Viaje hacia la plenitud: Una guía Junguiana para descubrir el significado del camino de tu vida.

Viaje hacia la plenitud: Una guía Junguiana para descubrir el significado del camino de tu vida. El Viaje a la Plenitu

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Viaje hacia la plenitud: Una guía Junguiana para descubrir el significado del camino de tu vida.

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Esta traducción al español es realizada de la copia digital tomada desde Scribd .com de: The Journey Into Wholeness A Jungian Guide to Discovering the Meaning of Your Life's Path De: Bud Harris, PhD Se comparte solo con fines de estudio de los interesados y es para uso personal y no está destinada a ser comercializada de ninguna manera.

Nota del autor Todos los relatos, diálogos y sueños que aparecen en este libro, excepto los que designo específicamente como propios, reflejan material que personas han compartido conmigo. Para proteger la privacidad de esas personas, he alterado cuidadosamente todo lo que pudiera revelar la identidad de individuos concretos o permitir la identificación de relaciones o circunstancias reales. Cualquier similitud entre las personas y situaciones que he utilizado para ilustrar y las personas o situaciones reales no es intencionada y es pura coincidencia. Bud Harris, PhD Asheville, Carolina del Norte

Con frecuencia he visto que las personas se vuelven neuróticas cuando se contentan con respuestas inadecuadas o equivocadas a las preguntas de la vida. Buscan la posición, el matrimonio, la reputación, el éxito exterior o el dinero, y siguen siendo infelices y neuróticos incluso cuando han conseguido lo que buscaban. Estas personas suelen estar confinadas en un horizonte espiritual demasiado estrecho. Su vida no tiene suficiente sentido. Si se les permite desarrollar personalidades más amplias, la neurosis suele desaparecer. Por esta razón, la idea del desarrollo fue siempre de la mayor importancia para mí. - C.G. Jung

El significado de "totalidad" o "plenitud" es santificar o curar. El descenso a las profundidades traerá consigo la curación. Es el camino hacia el ser total, hacia el tesoro que la humanidad sufriente busca eternamente, que está oculto en un lugar custodiado por un terrible peligro. - C.G. Jung

Introducción Siempre que puedo, antes de empezar mi jornada de trabajo como analista Junguiano, me gusta pasar un rato tranquilo reflexionando sobre mis pensamientos y sueños pendientes del día y la noche anteriores. Este libro comenzó como una serie de reflexiones de este tipo. Pensaba en Ed Robbins, el último analizando que había visto el día anterior. Ed tenía cuarenta y cuatro años, estaba casado y era padre de tres hijos. Un año antes le habían diagnosticado un tumor maligno. El tratamiento normal del cáncer exigía una intervención quirúrgica invasiva que le habría dejado terriblemente desfigurado, discapacitado físicamente e incapaz de seguir ejerciendo su profesión. Además, la cirugía no garantizaba -ni podía garantizar- la curación. Ed decidió, tras un período de estudio y consultas, seguir un tratamiento alternativo. También optó por el análisis Junguiano, ya que buscaba una comprensión más profunda de sí mismo y del proceso que él y su familia estaban atravesando. La noche anterior, Ed llegó a su sesión, se sentó y exclamó: "¡Me siento tan lleno de vida que estoy a punto de explotar! Estoy tan lleno de alegría y dolor. Podría reír o llorar. Para ser sincero", continuó, "me está volviendo un poco loco. Podría empezar a llorar y no sabría si son lágrimas de dolor o de alegría". Ed y su familia descubrieron que su experiencia había dado un giro sorprendente. Estaban aprendiendo a vivir -en una de las formas más duras posibles- y a través de su calvario estaban descubriendo dimensiones de sí mismos y de la vida, dimensiones de significado y vitalidad que no podían haber imaginado antes. Por supuesto, seguían confundidos, profundamente preocupados y asustados. Paradójicamente, su cáncer parecía haber surgido como un maestro interior que instruía a Ed y a su familia sobre la importancia de una forma de vida más plena de la que habían llevado. Mientras escribo esto, es demasiado pronto para saber si su estado está mejorando realmente, pero lo que sí sabemos es que cada día se ha convertido en una bendición para ellos. Mis sesiones analíticas con Ed a menudo parecen retumbar en mi psique durante días, al igual que las sesiones con muchas otras personas, especialmente las que están relacionadas con la enfermedad. Me veo casi obligado a meditar sobre la profundidad y la complejidad de mis sesiones con estas personas. Sus enfermedades me enseñan tanto como cualquier otra cosa. En cada caso me impresiona repetidamente la facilidad con que, en el curso de la mecánica diaria de la vida, ellos -y todos nosotros- parecen perder el sentido del misterio de la vida. El clima de fantasía y maravilla que existe en el mundo natural y en nuestra imaginación se pierde entre los trabajos, las familias, las responsabilidades y los problemas de la vida cotidiana. Casi parece que llegamos a un punto en el que sólo un acontecimiento que inspire un gran temor puede interrumpir nuestro agitado ritmo y romper las barreras convencionales para devolvernos a este misterio, un misterio que no podemos controlar, a pesar de nuestra mente racional y nuestras metodologías científicas. Es un misterio que intentamos negar a diario.

La esposa de Ed dijo que su diagnóstico golpeó a su familia como un rayo salido de la nada. En un sentido mitológico, este término es adecuado, ya que el rayo siempre ha simbolizado la voz de un dios o una divinidad que se inmiscuye en nuestras vidas. Esta intrusión es una llamada a una mayor conciencia y un llamamiento a nosotros, como seres humanos, para renovar nuestras vidas y aumentar nuestra conciencia. Estos rayos suelen ir seguidos de un trueno que subraya el temor de este imperativo, así como las consecuencias a las que nos enfrentamos si no respondemos a él. El temor intrusivo nos recuerda rápidamente la facilidad con la que los acontecimientos exteriores ordinarios pueden envolverse en momentos profundos, cuando un sentido más amplio de la vida irrumpe en nuestra conciencia. De repente, lo más desconocido se nos presenta personalmente, con una transparencia que revela la oscuridad potencial que nos rodea. Estos acontecimientos nos recuerdan nuestra soledad y nuestro aislamiento, pues ¿quién puede sentirse más solo que alguien que entra en un túnel de resonancia magnética, se somete a un cateterismo cardíaco o se tumba en la camilla para recibir radioterapia? O deberíamos preguntarnos: "¿Quién es más consciente de su realidad?". Este tipo de situaciones nos devuelven la atención al hecho de que vivimos, y nuestras vidas reflejan, dos patrones. Uno de ellos parece pertenecernos -lo poseemos a través de nuestras experiencias personales-. Y otro parece pertenecer a la vida misma. A medida que desarrollamos un sentido más profundo de la conciencia, podemos empezar a reconocer nuestro patrón personal. Y si perseguimos una conciencia aún mayor, seremos capaces de ver a través de ese patrón personal y percibir la estructura del otro patrón -el patrón o patrones de la vida- que nos sostiene y que también se vive a través de nosotros. El patrón que pertenece a la vida representa el camino general de desarrollo de todas las personas. En la psicología Junguiana, llamamos a este patrón y a sus diversos elementos arquetípicos. Es general para todos los seres humanos y se refleja en la historia global del desarrollo humano. Estos patrones colectivos y arquetípicos del desarrollo humano también se reflejan en mitos, cuentos de hadas y leyendas, y a menudo se nos muestran individualmente en sueños, fantasías y otras expresiones creativas. Además, la historia de la humanidad parece demostrar con frecuencia su propio desarrollo psicológico, en la medida en que refleja características y etapas similares a las del desarrollo personal. Pensar en los patrones de desarrollo como una especie de plano elemental que reside en el inconsciente colectivo puede ser útil. El inconsciente colectivo es el estrato de nuestra psique que estructura nuestras actividades mentales y físicas y, por lo general, opera por debajo del nivel de nuestro funcionamiento consciente normal. Vivir con autenticidad significa descubrir nuestro camino en la vida a través de nuestra propia experiencia y del autoconocimiento que puede resultar del examen de esta experiencia. No significa tratar de aprender las respuestas cruciales a las preguntas de la vida desde un marco dogmático o abstracto. Desgraciadamente, la mayoría de los mapas de desarrollo de la psicología y la religión tradicionales son demasiado generales, demasiado abstractos y están demasiado centrados en esculpirnos en una forma particular o en llevarnos a un estado predefinido como para ser de mucha ayuda cuando buscamos cumplir un patrón de autenticidad personal: la búsqueda del alma individual.

Cada uno de nosotros es una creación única que se desarrolla a través de experiencias propias, aunque nos afecta el contexto en el que nacemos. El conocimiento de los patrones elementales y arquetípicos puede ampliar e influir en nuestra vida y en la forma en que la experimentamos, así como ayudarnos a definir mejor nuestras luchas, heridas y caminos de curación. Para ello, recurriré a estos patrones citando historias, mitos, estudios de casos y sueños para ayudarnos a comprender cómo nos desarrollamos a través de nuestras experiencias y cómo éstas se relacionan con el esquema elemental. Puede ser útil ver estos patrones de otra manera. Podemos imaginar que la vida es como un río que canaliza y sostiene nuestras experiencias personales. Debajo de este río hay otro que canaliza y sostiene el flujo de toda la vida. Un río debajo de un río -el primer río representa nuestro patrón personal y el segundo representa los patrones arquetípicos en el inconsciente colectivo. Cuando nos separamos del río más profundo, lo sepamos o no, nos separamos de la fuente de la vida. Nos secaremos y nos quemaremos. Y seremos prisioneros de una mentalidad que se apoya en los efectos de nuestra infancia y en los valores de la sociedad. Si podemos redescubrir nuestra parte más profunda y natural, podemos encontrar el alimento necesario para reconstruirnos y vivir de forma auténtica. El conocimiento del alma, la verdadera experiencia de la vida y la plenitud, proviene de la conciencia del patrón más profundo, el río de toda la vida que está debajo del río de nuestra vida. Ambos tipos de patrones -el personal y el arquetípico- están incrustados el uno en el otro, ya que ambos necesitan de la vida para existir. Nosotros somos los portadores de esa vida y de sus experiencias. Muchos de los conflictos y paradojas con los que nos encontramos son el resultado de que estamos atascados (con o sin conciencia del hecho) en nuestro patrón personal o entre los dos patrones, como veremos más adelante en este libro. Si somos reflexivos, el temor que nos producen los relámpagos de la vida puede devolvernos a nuestro anhelo de comprensión, a un interrogante sobre el antes y el después de nuestras vidas, así como sobre el ahora. Como resultado de esta comprensión, es posible que encontremos un mejor enfoque al observar nuestro paso hoy y descubramos cuestiones dentro de nosotros que están sin vivir y sin terminar. También podemos descubrir que hay un patrón de creación que anhela ser cumplido dentro de cada uno de nosotros, así como en la vida en general. Encontrar ese patrón y trabajar hacia su cumplimiento es lo que los Junguianos llaman el proceso de individuación. Al reconocer y comprender nuestro viaje humano desde el nacimiento hasta la muerte, podemos reconocer los hitos que todos encontramos en el patrón general. Al estudiar este proceso, podemos mirar con firmeza nuestros propios patrones, nuestras vidas, como un viaje hacia la plenitud y la completitud. Dado que escribo como analista Junguiano y en el contexto de la psicología Junguiana (un contexto que explicaré al principio del capítulo 1, en "El espíritu de la individuación"), quiero mencionar primero algunas cosas sobre la práctica del análisis Junguiano. Los que adoptamos una perspectiva Junguiana pensamos en la imaginación como el campo en el que, en la vida de vigilia, las mentes consciente e inconsciente se encuentran en esfuerzos creativos. Dentro de este campo imaginativo, uno puede dialogar a menudo con figuras de los sueños y otros componentes psicológicos de la personalidad. (En varias partes del texto, dialogo con la figura femenina interior conocida, en lenguaje Junguiano, como mi ánima, mi Ella interior1). También podemos dialogar con nuestras enfermedades, emociones, actitudes, etc. Nombrar e identificar un atributo interior cambia nuestra relación con él.

Como resultado de estos cambios, nos volvemos más perspicaces y maduros psicológicamente y tenemos una conexión más objetiva con estas partes de nosotros mismos. Así, a menudo pierden su poder de poseer nuestra conciencia y dominar nuestro comportamiento. El trabajo entre el analista y el analizando se basa en diálogos en este campo creativo. Sam Keen, el conocido autor en temas de religión y psicología, utilizó un proceso similar en la elaboración de uno de sus libros. Señala que ese diálogo "...registra muchas de las conversaciones que tienen lugar entre los miembros con derecho a voto de la mancomunidad que es Sam Keen" 2. Si te interesa este proceso, te recomiendo su libro como un excelente modelo para empezar. También verás esta técnica ilustrada en muchos de los siguientes capítulos, que reflejarán la importancia de desarrollar una relación "yo y tú" en nuestro interior. Varias veces, al escribir sobre nuestro viaje personal, utilizaré la analogía del cruce de fronteras. Esta analogía se refiere a esos momentos de nuestro desarrollo en los que debemos, queramos o no, superar los límites de nuestra personalidad y nuestra imagen personal actuales para continuar nuestra individuación. Si nuestro patrón personal se estanca, el patrón mayor de la vida a menudo nos proporcionará el impulso necesario, tal vez un rayo de luz, para ponernos en movimiento. Grande o pequeño, uno de estos cruces de límites está siempre ante nosotros, a veces cerca, a veces lejos. A lo largo del libro, mencionaré el eros y sus múltiples niveles de complejidad. Aunque históricamente eros ha tenido varios significados, originalmente simbolizaba un profundo poder mitológico. En la primera historia de la creación griega, Eros nació en el principio del tiempo a partir del caos y reunió al dios del cielo y a la madre de la tierra. Eros presidía entonces toda la generatividad y ejemplificaba el poder que alimentaba el ciclo de la vida, la muerte y la renovación. Seguiré esta noción anterior del significado de la palabra "eros" y la utilizaré para representar la fuerza de la vida per se en todos los niveles. También incluye el amor en todos los niveles: erótico, sexual, romántico, fraternal, espiritual, etc. En el nivel instintivo, eros actúa para continuar la especie. Representa la fuerza generadora que da vida a todos los seres vivos y les da el imperativo de crecer. Representa el imperativo para nosotros, como seres humanos, de cumplir el patrón dentro de nosotros mismos, no sólo para el desarrollo físico, sino también para el desarrollo espiritual y psicológico. En la línea de la teoría Junguiana, me referiré a este aspecto del eros como eros individuante. Este imperativo de crecimiento continúa manifestándose incluso cuando estamos lastimados o bloqueados, más notablemente en los síntomas emocionales y físicos de la enfermedad. El eros individuante, como imperativo general de crecimiento, es el que nos sumerge en las relaciones -dentro de nosotros mismos, con otras personas y con la sociedad- que nos llevarán a seguir diferenciándonos y evolucionando o a marchitarnos y morir. Este aspecto del eros subraya, por tanto, otro aspecto básico de la vida, que es que, para un desarrollo pleno, todos nos necesitamos mutuamente. Representa la fuerza interior que nos empuja a desarrollar cualidades de relación, que defienden la vida y llevan la vida a un sentido de plenitud y finalización hasta que, en palabras del rey moribundo en la ópera de Verdi, "Un baile de máscaras", "¡El amor vence a la muerte!". Este es el espíritu con el que utilizaré el término eros individuante.

En la tradición judeocristiana, encontramos que en el principio estaba el "Verbo", lo que quizá implica que el orden y la forma deben dominar la creatividad. Eros, el impulso de la creatividad continua y eterna, fue imaginado en el Jardín del Edén como una serpiente. Esta imagen establece la tensión dinámica entre orden y creatividad, entre estructura y renovación, que ha evolucionado en la civilización occidental. La serpiente es un símbolo personal muy significativo de este dios olvidado y amigo del proceso de individuación. La serpiente simbólica del Jardín del Edén representa el impulso de crecimiento que nos lleva a cometer el pecado necesario contra nuestras convenciones internas y externas. Este pecado nos llevará a un conflicto suficiente que nos obligará a cruzar el límite de nuestro desarrollo actual. El eros individualizador es la fuerza primordial de la vida, simbolizada por la serpiente y que surge de nuestro inconsciente, que trastorna el orden en la búsqueda imperiosa de un mayor desarrollo. El propósito de este libro es simplemente mostrar cómo funcionan en la vida los conceptos que estoy tratando, cómo los experimentamos y cómo podemos entenderlos mejor. Existen en todas las etapas de nuestro desarrollo, como intento ilustrar trasladando mi discusión desde el nacimiento hasta la muerte. Al comenzar nuestra vida, debemos desarrollar una personalidad a partir de las condiciones inconscientes de la infancia que nos permita vivir eficazmente en la sociedad. En la segunda mitad de la vida, debemos buscar una relación más personal con el centro de nosotros mismos y de la vida, para que nuestra vida se convierta en una auténtica expresión personal de lo que somos y de lo que estamos destinados a ser. Así, en la primera parte, he tratado de ilustrar el contexto de desarrollo que nos lleva en la dirección que evoluciona en la segunda parte. Esta evolución parece comenzar con una digresión, un sentimiento general de malestar y perturbación, tal vez incluso una crisis. Pero, como ocurre con frecuencia, descubrimos que esa digresión está anunciando un punto de inflexión en nuestro crecimiento, como suelen hacer las digresiones. A medida que el libro avanza hacia la segunda parte, espero que encuentres que nuestra relación es cada vez más profunda y personal. Además, trato de ilustrar que hay un "otro", un Ser (Self), que orquesta nuestras vidas y trata de ayudarnos a crecer utilizando el espíritu creativo de la vida -el eros- una y otra vez para ponernos cara a cara con la vida y con nosotros mismos. También quiero mostrar que nuestras luchas tienen sentido, y que el eros y la intensidad son cruciales para cualquier vida verdadera. Por último, quiero mostrar que la verdadera paz, el sentimiento de estar en casa en la vida, se encuentra en la intersección simbólica de la cruz, donde confluyen las contradicciones, los componentes paradójicos de las luchas de la vida. Psicológicamente, la estructura de la cruz representa los caminos por los que somos arrastrados en direcciones opuestas -vertical y horizontalmente- hasta que, paradójicamente, este punto pasa de ser el centro del sufrimiento y la muerte a serlo de la transformación y la nueva vida. Este movimiento depende de nuestra voluntad de comprometernos plenamente con la vida, aceptar el dolor del crecimiento y seguir la búsqueda interior del autoconocimiento. De este modo, absorbemos nuestro dolor y lo transformamos en creatividad. Este proceso se ilustra en un sueño en las páginas finales, donde el soñador aprende que las contradicciones de su vida deben unirse y que debe aprender a experimentarlas, tanto dentro como fuera, como propias.

Espero que este libro te ayude a conocerte y comprenderte mejor. Creo que tus reflexiones sobre él te aportarán una conciencia más profunda de tu inserción en la vida y de cómo experimentar esta relación, esta unidad, puede desafiarte y renovarte constantemente. Observar conscientemente el camino de tu vida en este nuevo contexto puede imbuirte de un amor por la vida y un sentido de esperanza que nunca podrá justificarse con percepciones literales y explicaciones superficiales de la vida. Quizás también descubras que la paz es el resultado de encontrar tu corazón y tu integridad en medio de la vivencia de tu viaje.

PRIMERA PARTE: EL ORO COMÚN

La individuación significa llegar a ser un único ser homogéneo y, en la medida en que la "individualidad" abarca nuestra más íntima, última e incomparable singularidad, implica también llegar a ser uno mismo. Por lo tanto, podríamos traducir la individuación como "llegar a ser uno mismo" o "autorrealización". ...La individuación no le excluye a uno del mundo, sino que reúne el mundo hacia uno mismo. - C.G. Jung, Recuerdos, sueños, reflexiones, pp. 395-396

Los restos del alma infantil en el adulto son sus mejores y peores cualidades; en todo caso son el misterioso espíritu rector de nuestros actos más importantes y de nuestros destinos individuales, seamos conscientes de ello o no... detrás de cada padre individual se encuentra la imagen del padre primordial, y detrás de la fugaz madre personal la figura mágica de la Magna Mater. - C.G. Jung, C.W., vol. 17, par. 97

Capítulo 1: Una vida propia El espíritu de la individuación

El principio subyacente de la psicología Junguiana es que la historia de nuestra vida, si se vive de verdad, hace que se realicen nuestros potenciales internos, a menudo inconscientes. Desde esta perspectiva, vemos que el objetivo de la vida es lograr la plenitud de la personalidad sacando a la luz e integrando en nuestra conciencia ciertos aspectos de nuestra naturaleza que actualmente son inconscientes. En términos más prácticos, significa que estamos llamados a descubrir y realizar el patrón inherente de desarrollo que hay en nosotros. Este proceso tiene como resultado el despliegue de la totalidad de nuestra personalidad tanto en el mundo interior como en el exterior. Una vida plena es aquella que lleva continuamente nuestros patrones internos a la expresión consciente y a su realización. Hay pocos libros de texto tradicionales, sistemas científicos o técnicas religiosas que puedan hacer algo más que darnos una pequeña ayuda en nuestro camino mientras buscamos el tipo de autoconocimiento que lleva a la individuación. El conocimiento necesario para esta tarea sólo puede llegar a través de una mayor conciencia basada en nuestra experiencia de vida y nuestra relación con nuestra vida interior. La autocomprensión y la autorrealización son conceptos clave en la psicología Junguiana, pero no son simplemente términos intelectuales. Deben ir unidos a los valores del corazón. Originalmente, emanaban del "corazón del médico" en el Dr. Jung, que sentía una gran compasión por el sufrimiento de las personas y quería ayudarlas a encontrar la curación. A medida que Jung crecía en sus últimos años, está claro que su corazón se expandió hacia una profunda preocupación por los problemas y el futuro de la humanidad y la cultura. En opinión de Jung, el propio inconsciente desea ser comprendido y quiere ayudar a los individuos y a la cultura a sanar y crecer. En otras palabras, desea ser manifestado y vivido. Por supuesto, el Dr. Jung no era ingenuo. Se daba cuenta de que las cosas peligrosas también nos acechan en nuestro interior y, en consecuencia, consideraba que el trabajo de individuación debe hacerse con cuidado y que requiere una personalidad fuerte y bien desarrollada. Una personalidad así, con un sentido de la ética y un arraigo seguro en el mundo exterior, es la base de la segunda mitad del desarrollo del individuo. Jung comparaba a menudo el desarrollo de nuestra personalidad con el curso del sol durante el día. Con el nacimiento -el amanecer en su alegoría- nuestra conciencia comienza a brillar y marca el inicio del desarrollo de nuestra personalidad. Nuestro desarrollo temprano se caracteriza por el empuje hacia la identidad, la acción, los logros y las relaciones externas. Este impulso requiere una gran cantidad de energía emocional y el eventual sacrificio de nuestra dependencia infantil. Es de esperar que este esfuerzo culmine en una personalidad fuerte y un lugar en la sociedad cuando cumplamos las tareas psicológicas desde el final de la adolescencia hasta el principio de la edad adulta y más allá. Cuando llegamos a la mediana edad, nuestro "sol" está en su cenit, en su posición de mayor fuerza. En ese momento, el sol comienza a ponerse, perdiendo su posición de fuerza a medida que sigue el curso de la naturaleza. Del mismo modo, en ese punto de la mediana edad,

debemos empezar a liberar nuestro enfoque en nuestra identidad y logros, redirigiendo nuestra energía hacia la plenitud. El primer paso en este proceso es empezar a recuperar partes de nosotros mismos que se perdieron en nuestra lucha por alcanzar ese cenit. Por supuesto, en este punto podemos elegir. Podemos elegir resistir a la naturaleza, al patrón mayor de la vida, y proteger lo que hemos conseguido. Pero la naturaleza, en ese caso, generalmente intensificará los ataques inconscientes contra nuestra personalidad en forma de neurosis, adicciones y enfermedades. En un sentido general, la psicología Junguiana considera que el inconsciente es la contrapartida psíquica del mundo de la naturaleza. La raíz de nuestra "naturaleza" interior está arraigada en el inconsciente colectivo, que contiene los centros de energía psíquica y los patrones que nos caracterizan. Estas fuerzas naturales son comunes a todos. A menudo, son tan poderosas que tienen una cualidad numinosa. Por ello, a lo largo de la historia se han proyectado hacia el exterior en forma de imágenes de dioses, diosas y otros símbolos espirituales. Otro objetivo de nuestra vida posterior es afrontar la inevitabilidad de la muerte, ya que la naturaleza decreta que nuestro sol alegórico también debe ponerse. La búsqueda de la plenitud y la finalización de nuestro patrón personal es, en la opinión de Jung, nuestra preparación para la muerte y la eternidad. A medida que nuestra energía se desplaza hacia esta búsqueda interior, seguimos teniendo que lidiar con nuestra vida exterior y afrontar sus obligaciones. Pero debemos cambiar nuestro enfoque de la brillante luz del día del desarrollo externo a la luz más suave y difusa de nuestro mundo interior. Este nuevo enfoque puede llevarnos a un arraigo interior, a una relación con lo trascendente y a una preocupación por la cultura. A medida que este proceso avanza, nuestra personalidad se ampliará, nuestra vida se profundizará y nuestras experiencias se acercarán a un inesperado sentido de unidad en sí mismas. En resumen, vemos que la perspectiva Junguiana divide el desarrollo de la personalidad en dos períodos fundamentales. El primero es desde el nacimiento hasta la mediana edad psicológica, comúnmente llamado "la primera mitad de la vida". El segundo es desde la mediana edad psicológica hasta la muerte, y se denomina comúnmente "la segunda mitad de la vida". Durante la primera mitad de la vida, nuestra tarea básica de desarrollo es diferenciar una personalidad al salir de la infancia. Esa personalidad debe ser lo suficientemente fuerte como para encontrar un lugar y establecer relaciones en el mundo exterior de la vida social. Debe ser capaz de funcionar eficazmente en él, de acuerdo con las normas, objetivos y metas comunes de ese mundo. En términos simbólicos, este logro se denomina en la psicología Junguiana como encontrar el oro común. Generalmente, una vez completada esta tarea, comenzamos a sentirnos perdidos, como si de alguna manera, al lograr nuestro lugar en la vida, nos hubiéramos perdido a nosotros mismos. Es decir, lo hacemos si estamos lo suficientemente alerta como para dejar que esa autoconciencia atraviese nuestras defensas. Si no lo hacemos o no podemos, desarrollaremos algún otro tipo de síntoma que llame la atención, normalmente expresado en forma de malestar emocional o físico. En cualquier caso, nuestra tarea principal en la segunda mitad de la vida es entrar en relación con nuestro inconsciente y el centro de nuestro ser -nuestro Self-, encontrando nuestra alma y el sentido de nuestra vida. De este modo, descubrimos el verdadero oro, el símbolo del alma iluminada.

El analista Junguiano debe tomar la naturaleza como guía. Lo que hacemos en las sesiones analíticas no es tanto una terapia como el fomento del desarrollo de la semilla creativa inherente al analizando y el fomento de ese desarrollo. Este proceso a menudo incluye retroceder en la vida de la persona especialmente en la vida familiar- y ayudar a la persona a crear un fondo interno amigable en el que pueda comenzar su reconstrucción. Una vez que se dobla la esquina de la primera mitad de la vida a la segunda, se descubre que un estilo de vida que parece bueno y funciona (por muy bien que sea) no es suficiente para proporcionar el verdadero oro de la plenitud. Esta constatación basta para darnos una idea de lo difícil que puede ser el trabajo de individuación. Durante este punto de inflexión en el crecimiento personal, el sufrimiento evoluciona a un nivel superior. En este contexto, el sufrimiento llega a significar gastar "sangre, sudor y lágrimas" con devoción religiosa en el esfuerzo por descubrir el verdadero oro de nuestra naturaleza. Representa el valor de apartarse de la sabiduría convencional, la ambición, los placeres, las comodidades, el orgullo y los valores en favor de seguir la voz creativa que llevamos dentro. Hay muchos posibles giros equivocados y no hay garantías de éxito en este viaje. Pero si tenemos éxito, la auténtica autorrealización nos recompensa dando lugar a una experiencia más profunda de amor, compasión y alegría en nuestras vidas. Otro de los conceptos cardinales de Jung es el del Self. Para Jung, el Self es el arquetipo central del orden dentro de la personalidad, y también representa la totalidad de la personalidad, así como su centro. El Self abarca tanto los elementos conscientes como los inconscientes de nuestra psique. Sin embargo, como arquetipo, está situado en el inconsciente. El Dr. Jung señaló que "el Self es la meta de nuestra vida, ya que es la expresión más completa de la combinación predestinada que llamamos individualidad"3 En un lenguaje sencillo, podemos decir, como hizo Jung, que el Self es la imagen de Dios dentro de nosotros. Es nuestro centro y también representa el patrón de todo lo que estamos destinados a ser. La energía de este punto central emite un imperativo psicológico para que "nos convirtamos en lo que somos", al igual que la biología nos obliga a asumir la forma de un ser humano. En la psicología Junguiana, nuestro ego se considera el centro de nuestra personalidad consciente, mientras que el Self es el centro de toda nuestra personalidad y el portador de nuestro potencial. A menudo, estos dos centros pueden estar en caminos contradictorios, lo que nos causa muchos conflictos. Por ejemplo, nuestro ego puede estar buscando el éxito material, la seguridad y la satisfacción convencional, mientras que nuestro Self está más interesado en la realización creativa de nuestra vida. El Self también nos exige no sólo estar, sino también llegar a ser. Como reconocerás, este requisito es el fundamento del principio espiritual que subyace al pensamiento religioso occidental y no nos permite retirarnos de la vida. Una vez que hemos comenzado nuestro proceso de individuación, entramos en una relación cada vez más consciente con el Self. A medida que esta relación se profundiza, empezamos a darnos cuenta de que una mano oculta parece estar -y haber estado- sosteniéndonos, guiándonos y apoyándonos a lo largo de nuestra vida. En diferentes partes de este libro, me refiero a este aspecto guía del Ser (Self) como el maestro oculto, el maestro interior o el sanador oculto. Cuando estamos realmente en contacto con este aspecto de nosotros mismos, ninguna experiencia (por muy devastadora que sea) carece de sentido o de valor: cada una contribuye al verdadero oro.

La paradoja de la paz La paz es un tema dominante cuando examinamos las necesidades de salud del mundo actual. La gestión del estrés y la práctica de técnicas que aportan calma interior están incluidas en muchas formas de medicina alternativa y, en general, están siendo aceptadas por los médicos convencionales. La paz es un estado que significa algo para prácticamente todo el mundo, además de parecer de vital importancia para nuestra salud. La desean todas las personas, ricas y pobres, viejas y jóvenes. Y su búsqueda es tan antigua como la humanidad. Las más grandes historias épicas, casi tan antiguas como nuestra capacidad de hablar, tratan de esas búsquedas: viajes a través de tierras extrañas en busca de un hogar, la búsqueda de una sensación de paz segura tanto dentro como fuera. Pero este anhelo perpetuo, al igual que el ritmo frenético de nuestras estresantes vidas, es la prueba de que no lo hemos encontrado. Aunque nuestro anhelo de paz parece eterno, la mayoría de los panteones antiguos no tenían ningún dios o diosa principal de la paz. Los primeros griegos simplemente consideraban la paz como lo opuesto a la guerra, y personificaban la ausencia de conflicto externo con la deidad Eirene, que tenía un pequeño culto y ninguna mitología. Para estos antiguos griegos, la muerte tampoco traía la paz, ya que la muerte significaba estar eternamente en un sentido de la nada, existiendo como sombras, imágenes sin sustancia, en el inframundo. Las religiones orientales adoptan un enfoque opuesto, menos agresivo que el énfasis occidental en el devenir, prometiéndonos la paz si conseguimos vaciarnos. Pero no es una tarea fácil, e incluso el gran Buda vivió una vida de lucha interior, lo que le llevó a afirmar que toda la vida es dolorosa. Para los que llevan una forma de vida práctica, la historia de Oriente no ha sido más pacífica que la de Occidente. A menudo se habla de Cristo como el "Príncipe de la Paz" y los cristianos de todo el mundo se ofrecen la paz de Cristo el domingo. Pero también la vida de Cristo estuvo llena de apasionados sufrimientos, tormentos y vilipendios por parte de muchas de las personas que le rodeaban. Los que verdaderamente emprenden el camino del cristiano también encuentran sus vidas llenas de pasión y sufrimiento. Además, el camino místico en las tradiciones occidentales -la búsqueda de la unión con Dios o el ser superior- tampoco es una experiencia pacífica, y se describe como "búsqueda de la llama". Cuando el Espíritu Santo descendió en Pentecostés, lo hizo en forma de lenguas de fuego. No fue transportado por palomas. La paz es un misterio que continuamente malinterpretamos. A menudo negamos la vida y la vitalidad, destrozando nuestro desarrollo mientras intentamos desesperadamente aferrarnos a una versión hueca de la paz, o al menos crear la ilusión de que la tenemos. Todos los terapeutas que conozco se limitarán a sacudir la cabeza si les preguntas cuántas personas han visto cómo sus matrimonios se desintegraban sin remedio en lugar de desafiar su ilusión de paz. Sin embargo, la fuerza de la paz y el anhelo de paz siguen atrayendo a toda la humanidad hacia un destino desconocido. Reconociendo esto, presentaré mis reflexiones sobre la paz y su lugar en nuestros modelos de vida a lo largo de las próximas páginas.

Tal y como nos entrenan y adoctrinan nuestras instituciones, la sociedad nos enseña que la madurez significa una resolución de contrarios. Tenemos el control; sabemos lo que hacemos y hacia dónde vamos. También mantenemos una actitud positiva y, si tenemos mentalidad psicológica, nos centramos en llegar a la autorrealización. Uno de los aspectos más dolorosos de la individuación es aprender que este tipo de perspectivas son simplemente ilusiones. La vida está llena de contradicciones que no podemos controlar; de hecho, forman parte de ella. No están aquí por accidente, y no se deben a nuestro comportamiento inepto o disfuncional. El viaje de la individuación agudiza y magnifica nuestra conciencia de estas contradicciones. Las verdades que descubrimos al buscar el oro verdadero ponen de manifiesto las falsedades que aceptamos cuando perseguíamos el oro común. Si vivimos de verdad, somos cada vez más conscientes de las contradicciones de la vida porque nos encontramos con muchas de ellas. En lugar de huir de su tensión o de simplificarlas siendo ciegos a uno o varios de sus aspectos, debemos permitir que entren en el centro de nuestra existencia. Al aceptarlos, empezamos a amar los interrogantes de la vida. Los conflictos se transforman en paradojas y se convierten en el camino hacia una personalidad más grande y la expresión de la verdad más profunda de nosotros mismos que nos llevará a una vida más grande de lo que podríamos haber imaginado anteriormente. En este proceso, no abandonamos nuestra capacidad de pensar y emitir juicios; de hecho, refinamos estas capacidades. Jung se refirió a este proceso como "mantener la tensión de los opuestos". Llegar a la plenitud significa comprometerse a sostener estas tensiones de forma consciente, plena y, cuando sea necesario, dolorosa. Entonces, a medida que nuestro Ser nos sumerge en la paradoja de su centro, encontraremos que nuestras vidas se transforman y se desplazan a una nueva posición, más cercana a lo que expresa nuestro Ser y llena de vitalidad renovada. Jung denominó a este proceso particular la "función trascendente". Cuando nos demos cuenta de la respuesta a uno de nuestros predicamentos, comprenderemos que ésta proviene de haberla vivido y reflexionado sobre ella. Jung consideraba que la paradoja (algo contrario a las expectativas o a la opinión general, o que se opone aparentemente al sentido común y, sin embargo, parece ser cierto) era la expresión de la tensión de los opuestos, especialmente los existentes entre los elementos conscientes e inconscientes de nuestra psique. William Blake señaló: "Sin contrarios no hay progreso. La atracción y la repulsión, la razón y la fuerza, el amor y el odio, son necesarios para la existencia humana" 4 Desde esta perspectiva, los opuestos no expresan realmente la dualidad, pues están conectados. Son extremos opuestos en un continuo de experiencia, relacionados y unidos. Conviene introducirlos en nuestra personalidad, como es necesario para la plenitud, sin separarlos el uno del otro ni privarlos de su intensidad vital. La mayoría de nosotros, por desgracia, no somos conscientes de este proceso. Estamos demasiado ocupados persiguiendo el oro común y las superficiales ilusiones de paz.

Reflexión, percepción y comprensión En la venerable mitología del norte de Europa, encontramos un patrón mítico que abarca la conciencia, el destino y la sabiduría. En su búsqueda de la sabiduría, Odín, el dios "Todopoderoso", tuvo que visitar el pozo de la bruja Mirmir. A cambio de que pudiera beber del pozo y obtener un conocimiento del destino y la sabiduría, la bruja le exigió un ojo, que le entregó. En esta antigua historia, el ojo que le quedaba era conocido a partir de entonces como el sol. Este ojo solar representa la conciencia solar (el símbolo del pensamiento racional y de una perspectiva analítica objetiva) y su principal herramienta psicológica, la percepción. Puede aportar una cierta cantidad de curación, autocomprensión y sabiduría a nuestras vidas. Pero si confiamos únicamente en el ojo solar, la introspección puede convertirse en un esfuerzo puramente racional y servir finalmente a los fines del "yo-quiero", aumentando así el dominio de nuestro egocentrismo. Es posible que esté orientada tanto al presente como al futuro, resolviendo problemas en nuestra psique mientras perseguimos lo que queremos y lo que creemos que necesitamos. Puede ser útil y conducir a un examen de conciencia e incluso a la curación. Pero sigue siendo una perspectiva tuerta. Podemos considerar que el intercambio de Odín por la sabiduría no fue un trueque directo, sino un sacrificio, una reorientación que lleva a una forma de visión más equilibrada. Odín se convirtió en el dios del destino al dedicar un ojo a la bruja y a su fuente de agua, el espíritu de la vida, en las profundidades de la oscuridad de la tierra. En efecto, la sabiduría requiere un ojo que mire hacia fuera y otro que mire hacia dentro, uno que mire hacia delante y otro que mire hacia atrás. Ver a través de los ciclos de crecimiento y del ciclo de la vida hasta sus verdaderas profundidades puede requerir a la anciana y a la fuente profunda -o, en términos de la metáfora clásica- al sol activo y a la tierra pasiva. La reflexión nos lleva hacia dentro y hacia atrás, a través del paisaje interior de nuestro viaje vital e incluso a través de la herencia de nuestros antepasados. Volvemos a nuestros inicios y experiencias anteriores con la conciencia de hoy. Volvemos hasta que hemos asumido la responsabilidad psicológica de nuestras acciones inconscientes anteriores que entonces estaban fuera del ámbito de nuestro control intencional y cuyos significados, por tanto, se perdieron para nosotros. La reflexión permite que las piezas se coloquen en su sitio en la crónica de nuestra vida y en la naturaleza de la vida, equilibrando nuestra percepción. Volvemos hasta tejer las experiencias de nuestra vida y nuestro destino y sus consecuencias emocionales en los patrones de nuestro destino y empezamos a comprender lo que la vida quiere de nosotros. Esta actividad parece religiosa, sagrada, pero es valorada mínimamente y sólo por unos pocos en nuestra sociedad, una sociedad centrada en la extroversión, la identidad y la productividad. Esta es la mentalidad de nuestra sociedad que se niega a enfrentarse a la antigua elección de Odín. La reflexión y la percepción pueden combinarse, enriqueciendo la introspección como un proceso que nos aporta nuevas comprensiones. Lo que antes era un bloqueo, una adicción, un problema psicológico o una enfermedad puede transformarse ahora en un problema moral personal. "Saber lo que hacemos" suena a tomar medidas basadas en la comprensión, el análisis cuidadoso y la planificación, y a nivel solar, esta perspectiva es cierta.

Pero en un nivel más profundo, a través de la visión de ambos ojos después de haber hecho la elección de profundización, "saber lo que estamos haciendo" significa percibir la verdad de nuestra propia naturaleza y conciencia y luego vivir tan congruentemente como sea posible con este conocimiento. La percepción equilibrada con la reflexión nos lleva al filo de la navaja de la vida. Muchas personas buscan el análisis Junguiano porque anhelan la plenitud y el alivio de las tensiones de la vida. Quieren que sus dificultades sean valoradas, que se piense en ellas como algo más que deficiencias en sí mismas o como infecciones psíquicas. Desean transformar sus tensiones y dificultades en una visión que les permita enriquecer su vida. Sin embargo, con demasiada frecuencia esperan que el analista tenga una fórmula sencilla que los lleve a un significado fácil. La simplicidad y la facilidad se desvanecen cuando empezamos a darnos cuenta de que los defectos que hemos estado proyectando en los demás son defectos incrustados en nosotros mismos. La mayoría de las personas continúan a través de esta dura experiencia de comprensión y luego encuentran, dentro de sí mismos y de la vida, el enriquecimiento que antes estaba bloqueado. De hecho, bastantes personas entran en análisis por esta misma razón. En muchos casos, debemos tomar la ira, el resentimiento, el dolor, los celos o incluso el amor y la adoración -la energía que hemos proyectado hacia el exterior- y retenerla en nuestro interior. Para evitar que se convierta en algo autodestructivo, es necesario que esa contención se realice en un recipiente consciente, perceptivo y reflexivo. En otras palabras, no hay que confundir retenerla con reprimirla, que sería mantenerla inconscientemente y a la defensiva. Nuestro calor emocional, generado por la tensión, el sufrimiento de sostener estos elementos del inconsciente, proporcionará el impulso para que comience la alquimia interior de transformación y asimilación. No sólo debemos superar el choque del autodescubrimiento y tener la fuerza para aceptarlo, sino que también debemos luchar con nosotros mismos como Jacob luchó con el ángel oscuro, hasta que amanezca un nuevo día, se alcance un nuevo punto de vista psicológico, se cruce un río y nos reconciliemos con una parte disociada de nosotros mismos. Nuestras faltas y pecados, normalmente pequeños en nuestra propia percepción, una vez reconocidos plenamente, pueden aparecer pronto como la avanzadilla de hordas bárbaras que amenazan nuestro reino psíquico. Pueden asustarnos de vuelta a la seguridad de nuestras ciudadelas convencionales, dejándonos infantilmente asustados de aventurarnos en la vida. El verdadero autoconocimiento siempre requiere una elección moral para aceptar o rechazar una mayor conciencia. Para afrontar con autenticidad esa elección en el contexto de la sociedad en la que vivimos y nos hemos desarrollado, debemos volver a nuestro interior y desarrollar nuestra función de sentimiento5. Sin una función sentimiento bien desarrollada, no podemos discriminar entre lo que es importante en nuestra vida y lo que no lo es. Si no tenemos un sistema de valores personal anclado en lo más profundo de nuestro ser, nuestra vida no puede reflejar nuestra autenticidad. En ausencia de este sistema de valores, ni siquiera podemos elegir qué conciencia conservar y qué descartar. Sin una función madura de sentimiento, no podemos tomar una posición por lo que es personal y lo que es de valor. Si carecemos de la capacidad de adoptar tal postura, la reflexión y el eros siempre se verán superados por las exigencias y los aspectos prácticos percibidos en nuestras vidas. Aceptar la nueva conciencia requiere devoción, valor del corazón en el espíritu de la vida, la voluntad de aceptar el sufrimiento y la desesperación, y nuestro aguante del ciclo de transformación.

