Traición familiar

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Traición familiar Anne Mather

Traición Familiar (1994) Título Original: A relative betrayal (1990) Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Bianca 688 Género: Contemporáneo Protagonistas: Matthew Conroy y Rachel

Argumento: Cuando el matrimonio de Rachel fracasó, no hubo posibilidad de reconciliación. No sólo Matthew, su esposo, buscó el amor por otro lado, sino que, además, la mujer que eligió era Bárbara, la prima de Rachel. Ya habían pasado diez años desde entonces y Bárbara ahora estaba muerta.

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Como huésped indeseable en su antiguo hogar, renació en Rachel su antiguo amor por Matthew, ¿no era ya demasiado tarde?

Escaneado por Lupita y corregido por Paris

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Capítulo 1 —¡Viene Rachel! —¿Sí? —Matthew tuvo suficientes oportunidades, durante las largas noches desde la muerte de Bárbara, para enfrentarse a esa posibilidad y decidir que le importaba un comino. —Sí —su suegra apretó las manos—. Claro que se quedará en la vicaría. —Por supuesto. Matthew se mostró indiferente y la señora Barnes movió la cabeza. —¡Alguien tenía que invitarla! —ella defendió su posición—. Después de todo, Bárbara era su prima… Matthew abandonó el intento de responder a las docenas de cartas que le llegaron desde que su mujer murió, y se levantó detrás de su escritorio. —No dije que no lo hicieras… —se echó hacia atrás un rebelde mechón de cabello—. ¡Por Dios, Maggie! Tú puedes invitar a quien quieras. Es el funeral de tu hija y no una maldita tardeada en el jardín! —¡Oh, Matt! Las rudas palabras del hombre lograron lo que trataba de evitar. Su suegra se deshizo en llanto y Matthew se obligó a tomarla entre sus brazos y consolarla. ¿Quién lo consolaría a él?, pensó amargado mientras las lágrimas de la mujercita parlanchina mojaban su camisa de seda gris. ¡Dios, cómo deseaba que toda la charada terminara! Quizás entonces él le encontrara algún significado a su vida, alguna paz. La señora Barnes se repuso lo suficiente, se apartó y dio un golpecito a la parte mojada del pecho de Matthew. —¡Oh, querido! Debes perdonarme, pero me deprimo mucho cada vez que… —Lo sé —él sonrió cortés y esperaba que ahora Maggie sí se fuera. Era extraño, pero desde que Bárbara había muerto, la casa parecía estar llena de gente y él deseaba estar solo, aunque pareciera egoísta. Por supuesto, su suegra tenía algo más que decir. —Sabes que yo no quería invitarla —le confió—. No, fue Geoffrey. Él insistió, aunque, desde luego, ella es su pariente. No mía. —No importa, Maggie —esperó. Con seguridad ahora se iría. —¡Oh! —la señora Barnes lo miró pensativa—. Ojalá entiendas que yo no tuve nada que ver —hizo una pausa y añadió ansiosa—. Espero que no haya ningún problema. ¡Por el bien de Bárbara y Rosie! Escaneado por Lupita y corregido por Paris

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—Estoy seguro de que no lo habrá. Matthew notó que su voz carecía de expresión y se asombró de que su suegra no lo notara, aunque ella nunca fue perceptiva, reflexionó… O Bárbara nunca habría tenido éxito en convencerla de que su matrimonio era mucho más que una simple parodia. —¿Dónde está Rosie? —preguntó ella y Matthew contuvo su impaciencia. —No lo sé —repuso, tirante, y miró las largas ventanas—. Por algún lado, supongo. Quizás en los establos, aunque en realidad no tengo idea. —¿No te gustaría que la encontrara y la llevara a la vicaría? —sugirió esperanzada la señora Barnes—. Es… estoy segura de que Agnes hace un buen trabajo, pero ella no es… de la familia, ¿verdad? Matthew se apartó del escritorio. Ya imaginaba la reacción de su hija si le decía que se fuera a la casa de sus abuelos. —Es mejor que se quede aquí —escogió sus palabras con tacto—. Agnetha es muy competente y Rosie tiene que acostumbrarse a la situación. —Lo sé, pero… La señora Barnes recaía y aunque Matthew se despreciaba por su falta de compasión, tenía que evitar otro despliegue de emoción. —Será más fácil para ti de ese modo —declaró. Fue a la puerta y abrió—. Y ahora ruego tu indulgencia. ¡Hay tanto qué hacer! ¿Comprendes? —Por supuesto, por supuesto —la señora Barnes secó sus ojos y fue hacia Matthew—. ¿Me avisarás si necesitas ayuda? Es algo tonto, porque sé que tienes toda la ayuda que requieres, pero en ocasiones como esta, las familias deben mantenerse unidas. Matthew sintió su sonrisa como un simple ejercicio facial que evidentemente satisfizo a su suegra. —Gracias —él le besó la mejilla—. Estaré en contacto. —Hazlo. Una vez más, la mujer limpió sus ojos, levantó una mano en señal de despedida y salió. Matthew se aseguró de que Watkins la acompañara, regresó a la biblioteca y cerró la puerta. Se apoyó contra ella y revisó sin emoción el montón de cartas y tarjetas que esperaban atención: tanta gente escribió, tantos compañeros de negocios o conocidos que creyeron su deber ofrecer con dolencias, aunque apenas conocieron a Bárbara. La muerte tenía una calidad unificadora que hacía que la gente, aunque fuera virtualmente extraña, se uniera y él tenía que responder a su bondad. Era difícil, reconoció sombrío. Se alejó de la puerta y cruzó el cuarto. Una bandeja con bebidas estaba sobre la repisa de la chimenea y hacia allá se encaminó

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para servirse un escocés solo y lo bebió de un trago. Entonces, antes de tapar la licorera de cristal, se sirvió otro y lo llevó consigo al escritorio. —Querido Matt —leyó—. Lamentamos enterarnos del trágico fallecimiento… —las palabras de la carta que estaba encima del montón saltaron hacia él, y se dejó caer sobre el sillón, cerrando los ojos—. Sentimos mucho saber de su pérdida… nuestras sinceras condolencias por su duelo… sentimos mucho enterarnos de la muerte de Bárbara… —¡las frases trilladas no tenían fin! Ni siquiera necesitaba leerlas para saber lo que cada una diría. Todos hablaban de la enfermedad de Bárbara, su trágica muerte a la edad de sólo treinta y dos años, la pérdida de él. Su pérdida… Se tensó. ¿Cómo pudo estar casado con alguien casi diez años y sentir tan poco remordimiento por su muerte? Él y Bárbara fueron marido y mujer; tuvieron una hija, ¡por Dios! No obstante, nunca hubo amor entre ellos, sólo ambición por el dinero y las posesiones por parte de ella y un deseo de venganza por la de él. Abrió los ojos, se enderezó en el asiento y bebió la mitad del whisky de su vaso. Eso no era bueno, se dijo. Se estaba emborrachando por todas las razones equivocadas. Bárbara estaba muerta, lo que ella hubiera hecho con su vida ya estaba terminado. Él tenía que pensar en el futuro. Por lo menos, en el futuro de Rosemary. Maggie tuvo razón en una cosa: Agnetha no era de la familia y Rosie sacaba ventaja de eso. De pronto gruñó y pasó sus dedos entre el crecido cabello de su nuca. ¡Rachel asistiría al funeral!, pensó furioso y reconoció por qué se mostró tan impaciente con su suegra. Se decía que no le importaba lo que Rachel hiciera, cuando no era probable que ella solicitara permiso de su trabajo en Londres e hiciera el largo recorrido hasta Cumbria. Ahora, enfrentado a la realidad de que al día siguiente volvería a verla, su reacción no fue positiva. Un llamado a la puerta interrumpió sus pensamientos y, contento por ello, Matthew se reclinó en su silla. —Adelante —indicó y Patrick Malloy, su secretario y asistente personal, metió la cabeza en el cuarto. —Lamento interrumpir —al comprender que Matthew estaba solo, abrió un poco más la puerta y entró—. ¡Oh! ¿Se fue ya la señora Barnes? —Como ves —confirmó su jefe y lanzó el resto de whisky a su garganta. Extendió el vaso al otro hombre—. Sírveme otro Pat, ¿quieres? Patrick cerró la puerta y cruzó el cuarto. —Hasta para ti es un poco temprano, ¿o no? —comentó con la familiaridad que le daba su larga relación, mas tomó el vaso y satisfizo la petición—. ¿Qué sucedió? ¿Te dijo que abrirá un fondo a la memoria de Bárbara Conroy? —Matthew volvió con rapidez la cabeza.

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—No lo hará, ¿o sí? —su inquietud era evidente y Patrick denegó. —No que yo sepa —le aseguró seco y le pasó el vaso con menos whisky del que Matthew se sirvió antes. Esperó hasta que su jefe tomó un trago generoso—. Pareces destrozado —hizo una pausa—. ¿Entonces qué quería? Matthew exhaló con fuerza y señaló: —Rachel viene —dijo simplemente y el otro hombre retuvo el aliento. —Ya veo. —¿Sí? —Matthew se levantó de nuevo y caminó hacia la ventana—. ¿Quién lo hubiera pensado? Rachel asistirá al funeral de Bárbara —torció los labios—. ¿Crees que ella vendrá a regocijarse? —Sabes que Rachel no es así —replicó Patrick de inmediato, aunque Matthew no estaba convencido. —¿Lo sé? —volvió a enfrentar a su amigo—. Ya no sé nada sobre Rachel. Han pasado más de diez años, Pat. Diez años… —Lo sé —las facciones angulosas de Patrick estaban alteradas—. ¿Y qué sientes? —Matthew lo miró, sombrío. —¿La verdad? —Por supuesto. —Entonces… ¡estoy terriblemente enojado! —expresó con violencia—. ¡No la quiero aquí! Rogué por no volver a mirarla. Si no fuera por Rosemary, no vería a ninguno de los Barnes. —¿Es por eso que ahogas tus penas en whisky? —No las ahogo —replicó Matthew cortante—. Sólo trato de pasar los próximos dos días con algo de dignidad. —¿Y después? —¿Qué quieres decir con… después? —Después del funeral. ¿Qué sucederá con Rosemary? Ahora que… Bárbara ya no está, ¿no crees que debes considerar mandarla a una escuela? —¿Eso es lo que tú piensas? —Necesita disciplina —señaló Patrick— y, a menos que vivas en Rothmere… —¿Llevar la vida de un granjero? —preguntó Matthew sarcástico. —Es lo que tu padre hubiera deseado que hicieras. Y sabes lo que piensa tu madre. —Sí —Matthew reconoció el hecho de que su madre prefería que viviera en casa, aunque desde su matrimonio con Bárbara, él esparció más y más energía entre

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sus intereses comerciales en todos lados y pasó la mayor parte del tiempo fuera de la finca. —De cualquier modo —Patrick lo vio caviloso y con rapidez cambió el tema—, ¿por qué no te llevas a Rosemary a la casa de Helen esta tarde? Les haría bien a ambos salir de la casa y sabes que ella y Gerald se sentirían complacidos de verlos. Matthew consideró el conducir hasta la casa de su hermana cerca de Ambleside. La idea de visitar el hotelito que administraban en Windermere era atractiva, excepto que la gente podría reconocerlo y él no estaba de humor para ser sociable. —Lo pensaré —dijo sin entusiasmo y terminó el whisky de un trago—. ¿Sabes dónde está Rosemary? No la he visto desde… anoche en la cena. Patrick lo miró resignado. —¿Y qué tiene eso de nuevo? —remarcó y quitó el vaso vacío a Matthew y lo puso sobre la bandeja—. ¿Quieres que la busque? Estará por ahí. Matthew vaciló un momento y negó con la cabeza. —No —señaló al fin y caminó hacia la puerta—. Ya la veré después. Estaré en el gimnasio, si me buscas. Nos veremos en la comida. Ya había pasado el pasillo y la sala y estaba en la estancia cuando su madre le gritó: —¡Matthew! ¡Matthew, espera! ¿No te dijo Watkins que yo esperaba para hablar contigo? Entra en la sala, quiero que charlemos. Matthew suspiró, mas no quería ofender a una de las pocas personas que en realidad le importaban, así que obedeció. —Tengo algunas cosas que hacer, madre —declaró paciente y caminó hacia ella. Adivinó que Watkins no creyó oportuno interrumpirlo. —Yo también —respondió Lady Olivia Conroy y señaló con la mano la puerta por lo que Matthew tuvo que entrar al cuarto—. ¡Uf! ¡Has estado bebiendo! ¡Matthew, apenas son las doce! —Doce y dos para ser preciso —remarcó Matthew y se detuvo en el centro del tapete Aubusson. Metió las manos en los bolsillos de su gastada chaqueta de pana y la enfrentó cortés—. ¿Qué puedo hacer por ti? —Puedes dejar de adoptar esa actitud arrogante —cortó su madre—. Matthew, no sé qué sucede contigo. No creía que la muerte de Bárbara causara tal impacto, bajo las circunstancias. —¿Qué circunstancias? —¡Oh, Matthew! Sabes qué circunstancias. El hecho de que Bárbara estuviera enferma por casi un año y… y…

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—¿Y? —la urgió. —Y que tú y ella no hubieran estado juntos por años. Matthew inclinó la cabeza. —Ya veo. —¿Qué ves? —Lady Olivia estaba impaciente—. Matthew, por favor. Soy tu madre y si hay algo que te perturba, dímelo. Desde que Bárbara murió he tratado de acercarme a ti, pero no puedo. Me excluyes, ¡excluyes a todos! Cariño, somos tu familia. ¿No crees que merecemos algo de consideración? —¡Oh, Dios! —los hombros de Matthew se aflojaron—. No estoy dejando fuera a nadie, madre. Sólo necesito tiempo a solas, es natural, ¿verdad? —trató de ser petulante—. ¡No todos los días se convierte uno en viudo! —Creo que hay más que eso —declaró firme la mujer—. No soy una tonta, Matt. Sé que ese matrimonio tenía sus problemas. —¿Sus problemas? —repitió Matthew cáustico—. ¡Oh, sí! —Entonces, ¿por qué actúas como si estuvieras agobiado por el dolor? Helen me dice que no has ido a ver a Gerald desde que regresaste, o a los niños. Sabes cómo te quieren Mark y Lucy. Dios sabe que siempre has pasado más tiempo con los hijos de Helen que con tu propia hija. ¿Qué sucede contigo, Matt? ¿Por qué te comportas así? Matthew se volvió hacia las largas ventanas que tenían vista a los setos laterales. En esa época del año los prados estaban rodeados de pensamientos y jacintos enanos, y los largos pedúnculos azules de la salvia crecían entre racimos crema y amarillos de saxífragas. Más allá de los jardines formales, los acres de pastizales se extendían hacia Rothmere Fell y la mirada de Matthew fue atraída por las lomas purpúreas donde sólo las cabras podían vivir. Cuando era niño, había gateado por esas lomas con Brian Spencer el pastor de su padre, mas ahora apenas pensaba en eso. Dejó la administración de la finca en manos de su agente y él pasó los días asistiendo a reuniones de consejo y comidas de negocios y luchando contra la propensión a aburrirse. —¡Matthew! —la voz de Lady Olivia detuvo sus errantes pensamientos y se forzó a volverse y enfrentarla. —Estoy escuchando. —No, no lo haces o ya tendría alguna respuesta —repuso la mujer, tensa—. ¿Qué es? ¿Rosemary? Sabes que algo tiene que hacerse con esa niña antes que sea demasiado tarde. Matthew miró el frustrado rostro de su madre con afecto y entonces se dejó caer sobre un sofá tapizado con satén.

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—¿Sabías que Rachel viene al funeral? —inquirió con un tono tan casual como pudo, y la señora jadeó. —¡No! —Sí —Matthew observó la punta de su bota, que había subido sin respeto a una esquina de la mesa—. La señora Barnes me dio la noticia esta mañana. Aparentemente el reverendo la invitó. Lady Olivia pareció necesitar apoyo, se sumió en el sofá frente a su hijo y lo miró incrédula. —¿Por qué? ¿Acaso no comprende que es de mal gusto? Matthew se encogió de hombros. —Como Maggie dijo, Rachel es prima de Bárbara. —¿Está a favor de la idea? —Lady Olivia estaba asombrada. —Yo no diría eso —Matthew hizo un gesto— aunque lo acepta. Y es verdad, Rachel es la prima de Bárbara. —¡Y tu ex esposa! —¿Y? —¡Matthew! De seguro comprendes lo inapropiado que es que tu ex esposa asista al funeral de tu segunda esposa. —Sí. Pero no puedo detenerla, ¿verdad? Ella es… de la familia. —¿Familia? —Lady Olivia repitió la palabra—. ¡Cómo puedes sugerirlo! Yo diría que ella sólo causó problemas desde el primer momento. Estabas comprometido con Cecily Bishop, ¿recuerdas? Debiste casarte con ella. —Lo sé —el tacón de la bota de Matthew aterrizó sobre la mesa pulida. —¡Matt! —Está bien, está bien —se puso de pie—. Y ahora, si me excusas… —¿Es por eso que has estado tan inabordable? —Yo no he estado inabordable, madre —gruñó Matthew. —Sí, sabes que sí —Lady Olivia lo miró desalentada—. Oh, bueno, mañana habrá terminado. Podrás regresar a tu vida normal. Sugiero que le digas a la señora Barnes y a su esposo que estarás incomunicado por un tiempo. No querrás a esa horrible mujer aquí y que invada el lugar como lo hacía cuando Bárbara vivía. Si no aclaras tu posición ahora… —¿Quieres callarte, madre? —la interrumpió, salvaje, y con grandes zancadas salió del cuarto.

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En el gimnasio se puso un pantalón corto y una camiseta y se estiró en la mesa de levantamiento. El esfuerzo físico que le tomó alzar las pesas, alivió el caos de sus pensamientos y el sudor compensó el alcohol que consumió antes. Cuando se sintió agradablemente aturdido, excepto por el dolor físico de su cuerpo, se metió en el jacuzzi y dejó que el agua caliente revitalizara sus músculos torturados. Entonces admitió que no podía ignorar lo dicho por su madre. Era verdad que desde la muerte de Bárbara, él había experimentado cierto desapego de lo que sucedía. Sus amigos y conocidos no sabían las circunstancias de su matrimonio y quizá pensaran que era la pena; mas ésta era pequeña en comparación. La verdad era que la muerte de Bárbara resucitó el pasado y fue hasta que la señora Barnes le informó que Rachel asistiría al funeral, que comprendió la realidad. ¡Y se despreció por ello! No podía desearla, no después de tanto tiempo. No después de lo que había pasado. Como le dijo a Patrick, estaba muy enojado porque ella tenía el atrevimiento de regresar. ¿Y que su tío Geoffrey Barnes la invitara? Él era sólo un vicario de la Iglesia de Inglaterra y, ¿qué sabía él? Ella debió negarse, debió excusarse y quedarse lejos, en vez de abochornarlos al unirse a su pena. No sentía la muerte de Bárbara. ¿Qué fue Bárbara para ella? Una excusa para romper su matrimonio, para poder seguir la carrera que siempre tuvo preferencia en su vida. Matthew se secaba cuando Patrick le avisó que la comida estaba servida y que “Rosemary desapareció”. —¿Quieres que la busque? —Yo lo haré, más tarde. Y no tengo hambre, discúlpame con mi madre. Tomaré un bocadillo después.

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Capítulo 2 E, lugar no había cambiado su arquitectura, decidió Rachel. El camino, que bajaba desde el Paso Coniston, todavía proporcionaba una magnífica vista del valle. Desde el paso era posible ver los techos y chimeneas de la casa al final del lago. Más abajo, los pinos y abetos proporcionaban una protección ante los ojos inquisitivos, excepto del lago, desde donde podía captarse una vista de los prados y terrazas del frente de la casa. Desde el paso, Rachel miró lo que una vez fue su hogar y sintió nostalgia. Sin embargo, no duró. No deseaba resucitar el pasado. No estaría ahí si no friera por el tío Geoff y no se hacía ilusiones de que su tía apoyara la invitación. Bárbara fue su prima, la única hija de su tío, y si él quería que ella estuviera allí, se lo debía. La villa de Rothside era su destino y yacía a lo largo de la orilla del lago. Las aguas del río Rothdale Beck separaban la calle principal en dos. Aunque había ciertos cambios, Rachel notó cuántas casas anunciaban hospedaje y el viejo molino fue transformado en un café y tienda de regalos. Era evidente que el turismo había llegado a Rothside y Rachel reconoció que en parte era responsabilidad de su profesión. Se había realizado una exitosa promoción del Distrito del Lago a través de los medios de difusión, y ahora mucha gente visitaba la más bella área del norte de Inglaterra. Y mientras Rachel lamentaba algunos cambios, los empleos de la industria turística eran bienvenidos. La Iglesia de St Mary y la vicaría estaban cerca, en las afueras de la villa, aunque Rachel no tenía prisa por llegar a su destino. Por el contrario, estacionó su coche fuera de un pequeño supermercado y entró. No esperaba que alguien la conociera, mas la anciana a cargo de la caja le era familiar. La señora Reed vivió en Rothside los últimos sesenta años, por lo menos, y tenía fama de chismosa. Sin embargo, no era de sorprender, después de tanto tiempo, que no reconociera a Rachel en la esbelta y elegante mujer parada en el umbral de la puerta; y como era evidente que la ropa de la joven era cara, la miró inquisitiva. —¿Puedo ayudarla? Rachel sonrió y movió la cabeza. —Puedo arreglármelas, gracias —recogió una canasta de alambre y miró los anaqueles. Todo estaba muy ordenado y ella extrañó el mostrador con su atractivo despliegue de dulces y chocolates. Ahí estaban las cosas familiares, si las buscaba: miel producida en la localidad y pastel Kendal de menta. Sólo había cambiado la forma de exhibirlos, como ella, reflexionó cínica.

