sus amigos, para compartir con nosotros las arduas tareas de la prensa libre y honrada. He aquí la carta. Señor Don Modesto Molina Pisagua, Marzo 16 de 1875 Querido Modesto: Después de una peregrinación amarga y penosa, como todas las peregrinaciones, me tienes aquí, en el seno de mis amigos, en el pueblo de mis afecciones, y listo para alejarme de nuevo de la patria querida, Dios sabe si para siempre. En tan corto espacio de tiempo, cuantas mudanzas,
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cuantos acontecimientos han tenido lugar! Y, ¡ha sido todo esto para bien o mal de la provincia de Tarapacá! No lo sé; no puedo siquiera calcularlo. Por una parte se me presenta un pueblo agobiado por el peso de las contribuciones e irritado contra el mandatario que no procura su bienestar, su prosperidad, su engrandecimiento; y por la otra veo las consecuencias funestas de una revolución fratricida, que no puede menos que traer la paralización completa, aunque instantánea, de las transacciones comerciales y de la iniciativa industrial. La disyuntiva es terrible. El pueblo justamente descontento trata de reivindicar sus derechos conculcados y la revolución patentiza el retroceso en las industrias del comercio y de toda la parte material del Estado. Situaciones tan singulares, no son fáciles de comprenderse, como no son fáciles de resolver las grandes cuestiones político-económicos que agitan y conmueven, hoy nuevamente al país entero. Mientras tanto, en situación tan anómala, ¡qué rol desempeña esta abatida provincia!; cuál es su verdadera posición? No es difícil comprenderla, desgraciadamente. Los hombres de la actualidad, sobreponiéndose a los principios liberales que en toda época evocan y a la decantada práctica felicidad de este país, que no quiere ser feliz, no obstante los paternales deseos de don Manuel Pardo, han mirado siempre a esta provincia, como El Dorado de las fábulas antiguas, como la tabla de salvación para el crédito fiscal, que está condenado a un naufragio perpetuo. Para ellos, no hay un más allá, no hay un mañana, quieren salvar a todo trance la actualidad, sean cuales fuesen las consecuencias de los paliativos que presentan hoy como remedios eficaces. El estanco con toda su rancia deformidad fue el primer arbitrio que se les presentó; sucumbió éste con la pacífica resistencia de la provincia y se le sustituyó con un impuesto oneroso y asaz arbitrario. Para llevar a cabo tan peregrina idea, era preciso ser consecuente con los propósitos y con los planes premeditados de un círculo pernicioso, que por desgracia ejerce poderosa influencia en nuestra tierra y sin motivo ni pretexto alguno que justifique semejante medida, se formó una compañía o sociedad anónima con la denominación de «Compañía del estanco,
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etc.» —farsa sangrienta que se tolera hasta el día y que ni el Congreso con su soberana autoridad ha podido destruir. La voluntad del Ejecutivo o más bien dicho de don Manuel Pardo, se ha sobrepuesto a todo, sus mandatos por injustos y arbitrarios que ellos sean, son acatados. ¡Dichosa mansedumbre! A los 15 centavos se han sucedido mil proyectos sobre el salitre, cada uno de ellos más inadecuados que el otro. Hoy ya no es un impuesto de lo que se trata. Se propone una expropiación que tiene todos los visos de tal y que en el fondo no lo es. ¿Cuál será el resultado de estas combinaciones, donde el patriotismo se echa en saco roto y el interés privado es la normal? La situación no puede ser más alarmante, querido Modesto, y francamente que me siento conmovido ante semejante cuál será la suerte de este pedazo de territorio peruano, que me es tan querido. Tú que conoces mis ideas y mi carácter, podrás apreciar mis sentimientos. Hace más de seis años que vengo defendiendo los intereses de la provincia de Tarapacá, en la pequeña esfera que me ha tocado y con mis modestos conocimientos, y he observado que, durante el tiempo en que los gobiernos no se acordaban de esta sección del país, la provincia prosperaba y tendía a engrandecerse a pasos agigantados; y cosa extraña! Su ruina di…de la desinteresada protección que el gobierno de la actualidad lo brinda. Está visto que don Manuel Pardo, se ha propuesto hacernos felices. He recorrido casi toda la provincia en mi viaje desde Chaca hasta este puerto y te aseguro que nos ha entristecido el estado de decadencia en que he encontrado los pueblos del interior, particularmente los distritos salitrales. A la actividad febril de antes, ha sucedido una decadencia que conmueve. La paralización de los establecimientos industriales y la consiguiente emigración de los numerosos brazos que encontraban trabajo en ellos, no puede menos que dejarse sentir de un modo poco halagüeño. Las entradas de las aduanas de Iquique y Pisagua, podrán apreciar muy pronto las consecuencias de esa paralización
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Pasé por los famosos trabajos agrícolas del Tamarugal, me refiero a las que diz ha emprendido el respetable coronel Valle Riestra. Como en ese asunto no veo claro, no comprendo las miras del gobierno, no me tomé el cuidado de indagar sobre el verdadero y positivo estado de ellos; pero lo único que concibo es que, las cuantiosas sumas que en dichos trabajos se invierten no reportarían, ni reportar pueden beneficio alguno ni al Fisco, que jamás verán el producto de los sembríos, ni a la provincia. Y lo que no comprendo es que se continuó en tan descabellada empresa, no obstante la deficiencia de fondos en las áreas nacionales. No se puede negar que el gobierno de don Manuel Pardo tiene el espíritu mercantil muy desarrollado. Habría deseado dejarte ahora los apuntes que tengo hechos sobre la expedición del «Talismán» y la revolución; pero prefiero remitírtelos de otra parte, después de que haya agregado los documentos correspondientes. Deseo que se publiquen esos apuntes, pues hay una infinidad de acontecimientos que los titulados partidarios del orden, han tergiversado a su antojo, dándoles un carácter, ya debes suponer favorable para ellos y poco simpático para los revolucionarios. Que esta sea mi carta de despedida; no temas contaminarte con mis ideas políticas, pues ellas se reducen a la suprema aspiración del bien del país que me vio nacer, sea cual fuere el partido que lo encarne, sea cual fuera la personalidad que lo represente. A los amigos, mi más tierna despedida; hago votos por la felicidad de todos y cada uno de ellos. Tuyo de veras Guillermo E. Billinghurst
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2 Lima, Mayo 15 de 1875 Señor don Modesto Molina Iquique Amigo querido I Voy a hablarte nuevamente del proyecto sobre expropiación de las salitreras, que, como me lo había presagiado, ha recibido la sanción de la Cámara de Diputados, y la innovación que ha sufrido dicho proyecto, me ha causado asombro, que debe ser universal en el Perú por la originalidad del arbitrio a que se ha recurrido, intercalando en ese malhadado proyecto, la autorización especial para levantar un nuevo empréstito de tres millones de libras esterlinas, para la construcción de los trabajos de los ferrocarriles y además aplicables a los gastos generales de la República. Para los que estudian paso a paso, y con detenida meditación los asuntos económicos que deben preocupar en la actualidad al Jefe del Estado, por la honda perturbación que estos ejercen en las cuestiones políticas del país; para los que, al través de la oscuridad oficial en estos asuntos, ven la triste prospectiva de un porvenir sombrío, lleno de pobreza, de escasez y de hambre, esa innovación, o más bien dicho, esa adición en el artículo 2º del citado proyecto, no es, ni puede ser un misterio. Lo que a nosotros nos toca examinar de un modo serio y detenido es, esa adictivita situación económica, en cuanto ella se relacionó con la situación actual de la provincia de Tarapacá, con sus intereses generales, con la industria salitrera y con el proyecto de ley sobre expropiación, sancionado ya en la Cámara de Diputados y por sancionado en revisión en la de Senadores. El argumentado concluyente, inamovible y audaz, lento sostenido, en el cual se apoyan los legisladores particulares de la expropiación, es, y ha sido siempre, la supuesta competencia que se dice hace, como abono,