Rilke remarcó: "Uno vive mal porque siempre llega al presente inacabado, incapaz, distraído". En estas líneas se expresa un sentimiento universal, que se nos escapa a cada uno de nosotros. En algún momento deseamos haber recibido una formación mejor o más completa. Desearíamos que nuestros padres hubieran hecho un mejor trabajo, que nuestros profesores hubieran sido más sabios y más sensibles. Nos gustaría haber sido más conscientes de las decisiones que tomamos. Aunque entiendo el sentimiento que expresa Rilke como una experiencia común, no acepto su verdad. Creo que puede ser peligroso, porque este anhelo puede llevarnos a evaluar la vida en el nivel equivocado. Nuestra transformación de buena fe, así como nuestro destino, reside en nuestra capacidad de reunir los medios para un proceso de re-formación psicológica de por vida. De hecho, reformar nuestra historia a la luz de la conciencia actual es simplemente nuestra participación voluntaria en el proceso de la vida a medida que se mueve a través de nosotros. Cada re-formación altera nuestro horizonte y amplía los límites de nuestra personalidad de una manera que nunca más se pierde. Ser acabado, capaz y sin distracciones significaría ser perfecto, y ser perfecto en cualquier forma nos deja sin futuro, sin más potencial de transformación, sin más oportunidades de ser humano. Como he mencionado, hay un último paso. El autoconocimiento, la comprensión e incluso la reformación significan poco cuando se ven desde lejos. Hay que captarlos y vivirlos, vivirlos plena y vitalmente como parte de nuestro proceso vital. El éxito en el arte de vivir es el resultado de haber estado en peligro psicológico, de haber pasado por la experiencia hasta el final y de haber reflexionado sobre ella. La participación plena debe preceder a la comprensión, pues sólo se puede conocer la vida que se ha vivido. Esa participación requiere tanta devoción que queda poco espacio para la distancia que supone la observación y las comparaciones desapegadas. Este enfoque no significa vivir de forma insensata. Deja mucho espacio para juzgar, pensar y sentir las evaluaciones. Y cuanto más avanzamos en este viaje, más personal se vuelve. Nos encontramos con que nos convertimos en artistas, y lo que creamos es nuestra propia vida. Decir que debemos aprender de la experiencia suena muy sencillo. Incluso nuestros padres nos lo dijeron. De hecho, aprendemos lecciones superficiales del dolor o la felicidad que resultan de nuestras acciones. Pero si eso es todo lo que aprendemos, no hemos reconocido que una vida que "funciona" no es necesariamente satisfactoria. Para que la vida sea satisfactoria, debemos aprender de la experiencia reflexionando sobre ella, buscando las implicaciones más profundas de los patrones y sus significados en nuestra vida. Nuestra reflexión se basa en el deseo de vivir, de participar plena y fielmente en la experiencia de nuestra propia vida. Desde el punto de vista interior, si somos reflexivos, nuestro mayor temor psicológico es no vivir nuestro patrón personal de vida. Deseamos una vida que camine hacia su culminación inherente y tememos una vida incompleta. Por esta razón, la muerte puede convertirse en un amigo que sustancie nuestra vida. Viaja a nuestro lado, instando a nuestra reflexión. Está delante de nosotros representando la esperanza de la culminación y está detrás de nosotros representando nuestro miedo a una vida que pasó, pero no fue vivida. Eros y Tánatos, la vida y la muerte, nos muelen entre ellos mientras nuestro maestro oculto intenta forzar que nuestra vida sea un viaje de crecimiento y descubrimiento en lugar de un viaje convencional bien trazado alrededor de la manzana.

Capítulo 2: La búsqueda de la vida Nacimiento

Durante nuestro nacimiento, pasamos de la oscuridad a la luz. Fuimos expulsados de un entorno oscuro, cálido, pulsante, nutritivo y salino a la dura luz de la vida exterior. Los griegos se referían al nacimiento como krysis, que significa separación. De hecho, llegamos al amanecer de nuestras vidas en crisis, obligados a separarnos de la seguridad por la propia naturaleza que tan cálidamente nos concibió y nutrió. Muchos psicólogos profundos (los que se ocupan del inconsciente), así como otros teóricos, se refieren a esta experiencia simbólicamente como nuestra expulsión del Jardín del Edén. Según Otto Rank, uno de los primeros colegas de Freud 6 (que luego desarrolló sus propias teorías), nuestro nacimiento es el primer viaje heroico que hacemos. En muchos sentidos, también es el más sencillo, ya que tenemos pocas posibilidades de elección: debemos atravesar la krysis queramos o no. Esther Harding7, una de las primeras analistas y teóricas Junguianas 8, describe dos tipos de héroes tradicionales: el héroe divino o semidivino y el héroe completamente humano, débil y falible, que ni siquiera es consciente de que está emprendiendo una tarea heroica. Entramos en la vida de esa segunda manera, como Jonás al ser escupido en la playa. Si tenemos suerte, entramos en un entorno familiar que recrea momentáneamente nuestra anterior experiencia dichosa. Esto nos da la oportunidad de desarrollar una cierta confianza en el mundo al que hemos sido empujados y, más o menos, la oportunidad de aprender a sentirnos en casa en él. No tenemos que nacer en una familia perfecta para desarrollar esta confianza, sólo necesitamos un cierto umbral de amor y seguridad. Por otra parte, podemos ser arrojados, paradójicamente, por la mano de la gracia a un caldero que será la base de nuestro destino, si es que logramos asirlo. Esta paradoja -nacer en una situación traumática y no en una pacífica- es difícil de apreciar en su valor nominal. Pero si podemos recordar nuestra herencia mitológica, podemos empezar a entender que las historias de la vida apoyan este mismo punto. El héroe mitológico suele nacer en el seno de una familia dividida o sometida a una amenaza extrema. Por ejemplo, Moisés fue puesto a salvo en los juncos; el Rey Arturo fue colocado con una familia adoptiva para que no fuera asesinado de niño; Parsifal, que encontró el Santo Grial, tenía un padre desaparecido; Zeus, que puso orden en el cosmos griego, tenía un padre devorador. La cuestión es que nacer en una situación horrible o indeseable puede paralizarnos emocionalmente, destruirnos; o bien las circunstancias, si son de alguna manera correctas, pueden hacer surgir la fuerza creativa del espíritu humano y forjar una persona extraordinaria. En tal caso, nos vemos envueltos desde el principio en esas circunstancias que serán el centro de nuestro modelo personal de vida. En contraste con ese tipo de intensidad, la mayoría de los nacimientos nos sitúan en el camino general de los acontecimientos predecibles del desarrollo. A medida que desarrollamos un sentido inicial de la identidad y comenzamos nuestro crecimiento cognitivo, creamos la ilusión de que tenemos el control de nuestra vida o de que lo estamos tomando.

A medida que se produce este desarrollo, perdemos el contacto con nuestro carácter instintivo en los patrones de la vida y las líneas de la naturaleza que guían, regulan y dirigen nuestra maduración. Al formar nuestra ilusión de control, lo más probable es que no hayamos desarrollado ningún sentido de nuestro patrón personal y probablemente no lo haremos durante mucho tiempo. Nuestra conciencia de los patrones de nuestra existencia se encuentra muy atrás en las brumas de nuestra psique no desarrollada. (También debemos recordar que ni el destino ni los patrones de nuestra vida significan que estemos predestinados a esto o aquello, o que seamos simplemente víctimas de la vida. Sí que tomamos decisiones, al igual que los demás, y nuestras decisiones nos afectan a nosotros y, de alguna manera, a todos los que nos rodean). El hecho es que nuestras mentes modernas no son tan brillantes como nos gusta pensar que son, ya que hemos perdido nuestra visión de la vida y de cómo crece.

La búsqueda de identidad Una vez que nacemos, comienza el amanecer simbólico de la infancia. La infancia es la base de nuestra personalidad, el fundamento de cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con el mundo. Cuando somos niños, nos desarrollamos de dos maneras simultáneamente. Desarrollamos habilidades físicas y también desarrollamos un sentido de identidad, de forma psicológica. Esta búsqueda de la identidad es tanto personal como colectiva. Así, a medida que la historia evoluciona, los seres humanos en general buscan una identidad colectiva siempre en proceso de formación siguiendo el patrón general de la vida. Esta búsqueda también es llevada a cabo por cada uno de nosotros como individuos, en cada generación, en términos de nuestro camino personal. Jung utilizó el término "psique" (que significa la totalidad de nuestro ser, consciente e inconsciente, cuerpo y espíritu) en contraste con el término más comúnmente utilizado, "personalidad" (que suele referirse a las características o rasgos personales de una manera que ignora el espíritu y a menudo ignora componentes importantes de nuestra mente inconsciente, así como de nuestro cuerpo). La amplitud de esta definición de psique es importante si queremos entender nuestra propia infancia, porque los sucesos de la infancia no son simples acontecimientos cognitivos. Las circunstancias dramáticas de la infancia perduran en nuestras emociones, nuestro temperamento y nuestro cuerpo, así como en nuestra mente: están "estructuradas" en nuestra personalidad por nuestras experiencias. Por eso no podemos simplemente dejarlas atrás, pensar en ellas y "seguir con nuestra vida". Debemos volver una y otra vez para localizar nuestras raíces. Cada vez que lo hagamos, encontraremos la energía que nos llevará más plenamente a la experiencia de vivir. Cada vez, nos veremos menos dominados por los acontecimientos que nos formaron. Este proceso es especialmente importante si hemos sido heridos fuertemente en la infancia, si hemos sido rechazados o traumatizados de alguna manera por nuestros padres. Esas heridas sacuden, y pueden destruir, nuestra confianza en el mundo. Si estas heridas son lo suficientemente profundas, pueden dejarnos desvinculados de nuestra propia naturaleza, aislados de la realidad de nuestros sentimientos y experiencias.

Como resultado, podemos vivir en un mundo de fantasía idealizado o en un infierno emocional de depresión y ansiedad. Ninguna de las dos cosas es real, aunque la experimentemos como si lo fuera. Cuando ocurre cualquiera de estas cosas, nuestra capacidad de relacionarnos con la vida de forma realista ha sido reprimida en lo que Jung llamó el lado de la sombra de nuestra personalidad. Normalmente, nuestra sombra consiste en las cualidades inferiores (rasgos o cualidades que no se nos dan bien y, por tanto, tratamos de evitar desarrollar), incivilizadas (socialmente indeseables) y animales (instintos más básicos) de nuestra personalidad. Son las cualidades que reprimimos para encajar nuestra identidad en los moldes convencionales propuestos por nuestra familia y cultura. Sin embargo, si nuestra familia y otras personas de nuestro entorno desaprueban una cualidad concreta o son brutales, amenazantes o ansiosas y perturbadas, también podemos reprimir nuestras mejores cualidades en un esfuerzo por llamar la atención lo menos posible. Como resultado, nos habremos desvinculado de nuestra capacidad para llevar una vida normal. En este punto, el trabajo de nuestra vida, psicológicamente, se convierte en una cruzada por nuestra propia existencia y por el valor de hacer el duelo por nuestros crueles comienzos. En algunos casos, las heridas de la infancia pueden ser lo suficientemente profundas como para destruir a una persona. Pero en casos menos extremos, las infancias difíciles suelen contribuir a la redención de la cultura al darnos personas con gran sensibilidad y creatividad. Si examinamos las vidas de personas destacadas en casi cualquier campo -política, arte, negocios, etc.-, las más grandes casi siempre proceden de hogares que tuvieron algún tipo de problema. Ya sea Beethoven o Churchill, Roosevelt o MacArthur, DaVinci o Emily Dickinson, encontramos el patrón mitológico de un desarrollo desafiante que llama al espíritu de sus talentos particulares para crear su destino. Además, dado que todos estamos heridos en alguna medida, el duelo debe reincorporarse como una parte aceptada, necesaria y respetada de nuestra cultura, ya que todos sufrimos como resultado de la vida. De hecho, Joseph Campbell, la conocida autoridad en mitología, observa que el buscador es precisamente una persona que ha fracasado, porque su vida no funciona. Las dificultades interiores obligan al buscador a reorganizar su vida en un nivel superior, a convertirse, por necesidad, en un experto en el arte de vivir. La idea de que el camino hacia la paz pasa por la adversidad es contraria a la forma en que muchos de nosotros fuimos educados. Sin embargo, la armonía y la ausencia de conflicto no son condiciones necesarias para la paz. De hecho, si nos aferramos ciegamente a la noción de que lo son, crearemos un mundo psicológico que debe explotarnos en la cara, y esta explosión suele representarse en la vida de nuestros hijos. Una visión tan ilusoria de la paz nos impide apreciar el mundo en el que realmente vivimos y celebrar la vida. Tenemos que aceptar las imperfecciones de la vida y sentirnos a gusto en ellas. De lo contrario, negamos los ciclos de la existencia, perdemos nuestras oportunidades de encontrar el sentido, el amor y la verdad, y vivimos como fantasmas, anhelando y temiendo una futura confirmación de nuestra vitalidad y potencial espiritual en lugar de vivir ahora. La búsqueda de la armonía, al igual que la búsqueda de la felicidad en un nivel superficial, a menudo nos roba nuestro potencial de alegría y realización.

El verdadero camino hacia la paz es reconocer que nuestra infancia, tanto si fuimos felices como si no, tanto si creemos que fuimos felices como si no, no fue realmente una época de paz. Nuestros límites eran frágiles.

Dependíamos por completo de los demás para nuestro bienestar físico, emocional y espiritual, y estos otros a menudo nos hacían daño, ya fuera maliciosamente o sin querer. Y, sin embargo, la infancia, por muy mala que haya sido, no es una enfermedad que deba curarse. Dado que es la base de nuestra vida y el comienzo de la encarnación de nuestra alma, no podemos disolver o corregir totalmente su dolor mediante un tratamiento psicológico. Sólo podemos asimilar ese dolor e incorporarlo. Nuestra verdadera lucha es encontrar una relación consciente con nuestra propia infancia, independientemente de cómo haya sido. Esta lucha puede requerir curación y comprensión, pero ninguno de estos logros contará si no podemos también entrar en una relación consciente con ese período de nuestra vida. Debemos estar separados de nuestra infancia -no dominados por su tenor emocional y sus acontecimientos-, pero también debemos estar conectados a ella. Nos guste o no, debemos considerarla como la piedra angular de nuestra vida, con la esperanza de transformarla eventualmente en una amiga, si no lo es ya. En el capítulo 8, en la sección titulada "Shalom", encontrarás un muy buen ejemplo de este proceso, dado por un hombre que reflexiona sobre su trabajo analítico.

El segundo nacimiento: llegar a ser "yo"

A medida que crecemos en la adolescencia seguimos construyendo nuestro sentido de la identidad, moldeado ahora no sólo por nuestra familia y amigos, sino también por la escuela, las instituciones religiosas y los medios de comunicación. Y para construir nuestra identidad, tenemos que diferenciar entre lo que es "yo" y lo que es "no-yo" (en términos de Esther Harding). A medida que el "yo" toma el control en nuestra personalidad, tenemos que reprimir y desvincularnos de nuestra naturaleza interior amenazante y primitiva y de sus emociones extremas, que pueden llevarnos a comportamientos lamentables. Al igual que Zeus sometiendo a los titanes y a los gigantes, luchamos por convertirnos en el amo de nuestro pequeño cosmos. Este proceso, de nuevo, no es pacífico. A estas alturas, deberíamos entender claramente que ser humano es tener conflictos, aunque pocos de nosotros aprendemos este hecho a pesar de que lo vivimos continuamente. Algunos conocimientos objetivos y la sabiduría pueden transmitirse de persona a persona, pero cada uno de nosotros debe atravesar el dolor y el conflicto para crear la forma que necesitamos para sostenerlo. Si no lo hacemos al principio de nuestro viaje y nos convertimos en viajeros fortalecidos, pasaremos la segunda mitad de nuestro viaje por la vida vagando por páramos psicológicos. Esto no es necesariamente malo, ya que muchas personas encuentran su camino para salir de estos páramos y son mejores por la experiencia. Pero es peligroso, porque algunos se pierden irremediablemente. Su vida se les escapa de las manos y ni siquiera lo saben. Puede que incluso se alegren de que su vida termine. Para llegar a la forma, tenemos que seguir una ley básica de la vida entre los demás que fue descubierta tempranamente por Adán: para comer, hay que trabajar. En los tiempos modernos, esto significa que tenemos que construir una personalidad y una cara pública (persona) que sea aceptable y funcione en la sociedad.

El problema es que tenemos que hacerlo mientras, al mismo tiempo, intentamos construir un sentido de identidad individual. Como la palabra "forma" implica, la formación de nuestra personalidad requiere un cierto grado de adaptación, lo que significa dejar de lado las actitudes egocéntricas -una tarea nada fácil, ya que la adolescencia es una época de la vida muy egocéntricaEn esta época bullen todo tipo de instintos, y los adolescentes están llenos de impulsividad, creatividad e incluso espiritualidad, así como de necesidad de libertad personal. Dado que los jóvenes ven sus cualidades de inconformismo, idealismo y desapego de los valores paternos como la esencia misma de su identidad personal, muchos adolescentes sienten que deben aniquilarse para encajar en la forma convencional que dicta la "autoridad", lo que constituye la gran crisis de la adolescencia. Las canciones, los cuentos y los poemas de los adolescentes reflejan lo que sienten ante esta crisis. Los adolescentes de hoy muestran una fascinación por la rebelión, el suicidio, el asesinato y la muerte. Parte de esta respuesta es natural, pero la mayor parte refleja nuestro fracaso como progenitores, y especialmente como padres, a la hora de iniciar a nuestros jóvenes en la vida de una forma más sana, una forma que les fortalezca y les dé el valor y el deseo de ganar la vida, como los héroes mitológicos tuvieron que ganar la novia al dragón. Sharon, por ejemplo, era una adolescente con la que llevaba varios meses trabajando. Era hija de padres divorciados e incapaz de articular la profunda desesperación que sentía. Durante muchos años, sus padres la habían enviado de un lado a otro de sus casas según su conveniencia, mientras probaban nuevos amantes y nuevos matrimonios. Sharon entró tranquilamente en su sesión de la tarde, sin saludar, sólo en silencio. Como siempre, miraba al suelo. Se sentó mansamente sin levantar la vista. De repente, por primera vez en nuestro trabajo, me miró directamente a la cara. Las lágrimas corrieron por sus mejillas. Me puso el siguiente poema en la mano y me dijo: "Esto es lo que siento". Lentamente, lo leí.

Sobre la escuela9

Siempre quería decir cosas. Pero nadie le comprendía. Siempre quería explicar las cosas. Pero a nadie le importaba. Así que dibujó... Y era todo para él. Y le encantaba. Cuando empezó a ir a la escuela, lo llevaba consigo. No para enseñárselo a nadie, sino para tenerlo como un amigo.

Era curioso lo de la escuela. Se sentaba en un pupitre cuadrado y marrón, como todos los demás pupitres cuadrados y marrones, y pensaba que debía ser rojo.

Y su habitación era una habitación cuadrada y marrón. Como todas las demás habitaciones. Y era estrecha y apretada. Y rígida...

El profesor vino y le habló. Le dijo que se pusiera una corbata como todos los demás chicos. Él dijo que no le gustaban y ella dijo que no le importaba.

Después dibujaron. Y él dibujó todo amarillo y era lo que sentía por la mañana. Y fue hermoso. La maestra vino y le sonrió. "¿Qué es esto?", dijo. "¿Por qué no dibujas algo como el dibujo de Ken? ¿No es hermoso?" Todo eran preguntas. Y tiró el viejo dibujo.

Y cuando se quedó solo mirando el cielo, era grande y azul con todo lo demás, pero él ya no lo era. Era cuadrado por dentro y marrón, y sus manos estaban rígidas, y era como cualquier otro. Y lo que necesitaba decir dentro de él ya no necesitaba decirlo. Había dejado de empujar. Estaba aplastado. Rígido. Como todo lo demás.

Cuando terminé de leerlo, volví a mirarla a los ojos en silencio. "Lo sé", dije. "Lo sé". Nuestro primer encuentro con el poder social invisible que exige dar forma a nuestras vidas, el que se recoge en este poema, es la primera escaramuza de una lucha que nos dura toda la vida. Si queremos vivir de forma vital y creativa, siempre estaremos divididos entre el individuo y los demás. Debemos intentar mantener nuestro centro en el conflicto sin caer en el conformismo irreflexivo, por un lado, o en la desesperación existencial, por el otro, por lo que la adolescencia debe ser una búsqueda de la vida y de la forma. En eso consisten el deseo y el eros. La sexualidad es la fuerza instintiva en bruto de la especie. Refleja el propósito de la naturaleza en un nivel tan poderoso y básico que a menudo le tememos casi tanto como a la muerte. Y la sexualidad estalla en la vida de los jóvenes de hoy de una manera más aterradora que nunca. Lo que antes estaba contenido en recipientes sagrados, guiado por tradiciones enseñadas a los jóvenes a

partir de la sabiduría de los mayores, ahora amenaza con destrozar su forma duramente ganada, llevarlos más allá de la razón y poner en peligro su existencia personal, literal y figuradamente. Pero el eros también puede instruir. Nos lleva a la pregunta básica: ¿cómo puedo ser un hombre, ¿cómo puedo ser una mujer, ¿qué pasa si siento que no estoy destinado a ser ninguno de los dos? Más allá de eso, podemos descubrir el significado del poderoso impulso que nos lleva, contra viento y marea, hacia una única visión de la vida, por muy lejana e inaccesible que sea. Si se afronta y se canaliza adecuadamente, este impulso puede dar lugar a una gran creatividad y a un renovado sentido de la vitalidad y la estética que puede contribuir de forma importante a la experiencia personal y cultural. Además, puede dar a nuestra vida una unidad incomparable, llevándonos a perseguir una meta que nos enriquece, aunque nunca la alcancemos, o si la alcanzamos y la volvemos a perder. Es una pena que los viejos sabios ya no estén aquí para ayudarnos a ver a través de este drama. (Y, por muy prácticos que sean, las clases de educación sexual, los libros de autoayuda y las consultas de los terapeutas sexuales rara vez ofrecen las respuestas más profundas, las respuestas vitales). Los aspectos sociales del eros, de la vitalidad y la fuerza fundamentales de la vida, nos impulsan hacia la identidad y nos hacen avanzar hacia las metas de la sexualidad y las relaciones humanas. El componente psicológico del eros nos conduce hacia la meta de la unificación interior a través de la unión de los elementos masculinos y femeninos de nuestra personalidad 10. En la psicología Junguiana, estas relaciones también simbolizan la unión de la personalidad consciente con la inconsciente, lo que aporta un sentimiento de plenitud a nuestra psique. Estas dinámicas de eros nacen en los conflictos de la adolescencia, pero siguen siendo el material básico de una vida. Tal vez por eso la sexualidad y las relaciones de pareja siguen siendo los temas principales que traen a la mayoría de las personas a la psicoterapia o al análisis. Al igual que los adolescentes, muchos pacientes que he visto intentan controlar sus instintos sexuales obsesionándose espiritualmente o evitan su espiritualidad obsesionándose sexual o materialmente. También pueden denigrar o idolatrar las relaciones. A menudo, una o ambas personas involucradas en tales relaciones se han retirado del campo de la vida y de las relaciones sublimando su vitalidad en otra dirección, como una carrera, una adicción, una depresión o alguna otra dimensión excesivamente ensimismada. La mayoría de las veces, puedo obtener una imagen psicológica bastante precisa de las personas simplemente descubriendo los tipos de vínculos emocionales en los que están involucrados.

Propósito Separarse y diferenciarse es el primer paso en el largo camino de la adolescencia. El siguiente paso, igualmente importante, es desarrollar la confianza en uno mismo y un lugar en el mundo. Los ritos de iniciación de las culturas antiguas desarrollaban un sentido de unidad y dirección en los iniciados a través de un sentido compartido de instrucción, sufrimiento y sacrificio. Sin embargo, los jóvenes de hoy en día han crecido lejos de estas raíces: se sienten separados y solos en su lucha por la identidad. La adolescencia es el momento en el que necesitan descubrir una causa más grande

que ellos mismos, un propósito que les aporte un profundo y satisfactorio sentido de unidad, un propósito más allá de las simples ambiciones personales y las preocupaciones materiales. Solíamos llamar a estos propósitos "metas", pero nuestras definiciones superficiales y literales de las metas y de cómo "alcanzarlas" en todas las esferas -personal, empresarial, social e incluso religiosa- han despojado a la palabra "meta" de su significado más profundo, de su sentido de verdadero propósito. Pero ese otro tipo de meta original -un verdadero propósito- nos ayudará a orientarnos en el mundo, llenando nuestras vidas de significado, así como de confianza en el futuro. Alfred Adler, otro colega de Freud (que también desarrolló su propia teoría), señaló que no podemos pensar, sentir o actuar sin un propósito. A medida que crecemos de un estado de vida a otro, ese propósito es lo que nos permite evaluar nuestro progreso hacia una mayor conciencia, una conciencia más elevada y una vida más equilibrada. Nos lleva a empezar de nuevo, con vigor, y a encontrar un nuevo significado. Si no vivimos con ese propósito, o bien nos perdemos y nos desorientamos, o bien nos dejamos llevar, como autómatas, por la vida. Caminar como un autómata por la vida significa negarse a vivir conscientemente y a asumir la responsabilidad por nosotros mismos. Pero estamos hechos para la vida consciente y, si la rechazamos, nuestra voz interior seguirá intentando llamar nuestra atención, a menudo apuntando a nuestra negación de la vida a través de los sueños y de los síntomas emocionales y físicos. Hace poco trabajé con una mujer de mediana edad que soñaba que una amiga suya rígida había sido envenenada por una bruja. La bruja venía a envenenarla a ella también. Mientras el veneno hacía efecto, la mujer se despertaba gritando: "No quiero morir". Otro analizando soñó que, para evitar morir esa noche, todas las personas de su calle debían pegar una nota en sus puertas indicando cuál era el sentido de la vida para ellos. Él mismo se olvidó de hacerlo y se dio cuenta de su descuido demasiado tarde. Se apresuró a salir por la puerta y suplicó a Dios que le diera otra oportunidad. Dios le respondió: "Una más". Creo que debemos escuchar esos sueños con mucha atención y evitar la tentación de analizarlos en exceso. Si los aceptamos con sentimiento y atención, comprendiéndolos tanto con el corazón como con la mente, tendremos más posibilidades de descubrir cómo llevar el mensaje a nuestra vida. Y llevar ese mensaje a la vida es el trabajo importante que debemos hacer. Si estamos viviendo vidas sin propósito y los sueños no nos alcanzan, puede ser necesaria una depresión o una enfermedad si queremos bajar nuestra resistencia lo suficiente como para escuchar nuestra voz interior. Pero incluso entonces, podemos elegir hacer oídos sordos a nosotros mismos. Muchos analistas han trabajado con personas que acudieron a ellos durante una crisis o a causa de sueños aterradores y que luego dejaron de acudir abruptamente. A menudo, estas personas dejan de acudir en cuanto la presión emocional se alivia un poco. Parecen intuir que un nuevo material inconsciente está a punto de entrar en erupción, lo que requiere la aparición de una nueva conciencia por su parte, y buscan rápidamente una razón para escapar de la confrontación. Quieren seguir siendo los mismos que siempre han sido, haciendo las mismas cosas que han estado haciendo, excepto que quieren ser felices. Suelen explicar su marcha diciendo algo como: "Te aprecio mucho y he disfrutado trabajando contigo, pero el análisis es demasiado caro". Han perdido la oportunidad de encontrar un propósito en sus vidas durante esta experiencia.

Los jóvenes, sin embargo, están hambrientos de esta experiencia de propósito. Nos acosan incesantemente sobre cuestiones sociales y políticas. (Las cuestiones religiosas son ahora demasiado lejanas, excepto en algunos casos.) No sólo quieren un propósito para sí mismos, sino que también lo quieren para nosotros. Quieren comprometerse con nosotros, romper nuestros moldes y hacer que volvamos a un punto en el que vivamos por algo más que el pan de cada día. Tienen hambre de padres que les hayan precedido en el mundo, padres que no tengan miedo de las grandes cuestiones de la vida. Quieren que les enseñemos iniciativas espirituales y creatividad en el arte de vivir. Si no lo hacemos o no podemos, se deslizarán hacia su propia cultura renegada y encontrarán un sentido de unidad espiritual rebelándose contra nuestros valores. Su iniciación espiritual y psicológica seguirá, en los cultos de las pandillas, las drogas, el sexo y otros movimientos de iguales. Los padres prácticos están desconcertados por este comportamiento autodestructivo porque los padres pragmáticos no entienden nada. Sí, aconsejan a sus hijos cómo encontrar un buen trabajo, una buena casa, una buena familia, una buena posición social. Pero esa orientación ignora la importancia de los problemas morales de los que depende nuestro bienestar como seres humanos. Si queremos madurar, necesitamos establecer un sentido de propósito en el mundo. Vivir con un propósito produce competencia en nosotros, y a medida que nuestro viaje continúa, el propósito también nos dará la fuerza que necesitamos para buscar los valores del alma humana. Debemos buscar un nivel de conciencia más elevado que el que vive ahora nuestra generación, un nivel al que la naturaleza y la civilización exigen que aspiremos.

Recordándonos a nosotros mismos

Simbólicamente, el niño y el joven que una vez fuimos viven dentro de nosotros, y en cada punto de transición importante en la vida podemos necesitar volver a su perspectiva. Sin embargo, esto no significa que debamos idolatrarlos, ya que estas etapas tumultuosas de la vida estaban lejos de ser ideales. Por el contrario, debemos dejar que nuestras imágenes de estas etapas representen una nueva vida, independientemente de nuestra edad actual. En épocas de cambio interior, algunas de las cuales aún no somos conscientes, la juventud vuelve a aparecer en nuestros sueños. Podemos soñar con un niño en edad escolar, que nos recuerda la preparación interior; o, cuando la desesperación se convierte en creatividad, podemos soñar con bebés, con una nueva vida o con un nacimiento. Debemos crear una forma para la vida en nosotros, una forma en la que nuestra vida pueda crecer, madurar, expandirse, crear y sentirse segura. A esta forma le damos diferentes nombres personalidad, identidad, ego y persona- según nuestra perspectiva. Pero debemos recordar que la forma nunca dura. Tarde o temprano, la vida evoluciona o se rebela, y debemos empezar de nuevo mientras nuestra personalidad sigue creciendo. Es de esperar que estemos lo suficientemente arraigados en nuestro propio terreno y que tengamos una relación lo suficientemente fuerte con nuestros principios como para resistir la tempestad interior de esta evolución.

El camino arquetípico de la transformación, de la construcción de nuevas formas a medida que las viejas son superadas, subyace al desarrollo de la personalidad humana. Este patrón se resume en el nacimiento, el cambio y la muerte, avanzando en un ciclo eterno. Y este ciclo no sólo es simbólicamente cierto en lo que respecta a las etapas psicológicas, sino que también es concretamente cierto en lo que respecta a toda la vida. La vida nos hace avanzar, nos guste o no, elijamos conscientemente el crecimiento o no. En cualquier caso, si abrimos los ojos, veremos que la vida y el crecimiento no son pacíficos. Hay muchos conflictos. Muchos de nosotros nos olvidamos de los conflictos esenciales de la evolución de la vida. Simplemente suponemos que los conflictos pasarán y que las condiciones psicológicas de la infancia, los cimientos de nuestras percepciones y valores, persistirán durante toda nuestra vida. Luego acabamos aturdidos y sorprendidos cuando no lo hacen, aunque nunca lo hayan hecho. Aun así, la mayoría de nosotros no abrimos los ojos a tiempo. De todos modos, aún no es el momento. Durante el final de la adolescencia y la joven edad adulta, tenemos que proceder como si supiéramos a dónde vamos.

Capítulo 3: El paso a la edad adulta La identidad: el fallo básico

La historia de nuestro desarrollo colectivo refleja muchas características de nuestro desarrollo personal. De hecho, Jung postuló que todos llevamos esta historia colectiva en nuestro inconsciente. Nos parece que estudiar la historia de la humanidad, especialmente en lo que se refiere a nuestros orígenes, nos ayuda a comprender algunos de estos procesos personales. También podemos ver lo intrincadamente conectadas que están nuestras vidas interiores y exteriores, así como las personales y las colectivas. Estos cuatro aspectos de la vida parecen ser interdependientes en su progresión, moldeándose y formándose mutuamente. Una mirada a la historia puede ayudar a ilustrar un punto crucial que experimentamos en nuestro desarrollo hacia la edad adulta. A medida que la historia occidental avanzaba, la diosa romana de la paz, Pax, resultó ser tan nebulosa como su predecesora griega, Eirene. La Pax Romana no significaba más que la ausencia de conflictos y la sensación de tranquilidad, tanto en casa como en el extranjero. Para conseguirla, los romanos impusieron el orden en el mundo tal y como lo conocían, y este orden permitió a los dioses estar en sus templos, a los agricultores en sus campos, a los comerciantes en sus tiendas y a los filósofos en sus ciudades. Pero, como señaló Séneca, tribus y pueblos enteros fueron desarraigados, desplazados, reprimidos y sacrificados para el establecimiento de la Pax Romana. La paz tenía un significado similar en el mundo del Antiguo Testamento. La paz en esta zona del Cercano Oriente era un concepto social que significaba bienestar y prosperidad para la familia, la ciudad y la nación. Al igual que los romanos, los hebreos justificaban la guerra en la búsqueda de la paz. En ambos casos, la paz dependía de la separación del mundo en nosotros y ellos, ya fueran filisteos o bárbaros. El Dios que ordenaba "no matarás" no parecía preocupado por matarlos e incluso dirigía esas guerras. Esta polarización muestra lo profunda y paradójica que ha sido la

división de la naturaleza humana occidental contra sí misma. Incluso hoy se llama bárbaros o filisteos a personas incultas, groseras e indiferentes a nuestros valores artísticos y culturales. Paradójicamente, las culturas que impusieron la paz a los "otros" encontraron, sin embargo, algunos de los valores más auténticos de la humanidad en los pueblos que conquistaron. En la Ilíada, Héctor es el principal héroe espiritual, y la historia troyana contiene muchos momentos conmovedores, gentiles y humanos. Durante este gran conflicto, incluso los dioses estaban divididos en sus diversas lealtades. En la historia romana se produjeron muchos momentos similares. La admiración de los romanos por Aníbal era enorme, lo que no impidió la destrucción de su ciudad. En la literatura hebrea, Rut la cananea es el símbolo de la fidelidad. La historia de David y Betsabé y del asesinato de su marido muestra que estas cuestiones están presentes como lucha interior y exterior. Tenemos que darnos cuenta de que, al entrar en la edad adulta, nuestra Pax Romana interior, si es que la conseguimos, no resulta fácil, y que cuando la imponemos, a menudo subyugamos algunas de nuestras mejores y más auténticas características. En otras palabras, para consolidar una personalidad independiente y eficaz en la sociedad debemos separar, conquistar, sacrificar, reprimir y suprimir muchas partes de nosotros mismos. Aunque requiere el desarrollo de fuerza y concentración, este proceso también basa nuestra forma, cohesión y prosperidad en que seamos despiadados con nosotros mismos. Nos dividimos y empujamos a nuestros "otros" a zonas marginales de nuestro inconsciente donde, durante un tiempo, son subyugados, negados y alienados hasta que empiezan a volverse tóxicos y, en determinadas circunstancias, crean discordia. Como nos recuerda la historia, en términos de nuestro patrón general, estas áreas suelen convertirse en la fuente de futuros cambios y transformaciones. En el resto de este capítulo, examinaré este periodo de desarrollo de la identidad en nuestras vidas y analizaré el significado de que esté tanto en la senda como fuera de ella. Comprender el proceso de adaptación psicológica al mundo y reconocer qué partes de nosotros mismos están incluidas y excluidas es necesario para acceder a una conciencia de autenticidad personal.

El viaje continúa En nuestra vida personal, la krisis del nacimiento inicia nuestro doloroso viaje hacia la forma. Este viaje nos lleva a través de la infancia, donde el viaje adquiere la naturaleza de una búsqueda de identidad. En esta búsqueda, nuestro joven ego tiene que luchar contra los titanes y gigantes del inconsciente por el control de nuestra personalidad. Lo hacemos muy pronto en la vida, a los cuatro o cinco años, y la batalla se refleja en nuestras pesadillas y miedos a los monstruos bajo la cama y en los armarios. Volvemos a enfrentarnos a una lucha similar en la adolescencia, cuando muchas de nuestras emociones parecen gigantes y titanes, y el titán más temible de todos es nuestra extrema sensibilidad a la aceptación y la censura social. A su manera, esta lucha mostrará su cara en cada nivel de desarrollo posterior que atravesemos. Después de nuestros primeros desafíos vienen las crisis más visibles de la adolescencia: los choques entre las normas sociales y la identidad individual, las normas sociales y el eros, el espíritu y el eros,

y la búsqueda de un propósito en todos estos conflictos. Si la adolescencia va razonablemente bien, la siguiente etapa de la vida -la juventud adulta- parece una Pax Romana de la personalidad. La vida es estable y ordenada y nos hacemos efectivos en el mundo. Tenemos un sólido sentido de la identidad. Pero a pesar de su aparente estabilidad, esta época no puede considerarse pacífica. Está llena de sus propios conflictos, como lo estaba el Imperio Romano. Requiere que nos esforcemos por alcanzar algún tipo de éxito y que vigilemos cuidadosamente los elementos beligerantes y rebeldes de la psique. Debemos especializarnos, seleccionando ciertas actitudes y rasgos y un área específica de la vida en la que enfocar nuestra energía. Ciertos atributos y actitudes se convierten en los "gobernantes y organizadores" de nuestra personalidad. Para poder especializarnos, debemos separar y reprimir despiadadamente las actitudes, los deseos y los talentos que compiten entre sí. Para ser productivos en una cosa, debemos dejar de lado otras. Hay excepciones a esta generalidad, ya que algunos de nosotros parecen seguir una versión comprimida del viaje y pasar rápidamente a sus etapas posteriores: la madurez y la sabiduría tras un éxito brillante a una edad temprana. La vida de Albert Einstein fue un ejemplo de este tipo de viaje. Pero esta situación es rara, y la mayoría de las personas que creen que avanzan a un ritmo acelerado simplemente han perdido su terreno y están subiendo en espiral hacia el reino de la fantasía y el autoengaño. Debemos mantener nuestra personalidad unilateral en esta etapa para poder afrontar la vida con eficacia. No podemos hacer todo a la vez. En el proceso, mientras desarrollamos la fuerza del ego y una personalidad robusta (las "reglas"), también seguimos creando nuestra propia sombra (los "otros"). Esta zona de nuestra psique contiene los aspectos más oscuros de nosotros mismos que no encajan con la forma y la identidad que elegimos desarrollar. La sombra es el lugar al que han sido desterrados nuestros titanes y gigantes, junto con gran parte de nuestra naturaleza bárbara y animal. Y, dependiendo de nuestras circunstancias, nuestro noble Héctor, nuestra seductora Helena, nuestro imponente César, nuestro piadoso Papa, o quizás nuestro fanático religioso, así como nuestro criminal, también pueden encontrarse allí, junto con muchos otros. Así, nuestra sombra contiene características tanto positivas como negativas. Lo que ya debe estar claro es que para que tengamos una identidad, para que tengamos sustancia en nuestra personalidad y en el mundo, significa inevitablemente que también tenemos una sombra. Las figuras de nuestra sombra son a menudo paradójicas. Nuestro Papa santurrón, por ejemplo, puede ser en realidad nuestro anhelo reprimido de espiritualidad. Y así, cuando alcanzamos una meseta emocional después de haber comprometido nuestra vida durante demasiado tiempo, podemos encontrar en esta tierra de sombras la vitalidad repudiada que necesitamos para renovarnos. La energía de nuestro criminal inconsciente puede reflejar una vida exterior vivida con demasiada rigidez en la conformidad social. Pero me estoy adelantando; esta discusión vendrá después. El valor o el peligro potencial de nuestras figuras en la sombra está aún por descubrir en nuestra historia de vida. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, normalmente, cuando estamos en la edad adulta joven, nos movemos con rapidez, llenos de energía y anticipación. La era de la construcción de la

personalidad pública no es tan superficial como a veces puede parecer, y la identidad que construimos, aunque sea unilateral, constituye la base para futuras transformaciones. Cualquiera que conozca las cartas recopiladas del Dr. Jung sabe lo mucho que significaban para él su profesión y su familia. Fueron su ancla en la realidad práctica, dándole seguridad emocional a lo largo del vigoroso y a menudo peligroso viaje interior que fue su vida. En su análisis del misticismo en la tradición occidental, Evelyn Underhill, una académica anglicana, señala que la fuerza y la forma en el mundo cotidiano son los ingredientes necesarios para la transformación espiritual. Escribe: "No es mediante la educación del cordero, sino mediante la caza y la doma del león salvaje e intratable, instinto con vitalidad, lleno de ardor y coraje, exhibiendo cualidades heroicas en el plano sensual, como se logra la Gran Obra"11.

Una visión de la vida Para construir esta identidad estable, debemos hacer algo. Por lo general, eso significa que, al salir de la adolescencia, intentamos decidir lo mejor posible hacia dónde vamos con nuestras vidas. Lo que decidimos depende sobre todo de lo que la sociedad considera que es una vida con sentido, es decir, de las convenciones. Estas convenciones suelen ser la mejor información que tenemos. Si no hacemos nada, si no tomamos una decisión, corremos el riesgo de convertirnos en eternos adolescentes, siempre llegando a ser, pero nunca siendo. Pero, por otro lado, podemos quedarnos igual de atrapados en el papel que hemos elegido. Esto suele ocurrir cuando elegimos un papel para compensar alguna herida temprana o cuando alguien elige realmente el papel por nosotros debido a nuestra falta de autoconocimiento. Dejando a un lado estos riesgos, una elección convencional no es necesariamente mala, e incluso una elección aparentemente equivocada no es especialmente trágica y puede que en última instancia no sea realmente importante. Vivimos en tiempos cambiantes y confusos y es casi imposible averiguar los objetivos de la vida a los veintiún años. La profesión que ejerzo hoy no existía cuando yo tenía esa edad. Además, como decía Jung con frecuencia, si hacemos lo incorrecto con energía y determinación, al final llegaremos al lugar correcto siempre que intentemos mantener la conciencia de nosotros mismos y una apertura al cambio. La cuestión es que debemos encontrar un lugar en el mundo para que nuestro viaje continúe. Si hemos elegido lo correcto, algo con lo que nos quedaremos toda la vida, nuestra relación con ello cambiará y evolucionará a medida que nuestra vida avance. Si hemos elegido lo incorrecto -si, como dijo Joseph Campbell, nos damos cuenta de que hemos subido a la cima de una escalera que está contra la pared equivocada- entonces siempre podemos hacer otras elecciones. En cualquier caso, hacer una elección es el primer paso hacia una vida con sentido. Lo importante no es el contenido de esta elección, sino el grado en que esa elección establece una base para las transformaciones que conformarán nuestra vida a partir de ese momento. Las elecciones que hacemos suelen estar marcadas por el eros, cuando nos atrae a los otros en los primeros años de la vida. A ello le siguen la familia, los hijos y diversas relaciones sociales y

empresariales, que nos implican en responsabilidades. Sin embargo, muchas cosas pueden interferir en nuestro desarrollo óptimo. Con las prisas o el miedo, podemos adoptar, consciente o inconscientemente, una ética superficial de la oportunidad, de la eficacia o de la superación como nuestra forma de relacionarnos con la vida. Esta actitud simplista marcará entonces todas nuestras relaciones con los demás, con nosotros mismos, con el mundo y con la vida. O, para cumplir con nuestras responsabilidades, puede que tengamos que amortiguar la pasión de nuestra alma. El joven científico puede tener que dejar de lado su apasionada curiosidad para publicar más y conseguir la titularidad. El joven abogado puede tener que aplazar su amor por la poesía para trabajar en un informe que podría llevarle a ser socio. Sin embargo, una pasión del alma debe cocinarse a fuego lento por debajo del nivel de nuestro control si queremos que nuestra vida llegue a ser vital. A pesar de nuestra necesidad de encontrar un lugar en el mundo, el eros debe seguir siendo la conexión con nuestra experiencia continua. Y el deseo, incluso cuando se expresa como ambición, debe ser el motor principal. Cuando se niegan el eros y el deseo, sus lados sombríos, el miedo y la ansiedad, nos infectan con un impulso deshumanizador o nos inmovilizan. Sin embargo, paradójicamente, la búsqueda de un lugar en el mundo, que puede llevarnos a dejar de lado las pasiones, puede acabar ayudando a crear un recipiente en el que podamos verter el eros a medida que avanza la vida.

Encontrar nuestro futuro perdido

¿Qué pasa si estamos heridos en nuestra infancia, en línea con lo que hemos discutido en el capítulo 1? En la práctica, porque la vida es realmente difícil, la mayoría de nosotros estamos heridos en una u otra medida durante la infancia. Esta herida significa que tendremos que volver a esa época y completar algún trabajo de sanación antes de que nuestras vidas puedan expresar su verdadero patrón.