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Poco después llevó la canasta hasta la caja y la puso en el mostrador bajo para que la señora Reed pudiera marcar el costo de los dos artículos que tomó. Entonces, mientras ella sacaba dinero, la señora Reed comentó: —Supongo que no obtuvo ese bronceado en Inglaterra… —No —Rachel respondió tolerante—. En el sur de Francia —añadió y recogió sus compras—. Gracias. Mas la señora Reed no iba a dejarla ir tan fácilmente. Era obvio que el comercio era lento a esa hora de un lunes por la tarde. Dejó su asiento y acompañó a Rachel a la puerta. —Así lo pensé —dijo—. Es demasiado temprano para tener ese sol en el país. No eres de por aquí, ¿verdad, querida? —recorrió con la vista las frías facciones de Rachel—. Sin embargo, hay algo en tu cara… Rachel no quería que la identificara y abrió con bastante rapidez la puerta, pero alguien empujó ésta del lado contrario. Una niña de quizá nueve o diez años prácticamente se tambaleó dentro de la tienda, recuperó el equilibrio con dificultad y le lanzó una mirada hostil a Rachel como si ella fuera la culpable de lo sucedido. —¡Oh, Rosemary! —exclamó la señora Reed, con sorpresa y simpatía hacia la niña—. ¿No te lastimaste, querida? Abriste la puerta en el momento equivocado. —¡Fue su culpa! —replicó Rosemary, acomodó su larga trenza de cabello oscuro y fijó en Rachel su acusadora mirada—. ¿Por qué no se fija en lo que hace? ¡Pude romperme la pierna! —Hubiera sido mejor tu cuello. ¿Siempre lo metes tanto? —¡Oh, no tome en cuenta el mal humor de Rosemary! —exclamó rápida la señora Reed y era obvio que temía perder a un viejo cliente y ofender a uno nuevo—: Rosemary es una de mis mejores clientes, ¿verdad, querida? ¿Estás bien? ¿No te rompiste ningún hueso? Era evidente que Rosemary no permitiría que nadie hablara por ella. —Yo sí consideraría lo que dije, si fuera usted —le informó a Rachel con los puños cerrados junto a su caderas—. Mi padre es un hombre importante en Rothside. Una palabra mía, ¡y usted puede encontrarse con muchos problemas! Rachel tragó, dividida entre la risa y la ira. —¿Me estás amenazando? —inquirió y comprendió que no debió tomar en serio a la niña. —Rosemary no amenaza a nadie —intercaló la señora Reed—. ¿Verdad, querida? ¿Y cómo está tu querido papito? ¿Le dirás que pregunté por él? Todos pensamos en él, ¿sabes?

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Rosemary no respondió y su pequeño mentón sobresalió agresivo cuando encontró la divertida mirada de Rachel. Era obvio que buscaba algo más para impresionar a sus escuchas, pero la anciana le preguntó. —¿Deseas algunos dulces? —sugirió la señora Reed y adoptó un tono esperanzado—. ¿O una lata de refresco? Puedo traerte una del refri… —Sólo una cajetilla de cigarrillos de tamaño largo, eso es todo —interrumpió la pequeña y señaló la marca de los que deseaba—. Póngalos en la cuenta de papito. Él le pagará después. —Vamos Rosemary, sabes que no puedo vender cigarrillos a una niñita — señaló la señora Reed y Rachel vio la oportunidad de irse. Después de los eventos de los últimos minutos, no deseaba que la señora Reed la reconociera y salió, reprimiendo la urgencia de desquitarse. Aún no abría la puerta del coche cuando la niña salió de la tienda mientras abría el paquete de cigarrillos que era obvio que la señora Reed le había vendido, y puso uno entre sus labios. Era un acto de desafío, uno que había hecho muchas veces antes, pensó Rachel irritada. La forma en que Rosemary extrajo unos fósforos del bolsillo y encendió el cigarro lo demostró, y Rachel se dijo que no tenía nada que ver con ella si el padre la castigaba o no por ello. —¡Espero que conduzca mejor de lo que camina! —comentó Rosemary y fumó, y aunque Rachel ya había abierto el coche y estaba por subir a éste, algo dentro de ella saltó ante la deliberada provocación. Se volvió, quitó el cigarrillo de los labios de la niña y el paquete de su mano. Entonces los lanzó al pavimento y los molió con su zapato; observó el rostro de Rosemary con una infantil sensación de triunfo mientras las pálidas facciones de la chiquilla explotaban con furia. —¿Cómo se atreve? —gritó la niña y se lanzó contra Rachel, agitando brazos y piernas que de alguna forma conectaron a pesar de su diminuto tamaño—. ¡Espere a que le diga a mi papá! ¡Deseará no haber nacido! —Vamos las dos a decírselo —la desafió Rachel y perdió todo sentido de proporción. Torció las manos de Rosemary tras de su espalda y le dio la vuelta para que no pudiera patearla—. ¿Dónde vives? Dímelo, me gustaría conocer a tu padre. ¡Quiero decirle qué chiquilla tan odiosa tiene como hija! —¡Suélteme! —Rosemary la lucha, aunque era obvio que había perdido la batalla. —Dime dónde vives —insistió Rachel sin soltarla y suspiró de frustración cuando la señora Reed salió de la tienda. —¡Por todos los cielos! —exclamó al ver horrorizada la escena—. ¿Qué pasa aquí? ¿Rosemary, querida? ¿Te está molestando esta dama?

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—¿Está bromeando? Rachel dejó ir a la niña y se volvió hacia la otra mujer. Y Rosemary, que esperaba tal oportunidad, la tomó de inmediato. Mientras Rachel explicaba sus acciones, la niña lanzó su pie calzado con bota contra el coche de Rachel antes de correr hacia el puente de peatones que cruzaba el riachuelo. Rachel estaba casi sin palabras. —Esa… ¡esa niña! —controló su voz—. ¡Está completamente indisciplinada! — se inclinó para examinar la rotura de sus medias oscuras y los cardenales debajo de ella—. ¡Por todos los cielos!, ¿por qué le vendió? Usted sabía que los cigarrillos eran para ella… —Por supuesto que no —la señora Reed no lo admitió—. ¿Piensa que quiero perder mi licencia? No, pensé que eran para su padre. Y ahora, si me disculpa, tengo trabajo que atender. —¿Pero quién es ella? —inquirió Rachel sólo para encontrar que hablaba sola. La señora Reed decidió que ya había dicho demasiado y, frustrada, la joven abrió la puerta de su coche. Fue entonces que vio la abolladura. Hasta ese momento, no había registrado la represalia de Rosemary por la destrucción de sus cigarrillos. Ahora que vio lo que hizo la niña, la ira la poseyó. ¡Chiquilla egoísta!, pensó furiosa. Si tan sólo pudiera ponerle las manos… En una decisión impulsiva, cerró y echó llave a la puerta del auto, ojeó los tacones de sus zapatos italianos y empezó a cruzar el puente. Conocía la villa como la palma de su mano y, a menos que Rosemary hubiera desaparecido dentro de una de las cabañas frente al río, tendría la oportunidad de alcanzarla. La niña no esperaba que ella la siguiera y perdería el tiempo. Rachel deseaba que la suerte estuviera de su parte. Atrajo la atención de varios ojos cuando cruzó el camino al otro lado del río y empezó a subir por la inclinada ladera. Los turistas en esta área, de forma invariable caminaban con botas y vestían ropa de excursión y rompevientos; el traje de chaqueta larga de Rachel, de cuadritos azules y blancos y la fina blusa de muselina blanca que lucía, definitivamente no eran casuales y su aire de seguridad atrajo curiosa especulación. Se preguntaba si alguien la habría reconocido o si su nuevo corte de cabello y ropa de ciudad ocultaban su identidad. ¿Habría cambiado tanto? Y con el funeral del día siguiente, debían de hacer la asociación. De forma abrupta abandonó sus pensamientos al ver a la niña vagando adelante. Allí estaba a cierta distancia, su trenza oscura era inequívoca. Y, como Rachel supuso, Rosemary no era consciente de que ella la seguía.

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Rachel inhaló y apresuró el paso. No había dónde esconderse y si la niña miraba hacia atrás y la veía, la joven perdería su oportunidad. Y ahora que estaba cercana su meta, prolongaba su agonía. Había algo vulnerable en la cabeza inclinada y los hombros caídos de la chiquilla. Sin el recuerdo de la escena fuera de la tienda, Rachel habría sentido pena por ella. ¿Quién era? ¿A dónde iba? Y todavía más, ¿dónde vivía? El paseo, que estaba rodeado por los jardines cercados de las cabañas frente al río, se abría al campo unos cuantos metros más allá. Era una vereda torcida y angosta que subía entre paredes de piedra y un risco rocoso hasta la cima del pico Rothdale. Casi era usado sólo por las cabras o aventurados alpinistas que querían llegar al pico por un método menos arduo que escalar la superficie rocosa. No era el tipo de ruta para que una chica de la edad de Rosemary vagara sola, y Rachel buscó en su mente y trató de recordar si había alguna granja a poca distancia. Entonces Rosemary se volvió y la descubrió. Rachel no sabía qué atrajo la atención de la niña. Quizá sus tacones que sonaron cuando golpeó una piedra suelta del sendero. La niña la reconoció y, aunque su semblante reveló su indignación, era evidente que no estaba preparada para quedarse y luchar otra batalla perdida. Trepó por la pared que estaba a su lado y cruzó la inclinada ladera. Se movía con rapidez sobre el terreno disparejo. Aunque las piernas de Rosemary eran más cortas que las de Rachel, ésta no tenía oportunidad de capturarla con esos tacones altos y apretó los puños frustrada cuando la pequeña se volvió y levantó sus dedos en un insolente saludo. Rachel quedó impotente, parada junto a la barrera de piedra, mas un movimiento de Rosemary atrajo su atención. Un jinete que surgió de atrás de los árboles que marcaban las lomas más bajas, se acercó rápido a ellas. El hombre, era demasiado alto para ser mujer, montaba un gran caballo negro y hasta esa distancia era posible observar su habilidad. Ya hacía muchos años que Rachel había subido a un caballo y entonces nunca logró la habilidad y equilibrio que ahora admiraba. El hombre y su montura se movieron como una sola entidad y la joven se perdió de tal forma en la observación, que olvidó su objetivo. Rosemary parecía no darse cuenta de nadie, excepto de su perseguidora, y estaba en peligro de ser derribada por el jinete. Pese a todo, Rachel no deseaba verla lastimada, de modo que le gritó: —¡Cuidado, detrás de ti! La expresión de Rosemary se tornó incrédula y después fue de reconocimiento, en rápida sucesión, antes que pudiera moverse o quitarse del camino del jinete. Él no la golpeó, por el contrario, con habilidad acortó las riendas y detuvo al poderoso animal junto a ella, y mientras Rachel observaba con la boca abierta, levantó a la niña y la colocó delante de él.

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Por un momento, Rachel, demasiado impresionada, no supo qué hacer. Ni siquiera estaba segura de haber visto la escena que se desarrolló ante sus ojos. Era un día claro y, concentrada en la diminuta figura de Rosemary con el sol de frente, veía danzar manchas ante sus ojos. Parpadeó varias veces y, al hacerlo, el jinete dio vuelta a su montura y regresó por donde llegó. No hubo ningún grito de protesta de la niña y Rachel asumió que conocía a su rescatador, mas eso no la absolvía del daño hecho al auto de Rachel. Maldiciendo su falda estrecha, la joven trepó el muro. —¡Espere! Su grito apenas fue llevado a través del páramo al competir con los tordos y petirrojos y el distintivo llamado de un cuervo. Empero, sus acciones debieron atraer la atención del hombre, porque volvió su cabeza y ella le vio el rostro por primera vez. ¡Dios querido! ¡Era Matt!, comprendió incrédula y el conocimiento la golpeó con fuerza inesperada. Era como si los últimos diez años desaparecieran, y su corazón palpitaba como lo hacía cada vez que lo veía. Nada la preparó para el impacto de volver a verlo, y aunque luchó para mantener la compostura, de pronto tembló con la violencia de sus emociones. Al reflexionar llegó a una conclusión. Rosemary debía ser la hija de él. El estómago se le contrajo y su boca se secó. ¡Su hija! La hija que Matt y Bárbara tuvieron inmediatamente después que él se divorció de Rachel misma. Logró tranquilizarse y cuando el orgulloso semental e igualmente orgullosos jinetes se dirigieron hacia ella, pudo reunir un poco de dignidad. Nunca en sus más salvajes sueños esperó encontrar a Matt en esas circunstancias y rezaba para tener la fuerza de ocultar lo impresionante que fue. No supo en qué momento Matthew comprendió quién era ella, pero cuando se acercaron, la expresión de él le reveló que la había identificado. Era obvio que no le complació encontrarla así. Los ojos grises que ella recordaba tan bien estaban glaciales y distantes y las manos que apretaban las riendas se encontraban tensas, dentro de sus guantes de piel. Mientras tanto, Rosemary la miraba como si quisiera confesar su lado de la historia antes que Rachel tuviera oportunidad de hablar o negar todo. Casi se podía ver que analizaba los pros y los contras, pensó Rachel con amargura. No era de extrañar que la señora Reed se reprimiera de hacerle comentarios a la niña. Los Conroy poseían una vasta porción de tierras por ahí, así como muchas de las cabañas de Rothside, entre las que se hallaba la tienda que le arrendaban. El caballo y los jinetes se acercaron más y Rachel pensó que era típico que ella estuviera en desventaja. Nunca antes pudo mirar a Matthew al nivel de los ojos, aunque tampoco tuvo que verlo hacia arriba como ahora. La ignominia de su

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posición no pasó desapercibida para la hija, quien curvó los labios maliciosa y miró su zapato tentadoramente cerca de la barbilla de Rachel. La joven decidió que era mejor ignorarla y vio a Matthew con lo que esperaba fuera una fría mirada. —Hola, Matt —disfrutó la expresión de azoro de Rosemary. Era evidente que nunca se le ocurrió que Rachel conociera s su padre. Ella no era una niña bonita, aunque Rachel notaba las similitudes entre ella y su padre. Ambos eran morenos, de cabello oscuro y piel oscura, pero mientras que las facciones de Matthew eran fuertes y todavía perturbadoras y atractivas, el rostro de Rosemary era delgado y decididamente enfurruñado. Era difícil hacer una evaluación de la niña en presencia de Matthew. Un Matthew diferente y tan familiar, a pesar de los mechones grises en su cabello y los contornos más anchos de su cuerpo. El Matthew que ella recordaba era abordable, de muy buen carácter, no remoto y caviloso como ese hombre. El Matthew del que se enamoró nunca la hubiera mirado con tanto desapego, con ojos que transmitían su crudo disgusto. Pero Rosemary no podía ver la expresión de su padre, y su cortés “Rachel” en respuesta al saludo le causó consternación. —¡Papito, yo no lo hice! —exclamó sin esperar a que Rachel la incriminara—. ¡No fui yo! ¡Fue alguien más! ¡Oh, dile que yo no haría algo así! Matthew retiró su mirada del rostro de Rachel para ver a su hija. —¿Qué? —exigió—. ¿De qué hablas? —de nuevo observó a la joven—. ¿Sabes algo de esto? —Sí —admitió Rachel poco deseosa y, con una exclamación, Matthew bajó del caballo. El animal se meneó inseguro ante el súbito cambio de peso, mas la mano de Matthew en el morro lo apaciguó. —¿Rosemary? —tenía una inequívoca inflexión en la voz—. Quizá me expliques. Estoy esperando que me digas de qué se trata todo esto. Rachel exhaló. La molestia por el ataque de Rosemary a su coche perdía significado. Cuanto más lo pensaba, más ridículo le parecía haber perseguido a la niña, máxime cuando estaba vestida de forma tan inadecuada para la expedición. Sus tacones estaban torcidos, sus medias se corrieron y cualquiera que fuera su creencia al iniciarla, ahora disminuía con rapidez. —No fue mi culpa… —se defendía Rosemary de nuevo y al comprender que el asunto se complicaba a cada minuto, Rachel intervino. —Tuvimos… un malentendido —encontró la mirada hosca de la niña con otra fría. Entonces presintió que Matthew la miraba de nuevo y transfirió su mirada hacia el cuello abierto de la sudadera azul oscuro que él llevaba puesta—. Fue algo y nada —se alzó de hombros—. No sabía quién era ella.

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—¿Haría eso una diferencia? La voz de Matthew no tenía expresión, aunque Rachel percibió resentimiento. Eran parecidos, padre e hija. Ambos la trataban con arrogante desdén, más adecuado para los inferiores y, aunque mezcló moderación con desafío, se negó a permitir que cualquiera de ellos la menospreciara. —No —respondió y se volvió para regresar por las rocas. Se negaba a continuar parada ahí y discutir con él como un recalcitrante subordinado. Ella pagaría el arreglo de su coche y al demonio con Matthew. No tenía intención de rogar por una compensación de los Conroy. Cuando luchaba por subir a la ladera, su pie resbaló ignominiosamente sobre las rocas y Rosemary lanzó una risilla. Fue un ruidito que sacudió sus sentidos y se sintió tentada de volverse y atacar. Sus dedos ansiaban borrar la sonrisa triunfante de la niña, pero resistió el impulso. La discreción es la mejor parte del valor, se repitió y se concentró en cruzar la pared y llegar a salvo al suelo. —¡Rachel! El rudo uso del nombre por Matthew fue impositivo y rasgó los nervios de la joven. ¿Cuántas veces lo escuchó usar esa palabra cuando le hacía el amor? ¿Cuántas veces él se sintió impulsado a abandonar los planes que tuviera para llevarla de nuevo a sus brazos y perderse en el deseoso cuerpo de ella? Igual se había perdido en el cuerpo de Bárbara, pensó Rachel con amargura. No debía olvidar eso. Cuando llegó a la zanja al otro lado de la pared, Matthew ya la esperaba. Él le ofreció su mano para subir el espacio entre la zanja y el camino, pero Rachel fingió que no la vio y continuó sola por el sendero; luego, se detuvo a examinar su apariencia. ¡Maldición! Por lo menos tenía media docena de rasgaduras en las medias y sus manos estaban rasguñadas y lastimadas, ¡Por la venganza!, pensó frustrada. Todo lo que logró fue quedar como una completa tonta. —¡Rachel! La mano de Matthew sobre el brazo de ella la hizo volverse para mirarlo, mas la joven se liberó y siguió por la ladera. Al demonio con los Conroy, ¡todos los Conroy!, pensó infantil. No debió aceptar la invitación al funeral. —Rachel, ¡por todos los cielos! —el tono de Matthew era iracundo y, después de ordenarle a la niña que bajara del caballo, él llegó con grandes zancadas hasta su ex esposa—. Podrías decírmelo. No viniste tras Rosemary sólo por diversión. Rachel se detuvo, reacia. —No es importante —declaró fría, enojada consigo misma por la rapidez de su respiración, que se dijo era sólo el resultado del ejercicio—. Tengo que irme. El tío Geoff se preguntará dónde estoy.

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—¡Al demonio con el tío Geoff! —replicó Matthew sin sentimiento y miró hacia atrás, sobre su hombro, para asegurarse de que Rosemary había acatado su orden. Entonces volvió su mirada a Rachel, con las oscuras cejas arqueadas—. ¿Y bien? —No soy una niña, Matt. Como dije, no es importante. Ahora… si me disculpas… —¡Rachel! De forma instintiva él se estiró y apretó la muñeca de la joven, una acción nacida de la frustración, mas Rachel estaba furiosa. Levantó sus ojos hacia los de él y se forzó a mirarlo. Después de un bochornoso momento, él la soltó. —Adiós, Matt —dijo, distante, y se negó a prolongar una situación que no estaba segura de poder mantener bajo control. Y, majestuosa, se alejó.

