Antología poética de escritoras de los siglos XVI y XVII [1 ed.]


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Antología poética de escritoras de los siglos XVI y XVII [1 ed.]

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ANTOLOGÍA POÉTICA DE ESCRITORAS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII

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NSTITUTO DE LA MUJER

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BIBLIOTECA DE ESCRITORAS

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ANTOLOGÍA POÉTICA DE ESCRITORAS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII

BIBLIOTECA DE ESCRITORAS

CONSEJO EDITOR Elena Catana Marina Mayoral Amparo Soler Matilde Vázquez Secretaría: Cristina Enríquez de Salamanca

ANTOLOGÍA POÉTICA DE ESCRITORAS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII Edición de ANA NAVARRO

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INSTITUTO DE LA MUJER

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Copyright © Editorial Castalia. S.A. 1989 Zurbano, 39 - 28010 Madrid - Tels. 419 89 40 - 419 58 57 Cubierta de Víctor Sanz Impreso en España. Printed in Spain por Unigraf. S.A. (Móstoles) Madrid I.S.B.N. 84-7039-534-3 Depsito Legal: M. 17.466 - 1989

Queda prohibida ¡a reproducción total o parcial de este libro, su inclusión en un sistema injormático. su transmisión en cual¬ quier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN. BIBLIOGRAFÍA

7

.

61

CRITERIOS DE ESTA EDICIÓN.

64

ANTOLOGÍA Florencia Pinar .

69

Santa Teresa de Jesús

.

73

Isabel de Castro y Andrade. Isabel de Vega .

79 81

Luisa Sigea.

87

Catalina de Zúñiga . Leonor de Iciz .

91 95

Sor Ana de San Bartolomé . Sor Jerónima de la Asunción

97

.

101

Anónima. Sor Luisa de la Ascensión.

105 109

Luisa de Carvajal . Sor María de la Antigua .

117 121

Clara de Barrionuevo y Carrión .

125

Hipólita de Narváez .

129

Cristobalina Fernández de Alarcón . Cristobalina Enríquez .

133 143

Feliciana Enríquez de Guzmán

.

147

Inarda de Arteaga.

151

Mariana de Vargas y Valderrama

.

153

Clara María de Castro y Andrade . Elena de Paz .

155 159

Antonia de Nevares . Bernarda Ferreira de Lacerda.

163 167

Ana Caro Mallén de Soto.

177

Justa Sánchez del Castillo.

183

Leonor de la Cueva y Silva . «Marcia Belisarda» .

187 197

María de Zayas y Sotomayor

205

.

5

SUMARIO Violante do Ceo.

213

Beatriz Jiménez Cerdán.

217

Sor Marcela de San Félix

221

.

Catalina Clara Ramírez de Guzmán.

239

Sor Isabel de Jesús. Mariana de Carvajal y Saavedra .

245 249

Ana Abarca de Bolea. Antonia Jacinta de Barrera .

253 261

Isabel Correa . Sor Juana Inés de la Cruz .

263 265

Sor Gregoria Francisca de Santa Teresa.

279

ÍNDICE DE LÁMINAS.

285

6

«La libertad intelectual depende de las co¬ sas materiales. La poesía depende de la li¬ bertad intelectual. Y las mujeres han sido pobres [...] desde siempre.»

Virginia Woolf

H

a sido preciso alcanzar las últimas décadas del si¬ glo XX para que, con la inflexión de las nuevas ten¬ dencias historiográficas, se contemplen las manifestacio¬ nes intelectuales de la mujer, un sector de la sociedad tra¬ dicionalmente silenciado a pesar de su elevado peso demográfico. La mujer es la «protagonista ausente»^ de la 1. Joan Connelly de Ullman, “La protagonista ausente. La mujer como objeto y sujeto de la historia de España”, en La mujer en el mundo contem¬ poráneo, Madrid, Universidad Autónoma, [s.a.], pp. 12-44. El tema de la mujer en la Historia está captando la atención de un elevado número de intelectuales y originando la aparición de abundantes estudios en nuestra década; L. Gómez Morán, La mujer en la Historia y en la legislación, Ma¬ drid, Edit. Reus, [s.a.]; R. Mandrou, “Les femmes dans l’histoire”, en Revue historique, París, 1969, pp. 339-464; E. Ander-Egg, La mujer irrumpe en la Historia, Madrid, Masierga, 1980; S. Rowbotham, La mujer ignorada por la Historia, Madrid, Debate, 1980; 1. Morant, “La mujer en la Histo¬ ria”, en Debats, n.'’ 7 (marzo 1984), pp. 57-59; Seminario de Estudios de la Mujer, La mujer en la historia de España (siglos xvt-xx) [Jornadas de Inves¬ tigación Interdisciplinaria, 11, 1982], Madrid, Universidad Autónoma, 1984; M. Nash, Presencia y protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1984; Seminario de Estudios de la Mujer, Ordenamiento jurídico y realidad social de las mujeres (siglos xvt al xx)

[Actas de las IV Jornadas de Investigación Interdisciplinaria], Madrid, Uni¬ versidad Autónoma, 1986; C. Dauphin et al., “Culture et pouvoir des femmes”.

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INTRODUCCIÓN

historia del mundo occidental. Su presencia en la escena histórica ha supuesto durante siglos un hecho excepcional protagonizado, generalmente, por un arquetipo de mujer que, en la línea del viragoísmo clásico, ha asomado tími¬ damente al proscenio. La inexistencia de singularidades femeninas en nuestros manuales de Literatura o de Historia induce a dudar de la existencia de manifestaciones literarias o artísticas de la mujer en determinadas épocas, e incluso de su potenciali¬ dad intelectual y creadora. Si atendemos a las antologías de nuestros Siglos de Oro (es decir, a aquellas colecciones que con criterios cualitativos seleccionan lo mejor de un período histórico, en este caso la época de mayor esplen¬ dor de nuestra literatura) y vemos como única supervi¬ viente del parnaso femenino la figura de Santa Teresa, sin duda la más representativa pero que, significativamente, simboliza los valores del cristianismo, sobre nuestro hori¬ zonte mental se abre un interrogante cuyas respuestas exi¬ girían un detenido análisis, que obviamente no correspon¬ de hacer en estas páginas. Es posible que las manifestaciones poéticas femeninas de determinados períodos no sean equiparables a las de inspiración masculina, pero hay que tener en cuenta que la creatividad de la mujer de todas las épocas ha encontra¬ do difíciles cauces de realización; es un hecho histórico que su libertad intelectual ha sido secularmente cercena¬ da. Ello ha dado lugar a su bajo índice de representación en la literatura de todos los tiempos y, por tanto, el núme¬ ro de figuras destacadas debe guardar la misma propor¬ ción. Pero ésta no es de uno a cien como se viene regis-

Essais d'historiographie, París, Librairie Arnaud Colin, 1986, pp. 271-293; y La mujer en la historia de Esparta, Madrid, Instituto de la Mujer, 1988, entre otros.

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INTRODUCCIÓN

trando, por ejemplo, en las antologías. A pesar del intenso esfuerzo de nuestras escritoras del siglo xix —Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Concepción Arenal, Pardo Bazán...— y la efervescencia femenina de nuestro siglo, la representación literaria de nuestras autoras no se ha visto notablemente incrementa¬ da en aquéllas^, así como tampoco ha emergido un mayor 2. De los, aproximadamente, 1300 nombres femeninos catalogados por Manuel Serrano y Sanz en Apuntes para una biblioteca de escritoras espa¬ ñolas desde el año 1401 al 1833, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1903-1905, alrededor de cien formaron parte de la Antología de poetisas líricas, publicada por la RAE en la Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles, Madrid, 1915. Bajo el título de Poesía femenina encontramos un cuadernillo de doce páginas, publicado en Madrid por Nuevas Gráficas en 1967, en el que se incluye a Sor Juana Inés de la Cruz entre once poetisas, la mayoría del siglo XX. La antología de José Luis Martín Redondo, con el mismo título que la anterior, Madrid, Edit. Ensayos, 1953, reúne una muestra folklórica del regionalismo poético del siglo xx. La de Carmen Conde, Poesía femeni¬ na española, Barcelona, Bruguera, 1967, se centra en el siglo xx. María Antonia Vidal, en Cien años de poesía femenina española e hispano¬ americana, Barcelona, Edit. Olimpo, 1943, inicia su selección en el siglo xix; Ramón Buenaventura en Las Diosas Blancas. Antología de la joven poesía española escrita por mujeres, Madrid, Hiperión, 1985, ofrece una selección de veintidós poetas, algunas inéditas, nacidas entre 1950 y 1966, ampliando los límites cronológicos establecidos por Carmen Conde en Poesía femenina espa¬ ñola viviente, Madrid, Ediciones Arquero, 1954. Al margen de la edición de Serrano Sanz, anteriormente citada, las únicas ediciones que recogen una par¬ ticular selección de textos desde la Edad Media hasta la actualidad son: Poesía feminista del mundo hispánico, publicada por Angel y Kate Flores, México, 1984. En ella se incluyen solamente a Florencia Pinar, Sor Juana Inés de la Cruz, “Marcia Belisarda” y la Monja de Alcalá como representantes de los Siglos de Oro; la de Clara Janés, Las primeras poetisas en lengua castellana, Madrid, Ed. Ayuso, 1986, que ofrece textos de 41 poetisas de los siglos xvi y XVII; y la de Luz María Jiménez Faro, Panorama antológico de poetisas españo¬ las (siglo XV al xx), Madrid, Ed. Torremozas, 1987, que ofrece una muestra testimonial de cuatro autoras de los Siglos de Oro —Santa Teresa, Luisa Sigea, Catalina Clara de Guzmán y Cristobalina Fernández de Alarcón— entre un total de 44, la mayoría del siglo xx. Todo ello demuestra que el interés por las autoras de los siglos xix y xx es creciente; sin embargo, todavía no ha despertado la curiosidad por nuestras autoras clásicas. Hemos visto que son

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INTRODUCCIÓN

número de nombres femeninos a capas más visibles de nuestra Historia de la Literatura. Tal vez, una de las causas que explique la penumbra en que se encuentra sumergida esta parte de nuestra literatu¬ ra debamos encontrarla en esa falta de libertad intelec¬ tual, en las dificultades que hemos encontrado las mujeres para acceder a los niveles educativos, reclamados desde el Renacimiento, y que para la gran mayoría no han sido una sólida realidad hasta nuestros días. Esto justificaría, en parte, la escasa proporción de firmas femeninas a que aludíamos antes frente a una gran mayoría de escritores en todas las épocas; a ello habría que añadir el rigor de los conceptos morales férreamente inculcados y que han pri¬ vado secularmente de libertad de expresión y de esponta¬ neidad a las manifestaciones literarias de su mundo emo¬ cional. Aproximarse a la trayectoria histórica de la tradición poética femenina en suelo peninsular significa remontarse a las últimas épocas del Imperio romano, cuando el gran desarrollo cultural alcanzado por aquella sociedad propi¬ ció la participación de la mujer en la literatura. Se conoce

apenas inexistentes las antologías femeninas que acoten cronológicamente el período áureo y la representación de las poetisas del mismo es escasísima en las antologías de carácter divulgativo, con la excepción de Santa Teresa de Jesús y Sor Juan Inés de la Cruz. La de A, de Castro, Poetas líricos de los siglos XVIy XVII, Madrid, BAE, 1923, incluye en el apartado "Floresta de varia poesía", “De varias poetisas" una muestra representada por: Hipólita de Narváez, Leonor de Iciz, Mariana de Valdera y Santander, María Horozco Zúñiga y Vargas, Feliciana Fnríquez de Guzmán, Jacinta María de Morales, Laura elementa, Isabel de Figueroa, Silvia Monteser, Sor Juana Inés de la Cruz y Bernarda María. Y la del profesor José Manuel Blecua, Poesía de la Edad de Oro, Madrid, Castalia, 1985 y 1987, incluye una representación también razo¬ nable compuesta por seis autoras: Isabel Vega, Santa Teresa de Jesús, Luisa de Carvajal, Bernarda Ferreira de la Cerda, Sor Juana Inés de la Cruz, Catalina Ramírez de Guzmán, María de Zayas y Leonor de la Cueva y Silva.

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INTRODUCCIÓN

la existencia de mujeres que cultivaron la poesía en la Es¬ paña romana, y cuyos nombres, como el de Pola Argenta¬ rla o Teófila, han llegado hasta nosotros. Y así, cada vez que la cultura ha alcanzado elevados grados de esplendor —y de libertad intelectual— la mujer ha tomado parte activa en la creación literaria, siendo la lírica el género que mejor se ha adaptado a la idiosincrasia femenina has¬ ta los albores del siglo XX. El apogeo de la cultura hispano-musulmana favoreció el acceso de la mujer al mundo científico y literario: fue¬ ron célebres las mujeres que practicaron la medicina en la Córdoba del siglo IX, así como las poetisas de al-Ándalus que vertían con gran liberalidad sus sentimientos en di¬ versos géneros literarios. Entre las poetisas musulma¬ nas, los nombres de al-Abbadiyya, Hafsa al-RumayKiyya y Butayna son, por sí solos, representativos del es¬ pléndido desarrollo alcanzado por la lírica árabe en este período'^. En los reinos cristianos, donde las mujeres no gozaban del privilegio de la libertad de aquéllas, el cultivo de este género no apareció hasta los siglos Xll y xiil con el flore¬ cimiento de la literatura trovadoresca y el ejemplo de algunas «trobairitzs» provenzales —Ermengarda de Narbona, Azalais de Marsella, Condesa de Dia...—, que cundió con mayor fuerza en las zonas más próximas lingüísticamente a Occitania. No obstante, es preciso lle¬ gar a finales del siglo XV para encontrar la primera poeti3. Sobre las poetisas hispano-árabes y sus textos, véase Luis Gonzalvo, “Avance para un estudio de las poetisas musulmanas en España”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, XIII (1905), pp. 83-96, 2(X)-214, 374-382; Emilio García Gómez, Poemas arábigo-andaluces, Madrid, Espasa Calpe, 1946; Sobh Mahmud, Poetisas arábigo-andaluzas, Granada, Diputación Pro¬ vincial, 1985; T, Garulo, Diwan de las poetisas de al-Andalus, Madrid, Hiperión, 1986; y Henri Peres, Esplendor de al-Andalus, Madrid, Hiperión, 1983.

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INTRODUCCIÓN

sa en lengua castellana de nombre conocido, Florencia Pinar. Esta larga tradición lírica en suelo peninsular, la pree¬ minencia adquirida por el castellano y el impulso conferi¬ do a las letras y al Humanismo por los Reyes Católicos cristalizaron en el siglo xvi provocando la irrupción de la mujer en el mundo científico y literario y concediéndole una dignidad intelectual de la que no había gozado ante¬ riormente. Gracias a la humanización^ de la mujer en el Renaci¬ miento, ésta dejó de encarnar un ideal caballeresco, dejó de ser un objeto para convertirse en un sujeto capaz de sobresalir en la sociedad por su propia personalidad. Ello se debió, en gran medida, a la “voluntad”^. Y la voluntad 4. El revivido interés por todo lo humano implicó, también, una mayor atención hacia el universo femenino, iniciándose un período en el que la mujer se vio dignificada y enaltecida, confiriéndosele un lugar de excepción en la nueva sociedad renacentista. No obstante, frente al concepto simbólico de mu¬ jer de gran virtud moral que, como veremos, siguió vigente en el siglo xvi, especialmente en España, el de cortesana, alejado de los cánones morales de la Edad Media, se desarrolló en la sociedad renacentista vinculado al renovado paganismo y a la concepción epicúrea de la vida. Las adherencias peyorativas que el término cortesana adquirió hicieron que su concepto se asociara al de hetaira griega, mujer que hacía del sexo su modas vivendi y que sintetizaba en su persona el arte y el saber con la feminidad. La cortesana procedía de un estrato social distinguido y su círculo de relaciones se circunscribía a las clases elevadas. Sin embargo, este nuevo modelo de mujer difería del ideal expresado por Castiglione en El Cortesano. Las cortegiane oneste, las gentildonne eran enaltecidas y reverenciadas por su virtud, por sus dotes intelectuales, su gran cultura y feminidad, y ejercieron una notable influencia en el ámbito político y en el círculo social de la vida cortesana. Sobre estos aspectos puede verse: Lud wig Pfandl, Cultura y costumbres del pueblo español de los siglos XVi y xvii. Introducción al estudio del Siglo de Oro, Barcelona, Araluce, 1959; también: Víctor Alba, Historia social de la mujer, Barcelona, Plaza Janés, 1974; Luis Bonilla García, La mujer a través de los siglos, Madrid, Aguilar, 1959; Amaury de Riencourt, La mujer y el poder en la Historia, Caracas, Monte Ávila, 1974; y Romeo de Maio, Mujer y Renacimiento, Madrid, Mondadori, 1988. 5. Víctor Alba, op. cit., p. 123.