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el salitre al huano, en los mercados extranjeros. Este ha sido el caballo de batalla de todos los sostenedores de ese maquiavélico proyecto. El H. Señor Cisneros ha probado hasta la evidencia demostrar a mi respetable amigo el Dr. Oviedo ha sido igualmente feliz en esta contienda parlamentaria, pero todos estos nobles esfuerzos del patriotismo y del desinterés, han ido a estrellarse contra los glaciales cálculos matemáticos de los victimarios de la provincia de Tarapacá. La mayoría de la Cámara de Diputados imperturbable y sin salir de ese círculo vicioso, que ella misma estudiosamente se trazara, ha insistido en su propósito de decretar la ruina de los salitreros y lo ha conseguido. Ha quedado, pues, sentado como un hecho irrecusable, la existencia de la cacareada competencia, no siendo este sino un subterfugio indigno de la honorabilidad que debe caracterizar a los representantes de la nación. II Pero el proyecto que se ha aprobado en la Cámara de Diputados el 10 de abril último, nos está probando palmariamente que la competencia no es, ni ha sido el único móvil que se ha tenido en cuenta para dictar tan temeraria como injusta ley. El artículo 20 de ese proyecto, nos demuestra claramente, que don Manuel Pardo ha tenido en vista, algo más que el temor a la competencia, al lanzar en el seno de las Cámaras el proyecto de ley sobre expropiación. Por ese artículo se autoriza al Ejecutivo para levantar, además del empréstito de cuatro millones de libras para realizar la expropiación de los establecimientos salitreros, otro de la no insignificante suma de 15 millones de soles que «se aplicarán a la continuación de los trabajos de los ferrocarriles y a las necesidades generales del Estado. ¿A qué ferrocarriles se refiere? ¡A los de la provincia de Tarapacá! Claro está que no, puesto que estos pertenecen a una empresa particular, que los tiene ya concluidos, hasta los puntos donde son útiles a la industria salitrera. Es, pues, evidente que dicho artículo se refiere a los ferrocarriles de la República en general y no a los de esa localidad. Esa autorización, no tiene, pues, razón de ser en el proyecto sobre expropiación y despréndase de allí, de un modo claro y terminante, que el gobierno desea
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arbitrarse, con hipoteca de los establecimientos salitreros, los fondos de que absolutamente carece. He aquí una de las proverbiales sutilezas del Jefe del Estado. III Para los que están en Lima palpando la crisis económica del Tesoro nacional, no es un misterio que la Caja Fiscal de esa ciudad está exhausta y que hay días en que esta solo contiene 20 soles. No es tampoco un misterio para los de la capital que de la autorización que ha conseguido el gobierno para vender en el mercado de Estados Unidos 200,000 toneladas de huano, nada o muy poco saca éste. Oficialmente, se ha declarado en las Cámaras, que el Fisco adeuda a la Consignación de Estados Unidos 6 millones de soles, suma a que asciende exactamente el importe de las 200,000 toneladas a 30 soles, según la eterización. Esta autorización arrancada por el gobierno al Congreso nacional, tiene el objeto que tú comprendes y conoces, pues sabido es el estado lamentable con el fuerte desembolso del anticipo de 6 millones de soles. El levantar a los suyos de la bancarrota en que se encuentran, con la autorización de las 200,00 toneladas, como pretende introducir una saludable reacción en los incautos consignatarios que aventuraron fuertes sumas en las sociedades anónimas sobre salitre, expropiándoles, por cuenta del Fisco las ruinas de sus establecimientos salitreros. Queda, pues, probado que el gobierno obtendrá recursos pecuniarios de esa autorización sino muy exiguos. Quedan otros recursos, y es la autorización para la venta de 100,00 toneladas para los mercados de Asia, África y América. Sabido es que esa cantidad de huano, es infinitamente superior a la demanda anual de esos mercados, que las 100,000 toneladas los abastecerían para cinco años, a lo menos. Quizá podría el gobierno, sin embargo, obtener de esa autorización 800,000 soles. En cuanto a la amplia autorización para el expendio general del huano, que se ha concedido al gobierno, la historia de los tres últimos años nos autoriza para duda de que don Manuel Pardo realice negociación alguna ventajosa. Conocemos prácticamente los resultados de los problemas económicos del actual Jefe del Estado, inclusive el del Estanco
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del salitre. Todos ellos han venido por tierra, en medio de la estridente carcajada de la oposición, que auguraba las fatales consecuencias de las combinaciones financieras del señor Pardo. Pero, aun suponiendo que el gobierno, con autorizaciones tan amplias como las que tiene, lograse levantar alguna negociación respecto del huano, los frutos de ésta, buena o mala negociación, no serían inmediatos y por consiguiente en nada aliviarían la crítica actual cuyas exigencias son apremiantes. Que el Jefe del Estado duda del buen éxito de sus amplias autorizaciones, es un hecho. El pésimo resultado del empréstito del 72 lo comprueba, y lo comprueba así mismo el artículo 2º de la ley sobre expropiación, pues el demuestra claramente, que es, a la sombra del fabuloso negociado sobre la industria salitrera, que el gobierno pretende reventar un empréstito para sufragar las más urgentes necesidades del Estado. Lo repito: la competencia no es, pues, lo único que ha sugerido la idea de llevar a cabo la expropiación y esto es claro como la luz del medio día. Esa autorización para el empréstito de tres millones de libras que implica, por otra parte, la ninguna confianza que asiste al gobierno en el éxito de sus negociaciones sobre huano, manifiesta terminantemente, que la competencia es un protesto, injustificable de que se ha valido don Manuel Pardo, para arbitrarse los fondos necesarios para los gastos generales del país; y que se ha designado a la provincia de Tarapacá, para ser la víctima de la inexperiencia de la presente administración, haciendo sufragar a 30 000 habitantes la enorme suma de 35 millones de soles (7 millones de libras). IV Plenamente autorizado el gobierno por otra parte, para hacer los arreglos que crea convenientes respecto de la expropiación de los establecimientos salitreros y pactado de ante mano este negociado, como tenemos motivos para creer, con fuertes capitalistas extranjeros, nada más fácil de realizar que el empréstito de tres millones de libras esterlinas, con hipoteca de las salitreras, que aunque ajenas, sirven de sebo y atractivo para los especuladores en grande escala.
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De aquí, la necesidad de intercalar en el proyecto, concerniente a la industria salitrera, el empréstito de los tres millones, que será la base del grande negociado y al cual se ocurre, a primera hora de firmado y ratificado éste, viniendo como cosa secundaria para el gobierno y para la nueva empresa el desembolso de los cuatro millones con que se ha de satisfacer las transacciones de los establecimientos industriales que se quiere expropiar. Como se ve, la provincia de Tarapacá, sumergiéndose para siempre en una ruina desastrosa y mediante los cálculos de la cual Jefe del Estado salvará por lo pronto las necesidades del gobierno, y sobre todo la vanidad del hombre que rige hoy los destinos del país, y que desea cerrar su período con llave de oro, ya que el pueblo ha presenciado desde el 2 de agosto del 72 tantas escenas de hambre y desnudez, que sublevan el patriotismo y conmueven a todo hombre de corazón. ¡Cuáles serán las condiciones bajo las que el gobierno obtenga los 7 millones de libras! He aquí una pregunta difícil de contestar. La experiencia del mensaje presidencial del 72 y nos da a comprender que si el empréstito de ese mismo año fue una pérdida postraba para el Fisco, no hay motivo, para creer que este negociado no lo sea y que las condiciones que se estipulen para el empréstito de los 35 millones de soles, no sean onerosísimas para el gobierno, que entregara la provincia de Tarapacá maniatada a los especuladores extranjeros que tomen parte en este negociado o al célebre sindicato a que recurrirá por segunda vez el señor Pardo. ¡Qué clase de contrato hará el gobierno con los capitalistas que suministren el fondo para la expropiación y los tres millones de libras! Este es otro de los problemas que deben preocupar a los hombres públicos del país, que ven las cuestiones que se ventilan en la actualidad, con patriótico interés. Yo no concibo, francamente, cuál será el giro que se le dará a este negociado, pero sí preveo que cualquiera que él sea, será de funesto y precedente para la nación, cuyas garantías y libertades de industria se ven torpemente atropelladas y que se sacrifica a la provincia de Tarapacá inútil y estérilmente.