Las personas que han sido heridas emocionalmente, a menudo se las arreglan para encontrar su camino en roles y relaciones convencionales. Pueden alcanzar el éxito en diversos campos, casarse y convertirse en padres. Pueden participar activamente en los asuntos de la comunidad y en la vida de sus hijos y ser considerados como buenas personas. Pero detrás de las puertas cerradas, puede haber graves problemas de ira, ansiedad, depresión, sexo, adicciones y otras evidencias de su malestar interior. Estas personas pueden seguir muy bien las vías del esfuerzo colectivo, pero en el fondo suelen estar todavía atrapadas en la infancia, normalmente atrapadas por su madre (luego hablaré de los padres) en lo que los psicólogos llaman complejo materno. La imagen arquetípica de la Madre/Esposa es paradójica. Nos llama a la vida y al servicio de la vida, pero si la personalizamos inconscientemente, si su imagen domina nuestro sentido de la identidad, podemos asumir el papel de "mi hijo, el médico" o "mi hija, la abogada", lo que en realidad significa "mi hijo o hija que vive su vida sólo para los demás o para las expectativas de los demás". La estabilidad, la responsabilidad y la prosperidad

son características de estas personas en la comunidad -hijos que una madre puede estar orgullosa de reclamar-, pero es probable que vivan como fantasmas, apartados de su vitalidad y verdad instintivas. En una ocasión trabajé con un hombre que empezó a recibir mensajes internos tras una experiencia cercana a la muerte en el océano: casi se ahogó tras quedar atrapado en una fuerte marea. Era un profesional que había estado trabajando en el análisis en un esfuerzo por dejar de ser un hijo ideal del que su madre pudiera estar orgullosa y aprender a ser él mismo y estar orgulloso de ello. (Para ser nosotros mismos, debemos aprender a confiar en nuestras respuestas instintivas a las cosas y no en las convenciones sociales para determinar si son realmente valiosas para nosotros). Siendo psicológico, se dio cuenta de que instintivamente había "luchado como un loco" para vivir, mucho más allá del punto de agotamiento. Todo el tiempo, una voz impersonal en su cabeza le decía: "Vas a morir". Unos días después de su experiencia cercana a la muerte, decidió entablar un diálogo con el mar en su imaginación, para desarrollar una comprensión más profunda de sí mismo. En un momento del diálogo, el mar le dijo: Confía en tus instintos y lucha como un demonio. Haz algo, aunque esté mal. Métete en la corriente. Estate dispuesto a hacer un lío y a vivirlo. Lucha contra mí y entiéndeme. Yo soy la vida. En un momento posterior del diálogo, apareció un cangrejo que le dijo que representaba su deseo de riqueza, poder y sexo, y que tenía que vivir con esos deseos y honrarlos. Los pasos de su viaje personal requerían que actuara como un ser humano pleno con ambiciones y deseos humanos, no como alguien que simplemente persigue un estado ideal. También los padres pueden empujar a sus hijos a lo que, aunque desde fuera parezca un compromiso sano con la vida, en realidad sólo es una compensación. Tener una identidad basada en complacer a su padre o rebelarse contra él suele parecer típico de los hijos. Pero las hijas, en particular, están sujetas a este tipo de impulso. A menudo, se convierten en la compañera ideal de su padre porque su eros no está lo suficientemente desarrollado para tratar con mujeres más maduras, o porque él quería un hijo, o porque el hijo que tuvo no era el que quería. Al principio de sus vidas, muchas hijas aprenden a complacer a sus padres en exceso y a llamar su atención. En el proceso, pueden aprender a sobresalir en la escuela, en los deportes o en otras actividades a las que él es aficionado para complacer a los padres que no saben valorar verdaderamente la feminidad. Pienso en una mujer en particular que acudió a mí hace algún tiempo. Durante muchos años había soñado con un toro, enorme, hermoso, poderoso y enfurecido. (En la mitología, el toro siempre ha representado el exceso amenazador del poder masculino y su capacidad para dominar todos los aspectos de la vida, especialmente los del sentimiento y el afecto). En sus sueños, su tarea era domarlo y sólo podía hacerlo haciendo el amor con él. A medida que trabajábamos juntos, descubrimos que era una "doncella eterna", ingenua y poco desarrollada como hija de un padre, que seguía aprisionada por sus necesidades, aunque él hacía tiempo que había muerto. Sus matrimonios, como era de esperar, habían sido un infierno porque buscaba hombres con los que pudiera relacionarse del mismo modo que con su padre, esperando una afirmación que nunca llegaba. Como aprendió a conseguir complacerlo, parecía segura de sí misma y exitosa a pesar de su desastrosa vida emocional. El hecho es que nunca ha desarrollado su propia identidad madura y una

persona que exprese quién es y podría llegar a ser. Su verdadero yo sigue esperando la curación necesaria para emerger. Las personas que han sufrido abusos en la infancia tienen sus propios problemas para intentar hacerse un hueco en el mundo. Pueden estar tan atrapados por las adicciones, la rabia, el terror y los problemas antisociales que son incapaces de funcionar. O pueden contraer matrimonio buscando la compensación en un "alma gemela" ideal, o formar una familia que pretenden convertir en la familia perfecta. Entonces, cuando no encuentran su ideal, pueden retraerse, escondiendo su pequeña llama de individualidad y vitalidad en lo más profundo de alguna caverna interior o en un comportamiento superficial. La psicología Junguiana se ocupa de las heridas, paradójicamente, amplificando en lugar de reducir nuestros problemas. Declara que los sueños y los síntomas existen con un propósito. Están ahí para conducirnos de vuelta al camino que hemos perdido, al significado, a la verdad y al arte de vivir. Esto contrasta con el asesoramiento y la psicoterapia convencionales, que, aunque sean humanistas, a menudo trabajan para hacer desaparecer los problemas en nombre de la autorrealización, la realización de todo el potencial de uno, o la vida triunfante. Este enfoque triunfalista, aunque atractivo, ignora una lección clave de siglos de sabiduría psicoespiritual. Somos más auténticamente humanos cuando somos capaces de ver con honestidad y amar con honestidad todo lo que es defectuoso, cojo o dañado en nosotros mismos. La mujer que acabo de describir no necesitaba matar o desterrar a su toro. Necesitaba domarlo con eros, pues su propio amor era necesario para sanar su herida. Del mismo modo, con todos nosotros, nuestro propio amor es necesario para sanar nuestra herida. La sabiduría viene del sufrimiento y el espíritu humano se templa en el fuego de la vida. Es más probable que el equilibrio llegue explorando nuestras faltas y descubriendo el tesoro de nuestra sombra que intentando negarlas o superarlas con técnicas superficiales. En apoyo de esta postura, me gustaría contar un antiguo cuento italiano sobre un lobo (una historia que he oído pero que nunca he podido encontrar en forma escrita). En tiempos pasados, cuando los bosques eran inmensos, según la historia, vivía un lobo enorme y feroz. Este lobo parecía deleitarse matando no sólo las gallinas y el ganado del pueblo, sino también, de vez en cuando, a algún aldeano. Los ancianos y los niños eran sus presas habituales, pero no parecía temer a nadie. Los aldeanos intentaron en vano envenenar, capturar o matar a este lobo, pero no lo consiguieron. Llamaron a cazadores de cerca y de lejos para que lo cazaran. Nobles elegantes con grandes caballos, jaurías de sabuesos y muchos criados intentaron ayudarles, pero el lobo consiguió evadirlos a todos. Finalmente, los ancianos del pueblo, desesperados, enviaron un mensaje a San Francisco, implorando su ayuda para deshacerse de esta bestia. San Francisco acudió inmediatamente en su ayuda. Llegó a la aldea y partió hacia la guarida del lobo sin comer ni descansar. Se adentró en el bosque, quizás más allá de lo que nadie había ido antes. Allí encontró al lobo. Se quedaron frente a frente, cara a cara, durante algún tiempo, y luego San Francisco dijo simplemente: "Hermano lobo". Cuando San Francisco regresó a la aldea, los aldeanos se reunieron a su alrededor con gran entusiasmo y le rogaron que les dijera cómo tratar con el lobo. Les dijo: "Denle de comer".

Para muchos de nosotros, las heridas de la infancia son nuestros lobos personales. No podemos negarlas ni rezar para que desaparezcan. Tampoco podemos lamentarnos y curarlas. Perderlas es perdernos a nosotros mismos, porque forman parte de nuestros cimientos. Debemos enfrentarnos a ellas, convertirlas en hermanas o hermanos, y alimentarlas. En otras palabras, debemos entrar en relación con ellas, lo que puede -por cierto- incluir el cuidado, la oración y el duelo. La juventud, la media mañana de nuestras vidas, es un tiempo de construcción. Es un tiempo del mundo exterior. La mayoría de nosotros completamos sus tareas más tarde, o incluso antes. La paz de este tiempo es una paz provisional, una paz exterior que pone las cosas del mundo en perspectiva regulada y en relaciones controladas. El eros, las emociones, la espiritualidad, la ambición, las relaciones, el deseo, la individualidad -todos los componentes de la vida humana- están en sus propios hogares, templos, escuelas, parques de oficinas y centros comerciales. Al menos por el momento.

Capítulo 4: El encuentro con la vida Descubrir que hemos perdido la brújula En el mundo actual tenemos que proponernos llegar a ser adultos. Con la riqueza, el control de la natalidad y la ausencia de expectativas sociales, rituales de apoyo y costumbres, nuestra permanencia en la infancia emocional durante décadas adicionales e incluso durante toda la vida se ha vuelto fácil. Nadie más puede tomar esta decisión por nosotros -esta decisión de convertirnos en adultos- como los adultos de las tribus primitivas lo hacían para sus iniciados. Ya no tenemos circunstancias externas que puedan salvarnos de la necesidad de hacer esta elección personalmente. Los permisos de conducir, las graduaciones escolares, los equipos deportivos, las actividades de los Boy Scouts y Girl Scouts, los programas tipo Outward Bound, los ciclos menstruales e incluso los embarazos no pueden provocar la madurez por sí solos. Llegar a la edad adulta significa que hemos desarrollado nuestra personalidad de forma cohesionada y que hemos asumido un papel, un lugar en el mundo que tiene un propósito. Estas actividades reflejan la madurez psicológica y provocan un cambio de actitud. La edad adulta significa que nos hemos hecho psicológicamente responsables de nosotros mismos, habiendo dejado el estado de no responsabilidad y dependencia que marca la infancia y otras etapas juveniles. En el momento en que hemos conseguido un propósito, una identidad estable y un lugar en el mundo, es posible que queramos parar y respirar aliviados. Pero la vida sigue empujándonos con el imperativo de crecer y llegar a ser. El hecho es que hemos encontrado el oro común y nos acercamos a la finalización de las tareas de la primera mitad de nuestra vida y al comienzo del trabajo de la segunda mitad. Este punto de inflexión nos llega sin previo aviso, acompañado de pequeñas cantidades de conciencia incómoda. Por lo general, hacia el final de la treintena, podemos empezar a descubrir

que el mundo en el que vivimos no es exactamente como creíamos. La persona de la que nos enamoramos resulta ser muy diferente de lo que habíamos imaginado y puede parecer un extraño. La carrera que parecía tan atractiva resulta ser aburrida y casi sin sentido. Al hacer estos descubrimientos, podemos empezar a preguntarnos sobre los demás aspectos de nuestra vida. Los niños que tienen nuestra casa revuelta parecen que deben ser de otra persona o criaturas de otro planeta. Y si preguntamos a nuestro alrededor, puede que descubramos que nuestros amigos cercanos, colegas y familiares también empiezan a plantearse preguntas sobre nosotros. Bajo la ordenada superficie de nuestras vidas, se está desarrollando una corriente de confusión emocional. Esta confusión, sin embargo, es perfectamente natural, ya que se acerca una de las grandes situaciones límite de la vida y, psicológicamente, nos estamos preparando para el cruce. El primer paso en esta preparación es un cambio en nuestras percepciones, un cambio que suele comenzar antes de que seamos conscientes de él, y que nos hace preguntarnos quiénes somos y qué estamos haciendo con nuestra vida. A menudo experimentamos el cambio como una sensación de estar atrapados y vivir una existencia artificial, como si hubiéramos perdido la oportunidad de vivir nuestro verdadero yo. A mucha gente, naturalmente, le aterra la llegada del mediodía de la vida.

Límites Comenzamos la vida a través de la krysis del nacimiento, nuestro primer gran cruce de fronteras. Al continuar el viaje, llegamos a muchos otros cruces importantes. Los antiguos reconocían estos límites, los llamaban infancia, juventud, edad adulta y vejez, y marcaban cada uno de ellos con rituales y ceremonias de iniciación. A medida que la vida moderna ha aumentado su complejidad, hemos añadido muchos cruces más pequeños, como la graduación de la escuela primaria, la escuela secundaria, el instituto y la universidad; el cambio de trabajo; el divorcio, etc. Cada una de estas travesías requiere que, en mayor o menor medida, participemos en el ciclo heroico del declive y la muerte de las viejas actitudes y el nacimiento de otras nuevas. Este ciclo heroico, según la crónica de Joseph Campbell, comienza con una llamada. Experimentamos esa llamada cuando nos enfrentamos a una de las grandes situaciones límite de la vida o cuando nuestra vida, por la razón que sea, simplemente no funciona. Cuando la llamada comienza, podemos sentirnos frustrados, inquietos, ansiosos y deprimidos. Luego, a medida que continúa tirando de nosotros, podemos sentirnos fragmentados y confusos, ya que las actividades que solían desafiarnos pierden su sabor. A Campbell le gustaba utilizar la leyenda del Grial para ilustrar este punto. En esta leyenda, el Rey Arturo había pasado muchos años organizando a sus Caballeros de la Mesa Redonda, consolidando su país y llevando la paz y la justicia al reino. Una vez cumplidas estas tareas, poco les quedaba por hacer a los caballeros. Como resultado, se volvieron inquietos, aburridos y pendencieros. Ser un caballero había perdido su encanto. Esta circunstancia condujo al descubrimiento del páramo, que

representa, como se puede adivinar, el páramo dentro de nosotros mismos. El páramo representa las partes de nosotros mismos que fueron heridas, necesaria o innecesariamente, para apoyar nuestra adaptación y desarrollo. El resultado fue la llamada a un nuevo tipo de actividad para los caballeros, la búsqueda del Santo Grial. Esta nueva búsqueda, según Campbell, representaba la búsqueda espiritual individual para renovar el significado, la integridad y la vitalidad de la vida. En los antiguos rituales, los iniciados que se sometían a un rito de paso abandonaban el lugar donde vivían su vida cotidiana y entraban en un espacio ritual. Después, una vez completada su transformación, volvían a la vida normal. Su nueva condición era generalmente celebrada por su comunidad. Hoy en día, la gente que nos rodea apenas se da cuenta cuando nos enfrentamos a un cruce de límites, y debemos pasar por los procesos más o menos solos. Así, una vez que nos damos cuenta de lo que ocurre en nosotros, debemos, normalmente sin mucha ayuda de los demás, crear un espacio sagrado en nuestro interior. Y cuando el proceso de transformación termina, debemos volver a la "casa" de nuestra personalidad. (Este proceso puede aparecer en los sueños de vivir en una nueva casa o incluso en un nuevo barrio). Uno de los puntos principales de Campbell con respecto a la búsqueda del Grial es que ahora es un asunto individual. Cada caballero debe entrar solo en el bosque, lo que significa que cada uno de nosotros debe entrar en su propia experiencia -el bosque de sus propias emociones y su propio inconsciente- y encontrar su propio camino. Los analistas y psicoterapeutas pueden ayudar si han experimentado su propia búsqueda de esta manera. Pero estas personas, al igual que las leyendas y los motivos heroicos mitológicos, sólo pueden familiarizarnos con los patrones generales de la vida. Luego debemos descubrir nuestro propio patrón de vida personal dentro de estos contextos. Después de cruzar la frontera, tenemos una nueva actitud, un nivel de conciencia diferente, y tal vez diferentes ideales y perspectivas, pero no hemos terminado. El último paso del ciclo requiere que integremos nuestro nuevo yo con el antiguo. Debemos mantener una relación con nuestra propia historia, pues es el paisaje de nuestra patria. Después de cada travesía, debemos volver a nuestra historia y reelaborar nuestra relación con ella en función de la persona en la que nos hemos convertido. Elaborar esta relación es la única manera de sentirnos en casa con nosotros mismos. Hace algunos años, trabajé con una mujer que, a lo largo de muchos años difíciles de análisis, consiguió sortear un tormentoso viaje de cambio que duró prácticamente toda su vida adulta. Hija de un padre alcohólico, violento y sexualmente abusivo, se había casado con un hombre con una disposición similar, como hacen muchas de esas hijas. En una oleada de vitalidad (y gracia) de la mediana edad, dejó a su marido, estableció nuevas relaciones con sus hijos, ya mayores, empezó una nueva carrera y comenzó una relación nueva y más sana con un hombre. Sintió que había dado a luz a un nuevo ser y que tenía una nueva oportunidad en la vida, y tenía razón. Entonces tuvo un sueño, impresionante en sus detalles, que se repitió cuatro veces distintas durante la semana que transcurrió entre nuestras sesiones, y cada vez la despertaba en las oscuras horas previas al amanecer. En el sueño, se encontraba en la vieja y familiar melancolía de la casa en la que había vivido con su antiguo marido durante más de dos décadas, y estaba cuidando la casa para él, aunque ambos sabían que estaban divorciados. Terminó sus tareas domésticas y luego dudó un

momento, porque sabía lo que vendría después. Lentamente entró en el dormitorio y se metió en la cama con su ex marido. Él la miró y sonrió con complicidad. Estos sueños, nos dimos cuenta, le hacían saber de forma dramática que, en la excitación de su nueva vida, intentaba actuar como si su antigua vida nunca hubiera existido. Esta respuesta es muy humana, pero también es unilateral. Su psique le recordaba que esta actitud ingenua la mantenía atrapada en su antiguo estado de ánimo pasivo y deprimente. Mientras esta situación continuaba, ella estaba perdiendo el contacto con la fuerza, la tenacidad y la vitalidad que había mostrado para sobrevivir y crecer a nuevos niveles. A medida que ella y yo nos esforzamos por alcanzar una conciencia más equilibrada, su vitalidad se fue renovando poco a poco. Si se hubiera limitado a cortar lo viejo, habría vivido con un miedo profundo y quizá inconsciente a repetirlo. Al integrarlo, pudo perder esa ansiedad. Las personas que simplemente quieren dejar atrás su pasado y seguir con su vida (por muy terrible que haya sido su pasado) acaban sin patria interior. En cambio, debemos ver que, aunque cada cruce de fronteras nos lleva a nuevos lugares, todos ellos siguen estando dentro de nuestro mismo país psíquico. Así, con un poco de perspicacia, podemos calcular nuestros propios ciclos heroicos, reconociendo los períodos de repliegue, examen, agitación y descubrimiento. Entonces podemos volver a nuestra vida en un estado renovado de existencia. Es un hecho común hoy en día negar nuestro miedo a la vida y al crecimiento, pero los antiguos narradores y sacerdotes lo sabían mejor. Sabían que tenemos miedo por naturaleza a todos los umbrales importantes que tenemos que cruzar, y por eso colocaban monstruos de apariencia feroz en las puertas de los templos, cubrían las catedrales con gárgolas y, con monstruos variados, custodiaban los ríos que hay que cruzar en los viajes mitológicos. Estas tradiciones nos recuerdan que necesitamos valor y una preparación concienzuda para nuestras transiciones. Estas imágenes nos recuerdan que tememos la vida y el crecimiento al menos tan profundamente como los deseamos. Esos temores son la razón de la enorme cantidad de material de autoayuda sobre las transiciones que con frecuencia abarrotan nuestras estanterías. Pero la mayoría de estos libros de autoayuda no ayudan, porque están tan centrados en el proceso de pasar por las transiciones sin dolor que ignoran lo que éstas significan, por lo que el carácter y la vitalidad renovada que podríamos encontrar en esas experiencias quedan fuera de nuestro alcance.

Las convenciones como límites Si seguimos trabajando para entendernos a nosotros mismos, acabamos siendo conscientes del papel que desempeñan las convenciones en nuestras vidas. Las convenciones suelen ser o bien límites que debemos cruzar en nuestro camino o bien muros que intentan mantenernos dentro de los límites. Muchas de estas convenciones nos fueron impuestas y adoptadas cuando éramos niños, mucho antes de que nuestra capacidad cognitiva fuera madura. Sin embargo, estas convenciones forman ahora parte de nuestra personalidad -viven en nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestro inconsciente- porque no estábamos lo suficientemente desarrollados como para ser

conscientes de ellas o, si éramos conscientes de ellas, no sabíamos que podíamos elegir cuando las aceptábamos. Sin embargo, a medida que crecemos, empezamos a ser conscientes de ellas y a conocer mejor nuestras opciones. Entonces debemos enfrentarnos a estas convenciones y decidir si queremos aceptarlas o rechazarlas. Así, podemos cambiarlas de convenciones impuestas por el exterior a convenciones autoimpuestas si las valoramos y queremos conservarlas. En ocasiones, cuando nos negamos a reconocer que estas convenciones forman parte de nuestra psicología, la naturaleza nos proporciona un maestro oculto: nuestro cuerpo. Por ejemplo, un hombre que se analizaba conmigo enfermó repentinamente durante varios días. Como su salud era normalmente sana, empezamos a explorar lo que significaba la enfermedad. La respuesta más fácil habría sido decir que su matrimonio era tóxico, pero eso no era noticia. De hecho, ya estaba contemplando el divorcio. Finalmente, seguimos un camino hacia la niebla de sus orígenes. Había crecido en una familia y en una religión que idealizaba el matrimonio. Aunque sus amigos actuales y su ministro apoyaban sus planes de divorcio, la sola idea de divorciarse le ponía literalmente enfermo. A través de un cuidadoso trabajo analítico se dio cuenta de que su "ideal" inconsciente de matrimonio le mantenía en una situación destructiva. Su siguiente tarea fue "divorciarse" de este ideal y convertirlo en una convención autoimpuesta con la que pudiera relacionarse conscientemente... y, en este caso, rechazarla. Tenemos que casarnos con otros seres humanos, no con conceptos, convenciones o ideales. También es útil que el matrimonio se apoye en un sentimiento de amor y compromiso mayor que la mera atracción personal. En muchos casos, este contenedor puede verse reforzado por las convenciones en tiempos turbulentos, pero debemos tener cuidado de no quedar atrapados por esas convenciones. Muchas de las convenciones que adoptamos al principio de la vida sirvieron de principios útiles. Nos guiaron en el mundo y dieron sentido a nuestra vida. Rechazarlas de repente sería un error. Pero debemos preguntarnos cómo y dónde esas convenciones nos apoyan en nuestra forma de pensar y vivir hoy, y dónde nos perjudican. El conocimiento que obtenemos al responder a esa pregunta nos conecta con la vida que estamos viviendo ahora, ya que nos damos cuenta de qué convenciones son también límites. Es posible que no nos gusten estos descubrimientos y que incluso rehuyamos todo el proceso de autoexamen. Pero, nos guste o no, somos responsables de las convenciones que vivimos, y debemos reconocer que las elecciones que hacemos ahora sientan las bases de nuestro futuro. Me acuerdo de un hombre de mediana edad que estaba considerando un cambio en su vida que podría reducir sus ingresos. Más o menos en ese momento, soñó que estaba en el mar con su hijo de diecisiete años y su propio padre. Su hijo se agarraba a uno de sus brazos y su padre al otro. Ambos nadaban cada vez más profundo, tirando de él hacia abajo. A medida que descendían, le invadía el pánico porque se estaba ahogando y no podía hacer que se dieran cuenta. Después de contarme el sueño, observó que su hijo estaba solicitando una plaza en la universidad y esperaba que él la pagara. Mientras el hombre seguía deliberando estas imágenes conmigo, nos dimos cuenta de que había criado a su hijo con la convención, que ambos aceptaban, de que pagar una educación es una obligación del padre. Y el padre del hombre había vivido su vida conforme a

los deberes y obligaciones que definían su familia y su iglesia. Con una reflexión continuada, el hombre reconoció que ambas figuras del sueño simbolizaban obligaciones y responsabilidades que le estaban "ahogando". Una nueva puerta comenzó a abrirse con respecto a sus perspectivas y pudo considerar nuevas alternativas. Al seguir persiguiendo la comprensión, llegamos a entender que, en cierta medida, creamos el mundo que percibimos porque vemos el mundo a través de la lente de nuestro propio desarrollo psicológico. Para una persona el mundo puede parecer un lugar amenazante; para otra puede parecer una expresión del amor del Creador. Podríamos pensar que el mundo es el mismo en ambos casos y que lo que difiere son las dos percepciones. Sin embargo, también podríamos considerar que el mundo no es el mismo en ambos casos, sino que es lo que cada uno percibe que es. La mayoría de las veces, nuestras percepciones contribuyen a establecer un modelo que el mundo y, sobre todo, las demás personas siguen al respondernos. A medida que aumenta nuestra conciencia de la vida, empezamos a ver las ambivalencias que existen a nuestro alrededor. Una persona puede seguir todas las obligaciones de su religión y otra no. Sabemos que una persona puede ser bendecida con buena fortuna y otra no. Con esta conciencia, ponemos en marcha un proceso que nos lleva a ver que nuestras relaciones, incluida la que tenemos con nosotros mismos, también son ambivalentes. Por desgracia, no podemos resolver muchas de las ambigüedades de la vida simplemente cambiando o ampliando nuestras percepciones. Tenemos que aceptar el hecho de que la vida es mucho más compleja e inestable de lo que nos gusta creer.

Negación y elección

La conciencia de las ambigüedades y complejidades de la vida puede llevarnos a un descubrimiento sorprendente. El viaje por la vida que antes parecía bien fundamentado y estable en cuanto a nuestros roles, creencias y convenciones puede parecer ahora potencialmente turbulento, inestable y fuera de nuestro control. A medida que empezamos a experimentar más cambios en la vida y a cuestionar las convenciones, descubrimos que la identidad que construimos a lo largo de todas las luchas de la adolescencia y la juventud, ya sea la de ciudadano estable o la de rebelde problemático, no es tan segura como esperábamos. De hecho, el viaje puede empezar a sentirse menos como una caminata sólida sobre la tierra y más como la travesía de un barco en un mar turbulento. Tal vez hayamos encallado recientemente en uno de los bancos de arena de la vida o nos sintamos atrapados en una borrasca que no esperábamos. Tal vez simplemente empezamos a vislumbrar que bajo nuestra "sólida" cubierta y casco hay una profundidad insondable, con criaturas y corrientes que no podemos imaginar. Sin embargo, seguimos anhelando la paz, la afirmación, la dirección. En su búsqueda, algunas personas pueden tener una aventura, una crisis de mediana edad o un colapso emocional o físico. Otros se atrincheran y cubren sus cuerpos con carbohidratos reconfortantes. Y otros pueden

empezar a correr compulsivamente por la terraza o a buscar curas entre la profusión de distorsiones populares y simplificadas de la medicina, la psicología o la religión legítimas para "curarse en un fin de semana". Todas estas opciones implican negar lo que hemos visto de la profundidad y la fuerza de las corrientes que hay debajo de nosotros y, al final, endurecen nuestra alma. Estas tácticas defensivas son lo mejor que puede hacer mucha gente, y no critico a nadie por replegarse y buscar seguridad. De hecho, a menudo envidio a quienes parecen hacerlo con éxito: pueden convertirse en baluartes del statu quo, aunque no todos tienen por qué convertirse en "viejos" y "amargados". Sin embargo, mi experiencia clínica me ha enseñado a tener algunas reservas sobre la salud mental de sus hijos. Otros podemos optar por quedarnos en cubierta. Seguimos luchando por capitanear nuestro pequeño barco, buscando estrellas que nos guíen, vientos favorables y brújulas. En algún nivel profundo nos damos cuenta de que esta experiencia no es una enfermedad. No tiene cura. Es la vida. Al darnos cuenta de ello, debemos seguir navegando, no por coraje (aunque el coraje es necesario), sino porque nos damos cuenta de que no tenemos otra opción.

Paz y religión En cuanto nos damos cuenta de la naturaleza ambivalente de la vida y del mundo, nuestra paz social interior, la Pax Romana, se desvanece rápidamente porque hemos aprendido que los valores y creencias convencionales que nos ayudaron a formar nuestra personalidad sólo pueden sostener una vida provisional. Pero nuestro anhelo de paz en medio de la ambivalencia amenazante siempre ha sido una preocupación de las grandes religiones. Y, en las últimas décadas, se ha popularizado la búsqueda de la paz a través de rituales religiosos. (En muchos casos, estos rituales son más atractivos cuando proceden de otras culturas, a menudo fuera de contexto). Al mismo tiempo, un número creciente de personas intenta aferrarse a la certeza convirtiéndose en fundamentalistas de cualquier secta que les resulte atractiva, ya sea de su propia cultura o de otra. Ambos caminos pueden conducir a una paz ilusoria, pero sólo a costa de la negación de la vida. Estas personas buscan la paz mediante prácticas espirituales y la observancia de principios religiosos que no son necesariamente malos en sí mismos. A veces, estas prácticas y principios pueden, de hecho, conducir a una espiritualidad más profunda. Pero hay que tener cuidado, porque también pueden conducir a una ilusión de trascendencia o a una rigidez dogmática. Además, tanto el intento de trascender la vida como el de crear un bastión de virtudes espirituales niegan el camino de la transformación. La guerra, el conflicto y la religión han tenido una curiosa relación a lo largo de los tiempos. Joseph Campbell observó que, a lo largo de la historia, las sociedades reconciliadas con la dura naturaleza de la vida y "criadas con las mitologías de la guerra" fueron las que mejor sobrevivieron. En la tradición griega, el amor (simbolizado por Afrodita) y la guerra (simbolizada por Aries) eran amantes. En las tradiciones que emanan del Antiguo Testamento, la guerra y la religión parecen ser las dos caras de una misma moneda. (La idea del Antiguo Testamento de guerras libradas por Yahvé es tan real como la noción islámica de una guerra implacable en nombre de Alá). Varios mensajes

paradójicos de Cristo -como "amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" y "no penséis que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada"- parecen ofrecer tanto un evangelio de la paz como un evangelio de la guerra cuando se ven literalmente. (Durante varios siglos, los cristianos han ido gustosamente a la guerra en nombre de Cristo). En Oriente, Campbell observó que, al probar la mitología religiosa oriental, la secta jainista ofrece un ejemplo de una especie de fundamentalismo para la paz. Las primeras enseñanzas budistas reflejaban el deseo de los jainistas de evitar el renacimiento en este terrible mundo. Los practicantes podían evitar la reencarnación siguiendo estrictas reglas de no violencia y no teniendo ningún deseo personal de vivir. El budismo conducía a un apagamiento del sentido del "yo" y de lo "mío" y, según Campbell, "...puede conducir en última instancia a algo muy parecido a una negación absoluta de la vida"12 Otro enfoque oriental de la paz se centraba en las enseñanzas de Lao-tzu y Confucio, que enseñaban que "...hay a través de toda la naturaleza una armonía espiritual que todo lo apacigua". La paz llega a través del alineamiento con esta armonía, tanto en un sentido interno como externo. Muchos occidentales que intentan encontrar la paz a través de técnicas espirituales de la nueva era se encuentran con problemas cuando estas técnicas se sacan de su terreno en la sabiduría cultural y las tradiciones de milenios. Hace unos años, un amigo mío, un ejecutivo lleno de energía, decidió que necesitaba bajar su nivel de tensión general. Tenía sobrepeso, le faltaba el aire y se dio cuenta de que era un ataque al corazón a punto de producirse. Empezó a leer literatura zen, a practicar ejercicios de respiración de yoga y a meditar con regularidad. Perdió peso y se sintió mejor. De hecho, descubrió que podía trabajar con más eficacia y hacer más cosas. Aumentó su programa hasta que practicaba y meditaba en la oficina e incluso en los aviones para poder aterrizar renovado y listo para trabajar. A los cincuenta años sufrió su tercer ataque al corazón y una triple operación de bypass. Su problema era que las técnicas que practicaba eran simplemente eso: técnicas. No tenían ningún significado espiritual para él; no conseguían conectarle con nada más profundo dentro de sí mismo. Le faltaba un contenedor tradicional para estas técnicas que hubiera evolucionado a través de una larga experiencia humana y que pudiera conectarle realmente con su ser más profundo o espiritual. Lo cual no quiere decir que no pudieran hacerlo. Pero si lo hacen, se requiere una intensa actitud de devoción religiosa y una comprensión que va más allá de la mera práctica de las técnicas y de una sensación de distensión y catarsis. Pensaba que sus prácticas le conectaban con la "luz" y la "trascendencia", pero estos términos son en realidad ilusorios, abstractos y están muy alejados de una espiritualidad concreta y personal, y pueden desviarse fácilmente para apoyar un sentimiento de inflación del ego. Como resultado, sus prácticas comenzaron a servir a su ambición impulsada en lugar de a su alma y, al final, contribuyeron a su deterioro físico. En una línea similar, muchos estudiantes occidentales de filosofía india suelen pasar por alto que el Bhagavad-Gita, que consideran una obra espiritual, forma parte de una de las mayores epopeyas bélicas de esa región: el Mahabharata, o "Libro de la Gran Guerra de los Hijos de Bharata". Esta epopeya está impregnada de las ideas de que "el poder está por encima del derecho". Campbell resume el fundamento último del pensamiento oriental en que no hay paz y nunca la habrá en el ámbito de la vida humana. Muchas religiones, tanto orientales como occidentales, adoptan un punto de vista apocalíptico según el cual la paz en la tierra sólo será el resultado de alguna gran guerra final entre el bien y el

mal, cuando los poderes de la oscuridad sean derrocados por las fuerzas de la paz y la justicia. Aquí nos enfrentamos a la paradoja de que la paz, en última instancia, sólo resulta del conflicto. Las vidas de los santos occidentales apuntan a las mismas conclusiones: sus ejemplos a menudo nos llevan directamente a los conflictos de la vida e incluso al conflicto con Dios, en lugar de a la paz. Así que, al final, la religión no nos ofrece una salida fácil cuando nos acercamos a un cruce de fronteras, aunque puede ayudarnos a negar el cruce de forma acrítica. Pero a menudo el encuentro con la religión y la espiritualidad es en sí mismo un cruce de fronteras. Cuando nos reencontramos con la religión y la espiritualidad en la edad adulta (o quizás nos encontramos con ellas por primera vez), podemos descubrir que nuestra religión tiene una profundidad aterradora que antes no reconocíamos. También podemos descubrir que nuestro sacerdote, ministro, rabino u otro líder espiritual no es más que otro ser humano en apuros que está tan confundido y perdido como nosotros, y con muy pocas respuestas. En muchos casos, soltar nuestra noción de Dios es el primer paso para soltar nuestra noción de nosotros mismos, pero muchas personas de nuestra época moderna tienen que recordar primero ideas olvidadas de Dios o incluso desarrollar ideas de Dios a partir de prácticamente nada antes de tener algo que soltar. Su búsqueda de sí mismo está a menudo ligada a una búsqueda de Dios que los lleva a uno tras otro de los caminos pseudoespirituales disponibles hoy en día, o a tener las idealizaciones ingenuas de la naturaleza y de los pueblos primitivos. La búsqueda de Dios no es fácil, pues quienes hemos ignorado las tradiciones o las hemos dejado atrás nos perdemos la sabiduría acumulada que vivía en las grandes religiones y que guio durante mucho tiempo a la humanidad por aguas espirituales turbulentas. Cada uno de nosotros tiene que enfrentarse a una lucha espiritual individual, y pensar que podemos evitarla es una ilusión. Si nos sumamos a esta ilusión, transmitimos la lucha a la siguiente generación, donde podemos ver nuestro fracaso reflejado en la promiscuidad, las drogas y las sectas.

Límites y elecciones Nuestro viaje por la vida nos llevará a muchas situaciones límite. A menudo, los límites nos parecerán tan naturales y adecuados a nuestro desarrollo como el paso de la infancia a la adolescencia o de la adolescencia a la edad adulta. Algunas situaciones límite, como los accidentes, las enfermedades o la muerte de nuestros seres queridos, parecen totalmente inapropiadas, parecen crueles y están más allá de nuestra comprensión. Sin embargo, otras, como el matrimonio o el nacimiento de un hijo, parecerán alegres. Sin embargo, todas son cruces. Cada uno de estos acontecimientos, ya sean internos o externos, nos enfrenta a una elección. Podemos negarnos a abrazar la vida, normalmente negándonos a reconocer lo que está ocurriendo o utilizando los recursos de la medicina, la psicología o la religión en un intento de volver a la "normalidad". Una vez conocí a un hombre muy activo que tuvo un ataque al corazón en el campo de golf. Sus amigos le llevaron rápidamente al hospital y se salvó por muy poco. Todos estaban muy afectados.

Pero con la ayuda de la tecnología médica y los tópicos de los médicos, volvió a la "normalidad" en un par de semanas, y todos los implicados siguieron viviendo como si nada hubiera pasado. Él, y también sus amigos, habían perdido una llamada. La otra opción cuando nos enfrentamos a un cruce de límites es abrazar la vida. Esta elección significa aceptar los procesos de la vida, ya sean alegres, dolorosos, aterradores o simplemente tediosos (como pueden parecer cuando nuestra vitalidad se retira del mundo para responder a una llamada interior al crecimiento). Aceptar la vida de este modo, abrazar los conflictos y cambios inminentes, es hacer lo que hizo Cristo cuando, en palabras de San Agustín, fue a la cruz como los novios. Ese compromiso con la vida nos permite ser partícipes de la creación de nuestro carácter. Si somos capaces de pasar por el fuego de la transformación, nuestra vida y nuestra personalidad resurgirán, como el Fénix, con espíritu y vitalidad. Sin embargo, ese Fénix no es un ave totalmente nueva; es un ave que se ha transformado. Es nueva, pero al mismo tiempo constituida a partir de lo viejo. Seguimos siendo lo que somos, pero nunca volveremos a ser los mismos.

SEGUNDA PARTE: EL VERDADERO ORO Si sacas lo que hay dentro de ti, lo que saques te salvará. Si no sacas lo que hay dentro de ti, lo que no saques te destruirá. - Jesús, Evangelio de Tomás

Eros es un Cosmogonos, un creador y padre-madre de todas las conciencias superiores... En mi experiencia médica, así como en mi propia vida, me he enfrentado una y otra vez al misterio del amor, y nunca he sido capaz de explicar lo que es... Aquí está lo más grande y lo más pequeño, lo más remoto y lo más cercano, lo más alto y lo más bajo, y no podemos discutir un lado de él sin discutir también el otro. Ningún lenguaje es adecuado para esta paradoja. Se diga lo que se diga, no hay palabras que expresen el todo. Hablar de aspectos parciales es siempre demasiado o demasiado poco, pues sólo el todo tiene sentido... Porque somos en el sentido más profundo las víctimas y los instrumentos del "amor" cosmogónico.

- C.G. Jung, Recuerdos, sueños, reflexiones.

Capítulo 5: La edad media - Sombras cambiantes Autoconocimiento

El mediodía es un análogo adecuado para nuestro encuentro psicológico con la mediana edad. El sol simbólico de nuestra personalidad está en su punto más alto y, en ese momento, la identidad que hemos construido suele estar también en su cúspide. Entonces, cuando el sol empieza a pasar por el cenit y se acerca al horizonte, nos damos cuenta de que las sombras empiezan a cambiar y a alargarse. Del mismo modo, dentro de nosotros mismos podemos sentir el cambio de nuestras perspectivas internas. Acercarse a cualquier situación límite en nuestro crecimiento psicológico desequilibra nuestra energía. Como hemos comentado en el capítulo anterior, la situación del mediodía se desequilibra aún más cuando nos damos cuenta, aunque sea vagamente, de que nuestra vida no es ni lo que creemos que es ni lo que creemos que debería ser. Este curioso descubrimiento puede parecer esquivo, provocador o incluso desafiante. Puede ser humillante o aterrador. Mientras todo esto sucede, también empezamos a vislumbrar realidades psicológicas remotas que nos acechan más de lo que jamás hubiéramos esperado. Nuestros sueños pueden empezar a advertirnos. Podemos soñar que vivimos en una casa que resulta ser un apartamento o un dormitorio, lo que nos muestra que nuestra personalidad está ahora en un estado de transición. O puede que abramos una puerta y descubramos un portal oculto a algún lugar desconocido, advirtiéndonos aún más de que estamos a punto de hacer un pasaje. Tal vez nos lleve a una mansión o a una catedral, o puede que caigamos en un sótano oscuro o nos encontremos en un espacio abierto sin ningún tipo de refugio, lo que indica que el futuro no está claro y puede estar lleno de promesas o de peligros. En esta etapa, cuando caminamos en la quietud, podemos desarrollar una vaga sensación de que nos siguen. Tal vez, cuando entramos en periodos de contemplación (o, más probablemente en el mundo actual, cuando el cansancio nos invade), percibimos otra presencia que se mueve detrás de nosotros. Figuras desconocidas pueden aparecer en nuestra imaginación o en nuestros sueños, pareciendo ambivalentes, incluso cuando se las imagina como amigos, enemigos, ladrones o asesinos. Estas figuras suelen dejarnos incómodos y asustados porque no podemos saber realmente si quieren ayudarnos o perjudicarnos. Pueden representar nuestro mayor temor, como el ángel sombrío que sigue a Cristo en La última tentación de Cristo, la poderosa historia de Nikos Kazantzakis sobre la lucha de Cristo por reconocer y aceptar su identidad y su consiguiente destino. Podemos temer el potencial de nuestro propio destino, de vivir con autenticidad, y preocuparnos de que al hacerlo se altere la vida que hemos construido. Estas misteriosas figuras oníricas son los rostros de nuestra "sombra". Tal vez recuerdes que, a medida que formamos nuestra personalidad, las características, actitudes e ideales que hemos "elegido" están en el primer plano de nuestra autoconciencia. Los presentamos al mundo a través de nuestra personalidad social o "persona". Pero los rasgos que hemos rechazado no han desaparecido. Simplemente han permanecido más o menos en el fondo de nuestra personalidad.

