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Spanish Pages [301] Year 2006
Filosofía Contemporánea
W ittgenstein La modernidad, el progreso la decadencia
Jacques Bouveresse . . ERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO *
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS
Colección: FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
JACQUES BOUVERESSE
WITTGENSTEIN: LA MODERNIDAD, EL PROGRESO Y LA DECADENCIA J uan C. G onzález y Margarita M. Valdés
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS MÉXICO 2 0 0 6
B3376.W564 B6518 Bouveresse, Jacques Wittgenstein: la modernidad, el progreso y la decadencia / por Jacques Bouveresse; traducción Juan C. González y Margarita M. Valdés. —México, D.F.: UNAM, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 2006. 304 p. Traducción de: Essais. I, Wittgenstein, la modernité, le progrès 8c le déclin ISBN: 970-32-3434-8 1.Wittgenstein, Ludwig, 1889-1951 2. Filosofía — Si glo XX I. González, Juan C., tr. II. Valdés, Margarita M., tr. III. Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Filosóficas IV. t.
Edición original: Essais I. Wittgenstein, la modernité; le progrès et le déclin Textos reunidos y organizados por Jean-Jacques Rosat © Éditions Agone, Marseille, France, 2000 Cuidado de la edición: Laura E. Manríquez Composición y formación tipográfica: Claudia Chávez Aguilar DR © 2006, Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Investigaciones Filosóficas Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, México, D.F. Tels.: 5622 74 37 y 5622 75 04; fax: 56 65 49 91 Correo electrónico: libros@filosofícas.unam.mx Página web: http://www.filosoficas.unam.mx Impreso y hecho en México ISBN 970-32-3434-8
PRESENTACIÓN DE LOS TRADUCTORES
El presente libro tiene dos enormes atractivos: versa sobre el más grande pensador del siglo XX, Ludwig Wittgenstein, y está magistralmente escrito por Jacques Bouveresse, un gran filó sofo contemporáneo y profundo conocedor del filósofo vienés. Un filósofo tan rico y complejo como Wittgenstein necesita un presentador y comentarista que conozca a fondo el intrin cado mundo cultural de donde provino y que comparta con él algunos de sus gustos y virtudes, algunas de sus fobias y sus ma nías y muchos de sus intereses. Wittgenstein tiene en Jacques Bouveresse al comentarista ideal. Gran conocedor de la cultu ra vienesa de fines del siglo XIX, Bouveresse es ese hermanocómplice, ese discutidor inteligente, riguroso, honesto, exigen te, que nos brinda en los ensayos recogidos en este volumen un retrato fidedigno e iluminador del autor del Tractatus y las Investigaciones filosóficas. La imagen que nos ofrece aquí Bou veresse abarca no sólo al Wittgenstein filósofo, sino también al intelectual de su tiempo, al Wittgenstein artista, al hombre desencantado por el progreso y la modernidad, al enemigo de la grandilocuencia y de las “explicaciones” en filosofía, al pen sador irónico y feroz que revolucionó la filosofía anglosajona en la primera mitad del siglo XX y le imprimió un sello in deleble. Como señala el propio Bouveresse en el prefacio, no descubrimos a este personaje excepcional y complicado en las obras estrictamente filosóficas que Wittgenstein escribió con ánimos de publicar algún día, sino en sus escritos marginales, en sus observaciones variadas sobre la cultura de su tiempo, diseminadas en todos sus textos, y en las conversaciones y re cuerdos recogidos por muchos de quienes tuvieron el privile-
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gio de conocerlo personalmente y de tratarlo. El trabajo de investigación y de organización de datos sobre la persona y el pensamiento filosófico de Wittgenstein realizado por Bouveresse en los textos aquí reunidos es enorme, y la calidad de cada uno de sus esos textos está a la altura de la empresa que su autor se propuso realizar. Jacques Bouveresse es uno de esos extraños filósofos con temporáneos difíciles de ubicar de acuerdo con la distinción simplificadora que se hace en los ámbitos académicos entre fi losofía “analítica” y “continental”, pues aunque de hecho fue uno de los introductores de la filosofía analítica en Francia y tiene una obra impresionante dentro de esa tradición, lo ve mos moverse como pez en el agua cuando discute y examina a filósofos y temas situados a ambos lados de la frontera que marca aquella distinción. Bouveresse es un pensador original, erudito y penetrante, gran conocedor de los temas analíticos, pero siempre abierto al diálogo y la discusión con otras tradi ciones filosóficas, así como con otros campos del conocimien to. Amigo del lenguaje sencillo y desmistificador, rechaza con vehemencia los discursos pretenciosos y las fanfarronadas filo sóficas. Prefiere la discreción