¿Virus Soberano
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Donatella Di Ces:are 11

Vns

oheano?

La asfixia capitalista

DONATELLA DI CESARE

¿VIRUS SOBERANO? La asfixia capitalista Traducción

Juan González-Castelao

E

ÍNDICE

i-ÉFI Diseño interior y cubierta: RAG

EL MAL QUE VIENE ENTRE CÁLCULOS y PREDICCIONES. SOBRE EL

«FIN DEL MUNDO» . . . LA ASFIXIA CAPITALISTA `JLI

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art` 27o del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de hbertad quienes sin 1? preceptiva autorización reproduzcan, plagien,

OMNIPOTENCIA Y VULNERABILIDAD ............................

23

ESTADO DE EXCEPcióN Y viRUS SOBERANO .................

27

i::trraip1:,yamm,:ufcoamo=iláuánc:'úfj:ggTe:nct:LeqnJ:rd:pooe:epsaoftpeóft=aobra

DEMOCRACIA INMUNITARIA

EL GOBIERNO DE LoS ExPERTOS. CIENCIA Y POLÍTICA.

41

FOBOCRACIA Título original: Vz.rz# J`o#r4#o.?

© Donatella Di Cesare, 202o © Siglo Xxl de España Editores, S. A., 2020 para lengua española Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España Tel.: 918 061996 Fax: 918 044 028

¿PLENOS PODERES? EL CONTAGIO DE LA CoNSPIRACIÓN ............................

53

MANTENER LA DISTANCIA

PANDEMIA PSÍQUICA CONFINAMIENTo y viGiLANCIA DIGITAL ,....................

69

CRUELDAD DESPIADADA DEL CRECIMIENTO .................

75

EL CONFINAMIENTO DE LAS VÍCTIMAS .........................

79

LA CATÁSTROFE DE LA RESpiRACIÓN. ¿INDEMNES? ......

87

www.sigloxxieditores.com ISBN: 978-84-323-2000-2 Depósito legal: M-23 .725`2020

Impreso en España

La catástrofe será desencadenada por un evento impredecible [...] . Lo que sólo unos pocos veían será evidente de pronto para la mayoría: la economía organizada con vistas a «estar mejor» es el principal obstáculo para «estar bien». Ivan lllich, L¢ co#c/z.c/c#cz.¢/z.d¢d

Sin aliento por la angustia en la irrespirable luz nocturna. Hermann Broch, L¢ %zfcrJc dc Vz.rg¿./z.o

Esplendor, que no sabe consolar. Los muertos, Francisco, aún mendigan.

Paul Celan, 4fz'f

EL MAL QUE VIENE

Llevaba ya tiempo en el aire. Mucbos siguieron con su uida ignorándolo, por incredulidad, sospecba o simplemente por resignación. Luego todo se detuvo -como se detiene un mecanismo desg;astado que ba girado demasiadas ueces §obre sí mismo-. Cayó un silencio fantasmal, desg!arrado i]or los si[bidos de las sirenas. A pesar de los colores soleados que tiñen las calles en

iirimavera, todo está impregnado de un estupor sombrío. 1 lan desa;parecido las mesas de los bares, se ban disipado las 'i]oces de los estudiantes. Sobre el asfalto amortiguado co-

rren ueloces autobuses medio uacíos, uestigios del mundo Ícbril de antes, notas discordantes.

Todo el mundo escudriña al uecino, de una i)entana a tiird. En la acera se encuentran con entusiasmo espontáneo tl" personas que se conocen, pero el saludo se convierte en iiM, amargo gesto con la mano que disuade al otro, que pide lli.+tancia.

La ciudad eterna, después de siglos de bistoria, contiene i'l, aliento. En una a;pnea aturdida, una espera angustiada.

Es un evento histórico, que señala una nueva época, iiiic marca un antes y un después, que ha cambiado ya el *i#lo X2H e incluso la forma de verlo. Entre la desorientat-i{'m y el desconcierto, muchos repiten que es un acontet`iiiiiento «sin precedentes», y es correcto denominar así h i)zmdemia global provocada por el coronavirus. Un 9

* ®

i-\ii:iilii, t "u t.Íi r:iiltitltt, iiiHit`« |.s iin ##Z.CZ/% Sólo Por el

1 n.i 1 n i t lt. iH" i iii`tit` m I:t i i-¿iiiia de la Historia. Sin embar-

r,i i, u i " t` rn8{ i líis i`omp¿iraciones con hechos del pasado, it.t.it`iiii`*iiii`lii.i{t,sonpocoacertadas,estridentes.Elsiglo

xx it¿ii.|`i.|-haberse alejado de repente, como nunca. He

¿iquí la razón por la que probablemente caigan en muchos errores aqueuos que usan lentes del siglo XX para descifrar lo que está sucediendo. ¿Por qué no analizar entonces un fÁocÁ más cercano, el del 11 de septiembre? La comparación ya ha sido mencionada. Con el derrumbe de las Torres Gemelas, un acto terrorista seguido en vivo desde todo el mundo, se inauguró en 2001 el tercer milenio. Sin embargo, las diferencias son claras. A pesar de ser el primer evento global,

para muchos fue un drama impactante, visto no obstante de lejos, filtrado por la pantalla del televisor. Se plantearon preguntas éticas sobre «el dolor de los demás», sobre aqueuas imágenes convertidas con no poca frecuencia en espectáculo, mientras los temas poh'ticos planteados por la «guerra contra el terror» y el incipiente estado de emergencia se debatieron durante mucho tiempo. Sin embargo, ese derrumbe no afectó realmente al curso de la Historia, la sucesión de décadas, desde la posguerra hasta el

presente, dominadas aún por la confianza en el progreso, entregadas al creciente bienestar. Invisible, impalpable, etéreo, casi abstracto, el coronavirus ataca nuestros cuerpos. Ya no somos sólo espectadores: somos víctimas. Nadie se salva. El ataque fue lanzado al aire. A escondidas, el virus ataca el aliento, te quita la respiración y provoca una muerte horrible. Es el virus de la asfixia.

El mal que viene es un biovirus asesino, un germen catastrófico. Pero esta vez no es una metáfora. Lo que cae enfermo es el cuerpo físico: el cuerpo desgastado de la 10

humanidad, el organismo nervioso, cansado, sometido durante años a una tensión insoportable, a una agitación exLrema. Hasta la apnea. Quizá no sea ninguna coincidencia

que el virus prohfere en las vías respiratorias, por donde pasa el aliento de vida. El cuerpo se aparta del ritmo acelerado, ya no aguanta, cede, se detiene. ¿Es este el temido incidente del futuro? Cualquier diagnóstico sería apresurado. Sin embargo, uno se ve em-

pujado a creer que no es un accidente, un contratiempo, un episodio periférico, sino que se trata más bien de un evento fatídico que irrumpe en el núcleo del sistema. No es sólo una crisis, sino una catástrofe a cámara lenta. EI virus ha detenido todo el aparato. Lo que vemos es una convulsión planetaria, el espasmo producido por la viru1encia febril, la aceleración en sí misma, que ha alcanzado inexorablemente el punto de inercia. Es una tetanización del mundo. Todo parece detenerse en una contracción amarga, una reacción en cadena, un efecto viral. Es un fállo inesperado (iy, sin embargo, predecible ya desde hacía tiempo!), un fállo interno. El engranaje está suelto y girando sin control. Casi se puede sentir la disonancia de los hierros que ya no encajan. Así como es imposible descifrar el orden secreto de las catástrofes, también es difícil decir qué trae consigo esta enigmática suspensión: ¿que el biovirus es una última, dramática señal de alarma?; ¿que es, además, una puesta a prueba de nuestra resistencia vital antes del desplome definitivo? Lo que ha desencadenado el coronavirus no es una revolución, como imaginan algunos, sino una involución. Sin embargo, esto no significa que esta parada repentina no pueda ser una pausa para la reflexión, un intervalo antes de un nuevo comienzo. Lo que sí se manifiesta con claridad es la irreversibilidad. Ím

No se puede ocultar el deseo de cambio que, en los últimos años, ha aumentado debido a un sistema económico injusto, perverso y obsoleto, cuyos efectos son el hambre y la desigualdad social, 1a guerra y el terror, el colapso climático global, el agotamiento de los recursos. Sin embargo, 1o que está trastornando el mundo es un virus. No es el evento que se esperaba, el que, en la turbación incesante, entre los escombros del progreso, iba a tirar del freno de emergencia de la Historia. El virus inesperado ha suspendido lo inevitable de lo siempre igual, ha interrumpido un crecimiento que mientras tanto se había convertido en un crecimiento incontrolable, desmedido e interminable. Toda crisis contiene siempre la posibflidad de rescate, de redención, de liberación. ¿Se escuchará la señal? La violenta pandemia, ¿será también la oportunidad de cambiar? El coronavirus ha robado los cuerpos al engranaje de la economía. Tremendamente mortífero, no obstante también es vital. Por primera vez la crisis es extrasistémica; pero esto no quiere decir que el capital no vaya a saber beneficiarse de eua. Si nada va a ser como antes, todo podría caer en lo irreparable. El freno está activado: el resto depende de nosotros.

ENTRE CÁLCULOS Y PREDICCIONES. SOBRE EL «FIN DEL MUNDO»

ALI Parecer, al final la epidemia no era tan impredecible. De becho, babía sido anunciada uarias i)eces en los últimos cinco años. No estoy bablando de escenarios de ficción teleuisiva o teatral ni de uisiones escatológicas. Ya en 2017 babía advertido la OMS (Org!anización Mundial de la Salud) que la pandemia era inminente, cuestión de tiempo; no se trataba de una bipótesis abstracta. En septiembre de 2019, un equipo de la Global Preparedness Monitoring Board, com-

puesto por expertos del Banco Mundial y de la OMS, escribió en un informe.. «La amen¢z;a de una pandemia mundial es real. Un patógeno en rápido mouimiento tiene el potencial de matar a decenas de mi[lones de personas, dei)astar las economías y desestabihzdr la seguridad nacional». ¿Por qué se bizo oídos sordos a esta alarma? Esta pregunta concierne a la ciencia, antes incluso que a la Política. La sospecba es que el co;pitalismo académico no beneficia a la irwestig/ación. Se ofrece conocimiento, se brinda orientación, se deliriean Perspectivas, Pero todas las inijestig!aciones se quedan encerradas en las bibliotecas gubemamentales, en los armarios de los ministerios. El esfuerz;o de los cientí-

ficos acaba por reducirse a uana producción literaria. Asimismo, los resultados científicos aceptados ya abiertamente a nivel internacional corren el riesgo de acabar por no ser eficaces debido a la falta de colaboración. Ex;iste un tratado internacional firmado en 2005 , bajo los auspicios de la OMS, que ba sido ignorado por completo durante este 12

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tiempo. A pesar de las repetidas advertencias, cada Estado ba seguido obstinadamente su propia política, muchas i)eces confusa e improuisada, baciendo creer que el uirus era un

problema de otros y lleg/ando -como Trump o Bolsonaro-a neg!ar el peligro basta el final.

Se puede decir que la epidemia global provocada por el covid-19 es el tercer acontecimiento importante del siglo Zm. Después del ataque terrorista del 11 de septiembre, no podemos olvidar la grave crisis financiera y crediticia de 2008, que, desatada por una burbuja inmobfliaria, ha causado a lo largo de los años, a través de mecanismos de contagio, una recesión global y un endeudamiento desmesurado. Hay muchas similitudes entre la crisis financiera y la sanitaria. Las finanzas también tienen sus virus. Pero más allá de las metáforas, el covid-19 proviene del cuerpo y detiene desde fuera el engranaje capitalista. Sin embargo, 1os nexos entre aqueua coyuntura y esta son estrechos. Una crisis hace referencia a la otra; de hecho,1a anuncia y la prepara, en una especie de cadena catastrófica ininterrumpida. Los albores del tercer mflenio se caracterizan por una enorme dificultad para imaginar el futuro. Se teme lo

peor. Ya no hay ninguna expectativa o apertura al futuro. El futuro parece cerrado, destinado en el mejor de los casos a reproducir el pasado, reiterándolo en un presente

que tiene la apariencia de un futuro anterior. No es casualidad que se multipfiquen a un ritmo exasperado encuestas, conjeturas y predicciones. En ellas debe entreverse la voluntad de dominar el «peor futuro», de controlarlo a través del cálculo. Este es el sello y la marca de nuestra era, en la que el tiempo que viene es la amenaza que se cierne desde el cielo contaminado. Domina una espera Uena de angustia, cargada de aprensión. 14

E1 «fin», terrible e inescrutable, ha turbado al mundo a lo largo de los siglos. Pero este fin tiene un significado real hoy. Ya no se trata sólo del «fin de la Historia», aqueua macabra profecía neoliberal que en las últimas décadas ha repetidoque«ZÁc#z.f#o¢/fcr##z.#c./»,quenohayninguna alternativa a la despiadada economía del capital. Ahora se da por supuesto que el «fin del mundo» es algo obvio, para empezar ya desde las ciencias empíricas: climatología, geofísica, oceanografía, bioquímica, ecología. Pero no se pueden ignorar las innumerables referencias de filósofos y antropólogos. Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro investigaron los temores del «fin» en el ensayo c.H¢y ## %z/#do por #c#z.r?, publicado en 2014.