Esta sombra es, pues, el reflejo de una parte de nuestra totalidad. Si la negamos o reprimimos, como normalmente intentamos hacer, nos volvemos cada vez más unilaterales y carentes de sustancia humana. En el punto del mediodía de nuestra vida, cuando la luz de nuestro sol psicológico se desplaza y comienza su descenso hacia el ocaso, ha llegado el momento de pasar por un cambio similar. Debemos empezar a dirigir nuestras energías lejos de la creación de la forma y hacia el desprendimiento de la forma. Esto nos permitirá reorientarnos hacia la totalidad y prepararnos para completar nuestro viaje. A Jung le gustaba señalar: "Cuando el Yang ha alcanzado su mayor fuerza, el poder oscuro del Yin nace en sus profundidades, pues la noche comienza al mediodía". Cuando nos enfrentamos a esta transición, podemos resistirnos a la naturaleza y luchar por seguir construyendo nuestra forma ganada con tanto esfuerzo, pero hacerlo es arriesgado, y la naturaleza puede arrancarnos de esa forma utilizando problemas aparentemente no invitados como la obesidad, la depresión, los ataques de pánico, el síndrome de fatiga crónica u otro mal, a menudo uno que parece estar más allá de la comprensión de la ciencia médica. Esta época de transición es especialmente precaria en una sociedad orientada a la acción, que está tan centrada en avanzar que pasamos por encima de nuestras llamadas de atención y periodos de transición, sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo hasta que la naturaleza nos golpea con un rayo. La obsesión por el rendimiento y la necesidad de control parecen unirse para crear otro peligro en nuestra sociedad: la idolatría de la "identidad". La identidad en nuestra cultura basada en los medios de comunicación se basa en el reconocimiento y el poder, y generalmente se basa en el control de la impresión que causamos en el público, incluso cuando el "público" está formado por aquellos a los que queremos. (Como se puede imaginar, las relaciones, internas y externas, sufren cuando nos centramos demasiado en la identidad). Uno de los mayores temores que desencadena el cambio de perspectiva del mediodía es la pérdida de control y la percepción de vergüenza pública que puede resultar. El cliché del hombre que deja a su mujer y a su familia por una mujer más joven, su propio apartamento y un coche deportivo refleja una reacción común a este miedo a la pérdida de control y a la vergüenza que a menudo resulta de ser juzgado e incomprendido por familias, amigos y colegas. Sin duda, nuestra identidad se ve legítimamente amenazada en la mediana edad, pues debe cambiar. Puede aflojarse, rigidizarse o transformarse, pero no permanecerá estática. El miedo puede obligarnos a precipitarnos desde nuestra identidad anterior hacia una nueva idealizada, como hicieron muchas mujeres de mediana edad en los años setenta cuando dejaron a sus maridos y familias y se precipitaron hacia una nueva identidad social que no era necesariamente auténtica. En ese caso, podemos parecer autorrealizados a la moda, pero también podemos vivir para descubrir que debajo de la nueva identidad, la antigua sigue estando presente. Reconocemos que no hemos hecho la transición hasta que no nos enfrentamos a nosotros mismos también en el plano interior. Simplemente no podemos apresurarnos en esta transición, porque necesitamos descubrir demasiado sobre nosotros mismos y la vida si queremos hacerla con éxito. Milenios de sabiduría han enseñado que el autoconocimiento es la clave para soltar nuestro apego a la forma que es nuestra identidad. Y un aspecto fundamental del autoconocimiento es averiguar cómo montamos nuestra imagen del mundo. Al principio de su carrera, Jung exploró las diversas formas en que lo hacemos. Una de ellas es lo que él denominó tipos psicológicos, que son

importantes piedras angulares en nuestro desarrollo de la forma. En la psicología Junguiana, investigar estos estilos, o tipos, es un paso primordial en la autocomprensión, porque los tipos que hemos elegido incorporar a nuestra personalidad desempeñan un papel importante a la hora de determinar nuestra perspectiva de la vida y cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. Además, los opuestos que rechazamos nos siguen de cerca, causándonos un sinfín de problemas hasta que los asimilamos a esa perspectiva. En la diversión de clasificarnos a nosotros mismos y a los demás, a menudo olvidamos que el mensaje esencial de Jung es que debemos intentar comprender los tipos psicológicos para poder entendernos mejor a nosotros mismos y estar más abiertos a los otros tipos, tanto dentro como fuera de nosotros. Estas percepciones son algunas de las más fáciles de conseguir cuando iniciamos un proceso de introspección. La clasificación primaria de Jung de las personas en introvertidas y extrovertidas es bien conocida y ampliamente aceptada. Los introvertidos prefieren enfocar su energía hacia el mundo interior y los extrovertidos hacia el mundo exterior. Nuestra sociedad, muy extrovertida, hace que la vida sea especialmente incómoda para los introvertidos entre nosotros, pero si dejamos de lado el ideal social, podemos ver que ambos tipos, si quieren estar más equilibrados y realizados, necesitan dedicar algo de energía a sus características opuestas. En la vida cotidiana, lo peor que le puede pasar a un extrovertido es ser excluido de un grupo, mientras que lo peor para un introvertido es ser dominado por un grupo. Pero llega un momento en nuestro desarrollo en el que debemos enfrentarnos a esos miedos y, en ese momento, nuestros sueños imaginarán a nuestra extroversión o introversión negada buscando contactar con nosotros. En los sueños, el extrovertido puede descubrir que le persigue un ermitaño y el introvertido un orador público de algún tipo. Estos compañeros interiores son un reto al principio, pero finalmente aportarán equilibrio a la vida de ambos tipos. Después de desarrollar la clasificación de introvertido/extrovertido, la curiosidad de Jung le llevó a examinar cómo reunimos información y tomamos decisiones. Finalmente, elaboró dos conjuntos de continuos bipolares, a los que llamó funciones psicológicas, que describen los cuatro aspectos de la realidad que él consideraba más importantes. El primer conjunto, la sensación y la intuición, se ocupa de cómo recogemos la información. La sensación busca hechos concretos y específicos, mientras que la intuición busca patrones y relaciones. El segundo conjunto, pensamiento y sentimiento, trata de cómo tomamos decisiones. El pensamiento describe un proceso objetivo por el que tomamos decisiones basadas en si algo es verdadero o falso. El sentimiento evalúa las cosas como buenas o malas basándose en un sistema de valores personales. En términos menos técnicos, podríamos decir que la sensación refleja la forma en que una persona de mentalidad literal y práctica ve las cosas y evalúa una situación. La intuición es la forma en que funciona una persona que prefiere entender las posibilidades y busca captar los principios de las cosas. El pensamiento puede ser lo que hace un científico, que desmonta algo para analizarlo. El sentimiento puede pertenecer a un artista, que une las cosas en combinaciones originales. Por supuesto, puedes ver que, aunque estas descripciones reflejan preferencias, ninguna de ellas es clara y capaz de mantenerse por sí sola. Todas se requieren mutuamente. Tal vez las personas sabias actúen combinando y equilibrando todas ellas para formar su imagen del mundo.

Cuando llegamos al final de la adolescencia, la mayoría de nosotros hemos desarrollado una de estas cuatro funciones como base de nuestro enfoque de la vida. Solemos aumentar la que elegimos con una segunda selección, generalmente una del otro par de funciones. Esta segunda selección opera un poco menos conscientemente que la primera, mientras que las dos funciones restantes permanecen inconscientes o comparativamente sin desarrollar. Así, podemos tener al legendario profesor distraído, con mucha intuición y pensamiento y poca sensibilidad y sentimiento. Un ejemplo cotidiano, como la decisión de comprar un coche, puede ilustrar mejor estos puntos. Un tipo de persona tipo pensamiento puede abordar esta decisión realizando un análisis financiero. Esta persona está interesada en los aspectos económicos de la decisión: el coste, el valor de reventa, los gastos de mantenimiento y otros aspectos que afectan al "resultado final". Esta persona puede investigar cuidadosamente los boletines e informes de los consumidores. Un tipo sensación puede estar interesado en cómo se conduce el coche. Esta persona se interesará por la aceleración, las curvas y el frenado, y estudiará las revistas de motor. Un tipo intuitivo puede estar más interesado en las posibilidades que ofrece el coche y fantasear con viajes y aventuras o con la facilidad para llegar a los sitios. Un tipo sentimento puede comprar un coche porque le atrae el nombre, el estilo, el color o el tacto de la tapicería. Los cuatro procesos son igualmente válidos, aunque intervengan contenidos y estilos de conciencia muy diferentes. También podemos imaginar que la combinación de los cuatro procesos puede dar lugar a una decisión más equilibrada y eficaz. Si llevamos estas nociones un paso más allá, a un nivel colectivo, vemos que nuestra sociedad aprecia y premia un estilo extrovertido, objetivo (Sensitivo) y lógico (Pensamiento). Nuestros medios de comunicación e instituciones defienden como modelos a personas que parecen prácticas, con éxito material, con actitudes positivas, que hacen que las cosas sucedan y que parecen tener un control racional de sus vidas. Los valores de la vida interior -que son más subjetivos, creativos o espirituales- parecen ser prácticamente ignorados en nuestra perspectiva colectiva. A partir de la suposición anterior, podríamos especular que, como sociedad, buscamos con frecuencia la visión (intuición) y la inspiración (valores personales, de sentimiento) en nuestros líderes. Buscamos las cualidades que nos faltan, buscando un líder que pueda esbozar una visión basada en los valores del sentimiento, uno que nos desafíe a un compromiso, de la manera que creemos que nos desafió John F. Kennedy. Pero si buscamos atributos que compensen nuestro estilo elegido colectivamente -lo que significa que no son nuestros valores dominantes- tendremos problemas para mantenerlos porque no están integrados conscientemente en nuestra personalidad social. (Después de todo, Kennedy fue elegido sólo por el más estrecho de los márgenes.) También podríamos especular que, dado que como sociedad tenemos una función de sentimiento poco desarrollada, a menudo tenemos una gama limitada de respuestas de sentimiento, o inapropiadas, como cuando somos excesivamente emocionales, demasiado intensos y a menudo irrealmente sentimentales en nuestras reacciones a los acontecimientos. Esta línea de pensamiento se valida al reconocer la facilidad con la que nos polarizamos hasta el punto de quedar incapacitados por cuestiones políticas delicadas. Nuestra polarización y el consiguiente frenesí señalan que hemos perdido nuestra orientación, que debe estar basada en el pensamiento y el sentimiento, y hemos adoptado posiciones demasiado rígidas y emocionales que reflejan una pérdida de conciencia, equilibrio y madurez.

Volviendo al plano personal, la primera vez que nos damos cuenta de que estas dicotomías existen de verdad puede ocurrir cuando descubrimos que alguien cercano a nosotros piensa de una manera totalmente diferente a la nuestra. Entonces, si empezamos a indagar un poco en nosotros mismos, podemos darnos cuenta de que las preferencias que estructuramos en nuestra personalidad fueron el resultado de la adaptación a las circunstancias más que de elecciones realmente auténticas. Por ejemplo, si nos adaptamos bien en la escuela, nos esforzaremos por cumplir las normas sociales, aunque ser otra cosa sea más natural para nosotros. He conocido a muchas personas introvertidas, intuitivas y sensitivas que lucharon por encajar en casa y en la escuela reprimiendo sus propias preferencias e intentando ser alguien que realmente no podían ser. Tanto si tienen éxito como si fracasan en sus esfuerzos, los efectos suelen ser los mismos: simplemente se sienten "diferentes" e incapaces de encajar. También es posible que nuestras preferencias cambien con el tiempo, y los efectos de estos cambios pueden ser fuente tanto de alegría como de problemas. Por muy útiles que sean estas observaciones sobre los demás y nuestra sociedad, en última instancia deberíamos intentar comprender los tipos psicológicos para poder entender mejor nuestra propia composición. Además, aunque la tipología puede ser muy útil para desarrollar habilidades de comunicación, nos equivocamos si permitimos que los tipos se reduzcan simplemente a un práctico sistema de clasificación. Son llaves de la puerta principal al principio del camino que nos lleva a nuestro interior. Incluso como exploración inicial, este breve examen de nuestros estilos de conciencia puede resultar inquietante. Si nos tomamos los tipos en serio, podemos empezar a ver que la forma de nuestra personalidad, lo que aportaba orden y dirección a nuestra vida, es simplemente una ilusión, creada por nosotros mismos y nuestro grupo. Una vez que descubrimos que nosotros (y las influencias a las que nos adaptamos) creamos nuestra identidad, podemos asustarnos o incluso aterrorizarnos al darnos cuenta de que es como un sueño y de que no estamos seguros de lo que realmente es o de cómo se creó exactamente. (Se podría argumentar que la biología también tiene algo que ver con nuestra forma. Aunque es cierto, la biología por sí sola deja incompleta la imagen de lo que somos. Del mismo modo, los sueños también son una función de la biología en algún nivel, pero son siempre cambiantes y tienen un profundo significado psicológico. Una vez que hemos empezado a abrir el ojo de la autoconciencia, descubrimos que, con biología o sin ella, siempre estamos en proceso y no podemos fijarnos en la forma). Al enfrentarnos a la conciencia de la mutabilidad de nuestra forma, podemos encontrarnos con el profundo mandato de "no mires más allá", o como aparece en muchos cuentos de hadas, "no abras esa puerta". Pero, como también reflejan los cuentos, algunos de nosotros siempre abriremos la puerta prohibida. La búsqueda forma parte de la naturaleza humana y, tarde o temprano, descubrimos que el orden de la vida no se niega y que lo gran desconocido marcha inevitablemente hacia nosotros. El futuro sigue sin descubrirse dentro de nosotros, a la espera de un nacimiento próximo que se pronostica en el flujo interminable de imágenes que llamamos sueños y fantasías. Sin embargo, en el punto medio de nuestro viaje, nuestra personalidad social puede haberse convertido en una realidad suficiente para atraparnos y alejarnos de nosotros mismos y de los demás. La comprensión de este fenómeno, relacionado o no con la edad, viene de lejos y está incluso arraigada en la cultura. Así, durante siglos, las hermosas y creativas máscaras que se llevaban

en los carnavales de Europa nos recordaban que, si nos apegamos a nuestro personaje cotidiano, nos convertimos en caricaturas de nosotros mismos. Las máscaras de carnaval liberaban a la gente de esta esclavitud al permitirles reírse de sí mismos en una celebración anual. Reírnos de nosotros mismos y de la seriedad con la que desempeñamos nuestros papeles diarios es un arte que hemos olvidado como cultura. Las celebraciones del carnaval también estaban relacionadas con la Cuaresma, el período de renovación espiritual que se aproxima en la tradición cristiana. Pero no hemos reconocido los significados más profundos tanto de la risa como de la renovación espiritual y que una vida humana satisfactoria exige algo más que los viejos amigos de Freud, el amor y el trabajo. Exige también espiritualidad y risa.

Homo-dúplex Loren Eiseley, que penetró en la ciencia con ojos de poeta, utilizó la frase Homo-dúplex para describir a las criaturas compuestas tanto de carne como de espíritu. Procedemos de la naturaleza, pero también contenemos una alteridad, algo que nos separa del resto de la naturaleza y de la seguridad de una vida vivida por puro instinto. Esta caída de la naturaleza al conocimiento nos ha dejado en un estado de terror y de asombro a la vez. Los existencialistas dicen que nos encontramos en un estado de ansiedad básica, que a menudo tratamos de controlar mediante el conocimiento o la adoración. Pero este punto de vista objetiviza demasiado nuestra situación. Quizá sea más cierto decir que nacemos en un estado de desconfianza que alimenta nuestra eterna búsqueda de sentido, que puede resultar ser nuestra mayor gloria. Somos la única especie con este tipo idiosincrásico de conciencia, que puede comprender todo lo que fuimos, todo lo que hemos dejado de ser y todo lo que podemos llegar a ser. Sólo nosotros somos la especie que puede añadir estética a nuestras vidas, dando profundidad, comedia, tragedia, catarsis y belleza -así como horror- al drama que estamos representando. Seguimos teniendo un miedo básico a la naturaleza, a un caos que no podemos controlar ni sentirnos en casa. Freud abrió las cavernas de nuestro propio caos interno y seguimos teniendo miedo de lo que vemos, incluso en la pequeña luz que fue capaz de encender. Con razón o sin ella, tenemos miedo de mirar hacia dentro, y esa es también nuestra naturaleza. Así, siempre estamos divididos. La naturaleza sigue el camino arquetípico de la transformación: vida, muerte y renacimiento. Jung, parafraseando a Goethe, describió el camino como uno de "Formación, transformación, recreación eterna de la Mente Eterna", y Hegel intelectualizó este proceso en tesis, antítesis y síntesis. Pero la humanidad que siente y piensa experimenta este proceso natural como castigo, tormento, muerte y transfiguración, y lo teme. No es de extrañar que los jainistas quisieran escapar del mundo. No es de extrañar que los psicólogos y psiquiatras, en un intento desesperado por encontrar algo seguro y controlable, describan nuestros problemas como trastornos de la conducta y nieguen que debamos sentirnos mal. La huida, sin embargo, no es una respuesta, y debemos seguir adelante en un esfuerzo por profundizar en nuestra comprensión de nosotros mismos.

Conciencia dual La conciencia, siguiendo el patrón de nuestra naturaleza dual, también puede pensarse que tiene dos maneras o tipos. En un esfuerzo por comprender estos atributos complejos y a menudo contradictorios, los psicólogos analíticos los han clasificado como logos y eros. Jung utilizó los mismos términos para describir lo que él consideraba los principios masculino y femenino, respectivamente. El hecho, un tanto confuso, es que estos principios, tal y como se utilizan en la psicología Junguiana, tienen poco que ver con el género o los roles de género y mucho que ver con todos nosotros en niveles más profundos. No obstante, debemos comprender estos principios en nuestro interior, ya que son la base de las dos formas fundamentales de relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza. Eros, como principio psicológico de la conciencia, puede considerarse un enfoque receptivo y holístico de la existencia, ya que participamos en ella. A medida que crecemos, el eros comienza con un sentido de nuestra dependencia de ser nutrido y, si esta necesidad se satisface adecuadamente, evoluciona hacia el deseo amoroso por el otro y madura hacia la compasión y la sabiduría. Accedemos a eros sobre todo a través de la reflexión y estando abiertos a los acontecimientos y experiencias de nuestra vida. El Logos, como principio psicológico de la conciencia, puede considerarse, en cambio, como un acercamiento a la vida a través de nuestra mente racional. Logos ilumina la luz del intelecto y la intuición de forma aguda en una situación, como si fuera el punto de vista de un observador. El Logos comienza con una sensación de fuerza y separación. A medida que crecemos, se esfuerza por iniciar el cambio y desarrollar el conocimiento, la planificación y las capacidades intelectuales. Aporta significado, claridad, orden e identidad individual al objeto de su atención. Entramos en contacto con la conciencia del logos a través de la percepción y el análisis, el examen cuidadoso de los acontecimientos y las experiencias de nuestra vida. En el caso del logos, la autocomprensión requiere que enfoquemos nuestro propio ojo observador hacia nuestro interior. Freud llegó a la conclusión de que el insight es el método principal para entendernos a nosotros mismos. Jung estuvo de acuerdo y siempre reconoció su respeto por Freud y su trabajo en esta área. Pero Jung llevó la metodología de Freud un paso más allá al involucrar nuestra imaginación en un proceso de "insight en imágenes". Este término significa reconocer que las imágenes de nuestra imaginación, mente, fantasías y sueños son psicológicamente reales. Entonces podemos examinarlas y, al hacerlo, descubriremos que tienen muchos significados útiles para nosotros. El insight implica examinar cuidadosamente nuestra vida interior de forma disciplinada, buscando comprenderla desde un punto de vista distanciado (aunque no impersonal). Desgraciadamente, la psicología popular, con sus etapas y pasos de esto y aquello, tiende a saltar por las profundidades de la humanidad como una piedra lanzada sobre el agua, para recoger unas cuantas etiquetas o interpretaciones ingeniosas que nos permitan categorizarnos a nosotros mismos o a los demás. Y, aunque estas clasificaciones superficiales dan la ilusión de comprensión, son peligrosas porque nos alejan de nuestra propia verdad.

La percepción es una herramienta adecuada para desarrollar el autoconocimiento durante la mediana edad. Pero, para descubrir quiénes somos realmente, debemos llevar nuestro "insight" a la práctica real. Si no afecta al modo en que nos enfrentamos a la vida, no refleja en absoluto el autoconocimiento. Por tanto, al llevar nuestra percepción a la práctica, debemos asegurarnos de mantener nuestro ojo consciente abierto para observar la nueva interacción entre el mundo que tenemos dentro y el que está fuera. Al hacerlo, invitaremos a nuestra experiencia a cosas nuevas, inesperadas e inimaginables, y nuestros experimentos en el arte de vivir se construirán sobre sí mismos. Si nuestra conciencia sigue despertando durante este tiempo, podemos descubrir que nuestra cruzada por la certeza evoluciona gradualmente hacia una búsqueda de la comprensión. Esta expansión de la conciencia puede llevarnos a lo que Jung llamó un proceso de "individuación consciente", término al que volveremos más adelante. Hace algún tiempo, trabajé con un hombre que llevaba varios años lidiando con estas cuestiones, desde que sufrió una depresión y una vaga sensación de que no era quien debía ser. Su trabajo analítico había sido valiente y fructífero, ya que se centró en su interior y fue tomando conciencia de aspectos de sí mismo en lo más profundo de su psique que apenas recordaba. Durante gran parte de este tiempo había estado confundido sobre los sentimientos particulares que "creía" que debía tener y las cosas que "creía" que debía hacer. En el momento en que tuvo este sueño, había avanzado mucho hacia la resolución. "Soñé que salía de la casa de mi infancia, hacia el jardín", dijo. "Al pasar por la esquina de la casa, me doy cuenta de que tengo dos sombras. Una proviene del sol directamente en lo alto, probablemente un poco más allá del mediodía. La otra proviene del sol de la tarde, que se pone por el oeste". Me hundí en mi silla. "¿Qué opinas?" Suspiró: "Creo que por fin puedo abandonar la psicología de mi infancia. Es interesante que salga por la puerta de atrás hacia el jardín". "Los jardines suelen simbolizar sentimientos o una nueva vida", dije. "Pero este era el jardín de mi padre. Aquí era donde estaba más vivo, una vivacidad que nunca pudo tener con la gente". Esperé en silencio. Su experiencia no distaba mucho de la mía. "Ahora veo a mis padres como personas", dijo. "Personas pequeñas, no grandes. Su poder ha desaparecido y también la mayor parte de mi dolor y mi rabia. Hicieron lo mejor que pudieron, teniendo en cuenta quiénes eran. Y aprecio mucho lo que hicieron. Pero sólo son seres humanos limitados y falibles". "Sí", respondí. "Creo que tienes razón. Eso es todo lo que son y eso es todo lo que somos". Sabía que esta constatación significaba mucho para él porque, al convertirse sus padres en humanos, se liberaba de ser el "buen hijo", adicto a las obligaciones, un estado muy diferente al de aceptar conscientemente las responsabilidades. "Continúa", le dije. Me gustan este tipo de sesiones, cuando un analizado va más allá de la confusión y llega a una comprensión más profunda.

"Me sorprendieron los dos soles y las dos sombras", continuó. "Pensaba que con una sola sombra era suficiente. Supongo que la primera sombra es más bien mi sombra personal, el trabajo que todavía tengo que hacer sobre mí mismo. Pero la segunda también tiene sentido: el sol poniente". Me miró con atención. "Tú y yo estamos en la edad en la que somos conscientes de la muerte". "Lo sé". Me hundí un poco más en mi silla. En realidad, yo era bastante mayor que él. Siguió adelante, dándose cuenta de que estaba en proceso de cristalizar nuevas percepciones sobre sus experiencias anteriores y que estas percepciones cambiarían su vida. Este sueño fue un punto de inflexión en nuestro trabajo. Un futuro diferente estaba ahora latente en él. Sin embargo, a pesar de todo el dramatismo de su sueño y de la percepción resultante, todavía no había salido del patio de su casa de la infancia. Y era desde ese patio desde donde era más consciente de la muerte. Tal vez, pensaba, su creciente conciencia de la muerte le obligaría a aventurarse y viajar más lejos hasta encontrar el terreno simbólico de su propia vida.

Mañana y mediodía-pasar de un lado a otro Mucho antes de tener su sueño de los dos soles, este hombre había empezado a recordar detalles de la neblinosa mañana de la que salió. Los viejos miedos, los terrores y los recuerdos de la infancia salieron de sus cavernas interiores como dragones adormecidos, como si quisieran acosarlo por última vez. Así ocurre con todos nosotros. Si queremos resolver nuestra historia interior, debemos estar dispuestos a viajar desde donde estamos ahora hasta donde estábamos en nuestro pasado. Luego debemos seguir un proceso inverso para volver a nuestra vida actual. Pero volvemos con nuevos conocimientos sobre nuestra propia naturaleza y, por tanto, sobre nuestra forma de vida, nuestros valores y nuestra religión (si nos hemos criado en una). Pasar del punto de vista de hoy al de ayer es una aventura psicológica que nos lleva a relacionarnos con nuestra propia vida de forma cada vez más objetiva y, sin embargo, también personal. Este proceso es una parte crucial de nuestra experiencia del mediodía. Si tenemos la suerte de tener hijos adolescentes y hemos tenido la suerte de tropezar con cierta conciencia de nuestro propio viaje interior, nos daremos cuenta de que los curiosos acontecimientos se producen en el contexto de la relación entre nuestros hijos y nosotros mismos. Hasta ese momento, puede que sólo hayamos tenido una vaga sensación de nuestra propia juventud, la época en que nos tambaleábamos al borde de la vida, llenos de esperanza y miedo. Este aspecto juvenil aún vive en nosotros como un fantasma, parte de nuestro comienzo y ahora parte del yo en el que nos hemos convertido. Y con una mayor conciencia de este aspecto, podemos ver, de una manera nueva, las oportunidades tomadas, perdidas y que nunca se han notado. Cuando nuestros hijos se convierten en adolescentes, todas las preguntas fundamentales de la vida vuelven a enfrentarse a nosotros porque nuestros hijos se enfrentan a ellas por primera vez: "¿Cómo puedo vivir?" "¿Existe un sentido?" "¿Qué es la vida?" "¿Por qué estoy aquí?" Si tenemos el valor, podemos renovar nuestra propia lucha con estas preguntas y compartirla con nuestros hijos, tanto para encontrar nuestro propio camino como para darles el valor de encontrar el suyo.

O bien, podemos huir a una fortaleza de convenciones, ocupaciones y practicidad, dejando que nuestro propio fantasma, reprimido y agriado, infecte a nuestros hijos. Si hemos empezado a prestarnos atención, pronto nos damos cuenta de que nuestro ascenso a la edad adulta fue tanto una persecución como una huida. Perseguíamos la vida y huíamos de las cosas que temíamos, fuéramos o no conscientes de ellas. Si ahora elegimos seguir siendo inconscientes, maldecimos a nuestros hijos con nuestras necesidades reconocidas y nuestros remordimientos por las oportunidades que perdimos. Si no hacemos nuestro propio trabajo interior, los capítulos no resueltos y no investigados de nuestra propia historia se entrelazan con la de ellos. Esto es una maldición porque se supone que debemos darles vida, no robársela. Sus vidas no están destinadas a satisfacer nuestras necesidades insatisfechas y nuestras esperanzas no realizadas, aunque la gracia de sus vidas puede recordarnos la profundidad y la importancia de nuestra propia vida. Una vez más, los sueños pueden ser un maestro interior. Recuerdo el sueño de un hombre austero con una casa llena de adolescentes. Cuando el sueño comenzó, estaba en su despacho. Cuatro vendedores de mal gusto se abrían paso entre su secretaria y trataban de venderle un seguro de vida. El sueño terminó en este punto. Para ampliar su comprensión, decidió mantener un diálogo con una figura femenina interior de un sueño anterior (esta es la técnica que mencioné en la introducción). Helen, como él la llamaba, le había ayudado a entenderse a sí mismo varias veces antes. "Helen", dijo, "¿qué significan estos tipos de todos modos?" "Oh, sólo son una broma que utilizamos para llamar tu atención", dijo Helen. "Nadie puede venderte un seguro de vida". "¿Qué?" "Tú eres el único que puede asegurar que tu vida tenga valor y significado. Nadie puede hacer eso por ti, y ciertamente no puedes comprar valor y significado, a pesar de lo que dice la sociedad actual. Tampoco puedes asegurar tu vida mediante el autosacrificio y la privación. Esa es la otra cara de la compra". A veces nuestro yo soñador es menos caprichoso y más dramático, y utiliza imágenes de medianoche para enfrentarnos a nuestras preguntas de mediodía. Una mujer con la que trabajé soñó una vez que iba a toda velocidad por la autopista en su BMW plateado (del que es propietaria, de hecho). Se metía en un buen barrio de la ciudad y llegaba a una parada de cuatro direcciones. Las señales de la calle decían norte, sur, este y oeste. De repente, se dio cuenta de que su coche estaba lleno de vampiros y su puerta no se abría. Cuando hablamos del sueño, descubrimos que había llegado a su encrucijada del mediodía. Su identidad, ganada a través de años de estudios, trabajo duro y logros profesionales, había sido demasiado débil para sostenerla durante los últimos años, pero estaba demasiado "impulsada" para darse cuenta. Había llegado el momento de iniciar una cuidadosa búsqueda del verdadero oro del Ser y, a través de esta búsqueda, desarrollar una relación más plena y enriquecedora con ella misma y con su vida, aunque había sentido que su vida, tal y como la estaba viviendo, era suficiente.

La lección de este sueño es dura y aterradora, pero nuestra conducta orientada al poder y la riqueza en el mundo también puede convertirse en una tumba de horror, llena de vampiros que nos atrapan. Los vampiros de un estilo de vida idealizado y del éxito pueden apoderarse de nosotros y succionar seductoramente nuestra vitalidad mientras creemos que lo estamos haciendo admirablemente.

Hacia el horizonte La perspectiva cambiante que llamamos naturaleza humana sólo nos deja una verdadera opción en la vida: crecer, encontrar la latencia oculta en nuestro interior e intentar hacerla realidad. Este es el destino de la humanidad. Si intentamos preservar el yo que hemos desarrollado, pronto nos obsesionaremos tanto con la tarea de preservación que, en realidad, acabaremos perdiendo nuestro yo, de modo que sólo quedará la cáscara de nuestra forma. La ansiedad se arrastra para llenar nuestro vacío y se manifiesta a través de la rigidez, la dependencia y las adicciones, aunque podamos parecer bastante sólidos. No hay compromiso con la verdad según la cual debemos estar dispuestos a "perder nuestra vida para encontrarla". Pasar de un lado a otro de nuestro presente a nuestro pasado nos pone en relación con nosotros mismos. Nos abre a aventuras inesperadas e imprevistas, interiores y exteriores. Los conocimientos que obtenemos al volver a visitar nuestro pasado nos ayudan a liberar las figuras sombrías de la esencia perdida y nos ponen en contacto con nuevas ideas que llegan al interior de nuestro corazón y nuestra mente, y hacia adelante a nuestro destino y felicidad. Una vez que hemos regresado del pasado, traemos a nuestras vidas un ideal diferente, una actitud nueva y consciente que nos guiará. La diferencia entre nuestro nuevo yo y el antiguo puede parecer pequeña desde el exterior, pero por dentro podemos estar poderosamente transformados. Además, habremos descubierto la visión y la importancia de la transformación. Después del mediodía, nuestra llamada es a seguir adelante. Puede que salgamos de este periodo con la certeza de que la cáscara de la forma que tanto nos costó construir está abierta como un huevo. Tal vez haya nacido algo nuevo. Y en algún lugar de nuestro interior primigenio e imaginario, una serpiente -ese antiguo símbolo del pecado necesario, la transformación y la curación- puede estar deslizándose, posiblemente sonriendo.

Capítulo 6: Pasar la mitad de la vida - Masa crítica En el calor de la vida A menudo, especialmente a finales del verano, la intensidad del sol parece aumentar después de haber pasado el mediodía. Lo mismo ocurre con nuestra experiencia vital. Pasar el límite de la mediana edad no significa que estemos decayendo. De hecho, los principales ingredientes del crecimiento -el calor y la luz de nuestras vidas- pueden estar aumentando. Nuestra intensidad emocional, el deseo de autoconocimiento y una orientación más satisfactoria hacia la vida pueden estar desarrollándose. Este calor de las primeras horas de la tarde, que incluye la intensificación emocional, puede golpearnos como la inquietud golpeaba a los caballeros del Rey Arturo una vez que su mundo había sido domesticado. De manera similar a la de ellos, podemos sentirnos agitados y confusos, ya que el creciente calor de la proximidad y la llegada de la mediana edad ha comenzado a remover parte del contenido de nuestras profundidades. Nuestras "cosas", que se han asentado a lo largo de los años, se están desestabilizando. En su búsqueda del sentido de la vida, los antiguos alquimistas enseñaban que la materia que se asentaba en el recipiente alquímico (el contenedor simbólico de la vida) necesitaba ser calentada para generar nueva vida y renovar el curso de la transformación hacia el oro simbólico. Para ellos, el oro simbólico representaba la plenitud, el cumplimiento del patrón que yace dentro de nosotros con el potencial de ser cumplido. Una vez calentada, la sustancia de una vida asentada puede necesitar una cuidadosa destilación, ya que el calor alquímico agitado por la primera tarde de la vida, al burbujear a través de nosotros, es frecuentemente un producto de las emociones que más nos costó regular en nuestro desarrollo anterior. La mejor manera de destilar cuidadosamente nuestro burbujeante interior es a través de la perspicacia. La perspicacia sigue el decreto eterno de Apolo, el dios del sol, de equilibrar nuestra vida volviéndonos hacia dentro y buscando el autoconocimiento. Sin embargo, la influencia de Apolo parece haberse marchitado lentamente en nuestro imaginario, ya que la sociedad parece empeñada en una búsqueda interminable de experiencias, con poco deseo de perspicacia y aún menos de moderación. En sus inicios, la práctica de la psicoterapia se basaba en la perspicacia, pero los psicoterapeutas encontraron este método difícil de mantener. Sin embargo, Freud abrió una puerta a nuestro interior, revelando una dimensión antes reservada a los poetas y profetas, esforzándose por llevar las nociones de religión y filosofía al ya no sagrado templo de Apolo en busca de la verdad de nuestras vidas. Pero la mente literal sigue teniendo dificultades en el cosmos subterráneo de nuestros seres no racionales. Además, a medida que usamos una luz más brillante, las sombras a menudo parecen volverse más oscuras. Aparentemente, colectivamente nos hemos asustado con demasiada facilidad por estas sombras. Y parece que anhelamos modelos simplistas como formas de tratarlas: la comodidad de los curadores humanistas superficiales, la negación practicada por la psiquiatría cuando sustituye la toma de medicamentos por la curación, y las etiquetas superficiales y las técnicas de solución rápida que se están haciendo populares en el asesoramiento y la

psicología. Enfrentarse a nuestro interior con valentía se está convirtiendo en un arte olvidado, e incluso comenzar la búsqueda de nuestra propia verdad no es tarea fácil. A muchos de nosotros nos resulta más fácil culpar a otros de nuestros problemas o buscar una forma fácil de evitarlos. Pero la percepción es difícil de olvidar una vez que se ha probado. Una pequeña toma de conciencia nos lleva a buscar otra y, antes de darnos cuenta, el viaje está en marcha. Pronto nos damos cuenta de que esta agridulce adicción está incorporada a nuestra naturaleza, ya que hemos nacido para ser buscadores. Si además somos capaces de encontrar un poco de coraje (y la vida puede ayudarnos a encontrar este coraje a través de un sentimiento de desesperación), podemos empezar a compartir nuestra visión con otra persona que sea amable y comprensiva, y puede que esa experiencia nos resulte útil. Al principio, hacerlo puede ser doloroso, y debemos proceder con cuidado hasta que estemos seguros de que podemos confiar en la otra persona y confiar en nosotros mismos cuando estamos con esa persona. En la antigua Grecia, entrar en el templo del dios del sol significaba entrar en un lugar sagrado. Hoy en día, muy pocos espacios son sagrados, por lo que debemos aprender a construir o descubrir este espacio por nuestra cuenta. Cuando comunicamos nuestras primeras percepciones a una persona especial o dotada, si lo hacemos con delicadeza, descubrimos que recibimos más percepciones a cambio, aunque rara vez resulten ser las que esperamos. A medida que continuamos haciendo esto, empezamos a sentir que algún destino aún desconocido nos está llamando. Inmediatamente nuestras mentes modernas dirán que debe haber una manera "correcta" de hacer este proceso. Llegados a este punto, corremos el peligro de sustituir nuestra búsqueda de conocimiento por una búsqueda de metodología. Sin embargo, una visión más profunda de nosotros mismos puede enseñarnos pronto a empezar a reservar nuestro juicio. También reducirá nuestra tendencia a dejar de compartir las percepciones y a inclinarnos por hacer declaraciones y sacar conclusiones. A medida que avanzamos, aprendemos lentamente que ni "el camino" ni "nuestro camino" son tan fáciles de discernir. Entonces debemos empezar a preguntarnos si el camino de la percepción es suficiente, o si es sólo un comienzo. En realidad, descubrimos que es un comienzo, un comienzo vespertino.

Luz solar interior Buscar la comprensión de nuestra relación con nosotros mismos y con los demás es un descenso simbólico, que la mitología describe como un viaje hacia abajo, a menudo hacia el infierno. Esta tarea no es fácil. Requiere valor, aceptación de un destino desconocido, honestidad y, como señala Dante, un guía. Si no tenemos cuidado, nos limitaremos a viajar con la multitud, pasando por alto el atractivo de la voz silenciosa de nuestro interior, y ni siquiera nos daremos cuenta de que estamos buscando una dirección. Debemos aprender a reconocer nuestra verdadera naturaleza y que, si bien esta naturaleza es la base de la mayoría de nuestros problemas, relaciones y éxitos, está tratando de convertirse, tratando de guiarnos hacia un futuro satisfactorio.

Podemos empezar nuestro esfuerzo por mirar hacia dentro manteniendo una discusión con nosotros mismos. Podemos empezar con preguntas, con un autoexamen, buscando los movimientos subterráneos y las actitudes ocultas que han estado influyendo en nuestra perspectiva. Este proceso de cuestionamiento puede ser muy sencillo. Freud sugirió que empezáramos preguntando qué cosas afectan a nuestros sentimientos, pensamientos y acciones en las actividades cotidianas. Son preguntas sencillas para ampliar nuestra autoconciencia. "¿Por qué olvidé esa cita?" Tal vez temía la nueva demanda de mi tiempo que podría resultar. "¿Por qué ese breve comentario me sumió en un estado de depresión?". Tal vez amenazaba algún orgullo secreto o una ambición no admitida. "¿Por qué me enfadé tanto por el comentario de mi cónyuge (o amante)?". Quizás soy más dependiente de su aprobación de lo que me gusta admitir. "¿Por qué me sentí tan herido cuando mi amigo canceló nuestra cita para comer?" ¿Me siento rechazado? En este punto, todos esperamos encontrar atributos admirables y ocultos en nosotros mismos. Y aunque los encontremos, la sabiduría de las experiencias de la humanidad nos enseña que es más probable que nuestra recompensa provenga de enfrentarnos a las sombras que deseamos ocultar. Un ejemplo de este tipo de trabajo puede verse en una hora de análisis en la que participé hace unos años. En este caso, un hombre bien establecido en su vida iba a hacer un cambio drástico en su carrera. Sus ancianos padres se oponían enérgicamente al cambio y, tras una acalorada discusión, mantenían una incómoda tregua. A medida que avanzaba mi conversación con el hombre, me dijo: "Son demasiado viejos para entenderlo. Su punto de vista es fijo y están demasiado mayores para cambiar". "Me parece", respondí, "que no les has explicado las verdaderas razones para hacer este movimiento. Haces que suene como una fiesta en lugar de una cuestión de vida o muerte espiritual. Tampoco has señalado que eres muy inteligente, muy exitoso, y que deben mostrarte más respeto". Se rió y dijo: "Oh, no se creen nada de eso de la psicología. Lo más amable para mí es simplemente seguir mi camino como si nada hubiera pasado, ser amable con ellos en un nivel superficial, y hacer lo que quiero hacer". Trabajé con él durante muchas horas, y una reciente serie de sus sueños me había llevado a creer que había llegado el momento de confrontarlo con sus padres y con parte de la oscuridad oculta en su actitud hacia ellos. Le dije: "No creo que eso sea amable en absoluto. Creo que es lo más pasivoagresivo que se puede hacer. Si no estuvieran preocupados, no estarían discutiendo contigo. Para ser honesto, creo que evitar ser directo te permite mantener tu posición distante con ellos. No es amable, porque encubre lo mucho que te gusta despreciarlos". Poco a poco su rostro comenzó a sonrojarse, sus ojos se volvieron intensos y juntó las manos. Siguió un largo silencio. Relajó las manos. "Maldita sea", dijo, "¡tienes razón!".

En nuestro descenso interior, pronto nos encontramos con las figuras de sombra que antes despreciábamos y desechábamos mientras seleccionábamos los atributos supuestamente más deseables de nuestra personalidad. Sin embargo, para nuestro asombro, descubrimos que estas partes dispares no han permanecido simplemente encerradas en algún sótano interior olvidado. Han estado a nuestro alrededor todo el tiempo, regresando una y otra vez en forma de problemas y de otras personas diversas en nuestras vidas, al igual que los problemas del hombre con sus padres habían estado alrededor. Hemos estado leyendo en otras personas y otras situaciones mucho de lo que, de hecho, está en nosotros mismos. Esta toma de conciencia no es muy halagadora y, al tenerla, podemos sentirnos estúpidos y vulnerables, pero esta comprensión inicia el descubrimiento de mucho de lo valioso de nuestra personalidad. Por supuesto, podemos sentirnos irritados o disgustados con alguien sin que esta antipatía sea el resultado de haber proyectado13 en esa persona las cosas que nos disgustan de nosotros mismos. Sin embargo, si queremos saber si estamos proyectando, lo que nos puede convencer es la fuerza emocional de nuestros sentimientos y nuestra incapacidad para deshacernos de ellos. El resentimiento, por ejemplo, es el camino emocional que puede llevarnos más directamente a saber que necesitamos echar un vistazo a nuestra sombra. Cada vez que nos enzarzamos en una de esas continuas diatribas al volante de nuestro coche o que una airada conversación interior con un adversario nos mantiene despiertos hasta altas horas de la noche, estamos seguramente en la red emocional de una proyección. Un examen cuidadoso y valiente puede ayudarnos a comprender que actuamos o sentimos lo mismo que nuestro antagonista. El hombre del que acabo de hablar actuaba como si sus padres se negaran a comprenderle y le trataran con desprecio. Sin embargo, en realidad, él mismo estaba creando esta situación al negarse a comprender a sus padres y tratarlos con desprecio. Retirar las proyecciones es una tarea lenta y onerosa. Aunque sea doloroso y humillante (como demostró su sesión analítica), este proceso también conduce a una sensación de paz interior, ya que llegamos a sentirnos más a gusto con nosotros mismos y, por tanto, con el mundo. Una vez que comencemos este tipo de exploración interior, nuestros sueños nos proporcionarán un flujo de información sobre nuestros "otros". Las figuras del mismo sexo en nuestros sueños suelen representar nuestras cualidades en la sombra. Por ejemplo, una mujer orientada al activismo social soñaba continuamente que vivía en la zona rica de su ciudad y que era presidenta del club de campo. Tras una larga discusión sobre su sueño conmigo, se dio cuenta de que había ocultado su propio deseo de éxito e influencia. Y, además, descubrimos cómo había excusado inconscientemente la falta de ambición en ella misma, así como en su encantador marido Peter Pan, proyectando la codicia y la superficialidad en la gente más acomodada de su zona, gente a la que, por supuesto, se había negado a conocer. Esta percepción no significa que fuera una persona codiciosa y egoísta en la superficie. Significa que, al reprimir su deseo de tener una vida más plena y completa, los aspectos de ese deseo adoptaron formas primitivas al ser reprimidos. En otras palabras, cuando reprimía su ambición, todos los rasgos de una persona ambiciosa aparecían de forma negativa en su perspectiva unilateral.

Del mismo modo, un hombre prominente soñaba que su sangre era succionada por un grupo de vampiros zombis. Exploramos lentamente estas imágenes, junto con las fantasías y emociones que evocaban. Una mirada de asombro cruzó su rostro cuando concluyó que la mayoría de sus colegas y muchos de sus amigos podrían verlo como un chupasangre. Se dio cuenta de que la mayoría de la gente probablemente le veía como una criatura así y que su inseguridad estaba matando la vitalidad en él mismo y en los que le rodeaban. Esta percepción le llevó a cuestionar la validez de los principios que regían su vida: sus propias convenciones inconscientes. Una vez que comprendemos este proceso, la idea de orar por nuestros enemigos adquiere un significado totalmente diferente, porque su fortaleza reside en nosotros mismos. Una bonita historia que escuché una vez aviva esta idea. San Pedro estaba enseñando el cielo a un recién llegado. Mientras caminaban por las calles, el curioso recién llegado vio a algunas personas que había despreciado en la Tierra. Las señaló y preguntó: "¿Qué hacen aquí?". San Pedro respondió: "¿No te acuerdas? Has orado por ellos". El hombre, empezando a sentirse orgulloso de sí mismo y de su poder, replicó: "¿Quiere decir que están aquí porque he rezado por ellos?". "No", respondió San Pedro, "por eso están aquí". Poco a poco va creciendo nuestra conciencia de que el dualismo (Homo-duplex) se esconde en cada grieta de nuestra naturaleza. En tiempos antiguos, el bien contra el mal era el símbolo principal de esta división. Hoy, parece ser la forma contra el caos. De hecho, el primer hombre, en sus primeros dibujos rupestres, percibió instintivamente una división en nuestra percepción de las formas de vida. Dibujó una forma elemental detrás de su idea de las formas cotidianas mucho antes de que la mente racional de Platón imaginara la caverna. Este antiguo antepasado nuestro, sintiendo que algo inexpresable, numinoso y ominoso estaba detrás de nuestra experiencia -alguna realidad invisible mayor que la que percibimos- adoró y trabajó en un esfuerzo por traer, a través de la mayor expresión de esta realidad, un poco de certeza al mundo. No hemos cambiado. Tenemos la misma visión implacable de algo mayor que nuestra percepción persiguiéndonos, persiguiéndonos desde la profundidad de nuestro inconsciente, buscando siempre romper la ilusión de nuestro ego-personalidad,14 y asustándonos en los lugares silenciosos de nuestras vidas. No es de extrañar que muchos de nosotros temamos tanto al silencio. Uno de los aspectos de nuestra realidad más profunda es que siempre estamos en proceso y nunca podemos fijarnos en una forma concreta. La posibilidad de que seguir la admonición "carpe diem" (aprovecha el día) pueda proporcionarnos satisfacción es una ilusión, ya que el día -o incluso el momento- nunca puede ser aprovechado. Los procesos arquetípicos de transformación -la dinámica de la vida y sus cambios e interminables renovaciones- son una realidad psicológica que pide un reconocimiento contemporáneo en la psique de la humanidad.

