Viaje por Buenos Aires, Entre Rios y la Banda Oriental


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J. A. B. BEAUMONT

VIAJES POR IIIEWS AIRES. ENTRE RIOS Y LA BANDA ORIENTAL

COLECCIÓN “EL PASADO ARGENTINO’ dirigida por

GREGORIO WEINBERG

J. A. B. BEAUMONT

VIAJES POR BUENOS AIRES, ENTRE RIOS Y LA BANDA ORIENTAL (1826-1827) Estudio Preliminar de Sergio Bagó

Traducción y Notas de José Luis Busaniche

LIBRERÍA HACHETTE S. A.

BUENOS AIRES

Título del original inglés: Travels / in / Buenos Aires, / and / The adjacent provinces / of / The Rio de la Plata / with / observations, / INTENDED FOR / THE USE OF PERSONS WHO CONTEMPLATE

EMIGRATING

/

TO

THAT

COUNTRY; / OR, / EMBARKING CAPITAL IN

ITS AFFAIRS. / By J. A. B. BeAUMONT, Esq. / London: / James Ridgway, PiCADILLY. /

MDCCCXXVIIL

El dibujo de la tapa fué realizado por Páez Torres según un dibujo de E. E. Vidal

Hecho el depósito que determina la ley n? 11.723 IMPRESO F.N LA ARGENTINA - PRINTED

IN

ARGENTINO

ESTUDIO PRELIMINAR 1 A comienzos del siglo xix, era Londres el centro financiero más importante del mundo. Había allí abundantes capitales disponibles para la exportación, a los cuales la independencia de los países de América latina abrió un vasto mercado. Pa­ ralelamente con el intercambio comercial, se inició entonces una caudalosa corriente de inversión de capital británico en los nuevos países. Una parte importante tomó la forma de empréstitos a los gobiernos, colocados por banqueros londinen­ ses y suscriptos por capital privado. Otra parte dió lugar a la constitución de sociedades, sobre todo anónimas, dedicadas a distintas actividades comerciales e industriales en América latina. Es época de rápido ascenso capitalista y febril especulación en la capital británica. No pocos de los empréstitos y de las emisiones de acciones estuvieron precedidos por una propa­ ganda exuberante y los inversores, pequeños y grandes, se suscribían sin tener más que muy remotas —y a veces fan­ tásticas— nociones de los países cuyos nombres estaban vincu­ lados a la iniciativa. Todos los elementos se concertaban para hacer incierta la suerte de esas inversiones. Los intereses establecidos eran exorbitantes y la forma de pago extorsiva.

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Las empresas se iniciaban sin ningún estudio orgánico de la actividad respectiva. Los paises que recibían esos primeros capitales estaban, algunos, envueltos aún en la guerra de la independencia; o acababan, otros, de salir de ella maltrechos, desorganizados y empobrecidos; o se debatían en las luchas civiles; o en la anarquía e incapacidad políticas y administra­ tivas. El dinero de los empréstitos no se empleaba en obras que estimularan el desarrollo económico, sino en cubrir dé­ ficit o en comprar armas para la guerra. Algunas de las empre­ sas comerciales e industriales organizadas en el continente europeo no pudieron siquiera iniciar sus operaciones en los países nuevos, ya sea por errores fundamentales de concep­ ción, o bien porque no pudieron vencer las dificultades que surgían de la inestabilidad política y económica. El cuadro puede completarse recordando que en los países de América latina no se contaba ni aún con ciertos factores fundamentales del desarrollo económico, como la moneda, la organización bancaria, el conocimiento de algunas prácticas comerciales básicas y cierto mínimo de honestidad profesional en los hom­ bres vinculados al manejo de los capitales, mientras en los grandes. centros financieros e industriales de Europa —Lon­ dres inclusive— la avidez por las ganancias rompía el saco a cada paso y aparecían y desaparecían las empresas más qui­ méricas destinadas a absorber el dinero disperso. Para estimular a los inversores británicos y europeos, se hicieron, en pocos lustros, múltiples publicaciones en Gran Bretaña y otros países del continente viejo, en forma de ar­ tículos periodísticos, de folletos o libros. El tema latinoameri­ cano ocupó un lugar de cierta importancia en la bibliografía europea, aunque no sólo, por supuesto, debido a estos motivos. Cuando comenzaron a producirse los primeros fracasos, se dejó también testimonio escrito de ellos y apareció entonces

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otro tipo de libro y de artículo periodístico: el de tono peyo­ rativo y pesimista, concebido como advertencia a los inversores incautos. Es muy posible que las obras de esta última categoría fueran utilizadas en los mercados de Londres, Amsterdam o París como arma de combate para desviar el rumbo de las inversiones, pero, cualquiera haya sido la magnitud de los primeros fracasos o el ambiente de escándalo que rodeó la quiebra de algunas sociedades europeas, el mercado de Amé­ rica latina se fué haciendo más importante y la corriente de inversiones no sólo continuó, sino que aumentó. Este libro de John A. B. Beaumont estuvo, en su momento, destinado a participar en esa polémica que se iniciaba en el mercado londinense. Venía a manifestarse en contra de las inversiones y, aunque sólo fuera por eso, tiene para el lec­ tor rioplatense un interés muy particular. Ignacio Núñez había publicado en Londres, en 1825, una obra que constituye la otra clave para la comprensión de esta polémica. Núñez era secretario de la representación diplomáti­ ca argentina en ]a capital británica y su libro —Noticias his­ tóricas, políticas y estadísticas de las Provincias del Río de la Plata— apareció en castellano, inglés, francés y alemán, con el evidente propósito de estimular las inversiones de capital y la inmigración a nuestras regiones. Beaumont le cita a cada paso en sus páginas, siempre con entonación sarcástica y su preocupación por refutarle pone de manifiesto que el libro de Núñez estaba cumpliendo en Europa con eficacia la función de propaganda que el gobierno de Buenos Aires le había asig­ nado. De las mismas páginas de Beaumont surgen los nombres de otros autores —ingleses éstos— que también participaban en aquellos días de la polémica. Algunos, a favor de los países sudamericanos; otros, en contra. El libro de Beaumont habla, además, de otro tema del más