Dos mujeres en concreto, Isabeue Stengers y Donna Haraway, hablaron de resistencia en los «tiempos catastróficos» de la destrucción capitalista y de supervivencia en un «planeta infecto». Tbc /ózfJ ¢gc, la última era, la era del fin: así la Uamó

Günther Anders, el filósofo que se vio empujado, tal vez más que el resto, a predecir el exterminio de la humanidad lanzando una poderosa advertencia contra ese suicidio que, ya entonces, parecía dibujarse inevitablemente en el horizonte. Poco ha cambiado desde los años inmediatos de la posguerra, en los que escribió Anders. Hemos pasado del invierno nuclear al calentamiento global. Pof lo demás, a pesar de todas las tomas de conciencia, no se ha detenido la carrera hacia el desastre ecológico. Esto, sin embargo, aparece de nuevo: 1a inminencia del fin tiene para nosotros, que vivimos en el tercer milenio, un carácter histórico, ya no sólo cosmológico. La certeza histórica del fin pone el seuo a una era que emerge en un escenario apocalíptico en el que fáltan resonancias teológicas y promesas políticas. El apocalipsis se perfila en plena modernidad laica y científica. El mal que viene se anuncia 15

en la carrera de una humanidad que ahora lucha contra su autodestrucción. Se abre camino la idea de que la muerte del individuo podría coincidir con el fin del mundo. Nada quedaría después, ni la memoria de los demás, ni la memoria compartida, ni el legado, ni la herencia. Todo, por tanto, habría sido en vano. Lo que la humanidad ha edificado durante siglos y mflenios terminaría para siempre, en un exterminio que es más que una simple extinción. En los múltiples milenarismos del pasado se podía fantasear con el fin de los tiempos, entre creencias, expectativas y delirios. Nosotros somos hoy los primeros en tener que creer -sin conseguirlo-. Somos los primeros en tener que pensar que quizá seamos los últimos. Se desvanece la idea de progreso y, a la vez, desaparece también la confianza en que sea posible influir en el curso de los acontecimientos, evitando lo inevitable, mejorando

la suerte humana. Parece que no hay redención, ni reparación, ni salvación. La esperanza parece condenada a ser letra muerta. Los sufrimientos padecidos en el presente no encuentran una promesa de resarcimiento en la justicia venidera. Todo resulta ser terriblemente irremediable. Precisamente porque la Historia pierde significado, cada existencia hace su historia, dispersa y separada en un destino singular e indescifrable. Se cortan los vínculos con las demás existencias y con las demás historias individuales. Se hace entonces imposible leer la derrota propia en una Historia cuyo resultado está todavía por decidir, ver la vida propia como contribución a la construcción de un mundo distinto, el de la dicha celestial o el de la justicia terrenal en una sociedad sin clases. Se deja en herencia un mundo peor y se rompe el pacto ancestral entre generaciones: los padres recriminan a los hijos, que a su vez recriminan a los padres. 16

Así es la privatización del futuro, fuente no sólo de angustia sino también de violencia generalizada. Se entrega la existencia tan sólo al recorrido de su vida física, se re1ega a la propia biografía, en cuyo seno se concentran todas las expectativas. Esa es la razón por la que el cuerpo adquiere un valor tan decisivo, un lugar donde se desarro11a hasta el final 1a lucha contra el 1ímite de la muerte. A medida que el dolor, la enfermedad, la vejez se vuelven absolutamente intolerables, el placer, la amistad y el amor representan regalos irrepetibles arrancados al 1uto de la catástrofe, instantes puntuales y discontinuos de un presente que aprovecha por sí mismo en una lucha incesante contra los demás. Cada uno cultiva su propia utopía individual, una quimera hecha de éxito, riqueza, prestigio. La mayoría está destinada al naufragio. ¿Cómo cumplir esas promesas precipitadas? ¿Cómo hacer coincidir esas fantasías narcisistas con la realidad? Las privaciones y los sacrificios, mal soportados, porque no se interpretan en una perspectiva histórica común, dejan espacio para el desa1iento, 1a frustración, la ira. Aquí sale a la luz la derrota de la política, que, desprovista de impulso, centrada en el presente sin mañana, procede de emergencia en emergencia, tratando de acomo{lar los eventos, de montar la ola. La irresponsabflidad, es ilecir, la fálta de respuestas a las generaciones futuras, pai.cce ser su rasgo peculiar. El desastre anunciado aumenta la impotencia. ¿Ya es t lemasiado tarde? Todas esas alarmas traicionan, quizá, un {`¿itastrofismo prematuro. ¿No será precisamente la ciencia l:i que se reserve una sorpresa para el último momento? 'l'¿il vez. Pero es el funcionamiento mismo de la civiliza-

{ión tecnocientífica el que, con sus estándares de bienesi ¿i[. y sus cánones de prosperidad (a menos que los revise), iit) deja mucho espacio para ilusiones. 17

é

LA ASFIXIA CAPITALISTA

Tenía que [leg;ar un virus maligno para forzar una pausa. Imposible no pensar de inmediato en esta paradoja ex;traña y trágica.. recuperamos el aliento, respiramos un Po_co, Per? sóloporelpeligroinminente,porqueelcovid-19,eluirusde

la asfixia, ameyi¢z¡d con quitarnos la respiración. Ya no se sabe qué significa «descanso», esa intensa «pau-

sa», que para nosotros es demasiado parecida al sopo! del

sueño, o incluso al sueño eterno de la muerte. De becho, se d¿ce «descanse en paz:». Qflizá también por esa similitud el descanso causa angustia. El virus también nos recuerda esto.

De repente, la respiración adquiere un ualor sin precedentes. En todas partes se babla de respiración y de oxígeno. Mientras el aire de la ciudad se i)uelve menos contaminado, en los cuidados intensivos de los bospitales, los médicos y

las enfermeras luchan todos los días para witar la asfix;ia mortal e irreparable. Después de todo lo que ba sucedido, la respiración ya no debería ser algo obuio. El uirus de cámara lenta ba sacado uentaja temporalmente a la aceleración -o por lo menos así se espera-. La interrupción que ba prouocado no tiene los colores de una fiesta, sino las características lúgubres y tétricas de un epílpgo. Sin embargo, en esta parada forz4da sale a la luz 1? a_be_rración del frenesí de o;yer.. el deseo, la biperactiúdad, la

falta de aliento.

19

La asfixia temporal es el mal oscuro de estos años. La insuficiencia, 1a ansiedad, el pánico impregnan la existencia condenada al miedo al próximo momento, que, a medida que se avecina, ya se ha desvanecido. No sólo no conseguimos pararlo, sino que no podemos vivir en el tiempo, donde ya no encontramos un hogar. Todos los instantes son ahora inhabitables. El tiempo parece ya agotado aun antes de ser concedido. Estamos en unas escaleras mecánicas que bajan cada vez más rápido. Corremos escaleras arriba para evitar el abismo. De poco sirven las fugas extemporáneas y ficticias, 1as rebeliones particulares o los pequeños boicoteos,

desempleados pesa la exclusión. Pero el control sobre la máquina de la aceleración parece haberse escapado.

¿Frenar, sabotear? ¿Cómo interrumpir la loca carrera, evitando, sin embargo, el salto autodestructivo? ¿Cómo detener el engramje maléfico que vampiriza nuestro tiempo y arruina nuestras vidas? El mal que Uega, si nos fijamos bien, ya había Uegado. Teníamos que estar ciegos para no ver la catástrofe a nuestras puertas, para no reconocer la maligna velocidad del capitalismo que no sabe, no puede ir más allá y se envuelve en su espiral devastadora, en su vórtice compulsivo y asfixiante.

pagados muchas veces a un precio muy alto. Los oasis de desaceleración, 1as estrategias de ralentización son sólo un

paliativo temporal. Nadie escapa a la turbulenta economía del tiempo en la era del capitalismo avanzado. Aparentemente somos libres y soberanos. Pero, si lo miramos bien, el imperativo del crecimiento, la obligación de producción, la obsesión

por el rendimiento, hacen que, solapadamente, libertad y restricción acaben por coincidir. Vivimos en una libertad restrictiva o en una constricción libre. De lo contrario, no podríamos afrontar el desafío diario que nos deja exhaustos, sin aliento. Si por la noche sentimos un vago sentimiento de culpa, ciertamente no es por las leyes éticas obviadas, ni por los mandamientos religiosos eludidos, sino por no haber seguido el ritmo, por no habernos ajustado al pulso convulso del mundo lanzado a gran velocidad. La rapidez se precipita en estasis, 1a aceleración acaba en inercia. En la delirante situación de estancamiento aumenta el peligro. Tanto es así que, si las elites han interiorizado las normas de la aceleración, 1os trabajadores se han visto obligados a ritmos alienantes, mientras sobre los 20

21

OMNIPOTENCIA Y VULNERABILIDAD

Por primera i)ez un Ser irwisible y descon?cido, casi_in_-

r7iaterial, ba paraliHado toda la civilización bTma_na de la tecnología. No babíú §ucedido nunca -y a escala p!anet_ari? además-. Se ban püherik4do uiejos dogmas, se b_an_ becbo temblarprofundamentecerteziasantesfirmes.Tod_obacaqebiado ya: axiomas ecor¢órr2icos, equilibrios geopolít_icos, for-

mas de i)ida, realid4des sociales. Pero esta transformación

bistórica, que marcd un cambio de época, genera ansiedad Porque es un verdadero uuelco de Perspectiua. Hasta gyer Podíamos considerarnos omriipotentes entre los_ es_copzbros, ¡os prímeros y únícos ¿y,c,uso en e¡ ¡íderazgo de ¡a 4estruc.

ción. Este primer pue§to nos lo ba quitado un_ poder superior al nuestro y más destructivo. El becbo de que_ sea un

uirus, una mínima poráón de materia organiz4da,_bace que el acontecimiento sea aún más traumático. Hasta la criatura más pequeña puede destronamos, des!itujrnos_, socao_arflos.

Qftiénsabe,talueztor72enuevosrumboslauidaenelplaneta. Mientras tanto, debemos reconocer que no somos omniPotentes, como presurmíamos. De becho, somos ex;tremadamente vulnerables.

Ni castigo divino, ni némesis de la Historia. Es difícil no ver en la pandemia la consecuencia de decisiones eco1Ógicas miopes y devastadoras. La Tierra ha sido tratada como un gran depósito, un almacén de escorias y desechos, un montón de ruinas. Sin embargo, no se puede sal23

var el planeta sin transformar el mundo. La ecología misma, que no se ha liberado aún de ideas patriarcales y considera a la Tierra como oz^Áof , la esfera doméstica de la vida, va a tener que cambiar radicalmente. El nexo entre ecología y economía es obvio. El desastre ecológico es

producto del capitalismo. La fusión entre tecnoeconomía y biosfera es evidente a los ojos de todos -al igual que los resultados mortíferos~. Se Hama Antropoceno la edad de la Tierra condicionada por el dominio humano en la que la naturaleza ha sido erosionada irreparablemente. Pero este proceso violento no habría sido posible sin la incandescencia del capital. He aquí la razón por la que es im-

pensable una nueva forma de habitar la Tierra sin despedirse de la economía planetaria de la deuda. El realismo capitalista ha absorbido cualquier foco de resistencia imaginativa, señalando con este sistema el horizonte último. Se levantaron y fortalecieron así muros de todo tipo para ocultar cualquier otra posibflidad. Hemos vivido en el presente asfixiado de un globo sin ventanas

que ha pretendido inmunizarse contra todo lo que queda afuera, lo que está más allá y que es distinto. Ha prevalecido la clausura, ha sacado ventaja la pulsión inmunitaria, la voluntad obstinada de permanecer intactos, íntegros, flesos. La xenofobia, el miedo al extraño, y la exofobia, el miedo abismal a todo lo externo, que viene de fuera, son los daños colaterales inevitables. Prevenir el futuro Para evitarlo. En este régimen policial preventivo, condenado a alarmas prolongadas y entumecimiento agotado, se ha expulsado -como si fuera un demonio- toda posible alteración. La pandemia pone el foco en todo esto y revela nuestra enfermedad de identidad. En las últimas páginas de su libro Mc'Z¢77zopboJCJ, publicado a principios de 2020, Emanuele Coccia había definido el virus como una fuerza 24

transformadora. Porque circula libremente de un cuerpo a otro, contamina, altera. Es imposible evitar la metamorfosis viral, a menos que uno quiera protegerse de la vida misma. No somos los de ayer; nuestra carne no para de cambiar. Cada uno 11eva dentro de sí la señal de otras formas que la vida ha impregnado y atravesado. Es vana, por tanto, la pretensión de rio contaminarse. Sin acabar casi defendiendo al virus, o hablando quizá en su nombre, es necesario tener en cuenta su capacidad de transformación que, capaz incluso de cambiar la faz del

planeta, precisamente por euo intimida y asusta. Como escribió Jean Baudrfllard hace añós, el virus es «el genio maligno de la alteridad». En este sentido, es lo peor y lo mejor: infección letal y contagio vital. En su radical inhumanidad, es el otro, completamente desconocido, que, sin embargo, no es diferente de nosotros. El virus es la señal extrema, el síntoma oscuro de esa enfermedad de identidad que se presenta aguda en los lugares dotados de aire acondicionado y purificado, en los espacios asépticos de inmunidad artificial, donde el otro ha sido expulsado y el yo, que quería vivir a salvo de lo extraño, comienza a devorarse a sí mismo. Esos anticuer-

pos que supuestamente deberían haberle defendido tienden a atacarle. Después se propagan enfermedades misteriosas,dolenciasimponderables,nacidasdeladesinfección misma. Sobreprotegido y desarmado, el yo descubre que es dramáticamente vulrierable. Es la ausencia del otro, su anulación, lo que segrega y provoca la esquiva alteridad del virus. La guerra de los Estados nacionales contra los migrantes, esa lógica inmune de exclusión, se revela hoy en toda su crudeza ridícula. Nada nos ha preservado del coronavirus, ni siquiera los muros patrióticos, las fronteras arro-

gantes y violentas de los soberanistas. La pandemia global 25

muestralaimposibflidaddesalvarse-anoserquesehaga con ayuda mutua-. He aquí la razón por la que este evento debería empujarnos a repensar el hecho de habitar, vivir, que no es sinónimo de tener, poseer, sino de ser, existir. No significa estar arraigado en la tierra, sino respirar el aire. Lo habíamos olvidado. Existir es respirar. Es la existencia que sale al exterior, que se descentra, migra, inspira el áliento del mundo y lo espira, 1o proyecta fuera de sÍ mismo, se sumerge y vuelve a emerger, participando así en la migración y la transformación de la vida. Esto no significa ir a la deriva en el cosmos. La respiración que vuelve, ese movimiento rítmico que marca nuestro ser en el mundo, sugiere que somos todos extraños, huéspedes provisionales, migrantes reenviados a sí mismos, extranjeros residentes. El virus nos ha atacado en la respiración, cuando la enfermedad de la identidad hacía tiempo que ya había aparecido. Ha expuesto nuestra vulnerabflidad. De repente hemos descubierto que estábamos expuestos. No somos impermeables, resistentes, inmunes. Sin embargo, la vulnerabflidad no es una privación. Judith Butler ha invitado -acertadamente- a interpretarla como recurso y ha identificado precisamente en el luto, en la muerte de otros, esa experiencia que perturba profundamente, que desconcierta al yo soberano. Quizá sea a partir de la pérdida del otro, del 1uto colectivo, desde donde se deba diseñar una nueva política de la vulnerabflidad.