y el pudor, a la arrogancia y la estridencia, pero toma posición sin titubeos ni disimulos sobre asuntos polémicos; puede parecer a primera vista conservador, prudente y reservado, pero es, sin duda, uno de los más decidi dos defensores de los valores de la Ilustración. Con tales carac terísticas no es sorprendente que Bouveresse y su obra resulten difíciles de clasificar y que, por lo menos fuera de Francia, se lo considere un autor “raro”. Algunas de sus obras han sido traducidas a diferentes idio mas, pero pocas al castellano. La idea de verter el presente libro en esta lengua no sólo tiene por objeto subsanar esa de ficiencia; también obedece al deseo de dar a conocer el pensa miento de uno de los más importantes intelectuales europeos a un público amplio del mundo de habla hispana. Si bien la presente obra está escrita por una de las mayores autoridades sobre Wittgenstein, no sólo está dirigida a los especialistas en la materia, sino al público culto en general que quiera cono cer algunos aspectos centrales del pensamiento y la personali dad de Wittgenstein: su actitud hacia el progreso y la moderni
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dad, hacia la ciencia y el arte, y la manera como repercute en él el hundimiento de la cultura vienesa que le tocó presenciar. Jacques Bouveresse ha escrito más de diez libros y cien ar tículos que le han valido una sólida reputación entre los intér pretes de la filosofía de Wittgenstein. Durante más de veinte años fue profesor en la Universidad de la Sorbona y actual mente es titular de la Cátedra en Filosofía del Lenguaje y del Conocimiento en el Collège de France, prestigiosa y tradicio nal institución académica francesa. Para finalizar sólo deseamos hacer una aclaración. Para esta versión en castellano, en general nos hemos atenido a las tra ducciones existentes de los textos de Wittgenstein en este idio ma. Sin embargo, en algunos pasajes nos hemos permitido mo dificar ligeramente las traducciones con el fin de mantener la fidelidad al original. Juan C. González y
Margarita M. Valdés México, D.F., febrero de 2005
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Los ensayos recogidos en este volumen tratan sobre aspectos del pensamiento de Wittgenstein que prácticamente no apa recen en los textos filosóficos que él destinó a la publicación y que durante mucho tiempo han sido considerados relati vamente marginales. El lector de sus escritos filosóficos a me nudo se pregunta, con una curiosidad que esos escritos no ayu dan mucho a satisfacer, cuál podría haber sido su actitud hacia el mundo contemporáneo, cuál habría sido su reacción a los dramáticos acontecimientos que sacudieron Europa y el mun do durante la época en que vivió, y cuáles pudieron haber sido sus opiniones acerca de cuestiones que versan sobre la moder nidad y el progreso, el arte y la literatura de ayer y de hoy, la moral, la política, la religión o la filosofía de la historia. Es de esta suerte de cuestiones de las que se ocupa principalmente este libro. A decir verdad, en la actualidad los aspectos sobre los que escribo aquí cada vez son menos ignorados y tienden, por el contrario, a adquirir una importancia creciente para cierta ca tegoría de lectores. Incluso llegan a ser tratados como si re presentaran al “verdadero” Wittgenstein —o en todo caso al más interesante—, el cual, según esto, se nos habría ocultado o habría sido ignorado por la mayoría de los comentaristas auto rizados y estaría en vías de sernos revelado. Hasta el momento presente había dos Wittgenstein: el primero, el del Tractatus (1921), el segundo, el de las Investigacionesfilosóficas (1953), una distinción cuya pertinencia, cabe decir, ha sido cuestionada por algunos. Pero tal parece que en adelante habría un tercero —que no corresponde a una distinción entre diferentes filoso-
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fías, sino a una oposición entre la filosofía en general y un uni verso de preguntas y de respuestas que la trascienden—, cuya obra está esencialmente hecha de cosas que no escribió, ya sea porque, según la distinción que introdujo en el Tractatus, no las consideró decibles, o porque no creía tener que hablar de ellas en el contexto de la investigación filosófica, en el sentido en el que él la entendía, y no deseaba expresarse públicamen te sobre ellas a título personal. Wittgenstein declaró en alguna ocasión que no tenía opiniones en filosofía. Pero hoy, a los ojos de muchos, parece más importante conocer las opiniones que de cuando en cuando pudo formular sobre las más diversas cuestiones, que comprender lo que consideraba realmente un problema filosófico y lo que trataba de hacer en filosofía. A primera vista parece razonable suponer