Barcelona, ciudad de cafés (1880-1936)
 9788494178900, 9788498505023

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partir de 1880, los cafés de Barcelona se modernizaron, en consonancia con el movimiento urbanístico, artístico y social que transformó la ciudad. Florecían los grandes cafés modernistas del Eixample y los pintorescos y bulliciosos establecimientos de Paral,lel y la plaza Espanya, se puso de moda el aperitivo, triunfaban las bebidas alcohólicas, se descubrió el cóctel americano y, además, resurgió el café clásico, renovado cuando todo parecía indicar su desaparición. Este libro describe la ciudad que protagonizó esta explosión creativa y vital, y a la vez refleja la historia de sus habitantes. Acompaña al texto una cuidada selección de imágenes, muchas de ellas inéditas hasta ahora. Barcelona, cilldad de cafés, que abarca el periodo de 1880 a 1936, es la segunda entrega que Paco Villar dedica a la apasionante historia del que es nuestro núcleo social por excelencia.

Con la colaboración de: ISBN : 978-84-941789-0-0

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Ajuntament de Barcelona

PRÓLOGO, POR XAVIER TRIAS 7 NOTA DEL AUTOR

LA CIUDAD DE LOS CAFÉS

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(1880- 1936)

- 11 La ciudad de los cafés: un testimonio excepcional para una época excepcional 12 Los grandes cafés del Eixample barcelonés 38 Comienza la era del bar 70 El triunfo del bar americano y de las bebidas alcohólicas en una época de leyenda 97 El resurgimiento del café y su proceso de modernización 123

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CAFÉS SINGULARES - 157 -

El mítico Bar del Centro, una puerta de entrada al Distrito Quinto (1913-1918) 158 El Colón, un gran hotel de ambiente internacional en una época irrepetible (1897-1936) 175 El Continental de Josep Ribas, un clásico café de peñas con un restaurante de fama mundial (1884-1925) 190 El Café Español no estaba en el Paral-lel: era el Paral-lel (1895-1948) 201 El Lion d 'Or, un viaje a las entrañas del auténtico barcelonismo ( 1891-1949) 211 La Maison Dorée, un local a la última moda de París en el centro de Barcelona (1903-1918) 222

El Bar La Pansa, la gran ágora de la plaza Espanya (1900-1968) 234 Els Quatre Gats, entre el mito y la realidad (1897-1903) 242 El Refectorium, la primera cervecería-restaurante subterránea de Barcelona (1917-1925) 255 El Suizo, un café burgués de tradición revolucionaria (185 7-1949) 261 NOTAS 269

Editan: Ajuntament de Barcelona y Ediciones Invisibles Consejo de Ediciones y Publicaciones del Ajuntament de Barcelona: Jaume Ciurana i Llevador, Jordi Marcí i Galbis, Marc Puig i Guardia, Miguel Guior i Rocamora, Jordi Joly i Lena, Vicente Guallarr i Furió, Angel Mirer i Serra, Marra Clari i Padrós, Josep Lluís Alay i Rodríguez, José Pérez Freijo, Pilar Roca i Viola www.bcn.cat/publicacions - www.bcn.cat/barcelonaculrura Edición y coordinación editorial: Ediciones Invisibles Fotografía de la cubierta: Fachada del Café Torino (paseo de Gracia n. º 18), 1905. Arxiu Mas Fotografía de la contracubierra: Mostrador del Bar Canaletas , 1916. Postal. Colección particular Fotografía del autor: Oriol Duran Primera edición: noviembre de 2013 © Ajuntament de Barcelona y Ediciones Invisibles © del texto: Paco Villar © de las imágenes: los fotógrafos, archivos y colecciones indicados al pie © de las características de esta edición: Ediciones Invisibles Tuset, 13 - 08006 Barcelona Tel.: 93 453 55 00 [email protected] Diseño: Andy Noguerón Fotocomposición y fotomecánica: Alfa Impresión y encuadernación: Ingoprint ISBN Ediciones Invisibles: 978-84-941789-0-0 ISBN Ajuntamenr de Barcelona: 978-84-9850-502-3 Depósito legal: B.25.901-2013

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transmisión de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear

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ntre la Exposición Universal del año 1888 y el comienzo de la Guerra Civil en 1936, gran parte de la vida social barcelonesa transcurrió en torno a los magníficos cafés que embellecían las calles de la ciudad.