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INTRODUCCIÓN

de la mujer se sometió, en el siglo XVI, a los cánones fe¬ meninos expuestos por Castiglione en El Cortesano. Jun¬ to al modelo de perfecto «hombre de corte», los esquemas de donna di palazzo o gentildonna configuraron a la “per¬ fecta dama”, ideal paradigmático, sincrético, modelo de virtudes y cuyo concepto se vinculaba al arquetipo de la literatura amorosa del siglo XVI. Castiglione perfiló, pues, las virtudes éticas y sociales de la mujer europea de las cortes renacentistas. En términos generales, las “mismas reglas que son para el cortesano son también para la dama”^. Nobleza de lina¬ je, elegancia y naturalidad son virtudes compartidas. Sin embargo, “en ella parece bien una delicadeza tierna y blanda, con una dulzura mujeril en su gesto que la haga en el andar, en el estar y en el hablar, siempre parecer mujer”^. Los atributos intrínsecamente femeninos se sin¬ tetizan con virtudes adquiridas por una educación esme¬ rada. La belleza, que, en coincidencia con el neoplatonis¬ mo, se consideraba un reflejo de la divina, era requisito indispensable que se unía a la cultura, la inteligencia, la gracia y la naturalidad en la conversación, la prudencia, el dominio de la danza, del canto, de la música... Los esquemas amorosos a los que se sometía, así como su función sublimadora en el pensamiento masculino, que ennoblecido por su influencia se elevaba a esferas supe¬ riores, enlazan el nuevo concepto femenino con tas teo¬ rías trovadorescas del amor cortés. Castiglione rememo¬ raba las teorías de los trovadores; “¿Quién puede ignorar que sin las mujeres esta vida sería grosera, privada de toda dulzura; quién puede ignorar que sólo las mujeres ahuyentan de nuestros corazones los pensamientos bajos 6. Baltasar de Castiglione, El Cortesano, Espasa Calpe, 1984, p. 230. 7. Ibídem, p. 232.

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y viles? Sin mujeres no hay nada posible, ni arte, ni poe¬ sía, ni música, ni valor militar, ni aun religión, no se ve a Dios sino a través de ellas”®. En consonancia con el ideal de plenitud humana esta¬ blecido por el Humanismo, renace el concepto de virago, mujer que destaca por su brillante personalidad, por su virtud y fortaleza, y que se distingue por la hegemonía que ejerce sobre sus contemporáneos. El término se aplicó por primera vez a Catalina Sforza y los ejemplos más genuinos que encontramos en nuestro Renacimiento son los de Isabel la Católica, ensalzada por Castiglione como perfecta dama, “enxemplo de verdadera bondad, de grandeza de ánimo, de prudencia, de temor de Dios, de honestidad, de liberalidad y de toda virtud”^; y Santa Teresa de Jesús que inculcó a sus discípulas la idea de mujer fuerte, varonil, perfectamente reflejado en el capí¬ tulo VII de su Camino de perfección: “... no querría yo, hijas mías, lo fuéseis en nada, ni lo pareciéseis, sino varo¬ nes fuertes; que si ellas hacen lo que es en sí, el Señor las hará tan varoniles que espanten a los hombres”La vi¬ rago es la consecuencia del desarrollo histórico y cultural de una época en que el acceso, aunque minoritario, de la mujer a los niveles educativos estaba regido en círculos elevados por criterios igualitarios. Frente al concepto peyorativo de cortesana, el arqueti¬ po femenino aceptado por las damas españolas fue el de la cortesana honesta perfilado por Castiglione y que se refle¬ ja, precisamente, en el elogio que Boscán y Garcilaso hi¬ cieron de doña Jerónima de Palova de Almogávar en la traducción al castellano de El Cortesano: “vuestro enten-

8. Ibíd. 9. //j/U, p. 256. 10. Obras completas, Madrid, Santullano, 1963, p. 312.

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dimiento y juicio es tal que vos no os habéis de encerrar en las estrechezas ordinarias de otras mujeres, sino que toda cosa de saber os ha de convenir totalmente”*'. Acor¬ de con estos presupuestos, la promoción intelectual feme¬ nina fue una realidad, aunque constituyó un privilegio de la minoría. El acceso de la mujer a los grados universita¬ rios fue posible en el siglo xvi desde que la Universidad de Salamanca abrió sus puertas a las hijas de los nobles, de los letrados o de los burgueses acomodados; de este privilegio dependió su distinción social y su realización como individuo en la España renacentista. El interés de Isabel la Católica por los libros —de su rica biblioteca quedan restos en la de El Escorial— y por el estudio, heredado de su padre Juan II; y la protección a la instrucción pública que se desprende de la ley que dictó en 1480, favorecieron, sin duda, el prestigio de letra im¬ presa*^. Pero la afición generalizada a la lectura entre las clases elevadas, y la creación de un ambiente proclive al nacimiento del lectorado femenino se debe, en parte, al ejemplo del Duque de Calabria y sus hermanas —las in¬ fantas doña Isabel y doña Catalina— que trajeron de Ita¬ lia una nutrida biblioteca en la que los libros de devoción alternaban con los científicos y de creación. Entre éstos, la poesía clásica y las novelas de gran difusión en la época como El Caballero de la Rosa, el Amadís, Palmerín, Don Leonís de Grecia, Orlando Furioso, etc. constituían la co¬ lección de las damas y su lectura servía de ejemplo a las señoras para el perfeccionamiento de los modales cortesa¬ nos. La entrada de libros en las casas acomodadas y la posesión de una biblioteca particular se consideró signo

11. Baltasar de Castiglione, El Cortesano, ed. cit., p. 65. 12. Véase Conde de Casa-Valencia, Discursos leídos ante la Real Academia Española, Madrid, Fortanet, 1879, pp. 12-13.

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externo de bienestar y prestigio social. La mujer se aficio¬ nó, pues, a la lectura y empezó tímidamente a ensayar composiciones poéticas. Un elevado número de ellas se sintieron atraídas por el Humanismo —favorecido desde la corte por la política cultural y el ejemplo personal de la reina Isabel y de sus hijas— y se dedicaron al estudio de tas lenguas clásicas, llegando algunas a convertirse en prestigiosas humanistas de merecido reconocimiento en toda Europa. Las “lati¬ nas”, nombre con el que comúnmente se conocía a las mujeres que dominaban dicha lengua, formaron en el Re¬ nacimiento un nutrido grupo que propició el florecimien¬ to de la literatura femenina en latín. Esta costumbre de mujeres entregadas al estudio de las humanidades y dedi¬ cadas al ejercicio literario, tanto en latín como en castella¬ no, desde la época de los Reyes Católicos, inició una larga tradición, ininterrumpida hasta nuestros días. Sin embar¬ go, su consideración en esferas sociales más amplias se podría resumir en el célebre dicho popular “ni moza adi¬ vina, ni mujer latina” que, junto con la ridiculización de la mujer erudita en el teatro barroco, perfila el concepto despectivo que de ellas tenía la sociedad de la época. Dentro del grupo de las “latinas”, son dos mujeres de formación humanista depurada, Francisca de Nebrija y Lu¬ cía Medrano, las que representan ese momento, tan estelar como fugaz, en la emancipación intelectual de la mujer del siglo XVI español. El que algunas tuvieran acceso a los estu¬ dios superiores en la Universidad de Salamanca en el perío¬ do renacentista no deja de sorprendernos, sobre todo si tenemos en cuenta que la incorporación de la mujer a los niveles educativos superiores se puede considerar una de tas grandes conquistas femeninas del siglo XX. Se tiene constancia de que Clara Chitera estaba inscrita en la Universidad de Salamanca en 1546. También es co¬ ló

INTRODUCCIÓN

nocido el prestigio de Francisca de Nebrija que sustituyó a su padre, el gramático Antonio de Nebrija, en la Universi¬ dad de Alcalá'^, y de otras mujeres cultas de la época entre las que se encuentra Lucía Medrano, que ocupó un sillón en la Universidad de Salamanca donde explicaba los autores clásicos. Lucio Marineo Sículo, con el que aquélla mantuvo una interesante correspondencia, ha dejado un revelador testimonio de ésta y otras mujeres cultas: Vimos los días pasados en la villa de Alcalá de Henares a la doncella Isabel de Vergara, dottísima en letras latinas y grie¬ gas. La qual en toda disciplina seguía la manera y orden de estudiar de sus hermanos, que son dottísimos como en otra parte decimos. En Salamanca conocimos a Luisa Medrana (de Medrano), doncella eloqüentísima. A la que oymos, no sola¬ mente hablando como un orador, más bien leyendo y decla¬ rando en el estudio de Salamanca libros latinos públicamente. Assí mismo, en Segovia, vimos a Juana Contreras, nuestra discípula, de muy claro ingenio y singular erudición. La qual después me escribió cartas en latín elegante y muy dottas'^'.

Sin embargo, las dos mujeres de mayor autoridad e in¬ fluencia en el círculo intelectual de su época fueron Bea¬ triz Galindo y Luisa Sigea. La primera, que nació en Sala13. J. Pérez de Guzmán y Gallo afirma en Bajo los Austrías. La mujer espa¬ ñola en la Minerva castellana, Madrid, Esc. Tipográfica Salesiana, 1923, p. 50,

que "la Universidad de Alcalá de Henares [le] consagró más tarde cátedra pública de retórica en sus estudios”. 14. Recogemos la cita de J. Pérez de Guzmán y Gallo, op. cit., p. 48, que también utiliza en parte Otis H. Green, en España y la tradición occidental. El espíritu castellano en la literatura desde "El Cid" hasta Calderón, t, III, Madrid, Gredos, 1969, pp. 159-60; en el breve apartado que éste dedica a la humanista ofrece un testimonio de Pedro de Torres, rector entonces de la Universidad de Salamanca, que confirma su vinculación como docente a la mencionada Universidad. Véase también Thérése Oettel, “Una catedráti¬ ca en el siglo de Isabel la Católica: Luisa (Lucía) Medrano”, en Boletín de la Academia de la Historia, 107 (1935), p. 312.

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manca hacia 1475, tuvo un profundo conocimiento de la lengua latina y de la cultura clásica que le valió, por antonomasia, el sobrenombre de “La Latina”. La histo¬ ria de su juventud es la de tantas jóvenes que en los siglos XVI y XVII se veían destinadas por su familia a la vida religiosa. No obstante, en el caso de Beatriz Galindo, las aspiraciones paternas no se vieron realizadas. Por su fama de mujer virtuosa fue nombrada camarera de Isabel la Católica, a la que enseñó latín y aconsejó en cuestiones de Estado. Dedicó su vida al estudio y difusión de las ciencias, psicología, filosofía y, sobre todo, la cultura clᬠsica. Dirigió una academia filosófica que reunió a un se¬ lecto círculo intelectual, en el que se leyeron y sometieron a debate unos Comentarios sobre Aristóteles y Anotacio¬ nes sobre escritores clásicos antiguos^^. También, sobre el panorama humanista se perfila níti¬ damente la figura de Luisa Sigea, que, desde su infancia, manifestó una gran precocidad en el estudio de las len¬ guas clásicas. Es célebre la carta que, en 1546, a los dieci¬ séis años, escribió al Papa Pablo III en latín, griego, árabe y sirio; y la elegancia de sus versos le merecieron un lugar destacado entre los poetas latinos de su tiempo. Su padre, Diego Sigeo, fue un hombre versado en lenguas y literatu¬ ra clásicas que influyó, no poco, en la formación humanis¬ ta de sus hijas. En 1546 trasladó la residencia familiar a Lisboa, donde desempeñó el cargo de preceptor de don Teodosio y del príncipe don Juan, y Luisa Sigea entró al servicio de la infanta doña María, hija del rey don Manuel y de doña Leonor de Austria. A imitación de las cortes italianas, doña María procuró crear en la corte portuguesa 15. Véase Cristina de Arteaga, Beatriz Galindo “La Latina’’, Madrid, Espasa Calpe, 1975; Llanos y Torriglia, Una consejera de Estado: doña Beatriz Galindo, la “Latina”, Madrid, [1925]; y F. Ximénez de Sandoval, Varia histo¬ ria de ilustres mujeres, Madrid. Epesa, 1949.

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un brillante centro humanista. En los trece años que esta autora vivió en palacio, se dedicó con intensidad al estu¬ dio. El recuerdo del saudossísimo retiro de Cintra inspiró más tarde el poema bucólico latino así titulado, en el que la nostalgia y la melancolía se traducen en bellísimos y emotivos versos. También describió la vida campestre en el erudito Diálogo entre dos doncellas sobre la vida corte¬ sana y privada, que se inserta en una larguísima tradición clásica. Su fama trascendió pronto a toda la Europa hu¬ manista. Sin embargo, el desengaño de sus últimos años, sus servicios no reconocidos, la atribución de unas impú¬ dicas poesías que aparecieron en una colección de Meursius'^, la penuria económica y el desamparo en que se vio sumida, ocasionaron, al decir de sus contemporáneos, su muerte “de sentimiento”'^. A pesar de que no todas tas mujeres cultas de los siglos XVI y XVII escribieron, algunas ejercieron notable in¬ fluencia sobre la literatura de la época. Tal es el caso, por citar un ejemplo, de doña Ana Castro Egas"^, quien en

16. Aloisiae Sigeae Toletanae satyra sotadica de arcanis amorís: el venerís: Atoysia hispanice scripsit; lalinitate donavil J. Meursius, [s.l], [s.a].

17. Sobre Luisa Sigea puede verse: Dialogue de deux jeunes füles sur la vie de la cour el la vie de retraite (1552), (Ed. y notas de Odette Sauvage), París,

Presses Universitaires de France, 1970; García Ramila, Noticias histórico-familiares, basadas en fe documental, pertenecientes a la célebre humanista Luisa Sigea, la “Minerva" de los renacentistas. Burgos, Publicaciones de la Institución

Fernán González, 1959; M. P. Allut, Aloysia Sigea el Nicolás Chorier, Lyon, 1862; C. Coronado, La Sigea, 2 t., Madrid, 1854; y Péricaud, L. Labéet Louise Sigée, Lyon, 1862. 18. Estuvo estrechamente relacionada con el ambiente literario del si¬ glo XVII del que recibió considerables elogios en inspiradas composiciones. Destacaron las de sus contemporáneas Clara María de Castro, Justa Sánchez del Castillo, Juana de Luna y Toledo y Victoria Delaibe que la elogiaron en Eternidades del rey don Felipe ///, nuestro Señor, el Piadoso, Discurso de su vida y santas costumbres. Al serenísimo señor el Cardenal Infante su hijo, doña Ana de Castro y Egas, Madrid, 1629.