que el mensaje que quería dejar a la posteridad reside en primer lugar en su obra filosófica y, con más exactitud, en los textos que fueron concebidos explícitamente con el propósito de ser publicados. Pero también podemos sentirnos tentados a considerar, y ésta es una tentación a la que cedemos cada vez más fácilmente, que lo más importante e incluso tal vez lo más filosófico se encuen tra en otras partes, en los sitios en los que el hombre aparece tanto o más que el pensador, en los que se libera de la reser va y la disciplina severa que se impone el filósofo al trabajar, tanto en lo concerniente a la elección de los temas que aborda, como a la manera de tratarlos, y se expresa de una forma a la vez más libre y más personal sobre una multitud de temas que se hallan aparentemente ausentes de su filosofía y que, al parecer, también podrían estar ausentes de sus intereses. ¿Qué hacer, para alguien que sólo conoce su obra filosófica, de lo que a primera vista parece ser ese “otro” Wittgenstein, que no es accesible más que en los márgenes, a través de observaciones dispersas en los manuscritos, las notas personales, los diarios (más o menos) íntimos, los testimonios de quienes lo trataron personalmente y los trabajos de los biógrafos? Si la idea de un “tercer Wittgenstein”, puesta en circulación recientemente, no me pareciera muy cuestionable por múlti ples razones, podría decir que es ése el Wittgenstein que me interesa en estos ensayos. Como se verá, su descubrimiento es, en realidad, todo menos reciente, y sólo es tal para aquellos
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que no sabían, por ejemplo, que Wittgenstein daba a la ética una importancia por encima de todo lo demás, que en su filo sofía no sólo se ocupó de cosas como la lógica y el lenguaje, que de ninguna manera era un defensor de “la concepción científica del mundo”, al estilo del Círculo de Viena o de algún otro pensador, y que de ningún modo desdeñaba los proble mas más importantes que la situación mundial contemporánea le plantea por principio a un filósofo. En relación con ese tipo de temas, todos los buenos comentaristas han sabido qué espe rar y lo han expresado con bastante claridad desde hace mucho tiempo. Lo nuevo es simplemente que hoy día disponemos de un número mucho mayor de documentos que nos permiten conocer más el tipo de hombre que era Wittgenstein y lo que podría haber dicho sobre ciertos temas, si en general no hu biera elegido abstenerse de hablar de ellos en sus trabajos de filosofía. También podríamos decir que hoy en día se ha vuel to posible formarse una idea mucho más exacta de lo que él mismo llamó “el espíritu” con el que escribía y la distancia con siderable que separa ese espíritu del de la corriente dominante de la civilización de su tiempo (lo cual probablemente también significa del espíritu de nuestro tiempo) y, por desgracia hay que reconocerlo también, de la manera como su obra ha sido entendida por muchos de sus intérpretes que no por ello se han equivocado necesariamente sobre su contenido explícito. Wittgenstein consideraba como un error categorial y tam bién como una falta de naturaleza ética el hecho de intentar hacer explícito el espíritu mismo. Y, sin duda, no es una casua lidad que no haya intentado hacer explícito el de su filosofía. Ésta no está hecha de dos cosas, lo que dijo y algo más que que de por explicar y cuya explicación hubiere de ser, si creemos lo que algunos dicen, una tarea que, en lo sucesivo, compe te principalmente a los moralistas, a los críticos literarios y a los artistas, más que a los comentaristas que han cometido el error de concentrar su atención esencialmente en el contenido de su filosofía. Desde luego, no es reemplazando el estilo del comentario filosófico erudito por el del ensayo literario como podemos escapar del riesgo de equivocarnos tan gravemente como lo han hecho otros respecto del espíritu con el que Witt genstein quería que se le leyera. Durante mucho tiempo, la con
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cepción típicamente deflacionista que tenía de la naturaleza de la filosofía y la ironía con la que solía tratar sus pretensiones tradicionales jugaron en su contra (entre la mayoría del públi co filosófico, en todo caso). Pero, como era de esperar, hoy son aprobadas con entusiasmo por los que no creen en la filosofía, los que comparten la ironía de Wittgenstein, aunque desgracia damente no su pasión por los problemas filosóficos ni tampoco su convicción de que son importantes, y que toman sus deseos por la realidad cuando imaginan que si, como se suele suponer, Wittgenstein quería suprimir la filosofía, eso no podría ser más que para la máxima gloria de la literatura, única dueña, a fin de