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vivo interés para los argentinos —el de la inmigración—. Fuá el autor uno de los pioneros de la inmigración y colonización en tierras del Río dé la Plata, como que la empresa a la cual perteneció estuvo dedicada a traer colonos ingleses a estos lu­ gares. Los dos tópicos —inversión e inmigración— se nos aparecen estrechamente enlazados en los primeros lustros de existencia nacional independiente y el lector observará que el mismo Beaumont, preocupado, al parecer, sobre todo por el destino de la inmigración, lo está mucho más por el fracaso de la empresa en que se embarcó. Estas primeras luchas del capital europeo en América la­ tina y estas primeras polémicas en torno a los temas señalados se desarrollaban con todo el fuego que siempre acompaña la defensa de los intereses materiales inmediatos y las partes echaban mano de todos los recursos que encontraban disponi­ bles. También entonces las opiniones se compraban y se ven­ dían, no digo aquí en la inorgánica América —tierra de pi­ caros, según Beaumont— sino en Europa y en Londres mismo, adonde regresa el autor como a puerto de moralidad y espe­ ranza. Las opiniones de la prensa europea relativas a la inde­ pendencia de los países latinoamericanos, primero, y de la inmigración, después, tuvieron un precio en dinero para el gobierno de Buenos Aires, que éste parece haber pagado sin mayores escrúpulos. A Hullet Hermanos y Compañía, agentes comerciales del gobierno de Buenos Aires en Londres, les anuncia Rivadavia, Ministro entonces de Gobierno y Relaciones Exteriores de la provincia, en carta del 12 de septiembre de 1821: “Al mismo tiempo, se presenta innecesario el continuar la asignación de mil quinientos pesos, o trescientas libras esterlinas, que fueron asignadas para influir sobre los papeles públicos de esa Capi­ tal en favor de la causa de América. Esta se halla ya fuera

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de tales necesidades” (Documentos para la Historia Argenti­ na, publicados por la Facultad de Filosofía y Letras, t. XIV, pág. 47). A los mismos agentes vuelve a escribir Rivadavia el 13 de diciembre de 1822, durante la larga tramitación con la empresa de Beaumont sobre el viaje de los colonos ingleses: “Está también el Ministro encargado de pedir a los Sres. Hullet traten prontamente de hacer insertar, por cuenta de este Gobierno, en los principales diarios de Inglaterra, Francia y otros puntos capitales, tanto las bases que van detalladas en la comunicación al Sr. Beaumont sobre terrenos, como todas las demás proposiciones que se hacen en ésta a favor de las familias que quisiesen emigrar, haciendo también publicar artículos que estimulen al fomento de esta emigración, del modo que dichos Sres. conocerán muy bien que es capaz de producir el efecto que este Gobierno se propone, en la segu­ ridad de que se han de cumplir religiosamente todas las con­ diciones a que se liga o ligase en sus comunicaciones oficiales” (Ibídem, t. XIV, pág. 166).

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A la iniciativa y a la autorizada traducción del profesor Busaniche deberán los lectores rioplatenses el conocimiento de esta obra que, agotada por completo desde hace mucho en Europa y América, había pasado a constituir una verdadera rareza bibliográfica. La colección que la da a conocer, agrega, así, un título de gran valor a los muchos con que ha contribui­ do a ampliar el horizonte histórico y literario de nuestro pue­ blo de ambas márgenes del Plata. El de Beaumont es un libro peculiar, en el que coinciden algunos defectos y virtudes para hacerlo de lectura singular­

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mente interesante. Arisco y combativo, el autor entremezcla sus dotes de observador astuto con su condición de pleitista convencido de la justicia de su causa. Viaja, discute, protesta, sigue viajando y protestando, anota todo lo malo que ve, mu­ cho de lo bueno y se olvida de otras cosas que, de momento, le parece mejor no mencionar. Claro que hay contradicciones e inexactitudes en sus páginas y el profesor Busaniche las señala en varias ocasiones, pero surge de ellas una pintura de ambiente de indudable valor documental. Es el cuadro de una sociedad inorgánica y pobre, con instituciones vacilantes y con algunos políticos y hombres de negocios deshonestos, que cometían aquí las mismas trapacerías que sus colegas en Europa durante aquellos años. Escritor sagaz y ameno, hay en sus páginas de todo, desde un harto curioso estudio comparativo de la pulga rioplatense y la inglesa, hasta datos meteorológicos. Ante el lector desfila todo un amplio cuadro de costumbres, saturado de detalles pintorescos y a veces humorísticos, que comunican a la narra­ ción particular amenidad y considerable interés anecdótico. Su rendida admiración por las porteñas y su manifiesta hos­ tilidad hacia el sector masculino de la población nacional nos hacen pensar, sin excesiva malicia, que si las convenciones mo­ rales de su país se lo hubieran permitido, Beaumont, que estuvo más de un año por estas tierras, pudo haber agregado agitadas páginas autobiográficas de valor en la literatura amorosa. Lo mucho que aún había de primitivo en las costumbres y la ra­ pidez con que este viajero inglés, afecto a Shakespeare, echaba mano de sus pistolas —con las cuales a menudo obtiene un servicio o la disminución de un precio— revelan que había cierta concomitancia entre el escenario y el personaje, porque ni aquél era apto para la palabra sedosa y los argumentos ju­