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1629 publicó “un peregrino libro histórico”, La eternidad de Felipe III, que levantó una oleada de composiciones encomiásticas de los nombres más preclaros de la poesía y la nobleza de su tiempo. Otra mujer singular, digna de ser mencionada, es Ana Girón de Rebolledo, de exquisita for¬ mación humanista y que jugó un papel importantísimo en la evolución literaria del Renacimiento al publicar, en 1543, una de las obras más trascendentales y revoluciona¬ rias de la literatura española: Las obras de Boscán y algu¬ nas de Garcilaso de la Vega repartidas en cuatro libros. Junto a ellas. Sor María Téllez y Francisca de los Ríos son mujeres notables que destacaron como traductoras por sus versiones, ya clásicas, de la Pasión de Nuestro Señor Jesu¬ cristo de Ludolfo de Chartreux, realizada por la primera, y la de Vida de la bienaventurada Angela de Fulgino, por la segunda cuando sólo contaba doce años de edad. También Juliana Morell destacó por la defensa que hizo de tesis filosóficas a los trece años y el dominio de catorce lenguas, además de diversas materias humanísticas y musicales, cuando todavía no había cumplido los quince. Tampoco hay que olvidar a Isabel Rebeca Correa, una de las numerosas escritoras y eruditas judías de los Siglos de Oro que escribió en castellano'*^. Esta portuguesa fijó su residencia en Amsterdam donde inició su labor poética junto a Manuel Belmente y Miguel Barrios. Su dominio del latín, griego, italiano y francés, su afán investigador, su creación poética y la fidelísima traducción del poema italiano de Bautista Gaurino “El pastor Fido”^" elevaron 19. Sobre la tradición de la literatura femenina judía en lengua castellana puede verse: José Parada y Santín, “Mujeres judías escritoras castellanas”, en La Ilustración Española y Americana, LXXX (1905), pp. 54-58; y José Ama¬ dor de los Ríos, “Doña Isabel de Correa”, en Estudio histórico, político y literario sobre los judíos de España, Madrid, 1848, p. 637. 20. Amsterdam, Juan Ravenstein, 1694.

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el prestigio de su figura en la que se sintetizan los aspectos erudito y creativo de la mujer ilustrada de la época. Esta constelación intelectual, formada por una minoría femenina aristocrática, no debe hacernos olvidar que la situación de la inmensa mayoría de las mujeres era otra. Sujetos pasivos, su escasa participación en la vida cultural que obedecía a una situación social regida por esquemas ancestralmente mantenidos que han perdurado hasta el siglo XX, impidió su vinculación al movimiento libera¬ dor de origen italiano iniciado en la primera mitad del si¬ glo XVI. Dentro de la organización social española de los Siglos de Oro, la mundanalidad de la mujer rica, que ejercía su forma de señorío controlando la vida social y cultural de la urbe, contrastaba fuertemente con la mujer de la baja burguesía, del artesanado y del campesinado. Los precep¬ tos de El Cortesano, conforme a los cuales se organizaba la vida de la corte, y la libertad social de la mujer privile¬ giada, que la situaban en igualdad con el hombre, son ajenos a la evolución de los grupos sociales mencionados. Si acaso, su repercusión en ellos se advierte en una mayor dignificación de la condición femenina. No obstante, el fre¬ no de este espíritu emancipador lo ofrecía, a menudo, la propia mujer, reacia a desasirse de los esquemas impuestos durante muchos siglos por las instituciones de la Iglesia uni¬ dos a las influencias orientales heredadas de la Edad Media. La virtu, la mujer virtuosa, encarnaba el ideal de esposa y madre; su vida transcurría en el seno familiar y sus dis¬ tracciones, frente a las de la mujer emancipada, que go¬ zaba de gran libertad, se limitaban a los espectáculos religiosos y taurinos. Su educación consistía, si acaso, en el aprendizaje de las cuatro reglas aritméticas, la lectura y escritura, pero era su formación religiosa lo que más aten¬ ción merecía. Su vida transcurría entre la iglesia y los que21

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haceras domésticos. Este arquetipo de mujer recatada, protegida por una sociedad conser\'adora, la de los siglos XVI y xvii, encarnaba el ideal de la “perfecta casada” ex¬ puesto por Fray Luis de León y vigente hasta nuestros días. La realizaeión afectiva, social y humana de este tipo de mujeres se producía lejos de inquietudes intelectuales, en el acomodo material que le proporcionaba la vida reli¬ giosa o la matrimonial, únicas salidas a su existencia. Por otra parte, debemos recordar que la institución familiar en los Siglos de Oro se vio robustecida a pesar de las con¬ tradicciones planteadas por los movimientos culturales y religiosos de la época: Humanismo, Reforma y Contra¬ rreforma. Frente a las teorías igualitarias y dignificadoras de Erasmo, según las cuales la inteligencia de la humanidad no tiene sexo, y sus esfuerzos para que la mujer fuera educada, amplios sectores de la sociedad española consi¬ deraban que la educación femenina era perjudicial"*. Casi todos los intelectuales se ocuparon en estos siglos del asunto, una de las aportaciones temáticas del Renaci¬ miento que desencadenó la controversia “feminista” del Siglo de Oro. Humanismo, Reforma y Contrarreforma son los tres grandes movimientos ideológicos que plantea¬ ron el tema clásico de la “querella sobre la mujer”, perpe¬ tuado por la Edad Media en la discusión sobre su condi¬ ción moral, que también heredó el siglo XVI. Frente a la postura antifemenina de Cristóbal de Casti¬ llejo en el Diálogo que habla de las condiciones de las 21. Sobre este tema véase: R. del Arco, La sociedad española en las obras dramáticas de Lope de Vega. Madrid, [s.i.], 1941; ídem. La sociedad española en las obras de Cerxantes. Madrid, Patronato IV Centenario de Cervantes, 1951; M. Bataillon, Erasmo y España. México, F.C.E., 1966; A. Castro, “Algunas observaciones acerca del concepto del honor en los si¬ glos XVI y xvii”, en Revista de Filología Española. 111 (1916), pp. 382-84.

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mujeres y en el Sermón de amores del maestro Buen-talante Fray Fidel de la Orden del Tristel, que tratan el tema desde el punto de vista medieval, Juan de Espinosa en su Diálogo en laude de las mujeres intitulado Ginaecepaenos y Cristóbal de Acosta en el Tractato en loor de las mujeres y de la Castidad, Honestidad, Constancia, Silencio y Justi¬ cia, hacen un apasionado encomio del sexo femenino^. La obra de Luis Vives, De institutione foeminae christianae (1514), traducido en 1555 al castellano, recoge el ideario del humanista, en la línea de las teorías erasmistas en cuanto al tema de la inteligencia y la educación de la mujer. El pedagogo y filósofo español reconocía sus apti¬ tudes intelectuales y reclamaba su derecho a la instruc¬ ción, que, eso sí. discretamente, debía compaginar con las actividades femeninas; “Hay algunas doncellas que no son hábiles para aprender letras; así también hay de los hombres; otras tienen tan buen ingenio que parecen ha¬ ber nacido para las letras o, a lo menos, que no se les hacen dificultosas. Las primeras no se deben apremiar a que aprendan; las otras no se han de vedar, antes se de¬ ben halagar y atraer a ello y darles ánimo a la virtud a que se inclinan”“^. Con la respuesta de España ante la Reforma luterana"^, el mundo emancipador y cosmopolita del Renacimiento 22. Véase Pilar Oñate. El feminismo en la literatura española. Madrid. Espasa Calf>e. 1938, estudio que sigue siendo fundamental para aproximarse a las polémicas feministas y su reflejo literario. 23. Luis V'ives, Instrucción de la mujer cristiana. Obras completas (Libro I. cap. IV), Madrid, Aguilar, 1949. p. 995. 24. La situación de la mujer casada presentó un retroceso a causa de la postura “bíblico-teutónica” de la Reforma. El retrato de mujer trazado por Lulero distaba considerablemente del de Castiglione. reflejo del mundo contra el que se alzaba aquélla. Véase Monique A. Piettre. La condición femenina a través de los tiempos. .Madrid, Rialp. 1977, p. 213. Para Lulero las ideas de Luis Vives suponían una amenaza a los ideales reformistas defensores del pa-

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pereció en el de la Contrarreforma, ofreciendo un duro contraste e iniciando el desarrollo de nuestro peculiar Si¬ glo de Oro. La mujer, de acuerdo con las doctrinas de Fray Luis de León, comenzó su reclusión dando lugar a una cultura autóctona, simbolizada en la celosía del con¬ vento o en la reja^^ del hogar español, que supuso una regresión de las libertades conseguidas en la primera mi¬ tad del siglo XVI que se prolongó hasta el siglo XVlll: “Han cambiado los tiempos —dirá Cervantes—, los gri¬ lletes se cierran sobre los cuerpos, pero el deseo es libre, nada puede encerrarlo.” El ideal de mujer virtuosa a que aspiraba la clase media española, expuesto por Fray Luis de León en la Perfecta casada, concordaba con la idea generalizada de que la ins¬ trucción de las jóvenes era perniciosa: ... así como a la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó el entender, y, por consiguiente, les tasó las palabras y las razones... [...]

triarcalismo bíblico. La vida de la mujer casada de la Reforma transcurría recluida en el hogar, obediente y sumisa, dedicada por entero a las tareas domésticas y cuya única distracción consistía en la asistencia a ceremonias reli¬ giosas. Para Amaury de Riencourt, en op. cit., p. 472, “la Hausfrau teutónica se convirtió, más que nunca, en un ser encadenado por las tres «K» tradicionales; Kinder, Küche und Kirche (niños, cocina e Iglesia), mientras que una buen aparte del servicio religioso se realizaba en el hogar bajo la supervisión del marido, señor y amo, sin la intervención del clero”. 25. Julio Monreal, “Costumbres del siglo xvii. Votos y rejas”, en La Ilustra¬ ción Española y Americana, t. II, 27 (1880), pp. 43-46, y 28 (1880), p. 58. 26. Fray Luis de León, La perfecta casada. Poesías, Barcelona, 1940, p. 106.

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INTRODUCCIÓN Y pues no las dotó Dios ni del ingenio que piden los negocios mayores ni de fuerzas las que son menester para la guerra y el campo, mídanse con lo que son y conténtense con lo que es de su suerte, [y entiendan en su casa, y anden en ella] pues las hizo Dios para ella sola^^.

Aunque el principio de la tradición reivindicativa feme¬ nina se remonta a Cristina de Pisan (1363-1431) en La Ciudad de las Damas, la voz de la mujer en España, a pesar de su notable participación en la literatura, no se dejó oir hasta el siglo XVI y con mayor intensidad en el XVII, periodo en el que las reclamaciones de la mujer supu¬ sieron un factor polémico. Si bien Santa Teresa de Jesús consideró justo el deseo de aquélla a ser instruida, sus palabras pueden dar lugar a interpretaciones de su doctri¬ na favorables o no a lo que hoy entendemos por feminis¬ mo^*. Sor Teresa de Cartagena en el siglo xv, y Luisa de Padilla, Isabel de Liaño y Sor María de Santa Isabel en los Siglos de Oro fueron algunas de nuestras escritoras que elevaron su voz para exigir la igualdad de la mujer con el hombre. Esta última, conforme al concepto cristiano de igualdad espiritual diría que “... quien dio el alma a la mujer la dio al hombre, y que no es de otra calidad que éste aquélla, y que a muchas concedió lo que negó a muchos”^*^, convirtiéndose así en un claro antecedente de Sor Juana Inés de la Cruz y de María de Zayas. Pero fue¬ ron estas dos mujeres singulares las que repercutieron di¬ rectamente en la pausada mutación del concepto sobre la

27. Ibídem. p. 111. 28. Véanse las últimas posturas de la crítica en torno al feminismo de Santa Teresa en Oliva Blanco, “Teresa de Ávila frente a Sor Juan Inés de la Cruz”, en Desde el feminismo, 0, Madrid, 1985, pp. 61-62. 29. Mss. 7469, f. 2, de la BNM. Véase esta idea recogida, también, en el texto de María de Zayas citado a continuación.

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mujer. La Respuesta a Sor Pilotea (1693), de Sor Juana Inés, ha sido considerada en nuestro siglo el primer mani¬ fiesto feminista; y sus redondillas donde “Arguye de in¬ consecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan”, en la misma línea, de¬ notan una inteligente interpretación de la conducta huma¬ na en la secular controversia sobre los sexos. La postura de María de Zayas, considerada la gran fe¬ minista del siglo XVII y una de las autoras del período áureo que más atención crítica ha recibido en las últimas décadas, está siendo revisada en los últimos años. Para Diez Borque^^’ el feminismo de la novelista radica en el reiterado tratamiento de temas como el de la educación femenina, también presente en Sor Juana, y el de la liber¬ tad de las jóvenes en la elección matrimonial, la nueva aportación del siglo XVII a la “querella sobre las muje¬ res”, que son un constante leit motiv en la obra de María de Zayas: ... Las almas ni son hombres, ni mujeres; ¿qué razón hay para que ellos sean sabios y presuman que nosotras no podemos serlo? Esto no tiene a mi parecer más respuesta que su impie¬ dad o tiranía en encerrarnos, y no darnos maestros; y así, la verdadera causa de no ser mujeres doctas, no es defecto del caudal, sino falta de la aplicación, porque si en nuestra crianza como nos ponen el Cambray en las almohadillas y los dibuxos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres, y quizá más agudas...^' 30. Véase J. M. Diez Borque, “El feminismo de doña María de Zayas” y M. C. Beling de Benassy, “A manera de apéndice: Sor Juana y el problema del derecho de las mujeres a la enseñanza”, ambos en La mujer en el teatro y la novela del siglo xvtt, Toulouse, Université Le Mirail, 1978, pp. 63-87 y 91-93, respectivamente. 31. María de Zayas, Novelas amorosas y ejemplares, Madrid, RAE, 1948, pp. 21-22.

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Sin embargo, el substrato ideológico manifestado en sus obras, en contradicción con su insistencia en los te¬ mas, ha provocado que se ponga últimamente en tela de juicio su feminismo, hasta ahora unánimemente reconoci¬ do por la crítica. El tema de la elección matrimonial tuvo un tratamiento favorable en la comedia áurea, no obstante no se recono¬ ció el derecho de la mujer a la igualdad cultural. Las doc¬ trinas de Fray Luis de León siguieron difundiéndose en el siglo XVII a través del Espejo de la perfecta casada de Fray Alonso de Herrera y, por tanto, alimentando el analfabe¬ tismo entre las mujeres que veían con desprecio a la mi¬ noría cultiparlante y aplaudían con regocijo su caricatura teatral. Este tipo de mujer con raíces en el Humanismo y producto del culteranismo barroco inspiró la célebre sáti¬ ra de Quevedo La culta latiniparla, donde se atacan los excesos culteranos a que llegaron algunas de nuestras mu¬ jeres, y fue insistentemente satirizada por Lope y Calde¬ rón como lo fueron las “preciosas” en Les Précieuses Ridicules de Moliere en Francia. Nise en la Dama boba de Lope de Vega y Beatriz en la eomedia calderoniana No hay burlas con el amor, encarnan el arquetipo de mujer cultivada cuyo lenguaje hace exclamar a don Pedro en esta obra de Calderón:

32. Véanse sobre este aspecto: Deleito y Piñuela, La mujer, la casa y la moda en la España del Rey Poeta, Madrid, Espasa Calpe, 1966; A. Castro Rossi, Discurso acerca de las costumbres públicas y privadas de los españoles en el siglo XVII, fundado en el estudio de las comedias de Calderón, Madrid, 1881; P. W. Womli, La femme dans l'Espagne du Siécle d’Or, La Haya, Martinns Nijhoff, 1950; y Pilar Oñate, op. cit.

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[ I mas remédielo yo aquí el estudio acabó, aquí dio fin la poesía, libro en casa no ha de haber de latín, que yo no alcance. Unas horas en romance le bastan a una mujer, bordar, labrar y coser sepa sólo, deja al hombre esto, que te he de matar si algo te escucho nombrar que no sea por su nombre'^^^.