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Capítulo 3 —Te veré en la vicaría. Rachel, fría y remota con su traje de ante negro, estaba parada junto al largo sedán de color oscuro que esperaba a los Barnes para llevarlos a Rothmere House. El color de su ropa hacía destacar el tono platinado de su cabello, que llevaba ahora corto y echado hacia atrás de las orejas, y acentuaba la poco natural palidez de sus mejillas. Sabía que estaba pálida. El servicio en la iglesia fue más tenso de lo esperado y la presencia de Matthew y su madre aumentó la incomodidad de la joven. ¿Qué pensaba él? ¿Su pena y su remordimiento llenaban sus pensamientos y excluían todo lo demás? ¿Estaba tan dolido como aseguraba su tía Maggie? Rachel dudaba, pues el hombre que vio en el río no tenía el corazón roto. Estaba quizás amargado e iracundo, pero no destrozado por las insoportables emociones. ¿Y por qué esperaba ella algo más, después de lo que él le había hecho? El obispo de Norbury condujo el servicio y dejó que el tío Geoff se doliera por la pérdida de su hija en privado. Los restos de Bárbara se sepultaron en la cripta familiar en el panteón de la iglesia. El mismo obispo leyó el panegírico antes que el pesado féretro bajara y los sollozos de Maggie hicieran eco en las lápidas que los rodeaban. Ahora, terminada la ceremonia, un río de limousines transportaba a la familia y amigos de regreso a la casa donde esperaba un buffet frío. Se ofrecerían condolencias y compasión y entonces todos podrían partir a atender sus asuntos, aliviados de que su responsabilidad terminara. —¿Qué quieres decir? —la tía de Rachel inquirió ahora y alejó su pena para mirar a su sobrina con impaciencia—. ¿Nos verás en la vicaría? ¿Qué se supone que eso significa? —¡Por favor, Maggie! —Geoffrey Barnes puso una mano sobre el brazo de su esposa, pero ella lo apartó. —¡Detente Geoff! —exclamó irritada—. ¿Y bien? Espero tu respuesta. Rachel la miró y era consciente de que atraían la curiosidad y no sólo por que su coche retenía a otra media docena de limousines. —Creo que es mejor que regrese directo a la vicaría, tía Maggie —respondió rápido—. Yo… no sería una visitante bienvenida en la casa y estoy segura de que nos ahorraría bastante bochorno el que tú y el tío Geoff aceptaran solos las condolencias de todos.

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—Debiste pensarlo antes de venir —siseó Maggie enojada y su pena tomó el segundo lugar ante la indignación—. Pero tenías que venir, ¿verdad? ¡Tenías que obtener tu libra de carne! —¡Tía! Rachel estaba horrorizada de que su pariente creyera que ella había ido por perversos deseos de atestiguar la partida de su prima. Lo que Bárbara hizo no merecía la muerte y Rachel ahora sentía sólo lástima por la mujer que destruyó su matrimonio. —¡Maggie, por todos los cielos! El rostro de Geoffrey Barnes reflejó su disgusto ante tan desagradable escena y Rachel sintió el picor de las lágrimas en sus ojos. ¡Oh Dios!, y ella que se sintió obligada a asistir porque pensó que la necesitaban. —No me importa —Maggie no se arrepentía—. Está aquí ahora y no permitiré que la gente diga que no fue invitada a la casa. Antes de darnos cuenta, dirían que Matt no la invitó porque estaba temeroso de verla… —¡Oh, tía Maggie! —Rachel casi estaba muda por la impresión—. ¡Eso… eso es… absolutamente ridículo! —Lo sé yo y lo sabes tú, pero ellos no —replicó la mujer mayor, sombría—. Ahora entra al coche y deja de comportarte como si tu presencia en Rothmere tuviera alguna importancia. Rachel vaciló, aunque discutir más sólo agravaría la ya bochornosa situación, y cuando su tía abrió la puerta, entró. Una vez instalada en uno de los asientos plegables enfrente de sus tíos, habló con Geoffrey. —¿Qué piensas tío Geoff? —le preguntó tensa—. ¿Crees que sería mejor si yo no los acompañara? —Geoff… —le advirtió Maggie, pero por esa ocasión, Geoffrey Barnes no necesitaba la amonestación de su esposa. —Sospecho que Maggie tiene razón —aventuró para desmayo de Rachel—. Rothside no es como Londres, no lo es, y la gente murmura, lamento decirlo. Tu llegada aquí causará conjeturas y el evitar hablarle a Matthew sólo echará combustible a los fuegos de la especulación. —¿Entonces por qué me invitaste? —Es una buena pregunta —declaró la tía y se secó los ojos. —Te invité porque Bárbara es… era… tu prima y lo vi como una forma de resolver nuestras diferencias —señaló Geoffrey Barnes con firmeza—. Rachel, cuando tu padre nos dejó la responsabilidad de criarte durante todos esos años, yo no lo tomé sólo como un deber físico. Tú eres nuestra sobrina, sin importar lo demás. ¿Podríamos perdonar el pasado? Escaneado por Lupita y corregido por Paris

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Rachel mojó sus labios y miró por la ventana del coche. ¿Perdonar el pasado? ¿Cómo era posible? Era obvio que la tía Maggie no perdonaría nada y, en cuanto Rachel misma, no quería ser parte de un intento de reconciliación con los Conroy. La procesión de coches cruzaba las puertas que marcaban el límite sur de Rothmere House y los dedos de Rachel rodearon su bolso cuando recordó los prados y corrales que ahora veía. Ella había reconocido Rothside, pero los terrenos de Rothmere le eran insoportablemente familiares. ¿Si no habían cambiado en doscientos años, por qué esperaba que lo hubieran hecho en diez? ¿No probaba que nadie era indispensable? La presencia de Rachel Barnes Conroy ni siquiera rizó la superficie del lago que bañaba la playa empedrada debajo de la casa. La casa misma estaba sólidamente construida con piedra del lago, con ventanas grandes que brillaban a la luz del atardecer. Era de tres pisos, con muchas torres y chimeneas, y Rachel siempre pensó que parecía una casa señorial fortificada de la antigüedad, aunque Matthew siempre declaró que era porque había tenido tantas adiciones, que perdió su propia identidad. A pesar de todo. Rachel amaba la casa y verla ahora le resultaba una dolorosa experiencia. Watkins esperaba en la pista empedrada, para abrir las puertas de los coches y dar a los huéspedes la bienvenida a Rothmere, y sus viejos ojos se abrieron por el asombro cuando Rachel bajó de la limousine. —¡Pero… si es la señorita Rachel! —exclamó y entonces recordó las circunstancias y sus facciones se pusieron serias—. Buenas tardes… señora… señorita Barnes. —Con Rachel es suficiente —respondió gentil y recibió una mirada de gratitud de Watkins. ¡Bueno, ahí estaba! ¡Que comience la batalla! se dijo. Sus tíos salían ahora del vehículo y la joven encontró la mira adusta de Maggie. Rachel adivinó que atestiguó el intercambio con Watkins. ¿Y qué? Siempre sintió cariño por el viejo mayordomo y, de todos los sirvientes de Rotlmiere, él siempre la aceptó como esposa de Matthew. ¡Si tan sólo fuera a ver únicamente a Watkins! Se reunió con el grupo de gente que llenaba el pasillo de Rothmere House, sin incidentes. Permaneció detrás de sus tíos y atraía poca atención. Sólo cuando pasaron al cuarto para hablar con Matthew y su madre, sintió la urgencia de retroceder, pero su tía Maggie la sujetó del brazo y la forzó a acompañarlos. —Debes recordar los buenos tiempos, Matt —decía alguien cuando se aproximaron y con una punzada Rachel se preguntó qué tan popular fue Bárbara. —Matt, aquí estamos —anunció Maggie e interrumpió para tomar arrogante, el brazo de Matthew, y Rachel deseó ser tragada por la tierra. No quería ser parte de esa ocasión tan personal. Y más que nada, no deseaba hablarle al hombre que una vez fue el centro de su existencia.

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Parecía muy compuesto para ser un hombre doliente, pensó, amarga. Alto, moreno y atractivo, y su sombrío atuendo le añadía un aire de controlada elegancia. No parecía un hombre que acabara de perder a su muy amada esposa, aunque Matt siempre tuvo habilidad para ocultar sus sentimientos. —Maggie, Geoff —respondió Matthew y permitió que su suegra depositara un ferviente beso en su mejilla, antes de volverse hacia la joven mujer que retrocedió de ese círculo íntimo—. Rachel —añadió tenso y ella tuvo que acercarse y ofrecer sus condolencias. —Lo siento —expresó consciente de que el uso de su nombre atrajo varias miradas—. Por favor… créeme. —¡Oh, sí! —pero los ojos de Matthew eran fríos, su expresión dura e impía, como la de la anciana delgada junto a él. Lady Olivia reaccionó de forma violenta al oír el nombre de Rachel, aunque, como su hijo, no haría una escena en público. —Rachel —repitió, mas sus labios estaban apretados. Era obvio cómo se sentía y la chica se estremeció a pesar de los cuerpos que la rodeaban. —Lady Olivia —respondió y controló su urgencia de escapar—. Esta es una ocasión muy triste —los labios de la madre de Matthew se torcieron. —Sí. Lo es —el significado de las palabras de Lady Olivia era oscuro y Rachel se sintió contenta de que alguien reclamara la atención de la anciana. Varios camareros, contratados para la ocasión, atendían a los huéspedes con bandejas con vasos que contenían jerez o whisky y las enormes puertas del comedor se abrieron para exhibir el suntuoso buffet frío servido sobre mesas cubiertas con manteles de damasco. Cuando la gente se relajó y encendieron sus puros, una nube de humo subió y el nivel de ruido aumentó. Rachel, impulsada a aceptar al menos una bebida antes de escapar, se permitió sumirse en la confusión. Sus tíos le prestaban poca atención y al menos su tía disfrutaba la dudosa notoriedad de ser la madre de la difunta. Su tío parecía ajeno al entorno y Rachel adivinó que para él era una ordalía. Al menos él tenía su fe para sostenerlo, pensó, y para ella, no existía tal panacea. Era hora de irse, decidió. Había hecho lo que la tía Maggie le exigió y era el momento de alejarse. Tal vez no debió asistir a pesar de la invitación del tío Geoff. Era obvio que así lo pensaba la madre de Matthew. Y Matt también, aunque disfrutara de la incomodidad de ella. Como fuera, Rachel pondría miles de kilómetros entre ella y esa dolorosa exhumación del pasado. Dejó su vaso y empezó a cruzar el pasillo. De vez en cuando alguien la reconocía e intercambiaban saludos, pero evitó mayor bochorno. Los invitados estaban entretenidos sirviéndose canapés y bebiendo del buen escocés de Matt. Se convirtió en otra fiesta-cocktail, pensó cínica Rachel al sentir la de presión como un peso sobre sus hombros.

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Se encontraba a pocos metros de la puerta cuando sucedió el accidente. Alguien retrocedió y le pisó los dedos del pie y tuvo que ahogar la automática protesta que llegó a sus labios. Aunque luchó por restringir su indignación, el perpetrador de su lastimadura la empujó con rudeza para pasar, y la joven comprendió tardíamente de quién se trataba. —¡Espera un minuto! —exclamó y por un momento olvidó dónde estaba mientras asía el brazo de la niña. Se equilibró sobre su pie sano, giró a Rosemary para enfrentarla y deseó no haberlo hecho cuando vio el rostro de la pequeña bañado en lágrimas. —¿Qué quieres? —preguntó retadora Rosemary al reconocerla y Rachel se preguntó por qué diablos cometía un error abismal tras otro. —Umm… nada —la liberó y levantó su adolorido pie para sobarlo contra el tobillo del otro—. Olvídalo —Rosemary vaciló. —Supongo que esperas que te agradezca por no decirle a mi papá lo que sucedió ayer —declaró de pronto y Rachel levantó la mirada de su pie para encontrar que la niña todavía la enfrentaba. —¿Cómo dices? —¿Es eso lo que haces aquí? —preguntó Rosemary sospechosa—. Escuché a la abuela decirle a papito que no te atreverías a venir a la casa, pero estás aquí ahora, ¿por qué? Rachel volvió a meter el pie dentro del zapato y exhaló. —Tu… tu madre era mi prima —explicó—. Es por eso que estoy aquí. Por ninguna otra razón. —¿Entonces por qué no te he visto antes? Si en realidad eras prima de mamita, ¿por qué nunca viniste de visita? —Es una larga historia —dijo Rachel, titubeante. —Y no es para tus oídos, conejito —remarcó una fría voz—. ¿Qué sucede aquí? ¿No se supone que ayudarías a la señora Moffat en la cocina? —Rachel se tensó. Los tonos aterciopelados de la voz de su ex esposo eran inconfundibles. —No quiero ayudar a la señora Moffat —musitó Rosemary y lanzó una mirada suplicante a su padre—. Tú sólo quieres que me quite del camino. ¡No te importa lo que yo deseo hacer! Matthew se movió hasta quedar a la vista de Rachel y, aunque ésta no quería ver las sombrías facciones del hombre, las palabras de la niña la impulsaron a mirarlo. —Creo que ya fue suficiente, Rosemary —declaró él—. Y como prefieres desafiarme en vez de disfrutar en la cocina, te sugiero que busques a Agnetha y le digas que te lleve a la cama. Entonces estarás fuera del camino, ¿verdad? Escaneado por Lupita y corregido por Paris

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—¡No! —el grito de Rosemary fue angustioso, una mezcla de indignación y desesperación, un frenético niego, pero Matthew no se dejó persuadir. —A la cama Rosemary —fue implacable. Rachel quiso protestar y quería decirle a Matthew que quizás era demasiado ruido y que los comentarios de Rosemary tal vez tenían un grano de verdad, pero no lo hizo. No sabía lo suficiente de la situación, y su propia experiencia con Rosemary no la alentaba. Además, no tenía nada que ver con ella. No debía inmiscuirse en lo que posiblemente fuera una larga batalla entre padre e hija. Hubo entonces una pausa cuando Rachel medio esperaba otra exhibición de desafío por parte de la niña. Con ojos brillantes y sólo el enrojecimiento de su nariz que traicionaba sus emociones, Rosemary fue hacia las escaleras y dejó a Rachel con su concha no intacta para que se enfrentara con Matthew. El silencio que descendió sobre ellos cuando Rosemary retó a su padre, fue remplazado con rapidez. Aunque Rachel estaba segura de que los huéspedes de Matthew querían escuchar su intercambio, la cortesía y la vergüenza de ser descubiertos la forzaba a contribuir a la tranquilidad. —Matt —murmuró tensa y usó el nombre tanto como reconocimiento como a manera de despedida, y caminó un poco ansiosa hacia la puerta. —¡Rachel! —el llamado impaciente de Matthew era demasiado familiar, aunque ella fingió no oírlo. Si tan sólo pudiera salir a la entrada, podría persuadir a alguno de los choferes del funeral de que la llevara de regreso a la vicaría y, una vez ahí, haría su equipaje y saldría antes que sus tíos notaran su ausencia. Era algo cobarde, pero justificable bajo las circunstancias—. ¡Rachel! —y, esta vez, la mano de Matthew la sujetó del antebrazo con firmeza. No fue como esa otra ocasión en que sólo había borregos y pájaros que habitaban el pico Rothdale para observarlos. Aquí, no sólo eran el blanco de las miradas sino que, también, sus palabras podían ser escuchadas por la gente que quisiera hacerlo. La joven apretó los dientes, lo miró y deseó que, como lo hizo antes, la dejara ir, pero en esta ocasión él no obedeció el silencioso mandato. —Creo que debemos hablar, Rachel, ahora… o después. Es igual. Rachel inhaló con fuerza. —¿Por qué? —contrapuso tensa y se negó a permitir que la intimidara. —¿Por qué crees? Quiero que me digas por qué seguiste a Rosemary desde la villa ayer. ¿La seguías, verdad? A pesar de lo que digas. —¿Qué dice ella? —preguntó Rachel, curiosa de saber cómo se defendió la niña, aunque Matthew no la complació.

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—Quiero oír tu historia —le dijo sin soltarla y el rostro de Rachel llameó. Ella trataba como a una niña también, pensó indignada. Y la abochornaba, en ese día tan especial. —Creo que tienes cosas más importantes en qué pensar —señaló airada, y mantuvo su voz baja con un esfuerzo—. Matt, por favor, ¿tratas de humillarme? ¿Lo sucedido hace diez años no fue suficiente para ti? —¿Humillarte? —repitió él con tono apenas audible y en esta ocasión ella no sintió temor de que alguien escuchara—. ¿Humillarte a ti? ¡Oh, Rachel, no sabes el significado de la palabra! —¡Matt! ¡Matt! Te he buscado por todos lados —cuando él soltó el brazo de Rachel, Lady Olivia se metió entre ellos con la mirada fija en su hijo y evaluó al instante el peligro potencial de la situación. Lady Olivia no buscaba a Matt, decidió Rachel, aunque su interrupción fue oportuna—. Hay gente que espera para hablar contigo —añadió y deslizó un brazo a través del de Matt y evitó más intercambios entre los protagonistas—. Rachel —murmuró de la misma forma como Rachel usó el nombre de Matthew antes, y se alejó con su hijo. Sin más obstáculo para su partida, Rachel se sintió poco dispuesta a irse. Aunque comprendió que el fin de la escenita no había terminado por completo con las miradas a hurtadillas en su dirección, ya no sentía la necesidad de escapar. Había sucedido lo peor. Matt reveló su odio hacia ella y la abochornó enfrente de sus amigos. ¿Qué más podía hacerle?

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Capítulo 4 Rachel tuvo que pedir un taxi para que la llevara de regreso a la vicaría y, en consecuencia, aún reunía sus cosas cuando escuchó el ruido de las llantas de un auto sobre la grava de la entrada. Tenía un cuarto pequeño al frente de la casa, que fue suyo cuando vivió en ese lugar, y pudo ver la limousine sin impedimento. Se preguntó si sería Matt, pero no era. Sus tíos salían del vehículo y el corazón de la chica se tensó ante esta obvia obstrucción a sus planes. Dejó su maleta abierta sobre la angosta cama y vaciló un momento antes de bajar. Entonces descendió por los crujientes escalones; la vicaría era vieja y Rachel no pudo evitar anunciar su presencia. Sus tíos estaban en la sala y cuando la joven empujó la puerta, pudo escuchar los sollozos de su tía. A pesar de todo, lo sentía mucho por ella. Maggie iba a extrañar mucho a Bárbara; siempre procuró darle a su hija lo mejor, y el matrimonio de ésta con Matthew Conroy fue el último triunfo. Sin otros hijos, los Barnes ya no tenían a nadie más, lo que era una de las razones para que Rachel se convenciera de asistir al funeral, aunque ahora sabía que había sido un error y el malévolo rostro de su tía se volvió en su dirección, para enfatizar el hecho. —Yo… —Rachel miró a Geoffrey y buscó las palabras— yo… pensé que debía irme. —¿Irte? —¿Irte a dónde? —inquirió Maggie con súbita animación. —Yo… de regreso a Londres —contestó Rachel—. A mi casa. Si salgo… —Pero esta es tu casa, cariño —su tío la miraba ansioso—. ¿Ya olvidaste lo que decíamos cuando íbamos hacia Rothmere? ¿No lo ves? Esta es otra oportunidad de reconciliarnos. Rachel no sabía qué decir. No era lo que esperaba y miró a su tía, pues no podía creer que ella tuviera parte en ese ruego. —Tío Geoff —empezó—, aprecio lo que dices pero… no puedo quedarme aquí. Mi trabajo… mis amigos… están en Londres. —Él no te pide que vivas aquí —interrumpió Maggie. Secó sus ojos con impaciencia y se puso de pie—. Todavía no puedes irte… no; no esta noche. No sería correcto, ¿qué diría la gente? Rachel se hastiaba de preocuparse de lo que la gente dijera o pensara. Ya hacía diez años desde que se fue del área y no le importaba lo que murmuraran o pensaran sobre sus acciones. Era la ventaja de vivir en Londres. Podía ir y venir a su antojo, sin

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tener que rendir cuentas. Se acostumbró a ser libre, sin compromiso, y si a veces encontraba su vida un poco vacía, era el precio que tenía que pagar por salvaguardar su independencia. —No creo que el quedarme por una noche más silencie las especulaciones — dijo al fin y miró a su tío—. Como dije, tengo un trabajo… —¿Una noche? —preguntó la tía irritada, y Geoffrey Barnes unió sus manos, nervioso, cuando tuvo que explicar a Rachel sus deseos. —Pensamos que pasarías aquí el fin de semana —aventuró esperanzado. —Hoy es martes, tío Geoff. ¡Son cinco días más! —Muy poco si piensas en lo que hicimos por ti —replicó amarga Maggie—. ¿Qué habrías hecho durante todos esos años si no te hubiéramos recogido? Esos años en que te dimos un hogar, y ahora no puedes disponer de cinco días para darnos a tu tío y a mí el consuelo que necesitamos… —¡Oh, tía Maggie! —Querida, no quiero que Rachel se quede porque nos deba algo… Rachel y su tío hablaron juntos, pero Maggie Barnes no se arrepentía. —¿Por qué no? Nos debe algo y si ese trabajo suyo fue tan importante para romper su matrimonio, entonces puede tomarse unos días libres cuando lo desee sin que toda la estación de televisión cierre. Rachel inclinó la cabeza. Todos sabían que la idea de que ella y Matt se habían separado porque a ella le ofrecieron un mejor empleo en Londres, era sólo un mito, pero era difícil revivir viejas penas y su tía lo sabía. Por eso lo usaba, porque sabía que Rachel no podía contradecirla, no con el cuerpo de Bárbara apenas enfriándose en su tumba. —Estaríamos agradecidos si pudieras quedarte —murmuró el tío Geoffrey y era evidente que se sentía partido entre su deseo de complacer a su esposa y el deber cristiano de ser justo—, sólo si lo deseas —añadió—. Quiero decir que comprenderemos si tienes que regresar a Londres. ¿Lo entenderían? Rachel dudaba de que su tía la perdonara si escogía lo último, pero pensó que, aun cuando los acontecimientos destruyeron los lazos familiares que debían existir entre ellos, nada podía alterar el hecho de que sus tíos le dieron un hogar cuando el padre de ella murió. —Está bien —accedió al fin y se sintió atrapada—. Me quedaré hasta el domingo, aunque tengo que llamar a Justin Harcourt. Él me espera de regreso en la oficina mañana por la mañana. —¿Justin Harcourt? —musitó desdeñosa la tía Maggie, recogió su bolso y sus guantes y se dispuso a salir—. ¿Qué nombre es ese para un hombre? ¡Justin! Supongo que será un intelectual de izquierda con cabello largo y sandalias… Escaneado por Lupita y corregido por Paris

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—No obstante, es mi jefe y tengo que llamarlo —respondió Rachel y evitó defender a Justin. El brillante editor de Network Sourheast no necesitaba defensa y ella no iba a seguirle el juego a la tía Maggie al mencionar los premios que él obtuvo por trabajos periodísticos o por los programas en los que ambos trabajaban sobre asuntos cotidianos del Reino Unido. —Puedes usar el teléfono de mi estudio —ofreció Geoffrey, más que aliviado ante la capitulación de su sobrina, y Rachel forzó una sonrisa. —Gracias. Haré la llamada ahora y luego tomará un baño si no te importa. Quiero refrescarme. Justin fue quisquilloso cuando ella le dijo que no regresaría a trabajar hasta el lunes. —Dijiste dos días, Rachel —le recordó y la chica pudo escuchar el tamborileo del lápiz contra el escritorio un signo del mal humor de su jefe. —Lo sé pero bueno… Bárbara era mi prima y no puedo dejarlos así. —¿A tus tíos? —Sí. —¿La tía y el tío que no intentaron verte en diez años? —Sí —asintió ella después de un suspiro. —¡Oh, Rachel! —Mira, las circunstancias alteran los casos, lo sabes. Y ahora que… Bárbara… Bárbara… —¿Está muerta? —No aquí —enmendó Rachel—. Justin, era su única hija y es natural que se sientan desposeídos. Justin guardó silencio un momento y luego dijo con rudeza: —¿Y planeas tomar el lugar de tu prima? ¿Ahora que Bárbara está muerta te sientes diferente sobre lo que sucedió entre ella y tu ex esposo? ¿Ya lo viste? Supongo que sí. ¿Es él parte de este súbito deseo de mitigar el dolor de tus tíos? ¿Acaso esperas también consolarlo? —¡No! —Rachel se enfureció—. No es verdad, nada… Tía Maggie sería la última persona que me querría viviendo aquí, y no me gustaría tomar el lugar de Bárbara. Mi hogar está en Londres ahora. Soy feliz allá. No necesito que metas esas ideas en la cabeza de Dan. Cinco días más y estaré de regreso, y eso es una promesa. —Estoy seguro de que nuestro inestimable productor estará contento de saberlo —remarcó Justin, seco—. Todavía no mencionas a Conroy. ¿Cómo lo tomó él? ¿O prefieres no decirlo?

