Viaje del Parnaso [2 ed.] 8400101529, 9788400101527

"Viaje del Parnaso" es una obra narrativa en verso de Miguel de Cervantes, publicada el año 1614 y escrita en

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Spanish Pages 756 [758] Year 2016

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ÍNDICE GENERAL
PRELIMINAR PARA UNA EDICIÓN CONMEMORATIVA
PRELIMINARES DE LA EDICIÓN DE 1983
ESTUDIO PRELIMINAR
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
ADJUNTA
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE DE NOMBRES O DE OBRAS MENCIONADOS*
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Viaje del Parnaso [2 ed.]
 8400101529, 9788400101527

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MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

CSIC

Edición de Miguel Herrero García. Revisada por Abraham Madroñal

VIAJE DEL PARNASO

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

E

Viaje del Parnaso es una obra interesante de Cervantes, pero a la que no se ha prestado todavía demasiada atención, por lo que sigue siendo necesaria la reedición del libro que aquí se presenta. Miguel Herrero García, prestigioso cervantista vinculado al Centro de Estudios Históricos y al CSIC, dejó inédita a su muerte (1961) una edición anotada de la obra, que formaba parte de un ambicioso proyecto de edición de las obras completas del centenario cervantino celebrado en 1947. Dicha edición, que se llevó a cabo en 1983 con los materiales que dejó Herrero, pero adicionada por otros investigadores, es hoy un libro agotado, pero que sigue aportando información de interés para estudiosos y lectores de Cervantes, razón por la que se ofrece esta nueva edición, corregida y puesta al día. El CSIC quiere con ella rendir homenaje al autor del Quijote en este otro año de su centenario. l

VIAJE DEL PARNASO Edición de Miguel Herrero García Revisada por Abraham Madroñal

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTíficas

Abraham Madroñal (Belvís de la Jara, Toledo, 1960). Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Ginebra e investigador científico del CSIC (en excedencia temporal). En esta institución dirige desde hace algunos años la revista Anales Cervantinos. Es especialista en literatura española de los Siglos de Oro y se ha dedicado fundamentalmente al estudio del teatro de este período y, en particular, al entremés, a Lope de Vega y a Cervantes. Entre sus publicaciones se cuentan los libros Baltasar Elisio de Medinilla y la poesía toledana de principios del siglo xvii (1999, premio Rivadeneira de la Real Academia Española); la edición de la Jocoseria, de Luis Quiñones de Benavente (2001, en colaboración con Ignacio Arellano y Juan Manuel Escudero); De grado y de gracias. Vejámenes universitarios de los Siglos de Oro (2005); Humanismo y Filología en el Siglo de Oro: la obra de Bartolomé Jiménez Patón (2009); Segunda parte del coloquio de los perros, de Ginés Carrillo Cerón (2013).

VIAJE DEL PARNASO

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

VIAJE DEL PARNASO EDICIÓN DE MIGUEL HERRERO GARCÍA REVISADA POR ABRAHAM MADROÑAL

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTíficas Madrid, 2016

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Primera edición: CSIC, Clásicos Hispánicos, 1983 Segunda edición, revisada y aumentada: 2016

Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es Editorial CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])

© CSIC © Abraham Madroñal Durán (ed.) y herederos de Miguel Herrero García ISBN: 978-84-00-10152-7 e-ISBN: 978-84-00-10153-4 NIPO: 723-16-294-2 e-NIPO: 723-16-295-8 Depósito Legal: M-40884-2016 Maquetación, impresión y encuadernación: DiScript Preimpresión, S. L. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

ÍNDICE GENERAL Preliminar para una edición conmemorativa, por Abraham Madroñal................................................................................................. 9 Preliminares de la edición de 1983. Nota previa, por Alberto Sánchez ................................................................................................... 13 Estudio preliminar, por Miguel Herrero García .................................... 17 III. Valoración del poema ................................................................. 17 III. Revisión del texto ....................................................................... 24 III. Criterio del Comentario humanístico.......................................... 30 EDICIÓN FACSÍMIL DEL VIAJE DEL PARNASO (1983)................... 33 Preliminares............................................................................................. 37 Capítulo I................................................................................................ 43 Capítulo II............................................................................................... 53 Capítulo III............................................................................................ .. 65 Capítulo IV.............................................................................................. 79 Capítulo V............................................................................................... 95 Capítulo VI ............................................................................................. 105 Capítulo VII ........................................................................................... 115 Capítulo VIII........................................................................................... 125 Adjunta al Parnaso................................................................................... 137

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Índice general

COMENTARIO HUMANÍSTICO (1983)............................................ 147 Abreviaturas más frecuentes ..................................................................... 149 Preliminares............................................................................................. 151 Capítulo I ............................................................................................... 155 Capítulo II............................................................................................... 265 Capítulo III.............................................................................................. 367 Capítulo IV.............................................................................................. 423 Capítulo V............................................................................................... 489 Capítulo VI.............................................................................................. 527 Capítulo VII ........................................................................................... 575 Capítulo VIII........................................................................................... 619 Adjunta al Parnaso................................................................................... 683 ADICIONES Y CORRECCIONES AL «COMENTARIO HUMANÍSTICO» DE MIGUEL HERRERO (1983), por Abraham Madroñal............................................................................ 713 Bibliografía............................................................................................ 743 Índice de nombres o de obras mencionados...................................... 751

PRELIMINAR PARA UNA EDICIÓN CONMEMORATIVA Abraham Madroñal

Desde hace años, los especialistas vienen echando en falta un libro publicado por la colección Clásicos Hispánicos del CSIC en 1983 que todavía sigue siendo útil. Nos referimos a la edición del Viaje del Parnaso que se llevó a cabo en el entonces llamado Instituto Miguel de Cervantes. La descripción bibliográfica de dicho libro es: Miguel de Cervantes Saavedra: Viaje del Parnaso, edición y comentarios de Miguel Herrero García. Madrid: CSIC (Clásicos Hispánicos, serie IV, volumen V), 1983. 960 págs. El volumen está agotado, pero continúa siendo muy apreciado porque su aportación sigue estando de actualidad para el estudio de la obra. Se trata de un libro que se divide en siete partes: 1. Prólogo de Alberto Sánchez. 2. Estudio preliminar de Miguel Herrero. 3. Edición facsímil de la primera edición del Viaje del Parnaso (1614). 4. Edición modernizada del texto. 5. «Comentario humanístico», es decir, un conjunto de notas complementarias y aclaratorias de lugares difíciles, palabras, nombres propios, etc. 6. Índice del comentario humanístico por orden topográfico. 7. Índice general. El autor de la edición es un nombre bien conocido entre los estudiosos del Siglo de Oro: Miguel Herrero García nació en Ronda en 1895 y murió en Madrid en 1961. Perteneció al Centro de Estudios Históricos, que dirigía 9

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don Ramón Menéndez Pidal, y fue pensionado por la Junta para Ampliación de Estudios de 1919 a 1921 para estudiar pedagogía en Europa. Fue catedrático de instituto y trabajó también en el Instituto-Escuela de Madrid. La Guerra Civil le pasó factura y conoció la cárcel, aunque se le restituyó después su puesto de catedrático de instituto. Desempeñó también la cátedra de Pedagogía de la Universidad, pero no la aceptó en propiedad por respeto a los catedráticos exiliados. Más tarde ocupó el puesto de jefe de ordenación bibliográfica del Instituto del Libro Español. La historia de la edición que presentamos ahora es la siguiente: muerto Miguel Herrero García en 1961, quedó inédita su edición del Viaje del Parnaso (que respondía a un ambicioso plan estatal de edición de las obras completas de Cervantes) y don Alberto Sánchez, director entonces de la revista Anales Cervantinos, se encargó de disponer el manuscrito para la imprenta, ayudado por el investigador del CSIC José Carlos de Torres. Todo ello, al parecer, porque el hijo de Herrero, Miguel Herrero de Miñón, pretendió que el ingente trabajo de su padre no quedase inédito. Evidentemente, nos ha parecido que se necesitaría poner al día la información del libro porque se ha avanzado mucho en el estudio de las obras de Cervantes, aunque el Viaje del Parnaso es de los libros menos estudiados de su autor. Por esa razón, la presente edición que nos proponemos reeditar sigue siendo útil. Así pues, la nuestra es una reedición con nueva maquetación en la que se han actualizado sobre todo las notas al texto (se puede dar más información sobre los poetas que cita Cervantes, algunos de los cuales no fueron identificados por el editor, otros han merecido estudios recientes). Añadimos, además, lo que se ha escrito hasta hoy sobre la obra de Cervantes, nuevas ediciones, congresos, etc. Nos ha parecido conveniente una nueva maquetación del texto porque se puede ganar mucho espacio en el libro (los márgenes eran muy generosos), habida cuenta de la necesidad de ajustar el texto a las actuales normas de acentuación, puntuación y mayúsculas. Hemos suprimido el facsímil de la primera edición (1614), por considerar que con los modernos medios es muy fácil tenerlo a mano, pero hemos conservado la edición facsímil del Viaje de 1983 porque nos parece necesario dado el sistema de remisiones de Herrero en el «Comentario humanístico». Hay que tener en cuenta que algunos errores de la edición de 1983 no son imputables a Herrero, sino a quienes dispusieron su texto para la imprenta o, incluso, al propio impresor, de ahí que hayamos corregido «gazapos» evidentes como llamar «Coloquios satánicos» a los Coloquios satíricos de Torquemada (ed. 1983, p. 732) o adjudicar a un tal Angulo un «entremés» de Quiñones que en realidad se titula Entremés del ángulo (1983, p. 843). También nos hemos permitido restituir los textos citados en nota en la p. 651 (no

PRELIMINAR PARA UNA EDICIÓN CONMEMORATIVA

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sabemos por qué) a su lugar correspondiente. S e han eliminado ejemplos repetidos, como el de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia (II-414), de la p. 551; se han añadido, en muy contadas ocasiones, algunas referencias bibliográficas que faltaban, como en el caso de VI-286-287, en el ejemplo que empieza: «Viva con luz le responde» (p. 786), que no tiene referencia bibliográfica y corresponde a un romance, que en realidad dice: «Vivaconlud le responde». En el «Comentario humanístico» de Herrero, se ha preferido empezar cada entrada con la indicación del número de capítulo (en romanos), seguido del número de verso o versos correspondientes (en árabes), y luego, en mayúsculas, la palabra o palabras que se anotan en dicha entrada, y no al revés, como se hizo en la edición de 1983, por parecernos más fácil para el lector a la hora de localizar un determinado pasaje. Así pues, en esta nueva edición encontraremos, por ejemplo: II-414. UN PÉSETE. Y no, como figuraba en 1983: UN PÉSETE. II-414. Hemos sustituido también el «Índice topográfico» de la edición de 1983, que parecía poco útil, por un nuevo «Índice de nombres y títulos citados en el poema» por orden alfabético, donde se han regularizado algunos de estos nombres, según la forma actual con que los conocemos, aunque siempre remitiendo a la manera en que aparecen en el Viaje del Parnaso. Por lo demás, no hemos repetido los nombres de autor y los títulos cuando se citaban consecutivamente, cambiando toda la referencia por un escueto ibid.  También hemos suprimido las letras (a, b, c, d…) que anteceden a cada ejemplo y hemos suprimido las comillas en las citas en prosa, dado que los ejemplos de citas en verso tampoco las llevan en la edición de Herrero. Poco más, queda la mucha erudición del sabio que perteneció al Centro de Estudios Históricos y luego al CSIC y que tuvo una enorme pasión por Cervantes, como evidencian sus otras publicaciones dedicadas al autor del Quijote.

PRELIMINARES DE LA EDICIÓN DE 1983 NOTA PREVIA Alberto Sánchez

Por Decreto de 17 de enero de 1947, el Ministerio de Educación Nacional de España dispuso la constitución de un Patronato (compuesto de una Junta de Honor, una Comisión Ejecutiva y otra Permanente) para organizar con toda solemnidad la conmemoración del IV Centenario del Nacimiento de Cervantes, máximo exponente de la cultura española. Se trataba de rendir un homenaje digno del príncipe de nuestros ingenios, «por la anchura de su fervor y la profundidad de su renovada comprensión estudiosa». En la comisión permanente figuraba don Miguel Herrero García, junto a personalidades como don José M.ª Pemán, don Joaquín Ruiz-Giménez, don Julio Casares, don Eduardo Juliá y don Rafael de Balbín Lucas. Este Patronato organizó una magna Asamblea Cervantina de la Lengua Española, en la que participaron insignes hispanistas de todo el mundo —A. Farinelli, H. Thomas, E. A. Peers, A. A. Parker, J. Babelon, Van Dam, Terlingen— y las figuras más importantes de la investigación y las letras españolas: don Ramón Menéndez Pidal, Gerardo Diego, J. Camón Aznar, F. Maldonado de Guevara, Guillermo Díaz-Plaja, J. Filgueira Valverde, etc. Las sesiones se desarrollaron en Madrid, Alcalá de Henares, Sevilla y algunos lugares de la Mancha, durante dos períodos: la primera decena de octubre de 1947, coincidiendo cronológicamente con el cuarto centenario del nacimiento de Cervantes, y la última decena de abril de 1948, en torno a la conmemoración de la muerte. Al finalizar el primer período, el Consejo de Ministros firmó un Decreto (10 de octubre) por el que se creaba en el Consejo Superior de Investiga13

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ciones Científicas el Instituto «Miguel de Cervantes» de Filología Hispánica, afecto al Patronato de Menéndez Pelayo. Cumplía así, con la mayor diligencia, la petición cursada por la Asamblea Cervantina de la Lengua Española, reunida para celebrar el natalicio cervantino. Se reconocía la necesidad «de dotar al idioma español de órganos propios para su estudio sistemático y exhaustivo, ya que la fecunda diversidad de la Filología moderna ha creado nuevos campos de investigación lingüística, fuera de los sectores que, secular y certeramente, viene cultivando la Real Academia Española de la Lengua». La mayor parte de las comunicaciones y estudios leídos en la Asamblea fueron publicados en un volumen extraordinario de la Revista de Filología Española (RFE, XXXII, 1948). Un acuerdo importante de la Junta del mencionado Patronato fue el de reeditar todas las obras de Cervantes con el debido rigor crítico y el obligado acompañamiento de notas y estudios complementarios. A este efecto, se distribuyó el cumplimiento de tan elevada misión entre investigadores de la mayor competencia: don Rafael de Balbín y don Eduardo Juliá prepararían la edición del teatro (entremeses y comedias, respectivamente); don Juan Antonio Tamayo se encargó de La Galatea; a don Joaquín de Entrambasaguas le correspondió el Persiles; a don Agustín González de Amezúa, las Novelas ejemplares, y a don Miguel Herrero el Viaje del Parnaso. En cuanto a la obra cimera, Don Quijote, se decidió publicar la nueva edición crítica de Rodríguez Marín, con las ampliaciones y mejoras que dejó preparadas —con idea del próximo centenario— al morir, en 1943, el más laborioso de los cervantistas contemporáneos. Apareció en Madrid, entre 1947 y 1949, en diez nutridos volúmenes y con la doble rúbrica del Patronato del IV Centenario del Nacimiento de Cervantes y de Ediciones Atlas. Don Agustín González de Amezúa añadió el epílogo, con un buen resumen crítico de la labor realizada por los anteriores comentaristas del Quijote —Bowle, Clemencín, Bastús, Pellicer y Cortejón— para destacar la ingente tarea realizada por don Francisco Rodríguez Marín en el estudio y anotación de nuestro primer libro, labor que culmina en esta edición póstuma, la más extensamente comentada de todas las que existen (si bien no pueda hoy considerarse como crítica, en lo que al texto de Don Quijote se refiere). Por otra parte, González de Amezúa, que ya en 1912 había dado una excelente edición de las dos últimas «novelas ejemplares» (El casamiento engañoso y Coloquio de los perros), con amplísima introducción y copiosamente anotadas, se dispuso a preparar la edición completa de las Novelas ejemplares para el Patronato. Desgraciadamente, falleció en junio de 1956 sin conseguir llegar a la meta de un propósito largamente sostenido. Su Introducción a las novelas cervantinas había ido creciendo hasta constituir un verdadero tratado independiente, que se publicó en dos gruesos tomos con el título de

PRELIMINARES DE LA EDICIÓN DE 1983

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Cervantes, creador de la novela corta española (Madrid, C.S.I.C, «Clásicos Hispánicos», 1956-1958). El segundo tomo, póstumo, pudo llegar a la imprenta gracias a la cuidadosa atención de la profesora Juana de José Prades, colaboradora del autor en otras investigaciones. Es de lamentar que no siguieran apareciendo otras ediciones o estudios acerca de las obras cervantinas, como se había planeado animosamente por el repetido Patronato del IV Centenario. La dedicación a otras tareas científicas, o la muerte de casi todos los investigadores a quienes se encargaron, truncó tan esperanzadora promesa. No obstante, quedaba inédita la sólida preparación del Viaje del Parnaso, con extenso aparato erudito, por don Miguel Herrero García, fallecido en 1961. El profesor Herrero se distinguió como cervantista con trabajos meritorios, publicados por las fechas del referido IV Centenario: «Repertorio analítico de estudios cervantinos» (RFE, XXXII, 1948, 39-106), «Cervantes y la moda» (Revista de Ideas Estéticas, VI, 1948, 175-202) y «Casos cervantinos que tocan a Madrid» (Rev. de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, XX, 1951), título que recuerda al de Narciso Alonso Cortés respecto a Valladolid. Quizá lo más importante en este campo sea su Vida de Cervantes (Madrid, Editora Nacional, 1948) en original estilo novelesco, abundante en diálogos, pero rigurosamente documentada en los hechos que refiere. Un aspecto biográfico en el que disiente Herrero de todos los biógrafos es el que desarrolla luego en su artículo «La pseudo-hija de Cervantes» (Revista Nacional de Educación, n.° 103, 1951, 21-25), donde sostiene con buenos argumentos que Isabel de Saavedra, reconocida por Cervantes en 1584, no es hija suya sino de su hermana Magdalena y de don Juan de Urbina. Se trata de una hipótesis generosa, basada en indicios bastante convincentes (sobre todo, la enigmática donación de Urbina a Isabel, cuando ésta se casa); quizá nunca puedan ser ratificados mediante prueba documental, dada la causa íntima que se alega de protección a la honra de una hermana soltera. En su obra de mayor empeño, aparecida después de su muerte, Ideas de los españoles del siglo xvii (Madrid, Ed. Gredos, 1966), el profesor Herrero García puso a contribución gran cantidad de textos, pacientemente recogidos y clasificados, de todas las obras de Cervantes, junto a los de Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca y de gran número de escritores secundarios del Siglo de Oro. En cuanto a su edición del Viaje del Parnaso, con su amplísimo comentario histórico-lingüístico, que ahora podemos ofrecer a la atención de lectores y estudiosos, creemos que presta un servicio inestimable a la investigación cervantina, pues desde la edición de la misma obra por Rodríguez Marín en 1935 (hace tiempo agotada), no hay otra comparable. Aun reco-

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nociendo lo valiosas que son las de Agustín del Campo en Clásicos Castilla (Madrid, 1948), también agotada, y la de Vicente Gaos en Clásicos Castalia (Madrid, 1974). Por otra parte, el Viaje del Parnaso ha sido objeto de renovadores estudios modernos que destacan sus innegables valores: Elias L. Rivers en Suma Cervantina (London, 1973), David Gitlitz en «Cervantes y la poesía encomiástica» (Annali, Napoli, 1972) y Vicente Gaos en Cervantes, novelista, dramaturgo, poeta (Barcelona, Planeta, 1979). O, más recientemente, el aprecio de la dimensión autobiográfica del Viaje del Parnaso, por Jean Canavaggio (Paris, Publications Univ. de. Provence, 1980). El aparato erudito aportado por don Miguel Herrero requería una última revisión que ha llevado a buen término con todo esmero don José Carlos de Torres. Con su ayuda hemos podido completar algunas notas de Herrero y fijar la localización exacta de varios textos —muy pocos— en un copioso acervo de autoridades clásicas. El riguroso facsímil de la edición princeps avala la presente edición. Aquí podrán los estudiosos compulsar las correcciones a la primera, realizadas por Rodríguez Marín y después por Herrero García, creemos que con buen criterio; se agrupan en las páginas introductorias, tanto en lo que se refiere a particularidades ortográficas, como en las nuevas lecturas que se proponen en contados casos. Confiamos en que los cervantistas se beneficiarán no poco de su consulta y estudio.

ESTUDIO PRELIMINAR Miguel Herrero García

I.  Valoración del poema La valorización del poema cervantino se ha de conseguir atinando con su exacta posición en el cuadro de las demás obras de Cervantes, y en el cuadro de todas las obras contemporáneas de su mismo género. El primer problema nos obliga a razonar de nuevo la clasificación de la producción cervantina; y para acertar a razonarla, creemos indispensable comenzar por la jerarquización de sus obras de donde fácilmente obtendremos criterio seguro para llegar a la clasificación. ¿Quién duda que El Quijote tiene la primera categoría literaria en el cuadro de las obras de Cervantes? Luego, todo lo demás será de más o menos valor según se aproxime o se aleje del Quijote. Pero, ¿cuál es la esencia del Quijote, lo que le constituye en esa altísima categoría estética? La ironía, la posición de doble vertiente, realidad y fantasía, en que se coloca el escritor; la posible visión al trasluz en que coloca a todos sus personajes: una cara descubierta a la realidad; otra doble cara, inscrita sobre la primera como la filigrana en el papel, con líneas más tenues, más luminosas, más propicias a la sugestión y al acertijo; el balancín en que se instala al lector, desplazado constantemente del plano real al plano ficticio y vuelto a lanzar de lo ficticio a lo real, liberando al espíritu de su natural pondus, y dotando de ingravidez a lo humano que, según dicen, es el misterioso placer de las drogas heroicas. Fijemos, pues, como canon y fiel contraste para valorizar las distintas obras cervantinas estas características del Quijote. Desde este momento, el Viaje del Parnaso se adelanta a todas sus otras obras; ni que decir tiene, al 17

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Persiles, a la Galatea y a las Comedias, sino aun a las Novelas ejemplares y a los Entremeses, que en mayor o menor dosis contienen esencias quijotiles. Por la jerarquización hemos llegado a la clasificación. Las obras de Cervantes se agrupan en tres clases: una excepcional y única, el Quijote; otra secundaria y de menos categoría, el Viaje del Parnaso, los Entremeses, y las Novelas ejemplares; tercera y última en valor, Galatea, Comedias y Persiles. Un buen sumulista me argüiría en seguida diciéndome: «Eso es lo que hace falta probar: que el Viaje del Parnaso ocupa esa posición en el cuadro de las obras de Cervantes, o lo que es lo mismo, que contiene esencias quijotiles, en conveniente dosis para alcanzar esa graduación». Esto nos obliga al análisis del poema, a la separación de sus elementos. El Viaje del Parnaso es una fantasía, una pura ficción imaginativa, en la que hay que aislar la materia poética; la actitud del poeta ante su materia; el tratamiento a que la somete para transformarla y, por así decirlo, recrearla; la técnica de ese tratamiento y el efecto estético que produce. La materia caballeresca, especie de mitología medieval, que novelaba Cervantes en el Quijote, la sustituye ahora por la mitología griega, dioses, Parnaso, Apolo, Mercurio, Musas; la parte real que en el Quijote mezclaba con lo caballeresco, Alonso Quijano, Sancho, el ama, la sobrina, el cura, el barbero, etc., etc., la suplanta ahora por los poetas españoles vivos y actuales al tiempo de escribir el Viaje. Tenemos, pues, una materia compleja, realidad y fantasía, verdad y mentira, dos caras que se ignoran mutuamente, articuladas en un mismo cuerpo que une y funde su vida, como el de las águilas bicéfalas. ¿Hemos pensado en el posible diálogo de esas dos cabezas emergentes de un mismo busto de águila, la una mirando a la derecha y la otra a la izquierda? ¿Hemos imaginado, si hablaran sus distintas visiones del mundo, sus contrarias reacciones, sus encontrados juicios, su grotesco contraste, su trágico sino, de verlo todo distinto, de no entenderse nunca, y al mismo tiempo no poder separarse jamás? Este secreto de Cervantes de construir águilas bicípites, de atar la estrella a la cola del cohete, de ensamblar la realidad y la ficción, creando una zona común, imprecisa, como frontera convencional, donde lo uno y lo otro es todo lo mismo, este secreto, digo, del arte cervantino, vuelve a aparecer en el Viaje, con todo el valor y con todas las consecuencias de orden estético que aparecieron por vez primera en el Quijote. Creada esa frontera oscilante, semillero continuo y obligado de episodios grotescos, de situaciones equívocas, iluminadas ineludiblemente de cuando en vez por ráfagas de tragedia, la actitud del espectador, del artista que se da el gusto de ver qué pasa dentro de su retorta mágica, tiene que ser, sin duda alguna, la ironía: escepticismo, porque le consta que aquel mundo él lo ha creado y es ficticio; pero escepticismo que duda de sí mismo; transido de íntimo remordimiento por haber creado aquella angustiosa situa-

ESTUDIO PRELIMINAR

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ción; tentado a veces de tomar en serio los conflictos que él sabe que en el fondo no existen; contagiado del mismo dolor que ve padecer a sus criaturas; regocijado súbitamente por la estridencia de una reacción cómica, súbitamente entristecido de un irresoluble problema, que allí, en lo fictivo de su retorta, le descubre un vestigio congojoso de tantas antinomias irresolubles de lo real y lo humano. Y vuelta a rehacerse el escepticismo horrorizado de mirarse al borde de la fe, y vuelta a vacilar y a dar valor a los muñecos de su guiñol. Esta ironía que el mundo conoció por primera vez en el Quijote, vuelve a retoñar de nuevo en el Viaje del Parnaso. Si la materia escogida por Cervantes le impone su actitud como poeta, la actitud le impone dos procedimientos de manipulación: el aplebeyamiento del mundo mitológico, el rebajamiento de las deidades griegas a la vulgaridad prosaica de los humanos; y por otra parte el enfoque del mundo literario contemporáneo por aquel lado que ofrecía más aspecto de mundillo, por donde descubría el espectáculo triste de la incapacidad recalcitrante, de la insatisfacción y de la envidia, de la incomprensión del propio demérito y del mérito ajeno, de la impudicia arribista, del fracaso empeñado en desconocerse y estimarse por éxito, de todas las bajezas humanas que se disfrazan con el dorado arnés de la poesía, para reñir las mismas batallas diurnas y con la misma vernácula intención que riñen las mozas de cántaro en torno a la fuente del pueblo. Toda esta manipulación de la materia poética la efectúa Cervantes conforme a una técnica reconocidamente suya: continua alternativa de planos, transiciones constantes de lo fictivo a lo real y de lo real a lo fictivo. ¿Quién no reconoce la técnica empleada en el Quijote? El efecto estético tampoco es nuevo; lo conoce todo el mundo: perplejidad del lector, despistado por esa incoherencia de criterios que mueven sorprendentemente la acción poética, ya en serio ya en broma. Total, otra vez el Quijote, con sus mismos procedimientos, iguales trucos e idénticos recursos. No es suficiente marco el de un prólogo para descender a particularizar los hechos y concretar sobre el texto del Viaje del Parnaso la exactitud de cada una de estas afirmaciones. Pero no quiero salir de este punto de la materia del poema y de su especial tratamiento por Cervantes sin dar relieve a tres observaciones: el atrevimiento innovador en cuanto a la materia mitológica; el tacto exquisito en sacar a plaza a los poetas sus coetáneos; la videncia profética en el elogio de los poetas noveles. Entre los muchos valores del Viaje del Parnaso, desconocidos absolutamente por críticos e historiadores literarios, es uno el atrevimiento innovador de Cervantes en tratar su materia poemática. En el aspecto mitológico, Cervantes se encontraba ante un prestigio intacto, abroquelado por la áurea armadura de la antigüedad clásica, divinizado por el Renacimiento e idolatrado

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por la poesía moderna. Se había hundido, al bravo empuje de la sátira de Ariosto y de Cervantes mismo, el mundo caballeresco medieval; pero subsistía en pie, inatacable y desafiador, el orden mitológico. Ya Cervantes había violado el secreto de la Cueva de Montesinos, y hasta el zafio de Sancho se permitía tomar a chanza el encantamiento del héroe de los cantares de gesta; pero todavía arrancaba lágrimas la bajada de Orfeo al infierno y Jáuregui competía con él en llorar su defraudada empresa de arrancar de la muerte a Eurídice. Ya Góngora había entregado a la irrisión popular el corazón de Durandarte, esforzándose por convencer a la enamorada Belerma de que no era más que una piltrafa amojamada; pero todavía las heridas del jabalí en el pecho de Adonis sumaban nuevas lágrimas a las lágrimas antiquísimas de la madre del Amor. Ya la bella Angélica andaba pregonada de fácil y casquivana por todos los poetas de Europa; pero todavía se guardaba inexplicable respeto a la ligereza de Dido, y hasta se contagiaban las muchedumbres escolares de aquel dolor con que Virgilio ungió los hexámetros de su muerte. En este ambiente, Cervantes acomete su empresa. Ahora le va a tocar a su vez al mitologismo antiguo. Apolo y Mercurio, Venus y Neptuno, el Parnaso con sus musas, su Pegaso y sus fuentes de inspiración, todo va a caer en la retorta de este mago de la Edad Moderna, para ser desdorado y desfigurado por la virtud corrosiva de su manipulación. ¡Qué innovación, qué larga vena de comicidad, qué fecunda mina de regocijantes leyendas para ingenios desenfadados! Y no es legítimo decir que en el Viaje aparecen los dioses mitológicos avelazcados; no, lo legítimo es decir que en Velázquez reaparecen los dioses acervantados, tal como en el poema los concibió Cervantes, no ya humanizados, sino apicarados; no desposeídos de la aureola, sino terciado el chapeo a lo valentón y con caras de tudescos enrojecidas por el vino. Desde la aparición del poema cervantino, las fábulas mitológicas entran en España en una fase burlesca nueva y desconocida. Al año siguiente sin más tardar (1615), sale en Cuenca La mosquea de Villaviciosa, cuyo capítulo VIII nos pinta una sesión del Olimpo, bajo la presidencia de Júpiter, íntimamente empapada del humorismo del Viaje del Parnaso. Y a partir de La mosquea, la oleada burlesca invade el mundo mitológico. La Fábula de Adonis y la de Píramo y Tisbe, del Ms. 3985 de la Biblioteca Nacional; la Fábula de Dafne y Apolo, publicada en la Revue Hispanique (t. LX, 1917, pp. 122-124); la Fábula de Siringa y Pan, de los Cigarrales de Tirso; la Fábula de Atalante y la de Ío y Júpiter, de Cáncer y Velasco; la Fábula de Polifemo, de Bernaldo de Quirós, y tantas y tantas hasta la de Júpiter y Europa, de Benegasi, que pisan ya el dintel del siglo xviii, todo es jocosidad emanando del poema cervantino. Hay, sin embargo, algo más en el Viaje del Parnaso. La mitología aparece estrechamente relacionada con la actualidad contemporánea del poeta. Con los dioses y las musas alternan personas reales, vivas, amigas y no ami-

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gas de Cervantes, y, en definitiva, la verdadera materia que se manipula en este poema son fenómenos sociales, no sólo reales y coetáneos, sino palpitantes, apasionados, cuales son la literatura, el cultivo de la poesía, las escuelas y las sectas poéticas, las academias, los cenáculos y merendáculos literarios, todo lo más vidrioso, quisquilloso y apasionante que suele banderizar a los hombres. Estas condiciones de su materia poética imponían a Cervantes una exquisitez de tacto, un adelgazamiento irónico y una finura en sus habituales procedimientos joco-serios, que necesariamente habían de llevarle a producir páginas las más representativas del «cervantismo», los paradigmas, por así decirlos, del género literario único e inconfundible, cuyo cuño poseía Cervantes. Tenía que elogiar a Lope y a Góngora, a Góngora y a Quevedo, a Quevedo y al doctor Godínez; y hallar para cada cual su flor o su laurel, mientras ellos se arrojaban mutuamente cardos y ortigas. Tenía que ensalzar a los Argensolas, que le habían defraudado en sus ilusiones de ir a Nápoles en el séquito de Lemos; y a Lope, que se había alzado con el cetro de la escena, cegándole la saneada fuente de ingresos que le proporcionaran sus comedias; y a Vicente Espinel, aun reconociendo que tenía temible lengua, y al conde de Villamediana, aun maldiciendo a boca llena a los poetas maldicientes. Había que condenar la adulación y la bajeza, y al mismo tiempo, rendir homenaje a muchos vates exaltados por su rango social y económico. Había que decir que los ricos y grandes se podían permitir el lujo de escribir malos versos, y al mismo tiempo declarar inmortales a varios condes y marqueses que, unos con méritos y otros sin ellos, se pavoneaban con el título de poetas. Había que condenar abiertamente la sátira, y simultáneamente satirizar de lo divino y humano. ¡Qué cúmulo de dificultades, qué derroche de delicadeza, qué prodigioso manejo del idioma, para deslizar la pluma incólume entre tantos escollos! Hay que reconocer que la finura de la ironía del Viaje y la delgadez del equívoco, y la exquisita vigilancia sobre sus palabras que el poeta pone constantemente en estas páginas, no son la sal gorda que en gran cantidad echó en el Quijote. No es esta obra, ni podía serlo por su misma naturaleza, de las que «los niños manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos le celebran». Por eso no hay que extrañar que su valoración se aquilate de muy distinto modo que el Quijote, y su fama se reduzca a círculos tanto más estrechos cuanto más selectos y de más depurado gusto. Sin embargo, hay valores en el Viaje cuya captación no requiere ojos de lince; y estos sí que extraña que la crítica literaria no los haya captado, ni, en consecuencia, los haya estimado debidamente. Uno de estos valores indudable y desconocido es el atrevimiento innovador de Cervantes en la selección de muchos de los poetas a quienes da entrada en su gloriosa galería, concediéndoles la aureola de la inmortalidad con prioridad a sus futuras obras, cuando

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aún eran noveles, conocidos por ensayos poéticos manuscritos. En este punto, los lectores del Viaje han sufrido un error de perspectiva que les ha privado de ver el asombroso talento de Cervantes y la transcendencia de sus juicios en el momento histórico en que los emitía. Le ha venido sucediendo injustamente a Cervantes lo que a la desacreditada filosofía de la historia, que justamente todo el mundo desprecia, porque adivina los acontecimientos después de sucedidos. Cervantes previó, adivinó, consagró valores literarios con mucha anticipación a su real y positiva madurez. Elogia, por ejemplo, la gracia andaluza de Luis Vélez de Guevara, llamándole quitapesares; y al momento se le viene al lector a las mientes (y no faltará además un anotador que le ayude la memoria), que Vélez de Guevara escribió El diablo cojuelo y es autor de centenares de comedias chistosísimas, etc., etc. Pero en 1613, que fue cuando Cervantes consagraba a Vélez de Guevara, faltaban veintisiete años para que publicara El diablo cojuelo, apenas había estrenado alguna de sus cuatrocientas futuras comedias, pues vivió estrenando hasta 1644, y todo su bagaje poético era una relación en verso de la Jura del príncipe Felipe IV, publicada en 1608. Dice Cervantes «el gran Francisco de Rioja»; e instantáneamente el lector (o el sabio anotador), piensa en el poeta de las flores, pero olvida que Rioja murió en 1659 sin haber publicado ninguna poesía; que todas sus obras conocidas las publicó después de la muerte de Cervantes. ¿Qué sería Rioja en 1613? Un mero arqueólogo y erudito sevillano. Bastó alguna poesía suya manuscrita, algún rasguño de su zarpa de cachorro, para que el gran catador de poetas le adivinase león. ¿Y don Antonio Hurtado de Mendoza? ¿Quién era este pollo en el año 1613? Cuatro versitos laudatorios para figurar en las páginas preliminares de libros de amigos se conocían tan solamente de él. Cervantes le columbró el gran vate del reinado de Felipe IV. ¿Y el elogio de Miguel Silveira? ¿No es otro caso de videncia, de profecía asombrosa? En 1614 Miguel Silveira era nadie. El macabeo, la gran obra del poeta luso, no había de aparecer hasta 1638. Más aún: el puesto de médico en la Real Casa no lo ocupó Silveira hasta 1621; de modo que el ditirambo cervantino recae en un mozuelo estudiante, en los años duros de las pretensiones y los trabajos. ¡Cuándo tienen valor y vienen como llovidos del cielo los elogios de los que están arriba, en el cenit de la gloria literaria! ¿Y el caso del extremeño don Antonio de Paredes, que muere en la flor de su edad, después del año 1620, y ya en 1613 la encomia Cervantes? ¿Qué personaje sería Paredes por esa fecha? El mismo Cervantes dice que era «de tierna edad»; pero así y todo, él adivinaba en sus balbucientes versos al autor de las Rimas que salieron a luz en 1622. Todo esto es de un valor y de un mérito que no sé cómo o por qué la crítica ha podido pasar por el poema cervantino sin reconocerlo y sin estimarlo en lo que vale; porque estas audacias del espíritu crítico de Cervantes

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dan a su obra un carácter innovador tan grande, que bien puede asegurarse que la poesía del siglo xvi parte lindes con la del xvii en el Viaje del Parnaso. Aquí se cierra el ciclo del garcilasismo y se declara abierto el ciclo del barroquismo en todo su dominio. En 1613, cuando acaban de llegar a Madrid escritos en cartapacios las Soledades y el Polifemo de Góngora, y las opiniones se dividen y las más firmes columnas del Parnaso antiguo se tambalean, Cervantes, solemnemente, no en «cartas echadizas» ni en confidencias verbales a Andrés de Mendoza, sino en un poema impreso, proclama que Góngora es quien tiene la llave del bello escribir y que los polluelos que en aquella hora hacen pinitos, serán los legítimos cisnes del siglo xvii. Desde este punto de vista, el Viaje del Parnaso emparenta con el Quijote por su modernidad, por su significación en la historia literaria. El Quijote es la primera novela moderna, la que cierra definitivamente la novelística del pasado, e instaura un nuevo orden psicológico, un nuevo canon estético, un nuevo estilo nutrido de savia popular, un nuevo arte de novelar basado en la ley de la libertad de invención; el Viaje del Parnaso arrumba la poesía convencional del petrarquismo garcilasista y declara la vigencia oficial del período barroco, cuyos triunfos habían de ver otros poetas, aquellos cuyos primeros pasos él aplaudía en esta especie de canto de cisne de su Viaje del Parnaso. Este es el poema dentro del cuadro de las obras cervantinas; examinémosle ahora dentro del género a que pertenece, en relación con los poemas análogos que en su época existían. Aquí tropezamos con el problema de la originalidad de la obra, de su derivación y de sus fuentes. Por fortuna, pronto podremos desenredarnos de la menuda maleza amontonada por la erudición en este punto. Rodríguez Marín creyó ver en los Ragguagli di Parnaso de Trajano Boccalini, la espoleta, por lo menos, que hizo explotar el ingenio de Cervantes empujándolo a componer el poema. Yo no pienso de este modo. Yo creo que el verdadero origen del Viaje del Parnaso está en el Canto de Calíope, es decir, que la misma inclinación connatural de Cervantes que le llevó en 1585 a escribir el Canto de Calíope, inserto en La Galatea, fue la que en 1613 le inspiró otro poema que siendo análogo al primero por su materia, fuera tan diferente de él en belleza, en maestría y en invención poética, que nos diese la distancia exacta del Cervantes de 1585 al Cervantes de 1613. Pudiéramos hasta decir que el Viaje del Parnaso es la segunda parte del Canto de Calíope, en lo cual nos veríamos respaldados por aquel apego que Cervantes manifestó siempre a rodar por los mismos carriles, a no variar la puntería, a mantenerse en sus posiciones tradicionales, cultivando los mismos temas, a la vez que remozándolos y mejorándolos sucesivamente. Colocados en esta posición entrambos poemas, diríamos que entre el Canto de Calíope y el Viaje del Parnaso existe la misma homogeneidad del asunto y la misma distancia de mérito que entre la Primera y la Segunda partes del Quijote. Allí hubo sencillez de medios, candorosa procesión de nombres de

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poetas, elemental artificio de engarce, rutinaria sucesión de estrofas; es la sencillez de la Primera parte del Quijote. Esperad unos años; salga a luz el Viaje del Parnaso, y aparecerá la invención compleja; la acción movida; los rostros de los poetas diferenciados y caracterizados; el cuadro con sus lejanías y sus primeros planos; el paisaje con su color y matiz, y sobre todo, la intención complicada, escurridiza, proteica: es la Segunda parte del Quijote. Colocado el poema en este parangón, queda dicho que así vence a todos los poemas congéneres, como el Quijote vence a todas las novelas contemporáneas. ¿Qué son la Casa de la memoria, de Vicente Espinel; la Letanía moral, de Andrés de Claramonte; la Aganipe de los cisnes aragoneses, de Juan Francisco Andrés; el Elogio de los ingenios españoles, de Herrera Maldonado, y el mismo Laurel de Apolo, de Lope de Vega? Yo os diré lo que son: simples catálogos rimados, exactamente lo que fue en 1585 el Canto de Calíope, de Cervantes. Sobre todos se levanta el Viaje del Parnaso por su invención, por su acción, por su intención y por su maestría de ejecución. Para no ser parcial, haría una excepción en favor del Infierno de los enamorados, de Garcisánchez de Badajoz. Este minúsculo cuadro de los condenados de amor que penan sus demasías amorosas, entonando cada cual su lamentación con aquellos versos suyos más populares y famosos, tiene una calidad y una gracia de la misma vena que el poema cervantino. Como la tiene también un romance impreso en el Romancero general (Parte IV), que, a pesar de su fugacidad, revela estrecho parentesco con el Viaje, al cual tal vez haya precedido como boceto o apunte, de la misma mano de Cervantes. En cambio, los catálogos rimados que dejo dichos no sufren comparación con el poema cervantino ni sirven más que para realzar su mérito. II.  Revisión del texto Muy difícil es (ya se comprenderá) mejorar un texto por el que han pasado comentaristas y críticos tan notables como los señores Rodríguez Marín, Toribio Medina y Schevill y Bonilla, por no nombrar más que los principales. Sin embargo, tenemos la convicción de que hemos corregido varias erratas de bulto, que desde la edición príncipe habían venido ocultándose a la mirada de todos los comentaristas y editores. Para llevar a cabo nuestra labor, hemos tomado por base la edición de 1614, y hemos puesto a contribución todas las ediciones que desde aquella fecha acá se han publicado del poema cervantino. Bien entendido que sin despreciar ninguna, hemos manejado y discutido principalmente las lecciones propuestas por La Barrera, Rosell, Bonilla, Medina y el eximio don Francisco Rodríguez Marín. Creemos que para completar nuestro trabajo debemos reseñar bibliográficamente todas las ediciones existentes del Viaje del Parnaso:

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BIBLIOGRAFÍA DE LAS EDICIONES 1614. Viaje del Parnaso. Dirigido a don Rodrigo de Tapia. Madrid, 1614. Por la Viuda de Alonso Martín, 8.° (edición prínceps). 1624. Viaje del Parnaso. Milán, 1624. Juan Bautista Bidelo, 8.° (es la segunda edición de la obra, y la primera hecha fuera de España en castellano. Adolece de múltiples erratas). 1736. La Galatea, dividida en seis libros. Va añadido el Viaje del Parnaso. Madrid. Juan de Zúñiga, 1736, 4.°; Viaje del Parnaso. Dirigido a don Rodrigo de Tapia. Madrid, 1614. Por la Viuda de Alonso Martín. Por Juan de Zúñiga, 1736 (así figura en la portada), 4.°; El Viaje va a continuación de La Galatea de 1736; Sigue al Viaje, la Adjunta del Parnaso. 1772. La Galatea, dividida en seis libros. Va añadido el Viaje del Parnaso. Madrid. Oficina de la Viuda de Manuel Fernández, 1772, 4.° 1784. Viaje al (sic) Parnaso. Publícanse ahora de nuevo una tragedia y una comedia inéditas del mismo Cervantes: aquélla intitulada La Numancia; ésta el Trato de Argel. Madrid, 1784. Por Antonio de Sancha, 8.° 1803. Obras. Madrid, 1803-1805. Librería de Gómez Fuentenebro, 16 vols., 8.° (el Viaje del Parnaso es el vol. 13). 1805. Viaje del Parnaso. Madrid. Imp. de Manuela Ibarra, 1805, 8.° (Vid. ficha siguiente). 1805. La Galatea. Madrid (s. i.), 1805, 3 vols., 8.° (al final del tercer vol. se halla el Viaje del Parnaso, con «Imprenta de Manuela Ibarra». Es la misma que la edición publicada suelta). 1826. Obras escogidas. Nueva edición clásica, arreglada e ilustrada con notas históricas, gramaticales y críticas por Agustín García Arrieta. París, 1826. Librería Hispano-Francesa de Bossange, Padre. Imprs. Didot y Rignoux, 10 vols., 8.° (solamente publica la Adjunta del Parnaso en el vol. 3.°, pero no el Viaje). Hay otra edición en 1827. 1829. Obras escogidas. Madrid, 1829. Imp. de los Hijos de doña Catalina Piñuela, 11 vols., 8,°, con retrato de Cervantes y muchas láminas (en el vol. 11 está el Viaje del Parnaso, págs. 225-237). 1841. Nueva edición, con la vida del autor por M. Fernández Navarrete. Tomo III. La Galatea, Viaje al Parnaso y Obras dramáticas. París, 1841, Baudry, Librería Europea, Imp. de Fain y Thunot, 8.° Vol. XXV de la «Colec. de los Mejores Autores Españoles» (el Viaje del Parnaso está en las págs. 207-247). 1846. Obras. Madrid, 1846. Imp. M. Rivadeneyra, 4.° (primer volumen de la Biblioteca de Autores Españoles). El Viaje del Parnaso se halla en las págs. 587 y ss. 3.a edición, Madrid, 1849; 4.a edición, Madrid,

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1849. 1851. 1863.

1864. 1864.

1866. 1870. 1872. 1878.

1879. 1880. 1881. 1883. 1883. 1883.

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1851; 5.a edición, Madrid, 1864; 6.a edición, Madrid, 1903; 7.ª edición, Madrid, 1946. Obras. Tercera edición de este volumen I de la Biblioteca de Autores Españoles. Madrid, 1849. Imp. La Publicidad, de M. Rivadeneyra. Obras. Madrid, 1851. Rivadeneyra. Biblioteca de Autores Españoles, I (cuarta impresión). Obras completas. Ilustradas por J. Eugenio Hartzenbusch y Cayetano Rosell. Madrid, 1863-1864. Imp. M. Rivadeneyra. Edit. C. Rosell, 12 vols. 4.° (el tomo VIII contiene: las cinco últimas Novelas ejemplares, Viaje del Parnaso [págs. 289-396] y Poesías sueltas). Obras. Tomo I de la «B.A.E., de Rivadeneyra», Madrid, 1864 (quinta impresión). Le voyage au Parnasse. Traduit avec une notice biographique, et le facsímil d’un autographe inédit de Cervantes, par J. Guardia. París, Jules Gay. Ch. Lahure, 1864 (el autógrafo es la nota de gastos menudos hechos por Cervantes en Écija). Obras. Novísima edición ilustrada. Madrid, 1866. Gaspar y Roig, 4 hoj. + 540 págs., 4.° (es una edición popular con 5 láms. El Viaje está en la pág. 504). The voyage to Parnassus. Numantia, a tragedy; the Commerce of Algiers. Translated from the Spanish by Gordon Willonghby James Gyli. London. Alex Murray and son, 1870, 8.° Reis naar den Parnassus. dorr J.J. Putman. Utrecht, 1872. Dekker and Von de Vegt, 8.° (es una traducción holandesa). Viaje del Parnaso. Madrid, s. a. (1878). Imp. Central, a cargo de Víctor Saiz, 8.° (reproducción de la publicada por Biblioteca Clásica, y está el Viaje al final del segundo tomo de las Novelas ejemplares, págs. 259-362) (fue reimpreso en 1881, 1882 y 1883). Viaje del Parnaso y la Adjunta del Parnaso. Madrid, 1879. Imp. de la Biblioteca Científico-Literaria, 8.° Obras. Madrid, 1880-1883. Moya y Plaza, edits. 5 vols., 16.° (edición de 120 ejemplares). Vid. 1883. Viaje del Parnaso. 1881. Edic. Ribas (?). (Con las Novelas ejemplares). Novelas ejemplares. Barcelona, 1883. Edit. F. Giró, 799 páginas a 2 cols., fol. (contiene, además: La Galatea, Persiles y Segismunda y Viaje del Parnaso). Los seis libros de La Galatea, Persiles y Segismunda y Viaje del Parnaso. Madrid, 1883. Imp. y Edit. de Nicolás Moya. 16.º (primera edición microscópica. En la pág. 389 comienza el Viaje del Parnaso). Journey to Parnassus, translated into English tercets with preface and illustrative notes by James J. Gibson. London, Kegon Paul, Trench and Co. 1883, 8.°

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1902. Novelas ejemplares. Madrid, 1902. Editorial Hernando, 2 vols., 8.° Biblioteca Clásica, vols. IV y V (en el vol. 2, págs. 259 a 373, están el Viaje y la Adjunta) (se reimprimió en 1909 y 1927). 1903. Obras. 4.ª edición. Madrid, 1903. Imp. de Perlado Páez y Cía. Suces. de Hernando, 4.° (Biblioteca de Autores Españoles, de Rivadeneyra, t. I. En la pág. 679 comienza el Viaje del Parnaso). 1905. Reis naar den Parnas, in corspronkelyke versnaat, vertaald door Dr. H.C. Muller. Utrecht, 1905. Imp. L.B. Bosch et Loon, 4.° (trad. holandesa del cap. primero). 1905. Obras menores. Redondillas, odas, elegías, romances, sonetos, etc., seguidos del Viaje al Parnaso, con un prólogo de Juan Givanel Más. Barcelona, 1905 (s. a.). Imp. La Campana y La Esquella de A. López, 2 vols., 8.° (colección Diamante, vols. 94 y 95. El Viaje tiene 151 págs., y es el vol. segundo). 1905. Novelas ejemplares. Valladolid, 1905. Imp. y Librería de Jorge Montero, 2 vols., 8.° (En el tomo II, págs. 261 a 362, está el Viaje del Parnaso). 1909. Novelas ejemplares. Madrid, 1909. Editorial Hernando, 2 vols., 8.° Biblioteca Clásica, IV y V (en el segundo volumen, págs. 259-373, está el Viaje y la Adjunta). 1914. Obras completas. Edición publicada por Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla. Madrid, 1914-1941. 18 vols. (Vid. 1922, año en que se publicó el Viaje del Parnaso). 1916. Poesías. Compiladas y prologadas por Ricardo Rojas. 1616-1916. Buenos Aires, 1916. Imp. y Casa Editorial Coni Hermanos, 4.° (algunas notas). 1917. Obras completas. Edición facsimilar de las primitivas impresiones. Madrid, 1917-1923. Tipog. Revista de Archivos. Edit. Academia Española, 7 vols., 8.° (el vol. VI contiene: Persiles y Segismunda y Viaje del Parnaso). 1922. Viaje del Parnaso, Poesías sueltas, La tía fingida. Madrid, 1922. Talleres Calpe, 16.° (Colección Universal, números 672 y 673). 1922. Viaje del Parnaso. Edición publicada por Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla. Madrid. Gráficas Reunidas, 1922, 8.º (Forma parte de las Obras completas, Madrid, 1914-1941, 18 vols.). Venta: Librería V. Suárez. 1925. Viaje del Parnaso. Edición crítica, anotada por José Toribio Medina. Santiago de Chile. Imp. Universitaria. Imprenta Cervantes, 19251926, 2 vols., 4.° Contiene: Tomo I: texto y anotaciones. Tomo II: notas biográficas y bibliográficas. 1927. Novelas ejemplares. Madrid, 1927. Imp. y Edit. Hernando, 2 vols., 8.° (Biblioteca Clásica, vols, IV y V. Reimpresión de las ediciones

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1929. 1929. 1934. 1935. 1935. 1939. 1940. 1941. 1943. 1946. 1948. 1949. 1974. 1980.

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de 1902 y 1909) (en el vol. II, páginas 259-373, están el Viaje y la Adjunta). Obras completas. Editorial M. Aguilar, Madrid, 1929, 1 volumen, papel biblia (reediciones en los años 1935, 1940, 1943, 1946 y 1949). Viaje del Parnaso. Pról. de Rafael Seco, Madrid (s. a.), 1929. Cª Ibero Americana de Publicaciones, 8.° Bibls. Populares Cervantes, I serie, tomo LXI. La Galatea, Viaje al Parnaso y poesías sueltas. Ed. y pról. de J. B. Bergua, Madrid, 1934. Ed. Lib. Bergua, Imp. Sáenz Hermanos, 527 págs., 8.° Biblioteca de Bolsillo, núm. 32. Obras completas. Edit. M. Aguilar, Madrid, 1935 (segunda edición). Viaje del Parnaso. Edic. crítica y anotada por Francisco Rodríguez Marín, Madrid, 1935. Imp. de C. Bermejo, 4.° Viaje del Parnaso. Buenos Aires, 1939. Editorial Sopena Argentina. Tall. Gráficos Rodríguez Giles, col. Orbe. Obras completas. Síntesis de biografía por Lorenzo Hernáiz, 4.ª edición, Madrid, 1940. Imp. Bolaños Aguilar. Editorial M. Aguilar, 8.° (págs. 1869-1915 incluyen el Viaje). Viaje del Parnaso. Barcelona, 1941. Imp. Harta y Cía, 8.° (¿reedición de F. Rodríguez Marín?). Obras completas. Estudio, recopilación, prólogo y notas de Ángel Valbuena Prat, Madrid, 1943. Imp. de Bolaños Aguilar. Edit. M. Aguilar, 8.°, papel biblia (sexta edición). Obras completas. Ibid., séptima edición. Edit. M. Aguilar, Madrid, 1946, S.° Viaje del Parnaso. Ed., introd. y notas de Agustín del Campo, Madrid, Edics. Castilla. Gráficas Ultra, 1948, 16.° (Biblioteca Clásica Castilla, núm. 1). Obras completas. Recopilación, est. prelim. y notas de Ángel Valbuena Prat, 8.ª edición, Madrid, 1949. Col. Obras Eternas. Poesías completas, I; Viaje del Parnaso y Adjunta al Parnaso. Ed., introd. y notas de Vicente Gaos, Madrid, 1974. Clásicos Castalia, núm. 57. Viaje del Parnaso. Facsímil de la primera edición, Madrid, Edics. El Árbol, 1980. Colección Cervantina, I.

Ortografía Conforme a la norma establecida para las ediciones del Centenario, se modernizan la grafía y la puntuación. La edición de R. Marín de manera inexplicable escribe con minúscula no solo personificaciones, como el Destino, la Fama, la Furia, el Olvido, la

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Elección, y denominaciones personales como el Cisne, sino hasta apelativos como el Coloso de Rodas, el Paraninfo, etc. En esta edición se emplea la mayúscula con arreglo al citado criterio de modernización de la grafía de la princeps. Puntuación Correcciones de puntuación a la edición de R. Marín, que no han influido en el sentido, pero que eran necesarias para la corrección gramatical. En la mayor parte de estas correcciones se altera, al mismo tiempo, la edición princeps. Capítulo I: versos 9, 53, 54, 55, 75, 108, 109, 183, 192 y 297. Capítulo II: versos 3, 22, 49, 101, 273, 277, 289 y 341. Capítulo III: versos 28-29, 123 y 256. Capítulo IV: versos 131-139, 194, 254 y 513. Capítulo V: versos 32, 42-43, 118, 223, 227, 244 y 259. Capítulo VI: verso 179. Capítulo VII: versos 349 y 352. Capítulo VIII: versos 121 y 271. Adjunta líneas 33 y 42, línea 135, línea 313. Correcciones Se han hecho las siguientes, a la edición princeps: a) En palabras: I, 198; II, 85 y 321; VI, 58; VII, 26; VIII, 406. Adjunta líneas 65-6 y 71. Correcciones en la puntuación que fijan el recto sentido del pasaje: I, 253; III, 19-20; IV, 404-405. En el Epigrama latino de Casanate se han hecho tres correcciones, dos en palabras y una en la puntuación. Correcciones de R. Marín a la princeps, que se rechazan en esta edición: I, 2-3; I, 116; I, 269; I, 266. III, 20: restablecido muchos hechos. III, 188: restablecido podía. IV, 50: restablecido de a docena. VI,113: restablecido ningunos. VII, 318: restablecido quieren. Adjunta, línea 91: restablecido a las del mesmo.

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En VI, 113, Rodríguez Marín corrige el ningunos de la princeps en ninguno para obtener rima perfecta con oportuno. Yo me inclino a respetar la princeps, como hace Medina, porque hay otro pasaje en que también hay que corregir tres veces a la princeps para que haya rima perfecta, a saber: VIII, 161-165, para ajustar recogían y hacían a ironía. Rodríguez Marín corrige también aquí, a mi juicio, indebidamente. Medina respeta este pasaje, aunque sin llamar la atención sobre la particularidad. Compárese para rima no perfecta, VII-99, donde veinte rima con frente. Lecturas nuevas Por primera vez aparecen en esta edición lecturas que corrigen el texto de la princeps, salvando erratas inveteradas, que habían conseguido ocultarse a la vista de todos los comentadores, o resistirse a su interpretación. Son, sumariamente, las que siguen: Molis en vez de mollis. Epigrama latino preliminar. Ope en vez de opes. Epigrama latino preliminar. Los gigantes en vez de dos gigantes. Capítulo I, verso 122. Tu gentileza en vez de su gentileza, Capítulo II, verso 84. De guilla en vez de neguilla. Capítulo II, verso 405. Mosén Luis de Casanate en vez de Juan Luis de Casanate. Capítulo III, verso 113. Con fray veredas en vez de con pa y vereda. Capítulo IV, verso 180. Del lado en vez de del Layo. Capítulo VIII, verso 406. III.  Criterio del Comentario humanístico El criterio con que hemos escrito este comentario difiere bastante del seguido hasta ahora en ediciones anteriores. El lector observará ante todo el enfoque de amplitud humanística, no estrictamente filológica, que hemos dado a nuestras notas. Al texto que podemos llamar momento culminante del habla española, no se ha aproximado hasta ahora sino la filología más rudimentaria, en plan meramente interpretativo, como profesor de clase para extranjeros, que aclara los arcaísmos; explica los problemas cronológicos e históricos; revela tal o cual alusión a personas o sucesos, y aclara las dificultades de expresión... Pero al texto cervantino jamás se ha acercado, o rarísima vez, el humanismo; la psicología; la estilística; la disección de lo propiamente cervantino y lo

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perteneciente al acervo común de los demás escritores; la luz que descubre la genealogía de las imágenes; la evolución de las fórmulas poéticas, desde Garcilaso por lo menos; la transformación que en la pluma de Cervantes experimentan los mitos y las alegorías consagradas por el Renacimiento. El texto cervantino, en definitiva, no ha sido mirado más que con ojos de gramático, nunca con ojos de artista; siempre buscando entenderlo, nunca procurando penetrar en su arte, único modo de gozarlo. Un estudio preponderantemente humanístico, llevando de frente todos los objetivos enumerados, levantará nuestra estimación del Viaje del Parnaso, y variará su valoración en la historia de las letras españolas. El criterio, pues, en el comentario o anotación que el lector tiene en sus manos, comprende principalmente los siguientes puntos: 1.°) Cómo selecciona Cervantes su vocabulario. 2.°) Cómo pule sus metáforas. 3.°) Cómo se preocupa de su estilo. 4.°) Cómo transforma la materia mitológica, del común dominio de su época. Pudiera ser que a alguien le resultara excesivo el trabajo; pero tratándose de la lengua de Cervantes, creímos que no satisfacíamos con menos a la importancia de nuestro cometido. Hemos mantenido el propósito de comentar a Cervantes, no a los comentadores de Cervantes. Por eso somos excesivamente parcos en referirnos a los aciertos o a los yerros de los que nos han precedido en esta labor, aun estimando muchísimo sus trabajos. El respeto al excelso autor del texto nos prohibió severamente convertir los márgenes de sus páginas en un irreverente comadreo de tú dijiste y yo dije, que en el mejor caso se interpone entre Cervantes y el lector, privando a éste de la visión y el goce de su obra literaria. No vamos, como es natural, a hacer el elogio del valor de nuestro trabajo. El lector juzgará. Pero así, de vuelo, podemos adelantarle que a pesar de los yerros muchos y a fondo que esta parcela cervantina lleva dados, todavía habían quedado rinconcillos donde nuestra labor ha logrado hallar el suelo virgen. Por vía de ejemplo: Identificamos el lugar madrileño donde fueron los gigantes abrasados, y desciframos el enigmático hecho histórico a que evidentemente alude. Rectificamos el lugar del domicilio de Cervantes en la calle de las Huertas, «frontero de las casas donde solía vivir el Príncipe de Marruecos», identificándolo con el que tuvo más abajo, a espaldas del Colegio de Loreto. Explicamos los obscuros términos de popa bastarda y trompeta bastarda, hasta ahora poco o nada claros para los anteriores comentaristas. Descubrimos quién fuera el capitán Pedro Tamayo del capítulo IV verso 373, hasta ahora incógnito. Los pasajes explicados por primera vez pasan de ciento; las notas de Toribio Medina y de Rodríguez Marín, ampliadas, rectificadas o reformadas,

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pasan de otras ciento. Los materiales del comentario son todos o casi todos nuevos, poniendo a contribución, en primer lugar, los autores vertebrales del Parnaso español: Garcilaso, Hurtado de Mendoza, Herrera, Góngora, Lope, Romancero español, Tirso, Calderón. En segundo lugar, utilizamos los poetas épicos anteriores o coetáneos de Cervantes: Hojeda, Castellanos, Cayrasco de Figueroa, Ercilla, Valbuena, Villaviciosa, Virués, etc. En último lugar, recurrimos a autores de tercera fila, poetas o prosistas, cuando sus textos son útiles al comentario. Respecto a las notas concernientes a los poetas mencionados por Cervantes, huimos en absoluto de confundir un comentario explicativo con una lección de historia literaria o una bibliografía del autor en cuestión. El poeta mencionado no nos interesa sino desde el punto de vista de Cervantes. Motivos históricos, cronológicos, sociales, literarios, de amistad o de enemistad que pudieron unirle con él y fueron causa del recuerdo que le dedicó en el poema, son los que hemos buscado revelar en nuestras notas, dejando íntegra o casi íntegra a la historia de la literatura la parte que sobre cada uno de tales poetas le toca. Finalmente, ofrecemos al estudio un índice alfabético de los pasajes explicados, que sinceramente creemos se nos debe agradecer, dado el trabajo y pérdida de tiempo que su falta en las ediciones anteriores nos han hecho padecer.

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COMENTARIO HUMANÍSTICO

ABREVIATURAS MÁS FRECUENTES* Arch. Hist. Nac. Archivo Histórico Nacional. Biblióf. Bibliófilos. Biblióf. Español. Bibliófilos Españoles. Bol. R. Acad. Hist. Boletín de la Real Academia de la Historia. Clás. Cast. Clásicos Castellanos. Col. Colección. Colms. Columnas. Dedic. Dedicatoria. Desc. Descanso. Docum. Documentos. Ed. Edición. Edic. Biblióf. Andaluces Edición Bibliófilos Andaluces. F. Folio. Hist. Historia. Ibid. Ibidem. El mismo autor y la misma obra.* Id. Idem. El mismo autor.* Jorn. Jornada. L. Línea. Leg. Legajo. Lib. Libro. Memor. Histór. Españ. Memorial Histórico Español. Ms. Manuscrito. NBAE Nueva Biblioteca de Autores Españoles. N. E. Véase R. Acad. N. E. Op. cit. Obra citada. Part. Parte. Prels. Preliminares. R. Acad. Real Academia. R. Acad. N. E. Real Academia, Nueva Edición de las Obras de Lope de Vega. Rel. Relación. RFE. Revista de Filología Española. Rivad. Rivadeneyra. Rom. Romance. S. a. Sin año. T. Tomo. Vers. Verso. V° Vuelto. *  Se indican con asterisco aquellas que se añaden en esta edición de 2016. 149

Preliminares

GUTIERRE DE CETINA. No se trata del poeta sevillano del mismo nombre y apellido sino de un vicario eclesiástico de Madrid, que firma, en el siglo xvii, numerosas aprobaciones y licencias para la impresión de libros. Licencia. JOSÉ DE VALDIVIELSO. Este sacerdote toledano, cuyo elogio hace Cervantes en el cap. IV, verso 405, se inicia aquí como aprobador de libros, oficio entonces parecido al de crítico literario de ahora. Por suerte le había de corresponder aprobar las Ocho comedias y Ocho entremeses de Cervantes, el año 1615; la Segunda parte del Quijote, en 1615, y los Trabajos de Persiles y Segismunda, en 1616. En las obras de Cervantes ensayó un oficio que después ejercitó hasta su muerte (1638), en numerosas obras. Preliminares. EN PAPEL. En rústica. Dedicatoria. RODRIGO DE TAPIA. Hijo de Pedro de Tapia, Consejero por este entonces del Consejo de Castilla y miembro del grupo omnipotente del duque de Lerma, primer ministro de Felipe III. ¿Qué buscaba Cervantes al hacer esta dedicatoria? «Los autores nunca dijeron claro en sus dedicatorias lo que deseaban», dice Rodríguez Marín al enmentar este punto. En mi Vida de Cervantes yo he explicado el caso de este modo: 151

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El conde de Villamediana escribía por estos años feroces sátiras contra Pedro de Tapia. Cervantes había estampado en la Primera Parte del Quijote una frase satírica en la que mucha gente pudo ver el nombre de Villamediana, tildado de jugador y homosexual. «Pierres Papín, señor de las baronías de Utrique». Aunque esta hipótesis mía no se aceptara, no hay lugar a duda sobre el desafecto de Cervantes respecto a las sátiras de Villamediana, cuya muerte profetizó en el Persiles. Esto le pudo granjear el mecenazgo de Pedro de Tapia para costearle la edición del Viaje del Parnaso. El nombre de Rodrigo de Tapia, muchacho de quince años, es un mero recurso del padre para disimular su participación en el asunto. EPIGRAMA DE D. AGUSTÍN DE CASANATE. Hacemos nuestras las correcciones y explicaciones que hizo a esta poesía latina el docto catedrático de la Universidad de Madrid, D. José Vallejo, cuya traducción asimismo aceptamos como inmejorable. El trabajo del Sr. Vallejo apareció en Bibliografía Hispánica, noviembre de 1949. Dice así: «La idea general de la composición es ésta: En la primera parte se da la voz de alarma en el mar de la presencia del barco de los poetas; en la segunda se le aclara a Neptuno que es Miguel el que conduce a los poetas, y se le exhorta, en consecuencia, a dejar el miedo, detener el galope de su cuadriga y acompañar y guiar a los navegantes. He aquí la versión del epigrama corregido: Sacude la cerúlea espalda, hijo de Saturno, que la madre Tetis sienta el galope de tu cuadriga; un escuadrón de Apolo, en nueva violación de las aguas sagradas, surca los mares en un bajel hecho de versos. Asombrados, Proteo abandona su rebaño; Tritón, sus melodías, y los monstruos marinos, los líquidos abismos. Y tú, ten cuidado con esa inmensa mole de poesías, capaz de retorcerte las riendas, si no la desvías con tu tridente... Pero, mira, ¡si es Miguel, que trae de las costas de Hesperia ilustres yates y los conduce al real de Apolo! ¡Vamos, deja el miedo, pues! ¡Párate, acompaña a la nave y llévala felizmente a orillas del Parnaso!». Confróntese la traducción de este epigrama con la de Francisco Maldonado de Guevara en verso castellano de ritmo clásico (Anales Cervantinos, II, 1952, p. 435). EL AUTOR A SU PLUMA. Larga ascendencia tiene este modo de dirigirse el poeta a su pluma. Arranquemos no más allá de Cristóbal de Castillejo, entre cuyas obras anda aquel «Diálogo entre el autor y su pluma», que comienza: «Sus, sus, péñola tardía» (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXXVIII, 24).

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El renombrado Montemayor, autor de la Diana, en carta a Ramírez Pagán, coloquia también con su pluma en estos términos: Oh, divino Dardanio, ¿quién pudiera resucitar los dos que uno reía y otro lloraba, a ver si aquél riyera? ¡Cuán a buen tiempo el uno lloraría y el otro, sólo en ver perdida España! (Ce, pluma, calla, pues que es niñería). ¡Cómo se pierde el mundo es cosa extraña! ¡Cómo anda la ambición tan desmandada! (¿No queréis, pluma, vos perder la maña?) ¡La hipocresía, oh cómo es privada y os echa el ojo siempre al buen bocado! (Callad, pluma, que sois muy porfiada). («Carta de Montemayor a Ramírez». En Floresta de varia poesía, de Ramírez Pagán. Valencia, 1562, p. V.) El autor de La pícara Justina dirigió a su pluma toda la larguísima Introducción general de la obra. (La pícara Justina. Ed. J. Puyol. Bibliófilos Madrileños, t. 1, p. 21.) Y el romance 710, Parte IX del Romancero general, nos ofrece otro diálogo por el estilo: Bajémonos a lo llano; pluma, no os subáis al cielo, tomad el ligero vuelo, según mi pesada mano; digamos rateramente, pues el tiempo no consiente... coplas más necias y largas que las consejas de Oriente. (Romancero general, Parte IX, Romance 710, Madrid, 1947, I, 476-a.) Y no fue menos larga la descendencia, tal vez debida a la influencia de Cervantes. El portugués Francia y Acosta compuso un soneto «a la pluma». (Jardín de Apolo, de Francisco de Francia y Acosta, Madrid, 1624, f. 9.) Lope de Vega hizo también un soneto con el título «Cortando la pluma hablan los dos» (Rimas humanas y divinas, Madrid, 1634, f. 14 vuelto).

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Y Antonio Enríquez Gómez se permitió «apartes» con su pluma, por el estilo de los de Montemayor: No permita nunca Dios que yo diga por derecho que un juez toma cohecho. ¡Pluma, no lo digáis vos! (Antonio Enríquez Gómez, Letrillas, Rivad. XLII, 390-C.) Soneto preliminar. CAREZCA DE DISCRETO. Puede ser italianismo, como quiere Rodríguez Marín. Compárese, no obstante, la frase con estas otras: De plata son las redes que ha tendido, el plomo que por ellas ha esparcido son talegos con mucho del ducado. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Edic. Biblióf. Andaluces. Sevilla, 1878, p. 138.) Palomar es bien tener con mucho del palomino. (Ibid., p. 155.) Parece que Góngora respondía a este soneto de Cervantes con aquellos magníficos versos: Que se emplee el que es discreto en hacer un buen soneto bien puede ser; ……………. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. New York, 1921, t. I, p. 14).

CAPÍTULO I

I-1. QUÍDAM. Adjetivo indeterminativo latino, empleado como tal y con su misma significación —uno, cierto—, en español, en estilo familiar. Ya en esta época, o por lo menos pocos años después, esta palabra se había sustantivado, significando sujeto despreciable o persona insignificante, como se ve en Moreto: CHINCHÓN Mas ¿qué es mi señora en casa? LISARDO.—Nada más que mi mujer. CHINCHÓN.—Pues ello algo es. LISARDO ¡Qué ha de ser! CHINCHÓN.—Digo yo que será un quídam. (De fuera vendrá... Jor. III. Rivad. XXXIX, 71-c.) Otro texto de Pantaleón de Ribera cita el Diccionario de Autoridades. No sé, pues, por qué Rodríguez Marín dijo «en lo moderno la voz quídam se ha hecho sustantivo en nuestro romance». Indudablemente, este modo de adjetivar Cervantes al autor italiano, Cesar Caporali, deja entender la poca importancia que concedía a su Viaggio in Parnaso, respecto del poema que él componía en lengua española. Confr.: «Mandámosle... que dijese quién había sido el que había ocultado aquí esta santa imagen, cuando la pérdida de España. Y a esto respondió que un quídam, que había sido labrador en esta tierra» (Nicolas de Santa María, Relación del origen y antigüedad de la Virgen de Regla, Sevilla, 1645, p. 7). I-2. A LO QUE ENTIENDO. Rodríguez Marín, contra el sentir de Medina, pretende que la frase a lo que entiendo no se refiera a de patria perusino, sino al verso siguiente. La razón, dice, es que Cervantes sabía muy 155

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bien que Caporali era perugino, puesto que en la portada de las obras de Caporali se hacía constar esta particularidad. No es argumento definitivo, pues Cervantes acababa de ver un libro, en cuya portada se leía, «compuesto por el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas», y bien sabía lo poco que prueban estos dictados que aparecen en las portadas. Pero aparte de esto, tengo para mí que la frase adverbial afecta a perusino, porque hace perfecto juego, dentro del estilo de Cervantes, con un quídam. Cervantes insiste delicadamente en la idea de que el poeta italiano carece de trascendencia en su Viaje del Parnaso, si bien lo cite como un antecedente curioso. Nótese que este modo de empezar el poema recuerda el humorístico comienzo de «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme». En el hemistiquio de patria perusino, quiere acordarse; pero resta valor a su recuerdo en el hemistiquio siguiente: a lo que entiendo. Aparte de esto, a lo que entiendo es una muletilla ripiosa, como otras por el estilo, usada por los poetas. Confr.: Envidia me tenéis, a lo que entiendo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 188.) Ni allí su llama y saco, a lo que siento, causaron lo que aquí la mar y el viento. (Ibid., p. 50.) Cervantes vuelve a usar la misma frase en el cap. IV, v. 228. I-4. CAPRICHO REVERENDO. El adjetivo reverendo, equivalente a reverenciable o digno de reverencia, empezó aplicándose en superlativo a los obispos: A los prelados «los solían llamar muy reverendos o reverendísimos, que quiere decir tanto como dignos de ser acatados y reverenciados». (Antonio de Torquemada, Colloquios satíricos, 1552. NBAE, t. VII, p. 540.) En grado positivo se aplicaba, como dictado o tratamiento, a los eclesiásticos constituidos en dignidad: «Estaba entre nosotros un reverendo canónigo, de más de sesenta años». (Ibid., p. 495.) Igualmente se aplicaba a corporaciones eclesiásticas: Seguía luego a las cruces el reverendo cabildo de la Iglesia Mayor. (Cristóbal de Villalón, El crotalón. NBAE, t. II, p. 187.) De este empleo pasó a aplicarse a ceremonias o actos eclesiásticos:

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De su albergo sagrado va saliendo y en paso reverendo y con decoro... con un silencio santo va al Colegio. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante. Parte III. Madrid, 1609, p. 183.) Simultáneamente salió del ámbito eclesiástico para calificar personas dignas de respeto por cualidades análogas a las eclesiásticas: Dijo un sabio reverendo que eran, en anocheciendo, todas las mujeres unas. (Lope, Lo cierto por dudoso. I. Rivad., I, p. 456.) De las personas pasó a las cosas que las significaban, como se ve en estos dos pasajes: ¡Oh, vejez! Cuántos desean tu tez y presencia reverenda! (Comedia llamada Tidea. Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 66.) A otro Homero Atenas coronara, y otro laurel del nuevo Mantuano las reverendas sienes rodeara. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, página D. II.) Por esta vía fácilmente se llegó a la aplicación humorística de reverendo a cosas notables por su volumen, riqueza o notoriedad. Vr. gr.: «Volvíme a la mano izquierda y vi un acompañamiento tan reverendo, tanto coche, tanta carroza...» (Quevedo, Las zahurdas de Plutón. Ed. La Lectura. Madrid, 1916, p. 98). Este empleo humorístico está ya atestiguado en Alfonso de Valdés: Solíades traer vuestras ropas, unas más luengas que otras, arrastrando por el suelo, vuestro bonete y hábito eclesiástico, vuestros mozos y mula reverenda. (Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma. Ed. La Lectura. Madrid, 1928, p. 78.)

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Cervantes encomia el capricho de ir al Parnaso, llamándolo reverendo, como hoy diríamos «formidable», «estupendo». I-5. IR A PARNASO. Omitir a veces el artículo con nombres de lugares famosos, especialmente con nombres de montes, es un hecho sin explicación apodíctica. Tal vez reminiscencia latina, tal vez intención psicológica de dar importancia al sustantivo. Confr.: Mi confesor me decía siempre que con aquello me iría a paraíso y Las campanas no me habían de llevar al paraíso (Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCVI, pp. 111 a 158). En paraíso está su no vista beldad. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 59). Y cual dellas cantó famosa pluma, y por acreditarlas en Parnaso, hizo crecer sus bienes como espuma. (Ibid., XI, 203.) Décima moradora de Parnaso. (Garcilaso, Soneto XXIV. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 232.) «Estas dos obras tan señaladas hizo el Señor en dos montes: la Transfiguración en Tabor, la Pasión en el Calvario» (Fray Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 138-a). «Estos dos montes esclarecidos fueron ilustrados con la presencia del Señor: en Tabor mostró su gloria, en Hermón la potencia de su brazo» (Ibid., 138-a). Véanse los versos 20 y 314 del cap. I. I-5. PARNASO. Monte de Tesalia (Grecia), dividido en cuatro altiplanicies, consagrado a los poetas. Confr.: Tesalia nos muestra no poco patente su monte Parnaso con su división de Cirrha, con Crissa, Thurión, Helicón, los cuales consagra la mísera gente a los que no tienen poder ni razón. (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce apóstoles, NBAE, XIX, 395-a.)

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Los habituales moradores del Parnaso eran las musas; por eso las llama Lope: las Parnasides deidades. (Lope, Laurel de Apolo, II, Sancha, I, 36.) I-6. HUIR DE LA CORTE EL VARIO ESTRUENDO. ¿De qué corte huía el poeta perusino? De ninguna en concreto; pero huir el ruido de la corte era un tópico de la filosofía moral y de la literatura emparentada con ella, desde los días en que Antonio de Guevara publicó su Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). La Corte que describe el célebre franciscano es la Corte de Carlos V. La de Felipe II tuvo también su curioso pintor en Eugenio de Salazar. Su Carta a un hidalgo... en que se trata de la corte, es el documento más comprobativo del «vario estruendo» que dice Cervantes. (Bibliófilos Españoles, t. I, p. 1.) Confr.: Pues, si veis la confusión de la corte, veréis luego que el mar con su alteración no tiene menos sosiego. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXXVIII, 237.) Supo que Glaura del cabello de oro, de la corte y su tráfago enfadada, en el Algorbe estaba retirada. (Valbuena, El Bernardo. Lib. XII, Rivad., IV, 274-b.) Yo me salí de la Corte a vivir en paz conmigo... (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 246.) Fuime a la Corte, y vengo de mi engaño corrido... Quédate allá, edificio de Babeles formado... Viva en ti quien desea la privanza y caída... Viva en tu soberano albergue quien procura muerte menos segura. (Antonio Enríquez Gómez, Canciones. Rivad., XLII, 366.)

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I-7. SOLO Y A PIE. Modo corriente de encarecer la pobreza de un modo de viajar. Confr.: Veoos agora a pie, solo... (Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura. Madrid, 1928, p. 78.) Solo y desamparado. (Garcilaso, Égloga primera. Ed. La Lectura, III, 20.) Mas vos, solo y sin armas, ¡caso fuerte! será ofrecernos ambos a la muerte. (Valbuena, El Bernardo. Lib. XV, Rivad., IV, 297-b.) Quedé yo sola y niña, al riesgo puesta. (Ibid., Lib. XXI, Rivad., t. 17, p. 360-b.) I-8. MULA. Cervantes profesaba verdadero odio a las mulas como cabalgaduras y lo manifiesta en repetidos pasajes de sus obras. Tal vez obedecía en esto a su triste experiencia de viajero, tal vez se hacía eco de la opinión común, bastante extendida en la literatura. Ya Juan de Mena escribe una poesía enumerando todas las tachas que puede tener un macho de montar. (Vid. Obras de Juan de Mena, NBAE, XIX, 219). Confr., además: Ella, más avisada y maliciosa que mula de alquiler, entendería por las señas, y el texto por la glosa. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 455.) Iba yo entonces como mula lerda echando cada cuarto por su parte... (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 338.) Compraste una mula muy destrozada, que ni tenía freno ni menos barbada, y vos no teníades paja ni cebada... (Barbieri, Cancionero musical, Madrid, 1890, p. 226-a.)

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La pintura de la mula, que no deja de tener sus puntos de contacto con la de Caporali, los tiene mucho más con el rocín descrito por Castillejo: Fuera harto autorizado   Los ojos tiene sumidos juzgado por su longura, y el pescuezo prolongado, pues hay en el desdichado derramados los oídos media legua de andadura; como orejas de un arado; alto, pardo, corcovado, mas es flaco de cintura, aunque largo de sillar, muy carnuda la cabeza, de los muslos muy delgado, y de tan mala hechura, que aunque está sin matadura, de los brazos estevado hace asco en lo mirar. y a cada paso tropieza. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 283.) I-8. MULA ANTIGUA. El adjetivo antiguo está empleado eufemísticamente en lugar de viejo. El trueque de un término por otro es finalmente irónico. Lo mismo acontece en el capítulo II, verso 1, donde dice «antigua boca». Otros poetas emplearon la misma ironía antes o al mismo tiempo que Cervantes. Confr.: El vino antiguo nunca faltaría. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 112.) Es verdad que me santiguo de hombre que, siendo antiguo, sus ojos vende por claros. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed New York, 1921, I-452.) Habla con una cama vieja: de vos, madera anciana, me despido. (Ibid., I, 302.) I-9. DE COLOR, PARDA. La edición príncipe dice de color parda, sin coma. Como es sabido, la puntuación en dicha edición es defectuosísima, y no comentaríamos este pasaje, si no fuera por la circunstancia de que, en tiempos de Cervantes, color se emplea a veces como femenino, lo que podría avalar una lectura de color parda. Pero en aquella época el masculino era el género dominante y, por otra parte, pocos versos antes, Cervantes emplea el mismo giro en de ingenio, griego y de valor, romano.

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Posiblemente Cervantes rehuyó la asonancia que pardo hubiera hecho con paso, destruyendo la sonoridad del verso, asonancia que por lo común no cuidaban evitar los poetas contemporáneos. I-9. TARTAMUDO PASO. El adjetivo tartamudo lo empleó Cervantes en sentido tropológico aplicado a su palabra. «Será forzoso valerme por mi pico, que aunque tartamudo, no lo será para decir verdades». (Prólogo a las Novelas ejemplares.) Algún mal entendedor se atrevió a deducir que Cervantes había sido tartamudo, sin atinar a ver que la frase equivale a mi humilde voz, mi poca elocuencia, etc. Ahora en este verso emplea el mismo adjetivo metafóricamente, aplicado al paso arrítmico y entrecortado de la mula. El valor que cobra el adjetivo en este lugar es extraordinario. Hallazgos de lenguaje como éste dan a Cervantes patente de genial maestro del idioma español. I-10. ESTANTIGUA. Fantasma nocturno, o aparición diabólica. Confr.: Tampoco es amigo de andar por esquinas, vestido de acero, como de palmilla; porque para él, de la «Ave María» al cuarto del alba, anda la «estantigua». (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1981, t. I, p. 100.) Algunas ilusiones del diablo, el cual puede hacer cuerpos fantásticos que parezcan a algunas personas...; a esto llaman los vulgares estantigua, que quiere decir que es cosa muy antigua que los diablos burlen y engañen a las gentes, haciéndoles apariencias... (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Crónica y historia general del hombre, Madrid, 1508, f. 30-a.) Vio caminar por la cercana orilla... una estantigua flaca y amarilla a la humana figura contrahecha. (Villaviciosa, La mosquea, VI, Rivad., t. 17, p. 592-b.) Suspensa quedó viendo al gigante como nocturna y lóbrega estantigua. (Valbuena, El Bernardo. Lib. VIII, Rivad., t. 17, p. 230-b.)

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Cuanto sueno, cuanto miro desde la noche pasada, se me antoja chimeneas, guindaletas, tornos, trampas, aventuras, estantiguas, monjas, joyanes, fantasmas. (Tirso, Amar por señas, II, Rivad., V, 471-c.) I-13. CORTA DE VISTA, AUNQUE DE COLA LARGA. Cervantes traduce aquí una frase de Caporali: Era di cola lunga e vista corta. Como hemos de ver más adelante, sale algún verso tomado íntegramente de otro poeta — Ercilla, por ejemplo—, o jocosas paráfrasis de algún verso de Virgilio. Por otra parte, la antítesis entre corta y larga parece basada en el satis elocuentiae, sapientiae parum de Cicerón, que ha servido de patrón a innumerables frases. Confr.: Gentes de ánimo corto y larga toga. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante. Parte III, Madrid, 1609, p. 83.) Largo en pensar, si bien en hablar corto. En hablar corto y en sentir prolijo. Breve en palabras y en acción prolijo. (Hojeda, La cristiada. Lib. I, Rivad., t. 17, pp. 403-b, 405-a, 410-a.) I-14. EN EL CUERO. Hoy decimos en la piel; pero en tiempo de Cervantes se decía cuero, la piel o pellejo de los seres vivos, hombres o animales; y aun cueros, en plural, de donde nuestra frase en cueros. Pudiera ser que este uso de cueros haya influido en el plural que Cervantes da a la voz en el verso siguiente. Confr.: Conosciendo (los hombres ser) sus cueros menos duros que las bestias... (Arte cisoria. Ed. Navarro, p. 22.) Destos pescados hay algunos que han spinas et otros que han conchas et otros que han cueros muy duros. (Infante don Juan Manuel, Libro del caballero y el escudero. Ed. Grafenberg, p. 506.) I-15. ADARGA. Arma defensiva, a manera de escudo, ovalado o acorazonado, hecho de una simple hoja de cuero, o de varias hojas superpuestas, que se sujetaba al brazo con el fin de parar los golpes del enemigo. Es sinónimo de rodela. Confr.:

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No hay adarga de ante blanco que algún mote no autorice. (Lope, El primer Fajardo, I. R. Acad., X, 4-b.) Sustentando los cuerpos miserables con tallos de bihaos y palmiches hasta comer cocidas las rodelas hechas de cueros de antas, que llevaban. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos, Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 230.) I-17. CAÍA EN CUALQUIER COSA. Juego de palabras conceptista. El atribuir a la mula ingenio sugiere el caer en, que significa advertir, echar de ver, reparar en, y hace equívoco con caer físicamente. Otros poetas usaron del mismo equívoco. Confr.: D. Gaspar de Espeleta se cayó toreando en la plaza: Dijera a lo menos yo que el majadero cayó porque cayesen en él. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 40.) Aplicado el juego de palabras a una mula, lo usó antes de Cervantes, Jorge de Montemayor; posteriormente, en algún poeta. Vr. gr.: Porque yo tengo esperanza que si su gran gentileza tropieza en mi gran firmeza, caerá en su gran mudanza; aunque, según la tormenta de la mudanza en que están, yo imagino que caerán en todo, si no en la cuenta. (Gaspar de Ávila, El mercader amante, II, Rivad., XLIII, 130-b.) I-18. ASÍ EN ABRIL COMO EN EL MES DE ENERO. Modo jocoso de decir siempre o lo mismo en un mes que en otro, como actualmente se dice cada lunes y cada martes. En los poetas clásicos se encuentran expresiones parecidas a la de Cervantes. Confr.:

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Mas cuando el uno cojea, trabajosos son los martes e los jueves. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 76.) Primeramente, señor, para aprender a morir, serví un cierto pretendiente a costa de su rocín. Tuve algunos refregones con la gualdrapa, y perdí los estribos y los meses que hay desde noviembre a abril. (Lope, La discordia en los casados, III; R. Acad. N. E., II, 156.) A cuyo sitio agradable pone tal templanza Febo, que igualan sus calidades marzo, abril, octubre, enero. (Romancero general, Parte I, Rom. 27. Madrid, 1927, I, 28-a.) I-20. AL PARNASO. Véase lo dicho a propósito de la omisión del artículo delante de este sustantivo en nota al verso 5 del capítulo I. I-20. RUBIO APOLO. Comunísimo entre los poetas. Confr.: Pues ves que el rubio Apolo pone ya fin a su carrera ardiente. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. New York, 1921, t. I, p. 31.) Lo que contra el rubio sol la nieve suele hacer. (Ibid., I, 128.) El rubio amador de Dafne. (Ibid., I, 94.) Al tiempo que se descubre la rubia cara de Apolo. (Romancero general, Parte. IX, Rom. 725. Madrid, 1947, I, 489-b.)

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I-23. SIN BLANCA. Blanca era el nombre vulgar de una moneda de escaso valor, desaparecida de la circulación en tiempo de Cervantes. Confr.: Moneda estimada he sido, y ya tan poquito valgo, que soy blanca, que es moneda de quien se hace menos caso. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1025. Madrid, 1947, II, 141-b.) ¿A quién no le maravilla... que es lo más ruin de su casa (el dinero) doña Blanca de Castilla? (Obras de Quevedo. Biblióf. Andaluces, I, 8.) Véase una serie de equívocos entre blanca, moneda, y doña Blanca de Cruzate, en Lope, El príncipe despeñado, Jorn. I (Real Acad., VIII, 136-b). La frase de Cervantes, sin blanca, era comunísima para decir sin un cuarto, sin un céntimo. Confr.: Yo estoy sin blanca el día de hoy, y debo muchos maravedís. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Epistolario. Ed. New York, 1921, III, 206.) Poco ha estaba tan próspero, alegre y rico, y ahora está pobre y sin blanca. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 185-a.) I-23. EN VUELO. Frase poética, equivalente a volando. Confr.: Desta pasión obscura sacad mi alma en vuelo apresurado. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 55.) Excelsa Virgen, dame tu licencia que en vuelo baje a mi húmido profundo... y pues la noche viene en vuelo presto. (Juan de la Cueva, El infamador. Jorn. IV, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 130.) Bajáis en vuelo suave. (Lope, Del monte sale, I, R. Acad. N.E., II, 60-b.) Cervantes usa la frase otra vez. Cap. III, verso 12.

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I-24. DESTE AL OTRO POLO. De un extremo a otro del mundo. Es frase muy de la poética del tiempo de Cervantes. Confr.: Del Nilo al Tajo, de este al otro polo. Del Nilo al Tanais, de este al otro polo. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 140.) Quien vio que desde el Ganges acudían desde el Euro y el uno y otro polo, cosas con que servicio le hacían. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, f. c.) Señor, tu nombre solo admirable es del uno al otro polo. (Hierónimo de Saona, Hyerarchía celestial y terrena, Cuenca, 1603, p. 121.) Alejandro lloraba porque había un mundo solo; que con uno solo, dijo que no podía, con tanta tierra y mar de polo a polo, satisfacer su pecho. (Lope, Las bizarrías de Belisa. I, Rivad., II, 559.) I-27. LA GRACIA QUE NO QUISO DARME EL CIELO. Esta frase puede que responda a la creencia expresada por el refrán popular: «El poeta nace, el orador se hace»; pero también pudiera ser la fórmula general de referir a Dios todos los bienes. Confr.: Amigo, no se meta —dijo el Viejo— ninguno, le aconsejo, en este suelo, en saber más que el cielo le otorgare; y si no te mostrare lo que pides, tú mismo te lo impides... (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 117.) Sobre el valor poético de Cervantes, véase la introducción general; y sobre la autovaloración de Cervantes véanse los versos 218-225 del cap. I.

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I-28. DESPACHAR. En la acepción de enviar. Confr.: Cual suele el leñador en bosque espeso con acerada hacha cortar la rama y tronco de más peso y al suelo la despacha. (Hierónimo de Saona, Hyerarchía celestial y terrena, Cuenca, 1603, p. 551.) En la frase «despachar por la estafeta» o «con la estafeta», véase cómo alternan indiferentemente enviar y despachar: Despacha por la posta nuestra muerte. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo. Madrid, 1907, p. 165.) Y con la primera estafeta envió una carta. (Ibid., p. 209.) Conforme a esta acepción de despachar tenemos el sustantivo despacho, que se lee en Espinel: «Dimos golpes a la puerta, diciendo que veníamos con un despacho de mucha importancia». (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. I. Des. XIII. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. I, p. 213) I-28. A LA ESTAFETA. Esto es, «por el correo más rápido», medio de locomoción al que acudían los escritores contemporáneos, lo mismo para enviar o recibir noticias, que para trasladarse personalmente de un lugar a otro: Véanse ambas cosas: Donaires de Ganasa y de Trastulo les digo que me trajo la estafeta. (Lope, Epístola 13, a don Diego Félix Quijada, Sancha, I, 438.) Tomaron por su acuerdo la estafeta Roberto y Carlos a la dulce Francia. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III. Madrid, 1609, p. 249.) Se decía a la estafeta o por la estafeta figuradamente, para significar ir muy de prisa. Confr.:

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Va volando por verte, a la estafeta, y halla que a la fin tanto ganara, si viniera al rodar de una carreta. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 162.) El ganar los amigos a estafeta y perderlos a soplos, no es camino de quien por cabo quiere ser perfeta. (Ibid., 131.) De un fraile que decía la misa muy de prisa: ¡En qué santiamén la dijo! ¡Oh, quién hacerle pudiera secretario de la cifra o capellán de estafetas! (Tirso, La celosa de sí misma, I, Rivad., V, 129-c.) No hay hora que no sea una estafeta; cartas hay para todos, no me engaño; pero la más benévola es corneta. (Antonio Enríquez Gómez, Elegía, II, Rivad. XLII, 277-a.) I-29. POR LOS AIRES. Cervantes ridiculizó en el episodio de Clavileño los fantásticos viajes aéreos de que hablaban los libros de su época. Sobre varios de estos viajes por los aires, véase Miguel Herrero, «La Raza de Clavileño», en Correo Erudito, año V, entrega 34, p. 165; «Un ensayo de aviación», en Bibliografía Hispánica, año VIII, julio 1949, p. 85. Clavileño, pues, abona mejor que cuanto pudiéramos decir la ironía que encierra la frase «por los aires». I-30. DEL NOMBRADO OETA. El renombre Del monte Oeta en la Mitología tenía por causa, en primer lugar, la lucha contra Júpiter de los gigantes, los cuales pusieron uno sobre otro los montes Athos, Oeta, Osa, Pangeo, Ródope y otros, y desde lo alto atacaron al cielo con rocas y árboles encendidos. En segundo lugar el fin de Hércules que allí tuvo lugar, hecho que cantó en español Garcilaso: «El fuego que en Oeta, de Alcides consumió la mortal parte» (Las obras de Garcilaso de la Vega, en Anvers, 1597, f. 19). Según Estrabón (Lib. IX), el Oeta está en Tesalia y se extiende de Oriente a Occidente, desde las Termópilas hasta el golfo de Arta. Confr.:

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El altísimo Olimpo y su nevada frente que toca a la más alta estrella, y de Oeta la cumbre celebrada, con el sepulcro de Hércules en ella. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XV, Rivad. IV, 304-a.) I-31. DESDE ALLÍ. Desde allí a la corriente de Aganipe, que estaba en el Parnaso, había una distancia que hacía imposible descubrir nada. Cervantes había aprendido en los libros de caballerías a salvar distancias inconmensurables en un abrir y cerrar de ojos, poniéndose por montera las leyes del tiempo y del espacio. Pero semejantes inverosimilitudes las hace Cervantes de industria, por gracejo humorista, y por tanto no merece pena de galeras. I-32. CORRIENTE DE AGANIPE. Aganipe, nombre de una de las cuatro fuentes del Parnaso. Es vulgarísimo entre los poetas. Confr.: Que bien se ve que Talia de Aganipe el agua os dio, y que el de Delfos mostró con vos lo que más sabía. (Lope, La traición bien acertada, I, R. Acad. N. E., X, 42.) Que también yo en mi tiempo las caudales corrientes de Aganipe pasé a nado, y sé cuántas mentiras dije y cuáles. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Hendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 203.) Nunca el agua de Aganipe bebí, ni conozco a Clío, ni he pedido de las Nueve eternamente el auxilio. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 641, Madrid, 1947, I, 419-b.) La misma frase vuelve a verse en el capítulo II, verso 86. I-33. EL LABIO REMOJAR. Los poetas habían usado y abusado de las perífrasis bañar el labio, mojar los labios, etc., para decir beber. Cervantes emplea adrede el trivial remojar, con lo que la salada frase queda puesta en solfa. Confr.:

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Mas siendo dinos de mojar los labios en el sacro licor aganipeo. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético, Epístola III, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 239.) Ya en hipocrene el labio, Antonio, bañas. (Juan Jordán, Soneto, en Vida de san Ignacio, de Antonio Escobar, Valladolid, 1613, prels.) I-34. LICOR SUAVE Y RICO. Llamar licor al agua de las fuentes del Parnaso es común a todos los poetas contemporáneos. Confr.: Mi paupérculo y rudo ingenio... en aquel sublime grado de aquellos eminentes varones, en el clarísimo licuor de la pegasea fuente del bicípite monte abrevados, no deba ser puesto. (Vasco Díaz Tanco de Fregenal, Los veinte triunfos. Proemio) Asumpto heroico del licor Castalio. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVII, Barcelona, 1618, f. 301.) No subáis de hipocrene la alta cima; parad aquí, aviador; de aquí han llevado las nueve hermanas el licor sagrado al cielo a do se tiene en grande estima. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, p. c.v.) I-35. PANCHO LLENO. La voz pancho no es poética, antes lo contrario; precisamente en la estridencia que resulta de remojar el labio y quedar el pancho lleno, consiste el humorismo de estos versos. Cervantes era algo aficionado a emplear pancho por panza, tal vez por mucho uso que de esta última palabra hizo en el Quijote. En las Comedias aparece dos veces. (Ed. Madrid, 1615, fs. 40 y 125). Los escritores de la época no la usan mucho. Confr.: Por honra de San Antruejo, parémonos hoy bien anchos, embutamos estos panchos, recalquemos el pellejo. (Barbieri, Cancionero musical, Madrid, 1890, p. 181-b.)

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Los fulleros, habiendo hecho el pancho de perdices y vino de Ciudad Real, se atracaron en su aposento. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. I. Desc. XIII. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. I, p. 210.) Yo siempre almuerzo unos callos, que es pulítica famosa aforrar muy bien el pancho. (Entremés del Día de san Blas en Madrid, de Lanini. En Migaxas del ingenio, Zaragoza, s. a., f. 60.) Como se ve, no se dice solamente llenar el pancho, según la definición del Diccionario de Autoridades, sino hacer el pancho, forrar el pancho, etc. I-36. MAGNIFICO. Magnifico se daba por título o tratamiento a personas de categoría. Confr.: Magnifico Embajador: Yo he visto la carta que me habéis escripto... (Carta de Carlos V al Embajador de Francia. Alonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCVI, 211.) Magnífico pariente: Recibí dos cartas vuestras...(Vida y obras de don Diego Hurtado de Mendoza, por Á. González Palencia y E. Mele. Epistolario, Madrid, 1943, t. III, p. 379.) En cuanto a la acentuación grave, es licencia muy usada por los poetas del Romancero, donde abundan casos como los siguientes: ASTROLÓGO Mal se cubre con rebozo A fe que le quieres bien o yo soy mal astrológo. (Romancero general, Parte II, Rom. 99, Madrid, 1947, I, 73, a) PENELÓPE Piensas que por Penelópe te tienen agora todos. (Ibid., I, 72-b) ASTROLÓGO Antón de Llorente el fuerte astrológo miró las estrellas y dijo a Bartolo. (Ibid., Parte XIII, Madrid, 1947, II, 165-a.)

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EURIDÍCE Primero Orfeo con su canto tierno Volverá de Euridíce a hacer memoria. (Ibid., Parte X, Madrid, 1947, II, 28-b.) CEFÍRO En cuyas márgenes vive su dichoso pastorcillo, y a las olas que levanta el deleitoso cefiro... (Ibid., Parte III, Madrid, 1947, I, 95-b.) FILÓSOFO Ni becerro en vaca sin salto de toro, no faltó quien dijo que era filosófo. (Ibid., Parte XIII, Madrid, 1947, II, 165-b.) PENELÓPE A quien no conoce tus infames prendas, te haz Penelópe o casta Minerva. (Ibid., Parte X, Rom. 818, Madrid, 1947, I, 13-a.) PRIÁMO Vieron mis ojos la muerte de Héctor y de sus hermanos, de Paris y Poliferno y del viejo Rey Priámo. (Ibid., Parte X, Madrid, 1947, II, 47-a.) SARDANAPÁLO En el arco de Cupido Queriendo ser preferido siendo otro Sardanapálo, ¡Oh qué malo! (Ibid., Parte XIII, Madrid, 1947, II, 130-b.)

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Del Romancero probablemente tomaron la tal licencia los poetas cómicos y líricos. Lope dijo Sardanapálo, Cartáma; Tirso escribió Aeropágo; Castillo Solórzano dijo uníco; Rojas Zorrilla dijo lugúbres; Góngora dijo pelicáno; don Alonso Carrillo dijo Melpoména, y Valdivielso Melpoméne; Jaúregui también dijo Euridíce, y el autor de La Murgetana dijo arábe. Si de los esdrújulos hechos graves pasamos al caso contrario, hallamos carácteres en Góngora, y Prosérpina en Jaúregui, y aun hay casos esdrújulos hechos agudos como Herculés, en Lope de Vega. Esta ligera lista de acentuaciones anómalas explica el magnifico de Cervantes y otros casos que anotaremos en el poema. I-40. PORQUE EN LA PIEDRA QUE EN MIS HOMBROS VEO. La edición de 1614: «Porque la piedra...». Cervantes alude aquí al suplicio mitológico de Sísifo, que consistía en subir un enorme peñasco a la cima de un monte, sin poder lograrlo jamás. El episodio de Sísifo está recordado en el Quijote y en casi todos los poetas contemporáneos. En este pasaje Cervantes dice piedra, y así la nombraron otros contemporáneos. Confr.: La fatal piedra que Sísifo lleva. (Valdivielso, Sagrario del Toledo, Libro VI, Barcelona, 1618, f. 95.) La piedra de Sísifo, que cuando la tenía medio subida al monte, luego se le volvía a caer. (Luis de Granada, Obras selectas, Madrid, 1947, p. 494.) Tiene Fortuna varia la costumbre de la pesada piedra sisifea. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 18.) Pero no existía unanimidad en tal designación. Cervantes en el Quijote escribió: «Sísifo venga con el peso terrible de su canto» (Quijote, I, 4), y esta palabra usaron Villegas: El encanto de Sísifo contino opuesto al canto. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI) y Lope de Vega: Ni Sísifo con el canto, ni con la rueda Ixión siente más grave pasión en el reino del espanto. (Lope, La fuerza lastimosa, III, Rivad. XLI, 272.)

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Pero el mismo Lope escribió también, risco: Y como Sísifo, lleve aquel espantoso risco; (Lope, El testimonio vengado, II, Rivad. III, 412.) Aunque con preferencia empleó los términos peña y peñasco. Confr.: No hay Sísifo, ni Ixión, con la rueda o con la peña, que tenga tanta pasión. (Lope, El hombre de bien, II, Rivad. IV, p. 194.) El Tántalo de la fruta y el Sísifo de la peña. (Lope, La campana de Aragón, II, Rivad, III, p. 44.) Ni aquel peñasco duro que a Sísifo quebranta. (Lope, Adonis y Venus, III, Rivad. IV, p. 428.) Sísifo lleva en su tormento eterno un gran peñasco, para justo asombro de los reyes, al hombro. (Lope, La ley ejecutada, I, Rivad. III, p. 185.) Se puede añadir cien pasajes más, que prueban la saturación mitológica del ambiente poético, propicio a la alusión algo velada de Cervantes. I-42. MAL LOGRADAS. Se aplica preferentemente a personas fallecidas en temprana edad. Confr.: ¿De qué edad acabó la mal lograda? —Para con sus amigas y vecinas treinta y dos años tuvo.           —¡Edad lozana! (Cervantes, El rufián viudo. Ed. de M. Herrero. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. CXXV, p. 33.)

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Coma poco, pero bueno, y diga a cada bocado: ¡Ay, mi dulce mal logrado! Todo me sabe a veneno. (Antonio Enríquez Gómez, Décimas, Rivad. XLII, 309-c.) No quisiera yo sino un hombre barbilargo, carisufrido, a la traza de mi mal logrado, que no entiendo que lo hallaré como él en mi vida. (Barrionuevo, Entremés del triunfo de los coches, NBAE, t. XVII, p. 208-b.) También se halla, aunque raramente, en el sentido de desdichado o infeliz. Confr.: Es un Adonis cristiano, aunque malogrado vive. (Lope, El esclavo de Venecia, I, R. Acad. N. E., V, 329.) Cervantes en el lugar que comentamos le da significación de fallidas, deshechas en ciernes. Espinel en sentido positivo lo usó con la misma significación: «¡Ay, bien logrados pensamientos míos!». (Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, Rel. I. Dec. II. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. I, p. 1.) I-42. LEO. Leer en la piedra su triste suerte es imagen poética no enteramente nueva. Confr.: Duro peñasco en do escripto y pintado perpetuamente queda mi tormento. (Diana, de Gaspar Gil Polo, NBAE, t. VII, p. 349.) Piedra es mejor que la que Job desea para esculpir su lastimera historia, pues espero que el mundo en ella lea eterna para siempre mi memoria. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVII, Barcelona, 1618, f. 311.) I-52. APONTE. Entre los varios candidatos presentados por Toribio Medina y por Bonilla a la identificación con este personaje, me inclino y casi decido por el jesuita P. Marcelo de Aponte y Ávalos, que al finalizar el siglo xvi consta que era profesor de Gramática en Toledo, y fue maestro de

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don Diego Duque de Estrada, con quien tuvo un pesado lance. (Vid. Comentarios del desengañado, por don Diego Duque de Estrada, t. XIII del Memorial Histórico Español, p. 46). Sólo de un gramático o humanista conocido en la primera década del siglo xvii podía alabar Cervantes «su buen decir». I-53. GALARZA. Galarza fue un medio loco de Sevilla, cuya falta de juicio le permitía decir agudezas no siempre agradables a sus convecinos. Afortunadamente poseemos los Sermones del loco Amaro, editados por Bibliófilos Sevillanos, sin los cuales mal podríamos darnos cuenta de lo que eran tipos de esta clase. Betrán de Galarza —tal era su nombre— dejó fama de hombre agudo por sus dichos y cuentos, de los cuales recogió algunos el sevillano don Juan de Arguijo, hoy publicados por Paz y Melia. (Sales españolas, t. II, Colección de Escritores Castellanos.) I-54. EN MANOS, ... EN LENGUA. En obras y en palabras, contraposición muy común para expresar lo que va de hablar a ejecutar, o del dicho al hecho. Confr.: Y vuestros renglones falsos y pensamientos livianos bien publican vuestra mengua, pues os servís de la lengua en defecto de las manos. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 300.) Porque aquel capitán lleno de miedo que la lengua ejercita y no la mano, será mostrado siempre con el dedo. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 350.) Que los buenos caballeros no en palacio ni entre damas se aprovechan de la lengua, que es donde las manos callan. (Romancero general, Parte IX, Rom. 713, Madrid, 1947, I, 480-b.) ¡Oh cuántos hombres hay de mano corta, que tienen juntamente lengua larga! (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 85.)

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Mas, si aquí fuere corto, en la jornada más que sus lenguas cortará mi espada. (Valbuena, El Bernardo, Lib. III, Rivad., t. 17, p. 173-b.) I-54. EN LENGUA, RODOMONTE. Rodomonte, personaje del Orlando, vino a ser prototipo del militar fanfarrón, tan largo de lengua como corto de hechos. Cervantes en el Quijote (II, 5), lo nombra sin el sentido peyorativo que le atribuye en este lugar. Parece que la ridiculización tipo de Rodomonte fue obra de la sátira francesa contra la arrogancia española. En Francia se publicaron las Rodomontadas castellanas (entre otras ediciones de París, hay una de 1607), que muestran la popularidad del tópico satírico anti-español. Sin embargo, en España no se dio importancia al asunto, y se siguió citando a Rodomonto o Rodamonte (la grafía es indiferente), como personaje caracterizado por su valor. Lope escribió una comedia con el título Los celos de Rodamonte (R. Acad., VIII), y lo citó incontables veces con este simbolismo. Confr.: Como un Rodamonte voy. ¡Ojalá que me salieran! (Lope, El príncipe perfecto, 2.a, Rivad. LII, 123.) Más te quiero yo gallina que si Rodamante fueras. (Lope, Castelvines y Monteses, I, Rivad. LII, 13.) —Yo soy hecho un Rodamante. —Yo un Rugero. —Yo un Roldán. (Lope, Los embustes de Celauro, II, Rivad. XXIV, 101.) Y entre ciento me metiera, aunque fueran Rodamontes. (Lope, La viuda valenciana, II, Rivad. XXIV, 79.) Pelea como un Rodamante el hombre. (Lope, La discreta venganza, I, Rivad. XLI, 309.) Conociendo el vidrioso patriotismo de Lope, esta abundancia de textos hace sospechar que los españoles no se sintieron aludidos por las Rodomontadas castellanas, o superaron altivamente las puyas francesas. En el Romancero,

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lo mismo que en Lope, Rodamonte seguía respondiendo al original de Boyardo y de Ariosto, no a la deformación caricaturesca de la sátira política. Confr.: Y con ella, un fuerte moro, semejante a Rodamonte, sale de Sidonia airado. (Romancero general, 1.ª Parte, Madrid, 1947, t. I, p. 14-a.) Góngora, en cambio, citó a Rodamonte, en versos de tono algo parecido al de Cervantes: Sale el otro cazador, o Rodamonte de liebres, o Bravonel de perdices vestido de necio y verde. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 134.) I-55. DE UN ERROR OTRO SE EMPIEZA. Casi traducción de las palabras del Psalterio, Abysus abysum invocat: Un abismo llama a otro abismo. Diversos poetas tradujeron libremente o acomodaron a su propósito el pensamiento del Salmista. Confr.: Y como de un dolor otro se empieza... (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 50.) De gran peña en la más nervosa parte se interna profundísimo al cimiento: centros taladra, y, lejos de sí mismo, nuevos abismos busca en el abismo. (Orfeo, de don Juan de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 36.) Llama siempre un abismo a otro abismo, y un daño en mil nos precipita y lleva... (Virués, El Monserrate, II, Rivad., t. 17, p. 510-a.) Del gran estremo en que sentía, en el de no sentir venido había; que así del fin de un mal otro se empieza. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 122.)

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Maldíjose, tercera vez tentado, que una maldad con otra unirse sabe. (Hojeda, La cristiada, Lib. IV, Rivad., t. 17, p. 433-a.) I-56-57. DI AL CAMINO LOS PIES. Es perífrasis poética, que se halla a veces en los contemporáneos de Cervantes. Confr.: Ignacio con distinto movimiento a la calle entregó los pies sagrados. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 107.) Los pies ofrece el joven a la vía. (Ibid., f. 137.) I-57. DI AL VIENTO LA CABEZA. Antítesis de la frase anterior (di al camino los pies), fundada en la común locución «tener la cabeza llena de viento». Confr.: ¡Qué sé yo si a esta señora le cairá en tanta desgracia el mensaje de Policiano, que antes que de allá saque el pie me hagan dejar la cabeza! (Tragedia Policiana, NBAE, t. 14, p. 5-a.) I-58. SOBRE LAS ANCAS. Igual que a las ancas, o a la grupa. Quiere decir al arbitrio del destino, sin dirección fija. Es frase poco usada en los clásicos. Confr.: Romance a pata llana es el que pido, no que sobre las ancas del Pegaso me lleve su oración por los rodeos que tienen Juan de Mena y Garcilaso. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 330.) I-68. EL ÁGUILA O SAETA. Son dos términos de comparación bastante comunes para ex, presar la celeridad de un movimiento. Confr.: Cual ave o flecha, por el blando viento, sin dejar rastro el agua va cortando. (Valbuena, El Bernardo, Lib. IV, Rivad., t. 17, p. 181-a.)

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Específicamente, el águila aparece antes de Cervantes en algún poeta. Confr.: Cual águila caudal que desde el cielo, en viento al ballenato dar en tierra, prestísima con él en punta cierra. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 119.) Y más comúnmente se ve usado «saeta». Confr.: Y entre Úbeda y Andújar pasa como una saeta. (Romancero general, 1.ª Parte, Rom. 16, Madrid, 1947, I, 22-a.) El que va embarcado por el río, que acontece ir como una saeta... (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 193.) Y de suerte la armada al suelo moro los tres airados soplos aguijaron, que va menos furiosa la saeta y más espacio el valorar corneta. (Virués, El Monserrate, VII, Rivad., t. 17, p. 524-b.) I-69. ANDA CON LOS PIES DE PLOMO. Frase metafórica, usada lo mismo en verso que en prosa, para indicar andar despacio. Cervantes la emplea en su forma más corriente, tal como se ve en otros escritores. Vr. gr.: Pero ningún sabor tomo en coplas tan altaneras... que corren con pies de plomo muy pesadas de caderas. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 235.) Consuélome con que el tiempo no tiene los pies de plomo, que si es Mercurio en las alas, con sus verdades me abono. (Romancero general, Parte IV, Rom. 273, Madrid, 1947, 180-a.)

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Después de haber entrado los ejércitos enemigos con pies de plomo y retirádose con pies de paja, me fui a ver la celebrada antepresa del fuerte de Escuenque. (Vida y hechos de Estebanillo González, Rivad. XXXIII, 323-b.) Otros poetas se permitieron alterar la frase, como expresión conocidísima, que, aun en diferentes términos, dejaba entender perfectamente el mismo pensamiento. Confr.: Voló el tiempo dichoso que entonce alas tenía; mas ora ya venía cojeando y de plomo el pie cargado. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 51.) El relator contento y mal pagado, el solicitador bien empleado, el buen procurador pisando plomo. (Antonio Enríquez Gómez, El peregrino, Rivad. XLII, 376-b.) Con pasos de plomo voy, y a cada paso que doy echan mis plantas raíces. (Fernando de Zárate, Mudarse por mejorarse, III, Rivad. XLVII, 562-b.) I-70. POETA. La pobreza de los poetas es una obsesión de Cervantes. En La gitanilla, en El licenciado Vidriera, en el Coloquio de los perros, en Persiles y Segismunda, en todas sus obras apunta al mismo tema; pero hemos de reconocer que esta idea pertenecía al patrimonio común de la época. Confr.: Es cierto, verdad, que os tengo lástima a todos los poetas, porque todo el día os andáis con más sobra de locura que de dineros. (El arte poética, de Miguel Sánchez de Luna. Edición Balbín Lucas, Madrid, 1944, p. 17.) Es el galán sobredicho en lo que se ve, un Mercurio, poeta y pobre, que hogaño andan estos nombres juntos. (Romancero general, Parte XII, Rom. 970, Madrid, 1947, II, 111-b.)

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Vuesa merced, según eso, versos hace... —Lo que he hecho son unos ovillejos a algunos Santos, a instancias de unas señoras monjas, deudas mías. —Turáralo yo, dije atajando su aflicción, que siendo vuesa merced poeta, había de tener deudas. (Rodrigo Fernández de Ribera, El mesón del mundo, Ed. Sevilla, 1946, p. 121.) Lope de Vega hizo un soneto «a un poeta rico, que parece imposible», que acaba así: Blanco sea el cuervo y negros los jazmines, rompan ciervos del mar los vidrios tersos, y naden por la tierra los delfines: No sufra la virtud casos adversos, den los señores, hagan bien los ruines, pues hay un hombre rico haciendo versos. I-72. MALETA. En tiempos de Cervantes se daba el nombre de maleta a una especie de valija de cuero, con su candado, que iba atada al cojín que cubría el asiento de la montura. Confr.: Cuando llegó, fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida a él. (Quijote, I, 23.) Era lo que nosotros llamaríamos un maletín, y ya hay textos en esta época, que empiezan a llamarla maletilla. (Castillo Solórzano, Tiempo de regocijo, Madrid, 1627. Ed. E. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 316). Cervantes es casi el único escritor que concreta el lugar en que iba la maleta. Confr.: No se pudo contener Cortado de no cortar la valija o maleta que a las ancas traía un francés... (Cervantes, Rinconete y Cortadillo. Ed. La Lectura, XXVII, 153.) Por lo común, todos los escritores, con frase estereotipada, dicen «cojín y maleta», dando por cosa sabida que lo uno no iba sin lo otro. Indudablemente, el cojín se identificaba con la silla o montura, según este lugar de Lope: «Sale don Juan de N., caballero español, de camino; Zorrilla, lacayo, con un cojín a cuestas, con sus estribos». Cuando le dice el señor al criado que acuda aprisa, el criado responde: Si no dejo el cojín, es imposible señor, correr... porque los dos estribos por los lados me tocan atabales destemplados. (Lope, La cortesía de España, I. R. Acad. N. E., IV, 343-a.)

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Pero hay un texto de Calderón que distingue silla, cojín y maleta. Dice un criado: Soy el cojín de esta maleta, la silla de este cojín, y de esta silla la bestia. (Calderón, Las tres justicias en una, II, Rivad. XII, 403-b.) El diccionario coetáneo de Cervantes, el de Covarrubias, no dice nada que haga al caso en la palabra «coxín». Ya el de Autoridades (1729), dice lo siguiente: «Coxín: se llama también otro género diferente de almohada, más ancho de abajo que arriba, de cuero, paño u otra tela, lleno de lana, pluma o borra, y regularmente colchado, que se pone sobre las sillas para ir más cómodamente a caballo». Muy pronto la palabra cojín fue sustituida por cojinete. El ya tardío Diccionario de Terreros tras cojinete de ancas: «la almohadilla que se pone a las ancas de la caballería». La capacidad de estas maletas se deduce de su contenido y viceversa. La que destripó Cortado llevaba «dos camisas buenas, un reloj de sol y un librillo de memorias». Otra maleta, sujeta desde luego al cojín o silla, cuyo registro nos es permitido, llevaba dentro, además de dinero en letras, ropa blanca, ligas, guantes, cartas y papeles de versos y el indispensable librillo de memoria. (Tirso, La villana de Vallecas, I. Rivad. V, 50-a). Aún podemos bucear en la maletilla antes citada, la cual llevaba un legajo de cartas, una cajuela de plata con un reloj curioso, en cuyas puertecillas había dos retratos, algunas cintas y trenzas de rubios cabellos, y curiosa ropa blanca. (Obra citada, p. 316.) Cervantes tiene razón al decir que los poetas carecían de este pequeño equipaje, pues maleta y cojín son cosas que siempre van unidas en arreos de rico: «Sesenta reales gasté en la maleta y cojín», dice un viajero, caballero en mula. (Mirademescua, La fénix de Salamanca, I, Rivad. XLV, 75-b). Los personajes, en efecto, que vemos viajar con maleta, son: un militar, a caballo (Tirso, La villana de Vallecas, I, Rivad. V, 45-c); otro idéntico, como que es plagio literal de la escena de Tirso (Moreto, La ocasión hace al ladrón, Rivad. XXXIX, 413-c); un caballero, montado en un caballo frisón (Tirso, Amar por señas, 1, Rivad. V, 463-b); y otro caballero, también a caballo (Lope, Amar, servir y esperar, I, R. Acad. N. E., I, 221-a). I-75. PERDERLAS LE SUCEDE. Esta idea de Cervantes, que ya expresó en La gitanilla, la comparten otros poetas coetáneos, sin aludir a ningún caso concreto, sino a un hecho general. Confr.:

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Sesenta mil vinieron ensayados, pesos, ¡gentil dinero en un poeta! Pero no le consienten sus pecados tanta riqueza a un hombre de esta seta. No se condenarán los desdichados por la codicia que al avaro inquieta. Sus bolsas no se habitan, tal se entiende, como casa en que dicen que hubo duende. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Edición Cotarelo, Madrid, 1907, p. 41.) I-80. DE AGIBÍLIBUS. Cosas de agibílibus quiere decir cosas prácticas. Era frase empleada en los conventos para designar los ministerios u ocupaciones de carácter no intelectual, como la cocina, la limpieza, la ropería, etc. Confr.: Me estuve todo el día por entre los matorrales de aquel monte, mientras un lego, como llaman, de agibílibus, corría a caballo buscándome. (Fray Servando Teresa de Mier, Memorias, Monterrey, 1876. Ed. Biblioteca Ayacucho, p. 188.) I-80. RATERAS. El adjetivo ratero-a, sale tres veces en este poema. (Consúltese el capítulo V, 93 y Adjunta). Su sentido siempre es el mismo: Vulgar, bajo, pedestre. Muy común a todos los escritores contemporáneos de Cervantes. Confr.: Como aguilillas rateras hacéis presa en estos bienes mundanales, mentirosos y vanos. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 126-b.) El propio conocimiento ratero y cobarde. (Santa Teresa, Las moradas, cap, II, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, p. 23.) La celestial Jerusalén..., si no lo alcanza la pluma que tan alto voló, ¿cómo alcanzará lengua que tan ratera queda? (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 327.) Hay mercaderes rateros, que no tratan sino de contado, y estos tienen cortas ganancias; pero hay otros que tratan en grueso, porque hacen grandes empleos, y los fían a buenas ditas, a pagar en Tierra firme; estos ganan más. (Ibid., f. 197 vuelto.) Tampoco se han de traer cosas viles y rateras que envilecen el sermón. (Instrucción de predicadores, de don Francisco Terrones del Caño, Granada, 1617, f. 34.) Tengo por más justo y provechoso el estilo llano y claro, como las cosas no sean rateras, que el levantado. (Ibid., folio 53 vuelto.)

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—¿Qué le piensas pedir? —Cualquier cosa, por ratera que sea. (Luis Quiñones de Benavente, Entremés de la antojadiza, NBAE, t. XVIII, p. 808-a.) I-83. SIN ASPIRAR A LA GANANCIA. El desprendimiento o incapacidad económica de los poetas es idea que venía sonando desde el tiempo de Garcilaso. Confr.: Nunca tanto quise obligarme a procurar hacienda, que un poco más que aquellos me levanto. (Garcilaso, Elegía segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 160.) Pero las Musas que aman siempre el ocio, desviadas del tráfago y negocio. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. XXI, p. 38.) I-83. EN COSA. Arcaísmo. Precediendo una negación, se decía cosa en vez de nada, que se dice en la lengua actual. Confr.: ¿A quién me quejo, que no escucha cosa? (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos La Lectura, III, 55.) La pérdida del marido considera que pasó, y al pasar no reparó cosa de lo ya perdido. (Poesías de Baltasar de Alcázar, Sevilla, 1878, Ed. Bibliófilos Andaluces, p. 93.) Alma enamorada, y algo sospechosa, no codicia cosa, sino verse amada. (Ibid., p. 181.) I-84. EL CONVEXO VAN DE LAS ESFERAS. Lo convexo se opone a lo cóncavo. Suponiendo a la tierra en el centro del universo, el convexo de las esferas era lo exterior de las esferas. Confr.:

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Cuanto sostiene, incluye, cuanto encierra este convexo y cóncavo del cielo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 142.) Lo convexo del coche es de ... topacios. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVI, Barcelona, 1618, f. 277.) En el español antiguo los adjetivos sustantivados se empleaban a veces con el artículo el. Confr.: Como escribe Crisipo en el libro primero, del honesto y del deleite. (El Comendador griego sobre la copla 231 del Laberinto de Juan de Mena). Cuervo, Notas a la Gramática de Bello, p. 47, nota **. I-87. BLANDA Y AMOROSA. Estos dos adjetivos los unió por primera vez Garcilaso aplicándolos a Venus, y así continuaron unidos en la lengua poética: Allí con rostro blando y amoroso Venus aquel hermoso mozo mira. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 96.) Cervantes vuelve a usarlos en este mismo cap., verso 165. I-90. COMO SUELE EL TIEMPO A JUGADORES. A la anterior idea de sabor ascético (v. 89) contrapone esta otra de color picaresco. Confr.: Si vos queréis tener paciencia para escucharme un cuarto de hora, como la tenéis para jugar cincuenta días y noches, yo os mostraré lo que siento del juego. (Antonio de Torquemada, Coloquios satíricos, 1552, Orígenes de la novela, t. II, 2.a parte, p. 591 de la NBAE, t. VII.) Muchas veces les acaece comenzar a jugar y pasarse aquel día, y después la noche, y ser otro día, sin haberse levantado de un lugar. (Ibid., 2. parte.) I-92. CORREOSA. Este adjetivo, en su acepción material lo emplearon algunos poetas anteriores a Cervantes, como puede verse: Como estaba correoso, y le tomaba desnudo, con mucho trabajo pudo darse un poco de reposo. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 142.)

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Arboledas espesas, enhebradas con cuantidad inmensa de bejucos, cuyos sarmientos densos, correosos, tenían enredados densamente todos aquellos árboles silvestres. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 110.) Pero aplicado a la masa metafórica de que están formados los poetas, para expresar su carácter, adquiere extraordinario valor. Cervantes conoce el secreto de valorizar las palabras. I-94-95. SE GOBIERNA POR UN ANTOJO. Antojo equivale a capricho o impulso no recogido por la razón. Confr.: Estando conmigo a solas, me viene un antojo loco. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 221.) Veinte años de servicio tengo yo cada hora a peligro de perderlos, si desdigo del gusto de mi amo, no de la justicia y razón, sino de su antojo y apetito. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 52.) En enfermo ninguna cosa hace por razón, sino por antojo y gusto. (Ibid., f. 52.) De do viene que la vemos por antojos gobernada, y en el viento volando su pensamiento, ora acá y ora acullá. (Cristóbal de Castillejo, Diálogo de mujeres. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 72, p. 293.) Allá se precipitan y abarrancan donde de sus antojos son guiados. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 176.)

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Guiado de mis antojos voy siguiendo mi porfía con tan loca fantasía que quiero engañar los ojos. (Romancero de Pedro de Padilla, Biblióf. Español., t. 19, página 433.) I-95. BALDÍO. Inútil y sin provecho. Confr.: ¡Oh cómo se gastó del primer mundo el ansia de saber, quedando hecho teatro de ignorantes el segundo, sin gusto en él ni antojo de provecho! (Valbuena, El Bernardo, Lib. XV, Rivad. IV, 295-b.) I-100. LOS LEYENTES. Hoy diríamos «lectores». Cervantes empleó en el Quijote dos veces este participio de presente sustantivado, como aquí, cosa nada común en los autores contemporáneos. Parece arcaísmo. Confr.: Quise con esta pequeña obra (vista por los leyentes la pequeñeza de mi posibilidad para os servir), veáis vos... (Comedia Florinea, NBAE., t. 14, p. 157-a.) I-100. CON LETURA. «Letura» significa criterio, advertencia, aviso. Confr.: Los que doctamente... juzgaron sus obras, persuadieron a que a nuestra lengua se le diese un autor, a España su hijo, a las naciones letura para que sepan entre las mismas armas sonar nuestra lira. (Prólogo de don Alonso Carrillo a las Obras de su hermano don Luis. Libro de la erudición poética de don Luis Carrillo Sotomayor. Ed. M. Cardenal, Madrid, 1946, p. 44.) Rodríguez Marín reprende al Diccionario académico porque registra la frase «ir con letura, y no es tal, sino ir con letura de, o de que». Yerra en semejante corrección, y yerra el Diccionario también. La voz letura existe independientemente de la frase, como se ve en el texto citado, y entra tanto en frases del tipo de la empleada por Cervantes en este lugar y en el Quijote (versos preliminares de Urganda), como en otras de otro tipo. Vr. gr. Llevar letura: Todo les parece lícito. No hay árbol que no desfruten, ni leche que no desnaten, ni flor que no deshojen. Esa letura llevan sus criados para con ellos. (Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 144-a.)

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Ir en letura: «A mi bien se me ofreció decirla: Pues, madre, ¿ese es el buen regalo que teníades aparejado? Pero no me pareció ir en esa letura» (La pícara Justina. Tercera parte del libro II, cap. IV, Rivad. XXXIII, 140-a.) Cervantes emplea una de las frases que era más común usar entonces, ir con letura que, según la cantidad de ejemplos que cita Rodríguez Marín. I-101. MAL LIMADO. Limado en sentido tropológico de pacientemente corregido, medido y compuesto, es término muy usado en la crítica literaria. Confr.: El decidor Demóstenes, con su limado y sublime estilo. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 22.) Quién tuviese palabras tan limadas, bastantes a decir de tus maldades. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 450.) De noche me quita el freno porque dice que lo gasto y le pongo en cuatro días como soneto limado. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 168.) Y viendo una tal obra tan divina, Meligenes quedara por grosero y tosco, ante un ingenio tan limado. (Juan de Espinosa, Soneto en los preliminares de El arte poética, de Sánchez de Lima. Ed. Balbín Lucas, Madrid, 1944.) Se suele temer por otro extremo el auditorio lleno todo de sabios; porque no puede ir el sermón tan limado y peinado, que no hallen que tachar. (D. Francisco Terrones, Arte o instrucción de predicadores, Granada, 1617, f. 13.) Mal limado es, pues, descuidado, tosco, o como dice el mismo Cervantes, bronco. Confr.: Traje tosco y estilo mal limado. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 34.)

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Ahí la envío, polida y limada, aunque no con tan aguda lima como yo quisiera. (Miguel de Carvajal, Tragedia Josefina. Biblióf. Españoles, VI, 164..) Cantaré en mal limados versos míos. (Valdivielso, Sagrario de Toledo. Libro XIX, Barcelona, 1618, f. 349.) Era montañesico mal limado, y esto decía él medio mascado. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias, Rivad. IV, 199-b.) I-101. BRONCO. Adjetivo que suele aplicarse al ingenio, calificándole de tosco. Confr.: Adonde daré a entender, limando mi ingenio bronco, que les excedéis en trato cuanto excede el cobre al oro. (Romancero general, Parte II, Rom. 910, Madrid, 1947, II, 73-b.) Por el bronco arcaduz de mi garganta una entonada media voz se siente. (Espinel, Rimas, Rivad. XLII, 517-a.) I-102. DESTA HECHURA. Hechura en la acepción de carácter o naturaleza. Más usada en prosa que en verso. Confr.: Si porfía en sus trece, no es mucho que la mate, según soy de esta hechura. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Colección Libros Raros o Curiosos, III, 56.) Sería bueno escribir V.S. una carta en que le dijese... le busque un compañero para confesar, y le avise si sabe de algunos destos de esta hechura. (Obras del B. Juan de Ávila, Madrid, 1674, p. 351-a.) Las razones que alega ...nacen del natural del P. Gracián, hechura remiso en estas cosas. (Fray Luis de León, «Carta a Juan Vázquez del Mármol», Obras, Madrid, 1944, p. 1380.)

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Lo que se hace con un soplo, no hay que espantar que con soplo se acabe; es como vidrio en la hechura, y eslo también en la firmeza y peligro. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 24.) Si el Juan Pérez es de hechura, que todo el año procura que todos por tu figura te hagan dos mil placeres ¿Qué más quieres? (Poesías de Baltasar de Alcázar. Edic. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 186.) Porque es la voluntad, de su hechura, de antojos toda, sin razón compuesta. (Valbuena, El Bernardo, Lib. X, Rivad., t. 17, p. 252-b.) I-103. CISNE EN LAS CANAS. Cervantes no se avergonzaba de sus canas, antes demuestra cierta coquetería en exhibirlas. En el prólogo de las Novelas ejemplares (1613), dijo que tenía «cabello castaño, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro». Y en el prólogo de la Segunda Parte del Quijote (1615), respondiendo a las punzantes impertinencias de Avellaneda, dijo: «No se escribe con las canas, sino con el entendimiento», sin disimular que las tenía. Podía haber dicho que no siempre las canas son signos ciertos de vejez, en lo cual el hombre se distingue de los animales, según observó un ingenio de la época: Qué presto encanece un hombre! ¡Qué de ello tarda un cuervo y una corneja! (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 25.) Tal vez en este pasaje Cervantes tenía en la mente el verso de Quevedo, «Cantaste, cano cisne, en verde mayo», dirigido a Cristóbal de Mesa en 1607. (Confr. Obras de Quevedo. Ed. Biblió. Andaluces, t. II, p. 59.) U otro aún más antiguo: El cisne siempre fue blanco, no puede dejar de sello. (Farsa de la paz de Carlos V y Francisco I. Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 491.) I-103. RONCO. El adjetivo ronco tiene en poesía su valor especial de triste, sordo, bronco, notando cualidades poéticas contrarias a suave, claro, alegre. Aplicado al cuervo resulta una metáfora de gran fuerza. Los siguientes pasajes ayudan a penetrar su sentido:

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Unos le cantan versos entonados... otros con ronca voz, y no vacíos ojos, su muerte lloran, y a su tono sin acento escribí los versos míos. (Ramírez Pagan, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, folio D.) No hay damas que a los suspiros roncos, como voz de cuervo, que dais por nuestros balcones, no se ría y fisgue de ellos. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 686, Madrid, 1947, I, 455-a.) Hablando de las musas: Y aplican a este Coro un cisne ronco, sin ver que la dulzura de su canto es graznar en estilo zafio y bronco. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético, Ep. II, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 221.) I-104. NEGRO CUERVO. La afición cervantina a las contraposiciones trae el negro cuervo enlazado al cano cisne, aún cuando Cervantes no se tuviera por cuervo, símbolo y emblema de los malos poetas que atacan al Parnaso, como se ve en el cap. VII, verso 92. La antítesis del cuervo y el cisne era casi un tópico literario. Confr.: Son estos tales como cuervos nevados, que les cae encima mucha nieve; parecen cisnes según están de blancos; si les hacéis un amago, sacuden la nieve y vuelas, y vuélvense a manifestar que son cuervos. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 257.) La razón de esta comunidad antitética del cisne y el cuervo, la explica Santa Teresa: Parece una cosa blanca muy más blanca cabe la negra, y al contrario, la negra cabe la blanca. (Santa Teresa, Las moradas, cap. II. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, p. 21.) I-106. EN LA CUMBRE DE LA VARIA RUEDA. En lo alto de la rueda de la Fortuna, imagen comunísima en los poetas contemporáneos. Confr.:

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Púsome a mí la fortuna en la cumbre de su rueda; mas, como es rueda, rodó hasta bajarme a la tierra. (Romancero general, Parte XI, Rom. 854, Madrid, 1947, II, 35-a.) En tal punto me veo de Fortuna traído hasta el postrer abismo de su rueda. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 30.) Y aunque jamás fortuna rigurosa en la inconstante rueda fijó el clavo... (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 4.) Siguiendo a la fortuna el vuelco vario. (La murgetana, de Gaspar García Oriolano, Valencia, 1608, f. 30 vuelto.) I-107. JAMÁS ME PUDE VER SÓLO UN MOMENTO. A Cervantes se le pegó mucho el tono quejumbroso y plañidero de la poesía amatoria que tanto cultivó en su juventud. El Sr. Domínguez Bordona ha notado el parecido de unos versos de Francisco de la Torre con estos del Viaje. I-108. SE ESTÁ QUEDA. Se está quieta o se queda parada. Confr.: La peña soltó Sísifo, y la rueda del soberbio Ixión estuvo queda. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 160.) Si un hombre... se viese rodeado de tantas sabandijas venenosas, más sería que loco, si estuviese quedo. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 25.) Para hacer caza, no ha de ser al vuelo; ha de estar el ave a quien ha de tirar, queda y sosegada. (Ibid., p. 269.) I-112. CANDEAL. Adjetivo que se aplica al pan hecho de la clase trigo así llamada, que es la mejor. Confr.:

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Daba de manera de sus rentas, que venía después él a comprarlo (el pan) para su mesa; y no lo comía candial, sino el que en otras casas se da a los criados. (Luis Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 318.) Son langosta que después que se regosta a la espiga candeal, no hay bolsa tan liberal que no se les haga angosta. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 278.) I-112. OCHO MIS DE QUESO. Cervantes ha modificado humorísticamente una frase vulgar que existía en el idioma, dos de queso, significando friolera, futesa, cosa baladí. Dos de queso era demasiado poco, aun para unas alforjas mal provistas; pero con ocho de queso, y entremetiéndole además el burlesco mis de los escribanos, la provisión quedaba aumentada en cantidad y en donosura. Confr.: Este brío, este denuedo, con quien fue Herodes un manco, un médico, dos de queso, y una niñería el rayo; (Lope, Enmendar un daño a otro, I, R. Acad. N. E., V, 299.) Era, entre tanto concurso, mosquetero de mohatra, aplauso de dos de queso y víctor de ciento en carga, Pan, un cierto satirillo y deidad tan desmedrada, que, en lo menudo del cuerpo, no era pan, sino migaja. (Salvador Jacinto Polo de Medina, Obras en prosa y verso, Zaragoza, 1670, p. 218-a.) I-113. ALFORJAS. Dado que Cervantes viajaba a pie, lo más acomodado para las provisiones era la bolsa doble, echada al hombro, que llamamos «alforjas». Nuestro viajero obraba como prudente; pues dice el conde de Gondomar que por falta de buenos mesones, los extranjeros «dicen que es menester caminar por España con bota y alforja, y dormir en el suelo, como

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por los desiertos de Armenia». (Cinco cartas de don Diego Sarmiento de Acuña. Biblióf. Españoles, IV, 60). En un equipaje pobre, las alforjas sustituían a la maleta, que se ponía en el arzón trasero, aún caminando en mula. Véase: El pobre letrado arroja el pecho al agua y parte a su comisión cargado de duelos y rodeado de alforjas. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Esp., t. I, p. 69.) Parece que la caballería antigua (siglo xv) usaba alforjas también, según se desprende de este texto: Cada uno meta la mano en su alforja, y los peones en las mochilas. (Últimos sucesos del Reino de Granada, por Hernando de Baeza. Biblióf. Esp., III, 25.) Pero ya en tiempos de Cervantes, las alforjas parecían tan inelegantes, que cuando el ventero persuade a don Quijote que los antiguos caballeros andantes llevaban camisas y botiquín, le dice que «lo llevaban todo en unas alforjas sutiles, que casi no se parecían a las ancas del caballo» (Quijote, I-3). I-115. CHOZA. Casa humilde. Esta palabra quedó en la lengua poética como herencia del género bucólico. Cervantes la usó como muchos de sus contemporáneos, sin intención especial de referirse a mayor a menor pobreza de su casa. Confr.: Habla al Arzobispo de Toledo del palacio arzobispal: Llega, y vecina de esta piedra, labra oh Mayoral, tu choza venturosa. (Valdivielso, Sagrario de Toledo. Libro XVII, Barcelona, 1618, f. 312.) Mecenas caballero, si a mi chozuela a merendar vinieres... (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 153.) Llévese el viento mi choza, el fuego ábrase mi parva... (Romancero general, Parte III. Rom. 110, Madrid, 1947, I, 81.) ¿Sabes qué pienso, Belilla, que más de cuatro mañanas llorarás mi choza humilde, de tu gusto rico alcázar? (Ibid., Parte IV. Rom. 243, Madrid, 1947, I, 161-a).

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Bastaba que tu cabaña está lejos de mi choza, aunque en un monte do gustas de servir a otras pastoras. (Ibid., Parte V. Rom. 312, Madrid, 1947, I, 209-a.) Ya tengo por bueno estarme en mi choza, mientras suda el cielo, que ruin se moja. (Ibid., Parte XII. Rom. 946, Madrid, 1947, II, 96-a.) I-116. ADIÓS, MADRID. Estas despedidas de Madrid abundan en los poetas contemporáneos. Confr.: Adiós, adiós, Villa y Corte, que el vivir se va acortando... (Romancero general, Parte III, Madrid, 1947, I, 104-b.)



Adiós, Madrid, amada madre, patria nuestra, Madrid rico... (Lope, Nueva biografía, R. Acad. I, 99.) Adiós, Madrid, grato suelo, corte del mayor monarca...; adiós, prados, adiós, hierbas entre raíces y plantas...; adiós cristalinas fuentes dulces y hermosas aguas... (Lope, Los mártires de Madrid, I, R. Acad. I, 114-b.)

I-116. TU PRADO Y FUENTES. El Prado de San Jerónimo, hoy el Prado, estaba adornado con una hilera de pequeñas fuentes de piedra, tazas redondas con un surtidor en medio, que todavía se ven clavadas en tierra en el Jardín Botánico. Los poetas aludieron a ellas reiteradamente. Confr.: Álamos del Prado, fuentes de Madrid; como estoy ausente, murmuráis de mí. (Romancero general, Parte XII. Rom. 902, Madrid, 1947, 69-a.)

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Consideradas las fuentes que el hermoso Prado riegan, y, por no salirse de él, se entretienen con mil vueltas. (Obras de Quevedo. Biblióf. Andaluces, I, 31.) Vi mil fuentes celebradas que son, aunque agua les sobre, fuentes en cuerpo de pobre, que dan lástima, miradas. (Ibid., I, 33.) (Véase mi trabajo «Las fuentes de Madrid», en Revista del Ayuntamiento de Madrid, y F. Boix, en la Revista Arte Español, 1929.) Eran 23. Véase José Deleito y Piñuela, Sólo Madrid es corte (Madrid, Espasa-Calpe, 1942), 2. Parte, cap. XIX, pp. 117-119. I-117. NÉCTAR [Y] AMBROSÍA. Ambrosía es comida de los dioses del Olimpo, y néctar la bebida. En nuestra poesía significan lo muy regalado y exquisito. Confr.: Con dos tragos del que suelo llamar yo néctar divino y a quien otros llaman vino porque nos vino del cielo. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Edic. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 121.) Ambrosio cuya boca ambrosía vierte. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro I, Barcelona, 1618, f. 20.) Ambas palabras se ven de ordinario juntas como en el verso cervantino. Confr.: Servid, Pimpleas, néctar y ambrosía en una rica mesa al Cyntio Apolo. (Lope, Laurel de Apolo, I, Sancha, I, 16.) Echando por seis caños a porfía el soberano néctar y ambrosía. (Villaviciosa, La Mosquea, IX, Rivad., t. 17, p. 604-b.)