ESTADO DE EXCEPCION Y VIRUS SOBERANO

El coronavirus se llama así debido a esa aureola característica que lo rodea. Una aureola sugerente y temible, una poderosa corona. Es un uirus soberano ya en el nombre. Se escapa, da rodeos, traspasa límites, pasa al otro lado. Se burla del soberariismo que babría pretendido ignorarlo grotescamente o aproi)ecbarse de él. Y se conuierte en el nombre

de una catástrofe ing;obernable que ba expuesto en todas

partes los límites de una gobernanza política reducida a una administración técnica. Porque el c¢pitalismo -como ya sabemos- no es un desastre natural.

Cuando se habla de «estado de excepción», se piensa en la forma en que Giorgio Agamben teorizó sobre esta fórmula en su famoso libro Ho77zo f¢ccr.. c/podcr Joác%7m y /¢ #z¢cZ¢ #z.d¢, publicado en 1995. De él salió cambiada la

filosofía política en sus términos y conceptos. La excepción es un paradigma del gobierno, incluso en la democracia postotalitaria -que mantiene así un vínculo pertur-

bador con el pasado-. De hecho, uno no puede evitar constatar todas las disposiciones tomadas por urgencia, los decretos que deberían haber sido excepcionales y que, sin embargo, se han convertido en la norma. El poder ejecutivo prevarica los poderes legislativo y judicial; el Parlamento es desposeído progresivamente. Es difícfl no estar de acuerdo con esta visión que describe ya la práctica po1ítica cotidiana.

26

27

Al articular su postura, Agamben recurrió a las palabras del controvertido jurista alemán Carl Schmitt: «Soberano es quien decide sobre el estado de excepción». No obstante, también acudió a las tesis de Michel Foucault y Hannah Arendt. Ambos habían reflexionado, aunque de manera diferente, sobre el gobierno en la vida de la democracia liberal. Las opiniones difieren hoy más que nunca. Existe un neoliberahsmo muy generahzado, a veces inconsciente, que ve en la democracia actual 1a panacea a todos los males, el

sinónimo de debate público. En lugar de esto, otros ven una democracia vaciada, cada vez más fomial, cada vez menos

poli'tica, que, por un lado, es un dispositivo de gobemanza que procede a base de decretos, y, por otro, es una fuente de noticias que sublíman al pueblo en la opinión pública. Hablar de «estado de excepción» no significa pensar que la democracia sea la antesala de la dictadura, ni que el primer ministro sea un tirano. Significa más bien constatar por enésima vez, también en el caso de la pandemia, 1a legislación mediante decreto que suspende las libertades democráticas. El poder soberano, en su síntesis cruda y extrema, es el derecho de disponer de las vidas de los demás hasta el

punto de hacerles morir. Pero el «soberano» al que se hace referencia hoy no es el monarca del pasado. No es el tirano que, con su flagrante arbitrio y brutal violencia, daba muerte en el patíbulo. Sin embargo, 1a figura de la excepción soberana se mantiene incluso en los regímenes modernos; 1o único que ocurre es que pasa a un segundo plano, se vuelve cada vez menos legible, se hunde en la práctica administrativa. Sin perder importancia política. El agente de este poder es el funcionario subordinado, el burócrata de turno, la guardia obstinada. En resumen: 1a institución democrática descansa, aunque sea algo incon28

fesable, en la excepción soberana. El viejo poder continúa operando en los intersticios y las zonas de sombra del Estado de derecho. El monstruo dormita en la Administración -1a que,

por incumplimiento, cinismo, incompetencia, no ha comprado a tiempo respiradores, exponiendo fríamente a los «mayores», dejándoles morir-. Pero los ejemplos son innumerables: desde los migrantes ahogados en el mar o entregados a la tortura de celosos guardias libios, hasta las personas sin hogar abandonadas en las cunetas de las carreteras o los encarcelados desaparecidos por causa de la metadona tras los disturbios. Ningún ciudadano piensa nunca que le podría 11egar su turno. El paradigma del «estado de excepción» sigue siendo válido, aunque parezca perteneciente al siglo ZK en muchos aspectos; 1a crítica que se puede hacer a Agamben tiene que ver con el poder cada vez más complejo de hoy y una soberanía que es de todo menos monolítica. El derecho soberano se ejerce mediante la contención y la exclusión en un dispositivo complejo y dinámico. No es casualidad que los Estados se deslegitimen entre sí. Y lo que cuenta es la inmunidad: soberano es quien protege del conflicto generalizado ahí afuera, quien biocontiene y salvaguarda, en un choque inolvidable -que domina el discurso occidental- entre los ámbitos progresistas de la democratización, donde tienen derecho a vivir los inmunes,

y las periferias de la barbarie, donde pueden estar expuestos todos los demás. En esta fabulosa historia no se menciona la violencia policial que la soberanía postotalitaria está legitimada a ejercer sobre los «otros», y se descuidan también los peligros que se ciernen sobre los inmunes y los presuntamente inmunizados. Hoy el biopoder es siempre también psicopoder -el uno limita con el otro, como demuestran el protocolo 29

técnico-sanitario y el dominio de la biotecnología-. Quienes fomentan la pasión por la seguridad juegan con el fue-

go del miedo y terminan quemándose con él. Todo puede írseles de la mano. El modelo es el de la técnica: quien la utfliza, acaba utflizado; quien dispone de eua, se ve menoscabado. La gobemanza político-administrativa, que gobiema bajo la bandera de la excepción, es gobernada a su vez por quienes resultan ser ingobernables. Es este vuelco continuo el que Uama la atención en 'el escenario actual.

DEMOCRACIA INMUNITARIA

Personas sin bog!ar alojadas prouisionalmente como automóuiles en un aparcamiento al aire libre. Sucede en Las Vegas, donde precisamente más de cien boteles de la ciudod están cerrados debido a la emergencia. Pero estos estári reseruados para quienes tienen dinero. Desalojados, debido a un contagio, de Catbolic Cbarities, la institución en la que babían encontrado refugio, las personas sin bo-

gar fueron ubicadas -a una distancia segura- cada una dentro de un rectángulo blanco trazado en el cemento. ALlgftnos discapacitados arrastraron allí sus sillas de ruedas. Las fotos son escalofriantes. El uirus enciende los focos y

alumbra despiadadamente el apartbeid social centrando la atención en él. Lesbos y Moria, la indigna puerta de entrada a Europa, donde se amontona a los refugiados en tiendas de campaña y refugios en ruinas. Se [lama detención administrativa.. están encerrados tras las rejas y el alambre de espino, siri baber cometido riinguna falta. Es la gestión policial de la mi-

gración. Frío, bambre, bacinamiento, falta de agua.. las condic¿ones bigiénico-sanitarias son ideales para la epidemia. Pero las señales enuiadas por las org/anizaciones bumanitarias siguen sin ser escucbadas. La opinión pública europea tiene otras cosas en que pensar. Y, al final, la guerra de los Estados nacionales contra los migrantes, secundada y ¢poyada por los ciudadanos, orgullosos y celosos de sus derecbos, puede seguir, inalterada, con algunos aliados más.

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En la lndia, el primer ministro Modi decretó el confinamiento de la noche a la mañana, sin previo aviso. Los prime-

virus, 1a democracia de los países occidentales demuestra ser un sistema de inmunidad que ha estado funcionando

ros eri verse ¢fectados fueron los migrantes interiores -cientos de miles-. Ya sin trabajo ni bog!ar, intentarori subirse a un medio de transporte, aún disponible, para regresar de las meg!alópolis a las zonas rurales de origen. Pero el bloqueo ya estaba uigerite. ALlgunos se aislaron subidos a los árboles,

ya desde hace tiempo y que ahora actúa de manera más abierta. En los debates sobre la democracia se analizan formas de defenderla, reformarla, mejorarla, sin cuestionar sus fronteras, la pertenencia a eua, y mucho menos el vínculo

privados de medicinas y alimentos. Otros caminaron kilómetros y kilómetros -una fuga desesperada, filmada y narrada por las redes sociales, por los canales de televisión, por los Periódicos-. Junto con los migrantes, las i)íctimas son los díiHi, los marginados de las castas, los últimos de los últimos, los oprimidos a los que antes se [lamaba «intocables»

que la mamtiene unida: 1a fobia al contagio, el miedo al otro, el terror a lo que está afuera. Así se pasa por alto que la discriminación ya está latente, de continuo. Incluso aqueuos ciudadanos que luchan contra el racismo (iun virus poderosísimo! ) pidiendo, por ejemplo, abrir las fronteras del propio país, dan por sentada la «propiedad» del

por estar asociados a actividades impuras y, por lo tanto, discriminados. Pobres y marginados no despiertan compasión; provocan, en cambio, una mezcla de ira, desaprobación, miedo. EI

país, la pertenencia nacional. Se presupone así una comunidad natural cerrada, pre-

pobre no es digno de ayuda o rescate porque es el consumidor fa[lido, un mero signo negatiuo y no positivo en el difí-

cil Presupuesto, igual que el Paria es sólo un agujero negro inútil. Se recbaza a priori cualquier resporMabilidad por su destino, mientras que la caridad y la beneficericia representan un impulso esporádico. El cinturón sanitario de la desasistencia corre el riesgo de extenderse desproporcionadamente. La diferencia entre los protegidos y los indefensos, que desafía toda idea de justicia, nunca ba sido tan llamativa y descarada como en la crisis provocada por el coronavirus.

Es difícil entender qué sucede si, a pesar del fóocÁ y la discontinuidad, no se mira el pasado reciente. El virus ha agudizado y exacerbado una situación ya consolidada que, de repente, sale claramente a la luz en todos sus aspectos más oscuros y nefastos. Desde la perspectiva del 32

parada pama salvaguardar su integridad soberana. Esta poderosa ficción, que ha dominado durante siglos, 11eva a creer que basta el nacimiento, a modo de firma, para pertenecer a la nación. Aunque la globalización ha aliviado estas cuestiones, la perspectiva política no parece haber cambiado mucho. El debate se centra en la administración interna: reformar las leyes, mejorar la eficiencia, modernizar los instrumentos deliberativos, garantizar a las minorías -democratizar la democracia-. Pero esta pers-

pectiva política excluye la reflexión sobre las fronteras y pasa por alto la cuestión de la pertenencia. La mirada se concentra, por tanto, en el interior y se da la espalda al exterior. Como si fuesen ciertas las fronteras, como si fuese obvia una comunidad regida por la descendencia genética. Tomados como datos naturales, estos temas son expulsados de la política o, más bien, despohtizados. Esto significa que la política se fundamenta en una base no política. Además, se trata de una base discriminadora que marca el dentro y el afuera. Aunque de una manera diferente, la 33

coerción se ejerce también sobre el ciudadano que, mientras disfruta de la protección, se ve captado dentro de ese orden, sin haber podido elegir. La arquitectura política contemporánea capta y expulsa, incluye y excluye. Es en este contexto donde puede funcionar la democracia inmunitaria. Cabe señalar que el adjetivo no es en absoluto inofensivo; de hecho, promete perjudicar y dañar la democracia. ¿Se puede hablar verdaderamente de «democracia» auá donde la inmunización vale para unos y no para otros? Amenudoseolvidaqueexistenvariosmodelos,opuestos incluso, de democracia. El nuestro está cada vez más lejos del de la po/z.f griega, al que, sin embargo, nos encanta referirnos. No se puede seguir, como hacen algunos, una visión festiva y entusiasta de la democracia, ignorando la exclusión de las mujeres de la vida pública, la deshumanización de los esclavos. A pesar de todo, para los ciudadanos griegos era importante involucrarse y participar. En el mundo moderno es válido, en cambio, un mode1o que, después de haberse desarrouado en la democracia estadounidense, se ha ido difundiendo en el mundo occidentalyoccidentahzado.Sepuederesumirenestafórmu1a: #o/z. % J##gcm Esto es todo lo que los ciudadanos exigen de la democracia: «no me toques». Personas, cuer-

pos, ideas deben poder existir, moverse, expresarse, sin ser tocados, es decir, sin ser inhibidos, forzados, prohibidos por una autoridad externa. Al menos en la medida en

que sea realmente inevitable. Toda la tradición del pensamiento político liberal ha insistido en esta idea negativa de libertad. No se pide participación; en cambio, se busca protección. Si al ciudadano griego le interesaba compartir el poder público, al ciudadano de la democracia inmunitaria le preocupa sobre todo su propia seguridad. Se puede decir que esta es precisamente la limitación más grave 34