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—¡Eres despreciable, Justin! —los dedos de Rachel se apretaron alrededor del auricular—. Matt… está deprimido, por supuesto —¿lo estaba? Ella no vio signos evidentes de eso—, y naturalmente que ya lo vi y le hablé. No fue gran cosa. Somos seres civilizados. —Está bien —para alivio de Rachel, Justin lo aceptó—. ¿Así que te esperamos de regreso el lunes por la mañana? ¿Brillante y temprano, de acuerdo? Sólo para el caso de que estemos inundados de correo. —Correcto —Rachel se despidió y colgó el auricular sin darse cuenta, hasta después, de que temblaba. Era ridículo, pues sabía que, pese a todo, Justin intercedería ante Dan Stern. No, la llamada a su jefe no era la causa de su nerviosismo. Ya estaba así desde el día anterior cuando se encontró con Matt y su hija, y la actitud de él hacia ella le confirmó que el pasado estaba literalmente ido y muerto. Sentada en la tina de baño, quince minutos después, se sintió más inclinada a desechar su aprensión. Después de todo, ¿qué eran cinco días más? Pasarían con rapidez si estuviera en Londres y tuviera que trabajar también el sábado. Y pasar unos pocos días en esos alrededores espectaculares, sería una ventaja. Siempre amó el escenario del Distrito del Lago y con seguridad podía ignorar el humor de su tía, si significaba tanto para ésta que se quedara. Y, aunque intentara evitarlo, el hecho era que les debía mucho a sus tíos. A menudo se preguntaba qué hubiera sucedido con ella si el hermano de su padre y su esposa no la hubieran recibido. Hacía veinte años las alternativas eran un hogar adoptivo o un orfanatorio, y Rachel se sintió aliviada cuando el señor Jennings, el ejecutor del testamento de su padre, le informó que viviría con sus parientes. Fue una experiencia intimidante el viajar al norte de Cumbria, donde vivían sus tíos, a quienes no conocía. A su padre le disgustaba su hermano y el señor Jennings se lo dijo a la joven. Su tío vivía una plácida existencia en la Iglesia mientras que su padre escogió ayudar a su prójimo de forma totalmente distinta. Después de graduarse como médico fue a África, donde dio el mejor uso a su talento. Se casó con la madre de Rachel, una enfermera que conoció cuando trabajaba en Nigeria, y durante los cinco primeros años la chica tuvo su hogar en Lagos. Entonces, una enfermedad intestinal de temporada, que prevalecía en el área, atacó a su madre y murió. Su padre, dolido por la pérdida, reunió sus cosas y a su hijita y se mudó a Inglaterra. Desde entonces hasta su muerte seis años después, nunca se quedaron en un lugar más de unos pocos meses. Él, que fue un médico consciente, empezó a beber y aunque Rachel era demasiado joven para entender lo que sucedía, pronto comprendió que su existencia nómada y la creciente dependencia alcohólica de su padre estaban enlazados.

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Sin embargo, cuando el murió ella estaba devastada Era todo lo que tenía y lo amaba mucho. También estaba asustada, pues aunque ya casi tenía doce años y se había encargado de los varios apartamentos y casas rentadas donde vivieron ella y su padre durante los últimos seis años, las autoridades no iban a permitirle vivir sola. Entonces fue cuando Percy Jennings, el abogado de su padre, llegó al rescate. Él localizó a Geoffrey y le informó de la muerte de Philip Barnes. Rachel no conocía a sus tíos, pero cuando le dijeron que le ofrecían un hogar, sintió un gran alivio. A pesar de la adicción de su padre, su experiencia de la vida familiar fue buena y aunque se sentía un poco aprensiva de viajar al unirte, nunca dudó de que sería bienvenida. Por consecuencia, fue una sorpresa encontrar hostilidad en su nuevo hogar, casi desde el primer día. Pronto fue evidente qué el sentido de responsabilidad de Geoffrey Barnes por su sobrina huérfana no era compartido por su esposa y su hija. A la tía Maggie le disgustó de inmediato y Bárbara la resintió. De su anticipación de formar una nueva vida con su nueva familia, Rachel se sumió en un caos de desesperación y los primeros meses que pasó en la Vicaría de St Mary fue el más desdichado período de su vida. Por supuesto, lo superó. Por algo era hija de su padre e hizo amigos propios que la compensaron por el desprecio de su prima. Y el tío Geoff siempre la trató con afecto, reconoció con franqueza. El problema era que siempre veía lo mejor de la gente y en particular en su familia y, por consecuencia, nunca supo de las injusticias que Rachel sufría: El agua se enfriaba; Rachel salió de la tina y se envolvió en una áspera toalla que la tía Maggie le había dado. Decidió no cavilar más sobre el pasado. El que estuviera en Rothside, en la vicaría donde todo había empezado, no era razón para recordar los acontecimientos que ya no tenían importancia en su vida.

Matthew caminó a los establos de mal humor. La mañana se inició mal y no mostraba signos de mejoría. La charla que sostuvo con su madre durante el desayuno tenía en parte la culpa. A ella le preocupaba Rosemary, por la forma en que él la había mandado a la cama la tarde anterior. Lady Olivia no tenía idea de la angustia que él sintió cuando encontró a su hija hablando con Rachel. Quería castigarlas a ambas, aunque, por supuesto, no pudo hacerlo, así que en cambio desquitó su ira con la niña. No estaba orgulloso de lo que hizo y se sintió terrible el resto del día. El ver de nuevo a Rachel fue más duro de lo que anticipó. Encontró que las heridas que pensó cicatrizadas, aunque no olvidadas, todavía eran vulnerables. Ella lo lastimó lo lastimó mucho…

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Desde luego que Lady Olivia sospechaba lo que estaba mal y por eso intervino. Y todo el tiempo, Matthew estuvo furioso por ello, aunque después reconoció que probablemente era lo más seguro. Sin embargo, su conversación de esa mañana fue igualmente mordaz. El que no mencionaran el nombre de Rachel no significaba que no estuviera en sus mentes. Para colmo, cuando intentó buscar a Rosemary a fin de hacer las paces y llevarla a Ambleside para pasar el día, de nuevo no podían encontrarla. Agnetha no mejoró el asunto al reportar que encontró tanto cigarrillos como fósforos en el dormitorio de Rosemary esa mañana. —Es una niña muy traviesa, ja —declaró y sonrió de forma contradictoria. Parpadeó y movió sus largas pestañas—. ¿Quiere que ayude a buscarla, señor Conroy? ¿Voy con usted, ja? ¿Nos ayudamos entre sí, no? —No. Matthew fue cortante, mas no tenía tiempo para el coqueteo de Agnetha. No era un hombre vanidoso, pero se dio cuenta de que durante los últimos seis meses la chica sueca esperaba atraerlo. Y por la forma en que lo miraba, él se convenció de que tarde o temprano ella tendría que irse. Lo aceptó cuando Bárbara estaba viva, ya que despedirla hubiera despertado muchas extrañas preguntas y su esposa hubiera estado más histérica. Ahora Bárbara se había ido y él no tenía razón para demorarlo. Fue sólo su impaciencia por encontrar a su hija lo que evitó que se lo dijera en ese momento. El lago yacía bajo un manto de vapor gris y, a pesar de su camisa tejida y su chaqueta, Matthew se estremeció. Sin embargo, era la época del año que más le gustaba, cuando los altos picos tenían una cubierta de nieve y abajo en el valle las campanillas azules formaban una alfombra. Había mucho color reflexionó reacio a distraerse de su gusto por la naturaleza. Jim Ryan, su caballerango, emergió del granero cuando su jefe entró en el patio El diminuto irlandés trabajó con el padre de Matthew antes de trabajar para éste y, aunque se acercaba a los sesenta años todavía era tan activo como siempre. —Buenos días, señor Matt —saludó el hombre, alegre—. Es un día triste. ¿Cree que sea buena idea salir? —Esperemos que sí —respondió Matt, molesto, y sus ojos buscaban por el patio y metió sus manos en los bolsillos mientras recorría los establos. —¿Quiere que le ensillemos a Saracen? —inquirió Ryan al percibir el humor de su jefe—. De seguro le agradará el ejercicio, ¿verdad? Matthew lanzó el aliento despacio y preguntó: —¿Está Rosemary por aquí? Pensé que estaría…

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—¿La pequeñita? —el irlandés frunció el ceño y movió la cabeza—. No, señor, no he visto a la damita esta mañana. ¿La busca usted? —Así es —Matthew inhaló, tratando de controlar su irritación. ¿Dónde demonios estaba? Debía saber que no podía vagar así. Y si no montaba su pony, ¿cruzaría el río hacia las cascadas de Rothside de nuevo? —¿Quiere que le envíe al joven Peter para ayudarlo? —preguntó Ryan y Matt movió la cabeza. —No —cortó y entonces comprendió que fue brusco y suavizó la palabra con una ligera sonrisa—. No, yo la encontraré. Gracias por tu ayuda, Jim. Ya te avisaré si hay algo que puedas hacer. Volvía hacia la casa cuando recordó que no le preguntó a Jim Ryan sobre los cigarrillos, aunque decidió que podía esperar. Además, era difícil que alguno de los chicos del establo no se los diera. Pensó que no se arriesgarían a ser despedidos por tan ridícula ofensa. No, Rosemary los obtenía en otro lado. ¿Dónde? Agnetha no fumaba, así que él no podía culparla. Quince minutos después estaba detrás del volante del Range Rover en camino a la villa. Nadie de su personal sabía dónde estaba Rosemary y él perdía la paciencia con rapidez. No podía evitar recordar el rostro de su hija cuando él le gritó la tarde anterior. Esperaba en Dios que no hiciera nada drástico como pedir una dejada a Penrith o Carlisle. Era suficientemente atrevida para hacerlo, y la ira de Matthew se mitigaba por la ansiedad. Estaba a mitad del camino por la orilla del lago cuando las vio. Como a dos kilómetros de las rejas de la finca, el camino bajaba hacia el lago y en el verano los turistas se estacionaban sobre el estrecho de playa y lanzaban sus deslizadores y balsas en las aguas bajas. Ahora era demasiado temprano para los vacacionistas, por lo menos entre semana, y la mujer y la niña que exploraban las rocas no eran conscientes de la observación a que eran sometidas. Por un momento Matthew casi se cegó por la ira al verlas juntas de nuevo. Entonces, sin pensar en lo que hacia detuvo el Range Rover con un redimido en medio del camino, y comprendió su error cuando un camión detrás protestó de forma ruidosa con la bocina. Matthew levantó una mano para aplacar al conductor y llevó el coche hacia el estacionamiento sobre la orilla del lago. En vez de llegar ante su hija y acompañante sin que se dieran cuenta, la estridente bocina atrajo la atención de ambas y, cuando él salió del auto, ya Rosemary parecía a punto de despegar. Fue la mujer quien tomó la iniciativa. Como si comprendiera los sentimientos de Rosemary, sujetó la mano de la niñita y se enfrentó a él con fría condenación en sus ojos verdes.

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—¿Tratabas de asustarnos? —inquirió Rachel—. ¿Era absolutamente necesario hacer tal ruido? No estamos ciegas y tarde o temprano te habríamos visto. Matthew apretó la mandíbula. —¡No fue mi culpa! —declaró entre dientes—. ¿Qué crees que soy? ¿Un tipo de espía? Estacioné el coche, eso es todo. Alguien más tocó la bocina. —El idiota que estaba detrás. ¿Puedo preguntar qué está sucediendo? —Rachel me enseñaba cómo jugar a “patos y patas” —intervino Rosemary con rapidez y era evidente que se sentía lo suficientemente segura para soltar la mano de Rachel—. Rachel dice que tú eras muy bueno. ¿Sí papito? ¿Me enseñas? Lo que dijo la niña le dio tiempo a Matthew para controlar su ira al encontrar a su hija con la mujer que él creía de regreso en Londres. —Eso no es importante. ¿Cómo te atreviste a salir de la finca sin mi permiso? — inquirió feroz, tomó el brazo de la niña y la atrajo hacia él—. ¿Te das cuenta de que he pasado la última hora buscándote? —¡Papito! —el grito de Rosemary fue doloroso, aunque Matthew no se daba cuenta de que la lastimaba. Sus propios sentimientos eran demasiado crudos y caóticos para prestar atención a los de su hija. —¡Por todos los cielos! —Rachel estaba impresionada por el comportamiento de Matthew, aunque éste apenas se preocupó por su reacción. —¿No se te ocurrió que la gente se preocupa por ella? —gruñó él—. Después de toda esa información sobre niños que huyen y que son recogidos por algún pervertido, tú le permitiste que se quedara contigo, indiferente a cualquier trastorno que pudiera causar. Ahora Rachel se tensó. —No puedes pretender que es la primera vez que lo hace —replicó consciente de la ansiosa mirada de Rosemary sobre ella, y Matthew exclamó: —¡Sea o no la primera vez, no te interesa! El hecho es que no te importó… —se interrumpió y corrigió—: No te importó que su ausencia creara pánico. Ya es bastante malo que tú la hayas encontrado sin… —¡Yo no sabía que la buscaban! —interpuso Rachel—. Y no tengo la impresión de que a ti en particular te preocupe dónde está. —¿Y tú qué sabes? —demandó Matthew cuando Rosemary se movía para liberarse—. Sé que has visto a mi hija en sólo una ocasión… —Dos ocasiones antes —lo corrigió Rachel con rapidez—. Hablamos ayer, ¿recuerdas? ¡Antes que la mandaras a la cama! Matthew estaba encendido. ¡Cómo se atrevía esa mujer a acusarlo de ignorar las necesidades de su hija, cuando ella nunca tuvo un hijo propio y era obvio que no

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sabía nada de niños! Rachel nunca quiso un hijo, recordó con amargura. Todos esos meses, cuando él esperó que se embarazara, ella había usado anticonceptivos. El recuerdo era doloroso, exponía un punto vulnerable. Entonces dio un paso hacia la joven, lo suficientemente enojado para causarle un daño físico, y al presentir la distracción de su padre, Rosemary eligió el momento para liberarse. Con un gesto en dirección de Rachel salió como saeta por la playa ignorando los iracundos llamados de su padre y se escurrió entre los árboles que bordeaban la playa en ese punto. Siguió un momento de tenso silencio mientras ambos observaban la huida de Rosemary, y cuando Matthew intentó seguirla, Rachel se cruzó en su camino. Fue algo valiente, tenía que concederle Matthew, aunque no estaba de humor para responder a gestos corteses. Rosemary le desobedeció y tal acción, en ese momento, fue la ignominia final. —¡Quítate de mi camino! —exclamó y empujó a Rachel a un lado sin apremio, pero ella era más ligera de lo que imaginó. El impulso la arrojó a la arena y la chica se golpeó la cabeza con una roca. —¡Demonios! Matthew olvidó seguir a Rosemary y cayó de rodillas al lado de Rachel, que era ahora una forma quieta. Le puso la mano en el cuello y sintió el pulso. ¡Oh Dios! Estaba inconsciente. Debió de golpearse más duro de lo que él imaginó y pudo causarse un daño irreparable; el pensamiento hizo que el corazón del hombre se acelerara, horrorizado. No se dio cuenta de que Rosemary regresó, hasta que ésta se hincó al lado de él. —Ella no… ¿no está muerta, verdad papito? —su rostro pálido se puso más blanco cuando lo miró y él le dio un abrazo impulsivo, tanto por alivio como para reconfortarla. —No, no está muerta —declaró, aunque tenía la boca seca—. Sólo… perdió la conciencia, es todo. Se golpeó la cabeza cuando cayó. Se recuperará en un minuto. —Cómo se cayó papito? —preguntó la niña animada por el despliegue de afecto poco acostumbrado, y Matthew suspiró. —Sólo… se cayó —no dijo la verdad. Se quitó la chaqueta y cubrió el cuerpo inanimado de Rachel—. ¡Dios, cómo deseo que abra los ojos! —¡Sangra! —explotó Rosemary de pronto y señaló el hilo de sangre que oscurecía as rocas junto a la cabeza de Rachel—. ¡Oh papito! Se va a poner bien, ¿verdad? ¿No va a morirse como… como mamita? —Espero que no —musitó Matthew, ausente; apenas se dio cuenta de lo que decía cuando movió la cabeza de Rachel para exponer una pequeña cortadura en la base del cráneo. Entonces comprendió lo que dijo, se estiró y apretó la mano de la

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niña—. ¡No, por supuesto que ella no va a morir! —repitió con más vehemencia que convicción—. Pero tenemos que llevarla con un médico y rápido. —No dejarás que muera, ¿verdad papito? —persistió Rosemary—. Ella me agradaba mucho y… yo creo que a ella le agradaba yo. —¡No digas agradaba! —Matthew se descontroló un momento y entonces levantó en brazos a Rachel—. Me gusta —corrigió a su hija—. En presente, no en pasado. Dudaba de que Rosemary entendiera, pero ella se apresuró a abrirle el coche. —En la parte trasera, Rosemary —la instruyó su padre y la niñita abrió la puerta de atrás—. Entra por el otro lado para sostener su cabeza durante el trayecto. El moverla ocasionó que la herida en la cabeza de Rachel volviera a sangrar y manchara la vestidura del coche. Matthew lanzó una última mirada a la joven y se forzó a entrar en el asiento del conductor y tomar el control. Le fue difícil concentrarse en lo que hacía cuando sus pensamientos estaban con la mujer que yacía inmóvil en el asiento trasero. “¡Dios querido!”, rogó en silencio, “que esté bien. Tú sabes que no era mi intención que esto sucediera”. Condujo directo a Rothmere, donde sería más fácil que el doctor fuera a verla. Su llegada a la casa causó conmoción y el asunto no mejoró al aparecer Lady Olivia cuando él llevaba a Rachel por las escaleras. —¡Matthew! —exclamó acusadora desde abajo—. ¡En nombre de Dios!, ¿qué sucede? —Watkins te lo dirá —respondió Matthew sin detenerse—. ¿Quieres pedir le a Agnetha un camisón para prestarle a Rachel? Tendré que quitarle el suéter y la chaqueta. —¿Pero qué sucedió? —exigió su madre, mas el hijo se había ido. Matthew con Rosemary ansiosa pegada a sus talones, desapareció por el corredor que conducía al ala oeste.