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I-118-119. SUFICIENTES A ENTRETENER. Capaces de entretener, bastantes a entretener. Cervantes construye este adjetivo con a, lo cual es bastante raro; lo ordinario es verlo construido con para. Confr.: Dos sayos vaqueados, suficientes son a darnos tan grato y dulce día. (Feliciana Enríquez de Guzmán, Los jardines y campos sabeos, I. Biblioteca de Escritoras Españolas, I, 364.) Yo habré modo suficiente para dar remedio en eso. (Comedia Llamada Vidriana. Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. C, p. 208.) Tengo falta de vocablos suficientes para hablar de esas gentes. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 268.) Enviáronle primero un ambajador, persona suficiente para cumplir con las obligaciones de lo que se le encomendaba. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, 1907, p. 71.) I-120. DOS MIL. Locución familiar que expresa un número incontable. Cervantes no suele emplear esta ni otras locuciones análogas sin un aditamento que acentúa la indeterminación: Y tantos, y más, etcétera. Esto es lo privativo de la lengua de Cervantes respecto de la de sus contemporáneos. Confr.: Dulces requiebros, hablas enmeladas, dos mil favores que a los ojos vea. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 448.) Perderé dos mil juicios. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 464.) De la hermosura de la bella Elena dos mil libros y más escribió Didimo. (Lope, La vengadora de las mujeres, III, Rivad. III, 523.)

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Dos mil quintañonas. (Lope, La obediencia laureada, I, Rivad. LII, 167.) Leandro, ¿no pasó el mar dos mil veces animoso? (Lope, La viuda valenciana, II, Rivad. I, 76.) Con esto pasó la calle, los ojos atrás volviendo dos mil se le corta el hilo tomó el camino derecho. (Romancero general, Parte II, Rom. 54, Madrid, 1947, I, 44-a.) Mil veces pone los ojos en la labor y la vuelve... dos mil se le corta el hilo y no el hilo de sus fuentes, (Ibid., 93-a.) Que después que aquí se trata su libertad y rescate, dos mil albas han salido y nunca la suya sale. (Ibid., Parte IX, Rom. 716, Madrid, 1947, I, 482-a.) I-120. DESVALIDOS. Cervantes en este adjetivó quiere decir «sín recomendación» o «sin medios sobornativos» conforme al uso corriente en su época, tan duramente pintado por Fr. Ángel Manrique. Haced cuenta que topáis un hombre en un camino —Señor, ¿a dónde vais? —Padre, a la Corte. ¿No sabremos a qué? —A pretender en ella algún oficio. —¿Y qué títulos pensáis presentar para alcanzarle? —Padre, presentaré... que me dejé cuanto tenía allá en mi tierra, y que no traigo acá cosa ninguna. —Pues, hermano mío, si lo dejastes allá todo, yo os aseguro que de acá no llevéis nada, si no, cuando mucho, deudas que pagar... ¡Que en la Corte... al que trae y tiene mucho le dan todos, pero al que no llevéis nada, si no, cuando mucho, deudas que pagar... ¡Que so color de saber de lo que vive, le lleve preso sin qué ni sin por qué y le apure la bolsa y la paciencia. Así que, si no traéis otros títulos más que esos, bien os podréis volver, a mi parecer, que no habéis de sacar cosa ninguna.

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Otros títulos usamos acá, que todavía nos suelen dar más fruto; —Señor, veisme aquí que he cargado de todas cuantas cosas buenas tengo; tantos años ha que estoy en mi tierra misereando y ahorrando; con lo que he allegado y con otra buena cantidad en que me empeño, llego a juntar hasta tantos mil ducados. ¿Podré esperar que me han de dar alguna cosa buena? —Aun por ahí posible sería que negociásedes. (Fr. Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, página 292.) I-120. PRETENDIENTES. La corte de España estaba llena de gentes en solicitud de un destino. Militares que pretendían ventajas, caballeros que pretendían prebendas, todos eran conocidos con la etiqueta de «pretendientes». Un cuadro realísimo y artísticamente trazado de los pretendientes es la Carta de los catarriberas, escrita por Eugenio de Salazar, y publicada por «Bibliófilos Andaluces», tomo 1. Poco se puede añadir a tan completa pintura. Algunos trozos, sin embargo, subrayaremos con textos de otros escritores. Los pretendientes- frecuentaban el patio de palacio, atrio de las oficinas de los Consejos: Dio materia para que los pretendientes del patio de Palacio y soldados de la lonja de San Felipe platicasen muchos días. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Edición Cotarelo, Madrid, 1907, p. 63.) De la cantidad de pretendientes nos advierte Lope: —¿Qué has visto allá en el Palacio? —El diluvio en pretendientes. (Lope, El animal de Hungría, III, R. Acad. N. E., III, 455.) El mismo Lope nos dice cómo se eternizaban allí las pretensiones de los pobres solicitantes: ¿No quieres que algo pretenda, Si salgo y entro en Palacio? ¿Hay hombre que en esas losas, Sepulturas dese patio, Ponga el pie, que no pretenda? Pues oye un prodigio raro: Que, como a los cuerpos muertos Tienen las losas debajo,

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En Palacio andan sobre ellas, Aunque vivos, enterrados. No hay hombre que no presuma Que oficios, honras y cargos Le debe el Rey más que a todos, Y anda quejoso de agravios. (Lope, La ley ejecutada, I, Rivad. XLI, 184.) Otro sitio a donde iba la turba de los pretendientes era a la puerta de la casa del Presidente del Consejo de Castilla, primera autoridad después del rey. Lope lo testifica: Mosca enfadosa y cansada Es un necio pretendiente, Que es puntal eternamente De la portada dorada Del ministro presidente. (Lope, Los nobles cómo han de ser, II, R. Acad. N. E., VIII, 120.) Cumplidos entrambos ritos —asistir al Presidente al salir de palacio y entrar en su casa—, las casas de posadas, ni limpias ni cómodas, sepultaban a los desvalidos solicitantes: No repliquéis, y advertid Una cosa que decía Un hombre que conocía Los olvidos de Madrid En pretensiones cansadas De tantos como allí viven: Que en las puertas donde escriben «Esta es casa de posadas», Para ejemplo de las gentes Dijera un grande renglón: «Estas sepulturas son De ignorantes pretendientes. (Lope, De cuando acá nos vino, I, Rivad. XLI, 199.) ¡Y qué azares, qué aperreos, qué ir y venir de covachuela en covachuela y de antesala en antesala, qué perder los días y los años en esperanzas siempre fallidas!

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En Madrid un pretendiente Tiene trabajosa vida; Quien más madruga va tarde. No hay para nada hora fija. Y cualquier casa está lejos Aunque en la de enfrente vivan. (La Hoz y Mota, El castigo de la miseria, I, Rivad. XLIX, 203.) Algunos, dice Alarcón, que se ponían a estudiar cualquier cosa, para matar el tiempo, y terminaban abandonando la pretensión y metiéndose a servir, según oímos en este diálogo: DON GARCÍA. ¿Eres astrólogo? TRISTÁN. Oí, El tiempo que pretendía En palacio, astrología. DON GARCÍA. ¿Luego has pretendido? Fui TRISTÁN. Pretendiente, por mi mal. DON GARCÍA. ¿Cómo en servir has parado? TRISTÁN. Señor, porque me han faltado La fortuna y el caudal. (Alarcón, La verdad sospechosa, I, Rivad. XXI, 323.) I-121. ADIÓS, SITIO AGRADABLE Y MENTIROSO. Se refiere Cervantes a la Puerta de Guadalajara, lo cual no han entendido ninguno de los comentaristas del Viaje, despistados por el adjetivo mentiroso, que los llevó a pensar en el Mentidero de los representantes (calle del Prado, bocacalle de la del León). Cervantes dice exactamente sitio, porque la Puerta de Guadalajara se destruyó el año 1582, dejando su nombre al solar donde estuvo levantada. Los dos epítetos «agradable y mentiroso» convienen exactamente al sitio que quería significar Cervantes. Agradable, porque allí pululaban las busconas de la Corte, revueltas con las damas de categoría, merodeando por las sederías de los Milaneses y las joyerías acumuladas entre la Puerta de Guadalajara y la Plaza de la Villa. Es tanto lo que sobre este punto se ha escrito, desde Pellicer en sus notas al Quijote en 1789, hasta Bonilla San Martín y

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Rodríguez Marín en sus sendas ediciones de El diablo cojuelo, y Morel-Fatio en un artículo titulado «La Puerta de Guadalajara en Madrid» (Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, t. I, p. 417), y Miguel Herrero García en sus notas al Baile de las Puertas de Madrid (Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, t. III, p. 291), que no haría falta decir nada más. Mentiroso, porque además del Mentidero de los cómicos, y de las Gradas de San Felipe, mentidero especial de los soldados, la Puerta de Guadalajara atraía también sinnúmero de desocupados, ya porque aquel lugar, era uno de los cuatro donde se echaban los pregones y bandos oficiales, según el mismo Cervantes recuerda en El vizcaíno fingido, ya por la proximidad de la Plazuela de San Salvador o de la Villa, cuajada de escribanos y gentes que tenían que ver con el Concejo Municipal. Lo cierto es que allí se difundían los chismes y las novedades como desde una de las acreditadas centralillas de la corte. El testimonio de Cervantes es definitivo: En El juez de los divorcios acusa a un marido de que «las mañanas se las pasa en oír Misa y en estarse en la Puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando mentiras». Y Suárez de Figueroa critica la holgazanería de los caballeros de su época, que no hacían más que «cursar en los mentideros de Palacio o Puerta de Guadalajara» (El pasajero). Lo confirma también don Luis de Góngora, diciendo en una de sus cartas: «Andrés de Mendoza... notificará ésta por estrados, en el Patio de Palacio, Puerta de Guadalajara, Corrales de Comedias, lonjas de bachillería». (Obras de Góngora, New York, 1921, t. III, p. 270.) El mismo título de «lonjas de bachillería» en que Góngora incluye este sitio, lo ratifica Salas Barbadillo diciendo: «¡Por Dios que, aunque me cuenten entre los bachilleres de la Puerta de Guadalajara, que me ha de atrever a hacelle una pregunta!» (El sagaz Estacio. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. LVII, página 229.) Cervantes tenía un motivo especial para llamar agradable y mentiroso a este sitio, pues junto a él abría sus puertas la librería de Francisco de Robles, a la que acudiría tantas veces, lo mismo para discutir de autor a editor, que para pasar un rato de solaz de amigo a amigo. (Miguel Herrero, Vida de Cervantes, Madrid, 1949, pp. 580, 591, 600.) I-122. DO FUERON LOS GIGANTES ABRASADOS. El verso 122 aparece en la edición príncipe y en todas las demás escrito así: «do fueron dos gigantes abrasados». Nosotros hemos corregido los en vez de dos, porque los gigantes abrasados consta que fueron cuatro. Identificado el sitio a que aludió Cervantes, queda claro este pasaje que ningún comentarista anterior había podido descifrar. La Puerta de Guadalajara, según la describió don Tomás López, que debió disponer para ello de papeles y datos de la Real Academia de San Fernando, dice: «En los huecos de las torres había cuatro

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Colosos de relieve entero, a modo de gigantes» (Descripción de la provincia de Madrid, por don Tomás López, pensionista de S. M. y de la Real Academia de San Fernando, Madrid, por Joachín Ibarra, 1763.) No se han de confundir estos cuatro gigantes con los dos guerreros, don Fernán García y don Díaz Sanz que, armados de punta en blanco, sostienen el escudo de Segovia, en el grabado de Diego de Astor, inserto por Diego de Colmenares en su Historia de Segovia, Madrid, 1637, entre las pp. 88 y 89. Afirma Colmenares que «es constante verdad que reparado y poblado Madrid, en premio de la entrada y defensas pasadas, fueron puestas las armas de nuestra ciudad (Segovia) sobre la Puerta dé Guadalajara, en la forma que aquí van estampadas». El grabada bada lleva al pie: «Diego de Astor fecit, 1629». Pero esta Puerta de Guadalajara que representa la lámina de Astor, es la primitiva, la de tiempos medievales, a que se refiere Colmenares. D. Tomás López alude también a ella cuando dice: «La entrada era pequeña, formaba tres vueltas, y se derribaron para ensancharla». Tal vez del tiempo de esta reforma, cuya fecha ningún historiador precisa, databa el complicado coronamiento de la Puerta, que sustituyó a los caballeros y al escudo segoviano. Consistía el nuevo coronamiento en un arco formando capilla, que encerraba una Virgen de bulto, exenta, y sobre ella, en un nicho del muro de fondo, una imagen del Ángel de la Guarda. Coronaban la capilla tres torres rematadas por pirámides y globos. En los espacios entre torre y torre estaban los cuatro gigantes, dos mirando hacia la Puerta- del Sol y dos hacia la Puerta de la Vega. La torre de enmedio era más alta que las dos laterales, y de sus cuatro ángulos salían hacia arriba cuatro columnas que flanqueaban un reloj de campana. Es curioso que Bonilla, ideando desorientadamente que Cervantes se refería a una lucha de Júpiter con los gigantes en tierra castellana, según admitían los autores de falsos cronicones, sospechó la posibilidad de que el verso 122 debiera decir los en vez de dos. I-122. ABRASADOS. En el mismo término que aplicó el bachiller Francisco de la Torre a los gigantes. Encélado y Palas, a quienes alude también Cervantes: Brama Neptuno, y usurpado el reino de aquellos abrasados guerreadores... (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 10.) I-123. EL RAYO DE JÚPITER. Es citadísimo en la literatura contemporánea del texto que comentamos el rayo con que Júpiter destruyó a los gigantes

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escaladores del Olimpo. Confr.: No sacudió de sus sagrados manos/rayo tan fuerte a los gigantes fieros/el vengativo Jove, como éste. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, M adrid, 1907, p. 165.) La antigüedad tres cosas proponía por imposibles, siendo la primera el rayo con que Júpiter solía extremecer los rayos de la esfera, la clava del Tébano la segunda, y los versos de Homero la tercera. (Lope, El mayor imposible, I, Rivad. II, 469.) Trabóse la batería con rayos de fuego puro, más que Júpiter arroja de su trono... (Lope, El esclavo de Venecia, III, R. Acad. N. E., V, 360) Y pedid, si se os antoja, aquel rayo tan furioso que Júpiter poderoso desde las nubes arroja. (Lope, Los embustes de Fabia, p. 79.) El rayo de Júpiter es metáfora poética que significa el fuego o incendio que destruyó la Puerta de Guadalajara con sus cuatro gigantes el día 2 de septiembre de 1582. La ocasión del fuego fueron las excesivas luminarias con que la villa adornó la Puerta para celebrar la anexión de Portugal y la entrada de las tropas españolas en Lisboa. Como la construcción era de yeso sobre armazón de madera, y las luminarias eran candilejas de aceite, el siniestro se desarrolló naturalmente y en forma imposible de dominar. I-127. DE SAN FELIPE EL GRAN PASEO. A la entrada de la calle Mayor, números impares, estaba la iglesia y convento de San Felipe el Real, a cuya lonja acudían los desocupados, en especial la gente de guerra, a esperar la estafeta de correos que se apeaba en casa del conde de Oñate, en la acera de enfrente: Desde la Puerta de Guadalajara hasta el Prado de San Jerónimo, era el paseo vespertino de los coches. Confr.: ¿Por qué desdeña vuesa merced tanto el paseo de la calle Mayor, de las damas tan favorecido, de los caballeros tan celebrado? (Salas Barbadillo, La

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sabia Flora Malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 303.) I-128. SI BAJA O SUBE EL TURCO. Era corriente la expresión «baja el turco» para decir que la armada naval de Constantinopla había salido de los Dardanelos con rumbo a las costas de Italia. Confr.: Dícese también que el turco ha armado 130 galeras y que baja a Italia a infestarnos las costas. (Avisos de Barrionuevo, t. I, p. 296. Col. Escritores Castellanos.) Cervantes usó la expresión en el Quijote (II, 1), como tema de conversación ordinaria en la Corte. Confr.: Pregúntele dónde iba, y después que nos pagamos las respuestas, comenzamos a tratar de si bajaba el turco. (Quevedo, Vida del Buscón, cap. VIII. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, V, Madrid, 1927, p. 99.) Supusieron las nuevas del ancho mundo y el estado que al presente tenían todas las Monarquías: si bajaba el turco a Italia, si el francés venía contra Milán, etc. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 70.) Esto de «bajar» no «supone noción algo confusa de hacia dónde estaban los turcos», como erróneamente afirma Américo Castro; sino que «bajar» tenía entonces la significación de ir hacia, sin marcar dirección determinada. Véase un ejemplo de «bajar de Toledo a Burgos»: Habla el rey de Toledo: Despachad luego mis cartas al rey Fernando el Primero, que de este nombre se llama, a Burgos, dándole cuenta cómo mi Casilda baja a ver su dichosa tierra. (Lope, Santa Casilda, II, R. Acad. N. E., II, 578-b.) Otro ejemplo de «bajar de Andalucía a Calatrava»: Otro tanto hallaréis, no un punto menos, en la defensa de Calatrava...; que bajan los moros con gran poder sobre esta villa; que el rey don Sancho no puede defenderla..., etc. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 272.) Otro ejemplo de «bajar del Betis a Zaragoza»:

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Viendo a Aragón sin señor, como a Grecia sin Aquiles, no hay moro que no pretenda reino tan fértil e insigne. Del Betis baja Muzarte, que le dicen alfaquíes que ha de entrar a Zaragoza con las lunas sin eclipse. (Lope, La campana de Aragón, II, Rivad. VIII, 276-b.) Esto, a pesar de que generalmente, por error inducido de la posición material de los mapas, el vulgo llama arriba al norte y abajo al sur y subir y bajar a ir en una dirección u otra. Así, por ejemplo, el refrán que dice: «Líbrete Dios de la enfermedad que baja de Castilla y del hambre que sube del Andalucía». (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Parte 1.a, lib. II, Rivad. III, 219-b.) La obsesión del ataque del turco había menguado mucho después de Lepanto. Cervantes usó aquí la frase irónicamente, como se solía usar en el siglo xvii. Confr.: Pues no temas, aunque el mismo turco baje, que con la que traigo al lado seré... —¿Quién? —Roldán de pajes. (Tirso, La mujer por fuerza, I, NBAE, IV, 244-a.) Lis. La traza mejor elige, y baja, Relox. Relox.    —Ya bajo aunque al turco se lo usurpe. (Tirso, La romera de Santiago, III, NBAE, IX, 412-b.) I-128. TURCO GALGO. Recíprocamente los cristianos llamábamos perros a los moros y ellos se lo llamaban a los cristianos. Era lenguaje corriente. Existía, no obstante una ley de Carlos V, hecha en Granada en 1526 y reiterada en Madrid en 1528, mandando «que unos a otros no se llamen perros, ni moros ni otra persona alguna se lo llame a ellos pública ni secretamente». (Nueva Recopilación, libro VIII, título II, ley XIII.)

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I-132. DE MI PATRIA. Y si te quieres ver libre de penas no trueques por tu patria las ajenas. (Antonio Enríquez Gómez, Canciones, Rivad. XLII, 364-a.) I-132. DE MÍ MISMO SALGO. Frase que usan los místicos para significar el arrobo, el éxtasis u otra accesis espiritual que transporta el alma sobre su manera habitual de conocer o amar. También la emplean los poetas aplicándola al furor del estro o de la inspiración. Confr.: En esta figura lo contempló David en espíritu, y de gozo sale de sí. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 135-b.) El vivo afeto con que de sí sale. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XIV, Barcelona, 1618, p. 254.) Y de sí sale y sobre sí se eleva. (Ibid., pp. 252 y 254.) Mil hombres que (en) sus negocios fueran más que otros han sido, por jactarse de poetas andan perdiendo el juicio. ¡Oh fuego de Dios, amén, en quien sale de sí mismo para venir cuando menos a ser pastor o morisco! (Romancero general, Parte XII, Rom. 949, Madrid, 1947, II, 98-b.) Lope cita un texto francés que atestigua el uso de una frase análoga en aquella lengua y que a Lope le satisface en extremo: Dijo todo esto divinamente Felipe Portes, francés en el segundo soneto: Le pensier qui me plaist, et que le plus souvant me derobe a moi mesme, et hautement me pousse. (Lope, Epístola IX a D. Francisco López de Aguilar, Sancha I, 406.) I-133. PUERTO. Los elogios del puerto de Cartagena son ya un lugar común literario. Creo es debido al encomio con que le describió Virgilio, cuya influencia en la poesía del siglo xvi fue profundísima. El siguiente texto descubre la pista que digo:

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Cartagena, aunque no tiene tanta gente como Murcia, es ilustre ciudad, por el famoso puerto, el cual pintó Virgilio, porque no hay otro mejor en el mundo. (Luis de la Cueva, Diálogos de las cosas notables de Granada, Sevilla, 1603, p. I, III.) Todos estos elogios los resumió y superó Ginés Campillo en un libro que todo él es elogio de Cartagena: Gustos y disgustos del lentiscar de Cartagena, Valencia, 1689. Cervantes embarcó en este puerto para ir a Orán y desembarcó en el mismo de vuelta de su viaje, junio-julio de 1581. (Vid. Vida de Cervantes, de Miguel Herrero, cap. XIX, p. 395, nota 41, p. 630.) Este ahínco en dar la primacía de los puertos al de Cartagena, parece querer replicar al dicho italiano, que sin duda conocería Cervantes: «Un Dios, y una Roma, y una torre en Carmona y un puerto en Ancona». (Monzón, Espejo del príncipe cristiano, Lisboa, 1571, p. 205-b.) I-139-140. CAMPAÑA RASA. Explanada sin árboles, estorbo ni obstáculo a la vista. Confr.: Está el ejército... en campaña rasa, de soldados bisoños, pero bien ordenados. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 68-a.) Es más común en los poetas hablar «campo raso». Confr.: Para que de esta vega el campo raso borde saliendo Flérida de flores. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 26.) También se dice «lo raso», en el mismo sentido. Confr.: Pues si dicen que el inglés viene por el mar surcando, apriesa os desembarcáis por no salir a lo raso. (Romancero general, Parte VI, Rom. 476, Madrid, 1947, I, 311-a.) Pero no faltan frases como la de Cervantes. Confr.: De aquí se arroja, por Berlanga, Duero... riega a Miranda, y por campaña rasa en Portugal cuanto ha bebido llora. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XVI, Rivad., t. 17, p. 310-b.)

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Baja Del monte a la campaña rasa. (Ibid., Lib. X, Rivad., t. 17, p. 245-b.) I-141. LA HEROICA HAZAÑA. Lepanto, y basta. No es valerse Cervantes de la ocasión, para traer a cuento algo intempestivo. La hazaña de Lepanto anduvo en lengua de los poetas mucho tiempo, como encargados providencialmente de mantener el recuerdo de un hecho que los políticos habían olvidado con demasiada rapidez. Ercilla en La Araucana le dedicó larga evocación (La Araucana, Canto XXXIII y Canto XXXIV. Ed. Madrid, 1733, p. 119). Los cómicos recitaban la Loa famosa de la batalla naval, por todos los corrales de España. (Se publicó en la Tercera parte de comedias de Lope y otros autores, Barcelona, 1612. Vid. NBAE, XVIII, 410). Moreto entremetió una larguísima descripción de la batalla en su comedia La traición vengada (Moreto, obra citada, acto 1, Rivad. XXXIX, 641). Por otra parte, la Iglesia conservaba el fuego sagrado de la heroica hazaña, celebrando en todas las catedrales con sermón especial la conmemoración del 7 de octubre. (Quedan impresos bastantes Sermones predicados en la de Toledo. De la de Salamanca, vid. Fr. Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 254). Cervantes, al ver el Mediterráneo, recuerda a Lepanto. Es la nota sentimental que todo legítimo humorista pone como sello en sus producciones. La evocación de Cervantes fue imitada inmediatamente por Valbuena: Entre ella y el seno Ambricio famoso, que ahora son los golfos de Lepanto, donde el hijo de Carlos poderoso al espanto del mundo puso espanto... (Valbuena, El Bernardo, Lib. XIII, Rivad. IV, 285-b.) I-147. A POBRE ESTRECHO. En aprieto, en necesidad. Frase muy usual en los clásicos. Confr.: Dirás a quien me ha puesto en tanto estrecho, que ya quedo muriendo. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 44.) Pero más fue nacer en tanto estrecho, donde para mostrar, en nuestros bienes, adónde bajas y de dónde vienes, no quiere un portalillo tener techo. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 200.)

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Pusiéronle en estrecho de ayunar tres días. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, Red. I, Desc. XXIII. Ed. La Lectura, t. XLIII, p. 323.) Cervantes vuelve a usar la misma frase en este mismo capítulo, verso 315 (en duro estrecho). I-149. FRAGATA. Embarcación de tres o pocos más tripulantes, para travesías cortas. En el famoso proyecto de fuga trazado por Cervantes en Argel, el año 1577, figuraba que su hermano Rodrigo comprase una fragata en las Baleares y arribase secretamente a Argel una noche, acostándose a cierto paraje donde los esperarían para huirse un montón de cautivos. En efecto, la fragata se compró y llegó a las costas argelinas, aunque la fuga se frustró por diversas causas. El año 1661 vino de Flandes, regalada por el marqués de Caracena a Felipe IV, una fragata, para el estanque del Retiro. Llegó a Santander desmontada y empaquetada en ciento ochenta y tres piezas y se trasladaron los paquetes a Madrid en carretas de bueyes; el traslado costo 41.647 reales. (Vid. Jaime Sala, Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, Madrid, 1949, p. 209.) Vid. voz fragata en el Tesoro... de Covarrubias, ed. moderna de M. Riquer. I-151. POR LA, AUNQUE AZUL, LÍQUIDA PLATA. Felicísima conjunción cervantina de varios tropos muy comunes en poesía aplicados al mar. «Azul», «líquido», «plata» y «plateado» es corriente hallarlos en diversas combinaciones y enlaces; pero nunca tan felizmente, y con tan fina ironía como en este verso de Cervantes. En Carrillo de Sotomayor vemos: Campo dilatado de azul cristal. Largos surcos plateados. Una pequeña cueva se mostraba... que la azul Anfítrite coronaba. El líquido cristal... (Obras de Luis Carrillo de Sotomayor, Madrid, 1613, pp. 150, 143, 147, 148.) En Góngora y su pléyade hallamos asimismo todos los elementos del verso cervantino:

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... De aquel risco la dureza... en tres alpestres venas se desata en líquida, en templada, en dulce plata. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 58.) Cual marítimas aves andaban sobre el agua plateada. Rompiendo va con las agudas proras la armada la región de azul y plata. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, pp. 2 y 248.) ¡Oh claro Carrión!... El agua plateada corre más transparente y delicada. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 165.) Por las ondas del agua plateada. Mira en la frente mar de tersa plata. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, XVIII, Barcelona, 1618, páginas 287 y 314.) Compárese todo esto con la construcción de Cervantes, y obtendremos la diferencia de su arte del idioma, superior a todos sus contemporáneos. I-152. A VELA Y REMO. Las naves y galeones andaban a vela; los navichuelos, a remo; pero las galeras y otros barcos análogos, andaban a vela y remo, de donde esta frase tomó el sentido de rápidamente. Confr.: En sentido directo: Usan estos navíos navegar, o a vela, que es más descanso, o a remo, que es más seguro, o a lo uno y a lo otro, que es más socorrido, como las galeras, zabras, bergantines. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 58-a.) Unos y otros marineros a una las velas alzan, y vienen a remo y vela contrastando viento y agua. (Romancero general, Parte III, Rom. 141, Madrid, 1947, I, 102-b.)

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Dándome caza a vela y remo corre. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, IV, Barcelona, 1618, p. 71.) En sentido figurado, significando rápidamente: Acá se queda el odio y la cautela; el bien hacer y el perdonar se parte con nuestro don Francisco a remo y vela. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, p. D. v) Aunque cueste, la burla bien lo vale andar en alta mar a vela y remo. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 474.) Pedirme de vista y dejando el puerto en el mar de amor me entré a vela y remo. (Romancero general, Parte V, Rom. 339, Madrid, 1947, I, 229-a.) I-159. VENGATIVA JUNO. Alusión a las naves de Eneas, destruidas por Eolo, a instigación de Juno, enemiga de los troyanos. Es un episodio del poema latino de Virgilio, La Eneida, recordado acá y allá por los poetas. Confr.: Aunque otra Juno a contrastarme venga. Veré de Lilibeo y Pusilipo las cumbres altas y al volcán la frente; sin temer las sirenas ni el Euripo, las sirtes fieras del azul tridente. (Lope, Don Juan de Castro, Parte I, Rivad. IV, 379.) Este recuerdo virgiliano arrancaba en nuestra literatura desde los tiempos de Santillana. Confr.: Non creo das odas del ponto de Eolía ninguna otra nave así combatieron, nin egual tormenta los Teucros sintieron al tiempo que Juno más los perseguía. (Marqués de Santillana, La comedieta de Ponza, NBAE, t. 19, p. 467-a.)

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I-160. FUE DEL VELLOCINO A LA JORNADA. Se refiere a la empresa de Jasón cuando en la nave Argos fue a conquistar el vellón de oro, fábula del común dominio de los poetas en tiempo de Cervantes. Sin salir de las obras de Lope, hallamos todas estas referencias: Un dragón y un bravo toro tuvo el vellocino de oro, y le robaron, Señor. (Lope, El mayor imposible, III, Rivad. XXXIV, 480-a.) Eso de las pomas de oro y el vellocino dorado fue de mil fieras guardado, y fue inviolable tesoro; mas como vino Jasón, rindiolo todo Medea, porque en ejemplo se vea la fuerza de la ocasión. (Lope, La pobreza estimada, I, Rivad. LII, 141-b.) Quien el vellocino de oro para martas te traería, el ramo de oro daría, por perlas del alba el lloro, las manzanas del dragón y la fénix en ceniza... (Lope, El rey por trueque, II, R. Acad. N. E., II, 547-b.) Desde el Vellocino al Pez austral, que Siria venera, rindió Clavela a mi amor. (Lope, El abanillo, III, R. Acad. N. E., III, 31-b.) I-160. JORNADA. Significa muy a menudo en los clásicos empresa, campaña militar. Confr.: Soneto «De la jornada de Larache» (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 291.)

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De lo que es fiel testigo la dichosa jornada de Araya, pues en catorce meses, se desnudó V. S. solas catorce noches que durmió en tierra. (Alonso Cano y Urreta, Días de jardín, Madrid, 1619, f. 25.) ¿Qué señales pide para saber su fin? Hartas habemos visto en pocos días, por nuestras desventuras. Tantos cometas, y ninguno frustrado, desastrado fin de muertes de príncipes, de pérdidas de jornadas, de mutaciones de estados. (Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 4.) I-161. TAN POMPOSA. El adjetivo pomposo tiene de suyo un sentido de lujo afectado y de atuendo llamativo, equivalente a fachendoso. Confr.: ... Veo mucha gente en palacio, que de chicos llegan sin inconveniente a ser muy grandes y ricos y dichosos, y los veo andar pomposos ufanos y bien vestidos. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXXVIII, 111.) Después yo todo vanaglorioso con guirnalda de oliva coronado en veste roja y hábito pomposo. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 137.) Era yo cuando vivía, pomposa, altiva y lozana y aunque cada instante vía morir la flor más ufana, mil siglos me prometía. (D. Francisco de Venavides Manrique, Lágrimas panegíricas en la muerte de Montalbán, Madrid, 1639, f. 5.) Ni al arte de decir, vana y pomposa, el ardor atribuyas de este brío. (Poesías de Rioja, Biblióf. Españoles, II, 177.)

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Este sentido de jactancia tocante en ridículo se acrecienta cuando la antecede alguna partícula ponderativa o enfática. Confr.: De títulos y dones muy cargados, señorías y faldas arrastrando, tan altivas, pomposas y entonadas. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza, ed. cit., XI, 208.) Mira qué diligente y con qué gana viene al nuevo servicio, y qué pomposa está con el trabajo y cuán ufana. (Ibid., 114.) I-161. ARGOS. La nave Argos dejó en las letras una estela imborrable; Cervantes no pudo desaprovechar la ocasión de corroborarla. Confr.: ¿Qué Jasón tentó primero pasar el mar temerario, poniendo yugo a su cuello los pinos y lienzos de Argos? (Lope, El castigo sin venganza, II, Rivad. XXIV, 576.) Jamás fábrica tan bella ni máquina tan hermosa tuvo en sus hombros Neptuno desde el incendio de Troya. (Lope, Don Juan de Castro, 2.a, I, Rivad. LIT, 400.) Empresa grande fue romper con Argos las vírgenes espumas de mar fiero aquel piloto de Jasón, primero por quien bramó por tan pesados cargos. (Lope, El mayor imposible, I, Rivad. XXIV, 469.) Como argonautas de la nave inmensa. (La murgetana del Oriolano, de Gaspar García. Ed. Valencia, 1950, f. 5.)

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Quizá del estrellado firmamento la argonáutica se ha desencajado, y cargada de dioses, va camino en busca de algún nuevo vellocino. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XVI, Rivad. IV, 305-a.) I-167. HACIENDO SALVA. La galera extranjera al llegar al puerto, saludaba (esto es hacer salva) a los fuertes, disparando uno o varios cañonazos. Confr.: Desembarcarnos en la playa, habiéndose primero hecho las debidas salvas a los castillos (de Portsmouth), y demás fuerzas de la villa, a las que todos respondieron con muy cumplida cortesía y ventaja... Visitome en la mar el gobernador de la fuerza y gente de guerra, recibiéndome después en la marina, al tiempo de desembarcar, haciéndome segunda salva de artillería y mosquetería. (Cinco cartas de don Diego Sarmiento de Acuña, Biblióf. Españoles, IV, 19.) I-167. LA REAL GALERA. En época en que tenían galeras varios estados, España, Venecia, Génova, el Papa, Turquía, etc., se llamaron reales las del rey de España. Paulatinamente, el adjetivo real fue tomando el sentido de grande, bueno, magnífico, aplicado a toda galera de cualquier estado a que perteneciera, si por su porte y excelencia merecía estar en primera categoría entre las de su clase. En España fue modelo de galera real la que mandó Felipe II construir para don Juan de Austria, a cuya decoración dedicó un farragoso libro Juan de Malara, impreso por los Bibliófilos Andaluces, Sevilla, 1876. La galera real era como las ordinarias, de veinticuatro bancos; pero su decoración de proa y popa, sobre todo esta última, tallada, pintada y dorada exterior e interiormente, era de extraordinaria suntuosidad. Entre proa y popa se instaló un jardín de tres cuadros, el del centro una gran jaula de pájaros y los de los lados de plantas en grandes macetas. Sin llegar a este extremo de lujo, se daba el nombre de real a toda galera de tipo general. Confr.: De doscientas y diez galeras reales y de seis galeazas poderosas fue nuestra armada, (Virués, El Monserrate, V, Rivad., t. 17, p. 516-a.) Fue recibido en la real galera con gran gozo de todos... (Ibid., p. 527-a.)

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I-169. EL SON DE LOS CLARINES. La galera al llegar al puerto hacía resonar sus instrumentos músicos. Confr.: Cual nave capitana que dispara, llegando al puerto, mucha artillería, y, cubierta de humo y nube avara, no se puede mostrar su gallardía; pero, después que el aire al fin se aclara, descubre extraordinaria bizarría, flámulas, gallardetes, banderolas, resonando el clarín entre las olas. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, parte III, Madrid, 1609, p. 20.) La galera, cuando la miran desde fuera, parece hermosa; pintada, la popa dorada, la gavia y jarcia vestida de gallardetes; lo que se oye es el ministril, la bastardilla... (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 243.) Fue necesario, por estar las galeras muy dentro del agua, tomar un barco, donde... la recibió con toda la música de trompetas y chirimías que había en la galera. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, página 73.) Si un navío viniese muy gallardo por el mar, hinchadas las velas, muy pintado y dorado, haciendo salva, tocando clarines; y llegando al puerto, los mercaderes lo hallasen sin carga, para hacer su empleo, claro está que burlarían de él. (Instrucción de predicadores, de Fr. Francisco Terrones del Caño, Granada, 1617, f. 28.) I-171. CHUSMA. La gente forzada a remar en las galeras. Confr.: Un número de galeras van dando caza a algunas galeotas de moros. Si acaso la capitana, por ser más ligera y llevar mejor chusma, se adelanta de las compañeras… (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 183.) Rapado por fuerza, sujeto a la tunda, como si yo fuera de los de la chusma. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 448, Madrid, 1947, I, 448-b.) Cervantes usa la misma voz en el verso 250 de este capítulo.

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I-172. ENTRÁBANSE LAS HORAS. La personificación de las horas se ve en los poetas anteriores y contemporáneos de Cervantes. Confr.: El dios Baco borracho y dormijoso, las Horas todas doce al derredor, el Tiempo sano y mozo y con reposo. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 128.) Mostronos su alegría en brazos de horas el hermoso día. (Obras de L. Carrillo de Sotomayor, Madrid, 1613, p. 99.) El hijo esplandeciente de Latona, que cuando sale en la dorada silla en hombros de las horas... (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro IX, Barcelona, 1618, f. 165.) I-173-174. CON DISTINCIÓN MÁS CLARA SE VIO... Antecedente de este pasaje puede ser este otro, que expresa la misma idea y hasta con los mismos consonantes: Cual nave capitana que dispara llegando al puerto mucha artillería, y cubierta de humo y nube avara no se puede mostrar su gallardía; pero después que el aire al fin se aclara descubre extraordinaria bizarría... (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 20-b.) I-176. ESQUIFE. Barquilla o lancha que llevaban las galeras sobre cubierta, para desembarcar, ya que la falta de muelles impedía aproximarse las naves grandes a tierra, sin riesgo de encallar en la arena, riesgo que no corrían los ligeros esquifes. Confr.: Toman puerto, echan esquifes; en la amada tierra saltan; unos las arenas besan, otros los riscos abrazan. (Agustín de Rojas, El viaje entretenido, Madrid, 1603, p. 64.)

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Llegando a la quoquímbica ribera adonde los esquifes encallaron, las proras en un punto se poblaron de la gallarda gente placentera. (Pedro de Orla, Arauco Domada, Lima, 1596, p. 32.) Las olas... se llevaron todos los barriles y ropa que estaba sobre la cubierta, arrebatando de camino la barca que iba dentro de la galera. (Cautiverio y trabajos de Diego Galán, Biblióf. Esp., t. XLIII, p. 122.) I-179. CUBREN LA POPA CON TAPETES. Tenían fama en el siglo las alfombras de Oriente, llamadas de ordinario «tapetes de levante». Confr.: Los tapetes ha hecho detener en Milán, porque tengo otros mejores, y en mi vida los vi más lindos. El magnífico embajador... envía a Génova dos tapetes, uno chico y otro mediano, que me han traído de presente y no son malo. Son de seda y cuestan a V.S. XLVI ducados. («Carta de don Diego Hurtado de Mendoza a Cobos», Vida y obras de don Diego Hurtado de Mendoza, por Á. González Palencia y E. Mele, Madrid, 1943, t. III, pp. 276 y 294.) Blandamente y en dulce paz dormía sobre un tapete que de Tiro vino. (Obras de Quevedo. Ed. Bibliófilos Andaluces, I, 106.) Compuesto de más colores que tapete de levante. (Romancero general, Parte VII, Rom. 592, Madrid, 1947, I, 380-a.) I-180. ES ORO Y SIRGO... Es decir «tejidos de oro y seda». Lo del oro no es fantasía. Había, en efecto, tapetes o alcatifas orientales en cuya trama entraba el hilo de oro, como puede verse: Allí había tendidos sobre las yerbas verdes gran número de alcatifas y tapetes de seda labrados por admirable manera y fulminados de oro y colores diversos...; y estas almohadas y alcatifas y tapetes ocupaban espacio de un cuarto de legua. (Vasco Díaz Tanco de Fregenal, Palinodia de los turcos, Orense, 1547, f. 30.) En cuanto al sirgo es término equivalente a seda, ya en hilo, ya en cordón, ya en tejido. Se usa en lengua arcaizante cual el que afectaban los libros de caballerías, de donde se le pegó al oído a Cervantes. Dos veces en el Quijote recuerda los versos de la Egloga III de Garcilaso que dicen:

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Las telas eran hechas y tejidas del oro que el felice Tajo envía, apurado, después de bien cernidas las menudas arenas do se cría, y de las verdes hojas reducidas en estambre sotil, cual convenía para seguir el delicado estilo del oro ya tirado en rico hilo. (Garcilaso, Égloga III. Ed. Anvers, Pedro Bellero, 1597, f. 63.) Cervantes traduce el alambicado conceptismo de «las verdes hojas reducidas en estambre sotil», es decir, seda, por la voz sirgo. (Vid. Quijote, II, 8 y 48). En ambos pasajes se ven unidos el «oro y sirgo», como en el Viaje. La frase aparece como se lee en Cervantes con cierta rareza. Confr.: Con riendas de tu caballo, señor, azotes a mí; con cordones de oro y sirgo viva ahorques a mí. (Romancero, Rivad., t. 16, p. 450.) Mucho más corriente se halla la voz sirgo independiente de oro. Confr.: Con papo de palomino, otros de punto de sirgo les atapa aquel vorcino a que tengan nuevo virgo». (Comedia llamada Tidea. Teatro Español del siglo xvi, Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 17.) Cuando por doncella casan a una que no lo era, sospecho que hay sirgo y paño que la zurza y la endurezca. (Romancero general, Parte V, Rom. 282, Madrid, 1947, I, 189-a.) Y ensartada en sirgo verde una sarta de corales. (Romancero general, Parte VI, Rom. 488, Madrid, 1947, I, 319-a.)

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¿En que paró... aquel que por un cordel de sirgo trepaba a unas muy altas almenas? (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 5.) Traigo de Canaria guantes... de Granada trenzas, fluecos, seda suelta, sirgo fino. (Cancionero de Pedro del Pozo. Ed. R. Moñino, Madrid, 1950, p. 110.) Halló el moro caída entre las flores de un sirga azul la tela delicada. (Valbuena, El Bernardo, Lib. II, Rivad., t. 17, p. 162-b.) Se le olvidaron... cuatro ventosas y una venda de sirgo (La pícara Justina, Rivad., t. 33, p. 138-a.) Muy rara la voz tramasirgo. Confr.: Cual rústicos villanos que espantados quedan en los palacios de señores de ver los tramasirgos y brocados. (Carta del alférez Liranzo a Pedro de Padilla, Biblióf. Españoles, t. 19, p. 360.) I-183. EN HOMBROS. Como no existían muelles que permitieran desembarcar del esquife a tierra, lo ordinario era sacar a los pasajeros a hombros. Confr.: ENEAS.—Embiste en la arena blanda: (Sacan dos marinos en hombros a Eneas y Acates) ACATES.—Aunque fuera de metal, abriera en ella camino. (Guillén de Castro, Cupido y Eneas, I, R. Acad., I, 173-b.) Fue en hombros de dos moros levantado y puesto del batel en los asientos, que estaban adornados hasta el suelo de alfombras ricas de pintado pelo. (Virués, El Monserrate, III, Rivad., t. 17, p. 312-b.)

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I-184. ADEMÁN. También en el ademán, o sea, en el aire o continente, se podía reconocer a una persona. Confr.: De su apostura y gallardía pagado y viendo en su ademán ser forastero. (Valbuena, El Bernardo, Lib. V, Rivad., t. 17, p. 193-b.) I-185. VI DE MERCURIO AL VIVO LA FIGURA. Este verso y los que siguen son reminiscencia del pasaje virgiliano, que dice: Omnia Mercurio similis, vocemque colorernque et crinis flavos et membra decora inventa. (Aeneidos, Lib. IV, 59-59.) Al vivo, con viveza, exactamente. Confr.: Era figura al vivo trasladada del Orco negro y lóbrega morada. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 50.) Esta es la cueva y fuente del contento donde al vivo se sueña el pensamiento. (Valbuena, El Bernardo, Lib. V, Rivad., t. 17, p. 195-a.) I-186. MENSAJERO. En este verso, como en los 190 y 193, apoda Cervantes a Mercurio sus tan conocidos nombres de mensajero y paraninfo de los dioses a las criaturas de la tierra, nunca al revés, como afirma Rodríguez Marín en su-frase de «traer y llevar embajadas». Con estos nombres era corriente llamar a Mercurio en los poetas. Confr.: Vos tendréis Iris por nombre, que es de Diana mensajera, y vos Mercurio. (Lope, La viuda valenciana, II, Rivad. XXIV, 78.) Pues ¡una risa que tiene, y un Mercurio embajador! (Ibid., 81.)

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Correo le llamaron y postillón de Júpiter supremo. (Lope, Laurel de Apolo, X, Sancha, I, 216.) Yo vengo a gran priesa a ser el Mercurio de esta alegre nueva. (Lope, El esclavo de Venecia, III, R. Acad. N. E., V, 355.) Los alados talones mueve aprisa el mensajero que del cielo parte. (Villaviciosa, La mosquea, IX, Rivad., t. 17, p. 606-a.) La estafeta celeste, el caduceo de abrazados dragones requería. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVI, Barcelona, 1618, f. 289.) Cuentan que el dios Mercurio por el viento a negocios del cielo abría camino. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XI, Rivad. IV, 259-b.) I-188. ALADOS PIES. Lo mismo aquí que poco después en el verso 193, pinta Cervantes a Mercurio con alas talares, como allá la Mitología y en su época los poetas solían pintarlo. Confr.: Con más alas en los pies que le pintan a Mercurio. (Lope, La noche toledana, I, Rivad. XXIV, 203.) Como Mercurio, aquí tener quisiera alas, en vez destas espuelas. (Lope, Los torneos de Aragón, I, R. Acad. N. E., X, 10.) —Ser un Mercurio deseado de pies y manos alado. (Lope, El piadoso veneciano, II, Rivad. III, 554.) I-188. CADUCEO. Especie de báculo rematado en forma de tau, con dos culebrillas trenzadas alrededor de la vara. Los poetas reproducen ordinariamente esta figura de la mitología. Confr.:

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El dios que tiene por empresa el caduceo con las dos culebrillas en la vara. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 266.) El dios que vibra el caduceo. (Villegas, Eróticas. Ed. La Lectura, XXI, 330.) O a Mercurio en su vara celebrada, de dos serpientes el nudoso hilo. (Valbuena, El Bernardo, Lib. VII, Rivad., t. 17, p. 214-a.) I-189. SÍMBOLO DE PRUDENCIA. La serpiente o culebra es símbolo de la prudencia, conforme al dicho evangélico, sed prudentes como las serpientes. De aquí la explicación de la presencia de dos sierpes en el caduceo de Mercurio, cuyo atributo principal era la prudencia, junto con la celeridad, en transmitir los mensajes de los dioses. Son, pues, las sierpes lo fundamental del caduceo, quedando a la vara o báculo mero papel de soporte. En cuanto a su simbolismo, Cervantes lo expresa sin género de duda. Por eso es de extrañar que don Julio Casares diga que el caduceo «antiguamente era símbolo de paz». (Diccionario ideológico de la lengua española, Barcelona, 1942, voz Caduceo.) Si antiguamente quiere decir mitológicamente, el caduceo no le servía a Mercurio más que de vara mágica, con la que allanaba las dificultades para cumplir su cometido postal. De la paz, nada. Véase este pasaje de José de Valdivielso: La estafeta celeste, el caduceo de abrazados dragones requería, con que abre y cierra el pálido Leteo... Puso a sus albos pies la poderosa vara en encantos… (Sagrario de Toledo, Libro XVI, Barcelona, 1618, f. 289.) Las funciones del caduceo las enumera Virgilio en estos versos: Tum virgam capit: hac animas ille evocat Orco pallentis, alias sub Tartara tristia mittit; dat somnos adimitque, et lurnina morte resignat; illa fretus agit ventos, et turbida tronat nubila. (Aeneidos, Lib. IV, versos 242-246.)

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I-190. PARANINFO. Sustantivo, de un verbo griego que significa anunciar. Se aplica a Mercurio, por su oficio de embajador de los dioses. En general, se dice del que anuncia algo o viene delante de algo anunciando su llegada. El poema La murgetana llama al alba «paraninfa del oriente». (Gaspar García, La murgetana del Oriolano, Valencia, 1608, f. 16 vuelto.) Tiene otro empleo eufemístico, que se aproxima mucho al sentido en que lo toma Cervantes, y es el que vemos en este texto de Alonso de Cabrera, hablando del matrimonio de Adán y Eva: «Fue Dios como padre de los desposados, porque los hizo de su mano al uno y al otro, y fue el prónubo o paraninfo (si no queremos decir casamentero), que concertó los desposorios» (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 650-a). Súmese a esto lo que dice Alonso de Valdés, y quedará el «paraninfo» de Cervantes en su lugar: Dejémonos de esas gracias, Mercurio, que ya se pasó vuestro tiempo, pues que no sois ya alcahuete de Júpiter. (Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCVI, 84.) También usado en el verso 326 de este capítulo. I-191. TRUJO MENTIROSAS EMBAJADAS. Mentirosas en sentido de fabulosas. Como en la mitología Mercurio es el embajador de los dioses, y en los días de Cervantes, no era raro llamar Mercurio a los chismosos, noveleros y correveidiles. Confr.: El tal Mendoza es el paraninfo de los predicadores... embajador de la señoría de la discreción en esta corte, agente de la Puerta de Guadalaiara y Mercurio de las nuevas y sátiras de este reino. (Obras de don Luis de Cóngora, «Carta echadiza a don Luis de Góngora». Ed. New York, 1921, III, 274.) I-198. POR ADORNO. Por adorno carece de sentido llano, y sospecho que pudiera ser errata. Cervantes usó mucho la frase por extremo, que en este verso es lo que pide el buen sentido. Pero extremado mi respeto al texto de la edición primera, dejo por adorno, entendiendo hermosas, no por sí mismas, sino por el adorno de las alas talare. I-199. EL DIOS PARLERO. Todos los poetas y escritores contemporáneos se hacen eco del patronazgo que la mitología dio a Mercurio sobre la elocuencia. Confr.: Dieron por competencia los planetas en conquistar a Venus amorosa: Júpiter, gran señor, con poderosa mano engendraba rayos y cometas;

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Mercurio, en oradores y poetas versos crueles, temeraria prosa; valiente Marte, la cuchilla airosa brillaba al son de cajas y trompetas. (Lope, Pobreza no es vileza, II, Rivad. LII, 244.) Que no en vano Mercurio con caducea vírgula le destiló facundia. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 300.) Así razona el viejo fementido con la elocuencia de Mercurio... (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 181.) De la elocuencia vencedor cilenia. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVIII, Barcelona, 1618, f. 323.) No es maravilla que yo hable voz de hombre, siendo tan allegado de Merencio [Mercurio], el más parlero y elocuente orador entre todos los dioses. (Villalón, Diálogo de las transformaciones de Pitágoras, NBAE, t. VII, p. 99-b.) Mercurio, el más elocuente que fue en la antigüedad. (El crotalón, NBAE, t. VII, p. 131.) Cayó de Maya el elocuente hijo. (Villaviciosa, La mosquea, IX, Rivad., t. 17, p. 609-a.) I-200. MEDIDOS VERSOS. Quiere decir versos bien medidos, o ajustados a las leyes de la métrica al uso, porque aún no se practicaba la versificación arbitraria y dislocada de los poetas modernos. Confr.: ¡Oh quién tuviera pluma tan cortada y versos tan medidos y corrientes, que hicieran el vestido de este valle cortado a la medida de su talle! (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 70.)

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I-202. ADÁN DE LOS POETAS. Cervantes contaba sesenta y seis años al escribir esto, o tal vez algunos menos. ¿Era esto causa bastante para llamarse el poeta más viejo o el primer poeta, que son las dos cosas que pueden entenderse por Adán? Creo que otro concepto encerró aquí Cervantes; aunque, para ser justo, no haya de escamotear las pruebas que pudieran justificar cualquiera de los dos sentidos indicados. Para entender el poeta más viejo, como entendió Rodríguez Marín, puede aducirse que a Adán se le solía llamar viejo y anciano. Confr.: ... El daño y desventura que como niño el viejo Adán lloraba... (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 15.) Dando al anciano Adán los buenos días. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XV, Barcelona, 1618, f. 266.) Para entender el primer poeta, podría aducirse un texto de Lope de Vega, muy ad hoc: Adán fue el primer poeta; que los caldeos, el salmo noventa y cinco tuvieron por suyo, en los versos sacros. (Lope, La inocente sangre, II, Rivad. IV, 358.) Creo, sin embargo, que este sería un concepto muy alambicado. Mi sentir es que Cervantes en Adán no quiso decir sino pobre, derrotado, desnudo. Me fundo en las palabras que Mercurio pronuncia inmediatamente (verso 203), y en que este era el concepto más generalizado de Adán en aquella época. Confr.: Acumulando un lío de los vestidos y ropa blanca de su patrón, anocheciendo y no amaneciendo, le dejó hecho un Adán a la puerta del paraíso. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 209.) Desnudo como Adán, aunque vestido de las hojas del árbol del pecado. (Lope, La buena guarda, I, Rivad. III, 331.)

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Que Adán andaba desnudo de la cabeza a los pies. Pero mal he conocido que en esto soy engañado; que Adán, después del pecado, quedó de pieles vestido. (Lope, La fuerza lastimosa, III, Rivad. III, 273.) I-203. ALFORJAS. Aquí alforja significa provisión de viaje. En este sentido se usa generalmente en singular. Confr.: Como vía que le quedaba corto camino, no trataba de grande alforja de riquezas temporales, sino sólo de las espirituales. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 314.) El que quisiere hallar cosas buenas para enriquecer su sermón, no ha de aguardar a buscarlas cuando le encarguen el sermón..., sino que ha de estar, como dicen, alforja hecha, de atrás». (D. Francisco Terrones, Arte o instrucción de predicadores, Granada, 1617, f. 18.) Viene justo mi ejercicio, por hacer a toda ley de un ganapán hasta un rey; que tiene alforja este oficio. (D. Carlos Boil Vives de Canesma, El marido asegurado, Rivad. XLIII, 193-c.) I-203. QUÉ TRAJE ES ESTE. Desde el verso 113 sabíamos que el caminante al Parnaso se había provisto de alforjas; del traje nada sabíamos. Por la extrañeza que muestra ahora Mercurio, parece que el traje no desdecía de la zafiedad de las alforjas. Tal debía ser que Mercurio le encontró hecho un Adán. I-209. CILENIO. Adjetivo propio de Mercurio, por el cual se le designa, sustantivado. Confr.: Aquí tiene casa, según los autores, este Cilenio, girando su rueda. (Juan de Padilla, El Cartujano, NBAE, XIX, p. 369.) Esto al concilio de los dioses dijo, en la esfera de Júpiter, Cilenio. (Villaviciosa, La Mosquea, IX, Rivad., t. 17, p. 609-a.)

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Fábulas compusieron Plauto y Ennio, que ya para Castilla son escoria, según se viste de favor Cilenio. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 333.) El docto Cylenio. (Lope, Laurel de Apolo, II, Sancha, I, 32.) Eugenio Tercero, «en ciencia otro Cilenio». (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro X, Barcelona, 1618, f. 181.) Como Mercurio el dios del comercio, espíritu cilenio quiere decir espíritu comercial, sobre el cual estaba levantado Cervantes. Cilenio aparece otra vez como sustantivo en los capítulos IV-533, VII-172 y V111-164. La reacción que causa en Mercurio la declaración de pobreza de Cervantes, responde a la espina que el antiguo combatiente de Lepanto tenía clavada en su alma de no haber sido sus servicios recompensados bien ni mal. Hay una secreta ilación psicológica entre las palabras de Cervantes y las que él pone en boca de Mercurio. I-211. HAS RESPONDIDO A. Te has portado como corresponde a un soldado. Locución bastante particular de Cervantes. Confr.: ¡Bien responde la esperanza, en que engañado he vivido, al cuidado que he tenido de tu estudio y tu crianza! (Cervantes. El rufián dichoso, I. Edic. Schevill y Bonilla, Madrid, 1916, p. 37.) I-214. NAVAL, DURA PALESTRA. Este verso se puede puntuar de dos modos, y de ello dependerá que se escriba Naval, con mayúscula o minúscula. Nos hemos decidido por la que creemos mejor; pero no sería errónea esta otra manera: «Bien sé que en la naval dura palestra». La Naval, por antonomasia, fue para la generación de Cervantes, la batalla de Lepanto. La batalla naval es una comedia cervantina, que no ha llegado a nosotros. I-215-216. MANO IZQUIERDA. Perdiste el movimiento de la mano izquierda: he aquí resuelta en sus términos precisos la cuestión de la manquedad de Cervantes. Sin embargo, justo será hacer historia de las varias interpretaciones que en un principio se dieron del accidente.

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La primera noticia nos la da la madre de Cervantes, y está contenida en la Cédula real de 1576, que dice así: «Doña Leonor de Cortinas, vecina de Madrid, nos hizo relación que ella tiene dos hijos, que se llaman Miguel y Rodrigo de Cervantes, los cuales... se hallaron en la batalla naval, donde al uno dellos le cortaron una mano y al otro mancaron». (Pérez Pastor, Documentos cervantinos, t. II, p. 33.) Sigue en fecha la Carta de pago de 1579, donde se lee: «Miguel de Cervantes..., manco de la mano izquierda». (Pérez Pastor, Documentos cervantinos, t. II, p. 56.) Sigue la carta de recomendación del duque de Sesa, de 1578, y dice: «Por información que dello tengo, sé y me consta que se halló en la batalla y rota de la armada del Turco, en la cual, peleando como buen soldado, perdió una mano». (Pedro Torres Lanzas, «Documentos», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, mayo 1905, p. 346.) Pedimento de Rodrigo de Cervantes, de 1578, y dice: «Miguel de Cervantes, mi hijo, ... sirvió... en la batalla naval, en la cual salió herido de dos arcabuzazos y estropeada la mano izquierda, de la cual no se puede servir». (Pedro Torres Lanzas, «Documentos», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, mayo 1905, página 347.) 1578. Declaración del Alférez, Mateo de Santisteban. Dice: «Miguel de Cervantes, de la dicha batalla naval salió herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, izquierda o derecha, de que quedó estropeado de la dicha mano». (Pedro Torres Lanzas, «Documentos», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, mayo 1905, p. 349.) 1578. Declaración de don Beltrán del Salto y de Castilla. Dice: «Miguel de Cervantes salió herido de una mano, de tal manera que está manco della, y que este testigo le ha visto que de la dicha mano izquierda está manco, de tal manera que no la puede mandar». (Pedro Torres Lanzas, «Documentos», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, mayo 1905, p. 353.) El propio Cervantes se refiere, finalmente, a su «mano izquierda» (manco sano) en el prólogo del Persiles. I-216. PARA GLORIA DE LA DIESTRA. Cervantes no dejaría de ver la acción de la Providencia en haberle conservado la mano derecha, dadas las ideas que corrían en su época. Confr.: Porque mano derecha quiere decir favor, buena ventura, prosperidad. Dios te dé buena mano derecha, solemos decir a quien deseamos bien. Mano izquierda significa desventura, miseria, trabajo, infidelidad. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 82.) Además, esta jactancia manifiesta de su gloriosa mano derecha, es un argumento más en favor de su consciente valor de escritor.

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También se puede considerar, contra los que afirmaron que Cervantes fue genio inconsciente, este autotestimonio de la seguridad que él tenía del mérito de su pluma. I-218. RARO INVENTOR. Cervantes, en su autocrítica, valoraba ante todo su poder inventivo, o sea la creación de sus argumentos novelescos. En el verso 223 vuelve a repetir el título con que, a su juicio, más le honraba Mercurio. En el cap. IV, verso 28 proclama de nuevo la exuberancia de su fantasía. Todo esto anula completamente la expresión del verso 27 de este capítulo. La actitud de Cervantes se basaba en la preceptiva de Juan de la Cueva. Confr.: La parte de inventiva de do el alma poética depende... Ha de ser nuevo en la invención y raro... Estos que en sus poesías se apartaron de la inventiva, son historiadores, y poetas aquellos que inventaron. Cuando se alarguen más y satisfagan al común parecer, en careciendo de invención, con poco honor les pagan. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 60, pp. 192, 193, 194.) I-220. LOS RINCONES DE LA TIERRA. Los rincones de la tierra. No hay que hablar de profecías, sino de confianza en el valor literario que Cervantes tenía de sus obras. I-224. DISINIO. Rodríguez Marín califica de italianismo esta voz, que se ve usada de muy distintas formas. Confr.: Aunque no tenía cuatro años cuando a la Corte, do habito, mis padres me trasplantaron trayendo nobles disinios. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 641, Madrid, 1947, I, 419-a.) La forma más próxima al italiano, disegno, se halla en autores que vivieron y aun escribieron en Italia. Vr. gr.: «Desdeñaron los moros el pelear y

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arrojábanse muchos al mar para salvarse; pero advirtiendo el marqués su diseño, mandó echar los esquifes... (D. Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado, Memor. Histór. Esp., t. 12, p. 258.) Cervantes usó en el Quijote (1, 47) la forma disignio; Malara escribe desinio: Es nuestro desinio que después de pasado el servicio de los, veinticuatro platos... se sirva de un pomo de aguas olorosas. (Juan de Malara, Descripción de la real galera, Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1876, p. 237.) Todos estos titubeos han desembocado en el designio moderno. I-225. LA TUYA ES IMPORTANTE. Vuelve Cervantes a retractarse de sus desconfianzas de ser buen poeta —versos 25-27—, afirmando ahora que su ayuda es importante a Apolo. I-227. SIETEMESINOS. Sietemesinos. Cervantes revalora el lenguaje extraordinariamente, atinando en cada momento con la palabra nacida, la cual cobra un valor nuevo e insospechado. Es el caso de reverendo, tartamudo, sietemesino, etc. I-229. SENDAS Y CAMINOS. Cervantes, que emplea dos veces en este poema la frase sendas y caminos (Vid. cap. II, verso 268), usa en el Quijote frases análogas, «haber andado caminos y carreras» (I, 46) y «andarse por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen» (II, 28), sobre lo cual han disertado los comentaristas. Clasificar estas tres vías de comunicación por orden de importancia es fácil. Carrera, vía anchísima por la que pueden ir varias personas o naves simultáneamente en una misma dirección. Vr. gr., la carrera de Indias. Camino, equivalente a lo que decirnos hoy carretera. Vr. gr. el camino de la plata, que hoy llamarnos carretera de Extremadura. Senda, vía particular. Vr. gr. la escondida senda, de Fr. Luis de León. La frase de Cervantes es muy común en su época. Confr.: Pues que para riqueza tan sin cuento abrieron claras sendas y caminos. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias, Rivad. IV, 71-a.) Aquí veréis, mortales, cómo viene la dicha por un paso no pensado; que ella sus sendas y caminos tiene. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 181.)

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Llámese así la Iglesia, porque por muchas sendas y caminos le viene el fruto de la Pasión. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 307.) Yo entro en el camino carretero y real de todos los hombres; la vida está llena de sendas, porque unos van por este estado y otros por el otro; mas la muerte es solamente un camino ancho por donde entran unos y otros. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 59.) I-230. CANALLA INÚTIL. La palabra canalla que en todo el Viaje prodiga Cervantes a los malos poetas, no tenía en su época un sentido injurioso tan marcado como en la actualidad. Significaba más bien vulgo, plebe o masa sin personalidad ni eficacia. I-232. ÁRMATE DE TUS VERSOS. Nueva insistencia sobre su mérito como poeta. Véase lo dicho del verso 27.I-236. TE EMPACHES. Empacharse, sentirse impedido o molesto por cortedad de carácter o por dificultades de cualquier género. Cervantes lo usó varias veces en el Quijote. Era muy clásico en su época. Confr.: Y vive descuidado y lejos de empacharse en lo que el alma impide y embaraza. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 30.) Tú sigues el camino que es mejor, ve derecho por él sin empacharte con otro que quizá será peor. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 150.) Iris envió, su mensajera, para que el alma dura desatase y soltase los miembros empachados. (Ibid., p. 98.) Apartaos allá, no vea mi señora otra persona que la mía; no se turbe de ver tanta gente y se empache de salir a hablarme. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 51.)

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I-237. MATALOTAJE. Las provisiones que un pasajero debía embarcar, por su cuenta, para su mantenimiento durante el viaje, además de pagar el pasaje. Confr.: Si os toma una calma en medio del mar, cuando el matalotaje se os acaba, cuando no hay agua que beber, aquí es el consuelo. En la mar... cada día es todo peor y más enfadoso, con el aumento de trabajos de la navegación y falta de matalotaje que va descreciendo. (Cartas de Eugenio de Salazar. Bibliófilos Españoles, t. I, 47 y 50.) Hubimos de ir allá (a Londres), y aparejado nuestro flete y matalotaje, dímonos a la vela. Dejamos los mantenimientos de aquellos manjares y carnes que traíamos de nuestra provisión y matalotaje. (El crotalón, NBAE, t. VII, pp. 173 y 232.) Ningún hombre cuenta haga de honras ni de linaje; porque es mal matalotaje para hacer tal jornada. (G. Fernández de Oviedo, Las Quinquagenas, Madrid, 1880, p. 91.) I-244. DE LA QUILLA A LA GAVIA. De abajo a lo alto. Frase análoga a esta otra: El bergantín destrozado, desde la quilla al garcés. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 229.) Tratándose de barcos, era más usual decir de punta a punta. Vr. gr.: Erráis de proa a popa. (Comedia de Eufrosina, NBAE, XIV, 63-a.) I-244. GAVIA. Gavia, es muy conocida, está sobre el árbol mayor y sobre el trinquete. (Diego García de Palacio, Instrucción náutica, México, 1587, p. 144). Es decir, había gavia mayor y gavia menor, y eran unas mesetas redondas encajadas por el centro en las vergas dichas, para servir de puestos de observación ordinariamente. Confr.:

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Las naves de altos bordes embarquen oro y plata; no lleven municiones ni escuchas en las gavias. (Lope, Adonis y Venus, III, R. Acad., VI, 25-b.) Llevaban los marineros un papagallo muy enjaulado en la gavia. (Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. II. Dese. VII. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 51, p. 53.) Pero no es esta gavia la que dice Cervantes. De la gavia arriba se alzaba un masteleo con su vela especial, que también se llamaba gavia. Confr.: Digo, señor de mis ojos, que el pajaril y el bauprés ha hecho la capitana... —¿Qué es el pajaril? —¿No lo ves? Aquella vela de gavia. (Lope, El caballero del sacramento, III, R. Acad. VIII, 465-b.) ¡Qué bella va! ¡Qué preñada, las gavias altas, del viento! (Obras de L. Carrillo Sotomayor, Madrid, 1613, p. 53.) Queriendo Cervantes indicar la parte más alta del navío, claro es que a esta gavia debió referirse. Aunque García de Palacio da por cosa muy conocida lo que es gavia, para la gente de tierra adentro no lo era tanto, y cualquiera podía presumir de sus conocimientos náuticos; vr. gr.: Dijo nombres de galera y qué era mástil y gavias y del cañón de crujía contó millones de gracias. (Romancero general, Parte II, Rom. 89, Madrid, 1947, I, 66-b.) Por un pasaje de Guzmán de Alfarache sabemos que «calar la gavia» es frase que significa desaparecer, como tomar las -de Villadiego. (Vid. Mateo Alemán, obra cit. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 93, p. 31.) I-245. TODA DE VERSOS. Una de las bellezas de este poema es la nave metafórica que construye Cervantes, formada cada una de sus partes

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por diferentes clases de poesías o de estrofas de la métrica española, jugando siempre del vocablo con ambas palabras, la del elemento náutico y la del elemento poético. El doble juego metafórico y conceptista empleado en esta parte del poema, de tal modo dificulta la interpretación de bastantes pasajes, que con razón ha arredrado a los comentaristas del Viaje de anotar y explicar lo que más necesidad tenía de explicación. I-247. BALLESTERAS. En la galera, ballestera es la tabla, a modo- de mesa; que cada banco de remeros lleva delante, donde se sientan los soldados. (Vid. Cristóbal de Villalón, Viaje de Turquía, NBAE, t. II, página 20-b). Confr.: El año pasado de 1569 vino la galera a este río, que traía cuerpo de un bajel grande y hermoso, con sus bacalares, postizas, batallolas, batalloletas, bancos, redañas, remidres, rejoles y ballesteras, sucursea entera con sus cuarteles hasta el tabernáculo, con el suelo vivo de la popa y la proa, con sus arrumbadas y espolón, su árbol y esquife, toda negra. (Juan de Malara, Descrición de la real galera. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1876, p. 47.) Cervantes usó esta palabra en las Novelas ejemplares: «Iban los remos igualados en la crujía, y toda la gente sentada por los bancos y ballesteras». (El amante liberal. Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1922, p. 153.) Probablemente las ballesteras serían de tablas de diferente calidad, color, anchura, etc., y de ahí su comparación en la ensalada. I-247. ERAN DE ENSALADA. La ensalada en el siglo XVI era un plato frío, compuesto de infinidad de carnes, frutas y dulces. Otro género de ensalada es la que se compone de solas verduras. Cervantes menciona la «ensalada de todas yerbas». (Quijote, I, 41). Hay un texto que nos dice cuáles podían ser algunas de ellas: Prontamente condujeron todas estas ensaladas: pimpinela, lechuguino, perifollo, torongil, acedera, peregil, yerba buena y cebollino. (D. Francisco Nieto Molina, La perromaquia. Rivad. XLII, 586-b.) Conforme a esta ensalada en sentido directo, se daba el nombre metafórico de ensalada a la poesía hecha en diferentes clases de metros, y aun a cualquier pieza literaria en que se mezclaban elementos de diversa naturaleza. Vr. gr.: También acostumbran otros predicadores hacer ensalada de los Evangelios, de la Feria o Domínica con el de la fiesta o santo. (Instrucción de predicadores, de don Francisco Terrones del Caño, Granada, 1617, f. 47.)

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Como las innumerables glosas del villancico de la bella malmaridada fueron cada una de su autor, ya en romance, ya en quintillas, a lo amoroso, a lo fúnebre, a lo escolar, a lo satírico, a lo divino y a lo libidinoso, de todas formas y estilos, juntas todas formarían la más perfecta ensalada poética que pudiera desear el más exigente. I-248-249. GLOSAS... DE LA MALMARIDADA. El origen de la bella malmaridada, cuya boda dio base a tantas glosas poéticas, es un enigma. El Cancionero de obras de burlas (Valencia, 1519), que hoy gozamos todos (los que lo tenemos), gracias a la inteligente y generosa audacia de don Antonio Pérez Gómez, refiere que «la Malmaridada se dice por una señora llamada Peralta, de pequeña edad y gentil dispusición; la cual, por sus pecados, casó con hombre tan feble, viejo y de mala complissión, que ella tiene harta de mala ventura». Esta curiosa noticia la sacó Barbieri del mencionado Cancionero, cuando éste era un arcano inasequible. Pero, es raro que nadie hasta ahora haya reparado en otra noticia, mucho más preciosa aún, exhumada por el Sr. Domínguez Bordona, de un Ms. de comienzos del siglo xvii, de la Biblioteca Nacional de Madrid, que nos da concretamente el origen y el autor del primitivo villancico de la bella malmaridada. Describiendo la ciudad de Zamora dice: En este monasterio (de San Agustín) está también la hermosísima doña Beatriz de Trejo, mujer del dicho Juan de Chabes, cuyo extremo siendo tan grande de beldad como de virtud, fue causa que don Diego de Jerez, deán de Plasencia, hiciese por ella las primeras coplas de la bella malmaridada. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. de Domínguez Bordona. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 152.) Si esto es exacto, no lo sería tanto la afirmación de Barbieri de que el primitivo villancico de la bella malmaridada constaba de sólo cuatro versos en copla o redondilla (aunque él nunca lo había visto solo o aislado de una glosa en romance). Tal vez las copias del deán de Plasencia sean la glosa en romance más antigua conocida, impresa por Quesada en pliego suelto gótico, que empieza así: La bella malmaridada de las mas lindas que yo vi, véote triste, enojada, la verdad dila tú a mí. Si has de tomar amores, vida, no dejes a mí; que a tu marido, señora, con otras damas le vi, besándolas e abrazando; mucho mal dice de ti.

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Sigue a esta glosa la de Gabriel, contenida en el Cancionero musical del palacio real, época de los Reyes Católicos. Le sigue cronológicamente la de Juan de Zamora, contenida en un cancionero de la biblioteca de don Hernando Colón, comprado en 1524. Vienen en seguida los villancicos de Luis de Narváez (1538) y de Valderrábano (1547). En este último es la única vez que aparecen los cuatro primitivos versos sin glosa. A partir de mediados del siglo xvi se desata la manía de glosar estos afortunados versos, que llegó hasta el siglo xvii. Rodríguez Marín reunió, al comentar este punto del Viaje, todas las glosas de la bella Malmaridada, que habían venido a su noticia. I-253-254. LA POPA... BASTARDA. Bastardo se emplea en la lengua de los clásicos para designar todo lo que se aparta de la ley general, añadiendo o quitando algún elemento o separándose de algún modo del tipo tenido por genérico. Así se dice, letra bastarda, fiebre bastarda, silla bastarda, uvas bastardas, velas bastardas, etc. Tratando de las galeras, lo genérico era que cada una tuviese veinticinco bancos por banda, y en cada banco tres remeros; «y algunas capitanas hay, que llaman bastardas, que llevan cuatro», afirma Cristóbal de Villalón. (Viaje de Turquía, NBAE, t. II, p. 20-b). Al dar cabida a un hombre más en cada banco, la galera tenía que ensanchar de babor a estribor, en la proporción de dos asientos. A una galera bastarda, correspondía, pues, popa bastarda, lo mismo que de una galera real se decía popa real, como se ve en estos ejemplos: Mira de la real popa sublime puesto en su punto el arte y la riqueza... (Virués, El Monserrate, IV, Rivad., t. 17, p. 514-a.) Cuando sentado el General prudente en su popa real, rica y hermosa... (Ibid., p. 513-a.) Otro género de popa bastarda era la que, mediante las rumbadas —especie de galería voladiza, que en forma de mirador rodeaba la popa—, la hacía más ancha. Así lo da a entender el Diccionario marítimo, de Aubun, 1722, cuando dice: «Galera bastarda es una galera común, como las de Francia. Tiene la popa ancha». Era, pues, la anchura extraordinaria la nota constitutiva de la bastardía de las galeras. Parece que «la bastarda», por antonomasia, fue una galera del genovés Andrea Doria, según estos interesantes datos:

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En nuestros tiempos se hacen carracas y galeazas que tienen remos por las partes junto al agua, y eran más para regalo y ostentación que para provecho y agilidad, la cual procuraron algunos capitanes en sus galeras; como don Alvaro Bazán hizo una (de) treinta bancos, y navegó con ella; aunque duró poco tiempo el poderse mover. La del príncipe Andrea Doria, la galera bastarda, era de treinta bancos, que fue mayor que las ordinarias de a veinte y cuatro bancos... La galera bastarda anduvo vacilando en tal manera, que fue necesario que otras galeras le diesen cabo, y tres de cada lado, la llevasen asigurándola... La galera de don García de Toledo, que hizo bastarda de treinta y cinco bancos, que había de bogar de nueve a nueve por banco, no fue de efecto, y así quedó en Mecina... el año de sesenta y cinco. (Juan de Mal Lara, Descrición de la galera real. Bibliófilos Andaluces, Sevilla, 1876, p. 52.) Como se ve, los ensayos de galeras bastardas no tuvieron gran éxito, por lo cual el tipo general de galera quedó en las de veinticuatro bancos; pero dentro de este tipo, la ingeniería naval ideó y obtuvo variados tipos de rumbadas, verdaderas obras de arte, en que intervenían la arquitectura, la escultura, la pintura, y todas las demás artes decorativas, que lograban popas bastardas, dentro del tipo general de galera. A una de estas se refería Cristóbal de Virués: Y retirado luego en un asiento de un corredor, que por defuera daba, maravillosa gracia y ornamento de la soberbia popa extraña y brava. (Virués, El Monserrate, III, Rivad., t. 17, p. 513-b.) La materia es marfil ébano y oro de la real y artificiosa popa. (Ibid., p. 514-a.) I-254. BASTARDA, Y DE LEGÍTIMOS... Estos dos adjetivos suelen ir contrapuestos. Confr.: Porque el amor que desea el cuerpo, es amor bastardo; que el legítimo no llega a tocar cosas mortales y que mañana perezcan. (Lope, La vengadora de las mujeres, I, Rivad. III, 511)

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I-254. LEGÍTIMOS SONETOS. No fue Cervantes el único que dio a los sonetos ley como al oro. Confr.: No me encarezca su ley en los sonetos que hace, que mejor la tiene el oro de veinte y cuatro quilates. (Romancero general, Parte V, Rom. 303, Madrid, 1947, I, 203-a.) Sin embargo, en la frase bastarda y de legítimos sonetos, que R. Marín no acertaba a declarar, hay embebida toda una teoría literaria acerca de los versos de arte mayor, que es como sigue: El endecasílabo, como importado de Italia, es en España bastardo; pero, como derivado del hexámetro latino, es para los españoles tan legítimo como su propia lengua. Esta teoría estaba ya formulada cuando Cervantes escribía el Viaje, y a ella alude indudablemente al dar a la popa del barco poético una materia bastarda y legítima a la vez. He aquí la teoría expuesta por Juan de Castellanos, hacia 1600, en Tunja, ciudad de Colombia: Va tratando de la facilidad en hacer versos que poseía un soldado llamado Lorenzo Martín, y dice: Con tan sonora y abundante vena, que nunca yo vi cosa semejante, según antiguos modos de españoles; porque composición italiana, hurtada de los metros que se dicen endecasílabos, entre latinos, aún no corría por aquestas partes; antes, cuando leía los poemas vestidos de esta nueva compostura, dejaban tan mal son en sus oídos, que juzgaba ser prosa que tenía al beneplácito las consonancias; con ser tan puntual esta medida, que se requiere, para mayor gracia, huir las colisiones de vocales. Y el Lorenzo Martín, con ser extremo en la facilidad al uso viejo, al nuevo no le pudo dar alcance. Y esta dificultad hallada siempre Jiménez de Quesada, licenciado, que es el Adelantado de este reino;

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de quien puedo decir no ser ayuno del poético gusto y ejercicio. Y él porfió conmigo muchas veces ser los metros antiguos castellanos los propios y adaptados a su lengua por ser hijos nacidos de su vientre y éstos advenedizos, adoptivos, de diferente madre y extranjera. Mas no tuvo razón, pues que sabía haber versos latinos que son varios en la composición y cuantidades; y aunque con diferentes pies se mueven, son legítimos hijos de una madre y en sus entrañas propias engendrados, como lo son también de nuestra lengua, (puesto que el uso de ellos es moderno) estos con que renuevo la memoria de estos soldados ínclitos. (Juan de Castellanos, Historia del Nuevo Reino de Granada. Col. de Escritores Castellanos, t. I, p. 366.) I-256. TERCETOS. Son los versos en que está escrito el Viaje del Parnaso, endecasílabos que introdujo el catalán Boscán en España, respaldados por la autoridad del Petrarca. Todavía lo recuerda Lope: Los famosos tercetos no envidiaron los triunfos del Petrarca, que cualquiera, pues muchos le igualaron, pudiera de tercetos ser Tetrarca. (Lope, Laurel de Apolo, X, Sancha, I, 213.) I-257. LOS ESPALDERES. Remeros del primer banco de la galera, empezando a contar por la popa a la cual daban la espalda, y la cara a los demás remeros que iban de espaldas a proa. Los espalderes eran los más fuertes y duchos en bogar, y los que con sus remos marcaban el ritmo a los demás. Confr.: Hace de los remos alas, y los espalderes muestran al son del cómitre y pito con su fuerza y su destreza. (Obras de L. Carrillo de Sotomayor, Madrid, 1613, p. 34.)

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Lástima es por cierto que se pierdan tales sujetos, y cualquiera de ellos no ocupe el honrado lugar de espalder de una galera. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed, Cotarelo, Madrid, 1907, p. 280.) I-259. LA CRUJÍA. En una galera, la calle central que forman las hileras laterales de los bancos de los remeros, por donde se pasea el cómitre, rebenque en mano. Confr.: Sobre la larga crujía, el golpe y la voz soberbia del arraez a su chusma trueno y rayo representa. (Obras de L. Carrillo de Sotomayor, Madrid, 1613, p. 35.) I-264. «PASO CRUJÍA». Pasar crujía es frase hecha que significa sufrir un contratiempo o soportar alguna calamidad. Sin duda que el origen de la frase fue el castigo usado en galeras con los galeotes, ordinariamente de azotes, en una u otra forma. Véase cómo describe este castigo Cristóbal Suárez de Figueroa. (El pasajero, final del Alivio IV. Ed. Renacimiento, p. 151.) La frase en la época de Cervantes se había desprendido de todo sabor de origen Confr.: Conviéneme volver al Juan Montaña, por ver también cómo pasó crujía terrible, cuando dio la residencia. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 185.) Yo sé más de cuatro que pasan crujía, y van a la sopa, que fueron bonitas. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1081, Madrid, 1947, II, 184-b.) ¿Pues qué, si tiene una tía que os vaya a seguir de día, o algún avariento suegro, o ella es celosa? No hay negro que pase tanta crujía. (Lope, Argel fingido y renegado de amor, II, R. Acad. N. E., III 471-b.)

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Ant. Venga, yo le ayudaré a ensartar las cuerdas. Cosm.    Vamos; pero como aquí pasamos crujía, sospecho, a fe, que algunas se habrán ido. (Lope, La devoción del Rosario, II, R. Acad. N. E., II, 105-b.) En verdad que merecía en esta carne traidora diez disciplinas agora con que pasase crujía. (Lope, El truhán del cielo y loco santo, II, R. Acad., V, 562-b.) I-265. ÁRBOL. Palo mayor de un barco. Muy usado en los clásicos, en sentido natural y metafórico. Confr.: Un barco sigo, donde un árbol prueba encubrir otra vez a Adán y a Eva. (Lope, La victoria de la honra, III, R. Acad. N. E., X, 445.) El lebeche furioso sobrevino y el árbol alto de su altura apea. (Villaviciosa, La mosquea, I, Rivad., t. 17, p. 591-a.) A un descompuesto viento el árbol roto, corrimos la ancha costa alharaquienta. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XIV, Rivad. IV, 288-b.) I-266. DURA CANCIÓN. El calificativo de duros aplicado a los versos es comunísimo. Confr.: Hallaríalos oscuros, versos inútiles, cojos, duros, bajos y tan flojos que se caen de maduros. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Edic. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 46.)

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Descalabrábala con versos tan duros que parecían prosa. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Edición Cotarelo, Madrid, 1907, p. 265.) I-267. DE CANTO DE SEIS DEDOS... Estaba embreado con una capa de seis dedos de canto. Modo familiar de expresar el espesor de una cosa. Confr.: Quítese ese mascarón con un dedo y más de canto. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1091, Madrid, 1947, II, 191-a.) Se llegó cerca de ella, hizo una reverencia muy baja, y echando el canto de la capa sobre el brazo, dijo. (Francisco de Lugo y Dávila, Teatro popular. Ed. Cotarelo, Madrid, 1906, página 203.) I-271. LA RACAMENTA. Collar de hierro o de madera, forrado interiormente de cuero, que sirve para sujetar una verga a su mastelero, permitiéndole subir y bajar a lo largo de él. Existe también la forma racamento. Confr.: Abrazará el racamento al mástil. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Español., t. I, p. 41.) Pero parece más común la forma usada por Cervantes. Confr.: No tremolaba una bandera al viento, ni un gallardete el agua amenazaba, ni por la racamenta al alto asiento de la gavia piloto caminaba. (Lope, El laberinto de Creta, I, R. Acad., VI, 125-b.) Mis tres pobres navichuelos, aunque potencias del alma, perdieron en la tormenta árboles, velas y gavias. Allá fue la racamenta. (Lope, El príncipe perfecto, Segunda Parte, III, R. Acad., X, 522-c.)

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Fue creciendo la noche, y la tormenta... rompe el árbol, la jarcia y racamenta. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XII, Rivad. IV, 270-a.) I-271. QUE ES SIEMPRE PARLERA. Parlera por rechinante o chirriante. Los textos que siguen ofrecen casos tropológicos muy semejantes: Ni mareaba el golfo al marinero, ni la cruzada entera murmuraba. (Antonio de Escobar, Poema de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 250.) Abre el justo varón la humilde puerta haciendo mudos los parleros quicios. (Valdivielso, Vida de san José, Libro XVIII, Madrid, 1680, f. 213.) ¡Ay moro, más gemidor que el eje de una carreta! (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 86.) I-272. REDONDILLAS. En la época de Cervantes se denominaba redondillas a coplas de cuatro versos y a coplas de cinco; y a combinaciones de dos redondillas de cuatro versos, de una de cuatro y una de cinco, y de dos de cinco. Hoy llamamos redondillas solamente a las coplas de cuatro versos aconsonantados, y decimos quintillas a las de cinco, y la décima ha hecho caer en olvido las demás combinaciones. No se ha de desconocer, para interpretar lo que en este pasaje quiso decir Cervantes, que las redondillas de cuatro versos eran en su época las más autorizadas, según estas palabras de Argote de Molina: Copla castellana redondilla: Si por el vicio y folgura la buena fama perdemos, la vida muy poco dura, denostados fincaremos. Deste lugar se puede averiguar cuán antiguo es el uso de las coplas redondillas castellanas. (Argote de Molina, Discurso sobre la poesía castellana. Ed. de E. F. Tiscornia, Madrid, 1926, p. 26.)

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Y en el libro del gracioso loco Fuenllana, elogiado con un soneto de Cervantes, leemos una «Carta en redondillas», que son justamente coplas de cuatro versos aconsonantados. (Parte primera de varias aplicaciones y transformaciones, por don Diego Rosel y Fuenllana, Nápoles, 1613, p. 211.) Cervantes juega del vocablo, figurando en las redondillas la rocamenta, que tiene forma de anillo. No es la única vez que se usó en la poesía contemporánea el equívoco de la redondilla. Confr.: Premie ingenios, honre versos, no de tortugas sin cola, que estos redondillas hacen tan duras como sus conchas. (Lope, La mayor corona, II, R. Acad. N. E., II, 348-a.) CRESPO.—Si cruz es el matrimonio, yo he de decir maravillas, porque he de entrar en más hondo. GIL.—¿Y en qué? CRESPO.—Mi ingenio es redondo, y así diré en redondillas. (Tirso, La santa Juana, Parte Iai NBAE, t. 9, p. 241-a.) A un galán que calzaba muy justo: Que no mueras de dolor, oh, Fabio, me maravilla; que haces pie de redondilla tu pie que es de arte mayor. (Jardín de Apolo, de Francisco de Francia y Acosta, Madrid, 1624, f. 49.) El papel que Cervantes da a las redondillas, de parleras o chirrionas, conviene también con la desestimación en que eran tenidas por la trivialidad de los asuntos que en semejante metro se cantaban. Confr.: De redondillas traiga el otro un fardo al lacayesco tono en guitarrilla, baratas, como frisa o sayal pardo. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, página VII.) I-274. SEGUIDILLAS. En la Tragedia Policiana (1574) se llama «hombres de seguida» y «mujeres de seguida» a los rufianes y a las prostitutas.

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(Confr., obra cit., NBAE, t. XIV, p. 25). Cervantes, en El celoso extremeño, habla de «coplillas de la seguida», y asimismo Lope y Castillo Solórzano, llaman «seguidas» a las seguidillas. Si a esto se añade que estas coplas sacaban de quicio a la gente por su carácter apasionado y lascivo, no hay duda sobre el origen de su denominación. Eran coplas de rufianes y mujeres públicas. Este fue sin duda su principio, y siempre se resintieron de su origen. Lope dice que los lacayos las cantaba de continuo (Lope, Los mártires de Madrid, I, R. Acad., V, 119-b), y Cervantes tampoco las pone en muy recomendables lenguas. Hay que observar, acerca de la estructura rítmica de las seguidillas, que en su principio constaron únicamente de coplas de cuatro versos, primero y tercero de siete sílabas, segundo y cuarto de cinco. Nos ofrece modelo el pasaje siguiente de Lope: BLANCA.—No me aprovecharon, madre, las hierbas; no me aprovecharon, y derramelas. TOMÉ.—Con seguidillas le ha dado este mal... (Lope, Lo que pasa en una tarde, III, R. Acad. N. E., II, 321-a.) Este tipo es el que más comúnmente se halla en los escritores contemporáneos de Cervantes. En Tirso: Por mí se vino a decir lo de aquella seguidilla: —Dime qué señas tiene, niña, tu nombre. —Lacayito de día, bufón de noche. (Tirso, El celoso prudente, I, Rivad. V, 615-c.) En Rojas Zorrilla: D.P.—Pues canten la seguidilla que hice a mi Matea. D.R.—Oigamos: Música. Mira que en la corte, dicen algunos que por querer a cuatro, no eliges uno. (Rojas Zorrilla, Lo que son mujeres, III, Rivad. LIV, 209-b.)

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En un poeta anónimo de 1635: Una viuda quintañona de por medio se metió, y con estas seguidillas todas tres piden perdón: —¿Por qué lloran las viudas a sus difuntos? —Porque temen que vuelvan del otro mundo. (Entremés famoso de las viudas, 1635, NBAE, XVII, 190-b.) Hay otro tipo de seguidillas más raro que el de las anteriores, y tan viejas como ellas, que tienen los versos segundo y cuarto terminados en palabra aguda. Cervantes las citó en Rinconete y Cortadillo: Por un sevillano rufo a lo valón, tengo socarrado todo el corazón. (Obra citada. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXVII, 212.) Se halla también el mismo tipo en una comedia de Rojas: Sea pequeña o grande, me parece bien; que a la larga o la corta la pienso querer. (Lo que son mujeres, III, Rivad. LVI, 210-b.) Tanto de las de un tipo como de las del otro dice el maestro Gonzalo Correas: «Casi todos escriben las seguidillas en dos versos». Es decir, en esta forma: Pónteme de cara, que te vea yo, y siquiera me hables, siquiera no. (Arte grande de la lengua castellana, 1626. Biblioteca Histórica de la Filología Castellana, por el conde de la Viñaza, Madrid, 1893.)

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Estas son las seguidillas que conoció Cervantes. Posteriormente se les vino a añadir un estribillo de tres versos, forma en que han llegado hasta nosotros. Para la historia de esta combinación métrica en el Parnaso español, véase F. Hanssen, Los Anales de la Universidad de Chile, 1909. Según conjeturas aceptables de Rodríguez Marín, las seguidillas aparecieron «por los años 1595 a 1598». (El Loaysa de El celoso extremeño, Sevilla, 1901, p. 287.) I-275. DE DISPARATES MIL Y MÁS COMPUESTAS. Al comparar Cervantes las seguidillas con las cuerdas o jarcias de la nave, alude a su ligereza y airosidad. En efecto, en las seguidillas hay que distinguir letra, música y baile. Hay escenas en que la música canta la letra de la seguidilla y otra baila a su son; pero otros pasajes atestiguan que también se cantaban y bailaban por una misma persona. Vr. gr.: Desenfaden la tristeza pasada estas seguidillas, que a un tiempo quiero, cantando, bailarlas. (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, página 322.) Este baile era movido y alocado en extremo: «Allí era el bailar de las almas, el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos, el azogue de todos los sentidos. (Quijote, II, 38.) Mientras que la estructura rítmica de la letra persiste inalterable, el tono o música variaba de tiempo en tiempo. Así se explica la frase de «en nuevo tono» que usa Quiñones de Benavente: Intrincados laberintos hacen todos a porfía, cuando Anarda, en nuevo tono, canta aquestas seguidillas: De amarilla y negro viene la niña; esta dama, señores, parece avispa. (Luis Quiñones de Benavente, Entremés de los pareceres, NBAE, XVIII, 699-b.) Idéntico valor debe tener la frase «seguidillas nuevas» que emplea Lope en el texto que citamos más adelante en esta misma nota. En cuanto a la letra de las seguidillas, no iba en zaga el baile en atrevimiento y procacidad.

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Por su origen y por el clima social en que florecían las seguidillas, no era de esperar en ellas mucha lindeza de conceptos. Estarían llenas de groserías y torpezas, de las que no caben en la letra de imprenta. Todavía hallamos en algún pasaje impreso rastro de semejantes liviandades. Vr. gr.: Canta seguidillas nuevas, que si han de ser a mi gusto, de comparaciones sean. Como el vino sois, mozas de aqueste tiempo; calentáis a los otros y andáis en cueros. (Lope, Entremés de las comparaciones, R. Acad., II, 428-b.) El tiempo, sin embargo, lo borra todo, y el mismo Lope las compuso a lo divino, como puede verse: Sabed, Niño, sabed, Dios, que usa el mundo unas coplillas que las nombra seguidillas y son buenas para vos; que a quien os ha de seguir, seguidillas vendrán bien; pero bailaré también. ¡A fe que habéis de reír! Aires de los cielos, venid y llevadme, que los aires del mundo son malos aires. (La música repite esto a tres voces, mientras él baila, y luego prosigue él diciendo): Cuando sale el Niño, lleno de amores, y es María la luna, Luzbel se esconde. (Responde la música, como antes, y luego él dice): Llena vais de flores, Virgen María, con el Niño en los brazos. ¡Dios os bendiga! (Lope, El rústico del cielo, III, R. Acad., V, 274-b.)

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I-275. MIL Y MÁS. Los numerales mil, dos mil y cien mil se emplean en nuestro idioma con valor indeterminado, indicando muchísimos. Cervantes usa en este sentido mil, en este lugar y en el verso 50 del capítulo III; pero añadiéndole siempre un aditamento que encarece aún más la indeterminación: mil y más, particularidad que no se observa en los demás poetas contemporáneos. Confr.: Mil moros hay en Granada tan gallardos y gentiles. (Romancero general, Parte IX, Rom. 724, Madrid, 1947, I, 489-a.) Porque mis madejas gozase mejor, y urdiese con ellas mil telas de amor. (Ibid., Parte IX, Rom. 729, Madrid, 1947, 1, 492-a.) O que cual otra Anajarte en tus zaguanes o rejas vean mil Isis ahorcados por tu rigor y belleza. (Ibid., Parte XII, Rom. 905, p. 71-a.) Mil palabras lisonjeras, dos mil imaginaciones que nacen de mil sospechas. (Ibid., Parte XI, Rom. 870, 50-b.) Cristo nos cura poniéndonos mil regalos y dos mil sainetes, para levantar nuestras esperanzas. (Alonso de la Cruz, Discursos evangélicos, Madrid, 1599, p. 894-a.) I-276. EN EL ALMA HACER COSQUILLAS. Es frase figurada. Las cosquillas son impresión táctil de efectos sensibles, tal como las definió Baltasar de Alcázar: ¿Qué es lo que a veces: gustamos de terrible sin sabor, y cuanto lo da mayor, mayor contento mostramos? (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 225.)

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Como todos los gustos sensibles, enfadan y empalagan en cuanto pasan de ciertos límites; así lo reconoció el predicador favorito de Felipe II: Lo muy dulce al gusto, lo muy cosquilloso de la música al oído, luego cansa y enfada. (Instrucción de predicadores, de don Francisco Terrones del Caño, Granada, 1617, f. 20 vuelto.) Ahora bien: así como las cosquillas excitan la piel y producen risa, las seguidillas excitaban en el alma afectos de alegría y apetitos un tanto libidinosos. No siempre hacer cosquillas en el alma quiere decir excitar afectos de esa clase. Por ejemplo, en este texto de Espinel, son de muy otro género. «Pidiole al autor que los confesase (a dos reos de muerte), y en entrando, representósele la presencia del uno de ellos, que le hizo cosquillas en el alma». (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. I, Desc. XIII. Ed. S. Gili, La Lectura, XLIII, 229). Otras veces las cosquillas indican curiosidad de saber o conocer algo. Vr. gr.: Hanme dicho, hermanas, que tenéis cosquillas de ver al que hizo a «hermana Marica». (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, p. 97.) Otras, incitaciones interiores o vagos deseos de hacer algo. Vr. gr.: Bese las manos de mi parte a mi señora doña Francisca, y le acuerde no sé qué cosquillas hubo su merced de invitarme aceitunas... (Ibid., III, 227.) Pero en el lugar de Cervantes, que comentamos, las excitaciones son, como hemos dicho, de hilaridad y expansión. Parecido significado tiene el siguiente texto: Escuchábase cuando hablaba y reíase él mismo sus gracias, acompañándole todos aquéllos que le querían por amigo; pero para cobrarle por enemigo mortal, no era menester más que mesurársele al tiempo que él decía alguna cosa con intento de que hiciera cosquillas al auditorio. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 263.) Más arrimado al sentido del texto cervantino es este otro de Lope:

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—De traer a tu servicio dos músicos. —Bien has hecho, puesto que el llanto y despecho son mi ordinario ejercicio. —¿De dónde son? —Son de España. —¿De guitarra? —Sí, señor, que es la suavidad mayor que las voces acompaña. Quédese el arpa sagrada para David, y el laúd para una voz, en virtud de ser música fundada. Que unas cortas guitarrillas, hallando del gusto el centro, no sé qué se tiene dentro, que hacen al alma cosquillas. (Lope, El abanillo, III, R. Acad. N. E., III, 23.) Estos sentimientos de hilaridad se complicaban con otros de apasionamiento erótico, que también solían expresarse por la palabra cosquillas. Confr.: Las verdaderas cosquillas, las fatigas no sencillas de los tristes amadores. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 103.) I-277. RUMBADAS. «Arrumbadas son las bandas del castillo de proa, y son propiamente en la galera». (Diego García de Palacio, Instrucción náutica, México, 1587, p. 131.) Esta forma arrumbadas fue la que usó Cervantes en otro lugar: «Dos soldados que en nuestras arrumbadas venían». (Quijote, II, 63.) El intercambio metafórico que las palabras hacen de sus respectivos sentidos, llega en este terceto al colmo. Se podría atenuar así: Las rumbadas, fortísimas y honestas tablas, eran estancias poderosas, que llevan un poema y otro a cuestas.

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Confr.: «Don Sancho de Leyva... con Juan Bautista Vázquez, escultor a cuyo cargo estaba la popa de la galera, y con Benvenuto Tortelo, arquitecto para la traza, comenzó a dar priesa y renovar el orden de lo dicho en la popa, en el dragante hasta encima de la celosía, que es lo de enmedio de la popa y las arrumbadas». (Juan de Malara, Descripción de la real galera. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1876, p. 47.) I-278. ESTANCIAS. Estrofas métricamente uniformes en que se divide una canción o poema. En el Romancero de Pedro de Padilla hay una composición titulada estancias, cada una de las cuales es una octava real, forma usual de la épica culta. Las estancias de las canciones eran más largas, a tenor de cómo las define la preceptiva de Juan de la Cueva: Divídese en estancias, y el que entiende la gravedad de su cultura bella, con lasamiento ni durez la ofende; obligan al que hubiere de hacella que veinte versos tenga cada estanza, no más, y nueve los menores de ella. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético. Ep. III. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 241-6.) I-287. VERSOS SUELTOS. Las obras muertas de la nave eran de verso suelto, es decir, libre, por lo compacto y mazacote que resulta una tirada de versos de esta clase, faltándoles el alma de la rima. Recuérdese lo que dijo Góngora: Que yo a pie quiero ver más un toro suelto en el campo, que en Boscán un verso suelto, aunque sea en un andamio. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 342.) I-287. SESTINAS GRAVES. El juicio de Cervantes acerca de la combinación métrica llamada sextina, parece basado en este de Juan de la Cueva: Quieren también que gocen de esta alteza la sextina, y el nombre le conceden de canción, igualándola en pureza. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético. Ep. III. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 289-291.)

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La práctica de los poetas corrobora la gravedad de la sextina. Véanse, entre otros ejemplos, las composiciones de Rioja (Ed. Biblióf. Españoles, II, 185 y 194), la de Ramírez Pagán (Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, p. V). Sin embargo, Baltasar de Alcázar usó la sextina en una poesía cuyo título, «El autor a sus cuernos», indica su carácter jocoso y festivo. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 201.) I-301. MÁQUINAS DE ENCANTO. Alude aquí Cervantes a otras naves producidas por artes de encantamiento, vr. gr., El castillo de Lindabridis, título de una comedia de Calderón (Vid. Rivad. IX, 255-276), que siendo nave, era «castillo eminente», «ciudad movible», «pájaro del mar y pez del viento», y, en suma, «el encantado castillo de Lindabridis». Cuatro veces sale la palabra máquina en este poema, cada vez con sentido distinto, o por lo menos, con matiz bien diferente. Máquina en este verso equivale a traza o invención del arte de encantamiento, de acuerdo con la significación de «traza imaginaria» o «ficción» con que se ve empleada la palabra máquina. Confr.: —Ce, don Pedro, ¿qué te parece de la repregunta? —Bien; ¿y es verdad lo que propones? —No, sino máquina mía; veamos cómo sale. (Salas Barbadillo, El sagaz Estacio. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LVII, 211.) ¿Qué griegos habrá que finjan máquinas en tanto fuego? (Lope, La ventura en la desgracia, II, R. Acad. N. E., X, 245-a.) Si no fundo sobre el viento una máquina que intento, seré un prodigio de Egipto. (Lope, El prodigio de Etiopía, I, R. Acad., IV, 126-a.) Era la profesión del huésped, familiar de mi padre, arbitrista, hombre de grandes máquinas, fabricadas entre sueños. (Castillo Solórzano, La niña de los embustes. Ed. Cotarelo, Madrid, 1906, p. 37.) I-306. DESDE EL ... TAJO HASTA PACTOLO. Es verdad, como afirma F. R. Marín, que es común entre los poetas, señalar las distancias poniendo por término nombres de ríos. Vr. gr.: Del Istro al Tago y del Tago hasta el Nilo. (Obras de Boscán, Amberes, 1597, f. 182.)

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Cuanto riega Pactolo y baña Tibre. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 19.) Pero la razón de poner Cervantes por términos de la distancia al Tajo y al Pactolo es que ambos ríos tenían idéntica propiedad de arrastrar oro entre sus arenas. Véase para lo que concierne al Tajo la nota al verso 35 del cap. VIII. Ya antes que Cervantes, y sin duda por igual razón, habían el Tajo y el Pactolo señalado distancias. Confr.: A la más agradable y fértil vega que el Ganges baña ni descubre Apolo... el claro Tajo, el español Pactolo. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 103.) Oro te dará el Pactolo, los franceses montes, plata, Arabia, su fénix solo. (Mira de Mescua, La rueda de la Fortuna, I, Rivad. XLV, 5-c.) Duero tributa granos de oro finos, quedando del Pactolo las arenas así de envidia como de oro llenas. (Jardín de Apolo, de Francisco de Francia y Acosta, Madrid, 1624, f. 21.) O el metal rojo que en su arena cría el Ebro, el Indo, el Ganges y el Pactolo, y más que todos cuatro el Tajo solo. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XII, Rivad. IV, p. 266-b.) I-309. BÁRBARAS SAETAS. Parece reminiscencia de un verso de Hurtado de Mendoza. Confr.: Los que en Padua y Altillo se hallaron por escusar las bárbaras saetas. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 140.) I-311. SELLA CON LA BLANCA CRUZ EL PECHO. Se refiere a los caballeros de la Orden de Malta, que llevaban por distintivo la cruz blanca,

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de ocho puntas, que llaman «otogana», sobre hábito negro y sobre manto negro, para dentro del convento; y para en campaña, sobre cota o sobre vesta de armas roja; imitando el estandarte de la Orden, que era de gules con la cruz de plata. (Vid. Crónica de la ilustrísima milicia y sagrada religión de San Juan... por fray don Juan Agustín de Funes, Valencia, 1626, p. 10.) La frase de Cervantes es corriente verla en los poetas referida a los caballeros de Malta, a los de Calatrava, o a los de Santiago. Confr.: Y pues yo no soy marqués, ni hay en mi blasón corona, ni adorna mi sayo negro la cruz blanca, verde o roja. (Romancero general, Parte XII, Rom. 939, Madrid, 1947, II, 93-a.) Sin duda el lagarto rojo que os marca la mejor parte del pecho, cuando perdéis os da bocados mortales. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 191.) Aquellos caballeros que adornan de su insignia roja el pecho. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 78.) El elogio no es mero cumplido. La Orden de Malta cumplía en tiempos de Cervantes su misión en la marina de guerra. Véase sobre este punto la obra moderna de don Jaime Salvá, La Orden de Malta y las acciones navales españolas contra los turcos y berberiscos en los siglos XVI y XVII, Madrid, 1944. Todavía en el siglo XVIII podía escribir Macanaz estas palabras: «Las Ordenes Militares se hicieron para los que verdaderamente lo sean... La Orden de San Juan acredita esta razón, pues siendo mucho más gravoso el mérito que se debe contraer para poder recibirla, como es el de siete años de caravanas en el mar, no falta multitud de jóvenes que ansiosamente aspiran a este trabajo por conseguir los lustres de aquel honor». (Don Melchor de Macanaz, «Auxilios para bien gobernar». Semanario Erudito, t. V, p. 242.) I-314. AL PARNASO. Véase las notas a los versos 5 y 20 del capítulo I. I-316. CONDOLIDO. Condolido del doliente. El dios de la elocuencia no se distingue precisamente por su variedad de léxico. Tan menuda y sutil es la ironía cervantina en infinidad de puntos y puntillos de este poema.

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I-317. EN EL LIGERO CASCO. Casco en la acepción de cuerpo o vaso de la nave. Confr.: Al fin, de mí me olvidé y escapé de esta borrasca con sólo el casco del cuerpo, porque a la mar eché el alma. (Romancero general, Parte II, Rom. 100, Madrid, 1947, I, 73-b.) En una playa desierta sus rotas velas dejando a reparar, si es posible repararse rotos cascos. (Ibid., Parte II, Rom. 170, Madrid, 1947, I, 117-b.) Con el naufragio eché a fondo a Bártulo y Alberico, que eran lastre muy pesado al casco de mi navío. (Ibid., Parte VIII, Rom. 641, Madrid, 1947, I, 419-b.) I-319. DE ITALIA LAS RIBERAS. Pasar por delante de las costas de Italia y de Francia, sin hacer caso de sus poetas, por venir a España, era declararse Cervantes de acuerdo con la opinión profesada por muchos de sus contemporáneos acerca de la preponderancia que las letras españolas alcanzaban en aquellas fechas. Confr.: En ciertos versos, el trocaico, por ejemplo, daba Juan de la Cueva superioridad a los españoles sobre los italianos: De este género vemos cada día algunas coplas hechas en Italia faltas de su donaire y gallardía; que a sola España concedió Castalia, por natural, cantar en su idioma, liras de Marte y fuegos de Acidalia. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético. Ep. II, Ed Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 61-66.) Defienden estos... que no hay en nuestra edad poetas, y principalmente en España, siendo tan contrario de la verdad, que solamente los españoles

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son dignos de este nombre; porque la elocución (de los que han acertado hoy) es peregrina y admirable; la invención verisímil y con mucha novedad, los conceptos sutilísimos, y tantos, que en ellos y en la abundancia de ellos vencen a todas las otras naciones. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 217.) La opinión de los italianos acerca de este punto la expresó el mismo Lope: Un muy discreto entre la gente moza dijo que el Ariosto solo y Taso eran poetas, porque desta ciencia gozaba España estado de inocencia. (Lope, Los ramilletes de Madrid, I, Riv. IV, 305.) Pero Lope rectificó semejante opinión, diciendo: Bárbara un tiempo yacía en España la poesía; ya está en lugar eminente. (Lope, Lo que pasa en una tarde, II, R. Acad. N. E., II, 305-a.) Y un poeta nada amigo de Cervantes lo expresó aún más claro: Con nuestros Españoles, ya no hay fieros; que ellos sí son los dueños del Parnaso, y, aunque tarde, se sientan los primeros. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 333.) I-319. LAS RIBERAS HE BARRIDO. He recorrido. Expresión familiar. Confr.: Dan entre Burbarata y Venezuela, la costa de la mar llevan barrida. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 154-b.) I-324. SERÉ FÁCILMENTE DESPACHADO. Despachar en la acepción de concluir un negocio. Confr.:

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Los jueces antiguamente estaban a las puertas de las ciudades, porque los negociantes... brevemente despachados, se volviesen a sus casas. (Fray Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 65-b.) Negocios que se tratan a solas con Dios, siempre suelen salir bien despachados. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, pp. 515 y 599.) Volvió a España a tratar de sus acrecentamientos, donde fue despachado con brevedad. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 61.) Llegó un rico y al punto le escucharon, y antes de ver papel le despacharon. (Antonio Enríquez Gómez, El peregrino. Rivad. XLII, 373-b.) I-325. TU PEREZA. En tus canas tu pereza veo... Cervantes contaba en 1614 sesenta y siete años de edad. En estos versos él mismo se declara entorpecido o pesado de movimientos. Es dato bastante interesante para apreciar desde cuando empezó a padecer la hidropesía que le llevó al sepulcro. I-326. PARANINFO. Correo o portador, como ya dijimos en nota al verso 190. En este sentido es usadísimo aplicarlo a los ángeles. Confr.: El paraninfo alado apresta el vuelo a dar la felicísima embajada. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 24.) Mandó que un paraninfo el desposorio tratase con la Virgen, hija de Ana. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 4.) ¡Oh paraninfo del cielo, que de allá bajaste acá! (Lope, El príncipe melancólico, II, R. Acad. N. E., I, 346-a.) I-327. SOLICITADOR. Arcaísmo. Hoy se dice procurador, o agente. En tiempo de Cervantes se empleaba en sentido real y metafórico. Confr.: Si el hombre alcanza a tener tan buen solicitador, mucho en Consejo ha de hacer. (Auto de las pruebas del linaje humano. Ed. L. Rouanet, París, 1897, p. 40.)

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I-333. YANGÜESES. Yangüeses, arrieros de Yanguas (Segovia), era sinónimos de zafios y rudos en sus modales y en su expresión, de donde suponer que en la lista había poetas yangüeses y era la peor descalificación de los tales poetas. Cervantes mismo llamó «desalmados» a los arrieros yangüeses que apalearon a Rocinante, a don Quijote y a Sancho, en el capítulo 15 de la Primera parte. I-333. VIZCAÍNOS. Al lado de los poetas yangüeses, coloca a los vizcaínos. Así como los yangüeses pasaban por prototipo de zafiedad en su modo de hablar, los vizcaínos eran modelo de cortedad en palabras. (Vid. Ideas de los españoles del siglo XVII, por Miguel Herrero, Madrid, Ed. Gredos, 1966, cap. IX, pp. 249 ss.) I-333. CORITOS. Asturianos, procedentes del campo, que venían a Madrid a servir en oficios humildes, principalmente en el acarreo de cántaros de agua a domicilio. En mi libro Ideas de los españoles del siglo XVII, Madrid, 1966, di abundantes textos. El corito, aparte de su conterraneidad, era generalmente un tipo mísero y pobremente vestido. Véanse estos textos: ¿Sois volteador, por ventura, hijo, que vestís tan justo? ¿Sois espantajo, o corito, o cosa del otro mundo? (Romancero general, Parte XII, Rom. 979, Madrid, 1947, II, 119-a.) (A las bodas de Felipe IV con Isabel de Borbón): Por ti, Muslaco, corito, se ha envainado el terciopelo. (Obras de Quevedo. Ed. Bibliófilos Andaluces, I, 260.) Algunos apocados de ánimo... le pareció que había sido gasto superfluo, y que con menos se podía pasar. No se debían estos coritos de acordar que Alejandro Magno edificó una ciudad sólo para sepultura de su caballo. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 35.) Si el otro que es discreto por escrito se precia de razones más rodadas que privilegio de hidalgón corito. (El príncipe de Esquilache, Epístola a Argensola. Rivad., t. 42, p. 317-a.)

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I-338. TURBA GENTIL. Espinel ya apunta al abuso que se hacía del adjetivo gentil. (Vid. Vida del escudero Marcos de Obregón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. II, p. 206.) Lope dice «gentil entendimiento», «gentil diamante», «gentil jamón», «gentil merienda». Pérez de Montalbán dice «gentil gallina». Castillo Solórzano dice «gentil dinero», etc. En todos estos casos en que gentil antecede al sustantivo, significa excelente, o abundante. Pero cuando el sustantivo antecede a gentil, como en el caso que comentamos, su significado adquiere un matiz de ironía que invalida bastante tal significado. El caso de turba gentil es análogo al de cuerpo gentil, que observamos en Lope: ELVIRA.—Y sólo os puedo decir que ganaréis en llevarme un alma. FILENO.—El cuerpo gentil, aunque soy pobre villano, podéis, señora, decir. (Lope, El labrador venturoso, I, R. Acad., VIII, 9-b.) La frase española es «en cuerpo gentil», que parece ser lo que debería responder Fileno, y por corrupción del texto dice el en vez de en. Es decir, sin capa, ni prenda de sobretodo de ninguna clase, que siempre se ha considerado en España cosa de respeto y decoro para la persona. I-340. GRAVES. Es voz tomada de la música, y se opone a agudo. Confr.: Escucha los dulces cantos que las aves en la verde arboleda están haciendo con voces ora agudas, ora graves. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros y Curiosos, 11, 114) Sin que del son suave se confunda la voz, aguda o grave. (Antonio Ortiz Melgarejo, Canción. Adiciones a las Poesías de Rioja. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1872, p. 43.) Aplicada a los poetas quiere decir los más respetables, o de más categoría, significado que la voz grave tenía entre los religiosos.

CAPÍTULO II

II-1. COLGADO. Colgado de mi boca, o sea, pendiente de mis palabras. Confr.: De ti tengo entendido que cuelgas con tus orejas de mi lengua». (El crotalón, NBAE, t. VII, p. 191.) Callaron todos, y en silencio atento, colgados al oráculo infalible... (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro II, Barcelona, 1618, f. 12.) Las escucha colgada de su boca. (Ibid., Libro XV, f. 259.) Y no por tenerte así colgado de mi razón, haré breve relación de todo el suceso aquí. (Juan de la Cueva, Los siete infantes de Lara, III. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 166.) Así tuvo en palabras elocuentes de sus labios colgados los oyentes. (Valbuena, El Bernardo, XVIII, Rivad., t. 17, p. 334-13.) Y ella colgada de la voz postrera con nuevos alborozos de alegría. (Ibid., Lib. VIII, Rivad., t. 17, p. 224-b.) 265

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II-2. DIOS HABLANTE. Hablante. Participio rarísimo. Tiene sentido de superlativo, tanto en el pasaje cervantino, como en este de Lope: Nunca de fieros me obligo, mansos quiero, tiernos sigo, que graves ni hablantes no. (Lope, ¡Ay, verdades, que en amor...! R. Academia N. E., III, 503-b.) El dios hablante quiere decir dios de la elocuencia. Los poetas contemporáneos recordaron con frecuencia este atributo de Mercurio. Confr.: Así de vuestra dulce lengua entiendo, no que Mercurio, el Ángel de Esaías. (Lope, Epístola Segunda a don F. Plácido de Tosantos,- Sancha, I, p. 298.) Colocar a Mercurio fue insolencia, porque su padre Argemifao vendía, en una caja al cuello mercenaria, y ahora se hace el dios de la elocuencia. (Lope, Laurel de Apolo, V, Sancha, I, 109.) II-4. ESTORNUDO. El estornudo era entonces, como ahora, un- síntoma de catarro o afección de las vías respiratorias; por eso dice Valdés: «Sant Cosme y Sant Damián tienen cargo de las enfermedades comunes; ... San Blas de los que estornudan». (Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1928, p. 207.) Este hecho motivó que al que estornudaba se le saludase, es decir, «se le desease salud», con una fórmula de cortesía, que en el fondo equivalía a una oración. Era lo que se llaníaba «saludar un estornudo», tal como se lee en Moreto. (Rivad. XXXIX, 602.) Con el tiempo, el hecho de saludar el estornudo le dio en el sentir popular carácter de mal agüero, y se creyó en el saludo como en fórmula supersticiosa de invalidar el mal presagio. La fórmula del saludo era «Dios te ayude», como se ve en Lope. (Juan de Dios y Antón Martín, I, R. Acad., V, 160). Lo que pasa en una tarde, I, R. Acad. N. E., 294); en Tirso (Tanto es lo demás como lo de menos, II, NBAE, IV, 137 y Santo y sastre, III, NBAE, IX, 19); en Quiñones de Benavente (Entremés de las nueces, NBAE, XVIII, 816); y Baile del poeta de bailes, NBAE, XVIII, 833); en Estebanillo González (Rivad. XXXIII, 314-a); y Quevedo (La hora de todos. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXXIV,

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113). Este «Dios te ayude» quería decir «Dios te dé salud», como interpreta Quevedo en el lugar acabado de citar. Pero ya a principios del siglo xvii se iba sustituyendo en las ciudades la fórmula piadosa por un saludo profano, como «beso a Vd. las manos», «Dios dé a Vd. buenos días o buenas noches», y el «Dios os ayude» era tachado de aldeanismo. (Vid. Quevedo, lugar citado, y Tirso, Santo y seña, II, NBAE, IX, 12-a.); y hasta empezaba a tacharse de necedad el mismo saludo profano, conociendo la naturaleza fisiológica del estornudo, o por lo menos, dando por excluida toda interpretación agorera. He aquí el interesante pasaje de Salas Barbadillo: «No se haga cortesía al que estornudare, pues no la merece, por cuanto, según somos informados de graves físicos, que el estornudo es una expulsión de excrementos húmedos y toda expulsión de excrementos es grosería». (El necio bien afortunado. Colec. Bibliófilos Español. XXXI, 324.) Cervantes en este pasaje (y es lo que ningún comentarista ha advertido), lo que quiere significar con su estornudo es que la empresa que comenzaba de asesorar a Mercurio sobre el valor o no valor de los poetas contenidos en su lista, le iba a traer bastantes sinsabores. Véase el capítulo IV, verso 541: Unos porque los puse, me abominan, otros, porque he dejado de ponellos... En esto no hacía sino rememorar las sentenciosas palabras de Juan de Valdés: «Ya sabéis en qué laberinto se mete el que se pone a juzgar obras ajenas». (Juan de Valdés, Diálogo de la lengua. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1928, p. 157.) II-5. CRUCES. Para invalidar el mal presagio del estornudo, a falta de no tener cerca quien pronunciase la consabida fórmula de Dios te ayude, el mismo estornudarte podía prevenir el mal haciéndose varias cruces en los labios con el dedo pulgar. Aun hoy se observa esta costumbre popular en el bostezo. Es en general el antídoto usado contra cualquier cosa que nos intimida, o nos asombra por su anormalidad. Confr.: De verte estoy haciendo cruces. (Lope, El mesón de la corte, I, R. Acad. N. E., I, 286-a.) Hice en mí noventa cruces entre grandes y pequeñas, que en pared de cimenterio no se miran tantas puestas. (Romance jocoso de Gonzalo de Ayala, en Justa poética en defensa de la pureza de la Inmaculada Concepción..., Zaragoza, 1619, p. 196.)

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Cuando aquesto vi, dejela, (muerto de risa), en el suelo, y en mi frente hice más cruces que en pared de cimenterio. (Romancero general, Parte V, Rom. 281, Madrid, 1947, I, 188-a.) II-5. MAL AGÜERO. Se llama agüero todo hecho o palabra que, al comenzar una acción, se interpreta supersticiosamente por presagio bueno o malo del resultado de la acción misma. Confr.: Me casé con tan extraños agüeros, que entre las fiestas una bala me voló las plumas de la cabeza. (Lope, La discordia en los casados, III, R. Acad. N. E., II, 149-a.) Descuidéme y tropecé no es mal agüero de guerra, pues que me abraza la tierra cuando en ella pongo el pie. (Lope, El prodigioso príncipe transilvano, III, R. Acad. N. E., I, 414-a.) ¡Ay Dios, qué agüeros tan tristes que anuncian mi perdición! ¡Con ellos he tropezado de un perro los aullidos! Me han turbado los sentidos y todo junto asombrado. (Guillén de Castro, El amor constante, II, R. Acad., I, 21-b.) La creencia en los agüeros invadía la sociedad hasta las clases más elevadas, sobre todo si convenían sus predicciones o se tenía interés en ver cierta intervención divina en los acaecimientos humanos. Vr. gr.: Pasando la infantería española, anduvo un águila muy baja mansamente dando vuelos sobre ella muy gran rato, y andando así salió un lobo muy grande de un bosque, que mataron los soldados a cuchilladas en medio de un campo raso. Son acaecimientos que permite Dios nuestro Señor en señal de su favor y voluntad divina. (Historia de Carlos V, II parte, por Fr. P. de Sandoval, p. 548.)

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Creo que en este punto la actitud general era la que expresaba un personaje en cierta comedia de Guillén de Castro: C.—¿En agüeros y en locuras crees, y con tanto extremo que te tienen de ese modo? N.—No los creo yo del todo, pero del todo las temo. (Guillén de Castro, El amor constante, II, R. Acad., I, 22-b.) II-8. JUAN DE OCHOA. Es para hacer notar que Cervantes encabece su galería de poetas españoles por este vate sevillano. Claro que inmediatamente nos da la explicación del hecho, llamándolo «amigo» antes que «poeta». Sin esta mención de Cervantes, Juan de Ochoa sería desconocido; pero debido a esto, los comentaristas han revuelto y deslindado varios Ochoas contemporáneos, todos sumidos en el anonimato de la vulgaridad. El Juan de Ochoa que aparece en el Viaje es sevillano, es dado a los estudios gramaticales y está vivo al tiempo de escribir Cervantes, conforme a su criterio de no nombrar poetas ya desaparecidos. Estos datos convienen no a otro Ochoa que al que nombra Jáuregui en su aprobación del Arte de la lengua española castellana, del maestro Gonzalo Correas (1627), diciendo: «De la de los indios escribió Arte el M. fray Domingo de Santo Tomás... Lo mismo hizo en la nuestra el licenciado Juan Ochoa, sevillano, con particular diligencia. No sé que llegase a imprimirse». El candidato defendido por Mayans, Juan Ochoa de la Salde, tiene en su favor haber contribuido con un soneto al Comentario... de disciplina militar, de Cristóbal Mosquera de Figueroa, como también contribuyó Cervantes, particularidad que induce a creer que ambos asistieron juntos al combate de la Tercera; pero Ochoa de la Sale residía en Lisboa, no en Sevilla, y no consta que cultivase los estudios gramaticales, sino la historia. También queda descartado por su manifiesta naturaleza valenciana el Pedro Juan Ochoa que compone versos en 1608 y 1609 y en dos fiestas de san Luis Beltrán. Circunscribiéndonos a Sevilla, hallamos además de Juan Ochoa al que Jáuregui llama licenciado, otro Juan Ochoa de Vasterra, autor de un soneto en el Encomio de los ingenios sevillanos, de Juan Antonio de Ibarra (1623), fol. 31 vuelto, y otro «Juan de Ochoa Ibáñez, que firmó también el cartel, declarándose por torneante», en aquella Carta de don Diego de Astudillo, que Fernández Guerra defendió como de Cervantes y se imprimió en los apéndices del tomo I del Ensayo de Gallardo (columnas 1260 y ss.). Tengo para mí que estos dos personajes son distintos del Juan Ochoa, a secas, que Cervantes nombra en el Viaje. En cambio, se puede opinar que él

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sea el autor de las quintillas insertas en el Patrón salmantino de Almendáriz (1622), basándose en la amistad que Cervantes demuestra a Almendáriz (Véase cap. VII, verso 310). II-8-9. AMIGO, POR POETA Y CRISTIANO VERDADERO. Generalmente se ha venido entendiendo que verdadero afectaba a cristiano, mas creemos que afecta a amigo, y se justifica lo verdadero de su amistad, por poeta y cristiano. Véanse las siguientes frases: Tuve un amigo... llamado Arnao Guillén, el más verdadero y el más fiel que nunca tuvo la antigüedad. (El crotalón, NBAE, t. VII, p. 172.) Señor, bien sabedes que siempre me fallastes leal e verdadero e nunca me pagué de mentir. (Historia de Enrique Fi de Oliva. Biblióf. Españ., VIII, 15.) II-13. SE DIVIERTE. Desviarse, hacer una digresión ajena al asunto que se trata. Confr.: ¡Oh, qué bueno era esto para los profanadores de los templos! Pero no me quiero divertir, sino ir con mi concepto adelante. Pero no me quiero divertir del pensamiento que voy siguiendo. Pero no me quiero divertir; volvamos al discurso. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, pp. 37, 38 y 75.) II-16. AL MUNDO SOLA. Al mundo sola es un italianismo que aparece alguna vez en otros escritores españoles. La expresión italiana tenía también la variante al mundo rara, y esta también la encontramos en nuestro siglo de oro; el mismo Cervantes, en su elegía a la muerte de la reina Isabel de Valois dice: «Con él vuestra virtud, al mundo rara». Pero como en español hay bastantes adjetivos —agradable, peregrino, bello, divino, loco, cuerdo, poco, único— que tienen régimen a, es muy admisible que solo y raro hayan tomado por analogía el mismo régimen, o admitir que todas estas construcciones son italianismos. De un modo o de otro que lo interpretemos, el hecho es comunísimo en poesía. Confr.: El agradable al cielo, al suelo solo, yace debajo de esta losa fría. (Soneto a la muerte de Hernando de Herrera, atribuido a Cervantes. Navarrete: Vida de Cervantes, Madrid, 1819, p. 447.)

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Las dos estrellas al cielo más divinas, y más bellas al mundo. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 40.) Fénix única al mundo. (Fr. Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1594, f. 8.) En dulces versos lamentable historia tan peregrina al mundo cuanto acerba. (Lope, La Filomena, Sancha, t. II, p. 422.) Di, ¿por qué tiranizas aún esa carne, poca a los gusanos? (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 401.) Virtud, gracia y belleza al mundo sola. A ver la maravilla al mundo rara. En viveza de ingenio al mundo sola. Salió la compañía al mundo sola. Vista su belleza al mundo rara. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, pp. 47, 93, 137, 153, 191.) El siguiente texto deja ver claramente el valor de a: El ser al mundo locas es cordura, dijo Secunda, y para Dios prudencia; y el ser al mundo cuerdas, gran locura y para Dios notable insipiencia. (Ibid., III Parte, p. 19.) II-18. INCONSTANTE RUEDA. Esta idea es la más vulgar de toda la poesía clásica. Confr.: En un pie estaba puesta la Fortuna nunca estable ni una. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 99.)

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Fortuna en lo más alto de su rueda encumbrado me tuvo, y soy caído do esfuerzo con que suba no me quede. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, folio c.) A este concepto de la fortuna añade Cervantes otra idea, la de la inestabilidad de las cosas humanas. II-18. BOLA. Esfera o universo. Los poetas usan, aunque raramente, esta voz, muy apropiada para expresar la inestabilidad de las cosas humanas. Confr.: El coro santo —que a Dios alaba en la suprema bola. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XIII, Barcelona, 1618, f. 232.) Comunes son los casos de este mundo a cuantos en él andan. Es la vida una bola que rueda, y es instable nuestra felicidad. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 64.) La eficaz y suave providencia que de este mundo rige la gran bola. (Hojeda, La cristiada, Lib. I, Rivad., t. 17, p. 410-b.) II-19. DE LOS CÓMICOS... De los poetas del género cómico. Es corriente nombrar por el mero adjetivo al autor de comedias, y por antonomasia se llama el cómico a Terencio. Confr.: El amor, en quien, como dice el cómico, todos estos vicios reinan. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 11.) Otro habrá que diga con el cómico; Summun jus, summa injuria. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 60-b.) Guisa como quisieres la maraña, y transforma en guerreros las doncellas que tú serás el cómico de España. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 332.)

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Furor llamó Aristóteles al fuego de amor, que obliga a tanto desatino, y para todo atrevimiento ciego; audaz le describió Plafón divino; sin consejo le halló Menandro, griego; necio le llama el cómico latino. (Lope, La venganza venturosa, I, R. Acad. N. E., X, 194.) II-11-20. [DAMIÁN SALUSTIO DEL] POYO. Aunque originario de Murcia, coloca Cervantes a este poeta dramático en el grupo de los vates sevillanos, porque probablemente le conoció en Sevilla, donde Salustio del Poyo vivió en las postrimerías del siglo xvi, compaginando su profesión clerical con el cultivo del teatro. En 1603 le daba por famoso Rojas Villandrando en su Viaje entretenido; aunque al tiempo de escribir Cervantes no habían aparecido impresas más que tres comedias suyas. En medio de las alabanzas, no deja Cervantes de mostrar mal rostro a las «trazas, quimeras e invenciones» del teatro de Salustio del Poyo, que seguía la escuela de Lope. II-21. QUE A SU SOL CLARO DESLUMBRE. Deslumbrar, en la acepción de ofuscar, cegar. II-28. JARA. Dardo de madera, endurecida la punta al fuego, primitivamente sacado del arbusto llamado asimismo jara. En la época de Cervantes arma arrojadiza con arco. Confr.: El arco armó el traidor muy brevemente; no me tiró con jara enarbolada, que luego puso en él su flecha ardiente. (Diana, de Jorge de Montemayor, NBAE, t. VII, p. 202.) Tú vives con dos jaras adornado, una ligera y otra muy pesada. (Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, NBAE, t. VII, página 413.) Es jara en yerba tocada, aljaba que pare flechas. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 381.)

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La música si para o sobre nuestras bóvedas resuena, me levantó cual jara. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 93.) Salió una furiosa jara de entre una y otra almena, que dio muerte a Reduán y a Jaén sacó de pena. (Romancero general, Parte VI, Rom. 350, Madrid, 1947, I, 239.) Eran dos manos asidas que en un corazón tocaban y en medio de ellas Cupido flechando en el arco jaras. (Ibid., Parte IV, Rom. 280, 185-a.) II-34. GODÍNEZ. El doctor Felipe Godínez, clérigo sevillano, hacia 1614 comenzaba a hacer o componer comedias, según la expresión de Cervantes. En 1610 había figurado con una poesía entre los concursantes a la. Fiesta que se hizo en Sevilla a la beatificación de san Ignacio. En este caso, como en tantos otros, Cervantes presagió con su elogio el porvenir de un novel, que llegó a ser especialista en comedias de santos. El doctor Godínez vivió escribiendo autos y comedias hasta mediados de siglo. No sería inverosímil que Cervantes lo conociera en Sevilla, antes de 1602, cuando era un jovenzuelo de unos diecisiete años. (Nació hacia 1585.) Posteriormente a la muerte de Cervantes hubo de eclipsarse la estrella de Godínez. Fue acusado de judaizante y condenado por la Inquisición de Sevilla en 1624. Quevedo, en la Perinola, contra Montalbán, zahiere cruelmente al poeta sevillano. Hay que saber lo que quiere decir todo aquello de sambenito, León Hebreo, autos y más autos, etc. Pero Godínez rehízo su reputación, no sólo de poeta, sino de eclesiástico, en Madrid, y fue uno de los tres oradores que pronunciaron oraciones fúnebres a la muerte de Lope de Vega (1635). (Vid. Mario Méndez Bejarano, Diccionario de escritores de Sevilla, t. I, p. 251.) II-39. ESCOGIDOS Y LLAMADOS. Cervantes mostró singular memoria de la frase evangélica (Mateo, XXII, 14), multi sunt vocati, pauci yero electi, a la cual hace alusión en el Quijote, I, 11 y 46, y hasta tres veces en el Viaje (véase, IV, 505 y VIII, 70). La propiedad de la cita evangélica es evidente. Los poetas convocados por Apolo son muchísimos. Hay en primer lugar nubes de poetas (verso 338). Hay después una selección o criba (verso 400);

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hay por último sus deserciones, aun entre los escogidos. Todo esto determina la exactitud con que Cervantes dice los escogidos y llamados. La frase, además, se había hecho vulgarísima entre los poetas y escritores de la época. Confr.: En el muy buen paño suele haber la raza, y en la más fina grana cae la polilla, y no todos los llamados han de ser escogidos. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Español., t. I, p. 76.) Entretenido en ... la divina alteza de la poesía, donde son tantos los escogidos. (Luis Gálvez de Montalvo, El pastor de Filida, NBAE, t. VII, p. 399.) De todos estos llamados, ¿quién ha de ser escogido? (Lope, La noche toledana, III, Rivad. 1, 221.) La junta senatoria esclarecida, llamada y escogida fue al Senado. Soldados de nobleza, llamados y escogidos. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, pp. 1 y 235.) Mira que eres llamado y escogido. Donde, aunque del mal Príncipe llamados, ningunos hay entre ellos escogidos. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro IX, Barcelona, 1618, fols. 55 y 150.) II-41. LAS ARMAS Y LAS LETRAS. Las armas y las letras fueron los dos términos genéricos que significaron concretamente dos actividades sociales prominentes en la España de Cervantes: el ejército y la abogacía. El primero subsiste hoy día inalterable; por las armas todo el mundo entiende aún el ejército profesional de la milicia. En cambio, por Letras no se entiende actualmente el estudio de las Leyes y todas las actividades humanas que del Derecho se derivan. Y esto era lo que en tiempo de Cervantes se entendía por Letras. Lo estereotipado de la frase facilitó a Cervantes salir del paso atribuyendo a don Francisco de Calatayud la profesión de las armas erróneamente. Calatayud fue contador, o sea administrador, de la Casa de la Contratación de Sevilla. Sin embargo, yo doy mucho crédito a las palabras de Cervantes, y su frase posiblemente se refiere a una época anterior, en la que Calatayud desempeñaría el cargo de oficial del rey, en algún cuerpo militar, puesto administrativo que le serviría de escalón para ocupar después la contaduría

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de la Casa de Contratación. (Vid. La Barrera, notas a las Poesías de Rioja, Biblióf. Españoles, II, pp. 10, 24, 34, 208.) II-40-43. DON FRANCISCO ... DE CALATAYUD. Ingenio sevillano de la primera mitad del siglo xvii. Se conocen poesías suyas y actividades literarias desde 1606 a 1622. Fue gran amigo de don Juan de Fonseca y Figueroa, erudito y artista sevillano, que pintó el retrato de Rioja. Actuó mucho en las investigaciones arqueológicas de Sevilla, revelando su capacidad en la apreciación de antiguallas históricas. ¿Le conoció Cervantes? Desde luego hay que descartar el hecho admitido por Toribio Medina de la asistencia de Cervantes a la fiesta de San Juan de Alfarache en 1606, fantasía de Fernández Guerra, hoy rebatida documentalmente. En 1606 Cervantes estaba en Madrid recién venido de Valladolid. Había salido de Sevilla en la primavera de 1602, y no volvió más. (Vid. Vida de Cervantes, por Miguel Herrero, Madrid, 1948, cap. XXIV, p. 553). El elogio de Calatayud obedece a estar su nombre vinculado por aquel entonces al grupo de poetas sevillanos, que Cervantes describe en estos versos. II-47. MIGUEL CID. Miguel Cid, con razón llamado «poeta santo», es decir, poeta religioso, fue «persona honrada y rica de Sevilla», «hombre piadoso, que, aunque sin letras humanas, tenía genio de poeta», «mientras vivió se ocupó en alabar a Dios, a su Madre y a sus santos», y, por su posición independiente, su gracia en hacer versos piadosos tan del gusto del público, y su carácter atractivo, fue una de las personas que se captó las simpatías de Cervantes. No es de extrañar que el Viaje del Parnaso acogiese su nombre, cuando Pacheco, el pintor de la intelectualidad sevillana, lo retrató, pocos años después de la aparición del poema cervantino, a los pies de la Virgen, sosteniendo en las manos el papel de unas coplas concepcionistas que dieron en su tiempo la vuelta al mundo. (Vid. Toribio Medina, p. 65.) II-50. CALISTO. Calixto fue nombre de una ninfa de Diana, seducida por Júpiter. La diosa ofendida la transformó en osa, y el dios galante la elevó a constelación celeste: así tenemos la «osa mayor». Ovidio en latín (Metamorfosis, II), y Cueva y Aldana en español, contaron por extenso esta fábula, de la que aparecen reminiscencias en muchos poetas. Confr.: Vi dos gallardas mujeres entre dos arroyos limpios, como pintan a Diana en el lance de Calisto. (Lope, La obediencia laureada, II, Rivad. IV, 177.)

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Yo he visto al bello Calixto, entre los demás luceros. (Lope, El rey por semejanza, II, A. Acad. N. E., II, 507.) Por Calixto llegó a entenderse en el lenguaje poético, el Norte, o sea, el punto más alto en la esfera celeste. Confr.: ¡Oh, prodigio admirable, jamás visto... que es cuanto hay de Antártico a Calisto! (Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1593, f. 211.) Las llanuras del Sur... donde jamás se han visto las pieles ni triones de Calixto. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 102.) Aunque desde este polo al de Calisto gobierne un rey, de serlo no se alabe, si rey de voluntades no se ha visto. (Lope, El duque de Viseo, I, Rivad. III, 422.) Insigne Rey, a quien la fama alaba con lenguas mil de Antártico a Calixto comenzando de nuevo donde acaba. (Lope, El rey por trueque, I, R. Acad. N. E., II, 526.) II-51. TAN CELEBRADO... Este verso es anfibológico, porque no se sabe si afecta a Calixto o al poeta de que está hablando. De un modo o de otro hace sentido, por lo que ningún anotador ha reparado en el defecto, o ninguno ha querido ver el problema. Creemos que es Calixto el tan celebrado de la fama, y no Góngora. En este caso, todo el verso 51 es un epíteto de Calixto. II-52. BIEN QUISTO. El participio irregular de querer que todavía estaba en uso bastante mediado el siglo xvi, no se usaba ya en tiempos de Cervantes sino en composición con bien o mal. El escritor más próximo a Cervantes que usó quisto, fue, a lo que yo sé, Ramírez Pagán: Aquel de muchos pobres rico amparo, aquel de su ciudad quisto y querido y en él ajena a todo el mundo claro. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, página c. v.)

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En años posteriores no se halla más que «bienquisto» y «malquisto». Su significado es «bien mirado», «bien tenido en la opinión general». Confr.: Carlos era bien quisto y Alfredo desagradable. (Pérez de Montalbán, Sucesos y prodigios de amor. Bibliófilos Esp., XXIII, 104.) II-55. TIENE DE ESCRIBIR LA LLAVE. Quiere decir, es dueño, posee. Metáfora bastante común, aplicada a puntos estratégicos, como se ve en este pasaje de Lope: Esta es la puerta y la primera estancia por donde entró su destruición, y el moro la conquistó con parte de la Francia. Es la llave mejor de su tesoro y el fin de Europa, pues por este estrecho le dio principio el fabuloso toro. (Lope, La inocente sangre, III, Rivad. LII, 365.) Un segundo salto de la metáfora fue aplicarse a ciencias, artes o virtudes; Confr.: De esta dulzura en alma, en dicho, en hecho y en pluma tuvo la dorada llave el ínclito y dulcísimo Bernardo. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 221.) El que de todo el bien tiene la llave. (Ibid., p. 93.) Perdí mi estimación... del cortesano estilo noble llave. (Antonio Enríquez Gómez, Canciones, Rivad. XLII, 367-a.) II-58. GÓNGORA. El elogio de Góngora es de los más cálidos y elocuentes que Cervantes tributó en este poema. Contrasta con el de Lope, tan frío y lacónico; con el de Quevedo, tan envuelto en jocosidades; con el de los Argensolas, tan mezclado de quejas y resentimientos. El valor del juicio cervantino sube de punto atendiendo a su fecha. El Góngora de 1613 distaba mucho de ser el Góngora que han consagrado los

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siglos posteriores. Sus versos, o corrían manuscritos en cartapacios, o impresos anónimamente en las partes del Romancero. Además, su cambio de estilo (salto epiléptico de la lisura al retorcimiento) traía en jaque a los críticos y poetas de Madrid en este año preciso en que Cervantes escribía el Viaje. Es muy posible que en la posición adoptada por Cervantes influyera no poco la actitud agresiva del poeta cordobés frente a Lope de Vega. II-65. HERRERA. Hernando de Herrera murió en Sevilla el año 1587, estando Cervantes en aquella ciudad. Le había ya celebrado en el Canto de Calíope (1585), y tornó a celebrarle, como otros vates sevillanos, en ocasión de su muerte. La profunda impresión que la poesía de Herrera producía en el espíritu de Cervantes es la que, al tratar de Góngora, renovador por antonomasia, hace a Cervantes volver la mirada a otro poeta, innovador también, al que había él llamado: «El que subió por sendas nunca usadas del sacro monte a la más alta cumbre». Nótese bien el carácter de este ex-abrupto poético, muy diferente de los juicios que va emitiendo sobre los poetas de la lista de Mercurio, todos vivos al tiempo de escribirse el Viaje y que figuran llamados por Apolo a la defensa del Parnaso asediado por los malos poetas. (Véase cap. III, verso 359.) II-68-69. MIRAS SEGURO EN LA QUE. Quiere decir: ahora, gozando de la visión beatífica, miras seguro en la esencia divina la belleza de tu adorada Luz. Hay en estos versos de Cervantes toda una sutil teología sobre el modo como los bienaventurados ven en Dios todas las cosas. II-69. BEATÍFICA. Es término escolástico, que significa la felicidad que produce ver a Dios en la gloria. El predicador de Felipe II, que murió obispo de León, don Francisco Terrones, aconsejaba a los oradores sagrados «no decir de ninguna manera vocablos o términos escolásticos; que este daño suele hacer el curtirse los ingenios de los mozos en aquella herrería de las Súmulas y Lógica, etcétera; que no pueden desechar después el mal pelo en el púlpito, ni aun en conversaciones vulgares. Nunca dije en el púlpito la visión beatifica, sino «el ver a Dios en la gloria». (Instrucción de predicadores, de don Francisco Terrones del Caño, Granada, 1617, f. 54.) Sin embargo, la voz beatífica se halla en prosistas religiosos y profanos y en poetas, a causa del denso ambiente teológico de la época. Confr.: A mí el morir me sería glorioso, en tanto que fuese a gozar de aquella visión beatífica. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 87.) Dios... amenaza a los ricos y beatifica a los pobres solamente. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 232.)