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V Cualquiera que se tome el trabajo de estudiar con un poco de detención el asunto que viene preocupándome desde tanto tiempo atrás y cuya solución siempre se ha temido y con razón, verá que los cuatro millones de libras, o sea, 20 millones de soles no alcanzan, como ha dicho anteriormente, a cubrir el importe sino de dos terceras parte de los establecimientos salitreros en planta en la provincia de Tarapacá y verá además si esa suma servirá para pagar las transacciones de los establecimientos de las grandes empresas limeñas, que, es sabido, tienen la mayor parte los del círculo gobiernista. Es muy sencillo también calcular que el empréstito de 15 millones de soles no alcanzará a cubrir las necesidades de la actualidad. Y, esto es un hecho positivo. El erario adeuda en la lista civil y militar, de sueldos devengados como 8 millones de soles y tiene obligaciones que cubrir en el presente bienio que asciende a muy cerca de 5 millones, en vales de Tesorería, como lo comprueba la solicitud elevado por el ministro de Hacienda al Congreso, para que considere en el Presupuesto general de la República dos partidas; una de soles 4,652,450 y otra de S/. 152,082. La primera para amortizar los bonos de Tesorería que vencen en marzo del año entrante; y la segunda para completar los intereses devengados sobre todas las emisiones. Restan, pues, solamente 2 millones, poco más o menos, de los 15 del empréstito, pues, no se ignora que no hay que contar con los ingresos naturales del Fisco, por estar estos completamente afectos a las necesidades ordinarias y locales del país. Y, ¡es con esas sumas, con la que se intenta continuar los trabajos de los ferrocarriles de la República! ¡Disparate! Tan es cierto que esa suma es insignificante para esas grandes obras, como es cierto y evidente que el gobierno jamás ha pensado en llevarlas a cabo. Esa suma alcanzará apenas para sufragar los gastos de la sucesión demando; pues, nadie duda, que si la elección de don Manuel Pardo, siendo popular y estando este candidato adornado con todas las galas del talento, costó arriba de un millón de soles, es claro que la elección del médico Rosas, hombre sin prestigio, y que tuvo que abandonar el ministerio en medio de la rechifla general, costara más de dos millones de soles.
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Podemos deducir como conclusión de este embolismo económico, en que se ha sumergido al país estudiosamente, que la provincia de Tarapacá es la víctima inmolada, que la decantada y tan discutida competencia no es sino un pretexto, un subterfugio de mala ley; que agotados los fondos fiscales, decaído el crédito público y con apremiantes necesidades locales y compromisos que cubrir, no queda otro recursos a los talentos y conocimientos financieros de don Manuel Pardo que matar una de las más importantes y florecientes industrias de la nación, sumiendo en la miseria a una no pequeña fracción del pueblo peruano —a 30,000 habitantes. ¡Qué nos resta que hacer! ¡Cuál será el epílogo de esta dolorosa experiencia! ¡No lo sé! No lo presumo siquiera. Queda aún la esperanza de que la magnitud del negociado que se trata de llevar a cabo y las naturales resistencias y obstáculos que se presentarán, desalienta a los espectadores extranjeros que no arriesgarán su dinero en un negocio, en que tiene que haber víctimas; o que una nueva oscilación política, haga retorcer a tiempo a los que nos arrebatan la bolsa y la vida. Tuyo de veras. Guillermo E. Billinghurst
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INFORME CONSULADO GENERAL DEL PERÚ EN CHILE Iquique, Septiembre 3 de 1890 Señor Ministro de Estado, en el Despacho de Relaciones Exteriores S.M. En contestación al respetable oficio de Ud., reservado, de 22 de Agosto último, me es honroso suministrado los datos que van en seguida, y que aunque no son tan completos como U.S. los pide, estoy seguro que le servirán para el objeto que persigue. El último censo que se levantó en Tarapacá, Tacna y Antofagasta, corresponde al 15 de Junio de 1884. El censo general de Chile, de 26 de noviembre de 1885, no merece la fe, respecto de esos tres territorios, que el efectuado en 1884. Según este censo, la población general de Tacna, era 20, 071 habitantes, cifra que se descomponía así: Chilenos 2,458 Transeúntes y residentes 17,613 20,071 En el censo no se clasifica a los 2458 como chilenos. Se consigna sencillamente los 20,071, como población total; y en seguida, en un cuadro aparte, se consigna el número de «Extranjeros» bajo la denominación de «Transeúntes y residentes». Por supuesto, bajo esta última denominación han entrado los residentes peruanos. El censo peruano, de 1876, dio al Departamento de Tacna, exclusive la provincia de Tarata, la suma de 28,286 habitantes, en esta forma. Provincia de Arica 9,041 Provincia de Tacna 19,245 28,286
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Ahora bien; excluyendo de la Provincia de Tacna, los distritos de Ilabaya y Locumba que no están bajo la jurisdicción chilena, e incluyendo los distritos de Tarata, Tarancache y Estique, que indebidamente retiene Chile, según el censo de 1876, la población de Tacna sería esta: Provincia de Tacna, en 1876, 19,245 Menos: Ilabaya 1548 Locumba 1,415 2,963 16,282 Más: Tarata 2,348 Tarancache 593 Estique 672 3,613 19,895 La diferencia de población, pues, por lo que respecta, al territorio llamado actualmente «Tacna», entre el censo de 1884 y el de 1876, es casi nada, a saber: Censo de 1884 20,071 Censo de 1876 19,895 Diferencia a favor de 1884 176 Esta demostración es muy importante, porque le permite a uno, deducir de ella, que las condiciones sociales y políticas no han variado. La población de la Provincia de Arica, según el mencionado censo de 1876, fue, como queda dicho, 9041; y según el censo de 1884, fue 8329, que se descomponía de la manera siguiente: Chilenos 1337 Transeúntes y residentes 6992 Total 8329 Esta población, como se ve, es inferior a la de 1876, en 712 habitantes. Según las cifras que arroja el censo de 1884, hay en Tacna y Arica, entre extranjeros y peruanos, este número de habitantes: Tacna 17613 Arica 6992 Total de pob. no chilena 24605
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Para averiguar el número de peruanos, hay que volver al censo de 1876, y hacer el siguiente cómputo: TERRITORIO DENOMINADO TACNA Admin. chilena Subdelegaciones Tacna Calama Pachia Palca Tarata Sama
Población total en 1884 H 8104 386 404 466 1342 255 10 957
Número de chilenos en 1884 H M Total 1964 476 2440 1 0 1 8 2 10 ---1 0 1 6 0 6 1980 478 2458
M Total 6484 14588 256 642 332 736 338 804 1488 2830 216 471 9114 20 071
Número de peruanos en 1876 H M Total 3753 4426 8179 698 563 1261 942 1636 871 7900
786 1728 1800 3436 8283 16183 8283 16 183
PROVINCIA DE ARICA Admin. chilena Antiguos distritos peruanos Arica Belén, Codpa, Livilar, Lluta y Socoroma
Población total en 1884
Número de chilenos en 1884 H M Total
Número de peruanos en 1876 H M Total
H
M
Total
1869 2636
1442 2382
3311 5018
554 32
442 1296 9 41
1515 2172
1569 2065
3084 4237
4505
3824
8329
586
451 1337
3684
3634
7321
Si se estima, pues, como estacionaría la población peruana, desde 1876, compensando el número de peruanos emigrados y fallecidos, con los nacimientos, tendremos, respecto de Tacna el siguiente resultado: Población en 1884 Peruanos 16183 Chilenos 2458 Diversas nacional: 1430 Total 20,071 Respecto de la Provincia de Arica, como se ve, el censo de 1884, es menor en 702 que el de 1876, esto es, hay una disminución de 11 ½%; de suerte que había que consignar en vez de 7321 peruanos, un 11 ½% menos; sea 6479, en vez de aquella cantidad.