Barcelona era, en efecto, una ciudad de cafés, y este libro de Paco Villar nos ayudará a conocerlos mejor. Estoy seguro de que nos adentraremos en él incluso con una mirada melancólica, por el hecho de no haber podido disfrutar personalmente de muchos de aquellos establecimientos llenos de esplendor, como lo hicieron los barceloneses y las barcelonesas de aquella época. Deseo que, al hojear las páginas del libro, descubráis esca faceta de nuestra ciudad, que nos recuerda lo importante que ha sido a nivel social, y lo sigue siendo, encontrarnos y entablar una conversación en torno a una caza de café.

Xavier Trias Alcalde de Barcelona

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A Josep Maria Huertas Claveria , in memoriam

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sce nuevo volumen dedicado a la historia de los cafés en Barcelona (1880-1936) está dividido en dos parces. La primera es un recorrido por la evolución de estos establecimientos que refleja las vertiginosas transformaciones urbanísticas,

económicas, sociales y artísticas que surgieron en la ciudad. La segunda, una selección

de diez de los cafés más importantes de ese periodo, me ha permitido profundizar un poco más en la vida de escas instituciones can populares. En ningún momento he pretendido hacer un censo, porque es sencillamente imposible. Por otro lado, seguro que algún lector veterano o ilustrado en el tema echará en falca más de uno y de dos, justificadamente. Creo que están los más destacados, los que por su arquitectura o decoración, por su concurrencia, por su servicio, o por cualquier otra circunstancia digna de mención, han marcado una época en la ciudad de Barcelona. Como siempre, he podido contar con la colaboración de Lluís Permanyer en cuanto se la he solicitado y, una vez más, ha resultado decisiva en algunos aspectos concretos del libro. También quiero agradecer muy especialmente a Andreu Valldeperas i Ros y a Josep Lluís Oliver Sala su generosidad y las facilidades que me han dado para escoger imágenes de sus colecciones particulares. Por último, deseo dar las gracias a aquellas personas que, al saber lo que me traía entre manos, me han aporcado en algún momento datos o noticias interesantes: Joan de Déu Domenech, Jordi Hernández y Alberto García. Pero mi mayor agradecimiento es para Laura, mi compañera, por su apoyo y dedicación, y por la infinita paciencia que tiene conmigo.

Paco Vi/lar

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(F LA CIUDAD DE LOS CAFÉS: UN TESTIMONIO EXCEPCIONAL PARA U NA ÉPOCA EXCEPCIONAL

LA CIUDAD DE LOS CAFÉS Y EL C AFÉ C uy As, EL REY DE LOS CAFÉS OCHOCENTISTAS

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os grandes cafés de la época romántica habían proporcionado a Barcelona una merecida fama en esca materia, lo que le valió el sobrenombre de «la ciudad de los cafés», título bien aplicado, ya que ninguna otra población española y bien pocas extranjeras llegaron siquiera a igualarla. Los había en gran número y cada uno con personalidad propia, hallándose concentrados codos ellos en un espacio relativamente pequeño, como era la Rambla del Centre y la plaza Reial. En realidad, no eran más que un claro reflejo del gusto de los barceloneses, «que preferían siempre los grandes locales a los reducidos; la animación, el bullicio y la aparatosa visualidad del conjunto radiante de luz al íntimo recogimiento» .1 La riqueza desplegada en los diferentes salones que los componían, con abundantes espejos que multiplicaban el espacio, magníficos frescos y pinturas que despuntaban en techos y paredes obra de los mejores artistas, molduras doradas, mesas de mármol y confortables divanes, acompañado codo ello de la brillante iluminación que producían los numerosos mecheros de gas, embelesaba a propios y extraños. En la doble página anterior: Interior de la Granja Royal-Salón Doré, amenizado con un concierto de mtÍsica de cámara en directo, 1925. ANC / Fons Brangulí (Fotografs) /