del liberalismo, que con ello confunde garantía y libertad. Esta visión negativa afecta a la democracia, reducida a un sistema de inmunidad que debe salvaguardar la vida humana en sus múltiples aspectos. A medida que se ha ido imponiendo este modelo, han ido aumentando las exigencias de protección. Lo explicó bien Alain Brossat al subrayar el estrecho vínculo entre derecho e inmunidad. Para las ciudadanas y los ciudadanos muchas veces disfrutar de la democracia no significa más que beneficiarse de manera cada vez más exclusiva de derechos, garantías, defensas. E1 #o/z. % /##gc7€ es la contraseña tácita que inspira y guía esa «batana de los derechos», en la que a menudo se cree ver sobresalir el frente más avanzado de la civflización y del progreso. Por supuesto que estas luchas han sido y siguen siendo relevantes, pero el punto en cuestión es otro. La condición de inmunidad reservada para los unos, los protegidos, 1os preservados, los amparados, es negada a los otros, los expuestos, 1os rechazados, los abandonados. Se esperan atención, asistencia, derechos para todos. Pero el «todos» es una esfera cada vez más cerrada: tiene fronteras, excluye, deja tras sí residuos, restos. La inclusión es un espejismo ostentoso, la igualdad es una palabra vacía que ahora suena como una afrenta. La brecha se abre cada vez más, la fisura se vuelve más profunda. Ya no es sólo el apartheid de los pobres. El factor discriminante es

precisamente la inmunidad, que cava el surco de la separación, ya dentro de las sociedades occidentales y más aún fuera de ellas, en el inteiminable Áz.#Jcr/¢7¢d de la miseria, en las periferias planetarias de la desesperación y la deso1ación. A11í donde sobreviven los perdedores de la globa1ización no Uega el sistema de garantías y seguros. Internados en los campos, aparcados en los vacíos urbanos, desechados y acumulados como desechos, esperan pa35

cientemente un posible reciclaje. Pero el mundo del usar y tirar no sabe qué hacer con todo el excedente. La escoria contamina. Sería mejor, por lo tanto, mantenerse a una distancia segura de esos contaminados, contaminables, fuente de enfermedad, causa de contagio. Esta otra humanidad -pero... ¿serán realmente «humanos»?- se transforma inexorablemente en violencia de todo tipo, en guerras, genocidios, hambre, explotación sexual, nueva esclavitud, enfermedades. Los dispositivos de control y protección en nuestro mundo coinciden con el desorden y el desencadenamiento ininterrumpido de fuerzas naturales en el otro mundo. Reducidos a simples cuerpos, los «salvajes» podrán enfrentarse a infecciones salvajes, epidemias persistentes (como el SIDA), virus mortales (como el ébola), que apenas pasan por las noticias de sucesos y no reaparecen en la narrativa dominante. En el fondo, el ciudadano inscrito en la democracia liberal cree que el abandono de los marginados depende de la incivilidad de estos. El paradigma inmunitario está en la base de la frialdad imperturbablequeostentanlaspersonasimunesanteeldo1or de «otros», pero no de otros en general, sino de los contagiables. Alh` el dolor es un destino esperado, una inevitabi1idad; aqu' se debe mitigar la más mínima enfemedad, se debe eHminar la más mínima molestia. Esto también es una frontera.Laanestesiafomiapartedelahistoriademocrática. De ello ha hablado Laurent de Sutter en su hbro sobre el narcocapitalismo. Por euo inmunizarse significa también anestesiarse. Así, uno puede ser un espectador impasible de terribles injusticias, crímenes feroces, sin sentir angustia, sin rebelarse de indignación. El desastre resbala por la pantaua sin dejar rastro. A pesar de estar conectado, el ciudadano inmune está ya siempre desconectado, libre, exento, fleso. La anestesia democrática anula la sensibfli36

dad, paraliza el nervio expuesto. Hablar de «indiferencia», como hacen muchos, significa reducir una cuestión erninentemente política a una elección moral del individuo. Al final, también el tema del racismo puede ser un ejemplo. Se trata más bien de un tétanos afectivo, una contracción espasmódica que causa entumecimiento irreversible. Cuanto más exigente y exclusiva se hace la inmunización para los que están dentro, más implacable se vuelve la exposición de los superfluos allá afuera. Así es corno funciona la democracia inmunitaria. La doble vía ya había sido bien probada por la experiencia totalitaria. En su célebre análisis, Hannah Arendt lanzaba más de una advertencia. Las no personas -esa «espuma de la tierra» que flota entre las fronteras nacionales- iban a acabar por ser devueltas a una condición de la naturaleza, a una vida nuda e indefensa, en la que iba a ser imposible preservar incluso la humanidad. Se apuntaba con el índice al naufragio de los derechos humanos. En el mundo actual, que, borrando la memoria en una especie de borrón y cuenta nueva, ha creído separarse del pasado totalitario, la doble vía se ha convertido en una dua1idad establecida, una división dibujada por el propio movimiento de la civflización, un reparto que se ha hecho pasar por lucha contra la`barbarie, contrabandeada corno progreso democrático. Por supuesto que la condición de inmunidad no es un derecho garantizado, sino una regla general que varía se-

gún la dinámica del poder incluso dentro de las democracias liberales. Basta pensar en el cuerpo de mujeres que están en riesgo de sufrir abusos y discriminación, tanto en el hogar como en el 1ugar de trabajo. Y también dista de ser intangible el cuerpo de un vagabundo detenido en una comisaría de policía, o el de un anciano arrinconado en una residencia. 37

Lo importante es que la inmunización aspira a proteger el cuerpo (y la mente) de cada ciudadano. Las formas de aversión se multiplican, la fobia al contacto se extiende, el movimiento de retirada y aislamiento se vuelve espontáneo. Precisamente en ese retirarse y aislarse se vis1umbra la tendencia del ciudadano a alejarse de la po/z.f y de todo lo que forma grupo. Ya no responde. Está desafecto. Pero es justo la anestesia del ciudadano inmunizado, la baja intensidad de sus pasiones poll'ticas -que lo , convierten en espectador impasible del desastre del mundo-, 1o que constituye su condena. Donde prevalece la inmunidad, fálla la comunidad. Lo explicó Roberto Esposito concentrando el vínculo de la comunidad en el miedo a la muerte. Hoy es un miedo muy impreciso, amplio e incierto, que coagula de vez en cuando en la comunidad de un «nosotros» fantasmal. Enlapalabralatinaz.77z77zz¢#z.JózJestápresentelaraíz7%z/-

#z¢f, un término difícfl de traducir, que significa tributo, regalo, carga, en el sentido, no obstante, de una deuda no

pagable nunca, de una obligación mutua, que vincula inexorablemente. Estar exento, dispensado, significa ser inmune. Lo contrario de lo inmune es 1o común. «Individual» y «colectivo» son, en cambio, 1as dos caras simétricas del régimen inmunitario. «Común» indica la compartición de la obligación recíproca. No se trata, de ninguna manera, de una fusión. Formar parte de una comunidad implica estar atado, vinculado el uno al otro, constantemente expuesto, siempre vulnerable. Ha aquí la razón por la que la comunidad es constitutivamente abierta; no puede presentarse como una forta1eza idéntica a sí misma, cerrada, bien defendida, protegida. En ese caso sería más bien un régimen inmunitario. De hecho, lo que ha sucedido, especialmente en los últimos años, es un malentendido paradójico por el cual se 38

intercambia la comunidad con su opuesto, 1a inmunidad. Esta deriva está ahí, a ]os ojos de todos. La democracia debate así entre dos tendencias opuestas e irreconcfliables. Aquí se jugará su futuro. La democracia inmunitaria tiene poca comunidad -ahora está casi desprovista de eua-. Cuando se habla de «comunidad» se hace referencia sólo a un conjunto de instituciones que dependen de un principio de autoridad. El ciudadano está sujeto a quienes le garantizan Protección. Por otro lado, se observa la exposición al otro, se protege uno con cautela del riesgo de contacto. El otro es infección, contaminación, contagio. La poh'tica inmunizadora rechaza siempre y de cual-

quier forma la alteridad. La frontera se convierte en el cordón sanitario. Todo lo que viene de fuera reaviva el miedo, despierta otra vez el trauma contra el cual cree haberse inmunizado el cuerpo de los ciudadanos. El extranjero es el intruso por excelencia. La inmigración surge entonces como amenaza más inquietante. Pero los efectos devastadores de la inmunización, entre los cuales figura una gran cantidad de enfermedades autoinmunes, recaen Precisamente en los ciudadanos y, tal vez sólo ahora, en esta crisis de época, salen a la luz con claridad, por ejemplo auí donde el administrador soberano acaba revelando, más aHá de la máscara, su rostro oscuro y monstruoso, al dejar morir por descuido, frialdad e incompetencia. El ciudadano de la democracia inmunitaria, a quien se le impide la experiencia del otro, se resigna a seguir todas las reglas higiénico-sanitarias y no tiene dificultad en reconocerse como paciente. Política y medicina, ámbitos heterogéneos, se superponen y confunden. No se sabe dónde acaba el derecho y dónde empieza la sanidad. La acción

política tiende a adoptar una forma médica, mientras que 39

1a práctica médica se politiza. También en esto ha creado escuela el nazismo -por escandaloso que pueda parecer

EL GOBIERNO DE LOS EXPERTOS. CIENCIA Y POLÍTICA

recordarlo-. El ciudadano-paciente, más paciente que ciudadano, aunque aparentemente pueda disfrutar de defensas y protecciones, y beneficiarse de una vida en la zona del mundo con condiciones anestésico-sanitarias, no podrá evitar pre-

guntarse por los fesultados de una democracia médicopastoral, no podrá evitar ver con inquietud el avance de la reacción autoinmune.

Desde que el coronavirus se ¢Poderó del espacio público,

marcando la agenda de noticias de teleuisióri, periódicos y

columnas de opinión, los representantes de los partidos -de la mayoría gobemante y de la oposición-parecen des¢parecidos. La infección uiral bd barrido de un plumaz;o la política, que a,firma que sólo quiere remitirse a la áencia. «.icüÁe bablen los expertosl.».

Tales afirmaciones bari sido aceptadas como si fueran algo obuio. Mucbos comentaristas ban argameritado que

abora sería la oportunidad de considerar el daño causado por la incompetencia. Así se ba Pasado, en el contexto italiano, del partido conspirdnoico de los No Vax (antiuacu-

nas) al partido científico del Estado médico.

No bay programa de debate en los medios de comunicación que no traiga al ex:perto de turno. Es un torbe[lino de nombres, de mayor o menor autoridad, un reuoltijo de tesis e bipótesis que a menudo se contradicen, un uórtice de cifras, tablas y gráficos. Sin contar, además, la proliferación de comités. Los expertos son de repente los dueños del espacio público. Por supuesto, la incompetencia es dañina. No se pueden

improuisar economistas, juristas, constituc¿onalistas, etc. Ni mucbo menos políticos -iy ni siquiera filósofos/.-. Se ba pag/ado uri Precio miÁ;y alto Por la ided de que el ciudadano

común podría [lei)ar a cabo tranquilamente las funáones de diputado. No obstante, admitir esto no significa respaldar el 40

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régimen de ex:pertos. El riesgo para la democracia sería

enorme. Por lo tanto, la aparición del coronavirus ba planteado gravemente la cuestión, desafortunadamente elud¿da con tanta frecuenáa, de la relacióri entre política y ciencia.

Es grave que la poh'tica abdique abiertamente de la ciencia. Subordinada a los dictados de la economía, reducida a la gobemanza administrativa, la política conserva áhora un margen estrecho que corre el riesgo de perder por completo. Abdicar, suspenderse a sí misma, significaría eludir las propias responsabihdades. En el Estado médico que parece destacarse en el horizonte, donde el ciudadano sen'a poco más que un paciente, ocupan un lugar clave los expertos.

¿Pero quién es el experto? ¿Cómo debemos entender su papel, que media entre el conocimiento científico y las consecuencias prácticas? La frecuencia de esta figura puede atribuirse tanto a la hiperespecialización de la ciencia como a la creciente complejidad que vuelve difícil cualquier decisión. Con frecuencia el término c%pc7Zo se usa erróneamente como sinónimo de c7.c#Jz#co. En cambio, debe hacerse esta distinción. Para el científico, el resultado de su investigación es siempre parcial, provisional. En cambio el ex-

perto, bajo la presión de la opinión pública, ansioso no sólo de saber sino también de predecir, necesita respuestas ciertas, datos operativos. En el juego de intereses económicos y políticos en conflicto -ila atención no es neutral!-el experto proporciona un veredicto que tiene el crédito de la cientificidad y el aura de la imparcialidad, pero que no lo es a los ojos del científico. La relación entre ambos está marcada por la fricción. Una vez confiado al flujo rápido de los medios de comunicación, ese veredicto es alterado, manipulado, cambiado por completo. Sucede, además, que es el mismo 42

experto quien cambia de opinión en unos días. Mientras tanto, su competencia, de la que hace alarde blandiendo números y esquemas, ha silenciado y desresponsabflizado a mfllones de ciudadanos. Desde las cuestiones ecológicas hasta los problemas de estrategia mflitar, desde las finanzas hasta la bioética, desde los proyectos espaciales hasta la epidemiología, en todas partes se pregunta al experto, en todas partes pesa su palabra, casi como una sentencia oracular. Sin embargo, su experiencia no es una garantía. Si es depositario de un conocimiento específico, y como tal debe ser escuchado, ello no quiere decir que tenga más experiencia y sabiduría que otros. Si conoce algunos medios, no necesariamente ve con claridad los fines. De hecho, puede ocurrir que los vea menos que otros. El experto es como el timonel de Agamenón, que logró 11evar a su amo a casa, donde, sin embargo, fue asesinado. Por ello tuvo que preguntarse el timonel no sólo si el curso había sido correcto, sino también si la meta lo había sido. La fe en las virtudes mágicas y portentosas del experto esconde la dificultad de elegir, que no está sólo ligada a la especialización. Se otorga la confianza a quienes saben, o se presume que saben, para ser relevado del tormento de la decisión. La opinión experta del experto se convierte en un remedio contra el miedo a juzgar y elegir, lo cual concuerda con la idea de que en alguna parte existe, preciosa y lista para usar, uria solución. De ahí las enormes expectativas, las esperanzas equivocadas. El poll'tico se dirige de buen grado al experto que debería facflitarle la tarea proporcionándole datos e información. En situaciones de emergencia, como la del coronavirus, puede incluso concederle el escenario. No obstante, la arriesgada ambivalencia de la relación sale inmediatamente a la luz. ¿Quién se sirve de quién? 43

Si bien es prudente recurrir a la opinión del experto, es arriesgado dejarle la última palabra, como si su juicio fuera una respuesta definitiva, la instancia suprema de tonia de decisiones. Su autoridad flimitada destaca ya soberanamente en la oscura esfera de la excepción. Esta es la razón por la que el abandono de la fe en los poderes de su pericia profesional oculta peligros imponderables. La política no puede limitarse a ejecutar las indicaciones de los expertos, como si no fuera más que administración, cuyo ideal es la neutralidad y que, en el fondo, ya no tiene ideales. El buen funcionamiento sería un valor en sí mismo, independientemente de cualquier contenido. No importa que en el mundo haya justicia, igualdad, solidaridad: 1o que importa es que esté bien administrado. Los fines pasan a un segundo plano, mientras se vuelven determinantes los medios de gobierno. El político se convierte en el experto de los expertos, el hipertécnico de la programación, que en el mejor de los casos sabe cómo administrar, sabe cómo elegir los medios de gobierno,

pero ya no sabe por qué, ni con qué propósito, ya no sabe cómo elegir el fin. Sin embargo, el tormento de la decisión, 1a carga de la responsabflidad, es la piedra angular de la política.