cuentas, de las “respuestas” interesantes. A mi entender, ésta es justamente una manera de equivocarse sobre el espíritu de su filosofía, tan burda como la que consiste en tratarlo como un adorador de la ciencia o como un positivista simplemente un poco más sutil que otros. Existe cierta ironía en el hecho de que la primera obra que consagré por completo a Wittgenstein, La rime et la raison. Science, éthique et esthétique chez Wittgenstein (1973), trataba pre cisamente sobre el tipo de cuestiones cuya importancia se re procha hoy día a los comentaristas “oficiales” haber ignorado. Pero muchas cosas han cambiado desde entonces. El material en el que uno se puede apoyar para hablar de esta dimensión de su obra se ha enriquecido considerablemente, como dije antes, y hay una diferencia enorme entre lo que se sabe hoy y lo que se podía saber o sólo sospechar en la década de 1970. A eso hay que agregar el hecho de que los estudios wittgensteinianos en general se han desarrollado en los últimos decenios de forma sumamente notoria y lo han hecho en un sentido que, a mi parecer, es el de un progreso indiscutible e, incluso, en ciertos casos, espectacular. Así, no sin titubeos, tomo hoy el riesgo de reeditar textos de los cuales el más antiguo data ya de hace veinticinco años. Mi única razón para hacerlo es el sentimiento de que, aun teniendo en cuenta su relativa anti güedad y todas las imperfecciones que contienen, hoy todavía pueden resultar de alguna utilidad para la comprensión de la personalidad intelectual y de la obra de Wittgenstein. Por desgracia, era prácticamente imposible limitarse a re editar los ensayos en su forma inicial. Tanto en razón de su
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extensión, como en razón de evitar las interferencias y las repe ticiones, hubo que suprimir y modificar de manera importante varias partes. Algunos de los capítulos que aparecen a conti nuación tuvieron que rehacerse a partir de materiales tomados a la vez de varios artículos originales. Este trabajo de revisión y edición, a la vez ingrato y difícil, fue llevado a cabo ente ramente, con notable buen sentido, habilidad y cuidado, por Jean-Jacques Rosat; por ello, es evidente que le debo agrade cimientos especiales. Sin él, esta obra muy probablemente no habría visto nunca la luz y sus méritos, si, como lo espero, tiene algunos, serían seguramente mucho menores. Mi contribución personal se limitó a hacer la corrección de algunas inexactitu des, a escribir de nuevo ciertos pasajes que me parecieron poco satisfactorios en la actualidad y a añadir algunas precisiones y referencias que no aparecían en los textos originales. Quiero expresar también un agradecimiento particular a Éditions Agone y a Thierry Discepolo, que concibió el proyecto ambicioso y valiente de reeditar en varios volúmenes la mayor parte de los artículos, algunos de ellos difícilmente accesibles y otros imposibles de encontrar hoy día, que escribí durante un lapso que abarca alrededor de treinta años. Si he queri do empezar con este conjunto de trabajos sobre Wittgenstein, ciertamente no es con el mero propósito de recordar que los comentaristas más antiguos no siempre ignoraron lo esencial; es también porque algunas de las cosas que se pueden leer desde hace algún tiempo sobre Wittgenstein me hacen pensar, justamente, que quizá sea tiempo de tratar de volver a ellos.
] LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA HUMANIDAD* Sí, a pesar de codas las pruebas en contra, Kakania fue quizás, después de todo, nn país para genios; y sin duda esa también fue su mina. L
Robert Musu.
Los hombres normales son para mí una bendición y una tortura al mismo tiempo. Lunwío Wi ttgensiein
Hablar de la vida de Wittgenstein es, en cierto sentido, casi tan difícil y problemático como hablar de su filosofía, pues Win genstein pertenece a la generación de desarraigados a quienes —escribe Stefan Zweig—no les fue permitido gozar de eso que podemos convenir en llamar “una vida“: Frecuentemente me sucede que, cuando menciono aturdidamen te “Mi vida”, me pregunto a pesar mío:M¿Cuál vida?“ ¿La de antes de la guerra mundial, la de antes de la primera o la de antes de la segunda, o bien la vida actual? Y de nuevo me sorprendo dicien do: “Mi casa4', sin saber inmediatamente a cuál de todas las del *E1 título de este texto —idéntico al de la gran tragedia de Karl Kraus sobre la Primera guerra Mundial (Dtí Letzten Tage der Menschett)—me lia parecido especialmente apropiado para lo que sucedió en Viena entre 1900 y 1920. La, versión para el teatro, establecida por Kraus, se volvió a publicar cu francés en 2000: Rarl Kraus, Lis Oemiers j&urs d¿ l'hvmanitó, con una introducción de Jacques Bouveresse y una nota final de Gerald Stieg.