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rídicos, ni éste sentía predilección por la dialéctica en los casos que podían ser decididos con mayor rapidez por sus anuas. No podría un crítico severo determinar la dosis que hay en estas páginas de verdad careciendo del testimonio de las otras partes, a las que el autor presenta siempre en infracción. Pero, sabiendo leer con sentido crítico y sin preocuparse demasiado por acertar si en cada caso preciso la razón estuvo de una parte o de la otra, de este libro puede extraerse un panorama social de positiva importancia para comprender la época. No deja de sorprender el acierto con que Beaumont censura la política indigenista de los gobernantes de Buenos Aires. No había en éstos ningún propósito de acercarse a la población indígena en actitud de comprensión y colaboración, y quizá en ellos fué esa política aún menos reprobable que en los go­ biernos posteriores, inclusive en los de la segunda mitad del siglo xix. El indígena fué considerado el enemigo, el ladrón de ganado, la amenaza permanente contra la frontera. Contra él se envió el ejército. Beaumont tiene frases sarcásticas so­ bre esa política, que no carecen de justificativo. Curiosas han de ser para el lector en las páginas finales, ya embarcado el empresario inglés de regreso, las consideracio­ nes que hace sobre la Banda Oriental y sobre la conveniencia de que las costas del gran río estén en poder de diferentes po­ tencias. Aún no había terminado la guerra entre Argentina y Brasil. ¿Fué sólo sagacidad de observador en este hombre de negocios británico, o conocimiento de los planes de la di­ plomacia de su país?

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La empresa de Beaumont —de los Beaumont, debemos de­ cir— está vinculada a uno de los primeros capítulos de la his­ toria de la inmigración en Argentina. Es importante señalar

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que los gobiernos argentinos tuvieron la intención de atraer inmigrantes europeos en años en que la inmigración apenas comenzaba, tímidamente, en Estados Unidos. La primera es­ tadística de la entrada de extranjeros se levanta en el país del norte en 1820, cuando ingresaron 8.385 personas en esas con­ diciones. En años anteriores, el número debe haber sido muy reducido y, en realidad, hasta 1832 -—cuando ingresan 60.482 inmigrantes— no puede hablarse de inmigración en masa. En Buenos Aires, hay un decreto del Primer Triunvi­ rato del 4 de septiembre de 1812, cuyo artículo 1* establece que “el Gobierno ofrece su inmediata protección a los indivi­ duos de todas las naciones, y a sus familias que quieran fijar su domicilio en el territorio del Estado, asegurándoles el pleno goce de los derechos del hombre en sociedad, con tal que no per­ turben la tranquilidad pública, y respeten las leyes del país”. La acción positiva se inicia algunos años después. Una de las tareas que Rivadavia realiza en Europa es la de estudiar la forma de promover la inmigración. Rivadavia le envía al Director Pueyrredón, el 9 de septiembre de 1818, desde París, una extensa carta sobre este tópico, que constituye un verda­ dero informe —con seguridad, el primero que se ha producido en Argentina sobre la materia— sobre las condiciones que deben llenarse para atraer inmigrantes europeos. Es un in­ forme minucioso, en el que se habla de los gastos de viaje, extensión y condiciones de las tierras que serán destinadas a los inmigrantes, impuestos, servicio militar y, finalmente, un punto de gran importancia, que preocupó mucho a Riva­ davia y le seguiría preocupando como gobernante: la absoluta libertad de cultos. Pensaban los hombres del Plata traer agri­ cultores protestantes de los países septentrionales del conti­ nente europeo y era menester, previamente, asegurarles el respeto por sus creencias. Por cierto que Rivadavia, con su

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mentalidad de estadista moderno, coloca rápidamente el problema dentro de un marco social y le transcribe a Pueyrredón el párrafo de Voltaire: “Si no hubiera más que una religión, seria de temer el despotismo; si fueran sólo dos, se degollarán mutuamente, pero como hay treinta, ellas viven en paz y felices” (Páginas de un estadista. Editorial Elevación, Buenos Aires, 1945, pág. 87). Ocupando Rivadavia la cartera de Gobierno en la provincia de Buenos Aires, la iniciativa fué orientada hacia rumbos prácticos. La legislatura, a propuesta del poder ejecutivo, aprobó el 22 de agosto de 1821 una ley por la cual “queda facultado el gobierno para negociar el transporte de familias industriosas, que aumenten la población de la provincia” (Re­ gistro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, Libro 1’, pág. 29). En septiembre del mismo año, el gobierno recibió una nota de John Thomas Barber Beaumont, fechada en Londres, en la cual le propone traer familias inglesas. El firmante de esa carta era el padre del autor del libro. Rivadavia le contestó de inmediato —24 de septiembre de 1821—, pidiéndole que se pusiera en contacto con Hullet Hermanos y Compañía, agentes comerciales del gobierno de Buenos Aires en Londres y el mismo día escribía dos notas a estos agentes, encargándoles de las gestiones para el envío de inmigrantes (Documentos para la Historia Argentina, t. XIV, págs. 55, 52 y 54, respectivamente). Hacía algunos años, dice Rivadavia en la última de las notas, el mismo Beau­ mont se había dirigido al Director Supremo con una propuesta similar, pero no se tomó entonces ninguna resolución sobre partir de entonces se inicia una larga tramitación entre el A particular. el gobierno, Beaumont y Hullet. Las comunicaciones llegaban a destino varios meses después de despachadas. Como se tra-