FOBOCRACIA

Podría ser la palabra clave del gobierno neoliberal. Del griego pÁo'áof (miedo) y Á#¢'ZoJ (poderoso, válido, fuerte).

Es el dominio del miedo, el poder ejercido a través de la emergencia sistemática, la alarma prolongada. Se propaga el miedo, se transmite ansiedad, se fomenta el odio. La confianza se desvanece, la incertidumbre 11eva ventaja. El miedo pierde la dirección y prorrumpe en pánico. La psicopolítica no es una novedad de hoy en día. Si el miedo domina las almas, entonces con el miedo es posible dominar el alma de los demás. Fue Maquiavelo quien convirtió el miedo en una categoría política, al ver su estrecha relación con el poder. Para el príncipe es un difícil arte despertarlo veladamente para mantener intacta la soberanía; de hecho, debe evitar que este sentimiento degenere en odio y empuje al pueblo a la insurrección. El miedo recorre toda la modernidad hasta el siglo xx, el siglo del terror total, confundido generalmente con la tiranía, el régimen que aún distingue entre amigos y enemigos. El poder totalitario, por otro lado, es el vínculo de hierro que funde a todos en uno; en lugar de ser un instrumento, es el terror mismo el que gobierna, mientras devora al pueblo, es decir, el propio cuerpo, y contiene ya los

gérmenes de la autodestrucción. ¿Y hoy? El terror se ha convertido en una atmósfera. Cada uno se entrega al vacío planetario, expuesto al abismo cósmico. No es necesaria una advertencia directa, por-

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que los riesgos parecen provenir del exterior. En su aparente ausencia, el poder amenaza y tranqufliza, pone el acento en el pehgro y promete protección -una promesa

que no puede cumphr-. Porque la democracia postotalitaria requiere miedo y se basa en el miedo. He aquí, pues, el círculo perverso de esta fobocracia. El suspenso y la tensión se alternan en una vigflia permanente, en un insomnio que causa pesadfllas, deslumbramientos, alucinaciones. La vida parece apretada bajo el control de una alternativa constante entre la amenaza de sufrir una agresión y la necesidad de defenderse, de hecho, para prevenir el ataque. Por ello es una vida marcada por alarmas, protegida por alarmas antirrobo, atrincherada detrás de puertas blindadas y cerraduras de seguridad, vigilada por cámaras de televisión, rodeada de muros. El miedo crece, y es un oscuro temor al otro en el que, como por arte de magia, se unen distintas preocupaciones y ansiedades. Podemos hablar de una cultura del miedo que caracteriza a las democracias inmunitarias. No se trata de una emoción espontánea. Es más bien la sugestión generalizada de un peligro omnipresente, el hábito de la amenaza, la sensación de inseguridad extrema -hasta el terror-. Se activan y desactivan brotes de aprehensión colectiva, se induce el estrés de forma intemiitente, hasta alcanzar la cima de la histeria colectiva, sin ninguna estrategia y sin objetivos claros, más que el cierre inmunitario de una comunidad pasiva, desagregada y despohtizada. De este modo, se somete temporalmente el «nosotros» fantasmal a la emergencia y a sus decretos. Pero esta fobocracia tiene un enganche temporal y, a su vez, corre el riesgo de ser rechazada y destronada por el virus soberano que querría gobemar.

¿PLENOS PODERES?

Desftles, marchas, manifestaciones, asambleas.. basta bace

unos meses, las nueuas revueltas del siglo Xxi recorrieron las calles de todo el mundo, de Santiago de Cbile a Beirut, de Hong Kong a Barcelona, de París a Bagdad, de Affgel a Buenos Aires. Feministas y antirracistas, ecologistas y pacifistas, nueuos desobed¿entes, acúvistas iriformáticos, militantes de oene-

gés estaban allí para protestar contra las derivas soberanistas y en pro de la seguridad, las desigíualdades abismales, la degradación del medio ambiente, el principio extend¿do del endeudamiento, la falta de derechos y la d¿scriminación. No era un mero acaloramiento reperitino y Pasajero, sin un mañ¢na. Los ingobernados entraron en escena para denunciar

todos los límites de la gobernanza política. Ocuparon las calles, ese espacio dejado uacío por los partidos políticos, recordatorio simbólico del ágora, primer lug/ar de la demo-

cracia y última reseri)a disponible de la comunidad. Estar-

juntos significaba reaccionar a un mundo que aísla, que separa. La ocupación ya es oposición, prueba de solidaridad. Gestos creativos, acciones inéditas, uso frecuente de máscaras para ex:poner al poder financiero sin rostro, para desafiar al Estado que condena cualquier máscara que no sea la suya, para rebelarse contra la uigilancia y las ex;ageradas medidas de ideritificación. Especialmente en los últimos tiempos se ban impugnado la arquitectura nacional, la configuración de la ciudadanía, el orden mundial centrado en los Estados.

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¿Qfté será de las insurrecciones abora que el coronavirus ba ocupado el escenario? ¿Saldrán reforzados los poderes

policiales, -espacio público, la disciplina [os aparatos de los cuerpos, represiuos? la militarización ¿0 esta[larán' ¢el los conflictos, se pondrán en comúri los errores e injusticias que mientras tanto se ban intensificado, resurgirán las luchas, se uolverán a encender los focos para ilumiriar a los ini)isibles? Nuevas formas de disidencia, protestas creativas y sin precedentes ¢parecen ya en los balcones, en la red e incluso, con la debida distancia, en las calles -desde las caceroladas basta las acciones de Amonyrmus, desde iniciatiuas como las del colectivo cbileno Depresión lntermedia basta las asambleas en Facebook y las #digitalstrike-. Q}Áizás acabe el uirus soberano por desestabilizar la so-

beranía del Estado. Ciertamente no se podrá olvidar que la salud, el clima, la educación, la cultura y la economía no son posesiones priuadas, no llegan de arriba, otorgadas por el c¢pital, sino que son bieries comuries que requiereri um nueua política eri el mundo.

En Hungría, el 30 de marzo de 2020, Viktor Orbán se otorgó plenos poderes. La razón oficial: para combatir mejor la epidemia. No se indicaron límites temporales y,

por lo tanto, el primer ministro podrá gobernar por decreto, derogando también las leyes del parlamento, siempre que lo considere oportuno. La oposición gritó que eso era un «golpe de Estado», sin tener mucho eco. La Unión Europea, que ya era ineficaz antes, tiene otras prioridades. Por todas partes hay emergencias de virus. Se multiplican y amplían las medidas excepcionales. Es larga la lista de gobiernos que h.an aprovechado la oportunidad

para ampliar sus poderes y ejercer un control más férreo. Si en Francia se ha renovado el «estado de emergencia», en Gran Bretaña se harL atribuido poderes extraordina48

rios a la policía. Trump ha comenzado a Uamarse a sí mismo e"rJz.%c prcfz.dc#J (presidente de tiempos de guerra), dando a entender que su margen de toma de decisiones va a ampliarse como en tiempos de guerra. Se han votado en Bolivia y Fflipinas, Tailandia y Jordania leyes que prohíben muchas libertades individuales, censuran los medios de comunicación y permiten el control digital de los ciudadanos. No se puede ignorar, por tanto, que el peligro de contagio trae consigo la epidemia paralela de medidas represivas y autoritarias. Detrás de la viropolítica, o más bien de la coronapolítica, sobresale inquietante el gobernante fobocrático. Las repetidas proclamas bélicas, los llamamientos a la nación, son una señal explícita. Muestran, entre otras cosas,1a derrota de la política, que no puede hablar a una comunidad disgregada, a no ser que lo haga confiando en el miedo y reclamando la urgente necesidad de superar los conflictos internos., La rapidez con la que se han tomado medidas excepcionales, con todas las implicaciones legales que conllevan, se explica gracias al precedente de otra guerra fantasma, la del terrorismo, que ha abierto las puertas al estado de emergencia. La jerga bélica utflizada en la narración de un evento inédito deja pocas dudas sobre los riesgos represivos. Y, sin embargo, a pesar de la presencia de la policía en las calles, no hay ninguna movilización mflitar. La medicina es una lucha por la vida y sus victorias no se basan en la muerte. Sin embargo, esto no le exime de

posibles tentaciones de complicidad. La crisis de salud no puede ser el pretexto para abrir un laboratorio autoritario. Esto no significa rechazar ingenua e imprudentemente los remedios y curas que pueden retrasar la propagación del virus. Pero las medidas de seguridad y bioseguridad deben volvernos vigflantes y empujarnos a desconfiar inclu49

so de nosotros mismos y de nuestros instintos. No se puede permitir que la epidemia marque el comienzo de una era de sospecha generalizada, en la que todos son un potencial propagador de plagas para el otro, una amenaza

su soberanía, anclados en la inmanencia del poder, son inútiles. El virus soberano pasa por el aire y nadie es inmune.

permanente. La consecuencia sería no tener ya un mundo en común, no compartir siquiera el espacio público de la po/z.J.

El coronavirus ciertamente no es ningún patriota y se burla de las fronteras. La globalización, guste o no, es viral. Sin embargo, las paradojas se han multiplicado. Europa ha prohibido la entrada a los extranjeros justo cuando ella era el foco, el epicentro de la pandemia. La demostración vacía e impulsiva de soberanía se repitió con el cierre descarado de las fronteras entre los diferentes países. La competencia salvaje Uegó incluso a negar el envío de material médico a quienes lo necesitaban. La fálta de solidaridad permanecerá indeleble en la memoria de muchos pueblos europeos. Por enésima vez, la Unión ha demostrado ser una asamblea desarticulada de copropietarios, un montón de países que, a golpe de compromisos vacilantes, compiten por el espacio para defender sus propios intereses. Sin sentido alguno de lo común, sin pensar en absoluto en la comunidad. Todo en beneficio de los regímenes autoritarios y los partidos soberanistas

que desde hace tiempo piden el cierre de las fronteras, el proteccionismo nacional, la abnegación patriótica. ¿No había invocado Matteo Salvini, el 1íder de la Lega, los «plenos poderes» mucho antes de la epidemia? La xenofobia de Estado ha encontrado un nuevo y vigoroso enemigo en el «virus extranjero», después de haber lanzado una campaña de odio contra los migrantes. Sin embargo, precisamente el virus mismo muestra que el levantamiento de fronteras y la confrontación de los Estados nacionales, confinados en su territorio, celosos de 50

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EL CONTAGIO DE LA CONSPIRACIÓN

El coronavirus es un «engaño increíble». Es el «Gran Enemigo» nacido del uieritre de uri murciélago. Es ün ¢Pocalipsis en probeta, resultado de uyia fórr7zula quími¿a P¢ra el exterminio de la bumanidad. Es uyi arma bacteriológica secreta sobre la que Cbina ba perdido el control. Es una estrategia de márketing de los grupos de presión farmacéuticos Para aumentar las ventas de medicamentos. Es un experimento buscado y financiado por Bi[l Gates, una gran maqui-

nación para patentar la vacuna, obtener g/anancias y dominar el planeta. Es una «gran mentira» orquestada Por «Poderes fuertes» Para ocultar los efectos letales del 5G, la tecnología que ua a destruir el sistema inmunológico. Es el «virus de Wuban», salido del inquietante mercado de animales salvajes. Es el «virus cbino», esc¢pddo del Laboratorio Nacional de Bioseguridad. Fue distribuido en ltalia Por agentes secretos estadounidenses para bloqüear la «Rbita de la Seda» y evitar la entrada de la economíú China en el Viejo Continente. Es un «virus estadouniden§e», un bacilo Propag/ado astutamente por cinco atletas bospitahzados en bospitales cbinos. En cualquier caso, es un «virus extranjero». El rmisterio

que rodea su origen aumenta la angustia, enciende ld fantasía conspiranoicd o complotista, da lug!ar a interpretdciones dispares, bipótesis extrañas y oportunistas. No se frenan ni los representantes Políticos. De becbo, esta uez no sólo ban sido los portauoces, sino los propios presidentes de gobierno

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quienes ban dado pábulo a las meyitiras.ry los rumores. Trump, el primero de todos. La guerra global también se

bace con fábulas conspiranoicas. Pero quien ba sobresalido especialmente ba sido Bolso-

naro, que basta el final ba reducido el uirus a una gripe cualquiera neg/ando la emerg/ericia saútaria, una «f antasía» alimentada por los medios de comunicación. Esta neg!ación ba encontrado ¢poyo en las posiciones tomadas por el controvertido científico Sbiua Ayyadurai (a pesar de ser doctor

por el MIl de Boston), quien ba condenado repetidamente en Twitter el «alarrMiismo», alegando que el coronavirus Pasará a la bistoria como «uno de los mayores fraudes cometidos para manipular la economía, eliminar la disidencia y forz4r soluciones oblig!atorias».