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WITTGENSTEIN pasado me refiero; ¿acaso se trata de la de Bath, de la de Salzburgo o de la casa de mis padres €ti Viena? O también diciendo "mi lien a” y sintiéndome obligado a recordar con pavor que* para la gente de mi patria, desde hace mucho tiempo yo pertenezco tan poco a ella, como para los ingleses o para los estadounidenses, ya que no tengo ligas orgánicas allá> ni tampoco me he integrado jamás completamente aquí; el mundo en el que crecí y el mun do de hoy, junto con el mundo entre esos dos, se disocian cada vez más dentro de mi manera de sentir en mundos totalmente diferentes.j
Tal como lo hizo Zweig en la época de la Segunda Guerra Mundial, Wiltgensteiri podría haber escrito: Pero nosotros [ ...] , ¿qué no hemos visto, qué no hemos sufri do, qué no hemos vivido, nosotros? Hemos recorrido, de prin cipio a fin, el catálogo de todas las catástrofes que no se pue den sino imaginar (y todavía no se ha escrito la úlLima pági na). Solo yo he sido contemporáneo de las dos guerras más grandes de la humanidad y hasta viví cada una de ellas en un frente diferente: una en el frente alemán y la otra en el fren te antialeniáii; Conocí, en el periodo precedente a la guerra, el grado y la forma más elevados de la libertad individual y, des pués, su nivel más bajo desde hace cientos de años; he sido ce lebrado y proscrito, libre y privado de la libertad, rico y pobre.2
Pero el caso WiUgenstein presenta, desde esta perspectiva, al menos dos peculiaridades sorprendentes. Por un lado, su obra filosófica parece, de entrada, completamente desprendida de sus orígenes austríacos, de los sucesos de su vida privada, de sus problemas personales y de todos los grandes temas de la actualidad. Por otro lado, su obra filosófica ha sido anexada e “integrada" casi completamente al mundo anglosajón, don de ha encontrado a la mayor parte de sus intérpretes autoriza dos y de continuadores oficiales y donde ha ejercido, hasta el día de hoy, lo esencial de su influencia. Para una buena parte del público, WiUgenstein continúa siendo el inspirador de dos 1S. Zweig, Le Monde d'hier. Souvenirs dun Européen, p. 11. 2 Ibid., pp. 12-13.
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movimientos que no tienen prácticamente nada que ver con la “gran” tradición filosófica alemana y que casi no tuvieron continuidad en Europa: el neopositivisrno lógico y la filosofía del lenguaje ordinario. Ahora bien, sobre estos dos punios, la idea que habitual mente tenemos de WitCgenstein y de su filosofía requiere ser revisada seriamente. Hay que observar, en primer lugar, que el autor del Traclatus fue ciertamente lodo lo contrario a un hombre que rehuye sus compromisos. Uno de los rasgos más sobresalientes de su personalidad fue, al contrario, su preocu pación constante por no aprovecharse de su posición de hom bre rico (él fue rico durante algún tiempo) o de intelectual para eludir las obligaciones y el sometimiento que las vicisitudes de una época turbulenta impusieron a los hombres de su genera ción. En ninguna circunstancia fue de los que piensan poder estar por encima de la refriega. Su actitud durante la Prime ra Guerra Mundial, a la que se enlistó como voluntario en el ejército austriaco, es muy reveladora en este sentido: Wittgenstein fue un austriaco patriota, cuyas convicciones y reacciones estaban lo más alejadas posible de las de su maestro y ami go Bertrand Russell.3 No hay ninguna duda de que, al igual que la mayoría de los intelectuales de su mismo medio social de origen, Witlgenstein quedó profundamente marcado por el derrumbe político, económico y cultural del imperio austrohúngaro. En 1921 escribió a Russell desde Tratlenbach, donde acababa de comenzar una experiencia bastante penosa como maestro rural, la cual duraría hasta 1926 en diferentes pueblos del noreste de Austria: “Tiene usted razón: la genle de Traltenbach no es peor que el resto de la especie humana; pero lo que sí es verdad es que, en Austria, Trattenbach es un lugar parti cularmente insignificante, y que, desde la guerra, los auslriacos 3 Sin embargo,'l\ay que observar que si bien se oponía firmemente a que Inglaterra entrara en guerra contra Alemania, Russell no estaba por principio ni en general contra la guerra, y tampoco era incapaz de dejarse sugestionar por la propaganda nacionalista —en sus juicios sobre Rusia, por ejemplo-. Pensaba que una guerra puede estarjustificada si logra contribuir al avance de la civilización, pero que una guerra entre dos naciones al lamente civilizadas como Inglaterra y Alemania sólo podía ser un absurdo.