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IiiIhi on ollas do cuestiones prácticas, cada respuesta a una pregunta daba lugar a nuevas preguntas. Beaumont pedía i i li ii'Ui 11 lo clima para habitación del hombre. Desde el’ (icóiii i, > A lió ii tico al este, hasta la cordillera de les Andes al ces­ to, en un espacio de unas ochocientas mollas, y desde el te­ rritorio ludio de Tandil, en el sur, hasta el Brasil p"r el norte, en distancia de unas seiscientas millas, se extiende un territorio que mide casi medio millón de leguas cuadradas de tierra, apto todo él para la buena sustentación del lumbre, lili toda esa extensión, no hay lodazales pestilentes ni sel­ vas impenetrables, ni sierras que no puedan trasponerse, ni áridos desiertos; el territorio entero se compone de vastas lla­ nuras o de suaves ondulaciones que en ninguna parte asumen oí carácter de montañas. Vastas extensiones de rica verdura caracterizan a esta inmensa región que sólo se halla interrum­ pida por ríos navegables y numerosos arroyos oue en ellos, desembocan. Como en su totalidad esta porción del globo está casi al mismo nivel, las comunicaciones entre uno y otro lu­ gar pueden hacerse en línea directa, y cuando hoya aumen­ tado la población, podrán hacerse canales en los sitios a donde no lleguen los ríos navegables. Pero los ríos navegables '’e extienden a casi toda la región y algunas fragatas han salido desde lugares situados a mil quinientas leguas hacia adentro para salir por el río de la Plata y encaminarse a todas partes del globo. De ahí que no exista lugar en el mundo para el' sustento y el tráfico comercial de una extensa población, co­ mo las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los productos del suelo, hasta ahora, son más que todo pastizales abundan­ tes para el ganado; el trébol silvestre crece tan alto con fre­ cuencia, que los hombres y el ganado pasan por él. dontm corta distancia, sin advertirse unos a otros; pero en otros lu­ gares se presentan bosques de cardos y si éstos están cerca de las grandes poblaciones, como son usados para combusti­ ble, contribuyen a valorizar el campo. El país, por lo general, carece de bosques pero la provincia de Entre Ríos y las már­ genes de los ríos en la Banda Oriental, abundan en árboles que, si bien son de escaso tamaño, se utilizan en trabajos comunes de carpintería, y para construir carros, habitaciones pequeñas y también como combustible. Las márgenes de los;

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ríos se hallan asimismo ricamente franjeadas por arbustos per­ fumados. Las provincias más norteñas, cercanas al Brasil, Venen selvas de gran magnitud con maderas de primera ca­ lidad para construcción de barcos y otros ob’etos. Todas las frutas que se dan en Enrona medran en este naís. El trigo en muchas lugares produce cien por uno, pero muy escasa es la atención que se presta al cultivo de la tierra; los habitantes, por lo rencral, nroveen a sus simules necesidades tan fácil­ mente con el nroducto de sus rebaños, que prefieren impor­ tar el trigo y la harina (sujetos a un impuesto de cien por ciento) antes que darse el trabajo de cultivar el grano en su pronia V'erra. Una vez considerado el país bajo su aspecto general, prosemr’remos de manera algo más detallada. Ciertas particula­ ridades propias de diferentes comarcas, será preferible men­ cionarlas en su canítulo respectivo; cero en primer lugar se imnone una descripción del gran río de la Plata y de sus tr'Nj+nv’ns. Río de la Plata. Este río, por la magnitud de la super­ ficie, uno de los más grandes del mundo, es navegable en una extensión mayor que cualquier otro río. Es navegable por lo menos oum'entas leguas adentro en su rama del Pa­ raná. A esa distancia, en latitud de 27", su corriente da sobre un lecho de rocas sobre el cual se precipita en la isla de Apipé; por su rama del río Uruguay es navegable hasta unas ciento cincuenta lemas desde la desembocadura, y está suieto a una peoneña caída en el lugar llamado Salto Chico en latitud de 31° 20’. Como todos los ríos, tiene en su origen poco caudal. Las aguas que descienden de una cordillera situada al N.O. de Río de Janeiro, en latitud de 18° y 19°, componen la fuente de este gran río. En latitud de 20° adquiere considerable mag­ nitud; desde allí pasa sobre varios saltos menores y en latitud de 27° salta sobre el último y más considerable. En adelante continúa navegable para barcos de carga hasta su unión con el océano a distancia de ouinientas leguas. No mucho más abajo de la mencionada caída, estaban antigua­ mente los astilleros reales de los reyes de España. Las flo­ restas en esa vecindad y en el Paraguay, abundan en maderas