Calor A menudo, nuestro calor queda atrapado en lo más profundo de nuestro ser, como si estuviera en un cancro volcánico subterráneo. Cuando esto ocurre, estamos heridos psíquicamente. En algún lugar de ahí abajo tenemos una poderosa rabia, y quizás un pozo de dolor. En cualquier caso, nuestra fuerza vital está atrapada bajo la superficie y no tiene oportunidad de ser vivida. El siguiente suceso en el análisis de una mujer que ha pasado poco tiempo de la mediana edad nos ofrece un ejemplo clásico de este tipo de aprietos. Ella entró tranquilamente en mi despacho a su hora habitual, me entregó las copias de sus sueños para mis archivos y se puso a llorar. Empezó a contarme su sueño: Caminaba de un lado a otro entre la casa de mi infancia y la casa de mi ex marido. Había un bosque en medio. Tenía unos ocho o nueve años. Mi padre salió del bosque, me agarró y me arrastró. Entonces empezó a hacer las mismas cosas que siempre hacía cuando estábamos solos. Me senté en silencio, dándole una caja de pañuelos. Conocía la situación por nuestro trabajo anterior. Ella continuó: Fue horrible. Podía sentir el semen en mis piernas, pegajoso, horrible. Dios mío, ¿me he vuelto loca? Esto sucedió hace tanto tiempo. ¿Aún no lo he superado? Una voz en el fondo de mi cabeza, una voz femenina, dijo: "Silencio. Escucha. Escucha. No te lances a intentar arreglarlo, explicar el sueño o hacer que se sienta mejor". Obedecí. Ella continuó: Una vez intenté decírselo a mi madre y se volvió loco. Estaba borracho, como siempre. Me tiró en la cama, golpeándome con el cinturón. Mamá tiró su cuerpo sobre el mío y él nos dio una paliza tremenda. No dije ni una palabra más. Ella se derrumbó en sollozos. "¿Cómo honras a tu padre? ¿Cómo perdonas?", preguntó. Respondí en voz baja: "No lo haces. Lo odiaría para siempre. Nunca te pidió perdón, ¿verdad? Nunca hizo un movimiento hacia la reconciliación, ¿verdad?". El perdón nunca es sencillo. La reconciliación y el perdón sólo pueden llegar a través de la expiación, de la aceptación plena de la responsabilidad por lo que hemos hecho o dejado de hacer, y por el daño que hemos causado a alguien. Sin eso, depende de Dios. De todos modos, nunca le habría perdonado. Vivo mejor conmigo mismo cuando no intento ser un hipócrita piadoso, aunque tenga que luchar para ser consciente de mi propia tendencia en esta dirección. Se nos enseña, o eso creemos, que el perdón es divino y que el amor abnegado es la manifestación perfecta de la voluntad divina. Estos mensajes pueden alimentar nuestras conclusiones tempranas de que somos impotentes y debemos someternos. Cuando se toman como una regla -perfuncional, simplista y sin sentido- nuestra alma es asesinada lentamente y a menudo aprendemos, demasiado jóvenes, a empezar a asesinar nuestra alma para mantener la ilusión de paz y armonía en la familia.

Aprendemos a controlar nuestros sentimientos y, de alguna manera, la noción de que la ira siempre es malsana y de que las personas buenas son pacientes que sufren parece apoyar nuestros esfuerzos. Admiramos la idea de tener el control sobre nosotros mismos. Pero la ira es importante. Nos enseña que nosotros también tenemos necesidades y protege nuestros límites, dándonos un espacio interior en el que vivir y crecer. La ira aleja a quienes quieren demasiado de nosotros o no nos tratan con dignidad y respeto. La ira nos ayuda a definir nuestros valores: ¿por qué vale la pena enfadarse y luchar? Mirar por debajo o a través de los valores de nuestras primeras enseñanzas puede ayudarnos a menudo a romper las ataduras que atrapan nuestros verdaderos sentimientos en una jaula de miedo. Un hombre de mediana edad que experimentaba una trampa de este tipo vino a verme por sugerencia de un amigo. Me contó una terrible historia del nebuloso comienzo de su vida. Entraba en su casa con su madre, ayudándola a llevar la compra de la forma en que un niño de tres años intenta ayudar. Mientras subían los escalones de la entrada y entraban en la casa, oyeron una explosión. Su padre acababa de ponerse el cañón de una escopeta en la boca y había apretado el gatillo. Me dijo que había trabajado en esta escena en terapia durante varios años antes de empezar a verme para el análisis. Había llorado y se había afligido. Su antiguo terapeuta le había hablado de la compasión y el perdón y de las horribles experiencias bélicas de su padre, e incluso había señalado que tal vez el acto de suicidio fuera un regalo de su padre, un acto que podría haber evitado que el hombre se convirtiera en un borracho y un maltratador. El terapeuta trató, mediante enfoques terapéuticos convencionales, de ayudar al hombre a alcanzar la paz y el perdón. Durante más de un año este enfoque no había funcionado. El hombre seguía atrapado en ese momento explosivo y su terapeuta, frustrado, le había remitido a mí. Me quedé pensativo después de escuchar esta historia. La voz (femenina, por supuesto) en el fondo de mi cabeza estaba allí de nuevo: "Ya sabes lo que tienes que decir. Dilo con suavidad, en voz baja, con cuidado. Sabes que las cosas más duras hay que decirlas en voz baja". Dije: "¿Está enterrado cerca de aquí?" "Sí." "Yo iría a mear en su tumba". "¿Qué?" Parecía muy sorprendido, desconcertado y casi enfadado. "Iría a mear en su tumba". Una pausa muy larga. "Tal vez lo haga. Me gusta la idea..." Lo hizo, y en nuestra siguiente sesión comenzó realmente su análisis. Los puntos de estas historias no son fáciles de leer o digerir. En la tradición judeocristiana, honrar a nuestros padres suele entenderse como algo exigido por la ley de Dios. Tal vez la vida intente ahora enseñarnos que debemos llevar esta ley un poco más allá y separarla de nuestros padres personales. Puede que tengamos que honrar a nuestro padre y a nuestra madre en el cielo. O, en otras palabras, podríamos considerar la posibilidad de honrar esas grandes imágenes arquetípicas dentro de

nosotros mismos que pueden provocar, nutrir, proteger y guiar nuestro renacimiento y transformación continua, si podemos separarlas de nuestros padres reales. Al principio proyectamos estas imágenes en nuestros padres y, por tanto, les otorgamos poderes divinos. Pero debemos reclamar estas proyecciones o seguiremos siendo "niños" para siempre, incapaces de iniciar y fomentar nuestra propia transformación psicológica. A veces, lidiar con el odio y la rabia es una cuestión paradójica. En algunos casos, la mejor manera de evitar vivir una vida llena de odio es simplemente admitir el odio, aceptar su realidad y actuar ritualmente para expresarlo. El acto ritual de orinar sobre la tumba liberó al hombre de mi ejemplo de estar poseído por la rabia y el odio. Este acto le aportó paz mental y el comienzo de su viaje personal para salir de los efectos de su trauma infantil. ¿Tiene que perdonar a su padre? No. ¿Puede odiarlo por el resto de su vida? Sí. Pero ahora su odio no tendrá ningún efecto perturbador; no le poseerá ni frustrará su capacidad de vivir. Con estos ejemplos no pretendo que nos convirtamos en iconoclastas superficiales. El trabajo interior debe hacerse con cuidado y reflexión, y debemos ser conscientes de la ambivalencia de nuestras tareas. Si la rabia o el odio nos están destruyendo, carcomiendo nuestra alma, debemos aprender a aceptarlo. (Si, por el contrario, no está ahí, no necesitamos conjurarlo en un intento equivocado de solucionar las cosas). Debemos enfrentarnos a nuestra rabia, odio o pena, reconociéndola como nuestro lobo, y encontrar la manera de alimentar a ese lobo. En ese caso, puede que necesitemos curación y comprensión, y puede que tengamos que aprender a renunciar a nuestro odio o a transformarlo. Por otro lado, puede que necesitemos aprender que el odio bueno, limpio y a la antigua puede liberarnos a veces de una prisión emocional. Los celos y la envidia son otras dos emociones poderosas que forman parte de los esfuerzos de la naturaleza para llevarnos a la vida y a la transformación. Estas emociones son fundamentales para el ser humano. En el clima actual, las útiles y valiosas tradiciones de la autorrealización y el humanismo se han reducido a menudo a conceptos simplistas reforzados por eslóganes como "empoderamiento" o frases como "toma el control de tu vida". A medida que nuestras tradiciones se vuelven más utilitarias, más orientadas a la superficie y a la apariencia, niegan la vitalidad de los aspectos ambivalentes e irracionales de nosotros mismos con tanta fuerza como lo hicieron muchas de nuestras admoniciones infantiles de "ser amables" y "ser buenos". Renegar de estas partes de nosotros mismos es renegar de nuestro cuerpo emocional y de la energía fértil de nuestro ser instintivo. Nuestro maestro interior puede seguir guiándonos cuando nos encontramos con que no somos, ni siquiera queremos ser, amables o tolerantes, y nos sentimos atrapados en un conflicto con las actitudes convencionales. Esta discusión me recuerda a otra persona con la que trabajé. Era una mujer muy amable, educada para ser agradable y formada para ser terapeuta humanista. Durante nuestro trabajo, inició algunos diálogos interiores y preguntó a una figura onírica (a la que se refería como Inanna) sobre ella misma y sobre un estancamiento que estaba experimentando. Recibió esta respuesta: "Atrévete a conectar con tus instintos. Sólo ellos te salvarán. No es malo ser real. No es malo ser uno mismo. Si hay mezquindad en ello, cambiará a medida que lo veas. Si se ve, se mueve; si no, se queda atascado. Sin movimiento no hay vida".

La ira, la rabia, el resentimiento, la envidia, la pena y el odio pueden destruirnos, especialmente si nos quedamos atascados en ellos. Una experiencia directa de ellas (que no debe confundirse con la actuación inconsciente) puede ser a menudo un momento privilegiado de apertura en nuestra personalidad. Estas emociones representan algunas de las fuerzas más profundas de la creación. El hombre que orinaba sobre la tumba de su padre estaba llevando a cabo una representación ritual que abría la puerta al siguiente umbral de su vida psíquica, así como la puerta de la infancia que le había aprisionado. Paradójicamente, esta expresión de odio se convirtió en un momento de plegaria que le abrió al amor y a la curación. Su mundo cambió para siempre. Me viene a la mente otra situación de este tipo, en la que las cosas pueden no ser como parecen a primera vista. Estaba dando una conferencia sobre psicología Junguiana cuando un hombre se levantó e hizo una pregunta que escucho a menudo. "¿Qué pasa con Toni Wolf?" (Toni Wolf fue una colega cercana y confidente de Jung, y su relación ha estimulado la especulación sobre su naturaleza durante años). Esa voz femenina que acecha en el fondo de mi cabeza empezó a responder directamente de mi boca antes de que me diera cuenta. Me encontré diciendo: "Bueno, siempre imaginé que en esos momentos era un ángel". Continué: "¿Qué piensa usted de las mujeres en la vida de Martin Luther King?". El caballero respondió: "No sé sobre ellas, pero creo que fue un gran líder espiritual". "Y estuvo bajo mucho estrés y presión". "Por supuesto". Y yo le contesté: "Estoy de acuerdo. ¿Y te imaginas que esas mujeres pueden haber sido ángeles que Dios envió para ayudarle en esos horribles momentos?" "No", respondió. "No me gustaría pensar así". "Bueno, continuemos con lo que estábamos hablando", dije, pensando para mí que tenía que vigilar mejor esa voz femenina que había en mí o algún día me iba a meter en muchos problemas. Sin embargo, mientras continuaba la conferencia, tuve una breve imagen interior de una mujer muy atrás en una cueva, sonriendo. También parecía haber una serpiente allí atrás. ¿La estaba acariciando? Mi intención es subrayar la ambivalencia de estas emociones, su vitalidad y nuestras opciones. Podemos vivir exclusivamente según el viejo código. Podemos vivir exclusivamente según la nueva moda. O podemos elegir tomar de cada uno lo que nos parezca apropiado, entrar en la tensión de cada situación esperando salir con un poco más de integridad y un poco más de claridad. La ambigüedad, la dualidad y el conflicto aumentan junto con nuestra conciencia. Paradójicamente, es posible que nos encontremos crucificados emocionalmente con más frecuencia, aunque, curiosamente, la vida se vuelve cada vez menos dolorosa de forma neurótica, es decir, de la forma en que nos creamos dolor cuando intentamos negar o reprimir la realidad de nuestra vida.

En estas historias, he intentado mostrar cómo el primer plano y el fondo de nuestra supuesta perspectiva normal tienen que cambiar a medida que se desarrolla la conciencia. Este cambio puede producirse para facilitar la curación en cualquier momento, pero también es un cambio específicamente arquetípico que debe producirse en la tarde de la vida, cuando el primer plano y el fondo de nuestras sombras ya están cambiando de todos modos. Entonces nos permite desarrollar una perspectiva más amplia de la vida y una comprensión más profunda de nosotros mismos.

Paz y conflicto en la tarde La idea de paz del Antiguo Testamento fue creciendo más allá de la noción de simple tranquilidad exterior al incluir la idea de que las relaciones debían ser ordenadas y equitativas. Las creencias, ideas y normas de conducta resultantes en aquella época antigua, así como las relaciones sociales y religiosas, ilustran la importancia que los escritos del Antiguo Testamento tuvieron en la estructuración de la forma de desarrollo (identidad) de aquella sociedad. Esta forma cultural definía las relaciones entre las personas y la relación entre éstas y Dios en lo que se consideraba una forma equitativa y ordenada. A medida que la forma de esa sociedad se prolongaba en el tiempo, podemos imaginar que, en un sentido psicológico, sus estructuras rectoras de leyes y rituales se volvieron cada vez más huecas al volverse habituales y arraigadas. A medida que este proceso ocurría, también podemos suponer que los principios más profundos de relación y equidad se perdieron a medida que se fueron sistematizando e institucionalizando. Psicológicamente, se preparó el escenario para el período de transformación que siguió en el Nuevo Testamento. De nuevo, este es el modelo de vida. La forma que evolucionó a través de la lucha y el sufrimiento, llena de vitalidad, comienza el proceso de estancamiento, que conducirá al cambio futuro. O bien debe revitalizarse en un nivel nuevo y superior, o bien se marchitará y morirá en un proceso eterno que hará surgir algo nuevo en su lugar. Reconocemos, pues, que la paz es una condición provisional, no un estado permanente. La propia placidez de la paz conduce a la inquietud y a la revolución a medida que la vida sigue su curso transformador. Paradójicamente, la paz en esta perspectiva apunta hacia el futuro, y la única manera de encontrar la paz es liberar nuestra posición actual y entrar en la lucha por la revitalización o la nueva vida. Buscar la paz en un sentido profundo puede ser buscar la culminación, y en este sentido no puede ser estática. Un proceso similar ha tenido lugar en nuestro propio desarrollo. El calor emocional de la tarde nos devuelve a la búsqueda de una renovación de la relación y la equidad con las fuerzas de la vida instintiva dentro de nosotros. Esta búsqueda, por su naturaleza, exige una búsqueda acompañada de una mayor conciencia, ya que no hemos ganado nada si simplemente nos dejamos deslizar hacia un estado "natural" gobernado únicamente por los instintos. Llegados a este punto, puede que empecemos a sentirnos cansados, algo así como muchos de los israelitas después de huir de Egipto. Estamos fatigados y añoramos las viejas costumbres, las viejas actitudes y la vieja conciencia en la que aprendimos a sentirnos seguros. Algunos de nosotros pueden regresar y quedarse allí. Pero este viejo punto de vista, aunque seguro, nos esclaviza y explota. Además, volver al viejo estilo prepara el terreno para conflictos más violentos tanto en el

mundo interior como en el exterior, ya que requiere la asunción de una actitud defensiva rígida y mortal contra el proceso de la vida. El simbolismo de la guerra en nuestro mundo interior, a menudo representado en sueños o experimentado en enfermedades emocionales o físicas, representa esta lucha entre nuestro ego consciente y nuestro inconsciente, que amenaza con el caos. Loren Eiseley ha comparado el desarrollo de la vida en general con una larga guerra contra un entorno hostil. Señala: Comenzó con extrañas sustancias químicas en ebullición bajo un cielo carente de oxígeno; se desarrolló durante largas épocas hasta que las primeras plantas verdes aprendieron a aprovechar la luz de la estrella más cercana, nuestro sol. El cerebro humano, tan frágil, tan perecedero, tan lleno de sueños y hambres inagotables, arde por el poder de la hoja15. La alquimia de la tarde nos conduce a través de las ambivalencias de la vida, al empujarnos a la naturaleza paradójica de la misma. Dios puede convertirse en el gran iconoclasta, destrozando los ídolos y las ilusiones de las que dependemos. El símbolo mítico de la crucifixión ilustra nuestro sufrimiento al tomar conciencia de las paradojas de la vida y, al mismo tiempo, simboliza nuestro camino hacia la plenitud y se convierte en la vía de la libertad. Un amigo mío, un excelente médico y una de las personas más genuinas que conozco, siguió el camino convencional durante más de cuarenta años y lo hizo con cuidado e inteligencia. Él me contó la siguiente historia. Estaba de guardia en el pequeño hospital de su comunidad cuando llegó un hombre para ser tratado. Anteriormente, mi amigo había tratado a la mujer y a los hijos del hombre. En opinión de este médico, habían sido gravemente maltratados (posteriormente la esposa murió en extrañas circunstancias). No se pudo probar nada y la esposa se negó a declarar, pero la pequeña comunidad siguió sospechando de este hombre obviamente brutal. Mi amigo, profundamente cristiano, comenzó una lucha interior. Se preguntó si podría tratar al hombre, sabiendo que no había nadie más disponible. Se preguntaba cómo podría encontrar la imagen de Cristo, algo que amar, en esta persona despreciable. Compartió su dilema con un colega. Su colega le respondió: "Cristo te dijo lo que tenías que hacer. Recuerda cuando le dijo a Judas, "haz lo que debas". Después de reflexionar sobre esta situación durante un tiempo, me dijo: "Sabes, me he dado cuenta del tipo de amor cristiano superficial y codependiente que he estado intentando practicar. Este incidente me ha sacudido de verdad. Las cosas ya no son tan blancas y negras, ni el amor es tan bonito. Y yo soy bastante crítico". "Le respondí, reflexionando: "¿Ves ahora la imagen de Cristo en ese hombre?". "No, todavía tengo problemas en eso", respondió. "Me parece", conjeturé, "que tu encuentro con él puede haber cambiado toda tu perspectiva del cristianismo. Lo ha transformado. Tal vez eso es Cristo: una imagen de transformación". "Estoy seguro de ello", respondió, "pero no es tan fácil averiguar qué significa. Tengo la sensación de que voy a tener que pensar en esto mucho tiempo".

La larga sombra En el capítulo anterior, mencioné un sueño en el que aparecían dos sombras, siendo la segunda la del sol poniente, una imagen de nuestra conciencia de la muerte que se vuelve personal y explícita. Hasta la mediana edad, salvo circunstancias inusuales, la muerte es algo que le ocurre a la gente, en general. Ahora nos damos cuenta de que nos va a pasar a nosotros, en particular. Algunos de nosotros hemos visto cómo los choques emocionales -de la nada- amenazan y alteran nuestro statu quo psíquico y, por lo tanto, tienen el potencial de iniciar un proceso de transformación. Esta toma de conciencia sobre la muerte es muy especial y difícil y puede ser claramente uno de esos "pernos". Puede empezar a hacernos más humanos. Es de esperar que nos lleve a una reflexión más profunda (tema del próximo capítulo), a una vida espiritual más profunda y a una creciente preocupación por la cultura. La vida parece ser una batalla contra la oscuridad, de la conciencia contra la inconsciencia, que tenemos pocas posibilidades de ganar. El letargo de nuestras instituciones religiosas y su concentración en asuntos seculares en lugar de en los misterios de la vida y la muerte nos ha hecho sentir abandonados. Estamos solos ante nuestra muerte, y este hecho es duro. Si tenemos el valor de enfrentarnos a su realidad, la muerte derrumbará nuestras ideas egocéntricas, especialmente la idea de que podemos controlar nuestras vidas. Las perspectivas exclusivamente racionales y los esloganes pop-psicológicos o pop-religiosos se desintegran ante la muerte. Se despierta la necesidad del viaje interior y la espiritualidad. La reflexión se ve obligada porque el fuego prometeico de la conciencia racional no puede encender la eternidad y nuestra perspicacia no puede penetrar en ella. Tal vez mediante la devoción a la vida y el intento de hacernos amigos de la profundidad de nuestra oscuridad interior podamos liberar nuestra imaginación para buscar, y nuestro ego para aceptar, el papel paradójicamente pequeño y crucialmente importante que desempeñamos en cualquier proceso que sea la vida. Si aceptamos la analogía de la alquimia de que la vida es un proceso de transformación, podemos ver que formamos parte de la metamorfosis de la creación, que se refleja en nuestro interior y en nuestro exterior, donde lo imperecedero se desprende de lo perecedero, lo verdadero de lo falso, para que ambos puedan avanzar y crecer hacia el futuro 16. Debemos ser conscientes de nuestro fundamento en la naturaleza y buscar más allá para enriquecer nuestra conciencia. Se evoca nuestra verdadera humanidad, si podemos soportarla. A medida que crece nuestra conciencia de la muerte, es un tiempo para sufrir y un tiempo para atesorar, un tiempo para llegar a estar más plenamente vivos. La vida es la gran aventura. La mayoría de las grandes epopeyas literarias han relatado esta aventura, este viaje. La vida exige ser vivida, vale la pena vivirla, y en palabras de Laurens Van Der Post,17 "...siempre vale la pena vivir y uno lucha contra la vida por la vida hasta que la vida decide, a través de sus propias experiencias, que ha llegado el momento de poner fin a la lucha". Este es el camino occidental, nuestro camino. Somos los recipientes en los que tiene lugar el trabajo de transformación. Las experiencias de la vida son el calor que proporciona la energía para el trabajo.

El enfrentamiento con nuestra propia muerte y la aceptación de nuestros propios conflictos y sufrimientos nos permiten captar la noción de sufrimiento a través de la participación, a través de la compasión, una noción con la que nuestra sociedad actual tiene muchos problemas para mantenerse en contacto, lo que nos lleva inconscientemente a inundar nuestro mundo de violencia y dolor. Pero nuestro camino es, por su propia naturaleza, una lucha. Somos el recipiente donde el mundo interior, el mundo exterior y el mundo eterno se encuentran y se entrelazan, y podemos encontrar que nuestros conflictos exteriores reflejan nuestra falta de capacidad interior para crecer en la verdad de nosotros mismos. El significado simbólico de "El Vía Crucis" es devastador ante una cultura que idolatra la prosperidad material y el reconocimiento social como recompensa por vivir, por la rectitud convencional. El enfoque oriental, el vaciado del deseo en la personalidad, no es para nosotros. Los occidentales que buscan esta vía suelen buscar una salida fácil y no tienen en cuenta el vigor, la disciplina y la feroz lucha por la vida de las culturas orientales, por no hablar de la inmensa diferencia entre su visión y la nuestra de la santidad de la vida humana individual. Muchos occidentales que intentan seguir estos caminos acaban vagando por el brumoso país de la ilusión, fuera de las corrientes de la vida. Quizá algún día estos dos caminos se unan, pero no es probable que ocurra hoy. Los antiguos griegos pensaron en otro tipo de paz, un significado adicional para eirene. Más tarde, Platón la consideró la "paz profunda" de los ancianos, cuando ya no necesitan preocuparse por la pasión. Tal vez, sólo tal vez, hayamos interpretado esta idea de forma demasiado casual. Tal vez, en realidad, se trate de la paz que resulta de una madurez de perspectiva, de una apreciación del don de la vida con todo su calor ambivalente.

Capítulo 7: Reflexiones de la tarde En el vientre de la vida En su libro Fire In The Belly: On Being a Man, Sam Keen, 18 uno de mis autores favoritos, presenta una premisa con la que he tropezado. Sugiere que, cuando los hombres se embarcan en la vida, hay dos preguntas importantes: "¿Adónde voy?" y "¿Quién me acompaña?"; el "quién", en este caso, se refiere a una mujer. Keen señala entonces que, si un hombre se hace estas preguntas fuera del orden mencionado, está en problemas. La lectura de sus afirmaciones me produjo una sacudida mental que me obligó a detenerme y reflexionar sobre ellas. Desde la primera adolescencia he sido uno de esos hombres que parece haber tenido estas preguntas fuera de orden. Y generalmente he estado "en problemas". Pero debo decir que esta agitación ha guiado a menudo mi crecimiento y ha determinado mi destino. Ni siquiera creo que mi maestro interior esté especialmente interesado en que tenga una vida lineal o sin problemas. Como sociedad, a menudo parece que pensamos que hay un orden para las cosas que funciona bien si sólo podemos encontrarlo.

Sin embargo, si siguiera esta línea de pensamiento, me encontraría con una de las afirmaciones más fuertes de Jung: "Quien toma el camino seguro es como si estuviera muerto" 19. Continué mis cavilaciones preguntándome si las suposiciones de Keen podrían reflejar una actitud hacia la vida demasiado cerebral o podrían implicar que hay una manera de "hacerlo bien". En otras palabras, una forma de tener el control y minimizar o evitar los "problemas", los conflictos y el sufrimiento. ¿Podría esta postura ignorar las nociones de suerte y destino, la importancia de la confrontación y el encuentro, y el valor de perdernos y luego encontrarnos en nuestra búsqueda de una brújula interior? ¿Puede esta perspectiva sobrevalorar la mente racional y quizás reflejar la suposición de que no tenemos ningún maestro interior? ¿Y si imaginamos que cada mujer que un hombre encuentra marca su destino? En esta línea, Jung respondió a una carta dirigida a un hombre que tenía una serie de matrimonios problemáticos diciendo: "En la práctica significa que la mujer elegida por usted representa su propia tarea que no comprendió"20 Tal vez cada encuentro podría aportar a un hombre una experiencia de sí mismo y traer partes de sí mismo a su vida para que pudiera asimilarlas en su conciencia, aunque el proceso podría llevar muchos años y ella podría haber dejado su vida mucho antes de que la conciencia que estimuló se realizara. ¿Merecería la pena esta autorrealización? Supongamos que Odiseo se hubiera quedado en casa tratando de resolver estos problemas y hubiera evitado la "Odisea". ¿Habría sido capaz de encontrar verdaderamente su hogar, como en las líneas de T.S. Eliot en "Little Gidding"? No dejaremos de explorar Y el final de toda nuestra exploración Será llegar a donde empezamos Y conocer el lugar por primera vez. Según recuerdo la "Odisea", casi todos los puntos de inflexión de la historia estaban marcados por una figura femenina con la que Odiseo no había tomado ninguna decisión consciente de involucrarse o incluso de encontrarse. ¿Qué pasaría si Cristo hubiera permanecido en su carpintería, posiblemente tumbado en el diván de su rabino dos veces por semana, tratando de resolver los dilemas de la vida como si fueran problemas abstractos o racionales? ¿En qué situación nos deja esta actitud lógica en relación con el desarrollo y la comprensión de la historia de nuestra vida? Debemos tener experiencias vivas, especialmente de problemas y conflictos, o no tendremos nada real sobre lo que reflexionar o ganar en comprensión. Y si continuamos nuestra búsqueda de la conciencia, debemos poner en práctica continuamente nuestro autoconocimiento y comenzar de nuevo la búsqueda de la conciencia. De lo contrario, simplemente estamos jugando con la mente. Sin embargo, Keen tiene razón en un sentido. Juntar al gran dúo, hombre y mujer, e ir a alguna parte en la vida no es un esfuerzo pequeño, y creo que experimentaremos muchos problemas en esta área mientras vivamos, no importa cómo intentemos ordenar las preguntas de Keen.

En nuestra psique, también tenemos que lidiar con dos otros consumados: el consciente y el inconsciente. A esto Jung añadió dos "otros" adicionales, elementales, que mencioné antes. Llamó a lo femenino del hombre el ánima y a lo masculino de la mujer el ánimus. (Tomó prestados estos dos términos del lenguaje casi olvidado de la primera época cristiana, cuando el mundo estaba más vivamente inflamado por el poder y el amor). Estas figuras elementales -el ánima y el ánimus- conectan nuestro yo consciente e inconsciente repetidamente a lo largo de nuestra vida. Nuestra experiencia de esta conexión nos trae sanación y plenitud, y luego nos sumerge de nuevo en la corriente de la vida. Si nos relacionamos conscientemente con el ánima y el ánimus, podemos enriquecer sustancialmente nuestras vidas. La mayoría de las veces nos encontramos con ellos como proyecciones en los "otros". A medida que nuestra vida avanza también lo hacen estos encuentros y confrontaciones, en muchos niveles diferentes. Es concebible que diferenciar la imagen proyectada y su esencia de sus portadores externos sea una parte importante del viaje de la vida. A veces, estos portadores externos también pueden actuar como islas de curación en nuestras vidas, o puntos de inflexión, como lo hicieron para Odiseo. En otras ocasiones, pueden guiarnos, como Beatriz inició el viaje de Dante, abriendo perspectivas tanto interiores como exteriores. Tratar de ser demasiado intelectual sobre estos asuntos nos lleva a intentar reducirlos a conceptos. Entonces tenemos la tendencia a tomar la vida de forma externa, por su mero valor nominal, y nos arriesgamos a perder nuestras mayores oportunidades de encontrarnos con nuestros instintos más profundos y nuestros patrones de transformación. En tales casos, perdemos las partes de nosotros mismos que pueden llevarnos hacia el destino, el patrón personal, para el que hemos nacido. Nos arriesgamos a perder nuestra propia vida. Por otro lado, también debemos resistir la tentación de vivir impulsivamente, pues un enfoque tan simplista e inconsciente de la vida nos haría perder todo el sentido de la conciencia. Creo que debemos tener en cuenta que los encuentros transformadores no dependen tanto del género como de la estructura psicológica, y de una u otra forma son componentes intemporales de la historia humana. Supongamos que uno es mujer o es gay. ¿No podemos suponer que las pautas serán las mismas que para cualquier otra persona, que los encuentros serán igual de significativos y que la vida requerirá el mismo valor?

El otro elemental La mente profesional o institucional organizada de nuestro (o quizás de cualquier) tiempo, varada en un remoto desierto de abstracciones entre el arte y la ciencia y centrada en la eficiencia, anhela, aunque sea inconscientemente, el valor de encontrarse con antiguos misterios. Cuando las personas atrapadas en sus personajes profesionales entran en la atmósfera un tanto oscura en la que trabajo, a menudo se sienten un poco desubicadas. Sin que se den cuenta, su identidad profesional puede deslizarse silenciosamente fuera de la habitación cuando entra el eros, dislocando su persona, como en la siguiente historia.

Siguiendo su patrón habitual, un analizando entró en mi despacho, me saludó y se sentó. Abriendo su maletín, me entregó enérgicamente copias de sus notas, sueños y anotaciones en su diario de la última semana. Era un hombre profesional, dispuesto a asegurarse de que su tiempo estaba bien empleado. Me senté en mi silla, escuchando. Concentrado, atento, yo también puedo parecer profesional. Comenzó diciendo: "Anoche tuve un sueño extraño. Estaba en un retiro de la iglesia, asistiendo a seminarios con mi esposa. Miré por encima de su hombro. Ella tenía su libro de seminarios abierto. Dentro de él estaba mirando una selección gráfica de lo que solíamos llamar 'postales francesas'. Eso es todo lo que recuerdo". Me detuve un minuto antes de responder, recordando que la sexualidad suele ser un tema especialmente difícil de tratar para los hombres competentes y con apariencia de éxito. Lentamente respondí: "¿Qué te viene a la mente de estas imágenes?". Su actitud cambió. Se sentó hacia delante, hablando en voz baja y pensativa. "Estuve pensando en este sueño mientras venía hacia aquí. Mi mujer solía tener una fantasía. Supongo que la tuvo durante varios años y luego dejó de tenerla, o dejó de contármela". "Sí", dije. "Ella pensaba que debíamos ir al Hotel Peabody en Memphis. Ya sabes, el elegante con los patos nadando en una piscina en el vestíbulo". Asentí con la cabeza. "Los dos nos vestiríamos con elegancia. Ella entraría en el salón, se sentaría en el bar y pediría un cóctel. Yo entraba como un extraño, la veía y me sentía inmediatamente atraído. Entonces me acercaba y entablaba conversación". Para entonces, su voz estaba apagada; seguía sentado hacia delante, mirándome con atención. Hice una pausa, esperando que esa voz femenina en mi cabeza me ayudara. Qué oportunidad para ella de dar una conferencia sobre cómo "nosotros" los hombres nos tomamos la sexualidad con demasiada sencillez, cómo tenemos que aprender algunas cosas sobre el romance, la creatividad, la atención, la ternura, el aprecio y la intimidad. Me quedé sentado en calma. En silencio. Muy dentro de mí oí otra voz, masculina, quizá de catorce o quince años, que decía: "Dios mío, eso me daría un susto de muerte". Me senté de nuevo, pasé esas palabras por mi persona profesional y las repetí en voz alta. Los recuerdos de esos años delicados y vulnerables en los que el eros empieza a acechar a la vuelta de una esquina interior en todos nosotros. Incluso después de un buen matrimonio, con los hijos crecidos o en camino, eros nos llamará de nuevo para que nos enfrentemos a su clásica prueba, para que tengamos valor y quizás, sólo quizás, nos abramos de nuevo y ganemos así un poco más de autenticidad personal. Y, allí donde esté el eros, no estará lejos una tarea espiritual. Porque, tanto si es regresivo como progresivo, el eros nos exige que nos enfrentemos a una elección personal de algún tipo, normalmente ética o moral, en cada encuentro.

Una vez ganado el oro común, debemos aprender a entrar de nuevo en relación con la vida. Si miramos hacia atrás, a la época de la mitología, nuestro cuadro de referencia elemental, encontramos que Odiseo debe detenerse en medio de su viaje y visitar el inframundo. Allí debe hablar con su madre y buscar la orientación del vidente ciego Tiresias. El vidente le informa de que, una vez completada su búsqueda y restaurado su reino, tendrá que hacer un sacrificio a cada uno de los dioses y diosas. Dos cosas resultan evidentes cuando reflexionamos sobre este episodio. Antes de completar su búsqueda, tiene que volver a su naturaleza interior, dialogar con sus orígenes y pedir orientación. Después, cuando haya completado su viaje y sus tareas, tendrá que volver a cada una de las fuentes primarias de energía vital de su naturaleza, con humildad y respeto, para tener una relación más completa con ellas. Este procedimiento está trazado en su naturaleza y está trazado en la naturaleza de cada uno de nosotros. Debemos volver a nuestros anhelos, heridas y vulnerabilidades para que nos lleven a profundizar en nuestra tarea incumplida de llegar a ser verdadera y totalmente humanos. La adolescencia es una época de anhelos: anhelos de futuro y anhelos de unidad con el otro. También es una época de anhelo de salir de la infancia. Sin embargo, muchos de nosotros entramos en este periodo heridos, sin preparación y sin la fuerza necesaria para ese paso. Es posible que nos casemos para satisfacer este anhelo angustioso, a menudo pensando que estamos en la cima de las cosas. Ese matrimonio tiende a convertirse en una "prueba mitológica", ya que nuestro maestro interior trata de iniciarnos en la vida adulta. Nuestro maestro interior dispone de una lección para este pasaje en el mito de Eros y Psique, ya que Eros fue separado de su madre, Afrodita, y pasó por muchas pruebas y calvarios para lograr la maduración masculina. Del mismo modo, Psique recorrió su propio y arduo camino para separarse de su familia y de sus ilusiones y alcanzar la madurez femenina. Al final del cuento, parecen estar preparados para vivir felices a partir de entonces. Sin embargo, puede que no ocurra lo mismo con nosotros. Para nosotros, el significado psicológico interior de completar este plan de lecciones puede ser mayor que la experiencia exterior de una relación real. Una vez que hayamos terminado esta lección particular de nuestro maestro interior, es posible que nuestra vida exterior no sea de nuestro agrado: podemos enfrentarnos a un divorcio amargo o doloroso o a la necesidad de sacrificar una fantasía, un ideal o una ilusión apreciados. Nuestro maestro interior no toma las lecciones de la vida de los planes de estudio de nuestros padres, la iglesia, la sociedad o Walt Disney. En cambio, provienen de los patrones arquetípicos que buscan guiarnos hacia la individuación. El sexo siempre es difícil. Contiene el dolor y el éxtasis que nos inician continuamente en la vida, queramos o no. El sexo lleva a más personas a la crisis y a la insatisfacción con sus vidas y, por tanto, al análisis, la psicoterapia y el asesoramiento que cualquier otro tema. Puede llevarnos repetidamente a una confrontación con nuestra naturaleza interior y a sentimientos subterráneos que nos recuerdan, década tras década, que tienen mente propia, sin importar lo fuerte que se haya vuelto nuestra fortaleza defensiva.

El sexo tiene un poder numinoso y ominoso, poderoso, sobrecogedor y peligroso, un hecho que los primitivos reconocían y nosotros parecemos haber olvidado. Ellos lo trataban con reverencia; y aunque nosotros lo idolatramos, le tenemos poca reverencia. Como resultado, nos tortura, personal y colectivamente, y seguirá haciéndolo hasta que, individualmente, aprendamos a reverenciar nuestra propia naturaleza. La educación sexual, las técnicas y la literatura popular de autoayuda ofrecen poco alivio en este ámbito. La medicina, la psicología y la educación han seguido el ejemplo de las instituciones religiosas tomando nuestros comportamientos al pie de la letra, despojándolos de sus conexiones subjetivas y, a su manera, etiquetándolos de forma peyorativa como "funcionales" o "disfuncionales". Pero al atardecer de la vida deberíamos haber aprendido a tener mucho cuidado con la forma en que etiquetamos las cuestiones de eros que están en el corazón intemporal de la vida, especialmente los llamados actos de amor "disfuncionales". Una supuesta fechoría puede reflejar una necesidad interior y una rígida corrección puede sofocar el espíritu de la vida. Por ejemplo, las fechorías de Romeo y Julieta les llevaron, a través del amor, a una tragedia que detuvo una disputa y reunió a una ciudad dividida contra sí misma. Una infidelidad, bien entendida, puede transformar una vida o incluso un matrimonio. Las transgresiones sexuales pueden ser necesarias para que un adolescente se diferencie de una familia prepotente. O bien, las transgresiones sexuales pueden ser necesarias para amenazar a una sociedad demasiado rígida para que se abra. La "fidelidad" y la "infidelidad" son ejemplos de etiquetas que, cuando se toman de forma demasiado simple e inequívoca, pueden destruir una vida. Una perspectiva más sensata nos lleva a buscar un significado más profundo en lo que hacemos y hace que nuestras decisiones sean más profundas, aunque no más fáciles. Convierte nuestros impulsos en elecciones morales basadas en la voluntad de sufrir e imponer el sufrimiento a los demás. En esta línea, la analista Junguiana Irene de Castillejo21 nos ofrece una paradoja de cruce de límites para nuestra consideración. Sugiere que los cónyuges que protegen a su pareja del conocimiento de la infidelidad también pueden estar protegiendo a su pareja del dolor necesario para la individuación. La creatividad, la sexualidad y la espiritualidad son instintos esenciales en nuestra naturaleza. La sexualidad y la espiritualidad proporcionan el impulso hacia la creatividad que, en el arte de vivir y en la creación de la cultura, se expresa y simboliza en la imagen arquetípica del niño. Eros es la mayor herramienta del maestro interior, que la utiliza repetidamente para conectarnos con nuestro lugar en la red de la vida. Una y otra vez, eros nos lleva a nuestras ilusiones y la vida nos empuja de nuevo hacia fuera. Podríamos imaginar que en el funeral de nuestras ilusiones es donde recogemos otra pequeña medida de la realidad de la vida. También podemos conjeturar que el "realista empedernido", el cínico "sin ilusiones", vive en la mayor negación humanamente posible. Si podemos soportar la tensión de los funerales interiores, nuestros sentimientos juveniles volverán a nosotros para una mayor diferenciación y pueden eventualmente llevarnos a una capacidad de amor que exprese un creciente sentido de plenitud, eternamente simbolizado en el matrimonio real de los principios masculino y femenino.

La esencia intrínseca

Como todo material inicialmente inconsciente, nuestras características masculinas y femeninas sólo pueden llegar a la conciencia a través de proyecciones. Al principio, como proyecciones, son externas y están fuera de nuestra conciencia. Como resultado de nuestro desarrollo de la conciencia, se reconocen lentamente, se retoman como propias y se reformulan en nuestra personalidad. Eros, siguiendo sus patrones creativos inherentes a lo largo del tiempo, suele ser nuestra energía de conexión con estas figuras. En nuestras vidas, sigue más o menos un plan elemental, adaptado a nuestra situación particular por nuestro maestro oculto. En una conceptualización general del progreso de la vida, podríamos suponer que nuestra primera conciencia de ser azotados por el eros aparece cuando nos enamoramos inicialmente. En este camino particular, podemos acabar casándonos con uno de los "otros". A medida que la vida avanza y nos acercamos al mediodía, podemos descubrir que el romance se ha desgastado. En términos psicológicos, esto significaría que las proyecciones se han agotado. Entonces podríamos buscar un nuevo "otro" en el que proyectarnos, esperando así avivar nuestra atrofia, o podríamos elegir una segunda alternativa. Podríamos empezar el difícil proceso de recuperar nuestros contenidos proyectados y amar a nuestra pareja de una manera más profunda y personal. Eso implicaría amar a nuestra pareja por su ser humano, por el papel que ha desempeñado en nuestras vidas compartidas, y ser amorosos en lugar de enamorados. Esta pauta, que he presentado sólo como una versión demasiado simplificada, parece ser considerada por muchos psicólogos como el curso normal para el comienzo y la maduración del amor en las relaciones. Jung y muchos otros han escrito sobre estos temas y, aunque son importantes, las direcciones que deseo explorar son diferentes. Quiero estar más en sintonía con los puntos de inflexión y las curaciones que nos presenta el eros y el deseo que teje nuestro ser, interior y exterior, en la red de la vida. Comencemos imaginando a una joven profesional. Su vida ha sido una larga migración desde la maraña de la infancia. Su padre fue uno de esos hombres intermedios del ejército, un suboficial. No pertenecía ni al cuerpo de oficiales ni al de alistados, sino que era un especialista en máquinas. Casi nunca estaba en casa. Cuando estaba en casa, generalmente estaba borracho o se encontraba en esa dirección. Uno de sus primeros recuerdos era seguirle mientras trabajaba en la pila de coches de su patio. Ella estaba más allá de la etapa infantil y era la ayudante de su padre, que iba a buscar las herramientas que él quería. Sus comunicaciones con ella eran guturales, y a menudo maldecía cuando ella cometía el error de presentar la herramienta equivocada con sus pequeñas manos. Nunca la atesoró como se debe atesorar a un niño, ni respondió a su adoración sencilla e infantil. Sin embargo, ella no se rindió y le ayudó fielmente durante años. De este mundo temprano de su padre, los hombres y las máquinas, conservaba un sentimiento de insignificancia conmovedor; una pregunta inquietante se había estructurado en su psique como un disco rayado: "¿Y yo qué?". Esas preguntas tempranas ensombrecen todas nuestras relaciones hasta que las resolvemos. Las experiencias con nuestros padres son las primeras que tenemos de eros y nos imprimen sus modelos mientras nos formamos. Estos modelos duran mucho tiempo, y enfrentarse a ellos requiere que se

dirija una energía sustancial hacia el desarrollo de la conciencia. Son el patrón de nuestras relaciones con nosotros mismos y con los demás. Podemos imaginar cómo afectaron estas experiencias emocionales tempranas a su desarrollo interior, que fueron como colocar una piedra encima de una planta de semillero cuando empezaba a crecer. Al principio de la adolescencia, cuando su identidad luchaba por desarrollarse y encontrar su camino alrededor de esta piedra, conoció al joven con el que más tarde se casaría. En busca de alimento y seguridad, se involucró profundamente con él y se incorporó a su familia. Él era el hijo tranquilo y sosegado de una pareja estable y cálida, aunque algo alejada. El sexo selló rápidamente su atracción por ella. Se casaron al final de la adolescencia y se ayudaron mutuamente en la universidad, en los estudios de posgrado y en las profesiones. Ella se había convertido en contable pública en un puesto que le daba mucha libertad y dinero y la posibilidad de moverse. A medida que la mañana de su vida se adentraba en la tarde, se vio envuelta en un amorío del que no podía salir, y este aprieto la llevó a mi oficina. El asunto parecía haber seguido su curso. Podía ver al hombre como lo que era, bastante guapo, no demasiado brillante y con poca consideración por las mujeres. Estaba casado, tenía hijos y, según había descubierto, estaba involucrado con varias mujeres además de ella. Por desgracia, ni siquiera este conocimiento la ayudó a renunciar a él. A su manera, era un maestro en el arte de la ambigüedad y de mantener a las mujeres enganchadas en una búsqueda desesperada de lo que parecía ser una relación potencial. En cierto modo, ella incluso lo veía como algo lamentable y quería ayudarle a madurar o a desarrollar la capacidad de apreciar la vida y el amor. (Con el paso de las décadas, había llegado a ver a su padre también como lamentable, pero más allá de su capacidad de ayuda). Mientras tanto, a sabiendas de su aventura, su marido mantenía su posición de hombre bueno y estable. Se mantuvo paciente, esperando mientras ella pasaba por lo que él consideraba una etapa. Como es de suponer, ahora se había convertido en un ejecutivo trabajador y exitoso que rara vez estaba en casa y que se había perdido más de una década de sus peticiones camufladas de atención: "¿Y yo qué?" Fiel a su herencia (la herencia que al principio le resultaba tan atractiva e importante), nada le hacía tambalearse, ni siquiera las necesidades de su mujer o sus asuntos. Una tarde estaba sentado en mi despacho viendo llover y reflexionando sobre qué clase de hombre (en realidad de hombres, pues he escuchado esta historia más de una vez) piensa que su mujer está pasando por una etapa cuando tiene una aventura, especialmente cuando esta etapa parece continuar año tras año. Mientras me relajaba y rumiaba, escuché esa voz femenina desde lo más profundo de mi propia psique que me decía: "Los hombres son tan retrasados emocionales. Convierten a sus esposas en brujas y perras con su comportamiento ciego y su enfoque único y obstinado de la vida." "¿Qué enfoque?" pregunté en silencio. "¡El que llaman racional o sensato!", replicó ella. "¡Esta pobre mujer lleva años intentando que su marido se dé cuenta de que hay cosas más valiosas en la vida que las que incluye su estrecho enfoque y él cree que está pasando por una etapa, por el amor de Dios! Ni siquiera tiene el sentido común de enfadarse".