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Un viajero ilustre como el escritor danés Hans Christian Andersen, que visitó la ciudad en 1862, dejó testimonio escrito de esca grandeza, ofreciéndonos un retrato perfecto de lo que eran y representaban los cafés para los barceloneses de aquel tiempo: «En ningún otro país he visco cafés can suntuosos como en España; el propio París se queda atrás en cuanto lujo y buen gusto. Uno de los más bellos, donde, a diario, me juntaba con los amigos en la Rambla, estaba iluminado por cientos de llamas de gas; el techo, pintado con gusto exquisito, era soportado por esbeltas columnas; en las paredes colgaban buenos cuadros y magníficos espejos, cada uno valorado en miles de duros. Los pasillos de los pisos superiores conducían a los gabinetes y a las salas de billar. Por encima del jardín, tentador con sus fuentes y macizos de flores, se había extendido un enorme toldo que, al atardecer, solía recogerse, y permitía ver el nítido cielo de color azul verdoso. Con frecuencia resultaba imposible conseguir mesa; ni fuera ni dentro, ni arriba ni abajo: en codas partes estaba lleno. Veíase gente de las más diversas capas sociales, elegantes caballeros y damas, militares de graduación alca o baja, campesinos en eraje de pana y manca de colorines echada despreocupadamente sobre el hombro. Observé que entraba un hombre de clase humilde, con sus cuatro niñas pequeñas; contemplaron con curiosidad, casi con devoción, el lujo y la exquisitez a su alrededor; supongo que la visita al café tendría para ellas la misma importancia que para otros niños tiene el asistir por primera vez a una obra de teatro. A pesar de la animada charla del numeroso público,

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no había algarabía, se percibía un gran murmullo acompañado de la música de piano ».2 Andersen no mencionaba el nombre del café en cuestión, pero se trataba del Café de las Siete Puertas o Café Cuyás, propiedad del cafetero Josep Cuyas. Considerado por Cornee i Mas en su Gttía de Barcelona para el año 1866 la perla de los cafés barceloneses, destacaban en él las dependencias principales de la planta baja: el Gran Salón y el Salón de las Mil Columnas. Un patio jardín, que en la temporada de verano se convertía en café al aire libre; una elegante confitería con entrada independiente y una sala destinada a restaurante, completaban la escenografía del piso bajo. En el entresuelo se encontraban las escancias para billares y tresillos. Y en el sótano, la bodega y dos salones de refrescos de gran capacidad equipados con piano de cola, igual que el Gran Salón. En 1868, otro viajero, el francés Lavigne, señalaba no haber visto nunca cafés tan fastuosos como los de Barcelona, y citaba como más relevantes el Café Cuyás, el Delicias, el Ibérico y el Nuevo. 3 Fue una época en la que una inauguración o reforma de un gran café era vivida como un acontecimiento ciudadano de primera magnitud. A estas veladas previas a la apertura al público, servidas con exquisitos bufés en los que no falcaba el champán francés Imperial, acudían las primeras autoridades, el capitán general, el gobernador civil o el alcalde o sus delegados respectivos, los representantes de la prensa, de corporaciones, empresas o sociedades privadas, y los amigos personales del propietario. Una época en la que los cafés abrían y cerraban libremente a voluntad de sus dueños y a gusto de sus concurrentes.

LA HERENCIA DE LOS CAFÉS ROMÁNTICOS. UNA INTENSA Y RUIDOSA VIDA DE CAFÉ. EL FINAL DE UNA ÉPOCA DORADA principios de 1879, nada había cambiado. Los principales cafés estaban afincados en la Rambla del Centre, que continuaba siendo el cenero indiscutible de la vida social barcelonesa. Desde el Teatro Principal hasta la entrada de la calle Nou de la Rambla, se sucedían sin interrupción, contiguos el uno del otro, hasta