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A saber:
7321
Menos 11 ½%
842
6479
La población de Arica, se descompondría, por lo tanto, en 1884, en esta forma: Peruanos 6479 Chilenos 1337 Diversas nacionalidades 513 Total 8329 De manera que, ateniéndonos a los dos censos de que me ocupo, la población peruana, de Tacna y Arica, habría sido, en 1884, la siguiente: Tacna 16183 Arica 6479 Total 22,662 Demostración Tacna Hombres Mujeres Total Peruanos 7900 8283 16183 Arica 3263 3216 6479 11163 11499 22662 Chilenos: Hombres Tacna 1980 Arica 586 2566 Según el censo de 1876, la Provincia de Tacna, como queda dicho, tenía 19245 habitantes; de estos, 15519 eran peruanos. La proporción de extranjeros, era, por lo tanto, de 19,36%. Aplicando esta misma proporción, al censo de 1884 y en el supuesto de considerar a todos los no peruanos, como extranjeros, tendríamos el resultado siguiente: Peruanos 16186 Chilenos y demás extranjeros
3885
Total 20071
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Como se ve, el resultado de esa operación es digno de ser tomada en cuenta, pues, el nos da una población peruana de 16186, en 1884, contra la de 1876, que era 16183. Una diferencia de solamente 3%. La población de la Provincia de Arica, fue en 1876, como queda consignado, 9041 habitantes, de los cuales 7321 eran peruanos. La proporción de extranjeros era, pues, de % 19,02. Si aplicamos esta misma proporción al censo de 1884, nos dará como resultado que la población peruana era, en esa fecha, 6745, y en ese caso, esa provincia se compondría de estos habitantes: Peruanos 6745 Chilenos y demás extranjeros 1584 8329 Este cálculo daría un número de 266 peruanos más que el cálculo anterior; pero esto proviene de que yo castigaré en 11 ½%, la población peruana de 1876, cuando, en realidad, la disminución proviene de haber emigrado muchos extranjeros de Arica, a causa de los malos negocios. En cuanto al número de bolivianos existentes en Tacna y Arica, el censo de 1876 dio este resultado: H M Total Provincia de Tacna 1714 1131 2845 Provincia de Arica 718 427 1145 Provincia de Tarata 206 114 320 2638 1672 4310 La población boliviana de Tacna y Arica, ha emigrado considerablemente, desde 1879. En la actualidad, no creo exagerado estimarla solamente en 1000 habitantes. La mayor parte de los bolivianos que residían en Tacna y Arica se ha trasladado a las salitreras de esta Provincia. Con referencia a los chilenos, hay que advertir que cuando se levantó el censo de 1884, la guarnición chilena era considerable en esas dos provincias.
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Si, como presumo, los datos que preceden han sido pedidos por U.S. para estudiar la manera de llevar a cabo el futuro plebiscito, no creo demás manifestarle que considero prudente, postergar toda gestión que tenga por objeto conseguir la devolución de los distritos peruanos indebidamente ocupados por Chile, a consecuencia de la mala interpretación dada al Tratado de Ancón. El statu quo, a este respecto nos dará como población peruana de 2941 habitantes, a favor de la causa del Perú. Para mayor claridad, acompaño copia del oficio que entre los referidos distritos dirigí a ese despacho, con fecha 14 de julio de 1886. Existe, ratificada por la Administración Iglesias, una concesión que el Gobierno de Chile, hizo en años pasados, a favor de los tres … Benavente, Vergara y otros, para emprender la obra de irrigación de las pampas de Tacna, canalizando el Maure. A mi modo de ver, esa concesión debe ser anulada por el Gobierno peruano, porque con pretexto de esos trabajos es posible que introduzcan a Tacna 6 a 7,000 operarios chilenos. Don Ruperto Vergara que es el que representa a los concesionarios, hace tiempo que está moviéndose cerca del Gobierno de Chile para inducirlo a que le preste su apoyo, y uno de los argumentos que aduce a favor de sus pretensiones es el que dejo apuntado. Hace algunos meses que verbalmente le manifesté al Sr. Elías, la conveniencia de anular aquella concesión, por lo que al Perú corresponda. La propiedad urbana y rústica no ha cambiado de manos. A excepción de la hacienda de Tomasiri, todas las demás propiedad agrícolas pertenecen a peruanos. Dios guíe a U.S. Guillermo E. Billinghurst
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TRATADO DE PAZ DE ANCÓN (Lima, 20 de octubre de 1883) La República de Chile por una parte; y de la otra, la República del Perú, deseando restablecer las relaciones de amistad entre ambos países, han determinado celebrar un tratado de paz y amistad, y al efecto han nombrado y constituido por sus plenipotenciarios a saber: S.E. el Presidente de la República de Chile, a don Jovino Novoa; y S.E. el Presidente de la República del Perú, a don José Antonio de Lavalle, Ministros de Relaciones Exteriores, y don Mariano Castro Zaldívar; quienes, después de haberse comunicado sus plenos poderes y de haberlos hallado en buena y debida forma, han convenido en los artículos siguientes: Artículo 1º Restablécense las relaciones de paz y amistad entre las Repúblicas de Chile y el Perú. Artículo 2º La República del Perú cede a la República de Chile, perpetua e incondicionalmente, el territorio de la provincia litoral de Tarapacá, cuyos límites son: por el norte, la quebrada y río Camarones; por el sur, la quebrada y río del Loa; por el oriente, la República de Bolivia; y, por el poniente, el mar Pacífico. Artículo 3º El territorio de las provincias de Tacna y Arica que limita, por el Norte, con el río Sama, desde su nacimiento en las cordilleras limítrofes con Bolivia hasta su desembocadura en el mar, por el Sur, con la quebrada y el río de Camarones, por el Oriente, con la República de Bolivia; y por el poniente con el mar Pacífico, continuar poseído por Chile y sujeto a la legislación y autoridades chilenas durante el término de diez años, contados desde que se ratifique el presente tratado de paz. Expirado este plazo, un plebiscito decidirá en votación popular, si el territorio de las provincias referidas queda definitivamente el dominio y soberanía de Chile o si continúa siendo parte del territorio peruano. Aquel de los países a cuyo
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favor queden anexadas las provincias de Tacna y Arica, pagar otros diez millones de pesos, moneda chilena de plata, o soles peruanos de igual ley y peso que aquella. Un protocolo especial, se considerará como parte integrante del presente tratado, establecerá la forma en que el plebiscito debe tener lugar, y los términos y plazos en que haya de pagarse los diez millones por el país que quede dueño de las provincias de Tacna y Arica. Artículo 4º En conformidad a lo dispuesto en el Supremo Decreto del 09 de Febrero de 1882, por el cual el Gobierno de Chile orden la venta de un millón de toneladas de guano; el producto líquido de esta sustancia, deducidos los gastos y demás desembolsos a que se refiere el Artículo 13 de dicho decreto, se distribuirá, por partes iguales, entre el Gobierno de Chile y los acreedores del Perú, cuyos títulos de créditos aparecieran sustentados con la garantía del guano. Terminada la venta del millón de toneladas a que se refiere el inciso anterior, el Gobierno de Chile continuar entregando a los acreedores peruanos el cincuenta por ciento del producto líquido del guano, tal como se establece en el mencionado Artículo 13, hasta que se extinga la deuda o se agoten las covaderas y actual explotación. Los productos de las covaderas o yacimientos que se descubran, en lo futuro, en los territorios cedidos, pertenecerán exclusivamente al Gobierno de Chile. Artículo 5º Si se descubrieren en los territorios que quedan del dominio del Perú covaderas o yacimientos de guano, a fin de evitar que los Gobiernos de Chile y del Perú se hagan competencia en la venta de esa sustancia, se determinara, previamente, por ambos Gobiernos, de común acuerdo, la proporción y condiciones a que cada uno de ellos deba sujetarse en la enajenación de dicho abono Lo estipulado en el inciso precedente, regirá, asimismo, en las existencias de guano ya descubiertas que pudieran quedar en las islas de Lobos,
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cuando llegue el evento de entregarse esas islas al Gobierno del Perú, en conformidad a lo establecido en la cláusula novena del presente tratado. Artículo 6º Los acreedores peruanos a quienes conceda el beneficio a que se refiere el Artículo 4 deberán someterse, para la calificación de sus títulos y demás procedimientos, a las reglas fijadas en el supremo decreto de 9 de febrero de 1882. Artículo 7º La obligación que el Gobierno de Chile acepta, según el Artículo 4 de entregar el cincuenta por ciento del producto líquido del guano de las covaderas en actual explotación, subsistirá, sea que esta explotación se hiciese en conformidad al contrato existente sobre la venta de un millón de toneladas, sea que ella se verifique en virtud de otro contrato o por cuenta propia del Gobierno de Chile. Artículo 8º Fuera de las declaraciones consignadas en los artículos precedentes, y de las obligaciones que el Gobierno de Chile tiene espontáneamente aceptadas en el supremo decreto del 28 de marzo de 1882, que reglamento la propiedad salitrera de Tarapacá, el expresado Gobierno de Chile no reconoce créditos de ninguna clase que afecten a los nuevos territorios que adquiere por el presente tratado, cualquiera que sea su naturaleza y procedencia. Artículo 9º Las islas de Lobos continuarán administradas por el Gobierno de Chile, hasta que se dé termino en las covaderas existentes, a la explotación de un millón de toneladas de guano, en conformidad a lo estipulado en los artículos 4 y 7. Llegado a este caso se devolverán al Perú. Artículo 10º El Gobierno de Chile declara que cederá al Perú desde el día en que el presente tratado, sea ratificado y canjeado constitucionalmente, el cincuenta por ciento que le corresponde en el producto del guano de las islas de Lobos.