"En eso tienes razón", respondí. "Yo mismo no lo entiendo. Pero, ¿por qué las mujeres no dicen simplemente lo que quieren?". Ella respondió: "En primer lugar, no queremos que seas simplemente una especie de androide complaciente y codependiente, que sólo intenta mantenernos contentas y aplacadas. Queremos que nos aprecien y respeten y que nos traten de una manera que lo demuestre. Además, no queremos tener que ser felices todo el tiempo sólo para que tú puedas estar de buen humor. Queremos que se interactúe con nosotras en cualquier realidad que estemos viviendo". "Lo sé", pensé para mis adentros. Sabía que muchas mujeres quieren poder discutir con un hombre sin que la discusión esté orientada a la violencia o a ganar y perder. Quieren que los hombres se muestren afectuosos y que se dirijan a esmerar la claridad y el aprecio personal y relacional. Este proceso también puede ser extremadamente útil para los hombres si alguna vez pueden aprenderlo. Continuó. "Por otro lado, tenemos miedo. La gente abandona tan fácilmente hoy en día. Es muy difícil amarse a uno mismo, o a cualquiera, cuando el abandono parece estar siempre acechando a la vuelta de la esquina. Son tiempos de miedo para el amor y los valores. Las mujeres han aprendido bien que "el mejor hombre para el trabajo es una mujer". El amor y el romance más allá del nivel físico se han vuelto bastante aterradores. Todo el mundo está asustado". "Hmm", respondí. "No olvides que soy una parte de ti", remató. "Da miedo", pensé. Mientras la joven de mi historia continuaba su trabajo analítico, tuvo el siguiente sueño: Estaba sola en mi casa a altas horas de la noche. Recibí una llamada telefónica diciéndome que había un merodeador en el barrio, un hombre muy peligroso. Me sentía segura. Sabía que las puertas y las ventanas estaban cerradas. Entonces me di cuenta de que había dejado la puerta trasera sin cerrar. Bajé corriendo las escaleras y me encontré en el salón. Casi de inmediato me di cuenta de que estaba desnuda de cintura para abajo y que él ya estaba en la casa. Este sueño marcó un punto de inflexión en su experiencia y sentó las bases para que pudiera enfrentarse a su miedo al poder masculino y a la vulnerabilidad que sentía por no haber sido valorada por su padre. La imagen del intruso en los sueños de las mujeres suele anunciar el inicio de un proceso de transformación de su personalidad que está curando una herida dejada por su padre. El intruso representa la energía masculina primitiva que necesita ser reconocida y refinada hasta apoyar su autenticidad con el poder personal. Una vez iniciada esta transformación, ya no estaba obligada a buscar la afirmación de los hombres en su vida exterior. Su trabajo analítico prosiguió y su problema exterior se resolvió al transformarse en un conflicto interior, más cercano al hábitat de la cuestión más profunda. Fue guiada en esta dirección por el eros, su atracción por los hombres, y por su capacidad de captar la lección ofrecida por su maestro interior. Por supuesto, este punto de inflexión no era un final. Fue un comienzo, y a medida que ella continúa cambiando quién es, debe seguir el cambio de cómo está viviendo.

En este ejemplo, podemos trazar el esquema que seguía el plan de la lección interior y el entrelazamiento de eros, crecimiento y curación. Comenzando en el mundo exterior de la infancia, la esencia masculina (o animus) dentro de esta mujer fue impresa por su padre. (La experiencia emocional de una mujer con su padre es la base del desarrollo de su animus y de sus actitudes "masculinas" hacia sí misma). Las heridas que sufrió en sus encuentros buscaron curarse cuando entró en la adolescencia y la vida quiso continuar de forma más creativa. Una vez solidificada su identidad y comenzada su curación (a través de su marido y su familia), el impulso la llevó a la edad adulta. Luego, a medida que su vida adulta se consolidaba, un anhelo de nueva vitalidad y de mayor curación estalló de nuevo como una atracción externa hacia un amante. Esta atracción no podía abandonarse sin una regresión psicológica, hasta que se produjo un cambio tanto interior como exterior, una transformación en su psique según las líneas que he esbozado. En esta situación, podemos suponer que fue doblemente afortunada. Ya tenía una dirección interior y la capacidad de trabajar en el análisis, y ella y su marido se valoraban lo suficiente como para mantener la tensión de su relación y trabajar en ella. Así, mientras la tensión se relajaba en su lucha con los hombres externos de su vida debido a su dedicada atención a la curación, la puerta de su trabajo interior se abrió con el sueño del intruso. Con este acontecimiento interior, su análisis se enfocó más claramente como un proceso de crecimiento y enriquecimiento, como la individuación. Se había producido una curación interior y un nuevo tipo de energía masculina había penetrado en su espacio psíquico. Cuando la cultive y se relacione con ella, esta nueva energía masculina pasará a formar parte de su personalidad. Traerá un nuevo sentido de lo sensual, lo físico y lo poderoso para ayudarla a ser “una dentro de sí misma”, y a medida que se transforme, sus relaciones personales y de otro tipo- tendrán que cambiar también. Por muy "firme" que haya sido su marido, él tendrá que abrirse a un nuevo nivel de crecimiento e intimidad o volver a enfrentarse a tensiones crecientes en el matrimonio, aunque el crecimiento de ella la haya llevado a una comprensión más profunda del lugar que ocupa él en su vida y a un mayor aprecio por él como persona. Estas lecciones no son sólo para las personas en la primera mitad de la vida. El crecimiento puede seguir el camino del eros siempre que estemos abiertos a él. Conozco a un señor de setenta y cinco años que ha pasado los últimos tres años resolviendo, en una serie de esculturas, una relación amorosa de la adolescencia que acabó mal. En su vida exterior se resolvió hace tiempo y posteriormente tuvo un matrimonio largo y vital. Pero en el fondo, había vivido una capa de melancolía que ahora llegaba a su fin, expresada en piedra, después de seis décadas. Mis reflexiones en este sentido me trajeron a la mente una experiencia reciente que tuve con otro hombre, un analizando que es unos años mayor que yo, en la tarde de la vida. También es terapeuta. Nos acercábamos al final de la hora analítica. Sentado frente a mí, consciente de que dentro de unos días cumplirá sesenta años, miraba más allá de mi hombro y a través de la ventana que había detrás de mí. Miraba más allá de los tejados de la ciudad, entre dos campanarios de iglesias, y hacia las montañas del fondo. Mientras hablaba, sus ojos no volvieron a la habitación hasta que se dispuso a marcharse, Decía: "He pensado en ella de forma intermitente durante casi toda la semana. La semana pasada sólo la vi brevemente en un sueño. Hacía meses que no pensaba en ella. Hace más de veinte años que nos conocimos, poco después de que mi primera esposa y yo nos separáramos. ¡Dios! Qué pesadilla fue ese tiempo.

"Ni siquiera hicimos el amor. Pasamos nuestro último día juntos tumbados uno al lado del otro, desnudos. Ella estaba casada y yo estaba enloquecido. ¡He terminado con esta obsesión! Comí con ella hace dos años y no hubo nada. "Toda la semana he querido llamarla", continuó. "He cogido el teléfono una docena de veces entre sesión y sesión. No ha funcionado. Es sólo una proyección. ¡He trabajado en esto! ¡Lo he terminado!" "Oh, mierda", pensé. La gente que habla del amor como si fuera sólo una proyección se equivoca. Los terapeutas suelen ser los peores en este sentido. Demasiados quieren saltarse la vida y llegar directamente a los conceptos, casi como si pensaran que pueden empezar por el final. Esto no funciona. No hay crecimiento ni futuro en este enfoque. La vida requiere un compromiso de participación. No es una experiencia abstracta. "¿Realmente lo has terminado?" pregunté. "Suena como si algún tipo de anhelo siguiera ahí, estuviera aquí ahora mismo". "¡No, he terminado con eso!" Me esforcé un poco. "No parece que 'eso' haya terminado contigo. Tal vez haya algún tipo de hilo aquí. ¿Podemos buscarlo?" "¿Debo llamarla?", preguntó. "Llamarla no significa que tengas que huir con ella. ¿Cómo te imaginas que te sentirías? ¿Cómo era antes?" "Me sentía con vida, loco, alborotado... ¡vivo! Se nos acabó el tiempo. Tengo una reunión. Tengo que irme". Agradecido por el reloj, se apresuró a salir. Evidentemente, en esas últimas palabras dijo una verdad y se sintió aliviado de que su apretada agenda profesional le evitara tener que enfrentarse a ella. La imagen de una mujer dentro de un hombre, su ánima, funciona de manera similar a la imagen masculina en evolución que trazamos en la historia de la joven. Estas imágenes comienzan con una huella paterna de la madre del hombre. Presentes o ausentes, los padres dejan una huella que, en mayor o menor medida, coincide con el plano elemental de su estructura psíquica. El grado de coincidencia o desajuste afecta a su desarrollo psicológico y a la forma en que tendrá que trabajar con él en el futuro. Una hermana o un hermano suelen ejercer una influencia modificadora sobre esta impronta y ayudan a que la imagen interna de lo femenino que se está desarrollando salga del ambiente paterno hasta proyectarse sobre un "amado" fuera del hogar. La experiencia con los hermanos también le ayuda a tener un poco más de fundamento en sus proyecciones, ya que sus experiencias con los mismos pueden recordarle que el "otro" anónimo por el que se siente atraído puede tener un lado muy humano que no está viendo. Si la herida temprana de un hombre es lo suficientemente grave, puede tener demasiado miedo de abrirse a una "amada" y apegarse a alguien desde un punto de vista emocionalmente compensatorio. Por ejemplo, un hombre con una madre fría y exigente puede buscar una amante o una esposa que le nutra cálida e incondicionalmente. De una forma u otra, el ánima de un hombre se proyecta generalmente hacia el exterior en la adolescencia y comienza a tejer su camino de

desarrollo a través de su vida. Si toma conciencia de ella y se relaciona conscientemente con ella, se convierte en el puente que le conecta con sus profundidades. También compensa su personalidad o identidad social, su persona, tratando siempre de aportar equilibrio y vitalidad a la misma. Creo que el terapeuta de la historia anterior se había acomodado y aislado demasiado en su identidad social y profesional. Su maestro interior puede haberle presentado la imagen de esta mujer -en términos psicológicos, una figura de ánima perturbadora- en un esfuerzo por instar su infidelidad a la seguridad asfixiante de sus convenciones autoimpuestas. Su imagen crea un anhelo de devoción, amor, romance, riesgo, perdición y vitalidad. En general, la amada promete esta vitalidad. La aparición o, sobre todo, la reaparición de una imagen antigua simboliza una necesidad. Hace aflorar un anhelo de vitalidad y el deseo de un futuro creativo. Nos lleva a estar atentos a los patrones que surgen en nuestro interior y a saber que debemos hacer que estas cosas sean lo más importante en nuestra vida. La aparición de estas imágenes nos despierta, recordando nuestra necesidad de volver repetidamente al manantial de nuestra naturaleza, el inconsciente, para revitalizarnos. Si no lo hacemos, nos veremos poseídos por estos aspectos de nosotros mismos o por la depresión que conlleva, porque los estamos estrangulando. Nuestro reconocimiento de estas figuras de animus y ánima es crucial en la tarde de la vida, pues es el momento en que podemos aprender a no adorarlas externamente y a no sucumbir a ellas internamente. Podemos desarrollar una apreciación consciente de ellas y, por tanto, una relación con ellas. Entonces, una depresión o una atracción pueden transformarse de anhelo inconsciente en devenir interior. Estas imágenes provienen de un mentor interior que quiere convocar un futuro más vibrante para nosotros, quiere que surjan cosas nuevas dentro y fuera de nuestras vidas, y quiere observar las leyes internas de nuestro ser en lugar de los caminos aburridos en los que tan fácilmente buscamos la satisfacción. Más tarde, después de terminar mi última hora de trabajo, me senté a reflexionar durante unos minutos, para cerrar mi día. Mi mente comenzó a desviarse de su enfoque de trabajo. Recordé la sesión anterior. "Qué bonito", pensé. "Dos niños de mediana edad, perdidos en el bosque de la vida, tumbados desnudos, uno al lado del otro, durante todo el día, consolándose mutuamente". " Papilla sentimental", replicó mi "Ella" interior, entrometiéndose en mi ensoñación. "Las mujeres están hechas para hacerles el amor, no para espiritualizarlas de una manera almibarada y sentimental y luego abandonarlas porque no tienes las agallas para tocarlas". "Los hombres necesitan espiritualizar a las mujeres algunas veces", respondí. "Si no lo hiciéramos, si Dante no hubiera espiritualizado a Beatriz, no tendríamos la Divina Comedia y otras innumerables obras de arte". "Hoy no he visto ningún Dante en tu despacho. Ve a ver Zorba otra vez", se burló. "Estoy tratando de relajarme", respondí. "Vuelve a tu cueva, catedral o lo que sea, y déjame en paz". Cuando se marchó, oí un claro: "Pff't, pff't". El sonido me recordó a Irene Pappas, la maravillosa actriz griega que tan poderosamente interpretó a la viuda en la versión cinematográfica del libro de Nikos Kazantzakis, Zorba el Griego. Ese sonido

transmitía la venenosa intensidad mediterránea que expresaba al escupir a los hombres que la acosaban en la taberna del pueblo. Era un simple acto expresivo que transmitía más desprecio furioso que una marcha feminista en Washington. " ¡Maldición!" Pensé: "Una figura de ánima como Irene Pappas podría parar a un hombre en seco". Gran parte de la obra de Kazantzakis me persigue cuando estoy en un estado de ánimo reflexivo. En esos momentos me visita con frecuencia el espectro del violento destino de la viuda. Claramente, ella personificaba la imagen de Afrodita, la diosa del amor, la vida, la fertilidad y la renovación, que ejemplifica el eros individualizador que nos impacta personalmente y nos entreteje en la red de la vida. Mucho antes de la llegada del panteón griego, ya era una diosa madre que hilaba la madeja de la vida. La película se repite fácilmente en mi mente. Veo a esa mujer intensa, independiente y hermosa brutalmente asesinada ante y por la gente del pueblo. Fue asesinada por negarse a vivir las fantasías románticas o sexuales de los hombres de aquella taberna, al tiempo que seguía siendo un símbolo vivo de amenaza emocional para las mujeres. Las ancianas comenzaron a apedrearla, gritando: "¡Mátenla! ¡Mátenla!", pues se habían vuelto asesinas en la amarga trampa de las costumbres, en lugar de ser sabias con sus años. El asesinato tuvo lugar en el patio de la iglesia. Los sacerdotes que dirigían la misa fúnebre no se detuvieron a intentar salvarla. Siguieron adelante, sordos y ciegos a la agonía de la vida. El funeral en sí era para un chico demasiado joven y débil para abrazarla, un chico que, en un estado impotente de amor y desesperación, se había ahogado en el mar. El "jefe", el hombre contemplativo, el hombre de los libros y la perspicacia, no tenía ni la presencia ni la autoridad física para ayudarla. Envió a un pobre hombre joven y medio tonto a buscar a Zorba, el hombre canoso de la acción. Incluso Zorba, aunque fuerte, estaba solo y no tenía recursos suficientes para rescatarla. Fue degollada por el alguacil, el hombre cuyo deber era hacer cumplir la autoridad colectiva. Zorba y el jefe representan dos modos de masculinidad que están en profundo conflicto en nuestra época. (Aunque incluso muchas mujeres, al tratar de ser justas o de ver los dos lados de la cuestión, asesinan sus valores femeninos básicos, los valores que podrían ayudarles a cambiar sus vidas -o más exactamente, a vivir verdaderamente sus vidas-. Estas mujeres se pierden en un mar de indecisión, aisladas de su función de sentir, la puerta del eros. Esta postura sólo puede conducir, en algún momento, a una respuesta combativa, airada y desesperada hacia la vida). Kazantzakis retrató una escena fundamental en nuestro tiempo. Lo femenino, portador de la imagen del eros individuante, yace asesinado, desangrándose en la tierra frente a una masculinidad fragmentada e impotente. Simbólicamente, esta historia se repite en el alma de cada uno de nosotros, independientemente de nuestro género. Diariamente me encuentro con hombres y mujeres que, sin saberlo, asesinan su alma femenina en aras de la practicidad, las costumbres, la identidad, los logros y la igualdad, presentando una paradoja de tristeza en la época del feminismo. Al darme cuenta ahora de que la oscuridad había llegado, me sentí cansado, listo para ir a casa. Recordé que Ella nunca está lejos y que aún no hemos comprendido lo que significa plenamente su presencia ni cómo vamos a crecer más allá del pasado que hemos creado hoy.

Momentos de la verdad De nuestro pasado fluye un río de historias populares, literatura, arte y música que abarca muchos siglos. El tema del eros, del destino y de su entrelazamiento para conformar el destino humano es constante a lo largo de los milenios. Aun así, en esta época de literalidad y personalidades institucionalizadas, tratamos de vivir en una nube de negación, que despoja a nuestras vidas de los significados del corazón, el símbolo eterno de la vitalidad y el valor. El río de la expresión creativa nos dice que los puntos de inflexión en nuestros dramas personales son producto de grandes momentos de eros. Un acontecimiento reciente en mi vida me recordó lo mucho que echamos de menos la verdad de estas experiencias. Un amigo me llamó por teléfono para quedar a comer en una agradable cafetería de la ciudad. Es un hombre grande como Hemingway, de mediana edad, cuyo bigote añade un toque de elegancia a su rostro. Pero en contraste con ese tamaño y apariencia, tiene un ambiente un tanto inquisitivo, con aspecto de estar un poco confundido por estar en este planeta. Quería charlar conmigo sobre un amigo en común que vivía actualmente con él. Mi amigo Hemingway comenzó su vida adulta como arquitecto y había pasado a mezclar esta profesión con la de urbanista. Alrededor del mediodía de su vida, decidió que la pintura era una llamada más fuerte y poco a poco se fue moviendo en esa dirección. Bloqueado como pintor, pasó a la escultura, su vocación actual, en la que se bloqueó de nuevo. Al principio de su vida adulta, se trasladó a un pequeño país insular del Caribe y procedió a pasar a través de varios matrimonios. Durante un tiempo estuvo socialmente cerca de los funcionarios del gobierno, y esas relaciones se tradujeron en encargos para una serie de proyectos de construcción oficiales. Durante este mismo periodo, en un arrebato por un pequeño asunto, renunció a su ciudadanía estadounidense. Este acto fue puramente personal y no tuvo nada que ver con los grandes problemas a los que se enfrentaban los estadounidenses en los agitados años 60 y 70. Poco después, como suelen hacer los regímenes de esa zona del mundo, el gobierno de este pequeño país cambió. El nuevo gobierno lo echó por sus antiguas afiliaciones y regresó a EE.UU. Hoy en día, nuestro círculo de amigos se divierte con el hecho de que es la única persona que conocemos que es oficialmente un extranjero en su propia ciudad. En cambio, nuestro amigo en común había seguido un modelo de vida más tradicional que incluía el matrimonio, una familia y ser socio de una gran agencia de publicidad, donde trabajó durante más de dos décadas. Comenzando en su departamento creativo, se metió en un camino profesional ilustre que lo llevó a la posición de socio gerente. Antes de que se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, ya era una persona acomodada en el norte de la ciudad. Las ventajas de su nuevo estatus incluían ser socio de un club de campo, colegios privados para sus hijos, responsabilidades administrativas y estar aburrido hasta la médula. Después de sentirse estancado durante unos años, se enamoró de una mujer que era nueva en la ciudad y trabajaba en una agencia de la competencia. Algunos de nuestros amigos pensaban que era sexy y coqueta de una manera peligrosa, genial y devoradora. Otros pensaban que era una persona encantadora, amable, creativa y cálida. En cualquier caso, estaba claro que tenía una mente propia.

Nuestro amigo dejó su familia y su empresa y, lleno de energía creativa, empezó a perseguir su viejo sueño de escribir una novela. Pero un día, de repente, su novia le abandonó. De hecho, se fue de la ciudad con el antiguo socio de una gran empresa de contabilidad. Nuestro amigo estaba desolado. Ahora vivía en un pequeño estudio de una habitación en el patio trasero de nuestro amigo escultor. El escultor me dijo que el hombre estaba allí día tras día. Me dijo: "Ha llenado de colillas todo lo que hay en el lugar. Ceniceros, tazas, platillos, vasos, cuencos, platos, botellas. Fuma y bebe whisky, luego sale a por más y vuelve a empezar. "¿Sigue escribiendo?" pregunté. "Sí, más que nunca". " ¿Estás preocupado?" Continué. "¿Crees que deberíamos hacer algo?". "Diablos, sí, estoy preocupado", respondió. "Pero no por él". "¿Entonces por qué?" exclamé. Sus ojos, amoratados por la emoción, se alzaron lentamente hasta quedar a la altura de los míos. "Tú eres el analista", dijo, con una severidad que coincidía con mi sorpresa. "Estoy preocupado por mí. Ojalá pudiera amar así". La mirada de mi amigo me recordó la conmovedora frase de Jung en El hombre moderno en busca de un alma: "¿A quiénes se les perdonan sus muchos pecados? A los que han amado mucho. Pero a los que han amado poco, sus pocos pecados se les echan en cara". El amor nos abre a la vida de una manera que ninguna otra cosa puede. Una vez que lo encerramos o lo perdemos, por muy buena que sea la razón y por muy interesantes y exitosos que parezcamos, tememos profundamente no volver a encontrar la llave. Y si no tenemos cuidado, eso es exactamente lo que puede ocurrir. Ni Freud ni Jung pensaban que debíamos atrincherarnos o aislarnos del poder transformador de nuestros instintos. En respuesta a nuestro miedo, Jung señaló: "El amor, según sabemos, es el poder del destino". Con frecuencia hay una historia dentro de otra historia, y puede que hayas detectado un segundo tema en mi relato. Visualicemos los acontecimientos que he relatado como si fueran un cuento mítico y busquemos un tema subyacente. Si pasamos de un punto de vista literal a uno simbólico, se puede considerar que la mujer representa la vida. En este caso, un hombre la abraza, sintiendo primero éxtasis y luego desesperación. Otro hombre observa y desea participar también en ese abrazo. Por supuesto, esta historia no debe ser literalizada como una guía concreta para vivir. Pero pretende ser un comentario simbólico para ayudarnos a comprender nuestra naturaleza y, en particular, el valor que se requiere para aceptar la desesperación como parte del precio del éxtasis, y a menudo como parte del precio que hay que pagar por la creatividad y la autenticidad personales.

Eros, a su manera, siempre intenta llevarnos a casa, a nosotros mismos. El principio masculino, como elemento mítico, representa el logro creativo, la materialización de los potenciales. Cuando la energía masculina no está al servicio de la vida, eros intenta romper el enfoque convencional, quizás con una figura de Circe o de una tentadora, como en mi historia. Simbólicamente, la mujer representaba la vitalidad que, una vez vislumbrada, seducía al hombre en un proceso que fracturaba el molde convencional en el que se había atrapado y liberaba su creatividad. Dicha fractura causaba dolor y sufrimiento porque fragmentaba la imagen de sí mismo que tanto le había costado construir. Este dolor suele seguir al éxtasis del momento de la liberación. Y ese proceso también perjudicó a los demás, porque ya no era la persona que imaginaban que era: ya no era fiable a sus ojos. Por el contrario, mi amigo Hemingway parecía ser un hombre que había vivido una vida inusual e incluso creativa. Pero se dio cuenta de que nunca había amado la vida lo profundamente suficiente como para liberarse de la imagen de sí mismo y arriesgarse a la desesperación. Tenemos "campos", profesiones, carreras y un sinfín de expectativas sociales puestas en nosotros. Podemos intentar "elevarnos por encima" de nuestro ser erótico o negarlo, pero seguir cualquiera de estas direcciones nos aleja de nosotros mismos, al igual que lo hacen a veces las exigencias de nuestra vida profesional y nuestra posición social. El eros es una herramienta para devolvernos al estado de ser humano, a nuestra patria. El eros individualizador genera un lenguaje y un afán que acaba por penetrar en la superficie de nuestra vida. ¿Anhelamos el sexo, la unión, la plenitud, el crecimiento, el éxito, o quizás sólo la vida? En cualquier caso, cuando el eros se apodera de nosotros, debemos permitir que nos mueva, ya que nos pide que rompamos nuestros límites. Al hacerlo, descubrimos que estamos buscando una forma -a menudo soñada y fantaseada, pero en realidad aún desconocida- de trascendernos a nosotros mismos. Como vimos en la historia anterior, el eros no puede evaluarse ni medirse en términos convencionales. Y no se trata simplemente de "conseguir lo que se quiere". Requiere que abracemos la vida y dejemos que nuestra relación madure, confiando en que a la esterilidad del invierno le seguirá el florecimiento de la primavera. La pasión y el dolor del amor nos torturan y purifican al quemar nuestra lealtad unilateral a lo que nos aleja del corazón humano y de la autenticidad personal. A veces, el eros nos atrapa en una caldera interior en ebullición. Podemos desear huir de la persona a la que estamos atados por la dependencia y el sacrificio que supone nuestra permanencia. Eros nos obliga a tomar conciencia del camino que hemos trazado inconscientemente como parte de nuestro destino. Nos lleva a arriesgarlo todo y, en este proceso, nos devuelve a nosotros mismos. En tiempos pasados, el amor y la embriaguez se consideraban grandes procesos curativos para el alma y el cuerpo. Eros, el dios del amor, también era conocido como el "purificador del alma", y Dionisio, el dios del vino, tenía la llave que fragmentaba las formas que nos envuelven. Las penas de amor y de pérdida penetran hasta nuestro centro si podemos soportarlo. La autoconciencia nos ayuda a sanar de una manera que produce fuerza interior, una ampliación de la conciencia y un descubrimiento de las emociones y del significado más profundo dentro de nosotros mismos.

En los tiempos primitivos, las ceremonias de iniciación masculinas enseñaban el valor y la resistencia al dolor, mientras que las femeninas enseñaban la paciencia y la espera, centrándose en los ciclos de la naturaleza, así como en la resistencia a la pena sentimental. Tal vez haya llegado el momento de que todos nos iniciemos en ambas formas. Tal vez el eros nos lleve a esta tarea. Si es así, las relaciones pueden conducir a una mayor conciencia de sí mismo en lugar de exigir su asfixia, como parecían propugnar nuestras estructuras sociales y religiosas del pasado. Puede que nos encontremos menos propensos a ser presa de relaciones destructivas dentro y fuera. Y aunque las relaciones tienen mucho que enseñarnos, todas las lecciones no tienen por qué ser amargas. Muchas personas parecen cometer el error de elegir el camino de la amargura como defensa y no como forma de aprender. Acaban "enamorándose" de sus actitudes cínicas y de su autocompasión, que con frecuencia se manifiesta en sueños espantosos, que reflejan las imágenes colectivas que prevalecen en las películas de terror: asesinas, violentas y, a menudo, seductoras y sexuales.

Resumen - Conectando con el centro

Anima y animus son términos psicológicos. Representan nuestros esfuerzos por comprender los principios elementales que se encuentran debajo de las características internas que son fundamentalmente opuestas a nuestra experiencia consciente de nosotros mismos. Representan, en términos generales, principios femeninos y masculinos que son demasiado amplios para ser contenidos en una sola persona y demasiado complejos para definir un género en sentido literal. Una vez que hemos abierto nuestro ojo interior en su dirección, pueden parecer irremediablemente complejos, pero la familiaridad con ellos puede aliviar esa confusión y aumentar nuestra sensación de asombro sobre nuestra propia naturaleza. Se encuentran entre los estratos elementales de nuestra naturaleza que forman parte del inconsciente colectivo, que representan y resumen las características de toda la humanidad. Hasta que no tomamos conciencia de nuestro funcionamiento interior, experimentamos estos (y la mayoría) sucesos internos como exclusivamente subjetivos y a través de diversos estados emocionales que tienden a apoderarse de nosotros a pesar de nuestros mejores esfuerzos. El desarrollo de estos dos elementos interiores ("patrones arquetípicos", en la jerga Junguiana) comienza con la experiencia emocional de nuestros padres y continúa a lo largo de nuestra vida. A medida que maduramos y tratamos de abandonar el entorno psicológico de nuestros padres, estos elementos nos llevan a la vida a través de los tipos de proyecciones que he esbozado. Con frecuencia, desembocan en patrones fundamentales que captan nuestra vida emocional, patrones que son infinitamente variados y no son exclusivos en su alcance. En uno de esos patrones, queremos que nuestro "otro" sea un amante de ensueño, que tenga la tarea de satisfacer nuestros anhelos instintivos y el ciclo cósmico impreso en nuestra naturaleza. Queremos que este "otro" nos dé el amor y la comprensión necesarios para satisfacer nuestra hambre psicológica, para gratificar nuestro deseo de armonía, certeza y placer. A cada paso de nuestro camino, cuando descubrimos que esa persona no lo hará por nosotros, nos enfadamos y nos resentimos. A menudo, pensamos en dejarle para encontrar a alguien "más adecuado" para nosotros.

Pero si persistimos lo suficiente en el desarrollo de la autoconciencia, empezamos a darnos cuenta de que esta persona no puede completarnos y satisfacernos, ya que ninguna otra persona puede hacerlo. Debemos madurar y convertirnos en un individuo por sí mismo, capaz de afrontar o curar nuestras necesidades y hambres psicológicas. Eros puede señalar el camino, pero no hará nuestro trabajo psicológico por nosotros. Es difícil darse cuenta de este hecho. Más difícil aún es renunciar al sueño de encontrar a alguien, en algún lugar, cuya presencia nos permita experimentar la plenitud que anhelamos. Del mismo modo, sería un error utilizar este conocimiento como justificación para permanecer en una relación destructiva. Tal vez la naturaleza esté destinada a engañarnos, ya que, si avanzamos lo suficiente, siempre parece que nos encontramos con una paradoja. Tras años de lucha y perseverancia, personal y profesionalmente, he llegado a la conclusión de que nuestra atracción por el "otro" puede, en efecto, conectarnos con nuestro yo más profundo, no satisfaciendo nuestras necesidades, sino forzando finalmente nuestra búsqueda hacia nosotros mismos. Nuestra hambre de armonía y certeza es a menudo un hambre disfrazada de sentido y creatividad. Si esto es cierto, el "otro", al negarse a satisfacer nuestros deseos (o ser incapaz de hacerlo) y seguir siendo quien es, puede conectarnos con nuestro yo más profundo, el contenedor del camino infalible hacia el sentido, la autenticidad y la vitalidad. Esos "otros" también nos obligan a desarrollar nuestro propio punto de vista en la vida, incluyendo todo el trabajo interior y exterior que conlleva esa empresa. Nuestro sueño de amar y ser amado se basa en muchas imágenes psicológicas confusas que representan nuestra historia y desarrollo emocional. Debemos diferenciarnos de estas imágenes para entendernos a nosotros mismos y evitar ser víctimas de nuestra herencia psicológica. Una segunda parte del patrón fundamental que siguen nuestras proyecciones implica que queremos que nuestro cónyuge o amante cumpla con estas imágenes de una manera sensible y receptiva especialmente, en muchos casos, de una manera en que nuestros padres no lo hicieron. Es posible que queramos que nuestro cónyuge o amante sea totalmente comprensivo y un apoyo emocional que lo potencie todo en nuestra vida. O puede que queramos que sea incondicionalmente cariñoso y que nos acepte, aportando sensualidad, espontaneidad y felicidad, hayamos o no aprendido estas artes de vivir nosotros mismos. Sin embargo, finalmente debemos aprender que el "otro" -o incluso todos los "otros"- no puede ser nuestra principal fuente de afirmación o negación, a menos que hayamos abandonado nuestra pretensión hacia la persona. Nuestro sueño de amor y la amargura que experimentamos ante la pérdida del amor parecen reflejar nuestro dolor por una realidad unitaria, tal vez aquella de la que tenemos un recuerdo intuitivo antes del exilio que marcó nuestro nacimiento, el exilio de la naturaleza, el paraíso de la existencia inconsciente. La proyección de las cualidades del ánima o del animus produce un intenso vínculo de la llamada "unión anímica" con los demás. Sin embargo, una vez que hemos reclamado la parte "anímica" de nosotros mismos, ya sea por el tiempo, el destino, el trabajo interior o porque los otros nos la han devuelto o se han negado a seguir llevándola, debemos comprender que esos otros son en realidad ellos mismos. Debemos (siempre que no hayan abusado de nosotros) tratarlos con dignidad y respeto y no con amargura porque "nos fallaron". Paradójicamente, nos sirven en la medida en que nos obligan a desarrollarnos a nosotros mismos y nuestro punto de vista personal en la vida, y a redirigir hacia el recipiente transformador de nuestro interior la energía emocional que antes

dirigíamos hacia el exterior. Durante este proceso de recuperación de las proyecciones, Jung sugirió que los hombres pueden necesitar "embotellar" a veces sus estados de ánimo de anima; del mismo modo, es útil para las mujeres verter su frustrada energía de animus en actividades creativas. Algunas personas pueden llegar a la conclusión de que convertirse en un individuo implica aislarse o ser demasiado egocéntrico. O puede sugerir que ya no queremos el amor, el respeto, el alimento y la admiración de nuestras relaciones. ¿Debemos mirar con escepticismo nuestros sentimientos de amor? En absoluto. Convertirse en un individuo simplemente significa que ya no podemos esperar que las personas de nuestras relaciones alimenten nuestros lobos emocionales, como nosotros ya no debemos alimentar los suyos. Eros y Psique, en el antiguo relato simbólico, están en una búsqueda entrelazada, él hacia la virilidad y ella hacia la feminidad. Después de ciclos de maduración concurrentes, finalmente son capaces de unirse en una relación de dos "otros", lo suficientemente curtidos a través de sus luchas individuales para que su relación pueda trascender sus historias individuales y conducir a una vida juntos que se realiza a través del corazón y la mente, así como a través de los instintos. Para que esta motivación se produzca, tuvieron que forjarse en el fuego de su propio desarrollo emocional. De lo contrario, su intento de relación habría permanecido inconsciente, basado en ilusiones, y habría degenerado en una amarga lucha de poder. T.S. Eliot reafirma poéticamente la esencia de esta historia para nuestra época al escribir que el fin de toda nuestra búsqueda es un estado en el que el fuego y la rosa son uno. Los términos ánima y animus no pretenden describir ni estados ni conceptos literales, aunque los que empleamos la jerga Junguiana a menudo los utilizamos sin cuidado para describir reacciones emocionales. Cuando un hombre está de mal humor, podemos decir que está atrapado en su ánima negativa. O si una mujer es persistente y obstinada, podríamos decir que está poseída por su animus negativo. Pero estas observaciones son ejemplos de etiquetado y simplificación excesiva. El animus y el ánima son nociones que expresan el deseo o su frustración en niveles evolutivos y no objetivos finales de realización o logro. El hombre de mal humor puede estar atascado en conflictos emocionales de los que no puede encontrar una salida. La mujer, igualmente, puede sentirse impotente y poco valorada, tanto por su voz crítica interior como por las personas reales de su vida. Si somos capaces de tomar conciencia de los efectos de nuestra ánima y nuestro animus y podemos personificarlos (he dado dos ejemplos de diálogo con mi ánima, mi Ella interior) o proporcionarles algún otro tipo de autonomía y forma creativa, como a través de la pintura, la escultura o la danza, entonces también pueden convertirse en nuestros compañeros, enriqueciéndonos con su estimulante presencia. Incluso cuando se alcanza la plenitud, nos parece que es momentánea, porque el flujo de la vida nos lleva a nuevos niveles de deseo. Nuestra naturaleza nunca permanece estática, ni siquiera en la plenitud, y la función del ánima y el animus es conectarnos a esta naturaleza. Eros, como maestro, nos lleva a la reflexión y a la contemplación y a la poética de la vida. El progreso y el crecimiento provienen de lo más profundo de nosotros mismos y de nuestro posicionamiento apasionado en el río de la vida, seguros de nuestro propio punto de vista, como una isla, a la espera de ver lo que la vida nos trae. Cuando nos encontramos en esta posición reflexiva y centrada, lo nuevo suele surgir para completarse en el vientre de nuestro interior.

Nuestros tiempos de gestación deben protegerse del principio activo y esforzado del logos, que se centra en hacer las cosas. En cambio, debemos utilizar la fuerza del logos, el principio masculino, para proteger nuestro proceso interior y su territorio. Necesitamos mucha fuerza para salvaguardar este proceso de gestación y hacerlo sagrado en un mundo que asesina la vida interior. En otras palabras, dedicar conscientemente el esfuerzo, el tiempo, el espacio y la atención a nuestras gestaciones requiere mucha fuerza activa. A través de nuestra lucha por entrar en relación con nuestra ánima o animus, nuestros aspectos masculinos o femeninos, podemos empezar a realizar un sentido de plenitud interior que se asienta en el centro de nuestro ser, el Self. Pero debemos recordar que esta sensación de plenitud depende de que desarrollemos y mantengamos intencionadamente una relación con nuestra vida interior, nuestro inconsciente. Me recuerdan las palabras del gran filósofo religioso español Miguel de Unamuno en El sentido trágico de la vida: "¡Que Dios te niegue la paz, pero te conceda la gloria!". Eros, de manera predestinada y autoritaria, nos invita y obliga a la gloria de la vida, que requiere valor, vitalidad y conflicto interior y exterior. Pero, además, parece traernos una recompensa en términos de paz. La vida parece cobrar de algún modo más importancia, y nos encontramos más agradecidos por ella, confiando en nuestra creencia en ella en mayor medida, y viviendo más felizmente. Paradójicamente, nuestra vida parece más grande al volverse más simple y elemental.

Capítulo 8: Viaje al centro Ver a través Antes he dicho que, cuando era niño, pensaba que la edad adulta comenzaba con la finalización de los estudios, el matrimonio y la búsqueda de un trabajo. Luego duraba hasta la muerte. Pero ahora que soy mayor, esta visión ingenua se ha desvanecido, y nada del viaje de la vida parece sencillo. A medida que avanza la segunda mitad de nuestra vida, parece que siempre viajamos por un umbral, nos demos cuenta o no. Este umbral divide el mundo exterior del interior. Poco a poco, si somos reflexivos, empezamos a ver el mundo a través de nuestros sentidos en lugar de con ellos. Como resultado de nuestra progresión, las cosas que antes parecían ser partes literales y concretas de un único dominio exterior se ven ahora como partes de una realidad doble que tiene también un dominio interior. Estos dos dominios están separados, pero interactúan entre sí. Aprendemos que el viaje que hacemos implica ambos dominios, que es interior y exterior. De vez en cuando, y tal vez para nuestra considerable sorpresa, nos encontramos cayendo a través de la superficie exterior y sumergiéndonos en el interior; o algún otro del interior rompe la superficie del exterior, como si se elevara, y nos atrapa. La autorrealización amplía el patrón de nuestra experiencia con nuestra propia naturaleza a medida que avanzamos por la vida. Una vez que iniciamos una relación consciente con nuestra ánima o animus, ésta se convierte en una guía que lenta e inexorablemente cambia nuestro viaje a través de la superficie a un viaje en espiral hacia el interior, hacia el centro.

A medida que esta conciencia se va abriendo paso en nosotros, empezamos a sentir que todos los elementos de la vida están realmente dentro de nosotros. Los contenidos de nuestra vida están aquí, dentro de nosotros, antes de que los experimentemos y están aquí después de que los vivamos. Lo mismo ocurre con la vida en general; su contenido está dentro de nosotros, aunque rara vez nos demos cuenta de ello. El niño, el joven, el hombre, la mujer, los ancianos... todo lo que constituye un ser humano yace en nuestro interior. Pero no tenemos acceso a la totalidad de nuestra naturaleza interior a través de nuestra mente racional, a través de la perspectiva tuerta. El acceso a nuestra totalidad interior requiere un segundo ojo que mire hacia dentro mientras el otro ojo mira hacia fuera. Y el ojo interior sólo ve a través de símbolos. Dado que la ciencia, el mito dominante de nuestra época, nos ha empujado a una región de realidad material y concreta, necesitamos estos símbolos para conectar nuestro ser consciente con la realidad de nuestra naturaleza, el inconsciente. Sólo de esta manera podemos ver que tenemos un patrón personal para vivir que está incrustado en el patrón más grande de la vida. Los símbolos que conectan estos patrones más amplios con nuestra conciencia cotidiana fluyen desde una fuente dentro de nosotros que es mucho más antigua que nuestra mente consciente, llegando a nosotros a través de nuestros sueños e imaginación. El inconsciente no es un simple abismo oscuro, ya que se basa en la estructura, como toda la naturaleza: las formas elementales, los arquetipos del inconsciente colectivo. La estructura dominante, la forma general, el modelo maestro de esta estructura se denomina " Self " en la psicología de Jung y se expresa simbólicamente para el ojo lineal como un mándala. "Mándala" es una palabra sánscrita que significa un "círculo formado alrededor de la naturaleza cuádruple del cuadrado". Los mándalas se representan universalmente en el arte religioso y suelen ser temas de contemplación o meditación. Estas meditaciones pretenden conducir a los meditadores progresivamente hacia un sentido de unidad y totalidad a medida que se enfocan en el "centro" y en cómo su círculo personal está anidado dentro del círculo universal de la vida. El símbolo de conexión, al igual que el ánima y el animus (que a menudo tiene forma simbólica), actúa como un puente adicional hacia nuestro centro. Nuestro maestro interior combina el teatro de nuestro sueño con los escenarios de nuestra imaginación para producir conductos para una corriente simbólica que nos informa y nos apoya. El siguiente ejemplo ilustra cómo una analizando salvó su vida emocional escapando a una tierra de fantasías y cómo su creador de sueños la ayudó luego a volver a la plenitud de la vida. Ella tenía, en apariencia, una vida sana, feliz y productiva. Pero esta vida que parecía tan satisfactoria no era la suya propia en cuanto a la forma en que se experimentaba a sí misma. Para sobrevivir a una infancia terrible, aprendió a dividir su personalidad en dos. Para complacer a sus perturbados padres, se convirtió en una niña modelo, una estudiante perfecta; era obediente al papel que ellos imaginaban para ella y le aterrorizaban sus respuestas negativas. Para contrarrestar esta sumisión, se refugió en un mundo interior de fantasías. En ese mundo, la vida se volvió real para ella. Al encontrar ese mundo insular dentro de sí misma, pudo ser una superviviente en una familia que naufragaba emocionalmente. Esta ruptura, sin embargo, continuó hasta bien entrada la tarde de su vida.