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apropiadas para cualquier clase de construcción, sean barcos o viviendas. Unas sesenta leguas adelante, pero casi en la misma latitud, el río Paraguay (que corre al oeste de una serranía situada a la parte occidental de Río de Janeiro y es al mismo tiempo alimentado por corrientes de los Andes), se junta con el Paraná. Desde ese punto, ambos ríos unidos rue­ dan majestuosamente hacia el sur en una corriente de dos a cuatro millas de ancho, siempre con el nombre de Paraná hasta que se une al Uruguay, pocas leguas al noroeste de Buenos Aires. A partir de esta unión el río toma el nombre de rio de la Plata. La parte más angosta del río de la Plata tiene arriba de diez leguas de ancho y continúa ensanchándose has­ ta su desembocadura en el océano, donde, desde el cabo de Santa María, en la orilla norte, hasta el caho de San Antonio, en la del sur, tiene una anchura de cuarenta leguas. Aun al llegar al océano, el agua del río de la Plata continúa como agua de mar dulce, derramándose constantemente en el Atlán­ tico, y el efecto que hace al diluir la sal del mar, puede ad­ vertirse hasta varias leguas adentro desde la desembocadura. Las mareas influyen en la altura del río casi hasta un punto tan interior como Buenos Aires, y la mezcla del agua del mar con la corriente de agua dulce puede percibirse arriba de Mon­ tevideo. La rama Paraná del río de la Plata, tiene sus creci­ das periódicas; éstas comienzan en diciembre, poco después de la estación de las lluvias en las regiones que están dentro del trópico de Capricornio, y desde las cuales desciende el río; sigue creciendo hasta abril en que llega al punto más alto, generalmente a unos veinte pies, y entonces empieza a bajar hasta julio. De julio a diciembre se mantiene por lo común al mismo nivel. Los vientos influyen mucho en la altura del rio de la Plata: por la mañana el río baja, por la tarde crece en proporción a la brisa 6. Este fenómeno, sin embargo, no se produce en el Paraná, que se mantiene inva­ riable en todo su curso, sea cual fuere el viento. Se ha obser6 Se dice que, hace unos cuarenta años, mientras soplaba un fuerte viento del oeste, el rio fué arrastrado tan leios de la costa, que por muchas leguas no se advertía otra cosa, hasta donde alcanzaba la vista, que una extensión de tierra formada por arena y barro. (Nota de Beaumont.)

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udo que en todo el curso del río Paraná no hay ni rocas ni pijas; el lecho es de arcilla o de arena fina en todas sus prtes y toda la extensión que el río atraviesa, de terreno duvial; la misma observación puede hacerse a propósito del 10 de la Plata, salvo que, cerca de su desembocadura hay algmas pocas islas de arena infértil que tienen un substrato ncoso. La profundidad de este enorme río no corresponde a 1 magnitud de su superficie. Por lo general es de escasa ¡rofundidad, de manera que un hombre puede andar varias nillas adentro desde la costa sur sin ser cubierto por el agua; a los cauces, sin embargo, hay profundidad bastante para larcos de trescientas toneladas en todo lo largo del río de la , , Hata y del Paraná, tan arriba como la isla de Apipé, a dis­ tocia de seiscientas leguas como se ha dicho. El cauce princpal nunca tiene menos de dos brazas y media de profundidad. Jsta profundidad del agua se extiende a lo largo de la costa iorte del río de la Plata y en la costa norte y este del río laraná; pero los cauces son menores en las costas sur y oeste (el mismo río y siempre más profundos cerca de las márgeies: en el río Paraná, el centro del río está sembrado de islas. Istas últimas tienen arboledas muy tupidas, refugio de tigres ; zorros. En el Plata se extienden inmensos bancos de arena s Aires. La Ensenada de Barragán, treinta millas al este d Buenos Aires, proporciona refugio para barcos de no más d cinco pies de calado, pero la barra de este pequeño abrigo n> siempre da paso, aun para esos mismos barcos. Un río tai grande como el Paraná, es natural que sea alimentado pr muchos ríos tributarios. Entre ellos, el río Salado, que st une al Paraná cerca de Santa Fe, es el más considerable. Piede navegarse en distancia de muchas leguas y, como atravesa regiones fértilísimas, ha de ser algún día de consideralío importancia. Otro río del mismo nombre desemboca en el Pata, en latitud de treinta y seis grados. Corre al sur de la ctidad de Buenos Aires, a distancia de unas veinte o treinta

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lógua.S. El río ‘ÜrüguEiy^b'séá lá:íamá‘“Uruguay”' dél río de la Plata, llene ¿us fuen'tes’/én el Brasil y es navegable para bartícis de’carga de ciejrifo CinCuenta toneladas hasta una al*a ’de'Escrita légúástórribá dé !südesembocadura en el-Plá3 tui ta. 1 ,a navegación, sé vé impedida á esa altura por el Salto Chipo 'y póbaS 'leguas más ■'arriba hay una caída mayor, el Saltó Gfand'é/ Al holrté de éste último saltó,’ebrio es otra vez navegable por muchas leguas, sin que se produzca después ñingu'ná' intérrúpcióm LasJ márgenes del río, arriba de la Vi­ lla! ' dé lá Concepción, se presentan altas, y se distinguen por sus bosques de palmérás, higueras y arbustos florecidos. Con las islas boscosas que abundan dentro del mismo río, ofrecen muy agradables y pintorescas combinaciones. En lá orilla de la Banda Oriental, hay barrancas'de arena amarilla que ani­ man ihú'chó el 'paisaje. Los principales ríos que desaguan en el Uruguay, son,! el Negro en latitud 33° 30’, el Gualeguaychú, en latitud 33°' y él Ibicuy en latitud 29-30’. Además de estos ríos, hay úna gráfi cantidad de arroyos navegables para barcos pequeños; en mucha distancia, aguas arriba. Las inundaciones periódicas'del río de lá Plata y sus tributarios, calcúlase que sé ‘extienden pór unas cuatro mil leguas cuadradas de territótió; Estas inundaciones son muy parecidas a las del Nilo; lá crecida es' gradual y las aguas; al retirarse, dejan tras ellas Un limo gris y tzistíosó,' residuo de materia terrosa, arcillosa y'sglina, mezclada! con vegetales podridos, que fertilizan el suéló.y acrecen su virtud productiva en alto grado. Gomo las crecidas son regularás y lentas, rára ’véz á los" estancieros y campesinos les falta tiempo para recoger sus ganados y para trasladarlos, ló mismo que a sui familias, h tierras más altas, peto' nó han faltadb casos en que estancias enteras han sido barridas por las inundaciones y sus pobladores’ sé han aho­ gado. Estócfuéí precisamente 1¿ que ocurrió en 1812 cuando se produjo uña erbeida verdaderamente extra ordinaria dél río. La parte bajá de la 'provincia de Entre Ríos está sobremane­ raéxpúesta a las'inuñdacióneS, y los campos, al présente, Se hallan sembrados' con1- osamentas dé caballos, vacas, venados y otros animales que han perecido a consecuencia de ellas. Las islas deltParánáféstán dé igual manera cübiértás con los