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cinco establecimientos, todos ellos de primer orden. El más antiguo era el Café de las Delicias (1836; Rambla n.º 29) y, justo a su lado, se hallaba el Café Cuyás o de las Siete Puercas (1862; Rambla n.º 31). Le seguían el Gran Café de España (1864; Rambla n.º 33) y el Café Nuevo de la Rambla (1848; Rambla n.º 35). Anees de llegar a la esquina de la calle Nou de la Rambla, se encontraba el Café Ibérico (1866; Rambla n.º 39), que en 1878 pasó a denominarse Gran Café de Barcelona. Y cerrando este nutrido sector, el Café del Siglo XIX (1868; Nou de la Rambla n.º 1). Más arriba estaban ubicados el Café de Oriente (1843; Rambla n.º 45-47) y el Café del Liceo (1847; Rambla n. 0 61), junco al Gran Teatro del Liceo. En la otra acera el número de establecimientos era asimismo considerable. El Café Universal (1873; Rambla n. 0 32) ocupaba la planea baja de la Fonda del Falcón y tenía salida por la calle Escudellers n.º 6. En ese misma calle estaba emplazado el Café del Comercio (1807; Escudellers n.º 5 y 7), el café más antiguo de los que permanecían abiertos en 1879. A continuación venían el Café Nacional (1873; Rambla n.º 38), anexo a la Fonda de las Cuatro Naciones, y los cafés de la plaza Reial. En ésta había cuatro. El Café Restaurante de París (185 7; Rambla n.º 50 y plaza Reial n.0 2) era el único que tenía acceso por la Rambla. Los demás eran el Café Suizo (1857; plaza Reial n.º 17), el Café Turco (1858; plaza Reial n. 0 10), llamado más carde Café de Europa (1860), y el Café Español (1859; plaza Reial n.º 9). En el n.º 12 de la citada plaza se encontraba el Restaurante de Francia (1868), más conocido por CanJuscin, el restaurante más prestigioso de la ciudad. La vida de café era entonces tan intensa y ruidosa que durante las primeras horas de la carde y por la noche todos estos establecimientos aparecían igual de abarrotados. La mayoría contaba con peñas y tertulias fijas de parroquianos que cada día a la hora acostumbrada tomaban posesión de la misma mesa, sobre la cual parecía que ejercían una especie de usufructo . Casi todo el mundo disponía de tiempo para pertenecer a una peña o a más de una. Los días festivos, familias enteras pasaban la tarde y la velada en el café, no existiendo para ellos otra diversión que les satisficiera canto. Y una de las razones era netamente económica, ya que regían los mismos pre- 13 -

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cios desde hacía treinta años. Tomar una caza de café en aquellos grandes establecimientos, lujosamente decorados e iluminados con esplendidez, costaba la módica cantidad de 25 céntimos, y el parroquiano tenía además derecho a la «copa del estudiante», una atención que sólo dispensaban los cafeteros barceloneses y, a su semejanza, algunos de Cataluña: el echador (abocador), camarero especializado en servir el café sin derramar una sola gota en el plato, vertía también un poco de café en una copa y dejaba en la mesa una botella anillada de ron; el propio parroquiano añadía a su discreción unas gotas de ron a la copa y mezclaba el contenido con un poco de agua y azúcar para hacerla más duradera. Allí podía permanecer cómodamente sentado el tiempo que quisiese , leer cuantos periódicos y semanarios ilustrados se le antojase o solicitar el «recado de escribir», servicio de tinta, pluma y papel con membrete del local, para mandar alguna carta o nota. Y con una oferta musical que iba desde el pianista de turno hasta el terceto de profesores interpretando piezas de conocidas óperas. Permanecía igualmente vigente su protagonismo, aunque con menos brillantez e intensidad, durante la celebración de tres destacadas festividades, como eran el día de Todos los Santos, Navidad y Carnaval. Las tradicionales rifas de pollos, pavos, dulces o licores, el aguinaldo de los mozos, las máscaras y el bullicio, acentuaban en los cafés barceloneses su carácter más costumbrista. El afianzamiento urbanístico del Eixample y el desplazamiento de parte de la población barcelonesa hacia la ciudad nueva, aunque efectuado de forma muy pausada, conllevó que los cafés llegaran hasta la Rambla de Canaletas y el paseo de Gracia. El antiguo Café de la Fortuna (1823; Rambla n.º 123 ), el único situado en aquel extremo de la ciudad, fue reformado y modernizado en 1873; cuando en 1878 fue ampliado, pasó a denominarse Café del Océano. A éste le siguieron el Café Pelayo (1875; Rambla n.º 135) y el Café de la Perla (1877; Rambla n.º 131). Por otro lado, la instalación del Gran Café Hispanoamericano (1874), situado entre las calles Diputació y Consell de Cent, obedeció a un aumento del vecindario del paseo de Gracia, que reclamaba como necesario un establecimiento que pudiera com1 petir en igualdad de condiciones con los cafés de la \__