Su mayor felicidad, su propio secreto, consistía en dar largos paseos en coche a solas, durante los cuales tenía la oportunidad de vivir vívidamente la existencia ficticia que había creado en su imaginación. El objetivo de nuestro trabajo de curación era que ella llegara a una experiencia de sí misma como "persona" en la vida real. Mientras volvía a cruzar este umbral, tuvo el siguiente sueño: Estaba en el balcón de un edificio antiguo, mirando los jardines hasta donde podía ver. Tenían forma de muchos círculos concéntricos. En el centro había un cuadrado de tierra. Un hombre conducía un caballo en círculo dentro de este cuadrado, ejercitándolo. Lo conducía en el sentido de las agujas del reloj, hacia la derecha. Supe que el caballo era mío. Caminé lentamente por los jardines hasta el centro. Tenía miedo de que no me dejara tener mi caballo. Me miró, sonrió y dijo: "Te estábamos esperando". En los círculos del sueño y su cuadrado, podemos ver la formación de un mandala, el antiguo símbolo arquetípico utilizado como foco de meditación para reunir los aspectos dispersos de la vida. El símbolo de conexión del hombre -que representa un aspecto masculino de su personalidad- es un vínculo con su centro, con su naturaleza instintiva, que ahora está lista para llevarla a la vida. Su movimiento simbólico de izquierda a derecha, del inconsciente a la conciencia, pone de relieve que su yo interior está unificando su personalidad y la está llevando hacia la vida consciente. No es de extrañar que se despierte sintiéndose reconfortada y segura, y que tenga una sensación de apoyo interior para su vida. El simbolismo de este sueño describe dramáticamente el impulso de nuestra vida interior hacia la plenitud. Historias como ésta -de personas y sus sueños- me dejan sentado con asombro, convencido de que alguna fuerza profunda e invisible de nuestro centro quiere llegar a través de nuestro yo lacerado, a nuestros mundos perdidos, y curarnos. Es una fuerza que trae un gran mensaje de amor. Una perspectiva irreflexiva y miope de este tipo de interpretaciones simbólicas puede llevarnos a temer que no sean "científicas". Sin embargo, Einstein vio a través del mundo físico con su imaginación, sus fantasías o "experimentos de pensamiento", y Pauli, otro físico, resolvió algunos de sus problemas científicos a través de los sueños. La mayoría de nosotros conocemos sucesos similares y puede que incluso hayamos tenido experiencias parecidas nosotros mismos. Pero a menudo nos resulta difícil confiar en su autenticidad porque hemos perdido la capacidad de validarlas. La verdad, sin embargo, es que debemos construir nuestra confianza en nuestra propia imaginación, o de lo contrario la información que llega a nuestra vida desde fuentes no convencionales o no ordinarias se estanca y muere. Si eso ocurre, pronto se produce la disminución de nuestra creatividad, vitalidad y personalidad. Como observé en el capítulo 6, el hombre antiguo conocía este hecho de forma instintiva. Antes de aprender a escribir, ilustró formas arquetípicas que se encontraban detrás de las formas concretas que pintaba en las paredes de las cuevas durante las ceremonias religiosas. Anteriormente, también señalé que, mientras nos desarrollamos, proyectamos en el mundo partes de nosotros mismos (normalmente partes que no nos gustan o de las que estamos disociados). Por lo general, se adhieren a personas que contienen un poco de la verdad de lo que hemos proyectado en ellas. Reconocer y recuperar estos aspectos -partes de nosotros mismos que hemos desechado tan ingenuamente- es un medio primordial para desarrollar nuestra personalidad total y una gama más amplia de conciencia.

Pero si no participamos en la vida de forma activa y personal, no tendremos a nadie lo suficientemente cerca para despertar nuestras proyecciones. Entonces el desarrollo de la conciencia se convierte en una propuesta difícil. O en algunos casos, si los demás están simplemente demasiado lejos, nuestras proyecciones se volverán extrañas, y podemos encontrarnos perdidos en un cosmos oscuro, incapaces de fundamentar nuestra realidad. Pero si estamos participando en la vida, la reflexión sobre estas cuestiones puede llevarnos a descubrir nuestros patrones proyectados y a traerlos a casa, donde pueden ocupar su lugar en nuestra personalidad consciente. La participación activa en el mundo, acompañada de la contemplación de lo que experimentamos, acaba en una danza que alimenta nuestro desarrollo consciente. A menudo, un poco de locura creativa nos ayuda a mantener los dos ojos abiertos durante esta evolución. Estos procesos demuestran que, para poder acceder realmente a lo que somos, debemos participar activamente en las relaciones a muchos niveles. A través de nuestras proyecciones y nuestra comprensión de las mismas, esas otras personas despertarán en nosotros la conciencia de nuestra autenticidad y acabarán evocando a la persona completa que llevamos dentro. A medida que el eros individuante nos lleve hacia adelante, descubriremos progresivamente que no podemos despertar esa persona completa sin entrar de alguna manera en contacto con la totalidad potencial de los demás. La expedición al centro obliga a un viaje más profundo hacia nuestra humanidad, y no es necesariamente fácil. Un animal vive automáticamente, pero la naturaleza del Homo-dúplex no es tan sencilla. Requiere que reflexionemos conscientemente y tomemos decisiones en nuestro viaje interior, aunque el carácter exacto de esa tarea parece eludirnos continuamente. Descubrir el significado de ser humano requiere realmente un viaje cuidadoso e intencionado hacia nuestro centro. Sin embargo, nuestra naturaleza es tal que, al menos en la superficie, parecemos ansiosos y controladores incluso cuando deseamos la libertad. Pero una vez que superamos los reinos superficiales de nuestra humanidad, nos encontramos más curiosos, más atentos a lo inesperado y más conscientes de la importancia de estar con los demás, así como de la importancia de estar solos. No tenemos que viajar mucho en nuestra espiral interior para darnos cuenta de lo alejados que hemos estado de nuestra verdadera naturaleza. Cuanto más nos acercamos a nuestro centro, más clara se vuelve nuestra percepción de la realidad y empezamos a reconocer la interconexión de la vida, no la vida como una abstracción, sino la vida tal y como se vive a través de nosotros. Se puede desarrollar un sentimiento, quizás al principio sólo una sospecha, de que las nociones subyacentes de las grandes religiones pueden tener alguna validez. Ser profundamente humano es ser divino y ser divino es amar. El amor ha sido siempre la fuerza aglutinante de la vida, reconocida en las conversaciones de las distintas épocas, así como en las solitarias celdas religiosas de los alquimistas medievales cuando buscaban el oro simbólico en la naturaleza humana. El amor nos pone en disposición de arriesgarlo todo, de darlo todo y de atreverse con un futuro imprevisible. El deseo, como aspecto del amor, comienza con los instintos. A medida que maduramos y nos diferenciamos psicológicamente, nuestro deseo puede evolucionar hacia los aspectos más espirituales de la conciencia y reflejarse en los intereses estéticos y culturales. Nuestro deseo se convierte en la base de la pasión, y la pasión significa que nos preocupamos más por alguien o por algo que por nosotros mismos. La energía fluye a través de nosotros y nos sentimos nuevamente estimulados y vigorizados.

El deseo, el eros individuante, nos hace avanzar por el camino arquetípico de la transformación, proporcionando tanto la llamada como la energía que nos impulsa hacia el futuro. Jung observó que la naturaleza misma es transformación y que se esfuerza por la unión, por "el banquete de bodas seguido de la muerte y el renacimiento". El amor nos conduce eternamente y nos contiene en este curso de la vida, tanto en nuestras experiencias internas como externas. La maduración en esta etapa de la evolución nos da la impresión de una realidad más allá de nuestra perspectiva juvenil. Esta impresión nos llega lentamente, a través de la paciencia, y sólo a medida que desarrollamos una mayor conciencia. A medida que nuestra conciencia se expande, nuestras relaciones con las cosas de nuestra vida cambian y entramos en una nueva fase de la realidad personal, viendo, escuchando y experimentando la vida de una manera nueva. La alegría se une a la desesperación en el ciclo de nuestra existencia y la búsqueda (o necesidad) de la felicidad se aleja del horizonte detrás de nosotros, ya que la felicidad es una preocupación matutina. Buscar la felicidad como única meta en la segunda mitad de la vida es regresivo y hace que evitemos la profundidad, que evitemos la experiencia de la alegría y el sentido. En esta nueva madurez interior, el niño, el joven, el hombre, la mujer, los ancianos y otros están vivos dentro de nosotros y podemos estar en relación con ellos en nuestro interior, permitiéndonos experimentar la vida desde muchas perspectivas diferentes. La autorrealización en el proceso de individuación, en opinión de Jung, implica llevar a cabo nuestra identidad biológica -la tarea de creación- mediante la creación de nuestra personalidad consciente. El camino hacia una mayor conciencia conduce a través de los distintos niveles de las desconcertantes paradojas de la vida. A medida que aprendemos lentamente a apreciar las complejidades más profundas de la vida y la realidad, surgen nuevas dimensiones. Por ejemplo, podemos ver la antigua imagen de Marte y descubrir que es más que un simple dios de la guerra y el conflicto. Es un espíritu de la vida y de la naturaleza, de la vegetación también, dando su nombre al mes primaveral del renacimiento, marzo. Marte es también el amante de Venus, diosa del eros y de la vida. Su casa zodiacal es Tauro, que se asocia al mes de la abundancia, y nos encontramos ante la dualidad de la guerra y la vida, el conflicto, la muerte y la nueva vida. La idea de que los antiguos eran más inteligentes de lo que generalmente hemos creído parece estar poniéndose de moda. Hoy en día tiene mucho sentido observar a los primitivos y el énfasis que solían dar al segundo nacimiento, el nacimiento a la edad adulta autorresponsable, durante sus ceremonias de iniciación. Este ritual, como la mayoría de sus rituales, nos proporciona un ejemplo concreto del patrón arquetípico de transformación y su manifestación en un punto de inflexión importante en la vida. En las culturas primitivas, estos puntos de inflexión se representaban de forma inconsciente. En la práctica, sin embargo, el ritual era de inmensa ayuda para los participantes en cuanto a su aprendizaje de que la vida era una cuestión de aceptar su destino, llevarlo a cabo y aprender de él. En la actualidad, cuando esta transformación se produce en nosotros, debemos desarrollar un contexto personal que nos ayude a asimilar los acontecimientos y experiencias de nuestra vida y, de este modo, descubrirnos y convertirnos cada vez más en nosotros mismos. Esta nueva perspectiva puede permitirnos dejar de luchar contra la vida, dejar de intentar "tomar el control" y desarrollar una nueva actitud de participación hacia las aventuras de la vida.

La carga del destino se lleva entonces con gracia, perdiendo su aspecto pesado, y el destino se ve como un patrón que hay que cumplir. Para la mayoría de nosotros, el mediodía es un umbral que requiere una modificación del énfasis, desde el desarrollo de la forma hasta el aflojamiento de la forma, desde la mirada hacia afuera hasta la mirada hacia adentro. Sin embargo, debemos recordar que el desarrollo de la forma es una tarea necesaria y aquellos que no lo han hecho -por haber sido heridos o por otras circunstancias difícilesdeben encontrar la manera de completarlo. De lo contrario, se hundirán aún más en su angustia de mediodía -sus luchas de mediana edad-. La mujer que tuvo el sueño sobre el hombre que guiaba el caballo descubrió, a través de su análisis, que antes de poder iniciar un viaje hacia la plenitud, debía entrar en el mundo vivo con su personalidad plenamente desarrollada, y no simplemente con una identidad social. Este umbral de entrada, el viaje del final de la tarde hacia el centro, puede sentirse como un retroceso. O puede parecer que estamos llegando y pasando por un horizonte al que hemos llegado de forma inesperada. En cualquier caso, al final nos damos cuenta de que hemos llegado a un punto crítico. Donde pensábamos que habíamos llegado a conocernos a nosotros mismos, ahora nos damos cuenta de que estamos luchando poco a poco para entender más y más sobre algo que no puede ser completamente entendido. Poco a poco nos damos cuenta de que estamos luchando por una versión mayor y más completa de nosotros mismos para la que no tenemos ningún plano. Cuanto más buscamos, aunque no entendamos del todo lo que buscamos o incluso por qué, más empezamos a darnos cuenta de que algo nos ha encontrado.

El maestro oculto A principios de nuestra vida, comenzó nuestro adoctrinamiento en la forma particular de educación de nuestra sociedad. Durante décadas, nos centramos en las formalidades de un tipo de desarrollo mental y físico unilateral que ignoraba muchas dimensiones de nuestra naturaleza. Nuestro sistema educativo se centra en lo tangible y medible, ya sea en las escuelas o en los campos educativos organizados. Como resultado, nuestro desarrollo está sesgado hacia una orientación que intenta constantemente reducir una realidad multidimensional a una sola dimensión. Más adelante, aflojar nuestro sentido de la forma y mirar hacia nuestro interior nos permite notar algo más, algo desconocido que ha estado actuando en nuestras vidas. Vemos que, por debajo de nuestra orientación "formal", nuestra vida ha sido orquestada de otra manera y que hemos aprendido muchas lecciones de las que no éramos conscientes y que, ciertamente, no habíamos planeado. Sobresaltados, empezamos a comprender un poco más personalmente el significado de la afirmación de San Pablo: "Me vive". Poco a poco, se despliega la noción de que la guía más profunda de nuestras vidas no proviene de nuestro sentido cotidiano del "yo" (nuestra personalidad del ego), sino de algún centro invisible, un centro que entiende claramente que la verdad es mayor que los llamados hechos.

El joven Elihú, consejero y crítico de Job, habló brevemente de un Maestro -un mediador, un ángelal criticar la sabiduría convencional y la perspectiva unilateral de Job y sus supuestos sabios consejeros. Señaló que "Dios no se ajusta a la medida del hombre... Dios habla primero de una manera y luego de otra, pero nadie se da cuenta... Habla por medio de sueños y visiones que llegan en la noche... Luego hay un Ángel a su lado, un mediador, elegido entre miles, para recordarle al hombre dónde está su deber". Tal vez el Maestro Elihú es el que hemos educado fuera de nuestras mentes. Y tal vez hemos estado viajando hacia una reconciliación con este Maestro a medida que hemos avanzado en este libro. Jung consideraba que el maestro interior era el Self, la forma elemental o arquetípica que representa la unidad constituida por nuestra personalidad plena y el patrón contenido en la semilla de nuestra vida. El Self contiene el centro y la circunferencia de nuestra personalidad en una forma inconmensurable, aunque es una forma validada por la experiencia de la vida, individual y, colectivamente, del mundo entero. Lo encontramos reflejado en la forma simbólica del mandala en la mayoría de las religiones del mundo. Para muchos es la imagen de Dios, o de lo divino en nosotros, y nos conecta a cada uno con la corriente creativa de la vida. Existen muchos puntos de vista, en términos religiosos, con respecto al Ser y lo que significa. Mi opinión es que aporta coherencia e integridad a las experiencias de la vida y nos conduce al sentido personal. Aprender a escucharlo y prestarle atención nos orienta a medida que trascendemos nuestra imagen de lo que hemos aprendido a ser. Jung, compartiendo el punto de vista de Elihu, señaló además que hay "dentro de cada uno de nosotros otro al que no conocemos. Nos habla en sueños y nos dice lo diferente que nos ve de cómo nos vemos a nosotros mismos". A menudo, cuando creemos que hemos perdido el rumbo, lo mejor que podemos hacer es detenernos y "ver lo que el inconsciente tiene que decir". Un analizado con amargos recuerdos de luchas y turbulencias que iban desde la infancia hasta los primeros años de la edad adulta, tuvo el siguiente sueño cuando estaba cruzando el umbral que, en su trabajo analítico, lo llevaría hacia el centro. "Soñé", dijo, "que me presentaba ante un tribunal para ser juzgado. Tengo la fuerte sensación de que no he dado la talla ni he completado satisfactoriamente la tarea central de mi vida. No estoy asustado, sino triste. Poco a poco me doy cuenta de que el grupo no me está juzgando. Me estoy juzgando a mí mismo, a mi vida". Permanecí en silencio, escuchando atentamente. Continuó: "Entonces comienza una serie de tres transformaciones, cada una de las cuales va a un nivel más profundo. La primera parece implicar a la iglesia. Muchas personas están vestidas con ropas eclesiásticas doradas y la liturgia y la música son majestuosas y hermosas. Me arrodillo ante el comulgatorio. No recibo la hostia, pero me imponen las manos y me siento electrizado, alterado, cambiado. No puedo decir si se añade o se quita algo, o ambas cosas, o ninguna. Pero me siento transformado. "El siguiente nivel parece egipcio. Estoy dentro de un enorme edificio de roca. Hay esculturas, incienso y luz de velas. De nuevo, la escena es majestuosa y hermosa, pero diferente a la de la iglesia. Una vez más, me conmueve y me electriza. Lloro por la belleza de la experiencia y me siento abrumado por la gratitud.

"El último nivel parece ser el más moderno de todos. Al igual que antes, parece que estoy involucrado en un proceso de transformación, asistido por una multitud de personas. No había ningún escenario. No hay iglesia. Ningún decorado". Cuando terminó, nos sentamos en silencio durante unos instantes. Luego, con suavidad, prosiguió. "Cuando mis ojos se abrieron, no quise despertar del sueño. Quería volver, quedarme en esos lugares. Cuando me levanté de la cama me sentí renovado. Incluso mis dolores corporales y de artritis habían desaparecido". Una vez más, nos sentamos en silencio durante un rato. En silencio, comenzó a llorar. Me uní a él, profundamente conmovido por su experiencia, nuestra experiencia. Un sueño como éste describe el viaje hacia la plenitud y sus resultados. Una vida como la que había llevado este hombre refleja la presencia de un maestro oculto que, mediante la presentación de experiencias atormentadoras, entrenó al hombre y lo llevó a la capacidad de completar la tarea de su vida. Esta tarea consistía en ser terapeuta, tal y como, según comprendió, la vida pretendía que fuera. Las tareas en las que había fracasado le enseñaron las lecciones que necesitaba para convertirse en un sanador. Donde se consideraba un miserable fracaso, se cargó de energía para el trabajo vital. Como sociedad concreta y orientada a la ciencia que utiliza una perspectiva miope, podemos documentar y triangular tales experiencias, aunque no podemos entenderlas ni explicarlas. Pero a medida que avanzamos lentamente hacia una visión psicológica más completa y madura, y finalmente la abrazamos, podemos identificarnos con Fausto, cuando preguntó a los espíritus por qué estaban aquí ahora y ellos le respondieron: "Siempre estuvimos aquí, pero no nos viste". Hay un sentimiento de reencuentro, de ser profundamente amado, que se produce al experimentar la presencia del maestro interior, aunque el sentimiento no es sentimental ni banal. Es una sensación de estar en casa en nosotros mismos, y de vitalidad renovada. Elihú señala además que Dios "...susurra al oído del hombre, o puede asustarlo con visiones temibles". Sueños aterradores como el siguiente (al que aludí en el capítulo 1), traen a la gente a mi consulta más a menudo de lo que se imaginan. Tal vez recuerde que un hombre soñó que su casa formaba parte de una Pascua. El ángel de la muerte iba a sobrevolar y perdonaría a todos los que hubieran puesto una nota en su puerta explicando por qué vivían. Al darse cuenta demasiado tarde de que había olvidado poner la nota en la puerta, salió corriendo de su casa, rogando a Dios una oportunidad más. Una voz le respondió: "Una más". Este hombre se preocupó, con razón, al darse cuenta de lo que le decía el sueño. Del mismo modo, todos debemos reconocer el imperativo de la naturaleza hacia el crecimiento y seguirlo, o su energía se volverá contra nosotros. Además, si no seguimos creciendo, o si empezamos a perder la relación psicológica que hemos desarrollado con nosotros mismos, podemos volvernos neuróticos o incluso morir prematuramente. Así, desde la aparición de la civilización, los poetas trágicos nos han recordado sin cesar que vivir con falta de conciencia obliga a un destino cataclísmico.

¡Un nuevo yo, haciendo cosas nuevas! A menudo se le llama ser "auto actualizado", que es un término agradable. Conlleva la cómoda sensación de que uno ha alcanzado un cierto grado de curación y plenitud, de paz interior. Sin embargo, a pesar de todo, si seguimos pensando en la analogía de que la vida es un viaje que ilustra el funcionamiento interno del arquetipo de la transformación, debemos darnos cuenta de que no nos detenemos aquí -ni en ningún sitio- durante mucho tiempo. Nuestro sol sigue moviéndose por el cielo. Obtenemos una perspectiva más clara cuando reconocemos que nuestra personalidad siempre está evolucionando, naciendo, viviendo, muriendo y renaciendo de nuevo. Este proceso se acepta cuando -en la jerga de Jung- el Self, la imagen de Dios en nuestro interior, ha sustituido a nuestro ego como centro de nuestra vida.

El sanador oculto Hace más de cinco décadas, el Dr. Jung22 desconcertó a un grupo de médicos ingleses durante una serie de seminarios que le habían invitado a impartir. El siguiente intercambio ofrece una muestra de su discusión: Pregunta: "Creo que podemos asumir entonces, profesor Jung, que usted considera el brote de una neurosis como un intento de autocuración, como un intento de compensación..." Jung: "Absolutamente". Pregunta: "¿Entiendo, entonces, que el brote de una enfermedad neurótica, desde el punto de vista del desarrollo del hombre, es algo favorable?" Jung: "Así es, y me alegro de que plantee esa idea. Ese es realmente mi punto de vista... En muchos casos tenemos que decir: 'Gracias al cielo que pudo hacerse a la idea de ser neurótico'. La neurosis es en realidad un intento de autocuración... Es un intento del sistema psíquico autorregulador de restablecer el equilibrio, que no difiere en nada de la función de los sueños, sólo que es bastante más contundente y drástico." Menciono esta discusión porque, a primera vista, concluir que algo que es por definición insalubre es en realidad un intento de restaurar la salud puede parecer extraño. De hecho, la perspectiva unilateral de la medicina, la psiquiatría y la psicología tradicionales ve esto con más desconcierto hoy que hace cincuenta años. Tal vez esto haya sucedido porque los enfoques tradicionales se han obsesionado tanto con la metodología que han olvidado la naturaleza de la enfermedad y la curación. Sin embargo, durante estas más de cinco décadas, muchas personas que sufren han reflexionado sobre estos pensamientos de Jung y han encontrado en ellos una resonancia interior que les ha aportado esperanza y ha cambiado su perspectiva, pasando de temer el colapso y la locura a una perspectiva de curación, transformación y renacimiento. Jung consideraba la neurosis como una escisión, una disociación de nuestra naturaleza, y nuestra curación como un viaje de regreso a nosotros mismos y a nuestro centro.

El amor y la guerra, el eros y el conflicto, estimulan la conciencia, y la búsqueda personal consiste en reunir estas fuerzas de manera que se produzca una transformación interior en lugar de las trágicas consecuencias exteriores. Un examen de la discusión anterior con Jung deja claro que, psicológicamente, nuestra naturaleza interior intenta curarnos a través de nuestro sufrimiento. Sin embargo, el enfoque psicológico actual de nuestra sociedad hacia las dificultades humanas se ha orientado hacia el tratamiento y consiste en diagnosticar (clasificar la "enfermedad" en un nivel superficial que da la ilusión de comprensión y control) y luego aplicar técnicas (que a menudo muestran cierto éxito estadístico pero que rara vez pueden ayudar individualmente). Este enfoque no personal coincide con la tendencia a negar la realidad de los conflictos y tensiones internas. Tanto el tratamiento como la negación nos hacen perder la voz del sanador interior, que está intentando silenciosa y bellamente restaurar la relación con nuestro centro de sanación, el Self.

El núcleo de la vida El centro ha sido el principal foco simbólico de la humanidad emergente, y se ha expresado no sólo en el arte sino también en formas tales como el diseño del espacio vital, que se mostraba claramente en la configuración de las aldeas primitivas y de las primeras ciudades y pueblos. El centro es el punto focal que representa lo que tiene una importancia duradera: el núcleo, el significado o el eje en torno al cual evoluciona la vida. Para la humanidad arcaica, el montículo creativo representaba el principio femenino, la matriz de la vida y el centro del mundo. Más tarde, cuando surgió el principio masculino, el túmulo estaba rodeado de piedras verticales o de un pilar central perdurable, que conectaba simbólicamente la tierra y el cielo como eje del mundo, asegurando la continuidad de la vida. Una personalidad humana, inicialmente un ego, que no puede viajar hacia el centro de su propio ser, el Self, queda desconectada, a merced de las compulsiones y motivaciones inconscientes, así como de las convenciones sociales. Sin embargo, paradójicamente, estos mismos impulsos pueden crear el sufrimiento que refleja los esfuerzos de nuestro sanador interior para que entremos en el conflicto suficiente para iniciar el viaje de vuelta a casa. Una antigua leyenda habla del viejo pastor hebreo que, al hablar de su pequeña aldea al borde del desierto, comentó: "Soy feliz viviendo aquí". Luego añadió: "Pero si viera Jerusalén, ya no sería feliz". Sus sencillas palabras están llenas de una sabiduría natural. Jerusalén, Delfos, La Meca (las ciudades eternas), el Monte Fuji (la montaña central), Tierra Santa y otros lugares numinosos han sido considerados centros simbólicos del mundo sagrado. Irónicamente, muchas personas de entre nosotros viven -metafóricamente- en pequeñas aldeas alejadas de su centro, en la periferia de su personalidad, y parecen bastante felices allí. Otros parecen haber sido elegidos por la vida para emprender un viaje interior. Nos convertimos en buscadores.

Al principio, buscamos la paz y la felicidad. Pero una vez que vemos Jerusalén, una vez que vemos a través de nosotros mismos hacia el centro, no podemos volver a ser felices donde estábamos. Vemos más allá del destino externo y material que probablemente hemos estado buscando y nos damos cuenta de que la peregrinación es eterna e interior. Puede que incluso nos sintamos solos en este mundo abarrotado, con la única compañía de nuestro Oculto interior. Sin embargo, si podemos aprender a continuar, volviendo nuestro enfoque (a menudo reacio y demasiado racional y voluntarioso) hacia el interior para cooperar con este sanador interno, entonces comenzamos nuestro peregrinaje hacia la plenitud, hacia la totalidad, hacia sentirnos en casa en nosotros mismos y en el mundo. El sueño de una mujer analizada lleva lúcidamente el simbolismo del centro y de nuestro dilema con los estilos de vida ajetreados a un contexto personal y psicológico. El escenario era la antigua Grecia. Estaba de pie en el centro de un montículo de tierra y rocas sobre una plataforma. Había una voz que me decía una información muy importante, cosas que no eran simplemente relevantes a nivel personal, sino perspicaces, sueños y sabiduría para todos. La única forma en que la voz podía llegar a través de mí era cuando mi mente-cuerpo alcanzaba un cierto estado intermedio o de equilibrio. Había un cierto punto entre la actividad y la pasividad, el hablar y el escuchar, que permitía a la voz hablar. Muchas de las personas de la zona no eran respetuosas y me distraían de mi importante trabajo. Estaba disgustada con estas personas porque no podían o no querían escuchar el mensaje. Su sueño refleja los problemas de la vida moderna, quizá de la vida en cualquier época. Debemos evitar que las actividades, las urgencias e incluso la búsqueda del disfrute en la vida, oscurezcan las cosas más esenciales e importantes. Se nos desafía a traer a nuestra experiencia todo aquello que nos permita ser lo suficientemente congruentes con nosotros mismos para escuchar los mensajes de la vida. El siguiente sueño ilustra el uso que hace el sanador interior de los símbolos, especialmente el mandala y el centro, para representar el proceso de curación en la personalidad de otra mujer. La historia de su curación se revela e ilustra en esta presentación del Self. Estaba caminando fuera de casa, en otro país, tal vez Suiza. Me encontré con una zona abierta en la que había muchas personas sufriendo. Algunos eran autistas, otros paralíticos, otros eran leprosos y otros estaban desfigurados. Todos suplicaban ayuda. Quería ayudarles desesperadamente, pero eran muchos y venían hacia mí todos a la vez. Me sentí abrumada e impotente para hacer todo el trabajo que había que hacer. Entonces la voz me dijo lo que tenía que hacer. Tenía que hacer un altar y colocar mis cuatro collares en él, junto con mis propias lágrimas. También tenía que arrancarme un pelo de la cabeza (mi pelo era largo) y colocarlo en el altar. Luego supe que tenía que tumbarme de espaldas con las piernas abiertas alrededor del altar. Luego tenía que concentrarme con los brazos extendidos, conectando el lago y las montañas. También tenía que alinearme con el cuarto rayo de sol. En el momento en que todo estaba bien, el cuarto rayo de sol se convirtió en un rayo y viajó a través de los collares, hacia mi cuerpo, y salió por las puntas de mis dedos hacia el lago y la montaña. Esto permitió que todas las personas heridas se curaran. Hubo una gran celebración y bailé para ellos.

Bellamente, su Ser utilizó el simbolismo de la curación para impregnar su ser y darle una sensación de unidad, alegría y vitalidad, una sensación que sintió al despertar y darse cuenta de que estaba pasando a un nuevo nivel de existencia. A diferencia de esta mujer, muchas personas parecen estar ya de acuerdo con su mundo. Al igual que el pastor hebreo, no se ven impulsados a una odisea interior. Parecen poder decir: "Soy feliz aquí" o "estoy contento con mi vida". Otros, que no son así, comienzan la odisea buscando la felicidad y la paz. Al final, descubrirán que la paz del sanador interior va más allá de la sensación sentimental de bienestar y de la ausencia de conflictos. Representa la paz de las personas unificadas en su interior y en relación con su centro psicológico. Shalom, en hebreo, o salam, en árabe, provienen de una palabra cuyo significado se acerca a las nociones de estar sano, entero y completo. En el uso común, pueden significar simplemente "buen día". O pueden ir un poco más allá y significar "que estés bien". Desde un punto de vista espiritual, "estar bien" puede tener un significado más profundo, como tener los recursos físicos y espirituales que uno necesita. La palabra "paz" refleja una espiral hacia las profundidades de nuestra curación y desarrollo espiritual y psicológico. La paz es también una palabra que nos atrae hacia el futuro, porque representa un ideal elemental que siempre puede realizarse de alguna manera en un nivel más allá del que estamos.

Shalom La perspectiva desde la que se considera la vida como un viaje nos insta a considerar el significado del tiempo. Esta perspectiva refleja un patrón elemental, que se presenta en el mito de Gilgamesh, la primera gran historia épica de la humanidad, cuyo tema llega hasta el presente. En este antiguo relato, que marcó la pauta para muchas historias que le siguieron, encontramos muchos de los elementos que he comentado. Los temas del tiempo y de la vida eterna son el centro de la historia del rey sumerio Gilgamesh. Al principio de su vida adulta, se encuentra con Enkidu, un hombre salvaje que la diosa había formado de arcilla. La relación con Enkidu ilustra la lucha arquetípica que encontramos entre la naturaleza y la cultura. Cuando Gilgamesh conoce a Enkidu -parte de su sombra personificada por el hombre salvaje e instintivo- se produce una lucha hasta que, mediante una combinación de astucia y fuerza, Gilgamesh lo somete. A partir de ese momento, Enkidu se convierte en compañero y partidario de Gilgamesh. Finalmente, Enkidu pierde la vida, y esta pérdida hace que Gilgamesh pase de las preocupaciones de su reino a la búsqueda de la vida eterna. Gilgamesh, de hecho, también se encontró con varios puntos de inflexión "femeninos" y finalmente tuvo éxito en la obtención de la flor de la vida eterna, sólo para perderla después de un breve momento. Gilgamesh regresó a casa, madurado y transformado por una vida que había sido realmente vivida -como la vida debe ser vivida antes de que alguien pueda conocerla-, y como debemos vivirla antes de ser capaces de conocernos a nosotros mismos.

Hemos hablado del tiempo con respecto a nosotros mismos, viajando al pasado con la conciencia de hoy y luego viajando hacia adelante con la percepción y con nuestra compañera, la muerte. Estas aventuras, cuando reflexionamos sobre ellas, nos iluminan. Pasamos de los hechos de nuestra historia al significado de los acontecimientos que fomentaron el desarrollo de nuestra naturaleza interior. La visión resultante nos da un sentido del tiempo más largo que el que habitualmente consideramos nuestro. Nos lleva a preguntarnos hasta qué punto nuestra historia es la historia humana perenne, que pasa inexorablemente por las etapas del nacimiento, la infancia, la adolescencia, la edad adulta, la vejez y la muerte. Nos hace preguntarnos hasta qué punto nuestra historia es una historia de nuestro tiempo y cómo encajamos en él. Asimismo, en medio de estos interrogantes, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿hasta qué punto nuestras historias son estrictamente nuestras? Sí, cuando nos encontramos con las paradojas de la vida tenemos la oportunidad de hacer una elección personal. Pero al seguir la guía de nuestro maestro interior, nuestra vida se convierte en algo más que eso, en algo más que la mera expresión singular de nuestra historia individual. Porque ahora se anida en la historia mayor de la creación. Cuando Gilgamesh termina sus deberes de rey, llora la pérdida de su vigor natural y comienza la búsqueda de la vida eterna, la historia nos trae a la mente el período vespertino de la vida, el tiempo de transición de la mediana edad al comienzo de la vejez. A la luz cambiante del sol poniente, las formas vuelven a cambiar de aspecto. Los paisajes familiares de nuestro mundo interior y exterior cambian su tonalidad, y los viejos puntos de referencia amistosos pueden ser difíciles de identificar. Desgraciadamente, esta transición se ha vuelto aún más complicada de lo que debería ser para nosotros, porque términos como "vejez" parecen haber perdido su significado, así como el respeto que antes se les concedía. Pero esta época representa, sin embargo, otro umbral que llama a la reflexión y a la toma de conciencia. En su totalidad, nuestro viaje hacia la plenitud requiere que intentemos unificar las experiencias de nuestra vida para aprehenderlas con un sentido de plenitud. De lo contrario, el presente y el futuro pueden seguir siendo cautivos de nuestra historia, en lugar de que nuestro pasado nos proporcione la crisálida de la que emergemos hacia el futuro. Este momento de nuestra vida es también un tiempo de transición que exige la verdad. A medida que empezamos a buscar el centro de nosotros mismos, estamos buscando la verdad de nuestra propia existencia consciente y debemos luchar por comprender la imagen que tenemos de nosotros mismos, las imágenes que los demás tienen de nosotros y las imágenes que surgen de nuestras profundidades, junto con nuestra comprensión de la realidad que va surgiendo lentamente. El proceso de individuación -ser consciente en la vida en relación con nuestro Ser mayor- conduce a una relación "yo y tú" en constante evolución y profundización con nuestro centro. Nuestro Ser mayor (Self, plan maestro, imagen de Dios en el interior, o como uno prefiera llamarlo) es un compañero interior que enseña, cura y centra nuestro desarrollo. A medida que nos damos cuenta de esta presencia y de que es la que guía nuestra hebra particular en la red de la vida, la perspectiva que tenemos sobre la historia de nuestra vida cambia drásticamente. Criados en las tradiciones de la ciencia occidental, la mayoría de nosotros pensamos que la humanidad ha evolucionado, o ha luchado desde un estado de desarrollo inferior a uno superior. Esperamos hacer lo mismo en nuestro desarrollo personal. Sin embargo, si tenemos tiempo para estudiar los clásicos, descubrimos que la perspectiva de los antiguos griegos es justo la contraria.

Descubrir que los antepasados de la cultura occidental pensaban que la humanidad se había hundido de una edad de oro a una edad de hierro, de una época de gracia a un periodo de barbarie, es un poco sorprendente. Es posible que ambas visiones tengan cierta validez. Tal vez sea necesaria una visión más amplia si queremos encontrar nuestro lugar en el tapiz de la vida. ¿Cómo podemos resumirnos a nosotros mismos a medida que nos acercamos al atardecer de la vida, el momento en que la naturaleza parece exigir otro cambio, uno basado en una comprensión coherente de las muchas dimensiones diferentes que hemos experimentado? Al tratar de entender lo que puede suponer la recapitulación en esta etapa de la vida, puede ser útil que escuchemos el siguiente debate. El hombre que tuvo el sueño de las dos sombras continuó su búsqueda analítica interior y comenzó su giro hacia el centro. Resumió los resultados de su trabajo anterior en dos sesiones que reservamos para estas reflexiones. Planificamos este tiempo de recapitulación con varias semanas de antelación. Lo esperábamos como un momento para saborear y para reflexionar, ya que ambos habíamos dedicado mucha energía a su trabajo interior y compartíamos el sufrimiento y la emoción que implicaba. Comenzó mientras nos sentábamos uno frente al otro en mi despacho, relajados y anticipando nuestra conversación. "Cuando terminé la escuela, volqué toda mi energía, creatividad y destreza en convertirme en un profesional de éxito. Como sabes, hice este trabajo muy bien, hasta que simplemente me quedé sin fuerzas. Estaba sobrecargado de trabajo por un lado y aburrido por otro". Sabía que había dejado su bufete a la mitad de su vida para trabajar por cuenta propia y participar en diversas empresas en lugar de estar tan especializado. "En algún momento, supongo que al final de la treintena", continuó, "me sentí inquieto. No lo sabía entonces, pero buscaba la conexión, la intimidad, la sensación de ser amado y estar en paz". "Mi búsqueda me llevó a la terapia matrimonial, y eso me ayudó un poco. Probé una o dos aventuras y, aunque al principio eran emocionantes como distracción, pronto fueron más problemas de lo que valían. Durante un tiempo me entusiasmaron los grupos de hombres, los amigos masculinos y la intimidad masculina, y probé esa vía. Aprendí mucho de estas experiencias, pero también me dejaron una sensación de vacío e inquietud después de un tiempo. Finalmente vine a verte". Recordaba muy bien su primera visita y la paradoja en la que estaba atrapado. Era inteligente, sofisticado, exitoso y muy leído en psicología. Había asistido a muchos talleres y conferencias y había probado varios años de psicoterapia. De hecho, sabía mucho de psicología, pero no le había ayudado. Dudaba que verme a mí fuera diferente y, sin embargo, esperaba que lo fuera, porque ahora sabía lo suficiente para darse cuenta de que había estado deprimido durante muchos años. Sin embargo, como tantas otras personas, incluso algunas muy versadas en los estudios Junguianos, no sabía cómo tomarse en serio su naturaleza interior; estaba atrapado en un proceso constante de intentar ampliar una perspectiva unilateral. Siguiendo nuestra peculiar naturaleza americana, seguía haciendo cada vez más lo que no funcionaba. En un caso así, parece necesaria una derrota o un colapso masivo para poder detenerse y reorientarse.

"Mi enfoque de todo fue heroico", declaró, "pero en el sentido irreflexivo de la palabra. Lo que quiero decir es que intentaba conseguir o hacer todo. La acción era mi orientación. Incluso intenté encontrar el amor a través de la acción. Y lo que hice no siempre fue heroico o caballeroso en las relaciones. A menudo era manipulador, quería que me quisieran porque era amable o solidario". "Sí", dije. "Lo entiendo". Yo mismo había aprendido sobre los enfoques heroicos y manipuladores a partir de experiencias propias similares, y he visto el mismo patrón en la vida de muchas personas". Continuó. "Por fin he empezado a darme cuenta de que soy una extraña mezcla de cosas que Dios, mis padres, mis amigos y mi entorno han producido. Si puedo abrazar esta mezcla, puedo sentirme completo y único. Y no me refiero a único en el sentido de ser un triunfador extraordinario. Me refiero a que quizás de esta mezcla pueda encontrar un momento en el que me sienta conectado, completo y en paz. Supongo que podría decir que ahora mi vida fluye mejor y disfruto de las cosas ordinarias, probablemente por primera vez en mi vida. Pero el verdadero cambio que noto es que ya no tengo que exagerar e inflar mis logros ante los demás. Me sorprendió descubrir el tamaño de la ilusión que había construido sobre mí mismo durante años, tanto en mi propia mente como en la de los demás". Esperé en silencio, sin querer interrumpir, pero consciente de la naturaleza elemental de su viaje, uno que yo compartía y que, de una forma u otra, todos compartimos. "Antes de comenzar mi búsqueda de la plenitud y la paz, pasé más de veinte años intentando demostrar a mis padres que era especial y adorable", dijo. "Por supuesto, también esperaba que mi mujer o mis amantes me proporcionaran esa afirmación haciéndome sentir especial y adorable. Me llevó veinte años -y análisis- construir los cimientos que necesitaba para avanzar en la vida". "Sin embargo, siempre te buscaste la vida. De un modo u otro, creo que todos lo hacemos", dije. "Deberíamos apreciar nuestros logros anteriores que nos ayudan a ser autosuficientes. Como sabes, necesitamos una base para llegar más lejos". Hice una pausa y luego pregunté: "¿Qué pasa con tu mujer en este momento?". "Lamento las batallas que tuvimos", respondió. "Traté de hacerla jugar mis conflictos parentales. Pero no me siento culpable. Ella tenía su propia parte y su propio bagaje en nuestro baile. He ganado mucho respeto por ella y supongo que sólo el tiempo dirá cómo acabamos". "Ambos sentimos ahora que el conflicto es realmente un dinamismo creativo que nos enfrenta a nosotros mismos y al otro. Aun así, parece que disfrutamos más de la vida y rara vez nos peleamos. Hemos aprendido, al menos por ahora, que en las relaciones no todo es amor y cariño, que deben estar basadas en la honestidad y la transformación. A veces disfruto de mis papeles de marido, amante, padre y proveedor, y a veces son sólo obligaciones. "Recuerdo la historia de la que hablamos", continuó. "Creo que era de Barbara Hannah. En cualquier caso, era aquella en la que, al comenzar la vida, parece que nos subimos a una barca y empezamos a ir a la deriva río abajo. Todo va bien hasta que chocamos con algunos obstáculos y rocas. Entonces buscamos desesperadamente los remos, los sacamos y remamos como locos río arriba hasta quedar totalmente agotados. Sólo entonces estamos preparados para aprender ambos caminos: dejar que la corriente de la vida nos lleve y también dirigirnos con los remos, nuestra conciencia".

Me reí, yo que solía remar histéricamente ante el más mínimo bache. "La mayor lección que he aprendido", afirmó, "es intentar atrapar un momento en el tiempo y luego dejarlo pasar. Ya sea un momento de "campeonato", un momento de amor, o simplemente un momento en el coche con mi hijo, tengo que atesorarlo y dejarlo pasar. Pasé tanto tiempo de mi vida pensando que las cosas deberían ser así todo el tiempo que me volví adicto a recrear esos momentos. Entonces, por supuesto, lo perdí todo, excepto el resentimiento". "Sí, lo entiendo", respondí, dándome cuenta de lo mucho que admiraba su resumen de nuestro trabajo. Sentí que si él -o cualquiera de nosotros- puede llegar a esa perspectiva y a una relación con nuestro centro, nuestros últimos años pueden ser los más significativos y fructíferos de nuestra vida. Al despedirnos, me pregunté qué soñaríamos los dos esa noche.

Capítulo 9: Viaje a Oriente Hogar Uno de los patrones más profundos de la naturaleza humana es el de la partida, el regreso y el viaje implícito entre ambos. He utilizado la alegoría de Jung del sol viajando desde el amanecer hasta el atardecer como marco para una discusión psicológica de esta partida y regreso, observando nuestra vida y algunas de las travesías y viajes inherentes a ella. Recordar nuestro día simbólico nos lleva a comprender que nuestro viaje matutino es una búsqueda de la edad adulta. Psicológicamente, lo he presentado como un tiempo de desarrollo de la forma de nuestra personalidad. Los relatos épicos de la humanidad, que relatan simbólicamente este periodo de la vida, nos invitan a imaginar el nacimiento del mundo a partir del caos, el amanecer de la luz a partir del vacío oscuro y el poder de una fuerza creativa que da vida. A medida que estos relatos de nuestros orígenes continúan, se encuentran gigantes, los monstruos primitivos deben ser sometidos, los reinos se establecen y se defienden contra los bárbaros. Los cuentos son heroicos y nos recuerdan que estamos divididos contra nosotros mismos y que la creación de nuestra personalidad requiere un esfuerzo heroico de desarrollo y protección contra los aspectos potencialmente desenfrenados de nuestra naturaleza interior. La segunda edad de nuestro desarrollo, la de la mitad de la mañana y la primera de la tarde, tal y como la he presentado, puede considerarse una búsqueda de la vida, durante la cual infundimos nuestra personalidad con vitalidad y la experiencia de establecer una vida en la familia de la humanidad. Esta empresa fomenta nuestra identidad mientras luchamos por ser hombres y mujeres o, en otras palabras, por ser adultos en esta familia. Durante esta búsqueda, nos esforzamos por seguir desarrollando y, finalmente, por cumplir la forma de nuestra identidad, sólo para descubrir, al pasar la hora del mediodía, que debemos empezar a liberar las restricciones de esa forma.