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huésós de tigres, zorros y avestruces ahogados. Después, que bajan las aguas, el aire se pone infecto con los restos podridos do todos estos animales. Por el contrario, en la estación del caloró los ríos pequeños se secan y dicen que el ganado sedien­ to anda entonces olfateando en el aire para descubrir dónde podría encontrar el agua deseada. En este particular tiene, el ganado un sentido agudísimo, y una vez que ha descubierto en qué lugar está el agua, pueden verse grandes tropas galo­ pando en esa dirección en línea; recta, y con tal impetuosidad que' nada? puede resistirles. En algunos lugares de las pam­ pas apartados de los grandes ríos; mueren miles de caberas de ganado anualmente por falta de agua.,. Ninguna comarpq, sin embargo, puede estar mejor provista de agua,, aca para abrevar el ganado, o por lo que hace al riego, o a la navega­ ción,? que la que atraviesa el río de la Plata fy sus principales tributarios. .luouí Si miramos a la orilla opuesta del río de la Plata, la di­ ferencia de aspecto es muy notable. Ppr el lado de la Banda Oriental, una sucesión de lomas agradablemente variadas en cuanto al color y la vegetación surge casi siempre sobre la costa del río y alegra el paisaje. A la parte de Buenos Aires so extiende una llanura triste y lúgubre que apenas si puede distinguirse de la superficie del agua. La ciudad de Buenos AireS; edificada sobre una altura de unos veinte pies sobre el nivel general del río, y algunos edificios y bosques de du­ razneros por la Ensenada de San Isidro (población muy agra­ dable; unas quince millas arriba de Buenos Aires), es lo,único que comunica cierta variedad a esta desamparada orilla. La misma tierra baja, pantanosa, expuesta a las, inundaciories, se encuentra sobre la margen derecha del Paraná hasta San Pe­ dro, donde la orilla del río se eleva a una altura de unos cuaK'iila pies y sigue así barrancosa y de lindo aspecto hasta muchas leguas más arriba. l'-l suelo de la extensa llanura que va desde la margen dciocha del Paraná hasta el pie de los Andes (la cordillera mío sopara des Chile) es todo él aluvial; una rica y fértil capa do I ierra riégrávyegetal, generalmente de tfés pies dé! profunilidnd, cubre la superficie; el substrato qpq viqneJiiégó é^ge-

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ik'I'ii 11 norrio

arcilla de la que puede encontrarse gran variedad. I Iny finísima arcilla blanca, muy apropiada para fabricar loza fina y varias arcillas amarillas y rojas usadas como coloranlas; también otras varias arcillas, fuertes, que se usan para fabricar tejas y cacharros; además de esto, greda y arena, rml re las cuales una arena negra y brillante usada para es­ critorio 7 y una arena blanca, fina, para ampolletas8 se en­ cuentran bajo la tierra vegetal en muchos lugares. Hacia el sureste de Buenos Aires, en las vecindades de Bahia Blanca, hay grandes regiones arenosas y de muy poca fertilidad. A una profundidad considerable, rara vez a menos de cincuenta pies de la superficie, se encuentra generalmente una sustan­ cia llamada tosca; se trata de una arcilla dura que contiene cal. A pocas millas al sur de Buenos Aires hay un gran estra­ to de yeso. Se ha hecho un intento para descubrir alguna fuente de agua subterránea en la ciudad de Buenos Aires por­ que el agua que suministran los pozos es salobre y no apro­ piada para cocinar ni para lavar. Durante los últimos tres años han estado barrenando el suelo con el propósito de subsa­ nar ese inconveniente, pero en los dos últimos años se han hecho —según entiendo— pocos progresos porque han dado sobre una profunda arena movediza que ha frustrado todos los intentos. Yo he tenido en mis manos un papel que contie­ ne una información de las substancias extraídas por el ma­ quinista inglés empleado en la obra. El resultado es intere­ sante porque muestra la calidad de los estratos a una consi­ derable profundidad. El informe empieza con lo encontrado a una profundidad de ochenta y tres pies, en cuya profundi­ dad había tierra vegetal, arcilla y tosca.