A finales del siglo xvi el acceso de la mujer a la ense¬ ñanza universitaria dejó de ser un hecho. Las Universida¬ des nos cerraron sus puertas durante más de tres siglos. Es famoso el caso de una joven sevillana, Feliciana —fre¬ cuentemente relacionada con Feliciana Enríquez de Guzmán^"^—, relatado por Lope en la Silva III del Laurel de Apolo, que disfrazada de hombre siguió estudios en la Universidad de Salamanca^^. Su actitud, lo mismo que la de otras jóvenes, representa una desviación de la conducta

33. No ay burlas con el amor, J. II, p. 18. Citamos por un ejemplar sin fecha en B. N. sig. T.4611. 34. Autora de la tragicomedia Los jardines y campos sabeos, Coimbra, lacome Caravaio, 1624 y Lisboa, 1627. Cfs. F. Rodríguez Marín, “Nuevos datos sobre Cristobalina Fernández de Alarcón”, en Boletín de la RAE, VII (1920), p. 393, y F. C. Sáinz de Robles, Ensayo de un diccionario de mujeres célebres, Madrid, Aguilar, 1959, pp. 403-404. 35. Sobre la importancia de la mujer vestida de hombre en los siglos xvi y XVII, véase el trabajo de Carmen Bravo Villasante, La mujer vestida de hombre en el teatro español, Madrid, SGEL, 1976; y el más reciente de Melvenna Me. Kendrick, Woman and Society in the Spanish Drama of the Golden Age: A Study of the Mujer Varonil, Cambridge, 1974.

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que no deja de ser un intento de autoafirmación en la línea del viragoísmo del Siglo de Oro. El recato y el cumplimiento de los deberes familiares y religiosos recluyeron, como ya hemos visto, a la mayo¬ ría de mujeres de clase media en el hogar. El influjo del Humanismo renacentista, que había entreabierto a la mu¬ jer el camino hacia el saber, sufrió un revés en la segunda mitad del siglo XVI que la arrastró hacia la incomuni¬ cación y sumisión a una sociedad cuyo sistema de valores le ofrecía solamente dos alternativas dignas para su rea¬ lización emocional: el matrimonio y el convento. Los padres eran los que decidían el “esposo/Esposo” de las hijas^^. En la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII el espíritu de la Reforma católica impregnó el corazón de muchas jóvenes cuya auténtica vocación las encauzó a la vida religiosa. Sin embargo, otras se vieron obliga¬ das a aceptar una vida no deseada. Las hijas ilegítimas de la realeza y la aristocracia o las hijas menores de cier¬ tas familias eran llevadas al claustro, lo que permitía, en muchos casos, aliviar la economía doméstica o mejorar la de los otros hijos, ya que la dote civil era cuantitativa¬ mente más elevada que la religiosa. Por otra parte “el confinamiento de estas vírgenes brindaba también a la sociedad un cómodo freno malthusiano y una ocupación ‘digna’ a las hembras ‘sobrantes’^^”. En la poesía tradi¬ cional encontramos bellas muestras del reflejo de esta triste realidad social:

36. Cfr. Helena Sánchez Ortega, “La mujer, el amor y la religión en el Antiguo Régimen”, en La mujer en la historia de España (siglos xvi-xx), op. cit., p. 46. 37. Ibídem, p. 39.

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INTRODUCCIÓN ¿Agora que sé d’amor me metéis monja? ¡Ay, Dios, qué grave cosa! Agora que sé d’amor de caballero, agora me metéis monja en el monasterio. ¡Ay, Dios, qué grave cosa!^*^

Así mismo, es frecuente el caso contrario, es decir, el de la joven que sentía con fervor la llamada de Dios pero que se veía destinada al matrimonio por intereses familia¬ res, cediendo a la presión paterna en contra de su volun¬ tad como en el caso de alguna de nuestras escritoras: Sor María Teresa de Jesús, Luisa Manrique, Catalina de Mendoza... La solución conventual ofrecía a la mujer la realización emotiva y, para algunas, significaba la inde¬ pendencia intelectual que a veces no le era posible alcan¬ zar en otras esferas sociales, como en el caso de Sor Juana Inés de la Cruz. Para profesar en religión era indispensable la aporta¬ ción de dote. Y sólo podían llegar a ser monjas de velo negro o madres y acceder a ciertos cargos dentro de la comunidad las que procedían de condición social eleva¬ da. Las monjas de velo blanco, procedentes de clases hu¬ mildes, también llamadas legas o tercianas, eran las en¬ cargadas de las tareas domésticas y despreciadas por las religiosas procedentes de las clases sociales superio¬ res que disponían en el convento de su propia servidum¬ bre^^. Dentro de la vida conventual de los siglos XVI y XVII el ejercicio de la lectura y escritura elevó el nivel cultural de

38. Juan Vásquez, Recopilación de sonetos y villancicos a cuatro y cinco (Sevilla, 1560), Barcelona, CSIC, 1946, p. 30. 39. Véase A. Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen, Madrid, Istmo, 1973.

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las religiosas por encima del resto de las mujeres. Junto a estas ocupaciones, las manualidades y la composición lite¬ raria, aunque a veces obligada por superioras o confeso¬ res—lo que limitaba considerablemente la libertad expre¬ siva—, permitía ocupar gran parte del tiempo y evitar la ociosidad “enemiga del alma, la cual es camino por donde entran los vicios y pecados y llevan el alma a perdición”^*^. Ciertas comunidades gozaban de una gran tradición lite¬ raria que se explica, como en el caso de las Trinitarias, por la procedencia social de sus religiosas: ... todas tenían obligación de hacer versos en este día [el de la Cruz de Mayo] [...] hemos hallado más de 200 composiciones. ¿Cómo explicar estas aficiones literarias de la Comunidad en su origen y que aún duran hoy? Si tenemos en cuenta que casi todas las religiosas eran hijas, hermanas o parientes cercanas de escritores y poetas, que habían recibido una instrucción no vulgar, fácil es adivinar el porqué de las aficiones literarias de nuestras madres"*'.

La idea de conquista que impregnaba la sociedad espa¬ ñola de los Siglos de Oro anidó también en el alma feme¬ nina, y la retirada del mundo y el camino místico se vivían eomo una vietoria. Esta sublimación se materializó en el desarrollo de una originalísima creación literaria: la místi¬ ca. La elocuencia silenciosa del misticismo femenino tras-

40. Gil Ambrona, “Entre la oración y el trabajo: las ocupaciones de las otras esposas. Siglos xvi-xvn”, en El trabajo de las mujeres: siglos xvt-xx, Madrid, Universidad Autónoma, 1987. La cita procede de la Regla de la Orden de la Concepción de Nuestra Señora de la Ciudad de Toledo dada por Julio II, Roma, 1511, f. 8. 41. Anotación de la Comunidad de Trinitarias incluida en la transcrip¬ ción de las obras de Sor Marcela de San Félix, depositada con la sig. 24 en la R.A.E. ff. 22-23.

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pasó los gruesos muros conventuales en una proyección a veces inusitada, como la de Santa Teresa de Jesús o Sor María de Agreda. La Contrarreforma supuso el triunfo del tradiciona¬ lismo frente a la tolerancia y la libertad del período erasmista, y el diseño de nuevos esquemas morales que afectaron profundamente a la sociedad hispana. El considerable incremento de publicaciones religiosas que se observa bajo el reinado de Felipe II es un claro indicio del éxito del espíritu trentino sobre la libertad espiritual y la influencia pagana del período precedente. La reforma interna de las órdenes religiosas, ya iniciada por el Carde¬ nal Cisneros en 1494, favoreció, también, el florecimien¬ to de la mística española. Éste fue un peculiar fenómeno de tardía aparición respecto al resto de Europa y de la religiosidad peninsular, ya que la musulmana y judía se desarrollaron en la España medieval. La renuncia al “mundanal ruido” y la búsqueda de goces supremos supu¬ sieron en la sociedad cristiana del siglo XVI la inmarcesi¬ ble presencia de rasgos medievales que cristalizaron con el Renacimiento dando lugar a un misticismo genuinamente español. La pontífice literaria de este movimiento fue, sin duda, Santa Teresa de Jesús. Sus conquistas, tanto en lo litera¬ rio como en la reforma del Carmelo, supusieron el triunfo de la tradición española frente al cosmopolitismo rena¬ centista. Los escritos en que la Santa llevó a la cima la literatura mística son los que reflejan su propia experien¬ cia extática y vital; la expresión del deliquio amoroso y su reflejo literario ofrecen un resultado difícilmente supera¬ do por sus contemporáneos, siendo la abstracción intelec¬ tual del mismo la que la aproxima al misticismo dominico, y la aleja del franciscanismo del resto de la mística feme¬ nina, más emotiva. 32

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Se le atribuyen, aproximadamente, cuarenta poesías, aunque su autoría es dudosa en buena parte de ellas. Sin embargo, comparada su obra poética con su producción en prosa, resulta aquélla menos vigorosa. El arrobo místi¬ co se hace, no obstante, patente en sus poesías amorosas como la célebre “Vivo sin vivir en mí”, que destaca sobre la mediocridad global de su producción poética. Junto a Santa Teresa de Jesús, y dentro de la mística pura, encontramos el ejemplo de otra escritora. Sor María de la Antigua (1566-1617), una monja de velo blanco que sin saber escribir expresó al dictado su inspiración divina. Dejó, según el testimonio del Padre Pedro de San Cecilio, “más de 1300 cuadernos de alta y sustancial doctrina”"^^. Sus poesías, algunas de las cuales alcanzaron notable fama como la canción que empieza “Alma que estando muerta / y en horrores de vicios sepultada...”, fueron recogidas y ordena¬ das por el predicador y definidor de la Orden Fray Pedro de Valbuena, y se publicaron, junto con su prosa, bajo el título de Desengaños de religiosos y de almas que tratan de virtud^^ en 1678. Su poesía, dentro de la corriente ascética, presen¬ ta, a veces, una acertada imaginación en la creación metafó¬ rica y en la expresión conceptual. El espíritu de conquista al que nos hemos referido al¬ canza una elevada cima en doña Luisa de Carvajal y Men¬ doza (1566-1614), contemporánea de Santa Teresa de Je¬ sús, que, como ésta, llevó el activismo religioso hasta sus últimas consecuencias. Su espíritu independiente y su 42. Serrano Sanz. Apuntes..., op. cit., p. 42. 43. Desengaño de religiosos y de almas que tratan de virtud. Escrito por la V. Madre Sor María de la Antigua, Religiosa profesa de velo blanco de la esclarecida Orden de Santa Clara, en el convento de la villa de Marchena de la santa provincia de Andaluzía, Sácale a la luz /.../ el P. Fray Pedro de Valvuena. Sevilla, 1678. Véase Carlos Murciano, Una monja poeta del si¬ glo XVI, la R. M. María de la Antigua. Estudio de su obra y antología [ed. de A. de Caffarena], Málaga, 1967.

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gran personalidad la indujeron a rechazar tanto el matri¬ monio como el ingreso en la vida conventual. Huérfana desde su infancia, su vida transcurrió junto a su tía doña María Chacón, camarera de las infantas con las que habi¬ taba en Palacio. A la hora de tomar estado no se decidió por ninguna de las alternativas institucionalizadas, trans¬ curriendo su vida entre la pobreza, la soledad y la castidad de la que había hecho voto. Imbuida de profundos senti¬ mientos religiosos y dotada de un carácter apasionado, se lanzó ardientemente a la propagación de la fe y a la bús¬ queda de martirio. Su gran caridad la llevó a donar sus bienes para fundar un noviciado de misioneros que propa¬ gara el catolicismo en Inglaterra, a donde viajó en 1605, cuando el hostigamiento contra los católicos se recrude¬ cía. A pesar de haber sido encarcelada, no disminuyó su ímpetu predicador llegando a fundar en sus últimos años una comunidad religiosa femenina en Londres. Se la con¬ sidera una de las mejores poetisas del siglo xvii, y algunas de sus composiciones, en las que casi siempre vuelca su pasión divina, muestran una inspiración nada común que las convierte en piezas literarias de primerísimo orden"^. En la línea de Santa Teresa de Jesús y de doña Luisa de Carvajal se encuentra la producción de otra religiosa que. 44. Sobre doña Luisa de Carvajal, una de las autoras de los Siglos de Oro que dispone ya de mayor número de estudios, puede verse: Carta de Fran¬ cisco de Peralta al Padre Rodrigo de Cabredo, Provincial de Nueva España, en que da quenta de la dichosa muerte que tuvo en Londres la Señora Luisa de Carvajal. Sevilla, 1614; Exequias de la Venerable Doña Luisa Carvajal por el P. Juan de Pineda, Sevilla, 1614; Pompa fúnebre con la que la ciudad de Sevilla solemnizó la muerte de la Venerable Madre Doña Luisa de Carva¬ jal, por Don Francisco Peralta, Sevilla, 1614; Licenciado Luis Muñoz, Vida y virtudes de la venerable virgen Doña Luisa de Carvajal y Mendoza. Su jornada a Inglaterra y sucesos en aquel reino. Van al fin algunas poesías espirituales suyas, parto de su devoción e ingenio, Madrid, 1632; Lady Geor¬ giana Fullerton, The Ufe of Luisa de Carvajal, Leipzig, 1881; Camilo María Abad, “La venerable doña Luisa de Carvajal y Mendoza”, en Manresa,

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como ellas, consagró su vida al activismo evangelizador. Sor Jerónima de la Asunción (1555-1630), que profesó como clarisa en el convento de Santa Isabel de Toledo y fundó en su senectud otro de la misma orden en Manila. Como sus dos contemporáneas viajó —encarnando el ideal de cruzada tan propio de la religiosidad española—, y escribió, desarrollando la potencialidad creadora que la libertad intelectual del claustro le proporcionaba, en la época de estrecha delimitación de los horizontales menta¬ les femeninos con que se prolonga la frontera de los siglos XVI y XVII. Muchas de sus obras desaparecieron como re¬ liquias. Es famoso el Soliloquio, por algunos atribuido a Santa Teresa de Jesús, y que ha inmortalizado su nombre en la literatura religiosa del Siglo de Oro'^^. En el siglo xvii, el fervor místico se atempera dando lugar a una literatura en la que el reflejo de la experien-

XXXV (1963), pp. 315-32 y Una misionera española en la Inglaterra del si¬ glo XVII, doña Luisa de Carvajal y Mendoza (1566-1614), Santander, Uni¬ versidad Pontificia, 1966; C. Rosell, “Doña Luisa de Carvajal y Mendoza”, en Revista literaria de El Español, 2.'' época, 1 (1847), pp. 116-20; R. de Courson, Quatre portraits de femmes, París, Lib. Didot, 1895, pp. 197-280; A. Rodríguez Moñino y María Brey Marino, “Luisa de Carvajal (poetisa y mártir). Apuntes bibliográficos seguidos de tres cartas inéditas de la vene¬ rable madre”, en Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, X (1933), pp. 321-43; véase también. Serrano Sanz, Apuntes..., op. cit., pp. 233-36. La obra de esta autora puede leerse en las siguientes ediciones modernas; Epistolario y poesías, Madrid, Atlas, 1965 (B AE, CLXXIX) y Escritos auto¬ biográficos, Barcelona, Ed. Científico-médica, 1966, e ídem. Salamanca, Universidad Pontificia, 1966. 45. Véase Perfecta religión. Contiene tres libros. Libro 1, De la vida de la Madre Gerónima de la Asunción, Libro 11. De su oración y exercicios. Libro III. De la regla y constituciones que con exemplo y doctrina enseñó. Por Fray Bartholomé de Letona, Puebla, 1662; Ginés de Ouesada, Ejemplo de todas las virtudes y vida milagrosa de la V. M. Jerónima de la Asunción, Abadesa y fundadora del convento de Santa Clara de la ciudad de Manila, Méjico, 1713; ídem, Madrid, 1717.