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Artículo 11º Mientras no se ajuste un tratado especial, las relaciones mercantiles entre ambos países subsistirán en el mismo estado en que se encontraban antes del 5 de abril de 1879. Artículo 12º Las indemnizaciones que se deban por el Perú a los chilenos que hayan sufrido perjuicios con motivo de la guerra, se juzgarán por un tribunal arbitral o comisión mixta internacional, nombrada inmediatamente después de ratificado el presente tratado, en la forma establecida por convenciones recientes ajustadas entre Chile y los Gobiernos de Inglaterra, Francia e Italia. Artículo 13º Los Gobiernos contratantes reconocen y aceptan la validez de todos los actos administrativos y judiciales pasados durante la ocupación del Perú, derivados de la jurisdicción marcial ejercida por el Gobierno de Chile. Artículo 14º El presente tratado será ratificado y las ratificaciones canjeadas en la ciudad de Lima, cuanto antes sea posible, dentro de un término máximo de sesenta días contados desde esa fecha. En fe de lo cual los respectivos plenipotenciarios lo han firmado por duplicado y sellado con sus sellos particulares. Hecho en Lima, a veinte de octubre del año de nuestro Señor de mil ochocientos ochenta y tres. Jovino Novoa A. De Lavalle Mariano Castro Zaldívar
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MEMORÁNDUM República de Chile Plebiscito Lima, julio 12 de 1898 Señor Ministro de Estado En el Despacho de Relaciones Exteriores Tenemos la honra de devolver a Ud. la convención firmada en Santiago el 16 de abril del presente año por el Plenipotenciario peruano D. Guillermo E. Billinghurst y el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile Don Juan José La Torre para la realización del plebiscito que conforme al artículo 3º del Tratado de Ancón de 20 de octubre de 1883, debe decidir de la nacionalidad futura de los territorios de Tacna y Arica. Dios guarde a Ud. Firmas: Ed. Bueno Rafael Paredes De las Conferencias celebradas en febrero i mayo de 1898 entre el señor Ministro Plenipotenciario en Misión Especial del Perú, don Guillermo E. Billinghurst, i el señor Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don Raimundo Silva Cruz, relativas a la cuestión de Tacna i Arica. I Reunidos en la Sala del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile el Sr. Ministro Plenipotenciario en Misión Especial del Perú, don Guillermo E. Billinghurst, i el señor Ministro del Ramo, don Raimundo Silva Cruz, manifestó el primero que su Gobierno, deseoso de llegar cuanto antes a definir la situación de los territorios de Tacna i Arica, en conformidad al Tratado de Paz de 20 de octubre de 1883, i de estrechar así las relaciones
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de amistad entre ambos pueblos, había tenido a bien acreditarlo en misión especial ante el Gobierno de esta República. El señor Ministro de Relaciones Exteriores expresó que el Gobierno de Chile no podía menos que felicitarse de que esta importante misión hubiese sido confiado por el Gobierno del Perú a persona tan distinguida altamente colocada en aquella República, a la vez especialmente relacionada con la sociedad chilena la que sin duda había de facilitar una negociación que Chile ha anhelado siempre ver terminada en forma satisfactoria para ambas partes a dentro de la estricta corrección que es prenda de amistad a conveniencia entre naciones (unidas por lazos de región o de comunes intereses mercantiles e industriales. Agrego el Sr. Ministro, que, aunque el Tratado de 1883 establece el procedimiento plebiscitario para resolver la cuestión de que se trata, ella no obstaría para que los dos Gobiernos conviniesen una forma directa a mas rápida, i en tal concepto proponía, desde luego, la siguiente idea: Ceda el Perú definitivamente a Chile el dominio de los territorios de Tacna, Arica, Chile, por su parte, no se limitara a otorgar las indemnizaciones estipuladas en los tratados vigentes, sino que estará dispuesto a ir más allá. El Sr. Ministro del Perú expuso que ya un Gobierno se había negado en ocasiones anteriores a consentir en la entrega por arreglo directo de los territorios de Tacna i Arica i que en tal propósito se mantendría siempre, porque el sentimiento nacional, poderosos e inflexible a este respecto, no cedería ante ofertas por ventajosas que ellas sean. Agrego que, si bien el Perú puede pactar como consecuencia del desenlace de la guerra de 1879 i para desprenderse de la ocupación extranjera que amargaba hasta su soberanía la cesión perpetua e incondicional de Tarapacá, … que se halla pleno ejercicio de sus derechos soberanos, con un Gobierno que ha sabido captarse el respeto de propios i extraños i con los elementos necesarios para afrontar las obligaciones que el rescate de esas provincias impone, lejos de poder consentir en la desmembración del territorio nacional, hallando los principios más sagrados de su Carta Fundamental, la reincorporación de esos territorios, aspiración que toca al alma del pueblo peruano, ha llegado a contribuirse en objetivo nacional, al cual
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se halla vinculada la existencia misma del Perú como nación soberana. Prescindiendo de estas consideraciones, que están en la conciencia de todos i cada uno de los peruanos, hay otras de carácter menos elevado pero no menos fundadas que hacen inaceptable esta proposición i que se refieren a la vida económica de los valiosos departamentos del sur del Perú. El Sr. Ministro de Relaciones Exteriores observo que no entraría a analizar la realidad e intensidad del sentimiento patrio, de suyo siempre respetable, a que acababa de aludir el Sr. Ministro del Perú i que alega como la valla mas insalvable para la aceptación del arreglo derecho; pero que no debía olvidarse un hecho de la mayor importancia i significación. Los territorios de Tacna i Arica están desde 1883 sometidos a una situación especial creada por el Tratado de Paz i Amistad, que los dejó sin nacionalidad determinada, o, si se quiere, con nacionalidad más cercana a Chile, a cuya posesión i leyes se les sujeto. No podría, pues, considerarse como una desmembración de territorio, para uno de los países la adquisición que el otro hiciera de ellos, ya sea por arreglo directo o por plebiscito. Ello importaría solamente la fijación de un dominio hoy indeterminado. En cuanto a las razones de conveniencia, estima el Sr. Ministro de Relaciones Exteriores, que todas están para el Perú del lado de un arreglo directo, como el que se le propone, si se tomara en cuenta los sacrificios de todo orden que le impondría el dar mayor prosperidad i desarrollo a aquellos territorios en forma que contribuyeran suficientemente a la vida nacional. El Sr. Ministro del Perú manifestó que no había exageración alguna en las observaciones que antes había expresado; que sin entrar a una discusión que sería muy lata, creía, sin embargo, conveniente declarar que no aceptaba la teoría del Sr. Ministro de Relaciones Exteriores sobre la condición actual de Tacna i Arica, pues la ocupación que Chile mantiene no significa para el Perú sino la suspensión del ejercicio de su soberanía sobre dichos territorios, i de ninguna manera el abandono o renuncia de la soberanía misma; pero que prescindiendo de esto i sobre toda otra de-