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Cuando con Juan oímos el Ecce mater tua, prenda rica que el alma beatifica. (Arcángel de Mamón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1593, f. 158.) II-70. ARRIMADA TU YEDRA... Imagen poética muy común en la época. Cervantes la vuelve a emplear en la Adjunta, línea 14. Viendo mi amada yedra de mí arrancada, en otro muro asida. (Garcilaso, Égloga primera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 10.) Ni la verde y entretejida yedra se pegó tanto al árbol o a la piedra. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 244.) Yedras verdes somos ambas a quienes dejaron sin muros. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. Nueva York, 1921, t. I, p. 39.) Ni trepa por el viejo muro arriba la yedra tan revuelta ni enlazada... (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 288.) Y estas hacen ricos lazos con los jazmines y yedras que suben a las murallas que tiene el jardín por cerca. (Romancero general, Parte III, Rom. 134, Madrid, 1947, I, 7-a.) II-73. JÁURIGUI. Don Juan de Jáuregui —esta forma de su apellido era más corriente— fue un gran poeta y humanista sevillano, y un personaje, socialmente considerado. Nació en 1585, de modo que al salir Cervantes de Sevilla en 1600, lo más probable es que no conociera a un mozo de quince años, por muy precoz que fuera el futuro autor de Aminta. El biógrafo de Jáuregui, don José Jordán de Urríes, cree en que se conocieron y trataron, apoyándose en la base falsa de que Cervantes habitó en Sevilla hasta 1607,

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fecha completamente refutada hoy. En cambio, no hay duda que se conocieron en Madrid, pues desde algo después de 1607 hasta 1616, Jáuregui hizo frecuentes viajes de Sevilla a Madrid, donde era estimado por sus letras y por sus pinceles. Por esta época fue cuando Cervantes acarició la idea de que Jáuregui dibujase su retrato. A la tacañería del editor Juan de Robles debemos no tener la vera efigies del autor de las Novelas ejemplares, en vez de la docena larga de libros y folletos sobre la dudosa autenticidad del supuesto retrato que posee la Real Academia Española. Con todo, Cervantes que no debería haber acariciado aquella idea sin su porqué, guardó cierto resquemor contra Jáuregui. Obsérvese que al elogiarle como poeta, no hace la menor alusión a su arte pictórica, como lo hizo en el caso de Jerónimo de Mora. Y eso que a Jáuregui le alababan todos sus contemporáneos —Pacheco, Calatayud, Arguijo, Lope de Vega, Góngora, Solís, etc.— por poeta y por pintor. (Vid. Miguel Herrero, «Jáuregui como dibujante», en Arte Español, 1941, p. 1.) Vid. Enrique Lafuente Ferrari, La novela ejemplar de los retratos de Cervantes (Madrid, Dossat, 1948). Confr.: Juan de Jáuregui, Aminta, trad. de T. Tasso. Ed. de Joaquín Arce (Clásicos Castalia, 27). II-76. LUCANO. Esta alusión al autor de la Farsalia, cuya traducción no apareció impresa hasta 1684, prueba evidentemenet que antes de 1614 ya se conocía la traducción de Jáuregui, por lo menos en parte. Dato que no deben olvidar los que piensan en una edición del Quijote anterior a 1605, por las varias alusiones a la inmortal novela que se encuentran en 1604. II-79. TE ESTÁN ESPERANDO... Alusión transparente a la doble posición de Jáuregui como poeta y como crítico. Antes de 1614, Jáuregui no había publicado más que su traducción de la Aminta de Tasso (1607), obra en que se muestra poeta herreriano. En 1609 inicia Góngora su segunda manera en el Panegírico al duque de Lerma. Entre 1612 y 1613 se divulgan en Madrid los manuscritos del Polifemo y las Soledades. Jáuregui se apresura a poner en circulación su Antídoto contra las Soledades. Cervantes, que ya había anunciado en el Canto de Calíope lo que Góngora daría de sí, se pone de parte del Polifemo y de su autor. Ahora tiene sentido para el lector del Viaje esta invitación que Cervantes hace a Jáuregui y sobre todo esta promesa de «cobrar los despojos de mil atrevidos que piensan ser campos floridos siendo rastrojos». En efecto, Jáuregui se pasó al bando gongorino. II-81. RASTROJOS. Este verso es tan feliz de expresión como flojo de concepto. Los términos fértil y rastrojo no son antitéticos. Un campo muy fértil puede ser rastrojo en determinada época del año. Cervantes ha querido expresar por la voz fértil el concepto de verde, frondoso, ameno, u otro análogo, que sea antitético de seco, agostado, etc.

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II-82-83. ASEGURAN SU PARTIDO. Frase de uso raro, que solamente la he hallado en el poeta peruano Pedro de Oña. Confr.: Con esto, asegurado su partido, Gualeva levantó sus miembros sanos. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 195.) También aseguraba su partido Ulloa, fuerte y plático gallego. (Ibid., p. 255.) II-83. DON FÉLIX ARIAS. Don Félix Arias Girón, segundón del conde de Puñoenrostro, abrazó la profesión militar y peleó en el Piamonte y en Flandes con el grado de capitán de infantería española, en tiempo de Felipe II, llevando a cabo hazañas que llegaron a ser proverbiales en frases populares, como «la cuchillada de don Félix Arias». (Vid. Espinel,Vida del escudero Marcos de Obregón. Relac. III, Desc. XXIII. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. LI, p. 324). Con la espada, manejaba el plectro poético y cultivaba la música, notablemente. Ya en 1591 aparece un soneto suyo al frente de las Rimas de Espinel, y a partir de esta fecha menudean sus versos en las hojas preliminares de libros de Lope y de otros ingenios coetáneos. Cervantes estimaba naturalmente al soldado-poeta que en las cumbres de su alcurnia había realizado el ideal que él tanto acarició en su juventud: ¡ser capitán! Esta es la explicación de haber incluido su nombre en el Viaje. No estará de más advertir que don Félix Arias no andaba sobrado de dinero por estos años. (Vid. Memorias de la Real Academia Española, t. X, p. 305). Tal vez mejorara después, cuando en 1622 era protector de la Academia de Madrid y contribuyó al premio concedido a Espinel. Este hecho anda divulgadísimo en la historia literaria; en cambio nadie ha tomado en consideración otro episodio que cuenta Bartolomé de Argensola, referente a la intervención de don Félix Arias en la publicación de una obra de don Gonzalo de Céspedes y Meneses. Helo aquí: «Yo conocí a don Gonzalo por cartas que en Madrid me escribió don Félix Arias Girón, hijo de los condes de Puñonrostro, muy honrado caballero, de quien ha muchos años que soy servidor; debía de querer mucho a su recomendado, porque en abono de su persona volvió a escribir diversas veces apretadamente y que le favoreciese, como lo hice en lo que pude» (Obras sueltas de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola. Col. de Escritores Castellanos, Madrid, 1889, p. 280). Don Félix Arias murió en Madrid el 26 de febrero de 1630. (Confr. las citadas Memorias de la R. Academia Española, X, 306.)

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II-84. POR TU GENTILEZA. La ed. príncipe, por su gentileza. Lo consideramos errata evidente. Nadie ruega por su propia gentileza, sino por la gentileza del rogado. Confr.: Por las estrellas verdes, te conjuro, de tus ojos...(Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 38.) II-85-86. GENTE NON SANCTA. Reminiscencia del salmo lúdica me, Deus, que dice a continuación: discerne causam meam de gente non sancta. Estas palabras se hicieron conocidísimas, por rezarse al principio de la misa; de donde engastarlas Cervantes en su verso, no quiera significar ni recóndita erudición latina, ni otra cosa alguna. Tan vulgar fue decir de gente non santa, que ya se acomodaron a casos análogos: Y esta, en fin, es la costumbre de aquella gente non santa. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, p. 286.) II-87. HIPOCRENE. Fuente del monte Parnaso, que abrió de una coz el caballo Pegaso. Nuestros poetas de esta época la nombran con frecuencia, como lugar adonde iban a beber su inspiración los cultivadores de las Musas. Confr.: A Góngora previene, que estaba en los cristales de Hipocrene escribiendo, a las cándidas auroras, Estas que me dictó rimas sonoras... (Lope, Laurel de Apolo, II. Ed. Sancha, I, 35.) Aspire luego de Pegaso al monte el dulce traductor de Anacreonte. (Lope, Laurel de Apolo, III, Sancha, I, 60.) Juan Montero Vallejo... bebió las claras aguas de Hipocrene, (Ibid., VIII, Sancha, I, 151.) De aquí que las musas sean por otro nombre llamadas Hipocrénides, como se ve en Lope:

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Mas ya Mérida antigua siempre ilustre las dulces Hipocrénides provoca. (Lope, Laurel de Apolo, II, Sancha, I, 50.) ¡Oh, dulces Hipocrénides hermosas! los espinos Pangeos aprisa desnudad, y de las rosas tejed ricas guirnaldas y trofeos. (Ibid., VIII, Sancha, 165.) Véase el cap. VIII, verso 132, donde Cervantes confunde, como allí se advierte, la fuente Hipocrene con la Castalia. II-88. A DICHA. Por ventura. Confr.: Según veréis agora por mi canto, si a dicha, voz mortal pudiere tanto. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 85.) La triste causa de esta infeliz desdicha aun no la sé, ni a eso lugar me ha dado la enmudecida pena; tú, si a dicha templar sabes dolor destemplado, llega afable... (Valbuena, El Bernardo, XX. Rivad., t. 17, p. 356-a.) II-90. AL HACER DE SUS VERSOS. Para la medida del verso Cervantes ha añadido aquí un de superfluo, apoyándose en la construcción de infinitivo (con artículo) y verdadera genitivo, como se ve en esta frase del mismo Cervantes: «En esto llegaba ya la noche, y, al cerrar de ella, llegó a la venta un coche». (Quijote, I, 42.) II-90. SUDE. Sudar está tomado en el sentido general de trabajo y esfuerzo. Confr.: No a pie enjuto, no sin trabajo se dejan ver las Musas; lugar escogieron bien alto, trabajo apetecen y sudor. (Libro de la erudición poética de don Luis Carrillo de Sotomayor. Ed. M. Cardenal, Madrid, 1946, p. 67.) II-90. HIPE. Hipar se juzgaba en esta época como efecto del excesivo esfuerzo físico. Confr.:

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El Descanso, bailando, dice:    Más, más, más. Le responde el Tiempo, que está tocando:     —¿Cómo, por bailar estás? Descanso —Sí estoy; bien será que hipe. (Farsa de la paz de Carlos V y Francisco I, Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 488.) II-92. VENA, ABUNDANTE... Vena, en su acepción de inspiración poética o afluencia de versos, muy usada por los poetas y los críticos de poesía. Confr.: ... el celebrado Arciolo, que con tan heroica vena canta del Arauco los famosos hechos y victorias. (Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, 1582, NBAE, t. VII, p. 433.) II-95. CHACHO. Chacho es una jugada en el llamado «juego del hombre» (parecido al actual tresillo), que consiste en fallar con un triunfo, por no tener carta del palo que se juega, valiéndose de un descuido del jugador, ordinariamente por estar distraído, hablando. Hacer semejante jugada se dice dar chacho, pegar chacho. Esto es lo que se deduce, contra las definiciones de todos los diccionarios, del Entremés del juego del hombre, de Quiñones de Benavente, y sobre todo, del Entremés del murmurador, del mismo poeta, donde dice: Si a uno que juega al hombre diesen chacho, porque habló, el compañero, ¿qué diría? Que era, votado a Dios, bellaquería. (Colección de Libros de Antaño, vol. I, p. 148.) Decir, pues, de alguien que es un chacho necio parece calificarle de hombre que se pierde por hablar. Creo que Chacho necio que juega debe ir, como lo hemos puesto, formando conjuntamente el predicado de este es, sin separar por coma la subordinada relativa que juega del sustantivo adjetivado chacho necio. Todo viene a significar jugador que por hablar neciamente, se deja ganar. En cambio, la oración siguiente, y es de sátira su envite, la separamos por coma de la anterior, porque expresa una idea completamente distinta de la de ser jugador, cual es la de hacer sátiras. II-98. SALAS BARBADILLO. Este elogio, rápido y como de cumplido, de Salas Barbadillo, a renglón seguido de haber echado abajo en la lista de Mercurio el nombre de un poeta satírico, da mucho que pensar. Precisa-

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mente Salas Barbadillo fue desterrado de Madrid a causa de sus versos satíricos contra unas damas y contra unos alguaciles el año 1609, por cuatro años. Indultado a los seis meses, volvió a la corte; pero a fines de 1611 cayó otra vez en pena de destierro, verosímilmente por otro asunto como el pasado y no regresó a Madrid hasta 1613. Aún en el destierro no cesó de escribir sátiras contra escribanos, alguaciles, músicos, etc. ¿No iba a caer Cervantes en la cuenta de que el nombre de Salas, elogiado, caía muy cerca del poeta satírica echado de la lista? Se dirá que no puede suponerse en Cervantes un elogio de doble intención, sabiendo sus buenas relaciones con Salas Barbadillo. Con los escritores maldicientes es obligado llevarse bien y no buscarse enemistades. Con todo, Cervantes manifestó en muchos lugares de sus obras su malquerencia a los poetas satíricos. II-100. ÉSTE QUE VIENE AQUÍ. Alusión manifiesta a un jovenzuelo atildado y presuntuoso en su modo de vestir a lo aristocrático, y además imitador de Ganimedes. ¿Cómo y en qué? Ganimedes fue un muchachito mitológico, que con sus cabellos de oro y su grácil feminidad consiguió que Júpiter le arrebatase al Olimpo, para que le sirviera de copero; predilección que sublevó los celos de Juno. ¿Había un poeta en la corte, que aspirase a semejante encumbramiento por prendas semejantes a las de Ganimedes? No creo que Cervantes hablase a tontas y a locas; pero, blancos como este escaparán siempre de nuestra vista. II-103. GANIMEDES. Hay que desechar toda idea de intención maligna en comparar con Ganimedes al joven incógnito a quien alude. El efebo raptado por Júpiter era para nuestros poetas prototipo de varón bello y elegante, y nada más. Confr.: Personas de alto merecimiento como es nuestro Lisardo; que ¿sabe quién es? Un Narciso, un Absalón, un Ganimedes, un Lipariso en hermosura, un rey en linaje. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 183.) Fragoso cerro ya con el venablo y con el perro pisa Lesbín, segundo Ganimedes, gallardo hijo suyo... (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed, New York, 1921, 1, 271). Se refiere al hijo del marqués de Ayamonte. Ganimedes en mesuras, enamorados y bellos. (Ibid., I, 172.)

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Si Marte en lo valeroso, en lo galán Ganimedes. (Lope, El valiente Juan de Heredia, II, R. Acad. N. E., II, 640.) Es don Vicente Zapata otro Ganimedes bello, que por quien es, de la Nueve bien merece ser copero. (Justa poética en defensa de la pureza de la Inmaculada Concepción, Granada, 1619.) Desde luego Cervantes alude a un joven arribista que tenía la mira puesta muy alta; nada menos que en el Júpiter de 1613. Don Narciso Alonso Cortés, en sus notas a las Eróticas, opina que la alusión iba dirigida a Villegas. II-104. VISTIÉNDOSE A LO GODO. Según exponemos en la nota del verso 196 del capítulo VIII, godo era en esta época sinónimo de noble. De esta acepción se derivó otra bastante afín, la de soberbio, presumido, galán, en sentido de ataviado con elegancia y presunción. Confr.: Usábase en aquel tiempo las mujeres reverendas envueltas en lienzo y paño, los mantos de siete suelas, pero ya son godas muchas que con vanidad ostentan monumentos a lo humano como tiendas milanesas. (Romance jocoso de Gonzalo de Ayala, en Justa poética en defensa de la pureza de la Inmaculada Concepción..., Zaragoza, 1619, p. 196.) Ándense tras de oro y seda los pobres avergonzantes, los galanes de atavío y de los Godos galanes. (Romancero general, Parte XII, Rom. 947, Madrid, 1947, II, 97-b.) Al momento me embolsaron, para más seguridad, en el calabozo fuerte donde los godos están. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 251.)

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¿Pensáis que no entiende el vulgo vuestro trato malicioso y que solas sois vosotras claro linaje de godos? (Romancero general, Parte XII, Rom. 910, Madrid, 1947, II, 73-b.) II-107. LUIS CABRERA. Contaba este palatino, Luis Cabrera de Córdoba, cincuenta y cuatro años de edad cuando Cervantes le dedica este elogio. No había publicado hasta entonces más que un libro en prosa, titulado De Historia, para entenderla y escribirla (1611), que es en lo que se fundan las palabras de Cervantes. Sin embargo, tenía dos valiosas razones para figurar en el Viaje. Dejó inédito un poema en octavas reales, titulado Laurentina, sobre la vida de san Lorenzo. Cervantes pudo conocer esta obra, pues seguramente serían versos de su juventud; ya que los últimos años de su vida —murió en 1623— se dedicó afanosamente a la Historia de Felipe II, que publicó en 1619, y a reunir los materiales históricos que hoy conocemos con el título de Relaciones. II-112. GALÁN. Este galán, don Lorenzo Ramírez de Prado, contaba unos treinta años al escribir Cervantes estos versos. Nació en Zafra el 9 de agosto de 1583. Ningún comentador del Viaje ha explicado qué quieren decir estos vaivenes de la fortuna y todo lo demás que Cervantes pone por pedestal al nombre de Ramírez de Prado. La explicación es ésta: el 9 de agosto de 1612, fue Ramírez de Prado procesado y preso, a consecuencia de un libro sobre Marcial publicado en París, el año 1607. Contra este comentario humanístico publicó en Ingolstadt un violento ataque el jesuita alemán Mateo Radero. A este ataque replicó Ramírez de Prado con un folleto no menos virulento, que hizo imprimir, sin las debidas licencias, en Madrid. Los jesuitas movilizaron sus influencias para detener el golpe. El folleto fue recogido, los impresores encarcelados, y don Lorenzo preso en su domicilio con dos guardias de vista. La sentencia recaída sobre los procesados condenaba al dueño de la imprenta, Alonso Martín, a seis años de galeras y 500 ducados de multa, y a Ramírez de Prado a ocho años de destierro de Castilla y pago de 2.000 ducados. Ambos apelaron y al asunto acabó echándosele tierra encima. A estos contratiempos que tuvieron a don Lorenzo encartado hasta 1615, se refiere Cervantes. (Véase Joaquín de Entrambasaguas, Una familia de ingenios, los Ramírez de Prado, Madrid, 1943, pp. 41-45.) II-113. VAIVENES. La significación semántica de esta voz es la siguiente: «Vaivenes... son unos maderos, que son, cuanto al gordor, de un delgado hombre, con unas cuerdas, de do se asen ocho o diez hombres, y

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dan en el muro con él un cabo del madero, el cual cabo está ferrado, y éste sirve para una delgada muralla, tanto y más que artillería». (Martín García Cereceda, Tratado de las campañas de Carlos V. Biblióf. Español., t. XII, p. 120). Es decir, vaivén fue primitivamente un ariete, y este es su sentido directo. En sentido metafórico significa toda alteración u oscilación de la fortuna. Confr.: En ti las firmes áncoras de mi esperanza están echadas y anegadas, después de muchos vaivenes de desesperación. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 213.) Los vaivenes forzosos de fortuna. (Antonio Enríquez Gómez, C anción, VI, Rivad. XLII, 382-b.) Nací en ellos en fin, siendo su cuna el primero vaivén de mi fortuna. (Antonio Enríquez Gómez, El peregrino. Rivad. XLII, 373-a.) II-115. CADUCOS BIENES, 11-115. El adjetivo caduco lo usó Góngora aplicado a ramas y flores; pero aplicado a bienes es propio de la lengua de los escritores ascéticos o de sus imitadores. Confr.: No os dejéis lisonjear de la juventud lozana, porque de caducas flores teje el tiempo sus guirnaldas. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. New York, 1921, t. I, p. 43.) No de verde laurel caduca rama. (Ibid., t. I, p. 48.) Las honras son bienes de fortuna caducos e inciertos. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 231.) Los bienes falsos y aparentes de este siglo, caducos, deleznables. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 325-b.) Alude Cervantes a los caducos bienes en que se había criado don Lorenzo Ramírez de Prado en casa de su padre don Alonso, condenado en 1608 al pago de 340.000 ducados, incautación de bienes, etc. (Véase Joaquín de Entrambasaguas, op. cit., páginas 86-88.)

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II-117. A TU MANDAR. Hoy se dice a tus órdenes, a tu disposición; no así en tiempo de Cervantes. Confr.: Tener a su mandar la luz de Apolo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 186.) Querría que lo entendieses por la vía que te hablo; daríate mi corazón y estaría a tu mandado. (Cancionero de Pedro del Pozo. Ed. Rodríguez Moñino, Madrid, 1950, p. 91.) II-118-123. PUEDEN LOS ALTOS RISCOS... Estos dos tercetos recogen la opinión general de la corte sobre la invulnerabilidad de Ramírez de Prado ante los tiros de la adversa fortuna. Lo que en verso épico dijo entonces Cervantes, repitió en prosa Joaquín de Entrambasaguas: «Don Lorenzo tenía el raro don de salir adelante y bien de todo». (Obra citada, p. 46.) II-122. LOS ALTOS CEDROS. Los cedros son para los poetas los árboles más representativos de cuantos el huracán arranca, ya sean «antiguos robles», ya «altísimos pinos», que fueron los que Garcilaso utilizó en un pasaje análogo al de Cervantes. Confr.: Varias especies de árboles, sin cuento... naranjos y extendidos terebintos, plátanos, y los cedros levantados. (Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1593, f. 216.) El cedro puesto en el monte se desgaja con el aire. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 19.) Los sublimados cedros que en la altura competen con el cielo. (Hierónimo de Saona, Hyerarchía celestial y terrena, Cuenca, 1603, p. 552.) Al pie de esta lucida montaña de altos cedros coronada. (Antonio Enríquez Gómez, Canciones. Rivad. XLII, 369-a.)

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II-122. BÓREAS. Nombre del viento huracán. Los poetas se lo figuraban con los carrillos de la cara inflados, soplando fuertemente por la boca. Confr.: ¡Qué de ellos, inflamando los carrillos, los llenarán, cual Bóreas, de aire vano, que al Pindo aun sea difícil resistillo! (Juan de la Cueva, Ejemplar poético. Ep. II. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 221.) Pues ya no como a mis horas ni duermo como solía, y traigo la cara al sesgo agua abajo y agua arriba... con un volcán en el pecho y un Bóreas en la barriga. (Romancero general. Parte VIII, Rom. 688, Madrid, 1947, I, 456-a.) ... el rostro, que a Bóreas imitaba. (Lope, Laurel de Apolo, VI, Sancha, I, p. 123.) El Bóreas es viento norte, por lo que a veces se le ha identificado con el regañón, que es poniente. Confr.: Cual suele, con temor de su ruina, temblar ciudad del ebrio terremoto, del bóreas regañón que se amotina, el hierro duro de la cárcel roto. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Barcelona, 1618, f. 160.) También se le llama regañón. Véase regañón, verso 354 de este cap. II. II-126. RAMÍREZ... DE PRADO. ¡Quince versos dedica Cervantes a don Lorenzo Ramírez de Prado, contra sólo tres con que despachó a Lope de Vega! Y, sin embargo, pocos lugares habrá en el Viaje tan propios como éste, para enaltecer la nobleza de corazón de Cervantes ante la desgracia de sus amigos, y su talento para acertar en la selección. Ramírez de Prado, como poeta es nulo; como prosista es de lo más crespo y repelente que existió en esta época; pero como abogado, fue un ruidoso bulle-bulle que figuró en la política, en la diplomacia y en todos los aspectos de la vida social. En calidad de representante del grupo intelectual extremeño, ninguno de sus coterrá-

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neos valía tanto como él ni merecía entrar con más títulos en la galería de personajes que trazaba Cervantes. II-128. MONROY. El estudio más amplio de don Antonio de Monroy y Zúñiga es hasta el presente el que le dedicó la Revista de Extremadura, de donde tomarnos la presente nota: «De don Antonio de Monroy y Zúñiga, Señor de Monroy, nacido en Plasencia en 1571, se ocupa con bastante detenimiento don Nicolás Díaz Pérez en su Diccionario de extremeños ilustres, y en él encontramos insertas varias de sus inéditas composiciones, un canto a la Magdalena en octavas reales, y algunos sonetos: a lo allí dicho añadiremos nosotros que fue autor del libro titulado Apología sobre la autoridad de los santos padres y doctores de la Iglesia. A santo Tomás de Aquino, maestro de la Teología escolástica y quinto doctor de la Iglesia. Impreso en París en 1627 por Francisco de Huby, por los cuidados del maestro de la Sorbona Simón Xavello, quien, según declara hace la publicación movido a admiración de la obra, de la que se da minuciosa cuenta en el t. 3.° del Ensayo de Gallardo.» II-133. CABALLERO DE PRESENCIA... Don Antonio de Paredes, al que se refiere (véase el verso 136 y su nota), debía tener, por lo menos, toda la prestancia de figura que da la juventud, pues murió de pocos lustros, lo cual explica que Cervantes le presente «en tierna edad». Creo que padeció error don Miguel Artigas al concederle graduación militar de capitán, y no sé dónde le elogiase Juan Rufo, como afirman las palabras de Artigas: «Don Antonio de Paredes, el capitán alabado por Rufo y elogiado por Cervantes». (Biografía de Góngora, Madrid, 1925, p. 124.) II-134. TORCATO. Entre las Rimas (Córdoba, 1622) de don Antonio de Paredes hay un romance con este título: «Alude a una historia que cuenta Torcuato Tasso en Hierusalén, aunque la altera algún tanto». Este romance, que Cervantes tuvo que conocer en manuscrito (véase la nota siguiente), le bastó para decir «Tiene de Torcato el alma». Los versos de Cervantes fueron citados y glosados por el amigo editor y prologador de las Rimas. Estos mismos versos le han valido al libro de Paredes nueva edición, bellamente realizada por Rodríguez Moñino, en conmemoración del Centenario de Cervantes. (Editorial Castalia, Valencia, 1948.) Dos veces usa Cervantes este nombre con la misma forma de Torcato (Vid. cap. V, verso 87). Era, en efecto, la forma más empleada. En un libro que lleva un soneto elogioso de Cervantes, el de don Diego Rosal y Fuenllana, en la Segunda jornada se cuenta una novela, cuyo protagonista es un caballero llamado Torcato, al que nombra así a cada paso. (De varias aplicaciones y transformaciones, Nápoles, 1613, p. 141.)

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Parece ser la forma más antigua, pues se ve en Díaz Tanco de Fregenal: «Allí el conde Juan Torcato, como hombre experimentado en las armas y valiente de manos...». (Vasco Díaz Tanco de Fregenal, Palinodia de los turcos, Orense, 1547, f. 21.) Ya a principios del siglo xvii aparece escrito Torcuato. Confr.: Los moriscos de la Alpujarra eran tenidos por descendientes de cristianos, y lo mostraban sus trajes, que eran sayos escotados, con faldamentos largos plegados, y se llamaban Hernandos, Garcías, Torcuatos... (Luis de la Cueva, Diálogos de las cosas notables de Granada, Sevilla, 1603, p. H IIII). II-136. ANTONIO DE PAREDES. Don Antonio de Paredes es otro poeta de Extremadura, que entró en el Viaje de Cervantes en representación de la región regada por el Guadiana. Verosímilmente fue natural de Trujillo, según frase de Juan Rufo en su Austriada. Los anteriores comentaristas del Poema cervantino desconocieron la verdadera patria de Paredes (hoy la conocemos gracias a don Antonio Rodríguez Moñino), que fue desconocer el verdadero motivo de haberlo citado Cervantes. Hasta 1614 no había publicado más que una Canción fúnebre (1605), y un soneto; pero debían correr manuscritas sus poesías, las que, a su muerte, sus amigos recogieron y editaron. Aunque el poeta residía ordinariamente en Córdoba, consta por declaración del prologuista de las Rimas que frecuentaba las academias de Madrid. Era persona de viso, pues aspiraba al hábito de caballero de San Juan. Cervantes debió conocerle personalmente en alguna de sus entradas en la corte. Se ignora la fecha de su muerte, que debió acaecer después de la aparición del Viaje del Parnaso (1615), y antes de 1622, cuando se imprimieron sus Rimas, como póstumas. Fue muy amigo de Góngora, como lo prueba una de sus cartas, escrita, al parecer, a 4 de septiembre de 1614. Esta es la fecha que conjetura Artigas (Biografía de Góngora, Madrid, 1925, p. 137), aun cuando la carta, publicada por Enrique Linares García (Granada, 1892), dice «1624». Serrano y Sanz fue el primero que advirtió que esta data estaba mal transcrita, porque en la carta se dan por vivas algunas personas que ya habían muerto en 1624 (Revista de Archivos, 1899, p. 406). Es el caso de don Antonio de Paredes, de quien dice Góngora: «Los amigos besan las manos de vuestra merced, principalmente don Antonio de Paredes, que le quedó grande amigo y servidor». (Obras poéticas de Luis de Góngora, New York, 1921, t. III, p. 280.) II-140. ANTONIO DE MENDOZA. D. Antonio Hurtado de Mendoza ostenta en el Viaje la representación de los ingenios montañeses. Cervantes lo alaba cuando el poeta daba sus primeros pasos del brazo de las musas. Versos laudatorios para los preliminares de libros de amigos habían salido de su pluma en 1608, 1610 y 1612. Sin duda, algo más se conocería

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del novel ingenio, siquiera fuera en manuscrito. Cervantes le da el espaldarazo en el Viaje, vislumbrando la carrera literaria de aquel mozuelo que iba a llenar con su popularidad medio siglo. Lo que no pudo antever Cervantes fue que en el avispado paje del conde de Saldaña había de darse tan sobresaliente, si hemos de estar a la pintura que años adelante trazó de él Lope de Vega, esa nota de cascaruleta o chisgarabís, que con tanta frecuencia se da en los cultivadores de las musas. II-144. LLEVA EL TROFEO. Llevar la palma, llevar la gala, es decir, obtener el primer puesto de la discreción. En tiempo de Cervantes se usaba la voz trofeo en muchos casos en que hoy se usa la palabra gloria o victoria. Confr.: Pasó las negras aguas del Leteo, pidiendo al Reino del eterno llanto su ya difusa esposa en dulce canto el siempre amante en vida y muerte Orfeo; ganó el amor, allí tan gran trofeo, que le volvió a Eurýdice Rhadamantho. (Lope, Sonetos varios. Ed. Sancha, 1, 390.) Tiemble el corsario Asmodeo de ver esta nave mía con tanta gloria y trofeo, que va en la gavia María. (Lope, El viaje del alma. Rivad. LVIII, 160.) Más laureles se finge y más trofeo que produce Pangeo. (Lope, Laurel de Apolo, 1, Sancha, I, 9.) II-145. PEDRO DE MORALES. Por el año 1603 en que Agustín de Rojas publicó su Viaje entretenido, ya Pedro de Morales era contado entre los poetas que escribían para el teatro obras menores, como «farsas, bailes, loas y letras». A la vez que autor, era actor, calificado por Lope, de «culto, afectuoso y adornado». Con estas dotes y algunos posibles se hizo empresario-director de una compañía, y, en este puesto tuvo ciertamente relaciones con Cervantes, y más de una vez debió ayudarle en los tiempos en que el autor del Viaje del Parnaso era aficionado a la carátula. (Véase mi Vida de Cervantes, subsanando el error de llamar Alonso de Morales al que se llamaba Pedro, pp. 420431). El afectivo elogio que Cervantes dedica al empresario, la franca confesión de que en él había encontrado ayuda, el segundo recuerdo que de él hace en el capítulo VIII-398, dándole un abrazo, y con el abrazo, «el pecho,

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el alma, el corazón, la mano», nos autorizan a creer que Pedro de Morales debió pilotear los primeros pasos de Cervantes en el mundo de la farándula, allá por los años 1583 y siguientes. Véase el verso 398 del citado capítulo. II-145. HECHURA. Hechura por criatura, cosa hecha y por tanto dependiente y sometida al creador. Era fórmula social de sometimiento de una persona a otra. Confr.: Bien creerá V. S. que me holgué con las buenas nuevas, tanto por ser el capitán Bernardino hechura de V. S., como por ser mi hermano. (Vida y obras de don Diego Hurtado de Mendoza, por Á. González Palencia y E. Mele. Epistolario, Madrid, 1943, t. III, p. 291.) Beso las manos a V. S., que yo soy su hechura y todos nosotros también. (Ibid., p. 297.) La palabra entró en poesía significando producto o efecto. Confr.: Si por sólo una pintura libró una ciudad el griego, de un hombre en efecto hechura, ¿qué haré, si a este lienzo llego y pintó Dios su hermosura? (Lope, El piadoso veneciano, III. Rivad. III, 560.) Véase verso 554, cap. IV. II-146. GUSTO CORTESANO. Lo que gustaba en la corte, las exigencias del público cortesano. Confr.: Porque el gusto de la corte pide nuevas a un poeta mucho más que a una estafeta, con mucho menos de porte. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 256.) II-148. ZOILO. Zoilo, el severo crítico de los versos de Homero, ha quedado como prototipo del crítico mordaz e intemperante, como Aristarco, Momo, etc. Confr.: El terrible y detestable Momo, y Zoilo injusto, émulos de visible y de invisible. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético. Ep. III. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 246.)

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tan libre de Zoilos y Aristarchos. (Lope, Laurel de Apolo, 1, Sancha, I, 14.) El maldiciente, el ignorante, el émulo, el apasionado, el Zoilo, el Aristarco, no se cuentan en el catálogo de los hombres; allá se hallarán en el libro de las sierpes, áspides, basiliscos, víboras... (Fr. Diego Niseno, Lágrimas panegíricas en la muerte de Montalbán, Madrid, 1639, f. 10 de la 1 .a Oración fúnebre.) Considérale con la intención que le escribí, que fue para advertir descuidos..., no para ser blanco de Zoilos que ponen su atención más en calumniar leves yerros que en enmendar pasadas culpas. (Castillo Solórzano, La niña de los embustes. Edición E. Cotarelo, Madrid, 1906, p. 61.) La acentuación de Zoilo más frecuente es la que le da Cervantes. Confr.: En la prolija trama de este hilo, que verísimamente yo recelo los juicios acerbos de Zoilo. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. t. IV, p. 151-a.) Verás mordiendo Marciales, una caterva de Lelios a gavillas los Teones y los Zoilos a cientos. (Justa poética en defensa de la Inmaculada Concepción..., Zaragoza, 1619, p. 202.) Y no me detendrá temor de Scila, ni fiera boca rábida y zoíla. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, p. A 2.°) Pero también se halla a veces diptongado, como palabra bisílaba. Confr.: Alentando mi ingenio, podréis sola al envidioso Zoilo dar desmayo. (Luis Vélez de Guevara, Elogio del juramento del príncipe don Felipe IV, Madrid, 1608, octava 96.) II-149. ESPINEL. Vicente Espinel, rondeño (1551), estudiante en Salamanca, soldado en Santander, criado del conde de Lemos (padre del que

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posteriormente fue ilustre mecenas de Cervantes), en Valladolid, criado del duque de Medina Sidonia en Milán, tras una carrera de trotamundos, recaló en España, se ordenó de sacerdote y logró una plaza en la Capilla del Obispo, paredaña de San Andrés, en Madrid. Desde 1581 en que publicó un volumen de Rimas, fue el imprescindible en todos los círculos literarios de la corte. Gozaba fama de crítico severo, o más bien de mordaz censor, a lo que obedece llamarle Cervantes «Zoilo, en parte». Sobresalió en la técnica de la guitarra, a la que añadió la quinta cuerda. Hasta entonces no tenía la guitarra más que cuatro cuerdas. II-150. TIENE LA PRIMA. Es decir, tiene la primera categoría o el primer puesto. Confr.: De todas es aqueste el presupuesto: pensar que cada cual tiene la prima de sangre, aviso, ser, valer y gesto. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 203.) No se le puede negar al amor que es inventivo, y que en trajes y disfraces tiene la prima. (La pícara Justina. Lib. IV, cap. II. Rivad. XXXIII, 158-b.) Mucho más usado que tener la prima en algo, es ser la prima. Confr.: Quien fue la prima de torear con vara o caña fue don Diego Ramírez, aquel caballero de Madrid tan conocido por su linaje. (Bañuelos y de la Cerda, Libro de la gineta. Biblióf. Españoles, pp. 58-59.) Aquel maestro se lleva entre todos la gala y dio en el punto del enseñar, que supo mezclar lo útil con lo dulce... ¿Quién había de saber dar ese temple sino Cristo, que es la prima de todos los maestros?. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 268-a.) Esta honra es la prima entre los buenos. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 340.) Una dama, en su opinión la más grave de esta villa, de hermosura y dicreción el norte, (el) blanco y la prima. (Romancero general, Parte II, Rom. 95, Madrid, 1947, I, 70-a.)

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Salen veinte ginetes, cuya estima, por el valor de sus hidalgos pechos, fueron de todos en vencer la prima. (La murgetana, de Gaspar García, Valencia, 1608, f. 19.) También se ven otros tipos de frase, como, por ejemplo, ver la prima: Si queréis de belleza ver la prima, no podréis acertar, sino es errando. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, página r.v.) Posiblemente, esta frase proviene del lugar que la prima tiene en la vihuela o en la guitarra. Hay textos literarios orne así inducen a creerlo. Vr. gr.: Gil es mi amo, y es la prima y el bordón de todo el nombre; y en gil se rematan mil; que hay peregil, torongil, cenogil, porque se asombre... (Tirso, Don Gil de las calzas verdes, I, Rivad., t. V, p. 406-c.) De la reina María es ya venida —la fiesta cuando fue a ver a su Prima, do levantó la prima en aquel canto. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 2.) Por otra parte, hallamos el adjetivo primo, con el mismo valor que prima, lo cual hace pensar que en las frases ser la prima o tener la prima, ha habido elipsis de un sustantivo como plaza, categoría, etc. Confr.: Tan excelente oficial y tan primo, que con una sola palabra formó el sol y hizo el alba del día. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 420-b.) II-151. TIRA LA BARRA. Sobresalir y alcanzar la mayor categoría en un arte o facultad. Confr.: Dice que amó Cristo a los suyos hasta el fin, esto es que echó el resto y tiró la barra, y hizo lo último de potencia en amar. (Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 332-a.) El solo ama in finem: apura, da fondo, llega al centro, tira la barra en amar. (Ibid., 404-b.)

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Es frase originada de un deporte muy general en el campo español, como la pelota, el salto, la carrera, etc. Confr.: El más ágil mancebo que conocemos, gran tirador de barra, luchador extremado y gran jugador de pelota, corre como un gamo, salta más que una cabra, y birla a los bolos como por encantamiento. (Cervantes, Quijote, II, 19.) Pongan los mozos los birlos, otros jueguen al ruejo; quien quisiere saltará o correrá; aquí está también una barra; en mano de cada cual está escoger lo que quisiere. (Cristóbal de Villalón, El escolástico. Biblióf. Madrileños, t. V, p. 200.) ¿Hao, quién quiere mozo, zagal bien dispuesto, que salta, que corre, que bien tira barra? (Farsa del mundo... Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 417.) Sildeo, Delio, Lidonio y Florino pidieron lugar para los saltos, y Elpino, Bruno y Silveo para la barra. (Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, NBAE, t. VII, p. 419.) En una calle había lucha, en otra esgrima, en otra danza y baile, en otra se jugaban birlos, saltar, correr, tirar barra. (El crotalón, NBAE, t. VII, p. 123.) II-152. SE DEJA ATRÁS. Frase equivalente a adelantar, superar o exceder, en sentido directo y moral. Confr.: Poco ama el que no pierde el sentido y el seso y la paciencia deja atrás. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 10.) Corrido en extremo has... dejándote el viento atrás. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 369.) Pardiós, Señor, que en correr de tal suerte se adelanta, que al viento quiere exceder, y atrás deja a Atalanta. (Lope, La fuerza lastimosa, I, Rivad. III, 259.)

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II-154. LINDO. Es adjetivo que denota afectación mujeril en ataviarse. Recuérdese el personaje afeminado de Moreto El lindo don Diego. En este sentido decía F. Ángel Manrique: Esto de andar los hombres alindados, es cosa indigna del mismo nombre de hombres. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 518.) En esto no hay que olvidar las costumbres poco higiénicas del siglo xvii, que tildaban de lindezas cosas que hoy nos parecen de rudimentaria limpieza. Vr. gr.: Un señor colegial tan lindo, que no escupía en su aposento nadie sin ser gravemente reprendido. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 263.) Hay casos en que lindo significa sencillamente guapo o de buen porte. Confr.: Y si Almoradí pretende por lo lindo granjearla, tenga mayor el secreto y menor la confianza. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 658, Madrid, 1947, I, 435-a.) II-155. JUSEPE DE VARGAS. No se conoce de este poeta un solo verso, a pesar de que escribió según el Para todos de Montalbán, «muchos versos heroicos». En cambio conocemos perfectamente que tenía un carácter irascible y alborotador, pues el testimonio de Cervantes en este pasaje lo corrobora años después Lope en el Laurel de Apolo. Nos figuramos a Jusepe de Vargas como un matón del Parnaso, al que había que citar para evitarse un disgusto. Cervantes cumplió con él; pero lo dejó fuera de combate por el golpe en la cabeza que le dio un librote de los adversarios. II-156. DESLINDO. Discriminar, analizar. Confr.: Deslíndame luego sus deudos juntos. —Son ella y el crego cormanos conjuntos. (Barbieri, Cancionero musical, Madrid, 1890, p. 198-b.) ¿Qué cosa hay tan dura que yo no ablande, ... ni que tan entrincada que no deslinde? (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 77.)

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Calla ya, vieja hechicera, no fabres más necedades, que malicias y ruindades más deslindas que cualquiera. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCI, 197.) Si es justicia o no es justicia, aun no deslindamos tanto. (Auto de las pruebas del linaje humano. Ed. L. Rouanet, Paris, 1897, p. 4.) Yo os digo a vosotros: aborreced a vuestros enemigos, haced mal a aquellos que os quieren mal, maldecid y detestad a los que os persiguen y calumnian... Deslinda cada cosa destas en particular. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 52-a.) II-159. OFRECER A LAS MUSAS FLOR Y FRUTO. Flor y fruto es un enlace psicológico que a fuerza de repeticiones ha llegado a ser cliché literario. Confr.: Y esparciste por tierra fruta y flores (Garcilaso, Soneto XXV. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 234.) Fresnos de hermosa altura, gozad vuestra frescura sin mí, y llevad ya flores y fruto. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 56.) Del ramo a la hoja van, desta a las flores, de las flores al fruto... (Ibid., p. 214.) Realmente, en mis amores codicio fruto, no flores. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Edic. Bibliófilos Andaluces, Sevilla, 1878, p. 44.) Generoso don Juan, sobre quien llueve la docta erudición su licor puro con que nos dais en flor fruto maduro. (Obras poéticas de don Luis de Góngora, Ed. New York, 1921, III, 2.)

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Por toda parte la gozosa tierra brota flores y fruto de contento. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 29.) En pechos vencedores se alimenta donde cría y sustenta fruto y flores. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 97.) Alegre y ufana quedaba yo hecha con fruta y con flores otra primavera. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 671, Madrid, 1947, I, 445-b.) II-160. BALMASEDA. El poeta toledano Andrés Carlos de Balmaseda, aparece en la órbita de Lope desde 1604 en que despunta con un soneto entre los versos preliminares de La hermosura de Angélica, hasta 1636 en que contribuyó con una elegía a la Fama póstuma de Lope, dirigida por Montalbán. Recordemos que también Cervantes estampó un soneto encomiástico en las primeras hojas del mencionado poema de Lope, lo cual hace creíble que Balmaseda y él se conociesen desde entonces. Me parece digno de hacer notar la frecuencia con que en el Viaje aparecen citados poetas del círculo lopista, lo cual dice mucho de la amplitud del criterio de Cervantes. II-163. ENCISO. Alaba Cervantes a un poeta natural de Toledo y avecindado en Madrid. La omisión del nombre de pila nos priva de saber a punto fijo de quién se trata. Sobre esta omisión, téngase en cuenta lo que dice Tirso de Molina: Nunca del nombre primero, que de pila el vulgo llama, se suele hacer mucha cuenta. (Bellaco sois, Gómez, II, NBAE, IX, 600-a.) Tan poca importancia se le daba, que se citan dos comedias del siglo xvii, publicadas en 1632 y 1670, de Enciso, dando por descontado que con tan lacónica atribución iba la posteridad a conocer a su autor o autores. ¡Tan poca cuenta se hacía de la posteridad! Casos como éste revelan las enormes pérdidas con que el caudal literario del Siglo de Oro ha llegado a nosotros. ¡Ni la menor alusión, ni el menor rastro del que fue «gloria y ornamento del Tajo y claro honor del Manzanares»!

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II-166. ESCOGIDO ENTRE MILLARES. Frase del Cantar de los cantares, vulgarizada por los escritores sagrados y por los poetas religiosos. Confr.: Mil incendios recibe del esposo escogido entre millares. (Fr. Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1594, f. 319.) Uno entre mil valientes escogido nara este grave caso, levantando la voz, dijo... (Valbuena, El Bernardo, Lib. V, Rivad., t. 17, p. 197-a.) II-167. DE GUEVARA LUIS VÉLEZ. Luis Vélez de Guevara, el que tan encomiásticamente elogia Cervantes, no era en 1614 el autor de cuatrocientas comedias que hacían su nombre conocido por toda España. No había andado aún la mitad de la carrera de sus días (1579-1644), y faltaban veintisiete años para que diera a la estampa El diablo cojuelo. En este caso, como en tantos otros, Cervantes resulta un protector de noveles. Luis Vélez, llamado en Écija donde nació y se crió, de Dueñas, por su padre; de Santander, por su madre, en Osuna y en Sevilla, donde pasó su mocedad; y, por fin, de Guevara, para todo el resto de sus días, apareció en Madrid sirviendo de gentilhombre al conde de Saldaña, y se presentó al mundo de las letras en 1608 con una relación en verso de la jura del príncipe Felipe IV. Su trabajo salía ya apadrinado con poesías laudatorias de Lope, de Quevedo y otros veteranos. En 1612 alternaba su nombre con el de autorizados vates en la antología Flores de poetas ilustres de España. De esta época son sus dos primeras comedias, tal vez las únicas que conoció Cervantes. Pero, ¿por qué le llama bravo? Nadie lo ha comentado, ni siquiera han reparado en ello. Sin embargo, la cosa es clara e indiscutible. Vélez debió tener algo y aun algos de majeza y matonería. Y lo chocante es que no han aparecido procesos por lides y pendencias como los referentes a Salas Barbadillo, pongo por caso. Bravo, desde luego, debía ser, pues se casó cuatro veces. Cervantes resulta aquí un vidente. II-167. EL BRAVO. Dos veces en este mismo capítulo da Cervantes este epíteto, el bravo, a dos poetas: la primera vez a Luis Vélez de Guevara y la segunda a don Antonio de Galarza, en el verso 383. Bravo no hay que dudar lo que significa: pendenciero, valentón, impulsivo: Que ya el tiempo se pasó de los bravos macabeos. dijo Lope (La pobreza estimada, I, Rivad. LII, 146), que también tituló una novela suya Guzmán el Bravo.

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De Vélez de Guevara tenía Cervantes fundamento para llamarle así, pues fresco estaba el lance de la Academia del conde de Saldaña —28 de abril 1612— en que Vélez y Soto de Rojas vinieron a las manos, según testimonio de Lope de Vega. (Cartas de Lope, I, 59 y 46; III, 24 y I, 34). Respecto de don Antonio de Galarza (véase la nota al verso 383, cap. II), tal vez su bravuconería le costase la vida. II-168. QUITAPESARES. Es palabra de acuñación cervantina; pero de auténtica formación española, análoga a otras voces compuestas. Vr. gr.: Esta flor que se deshoja con todos, como aquí ves, un quitapeligros es, hecho de arrope y meloja. (Lope, La oveja perdida. R. Acad., II, 618-b.) Modernamente, no sé si por influencia de este pasaje cervantino, se llama «Quitapesares» una finca de la provincia de Segovia. En el Diccionario de la R.A.E. figura esta voz, definida como «consuelo o alivio en la pena». II-169. POETA GIGANTE. Cervantes juega del vocablo, aludiendo a la vez a la estatura de Vélez y a su mérito poético. Que Vélez era de alta talla lo atestigua él mismo: Luis Vélez, señor, al fin, que no pudo merecer entre tanta cruz siquiera ser caballero montés, o, por lo luengo, pendón de Calatrava... (Rodríguez Marín, Cinco poesías autobiográficas de Luis Vélez de Guevara, anotadas, Madrid, 1908, p. 14.) Gigante, en sentido moral. Confr.: Señora, doncella en estado, en sangre ilustre, en virtud gigante. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 159.) Niño en el seso, en el poder gigante. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro X, Barcelona, 1618, f. 184.)

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En años niño, y en valor gigante. (Valbuena, El Bernardo, IV, Rivad., t. 17, p. 179-b.) II-170. VERSO NUMEROSO. Numeroso, es decir, armonioso, es adjetivo usualmente aplicado a los versos. Confr.: Soltó la rienda al verso numeroso en alabanzas de la libre vida. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 84.) II-171. SI UN GNATÓN NOS PINTA O UN DAVO. Quiere decir, lo mismo pinte un carácter que otro. Gnatón y Davo son dos esclavos que figuraron en varias comedias de Terencio. No era necesario que Cervantes hubiese leído el Eunuchus donde sale Gnatón, ni el Phormio donde sale Davo, ni el Andria donde actúan ambos, para conocer a estos personajes terencianos. Andaban ya desde hacía tiempo en las páginas de la literatura española. Encuentro a Gnatón, por primera vez, a mediados del siglo xv, en el Tratado de la perfección del triunfo militar, de Alfonso de Palencia, en esta forma: «Esta tal alabanza (la que se da a los nobles) más verdaderamente la nombramos lisonja, y así sean todos ellos Trasones, y nos pasafríos, así como era Gnatón». Estas palabras llevan en un ladillo el siguiente comentario: «Trasón es un caballero presuntuoso, de quien dice Terencio que escarnecía un esclavo que llamaban Gnatón. (Dos tratados de Alfonso de Palencia. Libros de Antaño, Madrid, 1876, t. V, p. 24 del Tratado 2.°) Vuelve Gnatón a parecer en el Diálogo entre Adulación y Verdad, de Cristóbal de Castillejo: Yo, Verdad, no te quito tu bondad, si la tienes o lo eres; gozar de mi libertad sin pasión: que más quiero ser Gnatón y andarme tras mis ganancias, que todas las elegancias y virtudes de Platón. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCI, 97.) Y en Bartolomé Leonardo de Argensola:

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Y mientras que Gnatón compra el descanso con oficioso agrado, y disimula... (Bartolomé Leonardo de Argensola, Epístola III, Rivadeneira, t. 42, p. 313-a.) Davo salé en el Ejemplar poético de Juan de la Cueva, acompañado de otro esclavo terenciano: Sin que trates de Alcestes ni de Aquiles en el sublime estilo, ni lo abatas a Sosia o Davo, en condición serviles. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético, Ep. II, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 215.) Cervantes, a lo que yo he visto, es el único que forma la pareja Gnatón y Davo. Poco tiempo después formaba otra combinación de esclavos don Manuel Esteban de Villegas, que tal vez se inspirara en el pasaje cervantino: A mí máteme aquel aparta, aparta, y no la sumisión de Davo a Cremes. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 341.) II-172. DON JUAN DE ESPAÑA. Hijo de un Francisco de España, maestro de la Cámara de Felipe II, fue don Juan de España y Moncada investido con la cruz de Santiago el año 1607. Del año siguiente datan los únicos versos que se conocen de él, insertos en la relación en verso de Vélez de Guevara sobre el Juramento del príncipe Felipe IV. Si no poeta de valía, era personaje notable en la corte. Villamediana le hizo blanco de sus sátiras. Cervantes cumplió con él los deberes de la amistad y de las conveniencias sociales con la largueza que acostumbraba. II-175. LUSO. En poesía, Luso es Lusitania. Confr.: Luso, Galia, Alemania con Bretaña lloran y Iberia el rostro en llanto baña. (Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, NBAE, t. VII, página 473.) Ni el de Luso, Fonseca generoso, de pasear la playa se desdeña. (Antonio de Escobar, Poema de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 213.)

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II-176. SILVEIRA. Miguel da Silveyra es un poeta portugués, de cultura universitaria enciclopédica, que vino al poema cervantino representando a los poetas lusitanos. Antes de 1614 se conocían tal cual soneto laudatorio suyo, publicados en las páginas preliminares de libros de amigos. Con Cervantes coincide en el elogio de Dirección de secretarios de señores, de Barrio Angulo. Quiere decir que ambos tenían amigos comunes, y lo más probable es que se conociesen y tratasen. El elogio de Cervantes es un caso más de su videncia crítica. En 1614 Silveyra no era nadie; para Cervantes fue ciertamente una segura esperanza. El Macabeo, la gran obra de Silveyra, no había de salir hasta 1638. Hasta 1621 no ocupó su puesto de médico real, y a partir de esa fecha u otra bastante próxima, empezaría sus lecciones de matemáticas a los pajes de Palacio. Cervantes, pues, trató al futuro autor de el Macabeo en sus tiempos mozos, en sus años de trabajosas pretensiones, cuando precisamente el ditirambo del autor del Quijote significaba mucho, por todos aspectos, para el estudioso cosmógrafo aspirante a médico y cultivador a ratos de las musas.(Véanse los datos en Barbosa Machado y Toribio Medina, ed. del Viaje, t. II, p. 238.) II-179. PEDRO DE HERRERA. Don Pedro de Herrera, en 1614 no había publicado ninguna de las obras que de él conocemos. Mas aún, como obras históricas, que relatan sucesos, no podía ni siquiera tenerlas empezadas. Esto descarta la idea de que Cervantes pudiera haber visto manuscritas las tales obras. Sin embargo, Toribio Medina, después de citar poesías de 1617, 1621 y una relación de 1625, exclama: «De esta manera veráse justificada la frase de Cervantes de haber sido conocido Herrera por de ingenio elevado en punto honroso». No. Cervantes conoció poesías de Pedro de Herrera que nosotros no conocemos. Todo lo que posteriormente a 1614 publicó Herrera, lo previó meramente Cervantes en este terceto. II-181. CÁRCEL DEL OLVIDO. Metáfora que significa «olvido de donde no sale nunca lo que allí entra». Confr.: Al buen doctor Venero soy venido, cuyos merecimientos Dios no quiera que caigan en la cárcel del olvido. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 193.) Son obras, son grandezas, son hazañas, indignas de la cárcel del olvido. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias, Soneto de J. Ciberio de Vera, Rivad. IV, 180-a.)

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Suspense el tracio joven el quebranto de la confusa cárcel del olvido. (Rodrigo Caro, Soneto, en el códice del Palacio Arzobispal de Sevilla, que contiene las obras de Barahona de Soto, f. 161.) II-182. SACÓ OTRA VEZ A PROSERPINA. Alude a que el poeta, de quien habla, publicó un libro en octavas reales, titulado Robo de Proserpina, traducción del poema latino de Cayo Lucio Claudiano. Fue impreso en Madrid, en 1608. Véase la nota al verso 189 de este capítulo. II-186. CULPA DE NUESTRA EDAD. Se lamenta de que pudiera darse tamaño desafuero de ver al Parnaso atacado y puesto en peligro por los poetas malos. La lamentación, culpa de nuestra de edad... está en contradicción con la euforia expresada acerca de la superioridad de la poesía española sobre la italiana (véase el cap. I, verso 319). La opinión corriente entre los poetas anteriores y coetáneos de Cervantes era contraria a su pesimismo. Confr.: Dios me guarde de ser tan arrogante que no entienda y sepa por experiencia, y eso así lo confieso agora, que hay ingenios en esta era, así extranjeros como españoles, a quien, no sólo, yo, que no soy nadie, mas muchos de los más famosos escritores pasados, podrían justamente pagar parias, como los reyes moros al Cid. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, Epístola dedicat.) En la hora de agora, cuando todo, y en especial el arte de la divina poesía, con su riqueza de lenguaje y alteza de conceptos está tan adelgazado y en su punto, que ya parece no sería perfección, sino corrupción, el pasar del término a que llega. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, Pról.) En siglo que nuestra España con tan conocida eminencia gloriosamente resplandece en todo género de letras, erudición, ingenios y poemas (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Barcelona, 1618, «Al lector»). Sin embargo, desde los tiempos de Castillejo y de Garcilaso se venían oyendo ciertas lamentaciones entre los poetas sobre la decadencia de su arte. Castillejo se refería al siglo xv, a la corte del rey don Juan II, cuando todos los próceres versificaban a porfía. Garcilaso se quejaba por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. En fin, Cervantes tenía en dónde inspirar su descontento, en pasajes como estos: Y agora muy mayor la desventura de aquesta nuestra edad, cuyo progreso muda de un mal en otro su figura. (Garcilaso, Elegía primera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 149.)

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De Francia no (sé) nada; pero todavía pienso no ser estimados en tan poco allá sus metros como en España los nuestros, de algunos años acá; porque siento atrás y hartos adelante, noticia tenemos todos de haberse hecho caso de las trovas castellanas y no menospreciarse por ello la autoridad de sus dueños, de lo cual dan testimonio las obras de Juan de Mena y las del Marqués de Santillana y de otros que sabemos haber sido hombres de gran cuenta y calidad. Mas agora ya, según entiendo, no solamente es trabajo perdido hacer coplas, pero en la opinión de muchos aun en la mía, oficio de liviandad; y la causa de esta quiebra y menoscabo, a vueltas de otras que los tiempos acarrean, debe ser haber habido muchos que trovan mal, y muy pocos que sepan hacerlo bien. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCI, 207.) II-189. DON FRANCISCO DE FARIAS. Poeta granadino; estudió en las Universidades de Osuna y Granada, en la última de las cuales se doctoró el año 1597. Fue canónigo de Almería y después de Málaga. Sus primeros versos conocidos son de 1606 y no cesan de aparecer en los preliminares de libros de amigos hasta 1617. Llamarle Cervantes docto y grave alude a su título de doctor y a su jerarquía de canónigo. A juzgar por las firmas de las poesías laudatorias de su Robo de Proserpina, tenía buenas relaciones en Madrid: Tribaldos de Toledo, don Antonio de Monroy, Bermúdez de Carvajal (estos dos elogiados por Cervantes en el Viaje) dan fe de que el canónigo Farías no andaba solo. Véase la nota de este mismo capítulo al verso 182. II-193. PEDRO RODRÍGUEZ. Entre los varios poetas llamados Pedro Rodríguez, que los comentaristas han traído a cuento, hay que atenerse a que era de Granada —los demás sobran, y se llamaba Ardila de segundo apellido. Como Cervantes, en medio del tráfago de sus empleos burocráticos, consta que nunca perdió el contacto con las letras y sus cultivadores, es verosímil que al llegar a Granada el año 1594, se pasase por la librería de Pedro Rodríguez Ardila, de la que tenía noticia por las Obras de Gregorio Silvestre, renombrado poeta y músico de la época, que desde 1582 allí se vendían impresas. En las mismas Obras de Gregorio Silvestre se había hecho Rodríguez Ardila su reclamo como poeta él también, razón de más para que Cervantes no perdiese la ocasión de conocerlo y tratarlo. Todo esto hace verosímil que de este tiempo datase la amistad entre ambos, y explica la frase: «Este de quien yo fui siempre devoto», que indica antigüedad y lejanía del nacimiento de su amistad. Las poesías que se conocen del «oráculo y Apolo de Granada» van de 1582 a 1612. Toribio Medina ha reseñado los lugares donde aparecieron impresas. Bastantes de ellas no salieron de los cartapacios a las prensas, a

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pesar de ser él editor y librero, lo cual le acredita de hombre modesto y cuerdo. Recientemente, en 1933, exhumó Rodríguez Marín el poemita Baco y sus bodas, obra jocoseria, de inspiración no poco emparentada con la del Viaje de Cervantes. II-193. TEJADA. Se refiere al poeta antequerano Agustín de Tejada Páez, racionero de la catedral de Granada. Probablemente se conocieron Tejada y Cervantes en Valladolid, por los años en que Espinosa componía allí sus Flores de poetas ilustres, entre las que insertó dos poesías del vate de Antequera. Composiciones de Tejada las hay numerosas en las páginas preliminares de poetas contemporáneos. No se sabe que cultivara otro género. II-199. ES MEDINILLA. El poeta sevillano, Pedro de Medina Medinilla, de quien tan pocos rasgos biográficos poseemos, tiene en este terceto cervantino estereotipados sus tres caracteres distintivos; hacía versos a granel, gozaba de generales simpatías, y vivía de los muchos amigos que su bondad le granjeaba. La cronología de sus versos arranca del siglo xvi. Ya en 1559 obtuvo en su patria el premio por un auto sacramental para la festividad del Corpus. Sería por lo menos de edad de veinte años. En 1595 compuso una égloga a la muerte de la primera mujer de Lope de Vega. Tendría unos cincuenta y tantos años. Pudo muy bien conocerle y tratarle Cervantes en Sevilla, donde pasó de 1587 a 1600. Cuando Cervantes escribía este elogio, Medina Medinilla había marchado a América hacía doce o catorce años; pero debía constarle a Cervantes que el poeta existía. No así Lope de Vega, cuando en El laurel de Apolo (1630), exclamó: ¡Ay Dios, si noche eterna te detiene! II-202. VERDES AÑOS. Es frase comunísima, y hoy significa años mozos o juveniles. En el siglo xv parece que se consideraba verde la edad hasta los cuarenta: La edad, fasta cuarenta años, es verde e variosa (Fernán Pérez de Guzmán, NBAE, t. 19, p. 606.) En la época de Cervantes, a tenor de los textos, no se extendía el verdor de los años hasta más allá de los treinta. Confr.: «A su sobrina, que se metió monja»: Plantas hoy tus verdes años en esta religión nuestra. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, III, 53).

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Un hermano de mi madre que por peligrosas sirtes navegó a la Nueva España en verdes años pueriles. (Castillo Solórzano, El marqués del Cigarral. Jorn. 2.a, Rivad., t. 45, p. 318.) Murió, quedé en verdes años, y obligaciones precisas me hicieron diestro en el arte de esta montaraz milicia. (Tirso, Quien habló, pagó, NBAE, t. I, p. 190-b.) II-203. SACRO LAURO. Lauro es forma poética de laurel. Confr.: Una tarde en el jardín florido, ejemplar de mayo, dando a Dafne envidia inútil, puede hablarla al pie de un lauro. (Lope, La ventura en la desgracia, I, R. Acad. N. E., X, 230.) Teseo llamarte puedo: Fedra te conceda el lauro. (Lope, El hombre de bien, III, Rivad. LII, 205.) Le llama sacro por estar consagrado a Febo. De otro modo que Cervantes lo había dicho el bachiller Francisco de la Torre: El laurel, amado de Febo. (Vid. Poesías de Francisco de la Torre, p. 112.) II-203-204. DON FERNANDO BERMÚDEZ. Se firmaba Bermúdez Carvajal, y probablemente era natural de Plasencia, de donde procedían todos los Carvajales de aquel tiempo. (Vid. Historia y anales de la ciudad y obispado de Plasencia, por Fr. Alonso Fernández, Madrid, 1627, pp. 37-40). Sus primeros versos conocidos datan de 1610. Fue gentilhombre del duque de Sesa y de ahí ascendió a ser camarero. Estuvo muy relacionado con el mundillo literario de la época de Cervantes y mucho más con el de la época subsiguiente. Tuvo la suerte de que su nombre saliese en las primeras páginas de las Novelas ejemplares, como autor de dos décimas encomiásticas. Es claro que sería gran amigo de Cervantes.

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II-207. [BALBUENA]. D. Bernardo de Balbuena nació en Valdepeñas en 1568. Pasó su primera mocedad en Méjico, de donde regresó para graduarse doctor en una Universidad que Cervantes mencionó con sorna en el Quijote: la Universidad de Sigüenza. En 1604 ya estaba nuevamente en Méjico, en cuyas prensas imprimió su Grandeza mejicana. Cuatro años después (1608) salió a luz en Madrid el poema Siglo de Oro en las selvas de Erifile, al que alude Cervantes. Probablemente no hubo trato entre ambos poetas, ni el autor del Viaje pudo asistir a la consagración de Balbuena con la publicación de El Bernardo (1624). II-208. ESTE... Los nombres de poetas hasta aquí nombrados o meramente aludidos, treinta y tres en total, llenaban la primera columna de la lista de Mercurio. Al empezar la segunda columna, Cervantes señala un nombre, este, acompañado de otros dos, que en total formaban terna; pero luego se le olvidó el señalado con el demostrativo este, y no habló más que de los otros dos que le acompañaban, que están en el verso 211. II-211. MIGUEL CEJUDO. En 1598 hace su primera aparición entre los poetas que laudan La Dragoneta de Lope, un caballero de Calatrava nacido en Valdepeñas y apellidado frey Miguel Cejudo. Su título de frey nos indica que vestía hábitos clericales. Desde la apuntada fecha hasta la del Viaje cervantino, Cejudo aparece inevitablemente con sus quintillas en los preliminares de todas las obras que van saliendo del Fénix, y también en otras de diversos autores. Los versos latinos que publicó al frente de La dragontea, y su amistad con Jiménez Patón, probada en otros versos que dedicó a un libro suyo, revelan que Cejudo cultivaba las humanidades. II-214. PIES DE SUS VERSOS. En la métrica española se llama pie a cada uno de los versos. Confr.: Una octava con hijuela que glosa el pie siguiente: Hurté al ladrón, gané ciento de perdón. (La pícara Justina, Parte II del Libro II, cap. IV, Rivadeneira XXXIII, 105-a.) Fabio te llama, en efeto, y te quería enviar para más abreviar catorce pies de un soneto. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 389.)

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Redondillas que al oído sonastes bien cuando os hice, y en cuatro pies, como postas, por todas partes corristes. (Romancero general, Parte IX, Rom. 704, Madrid, 1947, I, 470-a.) II-220. FRANCISCO DE SILVA. Don Francisco de Silva y Mendoza, hermano del duque de Pastrana, fundador en 1612 de la academia llamada primeramente El parnaso y después Academia selvaje, por alusión al apellido del fundador. Se reunía la academia en su casa, calle de Atocha, dos casas más abajo de la bocacalle de la Magdalena, y vino a suceder a la academia del conde de Saldaña, clausurada ocho días antes. No se sabe que Cervantes asistiese a este cenáculo literario, como consta que asistió alguna vez a la de Saldaña. Toribio Medina confunde las dos academias en el comentario a este lugar del Viaje. De todos modos, don Francisco de Silva era aficionado a los versos y a sus cultivadores, y Cervantes le debía seguramente algunas atenciones. Ambos concurrían a los cultos de la Congregación de esclavos del Santísimo Sacramento, en el convento de los Trinitarios Descalzos. Allí posiblemente asistió Cervantes a las honras fúnebres del de Silva, celebradas el 16 de junio de 1615, casi un año antes de fallecer él también. II-223. DON GABRIEL GÓMEZ. El año 1611 había salido un soneto de don Gabriel Gómez en los preliminares de la primera y única edición antigua de La cristiada, de Fr. Diego de Hojeda. Otras pruebas poéticas conocería además Cervantes, que ignoramos nosotros. Desde luego, dado que don Gabriel Gómez vivía y componía versos aún en 1636, por los años en que escribía Cervantes debía ser bastante joven. Lope nos dio el nombre completo del poeta, llamándole Gómez de Sanabria. Fue oidor de la Audiencia de la Plata (Charcas) y después del Perú, y por una frase de Lope, parece que tradujo a Marcial. En el Archivo General de Indias (Sevilla) consta esta nota biográfica referente al poeta: «Título de Oidor de Lima con 3.000 pesos de salarios al año, para el licenciado don Gabriel Gómez de Sanabria, oidor que era de la Audiencia de la Plata, de la Provincia de Charcas, Madrid, 7 marzo 1628». (Legajo, Lima, 790) II-225. CANALLA ... NECIA Y DURA. Duro parece este lenguaje; sin embargo, lo vemos empleado en poetas contemporáneos contra lo que hoy llamamos —con escasa sinceridad— «el respetable público». Confr.:

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Siguió tras él la bárbara canalla, confusa, temeraria, mala, esquiva, digo del vulgo, que, aunque mira y calla, a la malicia su sentido aviva. (La murguetana, de Gaspar García, Valencia, 1608, f. 9.) Y a la canalla rigurosa y fiera Martín del Río publicaba espanto. (Antonio de Escobar, Poema de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 213.) Andaban mil canallas de mancebos, todos acá y allá danzando en rueda. (Ibid., f. 254.) II-238. CUATRO. Los cuatro son: el conde Salinas, el príncipe de Esquilache, el conde de Saldaña y el conde de Villamediana. El preámbulo común a los cuatro, aunque por referirse a señores de la primera nobleza, pudiera prevenir al lector en contra de la sinceridad de Cervantes, no tiene pizca de exageración, si se atiende a los méritos poéticos de cada uno de ellos. Si algo hay que notar es la habilidad de Cervantes en haber reunido en un común elogio a los cuatro próceres, posición que le permitía alabarlos con menos empacho que tomándolos particularmente uno a uno. II-249. CELSITUD. Celsitud y Alteza fueron tratamientos que se daba a los reyes de España, hasta que con Felipe el Hermoso vinieron a la corte las etiquetas de la Casa de Borgoña y se empezó a usar el título de Majestad. Entonces el tratamiento de Alteza quedó adjudicado a los príncipes e infantes reales, y celsitud con su significado antiguo de grandeza, amplitud, preponderancia, empezó a quedar anticuado. Confr.: Bien sabe vuestra alteza que a la Majestad real... le pertenece tener muy piadosa e solícita providencia en acrecentar el culto divino y el favor y celsitud de la fe cristiana. (Fr. Ambrosio de Montesinos, Epístolas y evangelios que por todo el año se leen en la Iglesia. Anvers, 1512. Epístola proemial.) Parece raro que Cervantes se hubiera acordado de una palabra tan anticuada como tratamiento real, para oponerla a Alteza en igual acepción. Más verosímil será creer que no se trata de tratamientos, sino de una antítesis gradual, como alto y excelso. Probablemente celsitud fue eliminado por el sinónimo altitud, de uso coetáneo. Confr.:

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Vi de otra parte, que a oro se vende Juana de Cueto, la cual se levanta con altitud y soberbia tanta, que la gran Asia sojuzgar entiende. (Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, Valencia, 1519, E VIII.) II-249. ALTEZA. Alteza equivale a altura. Pudiera habérsele pegado a Cervantes esta forma de los libros de caballerías. Confr.: Aquí Palmerín os es descubierto, los hechos mostrando de su fortaleza; leedle, pues es historia de alteza. (Palmerín de Inglaterra, NBAE, XI, 4.) Caminos son derechos los sudores para poder llegar a gran alteza. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 196-b.) II-250. CONDE DE SALINAS. Don Diego de Silva y Mendoza, hijo segundo del príncipe de Éboli, casó sucesivamente con dos hijas del conde de Salinas, herederas de su título, por lo que don Diego fue conde consorte de Salinas. Aficionadísimo a los versos, recibió el espaldarazo oficial en las Flores de poetas ilustres (1605), cuando ya tenía cuarenta años. Góngora le alabó reiteradamente en varias poesías. II-253. EL DE ESQUILACHE PRÍNCIPE. El príncipe de Esquilache, don Francisco de Borja y Aragón, comenzaba por estas fechas a ensayar el manejo de la lira. Había nacido el año 1582, y la primera edición de sus poesías es de 1639, ¡Qué lejos estaba Cervantes de conocer la fama de gran poeta que merecidamente siguió al magnate aragonés después de la aparición de su libro! Es un caso más de la certera mirada de Cervantes para aquilatar valores y predecir el porvenir literario. Murió el de Esquilache en 1658, lleno de laureles y colmado de honores. No sabemos si algo pesaba en su ánimo tanto como este elogio del autor del Quijote. II-255. A TI MISMO Y SOBRAS. Sobrar en la acepción de exceder o superar, hoy anticuada, estuvo en vigor entre los poetas desde principios del siglo xvi hasta Cervantes. Confr.:

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Y tú, padre, que solías sobrar a todos con fuerza esfuérzate agora, esfuerza. (Tragicomedia llamada Josefina, de Micael de Carvajal. Bibliófilos Españoles, VI, 60.) De lágrimas preñadas relumbraban los ojos que sobraban al son claro. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 114.) No así vagante llama... sobra y vence al sol. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, 253.) Tal copiosa corriente Del monte desatada sobre el margen hinchada. (Antonio Ortiz Melgarejo, Poesía. Biblióf. Andaluces. Adiciones a las Poesías de Rioja, Sevilla, 1872, p. 38.) Y dice que no es dino que el ser humano sobre a lo divino. (Romancero general, Parte X, Rom. 848, Madrid, 1947, II, 29-b.) Este es el cuerpo, señora, de aquel que no tenía par, el que moros y cristianos nunca pudieron sobrar. (Ibid., Parte. X, 231-a.) Que tú que en majestad al mundo sobras, con tus grandezas honrarás mis obras. (Balbuena, El Bernardo, Lib. I, Rivad., t. 17, p. 143-a.) II-259. CONDE DE SALDAÑA. Don Diego Gómez de Sandoval y Rojas, hijo segundo del prepotente duque de Lerma, llevaba título de conde de Saldaña por su mujer, primogénita del duque del Infantado. Más que poeta es para nosotros mecenas y protector de los ingenios de la época. Cervantes habla de sus méritos, mitad en presente y mitad en futuro. Los primeros son los que han cuajado. Lope le dedicó en 1609 su Jerusalén conquis-

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tada y Cervantes la oda Florida y tierna rama, en la que declara que vivía a su sombra. El conde tenía en su casa una academia, que dejó de reunirse el 28 de abril de 1612. Cervantes concurría a ella, y en tal ocasión, al lado de Lope de Vega, al que hubo de prestar sus gafas para leer. Esta academia no es la Selvaje, confusión que padeció Toribio Medina. (Ed. del Viaje, t. II, p. 223). Véase Miguel Herrero, Vida de Cervantes, p. 602. El elogio que le dedicó Villegas prueba la estimación de su mecenazgo: ¡Oídme, oídme, España, que al viento doy el nombre de Saldaña! Conde que, a no ser tuyo, no merecía el orbe hallarle cuyo. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 44.) II-265. EL DE VILLAMEDIANA. El conde de Villamediana, don Juan de Tasis y Peralta, nació en 1582 y se crió en la corte de Felipe III. Cuando Cervantes escribía estos versos, hacia 1614, pasaba en Madrid por legítimo exponente de la fastuosidad palatina, cobertura de la mayor relajación moral. Al socaire de su encumbrada posición, azotó con las más soeces sátiras anónimas a todos los políticos y funcionarios cortesanos. Estas coplillas venenosas y ramplonas no empecen su legítimo valor de poeta lírico de la escuela gongorina. Toribio Medina se extraña de que Cervantes alabe a Villamediana tan extremadamente y sugiere la sospecha de que aspirara a recibir de él alguna merced. Yo opino que los elogios de Cervantes obedecen a dos causas. Primera, la justicia; omitir a Villamediana, cuyos versos, sobre buenos, públicos en todo Madrid, hubiera sido inexplicable. Segunda, el miedo. Los satíricos y maldicientes inspiran siempre miedo. Además yo creo que Cervantes en el Quijote había aludido muy malignamente al conde, llamándole «Pierres Papin, señor de las baronías de Utrique», y le había de aludir más agriamente, casi profetizándole su trágica muerte en el Persiles. (Vid. Miguel Herrero, Vida de Cervantes.) Como la dentellada del Quijote no pasaría inadvertida para muchos, Cervantes hubo de extremar ahora su deferencia para con el temible conde. (Véase el cap. VIII, versos 310-327.) II-273. MANCEBOS, SOBRE NECIOS. El adjetivo necios aplicado a los poetas, está ya empleado en el Romancero. Confr.: Nueve soberanas Musas, de cien mil necios mesadas. (Romancero general, Parte V, Rom. 330, Madrid, 1947, I, 220-b.)

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II-273. SOBRE NECIOS, DUROS. Sobre, es decir, además de, o vulgarmente hablando encima de o después de. Suele hallarse en poetas contemporáneos de Cervantes. Confr.: Pues en tus nobles orillas milagros de beldad nacen... tan gallardas sobre bellas, que no han visto las edades... (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, p. 93) V. m. sobre docto es discreto. (Carta de Rioja a don Juan Lucas Cortés, Poesía de Rioja. Biblióf. Español., II, 80.) Y, dime, ¿la Infanta es bella? ¿Es discreta sobre hermosa? (Guillén de Castro, El caballero lobo, I, R. Acad., I, 47-b.) La industria fue sobre valiente extraña. (Guillén de Castro, Dido y Eneas. R. Acad., I, 166-b.) II-277-278. EL DE ALCAÑICES MARQUÉS. Don Álvaro Antonio Enríquez de Almansa, personaje de lo más linajudo y más encumbrado en la corte de Felipe III y de Felipe IV, obsequió a Cervantes con un soneto para las Novelas ejemplares, que se lee al frente de sus áureas páginas. ¿Qué género de relaciones le unían con el autor del Viaje? No podemos precisarlas; pero este es un caso más que viene a confirmar la teoría de que Cervantes tuvo en Sevilla amistades entre gente de calidad, como en Madrid. El duque de Alcañices debió estimar a Cervantes y mantener con él por lo menos relaciones literarias. II-279. FENICES. Plural usado por los poetas, por influjo del italiano fenici. Se leen varias veces en Lope de Vega, y alguna que otra vez en los poetas de su escuela. Confr.: Ya por causas tan divinas... Por quien cenizas troyanas fueran fenices latinas. (Guillén de Castro, Dido y Eneas, II, R. Acad., I, 182-b.)

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No queremos descartar absolutamente la posible influencia del plural fenices, usado en español en sentido gentilicio de naturales de Fenicia. Por ej.: «Los tirios, que son fenices...», «Hércules en su ejército traía muchas naciones, entre las cuales gran parte eran de fenices». (Luis de la Cueva, Diálogos de las cosas notables de Granada, Sevilla, 1603, p. E, II.°) Dejando asentado todo lo dicho, nuestro personal criterio es que Cervantes empleó humorísticamente el plural fenices, de modo análogo a otros plurales por el estilo que inventaron algunos poetas. Vr. gr.: Tantas lágrimas recibes de mis ojos, que en el mar entran dos Guadalquivires. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, t. I, p. 61.) II-282. CERCO DE LA LUNA. No es, como han creído algunos comentadores, la aureola luminosa que a veces presenta la luna, a causa del estado atmosférico, sino el orbe o esfera de la luna según la antigua concepción del sistema planetario, vigente en tiempo de Cervantes. Suponiendo a la tierra en el centro del universo, la primera esfera correspondía a la luna, y se la llamaba comúnmente orbe, esfera o cerco de la luna. Confr.: ¡Ah, variable fortuna! ¡Qué poco estuviste queda! Subísteme en tu vil rueda hasta el cerco de la luna. (Tirso, La república al revés, NBAE, t. 9, p. 113-a.) Debajo el cerco de la blanca luna. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, p. 228.) Así al luciente cerco de la luna rayando en muda noche el oriente furioso can latiendo va erizando. (Adiciones a las Poesías de Rioja. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1872, p. 15.) Se dice por encarecimiento de alabanza levantar a uno «al cerco de la luna». Confr.: ¡Oh mentes de la humilde gente, vanas! No cuidéis... levantaros al cerco de la luna. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, 216.)

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Los poderosos bienes de fortuna sobre los altos bienes naturales, levantan sobre el cerco de la luna los pensamientos y ánimos mortales. (Virués, El Montserrate, VI, Rivad., t. 17, p. 5221.) Cervantes coincide con Rioja en la forma singular de cerco; pero es también corriente en los poetas contemporáneos el uso de cercos. Confr.: Bajé desde los cercos de la luna a las profundas aguas de Leteo. (Lope, La ventura sin buscalla, II, R. Acad. N. E., X, 274.) Pierde, amigo, la congoja... de tu reciente fortuna, viendo en tu mayor trabajo que no hay firme bien, debajo de los cercos de la luna. (Calderón, El mágico prodigioso, II, Rivad. IX, 178-c.) II-283. ACUDE AL GRAVE OFICIO. Oficio en la lengua de esta época, más que ejercicio de artesanía, era ocupación, cargo, puesto en cualquier esfera social. Hasta apunta un prurito en la clase trabajadora de rechazar el nombre de oficios a sus profesiones mecánicas. Confr.: Los oficios llaman artes; todos los nombres se truecan. (Lope, Las paces de los reyes, II, Rivad. III, 576.) Vi reyes, supremo oficio de la justicia y gobierno. (Lope, El animal de Hungría, III, R. Acad. N. E., III, 455.) Los vecinos del Municipio no partían sus campos con los romanos, ni pagaban cosa alguna, y podían tener oficios y magistrados en Roma. (Luis de la Cueva, Diálogos de las cosas notables de Granada, Sevilla, 1603, p. C. II.) Unos prelados que se andan brindando con los oficios; yo mandaré este trienio y vos el que viene. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 236.)

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Entre carga y cargo no hay de diferencia más que de una letra; por manera que podemos bien decir que a los vivos dándoseles oficios se les ponen cargas. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 242.) Cese el ansia y la sed de los oficios. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, 171.) II-287. ÚNICO Y RARO. La expresión único y raro la emplea tambión Cervantes en los Preliminares del Quijote, en el soneto del Caballero del Febo: Amela por milagro único y raro. Seguramente influía en Cervantes el recuerdo del empleo de esta expresión en italiano. R. Marín cita a este propósito un soneto de Tasso a Margarita de Valois e impreso en el Libro IV de sus Rime: «O miracolo del mondo unico e raro». La comparación y advertencia de R. Marín son muy oportunas, si bien parece excesivo considerar esta expresión como un italianismo, observando lo connatural que es al genio de nuestra lengua. Confr.: Gallarda ninfa, que es como el sol claro... angélico semblante único y raro. (Romancero, de Pedro de Padilla. Biblióf. Español., t. 19, página 394.) Si no por vuestra historia única y rara, por el claro mecenas que os ampara. (Villaviciosa, La mosquea, I, Rivad., t. 17, p. 573-b.) Vid. cap. V, verso 319, la frase único y solo. II-288. DON FRANCISCO DE LA CUEVA. Don Francisco de la Cueva y Silva, nacido en Medina del Campo, vivió casi toda su vida en Sevilla, ejerciendo la abogacía. Se dan por fechas de su nacimiento y muerte las de 1550-1628. Cervantes descubrió al poeta en el Canto de Calíope (La Galatea, 1585), que por entonces se había asomado meramente al mundo poético en las páginas preliminares de algún que otro libro. Eran los años en que Cervantes cultivaba el teatro, y naturalmente hubo de interesarle el autor de El bello Adonis y de alguna tragedia más, que el público aplaudía. Cuando Rojas Villandrando publicó su Viaje entretenido (1603), don Francisco de la Cueva aparece al lado mismo de Cervantes, entre los fundadores

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del teatro español. Pasada la mocedad dejó don Francisco los versos y se entregó de lleno al ejercicio de la abogacía; pero manteniendo relaciones literarias con los más significados poetas coetáneos, especialmente con Lope de Vega. Es casi indudable que Cervantes, habiendo elogiado a don Francisco de la Cueva en La Galatea, lo trataría después en Sevilla, en aquellos quince años que pasó en Andalucía. Por las fechas en que se escribía el Viaje, el jurisconsulto sevillano gozaba de reputación general en España. Su presencia está plenamente justificada en la galería cervantina. II-290. DON RODRIGO DE HERRERA. Este nombre ha suscitado un pequeño enjambre de «Rodrigos de Herrera», en las eruditas plumas de los comentaristas. El lugar en que Cervantes coloca su elogio, persuade que se trata de un poeta madrileño. ¿A qué iba a venir aquí el nombre de un lusitano, de un granadino, de un castellano de Medina del Campo, etc.? Debemos, pues, creer, con poco miedo a equivocarnos, que Cervantes se refiere a don Rodrigo de Herrera y Ribera, celebre autor de comedias, entremeses y poesías sueltas, que aparecieron impresas de 1622 a 1657, año en que falleció en Madrid. Estamos ante otro caso de videncia crítica de Cervantes. Don Rodrigo de Herrera podría contar unos veinte años, cuando Cervantes le compara nada menos que con Homero. Seguramente estarían en borradores aquellas aplaudidas comedias que no se empezaron a publicar hasta 1652. Verdad es que el elogio de Herrera consta en el Laurel de Lope, y en el Para todos de Montalbán, muy anteriores en fecha a la época de popularidad del vate madrileño; pero a todos se anticipó Cervantes, columbrando la celebridad futura de un jovenzuelo «inédito», que probablemente sería paje o gentilhombre de la duquesa de Nájera, a la cual sirvió después de caballerizo, según hace constar en su testamento. II-292-293. DE VERA DON JUAN. Don Juan Antonio de Vera Zúñiga y Figueroa, nació en Mérida en 1584. Toda su obra literaria, voluminosa y lúcida, se desarrolla desde 1620 en adelante. Pero forzoso será reconocer que a los 29 años de edad, que es cuando Cervantes escribía su poema, Vera haría versos, con aquella fácil y abundante vena con que los derrocha veinte años después en El Fernando o Sevilla restaurada. También por el mismo tiempo debía ser bizarro militar, sin pensar que le estaba reservado escribir El embajador, uno de los primeros ensayos de diplomacia española. Cervantes, como siempre, intuyó la suerte que las letras deparaban al futuro conde de la Roca. Y esto que no pudo intuir la afición del de Vera a la literatura pseudo genealógica. Don Eugenio de Ochoa afirma que «el arzobispo del Cuzco don Fernando de Vera y el conde de la Roca, sobrino suyo, se dieron a fabricar

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libros con pseudónimos engrandeciendo su linaje, y emparentando a los Veras con toda la nobleza de Europa» (Vid. Rivad. LXII, 73-a.) II-293. POR SU ESPADA Y POR SU PLUMA. Esta frase (como la del cap. IV, versos 359-360) responde al hecho comunísimo, en aquella época, de soldados-poetas, hecho a que se hacía constantemente referencia en la literatura. Confr.: Hurté del tiempo aquesta breve suma, tomando ora la espada, ora la pluma. (Garcilaso, Égloga tercera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 125.) Ora en la dulce ciencia embebecido ora en el uso de la ardiente espada. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 19.) Armado siempre y siempre en ordenanza, la pluma ora en la mano, ora la lanza. (Don Alonso de Ercilla, La Araucana, Canto XX, Ed. 1733, página 102-a.) ¡Oh, siempre gloriosa patria mía, tanto por plumas cuanto por espadas! (Obras poéticas de don Luis de Góngora, New York, 1921, t. I, p. 69.) Y don Alonso, haciendo por la espada aun más de lo que dijo con la pluma. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 87.) Obró con Marte lo que va cantando, fueron igual en él pluma y espada. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad, IV, 180-b.) Y en efecto, es la cifra y es la suma de los que en competencia siempre pueden ora tomar la espada ora la pluma. (Pedro de Padilla, Romancero. Biblióf. Español., t. 19, p. 347.)

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A quien Marte y Apolo, en gloria suma, daban ora la espada, ora la pluma. (Virués, El Monserrate, VIII, Rivad., t. 17, p. 527-a.) II-294. QUINTA Y CUARTA ESFERA. La cuarta esfera es la del sol, y la quinta es la de Marte. Suponiendo a la tierra en el centro del universo, el orden de las esferas, orbes o cercos era: la luna, Mercurio, Venus, el sol, Marte, Júpiter, Neptuno y el cielo estrellado u orbe sideral. Confr.: El rubio Sol, temiendo la carrera, escasa daba su hermosa lumbre y discurría por la cuarta esfera. (Hojeda, La cristiada, Lib. V, Rivad., t. 17, p. 436-11.) Aquel valeroso moro, rayo de la quinta esfera. (Romancero general, Parte IX, Rom. 700, Madrid, 1947, I, 466-b.) Y nunca Febo por su cuarta esfera ha visto el reino de su luz extraño. (Villaviciosa, La mosquea, VIII, Rivad., t. 17, p. 600-a.) Dijo Marte, en su vista divertido: Hoy me ha bajado Amor del quinto cielo. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XIV, Rivad, IV, 292-b.) II-295. ESTE QUE EL CUERPO... Este que aporrea cuerpos y almas a diestro y siniestro, con poco espíritu cristiano, es sin duda don Francisco de Quevedo, al que en el verso 304 nombra con todas sus letras. ¿Qué escritos de Quevedo conocería Cervantes en 1613? Sin duda, muchos versos de los que después constituyeron las Musas del Parnaso. II-295. BRUMA. Arcaísmo, por abrumar o machacar. Confr.: Dejen al pobre señor, que le cansan y le bruman y le desuellan por horas con mil diferentes plumas. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1034, Madrid, 1947, II, 146-b.)

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II-298. CAYÓSEME LA LISTA. La habilidad de Cervantes en este punto le dispensa de decir quién es el poeta no cristiano; aunque sin decirlo, lo da a entender en el verso 304. La caída de la lista es un truco que acredita el metier dramático de Cervantes. II-303. VÁLIDOS. La forma esdrújula que Cervantes usa dos veces en el Viaje (Vid. cap. III, verso 228), alternaba con la forma llana valido, en su época. Confr.: Después que ha envidia que el vencido sea muerto por tan valido pensamiento... (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 247.) Ni serán toda la vida... la esperanza más valida. (Ibid., XI, 348.) Y en tiempo breve fueron congregados prestos con armas para la conquista setenta y cinco válidos soldados. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia, Col. Escritores Castellanos, II, 266.) II-303. SUPUESTOS. Supuesto es voz anticuada. Tiene dos acepciones: una, que tal vez es la secundaria, la que aparece en este verso; otra, la que aparece en el verso 51 del cap. VII, y allí veremos. Aquí significa persona de calidad, hombre de respeto y autoridad, y en esta acepción fue usadísima en época de Cervantes, lo mismo en verso que en prosa. Confr.: Para Andrés Gómez de Mora, el más gallardo supuesto de la academia de España, de las letras arquitecto. (Lope, Justa poética. Rivad. XXXVIII, 245-a.) ¿Qué es aquesto, cielos? ¡Que hasta un villano me haga punta!    —Salió en vano. Aunque es tan gran supuesto, no ha de ir fray Félix a Roma.

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   ¿Para semejantes puestos como el púlpito romano es bien honrar a un villano, y dejar tales supuestos como hay en mi religión? (Tirso, La elección por la virtud, NBAE, t. I, p. 355-a-b.) ¿Quién ha sido el autor de esta guerra y de estas paces? —Un famoso español, un gran supuesto, gran hombre de negocios. (Vélez de Guevara, El capitán prodigioso, príncipe de Transilvania, III. Ed. Ocho comedias desconocidas, por Adolf Schaeffer, Leipzig, 1887, t. I, p. 221). Cotarelo da esta comedia por de Lope, en el t. I de la Real Acad. N. E., p. 369. En la misma obra: ¿Quién viene con él?   —Arnesto es su Acates.   —¡Gran supuesto! Basta, que este priva y vale. (Obra y ed. citada, p. 226.) Se levantó mi tío y dijo: Es mi sobrino, maeso en Alcalá, gran supuesto. (Quevedo, Historia de la vida del Buscón. Edición Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1927, p. 144.) No quiero traer en consecuencia de esto a los grandes oradores, como es el maestro Santiago picodoro, el padre fray Gregorio de Pedrosa... y otros excelentísimos supuestos, que parecen que hablan con lenguas de ángeles. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Relc. I, Desc. XIX, Edición Clásicos Castellanos, La Lectura, XLIII, 277. Usa otra vez la misma palabra en las Rimas, Madrid, 1581, p. 47.) II-304-305. MAL PODRÁ D. FRANCISCO DE QUEVEDO VENIR. Alusión a la torpeza de pies de Quevedo. Más claramente aludió a lo mismo Góngora:

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Anacreonte español: no hay quien os tope que no diga con mucha cortesía que ya que vuestros pies son de elegía, que vuestras suavidades son de arrope. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, p. 3.) Quevedo no podía molestarse por semejantes bromas a costa de sus pies. Él era la excepción, lo extraordinario, en las obras de la naturaleza, según aquello de Garcilaso: ¡Oh natura, cuán pocas obras cojas en el mundo son hechas de tu mano! (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 31.) II-307. ESE ES HIJO DE APOLO. Debió conocer Cervantes a Quevedo en Valladolid, hacia 1604, cuando trasladada allí la corte, empezaba la retozona musa de Quevedo a glosar las efemérides más sonadas de cada día en jocosos romances, cuyos originales manuscritos se copiaban y difundían entre los aficionados a las musas. Allí coleccionaba por entonces Pedro de Espinosa sus Flores de poetas ilustres, y marca el nivel logrado por la popularidad de Quevedo el hecho de no figurar ninguna composición suya en tan famoso libro. La primera composición de Quevedo impresa que señalan los bibliógrafos es el Baile de Escarramán, y lleva la fecha de 1613. Este jalón lo puso Fernández Guerra, y de él lo han venido copiando los demás quevedistas. II-308. CALÍOPE. Calíope era la musa de la poesía, por lo cual va comúnmente pareada con Apolo. Vr. gr.: ¿Quién fuera Adonis bello o de Liríope el hijo que murió en el agua viéndola, o la lengua de Apolo y de Calíope tuviera para hablalla, respondiéndola? (Lope, El remedio en la desdicha, III, Rivad. III, 147.) Hijo de Apolo es sinónimo de hijo de Calíope. II-310. FLAGELO. Puede ser italianismo; aunque la palabra flagelación, muy corriente en literatura religiosa, pudiera haber aclimatado este sustantivo. Se ve en poetas italianizantes. Vr. gr.:

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Allí la inquieta pena y el suplicio respiraron alivio; alzó la mano mansa el flagelo y punición del vicio. (Orfeo, de don Juan de Arguijo. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 32.) O en algún poeta imitador de italianizantes. Vr. gr.: Duro flagelo ya de la heregía Luzbel te recelaba. (Soror Violante do Ceo, Parnaso lusitano, Lisboa, 1733, I, 83.) Al Uten encaminan su flagelo los mandos de razón enajenados, que estaba las rodillas en el suelo, ya sus colores rojos demudados. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 238-a.) II-316-317. CABALLERO, SOBRE UNA NUBE. Reminiscencia clarísima de los libros de caballerías. Ya se sabe que caballero equivale a montado, sea cual sea la montura. Confr.: Vino en todos ellos el primero el consumido y pálido Marmota, en un perro soberbio caballero. (Villaviciosa, La mosquea, VIII, Rivad., t. 17, p. 601-a.) II-317. PARDILLA Y CLARA. Véase lo que hemos dicho del adj. pardo en la nota al verso 9, del cap. I. Hoy diríamos nube obscura, sin embargo de que Cervantes y sus contemporáneos empleaban la voz parda. Confr.: Sacrificios me dan de ardidos bueyes, donde el gigante Elor, en parda nube, redimido del fuego, al sol se sube. (Lope, La mayor corona, II, R. Acad. N. E., II, 362.) Insolente alemán, aguarda, aguarda, que ya confunde el sol tu nube parda. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 165.)

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Humorísticamente aplicó Salas Barbadillo a las nubes el color propio de las caballerías de pelo castaño. Confr.: Salen del poniente cuatro nubes, en el color rucias rodadas... (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 306.) II-321. DROMERIO. Unos comentadores tienen por errata esta forma de dromedario; otros la defienden. Yo opino que pudo existir dromerio, como forma popular, ya que tenemos pruebas de que existían otras variantes de la voz dromedario; por ejemplo, dromedal. Confr.: El asno era una tortura, no se podía menear; sólo lo que tenía bueno, ser mayor que un dromedal. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 253.) II-321. ALFANA. En un artículo suyo sobre la etimología de alfana (RFE, XXXIII, 144-149), el Sr. Gili y Gaya desconoce este lugar de Cervantes; cita otro texto del Quijote (I, 18). Según los diccionarios españoles, alfana es un caballo o yegua de gran alzada. Creo que en la mente de Cervantes y en las de sus contemporáneos no era tal, sino un cuadrúpedo corpulento, montable, de color blanco y de gran andadura, usado entre los orientales. Todos estos caracteres aparecen atribuidos a la alfana; pero sin concretar qué animal era. Confr.:



También mujeres le siguen, que en alfanas como copos de argentada y blanca espuma, ninfas parecen en rostros de mármol, a quien dio el arte espíritu generoso. (Lope, Un pastoral albergue, I, R. Acad., XIII, 377-b.) Moro 1.° —¿Llega el Jarife? Moro 2.° —De una blanca alfana se apea. (Vélez de Guevara, El rey don Sebastián, I. Ocho comedias desconocidas, ed. De Adolf Schaeffer, Leipzig, 1887, II, 155).

II-324. NO ES INFANDO LO QUE JUBES. Rasgo festivo a costa de Virgilio. El patético verso inicial del Libro II de La Eneida lo descoyunta y

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lo profana el espíritu iconoclasta que domina en este poema, según expusimos en la introducción. Compárese el respeto y la unción con que evocan el mismo verso otros poetas contemporáneos de Cervantes: Infando es el dolor, replica el Santo, que mandas renovar al alma mía. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 80.) Mándasme que el dolor con que me aflijo y en su memoria, oh reina, me deshago, te cuente, caso que ablandar pudiera del duro Mirmidón la estirpe fiera. (Villaviciosa, La mosquea, VII, Rivad., t. 17, p. 596-b.) Algo del humorismo cervantino sorprendemos también en este pasaje de Góngora: Serví a condes, serví a reyes, hasta que por varios casos teindimus in Latium, digo, me miráis tendido y lacio. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, p. 167.) II-328. COMO EL DE UN DIFUNTO. Comparación familiar muy usada en tiempo de Cervantes. Confr.: Levanta las manos juntas, en la calor ya difuntas. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 272.) La marillez del rostro ya difunto se apoderó de todos en un punto. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 46.) A don Felipe tira un altibajo; fue tal que le dejó como difunto. (Ibid., p. 90.)

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Y ansí viéndolo estar como defunto, con un exterior triste y amargo. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad, IV, 165-a.) Ya se comprende que el sentido es, estar o ponerse amarillo. Confr.: La muerte... hace amarillos a los hombres. Advertid en esta dama hermosa, a quien la naturaleza arreboló, que en un punto la puso la muerte amarilla como una cera, y aun a los que acá quedan vivos y que solamente se han hallado al olor de la muerte, y los veréis espantados y amarillos. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 258). Véase la nota al verso 123, cap. V. II-330. BARRUNTO. A lo que yo barrunto, que ocurre en este lugar, y cómo yo barrunto, que ocurre en el cap. III, verso 282, son ripios claramente, pero contribuyen a dar aire de ingenua veracidad al relato. Es truco muy antiguo de los poetas épicos. Confr.: Y el cíclope grande y feroz Polifemo, según que mi poca memoria barrunta, otros peores con ellos ayunta. (Juan de Padilla, Los doce triunfos, NBAE, t. 19, p. 345-b.) Pues goza de tan buena coyuntura, que no la habrá mejor, según barrunto. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 75.) II-332. LAS ARENAS DEL HONDO MAR ALZARSE... Es un verdadero tópico entre poetas y novelistas pintar una tempestad en el mar, con colores análogos a los que usa aquí Cervantes. Confr.: A veces el soberbio mar hasta el cielo nos levantaba, y luego hasta los abismos nos despeñaba. (Diana, de Gaspar Gil Polo. NBAE, t. VII, Orígenes II, 2.a Parte, p. 347.) Unas veces tocábamos con las velas en las nubes, y otras veces con el rostro del navío en la arena. Vernos subir una vez por una ola que por una gran montaña de agua nos llevaba a las estrellas, y después descender a los abismos. (Cristóbal de Villalón, El crotalón, NBAE, t. VII, Orígenes II, 1.a Parte, p. 239.)

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Ya le parece fácil la subida del cielo, al leño triste y acosado; ya cayendo con fuerza embravecida llega al centro cruel del mar turbado. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 173.) II-338. NUBES DE POETAS. Estas nubes borrascosas, preñadas de poetas malos, sorprenden a Mercurio. Cervantes no explica cómo estos poetas excluidos de la lista de Apolo, se presentan de improviso. Posiblemente eran los que iban a poner asedio al Parnaso, motivo de la movilización de los poetas buenos ordenada por Apolo. II-341. DAR DE AZOTES. La misma frase había empleado Hurtado de Mendoza: Rapaz tiñoso, ten queda la mano, que te daré de azotes con la venda. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 434.) Cervantes usaba esta frase con régimen, como se ve aquí y en el Quijote (II, 29); pero si entre el verbo y el término azotes se interponían otros términos complementarios, prescindía del régimen. Confr.: «Se estaba dando con una pretina muchos azotes» (I, 4). II-342. HACIA EL SALTAREL. Saltarel, baile oriundo de Italia (saltarelo o salterelo). En España se usó más frecuentemente que saltarel la forma italiana Saltarelo. Confr.: He deseado mucho ver danzar a estas damas con estos botinicos una pavanilla italiana, o una gallarda o saltarelo, o una alemana, o un pie jibao. (Cartas, de Eugenio de Salazar. Bibliófilos Españoles, t. 1, p. 86.) Y el otro sabe danzar el canario y saltarelo. (Lope, La discordia en los casados, II, R. Acad. N. E., II, 141-a) Puta con más mudanzas y más mudas que un saltarelo o que cien mil halcones. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 17.) Todavía, en el poeta Polo de Medina, aparece otra forma más parecida a la empleada por Cervantes:

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Con cabriolas de plata que bailo me dijo otro, un saltarén de cristal, cuando sobre piedra corro. (Obras en prosa y verso de Salvador Jacinto Polo de Medina, Zaragoza, 1670, p. 135-a.) Para la construcción hacer el saltarel compárese Juan de Esquivel (Discursos sobre el arte del danzado, Sevilla, 1647, f. 440): «Hízose el alta». Calla, baile). II-343. JUANA LA CHASCA. Opino que Cervantes no alude a ninguna persona real, como defendió Rodríguez Marín. Me parece impropio del buen sentido de Cervantes y de su delicado tacto nombrar directamente a una chacinera de Madrid, pintándola «de dilatado vientre y luengo cuello, pintiparado a aquel de la tarasca». Basta esta consideración para rechazar la hipótesis de Rodríguez Marín. Aun admitiendo que el escritor pone en su obra un buen tanto por ciento de elementos reales, son muchos más los elementos imaginarios que con aquellos se amalgaman y se emulsionar, haciéndoles perder su fisionomía natural. Y todavía hay en el escritor de obras de amena literatura otro factor de desfiguración, que es un mínimo —si se quiere— respeto al prójimo. Pongamos por caso que en cierta comedia, una señora da una cita a un caballero en la puerta de la Encarnación; que llegan, según lo convenido, dos palanquines con una silla de manos conduciendo al galán. Para no estorbar, los palanquines discretamente proponen: Y vamos a echar un trago a la ermita de Juanilla. (Mentir y mudarse a un tiempo, III. Comedia de don Diego y don José de Figueroa. Rivad. XLVII, 419-b.) ¿Cabría empeñarse en averiguar quién era esta Juanilla, que debía tener su taberna casi en frente de la Encarnación? Lo seguro es que los comediógrafos hubieran evitado cuidadosamente que no se pudiera identificar a la tal Juanilla ni a su báquica ermita. Pues este es el caso de Juana la Chasca. Tratemos por nuestra parte de explicar este nombre. Probablemente hay aquí dos elementos distintos, unidos por Cervantes: Juana, y la Chasca. El primero es uno de los nombres que se empleaban para designar a una mujer cualquiera. Esta derivación se explica por ser Juana uno de los nombres de mujeres más corrientes entre la clase popular, Nunca falta una Juana en las enumeraciones de la plebe femenina. Confr.:

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Dominga de Andrés Luis, Constanza de Gil Marruecos, Petronilla Rompezuecos, y Malgarida Solís; Angela de Castellote, Inés, la de Marivela, …………………… Juana, la de Antón Tudela, y Bellida de Mingote. Luego Juana Santorcaz y Aldonza la de Valbuena Úrsula de la Patena y Agustina Fuenteelsaz. (Romancero general, Parte IX. Ed. Madrid, 1947, t. I, página 485-b.) Saltó Pedro Pascual, Antón García, Cejudo, Joan Manojo, Hernán Bezos, muchos con Mari López, Joana Luenga, Sancha, Teresa Díaz, Mari Menga. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. t. IV, p. 147-a.) Entre tus Juanas, Mengas y Belisas estás contando fábulas de Esopo. (Lope, El loco por fuerza, II, R. Acad. N. E., II, 269.) Tan popular era en la realidad este nombre, que hubo para formar tres categorías. Juanas, Juanillas y doñas Juanas. A la primera pertenecen las siguientes: Agora que me desuellas e me tratas como a moro, agora, Juana te honoro. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 100.) Vide a Juana estar lavando en el río sin zapatas, y díjelee suspirando: Di, Juana, ¿por qué me matas? (Cancionero, Ms. 3.806 de la Bibl. Nacional.)

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Tened el asno, Juana, que no caiga. (Comedia de Eufrosina, NBAE, t. 14, p. 134-a.) Ya Juana la de Sevilla ¡Mira que negros arreos! (Rodrigo de Reynosa, Coplas de las comadres, Gallardo, Ensayo, IV, p. 47.) Jugaré yo al toro y tú a las muñecas con las dos hermanas, Juana y Magdalena. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 9.) Quererme, Juana, tan poco, para mí gran bien ha sido. (Romancero de Pedro de Padilla, Biblióf. Español., t. 19, p. 521.) Bien sé, Juana, que os burláis... (Ibid., p. 560.) Extraño humor tiene Juana. (Romancero general, Parte III, Rom. 133 (Letra), Madrid, 1947, I, 97-a.) De su dama el nombre escrito, que Juana Núñez se llama, hija de Pedro Francisco, el que en la fiesta de Dios lleva el gigante más chico. (Ibid., Parte III, Rom. 152, Madrid, 1947, I, 108-b.) Lope de Vega tuvo también su Juana, a la que dedicó todas las Poesías amorosas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos. Baltasar de Alcázar dirigió diez composiciones poéticas a Juana, nombre representativo de fregona, como el de Inés. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, pp. 3, 13, 15, 18, 27, 31, 81, 183 y 191.) Llenan la segunda categoría las Juanillas:

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Si te vas a bañar, Juanilla, dime a cuáles baños vas. (Cancionero de Upsala, año 1556, núm. 31.) Riñó con Juanilla su hermana Miguela... (Romancero general, Parte VI, Rom. 370 (Letra), Madrid, 1947, I, 249-a.) ¡Qué linda que eres, Juanilla! Desde que te visto, Juana, con calentura continua el alma mía se abrasa. (Jardín de Apolo, de Francisco de Francia y Acosta, Madrid, 1624, f. 45.) También, qué gran presunción que tiene María de Juanilla. Mira qué negra loquilla, y es más negra que tizón. (Rodrigo de Reynosa, Coplas de las comadres, Gallardo, Ensayo, IV, 47-b.) Industrias de amor logradas, Juanilla la de Jerez. (Título de una comedia de J. B. Diamante.) Cata el lobo do va, Juanica. Cantar popular. (Cervantes, El casamiento engañoso. Edición Schevill y Bonilla, Madrid, 1925, p. 165.) La tercera categoría la forman las doñas Juanas: En ese su querer, señora Juana... (Canción cuarta de Pedro de Padilla. Biblióf. Español., t. 19, p. 389.) Allí por grandes favores mi señora doña Juana, como si rey me hiciera, unos cabellos me daba. (Romancero general, Parte IX. Ed. Madrid, 1947, t. I, página 485-b.)

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¿Qué importa que Juana sea pecosa, morena o blanca, y que esta vista picote, como raso doña Juana? (Ibid., Parte XII, Rom, 888, Madrid, 1947, II, 63-b.) Otra prueba de la popularidad folklórica de este nombre nos la da la obra de don Luis Montoto, donde hallamos los siguientes refranes: «Toma el hatillo y vámonos, Juana, pues que nos ponen tan mala fama». «Mucho me pesa, señora Juana, mas empero vaya». «Tened el asno, Juana, que no caiga». «Juana, si mal aspa, peor devana, y de hilar maldita la gana». «Juana, de vos hagan una gaita». «Juana Matraca, con el pie se la toca». «Juana cree que a Pedro engaña, pero le desengaña». «Por la puente, Juana, que no por el agua». «Mi marido alborota la casa y el de Juana siempre se calla; al mío la furia se le pasa y el de Juana a pellizcos la mata». «Tan fea es Juana como su hermana». «Juana la lista, ni torpe de oído ni corta de vista». «Juanica la pelotera, casarás y amansarás y andarás queda». «Tía Juana, ¿es usted la muerte o su hermana? Mi hermana, que si yo lo fuera, no lo negara». «Juanilla que no ponéis tela, nunca vos buena tejedora». (Luis Montoto y Rautenstrausch, Personajes, personas y personillas que corren por las tierras de Castilla, Sevilla, 1922, t. I, p. 76.) Sin propósito de apurar las pruebas, creo que hay bastante fundamento para creer que Juana ha pasado de nombre propio a apelativo. Examinemos el segundo elemento: «La Chasca» es apellido español, que aún existe estampado en la portada de algún libro; pero, por la misma consideración que rechazamos la realidad de Juana la Chasca, hemos de rechazar que Cervantes se refiriera a persona concreta de tal apellido. Tengo para mí que la chasca es feminización popular y jocosa de el chasco (análogo a otros casos que hallamos en este mismo poema cervantino), y que servía de epíteto a nombres de mujeres que daban el chasco, «honradas de pega». Fundo mi opinión en el siguiente texto de Quevedo: Los embustes de Angélica y su amante, niña buscona y doncellita andante, hembra, por quien pasó tanta borrasca el rey Grandonio, de testuz arisco, a quien llamaba Angélica la Chasca andando a trochi-mochi y a barrisco. (Quevedo, Poema heroico de las necedades y locuras de Orlando el enamorado. Rivad. LXIX, p. 287-a.)

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Está claro que al llamar Grandonio a la mala hembra «Angélica la Chasca», el segundo elemento es postizo, de quita y pon, independiente de suyo y a disposición de cualquier nombre de mujer con méritos para llevarlo como epíteto. Dado que hayamos acertado en la fijación de entrambos elementos, todavía resta algo por decir su unión. No creo que sea cosa de Cervantes. La unión debía existir con anterioridad. Lo prueban los versillos encontrados por Rodríguez Marín, que dicen así: Y al nuevo Fierabrasillo llevaban a batizar, y alborotóse el lugar; salieron a recevillo Lope Ladrillo y una vaca y un cuquillo y un aguador y un tundidor y un palo de un atambor y una tarasca y luego Juana la Chasca que mil chorizos le ofrece al muchacho chiquito, gordito, que a Marina le parece. (Ms. 3.985, f. 100, Biblioteca Nacional de Madrid.) Juana la Chasca, tan irreal como Lope Ladrillo, y Marina la madre de Fierabrasillo, que son todos personajes de folklore, ni más ni menos, tan hundidos de raíces en la creación anónima del pueblo, como Juana la Pelotera y Juana la Lista. Claro que los personajes folklóricos tienen su historia semántica. Pero, ¿quién da con el germen en las edades remotas? Si andando el tiempo un poeta nombra a Juanita la Larga, no será difícil que un erudito encuentre el origen de tal nombre en cierta novela. Para nosotros no es tan fácil dar con el germen semántico de innumerables palabras nacidas hace cuatro o cinco siglos. Pero líbrenos Dios de suplir esta ignorancia creyendo que todo es realidad personal y concreta de un momento histórico determinado. Confr. Martínez Klaiser, Refranero ideológico. R.A.E., nueva edición 1979. II-345. LA TARASCA. El maestro Correas la describe así en su Vocabulario: «La tarasca es una manera de sierpe que hacen en días de gran fiesta, como el “Corpus Christi” para quitar las caperuzas a los que se cubren en la

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procesión del Santísimo, en que caben dentro ocho a diez hombres que la llevan, y con la boca de ella, a manera de tenaza, cogen las caperuzas a los rústicos que se las ponen: después se las devuelven, y como en ella caben tantas, tómase por refrán: “Es como echar caperuzas a la tarasca”, dar algo a quien nada le basta.» En efecto, la literatura de los siglos xvi y xvii confirma todos los extremos del viejo paremiólogo salmantino. He aquí cómo describe la cabeza de la procesión la Loa entre un villano y una labradora, atribuida a Lope: Labrad.

Luego me fui paso a paso donde dicen que salía la procesión, y esperando, veo venir la tarasca perseguida de muchachos, que diz que ni es cosa viva: son que unos hombres debajo la llevan por donde quieren.

Aún podemos formarnos idea de su andar acompasado, solemne, por este pintoresco rasgo del gacetillero Jerónimo de Barrionuevo: Don Juan de Valencia, espía mayor de S. M., hombre muy rico y mucho mayor hablador, que anda en un coche muy bueno con cuatro mulas blancas y dos cocheros, tan despacio que parece a la tarasca. (Avisos de Barrionuevo. Colec. Escritores Castellanos, t. II.) A pesar de su aspecto divertido y ridículo, aún inspiraba cierto pánico al populacho. Lo aseveran estos versos de Luis Vélez: Estoy el día del Corpus, con todos mis diez sentidos temblando de la tarasca, sin veneno ni colmillos, hecha de lienzo pintado y alfajías, porque he sido, para contigo y con Dios siempre medroso de mío. (Más pesa el rey que la sangre, II, Rivad., t. 45, p. 103-b.) Qué simboliza este monstruo nos lo dice un loco sevillano, gemelo de aquel Galarza que cita Cervantes en el cap. I, verso 53. La tarasca en su origen tuvo un sentido teológico y lleno de simbolismo. En los Sermones del loco Amaro se alude a la procesión del Corpus del modo siguiente:

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Sale Dios en su carroza por esas calles, triunfando de la Tarasca y de los gigantes, que representan los siete pecados mortales, y de las mojarrillas y demás diablillos, que representan los pecados veniales... En efecto, la tarasca representaba al dragón vencido por Santa María. Cuenta la pía leyenda el poeta de Canarias, Cayrasco de Figueroa en su Templo militante, Parte III. Festividad de Santa Marta (29 de julio) y según la tradición, el tal monstruo se llamaba tarascón, que dio lugar al pueblo francés así llamado. En cuanto a fijar la fecha de su origen, contamos con pocos datos. Ricardo Espinosa Maeso, en su Ensayo biográfico de Lucas Fernández dice que en 1513 es la primera vez que los documentos salmantinos hablan de este artefacto, y cita, en prueba, las siguientes partidas entre los gastos de la fiesta del Corpus: Por pintar la sierpe, dos reales y medio a Juan de Flandes. Un real al mochacho que fue la sierpe. Tal vez este detalle de que un muchacho solo hacía la sierpe prueba ser indicio de que la invención estaba muy en sus principios y en estado rudimentario, sabiendo que en el siglo siguiente cabían bajo la tarasca ocho o diez hombres. En Madrid dice Cotarelo en su «Ensayo sobre la Vida y obras de Calderón», que «hasta 1598 no hallamos mención de la tarasca, figura ridícula de mujer o de animal monstruoso y gigantesco». Nuestros poetas compararon muchas veces las mujeres feas a la tarasca. Así Tirso, ponderando la fealdad de una dama: Si a la mía se parece, la tarasca del Corpus Christi sería. (Quien calla otorga, II, Rivad. V, 102-b.) Así el autor de La pícara Justina: Las cantaderas del señor Marciel llevaban por guía delante de sí una que llamaban la Sotadera...; las facciones del rostro puramente como cara pintada en pico de jarro, un pescuezo de tarasca, más negro que tasajo de macho. (La pícara Justina, Parte II, Libro II, cap. IV, Rivad. XXXIII, 105-a.) Así Moreto, pintando una mala pécora, de trato nada higiénico para el cabello: Gila, cierto que es hermosa; pero mirada de cerca, me parece un poco puerca y otro poco legañosa; tacharla no puede en cosa

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ninguna lengua maldita, que ella es cortés y bonita, y por tarasca, a cualquiera que le quite la montera, ella también se la quita. (La fuerza del natural, II, Rivad., t. 39, p. 221-c.) Expliquemos el último punto de la descripción de Correas, lo de quitar la tarasca las caperuzas a los paletos que no se descubrían al paso de la procesión. Oigamos a Lope: Sentaos un poco, hablaremos de las fiestas del Señor... —¿Habrá tarasca?    —¡Y qué tal! No ha de quedar caperuza. (Lope, El galán escarmentado, II, R. Acad. N. E., I, 136-b.) Con el tiempo, de las caperuzas se pasó a los sombreros; y hay un texto de Lope, alusivo a los ingleses que vinieron con el Príncipe de Gales, el año 1623 y que harían honor a su protestantismo al paso de la procesión del Corpus en Madrid, cuando Lope dice: —¿De qué sirvió la tarasca? —Yo la hice y no hagáis fieros, Aunque os pese hasta los codos. Porque a los ingleses todos Ha de coger los sombreros. (Lope, La corona merecida, I, R. Acad., VIII, 567-d.) Hay que ceder a la evidencia, lo que comenzó por quitar la caperuza o el sombrero a los descuidados o descomedidos, acabó en diversión popular. Lo general era no que cogiera la corpulenta tarasca con su boca de dos palmos los sombreros de los circunstantes sino que el chiste consistía en que la gente se los tiraba a ver quién podía atinar con el agujero, en el momento de abrir el animalote sus mandíbulas. Indicio de esto dan los pasajes siguientes. Don Juan de la Hoz, en el acto II de El montañés Juan Pascual: Causa ninguna le atasca Porque esto del sentenciar Lo mismo es para él que echar Sombreros a la tarasca.

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Y don Álvaro Cubillo de Aragón, en el acto III de Hechos de Bernardo del Carpio: No es nada; váyanle echando Bravoneles y Roldanes, Como quien a la tarasca Caperuzas que se trague. Abundan los textos literarios. Oigamos a Moreto en el auto sacramental de La gran casa de Austria. Habla un Sacristán: Cerrada mi Iglesia tengo; No entrará en ella el diablo; Limpiar quiere mi retablo, Porque una danza prevengo Para mañana, que es día Del Señor, y la tarasca, Que los sombreros se masca, No ha de ser tal a fe mía. Lope, en el acto III de El animal profeta dice esto de uno que tenía extraordinaria facilidad en sorber huevos: «Como tarasca los engulló». Francisco Santos, en La verdad en el potro, dice echar caperuzas a la tarasca. (Edic. de 1686, p. 289.) La pícara Justina dice así de la envidia: «Te podrán también llamar tarasca, porque quien engulle sayas engullirá también caperuzas y sombreros». Y en la misma novela, un bachiller desmandando apellida de esta manera a Justina: «Nueva Parca de bolsas, Caribdis del dinero, silla (almacén de piezas de oro, tarasca de sombreros, etc.)». A lo cual responde la protagonista, llamando a su denostador «nariz de alquitara, ojo de besugo cocido, pescuezo de tarasca». Para concluir, la tarasca era elemento imprescindible de las fiestas y danzas de aldeanos, fuera o no día del Corpus, Lope en el acto I de La corona merecida, presenta unos villanos burgaleses, que hacen un solemne recibimiento a la desposada del rey y alborotan así: —¿Va delante la tarasca? —Va con un palmo de boca. —¡Vuela! ¡Corre! ¡Salta! ¡Toca! —Ved los sombreros que masca. Y otro pasaje de Lope, en el acto III de Amores de Albanio e Ismenia, nos hace saber cómo ya la tarasca iba resultando demasiado rancia y poco divertida aun entre aldeanos. Dicen estos entre sí:

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B.—Mira Albanego, que será importancia que haya danza de espadas. A.—¡Pues no había! ¡Y aun tarasca, por Dios! B.—Está muy rancia. Eso de la tarasca es cosa fría. (Lope, Amores de Albanio e Ismenia, III, R. Acad. N. E., 1, 3I-a.) Sin embargo, todavía a fines del xvii, Pérez de Montoro componía una poesía a la tarasca (Vid. Rivad., t. 61, p. X) y Lanini un Entremés de la tarasca (Ms. autógrafo de la Biblioteca Nacional); prueba de que no había caído en desuso. En los desvanes de la catedral de Toledo se conserva aún una tarasca del siglo xviii, en forma de hipopótamo, en cuyo lomo va montada una figurilla de mujer fea y desgreñada (símbolo de la herejía), a la que los cicerones llaman «Ana Bolena». II-346-348. DE UN CABELLO... COLGADA. Estar colgado de un cabello se dice de lo que está en inminente peligro de caerse. Es verosímil que el origen de la frase sea la famosa espada de Damocles, que este rey colgaba de un cabello sobre la cabeza de ciertos invitados a su mesa, a los que de este modo atormentaba. Confr.: Veré colgada de un sutil cabello la vida del amante embebecido. (Garcilaso, Soneto XXXIV. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 248.) ¡Cuántos Ifis colgados de esas rejas, que no merecen de un cabello sólo, piden al cielo que convierta en mármol. (Lope, La viuda valenciana, II, Rivad. XXIV, 79-a.) No temas; que a este convite no he de colgar del cabello como el tirano en Sicilia, el riguroso instrumento. (Lope, El villano en su rincón, III, Rivad. XXXIV, 154-b.) Los que mirando unos lazos de blanco o de rubio pelo dejáis colgar vuestras almas del más delgado cabello. (Romancero general, Parte II, Rom. 106, Madrid, 1947, I, 79-b.)

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Enfádame, Señor, ver de un cabello colgados mis contentos y alegría. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Edic. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 233.) II-349. LA BONANZA. La Bonanza distraída atentamente oyendo a Sancho Panza, o sea, leyendo el Quijote, no es más que un recuerdo de Cervantes de su inmortal libro, que entretenía a todo el mundo por estos años, con no menos regocijo de su autor. No hay en Sancho Panza alusión satírica a nadie, como se ha podido creer. Una descripción poética de la Bonanza puede verse en Cayrasco de Figueroa, Templo militante. (Rivad., t. 42, p. 454-b.) II-354. REGAÑÓN. El Diccionario dice que regañón es «viento septentrional». La causa de llamarse regañón dice el de Autoridades, es «por lo molesto y desabrido que es». No es exacto aquí el Diccionario. Según el autor de la Historia de la montería hay cuatro vientos generales y opuestos, que son: «cierzo», y su contrario «ábrego»; «solano» y su contrario «regañón». Es decir: Norte y Sur, Este y Oeste. Luego confirma la posición de este viento diciendo: «El regañón, que es el que los griegos llamaron «céfiro» y los latinos «Fabiano o viento del Poniente».» No hay duda de que en concepto del expertísimo autor, que tan larga teoría explanó sobre los vientos en su tratado de Cinegética, tenía al «regañón» por Poniente. Ahora nos va a decir, además, qué clase de viento era: «Si comenzase a recorrer regañón, que es Poniente, sospechase que las reses se estarán encamadas, porque es viento constante y firme». «Constante y firme»; veamos si convienen estas características con lo que afirman otros autores. Cervantes, en el Persiles, dice: «Crece bien así como van creciendo las olas del mar, de blando viento movidas, hasta que, tomando el regañón el blando soplo del céfiro, le mezcla con su huracán y las levanta al cielo». (Persiles, Libro III, cap. 9.) Aquí apunta claramente la causa que indujo a creer a los doctos académicos, que «regañón» era viento norte, puesto que aparece huracanado. Otra explicación del error es el texto siguiente del «pronóstico judiciario» de Pedro Espinosa: «Las yemas preñadas de vuestras esperanzas quemará el regañón y trabajará las encinas.» Y otro pasaje más, de Gracián, en El criticón (Parte III. Crisis 3: «¡A huir! ¡A huir! —venía voceando otro—, que ya parece que desbucha. —Y pasó como un regañón.» Total, que este viento vertiginoso, helador, huracanado, no es con todo, viento septentrional sino Poniente. Poniente y todo, se caracterizaba entre los demás vientos por su violencia:

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Allí hermano y amigo el cierzo helado con el ábrego juega, choca, esgrime; guardarse el manso céfiro pretende, y al fiero regañón todo le ofende. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 171.) II-354. EL CÉFIRO LE AHUYENTA. Quiere decir, el céfiro sustituye al regañón. El uno representa a la primavera, el otro al invierno. Los poetas han usado y abusado del céfiro, dándole todos los adjetivos de blando, manso, templado, etc. Confr.: En donde el manso céfiro agradable piadoso respira y muy templado. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 8.) Y al son del agua y las ramas hería el céfiro manso. (Romancero general, Parte II, Rom. 74, Madrid, 1947, I, 57-a.) El céfiro blando sopla. (Ibid., Parte I, Rom. 26, Madrid, 1947, I, 28-a.) «Céfiro blando», dijo también Villegas. (Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 349.) Mientras duerme mi niña, céfiro alegre, sopla más quedito no la recuerdes. (Romancero general, Parte XII, Rom. 895, Madrid, 1947, II, 67-a.) El «céfiro manso» y el «céfiro templado» dijo Jáuregui (Orfeo. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, pp. 62 y 65.) El «céfiro florido» dijo Rioja. (Poesías de Francisco de Rioja. Ed. Biblióf. Españoles, II, 234.) II-357. CONDENSADO YELO. Condensado en el sentido de espeso. Confr.:

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No dijo más, que luego un torbellino de condensada niebla le rodea. (Gaspar García, La murgetana, Valencia, 1608, p. 16 vuelto.) II-360. DEL HECHO QUE POR BRÚJULA DECLARO. Declarar por brújula es frase análoga a mirar por brújula, de donde han derivado varias otras frases, como mostrar por brújula, dar por brújula, descubrir por brújula, etc. Brújula es el agujerillo de la escopeta por donde el tirador enfocaba con un ojo el blanco, sustituido modernamente por la mira; de donde, metafóricamente brújula es todo lo que descubre algo sólo en parte y de un modo deficiente y fugaz. Léanse estos pasajes: En pie, cuanto le permite la brújula de la falda, lazos calza, y mirar deja pedazos de nieve y nácar. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 241.) A luchar baja un poco con la falda, donde, no sin decoro, por brújula, aunque breve, muestra la blanca nieve entre los lazos del coturno de oro. (Ibid., t. I, p. 31.) Análogamente, ver, mirar, descubrir por brújula, es ver las cosas disminuidas, abreviadas o de refilón o en rápida ojeada. Confr.: Ya por brújula descubro el chapitel de la reja, dura cárcel de mi alma. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 663, Madrid, 1947, I, 438-b.) Quise ver, y no por brújula, todo lo que habla que ver en León. (La pícara Justina, Parte II, del Libro II, cap. II, número I, Ed. Puyol, t. II, p. 34.) También se dijo dar por brújula, en el mismo sentido de dar con escasez y regateo, como en la siguiente escena: Entrega el correo una carta:

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Mencía: A D. Garcerán. D. Garcerán: ¿A quién? D. Mencía: A vos dice. D. Garcerán: No lo creo; que a los tristes el deseo les da por brújula el bien. (Mira de Mescua, La fénix de Salamanca, III, Rivad. XLV, 91-c.) De este sentido de brújula salió el verbo brujulear, lo mismo que atisbar. Confr.: El más rígido Catón brujulea a una Chacona. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 274.) Aplicado este verbo al juego de naipes, significó maniobrar con la baraja para descubrir por la pinta la carta que va a venir. Confr.: Un enfermo grave «brujuleaba la colcha de la cama, como si jugara». (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 32.) Aunque por brújula, quiero, si estamos solos aquí, como a la sota de bastos descubriros el botín. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 131.) Tenía un ojo rezmellado y el párpado vuelto afuera, que parecía saya de mezcla, regazada, con forro de bocací colorado, y el ojo que parecía de besugo cocido, y no poco gastado a puro brujulear. (La pícara Justina, Parte II, del Libro II, cap. I, número 2, Ed. A. Puyol, t. II, p. 23.) El conceptista autor de La pícara Justina inventó el adjetivo brujular «perteneciente al juego de naipes» y el sustantivo brujulista, «brujuleador». Confr.: Iba a jugar a León, por fama que tenía de que a las fiestas concurría gente del oficio brujular, que estos huélense de cien leguas, como vizmados, y se conocen por brújula. (La pícara Justina, Parte II, del Libro II, cap. I, núm. 2, Ed. Puyol, t. TI, p. 23.) Un mirar de brujulistas. (La pícara Justina, Lib. I, cap. III, núm. 2, Ed. Puyol, t. I, p. 111.)

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Quevedo trasladó el sentido de brújula a la cosa vista o descubierta, de modo que emplea brújula con significación de visión, apariencia, etc. Confr.: (Vida del gran tacaño. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, 1927, p. 269) y otros varios pasajes de sus romances citados por A. Castro. II-368. DEL POLVO SE LEVANTA O SAPO O RANA. Se refiere Cervantes a la creencia antigua de que estos animalejos se originaban con la lluvia, bien se engendrasen en la misma atmósfera, bien al contacto de la lluvia con la tierra. La filosofía designó a esta teoría con el nombre de «generación espontánea», Lo mismo que Cervantes se refieren a ella muchos escritores y poetas. Confr.: Cuantas veces sucede que apenas ha comenzado a llover en una tierra caliente, cuando está toda ella hirviendo de sapos. (Juan de Cárdenas, Problemas de Indias, México, 1591, f. 239.) Como en el verano ardiente llueve tal vez, y aquel agua se convierte en sabandijas. (Lope, El Gran Capitán, I, R. Acad. N. E., 228-a.) II-374. VILA CON LA VISTA. Pleonasmo que no deja de tener su humorismo. Lope acentuó el matiz humorístico en estos versos: Testigo soy de oculorum: y quedando en competencia, les vi por una pendencia muy cerca de mortuorum. (Lope, Los milagros del desprecio, II, Rivad. II, 242.) II-375. LEGAÑAS. Término extraño al lenguaje poético; pero dispensado por el carácter del poema cervantino, que mezcla familiarismos, palabras vulgares y términos de ínfima clase con las metáforas, tropos e imágenes poéticas como recurso cómico. Confr.: Suelta la venda, sucio y asqueroso lava los ojos llenos de legañas... (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, p. 199, Sevilla, 1878.) II-379. HOMBRES BUENOS. Término jurídico. Persona del estado llano. Muy común en obras puramente literarias. Confr.:

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Hizo con rectitud informaciones con hombres buenos, desapasionados. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 34-b.) Pobres, ricos, mozos, viejos, Papas, Reyes, Cardenales, oficiales y hombres buenos. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 41.) Hay en el mundo escuderos, dueñas, pajes y lacayos, oficiales y hombres buenos. (Lope, El bobo del colegio, III, R. Acad, N. E., XI, p. 545-b.) II-380. DE RUMBO. Hombres de rumbo quiere decir hombres alabanciosos, avalentonados y llenos de vanas jactancias. Confr.: Era esta mi señora amiga, de cascos lucios, eminente caprichosa, tentada de amor y rumbo. (Romancero general, Parte V, Rom. 301, Madrid, 1947, I, 201-a.) Mejor se negocia al doble a lo humilde, que por rumbo; que ya más vale interés que mil ánimos robustos. (Ibid., Parte XI, Rom. 863, t. II, p. 43-b.) Muchos galanes te siguen, no digo que tengas uno; mas que escojas los que fueren más de provecho que rumbo. (Ibid., Parte XI, Rom. 851, II, 33-a.) Había entrado un soldado de los adocenados, de bravo y rumbo. (Vida de Estebanillo Gónz. Rivad., t. 33, p. 300-a.) II-380. DE... DIOS ES CRISTO. Es sinónimo de las frases de rumbo y harapo. Cervantes indicó que era un dicho vulgar: «Púsose a lo de Dios es Cristo, como se suele decir». (El licenciado Vidriera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 36, p. 20) y aún aclaró su significado en otro lugar:

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Y yo que a lo de Marte me acomodo y a lo de Dios es Cristo, echo por tierra con todo el bodegón. (El gallardo español, II, Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1915, p. 68.) Sin embargo la frase tuvo un origen muy distinto del desgarro militar y la bravuconería escarramanada. Posiblemente se originó de la confesión valiente y desafiadora de los cristianos dispuestos al martirio entre los musulmanes. Véase este pasaje de Lope: TARIFE.—Llevadlos luego de aquí, y cortadles las cabezas. ABEMBUCAR.—¡Cristo es Dios, y vive en mí! TARIFE.—Moros, hacedles mil piezas. (El último godo, III, R. Acad., VIII, 104-a.) Lo que fue auténtico grito de valentía, pasó luego a ser una especie de voto de fanfarrones que alardean de lo que carecen, como se ve en este pasaje novelesco: Cómo se echaba de ver en la traza aquel bellaconazo que no era labrador ni hortelano, porque tenía muy blancas las manos, la cara, y talle a lo escarramanado; y aquel decir lo de Dios es Cristo y el artificio en el hablar y entremeterse, bien mostraba que debajo de aquel sayal había algo. (Lugo y Dávila, Teatro popular. Ed. Madrid, 1906, p. 48.) Por este camino la tal frase había adquirido un tufillo picaresco a juicio del agudo crítico del lenguaje, don Francisco Terrones: Mucho menos se han de decir en el púlpito vocablos apicarados... Dicen A lo de vive Cristo y otras maneras de hablar que, por hablar agora de ellas mismas, las quiero llamar más de la seguida que lenguaje cuerdo. (Instrucción de predicadores, de don Francisco Terrones del Caño. Granada, 1617, f. 52.) Efectivamente, o se oye en boca de gente de rumbo y hampo o se pone como etiqueta de espadachines y pendencieros. Confr.: Apreteme la montera y cobré la espada al lado, puesto a lo de Dios es Cristo, y no de esperar cansado. (Romancero general, Parte VI, Rom. 467, Madrid, 1947, I, 304-a.)

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En todo mi vida he visto reñir tan airosamente. También pienso que el sirviente es de los de Dios es Cristo. (Lope, En los indicios de la culpa, I, R. Acad. N. E., V, 264-a.) II-381. POQUITOS. Este diminutivo tiene en nuestro idioma familiar un sentido especial de exageración o encarecimiento, máxime cuando va precedido de adverbio cuantitativo o partícula ponderativa, que es lo ordinario en los escritores contemporáneos de Cervantes. Él, en cambio, como se ve, lo emplea sin partícula precedente. Confr.: En todos ellos vi una centella de claridad, de manera que muy poquitos eran los que en solo Jesucristo tenían puesta su confianza. (Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCVI, 16.) Las condiciones de la mujer: Suegro rico, mi señor, que tenga falta de dientes; y muy poquitos parientes que le anden alrededor, por quitar inconvenientes. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 155.) Habéis tenido siempre en compañía de los buenos, que son tan poquitos, tantos cabrones, tanta paja, tanta sabandija. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 82-a.) ¡Ah, qué poquitos hay que hagan esto: que sepan y que quieran detenerse y trabajar! (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 118-b.) ¡Y cuán poquitos griegos hacen tercio entre los dos, el Ayax y el Laercio! (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 85.) Quien tiene más valor sufre más males y aprueban bien poquitos oficiales. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 76-b.) II-381. MAL VESTIDOS. Además de la pobreza, achaca Cervantes a los poetas el desaliño de sus personas. Confr.: Adjunta, líneas 55-7, caracte-

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rística que confirman otros escritores contemporáneos. Véase mi estudio «Una clase social del siglo xvii», en Homenaje a Miguel Artigas. (Boletín de la Sociedad Menéndez Pelayo, I, Santander, 1931, pp. 93-111.) II-383. DON ANTONIO DE GALARZA. Este joven poeta, representaba una esperanza para el teatro por este tiempo. Cervantes juzgaba que al par que se rendía homenaje a Lope por su vasta creación escénica, no debía negarse la debida estimación a los otros poetas que escribían buenas comedias. Entre estos, dice, deben estimarse «las que ahora están en jerga, del agudo ingenio de don Antonio de Galarza». (Pról. de Ocho comedias y ocho entremeses, Madrid, 1615). Como no hay el menor rastro de las comedias de este poeta, podemos suponer que la muerte cortó en cierne su vida. Su carácter bravo (véase la nota del verso 167, cap. II), sería, tal vez, lo que ayudó a dejar en jerga sus obras. II-396. CUERPO DE MÍ. Eufemismo por no decir cuerpo de Dios, especie de voto irreverente. Confr.: —¿A cómo los dais, decí? —Señor, los doy a real, respondió. ¡Cuerpo de tal! Sé que justicia hay aquí. (Loa anónima, 1607, NBAE, t. 18, p. 401-b.) ¡Cuerpo de mí, es más hábile, a mi ver, que Santa Nefixa! (La lozana andaluza, cap. 23, Col. Libros Raros o Curiosos, 1, 115.) Los votos o juramentos sin paliativos menudean en la literatura contemporánea. Confr.: El mesonero adrede le riñó y dijo: ¡Ah, cuerpo de Dios! ¿No halló otra cosa que llevarse? (Quevedo, El Buscón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1927, p. 59.) ¿No será más de admirar para Castilla, enseñar un real de a ocho y en plata? —¿En plata? ¡Cuerpo de Cristo! (Tirso, Antona García, III, NBAE, t. IV, p. 624-b.) II-396. POETAMBRE. Palabra de invención cervantina, compuesta de dos elementos afines en su ideología sobre los poetas. Algo por el estilo vemos en Quevedo:

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Vi de pobres tal enjambre y una hambre tan cruel... (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, 1, 33.) Véanse los versos 229 y siguientes del cap. V, sobre el hambre de los poetas. II-400. ZARANDA. Especie de criba cuyos agujeros dejan pasar el grano y retienen los granzones, palitoques y chinorros de mayor tamaño; al revés del harnero, que detiene el grano y deja colar el polvo o la tierra menuda que andaba envuelta con la semilla. Es lo más corriente emplear la zaranda para limpiar el trigo, como se ve en el pasaje siguiente: Cansada la moza de lo que debía de haber trabajado antes, al son que le hacía el trigo en la zaranda, la tomó por almohada y se durmió. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 420.) Pero no se excluye que la zaranda se emplee como artefacto para igualar o emparejar cualquier materia, lo cual autorizaba a Cervantes para cribar o zarandear sus poetas. Confr.: No se satisfizo la ira con saquearla (a Troya), quemarla, derribarla por los fundamentos, sino que aún las mismas ruinas molían y quebrantaban, y parece que con una zaranda cernían los terrones y emparejaban la tierra. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 581-a.) También hay un texto de La pícara Justina en que aparece la zaranda empleada como careta de castrar colmenas: Mandaban a la Sotadora cubrir el rostro con una manera de zaranda, forrada en no sé qué argamandeles, y con esto no la ven. Con todo eso, algunas veces que soliviaba la zaranda, pensé que aquel maldito basilisco me quería encarar por mi gran culpa. (La pícara Justina, Libr. I, cap. IV, Rivad. XXXIII, 105-a.) La analogía de este objeto con otros similares aparece en los siguientes lugares: Hay cedazo, harnero y hay zaranda. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad, IV, 49-b.) Si ahechas en el cribo trigo o cebada, meneándolo de una parte a otra, caen todos los granos, y, al fin, ninguna cosa queda en el cribo sino sólo el

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estiércol. (Sarabia de la Calle, Instrucción de mercaderes. Ed. Madrid, 1949, p. 20.) Por curiosidad. Confr.: Los harneros o zarandas (según lo testifica Plinio en el libro décimo octavo) inventáronse en Francia, y al principio los hacían de cerdas de caballos. Los cedazos con que se cierne la harina, y los coladeros para colar el acemite y otras cosas, se hallaron primeramente en España, y hacíanlos de lino, y en Egipto de juncos y papel, y en Italia de cerdas de puercos. (Los ocho libros de Polidoro Vergilio, ciudadano de Urbino, De los inventores de las cosas, Medina del Campo, 1599, Libro III, f. 117 vuelto.) II-402. ZARANDÓ MIL POETAS. Zarandar, es decir, echar en la zaranda, como cribar, tamizar; pero no ha de entenderse que pasaron por buenos mil poetas, sino que los echó en el artefacto, para que colaran los buenos. Confr.: Ve zarandando palabras, entre la paja escogiendo los granos; que ese papel es de linaje de harneros. (Tirso, Amar por arte mayor, III, Rivad. V, 439-e.) II-402. POETAS DE GRAMALLA. La gramalla era, como lo acreditan numerosos textos coetáneos, la ropa talar, abierta por delante, de paño o de grana, con mangas afaroladas, formados los faroles de los antebrazos por el sistema de acuchillado semejante al de las calzas. Esta vestidura la usaban los consejeros del rey y los oidores y magistrados, como hoy usan la toga. Los comentadores de este lugar han insistido en declarar lo que era la gramalla; pero lo que hay que declarar es lo que quiso significar Cervantes al decir «mil poetas de gramalla». Por la clase de personas que vestían la gramalla y por la antítesis que establece entre estos poetas y los de capa y espada, alude a los poetas de la carrera de leyes, que cultivaban la poesía en gran número, a los licenciados en Derecho, que a ratos se entretenían con las musas. A bastantes de estos ya los nombra y alaba Cervantes nominatim; pero quedaba la turbamulta que obligó a Mercurio a echarlos en la criba, para separar los buenos de los malos. II-403. DE CAPA Y ESPADA. A los poetas de gramalla, o sea letrados, siguen los de capa y espada, o sea, caballeros sin carrera universitaria, ni profesionalmente inscritos en la milicia; simples señores, de poca renta, y nobleza de no muy alto grado. Eugenio de Salazar los describe y delimita exactamente:

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... en esta galera de pretensión de oficios temporales (digo de corregimientos) bogamos tres géneros de gentes: letrados, ... soldados... y otros caballeros de espada y capa, que con gana de comer y ambición de mandar, vienen a buscar oficios que les den mando sobre una ciudad y su tierra, porque sus patrimonios y rentas no bastan para se le dar sobre un lacayo y un paje. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Españoles, t. I, pp. 60-1.) Otro texto del autorizadísimo Diálogo de la lengua señala netamente, entre clero y milicia, el lugar de esta clase de caballeros, entre los cuales se daban talentos literarios tan brillantes como entre la de hábitos largos. Dice: «Parece que scribir semejantes cosas a esta pertenece más a hombres de haldas que de armas». Y también: «Pues, aunque yo no hago profesión de soldado... tampoco soy hombre de haldas» (Juan de Valdés, Diálogo de la lengua. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1928, p. 14.) Creo muy verosímil que la denominación de capa y espada se haya adherido a la tal clase, por el modo de reñir propio de caballeros, distinto del de los campesinos o aldeanos: Reñir con espada y capa se dice en común refrán. (Lope, Los prados de León, I, R. Acad., VII, 153-b.) En efecto, el refrán corresponde a lances que constantemente nos pintan comedias y novelas contemporáneas, de este o parecido modo: «Me desafiaba y señalaba parte donde me esperaba a las dos de la tarde con sola su capa y espada». (Castillo Solórzano, La niña de los embustes. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 126.). Confr.: Aquí esta Brumandilón, que siendo maestro de esgrima en Milán, le enseñó a jugar de todas armas; de espada sola, de espada y capa, de espada y broquel, de dos espadas, de espada y rodela, etc. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 102.) Quítame allá ese embarazo de rodela, que yo con espada y capa haré más que cuatro hechos reloxes [armados] (Ibid., III, 207.) Unos vienen... con grandes cofres de cuadernos, y son de necedades gran solapa; y acontece tener buenos gobiernos sin letras un varón de espada y capa; porque su buen juicio le da ciencia con el temor de Dios y su conciencia. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 44-b.)