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da contemplativa se atenúa. La exaltación mística del si¬ glo XVI decrece y produce frutos menos importantes en el XVII, desarrollándose con mayor intensidad en este siglo lo que podríamos denominar literatura piadosa o de devo¬ ción. En este período, en que se inicia la decadencia de la mística, es más difícil deslindar la autenticidad de los arreba¬ tos místicos del fingimiento que acompañó a este fenómeno religioso desde su gestación. El número de “falsas místicas”, místicas dudosas, sospechosas de herejía, ilusas o endemo¬ niadas, fue elevado. Si atendemos a las interpretaciones psicoanalítieas, tanto la mística como la brujería, que parale¬ lamente intensificaron su desarrollo, son dos formas de reac¬ ción neurótica frente al integrismo religioso de la sociedad. La naturaleza no racional de este fenómeno, fuertemente cargado de emotividad, lo hace proclive a separarse del ri¬ gor dogmático, rozar la herejía o caer abiertamente en ella; por eso la Inquisición vigiló estrechamente la ortodoxia de los místicos. Así sucedió con la controvertida figura de Sor Luisa de la Ascensión (1565-1684), nieta del compositor Antonio de Cabezón y supuesta autora de poemas de eleva¬ da espiritualidad. Sus defensores y detractores la han con¬ vertido en una de las escritoras religiosas más polémicas. Consejera de Felipe III y de otros importantes personajes de la época, sus arrebatos extáticos la han rodeado de una aureola de leyenda para unos, siendo para otros una histéri¬ ca, embaucadora e intrigante. El Santo Oficio la procesó en 1634 por alumbrada ilusa. Sus arrobos místicos fueron des¬ critos por don Juan Valladares de Valdelomar en la novela autobiográfica Cavatiero venturoso:

Hablando con personas graves, si le trataban de curiosas pre¬ guntas o temporales deseos luego se quedaba arrobada por más de media hora. Puesta (como dicho es) de rodillas, las manos puestas y enclavijadas, tiesa como si fuera de bronce.

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INTRODUCCIÓN los ojos abiertos, sin pestañear ni resollar; unas veces con semblante doloroso, echando lágrimas como perlas; y otras veces alegre, con rostro risueño, según los objetos en que es¬ taba meditando cuando le cogía el éxtasis. Tenía su rostro hu¬ milde, flaco y descolorido; y aunque no era blanca y de her¬ mosas facciones, en los éxtasis alegres parecía un ángel. Alzándole la toca la Abadesa, y en el cuello traía una argolla de hierro, de dos dedos de anchura, clavada, con un letrero esculpido en el hierro que decía: Esclava de mi Señor lesa Xpo.^-'

Dejando aparte su personalidad neurótica, tan frecuen¬ te entre místicos y artistas, el “Romance de la Soledad del alma”, que, aunque atribuido a varios autores —entre ellos a Sor María de la Antigua—, se cree verdaderamen¬ te suyo, merece conocerse por la elevada expresión místi¬ ca y la belleza formal que sus versos encierran. El resto de las poesías que han circulado como de la “Monja de Carrión” parecen ser plagios, imitaciones y atribuciones en los que no merece la pena detenerse dado el carácter de esta introducción'^^. 46. Cavaltero Venturoso con sus estrañas aventuras y prodigiosos trances, adversos y prósperos; historia verdadera, verso y prosa admirable y gustosa. Por luán Valladares de Valdelomar (Aventura 35), citamos por la edición de Madrid. B. Rodríguez Serra, 1902, pp. 237-238. En las pp. 245-250 se inclu¬ ye el romance “Entra con sol soledad". 47. Teniendo en cuenta el yermo bibliográfico en este terreno, con la excepción de Santa Teresa de Jesús y Luisa de Carvajal, Sor Luisa de la Ascensión es una de las poetisas de los siglos xvi y xvii a quien la crítica, tal vez por su excéntrica personalidad, ha dedicado mayor atención. Dos volú¬ menes de Fray Domingo de Axpe de la “Vida de la Madre Luisa de la Ascensión...” se custodian en Madrid, en el Archivo Histórico Nacional (Inquisición, leg. 37091, n." 1, piezas 1 y 2); la Relación breue de la admira¬ ble vida de la Madre Luysa de la Ascensión de Fray Antonio de Colmenares y la Vida y otras cosas de la Madre Luisa de la Ascensión tan admirables como verdaderas de Fray Antonio Daza se encuentran en el legajo 3704’. Se tiene noticia de que en 1636 se publicó la Vida de ¡a Madre Luisa y satisfac¬ ciones que dio a los cargos que le han dado, recogido por el Santo Oficio. En cuanto a los trabajos más modernos pueden verse: Padre José María de

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A pesar de atribuirse, como la anterior, frecuentemen¬ te composiciones de otros autores, las Poesías espirituales de Sor Isabel de Jesús, otra monja visionaria e ilusa, pre¬ sentan una naturalidad y elegancia que permiten situarla en un lugar destacado entre los poetas líricos religiosos de su época. Sus añoranzas amorosas juveniles y sus visiones posteriores, no exentas de erotismo, que parecen infil¬ trarse en sus composiciones poéticas, son relatadas en el Tesoro del Carmelo, publicado a su muerte por su confe¬ sor Fray Manuel de Paredes"^^. Dentro de la literatura religiosa del siglo XVii, no se puede pasar por alto la figura de Sor Marcela de San Félix

Elizondo, “Dos cartas inéditas de la Madre Luisa de la Ascensión, la Monja de Carrión (1565-1636) y otros documentos referentes a ella. Continuación", Estu¬ dios franciscanos, t. XV, 99 (1915), pp. 120-30; Manuel Fraile Miguélez, Un proceso inquisitorial de alumbrados de Valladolid, Imprenta de Luis N. de Gaviría, 1890; Patrocinio García Barriúso, “El milagrismo. Sor Luisa de la Ascensión, la Monja de Carrión, Fr. Froilán Díaz y el Inquisidor Mendoza”, en Historia de la Inquisición en España y América, t. I, Madrid, BAC, 1985, pp. 1089-1113; P. Andrés Ivars, “Una carta autógrafa de la Madre Sor Luisa de la Ascensión”, en Archivo Ibero-Americano, 8 (1915), pp. 297-98. Véase la tesis doctoral (inédita) de María Isabel Barbeito Carneiro, Escritoras madrileñas del siglo xvti. Estudio bibliográfico-crítico, reseñada en el apartado Bibliografía. Ahora bien, el trabajo más interesante, serio y rigurosamente documentado sobre la autora lo ofrece la obra de Patrocinio García Barriúso, La monja de Carrión, Sor Luisa de la Ascensión Colmenares Cabezón (Aportación documen¬ tal para una biografía), Madrid [Imp. de la Ed. Monte Casino], 1986, en laque la aportación de datos y documentos biográficos es copiosa. El análisis de la poesía que ha circulado secularmente como suya es desmitificador y a él se dedican los capítulos IX, donde trata de los apócrifos e imitados, y X, donde analiza la autenticidad y atribución del romance “Entra con sol soledad” en comparación con otras versiones. 48. Tesoro del Carmelo, escondido en el campo de la Iglesia, hallado, y descubierto en la muerte y vida que de sí dexó escrita, por orden de su con¬ fesor, la venerable Madre Isabel de Jesús. Beata Profesa, y Madre que fue de la Tercera Orden de mugeres, del Orden de Nuestra Señora del Car¬ men de antigua observancia de la ciudad de Toledo. Sácale a la luz su confe¬ sor R. P. Fr. Manuel de Paredes, Predicador de dicha Orden, Madrid, 1685.

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(1605-1688), que tuvo la fortuna biológica de heredar el ingenio, el encanto y las dotes literarias del Fénix. Nacida de los amores de Lope de Vega y Camila Lucinda, Marce¬ la ingresó en el convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid en 1622, a la edad de dieciséis años, tal vez impul¬ sada por el deseo de acogerse a un hogar seguro. La pro¬ fesión de Marcela en presencia de su padre inspiró una de las composiciones más estremecedoras de Lope, la epísto¬ la a don Francisco de Herrera: Sale Marcela, y perdonad, os ruego, si el amor se adelanta, que quien ama juzga de las colores como ciego. No vi en mi vida tan hermosa dama, tal cara, tal cabello y gallardía; mayor pareció a todos que su fama. Ayuda a la hermosura la alegría, al talle el brío, al cuerpo que estrenaba los primeros chapines aquel día. Marcela, las mejillas encendidas y bañada la boca en risa honesta, miróme a mí para apartar dos vidas; y el alma a tanta vocación dispuesta con una reverencia dio la espalda a cuanto el mundo llama aplauso y fiesta; y ofreciéndole al Niño la guirnalda de casta virgen, abrazó su Esposo, besándole los ojos de esmeralda. Cerró la puerta el cielo a mi piadoso pecho, y llevóme el alma que tenía... de que no fueron mil estoy quejoso. Bañóme un tierno llanto de alegría, que mis pocas palabras y turbadas con sentimiento natural rompía''^. 49. Lope de Vega, «Epístola a don Francisco de Herrera», citamos por la edición facsímil de La Circe, con otras Rimas y Prosa, Madrid, Alonso Mar¬ tín, 1624, pp. 170-171.

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Según la nota que encabeza el manuscrito conservado por las Trinitarias, la obra de Sor Marcela se componía de cinco tomos. De ellos solamente se conserva el de las poe¬ sías, ya que, a instancias de su confesor, quemó los escri¬ tos autobiográficos, hecho lamentable, especialmente en este caso por tratarse de la hija de Lope de Vega y del interés que suscita por sí misma, pero también en el de muchas otras cuyas biografías podrían haber sido revela¬ dores documentos históricos y humanos. Su poesía ofrece variados temas, y es un fiel reflejo de la vida conventual y de sus costumbres. La serenidad del jardín del convento, bellamente evocado, la soledad del claustro y los afectos y ansias amorosas de carácter divino se alternan y contras¬ tan con los coloquios espirituales que escribió para las grandes solemnidades y [que] se celebraban en la Comunidad, ya con motivo de las fiestas anuales de la Iglesia, ya de las que son propias de la Orden Trinitaria, o solamente conventuales, y es de advertir que estos coloquios, verdaderas comedias sagradas, eran representadas en aquel tiempo por nuestras reverendas y amadas madres [...] Las Poesías y figuras tienen por objeto sucesos propios de la vida conventual como procesiones, entradas, elecciones, porque desde muy antiguo tuvo costumbre la Comunidad de Trinita¬ rias de celebrar con versos casi todas las festividades y suce-

50. Las obras de Sor Marcela se conservan en el convento de las Trinita¬ rias de Madrid; una copia de las mismas con el título de Poesías místicas fue cedido por aquellas a la RAE donde se encuentra bajo la signatura 24; de ella tomamos la cita, f. 63 [nota de la Comunidad]. Sin embargo esta trans¬ cripción no presenta la fidelidad que sería deseable; faltan fragmentos de algunas composiciones e incluso composiciones íntegras. Un catálogo com¬ pleto lo ofrece el trabajo de Isabel Barbeito “La ingeniosa provisora Sor Marcela de Vega”, en Cuadernos bibliográficos del CSIC, Madrid, 1982, pp. 50-70. Sobre la autora puede consultarse, además de los estudios biogrᬠficos de Lope de Vega, la siguiente bibliografía: Emilio Cotarelo y Mori,

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Estos coloquios espirituales —De la muerte, del apeti¬ to, del Nacimiento, del Santísimo Sacramento...— evo¬ can los autos sacramentales de Lope de Vega por la agilidad teatral, la viveza del diálogo y el misticismo hu¬ mano que de ellos se desprende. Siguiendo la moda de la época, van precedidos de una Loa que Sor Marcela solía recitar haciéndose pasar por un estudiante discípulo de Lope de Vega^’. La capacidad de Sor Marcela para enaltecer y elevar a esferas superiores lo común, su inteligencia y la suavidad de sus imágenes, en alternancia con la sátira benévola, su gran sentido del humor, y su talante mordaz, alegre y co¬ municativo, hacen que su poesía se eleve por encima de la de sus contemporáneas y llegue hasta nosotros con una frescura y viveza de la que carecen los versos de otras autoras de su época. El manejo magistral del romance y el colorismo de sus versos, su vitalidad y apasionamiento lle¬ vados a la esfera de lo religioso evocan el nombre de Lope, bajo el cual la magnitud de la obra de Sor Marcela aparece desleída. Pero el máximo protagonismo de la lírica femenina de la Edad de Oro lo tiene una poetisa de Nueva España,

“La descendencia de Lope de Vega”, en Boletín de la RAE, 2 (1915), pp. 137-172; Carlos E. Mesa, “Marcela Lope de Vega (1605-1688)”, en Arco, 205 (1978), pp. 47-57; F. Rodríguez Marín, Lope de Vega y Camila Lucinda, Madrid, RAE, 1914; F. C. Sáinz de Robles, Lope de Vega, su vida y su época, Madrid, 1946; F. Ximénez de Sandoval, “Por los pecados del Fénix”, en Escorial, 1949; F. C. Sáinz de Robles, Ensayo... op. cit., pp. 764-65; y Ramírez Ñuño, Sor Marcela de San Félix Lope de Vega y Lujan, Madrid, Confederación Española de Cajas de Ahorros, 1986. Tenemos noticia de la preparación de una edición crítica de sus obras, de próxima aparición. 51. F. Ximénes de Sandoval, Varia historia de Ilustres mujeres, Madrid, 1949, pp. 217-224.

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Juana Ramírez de Asbaje, Sor Juana Inés de la Cruz, hija de padre español y madre criolla. Desde su infancia el interés por el saber supuso para ella una obsesión. Dotada de una naturaleza privilegiada, para Menéndez Pelayo lo más atractivo de la décima musa mexicana “es el rarísimo fenómeno que ofrece la persona de su autora [...] el ejemplo de curiosidad científica, universal y ava¬ salladora que desde sus primeros años dominó a Sor Jua¬ na, y la hizo atropellar y vencer hasta el fin de sus días cuantos obstáculos le puso delante la preocupación o la costumbre^^”. Sus biógrafos afirman que a la edad de ocho años compuso una loa eucarística y que adquirió un maduro conocimiento del latín en veinte clases. Cuando oyó hablar de la Universidad de Méjico pretendió asistir a las clases vestida de hombre, como la joven sevillana a la que hemos aludido anteriormente. Su fama de niña prodigio trascendió pronto a la corte mejicana donde fue nombrada dama de la Virreina y asombró por su erudi¬ ción y facilidad para la versificación. De gran belleza y carácter afectuoso se ha especulado mucho sobre las razones que impulsaron a Juana a ingresar en el claus¬ tro en 1667. Allí gozó del privilegio de recibir a sus pa¬ rientes y amigos, lo que favoreció sus contactos —al con¬ trario de lo que sucedió con otras muchas religiosas dedi¬ cadas a la literatura— con las corrientes poéticas del mo¬ mento. De la estrecha amistad que mantuvo con los marqueses de la Laguna surgió la publicación, a cargo de la Condesa de Paredes, de la primera colección de poesías de Sor Jua¬ na, que hasta entonces habían circulado manuscritas. Se

52. M. Menéndez Pelayo, Antología de poetas hispano-americanos, t. I, Madrid, RAE, 1927, p. LXVII.

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publicó en 1689 en Madrid bajo el extraño título de Inun¬ dación Castálida^^. Su vida transcurrió dedicada, por entero, a satisfacer la “curiosidad científica” de la que habla Menéndez Pelayo. Su penetrante inteligencia y su extraordinaria imagina¬ ción, puestas al servicio de la literatura, la convirtieron pronto en la afamada poetisa admirada por muchos y en¬ vidiada por los más. La coacción espiritual ejercida por su confesor, el padre Núñez de Miranda, para que no se de¬ dicase, después de la publicación de Inundación Castálida, a la literatura profana, supuso un dique para su inspi¬ ración poética que la sumergió en una crisis de identidad y la llevó al conformismo y a la ruptura definitiva con el mundo. En sus últimos años vendió lo que había sido su gran tesoro, su biblioteca, y donó el beneficio a los pobres. Durante mucho tiempo la jerarquía eclesiástica silenció la voz de Sor Juana Inés de la Cruz, pero su “enigma”, que, según Octavio Paz, “es muchos enigmas” ha despertado la apasionada curiosidad de la crítica y del público en los últimos cincuenta años, y ha originado la publicación de numerosos estudios sobre su vida y su obra^"*. Con Sor Juana Inés, otras dos religiosas. Sor Gregoria

53. Inundación Castálida de la única poetisa. Musa Décima, Soror Juana Inés de la Cruz, Religiosa profesa en el Monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México. Que en varios metros, idiomas y estilos, fertiliza varios assumptos; con elegantes, sutiles, claros, ingeniosos, útiles versos: para enseñanza, recreo y admiración. Dedícalos a la Excelentísima Señora Doña María de Gonqaga Manrique de Lara, condesa de Paredes, Marquesa de la Laguna, y los saca a la luz Don Juan Camacho Gayna, cavallero del Orden de Santiago, Madrid, 1689. Existe una edición crítica actual prepara¬ da por Georgina Sabat de Rivers basada en “lo mejor y más significativo" de aquella edición. Inundación Castálida, Madrid, Castalia, 1983, en la que se ofrece una selecta bibliografía sobre la autora y su poesía. 54. Véase la notable y sugerente monografía de Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Barcelona, Seix Barral, 1982.