7 Ha de tratarse de la arenilla usada para secar lo escrito con tinta sobre el papel, antes de que fuera fabricado el papel secante. (N. del T.) 8 ¿os relojes de arena. (N. del T.)

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0

15 3 12 3 4 3 0 7 8 1 4 1 24

0 0 6 5 8 5 6 4 4 0 0 0 9

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A esta profundidad tierra vegetal, después arcilla, después tosca. Tosca, arcilla y arena. Roca gris de piedra caliza. Arcilla. Arena con pequeña mezcla de arcilla. Arcilla dura con piedra caliza suelta. Arcilla mezclada con arena. Arcilla dura. Roca arcillosa. Arcilla dura. Arcilla dura con piedra caliza. Arcilla dura. Arcilla dura con piedras. Arena. Toda la profundidad del pozo.

Las diversas capas, a partir de los ochenta y tres pies, hasta donde daba comienzo la última capa de arena, fueron barre­ nadas en el transcurso del mes de enero de 1824; pero después de haber avanzado algunos pies en la arena, el progreso se hizo muy lento, dado que la arena caía en una especie de cono invertido y la que se sacaba en cada subida del barreno era muy poca; por eso, el progreso, en profundidad disminuía diariamente hasta aue apenas si el barreno producía efecto, pero en 1826, un día en que estuve con Mr. Miers, el direc­ tor de la Casa de Moneda de Buenos Aires, llegó el ingeniero con, muestra de sustancia arcillosa a la que, por fin, había llegado y que tenía olor a sulfuro. Después, entiendo que la obra fué suspendida por orden del presidente don Bernardino Rivadavia. Ño supe si S.E. tomó esta resolución porque esta­ ba cansado de tantos gastos o porque se sintió alarmado por el olor, y pensó que no debía correr el riesgo de entrar en enredos con otro vecino más, cuando sus combates por las posesiones de) Brasil superaban lo que él estaba en condiciones de hacer para dirigirlos convenientemente.

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En la parte norte de las provincias de la Banda Oriental y Entre ¡y. qn, Paraguay,. en los sitios en que np¿hay saladares o arroyos, tienen , una tierra, barrero 9 que es una mezcla de arcilla y sal. ^s (leyorada con avidez por todos los animales. El ganado po.puede ser apartado de este alimento ni aun a golpes, y a veces los animales comen tanto que mueren de indigcstiójp, , Pípesiq.que jQ^.pqiaros. son igualmente afectos a él. Pero íp ^upefliicíe^dq 1^ gran llanura de este país está casi en todas parte^.qargada ¡.de sal, y los arroyos son todos más o monos salados. Si se cava un foso o se forma un estan­ que, el agua resulta salada; y enctiempp de sequía, cuando el agua de las lagunas se evapora, deja, una espesa y sólida costra de sal. 1 IpyHyarjqs.,lqgps.deésta^ naturaleza a. unas treinta o cuarenta leguas al sur artes, o más bien más necesitada: el artesano, el labra­ dor, el mecánico, el hombre que trabaja con los brazos, son

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las adquisiciones más valiosas que procura, con la confianza do poderlos retribuir una vida cómoda y un lugar decente en la sociedad. A estos es que pueden interesar las cortas noticias que se publican: ellas y cuanto se sabe de aquel país, mandan la idea de que cualquier hombre de esta clase, con una moral sana, con buena disposición para el empleo de su indus­ tria, hallará allí ocupación luego que llegue, y al poco tiempo medios de gozar de una existencia independiente. Un terri­ torio inmenso, virgen y fértil, con abundantes producciones en los tres reinos de la naturaleza, y con un temperamento benigno; es lo que se ofrece a los extrangeros que aspiren a sal­ varse de la mendicidad, entre habitantes libres y hospitala­ rios.” 1 Todo esto es tan plausible y aparentemente sincero como para preparar los ánimos a los decretos del gobierno que se dictaron con la siguiente advertencia: “Con el fin de regularizar las operaciones de la comisión de emigración nombrada por decreto del 13 de abril de 1824, y de fijar las bases de los contratos y las condiciones con que han de ser recibidos, así como las ventajas a que deben tener derecho los colonos que sean conducidos con el objeto de es­ tablecerse en esta provincia; y después de oídas las informa­ ciones de la misma comisión, el gobierno ha acordado el si­ guiente Reglamento: (Los ocho primeros artículos se refieren meramente a la forma en que ha de componerse la Comisión de Emigración y pueden ser omitidos. Los deberes de la Comisión se fijan desde el artículo 9 en adelante.) “Art. 9. Las operaciones de la Comisión serán las siguientes: 1’ Proporcionar empleo o trabajo a los extrangeros que vengan al país sin destino, o que se hallen en él sin colocación, debiendo acreditar su origen y causas de su estado. 2’ Hacer venir de Europa labradores y artesanos de toda clase. • Noticias históricas, políticas, etc., ya citado en el Cap. II. Se da el dei. T.) ’

texto del original castellano. (N.