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Esta clase social, definida por su manera de reñir, tenía además su tono, su vocabulario, sus gestos distintivos. Juan Rufo, jurado de Córdoba, percibía finalmente estas características: «Juraba un obispo muy de ordinario a fe de caballero; y como, aunque lo era mucho, sonaba aquel término de hablar a capa y espada, dijo: «Quien debe preciarse de pastor, ¿para qué jura a fe de caballero?» (Las seiscientas apotegmas de J. Rufo. Bifliófilos Españoles, XLIX, 22.) II-404. DOS MIL Y TANTOS. Ya dijimos a propósito del verso 120 del cap. I, que dos mil tenía valor de numeral indeterminado. Aquí notamos, como en los versos 275 del cap. I y 50 del cap. III, la particularidad estilística de Cervantes de adicionar a los numerales otra palabra, adverbio o adjetivo, que aumente la indeterminación. II-405. DE GUILLA. Todas las ediciones han leído neguilla. Yo he corregido así esta errata inveterada, y he restablecido la lectura, de guilla, fundado en las siguientes razones: Cervantes dice en el Coloquio de los perros: «Alegrose mi amo viendo que la cosecha iba de guilla». (Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXXVI, 283), es decir, iba de buena, prometía mucho. Y en el Quijote dice, parodiando los calendarios populares que solían venderse en su época; «Sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota». (Quijote, I, 12.) La voz guilla es arábiga y significa cosecha. (Eguilaz y Yanguas, Leopoldo, «Notas a El ingenioso hidalgo». Homenaje a Menéndez Pelayo, 1899, II, 134). «Año de guilla» es, pues, «año de cosecha». Después, el uso vulgar ha hecho la frase «cosecha de guilla», o «ir de guilla el año o la cosecha», que se interpreta «cosecha abundosa» o «año que se presenta bueno». Esta frase hace mucho mejor sentido en el verso 405. Primero, porque lo que lógicamente debe venir después del verso anterior, es que había habido grande cosecha de poetas de capa y espada. Segundo, porque en los versos subsiguientes afirma que colaban por la zaranda los poetas y quedaban arriba los granzones; y los granzones no son neguillas. Tercero, siendo la neguilla un grano de tamaño menor que el del trigo, hubiera colado con el mismo trigo por la zaranda, y no hubiera habido selección ninguna. Cuarto, porque la frase «fue neguilla la cosecha» no existe en nuestra lengua, ni la emplean los clásicos, ni Cervantes puesto a hacer una frase nueva la hubiera hecho así como es, incorrecta e ilógica. La neguilla la ven siempre los clásicos en proporción menor que la del trigo o cebada, como una semilla furtiva y espúrea, nunca sustitutiva totalmente de los cereales que constituyen la cosecha. Sírvannos estos textos de criterio:

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Una golondrina no hace verano, ni diez granos de neguilla en un muelo de trigo no son causa de que se haga mal pan. (Antonio de Torquemada, Coloquios satíricos, 1552, NBAE, t. VII, p. 526.) Quiso Dios que el primer milagro que hiciese fuese en una zaranda o vaso de barro en que se limpiaba el trigo y se apartaba el grano de la neguilla. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 243.) De ser la cosecha neguilla pura, no había para qué usar la zaranda, ni usándola, hubiera colado el trigo bueno y santo. Quinto, la frase de guilla pertenece plenamente al léxico de Cervantes, que la usó en los dos lugares citados. También en Las quinientas apotegmas de Luis Rufo, continuador de Las seiscientas apotegmas de su padre, aparece la frase: no hay oliva careada en año de guilla, que tanta aceituna produzca. (Ed. de Sbarbi, Madrid, 1882, p. 139). Asimismo, en la Comedia del tutor, de Juan de la Cueva, hay rastro de la frase en boca: Siempre veo en casa guilla, y abondo me harto yo. (Obra citada, jornada IV, Biblióf. Españoles, XLVII, 399.) Creo, pues, que podemos dar por seguro que Cervantes escribió en este verso del Viaje: que fue de guilla entonces la cosecha. II-414. UN PÉSETE. Esta forma optativa del verbo pesar había llegado a sustantivarse hacía tiempo. La encontramos a mediados del siglo xvi. Confr.: ¡Oh, pésete tal! ¿Por qué no era él? Que Galfurrio lo dirá si le pedí prestado su pañizuelo para me limpiar después la mano derecha. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 149. El que habla es un espadachín.) Equivale a ojalá te pese, o deseo que lo llegues a sentir. Es expresión eufemística que en realidad envuelve un deseo que resientes. Aplicada o dirigida a las cosas sagradas equivale a una blasfemia o por lo menos a una irreverencia. He aquí [más] ejemplos de su empleo: Queda esa asna, Pascual. —¡Ro, pésete tal!

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Aguija, aguija corriendo mientre se va deteniendo, que al diablo la encomiendo, si parar hasta el corral. —¡Ro, pésete tal! (Coplas nuevas fechas por Enrique de Oliva: Pliego gótico reproducido en facsímil por don Antonio Pérez Gómez, Valencia, 1950.) II-414. RENIEGO. Del uso del verbo renegar en la frase irreverente de los matones y rufianes —«Reniego, de Saturno Ayuso, de todos los que en Dios no tienen parte», «reniego de los epiciclos del primer planeta»; «reniego del rey tártaro»; «reniego del gran poder del Turco»; «reniego de la espada de san Jorge y aun de la escribanía de san Lucas»; «reniego del sepulcro de Absalón y del sceptro de Roboán». (Comedia Florinea, NBAE, t. 14, pp. 252, 256, 260, 262, 288, 291), vino a sustantivarse la voz reniego, como los indicativos voto y descreo, y el subjuntivo pésete. Confr.: Mas este con mil votos y reniegos vomita contra el aire vivos fuegos. (Villaviciosa, La mosquea, V, Rivad., t. 17, p. 589-a.) II-415. UN SASTRE. Los comentaristas del Viaje han creído que la alusión de Cervantes iba derecha a cierto sastre poeta que existió en Toledo, del cual hablaron bastantes escritores de aquella época. En efecto, del sastre de Toledo, poeta por sus culpas, hablaron Suárez de Figueroa, en El pasajero y en Plaza universal de todas ciencias y artes; Quevedo en la Perinola; Villegas en las Eróticas. Una sátira contra él existe en la Biblioteca Nacional, Ms. 3.085. (Vid. San Román, F. de B., Lope de Vega, los cómicos toledanos y el poeta sastre. Serie de documentos inéditos de los años de 1590 a 1615. M., 1935). Yo en cambio creo que Cervantes no incurrió en aquello de «a moro muerto, gran lanzada». Su carácter rehuía por naturaleza las sendas trilladas; rehuía también lo directamente personal; y sobre todo, había en España multitud de sastres que hacían versos. Confr.: No lleva por la marlota bordada cifra, ni empresa en el campo de la adarga, ni en la banderilla letra; porque es el moro idiota y no ha tenido poeta de los sastres de este tiempo cuyas plumas son tijeras. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 85.)

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¿Qué se me da a mi que Tajo corra por do suele apriesa, ni que se meta en dibujos el uno y otro poeta (que zapatos y sastres todos quieren tener vena)? (Romancero general, Parte XI, Rom. 856, Madrid, 1947, II, 37-b.) Y no hay que entrañarse mucho. Los sastres de aquella época tenían humos de artistas, como los modistos de ahora, por su originalidad en la confección de los trajes masculinos, que les daban espacio a desplegar sus dotes y su personalidad. Lope nos deja ver este interesante aspecto de la profesión: Los sastres nacimos con estrellas de pintores, diferenciando el oficio en que ellos hacen las caras y nosotros los vestidos, y así acabamos los cuerpos proporcionados y lindos, como el arte del pintor por sus líneas y artificios. (Lope, Santiago el Verde, III, Rivad. II, 214.) Imita el sastre a la naturaleza, o es el sastre una segunda naturaleza, que hermosea y transforma al hombre: ¿Quién viste a un toro del cuero, de escama al pez, pluma al ave para su curso ligero? Naturaleza que sabe. Y ella fue el sastre primero pues si tiene tanto nombre quien viste con tal primor un animal, no os asombre que le parezca mejor el sastre que viste al hombre. (Lope, El gran duque de Moscovia, I, Rivad. IV, 256.)

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Lope, gran transformador poético de la sociedad humana, veía en los sastres algo de poetas, bastante de artistas, que embellecían con su trabajo la sociedad y convertían pobres hechuras de la naturaleza en arrogantes beldades: Toda es vana arquitectura; porque dijo un sabio un día que a los sastres se debía la mitad de la hermosura. (Lope, El perro del hortelano, I, Rivad. I, 344.) Todo lo cual no quiere decir que los sastres, como poetas, no fueran un desastre. Cervantes disiente del criterio de Lope en El licenciado Vidriera, donde incluyó al sastre en la galería de los satirizados por el sabio-loco de Tomás Rodaja. (Vid. El licenciado Vidriera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. XXVI, p. 60.) II-417. SUCIO ES APOLO. Modo de mandar a paseo a Apolo. La palabra sucio es un eufemismo. Confr.: Pues aun la del maestresala no anda tan rostrilucia. Y envialla he yo para sucia, si ella conmigo se iguala. (Rodrigo de Reynosa, Coplas de las comadres; Gallardo, Ensayo, IV; 46-a.) U. No tire nadie; estén las manos quedas y anden las lenguas. M. ¿Quién te tira, sucio? (Cervantes, El rufián dichoso, I, Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1916, p. 28.) II-417. ASÍ YO VIVA... La forma de esta frase desiderativa es un latinismo, calcado en la conocida frase de Virgilio, Sic te diva potens Cypri... (Odas, libr. 1.°, od. I). Pero no es exclusivo de Cervantes. Confr.: Dame, Señor, ansí el Rey te haga comendador... (Lope, El arenal de Sevilla, II, Rivad. III, 536.)

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Los traductores de Virgilio debieron introducir en nuestro idioma este uso de así, en frases de este tipo, sustituyendo a la forma antigua castellana que se observa en este texto: Mejor viva yo que no quisiérades vos más que durara lo que habéis dejado... (Antonio de Torquemada, Colloquios satíricos, 1552, NBAE, t. VII, p. 490.) Confr. Espinosa Polit, A., «Un latinismo en el Quijote», RFE, XXXII, 1948, pp. 25-33. II-424. NADANTE. Participio de poco uso fuera de la poesía, y aún en ella no pierde la palabra cierto resabio latinista. Confr.: Con la prora espumosa las galeras, como nadantes fieras, el mar cortan. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 113.) El hará que tus brazos esforzados llenen el mar de bárbaros nadantes. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 110.) Tome ejemplo en mi mal, quien no desea ser cual yo pasto de nadantes mudos. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, 199.) II-425. A LA MARINA. A la playa. Modo de decir comunísimo entonces, hoy desaparecido. Cervantes lo usa tres veces en este poema. (Vid. cap. III, verso 329 y cap. IV, verso 461). Confr.: Dichosa fuera yo, dichosa fuera, si troyano navío en mi marina no se viera ni en África tocara. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 96.) Más polilla, lampiña, limpia, bruñida, que conchas de la marina. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 103.)

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Y tractando de esto, a la vista de la marina, junto al muelle, dijo el rey. (Diego Rosel y Fuenllana, De varias aplicaciones y transformaciones, Nápoles, 1613, p. 208.) A punto Evenjafén el paso apresta, cubierto por un monte, a la marina. (La murgetana, de Gaspar García Oriolano. Valencia, 1608, f. 29.) II-428. CHOCANTE. Que dice chocarrerías o gracias de mal gusto. Confr.: Porque, por aquel tiempo las vacantes se reservaban para lisonjeros, chocantes y malsines holgazanes. (Historia del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos, Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 33.) Tenernos de estas cosas larga prueba, por haber visto muchas semejantes, pues quien postrero va primero lleva mayormente malsines y chocantes. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 68-a.) Hombres de mal vivir, gente baldía, glotones, paroleros, charlatanes, chocantes, burladores, mogollones, falsos y de traidoras condiciones. (Ibid., IV, 131-b.) II-434. CAMARINES. Camarotes de respeto, para personas de categoría en una nave. Confr.: Hallamos treinta moros cerrados en los cinco camarines, y fue necesario a fuerza de palanca abrirlos... El mallorquín, conociendo ser yo el cabo, me pidió misericordia, y llevándome dentro al camarín del General, me dio en las manos tres esclavas. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengaño. Memor. Histór. Españ., t. 12, pp. 260-61.) Se usó metafóricamente como húmidas alcobas del verso 52 del cap. V. Confr.: El bajel que en las ondas ya se ofusca el camarín de los tritones busca. (Calderón, El mágico prodigioso, II, Rivad. IX, 178-a.)

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II-435. DANDO A LA GRACIA [Y LUSTRE]. Todas las ediciones leen gracia ilustre. Me decido por la lectura del texto porque la creo más consonante con el estilo cervantino. Compárense las frases, Gloria y lustre (cap. IV, verso 394) y Gloria y lumbre (cap. VI, verso 271). Cervantes lógicamente quiso decir «dar rancho y pieza al mérito y al rango de los poetas nobles». II-435. RANCHO. Albergue improvisado o paraje donde conviven circunstancialmente varias personas, de ordinario navegantes, presos, soldados, pescadores, pastores, gitanos, en barcos, cárceles, playas, campos, etc. En el Viaje, significa concretamente el lugar del barco donde habían de instalarse los pasajeros de rango, uso atestiguado por un texto de 1617: Unos su rancho aperciben, otros al piloto hablan, unos suben a la popa, otros en la nave saltan. (Loa anónima y sin título en la Octava parte de comedias de Lope de Vega, NBAE, XVIII, 454-b.) Igualmente se llama rancho el paraje donde los pasajeros o tripulantes acampan en la playa al desembarcar. Confr.: No tomábamos puerto para lo necesario, sino en las riberas que más cómodas parecían para asentar el rancho, dejando a buen recaudo y custodia once falúas en que veníamos (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. II, Desc. X. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LI, 216.) Aquí en la playa del mar tengo de asentar mi rancho. (Rojas Zorrilla, Los áspides de Cleopatra, III, Rivad. LIV, 438-b.) Fuera de esta acepción que pudiera llamarse marítima, en Cervantes se ve esta voz en casi todos sus usos. Confr.: «Un agujero de mi rancho». «Dentro de nuestro rancho», en la novela del Cautivo. (Quijote, I, 40). «Llegué a un rancho de gitanos». (Coloquio de los perros. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXXVI, 308). «Rancho de pocas chozas» (Comedias, Madrid, 1615, f. 214). «Si en lugar de los palacios de cristal, que en el profundo mar dejas..., hallares en nuestros ranchos las paredes de conchas y los tejados de mimbres». (Persiles, Libr. II, cap. X, Madrid, 1816, f. 85). «Se recogieron... los pescadores a sus ranchos». (Quijote, II, 29.) Nótese que tratándose de pescadores, dos veces usa Cervantes ranchos en plural. Todos estos usos eran comunes a los escritores contemporáneos. Confr.:

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En la mitad de la ermita tendimos nuestro rancho y comimos. (Cautiverio y trabajos de Diego Galán. Biblióf. Españoles, XLIII, 318.) Hablando de la cárcel: Los compañeros del rancho con dolorosa inquietud, se bebieron más que cabe la cuba de Sahagún. (Salas Barbadillo, La ingeniosa Elena. Ed. Bibliotheca Románica, t. 149-150, p, 130.) Preciosa, al rancho conmigo. (Antonio de Solís, La gitanilla de Madrid, III, Rivad. XLVII, 74-a.) Unos cabreros que hallaron una mujer herida y «procuraron animarla para poderla llevar a su rancho. (Castillo Solórzano, Noches de placer. Ed. Cotarelo, Madrid, 1906, p. 14.) En dos contrapuestos campos mil naciones diferentes ... plantan sus todos y ranchos banderas gallardetes. (Loa en alabanza de la humildad, de autor anónimo, NBAE, XVIII, 447-b.) Vinieron los indios de paz... y andaban sin ningún miedo entre nosotros, y se metían en nuestros ranchos, y, por mejor decir, en sus casas adonde estábamos aposentados. (Relación de la jornada de Pedro de Orsua. Biblióf. Españoles, XX, 63.) Entraste tú hasta las gradas al olor de la belleza de damas, tus gomecillos, que como ciego te llevan; mas yo que huyo de apreturas, quedéme a la popa de ellas, que es rancho de los Guzmanes en naves, coches e iglesias. (Tirso, La celosa de sí misma, I, Rivad. V, 129-c.)

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Por analogía se dice rancho el lugar propio o privativo de una persona, uso que se ve en Cervantes cuando dice: «Retirose el ventero a su aposento, el arriero a sus enjalmas, la moza a su rancho» (Quijote, I, 16), Es uso atestiguado. Confr.: Después de haber sacado el vientre de mal año, me fui a visitar a mi rancho, el cual estaba como casa sin dueño. (Vida y hechos de Estebanillo González. Rivad. XXXIII, 322-a.) Se dice también «dividir los ranchos» en el sentido de separarse dos personas, cargando cada una con lo suyo. Confr.: Aquella noche hubo división de ranchos en el aposento, fingiéndose indispuesta (Castillo Solórzano, Tardes entretenidas. Ed. Cotarelo, Madrid, 1908, p. 182.) II-436. DE NUEVO RESONARON LOS CLARINES. Al zarpar, los barcos tocaban los mismos instrumentos músicos que a la llegada al puerto. Confr.: El gallardo Mostafá se parte rompiendo el alba adonde la armada fuerte de su rey le espera y llama; y de la mar las trompetas, chirimías, pitos, flautas, añafiles, sacabuches le hacen la seña y salva. (Romancero general, Parte V, Rom. 283, Madrid, 1947, I, 189-b.) Toca trompetas a leva, y las cajas resonantes con los pífaros parleros dicen que todos se embarquen. los marineros dan voces, para que el ferro se alce y los ligeros grumetes al viento velas esparcen. (Ibid., Parte IV, Rom. 377, Madrid, 1947, 254-a.) II-438. DELFINES. Los delfines presagiaban la tormenta cuando se dejaban ver sobre el mar. Numerosos pasajes de la literatura comprueban la extensión de esta creencia. Confr.:

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Ya las focas y delfines dando a los peñascos bordes, las fortunas pronostican, las tempestades conocen. (Lope, Romance a la creación del mundo.) Los delfines van nadando por lo más alto del agua; tormenta amenaza al mar. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. New York, 1921, t. I, p. 21.) El pez profeta que con triste agüero anuncia la tormenta, no mostraba indicios; antes daban mil señales de eterna mansedumbre los cristales. (Antonio de Escobar, Poema de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 250.)

CAPÍTULO III

III-2. ESDRÚJULOS. Versos terminados en palabras esdrújulas, que al oído de Cervantes resultaban tan duros como la madera de los remos. Solían llamarse esdrújulos simplemente los versos de este género. Confr.: Se levantó Misericordia plácida y en comedido término pidió licencia al Consistorio, y dándola, propuso estos esdrújulos. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 10-b.) Cultivó estos versos con cierta preferencia el canónigo canariense don Bartolomé Cayrasco, y debió ser atacado por algún o algunos poetas de Andalucía, a los que aludía quejoso en los siguientes versos: Nereidas y Amadriadas... si... os vais y en esta ínsula, que el nombre de Palmífera la ilustra, me dejáis cantando dísticos; ... y a las orillas béticas presentaréis por brújula esta canción esdrújula, do si la reprobaren almas éticas con licencioso estrépito, dejaldas, que su estilo es ya decrépito. (Ibid., p. 174-a.) 367

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Después, terminado el panegírico de san Lorenzo entre el horrible martilleo de sus esdrújulos, vuelve a la defensa de sus atacados versos: Estimaron también de aquellos versos el modo nuevo, gravedad y pompa templando su aspereza y modo extraño con el rigor y fuerza inusitada en la lengua española nunca vista. Y aunque pocos ingenios gustan de este modo de componer artificioso, por las causas que hallan a su gusto, de entendimientos altos, peregrinos, que a insólitas grandezas siempre aspiran, los he visto loar extrañamente. Mas quédese esto aquí, que nadie puede poner puertas al campo... (Ibid., p. 179-a.) III-4. TOPE. El extremo o remate superior de cualquier palo de arboladura, incluso sus masteleros: o la punta alta del último de estos, donde colocan las grímpolas y las perillas o bolas. usase mucho en plural, y cada uno toma la denominación del palo a que corresponde, llamándose tope mayor, tope de trinquete y tope de mesana. (Diccionario marítimo español de 1831, de Timoteo O’Scandau). Confr.: Sube la entena y llega a dar al tope, va la galera más que de galope. (Virués, El Monserrate, III, Rivad., t. 17, p. 513-b.) De preciosas aromas, hasta el tope, por varios climas y diversos mares, llenas le envía mil pintadas gavias el Arabe feliz de sus Arabias. (Luis Vélez de Guevara, Elogio del Juramento del príncipe don Felipe IV, Madrid, 1608, octava 124.) Este texto de Vélez de Guevara es incorrecto. Se dice las naves llenas hasta el tope; pero las gavias no podían ir llenas sino de aire. (Véase cap, III, verso 42.) III-6. DE VARIOS LIZOS... TEJIDA. Lizo es cada grupo o conjunto de los hilos en que se divide la urdimbre, que la lanzadera va entretejiendo

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con la trama. Esta definición es mejor que la del Diccionario de Autoridades. «Los hilos con que los tejedores dividen la seda o estambre para que pueda pasar la lanzadera con la trama». Todavía, la del Diccionario es exacta, y no se comprende cómo R. Marín definió lizos, comentando este lugar del Viaje, «hilos fuertes que sirven de urdimbre para ciertos tejidos», que es completamente inadmisible. También erró Icaza, anotando este pasaje de Juan de la Cueva: Tiende en torno esos lizos, por donde yo derramo estas cenizas del Tinacrio monte. (Juan de la Cueva, El infamador, Jorn. II, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 93.) Icaza interpretó: «lienzos de hilo». No entendió el pasaje. Cervantes empleó dos veces, y ambas correctamente, este término, en el Quijote: Compondrá una tela de varios y hermosos lizos tejida. (Quijote, I, 47.) Traía el rostro cubierto con un transparente y delicado cendal, de modo que, sin impedirlo sus lizos, por entre ellos se descubría un hermosísimo rostro de doncella. (Quijote, II, 35.) También la usó Juan de Castellanos irreprochablemente: Sería proceder en infinito con urdimbre de inacabable lizo, si aquí se relatasen por escrito las excelentes obras que allí hizo. (Juan de Castellanos, Historia del Nuevo Reino de Granada. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, t. II, p. 318.) III-13. AGUAS DEL MAR CANO. Expresión poética, muy común, de la blancura que las espumas dan a la superficie del mar. Confr.: Iba de espuma cana el agua llena. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 111.) Bañado en cana espuma como cisne. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, 185). Y en la misma página, Rioja sustituye albo por cano: «Y aunque más dulce cante que albo cisne.»

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Y cuando el alba de su carro asienta las llantas de cristal en aire cano. (La murgetana, de Gaspar García Oriolano. Valencia, 1608, f. 24.) Lope aplica el adjetivo cano por blanco incluso fuera del caso del mar o de la espuma, que es lo corriente. Confr.: ¿Qué hermosa fuente desta escura cueva remite al valle el paso cristalino entre azul lirio y azucena cana? (Lope, La boba para los otros y discreta para sí, I, Rivadeneira XXXIV, 527.) III-14. COLCHAS ENCARRUJADAS. En el siglo xvii la colcha era algo análogo al actual edredón: un cubrecama, acolchado, compuesto de dos telas que sujetaban en medio una gruesa guata de algodón. De aquí colchón, aumentativo de colcha. Esta colcha de abrigo era sustituida en verano por una simple tela fina, que, por adorno, se rizaba o encarrujaba, como los roquetes de los eclesiásticos, las tocas de las señoras y las mangas tanto de hombre como de mujer, que se usaron en el siglo xvi. Actualmente el encarrujado no se efectúa más que en los roquetes y sobrepellices del clero; pero por este dato nos formamos idea exacta del significado de encarrujar. Confr.: El vestido de los obispos es una túnica morada... encima un roquete corto muy encarrujado con goma arábiga, y encima una manteleta... (Fray Servando Teresa Mier, Apología, Monterrey, 1876. Ed, Biblioteca Ayacucho, p. 290.) El texto tardío de Mier ofrece un arcaísmo español conservado en América, mucho más propio y más emparentado con el habla de Cervantes, que la frase de Góngora que expresa el mismo hecho: Porque su bruñida frente y sus mejillas se hallan más que roquete de obispo encogidas y arrugadas. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. Nueva York, 1921, t. I, p. 44.) Fue tan propio de los roquetes el encarrujado, que La pícara Justina, en lugar de decir tocas encarrujadas (que se lee en Trillo y Figueroa, Rivad. XLII,

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70-b), dijo «tocas roquetadas» (Ed. Bibliófilos Madrileños, t. II, p. 155). En cuanto a las mangas. Confr.: Llevan los brazos derechos con mangas encarrujadas, hechas de una blanca toca con hilo de oro listada. (Pedro de Padilla, Romance de Abdalla. Rivad. X, 121-b.) III-15. AZULES VISOS. La superficie del mar, rizada por el viento, dejaba ver a través de la espuma blanca el viso azul del agua. Confr.: Las aguas son tan livianas, que con cualquier ventecito que corre sobre el haz del agua, se adamasca y hace mil labores. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 433.) III-35. EN MITAD DE LAS AGUAS LE ENCENDÍA. Tópico de la poesía petrarquizante, del cual se burló Cervantes en el Quijote (Parte II, cap. 38). Aquí se burla otra vez, ya que el tópico seguía rodando por todo género de poesía. Confr.: Siguiendo a Marfina me convierto en fuego, en hielo, en hombre vivo y muerto. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 228.) Entre templada nieve evaporar contempla un fuego helado. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 203.) El dios que yela y abrasa. (Ibid., p. 208.) Yélame ardiendo el sol, ardo en el velo. (Orfeo, de don J. de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p, 40.) Yo muero y vivo, yo me hielo y ardo. (Lope, El príncipe perfecto, Segunda parte, III, R. Acad., X, 519-b.) Una experiencia tengamos, del fuego ella en que me hielo, él del hielo en que me abraso. (Rojas Zorrilla, Los áspides de Cleopatra, III, Rivad. LIV, 438-b.)

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Es hembra altiva y de favor escasa, no me valió decirle sol ni aurora, ni aquello que me hiela y que me abrasa. (Diego Ximénez de Enciso, Los Médicis de Inglaterra, Rivadeneira XLV, 223-b.) III-39. ALGARABÍA. «Hablar algarabía» significaba en tiempos de Cervantes todavía hablar en lengua árabe. Lo comprueba perfectamente un pasaje del libro de Guzmán de Alfarache. Cuenta de dos amantes a quienes se veía «estar juntos hablándose en algarabía». Viene un tercero a dar sus quejas a la dama y le dice: «Ha engendrado un cuidado la familiaridad grande que con Ambrosio tienes, acompañada de hablar en arábigo». (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Parte I, Libro I, cap. VIII, Rivad. III, p. 208.) Por esto Cervantes, en el Entremés del retablo de las maravillas, pone en boca del alcalde: «Vos (el escribano) que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo no». (Entremeses, de Cervantes. Ed. M. Herrero, Clásicos Castellanos, La Lectura, t. CXXV, p. 164). Lo cual indica que la algarabía era inteligible para la persona de cultura. Es verdad, sin embargo, que como la cultura no fue nunca patrimonio de los más, y no faltaban osados que alardeaban de saber árabe, popularmente vino a significar algarabía lenguaje cabalístico e ininteligible. Confr.: No penséis que hay aquí más algarabías ni cosas no sabidas y entendidas». (Santa Teresa, Moradas segundas, cap. I. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, I, 37.) H.—Yo no os entiendo. L.—Es en vano, que hablo en algarabía. (Lope, La privanza del hombre. R. Acad., II, 598-b.) Entenderemos un lugar dificultoso de Oseas, en el capítulo II. Allí dice Dios: Dabo vallen Achor ad aperiendarn spem. ¡Parece esto algarabía. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 220.) De ordinario se decía «algarabía de allende», o sea, del lado allá del estrecho, como lo usó Cervantes en el entremés citado. Castillo Solórzano llama algarabía de allende a la jeringonza culterana. (Castillo Solórzano, Tardes entretenidas. Ed. Cotarelo, Madrid, 1908, p. 312.) De este sentido popular nació el dicho vulgar que vemos en este diálogo:

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VIEJO—De puro sabio no sabe hablar romance. VILLANO.—Eso es cuando habla el algarabía de allende, que el que la dice no la sabe y el que la oye no la entiende. (Entremés de un hijo que negó a su padre, NBAE, XVII, 55) III-40. SESGA. La galera marchaba serena, grave y sosegadamente. Confr.: Hablando del Ebro: Muestra la alegre cara y sesgo el brío, coronado de hojosas y altas cañas. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 10.) Hablando de una mujer: Fulg.—Pues el tallazo y el brío, ¡Por Cristo, que nos admira!... ¡Qué sesga es y qué mimbreña! (Lope, El toledano vengado, I, R. Acad. N. E., II, 600-a.) Y, a lo mejor, una dueña más sesga que una borrica, verterá una bacin. (Lope, La fuerza lastimosa, I, Rivad. XLI, 262-b.) III-44. ESCOMBRADA PLAYA. El verbo escombrar, sacar los escombros, se usó mucho en sentido figurado de limpiar, desocupar. Cervantes lo empleó en sus Comedias (Ed. Madrid, 1615, f. 94), y el Persiles (Ed. Madrid, 1617, fols. 103 y 189). Fue muy usado lo mismo en prosa que en verso. Confr.: Si viniese a noticia de mis amigos que yo había de pasar por un estrecho lugar en que estuviesen salteadores secretos, en más les tendría.., si se antuviasen delante a quitarme los enemigos y escombrarme el camino). (Alejo de Venegas, Agonía del tránsito de la muerte, NBAE, XVI, 170-a.) Después que el temor rae y limpia la casa, y la confesión la barre y escombra y el amor la adorna con la tapicería. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, LII, 473-b.) Viendo cubierto el suelo de aquellos exorbitantes monstruos, como vimos la tierra escombrada de ellos, ... arremetimos a unos árboles frutales.

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(Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Relc. II, Desc. XXI, Ed. S. Gili, Clásicos Castellanos, La Lectura, LI, 308.) Mira que su casa escombres de unos soldados fiambres... (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 157.) Pulsó las templadas cuerdas y al punto el cielo se escombra, el aire se purifica la ribera se convoca. (Ibid., I, 248.) Fardos de Logroño se cargan apriesa, que para trepar se escombra la tienda. (Ibid., I, 263.) Escombra de robustos labradores el campo la trompeta belicosa que llama al palio rojo corredores porque la fiesta quede más hermosa. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 95.) DON ALONSO. ¿A qué volvéis aquí? DON TORIMO. ¿A qué he de volver? ¡pese a mí! Sino a escombrarlos, si aquí están los que aquí dejé. (Calderón, Guárdate del agua mansa. Rivad. IX, 387-a.) III-44. PLAYA DE VALENCIA. Cervantes salta en su itinerario de la playa de Valencia al golfo de Narbona, pasando en silencio la playa de Barcelona. Esta omisión obedece al propósito de no repetirse, que era uno de los principios de lo que podemos llamar «técnica cervantina». Cuando en una novela había tratado un tema, lo excluía deliberadamente en adelante. La playa de Barcelona quedaba tratada en el Quijote; por eso ahora le toca la vez a la de Valencia. Esta es, a mi entender, la verdadera respuesta a aquel problema que se planteaba don Luis Montoto: ¿Por qué Cervantes no llevó a don Quijote a Sevilla? Creo que por esto: Sevilla estaba harto tratada en El coloquio de los perros y en Rinconete y Cortadillo. Había que cambiar escenario, personajes y ambiente.

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III-47. DON LUIS FERRER. Don Luis Ferrer y Cardona -1575-1641poeta valenciano, miembro de la Academia de los Nocturnos fundada en 1591, en cuyas actas figuran siete poesías suyas. Durante la primera década del siglo xvii contribuyó con sus versos a todos los certámenes poéticos celebrados en Valencia, en honor de varios santos. Dejó fama de mecenas para los literatos de su tiempo. III-47. MARCADO EL PECHO. El antedicho don Luis Ferrer fue investido con el hábito de caballero de Santiago el año 1608, honor de que también gozaba su padre, don Jaime Ferrer, comendador de Cieza. Repárase en el cuidado estilístico que Cervantes pone en diferenciar esta frase de la del verso 311, del cap. I. III-53. DON GUILLÉN DE CASTRO. Don Guillén de Castro y Bellvis había nacido en Valencia en 1569. En 1603 era contado por Rojas Villandrando entre los poetas dramáticos de fama. Cervantes, además de este elogio del Viaje, le dedicó otra mención muy honorífica en el Prólogo de las Ocho comedias y ocho entremeses que salieron a luz en 1615. Mas, a pesar de no ser don Guillén de Castro un poeta inédito cuando Cervantes le elogiaba tan abiertamente en 1614, distaba mucho de ser lo que fue en época posterior. La Primera parte de sus Comedias no salió impresa hasta 1618. El hábito de Santiago no lo obtuvo hasta 1623. Toda su nombradía literaria, y sus relaciones con la nobleza de la corte, son posteriores a la muerte de Cervantes. III-56. PEDRO DE AGUILAR. Se refiere indudablemente a Gaspar de Aguilar, famoso comediógrafo valenciano. El llamarle «Pedro» lo han explicado todos los comentaristas por un error del tipógrafo o por una confusión de Cervantes. Puede ser también, añadimos nosotros, que el dramaturgo valenciano fuese llamado «Pedro» familiarmente, y «Gaspar» fuese nombre literario. Por estas fechas en que le cita Cervantes tenía Aguilar unos cuarenta y cinco años. Consta que venía a Madrid alguna vez, quizá a asuntos del vizconde de Sinarcas y de Chelva, de quien fue secretario, o del duque de Gandía, a quien sirvió de mayordomo. En uno de estos viajes podría conocer a Cervantes. Ya en 1605, se lee en el Quijote un elogio de su modo de escribir comedias, lo cual establece una fecha de cuándo databan, por lo menos, las buenas relaciones entre Aguilar y Cervantes. III-57. TURIA. El río representa a la escuela poética valenciana. Confr.: Ninfas del sacro Turia, ya Pactolo... (Lope, Laurel de Apolo, II, Sancha, I, 46.)

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III-57. EN SUS RIBERAS CRÍA. Criar, arcaísmo hoy, alternaba entonces con producir, que ha prevalecido. Confr.: Un criado, natural de Segovia, de los refinas hijos que aquella ciudad cría. (Castillo Solórzano, La niña de los embustes. Ed. Cotarelo, Madrid, 1906, p. 13.) Que debiera el autor de esta hazaña fundarla en un espíritu de aquellos que suele producir la rica España. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 227.) III-65. LIBRILLOS DE MEMORIA. Especie de agenda, que con la misma finalidad que las nuestras, se usaban en tiempo de Cervantes. Confr.: ALBERTO. En la calle de Alcalá poso, de donde se parten los carros; llámome Ascanio de li Estorneli... CELIA. Id en buena hora, y podréis verme, señor, cuando os falten negocios. INÉS.   —Señora, escribe el nombre... Libro tengo de memoria. CELIA. ALBERTO. Pues vuesa merced le saque. Ya escribo. CELIA. ALBERTO.    —Ascanio CELIA.   —¿De qué? —De li Estorneli. Y mandadme. (Lope, Ay, verdades, que en amor, II, R. Acad. N. E., III, 518-a.) La finalidad recordatoria de semejantes librillos se ve bien en este texto: Servirános de libro de memoria doña Giomar, no viva y en regalo, mas en este ataúd de vil escoria. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, f. c.) En un Inventario de alhajas del conde de Benavente, hecho en 1574, hallamos valiosos ejemplares de estas agendas, alguna con su pluma correspondiente, como el lápiz de que vienen provistas las de nuestra época:

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Dos libros de memoria guarnecidos de oro. Mas otro librico de memoria guarnecido de plata dorada. Mas unas plumas de oro, de memoria. III-73-74. SE ALZASEN ... CON PARNASO. Alzarse con una cosa es apropiársela violentamente. Confr.: Más que a mi vida la amé y más que al alma sin duda; pero fortuna voltaria que siempre sus ruedas cursa, se me quiso alzar con ella. (Romancero general, Parte III, Rom. 119, Madrid, 1947, I, 87-a.) El labrador come de su pan, dio su sudor y no se alzó con el ajeno. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 36.) III-77. ANDRES REY DE ARTIEDA. Cabeza de los poetas valencianos le estima Cervantes, resolviendo de antemano la cuestión debatida de su naturaleza. Casi de la misma edad que Cervantes, pues nació en 1549, fue camarada suyo en la batalla de Lepanto y en Navarino, de donde provendría una amistad, que se manifestó primero en el Canto de Calíope (estrofa 93) y treinta años después en el Viaje del Parnaso. III-78. LASO. Cansado, desfallecido. Confr.: Los lasos españoles, mal heridos. (Alonso de Ercilla, La Araucana, Canto XV, Ed. 1733, p. 78-b.) El trabajo pasado de lo hecho hace que al sueño rinda el laso pecho. (Lope, Hechos de Garcilaso de la Vega, III, R. Acad., XI, 222-b) Un laso suspiro oía, como de alguna persona que viene de la otra vida. (Lope, Premio riguroso y amistad bien pagada, III, R. Academia N. E., 1, 330-b.) III-87. CADA CUAL SIRENA. «Es verdad que cada cual dama se precia hacer su nueva invención y modo de chocolate». (Juan de Cárdenas, Problemas de Indias, México, 1591, f. 115.)

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Fue cada cual soldado proveído, según aquellos tiempos y sazones. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 188-b.) Haciendo de ellos Fedriman gran cuenta por ser cada cual hombre diligente. (Ibid., 222-a.) III-87. SIRENA. La fábula de las sirenas la epitomiza admirablemente Fernández de Oviedo: Isidoro en sus Etimologías dice que las Serenas fueron tres, e que tenían parte de mujeres vírgenes e parte de aves con alas e uñas; una contaba con voz, e otra tañía en tímpano, e la tercera en la vihuela; e con la melodía de su música embebescidos los navegantes, se descuidaban del gobierno de sus naves e se perdían e daban al través... Esta fábula trata largamente el Abulensis, sobre Eusebio. (Gonzalo Fernández de Oviedo, Las Quincuagenas, Madrid, 1880, p. 410.) Los poetas hicieron largo gasto de las sirenas. Confr.: Fui su serenado amante, fue mi amadora sirena, ella pez de medio abajo, yo de medio arriba cera. (Romancero general, Parte V, Rom. 282, Madrid, 1947, I, 188-b) Las engañosas serenas con su voz serena canten. (Ibid., Parte VII, Rom. 570, I, 367-a.) III-93. CORRIDA. Sustantivo análogo a ida, venida, estada, etc. Usadísimo en tiempos de Cervantes, hoy en desuso, con empobrecimiento de la lengua, que no dispone más que del sinónimo carrera. Confr.: Bajaban, dél hablando, de dos cumbres aquellas nueve lumbres de la vida; con ligera corrida iba con ellas, cual luna con estrellas, el mancebo intonso y rubio Febo. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 92.)

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¿Qué recio movimiento en la corrida lleva de tal herida lastimado? (Ibid., III, 62.) Cada uno se esfuerce en la corrida porque el vencido perderá la vida. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 246.) Mas, desde allí, las lenguas alargando, suspenden por entonces la corrida. (La murgetana, de Gaspar García Oriolano. Valencia, 1608, f. 25.) Dejaron el temor y la corrida, corridos de la voz que los infama. (Ibid., f. 21.) Ya está la entrada del toril abierta, ya el animal recela la salida, y asomando los cuernos por la puerta ya se para, ya toma la corrida. (Antonio de Escobar, Poema de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 255.) Tomar de más atrás la corrida para subir más alto. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 62-a.) II-96. DURABLE, POR NO SER NADA VIOLENTO. Idea de la filosofía moral, que los poetas repiten acá y allá. Confr.: Pero nada violento fue durable. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 221.) Durar lo violento no es posible. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro VII, Barcelona, 1618, f. 114.) III-98. GODESCAS GALAS. Igual que en este verso aparece en el 284 del mismo capítulo el adjetivo godesco. Es un caso revelador de la estilística cuidadísima de Cervantes. Lo ordinario y general era godeño, que aun Cer-

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vantes mismo usó en El vizcaíno fingido (Vid. NBAE, t. 17, p. 29-a); lo mismo que se ve usado en el Romancero general, Parte IV (Vid. ed. Madrid, 1947, t. I, p. 142-a), y en Bartolomé de Argensola, Epístola III (Vid. Rivad., t. 42, p. 308-a.) Se ve claro el prurito de diferenciación y renovación del lenguaje. Godesco es derivado de godo en el sentido de noble o aristócrata que Cervantes le da en el verso. III-99. EN TRAJE SE VISTIERON DE ROMEROS. Cervantes en el Persiles describió las características del traje de los romeros o peregrinos. (Persiles, Lib. III, cap. VI, Madrid, 1616, f. 140). Los trajes de los romeros tenían los mismos distintivos: esclavina, sombrerazo y bordón. La Pragmática de 13 de junio de 1590, prohibiendo andar en hábito de romero, puntualiza estos detalles: ... fingen que van en romería a algunas casas de devoción, diciendo haberlo prometido, y se visten y ponen hábitos de romeros y peregrinos, de esclavinas y sacos de sayal y otros paños de diversos colores, y sombreros grandes con insignias y bordones... No muy diferente hallamos vestidos a los romeros en un libro algunos lustros más atrás: Andaba vestido de romero, e traía un sombrero con señales de romero, con bordón e zapatos altos. (Historia de Enrique Fi de Oliva. Biblióf. Españoles, VIII, 7.) Villalba y Estaña, que anduvo por España en traje de romero, hacia 1580, dice tocante a su indumento: «Pareciolo tornar traje y hábito de pelegrino... vestido de sayal, con el compañero, que ansí al paje llamaba, con sendos bordones en la mano». (Villalba y Estaña, El pelegrino curioso. Biblióf. Españoles, XXIII, 84.) III-100. LAS NEPTÚNEAS SALAS. En poesía es corriente la voz salas en sentido de espacio. Serrana, toma consuelo, que con mis doradas alas daré en los aires un vuelo y aparesceré en el cielo en las divinales salas. (Timoneda, Obra llamada los desposorios de Cristo. Rivadeneira LVIII, 105-a.)

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Trata los aires de día, pisa de noche las salas con tal invisibles alas cuanto con pasos sutiles. Vuela pensamiento y diles... (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 156.) Trepa los aires de día, de noche pisa sus salas con tan invisibles alas cuanto con pasos sutiles. (Romancero general, Parte XII, Rom. 957, Madrid, 1947, II, 103-b.) Cuando yo, imitando al viento, ciego raptor de Oritía, llevando en los pies dos alas y la serrana en los hombros, salí, atropellando asombros; penetré, volando, salas. (Lope, El vencido vencedor, III, R. Acad. N. E., X, 175.) La suprema Palas que atinada asiste en las eterias salas. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 137.) Mi infatigable vuelo, apagando las lámparas del cielo, en las empíreas salas con el rápido curso de mis alas. (Moreto, La gran casa de Austria y divina Margarita. Rivadeneira LVIII, 551-b.) III-104. GOLFO DE NARBONA. Nuestros clásicos llamaban «Galia narbonense» a la región francesa llamada Provenza. Vr. gr.: No ha de quedar arriano que no persiga y destierre, desde el Alpe hasta los montes de la Galia narbonense. (Lope, La mayor corona, II, R. Acad. N. E., II, 342-a.)

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Y Juan Botero lo explica: «A estas tres partes de la Francia... se allegan otras dos que son, la Narbonense y los Allobrogos. Narbona se dice aquella parte que está sobre el Mediterráneo, llamada así del nombre de su cabeza». (J. Botero Benes, Relaciones universales del mundo, traducidas por Antonio López de Calatayud, Valladolid, 1603, p. 16.) De ahí el nombre de golfo de Narbona. Confr.: Desnudo pasaré la Scita helada por tu servicio, la tormenta airada del golfo de Narbona o Satalia. (Lope, Nueva biografía. R. Acad., I, 99.) III-106. CABAL PERSONA. Cabal equivale a sin tacha, completa moralmente y físicamente. Se emplea en verso y en prosa, antes y después de Cervantes. Confr.: Y allí nombrados ya los oficiales, personas beneméritas, cabales, de traza, de consejo, de cuidado. (Pedro de Oria, Arauco domado, Lima, 1596, p. 149.) Uno de los oidores de aquel tiempo, varón cabal y bien acreditado. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 173.) Bien pinta el Profeta la pérdida de un príncipe cabal. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 78.) Un abuelo tuvo V. M., tío de mi padre, que en viendo lechugas se desmayaba. ¡Qué hombre tan cabal era! (Quevedo, Historia de la vida del Buscón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1927, V, 56.) III-110. PARIÓ CUATRO POETAS EN CRUJíA. En crujía, sin artículo, rasgo frecuente en la jerga marinera, en expresiones con la palabra crujía. Cfr.: Quijote, II, 63, p. 275 (ed, 1917), y Viaje (1-264), pasó crujía. III-113. MOSÉN LUIS DE CASANATE. Todas las ediciones, siguiendo a la primera, han dicho Juan Luis de Casanate. Nosotros hemos sustituido Juan por Mosén, atento a que el sujeto alabado por Cervantes no se llamaba sino Luis de Casanate, nunca Juan Luis; y como era aragonés y consta que se hizo sacerdote y obtuvo la dignidad de arcipreste de Daroca en la Metropo-

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litana de Zaragoza, el tratamiento de Mosén debe ser lo que antepuso Cervantes al nombre de Luis, y lo que el cajista convirtió en Juan. Cabría discutir si verdaderamente se trata del famoso aragonés, que durante las primeras décadas del siglo xvii sobresalía en Madrid como insigne jurisperito y diputado del reino de Aragón; pero no creo que se pueda dudar, viendo su nombre citado con grandes elogios en todos los autores coetáneos. Suárez de Figueroa, el P. Diego Murillo, el cronista Andrés, el marqués de San Felices, etc., encomian la sabiduría y valer de Luis de Casanate. ¿Qué se puede poner a que lo encomiase Cervantes? Lo extraño sería que lo omitiese. Cierto que no se conocen versos del célebre abogado; pero en idéntico caso están otros sujetos cantados en el Viaje, de cuya identidad no se duda. Casanate a principios de 1628 se castellanizó, después de más de veinte años de residencia en la corte. (Vid. Pérez Pastor, Bibliografía madrileña, t. III, p. 341). Debió venir a Madrid hacia 1607, y ya había sido en Zaragoza catedrático de la Universidad. (Vid. Latassa, refundido por Gómez Uriel, t. I, p. 299.) III-114. DE MAYOR CUANTÍA. Empleo humorístico de esta expresión propia de la lengua curialesca, referida a pleitos. III-118-119. UTICENSE CATÓN. Entre los hombres ilustres del mundo figuraba Catón de Útica, notable por su severa filosofía moral. Confr.: Matose Crisipo sin más reverencia, Zenón, Empedocles y más Demócrito, Catón Uticense con el Demócrito... (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce apóstoles, NBAE, XIX, 366-n.) Días ha que os esperó un Catón Censorino, si os favoreciese la fortuna. (Comedia de Eufrosina, NBAE, XIV, 63-a.) Famoso fue Platón, claro Aristóteles, entre los académicos filósofos; entre los oradores Marco Tulio, y en los griegos clarísimos Demóstenes; legislador notable fue Licurgo; prudente y sabio Salomón pacífico; Torcato fue de la milicia ejemplo en la severidad Catón loable, y en las sentencias de la vida Séneca; Marón y Homero, en la poesía príncipes. (Lope, El viaje del alma. Rivad. LVIII, 148.)

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Fabio, yo creo que eres más valiente, que pinta Homero al griego Telamonio, más dichoso en amor que Marco Antonio, y que el astuto Ulyses elocuente. Demóstenes no fue tan eminente, como nos dan tus prosas testimonio, ni fue tan liberal el macedonio, ni el severo Catón fue tan prudente. (Lope, Sonetos varios, Sancha, I, 393.) En la guerra, marcial Héctor troyano, así como en la paz, Catón prudente, africano Cipión, César romano. (Lope, Ver y no creer, II, R. Acad. N. E., X, 339.) De aquí el Carpio nació, cuyo apellido... será por las hazañas de tu mano mayor que el Uticense y Africano. (Valbuena, El Bernardo, XXI, Rivad., t. 17, p. 359-b.) Cervantes en La entretenida le llama Catón Censorio. (Vid. ed. Schevill y Bonilla, p. 29.) III-121. GASPAR DE BARRIONUEVO. De 1602 data la primera noticia de este poeta toledano —nos la da Lope—, y de 1603 los primeros versos que de él se conocen, al frente de la quinta edición de la Arcadia, de Lope. Desde entonces, Barrionuevo aparece siempre inscrito en la constelación de Lope, como uno de sus entrañables amigos. Esto nos impidió que Cervantes le diera honroso lugar en el Viaje, entre otras razones, por haberse hallado juntos en la campaña de la Tercera, el año 1583. III-124-125. DEL GRAN BAJEL EL GRAN VACÍO EL GRAN... Repetición jocosa de un mismo adjetivo. III-125. FRANCISCO DE RIOJA. Nació el poeta sevillano el año 1583. La estancia de Cervantes en Sevilla —15... a 1602— coincide con la adolescencia del futuro gran poeta. La carrera eclesiástica le inició en los estudios arqueológicos y en la erudición antigua, géneros en que se cimentó su primitiva fama. Al tiempo en que Cervantes escribe su elogio, no había aparecido impresa ninguna poesía suya. Pero es indudable que ya sonaba como poeta, e indudable también, como hemos dicho en el prólogo,

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que Cervantes adivinó mucho más de lo que pudo leer en 1615. Rioja murió en 1645. III-127. CRISTÓBAL DE MESA. Uno de los poetas del primer círculo literario cervantino. Su nombre aparece en el Canto de Calíope (núm. 29), probando la nombradía de que ya gozaba Cristóbal de Mesa en 1585. Era natural de Zafra, y se había criado en Sevilla, relacionado con Herrera, Pacheco y otros ingenios de aquella pléyade. No podemos dudar de que allí trabaron amistad Cervantes y Mesa, antes de que éste partiese para Italia hacia 1588. Cervantes llegó a Sevilla, la primera vez, en diciembre de 1585, y vuelve de estada en 1587. Si Cristóbal de Mesa tenía con Cervantes la deuda de haberle elogiado en La Galatea, deuda que todavía creía en pie en 1604, como lo prueba su poema Restauración de España, ¿no iba a tender la mano a Cervantes? Y si Mesa era contertulio del estudio de Pacheco, como lo prueban los versos que compuso para dos personajes de su Libro de retratos, ¿no iba a presentar al autor de La Galatea a los asiduos de la tertulia? En este punto diferimos completamente de Rodríguez Marín, que da por bueno que Cervantes no tuvo en Sevilla relaciones con los poetas de la alta sociedad, sino con gentecilla de poco más o menos. Y entonces, ¿cómo se explica que en el túmulo de las honras de Felipe II se clavasen dos poesías de Cervantes? Si los Pachecos, los Jáureguis, los Herreras, los Arguijos, etc., no le conocían ni estimaban, ¿quién diablos le valió en aquella ocasión para conseguir semejante éxito? Creemos que las cosas sucedieron de otro modo, y que Cristóbal de Mesa pudo ser un buen introductor de Cervantes en la buena sociedad literaria de Sevilla. III-129. TRASUMPTO. Esta voz, aunque Cervantes conserve su morfología latina, en la poesía española de esta época perdía fonéticamente la p. Lo ordinario además es que muchos poetas contemporáneos la escriben sin la p. Confr.: De Elena imagen sois tan verdadera, que a no ser mentirosa la opinión de Pitágoras, creyera que ese bello trasunto informa el alma de mi buen difunto. (Lope, El vencido vencedor, I, R. Acad. N. E., X, 157.) III-132. GÉNOVA, DEL DIOS JANO. Se creía por algunos antiguamente que Génova venía de Jano. Génova es nombre ligur, prelatino. III-135. Y SIGA SU DERROTA. Derrota por derrotero o camino por el mar. Confr.:

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Porque, como viste y vi, siguiéndole su derrota, aquí dejaba una gota y otra una lengua de allí. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 59.) Pasé hasta aquí mi derrota de una onda en otra. (Comedia de Eufrosina, NBAE, t. 14, p. 152-a.) III-140. EL ESTRÓMBALO. El volcán de este nombre es sumamente raro verlo citado en la poesía de esta época, por contraposición al Etna y al Vesubio que salen a cada paso. El caso indica el interés de Cervantes por huir los tópicos. Podemos, sin embargo, traer un pasaje de Lope en que el Estrómboli aparece vomitando humo como en Cervantes: Echen fuego de la boca de la cueva. Y dicen los que reciben la bocanada de humo: C. ¿Cómo es esto? G. Echaron fuego. C. ¿Qué más en Sicilia dan Estrómboli ni Volcán? S. Del humo estoy casi ciego. (Lope, Los locos por el cielo, III, R. Acad., IV, 113-a.) III-142. ISLA INFAME. La isla de Capri, a la entrada del golfo de Nápoles. El adjetivo infame, es decir, de mala fama, lo mereció la isla por las deshonestidades de que Tiberio la hizo teatro. Confr.: Túrbido incendio entre borrados lejos aborta infame luz caliginosa. (Orfeo, de don Juan de Arguijo. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 26.) Previene de escarmiento al caminante la ya esparcida voz que el sitio infama. (Ibid., p. 24.) También se dio el calificativo de infame a otras islas de mal recuerdo por los hechos allí acaecidos. Confr.: Recogen los caribes el pillaje... y a las infames islas dan la vuelta.

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Se refiere a la Dominica y a la Matiminó, de las que ha dicho antes: Al austro demoró la Dominica que con atroces hechos nos asombra, según el experiencia certifica; como Matiminó, de cuya sombra huir el marinero se publica, pues estas dos con sus pequeñas barcas han puesto confusión en la comarca. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 24-a.) Y de Sodoma el campo convertido en lago infame... (Valbuena, El Bernardo, Lib. XIV, Rivad. IV, 291-b.) III-142. SOLICITA. Solicitar, procurar con empeño. Así en Quijote, repetidamente, y en otros autores contemporáneos. Conf.: En esta sala a Júpiter visitan los soberanos dioses cada día y su regalo y gusto solicitan. (Villaviciosa, La mosquea, VIII, Rivad., t. 17, p. 605-a.) III-146. DO LA NUTRIZ DE ENEAS PIADOSO. Gaeta, en el golfo de su nombre, en Italia. Según se lee en el poema latino de Virgilio, La Eneida, una mujer llamada Caieta, ama del héroe Eneas, murió y fue enterrada en este lugar. III-149. EMISFERO. Italianismo, por hemisferio, muy corriente en los poetas avezados al trato con las musas italianas. Confr.: Antes que el sol dejando el hemisphero, caer permita en hierbas el rocío. (Diana, de Gaspar Gil Polo. NBAE, t. VII, p. 350.) Hundiré el cielo y triones, volviendo aqueste hemisfero. (Farsa del triunfo del sacramento, anónima. Rivad. LVIII, 113-a.)

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El gran Pacheco, honor de este hemisfero. (Antonio Ortiz Melgarejo, Elegía. Adiciones a las Poesías de Rioja, Bibliófilos Andaluces, Sevilla, 1872, p. 47.) Al superior espléndido hemisfero. (Orfeo, de don J. de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 50.) III-151. LAS CENIZAS DE TÍTIRO Y SINCERO. Títiro, nombre de un personaje de una égloga del poeta latino, Virgilio, está por éste mismo; Sincero (Azzio Sincero) es seudónimo del poeta italiano Giacomo Sannazaro. III-154. ECHÓ EL RESTO. Metáfora tomada del juego de naipes. Significa poner el mayor esfuerzo posible en algo. Si las metáforas de una lengua tienen la virtud de expresar el carácter o pasión dominante del pueblo que la habla, el pueblo español de esta época debía ser un extremo amante del juego de naipes, según lo que abunda ésta de echar el resto. Cervantes la usa tres veces en el Viaje (Vid. cap. V, verso 46 y cap. VII, verso 27), y en todos los poetas abunda en igual proporción. Confr.: Quiero el envite, y échese el resto de la cortesía, y escancie el buen Tosilos. (Quijote, II, 66.) Remató la fortuna con mi seso; echó el resto a sus rigores. (Tirso, Amar por arte mayor, II, Rivad. V, 432-b.) Ora que su dichosa estrella quiso, poniéndole en peligro semejante, darle capaz materia y abundante adonde echarse el resto de su aviso. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 236.) Fue de suerte, que en vello concluido, ultra de haber echado en él el resto, para dejallo más enriquecido, de toda su riqueza lo ha compuesto. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 15.) Y ya que generosa te mostrabas, de tu excelso poder echando el resto... (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 136.)

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En la postrera mano del juego ha de ír todo el resto. (Instrucción de predicadores, de don Francisco Terrones del Caño, Granada, 1617, f. 40 vuelto.) III-158. PARTÉNOPE. Antiguo nombre de Nápoles, en donde se halló, según la leyenda, el cuerpo de una de las tres sirenas, que se llamaba Parténope. Así lo dice el Brocense en la nota 66 de su Comentario a Garcilaso. En poesía se suele dar este nombre a Nápoles. Confr.: Que cada cual pudiera ser sirena en el golfo del mar Partenopeo. (Lope, Los ramilletes de Madrid, I, Rivad. LII, 305.) III-163. ALÍGERO CALZADO. Alígero, que lleva alas: Vr. gr.: La sagrada oración es ave alígera. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante. Rivad., t. 42, p. 453-b) Véase la nota del verso 188 del cap. I. Se refiere a las alas talares de Mercurio, de que hemos hablado en el comentario al verso I-188. Llamar calzado a las alas de Mercurio no es nada raro entre los poetas. Confr.: La estafeta celeste el calzado veloz apercibía. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVI, Barcelona, 1618, f. 289.) Así, Bartolomé, cuando camines te dé Mercurio prósperos viajes y su sombrero, báculo y botines. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, tomo XXI, p. 327.) III-165. LOS LUPERCIOS. Adrede escribió Cervantes los Lupercios en vez de «los Argensolas». Lupercio era el nombre propio del mayor de los dos hermanos, y Leonardo de Argensola el apellido común de entrambos. Generalmente se les llamaba «los Argensolas», denominación que Cervantes cambió en la de «los Lupercios», aludiendo a que Lupercio era el secretario de Estado del conde de Lentos, virrey de Nápoles, y el otro hermano, Bartolomé, iba a la rastra y en papel secundario. Aquí se nos ofrece también un dato sobre las fechas en que Cervantes escribía esta parte del Viaje. Indudablemente él supone vivos a los dos her-

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manos. Pero como Lupercio murió el 13 de marzo de 1613, es obvio que antes de esta fecha se redactó este pasaje. Véanse las notas cap. III-185, VII-250 y VII-282. III-165. DAR ... UN RECADO. Es frase excesivamente familiar y tiene cierto sentido confidencial malsonante, como se puede apreciar en estos pasajes: ¿Hanme visto llevar algún recado? ¿Cuándo te traje yo carta o billete? Siempre el rosario traigo en cuello o mano, dentro mi faltriquera no se mete. De fray Luis, y porque veais si miento, estas hojas dirán si soy cristiano. (Va a sacar un libro de la faltriquera, y saca envuelta al rosario una baraja de naipes que se le caen.) (Tirso, Quien no cae no se levanta, NBAE, 152-b.) Las porteras y sacristanas son los arcaduces por donde suelen entrar los recados. (Fray Gregorio de Alfaro, Vida de don Francisco de Reinoso, Valladolid, 1617, p. 232.) ¿Cuál muerte o calabaza? En dando anoche a Julia tu recado, fue Leandro de cierta pescadora, que sin lumbre en la torre de Sesto me esperaba. (Lope, El amigo hasta la muerte, II, Rivad. LII, 344-b.) A mí solo me toca el día de hoy ser el paje que va con el recado. (Fr. Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 4.) III-168. ¡CIERRA, CIERRA! El antiguo grito de combate ¡Cierra, España!, equivalente a Acomete o ataca, se redujo al imperativo cierra. Tanto en su forma plena como en su forma abreviada, se ve frecuentemente en poesía. Confr.: El cual con la faz muy leda y nos con pena y afane, dijo: ¡España, cierra, cierra! (Romancero general, Parte VI, Rom. 394, Madrid, 1947, 2621.)

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¡A ellos, fuerte Ignacio! ¡Cierra, cierra! (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 164.) III-172. QUE YO NO SOY... Que yo no soy, segundo elemento de una comparación con no, lógicamente superfluo, pero añadido para dar expresividad y énfasis a la frase. Uso frecuente en la lengua antigua. III-179. A LO QUE IMAGINO. Según yo creo o pienso. Confr.: Mal podré, a lo que imagino, negalle nuestra posada. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 418.) III-180. LA VISTA, CORTA. Los retratos que nos conservan la vera efigies de los Argensolas, nos los presentan con antiparras, que confirman este dato de Cervantes. III-182. RECÁMARA. «El equipaje o aparato de camino para el servicio de algún personaje», dice el Diccionario de Autoridades. En esta definición hay que reformar la palabra personaje. ¿Era personaje Cervantes tal como se describe él en este Viaje? ¿Era personaje, acaso, la dama que desvalijaron los bandoleros catalanes en el acto III de la comedia de Lope, Antonio Roca? No; era simplemente una señora rica, y dice uno de los bandidos que llevaba de bagaje: «Hasta diez o doce machos con recámara bastante». Además, mejor que «aparato», convendría decir bagaje de ropa, joyas y dinero que lleva una persona rica de viaje. Así lo aconsejan estos textos: Cervantes, en el Persiles, Lib. III, cap. 9: «En esos dos baúles que ahí están, donde llevaba recogida mi recámara, creo que van hasta 20.000 ducados, en oro y en joyas.» Y Salazar Mendoza en la Crónica del gran cardenal de España (p. 291): «Caminando a Roma fue preso por franceses, cerca de Orbieto, con dos criados y tomáronle su recámara, ropa y dineros.» También convendría notar que la palabra recámara, en sentido metafórico, aparece usada significando conjunto de galas y adornos. Ejemplo: Cosme Gómez Tejada de los Reyes, en su Segunda parte de León prodigioso, Alcalá, 1673, p. 107: «El campo florido y adornado con la vistosa recámara de la primavera.» Pero lo mejor sería reformar todo el artículo de recámara. En su primera acepción dice el Diccionario de Autoridades: «El aposento o cuarto después de la cámara, destinado para guardar los vestidos». Esta definición es deficiente. En la recámara se guardaba algo más que los vestidos. Por ejemplo,

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las joyas o alhajas. Cervantes, en El Quijote (parte I, cap. 34), dice: «Me hablará (Camila) en la recámara, donde está el repuesto de tus joyas.» Itero más: se guardaban cosas de comer regaladas; lo demuestra el siguiente pasaje de Mateo Alemán: «Tenía monseñor un arcón grande...; éste estaba en la recámara para su regalo, con muchos géneros de conservas azucaradas». (Lib. III, cap. VII). Y, sobre, todo, allí se guardaban las armas. Leemos en Espinel, Vida de Marcos de Obregón: «Mirando a un rincón, vi un montante con ciertas espadas de esgrima, dagas, espadas blancas, una rodela y broquel. Díjome el doctor: ¿Qué os parece de mi recámara?» (Parte I, Desc. II). Y Lope, en El loco por fuerza (acto III): Lisardo, trae luego aquí cuellos, espadas y capas de esa recámara. Y el mismo Lope, en La corona de Hungría, acto II: Dejan los libros, como entonces vanos aunque de algunos el ejemplo imitan, y las espadas negras en las manos para tomar las blancas se ejercitan; y juntos con valor, en sangre hermanos, a dos arneses las cubiertas quitan, rompiendo tu recámara y vestidos resplandecen armados y atrevidos. No hay duda, pues, que la definición de recámara en su primera acepción hay que ensancharla para dar entrada en ella a más objetos que los vestidos. Finalmente, falta en el Diccionario otra acepción de recámara, atestiguada por los clásicos: la de hacienda patrimonial. Véase este texto de Rinconete y Cortadillo, en la redacción llamada borrador, publicada por Rodríguez Marín: «Mi aldea, que es la de Mollorido, lugar entre Medina del Campo y Salamanca, recámara de su obispo». Otro texto de igual acepción se encuentra en la Agricultura cristiana, de fray Juan de Pineda, t. II, f. 1. III-184-185. PROMESA... QUE AL PARTIR ME HICIERON. Un detenido examen de estas palabras, pudiera tal vez modificar la idea que historiadores de la Literatura y biógrafos de Cervantes se han formado sobre este episodio. Se admite generalmente que Lupercio prometió a Cervantes llevarlo en el séquito del de Lemos y que al tiempo de partir lo dejó chasqueado. Aquí (y ésta es la única referencia que existe del caso), Cervantes mismo dice que las promesas se las hicieron ambos hermanos al partir. Es decir, le prometieron llevarle después, mandar por él, obtener su nombra-

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miento del virrey. De esto se lamenta Cervantes que se hayan olvidado. Pero hay gran diferencia de lo uno a lo otro. Véanse las notas del cap. III-165, VII-250 y VII-282. III-189. LES OBLIGUE A OLVIDAR. Obligue, en singular, particularidad de sintaxis muy frecuente en la lengua familiar; el sujeto plural se concibe como una frase entera: «el hecho de tener ocupaciones nuevas». III-191. SACAR EL PIE DEL LODO. Sacar de apuros a otro. Metáfora tomada del atasco en los caminos de la época. Confr.: Y el ocio, cenegal y atolladero, do con dificultad el pie se saca. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 45.) Es frase de raro uso. Confr.: Pues, dime, mi buen amigo, ¿Cómo lo ordenaste todo? --Yo te diré de qué modo: Llevé a la gula conmigo, que me sacó el pie del lodo. (Auto sacramental anónimo, El triunfo del sacramento. Rivadeneira, t. 58, p. 115-b.) III-200. ALZARSE... A SU MANO. Frase del juego de naipes, que se dice del que habiendo ganado, se levanta y deja de jugar cuando le toca. En lenguaje ordinario se dice del que se apropia lo que no es suyo, valiéndose de la ocasión.Confr.: Alzaos ya, si podréis, a vuestra mano, antes que cobre fuerzas en el pecho el hábito que impone ese tirano. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XII, p. 216.) Si fueras ladrón de marca mayor... pasarás como ellos; mas no los desdichados que ni saben tratos, ni toman rentas ni receptorias, ni saben alzarse a su mano con mucho, ... esos bellacos vayan a galeras. (Alemán, Guzmán de Alfarache, Parte II, Libr. II, cap. IV, Ed. Rivad. III, 297-b.) III-203. JURO..., Y NO DIGO MÁS. Reminiscencia del pasaje de la Eneida en que Neptuno dice: Quos ego... Sed motos praestat componere fluctus.

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III-204. A LAS BARBAS. Mercurio tuvo primitivamente barbas, según numerosas representaciones de la antigua Hélade. Luego fue reemplazando a la figura de un hombre barbado y respetable el tipo de un jovenzuelo imberbe, tal como lo pintó Velázquez en la fragua de Vulcano. Este es el Mercurio más conocido y divulgado; y, ciertamente, la representación cervantina de un Mercurio barbado, es, para su época, un alarde de erudición griega. Confr.: Mercurium Pausanias in Achaicis refert alicubi in via extitisse barbatum atque pileatum; neque arbitror alibi de Mercurio barbato mentionem fieri, nam semper imberbis describitur. (Theatrum ethnico-idolatricum, politicohistoricum, a Vicentio Chartario Regiensi, Moguntiae, 1699, p. 144.) Sobre mesarse las barbas, Confr.: El Sedeño las barbas se pelaba desque supo que Ortal era huido. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 124-a.) Jaques de Soria por aqueste hecho pelábase las barbas con despecho. (Ibid., 155-a.) III-205. EL DOTOR MIRA. Don Antonio Mira de Amescua, a quien se refiere el verso, fue natural de Guadix, donde nació en el postrer tercio del siglo xvi. Ordenado sacerdote, vivió en Madrid, en relaciones con los más conspicuos poetas. Tan cierto es que se tratasen Cervantes y el poeta guadijeño en este período, como imposible siquiera que llegaran a verse en Guadix, cuando Cervantes pasó por aquella ciudad el 7 de septiembre de 1594, teniendo Mira unos seis años. De 1605 son sus primeras obras dramáticas impresas, aunque antes de 1603 ya era renombrado dramático, como lo demuestra El viaje entretenido, de Agustín de Rojas. Cervantes no olvida en estos versos su resquemor de haber sido pospuesto a otros literatos, uno de ellos Mirademescua, por los Argensolas. Sin embargo, en el prólogo de las Comedias y entremeses, alaba «la gravedad del doctor Mira de Mescua, honra singular de nuestra nación». Esto era reconocer honradamente un hecho, y además, restar un jironcito al manto real de Lope, alzado con la monarquía total del teatro. III-207. EN SUS PUNTOS SE RETIRA. Dudamos mucho que esta sea frase de jugadores, como se ha afirmado; mejor sería suponer que retirarse en sus puntos equivale a encerrarse en su torre de marfil, desentendiéndose altivamente de todo lo que pasa o atañe a intereses ajenos. III-213. CONCIENCIA LIMITADA. Limitada, es decir, medida, proporcionada al justo. Confr.:

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Cuando el Espíritu Santo lleva al hombre a ser tentado del demonio y ordena esta purga con su saber, dala en bocadillos, limitada: tanta ocasión y no más; tanta tribulación y no más. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 69-b.) Y el rey, por las siniestras relaciones, para ello prestó consentimiento; aunque con instrucción tan limitada, que el mal no fuera tal, a ser guardada. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 142-b.) III-218. LA HARPA. Así solía anteponerse el artículo femenino al sustantivo harpa. Confr.: Cual llevaba la harpa de Timbreo. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 73-b.) III-218. LA HARPA DE DAVID. Es frecuente recurrir al ejemplo de David y de la poesía bíblica para justificar y calificar el ejercicio de los versos. Confr.: A estar en uso el trovar en nuestra lengua, como estuvo antes, y no perderse crédito y reputación por ello, como dicen que se pierde, pudiera ser que no hubiera yo echádome en todo punto en la baraja. Pero agravio se hace, a mi parecer, a los metros en España, de estimarlos en tan poco en nuestro tiempo, pues todas las otras lenguas generosas y no bárbaras, tienen los suyos en mucho y los han tenido siempre. Ejemplo y argumento de ello es en la lengua hebraica, los cánticos de David y Moisés, y el libro de Job escriptos en metro. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCI, 206.) Ya que del santo David el harpa humana siete veces también le prometía alabar su grandeza soberana. (Lope, Epístola 10 de don Francisco de la Cueva, Sancha, I, 415.) Tuvo origen la poesía del mismo Dios increado. Adán fue el primer poeta... Moisés, Samuel, David santo, Ana, Dévora y Judit escribieron y cantaron. (Lope, La inocente sangre, II, R. Acad., t. 9, p. 181-a.)

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... Todos los profetas: Moisés, Samuel, David santo, Ana, Dévora y Judit escribieron y cantaron versos; y la misma Virgen compuso un divino canto. (Ibid., II, Rivad. LII, 358.) Estima el modo músico y poesía la monarquía eterna; y esto es claro: David fue raro músico y poeta, rima perfecta Dámaso compuso, León dispuso en música los tornos, sin mil abonos que hay de muchos santos en dulces cantos. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 298.) Habéis quedado tan vacío del entendimiento, que queréis reprobar una cosa tan agradable a Dios nuestro señor, como lo es la poesía que el Espíritu Santo aprobó, hablando en verso por boca de los profetas. Y, si no, pregúntenlo al real profeta David, que él mejor que nadie podrá decir su dicho en este caso. (El arte poética, de Miguel Sánchez de Silva. Ed. Balbín Lucas, Madrid, 1944, p. 32.) El rey David, primero soldado, con fuertes brazos, después, con prudentes consejos capitán, resplandecieron sus versos y abrió camino a la gala de su lengua; compuso el salterio con la dulzura lírica. (Libro de la erudición poética de don Luis Carrillo Sotomayor. Ed. M. Cardenal, 1946, p. 52.) III-219. ACIDENTAL CONSUELO. Este adjetivo acidental está tomado de la Teología escolástica y nos pone en la pista de ciertos conocimientos teológicos que podrían parecer ajenos de un ingenio lego. III-222. SOBRE BUENAS BUENA. Es la misma acepción de sobre explicado en el verso 273 del cap. II. Sin embargo, la construcción da un sentido especial a sobre en este caso: «buena sobre buenas» quiere decir «buena entre las buenas» o «tan buena como la que más lo fuese». Cervantes usó en el Quijote esta misma construcción en frase análoga. (Quijote, I, 4). Parece sintaxis privativa de Cervantes, aunque existían en su época frases muy parecidas. Confr.:

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Esta es sexta, esta novena, de las buenas, la más buena. (Tragicomedia alegórica del paraíso y del infierno. Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 292.) Con lo cual sobre hermosura tan hermosa parecía y tan buena que hacía ser la fama mentirosa. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXII, 209.) Mas el protervo, sobre malos, malo, mandó que se la pongan en un palo. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 169-b.) La elección fue digna de tan seno, pues en venir persona semejante, enviaron mejor sobre muy bueno. (Ibid., 41-a.) III-225. DE PERROS ÁSPERO LADRIDO. El ruido de las olas en el estrecho de Mesina era interpretado por los antiguos como aullido de perros. No encuentro esta reminiscencia clásica en los poetas contemporáneos de Cervantes; hay que retroceder hasta el Cartujano (s. xv), para hallar algo parecido a este lugar del Viaje. Confr.: Centellas echaban sus ojos ardientes, no menos su boca mortal y canina, y como en Cicilia resuella la mina aquellos resuellos no poco nombrados... (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce apóstoles, NBAE, 369-b.) Es el Tirreno angosto en quien fenece de la fértil Italia el campo raso, y adonde con bramido temeroso al mar turba Caribdis su reposo. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XVI, Rivad., t. 17, p. 305-b.) III-228. VÁLIDO. Véase la nota del cap. II, verso 303.

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III-230. SCILA Y... CARIBDIS. Desde La Odisea, de Homero, son famosos en los poetas dos peligrosos monstruos existentes en el estrecho de Mesina, entre Sicilia e Italia. Llamábase Scila un escollo roqueño, y Caribdis un remolino vertiginoso que a corta distancia del escollo forman las aguas. Los poetas fantasearon el origen de ambos fenómenos naturales, contando sendas historias de mujeres llamadas una Scila y otra Caribdis, que fueron transformadas la una en escollo y la otra en remolino. La poesía del tiempo de Cervantes hacía frecuente uso de este tópico de la mitología clásica. Confr.: Yo he llegado entre Caribdis y Scila. (Lope, La traición bien acertada, I, R. Acad. N. E., X, 42.) No habrá Scila feroz, Caribdis fuerte. (Lope, Don Juan de Castro, I, Rivad, LII, 379.) De mis deseos esclavo, vuelvo, ciego, a empezar por donde acabo. ¿Qué haré cuando navego entre Scila y Caribdis? (Tirso, Amar por señas, II, Rivad. V, 471-a.) Anda entre Syrtes y entre escollos duros, entre Scila y Caribdis peñascosas. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro I, Barcelona, 1618, f. 9.) Derrotado bajel yo entre Caribdis y escollos. (Lope, Engañar a quien engaña, II, R. Acad. N. E., V, 197.) III-232-233. PRESUNTUOSAS EN VISITAR LAS NUBES. Metáfora poética análoga, aunque inferior, a la de don Luis Carrillo. Confr.: Sosiega las espumas codiciosas de robar a la esfera los peces. (Obras de L. Carrillo de Sotomayor, Madrid, 1613, p. 107.) III-235. VENCIOLAS. Cervantes atribuye a la prudencia de Ulises haber vencido las olas, cuando en lo que se distinguió su prudencia fue en vencer a las sirenas. Esta victoria de la prudencia de Ulises sobre las sirenas es casi un lugar común poético. Lope, por ejemplo:

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¿Qué nos sirve ser sirenas, si son los hombres Ulises? (Lope, Viuda, casada y doncella, III, R. Acad. N. E., X, 482.) Yo seré Ulises a tus cantos mágicos. (Lope, Los melindres de Belisa, I, Rivad. IV, 320.) Cervantes lo tenía en la mente, y al correr de la pluma sustituyó olas por sirenas. Semejante ligereza debió ser pronto echada de ver por los lectores de su época, que no dejaban de la mano los libros de Homero, según testimonio de Lope: —Si acabas la Iliada, podrás leer la Ulisea. —Ya me enfadan tantos trabajos de Ulises. Dame las Fortunas varias de Teágenes. (Lope, Lo que ha de ser, I, Rivad. II, 511.) III-235. PRUDENTE PEREGRINO. La prudencia de Ulises fue proverbial; aunque prevalece la idea de astucia. Confr.: Sin ir atado el sentido del oír y del mirar el árbol de la prudencia, como Ulises le llevó. (Lope, La niña de plata, I, Rivad. I, 273.) ¡Oh, Ulises astuto! Váyase con Porcia Bruto. (Lope, La boba para los otros y discreta para sí, II, Rivad. II, 532.) Ulises no volviera a su amada Penélope gozoso si astuto no venciera con el tostado leño el riguroso gigante y las sirenas, de dulces voces y de engaños llenas. (Lope, Ello dirá, p. 67.)

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No pasaréis de aquí, sirena mía, como al astuto Ulises imitaba, me dijo, sin dejar alguna prenda. (Lope, El hijo de los leones, I, Rivad. II, 219.) III-236. AMANTE DE CALIPSO. Ulises, el héroe del poema de Homero, la Odisea, estuvo retenido siete años en la isla de Ogigia del mar Jónico por el amor de Calipso. Alude a los ardides que esta encantadora armó a Ulises para evitar que la abandonase y volviese a su patria. El nombre de Calipso forma en la serie de mujeres terribles de la antigüedad clásica. Confr.: Dejemos esta Calipso, esta Medea de Italia, y esta cruel, que es lo mismo que Calipso y que Medea, con sus encantos y hechizos. (Lope, Dineros son calidad, II, Rivad. XLI, 67.) No podrán las yerbas tanto de Tesalia y Colcos. Prueben Circe y Calipso a mudarme. (Lope, La ventura en la desgracia, II, R. Acad. N. E., X, 238.) III-239. ECHAREMOS AL MAR... Creo improcedente la superstición marinera que cita R. Marín para interpretar este pasaje. El mar, según dicha supersticiosa creencia, sólo se altera y reclama su víctima en dos casos: cuando hay un cadáver a bordo, o cuando va a bordo un pecador que tiene ofendida a la justicia divina. El primer caso es pura superstición; el segundo caso es el suceso del profeta Jonás, parodiado en la legendaria Vida de san Ginés de la Jara, escrita por fray Melchor de Huélamo. Pero ni lo uno ni lo otro viene a pelo con el episodio de Cervantes. Aquí no hay tempestad accidental; hay un paso ordinariamente peligroso, y Mercurio propone no ofrecer al mar una víctima, sino echar a Scila y Caribdis un poeta, como quien echa un hueso a perros famélicos, para entretenerlas chupándolo y royéndolo, mientras el barco pasa el estrecho. Yo más creo que, si algún recuerdo influyó en Cervantes al dar con este ardid, fue el episodio de la torta que Orfeo echó al Can Cerbero del Infierno, para adormecerlo mientras él y la Sibila atravesaban la entrada. III-247. LOFRASO. Antonio de Lo Fraso, nacido en la isla de Cerdeña, dominio español, de lengua natural catalana y versificador en lengua española torpísimamente manejada. Es el poeta que más veces nombra Cervan-

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tes. Lo nombró en el Quijote, lo nombró en el Entremés del vizcaíno fingido, y lo nombró seis veces en el Viaje del Parnaso. Y todas las veces se burló de sus versos, aunque testificando que tenía muchos lectores, unos discretos, que se reían de sus sandeces, y otros vacíos de mollera. Lo Fraso publicó en 1573 Los diez libros de Fortuna de amor, siendo ya nada mozo. Desde 1571 consta que estaba en Barcelona, donde publicó una carta de mil doscientos consejos a sus hijos. Esta fecha obliga a desechar la posibilidad de que Cervantes lo hubiera conocido en Cerdeña, donde sabemos que invernó el tercio de don Lope de Figueroa, al que pertenecía Cervantes, el año 1574. (Vid. mi Vida de Cervantes, Madrid, 1948, p. 296.) III-264. CÓMITRE. Cabo de galeotes de galera, encargado de castigarlos y espolearlos a bogar. Tipo popularísimo en la literatura de esta época, donde abundan pasajes como éste: Enviáronle a ser motilón de un banco, donde rapado de cabeza y barba, estuvo diez años debajo de la obediencia y disciplina de un cómitre calabrés, que le llamaba la sangre a las espaldas más veces de las que él quisiera. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, página 20.) III-267. REBENQUE. Azote y látigo, hecho de varias tiras de cuero superpuestas y cosidas, o de cáñamo trenzado y embreado, con que el cómitre de la galera castigaba o espoleaba a los galeotes forzados al remo. Confr.: Inclinada la cabeza a monseñor cardenal, que el rebenque, sin ser Papa, cría por su potestad. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 252.) No imprime ... el cómitre el rebenque en las espaldas del forzado, como se imprime el afecto en el alma. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 337.) III-277. ¡A ORZA! Equivale a ¡Atrás! Es voz náutica. En sentido directo, se dice también a la orza. Confr.: Por ver nuestro general que pudiendo venir (los venecianos) a nosotros no lo hacían, con su bajel capitana..., metiéndose a la orza cuanto pudo, forcejeó tanto que llegó a ponerse en medio de la armada veneciana. (Comentarios del desengañado, por don Diego Duque de Estrada. Memor. Histór. Españ., t. XII, p. 177.) Se usaba bastante en sentido metafórico. Confr.:

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Cuando pensé que mi dicha dejara de andar a orza... (Romancero general, Parte VIII, Rom. 673, Madrid, 1947, I, 446-b.) Y ojalá ya fuese muerto, siquiera por no sentir el escenario de ver ir el maletón descubierto, puesto a orza y recalcado de colchón y cabezales. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 273.) III-281. ACROCERAUNOS. Nombre de ciertos montes del Epiro, sobre los que bate el mar con gran peligro para la navegación. Actualmente se llaman «montes della Chimera». Este dístico cervantino —versos 281-282— es glosa de un verso de Horacio: «infames scopulos Acroceraunia», de la Oda a la nave que llevó a Virgilio a Grecia, VII, del Lib. I. Lo muy trabajada que dicha oda era por los escolares humanistas y lo muy traducida que fue al español por Medrano, por el príncipe de Esquilache, por Jáuregui, por Ponce de León y Guzmán, por Guillén de Biedma, todos coetáneos de Cervantes, divulgaron el término acroceraunos y le dieron entrada en la lengua de Cervantes. Aparece antes que en el Viaje en El amante liberal. Después de Cervantes lo empleó Lope: Una flecha Del monte Acrocerauno. (Laurel de Apolo, VI, Ed. Sancha, I, 122.) Valbuena se enamoró de tal vocablo. Confr.: Pues donde el mar Jonio el bravo estrecho de Acroceraunio bate la alta sierra. Por donde el vasto Jonio se atraviesa y el firme pie al Acroceraunio besa. Esta costa de mar, que del Egeo al Jonio va a buscar la estrecha puerta, y del frío y altísimo Pangeo hasta el Acroceraunio corre abierta. (Valbuena, El Bernardo, Libr. II, p. 159-b, XIII, p. 285-b, XV, p. 304-a, Rivad., t. 17.) III-282. DE INFAME NOMBRE. De mala fama o de triste renombre, por el peligro que corrían las naves en aquella parte del mar. La voz infame es latinismo procedente del citado verso horaciano. Confr.:

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los peñascos fieros de Acroceraunia infames y severos. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 120). III-286. LOS FRÍOS LOS ASIERON, Y LOS FRESCOS. Como en el verso anterior dice que asieron los remos los poetas acostumbrados al agua enfriada con hielo, regodeo de gente rica, ahora añade, los asieron todos; los que beben agua helada y los que se contentan con agua fresca. Sin embargo, como frío muchas veces significa soso, de poco chiste, pudiera haber en este verso un equívoco. El sentido sería: asieron los remos todos; los sin gracia ninguna y los no tanto. III-288. CALZAS LARGAS. Calzas anchas que cubrían de la cintura a media pierna, usadas desde el reinado de Carlos V hasta principios del de Felipe IV. Vinieron a sustituir a las botargas, a las calzas enteras y a los gregiiescos, y fueron sustituidas por los gregüescos y los calzones. Su origen fue tudesco. Las usaron propiamente los militares y hombres de gobierno. Véase mi trabajo «Cervantes y la moda». (Revista de Ideas Estéticas, Madrid, 1948, VI, páginas 175-202). Confr.: Tudescos de calzas largas (Romancero general, Parte III, Rom. 177, Madrid, 1947, I, 85-a.) Y para marchar apriesa no son buenas calzas largas (Ibid., Parte II, Rom. 101, Madrid, 1947, I, 74-b.) Quítese la capa y gorra y la calza larga y cuello, y coma ya de su bolsa. (Ibid., Parte XII, Rom. 939, Madrid, 1947, II, 92-b.) Yo he visto con calzas largas algún galán de los godos, que ya se humilla a gregüescos, como inglés, cortos y angostos. (Ibid., Parte IV, Rom. 273, I, 180-a.) Un hombre, al parecer de buena traza: aderezo dorado, calza lega, cuello, herreruelo y puños, todos grandes, y mangas de ropilla cual talega. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 336.)

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III-292. SE SOMURMUJAN. Somurmujarse es forma vulgar de somorgujar, esto es sumergir. El Diccionario de Autoridades dice que «algunos dicen somormujar; pero yo no lo he hallado en ninguno de los autores que cito en este comentario. Está, no obstante, basado en el sustantivo somormujo que se halla raramente. El citado Diccionario trae un caso de Quevedo, y podemos citar otros. Por ejemplo, Castillo Solórzano, que usa somorgujo en el texto citado por el Diccionario académico, usa también somormujo: ¿Adónde hallaré a mi amo, que le busco a somormujo? (Castillo Solórzano, El mayorazgo figura, III, Rivad. XLV, 304-c.) Y La pícara Justina que más de una vez emplea somorgujo, emplea también la forma vulgar: «Entró a somormujo debajo de la cama en que yo había dormido». (Obra citada. Ed. Bibliófilos Madrileños, t. II, p. 129.) Con todo, aparece tantas veces la forma somorgujar, que es imposible dejar de reconocer que Cervantes se inclinó esta vez a un manifiesto vulgarismo, en gracia al tono grotesco con que quería matizar su poema. Véanse algunos casos de la forma correcta, somorgujar: Somorgujó de nuevo su cabeza y al fondo se dejó calar del río. (Garcilaso, Égloga tercera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 127. Vid. la nota.) El sol somorgujó en el agua clara y pura de su cabeza el rayo de oro fino. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 98.) Ya con olas de mar embravecida somorgujar mi espíritu pretendes. (Ibid., f. 53.) Los cuales deseos, muchos y sin provecho y dañosos, zapuzan, anegan, somorgujan y hunden a los hombres. (Sanabria de la Calle, Instrucción de mercaderes. Ed. Madrid, 1949, p. 12.) El planeta más rico y más lumbroso... había en el océano espacioso sus claros rayos ya somorgujado. (Virués, El Monserrate, III, Rivad., t. 17, p. 513-a.)

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Caen los cometas con sus largas colas y el somorgujo danza entre las olas. (Villaviciosa, La mosquea, IV, Rivad., t. 17, p. 587-b.) III-297. ISLA INEXPUGNABLE. La isla inexpugnable es Malta, defendida por los caballeros de San Juan contra los turcos. III-305. RAYANDO EL RUBIO SOL NUESTRO HORIZONTE. Rayar el sol por amanecer es frase poética del mejor cuño. Confr.: Rayaba de los montes el altura el sol, cuando Salido recostado... (Garcilaso, Égloga primera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 5.) Apenas del mar salía el sol a rayar las cumbres. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 121.) Raya, dorado Sol, orna y colora del alto monte la lozana cumbre. (Ibid., I, 25.) Mientras Febo rayare en Oriente. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, 187.) Como la siempre floreciente llama por quien renace y por quien muere el día, que igual raya en el cielo y resplandece. (Ibid., 261.) En prosa también aparece desde muy antiguo. Confr.: Otro día en la mañana que allegó a su hueste, cuando rayaba el sol... (Historia de Enrique Fi de Oliva. Biblióf. Españoles, VIII, 77.) III-306. CON RAYAS ROJAS. El pleonasmo de rayar con rayas es de uso personal de Cervantes. Tal vez un lapsus de su calamo currente. Cayrasco de Figueroa en análogo pasaje emplea listas en vez de rayas, que encaja métricamente en el verso cervantino. Véase:

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Al tiempo que la luz del sol serena con listas de oro sale por Oriente. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, 78.) III-309. BELEROFONTE. Figura de la leyenda griega, que montó en el caballo Pegaso para destruir a la Quimera, monstruo que asolaba la región de Licia. La fábula de Belerofonte estaba divulgadísima en España y permitía a Cervantes estas rápidas y condensadas referencias mitológicas. Sólo de Lope podemos, así por encima, aducir los siguientes pasajes: ¿Qué Belerofonte vio en el caballo Pegaso parecer el mundo un punto del círculo de los astros? (Lope, El castigo sin venganza, II, Rivad. I, 576.) Del Pegaso veloz Belerophonte. (Lope, Silva a un retrato de Felipe II, Sancha, I, 259.) Aquel, por quien llegó Belerophonte hasta el celeste muro. (Lope, Laurel de Apolo, I, Sancha, I, 20.) Por domar o vencer monstruos indómitos se nombran hoy Belerofonte y Hércules. (Lope, El viaje del alma. Rivad. LVIII, 148.) O la cristalina esfera por quien hoy Atlante es monte; o como Belerofonte, ir a matar la Quimera. (Lope, La hermosa fea, II, Rivad. II, 356.) Yo precio, padre, más mirar colgadas vuestras paredes de esos paños viejos, que el palacio del Sol que vio Faetonte, aunque en vez de aquel carro y los caballos fuera donde el veloz Belerofonte. (Lope, El animal de Hungría, II, R. Acad. N. E., III, 438.)

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III-310. SE ARROJA. Arrojarse es hoy un arcaísmo en este sentido. En tiempos de Cervantes se usaba comúnmente. Confr.: Y las pastoras extrañas, diosas en Montemayor, se arrojan tras un pastor por los riscos y montañas. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 351) III-316. OTRAS NOVATAS. El adjetivo despectivo novato está ya en el Romancero aplicado a los poetas. Confr.: Destetábamos con esto los que atormentan las Musas con sus novatos estilos y causadas composturas. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1.034, Madrid, 1947, II, 147-a.) Valga el diablo tantos moros como por momentos sacan estos poetas novatos dotados de tantas jarcias (creo que es «galas»). (Ibid., Parte XIII, Rom. 1.043, Madrid, 1947, II, 152-b.) III-318. ANDAN, LAS CINCO EN PIE... Esta mentira de Lofraso es del mismo e idéntico metal que la de Sancho Panza, cuando dijo que vio las siete cabrillas. III-318. A GATAS. Frase familiar, empleada adrede por Cervantes para rebajar grotescamente el tono épico del poema. Sin embargo, algún poeta épico la empleó en serio, aunque con malísimo efecto. Confr.: Y cuando, por los cerros van a gatas, rompidas las celestes cataratas. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 43.) Salté del rojo muro al verde prado, me vine para el monte medio a gatas, haciendo de las yerbas escarlatas. (Ibid., p. 208.)

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III-320. QUE ME CORTEN LAS OREJAS. Hay en esta especie de maldición o juramento un humorismo que toca en sarcasmo. Mercurio es conocidamente ladrón y capa de ladrones. No hay más que oír a Lope: Juntado se ha con Apolo Mercurio, que es gran ladrón. (Lope, La traición bien acertada, I, R. Acad. N. E., X, 45.) Y a los ladrones se les cortaba las orejas, a la segunda vez que eran cogidos en el hurto. Lo explica Alonso de Cabrera: «Al ladrón, por la primera vez, lo azotan; a la segunda, córtanle las orejas, o a galeras; y a la tercera, le ahorcan». (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 93.) A esta gradación de penas alude el P. Estella cuando dice: «El ladrón sin orejas presto es llevado a la horca». (Fr. Diego de Estella, Tratado de la vanidad del mundo, Parte III, cap. 48). Y lo mismo prueban estos versos de un auto sacramental antiguo: Venga el manco y el quebrado, y el que tiene cinco bocas; también el desorejado; no tema ser ahorcado, muertes ha de haber muy pocas. (Auto sacramental anónimo, titulado Incipit Parabola Coenae. Rivad. LVIII, 126-a.) El desorejamiento, que podemos llamar castigo de segundo grado, era ejecutado por el verdugo de la villa o municipio a que pertenecía el delincuente. Vid.: «Dejémonos de ladrones y salteadores...; la Hermandad tiene sus saetas y las villas sus horcas y cuchillos con que desorejarlos». (Alonso de la Cruz, Discursos evangélicos, 1599, p. 1031-a.) Y quisiera Dios que a veces no se propasara un particular cualquiera a desorejar por su mano, según puede inferirse de este pasaje de Espinel. Vid.: «Por el buen hospedaje dejele dos cuchillos damasquinos, con que por poco le cortara las orejas al ladrón de los higos». (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Relac. I, Desc. XVI, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XLIII, 253.) Las orejas se clavaban en la picota, levantada en lugar público, para escarmiento y ejemplo. Vid.: El autor... solamente os pide prestadas las orejas, no es mucho se le preste lo que en cada picota se halla. (Miguel de Carvajal, Tragedia Josefina. Biblióf. Españoles, VI, 101.) Hoy nos parece excesivamente cruel este castigo; pero ya en el siglo xvi constituía una atenuación respecto de la pena antigua a que se refiere cierto autor. Vid.:

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Esto sea a manera de cauterio, que antiguamente usaban dar a los ladrones... como en desorejarlos en este tiempo andan los tales señalados. (Fr. Tomás de Trujillo, Reprobación de trajes, Estella, 1563, f. 2.) Los desorejados sosias de Mercurio debían ser muchos y de diversas categorías; y, a veces, hacían su papel mejor que la honrada gente. Vid.: «Escogen de todos los pueblos los más excelentes desorejados y blasfemadores que se pueden hallar, para enviar a su exército». (Algunas obras de F. López de Villalobos, Cartas castellanas. Biblióf. Español. XXIX, 58.) Con todo, existía el pudor de taparse la infamante señal con los aladares o tufos largos, según testimonio de autores contemporáneos. Dice Lope: Roban las cosas sagradas, el altar mismo se atreven, porque no temen ni deben; que hay mil orejas cortadas que, con estar señalados, saben cubrir el castigo... (Lope, La venta de la Zarzuela, R. Acad. III, 52-b.) Y en Luis Quiñones leemos: «Jácara de doña Isabel, la ladrona, que azotaron y cortaron las orejas en Madrid»: Y porque no la embaracen al revolver en la cama, le cortaron los asientos en que andan las arracadas. Sintió el dolor por entonces, pero no sintió la falta, que no la hacen las orejas donde hay laderas rizadas. (Quiñones de Benavente, obra citada, NBAE, XVIII, 575-a.) ¿Será éste el origen de los tufos y patillas mayores de marca que usan los gitanos y flamencos? Podría ser; pero lo que está fuera de duda es que Mercurio apostando sus orejas tiene mucha gracia. III-331. QUITÓ LOS RAYOS DE LA FAZ. Alude Cervantes a la leyenda griega, según la cual el sol, para poder conversar con su hijo Faetón, se quitó los rayos de la cara. III-332. EN CALZAS Y EN JUBÓN. Frase equivalente a la actual en cuerpo o a cuerpo, es decir, sin capa u otra prenda de sobretodo, como ferreruelo, capuz, gabán, etc. Confr.:

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Que ya entonces para mí habrá habido un ferreruelo: y, aunque en calzas y en jubón, ¡vaya, tengo de ir a veros! (Obras de Quevedo. Ed. Bibliófilos Andaluces, I, 262.) III-332. EN JUBÓN VISTOSO. Vistoso afecta no a Apolo, como se ha podido creer, sino a jubón, prenda que solía hacerse de telas que hoy llamaríamos de fantasía. La serie de modelos de jubones que hemos dado en el trabajo El jubón de hombre, demuestra cuán justificado está el adjetivo vistoso, empleado por Cervantes. (Vid. revista Hispania, 1945, pp. 1-22.) III-339-340. HORAS... MENGUADAS. Hora aciaga, de mala suerte. Cervantes equipara las horas menguadas a los días aciagos: «Estos días y estas horas bien sé yo que para mí fueron aciagos y menguadas». (Quijote, I, 28). La superstición popular creía que había determinadas horas propicias a las desgracias. Los mendigos alegaban en sus pordioseos que habían sufrido algún accidente, achacando su desgracia a una hora menguada. Vid.: «En llegando comencé a decir: Por tan alta señora, y lo ordinario de la hora menguada y aire corruto». (Quevedo, Historia de la vida del Buscón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, V, Madrid, 1927, p. 83.) Parece que, para ahuyentar el peligro de una hora menguada, invalidando el agüero, se solía hacer la señal de la cruz. Vid.: «Líbrenos Dios de hora menguada, y de nosotros mismos, de quien no nos podemos guardar, aunque hagamos más cruces que tiene un Calvario». (Avisos de J. Barrionuevo. Ed. Paz y Melia. Colec. de Escritores Castellanos, Madrid, 1892, t. I, p. 104.) Esta falsa creencia puede provenir de que, generalmente, para el que muere, la hora que no acaba de vivir es la más desgraciada y a la vez la más corta de su vida. Es decir, todos tenemos en nuestra vida una hora que no acabamos de vivir, una hora menguada (salvo los que mueren a una hora en punto), excepción que no tuvo en cuenta la superstición. Esta interpretación cronológica de «hora menguada», tiene en su apoyo algún texto clásico. Vr. gr.: Es ocupado el día último. Es aquella hora menguada y cercenada. No se han de dejar para día breve y hora corta las diligencias de vuestro cuerpo y alma. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 185.) Que determinado hechicero diga que él entiende por «hora menguada» la que está para acabarse, no tiene, a mi ver, el alcance que le da Rodríguez Marín (Vid. Quijote, ed. de 1946, I, 468); antes parece que apoya mi interpretación, y, precisamente este sentido de hora corta, mancada, es el que humorísticamente le da Cervantes en este lugar que comentamos. Sea esta explicación u otra, la frase era comunísima. Cervantes la usa en el Quijote hasta cuatro veces: (Quijote, I, 16; I, 28; I, 35; 1, 39) y así todos sus contemporáneos. Confr.:

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Hora debió ser menguada donde reinó el interés. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 40.) Estos espantos me hacen amedrentar. Quiero vivir con cuidado no sea hora menguada. (Lope, El casamiento por Cristo, III, R. Acad. N. E., II, 19-b.) Líbreme Dios, Amén, de hora menguada. (L. Quiñones de Benavente, Entremés del marido flemático, NBAE, XVIII, 624-b.) ¿De cuándo eres tú valiente? ¿Desde ahora?    —Hay horas menguadas. (F. Rojas Zorrilla, Abre el ojo, III, Rivad. LIV, 141-c.) Un reloj de horas menguadas en mi fortuna siniestra, que, con ser sólo de muestra, da mayores campanadas. (Luis Vélez de Guevara, También la afrenta es veneno, I, Rivad. LIV, 591-b.) III-342. APRESURADAS. La rapidez del transcurso de las horas o del tiempo es un tópico de los poetas, desde el en fugaces, Postume, Postume, labuntur anni, de Horacio. La idea halló clima propicio en la ascética cristiana. De ahí su exuberancia. Confr.: Resbálase la edad, el tiempo vase, días, meses y años van corriendo. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 444.) No hay cosa más ligera que los días; pasa una edad corriendo y otra mana. (Ibid., XI, 237.)

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Ya las ligeras horas presurosas oro crecen al carro. (Obras de L. Carrillo de Sotomayor, Madrid, 1613, p. 80.) ¿Qué me quieren los cuidados que apaciblemente roban los términos que a mi vida dan las fugitivas horas? (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 125.) Mas ¡ay!, licencioso tiempo, con qué ligereza pasas y cuán veloz es tu vuelo! (Guillén de Castro, El amor constante, Loa. R. Acad.; I, 2-a.) III-349. A LOS DE SEÑORÍA Y EXCELENCIA. Son dos tratamientos; señoría equivale a ilustre y excelencia a lo mismo que en la actualidad. Por esta razón los escribimos con mayúscula. III-352. DON JUAN DE ARGUIJO. Poeta sevillano —1567-1623—, uno de los primeros sonetistas del Parnaso español. Parece indudable que Cervantes lo conoció y trató en Sevilla. De 1597 a 1602 que Cervantes habitó en la capital de Andalucía, Arguijo tenía en su casa una florida academia poética y actuaba de Mecenas y corifeo de poetas. Rodríguez Marín ha patrocinado la idea de que durante ese tiempo, Cervantes era en Sevilla «un pobre diablo» que no alternaba con los caballeros y gente bien de la ciudad. Contra esta idea milita el hecho inexplicable de que cuando se levantó en la catedral el fantástico catafalco para las honras de Felipe II, los versos de Cervantes fueron de los poquitos que alcanzaron el honor de figurar clavados en el monumento. No puede darse argumento más contundente de la estima en que Cervantes era tenido como poeta, y de la consideración personal que le guardaban los elementos más valiosos de Sevilla. Reparemos además en que al escribir Cervantes el elogio de Arguijo, no se habían impreso más que siete sonetos suyos que salieron en las Flores de poetas ilustres (1605). Todos los demás versos de Arguijo vieron la luz pública años después del Viaje del Parnaso. Sin embargo, este caso no es como tantos otros en que Cervantes descubrió al poeta, pues la fama de Arguijo era general en España. III-359. DON LUIS DE BARAHONA. Todos los comentaristas del Viaje dieron por descontado que este personaje era Luis Barahona de Soto, el poeta de Lucena (1548-1595). Fue Rodríguez Marín quien en 1903 apuntó

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la sospecha de que tal vez no se tratase de su biografiado, fundándose en que el médico poeta de Archidona no tenía tratamiento de don, ni Cervantes era tan inobservante de las pragmáticas vigentes sobre la materia. No obstante la sensata observación de Rodríguez Marín, insistió Toribio Medina en que entre los varios Barahonas a quienes podía aludir Cervantes, era Luis Barahona de Soto el que, a su juicio, figuraba en el Viaje. Para mí, no carece de importancia el argumento del uso del don; pero creo que lo decisivo en este punto, para identificar al personaje en cuestión, es el criterio de Cervantes de no llevar al Viaje a ningún poeta que hubiese fallecido. Todos los que constaban en la lista de Mercurio o los que después condujo Apolo a la defensa del Parnaso, vivían al tiempo cuando escribía Cervantes. Pero, ¿y Hernando de Herrera?, se objetará enseguida. Hernando de Herrera está invocado; pero no contado entre los poetas que tomaron parte en la batalla. (Véase cap. II, versos 61-69.) Desechado, pues, el licenciado Luis Barahona de Soto, a quien Cervantes citó, como vivo, en el Canto de Calíope, y biografiado por Rodríguez Marín (Madrid, 1903), hay que pensar en don Luis Barahona Zapata, gentilhombre de la Casa de Su Majestad, de quien hay poesías en los preliminares de algunos libros en años inmediatamente posteriores a la publicación del Viaje. Este palatino seguía componiendo versos en 1622. (Véase Toribio Medina, t. II, p. 27.) Su posición en la corte y su actuación en el ambiente literario explican la mención de Cervantes. III-363. HELICONA. Una de las dos cumbres del Parnaso. Creo erróneo distinguir, como hace Rodríguez Marín, entre Helicón, monte, y Helicona, fuente del monte Helicón. Los poetas de este tiempo lo confundían todo indistintamente. Véase Helicona en sentido de monte: Por vos me llevará mi osado paso a la cumbre difícil de Helicona. Las musas de su mano en Helicona te están aparejando una corona. (Diana, de Gaspar Gil Polo, NBAE, t. VII, p. 374.) Pongámosle su Helicona en las montañas de Jaca. (Obras poéticas de don Luis de Góngora, Ed. New York, 1921, III, 34.) Otras veces Helicón es sinónimo de Parnaso. Recuérdese el conocido pasaje de Villegas referente a Cervantes: Cuando fue de Helicón a la conquista.

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Y aún se dijo Helicones por antonomasia. Vr. gr.: No lleva capas ni ornatos de Parnasos ni Helicones; que por mis pobres rincones apenas tenía zapatos. (Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, NBAE, t. VII, página 400.) III-364. MAJESTOSO. Italianismo que aparece rara vez en los poetas contemporáneos. Confr.: En la primera está la majestosa libre Soberbia, grave y empinada. (Hojeda, La cristiada, Lib. I, Rivad., t. 17, p. 407-a.) Por analogía se dijo también respetoso. Confr.: Neptuno te obedece respetoso. (Sor Violante do Ceo, Parnaso lusitano, t. I, p. 31.) III-365. DE REPENTE. Poeta que improvisa versos, habilidad que en España han tenido muchos versificadores. Confr.: Con aquestos donaires y torrentes de coplas redondillas repentinas, de que era manadero redundante, levantaba los míseros caídos. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 52.) Ser músico y poeta y el decir de repente dichos graciosamente que suelen agradar gente discreta. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 48.) Corone el lauro vuestra insigne frente, y aunque a la envidia vuestro nombre espante, seáis de nuestra España el más triunfante, por lo pensado y dicho de repente. (Francisco de Arce, «Soneto» que le dedica un don Antonio Cuadrado. Gallardo, I, col. 263.)

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INDIANO. Arrojado, ¿qué es eso de repens? ¿Echaisme bernardinas? NOVATO. ¿Cómo bernardinas? Luego, ¿no sabéis qué es repens? INDIANO. No, por Dios. NOVATO. Mira, los poetas llamamos al hablar de repente, repens. (NBAE, t. XVII, p. 228-a.) III-372. SE LAVARON. Este lugar de comicidad extraordinaria dio origen al delicado pasaje de Villegas: El que con voz soltera pasó del Helicón las altas cumbres y en su fuente parlera lavó sus crines, refrescó sus lumbres. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 59.) III-375. A PAUSAS. A buchitos, o buche a buche, lo cual se hace o por melindre, o por saborear la bebida, o por asco y repugnancia. Confr.: En el pan me detuve algo más; comilo a pausas, porque siendo muy malo, fue forzoso llevarlo despacio, dando lugar unos bocados a otros que llegasen al estómago. (Alemán, Guzmán de Alfarache, Parte I, cap. III, Rivad., 196-b.) III-376. EL BRÍNDEZ Y EL CARAOS. Palabras alemanas; brindis decía el que bebía a la salud de otro; caraos respondía el otro, comprometiéndose a beber otro tanto. El origen de estos dos vocablos lo explica el Ms. 11.169, f. 34, de la Biblioteca Nacional de Madrid, titulado Origen de los brindis de varias bebidas que se usan en el mundo. (Lo he transcrito en mi libro, Ideas de los españoles del siglo XVII, Madrid, 1928, p. 536.) Cervantes usa otra vez la forma bríndez, no muy común en la época: Bien haya la lacayuna humilde y valiente raza... Junto a la caballeriza y al olor de su caballo, con su bríndez, siento y hallo que sus gustos solemniza. (La entretenida, III, Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1918, página 113).

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En cambio, en el Quijote (II, 33), emplea la forma brindis. Esta era la forma más generalizada. Confr.: Le envié luego... una cubeta de plata dorada llena de vino de Galicia, haciéndole brindis a la salud de los reyes de España y de Inglaterra. (Cinco cartas de don Diego Sarmiento de Acuña. Biblióf. Español., IV, 24.) La forma caraos, de Cervantes, alterna con caraus que se ve, por ejemplo, en Lope: Mucho encubren los vestidos; mas, si me llegan a hablar, ¡pardiez que yo quedo fresco! que solo sé de tudesca esto que llaman brindar y el tener donde me quepa; porque brindis y caraus, Deo gloria y Santis laus no hay niño que no lo sepa. (Lope, El caballero del sacramento, II, R. Acad., VIII, 467-b.) (Véase mi citada obra de Ideas de los españoles, para más datos.) III-376. SE PUSO EN BANDO. Se condenó a destierro, o sea, se renunció al vino, en vista de la dulzura del agua de Castalia. Poner en bando es frase italiana que usó también Cervantes en el Quijote (I, 28.) No se cita este italianismo en ningún otro autor de la época. III-377. DE BRUCES. Beber echado boca abajo, a la manera que beben los campesinos en las fuentes y arroyos, como se ve en estos versos que un arroyo dice burlando de la fábula de Narciso: Civil concepto caduco; que sólo han visto mis ojos un ganapán puesto a bruces tentación de San Antonio. (Poesías de Salvador Jacinto Polo de Medina. Rivad. XLII, 187-a.) En este contraste estriba el humorismo del pasaje, en hacer beber un tan precioso licor a los poetas, como los gañanes beben las no siempre limpias aguas del campo. Este rasgo humorístico lo imitó Villegas: O, cayendo de bruces échate de la Castalia... (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 105.)

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Sobre la forma bruces hay que advertir que tiene en español otras tres variantes, bruzas, buces y buzos. Cervantes usó la forma bruces, no sólo aquí, sino en el Coloquio de los perros. (Edición Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1917, p. 324). También se ve en Calderón: De bruces echarme quiero, según la sed que me aflige. (Calderón, El segundo Scipión, III, Rivad. XIV, 345-c.) Pero Vicente Espinel dijo de bruzas (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Ed. Gili, Clásicos Castellanos, La Lectura, t. LI, pp. 45 y 276), forma que encuentro usada en el poema Los doce triunfos, del Cartujano. (Ed. NBAE, t. XIX, p. 341-a.) Quevedo dijo de buces (El mundo por de dentro. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. LIV, p. 52) y Santa Teresa empleó la forma de buzos: Sea varón, y no de los que se echaban a beber de buzos, cuando iban a la batalla. (Santa Teresa, Las moradas, capítulo único, Moradas segundas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, p. 35.) III-379. VASOS CORVOS. Beber a almozadas. Confr.: Diógenes... acostumbraba beber en un vaso de corcho...; y un día vio que un mochacho bebía en una fuente con la mano corva, y como él lo vio, hizo pedazos el vaso... y de aquí en adelante bebía con la mano corva. (Cristóbal de Villalón, El escolástico. Bibliófilos Madrileños, Madrid, 1911, p. 47.) Buscamos las fuentes de las montañas...; allí nos echamos de bruces y nos hartamos; y si esto no queremos hacer, con nuestras manos encorvadas tomamos el agua y la traemos a la boca. (Antonio de Torquemada, Colloquios satíricos, 1552, NBAE, t. VII, p. 515.) III-380-381. DE LA BOCA AL AGUA TEMÍAN. Esta frase es reminiscencia de un refrán que cita Quevedo en esta forma: Sábete, hijo, que de la mano a la boca se pierde la sopa. (Quevedo, Historia de la vida del Buscón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, V, 244.) Otros poetas, lo mismo que Cervantes, han acomodado el refrán a su conveniencia. Confr.: Porque no hay suerte segura desde los pies a la boca. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 182.)

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Yerra la mano a la boca, o divertida o turbada. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 416.) Porque hubo quien estuviese del manjar tan divertido, que de la mano a la boca erraba el cierto camino. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 637, Madrid, 1947, I, 412-b.) III-393. PACÍFICOS DE OLIVA. Metátesis, por árboles de pacífica oliva. Sobre la oliva, símbolo de la paz, vid. M. Herrero, El olivo a través de las letras españolas, Madrid, 1950, p. 79. III-398. ALONSO DE LEDESMA. Poeta segoviano. Desde 1600 hasta la fecha en que escribía Cervantes, cansó las prensas con una serie de libros de poesías religiosas, compuestos en estilo conceptista, tan extravagante, que muchas veces toca en la irreverencia y casi siempre en el mal gusto. Recientemente ha defendido don Francisco Vindel que Ledesma es el autor del falso Quijote. Su argumentación es contundente. Le falta, claro es, el documento, sin el cual no hay hipótesis convincente para ciertos historiadores de mente agobiada por el positivismo. Véase F. Vindel, La verdad sobre el falso Quijote, Barcelona, 1937. Fernando García Salinero vuelve sobre la tesis con nuevos argumentos: «Alonso de Ledesma, ¿soldado y autor del falso Quijote?» Hispania, L, 1967, pp. 277-284. Vid. también la edición del Quijote de Avellaneda, con introducción y notas del mismo García Salinero, en Clásicos Castalia, núm. 41 (Madrid, 1972). III-405. ESTÁ CONMIGO. Sobre este pasaje de está fuera de y está conmigo, hoy duros al oído, véase un caso análogo anterior a Cervantes: —¿Oísme, por ventura? ¿Estáis conmigo? Mas, ¡ay, qué gran locura y devaneo! ¡Al aire y a los árboles voceo! ¡No debo estar en mí; no estoy, bien digo! (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 118.) III-407. JERÓNIMO DE CASTRO. No cita Cervantes a Jerónimo de Castro por poeta, sino por músico y por cantor, como dejan entender los versos que siguen a su nombre. Vicente Espinel, maestro de música de la Capilla del Obispo, le nombró albacea suyo en su testamento, 4 de febrero de 1624.

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III-414. ENTRE EL OCIO Y EL SUEÑO SEPULTADO. Este verso es reminiscencia de un lugar de la Eneida, Lib. IX, v. 316: Passim somno vinoque... corpora fusa vident. Como tantos otros versos de Virgilio, éste ha tenido larga descendencia en nuestro Parnaso. Confr.: En sueño y en olvido sepultado. (Fr. Luis de León, Obras completas, B.A.C., Madrid, 1944.) Yace aquella virtud desaliñada, que fue, si rica menos, más temida, en vanidad y en sueño sepultada. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, t. III, p. 215.) Tales son los avarientos, codiciosos, sepultados en el sueño profundo del olvido de Dios. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermores, NBAE, III, 178-b.) Los fatigados cuerpos bien bebidos se quedaron en sueño sepultados. (Villaviciosa, La mosquea, I, Rivad., t. 17, p. 575-a.) En sueño están y en vino sepultados. (Valbuena, El Bernardo, Lib. VIII, Rivad., t. 17, p. 226-a.) Entre el reposo y vino sepultados. (Ibid., Lib. XI, p. 255-b.) III-417. LA REPARA. Reparar, en la acepción de oponer reparos, presentar dificultades, distinta de la acepción de defender o proteger en que Cervantes emplea el mismo verbo en otros lugares. (Vid. cap. II, verso 147.) III-418-419. LA OPORTUNA HORA. De doce a una se solía comer en España por esta época. Confr.: Verlos heis muy estirados (habla de los escuderos) y ufanos, al parescer, voceando de enfadados de esperar para comer a la una. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXXVIII, p. 157.)

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D.J. ¿Qué hora? T. La de las once, porque la de las doce es la ejecutora de las ollas, la que desentapiza los vasares, puebla los bodegones y alegra los gatos. (Salas Barbadillo, El sagaz Estacio. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 57, p. 123.) III-420. SI AYUNA. Si no ha desayunado, o está en ayunas. Aun comiendo al día las veces ordinarias, antes de la primera comida se está ayuno. Confr.: Fuese hacia la cava e saltó muy ligeramente de la otra parte; e como estaba ayuno e muy cenceño, así saltó que el senescal quedó ahí muy maravillado. (Historia de Enrique Fi de Oliva. Biblióf. Españoles, VIII, 49.) Donde no dejarás la mesa ayuno, cuando te falte en ella el pece raro, o cuando su pavón nos niegue Juno. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, 171.) III-422. DELIO. Delio, Apolo, así llamado por haber nacido en la isla de Delos, en el mar Egeo, una de las Cícladas. Cervantes le nombra así otras tres veces más. (Vid. cap. IV, versos 7 y 314, y cap. VII, verso 312.) Así es corriente verlo apellidado por los poetas. Confr.: Acompañaron a la real matrona hasta el alcázar del señor de Delo. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Barcelona, 1618, f. 288 v.) Fiblósofo divino, sol hermoso, Deifico, Delio, Cintio y Didimeo. (Lope, Adonis y Venus, I, Rivad. IV, 420.) De Delio se llamó a la luna Delia. Confr.: Delia la plata de su faz redonda, con cuya luz hermosa al mundo alegra, mientras pasa furor tan grave, esconda. (Villaviciosa, La mosquea, IX, Rivad., t. 17, p. 609-a.) La causa o motivo lo cuenta así el autor de La pícara Justina:

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La diosa Delia, queriéndola por mujer el dios Apolo, le desechó, por verle que venía mal vestido y a la ligera, el paso largo. Y cuando ella vio que llevaba tras sí todo el ejército del cielo por criados, arrepentida, juró hacer de ciertos en ciertos tiempos un gran llanto y vestirse de luto; y de aquí provinieron los eclipses y diluvios de Delia que es la luna. (Obra cit. Rivad., t. 33, p. 157-b.) III-425-426. LA NATURALEZA Y EL DE LA INDUSTRIA. Esta frase, análoga a la de Naturaleza y arte (verso 436), responde al concepto de la jardinería de entonces, al estilo italiano, en que intervenía el plan arquitectónico del artista y la mano del jardinero, tanto como la naturaleza de plantas y árboles. III-427. LOS HESPÉRIDES. Por licencia poética emplea Cervantes el plural para referirse al Jardín de las (tres hermanas) Hespérides, el cual, según la fábula, estaba poblado de manzanos, cuyo fruto era de oro. III-431. LOS DE ALCINOO. La fábula localizaba el reino de Alcinoo y sus famosos jardines en la costa del Espino. Confr.: Mirando estaba el español valiente al Alcinoo los jardines celebrados y Leucada engolfada al mar de oriente. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XIII, Rivad. IV, 285-b.) III-451. LOS ASIENTOS. Cervantes apunta aquí al problema de las precedencias que fue una de las pesadillas de su época. Hace muy al caso el siguiente texto: Entre la gente más ilustre en todas ocasiones se suele reparar en los lugares; que en el trato ordinario también lo es mezclarse unos con otros; y así, de verlos en esas ocasiones, aunque vayan unos en mejor lugar y otros en menos bueno, no podemos colegir sus precedencias; pero cuando viene una jura de un príncipe o de un rey, entonces cada uno toma su lugar y no le perdonará por ningún caso. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 600.) III-458. A CUYA SOMBRA Y TRONCOS SE SENTARON. Hoy disuena la construcción sentarse al tronco...; pero en la lengua del tiempo de Cervantes es corriente. Confr.: Y al tronco de un verde enebro se sientan amigos. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 346.)

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La bella Angélica estaba sentada al tronco de un olmo. (Romancero general, Parte VII, Rom. 600, Madrid, 1947, I, 384-a.) Oídme, si estáis despacio, que os doy voces desde lejos, sentado al tronco de un pino, testigo de mi destierro. (Ibid., Parte VIII, Rom. 644, Madrid, 1947, I, 421-b.) Tal vez ha influido analógicamente la construcción «recostarse al tronco», que es frecuentisima. Confr.: Sobre un peñasco roto, al tronco recostado de un fresno levantado. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 196.) Alzó los ojos con esto y vido cómo escuchando la estaban los dos pastores en sus troncos recostados. (Romancero general, Parte XII, Rom. 119, Madrid, 1947, II, 119-a.) III-469. EN EL NÚMERO INFINITO. Parece alusión a la frase del Libro de los proverbios: Stultorum infinitus est numerus. Desde luego el número infinito de Cervantes se traduce en montón del vulgo.

CAPÍTULO IV

IV-1. SUELE LA INDIGNACIÓN COMPONER VERSOS. Traducción de un hemistiquio de Juvenal, facit indignatio versum (Sátir., I, 79), como han advertido varios comentaristas. Cervantes tendría presente el libelo contra unos cómicos de Lope, o, si el asunto había pasado ya a la historia, las diarias sátiras de Villamediana contra los cortesanos de Felipe III, desfogando contra todos su indignación por su destierro de la corte, por causas que él sabía. IV-6. EL DESTERRADO A PONTO. Se refiere al poeta latino Ovidio, desterrado por el emperador Augusto al Ponto Euxino (Mar Negro). IV-7. NO SE ESTIMA... La poca estimación que en general merecían los poetas y la poesía es tema que traté en mi aportación al Homenaje a Artigas, publicado por la Sociedad de Menéndez Pelayo (Santander, 1931, p. 93). Añadiremos a lo allí dicho otra prueba de este mal ambiente social que envolvía a los poetas: las disculpas o excusas que muchos de ellos dan de escribir sus versos o de publicarlos. Confr.: Si algún verboso querrá decir que por ser la mayor parte sigmentos poéticos mi ocupación no fue lícita ni mi ejercicio honesto, ya es averiguada conclusión, de ningún discreto ignorada, que sota el obumbrado velo de poesía, elegantes y muy útiles moralidades poner se suelen. (Vasco Díaz Tanco de Fregenal, Los veinte triunfos, Proemio.) Como en la edad de más juventud me desmandé a los versos lascivos y de burlas, unas veces por ostentación de ingenio, y las más por contemplación de amigos, y de estos viven hoy muchos en la memoria de las gentes depravadas, y algunos impresos sin mi voluntad, no con la censura 423

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y corrección debida; por una parte los quise dejar como perdidos, juzgándolos indignos de mi nombre y ajenos de mi profesión; por otra, viendo que personas graves y de más mérito se los prohijaban, tornelos a mirar como a propios, y mejorados de traje, diles acogida en este volumen. Entiendan, pues, los que quisieren calumniarme que habiendo disimulado tantos años esto, y teniendo agora caudal de cosas tocantes a mis estudios de predicación y divina Escritura, no sacara a la luz cosas vulgares, si no se juntara agora con una extrema necesidad el mandamiento y exhortación de mis señores y amigos. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, Epístola-Dedicatoria.) IV-8. VULGO VANO. Cervantes condesciende con la opinión común de su época; pero notamos que en el coro de invectivas y frases terribles contra el vulgo, Cervantes se coloca en lo posición menos hostil. El adjetivo vano resulta inocuo al lado de frases como éstas: Alteración del fácil vulgo fiero. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 247.) El vulgo siempre loco. (Lope, Los Ponces de Barcelona, I, R. Acad. N. E., t. VIII, p. 574-b.) ¡Oh vulgo, espejo de tantas lunas, cuantas al primer viso su parecer miran y adoran su parecer! ¿Quién te podrá resistir? (Calderón, Duelos de amor y lealtad, III, Rivad. IV, 302-a.) IV-13. YO CORTÉ... AQUEL VESTIDO. Metáfora usada por algunos poetas, a partir de Garcilaso. Confr.: Amor, amor, un hábito vestí el cual de vuestro paño fue cortado. (Garcilaso, Soneto XXVI. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 237.) IV-16. LA CONFUSA. Título de una comedia perdida o desconocida. Cervantes sentía manifiesta debilidad por esta producción suya, a juzgar por las veces que la elogia. (Vid. Adjunta al Parnaso). La compuso en el año 1585 o poco antes, pues el 5 de marzo de dicho año firmaba un contrato con el director de una compañía de teatro, Gaspar de Porres, obligándose a entre-

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garle La confusa «dentro de quince días de la fecha de esta carta». (Pérez Pastor, Memorias de la R. Acad. Española, t. X, p. 101.) El señor Cotarelo, A., dice que «por el camino de las hipótesis también podríamos sospechar que La confusa y La entretenida fuesen una misma» (El teatro de Cervantes, Madrid, 1915, p. 682). Yo he sugerido en mi Vida de Cervantes que las Novelas ejemplares son prosificación hecha por el mismo Cervantes de algunas de sus comedias, aplaudidas en otro tiempo y ya anticuadas y pasadas de moda, en 1613. (Vid. mi artículo «Una hipótesis sobre las Novelas ejemplares». En Revista de Educación Nacional, núm. 96). Me he basado al hacer esta hipótesis en la crítica que el pseudo Avellaneda hace de las Novelas ejemplares, diciendo: «Conténtese con su Galatea y comedias en prosa; que eso son las más de sus novelas». (Prólogo del falso Quijote. Rivad. XVIII, 2). Para ser posible que Cervantes hubiera prosificado o convertido en novelas ciertas comedias suyas, y Avellaneda pudiera descubrirle el truco así vagamente, es preciso admitir que las comedias que Cervantes dio a la estampa en 1615 eran otras distintas de las prosificadas. Además, si tan pagado estaba Cervantes de La confusa, es inverosímil que la escogiese para la transformación, como que al imprimirla le cambiase el título con que había sido aplaudida y con que él la citaba dos veces en el Viaje. Y si era la mejor comedia de capa y espada, ¿por qué no la dio entre las impresas en 1615? Sin duda algo proyectaba Cervantes hacer todavía con La confusa, a lo cual tendían los encarecimientos de su mérito que escribió en el Viaje. En La pícara Justina hay un pasaje que puede tener relación con el título de la comedia de Cervantes, o quizás con la misma comedia. Refiérese a una posadera ladrona y maestra en picardías, y dice: «Usaba donosas tretas, las cuales, cuando nos las platicaba, decía que era la elección de la confusa» (obra citada, ed. J. Puyol, Biblióf. Madrileños, t. VII, p. 108). Sospecha Julio Puyol que puede ser una locución muy común, o del argot universitario. Cervantes, en este caso, habría tomado la frase para titular su comedia por su conveniencia con el asunto; pero también cabe que la comedia de Cervantes hubiera creado la frase o la hubiera generalizado. Yo no he encontrado la frase anterior a Cervantes. En cuanto al concepto de comedia, aplicado por Avellaneda a la historia de Don Quijote, considerada como obra cómica, pueden consultarse el libro de Stephen Gilman, Cervantes y Avellaneda: estudio de una imitación (México, Publicaciones de la Nueva Rev. de Fil. Hisp., II, 1951) y las ediciones modernas del Quijote apócrifo de Avellaneda, realizadas por Martín de Riquer (Clásicos Castellanos, núms. 174, 175 y 176) y por Fernando García Salinero (Clásicos Castalia, núm. 41, 1972). IV-25. MIS NOVELAS. Se refiere a las Novelas ejemplares, publicadas en 1613. La palabra novela, en la acepción de cuento, estaba en uso desde el siglo xv por lo menos. Confr.:

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Fablaban novelas e placientes cuentos e non olvidaban las antiguas gestas. (Marqués de Santillana, La comedieta de Ponza, NBAE, t. 19, p. 466-b.) Oír semejantes novelas aplace al curioso sotil pensamiento, cuando fingido poema rehace. (Juan de Padilla, Los doce triunfos, NBAE, p. 345-b.) Sin embargo, no había desaparecido en los días de Cervantes la antigua acepción de noticia o nuevas. Confr.: La dama que descuidada estaba de tal novela, por un pequeño postigo se paró por ver quién era. (Romancero general, Parte VI, Rom. 352, Madrid, 1947, I, 239-b.) Acompañole gran gente, como amiga de novelas, hasta que en el cadahalso vio el verdugo que le espera. (Ibid., Parte XI, Rom. 854, Madrid, 1947, II, 35-b.) IV-27. MOSTRAR CON PROPIEDAD UN DESATINO. Cervantes dice desatino por mentira o fantasía, de acuerdo con la doctrina de Juan de Valdés: Los que escriben mentiras las deben escribir de suerte que se lleguen, cuando fuere posible, a la verdad, de tal manera que puedan vender sus mentiras por verdades. (Juan de Valdés, Diálogo de la lengua. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXXVI, 172.) Compárese este verso con los 28-29 y 50-51 del cap. VI. IV-28. YO SOY AQUEL QUE. Fórmula enfática que Cervantes empleó en el Quijote (I, 20), parodiando a los libros de caballerías. Ahora la emplea en serio. De un modo y de otro hay ejemplos en los poetas de su tiempo. Confr.:

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Yo soy aquel que otro tiempo no dejé laurel ni ramo, arroyo, fuente ni ninfa a quien no diese mal rato. (Romancero general, Parte VII, Rom. 631, Madrid, 1947, I, 402-b.) Porque yo soy aquel que al cielo santo con acciones injustas hice guerra. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, E 41.) IV-31. DESDE MIS TIERNOS AÑOS. Traducción latina de la frase a teneris ungulis, ya calcada por Garcilaso: Desde mis tiernos y primeros años. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 36.) Compárese la sencillez clásica con el barroquismo lopesco: Ya de mi edad en el abril primero. (Lope, Epístola 6 de don Lorenzo de León, Sancha, I, 334.) IV-35. POR LA REGIÓN SATÍRICA. Afirmación verdadera, si por región satírica entendemos solamente la sátira dirigida contra personas determinadas. Aun así, véase lo que decimos a propósito de las alusiones al conde de Villamediana. Cap. II, 265-270 y cap. VIII, versos 310-315. IV-38. MIS ESCRITOS. Si Cervantes rememoraba el verso de Boscán «¡Oh vosotros que andáis tras mis escritos!» podía referirse a sus versos meramente, como Boscán, y no a todas sus obras. (Obras de Boscán. En Anvers, 1597, p. 62.) IV-40. ROMANCES INFINITOS. Indudable parece que algunos romances de tantos como Cervantes compuso, están incluidos anónimamente en el Romancero general. No cabe aquí un estudio a fondo de cuáles pudieran pertenecerle; pero a título de hipótesis, podemos señalar los siguientes: 1. El romance 790 de la Parte IX, que empieza: Un lencero portugués, puede ser de Cervantes. Por lo menos tiene un verso suyo: En un lugar de la Mancha, que no le saldrá en su vida...

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Además, la última parte del romance, todo lo del sacristán coplista y enamorado en competencia con el portugués, tiene muchísimos puntos de contacto con el entremés cervantino de La guarda cuidadosa. 2.° El romance 592, Parte VII, que empieza: Colérico sale Muza contiene muchos rasgos cervantinos. El vestido desastrado de los poetas, los tapetes de levante, los poetas novicios, el pensamiento de si matáis un poeta nacerán siete, como las cabezas de la hidra, son rasgos que se hallan en el Viaje del Parnaso. Y sobre todo, el tono burlesco con que trata a los poetas del romance es del mismo paño exactamente que el del Viaje. 3.° El romance 860, Parte XI, que empieza: Los que alcabalas ni jugos puede muy bien ser de Cervantes. Todo él es una versificación de las Ordenanzas que Apolo envió a los poetas, tal como se leen en la Adjunta al Parnaso. 4.° El romance 206, Parte IV, que empieza: Yo, Apolo, dios de la ciencia, es como el anterior un trozo versificado de la Adjunta al Parnaso. Contiene además rasgos cervantinos, como el masculino martingalo, el adjetivo godeño, la frase romper gorgoranes, y el recuerdo de las ranas en que Júpiter convirtió a los villanos, aplicando la fábula a los malos poetas, cosas todas que están en el Viaje del Parnaso. 5.° El romance 695, Parte VIII, que empieza: ¡Qué soberbio está el poeta! reproduce fielmente la acrimonia y desdén con que Cervantes trató reiteradamente del teatro de Lope. Toda la pieza es una amplificación de los versos del Viaje: Adiós, teatros públicos, honrados por la ignorancia, que ensalzada veo en cien mil disparates recitados. (Cap. I, versos 124-26.) 6.° El romance 259, Parte IV, que comienza: Mirando estaba Lisardo descubre bastantes indicios de ser cervantino. Es una burla de Lope en el destierro que sufrió por su libelo contra unos cómicos. Compárense estos versos del romance: ¿De qué te quejas, Belardo? Belardo, ¿de qué te afliges? Que no es milagro que el cielo lo que no te dio te quite. ¿Qué imperio en España pierdes?

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¿Qué fama al tiempo le pides? ¿De qué Cartago asolada las frías cenizas viste? con estos otros de Cervantes en el Quijote: No indiscretos hierogli estampes en el escúque cuando es todo fingicon ruines puntos se envi¡Qué don Alvaro de Lú¡qué Aníbal el de Cartá¡Qué rey Francisco en Espáse queja de la fortú(Quijote, Parte I, prels.) 7.° El romance 584, Parte VII, que empieza: Toquen apriesa a rebato repite la misma idea que el anterior, respecto de Lope, y se expresa en el mismo tono. Sobre todo los versos ¡Miren qué grande de España, para que a lástima mueva! ¡Qué pérdida del armada, qué muerte de rey o reina! De este romance reconoció Rodríguez Marín que tiraba chillaos al tejado de Lope, lo mismo que el anteriormente citado. Un estudio detenido de conceptos y lenguaje de los romances podría darnos mayores probabilidades de atribución de algunos o bastantes a quienes confesó: «Yo he compuesto romances infinitos». IV-41. EL DE LOS CELOS. Dice González Palencia en su edición del Romancero general (1, p. XLI): «Mucho tiempo se estuvo sin saber cuál era este romance que Cervantes llamaba el de los celos. Gallardo, el famoso bibliógrafo del siglo xix, fue el primero que logró identificado, de modo muy ingenioso. Su argumentación se guardaba inédita en el ejemplar que poseyó del Romancero general de 1604, y que hoy se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (U-897), la exhumo ahora por vez primera, con ocasión de editar completo el Romancero general en la colección Clásicos Españoles del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.» Dice Gallardo que «en el Romancero hay dos romances de los celos (creo que hay más), que son los que principian Funestos y altos cipreses (f. 93) y

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Yace donde el sol se pone (f. 213). Y, como el propio Cervantes declara en otro pasaje del Viaje que el de los cipreses es de Medinilla (II, 199-201): Es Medinilla el que la vez primera cantó el romance de la tumba escura entre cipreses puestos en hilera, (IV, 40-41); el otro sería de Cervantes. Y que lo sea, lo evidencia el nombre de Filena, a cuyo propósito dice el mismo (ibidem, terceto cuarto): «También al par que Filis mi Filena...», es decir, así como Lope de Vega (Belardo) ha hecho célebre a su dama en sus romances pastoriles, cantándola... con el nombre de Filis, así yo en mi romance he hecho famosa a mi amada bajo el nombre pastoril de Filena. En este Romancero se lee Silena, que es una de sus muchas erratas. Este es el sentido genuino que arroja de sí este pasaje». (Sobre el error de Gallardo, tomando a Silena por errata, vide más adelante nota al verso 51). Hasta aquí Gallardo, transcrito por González Palencia; si bien es de advertir que la atribución de tal romance a Cervantes y buena parte de lo contenido en la nota de González Palencia, ya había sido publicado en 1859 en «El criticón», póstumo de Gallardo, número 6. (Reeditado en P. Sáinz Rodríguez, Obras escogidas de don Bartolomé José Gallardo, Madrid, 1928, II, página 120). En 1899 el profesor Teza, sin conocer esta atribución de Gallardo, dio noticia de un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Nápoles, en el que, bajo el título de Romance a una cueva muy escura por Miguel de Cervantes, se contiene un Romance de los celos, que indudablemente es el aludido por Cervantes en su Viaje. Así lo estimó también Rodríguez Marín en 1923 al publicar las Obras completas de Cervantes (edición de la R. Academia Española, VII, p. 246). IV-42. POR MALDITOS. Los doy por anónimos, vulgares y despreciables. Las frases también habent sua fata. La frase del Tenorio, «¡Cuál gritan esos malditos!», ha dado el significado vulgar de «malditos» al público plebeyo e impersonal. La misma frase estaba ya creada por Cervantes hacía tres siglos; pero el Viaje del Parnaso no ha obtenido la popularidad del Tenorio. IV-44. SOLO EN PIE. Creemos que se debe comear tal como lo hemos hecho. Recuérdese la frase solo y a pie, del cap. I, verso 7, y la nota correspondiente. IV-50. EN SONETOS DE A DOCENA. Edición princeps, en soneto. Rodríguez Marín fue el primer editor, a mi conocimiento, que corrigió la princeps en este pasaje. Fijándose en que en italiano se dice da dozzina o di dozzina alteró, sin otra razón, el giro de a docena perfectamente admisible,

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suprimiendo a. También sustituyó «en soneto» de la princeps por en sonetos, corrección que libra al pasaje de un equívoco, y que aceptamos por lo mismo, aunque rechazando la tajante afirmación de R. Marín de ser «errata evidente». IV-51. TRES SUJETOS FREGONILES. El sentido es yo he tratado tres veces el tema de la fregona, o he escrito tres obras sobre el asunto. En este sentido, sujetos equivale a obras, asuntos o temas, y, en efecto, son tres: La ilustre fregona, la Comedia de la entretenida y el Entremés de la guarda cuidadosa. Y dice Cervantes que estas tres obras las ha compuesto en versos adocenados y pedestres, cual convenía a la naturaleza del asunto. En efecto, aunque las tres obras no están escritas en sonetos, en las tres hay versos en loor de los protagonistas, y sonetos hay que entenderlos aquí genéricamente por versos o poesías. Los comentaristas que han entendido a la letra que Cervantes había celebrado a tres fregonas en tres sonetos, citan en apoyo de su interpretación los tres sonetos; a saber: a la protagonista de su novela La ilustre fregona; a la criada Cristina de la comedia La entretenida (Jornada II) y a la misma, al final de esta obra, recitado por el lacayo Ocaña. Pero entonces resultan dos «sujetos fregoniles», no tres, como afirma Cervantes. Por eso creemos que es mejor nuestra interpretación. IV-52. MI SILENA. La princeps escribe Mifilena, y Gallardo dio por buena lectura Filena. Pero es el caso que, en la Galatea, Cervantes canta frecuentemente a una dama causante de celos, llamada Silena, y, por otra parte, en el Romance de los celos de Cervantes (véase nota al verso 40), también encontramos la forma Silena: Los Celos son los que habitan en esta morada estrecha que engendraron los descuidos de mi querida Silena. Esta concordancia nos permite dar como errata segura la Filena de la princeps del Viaje del Parnaso. Gallardo, naturalmente, conocía la lectura Silena del Romance, pero no teniendo presente la Galatea, entre la Silena del Romance y la Filena del Parnaso (princeps), dio la preferencia a esta segunda, movido por las numerosas erratas que encontró en el Romance. (Cf. nota a los versos de este cap. IV.) IV-54. CANTILENA. Canción dulce y alegre, usada desde el siglo xv hasta la época de Cervantes. Confr.:

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El canto divino de nuestra sirena, después que ya hobe muy poco dormido recuerda de presto mi vivo sentido, siendo muy dulce su cantilena. (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce NBAE, XIX, 376-b.) Hora, ¡juro a non de Dios! tus trovas y cantilenas que dicen que son ajenas y el dueño tú non lo sos. (Barbieri, Cancionero musical, Madrid, 1890, p. 192-a.) Mis dulces cantilenas a los veinte limadas, a los catorce escritas. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 189.) IV-57. EN LA ARENA SE SEMBRARON. Sembrar en la arena es frase que indica hacer algo inútilmente, u obrar sin fruto ni efecto. Aparece usada por Góngora. Confr.: Sembré una estéril arena, cogí vergüenza y afán. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 4.) También se apea el galán, porque quiere en el arena sembrar perejil guisado. (Ibid., I, 87.) Qué fruto espera quien sembró en la arena? (P. Roa, Flores de poetas ilustres. Rivad., t. 42, p. 17-a.) Que todo amante siembra en el arena, y sin número son los sembradores. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XI, Rivad., t. 17, p. 254-a.) IV-58. TUVE, TENGO Y TENDRÉ LOS PENSAMIENTOS. Arrogancias como la de Cervantes tuvo después que él Rioja, el poeta de las flores:

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Pocas veces, en el común orden de las cosas, se da a quien no pide, y yo no he aprendido a pedir ni a rogar. (Carta de Rioja a don Juan Lucas Cortés. Biblióf. Español., II, 81.) Frases del mismo tipo. Confr.: A la fe, ansí es, y fue, y será que en la enmienda ajena todos sabemos mucho (Comedia Florinea, NBAE, t. 14, p. 169-b.) IV-60. LIBRES Y ESENTOS. El adjetivo exento, hoy anticuado, se usó en el siglo xvi, y seguía usándose por escritores arcaizantes, en tiempos de Cervantes, en la acepción de libre, como se ve en estos ejemplos: Hijo mío, no te engañes, séme exento, y ya que quieras bien, no te me enlaces. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 473.) El escudo de Aquiles... que Ulises, levantándose tormenta entre las otras ropas lo había echado en la mar, por dejar la nave exenta. (Ibid., p. 12.) Los viejos, verdes; los mancebos, furiosos; los muchachos, exentos; las mujeres, desvergonzadas y libertadísimas. (Fray Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 38-a.) Juré de no componer sino memorias exentas, que del convento del alma son torno que dan mil vueltas. (Romancero general, Parte V, Rom. 282, Madrid, 1947, I, 188-a.) Pero la verdad era que exento perdía paulatinamente fuerza significativa, y necesitaba reforzarse con otro adjetivo, de donde surgió la frase rutinaria libre y exento, que usa aquí Cervantes. Véanse otros ejemplos: En mi vida pagué pecho; que mi hermano me dejó libre, salvo, honrado, exento. (Auto de las pruebas del linaje humano. Ed. L. Rouanet, París, 1897, p. 7.)