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de Santa Teresa y Sor María do Ceo, ponen el broche de oro a la poesía religiosa del siglo xvii. Las dos comparten con la “Décima Musa mejicana” la elevación espiritual y su expresión lírica las sitúa dentro de la más genuina tra¬ dición literaria del género en el siglo xvi. Especialmente Sor Gregoria, escasamente influida por el prosaísmo del siglo XVIII (muere en 1736) o las técnicas conceptistas del siglo XVII, heredó la sencillez expresiva con que sus ante¬ cesoras del siglo XVI reflejaban sus anhelos y exaltación mística. Su ingenuidad expresiva consigue intensos efec¬ tos líricos y el ansia candorosa de gozar de la experiencia extática concede una naturalidad a su poesía ya descono¬ cida en los escritos de este género. En los romances octo¬ sílabos es donde su expresión llega a elevadas cimas de perfección formal. De “diáfanas, serenas, transparentes como fanal claro que deja ver su corazón”, calificó San¬ tiago Montoto^^ las poesías de Sor Gregoria. Su inspira¬ ción hace de ella una rezagada de la mística áurea en un período en que la devoción poco sincera hace de la litera¬ tura religiosa un yermo de superficialidad. Sus versos sen¬ cillos parecen elevarse empujados por una única fuerza, la del amor^^. Paralelamente al desarrollo de la literatura mística, la poesía culta del siglo xvi se manifestó en dos tendencias, la lírica cortesana, heredera de la tradición del siglo XV, y que, paulatinamente, fue desapareciendo; y la lírica italia-

55. En Discursos leídos ante la R. A. Sevillana de Buenas Letras, Sevilla, Tipografía de Gironés, 1913. 56. Su poesía fue publicada por A. Delatour; Poesías de la Venerable Madre Gregoria Francisca de Santa Teresa, Carmelina Descalza en el con¬ vento de Sevilla, en el siglo Doña Gregoria Francisca de la Parra Queinogue, París, 1865; y su biografía por Diego de Torres de Villarroel, Vida exemplar, virtudes heroicas, y singulares recibos de la Venerable Madre Gregoria Fran¬ cisca de Santa Theresa, Salamanca, [1738].

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nizante, de amplio cultivo a partir de 1526. Los Cancione¬ ros ofrecen composiciones de las dos tendencias en alter¬ nancia con la lírica popular, también presente en las com¬ posiciones cortesanas. Entre los autores del Cancionero General figura la primera poetisa conocida en lengua cas¬ tellana, Florencia Pinar. Aunque sus composiciones no sean “monumentos literarios” sus poesías no están exen¬ tas de cierta magia formal y velado erotismo que denotan una espontaneidad nada convencional en las manifesta¬ ciones literarias femeninas del Siglo de Oro, y se pueden considerar un antecedente del Barroco por las imágenes afortunadas y el alambicamiento conceptual que ofre¬ cen^’. También las canciones de Isabel de Vega, poetisa 57. Aunque Kate y Ángel Flores, en la Antología..., ed. cit., p. 53, afir¬ man que “su Juego trabado [sic] logró tanta popularidad en la corte”, no nos atrevemos a considerar el Juego trabado que hizo a la reina doña Ysabel... {Cancionero General de 1511, pp. clxxxiij-clxxxv) de la autora, ya que en el Cancionero solamente queda clara su autoría en aquellas cancio¬ nes que expresamente así lo especifican: “Canción de una dama que se dice Florencia Pinar” (“Ay que ay quien mas no vive...”) (p. cxxv), “Otra can¬ ción de la misma señora a unas perdices que le enviaron vivas” (“Destas aves su nación...”) (p. cxxv) y la “Canción de Florencia Pinar” (“Eli amor ha tales mañas...”) (p. clxxxv) seguida de una glosa “del dicho Pinar” entre cuyas composiciones se encuentra. Ello hace pensar que este grupo de com¬ posiciones no correspondan a Florencia Pinar, a la que por regla general se atribuyen. Como de Pinar o “del dicho Pinar” se registran las siguientes: “Como los que van perdidos” (p. clxxxvij), “Después de seros ausente...” (p. clxxxvj), “Hago de lo flaco fuerte...” (p. clxxxviij), “No sé por donde sentró...” (p. clxxxvj), “Guando con baxa escalera...” (p. clxxxviij), “Guando vos ell alma mía...” (p. clxxxv), “Guien encendió mis querellas...” (p. clxxxvij), “Sola mi fe consintió...” (p. clxxxvij), “Guando mas embevescida...” (p. cxxxvj), “Guando yos quise querida...” (p. cxxxij), “Es la voz de mi canción...” (p. cxxvj) y el “Juego trobado que hizo a la Reina Doña Ysabel con el que se puede jugar como con dados y naypes... De Florencia, posiblemente en este caso, Florencia Pinar, figura una “Glosa de Florencia” al mote “Mi dicha lo desconcierta” (“Será perderos pedi¬ ros...”) (p. cxliiij). Sobre esta autora véase “Reflexiones sobre la poesía de Pinar”, en Mester, 1 (1978), pp. 3-8.

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w de la que apenas nada se sabe, alcanzaron celebridad en la transición de los reinados de Carlos V y Felipe II. La poesía profana femenina del siglo XVI, sobre todo en la primera mitad, en comparación con la mística contrarreformista y la lírica barroca, no ofrece un elevado número de poetisas. Sin embargo, la mujer participó del estro literario desencadenado en el siglo xvii y consiguió renombre en una sociedad que le brindaba ocasiones para lucir su habilidad en un género cultivado con entusiasmo por todas las clases sociales^^. Así, el número de mujeres cultas dedicado al ensayo poético se incrementó notable¬ mente en España en la segunda mitad del siglo xvi y fue muy elevado en la primera del siglo xvil. “Poetas eran a la sazón —como afirma Juan Pérez de Guzmán y Gallo— [...] todas las mujeres que tenían cultura en España”^^. La moda italiana de las academias renacentistas cundió en la península a finales del siglo xvi —La imitatoria se creó en Madrid en 1585— produciendo una considerable meta¬ morfosis en la sociedad. Algunos de los salones femeninos se convirtieron en pequeñas academias literarias donde, bajo moldes artificiales procedentes de los movimientos líri¬ cos de moda, se ejercitaba el ingenio de las damas de la aristocracia. La Pítima contra la ociosidad, por ejemplo, fue fundada en Zaragoza por la condesa de Eril y María de Ara¬ gón y Cardona en 1608, y aglutinó un importante número de poetisas aragonesas que rivalizaban en las justas poéticas con composiciones academicistas; también es conocido el caso de Marta de Nevares, a la que Lope conoció en un certamen poético y que reunía en su casa, junto con su her¬ mana, un interesante círculo intelectual. 58. Véase M. Defourneaux, La vida cotidiana en la España del Siglo de Oro, Barcelona, Argos Vergara, 1983, p. 178. 59. Op. cit., p. 92. Véase también p. 106.

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La participación de todas las clases sociales en la eufo¬ ria colectiva de la sociedad de los Austrias, que encontra¬ ba pretexto para la diversión todos los días del año, lle¬ gando en ocasiones a superar los festivos a los de labor, estableció un dinamismo social de intensa participación emocional colectiva en los acontecimientos de la corte y en las solemnidades religiosas. Los natalicios reales, ma¬ trimonios, desplazamiento de los reyes, fallecimientos, etc., eran vividos como propios y dieron lugar a la litera¬ tura de “devoción al trono”^*^, que, a imitación de la cos¬ tumbre italiana, se puso de moda en España en la segunda mitad del siglo XVI, a la muerte de Carlos V. El nacimien¬ to de Felipe IV originó una oleada de concursos literarios en los que Lucinda Serrana, Isabel de Figueroa y Clara de Barrionuevo, entre otras, abrieron los certámenes públi¬ cos al concurso femenino. El género elegiaco gozó de la preferencia del dilettantismo poético de la mujer del Barroco. A la muerte de un personaje célebre de la corte, de la Iglesia, del gobierno o del Parnaso literario, los poderes públicos, civiles, religio¬ sos o universitarios, organizaban las pompas fúnebres. La oleada de poesías necrológicas, que eran publicadas en obeliscos o en coronas fúnebres, ofrece considerable inte¬ rés para nuestro estudio por el elevado índice de partici¬ pación de mujeres y las posibilidades que brindaba a éstas para hacer públicas sus composiciones, aunque sólo fuera dentro del género que aquellas ocasiones requerían. Era, generalmente, una literatura de circunstancias, de limita¬ da inspiración personal y vacía de emociones sinceras, que daba lugar al juego lingüístico y al retorcimiento con¬ ceptual y academicista. Fueron especialmente sentidas las 60. Véase M. Neiken. Las escritoras españolas, Barcelona, Labor, 1930, p. 131.

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muertes de Felipe IV, Juan Pérez de Montalbán y la del príncipe Baltasar en Zaragoza que motivó justas en toda España para inmortalizar su memoria, durante mucho tiempo asociada a la de su madre Isabel de Borbón^^ No sólo los acontecimientos de la corte eran fuente de inspiración literaria. Las grandes solemnidades religiosas —canonizaciones, beatificaciones, traslados de reli¬ quias...— así como la celebración de fiesta en honor de los santos regionales, dieron lugar a concursos literarios que permitieron el exhibicionismo lírico de poetas y afi¬ cionados entre los que abundaban los nombres femeni¬ nos^^. Algunas de ellas como la beatificación de Santa Te¬ resa, que se celebró en 1615 en toda España, aglutinó a un 61. Entre la abundancia de publicaciones de este tipo fueron célebres: la Pompa funeral, Honras y Exequias de Isabel de Bortón..., Honras y obse¬ quias que hizo al cathólico y Christianíssimo Rey D. Filipe Tercero la ciudad de Murcia, Relación de los funerales y obsequias que hizo el Santo y Apostó¬ lico Tribunal de la Inquisición de los Reyes del Perú a Baltasar Carlos de Austria... y especialmente interesantes por el alto grado de participación femenina el Obelisco histórico i honorario que la Imperial ciudad de Zarago¬ za erigió a la inmortal memoria de Baltasar Carlos de Austria, que reunió diez composiciones femeninas (de Jerónima de Viv, Sor Jerónima Maycas, Josefa Arañón, Tomasina Francés, Sor Gracia Antonia Vagués, Ana de Bolea, Beatriz Jiménez, Francisca Lanaja y Francés e Isabel Sanz); y las Lágrimas panegíricas a la temprana muerte del gran poeta y teólogo insigne Doctor Juan Pérez de Montalbán que incorporó veinticinco poemas escritos por mujeres (María de Zayas, María de Aguirre y Pacheco, María de Salazar Mardonés y Aguirre, Inés de Sotomayor, Brígida de Orduña, Angela de Mendoza, Antonia Jacinta de la Barreda, Bernarda María, Juana de Aldana, Petronila de Ávila y Luna, Lorenza de Aguirre Pacheco, Melchora de Garibay, Magdalena de Planeta, Bernarda Ferreira de Lacerda, María de Baraona, Ángela de Sotomayor y María de Aguilera...). 62. Los compendios o relaciones de fiestas también son una buena fuente para el conocimiento de las manifestaciones poéticas femeninas, así son dig¬ nas de mención: el “Soneto a la Comunión de San Ramón Nonato por mano de Cristo”, de Francisca Abarca, presentado en el certamen poético organi¬ zado con motivo de las fiestas de traslación de la reliquia de San Ramón Nonato; la “Canción a San Luis Bertrán” de Sor Ángela Sánchez, recogida

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elevado número de poetisas que dedicaron a la santa sus ofrendas Kricas; las de San Ignacio de Loyola y San Francis¬ co Javier también tuvieron una especial significación litera¬ ria y social y paralizaron la vida de Madrid en junio de 1622. La costumbre de los autores de la época, heredada de los humanistas, de incorporar en los preliminares de sus publicaciones composiciones encomiásticas, enaltecedo¬ ras de su genio y personalidad, es otra de las vías principa¬ les de acceso de la mujer a la literatura de su tiempo, a la vez que una de las fuentes más importantes para el cono¬ cimiento de sus textos. Estas manifestaciones literarias ofrecen no pocas dificultades de autoría, ya que, al ele¬ varse el prestigio del elogio femenino, muchos autores atribuyeron a escritoras apócrifas sus composiciones apo¬ logéticas. A esta extendida costumbre alude Cervantes, irónicamente, en el prólogo del Quijote También la moda de ocultar las mujeres sus nombres bajo seudónimos, de procedencia generalmente clásica, dificulta una atribución rigurosa de sus textos. Se sabe

en Los sermones y fiestas que la ciudad de Valencia hizo por la Beatificación del glorioso Padre San Luys Bertrán; el “Soneto en alabanza de Felipe H” de Cita Canerol, en Compendio de las fiestas que ha celebrado la imperial ciudad de Qaragoqa en honor de Fray Luy Aliaga; la “Silva” de Vicencia de Mendoza y el “Soneto a la Virgen de Cogullada” de doña Petronia de Artabia y Bolea en el Certamen poético de Nuestra Señora de Cogullada..., por citar algunos. 63. —También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos [...] —Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personas graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bauti¬ zar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron buenos poetas. M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Ed. Juventud, 1971, pp. 21-22.

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que Celina, Una Dama, Divina Atandra, Amarilis o Clori identificaban a Francisca de Briviescas Arellano, duquesa de Gandía (que también firmaba con los seudónimos Ar¬ temisa, Doria, Arsinda...), Antonia de Mendoza, María de Córdova y Catalina Clara de Guzmán, respectivamen¬ te; sin embargo, se ignoran los verdaderos nombres que se ocultan tras Felisarda, Leonora, Arminda, Silvia... Una muestra de este género de dificultades en la determi¬ nación de autoría es el curioso y fascinante caso de doña Oliva Sabuco de Nantes, “musa décima” de Lope de Vega en la Representación moral del viaje del alma y hasta nuestro siglo supuesta autora de la obra de su padre, Mi¬ guel Sabuco, Nueva Filosofía de la Naturaleza del hombre (1587). Su erudición y arrogancia, aparentemente demos¬ trada en la carta en que dedicaba la obra a Felipe II, con¬ movió a la sociedad de su tiempo^. La mayoría de los poetas de los Siglos de Oro encontra¬ ban grandes dificultades para la publicación de sus obras, que raramente veían impresas^^. Recordemos, por ejem¬ plo, que de la mayoría de los autores importantes de la época—Cervantes, Góngora, Espinel, Argensola...— no existen impresos de su poesía. Junto con los pliegos suel¬ tos y manuscritos, las únicas posibilidades que tuvieron estos autores, aparte de las ya mencionadas, son las colec¬ ciones como cancioneros, antologías, florilegios, etc., que también admitían firmas femeninas, y que son, además de los preliminares de las obras de autores consagrados o con posibilidades económicas de financiación de obra impre¬ sa, los que nos ofrecen muestras, aunque desgraciada64. Véase sobre este punto el riguroso estudio de Fernando Rodríguez de la Torre, “El autor y la autoría en la obra de Sabuco” en Al-Basit, XIII, n.° 22 (1987) pp. 191-213. 65. Véase A. Rodríguez Moñino, Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de los siglos xvi y xvii, Madrid, Castalia, 1965.