Las casandras conspiranoicas, a la espera de la catás-

trofe final, ya habían señalado durante algún tiempo en una pandemia planetaria la masacre programada que iba a reducir drásticamente a la humanidad. Se había visto, planeado, predicho todo. Y aquí está la covid para corroborar ese vaticinio desoído. El coronavirus, en su esencia invisible, parece la herramienta ideal en manos de fuerzas ocultas que, actuando en secreto, quisieran quitarle al pueblo su soberanía. La ansiedad por desenmascararlas se tiñe de odio y toma el color de la ira. ¿Quién logrará resistir? ¿Quién será inmune a la infección? Las noticias fálsas se multiplican a un ritmo imparable, corren por los flujos móvfles de los dispositivos telemáticos, son recuperadas, potenciadas, relanzadas. La infodemia -hteralmente, 1a epidemia de informaciones- es consideradaporlaOrganizaciónMundialdelaSaludcomo un peligro casi igual al de la covid. ¿Quizá sea este el virus global para el que no acaban de Uegaf las vacunas? 54

La teoría de la conspiración no es una invención reciente; puede presumir de precedentes significativos en los siglos anteriores. Sin embargo, en el siglo XX se anuncia un fenómeno sin precedentes: 1a difusión planetaria de los mitos conspiranoicos. Los efectos han sido devastadores. Basta recordar los de la JÁo¢¿. Y, sin embargo, a pesar de la censura pública y el amplio descrédito que lo rodea, en muchos sentidos el pensamiento conspiranoico parece hegemónico. «¿Qué hay detrás?»: es la pregunta que se repite obsesivamente. La nueva cultura de la conspiración, que se alimenta de información no filtrada de internet, ve tramas en todas partes, revela intrigas, señala maquinaciones, y esparce enemigos por el mundo. No hay evento -epidemias, flujos migratorios, ataques, guerras- que no tenga un culpable, su chivo expiatorio fantasmal. Instrumento extremo en el pasado, la conspiración se ha convertido en un medio recurrente de propaganda. Entre paranoia y sospecha, 1a pasión conspiranoica se propaga a toda velocidad; construye una red de complicidad contra las elites, cada vez más deslegitimadas, señala con el índice a las minorías acusadas de querer manipular a la mayoría. ¿Cómo podemos explicar eventos, como la pandemia viral, que con su carga apocall`ptica desgarran la vida cotidiana? ¿Cómo orientarse por entre los vientos en contra de la globalización, donde la guerra se confunde con la paz, el enemigo con un amigo? La incertidumbre,1a consternación, el miedo prevalecen en un mundo que parece cada vez más un caos impenetrable. Detrás de esa apariencia hay quizá una realidad oculta que debe ser sacada a la lu7„ desenmascarada incluso. Fuerzas misteriosas, «poderl`s fuertes» ocultos rigen el destino del planeta. Fáciles de propagar y difícfles de refutar, las fábulas c{mspiranoicas responden a exigencias puestas hoy a dura 55

prueba: creer y explicar. El rechazo de las religiones tradicionales y de las ideologías políticas ha dejado espacio

para cualquier forma de credulidad sobrevenida y de dogmatismo obstinado. En ausencia de causas obvias, es mejor confiar la fe a aqueuo que responde a las propias convicciones, aqueuo que satisface las expectativas de uno. No importa qué indicios y pruebas atestigüen lo contrario. Decisivo es lo que resulta útfl. El efecto práctico refuerza el mito, que resiste, por tanto, cualquier crítica. Enfermedad del mundo desencantado, la fantasía de la conspiranoia satisface la necesidad de certeza, la necesidad de transparencia, el deseo desenfrenado de explicar y racionalizar todo. Ante la complejidad se elige el atajo de la simplificación. Resurge así el sueño de encontrar a toda costa un significado; más aún si el escenario es sombrío. Creer en la conspiración significa aceptar una concepción sumaria y mágica de la Historia en la que todo puede reducirse a una sola causa que actúa intencionadamente, con una voluntad subjetiva y perseverante. Cuanto más complejo parece el escenario, mayor es la necesidad de encontrar una explicación última. De ahí la analogía con el pensamiento mítico. La eficacia del mito no radica en la veracidad, sino en las necesidades a las que responde, en las emociones que despierta, en las sugestiones que enciende. Por lo tanto, es engañoso hablar de algo «falso», de una verdad negada. El mito no niega; se limita a constatar. Este es el gran poder de la ficción. De este modo, no vale de nada demostrar que sus rumores eran infundados: complacido, así lo reconocía el propio Hitler, el maestro de la conspiración. Con su ciencia política imaginaria, el conspiranoico no quiere sólo descifrar el curso de los acontecimientos; pretende también supervisarlo y dirigirlo. Convencido de poseer la clave de la Historia, que le permite resolver todos 56

1os problemas y eliminar cualquier fuente de ansiedad, se mueve en un horizonte maniqueo en el que el Mal proviene de ese mundo oculto y arcano, que debe por fin ponerse al descubierto. Su trabajo es expulsar al enemigo, descubrir la amenaza. Sin embargo, este gesto de magia oculta es también un acto simbólico de guerra. El conspiranoico no se limita a evadirse en sus quimeras y deslumbramientos. Si identifica las fuerzas oscuras, en cuyas manos ha caído el mundo, es con la intención de contrarrestarlas. Reclama para sí el papel de víctima y construye al enemigo absoluto, definido en cada ocasión por los supuestos objetivos: 1a aniquflación, el expolio, la dominación. Cuanto más metafísicamente abstracto es este enemigo, como las «elites», la «casta», el «gobierno mundial», más temido y detestado es. No podemos olvidar que la conspiración es la piedra angular de un cierto populismo. Todo se ve agravado hoy por la volatilidad del poder. No porque el poder haya fauado -itodo lo contrario!-. Pero es distante, evasivo, ubicuo, proyectado en los cana1es de la tecnología y en los flujos de la economía, desprovisto de centro y quizá de dirección. No tiene rostro, no tiene nombre, no tiene dirección postal. El malestar que sienten los afectados por él está precisamente en la dificultad de localizarlo. Sólo se percibe su presencia genera1izada. El ciudadano se siente engañado; se vuelve inseguro, cauteloso, sospechoso. Si hay un efecto, también debe haber una causa. El escepticismo se convierte en la certeza dogmática de que hay una región oculta del poder. Por eso proliferan los oscuros fantasmas de la conspiración que pueblan el escenario político. Sin embargo, no se puede callar que la cultura del miedo es exactamente la que fomenta a los malpensados. La conspiración es el otro lado de la fobocracia. Una política mezquina e hipócrita que, para gobernar, necesita cons57

tantemente desplazar sus propias responsabflidades y co1ocarlas en un enemigo cercano -el inmigrante, el gitano, los burócratas de Bruselas, el «virus chino>+ es la fuente inagotable de fantasías conspiranoicas. No es casualidad

que se multipliquen los gobiernos que, incluso en las relaciones internacionales, recurren a estos medios. De poco sirve demonizar la conspiración, que al fin y al cabo es un síntoma. Y no necesariamente negativo: ex-

presa el deseo, por ingenuo que sea, de comprender mejor, de ver con claridad. Dar por sentado que la conspiración es una enfermedad que afecta a un puñado de locos paranoicos es actuar como conspiranoicos, atribuyendo los males del mundo a una camarilla oscura que trama en la complosfera. Como ha observado Rob Brotherton, todos somos un poco conspiranoicos. Es mejor admitirlo, en lugar de autoabsolverse. La conspiración no es una enfermedad viral, que deba ser derrotada y erradicada. Así como la guerra contra el virus es absurda, tampoco tiene sentido la guerra contra la conspiración. Se trata más bien de convivir, sin pretender inmunizarse. A veces el contagio de la paranoia puede ser hasta prudente. Basta con que el medicamento se suministre en dosis correctas.

MANTENER LA DISTANCIA

Escáneres térmicos en los aeropuertos, controles en el territorio, cuareritena para posibles infectados, y luego máscaras, medidas de precaución, lavado frecuente de manos.

¿Será suficiente? La arigustia del contacto se mouiliz4, el miedo a la contaminación se bace palpable, insinuándose en la uida cotidiana. Sería mejor evitar los lugares públicos, encerrarse en el espacio de la intimidad doméstica. Nunca babía parecido tan indispensable ese nicho salpicado aquí y allá de pantallas a través de las cuales obseruar protegidos el mundo.

La distancia no es la misma en todas partes; 1a distribución de los cuerpos en el espacio público tiene diferentes costumbres, ritos, etiquetas. Ya en los países europeos, 1a distancia disminuye a medida que uno pasa, por ejemplo, de las ciudades finlandesas .a las alemanas y, finalmente, a las italianas, donde las efusiones expresivas y los abrazos marcan casi todos los encuentros. Sobre las normas sub-

yacentes a estos procesos cada vez menos neutrales y cada vez más neuróticos escribió Norbert Elias. En las crónicas de la peste se cuenta el efecto del contagio, que Ueva a las personas a aislarse lo más posible, temiendo al otro, viendo en él a un posible propagador de la enfermedad y acabando por considerar la distancia como único remedio eficaz, como la única esperanza. Sin embargo, en las democracias inmunitarias, que por esto

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no se pueden comparar sin más con el pasado, el miedo a ser tocado, que marca siempre las distancias, es ya una fobia al contagio. «Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido»: esta famosa frase de Elias Canetti no está sacada de un contexto cualquiera, sino que hace referencia a la vida moderna. Nos encerramos en casas donde nadie puede entrar y donde nos sentimos relativamente seguros. El derecho a la integridad de la esfera doméstica constituye la base sobre la cual se construyó el viejo derecho europeo. Ahora, sin embargo, el habitar permite delimitar un área de protección y de bienestar contra posibles invasores y malintencionados. ¡Prohibida la comunidad! Lo que importa es el derecho a defenderse de las molestias y perturbaciones externas sin tener que justificarse. La casa es una especie de prolongación del cuerpo que permite una peculiar representación de uno mismo y un cuidado de uno mismo igualmente especial que se ha convertido en un hábito. Expresa la necesidad de un cierre tranquflizador y saca a la luz el surgimiento del paradigma inmunitario. La apertura humana al mundo se ve obstaculizada cada vez más por el fuerte impulso de evitarlo. De ahí también el resentimiento generalizado al 1ugar, los celos soberanistas del hogar. Basta recordar los mitos de la invasión proclamados a los cuatro vientos, el miedo generalizado a los inmigrantes. La imposición por ley de la distancia, esta policía preventiva de las relaciones, este blindaje reglamentado que protege tanto a los miembros de la famflia como a los extraños, es sólo la cúspide de un proceso político que ya está en marcha. La abolición del otro es ahora por decreto -a cambio de seguridad e inmunidad-. El cuerpo del ciu-

ponderables. La prudencia y la sospecha deben marcar las relaciones, necesariamente mediadas siempre por dispositivos capaces de separar, contener, asegurar y preservar. E1 «distanciamiento social» es, pues, el sello de la poh'ticainmunitaria. En cierto modo, se puede decir amargamente que el ciclo de la civflización termina allá donde la ley prohibe toda forma de contacto físico como fuente de contagio, riesgo de mancha y contaminación. De esta forma da la impresión de desaparecer del horizonte civil y político la comunidad abierta, espontánea y hospitalaria -de la reunión, del juego, del bafle, de la fiesta-. Bajo los golpes de los decretos desaparece la comunidad extraestatal y extrainstitucional, 1a del movimiento extático del yo, que se extiende hacia el otro, que se expone, que se abandona. Queda la sobreprotegida, la regulada, blindada, parapetada: la sombra de la comunidad. Lo que perturba, en las disposiciones tomadas durante la emergencia de la covid, no es sólo el distanciamiento del otro y, por lo tanto, el veto implícito de cualquier abrazo, de cualquier efusión espontánea, sino también la oscura prohibición de todas las relaciones sin protección, las de co-presencia, del encuentro de cuerpos. Las consecuencias son políticas. Es en este sentido como debe verse aquí el laboratorio de estructuras nuevas y sin precedentes.

El ciudadano-paciente, a quien le está vedada la experiencia del otro, se resigna a la regulación de la distancia, se somete a la normativa sanitaria que afecta a la esfera sexual y afectiva. A veces se siente abrumado por una oscura nostalgia de la masa en la que le gustaría volver a sumergirse para exorcizar la fobia al contacto. Lo aclaró

dadano individual es, de hecho, una fortaleza que debe

Canetti en su famosa obra maestra M" y podc# «Sólo en

protegerse contra innumerables peligros, amenazas im-

la 7%¢f¢ se puede liberar el hombre del miedo a ser tocado.