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Capítulo 5 Le dolía la cabeza. Fue el primer pensamiento de Rachel. Cuando se movió sobre la almohada sintió la presión de algo atado a su cabeza y al levantar una mano sus dedos encontraron la tela inconfundible de una venda. ¡Un vendaje! La cabeza le dolía, tanto que no tenía fuerza para levantarla. ¿Qué hacía ella acostada en la cama a mediodía y con un vendaje? No tenía sentido. Rachel no se puso el vendaje, ¿cómo llegó ahí? Por supuesto que sentía la cabeza como si estuviera fuera de lugar, ¿pero cómo sucedió? Entonces recordó. Al menos eso pensaba. Estaba en el lago y jugaba a “patos y patas” con Rosemary; y Matthew las encontró… Ante el pensamiento una ola de mareo la recorrió, y con dedos sudorosos apretó la manta que la cubría. Hasta la manta le era desconocida y cuando de nuevo abrió los ojos, comprendió que yacía en una cama ajena. El cuarto giró ante sus aturdidos ojos y luego, de forma increíble, supo dónde estaba. ¡Por supuesto que el cuarto había cambiado! Cuando ella lo usó, estaba decorado en tonos de crema y lila y el suelo estaba cubierto con un tapete Aubusson que ella seleccionó. Ahora las paredes estaban cubiertas de seda color durazno y el tapete era otro, pero nadie podía alterar las dimensiones del cuarto que Rachel ocupó cuando tenía dieciocho años. Estaba en Rothmere y lo reconoció incrédula. ¿Pero por qué se encontraba ahí? Frunció el ceño y trató de pensar. Estaba segura de que tenía algo que ver con Matthew y Rosemary. ¿La atacaría él por jugar con su hija? Sus esfuerzos por dar coherencia a sus pensamientos fueron coartados cuando la puerta del dormitorio se abrió. Rachel escuchó el ruido, mas no pudo mover la cabeza para ver quién entró. Se sintió tentada a cerrar los ojos y fingir que dormía. Existía la posibilidad de que se tratara de su ex marido, que fuera a ver cómo estaba, y no tenía fuerza para enfrentarlo; sin embargo, la figura que entró era la de una enfermera uniformada. —¡Ah, está despierta! —exclamó la recién llegada con evidente alivio. Se acercó a la cama—. ¿Cómo se siente? —Tengo sed —contestó Rachel—. ¿Qué hago aquí? —Primero lo primero —la enfermera era más joven que Rachel y muy atractiva. Pasó una mano bajo hombros de la paciente y la ayudó a beber—. ¿Está mejor? Debo decir que tiene un poco más de color. Rachel trató de ser paciente.

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—¿Por qué estoy aquí? —protestó—. ¿Qué sucedió? ¿Qué hora es? —ahora notaba que la pálida luz del sol se filtraba entre las cortinas medio corridas—. Mi tío se preguntará dónde estoy —se movió agitada bajo las manos tranquilizadoras de la enfermera—. ¿Alguien pensó en informar a mis tíos dónde estoy? —Por supuesto, por supuesto —la enfermera permaneció imperturbable—. Se le avisó a su familia dónde está. El señor Conroy se encargó personalmente de hacerlo y ellos vendrán a verla más tarde, después que el doctor Newman la examine de nuevo. —¿De nuevo? ¿Qué quiere decir? ¿Ya me examinó? —¿Que si ya la examinó? —la joven enfermera rió—. ¿No lo recuerda? Rachel tragó. —Es obvio que no —trató de no asustarse—. ¿Cuándo… cuándo me examinó el doctor Newman? —En el hospital —dijo la enfermera con firmeza—. En Penrith. ¿No re cuerda haber ido al hospital? Rachel hizo un ademán negativo. —Oh, bien… —la chica se mostró casual— no hay de qué preocuparse. A menudo sucede eso. —¿Qué sucede a menudo? ¿Qué me sucede? Por favor, ¡tengo que saberlo! —Vamos, no se inquiete —al fin la enfermera comprendió que Rachel estaba en realidad asustada—. Se cayó, ¿recuerda eso? Cerca del lago. Se golpeó la cabeza. —¿Cerca del lago? —Rachel dio masaje a su sien con mano temblorosa. Entonces todo llegó a ella. Hubo una discusión o discusión era una mala descripción del acalorado intercambio que tuvo con Matthew… En todo caso, él estaba furioso en parte porque no sabía dónde estaba Rosemary y en parte porque cuando la encontró estaba con Rachel. Y ella no ayudó al acicatearlo… ¿La golpearía? Pensó que hubo un momento en que esperó que lo haría, pero entonces… algo sucedió. Sí, eso fue. Rosemary huyó y cuando ella, Rachel trató de detenerlo para que no la siguiera, él la quitó del camino… —Ya lo recuerda, ¿verdad? —la voz ansiosa de la enfermera rompió sus pensamientos. Rachel asintió. —Casi todo —aceptó—, aunque no recuerdo para nada el hospital. ¿Me… llevó Matt ahí? —De hecho, no… —la chica se cortó de súbito cuando la puerta volvió a abrirse, en esta ocasión para admitir a un hombre delgado y vivaracho, con un fino bigote y patillas.

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¿Será el doctor Newman?, se preguntó Rachel, dudosa, y entonces sintió pánico cuando su ex esposo siguió al otro hombre dentro del cuarto. —La paciente está despierta, doctor —sin saberlo, la enfermera respondió la silenciosa pregunta de Rachel—. Recuerda lo que sucedió o casi todo. Y ya tomó un trago de agua. —Bien, bien —el doctor tomó el lugar de la enfermera al lado de Rachel y le tomó la muñeca entre sus dedos. Le sonrió al tomarle el pulso y entonces dejó el brazo sobre la manta—. Así que… señorita, señora Conroy, ¿cómo siente su cabeza? Consciente de que Matthew estaba detrás del doctor y escuchaba con atención, Rachel encontró difícil hablar. —Yo… lastimada —después aclaró su garganta para añadir—. ¿Cuándo puedo irme a casa? —Bueno, todavía no —declaró el doctor Newman con franqueza y lanzó una mirada a Matthew sobre su hombro—. Sufrió una fuerte contusión, señora Conroy. Recomiendo que permanezca donde está por lo menos las siguientes veinticuatro horas. Entonces veremos. —¿Veinticuatro horas? —Rachel estaba horrorizada—. No… puedo. —¿Por qué no puedes? Matthew habló por primera vez y rodeó al doctor para mirarla. —Porque ¡no puedo! —exclamó y miró al doctor y no a su ex esposo—. ¿Doctor Newman? —él asintió—. No sé qué le dijeron, pero tengo que regresar a Londres el domingo. —¿En tres días? —el doctor negó con la cabeza—. No lo creo, señora Conroy. —No, no en tres días —Rachel estaba confundida—. Hoy es miércoles… —Me temo que es jueves, señora Conroy —el doctor la corrigió con gentileza—. Estuvo inconsciente más de doce horas. —¡Doce horas! No, no pude estar… —Lo estuviste —dijo Matthew con menos vehemencia—. Créelo. Rachel podía sentir el cálido picor de las lágrimas tras sus párpados. No podía estar sucediendo. ¡No pudo haber perdido un día! No era posible. —Además de eso, perdió sangre, señora Conroy —el doctor Newman continuó firme—. Se hirió la cabeza y si el señor Conroy no la hubiera traído directo a Rothmere, habría sido mucho más serio. —No…

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—Me temo que sí —declaró el médico—. Su médico local logró contener el sangrado hasta que la ambulancia pudo salir de la enfermería y usted estaba en condición estable cuando llegó al hospital —Rachel no lo creía. —No recuerdo —murmuró vacía—. No recuerdo nada después de… —De que te tiré —terminó Matthew por ella—. No te preocupes. Le conté al doctor lo que sucedió. Todo fue mi culpa. —Me caí —señaló ella—. Tú no me tiraste. Yo tropecé, eso es todo. Yo… alguien me pisó un pie ayer por la tarde, quiero decir el miércoles… y debí torcerme cuando apoyé todo mi peso en él. —Si tú lo dices —dijo Matthew, tenso—. De cualquier forma, te quedas aquí hasta que estés recuperada por completo. Rachel quería protestar, quería decir que Rothmere era el último lugar donde quería estar y que nadie, mucho menos Lady Olivia, le darían la bienvenida. Y la tía Maggie estaría furiosa, lo vería como un intento deliberado por parte de la joven para meterse otra vez en la vida de Matthew. —Creo que el señor Conroy tiene razón —decía ahora el doctor Newman—. Las heridas de la cabeza no deben tomarse a la ligera, sin importar lo necesario que sea que regrese a Londres. Sería en extremo tonta de arriesgar su salud de esa forma. Mi opinión es que debe quedarse por lo menos un día más en cama y usted misma verá que levantarse no es tan fácil como le parece. —Yo… ¿podría regresar a la vicaría? —aventuró Rachel, aunque sabía lo poco práctico que sería. A la tía Maggie no le gustaría que se quedara en Rothmere pero tampoco la responsabilidad de cuidarla. —Simplemente no hay en la vicaría los medios que tenemos aquí —informó Matthew al doctor— y Rachel lo sabe. Imagino que se siente incómoda de quedarse aquí bajo las circunstancias. —¿Quiere decir porque su esposa acaba de morir? —sugirió pensativo el doctor Newman y Matthew asintió. —Por supuesto, pero también por nuestra… pasada relación. —Ya veo —el doctor asintió—. Estoy seguro de que bajo las presentes circunstancias, nadie podrá dudar de la honestidad de la presencia de la señora Conroy aquí. —No —Matthew inclinó la cabeza—. ¿Estás de acuerdo, Rachel? —Tengo… ¿tengo alternativa? —respondió tirante. Decidida, miró al doctor—. ¿Y… cuánto tiempo espera que estaré… inactiva? —Yo… —frunció el ceño— digamos que dos semanas. —¿Dos semanas? —Rachel casi chilló las palabras y él le sonrió.

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—Cuando menos. Lo siento señora Conroy, pero no debe tener ninguna presión mental por algún tiempo.

A la mañana siguiente, Rachel supo que el médico no había exagerado. Su fuerza, que pensó estaba dormida, simplemente la abandonó y era frustrante saber que se encontraba tan indefensa como un bebé. Hasta el sentarse para tragar el caldo de pollo que preparó la señora Moffat la hacía sentir débil y temblorosa, y no discutió con la enfermera, Linda Douglas, cuando insistió en que Rachel no saliera sola de la cama. —No se preocupe. Se sorprenderá de lo bien que se sentirá en unos días. Una vez que se recupere de la depresión, la fuerza le regresará con rapidez. —Así lo espero —Rachel sentía urgencia—. Tan pronto pueda, me gustaría regresar a la vicaría —imaginaba el jugoso escándalo que proporcionaba a las lenguas chismosas de Rothside. La enfermera no señaló cuándo podría Rachel dejar Rothmere, aunque ésta estaba decidida a hacerlo tarde o temprano. Con franqueza, regresaría a Londres a la brevedad posible, convencida de que podría recuperarse de igual forma en su propio hogar. Debía hablar con Justin antes del lunes. ¿Qué día era? ¿Jueves? No, viernes. Temía decirle que no regresaría cuando prometió. Como su tía Maggie, era probable que él pensara que, ella ingenió todo el asunto. Nunca debió contarle a Justin sobre su relación con Matthew. En la opinión de Harcourt, Matthew era un maldito egoísta que merecía todo lo que recibiera. Por supuesto que cuando ella relató toda la historia, luego de unos tragos al final de un día arduo y prolongado, no retuvo nada. Fue poco después de que se mudó a Londres, cuando se sentía traicionada y lloraba con mucha facilidad en esos días. Él se mostró muy compasivo y ella necesitaba un hombro sobre el cual llorar. Naturalmente, se recuperó. El problema era que Justin todavía recordaba lo perturbada que ella estaba entonces. Cuando Rachel le pidió permiso para asistir al funeral de Bárbara, al principio se lo negó. Sólo la determinación de ella de ir de todas formas cambió el juicio de su jefe, aunque los eventos subsecuentes sólo habrían de reforzar la impresión original de éste. El doctor Newman llegó para examinar a Rachel justo cuando la enfermera Douglas la ayudaba de regreso del baño. La paciente vestía el transparente camisón que la au pair de Matthew le prestó y Rachel se sentía muy expuesta. Esa sensación fue más bochornosa cuando Matthew siguió de nuevo al médico dentro del cuarto.

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Con las mejillas ruborizadas, Rachel se metió de prisa en la cama y tiró de las mantas para cubrir su tembloroso cuerpo. ¿Quién demonios pensaba Matthew que era al entrar sin anunciarse? No tenía ningún derecho de estar ahí. Él no era un doctor ni un amigo. Simplemente era el hombre con el que tontamente ella se casó una vez, y si no fuera por él, quizás ella no estaría ahora en esa ignominiosa situación. —Bueno —dijo el doctor Newman después que la enfermera arregló las mantas que Rachel desarregló—, ¿cómo se siente esta mañana? Rachel deseaba decir que mucho mejor. Quería anunciar que estaba bastante bien para salir de la cama y de Rothmere antes que sucedieran más desastres, pero no podía. —Cansada —admitió e ignoró la observadora revisión de Matthew—. Creo que no dormí bien anoche. —No —el doctor Newman no pareció sorprendido—. Le revisaré la cabeza. Quizá pueda hacer algo para que se sienta más cómoda. —Está bien —asintió Rachel y miró a Matthew. Como si percibiera la reacción de ella ante la presencia de su ex esposo, el doctor comentó: —Creo que sería conveniente que saliera, señor Conroy. Podrá regresar cuando hayamos terminado. Creo que la señora Conroy lo preferirá así. Hubo una pausa y Rachel pensó que Matthew iba a protestar, sin embargo, salió, no antes que Rachel notara que los ojos de la enfermera Douglas lo seguían. El quitar las gasas fue doloroso para Rachel, quien tenía la cara enterrada en la almohada. La joven apenas se dio cuenta del intercambio entre el doctor y la enfermera. No sabía qué tan grande era la herida, pero la sentía enorme y se preguntaba si le habrían rasurado la parte dañada. ¡Quería gemir! Las cosas se ponían peores. ¿Cuál sería su apariencia con una calva detrás de la oreja? ¡Si tan sólo no hubiera salido a pasear el miércoles por la mañana! Debió mantenerse firme e irse a Londres el martes por la noche, como intentaba, y apostaba a que la tía Maggie también deseaba que lo hubiera hecho. —Ya terminamos —mientras ella pensaba en otras cosas, renovaron su vendaje y el doctor Newman la ayudó a acomodarse en las almohadas con gentileza—. ¿Está mejor así? Debe decirme la verdad. Rachel parpadeó, ya que sus movimientos hicieron que su cabeza pulsara, aunque la sentía menos rígida. —Sí —murmuró—. Sí, la siento mejor —frunció el ceño—. No hay problemas, ¿verdad? —No realmente —el doctor Newman sonrió, pero a Rachel no le gustó la implicación.

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—¿No realmente? —repitió—. ¿Significa que lo hay? Me gustaría saberlo, doctor. Por favor, no me mantenga en suspenso. —No lo haré, créanme. Lo que pasa es que… bueno, las heridas de este tipo pueden tener complicaciones. —¿Qué tipo de complicaciones? —No es nada serio —le aseguró—. Es sólo una pequeña inflamación alrededor de la herida y para mañana habrá desaparecido. Por el momento, le pediré a la enfermera Douglas que le dé un antibiótico, sólo para estar seguros. ¿Está bien? —Si usted lo dice… —Sí —volvió a sonreírle—. Y ahora, debe descansar. Le diré al señor Conroy que no creo que usted deba recibir visitas por el momento. Rachel le agradeció su comprensión y cerró los ojos un momento. Cuando volvió a abrirlos, descubrió que ya era entrada la tarde y experimentó una sensación de pánico. Era atemorizante comprender que tenía poco control sobre sí misma. Miró a su alrededor y encontró que podía hacerlo sin el molesto dolor punzante que antes acompañó cada movimiento de su cabeza. Hasta pudo levantarse sobre las almohadas sin sufrir mareo, aunque el esfuerzo la cansó. Deseaba que la enfermera Douglas estuviera ahí para atenderla. Quizá se encontraba abajo charlando con Matthew, pensó Rachel con cinismo al recordar la reveladora mirada que le lanzó la chica. Matthew siempre tuvo ese efecto sobre las mujeres, recordó y se dio cuenta de que ese conocimiento aún tenía el poder de lastimarla. Suspiró frustrada, ya que en realidad no quería pensar en tales cosas. No debía importarle lo que Matthew hiciera o con quién. Ya no le pertenecía y si él encontraba atractiva a enfermera Douglas, ¿qué? Todo lo que ella quería era ir al baño y eso era más importante que especular sobre las actividades sexuales de Matthew. Recordó la recomendación de la enfermera de que no debía intentar salir de la cama sin ayuda y esperó que ella regresara, pero no lo hizo. Y la situación ya era desesperante. Estuvo a punto de golpear el suelo para atraer la atención, aunque sabía que ese dormitorio estaba en el ala oeste, lejos de los cuartos que se usaban de forma regular en la planta baja. Tendría que desobedecer, después de todo. Con debilidad empujó las mantas y deslizó sus piernas por un lado de la cama. Se mareó un poco cuando se enderezó, pero ya se sentía más fuerte que antes. Se sintió más confiada, probó su peso antes de pararse y entonces miró hacia la puerta del baño. Eran pocos metros, se dijo con firmeza y no estaba inválida. Todo lo que tenía era una cortada en la cabeza, nada más.

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Se alentó y soltó la cama para dar unos cuantos pasos. Con una mano sujetó el picaporte, como un salvavidas, y miró hacia la cama incrédula. ¿Había llegado tan lejos? Una fina capa de sudor cubría todo su cuerpo. ¡Dios querido! Esperaba que la enfermera Douglas pudiera ayudarla a regresar a la cama. No quería pensar en que tuviera que hacerlo sola. Fue un gran alivio lograr su objetivo y después se inclinó sobre el lavabo y bañó su rostro caliente con agua fría. Se sentía caliente y temblorosa al mismo tiempo y sus piernas parecían de gelatina cuando se enderezó para buscar la toalla. La puerta del dormitorio se abrió cuando Rachel volvía a poner la toalla en su lugar. El alivio que sintió fue tremendo, y se apoyó en el marco de la puerta para dejarse ver. —Estoy aquí —dijo cansada y preparada para que la enfermera se enojara con ella, pero no era Linda Douglas quien entró, sino Matthew. Ante la alta silueta, sombría y perturbadora en sus vaqueros negros y una camisa de seda que hacía juego, Rachel sintió algo como un golpe. Era la última persona que esperaba o quisiera ver en su condición actual. Se preguntaba cómo volvería a la cama ahora. ¿Por qué no había ido la enfermera Douglas? —No deberías estar fuera de la cama —comentó Matthew, dejó lo que llevaba en las manos y cruzó el cuarto hacia la joven—. ¿Dónde está la enfermera Douglas? ¿No sabe lo que haces? —¡No… no te acerques! —exclamó Rachel débil y levantó una mano temblorosa enfrente de ella. Acababa de recordar lo escaso de su vestimenta y aunque la modestia no era importante, todavía le quedaba el orgullo. Matthew ignoró la protesta, levantó a Rachel en brazos y la llevó de regreso a la cama. Entonces, después de acomodarle la cabeza sobre las almohadas, la cubrió con la suave manta. Ella tuvo que admitir que era un alivio, mas no le evitó la sensación de ira. Eso no debía suceder, pensó y lo miró frustrada. ¡Por todos los cielos, estaban divorciados! ¡Su segunda esposa acababa de morir! Sin embargo, Rachel aún podía sentir la fuerza de los brazos de Matthew y el calor de su cuerpo. —¿Ya estás bien ahora? —inquirió él cuando ella buscó un pañuelo para sonar su nariz. —Me las arreglaré —musitó Rachel y evitó mirarlo a los ojos. En cambio, se concentró en el arrugado pañuelo de papel que él tomó de su caja para ella—. De todas formas, ¿qué haces aquí? No sabía que por estar inválida en tu casa, tenías derecho de entrar en mi cuarto sin anunciarte. —Debías alegrarte de que lo hiciera —cortó Matthew y cruzó sus brazos frente al pecho, para controlar algún deseo latente—. ¿Qué hacías? Tienes agua en todo el frente del camisón.