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Mas él, con voluntad libre y exenta, sin atender a las contradicciones, vacó toda la tierra... (Hist, del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia, Col. Escritores Castellanos, II, 130.) IV-69. TIMBREO. Dicho de Apolo, por la ciudad de Thymbra, donde el dios tenía un santuario. Thymbra era una pequeña población en la región de Troya. El adjetivo timbreo lo usó primeramente el marqués de Santillana: Perlas, oro, orfebrería vestí a la puerta timbrea. (Marqués de Santillana, El planto que izo Pantasilea, NBAE, XIX, 554-b.) Después desaparece de los grandes poetas líricos desde Garcilaso a Góngora. Reaparece en el poeta chileno Pedro de Oña y en el canario Cayrasco de Figueroa, y en el Cancionero de Pedro de Padilla. Este último debió recordárselo a Cervantes. Confr.: Los rápidos caballos de Timbreo sus mágicos copetes asomaban. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 156.) Pues, cuando el bel semblante de Timbreo al de las flores lánguido y marchito tornaba en su color y lozanía... (Ibid., p. 243.) Pidió socorro a Marte y a Timbreo. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 132.) Un monte de Castalia y un Museo en su ingenio divino está y se encierra, más que en las nueve hermanas y en Timbreo. (Carta del alférez Liranzo a Pedro de Padilla. Biblióf. Españoles, t. 19, p. 361.) IV-70. VIENEN LAS MALAS SUERTES ATRASADAS. En este verso han querido ver algunos cervantistas una embozada confesión del delito

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imputado a cierto Miguel de Cervantes, homónimo del autor del Viaje, pero que a todas luces es persona distinta. Véase mi Vida de Cervantes, p. 119. A mi ver, este verso y los que le siguen no son más que la explanación more poético de la doctrina católica de la libertad humana, conjugada con las circunstancias naturales. Otros poetas la expusieron en parecidos términos. No hay en esto modos naturales con que sus cursos corren nuestras vidas; que ni es todo milagros celestiales, ni todo caso y suertes no entendidas; que muchos de los bienes y los males nacen de cosas bien o mal regidas, y el albedrío hizo de su mano piadoso a César y a Nerón tirano. (Valbuena, El Bernardo, Libro IX, Rivad., t. 17, p. 233-a.) IV-79. TÚ MISMO TE HAS FORJADO TU VENTURA. Cervantes hace una explícita confesión de autorresponsabilidad y libre albedrío. Sin embargo, la palabra ventura oscurece el concepto como en este otro ejemplo: El rey le respondió: ¿Piensas que tengo yo toda la culpa? La mayor parte tiene tu ventura. (Antonio de Torquemada, Colloquios satíricos, 1552, NBAE, t. VII, p. 489.) Es un pensamiento muy cervantino, procedente del estoicismo. Confr.: Cada uno es artífice de su ventura. (Don Quijote, II, 66.) IV-80. Y YO TE HE VISTO ALGUNA VEZ... Parece eco de estos otros versos del viejo Ramírez Pagán: Fortuna en lo más alto de su rueda encumbrado me tuvo, y soy caído do esfuerzo con que suba no me queda. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, página G. V.) IV-84. DOBLA TU CAPA Y SIÉNTATE SOBRE ELLA. Es posible que Cervantes pusiese en boca de Apolo esta frase, recordando este episodio de El crotalón: Alcidamas era un mancebo grande, membrudo, robusto y de grandes fuerzas; y ansí como le pusieron delante la silla, arrojándola lejos de sí, ... dijo que las dueñas y hombres regalados se habían de sentar a comer en silla; que un hombre mozo y robusto como él, que por allí quería comer paseán-

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dose; y que si acaso se cansase, que él se sentaría en aquella tierra sobre su capa. (El crotalón, NBAE, t. VII, p. 223.) IV-93. ESENTA Y LIBRE. Lo más común es hallar estos dos adjetivos en la redacción rutinaria de «libre y exento». Véase la nota al verso 60 de este capítulo. La redacción de este pasaje representa un prurito innovador de la estilística cervantina. IV-105. RUBIO DIOS. Frase usual para designar a Apolo, el sol. Confr.: A ti, el más rubio dios del alto coro. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, t. I, p. 82.) Y en aries el sol rubio reverbera. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 12.) IV-130. LAS YERBAS SU VIRTUD..., Cervantes creía, como se creía en su época, en la virtud de las yerbas. Hoy también se cree, aunque de distinto modo. El año 1581 se publicó en Madrid la obra de Girolamo Manfredi, El porqué, libro de problemas en que se da razones naturales de muchas cosas, provechosísimo para conservación de la salud: con las virtudes y calidades de algunas yerbas. Libro muy importante desde el punto de vista de la Medicina de entonces, y rarísimo; tanto que los bibliógrafos que lo citan lo hacen por referencia de Pérez Pastor, quien lo describe por el ejemplar que perteneció a Sancho Rayón. Tal vez Cervantes lo había leído; pero no le hacía falta para hablar de una creencia general. Precisamente, a principios del siglo xvii hubo una monja en Lerma que pretendía poseer unas cuentas de rosario, a las que estaban vinculadas, entre otras muchísimas gracias, «todas las virtudes que Dios ha puesto en piedras, yerbas y palabras». No hay que decir que la Inquisición condenó las cuentas e impuso silencio a su autora. (M. Serrano y Sanz, Biblioteca de escritoras españolas, Madrid, 1903, I, 350.) Otras veces se hablaba de la virtud de las yerbas con más sólido fundamento. Vr. gr.: Sierra Nevada, donde hay yerbas de los herbolarios muy celebradas por su experimentada virtud. (Luis de la Cueva, Diálogos de las cosas notables de Granada, Sevilla, 1603, p. A III.) Muchos poetas se hicieron eco en sus versos de la virtud de las yerbas. Confr.: Buscad, para consuelo de Fernando, hierbas de propiedad oculta y flores. (Garcilaso, Elegía primera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 153.)

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La hierba mili, célebre entre cuantas produce el cielo, y que el hallarla solo parece que merecen manos santas, a Ulises dio Mercurio, que de un polo a otro navegó, monstruos venciendo. (Lope, Epístola 2 a don F. Plácido de Tosantos, Sancha, I, 297.) IV-132. LAS PIEDRAS, EL VALOR QUE. Creencias seudocientíficas de la época, profesadas comúnmente por los poetas. Confr.: Escriben de las piedras mil virtudes: La esmeralda y el jaspe son castísimos, el nitro ayuda a las victorias siempre, huyen todas las fieras del carbunco... (Lope, La esclava y su hijo, II, R. Acad, N. E., II, 1751.) Yerbas, palabras y piedras ¿Tienen virtud?    —Como imán Hipólitos juntarán A las más lascivas Fedras. (Lope, El mejor mozo de España, I, Rivad. III, 616.) De las virtudes de las piedras tratan en el siglo xvi Dioscórides, traducido al español por el doctor Andrés Laguna, y Plinio, traducido por el doctor Jerónimo de Huerta. A estas noticias sumaban nuestros escritores las especies tomadas de san Isidoro, de Alberto Magno y otros escolásticos. Todo lo concerniente a la materia lo comprendió don Juan Bernardino Rojo en su Therurgia general y específica (Madrid, 1747) y de su obra resumimos al lector las virtudes de las principales piedras. El jaspe o diaspro aparta las fantasmas, se opone a las encantaciones, afila y purga la vista del corazón, reprime las calenturas, prohíbe la hidropesía a los que le llevan consigo; ayuda al parto, refrigera el ardor interior, detiene la sangre, que corre, y el sudor; es más eficaz engastado en plata, que no en oro; colgado sobre una taza de vino, tiembla; traído al cuello, libra de hechizos, y atado al muslo de la mujer, abrevia el parto; traído sobre el estómago, da mucho vigor y esfuerzo, y reprime el vómito. El zafiro, herido, echa un ardiente resplandor; tiene virtud de alegría, promete cosas buenas, y corrobora a los desamparados; da robustez al cuerpo; persevera los miembros enteros; tiene virtud de reconciliar los humores descompuestos, restituir el calor perdido, restañar la sangre, reprimir el tumor, y fortificar las fracturas; ahuyenta la esquinancia y enfermedad que se dice:

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Noli me tangere: y tiene virtud contravirtud al veneno, y de extinguirlo del todo; y puesto sobre la tetilla de quien tomó el veneno, se embota y obscurece; inclina a devoción, paz, piedad, y a refrenar afectos. Tiene virtud de reprimir la sangre de las narices en el punto que le pusieren en ellas; defiende de las carnosidades, que en los ojos se suelen criar. Ayuda el zafiro maravillosamente a fortificar y aclarar la vista, pasando dicha piedra muchas veces por los ojos. Si esta piedra se pusiese debajo de la lengua de los que tienen fiebres muy agudas, los temperará y mitigará el calor y ardor de las dichas fiebres; y vale mucho contra el veneno, y defiende de todo aire corrupto. El calcedonio atrae las pajas, hace vencedor no sólo en los pleitos, sino también en las sangrientas batallas, conserva la fuerza del cuerpo, y defiende cualquiera adversidad. La esmeralda conforta los ojos, conserva la vista de la inteligencia y esfuerza a los que quieren predicar y da palabras persuasivas de la elocuencia sobre todo. Traída al cuello cura el mal caduco; vista la serpiente, hace pedazos sus ojos, si se detiene por algún tiempo en mirarla, dejándola ciega para siempre. Da y restituye la memoria, y es símbolo de la castidad; esto es, la conserva, y si acaso la quebranta el que la trae, se quiebra la esmeralda. No consiente que haya exceso entre hombre y mujer, que no se quiebre, trayéndola cualquiera de los dos. Mitiga los ardores de la carne, y hace castos a los que consigo la traen, y causa buena memoria, y en contra todo veneno y tempestad. La piedra sardónica quita no sólo la concupiscencia, sino toda la superfluidad; y engendra humildad y honestidad. La piedra sarda o sardio detiene el flujo de sangre, inclina a alegría, y el ingenio se aviva en su prudencia; tiene la gracia maravillosa de sacar las espinas clavadas en la garganta. Pone terror y espanto a las fieras más bravas. El crisólito aparta a los hombres malvados, repele la estulticia y da buena disposición al cerebro. La piedra berilo vale contra la esquilencia y vuelve al hombre fuerte, y de buen genio; es enemigo de los perezosos, y que ataja los corrimientos a los ojos y a la garganta. El topacio refrena la sangre de la concupiscencia, y detiene el fervor de la lujuria. Vale contra la lunática pasión, socorre a los que padecen hemorragias, detiene que no hierva el agua y refrena a la que hierve. Vale contra el frenesí. Si uno trae una sortija de topacio, y entra la mano en agua hirviendo, no se quema. El jacinto tiene virtud contra el veneno; y bebido con vino impide la generación; y de él huyen los escorpiones. Defiende del contagio de la peste, vale contra fiebres de tabardillo, defiende al que le trae consigo de rayos y tempestades; y llevándolo, que toque a la carne, conforta el corazón y aviva el ingenio, defiende de ponzoñas y aires corruptos. Tiene virtud de refrenar la locura y evitar la melancolía, y no sufre fantasmas ni visiones.

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La amatista tiene virtud de enfriar y suavizar, y obra contra la embriaguez, y hace vigilante y da buena sensación o capacidad. Vale también contra los demonios y contra la melancolía y defiende de temores de la noche. (Therurgia general y específica, por Juan Bernardino Rojo, Madrid, 1747, p. 1.) IV-137. VA POR DONDE EL SOL. El zodíaco. Confr.: El zodíaco es el más hermoso círculo que ciñe la esfera y que va más poblado de estrellas, y por quien camina el sol. (Juan de Malara, Descrición de la galera real. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1876, p. 417.) Hay un camino de oro, que divide del círculo vital la anchura ardiente. (Valbuena, El Bernardo, Lib. I, Rivad., t. 17, p. 154-a.) En suma hizo quinientos movimientos el sol por el camino de su esfera. (Villaviciosa, La mosquea, II, Rivad., t. 17, p. 577-b.) IV-147. ADORAR EN. Hoy el verbo adorar ha perdido el régimen con que lo emplea Cervantes, debido a lo cual podría el lector creer que adorar en ella se refería a ninfa y no a deidad, entendiendo en por preposición locativa. Este sentido podría defenderse con bastantes pasajes de los clásicos, análogos al pasaje cervantino. Confr.: Los devotos de la vida van de noche con linterna a adorar en la taberna el ídolo de los zorros. (Antonio Enríquez Gómez, Letrillas, Rivad., XLII, 391-c.) En una casa, en que adoro una mujer, se ha curado donde ha sido regalado y dicen que fue Medoro. (Lope, El Arenal de Sevilla, II, Rivad. III, 537.) Parejamente, el texto de Cervantes se interpretaría así: «Si alguna deidad se disfrazaba en la bella ninfa que fuese justo adorarla en la ninfa». Pero adorar se usaba entonces con la preposición en, de modo que no hay dificultad en entender «adorar en la deidad». Confr.:

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Por Dios que de mí te duelas, que adoro en esta mujer. (Lope, El capellán de la Virgen, II, R. Acad., IV, 488-a.) Ni parecen cristianos, ni moros, ni gentiles, sino su religión es adorar en la diosa Valentía. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. II, Desc. II, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. II, p. 17.) Se mostraron hecho pedazos aquel en quien adoraban. (Ibid., p. 314.) IV-151. BOBERÍA,. Voz familiar. Aparece raramente en poesía. Confr.: Que tras una bobería o locura cortesana, se van de noche y de día con solicitud muy vana mil perdidos. (Cristóbal de Castillejo, Obras morales. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 88, p. 130.) IV-158. PRIMAVERA. Empezó habiendo un brocado, o tejido de seda y oro, que se llamó primavera; pero pronto degeneró en un vulgar raso, sustituyendo el oro de su decoración floreal por simples sedas de colores, y así se tejió en las sederías granadinas y fue tasada para la venta por la ley de 1627 a estos precios: «raso de trama, de primavera, a 25 reales la vara». «El raso de primavera, a 27 reales la vara». También se importaba de Italia. En la Nota de precios de las mercaderías de Italia, que se vendieron por el año 1622, consta este asiento: «Telas de flores, de primavera, a 68 y a 70 reales». Todavía, como suele acontecer casi siempre, debió haber otra «primavera» más económica o de inferior clase; pues Lope pinta a una mujer campesina con «capa de sayal con aforro de tela o primavera». (El loco por fuerza, III, R. Acad. N. E., II, 285-c.). La «primavera» debía estar usándose en España desde el siglo xvi, pues Fr. Alonso de Cabrera menciona «usa saya de primavera». (Sermones de ..., NBAE, III, 656). Otra saya «a la española» mienta o describe Lope, hecha de este género, del de más alto precio y que se prestaba a prendas de gran lujo: El vestido a la española, de tela de primavera encarnada, verde y blanca, con unas Indias de perlas. (Lope, Argel fingido, I, R. Acad. N. E., III, 465-a.)

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Calderón nos habla del motivo floreal de una tela de éstas. Confr.: Una guarnición no más era el último perfil donde en líneas de oro iba a rematar y morir otra hermosa primavera de muchas flores de lis. (Calderón, Mejor está que estaba, III, Rivad. VII, 241-b.) IV-159. DÍAS DE CUTIO. No hay duda sobre la significación de cutio, contrapuestob a fiesta. Días de cutio son de trabajo u ordinarios; pero no se ha podido autorizar la voz cutio con ningún texto antiguo. Rodríguez Marín prueba con testimonios modernos que cutio perdura aún en el habla de los campesinos. IV-163. ROZAGANTE. Se dijo principalmente de las vestiduras ricas y largas; pero ya en el mismo tiempo de Cervantes comenzó a significar vistoso, aparatoso. Confr.: Vi venir por un gran llano un hombre que cortesano parecía en su manera; vestía ropa extranjera, fecha al modo de Bravante, bordada, bien rozagante pasante del estribera. (Enyego López de Mendoza, Decir. Cancionero de Palacio, Madrid, 1945, p. 144.) Entró la Fortaleza de leonado y de rojo brocado rozagante. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 1.) Un fuerte caballo a mi padre dieron rozagante y bravo hijo de los vientos. (Lope, La mayor hazaña de Alejandro Magno, I, R. Academia N. E., II, 401-a.)

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IV-167. TRAFALMEJA. De la misma raíz de tráfago, trafagar, trafagón, etc., existe el adjetivo trafalmejo o trafalnejo, que registran los diccionarios; pero fuera de este pasaje cervantino ha sido hasta ahora acreditarlo con algún texto impreso, ni de la época de Cervantes, ni de ninguna otra. IV-170. MORTERUELO. De mortero o almirez; perolillo o caldereta de cobre, que golpeada con un palillo, sirve para acompañar rústicamente el canto, Confr.: Donde vive entretenida de suerte la jacaranda, que desde los morteruelos se ha subido a las guitarras. (Quiñones de Benavente, Jácara..., NBAE, XVIII, 574-a.) Dame acá ese morteruelo de azófar. Decí, hijo, ¿echaste aquí el atauja y las pepitas de pepino? (La lozana andaluza, cap. XI, Col. Libros Raros o Curiosos, t. I, p. 38.) IV-171. TABANCO. Bodegón o taberna. Cervantes usa la misma voz en igual acepción en El rufián dichoso, Jorn. II. (Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1916, 2. jornada, p. 58.). Confr.: Siendo ya venido a la vejez y reconociendo sus grandes pecados que en su juventud había cometido, se acordó de retraer en un apartado tabanco o bodegón... (Cancionero de obras de burlas, provocantes a risa, Valencia, 1519, p. E 1.) IV-172. COTO. Medida de los cuatro dedos de la mano excepto el pulgar, según Covarrubias, o sea, altura del puño o mano cerrada. Confr.: ¡Oh, qué bravo pescozón me dio uno en el mercado, a coto, jueves pasado! (Tirso, La Peña de Francia, II, NBAE, t. IV, p. 662-a.) Ni soy Ícaro, ni Faetón, ni Simón Mago, ni marqués de las nubes, para que el vuelo de mi lengua y pluma suba medio coto sobre el caballete de un tejado. (La pícara Justina. Rivadeneira, t. 33, p. 158-b.) Y al mosquetero, que tenga el mosquete cumplido... y su horquilla de siete palmos con su hierro de un coto. (Martín de Eguiluz, Milicia, discurso y regla militar, Madrid, 1592, p. 52.)

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IV-175. PARASISMOS. Hoy paroxismo: desmayo o accidente que priva del sentido a los beodos. Confr.:   (Los celos) Son parasismo cruel que atemoriza y suspende. (Poesías de Baltasar de Alcázar, p. 70. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 70.) Mirad el parasismo que en mi muerte se adquiere. (Antonio Enríquez Gómez, Canciones, Rivad. XLII, 370.b.) ... del estío le causan parasismos los calores. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 301.) Que celos y mal de amores son un parasismo grande. (Romancero general, Parte VII, Rom. 581, Madrid, 1947, 3731.) Si muchos suspiros dieren entre algunos parasismos. (Ibid., Parte IX, Rom. 777, t. I, 525-a.) Vibrando una gruesa lanza, de cuyo golpe continuo se siguió sangre, y a ella el postrero parasismo. (Obras de Quevedo. Biblióf. Andaluces, I, 155.) Muerto me lloró el Tormes en su orilla y en un parasismal sueño profundo. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 175.) IV-177. SOLECISMOS. Vicio de dicción gramatical. Lo común es decir cometer solecismos. Confr.: De este y otros secretos es abismo el confidente amor de una vecina que nunca ha cometido solecismo. (Bartolomé Leonardo de Argensola, Epíst. III. Rivad., t. 42, p. 308-a.)

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Sin embargo, no podemos calificar la frase de Cervantes de solecismo. IV-179. DERRAMA EN COPLAS EL POLEO. Poleo es cierta yerba aromática que se cría silvestre en el monte. Véase: Una fresca labradorcilla que va a la villa oliendo a poleo y tomillo salsero. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Español., t, I, p. 49.) Entre las plantas silvestres que se cogían la mañana de San Juan para cosméticos, medicinas y confecciones de brujería, figuraba el poleo, como puede comprobarse: Allí van por aceite, solimán, artemisa y el poleo, y otras yerbas que en San Juan ella coge con arreo. (Comedia llamada Tidea. Teatro Español del siglo xvi, Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 17.) El sabio jesuita Nieremberg le asigna curiosas virtudes, y nos revela su uso en las guirnaldas con que se solían engalanar los edificios urbanos con ocasión de fiestas. Véase: El poleo hace balar las ovejas en gustándole, y en las guirnaldas reflorecen sus hojas en día en que se ponen las Pléyades. (Nieremberg, Oculta filosofía, Barcelona, 1645, f. 6 vuelto.) Es muy verosímil la juncia y otras hierbas silvestres aromáticas, el poleo sirviera también para echarlo por el suelo en templos y calles los días de gran solemnidad, como el día del Corpus; de aquí posiblemente tornaron motivo los jaques y matones para decir derramar el poleo, significando echar bravatas, gastar rumbo, etc. En Andalucía se dice aún echar el poleo por alto a armar grescas, levantar la voz en son de escándalo y alboroto. La frase de Cervantes era corriente en su época, en el sentido de gastar rumbo y alardear de matonismo. Confr.: Ellos en la fuga se metían de por medio, en son de meter paz, ayudándonos a departir y ponernos en libertad; y si necesario era, cuando no podían, derramaban el poleo, del aire buscaban achaque, incitando con palabras a venir a las obras. (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache. Rivad. III, 300-a.)

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POLEO. Oye tú, doña Lucía, oye a tu amante Poleo. LUCÍA. Váyase, por vida mía, a un hospital, señor feo, que me huele a barbería. POLEO. Lucía, no soy espliego; Poleo soy. LUCÍA.   Pues aquí no le derrame, le ruego. (Lope, La burgalesa de Lerma, II, R. Acad. N. E., IV, 47-a.) REY. Mira... PRINCESA.   Advierte... ESTELA.    Oye.., INFANTE.     Repara... PRÍNCIPE. Es cansarse, y no me hagáis que suelte todo el poleo. Yo me tengo de casar, y venga lo que viniere. (D. Francisco de Leiva, Cuando no se aguarda, II, Rivadeneira XLVII, 352-a.) IV-180. CON FRAY VEREDAS. Este es uno de unos pasajes más difíciles, si no el más difícil, del Viaje del Parnaso. En la edición príncipe se lee «con pa y vereda». Bonilla corrigió la frase, pensando hacerla más inteligible, campo y vereda. Toribio Medina tanteó inútilmente la interpretación del enrevesado pasaje. Rodríguez Marín lo dejó como en la primera edición, confesando que no sabía lo que significaba. Por primera vez se imprime con fray veredas, basándonos en las siguientes razones: Damos por errata la inexplicada e inexplicable frase «pa y» e interpretamos que Cervantes escribió «fray». El «fray» se anteponía por donaire a palabras ordinarias, familiares o chuscas, lo mismo que se anteponía el «san» o «santo». Así existieron en el catálogo de los chistes o dichos donairosos, santo Macarro, santo Leprisco, el santo de Pajares, san Ciruelo, san Porro, etc., y a su lado y en la misma línea «fray Jarro», que se aplicaba a cualquier persona aficionada al vino. (Vid. Quevedo, La visita de los chistes. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 31, p. 285.) Repetidamente se encuentra «fray» antepuesto a sustantivos y locuciones sustantivadas, para personificar hechos o dichos de vulgar y diaria frecuencia. Tenemos un «fray veintitrés dineros» en Cristóbal de Castillejo:

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Pinta a un fraile enamorado que en el coro se distrae y canta disparates: No sabe si han acabado ni si hablan de Gaiferos; a fray veintitrés dineros, responde, de descuidado. (Obras de Castillejo, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 72, 68.) Un «fray comer y beber» y un «fray algo que vestir» en las Coplas del provincial: Ah, fray Alonso de Torres comendador de los aires: ¿A cómo valen los donaires que decís a los señores? —A fray comer y beber, que me dan, por los decir, y tal señor puede haber que a fray algo de vestir. (Coplas del provincial.) Un «fray duque de Medina» y un «fray don Juan de Mendoza» en las segundas Coplas del provincial del Cancionero de Pedro del Pozo: —¿A cómo vale, Molina, el cuerno que te destroza? —A fray duque de Medina y a fray don Juan de Mendoza. (Coplas del provincial, Cancionero de Pedro del Pozo. Ed. Rodríguez Moñino, Madrid, 1950, p. 72.) Es un modo de decir análogo al «don dinero», de Quevedo, o a «señor tres en raya», de Tirso. La naturaleza del sustantivo «veredas» hacía aún más natural la anteposición de «fray». Dice Covarrubias: «Veredas: este mesmo término tienen los que van a predicar las bulas de la Cruzada». El mismo Cervantes dice «Bulderos, los que antiguamente predicaban las bulas de la Cruzada; las cuales hoy día publican y predican religiosos doctos y píos y gente grave». Resulta que veredas es sinónimo de buldero. El dicho «las cuales hoy publican, etc.» deja entrever lo que pasaba en el siglo xvi. No hay que adivinar, porque el mismo Cervantes nos dice que Rinconete había sido buldero, «como los llama el vulgo, aunque otros los

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llaman echacuervos». El ladronzuelo cervantino era descendiente por línea recta del buldero a quien sirvió Lazarillo de Tormes (cap. V). Las costumbres de los bulderos dieron al término veredas el significado de jolgorio, desarreglo y francachela. A este significado responde el ininteligible texto de Lope, citado por Bonilla: habla un campesino que renuncia a casarse y dice: «Ya olvido carne y veredas». (Los novios de Hornachuelos, I, R. Acad., X, p. 52.) La interpretación sería ésta: ya renuncio al banquete y a las francachelas. En consecuencia, «con fray vereda» es frase adverbial sinónima de «con francachela», «con jolgorio». Contra esta corrección del texto se podría argumentar que Cervantes usa la misma frase «con pa y vereda» en su comedia La entretenida, como puede verse: Mi sora Cristina, denmos... OCAÑA. CRISTINA. ¿Qué hemos de dar, mi so Ocaña? Dar en dulce, no en uraña OCAÑA. ni en tan amargos extremos. CRISTINA. ¿Querría el sor que andiviese de pa y vereda contino? (Vid. ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1918, pp. 5-6.) Y, ¿cómo, se dirá, en obras distintas va a darse la misma errata? No negaremos que tal fatalidad acrece lo dificultoso del caso; pero la explicación podría ser que el Viaje se imprimió en 1614; las Comedias, en 1615. Ambas obras se imprimieron por la viuda de Alonso Martín. En un espacio de tiempo tan corto y en la misma imprenta, no sería raro que el mismo tipógrafo compusiese ambos textos; y si Cervantes en uno y otro manuscrito escribía «fray» con el mismo rasguño de abreviatura, natural era que las dos veces el tipógrafo le diera la misma interpretación. IV-180. MASTRANZO. Mastranzo es otra planta de las que con la juncia y el poleo servían para alfombrar las calles y los templos en las grandes solemnidades. Confr.: Esta alfombra que tejió de maestranzos y de juncia el abril... (Calderón, El castillo de Lindabridis, II, Rivad. IX, 262-a.) No creo, sin embargo, que hubiese tomado la significación de juncia y poleo en la frase germanesca antedicha. Es Cervantes el que le dio entrada en la frase, tal vez por rellenar el verso.

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En los demás escritores que emplean la voz mastranzo, aparece con la significación de hierba medicinal o común. Confr.: La mujer que da leche gruesa conviene que beba ojimel despumado, y que beba agua cocida con orígano e hisopo yerba, o con mastranzos y tomillo. (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Crónica del hombre, Madrid, 1598, p. 9-a.) Hay hierbas de mil maneras; acederas, verdolagas mastranzo, hierba puntera. (Lope, Lo que pasa en una tarde, III, R. Acad. N. E., II, 321-b.) IV-180. JUNCIA. Especie de juncos que en festividades religiosas, y aun familiares antiguamente, se acostumbraba a echar por el suelo, en calles, templos, etc. Confr.: Corre, tú, y dile, Silván que va el rey, al sacristán; que derrame juncia y ramos. (Lope, El príncipe despeñado, I, R. Acad. VIII, 137-b.) Todas estas calles estaban muy aderezadas con tapicería, en el suelo juncia, y ramos a los lados y hasta las más altas ventanas. (Historia del Colegio de la Compañía de Jesús, por el P. Román de la Higuera. Ms. citado en Bibliófilos Españoles, VI, LXXVII.) De este hecho se formó la frase echar juncia, significando gastar rumbo, alardear de valentía, dárselas de matón, etc. Es frase del lenguaje rufianesco. Confr.: Perdona, que me cegó el concurso de la gente, y un forastero valiente que echando juncia llegó, con el cual palabras tuve de rumbo y temeridad. (Lope, La niña de plata, I, R. Acad. IX, 223-b.) Habla el padre de la mancebía al mozo de la portería: Miguel, ¿no sabéis que es día en que viene Juan de Dios,

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y que no habéis de abrir vos a juncia mi valentía? (Lope, Juan de Dios y Antón Martín, II, R. Acad., V, 175-a.) Veréis un valentonazo de los que defienden daifas y que retuercen bigotes, matasiete de la hampa; ... venden juncia con sus hembras, que rompen y despedazan. (Loa anónima 1617, NBAE, XVIII, 455-a.) Sevilla, centro común donde se terminan las líneas de la rufianesca (a quien ellos llaman hermanía), donde asiste su Macareno o prioste, donde se derrama la huncia, donde se vierte el poleo, donde se califican los jayanes... (Francisco de Lugo y Dávila, Teatro popular, Madrid, 1622, Ed. Cotarelo, Madrid, 1906, p. 131.) De la frase echar juncia se derivó llamar junciana a la lengua de germanía. Confr.: «Los esgrimidores son como los médicos, que buscan términos exquisitos para significar cosas que por ser tan claras tienen vergüenza de nombrarlas en canto llano, y así les es necesario hablarlas con términos desusados, que parecen de junciana o jarancandina». Y páginas más adelante: «¡Qué cosi-cosi! ¿Pensó el necio que ignoraba yo aquella junciana, si la quisiera usar?» (La pícara Justina. Ed. Bibliófilos Madrileños, t. VIII, págs. 94 y 221). Parece claro que junciana es sinónimo de jacarandina, que en una de sus acepciones significa el lenguaje de los rufianes. (Diccionario Autoridades). Evidentemente, junciana ha salido de juncia. IV-181. ASEO. En la acepción arcaica en que está empleada, significa elegancia, galanura y atuendo. Confr.: En los palacios de un señor no creo que sirven su persona con mayor ceremonia o más aseo. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 349.) La arquitectura de todos [los altares] fue buena. Su riqueza y curiosidades y el aseo fue maravilloso. (Cartas de jesuitas, en Memorial Histórico Español, t. XV, p. 196.)

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Cervantes lo emplea con este sentido en El gallardo español (Jorn. I). IV-191. MORAL FILOSOFÍA. Cervantes creía, como sus contemporáneos, que la poesía se nutría no poco de la filosofía moral. Confr.: Pues, antes donde no hay filosofía, no puede haber legítima poesía. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 219.) La filosofía moral era principalmente la de Platón. Confr.: Ya de hoy más Aristóteles no trate la suya, ni a moral filosofía Platón la lengua aurífera desate. (Lope, La devoción del rosario, III, R. Acad. N. E., II, 117.) La Moral Filosofía o porque es así verdad, o porque a mi voluntad agrada su compañía, yo más útil la diría cuanto a esta vida mortal, que non a la Natural con su gran sabiduría. (Fernán Pérez de Guzmán, Coplas de vicios y virtudes, NBAE, XIX, 621-a.) IV-195. QUE LAS PERLAS CREA. Estas perlas son tan antiguas como la poesía misma; pero Cervantes rehúye la vieja metáfora descriptiva y la sustituye por una metáfora naturalista —la aurora cría perlas como las cría la concha— con un dejo de escepticismo burlesco para los poetas que con cosa tan baladí se ven recompensados. En este pasaje cervantino comienza a desvanecerse el poético llanto de la Aurora, que en Antonio Enríquez ya llega a prosaica interpretación realista: Mas, no estimes el llanto de la aurora, que es llanto al fin... La más redonda perla es agua pura. (Antonio Enríquez Gómez, Canción VI, Rivad. XLII, 383-a.) Un paso más y estamos en burla descarada:

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El Alba hermosa y fría, (que bien puede ser fría y ser hermosa, como mujer casera y hacendosa), con la primera luz del claro día se levantó aliñando paralelos, barriendo nubes y fregando cielos... Dejando el estropajo que del cielo lavó los azulejos, por dar al orbe luces y reflejos, tomó la regadera y desaguando una tinaja entera, que estaba serenada de la noche, del cielo en los desvanes en que tuvo en remojo tulipanes... regó las plantas y roció las flores. (Don Agustín de Salazar y Torres, Cíthara de Apolo, Madrid, 1694, p. 67.) Compárese todo este derroche barroco de zafiedades burlescas sobre el rocío de la Aurora, con la concentración reticente e intencionada del pasaje cervantino. IV-205. PERLAS EL SUR. Perlas del sur llama Cervantes, lo mismo aquí que en el Quijote (II, 38), a las perlas procedentes de América. Los comentaristas cervantinos han afirmado ligeramente que en ambos lugares (Quijote y Viaje), se ha de entender «mar del Sur», y citan el descubrimiento del Pacífico en 1513, y hasta trasladan a este mar la Isla de las perlas, que está en el mar del Norte o Atlántico, confundiéndola con otra isla de perlas que está en el mar del Sur, a quince leguas de las costas de Panamá. Fernández de Oviedo da distinta razón de una y otra isla: El tercero viaje e descubrimiento que hizo el primero Almirante de estas Indias, don Cristóbal Colón, fue el año de 1496 ... y descubrió la Isla Rica, llamada Cubagua, de la cual aquí se trata, que los cristianos al presente llaman Isla de las Perlas... Junto a esta isla está otra mayor, llamada la Margarita, porque así lo nombró el Almirante. (G. Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, t. I, p. 589). Describe a continuación cómo se crían y pescan las perlas y concluye diciendo que «ha sido esta granjería muy rica cosa, en tanta manera, que el quinto que se paga a sus Majestades de las perlas y aljófar, ha valido cada año quince mil ducados y más». (Obra y lugar citado, p. 593.)

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Luego, contando los sucesos del año 1513, refiere la llegada de Vasco Núñez de Balboa al Mar del Sur, y a 29 de octubre tomó solemne procesión del mar y puso nombre de «Isla Rica» a una isla que se veía hacia poniente, en la cual decían los indios que había muchas perlas. (Obra citada, t. III, p. 16). En efecto: «Esta otra isla que llamamos de perlas en la mar del Sur... que está a quince leguas de Panamá, en la cual digo que se han hallado muchas e buenas perlas, sino que se sacan en mar más profundo y entre peñas y con mayor trabajo mucho, que en estotra isla del Norte o Cubagua». (Op. cit., t. III, p. 153.) Ante estos tan claros datos, nótese la perspicacia de Cervantes en decir siempre perlas del Sur, sin nombrar el mar, como quien sabía que la mayor cantidad de las perlas americanas eran de la costa atlántica, aun cuando la fama del vulgo hubiera bautizado a todas las perlas con el nombre de perlas del Sur. Así, efectivamente, las nombran casi todos los poetas. Confr.: Con su garganta y su pecho no tiene que competir el nácar del mar del Sur, la plata de Potosí. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 137.) Más preciosa que el íntimo tesoro que el mar del Sur entre su nácar cierra. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 5.) Mas porque el parlero vulgo hizo lo secreto fama, los ojos un mar del Sur, esto dijo con voz alta: (Romancero general, Parte IV, Rom. 250, Madrid, 1947, I, 165-b.) Ya te llamo ingrata bella, ya perla del mar del Sur. (Ibid., Parte IV, Rom. 299, Madrid, 1947, I, 200-a.) Con su garganta y su pecho no tienen que competir el nácar del mar del Sur, la plata del Potosí. (Ibid., Parte IX, Rom. 719, Madrid, 1947, I, 484-a.)

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IV-205. SABEA SUS OLORES. Sabea es la región de Arabia donde se produce la mirra. Raramente aparece el sustantivo Sabea. Lo hallarnos únicamente en el bachiller Francisco de la Torre: Y así de las arabias y sabeas regiones, oloroso cedro traiga. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 15.) Lope la llama «tierra de Sabá», al contar la fábula de los incestuosos amores de Mirra, origen de las olorosas gomas de que habla Cervantes: Apenas la vio Ciniras, cuando Mirra, con vergüenza de su padre y de sí misma, huyó por montes y selvas. A la tierra de Sabá llegó la triste, y en ella pidió a los dioses castigo. Los dioses, porque su ofensa pudiese lavar mejor, cubriéndola de corteza, en árbol la transformaron, que aquellas aromas tiernas llora, y que se llaman mirra, mirra, o lágrimas sabeas. (Lope, Adonis y Venus, I, Rivad. LII, 421.) El adjetivo sabeo, abunda, en cambio, bastante más. Confr.: En lenguas mil de luz, por tantas de oro fragantes bocas, el humor sabeo te aclama. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 3.) Ante tu deidad hónrense mil fuegos del sudor precioso del árbol sabeo. (Ibid., t. I, p. 66.)

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IV-206. EL ORO TÍBAR. Nombre de un lugar geográfico fabuloso, donde se creía que se producía el oro más fino, (Del árabe tibr, ‘puro’). Es lugar común de los poetas de la época. Cervantes lo trae también en el Quijote (II, 38) y en Persiles (libro I°, c. XV). Confr.: Sois blanca y no lo valéis, y, aunque rubia, no de Tíbar. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 688, Madrid, 1947, I, 457-a.) Sueltos de oro de Tíbar los manojos de Sansón... (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro I, Barcelona, 1618, f. 10) No hay oro en Tíbar, no hay perlas en el Sur, no hay esmeraldas en Persia, en Ceilán rubíes ni diamantes en Arabia. (Lope, El guante de doña Blanca, I, R. Acad., t. 9, p. 215-a.) ¿Qué importa que en los ceros de tu pluma se encierre el Tíbar y por tuyas hayas cuantas masas derriben y dan, llenas de espanto, los respaldos de sus venas? (Valbuena, El Bernardo, Lib. XII, Rivad. IV, 266-b.) Dádivas son del infierno, que promete oro de Tíbar y teje sogas de esparto que esperanzas precipitan. (Tirso, La santa Juana, Segunda Parte, II, NBAE, t. 9, página 295-a.) Desde que tus labios bellos contemplo, y en tus cabellos arma lazos de oro Tíbar, tan perdida estoy de amor. (Tirso, Quien no cae no se levanta, III, NBAE, t. 9, p. 170-a.) La confusión llegó al punto de identificar a Tíbar con el oro mismo. Confr.:

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Sacaron sendas cucharas en el zurrón escondidas, de una olorosa madera mejor que el nácar y el tíbar. (Loa anónima, 1617, NBAE, t. 18, p. 404-b.) IV-206. HIBLA. Es bastante raro este sustantivo; en cambio abunda mucho el adjetivo derivado. Confr.: En Hibla a varias flores abeja codiciosa, próvida si ambiciosa liba olientes humores. (Antonio Ortiz Melgarejo, «Poesía a Jáuregui». Biblióf. Andaluces. Adiciones a las Poesías de Rioja, Sevilla, 1872, p. 39.) Inmortal del Parnaso primavera, pensil, Tempe, Pangeo, y florífero Hibleo. (Lope, Laurel de Apolo, II, Sancha, I, 51.) No alabe Tesalia su fresco pradal, con éste se callen los bosques hibleos. (Farsa del mundo. Teatro Español del siglo xvi, Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 417.) IV-207. GALAS MILÁN. Por esta época tejía Milán sus célebres telas de seda y oro, o seda y plata, que hoy llamamos tisú, de las que España consumía enorme cantidad para jubones de caballero y vestidos femeninos. Aun existe en Madrid la «calle de Milaneses» que recuerda las ricas tiendas de las galas de que habla Cervantes y todos sus coetáneos. Confr.: Usan de esta invención los mercaderes: no sacan luego en piezas el brocado, las ricas telas de oro milanesas. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 154-a.) Cuando sus colgadoras ver me deje, ¿qué importará, si no me maravillo de las que Flandes, Francia y Milán teje? (Bartolomé Leonardo de Argensola, Epíst. IV. Rivad., t. 42, p. 311-a.)

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Sentó a servir de paje a un soldado cierto mozo que, trayendo mangas de tela de Milán de la muy fina, se obligó a comprar de comer y todo lo demás que se requería en una casa donde él solo había de servir. Preguntando si tenía otro jubón y respondiendo que no, le dijo: Más comerás tus codos que tu boca. (Las seiscientas apotegmas de J. Rufo, Biblióf. Españoles XLIX, 182.) IV-207. LUSITANIA AMORES. Los portugueses gozaban fama de enamorados y dulzarrones en sus galanteos. (Véase mi libro Ideas de los españoles del siglo XVI, cap. III, p. 156). A los numerosos textos allí reunidos sobre este tópico literario, añádanse: Yo que soy más tierno que hecho de alcacer, di luego en amalla a lo portugués. (Romancero general, Parte VI, Rom. 440, Madrid, 1947, I, 289-a.) IV-208. DO SE APURA. Donde se acrisola o se acendra, metáfora tomada del arte de los metales. Confr.: D. G.—Sólo es dichoso en mujeres aquel de quien caso no hacen. O. —Bien te consuelas. D. G.    —No es eso, sino apurar las verdades. (Solís, El Amor al uso, I, Rivad., t. 47, p. 3-c.) IV-213. NO SÉ QUÉ. En el Quijote usa dos veces Cervantes de este modo de decir, anteponiéndole el artículo un (Quijote, I, 28 y II, 27); sin embargo, en este poema, lo emplea otras dos veces sin artículo. (Véase cap. VIII, verso 165). Lo usual en la época era anteponerle el artículo. Confr.: El que bautiza cobre un no sé qué derecho de maestro de catequizar... al bautizado. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 128.) Decía un hombre discreto de estos tiempos, que los superiores de las comunidades tenían un no sé qué de omnipotentes. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 590.) El pintar la Iglesia un santo con una señal arguye que tiene en ella un no sé qué de propiedad más que los otros. (Ibid., p. 330.)

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IV-228. A LO QUE ENTIENDO. Véase la nota del verso 2, cap. L. IV-242-243. SE DESPRECIAN DE SALIR... Arcaísmo. Hoy se desdeñan o se avergüenzan. Se halla en el Quijote (II, 42) y era muy corriente en su época. Añadiremos a los textos alegados por Rodríguez Marín el siguiente, por vía de ejemplo. «Y los otros decían, viendo que negaba haber sido ladrón, qué cosa era despreciarse de su oficio». (Quevedo, El sueño de las calaveras. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 31, p. 34.) IV-244. SE EMBOBECEN. Embobecerse, verbo de creación cervantina, a lo que parece, lo mismo que aneciarse. IV-244. SE ANECIAN. Aneciarse parece verbo de creación cervantina. IV-254. LOS DE LA CARDA. En sentido directo, los cardadores, los del gremio de cardadores. Por el carácter maleante de esta gente, de la carda se vino a entender de la picaresca. Confr.: Anduve... hecho un muy gentil pícaro, de donde di en acompañarme con otros como yo, y de uno en otro escalón salí muy gentil oficial de la carda. (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Rivad. III, 298-a.) Quevedo dice «ademanes de la carda» y hasta «intenciones cardas», en este sentido. (Vide Quevedo, Los sueños. Ed. La Lectura, t. XXXVII, pp. 73 y 115.) Pero no es esta la acepción que Cervantes da a la frase, sino simplemente, los del mismo oficio, los del mismo gremio. Así se ve en Calderón: Cuando yo era labrador eran ellos los vencidos; y hoy porque soy de la carda, va sucediendo lo mismo. (La devoción de la cruz, Jorn. III, R. Acad. Biblioteca Selecta, t. VII, p. 106. Quiere decir: «Cuando yo era labrador, éramos vencidos los labradores; y en cuanto soy del mismo gremio de los vencedores, somos vencidos nosotros». IV-269. BEHETRÍA. Confusión, gresca y alboroto. Confr.: Contaba un caballero una merienda de ciertos frailes en un jardín del susodicho, y que, tras la abundancia de la vianda y diferencias del vino que hubo, fue notable el gusto y alegría de aquellos reverendos... Uno de ellos, devoto y compuesto religioso, se puso de industria a pescar en un estanque

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por escusar la behetría de los demás. (Juan Rufo, Las seiscientas apotemas. Biblióf. Españoles, XLIX, 25.) Pidiéronle a un escultor que grabase en una piedra de un anillo las once mil vírgenes. El encargóse de hacello, y estuvo pensando cómo en un campo tan pequeño podría caber tanta behetría de gente. (Diego de la Vega, Paraíso de la gloria de los santos, Madrid, 1607, t. II, p. 222.) La significación viene del estado jurídico de la behetría que es el que gozan algunos pueblos de nombrarse a sí mismos señor o gobierno, lo cual origina entre sus vecinos confusión, alboroto, gresca. (Vid. Leyes de partidas, ley III, tít. XXV, de la Partida IV.) Había behetrías que ya ellas en sí eran una confusión inextricable. Vr. gr.: Es Arenillas un pueblo que cae junto a Cisneros, donde hay la behetría, de la cual dijo el otro bellacón que preguntó al diablo si entendía los aranceles de aquella behetría, y respondió que toda una noche había estudiádolos, y no los había podido entender. (La pícara Justina. Ed. Biblióf. Madrileños, t. VII, página 139.) En armas, confusión y behetría y en quintas con Hurtado se ponía. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 254.) IV-280. CUELLO ERGUIDO. Equivale a altivo, soberbio. Confr.: Corvó el erguido cuello y la rodilla. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 172.) A causa de que son de erguidos cuellos. (Ibid., p. 177.) En el cap. VIII, verso 433, emplea Cervantes el compuesto cuellierguido, que parece de su invención. IV-283. FRANCISCO SÁNCHEZ. En 1614 tenía Francisco Sánchez de Vega treinta y tres años y era doctor en Teología. Desde 1603 se conocen versos laudatorios suyos en las páginas preliminares de obras literarias. Nunca acometió mayores empresas poéticas. Su fuerte era la oratoria sagrada. Cervantes en el año que escribe estos versos, prevé la brillante carrera de Francisco Sánchez. Ya en 1619 era predicador real de Felipe III, y en 1626 fue nombrado obispo. No podía tener más exacto cumplimiento aquella «de santos frutos esperanza» que pone en él Cervantes.

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IV-292. HORTENSIO. De acuerdo enteramente con Bonilla, hemos corregido el texto sustituyendo Orense por Hortensio. En efecto, el maestro Hortensio Félix Paravicino se revelaba por estas fechas en las aulas de la Atenas española, Salamanca; se llevaba la gala de la más rara elocuencia; sobresalía por su natural ingenio y por sus estudios, y componía versos de un preciosismo tan raro como su elocuencia. Aunque los versos no vieron la luz hasta después de su muerte, 1641, son sin duda obras de juventud. El no haberlos publicado el famoso trinitario confirma la razón con que se queja. Cervantes de que siendo poeta y tan gran poeta, se recatase de parecerlo. IV-294. AULAS DE ATENAS. Llama Atenas a Salamanca, donde se crió fray Hortensio Paravicino. Es corriente llamar Atenas a las dos Universidades de Salamanca y de Alcalá. Confr.: Salamanca encierra en sí todo lo bueno del mundo; es un Liceo segundo, Atenas se cifra allí. (Lope, El bobo del colegio, III, R. Acad. N. E., I, 181.) Hizo noche en esa villa, que siendo española Atenas, al Henares nombre le da. (Tirso, La huerta de Juan Fernández, II, Rivad. V, 640-b.) IV-300. HOJOSA. Hojoso es voz exclusivamente poética, de uso corriente en la época de Cervantes. Confr.: Tal vez de ver que el viento respirando a los hojosos ramos lisonjea. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 70.) Un álamo grande estaba que con sus ramos hojosos cubriéndole al sol la cara hace una agradable sombra. (Romancero general, Parte VII, Rom. 509, Madrid, 1947, 334-b.) La selva antes hojosa, rica, amena, es ya en vestir sus troncos perezoso. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 107.)

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IV-300. ACOPADA PLANTA. Acopado se dice de los árboles que tienen espesa y tupida copa por estar en pleno desarrollo. Confr.: Las sombras de los bosques acopados. (Alonso de Acevedo, La creación del mundo, I, Rivad. XXIX, 248-a.) Pero la forma corriente era copado. Se ve que Cervantes rehúye la corriente. Confr.: Debajo de unos árboles copados esperan el crepúsculo del día. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 197.) Los ríos, de sus madres arrancados, y arrebatadamente se llevaban los gruesos troncos y árboles copados. (Ibid., p. 59.) Aquí te aparta, y echado en mi regazo amoroso, tras este álamo copado, el planeta luminoso nos dará el calor templado. (Guillén de Castro, Dido y Eneas, III, R. Acad., I, 193-b.) IV-301. FRAY JUAN BAPTISTA CAPATAZ. Trinitario, alabado por su pincel valiente, en frase de Lope, y por sus versos recatados y temerosos de salir al público, al decir de Cervantes. Fue uno de los aprobantes de las Novelas ejemplares en 1612. Por esta época se lee con frecuencia su nombre debajo de las aprobaciones de diversos libros, de religión, de poesía y de teatro, lo cual indica la fama de amplia cultura y de discreción que tenía en la corte. No se conoce ninguna poesía suya, de acuerdo con lo que dice Cervantes de su repugnancia a la popularidad. IV-308. HUMANISTA. En poesía rara vez se halla este término. Góngora lo usó, pero humorísticamente. Confr.: De las demás lenguas es gran humanista; señor de la griega, como de la Scitia. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 102.)

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En igual tono el Romancero: Contra los carteles cartas de floreo (señaladas) nos dieron las plumas de humanistas frescos. (Romancero general, Parte VII, Rom. 620, Madrid, 1947, I, 395-b.) Aun en prosa, vemos el calificativo de humanista empleado con cierto deje burlón y escéptico. Confr.: Otros, por otra parte, son tan negro de humanistas, que la mayor parte del sermón se les va en esto. (Instrucción de predicadores, de don Francisco del Caño, Granada, 1617, f. 31.) IV-308. DIVINO. El título de divino lo habían ganado muy pocos poetas, pero ningún humanista, que sepamos. Y choca con esta ultragenerosa concesión de Cervantes lo que dice en la Adjunta contra la prodigalidad de su época en otorgar el divino a poetas de poca monta. IV-309. ANDRÉS DEL POZO. Poeta granadino, sacerdote. Se conservan poesías suyas impresas en las siguientes obras: Soneto que empieza, «Desató de las ínclitas arenas», en los preliminares de Aminta, de Torcuato Tasso, traducida del italiano en castellano por don Juan de Jaúregui, Roma, 1607, aunque no pasó a las siguientes ediciones; poesías diversas compuestas en diferentes lenguas, en las Honras que hizo en Roma la nación de los españoles a la majestad católica de la reina nuestra señora, Roma, 1612; y en manuscritos figuran composiciones de Andrés del Pozo en la Poética silva, códice de la Biblioteca Campomanes, que pasó a la biblioteca del distinguido bibliófilo y erudito extremeño (†) don Antonio Rodríguez Moñino. El cancionero, que es un corpus de poesía granadina de la época, ha sido descrito por Gallardo en su Ensayo, t. I, columnas 1.061 y siguientes al 1.091. IV-316. EL OTRO CUYAS SIENES… Todas las señas que Cervantes da al encubierto poeta convienen con Tirso de Molina. Era fraile; ocultaba su nombre; de 1601 a 1613 confiesa él mismo que pasó «diez o doce años de tareas en cátedras, conferencias y actos públicos», indudablemente en la Universidad de Alcalá; en [1624] dice que tenía «dadas a la imprenta Doce comedias, primera parte de muchas que quieren ver mundo, entre trescientas que, en catorce años, han divertido melancolías y honestado ociosidades». Los gorrones de su teatro encarnan frecuentemente la figura del gracioso, con propiedades debidas al tipo del estudiante. (Vid. Blanca de los Ríos, Tirso de Molina, t. I, Madrid, Aguilar, 1946, pp. XCV y CIII.)

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Si Cervantes no le nombró, como a Ramón, Pozo, Capataz, etcétera, fue sin duda por respetar su seudónimo. No comprendo, pues, por qué Toribio Medina echó de menos a Tirso entre los poetas elogiados en el Viaje del Parnaso. Bonilla y la señora de los Ríos, por el contrario, entreleen el nombre de Tirso en los versos que comentamos. Sobre las relaciones entre Tirso y Cervantes deponen mejor que ningún otro documento los mismos versos. Sin embargo, la señora de los Ríos, como es sabido, se empeña en ver una animosidad y malquerencia entre ambos, que, a pesar de su mucha autoridad, nos resistimos a admitir. IV-317. CON LOS BRAZOS DE DAFNE. Es decir, con ramas de laurel. En este árbol fue convertida Dafne para evitar la persecución de Apolo. IV-341. HIPÓCRITOS. Esta forma masculina, impropia del idioma español, es creación humorística de Cervantes, análoga a musa, que ocurre en el cap. VIII, verso 93. Masculinos por el estilo se ven, lo mismo en verso que en prosa, siempre en tono de sorna. Confr.: No tuviera por agravio tener al mozo por nuero. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 357.) Es de linaje de aquellos Matusalenos, que perdían la cuenta de los años. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 194.) Aparte del tono burlesco con que están empleados estos masculinos, el idioma de la época autorizaba en cierto modo su formación, con el ejemplo de hermafrodito, culebro, etc. El más usado es el primero. Confr.: Salmacis, ninfa de un río, vio bañándose a Androgeo, y encendida en su deseo, fugitivo a su desvío, porfió, como porfío, tanto, que de dos hicieron uno los dioses, y fueron hermafrodito llamados, con que quedaron casados y jamás se dividieron. (Lope, El desprecio agradecido, II, Rivad, II, 260.) Así lo usan Tirso, NBAE, II, 607-a; Mira de Mescua, Rivad. XIV, 90-a; Luis de Belmonte, Rivad. XLV, 355-b.

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Culebro lo emplea Francisco de Pineda, Agricultura cristiana, t. II, p. 128-a. IV-347. TRAPA, TRAPA, APARTA, AFUERA, AFUERA. Cervantes ha amalgamado en este verso tres fórmulas imperativas de avisar un peligro, de requerir paso libre y de intimar la orden de despejar. El trapa, trapa, es italianismo puramente cervantino. Afuera y Aparta se emplean en español ya repetidas, ya mezcladas. Confr.: ¡Segadores, afuera, afuera! Dejen llegar a la espigaderuela. (Tirso, La mejor espigadera, III, NBAE, IV, 336-b.) Afora, afora, Rodrigo, el soberbo Castejano. (Romancero general, Parte IX, Rom. 790, Madrid, 1947, I, 532-b.) Escala un soldado bisoño el muro; el soldado viejo que está a la mira, dice: ¡Afuera, aparta! (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 394.) Mas veis aquí con rápida carrera al joven Orompello donde viene diciendo en alta voz: A fuera, a fuera. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 152.) —¡Afuera, afuera, afuera; aparta, aparta, aparta; que entra el valeroso Andrea, quadrillero mayor de todo el infierno, si es que no vasta de vna esquadra! (Cervantes, Persiles y Sigismunda, Libro 3, cap. XXI. Ed. SchevillBonilla, Madrid, 1914, II, p. 196.) IV-351. A LA LIGERA. Es frase adverbial tomada de la lengua militar, en la que significaba ir sin armas pesadas. En el habla corriente significa ir sin bagaje ni carga pesada. Confr.: (Las monjas), por escalones van seguros, borras de la riqueza lisonjera; que importa caminar a la ligera. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro IV, Barcelona, 1618, f. 60.) Ha de caminar en este mundo el predicador evangélico muy a la ligera. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 233). Sale otra vez la misma frase en el capítulo VIII, verso 193.

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IV-354. ESCUADRÓN. Cervantes habla en términos militares. Escuadrón en la estrategia de su tiempo era la unidad combativa, como compañía era la unidad administrativa del regimiento. La composición del escuadrón admitía diversas formas que pueden verse en los libros de la época titulados Arte de escuadronar. Los poetas se referían de ordinario a esta doctrina del escuadrón que muchos, como Cervantes, habían aprendido prácticamente. Confr.: ¿Viste de qué forma en cuadro aquel escuadrón se ordena, cómo le compongo y cuadro, y que al que se desordena de un bote el pecho taladro? (Lope, La discordia en los casados, II, R. Acad. N. E., II, 145-a) La voz aparece otra vez en el cap. V, verso 265. IV-359. SANCHO DE LEYVA. Don Sancho Martínez de Leyva, conde de Baños, era en 1585 maestre de campo en Flandes y remató su carrera en Nápoles de capitán general de la flota. Figura entre los Hijos ilustres de Madrid, de Álvarez Baena, y en el catálogo de caballeros de Santiago. Cultivaba Leyva la poesía ocasionalmente. Hay tal cual soneto suyo al frente de libros impresos en Nápoles, de fechas muy posteriores a la muerte de Cervantes. Toribio Medina omitió a este poeta en su comentario. IV-359-360. CUYA ESPADA Y PLUMA. Véase la nota del cap. II, verso 293. IV-367. TROPA GENTIL. El adjetivo gentil está empleado irónicamente. Vid. lo que decirnos a propósito de turba gentil, cap. I, verso 338. IV-370. JUAN DE VASCONCELOS. Juan Méndez de Vasconcelos, autor de la Liga deshecha, publicada en Madrid en 1612, era natural de Évora, y vivía en España por la época en que dio a las prensas su mencionado poema. Fue uno de los muchos portugueses que defendieron el ideal de la unificación peninsular, y Vasconcelos lo defendió no solamente con la lira, sino con su actuación militar, bajo las banderas del rey de Castilla, en Brasil y en Extremadura. No se puede rastrear qué relaciones le unían con Cervantes. Tal vez ninguna; pero al autor del Quijote no se le fue por alto el valor del hispanismo de Vasconcelos, dándole lugar honroso en las filas de los que en el Parnaso peleaban por los mejores ideales. (Vid. Eugenio Asensio, «España en la época portuguesa del tiempo de los Feli-

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pes 1580-1640», ahora en Estudios portugueses, París, 1974, pp. 465 ss. y 474 ss.) IV-371. CABALLO BAYO. «Bayo», color amarillento como el de la caoba clara. Confr.: Dejad ese escudo y esa lanza baya y tomad ese vuestro caballo por la rienda... (Historia de Enrique Fi de Oliva. Biblióf. Españoles, VIII, 56.) Es rarísimo el uso del adjetivo bayo aplicado a objetos inanimados, como en el ejemplo antecedente. Lo ordinario es hacer referencia al caballo de pelaje bayo. Confr.: Calzas atacadas de gamuza, y medias de color de bayo, con sus rodilleras. (Romancero general, Parte II, Rom. 82, Madrid, 1947, I, 61-b.) El empleo casi exclusivo de bayo es aplicado al caballo amarillento, o bronceado. Sobre este pelaje y sus matices, véase la bella obra de don Miguel Odrizola, A los colores del caballo, Madrid, 1951, cap. VIII. Las referencias a caballos bayos son abundantísimas. Confr.: El caballo bayo que yo tengo cargo de pensar, en mis patadas siente que le voy a echar cebada, y relincha antes que me vea con el harnero. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 25.) Hacia la fuente vio un caballero encima de un caballo bayo, armado de armas negras. (Palmerín de Inglaterra, capítulo XVI, NBAE, XI, 31-a.) Allegaron dos caballeros, el uno de ellos... cabalgaba en un caballo bayo. (Ibid., cap. XVI, p. 31-a.) Que brota cada malla un vivo rayo, a la gineta, en un castizo bayo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 144.) En bayo, cabos negros y frontino. (Ibid., p. 147.) Según Góngora, este color lo sacaban los caballos hijos de padre overo y madre castaña. Confr.:

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Si el huésped overo es y la huéspeda castaña, según la raza de España, sale luego el potro bayo. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, p. 213.) Es raro hallar en la literatura caso de yeguas bayas. No obstante: Con cuatro moros detrás sólo, en una yegua baya; que si quiere adelantarse, bien es que adelante vaya. (Romancero general, Parte I, Madrid, 1947, I, 20-a.) Con no ser tal color demasiado común en los caballos, ha venido el término bayo a alzarse con la significación genérica de caballo, en el refrán castellano: «uno piensa el bayo y otro el que lo ensilla», que vemos empleado por el marqués de Santillana. (NBAE, XIV, 512-b); por Fernán Pérez de Guzmán (NBAE, XIX, 278-b); por el autor de La pícara Justina (Rivadeneira XXXIII, 113-b); por Lope de Vega, Lanza por lanza, la de Luis de Almanza (I, R. Acad., IX, 297-b). Don Diego y don José de Figueroa, Pobreza, amor y fortuna (I, Rivad., 47, p. 424-a) y Cervantes, La ilustre fregona (Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1923, p. 274). Véase mi estudio La fauna en Lope de Vega, en revista Fénix, Madrid, 1935, p. 34. IV-373. EL CAPITÁN PEDRO TAMAYO. Ningún comentarista del Viaje ha identificado a este poeta. Me inclino a creer que es el Pedro Tamayo, de la guarda a pie de Su Majestad, que en 1590 presentó un Memorial al rey, solicitando una vara de alguacil del crimen en la corte. Fundo mi hipótesis en las razones siguientes: En 1590 tenía este Pedro Tamayo 34 años de edad, y llevaba catorce de servicio. Contaría, pues, en el año 1614, cincuenta y ocho de edad, y treinta y ocho de servicios. Podía, pues, ser muy bien capitán. Del texto de Cervantes se deduce claramente que, pues padecía de gota, no debía ser joven, lo cual es un argumento en favor de los cincuenta y tantos años. El Tamayo del Memorial consta que era hombre de pluma: «Porque se entienda que él es inteligente y solícito en esto... ha escrito un libro con buena solicitud, trabajando sin alboroto ni escándalo...» Además de ser ingenio muy observador, dotado naturalmente de una irresistible vocación policíaca y dado a consignar por escrito sus propias ex-

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periencias, poseía extraña soltura en el manejo del idioma, que indudablemente la facilitaría la versificación. Su «invento» (así él lo califica), de un lenguaje enigmático, para transmitir órdenes y consignas sin ser entendido de personas extrañas al servicio policíaco, con ser y todo una estrafalaria ridiculez, tiene el mérito de ser el primer intento, que yo sepa, de aplicar a la lengua hablada las normas de la criptografía, tan boyantes en la cancillería de Felipe II: «Inventó un nuevo estilo de hablar al revés, sacado de nuestra lengua castellana, tomando de cada vocablo las dos primeras sílabas, y poniéndolas al principio, y acomodando luego un que, y acabar con las primeras sílabas el vocablo. Manera de hablar al revés: Ozoquemo aloquegonza iraquemi la entrequege que enequevie por esa allequeca y ocequerecono en lo que enenquevie andoquetrata uchaloqescu sin que te endanqueentie que a esta ertaquepuer te ardoqueagua orrequeco estoquepre. Y esto quiere decir: Mozo, Gonzalo, mira la gente que viene por esa calle, y reconoce en lo que vienen tratando, escúchalos sin que te entiendan, que a esta puerta te aguardo; corre presto. (A. Morel-Fatio, «Memorial de Pedro Tamayo», en la Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, t. I, p. 286.) Si este Sherlock Holmes en embrión hizo sus pinitos poéticos, debió merecer los elogios de Cervantes, como aquel sargento mayor, don Diego Rosel y Fuenllana, loco de atar, que mereció de su pluma un soneto, llamándole «inventor de nuevos artes», para los preliminares de su disparatado libro. (Parte primera de varias aplicaciones y transformaciones..., Nápoles, 1613.) IV-376. EN ROTA. Frase análoga a derrotar. Confr.: Al fin, Damón, la cosa va de rota para soldados; guarda no lo seas. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 220.) Todo iba ya de pérdida y de rota. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 256.) De vos, señor, he sabido que de Francia habéis surgido, trayendo rota de España. —Sí, señor; yo vine a ella con el temporal siniestro. (Lope, Los celos de Rodamonte, R. Acad., XIII, 394-a.) El negocio va de rota. (Lope, R. Acad., t. 3, p. 618-a.)

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Yo que vi que de rota batida iba el lance en grande aprieto, y que mi vida en efeto la quiero como a mi vida, me arrojé del cuarto... (Calderón, El José de las mujeres, II, Rivad., t. 12, p. 367-c.) IV-384. FERNANDO DE LODEÑA. Cervantes describe «joven y primerizo» a este poeta, que se honró estampando un soneto laudatorio en los preliminares de las Novelas ejemplares. Es un caso clarísimo de mecenazgo, que ejerció Cervantes con el novel versificador. Después de la publicación del Viaje salieron otros versos de Lodeña. En 1622 consiguió que Lope laureara su nombre en el famoso Certamen de san Isidro. Hay pruebas de que este Fernando de Lodeña es hijo de otro Fernando de Ludeña, que en su juventud mantuvo ciertas relaciones con la hermana menor de Cervantes doña Magdalena, y estuvo casado con una cuñada de Lope de Vega. Consta en el expediente de la Orden de Santiago a la que perteneció el joven poeta y en documentos publicados por Pérez Pastor. (Memorias de la R. Academia, t. X, p. 231.) IV-394. GLORIA Y LUSTRE. En la príncipe gloria ilustre, por errata. Nótese que en tres tercetos consecutivos empleó Cervantes el adjetivo ilustre, el sustantivo lustre y el verbo ilustrar en su presente de subjuntivo. Compárese con las frases gracia y lustre del cap. II, verso 435 y gloria y lumbre, del cap. VI, verso 271. IV-395. BIEN PARTIDO. «El santo bien partido» es sin duda san Martín, que partió su capa con un pobre. Cervantes recordó la anécdota en el Quijote (II, 58) y muchos poetas la pusieron en romances, sonetos y toda clase de versos, haciendo verdaderamente popular la leyenda. He aquí muestras: Parte el soldado noble la capa con la espada... y como si supiera que daba a Dios la capa así lo muestran juntos suspiros y palabras... Quien parte con todos el pan de su casa, bien es que con él la capa se parta. (Lope. Ed. Sancha, XIII, 125.)

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El divino amor potente tanto de Martín tiró, que en los hombros le dejó media capa solamente. (Gaspar Lozano, Loores de los santos, Valladolid, 1619, f. 141) La divulgación de la partida capa de san Martín permitió a Cervantes su ligera alusión, análoga a otras que vemos en el teatro: La media capa, Turín, del español San Martín no ha sido poco favor. (Lope, El servir con mala estrella, II, Rivad. IV, 55.) PAS.   Si no hay moneda, la capa basta para contentarme... GAL.   Más hago que San Martín, pues no reparo en mitades. (Moreto, Los engaños de un engaño, III, Rivad. XXXIX, 539-a.) IV-398. JUAN ANTONIO DE HERRERA. Uno de los nombres que más suenan en los reinados de Felipe II y III es el del doctor Cristóbal Pérez de Herrera, protomédico de la real cámara y sociólogo en ciernes, que se empeñó en resolver los problemas de la mendicidad y del paro, con proyectos muy bien elaborados y sobre todo, con caridad cristiana digna de toda loa. Pues un hijo de este médico-sociólogo fue Juan Antonio de Herrera y Temiño, licenciado en Derecho, hombre de cultura literaria y de tempranas aficiones poéticas. De 1598 datan sus primeros versos conocidos, latinos y castellanos, cuando aún contaba tres lustros de edad. Su nombre halló lugar entre los de las Flores de poetas ilustres (1605). Siguió dando muestras de humanista en composiciones latinas, y de poeta aficionado a los metros cortos, en las hojas preliminares de libros de amigos; pero sin producir ninguna obra de tomo. Su ejercicio era el de la jurisprudencia. El elogio de Cervantes era de cajón. La persona de Juan Antonio de Herrera gozaba de bastante popularidad y simpatía en el Madrid de Felipe III. IV-399. PUSO EN FIL. Fil no es síncopa de fiel, sino apócope de filo. El fiel de la balanza es la aguja o marcador que señala el filo o fil, o sea la línea perpendicular en que tiene que estar el fiel para que la balanza guarde equilibrio. Estos dos conceptos están mal barajados en los diccionarios.

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Cervantes manifiesta una predilección por la palabra fil. La usó en el Quijote (II, 51), y además de este lugar del Viaje, otra vez en el cap. VIII, verso 319. La usan rara vez otros autores, en la acepción cervantina. Vr. gr.: Entre miedos y esperanzas me traéis, amor sutil, puesto mi vida en el fil de estas dudosas balanzas. (Tirso, El castigo del pensé que..., III, Rivad. V, 86-c.) Con alguna mayor frecuencia aparece en el sentido de derechura, línea recta. Confr.: Y Febo con sus jáculos hería a la fecunda Telus fil derecho. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 205.) El navío... aunque tenía viento a fil de roda, apenas se meneaba. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Español., t. p. 47). Otra vez aparece en el Romancero en un juego de palabras, con significación de filo, riesgo, situación peligrosa: Ya digo a todas las damas que son hechas de marfil, y es porque ya su vergüenza está en el mar o en el fil. (Romancero general, Parte II, Rom. 1.117, Madrid, 1947, II, 222-a.) Sin embargo, la forma filo, sin apócope, aparece más frecuentemente. Confr.: Creo que estaba en filo la balanza. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 169.) Con pareja frecuencia se ve usada la frase análoga en que fiel reemplaza a filo o fil. Confr.: Dos balanzas por estribos, que aquí estriba quien más ama, sirve el moro de fiel, aunque no le sirve nada. (Romancero general, Parte III, Rom. 192, Madrid, 1947, I, 131-b.)

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Alega Inés su beldad, el jamón que es de Aracena, el queso y la berengena su andaluza antigüedad; y está tan en fiel el peso, que juzgando sin pasión, todo es uno: Inés, jamón y berengenas y queso. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 174.) IV-405. CALVO. De acuerdo completamente con Bonilla en que el sujeto nombrado por Cervantes es el licenciado Sebastián de Nieva Calvo, quien en 1625 dio a la estampa un poema titulado La mejor mujer, madre y virgen. Las objeciones que Toribio Medina hizo a esta identificación se reducen a que este sujeto no era maestro, sino meramente licenciado, y a que el apellido Calvo no lo tenía en primer lugar, sino en segundo. No hay que discutir mucho lo baladíes de ambas objeciones. Mi defensa se basa en que al unir Cervantes en un mismo verso «los dos maestros Calvo y Valdivielso», quiso determinadamente afirmar la homogeneidad de profesión, de conterraneidad, de aficiones literarias y de amistad que existían entre ambos. En efecto, Calvo era, como Valdivielso, sacerdote; lo indica Valdivielso en los versos preliminares que dedicó al poema de Calvo, y éste los corrobora con la cultura teológica que disemina profusamente en las márgenes de su obra. Era, como Valdivielso, toledano; «natural de la villa de Tembleque», le llama frey Domiciano del Águila en unos versos preliminares, y él mismo, oponiéndose a los cisnes del Manzanares, dice: Puesto que el Tajo que doró mi pluma, criar ingenios cándidos presuma, Ambos poetas eran amigos y confidentes; Valdivielso en la aprobación del poema de Calvo, dice: «Los versos son partos de la fecundidad del ingenio de su autor, de que tengo no breves experiencias». La paridad del carácter poético de entrambos no puede ser más evidente. Valdivielso escribió el poema de san José; Calvo el poema de la Virgen. Calvo es un discípulo de Valdivielso en multitud de pasajes; sobre todo en el capítulo de los desposorios de María y José (Canto IV). Todos estos lazos de homogeneidad los sintetizó Cervantes en este verso del Viaje. Se dirá que el poema de Calvo fue publicado en 1625. ¡Cómo tantos otros, de autores celebrados en el Viaje! Calvo compondría antes de su poe-

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ma otros versos (las no breves experiencias que de su musa tenía Valdivielso); y aún el poema mismo empezó a componerse varios años antes de salir a luz. Son mil quinientas cuarenta octavas reales aproximadamente. IV-405. VALDIVIESO. Cervantes escribe Valdivieso, ya por exigencias de la rima, ya porque así solía escribirse. En su partida de defunción, por ejemplo, se lee Valdivieso. (Pérez Pastor, Bibliógr. madril., III, 489.) Sin embargo, en las portadas de sus numerosas obras se apellida Valdivielso. Fue el maestro José de Valdivielso natural de Toledo, donde aparece ordenado de sacerdote a fines del siglo xvi. Desde 1597 se dio a componer un lato poema de la Vida de san José, que salió al público el año 1604. ¿Había cultivado la poesía antes de esa fecha? Parece cierto, porque él afirma en el prólogo del poema, que antes de darlo al público, «llegado un hombre, no conocido mío, a pedirle en casa de un librero donde yo estaba, y diciendo el librero que los estaba aguardando, que dentro de dos o tres días se le daría, vinieron a tratar de mis cosas, y el librero dijo algún encarecimiento de este libro». Tratar de mis cosas, parece querer decir de mis obras, o por lo menos obrecillas, algo publicado antes, o si no publicado, conocido del público. Supuso bien La Barrera que antes de 1603 debió Valdivielso componer alguna comedia, pues Rojas Villandrando en su Viaje entretenido enumera los autores de comedias, diciendo: Mescua, don Guillén de Castro, Liñán, don Félix de Herrero, Valdivielso y Almendárez... (Obra citada, Ed. de Madrid, 1603, p. 131.) Serían, verosímilmente, las comedias y autos que después reunió en un tomo e imprimió en 1622. El poema de san José volvió a reeditarse en 1607, en 1608, en 1610, en 1611 y en 1612. Este mismo año apareció otra obra del poeta toledano, el Romancero espiritual, que venía a dar fe de que el comercio de Valdivielso con las musas no se había interrumpido. Es lo único que Cervantes pudo conocer de Valdivielso. Fue a partir de 1615 cuando comenzó su gran actividad literaria, que duró hasta su muerte, en 1638. Véase la nota de la aprobación de la segunda licencia. IV-406. UNDOSOS. Voz poética, muy usual desde Garcilaso en adelante. Confr.: Hermosas moradoras del undoso Tormes... (Garcilaso, Elegía primera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 152.)

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El curso raudo de este undoso río. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t., I, p. 58.) Aceleraba el curso a su camino cerca del sitio el Estrimón undoso. (Orfeo, de don J. de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 63.) IV-411. DON DIEGO ABARCA. Caballero por su tratamiento de don, aragonés por su apellido Abarca, aficionado a los versos por el ligero rastro de una décima suya que ha quedado en las hojas preliminares de la Historia de Nuevo México, de Gaspar de Villagra (Alcalá, 1610), y puesto en la galería de poetas de fama por querer de Cervantes, que así hacía honor a la amistad que debía unirlos. IV-413. DIEGO JIMÉNEZ Y DE ENCISO. Caballero sevillano, nacido el año 1585. Lo más probable es que Cervantes saliese de Sevilla en 1600 sin conocer al futuro poeta. Desde luego, hoy está desechada la fantasía de Fernández Guerra de la Fiesta de San Juan de Alfarache, en 1606, organizada por Enciso, y de la que dio por secretario a Cervantes. Ya en 1611 insertó don Juan Antonio Calderón un soneto suyo en la Segunda parte de las Flores de poetas ilustres, que, si bien quedó non-nata por entonces, pudo llegar a conocimiento de Cervantes. Aunque así fuera, y supongamos que otras composiciones de Enciso llegasen a Madrid, es indudable que Cervantes escribió este elogio de Enciso muchos años antes que el «Terencio sevillano» mereciese este renombre por sus obras dramáticas, cuya celebridad data de 1632. Otro caso palpable de su certera visión crítica y de su marcada tendencia a descubrir valores nuevos. IV-415. AVISO. Arcaísmo; hoy decimos discreción, prudencia. Entonces era muy común, en verso y prosa. Confr.: Hermano Arcanio, vamos con aviso, muy pasito a paso, porque no nos sienta. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 73.) Un claro ingenio, un vivo entendimiento, un sentido profundo, un raro aviso... (Ibid., 21.)

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No hay en ti providencia, ni miramiento, ni aviso, ni consejo. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 270.) Dan los espejos aviso de la fuente de Narciso. (Lope, El príncipe perfecto, 2, I, Rivad. IV, 120.) Cervantes usó otras dos veces esta voz en el poema. Véase cap. IV-517 y cap. VIII-306. IV-418. JUAN LÓPEZ DEL VALLE. Poeta andaluz, avecindado en Sevilla desde su juventud, al servicio de la administración del marqués de Priego. Se conocen versos suyos desde 1603, en los folios preliminares de las Obras poéticas de Juan de la Cueva y Mateo Alemán. Esto indica sus buenas relaciones literarias en la capital del Betis. Pedro Espinosa le abrió las honrosas puertas de sus Flores de poetas ilustres (1605). Varios sonetos suyos siguieron apareciendo, como los primeros, hasta la época en que Cervantes escribía. No es difícil que, habiendo salido Cervantes de Sevilla en 1600, conociera personalmente a López del Valle. IV-419. PAMONÉS. Francisco de Pamonés, poeta sevillano, de estrafalaria musa, dada a los versos de rima interior, de doble y aún triple aconsonantación, tan empedrados de dificultades como vacíos de inspiración. Por la cita de Juan de Robles, que en su Culto sevillano llama a Pamonés «el buen viejo», se saca en limpio que el poeta pertenecía al último tercio del siglo xvi. Pudo, pues, Cervantes haberle conocido en Sevilla, y haberle tratado, lo cual explicaría este recuerdo. Al nombrarle ahora prueba que aún vivía en 1614. El último rastro suyo documental es del año 1606. IV-421. PONE SUS PIES. Juego de palabras entre pies naturales y pies de los versos, bastante frecuente en los poetas jocosos. Confr.: Soneto «contra un mal soneto»: Atadle bien los pies, como el taimado no juegue de ellos. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Edit. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 135.) Gustemos agora de estos labradores, que será cosa más placentera, y de sus copletones, que yo os prometo que han de ser de buen tamaño los pies. (Auto sacramental titulado Examen sacrum. Anónimo del siglo xvi, Rivad. LVIII, 141-a.)

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Que no hay pie de copla de ningún poeta, como los de un banco, y más si no quiebra. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 261.) Porque Toledo no es para menos que los pies de un rocín o un Cancionero. (Ibid., I, 162.) Si los pies de las coplas calzan conceptos aun mejor que los reyes calzan los versos. (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 410.) IV-424. LEJAS TIERRAS. Lejanas, remotas. Confr.: Que traiga el agua queréis de las más lejas corrientes. (Tirso, La vida de Herodes, II, NBAE, IX, 182-a.) Vámonos yo y tú para la azotea, desde allí veremos los montes y valles, los campos y sierras. (Romancero general, Parte II, Rom. 82, Madrid, 1947, I, 61-b.) Cortaba las flores que topaba cerca; veníanse a sus manos las que estaban lejas. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 45.) A aumentar barbados vino a nuestra corte un maestro insigne de lejas regiones. (Castillo Solórzano, Entremés de la prueba de los doctores, NBAE, XVII, 314-b.)

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IV-425. DON JUAN BATEO. Se conocen algunos versos latinos de este poeta en los folios preliminares de dos obras de 1612, por los cuales se echa de ver su formación humanística. Probablemente también coquetearía con las musas españolas. Consta que este caballero cultivaba y enseñaba el arte de la mnemotecnia. (Vid. El fénix de Minerva y Arte de memoria, por don Juan Velázquez Acevedo, Madrid, 1626.) IV-426. JERJES... EN MEMORIA. En las obras morales de Plutarco, traducidas al español por el secretario real Tomás Gracián, se lee que «Artajerges, hermano no de Ciro, tenía por sobrenombre el de la buena memoria». (Morales de Plutarco, Salamanca, 1571, f. 3.) A este mismo Artajerges le nombra Plutarco Jerjes. Creo que ésta es la fuente del pasaje cervantino. Téngase en cuenta que Gracián es uno de los poetas que figuran en esta galería. (Véase la nota al verso 226 del cap. VII). Ningún comentarista explicó este lugar del Viaje. IV-427. MANTUANO. Pedro de Castro, natural de Málaga, fue gran erudito, y en materias históricas uno de los hombres más notables del siglo xvii. Por esta segunda naturaleza que le dieron las Letras, cambió su apellido de Castro en Mantuano, que quiere decir madrileño, aceptando la teoría de los humanistas de llamar a Madrid Mantua Carpetana. Sus primeras obras son de 1611, dos libros de historia y de genealogía aparecidos en Milán. Era una de ellas la refutación de ciertos pasajes de la Historia de España del P. Juan de Mariana, que levantó gran polvareda de contrarrefutaciones entre los historiadores. Reeditó la obra en 1613, ya en Madrid, respondiendo a las dificultades de sus contrincantes, todo lo cual hizo su nombre muy conocido en la república de las letras. Aunque en 1614 la apasionada polémica había remitido en virulencia, parece, no obstante, por los elogios que Cervantes dedica a Mantuano, que él se acostaba en sus opiniones frente al docto Mariana. Véase la nota al verso 307 del cap. VII. IV-428. AL GRAN VELASCO POR MECENAS. Don Juan Fernández de Velasco, condestable de Castilla y León, eligió por su secretario a Pedro Mantuano, para que en tal puesto publicara la genealogía y grandezas de su casa, escritas por Fernando del Pulgar, y guardadas en sus archivos. Juzga Cervantes acertadísirno el empleo de Mantuano, dada su vasta lectura de historias y su memorión, que era algo maravilloso en su tiempo. Espinel lo recuerda como portento de su siglo. IV-430-431. EN LAS AJENAS TIERRAS. He aquí otro curioso dato, hasta ahora inadvertido, sobre la fecha en que Cervantes escribía el Viaje del

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Parnaso. Corrientemente los críticos, atentos a la data de la portada, 1614, y a las de las aprobaciones, noviembre del mismo año, fijan en los comienzos de este año, o cuando más en 1613, la época de la composición del poema. Este dato de la estancia de Mantuano en Milán demuestra claramente que cuando estos versos se componían, Mantuano estaba aún en Italia. Hay, pues, que referir este pasaje a 1612, después de la publicación de los dos libros de Mantuano, 1611, a los que alude sin duda Cervantes, y antes de su regreso a España en 1613. IV-436. DEL ABAD MALUENDA. Don Antonio de Maluenda, poeta burgalés, fue canónigo de aquella catedral, entre cuyos capitulares ostentó la dignidad de abad de San Millán, desde el último tercio del siglo xvi hasta los días de Felipe IV. Fue hombre muy dado a los versos, bastante relacionado con los poetas de la corte, sobre todo con Villamediana, por donde no sería difícil que Cervantes le conociera personalmente. Su celebridad en tiempos de Cervantes, cuando llegó a dársele el dictado de «el Homero de Burgos», se obscureció después, hasta el punto de que en 1892, al editar sus versos, exhumados por don Juan Pérez de Guzmán, bajo el mecenazgo del marqués de Jerez de los Caballeros (una canción, un romance, unas redondillas, un madrigal y noventa y tres sonetos), casi se le confundió con otro poeta burgalés encubierto con el seudónimo de «El Sacristán de Vieja Rua». Posteriormente, don Eloy García de Quevedo ha distinguido sin lugar a duda a un poeta de otro, y ha sorprendido casi identidad entre ciertas poesías de Maluenda y otras que pasan por de Villamediana. (Vid. Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, julio de 1902, pp. 1-27.) IV-442. ANTONIO GENTIL DE VARGAS. Poeta genovés, andante en la corte de Madrid, que en 1620 fue de los que concurrieron a la famosa Justa poética de san Isidro. Poco lo debía tratar Cervantes, pues le trocó el orden verdadero de los apellidos, de Vargas Gentil. Lo citaría por compromiso, o simplemente de relleno. IV-448. INDIO APARTADO. Fórmula poética para decir desde América. Confr.: ¿Qué juzgas de la tierra y sus rincones, del espacioso mar que así enriquece los apartados indios con sus dones? (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 106.) Cervantes restaura la frase de Hurtado de Mendoza, que la mayoría de los poetas habían sustituido por esta otra:

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Y del indio remoto el hemisfero el rubio Apolo con su luz doraba. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 24.) Mercader que sin pereza al indio remoto pasas. (Alonso Cano y Urreta, Días de jardín, Madrid, 1619, f. 23.) Este bajel inútil, seco y roto... trajo sus minas al ibero asiento habidas en el Índico remoto. (Jáuregui, Rivad., t. 42, p. 104-b.) IV-449. MONTESDOCA. Pedro Montes de Oca pertenece al antiguo círculo poético que Cervantes celebró en el Canto de Calíope (núm. 66). De oriundez sevillana, pasó al Perú donde poseyó la encomienda de Sama, y de donde regresó a España hacia 1590. Es casi seguro que por estas fechas le conocería y trabaría amistad con él Cervantes en Sevilla. Consta que antes de 1608 estaba otra vez Montesdoca en su encomienda peruana. Por tanto, la frase de Cervantes «desde el indio apartado, del remoto mundo, llegó mi amigo...» no se refiere, como cree Toribio Medina, al viaje a España de 1590, sino al viaje imaginario al Parnaso, para prestar su ayuda a Apolo. IV-455. CANONIZAR. Justificar o dar por bueno algo que no lo es. Confr.: ¡Qué de opiniones injustas en muchos ricos y necios que canonizan su gusto con los que tienen ingenios! (Romancero general, Parte III, Rom. 126, Madrid, 1947, I, 92-a.) ¿Por qué habéis vos de querer que todos os canonicen y sientan bien de vos y de vuestras cosas? (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 330-b.) IV-466. SALMAS, Voz más española que tonelada, de origen sajón, y que ha acabado por desalojarla del idioma. En tiempo de Cervantes aún alternaban entrambas. Confr.: La nao arragocesa, que tenía siete mil salmas, noventa marineros, muy buena gente y aficionada a la nación española. (Cautiverio y trabajos de Diego Galán. Biblióf. Esp. XLIII, 371.)

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IV-467. TONELADAS. Palabra introducida por Cervantes en la lengua poética, gracias al tono humorístico de su obra. Se lee aún raramente en prosa. Vr. gr.: El baxel S. Miguel Arcángel de Aragucés de cuatro años, porte de 750 toneladas, con 22 piezas de hierro colado. (Avisos de Pellicer. Semanario Erudito de Valladares, t. XXXII, p. 69.) Tonelada, es cantidad de dos pipas de vino. (Diego García de Palacio, Instrucción náutica, México, 1587, p. 155.) IV-469. LAS NAVES QUE CARGADAS. Nave, nao, carraca y galeaza eran barcos de vela destinados a transporte de mercancías, y eran de mucho más tonelaje que las galeras de vela y remo. Confr.: Esta nao no es de mercadería o granjería, que son de alto bordo, sino de remo y vela, que son de poco porte, y no llevan más matalotaje del que es menester para la jornada. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 63-b.) A Lisboa ha llegado una gran carraca de la India con grandes riquezas. (Avisos de Barrionuevo. Col. de Escritores Castellanos, Madrid, 1892, t. I, p. 81.) IV-470. LLEGAN DE LA ORIENTAL INDIA A LISBOA. Este dato es de experiencia visual de Cervantes, no de fuente literaria. El tópico literario era unir los dos puertos de Lisboa y de Sevilla, como fondeadero de las naves provenientes de la India oriental y de la India occidental. Confr.: Porque para ellas trae cuanto de Indias guardan en sus senos Lisboa y Sevilla. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 100.) Después que por los serenos he consumido más drogas que desembarcan las Indias en Sevilla y en Lisboa. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 673, Madrid, 1947, I, 447-a.) Cuando en Sevilla surge o en Lisboa rica nao de levante deseada, un castillo en la popa, otro en la proa, de estandartes y flámulas poblada... (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 154.)

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Cervantes abandona este tópico, y se vale de una comparación suya propia: «las naves que llegan de la oriental India a Lisboa»; tal como él lo había visto muchas veces, durante su estancia en la capital lusitana, desde agosto de 1581 hasta septiembre de 1583. (Confr. Miguel Herrero, Vida de Cervantes, páginas 402-410.) IV-472. DESDE LA POPA A PROA. Frase del lenguaje marítimo, que llegó a generalizarse en el sentido de completamente. Confr.: Cubrid mis seis galeotas de flámulas; no dejéis ni velas ni jarcias rotas... desde el carel hasta el agua, y de la popa a la proa. (Lope, La devoción del rosario, I, R. Acad. N. E., II, 95-b.) Esa es mayor aguedad; erráis de proa a popa. (Comedia de Eufrosina, acto I, esc. 1, NBAE, t. 14, p. 63-a.) Y dijo: Los demás, señores míos, dejámelos a mí, de popa a proa. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias, Rivad. IV, 36-a.) Dadas sus relaciones por entero, como dicen acá, de popa a proa. (Ibid., 43-b.) IV-474. CALICUT Y EN GOA. Dos ciudades de la India portuguesa, con las que sostenía intenso comercio la metrópoli. Confr.: Las camisas y mangas de Calicut labradas a las mil maravillas. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 42.) Yo, señor, en Portugal hablo, y en la más nombrada ciudad; que estoy en Lisboa; pero digo que allá tratan del reino de Calicut. (Lope, El príncipe perfecto, II parte, III, R. Acad., X, 522-a.)

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Por Trabancor hasta Cochín pasamos y allí, hacia Calicut un bajel vimos. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XIV, Rivad. IV, 288-b.) IV-475. ROJO DIOS. Los poetas llaman rojo a Apolo con harta frecuencia. El «rojo Apolo» y aun el «rojo Febo» salen a cada paso en la poesía de esta época. Cervantes descubre el prurito estilístico de renovar la frase, sustituyendo el apelativo dios por los nombres propios. La siguiente lista de pasajes explican y justifican el intento de Cervantes. El álamo de Alcides escogido fue siempre, y el laurel del rojo Apolo. (Garcilaso, Égloga tercera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 142.) Abráseme la luz del rojo Apolo. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 109.) En el mes que el rojo Apolo del signo «Leo» apartado entra en el signo de «Virgo» dando luz a lo criado. (Romancero general, Parte III, Rom. 181, Madrid, 1947, I, 124-a.) Cuando el rojo Apolo sube casi medio de su esfera. (Ibid., Parte IV, Rom. 161, Madrid, 1947, I, 161-b.) Sale por la montaña denegrida el rojo Febo todo envuelto en oro (Ibid., Parte X, Rom. 844, Madrid, 1947, II, 28-a.) Parecido intento hay que reconocer en este pasaje del bachiller La Torre: Salve, mensajera del bermejo pastor bello de Anfriso. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 18.)

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IV-476. MUCHEDUMBRE IMPERTINENTE. Los nuevos poetas que en este punto entran en acción y que van a representar el papel de poetas malos, condenados a perecer ahogados, no son los que al principio del poema se dice que habían determinado conquistar el Parnaso contra razón y derecho, por lo cual Apolo convocaba a los buenos poetas a la defensa del monte. Son unos poetas que creyéndose de los buenos vienen (sin ser llamados, a defender el Parnaso del ataque de los malos). Este episodio ocupa hasta el verso 270 del cap. V. Cervantes quiere significar el estado de confusión que reinaba entonces, y reina siempre, en la estimación de la poesía. IV-479. VASO. Bastante usual en significación de barco, lo mismo en prosa que en verso. Confr.: Resonó en la ribera tiempo escaso el canto que humanar las piedras suele, cuando atrás vuelve, y obedece el vaso más a la voz que al remo que le impele. El vulgo se difunde temeroso de espíritus que el vaso conducía. (Orfeo, de don Juan de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, pp. 28 y 29.) De más heroicos jóvenes preñada que el vaso de Jasón y de Teseo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 253.) IV-480. HÚMIDO TRIDENTE. Es muy común en poesía este epíteto de Neptuno, que Cervantes usó nuevamente en el cap. V, verso 1. Confr.: El gran Señor del húmido tridente. (Góngora, Edic. New York, 1921, t. I, p. 25.) Ha quitado mil veces de la mano... al fiero Marte la sangrienta espada y al gran Neptuno el húmido tridente… (Ibid., III, 54.) República infinita del húmedo tridente que fatigáis las ondas del abismo. (Antonio Enríquez Gómez, Canciones. Rivad. XLII, 370-b.)

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IV-485. ADÁRAME. Medida de peso equivalente a 179 centígramos, que familiarmente se usa en el sentido de cantidad pequeñísima. La forma corriente de esta voz es adarme. No creo que adárame sea forma anticuada, sino coexistente con adarme, lo mismo que otras voces que tienen en uso dos formas, una pleonástica y otra sincopada. Compárese con estos casos: alárabe y alarbe, que alternan indistintamente en los clásicos. Vr. gr.: ¿No tenéis vergüenza de llamaron cristianos, viviendo peor que alárabes? (Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCVI, 2.) Devoto a la deidad del rey de España el alárabe vino. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 177.) Triste camina el alarbe. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 76.) Ríos de sangre cristiana, montes de cuerpos alarbes. (Ibid., I, 191.) Otro caso análogo es merecero y mercero, que aparecen indistintamente en Tirso. Vr. gr.: No es merecero necio ………………………. mercero que a vender vino. (Tirso, Quien no cae no se levanta, I, NBAE, IX, 145-b y 146-a.) Otro caso análogo se da en los apellidos Alderete y Aldrete. La forma pleonástica aparece en Góngora: Y lavar cuatro camisas del Veinticuatro Alderete. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 151.) La forma apocopada se ve en el apellido del sujeto llamado don Luis Aldrete y Soto, regidor de Málaga, citado por Rodríguez Marín. (Luis Barahona de Soto. Biografía, Madrid, 1903, p. 569.)

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IV-493. MAGANCÉS. Traidor; la acepción proviene de Galalón de Maganza, personaje caballeresco del ciclo carolingio, en el que canta o se cuenta la muerte de los Doce Pares de Francia en la batalla de Roncesvalles. En tiempo de Cervantes, la mayoría de los escritores que usaban la palabra magancés, ya no se acordaban de su origen semántico, y unos le daban plural, otros le daban femenino, como si tal Galalón hubiera existido. Confr.: En lo que conmigo usáis, a guisa de maganceses, en negarme mi tributo, es mal hecho y todos mienten. (Entremés de Mazalquivir. Anónimo, NBAE, XVII, 67-b.) CASANDRA. ¡Cómo esperaré tu gloria en mi pena que es infierno! TEODORO En él, plega a Dios, estés, si no mientes, magancesa. (Lope, La bella malmaridada, II, R. Acad. N. E., III, 628-b.) En otros poetas aparece todavía rastro de Galalón, al lado de lo magancés. Confr.: Algunas magancesas hay en esto y muchos galalones se han hallado. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, p. 2, II.) IV-506-507. BERNARDO... DE LA VEGA. Un «gentilhombre andaluz» llamado Bernardo de la Vega, publicó en Sevilla, en 1591, una novela pastoril en prosa y verso, con el título El pastor de Iberia. Por esta fecha Cervantes habitaba en Sevilla, donde probablemente conoció al desgarbado poeta. La cita no es precisamente un elogio de broma ni de veras, como entendió Toribio Medina; es una protesta de «uno de los del número hambriento» contra la omisión del gran Pastor de Iberia entre los poetas citados por Cervantes. El libro de Bernardo de la Vega fue, junto con otros dos de análogo mérito, condenado al fuego en el escrutinio que hizo el cura de los libros de don Quijote (Quijote, I, 6). De Bernardo de la Vega podemos suponer lo que dejamos dicho a propósito de Bernardo González de Bobadilla (en IV-509). IV-509. NINFAS DE HENARES Y PASTORES. Alusión a la novela bucólica titulada Primera parte de las ninfas y pastores de Henares... por Ber-

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nardo González de Bobadilla, estudiante en la insigne Universidad de Salamanca..., Alcalá, 1587. En el capítulo del escrutinio de la librería de don Quijote (Parte I, cap. 6), dijo Cervantes a propósito de éste y otros dos libros parecidos: «No hay más que hacer sino entregarlos al brazo seglar del ama; y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar». González de Bobadilla se declara en su libro natural de Canarias, aunque transplantado de muy niño a Castilla. Asimismo, en el título de la obra y en el prólogo, afirma su estancia en Salamanca, donde se entretuvo, apenas salido del estudio del latín, en componer su libro, sin pensar en publicarlo. Es decir, el libro se escribió bastantes años antes de la fecha de impresión, 1587. Ahora bien, colocándonos veinte años antes, y dando por cierto, como para mí lo es, que Cervantes pasó en Salamanca de 1562 a 1569, no sería nada inverosímil suponer que allí se conocieron Bobadilla y Cervantes, y que allí debieron pasar cosas que motivaron años adelante la significativa y a la vez hermética frase; «No se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar». Preteritio se llama esta figura. IV-515. TROVISTAS. Palabra inventada por Cervantes, análoga a coplista y versista, de significación despectiva. Cervantes expresó en el cap. III, verso 365, que en el escuadrón defensor del Parnaso iban poetas de repente. Ahora pone en boca de un enemigo que iban siete de estos repentistas o poetas de torbellino. Difícil sería, sin riesgo de equivocarse, señalar a quiénes o cuáles aludía. IV-517. AVISO. Véase la nota del cap. IV-415. IV-521. SALIR AL ROSTRO. Salir una cosa al rostro es frase que significa tener consecuencias desagradables para quien la hace. Confr.: Amar a Dios por quien es, no por interés humano, por ser término villano que sale al rostro después; y andar siempre con recelo que ha de ser tal, si excediere, lo que al rostro me saliere, que no me lo cubra pelo. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 126.) Yo os prometo que ello se vea presto, porque bien o mal al rostro sal, dicen las viejas. (Auto sacramental anónimo, del siglo xvi, titulado Examen sacrum. Rivad. LVIII, 141-a.)

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Quieren con ofensa de Dios subir por malos medios, y les sale al rostro todo lo que contra los buenos tratan e intentan. (Fr. Diego de Estella, Tratado de la vanidad del mundo, Barcelona, 1883, p. 221.) Y tuvo muchos meses en prisiones a un don Gabriel, en cuyo rancho se trataron, por modo de facecias, razones que salieron a la cara y no costaron menos que la vida. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 239.) Maldad con maldad se paga. Negué a mi hermano la sangre; mas me sale a la cara. (Lope, El príncipe despeñado, I, R. Acad., XVIII, 150-b.) No es bien que conmigo estés; que temo que tanto des, que a mí me salga a la cara. Que el pródigo que sin freno imprudente y necio gasta, cuando su caudal no basta hurta tal vez el ajeno. (Tirso, Doña Beatriz de Silva, II, NBAE, IV, 504-b.) Usa Tirso otras dos veces la misma frase en sentido ambiguo. Véase NBAE, IX, 507-b y 614-b.) IV-528. SEMBLANTE ACEDO. Acedo equivale a avinagrado y tropológicamente a desapacible. Cervantes usó este adjetivo en el Quijote (II, 10), en un pasaje tocado de anfibología, pues parece que el adjetivo aceda debe referirse a respuesta, y así lo entendió Cejador; pero mejor puede referirse a Dulcinea misma, queriendo decir Cervantes: si la respuesta cambia a Dulcinea de blanda en áspera o de aceda en amorosa, aclaración al texto que no hizo Rodríguez Marín. Así lo entendió el Diccionario de Autoridades, cuando trae las palabras del Quijote para probar que acedo «se dice metafóricamente de la persona poco afable, áspera, desapacible...». Sin embargo, aquí Cervantes refiere acedo a semblante, lo cual nos autoriza a suponer si en el lugar antedicho del Quijote, quisiera referirlo a voz, pensado que dejaba escrita esta palabra poco antes.

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IV-565. SOY CISNE Y QUE ME MUERO. La fabulosa leyenda de que el cisne canta al morirse es comunísima entre los poetas, sobre todo, a partir de Garcilaso que la trató varias veces. Entonces, como cuando el cisne siente el ansia postrimera que le aqueja... y se despide con funesto canto. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 53.) L’aureola me dieron como a santo; agora el premio sea que me dejen como un cisne morir en este canto. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, f. A.) No cual cisne con su canto hago endechas a mi muerte. (Obras de Luis Carrillo de Sotomayor, Madrid, 1613, p. 49.) Al septiforme canto con que muestra el blanco cisne que en las aguas mora, de sus angustias ser su fin cercano. (Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1593, p. 135.) Aquí entre la verde juncia quiero, como el blanco cisne que, envuelta en dulce armonía la dulce vida despide. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 59.)

CAPÍTULO V

V-4. HIZO DE OJO. Cervantes empleó la frase hacer del ojo en el Quijote: «Hizo del ojo a los compañeros» (I, 22), en la acepción de hacer señas o de guiñar el ojo. Así la empleó también Quevedo: «A los demás dijeron los verdugos: Ya entienden. Hiciéronles del ojo...» (El sueño de las calaveras. Ed. La Lectura, XXXI, 45). Es corriente en los predicadores, vr. gr. «Para que a un hacernos del ojo, corramos luego en pos de él». (Fr. Miguel Pérez de Heredia, Sermones de los santos, Salamanca, 1605, t. I, p. 50.) Pero en este lugar, la frase hacer de ojo representa una contaminación con otra análoga usada mucho más frecuentemente por Cervantes. En La Galatea dice: «Acabó Damón de tañer, y luego hizo de señas a Timbrio que lo mismo hiciese». (Libr. V, p. 248). Y en el Persiles: «Asió luego de una pesada barra... y haciendo de señas a la gente que estaba delante para que le diesen lugar... (Lib. I, cap. 22, f. 54). En el Quijote: «Les hizo de señas que le siguiesen» (I, 24). «En otra estaba la historia de Dido y de Eneas, ella sobre una alta torre, como que hacía de señas con una media sábana al fugitivo huésped» (II, 71). Así la frase no es rara en los libros de caballerías. Fácil es ver que hacer de ojo es una contaminación de las dos frases hacer de señas y hacer del ojo. V-8. SE AGAZAPÓ. Es verbo del lenguaje familiar poco o nada usado en poesía. Todavía Cervantes podía respaldarse, además del carácter de su poema, con la autoridad de Hurtado de Mendoza, que dijo: León junto al camino agazapado. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 23.) 489

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V-11. BUCO. Casco, concavidad, volumen, de un barco. Confr.: Que se conserven los bucos o los cascos de las galeras, y se advierta no se truequen. (Juan de Malara, Descrición de la Real Galera. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1876, p. 57.) Para Góngora es barco, simplemente. Confr.: Isla ternate, pompa del Maluco, de este inquirida siempre y de aquel buco. (Góngora, Panegírico al duque de Lerma. Rivad., t. 32, página 481-a.) Para Calderón es vagamente el cuerpo o bulto del barco. Confr.: Animosamente boga, siendo los remos los pies, siendo la frente la proa buco el pecho, y el timón sobre la espuma, la cola. (Los tres mayores prodigios, III, Rivad., t. 3, p. 286-a.) El vidrio salobre, ese monstruo leve, o con la quilla le rice, o con el buco le encrespe. (Los tres mayores prodigios, Loa, Rivad., t. 7, p. 265-c.) Para Cervantes parece ser el casco del barco. Confr.: «Vieron los de la ciudad el bulto de la nave... Saltaron algunos encima del buco y dijeron al rey que dentro de él sonaban golpes». Pero líneas más abajo de éstas, da a entender que buco es cavidad o hueco. Confr.: «Aserraron el bajel por la quilla, haciendo un buco capaz de ver lo que dentro estaba». (Persiles, Libro II, Madrid, 1617, f. 60.) V-12. DE UN COPIOSO, CORRIENTE, AMARGO RÍO. Siempre se ha solido puntuar así este verso; pero hemos de advertir que podía muy bien comearse de este otro modo: «de un copioso corriente, amargo río». En esta época, corriente, como sustantivo, tanto podía ser femenino como masculino. Confr.:

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Nunca el corriente saldrá de cieno de temores, de pusilanimidad y cobardía. (Santa Teresa, Las moradas, cap. II, Edición Clásicos Castellanos, La Lectura, p. 22.) Vuestra cristalina frente hasta los cielos levanta el nuevo cisne que canta, Pisuerga, en vuestro corriente. (Francisco de Aguilar, Décima preliminar, Vida de san Ignacio, Poema. Antonio Escobar, Valladolid, 1613.) Andaban por tu logrero corriente. (Antonio de Escobar, ibid., f. 97.) Al trigo en los corrientes arrojado. (Ibid., f. 99.) Ese corriente plateado... (Ibid., f. 130.) Pasó Lorino su valor mostrando y Polanco su nombre, a quien el frío corriente de Arlanzón acento entrega cuando los muros burgaleses riega. (Ibid., f. 212.) Aquí, don Juan, no hay dama que sea ajena, y yo el corriente de los otros sigo. (Jerónimo de Cáncer y Velasco, Carta a un amigo. Rivadeneyra XLII, 450-a.) V-17. CERÚLEO. Azul, aplicado al mar y a las olas, lo mismo en calma que alterado. Confr.: Viéndose el hombre en un navío, solo..., camina por aquellos reinos cerúleos. (Cartas de Eugenio de Salazar. Bibliofilos Españoles, t. I, p. 49.) Otras mil incógnitas deidades que en el cerúleo piélago se bañan. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 17.)

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Vengan cargados que cerúleas olas mueve Neptuno airado. (Lope, El valiente Juan de Heredia, II, R. Acad. N. E., II, 637.) Del golfo que domó Ulises los cerúleos vidrios quiebra, cuando del airado Eolo el cetro movió la peña. (Lope, El vencido vencedor, I, R. Acad. N. E., X, 156.) V-28. NINGÚN MEDIO NI REMEDIO. El empleo de una voz simple seguida de su compuesto con la partícula re es muy común. Lo creo recurso propio del conceptismo. Confr.: ¿Eres contento? —Y aún recontento. (Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón.Ed. Clásicos Castalia, La Lectura, XCVI, 8.) Ronca, bufa y rebufa embravecido, vuelve y revuelve de este y de aquel lado. (Don Alonso de Ercilla, La Araucana. Ed. 1733. Canto XXII, p. 112-b.) Mas, si es forzado negar, mirad que es inconveniente a la postre el renegar. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 61.) No querrían otro espejo en que mirarse más que el gusto de Dios y su servicio; que en ese solo se querrían mirar y remirar. (Fr. Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 5). V-42. COMPÁS... DE SEVILLA. Nombre de la mancebía pública de Sevilla, sito en la calle que aún se llama vulgarmente «Compás de la laguna», por las aguas que bien llovedizas, bien recaladas del vecino Arenal del Guadalquivir, solían estancarse en aquel sitio. Se explica que la mancebía estuviese localizada en un solo sitio (y eso cuando Sevilla era llamada Babilonia), por la razón que el P. Sigüenza da, hablando de Granada, a raíz de su reconquista: Habían concurrido en aquella ciudad muchas mujercillas desventuradas, que están en las casas públicas. No estaba tan corrompida como agora;

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cabían en pocos aposentos; agora es casi toda la tierra suya. (José de Sigüenza, Hist. de la orden de San Jerónimo, NBAE, t. 12, p. 303-b.) Se ha escrito que Cervantes en el Viaje del Parnaso, «hacían naufragar a los malos poetas», en este Compás. ¡Se lee muy deprisa! V-51. CON DESGARRO. Desgarro, movimiento desacompasado o violento del cuerpo. Confr.: Sin cargar el cuerpo, ni a los lados, sino jugar... de la cintura abajo; que es lo mermo que pide todo el dançado ... menos el Rastro... que con el desgarro que se obra consiente el ladear, cargar y bajar el cuerpo. (Juan de Esquivel, Discursos sobre el arte del danzado, Sevilla, 1647, f. 18.) ¡Cuántas con mil desgarros y ademanes hacen morir los tristes de deseos y a cada canto dejan mil Adanes. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 214.) V-52. HÚMIDAS ALCOBAS. No es posible despoetizar más las moradas de las ninfas descritas por Garcilaso: Hermosas ninfas, que en el río metidas, contentas habitáis en las moradas de relucientes piedras fabricadas y en columnas de vidrio sostenidas. (Garcilaso, Soneto XI. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 218.) Toda la fantástica arquitectura de los acuáticos palacios levantados por los poetas, la redujo Cervantes a unas «alcobas húmedas». La metáfora era usada por los poetas, y aun por los prosistas. Confr.: Los tremendos truenos ahuyentaban los raudos y acobardados peces a sus húmedas y acuátiles alcobas. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado. Memor. Histór. Español, t. XII, p. 181.) Oye, Filida, mi ruego; ... saca la cabeza luego de tus húmidas alcobas, revuelta en corales y ovas. (Lope, El peregrino, Libr. I, Rivad. XXXVIII, 249-a.)

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Tártaro alterna el mar con su ruido que hasta en su alcoba el dios Neptuno siente. (Villaviciosa, La mosquea, I, Rivad., t. 17, p. 591-a.) V-64. PICAR EN EL SOMBRERO LA GRANUJA. Coger pinchando una a una con un alfiler las uvas desgranadas en el sombrero. Recuérdese el cuadro de Murillo de los niños comiendo uvas, uno de los cuales, con el sombrero entre las piernas, sirviéndole de plato o de dornillo, es representación gráfica de esta figura de Cervantes. Granuja, en general, es la menudencia de algo. Confr.: Noche de San Juan bendito... allí entre coros distintos, la granuja del lugar sale esta noche a formar bodegas y laberintos. (Luis de Belmonte, La renegada de Valladolid, I, Rivad., t. 45, p. 351-b.) Carísimos mosqueteros, granuja del auditorio. (Quiñones de Benavente, Loa, NBAE, t. XVIII, p. 501-b.) Después de enumerar los duques y grandes, dice: «Luego, la demás granuja de condes, de marqueses, de gentiles-hombres de casa y boca». (Cartas de algunos padres de la Compañía de Jesús. Memor. Histór. Español, t. 19, p. 74.) Tratándose de fruta menuda, como la uva, es deshecho o montón de uvas desprendidas del racimo. A esto hace el texto de Quevedo: Engulle por su garganta imperios como granuja y reinos como migajas. (Poesías de Quevedo, Bruselas, 1661, t. I, p. 408.) V-68. NUME AIRADO. Nume es italianismo. Los poetas españoles suelen usar la forma latina «numen». Confr.: No ya de piedra el numen falso adores. (Antonio de Escobar, Poema de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 259.)

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V-70. EN CARRO DE CRISTAL. La descripción de Neptuno (versos 70-75) tenía muchos precedentes, algunos rasgos de los cuales aprovechó Cervantes, superando a todos sus predecesores en el conjunto de la pintura. Confr.: En esto, el claro viejo río se vía que del agua salía muy callado, de sauces coronado y de un vestido de las ovas tejido mal cubierto. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 108.) Alza su venerable cara llena de verdes ovas y de plantas verdes, puestos y, entre los animosos vientos puestos levanta su tridente. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p, 11.) El dios de este lugar, sagrado río, de verdes cañas y ovas coronado, el rostro y barba lleno de rocío, lloviendo arroyos de sudor helado... (Valbuena, El Bernardo, Libr. II, Rivad., t. 17, p. 163-b.) Su verde cabello el Betis descubrió y su barba ondosa, y el húmedo cuerpo luego vestido de juncos y ovas. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 249.) Esta pintura de Neptuno llegó casi a ser un lugar común. Confr.: Neptuno, atento a este naval contraste, parece que adornó su solio de majestuosas algas, ovas y espadañas. (Comentarios del desengañado, por don Diego Duque de Estrada. Memorial Histór. Español, t. XII, p. 167.) V-78. DE BUEN REJO. Dicho popular, que Cervantes usa repetidamente en el Quijote. Escasea entre sus coetáneos. Confr.: Otra mozuela de buen rejo, mostrado me ha su pende... con que ella se pendaba. (Barbieri, Cancionero musical, Madrid, 1890, p. 211-b.)

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V-87. TORCATO TASSO. Dos veces hace mención Cervantes del famoso vate italiano. (Véase cap. II, verso 134.) La fama del Tasso en España podemos apreciarla por las repetidas menciones elogiosas que hizo de su nombre Lope de Vega. Sólo en El laurel de Apolo le nombró tres veces, y otra además en la Epístola XIX, a don Juan de Arguijo. (Vid. Obras sueltas. Ed. Sancha, I, pp. 82, 164, 174, 494). Esta popularidad literaria explicaría las menciones de Cervantes. V-91. DESCERRAJAD. Descerrajar es abrir una puerta violentando las cerraduras. Confr.: «El ladrón en la casa donde entra no es sencillo el daño que hace: descerraja, mata, roba e inquieta». (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 239). No había por qué decir a las musas que abrieran sus armarios violentamente. Aquí Cervantes desorbita un tanto el lenguaje, buscando un efecto cómico. Así lo habían hecho otros poetas: Galanes de monasterios, descerrajen los oídos, a escucharme bien atentos. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 665, Madrid, 1947, I, 440-b.) Hay algún caso en que la voz aparece empleada con fuerza épica: Pensó callando así dejar cerrada de vuestra gloria y méritos la puerta, y la dejó de par en par abierta, dejando su pasión descerrajada. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. A 4.) V-93. RATERO. Véase la nota del capítulo I, verso 80. V-95. ACIDALIA. Según la leyenda, había en Beocia una fuente llamada Acidalia, en la que se bañaba Venus, de donde vino a llamarse del mismo nombre de la fuente. Los poetas usan a veces Acidalia, como adjetivo sustantivado: Estaba la Acidalia muy gozosa de verle en Chipre... (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 94.) Otras veces acidalia aparece como sobrenombre de Venus:

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Pues, ea, ¿con qué flecha te tiene herida Venus Acidalia? (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 98.) El mismo adjetivo acompaña a cosas pertenecientes a Venus: Despreciando las lumbres acidalias... (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVII, Barcelona, 1618, f. 300.) V-97. PARDILLA RATA. Era así llamado un paño fino de lana, que en España se tejía en Segovia, Ávila, Las Navas, Molina de Aragón, Baeza, Piedrahíta, Villafranca, etc., y también se importaba de Florencia. Los dos Aranceles o Tasas generales nos dan los siguientes precios de las «rajas» españolas. En 1627: Cada vara de rajas finas de Segovia, las mejores, no pueden exceder de 32 reales. Cada vara de raja de Ávila, negra, o limonada, o morada o leonada, 19 reales; la de otras colores y mezclas, 18 reales. Paños de las Navas: cada vara de raja limonada y morada, 15 reales. La de rajas de colores, 14 reales. Las rajas de Piedrahíta y Villafranca, azules, verdes, moradas y limonadas, al mismo precio que las de las Navas. Cada vara de rajas de Baeza, limonadas o moradas, 15 reales; la de rayas de colores, 14 reales. Conforme al criterio realista de nuestra literatura, todos estos colores y procedimientos de las «rajas», de que dan fe los documentos, los vemos comprobados en los escritores contemporáneos. Pedro Espinosa habla de la «raja fina de Ávila, de color cebollada», y de «raja de cochinilla» que debía ser colorada. (Obras de ..., Ed. R. Acad., pp. 204 y 206). Lope menciona «la de las Navas, verdosa» y «la pardilla». (Las ferias de Madrid, I, R. Acad., V, 589-a.) La raja servía para muchas prendas de vestir. De la «fina, de Ávila, de color cebolla» dice Pedro Espinosa que se hacían libreas para pajes, y la colorada, o «de cochinilla» se empleaba en la confección de sobremesas o cubremesas, en sustitución del damasco o del terciopelo. De raja parda se hacían vestidos hasta elegantes. Lope dice: Hay uno de raja parda que puede ponerle el rey. (Pobreza no es vileza, II, Rivad. IV, 243.)

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V-98. SAYA ENTERA. Es el vestido femenino característico del reinado de Felipe II y que perdura hasta el fin del reinado de Felipe III. La saya de la época anterior era baja de pechos, las mangas abiertas, los mangotes al codo, dejando al descubierto la parte alta y las mangas de la camisa; por delante de la falta dejaba ver la delantera o faldeta, de tela distinta del resto de la prenda. La saya entera es un vestido cerrado al cuello, y todo, cuerpo, mangas y falda, de una misma tela. Simulaba por delante una abertura, abrochada con botones, antorchadillos, lazadas, etc., pero realmente cerrada de cintura abajo. Un ejemplar de riquísima saya de esta clase es la que nos pinta Cervantes, que sin duda las vio iguales: dice que estaba una señora «vestida de raso blanco acuchillado, con saya a lo castellano, tomadas las cuchilladas con gruesas y ricas perlas: venía aforrada la saya en tela de oro verde». (Cervantes, Persiles, Libr. I, cap. 10.) Este indumento que Cervantes llama «a lo castellano», Tirso lo llama «a la española», aunque el texto en que lo expresa está manifiestamente viciado, y aparece ropas por sayas como se comprueba por los versos siguientes: Ropas de todo color, cuyas colas pueden ser cola canóniga, o cola de una cátedra perdida; de primavera florida; otra entera a la española. Probómela el sastre a mí, y aunque con barbas, me estaba tan pintada, que pensaba que con la saya nací. (En el texto de Cotarelo dice suya, que no tiene sentido. La santa Juana, Parte 1a, NBAE, II, 252-a.) V-99. LE DICE MUY BIEN. Le sienta o le cae o le va... Acepción de decir propia de la época. Confr.: Algunos hay donde moro, que, a poco que los aticen, sobre cualquier cosa dicen, como pasamano de oro. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 47.)

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Más comúnmente se halla decir con. Confr.: Hablando con un sabio un necio presumido, mirándole sin orden de vestido, dijo: No dice bien con vuestra ciencia ese traje, (Antonio Enríquez Gómez, Canciones, Rivad. XLII, 365-c.) V-100. LUTO QUE POR SU ADONIS SE LE PUSO. El llanto de Venus por la muerte de Adonis es un lugar común de la poesía de esta época. Ejemplo: Cuando a los campos bajara Venus, y, Adonis herido, con desmayado sentido, piadosamente llorara, si bien son fábulas griegas, les diera crédito aquí: primero, que han hecho en mí imaginaciones ciegas... (Lope, La ventura en la desgracia, II, R. Acad. N. E., X, 239.) Pasajes como éste los hay en abundancia. Pero lo de vestir luto de saya entera a la moda del reinado de Felipe III es privativo de Cervantes. V-101. EL GRAN COLMILLO DEL VERRACO... La muerte de Adonis ha sido tratada poéticamente innumerables veces. Cervantes para acomodarla al tono sabiamente desgarrado de su poema, ha introducido dos novedades: la herida en las ingles en vez de en el pecho, y llamar verraco al jabalí. Lope dijo: Un jabalí, más soberbio que aquel feroz que en Arcadia abrió de Adonis el pecho con dos dagas de marfil, eterno llanto de Venus... (Lope, ¡Si no vieran las mujeres!, I, Rivad. XXXIV, 577.) Los versos de Lope ofrecen la versión poética oficial de la fábula; así y todo, no le deben nada a nadie; en cambio, hay toda una familia de cuadritos adonísticos que descienden en línea recta de Garcilaso. Véase:

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Tras esto, el puerco allí se vía herido de aquel mancebo, por su mal valiente, y el mozo en tierra estaba ya tendido, abierto el pecho del rabioso diente. (Garcilaso, Égloga tercera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 132.) Del furioso puerco el corvo diente. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 241.) El rubio mozo, por su mal valiente, que manchó con su sangre el verde prado del jabalí cerdoso al fiero diente. (Id. de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 57.) Salta a la vista lo arrimado que anda Góngora al texto de Garcilaso. En otras ocasiones supo desarrimarse y andar solo: Cierto competidor suyo quiso envestille una noche; mas él, como un jabalí dejó tendido al Adonis. (Ibid., I, 368.) Vale la pena, no obstante, comparar estos pasajes con el de Cervantes, para sorprender su aliento renovador en el modo de tratar la materia mitológica. V-103. MACO. Astuto. Rodríguez Marín afirma que es voz de germanía, y cita en su apoyo otro texto de Cervantes, de la comedia El laberinto de amor. No creemos tal, porque la voz maco la hallamos en escritores que no emplean jamás términos germanescos. Confr.: Saltó luego con él el indio maco, muy más ligero que veloce pardo. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 234-b.) A mi ver, este terceto cervantino, desenvuelve en tono jacarandoso el hemistiquio de Garcilaso, copiado por Góngora, «por su mal valiente»; y

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además, me parece versión en el mismo tono burlesco de aquellos remontados versos gongorinos: ... Poco el luciente venablo en Ida, aprovechó al moçuelo, que estrellas pisa ahora en vez de flores. Cruel verdugo el espumoso diente. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 283.) V-104. GUARDARA LA CARA. Evitar un encuentro, rehuir la batalla. Es frase de raro uso, mal definida en el Diccionario de Autoridades. Confr.: Mas frénase los ímpetus, atento que están a vista ya de don Hurtado, a quien quisieron más guardar la cara, que el bien que de seguillos resultara. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 134.) Mudé de iglesia, porque el auditor había de venir allí, y era bien guardarle la cara. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengaño. Memor. Histór. Españ., t. XII, p. 233.) Parece que guardar la cara o algo, es aplicación de la frase tomada del juego de naipes guardar la cara al basto. Confr.: Un solo remedio veo, y es, si por escapar vuestra excelencia tiene por bien que algunos de estos mueran...Pues así es, guarda la cara al basto, y triunfa de todos esos otros. (Segunda parte de Lazarillo de Tormes. Rivad., t. III, p. 95-b.) V-109. LAS MANSÍSIMAS PALOMAS... Lo general y común en la mitología es que el carro de Venus vaya tirado por dos palomas; pero no sé por qué Hurtado de Mendoza, gran humanista, cambió el par de palomas en cuatro cisnes: En el aire sereno levantada, por el cuenco del cielo rodeando, de cuatro cisnes blancos fue tirada. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 258.) Los demás poetas, entre ellos Cervantes, restablecieron la tradicional aerotracción. Confr.:

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No te canse el búho nocturno ni la agorera corneja, sino de la hermosa Venus las blancas palomas bellas. (Romancero general, Parte XII, Rom. 905, Madrid, 1947, II, 70-b.) A un verde arrayán florido se calaron dos palomas, blanca señal de que el aire la madre de Amor corona. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 249.) Y la rueda velígera, movida fue de las blancas aves que poblando el viento con el canto y con la pluma, llevaban a la Hija de la espuma. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 31.) V-119. CIPRINIA. Adjetivo que se aplica a Venus. Forma rarísima, que no hemos leído fuera de este verso. Lo ordinario es decir Cipria. Confr.: No al vínculo legal del Himeneo afectos cede ni a la Cipria dichosa. (Orfeo, de don Juan de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 11.) Llegó al palacio de la cipria diosa. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVI, Barcelona, 1618, f. 288.) La madre del amor, la cipria diosa. (Ibid., f. 172.) En quien la Cipria estrella y la Cilenia prudencia y gracia infunden sobre humana. (Ibid., Libro XXIV, f. 436.) No cuando apareció la cipria diosa al Teucro y a su Acates en el prado... (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 109.)

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Como el concento oyó la cipria diosa. (Pacheco, Libro de descripción de verdaderos retratos. Elogio de Fernando de Herrera, por Pablo de Céspedes.) V-121. VERDUGADO. Hemos visto en el verso 98 que Venus viste saya entera. Ahora Cervantes llama a la misma saya verdugado. En efecto, así se llamaba la saya adornada con «verdugos» o ribetones enguatados. Esto merece una explicación. Empecemos por la definición de Covarrubias. «Verdugado», dice, «saya a modo de campana, toda de arriba abajo guarnecida con unos ribetes, que por ser redondos como los verdugos del árbol, y por ventura de color verde, dieron nombre al Verdugado». Lleva bastante camino la etimología del maestrescuela de Cuenca. Aun decimos verdugones a las ronchas o surcos hinchados que levantan los golpes sobre la piel del cuerpo. De todos modos, el verdugado está bien descrito: «saya en forma de campana», pero tal ahuecamiento no era obtenido como dice el Diccionario de Autoridades por el empleo de «aros de ballena o de otra materia, puestos a trechos». Esto es confundir el verdugado con el guardainfante del siglo xvii y con el tontillo del xviii. Nada de esto. El verdugado era una saya entera, adornada con unos ribetones o rulos de tela gruesa, rellenos de guata, a modo de capitonés. Lo ordinario es que la tela del verdugado sea de raso o tafetán y los verdugos o ribetes sean de terciopelo. Estos rollos característicos del verdugado hicieron decir con toda propiedad y malicia a Fernando Ribera que una señora opulenta de carnes: «Era sobre gorda morena, que son correlativos las más veces... Llevaba verdugado de sí misma, gracias a la pompa de su persona». (Fernández Ribera, Mesón del mundo. Ed. Sevilla, 1946, p. 128.) Había también medios verdugados o «enaguas de armar», que se ponían debajo de la basquiña o falda. Hablando a la ligera podía llamársele verdugado simplemente, como se ve en este lugar: La Magdalena... Despide pajes y escuderos, aquí arroja el escofión de oro, acullá el verdugo y basquiña, coge un manto doblado y sola vase en casa del fariseo. (Alonso de la Cruz, Discursos evangélicos, 1599.) La invención del verdugado la juzgaba moderna F. Tomás de Trujillo; pero estaba enterado a medias. En los últimos años del siglo xv salió en Valladolid la moda de las sayas con verdugos y las caderas postizas. Prohibió la autoridad eclesiástica con excomunión tales modas; y como se discutiese en la ciudad si semejante intromisión era o no legítima, acudió en apoyo de la autoridad eclesiástica el entonces prior de los jerónimos, Fr. Hernando de Talavera, que después

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había de ser arzobispo de Granada. De su tratadillo escrito con esta ocasión, bajo el rótulo De vestir y de calzar, sacamos las grandes innovaciones que la saya sufrió en estos años. Estas innovaciones fueron tres: las delanteras, los verdugos y las caderas postizas. De la delantera hemos tratado ya, al hablar de la saya entera. Los verdugos eran una guarnición abullonada, que se hacía sobre la tela de la saya. Las caderas afectaban al vuelo de la falda, dándole forma de campana. Ningún testigo mejor que el mismo Fr. Hernando: En la muy noble villa de Valladolid fue ordenado por el prelado eclesiástico que, so pena de excomunión no trajesen los varones ni las mujeres cierto traje deshonesto; los varones camisones con cabezones labrados, ni las mujeres grandes ni pequeñas, casadas ni doncellas, hiciesen verdugos de nuevo, ni trajesen aquella demasía que agora usan de caderas; y a los sastres, que no lo hiciesen dende adelante so esa misma pena. (Fr. Hernando de Talavera, Del vestir y del calzar, cap. II, NBAE, XVI, 59-b.) En el capítulo XXII de su interesante tratado, demuestra Talavera por doce razones que el traje descomulgado de caderas y verdugos es muy malo. La excomunión de Valladolid y la actitud del confesor regio debieron cohibir la moda de las sayas verdugadas durante los años de la reina Isabel. Por eso la aparición de los verdugados cogía de nuevas a Fuentes. Pero no sabía que antes de verdugados o verdugadas hubo verdugos. Quiero decir que en el siglo xv empezó la moda de hacer verdugos sobre la saya exterior, al mismo tiempo que se dio en usar caderas postizas. Esto fue lo que vio en su tiempo y reprendió en su libro el P. Talavera. Pero, como cortar los pasos a la moda es como poner puertas al cuerpo, en el reinado de Carlos V surgió el verdugado, o sea la saya, llena de los excomulgados verdugos, y hubo verdugados y medio verdugados. Examinemos algunos modelos de estas prendas: Una verdugada entera, de damasco amarillo, con verdugos de terciopelo amarillo. Otra media verdugada de raso carmesí, con verdugos de terciopelo carmesí, aforrada en lienzo encarnado. (Testamento de 15... Arch. Hist. Nac. Consejos. Leg. 37.605, f. 24.) Una saya verdugada de grana con verdugos de terciopelo negro. Una verdugada de tafetán azul con verdugos de terciopelo encarnado. (Bol. R. Acad. Hist., LXXIII, 531.) La aparición del verdugado corresponde, pues, a los primeros años del reinado de Carlos V. El poetastro de Orozco, satiriza a una señora que usaba continuamente el verdugado. (Vid. Cancionero de Orozco, Biblióf. Andaluces, p. 24.)

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La Comedia Florinea, que es de 1554, encabeza por el «verdugado» una lista de prendas femeninas. (Vid. Obra citada, NBAE, XIV, 175-a.) Cristóbal de Castillejo, que escribe antes de 1550, dice: Una dueña, diz que honrada, mujer de pompa y arreo, adoleció de deseo de una saya verdugada. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. La Lectura, LXXII, 189.) Para hacer la tal saya necesitaba Seis varas de fina grana y cuatro de terciopelo carmesí... y ciertas onzas de perlas. (Ibid., 191.) Se siguieron usando los verdugados durante todo el reinado de Felipe II. No hay más que ver las feroces acometidas de que es objeto por parte de su predicador real, Fr. Alonso de Cabrera: La mujer, dice, toda, de pies a cabeza, es mentira: la blancura, del afeite; lo rojo, del color postizo; lo rubio, la lejía... el molde, de la verdugada; la estatura, del chapín. ¿Hay falsedad como ésta, que miente con todo su cuerpo? (Sermones, NBAE, t. III, p. 259.) Las Partes primeras del Romancero, correspondientes al reinado de Felipe III, citan a menudo el verdugado. Ejemplos: Una bella casadilla que apenas tenía quince años, que quitalla de jugar con las niñas fue pecado, y por ponerse chapines, alzacuello y verdugado sin saber lo que hacía dio a su marido la mano. (Romancero general, Parte II, Rom. 87, Madrid, 1947, I, 641.) Yo juzgo a las pobres feas sin verdugado cumplido, maletas de donde saca el caminante el vestido. (Ibid., Parte VI, Rom. 474, Madrid, 1947, I, 310-a.)

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De repente nos embisten dos damas de muy buen garbo con verdugado y chapines. (Ibid., Parte VII, Rom. 614, Madrid, 1947, I, 390-a.) Todo prueba que los verdugados ganaban cada día más terreno en el siglo xvii. «Lo que más engrandece a Valladolid, dice Pinheiro de Vega, son sus verdugadas y marquesotas...» Y habla Tomé Pinheiro de Veiga (Fastiginia o Fastos geniales; traducc. de N. Alonso Cortés, Valladolid, 1916, p. 196) del Valladolid corte de Felipe III. ¿Qué clase social vestía esta clase de sayas? Al decir de Cervantes, Venus, diosa del Olimpo, no se desdeñaba de vestirla. Un libro de varios lustros atrás nos dice que lo usaban unas amigas de Venus: ¿Quién son dos mujeres galanas, las de los verdugados azules, que estaban anteayer a la puerta? (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Colec. Libros Raros y Curiosos, III, 38.) La mujer de Sancho Panza los clasificaba entre los vestidos impropios de mujeres pobres y de pueblo. (Quijote, II, 5.) Sin embargo, personas de más alto criterio los juzgaban impropios aun de las señoras de capital. Tirso debe referirse a los verdugados cuando dice: ¿De qué sirve esta campana, Si jamás en los peligros Toca a rebato al honor Del inocente marido? (El rey don Pedro en Madrid. Rivad. V, 599-a.) La crítica siguió arreciando contra el vuelo de los verdugados, hasta que obtuvo la intervención de la ley. Pero esta historia del verdugado cae ya en época posterior a Cervantes. V-123. QUEDÓ DIFUNTO. Expresión gemela de la comparación usada en el cap. II, verso 328. Aunque está elidida la conjunción como, la frase es una verdadera comparación. Confr.: Ella de verle así quedó difunta y llena de temor en un instante. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 197.)

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En busca de su vida va, difunto el rostro y corazón alborotado. (Ibid., p. 219.) V-124. DON QUINCOCES. No se ha podido hallar rastro de ningún poeta así llamado; ni se podía hallar, a mi juicio, pues Cervantes nunca llega a la sátira personal. En don Quincoces están representados los señoritos a quienes les da por ser poetas, como pudiera darles por ser inventores de la piedra filosofal. Además, el don no se solía anteponer al apellido, sino en el caso de las dueñas, melindrosas y llenas de vanas fantasías genealógicas, que servían de damas de honor de las señoras de alta posición. Puede ser que al decir Cervantes don Quincoces quiera comparar los tales poetas a las dueñas, por su melindre y vanidad nobiliaria. V-126. DANDO GEMIDOS, Y NO VOCES. Conforme la interpretación que hemos dado a don Quincoces, en este verso se le moteja de femenil y llorón, pues en vez de voces o protestas varoniles, gimoteaba como una dueña. V-128. LA DE PAFO. De los varios templos consagrados a Venus, el de Pafo (en Chipre) era el más citado en la antigüedad. Confr.: Diré tus victorias diré tus empresas, a tus pies rendida de Pafos la reina. (Romancero general, Parte IV, Rom. 269, Madrid, 1947, I, 178-a.) La Isla de Pafos tiene un templo de la diosa Venus, alrededor, del cual nunca jamás llovió. (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Crónica del hombre, Madrid, 1598, p. 65-a.) V-129. Y DE LAS OTRAS DOS ISLAS. Estas dos islas eran Citere o Cerigo, lugar del nacimiento de Venus, por lo cual era apellidada Citerea, y la Península de Gnido, en el Asia Menor, que Cervantes tenía por isla. Gnido compartía la celebridad con Pafos en la antigüedad, y ambos santuarios aparecen juntos en los poetas. Confr.: «Gran diosa en Gnido y Pafo celebrada». (Juan de la Cueva, El infamador, Jor. II. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 79.) La diosa que da leyes al cielo, que Pafo y Gnido adoran. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 107.)

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Algún poeta añadió a los tres célebres templos el de Amatunta, situado también en la isla de Chipre, y que los poetas suelen silenciar, a causa del castigo que la diosa impuso a sus habitantes, enojada por los sacrificios humanos que se atrevieron a ofrecer en sus aras. Confr.: La diosa está de sí tan olvidada, que huye la ribera Citerea; a Gnido, de pescados abastada; a Pafo, que la mar casi rodea; a Amatunta se deja despreciada, por más oro y metales que posea. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 240.) V-130. GAFO. Tullido, paralítico. Voz poco poética, usada por Cervantes en una escena realista de teatro, e introducida aquí para dar jocosidad al cuadro. Confr.: ¿Las manos gafas son aquestas, cielo? (Cervantes, El rufián dichoso, III, Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1916, p. 110.) ¡Qué galos tiene los dedos aquel que llaman el rey viejo! (Gracián, El criticón, Parte 3.a, Cris. I, Barcelona, 1734, página 282.) Dícese está el emperador muy impedido y gafo de pies y manos, de la gota. (Avisos de Barrionuevo. Ed. Madrid, 1892, t. II, p. 405.) V-132. GARRAFO. Masculino de garrafa. Jarra de boca ancha, para vino o agua. Confr.: Pone una mesa en medio del patio y en ella una garrafa de vino. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 478.) Vuesas mercedes beban en la garrafa, si quieren beber menos angosto. (Rodrigo Fernández de Ribera, El mesón del mundo. Ed. Sevilla, 1946, p. 33.) Cervantes masculinizó humorísticamente el vocablo garrafa. De acuerdo con Rodríguez Marín en que este garrafo contiene una alusión al alcoholismo de don Quincoces; pero disentimos en la apreciación del ilustre crítico de considerar la garrafa como vasija específica de refrescar el agua, con las demás consecuencias que él deduce.

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V-135. QUE TUVO EN SU CRIANZA PEDAGOGO. Pedagogo llamábase entonces, no al tratadista de Pedagogía, como ahora, sino al ayo o preceptor de un niño, o niños, de familia pudiente. Este dato acentúa la interpretación del verso 124. Cervantes usa esta voz en el sentido expuesto: «Aquel buen viejo Sileno, ayo y pedagogo del alegre dios de la risa». (Quijote, I, 15). Y así se entendía comúnmente. Confr.: Cierto soldado... se hizo pedagogo intruso y ayo de algunos a quien engañó en la mitad del justo precio; especialmente engañó a un caballero que confió dél un hijo suyo, para que fuese su ayo. Díjole el caballero: Mire, padre, que le encargo este mochacho, que es travieso, para que le imponga... El dómine ayo se lo prometió así. (La pícara Justina, Lib. 1, cap. III, núm. 2. Ed. Pujol, t. 1, p. 112.) V-141. DESEMBUDÓ LA VOZ... Es parodia jocosa de la metáfora común en los poetas «sacó la voz del pecho». Confr.: «Así sacó la voz del pecho armado». (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 137-b.) V-162. AZOTANDO LAS AGUAS. La frase metafórica «azotar las aguas» se había hecho en efecto un tópico vulgarísimo. En los textos siguientes se atisba el esfuerzo de los poetas por variar la metáfora: Las innumerables tropas de ejércitos poderosos, que en ligeras galeotas, poblando mares soberbios ondas saladas azotan. (Lope, Las doncellas de Simancas, I, R. Acad., VII, 117-a.) Comenzaron las galeras a alejarse, y zarpando la capitana, a azotar el agua y el aire con los remos y velas. (Lope, El desdichado por la honra. Rivad. XXXVIII, 23-a.) ... Mañana partiremos, y a media noche los remos vayan azotando el mar. (Lope, El Grao de Valencia, I, R. Acad. N. E., I, 520-a.) Rompiendo las blancas espumas de las azotadas aguas, entró una barca. (Lope, La Arcadia, Lib. IV, Rivad. XXXVIII, 115-b.)

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Su marido armó sus galeotas... y fue a su ventura azotando las olas con mucha gallardía. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Relc. II, Desc. XIII. Ed. S. Gili, Clásicos Castellanos, La Lectura, LI, 120.) Ya el salado cristal ponen a raya, vestidos de damascos los remeros que le castigan con azotes de haya. (Vélez de Guevara, El rey don Sebastián, I, Ocho comedias desconocidas, Ed. Adolf Schaeffer, Leipzig, 1887, t. II, p. 155.) V-166. LA FATAL ESTRELLA. Pensamiento acomodado al vulgar sentir sobre la influencia de los astros en los hombres. No es posible determinar hasta qué punto creían las personas como Cervantes en esta influencia. Ya Lope indica, por una parte, que era Dios el que influía a través de las estrellas; y desde luego, los hombres de cultura profesaban la doctrina del libre albedrío, superior a todo influjo planetario. Confr.: Nacer uno en buena constelación téngolo por gran merced de Dios, porque depende de ella en alguna manera tener buen entendimiento, salud, ser valiente, o las cosas contrarias. (Luis de la Cueva, Diálogos de las cosas notables de Granada, Sevilla, 1603, p. E, III.) Quejéme de mi estrella y su influencia, de aquella abominé de haber nacido. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 4.) Las estrellas son poderosas para inclinar a un amigo más que a otro; que cuando estas amistades van por sola elección, no tienen aquella sazón y gusto que las otras. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, Rel. II, Des. XII. Clásicos Castellanos, LI, 108.) Los príncipes que nacieron desde sus reales principios de complexión delicada, sangre pura, humores limpios, siempre viven más sujetos (si a astrólogos dais oídos) que el pueblo a las influencias de las estrellas y signos. (Tirso, Privar contra su gusto. Rivad., t. V, p. 351-a.)

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¡No hay estrellas sin Dios! —Son armonía por quien el hombre su grandeza advierta: que canta el Cielo, en cláusulas de estrellas, la eterna potestad que puso en ellas. (Lope, La mayor corona, I, R. Acad. N. E., II, 326. ) Porque, si el sabio, el que es fuerte, es señor de las estrellas, aunque me lo manden ellas, puedo yo con mi albedrío gozar de mi señorío y dejar de obedecellas. (Lope, Lo que ha de ser, III, Rivad. XXXIV, 518.) V-169. UN DEDO. Corriente en poetas y prosistas tomar el grosor del dedo por medida, debido a que antiguamente el dedo era fracción de la unidad de medida, la legua. Confr.: Por leyes de. Castilla (Partida I, ley 4, tít. 13), tiene la legua tres millas, y la milla mil pasos, y el paso cinco pies, y el pie quince dedos, aunque Covarrubias dice que han de ser diez y seis dedos. (Luis de la Cueva, Diálogos de las cosas notables de Granada, Sevilla, 1603, p. C IIII.) De la boca de Inés puedo, como testigo, afirmar que se queda por llegar a las orejas un dedo. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, p. 14.) Vi venir unos tan hinchados con poco saber, otros con riquezas, otros con favores..., que no estaban en dos dedos de hacerse adorar por dioses. (Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCVI, 20.) Y aún no estoy en dos dedos de decir... (Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1928, p. 103.) Un obispo... que no estaba en dos dedos de ser cardenal. (Ibid., p. 161.)

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Que ya los pocos nuestros no se vían de la tisera de Atropos un dedo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 167.) Yo que no estaba un dedo para ahorcarme... (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado. Memor. Histór. Esp., t. XII, p. 273.) Modo familiar de expresar una cantidad o espacio mínimo. Confr.: Amor quiere que calle; yo no puedo mover el paso un dedo, sin gran mengua. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 45.) ... Si el mal yo viese, ya no puedo, según con esperalle estoy perdido, acrecentar en la miseria un dedo. (Ibid., 164.) Solo yo soy un hombre que estoy quedo, que nunca trocaré la fantasía ni el cielo me hará mudar un dedo. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 168.) La edad tan inútil, el mundo tan viejo, que para morirse no le falta un dedo. (Romancero general, Parte VII, Rom. 620, Madrid, 1947, I, 395-a.) V-174. PUERTA Y LLAVES. Es decir, dueña y señora de tantas voluntades. Véase la nota al verso 55 del cap. II, donde estudiamos la metáfora de llave. Confr. además: En dolerte del tormento y pena de mi señor, pues que sabes que cuanto por él acabes será merced no pequeña.

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¿Cómo, y tengo yo las llaves del corazón de mi dueña? (Comedia llamada Vidriana. Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 206.) V-187. CALABAZAS. En convertir a los poetas en calabazas aludía Cervantes a su falta de seso, dada la analogía que comúnmente se establece entre la vacuidad de estas cucurbitáceas y el cerebro de muchas personas. Confr.: En verano y en invierno ¡qué vemos de calabazas, cuyo peso es infinito por ser infinito vanas! (Romancero general, Parte V, Rom. 337, Madrid, 1947, I, 277-a.) ¡Qué de peras y de peros, qué de guindas en los guindos, qué terribles calabazas, casi en número infinito! (Ibid., Rom. 343, I, 332-b.) Pues hijo de calabaza, tales sacaría los cascos. (Lope, La inocente sangre, II, R. Acad., t. 9, pp. 187-190.) Todavía no queda excluida totalmente la alusión de Cervantes al contenido alcohólico que se usaba echar en las calabazas, motejando a los malos poetas de amigos del vino. Confr.: Empino tras esto un jarro de pico y una calabaza de hasta tres cuartillos. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1.078, Madrid, 1947, II, 182-a.) V-194. LÁNGUIDOS. Es decir, desfallecidos o extenuados. Confr.: Ya ve delante el Sueño; la Tristeza; el de pálida tez, lánguido Morbo. (Orfeo, de don Juan de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 26.)