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Es la única situación en la que ese miedo se convierte en su opuesto. Por esta razón es necesaria la masa dc#f¢, en la que el cuerpo se une al cuerpo, una masa densa también en la constitución psíquica, precisamente porque uno no presta atención a quien ``tiene encima" . En cuanto nos abandonamos a la masa, no tenemos miedo de ser tocados por ella [...] . Cuanto más se aferran desesperadamente los seres humanos unos a otros, más seguros están

tante diferente. La masa es liberada del peso del cuefpo, desprovista de resistencia física, puesta a disposición de un flujo ininterrumpido de mensajes en modo #o#-fzop, las veinticuatro horas del día. Los informes son filtrados,

de no tener miedo el uno del otro. Esta ¢7¢z//¢cz.ó# dc/ 7%z.c-

prójimo a través de la mejora de los dispositivos mediáticos y la expansión de la ideología comunicacional. La caUe y los lugares de encuentro espontáneos han ido siendo suplantados cada vez más por el espacio virtual de internet. El cara a cara marcado por la proximidad física del otro -fuente de aprensión, reserva de sorpresas, puerto de calma inesperada- ha dado paso a la privación sensorial del prójimo. E1 «distanciamiento social» confina el cuerpo -infectado, contagiado, contagioso-y lo entrega a una virtualidad aséptica y estérfl. Una derrota para quienes creen que el cuerpo es la puerta de entrada de la hegemonía tecno-1iberal. El cuerpo es percibido más como fálta, privación, y el de los demás no menos que el propio. El contacto en sÍ está contaminado por el contagio. Vivir y trabajar «a distaricia» significa estar rodeado de

cZo ¢ fcr Zoc#cZo es propia de la masa».

Evitar y prohibir, por ley, la masa no significa favorecer el individualismo. El asunto es muy distinto. La fobia a la masa acompaña a la sociedad masificada desde hace tiempo. No es una paradoja. Son las dos caras de la misma moneda. Sin embargo, el convertirse-en-masa en el espacio público ya había sido disciplinado o admitido de forma sutflmente prevista y previsible: en celebraciones oficiales, o bien en estadios deportivos o conciertos. Es esta la masa que, al contrario que la descrita por Canetti, está rarificada, basada en una prohibición, programada, filtrada, vigilada. Uno no puede evitar pensar que opere ya aquí la intención de evitar el conflicto, proporcionando, sobre todo a través de algunas formas de competición, como los partidos de fútbol, un simúlacro de guerra civil. Sin embargo, la inmunización dictada por la covid Uega al paroxismo y se descompone, entre otras cosas, en un periodo marcado por disturbios mundiales. La advertencia de la democracia inmunitaria no es, pues, tan difícfl de leer: elimina el peligro de la masa viva e incontrolable, aleja el fantasma de la revuelta, asegurando condiciones sanitarias de supervivencia. Se sabe que la distancia está tejida de cercanía, y la cercanía tejida de distancia. Pero el distanciamiento, este término aparentemente aséptico, tiene un significado bas62

por medios de comunicación interpuestos. Incluso en semejante contexto, a pesar de la brecha evidente, no se puede ignorar la continuidad. Desde hace años se ha venido consumando ya el distanciamiento del

pantallas. En la ambigüedad de la pantaua se resume todo el paradigma inmunitario: al tiempo que protege, defiende, filtra, abre el acceso al mundo. Nadie ve las pantallas como meras superficies -suponiendo que esto no haya ocurrido nunca en el pasado-. Y sin duda los usos, durante el distanciamiento, se han diversificado y multiplicado. Desde videoconferencias hasta cenas «consumidas todos

juntos». Pero, ¿hasta qué punto podemos hablar, como algunos sugieren, de fcrcc# c#Pcrz.c#ccf , de «experiencias de pantalla»? La relación con la pantalla no es la de la 63

mirada. La exploración digital no tiene la sensibflidad, y mucho menos la tactflidad, del sentido orgánico. El ojo se acerca enormemente a la superficie y permanece a años luz de distancia, en un espacio que el cuerpo no puede superar. El medio digital se interpone y, a la vez que permite la comunicación, separa. El acercamiento es siempre distanciamiento. Precisamente, en el fondo, es esta la razón por la que se exalta y fetichiza el medio como tal. Su mediación le permite a uno asegurarse de que el otro esté disponible, sin verse abrumado por la presencia. Ventajas y comodidades también de la «enseñanza a distancia» que alguno se ha aventurado a alabar. El distanciamiento es el código de la comunicación en la era inmunitaria. EI MCMundoí, el enorme espacio de la red, en el que todos han adquirido una ciudadanía adicional, está salpicado de asépticas comunidades virtuales. Proximidades forzadas, sinergias aleatorias y temporales, surgen de cb¢¿f, á/ogJ, redes sociales, intersecciones de nuestras rutas centrifugas en la red, que a menudo se contraen dejando sólo el vacío. De áhí la dependencia, el frenético intento de mantenerse conectado. De hecho, nada garantiza no ser excluido, abandonado, no acabar entre los desperdicios de la tecnología. El nosotros de la comunidad poli'tica no se crea desde el escenario de la red.

L EI MCMundo, idea central de ensayos como MCMz/#do. U# #z.¢/.cpor

/¢ focz.cd¢d dc co#fz/m (Barcelona, Lince, 2010), de Cayo Sastre, sociólo-

go y ex director de investigación del CIS, es un concepto basado en el proceso -e;n T996de(La MCDonahzación, MCDonalizdciónanalizado de la sociedad. por el Un sociólogo análisis George de la racionalizaRitzer ya

PANDEMIA PSÍQUICA

Fiebre, tos seca -y sobre todo ansiedad-. Delante de la

farmacia se ba alarg!ado la cola. Aümentan el malhumor y la impaciencia. Parece que las pocas mascari[las que bari [leg/ado

ya se están agotando. Uno no para de bablar por el teléfono móuil; otro se sale un poco a mirar dentro de la farmacia con un gesto newioso. Cada movimiento de los demás es sospecboso, cada descuido es una fuente de aprensión. El uecino es contagio.. el contagio está al lado. La soledad de la metrópoh se ba reunido en una cola melancólica, mientras aquí y allá afloran las uiejas sombras de la competencia. No bay signos de ¢fabihdad o cortesía. ALl contrario, es el momento de la mediocridad agresiva. El que ba logrado el producto que quería se aleja encogido, con una Prisa neriJiosa e indiferente.

Al pánico inicial, exorcizado en los balcones, siguió una sensación de tristeza, estupefacción y amarga resignación. ¿Por cuánto tiempo más? ¿Cuándo va a acabar?

Quien estaba convencido de que se trataba de una gripe normal se ve forzado, contra su voluntad, a cambiar de opinión. Contrariedad, incomodidad y frustración marcan la vida cotidiana. Si el coronavirus afecta al cuerpo, la pandemia también es una emergencia psíquica. Poco se dice al respecto en el debate público, como si fuera un tabú que eliminar. ¿Pero quién decide qué es vital? Cada uno de nosotros está marcado por la fragilidad y la mortalidad.

ción en la uida cotidiana, Ba;rceL;ona, A:r.+d, 1996) . [N . del T.]

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Debe mantenerse vivo, protegerse, defender el organismo. Sin embargo, 1as restricciones destinadas a salvar vidas tienen efectos nocivos en la existencia al paralizar las relaciones humanas, obstaculizar los contactos afectivos. En algunos casos, la falta de los demás podría ser mortal. El drama de los suicidios está a la orden del día. El riesgo de los arrestos domicfliarios masivos es una implosión psíquica con resultados imponderables. Los temores se multiphcan: enfermar, perder el trabajo, ser abandonado, acabar intubado. El fóocÁ viral provoca tristeza, ira, irritabflidad, depresión, insomnio. Los ataques de ira de la violencia golpean a las mujeres. Todo esto no significa que sólo sufran el confinamiento aqueuos que ya tenían problemas mentales. La existencia de muchas personas ha cambiado de la noche a la mañana. La nada parece tragársela. El trabajo, las actividades habituales, aqueHa rutina frenética: todo queda de repente en suspenso. Amigos, parientes y conocidos no son más que voces distantes, rostros filtrados por pantallas. La técnica hace que la distancia sea menos insoportable, mientras se hace cada vez más evidente la diferencia entre la soledad buscada y el aislamiento forzado. Es una existencia entre paréntesis, sobrellevada mal, en la expectativa espasmódica de que termine la espera. El malestar se agudiza y se prolonga. Tanto, que s€ abre camino la idea de que la forma de vida no va a volver a ser la de antes, cambiará y se reorganizará hasta en los deta11es más insignificantes a nivel global. No todos tienen los medios para hacer frente a la ansiedaddeunaexistenciaentreparéntesis,lacapacidaddeprocesar la angustia. De la complacida y vacua moda de los diarios se hace eco el revoltijo de consejeros, asesores, z.#-

La existencia anhelante, que espera en la ventana de la cuarentena, sin la droga del estrés, simplemente se aburre. El tiempo tiene una duración desgarradora, una am-

plitud desvanecida y, después de todo, no es más que una expansión interna, donde todo parece indiferente y sin sentido. Al mantenerse ocupado y a la dispersión siguió el más puro aburrimiento, en el que no se hace otra cosa que matar el tiempo. El virus pone así al descubierto lo que los filósofos han Uamado fálta de autenticidad, es decir, la ausencia de proyecto. Se sufre el miedo a ser privado del mundo, el tedio de no encontrar el propio yo, disperso y ocupado. El aburrimiento no es el umbral de un despertar, una nueva luz arrojada sobre la existencia. Y me vienen entonces a la cabeza las palabras de Wálter Benjamin: «El abuirimiento es el pájaro encantado que incuba el huevo de la experiencia. El más mínimo ruido en las ramas lo pone a la fuga. Sus nidos -1as actividades íntimamente vinculadas al aburrimiento- ya han desaparecido de las ciudades y también se extinguen en el campo».

#z##cc7T, pseudopensadores de última hora, que ofrecen consejos no solicitados y recetas baratas. 66

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CONFINAMIENTO Y VIGILANCIA DIGITAL

Encerrada en la babitación, pasando con la mirada de una pared a otra, de repente pensé en lo que deben sentir los que viven la reclusión a d¿ario, que corM[Parten su limitado espacio con los demás y sufren el tiempo infligido en su desnudez. La cárcel es el árbol de boja perenne sin futuro, es el tiempo encarcelado. Estamos anestesiados por la infelicidad de los demás -especialmente si están encarcelados-. Nuestros ojos en e[los son los del Estado. La desolación penitenciaria no debe

gotear. La inuisibilidad y el abandono forman parte de la condena. «iHay que cerrar las puertas y tirar las [laves!» Estas palabras, cada uez más frecuentes, están teñidas de una petulantefrialdadi)eng!aúva.Elembrutecimientosecuyitarioquiere más muros, más alambre de espino, más cárceles. ALlgunos moderados piden menos bacinamiento, más «derecho». Y el asunto está liquidado. ¿Derecbo en la cárcel no es una contrad¿cción conceptual? Estar dentro, entre promiscuidad, falta de cuidados, ruptura de todo tipo de laz;os, tendría una función reparadora y correctiva. Si esto rio fuera cierto (cosa que ofrece muchas dudas), debería reconocerse que las ciudades están salpicadas de fábricas de subbumanidad expulsada del mundo común, desterrada de la ciudadanía. Gran parte de e[los son pobres, desempleados, inmigrantes, nómadas, prostitutas, fumadores de m¢rihuana. Cuando se impusieron las primeras medidas contra el contagio en ltalia, estallaron los disturbios en las cárceles: en Rioma, en Venecia, en Kímini, en Nápoles. Pocas imáge-

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nes salieron en las pantallas.. policías antidisturbios, cocbes patru[la, drones, g!ases lacrimógenos. Nos dijeron que babían muerto trece prisioneros, quizá quince, por la metadona que babían encontrado en las farmacias de la prisión; sin

lesiones en el cuerpo. Luego se olvidó todo. El que está en la cárcel está abí para no dejar rastro.

El 2 de abril de 2020, aproximadamente la mitad de los habitantes de la Tierra, casi cuatro mil mfllones, fueron obligados o invitados por los gobiernos a quedarse en casa. Las medidas para contener la propagación de la covid son: aislamiento, cuarentena y, en algunos casos, casi toque de queda. El decreto retuiteado en todas partes es #romequedoencasa. Es un episodio sin precedentes. El confinamiento es una nueva frontera tácita instalada en la intimidad. ¿Será por unos meses? En ese caso, lo único que podremos hacer será resignarnos. ¿0 se convertirá en una eficaz medida de seguridad general, buena incluso después de la epidemia? Los arrestos domicfliarios en masa son una singular suspensión en la que todo va más lento. Una parada del tiempo y un tiempo encarcelado: metáfora de una época histórica proyectada en la repetición. Cerrados fábricas, oficinas, escuelas, universidades, tiendas, grandes almacenes, bares, restaurantes, cines, teatros, estadios, incluso iglesias, sinagogas, mezquitas. Prohibidas las reuniones, 1as cenas con amigos. Cada uno está solo frente a un enorme vacío. La comunidad parece perdida. Los aplausos y los cánticos en los balcones, los innumerables directos en lnstagram y Facebook, no son más

que vanos intentos de reproducirla, rituales improvisados para procesar el duelo. Llora la po/z.f desaparecida. El espacio público se ha retraído; queda quizá tan sólo una sombra. ¿Contribuirá a una mayor despolitización de la vida? 70