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Rachel sintió que sus mejillas enrojecían y estaba furiosa. ¡Por los cielos! Ya era demasiado grande para ruborizarse. Con disimulo examinó su camisón y comprobó que él no mentía; se abochornó más, pues los lugares mojados del material se ajustaban a sus senos. Subió la manta todavía más arriba y dijo con tersura. —Lavaba mi cara y manos. No me di cuenta de que me mojé. Gracias por llamarme la atención sobre esto. —¡No seas ridícula! No puedo imaginar por qué no pudiste esperar hasta que la enfermera regresara. Parecías a punto de desmayarte cuando entré. —Pues no era así —Rachel sabía que era desagradecida pero no podía aguantar a Matthew ahora. —Si tú lo dices —las facciones de Matthew se endurecieron—. Pero, ¡por Dios!, deja de comportarte como si no te hubiera visto desnuda antes… —¡No estoy desnuda! —No. De cualquier manera, estuve casado por varios años y la forma femenina no me resulta una gran novedad, ¡créeme! Rachel lo miró con amargura y replicó: —¡Oh, sí! ¿Te importaría decirme qué haces en mi cuarto? Matthew suspiró y se volvió a recoger el objeto que había dejado cuando cruzó el cuarto antes. —Recogí tus cosas —declaró y dejó una pequeña maleta sobre la otomana al pie de la cama—. Creí que preferirías usar tu propio camisón —hizo una pausa y añadió —. Tu actitud me hace desear no haberme molestado. —¡Debías! —Rachel no sabía qué decir. El arrepentimiento luchaba contra la propia justificación y ganó el primero—. Lo siento. —¡Debías! —Matthew habló vehemente y luego, como si le diera el beneficio de la duda, movió la cabeza—. No fue fácil, lo sabes. No cuando le dije a tu tía por qué estaba ahí. Creo que deseaba que regresaras a Londres. Al estar tú aquí… creo que puedes adivinar lo que siente. —Y tiene razón —murmuró—. No debía yo estar aquí. —No tuviste mucha oportunidad —replicó Matthew seco—. Y fue mi culpa. Además, podemos comportarnos como adultos civilizados. No es como si pudieras lastimar a Bárbara con tu presencia aquí. —No —pero la referencia a Bárbara la incomodó. —Así que —continuó él—, ¿cómo te sientes? Maggie y Geoff vendrán a verte mañana. Tu… tío te envió sus mejores deseos.

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—Gracias —Rachel capturó sus labios entre los dientes. No deseaba verlos, mas no podía decirle eso a Matt. Encontraba sumamente difícil decirle cualquier cosa. —Me asustaste a morir —añadió él de pronto y el pulso de ella se apresuró al escuchar la violencia en su voz. Hasta ese momento la actitud de Matt no la hizo pensar que lo sucedido lo había afectado mucho—. Pensé que te había matado — continuó—. ¡Te asombrarías de cómo afecta eso a la mente! Rachel no podía dejar que continuara y, buscando algo que decir, pensó en la hija de Matthew. —¿En… encontraste a Rosemary? —preguntó como si él pudiera estar ahí si la niña estuviera perdida, y él frunció el ceño ante el obvio non sequitur. —Ella regresó. Lo creas o no, estaba preocupada por ti. —¿Lo estaba? —Rachel levantó los labios—. ¡Nunca lo creería! —No —los ojos de Matthew estaban fijos—. ¿Vas a decirme por qué? —No —Rachel suspiró—. Creo qué no, al menos no ahora. —Eso presupone que hablaremos de nuevo. —¿Y no lo haremos? —lo retó mirándolo a los ojos y vio que él sonreía. —Quizá —aceptó—, si eso es lo que deseas. —Estoy en tu casa, Matt. Lo que yo desee no importa. La sonrisa de Matthew desapareció. —No tienes que adoptar esa actitud, Rachel. Pensé que al fin empezábamos a comunicarnos. —¿Comunicar? Ayer… no, hace dos días, prácticamente echabas espuma por la boca porque yo jugaba con tu hija. —¡Esa es una exageración! —¿Lo es? Pensé que por eso estaba yo aquí. —¡Eso fue un golpe bajo! —gruñó Matthew. —Sí. Sí, lo fue —Rachel se movió un poco desesperada. Si no se iba pronto, iba a humillarse por completo al estallar en lágrimas. No quería que Matthew fuera bondadoso y considerado. Se sentía más a salvo cuando la miraba como ahora. —¿Así que no quieres verme de nuevo? —inquirió, rudo. Ella cerró los ojos contra el traicionero deseo que sentía de estirarse y tocarlo. —Yo sólo… pensaba que… estoy muy cansada —expuso sin firmeza—. Gracias… gracias por traerme mis cosas. Lo aprecio. —No hay problema —respondió Matt y el desapego en su voz era elocuente respecto a sus sentimientos—. Le diré a la enfermera Douglas que deseas descansar.

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—Sí… por favor. Rachel abrió de nuevo los ojos y durante un momento en que se le detuvo el corazón, capturó la cavilosa expresión de Matthew. ¡Y fue eléctrica! Las miradas que cruzaron no tenían que ver con su charla anterior. Había tal intimidad en ese intercambio que, a pesar del hecho de que ella estaba acostada, sintió que sus miembros inferiores se debilitaban. Entonces, él se fue tan rápido como apareció. Los párpados de Rachel descendieron y ella se quedó con la sospecha de que imaginó todo el asunto. Ilusiones, pensó amargada cuando se cerró la puerta detrás de él. ¿Pero por qué? ¿Por qué? ¿Por qué después de todos esos años tomaba ella en consideración que pudo cometer un error al huir de Matthew…?

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Capítulo 6 Rachel tenía diecisiete años cuando conoció a Matthew Conroy. Aunque hubiera deseado continuar en la escuela, su prima Bárbara, que era nueve meses mayor, dejó el colegio a los dieciséis y, naturalmente, se esperaba que Rachel hiciera lo mismo. Después de todo, no tenía dinero propio y no era justo que sus tíos llevaran la carga de su educación por dos años más. Así que, en vez de quedarse en la escuela, obtuvo un trabajo en Penrith y se registró en la escuela nocturna. Por supuesto que no siempre era fácil llegar a casa desde Penrith después de las clases, sobre todo durante los meses de invierno cuando los caminos a Rothside se cubrían de hielo o nieve. Ella estaba decidida a terminar el curso y el aliento de sus maestros compensaba cualquier menosprecio que recibiera en casa. Bárbara aún no tenía trabajo, ya que consideraba que el tipo de empleo con el que Rachel se conformó, era muy inferior. El encargarse de una caja en el supermercado no era algo que Bárbara consideraría y últimamente sus padres pensaban enviarla a una escuela secretarial particular. Mientras tanto, Rachel trabajaba duro para aprobar sus exámenes, lo que no siempre era fácil, cuando el supermercado cerraba hasta las ocho y ella tenía que ir a casa y analizar algunas de las obras de Arthur Miller. En las noches en que tenía clases, terminaba temprano, no iba a casa y asistía a clases a las siete. En consecuencia, durante esos meses de invierno se enfriaba hasta los huesos cuando salía de la escuela nocturna y sentía sus dedos tan helados que apenas podía sostener una pluma en ellos. Parte del tiempo iba a una cafetería, aunque había un límite de tiempo para comer una hamburguesa y un tazón de café y el propietario del negocio la miraba displicente. Una noche perdió el último autobús a casa. No fue su culpa. Inmersa en una discusión sobre los poetas de guerra, no notó que la nieve se acumulaba tras las ventanas de la escuela y no fue hasta que salió que supo lo que había sucedido. Por las condiciones del clima, el servicio de autobuses se suspendió y Rachel se quedó varada. Lo que era peor, todos sus amigos de la escuela ya se habían dispersado para cuando ella regresó de la estación de camiones. Luchaba por controlar el pánico que la amenazaba. Siempre había taxis, por supuesto, mas no tenía dinero para pagar uno. O podía caminar los aproximadamente diez kilómetros que había a Rothside, pero dadas las condiciones

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y el hecho de que estaba oscuro, esa apenas sería una alternativa y, sin embargo, ¿qué más podía hacer? Primero pensó que el hombre que salía de los edificios de la universidad era su maestro de inglés. Tan pronto Rachel se apresuró por el estacionamiento, comprendió su error. El señor Evans no era tan alto como el hombre que ahora se subía el cuello para protegerse del frío. Cuando la agitada respiración de la chica hizo que él volviera la cabeza y la mirara, ella vio que era mucho más joven que el profesor de inglés. Además, ¡lo reconoció! Hasta esa noche, lo que conocía de los Conroy se limitaba a las veces que los había visto en la villa. Aunque el tío de ella a veces visitaba la casa con un pretexto de caridad u otro, no eran en realidad visitas sociales. La tía Maggie nunca iba con él y las únicas invitaciones de Rothmere para la señora Barnes fueron para organizar la fiesta anual de la iglesia, que era tradición se efectuara en los terrenos de la casa. Todo lo que Rachel sabía de ellos, era lo que había oído, leído en los periódicos locales o por los chismes de la tía Maggie, que no siempre eran confiables. Reconoció a Matthew Conroy al instante. Unos meses antes, ella estuvo entre la multitud de mirones en la iglesia de la villa, cuando la hermana de él se casó con Gerald Sinclair, y como Matthew fue uno de los padrinos, fue muy visible. Su presencia causó mucha especulación en Bárbara y sus amigos, quienes lo consideraban el “rompecorazones” local. Y era agradable de ver, concedió Rachel, aunque en ese momento, la apariencia era lo que menos le importaba. Al descubrir que no era el señor Evans o alguien a quien pudiera pedirle dinero prestado para el taxi, se desilusionó mucho. —Yo… lo siento —trató de alejarse—. Creí que era alguien más. —¡Qué lástima! Matthew hizo un gesto y Rachel no estaba de humor para responder a su pulla. Se preguntaba si quedaría alguien en el edificio que pudiera ayudarla y ni siquiera se preguntó qué hacía él en la universidad. —Te conozco, ¿verdad? —las palabras de Matthew la tomaron por sorpresa, y lo miró incrédula. —¿Sí? —no le creyó. Estaba acostumbrada a los avances de los chicos y, aunque no se consideraba una belleza, sabía que los ojos verdes y el cabello rubio disfrazaban multitud de fallas. Matthew Conroy no era un chico sino un hombre y significaba complicaciones que ella no podía permitirse. —Sí. Eres de la vicaría —Matthew acortó el espacio entre ellos—. No eres la hija, eres la sobrina. —¿Cómo sabes eso? —inquirió Rachel, sorprendida.

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—Tengo ojos. Te he visto por la villa y tú también sabes quién soy yo ¿verdad? No finjas que no, porque puedo ver que sí. —¿Puedes? —Rachel quitó los copos de nieve de sus pestañas y pensó que era ridículo estar ahí parada charlando bajo la nevada. —¿Esperas a alguien? —Matthew buscó por el estacionamiento. —No —Rachel inhaló profundo. —¿Entonces qué haces aquí? Ya es tarde. ¿No deberías estar en casa? Rachel vaciló y entonces tomó la más importante decisión de su vida. —Perdí el último autobús a casa. No exactamente, es que se suspendió por el clima. Esperaba encontrar a alguien que me prestara para el taxi. Por eso estoy aquí. Supongo que tú no… —¿Es en serio? —el rostro de Matthew reflejó su cambio de humor. —Sí… —Rachel tragó. —¡Debes de estar loca! ¿Ibas a pedirle a un extraño dinero para el taxi? —¡No le iba a pedir a un extraño! —replicó—. Si tú no hubieras estado aquí, intentaba pedirle a mi maestro de inglés. Pensé que eras él, pero no te preocupes, estoy segura de que hay alguien más… —¡Espera! —como ella empezaba a alejarse, él la jaló de la correa del morral y la hizo volverse—. ¿Quieres decir que eres miembro de esta facultad? —Si preguntas si tomo clases aquí, entonces sí —le dijo indignada—. ¿Qué creías, que trataba de conquistarte? —¡Olvídalo! —replicó Matthew—. Yo te llevaré a casa. —No lo harás —Rachel estaba demasiado molesta para pensar bien—. No necesito tu ayuda, señor Conroy, y ahora, si me disculpas… —fue sarcástica. —¡No seas tonta! —Matthew enredó la correa en su mano. Lanzó una mirada a la nieve espesa y continuó—: ¿Qué te hace pensar que un taxista haría el recorrido a Rothside esta noche? Rachel apretó los labios. No quería mostrar lo preocupada que estaba, aunque él tenía un punto a favor. ¿Y si nadie aceptaba llevarla a casa? —¿Por qué desearías llevarme? —le preguntó al fin y él, presintiendo su conformidad, desenredó la mano de la correa. —¿Por qué no? Llámalo mi obra buena del día. Vamos, mi coche está por ahí. Ella lo siguió al auto y sus pies calzados con botas se movían con renuencia, a pesar de su tácita aceptación del ofrecimiento. Después de todo, lo que sabía de él era su identidad y era tan extraño como cualquier taxista. Y al menos al taxista le pagaría dinero por sus servicios. ¿Qué tipo de pago exigiría Matthew Conroy?

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El auto, un Mercedes de color claro, estaba estacionado en el lote de la universidad y por primera vez Rachel se preguntó qué haría Matthew ahí. A menos que tomara clases, reflexionó, aunque no era probable, puesto que se decía que él tenía un título de Oxford o de una universidad similar. —Entra. Mientras ella se preocupaba de los motivos de él, Matthew abrió el coche y entró y ahora le abría la puerta y la urgía a reunirse con él. Dentro del coche había cierto calor que la envolvió y ella se meció insegura mientras la nieve con sus espirales la rodeaba. No obstante que aún tenía reservas, la necesidad fue mayor que la discreción y, decidida, Rachel entró en el auto. Trató de cerrar la puerta pero no lo logró y Matthew se inclinó frente a ella para hacerlo él mismo. Por un momento, el músculo duro de su hombro presionó contra el pecho femenino y ella se sintió perturbada por las sensaciones que eso le provocó. Ninguno de los jóvenes con los que bailó en las fiestas de la iglesia o a quienes permitió que la besaran en el porche de la vicaría, había despertado sus emociones de esa forma. —¿Puedes ajustar tu cinturón? —inquirió Matthew y aseguró el suyo, y Rachel sintió que el rubor invadía de nuevo sus mejillas. —Ya me he subido en un coche antes —replicó más aguda de lo que ameritaba, pues estaba molesta por su reacción a él. —Está bien. Debía saberlo. No te gusta aceptar ayuda, ¿verdad? Encendió el motor y, poco después, Rachel se volvió hacia él para murmurar: —Lo siento. Matthew había dado marcha atrás y ahora, despacio, sacaba el auto del estacionamiento. —Sabes que no tienes que preocuparte. ¡Yo casi nunca me involucro con mujeres mayores! Por un momento Rachel no lo comprendió y luego se dio cuenta de que él trataba de calmarla y permitió que una suave risilla escapara. —Ni yo con hombres jóvenes —repuso y al fin se relajó. Hizo una pausa y añadió—: Aprecio esto, lo sabes, aunque no lo haya parecido. Pude haber llamado a la vicaría pero, bueno, no creo que el tío Geoff se hubiera sentido feliz de salir en una noche así. ¿Y quién iba a saber que suspenderían el servicio de autobuses? Nunca se sabe, tal vez no esté nevando en Rothside. Siguió un largo silencio y Rachel se preguntaba ansiosa lo que él pensaba. Lo último que deseaba era implicar que sus tíos no se preocuparían de su llegada a casa. Era verdad, en el caso de la tía Maggie, mas nunca lo diría. Algunas cosas eran demasiado personales para compartirlas.

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Volvió la cabeza y miró por la ventana la nieve que caía. El coche era un capullo cálido en un mundo blanco y frío. Se preguntaba cómo sería tener un coche así y decidió que, en su mundo, la gente siempre sería más importante que sus posesiones. Había bastante tránsito en Penrith, pero cuando llegaron a la carretera de dos carriles que conducía a la autopista, los coches que pasaban eran pocos y distanciados entre sí. —Es una noche espantosa —comentó Matthew al fin cuando Rachel estrujaba su cerebro para pensar algo que decir, y asintió aliviada. —Tú… tal vez tenías razón sobre el taxi —murmuró y colocó su morral de forma más cómoda junto a sus pies—. No sé qué habría hecho si no te hubiera encontrado. ¿Crees que me habrían dejado dormir en la estación de autobuses? Después de todo, no fue mi culpa que cancelaran el servicio. Matthew la miró y la luz que entraba por las ventanas dejó ver sus facciones pensativas. En realidad, era un hombre muy atractivo, pensó Rachel con los ojos fijos en esa cara delgada. Su piel era oscura y aunque la joven adivinaba que él se había afeitado antes de salir de casa esa noche, ya tenía una sombra que oscurecía su mentón. Y su cabello húmedo, que brillaba aquí y allá con los copos de nieve, parecería una maraña porque estaba demasiado largo, pero no. Rozaba el cuello de la camisa por detrás y caía sobre la frente en mechones desarreglados, y Rachel sintió la más ridícula urgencia de pasar sus dedos a través de él y arreglarlo hacia atrás del cráneo. —No creo que las compañías de autobuses trabajen así. A ella le tomó un minuto comprender lo que Matthew decía. Una ola de calor recorrió su cuerpo al darse cuenta de lo que pensaba y luchó para encontrar una respuesta antes que él notara que algo estaba mal. —¡Oh, bueno! Entonces hubiera tenido que buscar un hotel —musitó apresurada—. Me alegra que no tuve que hacerlo. —En especial sin dinero —observó Matthew, seco, y ella pretendió estar absorta en ajustar su cinturón—. ¿Qué curso tomas en la universidad? ¿Y no podrías faltar una noche? —él movió la cabeza—. Si yo fuera tu tío, creo que no te dejaría ir al pueblo por la noche. —Él no me deja —Rachel humedeció sus labios—, quiero decir que no voy al pueblo de noche. Yo trabajo en Penrith. Fui directo del trabajo a la escuela nocturna. Estudio literatura inglesa en el nivel A. Las cejas oscuras de Matthew descendieron. —Ya veo —vaciló—. ¿Y tus jefes te pagan los gastos? —¡Cielos, no! —Rachel casi reía ahora—. No creo que consideren importante que yo entienda a Shakespeare o la literatura del siglo veinte.

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—¿Por qué? ¿En qué trabajas? —Trabajo en un supermercado. Al menos lo haré hasta que pase mis exámenes. Matthew calló unos minutos, consideró las palabras de la chica y ésta se preguntaba qué pensaba él. Probablemente en que ella era muy diferente de las jóvenes con las que él se asociaba, decidió. En particular Cecily Bishop, con quien, según la tía Maggie, Matthew iba a casarse. —¿Y qué quieres hacer? —a Rachel le tomó un minuto comprender que él hablaba de su carrera. —¡Oh! Me gustaría trabajar en periodismo, mas las oportunidades de hacerlo no son muy buenas por aquí. No hay suficientes periódicos locales y hay docenas de gente con las mismas ambiciones que yo. Sólo en mi clase hay al menos otros cuatro que desearían trabajar en el periódico y cuando uno considera que los periódicos casi no admiten… Hablaba demasiado y lo sabía, pero no podía evitarlo. Temía revelar a Matthew que era muy consciente de él, y, al menos cuando hablaba, dejaba de contemplarlo con detalle. —Periodismo —repitió él. —Así es. Me gusta escribir. Es lo único en lo que soy buena —hizo una mueca— aunque es probable que tenga que cambiarme a Londres o algún otro lugar para encontrar trabajo. —¿Lo harás? La nieve caía más espesa ahora y Matthew accionó los limpiadores a mayor velocidad para mantener el parabrisas limpio. Requirió de toda su concentración distinguir el camino. Al acercar al lago, fue un poso más fácil. Cerca del agua, la nieve no caía tan pesada y su sombra oscura era una guía familiar en esa pradera blanca. Hasta Rachel pensó que ella encontraría el camino desde ahí y Matthew, quien nació en Rothmere, lo conocía mejor. —Ya casi llegamos —murmuró él cuando entraron en el camino privado que conducía a la finca Rothmere—. Tus tíos deben de estar preocupados por ti. ¿Crees que tu tío haya salido a buscarte? —No lo creo —respondió Rachel y sabía que, aunque el tío Geoff estuviera preocupado, la tía Maggie no le permitiría salir en una noche así. Además, discurrió de forma razonable, ¿qué objeto tenía que su tío se arriesgara a que dar varado por la nevada? —¿No? —ahora Matthew la miraba y ella se alegró de que no pudiera ver la oleada de calor que invadió sus mejillas.

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—No lo creo —repitió y evitó verlo—. ¡Oh, mira! Ahí está la iglesia. ¿No es bonita? Matthew lanzó una ojeada a la iglesia antes de detener el Mercedes ante las rejas de la vicaría. Cuando Rachel soltó el cinturón de seguridad y se inclinó para recoger su morral, él señaló quedo: —No me dijiste tu nombre. —¿Qué? —se apoyó en el asiento y lo miró aturdida—. ¡Oh! Rachel, Rachel Barne. Mi padre era hermano del tío Geoff. —Sí, conozco el parentesco —declaró Matthew—. Tu padre fue doctor, ¿verdad? ¿No tienes inclinación a seguir los pasos de tu padre? —No —Rachel movió la cabeza y evitó mencionar que aunque la tuviera, que no era así, no había forma de sufragar los años de entrenamiento que se requieren en esa profesión. Un breve rayo de luz sobre el sendero cubierto de nieve reveló que alguien espiaba a través de las cortinas de la estancia de la vicaría y Rachel adivinó que su tía escuchó el coche. Por supuesto que Maggie Barnes ignoraba lo que sucedía ante las rejas, pero cuando su sobrina apareciera, sumaría dos más dos. Rachel había planeado decir que tomó el autobús, como de costumbre. Se negaba a discutir la bondad de Matthew con su familia, ya que sabía cómo su tía y Bárbara podían reducir el acto más inocente a algo sucio. Ahora, al darse cuenta de que cuanto más tiempo estuviera en el coche, su tía entraría en más sospechas, alcanzó la palanca de la puerta. —Yo… gracias por traerme a casa —murmuró y adivinó que él también vio el movimiento de cortinas—. Probablemente salvaste mi vida. —¿Pero no tu reputación? —remarcó perezoso, confirmando así que vio el traicionero rayito de luz. —¡Oh! —Rachel levantó los hombros en un gesto despreocupado—. Estoy segura de que mis tíos te estarán agradecidos. —¿Sí? —Matthew pareció convencido y aunque el seguir ahí sentada hablando con él, era tanto agradable como excitante, la chica comprendió que también era peligroso, porque para ese hombre podría ser una diversión. Rachel presentía que para ella significaría mucho más. ¡Y eso era estúpido! —Debo irme —dijo y apretó el morral contra su pecho como para crear una barrera física entre ellos que pudiera proteger su inocencia. Porque ella era inocente comparada con él, y no tenía intenciones de engañarse al respecto. —Está bien. Él no objetó cuando ella abrió la puerta, ya que la nieve que caía hacía poco práctica una larga despedida. Se inclinó hacia el asiento del pasajero y dijo: Escaneado por Lupita y corregido por Paris

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—¡Buena suerte!