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V-205. BÓREAS. Véase la nota del cap. II, verso 122. V-206. ANTECOGIDA. Participio del v. antecoger. Llevar por delante o conducir gente o rebaño a pie. De uso muy antiguo. Confr.: Del todo llevaban delante vencida una gran gente muy apasionada, como vítores que la cabalgada llevan alegres muy antecogida. (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce apóstoles, NBAE, XIX, 364-a.) Muy usado por Cervantes. Confr.: Quijote, I-19; II-25; II-17; II-66. V-207. LOS CERDAS. Equívoco muy corriente en aquella época, en el que entraban en juego tres sentidos: cerda, pelo de caballería, Cerda, apellido de la casa de Medinaceli, y cerda, hembra del cerdo. Confr.: Y que mataré a quien diga que es parienta de los Cerdas, pues tenellas por el cuerpo no es de floja ni de necia. (Romancero general, Parte VI, Rom. 348, Madrid, 1947, I, 237-b.) Que podrá ser que se pierda; que fácil podrá una Cerda atravesar un Girón. (Lope, Los milagros del desprecio, II, Rivad. II, 243.) Violín no, que es gran mohína que suene más un violín con las cerdas de un rocín, que de un duque de Medina. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 358.) Trajo veintidós años día por día un cilicio de cerdas ordinario. (Ibid., III, 18.) Venturoso el ermitaño que trajese todo el año de estas cerdas el cilicio. (Ibid., I, p. 206.)

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Los Cerdas, pues, de Cervantes, encubren bajo el apellido retumbante de los Medinaceli un epíteto nada lisonjero ni limpio para los malos poetas. V-209. POETAS ZARABANDOS. Poetas que escribían letras para el baile de la zarabanda. El adjetivo zarabanda es de creación cervantina, en sentido jocoso. Caso análogo vemos en Calderón: «Y él se fue a sus pitos flautos». (El secreto a voces, II, Rivad. VII, 420-a.) Sobre el baile de la zarabanda, vid. Rodríguez Marín, El Loaísa del Celoso extremeño, p. 257. V-210. SETA ALMIDONADA. Escuela poética crespa y estirada. En el mismo sentido que en Cervantes, se encuentra almidonado en otros poetas. Confr.: Almidonados poetas, por quien la beldad acaba de ser nido y ser aljaba de Amor y de sus saetas, danme canciones discretas. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 174.) Finalmente, os aconsejo, parroquianas de esta feria, que de estos almidonados no se ocupe el alma vuestra. (Romancero general, Parte XII, Rom. 915, Madrid, 1947, II, 76-a.) Cervantes gustaba mucho de esta voz, aunque no la usa en el Quijote. Confr.: Denme, pese a mis pecados, ¡Siempre yo de aquesta guisa medro con almidonados! (Cervantes, El gallardo español, II, Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1915, p. 63.) ¿Han visto el ángel, tonto, almidonado, cómo quiere empinarse sobre todas? (Cervantes, El rufián viudo, NBAE, t. 17, p. 7-b.) V-211. TIERNOS, DULCES, BLANDOS. Sátira de los poetas dulzarrones, degeneración de la escuela de Garcilaso, que infestaron a España hasta el triunfo de la escuela de Góngora. Confr.:

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¿Hay galeras, hay Argel, hay tahona, hay mal casado, como servir a un penado de estos de azúcar y miel? (Lope, La fuerza lastimosa, I, Rivad. XLI, 262-b.) V-213. EN ... BANDOS. Bandos, partidos o sectas, como dice el mismo verso. Confr.: Con que en celosas rabias y disgusto siempre a Toledo trajo en bandos puesta. (Valbuena, El Bernardo, Lib. VIII, Rivad., t. 17, p. 2I9-a.) Como en tiempo de eclipse, el temeroso vulgo, en bandos y cuentos repartido el enlutado sol mira medroso. (Ibid., Lib. XVI, Rivad. IV, 305-b.) Así el barco, volando por el viento, el mundo tiene en bandos alterado. (Ibid., Lib. XVI, Rivad., t. 17, p. 305-a.) V-214. SE COMIDEN. Comedirse a es allanarse o conformarse humildemente. Confr.: Óyelo todo el rey y disimula y a llegar cortésmente se comide. (Villaviciosa, La mosquea, VI, Rivad., t. 17, p. 594-a.) V-215. A COMPLACER LA BELLA ROGADORA. La intervención de Venus con los vientos es un episodio del poema de Antonio de Escobar,Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613 (folios 171-172). V-216. CON UN SOLO ALIENTO LA MAR MIDEN. Los vientos en una sola dirección recorren el mar. Es bastante común en los poetas el verbo medir en esta acepción tropológica. Confr.: Hasta el monte del egipcio Alcides mi majestad con sacro imperio mides. (Lope, La mayor corona, I, R. Acad. N. E., II, 327.)

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Los montes mide y las campañas mora (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 221.) Surcar el ancho piélago del día y medir de este mar la monarquía no es hazaña ninguna. (Antonio Enríquez Gómez, Canciones. Rivad. XLII, 363-a.) Tú, rey de los otros ríos, que de las sierras sublimes de Segura al Oceano el fértil terreno mides. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York,. 1921, t. I, p. 61.) Viéndola como mide con más ligeros pies el verde llano. (Ibid., t. I, p. 31.) V-235. EL PIEZGO DE LA BOCA ATADA. El reborde fruncido por la atadura de la boca del cuero de vino o de otro líquido. Confr.: Dijo fray Jarro, con una vendimia por ojos, escupiendo racimos y oliendo a lagares, hechas las manos dos piezgos y la nariz espita. (Quevedo, Visita de los chistes. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 31, p. 286.) Los taberneros... aguadores de cuero, que desmientes con el piezgo los cántaros. (Quevedo, La hora de todos. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 34, p. 135.) Hay muchos hombres en esta corte... tan hinchados, que parece traen piezgos como odres, por bajo, porque no se les vacíe el aire. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Españoles, I, 7.) V-247. CERNÍCALOS. Llamar a los malos poetas cernícalos y mochuelos parece que es ingeniosidad de Cervantes, imitada después de él. Confr.: ¿Qué haré yo, hormiga, entre tantos cernícalos y mochuelos? (Quiñones de Benavente, Loa de Rueda y Ascanio, XVIII, 576-b. Se refiere a los graciosos del teatro.)

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Cerquen los ojos, que os están mirando, legiones de poéticos mochuelos, de aquellos que murmuran imitando. (Lope, Soneto XII. Ed. Sancha, t. XIX, p. 12.) V-247. LAGARTIJEROS. Cazador de lagartijas, como perdiguero, aplicado a perro, cazador de perdices. El sentido de lagartijero es rastrero, aficionado a presas bajas y despreciables. Es adjetivo, a mi juicio, creado por Cervantes. No le he hallado en ningún autor contemporáneo. Por analogía, confr.: Cual llevaba la cierva, cual venado, cual oso que llamamos hormiguero. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias, Rivad. IV, 116-a.) V-257. CIPRIANA. Adjetivo análogo a ciprinia, del que quedó nota en el verso 119 de este mismo capítulo. En la época de Cervantes no suele usarse esta forma, sino cipria; sin embargo, había sido usada por el marqués de Santillana. Confr.: Tal dicen que Eneas vido a la Cipriana, cuando se le demostró, cazando. (Marqués de Santillana, Coronación de mossén Jordi, NBAE, XIX, 533-a.) V-258. PUSIERON... A SALVAMENTO. Poner en salvamento, venir en salvamento, llegar a salvamento, son frases de marina, equivalentes a desembarcar en tierra sanos y salvos. Confr.: Si dan limosna, es porque venga la hacienda de Indias en salvamento. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 198.) Y al fin llegaba y puesta en salvamento donde al soberbio mar la tierra enfrena... (Virués, El Montserrate, V, Rivad., t. 17, p. 516-b.) V-261. SABOYANA. Saboyana. Dice la Real Academia en su Diccionario que era una «ropa exterior que usaban las mujeres, a modo de basquiña abierta por delante». Por tal y tan defectuosa descripción, no sólo no se sabe lo que era la saboyana sino que se cae en manifiesto error.

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La basquiña era la falda, que se vestía con cuerpo y mangas de diferente tela y formaba un vestido propio del reinado de Carlos V. Esta basquiña o falda podía ser cerrada o abierta por delante. Sucedió a este indumento la «saya entera» propia del reinado de Felipe II y Felipe III. Era como hemos dicho un vestido completo, falda, cuerpo y mangas de la misma tela. (Ver la nota al verso 98 de este capítulo.) La identidad de saya entera y saboyana consta por dos pasajes de este mismo poema, y aun del mismo capítulo. En el verso 98 dice que Venus vestía «una gran saya entera, hecha al uso». Y en el verso 261 dice que Venus «del luto se quitó la saboyana». No puede darse identificación más clara. Parece lógico que esta moda femenina fuera importada de Saboya. La fecha de importación la indican los textos. En los Coloquios satíricos, de Torquemada, impresos en 1552, se dice: Unas piden saboyanas, otras galeras, sayños, saltambarcas, mantellinas, sayas con mangas de punta... Y de lo que me toma gana de reír muy de veras es que lo mismo quiere traer la mujer de un hombre común, que la de un caballero. (Antonio de Torquemada, Colloquios satíricos, 1552, NBAE, t. VII, p. 530.) En la Comedia Florinea, obra de 1554, figura «la saboyana» entre las prendas de vestir que usaban por esta fecha las mujeres. (Vid. obra citada; NBAE, XIV, 175-a.) En El crotalón, que es de aproximada fecha, hallamos varias referencias de la saboyana, como de prenda muy conocida. Vr. gr. Pone en boca de una dama: Hice basquiñas, saboyanas, verdugados, saltaembarca, nazarena, rebociños, faldillas, briales, manteos y otras ropas de paseo, de por casa. (El crotalón, NBAE, t. VII, p. 163.) Y enumerando los regalos de una señora: Zamarro, saboyana, pieza de terciopelo, joyel, sortija... (Ibid., p. 164.) Y traduciendo o glosando un versículo de Isaías, dice: «Quitarles ha las camisas muy delgadas y los manteos, basquiñas, briales, saboyanas, nazarenas y rebociños». (Ibid., p. 249.) Por el texto citado de Torquemada podernos inferir qué clase social vestía la saboyana. Es de creer que fue de uso general.

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La mujer de Sancho Panza recriminando a su marido sus infructíferas andanzas, le pregunta: «¿Qué saboyana me traéis a mí? ¿Qué zapaticos a vuestro hijo?» (Quijote, I, 52). El hecho de poner en una misma línea de importancia «saboyana» y «zapaticos» demuestra que Teresa Panza podía usar dicha prenda, lo mismo que los chicos podían usar zapatos en los días que repican gordo. Ahora bien, el género o tela de las saboyanas era lo que difería de una clase social a otra. La misma mujer de Sancho contrapone la saya parda a las saboyanas de seda como «una Marica y un tú a una doña tal y señoría». (Quijote, II, 5.) Además, la «saboyana» anduvo en coplas populares, índice seguro de su popularidad. Véase: Compradme una saboyana, marido, así os guarde Dios; compradme una saboyana pues las otras tienen dos. (Veinte y dos coplas, diálogo entre marido y mujer.) Loores a Dios del cielo y a la reina soberana, pues tengo ya saboyana. (4.° Villancico) ¿Qué demandais más, galana, pues ya tenéis soberana? (5.° Villancico) (Coplas de Blas de Aytona; Gallardo, Ensayo, I, 350.) Eugenio de Salazar comparó las saboyanas femeniles a las garnachas o togas de los magistrados. Algún parecido habría entre unas y otras prendas, cuando el humorista escritor pudo decir: Los gobernadores que su majestad aquí envía (a Tenerife) para administrar justicia, andan con sus saboyanas y bonetes. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Españoles, I, 14.) Y más adelante, después de haber dicho que los pretendientes de corregimientos son tres clases de personas, soldados, letrados y caballeros de capa y espada, dice: «Remanece cada día tanta gente nueva, así de espada y capa como de pantufo y saboyana...». (Ibid., p. 64.) Lo cual evidencia que saboyana era sinónimo de garnacha. En efecto, los documentos gráficos certifican el parecido entre ambos indumentos.

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V-263. MARTE ANDUVO... Cómo quedó Venus y qué sentimientos suscitó en Marte, lo dicen perfectamente los versos de otro poeta contemporáneo de Cervantes: Ceñida al talle y rito de Diana, la púrpura igualmente recogida, y descubierto aquello que podía fuego ardiente volver la nieve fría. (Valbuena, El Bernardo, Libro XI, Rivad., t. 17, p. 259-a.) V-265. ESCUADRÓN. Véase la nota al verso 354 del cap. IV. V-276. LORENZO DE MENDOZA. El año 1602, cuando apareció La hermosura de Angélica, se nos revela este poeta con una silva laudatoria, al lado mismo de Cervantes, que contribuyó con un soneto a engalanar los folios preliminares del poema de Lope. Era, pues, don Lorenzo de Mendoza y Figueroa, uno de tantos caballeros como jugueteaban con las musas y alternaban con los hombres de letras. Probablemente sería amigo de Cervantes. Pero su amistad más probada fue con Lope de Vega, ya que fue uno de los que en 1618 colaboró en la famoso Expostulatio Spongiae (desagravio nacional al Fénix de los ingenios españoles contra el libelo de Torres Rámila), con cuatro estrofas alcaicas. Este dato lo acredita de humanista, y de «doctísimo y nobilísimo» los organizadores del homenaje. V-280. PEDRO JUAN DE REJAULE. Famoso abogado y caballero notable de Valencia, poeta lírico y dramático, que usó a veces el pseudónimo de «Ricardo del Turia». Se conocen poesías suyas desde 1602 hasta 1616. El verso subsiguiente, en que Cervantes le llama «grande defensor de la poesía», parece aludir al libro Apologético de las comedias españolas, que con el pseudónimo de Ricardo del Turia apareció en 1616. Sin duda Cervantes conoció el manuscrito (caso como el de don Antonio García de Paredes, el de Rioja, el de Góngora, etc., etc.), y no sería inverosímil que Rejaule mismo se lo hubiera comunicado en Madrid, si, para tratar de su aprobación, vino a la corte el ilustre letrado valenciano. V-284. JUAN DE SOLÍS. Entre los versos preliminares de las Novelas ejemplares apareció un soneto de Juan de Solís Mejía, «gentilhombre cortesano», epíteto que admite la interpretación de joven empleado en la servidumbre de alguna casa noble de la corte. Que era poeta y amigo de Cervantes lo dice el soneto y el lugar en que se lee. Que en 1614 era muy joven, lo declara Cervantes en este pasaje. Solís Mejía contribuyó también con otro soneto a los elogios fúnebres de Lope de Vega. Seguía viviendo, pues, en

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1635. Estas dos únicas muestras de su numen poético han valido a su nombre la inmortalidad. V-286. JUAN DE CARVAJAL. Doctor famoso, es decir médico de renombre por sus publicaciones. Fue catedrático de la Universidad de Sevilla en la última década del siglo xvi y primeras del xvii. Sin duda Cervantes le conoció en Sevilla por las fechas en que el doctor Carvajal daba a las prensas sus dos rarísimos opúsculos, uno sobre la pestilencia y otro sobre «nueve mil y treinta y cuatro peligros a que se sujetan los naturales y vecinos de Sevilla». Gallardo, que da cuenta de estos rarísimos impresos, los da sin año; pero Escudero Peroso los coloca a finales del siglo xvi. Carvajal vivía aún y publicaba en 1622. V-296. BARTOLOMÉ DE MOLA. El mismo laconismo con que lo menciona Cervantes, guardan los libros de la época sobre Bartolomé de Mola. Nada se sabe de un poeta con este nombre. Tal vez haya errata en el texto, y convenga encaminar la investigación entre poetas contemporáneos llamados Moya, Mota, Noya, Nora, etc. V-322. LÓBREGO LUGAR... Los infiernos, o bien la gruta en que, según otro poeta latino, Ovidio (Metamorfosis, XI, 634) moraba el dios del Sueño, y delante de cuya entrada corría agua del Leteo. V-323. SACÓ SU HISOPO. Se llama hisopo la escobilla que sirve en las fraguas para rociar de agua el carbón y avivar la llama. Es acepción que falta en el Diccionario académico. Confr.: El rocío del hisopo a la fragua, aunque luego parece que la amortigua, después la hace más arder. (Fray Luis de Granada, Obras selectas, Madrid, 1947, p. 497.) Este es hisopo de fragua, que por apagar, atiza. (Lope, Amores de Albanio y Ismenia, II, R. Acad, N. E., I, 21-b.) Este debía ser el hisopo que manejaba Morfeo, dios de la gentilidad, y no el que usa la Iglesia para dar el agua bendita, que es el que define la Real Academia. En el cap. VIII, verso 230 sale otra vez el hisopo de Morfeo. Sin duda Cervantes alude ahl citado episodio de Palinuro, cuando el Sueño sacudía en las sienes del piloto una rama mojada en las aguas de la fuente y laguna Estigia y del río Leteo, que tenían la propiedad de causar sueño y olvido.

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V-323. LÁNGUIDO MORFEO. Reminiscencia de Ovidio, que dice del dios del Sueño que estaba languore soluta, «dominado por el sopor», y que era ignavus, «perezoso». Esta intervención de Morfeo está inspirada no en fuente griega, sino, como es lo corriente en Cervantes, en fuente latina, más divulgada. Aquí se trata de un pasaje del poema latino de Virgilio, La Eneida, libro V, versos 827-871, en el que se refiere el bello episodio de Palinuro, piloto jefe del héroe Eneas. El dios del Sueño le infunde a Palinuro un sopor tal, que le hace caer al mar y ahogarse: los demás barcos, que seguían confiados la ruta mareada por la nave de Palinuro, estuvieron en peligro de estrellarse contra el escollo de las Sirenas. V-325. LICOR. Esta palabra, usada en el mismo sentido, tiene su antecedente en Garcilaso: Y al que de pensamiento fatigado el sueño baña con licor piadoso. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 31.) Los humanos dan reposo a los miserables cuerpos, cual si el licor de la Estigia o el agua del río Leteo los hubiera ruciado ojos, sienes y celebros. (Guillén de Castro, El amor constante, Loa, R. Acad., I, 2.) V-325. LETEO. Parece que Cervantes hace esta palabra adjetivo, y así lo ha creído Rodríguez Marín. Pero como los nombres de ríos suelen escribirse sin artículo, bien puede ser que Cervantes quisiera decir: «licor que dicen que es Leteo». Algo debe pesar que todos los escritores contemporáneos usen el sustantivo Leteo, y el adjetivo leteo no aparezca más que en Cervantes. Por eso me he decidido a conservar la antigua ortografía, con mayúscula, que sólo Rodríguez Marín alteró en su edición. Confr.: Fingían los poetas que había aguas de olvido, y que éstas eran las de un río que llamaban Leteo. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 312.) V-326. FUENTE DEL OLVIDO. Cervantes nombra aquí una fuente, que es pura metáfora. Hay Leteo, río del olvido; hay aguas del olvido, la del río Leteo, que sale en el capítulo VIII, verso 229; pero Fuente del olvido, no

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la nombra más que Cervantes, que yo sepa. Claro que el río Leteo tendría fuente o nacimiento. ¿Sería una derivación del Aqueronte, otro río infernal? Por lo menos Lope dice: Pedid de aquella agua un vaso que corre el negro Aqueronte. (Lope, Los embustes de Fabia, I, R. Acad. N. E., V, 79-a.) La topografía infernal no estaba muy clara en la mitología. El Cocho, el Aqueronte, El Leteo, circundaban el Infierno... y nada más. V-327. ARREO. Uno tras otro, sin interrupción. Adverbio muy usado en esta época, por toda suerte de escritores. Confr.: El arzobispo don Gaspar de Ávalos, que sea en gloria, a ninguna fiesta dejaba de predicar, aunque fuesen tres arreo. (Beato Juan de Ávila, Epistolario, Madrid, 1674, p. 350.) Por los desiertos montes va perdido siete noches arreo y siete días. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 93.) ¡Ay amor, amor, blando como angeo, maldigo tu nombre mil veces arreo! (Romancero general, Parte IX, Rom. 745, Madrid, 1947, I, 5001.) Ir cada día a visitar aquella regalada habitación... Hicímoslo diez o doce días arreo. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, Relac. II, Desc. VIII, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LI, 59.) V-330. PRIVILEGIO A POETAS. Es idea consecuente de la pobreza de los poetas. (Vid. cap. I, verso 73, y del verso 394 del cap. II.) Cervantes pintó cruelmente el hambre de un poeta en el Coloquio de los perros. Y hemos dicho que el tema era un tópico de la literatura contemporánea. Confr.: Comime en ellas la capa (en las dos villas) estrella, al fin, de poetas, que nacieron condenados a pesada y larga dieta. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1.099, Madrid, 1947, II, 196-b.)

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V-331. DORMIDO COMO UN LEÑO. Comparación familiar, usada ya por Garcilaso. Confr.: Como si fuese un leño sin sentido. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 75.)

CAPÍTULO VI

VI-4-5. DE LAS COSAS DE QUE EL HOMBRE TRATA MÁS DE ORDINARIO. Idea extendidísima en la literatura contemporánea. Confr.: Velando pienso en lo peor que puedo, paso por cosas que no quiero creer; durmiendo sueño aquello que he pensado. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 80.) Después, aquella noche, ya acostado, como suele acaecer, según natura, que viene hombre a soñar lo que ha pasado... (Ibid., XI, 462.) Cuando el seso está ocupado, lo que trae impreso allí, forma el sueño imaginado; que a todos los exteriores sentidos descubren luego más libres los exteriores; y como está un hombre ciego juzga a verdad sus errores. (Lope, Campana de Aragón, I, R. Acad., VIII, 258.) Allí soñó dormido los mismos disparates que había pensado y fabricado despierta, porque el sueño es gran persona de repetirnos a la noche lo mismo 527

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que la imaginación nos ha pintado de día. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1905, p. 73.) Pues como el que duerme sueña lo que al dormirse imagina, y yo me dormí pensando en la burla prevenida, agua y más agua soñaba. (Alarcón, Todo es ventura, II, Rivad. XX, 129-a.) Si duermo por descansar, tomo de mi pensamiento el sueño por instrumento, a fin de darme pesar y de inquietarme después; y lo que de día pensamos a la noche lo soñamos, ordinaria cosa es, (Del licenciado Juan Grajales, El bastardo de Ceuta, II, Rivadeneyra XLIII, 431-b.) VI-7. DEL HUMOR QUE EN NOSOTROS MÁS ABUNDA. Conforme a la teoría fisiológica de los humores, generalmente aceptada por médicos, filósofos y literatos. Confr.: Para que conozcas cuán vanos son los sueños, debes saber que es cosa a todos muy común soñar lo que desean o temen, o lo que mucho han pensado; e según la diversidad de las enfermedades y disposiciones de las personas son los sueños diversos, y aunque estén los hombres sanos, tienen dentro de sí ocasión de soñar más unas cosas que otras; porque los sanguinos sueñan cosas alegres y placenteras, y los melancólicos sueñan cosas tristes y llorosas; los flemáticos sueñan cosas de aguas y fuentes y ríos y nieves y peces; los coléricos sueñan cosas amargas y desabridas; de manera que según la complesión que cada uno tiene le suceden naturalmente los sueños; aunque otras veces se puedan recrecer de otro accidente alguno que de otra parte sobrevienen, porque claro está que los enojados sueñan que riñen y los enemistados que se acuchillan con sus enemigos. (Fr. Francisco de Osuna, Tercer abecedario espiritual, cap. V, NBAE, XVI, p. 469.) Realmente, aunque más anden desvaneciéndose y buscando interpretaciones de los sueños algunos amigos de adivinación, ellos andan conforme a los tiempos y a los mantenimientos y obedeciendo al humor predominante,

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que es lo más ordinario. Es grande ignorancia ponerse a interpretar lo que procede de humores calientes o fríos, húmidos o secos; y si alguna cosa sucediere que sea verdad en los sueños, o será acaso, o representación de ángeles buenos o malos. (Espinel, Marcos de Obregón, Rel. I, Desc. 24. Clásicos Castellanos, XLIII, 329.) ADONIS. ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? VENUS. ¿Qué tienes, señor? ADONIS.         No sé. VENUS. Pues habiéndote aquí puesto desde mis brazos en pie, ¿te levantas descompuesto? ADONIS. La sangre de aquesta edad, como está ardiendo en las venas, finge con ferocidad campañas de guerras llenas, armas, sangre y novedad. (Lope, Adonis y Venus, III, R. Acad., VI, 28-a.) VI-8. TOCA EN REVELACIONES. Los siguientes textos abonan el pensamiento de Cervantes: Aquestos sueños pasados que en Josef visto habéis, decid, hermanos, ¿creéis que son de Dios revelados? Si, de eso estamos turbados. (Miguel de Carvajal, Tragedia Josefina, I, Biblióf. Españoles, VI, 18.) Lo que sueñan de noche tienen por revelación de Dios y en despertando lo ponen por obra, como si fuese el principal precepto de su ley. (El crotalón, NBAE, t. VII, p. 166.) Aunque es verdad que los sueños no tienen de ser creídos por ser confusas especies de aquellas cosas que oímos, cuando son males se temen porque suelen ser avisos de Dios, que en sus obras tienen investigables caminos. (Mira de Amescua, Rueda de la fortuna, I, Rivad. XLV, 7-13.)

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DON ALONSO. De decirte me olvidaba unos sueños que he tenido. TELLO. ¿Agora en sueños reparas? DON ALONSO. No los creo, claro está; pero dan pena. TELLO.      Eso basta. DON ALONSO. No falta quien llama a algunos revelaciones del alma. (Lope, El caballero de Olmedo, II, R. Acad., X, 179-a.) Mire, padre: en la Escritura Faraón y algunos soñaron. (Lope, La Campana de Aragón, I, Rivad. III, 39.) En el siglo xvi, el eminente teólogo P. Osuna, se mostraba refractario a admitir las revelaciones entre sueños, por temor a la intervención diabólica. Dice así: Puesto que no haya cosa de menos certidumbre que los sueños, ni haya cosa que más presto deba el hombre lanzar de sí que las imaginaciones que soñó, por ser inciertas, empero también acaece durmiendo a los varones recogidos muchas cosas e muy buenas. Que lo primero de la falsedad de los sueños sea verdad, el mesmo desvarío dellos lo muestra muchas veces, para que así cualquier hombre, por simple que sea, conozca que en despertando los ha de apartar de sí, desechándolos del corazón, porque, según dice el Sabio (Ecles., V, b): Donde hay muchos sueños hay muchas vanidades. Es empero tan astuto el demonio que, como sepa lo que soñamos, y muchas veces nos cause él los sueños, hace que nos acaezca entre día parte de lo que soñamos de noche, para que así demos algún crédito a los sueños; onde si soñaste que caía sobre ti una casa, acaece que pasando por alguna calle derriba el viento una teja, e dices ser aquello que soñaste; y si sueñas que hablas con alguna persona que está muy apartada de ti, otro día te traen alguna carta suya o te hablan della dándote nuevas de su salud, dices que se cumplió tu sueño. Por evitar estas vanidades e otras infinitas, que ocioso o malicioso demonio enreda, nos avisó el Sabio diciendo (Ecles., XXXIV, c): A muchos hicieron errar los sueños y cayeron los que en ellos esperaron. (Fr. Francisco de Osuna, Tercer abecedario espiritual, cap. V, p. 465, NBAE). En cambio, en el siglo xvi, otro teólogo de no menor autoridad, se muestra tan inclinado a admitir revelaciones en sueños, que he aquí lo que cuenta que acaeció a su madre:

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Murió un criado de la emperatriz, de repente, estando en El Escorial; ella lo soñó en Madrid, y lo dijo luego a otros, para que rogasen por su ánima a Dios. Era sierva de Dios y tenía algunas manifestaciones de muchas desgracias, para que hiciese oración por ellas. Tenían sus sueños las circunstancias que eran menester para creer que eran de Dios. Algunas veces se le aparecieron en sueños los difuntos, y aun personas vivas necesitadas, descubriéndola sus trabajos y pidiéndola rogase por ellos. (Nieremberg, Oculta filosofía de la sympatía y antipatía, Barcelona, 1645, p. 174.) Además, refiriendo los sueños de Ciro, Astiages, Aníbal, Hécuba, etc., dice Nieremberg: Algunos atribuyeron estos sueños a la mejor parte; porque como dice Sirbecán, filósofo de los indios, no solamente en los buenos y virtuosos causaba Dios sueños verdaderos, sino en los malos, por su inmensa misericordia... Pero en la Sagrada Escritura hay más auténticos ejemplos de sueños sobrenaturales en los sueños de Josef, Faraón, Gedeón y Nabucodonosor. (Ibid., f. 174.) VI-10. DORMÍ Y SOÑÉ, Y EL SUEÑO LA PRIMERA. La edición príncipe y todas las siguientes ponían «tercera» en vez de primera. Es error manifiesto, si se lee a derechas el contexto. Tres son las causas de los sueños: primera, las cosas que más a menudo baraja el entendimiento en estado de vigilia. Segunda, los humores predominantes físicamente. Tercera, las revelaciones de orden sobrenatural. Evidentemente que los sueños que Cervantes cuenta a continuación no pertenecen a la tercera clase, sino a la primera. VI-10-11. PRIMERA CAUSA. La primera causa, o sea, lo que el hombre piensa durante el día y revuelve más en la imaginación, dio al sueño que soñó Cervantes tema o asunto capaz de juntar el hartazgo y el hambre. El sueño fue de la vanagloria, la cual contempló el soñador en tal forma y figura que al mismo tiempo se ahitó de verla y se quedó con hambre. VI-12. AHÍTO. Sustantivo: significa indigestión, hartura indigesta. Confr.: Además del texto de La Celestina y del de Quevedo, que cita el Diccionario de Autoridades: Mirá si pasión o ahítos por allá os tenéis. (Farsa llamada Rosiela. Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 516.)

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Andaban váguidos por aquella casa, como en otras ahítos. (Quevedo, Historia de la vida del Buscón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1927, p. 42.) En este último texto de Quevedo se observa la misma yuxtaposición de los dos términos antitéticos que en Cervantes. VI-12. DENTERA. Deseo de comer que despierta la vista de algo apetitoso. Confr.; Esta vieja, de mi dueña comadreja, ni piensa en hoja ni ramo, sino en lucir la pelleja por dar dentera a mi amo. (Comedia llamada Vidriana. Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 214.) Pues él comió los agraces, no padezcamos nosotros la dentera. (Tragedia Policiana, NBAE, XIV, 13-b.) Espíritu malino que me fiera y aun me acabase siquiera; pues tanto mal se me face, que lo que a las otras prace a mí me pone dentera. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XCI, 194.) A Dios, por quien él es, suplico quiera que vivas desterrada y sin gobierno, sufriendo suma hambre y gran dentera. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 449.) VI-13. SUEÑA EL ENFERMO... Ideas vulgares de todas las épocas. Confr.: Acontece a algún enfermo, si de una gran calentura, codicioso de agua, se ha dormido con gran sed, en aquel poquito de sueño se le aparecen cuantas fuentes en su vida vido. (Cristóbal de Villalón, El crotalón, NBAE, t, VII, p. 177.)

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VI-22. ACUDE EL TIERNO AMANTE. El sueño de los enamorados tiene su literatura. Confr.: Si duermo, soñando pienso que te hablo; al mismo instante huyes, y quedo suspenso, la voz y mano delante, ¡Sueños! Quien de vos se ceba, no se acuerde del remate; entráis haciendo gran prueba y salís por disparate. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 286.) El sueño, autor de representaciones, en su teatro sobre el viento armado, sombras suele vestir de bulto bello. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 57.) Yo, como estaba sin ti de imaginaciones varias rendida, me había dormido bañada en lágrimas y ansias; soñaba terribles sueños, que, aunque estos no importan nada, según nos manda creer nuestra religión cristiana, me daban notable pena; porque soñé que bajaba un león de Peñalén, y que al pie de la montaña me hallaba junto a una fuente con un retrato o estampa en las manos, que había hecho yo misma de cera blanca; y que yo por huir dél, le dejé, y él, como estaba furioso, le deshacía, lleno de cólera y rabia. Y replica su esposo: Basta, que por sueños locos

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encubres verdades claras. Soñaste cosas de pena, porque con la pena estabas de mi ausencia; que ese sueño la sangre adusta le causa. (Lope, Príncipe despeñado, III, R. Acad., VIII, 149-b.) vez:

VI-25. EL AVARIENTO ENTREGA. Idea vulgar versificada tal cual Como avariento suele, que soñaba el tesoro a sus dichas descubierto, en quien su no saciable sed hartaba, que, al mejor tiempo, por su mal despierto busca en vano el tesoro que gozaba. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro IV, Barcelona, 1618, f. 73.) Alguno en su pajiza cama echado, a quien necesidad quitó la cena rico durmiendo y pobre desvelado su choza vio de igual tesoro llena... llenando grandes sacos de oro ardiente, que en sombra volverá la luz siguiente. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XII, Rivad. IV, p. 266-a.) Véome como el mísero, engañado de Morfeo, que próspero le hacía; y le robó, con despertarle, el día los tesoros que el sueño le había dado. (Jardín de Apolo, de Francisco de Francia y Acosta, Madrid, 1624, f. 2.) VI-28. GUARDÉ EL DECORO.

—¿Qué quiere decir decoro? —Cuando queremos decir que uno se gobierna en su manera de vivir conforme al estado y condición que tiene, decimos que guarda el decoro. Es propio este vocablo de los representadores de las comedias, los cuales entonces se decía que guardaban bien el decoro, cuando guardaban lo que convenía a las personas que representaban. (Juan de Valdés, Diálogo de la lengua. Ed. La Lectura, Madrid, 1928, p. 133.)

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La doctrina del maestro la confirman los discípulos. Confr.: —Debes aborrecer a esa mujer. —¿,Yo? ¡La adoro! —¡Bien le guardas el decoro en lo que quieres hacer! (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 425.) Esto, que ver no quieres, te he contado; lo demás, como alfombras, plata y oro, paños de aljófar en cendal labrado, y tafilete de artificio moro, aquí lo puedes ver; sólo he guardado, por guardar a los hombres el decoro, para la postre, veinte esclavos, tales, que no los tiene rey del mundo iguales. (Lope, El duque de Viseo, I, Rivad. III, 424.) VI-30. NO SOY TROGLODITA. Quiere decir, no soy un salvaje. Los trogloditas eran un pueblo vagamente localizado en la costa africana del mar Rojo. Hablan de ellos los historiadores griegos. de los que algún que otro eco recogió Fernández de Oviedo: Otros que corren más que caballos, estos se llaman tragloditas (sic). (G. Fernández de Oviedo, Las Quincuagenas, Madrid, 1880, p. 87.) Generalmente en los poetas de la época cervantina, troglodita es sinónimo de bárbaro o salvaje. Confr.: Viviré entre arimaspos, entre scitas, latófagos, cíclopes, trogloditas. (Valdivielso, Vida de san José, Libro X, Madrid, 1680, f. 122.) Cual dice sollozando: ¡Ay, prenda cara! ¡Quién dentro en sus entrañas te escondiera de aquellos trogloditas inhumanos! (Ibid., Libro XIX, f. 222.) ¡Caminad, trogloditas! ¡Callad, bárbaros! ¡Pagad, aniropófagos! (Don Quijote, II, 68.)

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VI-30. NI SOY MORO. El moro era conceptuado un ser abyecto y despreciable. Cervantes comparte la opinión general. Confr.: ¿Qué es esto, noble señor? ¿Soy yo moro, o soy traidor? (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 272.) D. M. ¿No has oído misa tú? ¿Soy yo turco? Siendo fiesta, V. ¿sin misa había de quedarme? (Tirso, La celosa de sí misma, I, Rivad. V, 129-c.) Por ahí cuentan por donaire que yendo un día a caza tras un puerco Mahoma, topó con una vaca, y que del golpe que le dio y del miedo, echó una boñiga, y que él la paró a mirar, y de la boñiga de la vaca y de la vista de Mahoma se hicieron los moros. (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Corónica del hombre, Madrid, 1598, p. 3- vuelto-b.) VI-36. MANOJOS. A manojos es frase adverbial algo anticuada en la época de Cervantes. Por lo menos yo no la he encontrado en autores contemporáneos suyos, y en cambio sí en los de la generación anterior. Confr.: A mis ojos se presentan a manojos vuestras beldades a par. (Vasco Díaz Tanco de Frejenal, Palinodia de los turcos. Reproducción facsímil, Valencia, 1947, p. 31.) Juventud os dé Dios y senectud con descansos a manojos. (Comedia intitulada Tesorina. Teatro Español del siglo xvi. Biblióf. Madrileños, t, X, p. 86.) ¡Clara lumbre de mis ojos! En las tus manos confío mis tormentos a manojos. (Comedia llamada Vidriana. Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 225.)

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En España hemos de ver gentes de todas naciones a manojos. (Farsa nuevamente conocida por Hernán López de Yanguas. Teatro Español del siglo xvi. Biblióf. Madrileños, t. X, p. 483.) VI-39. JUNTOS Y POR SÍ SOLO CADA UNO. Duda Rodríguez Marín que Cervantes «con sus sesenta y siete años a cuestas» soñase cosas de amor. Olvidaba el ilustre comendador dos cosas: el carácter imaginario del Viaje del Parnaso, y lo que a este propósito escribía por aquellos mismos días Bernardo de Valbuena: Que amor en sueños crece la belleza y el más frío corazón vuelve amoroso, y a veces pinta con mayor destreza en el mudo silencio y el reposo la beldad en el alma, que sería no tan bella quizá, vista de día. (Valbuena, El Bernardo, Libro V, Rivad., t. 17, p. 196-a.) VI-40. A LO DISCRETO. La frase adverbial a lo discreto difiere totalmente de a discreción. La primera significa «con parsimonia y moderación»; la segunda significa «a rienda suelta, y tanto cuanto se quiera o pueda». Los ejemplos siguientes lo patentizan: Primera: Apolo siente el mal trato; mas, negando el sentimiento, mesurado y boquirrubio, se lamentó a lo discreto. (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla. Col, de Escritores Castellanos, Madrid, 1907, p. 462.) Segunda: Comilones ... que no saben sino comer a discreción, a costa de locos y bobos, y pelallos y chupallos hasta no dejar hueso por roer. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 183-b) La frase «a lo discreto» en el verso cervantino se opone a otra frase española que significa dormir sin discreción ni medida; «dormir a sueño suelto»,

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que Cervantes usó en el Quijote I, 37 y II, 70, y en La ilustre fregona, y que era usadísima en aquella época. Confr.: Durmiendo está a sueño suelto; ya será razón, que es tarde, llegar hasta su aposento. ¡Qué buena siesta ha pasado! (Lope, Audiencias del rey don Pedro, III, R. Acad., IX, 468-b.) Gran cosa es dormir a sueño suelto. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 344.) Otra frase existía análoga, que hoy ha desaparecido: Dormir a sueño y soltura. Confr.: Volvía de noche a casa, dormía (a) sueño y soltura, no me despertaban penas mientras me dejaban pulgas. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. Nueva York, 1921, t. I, p. 33.) Durmiendo a sueño y soltura. (Moreto, Los engaños de un engaño, III, Rivad. XXXIX, 539-a.) Cervantes, en conclusión, se quedó dormido un breve rato, lo preciso para soñar lo que dice que soñó, y sin duda ni llegó al límite admitido generalmente de seis horas. Más era considerado dañoso: El dormir más de seis horas es cosa que al cuerpo daña. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1.093, Madrid, 1947, II, 192-b.) VI-41. SIN QUE IMAGINACIONES NI VAPORES... Si Cervantes durmió dos horas y pico sin imaginaciones ni vapores en el cerebro, ¿cuándo soñó lo que relata a continuación? Parece entenderse que lo soñó al final; lo cual estaría de acuerdo con ciertas ideas de su tiempo (coincidentes con las del nuestro), de que los sueños tienen lugar de madrugada, o sea, a última hora del descanso. Confr.:

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(Habla el falso Elías); Esta noche cuando al alba el matutino lucero anunciaba, cuando son más verdades los sueños; Fobetor, pálido hermano de Fantases y Morfeo, de córnea puerta, a mis ojos visión, que es cierta, ha propuesto. (Alarcón, El anticristo, I, Rivad. XX, 359-a.) VI-41. VAPORES. Véase lo dicho en la nota al verso 7. Esta idea de los vapores que suben al cerebro está estrechamente emparentada con aquéllas, y era profesada generalmente en la época cervantina. Confr.: El sueño, que se dio para descanso del cuerpo, se hace de vapores cálidos y húmedos que suben del estómago y manjar al cerebro. (Espinel, Marcos de Obregón, Rel. I, Desc. 8, Clásicos Castellanos, XLIII, 153.) El mismo Cervantes expuso esta idea en el Persiles: Los sueños, cuando no son revelaciones divinas o ilusiones del demonio proceden o de los muchos manjares, que suben vapores al cerebro con que turban el sentido común, o ya de aquello que el hombre trata más de día. (Cervantes, Persiles, I, 18.) VI-45. PANCAYA. Desde las Geórgicas de Virgilio viene sonando en la poesía tota turiferis Panchaia pinguis arenis, sin que los múltiples comentadores virgilianos se hayan puesto de acuerdo adónde cae esta aromática región. Cervantes tampoco la localiza. La toma como tierra proverbial donde se producen materias balsámicas. (Quijote, II, 38). Los contemporáneos de Cervantes mencionaron también a Pancaya, en la galería de regiones odoríficas. Confr.: De Hibla, Arabia, Sabá, Persia y Pancaya olorosos aromas encendieron. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVI, Barcelona, 1618, f. 292.) Venzan en tus anchas naves de la noche manto y rostro, sudores de la Pancaya sobre arenas del Pactolo. (Carrillo de Sotomayor, Obras, Madrid, 1613, p. 32.)

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Los olores de Pancaya, que hacen a todos raya, tendrán el aire suspenso; quemaré precioso incienso cuyo humo al cielo vaya. (Romancero general, Parte IX, Rom. 710, Madrid, 1947, I, 475-a.) No hay Panchaya con todas sus aromas que olor más fino que tus pechos eche. (Valbuena, El Bernardo, Lib. VII, Rivad., t. 17, p. 212-b.) De Pancaya las selvas admirables que al mundo sudan en copiosa vena el incienso y el bálsamo oloroso. (Ibid., Lib. XIV, p. 292-a.) Pebetes son los montes de Pancaya que holocaustos me dan sudando olores. (Lope, La mayor corona, III, R. Acad. N. E., II, 362-a.) Mal fin en mis reinos haya, si en las faldas de tu saya no me parece que miro en conchas del mar de Tiro os olores de Pancaya. (Mira de Mescua, La rueda de la Fortuna, I, Rivad. XLV, 5-c.) Zarca, antípoda de Febo, que, hecho este jardín Pancaya, para alumbrarle de nuevo, bordas de estrellas tu saya. (Tirso, El celoso prudente, I, Rivad. V, 614-b.) Tirso derivó el adjetivo pancayo: Sus pancayos cigarrales. (Tirso, El amor médico, I, Rivad. V, 382-c.) VI-54. BORRONES. Obrecillas o escritos de poca importancia positiva, o calificados así por la modestia del autor:

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Siendo aquel el principal objeto de los más a cuyas manos han de venir mis borrones, no será menos que alguna vez no dejen lo jocoso y se ocupen en lo grave y ejemplar. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, Epístola-Dedic.) ¡Cielos, no permitáis que yo sea tan loco que me atreva con los borrones de mi cansada pluma a pintar la belleza de sus ojos verdes! (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 161.) Yo trato en buen punto la impresión y enmienda de mis borrones, que estarán estampados para Navidad. (Obras de don Luis de Góngora, Epistolario. Ed. New York, 1921, III, 219.) VI-64. VOLVIENDO AL CUENTO. Fórmula común para reanudar la narración, interrumpida, sin que se quiera calificar de falta de verdad lo que se narra. Confr.: Yo tornaré a mi cuento cuando hayas prometido una gracia concederme. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 47.) Parece que será justo volver al cuento pasado. (Poesías de Baltasar de Alcázar, Ed. de Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 55.) Tornando, pues, al hilo de mi cuento. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 199.) Vuelvo al ilustre Alberto su intento, así prosigue el comenzado cuento. (Virués, El Monserrate, V, Rivad., t. 17, p. 517-a.) VI-66. GRITA. Griterío o algazara. En los textos siguientes alternan con grita los sinónimos trápala, baraja, alboroto, aplauso y risa, que en cada caso matizan su sentido: Comenzó a andar la baraja, y la grita, y los tudescos dando prisa a su arma. (Historia de Carlos V, Segunda Parte, por Fr. P. de Sandoval, Madrid, 1612, f. 83.)

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Ande la risa y la grita. (Poesías de Baltasar de Alcázar, Sevilla, 1878, p. 95.) Recibiolos la ciudad con aplauso y grita inmensa. (Romancero general, Parte X, Rom. 804, Madrid, 1947, II, 5-b) Otras veces Reduán que se atrevió a ganar solo a la ciudad de Jaén con gran grita y alboroto. (Ibid., Parte VI, Rom. 350, Madrid, 1947, I, 238-a.) La trápala y la grita anda de rota. (Valdivielso, Vida de san José, Canto XV, Madrid, 1680, folio 172.) VI-67. HÁBITO DECENTE Y CORTESANO. Desde este verso al verso 78 trata Cervantes el problema de la indumentaria de su tiempo, que era punto de preocupación para moralistas, sociólogos y políticos. El hábito cortesano, o sea, el traje masculino usado en la corte madrileña en tiempos de Cervantes, era uniformemente negro para el día, y de color para la noche y para trajes de viaje. Constaba de medias de punto y calzas atadas; jubón y ropilla; ferreruelo y sombrero. Las excentricidades en adornos y modas estaba casi totalmente excluida del traje de día, que era el que por antonomasia se llamaba hábito cortesano. VI-68. HIPOCRESÍA. No significa hipocresía en este lugar la falsa apariencia de virtud, que tiene en otros pasajes de este poema; sino el arte de disimular lo pobre, lo viejo y raído del vestido, a fuerza de limpieza y cuidado. Vestido pobre, pero limpio y sano, que dice el verso siguiente, abonan la interpretación que doy a hipocresía. Aseo y escrupulosa labor de aguja, mantenían sano, es decir, no roto ni deshilachado el vestido pobre. Todo ese arte de dar apariencia de decoro y decencia a lo que en realidad no era sino pobreza, es también hipocresía sui géneris, no de orden moral. Góngora usó la frase falso testimonio en el mismo sentido que Cervantes usa hipocresía. Confr.: Estase el otro don tal desde las doce a las siete rezando aquella oración de la mesa sin manteles,

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y sálese luego al barrio escarbándose los dientes con un falso testimonio, por el decir de la gente. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 135.) Las diatribas contra la hipocresía hallaron amplio alojamiento entre los versos de esta época. Cervantes no hizo más que sumarse a la corriente general. Confr.: Mejor se negocia ya con una apariencia casta, a lo humilde la cabeza y a lo doliente la habla, a lo socarrón la vista y a lo pródigo la estafa. (Romancero general, Parte II, Rom. 100, Madrid, 1947, I, 74-a.) No quiera Dios que imite estos varones que moran nuestras plazas macilentos, de la virtud infames histriones. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, II, 175.) A la sombra de un adorno penitente se alberga la maldita hipocresía. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1906, p. 103.) La hipocresía, pieza poderosa, a lo divino juega, es milagrosa; es tan buena esta dama, que adquiere adoración, riqueza y fama. (Antonio Enríquez Gómez, El peregrino. Rivad. XLII, 374-a.) Los poetas, a su vez, no hacían sino sumarse al clamoreo contra los hipócritas que salía del sector erasmista, de la oratoria sagrada, de la novela satírica y de todas partes. Confr.: ¡Cuántas maneras de santidades fingidas: romerías, bendiciones y peregrinaciones! (El crotalón, NBAE, t. VII, p. 248.)

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En estos tiempos... muchos se circuncidan poniéndose un saco y un rosario al lado, de cuentas muy grandes, una muerte pendiente del rosario, para espantar a los bobos, y quedándose en el interior llenos de pasiones. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 440.) Algunos han llegado a hacer de la devoción oficio. (Salas Barbadillo, La sabia Flora Malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 377.) VI-70. COLOR QUE TIENE EL DÍA...A los que en el terceto anterior presenta en traje negro de corte, contrapone otros en traje de color indefinido, dudoso, como el que tiene el día en sus primeros albores. El color de la luz primera del día o del amanecer tuvo diversos intérpretes entre los poetas, que dan validez a mi interpretación. Confr.: Pisando la dudosa luz del día. (Polifemo, verso 72.) ... las muchas lágrimas que envío, o esparza la dudosa luz rocío, o muestre Cintia lustre generoso. (Poesías de Rioja. Biblióf. Españoles, t. II, p. 179.) Cual fresca rosa en Jericó plantada que del alba libó en la luz dudosa preciadísimo aljófar... (Ibid., t. II, p. 272.) Con la primera noche te retira y con la luz dudosa te levanta. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 108.) VI-73. VARIADA PRIMAVERA. Siguen a los vestidos de negro, decente y cortesanamente, y a los vestidos de color indefinido, ni decente ni cortésmente, los que iban vestidos de varios colores, en trajes de noche o de viaje, que era donde se admitían las telas de color, formando entre todos una sinfonía cromática como la que ofrece la primavera del año. La metáfora del vestido polícromo de la primavera abundaba en toda la poesía contemporánea. Confr.:

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Madre inmensa de todo lo criado, que con diversas y pintadas flores adornas el vestido floreciente de la galana y fértil primavera. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 127.) Cuando la primavera generosa más galas rompe y viste más colores. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 182.) Veo unas señoras, en el exterior hechas unas primaveras, vestidas de colores. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 123.) No creo estará de más advertir que en tiempo de Cervantes había una clase de seda llamada primavera, conseguida por la técnica del estampado, con motivos florales muy espesos, de abigarrados colores y matices. No es inverosímil que esta primavera, de la que se hablaba vulgarmente, como hoy se habla de mañanitas, estuviese lejos del pensamiento de Cervantes, al escribir este verso, aun sin excluir la primavera natural. VI-74. VARIAS COLORES. Textos hay en los poetas contemporáneos de Cervantes que intentaron determinar los colores primaverales. Confr.: De primavera con galán vestido pajizo, blanco, carmesí y verdoso. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro V, Barcelona, 1618, f. 76.) Otro más concreto aún, fijó el color específico de la primavera, el verde, y asignó a Flora el encarnado: Las bellas ninfas, Primavera y Flora, de flores cubren el marchito prado; una le viste y otra le colora, una de verde y otra de encarnado. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 112.) Parece, en efecto, que el verde y el encarnado sobresalían en los trajes de moda hacia 1614. Confr.:

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En estos miserables tiempos, sólo esto falta; vestirse de plumería, para parecer papagallos; que ya que faltan las plumas, por lo menos en los colores lo parecen. (Cristóbal de Avendaño, Sermones de adviento, Madrid, 1617, p. 124.) VI-76. PRODIGALIDAD. El gasto excesivo de la indumentaria española venía siendo objeto de una legislación coercitiva desde tiempos de los Reyes Católicos. Algunos testimonios de la época de Cervantes bastarán para ilustrar el pensamiento que él encierra en la palabra prodigalidad. Lo primero que observamos es el cambio que los tiempos habían traído en este punto. Dice Antonio de Torquemada en 1553: Andaban vestidas las gentes tan llanamente, que no traía un señor de diez cuentos de renta, lo que agora trae un escudero de quinientos ducados de hacienda. (Antonio de Torquemada, Los coloquios satíricos..., Mondoñedo, 1553, f. 102.) Ya al declinar el siglo xvi escribía esto Prudencio de Sandoval: Vea España el estado de las cosas presentes qué diferente está dentro de tan pocos años; pues ahora cincuenta y cuatro, tenía por precios excesivos los que dije, y ahora son doblados, habiendo los mismos años, la misma tierra, los mismos ganados, la misma gente, y aun menos, y tanto dinero de las Indias entonces como viene ahora. Este secreto el que lo alcanzare lo diga, si está en el desorden de los vestidos y aderezos de casas y otros embarazos en que se han metido los castellanos, y la vida ociosa de las mujeres, peligrosa para la honestidad y profana, que no tratan de más que galas. (Historia de Carlos V. Segunda parte, por fray P. de Sandoval, 505.) El abuso radica no en el lujo de los ricos, que poco más o menos era siempre el mismo; sino en la equiparación a los ricos de los artesanos y aún de los labradores. Suárez de Figueroa afirma: Los días festivos parecen (los planchadores) por las calles no sólo caballeros, sino ricos titulados. En esta conformidad dijo un francés eran en España donosos tres géneros de personas: carniceros, zapateros de viejo y tenderos de aceite y vinagre; porque siendo del metal que todos sabían, llegado el domingo, competían con los señores, así en soberbia, como en vestidos. (Plaza universal, por Suárez de Figueroa, Madrid, 1615, p. 336.) Lope de Deza, tratando del traje y menaje de los labradores, dice que se les debe prohibir «los vestidos de seda, dejándoles muy moderadas guarniciones para los de paño y de fiesta, señalándoles las onzas de plata que bastasen a sus joyas, con alguna de oro, y permitiéndoles una copa y un jarro de plata, sin tapicerías ni estrados». (Gobierno de agricultura, por Lope de Deza, Madrid, 1618, p. 117.)

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Rematan esta nota los versos de Tirso de Molina: ¿Por qué pensáis vos que España va, señor, tan decaída? Porque el vestido y comida su gente empobrece y daña. Dadme vos que cada cual comiera como quien es, el marqués como marqués, como pobre el oficial. Vistiérase el zapatero como pide el cordobán, sin romper el gorgorán quien tiene el caudal de cuero. No gastara la mulata manto fino de Sevilla, ni cubriera la virilla el medio chapín de plata. Si el que pasteliza en pelo sale a costa del gigote el domingo de picote y el viernes de terciopelo; cena el zurrador besugo, y el sastre come lamprea, y hay quien en la corte vea como a un señor al verdugo. (Tirso, La huerta de Juan Fernández. Rivad., t. V, p. 633-a.) VI-76. LA EXORBITANCIA. Cuando escribía Cervantes, ya hacía más de medio siglo que se hablaba de la exorbitancia de los vestidos españoles y de las veleidades de la moda. Basten estos graves testimonios. Primero, el de Fernández de Oviedo, que escribía hacia 1550, y por sus correrías europeas podía enjuiciar el problema: «El vestir y nuevos trajes e costosos son al presente tan exorbitantes y tan excesivos, que es cosa vana e incomportable.» Desde que hove trece años hasta estar en éste, que corren 1555 años, podría testificar de muchas mudanzas e trajes...; y aunque algún tiempo anduve por otros reinos fuera de España, entre ninguna nasción vi tantas ni tan espesas veces mudar los trajes, como entre nuestra nasción..., ni oí decir que hobiesen seído tan costosos ni tan exorbitantes. (G. Fernández de Oviedo, Las Quincuagenas, Madrid, 1880, pp. 25 y 175.)

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Añádase el de Cristóbal de Castillejo, también hombre corrido en Europa: Solo después que volvió el Rey Católico a España y en Burgos se le juntó de gente nuestra y extraña gran gentío... he visto en el atavío más de treinta diferencias palacianas, pareciéndoles galanas por ser de tierras ajenas, y, aunque algunas harto vanas, el uso las hace buenas. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXVIII, 131.) Señala Cervantes en esta palabra varias características de los trajes españoles, a más del excesivo lujo: la extravagancia, la versatilidad, el afeminamiento, en una palabra, la falta de medida y de naturalidad. Un escritor conocido de Cervantes, Cristóbal de Fonseca, glosaba así el compendioso término cervantino: Entre los demás vicios y deleites de esta vida entra el exceso de los vestidos, la variedad de las galas, las invenciones de los trajes que saca cada día la industria humana a vender a las plazas del mundo, de que la nación española particularmente es tan notada, que pintando uno todas las demás naciones con sil particular traje y manera de vestido, pintó al español desnudo, con las tijeras y el paño en una mesa, para que cortase como quisiese, y fuese el sastre de sus invenciones, pues cada día hace en eso novedad. (Tratado de amor de Dios, Toledo, 1598, p. 438.) Lope nos suministra este dato de la versatilidad de la moda: España no tiene cosa en vestir que permanezca; lo que ayer muy bien parezca, mañana es cosa enfadosa. Un galán, ya martingala, guardó sus viejos sombreros por cuarenta años enteros en un desván de una sala; y sacándolos un día

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a vista de hombres prudentes, eran todas diferentes —¡Qué española fantasía! — Mostraron que había tenido por la variedad, belleza, como la naturaleza no hace rostro parecido. (Lope, La prueba de los ingenios, II, R. Acad., XIV 200-b.) Del afeminamiento del atuendo masculino habla así un autor muy metido en palacio y hecho a andar entre cortesanos, fray Juan de los Ángeles: «Destos está el mundo lleno; todos los más dél son muñecos, mujeriles, flacos, sin virtud y sin ser hombres: ya se afeitan y se pulen como mujeres, y se hacen traer en sillas, y se miran y componen al espejo, y presto se pondrán almirantes, y arandelas, y copetes, y ruecas en las cintas, porque ya les cansen las espadas, y el tratarles de cosas de caballerías y armas son para ellos pueblos en Francia». (Lucha espiritual y amorosa entre Dios y el alma, Valencia, 1602, Dedicatoria.) VI-77. CAMPEAN. Del verbo campear en la acepción de sobresalir, o lucir, en la que lo emplea Cervantes repetidamente en el Quijote, como sinónimo de resplandecer. (Quijote, II, 32 y II, 42). Así se ve en autores contemporáneos. Vr. gr.: Para engrandecer acá la grandeza de un príncipe, decimos que campea y se descuella en la corte entre los grandes de ella. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 128.) Suele aplicarse al hecho de tremolar las banderas en el aire, y así lo usa Cervantes en el Persiles. «En señal que lo recibían de paz y no de guerra, sacaron muchos lienzos y los emplearon por el aire». (Persiles, Libr. I, cap. III, Madrid, 1616, f. 7.) VI-80. EL ARTE A LA MATERIA SE ADELANTA. Aunque la materia era oro y marfil, el arte con que estaba labrado excedía en valor a la materia. Confr.: Y a ver tu sagrado templo, donde es vencida en mil partes de la labor, la materia, naturaleza, del arte. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 89.)

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Do el arte deja, yéndose de vuelo, a la naturaleza por el suelo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 143.) A la materia sobrepuja el arte y a la verdad iguala lo esculpido. (Hojeda, La cristiada, Lib. II, Rivad., t, 17, p. 413-a.) Decía también que su animoso pecho, donde aún a la materia vence el arte, no era todo de humana masa hecho. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XIV, Rivad. IV, 290-a.) VI-84. EL OÍRLA ENCANTA. El encanto del canto es un tópico de la poesía de entonces. Confr.: Aunque ellas encantan —siempre cantando, ser de carne sirenas— es más encanto. (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 415.) VI-86. GIGANTA. Este femenino pertenece al lenguaje familiar. Lo correcto es decir gigante, aun con nombres femeninos. Confr.: De las Vejaranas la madre gigante allí la hallamos, que toda se alacia, terciando su hija, con mucha falacia. (Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, Valencia, 1519, p. F VIII.) Sin embargo, la forma femenina se fue abriendo paso en el lenguaje. Confr.: Es otra ligerísima giganta, tan desigual engendro de la tierra, que por hablarlo todo mucho yerra, plumosa desde el cuello a la planta, rompiendo a gritos altos la garganta, extiende con su voz la de esta guerra. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. B 3.)

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Don Duardos... pudo entrar, aunque la floresta, como ya dije, estuviese encantada; así porque la intención de la giganta era que él entrase, y ya que la voluntad de la giganta no fuera, la virtud de su espada deshacía todos los encantamientos. (Palmerín de Inglaterra, NBAE, XI, 8.) Muerte de una grandeza inaccesible, giganta de una altísima estatura. (Hojeda, La cristiada, Lib. I, Rivad., t. 17, p. 409-b.) En la procesión del Corpus solía en muchas ciudades salir una figura grotesca, en forma de mujer enana (especia de tarasca), que se decía «la gigantilla». (Vid. Lope, Entremés de la muestra de los carros del Corpus en Madrid, R. Acad., II, 335-b.) VI-90. COMPOSTURA. Compostura, a juzgar por el contexto del verso 131, en donde vuelve a aparecer, es la estructura, o proporción de partes del organismo humano. Aunque, raramente, no falten ejemplos de esta acepción. Confr.: Es divina compostura la de vuestros ojos bellos. (Romancero general, Parte III, Rom. 131, Madrid, 1947, I, 96-a.) Entre las maravillas que en la compostura del cuerpo humano se pueden considerar, es de saber que está compuesto en tanta proporción y medida... (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Corónica del hombre, Madrid, 1598, p. 20-b.) VI-91. COLMO DE ESPANTO. El adjetico colmo equivale a colmado, se halla raramente en poetas coetáneos de Cervantes. Confr.: Y las mercedes colmas y seguras recibe el segador. (Fr. Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1594, f. 36.) Colma de ansias y amargura. (Ibid., f. 224.) Aunque de olvido colmos son los siglos pasados... (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 46.)

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VI-94. DONCELLA. Este escepticismo sobre la doncellez llegó a ser un tópico literario, cuya formación arranca de muy atrás. Confr.: FILENO. Quiero también entender y sentir lo que sabéis arguir contra las simples doncellas. ALETHO. Habiendo tan pocas de ellas, no habrá mucho que decir. FILENO. ¿Cómo pocas? ALETHO. Porque allende que de locas pecan muchas que sé yo, no son todas sanas, no, las que véis andar sin tocas. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 194.) De nombre, a cada calle, hay mil doncellas, que no saben qué cosa es, ni atan de oídas, castidad ni limpieza alguna de ellas. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 211.) Mas, decid, testigos falsos; ¿cuándo en Castilla la Vieja vido el cielo cuervos blancos, ni doncellas montañesas? (Romancero general, Parte XII, Rom. 914, Madrid, 1947, II, 75.) ¡Qué de doncellas de nombre, vírgenes cada semana, qué de casadas solteras, qué de solteras casadas! (Ibid., Parte XII, Rom. 891, II, 65-b.) Haríamos muy larga esta nota alegando citas por el estilo. Tirso, sobre todo, se ensaña en las pseudo-vírgenes. Véase NBAE, t. IX, pp. 218, 293, 320, 321. Góngora tampoco flojea en la misma acusación. Quiñones de Benavente tuvo que salir al cabo en defensa de las doncellas, con unos versos que después completó e hizo célebres sor Juana Inés de la Cruz. He aquí el alto el fuego del famoso entremesista:

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¡Pues y unos bellacotes redomados que dicen que en el mundo no hay doncellas! Pues, si las perseguís, ¿cómo ha de habellas? Pregunto, lengüecitas de escorpiones: ¿en la casa que hay gatos, hay ratones? (Quiñones de Benavente, Entremés del murmurador, NBAE, XVIII, 527-b.) VI-99. ENTEROS VASOS. Eufemismo, para decir doncellas vírgenes. VI-111. RICAS EN SUAVIDAD, POBRES EN CIENCIA. Como en otro lugar, reminiscencia del dicho latino, satis aelocuentiae, sapientiae parum, antítesis muy del gusto de los poetas cultos. Confr.: Largo en el padecer, corto en razones. (Valbuena, El Bernardo, Lib. X, Rivad., t. 17, p. 250-b.) VI-113. NINGUNO. La princeps escribe ningunos, plural aceptable dentro de la lengua de Cervantes; pero que no rima con oportuno. Se podría pensar que Cervantes se tomó aquí alguna mayor libertad que en los casos de veinte y frente, o treinta y renta; y en este supuesto, también sería otro rasgo de Cervantes del mismo género, y no errata, el rimar recogía y hacía con ironía de VIII, 161-163; pero, a falta de más ejemplos pareados, preferirnos corregir en ninguno y en recogía y hacía, siguiendo en esto a R. Marín, y en contra de todas las demás ediciones. VI-114. BORRONES. En este verso, borrones no está empleado en la misma acepción que en el verso 54, ni tiene ninguna de las acepciones registradas en el léxico oficial. «Borrones del olvido» no pueden ser más que cartapacios o papeles manuscritos viejos y arrumbados. En este sentido, se aproxima el significado que Espinel le dio en este pasaje: Diéronle otro maestro cuerdo, poco o nada hablador... y en pocos días enmendó los borrones que el otro le había enseñado. (Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. I, Desc. VII, Ed. La Lectura, t. XLIII, p. 130.) Aquí el sentido claro es «ensayos caligráficos», despreciables por su poco valor positivo. También se le acerca este otro texto referente a cartas y esquelas amorosas:

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Piensa que don Felipe, codicioso más de desvanecerse que de amarla, puso en manos de todos sus borrones. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotardo, Madrid, 1907, p. 144.) VI-115. AL DULCE MURMURAR. Reminiscencia de Garcilaso. El dulce murmurar... de la Égloga I y de la II dejó rastro en la poesía española. Confr.: Al sordo murmurar que se despeña el hondo valle suena comarcano. (Valbuena, El Bernardo, Lib. II, Rivad., t. 17, p. 161-b.) VI-125. DE DO NACE ADONDE MUERE EL DÍA. Fórmula poética de decir en todas partes, análoga a otras como de polo a polo. Cervantes usa esta misma del Viaje en el Canto de Calíope (La Galatea. Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1914, p. 220), y en el soneto a la muerte de Fernando de Herrera (Obras menores de Cervantes, Barcelona, 1905, p. 133). Suele hallarse en otros poetas contemporáneos. Confr.: Siendo yo aquel que enclavo corazones desde do nace el sol a donde muere. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 55.) De donde nace a donde muere el día. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XXIV, Barcelona, 1618, f. 435.) VI-127. HIDROPESÍA. La hidropesía fue la enfermedad de que murió Cervantes. Vid. J. Riquelme Salar, Consideraciones médicas sobre la obra cervantina. (Enfermedad y últimos momentos de Cervantes). Prólogo del Dr. Teófilo Hernando, Madrid, 1947. En su época se ignoraba su verdadera naturaleza. Por eso los dos versos siguientes son preciosos para valorar el concepto que Cervantes tenía del mal que le llevó al sepulcro. (Véase mi «Repertorio analítico de estudios cervantinos», palabras Hidropesía, Cardiopatía y Cirrosis, Revista de Filología Española, 1948, t. 32, pp. 39 y ss.) Según los datos que él mismo da en el prólogo del Persiles, su hidropesía estaba caracterizada exclusivamente por una sed insaciable. ¿Sería hidropesía tal como lo entiende la Medicina moderna, o sería diabetes? Los contemporáneos de Cervantes llamaban hidropesía a toda enfermedad caracterizada por la sed. Confr.:

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Los que venimos en esta manada tuvimos aquesta gran sed de tener, que cuanto más bebe más quiere beber, según el hidrópico, cuando no nada. (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce apóstoles, NBAE, XIX, 397-a.) Y por remate quería aunque darme vuestra merced nuevo más de hidropesía, porque muriese de sed. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed, Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 325.) Son celos, sin tener sed un ardor, que con porfía y con sed de hidropesía del miedo empezó a beber. (Poesías de Baltasar de Alcazar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, pp. 73-74.) El que quiere ser rico es bien comparado al hidrópico, que la agua con que piensa matar la sed, aquella mesma le pone más sed. (Sarabia de la Calle, Instrucción de mercaderes. Edición Madrid, 1949, p. 17.) Denme a beber de su hermosura un trago por los ojos; hidrópico me veo, pues bebiendo mi sed no satisfago. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro X, Barcelona, 1618, f. 172.) Su hidrópica delicia es insaciable (Antonio Enríquez Gómez, Cartas. Rivad. XLII, 372.) Vid. Miguel Herrero, Vida de Cervantes, p. 614. VI-143. CERCO DE LA LUNA. Véase la nota del cap. II, verso 282. VI-147. EL EJE QUEDO. Que la rueda de la fortuna da vueltas es vulgarmente sabido; pero se tiene la creencia de que gira sobre un eje fijo, y no es así. El eje es el que, girando él mismo, hace dar vueltas a la rueda. Por eso, para suspender las mudanzas de la rueda, era necesario fijar el eje por medio de un clavo que lo mantenía quieto sobre uno de sus pivotes. Confr.:

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No des la vuelta a la rueda, ni el clavo quites al eje, ni permitas que yo diga: «Subiome para perderme». (Romancero general, Parte V, Rom. 324, Madrid, 1947, I, 216-b.) VI-150. LEDA. Adjetivo anticuado, significa tranquilo, gustoso o satisfecho. Rodríguez Marín lo interpretó equivocadamente por «alegre», anotando este lugar. Confr.: Que pruebe aquesta espada es necesario. ¡Qué bien la esgrimo, qué brioso y ledo me queda el brazo! (Lope, Los celos de Rodamonte, II, R. Acad., XIII, 393-a.) Esta arboleda por cuyas plantas tan leda el agua del Tajo pasa. (Lope, Las paces de los reyes, II, R. Acad., VIII, 538-a.) Irá esos bosques abajo, por las riberas que Tajo baña en cristal puro y ledo. (Ibid., 542-a.) En paz tranquila, sosegado y ledo, goza la dulce quietud amada. ¡Cuán gozosa quedó mi alma y cuán leda! (F. Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1594. Sonetos preliminares y f. 328.) Tarifa es grave y hermosa, vive leda y confiada. (Romancero general. Rivad. X, 40-a.) Más vale que te declares y esos ademanes dejes, pues que con ellos me engañas y suspenso a Amete tienes; con esto vivirás leda y alegre vivirá Amete. (Ibid., 84-b.)

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Le miró con rostro afable y ledo. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 83.) VI-171. EN BAJO PUNTO. En tono bajo. Confr.: Que San Juan tardase tanto; y tú, con rostro risueño, respondiste en tono bajo: «Habrale prendido Herodes». (Lope, La corona de Hungría, II, R. Acad. N. E., II, 42.) VI-174. INGENIO LEGO. Lego quiere decir, sin estudios, sin formación cultural, y, sin embargo, habilitado prácticamente para manejarse en asuntos literarios. Confr. este lugar de Lope: En casa se decretó el hacelle Padre lego. (Lope, El santo negro Rosambuco, II, Real Acad., IV, 380-b.) De la lengua privativa de los conventos salió el adjetivo lego al mundo literario. Confr.: Con poca luz y menos disciplina, al voto de un muy crítico y muy lego, salió en Madrid la Soledad... (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 7.) Bien puedo merecer mejor que Mendoza respuesta de V. M., por bien nacido y no lego ni ignorante de letras humanas y divinas. («Carta echadiza a don Luis de Góngora». Ibid., 1921, III, 278.) VI-190. CUANDO MUCIO... Estando Roma cercada por el rey etrusco Porsenna y en grave apuro, un joven romano Cayo Mucio salió de la ciudad y atravesó las líneas con el propósito de matar al rey. Por no conocerle, mató equivocadamente a un secretario, que vestía casi igual que Porsenna. Detenido, declaró al rey que si el golpe había fallado en este intento, otros muchos jóvenes romanos estaban dispuestos a lo mismo, y tendría siempre al enemigo en su propio palacio. El rey, para hacer que Mucio explicase más claramente estas últimas palabas, le amenazó con quemarle vivo. Pero entonces Mucio metió su mano en el fuego ya encendido, y dijo impávido: «Mira en qué estimación tienen su cuerpo aquellos que ponen sus ojos

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en una gloria grande». Admirado el rey, mandó ponerle en libertad. Por esta acción Mucio recibió el sobrenombre de Scaevola, «el que no temió el fuego». (Véase Tito Livio, Historia romana, II, 12.) En el Quijote (II-8), recordó Cervantes la misma anécdota de Mucio Scévola, contada por Tito Livio, en alegación asimismo del poder de la vanagloria. Don Gonzalo Fernández de Oviedo la había citado medio siglo antes con idéntica intención de probar «lo que han fecho algunos en el mando por dejar memoria de sí». Su resumen es la mejor explicación del pasaje cervantino: «Mira lo que escriben de Mucio Scévola, romano, cuando quiso matar al rey Porsena, por descercar a Roma e librar la patria de sus enemigos, e cuán de grado puso la mano para se quemase en el fuego, porque había errado el golpe e pensando que hería al rey, hirió o mató un canciller o secretario del rey». (Fernández de Oviedo, Las Quincuagenas, Madrid, 1880, p. 408.) La leyenda era popularísima en la poesía culta. Confr.: Ni Scévola quemara su mano derecha, ... ni Sila ni el César Augusto, por solo deleite, tan magníficas obras y tan virtuosas hicieran. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col, Libros Raros o Curiosos, III, 220.) Que en el fuego de tu amor soy otro soberbio Mucio, pues que voluntariamente allí me abraso y consumo. (Romancero general, Parte V, Rom. 341, Madrid, 1947, I, 231-a.) Un César quisiera ser, un Horacio en defender, un Decio en saber morir, un Scévola en resistir. (Lope, La obediencia laureada, II, Rivad. IV, 176.) En las historias, Tito Livio y Tácito; de fortaleza alaba Roma a Cévola. (Lope, El viaje del alma. Rivad. LVIII, 148.) Mano de Scévola fiero y de Nerón el tirano. (Lope, La escolástica celosa, II, R. Acad. N. E., V, 451-a.) VI-193. ARROJÓ AL ROMANO CABALLERO. Habiéndose abierto en medio del Foro de Roma una sima enorme y de inmensa profundidad,

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los dioses declararon que solamente podría llenarse y la República ser eterna, si se entregaba y dedicaba, como un sacrificio, aquello que constituyese la fuerza principal del pueblo romano. Surgió entonces el joven Marco Curtio quien reprendió a los romanos por no haber declarado inmediatamente que solamente las armas y el valor eran lo mejor de Roma, y haciendo honor a estas palabras, se ofreció en sacrificio, arrojándose a caballo y armado en la prodigiosa sima. En el lugar de ella se formó un estanque, llamado Curcio, por el nombre del joven héroe. (Véase Tito Livio, Historia romana, VII, 6.) VI-199. DESDE LA ARDIENTE LIBIA. La Libia era para Cervantes un concepto más literario que geográfico. Confusamente se localizaba por esta época la Libia en el norte de África, hacia Egipto. Lo unánimemente aceptado era que la Libia estaba abrasada por el sol en mayor grado que ninguna otra tierra. La fiera criada en la arenosa Libia ardiente. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 176.) La seca arena de la Libia ardiente. (Mira de Amescua, Soneto. Rivad., t. 42, p. 242-b.) Los sueltos dromedarios y camellos y el fénix te dará la Libia seca. (Lope, La mayor corona, III, R. Acad. N. E., II, 362-13.) VI-199-200. LA HELADA CITIA. El extremo contrario de la Libia era la Scitia, región asiática, cuya situación puntualiza así Vasco Díaz Tanco: Esta región de Scitia confina de la una parte con el reino de Thartaria, y de otra con el mar Caspio o Hircano. (Vasco Díaz Tanco de Fregenal, Palinodia de los turcos, Orense, 1547, f. 2.) Su ortografía variaba; lo más común era escribir este nombre con s líquida; pero no falta quien la escriba como Cervantes. Vr. gr.: Vete, vete a la Citia, donde continuamente se hielan hondos ríos, se cuajan altas nieves. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 249.)

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Para los autores de esta época la Scitia era ante todo una tierra de perenne hielo. Confr.: Naciste, oh duro amor, de Scitia helado. (Obras de L. Carrillo Sotomayor, Madrid, 1613, p. 140.) Iré a la inhabitable Scitia helada. En lo escondido de la Scitia helada. En lo remoto de la Scitia helada. (José de Valdivielso, Vida de san José, cantos X, XVII y XX, Ed. Madrid, 1680, folios 122, 207 y 233.) La contraposición que hace Cervantes entre una y otra región, es recurso poético muy usado en su época. Confr.: Desde los Etíopes abrasados, hasta los senos del helado Scitia. (Gálvez de Montalvo, El pastor de Filida, NBAE, t. VII, p. 473.) Desde la Libia hasta la elada Flandes. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XXIV, Barcelona, 1618, f. 436.) VI-206-207. TENER ASIDA A LA CALVA OCASIÓN POR EL COPETE. Cervantes dio en su léxico amplia cabida a la frase vulgar «coger la ocasión por el cabello», variándola humorísticamente. En los versos preliminares de la Parte I del Quijote dijo: Tuve a mis pies postrada la Fortuna, y trajo, del copete, mi cordura a la calva ocasión al estricote. (Cervantes, Quijote, I, «Soneto de don Belianís de Grecia a don Quijote», Madrid, 1605, p. VII.) En la Parte II volvió a usar la frase: Sancho... siempre aficionado a la buena vida... tomaba la ocasión por la melena en esto del regalarse cada y cuando que se le ofrecía. (Quijote, II, 31.) En el Persiles repitió:

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No dejes, señor, que la Ocasión, que agora se te ofrece, te vuelva la calva en lugar de la guedeja. (Persiles, Lib. II, cap. XI, Madrid, 1617, f. 90.) Melena y guedeja pertenecen a la inventiva humorística de Cervantes; copete era lo corriente en el lenguaje de entonces, empleado en el sentido que ahora se dice tupé, es decir, el mechón de pelo levantado hacia atrás sobre la frente. La Ocasión, o su imagen, la representaban los antiguos calva la cabeza por la parte de atrás y con un mechoncillo encima de la frente, y esta imagen fue vulgarísima entre los escritores clásicos. Por ej.: ¿Qué tal pareciera yo con mis blancas canas junto a una niña rubia y blanca..., que cuando alzara los ojos a mirarme el copete, lo viera más liso que el carcañal, las entradas como el colodrillo de la ocasión? (Vicente Espina Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. I, Desc. V, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XLIII, 102.) Convienen mucho los autores en llamar copete al mechoncillo frontal de la Ocasión, a causa de la moda de los copetes masculinos. En efecto, en los comienzos del siglo xvii se empezó a poner de moda el tupé, como consta de muchos testimonios. Confr.: Los griegos pintaban el tiempo en figura de un mozo hermoso... en la mollera un copete de cabellos, como lo traen los mozuelos aclamados de estos años. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 120.) Enrubie el cabello, levante su copete arriba, como falso testimonio, con muchos volantes. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1627, p. 123.) El curioso inventor de usos modernos, copete y goma, que lo carguen de heno como al buey coceador sobre los cuernos. (Bartolomé L. Argensola, Rimas, Zaragoza, 1634, f. 237.) Sin embargo, tratándose del copete de la Ocasión, no existe acuerdo entre los autores sobre la cantidad de pelo. Lope dice: Sus años cincuenta son, sus cabellos no son veinte; que no se hará de su frente la imagen de la Ocasión. (Lope, El caballero del sacramento, III, R. Acad., VIII, 477-a.)

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Parece indicar que la Ocasión tenia más de veinte cabellos en el copete. Quevedo no le da muchos más: Detrás venia... la Ocasión... cabeza de contramoño, cholla bañada de calva de espejuelo y en la cumbre de la frente un solo mechón, en que apenas había pelo para un bigote. (Quevedo, La hora de todos. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXXIV, 75.) Francisco Santos reduce el copete a un pelo, como aquel por el que el ángel llevó en volandas al profeta Abacú: «A la Ocasión pintan los discretos atenienses con un pelo largo en la frente, y el que se ase de él, logra la ocasión». (Francisco Santos, El vivo y el difunto, Pamplona, 1692, p. 200.) Con estos datos se calibra perfectamente el humorismo cervantino en llamar guedeja y melena al tupé de la Ocasión. Ahora bien, la significación de la frase que comentamos es que -la ocasión de obrar hay que aprovecharla, pues el menor cambio de circunstancias podrá malograr la oportunidad. En este sentido usaron los clásicos ordinariamente la frase. Ejs.: La ocasión me dé el copete y no me vuelva la calva. (Lope, Los contrarios de amor, III, R. Acad. N. E., I, 103-b.) Pues me ofrece su cabello la ocasión, quiero lograr mi intento. (Luis Vélez de Guevara, Reinar después de morir, II, Rivadeneira, XLV, 114-c) En tropel desordenado nuestro ejército huyó, cogiendo los enemigos de copete la ocasión. (Mira de Mescua, La rueda de la Fortuna, I, Rivad. XLV, 4-b.) Cervantes en el texto del Viaje quiere decir que la Vanagloria se promete gustos y éxitos sin contar con la ocasión, a despecho de las circunstancias. VI-213. SIRVEN A SU MÁQUINA DE ATLANTE. Máquina (a más del sentido que le dimos en el verso 301, del cap. I) significa volumen descomunal de agobiadora gravedad. Cervantes lo toma aquí en sentido metafórico, puesto que el peso y corpulencia de la Vanagloria era vacuo e hinchado. En este sentido está usada la voz en estos versos:

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Este coloso de mis pensamientos, máquina inmensa de mi devaneo. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 34.) Hay en este lugar una alusión a la fábula mitológica del monte Atlas, la misma a que han aludido varios poetas, casi en iguales términos que Cervantes. Confr.: Siete Príncipes Ángeles contiene, y son siete planetas sobre Atlante y el cielo tanta máquina sostiene. (Lope, Epístola 10 a don Francisco de la Cueva, Sancha, I, 415.) Y vio un fiero gigante que venía y Hércules de su máquina le hacía. (Antonio de Escobar, Poema de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 206.) La máquina estelante tan solamente es carga para Atlante. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, tomo XXI, p. 38.) VI-213. ATLANTE. La referencia a la fábula mitológica de Atlante, casi se ha desvanecido, quedando esta palabra convertida metafóricamente en sinónimo de base, apoyo o sostén. Confr.: Atlante firme seré deste cuerpo generoso. (Lope, Fray diablo y el diablo predicador, II, R. Acad. N. E., II, 210.) Quien tiene en sus hombros mi desdicha es Atlante de mis penas. (Lope, El valor de las mujeres, II, R. Acad. N. E., X, 134.) El mundo de Hércules es que ha menester un Atlante. (Lope, Servir a buenos, I, Rivad. II, 426.)

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VI-219. ADULACIÓN. Cervantes confirma aquí lo que reiteradamente había afirmado en casi todas sus obras: su odio a la adulación. En el Quijote escribió: «Soy enemigo de todo género de adulación». (Parte I, cap. 29). «¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te extiendes y cuán dilatados límites son los de tu jurisdicción agradable!» (Parte II, cap. 18.) VI-221. MINISTRÁNDOLA. Forma anticuada de administrar, corriente en época de Cervantes. Confr.: Mesas, apenas, gabachos de agua ministrando ardiente... (Lope, ¡Ay, verdades, que en amor...!, II, R. Acad. N. E., III, 520-a.) VI-225. EL ÁSPID PONZOÑOSO ESTÁ ESCONDIDO. Garcilaso, como es sabido, trajo a nuestra poesía bucólica lo mejor de Virgilio; suya es la proverbial frase latet anguis in herba (Égl. III, v. 33) y la acuñó en español de esta manera: Estaba figurada la hermosa Eurídice, en el blanco pie mordida de la pequeña sierpe ponzoñosa entre la hierba y flores escondida. (Garcilaso, Égloga tercera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 130.) De Garcilaso pasó en herencia el pasaje a muchos de nuestros poetas, con la misma forma e idéntico aire que él le había dado. Confr.: Entre las matizadas y bordadas flores se esconde la culebra ponzoñosa. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 91.) Está cubierta la muerte como el áspid entre flores. (Lope, La venta de la Zarzuela. R. Acad., III, 52-b.) Ya yo lo sé por mi mal; que he pisado entre sus flores áspid que sabe matar. Villancico (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, p. 163.)

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Moriste, ninfa bella, en edad floreciente, que la muerte entre flores se esconde cual serpiente. (Ibid., I, 178.) Entre las violetas fui herido del áspid que hoy entre lirios mora. (Ibid., 235.) De púrpura y de nieve flores al áspid breve le arman pabellones en el prado. (Ibid., 351.) En todos se nota que es Garcilaso el que influye; pero la forma apostrófica que la frase tiene en Virgilio no aparece sino en el famoso orador Alonso de Cabrera: ¡Oh mozos que cogéis las flores y los mergados y fresas que nacen, las yerbas humildes y que no se levantan de la tierra! ¡Huid aprisa de aquí; que está la víbora ponzoñosa y mortífera escondida en la yerba! (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 61.) VI-227-228. BEBE EL VENENO... Es imagen poética bastante usual en los poetas contemporáneos. Confr.: O entre el néctar de amor, mortal veneno que en vaso de cristal quitas la vida. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t, I, p. 29.) En el cristal de tu divina mano de amor bebí el dulcísimo veneno. (Ibid., p. 300.) Veneno en taza dorada, que con resplandor se bebe. (Lope, Del monte sale, I, R. Acad. N. E., II, 67-b.)

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VI-230. A DEJARSE ADULAR. La literatura ascética abunda tanto o más que en la reprobación de los aduladores, en la condenación de los que se dejan adular. VI-239. CON CANTOS NO APRENDIDOS. Frase afortunada literariamente, cuya acuñación primera parece pertenecer a Garcilaso. Confr.: Y las aves sin dueño con canto no aprendido hinchen el aire de dulce armonía. (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 30.) Despiértenme las aves con su cantar sabroso, no aprendido. (Fr. Luis de León, Obras. Bibl. Autores Cristianos, Madrid, 1951, p. 1429.) Mudando el dulce, no aprendido canto, bien que contra razón, en triste llanto. (Quevedo, «Canción a la muerte de don Luis Carrillo». En Libro de la erudición poética de don Luis Carrillo y Sotomayor. Ed. M. Cardenal, Madrid, 1946, p. 30.) Suspende a cualquier ánimo el estruendo del sonoroso canto no aprendido. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 7.) Con no aprendida solfa. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Barcelona, 1618, f. 31.) Con cantares no aprendidos. (Ibid., f. 368.) De las aves el canto no aprendido. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XII, Rivad. IV, 271-b.) VI-247. SU SEÑORÍA. Es tratamiento jocoso en este lugar, y que se explica jocosamente en el siguiente texto:

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Si a señor es señoría, y al excelente le dan excelencia, bien dirán a una infanta infantería. (Lope, El villano en su rincón, I, Rivad, II, 140.) VI-248. CARA DE TUDESCO ROJA. La metáfora de la salida del sol es bastante común en los poetas. Confr.: ¿Viste de la empinada cumbre sacar Apolo la cabeza roja? (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 21.) Cuando del sacro Apolo el rojo gesto infunde a los mortales alegría. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 86.) Asoma el sol su caraza, que desde el primer principio no hay día que no la enseñe... (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 247.) En cambio, la comparación de la cara de un tudesco es original de Cervantes. Los alemanes, llamados ordinariamente «tudescos» en el Madrid de esta época, eran muy dados al vino, de donde su color arrebatado. Confr.: Conócese el alemán en lo rojo y corpulento. (Lope, Mirad a quién alabáis, Rivad., t. 52, p. 468-b.) Bebo y brindo a lo tudesco. (Lope, La privanza del hombre, R. Acad., II, 598-a.) Comí a la flamenca y bebimos a la tudesca. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado. Memorial Hist. Españ., t. XII, p. 276.) El alemán cobró fama de comedor y bebedor, y el español de templado. (Monzón, Espejo del príncipe cristiano, Lisboa, 1571, p. 188.) Repara si es la esguízara jactancia... o si tudescos, gente dada al jarro. (Villaviciosa, La mosquea, IX, Rivad., t. 17, p. 606-a.)

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Dando con ellos y el licor tudesco a sus cansados cuerpos un refresco. (Ibid., p. 575-a.) Vid. mis Ideas de los españoles del siglo xvii, Madrid, Ed. Gredos, 1966, p. 509. VI-249. LOS BALCONES DE LA AURORA. Dos veces en el Quijote usó Cervantes de esta metáfora; sin embargo, su cuidado estilístico se descubre meticuloso hasta el exceso: «Por las puertas y balcones del manchego horizonte» (Quijote, I-2). «Por los balcones del oriente» (Quijote, I-31). «Por los balcones de la aurora». La metáfora, aunque no muy común, era conocida de otros poetas. Confr.: Ya por el balcón de oriente su rostro Apolo mostraba. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 685, Madrid, 1947, I, 454-a.) La metáfora no ya común, sino comunísima, era por las ventanas del oriente. VI-252. VERSE VENCIDO SE LE ANTOJA. Se figura, se imagina o presume... Confr.: Ya con la esfinge te antojas. (Esto es: Ya te crees que estás con la esfinge.) (Lope, Amores de Albanio e Ismenia, II, R. Acad. N. E., I, 19-b.) Todo, todo se me antoja contrarios que me persiguen, que los árboles me siguen y el monte peñas me arroja. (Guillén de Castro, Progne y Filomena, III, R. Acad., I, 159-b.) Cervantes usó este verbo en el mismo sentido en el Quijote: «Barbas de corral se te antojaron aquéllas...» (Quijote, II, 8) y asimismo en el cap. VIII, verso 114 de este poema. VI-253. TOLEDANO Y BUEN ROMANCE. Se discute y no se da con el comienzo de la especie divulgadísima de que el habla de Toledo estaba declarada por ley especial como fiel contraste de la pureza del castellano. El más antiguo testimonio que hemos hallado es éste:

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Aunque, en la verdad, en Salamanca concurren vivos ingenios, la lengua castellana en el reino de León, donde cae Salamanca, no se habla tan bien como en el reino de Toledo, generalmente; puesto que en Salamanca viven e hay muchos caballeros e gente noble, pero comúnmente y en general no es tal romance. E está tan averiguado esto, que, como las leyes reales de la Patria e gobernación de los reinos de Castilla están escriptas en romance, es ley del reino e real que si alguna dubda hobiere en las leyes e fueros de Castilla, cuanto a la lengua, que el intérprete sea de Toledo, porque allí es donde se habla mejor nuestra lengua e romance. (Fernández de Oviedo, Las quincuagenas, Madrid, 1880, p. 510.) Véase mis Ideas de los españoles del siglo xvii, Madrid, 1966, p. 120, donde se recogen bastantes textos sobre este punto. VI-264. DE LOS PIES A LA CABEZA. Frase familiar, usada a veces por poetas y oradores. Confr.: Vestida de los pies a la cabeza de un rico resplandor raro y divino. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 12.) Como quien dice, que de pies a cabeza tiene a Dios quien le sabe tener de esa manera. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 558.) VI-270. ENTABLA. Verbo anticuado, muy usado en la época de Cervantes. Procede del juego de las tablas o ajedrez. Significa establecer, disponer la acción para un efecto determinado. Confr.: Principiase el horrísono combate, soplando el belicoso, duro fuego, y entáblase también el duro juego, que lleva cada cual seguro el mate. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 175.) Demás de que mejor su juego entabla y lleva la ganancia más al cabo, aquel que en estos lances nunca toca. (Ibid., p. 229.) Al licenciado Antonio de Zorita no le dejaban entablar el juego según él lo traía tanteado. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 175.)

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¡Con cuánta elocuencia aspirar a las razones que entabla! ¡Qué bien entendido habla! (Guillén de Castro, Dido y Eneas, II, R. Acad., I, 183-b.) Se entenderá, a mi parecer, con cuán maravilloso artificio se ha entablado en la iglesia una costumbre. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 602.) VI-272. FAROLES. Farol en la época de Cervantes era el nombre de los grandes faros que llevaban las naves de alto bordo. Confr.: Lo que en las naos se dicen faroles, llaman en las galeras fanales, y todos decienden de phos o phaos, vocablo griego, por lumbre. (Juan de Malara, Descrición de la galera real. Bibliófilos Andaluces, Sevilla, 1876, p. 500.) También se daba este nombre a los faros marítimos, como se ve todavía en el habla vulgar de Málaga; la «farola» se llama al faro del puerto. No se crea que tales faroles eran de vidrieras o cristales, sino de lienzo encerado, que por muy transparten que fuese, ya podemos imaginarnos su opacidad. Confr.: Necesaria cosa son linternas y faroles, de lienzo delgado, encerado con cera blanca, que es clara. (Martín de Eguiluz, Milicia, discurso y regla militar, Madrid, 1592, p. 145.) Hoy se dice faros, antorchas, lumbreras, y no se da a la voz faroles el empleo que le dio Cervantes y otros poetas contemporáneos suyos: Isidoro el español, junto al divino farol, contra los sacramentarios derribará los cosarios que ponen falta en el sol. (Lope, El viaje del alma. Rivad. LVIII, 160.) El farol Didimeo. (Lope, Laurel de Apolo, III, Sancha, I, 55.) Archivos de mis deseos, de mi tormento bonanza, de mi tristeza alegría, faroles de mi borrasca. (Lope, Los mártires de Madrid, I, R. Acad., V, 115-a.)

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Farol es la lumbre que va metida en la linterna grande, con que se hace guía para que otras naos la sigan. (Diego García de Palacio, Instrucción náutica, México, 1587, p. 143 vuelto.) Ya a últimos del XVI había faroles con vidrieras. Confr.: Como el farol de las naves que entre vidrios lleva un hacha. (Lope, El caballero del Sacramento, III, R. Acad., VIII, 481-b.) VI-275. GENTALLA. Voz anticuada, y aun en tiempo de Cervantes poco usada. Confr.: La provisión y comida en faltándoles un poco, viérades embravecida la gentalla, y conmovida, llamando a nuestro amo loco. (Auto sacramental anónimo de la parábola coenae. Rivad., t. 58, p. 123-b.) ¿Por qué no lo mandaste llamar..., y no venir vos con toda vuestra autoridad entre tanta gentalla de pecadores? (Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, t. 3, p. 632-b.) Gentalla es chusma y canalla sin consejo. (Ibid., p. 6-b.) VI-280. ARMAD EL PECHO. Es reminiscencia de un verso de Garcilaso: «Armar contino el pecho de dureza». (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 96.) VI-286-287. EL SON... DE UNA TEMPLADA CAJA Y EL DEL PÍFARO... Se llamaba, y se llama, pífano, un flautín o flauta aguda que suele armonizar con otro instrumento de sonido más voluminoso, y el tambor o caja militar. La forma pífano se halla a veces en autores del siglo xvi. Vr. gr.: Sus ansias e sus cuidados, sus pífanos e tambores, sus angustias e dolores... (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 73.)

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Pero la forma pífaro usada por Cervantes es más corriente. Es raro hallar este instrumento sólo, como en este pasaje de Cabrera: «Los lacedemonios belicosos, al romper tocaban pífaros». (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 68-a.) Lo ordinario es verlo alternando con otros instrumentos músicos, tal como aparece en este lugar del Viaje y en el cap. VIII, verso 293. Es el modo general como lo usaban los poetas contemporáneos. Confr.: Vivaconlud le responde con clarines y dulzainas y el noble Vivataubín con sus pífaros y cajas. [Romancero general, 367.] Entre albogues y pífaros resuenan himnos al dios en ditirambos metros. (Orfeo, de don Juan de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 71.) Los pífaros y cajas con ruido... acordado. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XVI, Barcelona, 1618, f. 282.) Mayor haciendo la militar pompa el pífaro, el clarín, la caja y trompa. (Ibid., f. 399.) VI-287. TRISTE. El pífaro triste, es posiblemente un lapsus de la prisa de Cervantes. No he visto semejante calificación de triste aplicada al pífaro. El sentido que triste tiene indudablemente es el de peligroso, arriesgado, provocativo del combate. Puede citarse en explicación un pasaje del Romancero que dice: ¿Qué importa que mis regalos en paz y en amor te tengan, si al son de pífaro ronco en furia y odios los truecas? (Romancero general, Parte V, Rom. 332, Madrid, 1947, I, 222-b. Otro pasaje análogo en la misma Parte V, Rom. 327, p. 218.) Siendo pífaro una especie de flauta aguda, el calificativo de ronco no puede significar sino belicoso, provocativo a furia y odio.

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VI-297. POR SU CAPRICHO. Propio de soldados bravucones y presumidos era desmandarse, esto es, salirse del mando o de la formación, para obrar por cuenta propia. Este exceso de personalidad se denominaba capricho. Confr.: Yo soy grave galán de alto capricho. (Luis Quiñones de Benavente, Entremés de la antojadiza, NBAE, t. XVIII, p. 808-a.) VI-305-306. ¡ARMA! ¡ARMA!. Grito de guerra comunísimo en las descripciones de batallas, lo mismo en prosa que en verso. Confr.: Al arma, al arma, sonaban los pífaros y atambores. (Romancero general, Parte III, Rom, 155, Madrid, 1947, I, 110-a.) Al arma, al arma, al arma, cierra, cierra, cierra, que el enemigo viene a darnos guerra. (Ibid., Parte V, Rom. 302, Madrid, 1947, I, 202-a.) ¡Al arma, al arma! los unos viva Roma, otros Numancia. (Ibid., Parte XIII, Rom. 1.002, Madrid, 1947, II, 131-b.) Dio serial para el odio la corriente, las cajas del asombro; repitiendo: ¡Arma, arma!, el horror; hierve la gente. (Moreto, La fuerza de la ley. Rivad. XXXIX, p. 82-b.)

CAPÍTULO VII

VII-2. DE METAL LA LENGUA. Esta metáfora la aplicó el maestro José de Valdivielso a las campanas, pocos años después de Cervantes. Confr.: Con lenguas de metal los instrumentos a despertar los maitinantes vuelan. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XVII, Barcelona, 1618, f. 294.) La misma metáfora ha ido variando en diversos poetas. Confr.: Mas del pórfido lo bello, lo hermoso del filabre, aunque con lenguas de piedra loan al maestro Sage. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 90.) El padre Tibre / con lengua de cristal respondió ufano. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 153.) Voz de hierro dijo Rioja, por voz potente. (Poesías, de Francisco de Rioja. Ed. Biblióf. Españ., II, 216.) En el verso 48 de este cap. se repite la misma metáfora. VII-11. GENTE MALMIRADA. Desconsiderada, o sin miramiento. Confr.: Y así los mal mirados consultores, «Digno es de muerte», al punto respondieron. (Hojeda, La cristiada, Lib. V., Rivad., t. 17, p. 438-a.) 575

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Fue Elena muy atrevida, descompuesta y malmirada. (Guillén de Castro, Dido y Eneas, II, R. Acad., I, 188-a.) Por el contrario, se decía también bien mirado: ¡Qué bien entendido habla y qué bien mirado mira! (Ibid., 183-a.) VII-14. BIEN CORTADA. Metafóricamente significaba buena, culta, erudita. Confr.: Ver que la mal cortada pluma mía no escribió lo que debe, mas desvela. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XII, Barcelona, 1618, f. 208.) Para contar la vida de Alejandro Magno, cortó más delgada que otras veces su pluma don Joseph de Peralta. (Don P. Álvarez de Lugo y Uso de Mar, Vigilias del sueño representadas en las tablas de la noche, p. 41.) La metáfora se basaba en el hecho real de cortar la pluma de ave con que se escribía. Lope tiene un soneto con el asunto «cortando la pluma», que hemos citado en nota al Soneto de Cervantes en los preliminares: EL AUTOR A SU PLUMA. VII-15. NO DE AFICIÓN NI DE PASIÓN... Glosa de la conocida frase de Tácito: sine ira et studio. VII-21. SUS BANDERAS DESCOGE. Descoger, en la acepción desusada de desplegar. Su explicación en sentido material es ésta: «Declaración es una desenvoltura de la cosa encogida; quiero decir, que así como la cosa envuelta no se cognosce hasta que se descoge, así el libro, por claro que sea, se dice que está encogido». (Alejo de Venegas, Agonía del tránsito de la muerte, NBAE, XVI, 261-a.) Avísote que si... pusiese delante de tus ojos la muestra del paño fino, que primero que compres el paño, descojas toda la pieza, y no compres todo el paño por la muestra. (Fr. Diego de Estella, Tratado de la vanidad del mundo, Parte II, cap. I, Madrid, 1590, p. 2.) En la época de Cervantes fue usadísimo, ya aplicado a las banderas, ya a otro objeto desplegable. Confr.:

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En cada reino verás su bandera descogida. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 73.) Tengo una parte aquí de tus cabellos...; descójolos, y de un dolor tamaño enternecerme siento. (Garcilaso, Égloga primera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 23.) Ni adorna la cabeza por compás, ni descoge la blanca vestidura. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 241.) Despliega todo el oro, el penacho descoge matizado. (D. Cristóbal de Monroy y Silva, Lágrimas panegíricas en la muerte de Montalbán, Madrid, 1639, f. 33 vuelto.) ¿No ves estos pavones, cuyas galas descogen un verano en las dos alas? (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 54.) VII-21. VAGO VIENTO. Vago, adjetivo poético bastante común. Confr.: Estruendo de cornetas y atambores con que los vagos aires se rompían. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 82.) Y con la fuerza del dolor violento, mi voz se esparza por el vago viento. (José Ortiz de Villena, Lágrimas panegíricas en la muerte de Montalbán, Madrid, 1639, f. 37.) Exagerando por el vago viento al orbe tu divino entendimiento. (Castillo Solórzano, Lágrimas panegíricas en la muerte de Montalbán, Madrid, 1639, f. 19.)

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VII-22. BANDO CATÓLICO. Sobre bando, véase la nota del verso 222 de este mismo capítulo VIL Lo notable de este lugar es que, no tratándose de combate entre católicos y herejes, Cervantes adopta el adjetivo católico para calificar a los buenos poetas. Creo que no hay ninguna intención en el caso; pero sí una contaminación del uso vulgar de la frase bando católico en los historiadores de las guerras de Flandes, de Alemania, etc. VII-44. GALLARDOS ALFÉRECES. Dice gallardos por la característica de los alféreces de entonces, que solía ser la belleza física y la prestancia personal. Confr:. «Debe el alférez ser hombre noble, grave, de buena disposición, discreto, galán y rico...», «El abanderado debe ser mancebo recio, bien dispuesto y gallardo, que sepa llevar y sustentar bien la bandera, y debe andar bien tratado». (Bartolome Scarion de Pavia, Doctrina militar, Lisboa, 1598, pp. 77-79.) El alférez debe ser dispuesto y gallardo. (Martín de Eguiluz, Discurso y regla militar, Madrid, 1592, p. 26.) VII-45. HONROSAS, POR NO ESTAR TODAS ENTERAS. Todas, es decir, del todo, o totalmente. Era un honor para las banderas militares estar rotas y maltratadas por acción de los combates. Confr.: En la batalla la bandera rota del arcabuz soberbio con pelota, cuanto más rota muestra más victoria, y en su dueño más gloria. (Obras de Quevedo. Biblióf. Andaluces, I, 11.) Las banderas todas están nuevamente lucidas y renovadas como sambenitos; lo cual no era en años asados, que en todas ellas no se ataran diez maravedís de todas semillas, porque estaban muy rotas y maltratadas de largas guerras que con los ratones habían tenido. (Cartas de Eugenio de Salazar. Bibliófilos Español., I, 16.) VII-46. A LO BÉLICO TEMPLADAS. «Quizás estirando el parche, a diferencia de los tambores roncos que hemos encontrado antes». (Salazar, ibid., p. 39.) VII-47. MÍLITE. Latinismo, raramente usado en algún poeta contemporáneo. Confr.: En bello alarde a guisa de pelea, se representa el platico soldado y el mílite bisoño se señala. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. b.)

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Procede el que de Córdoba se nombra después de capitán, Pero Fernández, cual veterano mílite de Flandes. (Ibid., p. 144.) VII-49. JERÓNIMO DE MORA. Son muchos los militares que se señalaron en las letras españolas por su estro poético. También son bastantes los que cultivaron a la vez el arte de la pintura y el de la poesía; pero este ingenio zaragozano, Jerónimo de Mora, sobresalió en la milicia, con el grado de capitán, fue poeta consagrado en las Flores de poetas ilustres, de Pedro de Espinosa, y manejó los pinceles en competencia de sus maestros Zuccaro y Sánchez Coello. Versos suyos se conocen desde 1595, y a principios del xvii asistía en Madrid a alguna Academia literaria, lo cual hace verosímil que él y Cervantes se conocieran. Existe, además, un indicio no desdeñable, de que hubiera entre ellos amistad de tiempo atrás, y es que se tiene noticia de un alférez Jerónimo de Mora que en 1583 servía a las órdenes del proveedor general Antonio de Guevara, al mismo y en el mismo cometido que servía Cervantes. Si en 1588 era alférez, bien podía ser capitán en 1614. (Vid. Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, Madrid, 1907, p. 178, nota 1.) VII-51. EN UN SUPUESTO. La voz supuesto que vimos en el verso 303 del cap. II, aparece aquí en su primera acepción de persona o individuo en sentido filosófico-escolástico. Los problemas nuevos planteados a la filosofía del cristianismo, de tres personas y una sola esencia, y de una persona con dos naturalezas (Cristo), dio origen a una palabra nueva, dedicada a expresar esta especial y excepcional individuación, y así nació en la Escolástica la voz supuesto, equivalente a la hipóstasis de los padres griegos. De la Escolástica pasó al español, por medio de los escritores religiosos y se introdujo en la lengua poética de Tirso y de Calderón y otros. Confr.: Primero, la voz supuesto aplicada a las divinas personas de la Trinidad: Un Dios simple y no compuesto en tres personas me pinta su Ley, cada cual distinta y cada cual un supuesto. (Tirso, Los lagos de san Vicente, II, NBAE, IX, 36-a.) Yo soy la tercer persona de la Trinidad beata, que en tres supuestos distintos es un Dios y una substancia. (Tirso, La santa Juana, Parte Primera, III, NBAE, IX, 274-a.)

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Segundo, aplicada a la persona de Cristo: ¡Oh boda maravillosa! ¡Dos cosas en una cosa! ¡Un supuesto, hombre y Dios! (Joan de Timoneda, Auto de los desposorios de Cristo. Rivadeneyra LVIII, 108-a.) Hizo la divina mano en un supuesto a los dos: hermano es Dios de un villano. (Auto de las pruebas del linaje humano. Ed. L. Rouanet, París, 1897, p. 74.) Juzgó, necio, a menoscabo dar el respeto debido al Príncipe, su señor, después de haberle previsto un supuesto y dos sustancias. (Tirso, Los lagos de San Vicente, II, NBAE, IX, 41-a.) Tomó la naturaleza humana el Verbo divino; mas no la humana persona, porque ésta halló ya impedido por el eterno supuesto su lugar; que a confundirlo con dos personas, no fuera una cosa el Verbo y Cristo. (Ibid., 42-a.) Aguarda, ¿Libro hay alguno en el mundo, intitulado Ciencia de ciencias?    —No es libro materialmente tomando el nombre, sino un supuesto tan grande, tan docto y sabio que es capaz de todas ciencias. (Calderón, La exaltación de la cruz, I, Rivad. IX, 361-a.)

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De este uso y significado de la voz supuesto pasó a significar persona simplemente, individuo distinto e independiente por sí. Confr.: Así como de la Iglesia es la cabeza Cristo, así de la mujer es la cabeza el marido. ¿Qué quiere decir que es Cristo cabeza de la Iglesia, siendo como son supuestos distintos, diversa persona, la de Cristo, de las de quien la Iglesia se hace y consta? (Fray Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 643-a.) Pero aquel sentido filosófico de persona con dualidad de naturaleza no se perdió ni cayó en saco roto para nuestros poetas, que usaron la voz supuesto cuando querían expresar la unificación de dos o más actividades o caracteres distintos en un sujeto. Así dijo Lope: Tres amores venimos en un supuesto: Voluntad y memoria y entendimiento. (Lope, La selva sin amor, R. Acad., V, 759-a.) VII-57. BIEDMA. Figuró un poeta llamado Fernán Ruiz de Biedma en la famosa Justa poética de san Isidro, que debe ser al que nombra Cervantes. No empece que la primera muestra de su estro que conocemos sea del año 1620. Estamos acostumbrados a ver a Cervantes extremar sus elogios a poetas noveles, que descollaron años después de haberse publicado el Viaje del Parnaso. Por los versillos de Lope en las mencionadas Justas sabemos que Biedma dominaba la lira italiana lo mismo que la española, y que se distinguía en el cultivo de la égloga a lo Sannazaro. VII-58. GASPAR DE ÁVILA. Fue natural de Murcia, este sobresaliente calígrafo, que en 1612 inició como tantos otros, su carrera poética, con un soneto en los preliminares del libro de un amigo: La cruz, de Albano Ramírez de la Trapera. Ya por las fechas en que escribía Cervantes sobresalía Ávila por su arte caligráfico. Todas las demás manifestaciones que conocemos de su ingenio son posteriores al elogio de Cervantes. Pocos años después de la publicación del Viaje, volvió a recordarle Cervantes, en el Prólogo a las Ocho comedias y ocho entremeses (1615), augurando al teatro español los opimos frutos que hacía esperar la comedia Las fullerías de amor, de Gaspar de Ávila. El vaticinio de Cervantes se cumplió a la letra. Las comedias de este ingenio fueron de las que «han ayudado a llevar esta gran máquina [del teatro] al gran Lope de Vega». VII-60. ICIAR. Juan de Iciar, de Durango, pasó su vida en Zaragoza, publicando libros para la enseñanza de escribir y contar, de lo cual él ejercía

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público magisterio en aquella ciudad. Muy verosímilmente, en sus libros aprendió Cervantes en Valladolid las primeras letras. (Vid. mi Vida de Cervantes, p. 43.) Esto explica el inesperado recuerdo que aquí le dedica. Iciar era un calígrafo de suma destreza; pero la pluma de Gaspar de Ávila era de muy diferente naturaleza para tener que envidiar la del maestro durangués. VII-61. JUAN DE MESTANZA. Por documentación recientemente exhumada por don Santiago Montoto, se ha venido a esclarecer la ignorada vida de este poeta. Resulta ser natural de Agudo, pueblecito de la Mancha. Muy joven se avecindó en Sevilla, de donde, el año 1555, pasó a América, como oficial de la Real Hacienda, y residió primero en Tierra Firme, en la ciudad de Nombre de Dios, donde estaba en 1562 y 63. Después aparece en Guatemala, empleado en el ramo de Justicia, en sustitución del fiscal Eugenio de Salazar, el humorista y poeta, empleo del cual no salió ya jamás por más que quiso. Cervantes lo elogió en el Canto de Calíope, como a poeta notable por aquellas calendas (1585), cuando Mestanza consta que residía ya en Guatemala. No hay indicio de ningún viaje ni estancia corta de Mestanza en España antes ni después de esta fecha, que nos permita ponerlo en contacto personal con Cervantes. Antes hay asidero para creer que Cervantes lo conocía de oídas, al suponerle natural de Sevilla, o andaluz por lo menos, en el verso «Y tú, que al patrio Betis has tenido...» con que empieza la estrofa de La Galatea. D. Santiago Montoto se inclina a creer en un regreso incidental de Mestanza a Sevilla, donde conociera a Cervantes, antes de 1585, apoyándose en los pretéritos «has tenido» y «han sido» de esos versos: Y tú, que al patrio Betis has tenido lleno de envidia y con razón quejoso de que otro cielo y otra tierra han sido testigos de tu canto numeroso. Pero ni era absolutamente obligado el uso del presente, ni los documentos dejan lugar a duda sobre la permanencia de Mestanza en América, por esos años, ni Cervantes estuvo en Sevilla antes del año 1587. (Vid. mi Vida de Cervantes, p. 472.) Lo evidente es que ni la memoria del poeta ni su estimación se le borraron a Cervantes. En 1614 vuelve a elogiarle con el mismo fervor de antaño. Interpreta mal Toribio Medina el verso «Apolo lo arrancó de Guatimala», en el sentido de que «estaba de regreso en la Península en 1614». D. Santiago Montoto le corrige aguda y certeramente. «No lo entiendo yo así: Apolo, claro es, en ficción, sacó a Mestanza de Guatemala». Es un error análogo al

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de la interpretación del verso 449, del cap. IV, referente a Montesdoca. En cambio, no compartimos la convicción del Sr. Montoto «de que en 1614 ya había muerto Mestanza». Por lo menos, Cervantes no lo sabía, dado su criterio de no nombrar sino a poetas vivos. Viviría a pesar de sus ochenta años. (Vid. Boletín de la Real Academia Española, t. XXVII, 1948, pp. 177-187. «Juan de Mestanza, Poeta celebrado por Cervantes», por Santiago Montoto.) VII-64. GUATIMALA. La forma «Guatimala» era corriente en el siglo xvi. Confr.: Algunos de los Gálatas... comían carne humana, y ansi los Potonchanos en la Nueva Espanna, los Mexicanos y los de Guatimala. (Juan de Espinosa, Diálogo en laude de las mujeres. Edición Madrid, 1946, p. 157.) VII-67. HACER MILAGROS. Hacer o decir milagros significa hacer o decir cosas estupendas y fuera de lo natural. Confr.: Sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros (Quijote, I, 35.) La sierra (de aserrar mármoles), porque hagáis milagros, corta sin dientes ni aguzarla. (Cristóbal de Villalón, Viaje de Turquía, NBAE, II, 122-b.) Cuando yo en tu casa malo a lo último llegué, milagros hizo tu fe y finezas tu regalo. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 350.) De los gariteros y tahúres decía milagros. (Cervantes, El licenciado Vidriera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXXVI, 76.) VII-68. CEPEDA. Por los años en que escribía Cervantes el Viaje, vivía en Sevilla un poeta llamado Baltasar de Cepeda, conocido y celebrado acá y allá por los escritores coetáneos. La alusión de Cervantes a Baltasar de Cepeda no puede discutirse. Había nacido en Osuna el año 1560, allí se hizo bachiller en Leyes, y en Sevilla pasó su vida en el cargo de notario del Arzobispado. En 1600 aparece la primera poesía suya en las exequias de Felipe II celebradas en Murcia. Recordemos que Cervantes compuso y logró que figuraran en el grandioso túmulo de las exequias del mismo monarca, celebradas en Sevilla, dos poesías. ¿Se conocieron Cepeda y Cervantes en la capital bética? ¿Compitieron como poetas en la memorable ocasión del real túmulo? Parece muy verosímil. En cambio, cinco años después salían las Flores de poetas

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ilustres, en 1605, ¡el año del Quijote! y Pedro de Espinosa colecta sus poesías en Valladolid, y está allí Cervantes, y le deja fuera de su antología, y da entrada en ella a una composición de Cepeda. ¡Criterios de los antologistas! En 1603 Rojas Villandrando contaba a Cepeda como a uno de los fundadores de nuestro teatro, al igual que a Cervantes. Todo justifica la inclusión del vate de Osuna en el Viaje cervantino. VII-68. MEJÍA. Luis Mejía de la Cerda, letrado de la Cancillería de Valladolid, fue el celebrado autor de la Tragedia de doña Inés de Castro, dada a la estampa hacia 1612. Ya en 1603 le nombra Agustín de Rojas entre los autores famosos de teatro. Probabilísimamente, si tal era su nombradía y habitaba en Valladolid, le conoció Cervantes personalmente, entre 1604 y 1606 que moró allí. Muchas obras escénicas se han debido perder de «el licenciado Mejía», ya que el autor del Viaje entretenido lo pone en el catálogo de los comediógrafos que dieron al teatro su mejor esplendor. VII-71. GALINDO. De este tiempo no hay noticia de otro poeta llamado Galindo, que de un don Martín Galindo que en 1624 estaba en Nápoles, al servicio del sobrino de Felipe II, Filiberto de Saboya. Da noticia de él don Diego Duque de Estrada, hablando de cierto poema que él envió al príncipe Filiberto, el cual lo recibió con muchísimo gusto, «aunque ya enfermo, haciéndoselo leer al doctor Ayala, su médico, y a don Martín Galindo y a don Francisco Ibarra, que ambos eran poetas y caballeros de su cámara». (Comentarios del desengañado, por don Diego Duque de Estrada. Memor. Hist. Español, t. XII, p. 267.) Murió este mismo año de 1624 el príncipe Filiberto, y no sabemos qué rumbo tomaría el poeta Galindo. Pero, ¿qué mucho que no sepamos nada, si en esta misma página afirma Duque de Estrada que de un poema suyo en octava rima, «se esparcieron por toda Sicilia y Nápoles como seiscientos cuerpos», y no existe el menor rastro de tal volumen? VII-77. FERNANDO CORREA DE LA CERDA. Poeta portugués, uno de tantos como escribieron sus versos en lengua española. Se ignoran fechas de nacimiento y muerte; pero se sabe que en 1603 se graduó en Derecho en la Universidad de Coimbra. Luego fue militar en África, y tuvo un hijo de su mismo nombre, que ocupó la mitra de Oporto. No parece que publicase nada en vida; pero dejó muchos versos inéditos, que en su tiempo le valieron gran fama. Su nombre consta en el Elogio de los poemas lusitanos, especie de Letanía moral, como la de Claramonte, que publicó en tercetos castellanos el alférez Jacinto Cordeiro, el año 1631.

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VII-78. RODRÍGUEZ LOBO. Francisco Rodríguez Lobo, ingenio portugués, dio a la estampa versos desde 1596 hasta su muerte, 1624, y aún después apareció alguna obra póstuma. Toribio Medina ha redactado el bosquejo del catálogo de sus obras. Fue de los poetas más alabados de su tiempo. Barbosa Machado ha recogido unos veinte encomios análogos a este de Cervantes. No fue, sin embargo, semejante fama lo que arrastró a Cervantes a insertarlo entre los buenos poetas, sino tal vez lo contrario, pues el elogio del Viaje del Parnaso inicia casi el coro de las alabanzas. Como Cervantes abandonó a Portugal en 1583, cuando Rodríguez Lobo debía ser muy joven, no es posible que de aquellos días datase amistad entre ambos. Hay que convenir mejor en que fue el mérito de los Romances, publicados en 1596 y de la Primavera, aparecida en 1601, lo que ganó el aprecio de Cervantes. VII-80. ANTONIO DE ATAIDE. Prócer portugués, conde de Castañeira y, por merced de Felipe IV, conde de Castro Daire. Su fama como militar y como político tuvo su apogeo en el reinado de Felipe IV. Se admite generalmente que combatió en la Tercera y que de ahí la honorífica mención que de su musa hace Cervantes. Pero como esta acción tuvo lugar en 1583 y Ataide murió en 1647, pasados los ochenta años de edad, debía contar unos dieciséis o diecisiete años cuando coincidió con Cervantes bajo las órdenes del marqués de Santa Cruz. No es inverosímil que en tan temprana edad asistiese a la batalla; pero es algo inverosímil que intimara con Cervantes, que tenía entonces treinta y siete. Lo que está fuera de duda es que este elogio del Viaje precedió en bastantes años a los que Pellicer y Lope de Vega tributaron a don Antonio de Ataide. VII-85. BOCINA. No debe extrañar que Cervantes llame a la bocina «instrumento de caza y de la guerra», aunque modernamente sea instrumento exclusivamente de la caza. En su época también era la bocina característica de la montería. Confr.: E deseo que te miembres (te acuerdes), valiente guerrero, por cuya disciplina súbito se componga el ejército, algunas veces por señal fecha de trompa, algunas por cuerno, e muchas veces por señal de bocina. (Dos tratados de Alfonso de Palencia, Libros de Antaño, t. V, Madrid, 1876, p. 139.) Tras los ciervos espantados, osos y puercos salvajes... con redes, cuerdas y telas, bocinas, guardas y velas. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 265.)

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Montaña, que, eminente al viento, tus encinas sonantes cuernos son, roncas bocinas, toca, toca, toca; monteros convoca. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 238.) Así y todo, existía alguna confusión entre los nombres de bocina, corneta y trompeta. Confr.: Los vaqueros o bolleros llaman a los bueyes y vacas desde los corrales o toritos con el son de una corneta; los porquerizos, desde la pocilga o chiqueros a los descuidados lechones, con la bocina. («Puerta de las Lenguas», Revue Hispanique, tomo 35, p. 146.) Habrá en esta montería... cornetas y vocería de monteros, y clamores. (Cancionero musical, de Barbieri, Madrid, 1890, p. 123-b.) Las centinelas o atalayas... si ven venir enemigos o otras cosas perjudiciales a la tierra, tienen obligación de tocar su bocina o trompetas. (D. Francisco Terrones, Arte o instrucción de predicadores, Granada, 1617, p. 12.) En este texto del maestro Terrones se evidencia la indistinción entre bocina y trompeta. VII-86. DE CAZA Y DE LA GUERRA. En la época de Cervantes era un tópico literario llamar a la caza imagen de la guerra. Esta idea, generalizadísima, pudo sugerir a Cervantes este verso. Confr.: Por ser imagen la caza de la guerra, salgo a ella. (Calderón, La hija del aire, Parte I, act. II, Rivad. XII, 30-c.) Por ser inclinada a caza que es imagen de la guerra. (Calderón, Hado y divisa de Leónido y de Marfisa, II, Rivadeneira XIV, 372-c.) Es tan ágil en la caza, viva imagen de la guerra... (Calderón, La banda y la flor, I, Rivad. IX, 154-a.)

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A este efecto, en tanto que te asista en altas empresas, te incliné a la caza, bien como imagen de la guerra. (Calderón, La estatua de Prometeo, I, Rivad. XII, 704-c.) VII-92. UN CUERVO EN SU ESTANDARTE. Ya vimos que Cervantes opone al canto del cisne la ronca voz del negro cuervo. (Cap. I, verso 104). Lope, por su parte, dirigiéndose a un tal Clori, roma y fría, opone al cuervo la paloma: «Nacisteis cuerva y presumís paloma». (Lope, «Soneto», XCI.) Además, desde el episodio bíblico del arca de Noé, el cuervo cobró fama de ser ave de mal augurio, como lo dice Valdivielso: «El cuervo portador de malas nuevas». (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Libro XVI, Barcelona, 1618, f. 285.) Todo esto explica que figurase el cuervo por armas y divisa en el estandarte de los poetas enemigos de Apolo. VII-93. ARBOLÁNCHEZ. En 1566 apareció impreso en Zaragoza el libro del poeta tudelano Jerónimo Arbolanche. Es de presumir que tuviese veinte años. Tendría, pues, en las fechas en que Cervantes escribía su Viaje, unos sesenta y siete años, o más. Vivía desde luego, según el intento cervantino de no nombrar poetas fallecidos. Era, por la cuenta, coetáneo de Cervantes. Ahora bien, ¿qué le movió a mostrarse tan severo, o mejor dicho, despiadado con el poeta navarro? Algo, quizás, ajeno a la poesía y al mérito del libro de Arbolanche. Los eruditos han notado que Cervantes no conocía el poema que tan ferozmente reprueba. Podemos explicar los hechos así. Colocado el autor del Viaje en la necesidad de buscar un nombre para corifeo de los malos poetas, dio con el de Arboleda por reminiscencias de lecturas anteriores. Él recordaba que Pacheco en su Sátira contra la poesía había enumerado las Abidas entre los monstros que la estéril tierra lleva. También tenía la especie de que Barahona de Soto había censurado, refiriéndose al autor de las Abidas, a los vates que se retratan coronados de laurel al principio de sus obras. Tratábase, además, de un poeta alejado de la corte, que hacía muchos años había dejado el trato con las musas, que se había malquistado con el genus irritabile por sus nada respetuosos conceptos acerca de los poetas, estampados en la carta dedicatoria de su obra. Por todo lo cual, Cervantes creyó de perlas semejante sujeto para su propósito, y echó mano de él, equivocándose dos veces el nombre (Arbolánchez y Arbolanches), equivocándose en el tamaño del libro y en el estilo de su contenido. (Véanse los versos 178 y 180 de este mismo capítulo.)

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VII-93. MUSO. Masculino grotesco de musa, aplicado despectivamente a los malos poetas. Confr.: Mal año para las musas; hilen lana y aspen lino; que este año ha de haber más musos, que tiene peces el Indo. (Romancero general, Parte V, Rom. 343, Madrid, 1947, I, 233-a.) Análogamente se dijo sirenos, ninfos, damos, etc. Confr.: Cantar pensé en sus márgenes amenos cuantas Dianas Manzanares cría, a no romadizarme sus sirenos, (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 304.) Acá fuera bien mancado en el bélico ejercicio, ninfos, deshonra de España, mujeriles, abatidos. (Romancero general, Parte VI, Rom. 475, Madrid, 1947, I, 309-b.) Al fin los damos y damas andaban ya tan perdidos, que en galas y devaneos gastaban sus dinerillos. Arroje las lechuguillas el galán don ninfa o ninfo, y la dama ande compuesta como lo manda lo escrito (la Pragmática). (Ibid., Parte VI, Rom. 475, Madrid, 1947, I, 310-a.) VII-106. TRANSFÚGA. Caso de acentuación llana o breve análogo al de magnifíco de que hemos tratado en el verso 36 del cap. I. VII-108. CHURRULLERO. Es voz característica del vocabulario de Cervantes, cuya historia semántica aclara Cristóbal de Villalón de esta manera: «Toda Nápoles está en la mesma ribera, y tiene gentil puerto...; calles comunes, la plaza del Olmo, la rua Catalana, la Vicaría, el Chorillo. —¿Es de ahí lo que llaman soldados chorilleros?

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—Deso mesmo; que es como acá llamáis los bodegones. Y hay muchos galanes que no quieren poner la vida al tablero, sino andarse de capitán en capitán a saber cuándo pagan su gente, para pasar una plaza y partir con ellos y beber y borrachear por aquellos bodegones». (Viaje de Turquía, N.B.A.E., II, 91-b.) Este Chorillo o Chorrillo, corrupción, según Croce, de Cerriglio, nombre de una afamada hostería de Nápoles, era conocidísimo por los españoles que habían militado allá, como se ve en esta confesión de parte o partes: Levanteme de la cama... y estando bueno, tornamos... a las travesuras primeras, entrando de noche en aquellas opulentas hosterías que llaman chorrillos, adonde siempre se halla abundancia de aves, etc. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado. Memor. Histór. Esp., t. XII, p. 131.) Estábame siempre muy de asiento en Nápoles...; traía alborotado el cuartel con trapazas, enredadas sus damas con tramoyas, cansadas sus tabernas con créditos y el Chorrillo y Guantería, con fianzas. (Vida de Estebanillo González, cap. Rivad., t. 33, p. 303-a.) Y tan común llegó a ser la palabra, que Tirso dijo en una comedia, seguro de ser entendido por el público: «Era sagrado o chorrillo de toda masa plebeya». (El caballero de Gracia, I, NBAE, IX, 363-a.) Compréndese, pues, que Cervantes diga churrullero, como lo dijo en El licenciado Vidriera y en El coloquio de los perros (Confr. la ed. La Lectura, t. 36, pp. 47 y 279) y en el Entremés del rufián viudo. (Confr. ed., NBAE, t. 17, p. 9-a.). En un entremés de Rasgos del ocio, Madrid, 1644, se halla la palabra chorrillada. VII-110. EN MIL CORRILLOS. Hablar algo en corrillos quiere decir en juntas y cabildeos públicos, en la plaza pública, fórmula muy usada antes y después de Cervantes. Confr.: ¡Qué de ellos sabrán esto sin sabello, y qué de ellos dirán en sus corrillos que de ellos puede Apolo deprendello! (Juan de la Cueva, Ejemplar poético, Ep. II, Ed. La Lectura, LX, 221.) Otros cuentan en corrillos los amores de Otomana. En corrillos andan todas las vecinas sembrando sospechas cogiendo malicias. (Ibid., Parte VIII, Rom. 650, Madrid, 1947, I, 428-a.)

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Para contradecillo armaban gente, y hablando en los corrillos libremente... (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 245.) VII-111. HABLAR EN LA POESÍA. El verbo hablar ha perdido el régimen en, que comúnmente tenía en esta época. Confr.: Déjate de esa conseja, Custodio; hablemos en al. (Timoneda, Auto de la oveja perdida. Rivad., t. 58, p. 79-a.) La Princesa de Castilla es mi señora. --Quitaré de la cabeza el sombrero, caballero, mientras que me habláis en ella. (Lope, El mejor mozo de España, II, R. Acad., X, 349-b.) Andan por ahí mil mozos que es un contento; ... Unos hablan en caballos, otros, en armas y espadas. (Lope, El enemigo engañado, I, R. Acad. N. E., t. 5, p. 113-a.) Descansa, pues, amigo, y de una en una me cuenta cuantas cosas entendieres de mi Fili en sazón tan importuna. Escríbeme cuan largo tú pudieres; dime si en mí te habla, o lo que piensa... y dime cómo el tiempo allá dispensa... ... y si sospira porque se le dilata mi presencia; si en la suya se muestra rastro de ira por esto, y si me llama descuidado dando a entender que mi tardar la admira. (López Maldonado, Cancionero, Madrid, 1586, p. 129-30.) He prolongado adrede la anterior cita, para que se pueda ver que en este pasaje modeló Cervantes aquellas donosas preguntas de don Quijote a Sancho, sobre su embajada a Dulcinea, en el cap. treinta de la Parte primera.

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VII-135. MADRIGADOS. El adjetivo madrigado significa experimentado, hecho a las malicias, lo contrario de novato. Se dice principalmente de los toros resabiados, que «saben latín». Confr.: Los valientes toros, madrigados y acostumbrados a pelear, hurtan el cuerpo al enemigo. (Juan de Piña, Casos prodigiosos y cueva encantada. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 28.) Dos toros madrigados, cuya ira se venga del que tira... (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 129.) En la plaza de Madrid... acababan de encerrar veinticuatro madrigados toros para la fiesta. (Castillo Solórzano, Tiempo de regocijo. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 386.) Como el celoso toro madrigado que la tarda vacada va siguiendo. (D. Alonso de Ercilla, La Araucana, Canto XXII, Ed. 1733, p. 113-a.) También hallo que se dice del animal salvaje hecho a esquivar al cazador. Confr.: —¿Y es siempre cierto que el jabalí aguarda al perro? —Muy cierto; y más, como dije, si es madrigado; que el escudero no suele parar tan presto, aunque también lo hace. (Historia de la montería. Biblióf. Esp., XXXII, 252.) Si viere venir dos jabalíes, no tire al delantero, porque éste suele ser el escuderote, a causa de que el madrigado le echa siempre delante. (Ibid., p. 253.) En el caso que sigue, se aplica negativamente a un animal de poca edad y falto de picardía: Como en el pastor hirieron, desparciose la majada, por ser todos mis corderos chicos y no madrigados. (Juan de Timoneda, Aucto de la oveja perdida. Rivad. LVIII, 85-b.) Dicho de personas significa lo mismo; pero no lo hallo aplicado sino a rameras, soldados de tornillo y gente de mal vivir. Confr.:

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Una muchachuela de muy buena gracia... cual si fuera mujer madrigada, muy cursada y curtida. (Mateo Alemán, Guzman de Alfarache, Parte II, Lib. III, Rivad. III, 327-a.) Un soldado español de más de la marca. ¡Oh, hideputa, traidor, y qué madrigado y redomado era! (Ibid., 258-a). Había pasado Celia en la corte el año de noviciado, y, como madrigada, rehusó toda ostentación y ruido. (Francisco de Lugo y Dávila, Teatro popular, Madrid, 1622. Ed. Cotarelo, Madrid, 1906, p. 37.) El corchete era madrigado y sabía el oficio como el mejor que le usa. (Ibid., p. 151.) Cargado con quince tornillos, novillos madrigados, del cuartel de Nápoles, los llevé la vuelta de Roma. (La vida y los hechos de Estebanillo González. Ed. Millé Jiménez, Clásicos Castellanos, La Lectura, CVIII, 146. He modificado la puntuación del pasaje citado.) Este matiz que el uso había dado a madrigado no podía escapar a Cervantes, que a conciencia lo aplicó a los poetas, buscando un efecto de jocosidad. Muy rara se halla la forma amadrigado. Confr.: Mercaderes amadrigados que encerraban su trigo, para venderlo más caro. (Pedro de Valderrama, Teatro de las religiones, Sevilla, 1612, p. 40-a.) VII-138. RIZA. Asolamiento, causado por la guerra, o por otra calamidad general. Confr.: Y que de su valor sola la fama viva ha dejado la sangrienta riza. (Valbuena, El Bernardo, Lib. VIII, Rivad., t. 17, p. 231-a.) El rudo Telamón, cuando en venganza de su agravio, asolaba el campo griego... Ni hizo más riza ni mayor matanza, ni se vio de su cólera más ciego. (Ibid., Lib. XII, Rivad. IV, 279-b.) La helada y cana cabellera eriza la madre vil de Bóreas arrogante y por las naves pasa haciendo riza. (Villaviciosa, La mosquea, V, Rivad., t. 17, p. 590-a.) VII-148. CONCENTO. Concento es harmonía de voces acordadas; pero concento confuso de voces confusas, que dice Cervantes, es doble desar-

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monía, sin la contradicción que quiere sorprender Rodríguez Marín en este verso. Tal vez la falta esté en definir tan de plano la voz concento como «canto harmonioso de diversas voces». Pues, aun siendo así, obsérvase en los autores clásicos un atento cuidado de adjetivación que deja entrever la necesidad que sentían de precisar el sentido de esta palabra, como si por sí sola careciese de fuerza expresiva. Repárese en los tres textos siguientes que presentan de consuno la antedicha nota estilística: Y al numeroso plectro está pendiente Febo, invidiando el celestial concento. (Juan de la Cueva, Viaje de Sannio.) Cuando llega a deshora a mis oídos un celestial concento tan suave cual nunca acá se oyó entre los nacidos. (Fr. Arcángel de Alarcón, Vergel de flores divinas, Barcelona, 1594, f. 216.) Sonaban los angélicos contentos acompañados, al pasar tañendo, con músicos y dulces instrumentos. (Ibid., f. 218.) Ea, famoso Agustino, Jerónimo, Ambrosio santo, Gregorio y Tomás de Aquino, entonad el dulce canto: suene el concento divino. (Lope, El viaje del alma. Rivad. LVIII, 160.) Cuando falta la adjetivación, el régimen o dependencia de la palabra concento concentra su sentido. Ej.: Regale sus orejas en dulce, sí, mas bárbaro instrumento de corales y almejas, de las ninfas el coro y su concento. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. II, p. 273.) En el Orfeo, de Jáuregui, concento equivale a veces a armonía. Vr. gr.:

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El concento de esferas cristalino que percibió sutil ingenio sabio. (Orfeo, de don Juan de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 19.) A veces, concento es sinónimo de música, e inferior a armonía: El álamo gentil, que presumía ser más grata la música del viento cuando templado céfiro sentía entre sus hojas dulce impedimento, su engaño le corrige la armonía que, superior del céfiro al concento, pasa a vencer las mórbidas y ledas voces, que exprimen las celestes ruedas. (Ibid., p. 65. He corregido yo el sexto verso que dice el y debe ser al, para que haga sentido.) Los textos en que concento carece de adjetivo, son precisamente cuando no significa «canto harmonioso», sino «acorde de diversas cuerdas». Véase: «La mano... que el concento redoblar procura» (trata de un tocador de bandurria). (Antonio Ortiz Melgarejo, Canción. Adiciones a las poesías de Rioja. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1872, p. 42.) En resumen, creo que concento es conjunto de sonidos, susceptible de ser acordado o descordado, dulce o desagradable, y que Cervantes lo empleó perfectamente en este lugar. VII-150. DE ESPESAS NUBES CONDENSANDO EL VIENTO. Expresión meteorológica usada por los poetas anteriores a Cervantes. Confr.: De fusca nubecilla mal cuajada el velo celestial se vio mancharse; mas vese a pocas horas aumentada tenderse de manera y condensarse... (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 46.) Y como suele por aquella costa turbarse el aire repentinamente y obscurecerse con amagos de agua, condensáronse nubes pluviosas. (Historia del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia, Col. Escritores Castellanos, II, 53.)

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VII-155. HONDAS DE ESTALLO. La voz estallo no se encuentra hasta ahora en ningún autor contemporáneo. El significado, no obstante, está claro. Confr.: Ya calla el mar furioso y bravas ondas, al estallido espeso de las hondas. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 82.) Las ovejas... apenas se han desmandado del rebaño, cuando, o les da el cayado en una pierna, o sienten restallar la honda del pastor, zumbándoles la piedra en las orejas. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 545.) Apedréeme en la Platería, de mi mano a la suya, sin ruido de honda; aunque pienso que los más conciben mayor estimación del ruido que hacen con ella, que del golpe que dan con la piedra. (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 358.) VII-155. CON BALLESTAS. Evidente anacronismo. La ballesta, especie de arco mecánico, inventado hacia el siglo ix, fue prohibida como instrumento bélico por el Concilio de Letrán (1139), y, aun cuando alguna vez fuera desoído el precepto del Concilio entre cristianos, ya en el siglo xvi la ballesta era instrumento de caza exclusivamente. Cazaron con ella Carlos V, Felipe II, Felipe III y Felipe IV; pero en época de este último el uso cinegético de la ballesta era un mero virtuosismo. La descripción del instrumento la hace Alonso Martínez de Espinar, con todo detalle: «El palo de la ballesta tiene dos nombres, cureña o tablero, que es lo mismo uno que otro. Los hierros que guarnecen este tablero por donde está la nuez, y la cabeza, se llaman quijeras; éstas están embebidas en la madera y ajustadas a flor. Unos hierros que guarnecen un agujero que atraviesa el tablero por cerca de la cabella se llaman las flores, y tiene una en cada parte. La llave que desarma la ballesta es aquel hierro largo que está de la parte de abajo de la cara del tablero, y todo lo que de ella entra en él se llama pie de llave, y lo que de ella arrima a la quijera, celada. Debajo de la llave está un palillo, el cual se llama muelle y hace que suba y baje la llave cuando se arma y desarma la ballesta. Tiene asimismo el tablero un hueso, en que se arma la cuerda, y éste se llama nuez; el cual se labra de uno que tienen los venados en la cabeza, en el nacimiento de los cuernos, y no los hay tan fuertes para este efecto de otro animal. Tiene la nuez en medio un calzo de acero, que por dentro se encuentra con la llave, y se asen el uno al otro cuando la ballesta está armada. Donde rueda y anda esta nuez en el tablero se llama caja;

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está guarnecida de dos huesecillos, uno por la parte de arriba y otro por la de abajo, y se llaman antepecho y traspecho. En la cara del tablero, más arriba de la nuez, hay otro hueso largo que se llama la canal, y el tablero de la nuez abajo, rabera. Un hierrecito que tiene la ballesta en la cabeza a modo de sortija se llama estribo. Tiene asimismo dos fieles de acero: uno embutido en el tablero y quijeras, en que se tiene la llave; otro que está fuera de ellas, lo que basta para que puedan rodar en él las navajas de la gafa, cuando se arma la ballesta. Estos son los huesos y hierros de este instrumento, fuera de la gafa y verga». (Arte de ballestería y montería. Por Alonso Martínez de Espinar. Madrid, 1644, Ed. de Madrid, 1946, pp. 22 y 23.) VII-178. DEL TAMAÑO DE UN BREVIARIO. Por ser los libros eclesiásticos muy conocidos, podía servir su tamaño como referencia para indicar el de los otros libros. Confr.: En el año de 1243 halló un judío en Toledo, cavando en una peña, un libro, de cantidad de un Psalterio. (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Corónica del hombre, Madrid, 1598, p. 32-a.) VII-180. DE PROSA Y VERSO. Al haber prohibido el Consejo de Castilla la publicación de libros de versos, para poner freno a la epidemia poética, los irrefrenables autores acudieron al ardid de publicar libros en prosa mechados de versos. Confr.: LAURA. ¿Qué lengua? LISARDO.    Es griego, y traducido en latín por el doctísimo Ismenio. LAURA. ¿Qué escribe? LISARDO.    Las excelencias del hombre, en prosas y en versos. (Lope, La vengadora de las mujeres, I, Rivad. III, 513.) VII-188. UNA SÁTIRA ANTIGUA LICENCIOSA. Creo que no es lógico remontarse a las coplas, demasiado antiguas, del Provincial o a otras de la época de Carlos V. Es más verosímil que Cervantes se refiriera a sátiras de su tiempo, aunque de años atrás, y escritas por poetas vivos, de los que figuran nominalmente en el Viaje. En este supuesto, allí estaba Lope de Vega, preso y desterrado por un columnioso libelo contra unos cómicos, y Vicente Espinel, autor de la sátira contra las damas de Sevilla, que conocemos, y aun de otra que no conocemos, es decir, que permanece oculta sin haberse publicado, y tal vez no llegue a publicarse nunca, a causa de su lubricidad y estilo poco sano.

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VII-189. DE ESTILO AGUDO, PERO NO MUY SANO. Sano en este lugar significa conveniente, refiriéndose verosímilmente a las inconveniencias de lenguaje que la tal sátira contenía. Cervantes usó varias veces sano en este sentido. Confr.: Quiérote advertir que te será sano el callar por agora. (La Galatea, Lib. IV, Alcalá, 1585, f. 199.) Mirad cómo habláis, hermano, replicó el segundo Alcalde, y hablad menos, que os será sano. (Persiles, Lib. III, Madrid, 1616, f. 157 vuelto.) En las Comedias emplea hasta cuatro veces la frase consejos sanos, es decir, convenientes. (Ocho comedias y ocho entremeses, Madrid, 1615, fols. 5-b, 87, 147-b, 178-a.) Es el sentido con que suele hallarse en los clásicos, aplicado comúnmente a consejo, discurso, remedio, etc. Confr.: Con más sano discurso en mi sentido comencé de culpar el presupuesto... (Garcilaso, Égloga segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 59.) Daré por mi consejo bueno y sano nuestra corona a Alfonso el Castellano. (La murgetana, de Gaspar García. Valencia, 1608, f. 9v.) —Purgalle será bien —dijo un anciano. —Ese remedio no parece sano, le replicó el primero. (Antonio Enríquez Gómez, El peregrino, Rivad. XLII, 375-b.) —Pues digo yo que apostar es en esto lo sano. (Lope, El mejor mozo de España, I, R. Acad., X, 341-a.) VII-192. PEDROSA. Lo más verosímil es, a falta de datos seguros, que este apellido corresponda a un Francisco Pedrosa y Ávila, poeta que aparece en la Relación de las fiestas de Madrid en la canonización de san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier, Madrid, 1622. Si no se pueden citar de este Pedrosa más poesía que la de esta Relación, sería que él cultivaba preferente la novela, con el éxito que los versos de Cervantes dejan entrever. Afortunadamente no han llegado a nosotros los engendros de Pedrosa.