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Rambla. De igual manera hay que entender la reforma del Café del Teatro Novedades (1874), con una nueva construcción de madera y un funcionamiento independiente del teatro. En este periodo empezó a percibirse un cambio sustancial en la arquitectura del café. La planta baja dividida en varias escancias o salones, característica de los cafés de la época romántica, tendió a reducirse a un único ámbito interior. Las columnas de hierro fundido empezaron a sustituir los gruesos pilares y bajas bóvedas, lo que permitió la construcción de unas salas cada vez más espaciosas y diáfanas. El cierre del Café Cuyás, acaecido el 26 de mayo de 1879, cuando todavía se hallaba en plena gloria, parecía simbolizar el final de esta etapa dorada y el comienzo de otra. Pero como en todos los cambios, el proceso no fue ni homogéneo ni rápido.

UNA BARCELONA EN PLENA EUFORIA EXPANSIVA. EL COMIENZO DE UNA NUEVA ETAPA EN LA INDUSTRIA CAFETERA BARCELONESA arcelona se hallaba a comienzos de la década de 1880 en plena euforia expansiva. Desde finales del citado año hasta principios de 1882, periodo conocido con el nombre de la Fiebre del Oro, la Bolsa había creado un gran número de industrias, sociedades y compañías de todo tipo, pero, sobre todo, una cantidad ingente de nuevos ricos que asumieron de golpe la categoría de potentados y transformaron con sus exhibiciones y derroches la vida social barcelonesa. Los comercios de lujo de la calle Ferran no daban abasto, alcanzando un movimiento de ventas nunca visto. No contentos con decorar regiamente su vivienda, tener criados y mayordomos o comprar carruajes descubiertos, la nueva burguesía adquiría terrenos en el Eixample y levantaba soberbios edificios, asimilando los valores de la vieja aristocracia del dinero, de la que muchos formarían parte tiempo después. La obsesión bursátil llegó a cal extremo que incluso los cocheros, recordaba Josep Roca i Roca, jugaban en Bolsa: «Un amigo mío que había tomado un carruaje de

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Auca sobre fa subida del precio del café. La fucha de los cafeteros por subir el precio de fa taza de café o suprimir el servicio de ron gratuito duró décadas. L'Esquella de la Torratxa, f ebrero de 1892. BC.

alquiler notó con extrañeza que el cochero torcía su itinerario para llegar al Bolsín, saltar del pescante, colarse en el edificio y salir en breve diciendo: "Usted dispense, he ido a ver cómo estaban los cambios"» .4 Y eso era una señal inequívoca de que la euforia no podía durar mucho más. La caída de la Bolsa producida a finales de 1881, aunque deshizo aquella magia delirante y asestó un duro golpe a la industria y a las finanzas, no pudo parar a una burguesía que aspiraba a disfrutar de una Barcelona moderna y cosmopolita. Su principal referencia era París, pero también Londres y Nueva York, y para remarcar su espíritu de modernidad el lenguaje de estos nuevos ricos estaba lleno de galicismos y anglicismos. Sólo se necesitaba un empuje adicional para que ese dinamismo espectacular no decreciera, y ese empuje lo dio la celebración de la Exposición Universal de 1888.

La industria cafetera barcelonesa entraba entonces en una fase de modernización y expansión acorde a la evo1ución de la ciudad. Lo primero que intentaron los cafeteros fue poner fin a una injusticia que les perjudicaba ostensiblemente. Reunidos el 9 de febrero de 1882, acordaron suprimir el servicio gratuito de ron o licores a las personas que tomaban una taza de café, y no subir el precio de la misma, dejándola en los tradicionales 25 céntimos. La nora estaba firmada por veintitrés cafés, entre los cuales se encontraban los más importantes de la ciudad. No obstante, la medida sólo aguantó en vigor nueve meses. La férrea voluntad demostrada por muchos parroquianos que optaron por acudir a otros establecimientos hizo claudicar finalmente a los cafeteros firmantes, que el 21 de noviembre volvieron a servir de nuevo la caza «con la consabida botellita de ron, caña, aguar- l5 -

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Carta del día 1 de enero de 1906 del Café Alhambra. El café propiamente dicho, con fachada al paseo de Gracia, aguantó abierto un año más que la parte destinada a salones de billares, con entrada por la Rambla de Catalunya. En su lugar se estableció el Cinematógrafo Beliograff, inaugurado el 8 de noviembre de 1906. BC.

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