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Capítulo 7 Rachel pensó que esa sería la primera y única ocasión en que hablara con Matthew Conroy. Normalmente, sus senderos no se cruzaban y aunque ella descubrió las razones de él para haber estado en la universidad esa noche, pues fue un conferencista huésped sobre tecnología en computación, no imaginaba que eso se repitiera. Y si así fuera, la probabilidad de volver a encontrarlo era una en un millón. Aceptó la opinión de su tía de que ella lo forzó a ofrecerle llevarla a casa y que le causó gran bochorno a su tío. Maggie Barnes señaló que Rachel no debió ir a la escuela esa noche y quizá tenía razón, aunque nunca aprobó que su sobrina asistiera a clases nocturnas. Y eso fue todo, hasta que llegó la carta. El sencillo sobre blanco la esperaba cuando Rachel regresó de trabajar, una semana después. Tanto su tía como su prima tenían curiosidad sobre la misiva; aunque supusieron que era sobre el curso que tomaba y le permitieron abrirlo a solas, de lo cual se alegró cuando leyó el contenido. Era una invitación para una entrevista en los estudios de Kirkstone Television en Penrith. Si la entrevista tenía éxito, le ofrecían la oportunidad de entrenarla como recepcionista y con oportunidades de avanzar siempre y cuando adquiriera los conocimientos necesarios. Con dedos temblorosos volvió al final de la carta, convencida de que Matthew Conroy tenía que ver en eso, a pesar de que la firma le era desconocida. Su corazón palpitó con rapidez al comprender que él no la había olvidado. Su tía y su prima fueron pesimistas. No se dieron cuenta de que Rachel sospechaba que Matthew Conroy era responsable de la invitación y supusieron que un profesor de la escuela había arreglado todo. —Es obvio que él no tiene idea de lo difícil que es obtener trabajo, cualquier trabajo, en la televisión —remarcó Bárbara y arrojó la carta al sofá—. Es probable que conozca a alguien que arregló la entrevista para ti, pero eso es todo. Lo difícil es obtener el trabajo, no ser invitada a una entrevista. Rachel ya lo sabía, mas eso no impidió que su ánimo subiera. La idea de trabajar en televisión, aunque de forma humilde, era excitante y sus sueños de convertirse en periodista podían realizarse si tenía éxito y se unía al equipo de periodistas de la estación. Pasaron seis semanas antes que viera a Matthew Conroy de nuevo y para entonces ya era aprendiz de telefonista, en Kirkstone Television. Su entrevista tuvo éxito y durante las últimas tres semanas aprendía una variedad de habilidades necesarias en el trabajo. No lo encontró difícil, porque hablar con la gente nunca fue

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problema para ella. Cuando Matthew apareció, Rachel ya había ganado más confianza, debido en cierta forma a la ayuda para compra de ropa, que era parte de su salario. Aun así, cuando Matthew entró al área de recepción, la excitación de la joven al verlo de nuevo casi la dejó muda. Y más tarde, cuando la invitó a tomar un café con él, apenas pudo levantarse de la silla y seguirlo a la sala de Consejo. Por supuesto que fue un error involucrarse sentimentalmente con él, mas entonces Rachel estaba cegada a las posibles consecuencias de su locura. En lo que a Matthew concernía, su sentido común la abandonó y aunque sabía que estaba comprometido con alguien más, se convenció de que no hacía daño al ser amistosa. Después de todo, él había intervenido para que ella obtuviera ese empleo, se consoló a sí misma. Durante los primeros días en la estación supo que Matthew era un miembro activo del consejo de administración. En las semanas que siguieron, pronto fue evidente el interés de Matthew en ella, que iba más allá de una relación casual. Fue más obvio cuando la invitó a navegar en velero, pues en lugar de llevarla a una costa pública, la llevó a Rothmere. No necesitó la mirada de desaprobación de la madre de él para saber que ambos hacían algo imprudente y que aun cuando había pocos años entre ellos, la distancia en antecedentes era enorme. Fue mientras estuvieron en el bote que Rachel empezó a comprender en qué se metía. Matthew tenía sólo ocho años más que los diecisiete de ella, pero era inconcebiblemente mayor en experiencia y cuando la joven, tan inexperta, se tambaleó y cayó al fondo del yate, no hubo nada inmaduro en la forma en que él la levantó. Un minuto yació en el suelo del bote y, al siguiente, en los brazos de Matthew. De alguna forma, nunca supo cómo la camisa de algodón que llevaba se separó de la cintura de sus jeans y los dedos investigadores de Matthew tomaron completa ventaja de ese hecho para apresarle la cintura desnuda. —¿Estás bien? —inquirió ronco, su aliento cálido contra la garganta de Rachel, quien sólo pudo asentir—. Nunca me podría perdonar si estás lastimada —añadió y le apretó la cintura con manos posesivas—. Creo que debo examinarte, únicamente para aseguramos de que no hay huesos rotos. —¡Oh, no! ¡No es necesario! —casi se ahogó con las palabras, cuando descubrió que él sonreía. —Estamos demasiado viejos para jugar a doctores y enfermeras —comentó Matthew, aunque no hacía intentos por dejarla ir—, pero si quieres hacerlo no tengo objeción. ¿Quién será el paciente primero?

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Rachel no sabía qué responder y, al presentir su azoro, él le tomó las manos y se las llevó a los labios. Besó cada dedo y tocó cada yema sensitiva con su lengua, convirtiendo los huesos de la chica en agua. Entonces la soltó al darse cuenta de que iba demasiado lejos, pero ya demasiado tarde. Rachel no podía esconder sus sentimientos después de eso y, aunque presentía que Matthew no estaba tan involucrado, era obvio que se sentía atraído hacia ella. Por supuesto, la joven trató de ser sensata y hasta le preguntó sobre su prometida, de quien Bárbara le contó que había estado lejos, con sus padres, durante los últimos tres meses, pero Matthew siempre cambiaba de tema cuando ella mencionaba a Cecily. Y a pesar de que Rachel sabía que era tonto permitirle seguir con eso, el ignorar la verdad resultaba más cómodo. Cecily regresó de Australia a principios de junio, justo cuando los tíos de Rachel, y Bárbara, se fueron de vacaciones. Siempre alquilaban una cabaña en Exmoor por un par de semanas cada año y, aunque de costumbre Rachel iba con ellos, ese año no pudo hacerlo. Aparte de que le sería difícil obtener permiso cuando tenía sólo unos meses de trabajar en los estudios de televisión, sus exámenes de primer año en la universidad se acercaban y aunque el tío Geoff se mostró reacio a dejarla, su esposa e hija no tuvieron tal reserva. Bárbara puso en claro sus sentimientos la noche anterior a su partida. —Ahora veremos cuánto te dura el trabajo en Kirkstone —la retó al entrar en el cuarto de Rachel cuando ésta se preparaba para ir a la cama—. ¿Te dije que el coronel Bishop también es miembro del consejo? Imagina lo que sucederá cuando descubra que Matthew Conroy instaló a su última novia en recepción. Rachel permaneció callada, aunque la noticia de que el padre de Cecily estaba involucrado con Kirkstone Television no le agradó. Ya Bárbara y su madre sabían que Matthew tuvo que ver con el ofrecimiento de trabajo, y Rachel sufrió muchas acusaciones y discusiones que prolongaron su agonía. Esa noticia la convenció de que era una tonta al permitir que su relación con Matthew continuara. Como Bárbara le informó, ahora que Cecily estaba de regreso en casa, él ya no necesitaría a Rachel. Aunque la verdad era dolorosa, ella sólo fue una sustituta. Durante la primera semana que su familia estuvo fuera, evitó verlo; no respondió al teléfono cuando sospechaba que era él y pidió a las otras recepcionistas que disculparan su ausencia en cuanto veía entrar el coche de Matt en el estacionamiento. Ella era una chica agradable y la mayoría de sus contemporáneos, que en principio envidiaron la atención que Matthew le dispensó, deseaban ayudarla, aun cuando hubo excepciones. Chicas como Bárbara, que estaban celosas del éxito de Rachel, pero ésta podía aguantar sus pullas; de cualquier modo, no iban a durar mucho.

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Fue más fácil evitarlo en el trabajo de lo que pensó. Lynn Turner, quien trabajaba con Simon Motley, uno de los productores asociados del programa local Newsreel, estaba embarazada y sufría por las mañanas, por lo que necesitaba un reemplazo temporal. A todas las recepcionistas se les dio oportunidad de probar el puesto, pero como exigía tiempo completo, sin ventajas obvias, Rachel fue la única voluntaria y lo obtuvo. En consecuencia, a día siguiente se cambió al piso superior y compartió una oficina con Simon y su secretaria. La excitación de ser parte del programa de producción la ayudó a mitigar su dolor por la pérdida de Matthew. Su relación, si así podía llamársele, estaba terminada y los largos días del verano se extendían frente a ella, desolados y solitarios. No tenía idea de que lo extrañaría tanto y se alegraba de que sus tíos y Bárbara estuvieran lejos cuando luchaba por contener su pena. Sería humillante si supieran que lloraba todas las noches hasta dormirse. Por la mañana, disfrazaba sus ojos hinchados con maquillaje, antes que nadie en el canal de televisión la viera. El fin de semana fue peor. No había Newsreel los sábados y domingos y aunque la programación continuaba, ella no participaba. En consecuencia, el sábado por la noche su ánimo estaba en el nivel más bajo cuando Matthew llegó a su puerta. Rachel se preparaba una tostada con queso para cenar en la cocina y no oyó el coche. Después se dijo que debió verificar quién era su visitante antes de abrir precipitada la puerta, mas en ese momento no se le ocurrió. Fue un impacto descubrir al hombre que trastornaba su vida parado con el hombro apoyado contra el marco de la puerta. Ni siquiera tuvo tiempo de lamentar su aspecto antes que él se enderezara y la hiciera retroceder. Matthew cerró la puerta tras él y forzó a Rachel a seguir por el pasillo. Ella pensó que estaba enojado, mas eso no describía los sentimientos de Matthew en ese momento. Estaba furioso y ella retrocedió, presa del pánico. —¿A qué demonios crees que juegas? —demandó Matthew y la acorraló en la cocina, donde el queso de la tostada empezaba a quemarse. Rachel pensó que ese hombre era muy atractivo, aunque estuviera enojado. Era una noche cálida y él no llevaba chaqueta y su camisa azul marino estaba abierta en el cuello. No era un hombre velludo, mas tenía vellos en la base de su garganta que se rizaban sobre la camisa abierta y brillaban, por el calor. —No sé qué quieres decir —respondió ella y estiró la mano para rescatar su tostada, pero él le apartó el brazo. Apagó la parrilla y permitió que el humo del queso quemado ondulara por la cocina. Sujetó a Rachel de la muñeca, tiró de ella y la sacó de la habitación. Abriendo puerta tras puerta, encontró la estancia y arrastró a la joven, dentro; prácticamente la lanzó sobre el sofá.

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—Ahora —dijo parado frente a ella—, ¿vas a decirme que no me has evitado? Y no mientas. No soy un completo idiota. —Ni yo —replicó Rachel, trémula. —¿Debo entender algo de ese comentario? —inquirió, peligroso—. Rachel, te advierto, mi paciencia se acaba. O me dices qué sucede o… o… —¿O qué? —musitó ella y apoyó los codos sobre sus rodillas, acunando su ardiente rostro entre las palmas de sus manos—. ¿Qué puedes hacerme que no me hayas hecho ya? —¿Hablas en serio? —la respuesta de Matthew fue mucho más asombrada que violenta—. ¡Por todos los cielos! ¿Qué te he hecho Rachel? Pensé que éramos… amigos. —¿Por cuánto tiempo? Sabes muy bien que ahora… que Cecily regresó, ya no me necesitas. —¿Quién te dijo eso? —No necesité que me lo dijeran —Rachel no lo miraba—. Sabes que es cierto, así que, ¿por qué no lo admites? —No es verdad —con un apagado juramento, Matthew se sentó en el sofá junto a ella y la depresión de su peso causó que la chica se inclinara hacia él de forma automática. Cuando Matt le pasó un brazo por los hombros, ella se tensó y se apartó —. ¡Estás loca! —frustrado, la tomó de la barbilla y le levantó el rostro—. Tonta. No estoy interesado en Cecily. Te lo dije antes. ¿Es que acaso te resulta tan difícil confiar en mí? —Pero de todas formas vas a casarte con ella. —No, no lo haré. ¿Por qué no me crees? ¿Alguna vez te he mentido? —No lo sé —contestó Rachel, temblorosa. —Sí, lo sabes. El hecho de que yo no haya dormido contigo todavía, no significa que no lo desee. —De todas maneras, no te hubiera dejado. —¿No? —la mirada de Matthew cayó sensual sobre los labios femeninos y en el rápido movimiento de los senos—. Cariño, si eso fuera todo lo que yo quisiera; tú no podrías detenerme. —¿Por que eres tan irresistible? ¿Es eso? —Sólo estoy seguro de ti —corrigió, se inclinó y le tocó los labios con la lengua —. Deja de contenerte cuando no hay por qué, y no pretendas que no quieres verme o no seré responsable de mis acciones.

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—¿Y qué hay con Cecily? —persistió Rachel y se puso de pie—. Ni siquiera hablas de ella. Cuando menciono su nombre, cambias de tema. —¿No escuchas, verdad? —gruñó él y se incorporó también; se paró justo detrás de la chica—. ¿Qué quieres que diga? ¡Por todos los cielos, Rachel! ¡No lo hagas más difícil de lo que es! ¿Por qué no podemos seguir como estábamos? ¿Qué pasó que te hizo cambiar de opinión? —Cecily regresó —musitó Rachel—. Todos lo saben; es del conocimiento público en la villa. Dicen que ahora te casarás y especulan acerca de cuándo será. —¡Oh, Dios! —el ruego de Matthew fue sincero y ella se estremeció cuando él le puso las manos sobre los hombros—. Cecily regresó a Inglaterra desde principios de mayo El que no haya estado aquí en Rothmere no significa que yo no haya mantenido contacto con ella. Rachel se puso rígida, pero cuando trató de retirarse él no lo permitió y en cambio le masajeó los músculos tensos, que se negaban a relajarse. —Deja de luchar contra mí —le rozó el cuello con los labios—. Pregúntame por qué estuve en contacto con ella. No fue para arreglar una boda sino para todo lo contrario. —¿Entonces por qué regresó? —preguntó Rachel, inquieta. —Esta es su casa —respondió Matthew—. ¿A dónde más iría? Tú no eres la única que tiene orgullo… —hizo una pausa— y quizás ella espera que yo cambie de parecer. Rachel hizo un sonido de incredulidad, y movió la cabeza. —¿Por… por qué debo creerte? —¿Por qué no? —repuso áspero y sus manos se deslizaron sensuales por los brazos de la joven hasta los codos. Sus pulgares rozaron los senos y ella lo escuchó inhalar—. En cualquier caso, no deberíamos tener esta charla, por lo menos no todavía. Tú aún tienes un año más de estudios que terminar. —¿Qué tiene eso que ver con esto? —protestó Rachel y apenas se atrevía a creer lo que oía. —Lo sabes —musitó titubeante y entonces, como si perdiera el control de la situación, la atrajo hacia él—, trato de ser razonable. ¡No se cómo he podido evitar tocarte estos últimos meses! —sus manos se deslizaron por la cintura femenina y le acariciaban los costados de los senos—. No quiero que pienses que trato de apresurarte. Sólo deseo que sigamos como antes, antes que arruinaras esa semana perfecta de mi vida. —¿Y… y si yo no quiero continuar… como antes? —susurró convulsiva—. ¿Enton… ces qué?

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Matthew la atrajo aún más y la rodeó con los brazos. Por primera vez en su vida, Rachel sintió la excitación de un hombre y una sensación creciente de calor la llenó ante la comprensión de lo que ella le hacía a él. —No… no juegues conmigo, Rachel —dijo él con emoción en la voz—. El hacerme probarte que me deseas tanto como yo no es muy sensato, así que si quieres salir de aquí con tu virtud intacta, sería mejor que retiraras lo que dijiste. ¡Lo sentía! ¡En realidad lo sentía! El pulso de Rachel se aceleró y ahora ella actuaba por instinto. Se apoyó en el cuerpo masculino y tomó la iniciativa pasando sus manos por las costuras del pantalón de Matthew. —Quizá… no me comprendiste —murmuró y él tragó—. Cuando dije que no quería seguir como antes, no quise decir que no nos veríamos. Como tú lo mencionaste antes, es precisamente lo contrario. Entonces Matthew se estremeció y por un momento la apretó más. Pero como si el sentido común y su innato sentido de la decencia prevalecieran, retiró su cuerpo excitado de ella, aunque no mucho. Con sus manos, que no permanecían quietas, la volvió para que lo enfrentara, aunque mantuvo la distancia. —No comprendes… —empezó, mas ella lo interrumpió. —No. Tú no comprendes —replicó y le miró el sombrío rostro frustrado. Poco a poco bajó la vista por los planos del cuerpo viril y la detuvo sobre los muslos antes de regresar a enfrentar los ojos entrecerrados—. ¿Qué te hace pensar que necesito terminar la escuela antes de saber lo que deseo? ¡No soy una niña, Matt! —¿Aunque a veces actúes como si lo fueras? —repuso Matt y trató de aligerar la situación, mas ella no se lo permitió. —¿Crees que soy una niña? —persistió ella y arqueó las cejas. —No —aceptó ronco—. No te veo como una niña, pero eso no significa nada. Veo lo que quiero ver, como cualquiera. —¿Y… qué es lo que ves? —lo urgió y se inclinó hacia él. Matthew levantó su cabeza con las facciones tensas. —Yo veo… tentación —musitó y expelió el aire en un suspiro—. Rachel, vayamos a algún lugar a discutir esto. Te llevaré a un paseo si quieres. Hasta podríamos ir a Windermere y cenar. No querrás esa tostada quemada… —¿Por qué no podemos quedarnos aquí? Rachel habló con suavidad y lo dejó frío por un momento. —Sabes por qué —caminó enojado hacia la puerta—. Te llamaré mañana. Quizás entonces tengamos una conversación seria. —¡Oh, espera! —impulsiva, Rachel lo siguió y lo alcanzó antes que tuviera oportunidad de abrir la puerta. Deslizó sus brazos para rodearle la cintura por detrás

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—. ¡Matt! ¡Cariño! —respiró contra el cálido hueco de su espina dorsal y humedeció el fino material de la camisa. El aroma de la piel de Matthew era intoxicante—. No te vayas, por favor, no te vayas. Lo siento si te hice enojar, pero no sabes cómo me haces sentir. —¿No lo sé? —Matthew permaneció tenso—. Yo no apostaría. —¿Qué quieres decir? —las manos de Rachel se curvaron sobre la hebilla del cinturón y sintió que Matt se estremecía. —Quiero… ¡Oh, Dios me ayude! —se retorció para quedar frente a ella y la levantó en brazos con rudeza—. Digo que he tratado de luchar contra lo que tú me haces sentir —gruñó—. Pero un hombre no puede aguantar mucho y tú… ¡me vuelves loco! —Matt… —empezó a decir Rachel, insegura y temblorosa. Él no la dejó ir y le levantó la cara para besarle la boca en un impulso urgente. Los sentidos de Rachel nadaron al primer contacto de esos labios sobre los de ella. El hambre no disimulada de la caricia hizo que la sangre de la chica corriera espesa por sus venas, y no tenía experiencia que la preparara para la ansiosa respuesta de su propio cuerpo. Hasta ese momento no contempló la posibilidad de perder la cabeza, pero cuando él le deslizó las manos por la espalda, ella fue incapaz de oponer alguna resistencia. Ni siquiera deseaba hacerlo. Cualquier restricción latente se eclipsó por la necesidad poco familiar que rugía dentro de ella. —¡Oh, Matt…! —suspiró cuando él interrumpió el beso para buscar el pulso palpitante del cuello. —No… no me pidas que me detenga —le dijo inquieto y con un estremecimiento su boca buscó de nuevo la de ella. La lengua de Matthew perpetró una íntima invasión y las rodillas de Rachel se volvieron de gelatina. —Te advertí —le dijo él al oído. Puesto que los brazos de Matthew eran su único soporte, ella lo abrazó con fuerza. —¿No ni estoy quejando, verdad? Con un sonido de desesperación, él la recostó en el sofá y silenció con su boca cualquier protesta. Le metió las manos debajo de la camiseta, buscando el broche del sostén. —Espera —con su mano temblorosa, Rachel abrió el broche entre sus senos y Matt suspiró satisfecho cuando acarició el pequeño montículo.