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VII-206. TURBA MULTA. Montón de gente anónima y sin categoría. Se halla en Cervantes (El viejo celoso) y en poetas y prosistas de su época. Confr.: Cuando ven una dama esquiva y dura con una turba multa de mozuelos. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 207.) Donde Tundama con sus capitanes, con fervorosos gritos y meneos de grandes amenazas, incitaba aquella turba multa furiosa. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia, Col. Escritores Castellanos, II, 96.) VII-208. GREGORIO DE ANGULO. Desde 1596 suena un poeta toledano llamado Gregorio de Angulo, doctor en Derecho, que fue en su patria corregidor y regente después en Nápoles. Versos suyos aparecen acá y allá durante los primeros años del siglo xvii. Fue amigo de Lope, de Juan Rufo, de Valdivielso, a juzgar por las poesías que hizo para sus obras. La amistad con Cervantes se explica naturalmente. Mucho más joven que Cervantes, pues vivía aun en 1628, año en que Lope le alaba en El Laurel de Apolo. VII-209. PEDRO DE SOTO. Pedro Soto de Rojas, granadino, licenciado en Derecho y después canónigo de Granada, hizo públicos sus versos desde 1608. Asistía por los años de 1612 en Madrid a la Academia Selvaje, centro de reunión de los más ruidosos poetas de la corte. Sin duda allí o fuera de allí trató personalmente a Cervantes, pues vivió en Madrid hasta el año 1616. Los tres tonillos de poesías de Soto de Rojas salieron a luz después de esa fecha; pero Cervantes conocía la calidad de sus versos, cuando le llama de culta vena. Véase la nota 167 del cap. II. VII-211-212. ÚNICO Y DOCTO LICENCIADO. Único, sin par, excelente. Confr.: Cervantes prodiga en El Quijote el adjetivo único en esta acepción y otras de sus obras, vr. gr.: Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo. (La gitanilla. Edit. Schevill y Bonilla, Madrid, 1922, p. 31.)

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Se encuentra asimismo en los escritores contemporáneos. Confr.: Al capitán Lorenzo de quien dije ser único poeta castellano. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia. Col. Escritores Castellanos, II, 48.) Esperándole con la prevención de la cautela más única que de este género se sabe. (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 258.) Varón en sus consejos muy entero... único y admirable ballestero. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 274-a.) Lope llegó a usar el adverbio únicamente, en el sentido de excelentemente, como nadie. Confr.: Quiso nuestro Felisardo... agradar a la gran sultana doña María, y estudió con otros mancebos... la comedia de La fuerza lastimosa... Representó Felisardo únicamente. (Lope, El desdichado por la honra. Rivad., t. 38, p. 20-a.) VII-222. CAPELLÁN LEGO. Sobre lego, véase la nota al verso 174 del cap. VI. En este pasaje de Cervantes se acentúa el sentido de ignorante o zafio, que se observa en otros lugares. Confr.: Pisad graznando la corriente cana de el antiguo idioma y turba lega. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 5.) Si saben que sois lego, y que pueden con seguridad hacer quince y falta, más tretas os harán que un mohatrero. [Los señores a sus criados] (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 60.) VII-222. CONTRARIO BANDO. Es frase muy usual en las descripciones de batallas. Confr.: Me perseguirá amor a pecho abierto, como si fuera de contrario bando. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 157.)

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Sobre las torres del contrario bando.(Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 196.) Vieron que iba de rota el castellano bando. (Ercilla, La Araucana, Canto X, Ed. 1733, p. 52-a.) Tentaron negociar por otra vía, para poder volver seguramente y sin recelo de los sinsabores que les pudiera dar contrario bando. (Hist. del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia, Col. Escritores Castellanos, II, p. 56.) VII-226. TOMÁS GRACIÁN. El buen Tomás Gracián era uno de los contados supervivientes de la generación poética alabada por Cervantes en el Canto de Calíope. Entonces, 1585, hacía apenas un año que el humanista y políglota había ingresado en la cancillería de Felipe II, como «secretario de lenguas». En el mismo puesto lo vuelve a encontrar Cervantes en 1614, ocupado con sus traducciones de documentos cifrados o redactados en idiomas exóticos, con sus versos y sus pinceles, con sus censuras aprobatorias de libros sometidos a su crítica, y con la educación de los cinco hijos y una hija que acrecentaron su familia. Pocos o ningunos versos conocemos del buen Tomás Gracián; y, sin embargo, el ambiente literario de su casa parece que lo respiramos aún. Su padre, Diego Gracián Alderete, fue un gran helenista, que en la misma secretaría de Felipe II elaboró notables traducciones del griego; él pintaba y escribía; su hijo Jerónimo, servía de secretario a Santa Teresa y era su fidus Achates en la reforma del Carmen; su segunda esposa, la que llenó su hogar en la vejez, componía versos latinos, cantaba y tocaba el arpa con rara perfección. ¡Qué poca falta hace que hayan llegago hasta nosotros los versos de Gracián, para comprender que Gracián vivió una vida densamente poética, y que tuvo Cervantes razón al incluirlo entre los poetas de su época! VII-232. UNA LARGA PIEZA. Un largo rato. Cervantes usa la frase en El Quijote (I-7). En poesía está igualmente autorizada. Confr.: Estuve boca arriba una gran pieza. (Garcilaso, Égloga segunda, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 50.)

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Habiendo contemplado una gran pieza atentamente aquel lugar sombrío. (Garcilaso, Égloga tercera. E. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 127.) Estuvo sin sentido larga pieza.(Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 122.) Gran pieza estuvo el pastor sin moverse de una parte. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1.094, Madrid, 1947, II, 193-b.) VII-238. DEL SOL LA CALMA. La calma del sol es el bochorno de la siesta, cuando no corre la menor brisa o aire que refresque la atmósfera. Confr.: No tiene miedo al buchorno cuya calma abrasa el campo. (Romancero general, Parte II, Rom. 76, Madrid, 1947, I, 58-a.) VII-245. REPENTISTA. Lo mismo que poeta de repente, sobre lo cual quedó nota en el cap. III, verso 365. Añádase: «Una comedia hicieron los estudiantes de Mansilla, de repente». (La pícara Justina, cap. último. Ed. Biblióf. Madrileños, t. VIII, p. 296.) VII-250. EL GRAN LUPERCIO. Lupercio Leonardo de Argensola, llamado comúnmente «el Secretario», cargo que desempeñó con el conde de Lemos, durante su virreinato de Nápoles (1610-1616), fue autor de teatro, coetáneo de Cervantes y por él alabado; poeta lírico de la escuela horaciana, cuyos versos corrían de boca en boca, mucho antes de que fueran dados a la estampa en 1634. Si Cervantes quiso aludir aquí a un soneto determinado de Lupercio, sin duda es aquel tan famoso que empieza: Dime, Padre común, pues eres justo Véanse las notas del cap. III-165, III-185 y VII-282. VII-254. CATORCE HILERAS. El escuadrón se formaba de número variable de filas de soldados llamadas en el lenguaje militar hileras. Cada hilera constaba a su vez de un número variable de soldados, según la forma del escuadrón, impuesta por la configuración del terreno y el plan estratégico

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del Maestre de campo. Los tratados militares de Martín de Eguiluz, de don Bernardino de Mendoza, etc., están llenos de trazas y normas de escuadronar, donde se barajan las hileras (a veces, 123 hileras de 123 soldados cada una). Mejor idea de los escuadrones sacará el lector viendo de los curiosos gráficos del Arte de escuadronar, que publica en su obra don Melchor de Alcázar y Zúñiga, Madrid, 1703. Sobre el uso corriente de esta voz hileras, confr.: La invención de ordenar el ejército por hileras se atribuye a Palamedes en el cerco de Troya. (Fr. Juan de Pineda, Agricultura cristiana, Diál. 18, t. II, p. 28, Salamanca, 1589.) No veréis sino una presencia triste... cual suele representarse en los coros e hileras de los escuadrones cerrados y puestos con orden para acometer. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 67-a.) A punto de batalla se ponían formando las hileras y cuadrillas. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 255.) Repártelos el joven por sus puestos, formando las hileras y cuadrillas. (Ibid., p. 157.) Sale marchando un escuadrón volante... en cada hilera van de ciento en ciento. (Agustín de Rojas, El viaje entretenido, Madrid, 1603, p. 24.) Desavenidos soldados en mal regidas hileras el sargento dando voces que marchen o se detengan. (Romancero general, Parte VI, Rom. 412, Madrid, 1947, I, 272-b.) VII-257. CARTAPACIO. Con toda propiedad llama cartapacio de Góngora al librote que vino disparado, porque, como es sabido, las obras del magno cordobés no salieron impresas hasta muchos años después, y en la época de Cervantes corrían en cartapacios, esto es, manuscritas en pliegos de papel cosidos en forma de libro. Sin esta particularidad, los pliegos u hojas sueltas no se llaman cartapacios. Véase la explicación que el hermano del obispo de León da de la pérdida de las obras del célebre predicador de Felipe II:

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Habiendo, pues, en su vida hecho su testamento y ordenado en él que cuando Dios le llevase se diesen todos los cartapacios que tenía escritos de mano, de sus sermones y otros ... a sus tres hermanos religiosos..., cuando murió no fue posible cumplirse este legado; porque muriendo en la villa de Villalón, algún curioso que debía conocer y estimar esta hacienda, la hurtó toda; de manera que cuando la justicia real y el subcolector apostólico entraron a la librería, para hacer inventario y recuento, no se halló libro escrito de mano; y así, de ocho cartapacios grandes en folio, solos se escaparon dos que Su Señoría había llevado consigo, y veinte pliegos de papel escritos, que por no estar con los otros cartapacios ni en la misma forma, no los debió de conocer el que llevó los demás. (Fr. Juan Torres, Prólogo al Arte o instrucción de predicadores de don Francisco Terrones. Granada, 1617.) VII-258. ATERRÓ. En la acepción primera y fundamental de echar a tierra o hacer caer. Confr.: ... las casas de la ciudad, como estaban atormentadas con los grandísimos trabucas y morteretes y pelotas de un brazo de diámetro, que aterraban los tejados y solares y hundían el terreno con gran espanto. (Vasco Díaz Tanco del Frejenal, Palinodia de los turcos, Orense, 1547, f. 43.) Maldición venga por tal bigardón, que se le tulla la lengua... ¡Oh, mal rayo se la atierre! (Ibid., Reproducción facsímil, Valencia, 1947, p. 31.) Vosotros que en la tierra administráis justicia... cuyo poder atierra a la mortal malicia. (Hierónimo de Saona, Hyerarchía celestial y terrena, Cuenca, 1603, p. 540.) Mas si toda la máquina del cielo... hecha pedazos se viniese al suelo, debe ser aterrado y oprimido... primero que espantado y conmovido. (Garcilaso, Elegía primera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 154)

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VII-258. BANDERAS. Equivale a compañías o a grupo de soldados que obedecen a un jefe. Confr.: Pues de ellos y de toda la bandera fue general Juan Pérez de Cabrera. (Historia del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia, Col. Escritores Castellanos, t. II, p. 30.) Adiós, Nápoles, que os llevan vuestro mejor bebedor treinta enemigas banderas. (Lope, El Gran Capitán, III, R. Acad, N. E., II, 252-b.) Los pendones y banderas son para que la gente de guerra e de los pueblos, en batallas donde hay copia de gentes, se puedan acaudillar, e cada uno sepa a quién sigue... e con qué capitán milita; para lo cual cada general e particular trae diferenciada su bandera con sus armas e devisa, e de tal manera que, o en las insignias o en los colores, con fascilidad se conoscen, para que los soldados acudan a su capitán e bandera; e no llevando banderas distintas, sería ayuntamiento y ejército confuso. (G. Fernández de Oviedo, Las Quinquagenas, Madrid, 1880, p. 108.) VII-264. NI PRESTA DURA MALLA. Prestar en el sentido de servir, ayudar o ser útil. Confr.: El vicioso y carnal mude el consejo, que mocedad ni estado poco presta, pues va tan presto el mozo como el viejo. (Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562, f. C) Allí es el renegar; mas poco presta. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 452.) Ahora dejemos la plaza y cárcel, y volvamos a la costa y navío, que esto no presta nada. (Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 669-b.) Y fue por Colón cosa molesta ver cómo su consejo nada presta. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 41-a.)

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VII-269. LETRAS Y CIFRAS. En multitud de romances moriscos se mencionan las cifras y letras que el galán sacaba en su atavío. Se llama cifra el símbolo o emblema alusivo a dama que cortejaba o a la empresa que aspiraba a desempeñar, y letra al lema o mote, que descifraba alegóricamente la cifra. Esta se llamaba también divisa. Confr.: Hubo un sabio antiguamente que una letra fabricó, cifra del vivir presente, y símbolo en que mostró, de los dos, fin diferente. Era Y griega, que te advierte dos sendas hasta la muerte, común la entrada... (Lope, El viaje del alma. Rivad. LVIII, 153.) Sacó la mora una aljuba de muertes toda sembrada (de calaveras) junto a cada una, una cifra... «Muera, no tenga esperanza». (Romancero general, Parte III, Rom. 137, Madrid, 1947, I, 115-a.) En las letras y divisas algún tanto se distinguen (sus penas) que lleva el moro en la adarga hecha de varios matices. (Ibid., Parte III, Rom. 137, Madrid, 1947, I, 99-a.) ¿Qué se me da que... rabiando, antes que el cielo amanezca, deje Maniloro a Ronda, lleno de cifras y letras? (Ibid., Parte XI, Rom. 856, Madrid, 1947, II, 37-a.) He aquí algunas de las letras inventadas por los autores de los romances moriscos: Y un corazón abrasado con una cifra que dice: «De yelo nace mi llama y el yelo en mi fuego vive». (Ibid., Parte III, Rom. 137, Madrid, 1947, I, 99-a.)

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Divisa y letra: Un águila cuyo pico se cebaba en las entrañas de un sacre con esta letra: «Por envidia me las saca». (Ibid., Parte IV, Rom. 230, Madrid, 1947, I, 154-a.) Un mundo negro bordado en un escudo de grana con esta letra por orla: «Más merece quien me manda». (Ibid., Parte IV, Rom. 280, Madrid, 1947, I, 185-a.) Esto lleva el rico amante, y en arábigo esta letra: «Así recibo yo vida de la dama que lo ordena». (Ibid., Parte IV, Rom. 213, Madrid, 1947, I, 145-b.) Una rueda de fortuna en una niarlota parda... con esta letra que dice: «Jamás me será voltaria». (Ibid., Parte IV, Rom. 280, Madrid, 1947, 185-a.) El bonete carmesí y en él una pluma negra y por letra: «Mi alegría compite con mi tristeza». (Ibid., Parte VI, Rom. 352, Madrid, 1947, I, 239-b.) VII-269-270. CARTA DE PRÍNCIPE ENEMIGO. Para entender el sentido de estas palabras hay que tener presente que el término cifra que antecede en el mismo verso 269, es equívoco, y a la vez que significa lo que dejamos expuesto en la nota anterior, significa también escritura convencional que oculta el valor de los signos a quien carece de la clave correspondiente. Es la que se emplea en las cancillerías diplomáticas para despachos secretos, que ha dado origen a la ciencia llamada criptografía. Nuestro Felipe II dio una importancia extraordinaria a la cifra, y a su imitación todos los monarcas de su época, casi siempre enemigos y siempre recatados y prevenidos unos de otros. Confr.:

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Para... seguridad vuestra importa guardar el secreto, que como muchacho de poca experiencia podíades revelar, pareciéndoos que son lances muy dignos de saberse, y que diciéndolos por cifras no se entenderían. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. I, Desc. IV, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XLII, 80.) El no haber acertado a dar el punto de la transmutación de los metales, nace de no haber entendido a los grandes filósofos que tratan esta materia subtilísimamente... que la escriben en cifras por no hacellas comunes a los ignorantes. (Ibid., Rel. III, Desc. I, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LI, 147.) VII-270. PRÍNCIPE ENEMIGO Y RECATADO. Quiere decir, potentado que se introduce de incógnito en reino extranjero con intención de espionaje o de gestiones enemigas. Confr.: Pues iban con aquellas prevenciones que suelen los heridos de sospecha, cuando contrario Marte se recela por hombres recatados. (Historia del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. Ed. Paz y Melia, Col. Escritores Castellanos, t. II, p. 18.) Es astuta persona, recatada, dispuesta para toda competencia. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 116-b.) Que todos, como gente malhechora, cual suelen los ladrones recatados, huyendo de la luz, se dividieron... (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 32.) De donde al fin salió determinado se despachase a Quito alguna gente con un caudillo plática y prudente, solícito, mafioso y recatado. (Ibid., p. 249.) VII-272. BALAS ENRAMADAS. Se llamaban así unos proyectiles de cañón, que en su interior llevaban ovillada una cadena asida por sus extremos a dos puntos opuestos del petardo. La explosión abría la bala en dos mitades, que asidas a la cadena y poniéndola en fuerte tensión, servían para cortar postes, palos, jarcias y otros objetivos de difícil blanco por su escaso volumen. Confr.:

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El puente era de mucho ingenio...; pero tenía una dificultad grande, de unas cuerdas, como jarcias de galera, de aquel grosor, en que todo él hacía fuerza; que acertar a cortar una de aquellas con alguna bala enramada, daba consigo en el suelo. (Martín de Eguiluz, Milicia, discurso y regla militar, Madrid, 1592, f. 143 vuelto.) Esta clase de proyectiles empleó Cervantes describiendo cómo unos corsarios cortaron de un disparo el árbol de una embarcación: «Soltaron dos piezas de artillería, y, a lo que parecía, ambas venían con cadenas, porque con una cortasen nuestro árbol por medio». (Quijote, I, 41). Este pasaje, al cual remite R. Marín, para explicar el texto del Viaje, ha sido erróneamente interpretado por él. El sentido es: dispararon dos cañones, ambos con proyectiles de cadena, con uno de los cuales cortaron nuestro árbol. Estos proyectiles se denominaban además de balas enramadas, balas de cadena. Confr.: Acometiéronme juntos; mas quiso Nuestra Señora que, disparando el petardo, como eran las balas todas de cadena, que se abriesen y que las dos medias bolas clavándose en dos esquinas, para mí suerte dichosa, atajase la cadena toda la calle. El que habla es un embustero que dice cosas inverosímiles. (Lope, La defensa de la verdad, II, R. Acad. N. E., IV, 429-a.) Había también, a imitación de las balas de cadena, pelotas de alambre para arcabuz, como las describe el texto siguiente: «Mandó luego dar otra vez carga, y que cada arcabucero echase pelotas con alambre, para que hiciese más daño, que son de esta manera: dos pelotas de plomo, y asidas la una de la otra con un hilo de alambre, algo grueso, de largo de palmo y medio, en manera que se pudiesen deshacer, y así tiradas, van cortando y despedazando cuanto topan». (Relación de Pedro de Ursúa. Bibliófilos Españoles, XX, 163.) VII-274. ESCUADRAS. Al primitivo concepto de cuatro que encerró esta palabra castrense, y que permanece en la categoría de cabo de escuadra, había sucedido un concepto numérico más amplio y a la vez indeterminado. Escuadra en la lengua poética del tiempo de Cervantes equivale a tropas en orden de combate. Confr.:

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Se congregó una escuadra de cincuenta soldados escogidos y de cuenta. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 249.) No bélicas escuadras resististe... en militar acción, en marcial juego. (Soror Violante do Ceo, Parnaso lusitano, Lisboa, 1733, p. 34.) De aquí, fue borrándose el sentido belicoso y quedando sólo el concepto de numerosos individuos en formación análoga a las de la milicia. Confr.: Vi primero una escuadra muy lucida toda de juventud fresca y lozana. (Fr. Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1594, f. 217.) De cinco escuadras de cañas que ha ordenado el moro alegre, una encargó al Bencerraje, mozo de años dos y veinte. (Romancero general, Parte IX, Rom. 746, Madrid, 1947, I, 501-a.) Últimamente, hasta el sentido de formación se vino a perder, llegando a confundirse escuadra con rebaño, que es la antítesis de la ordenación militar. Confr.: Lisardo es un labrador que en aquesta humilde aldea ha guardado de tu padre tantas escuadras de ovejas. (Lope, La esclava de su hijo, II, R. Acad. N. E., II, 171-a.) VII-278. SU FUERZA SOLA. Sola tiene el sentido de sin par, sin semejante, grandísima. Acepción meramente poética. Confr.: Pueblo en altura y en ventura solo. (Villaviciosa, La mosquea, I, Rivad., t. 17, p. 576-b.) VII-280. UNA SACRA CANCIÓN. Aunque las Rimas de Bartolomé Leonardo de Argensola no salieron a luz hasta 1634, eran en tiempo de

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Cervantes conocidísimas las más de ellas. Era este poeta especialista, por así decirlo, en canciones sacras. Las compuso a la Magdalena, a la Purísima Concepción, a san Ramón, a san Eufrasio, a los Reyes Católicos, a san Lorenzo, a la Asunción... Puede, pues, Cervantes aludir a esta especialidad del poeta; pero si a alguna en particular quiso aludir, probablemente sería a la «Canción a la nave de la Iglesia, escrita cuando el señor don Juan de Austria venció al turco en Lepanto». VII-282. BARTOLOMÉ LEONARDO DE ARGENSOLA. El menor de los dos hermanos (había nacido tres años después que Lupercio, en 1562) fue historiador de Arabón, de la conquista de las islas Molucas y autor de numerosos trabajos. Sirvió de capellán a la emperatriz María y murió siendo canónigo de Zaragoza. En poesía brilló a par de su hermano en el cultivo de la lírica horaciana. Véanse las notas de los cap. III-165, 185 y VII-250. VII-290. OJOS DE ARGOS. Alusión a la vulgarísima fábula de Juno cuando transformó a la jovencita Ío en novilla y la puso bajo la custodia de Argos, al que Mercurio infundió sueño para robársela, en castigo de cuyo sueño, Juno trasladó a Argos al cielo, convertido en pavo real, con cien ojos abiertos siempre en la cola. Tal leyenda andaba al estricote en la poesía contemporánea de Cervantes. Véanse varios ejemplos de Lope: Pintaba al Amor un filósofo, vestido de piel de lince y los ojos de Argos puestos por despojos. (Lope, El abanillo, II, R. Acad. N. E., III, 15.) ¿No has oído que guardó Argos la niña que Juno en novilla transformó, y que, velando importuno, Mercurio sueño le dio? (Lope, El pastor lobo. Rivad. LVIII, 193.) Mas no velé yo importuno tan poco entre sus antojos que no tuviese más ojos que el tardo pastor de Juno. (Lope, El engaño en la verdad, III, R. Acad. N. E., V, 247.)

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La ocasión, que con cien ojos son siempre los celos Argos. (Lope, Allá darás rayo, I, R. Acad. N. E., X, 576.) Calla, que hay varas de Mercurio sabio que duermen ojos de Argos veladores. (Lope, El acero de Madrid, III, Rivad. I, 380.) Tú, que madres solícitas aduermes, cuando sus ojos Argos apercibe; (Lope, La noche toledana, III, Rivad. I, 220.) Con más ojos que el pavón que puso Juno en el cielo. (Lope, Lo que ha de ser, II, Rivad. II, 516.) Hay vecino que, a los acentos de la voz más muda, sale a la ventana despierto, a ser Argos vigilante, atalaya de defectos ajenos, y, en fin, a ser lince ciegamente necio. (Lope, El valiente Juan Heredia, I, R. Acad. N. E., II, 630.) Argos del honor seamos (Lope, Ya anda la de Mazagatos, I, R. Acad. N. E., X, 495.) Fuera del área poética suelen hallarse igualmente referencias a los ojos de Argos. Confr.: Id por todas las calles y preguntad a esos Argos que andan llenos de ojos para ver quién son los otros, si tienen dos en la cara para ver quién son ellos mismos. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1660, p. 2.) VII-294. GARCILASISTA. Adjetivo inventado por Cervantes. Caso análogo al inventado por Lope. Vr. gr.: Los versos líricos en nuestra lengua, de los cuales he visto muchos de Vuesamerced, horacianos y marcialistas, que cualquiera de los dos pudiera

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con ellos esmaltar sus epigramas. (Lope, Don Juan de Castro, Segunda Parte. Rivad. IV, 395.) VII-294. TIMONEDA. Correctamente debería decir timonedista. Todavía, a más de la razón del ritmo, podemos citar en apoyo del uso del sustantivo por el del adjetivo, este pasaje de Lope: Sólo del sol se contente, como Diógenes hizo, a quien no le satisfizo todo Alejandro presente (Lope, La inocente Laura, I, Rivad. IV, 478.) VII-307. MANTUANO. En el cap. IV, verso 427, quedó nota sobre Pedro Mantuano. El papel de juez o árbitro que Cervantes le da ahora, para discernir entre los buenos y los malos poetas, se basa en la notable fama de crítico que tenía Mantuano entre los hombres de letras. La insistencia de nombrar a Mantuano y de alabarle revela una manifiesta adhesión de Cervantes al adversario del P. Mariana, en la agria polémica encendida en aquellos años sobre ciertos puntos de su célebre Historia de España. VII-309. MÁQUINA. Tropezamos por tercera vez con esta voz. (Vid. cap. I, verso 301 y cap. VI, verso 213). En este lugar, máquina significa enredo, maraña inextricable. El adjetivo confusa que le precede, concreta exactamente el sentido. Confr.: Yo quedé con una grande máquina de pensamientos sobre la determinación que había de tomar. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. II, Des. VI, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LI, 185.) En esta acepción es comúnmente empleada la palabra para significar ciudades de confuso trazado, arquitecturas complejas, caudales incalculables, etc. Confr.: —¿Qué os parece París? —Máquina hermosa, que a la ciudad del Nino populosa puede hacer competencia. (Lope, Más pueden hechos que amor, I, Rivad. XXXIV, 177.) Otro pasaje análogo hay de Tirso, refiriéndose a Nápoles. (Vid. NBAE, IV, 249-a.)

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Como no todo el edificio puede ser de buena cantería de piedras crecidas, fuertes y bien labradas, sino que con ellas se ha de mezclar mucho cascajo, guijo y callao, así en esta máquina, entre las buenas piezas del ángulo hay mucho froga y turronada de bellacos. (Eugenio de Salazar, Cartas. Biblióf. Españoles, t. I, p. 2.) Rioja llamó a la nave «alta máquina». (Poesías. Bibliófilos Españoles, II, 201.) Para vos me eligió el cielo; para vos ha guardado la más espantosa máquina de hacienda que hasta hoy vio la Europa. (Gonzalo de Céspedes y Meneses, Historias peregrinas. Ed. E. Cotarelo, 1606, pp. 90 y 136.) VII-310. JULIÁN DE ALMENDÁREZ. En 1603 había aparecido el nombre de este poeta al frente de un poema en redondillas, sobre la vida de san Juan de Sahagún, con el título de Patrón salmantino. Debía Almendárez ser muy joven en 1603, pues en el soneto que un hijo del Brocense compuso para los preliminares del libro, le llama «temprano al mundo, en verdes años». Desde esta fecha Almendárez contó entre los poetas; su nombre figura en el Viaje entretenido, de Agustín de Rojas (1604), y en la Letanía moral, de Claramonte (1612). En 1613, cuando escribía Cervantes, tenía bastantes títulos el poeta salmantino para entrar en el Viaje; y aun se puede sospechar que alguna razón particular pudo tener Cervantes para nombrarle. Recuérdese la tan citada frase de Lope en la que unió en una misma relación de hostilidad los nombres de Almendárez y Cervantes («Cosa para mí más odiosa que mis librillos a Almendárez y mis comedias a Cervantes»). Y obsérvese el chocante anacoluto que hay en los versos 310-313; el nombre de Almendárez arrastra la pluma de Cervantes a una especie de exabrupto «en favor del cómico mejor de nuestra Hesperia», es decir, Góngora (!). Este lancetazo era el más doloroso que podía recibir Lope. ¡Y el más injusto! VII-313. POR LAS RUCIAS QUE PEINO. Entiendo que Apolo jura por su cabeza, imitando el juramento vulgar por estas canas. Rodríguez Marín entendió que Apolo se refería a sus barbas, juramento usado en la Edad Media. Pero no hallo texto que autorice la frase peinar barbas, mientras que es frase corriente peinar el cabello. Vr. gr.: Del dios que peina el cabello que parece que es dorado. (Romancero general, Parte IX, Rom. 708, Madrid, 1947, I, 473-a.)

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La mitad de la vida, el hombre peina pelo negro, y la mitad blanco. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 26.) Dos veces los altos riscos destas elevadas sierras del claro amante de Dafne han peinado las madejas. (Lope, El vencido vencedor, I, R. Acad. N. E., X, 156.) La sagrada Reina que sus cabellos de oro parte y peina. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 21.) El rubio sol que trenzas de oro peina. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XIII, Barcelona, 1618, f. 228.) La herejía... culebras crespas peina. (Ibid., Lib. V, f. 91.) Hasta que sus madejas soberanas se peinan en las cumbres meridianas. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 51.) Por otra parte, hay que observar que la voz rucio, tanto significa rubio o rojizo, como ceniciento o plateado. Tratándose de Apolo, hay que desechar la segunda acepción, y aceptar la de pelirrojo. Cervantes escribió: «Una cola rucia o roja de buey». (Quijote, I, 27.) La frase es humorística hasta el desacato, pues el color rucio es exclusivo del pelo de caballos, bueyes y asnos, popularizado de antiguo por el sabidísimo romance, «Ensíllame el potro rucio / del Alcalde de los Vélez», y en tiempo de Cervantes por el famoso Rucio de Sancho. Es un caso más de la técnica empleada por Cervantes en este poema, de apear a los dioses mitológicos no al nivel humano, sino más abajo todavía. VII-317. DEL CÓMICO MEJOR. Del autor de comedias... Véase la nota del cap. II, verso 19. VII-322. DE LLANO. Dar con la espada, de plano, para no herir. Modo de hablar del arte de la esgrima, usado por los poetas. Confr.: Como esgremidor diestro y galano, al secutar el golpe, da de llano, o toca blandamente con el filo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 51.)

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A este hiere de corte, a aquél de llano. (Valbuena, El Bernardo, Lib. 1, Rivad., t. 17, p. 151-a.) VII-322. DE CORTE. Dar con la espada de corte, es decir, con el filo. Es modo de hablar de poetas, ajenos a la técnica de destreza o filosofía de las armas, de los Pachecos y Carranzas de esta época. Confr.: Cuyas insignias reales son una vara de corte, tan de corte, que es guadaña. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 367.) A la corte vais, buen Cid, y lo que os lleva a la corte es dar corte a la espada, pues que no tiene otro corte. (Romancero general, Parte IX, Rom. 795, Madrid, 1947, I, 535-b.) VII-323. POLIFEMAS. Adjetivo derivado de Polifemo, título del poema de Góngora. Estancias polifemas está en vocativo, a quien se dirigen los verbos en segunda persona dadle y no le deis. Quiere decir que las estancias del Polifemo eran, a juicio de Cervantes, agudas y afiladas como espadas. Es un elogio de Góngora, de doble filo también. VII-338. CABRAHÍGO. Higuera macho silvestre. Lo mismo que en el verso cervantino, aparece el cabrahígo en varios pasajes de Lope. Confr.: Bien te parece el traje, Montesinos, para entre cabrahigos y altas hayas. (Lope, Rimas humanas y divinas, Madrid, 1634, f. 64.) Por esta parte, Silverio. Echa por cabrahigo, y guarte de la maleza. (Lope, Los donaires de Matico, I, R. Acad., IV, 695-b.) Las propiedades del cabrahígo las expone bellamente fray Luis de Granada. Puede ser que, sabiéndolas, tengan algún intríngulis las palabras de Cervantes: Hay en algunos árboles macho y hembra, como en la palma, que estando cerca de la palma que llaman macho, naturalmente inclina sus ramas hacia ella,

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y de ella reciben los dátiles la sazón y suavidad que tienen: por lo cual los labradores cuando el macho está lejos, cogen de los frutos de él, y pónenlos en la hembra, y con esta manera de remedio se sazona la fruta. Y muy más común y más notorio es esto en las higueras, las cuales en muchas partes reciben de los cabrahigos (que son los machos), la suavidad y miel del fruto que producen; sin lo cual los higos salen inútiles y desmedrados. Y por esto usan los hortelanos de semejante artificio que el pasado, haciendo unos sartales de estos higos machos, y poniéndolos en las ramas de la higuera, lo cual ellos llaman cabrahigar. Donde hay dos cosas de admiración: la una que de esta fruta de los cabrahigos salen unos mosquitos muy pequeños, los cuales tocando el ojuelo que el higo tiene en lo alto, le dan toda la sazón y miel que tiene en tanta abundancia, que a veces sale por ese ojuelo una brizna de la miel que está dentro. La otra es, que habiendo en una higuera millares de higos, ellos la cercan toda de tal manera, que ningún higo dejan de tocar, y hacerle este beneficio. (Fr. Luis de Granada, Introducción al símbolo de la fe. Rivad. VI, 209-b.) Góngora sacó partido de la propiedad del cabrahígo para ridiculizar la paciencia de un marido. Tal vez estos versos esclarezcan algún esoterismo respecto del poeta llorón que se agarra al cabrahígo. El lector lea y juzgue: De veinticuatro quilates es como un oro la niña y hay quien le dé la basquiña y la sarta de granates. Tiénelo por disparates su madre y búrlase de ello; mas él [marido] se los echa al cuello, porque el mismo fruto espera que han de hacer, que en la higuera las sartas de cabrahigo. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 182.) VII-343. VIRGEN POR LA ESPADA. Es decir, que no la habían estrenado. Confr.: Mal cortarán en la guerra vuestras vírgenes espadas, pues nunca vieron el sol ni salieron de la vaina. (Romancero general, Parte II, Rom. 101, Madrid, 1947, I, 75-a.) Viste coleto de ante, virgen de todo piquete. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 150.)

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VII-346. BARTOLOMÉ, LLAMADO DE SEGURA. No comprendo por qué se pueda poner en duda la identificación de este poeta. De 1597 datan los primeros versos que se conocen de Bartolomé de Segura, «vecino de Cuenca», al frente de un libro de Versos espirituales allí mismo impreso. En 1599 publica una Vida de san Julián en verso. Posteriormente, Bartolomé de Segura aparece hecho benedictino en Valladolid, donde compone un poema, La amazona cristiana —Santa Teresa— en redondillas. ¿Hay en todo esto nada de extraño? En 1630 todavía le alaba Lope en el Laurel de Apolo. Creo que estuvo Bonilla acertado en la identificación, y no comparto los escrúpulos de Toribio Medina. Es un poeta que Cervantes citó de relleno, al que probablemente no conocía ni estimaba gran cosa. VII-349. RESONÓ, EN ESTO... Lo que debió resonar fue el toque de las trompetas, según el uso de entonces: Antiguamente tocábanse trompetas acabada la guerra, para celebrar la victoria, y para que todos envainasen sus espadas y se recogiesen a sus tiendas. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 235.) VII-353. TAGARETE. Riachuelo o arroyo que corre al este de Sevilla. Confr.: «Cercano a este arrabal [de San Benito de la Calzada] está el celebrado Prado de Santa Justa... que, en parte bajo y lagunoso, tiene por desagüe el arroyo Tagarete, que, cortando el camino de la Calzada, lo iguala la fuente que llaman de las Madejas, por la empresa honrosa de Sevilla, pintada en los Caños de Carmona, a que está arrimada». (Diego Ortiz de Zúñiga, Anales de Sevilla, Sevilla, 1677, p. 15-a.) Por ser en parte bajo y lagunoso, en los estiajes era sucio y maloliente, verdadera antítesis del Guadalquivir; y así como éste representaba a los poetas cisnes, el Tagarote representaba a los «patos del aguachirle castellana». La frase popular Vaya al Tagarete que registra Correas, prueba lo vulgarizada que estaba en España la suciedad del arroyo sevillano. (Vocabulario de refranes..., del M. Gonzalo Correras. Ed. Madrid, 1924, p. 500-a.) VII-355. ¡AY ME!. Italianismo, por ay de mí. Tirso en una comedia de ambiente italiano, dijo: CLEANDRO. ¡Buena anda toda mi casa! ¡Oh amor de hijos imprudente! Quiérola excesivamente; no hay poner a mi amor tasa; con ella mi vejez pasa en descanso, MARGARITA.      ¡Ay me! CLEANDRO.        ¿Volviste?» (Tirso, Quien no cae no se levanta, I, NBAE, IX, 441-a.)

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Y Lope, en análoga situación, con más clara intención de subrayar el italianismo: ¡Adiós, mis bellas madonas! ¡Ay me, que el cor se lamenta! (Lope, El Gran Capitán, III, R. Acad., II, 252-b.) VII-356. ZAPARDIEL. Habiendo citado al Tagarete, llamándole limpio por antítesis irónica, la cita del Zapardiel viene arrastrada con idénticos caracteres. Las musas del Zapardiel eran a las del Pisuerga, lo que las del Tagarete a las del Betis. La suciedad del riachuelo vallisoletano era famosa entre los poetas. Ej.: La marquesa del Rastro, la de Esgueva, la de Zapardiel, doña Jeringa Calabacete, doña Aldonza Puerros (Lope, Entremés del marqués de Alfarache. R. Acad., II, 276-b.) La causa de semejante suciedad era su de ordinario escasa y lenta corriente, de la cual se lee en La pícara Justina: «Un avariento, la vez que da, es Alejandro; es como Zapardiel cuando sale de madre». (Obra cit. Ed. Rivad. XXXIII, 140-a.) Sin embargo, la equiparación entre el Tagarete y el Zapardiel no es enteramente exacta. Zapardiel es el río de Medina del Campo, y a esta célebre ciudad no le faltaron sus musas, dignas por cierto de respeto y hasta de loa. Testigo los siguientes versos: Humilde Zapardiel; vuestra excelencia no testifique el lóbrego corriente, sino este hijo y inmortal guerrero que os da más honra que Castilla a Duero. (Antonio de Escobar, Poema de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 212.) VII-356. FAMOSO POR SU PESCA. Esta frase es completamente irónica, y hace juego con el epíteto limpio aplicado al Tagarete. Siendo el Zapardiel el albañal de Medina del Campo, hermano gemelo del Esgueva, como lo escribe Lope, ¿qué se podría pescar en él que le diera fama, si no se entiende esta palabra burlescamente? He aquí lo que el historiador de Medina del Campo dice del Zapardiel: «Debido al poco vertiente, el río resulta ser bastante pantanoso, y deja de correr, por más o menos tiempo, en el estío. Cegado por el cieno, abundan los charcos, hondalizas, principalmente después de las fuertes crecidas... Cría pesca; pero tan solicitada, que ni ranas quedan de un año para otro». (Ildefonso Rodríguez Fernández, Historia de Medina del Campo, Madrid, 1903-1904, p. 502.)

CAPÍTULO VIII

VIII-1. MÁQUINA. Mecanismo o proyecto caótico que se derrumba, o embrollo que se deshace. Confr.: ¡Casa vieja nunca más! Apenas, señor, salía... cuando crujiendo sus techos, como cuando truena el cielo, vino su máquina al suelo, sus artesones deshechos. (Lope, La desdichada Estefanía, II, R. Acad., VIII, 351-a.) Aquí fue Troya, Amor; aquí vencida es polvo aquella máquina espantable. (Obras, de L. Carrillo de Sotomayor, Madrid, 1613, p. 81.) Brevemente me enviará dineros con que se tenga, primero que al suelo venga, esta máquina. (Tirso, La villana de Vallecas, III, Rivad. V, 63-b.) VIII-15. LOPE DE RUEDA, La impresión que el batihoja sevillano debió causar en el ánimo de Cervantes fue enorme. Lo mismo que aquí, le nombra también en Los baños de Argel. (Jorn. III, Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1915, p. 315). Sobre el lugar y fecha en que, siendo muchacho 619

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Cervantes, pudo ver actuar a Lope de Rueda, yo me he decidido por Madrid, 1561. (Véase mi Vida de Cervantes, Madrid, 1948, p. 62.) Góngora es otro que recuerda al famoso representante en su papel de viejo: ¡A fe que Lope de Rueda tan buen viejo no hacía, y fue gran representante! (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 460.) VIII-17. RECITAR. Verbo anticuado en esta acepción de representar una comedia en el teatro; pero usado en tiempo de Cervantes. Confr.: Es la Elección que canto, la que salva el alma; y la que bien recita el acto de esta comedia, será sana y salva. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 90-b.) VIII-18. EL GRAN BASTARDO DE SALERNO. Título de comedia que Cervantes pone en boca del poetastro anegado en el mar por Apolo. Es disparate reconocido atribuir a Cervantes tal comedia. El principado de Salerno, colindante con el reino de Nápoles, perteneció a España durante casi todo el siglo xvi. En las poesías de don Diego Hurtado de Mendoza hay una alusión al príncipe de Salerno: En este siglo nuestro, más moderno, no hallo quien conozca su potencia como el príncipe ilustre de Salerno. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 460.) Es posible que estas poesías, editadas en los días de Cervantes y para las que él escribió un elogioso soneto, le sugirieran a Cervantes la invención del título de El bastardo de Salerno. Fingir títulos ridículos de comedias fue una modalidad de la sátira contra los malos poetas, iniciada por Cervantes en este pasaje y desarrollada inmediatamente después por Castillo Solórzano, Vélez de Guevara y otros. Confr.: Memoria de las comedias que el bachiller Domingo Joancho ha escrito en este año en que al presente vive, cuyos títulos son:

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La Infanta descarriada El tenga, tenga. Ahí me las den todas. Escarpines en Asturias. El Lucifer de Sayago. La Gandaya. El roto para vestir. No me los ame nadie. Tárraga, por mí van a Málaga. Los lamparones de Francia. Turrones donde no hay muelas. La señoresa de Vizcaya. (Castillo Solórzano, La garduña de Sevilla. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, p. 303.) Mucho mayor alboroto fuera, si yo acabara aquella comedia que la llamo Las tinieblas de Palestina. Ya que se han levantado a tan buen tiempo, quiero leerles esta: Y arqueando las cejas..., dijo, leyendo el título de esta suerte: Tragedia troyana, astucias de Sinón, caballo griego, amantes adúlteros y reyes endemoniados. (Vélez de Guevara, El diablo cojuelo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, páginas 104-105.) VIII-19. GUARDA, APOLO... Esta frase está parodiada o calcada adrede sobre el dicho proverbial o bordoncillo del lenguaje familiar de la época, guarda, Pablo, que equivalía al cave latino, o alerta, cuidado, que decimos ahora. El guarda, Pablo, de semántica desconocida, debía ser familiarísimo, según la frecuencia con que lo vemos usado por Pérez de Montalbán (Rivad., t. 45, p. 500-c); por Quiñones de Benavente (NBAE, t. 18, p. 684-a.); por Rojas Zorrilla (Rivadeneyra, t. 54, pp. 361-b, 462-b y 548-b); por Moreto (Rivad., t. 39, pp. 365-b, 396-b y 430-c); por Fernando de Zárate (Rivad., t. 47, p. 578-a.). La frasecita llegó con vida hasta el duque de Rivas. Puede sospecharse una influencia italiana en cuanto al origen del imperativo guarda, si atendemos a varias frases que se observan en la literatura de aquella época, todas claramente de origen italiano. Vr. gr.: ¡Guarda la torea! ¡A fuggir! ¡Sálvate! (Lope, El hijo pródigo. R. Acad., II, 62-a. Habla el Juego, en figura de un Zan italiano.)

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G. Eso ha de ser vistiéndote de mujer. P. ¡Mujer yo, y que me estrupara, riguroso y presoluto! Guarda la gamba, eso no. (Lope, Un pastoral albergue, III, R. Acad., XIII, 361-a.) Oímos decir cerca de nosotros: Guarda la vita. (Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. III, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 51, p. 137.) Sobre este patrón italiano se formó la frase española tan común en nuestros clásicos. Confr.: ¡Afuera, afuera, afuera, guarda el toro! (Lope, Entremés del marqués de Alfarache. R. Acad., II, 277-a. El texto, por errata evidente, dice aguarda.) Los mismos soldados, siempre que hacen alguna desorden o descuido, temen del sargento mayor y dicen: Guarda que lo sabrá el sargento mayor; mira que viene el sargento mayor; guarda que os descalabrará; guarda que os prenderá. (Martín de Eguiluz, Milicia, discurso y regla militar, Madrid, 1592, p. 46.) A mediados del siglo xvii, el imperativo guarda aparece con régimen preposicional, como el verbo guardarse de. Confr.: Diréis: Guarda del loco una pedrada. Diréis: guarda del loco, no me pegue. (Antonio Enríquez Gómez, El peregrino. Rivad. XLII, 375.) VIII-19. GUARTE. Forma anticuada, abreviatura de guárdate. Confr.: Guarte, hombre, aunque no puedes...; porque todos hemos de morir. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 173.) VIII-19. GUARTE, RENGO. Es frase tomada de la Araucana, de Alonso de Ercilla (Canto XXIX, estrofa final). La explicación de que Cervantes entremetiese tal frase en sus versos, es la generalización que había alcanzado en el lenguaje familiar una frase alusiva al famoso Rengo del poema de Ercilla. Los clásicos dicen frecuentemente «dar con la de Rengo», aludiendo a la maza de Rengo, que describe en esta estrofa: Llevaba una arma en alto levantada, que no hay quien su faldón y forma diga; era una gruesa haya mal labrada

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de la grandeza y peso de una viga, de metal la cabeza barreada, y esgrímela el garzón sin más fatiga, que el presto esgrimidor suelto y liviano juega el fácil bastón con diestra mano. Con esta maza hace proezas Rengo desde el Canto IX hasta el Canto XXIX (no el XIX que dice Rodríguez Marín), donde se hallan las frases tomadas por Cervantes. Tales proezas vulgarizadas por los versos de Ercilla, engendraron el modo de decir dar con la de Rengo. El sentido de esta frase es vario. En primer lugar significa dar un golpe a uno lisa y llanamente: ¿Traes pistolas?      —Sí traigo. —Haces bien, porque yo pienso estar los dos sobre aviso; porque en un lugar nos vemos adonde por cuatro cuartos le darán con la de Rengo a un cristiano... (D. Diego y don José de Figueroa, Amor, pobreza y fortuna, III.) En segundo lugar significa dar a uno un chasco, hacer un engaño. En el Entremés del ángulo pinta Quiñones de Benavente un vejete al que el novio de su hija le hace una burla para raptársela. Y dice uno de los burladores: «¡Dado le han con la de Rengo!». El mismo entremesista, en el Entremés de las dos letras: Al marido que pide celos y celos la mujer suele darle con la de Rengo. Y en la comedia de don Fernando de Zárate, Quien habla más obra menos, acto III, el criado de un caballero enamorado espía y sorprende que la prometida de su señor ama a cierto duque. El descubrimiento se lo revela a su amo, diciéndole: «¡Vive Cristo que te dan con la de Rengo!». Todavía hay otros textos en que parece significar «dar a uno con el gusto», engañándole, desde luego. En la comedia de don Rodrigo de Herrera, Del cielo viene el buen rey, acto I, un rey sueña que mientras dormía un pájaro le ha arrebatado la corona. Un duque le interpreta el sueño diciendo que el pájaro es la fama que encumbra hasta el cielo. El gracioso dice en un aparte:

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Quiero al rey pegarle con la de Rengo: que si no le lisonjeamos en Palacio, no comemos. Y le da otra interpretación tan a gusto del rey, que se gana una cadena de oro. Todos estos usos, semánticamente de acuerdo con el origen de la frase, daban a Rengo categoría de personaje folklórico, y hacían verosímil la cita de Cervantes. Hay que decir que es a don Aureliano Fernández Guerra a quien se debe el hallazgo, en La Araucana, de Rengo y de su maza, como explicación de la consabida frase embutida por Quevedo en El cuento de cuentos. Con este hilo, Toribio Medina atinó con la explicación del verso de Cervantes. VIII-22. CLARO SON DE UNA BASTARDA. Dice Covarrubias que se llama «trompeta bastarda, la que media entre la trompeta que tiene el sonido fuerte y grave, y entre el clarín que lo tiene delicado y agudo». Esta definición dice Adolfo de Salazar «es cosa que no está enteramente clara». (Música, instrumentos y danzas en las obras de Cervantes, México, 1948, p. 39). Yo opino que está clarísima. La definición presupone que bastardo significa ilegítimo, que es su significado fundamental en castellano, y el que le da siempre Cervantes (Vid. Quijote, I, 7, I, 13 y I, 41), y que, en consecuencia, la «trompeta legítima» era la de sonido grave, y «clarín legítimo», el de sonido agudo. Por eso dice Cervantes al claro son..., porque la bastarda se aproximaba al clarín. Se podría argumentar diciendo que con igual derecho que trompeta bastarda podría también decirse clarín bastardo. Y en efecto, hay textos donde así se ve nombrado: Ya de las torres un clarín bastardo la salva hacía a la amorosa Alcina. (Valbuena, El Bernardo, Lib. I, Rivad. XVII, 146-a.) Del Calpe rompen la encumbrada sierra, alborotando su clarín bastardo la ardiente sangre al pecho más gallardo. (Ibid., Lib. XIII, Rivad, XVII, 276-b.) Del sonido de este clarín también queda el eco: La dulzura de los roncos clarines, el eco de la muchedumbre de las trompetas. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado. Memor. Histór. Españ., t. XII, p. 369.)

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Siendo, pues, tan posible la denominación «trompeta bastarda» como «clarín bastardo», ¿qué inconveniente hay en que prevaleciera la de trompeta bastarda y casi desapareciera la de clarín bastardo? Casos análogos los hay en lingüística innumerables. Esta bastardía que Covarrubias fundamenta en el timbre del sonido, se fundaba, además, en el origen y procedencia de los instrumentos, según deja entrever los siguientes textos: Con artificio sonaba dentro (del castillo) mucha música, y muy acordadas dulzainas, ministriles y trompetas bastardas e italianas. (Ginés Pérez de Hita, Guerras civiles de Granada. Rivad. III, 537-a.) Los moros... se asomaron... a ver la gente del recibimiento y a oír las músicas de tantas bastardas, clarines y trompetas italianas, e chirimías, e sacabuches, e dulzainas e atabales. (Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos, Sevilla, 1869, t. I, p. 271.) La distinción que se establece entre bastardas e italianas permite creer que trompetas legítimas son las de Italia y bastardas las españolas. Y, en efecto, Pedrell citó una Carta de examen de trompeta bastarda, firmada en Madrid en 1613, de cuyo texto se infiere sin género de duda que la trompeta bastarda se llamaba corrientemente «trompeta española», a diferencia de las italianas. (Pedrell, Emporio científico e histórico de organografía antigua española, Barcelona, 1901.) Esto permite explicar la frecuencia con que los historiadores españoles mencionan las trompetas bastardas en actos y ceremonias netamente españolas. Vr. gr.: Y porque el conde, después del vencimiento y prisión del rey de Granada, no había besado las reales manos de la reina nuestra señora, fue a se las besar a Vitoria, bien acompañado de sus caballeros y escuderos, de sus parientes y criados y sus trompetas bastardas. (Prisión del Rey Chico de Granada, Bibliófilos Español., III, 63.) Servía de mayordomo mayor el marqués de Villena y tres maestresalas, y tocando más de cuarenta trompetas bastardas y más de diez o doce pares de atabales y tres coplas de ministriles altos trujieron el manjar... Y cada vez que traían platos tocaban las trompetas y atabales y ministriles. (Op. cit., p. 66.) Esta realidad nacional se transparentaba frecuentemente en la literatura. Cervantes hace sonar la trompeta bastarda en La casa de los celos, y en Los baños de Argel. Valdivielso, asimismo: Y con son destemplado de bastardas trompetas a tus huestes no convocas. (Sagrario de Toledo, Lib. VI, Barcelona, 1618, f. 108.)

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Las bastardillas de metal fundido... de tal suerte conmueven y alborotan... (Ibid., Lib. XVI, f. 282.) VIII-23. ALAS PONE EN LOS PIES. Es frase para indicar andar a toda prisa, como volando. Confr.: En oyendo nombrar al doctor Sagredo, le nacieron alas en los pies. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. I, Desc. III, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. I, p. 72.) Arrimándome a una pica, talares llevo en los pies para volar por sus muros. (Tirso, Las quinas de Portugal, I, NBAE, II, 575.) Es manifiesto que esta frase ha tenido origen de las fabulosas alas talares de Mercurio, como lo indica el texto siguiente: A los dos vengo a buscar, haciendo mi ligereza de otro Mercurio los pies. (Lope, La villana de Getafe, III, R. Acad. N. E., X, 399.) VIII-29. DE UN SALTO. Este salto es un eco zumbón de la literatura caballeresca, en la que las leyes geográficas valían muy poco. El mismo eco llegó a otros poetas. Confr.: Y hecho otro nuevo Alcides, trasladaba las columnas de Gibraltar a Japón. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. New York, 1921, t. I, p. 33.) VIII-33. CAÍSTRO. El Caístro es un río de Lidia celebrado por sus cisnes en la poesía clásica, de donde pasó el tópico a nuestros poetas. Vr. gr.: ... de los cisnes tuviera, que el verde margen, que el Caístro bebe. (Lope, Laurel de Apolo, VII, Sancha, I, 144.) Tan borrosa llegó a estar la idea del Caístro algunos años después de Cervantes, que Calderón, por dos veces, se expresa en estos términos:

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Muere con tal regocijo, que como cisnes celebran su muerte en esos caístros. (La exaltación de la cruz, II, Rivad., t. 9, p. 366-c.) Mal hubiesen una lluvia de oro, una adúltera red, y en los caístros de un cisne los verdores de un laurel. (Celos aun del aire matan, II, Rivad., t. 12, p. 480-a.) VIII-34. EL TURBIO ESGUEVA. El riachuelo de Valladolid ha sido para los poetas prototipo de turbio y sucio, en contraposición al Pisuerga, al Tajo, al Betis... Góngora, sobre todo, lo ridiculizó en la conocida «letrilla»: ¿Qué lleva el señor Esgueva? Yo os diré lo que lleva. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 258.) y en dos sonetos satíricos que andan en sus obras. (Ibid., 250-251.) A estas sátiras, molestas a los vallisoletanos, replicó un tal «Miguel Musa» con otro soneto que empieza: «Cayó enfermo Esguevilla, el opilado», al cual volvió a responder Góngora en unas décimas, que acabaron de poner al Esgueva como digan dueñas. (Obras de Góngora. Ed. citada, t. III, pp. 33-34). Este olor del turbio río se extendió por el Romancero. Confr.: Yo nací donde Pisuerga trueca el color cristalino por beber al turbio Esgueva en espesos remolinos. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 641, Madrid, 1947, I, 418-b.) Con esto se fue Gazpacho, porque de rabia se puso más sucio que doña Esgueva, la madre de los más sucios. (Ibid., Parte VIII, Rom. 687, Madrid, 1947, I, 455-b.) VIII-35. PISUERGA LA RIÓ. El Pisuerga personifica a los poetas de Valladolid. Confr.:

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Bebe de mi Pisuerga claro y puro, a quien puede pagar Castalia juro. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, f. 62.) Claro Pisuerga, a cuyas aguas puras puede dar feudo el Pindo deleitoso. (Ibid., Dedicatoria.) Y así, Antonio, a Pisuerga da tu pluma más que a Mantua, a Venusio, a Esmirna, a Roma dieron Virgilio, Homero, Ovidio, Horacio. (Gaspar de Soria, Soneto prels., Vida de san Ignacio, Poema. Antonio de Escobar, Valladolid, 1613.) VIII-36. GRANOS DE ORO LLEVA. De la época romana data la leyenda (con algún fundamento de verdad) de que el Tajo arrastraba oro entre sus arenas. Los poetas y aun los prosistas de la época moderna amplificaron mucho el eco de Juvenal y Séneca. Cervantes lo exagera intencionadamente en plan humorístico. Confr.: Del oro que el felice Tajo envía, apurado, después de bien cernidas las menudas arenas do se cría. (Garcilaso, Égloga tercera. Ed. Anvers, 1597, f. 63 vuelto.) En la ribera del sagrado río que por los arenales puros de oro al océano reino se apresura. (Poesías de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 115.) Tajo... de arenas de oro. (Ibid., p. 144.) También hay ríos caudales... no llenos de granos de oro como el Cibao y el Tajo, sino de granos de aljófar más que común. (Cartas de Eugenio de Salazar. Biblióf. Español., t. I, p. 38.) La hebra voladora que la Arabia en sus venas atesora y el rico Tajo en sus arenas cría. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 49.)

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El padre Tajo con cendales de oro del que en su arena codiciada lleva. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. III, Barcelona, 1618, f, 47.) Y de oro hilado, no el que el Tajo cría con que hace codiciables sus arenas. (Ibid., Lib. XVI, f. 276.) VIII-38. RUBICUNDAS HEBRAS. Los poetas habían abusado enormemente de las hebras doradas o de oro de Apolo. Cervantes mismo en el Quijote había escrito las doradas hebras de sus hermosos cabellos. (Quijote, I-2). Viene, pues, el adjetivo rubicundo en plan de diferenciación estilística. Confr.: —Te avisan como centinelas esas hebras de oro, que en plata se truecan. (Romancero general, Parte X, Rom. 841, Madrid, 1947, II, 2.51).) Mucha plata vais vertiendo entre las hebras de Tíbar. (es decir, vais encaneciendo). (Ibid., Parte XII, Rom. 963, Madrid, 1947, II, 108-a.) Deja contemplar despacio aquellas doradas hebras que al más fino oro de Arabia hacen ventaja muy cierta. (Ibid., Parte XIII, Rom. 1.018, Madrid, 1947, II, 138-b.) Saldrán, las hebras de oro sueltas, vírgenes bellas. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XXI, Barcelona, 1618, f. 373.) En la madeja del cabello undoso el claro sol sus hebras escondía. (Antonio de Escobar, Vida de san Ignacio, Valladolid, 1613, I. 65.) VIII-41. GUITARRA MERCURIESCA. Inventada por Mercurio, según la fábula. Confr.:

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Dice Sículo que Mercurio, mirando a una concha de galápago, que estaba seco y se le habían quedado pegados los nervios, tocóles con el dedo, y a remediación de aquello, hizo la vihuela o guitarra. (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Corónica del hombre, Madrid, 1598, f. 179 vuelto.) VIII-42. LA GALLARDA. Danza antigua, llamada así, según Covarrubias, por la letra con que se bailaba primitivamente. Dama gallarda, mata Colón, mucho te quiere el Emperador. Cervantes remata con una gallarda el entremés de El rufián viudo. Lo general de este baile lo demuestra que bailándolo tales personajes como los del entremés cervantino, luego hallamos que lo bailan en una corte de Yugoslavia. Confr.: Me envió a decir que la princesa me pedía danzase solo. Hiedo así, danzando una gallarda con muchos paseos, mudanzas y vueltas, y al último cincuenta cabriolas; y no se admiren de esto, que el día que me casé las pasé de ciento... Enseñé a veinticuatro pajes suyos la gallarda y paseos; eran todos nobles y bellísimos, e hice el baile de la barrera... A este tiempo entraban los veinticuatro con vistosas y costosas galas, danzando paseos y cruzados de gallarda, con hachas en las manos. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado. Memor. Histór. Esp., t. XII, p. 289.) Alguien ha querido identificar la gallarda y el canario; pero los escritores de la época los distinguen perfectamente. Confr.: Pidióme la princesa la ejercitase en algunos bailes, para saberlos mejor, como pavana, alta y baja, tardión, rastro y gallarda y el canario. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado. Memor. Histór. Esp., t. XII, p. 289.) La «gallarda» había adoptado tal vez en España sus modificaciones peculiares, que la hacían majestuosa y solemne. Confr.: Que quiere doña María ver bailar a doña Juana una gallarda española, que no hay danza más gallarda. (Romancero general, Parte V, Rom. 219, Madrid, 1947, I, 219-b.)

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Fuera de España se bailaba con más movimiento. Confr.: Danzó unas gallardas un veneciano, criado del rey, tan sueltamente, que parecía tener alas en los pies. Jamás vi en hombre tanta ligereza. (Relaciones de Pedro de Gante. Biblióf. Españoles, XI, 120.) VIII-45. SEGUR TURQUESCA. Segur, dijo Juan de Valdés que él lo prefería a hacha. (Diálogo de la Lengua. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 86, página 145). Era arma antigua que manejaban preferentemente los árabes. Confr.: La segur del alárabe prevengo. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. X, Barcelona, 1618, f. 171.) VIII-52. ÁRBOL SIEMPRE VERDE. Alude al laurel, dotado por Apolo del privilegio de no perder su verdor por el calor ni por el rayo. Confr.: Arrímate a aquel laurel, que no estás seguro aquí de algún rayo, si es así que no hiere rayo en él. (Lope, El prodigioso príncipe transilvano, III, R. Acad. N. E., I, 414-b.) El árbol cuyas ramas no temen rayo ardiente. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 179.) VIII-52. CORONADAS. Las coronas del laurel que traen las musas eran el galardón codiciado de los poetas. Confr.: ¡Por Dios, que ha de ser laurel para coronar mi frente! (Lope, La obediencia laureada, II, Rivad. IV, 172.) Que desde Alejandro acá, ninguno, Turín, como él se puso el verde laurel. (Lope, El servir con mala estrella, I, Rivad. IV, 47.) Recuérdese el retrato de Lope, al frente del volumen Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, Madrid, 1634; y entre los retratos dibujados por Pacheco, ostentan coronas de laurel...

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VIII-62-63. DICE PROPIOS LOS AJENOS VERSOS. Frecuentemente se manifiesta en los escritores de esta época el ordinario abuso del plagio que existía en el mundo de las letras. Aunque el plagio literario era un pecadillo venial en aquella época, no dejaban de quejarse los poetas que se sentían saqueados. Confr.: El propio nombre Moro que se debe al que el de ajenas obras conocidas de otros autores aplicar se atreve, y con dos o tres sílabas movidas y una clición de su lugar trocada, las da en su nombre para ser leídas. (Juan de la Cueva, Ejemplar poético, Ep. II, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 217.) Cayrasco pintaba a los plagiarios entre los ladrones, ni más ni menos: El poeta que hurta ajeno canto y el orador que la oración ajena vende por propia suya al templo santo, iban también con áspera cadena; que el imitar se sufre en estas cosas; mas no el hurtar, que es dino de gran pena. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 323.) No es para tanto, le podíamos responder; los plagios, aun siendo hurtos, no valen la pena. Testigo, Mateo Alemán: No andes a raterías, hurtando cartillas, ladrón de coplas; que no se saca de tales hurtos otro provecho que infamia. (Alemán, Guzmán de Alfarache, Parte II, Lib. TI, cap. IV, Ed. Rivadeneyra III, 297-b.) Aun podemos en este punto cantar Oh felix culpa; pues, si poseemos las poesías de fr. Luis de León, en parte se debe a que verlas ahijadas a cuatro desaprensivos, movió a su legítimo autor a darlas a la estampa. Caso análogo es el de Ramírez Pagán y algunos más. VIII-72. TIÉNENSE EN MÁS DE LO QUE SON TENIDOS. Idea muy común sobre la vanidad y presunción de los poetas. Confr.: Hace un hombre cuando mozo dos romances a su dama, de allí se pasa a un soneto,

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luego a una canción se pasa, luego a un libro de pastores, y cuando ya tiene fama y es declarado poeta (que no es pequeña desgracia), dice que es Virgilio, Homero, desprecia con arrogancia a todos cuantos escriben; y de aquesta misma traza es un loco. (Lope, Porfiar hasta morir, I, Rivad. III, 97.) VIII-78. IN TEMPORE OPPORTUNO. Frase del Salmo 144, verso 15. Caso análogo se ve en José de Valdivielso. Era un tributo a las costumbres de la época. Confr.: Mira en hablar ex tempore que excede aquel a quien Gerónimo divino... (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XXIV, Barcelona, 1618, f. 439.) VIII-79. FLORÍFERAS DE FLORA. Pleonasmo casi tautológico, solamente admisible en el estilo jocoso de este poema. Algo parecido, pero no tanto, hallamos en el Romancero: Y cual a otra Flora, diosa de florestas, guirnaldas consagren para tu cabeza. (Romancero general, Parte VIII, Rom. 693, Madrid, 1947, I, 459-b.) Cuyo suelo viste Flora de tapetes de levante sobre que vierte el Abril esmeraldas y balajes. (Ibid., Parte IX, Rom. 697, Madrid, 1947, I, 465-a.) Coronada de flores mi pastora... más hermosa salió que su luz pura su color afrentando las de Flora. (Poesías de doña Leonor de la Cueva y Silva, Biblioteca de Escritoras Españolas, de M. Serrano y Sanz, t. I, p. 331-b.)

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VIII-80. TABAQUES. Cestas de mimbres finas, para colocar flores, frutas, ropa blanca y pequeños objetos curiosos. Palabra usadísima en la época. Confr.: Las tenderas, demás de las buenas muestras que ponen en la frontera de sus tabaques, para vender por señuelo la maletía que dentro cubren; como el que pregona vino y según dice el refrán vende vinagre. (Alejo de Venegas, Agonía del tránsito de la muerte, NBAE, XVI, 181-b.) Aguinaldo del prior de Guadalupe al rey don Sebastián de Portugal, en 1576: suplicaciones, seis tabaques... naranjas y limones y limas, seis tabaques. (Villacampa, Historia de Guadalupe, Madrid, 1924, p. 329.) Le envió de presente tres esclavas blancas, mozas de a catorce o quince años cada una, las más hermosas que halló en Orán, vestidas a la morisca, con tabaques blancos en las cabezas, llenos de regalos de comidas. (Historia del maestre último de Montesa. Bibli. Esp., XXXI, 219.) Bailan unas y comen otras y al tabaque se llegan todas, (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 45.) Fuese la dueña tapada, y en talegos me dio dos (esto es crítico) dos mil escudos y tres tabaques con preciosos badulaques. (Tirso, La celosa de sí misma. Rivad., t. V, p. 142.) VIII-106. DE ROMANCE. Poetas de romance, no quiere decir de los que componen romances, como todos los comentadores han creído; sino poetas de cultura rudimentaria o de ruda Minerva. Los siguientes textos aclararán el sentido: Emulación y estudio apuran tanto ingenios de redondo y de romance, que los hacen volar de lance en lance. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 16.) Redondo y romance se oponen a gótico y a latino; de modo que ingenios de redondo y de romance equivale a ingenios vulgares y sin bagaje cultural. Otro texto:

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Mas vámonos de aquí, que ya me temo que den tras mi las venas de romance; que si me ven, es cierto darme alcance, por ser de pies livianos en extremo. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 219.) Venas de romance significa igualmente vena plebeya o inspiración vulgar. VIII-114. SE LE ANTOJA. Véase la nota del cap. VI, verso 252. VIII-118. AMARANTOS. Flores de la planta llamada amaranto. Aparece raramente en poesía. Confr.: Confiesan con envidia que a este solo se le debe el laurel y el amaranto. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, Soneto preliminar.) Véase la siguiente descripción botánica: Del amaranto. El heliochriso es una yerba muy olorosa que hace por la mayor parte un tallito sutil y alto de un codo, coronado de muchas florecillas menudas y de color de oro, de la cual ordinariamente hacen las doncellas guirnaldas, por donde en algunas partes de España, y principalmente en Cataluña, se suelen llamar simplemente guirnaldas, puesto que otras provincias le llaman manzanilla bastarda. Fue dicha esta yerba amaranto, porque dura infinito sin corromperse, sin perder el olor ni sus flores. (Juan de Malara, Descripción de la real galera. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1876, p. 268.) VIII-119. CINCO CESTONES. Se llamaban cestones unos cuévanos o cestos grandes de mimbre que llenos de tierra o fagina servían en campaña de parapeto o reparo a la artillería. Era natural que acabada de dar la batalla, hubiera abundancia de estos cestones en el campo donde Apolo repartió los premios a sus vencedores. Esta acepción es corriente en tratados bélicos. Confr.: Después de la retirada o reculada de la pieza [de artillería], torna a volver ella propia a su lugar, y ha de tener delante, arrimado a los cestones o parapeto, el reparo de tablones o madera. (Martín de Eguiluz, Milicia, discurso y regla militar, Madrid, 1592, f. 138.) En aquel repecho... se haga un bastión donde se planten dos pasamuros, dos falconetes, y media docena de versos y esmeriles, y mosquetes entre sus cestones. (Cartas. de Eugenio de Salazar. Biblióf. Españoles, t. I, p. 20.)

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Claro que, fuera de la milicia se usaba el aumentativo de cesto en su sentido general. Vr. gr.: Querella de un macho contra su dueño: O ponedme dos cestones, como esotros caballeros y no tales maletones, si queréis que mis riñones lleguen a Flandes enteros. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 274.) Esto motivaba que, para los no versados en la lengua militar, la palabra fuera equívoca, como lo demuestra este otro texto inmediato al anteriormente citado de Eugenio de Salazar: ¡Y que se planten allí pasamuros... que estén entre cestones! ¡Mira qué fuerza pueden dar los cestos de la vendimia por grandes que sean! (Cartas de Eugenio Salazar. Biblióf. Español., t. I, p. 33.) Pero que Cervantes lo empleó en la significación militar lo demuestra, además de la ocasión en que habla, el hecho de citar este lugar del Viaje el Diccionario de Autoridades en apoyo de la acepción que nosotros le damos. Otros poetas la usaron también. Confr.: En dos contrapuestos campos mil naciones diferentes plantan sus todos y ranchos, banderas y gallardetes, cestones y pavesadas, torres, casas, fosos, fuertes. (Loa en alabanza de la humildad, de autor anónimo. NBAE, XVIII, 447-b.) VIII-123. POETÍSIMOS. Un superlativo jocoso cuya formación era una especialidad de don Luis de Góngora. Confr.: Algura tarde saliere a desfrutar los almendros, verdes primicias del año y damísimo alimento. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 148.)

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La pajísimo capilla. Es decir, compuesta de pajes. (Ibid., I, 304.) ¡Oh azulísima deidad de los celos! (Ibid., I, 359.) También en Lope se encuentran casos como éste: Enlútense por mí todas las fregonísimas hembras. (Lope, El Gran Capitán, III, R. Acad. N. E., II, 252-b.) VIII-125. UN PUÑO DE PERLAS. Un puñado, diríamos hoy; en tiempos de Cervantes era usadísima la voz puño entre los poetas del Romancero. Confr.: Tomando un puño de tierra, le besó, y mojó con agua, diciendo: Fin y principio de la compostura humana. (Romancero general, Parte I, Rom. 24, Madrid, 1947, I, 26-a.) Viene Arbolán todo el día a cavar cien aranzadas por un puño de harina y una tarja horadada. (Ibid., Parte V, Rom. 329, I, 220-a.) El toro, como es astuto, por asegurarla, echose; ella entonces, con un puño de verde hierba, llamole. (Ibid., Parte VIII, Rom. 653, Madrid, 1947, 1, 430-a.) VIII-131-132. CUYA PATA ABRIÓ LA FUENTE. La fábula ovidiana era recordada frecuentemente por los poetas, algunos hasta citando su origen. Confr.: En un monte dijo Ovidio que dio una coz un caballo, de que ha salido una fuente donde beben tantos asnos. (Romancero general, Parte IV, Rom. 261, Madrid, 1947, I, 172-b.)

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¡Oh Parnaso, sacro monte! ¡Oh Aganipe, fuente sacra! ¡Oh Pegaso, que nos diste con tu pie coplas en agua! (Ibid., Parte III, Rom. 120, Madrid, 1947, 1, 87-b y 220-b.) Dicen que este caballo con alas se llamó Pegaso y que fue hijo de Neptuno y Medusa, y otros afirman que salió de la sangre mesma de la cabeza cortada de Medusa, y que volando llegó a Helicón, monte de Boecia, y hiriendo con la una [pata], sacó una fuente que llamaron Hipocrene, que es fuente de caballo. (Juan de Malara, Descripción de la galera real. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1876, p. 464.) VIII-132. ABRIÓ LA FUENTE DE CASTALIA. Advierte muy bien Rodríguez Marín que aquí se trabuca Cervantes. Como ya anotamos en el cap. II, verso 87, la fuente Hipocrene fue la que el caballo Pegaso abrió de una coz; hecho al que aluden comúnmente los poetas. Confr.: ¡Oh vos, musas, que en Parnaso facedes habitación, allí do fizo Pegaso la fuente de perfición! (Enyego López de Mendoza, Infierno de los enamorados. Cancionero de palacio, Madrid, 1945, p. 316.) A ti, que alcanzarás tan larga parte del agua poderosa de Pegaso... (Diana, de Gaspar Gil Polo. NBAE, t. VII, p. 375.) Eres el monte de quien se deriva, no el agua mentirosa de Hipocrene, que pudo hacer la planta fugitiva... (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. I, Barcelona, 1618, f. 20.) Semejantes trastrueques o barullos mitológicos no es raro encontrarlos en nuestros poetas, sobre todo en Lope, que escribía a vuela pluma. VIII-133. ESCARLATA. Probablemente era costumbre cubrir los caballos de montar con mantas coloradas. Confr.: Dos caballos del Sol, napolitanos... cada cual con su manta de escarlata. (Agustín de Salazar, Cíthara de Apolo, Primera parte, Madrid, 1694, p. 70.)

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VIII-136. ENVIDIARLE PUDIERA. El Pegaso figuraba en la crema de los caballos. Lope ponderaba el valor de uno de estos cuadrúpedos diciendo: Que es biznieto de Babieca y pariente de Pegaso. (Lope, Don Juan de Castro, Parte 1.a, Rivad. LII, 379.) VIII-138. BRILLADORO. El caballo de Orlando, al que se le robó el astuto catalán Garilo, dando lugar a largos episodios en el poema italiano, de los que hay bastante eco en El Bernardo de nuestro Valbuena. Confr.: Donde, si Brilladoro no huyera, muerto de un golpe, y enterrado fuera. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XII, Rivad, IV, 265-b.) VIII-138. DEL SEÑOR DE ANGLANTE. Título de Roldán, uno de los personajes de Orlando Furioso, que Cervantes conoció sin duda en su original, sin necesidad de la traducción de Urrea de 1556. Lo sacó a escena en su comedia La casa de los celos. (Jorn. I). Figura bastante a menudo en poemas caballerescos españoles de la misma época. Confr.: Y por ausencia del señor de Anglante a quien vio a la sazón el rubio oriente de amores preso de su reina bella, a Gaiferos nombró general de ella. (Valbuena, El Bernardo, Lib. I, Rivad. XVII, 148-b.) En tropa alegre va el señor de Anglante. (Ibid., Lib. V, Rivad. XVII, 187-a.) ¿Habrá Alcides semejante, si Doralice robada, y robada aquesta espada, y loco el señor de Anglante...? (Lope, Los celos de Rodamonte, III, R. Acad., XIII, 406-a.) VIII-139. CON NO SÉ CUANTAS ALAS ADORNABA... El caballo Pegaso tenía, en efecto, unos aloncillos, semejantes a los telares de Mercurio, y así lo describen los poetas. Confr.: Pero Pegaso con alas plegadas a parte del céfiro ya no se vía. (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce apóstoles, NBAE, XIX, 377-b.)

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Rocín alado. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 4.) Pues, deteniendo el infante la rienda a un veloz tordillo que por alado Pegaso hizo Parnaso al Paquino. (Lope, El vencido vencedor, I, R. Acad. N. E., X, 160.) VIII-143. SE ALZÓ DEL SUELO CUATRO PICAS. Modo de calcular una medida propio del lenguaje militar. Confr.: Viendo en Alcalá los hurtos que hacían al agua de Sevilla, con mucho riesgo de su persona entró más de cuatro picas debajo de tierra e hizo los reparos convenientes. (Pacheco, Libro de descripción de verdaderos retratos. Elogio del jurado Juan de Oviedo.) Una torre estaba cerca de Santa Catalina, señalada en lo alto con un clavo y almagra; fue la causa una creciente que subió hasta allí una lanza sobre la calle. (Luis de la Cueva, Diálogos de las cosas notables de Granada, Sevilla, p. B. III.) Su Majestad habiendo herido un ciervo y queriéndolo seguir... llegando a una barranca de tres o cuatro lanzas de altura, hubo de parar. (Obras de don Luis de Góngora. Epistolario. Ed. New York, 1927, III, 202.) VIII-148. BEL. Forma italiana del adjetivo bello, muy vulgarizada en España por el citadísimo verso «Un bel morir tuta la vita honora». Desde el siglo xv aparece en poesía esta forma bel en el padre del marqués de Santillana: Aquel árbol de bel mirar hace de maniera flores quiere dar. Aquel árbol de bel veyer hace de maniera quiere florecer. (Cossante, de Diego Hurtado de Mendoza. Cancionero musical de Palacio, Madrid, 1890.) Desde aquellas fechas casi no hubo poeta que no usase el bel, como puede verse: Serrana del bel mirar, Dominguilla, vi lozana. (Barbieri, Cancionero musical, Madrid, 1890, p. 176-a.)

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¡Oh, benigno bel diamante orientino, labrado de mil primores! (Vasco Díaz Tanco de Frejenal, Palinodia de los turcos. Reproducción facsímil, Valencia, 1947, p. 31.) Ya no basta sufrimiento al bel gritar y esgrimir. (Comedia llamada Vidriana, Teatro Español del siglo xvi. Bibliófilos Madrileños, t. X, p. 229.) Si alguno, siendo hermoso, te dijese: Ámame, pues que soy de bel figura, cuerda será quien de ello se riese. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 446.) Señora doña Luisa de Cardona, de el bel donaire y del color quebrado. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. III, p. 14.) Una gallarda pastora, cuyo bel donaire y brío amarteló mil galanes en el cortesano exido. (Romancero general, Parte VI, Rom. 354, Madrid, 1947, I, 240-b.) Y con su luz a quien el cielo adora herirá tu bel rostro macilento. (Hojeda, La cristiada, Lib. VI, Rivad., t. 17, p. 447-b.) ¡Tanto peso tiene un bel rostro! (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 105.) Las cinco piedras con que el bel mozuelo derribar al jayán no dificulta. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XIV, Barcelona, 1618, f, 245.)

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Se habrá observado que siempre el bel antecede al sustantivo; pero hay un poeta mestizo que conociendo toda esta ley, luego la altera anteponiendo el sustantivo al adjetivo, con notable ofensa del oído. Confr.: Cual tuerce de dolor la blanca mano, y cual con ella hiere el bel semblante. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 102.) Acuérdome de aquella lozanía, de aquel donaire bel tan cortesano. (Ibid., p. 211.) Su cuerpo bel armaba por defuera un blanco y limpio arnés de temple fino. (Ibid., p. 83.) VIII-148. TROTÓN. Caballo. Voz de la lengua poética, de antiguo uso, circunscrita en tiempo de Cervantes casi exclusivamente al Romancero. Confr.: El trotón lleve colgada bien labrada, en la frente un ave casta. (Poesías de fray Íñigo de Mendoza, NBAE, XIX, 77-b.) Y yo entre los moros finqué, preso, muerto o mal llagado, y arrástreme mi trotón fasta me facer pedazos. (Romancero general, Parte VI, Rom. 386, Madrid, 1947, I, 258-b.) Tirad, fidalgos, tirad, a vuestro trotón el freno. (Ibid., Parte XII, Rom. 874, Madrid, 1947, II, 53-b.) A Martín Peláez le mando en mi trotón y dos lanzas. (Ibid., Parte IX, Rom. 793, Madrid, 1947, I, 535-a.) Muy raramente se halla en plural. Vr. gr.:

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Pinchad, pinchad los trotones, non fuyades, mis fidalgos. (Ibid., Parte VII, Rom. 550, Madrid, 1947, I, 356-b.) Los alpargates eran las espuelas, que no van en caballos ni trotones. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 58-a.) No vuelven en caballos ni trotones, pero según el uso de romeros. (Ibid., Rivad. IV, 129-a.) Igualmente raro es el femenino. Vr. gr.: Y subiendo en mi trotona me puse el día siguiente en la ciudad más famosa. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1.046, Madrid, 1947, II, 155-b.) Este femenino pasó humorísticamente a un prosista de estilo quevedesco. Vr. gr.: ¡Oh, si supiesen todos los buenos pasos de la mozuela trotona! (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 369.) VIII-148. HERRAJE. Juego de herraduras y clavos que las sujetan a los cascos de los caballos. Confr.: Contra furor de bárbaro valiente son los caballos, y ocho que tenemos, los cuatro son de nombre solamente, y todos despeados del viaje, por no tener ya punta de herraje. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 234.) VIII-151. DE LA COLOR QUE LLAMAN COLUMBINA. Columbino es un matiz del rojo, encarnado o colorado, como son también matices el carmesí, el morado y el violáceo o cárdeno. De color columbino se fabricaban, en efecto, rasos como el que aquí nombra Cervantes y testifican otros escritores. Vr. gr.:

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Bordados sobre raso columbino vidrillos negros, gala cortesana. (Luis Vélez de Guevara, Elogio del juramento del príncipe D. Felipe IV, Madrid, 1608, octava 63.) Por mostrar lo que valía, ¡oh, qué gentil que salió! Qué de raso colombino llevaba un rico jubón. (Romancero general, Parte VII, Rom. 553, Madrid, 1947, I, 358-a.) Se fabricaban también telas o tabíes, que hoy llamamos tisú, tejido en que alterna el hilo de seda de color con el hilo de plata u oro, dando a la tela o tabí la designación del viso o tono que da a la superficie del tejido el color de la seda. Así tenemos: Y la que goza el nombre de Zapata (viste) de tabí blanco, columbino y plata. (Luis Vélez de Guevara, Elogio del juramento del príncipe D. Felipe IV, Madrid, 1608, octava 70.) Simplicidad, llamada Peregrina, de tela columbina se adornaba. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 1.) VIII-154. DEL COLOR DEL CARMÍN... Este color no se refiere a crin solamente, sino también a cola. Caballos con la crin y la cola teñidas de alheña, o de tintura de polvos de alheña, son comunísimos en el Romancero, que tan en las mientes tenía Cervantes. Confr.: Que yeguas color de cisnes con cola y crin alheñada, ha muchos días que dicen (los moriscos) que en sus tiendas no se gastan. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 1.043, Madrid, 1947, II, 153-a.) Yeguas de color de cisne con las colas alheñadas. (Ibid., I, 48-b.)

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Del caballo por el aire vuela la cola alheñada. (Ibid., I, 154-a.) VIII-155. CLINES. La forma clin alterna en esta época con la forma que ha prevalecido, crin, Confr.: En un cuartago negro más que endrina, con el copete, cola y clin trenzada. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 147.) VIII-162. BARJULETAS. Bolsas de campo. Decir Cervantes que eran de cuero y grandes parece indicar que barjuleta significa de suyo bolsa y nada más, pudiendo ser de distintas materias y tamaño. El Diccionario la define «bolsa grande». Por la luz que dan otros textos parece que la barjuleta era portaviandas de campo. Confr.: Llevan (los turcos) todos colgada del arzón... una caja de latón que cabrá dentro un azumbre de vino... y cuando van en campo les sirve, como a nosotros un barretera o barjuleta, de llevar un poco de carne o higos o pan. (Cristóbal de Villalón, Viaje de Turquía, NBAE, II, 123-a.). En sentido metafórico viene a decir lo mismo: «Nuestra fecunda gallega arrojó de la humana barjuleta un infante que salió dando muy buenos gritos». (Castillo Solórzano, Tardes entretenidas. Ed. Cotarelo, Madrid, 1908, p. 158.) Por otros textos parece que barjuleta y maleta son sinónimos. Confr.: Cargasme la barjuleta que basta, y no se entienda que yo pueda, aunque me hienda, soportar tan gran maleta. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 274.) Esta identificación se refuerza por algún texto antiguo. Confr.: E la condesa, desque vio que el escudero dormía, fue a él e furtole las cartas de la barjoleta do las traía. (La gran conquista de Ultramar. Rivad., t. 44, p. 28-b.) Lo que persiste invariable, desde el siglo xv hasta Cervantes, es la materia de que se hacían las barjuletas. Confr.:

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Capirote y sombrero, los guantes y caperuza, la tora como don Juza, la barjoleta de cuero. (Cancionero de Antón de Montoro Ed. Cotarelo, p. 172.) VIII-166. TABACO. En el siglo xvii se decía tabaco lo que posteriormente se llamó galicistamente rapé. Existe el libro de Antonio de Quintanadueñas —Sevilla, 1641— titulado Explicación de la bula de Urbano VII contra el uso del tabaco en los templos. Claro está que se refiere al uso del rapé. Varios libros salieron en esta época contra el abusivo empleo del tabaco aspirado por las narices. Citamos por menos conocido el del doctor don Fernando de Almirón Zayas, antequerano, avecindado en Carmona, que se publicó en 1623, Discurso de la anathomía de algunos miembros del cuerpo humano, necesaria en orden a los daños que del continuo uso del tabaco suceden. Un pasaje de Lope da a entender que los gabachos que andaban en Madrid vendiendo aguardiente por las mañanas temprano, se caracterizaban por los resoplidos de narices a causa del tabaco. Probablemente serían los franceses los que trajeron este uso del tabaco a España, de donde vendría a prevalecer la palabra rapé. (Confr. Lope, ¡Ay, verdades, que en amor!, II, R. Academia, III, 520-a.) VIII-167. VAGUIDOS... DE CABEZA. Mareos, vértigos o desvanecimientos de cabeza. Confr.: Si la cabeza lánguida padece vaguidos ciegos de mis torpes rayos. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. X, Barcelona, 1618, f. 170.) Las cabezas tienen vaguido y los corazones melancolía. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 83.) Le convidé a beber dos frascos de vino, en una ermita del trago, y después que estaba como el arca de Noé... me dijó lleno de vaguidos de cabeza y de abundancia de rrr. (Vida y hechos de Estebanillo González, cap. III, Ed. Clásicos Castellanos, de Millé Jiménez, La Lectura, CVIII, 144.) Hasta cuatro veces más después de este verso repitió Cervantes estos «vaguidos de cabeza», en la misma forma vaguido que la usó en el Quijote (I, 30, II, 37 y II, 41). Sin embargo, ya en su época existía la forma vahído que nosotros usamos. Confr.:

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En estos tiempos hay muchos vahídos de cabeza. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 332.) A este caballerito flamante y nuevo vahídos de cabeza le traen enfermo. (Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla, Madrid, 1621. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 324.) La acentuación esdrújula de esta voz la defendió y probó R. J. Cuervo, en sus Apuntaciones sobre el lenguaje bogotano, 1907, p. 43. VIII-169. URANIA. Urania, sobrenombre de Venus; según el viejo poeta griego, Hesiodo, originado de que, aunque nacida de la espuma del mar, tenía sangre del dios Urano. VIII-169. DE TAL MODO LO ADEREZA. Parece indudable que Cervantes alude al rapé o polvo de tabaco; pero expresamente declara que Urania lo sabía preparar de un modo especial. En efecto, tenían en el siglo xvi su fórmula ciertas mujeres para preparar el rapé, dándole cualidades medicinales. Recuérdense las palabras de fray Luis de León, en la cárcel del Santo Oficio: «Suplico a sus mercedes sean servidos dar licencia para que se le diga al dicho padre prior que avise a Ana de Espinosa, monja en el monasterio de Madrigal, que envíe una caja de unos polvos que ella solía hacer y enviarme para mis melancolías y pasiones del corazón, que ella sola los sabe hacer, y nunca tuve de ellos más necesidad que agora». (Proceso, de fray Luis de León. Rivad., t. XXXII, p. XXXV.) VIII-170. DOLIENTE. Enfermo, acepción anticuada, corriente en tiempos de Cervantes. Confr.: Como acontece al mísero doliente, que del un cabo el cierto amigo y sano le muestra el grave mal de su accidente. (Garcilaso, Elegía segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 165.) El hombre que doliente está de muerte y vecino a aquel trago temeroso. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 9.)

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En estos ejercicios el doliente ánimo cobrará virtud y fuerzas. (Fr. Arcángel de Alarcón, Vergel de plantas divinas, Barcelona, 1594, f. 349.) Los mismos dolientes que se quejan de su mal y hacen a su enfermedad autora de su muerte. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 263.) La idea expresada por el refrán vulgar de hallarse entre la espada y la pared obtuvo otras versiones poéticas en los clásicos, emparentadas con ésta de Cervantes. Lope dijo: H. Notable riesgo me espera. P. Lo que es esta vez, ¡por Dios, que andemos, señor los dos, entre la pica y la acera! (Lope, El valiente Juan de Heredia, III, R. Acad. N. E., II, 646-b). Cotarelo pone «entre la pila y la cera» ¡Como para entenderlo! Otra frase vulgar existía entonces para expresar la misma idea: «Pues, por mí lo digo, que me veo entre el yunque y el martillo, como dicen». (Comedia de Eufrosina, act. I, scena I, NBAE, XIV, 64-b.) Cervantes recurre a los riesgos y penalidades de la soldadesca, que repetidamente expuso en sus libros. (Vid. Quijote, I, 38, y Coloquio de los perros). Pero nadie, como Lope, expresó la estrechura entre dos cosas muy cercanas, que es la base de todas estas locuciones figuradas. Vid.: A los reyes llamó Homero espejos de la justicia, y no cabe la malicia entre el cristal y el acero. (Lope, Ya anda la de Mazagatos, III, R. Acad. N. E., X, 533.) VIII-182. ÁMBAR. Resina fósil muy empleada en tiempos de Cervantes como elemento de perfumería. La Historia natural de Plinio, traducida por Jerónimo de Huerta, daba a los contemporáneos amplia información del ámbar. La mitología enseñaba que el ámbar había nacido de las lágrimas de las hermanas de Faetón, o de la goma de los árboles en que se convirtieron. (F. Mey, Rimas, p. 96.)

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Era una de las materias que figuraban en el tocador de las señoras de posición: En el recibo dado por doña Beatriz Pacheco, a favor de don Rodrigo Ponce de León, de las alhajas y ropas que la dio cuando casó con ella en 1471 (Sáez, Monedas de Enrique IV, p. 572), figuraban entre las cosas de alhamería: un pedazo de menjuí, un envoltorio de polvos de Alejandría, un cornezuelo de algalia, un envoltorio de almisque, una cazuela de ámbar. (Fernández de Oviedo, Libro de la cámara del príncipe don Juan. Biblióf. Esp., VI, 283.) También podía ser tomada la palabra ámbar en la acepción genérica de perfume. Confr.: El que manosea almizcle y ámbares, no puede no oler a ello. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 127-b.) El viento ofrezca a los sentidos los ámbares y almizcles más subidos. (Virués, El Monserrate, V, Rivad., t. 17, p. 518-a.) VIII-182. ALMIZCLE. Perfume de extracción animal muy usado en el siglo xvi y antes y después hasta entrado el xviii, que fue desterrado por perjudicial para la salud. He aquí una buena definición del almizcle: Substancia concreta, de color pardo obscuro y muy olorosa, que se saca de una bolsa que tiene junto al ombligo el cuadrúpedo llamado desmán o mosco, que se cría en Asia. Se deriva del árabe. (Nota de don Pascual de Gayangos a Fernández de Oviedo, Libro de la cámara del príncipe don Juan. Biblióf. Españoles, p. 256.) Consta de su uso de tocador entre las personas de alta calidad. Vr. gr.: Ha de haber asimismo en el retrete algunas cazoletas y extoraque y menxuyque y almizcle, algalia, pastillas, polvos de Alejandría, anime blanco, encienso, grasa, romero, tortas de rosas, aguas de buenos olores, así como rosadas, de azahar, de ángeles, de trébol. (Ibid., p. 56.) Y consta también, y es lo curioso, que se empleaba el almizcle en pastillas y confites. Confr.: ¿Quién negará que habiendo uno comido alcorza, ha de oler la boca a almizcle? (B. Alonso de Orozco, Siete palabras de la Virgen, Medina del Campo, 1568, p. XVII vuelto.) A últimos del siglo xviii había casi desaparecido este uso del almizcle, a causa de su nocividad para la salud. Confr.:

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Gástanlo muchos artífices para perfumar guantes, confituras, bebidas, etc. Este es un género que antiguamente se gastaba mucho; pero en el tiempo presente se gasta muy poco o nada, en particular en Madrid, por los daños que se han experimentado causa en las mujeres, excitando los vapores, y afectos histéricos gravísimos; y en los hombres, en particular hipocondríacos, y accidentes dañosísimos. (Palestra farmacéutica, por don Félix Palacios, Madrid, 1792, p. 655.) VIII-182. ENTRE ALGODONES. Era costumbre guardar los perfumes caros envueltos entre algodones, para evitar su evaporación. Cervantes dijo en el Quijote: «Ámbar y algalia entre algodones» (I-4). Pero a base del hecho real, se había creado la frase metafórica «poner o envolver entre algodones», significando «conservar con mimo y regalo». Confr.: Muchas personas no tratan sino de traer la vida envuelta en algodones, calafateando sus cuerpos con regalos. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 124.) Mas si quieres que tus culpas de su memoria se borren, harás tinteros, si guardas su cabeza entre algodones. («Papeles inéditos de 1650», publicados en Revista de Extremadura, Cáceres, 1907, p. 355.) VIII-184. ALMIDÓN. La virtud astringente del almidón era reconocida en la farmacopea contemporánea. Confr.: El almidón es una medicina excelente contra las asperezas de la garganta..., cura las llagas de los pulmones, mitiga los dolores de la vejiga, restriñe el vientre, hace engordar, y a esta causa últimamente se da a los hécticos. (Pedacio Discórides, traducido y comentado por el doctor Andrés de Laguna, Salamanca, 1570, p. 188.) No fue la poesía de Cervantes la única que se hizo eco del empleo medicinal del almidón. Confr.: Era el almidón sustancia de enfermos, agora es tesura de aflojados cuellos, (Romancero general, Parte VII, Rom. 620, Madrid, 1947, I, 395-a.)

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VIII-185. ALGARROBAS. «Las algarrobas, comidas frescas, dañan notablemente al estómago y relajan el vientre». (Pedacio Dioscórides, traducido e ilustrado por el doctor Andrés de Laguna, Salamanca, 1570, página 101). A la misma propiedad laxativa de las algarrobas aludió Góngora: Hace verso suelto con Alejandría, y con algarrobas hace redondillas. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 104.) VIII-186. NI SE VA. Lo contrario de estreñirse. Acepción familiar del verbo irse, como reflexivo, de sonido un tanto escatológico. Confr.: Va a ganar bollos el cura, la dama a caza de gangas, y yo, sin irme, me voy; testigos mis pobres calzas. (Tirso, Ventura te dé Dios, hijo, III, NBAE, t. IV, p. 405-a.) L. Déjenme ir, que siento en mí temerario desconcierto B. No se ha de ir, aquesto es cierto. L. ¡Por Dios que me vaya aquí! (Tirso, La santa Juana, Tercera parte, I, NBAE, t. 9, p. 313-b.) ¡Ea! Ya podrán dejarme, pues me obligan a purgarme en salud. Bien se vengaron. ¡Ay! Ya empieza el apretura. Váyanse, porque me voy. (Ibid., p. 314-a.) JUANETE. Voy a... REY. Juanete, no os vais. JUANETE. Señor, advertir que estoy... ¿Por qué os vais? REY. JUANETE. Porque me voy. (Rojas Zorrilla, Progne y Filomena, II, Rivad., t. 54, p. 50-b.)

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No puedo contaros nada, porque estoy tal, por mi fe, que me iré por esta parte y aun por las demás me iré. (Rojas Zorrilla, Obligados y ofendidos, I, Rivad., t. 54, página 67-a.) VIII-188. TIESO... DE CELEBRO. Tieso en la acepción antigua de firme, sólido. Confr.: Yo tengo más ancha espalda y soy más tieso de lomos. (Romancero general, Parte I, Rom. 99, Madrid, 1947, I, 73-a.) Sacó mis pies del cieno y púsolos sobre piedra firme y sólida. Púsome en camino tieso, seguro, derecho. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 180-b.) De esta, pues, Galaio andaba tiesamente enamorado. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 41.) Mi amigo iba pisando tieso y mirándose a los pies. (Quevedo, Hist. de la vida del Buscón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1927, p. 180.) El ha de ser un garzón entre lampiño y barbón, que tieso lo pisa y huella. (Tirso, Las Quinas de Portugal, I, NBAE, IX, 572-a.) VIII-193. A LA LIGERA. Queda explicada esta frase en el cap. IV, verso 351. VIII-195. SOBREMODO. Italianismo. Sobre manera, en español. Cervantes lo usó varias veces fuera de este poema. Confr.: Corre desnudo y pobre a la ligera, humilde sobre modo y tan honesto, que admira. (Cervantes, El rufián dichoso, II, Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1916, p. 59.)

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Trece años ha que lidias... sobre el humano modo. (Ibid., p. 106.) VIII-196. GODOS. Sangre de los godos era expresión que sintetizaba las presunciones españolas de antigüedad y nobleza de linaje. En mi libro de las Ideas de los españoles del siglo xvii expliqué y probé abundantemente que la Montaña de León y Santillana era, en sentir popular bastante generalizado, el solar de los antiguos godos, al que aludió también Cervantes en el Quijote. Rodríguez Marín entendió mal este pasaje, suponiendo que eran las Vascongadas la región de «los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda». (Quijote, I, 18.) Cervantes no debía ignorar que los genealogistas de su época hacían originario de la montaña leonesa su apellido, y en aquel feliz cuento del Cautivo, tan henchido de especies autobiográficas, comenzó diciendo: «En un lugar de las montañas de León tuvo principio mi linaje». Ahora en el Viaje entremete este jactancioso apóstrofe, apellidando a todos los poetas de España. ¿Cojeaba a ratos Cervantes de este pie? No sería imposible. El prurito nobiliario de la mayoría de los españoles hizo escribir a Enríquez Gómez estos versos: Y vi bajar un escuadrón volante de bravos caballeros, galanes como el sol,y los primeros iban diciendo: Fueron mis pasados por su nobleza honrados; y uno en nombre de todos se iba riyendo de los reyes godos. (Antonio Enríquez Gómez, El peregrino. Rivad. XLII, 374-a.) Confr.: No le aventajan en la sangre el godo, ni en gentileza de mancebo tierno el mismo Adonis, Píramo y Narciso. (Lope, La viuda valenciana, II, Rivad. I, 80.) Habla un moro noble: Desciendo yo de Muza, que no temo por herencia la sangre de los godos. (Lope, El primer Fajardo, I, R. Acad., X, 5-b.)

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Que quien viene de Godos, hoy es godo, siendo hijo de padres castellanos. (La murgetana del oriolano, por Gaspar García. Valencia, 1608, f. 5.) Más vale el pobre estado desvalido del rústico abatido y virtuoso, que ser, siendo vicioso, de los godos. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 234.) El dinero: Por aqueste, hábitos verdes y descendientes de godos dan su lado a quien los tiene en campo amarillo rojos. (Romancero general, Parte IX, Rom. 701, Madrid, 1947, I, 468-a.) Nací dentro de Castilla, no soy de linaje godo, pero soy honrado y basta. (Ibid., Parte XIII, Rom. 1.098, Madrid, 1947, II, 196-a.) También se casan los soberbios godos, porque también suceden desventuras a los magnates, por ocultos modos. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 264.) El hombre vil y el más soez de todos decía que venía de los godos. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 68-a.) VIII-200. IGNORANTE VULGO. Ya vimos, en el cap. IV, verso 8, que Cervantes calificaba al vulgo de vano; ahora vemos que le llama ignorante. También aquí podemos observar que al mismo tiempo que condesciende con la opinión de sus contemporáneos, atenúa y quita hierro al anatema general. Compárese la frase cervantina con estas otras: El vulgo ignorante y ciego, honra a los ricos y poderosos; porque con sus ojos flacos no alcanza a ver otros mayores, ni mejores bienes que aquéllos, siendo como la lechuza en cuyos ojos las tinieblas son luz que la alum-

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bran para que vea, y la luz tinieblas que la ofenden y no la dejan ver. (Vida de santa Lutgarda, por el P. Bernardino de Villegas, año 1635, p. 45.) ¿El vulgo?... ¡Fuego en quien por él se rige! ¡Qué mal intencionada y ruda bestia! (Antonio Hurtado de Mendoza, Entremés de micer Palomo, Segunda parte, NBAE, XVII, 327-b.) Tan ciego, torpe y bruto es el vulgo levantado. (Historia de Carlos V, de fray Prudencio. Barcelona, 1625, página 140.) El vulgo que «de ordinario son gente viciosa y de abominables y perversas costumbres». (Diálogos de la naturaleza del hombre de Sabunde, por Antonio Ares, Madrid, 1616, p. 272.) VIII-201. PUESTO QUE SOY POBRE, SOY HONRADA. La frase pobre, pero honrada había llegado ya, a fuerza de excesivo uso, a adquirir un sabor ridículo, como a fe de caballero y otras arrogancias por el estilo. Góngora empleó también la frase, con la misma irónica intención que Cervantes. Confr.: Era hijo don Leandro, de un escudero de Abido, pobrísimo, pero honrado. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 341.) Gabacho soy, pero honrado. (Ibid., I, 419.) VIII-207. CIEN MIL DE JURO. He aquí cómo Gonzalo Fernández de Oviedo explica el sistema de papel del Estado o de la deuda pública vigente en tiempos de Cervantes: Tres formas e maneras de juro hay en Castilla: una es juro de heredad perpetua, que llaman juro viejo, y este pasa por bienes raíces y herédase como los otros bienes. Hay otro que llaman juro de por vida, que espira e se acaba con la muerte de aquel que le tiene, e se vuelve al rey e no gozan más de él los herederos del defunto... Otro que llaman al quitar que en Castilla se ha usado, e es más barato, e es empeñado, e dalo el rey al quitar, para que, cada e cuando su Alteza volviere los dineros, sea redemido el juro e el rey sobre

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su juro; y esto del quitar se da con más o menos condiciones a unos que a otros, e según que cada cual sabe capitular... Acaesce e habemos visto que después que están ciertos maravedís de juro en cabeza de uno al quitar, viene otro cobdicioso, e por haber mal a su vecino e aprovecharse, así como estaba en cabeza de aquel a quince mil el millar, da él a dieciocho; e el rey por consejo de sus tesoreros quita el juro al primero e dale sus quince mil, e gánase los tres mil, e quédase burlado e sin el juro el primero a quien vuelven sus dineros, e no le ganan más, (G. Fernández de Oviedo, Las Quinquagenas, Madrid, 1880, página 114.) Claro que Apolo deseaba dar a sus secuaces un privilegio con renta o vitalicia o hereditaria, es decir, de la primera o de la segunda clase de juros. Aunque hoy no caben en poesía el amortizable o las cédulas hipotecarias, en el idealista siglo xvii sí cabían. Confr.: Aunque a mí me dijo alguno que viviera más contenta con trecientos mil de juro. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 36.) Si la del dulce mirar ha de ser con presunción que ha de acudir a razón de veinte mil el millar, pues fue el mío de al-quitar, busquen otro que yo soy nacido en el Potro. (Ibid., t. I, p. 72.) Mi hacienda es un escudo orlado de treinta mil, no maravedís de juro, sino insignias del Sofí. (Ibid., I, 192.) VIII-210. MONAS. Varios sentidos encerró Cervantes en esta voz, todos alusivos en general a los poetas. El primer sentido que tiene mona es borrachera. Confr.: Que no hay zorras en ayunas, y que hay monas en bebiendo. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 78.)

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(El vino) «a más de alguno el juicio le aprisiona y le despacha el título de mona». (Salas Barbadillo, Corrección de vicios, Madrid, 1615. Ed. Cotarelo, Madrid, 1907, p. 192.) Trujéronme ayer, señores, para fiesta de un banquete, del vino más estimado seis frascos del de Torrente. Púselos sobre una mesa, y una mona (que quien tiene mona sin vino es un asno), quebrómelos todos siete. (Entremés de la prueba de los doctores, de Castillo Solórzano. NBAE, XVII, 316-a.) Todavía queda en uso la frase dormir la mona, que consta en La pícara Justina. (La pícara Justina. Rivad. XXXIII, 93.) El segundo sentido en que pudo Cervantes haber usado mona es el de corrido o chasqueado. En este sentido la usó en el Quijote, y aunque es sentido raro, Rodríguez Marín citó un texto de la Agricultura cristiana, de Juan de Pineda. Otros podemos añadir nosotros. Vr. gr.: Córrome de mi ser como una mona. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 168.) Y otro se halla en Los gigantones de Madrid, de Francisco Santos; pero cae cronológicamente muy lejos de Cervantes. El tercer sentido que puede tener monas es el de imitadores, copistas o plagiarios. Véase: y un mico que sabe hacer bandas en una almohadilla. ¡Que notable maravilla!    —Y más cantar y tañer, y aun versos.    —¿Su ingenio abonas que ya en este punto están? Sí, señor, porque ya dan en hacer versos las monas. (Lope, Obras son amores, III, R. Acad. N. E., VIII, 196-b.)

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Porque suelen ser sin duda como monas estos trasgos, que hacen aquello que ven para venderse por sabios. (Romancero general, Parte XI, Rom. 860, Madrid, 1947, II 40-b.) Por último, también hay un texto que presenta a la mona como animal representativo de la envidia, chinita que pudiera ser que Cervantes tirase al tejado de algún poeta. Véase: En el hombre se hallan juntos los vicios y defectos de toda la carne: la gula del lobo, la torpeza del jabalí, la envidia de la mona y la arrogancia del caballo. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 91.) Ahora bien; en un poema dirigido todo él contra los malos poetas, no es nada difícil que Cervantes aludiese a la afición desmedida al vino de algunos vates, a su chasco de no haber encontrado en el Parnaso preciosos metales, a su falta de escrúpulo en imitar y aun plagiar los versos ajenos, y a la envidia que ordinariamente sienten unos de otros. VIII-220. MORFEO. Dios del sueño, y aun el sueño mismo en muchos poetas. El pasaje cervantino tiene muchos antecedentes y consiguientes en la poesía. Confr.: ¡Ah, ministros del suelo, don del cielo! Recordad a Morfeo, que dejando la blanda cama, pise el duro suelo. (Juan de la Cueva, El infamador, Jorn. II, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, 79.) Del perezoso Morfeo los roncos pífaros suenan, que se tocan porque el día hace con la noche treguas. (Romancero general, Parte V, Rom. 327, Madrid, 1947, I, 218-b.) Quedó vencido, en fin, que el poderoso lento Morfeo le bañó las sienes con rocío de lete pegajoso, olvido de los males y los bienes. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XX, Barcelona, 1618, f. 361.)

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VIII-222. BELEÑO. Planta de propiedades narcóticas, muy citada por los poetas para significar la noche y el sueño. Confr.: Silencio te acompañe, y del florido beleño orne la sien y adorne el seno. (Poesías, de Francisco de la Torre. Ed. Alonso Zamora, Madrid, 1944, p. 15.) El acanto y beleño que ofusca en humo el suelo. (Ibid., p. 6). Ambos lugares se refieren a la noche. ¿Por qué mi musa descompuesta y bronca despiertas, Polo, del antiguo sueño, en cuyos brazos descuidada ronca? ¿No ves que el lauro lo trocó en beleño? (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 262.) Cuando con soporíferos beleños embriaga Morfeo los mortales y están gozando ya de dulces sueños. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 225-a.) VIII-225. A VÍSPERAS NI A NONA. Quiere decir, a ninguna hora de la tarde ni de la mañana. Las vísperas son horas canónicas que se celebran, cantadas o rezadas, por la tarde; y la nona es otra hora canónica que se celebra por la mañana, después de misa. En los libros de caballerías observamos que se cuentan las horas del día comúnmente por el sistema eclesiástico; pero sin hacer referencia al rezo litúrgico. Confr.: E cuando fue el día, a hora de tercia, la nave fue a tan derecha, que llegó al puerto. (Libro del... conde Partinuplés, cap. IV, Ed. NBAE, XI, 580-a.) Otro día, hora de tercia, mandó la reina juntar todos los grandes e sabios de su corte. (Historia de los... caballeros, Oliveros de Castilla y Artús Dalgarbe, cap. III, Ed. NBAE, XI, 450-a.) Ya no sabía qué hacer, que era hora de nona y aquejábale la hambre. (Historia del rey Canamor y de Turián su hijo, cap. VIII, Ed. NBAE, XI, 534-a.) Ninguno de ellos no parescía cansado... y en esto estuvieron hasta hora de nona. (Ibid., p. 536-b.) Un domingo, a hora de vísperas, llegó a vista de aquella gran ciudad de Constantinopla. (Palmerín de Inglaterra, capítulo XXV, Ed. NBAE, XI, 44-b.)

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Un estado posterior a este de los libros de caballerías es el que representa nuestra literatura clásica, en que las palabras tercia, nona, vísperas, etc., hacen referencia a los rezos litúrgicos, y vagamente al tiempo en que tenían lugar. Confr.: Valdés, reprendiendo dos cosas del estilo de La Celestina, dice: «La una es en el amontonar de vocablos algunas veces tan fuera de propósito, como Magnificat a maitines». (Juan de Valdés, Diálogo de la lengua. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXXVI, 177.) Vives de sangre humana, y siempre quieres comer, a misa, a vísperas y a nona. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 450.) ... la vena no ha estado a tercia, como lo estuviera a nona. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, III, 43.) Hagan riza sus cabellos, acuchillen sus personas, recen sus tercias y nonas. (Ibid., I, 173.) Todo son paseo y rondas, celillos y cosas leves y espanto de algunos ojos que después de Laudes duermen. (Romancero general, Parte II, Rom. 125, Madrid, 1947, I, 91-a.) Hizo calor una noche tan grande y tan insufrible, que me sacó de mi casa después de dados maitines. (Ibid., Parte VII, Rom. 614, I, 390-a.) Pues, de aquella retirada que no se ablanda, me dicen que es a vísperas escasa y magnífica de maitines. (Ibid., Parte IX, Rom. 704, p. 471-a.)

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Ya vino la edad de hierro, donde la mayor doncella, aguardando los maitines no está rezando completas. (Ibid., Segunda Parte, Rom. 1.136, Madrid, 1947, II, 232-a.) Cuántas veces a maitines tocaban los sacristanes, y yo por mi doña Delfa había ya pasado a Laudes. (Ibid., Parte XIII, Rom. 1.006, Madrid, 1947, II, 133-a.) Por decir que dos marqueses, desde Completas a Laudes, su calle rondan por ella, y miente, Dios es mi padre. (Ibid., Parte XII, Rom. 947, Madrid, 1947, II, 97-a.) Este modo de nombrar las horas estaba plenamente ambientado por las costumbres de la época, en la que las oraciones litúrgicas no habían sido desplazadas por las novenas, los octavarios, los septenarios, los quinarios, etc., dejando actualmente sin sentido para el pueblo los nombres de maitines, vísperas, tercia, etc. VIII-228. BLANDA LANA. El vestido de la figura del Sueño está a tono con su flojera, su languidez y su torpe ademán. La lana se caracteriza por su flojedad. Confr.: Trece días hace hoy que salió este pies de lana. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed, New York, 1921, I, 401.) Es reino de palillos y que tiene los fundamentos de agua y lana. (Diego de la Vega, Poesías de la gloria de los santos, Madrid, 1607, t. II, p. 173.) VIII-229. AGUAS... DEL OLVIDO. Las aguas del Leteo, sobre el cual queda nota en el cap. V, verso 325. Confr.: No hay cosa como beber un vaso de agua de olvido. (Lope, Ver y no creer, II, R. Acad. N. E., X, 341.)

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Por estar, como Ulises, detenido, comiendo lotos y bebiendo olvido. (Lope, De cosario a cosario, II, Rivad. III, 495.) VIII-230. CALDERO. Para alejar la idea del objeto litúrgico llamado hisopo, evita intencionadamente la palabra acetre, que es el recipiente del agua bendita que esparce el hisopo, y le designa con la palabra vulgar de caldero. VIII-232. POR EL HOPO. Por el copete o tupé. Confr.: L. Asgamos la ocasión por el harapo, por el hopo o copete, como dicen. (Cervantes, El rufián dichoso, Jorn. 1.a, versos, 696-697.) Véase la nota al verso 207 del cap. VI, sobre copete. VIII-234. COLOR ENCENDIDA DE PIROPO. Granate o rubí, de color de fuego. Confr.: Un carro de topacios y piropos, brillando soles y esparciendo fuegos. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XVI, Barcelona, 1618, f. 276.) Al piropo encendido se abalanza. (Ibid., f. 311.) Filesio por las puertas del oriente, rayando la corona de una cuesta, la suya de oro fino saca puesta, con mil piropos nuevos por la frente. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 138.) Después un grueso y lúcido diamante pinta del alba roja el blanco paso, y la frente un piropo rutilante... (Hojeda, La cristiada, Lib. II, Rivad., t. 17, p. 413-b.) De fuego puro o de un rubí flamante o de un piropo inmenso parecía. (Ibid., p. 414-a.) VIII-240. FUEROS DE LA MUERTE. Alusión a la comunísima semejanza del sueño, imagen de la muerte. VIII-245. MONTE NI MONTA. Frase adverbial negativa, propia del estilo festivo o familiar, que se pospone a una oración negativa para reforzar su

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sentido, y se forma con la particula ni y el sustantivo de la frase anterior cambiado de género, aun cuando no exista en la lengua la forma masculina o femenina de dicha palabra, tal como sucede con monta, femenino, hipotético de monte, o con historio, masculino hipotético de historia, en el texto siguiente: No hallarán en historia ni historio tiempo de cosas tan de notar (Farsa nuevamente trovada por Fernando Díaz. Teatro Español del siglo xvi, t. X, 323.) Esta deformación grotesca de las palabras, aunque es propia de la construcción que dejamos dicho, no es suya exclusiva, sino que se halla en otro tipo de frases, siempre que lo consienta el carácter festivo del estilo. Vr. gr.: Tanta ropería mora, y en banderillas y adargas tanto mote y tantas motas. (Romancero general, Parte III, Rom. 120, Madrid, 1947, I, 87-b y 220-b.) ¡Tanta canción y sextina, tanto esdrújulo corrido, tanto soneto rodado, tanta lira y tanto Tiro! (Ibid., Parte V, Rom. 343, p. 233-a.) VIII-246. VIDE. Arcaísmo por vi, muy usual en los escritores coetáneos. Confr.: Quien vio a doña Marina tan hermosa cuanto la vide yo, y la ve difunta. (Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Ed. Libros Raros o Curiosos, XI, 88.) Ya yo de mi te vide tan contento que ninguna era bella en tu presencia. (Ibid., XI, 195.) En este lugar me vide cuando de mi amor partí. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 39.)

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Muchos casos más en Lope de Vega, Obras dramáticas, Real Acad. N. E., t. I, pp. 79, 128, 136, 284; t. II, p. 497, etc. La tercera persona singular del mismo pretérito suele asimismo hallarse vido por vio. Confr.: Y al hipo soberano cuando vido, dio gracias por haber de ella nacido. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 27.) Más casos en Lope, op. cit., t. IV, p. 704, etc. VIII-248. PALPEBRAS. Párpados. Latinismo usado también por escritores imbuidos en lecturas de Plinio. Confr.: Llámanse así las sobrecejas porque están puestas sobre las cejas de las palpebras. Las palpebras en sustancia son delgadas y llenas de niervos... (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Crónica del hombre, Madrid, 1598, pp. 102-103.) Cervantes obedece a su criterio de mezclar elementos tan discordes como latinismos y vulgarismos. VIII-270. HUMANA COMPOSTURA. Construcción debida a fuerzas humanas. Véase la nota del cap. VI, verso 90, donde aparece compostura en otra acepción. VIII-272. PROMONTORIO. Dice Benedetto Croce que el nombre de Promontorio está bastante extendido en el mediodía de Italia, aunque él, a pesar de sus muchas búsquedas, no ha podido hallar rastro de este joven soldado. (Vid. Homenaje a Menéndez Pelayo, Madrid, 1899, t. I, p. 188.) VIII-280. LLAMOME PADRE... Algunos autores se han basado en esta frase para suponer que efectivamente Cervantes declara una anagnórisis de un hijo que tuvo en Nápoles cuando joven. Es demasiado poca base para tal suposición. Todavía, Benedetto Croce dice de este joven soldado que «le sue relazioni col Cervantes sono un piccolo geroglifico». («Due Illustrazioni al Viaje del Parnaso». En Homenaje a Menéndez Pelayo, t. I, p. 188.) Opinamos que padre e hijo en este pasaje son apelativos del habla familiar, como hermanos y tío, que hallamos a cada paso en la literatura clásica. Confr.: Ellas me llamaban padre y taita sus criaturas. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 34.)

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Además, al llamar Promontorio padre a Cervantes, no hacía más que cumplir con los buenos respetos que indica este lugar a Góngora: Préciome muy de amigo de los míos, y ansí quisiera responder a Vm. por Andrés de Mendoza; porque, además de haberme siempre confesado por padre (que ese nombre tienen los maestros en las divinas y humanas letras), le ha conocido con agudo ingenio. (Obras de don Luis de Góngora, Epistolario. Ed. New York, 1921, III, 274.) VIII-282. PUNTO FIJO. Llamaban punto fijo los cosmógrafos al Norte. Vr. gr.: Es una piedra imán, que al punto fijo, del mar del mundo en las borrascas tristes, al norte, con segura confianza, las almas encamina con bonanza. (Valdivielso, Sagrario de Toledo, Lib. XVIII, Barcelona, 1618, f. 309.) Cervantes usa humorísticamente el punto fijo para decir, invariable o inconmovible. VIII-284. VUESTRAS CANAS. Es decir, vuestra edad avanzada. Cervantes tenía 66 años. Es usual en lengua poética expresar por las canas los años de la vejez. Confr.: Dijo un sabio que en palacio (aunque esto lo dijo en griego) con simiente de esperanzas sembraba canas el tiempo. (Lope, Los peligros de la ausencia, I, Rivad. 408.) No llevaron a Troya los de Grecia niños tiernos, mas fuertes viejos canos, por capitanes; que la guerra precia más que de Aquiles las valientes manos. (Lope, La fuerza lastimada, III, Rivad. III, 275.) Dijo Menandro en estos desengaños, que quien hasta las canas difería del natural amor los dulces daños; lo que a la misma juventud debía, pagaba justamente... (Lope, Epístola 13 a don Diego Félix Quisada, Sancha, I, página 444.)

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Cervantes estaba tan orgulloso de sus canas, que cuando Avellaneda se las echó en cara, le dio aquella elegante respuesta: «No se escribe con las canas, sino con el entendimiento». (Quijote, II, Prólogo). Las canas que los años habían criado en la cabeza de Cervantes eran aquellas de que dijo un célebre orador: No son las buenas canas las que hacen los años, sino las virtudes, porque aquellas son de cabeza y barba, y éstas de seso, prudencia y toda virtud. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 230.) VIII-285. SEMIDIFUNTO. Medio muerto. Confr.: Dice quién es Garín, y dice dónde tiene su habitación. Pártese al punto con la doliente dama el triste conde ella en tormento y él casi difunto. (Virués, El Monserrate, cap. I, Rivad., t. 17, p. 506-a.) VIII-287. ESTA TIERRA HABITÉ. Recuerdo emocional análogo al de Garcilaso en las mismas circunstancias de mencionar a Nápoles: Allí mi corazón tuvo su nido un tiempo ya; mas no sé, ¡triste! agora, o si estará ocupado o desparcido. (Garcilaso, Elegía segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 161.) VIII-292-293. RUIDO DE PÍFAROS, CLARINES Y TAMBORES. Véase la nota del cap. VI, verso 286. VIII-294. ME AZORO. Sobresaltar, perturbar. De raro uso en este sentido activo. Confr.: No me seas importuno, que es hoy sábado y ayuno y el estómago me azora de contino. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 81.) VIII-306. AVISO. Véase la nota del cap. 1V-415.

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VIII-333. SU INGENIO APOQUE. Apocar es achicar o empequeñecer algo por comparación o contraste con otra cosa. Confr.: Mas vuestros desengaños vencen mi desvarío y apocan mis defensas. (Garcilaso, Canción segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 181.) La paciencia se me apoca de ver cuán al vivo tienes la frente entre las dos sienes... (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 42.) Mi vevir por vos se apoca; apócase el mi vevir, por amar demasiado. (Barbieri, Cancionero musical, Madrid, 1890, p. 59-b.) Aquí, aquí la paciencia se me apoca. (Bartolomé Leonardo de Argensola, Epístola a Alonso de Ezquerra. Rivad., t. 42, p. 361.-b.) A Cacho que soberbio al mundo apoca le esconde el rojo hierro en el costado. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 169.) Que el vulgo, pregonero de maldades, la infamia crece y el honor apoca. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XI, Rivad. IV, 260-a.) VIII-350-351. GANA... POR LA MANO. Frase del juego de naipes; se dice del jugador que hace la primera baza por ser mano, o tocarle jugar primero. Adelantarse a otra persona en decir o hacer lo que pensaba o podía ella efectuar. Muy usada en verso y prosa. Confr.: Ningún señor de la Iglesia me ve, que no quiera ganar por la mano cuál me llevará primero a su casa. (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III, 75.)

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Tiene por caso a sus designios llano ganar al uno el juego por la mano. (Valbuena, El Bernardo, Lib. VIII, Rivad., t. 17, p. 226-a.) Pero nuestro Hojeda, más anciano, determinó ganalle por la mano. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 39-a.) En todo, y en la guerra mayormente, es el consejo más seguro y sano ganar a lo futuro por la mano. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 128.) Sus perros intentaron de matalle; mas sus deseos ganaron por la mano. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 3.) Llamó entonces un platicante, y tomándole el pulso, dijo que la hambre le había ganado por la mano en matar aquel hombre. (Quevedo, Historia de la Vida del Buscón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, Madrid, 1927, V, 48.) Un conde invita a un amigo a comer. Una dama presente a la invitación dice al invitado: Por ganarme la mano el conde, no os he ofrecido lo que él mismo. (Mira de Mescua, El fénix de Salamanca, I, Rivad. XLV, 79-c.) Hónrame el rey con prisiones, honrándole yo en los campos. ¡Qué buen premio a mi victoria! Pero está mal informado de quien, como más astuto, me ha ganado por la mano. (Lope, La primera información, III, R. Acad., IX, 625-a.) ¡Oh, noble conde! El premio soberano fue causa, con envidia de gozarle, que otro nos le ganase por la mano. (Lope, Los donaires de Matico, I, R. Acad. N. E., IV, 694-a.)

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Servir bien quien por fuerza ha de servir, en ganalle a la fortuna por la mano. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Rel. II, Desc. IX, Ed. Gili, Clásicos Castellanos, La Lectura, LI, 72.) Como en el juego de naipes, se llama mano al que juega primero, y puede hacer jugadas que podría o pensaba hacer el otro jugador que viene después; queda en la lengua otra frase muy semejante: «ganar de mano». Confr.: ¡Bien te curas en salud de traiciones tuyas! ¡Bien ganas de mano a la queja! (Calderón, El castillo de Lindabridis, III, Rivad. IX, 273-c.) VIII-377. GRAN DUQUE DE PASTRANA. Don Rodrigo de Silva, de Mendoza y de la Cerda, duque de Pastrana, más otros muchos títulos nobiliarios, nació en Valencia en 1585. Dos causas motivaron esta elogiosa mención del duque de Pastrana en este lugar del Viaje: ser el duque hermano del antes elogiado don Francisco de Silva, fundador de la Academia Selvaje, a la que no sabemos si alguna vez concurrió Cervantes, y estar reciente en la memoria de la corte la solemnísima entrada del duque en Madrid, a su regreso de la embajada extraordinaria que le llevó a París el año 1612. Por cierto que estos versos nos ofrecen un curioso dato para fijar la fecha en que se escribía el Viaje del Parnaso, o por mejor decir, este pasaje. Cervantes alude claramente a la entrada del duque en Madrid, a su vuelta de Francia. Este hecho ocurrió el 13 de agosto de 1612. No muy posterior a esta fecha es cuando dice Cervantes que él regresó de su fantástica estancia en Nápoles, y cuando debió redactar esta parte del poema. Pudiera ser que lo que aparece en el capítulo VIII y casi al final del poema, hubiera sido compuesto mucho antes, en el otoño de 1612; pero sería inverosímil que el recuerdo de la entrada del duque le hubiera asaltado un año o dos después. De la apostura y gallardía de Pastrana, que Cervantes alaba en los versos subsiguientes, quedan vestigios en otros textos de la época, vr. gr., El peregrino en su patria, de Lope de Vega (Libro IV). VIII-386-387. EN TRAJE DE ROMERO... SANTO. Sobre el traje de romero quedó nota en el verso 99 del capítulo III. Ahora satiriza Cervantes a los que usaban semejante traje para sacar provecho. Esto no lo dijo a humo de pajas. En una farsa de más de medio siglo atrás, aparece «La Guerra... en hábito de romera, con sus veneras y con su bordón en la mano», y se entabla entre ella y la Justicia este diálogo:

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JUSTICIA. ¡Embaidora! ROMERA. No lo soy, por Dios, señora, ni en mi traje hay tal manera. Soy una pobre romera... JUSTICIA. Satanás nunca jamás daña más... que cuando es ángel de luz, o en el hábito en que vas. ROMERA. Pues sabed que las beatas así van las estaciones. (Farsa de la paz de Carlos V y Francisco I. Teatro Español del siglo xvi. Biblióf. Madrileños, t. X, pp. 452 y 470.) Cervantes en el Persiles pone en boca de una romera o peregrina las razones que la impulsaban a vagabundear de santuario en santuario; razones que aconsejaron dictar la ley citada en la nota antedicha contra estos desaprensivos roedores de imágenes, reliquias y «casas de milagros». VIII-387. PARECER SER SANTO. Los testimonios de la época convienen con Cervantes. Se hacía demasiada exhibición de la virtud, o mejor dicho, de su apariencia. Confr.: Mas, guárdeos Dios de ver entrar un manto, un rostro y ojos bajos, que el primero que allí lo ve, os jura que es un santo; y él es un lobo en traje de cordero. Quitaros ha el bonete con risilla, y da luego del ojo al compañero. («Carta de Montemayor a Ramírez». En Floresta de varia poesía, de Ramírez Pagán. Valencia, 1562.) ¡Qué cosa es ver unos humildes ojos que han hecho voto de mirar al suelo, un rostro macilento, un inclinarse haciendo reverencias comedidas! ¿A quién no engañarán palabras blandas, doradas, como píldoras, de fuera, una composición, un aparente menosprecio de cosas de la tierra, un falso envite en buena coyuntura, con otros mil sofísticos enredos

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de aquéstos que a los buenos imitando, micos de la virtud pueden llamarse? (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 309.) VIII-389. ACEVEDO. Sobre la personalidad de este poeta no hay hasta ahora más datos que los publicados en la Revista de Extremadura (1901, p. 208), de donde extractamos lo que sigue: ¿Quién era el doctor Alonso de Acebedo? ¿Cuáles son sus obras? ¿Por qué causa se hallaba ausente de su patria? Nada sabemos de él. No de la Vera de Plasencia, comarca que comprende muchos pueblos, sino de la misma ciudad de Plasencia, fue natural Alonso de Acebedo. Así lo declara él en su poema, en el canto al día tercero, describiendo la formación de los ríos, en la octava 44. Ignoramos el día y año de su nacimiento (en el Diccionario enciclopédico, de Montaner, se señala el año de 1550); podemos en cambio y gracias a don Vicente Paredes, celoso investigador de todo cuanto a la historia placentina atañe, determinar la verdadera paternidad del poeta, que no fue la sospechada por Nicolás Antonio, sino otra más humilde y en armonía con las lamentaciones y recuerdos personales expresamente consignados en el poema. En el libro becerro de la hoy extinguida parroquia de San Martín de la ciudad de Plasencia y visita hecha por el provisor en el año 1592, se hace constar que «tiene la iglesia 400 mrs, de censo sobre dos casas que fueron de Diego Acevedo, sastre; págalos el doctor Acevedo, hijo del susodicho». Con el grado de maestro, sinónimo del bachiller en Filosofía, figura su nombre en las «Flores de varias poesías recogidas de varios poetas españoles», recopilado en la ciudad de Méjico, año 1577, que se conserva manuscrito en la Biblioteca Nacional y cita Gallardo en su Ensayo con el núm. 1.046. No sabemos cuándo ni por qué se fue a Roma, y allí se consagró al cultivo de la ciencia y poesía, perdió no obstante los mejores años en las machinas de las pretensiones, según declara en la dedicada a su mecenas y en el final del canto del día tercero. Puede ser que en 1570, época en que Cervantes estuvo en Roma de camarero del cardenal Aquaviva, vivía ya allí Acevedo, con quien el después Manco de Lepanto trabó relaciones de amistad. El pasaje del Viaje al Parnaso, citado en parte por Rosell, y cuyos dos primeros versos omitidos en la cita Entré en Madrid en traje de romero que es granjería el parecer ser santo, nos pueden dar también la fecha aproximada de un probable y temporal regreso a España de nuestro poeta, próximo a la publicación del Viaje del Parnaso, que vio la luz por primera vez en 1614.

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Titulándose licenciado colaboró en las Poesías diversas compuestas en diferentes lenguas en las honras que hizo en Roma la nación de los españoles a la majestad católica de la reina doña Margarita de Austria, N. S. En Roma, por Taconio Mascardo, MDCXII, con la particularidad de haber sido nuestro Acevedo el autor del túmulo. Ostentando el grado de doctor y titulándose al fin canónigo de Plasencia, publicó también en Roma en 1615, según queda expresado, su obra insigne, «antiguo pensamiento mío,..», escribe en la dedicatoria, «que estuve muchas veces por dejar olvidado entre otras obras mías», perdidas por desgracia. VIII-389. A DIO. Entremeter versos de lengua extranjera en poesías castellanas era vedado en la preceptiva de Juan de la Cueva: Cuando en vulgar de España se razona / no mezcles verso extraño, como Lasso: Non essermi passato oltra la gonna Otro afligido en un lloroso paso / dijo sus desventuras lamentando: Debrían de la pietá romper un sasso Don Guillén de Casaus a don Fernando / en muerte de doña Ángela su esposa: In tristo humor vogli occhi consumando Cualquier cosa de estas es viciosa / y no la debe usar el que no quiere / padecer la censura rigorosa. (Obras de Juan de la Cueva. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LX, p. 141.) Cervantes no temió esta censura rigurosa, como no la temieron tantos otros españoles. Citaremos un solo caso: Y no predica bien la paz que estima chi probato non ha la guerra prima... Por eso alzad la voz por este tono voi che ascoltare ni rime sparse il suono... Hasta eclipsar el sol a cuanto hay per la pietá di suo fattore i ray. (Cayrasco de Figueroa, Templo militante, Parte III, Madrid, 1609, p. 207.) VIII-394. TOPÉ A LUIS VÉLEZ. Hallé casualmente, acepción hoy casi en desuso, tratándose de personas; corriente en tiempos de Cervantes, unas veces con régimen a, otras con régimen con. Confr.:

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De aquí sentí la maldad del fraile y sus cosas lacias tove mucha voluntad de toparle en la ciudad, para rendirle las gracias... Sin pensar al fin hobe de topar con Diego Sánchez, vuestro hombre. (Vasco Díaz Tanco de Fregenal, Palinodia de los turcos. Reproducción facsímil, Valencia, 1947, p. 31.) Mandábales... que avisasen si andaban clérigos o frailes ociosos y perdiendo tiempo por las calles. ¡Qué de ellos toparon agora, desde que sale el sol hasta que se pone! (José de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo, NBAE, t. 12, página 309-a.) Y yo topo por las calles personas a quien les falta... (Lope, La esclava de su hijo, II, R. Acad, N. E., II, 179-b.) VIII-398. PEDRO DE MORALES. En el cap. II, verso 145, queda nota sobre este poeta, Pedro de Morales, y se explican sus relaciones amistosas con Cervantes. VIII-399. JUSTINIANO. Lucas Justiniano, cura párroco de San Ginés, de Madrid, fue uno de los autores dramáticos que en 1603 ya gozaba de fama y mereció figurar en El viaje entretenido de Rojas. Se conoce de él la comedia Los ojos del cielo y martirio de santa Lucía, y quedan noticias de otras poesías suyas en certámenes literarios de aquella época. Su amistad con Cervantes la declaran sus propias palabras. VIII-406. DEL LADO. La princeps, del Layo. Los comentadores modernos, sin poderse explicar qué podía significar aquí el nombre del padre de Edipo, han discurrido varias soluciones. Algo razonable, la de Bonilla corrigió de soslayo, que en efecto, hace sentido, aunque supone una errata de carácter muy contrario al de las erratas. Se puede aceptar que el cajista de imprenta ponga Cabra por Zafra; pero no Cabra por Ronda. Así sería poner al del por de sos. Rodríguez Marín expuso que en Andalucía se daban unas granadas agridulces que se llamaban de layo o del Layo; pero, ni aduce textos coetáneos, ni, aunque los adujera, explican más el pasaje que el nombre del padre de Edipo.

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Por primera vez hemos corregido el texto leyendo del lado, porque nos parece evidente que Cervantes se refiere al sujeto que, cinco versos antes, dice que se acercó a él y le echó el brazo por encima del cuello. Vinieron otros dos de la misma calaña, y se unieron al del lado. Creemos que se trata de una simple errata, y que procede la corrección en la forma hecha. VIII-407. RISA FALSA DEL CONEJO. Expresión familiar; risa forzada para disimular el disgusto que causa algo. Confr.: ¡Voto a Dios santo y sagrado de un pícaro! ¿Que hagan esto conmigo? Pero no importa; huélguense ahora, que yo espero, por vida de las poquitas, que la risa del conejo se les ha de volver... Mas Estela viene; no es bueno. (Don Francisco de Leyva Ramírez de Arellano, Cuando no se aguarda, III, Rivad., t. 47, p. 354-c.) VIII-410. SALUDES. Plural de salud, usado por fray Luis de León. Confr.: En cada uno de los suyos hace toda las saludes y bienes y para cada uno les es Jesús de innumerables maneras... Por manera que en cada uno hace todas las saludes que en todos... Las muchas saludes que Cristo hace en cada uno de los suyos...(Luis de León, Los nombres de Cristo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. 41, p. 173.) Devolver las saludes, es corresponder al saludo, frase que ya usó Cervantes en el Quijote. VIII-411. SOBRECEJO. Mal rostro, ceño. Confr.: Son, me responde, los más homecidas y los que les dieron favor y consejo, y otros con ira de mal sobrecejo tragaron el trago de los patricidas. (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce apóstoles, NBAE, XIX, 267-b.) Mas Tucapel, con ánimo perplejo, y echándose el capote y sobrecejo, responde convertido en viva llama. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 205.)

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A Extremo quiero pasar, porque este lugar me aburre, tengo dél gran sobrecejo. (Barbieri, Cancionero musical, Madrid, 1890, p. 196-b.) Pues quizá es omisión, si no es consejo, de benignos maridos y de tías de sagaz y compuesto sobrecejo. (Bartolomé Leonardo de Argensola, Epíst. III, Rivad., t. 42, p. 308-a.) Y luego, como el bravo y fiero Noto, mira al campo con negro sobrecejo y tempestades sopla cuando mira. (Hojeda, La cristiada, Lib. III, Rivad., t. 17, p. 419-b.) Un día con salud, otro indispuesto... ya alegre, ya con triste sobrecejo. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XV, Rivad. IV, 303-a.) VIII-415. DÍNOSLO TÚ, DAVID..., Alude Cervantes al pasaje del Antiguo Testamento, Samuel, I, 21,11, en el que narra cómo David, huyendo de Saúl, se refugió en Gat, capital de los filisteos. Estando en presencia del rey Askís y sus criados, estos le reconocieron y denunciaron al rey, pero entonces David, preso de temor, se fingió loco y salió del riesgo, episodio que fue recordado alguna que otra vez en poesías. Confr.: Y yo también he leído, que anduvo loco fingido David, en las sacras letras. (Lope, El loco por fuerza, II, R. Acad. N. E., II, 277.) VIII-420. VEJAMEN. Discurso festivamente satírico que en el acto del doctorado en la Universidad era uso hacer un estudiante contra el nuevo doctor. De la Universidad pasó la misma costumbre a las academias poéticas. Confr.: No hay silla de descanso, sin trabajo, ni borla sin vejamen, ni corona sin pelea. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 326-a.) Las tres cartas últimas que vuestra merced ha tenido mías, han sido un vejamen a su bendita socarronería. (Obras de don Luis de Góngora, Epistolario, Ed. New York, 1921, III, 211.)

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Las dos juntas habían visto (a don Leonardo, mozo florentino) en el claustro de un colegio mayor... y allí habían, quizá por acrisolar su metal, dado vejamen de extranjero; que es muy usado en aquella Universidad, aún de las damas. (Andrés Sanz del Castillo, La mogiganga del gusto. Ed. Cotarelo, Madrid, 1908, p. 112.) Diciéndole no tuviese desabrimiento ni ofensa al haberle dado aquel vejamen que de nuevo en la Universidad y extranjero le dimos. (Ibid., p. 122.) VIII-424. YERTOS LOS CABELLOS. Yertos por erizados, en punta. Confr.: La horrible y yerta barba congelada continuo está intratable y desgraciada. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 9.) Rudo taladro de canal profunda rompe el terreno cavernoso y yerto. (Orfeo, de don Juan de Jáuregui. Ed. P. Cabañas, Madrid, 1948, p. 22.) Los ojos sin mover, embelesados, la voz sin fuerza, los cabellos yertos. (Valbuena, El Bernardo, Lib. I, Rivad., t. 17, p. 144-a.) De angustia lleno y de sudor, despierto y en mi sentido vuelto, un doloroso suspiro me dejó el cabello yerto. (Ibid., XII, Rivad. IV, 269-a.) VIII-428. ALMARADA. Aguja grande, cilíndrica o estriada, para coser tejidos de esparto o cáñamo, que los rufianes y matones usaban como arma blanca. Confr.: MANDIL. Aquí vengo que vuesa señoría me dé una plaza de rufián... MAZALQUIVI. ¿Habéis muerto con almarada, dado bofetones a putas, presentes sus jaques? ¿Habéis hecho resistencias, muertos corchetes y otras cosillas que los tales mandiles están obligados a hacellas? MANDIL. Helas hecho y tengo hígados para hacellas. (Entremés de Mazalquivir. Anónimo, NBAE, XVII, 66-a.)

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En saliendo del purgatorio de esta cárcel al cielo de la calle, todo hombre, avizor; porque ha de haber el punto de almarada, como barbas. (Entremés de la cárcel de Sevilla. Anónimo, NBAE, XVII, 100-a.) Un cantarcillo satírico contra los médicos dice: «Doctores hay pistoletes», «doctores hay carniceros», y Doctores hay almaradas, que, sacando poca sangre, al que cogen de antuvión, no hay miedo que se escape. (Castillo Solórzano, Entremés de la prueba de los doctores, NBAE, XVIII, 318-a.) Canta un viejo: ¿Dónde me sacas amor, viendo que para mi muermo, es el frío una almarada y un pistolete el sereno? (Luis Quiñones de Benavente, Entremés de la dueña, NBAE, XVIII, p. 542-b.) VIII-433. CUELLIERGUIDO. Véase la nota al verso 280 del cap. IV. VIII-435. POR GODO CONOCIDO. Conocido por su presunción o vanidad nobiliaria. (Véase la nota del verso 104 del cap. II, y la del verso 196 del cap. VIII.) VIII-438. AUNQUE SOY PAJE. Esta adversativa encierra un fino humorismo, basado en la descalificación de que comúnmente eran víctimas los pajes en la opinión pública. Tal vez Cervantes generalizaba injustamente. Puede afirmarse que era la categoría de los señores lo que calificaba o descalificaba a estos pequeños servidores. No podemos olvidar el caso de un egregio paje del emperador, llamado don Atanasio de Ayala, de quien cuenta Sandoval que «con la piedad que debe el hijo al padre, vendió un caballo que tenía para darle de comer. Quísole castigar el mayordomo mayor, diciéndolo al emperador. Y el emperador preguntándole por el caballo, le respondió don Atanasio: Señor, vendílo para dar de comer a mi padre. Pareciole tan bien al emperador, que le mandó dar cuarenta mil maravedís después que su padre fue condenado». (Historia de Carlos V, por fray Prudencio de Sandoval, Barcelona, 1624-1625.)

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Ni son pocos los pajes que descollaron en las letras y pusieron sus nombres muy altos en la poesía. Por ejemplo, Feliciano de Silva, hijo del autor del Amadís, fue paje de la duquesa de Medina Sidonia, y en 1540 la salvó de ahogarse en el Guadalquivir, según Pedro Barrantes. (Boletín de la R. Acad. de la Lengua, XIII, 138). Vélez de Guevara entró, de 15 años, por paje del cardenal don Rodrigo de Castro, arzobispo de Sevilla. (Boletín de la R. Acad., III, 627). Don Antonio Hurtado de Mendoza comenzó siendo paje del conde de Saldaña y acabó de secretario de Felipe IV. (Vid. Bol. R. Acad. de la Lengua, III, 637). Y del gran Lope se dijo, aunque en sátira: «Fue paje, poco estudiante». (Bol. de la R. Acad. de la Lengua, II, 22.) Fuera de estos dii majores, se tropieza acá y allá con bastantes poesías cuyos autores se declaran pajes. Vr. gr.: «Octavas compuestas por Diego de Mata, paje del gran don Gerónimo de Gamarra». (Bol. R. Acad., I, 317.) Y omitiendo la serie que podríamos citar de pajes honrados, baste por todos el siguiente texto de fray Luis de Alarcón: ¿Qué cosa es el sol sino un criado de Dios, que te sirve de paje de hacha para alumbrarte en el día? (Fr. Luis de Alarcón, Camino del cielo, Granada, 1550, Ejercicio II, cap. III). Pero volvamos la hoja. Veremos, sin duda, que era el rango del señor lo que daba o quitaba calidad al paje. Lo patentizan los tres textos que siguen: Mujeres hay en el mundo, que por traer sus personas cubiertas de oro y sus coches tachonados de oro... traen al paje sin camisa y sin zapatos. (Fonseca, Vida de Cristo, 1596, III, 27.) No hay corchete, no hay pajecillo de oidor ni aún de letrado, que si entiende que lo han menester, no aguarde a que le busquen y le rueguen. (Fr. Ángel Manrique, Santoral, Valladolid, 1613, Parte I, f. 124.) Me acomodé por paje de un pretendiente...; dábame diez cuartos de ración y quitación, los cuales gastaba en almorzar cada mañana, y lo demás del día estaba a diente como haca de buhonero, siendo, a más no poder, paño veinticuatreno. Comía mi amo tarde... y tan amigo de limpieza, que pudo blasonar no tener paje que fuese lameplatos, porque los dejaba él tan lamidos y escombrados, que ahorraba de trabajo a las criadas de la posada. (Vida de Estebanillo González. Rivad. XXXIII, 303-b.) En confirmación de la triste suerte de los pajes, léase el librillo de Diego de Hermosilla, Diálogo de la vida de los pajes de palacio (hay tres ediciones: la de Rodríguez Villa, Madrid, 1901; la del Bulletin Hispanique, t. XXIV, 387; y la de la Revue Hispanique, t. IX, 527.)