La mitad del mundo bajo arresto domicfliario no significa una prisión generalizada. Cualquier comparación carece de sentido. Por severas que sean las medidas restrictivas, y por amenazante que sea la panoptización de la sociedad videovigflada, controlada y patrullada, el 1ímite de la prisión no fálla: de una parte, el mundo de ahí afuera; de otra, el recluido. Se mantiene la diferencia. Se muere infectado; pero también se puede morir confinado, distanciado, abandonado... ¿Sería mejor aceptar temporalmente la ayuda de la tecnología digital? Rastreo de contactos, aplicaciones para certificar la imunidad, apficaciones para el autodiagnóstico, cámaras térmicas y oxímetros, radares para positivos de covid-19, plataformas para datos epidemiológicos y pruebas de diagnóstico. Seremos rastreados, localizados, monitorizados, geolocalizados. En parte ya lo somos. ¿Por qué no aprovechar el viento digital que sopla en los cables inmateriales? ¿Por qué no liberarlo en la carrera contra el coronavirus? La comunicación digital es viral. Quizá se podría evitar la covid y derrotarla en su propio terreno, o, más bien, en la circulación del aire. He aquí, pues, en toda su ambivalencia, la elección entre confinamiento y control digital. Diferentes culturas influyen de modo decisivo. En los países asiáticos, la recopi1ación de datos personales, el registro completo de los ciudadanos, a veces incluso la evaluación, son ahora habituales. En los países europeos esto sería impensable. EI

pensamiento crítico, especialmente en estos temas, es muy fuerte. Sin embargo, ante el brutal escenario de confinamiento, versión extrema del distanciamiento, se hace difícfl resistirse. Igual que en otros ámbitos, el virus tiene un poder fluminador y trae a la luz la compleja relación con los dispositivos digitales. Por un lado, ya no vamos a poder prescin71

dir de euos, porque significaría verse privados de contactos virtuales, dejar de estar informados, salir del MCMundo;

pantalla, es la versión última del panóptico. Sólo que se aceptaserapartadoenlatransparencia-ysehacedebuen

por otro, no vamos a querer que se conviertan en una fuente continua para ser seguidos a todas partes, espiados en la intimidad, supervisados y juzgados hasta en las prácticas sanitarias. No han fáltado casos que han causado sensación y han movido a la reflexión. En Corea del Sur, donde se acecha digitalmente el contagio, se han dado a conocer los movimientos de ciudadanos infectados, exponiéndolos así a la humfllación pública. En China se ha llegado a una aplicación que verifica el estado de salud y envía un código rojo, verde o amarillo para permitir a la

grado-.

persona salir de casa, ir a trabajar, entrar en una tienda o en un restaurante. Lo que, a pesar del primer trauma, se convierte en hábito,1uego corre el riesgo de pasar desapercibido. ¿Cómo podemos estar seguros de que las medidas digitales, ahora quizá imprescindibles, vayan a desaparecer una vez que termine la emergencia? ¿Hasta qué punto no van a ser los

propios gobiernos quienes se aprovechen de euas, por no hablar de las grandes empresas privadas? Se puede compartir el entusiasmo por la transparencia en la época en la que la confianza mutua es puesta duramente a prueba por la distancia, y la rastreabflidad generahzada parece compensar la proximidad perdida, Pero la transparencia instaura un régimen de visibflidad permanente en el que todos son entregados a una potencial inquisición. Quién sabe qué palabra, qué gesto, qué movimiento

podría constituir algún día el rastro para una acusación que, aún indefinida, ya se cierne sobre nosotros. ¿Nos proyecta el coronavirus a toda velocidad a la era de la psicopolítica digital? La vigilancia de la red, esa retícula gigantesca en la que cada uno es espiado por un inmenso ojo invisible tras la 72

CRUELDAD DESPIADADA DEL CRECIMIENTO

La tarde del s de marzo, cuando ltalia no era aún zona roja y, sin embargo, aumentaban ex:ponencialmerite las bospitalizaciones por covid-19 , recibí por wbatsApp el mensaje desconsolado de una cardióloga que, desde los cuidados intensivos de un bospital en Milán, describía con detalle la dramática situación, deteniéndose con tono exacerbado en la terrible tarea de elegir quién tenía «la mayor esperanza de uida». Los respiradores no eran suficientes -no para todos-. Los que tenían una edad más avanzada, los que tenían otras p_atologías, fueron descartados a su llegada a la sala según los criterios de la «ética clínica». Esto sucedió también en otras partes de Europa, y más aún en los Estados Unidos. En un principio, la opinión pública parecía reacia a creerlo; después,la_incredulidadseconuirtióenunaprofundaindignación. Afloraron entonces los efectos desastrosos del neoliberalismo en la salud pública. Fue un shjock. simbólico adicional, que intensif icó el primero, impactando aún más en la sensación de omnipotencia. La eliminación de los riesgos infecciosos, la falta de prei)ención,juntoconunaconfianzaequivocadaenlac¢pacidad de proteger a los enfermos, incluso en situaciones de emer-

gencia, ban [leuado a una parálisis de los sistemas sanitarios en mucbos países occidentales, lo cual es un síntoma de una polí,tica que cree que puede protegerse de cualquier acont:ecimiento inesperado gracias a la existencia de un mercado

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interconectado y de su edificante gestión. De este modo ba

preualecido el sobrebeneficio privado por encima del bien público de la salud; los intereses de las compañías farmacéuticas, el poder de las corporaciones y el negocio de los productores ban tenido prioridad con respecto a la uida de los ciudadanos. La falta de tratamiento§ y de personal médico para reac-

cionar con rapidez, el aireddo modelo de la «inmunidad de rebaño» y la neg!ación sistemática de la pandemia son aspectos distintos, y ciertameyite no comparables de forma directa, de una crueldad despiddada por parte del capitalismo, que esta i)ez muestra su aspecto más ladino y repulsivo. Sin embargo, es posible que uria crisis de salud de este tipo -

mientras permanezca impreso en la sensibilidad común el

peligro de pandemia- sea la oportunidad de reactiuar una lucba no sólo por la salud pública, sino también por la consewación del medio ambiente y de la biodii)ersidad. Las z;oonosis, las enfermedades que se transmiten de los animales a los bumanos, no son el resultado de una maldición, el resultado de un desastre natural, sino el signo de un ecosistema ya casi destruido.

Decisivo es el valor simbólico del fÁocÁ, que inevitablemente se refleja en una crisis económica, a su vez sin

precedentes. EI Fondo Monetario lnternacional ha dicho: «Nunca hemos visto la economía mundial detenerse de esta manera». El escenario no es difícil de predecir: recesión, ruina para muchos, miseria irreversible para los ya pobres, carestía y hambruna en los países africanos. Miles y miles de migrantes seguirán probando suerte atravesando el mar y desembarcando en los puertos europeos. Aunque pueda sonar extraño, la Peste Negra de 1348 representa un punto de referencia para una reflexión. ¿Por

qué retroceder tanto en el tiempo? También esa terrible epidemia marcó un antes y un después en la Historia. Las narraciones y crónicas que nos han 11egado, transmiten la sensación de los supervivientes de haber entrado en otra época. El sol se había puesto sobre la anterior. Quienes se habían librado del apocalipsis de una muerte nauseabunda y cruel, que se había cobrado millones de víctimas, un tercio de la población europea, se aferraron a la vida con un entusiasmo inusitado, un ímpetu febril. De aquella primera epidemia en las ciudades nació el mundo` civil del Renacimiento. El nuevo comienzo dio

No pocas veces se compara la pandemia del coronavirus con eventos que han trastocado la historia humana en el pasado. Incluso el terremoto de Lisboa de 1755. Con mayor frecuencia se recuerdan la Peste Negra de 1348 o la «gripe española» que mató a millones de personas entre

paso, no obstante, al contagio del enriquecimiento. Cobraron protagonismo el bienestar y las ganancias. Para muchos fue una despedida no sólo del estflo de vida cam-

1918 y 1920. Sin ignorar las posibles afinidades, debe sub-

pera de las estaciones, del simple ciclo de la reproducción. Paciencia y resignación dieron paso a temeridad y audacia. Los navegantes genoveses y los mercaderes venecianos inauguraron la era de la expansión europea, de la modernidad comercial, empresarial, impulsada más auá del océano en busca de lo posible, de lo imposible, pero sobre todo de lo rentable. Primeros bancos, acumulación

rayarse que la pandemia actual, que ha estallado en un mundo globalizado, no tiene precedentes. Basta con mencionar la enorme rapidez de la infección, debida no sólo a la agresividad del virus, sino a la acelerada circulación planetaria. Por lo tanto, también es diferente la extensión: ahora no queda libre ninguna área geográfica. 76

pesino y del mundo, agrícola que les había expuesto a los elementos, sino también del crecimiento natural, de la es-

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de capital. A la par que ese salto mortal en el mar, la ganancia inmediata, el sobrebeneficio triplicado o multiplicado por diez como por arte de magia, iba a transfigurár la vida, iba a convertirla en un sueño. Ha durado siglos el gran sueño europeo -y luego occidental- de la globalización. Hasta que las pesadiuas se han multiplicado. El beneficio han demostrado ser no sólo el sello de la injusticia, la garantía de la pobreza para la mayoría, sino también un asfixiante callejón sin salida. Por una extravagante paradoja, que ya se ha señalado, se habla hoy de «crecimiento» para indicar no el cuidado del mundo sino el beneficio y el sobrebeneficio. Por lo tanto, no debe sorprendernos que el término crccz.77zz.c#Zo tenga

ahora connotaciones negativas y, más que al producto interior bruto, haga referencia a todo lo que debería evitarse: crecimiento de ganancias flícitas, de desperdicios y escorias, de malestar y envenenamiento, de abuso y discriminación. Esto no significa abogar por un decrecimiento

y promoverlo. Quizá sea el momento de abandonar el 1enguaje de los balances y los cálculos, arriando la bandera del crecimiento, en la que ya nadie parece creer. Es el ca-

pital el que produce la miseria. En un escenario en el que las demás riquezas se vacían de significado, se dibuja el futuro de una sobria convivencia, desprovista de lo superfluo, que saque a la luz los lazos por lo demás olvidados de la existencia. Admonición y presagio de la memoria europea, la Peste Negra debería enseñar que todavía es posible rearticu1ar las formas de vida, que es necesario preguntarse para

qué vivir en el futuro, que es indispensable prestar atención a esos límites últimos que hemos olvidado soñar.

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EL CONFINAMIENTO DE LAS VÍCTIMAS

Es la nocbe del 18 de marz;o cuando una ¢zafata graba desde su balcón una larg/a columna de uebículos militares que sale del cementerio de Bérg/amo para [lei)ar los ataúdes de los fa[lecidos a otras ciudades. El crematorio ya no puede desbacerse de tantos cadáveres. Los faros de los camiones parpadean, casi para d¿sculparse, para [lorar por ese cometido, esa obhg/ación que nunca babrían imaginado. El uídeo recorre todo internet en poco tiempo y proi)oca un trauma Profundo en ltalia. Son imágenes que parecen brotar de la oscuridad del pasado bél¿co, una berida no cerrada nunca. Y son imágenes de un derecbo neg!ado.. el rito colecúvo de la desped¿da. Unos días después, el Ne:w YorkT.irn!e;s publica algunas fotos tomadas Por Fabio Bucciarelli; la serie cor7ipleta sale en

T:Espre;sso. Son fragmentos de una nocbe en la prouincia de Lombardía. Pero en ese caleidoscopio conmouedor y angustioso, en esa sucesión de miradas perdidas, momentos conuulsos, escenas espectrales, se reconocen todos aque[los que,

desde Cbina basta España, ban uivido el mismo drama. ¿Cómo se rnuere de couid-19? Las sirenas de las ambulancias recuerdan a los de mayor edad a aque[las que, durante la Segunda Guerra Mundial, anunciaban los bombardeos. Voluntarios y enfemeros usari trajes y máscaras especiales. El aspecto es inquietante. La bumanidad se i)islumbra en los gestos y las arrug/as aún al descubierto del rostro. Vienen para separarse.. los bijos de los padres. Se ua toda una generacióri, la que era custodio de la memoria. Los

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i)ecinos miran desconsolados y cautelosos. El uirus no Per-

cido a pocos gestos, oraciones a;penas susurradas. Los funera-

bna. Todo comienz4 con un malestar general y una tos seca

les están probibidos. Incluso el cementerio está probibido. Los cuerpos no puederi recibir las atenciones compasivas que

que podría tomarse como síntoma de cualquier gripe. Nd es tal. El uirus despista, engaña. La disnea aumenta, las respiraciones se uuelven más rápidas y superficiales. Los labios ¢kulados indican bipoxia, falta de oxígeno. Este bien babía j)do olvidado, oculto por mucbos otros bieries de consumo que no son necesarios. La uida cotidiana es co;ptada por las fotos en los largos

instantes de la separación. Los objetos de alrededor, un espe-

jo, una lámpara, un estante [leno de recuerdos, ya no parecen tener sentido. Hay quien se nieg/a a irse -mejor morir en casa-. Otros se dejan llevar para esa bata[la decisiva. Los familiares se quedan atrás; el uirus los mantiene a distancia. Además, les desgamn los sentimientos de culpa.. enuiar a una madre así a morii sola. La ambulancia corre bacia el bospital repleto de enfermos. Tienen suerte los que ban sido bospital¿-

pertenecen a un culto inmemorial. Deberi ser incinerados con lo que [leuaban en el momerito de la muerte, envueltos en tejido desinfectante. La burocracia acelera y el certificado de defunción lleg!a rápidamente. Se carg!an los ataúdes de cinco en cinco, de seis en seis. Nad¿e los acompaña. Ni si~

quiera bay flores, porque las floristerías están cerradas. Se uan los camiones del ejército. Las lúgubres procesiones se

repiten por las autopistas, los cruces' las ca[les periféricas,

escoltadas por patrullas de la policía. Los muertos no deben perturbar la ciudad de los uivos. Pero debajo de esas lonas de camuflaje están el estanquero, el maestro retirado, el sacerdote de los pobres, el uigilante, el tendero, la señora del tercer piso, una pareja de ancianos casados que murieron juntos. Pequeñas, grandes bistorias de prouincias, extinguidas

repentinamenteporuriaHistoriaqueúltimamentebatoma-

zfldos. En cúdados intensivos, las Pl¢zjds están reseruadas para los pacientes de coronavirus que tienen una