A menudo nos encontramos con que este viaje se repliega sobre sí mismo, devolviéndonos a la hora de la mañana, dejándonos perdidos y vagando allí hasta que las heridas anteriores se curan, permitiéndonos así restablecer nuestra orientación. Este periodo vive inmortalmente en los relatos de los viajes de desarrollo de los aventureros, tipificados por el tumultuoso viaje de Odiseo; el viaje hacia las profundidades cataclísmicas de Orfeo en su búsqueda de la perdida Eurídice; la anterior búsqueda de Inanna, la diosa sumeria, de su hermana oscura; todas las búsquedas que todavía nos persiguen en nuestros recovecos interiores. Las búsquedas posteriores de Arturo y sus caballeros, viajando solos por los oscuros bosques medievales, siguen llamando nuestra atención sobre la verdad elemental de que debemos persistir en la búsqueda de la vida y que esta aventura requiere un valor solitario. En la tercera edad de nuestro desarrollo, la de la media tarde, descubrimos que nuestros viajes y nuestras odiseas nos llevan de nuevo a casa, a una comprensión más amplia de lo que somos. Volvemos a casa, a nosotros mismos, con el conocimiento de nuestra mortalidad, como hizo Gilgamesh en el primer cuento épico registrado de la humanidad, un cuento en el que su hermano terrenal Enkidu ilustró otro patrón en nuestra experiencia de vida: el viaje hacia el conocimiento de la sexualidad. Experimentamos los elementos simbólicos de estas historias como patrones arquetípicos en el desarrollo de nuestra vida. Primero tememos al amor, aunque a medida que aprendemos a amar aprendemos a temer a la muerte y, esperamos, ir más allá de nuestro miedo, relacionándonos finalmente con la muerte como una compañera. Al igual que el amor, la muerte amenaza nuestra existencia llamándonos siempre hacia lo desconocido, pero nuestro consentimiento para ser conscientemente humanos permite que la muerte se convierta en una amiga, añadiendo un sabor salado a la vida. Cada uno de estos viajes gira en torno a grandes puntos de inflexión en nuestra vida, algunos de los cuales son orgánicos en nuestro ser (como llegar a la edad adulta, casarse, envejecer y morir) mientras que otros parecen nacer del patrón de nuestro destino particular. Cada una, si se vive plenamente, nos lleva a un nuevo nivel de conciencia y a una nueva perspectiva de la vida. El regreso a casa y a una conciencia plenamente desarrollada de nuestra mortalidad es lo que simboliza el viaje hacia la plenitud. El regreso a casa y el desprendimiento simultáneo de los lazos de nuestra personalidad provisional -la forma que construimos para asegurarnos de que podíamos funcionar con éxito en el mundo- nos prepara para el siguiente y, quizás, último punto de inflexión en nuestra vida. Con el conocimiento directo de nuestro Ser interior y la conciencia de que la vida es más grande y va más allá de nuestra identidad personal transitoria, nos enfrentamos a la tarea de vivir nuestra conciencia, de abandonar realmente nuestro enfoque egocéntrico de la vida. Pocos de nosotros nos damos cuenta de lo mucho que deseamos que la vida sea como creemos que debería ser, que nos responda a nosotros y a los demás como nos gustaría, es decir, de acuerdo con nuestro propio sistema de valores. Nos resistimos obstinadamente a reconocer estas inclinaciones dentro de nosotros, estas características que resumimos en términos de egocentrismo. Pero esta estructura subyacente en nuestra personalidad debe aflojar su control, permitiendo que la nueva conciencia y la guía de nuestro centro se expresen a través de ella. Así, la constitución de nuestra personalidad se transforma, como podría ser el agua cuando se le añade vino tinto.

El egocentrismo debe ser sustituido por la conciencia del ego, una conciencia creciente de nuestra totalidad y de nuestro lugar en la red de la vida. Los relatos míticos de todas las épocas describen los patrones de la vida humana y cómo los experimentamos en términos de metáforas. Si nos tomamos estas metáforas al pie de la letra o las vemos como relatos históricamente fácticos que reflejan fases no desarrolladas de nuestra espiritualidad, simplemente hemos despojado a nuestra vida interior de sus valores más completos. Nos servimos mejor llevando las perspectivas morales y los significados de estas metáforas a nuestra propia vida y a nuestros propios pasajes. Estos antiguos relatos parecen declarar simbólicamente que cada vida es una historia de la creación que se transforma en el ser y que cada una de esas transformaciones marca un paso más hacia la naturaleza esencial de lo que consideramos humano. Nuestra experiencia y nuestra conciencia son el borde delgado de un nuevo mundo, y nuestro viaje es un descubrimiento continuo. Estos relatos míticos de la humanidad nos dan acceso a las tradiciones y la sabiduría acumuladas de la experiencia humana, guiándonos hacia la comprensión de que la historia del mundo es una historia de amor y una historia de muerte, que conduce a comienzos eternos. En este contexto, la travesía de Odiseo se mueve por las mismas aguas que nuestro desarrollo actual, acosado como estamos por las fuerzas interiores de la psique y el destino. Sus aventuras representan los inicios de la tradición intelectual occidental y los sufrimientos que la vida y nuestra naturaleza nos imponen a todos, al humano que vuelve a casa. En el ambiente angustioso de hoy, todos los elementos psicológicos de la Ilíada y la Odisea están presentes en exceso: la voluntad impulsora de conquistar y de lograr, ambas apoyadas por el ingenio tecnológico. Entonces, como ahora, en el rechazo de lo femenino y en medio de la violencia, alguna voz profunda, casi inaudible, se hace eco del grito de Odiseo en silenciosa desesperación: "Que no hay nada peor para el hombre que ser vagabundo”. Sin embargo, paradójicamente, el Príncipe de la Paz nos recuerda: "Los pájaros tienen sus nidos y las zorras sus guaridas, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Una vez que hemos dicho sí a nuestra odisea y a nuestra humanidad y hemos vuelto a casa, a nuestro centro, descubrimos que hemos viajado hacia la autorrealización. Nos hemos hecho conscientes de los elementos de nuestra vida, dentro y fuera, y conscientes de nuestra conciencia de ellos. Haber encontrado nuestro centro y entrar en relación con él puede incluso hacer que nos preguntemos si nuestro viaje ha terminado. Algunos escritores han sugerido que Odiseo abandone su remo, plantándolo lejos en el interior, donde el mar es desconocido, y se quede en casa, cuidando el reino y viviendo en un equilibrio maduro. Otros, como Kazantzakis (en La Odisea: una secuela moderna), ven que podemos navegar hasta que sólo tenga sentido el estado constante de aventura, proceso que llevó a su Odiseo a una muerte polarizada y congelada. Este tipo de destino le espera a la persona que vive la vida como un mercenario, que es adicto a la aventura o que está atrapado en las tareas matutinas del desarrollo y nunca es capaz de encontrar o sentirse cómodo en la patria interior. Herman Melville demuestra una actitud diferente, ya que el capitán Ahab, ignorando las antiguas lecciones griegas sobre la arrogancia, sigue adelante en una oscura obsesión personal contra la naturaleza.

Todas estas historias poseen una medida de sabiduría, ya que nos muestran que cuando nuestra odisea termina, tiene que acabar, o ponemos en riesgo nuestro destino. Psicológicamente, debemos dar otra vuelta o nos enfrentamos al peligro del Odiseo de Kazantzakis o del Ahab de Melville, aunque esta perspectiva no significa necesariamente que hayamos encontrado un lugar donde apoyar la cabeza. La conciencia es un premio por el que debemos luchar, en su mayor parte luchando contra nosotros mismos, ya que tenemos una insondable predilección por resistirnos a ella. A medida que se desarrolla la idea de un maestro interior, nos damos cuenta de que algo dentro de nosotros ha hecho que luchemos contra nuestro anhelo de una vida inconsciente no exigente. Una vida inconsciente puede aparecer de muchas formas: exigente, desinteresada, llena de logros, inundada de actividades ajetreadas. A menudo puede parecer desafiante e interesante, incluso autorrealizada. Una vida así puede parecer válida en la superficie mientras que, de hecho, es una excusa convenientemente práctica y aparentemente ética para evitar una llamada más profunda al significado y a las elecciones morales impuestas por la percepción consciente, a medida que ésta crece. Nuestro maestro interior representa el impulso de la vida y nos llevará a buscar la comprensión y el sentido con la misma naturalidad con la que el girasol se vuelve hacia el sol, si estamos dispuestos a escuchar, aunque sea un poco. Nuestro maestro interior representa a un conocedor y a un buscador, ambos nos hablan desde el interior de lo que llamamos el Ser o Self. Nuestro viaje hacia la plenitud, nuestra búsqueda de una relación personal con el Ser, enriquece y amplía nuestra capacidad de vida. Nos lleva a "ver a través" de nuestra vida, pero no necesariamente a la felicidad. Ver a través de nuestra vida significa ver a través de las realidades prácticas y cotidianas en las que vivimos hacia un mundo de Realidad Eterna. Ver a través comienza a mediodía y, a medida que nuestra visión se vuelve hacia el interior, empezamos a comprender el mundo del que fluyen verdaderamente la creatividad y la vitalidad de la vida. La humanidad primitiva reflejó este mundo en el dibujo y la adoración de las figuras elementales en las paredes de las cuevas: las grandes deidades animales que creían que representaban las formas maestras de la vida. Evelyn Underhill, en sus estudios sobre el misticismo occidental, considera que este mundo de formas maestras que nutren e imparten vida es el mundo de la Realidad Eterna y los Valores Eternos. Para el psicólogo Junguiano, éste es el mundo de los arquetipos en el inconsciente colectivo, y esta Realidad está representada por el Self en cada uno de nosotros. Se expresa en forma por el mandala y, en la tradición cristiana, por la imagen de Cristo. Jung nos ayudó a delinear estas dimensiones de nosotros mismos refiriéndose a la parte de sí mismo que se ocupaba de la realidad práctica como su personalidad número uno, mientras que consideraba que su personalidad número dos estaba basada en el mundo de la Realidad Eterna. Durante la mañana de la vida, nuestra personalidad número uno nos da una base estable en el mundo (y "estable" puede tener muchos significados). Esta base es necesaria para sostenernos hasta que llegue el momento en que dirijamos nuestra atención hacia el ascenso de nuestra personalidad número dos, en la segunda mitad de nuestra vida. La conexión con nuestro verdadero centro, que está dentro de nuestra personalidad número dos, aclara nuestra visión mientras cambiamos nuestra atención para aflojar las constricciones de nuestra forma convencional -la personalidad número uno. La creatividad de la naturaleza y el patrón arquetípico de la transformación siguen canalizando nuestro crecimiento, pero la naturaleza de nuestro viaje cambia.

Cambia a medida que el ambiente de una odisea aventurera que nos llevó a la madurez se convierte en el ambiente de una peregrinación, el viaje más allá de nosotros mismos que responde a la llamada de algún lugar sagrado distante. En nuestra odisea, luchamos por ser conscientes donde antes éramos inconscientes. La odisea no termina cuando nos hacemos conscientes del todo, sino cuando nos hacemos más conscientes de nuestra muerte y conscientes de nuestra conciencia. Es decir: más plenamente humanos. Como tuvimos que volvernos humanos, ahora llega el momento de nuestro peregrinaje, cuando debemos tratar de infundir nuestra humanidad con el espíritu y permitir que nuestra vida manifieste los valores trascendentes del Reino Eterno, y debemos estar dispuestos a aceptar esta tarea en áreas de nuestra personalidad y de nuestra vida en las que antes no estábamos dispuestos a ser tan conscientes. Tal vez podamos concebir una cuarta edad en la vida, el tiempo de la tarde y la noche, como la edad del peregrinaje. En muchos sentidos, esta peregrinación es un viaje hacia el espíritu, como reflejó Dante en sus relatos. Pero dado que nuestra propia estructura alberga el potencial de nuestro ser espiritual, esta peregrinación es también un viaje al centro de nuestra propia naturaleza. Si nuestra personalidad es capaz de hacer este giro y nuestra vida se convierte en una peregrinación consciente, avanzamos más en el proceso de individuación de Jung, y también seguimos el camino sugerido en el Evangelio de San Juan, pues nuestra vida eterna comienza ahora... en esta vida. Desde el punto de vista del pensamiento Junguiano, nuestro peregrinaje se desarrolla a medida que nos esforzamos por alcanzar la plenitud y completar nuestra personalidad, y no a través de un proceso irreflexivo de acumulación de méritos mediante la realización de buenas acciones, al menos en la medida en que las convenciones y las instituciones definen las buenas acciones. Llamemos a esta peregrinación un viaje a Oriente. Desde los primeros tiempos de la humanidad, Oriente ha sido visto como la fuente de la vida, más allá de la salida del sol. El Jardín del Edén, la orilla de Noé y la patria de los Reyes Magos se encuentran más allá de Oriente. El viaje a Oriente representa, pues, un punto de inflexión en nuestro proceso de desarrollo, ya que nos reorientamos de un viaje hacia la muerte a una peregrinación hacia lo Eterno.

Realidad En nuestra tradición occidental, la aproximación mística a Dios pretende conducirnos a una dimensión del ser en la que todos participamos por el mero hecho de existir, pero de la que sólo tomamos conciencia gradualmente, si es que lo hacemos. Vivir una vida convencional implica vivir una vida principalmente inconsciente. Una vida así nos mantiene en el borde exterior de la Realidad, sin llegar a comprender las dimensiones de apoyo de la vida. El camino del desarrollo espiritual es paralelo al curso del desarrollo de la conciencia, y como ambos parecen ser procesos naturales o elementales, generalmente nos llevan a los mismos o similares lugares, aunque pueden articular el proceso de manera diferente. Natural, sin embargo, no significa fácil, ya que hemos observado que lo natural significa conflicto, vida, muerte y renovación. El difícil camino místico que Underhill esboza ilustra este hecho, y el conocimiento del desarrollo psicológico lo subraya.

En el lenguaje de la psicología, hablamos de formas últimas o elementales, mientras que en términos espirituales podemos referirnos a los valores últimos y a la realidad. Puede ser útil considerar cómo podemos experimentar estas dos perspectivas como si tuvieran algo en común. Tal vez, en la primera, estamos tratando de conocer la vida a través de la mente, mientras que en la segunda estamos tratando de conocerla a través del corazón. Jung, por ejemplo, insistió en que debemos renunciar a nuestro constante deseo de averiguar qué vamos a hacer con respecto a algo y centrar toda nuestra vitalidad en si lo conocemos o no - "conocerlo" significa "ver a través" de él. Saberlo, conocer la situación en su totalidad, significa tener una perspectiva exhaustiva y cuidadosamente desarrollada sobre ella, que incluye cosas como apreciar plenamente nuestras respuestas emocionales, reconocer nuestra parte psicológica en la situación, ser conscientes de la respuesta de nuestro inconsciente (por ejemplo, escuchando nuestros sueños), y comprender cómo esta situación se anida en el contexto del desarrollo humano en general. Este proceso lleva, más allá de la resolución de problemas, a una capacidad de vida ampliada y aumentada. Así pues, la dificultad a la que se enfrentan los analistas suele tener la forma de esta pregunta de los analizados: "¿Qué hago?" Esta pregunta, si se permite, reduce la vida al nivel objetivo y a la búsqueda del autodominio en lugar de la curación y el autoconocimiento. El analista es reducido a una mecánica emocional y la noción de transformación es vencida en favor de las técnicas. "Conocerlo" -es decir, conocer la situación en su totalidad- es una respuesta difícil de aceptar para un analizado, o para cualquiera de nosotros, ya que la mayoría no queremos conocerlo. Queremos salir de ella sin conocerla. Sin embargo, este enfoque -conocerlo- es válido, ya que las cosas que son inconscientes cambian cuando se conocen y, por lo tanto, los fundamentos de nuestros problemas cambian en el proceso. Salir de una situación o de un problema sin "conocerlo" simplemente invita a que vuelva de otra forma, quizás más drástica. En realidad, el proceso de "relacionarse con" una situación se convierte en parte integrante de la conciencia porque debemos ser capaces de relacionarnos con la situación de forma consciente para conocerla. En el sentido psicológico, relacionarme con mi experiencia significa separarme lo suficiente de mi conciencia del ego para poder observar, examinar e interactuar con la experiencia en mis esfuerzos por desarrollar una perspectiva hacia ella. El comportamiento de Job ilustra este proceso. Honró el lado emocional de sus experiencias rasgando sus ropas y vistiendo un paño. Honrar conscientemente los aspectos emocionales de una experiencia facilita la relación con ella a medida que nos esforzamos por conocerla. Luego, además, se relacionó con sus consejeros cuando empezaron a discutir, indagar, analizar e intentar explicar lo que estaba sucediendo. Intentaban ayudarle a conocer su situación a través de la mente, involucrándola racionalmente, fundando gran parte de la discusión en su marco de referencia convencional. Consideremos otra situación, parecida a la experiencia de Job. Supongamos que en una familia nace un niño gravemente deformado. La presencia del niño puede destruir o santificar a la familia. Lo mismo ocurre con las enfermedades terribles y otras desgracias. En tales situaciones, nos enfrentamos a la cuestión de si estamos dispuestos a conocerlas con el corazón.

Si estamos dispuestos, y si tenemos un desarrollo consciente suficiente (desarrollo que puede ser forzado por algunas de estas mismas situaciones), entonces nuestra experiencia de amor y dolor puede refinarnos de manera que abra nuestra alma y transforme nuestra aflicción en una experiencia profunda. Si conocemos también con la mente, podemos descubrir que el significado del acontecimiento es de especial importancia en la historia de nuestro desarrollo. Uno de los problemas fundamentales de hoy en día es que hemos institucionalizado el conocimiento académico, religioso y científico. Estos campos proporcionan un paradigma dominante que circunscribe nuestra capacidad de conocer cualquier cosa. Cada uno de ellos se originó en la psique humana y tiene un núcleo elemental, con la experiencia humana reunida en torno a él. Podemos proponer, desde el punto de vista de la psicología Junguiana, que cada uno de estos ámbitos representa no una búsqueda de la verdad, sino un complejo psicológico. Por ejemplo, la ciencia, como enfoque disciplinado y metodológico para comprender la naturaleza, se apoya en siglos de tradición. Mitológicamente, este enfoque podría ser personificado por el antiguo dios griego Apolo y pensado como un esfuerzo por conocer la vida a través de ciertos aspectos de la mente. Si se rodea esta forma de conocer con el énfasis en lo literal y lo concreto que tendía a apoyar algunos aspectos de la ciencia en los siglos XIX y XX, se puede acabar discutiendo sobre la verdad de las experiencias subjetivas con aquellos que se consideran científicos, que dicen: "Sólo dame los datos. Respaldad lo que decís con datos concretos". En tal caso, la persona está hablando desde un "complejo científico", no desde una posición verdaderamente científica, que estaría abierta a considerar las experiencias subjetivas, incluidas las de la imaginación. La "ciencia" como campo, o las personas identificadas con la persona "científica", son vulnerables a quedar atrapadas en este complejo. Así lo demuestra la dificultad que tiene este campo para aceptar más de una teoría que explique los fenómenos o la tendencia de las leyes científicas a cambiar cuando pasan de una generación de científicos a la siguiente. Al igual que la ciencia, la mayoría de las formas institucionalizadas de "saber" desarrollan complejos similares, que reflejan sus perspectivas actuales. Cada uno de los ámbitos mencionados ha sido sospechoso en diferentes momentos de la historia. Los tres han cambiado, y siguen cambiando, nuestra visión del mundo. Asimismo, los redefinimos en casi cada generación. Estos ámbitos tienen el potencial de convertirse en perspectivas en las que quedamos atrapados o en dogmas que dominan y limitan nuestra conciencia, como ha hecho nuestro actual complejo que enfatiza lo concreto y lo funcional. Un enfoque utilitario desde cualquiera de los ámbitos mencionados, o desde todos ellos, podría llevarnos fácilmente a desvalorizar al niño deforme del ejemplo que hemos considerado, hasta el punto de creer que todos estarían mejor si el niño no hubiera nacido. Sin embargo, este enfoque es superficial y evita un conocimiento más profundo a través de la mente y el corazón. No se trata de tener una respuesta simple y práctica, sino de encontrar una versión más completa del conocimiento de lo que hacemos.

Pensamos en la conciencia normal o cotidiana como un tipo de conciencia sensorial que separa los rasgos esenciales de la masa de experiencias que nos bombardean. Una vez que estos rasgos se han clasificado, intentamos ponerlos en un cierto orden. Sin embargo, este orden carecerá de coherencia y de un significado más profundo hasta que nuestras experiencias vividas se relacionen con la Realidad más profunda de la que proceden y en torno a un centro que les dé plenitud. Esta es la función más compleja de la conciencia a nivel personal: llevar la vida y los valores a una expresión de significado realizado. Nuestras consideraciones sobre la realidad y la Realidad nos ayudan a tomar conciencia de otro par de opuestos que encontramos, los del tiempo. Chronos, el tiempo social, es el tiempo de la vida ordinaria y también el tiempo que utilizamos en nuestra analogía que caracteriza la vida como un viaje desde el amanecer hasta el atardecer. Pero Kairos, el tiempo de la naturaleza -y en la religión, el tiempo de Dios- representa los aspectos eternos del tiempo evolutivo, aquí y más allá. Una vez que hemos adquirido conciencia psicológica de nuestro Ser, cada decisión en nuestra vida requiere que hagamos una elección entre nuestras preferencias personales y seguir el camino de la naturaleza hacia la culminación. El mero hecho de darnos cuenta de que debemos tomar esas decisiones nos lleva a una relación viva con los aspectos eternos del Kairós. Tales elecciones deben reflejar nuestros aspectos más maduros e implicar que sigamos recuperando partes desechadas de nosotros mismos, aumentando así nuestra congruencia con el gran diseño de nuestro maestro interior. Vivir en obediencia a nuestra voz interior en lugar de a un patrón más tradicional a menudo ofenderá a los que nos rodean, ya que nos enfrentamos a los patrones convencionales y a lo que los demás esperan de nosotros. Abandonar el "yo quiero", la orientación centrada en el ego y la convencional, para seguir el camino más profundo suele crear resentimientos en los demás y, paradójicamente, fomenta las acusaciones de egoísmo. Con frecuencia, las personas que han estado más cerca de nosotros en nuestra vida pensarán que las cosas buenas que hemos ganado en nuestra nueva madurez, o el amor y el espíritu que hemos desarrollado, representan una colaboración traicionera con la Providencia, lo que significa que no nos ganamos nuestras "recompensas" de la "manera correcta", ¡según sus criterios! La conciencia normal y nuestro deseo de que las cosas sean como queremos suelen reflejarse en aquellos que insisten en vivir dentro de los límites de las ilusiones socialmente aceptables. Hacer esto, sobre todo si implica ignorar deliberadamente o no reconocer habitualmente lo que está sucediendo claramente, se caracteriza a veces, en términos de la jerga actual de la adicción, como "negación". En este caso, sin embargo, no me refiero a negar la realidad del abuso de sustancias. Me refiero más bien a negar la realidad de una adicción a la propia voluntad y al egocentrismo. Dos formas particularmente insidiosas de negación son el "pensamiento positivo que sale mal" y "aceptar lo inaceptable llamándolo ser filosófico". En primer lugar, están los "pensadores positivos" que siempre buscan lo mejor de las cosas, siempre ponen una cara positiva y dirigen su atención a seguir adelante con la vida. Las madres y los padres que cultivan esta actitud pueden producir varias generaciones de descendientes psicológicamente heridos al negar la naturaleza de la vida y la realidad.

Las personas que aceptan la vida de forma demasiado "filosófica" conforman un segundo grupo, que parece socialmente envidiable pero que esparce un charco de veneno emocional bajo la superficie. "Nuestra vida sexual no es tan buena, pero... tenemos un buen matrimonio" o "... tenemos un buen nivel de vida" o "... trabajamos demasiado" son afirmaciones típicas que un analista probablemente escuche. Este tipo de actitudes parecen maduras y comprensivas, incluso compasivas a veces, en la superficie. Pero la vida exige que nos enfrentemos directamente a lo que tenemos que afrontar cada día. Necesitamos cuestionar, analizar, examinar y encontrarnos con ello tan cuidadosamente como lo hicieron Job y sus consejeros, buscando penetrar en lo que sucede, conocer con el corazón y la mente. Al forzar una actitud positiva o adoptar una postura "filosófica", evitamos relacionarnos con nuestra vida y abortamos los esfuerzos de la naturaleza hacia la transformación. Estos enfoques pueden parecer que funcionan, pero, además de engañarnos y herirnos a nosotros mismos, es muy probable que estemos creando un linaje herido que continuará durante generaciones. Vivir sin conciencia y estar en tales estados de negación es vivir de forma irresponsable e inmoral, negando los aspectos más profundos de nosotros mismos y los significados más profundos de la vida. Por supuesto, una vida vivida de este modo puede ocultarse tras una persona impecable en el mundo convencional. Desarrollamos estas actitudes para mantener nuestra imagen social y para evitar el mismo conflicto y sufrimiento que necesitamos para engendrar la transformación. El dolor neurótico florece en estas personas, a menudo incapacitándolas y tal vez dañando a sus seres queridos, porque -debido al miedo o al decoro convencional o a ambos- ponen una tapa en sus vidas. (Freud y Jung estaban claramente de acuerdo en que el dolor neurótico es una consecuencia de evitar el sufrimiento legítimo). Mi experiencia clínica muestra que muchas más familias disfuncionales y niños problemáticos son el producto de padres que llevan vidas deshonestas de negación que de aquellos que son extremadamente abusivos físicamente. Las personas que viven en estas condiciones de negación reducen el tiempo evolutivo a un tiempo duradero, soportando la vida mientras viven una farsa, aunque muchas de ellas a menudo parezcan externamente buenas y bondadosas. Al vivir así, niegan los aspectos trascendentes de la vida y, en términos cristianos, renuncian a todo el significado del mensaje de Cristo, que Jung consideraba un reto para vivir nuestra vida, en los sentidos más profundos, tan verdaderamente como Cristo vivió la suya. Nuestra tarea básica a partir del mediodía de la vida es comprometernos vitalmente con la vida, al tiempo que aflojamos nuestro apego al mundo cotidiano de las actividades. La mecánica de la vida es importante, pero no debe complicarse tanto que nos absorba. Permanecer comprometido con la vida cotidiana sin ser poseído por ella ni abandonarla es, a su manera, una crucifixión emocional que requiere elecciones continuas e intencionadas entre valores y actividades en aras del sentido. Comprender la naturaleza del tiempo y de la realidad como doble nos ayuda a reconocer y apreciar más plenamente nuestra propia naturaleza doble. Nuestra personalidad cotidiana debe vivir en una dimensión, la de la realidad temporal, mientras que nuestro Ser vive en otra, el mundo Eterno. Tanto nuestra personalidad cotidiana como nuestro Ser necesitan conciencia y energía y dependen el uno del otro para desarrollarse y realizarse.

Esta conclusión facilita la comprensión de la dinámica de la energía transformadora y su origen en el conflicto. Somos conflicto. Y el fuego de la emoción es lo que marca nuestro conflicto y es la fuente principal de nuestra toma de conciencia, de nuestro sacar la luz de la oscuridad. Lo "correcto" puede parecer muy diferente desde el punto de vista de lo que "quiero o necesito", de la convención social y del Ser. Sin embargo, el Ser (y de una manera que desconocemos), suele seguir un camino mucho más cercano a los deseos de nuestro corazón y nuestra alma, uno que a menudo también está lejos de los deseos y expectativas de la conciencia normal. Pero el Ser puede llevarnos de la egolatría a, como dijo Tolstoi, "Vivir para mi alma y recordar a Dios". Si vivimos desde esta base, nuestro futuro, lo que podemos ser o hacer, no está limitado por nuestro pasado. Una vez que nuestro peregrinaje ha comenzado, nuestra meta ya no es el logro externo, aunque a medida que nuestra vida interior se despliega y se expresa, puede afectar dramáticamente a lo que ocurre en nuestro mundo exterior. A menudo, podemos estar cargados de nueva energía y motivados para alcanzar mayores logros. Pero debemos tener cuidado de proteger nuestro peregrinaje y no desviarnos por cuestiones de poder y éxito personal. Si perdemos el contacto con nuestro centro y nos dejamos absorber por los valores culturales que enfatizan la competencia, el éxito, la productividad, la autosuficiencia, el individualismo o el progreso material, podemos impedir nuestra capacidad de seguir los valores por su significado más profundo. Entonces podemos encontrarnos con una oscura arrogancia y envenenar el fruto de nuestra vida en su momento de maduración.

Peregrinación Al vivir nuestro peregrinaje, descubriremos que dialogar con el Ser nos tranquiliza en medio de nuestros conflictos. Este diálogo es muy personal y puede llevarse a cabo mediante la expresión artística, los sueños, las fantasías, la imaginación activa y otros métodos que mantienen nuestra relación con nuestro centro. Este proceso apoya nuestros esfuerzos por construir nuestra vida sobre una base interior. Mientras que la religión puede referirse a estos diálogos como "oración", aquí nos referiremos a ellos como diálogos entre el ego y el Ser. Su requisito central es nuestra voluntad de aceptar conscientemente nuestro inconsciente y su participación en nuestra vida. En términos de una analogía espiritual, estamos pasando de una búsqueda del Jesús histórico a una búsqueda de "el camino, la verdad y la vida". Las dimensiones que hemos estado discutiendo -la doble naturaleza del tiempo y la doble naturaleza de nosotros mismos- están simbolizadas para muchas personas por la imagen de Cristo en la cruz. En esta imagen, el cuerpo abierto (brazos abiertos) de Cristo clavado en la cruz une cuatro puntos simbólicos de conflicto o dos pares de opuestos. Un par se representa verticalmente y el otro horizontalmente. La vertical representa la dimensión eterna o espiritual de la imagen y la horizontal representa los aspectos cotidianos de la vida. Todo el cuerpo de Cristo une estos puntos de manera que los une a través del cuerpo de la humanidad, conectando a la humanidad con la eternidad y abriendo el corazón a la compasión. Simbólicamente, la cruz también señala nuestra experiencia emocional de estar fijados entre estas dimensiones.

Repetidamente ejemplifica el momento de nuestro encuentro con el dolor de la transformación y del ser humano al experimentar los conflictos de la vida. Los brazos, clavados y abiertos, despojan al corazón de su protección, desnudándolo y exponiendo todo el cuerpo al mundo. El poder de esta imagen simbólica, cuando se considera psicológicamente, es capaz de transformar el egocentrismo en conciencia del ego y en aceptación del destino del Ser. En el lenguaje del corazón, el amor al poder se transforma en el poder de asimilar la vida a través del amor. En esta transformación, el amor ha sido limpiado por el fuego de la vida y del sufrimiento de sus componentes proyectados y ha entrado en el reino de los valores eternos, más allá de nuestras atracciones, necesidades y heridas. A partir de este momento, desde la aceptación del Ser, nuestra vida pertenece a toda la humanidad y ya no es completamente nuestra. Este punto de inflexión marca un mayor desarrollo de nuestra capacidad de compasión y amor, valores del corazón, así como una revitalización del principio femenino en nuestra vida. La compasión es la fuerza que equilibra la creatividad, que comienza y madura a través del eros individuante y la realización al servicio de la vida, y pone nuestra creación, que somos nosotros mismos, al servicio de la vida. Otra perspectiva23 nos muestra que las tres religiones orientales -el confucianismo, el taoísmo y el budismo- coinciden en un punto sencillo. Creen que la tarea de toda una vida es poner en armonía toda nuestra energía y nuestro talento reuniéndolos en torno a un centro que les dé forma en un todo. El significado simbólico de la crucifixión y el camino de la cruz amplía el mismo mensaje e incluye las dimensiones adicionales de nuestra experiencia emocional durante el proceso. Desde el punto de vista psicológico, la imagen de Cristo en la cruz va aún más lejos, al simbolizar la necesaria entrega del control del ego, el dolor de esta entrega y la transformación del egocentrismo en conciencia del ego. La importancia del ego en relación con el Ser y los efectos en el mundo de su transformación están claramente representados en este apasionado símbolo de transformación. Además, todas las religiones mencionadas (al igual que muchas otras) confirman que este proceso es la preparación necesaria para nuestro viaje a Oriente, a lo Eterno. Jung se tomó muy en serio la creencia permanente de la humanidad en una vida más allá. El lado visionario de la humanidad y nuestra naturaleza soñadora parecen caracterizar la muerte como otro punto de transición en la vida y no como un final abrupto 24. De hecho, si somos fieles a nuestra naturaleza y a la búsqueda de la plenitud, debemos intentar formarnos un concepto o una imagen de la vida después de la muerte, y luego buscar la conexión entre cómo vivimos en nuestra realidad actual y cómo viviremos en la eternidad. El proceso de individuación se basa en la noción de nuestra relación personal con lo trascendente y lo eterno, con la imagen de lo trascendente dentro de nosotros. También sigue la dirección implícita en la teología cristiana y expresada en el Evangelio de San Juan, de que la vida que vivimos aquí ancla nuestra vida en el más allá. Innumerables sueños y expresiones del inconsciente en personas de todo el mundo acentúan esta impresión y la importancia de que sintamos un lugar en ambas realidades. Tal sentimiento requiere que hayamos aceptado plenamente el desafío de cada parte de nuestra doble naturaleza y que hayamos intentado vivir la tensión entre ellas.

La vida, como he señalado, nos envía a menudo mensajes a través de las experiencias de los demás. Los analistas nos encontramos a menudo con que un analizando nos trae un sueño, una imagen o una experiencia en el momento perfecto para cristalizar algún proceso propio. En una ocasión, mientras trabajaba en este mismo capítulo, se produjo un acontecimiento de este tipo. Un hombre entró en mi despacho, un respetado profesor y autor de unos sesenta años, cuyos antecedentes de la infancia le habían impulsado a hacer carrera en el estudio de la vida interior. Había estado preparando una serie de conferencias en las que se comparaba el pensamiento Junguiano con el oriental, y abrió nuestra sesión diciendo que quería hablarme de un sueño reciente, uno que arrojaba una nueva luz sobre sus próximas conferencias. "Entré en una gran iglesia de piedra", comenzó. "Los bloques de piedra eran enormes y estaban cubiertos de musgo. Parecía muy antigua. Lentamente, caminé por el pasillo central. La mayor parte de la iglesia era fría, oscura y sombría, parecía una tumba. Entonces me di cuenta de que el altar estaba rodeado por las llamas de muchas velas. Cada llama parecía combinarse con las demás hasta que el altar parecía iluminado por el esplendor de una única llama central. Mientras me acercaba al frente, vi filas de monjas con los hábitos antiguos a la derecha e hileras de monjes con sotana a la izquierda. Estaban cantando con el profundo poder de un antiguo coro griego, un poder que puede contener y canalizar los momentos apasionados y trágicos de la vida". Hizo una pausa y luego dijo: "No soy católico, ¿sabes?". Asentí con la cabeza, recordando por su indicación que el proceso simbólico no es confesional, un hecho que la mayoría de la gente conoce pero que se sorprende al descubrirlo cuando se comprueba en sí mismo. Continuó: "Me arrodillé y luego entré en la primera fila. Continué arrodillado, con la cabeza inclinada. Lentamente levanté la cabeza y miré hacia el altar. Era la sacerdote que preparaba la Eucaristía". Sabía quién era, pues él había hablado mucho de ella en sesiones anteriores. Se había enamorado de ella alrededor de los quince años, y la había amado como sólo podía hacerlo un chico tímido e introvertido, totalmente perdido en sus sentimientos y sin poder pronunciar nunca un "te quiero". Fueron novios durante un tiempo, como era la moda de los adolescentes en su época. Puede que la intensidad tímida e introvertida de él le resultara atractiva al principio, pero pronto le dejó por un chico más extrovertido, un popular jugador de fútbol. Él nunca la culpó por hacerlo y sólo lamentó su incapacidad de haber dicho las palabras adecuadas para convencerla de que se quedara con él. Sin embargo, su psique la mantuvo cerca y ella siguió siendo una compañera interior durante décadas, reflejando su continua relación emocional con la vida. En sus fantasías, ella era la persona a la que quería impresionar, y lo hacía, con sus triunfos, reales e imaginarios. También reflejaba sus estados emocionales cambiantes y en evolución. Cuando él estaba deprimido a mediados de los treinta, ella aparecía en sus sueños, con sobrepeso, pesada y desaliñada. Cuando atravesaba un amargo divorcio a los cuarenta años, ella aparecía en una serie de sueños, lisiada, con una pierna enyesada, moviéndose lenta y dolorosamente con muletas.

Durante un periodo de análisis a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, ella pareció desvanecerse. Sin embargo, ahora había regresado, tal vez para conectarle con lo trascendente o con su yo más profundo, como había hecho anteriormente con otros aspectos de su vida. "Mientras la misa continuaba", dijo, "ella levantó el cáliz en el aire hacia el gran crucifijo que colgaba del techo. Mis ojos la siguieron hacia el crucifijo. Al distinguir los rasgos del cuerpo en la cruz, descubrí, con un sobresalto de asombro, que estaba mirando directamente mi propio rostro". Una oleada de emoción nos atravesó a ambos cuando terminó su relato. Conmovido por el estado de ánimo de la experiencia, esperé unos instantes antes de preguntar, con voz apenas superior a un susurro: "¿Qué opinas del sueño?". "Me enseñó algo importante", respondió lentamente, buscando una comprensión más profunda de su experiencia mientras sus rasgos se relajaban un poco. "Estás al tanto de las conferencias sobre Jung y el pensamiento oriental que he estado preparando. Creía que tenía resuelto el paralelismo. Iba a comparar el ego con el abamkara y el Ser con el atman, mostrando cómo se combinan para formar la persona-jivan, y así sucesivamente. Definí la vida, la psicología y la religión como un problema intelectual muy abstracto y luego me deshice de él con bastante pulcritud, debo decir. "Luego tuve este sueño y ahora me siento muy diferente. Ha destrozado una ilusión que tenía sobre mí mismo. Antes, veía este proceso -el material sobre el que estaba dando una conferencia- como algo universal y pensaba que sabía mucho. Ahora lo veo como algo muy personal. Por primera vez en mi vida empiezo a entender el significado de la pasión. Este proceso es extremadamente personal; es mi crucifixión, mi transformación, mi eucaristía, yo mismo en la vida en relación con la eternidad, mi muerte. Cuando me desperté, sentí como si hubiera descubierto un propósito perdido en mi vida, uno que ni siquiera sabía que estaba perdido. "De dictar cátedra a vivir, se podría decir", añadió, riendo en voz baja. "Todavía buscabas algo más", añadí, "aunque no lo sabías. Algo personal. Y llegó". "De una iglesia antigua", dijo, "una iglesia a la que ni siquiera pertenezco. Mi tipo de iglesia, sin embargo, una iglesia en la psique, el alma". Sueños como éste evocan sentimientos intensos, incluso miedo, porque la fuerza de sus imágenes parece ir más allá de los límites de nuestra imaginación cotidiana. Pero no debemos huir de ellos. Tales sueños son un regalo, que nos recuerdan durante nuestras horas de sueño que cada momento de nuestra existencia es un momento de significado personal que, cuando se entiende, nos acercará al verdadero oro, al sentido imperecedero de nuestra vida. Esos sueños, cuando se afrontan con valentía, revelan que vivir no es cuestión de responder a las preguntas, sino de descubrirlas, de conocerlas y amarlas. Más tarde, en la calle oscura, caminando hacia mi coche, seguía considerando la experiencia de su cara a cara con su ser crucificado. Contemplé cómo parece que a todos nos cuesta tanto tomarnos a nosotros mismos de una manera más profunda o trascendente. Parece que nos cuesta tanto superar nuestras imágenes de cómo son las cosas, de cómo somos o deberíamos ser, de cómo queremos que sean las cosas.

Sin embargo, parece que estamos en manos de un Maestro que nos envía lecciones en la oscuridad, a través de nuestras relaciones, enfermedades y otras experiencias, para abrirnos a los misterios de nosotros mismos y de la vida. A pesar de nuestros interminables planes, tenemos poco conocimiento de lo que nuestro Maestro nos tiene preparado. Y la pregunta sigue siendo: si valoraremos la vida lo suficiente como para escuchar y aprender a vivir desde nuestro centro de una manera que actúe para confirmar la creación en lugar de anularla. Si somos capaces de valorar así la vida, podremos pasar más allá del alcance del tiempo ordinario, como hacemos en los momentos intensos de amor, y descubrir ese antiguo camino señalado por la mayoría de las grandes religiones y descrito con estas palabras: "El que pierda su vida la encontrará". El simbólico "Viaje a Oriente" nos recuerda a cada uno de nosotros que nuestra vida personal repite el milagro de trascender el vacío y la nada.

-Traducción realizada por @elmitojungiano-

Notas a pie de página

[1] "Anima" es el término Junguiano que designa la imagen eterna o arquetípica de la mujer que se lleva dentro de la psicología del hombre y la naturaleza femenina de su inconsciente. Para una mujer, es el "animus" quien personifica la imagen de su naturaleza masculina. [2] Sam Keen, To a Dancing God: Notes of a Spiritual Traveler (San Francisco: Harper, 1970). [3] C.G. Jung, Recuerdos, sueños, reflexiones, ed. A. Jaffé, trans. Richard y Clara Winston [4] William Blake, "The Marriage of Heaven and Hell", en The Portable Blake, ed. A. Kazin (Nueva York: Penguin, 1976), 250. [5] Este es el término Junguiano para la función psicológica utilizada para tomar decisiones basadas en un sistema de valores personal. Se explicará con más detalle en páginas posteriores. [6] Sigmund Freud fue el fundador del psicoanálisis, promoviendo una terapia basada en el diálogo entre el analista y el paciente. Entre otros, introdujo los conceptos de ego e id. [7] M. Esther Harding, la primera psicoanalista Junguiana de Estados Unidos, fue una prolífica autora y educadora. [8] Carl Gustav Jung desarrolló la escuela de psicología analítica. Sus conceptos incluyen la introversión, la extraversión y el inconsciente colectivo. [9] Este poema, que he abreviado, circulaba en su escuela. No tengo conocimiento del autor. El rumor que circulaba con el poema era que era de un chico de 17 años que se suicidó poco después de haberlo escrito. [10] Es bastante conocido hoy en día que Jung consideraba que cada personalidad contiene una imagen interna del sexo opuesto: el ánima (o imagen interna femenina) en la personalidad del hombre y el animus (o imagen interna masculina) en la personalidad de la mujer. Estas imágenes aparecen en los sueños y las fantasías y se proyectan en individuos del sexo opuesto, sobre todo cuando nos enamoramos. Este elemento de nuestra personalidad es una guía interior y ofrece muchas posibilidades creativas en nuestro desarrollo. Por lo tanto, nuestra relación interior con él es muy importante. [11] Evelyn Underhill, Mysticism: A Study in the Nature and Development of Man's Spiritual Consciousness (Nueva York: Meridian Books, 1974), 147. [12] Joseph Campbell, Myths to Live By (Nueva York: Viking, 1972), 174-206. [13] La proyección es el término psicológico que designa el desplazamiento inconsciente de nuestros atributos personales hacia otras personas u objetos. Los contenidos proyectados pueden ser emociones o cualidades inaceptables, o pueden ser beneficiosos y valiosos. El recuerdo y la integración de los contenidos proyectados es una parte importante del análisis Junguiano y de cualquier viaje hacia la autocomprensión.

[14] El ego es la luz solar simbólica de la conciencia. En términos psicológicos, es el centro de nuestro campo de conciencia y nos da nuestro sentido de forma, propósito e identidad. Organiza nuestra mente consciente. [15] Loren Eiseley, The Star Thrower (Nueva York: Harcourt Brace, 1978), 118. [16] Laurens Van Der Post, About Blady: A Pattern Out of Time (Nueva York: William Morrow, 1991), 22. [17] Van Der Post, About Blady, 15. [18] Sam Keen, Fire In The Belly: On Being a Man (Nueva York: Bantam, 1991), 12. [19] C.G. Jung, Recuerdos, sueños, reflexiones, ed. A. Jaffé, trans. Richard y Clara Winston (Nueva York: Pantheon, 1973) [20] C.G. Jung, C.G. Jung Letters 2, ed. G. Adler en colaboración con A. Jaffé, trans. R.F.C. Hull Londres (Routledge & Kegan Paul, 1976), 320. [21] Irene C. de Castillejo, Knowing Woman (Nueva York: Putnam, 1973), 124. [22] C.G. Jung, Collected Works 18, The Tavistock Lectures, Bollingen Series XX, párrafo 382ss. [23] Barbara Hannah, The Cat, Dog and Horse Lectures and the Beyond, ed., Chicago: D.L. Franz. D.L. Franz (Chicago: Chiron, 1992), 48. [24] Si le interesa profundizar en la psicología analítica y la muerte, dos buenos libros sobre este tema son la conferencia de Barbara Hannah sobre el "Más allá" en su libro The Cat, Dog and Horse Lectures and the Beyond (Chicago: Chiron, 1992) y On Dreams and Death: A Jungian Interpretation, trans. E.X. Kennedy y V. Brooks (Boston: Shambhala, 1987).