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Aun siendo esto así, no hay que desconocer dos cosas. Una, que los oficios menudos y el trato familiar en que andaban, tenía que granjearles cierto menosprecio. Ellos ponían la mesa, llevaban y traían los platos, servían el vino, vestían y calzaban a sus señores, alumbraban, vela en mano, por los pasillos de casa, y acudían a una voz a cuanto se les mandaba, Véanse los siguientes pasajes: ¡Pajes, a poner la mesa! (Comedias y tragedias de Juan de la Cueva, II, Biblióf. Español., XLVII, 262.) ¡Hola, pajes! ¿dó estáis tan descuidados? Abrahel, Mostafá, Halí, Salcino. Traed manteles presto aderezados. Pajes, apresurad presto el camino. (Ibid., p. 117.) Hice que menudeasen los pajes en su porfía de un vino de Malvasía, y que las tazas colmasen. (Ibid., p. 94.) ¿ Quién tiene de descalzarme? Que yo hacer no lo sé. ¿Quién? Un paje le enviaré. (Ibid., p. 253.) Cisneros: «No gastaban sus pajes prolijo espacio en su adorno, porque era un sayal su vestido». (P. Manuel de Nájera, Sermones varios, Lisboa, 1648, p. 220-b.) ¡Hola pajes, damas, hachas, lumbre! (Paravicino, Oraciones evangélicas, Madrid, 1641, p. 20). Otra cosa, y es la segunda, que hay que reconocer es que los pajes por sí mismos respondían auténticamente a la mala fama de que gozaban. Un texto de Sandoval nos revela lo que el nombre de «paje» quería decir en ciertos medios «Murmuraron dél, porque no se desenvolvió como sus antecesores, y aun porque afeó a los cardenales sus vicios y pajes». (Historia de Carlos V, fray Prudencio de Sandoval, Barcelona, 1625, 512.) Otro lugar de Bartolome L. Argensola nos lo deja ver en las habitaciones de sus señores, cuando amonesta a uno, diciéndole: Haz que en sus aposentos no consienta un paje disoluto; ni allí suene canción de las que frecuenta;

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Canción, que de Indias con el oro viene, como él a afeminarnos y perdernos y con lasciva cláusula entretiene. (Rimas, de Bartolomé L. Argensola, Zaragoza, 1634, p. 237.) Una de sus peores tachas era la de terceros de sus amos, caso en que se arreaban con el apodo de «pajes del secreto», tal como lo atestigua Juan de la Cueva: Bucelo y Porcildo, amados del rey, pajes del secreto, estaban, como en precepto, a las velas arrimados. (Comedias y tragedias de J. de la Cueva, II, Biblióf. Españ., XLVII, 225.) Todo lo cual identificaba ante el vulgo su nombre con el de bellaco, a decir de Lope: A esta traza el vulgo dice: Maestresala limpio y diestro, mayordomo miserable, y secretario discreto, caballerizo galán, rapio rapis despensero, paje bellaco, lacayo gran bebedor, mal contento cochero, libre y sin alma, y goloso cocinero. (Lope, Querer la propia desdicha, II, Rivad. II, 278.) Pero todo esto, ¿qué tenía que ver con que un paje fuera poeta o dejara de serlo? Recordemos que Cervantes se burla bastante en La gitanilla de un paje que alardea de poeta con Preciosa. Posiblemente aludía en estos pasajes a algún paje real y verdadero que se picaba de poeta. ¿Vélez de Guevara, por ejemplo? Véase la nota del cap. II, verso 167. VIII-441. DEL PARNASO LAS FUENTES. Ya se ha hablado de las cuatro fuentes del Parnaso; la de Aganipe, versos 32 del cap. I y 86 del cap. II; la de Castalia, verso 363 del cap. III; la de Helicona, verso 363 del cap. III; la de Hipocrene, verso 78 del cap. II y verso 386 del cap. III.

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VIII-442. QUE CADUCÁIS, SIN DUDA ALGUNA, CREO. Caducar en el sentido de chochear. Confr.: E. Padre y señor, ¿qué te han dado? ¡Ay cielos, que me le han muerto! L. ¡Oh caduca, oh, ten por cierto que el conde nos le ha hechizado. (Tirso, Los balcones de Madrid, III, Rivad. V, 569-b.) Pues da el mundo en niñerías, al fin, como quien caduca. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Edic. New York, t. I, p. 32.) En tiempo del Cid Ruy Díaz era el mundo de otra traza... pero ya como caduca ninguna regla se guarda. (Romancero general, Parte V, Rom. 337, Madrid, 1947, I, 226-b.) Muy bien empiezas, señor; habla con argentería. (Mira de Amescua, La fénix de Salamanca, I, Rivad., t. 45, p. 74-a.) VIII-455. POSADA. Es comunísimo llamar posada a la casa donde se habita establemente. Confr.: Suelo tener a la ociosidad por mi enemiga, y remota mi posada. (Vasco Díaz Tanco de Fregenal, Palinodia de los turcos. Repr. facsímil, Valencia, 1947, Prefatio, p. 52.) Ana, decidle a vuestra hermana Dido que me acoja esta noche en su posada. (Poesías de Baltasar de Alcázar. Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 136.) ¿De dónde a mí, de dónde tal ventura, que venga a volver cielo mi posada la que es madre de Dios y Virgen pura? (Antonio La Sierra, El solitario Poeta, Zaragoza, 1605, f. 29.)

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En cuanto a busqué mi antigua y lóbrega posada es un decir poético, tan fantástico como el Viaje de que regresaba. La casa en que a estas fechas, 1614, habitaba Cervantes, estaba en la calle del León, esquina a la de Francos (hoy Cervantes).

ADJUNTA

Adjunta, 1. REPARÁNDOME Repararse en la acepción desaparecida de reponerse de algún trabajo, cansancio, etc. Confr.: Sentido el caballero se endereza y del segundo golpe se repara. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 172.) Adjunta, 5-6. SALIENDO UNA MAÑANA DEL MONESTERIO DE ATOCHA. Este encuentro tan casual y tan intencionado recuerda el Ibam forte via sacra... de Horacio. El mismo recurso empleó Cervantes en el Prólogo del Persiles, cuando tropezó con el estudiante pardal. Ambos episodios fueron imitados por don Esteban Manuel de Villegas en aquellos versos: Luego mi mano con la suya aprieta y me dice: Señor, yo soy fulano, vuestra merced me tenga por poeta. (Villegas, Eróticas. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXI, 336.) Adjunta, 8-9. GORGARANES. La edición princeps dice gorgarán, que muchos editores han tenido por errata y han corregido gorgorán. Rodríguez Marín defiende la lectura de la princeps, como una posible forma de la palabra en los siglos xvi y xvii, ya que él conoce las formas gorbarán, gorbalán y gorgolán. Lo cierto en esto es lo siguiente. La forma más usual de esta palabra, la usada en las ordenanzas gremiales, aranceles de precios, etc., es gorgorán. En textos literarios hallamos otras formas de uso popular. Lope dice gorguerán (Lope, El ausente en el lugar, I, Rivad. XXIV, 251), forma 683

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que suele verse en otros escritores. En un inventario de 1580 yo encuentro la forma gorgarán: «Itera una casulla de gorgarán, negra». (Arch. Hist. Nacional.) Creo que las otras formas aducidas por R. Marín son corrupciones populares o deformaciones escribaniles. ¿Cómo escribiría Cervantes esta palabra? En su casa, la familia parece que decía gorgorán; pues en la carta dotal de doña Isabel de Saavedra, su colgadiza hija, se escribió: «Un rebociño de gorgorán de Toledo». Es un tejido de seda, de la clase del raso, de calidad intermedia entre los «rasos altos» y los «rasos ordinarios». El gorgorán liso y de un solo color era simplemente un raso de la calidad dicha; pero era más corriente que el gorgorán fuese labrado, de dos y de tres colores, afectando casi todas las formas de labra que admitían las sedas: listado, como las tirelas, rameado como los espolines, con el dibujo en relieve, o simplemente inscrito por una cadenilla, un gurbión, un entorchadillo o cualquiera otra forma decorativa. Su fabricación databa de comienzos del siglo xvi, pues las Ordenanzas de Toledo, firmadas por Carlos V y doña Juana, hablan ya del gorgorán, en el capítulo de los rasos. Los lugares de fabricación eran Toledo, Granada, Valencia y Sevilla. Por esta época en que escribe Cervantes, la vara de gorgorán oscilaba entre quince y veinticinco reales. El uso del gorgorán fue muy extenso. Lo usaban lo mismo los caballeros en sus ferreruelos, como los médicos en sus lobas, como los estudiantes aclerigados en sus sotanas y manteos, como las damas en sus vestidos, y hasta se hacían casullas y pluviales de gorgorán. Adjunta, 8-9. CRUJIENDO GORGARANES. Crujir por usar o vestir de seda. Confr.: Ya con silla y manoteros seda cruje y oro arrastra. (Quiñones de Benavente, Jácara..., NBAE, XVIII, 574-b.) Dejaron de crujir los tafetanes. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 187-a.) No soy duque ni marqués, y así no quiero marquesas; pero, por Dios, que a lo zonzo que crujo damasco y seda. (Romancero, de Miguel de Madrigal, 1596. Ed. Madrid, 1947, p. 238-a.)

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Si el crujir de la seda de las otras ropas la pudiera desvanecer, la vista de la mortaja allanaba sus pensamientos. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 150.) Es modo de hablar análogo a rozar sedas y romper sedas, en el sentido de vestir lujosamente. Confr.: Porque se asombre el mundo de cuán sutil es cuando rompe Cambray... (Tirso, Don Gil de las calzas verdes, I, Rivad. V, 406-a.) Damas cortesanas, las que presumís de rozar soplillo, chacona y chapín. (Romancero general, Parte XIII, Rom. 992, Madrid, 1947, II, 126-b.) Y que el tal no eche de ver lo que crece aquel toldillo, que aunque más roce soplillo, será de sudor ajeno. (Ibid., Rom. 1000, II, 130-b.) Da con ellos (con los vestidos) más vueltas por las calles, haciendo más ruido con los tafetanes, que los cedaceros con sus sonajas y que los melcocheros con sus cascabeles. (Fray Tomás de Trujillo, Reprobación de trajes, Estella, 1563, f. 18.) Pensó casar doña Aldonza con don Amadís de Grecia, por llamarse Señoría, traer coche y rozar telas (Loa en alabanza de la vanidad. Anónima, NBAE, XVIII, 456-b.) Agora cualquier gabacho rompe seda y huella raja, de un extremo en otro extremo botas justas, calzas anchas. (Romancero general, Parte V, Rom. 337, Madrid, 1947, I, 226-b.) Adjunta, 9. CUELLO. Este aparatoso aditamento del cabezón de la camisa, fue traído a España por los flamencos del séquito de Carlos V, y

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duró hasta entrar a reinar Felipe IV, su biznieto. He aquí cómo explica su introducción entre nosotros el Dr. Suárez de Figueroa: Vemos que de cuantas naciones tiene el mundo, sólo españoles, italianos y algunos franceses, y estos con notable diferencia entre sí, usaron cuellos. Y lo que más es, aun en España, de muy poco a esta parte se hallan introducidos, a lo menos con el cuidado y forma que al presente se traen. Así hoy viene a ser ridícula la pequeñez de los que asidos a la camisa trujeron no sólo nuestros antepasados, sino los más labradores de esta edad, como traje tan poco curioso como acomodado. (Plaza universal..., Madrid, 1615, p. 335.) Debemos a Méndez Silva la fecha exacta en que se vieron en España los primeros cuellos. Tuvo el cuello distintas denominaciones, que todas contribuyen, desde su particular punto de vista, a darnos idea de tal prenda. Llamáronse «cuellos altos»; (Vid. Zapata, Miscelánea, Memorial Hist. Españ., XI, 7); cuellos apanalados (Alarcón, La verdad sospechosa, I, Rivad. XX, 322b); cuellos amoldados (Tirso, El pretendiente al revés. Rivad. V, 39-c) y cuellos de abanillos (Góngora, Obras. Ed. New York, II, 183.) En el reinado de Felipe III fue cuando tomaron su máximo incremento los cuellos, en todas sus variaciones y adornos. La fina holanda de que estaban hechos se empezó a calar con randas y a bordear de encajes; los múltiples pliegues se mostraron sobre un complicado varillaje de alambre, que avergonzado de su bajo metal, aspiró muchas veces a ser de plata o de oro. Todo el armadijo pidió prestada tiesura a la goma, al almidón y a la lechada de arroz; y de todos estos elementos resultó algo tan costoso como embarazoso; pero a tono con las exigencias de la moda. Otro ingrediente entraba además en los cuellos, en cantidad que hoy nos parece imposible, para azular la blancura del arroz y del almidón: el añil. Don Antonio Hurtado pinta a un «mocetón de chapa», mártir de nuevas cuchillas, que en ondas azules va pasando su rostro ya un golfo de lechuguillas. (Cada loco con su tema. Rivad. XLV, 466-a.) Y Lope describió el cuello de un elegante de su época, haciendo arreboles de blanco y azul. (La villana de Getafe, I, R. Acad. N. E., t. X, p. 369-b.)

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El azul del cuello constituía otra preocupación más. Salas Barbadillo presenta en escena un enfermo o convaleciente, que al echarse de la cama, lo primero que habla es esto: D. CALIXTO. Sospecho que me ha dado calentura; dadme el cuello, pondrémelo yo mismo. SALAZAR. Hele aquí vuestra merced. D. CALIXTO.     Poco azul tiene. (Vid. NBAE, XVII, 282-a.) Por cierto que, como per tropo variar natura e bella, del mundo azul en los cuellos resultó ponerse de moda los ojos negros y andar de capa caída los azules. Esta noticia le debemos a Tirso: Feliciano me da enojos, que tiene azules los ojos y yo quiero ojos al uso. Guarde lo azul para el cuello, porque, si le he de admitir, los ojos se ha de teñir, como otros barba y cabello. (Tirso, De la fingida Arcadia, I, NBAE, 441-b.) El uso del cuello abierto invadió en las ciudades todas las escalas de la sociedad. No digamos de los nobles y señorones, cuyos retratos quedan por testigos; digamos de los caballeros de pega, que no prescindían de él, aunque careciesen de camisa: «Y quien viere este cuello —leemos en la sátira quevedesca—, ¿por qué ha de pensar que no tengo camisa? Pues todo esto le puede faltar a un caballero, ... pero cuello abierto y almidonado, no; es grande ornato de la persona». (Quevedo, El Buscón, Clásicos Castellanos, La Lectura, V, 1927, p. 163.) Y más abajo todavía llegó la invasión de los cuellos. Espinel describe un barberillo de Madrid, pretendiente de la mujer de un médico, y dice: «El día siguiente vino el mozuelo más temprano de lo que solía, puesto un cuello al uso, como hombre que se veía favorecido de tal gallarda mujer». (Espinel, Marcos de Obregón, Clásicos Castellanos, La Lectura, XLIII, 68.) La preocupación del cuello rayaba en verdadera obsesión. Don. Luis Zapata critica a los que «en pulirse, en traer altos los cuellos, en andar con buen aire, ponen toda su felicidad». [Andar con buen aire era] (Miscelánea. Memor. Histór. Españ.) consecuencia natural de llevar sobre los hombros aquella rueda monumental. Ya lo notó Alarcón:

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... que con tal cuidado sirve un galán a su cuello, que por no descomponello, se obliga a andar empalado. Y añadía para colmo satírico de la preocupación del cuello: Yo sé quién tuvo ocasión de gozar su amada bella, y no osó llegarse a ella por no ajar un canjilón. (La verdad sospechosa, I, Rivad. XX, 322-b.) Y Quevedo describe, con otra exageración por el estilo, un caballero que fue remitido a los verdugos del infierno, «para que le moliesen, y él sólo reparó en que le ajarían el cuello». (Vid. Quevedo, Rivad. XXIII, 301.) Al llegar al trono Felipe IV, fueron prohibidos los cuellos (1623) y sustituidos por vergonzantes valonas. Cervantes no conoció ya esta reforma. Adjunta, 11. PUÑOS CHATOS. Puños doblados hacia arriba, vueltos sobre las bocamangas de la ropilla. Los puños postizos de la camisa afectaron dos formas contrarias, la de lechuguillas y la de vueltas. Las primeras eran unos vuelecillos de holanda con puntilla de encaje, plisados, o tableados a juego con el cuello, que cubrían las muñecas y más o menos de las manos, según la moda. Cuando a principios del reinado de Felipe III (1598), los cuellos de lechuguilla cedieron a impulso de los cuellos abiertos, los puños de lechuguilla se sintieron desparejados, y vino inmediatamente la moda de las vueltas. Las lehuguillas cubrían, como es natural, las muñecas y hasta la mitad de la mano; las vueltas lo que cubrían realmente era la bocamanga del jubón o ropilla. Este detalle de la moda fue el que puntualizó Cervantes, diciendo: Estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas. (Quijote, II, 70.) Estas vueltas es lo que llama puños chatos. Lope, análogamente a los diablos cervantinos, describe el vestido de Proserpina, y dice: Y porque estaba dispuesta de vestir a la española, seis puños como rodelas; que en el infierno también quieren descubrir muñecas. (Lope, El laberinto de Creta, I, R. Acad. VI, 122-b.)

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Las vueltas hicieron juego con los cuellos en su desmesurado tamaño. Lope describe un mocito de su tiempo con los puños diformes, que de servilletas sirven cuando come. (La villana de Getafe, I, R. Acad. N. E., X, p. 369.) Y Suárez de Figueroa pone en boca de los interlocutores de El pasajero, estas palabras: Todas mis ansias consistían acerca de mi ornato y atavío; no desflorado el zapato, al uso pecho y cabello, grandes puños, cuello con muchos anchos y azul, pomposas ligas, medias sin género de flaquezas. (Suárez de Figueroa, El pasajero. Ed. Renacimiento, p. 39.) Tirso, en fin, se burla del excesivo cuidado que algunos ponían en el tableado de estas lechuguillas, pintando un tipo que dicen que despidió al que los cuellos le abría, porque en él, un puño, un día, más un abanico halló que en el otro. (Tirso, La fingida Arcadia, I, NBAE, IV, 441-b.) Adjunta, 26. PUSE O DEJÉ DE PONER. Estas palabras responden al temor expresado (cap. VIII, versos 424-450), de las represalias que tomarían los poetas contra el autor del Viaje. Algo análogo sintió Quevedo: No quiero nombrar a nadie, que habrá quejas al momento sobre si nombré uno solo o tres juntos en un verso. (Obras de Quevedo. Ed. Biblióf. Andaluces, I, 260.) Adjunta, 42. SI NO ES PARA SERVIRLE. Usó de esta misma frase Cervantes en el Quijote (I, cap. 30). Se lee también en El diablo cojuelo. Con estos fundamentos dijo Rodríguez Marín que era «frase familiar y fórmula popular de comedimiento...». Por el siguiente texto queda comprobado que, en efecto, era locución popular en uso antes del Quijote:

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Al que no hemos visto, decimos que no conocemos si no para servirle. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 185.) Adjunta, 46-47. ANDUVIERON POR ALTO. Frase equivalente a hubo saludos afectuosos y llenos de encarecimientos. Andar por alto es lo que hoy decimos andar por todo lo alto. Confr.: Las meninas han crecido, mondongas andan por alto. (Pérez de Montalbán, La toquera vizcaína. Rivad. XLV, 529-c.) Adjunta, 47. DE LANCE EN LANCE. Frase adverbial raramente usada en la época. Confr.: El príncipe furioso del infierno acrecentando va de lance en lance su eterna rabia y su rencor eterno. (Virués, El Monserrate, cap. I, Rivad., t. 17, p. 504-b.) Y como siempre fue de lance en lance haciendo los mejores en su juego... (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 39.) De allí a Toledo, y desde allí a la raya de este monte, en que ayer, de lance en lance, a darle vine al fin dichoso alcance (Valbuena, El Bernardo, XX, Rivad., t. 17, p. 356-a.) Adjunta, 48-49. YO, POR LA GRACIA DE APOLO, SOY POETA. Este pasaje y todo el diálogo fue imitado por Castillo Solórzano en La garduña de Sevilla. (Confr. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, p. 302.) Adjunta, 58-59. Y SOY ENAMORADO. Desde luego. Confr.: Es enamorado el triste, y esto pudiera excusarlo, porque quien dice poeta también dice enamorado. (Lope, La inocente sangre, II, R. Acad., t. 9, p. 180-b.) Adjunta, 70-71. DE QUÉ... MENESTRA... GASTA O GUSTA. Italianismo no advertido por ningún comentador. Cervantes en La ilustre fregona emplea la misma frase y descubre su origen:

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El asturiano, que era de propiedad del azúcar, que jamás gastó menestra, como dice el italiano, dijo que él haría cuarto [jugador]. (La ilustre fregona. Ed. Schevill y Bonilla, Madrid, 1923, II, p. 322.) El pasaje de La ilustre fregona lo comentaron Schevill y Bonilla diciendo: «El gran Diccionario de Tommaseo-Bellini trae, como Prov. Tosc.: Zucchero non guastó mai vivanda. Il tropo zucchero guasta le vivande» (tomo II, p. 401). A este provincialismo toscano se refería Cervantes. La voz menestra estaba ya en nuestra lengua hacía tiempo. Confr.: Podéis probar y veréis a qué sabe la menestra que os darán. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXII, 250.) El juego de palabras gasta o gusta, basado en la alteración del elemento vocálico de dos palabras iguales, lo usa el mismo Cervantes (celos, cielos), y Ruiz de Alarcón (cielo, suelo), y Gracián (casa, cosa) y Calderón (celos, cielo), y Lope (moro, muro), y Góngora (Castro, Caistro), etc. Adjunta, 90-91. HACER PARECER MAL A LAS DEL MESMO PLAUTO. Bastantes editores corrigieron en hacer parecer malas las del mesmo P.; Rodríguez Marín prefirió suprimir, como errata, la a y su lectura es, por tanto: «hacer parecer mal las del mesmo Plauto». Pero mientras estudios más definitivos de la sintaxis de Cervantes y de su tiempo no digan lo contrario, no creemos necesaria aquí ninguna corrección. Plauto: es el famosísimo comediógrafo de la Antigüedad latina. Adjunta, 104. DE LOS DINEROS NO HAGO CASO. Es la misma idea expuesta en el cap. I, verso 83, donde quedó nota. Adjunta, 113. COLISEO. Coliseo equivalía a teatro, bien que en tiempo de Cervantes no se solía dar tan pomposo nombre a los que se llamaban generalmente corrales de comedias, o, a lo más casas de comedias. Sin embargo, el recuerdo del coliseo romano hacía a los escritores de cultura clásica, emplear esta palabra. Confr.: Me han dejado más ruinas que el romano Culiseo. (Lope, Los ramilletes de Madrid, III, Rivad. IV, 317.)

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No echo a fieras cautivos, en teatro o coliseo, ni en el toro Perileo enciendo los hombres vivos. (Lope, El valor de las mujeres, II, R. Acad. N. E., X, 137.) Andando el tiempo sí se llamó coliseo a los teatros españoles. En la Planimetría de Madrid, mandada hacer por Carlos III, se llama Plazuela del Coliseo a la Plazuela del Ángel, que lindaba con el Teatro de la Cruz. En Sevilla existe aún la calle Coliseo, vestigio de un teatro que allí existió en el siglo xvii. Adjunta, 116-117. [COMEDIAS DE] CERVANTES. De los diez títulos de comedias que menciona Cervantes como suyos, sólo han llegado a nosotros El trato de Argel y La Numancia. En el prólogo a Ocho comedias y ocho entremeses, que salieron en 1615, dice que compuso «veinte comedias o treinta», de las cuales nos da un solo título, La batalla naval. Nada se sabe de estas obras cervantinas. Hemos defendido que algunas las refundió en prosa Cervantes en sus Novelas ejemplares (Vid. «Una hipótesis sobre las Novelas ejemplares». Revista de Educación Nacional, núm. 96.) Tiene interés el estudio de Francisco Ynduráin como prólogo a su edición de las Obras dramáticas de Cervantes en la Biblioteca de Autores Españoles, tomo CLVI (Madrid, 1962). Quizá el estudio de conjunto más importante sobre el teatro cervantino sea hoy el de Jean Canavaggio, Cervantès dramaturge. Un théâtre à naître (París, Presses Universitaires de France, 1977). Adjunta, 125. COMEDIAS DE CAPA Y ESPADA. No andan muy acordes ni muy precisos los historiadores de nuestro teatro sobre las características de las comedias de capa y espada. Tal vez sea difícil encerrar en una definición un género tan vasto. En la comedia de capa y espada cabe todo: comedia de carácter, de enredo, de santos, de historia... Un mero denominador las encierra dentro de esta categoría: la clase social de las personas entre las que se desenvuelve la acción. Pero no es este carácter tan externo como han dicho los historiadores —Schack y todos los que le siguen—, el «traje de capa y espada peculiar a la clase más distinguida de la sociedad». (Schack, Historia de la literatura y del arte dramático en España, t. II, p. 226.) No; el traje no era tan esquemático, y no siempre ni mucho menos era la capa prenda sustantiva. Como expusimos en la nota 403, del cap. II, capa y espada era denominación de una clase social, la de los caballeros de la media nobleza; de modo que «comedia de capa y espada» es aquella cuya acción tiene por principales protagonistas a caballeros de esta clase. Podrán intervenir reyes, magnates, santos y demonios; pero sin sacar la acción de su tono, ni absorber a la clase especial que daba carácter a la obra. (Véase cap. 11-403.)

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Adjunta, 135-136. SUS POETAS PANIAGUADOS. Paniaguados, equivalente a favorecidos; es expresión originada de ciertas pensiones llamadas «paniaguas» que el rey otorgaba a los caballeros de las órdenes militares, los cuales podían legarlas a otras personas. La hermana de Cervantes, doña Magdalena, poseyó dos «paniaguas» que le había donado un caballero de Calatrava llamado don Enrique de Palafox. (Vid. mi Vida de Cervantes, Madrid, 1948, p. 561.) Es locución familiar. Confr.: Se hará fuego y llamas para acrisolar... a los justos, a sus ministros que están más llegados a él, sus domésticos y paniaguados. (Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 78-b.) A veces la palabra paniaguado significa cómplice o compinche. Confr.: Señor alguacil mayor, dijo a este punto un valiente argel —zurdo se entiende—, que debía ser paniaguado, si lo hay entre ellos, de prieto. (Rodrigo Fernández de Ribera, El mesón del mundo. Ed. Sevilla, 1946, p. 74.) Adjunta, 136. PAN DE TRASTRIGO, Adjunta, 136. Pan extra, mejor que de trigo. «Buscar pan de trastrigo» se dice del que descontento del bien que posee, se expone a perderlo, por buscar otro mayor. Confr.: Ganara pues Ortal aqueste juego, que fue más importante que yo digo, si como lo halló poblara luego, y no buscara panes de trastrigo; mas no quiso tener allí sosiego, por lo cual se quedó casi mendigo. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 114-a.) Es frase de rarísimo uso. Aparece ya en Berceo y en el Arcipreste de Hita; la registran varios paremiólogos; pero en textos de la época de Cervantes, fuera del Quijote, donde sale dos veces, y del Guzmán de Alfarache, no se ha encontrado en ningún otro autor que el Juan de Castellanos citado. Adjunta, 142-143. CON SU CUBIERTA. Con su sobre, detalle no corriente en las cartas de entonces, que de ordinario se doblaban y cerraban con lacre o nema, escribiendo la dirección o sobrescrito en la parte exterior del mismo pliego. Adjunta, 143. BESÁNDOLA. Era ceremonia usada con las cartas de los reyes, besarlas el que las daba y ponerlas sobre la cabeza el que las recibía. Confr.:

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Y aunque el vengar mis enojos era también noble ley, como carta de mi rey, os pongo sobre mis ojos. (Lope, Los Benavides, II, R. Acad., VII, 521.) R. Besar quiero, Pinabel, treinta veces el papel. P. Bastará una vez o dos; que a una Provisión real no se guarda más respeto, y es todo un rey, en efeto. (Lope, El castigo del discreto, I, R. Acad. N. E., t. IV, p. 182-a.) Si se pone en la cabeza un firma que señala el nombre solo del rey. (Juan Pérez de Montalbán, Ser prudente y ser sufrido, I, Rivad., t. 45, p. 575-c.) Adjunta, 143-144. SOBRESCRITO. Dirección de la persona a quien iba destinada una carta o pliego, la cual se escribía, o en el sobre o al dorso de la misma carta, doblada y cerrada con la nema o con el lacre. Confr.: Bien sé, señor, lo que en vuestra alma pasa, que del pecho es el rostro el sobrescrito. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XV, Rivad. IV, 297-a.) También se daba el nombre de sobrescrito al tratamiento de señoría, excelencia, etc., que se daba a la persona a quien se dirigía la carta. Confr.: Para que el secretario no vaya a cada paso a pedirle al señor la cortesía y sobrescritos con qué ha de escribir a sus amigos..., váyalos poniendo por memoria... al pie de un cuaderno que tendrá en el escritorio, numerado con buena orden y concierto de estos y los demás sobrescritos que fuere recogiendo... (Gabriel Pérez del Barrio, Secretario y consejero de señores, Madrid, 1613, Cito por la ed. de 1667, p. 83.) Adjunta, 146. FRONTERO. Se entiende en frente según los numerosos ejemplos que se pueden citar, vr. gr.: Contemplando estaba en Ronda, frontero del ancha cueva, el valiente moro Audalla que va la vuelta de Teba. (Romancero general, Parte II, Rom. 57, Madrid, 1947, I, 45-b.)

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Frontero de la que sirve, furioso, incipiente y bravo... y vuelto en cólera dice... (Ibid., Parte IV, Rom. 249, Madrid, 1947, I, 165-a.) Ya que estábamos casi frontero de la otra venta... (Espinel, El escudero Marcos de Obregón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. II, p. 212.) Sin embargo, en este lugar de Cervantes no significa sino en la acera de enfrente, pero no en línea recta. Por haber entendido este pasaje a la letra, los biógrafos hacen vivir a Cervantes en las casas señaladas actualmente con el número 20 y poco tiempo después, más abajo, en las casas a espaldas del colegio de Loreto; de donde algunos han supuesto que por falta de pago mudaba de casa a cada quincena. Todo es pura fantasía. Los documentos no acreditan más que el domicilio de la calle de la Magdalena y de allí a la calle de las Huertas detrás del colegio de Loreto. Cervantes no consideraba su poema como la cédula de vecindad. Se acercaba a la realidad, pero la desfiguraba a la vez con datos de pura fantasía. Adjunta, 147. PORTE. Porte, estipendio que se pagaba al portador, al recibo de una carta. Confr.: A cuatro cuartos de porte como carta de estafeta, se vende por recoleta doña Dama de la Corte. (Antonio Enríquez Gómez, Letrillas. Rivad. XLII, 391-b.) Pagadme de estas verdades los portes en el silencio. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 78.) Más espesar que granizo el gasto me solicitan vuestras cartas por momentos, que no sé dónde halláis tinta... Mas por ahorrar de portes, que es menester una mina, haré lo que me pedís. (Romancero general, Parte IX, Rom. 771, Madrid, 1947, 1, 519-b.)

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Adjunta, 151-152. LLEVARON UNA CARTA A MI CASA. Este episodio que aquí cuenta Cervantes, como autobiográfico, debió dar origen a otro sucedido que consta en la Vida de Quevedo. Puede ser que el tal sucedido sea real; pero el autor del chiste se inspiró sin duda en el relato de Cervantes. Un siglo después del hecho, se hubo de saber quién fue el bromista que se burló de Quevedo. El lector agradecerá la noticia y verá la semejanza de entrambos sucedidos. Habla el culto benedictino P. Martín Sarmiento: Ni yo hubiera recibido tantas cartas, ni escrito tantas respuestas, si en España hubiese la costumbre que hay en el Perú. Allí no paga la carta el que la recibe, sino el que la escribe, al echarla en el correo. Y si en tiempo de Quevedo existiese esa ley o costumbre en España, tampoco a Quevedo le hubieran pegado el chasco de que pagase el porte de una carta, después de haber dado a luz las reglas del caballero de la Tenaza. El chiste se halla en la Vida de Quevedo, que está en sus obras póstumas. Pero está diminuto porque sólo se puso de oídas. Dice que un monje bernardo conventual de Galicia escribió a Quevedo, que viese si entre las reglas que escribió para guardar el dinero, hallaba remedio para librarse de pagar dos reales de porte por la carta que le escribía. Celebró Quevedo la agudeza del chasco, y en adelante fue amigo de dicho monje bernardo. No dice la Vida quién era ese bernardo. Yo sé quién ha sido, y cómo sucedió el caso. El monje era el ilustrísimo Caramuel, cuando estaba colegial teólogo en Salamanca. Es tan cierto, como que el mismo Caramuel en el tomo II de su Trimegisto pone todo el caso, y su carta original que escribió a Quevedo, cuyo final es éste: «Consultad, pues, vuestro caballero de la Tenaza: recorred todos sus preceptos y reglas; y hallaréis que no hay en él medio o remedio alguno que os libre de pagar al correo que os diere esta carta, un real de porte». En virtud de esto se debe enmendar aquel pasaje de la Vida de Quevedo en alguna reimpresión, o añadirle una nota: el porte no ha sido dos reales, sino uno. El bernardo no estaba en Galicia, sino en Salamanca. El dicho monje ha sido el célebre Caramuel. (Semanario Erudito, t. VI, Madrid, 1787, p. 176.) Adjunta, 153. UNA SOBRINA MÍA. Se refiere a doña Constanza, hija de su hermana mayor, doña Andrea de Cervantes. Por el proceso de la muerte de Ezpeleta sabemos que en 1605 vivía Cervantes en Valladolid, con su mujer doña Catalina, sus hermanas, Magdalena y Andrea, su referida sobrina y doña Isabel, que se llamó en el dicho expediente «hija natural de Miguel de Cervantes». Es completamente inexacto que la mujer de Cervantes no le acompañase en Valladolid según expone Rodríguez Marín. Consta por los

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testigos del citado proceso que doña Catalina vivía en la casa de su marido. Una ausencia accidental, ocasionada verosímilmente por la recolección en Esquivias, tan accidental que había escapado a la avizora mirada de la vecindad, no autoriza a suponer que doña Catalina no siguió a su marido a Valladolid, contra la declaración explícita de seis testigos. Vid. Pérez Pastor, Documentos cervantinos, t. II, pp. 514, 487, 492, 493, 497, 502. Adjunta, 185. LAS SEÑORAS PIÉRIDES. Humorístico modo de llamar a las musas, las cuales, habiendo competido con las nueve hijas de Pero, rey de Macedonia, y habiéndolas vencido, las convirtieron en urracas y se quedaron con el nombre de Piérides. No es palabra muy usada; pero adoptada por hablistas de primera categoría. Confr.: Lo que cantó tras esto Nemoroso, decidlo vos, Piérides, en tanto no puedo yo ni oso. (Garcilaso, Égloga primera. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 16.) ¡Oh Piérides musas, si mi gloria a vuestros oídos veniese, cómo la cantaríades desde el monte Parnaso y Helicón! (Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Col. Libros Raros o Curiosos, III 218.) La huerta de Medusa esta será, Piérides. (Lope, Laurel de Apolo, VII, Sancha, I, 443.) Adjunta, 185. SEMBRANDO DE SAL. Era sanción aplicada a los traidores al rey. Confr.: Cuando un hombre comete un caso muy feo contra la majestad del Rey, no se contentan con quitarle la vida, sino que, después de quitada, llegan los amigos del rey y le dan mil puñaladas... ¿Acabóse esta justicia con esto? No, derríbenle la casa y siémbrenla de sal. (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 254.) Mandó arrasarlo y con rigor extraño de estéril sal cubriré el campo duro. (Valbuena, El Bernardo, Lib. III, Rivad., t. 17, p. 170-b.) Adjunta, 188. CADMO. La fábula a que se refiere el texto dejó rastro en otros poemas españoles contemporáneos. Confr.:

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Así en Tebas se vio el campo fecundo que un tiempo armadas gentes producía, cuando de Acteón el prudente abuelo de serpentinos dientes sembró el suelo. (Valbuena, El Bernardo, Lib. XIV, Rivad. IV, p. 294-a.) Ya en la Morea, tal vez, los blancos dientes de una sierpe, en marcial furor sembrados, espigas dieron de enemigas gentes, y los surcos se armaron de soldados. (Ibid., XIX, Rivad., t. 17, p. 341-b.) Y Cadmo, hombres valientes, vio en los arados surcos de sus dientes. (Ibid., XIX, Rivad., t. 17, p. 345-b.) Dígalo Cadmo, que sembró los dientes de aquel dragón que en Tobas arruina, de quien nacieron hombres que en un punto tuvieron vida y muerte todo junto. (Villaviciosa, La mosquea, VII, Rivad., t. 17, p. 577-a.) Cuando, como si hubiera allí sembrados, por Cadmo, dientes de la sierpe airada, una gran banda de árabes armados apareció con súbita algarada. (Virués, El Montserrate, VIII, Rivad., t. 17, p. 527-b.) Adjunta, 191-192. SE HABÍA LLENADO DE SERPIENTES TODA LA LIBIA. La leyenda mitológica había creado en la fantasía popular una Libia pululante de reptiles venenosos. Confr.: Si donde el sol ardiente reverbera en la arenosa Libia, engendradora de toda cosa ponzoñosa y fiera. (Garcilaso, Elegía segunda. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, III, 168.) No ya de Libia ausente, que, como Libia ardiente, engendradora fuera de toda cosa ponzoñosa y fiera. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, I, 351.)

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Ponme en la Libia importuna donde, de serpientes llena, ... el sol abrasa la arena. (Ibid., I, 439.) Nótese el verso de Góngora tomado de Garcilaso literalmente, y, sin duda, intencionadamente, por su devoción al poeta. Ya habrán los gongoristas advertido el hecho. Adjunta, 195. RATEROS, Adjunta, 195. Véase la nota del capítulo I, verso 80. Adjunta, 244. DE MANO EN MANO. Por medio de diferentes personas que forman cadena. Confr.: Allí venían todas las cosas de mano en mano sin sentirse una sola palabra. (Vasco Díaz Tanco de Frejenal, Palinodia de los turcos, Orense, 1547, f. 34.) No faltó quién pasó la palabra de mano en mano, unos poniendo y otros componiendo sobre tanta familiaridad. (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Parte 1.a, Lib. I, cap. VII, Rivadeneira III, 208-a.) Cervantes empleó tres veces la frase en el Quijote. Si percibís la voz que doy en vano, llevádsela a mi bien de mano en mano. (Pedro de Oña, Arauco domado, Lima, 1596, p. 117.) A veces significa de un lance en otro, según las circunstancias se vayan presentando. Confr.: He acordado de llevar conmigo a Ascanio de la Corna, por el camino de Perosa, con orden que levante mil infantes o los que pudiere, y de mano en mano verse todo lo que se puede hacer. (C. a S. M., 26 julio de 1552). (Vida y obras de don Diego Hurtado de Mendoza, por Á. González Palencia y E. Mele. Epistolario, Madrid, 1943, t. III, p. 420.) Adjunta, 266-267. PUES ES RICO, NO SE LE DE NADA QUE SEA MAL POETA. Expresión irónica de una idea corriente en la época. Confr.: Todos aman al rico, le respetan, sirven, celebran, oyen su dichos con atención y hallan en ellos misterios, y lo que dicen con descuido y a las veces

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con ignorancia (porque por la mayor parte son pobres de entendimiento estos ricos de hacienda), son escuchados con tan gran admiración, como si cada uno de ellos fuera en hablar un Cicerón, en definir un Platón, en disputar un Aristóteles y en aconsejar un Séneca. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 188.) En este siglo loco el que sabe más poco, como tenga dinero, es noble, es docto, es cuerdo, es caballero. (Antonio Enríquez Gómez, El peregrino. Rivad. XLII, 374-a.) Son los dineros del mundo efectos primeros y espíritus de su ser. Las inteligencias son de las cosas, los conceptos más vivos y más perfectos, y los de más opinión. Hacen lindo a un corcovado, y doctor hacen a un tordo; dan entendimiento a un gordo, y dan prudencia a un delgado. Un bermejo con dineros no es Judas, Adonis es; y ansí, los cuartos, después que os faltan, sois majaderos. (Lope, Dineros son calidad, I, Rivad. III, 60.) Adjunta, 275. PRIVILEGIOS, ORDENANZAS... En la Parte novena del Romancero general, hay una epístola «A una vieja que no lo quería parecer», donde se contienen unas Ordenanzas o privilegios de la vejez, muy parecidos a estos Privilegios de los poetas. (Vid. Romancero general. Ed. Madrid, 1947, t. I, p. 542.) Adjunta, 278. EL DESALIÑO DE SUS PERSONAS. Ya dijo antes que «los poetas por maravilla andan tan atildados como v.m.» (líneas 54-5). El abandono y suciedad de los poetas consta por diversos testimonios. Confr.: Vistiose otro día Jaime de estudiante, comprando a los roperos de viejo una loba muy traída y aun manchada, requisito de poetas. (Castillo Solórzano, La garduña de Sevilla. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, p. 301.)

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Adjunta, 283-284. BLANDA Y SUAVE CONDICIÓN. Es frase muy corriente para decir lo que ahora llamamos buen carácter. Confr.: Modesto rostro, alegre en el semblante, suave en condición, blando y humano. (Antonio La Sierra, El solitario poeta, Zaragoza, 1605, f. 43.) ¿Queréis saber qué es lo que cuanto más se trata más se quiere? El agrado en el trato y la caricia; lo que llamamos blandura de condición. (Ángel Manrique, Sermones varios, Barcelona, 1623, p. 526.) Los que presiden a los graves reyes y blandas condiciones les inspiran... (Hojeda, La cristiada, Lib. II, Rivad., t. 17, p. 412-b.) Adjunta, 284-285. PUNTOS... SUELTOS EN SUS MEDIAS. Las calzas y medias calzas de punto, en tiempo de Cervantes, fueron un problema para los hidalgos pobres, análogo al que hoy representan las medias para las mujeres de clase no rica. Cervantes, que era perspicaz observador, se hizo repetidamente cargo de ese problema. Sobre todo, en la Parte segunda del Quijote, cuando coloca a su héroe en la difícil situación de soltársele «dos docenas de puntos de una media», percance desgraciado que «afligió en extremo al buen señor». (Quijote, II, 44.) Debía ser nada raro en la gente pobre, ver cogidos o «tomados los puntos de las medias negras con seda verde», pues esta es una de las señales de indigencia que Sancho Panza notaba en los hidalgüelos de su época. (Quijote, II, 2). Detalle que después confirma el propio don Quijote, lamentando «la irreparable desgracia de sus medias, a quien tomara los puntos aunque fuera con seda de otro color, que es una de las mayores señales de miseria que un hidalgo puede dar en el discurso de su prolija estrechez». (Quijote, II, 44.) La obsesión de los puntos de las medias, idos o cogidos, la delatan los siguientes textos: Son los príncipes como la calza de aguja, que si se quiebra un punto y no se toma luego, toda se va por allí. (Luis de Rebolledo, Cien oraciones fúnebres, Madrid, 1600, f. 52.) Cuando tus medias por puntos se van de carrera y presto, y te ponen de cuadrado,

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aunque estés, de fino, recto, da usted en enamorar? Eso no, señor don Diego. (Don Diego y don José de Figueroa, Pobreza, amor y fortuna. Rivad. XLVII, p. 424-e.) Ya mis proezas se ensayan. Ten, Coleto, de por junto, medias que vengan a punto, pero no a punto se vayan. (Villaviciosa y Avellaneda, Cuantas veo tantas quiero, II, Rivad., t. 47, p. 454-e.) Las medias han sido parte para haber hecho a su mujer maestra de coger puntos, y con toda esta miseria se holgaría de tener qué comer para él y su mujer. (Francisco Santos, Día y noche de Madrid. Rivad., t. XXXIII, p. 386-a.) Adjunta, 292-293. PUEDA DECIR QUE ES ENAMORADO. Satiriza la moda garcilasista, a la que el mismo Cervantes pagó parias en La Galatea, y que, a pesar de los años transcurridos, persistía arrastrando a muchos poetas a cultivar la poesía amatoria, convertida ya en un tópico insustancial y puramente artificioso. El reproche de Cervantes ya lo esbozó Cristóbal de Castillejo, apenas iniciada la epidemia petrarquizante: Y algunos hay, yo lo sé, que hacen obras fundadas de coplas enamoradas, sin tener causa por qué, Y esto está en costumbre tanto ya, que muchos escriben penas por remedar las ajenas, sin saber quién se las da. (Obras de Cristóbal de Castillejo. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LXXIX, 224.) Aun del mismo bando garcilasista hubieron de levantarse voces contra tanto enamorado de mentirijillas, que parecían la caricatura de Boscán y de su caro amigo, todo por la vanidad de andar a la moda. He aquí un buen precedente de este privilegio cervantino:

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¿Gustas, Dardanio, di, de este inocente estudiante nescio y confiado, que quiere en alabar hacerse gente? ¿Gusta(s) también del cortesano hinchado muy visto y muy leído en las Trecientas y que a Boscán dos veces ha pasado, que se quiere poner con vos en cuentas (señor, no va este verso bien medido), y de una necedad llega a quinientas? ¿Y el otro que se halla muy corrido porque otros ve escribir, y sonetea y luego está por sí de amor perdido; su dama, sea muy vieja, nescia y fea, luego es otra Minerva, es otra Helena, y allá la vio en un prado, en Galilea? Es cosa para mí de tanta pena ver estos poetillas remendados, y pienso ya en pregón poner la vena. («Carta de Montemayor a Ramírez Pagán», en Floresta de varia poesía, de Ramírez Pagán. Valencia, 1562, p. t. V.) Pero la fuente directa de esta cláusula o artículo de la Ordenanza apolínea, está en el Quijote mismo, donde Cervantes escribió: «¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Dianas, las Galateas, las Alidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias están llenos, fueron verdaderamente de carne y hueso y de aquellos que las celebraron y celebran? No, por cierto, sino que las más se las fingen por dar subjeto a sus versos». (Quijote, I, 25.) Adjunta, 301-302. NIÑOS... DE LA PIEDRA. Cervantes en la comedia Pedro de Urdemalas escribió «hijo de la piedra»; pero lo más común era llamar a los expósitos «niños de la piedra». Confr.: Los niños que llaman expósitos u de la piedra (Las seiscientas apotegmas de Juan Rufo. Bib. Esp. XLIX-82.) Y con no tener más culpa que los niños de la piedra, todo el fruto me vedaron espantajos de su higuera. (Romancero general, Parte IX, Rom. 767, Madrid, 1947, I, 517-b.)

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Covarrubias explica el origen de esta frase diciendo que en Toledo había una piedra donde colocaban a los expósitos. No hacen mención del hecho las historias antiguas de Toledo; pero don Gonzalo de Céspedes y Meneses, en una novela de ambiente toledano, menciona «el milagroso santuario de la Piedra» y «la capilla de la Piedra», que debe ser la que dice Covarrubias. (Vid. Pachecos y Palomeques, de Céspedes y Meneses. Ed. Madrid, 1906, pp. 221 y 222.) Adjunta, 315. PRIOR DE GUADALUPE. Aunque algo en sorna, el rango del prior de Guadalupe no era grano de anís. Confr.: Más hijos para y más hijas que tien la sarta sortijas, y sean, de dos en dos, Papas, reinando a la par, y el mayor el puesto ocupe de prior de Guadalupe, que no hay más que desear. (Tirso, Antona García, I, NBAE, t. IV, p. 619-a.) Adjunta, 325. DE LAS ESTRELLAS, SIGNOS Y PLANETAS. Sátira del abuso poético del sistema planetario en la descripción del rostro femenino. Confr.: No alabe mujer ninguna quien no vio su rostro bello; que se mira sólo en vello cielo, sol, estrellas, luna. (Romancero de Pedro de Padilla. Biblióf. Español., t. 19, página 517.) Coplas de ojos me pedía en que soles los llamase arcos de amor a las cejas como en el tiempo de Agrajes. (Romancero general, Parte XII, Rom. 947, Madrid, 1947, II, 97-a.) ¡La necedad en que ha dado nuestro lenguaje español! No hay estrella, luna o sol, plata, oro, o cristal helado, que luego no dé con ello en la cara de su dama el hombre que quiere y ama... (Tirso, La santa Juana, I, NBAE, t. IX, p. 239-b.)

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El sol y la luna clara con que amantes y poetas dicen que andan los planetas saltando de cara en cara. (Ibid., p. 240-a.) Adjunta, 338. EL COCO. Cervantes se vale de la popularísima idea de espantajo imaginario con que se atemorizaba a los niños. Confr.: Muchos temen la muerte y no temen el pecado, como niños que temen el coco, que no es nada, y no temen meter las manos en la llama. (Estella, La vanidad del mundo, Parte III, cap. 88.) La fórmula usual era «guarda el coco». Confr.: Guarda el coco, niña, guarda niña, el coco. (Lope, La maya. R. Acad., II, 49-a.) EL SANTO. Lléguenmela acá. NIÑA.    No quiero. VIRREY. Llegad, mi bien. NIÑA.    ¡Guarda el coco!» (Lope, El santo negro Rosambuco, III, R. Acad., IV, 385-b.) Se observa que los niños repetían la misma fórmula que oían, o la reducían a una palabra. Confr.: Estando el negro de mi padrastro trabajando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre e a mí blancos y ya él no, huía de él con miedo, para mi madre, y señalando con el dedo decía; ¡Madre, coco! [(Lazarillo de Tormes, I)]. A veces el coco era realidad palpable, como en el caso del rey Herodes, al que alude Lope: Huyó este Niño Divino de este coco a las riberas del Nilo; mas, de dos años volvió a vivir en su tierra. (Lope, El santo negro Rosambuco, III, R. Acad., IV, 385-b.)

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En general se llamó coco a cualquier enemigo temible. Confr.: A mí me llaman Mudarra, retrato de Gonzalillo, el coco de doña Lambra. (Lope, El bastardo Mudarra, II, R. Acad., VII, 502-a.) En Malta profesaste desde niño la cruz, del turco espantajo, coco común del morisco. (Tirso, Bellaco sois, Gómez, II, NBAE, IX, 604-b.) Por feo, por amenazante se llamó coco cualquier cosa que infundía miedo. Confr.: D. JUSEPA. ¿Me dejas sola? D.a BERNARDA.    Esto poco; que no te comerá el coco.» (Tirso, Por el sótano y el torno, III, Rivad. V, 244-b.) ROSIL. ¿De qué, duquesa, te ríes? LEÓN. Riome, infante, del loco que ha querido hacerte el coco. (Lope, El príncipe melancólico, III, R. Acad. N. E., 1, 364-a.) También se llamó coco el objeto de burla y menosprecio. Confr.: ¿No bastaba, Señor, que aprisionado cual reo, te tuviese el mundo en poco... y por las calles sin honor llevado fueses del vulgo novelero el coco? (Hojeda, La cristiada, Lib. VI, Rivad., t. 17, p. 448-b.) Y se llamó coco hasta a la fórmula o achaque corriente de expresar un miedo fingido o verdadero. Confr.: No hay sino en riñendo el viejo decir que a enmonjarte vas; ¡Buen cata el coco hallado has! (Tirso, Quien no cae no se levanta, I, NBAE, IX, 144, 1-b.)

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Mas la Jusepa le responde airada: ¡Oh! lleve el diablo tanto: ¡Guarda el coco! (Villamediana. Rivad., t. 42, p. 156-b.) Adjunta, 340. SIMA DE CABRA. Especie de pozo o hundimiento geológico, existente a unos cinco kilómetros de Cabra, que en la época de Cervantes gozaba entre el vulgo de prestigiosa profundidad. Cervantes lo nombra en el Quijote (II, 14). Su fama data del siglo xv. Confr.: Allí la dañada misérrima gente con alarido muy grande caía; remedio ninguno la triste tenía, como quien cae en la sima de Cabra. (Juan de Padilla, Los doce triunfos de los doce apóstoles, NBAE, XIX, 364-b.) Espinel cita esta sima entre los lugares de fama popular, unos sin saber por qué, y otros sabiendo por qué. Confr.: Señora, estas palabras no las puede decir sino quien hubiere estado en el Estrecho de Gibraltar, en las Islas de Riarán, en las Columnas de Hércules y en el Mongibelo de Sicilia, en la sima de Cabra, en la mina de Ronda y en el corral de la Pacheca. (Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón. Relac. II, Desc. XI, Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, LI, 93.) Tirso lo cita como lugar profundo por antonomasia: Daba a diestro y a siniestro tantas y tales porradas, que les hundía los sesos allá en la sima de Cabra. (Tirso, La reina de los reyes, I, NBAE, IV, 154-b.) Modernamente ha merecido la sima de Cabra dos estudios desde el punto de vista geológico. 1.°) Manuel de la Corte y Ruano, La sima de Cabra. En Semanario Pintoresco Español, 1839. 2.°) Gabriel Puig y Larraz, «Cavernas y simas de España. Descripciones recogidas, coordinadas y anotadas», Madrid, 1896. (Se publicó antes en el Bol. del Mapa geológico de España, t. XXI.) Adjunta, 340. EL POZO AIRÓN. Hay cuatro lugares en España que se llaman con este nombre: uno en el término del castillo de Garci-Muñoz (Cuenca); otro en las inmediaciones de Medina del Campo; otro en Granada

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y otro en Málaga. Véase mi trabajo El pozo Airón, en Revista de Estudios Geográficos, agosto de 1941, p. 567. Adjunta, 342-343. SE HA COMIDO LAS UÑAS. Sátira muy general contra los malos poetas, decir que se mordían o roían las uñas, abstraídos en la búsqueda de un consonante. Confr.: El estudiante poeta que cada mañana venía a la huerta del morisco granadino a escribir en su cartapacio, «de cuando en cuando se daba palmadas en la frente y se mordía las uñas, mirando al cielo». (Coloquio de los perros. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, XXXVI, 319.) Donde me acaeció mil días enteros no comer sino uñas haciendo sonetos. (Obras poéticas de don Luis de Góngora. Ed. New York, 1921, t. I, p. 68.) ¿Yo poeta? ¿Yo subtil de puro vano, y tras eso... yo siempre comiendo uña no de vaca, sino mía, desuñándome a porfía? (Ibid., I, p. 388.) Es hombre que componiendo ciertos versos a un retrato, se puso un dedo en la boca y en las uñas comenzando, se comió todas las yemas de los dedos de las manos. (Lope, La inocente sangre, II, R. Acad., t. 9, p. 180-a.) Adjunta, 348. NO HA DE SER TENIDO POR LADRÓN... Esta cláusula de las Ordenanzas apolíneas consta, aunque con mucha menos gracia, en un romance contemporáneo: Que en corrillos no se metan, que no hurten a pedazos comedias, ni hagan comedias de lo que otro ha trabajado. (Romancero general, Parte XI, Rom. 860, Madrid, 1947, II, 40-a.)

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Véase la nota del cap. VIII, versos 62-3. Adjunta, 351. TAN LADRÓN ES COMO CACO. «No menos ladrón que Caco», había escrito Cervantes en el Quijote (Parte I, cap. 2). Y en el Prólogo había dicho: «Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro». La tal historia es que Caco, pastor del Lacio, robó un ganado a Hércules, de donde su fama de ladrón se hizo proverbial. Los poetas españoles recordaron a Caco frecuentemente. Confr.: Los bueyes que hurtó Caco y de Caribdes los bueyes nos comeremos, con leyes que entre a cada credo el baco. (Lope, El rey por trueque, II, R. Acad. N. E., II, 545-b.) Se engolfó cierta mocita coimera, que en todo chanza diera, si viviera, a Caco, tres caídas de ventaja. (Quiñones de Benavente, Jácara..., NBAE, XVIII, 574-a.) Mas cierto Villagrán, peor que Caco, con otros que le van en seguimiento, dieron con los restantes que dormían, quitándoles lo poco que tenían. (Juan de Castellanos, Varones ilustres de Indias. Rivad. IV, 88-b.) Sardanápalo en lujuria, y Tarquino en soberbia; y en hurtos Barrabás y Caco, aquel gran ladrón que escribe Virgilio, que hurtaba las vacas y las llevaba al revés, porque no conociesen adónde iban. (Juan Sánchez Valdés de la Plata, Corónica del hombre, Madrid, 1598, p. 44-a.) Adjunta, 355. DIVINO. Esta cláusula de las Ordenanzas contiene un trallazo contra determinados poetas, o mejor dicho, contra la facilidad con que se empezaba a conceder el título de «divino» a poetas de baja categoría. Uno de ellos era Alonso de Ledesma, al que en 1612 llamaron «divino» Claramonte en su Letanía moral, y no sé qué monja en unos versos en loor de Ledesma, que éste colocó pomposamente en los preliminares de la Tercera parte de Conceptos espirituales, aparecida en 1612, el año justamente en que Cervantes escribía el Viaje. ¡Si aludiría a Ledesma! Lo de no haber compuesto poema heroico ni obras grandes viene a Ledesma como anillo al dedo. Sus libros son siempre en octavo. Véase la nota 398 del cap. III.

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Adjunta, 355. GARCILASO. Hasta Lope, es cuanto hay que decir, acataba la divinidad de Garcilaso: Es madre de las armas y las letras, donde florece agora Garcilaso divino Arquipetrarca del Parnaso. (Lope, Los peligros de la ausencia, II, Rivad. II, 415.) Adjunta, 356-357. FRANCISCO DE ALDANA. Poeta extremeño, natural de Alcántara (1537), militar de profesión, alcaide del castillo de San Miniato (Italia), general de artillería en Flandes, y uno de los capitanes que murieron en la batalla de Alcazarquivir (1578), ejerciendo el cargo de maestre de campo general. Editó sus obras poéticas su hermano Cosme de Aldana, en Milán, en 1589, de las que después se hicieron sucesivas ediciones en Madrid a partir de 1591. Modernamente ha estudiado a este poeta Antonio Rodríguez Moñino. Véase Francisco de Aldana, Epistolario completo, Badajoz, 1946. Adjunta, 357. HERNANDO DE HERRERA. Sobre la divinización de Herrera, confr.: Hernando de Herrera, que adquirió la antonomasia española de divino. (Encomio de los ingenios sevillanos, por Juan Antonio de Ibarra, Sevilla, 1623, f. 3.) Adjunta, 361. LAS SABANDIJAS DE LA TIERRA. Entraban en esta categoría, además de los ratones, gusanos, lombrices, etc., tal como hoy lo entendemos, los reptiles y cuadrúpedos salvajes. Cfr.: Un gato: no contento de cazar sabandijas en la tierra... (Poesías de Baltasar de Alcázar, Ed. Biblióf. Andaluces, Sevilla, 1878, p. 56.) En un jardín llega una cigüeña y coge todas cuantas malas sabandijas halla y se ceba en ellas. (Instrucción de predicadores, de D. Francisco Terrones del Caño. Granada, 1617, f. 21.) Si un hombre estuviese rodeado de sierpes, basiliscos, víboras y escorpiones... y se viese rodeado de tantas sabandijas venenosas... (Cristóbal de Avendaño, Sermones del adviento, Madrid, 1617, p. 25.)

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Las sabandijas, que no tienen príncipe, ... entre las regateznas vemos que los lagartos se despedazan unos a otros, y el hipopótamo, que vive en agua y tierra, es cruelísimo contra los de su misma especie. (Fr. Alonso de Cabrera, Sermones, NBAE, III, 63-a.) Salió entonces de aquella nube una gran cantidad de sabandijas, perros, gatos, monas, lagartos, micos, puercos salvajes, zorras, ardillas, faisanes, lobillos y otros animales, atados a las colas cohetes. (Diego Duque de Estrada, Comentarios del desengañado. Memor. Histór. Esp., t. XII, p. 348.) Adjunta, 363. POR SABANDIJA QUE SEA. Se llamaban generalmente sabandijas de palacio a los bufones y criados que servían a sus dueños en alcahueterías y bajunos oficios, y así a otras personas de igual calaña. Confr.: REY. ¿Quién sois vos? BRITO. Señor, soy una sabandija de palacio. REY. ¿De qué al Príncipe servís? BRITO. De mozo fidalgo. (Vélez de Guevara, Reinar después de morir, I, Rivad. XLV, 111-a.) Ahora veo cuán poderosa fuerza es la del ciego dios, que hace anteponer su deseo al sustento de una sabandija palaciega. (Castillo Solórzano, La niña de los embustes. Ed. Cotarelo, Madrid, 1906, p. 52.) TURÍN. ¿Y qué era de lo que servías? ALCUZ. De sabandija palaciega. TURÍN. ¿Qué oficio es? ALCUZ. Comer y holgar. (Calderón, El gran príncipe de Fez, II, Rivad. IX, 339-a.) Un villano anda por Parma, en destemplados acentos pregonando a su mujer, cosa con que todo el pueblo ha dado en seguirle; que es muy gracioso, fuera de esto. Y como estas sabandijas dan luego en palacio, creo que a palacio la han traído. (Calderón, La señora y la criada, III, Rivad. IX, 44-c.)

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Una... gran bailarina que también hacía las reinas y papeles graves en las comedias, me pareció extraña sabandija. (Quevedo, Historia de la vida del Buscón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, V, 255.) Quevedo llama sabandijas a las ranas: «Las dueñas de acá son ranas del infierno... Diome grande risa el verlas convertidas en sabandijas». (Quevedo, Las zahurdas de Plutón. Ed. Clásicos Castellanos, La Lectura, t. XXXI, p. 126.) No veré enanos ni dueñas, ni otras sabandijas varias que en el mar de los palacios son miserables urracas. (Lope, La mayor corona, III, R. Acad. N. E., II, 361-a.)

ADICIONES Y CORRECCIONES AL «COMENTARIO HUMANÍSTICO» DE MIGUEL HERRERO (1983)* Abraham Madroñal

*  Divido esta parte de la misma manera que divide Herrero García su «Comentario humanístico». Cuando no se trata de rectificar o completar una nota, sino que se añade, se indica [add.] detrás de la referencia al canto, verso o versos y nombre o palabra correspondientes.

PRELIMINARES José de Valdivielso. Sobre este clérigo toledano (1565-1638), poeta y dramaturgo (en especial compositor de autos sacramentales) tan importante en la obra de Cervantes, entre otras cosas por su puesto de secretario del arzobispo de Toledo, el cardenal Sandoval y Rojas, protector del autor del Quijote, se puede ver nuestro trabajo «La primera edición de la Vida de san José del maestro Valdivielso», en Revista de Filología Española, LXXXII, 2002, pp. 273-294. Fue también gran amigo de Lope de Vega. Rodrigo de Tapia. Hijo del licenciado Pedro de Tapia, del Consejo de Castilla, de alguna manera mecenas de Cervantes. Agustín de Casanate. Contribuye también con un poema preliminar al libro de Diego de Ágreda y Vargas Los más fieles amantes Leucipe y Clitofonte (Madrid, 1617). El autor a su pluma. Como señalan en su edición de la obra Sevilla Arroyo-Rey Hazas, este poema parece que «fue retirado de las planchas durante la impresión de la obra, por lo que figura solo en algunos ejemplares de P, es decir, de la edición príncipe, en otros figura un grabado en su lugar» (1997, p. 17). CAPÍTULO I I-8-9. Mula. Añádase a lo dicho el episodio del vizcaíno y los frailes benitos (cap. 8) en el primer Quijote, todos caballeros en sendas mulas. I-15. Adarga. Cervantes vuelve a encarecer la dureza de algo comparándolo con el cuero de la adarga en el Quijote: «Dos sábanas hechas de cuero de adarga» (I, 16). 715

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I-20. Rubio Apolo. Ya había empleado la fórmula en los preliminares del Quijote: «En la cuarta esfera / sus caballos aguije el rubio Apolo». I-27. La gracia que no quiso darme el cielo. Sobre Cervantes poeta, se puede ver José Montero Reguera, «Poeta ilustre o al menos manífico, reflexiones sobre el saber poético de Cervantes en el Quijote», en Anales Cervantinos, 36 (2004), pp. 37-56. I-52. Aponte. Como es sabido, la autoridad del duque de Estrada es poco fiable, de manera que también se pueden obtener noticias de este jesuita en el libro El filósofo (Madrid, 1650, f. 131), de Cosme Gómez de Tejada, donde señala que fue maestro suyo cuando era colegial en Oropesa (Toledo), cosa que debió de ocurrir no mucho después de 1600. I-53. Galarza. O Antonio Galarza, al que se cita como de ingenio agudo en el prólogo a las Ocho comedias, como autor de comedias que «están en jerga», según Cervantes. I-80. Agibílibus. Lo define la Academia en el Diccionario histórico de la lengua española, Madrid: Real Academia Española, 1960-1993, como sustantivo que significa: ‘Industria, maña; habilidad para procurarse la propia conveniencia o para operaciones manuales de poca importancia’ y cita un texto de Palmireno como primera autoridad. Así pues, mejor que la definición que se aporta, conviene esta, que alude a cosas de habilidad vulgar. I-112. Ocho mis de contracción de maravedís.

queso.

Añádase a lo dicho que mis es también

I-122-123. Do fueron los gigantes abrasados. La príncipe lee «dos gigantes», lectura que suelen aceptar los editores actuales del poema. La leyenda la recoge, entre otros, el padre Jerónimo Román de la Higuera, en el supuesto cronicón de Julián Pérez, según el cual: «Ad urbem Alcem dictam postea, prius Ephioniam, Júpiter, dum Hispanmiam peragrat, occidit gigantes, et in iis superbissimum Ophionem, que vivum sepeliri in antro jussit et super eum caeteros. Dictaque est urbs Ophionia, post Alce. […]. Ob id Virgilius adfirmat, gigantes in imo fundo cujusdam antri, ubi sepulti, devolui. Quod ne nostros fugeret in historia, repertum hic adscribi volui. Excisa vero Alce est ad introitum gotthorum in Hispaniam. Alce populus, post tempora Philipporum Caesarum dictum est oppidum Tophaceum, a terra tipho, vel argillosa; ubi a temporibus antiquissimis fiunt omnium optima, capcissimaque dolia» (Juliani Petri, Chronicon cum eiusdem adversariis, París, 1628, f. 46, n.º 204-205)». Sobre la influencia de este jesuita en Cervantes,

ADICIONES Y CORRECCIONES AL «COMENTARIO HUMANÍSTICO»

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puede verse nuestro trabajo: «Jerónimo Román de la Higuera y la literatura de su tiempo», en M. Mechthild y U. Becker (eds).: Saberes (in)útiles. Madrid: Iberoamericana, 2016, pp. 109-126. I-126. Cien mil disparates recitados. Es bien conocida la opinión que merecía el teatro a Cervantes, en especial el de Lope, que es el que se había impuesto, como se puede leer en las páginas del Quijote, cuando, refiriéndose a las comedias, se dice: «Si estas que ahora se usan, así las imaginadas como las de historia, todas o las más son conocidos disparates y cosas que no llevan pies ni cabeza, y, con todo eso, el vulgo las oye con gusto, y las tiene y las aprueba por buenas» (I, 48). Cfr. ahora, entre otros, El teatro según Cervantes, coord. por Antonio Rey Hazas, Yolanda Mancero y Mar Zubieta. Madrid: Compañía Nacional de Teatro Clásico, 2005. I-129. Gaceta de Venecia. En dicho lugar se publicó la primera de las gacetas en Europa, a finales del xvi (Ed. Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 26). I-165. En trenza. Así, «en trenza y en cabello», andaban las doncellas, según don Quijote, en el discurso de la Edad de Oro (Quijote, I, 11). I-209. Cilenio. Porque Mercurio nació en Cilene, una montaña del Peloponeso, de ahí el adjetivo. I-218. Raro inventor. Véase ahora el libro de Javier Blasco, Cervantes, raro inventor (Alcalá de Henares, CEC, 2005). I-274. Seguidillas. En la época en que se escribe el Viaje del Parnaso son poetas notables en la composición de seguidillas músicos como Benavente, Juan Blas de Castro o Palomares. El primero de ellos es el que será entremesista famoso Luis Quiñones de Benavente, que revoluciona todo lo que tiene que ver con el baile dramático precisamente compuesto en buena parte por esta estrofa; pero a diferencia de otros contemporáneos se decía de él que sus seguidillas no eran desacatadas ni desatacadas, en clara alusión a que no compartía con las de sus contemporáneos el contenido. Cfr. una conocida glosa del cantar «Aunque más, marido mío»: «Dame en tonillos a pares / mil chanzonetas de amores, / que no las pondrán mejores / Benavente o Palomares» (véase nuestro Nuevos entremeses atribuidos a Luis Quiñones de Benavente. Kassel: Reichenberger, 1996, p. 16). I-333: Yangüeses. Véase el trabajo de Rafael Barroso Cabrera y Jorge Morín de Pablos, «De nuevo sobre los yangüeses del Quijote», en Anales Cervantinos, XLIII, (2011), pp. 145-161. Recuérdese que hay un capítulo

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del Quijote que vuelve a juntar en su título a yangüeses y vizcaínos: «De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una turba de yangüeses» (I, 10), aunque no se hable de estos últimos hasta unos capítulos después. CAPÍTULO II II-5. Mal agüero. Añádase a lo dicho que la creencia establecía que el estornudo respondía a un mal agüero. Cfr.: Juan de Castro, Historia de las virtudes y propiedades del tabaco: «El estornudo es una enagenación de las potencias por un breve espacio, causada de ciertos humos, que suben del pecho al celebro, sacan algunos mal agüero. Estornudo qué es. Es supersticioso guardar el número, el tiempo, la ocasión, si se inclinó la cabeça a la diestra, o siniestra parte, lo que hablava, o pensava, o hazía, quando estornudó; aunque se tiene por cosa cierta, que el que estornudó, acabando el acto venéreo, morirá presto» (Córdoba, 1620, ff. 7v-8). II-8. Juan de Ochoa. Solo se sabe de él que era licenciado y residente en Sevilla. Acaso su nombre corresponda con el de un tal Juan Ochoa de la Salde, que compuso La Carolea (1585) y fue autor de alguna pieza dramática también. II-11-20. [Damián Salustio del] Poyo. Sobre este dramaturgo murciano (c. 1530-c. 1614), al que Lope dedica una comedia y que compuso importantes dramas dedicados al ascenso y caída de validos como Álvaro de Luna o Rui López de Ávalos, puede verse el libro de Luis Caparrós Esperante, Entre validos y letrados: la obra dramática de Damián Salucio del Poyo (Valladolid: Universidad de Valladolid, 1987). II-26. Hipólito de Vergara [add.]. Dramaturgo que vivía en Sevilla a finales del xvi y que escribió, entre otras comedias, La Virgen de los reyes, hasta entonces atribuida a Tirso. Cfr. Luis Iscla Rovira, Hipólito de Vergara, autor de La Virgen de los reyes de Tirso de Molina (Madrid: CSIC, 1975). II-34. Godínez. Sobre Felipe Godínez (Moguer, 1582-Madrid, 1659), dramaturgo de origen converso, autor de autos y comedias, bastantes de carácter bíblico, véase Piedad Bolaños Donoso, La obra dramática de Felipe Godínez: (Trayectoria de un dramaturgo marginado). Sevilla: Diputación Provincial de Sevilla, 1983, y Germán Vega García-Luengos, Problemas de un dramaturgo del Siglo de Oro. Estudios sobre Felipe Godínez. Con dos comedias inéditas: «La Reina Ester» y «Ludovico el Piadoso». Valladolid: Universidad de Valladolid; Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca, Salamanca, 1986.

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II-40-43. Don Francisco ... de Calatayud. Se llamaba don Francisco de Calatayud y Sandoval y fue contador de la Contratación de Sevilla y secretario de Felipe IV (Sevilla Arroyo-Rey Hazas, p. 39). II-47. Miguel Cid. Moriría en Sevilla en 1615. Su hijo publicó una obra suya titulada Justas sagradas del insigne y memorable poeta Miguel Cid, sacadas a la luz por el hijo y heredero de su nombre, dedicadas a la Virgen santísima, María nuestra señora, concebida sin mancha de pecado original (Sevilla, 1647). II-58. Góngora. Sobre el juicio que el poeta cordobés mereció a Cervantes se podría haber citado el trabajo de Rafael Lapesa «Góngora y Cervantes: coincidencia de temas y contraste de actitudes», en Revista Hispánica Moderna, 31, Homenaje a Ángel del Río (1965), pp. 247-263. II-65. Herrera. El sevillano Fernando de Herrera, gran poeta del siglo y creador de una importante escuela, murió en 1597. Sobre su persona y obra poética se puede ver Pedro Ruiz Pérez y Ana Rojas Pérez, Libros y lecturas de un poeta humanista: Fernando de Herrera (1534-1597), Córdoba, Universidad de Córdoba, 1997. xvi

II-73. Jáurigui. Sobre el poeta y pintor sevillano (1583-1641) que retrató a Cervantes, aunque hoy no se conserve su retrato, se puede ver Juan Matas Caballero, Juan de Jáuregui: poesía y poética (Sevilla: Diputación Provincial de Sevilla, 1990). II-83. Don Félix Arias. No se ponen de acuerdo los estudiosos sobre la fecha de muerte de don Félix Arias Girón, para algunos como Luis Astrana Marín (Vida ejemplar y heroica…) moriría asesinado en 1622; otros mantienen la fecha de 1630 que aquí adjudica Herrero. La fecha en que fue laureado Espinel la retrotrae Felipe Pedraza hasta 1629 (Edición crítica de las Rimas de Lope de Vega, I. Madrid: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1993, p. 380). II-98. Salas Barbadillo. El novelista Alonso Jerónimo Salas Barbadillo moriría en Madrid en 1635. Sobre su persona y su obra puede verse Enrique García Santo-Tomás, Modernidad bajo sospecha (Salas Barbadillo y la cultura material del siglo xvii). Madrid: CSIC, 2008. II-126. Ramírez... de Prado. Lorenzo Ramírez de Prado moriría en 1658 después de publicar muchas más obras de las que se mencionan aquí. Especialmente llamativa es la edición de los falsos cronicones de Julián Pérez

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y Luitprando (en 1628 y 1640), cuya autenticidad defendía, a pesar de ser falseamiento del jesuita Jerónimo Román de la Higuera. Poseyó una extraordinaria biblioteca. Cfr. Joaquín de Entrambasaguas, La biblioteca de Ramírez de Prado. Madrid: CSIC, 1943. II-140. Antonio de Mendoza. Sobre Antonio Hurtado de Mendoza, que moriría en 1644, puede consultarse ahora la edición crítica y el estudio introductorio de Mario Crespo López, «Cada loco con su tema» y «Los empeños del mentir». Madrid: Cátedra, 2012. II-145. Pedro de Morales. El actor y después autor así llamado tuvo relación con Cervantes y Lope, en cuya Fama póstuma colaboró. Estuvo casado con la famosa Mariana Vaca y murió en 1639. Cfr. Teresa Ferrer Valls (dir.), Diccionario biográfico de actores del teatro clásico español (DICAT), Kassel: Reichenberger, 2008, s/v. Acaso era hermano de otro Morales famoso, Alonso, según Héctor Urzáiz, Catálogo de autores teatrales del siglo xvii. Madrid: Fundación Universitaria Española, 2002. II-149. Espinel. Sobre Vicente Espinel se puede ver José Lara Garrido y Gaspar Garrote Bernal, Vicente Espinel: historia y antología de la crítica (Málaga: Diputación Provincial de Málaga, 1993). II-155. Jusepe de Vargas. O Josef de Vargas, «de ingenio sutil y donairoso», dice también Montalbán en el lugar citado. II-160. Balmaseda. Se llama en los documentos consultados Andrés Carlos de Balmaseda y Andrés Arados de Balmaseda; natural de Toledo, era hijo de Francisco Arados Balmaseda e Isabel de Contreras, y en 1615 obtiene licencia del rey para pasar a Perú junto con su segunda mujer, María de Rojas, y su hijo Jacinto de Balmaseda, en servicio del príncipe de Esquilache (Archivo General de Indias, Contratación, 5346, n. 5). Hacia 1631, como sobrestante mayor de la fábrica de galeones en la isla de Puna, presenta sus méritos para pedir la Tesorería de Veracruz (Archivo General de Indias, Indiferente 161, n. 142). Documentos accesibles en línea en el portal PARES (Portal de archivos españoles), en la dirección electrónica: http://pares.mcu.es/. II-163. Enciso. Acaso Bartolomé López de Enciso, natural de Tendilla, que publicó en Madrid en 1586 su novela El desengaño de celos. II-167. De Guevara Luis Vélez. Sobre el dramaturgo ecijano, que moriría en 1644, se puede consultar George Peale (ed.), Antigüedad y actualidad de Luis Vélez de Guevara: estudios críticos (Amsterdam-Philadelphia: John Ben-

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jamins Publishing Company, 1983). Acaso el denominarle el Bravo tenía más que ver con su pasado como marino y soldado que con sus matrimonios. II-168. Quitapesares. Contra la opinión de Herrero, la palabra había aparecido antes en los Diálogos familiares de la agricultura cristiana (1589), de fray Juan de Pineda: «Homero hace memoria del adelantado Tonis hablando de un lamedor quitapesares que la mujer déste dio a Elena; y, por haber sido hombre sabio aquel Proteo y haber bien aconsejado a Menelao, parece haberse inventado lo fabuloso» (ed. Juan Meseguer Fernández, Atlas (Madrid), 1963-1964, en CORDE (Corpus Diacrónico del Español, de la Real Academia Española. Consulta en línea en la dirección www.rae.es). También se emplea, entre otros textos anteriores al Viaje del Parnaso, en La pícara Justina (1605): «El mascarero, alegrones, / Gaitero, quita pesares, / Y el mesón, que pida pares / Cuando le ofrecieren nones» (Ed. Antonio Rey Hazas. Madrid: Editorial Nacional, 1977, I, p. 161). II-172. Don Juan de España. El madrileño don Juan de España y Moncada (y Moncayo, según otras fuentes), contador mayor del infante cardenal D. Fernando y caballero y procurador general de la Orden de Santiago (cargo que ocupaba en 1644, según Schevill y Bonilla). Lo menciona igualmente Lope en el Laurel de Apolo. Junto con Lope de Vega, Quevedo, Gaspar de Barrionuevo, Salas Barbadillo, Miguel Silveira, Sebastián de Céspedes y Meneses, don Juan de Portocarrero y Pacheco, don Francisco Coronel y Salcedo, Pedro Soto de Rojas, Alonso de Espinosa y don Antonio [Hurtado] de Mendoza había participado en 1608 en los preliminares del Elogio del juramento del serenísimo príncipe don Felipe domingo, cuarto deste nombre (Madrid: Miguel Serrano de Vargas, 1608), que publicó Luis Vélez de Guevara, acaso formando parte con los demás de la Academia de Saldaña. II-175. Luso. Lugo, en los ejemplares de la edición príncipe, que corrige con acierto Herrero. II-176. Silveira. Miguel Silveira, médico y poeta, que moriría en 1639, había ido a Nápoles con el conde de Lemos, en un puesto que deseó Cervantes sin éxito. II-179. Pedro de Herrera. El licenciado de este nombre que en 1616 tendría el encargo de recoger las grandiosas fiestas y la justa literaria de ese año que tuvo lugar en Toledo, que publicó en el libro Descripción de la capilla de Nuestra Señora del Sagrario que erigió en la Sta. Iglesia de Toledo el cardenal don. Bernardo de Sandoval y Rojas (Madrid: Luis Sánchez, 1617). José Julio Martín Romero sugiere también la posibilidad de que se trate de

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un dominico de este nombre (c. 1540-1630), que compuso varias obras en latín (en Carlos Alvar [dir.], Gran Enciclopedia Cervantina, VI. Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2009, s/v). II-189. Don Francisco de Farias. Es don Francisco de Faría, que moriría en Almería en 1616. Cfr. María Dolores Castro Jiménez, «De raptu Proserpinae de Claudiano en la traducción de Francisco de Faría», en Actas del VII Congreso Español de Estudios Clásicos, vol. 3, 1989, pp. 433-440. Existe edición de esta obra por Jesús M. Morata, del Grupo de Estudios Literarios del Siglo de Oro (GELSO) en 2010. Accesible en línea en la dirección: http://www. antequerano-granadinos.com/archivos/proserpina-1608.pdf. II-193. Pedro Rodríguez. Un poema de este Pedro Rodríguez Ardila aparece también en las Flores de poetas ilustres (1605), de Pedro de Espinosa. II-193. Tejada. El antequerano Agustín de Tejada Páez (1567-1635), que colaboró igualmente en las Flores de poetas ilustres (1605), de Espinosa, era doctor en Teología y ejerció en Granada. Sobre su vida y obra se puede consultar la edición de José Lara Garrido y María Dolores Martos de sus Obras poéticas (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2011). II-199. Es Medinilla. Pedro de Medina Medinilla, sevillano, que escribió el romance que comienza «Funestos y altos cipreses», presumiblemente el que se menciona en los versos del Viaje del Parnaso como de la tumba oscura. Escribió también una preciosa égloga a la muerte de Isabel de Urbina, mujer de Lope de Vega, que este incluyó en La Filomena (1621) y que mereció una primorosa edición de Gerardo Diego (1924). Cfr. José Lara Garrido, «Revisión de Pedro de Medina Medinilla: (en torno a una atribuciones semidesconocidas y en parte inéditas)», en Siglos dorados: homenaje a Agustín Redondo, coord. por Pierre Civil, I, 2004, pp. 719-733. Aunque no lo señala Herrero, conviene no confundirlo con el toledano Baltasar Elisio de Medinilla (1585-1620). Cfr. nuestro libro Baltasar Elisio de Medinilla y la poesía toledana de principios del siglo xvii. Madrid: Iberoamericana, 1999. II-203-204. Don Fernando Bermúdez. Don Fernando Bermúdez de Carvajal escribió muchos poemas laudatorios para libros de amigos, en especial de Lope de Vega (J. Simón Díaz, Bibliografía de la literatura hispánica, VI. Madrid: CSIC, 1973). Colaboró también en las exequias de este y de Pérez de Montalbán, con lo que viviría hasta la década de los cuarenta. II-207. [Balbuena]. El poeta de Valdepeñas Bernardo de Balbuena tuvo una vocación americana que le llevó a morir en Puerto Rico en 1627.

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Cfr. la edición de Matías Barchino de su Poesía lírica (Ciudad Real: Diputación Provincial de Ciudad Real, 2000). En la ed. de 1983 se le denomina Valbuena. II-211. Miguel Cejudo. También valdepeñero ilustre, fray Miguel Cejudo (1578-1652). Cfr. Kenji Inamoto, «Frey Miguel Cejudo, poeta olvidado y amigo de Lope de Vega», en Memoria de la palabra: Actas del VI Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro, Burgos-La Rioja 15-19 de julio 2002, coord. por Francisco Domínguez Matito, María Luisa Lobato López, 2004, II, pp. 1053-1058. [II-211. Miguel Sánchez]. Dramaturgo y poeta vallisoletano (1560-p. 1622), buen amigo de Lope y, al parecer, también de Cervantes. Cfr. Stefano Arata, Miguel Sánchez il «Divino» e la nascita della «comedia nueva». Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1989. II-220. Francisco de Silva. Don Francisco de Silva y Mendoza fue mecenas de la Academia Selvaje (llamada así en su honor), que fue también conocida como «El Parnaso». Existió entre 1612 y 1614, fechas que vienen a coincidir con el periodo de redacción del Viaje del Parnaso (Pedro Ruiz Pérez, «Academias literarias», en Gran Enciclopedia Cervantina. Madrid: CastaliaCentro de Estudios Cervantinos, I, 2005, p. 42). Sobre este prócer, protector de academias, cfr. también los libros de José Sánchez, Academias literarias en el Siglo de Oro. Madrid: Gredos, 1961, y Willard F. King, Prosa novelística y academias literarias en el siglo xvii. Madrid: Real Academia Española, 1963, pp. 47-49, y más recientemente Jeremy Robbins, Love Poetry of the Literary Academies in the Reigns of Philip IV and Charles II. London: Tamesis, 1997. II-223. Don Gabriel Gómez. Gabriel Gómez de Sanabria, madrileño, también citado por Lope en el Laurel de Apolo. II-250. Conde de Salinas. Sobre don Diego de Silva y Mendoza (1564-1630) pueden verse los trabajos de Trevor J. Dadson, en particular la Antología poética. Madrid: Visor, 1985. Salinas fue un poeta muy valorado por sus contemporáneos, en especial por Lope de Vega y Cervantes. Fue miembro también de la academia poética del conde de Saldaña entre 1605 y 1611, y quizá también de la Selvaje, que patrocinaba su sobrino Francisco de Silva entre 1611 y 1614 (Dadson, op. cit., p. 24). II-253. El de Esquilache Príncipe. Esquilache llegaría a ser virrey del Perú (1615-1621), y escribió, entre otras, unas Obras en verso (1630) y el poema épico Nápoles recuperada por el rey don Alonso (1651). Cfr. Javier

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Jiménez Belmonte, Las Obras en verso del príncipe de Esquilache. London: Tamesis, 2007. II-259. Conde de Saldaña. Cuando Luis Vélez de Guevara publica en 1608 su Elogio del juramento del serenísimo príncipe don Felipe domingo, cuarto deste nombre (Madrid: Miguel Serrano de Vargas, 1608), encontramos en sus preliminares textos de Lope de Vega, Quevedo, Gaspar de Barrionuevo, Salas Barbadillo, Miguel Silveira, don Juan de España y Moncada, Sebastián de Céspedes y Meneses, don Juan de Portocarrero y Pacheco, don Francisco Coronel y Salcedo, Pedro Soto de Rojas, Alonso de Espinosa y don Antonio [Hurtado] de Mendoza, paje precisamente del conde de Saldaña, a quien se dedica el librito. Parece que se trata de la nómina de parte de los ingenios y señores que formarán parte de la academia del conde de Saldaña, constituida —según las cartas de Lope— a finales de 1611, pero que probablemente se gestaba algunos años antes, como vemos en la publicación de la obrita de Vélez (acaso desde 1606, según Robbins, Love poetry of the Literary Academies in the Reigns of Philip IV and Charles II). Lope cuenta al duque de Sessa que la primera sesión de la citada academia se reunió con motivo de un certamen poético por la muerte de la reina Margarita de Austria, que falleció de sobreparto al dar a luz al infante Alonso, en 1611. En toda España se celebraron similares certámenes, algunos bien conocidos por los textos que se publicaron o recopilaron para publicarse. Pero justamente el más importante, el que se llevó a cabo en Madrid, es mucho menos conocido, aunque sabíamos de contribuciones concretas de determinados ingenios. Un fragmento de la carta de Lope de 19 de noviembre de 1611 dice: «El de Saldaña ha hecho una Academia y es esta la primera noche: todo quanto se ha escrito es a las honras de la Reyna, que Dios tiene; voy a llevar mi Canción, que me han obligado a escribir» (Agustín G. de Amezúa, Epistolario de Lope de Vega. Madrid: Aldus, 1941, III, p. 76). Un poco más tarde (20-22 de noviembre de 1611), escribe el propio Lope: «No he podido recoger las poesías de estos líricos de la corte en este túmulo. Una canción ay famosa, sospéchase que es de Hortensio, aunque anda bautizada con nombre de Mendoza» (ibid.). Todavía el día 23 del mismo mes le dice que no ha podido recuperar las de Paravicino y le envía «en su lugar essas mías». Y añade: «Yo las escribí para las la Academia del señor conde de Saldaña» [...] en la que «me hicieron secretario y repartieron sujetos» (pp. 77-78). Lope dice abandonarla el 1 de diciembre por desavenencias entre grandes señores. II-265. El de Villamediana. El famoso noble (1582-1622), que se convirtió en uno de los poetas más leídos de su época y murió de forma alevosa, quizá por decisión del conde-duque de Olivares. Véase la edición de

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José Francisco Ruiz Casanova de su Poesía inédita completa. Madrid: Cátedra, 1994. II-277-278. El de Alcañices Marqués. Don Álvaro Antonio Enríquez de Almansa, que fue comendador de la Orden de Santiago, contribuye con un poema preliminar a las Novelas ejemplares. II-288. Don Francisco de la Cueva. Aparece elogiado también en el «Canto de Calíope» de La Galatea (si bien como Francisco de las Cuevas). II-290. Don Rodrigo de Herrera. No es fácil la identificación de este personaje, que para Herrero sería el madrileño don Rodrigo de Herrera y Ribera (1592-1657), autor de comedias como Castigar por defender. Varios escritores se denominan don Rodrigo de Herrera en la época, pero casi todos los conocidos son posteriores a la fecha del Viaje del Parnaso. II-292-293. De Vera Don Juan. El extremeño don Juan Antonio de Vera y Zúñiga y Figueroa, conde de la Roca (c. 1584-1658). Publicó El Fernando (1632). II-304-305. Mal Podrá D. Francisco de Quevedo Venir. Sobre el famoso don Francisco de Quevedo y su relación Cervantes, véase el libro de Pablo Jauralde, Francisco de Quevedo (1580-1645). Madrid: Castalia, 1998, 2.ª ed. II-321. Dromerio. A pesar de lo dicho, la voz dromerio sería un hápax cervantino. Usa Cervantes en el Quijote la voz dromedario. II-321. Alfana. Según el Diccionario histórico de la lengua española, de la Real Academia Española (Madrid, 1960), la voz proviene del italiano y puede significar tanto ‘caballo corpulento, fuerte y brioso’, como cita Cervantes en el Quijote (I, 18), como ‘diversos animales exóticos usados como cabalgaduras’, que también cita en el mismo libro (I, 29), que es la acepción que aparece en este lugar del Viaje del Parnaso. II-343. Juana la Chasca. Juana la Chasca es un nombre de mujer, que aunque según Rodríguez Marín pudo designar a una persona real; parece más convincente —según Herrero García— que se trate de un personaje folclórico, dado que figura también al lado de otros de este tipo en un poema de disparates manuscrito, que cita. El apelativo la Chasca lo aplica también Quevedo en un contexto chusco de su Poema heroico de las necedades y locuras de Orlando, aplicado a otro nombre de mujer: «Angélica la chasca, / hablando a

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trochimochi y abarrisco». Puede tener que ver con chasco, y por tanto el nombre Juana, que designa a cualquier mujer, preferentemente de ambiente popular (según aparece en poemas burlescos conocidos del romancero o de las Rimas de Burguillos), que se dedicara a dar «chascos». Cfr. Abraham Madroñal, Juana de la Chasca, en Gran Enciclopedia Cervantina, III. Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2006, pp. 2.287-2.288. II-345. La Tarasca. Cfr. Javier Portús Pérez: La antigua procesión del corpus Christi en Madrid. Madrid: Comunidad de Madrid, 1993. II-383. Don Antonio larza en el cap. I.

de

Galarza. Se había aludido antes a un Ga-

CAPÍTULO III III-2. Esdrújulos. Cfr. Antonio Alatorre, «Versos esdrújulos», en Cuatro ensayos sobre arte poética. México: El Colegio de México, 2007, pp. 193-306. III-47. Don Luis Ferrer. Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 61, dan 1569 como fecha de nacimiento de este ingenio valenciano, que fue caballero de Santiago y mecenas, como dice Herrero, pues a él se dirigen las Doce comedias famosas, de cuatro poetas naturales de la insigne y coronada ciudad de Valencia. Dedicadas a don Luis Ferrer y Cardona, del hábito de Santiago, coadjutor en el oficio de Portantueces de general gobernador desta ciudad y reino y señor de la baronía de Sot. Valencia por Aurelio Mey, 1608. Comienza aquí el elogio de los poetas valencianos. III-53. Don Guillén de Castro. Dramaturgo valenciano (15691631), que se inspiró en varias ocasiones en las obras de Cervantes, como muestran su Don Quijote de la Mancha o El curioso impertinente. Véase la ed. de Christiane Faliu-Lacourt y María Luisa Lobato esta última comedia. Kassel: Reichenberger, 1991. III-55. Cristóbal de Virués. Sobre este poeta valenciano (15501614), véase la reciente edición de Alfredo Hermenegildo de La gran Semíramis / Elisa Dido. Madrid: Cátedra, 2003. Virués fue un gran trágico, soldado en Lepanto como Cervantes, y recibió los elogios de este en el escrutinio de la librería de don Quijote. III-56. Pedro de Aguilar. Posible errata por el nombre del dramaturgo valenciano Gaspar de Aguilar, ya que se menciona entre los poetas de aquel reino. José Julio Martín Romero llama atención sobre que en el Qui-

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jote se menciona un personaje sevillano llamado precisamente Pedro de Aguilar (Calos Alvar [dir.], Gran Enciclopedia Cervantina, I. Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2005, p. 160). III-77. Andrés Rey de Artieda. Otro valenciano (1549-1613) famoso tanto por su empleo de militar en Lepanto como por sus composiciones poéticas y dramáticas. Había publicado los Discursos, epístolas y epigramas de Artemidoro (Zaragoza, 1605), además de otras poesías sueltas. III-113. Mosén Luis de Casanate. Juan Luis Casanate en el original. No se acepta hoy la enmienda de Herrero. Pero no se conoce a ningún poeta de este nombre, José Luis Gonzalo Sánchez Molero en Carlos Alvar (dir.), Gran Enciclopedia Cervantina, III, Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2005, s/v. Juan Luis Casanate sugiere diversas posibilidades para explicar este quizá «descuido» cervantino. III-121. Gaspar de Barrionuevo. Sobre el contador toledano Gaspar de Barrionuevo (1562-p. 1623) se puede ver nuestro trabajo «El contador Gaspar de Barrionuevo, poeta y dramaturgo toledano amigo de Lope de Vega», en Voz y Letra, IV (1993), pp. 105-128. Barrionuevo es uno de los acompañantes a Nápoles del conde de Lemos, junto con Argensola y Mira de Amescua. Parece burlarse de Cervantes en su Entremés de los coches (publicado en 1613, entre las comedias de Lope), pero lo cierto es que el autor del Quijote sigue alabándole en la presente obra. Además de esa pieza, Barrionuevo compone otras hasta ahora no conocidas y en fecha cercana al Viaje del Parnaso, acaso por las que Cervantes lo cita aquí con encomio, como son la Canción real a mosén Francisco Gerónimo Simón, sacerdote natural de Valencia (Valencia: Pedro Patricio Mey, 1612) o la Interpresa de Chicheri que ocho galeras de la escuadra de Sicilia con ochocientos infantes de su tercio consiguieron yendo a este efecto por orden del excelentísimo señor don Pedro Téllez Girón, duque de Osuna y conde de Ureña, su virrey y capitán general (Paliermo [sic]: Juan Bautista Maringo, 1613). III-125. Francisco de Rioja. El sevillano Rioja (1583-1659), apreciado teólogo, fue muy apreciado por el conde-duque, a cuyo servicio entró nada más llegar al poder, en 1624. Llegaría a ser un hombre muy influyente en la corte, bibliotecario y cronista real. Excelente poeta, puede verse ahora la edición de su Poesía por Gaetano Chiappini. Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2005. III-127. Cristóbal de Mesa. Pacense (1559-1633), estudió en Salamanca y es sobre todo conocido como autor de poemas épicos. Ya había aludido a él Cervantes en el «Canto de Calíope» de La Galatea.

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III-165. Los Lupercios. Los hermanos aragoneses Leonardo de Argensola, que se designan aquí con el nombre de uno de ellos, Lupercio (15591613); Bartolomé le sobrevivió algunos años (1562-1631). Ambos grandes poetas clásicos, a Lupercio lo alaba Cervantes como compositor de obras de teatro hechas con arreglo al arte aristotélico. Véase la edición de las poesías de ambos, a cargo de José Manuel Blecua: Obras, Madrid, 1979, y Obras, Madrid, 1972. La cita de los Argensola aquí puede no ser casual, porque, como se sabe, cuando el conde de Lemos fue nombrado virrey de Nápoles y llevó consigo a ambos hermanos, ellos fueron encargados de seleccionar los ingenios que acompañarían a aquella corte, y entre otros resultaron seleccionados Gaspar de Barrionuevo o Antonio Mira de Amescua, postergando a otros nombres como Góngora o el propio Cervantes. III-205. El Dotor Mira. El dramaturgo nacido en Guadix, Antonio Mira de Amescua (1577-1644), que se convirtió en uno de los grandes autores hasta su marcha de la corte en 1632. Acompañó a Nápoles al conde de Lemos, durante su virreinato. Véase Roberto Castilla Pérez, El arcediano Antonio Mira de Amescua: biografía documental, Úbeda, 1998. III-247. Lofraso. Antonio de Lo Fraso, poeta sardo que había publicado en 1573 Los diez libros de fortuna de amor, libro disparatado para Cervantes, que lo enjuicia en el Quijote. Sobre este poeta véase María A. Roca Mussons, «Antonio de Lo Fraso: un itinerario tipológico en El viaje del Parnaso de Cervantes», II CIAC, 1989, pp. 731-754. III-352. Don Juan de Arguijo. El famoso poeta y aristócrata sevillano (1567-1622), que también fue mecenas de algunos escritores, como Lope, y murió arruinado por su carácter pródigo. Sobre su persona y su obra puede verse Stanko B. Vranich, Obra completa de don Juan de Arguijo (1567-1622). Valencia: Albatros, 1985. III-359. Don Luis de Barahona. Actualmente se duda si se le debe identificar con Luis Barahona de Soto o con Luis de Barahona Zapata, este último apenas conocido como poeta ocasional; el primero, nacido en Lucena (Córdoba), en 1548, es el famoso autor del poema épico Las lágrimas de Angélica (1586), elogiado por Cervantes en el Quijote. Véase Lágrimas de Angélica, ed. de J. Lara Garrido, Madrid: Cátedra, 1981. III-398. Alonso de Ledesma. Cfr. la edición de Francisco Almagro de los Conceptos espirituales y morales de Ledesma. Madrid: Editora Nacional, 1978. Por otra parte, Miguel D’Ors, Vida y poesía de Alonso de Ledesma.

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Pamplona: Eunsa, 1974. Sobre la autoría del falso Quijote, hoy no se acepta la candidatura del poeta conceptista sacro por excelencia. III-407. Jerónimo de Castro. Poeta y músico, al que Espinel nombró como albacea testamentario (Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 76). CAPÍTULO IV IV-40. Romances Infinitos. Sobre la autoría cervantina de diversos romances se pueden ver los trabajos de Montero Reguera citados en la bibliografía. También el trabajo de Aurelio González, «Cervantes y los temas el romancero nuevo», en Actas del III congreso CIAC, Barcelona: Anthropos, 1993, pp. 609-616. IV-159. Días de Cutio. Además de lo dicho por Herrero, cfr. el Nuevo corpus de la lírica antigua, de Margit Frenk, que cita un poema de Pedro de Orellana (c. 1550): «¿Quién te hizo tan onesta, / que ángel pareces d’aqua? / ¡Hola ha, que me matas de fiesta / y de cutio, la hola ha!» (México: UNAM, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, 2003, n.º 345). Acaso la expresión provenga del verbo cutir, que Autoridades define como ‘combatir’, citando un ejemplo de fray Luis de León. La expresión de cutio existe en la actualidad y parece significar ‘de manera continuada’. IV-167. Trafalmeja. La voz trafalmejas la recoge el P. Juan Mir y Noguera en su libro Rebusco de voces castizas (Madrid: Sáenz de Jubera hermanos, 1907, s/v), quien registra también que Correas en su Vocabulario la trae y la considera equivalente a ‘cascabel’, referido a una persona. Así pues, sí existe documentación fuera del pasaje del Viaje del Parnaso y su significado sería que la canalla trovadora es maligna y ‘cantarina’ o algo similar. IV-180. Con Fray Veredas. La repetición de la expresión casi textualmente en otra obra cervantina, como también recoge Herrero («¿Querría el sor que anduviese de pa y vereda», La entretenida), obliga a pensar en que la enmienda del pasaje que hace él mismo en este caso está errada. De cualquier forma, no la aceptan los editores modernos del Viaje del Parnaso. IV-244. Se embobecen. Embobecerse es palabra que había entrado en la lengua en fecha muy anterior a Cervantes. Ya Villalón en El Scholástico escribe: «Otros le llaman nieue, porque asi como de improuiso se deshaze yela y enfria: asi el hombre con el amor de subito se amortigua / deshaze y embobeçe» (Ed. Richard J. A. Kerr, Madrid: CSIC, 1977, p. 174). Sin embargo, aneciarse sí parece creación del autor del Quijote a imitación de la anterior.

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IV-283. Francisco Sánchez. Es Francisco Sánchez de Vega, predicador y poeta ocasional. IV-292. Hortensio. Sobre Hortensio Paravicino y Arteaga (15801633), autor de sermones de éxito desde 1612, se pueden consultar los trabajos de Francis Cerdan y actualmente la edición de Manuel Calderón de su obra La Gridonia, de Félix Arteaga (fray Hortensio Paravicino). Madrid: CSIC, 2009. IV-301. Fray Juan Baptista Capataz. Trinitario natural de Belmonte, que aprobó las Novelas ejemplares. También fue elogiado por Lope en La Filomena (1621). IV-316. El otro cuyas sienes… A propósito de la relación entre Tirso de Molina y nuestro autor conviene ver el trabajo de Ruth L. Kennedy: «Sobre la relación de Tirso con Cervantes», en BRAE, LXVI (1979), pp. 225-288. La citada investigadora se plantea (pp. 227-230) si Cervantes conocía a Tirso y si estos versos aluden a él, y parece inclinarse a ello. IV-359. Sancho de Leyva. Se trata de Sancho Martínez de Leiva, conde de Baños, (Leiva, La Rioja, c. 1556-1601), que moriría al frente del gobierno de Cambray. IV-373. El capitán Pedro Tamayo. No todos los editores del Viaje del Parnaso están de acuerdo en esta identificación que propone Herrero, para algunos fue un valenciano participante de la Academia de los Nocturnos. IV-384. Fernando de Lodeña. Poeta y dramaturgo, que murió en Madrid (1634). Es autor de varios poemas laudatorios en las Novelas ejemplares y en la obra de Diego de Ágreda y Vargas Los más felices amantes Leucipe y Clitofonte (1617). Igualmente lo cita Lope en el Laurel de Apolo. Alguna vez se ha sugerido si sería «sobrino ilegítimo del escritor, hijo de su hermana Magdalena y de su seductor, por el que Fernando fue bautizado con ese nombre» (José Julio Martín Romero, en Carlos Alvar [dir.], Gran Enciclopedia Cervantina, VII, Madrid: Centro de Estudios CervantinosCastalia, 2010 s/v). IV-398. Juan Antonio de Herrera. El abogado Juan Antonio de Herrera Temiño (1553-1634), hijo del famoso médico Cristóbal Pérez de Herrera. Otro poeta ocasional del círculo de Lope de Vega, presente en Toledo a principios del xvii y que aparece alabado también en el Laurel de Apolo, de Lope.

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IV-405. Calvo. Acaso demasiado tardío para que se identifique con el toledano Sebastián Nieva Calvo, que compuso el poema La mejor mujer, madre y virgen (1625). IV-405. VALDIVIESO. Lo que señala Herrero a propósito de las obras de este maestro toledano hay que completarlo con la noticia que damos ahora de que en 1599 ya había impreso una primera edición de la Vida de san José, tal vez más reducida que la que hoy conocemos, cuya primera edición conservada es de 1604. Según el apunte que encontramos en una biblioteca contemporánea muy relacionada con Toledo, esta contenía una «Vida y excelencias de san Joseph, por fray Joseph de Valdivielso, en verso. Madrid, año de 1599» (J. Maldonado y Pardo, Museo o biblioteca selecta del Excmo. Sr. D. Pedro Núñez de Guzmán, marqués de Montealegre. Madrid: Julián de Paredes, 1677, f. 57v°). No se nos conserva en la actualidad. Curiosamente, el bibliógrafo Nicolás Antonio, al citar las obras del clérigo Luis Hurtado de Toledo, daba cuenta de una Vida de san Joseph, en octavas (Toledo: Pedro Rodríguez, 1598), también perdida hoy. La cita de Herrero del prólogo a la Vida de san Joseph de Valdivielso (1604), cuando refiere que un lector llega a una librería a pedir esta obra del maestro toledano, se complementa con lo siguiente: «El otro, haciendo un poco de acedo con la boca, dijo que no sabía qué tal era, pero que un amigo suyo, que le tenía, le había dicho que no le había parecido bien. Yo entonces dije que a mí me había parecido lo mismo, porque no estaba escripto a mi gusto. El librero le preguntó que dónde se había comprado. El otro respondió que entendía que aquí en Toledo o en Valladolid, donde se habían vendido muchos. Sonreímonos, y el librero le dijo: «Por Dios, señor, que han engañado a vuestra merced; porque el libro aún no está acabado de imprimir, y así no se puede haber vendido ni parecido mal ni bien». El hombre se halló algo encogido, y más de que supo que era trabajo mío; y no me vi en poco para sacarle del en que se hallaba» (J. de Valdivielso, Vida de san Joseph. Toledo, 1610, pról.). IV-413. Diego Jiménez y de Enciso o Anciso. El dramaturgo sevillano Diego Jiménez de Enciso (1585-1634), poeta importante en la corte, protegido por el conde-duque de Olivares. Cfr. la edición de Eduardo Juliá Martínez de sus comedias El encubierto y Juan Latino. Madrid: Real Academia Española, 1951. IV-418. Juan López del Valle. Poeta que residió en Sevilla y estuvo al servicio del marqués del Priego (José Julio Martín Romero, en Carlos Alvar [dir.], Gran Enciclopedia Cervantina, VII, Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2010, s/v).

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IV-419. Pamonés. El sevillano Francisco de Pamonés, a quien Cervantes no cita muy elogiosamente por haber tenido la idea de componer sonetos con varias rimas internas (José Julio Martín Romero, en Carlos Alvar [dir.], Gran Enciclopedia Cervantina, IX, Alcalá de Henares: Instituto de Investigación Miguel de Cervantes, 2015, s/v). IV-425. Don Juan Bateo. El poeta irlandés John Bath, que compuso varias poesías encomiásticas en latín para las obras La liga deshecha, de Juan de Vasconcelos, y Pentekontarkos, de Lorenzo Ramírez de Prado (ambas de 1612). Cfr. José Julio Julio Martín Romero, en Carlos Alvar (dir.), Gran Enciclopedia Cervantina, II, Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2005, s/v. IV-427. Mantuano. El historiador Pedro de Castro, conocido como Mantuano por residir en Madrid (la supuesta Mantua de los carpetanos). Mantuano fue secretario del condestable de Castilla, Juan Fernández de Velasco, a quien se alude también aquí como mecenas del autor, y sobre todo conocido por la polémica que mantuvo con el famoso historiador jesuita Juan de Mariana, al que replicó con una obra titulada Advertencias a la historia del Padre Juan de Mariana, que fue criticada también por otros historiadores como Tomás Tamayo de Vargas. IV-436. Del Abad Maluenda. El benedictino burgalés Antonio de Maluenda (1554-1615), más conocido como el abate Maluenda, porque fue abad de San Millán. Estudió cánones en Salamanca y fue poeta ocasional. La edición de sus poesías que llevó a cabo Juan Pérez de Guzmán se tituló Algunas rimas castellanas el abad don Antonio de Maluenda. Sevilla: Impr. de E. Rasco, 1892. IV-442. Antonio Gentil de Vargas. Poeta genovés, que participa con composiciones en castellano en las Justa poética en honor de san Isidro, organizada en Madrid en 1620. IV-449. Montesdoca. El sevillano Pedro Montesdoca (1576-c. 1626), poeta ocasional, llegó a ser corregidor de Perú. Véase José Julio Martín Romero, en Carlos Alvar [dir.], Gran Enciclopedia Cervantina, VIII, Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2011, s/v. IV-506-507. Bernardo... de la Vega. Volverá a aparecer más adelante en el capítulo VII. IV-515. Trovistas. Contra la información de Herrero, hay que decir que la palabra había aparecido ya antes en una obra de Timoneda, El sobre-

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mesa y alivio de caminantes: «Estando sirviendo a la mesa de su señor, un paje, gran trovista, no podiendo hacer más, aflojóse por bajo. Y él, porque no tuviese de ello su amo sentimiento, comenzó a torcer el pie por tierra, haciendo ruido. Pero el señor, sintiendo lo que pasaba, díjole graciosamente: —¿Qué?, ¿búscasle consonante?» (ed. María Pilar Cuartero y Maxime Chevalier, Madrid: Espasa-Calpe 1990, p. 228). CAPÍTULO V V-1. Húmido Tridente. El señor del húmedo tridente es Neptuno, aunque Herrero no lo advierta por ser demasiado evidente para él. V-42. Compás... de Sevilla. Herrero parece aludir a Rodríguez Marín aquí, sin citarlo, para recriminarle que dijera, tanto en su edición del Viaje del Parnaso como en la de Rinconete y Cortadillo, que Cervantes hacía naufragar a los malos poetas en este sitio. V-74. Morsillón [add.]. Lo mismo que mejillón (Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 105). Es palabra muy poco frecuente y no tenemos otros ejemplos de uso que este que aparece aquí. José Toribio Medina, en su edición del Viaje del Parnaso, sugiere que se escriba morcillón, porque Autoridades recoge mejillones por morcillos y músculos (ed. 1925, I, p. 195). V-95. Hermosa [add.]. La edición príncipe recoge «hermosura», pero Herrero enmienda con acierto, como los demás editores de la obra. V-104. Maco [add.]. ‘Bellaco, astuto’ (Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 106). Cfr. El laberinto de amor: «¡Por Dios, que es buen encuentro el que tenemos! Villano es el morlaco. / ¿Quieres que le tentemos las corazas, / y veremos si es maco?» (Ocho comedias y ocho entremeses nuevos. Ed. Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995, pp. 590-591). V-133. Rogo [add.]. ‘Pira, hoguera’. Es palabra que no recoge Autoridades, pero sí otros diccionarios académicos, como el Manual de 1927, que la califica de ‘poética’. V-170. Puedo [add.]. Otros editores de la obra (Rivers, Gaos, Sevilla Arroyo-Rey Hazas) leen, como la príncipe, «puede», porque entienden que el sujeto es «querella». V-210. Seta almidonada. ‘Afectado o rebuscado’ define el Diccionario histórico de la lengua española (Madrid: Real Academia Española, 1960). Cfr.

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el prólogo de las Novelas ejemplares: «No más, sino que Dios te guarde y a mí me dé paciencia para llevar bien el mal que han de decir de mí más de cuatro sotiles y almidonados». V-247. Lagartijero. Parece neologismo cervantino, que emplea también en la segunda parte del Quijote: «Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel escremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero, puerco y extraordinario abuso» (ed. Francisco Rico, Barcelona: Crítica, 1998, p. 973). La voz ha arraigado después en el idioma, según muestran los ejemplos del CORDE de la Real Academia Española. V-262. En cuezo [add.]. Es Rodríguez Marín el que define está expresión con el significado de ‘en paños menores’. V-276. Lorenzo de Mendoza. Lorenzo de Mendoza y Figueroa, poeta ocasional que forma parte del grupo de Lope de Vega y, como tal, alaba alguna obra suya como La hermosura de Angélica (1602). V-280. Pedro Juan de Rejaule. Poeta valenciano cuyo nombre completo es Pedro Juan de Rejaule y Toledo (c. 1578-p. 1638). Fue autor de Apologético de las comedias españolas (1616), a favor del nuevo teatro de Lope de Vega, y escribió también algunas comedias como La belígera española. V-286. Juan de Carvajal. Médico famoso y catedrático de la Universidad de Sevilla, que escribió —entre otras obras— una Breve comisión de doctores antiguos para saber de pestilencia, sus señales y remedios, Sevilla, 1599, acaso la razón por la que le cite aquí Cervantes. V-296. Bartolomé de Mola. Acaso Bartolomé de Mola y Córdoba, que se relacionaba con Manuel de Mola y Córdoba, poeta y catedrático de Alcalá. Véase la contribución de José Julio Martín Romero, en Gran Enciclopedia Cervantina, VIII, Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2011, s/v. V-296. Gabriel Laso. Es el madrileño Gabriel Lobo Lasso de la Vega (1558-1615), conocido poeta y dramaturgo, posiblemente cercano a Cervantes y a los otros poetas creadores del romancero nuevo, como don Luis de Vargas Manrique. Publicó un Manojuelo de romances en dos partes (1601-1603) y unas cuantas obras dramáticas más próximas al estilo de Cervantes que al de Lope, la más conocida de las cuales es la tragedia La

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honra de Dido restaurada. Su enemistad con Lope le ha hecho candidato a ser el autor de algunas obras contra él, como el Entremés de los romances, entre otras. CAPÍTULO VI VI-45. Pancaya. Solo hay que añadir a los datos que aporta Herrero que Pancaya se localizaba en la mítica Arabia Feliz, de donde procedía el ave fénix (Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 118). Diodoro la presenta como una isla fabulosa, que algunos habían creído encontrar en las recién descubiertas Indias. Cfr. Leopoldo Augusto de Cueto, Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana: «América no era aquella fantástica isla de Pancaya, de que nos habla Diodoro, prodigiosa mansion de inocencia, de paz y de ventura» (Madrid: Atlas, 1952, p. CLXXX). VI-115. Al dulce murmurar. La relación entre Garcilaso y Cervantes, muy fructífera, se ha analizado hoy en diversos estudios, como por ejemplo el reciente de Pablo Gálvez y David Huerta: «Garcilaso y Cervantes en la perspectiva del canon», en Acta Poética, 36, (2015), pp. 81-111. VI-163. Yo respondí: —Por mí [add.]. Otros editores prefieren la lectura «Yo», respondí «por mí», que propuso Rivers en su edición y que es perfectamente posible, aunque la que da aquí Herrero se ha aceptado por algunos desde que la sugirió en su edición Rodríguez Marín. V-174. Ingenio lego. Es curioso que Herrero no mencione que a Cervantes también le denominó así don Tomás Tamayo de Vargas en una bibliografía que quedó manuscrita, donde dice: «Miguel de Cervantes Saavedra, ingenio, aunque lego, el más festivo de España» (Tomás Tamayo de Vargas: Junta de libros, ed. crítica de Belén Álvarez García. Madrid: Universidad de Navarra-Iberoamericana, 2007, p. 509). Debía de ser lugar común aplicado al autor del Quijote y es posible que Cervantes se quiera burlar aquí de los que así le calificaban. VI-190. Cuando mucio. La príncipe trae «murio», pero es evidente que la enmienda se tiene que aceptar. VI-193. Arrojó al romano caballero. Vuelve Cervantes en la segunda parte del Quijote a relacionar a estos dos caballeros romanos, uno a continuación de otro: «¿Quién abrasó el brazo y la mano a Mucio? ¿Quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma?» (ed. Francisco Rico, Barcelona: Crítica, 1998, pp. 690-691).

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VI-219. Adulación. Véase ahora el trabajo de María Luisa Lobato «Son la adulación y la mentira hermanas: Cervantes y el mérito literario en el Viaje del Parnaso (1614)», en curso de publicación en Abraham Madroñal y Carlos Mata, El Parnaso de Cervantes y los otros parnasos. VI-253. Toledano y buen romance. Era tópico extendido. Cfr. el trabajo de Fernando González Ollé: El habla toledana, modelo de la lengua española. Toledo: IPIET, 1996. CAPÍTULO VII VII-49. Jerónimo de Mora. Pintor y poeta zaragozano nacido en 1568, al quien también alude Lope en la Jerusalén. Ingresó en la valenciana Academia de los Nocturnos con el nombre de Sereno. Véase la contribución de José Julio Martín Romero, en Carlos Alvar (dir.), Gran Enciclopedia Cervantina, VIII, Madrid: Centro de Estudios Cervantinos-Castalia, 2011, s/v. VII-57. Biedma. Acaso el poeta ocasional Fernán Ruiz de Biedma, del que solo se sabe que participó en la justa poética celebrada en Madrid en 1620 para festejar la beatificación de san Isidro. De él se dice en dicho lugar que era «docto en entrambas lenguas» y que se le consideraba un «nuevo Sannazaro» (Justa poética y alabanzas justas que hizo la villa de Madrid al bienaventurado san Isidro... recopiladas por Lope de Vega Carpio. Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1620, f. 128v). VII-58. Gaspar de Ávila. El dramaturgo murciano que compuso, entre otras obras, Las fullerías de amor, alabada por Cervantes en sus Ocho comedias (1615). Véase María del Carmen Hernández Valcárcel, Comedias, de G. de Ávila. Murcia: Universidad de Murcia, 1990. VII-61. Juan de Mestanza. Juan de Mestanza y Ribera (c. 1535), que se licenció en la Universidad de Sevilla y llegaría a ser fiscal de la Audiencia de Guatemala. Acaso ayudó a Cervantes en su petición de una plaza para Indias. Compuso algún poema laudatorio para el libro Navegación del alma por el discurso de todas las edades del hombre. Poema alegórico, del doctor Eugenio Salazar. Cfr. Santiago Montoto, «Juan de Mestanza, poeta celebrado por Cervantes», en Boletín de la Real Academia, 27 (1947-1948), pp. 177196, y Francisco José Martín Morán, en Carlos Alvar (dir.), Gran Enciclopedia Cervantina, VIII. VII-71. Galindo. No hay unanimidad sobre quién es el Galindo que cita Cervantes; para otros comentaristas de la obra, como Medina, se trata-

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ría de Gregorio Galindo, poeta ocasional de finales del xvi. Con respecto al poema perdido de don Diego Duque de Estrada que menciona Herrero, hay que señalar que hoy ya no lo está. Se tituló Octavas rimas a la insigne victoria que la serenís[ima] alteza del príncipe Filiberto ha tenido, conseguida por el excelentísimo señor marqués de Santa Cruz, su lugarteniente y capitán general de las galeras de Sicilia, con tres galeones del famoso cosario Alí Araez Rauazin, compuesta por don Diego Duque de Estrada (Mezina: Pedro Brea, 1624). Hay edición moderna de Henry M. Ettinghausen (ed.): Octavas rimas a la insigne victoria conseguida por el marqués de Santa Cruz (University of Exeter, 1980). VII-77. Fernando Correa de la Cerda. El portugués Fernando Correia de la Cerda, nacido en Tojal, obispado de Viseu. Dejó varios volúmenes de poesías manuscritos que se relacionan en un inventario de 1627 del arzobispo arcebispo D. Rodrigo da Cunha. Estudió jurisprudencia en Coímbra, de donde llegaría a ser catedrático en 1603. Es autor del poema Pastor de Guadalupe, según recogen Schevill y Bonilla, citando a Barbosa Machado en su Bibliotheca Lusitana (Lisboa, 1741-1759). Junto con este aparecen otros ingenios portugueses como Francisco Rodríguez Lobo o Antonio de Ataide. VII-93. Arbolánchez. El tudelano Jerónimo de Arbolanche (c. 15461572), autor del poema Las Abidas, en 1566. Véase la ed. de Fernando González Ollé. Madrid: CSIC, 1969. VII-192. Pedrosa. Pero existe también el predicador real el jerónimo fray Gregorio de Pedrosa, contemporáneo de Quevedo y Villamediana, destinatario de algunas poesías que se conservan manuscritas en la BNE (ms. 3919) y que dan cuenta de su destierro precisamente por un sermón. VII-208. Gregorio de Angulo. El toledano doctor Gregorio de Angulo (muerto en Nápoles en 1634) aparece como licenciado en 1594 y se doctora en Cánones poco después, en 1596, en la Universidad de Toledo, ceremonia a la que asistió el propio rey Felipe II con el príncipe de Asturias. Era hijo del doctor Angulo, médico de prestigio en la ciudad, y fue gran amigo de Lope (fue padrino de uno de sus hijos, Carlos Félix, en 1603) y recibió una de las más bellas epístolas del Fénix, que se publicó en La Filomena; también era amigo y fiador del Greco, y conocido de Cervantes. En la citada epístola de Lope, este declara su abierta oposición a la poesía gongorina que empezaba a vis­lumbrarse y expone sus principios poéticos, que eran los mismos que inspiraban a la escuela toledana. Más tarde se le haría merced al doctor Angulo de una plaza en el Consejo Real

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de Nápoles, adonde se trasladó en 1620. Véase nuestro trabajo, «“Divino Fénix”. Un poema perdido de Lope de Vega, en una justa poética desconocida (Toledo, 1594)», en Boletín de la Real Academia Española, XCVI (2016), pp. 95-120. VII-209. Pedro de Soto. Es el granadino Pedro Soto de Rojas (15841658), autor del Desengaño de amor en rimas (1623) y del Paraíso cerrado para muchos (1652), que asistió también a la Academia del conde de Saldaña. Véase la edición de Aurora Egido de Desengaño de amor en rimas (Málaga: Real Academia Española-Caja de Ahorros de Ronda, 1991). VII-226. Tomás Gracián. Tomás Gracián Dantisco (Valladolid, 1558-1621) fue sobre todo conocido en la época como censor de libros. Cervantes lo cita también en La Galatea. Fue censor de numerosas comedias de Lope de Vega. Véase Patricia Marín Cepeda, «Nuevos documentos para la biografía de Tomás Gracián Dantisco, censor de libros y comedias de Lope de Vega (I)», en Cuatrocientos años del Arte nuevo de hacer comedias, Valladolid: Ayuntamiento de Olmedo-Universidad de Valladolid, 2010, pp. 705-714. VII-294. Garcilasista o Timoneda. En efecto, parecen términos inventados por Cervantes para designar a los seguidores de uno u otro ingenio, abanderados de los versos a la manera italiana o española. VII-310. Julián de Almendárez. El salmantino Julián de Almendáriz o Armendáriz (c. 1585-1614) había participado con sus versos en la justa toledana de 1605 por el nacimiento del futuro Felipe IV. Fue autor dramático también y compuso Las burlas veras. VII-323. Polifemas. También parece neologismo cervantino, que alude a la muy cercana en fecha Fábula de Polifemo y Galatea de Góngora. VII-346. Bartolomé, llamado De Segura. No sé por qué la cita de este poeta conquense debe suponer el desconocimiento o el poco aprecio de Cervantes hacia su persona y su obra. CAPÍTULO VIII VIII-15. Lope de Rueda: Cervantes vio representar cuando era muchacho al gran Lope de Rueda (muerto en 1565), pues así lo señala en el prólogo de sus Ocho comedias y ocho entremeses nuevos (1615), donde también hablaba de los papeles que representaba con gran propiedad. Véase la edición

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de José Luis Canet Vallés, Pasos (Madrid: Castalia, 1991). No hay seguridad, sin embargo, en que fuera Madrid el lugar donde se encontró con el actor y cómico, porque se lo pudo encontrar también en Valladolid, Córdoba o Sevilla. En efecto, el valenciano Joan de Timoneda (c. 1520-1583) editó sus pasos y comedias en 1567 y algún coloquio pastoril, como el de Gila, recientemente recuperado. VIII-19. Guarte rengo. En la edición príncipe, guarde. VIII-41. Guitarra mercuriesca. El adjetivo es neologismo jocoso de Cervantes, que no encuentro en otros textos. VIII-41. Gallarda. Como advierten Sevilla Arroyo-Rey Hazas (1997, pp. 146-147), Emilio Cotarelo describe dicho baile, que se dividía en diez tiempos y en el que bailaban un hombre y una mujer, a veces juntos y a veces separados (Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas, ed. José Luis Suárez y Abraham Madroñal. Granada: Universidad de Granada, 2000, tomo I, pp. ccxlvi-ccxlvii). VIII-62. Aquel que [add.]. La edición príncipe lee «del que», con lo que el verso quedaría hipométrico. Casi todos los editores restituyen la lectura que presenta Herrero. VIII-79. Floríferas [add.]. Adjetivo prácticamente solo usado por Cervantes en la época y que aparece en el Viaje del Parnaso. Antes, solo encuentro un uso en la Selva de epíctetos (c. 1500): «El collado Aprico, / de puercos jaualis, abierto, esparcido, culto, umbroso, alto, espacioso, verde, frio, herbifero, fecundo, florifero, ertebroso, / que tiene escondrijos» (ed. Julia Castillo, Madrid: Editora Nacional, 1980, p. 428). VIII-123. Poetísimos. Además de lo dicho por Herrero, hay que advertir que dicho superlativo solo lo usa Cervantes en esta obra, quizá por influencia de Juan de la Cueva en cuyo Ejemplar poético recoge: «Si me atrevo a hablar y hablo tanto, es porque los poetísimos entiendan que no es para aquí cisne tan maganto» (Francisco A. de Icaza, Madrid: Espasa-Calpe, 1973, p. 147). VIII-167. Vaguidos. Otros editores presentan la palabra como esdrújula. Cfr. el primer Quijote: «Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza» (ed. Francisco Rico. Barcelona: Crítica, 1998, p. 447). Todas estas propiedades del tabaco eran lugar común, como parece confirmar Juan de Castro en su Historia de las virtudes y propiedades del tabaco (1620): «Quita el dolor de cabeza por causa fría; y aun me afirmó un hidalgo cortesano, hombre de singular

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ingenio, que también quita el dolor de causa cálida […]. Quita los vaguidos; esto es destruyendo las flegmas que estaban en la olla del estómago» (ed. Rubén Pose. Madrid: CSIC, 2008, pp. 53-54). Accesible en línea en la dirección https://www.academia.edu/1762411/Historia_de_las_virtudes_y_ propiedades_del_tabaco_de_Juan_de_Castro._Edici%C3%B3n_ cr%C3%ADtica_y_estudio_ling%C3%BC%C3%ADstico VIII-310. Juan de Tasis [add.]. El ya mencionado antes, en el capítulo II, como Conde Villamediana; muy pocos versos más adelante juega con las palabras al decir «que una mediana villa le hace conde» y que «sus haberes nunca esconde». VIII-327. Regio Himeneo [add.]. Se refiere, como advierten Sevilla Arroyo-Rey Hazas (1997, p. 156), a la boda entre doña Ana de Austria y el rey francés Luis XIII en 1612. VIII-343. Duque de Nocera [add.]. Donato Antonio de Loffredo, nombrado duque de Nocara el 20 de marzo de 1611 (Archivo General de Simancas, SSP, LIB,172,316. Consulta en PARES 10.03.2015). VIII-347. Fuerte Castellano [add.]. Don Antonio de Mendoza es este alcaide de Santelmo (Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 157). VIII-350. Caracciolo [add.]. Otros editores mantienen la forma que aparece en la edición príncipe, «Arrociolo», aunque advierten que es casi segura la errata por el nombre que lee Herrero. VIII-370. Juan de Oquina [add.]. Era tesorero del virrey de Nápoles y autor de una Relación de fiestas que... el conde de Lemos… ordenó se hiciesen a los felices casamientos de los serenísimos príncipes de España con el rey e infanta de Francia… En las quales fiestas ayudo a mantener su excelencia al Conde de Villamediana (Madrid, 1612). VIII-377. Duque de Pastrana [add.]. Don Rodrigo de Silva y Mendoza de la Cerda (1585-1626). Por lo que sabemos, Cervantes era vecino del duque cuando habitaba en Madrid, en la calle de la Magdalena. Los parabienes probablemente tienen que ver con la asistencia del duque como embajador a la boda de Isabel de Borbón con el futuro Felipe IV (Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 158). VIII-406. Al del lado. La príncipe lee «al del Layo», que no significa nada. Otros editores leen «al soslayo» (Sevilla Arroyo-Rey Hazas, 1997, p. 159), pero la intervención de Herrero parece menos agresiva.

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VIII-420. Vejamen. Sobre el vejamen en general y el de grado en particular puede verse nuestro trabajo, «De grado y de gracias». Vejámenes universitarios de los Siglos de Oro. Madrid: CSIC, 2005. VIII-428. Almarada. El Diccionario histórico de la lengua española define la palabra como ‘Puñal agudo de tres aristas y sin corte’ (Madrid: Real Academia Española, 1960). La palabra aparece ya en el siglo xv, según este diccionario. ADJUNTA [Comedias de] Cervantes: Y a todo ello habría que añadir hoy la edición de la probablemente cervantina La conquista de Jerusalén por Godofre de Bullón. Véase la edición de la misma por parte de Héctor Brioso. Madrid: Cátedra, 2009. Algunos de esos títulos de supuestas comedias perdidas pueden ser los originales que después se refundieron en piezas que sí han llegado a nosotros, como es el caso de La confusa, tal vez La entretenida, La gran turquesa, La gran sultana, etc. Pan de trastrigo. Una simple ojeada al CORDE de la Real Academia Española sirve para corregir la afirmación de que la expresión solo aparece en textos de la época en Cervantes o Castellanos: la emplean también Gómez de Toledo en la Tercera Celestina; González de Eslava, en su Coloquio séptimo; san Juan Bautista de la Concepción, etc. Sobre esta expresión, interpretada en clave erótica, puede verse ahora el trabajo de José Ramón Fernández de Cano y Martín, «Del trasiego del trastrigo al trasero del teatro: Nuevas interpretaciones del vocabulario erótico cervantino», en Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America 19.2 (1999), pp. 87-100. [Un soneto add.]. Otros editores, como Sevilla Arroyo-Rey Hazas, señalan —siguiendo a Rodríguez Marín— que se refiere al famoso soneto burlesco de Lope que escribió contra otro de Góngora, que había creído del autor del Quijote, el que comienza: «Pues nunca de la Biblia digo le-» (1997, p. 168) o, según otras fuentes: «Yo no sé de los de li ni le-». El soneto es una sátira hiriente y soez contra Cervantes. El soneto supuestamente de Cervantes contra Lope es evidente que se escribe antes de que este acabe la Jerusalén, es decir, antes de 1609. Ya se sabe que este libro de Lope fue trabajado en Toledo por los años en que se publica el primer Quijote. El segundo de los poemas se relaciona claramente con el que aparece en el falso Quijote, en una letra que el caballero quiere llevar pintada en su escudo: «Sus flechas saca Cupido / de las venas de Pirú, / a los hombres dando el cu / y a las damas dando el pido».

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Francisco de Aldana. El capitán poeta Aldana (muerto en 1578), que combatió, como Cervantes, al servicio de don Juan de Austria y murió peleando junto al rey portugués don Sebastián. Hoy se han podido allegar nuevos datos a su biografía en el trabajo de Miguel Ángel Bunes y Abraham Madroñal, «Una carta jocosa de Francisco de Aldana y nuevos datos para su biografía», en Revista de Filología Española, 90 (2010), pp. 9-45.

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ÍNDICE DE NOMBRES O DE OBRAS MENCIONADOS*

Ataide, Antonio. VII-80 Ávila, Gaspar de. VII-58

Abarca, Diego. IV-411 Abidas, Las. VII-183 Acevedo, [Alonso de]. VIII-389 Aguilar, Pedro de. III-56 Alcañices, marqués de. II-277 Aldana, Francisco de. «Adjunta», 356 Almendárez, Julián de. VII-310 Almendáriz. Vid. Almendárez, Julián de Amaranta o la del mayo, La. «Adjunta», 121 Angulo, Gregorio de. VII-208 Aponte, [Marcelo]. I-52 Arbolánchez, [Jerónimo de]. VII-93 Argensola, Bartolomé Leonardo de. VII-282 [Argensola], Lupercio [Leonardo de]. VII-250 Argensolas. III-165 Argote y de Gamboa, Juan de. IV-410 Arguijo, Juan de. III-352 Arias, Félix. II-83 Armendáriz. Vid. Almendárez, Julián de

Balbuena, [Bernardo de]. II-207 Balmaseda, [Andrés Carlos de]. II-160 Barahona [de Soto], Luis de. III-359 Barrionuevo, Gaspar de. III-121 Batalla naval, La. «Adjunta», 120 Bateo, Juan. IV-425 Bermúdez, Fernando. II-203 Biedma. VII-57. Vid. también Ruiz de Biedma Bizarra Arsinda, La. «Adjunta», 122 Bosque amoroso, El. «Adjunta», 121 Cabrera [de Córdoba], Luis. II-107 Calatayud, Francisco de. II-40 Calvo, maestro. IV-405. Vid. también [Nieva] Calvo, [Sebastián] Capataz, Juan Baptista. IV-301 [Caporali, César]. I-1 Caracciolo. VIII-350

* Se indica el capítulo en número romano (o la palabra Adjunta para la «Adjunta del Parnaso») y a continuación el verso (o línea) en que empieza la referencia al autor o la obra en cuestión. Se utiliza el corchete cuadrado para la parte del nombre que se ha reconstruido. La abreviatura vid. sirve para remitir a la forma más conocida del nombre de los autores.

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viaje del parnaso

Carvajal, Juan de. V-286 Casanate Rojas, Agustín de. «Preliminares» Casanate, Juan Luis de. III-113 Castro, Guillén de. III-53 Castro, Jerónimo de. III-407 [Castro, Pedro]. Vid. Mantuano Cejudo, Miguel. II-211 Cepeda, [Baltasar de]. VII-68 Cerdas, los. V-207 Cervantes, Miguel de. «Preliminares», I-202, VIII-437, «Adjunta», 22, 35, 116, 201, 204 Cetina, Gutierre de. «Preliminares» Cid, Miguel. II-47 Comedias [de Cervantes]. IV-20 Confusa, La. IV-16, «Adjunta», 124 Correa de la Cerda, Fernando. VII-77 Cueva, Francisco de la. II-288 Diez libros de Fortuna. III-250 Don Quijote. IV-22, «Adjunta», 161 Enciso. II-163. Vid. también Jiménez de Enciso España, Juan de. II-172 Espinel, [Vicente]. II-149, «Adjunta», 248 Esquilache, príncipe de. II-253 Farías, Francisco de. II-189 [Fernández de] Velasco, [Juan]. Vid. Velasco Ferrer, Luis. III-47 Figueroa, [Francisco]. II-235, «Adjunta», 356 Galarza. I-53 Galarza, Antonio de. II-383 Galatea, La. IV-14 Galindo. VII-71 Garcilaso [de la Vega], «Adjunta», 355 Gentil de Vargas, Antonio. IV-442 Godínez, [Felipe]. II-34

Gómez, Gabriel. II-223 Góngora, Luis de. II-58 Gracián, Tomás. VII-226 Gran bastardo de Salerno, El. VIII-18 Gran turquesa, La. «Adjunta», 120 Guadalupe, Prior de. «Adjunta», 315 Guevara. Vid. Vélez de Guevara Herrera, [Hernando de]. II-65, «Adjunta», 357 Herrera, Juan Antonio de. IV-398 Herrera, Pedro. II-179 Herrera, Rodrigo de. II-290 Hortensio. Vid. Paravicino [Hurtado de] Mendoza, Antonio. II-140 Iciar, [Juan de]. VII-60 Jáuregui, [Juan de]. II-73 Jáurigui. Vid. Jáuregui Jerusalén, La. «Adjunta», 120 Jiménez de Enciso, Diego. IV-413 Justiniano. VIII-399 Laso, [Gabriel]. III-78, V-296 Ledesma, Alonso de. III-398 Lemos, conde de. VIII-337, «Adjunta», 211 Leonardo de Argensola, Bartolomé. VII-282 [Leonardo de Argensola], Lupercio. VII-250 Leyva, Sancho de. Vid. [Martínez de] Leyva, Sancho Lodeña, Fernando de. IV-384 Lofraso, Antonio. III-247 Lope de Vega. Vid. Vega, Lope de López del Valle, Juan. IV-418 Ludueña. Vid. Lodeña Lupercios, III-165. Vid. Argensolas Maluenda, abad. IV-436 Mantuano, [Pedro Castro]. IV-427, VII-307

ÍNDICE DE NOMBRES O DE OBRAS MENCIONADOS

[Martínez de] Leyva, Sancho. IV-359 [Medina] Medinilla, [Pedro]. II-199, VII-227 Medinilla. Vid. [Medina] Medinilla Mejía, [Diego]. VII-68 Mendoza [y Figueroa], Lorenzo de. V-276 Mendoza. Vid. Hurtado de Mendoza Mesa, Cristóbal de. III-127 Mestanza, Juan de. VII-61 Mira de [A]mescua, [Antonio]. III-205 Mira de Mescua. Vid. Mira de [A]mescua, [Antonio] Mola, Bartolomé de. V-296 Monroy, Antonio de. II-128 Montesdoca, [Pedro]. IV-449 Mora, Jerónimo de. VII-49 Morales, Pedro. II-145, VIII-398 Murcia de la Llana, licenciado. «Preliminares» [Nieva] Calvo, [Sebastián]. IV-405 Ninfas y pastores de Henares. IV-509 Nocera, duque de. VIII-343 Novelas [de Pedrosa]. VII-192 Novelas [ejemplares]. IV-25 Numancia, La. «Adjunta», 120 Ochoa, Juan de. II-8 Oquina, Juan de. VIII-370 Pamonés, [Francisco de]. IV-419 [Paravicino], [Félix] Hortensio. IV-292 Paredes, Antonio de. II-136 Pastrana, duque de. VIII-377 Pedrosa. VII-192 Pastor de Iberia, El. IV-506, VII-199 Persiles, El. IV-47 Pícara Justina, La. VII-221 Polifemo. VII-323 Poyo, [Damián Salustio del]. II-20 Pozo, Andrés del. IV-309 Quevedo, Francisco de. II-304, «Adjunta», 251

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Quincoces, don. V-124 Ramírez de Prado, Lorenzo. II-126 Ramón. IV-313. Vid. [Remón] Rejaule, Pedro Juan de. V-280 [Remón, Alonso]. IV-313 Rey de Artieda, Andrés. III-77 Rioja, Francisco de. III-125 Rimas. VII-184, VII-194 Rimas sueltas. VII-198 Rodríguez, Pedro. II-193 Rodríguez Lobo, [Francisco]. VII-78 Romance de los celos. IV-41 Rueda, Lope de. VIII-15 [Ruiz de] Biedma, [Fernando]. VII-57 Salas Barbadillo, [Alonso Jerónimo de]. II-98 Saldaña, conde de. II-259 Salinas, conde de. II-250 Sánchez, Miguel. II-211 Sánchez [de Vega], Francisco. IV-283 Segura, Bartolomé. VII-346 Selvas de Erífile, Las. II-207 Silva, Diego de. V-299 Silva, Francisco de. II-220 Silveira, [Miguel]. II-176 Solís, Juan de. V-284 Soneto «Voto a Dios…». IV-37 Soto, Pedro de. VII-209 Tamayo, Pedro. IV-373 Tapia, Rodrigo de. «Preliminares» Tasis, Juan de. Vid. Villamediana Tasso, Torcato. V-87 Tejada [Páez, Agustín de]. II-193 Timoneda, [Joan de]. VII-294, VIII-13 [Tirso de Molina]. IV-316 Tovar, Jorge. «Preliminares» Tratos de Argel, Los. «Adjunta», 119 Única y la bizarra Arsinda, La. «Adjunta», 122 Valbuena. Vid. Balbuena, Bernardo de

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Valdivielso, José de. «Preliminares», IV-405 Valdivieso. Vid. Valdivielso Vallejo, Hernando. «Preliminares» Vargas, Jusepe de. II-155, VII-161 Vasconcelos, Juan de. IV-370 Vega, Bernardo de la. IV-506 Vega, Lope de. II-388 Velasco, [Juan Fernández de]. IV-428

Vélez [de Guevara], Luis. II-167, VIII-394 Vera, Juan de. II-292 Vergara, Hipólito de. II-26 Vergara, Juan de. IV-391 Viaje del Parnaso, El. «Adjunta», 27, 238 Villamediana, conde de. II-265, VIII-310 Virués, Cristóbal de. III-55

Editada bajo la supervisión de Editorial CSIC, esta obra se terminó de imprimir en Madrid en noviembre de 2016

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

CSIC

Edición de Miguel Herrero García. Revisada por Abraham Madroñal

VIAJE DEL PARNASO

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

E

Viaje del Parnaso es una obra interesante de Cervantes, pero a la que no se ha prestado todavía demasiada atención, por lo que sigue siendo necesaria la reedición del libro que aquí se presenta. Miguel Herrero García, prestigioso cervantista vinculado al Centro de Estudios Históricos y al CSIC, dejó inédita a su muerte (1961) una edición anotada de la obra, que formaba parte de un ambicioso proyecto de edición de las obras completas del centenario cervantino celebrado en 1947. Dicha edición, que se llevó a cabo en 1983 con los materiales que dejó Herrero, pero adicionada por otros investigadores, es hoy un libro agotado, pero que sigue aportando información de interés para estudiosos y lectores de Cervantes, razón por la que se ofrece esta nueva edición, corregida y puesta al día. El CSIC quiere con ella rendir homenaje al autor del Quijote en este otro año de su centenario. l

VIAJE DEL PARNASO Edición de Miguel Herrero García Revisada por Abraham Madroñal

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTíficas

Abraham Madroñal (Belvís de la Jara, Toledo, 1960). Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Ginebra e investigador científico del CSIC (en excedencia temporal). En esta institución dirige desde hace algunos años la revista Anales Cervantinos. Es especialista en literatura española de los Siglos de Oro y se ha dedicado fundamentalmente al estudio del teatro de este período y, en particular, al entremés, a Lope de Vega y a Cervantes. Entre sus publicaciones se cuentan los libros Baltasar Elisio de Medinilla y la poesía toledana de principios del siglo xvii (1999, premio Rivadeneira de la Real Academia Española); la edición de la Jocoseria, de Luis Quiñones de Benavente (2001, en colaboración con Ignacio Arellano y Juan Manuel Escudero); De grado y de gracias. Vejámenes universitarios de los Siglos de Oro (2005); Humanismo y Filología en el Siglo de Oro: la obra de Bartolomé Jiménez Patón (2009); Segunda parte del coloquio de los perros, de Ginés Carrillo Cerón (2013).