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3’ Introducir agricultores por contratos de arrenda­ miento con los propietarios y artistas del país, bajo un plan general de contrato que será acordado por la Co­ misión, y libre y espontáneamente convenido entre los trabajadores y los patrones que lo demanden. 4» Hacer conocer a las clases industriosas de la Europa las ventajas que promete este país para los emigrados, y ofrecerles los servicios de la Comisión a su llegada a Buenos Aires. Art. 10. La emigración será promovida por todos los medios quo la Comisión encuentre preferibles, con tal que se guarde lo proscripto en el presente reglamento. Art. 11. La Comisión deberá tener una casa cómoda para alojar a los emigrados, así que se desembarquen en este te­ rritorio, en la cual serán alimentados por el término de quin­ ce días, que señalará a cada emigrado para que pueda libre­ mente buscar ocupación. Art. 12. Si el emigrado no encontrase ocupación dentro de dicho término, la Comisión se la proporcionará; los gastos que ocasione cada uno, en los días de su alojamiento y manteni­ miento de los fondos de la Comisión, se agregarán a la suma del empeño de cada uno. Art. 13. Ocho días después del arribo de los emigrados, con­ ducidos por convenio suyo a este país, se abonará al Capitán o consignatario del buque, por vía de pasaje y todo gasto, la suma que hubiesen contratado, pero no pudiendo pasar en nin­ gún caso de los cien pesos. Se excepcionan de esta limitación los emigrados que vengan contratados por los Agentes de la Comisión. Art. 14. Los gastos que se expresan en los tres artículos anteriores, serán satisfechos, seis meses después del contrato por los patrones con quienes los emigrados contraten sus ser­ vicios, a los cuales les serán reintegrados por un descuento, mío sufrirán los emigrados de los salarios que ganen. Este tlficuento será moderado, y en pequeñas fracciones, según y ou loi términos que los emigrados concierten con sus patrones. Art, 15. Los contratos que se celebren entre los emigrados y «iih patrones, serán autorizados por la Comisión.

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Art. 16. Los contratos que se celebren entre los emigrados serán por el término que se pacte entre los patrones y los emigrados; debiendo reglarse en el ajuste del salario por una tarifa que la Comisión hará formar por personas inteligentes c imparciales. Art. 17. Estos salarios siempre se entenderá, sin estar in­ cluido en ellos, el mantenimiento de los emigrados, que los patrones proveerán independientemente a satisfacción de la Comisión. Art. 18. Si algún emigrado enfermase por causas que so­ brevengan del contrato, el patrón quedará obligado a su asis­ tencia, cargándole en la cuenta los gastos que hiciere, pero el contrato quedará sin efecto por falta de salud, mal tratamien­ to o trabajo excesivo, a juicio de la Comisión. Art. 19. La Comisión queda especialmente encargada de ejercer el derecho de protección en las causas civiles de los emigrados. Art. 20. Los emigrados quedan bajo la protección y garantía de las leyes del país; podrán adquirir y poseer bienes mue­ bles e inmuebles de cualquier especie que fuere, contraer toda clase de vínculos, con la sola limitación de que estos goces por el tiempo de su empeño no perjudiquen los derechos de sus patrones. Art. 21. Los emigrados quedan, durante sus contratos, li­ bres de todo servicio militar y civil; los que quisieren aceptar alguno, será espontáneamente, declarándolo ante la Comisión, en cuyo caso, el patrón a quien sirven, será reembolsado por el emigrado de la suma de su empeño. Art. 22. Los emigrados, conforme a la costumbre del país, no serán perturbados en la práctica de sus creencias religiosas, y quedan eximidos de todo derecho o contribución que no sea impuesta a la comunidad en general. Art. 23. Los emigrados que hubiesen llenado honestamente el tiempo de su empeño, serán bajo la protección de la Comi­ sión preferidos en el arriendo de las tierras del Estado, las cuales las recibirán en enfiteusis bajo el canon que se esta­ blezca por la ley. Art. 24. Estos terrenos serán designados a elección de los

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emigrados y en proporción de las aptitudes y posibilidades de cada uno de ellos; pero ninguno podrá ser de menos tamaño que el de diez y seis cuadras cuadradas. Art. 25. En el caso a que se contrae el artículo anterior, la Comisión podrá hacer de sus fondos a cada arrendatario un empréstito de trescientos pesos, de los cuales se reintegrará a plazos cómodos y bajo el interés del seis por ciento anual. Art. 26. A los emigrados que de este modo se hicieren pro­ pietarios, se les concederá el derecho de posesión sobre el va­ lor legal de las tierras, y el de propiedad sobre todas las me­ joras que hiciesen en ellas; y ambos derechos serán negocia­ bles y transmitibles por ellos y sus sucesores. En caso que el gobierno acordare la enagenación de las expresadas tierras del Estado, el poseedor de ellas tendrá para su compra un derecho de preferencia sobre cualesquiera otro que se alegue. Art. 27. La Comisión queda muy particularmente encar­ gada de no admitir emigrados que hayan sido castigados por crímenes cometidos contra el buen orden de la sociedad. Art. 28. Lo establecido por el presente reglamento en nin­ gún tiempo embarazará a cualquier otra persona para intro­ ducir el número de emigrados que contrate por sus comisio­ nados en Europa para sus servicios; los cuales podrán optar a las ventajas que por el presente se acuerdan, si desde su arribo a este puerto se sujetan a la intervención de la Cominión, conforme al reglamento. Art. 29. Este reglamento será revisado cada año o antes, hí la Comisión, de conformidad con el gobierno, lo juzgase conveniente, sin que las alteraciones que con este motivo se hicieren, perjudiquen los contratos ya hechos, o los que se pudiesen hacer en Europa, dentro de un término que se fijará ni electo.2. HERAS MANUEL JOSÉ GARCÍA.

Buenos Aires, 19 de enero de 1825. 1 ICI texto de este reglamento, traducido al inglés por Beaumont, ha «ido tomado directamente para esta edición castellana, del ya citado libro