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mostración estaba, a su juicio, el hecho de que el sentimiento peruano no ha dejado un solo instante de considerar las dos provincias aludidas como parte integrante de su territorio; que en cuanto a las razones de conveniencia, le bastaría anotar que la construcción de un ferrocarril desde Arica u otro punto de esa costa hacia los centros productores de Bolivia, como lo prevén los tratados pendientes i ya públicos de Chile con aquella nación, introducirían graves perturbaciones económicas en los departamentos de Puno i Arequipa en orden al tráfico ferroviario i al rendimiento de la Aduana de Mollendo, a lo que el Perú no puede contribuir por obra propia i directa, i termino exponiendo que la única solución posible consistía en cumplir fielmente el Tratado de 20 de octubre de 1883, en cuya convicción invitaba al Sr. Ministro de Relaciones Exteriores a entrar a discutir las bases del Plebiscito. El Sr. Ministro de Relaciones Exteriores propuso entones que, ya que no era posible entenderse sobre la base de un arreglo directo relativo a la totalidad de los territorios, se refiriese el siquiera a una parte. Así, dividiéndolos en dos zonas, una de Arica al sur i la otra de Arica al norte, podría anexar esta al Perú i aquella a Chile, sin indemnización alguna de una u otra parte, o sea compensándose la indemnización. El Sr. Ministro del Perú expreso que las mismas razones que militan para que su país no pueda aceptar la cesión sin plebiscito de la totalidad, rigen con la misma fuerza respecto de una parte; de modo que no tendría sino repetirlas para llegar a la misma conclusión, fortalecida en este caso por la consideración de que los pueblos situados al norte de Arica quedarían en situación completamente anómala i llamados a languidecer i morir. El Sr. Ministro de Relaciones Exteriores observo que, sin embargo, en negociaciones anteriores, según aparece de antecedentes que existen en los archivos del Ministerio, el Gobierno del Perú estuvo dispuesto a entrar en arreglos directos sobre una parte de esos territorios, proponiendo que la región de Chiro al norte, hasta Sarna, quedase anexada al Perú i, en cambio, la de Vítor al sur, hasta Camarones, quedase anexada a Chile, reduciendo la resolución plebiscitaria a la zona intermedia i reduciendo también el valor de la indemnización, a cuatro millones de pesos. En
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vista de esto, venia ahora en manifestar que el Gobierno de Chile está dispuesto a aceptar, desde luego, esa base, en su deseo de buscar la forma que mejor concilie los intereses de ambos pueblos. El Sr. Ministro del Perú manifestó que la opinión pública de su país jamás había aceptado la idea del arreglo a que se había hecho referencia i que hoy, que son conocidos los tratados celebrados entre Chile i Bolivia sobre el particular, era rechazada de una manera expresa i terminante por razones de distinto orden que se rozan con las delicadas fibras de la dignidad nacional, por lo cual podía asegurarse que no habría en el Perú gobernante alguno que se atreviera a ceder, fuera del caso contemplado en el Tratado de Paz de 1883, ni una pulgada de los territorios de Tacna i Arica. El Sr. Ministro de Relaciones Exteriores expuso que, aunque por las palabras que acababa de oír comprendía que tampoco era posible llegar a acuerdo sobre la ultima base, no podía menos que lamentar el que en el ánimo del Perú influyera de algún modo i en grado tan considerable la circunstancia de poder llegar a beneficiarse con ella un país hermano, tanto más cuando que no sería en tal caso el Perú el que cedería territorio a Bolivia, sino Chile el que dispondría con libertad de lo que legítimamente adquiriese. Esto revela, por otra parte, agregó, que no es la más fuerte de las razones la de la conveniencia, o la de la repugnancia a la desembarcación del territorio. Terminó rogando al Sr. Ministro del Perú que meditase algunos días sobre esta proposición. El Sr. Ministro del Perú respondió que las ideas que había emitido, emanadas de un convencimiento íntimo y del estudio prolijo de esta cuestión bajo sus distintas fases, no eran susceptibles de modificación; pero que por deferencia al Sr. Ministro de Relaciones Exteriores, no trepidaba en acceder a tratar este punto nuevamente. Suspendidas durante algunos días las conferencias, en la más próxima el Sr. Ministro del Perú manifestó que la proposición hecha por el Sr. Ministro de Relaciones Exteriores, que quedó pendiente, no podía ser aceptada, porque además de las razones de sentimiento patrio, de conservación para la vida de los ferrocarriles del sur del Perú y de las referentes al puerto de Mollendo, ya expuestas, hay la muy importante de que, esta-
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blecida una nueva nacionalidad al norte de la quebrada de Camarones, el Perú quedaría sin frontera natural; y si a esto se agrega el establecimiento allí de nuevas poblaciones y tráfico ferrocarrilero, la condición de aquel sería completamente anómala, pues carecería de los medios de vigilar de una manera eficaz su nueva frontera. Termino expresando nuevamente el deseo de buscar la solución en un plebiscito, como lo prescribe el Tratado de 20 de octubre de 1883. El Sr. Ministro de Relaciones Exteriores expuso que la mayor prueba de que el Gobierno de Chile estaba animado de los mejores propósitos respecto de esta cuestión eran los esfuerzos que había hecho por solucionarla en la forma que mejor y más rápidamente armoniza los intereses: la transacción o arreglo directo, pero que, si ello no era posible, estaba hoy; como ha estado siempre, dispuesto a estudiar las bases y forma más serias, garantías i honradas para el plebiscito previsto en el Tratado de 1883, al cual ha procurado en todo instante dar cumplimiento, como lo manifiesta el hecho de que sus representantes en el Perú, no han carecido jamás de instrucciones a este respecto. II Entrando a tratar sobre la forma en que haya de verificarse el plebiscito, el Sr. Ministro de Relaciones Exteriores propuso la idea de que, para los efectos de ese acto, se dividiesen los territorios en tres zonas, de norte a sur: una desde Sama hasta Chero, obra desde Chero hasta Vítor, i la tercera desde Vítor hasta Camarones, porque así se consultarían mejor la voluntad y los intereses de cada uno de esas secciones, en conformidad a su desarrollo, conveniencias i sentimientos, i porque, de otro modo, se las obligaría a someterse a una resolución general que pudiera no ser la ajustada a su peculiar fisonomía. El Sr. Ministro del Perú observo que entre las indicadas partes de esos territorios no hay diferencia alguna respeto de su modo de ser económico i tendencias y anhelos, y que no le era posible aceptar la idea, prefiriendo atenerse a las disposiciones del Tratado de Ancón, el cual habla de un solo plebiscito para todos los territorios.