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han caído tan increíblemente bajo, que da pena siquiera hablar de ello"4 (RICM, p. 97 [99]).* El ánimo con el que Wittgenstein participó en el movimien to de reforma pedagógica de los años veinte fue, es cierto, bas tante especial y corresponde a una actitud que encontramos en él de manera muy constante: se trata tanto de un deseo de mortificación y de ascetismo personal como de una volun tad de participar en una tarea social de reconstrucción en un país devastado por la guerra y profundamente marcado por la derrota. Wittgenstein escribía a Keynes en 1925: * Me decidido seguir siendo maestro mientras sienta que los in convenientes que esto me acarrea puedan hacerme algún bien. Si te duele una muela, es bueno aplicarte en la cara una bolsa de agua caliente, pero esto sólo funcionará mientras el calor de la bolsa te cause un poco de dolor. Haré a un lado dicha bolsa en cuanto descubra que ya no me proporciona esa especie particular de dolor que puede hacerle algún bien a mi carácter. Siempre y cuando la gente de aquí no me eche a la calle antes de que llegue ese momento. (RKM, p. 122 [112])
Al igual que en 1914, Wittgenstein no contempló pasar los años de la Segunda Guerra Mundial en una especie de torre de marfil filosófica. Trabajó primeramente, desde noviembre de 194 J hasta abril de 1943, como porLero de hospital, y en seguida como ayudante de laboratorio, hasta la primavera de 1944. Por cierto, sería instructivo hacer una lista completa de oficios que desempeñó a lo largo de su existencia, sin mencio nar aquellos que contempló asumir más o menos seriamente en diferentes momentos, pues, en particular, pensó convertir se en monje, médico y director de orquesta. Es bien conoci do que Wittgenstein no consideraba como trabajos totalmen te "decentes" la profesión de filósofo ni la de universitario en general; en cierto sentido, hubiera preferido identificarse con cualquier otra profesión en lugar de ésa. Bartley observa que, en Lodas las ediciones del Wiener Adressbuch de 1933 a 1938, 1 Véase Russell, Autobxographie, vol. II, pp. 138-1 39. *En general, los números entre corchetes corresponden a tas ediciones de las obras en castellano. | N. del t ]
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él figura así: “Dr. Ludwig Wittgenstein, profesión; arquitecto'’ (BAR, p. 23 [29]). En 1939, año en que sucedió a Moore en la cátedra de filosofía (que abandonaría en 1947), le escribió a Eccles: “Haber obtenido el puesto de catedrático es muy hala gador y todo lo que uno quiera, salvo que quizas me hubiera convenido bastante más obtener un trabajo que consistiera en abrir y cerrar barreras para controlar el tráfico vehicular. Mi posición no me procura ningún entusiasmo (excepto el que mi vanidad y mi estupidez encuentran en ella de vez en cuando)".5 Sin embargo, quizás sea exagerado decir que, a diferencia de los filósofos anglosajones, Wittgenstein debería ser consi derado como “un genio integral y auténticamente vienes que ejercía sus talentos y su personalidad en la filosofía, entre otras cosas, y que simplemente se encontró viviendo y trabajando en Inglaterra“ (JT, p. 22 [24]). Por un lado, esto nos lleva a minimizar excesivamente la aportación del medio inglés, sin la cual resulta patente que \í filosofía de Wittgenstein no se puede concebir. Por otro lado, dadas la importancia de su obra filosófica y la manera en que él se entregó a ella, es desde luego imposible admitir que Wittgenstein simplemente haya practicado la filosofía “entre otras cosas“: parece inne gable que en la época del Tmctatus y, de nuevo, a partir de 1929, se entregó a esLa disciplina con una pasión casi exclusi va. Escribió a Russell en 1912: “No hay nada más maravillo so en el mundo que los verdaderos problemas de la filosofía“ (RKM, p. 14 [20]), y en 1942 le comunicaba a Malcolm su pe sar “por no poder, por razones internas y externas, hacer filo sofía, pues es el único trabajo que me ha dado una satisfacción real. Ninguna otra ocupación me levanta realmente el ánimo." (M, p. 349). Se ha dicho que Wittgenstein fue “un símbolo de una'época turbulenta“, que “describió esa ‘edad de la ansiedad', esa 'edad de la sed' mejor que nadie más; mejor que los poetas, mejor que los novelistas“.6 Sin embargo, aparentemente no se encuentra ningún rastro de una '-descripción“ de este tipo en 5 W Eccles, ‘ Some Lecters of Ludwig Wiitgenstein, i 912—1939'*, p. 65. BVéase J. Ferraier Mora, “Wugensíein, a Symbol of Tvouhled Times", p. 115.