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mente muy parciales, de la lírica de nuestras mujeres. Por otra parte, existía la creencia generalizada de que éstas no debían publicar —recuérdese, por ejemplo, el caso de Fernán Caballero, en el siglo XIX—, y cuando María de Zayas dio a la imprenta sus Novelas amorosas afir¬ maba en “Al que leyere”: “habrá muchos que atribuyan a locura esta virtuosa osadía de sacar a la luz mis borrones, siendo mujer, que, en opinión de algunos necios, es lo mismo que una cosa incapaz”^^. Esta cita, por sí sola, da idea de lo excepcional que era la edición de la obra de nuestras autoras. En este sentido, podemos considerar verdaderamente afortunadas a las escritoras místicas, ya que su obra, en algunos casos a título póstumo, vio la luz pública en la vorágine de la prensa religiosa impulsada por las exigencias de difusión de la doctrina. Frente a és¬ tas, las autoras profanas carecieron del privilegio de ver sus obras reunidas y publicadas. El reducido margen de libertad que los esquemas edu¬ cativos concedían a la libre expresión de la emotividad femenina, en teoría siempre sujeta al recato, y la escasa flexibilidad de los moldes literarios restaron espontanei¬ dad a su expresión literaria. Es difícil encontrar entre las poetisas de la Edad de Oro manifestaciones de la inti¬ midad emocional como la expresaran las musulmanas de la Edad Media. El pundonor exigido por la sociedad a la mujer española la obligaba al fingimiento de una exa¬ gerada virtud, que, sin duda, no siempre tenía. Sería interesante hacer una valoración de la literatura anó¬ nima de carácter culto que, al margen de las limitacio¬ nes impuestas por los convencionalismos sociales, per¬ mitiría la libre expresión de lo amoroso, desde lo pura¬ mente sentimental o afectivo hasta la sensualidad y el ero66. María de Zayas, Novelas... ed. cit., p. 21.

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tismo^^. Al hablar de Luisa Sigea hemos aludido a unos diálogos obscenos que circularon como suyos; al hacerlo de Florencia Pinar, nos hemos referido al erotismo que encierran algunas de sus imágenes poéticas; también es conocida la licencia de las novelas de María de Zayas, y es ocioso recordar el erotismo de la lírica tradicional, lo que indica que, a pesar de las limitaciones sociales y morales, la sensualidad femenina se manifestó, ya sutilmente en los casos mencionados o con la libertad que la licencia del anonimato confería a la expresión del erotismo subterrᬠneo. ¿Cabría, pues, preguntarse por la existencia de una literatura culta de carácter amoroso escrita por mujeres que, cristalizada en el caudal general de la poesía de este género, se incorporaría a los cancioneros? Al margen de los convencionalismos de la época, sólo un reducido número de autoras nos desvelan, muy sutil¬ mente, sus secretos anhelos. Los poemas melancólicos de Luisa Sigea, el platonismo sentimental que emana de la “Canción amorosa” de Cristobalina Fernández de Alarcón, o las nostalgias amorosas que inspiran los versos de dos religiosas. Sor María de Santa Isabel y Sor Juana Inés de la Cruz, elevan su lírica sobre la mediocridad y el con¬ vencionalismo de la de sus contemporáneas y las aproxi-

67. El hecho de que tos textos de este tipo, en los que la mujer parece manifestar libremente sus afectos más íntimos, se presenten siempre de for¬ ma anónima, podría ser una clara muestra de las inhibiciones morales a que la sometía el orden social establecido. Sin contar con ejemplos como el soneto “No me parió mi madre celinpuj...” que, aparentemente escrito por una mujer, podría deber su paternidad, dado su carácter burlesco, a cual¬ quier poeta de la época, recogemos otro ejemplo, también tomado al azar, del Cancionero Antequerano, Madrid, CSIC, 1950: Aflige el pensa¬ miento / el recordar que estuve entre tus brazos, / y de nuevo lo siento / y invidio a la que goza tus abrazos; / dichosa la que fuere, / sin más tiempo que yo te mereciere. / [...] / Concedí a tu ruego, / que no quise ser esquiva; / abrasóme tu fuego, / y en él me abrasaré mientras que viva...

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man, por encima de modas literarias y gustos personales, a la sensibilidad de todos los tiempos. Dentro del grupo de poetas antequerano-granadino, la figura de Pedro de Espinosa aglutinó a un interesante nú¬ mero de ellos en la primera parte de las Flores de poetas ilustres de España (1605), entre los que se encuentran Lu¬ ciana e Hipólita de Narváez junto a la famosa “musa antequerana”, Cristobalina Fernández de Alarcón^®. De de¬ purada formación humanista, en el brillante ambiente de Antequera, centro de la mejor tradición clásica, la “sibila de Antequera”, como llamó Lope de Vega en la “Silva III” del Laurel de Apolo a Cristobalina Fernández de Alarcón, gozaba de una prodigiosa facilidad para la versificación. Sus versos delatan secretos y profundos sentimientos que asoman en sus composiciones amenazando el recato exi¬ gido a la mujer por el estado conyugal. Es conocida la re¬ lación platónica entre la poetisa y Pedro de Espinosa; si bien, tras el fallecimiento de su marido, las esperanzas del poeta se vieron truncadas al contraer, aquélla, nuevas nupcias con un estudiante. Ello entristeció tan profunda¬ mente a Pedro de Espinosa que, en un gesto de desespera¬ ción, se apartó del siglo iniciando, así, vida de ermitaño^^. 68. En la Primera parte de las flores de poetas ilustres de España (1605), se incluyen cuatro composiciones de doña Hipólita de Narváez, de las cuales tres forman parte de nuestra antología (“Atended que menguadas las espa¬ das”, p. 59; “Fuese mi sol y viene la tormenta”, p. 77; “Engañó el navegan¬ te a la sirena”, p. 105 y “Leandro rompe con gallardo intento”, p. 140), dos de doña Cristobalina [sic] (“Cansados ojos míos”, p. 137 y “Reina del cielo que con bellas plantas”, p. 200) y una de doña Luciana de Narváez (“Donde está el oro ilustre Magdalena”, p. 176). 69. Véase F. Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, estudio biográfico, bi¬ bliográfico y crítico, Madrid, Tip. Revista Archivos Bibliotecas y Museos (1907), pp. 69-79 y 196-98; y “Nuevos datos... op. cit., pp. 368-423. En Cancionero Antequerano, 1627-1628, recogido por Ignacio de Toledo y Godoy y publicado por Dámaso Alonso y Rafael Ferreres, Madrid, CSIC, 1950, se incluye un breve compendio de su vida en las pp. 467-469.

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Las composiciones de doña Cristobalina, vinculadas por la luminosidad y brillantez a la escuela antequerana, han sobrevivido por la frescura de la forma y la belleza de sus imágenes barrocas, convirtiéndola en una figura de pri¬ mera magnitud dentro de la lírica del Siglo de Oro. Son numerosas las poetisas que presentan en su obra fuertes resabios gongoristas, como Ana Ataide, Sor Ma¬ ría Sallent, Gregoria Francisca de Salazar, etc. El sello culterano también se hace visible en la obra de la extre¬ meña Catalina Clara de Guzmán que continuó, con gran acierto, la tradición del retrato cultivado por Góngora, Jacinto Polo, Trillo y Figueroa, Salazar y Torres o Sor Juana Inés de la Cruz, que lo utiliza frecuentemente como vehículo de expresión de lo filosófico, amoroso, satíri¬ co...En la obra de Catalina Clara de Guzmán es un tema insistentemente desarrollado en múltiples composiciones^^ algunas de gran ingenio como el “Retrato suyo” que incluimos en nuestra antología. Pero donde la emotividad, el sentimiento y la sensación de nostalgia se manifestaron con mayor sinceridad fue en la poesía de inspiración profana de una religiosa. Sor Ma¬ ría de Santa Isabel, que firmó sus obras con el pseudóni¬ mo de “Marcia Belisarda”, y de la que apenas se conoce

70. Véase el trabajo de Georgina Sabat de Rivers, “Sor Juana. La Tradi¬ ción clásica del retrato poético”, Actas del XX Congreso del Instituto de la Revista Iberoamericana, Austin (Tejas), 1981. 71. “Retrato de un dama en chanza”, “Otro retrato de la misma autora, hecho a imitación de uno que hizo un galán”, “Retrato de una hermana de la Autora, llamada Doña Beatriz”, “Otro retrato en seguidillas de otra her¬ mana llamada Doña Ana”, “Retrato de una viuda en seguidillas”, “Retrato de una hermana de la Autora llamada Doña Antonia”, “Soneto a un retra¬ to”, “Retrato de una dama”... Existe una edición de Joaquín Entrambasaguas de las Poesías de esta autora, Badajoz, 1930. Puede verse también A. Carrasco García, La plaza Mayor de Llerena y otros estudios, [s. 1.], Tuero, 1985.

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más dato que la toma de velo en el Real Convento de la Concepción de Toledo. La variedad temática de sus poe¬ sías ofrece un amplio abanico que va desde los temas reli¬ giosos a los sentimentales, mucho más inspirados, que alientan en su “pluma osada y atrevida” —según el juicio de doña Juana de Bayllo, monja de Santa Isabel en el Real de Toledo— en nostálgicas composiciones como el romance que empieza “Procurad memorias tristes...” o el “Romance melancólico”. Su producción poética se compone de 138 poesías —algunas, como el soneto de tendencia gongorista “Dándome por asumpto cortarse un dedo llegando a cortar un jazmín”, de gran belleza— de diversidad estrófica; romances, villancicos, octavas, décimas, ensaladas, glosas, décimas estrambotadas, etc. La diferencia de inspiración entre los poemas reli¬ giosos y los profanos, en favor de estos últimos, permite suponer que, libre de las limitaciones impuestas a este tipo de obras por el claustro, al que posiblemente no llegó por vocación, “Marcia Belisarda” hubiera sido una de las poetisas más vehementes e interesantes de nuestro siglo XVII. También la lírica de Ana Abarca de Bolea, abadesa del convento de Casbas, muestra una tendencia áulica poco común en la literatura de las religiosas del siglo XVII. En su poesía, las tendencias culta y popular se funden dando lugar a un barroquismo que recuerda al grupo de Salinas y Lastanosa con el que estuvo relacionada. Los versos que se incluyen en Vigilia y Octavario de San Juan Bautista (1679) ofrecen para Manuel Alvar, “todas las exquisiteces del género”; rotundidad conseguida a base de versos fina¬ les plurimembres, versos con diseminación recolectada en un endecasílabo final, etc. En los procedimientos técnicos y en la estructura de sus poemas tampoco se observan diferencias entre estas composiciones y las de cualquier 55

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otro autor del siglo XVII. La temática es variada; alterna la de carácter culto (“Liras al sepulcro de Santa Hildegunda”, “Décimas en loor de los Santos”...) y popular, ya sean romances, villancicos y seguidillas en castellano o ro¬ mances dialectales de temática religiosa^^; composiciones mitológicas (“Décima a Orfeo”) o históricas; laudatorias o funerarias, que se insertan en la mejor tradición del si¬ glo XVII; poemas descriptivos (“Romance a una fuente”, “Romance a Guara”...) entre los que se encuentran los más logrados de su producción, y festivos alternan con los de temas variados (“Liras a unas viruelas”, “A un jazmín”, “A unos ojos de sierpe de piedra”...)^^. En todas las épocas de decadencia, como el reinado de Enrique IV o el período barroco, la sátira, que denota una voluntad de cambio en la expresión del desengaño, ejerce una función catártica que libera tanto al escritor, que derrama con ella su acritud, como a los lectores. En el barroco cualquier motivo fue objeto de burla. Dentro de este género la “Sátira en ovillejo” de doña Francisca Páez de Colindres, en ocasión de querer quitar el uso de los guardainfantes en tiempos de Felipe IV, es una muestra representativa de este género. El espíritu satírico, pun¬ zante, también anima la producción de Justa Sánchez del Castillo. El desenfado y el ingenio que animan sus versos son considerados el nexo con la novela de María de Zayas o de Mariana de Carvajal por su liberalidad moral, análo¬ ga a la de las prosistas. La naturaleza, que por sí misma constituye pretexto para la creación artística, sobre todo en el siglo xvii, ofre72. Existe una edición actual de su Obra en aragonés; Altada al Naci¬ miento. Bayle pastoril al nacimiento. Romance a la procesión del Corpus, Huesca, Consello d’a Pabla Aragonesa, 1980. 73. Véase M. Alvar, Estudios sobre el “Octavario” de Doña Ana Abarca de Bolea, Zaragoza, Archivo de Filología Aragonesa, 1945, pp. 5-10.

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ce bellas muestras descriptivas en las afortunadas compo¬ siciones de Bernarda Ferreira de la Cerda inspiradas en las “Soledades de Busaco” y que han sido consideradas prole sine mater creata’'^. La gran inteligencia y esmerada formación de la poetisa portuguesa la rodearon de una aureola de prestigio a la que contribuyó la dedicatoria de la égloga Filis de Lope de Vega y El Orfeo en lengua cas¬ tellana de Pérez de Montalbán. Se le han atribuido las novelas de caballería Palmerín de Oliva y Primaleón. Un tratamiento poco afortunado del tema histórico lo ofrece su poema épico La España libertada donde narra en for¬ ma rimada la invasión árabe y la Reconquista. Cultivó, como la casi totalidad de las poetisas españolas, el género adulatorio y elegiaco y escribió un volumen de Comedias que incluye Cazador del cielo y La buena y mala amistad. Gran éxito en vida tuvo, también, la autora de la come¬ dia La firmeza en el ausencia, doña Leonor de la Cueva y Silva. Esta poetisa de Medina del Campo, seguramente nacida a finales del siglo XVI, demostró una gran facilidad para la poesía patente en la inspirada enumeración botᬠnica “Liras a la hermosura y variedad de las flores de la primavera” que presenta un donaire muy del gusto- del siglo XVII y que, junto al tratamiento de los celos, tópico dentro del tema amoroso, y la poesía elegiaca, la vinculan plenamente al Barroco. Y no podemos concluir este somero repaso de las mani¬ festaciones líricas femeninas sin citar a Mariana de Carva¬ jal y detenernos en dos figuras destacadas dentro del pa¬ norama de la literatura femenina de los Siglos de Oro: la dramaturga Ana Caro Mallén de Soto y la novelista María de Zayas. Las tres sobresalieron por otros géneros, pero su inspiración poética se pone de manifiesto en las com74. Serrano Sanz, Antología..., op. cit., p. XXVI.

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posiciones intercaladas en sus novelas y en la versificación dramática. Ana Caro Mallén, la “décima musa” sevillana, como la llamó Vélez de Guevara en El diablo cojuelo, se dedicó al género dramático en el que obtuvo gran celebridad en vida. El conde Partinuplés se publicó en el Laurel de Co¬ medias de diferentes autores de 1653^^. Menor fortuna tuvo Valor, agravio y mujer, que no llegó a publicarse en vida de la autora y de la que tomamos los fragmentos líri¬ cos que la representan en nuestra antología^^. Entre su producción poética destaca la Loa sacramental compuesta para las fiestas del Corpus de 1639, que se sitúa en la línea del Segundo coloquio de Lope de Vega entre un Portu¬ gués, y un Viscayno, un estudiante, y un mogo de muías, publicado en 1615. Los interlocutores de la Loa de Ana Caro son un portugués, un francés, un morisco y un negro que dialogan en sus correspondientes jergas. El resto de su producción poética es de tono panegírico^^. Son céle¬ bres las décimas que dedicó a María de Zayas, con quien, al parecer, mantuvo una entrañable amistad, y que figu¬ ran al frente de las Novelas amorosas y exemplares de ésta, publicadas en 1638.