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El Sr. Ministro de Relaciones Exteriores, insistiendo en la idea de dividir los territorios para los efectos del plebiscito, propuso que ello se hiciese a lo menos en dos partes, cada una de las cuales correspondería respectivamente a las antiguas provincias i actuales departamentos de Tacna a Arica. Es claro, agregó, que está división hecha desde antiguo por el Perú i mantenida después por Chile, está fundada en las condiciones especiales de cada una de esas dos regiones. El Sr. Ministro del Perú insistió por su parte en que no era posible a su Gobierno aceptar el fraccionamiento del territorio, considerado por el Tratado de Paz como un solo todo, como una unidad para los efectos del plebiscito; i lamentando no poder acceder a la invitación que le dirigía el Sr. Ministro de Relaciones Exteriores de llegar a un acuerdo especial a este respecto, repitió que prefería atenerse a los términos del referido Tratado. III Entrando a la determinación de las bases sustanciales del plebiscito, se acordó considerarlas en este orden: 1º quienes tienen derecho a votar; 2º si el voto debe ser publico o secreto; 3º quien debe presidir las operaciones del acto i resolver las dificultades que en el pudieren ocurrir; 4º los términos i plazos en que haya de pagarse la indemnización que el país que quede dueño del territorio debe pagar al otro, según el Tratado de 1883; i 5º que garantía se establece respecto de ese pago. Se acordó al mismo tiempo reservar para después el estudio de la reglamentación correspondiente a la aplicación práctica de aquellas bases sustanciales. Se acordó al mismo tiempo reservar para después el estudio de la reglamentación correspondiente a la aplicación práctica de aquellas bases sustanciales. Se entro al estudio del primer punto, sosteniéndose por parte del Sr. Ministro de Relaciones Exteriores que debería considerarse aptos para tomar parte en la votación a todos los habitantes de los territorios que reuniesen ciertos requisitos de edad, residencia, estado civil, etc.; i por parte
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del Sr. Ministro del Perú que solo los peruanos naturales del territorio o avecindados en el deberían ser admitidos a votar, con tal que reunieran ciertas condiciones personales. Aunque con motivo de esto se indicaron por una i otra parte algunos de esos requisitos personales, se concreto principalmente la deliberación al punto de si podrían tomar parte en la votación los habitantes que reúnan ciertas condiciones de tiempo de residencia i otras o solo las personas naturales del territorio i los peruanos, aunque no nacidos, avecindados en el, reservando para después la determinación de los otros requisitos. Después de una serie de conferencias en que, por parte del Sr. Ministro de Relaciones Exteriores i por parte del Sr. Ministro del Perú, respectivamente, se adujeron las consideraciones i fundamentos correspondientes, no habiéndose podido llegar a acuerdo, se convino en someter el punto a la revolución arbitral del Soberano de una potencia amiga. Se entró enseguida a considerar los requisitos que podrían exigirse a los votantes i, no habiéndose tampoco producido acuerdo, después de una detenida deliberación, se convino también en someterlos al mismo arbitraje. El mismo detenido estudio mereció el punto relativo a si la emisión del voto debía ser hecha en público o en secreto, sin que se arribara tampoco a acuerdo. Se convino en someterlo asimismo a resolución arbitral Dada la naturaleza esencialmente científica i jurídica de las materias comprendidas en los puntos anteriores, se estimo de común acuerdo conveniente no reproducir en este Memorándum los razonamientos aducidos por una i otra ´parte, ya que no habría sido posible hacerlo en forma completa i amplia i ya que habían de tener que exponerse i desarrollarse ante el árbitro. En cuanto a la designación del árbitro, se convino en que lo fuere el gobierno de Su Majestad la Reina Regente de España, del cual se solicitaría oportunamente la aceptación del cargo por medio de los Plenipotenciarios que ambos países acrediten ante el . Por intermedio de esos mismos plenipotenciarios suplicarían ambos Gobiernos al árbitro la pronta concesión de su fallo.
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Analizados los demás puntos i estudiadas la reglamentación de los actos plebiscitarios, se formuló de común acuerdo, el siguiente proyecto de Convención de que tomo un ejemplar el Sr. Ministro de Relaciones Exteriores i otro el Sr. Ministro del Perú para, en la próxima conferencia, si ninguno, punto merecía reconsideración, proceder a firmarlo, previo la presentación i canje de los respectivos poderes. Los Gobiernos de la República de Chile i de la República del Perú, deseosos de llegar a una solución definitiva al respecto al dominio i soberanía de los territorios de Tacna i Arica, en conformidad al Tratado de Paz de 20 de octubre de 1883, i de estrechar las relaciones de amistad entre ambos pueblos eliminando una cuestión que los ha preocupado desde hace tiempo, después de examinar i calificar sus respectivos poderes i de encontrarlos bastantes, ajustaron la siguiente Convención, destinada a dar cumplimiento al artículo III del aludido Tratado de 20 de octubre de 1883.
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PROTOCOLO BILLINGHURST-LA TORRE En la ciudad de Santiago, a los dieciséis días del mes de abril de mil ochocientos noventa y ocho, reunidos en la sala del despacho del Ministerio de Relaciones Exteriores, el señor don Guillermo E. Billinghurst, Ministro Plenipotenciario en misión especial de la República del Perú y el señor don Juan José La Torre, Ministro del ramo, expusieron que los gobiernos de la República del Perú y de la República de Chile, deseosos de llegar a una solución definitiva, respecto al dominio y soberanía de los territorios de Tacna y Arica, en conformidad al Tratado de Paz (del) 20 de octubre de 1883, y de estrechar las relaciones de amistad entre ambos pueblos, eliminando una cuestión que los ha preocupado desde hace tiempo, después de examinar y calificar sus respectivos poderes y de encontrarlos bastantes, ajustaron la siguiente convención, destinada a dar cumplimiento al artículo tercero del aludido Tratado (del) 20 de octubre de 1883. Art. I. Quedan sometidos al fallo del gobierno de su majestad, la reina regente de España, a quien las altas partes contratantes, designan con el carácter de Árbitro, los puntos siguientes: 1. Quienes tienen derecho a tomar parte en la votación plebiscitaria destinada a fijar el dominio y soberanía definitiva de los territorios de Tacna y Arica, determinando los requisitos de nacionalidad, sexo, edad, estado civil, residencia o cualesquiera otros que deban reunir los votantes. 2. Si el voto plebiscitario debe ser público o secreto. Art. II. Una junta directiva, compuesta de un representante del gobierno de Chile, de un representante del gobierno del Perú y de un tercero designado por el gobierno de España, presidirá los actos y tomará las resoluciones necesarias para llevar a cabo el plebiscito. Tendrá el carácter de Presidente de la Junta el tercero designado por el gobierno de España. Corresponderá a esta Junta:
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1. Formar y publicar el registro general de todos los que tengan derecho a votar; 2. Decidir todas las dificultades, dudas y cuestiones que se promuevan con motivo de las inscripciones, votaciones y demás actos del plebiscito; 3. Practicar el escrutinio general de los sufragios en vista del resultado parcial obtenido en cada una de las mesas receptoras de votos; 4. Proclamar el resultado de la votación general, comunicándolo inmediatamente a los gobiernos de España, del Perú y de Chile. 5. Dictar todas aquellas providencias e instrucciones necesarias para la mejor realización de los actos plebiscitarios determinados en la presente convención. Todas las resoluciones de esta Junta se tomarán por mayoría de votos. En caso de dispersión, prevalecerá la opinión del tercero designado por el gobierno de España. Art. III. A más tardar, cuarenta días después de expedido el fallo del Árbitro a que se refiere el artículo I, procederán los gobiernos del Perú y de Chile a nombrar sus representantes. La junta directiva se instalará en la ciudad de Tacna y comenzará a funcionar dentro del plazo de diez días, a contar desde que se encuentre en dicha ciudad el tercero que designe el gobierno de España. Art. IV. Habrá cuatro comisiones o mesas de inscripción: una en Tacna, otra en Tarata, otra en Arica, y otra en Lluta. Compondrá cada una de estas comisiones: 1. Un comisionado del gobierno del Perú; 2. Un comisionado del gobierno de Chile, y 3. Un comisionado nombrado por la junta directiva del Plebiscito y que tendrá el carácter de Presidente. Dichas comisiones se instalarán, a más tardar, ocho días después de la instalación en Tacna de la junta directiva, y funcionarán durante cuarenta