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vSus obras; sus obras no contienen prácticamente nipguna alu sión a Jas "cuestiones de circunstancia cuyo desarrollo, en nues: Iros días, Jiacé ocasionalmente las veces de filosofía"*7 No hay nada en el Tráctatus ni —lo cual es todavía más sorprendente— en su Diario filosófico 1914-1916. que refleje de manera direc ta o indirecta las muy particulares circunstancias en las que Wittgenstein redactó el manuscrito definitivo de su primera obra (terminada en agosto de 1918). Y quizás sólo Ja alusión a la "oscuridad de este tiempo", que aparece en el prefacio de las Investigaciones filosóficas>podría llevarnos a recordar que Witlgenslein escribió esa obra en 1945. Esto no impide que su obra sea, con su apariencia de impasibilidad e intemporali dad, probablemente más actual y más representativa de nuestra época que aquella de los autores que Ferrater Mora llama "los pesimistas profesionales”, y que también sea, en ciertos aspec tos, incomparablemente inás radical y destructora que la de la mayoría de los filósofos que se han especializado de manera explícita en la radicalidad y la destrucción. A fines de los años 1920 Wittgenstein comenzó una escul tura en el taller del escultor Drobil, de quien se había hecho amigo durante su cautiverio en Monte Cassino. Se trata —escribe von Wriglil— de la cabeza de una jovencita. Los rasgos tienen la misma belleza terminada y apacible que encon tramos en las esculturas griegas del periodo clásico y que parece haber sido el ideal de Wittgenstein. Hay, en términos generales, un fuerte contraste entre la inquietud, la búsqueda y el cambio continuo en la vida y la personalidad de Wittgenstein, y la perfec ción y la elegancia de su obra terminada. (VW, p. 11)
Éste es probablemente uno de los elementos que hacen tan di fícil la comprensión correcta de la obra de Wittgenstein: pro viniendo de un hombre tan poco clásico en Lodos aspectos, el clasicismo aparente de esa obra tiene algo de extremadamente desconcertante. La claridad y el rigor en sus escritos son re sultado de un esfuerzo y una ascesis despiadada, que la forma final (a la que Wittgenstein raramente llegaba) no siempre nos permite adivinar. Y es, por supuesto, una de las razones por 7 Véase G.O. Granger, Wittgenstein, p. 6.
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las que Wittgenstein puede parecer a primera vista tan poco vienes y tan típicamente anglosajón. En lo que toca a sus relaciones con el mundo anglosajón, sabemos que Wittgenstein nunca estuvo naturalizado por com pleto y que tampoco estaba muy satisfecho al constatar que, por el contrario, su filosofía lo estaba casi completamente. Aun que haya tenido buenas relaciones con filósofos tan típicamen te anglosajones como Rüsseil y Moore, Wiltgenslein manifies tamente nunca esperó poder ser del todo comprendido por ellos y él mismo protestó, por lo menos implícitamente con su silencio, contra las malas interpretaciones de su obra que eran resultado de su apresurada e injusta integración a una tradi ción filosófica extranjera, de la que —apenas nos comenzamos a dar cuenta hoy—estuvo hasta el final muy alejada. En 1924, Ramsey escribió a Keynes, respecto de Wiltgenstein: Prefiere Viena a Cambridge, a menos que tenga una razón espe cial para ir a Cambridge, lo cual sólo podría ser para ver gente. Son pocas las personas a las que desea ver en Inglaterra; con Russell ya no puede hablar, entre él y Moore hay un malentendido, y de verdad no le quedan más que tú y Hardy, y quizás Johnson, a quienes quisiera ver especialmente. (RKM, p. 117 [107]) Como lo advierte Bartley, el caso de WittgensLein es un tanto diferente del de los emigrados austríacos y alemanes que lucie ron realmente su vida en otro lado: Wiltgenslein no era [... J uno de esos intelectuales de lengua ale mana que emigraron de Alemania o de Austria siendo relativa mente jóvenes y que se establecieron en un país anglófono. Dado el gran número de personas que abandonaron Alemania durante los trastornos políticos y económicos de los anos 1920 y 1980, los estudiosos se inclinan a clasificar a Wittgenstein junto a emigran tes de este tipo, emigrados como Rudolf Carnap y Herbcrt Feigl en Estados Unidos o Friedrich Waismann en Inglaterra. Wil.fgenstein pertenecía a una generación anterior y a una dase diferente, era miembro de la alta burguesía internacional de antes de la Pri mera Guerra Mundial, y el inglés no fue una lengua que LuvO'que adquirir en la edad adulta; por su educación tenía, como muchos
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otros miembros de su dase y de su familia, un dominio det inglés y del francés tan bueno como el del alemán.8 (BAR, pp. 21-22 [30])