75. Existe una edición en la BAE, en el volumen de Dramáticos posterio¬ res a Lope de Vega (T. XLIX), Madrid 1859, pp. 125-138. 76. Inédita hasta que Serrano Sanz la publicó en Apuntes... op cit., pp. 179-212. 77. Sobre Ana Caro puede verse: A. Lasso de la Vega, Historia de la escuela poética sevillana, 1871, pp. 205-6; J. Sánchez Arjona, “Ana Caro de Mallén”, en El teatro en Sevilla en los siglos xvi y xvii. Madrid, Alonso, 1887; C. Pérez Pastor, “Noticias y Documentos”, en Memorias de la Real Academia Española, X (1911), p. 97; F. López Estrada, “La relación de las Fiestas por los Mártires del Japón, de Doña Ana Caro Mallén de Soto (Sevi¬ lla), 1628”, Cieza, 1978 (tirada aparte del Libro-Homenaje a Antonio Pérez Gómez, pp. 51-69) y “Loa al Stmo. Sacramento de Doña Ana Caro”, Revis¬ ta de Dialectología y Tradiciones populares, 32 (1976), pp. 263-74.

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De la “Nueva Safo”, “Nueva Pola Argentarla” o “Gran Sibila mantuana” como Ana Caro llamó a María de Zayas^^, la más famosa novelista del siglo, son bien pocos los datos biográficos que han llegado hasta noso¬ tros. Se barajan múltiples hipótesis sobre su vida sin que ninguna pueda darse por cierta. En torno a su nacimiento, la crítica se muestra casi unánime en afirmar que era ma¬ drileña y, por la cronología de sus novelas, sabemos que su vida transcurrió en la primera mitad del siglo xvii. Además de las dos colecciones de novelas breves que la hicieron famosa —las Novelas amorosas y ejemplares y la Parte segunda del Sarao y entretenimiento honesto— es¬ cribió la obra teatral Traición en la amistad que no llegó a ver publicada^^. A juzgar por el testimonio de sus con¬ temporáneos, participó con éxito en certámenes poéticos. Sus composiciones líricas salpican sus novelas, y en ellas prueba, junto con la habilidad para la versificación de¬ mostrada en su obra dramática, que también era una ex¬ celente poetisa. En la línea de las novelas de María Zayas, las de Maria¬ na de Carvajal también ofrecen una buena muestra poéti¬ ca. Sus Navidades de Madrid y noches entretenidas se edi¬ taron en Madrid en 1663 y 1668**^. Su desenfadado estilo

78. En las décimas “A Doña María de Zayas Sotomayor”, Novelas amo¬ rosas y ejemplares, ed. cit., pp. 10-11. 79. Serrano y Sanz, en Apuntes..., op. cit., t, II, pp. 590-620, la publicó según un manuscrito del siglo xvii custodiado en la Biblioteca Nacional. 80. En el prólogo, Mariana de Carvajal afirma haber escrito también doce comedias hoy desconocidas. El costumbrismo de su obra supone una buena fuente para el conocimiento de la vida cotidiana. Ha sido estudiado por C. B. Bourlan en “Aspectos de la vida del hogar en el siglo xvii según las novelas de doña Mariana de Carabajal y Saavedra”, en Homenaje a Menéndez Pidal, II (1925), pp. 331-368. Serrano Sanz, en Apuntes... ofrece algunos documentos inéditos sobre la autora. Puede verse, también, L. P. Pfandl, Historia de la literatura española en la Edad de Oro, Barcelona, 1933.

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trasciende, a veces, a las poesías intercaladas en sus nove¬ las, como en la fábula “Apolo y Dafne”, incluida en La industria vence desdenes. El tipo de novelas y el estilo de Mariana de Carvajal recuerdan a los de María de Zayas. Y después de esta breve aproximación a lo que fue la vida de la mujer en los Siglos de Oro y sus manifestaeiones líricas, dejaremos que sea el lector quien, tras el encuentro con los textos que aquí ofrecemos, valore la importancia o el interés que en él suscitan. Por nuestra parte, nos limi¬ taremos a concluir recordando que en la actualidad, en uno de los momentos en que cualquier cosa es pretex¬ to de publicación, tareas más urgentes están todavía por hacer; la de rescatar los nombres más preclaros de nuestra historia literaria femenina del velado anonimato, del olvi¬ do secular en que han perecido sus obras, y la de recons¬ truir arquitectónicamente una parte importante y tan poco explorada de nuestro patrimonio literario. Faltan biografías, trabajos monográficos, eruditos o divulgativos; valoraciones de conjunto; una historia de la lite¬ ratura femenina que permita incorporar a nuestras es¬ critoras de relieve a la categoría de clásicos; desenterrar, reunir y difundir sus textos que yacen, la mayoría inéditos, sepultados en archivos y bibliotecas; estudiar sus docu¬ mentos, analizar su vinculación a las corrientes literarias de la época y un larguísimo etcétera donde todo cabe, porque nada, o casi nada, hay hecho. Es preciso iluminar una zona todavía oscura de un período en el que el desarrollo litera¬ rio llegó a su cénit; bajar el puente levadizo que nos permi¬ ta cruzar, por encima del olvido hasta la Edad de Oro e iniciar una bellísima aventura, la de restituir a nuestras literatas, honestamente, la individualidad que humana y artísticamente les corresponda. ANA NAVARRO

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Bibliografía

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sí como las escritoras del siglo XIX cuentan con una nutrida bibliografía, y de ellas existen ya varios catálogos, el yermo bibliográfico de nuestras autoras clásicas es de una penuria lamen¬ table. Desde principios del presente siglo, cuando Serrano Sanz pu¬ blicó los Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas, poco más se ha hecho. Una bibliografía general sobre el tema ofrece el tomo II, Reper¬ torio por profesiones y otras características personales, a cargo de Miguel Rodríguez San Vicente en la Biblioteca Bibliográfica Hispᬠnica, dirigida por Pedro Sáinz Rodríguez, Madrid, FUE, 1976, bajo el epígrafe “Mujeres” (cap. XXIV). A esta obra y al “Estudio pre¬ liminar” de los Apuntes... —donde se hace un análisis crítico selec¬ tivo de la bibliografía publicada desde el De Academiis et Claris Hispaniae scriptoribus de García Matamoros hasta 1898, fecha de publicación de La mujer española en la Minerva castellana de Pérez de Guzmán— remitimos al lector interesado en la bibliografía ante¬ rior a este último trabajo. Ocioso resulta recordar la utilidad de la Bibliografía de la Literatura Hispánica, Madrid, CSIC, 1972, de José Simón Díaz; y el Ensayo de un Diccionario de mujeres célebres de F. C. Sáinz de Robles, así como el trabajo de Margarita Nelken, Las escritoras españolas, ofrecen también un interesante apéndice bibliográfico. A través de las notas a pie de página de nuestra introducción hemos procurado ofrecer una pequeña guía bibliográfica sobre los

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BIBLIOGRAFÍA

temas y las autoras tratados, con excepción de Santa Teresa de Je¬ sús, Sor Juana Inés de la Cruz o María de Zayas que cuentan ya con una importante bibliografía al alcance de todos. Aquí reseñaremos únicamente los trabajos de conjunto más accesibles que conside¬ ramos básicos para un primer acercamiento a las autoras de los si¬ glos XVI y XVII y a su literatura; Alcalá Galiano, Emilio: Escritoras españolas de mayor mérito y ce¬ lebridad. Madrid, Fortanet, 1879. Discurso académico leído en la RAE. Trabajo de carácter compendioso y superficial. Barbeito Carneiro, M.^ Isabel: Escritoras madrileñas del siglo XVII. Tesis doctoral. Departamento de Bibliografía. Facultad de Fi¬ lología. Universidad Complutense de Madrid. Editada en ti¬ rada muy corta por la Sección de Reprografía de esta Univer¬ sidad. Estudio biográfico crítico sobre las autoras madrileñas del siglo XVII. Contiene información biográfica, descripción de sus obras, fuentes documentales y estudios de numerosas escritoras, mu¬ chas de ellas desconocidas. Conde, Carmen: Al encuentro de Santa Teresa. Murcia, [la autora], 1978. Análisis muy personal de la mística femenina española. En la primera parte, “Antes y después de Santa Teresa”, previo al anᬠlisis de esta figura, la autora se detiene en Sor María de San José, Sor Ana de San Bartolomé, Sor María de la Antigua, doña Luisa de Carvajal y Mendoza, Sor Luisa de la Ascensión y Sor Juana Inés de la Cruz, entre otras. Ofrece una selección de textos re¬ presentativos de las autoras tratadas. Nelken, Margarita: Las escritoras españolas. Barcelona, Labor, 1930. Ofrece una visión de conjunto, una síntesis de la Historia de la literatura femenina desde la España romana hasta nuestros días. Atendiendo a criterios cualitativos selecciona los nombres de ma¬ yor significación, ya sea por su interés literario, histórico o su incidencia en la evolución del género cultivado. El capítulo más importante del Siglo de Oro es el dedicado a Santa Teresa de Jesús. Repertorio bibliográfico.

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BIBLIOGRAFÍA

Pérez de Guzmán y Gallo, Juan: Bajo los Austrias. La mujer espa¬ ñola en la Minerva literaria castellana. Madrid, Escuela Tipogrᬠfica Salesiana, 1923. Aunque presenta algunas inexactitudes, es interesante por el gran acopio de noticias y acontecimientos literarios, así como de autoras, seleccionadas con criterios más cuantitativos que cuali¬ tativos. Este trabajo parece ser el punto de partida de los Apun¬ tes de Serrano Sanz. Sáinz de Robles, Federico Carlos: Ensayo de un Diccionario de mu¬ jeres célebres. Madrid, Aguilar, 1959. Diccionario bio-bibliográfico universal con referencias breves so¬ bre gran número de escritoras y mujeres célebres españolas de los siglos XVI y XVII. Contiene breve bibliografía sobre cada una de ellas y un completo catálogo general en las pp. 1230-1270. Serrano y Sanz, Manuel: Antología de poetisas líricas. Madrid, Tip. de la “Revista de Arch., Bibl. y Museos”, 1915. Obra divulgativa que incluye una abundante representación de poetisas. En la introducción se hacen consideraciones sobre la literatura femenina, las autoras y textos seleccionados. Los lími¬ tes cronológicos abarcan desde el siglo XV al XIX. Los textos, de los que indica siempre la procedencia, se publican precedidos de una biografía sobre las poetisas, basadas, salvo en contadas ocasiones, en las publicadas en los Apuntes... Véase nota 2 de la introducción. —Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833. Madrid, Establecimiento Tip. “Sucesores de Rivadeneyra”, 1903-1905. Reed. Madrid, Atlas, 1975. Es el trabajo bio-bibliográfico más erudito, interesante y comple¬ to, y punto de partida obligado para iniciar cualquier aproxima¬ ción a las autoras de los siglos xv a XIX. En el prólogo se analizan críticamente los trabajos sobre el tema publicados con anteriori¬ dad a 1905. Ofrece abundante documentación de gran interés sobre las escritoras y textos inéditos hasta ese momento. Com¬ pleto catálogo descriptivo de manuscritos e impresos.

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Criterios de esta edición

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a preparación de una antología es para el editor de textos una tarea ingrata. Cualquiera que sea el criterio de selección de obras y autores, siempre encontrará un lector insatisfecho, antólogo en potencia con una imagen apriorística de lo que debe ser tal selección, que descubra “imperdonables lagunas”. Lo asumimos. No obstante, expondremos brevemente cuáles han sido los criterios que interrelacionados, aunque sujetos a un orden de prioridades, han regido la presente edición. En primer lugar, atendiendo al concepto tradicional y generaliza¬ do de lo que es una antología, hemos procurado escoger aquellos textos cuya calidad literaria los hace inexcusables en una publica¬ ción de este tipo. Así, tanto en una antología específica como la nuestra, como en otras más generales, no se pueden omitir, bajo ningún concepto, nombres tan significativos dentro del período acotado cronológicamente como el de Santa Teresa de Jesús o Sor Juana Inés de la Cruz. Aunque en principio nos inclinábamos a prescindir de las autoras místicas, que, como ya hemos visto, pudie¬ ron ver sus obras reunidas y publicadas, consideramos que sin ellas nuestra antología no sería suficientemente representativa de lo que fue la lírica escrita por mujeres en el Siglo de Oro. Sin embargo, en el caso de la primera hemos restringido el número de composi¬ ciones que la representan, dada la difusión que tienen sus obras, reservando así ese espacio a otras autoras desconocidas para la ma¬ yoría.

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CRITERIOS DE ESTA EDICIÓN En segundo lugar, preparar una antología también supone re¬ sucitar y reconstruir histórica y literariamente una época. En este sentido hemos dado cabida a aquellos textos que cumplen esta doble función, los que por un lado mejor representan lo que fue la poesía femenina en sus múltiples aspectos y, por otro, los que, a través de su engarce cronológico, nos permiten acceder a un conocimiento, aunque indirecto, de su momento histórico. La poesía de cancionero, así como las tendencias conceptista y culte¬ rana y ciertos núcleos como el antequerano, aragonés, etc., están representados en géneros muy cultivados como la poesía apologé¬ tica o laudatoria, ya inspiradas por la publicación de obras de evi¬ dente incidencia literaria como la Araucana de Ercilla, La Angélica de Lope... o, dentro del género de “devoción al trono”, por aconte¬ cimientos importantes para la vida política del país como la muerte de Isabel de Borbón o el nacimiento de Felipe IV. También los grandes acontecimientos de la vida religiosa están presentes en este volumen. Así mismo hemos incluido una muestra testimonial de autoras portuguesas —Bernarda Ferreira de la Cerda, Violante do Ceo—, hispanoamericanas o judías que escribieron en castellano, siguien¬ do los criterios de La Barrera y Menéndez Pelayo, y consideran¬ do que es la lengua y no la geografía ni el origen los que marcan las fronteras de la literatura. Las novelistas —María de ¿ayas y Maria¬ na de Carvajal—, como también la dramaturga Ana Caro, que des¬ tacaron como poetisas, ocupan, igualmente, su lugar en nuestra edición. Finalmente creemos innecesario recordar que esta antología, como todas las antologías, también obedece a criterios mucho más subjetivos que los anteriores. En definitiva, el antólogo se identifica con determinados textos, luego es seducido por ellos, y su elección no deja de ser, por tanto, un acto de amor. En este sentido nos hemos dejado seducir por composiciones en las que vibra el senti¬ miento humano como la “Canción” de Luisa Sigea, la “Canción amorosa” de Cristobalina Fernández de Alarcón, el “Romance me¬ lancólico” de “Marcia Belisarda”, la poesía amorosa de Sor Juana Inés de la Cruz, algunas poesías místicas, el delicioso “Romance morisco” de Cristobalina Enríquez, etc., quizá más imperfectas for¬ malmente que otras muchas de las incluidas, pero, sin duda, atem¬ porales por su sinceridad emocional.

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CRITERIOS DE ESTA EDICIÓN

Dado el carácter divulgativo de esta edición no damos variantes textuales, pero indicamos en nota la fuente de donde procede el texto que publicamos. Hemos procurado ser escrupulosos en la lec¬ tura y tratamiento de los mismos. Siempre que ello ha sido posible, hemos leído la fuente original, ya sea manuscrita o impresa, y así lo especificamos en cada caso. Cuando lo tomamos a través de una fuente indirecta también lo hacemos constar, citando, además, el' texto de procedencia si se conoce. Nos ha parecido oportuno, dada la forma en que está concebida esta antología, prescindir de notas de interpretación filológica o erudita, anotando, solamente, aque¬ llas palabras o referencias históricas que permitan una mejor com¬ prensión del texto o del período histórico en el que éste se inserta. Han sido corregidas erratas evidentes y actualizada la puntuación. Y no podemos terminar sin reconocer la deuda contraída con la bibliografía manejada y expresar nuestro agradecimiento a don Alonso Zamora Vicente por las facilidades obtenidas en la investi¬ gación realizada en la RAE. A don José Simón Díaz, que tan ama¬ blemente ha atendido nuestras consultas bibliográficas. A doña Paloma Gracia, don Antonio del Campo, Sor Amada —abadesa del Real Convento de Santa Clara de Carrión de los Condes—, y, una vez más, y muy especialmente, a don Manuel Sánchez Mariana y a don José Fernández Sánchez por su generosa e inestimable cola¬ boración en la presente edición. A todos, gracias. A. N.

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ANTOLOGÍA

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