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días consecutivos, desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Diariamente, al suspenderse los trabajos, pondrán al pie de la última inscripción una nota firmada por todos los miembros, en que se exprese en letras el número de individuos inscritos en el día. Las hojas del registro en que se hubieren hecho las inscripciones, serán rubricadas, también, por todos los miembros de las comisiones. Los acuerdos de las comisiones inscriptoras serán tomados por mayoría de votos, y sus resoluciones serán apelables para ante la junta directiva. Las comisiones inscribirán en los registros a todas las personas que lo soliciten y que tengan derecho a votar conforme al fallo del Árbitro designado en el artículo I, y les otorgarán un certificado de inscripción, que los inscritos deberán exhibir en el acto de votar. Siempre que la junta se negare a inscribir a un individuo, deberá anotar en el acta de la sesión del día el nombre del excluido y la causa de la exclusión. El individuo a quien se hubiere negado la inscripción tendrá derecho a que se le dé copia de esa parte del acta, autorizada por los miembros de la comisión inscriptora. A más tardar, cuarenta y ocho horas después de terminadas sus funciones, las comisiones inscriptoras entregarán los registros y demás documentos originales a la junta directiva. Art. V. La junta directiva determinará, en vista del fallo arbitral, los medios por los cuales pueda comprobarse la posesión de los requisitos que, conforme a dicho fallo, deberán reunir los votantes. Art. VI. La junta directiva hará publicar los registros dentro de los diez días siguientes a su recepción, por orden alfabético de apellido de los inscritos. Esta publicación se hará en los periódicos de Tacna y Arica y en hojas sueltas, que se fijarán en los lugares más públicos de Lluta y Tarata. Dentro de los quince días siguientes a dicha publicación, podrán presentarse a la junta directiva los individuos a quienes se haya negado la inscripción, y las reclamaciones que cualquiera persona podrá entablar
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contra las inclusiones indebidas. Terminado aquel plazo, no se admitirá ninguna reclamación y el registro quedará definitivamente formado con las modificaciones que la junta haya dispuesto; todo lo cual se publicará inmediatamente en la forma prescrita en el inciso 1- del presente artículo. Art. VII. Diez días después de cerrado el registro definitivo, comenzarán a funcionar las comisiones encargadas de la recepción y escrutinio de los sufragios. Estas comisiones serán compuestas de las mismas personas que hayan formado las de inscripción; funcionarán durante diez días consecutivos desde la nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde en los mismos lugares que aquellas, a saber: Tacna, Arica, Tarata y Lluta, y adoptarán sus resoluciones por mayoría de votos, las cuales serán apelables para ante la junta directiva. Todo sufragante, al tiempo de votar, presentará el mismo certificado que hubiere recibido al inscribirse, el cual quedará en poder de la comisión receptora, con una anotación de hallarse inutilizado, bajo la firma de todos sus miembros. En cambio, se otorgará al sufragante una constancia escrita de que ha votado. Diariamente se asentará el resultado de la votación en un acta que, por triplicado, será levantada y firmada por todos los miembros de la comisión, conservando cada uno de ellos un ejemplar. Art. VIII. Tres días después de terminada la recepción de los sufragios, a más tardar, las comisiones entregarán a la junta directiva del plebiscito las actas y demás documentos de las votaciones parciales: Art. IX. Seis días después de terminada la votación, procederá la junta directiva a practicar el escrutinio general en vista de las actas parciales, en sesión pública y en un solo acto, hasta proclamar el resultado. Art. X. La junta directiva gozará de completa independencia en el ejercicio de sus funciones, y podrá, para garantizar el orden y la libertad en todos los actos del plebiscito, requerir de las autoridades el auxilio de la fuerza pública.
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Art. XI. Ni la junta directiva ni las comisiones inscriptoras y receptoras podrán funcionar sino con la totalidad de los miembros que las componen. Si faltare o se inhabilitare alguno de los miembros de las comisiones inscriptoras o receptoras en los días en que debería ejercer sus funciones, será reemplazado durante su impedimento por la persona que designe el representante correspondiente a la nación o gobierno que hubiese nombrado al impedido, con excepción del Comisario Presidente, cuyo reemplazo corresponde hacer a la junta directiva. Art. XII. Si el resultado del plebiscito fuera favorable al Perú, los representantes del gobierno de Chile entregarán a la autoridad peruana, los territorios de Tacna y Arica en el plazo máximo de quince días. Art. XIII. La aduana de Arica subvendrá a los gastos que ocasionen los actos del plebiscito en los territorios de Tacna y Arica. Art. XIV. El hecho de funcionar en Tarata las comisiones inscriptora y receptora de que tratan los artículos anteriores, no implica un desistimiento del Perú de la reclamación pendiente con respecto a una parte de esa región, sin que esto signifique el propósito de pretender indemnización alguna por el tiempo que Chile la ha ocupado. Art. XV. La indemnización de diez millones de pesos prescrita por el artículo tercero del Tratado (del) 20 de octubre (de) 1883, será pagada por el país que resulte dueño de las provincias de Tacna y Arica, en esta forma, un millón dentro del término de diez días, a contar desde que se proclame el resultado general del plebiscito; otro millón un año después, y dos millones al fin de cada uno de los cuatro años siguientes. Las referidas cantidades se pagarán en soles de plata peruana o en moneda de plata chilena, de la que circulaba en la época en que se suscribió el Tratado (del) 20 de octubre de 1883.
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Art. XVI. Quedan afectos al pago de la indemnización de que trata el artículo anterior, los productos totales de la Aduana de Arica. Art. XVII. Dentro del término de sesenta días, contados desde que queden canjeadas las ratificaciones de la presente Convención, los representantes diplomáticos de la República del Perú y de la República de Chile, cerca del gobierno de España solicitarán conjuntamente de éste la aceptación del cargo a que se refiere el artículo I, y el nombramiento del tercero que prescribe el artículo II. Art. XVIII. Dentro del plazo de cuarenta días, contados desde que el Árbitro acepte el cargo, cada una de las altas partes contratantes fundará su derecho en una exposición escrita, que presentará por medio de su Plenipotenciario, para que con ella, y en vista de las disposiciones del Tratado (del) 20 de octubre de 1883 y de la presente Convención, expida aquel su fallo. La presente Convención será ratificada por los respectivos Congresos y las ratificaciones canjeadas en Santiago de Chile dentro del más breve plazo posible. En fe de lo cual, los antedichos Plenipotenciarios firmaron por duplicado la presente Convención, sellándola con sus sellos respectivos. Guillermo E. Billinghurst Juan José La Torre
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Se imprimió el mes de julio de 2018 en los talleres gráficos del Centro de Producción Imprenta de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Jr. Paruro 119, Lima 1, Perú. Teléfono: 6197000, anexo 6009. Correo electrónico: [email protected] Tiraje: 500 ejemplares
Posiblemente, en el Perú, dos personajes queden, a partir de este libro, indisolublemente unidos: Guillermo Billinghurst Angulo y Osmar Gonzales Alvarado, ambos investigadores pacientes y apasionados por la Historia. Las diferencias comienzan con el protagonismo político y empresarial del primero y el profesionalismo del segundo. Más allá de que Billinghurst haya sido un hombre que vivió el paso del siglo xix al xx y Gonzales haya sido y siga siendo testigo del cambio del siglo xx al xxi, lo relevante es que Osmar Gonzales rescató a Guillermo Billinghurst desde las escasas páginas que la Historia del Perú le había dedicado a quien fuera presidente de la república, vicepresidente, alcalde de Lima y uno de los intelectuales más notables de su época. Catalogado como populista por los defensores de una república oligárquica, fue visto como una amenaza para los intereses de los grupos de poder —recordemos sus duras críticas a los banqueros relacionados con el civilismo—, por ello, un golpe de Estado bajo el mando del entonces coronel Óscar Benavides no solo lo desterró del Perú, sino también de su Historia oficial. Osmar Gonzales, a poco más de un siglo de ese aciago momento en el que se destituyó a Billinghurst del gobierno, adonde había llegado con el apoyo de organizaciones obreras, viene a su rescate nuevamente con este libro. Sergio González Miranda
Osmar Gonzales Alvarado Sociólogo peruano. Doctor en Ciencia Social por el Colegio de México. Ha sido subdirector de la Biblioteca Nacional del Perú, director de la Casa Museo José Carlos Mariátegui y Agregado Civil para Asuntos Culturales a la Embajada del Perú en Argentina. Actualmente es director técnico de la Biblioteca Nacional del Perú. Es profesor universitario e investigador. Entre sus libros se pueden mencionar La presencia judía en la izquierda peruana (Lima, 2014), Víctor Raúl Haya de la Torre. Giros discursivos y contiendas políticas (con Ricardo Melgar Bao, Buenos Aires, 2014), Ideas, intelectuales y debates en el Perú (Lima, 2011), Ilegítimos. Los retoños ocultos de la oligarquía (con Juan Carlos Guerrero, Lima, 2011), entre los más recientes.