De nuevo, según Bartley, quien se dio a la tarea de hacer la cuenta exacta, entre 1908 —el año en que estuvo por primera vez en Inglaterra—y 1951 —el año de su muerte—, Wittgenstein pasó en su país de adopción un total de menos de 19 años. Muchos testimonios indican que él rio apreciaba especialmente el modo de vida británico y menos aún, en particular, las cos tumbres universitarias de ese país; y Bartley seguramente tiene rázón al subrayar que, propiamente dicho Wittgenstein nunca se “instaló'1 en Inglaterra. Independientemente de lo que se haya podido decir o escribir sobre este asunto, es evidente que las dificultades de adaptación que Wittgenstein experimentó no se debieron únicamente a las singularidades y excentrici dades que le conocemos bien al personaje, sino también a ra zones culturales extremadamente profundas. No obstante, de lo anterior no se debería concluir que Wittgenstein se sentía completamente en casa cuando estaba en su ciudad y su país de origen, cualesquiera que hayan sido las razones, familiares y de otros Lipos, que tuvo para volver ahí regularmente; y es muy probable que de todas maneras nunca hubiese logrado instalarse realmente en ningún lado. HNotemos, sin embargo, que aunque Carnap en efecto pertenecía a otro nedio y a otra clase social que Wittgenstein —lo cual es, efectivamente, un demento determinante— es difícil decir que fuera una generación posterior pues solamente tenía dos años menos que Wittgenstein y además emigró a diarios Unidos en 1936, es decir, a la edad de 45 anos). Carnap adquiriría la lacionalidad estadounidense apenas en 1941, mientras que Wittgenstein se labia hecho ya ciudadano británico al momento de) Anschluss. La comparaión interesante sería, más bien, entre Wittgensurin y Popper, que tenía trece ños menos que el autor del Tractatus, que era un emigrado político judío plelamente típico, que se adaptó incomparablemente mejor que Wittgenstein al nodo de vida inglés y realmente hizo de Inglaterra su nueva patria: “Antes de [lie nos fuéramos a Nueva Zelanda, me había quedado en Inglaterra durante nos nueve meses en total, lo cual fue una revelación y una inspiración. La onestidad y la decencia de la gente, así como su alio sentido de responsabiliad polÍLica me impresionaron muy fuertemente" (K. Popper, La búsqueda sin rmme, p. 154 [la paginación es de la versión en francés]).
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA HUMANIDAD
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Al igual que la mayoría de los intelectuales que conocieron las últimas décadas de la monarquía imperial, la actitud de Wittgenstein frente a lo que Stefan Zweig llama "el mundo de ayer’1debió contener simultáneamente'el sentimiento nostálgi co de haber vivido en un periodo excepcional, definitivamente caduco, y la convicción de que esa época brillante, artificial y contradictoria de todas maneras estaba inevitablemente con denada. Es evidente que el pesimismo, el fatalismo, por no decir el catastrofismo, el voluntarismo, el individualismo ético y el apolitismo, no constituyen, en Wittgenstein, característi cas estrictamente individuales. Éstas también deben explicarse en función del medio social e intelectual tan particular en el que pasó su juventud. Claro está, la idealización retrospectiva y el arrepentimiento no son, para nada, actitudes wittgensleinia ñas. Todos los testimonios apuntan a que su juventud fue, en su conjunto, profundamente infeliz; y Viena ciertamente nun ca fue para él la ciudad “donde daba gusto vivir“. Parece haber considerado la Primera Guerra Mundial como una oportuni dad que el destino o la historia le ofrecían para poner fin a su vida, y recibió la Segunda como la sanción inevitable, y hasta cierto punto deseable, al egoísmo y la inmoralidad del hombre y de la sociedad contemporánea. Para quien acepta leer entre líneas y leer algo más que los textos canónicos, la obra de Wittgenstein aparece impregnada de una atmósfera de fin del mundo o, al menos, de fin de un mundo, !a cual se manifiesta sobre todo en la selección de epí grafes y en los prefacios (véase, por ejemplo, Observaciones filo sóficas)i.9 El autor del Tracíatus se comportó toda su vida como si un demonio personal lo hubiera condenado a realizar una tarea que ya no es posible en el mundo actual. Tenía, nos dice von Wright, la sensación de escribir para hombres que pensa rían de manera muy diferente que los hombres de hoy y que respirarían un aire distinto del de éstos (VW, pp. 1-2). Sin em bargo, debemos hacer notar que en su obra no se encuentra ni la menor huella de la nostalgia del pasado o del mesianismo profético^que caracterizan ciertas filosofías típicas de hoy. La razón esencial que explica esa actitud se halla probablemente a Éstos aparecen citados en