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—¡Eres bella! —gimió y enterró el rostro en medio de los senos y ella se estremeció, incontrolable—. ¡Muy bella! —su pulgar rozó el sensibilizado pezón—. Y… te deseo, aquí… y ahora. —Yo también te deseo —no estaba segura de lo que significaba su admisión, aunque sabía que no podía dejarlo ir. —¡Oh, Rachel! —musitó Matthew y se colocó sobre ella—. No debíamos hacer esto; lo sabes, ¿verdad? —Sé qué deseo —respondió, consciente de la posición de él. —¡Dios! —gimió Matt y con lenta deliberación le quitó la camiseta. Con facilidad dispuso del sostén y, mientras tanto, ella yacía debajo de él, vulnerable y expuesta de la cintura para arriba—. ¿Soy un completo bastardo? —No, creo que no —suspiró ronca—. ¡Oh Matt, bésame! Por favor… Y él lo hizo, pero los botones de su camisa se enterraban en los senos de Rachel, quien protestó. Él le tomó las manos y la hizo desabotonarlos. —Tú hazlo —le dijo contra su boca y con dedos temblorosos ella obedeció. Bajó la camisa por los hombros hasta que él pudo quitársela. Entonces, Matt volvió a ella ahora la tenue cubierta de finos vellos oscuros en su pecho era un contacto atormentador. Pero no era suficiente. Aun en su inocencia, Rachel sabía que no estaría satisfecha hasta que no hubiera ropa entre ellos. Quería sentir las piernas de Matthew contra las suyas, sus costados, sus muslos, los planos de su estómago… Por instinto sus manos buscaron la hebilla del cinturón y él se levantó sobre sus rodillas para facilitarle la tarea. Al mismo tiempo, él le desabotonó el pantalón y bajó la cremallera. Entrecerró los ojos cuando vio las breves bragas y no pudo evitar acariciarla. Estremecida, iba a detenerlo con las manos. Él, consciente de la inexperiencia de Rachel, bajó el cierre de sus propios pantalones y los deslizó hasta las rodillas. Rachel ya no podía mirarlo. —Relájate —le indicó él y se inclinó hacia la joven, quien se sacudió, in controlable cuando él prendió un tenso pezón entre sus labios. Una ola de calor la recorrió. ¡Dios querido! ¿Qué hacía él? Ella abrió los ojos, pero la vista de él succionando su seno le envió otra oleada de calor por sus puntos más sensibles. Rachel sintió que él le quitaba los jeans y las bragas y ella lo ayudó. Ahora lo sentía ardiente contra su muslo y Matt deslizó una pierna entre las de ella.

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—¿Estás bien? —murmuró, sin dejar de besarla. Cuando al fin la poseyó, con su lengua silenció el grito que voló a los labios de Rachel—. Está bien —susurró—. Te amo y cuando la gente se ama, ¡esto es la cosa más maravillosa del mundo!

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Capítulo 8 Y así fue. En parte temía comportarse como una tonta y esa noche Rachel descubrió su verdadera sexualidad. Reconocía que Matthew fue un buen maestro, y algunos hasta podrían decir que fue un maestro experto, pensó con amargura. Cualquiera que haya sido la razón, fue gentil con ella, a pesar de la inexperiencia de la chica. Matthew sabía lo que ella sentía y en vez de poseerla con fuerza, que era lo que deseaba hacer, según confesó después, despacio le devolvió la confianza. Permitió que los palpitantes nervios de Rachel se calmaran. Acarició y frotó sus senos, besó sus pezones y a veces tomaba la areola completa dentro de la boca. De forma gradual, la llevó a un trémulo estado de espera y sólo entonces empezó a moverse dentro de ella. Ella creyó que sería doloroso, pero no lo fue. Su cuerpo estaba listo para el de él y cuando Matthew encontró su ritmo, los músculos de ella se apretaron convulsos. —¡Oh, Dios! —lo escuchó susurrar mientras ella lo sujetaba de los hombros y enterraba las uñas en la piel húmeda—. ¡Dios, Rachel eres hermosa! No luches contra esto, cariño. Vamos, déjate ir…

El recuerdo de ese momento, cuando sus cuerpos de forma simultánea lograron la satisfacción sexual, aún tenía la fuerza de conmoverla y Rachel, inquieta, se movió entre las sábanas de seda. Ningún otro hombre la llevó a probar esa perfección y aunque tuvo amigos, no tuvo otro amante. Naturalmente que su matrimonio fue objeto de cotilleo en la villa y sus alrededores. Que Matthew Conroy, heredero de la finca Conroy, eligiera a una recepcionista de dieciocho años como esposa, fue un escándalo y entre sus más grandes perpetradores estuvo la misma tía de Rachel. A pesar de todo, se casaron y fueron muy felices, por algún tiempo. Para empezar, Matthew fue muy comprensivo con los exámenes finales de la chica y su deseo de continuar en Kirkstone Television. El plazo inicial para ayudar en la producción de Newsreel se amplió cuando Lynn Turner se fue para tener a su bebé, y la eficiencia de Rachel era tal que Simon Motley le ofreció empleo de tiempo completo como investigadora asistente. Por supuesto que tuvieron problemas como todos los recién casados. El hecho de que la madre de Matthew todavía viviera en Rothmere fue un continuo dique de contención y Lady Olivia no perdía oportunidad de criticar a su nuera. Ellos se

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desentendieron de las dificultades y continuaron deleitándose uno con el otro en vez de hacer caso a las interferencias de la gente. Y ese fue el aspecto de su relación que los mantuvo juntos por tanto tiempo, reflexionó Rachel. Superaban los problemas con el frenético calor de su amor. No tenían suficiente uno del otro, recordó ahora. No era extraño que Matthew llegara a la estación a la hora de la comida y ambos se encerraran en la oficina del director. Así que resultó lógico que cuando llegó el rompimiento, éste afectara en gran medida los sentimientos de la joven. ¿Cómo olvidar el horror que sintió al descubrir que Matthew le era infiel? ¡Y con la prima de ella! Rachel siempre supo que Bárbara le tenía envidia. Después de su matrimonio, su relación con los Barnes no mejoró y visitar la vicaría era siempre una situación traumática. Naturalmente que Matthew la acompañaba y, como el tío Geoffrey apreciaba ese gesto, nunca sugirió lo contrario, aunque era difícil ignorar el comportamiento de Bárbara con Matt, ayudada e inducida por Maggie, cuyo resentimiento coloreaba todo lo que decía. Para Rachel, el observar a su prima sonreír y abanicar las pestañas cada vez que Matthew decía algo, fue una experiencia chocante. Y, aunque a veces él molestaba a Rachel diciéndole que estaba celosa, la malicia de las acciones de Bárbara inspiró un temor indefinible a la chica. Ya tenían más de dos años de casados y a Rachel le ofrecieron la oportunidad de trabajar frente a las cámaras, cuando Matthew decidió que era tiempo de iniciar una familia. La idea surgió, lo sabía Rachel, de una charla que la tía Maggie instigó. Aunque la señora Barnes no tuviera deseos de que ellos cimentaran su relación con el advenimiento de un hijo, sus comentarios fueron provocativos. Ella sabía, lo mismo que los demás, que Rachel empezaba a progresar en Kirkstone Television. Matthew siempre fue generoso al alabar los logros de su esposa y no hizo secreto el hecho de que le ofrecieron la oportunidad de copresentar un programa nocturno. Sin embargo, no fue inmune a las disimuladas calumnias sobre su masculinidad, y la sugestión de la tía Maggie de que quizás el trabajo de Rachel no fuera compensación por no tener niños fue observación suficiente para remover su sensibilidad. Y aunque él reconoció que los comentarios de Maggie fueron deliberadamente crueles, el asunto quedó oculto para enraizar. Tanto que tuvieron su primera discusión sobre la negativa de Rachel de considerar tener un bebé y cuando él arrojó las píldoras anticonceptivas al excusado, ella pasó varias noches en otro cuarto. Esa discusión pasó, pero no fue la última. Cuanto más popular se volvía Rachel en los estudios de televisión, más decidido parecía Matthew a que renunciara. Él sabía que no volvió a tomar la píldora después de su reconciliación, pero persistía en molestarla, y poco después la chica descubrió que su tía Maggie atizaba la ira de Matthew. Y con toda franqueza, Rachel no se oponía a la idea de tener un bebé. Se oponía a la arrogante presunción de Matthew de que él podía gobernar la vida de ella. Sin

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embargo, los meses pasaron y ella no concebía; tenía que enfrentar la posibilidad de que quizá no pudiera. Fue una época traumatizante y aun su éxito como presentadora en la televisión no podía atenuar su infelicidad. De estar decidida a no tener un hijo pasó a desear uno con desesperación, y todo sin el apoyo de Matthew o sin su conocimiento. Entonces fue que Bárbara empezó a visitarlos para ayudar a Matthew. Como director de varias otras compañías, además de Kirkstone Television, era un hombre ocupado y fue sugerencia de la tía Maggie que Bárbara lo auxiliara como secretaria de medio tiempo. Ella no tenía nada que hacer, ya que todavía no encontraba empleo, y la tía Maggie dijo que él le haría un favor al proporcionarle experiencia. Por supuesto que Matthew contaba con Patrick Malloy para hacer la mayor parte del trabajo secretarial, mas no podía negar que otra mecanógrafa le sería útil. En consecuencia, Rachel llegaba del trabajo muchas noches para encontrar que su esposo y su prima compartían una bebida en la biblioteca, y aunque Lady Olivia tampoco aprobaba la situación, no había nada que pudiera hacer. Por su parte, las manos de Rachel estaban atadas. No podía pedirle a Matthew que despidiera a su prima cuando ella no podía sustituirla. Y era incapaz de decirle que quería un bebé, si era obvio que no podía tenerlo. A pesar de su creciente hostilidad durante el día, por las noches su esposo la buscaba en la cama. Ese aspecto de su relación era satisfactorio, aunque hubo ocasiones en que Matthew se despreciaba a sí mismo por necesitar a Rachel. Y entonces, una noche, ella llegó tarde a casa. Demasiado tarde, recordó con amargura y se preguntó si aun así pudo haber salvado su matrimonio. Cuando llegó el daño estaba hecho. Y nada de lo que Matthew dijera o hiciera, la persuadiría de perdonarlo. Poco después de casarse, Matthew le enseñó a conducir y le compró un pequeño Peugeot deportivo para que pudiera transportarse. Rachel recordó que camino a casa pensaba que quizás esa noche concibiera. Lady Olivia no estaba, lo que no sucedía con frecuencia, y tendrían todo el lugar para ellos solos, lo que anticipaba con genuina excitación. Los doctores que había consultado opinaron que ella trataba demasiado de tener ese bebé, mas no comprendían lo que significaba para ella. No sabían que estaba en peligro de perder al único hombre a quien amaba. Tal vez esa noche tendría éxito, se decía ansiosa; si no, no sería su culpa. Pasaban de las diez cuando estacionó el coche frente a la casa y entró en ésta. La vista del coche de su tío estacionado en la entrada fue intimidante porque significaba que Bárbara todavía estaba ahí, y Rachel decidió que eso no la molestaría. Al entrar fue directo a la biblioteca, dispuesta a disculparse, si era necesario, por su demora. Pero no había nadie ahí. Unos vasos vacíos estaban sobre un escritorio y una botella vacía de escocés tirada bajo una silla.

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Su primer pensamiento, recordó, fue que habrían salido y, a pesar de que la idea no la atraía, era su culpa, ya que acostumbraba llegar a las siete y media y el que hubiera una falla eléctrica en los estudios, no era razón para no llamar. La situación entre ella y Matthew era tan volátil que Rachel encontró excusas para no fomentar la impaciencia de su esposo, y nunca se le ocurrió que eso precipitaría el desastre. Cuando salió, Watkins estaba en el pasillo y ella le preguntó si sabía dónde estaba Matthew. Él se mostró reticente, pero sus ojos culpables miraron al techo y, con creciente aprensión, Rachel corrió por la escalera. Escuchó sus voces antes de llegar a las habitaciones que ella y Matthew compartían. Oyó la risa de Bárbara y risillas de Matthew, así que cuando abrió la puerta estaba medio preparada para lo que encontró. ¡Mas la realidad fue mucho peor que lo esperado! Estupefacta, miró a su esposo medio desnudo, con el pecho descubierto, los pantalones enrollados en los tobillos, y las manos de la prima a punto de bajarle la ropa interior. Bárbara estaba casi decente, aunque su blusa desabotonada y su cabello revuelto hablaban de mayor intimidad. De los tres, ella era la que tenía menos que perder, la única que tenía algo que ganar. El cuadro quedó impreso en la mente de Rachel, quien se quedó ahí parada, mirándolos, sin vomitar, lo, cual fue todo un logro. ¿Cómo pudo Matthew hacerlo? ¿Su matrimonio llegó tan bajo que justificaba sus acciones? Porque no hubo vergüenza ni contrición en él; sólo un suave desafío. Después, Rachel se dio cuenta de que estaba borracho. No perdido, ni incoherente, sino fría y calculadoramente inmune a cualquier recriminación. Sólo parecía que no le importaba lo que ella pensara de él, y Bárbara estalló en lágrimas de cocodrilo, con más que alusiones de triunfo. No hubo discusión entonces. Eso fue a la mañana siguiente, después que Rachel pasó una noche sin dormir en el cuarto de huéspedes. No tenía idea de cuánto tiempo se quedó Bárbara o si todavía estaba en la casa, cuando bajó antes del desayuno. Matthew la esperaba en la biblioteca y el intercambio que siguió fue tan horrible como ella anticipó. ¿Qué podía esperar, le dijo Matthew, cuando era obvio que ella pensaba más en su maldito trabajo que en él? ¿De qué se quejaba si encontraba simpatía en otro lado? Su matrimonio de todas formas era una farsa, ya que ella no tenía intención de darle hijos. Hubo más en la misma vena, palabras enojadas y amargas que rompían el deseo de independencia de Rachel. Ella era una concha, le dijo él, una cosa miserable e inútil que se atenía a su pueril carrera porque era lo único en lo que era buena. Sólo porque estaban casados no había razón para que pensara que ella era indispensable. ¡Si él quería tener sexo con alguien más, lo haría, y al demonio con Rachel!

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La joven recordó que él salió de la casa después de eso y que ella apenas pudo subir por la escalera y preparar una maleta con ropa para los días siguientes. Entonces partió. No se llevó el coche; llamó un taxi y sólo Watkins vio irse a la afligida figura.

Lo irónico fue que Matthew la siguió. Ella nunca pensó que lo haría, pero lo hizo. Fue difícil para él encontrar la dirección del apartamento que rentó de forma temporal en Penrith; y una vez que fue evidente que ella no regresaría, él fue a buscarla. Era demasiado tarde. Rachel se negó a hablarle, se encerró y no respondió a sus llamadas. Por supuesto, eso no podía continuar. Su trabajo en los estudios se quebrantaba, y sabía que era cosa de tiempo antes que se viera forzada a dejar el área. Su tío fue a verla también, aunque tampoco tuvo éxito. Su comentario de que Bárbara estaba avergonzada por lo sucedido no era creíble, en particular cuando ésta no mostró remordimiento. Y cuando la tía Maggie fue a verla seis semanas después para decirle que Bárbara esperaba un hijo, Rachel no titubeó en buscar el divorcio. Pasaron días y semanas, que fueron peor que el purgatorio para Rachel, aunque al menos Matthew ya no la molestaba. Lo de Bárbara y los papeles del divorcio mataron al fin cualquier interés que tuviera en ella. Simon Motley le ofreció usar su influencia para conseguirle trabajo en Londres y Rachel brincó ante la oportunidad de dejar atrás esa miserable etapa de su vida. No estaba totalmente terminada. Una semana después de cambiarse a un apartamento de Kensington, Rachel enfermó por la noche. Doblada de dolor, no pudo hacer nada hasta la mañana cuando llamó a los estudios y explicó que necesitaba un doctor. Sangraba y pensó que sería su período, aunque nunca se sintió tan enferma antes. El doctor fue compasivo, pero no pudo ayudarla. Era demasiado tarde. Sufría un aborto y, como esperó tanto para llamarlo, no había nada que hacer.

Estaba destrozada con la noticia después de todo lo pasado. Durante varios días fue incapaz de hacer algo más que llorar y el doctor le aseguró que era una reacción natural, aunque ella sabía que no. Se culpaba y le llevaría meses, años, antes que pudiera aceptarlo. Sabía que encontrar a Bárbara y a su esposo borró cualquier consideración de su mente. Por mucho tiempo llevaría la carga por la pérdida de su bebé; era un niño perfecto, le dijeron cuando preguntó. El hijo de Matthew, lo único que hubiera salvado su matrimonio.

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Entonces fue que Justin la consoló y aunque su asociación había sido por corto tiempo, él la hizo sentir que al menos tenía un amigo en Londres. Fue poco después que le contó toda la historia, con todos sus horribles detalles.

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Capítulo 9 Rachel estaba sentada cerca de la ventana cuando escuchó un ruido junto a su puerta la mañana siguiente. Se sentía mucho mejor, no tan temblorosa como el día anterior, mas le costaba trabajo aceptar la opinión del doctor Newman en cuanto a que le tomaría días poder conducir de regreso a Londres. Al oír el extraño sonido como de papel estrujado, se levantó, caminó hasta la puerta y la abrió. Rosemary prácticamente cayó dentro del cuarto. Era evidente que estaba inclinada, posiblemente espiando por la cerradura, pensó Rachel. —Debemos dejar de vernos así —comentó cuando la niña se levantó y metió la bolsa de dulces en el bolsillo de sus jeans—. ¿Querías algo? Las mejillas de Rosemary estaban sonrojadas y casi parecía atractiva. Era su palidez lo que daba a su rostro esa apariencia enfermiza, pero ahora, con color en las mejillas y su cabello peinado en una apretada trenza, parecía bastante bonita. —Vine a ver cómo estabas —respondió cuando Rachel regresó a la silla. Rosemary la observó acomodarse en los cojines y entonces hizo un gesto—. Supongo que de nuevo fue mi culpa que te cortaras la cabeza. Vine a decirte que lo siento, que siento que te lastimaras. —Sí, yo también —murmuró Rachel; se apoyó en los cojines y se sentía ridículamente cansada para tan poco ejercicio—. No te preocupes, no fue tu culpa. Yo sólo tropecé… eso es todo. Pudo pasarle a cualquiera. Rosemary vaciló, mordió su labio y luego regresó a cerrar la puerta. —Papito estaba muy preocupado por ti —le confió y se acercó—. Creo que pensó que te había matado —añadió dramática—. Estabas ahí sobre la arena, sin moverte y entonces yo vi la sangre y él palideció. —¿Palideció? —repitió Rachel y medio deseaba que la niña se fuera para que ella pudiera dormir un poco; mas al lograr tan dudoso entendimiento con la niñita, no deseaba que resurgiera su hostilidad. Todo lo que Rosemary necesitaba era atención y Rachel se preguntaba cuánto hacía desde que alguno de sus padres se la dio. —Tú sabes —decía Rosemary—, como que… se hizo pedazos. Dice abuelita que fue por la impresión, pero yo creo que fue algo más. —¿Sí? —Rachel suspiró y miró a la niñita con cautela. Había veces en que Rosemary era perceptiva, y la joven temía revelar algo. —Sí —Rosemary hizo una pausa, volvió a sacar la bolsa de dulces y le ofreció uno a Rachel. Cuando ella negó, la pequeña tomó un chicloso y lo desenvolvió con

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aire de alguien que va a dar a conocer un secreto de estado—. Creo que mi padre estaba tan deprimido porque le gustas. —¿Le gusto? —Sí. Parecía enojado… —No parecía enojado, Rosemary, estaba enojado —le informó Rachel y luego añadió—: Más que nada porque no le dijiste a nadie a dónde ibas. —¡Oh, eso! —Sí, eso —Rachel miró reprobadora a la chiquilla—. Sabes que estuvo mal, ¿verdad? —A nadie le preocupaba antes dónde estaba yo —replicó y arrastró los pies sobre la alfombra—. Excepto a abuelita, a veces. —¡Oh Rosemary! ¡Eso no es verdad! —Sí es verdad —la niña fue inflexible—. Pregúntale a cualquiera. La señora Moffat dice que me permiten vivir como una salvaje. —La señora Moffat quizás hablaba… de cuando tu madre estaba enferma. Entonces nadie podía cuidarte y tu padre estaba muy deprimido… —No —Rosemary escondió las manos en sus bolsillos. —¿No qué? —la urgió—. ¿Mamita no podía cuidarte…? —No, ella nunca me cuidó —tartamudeó con amargura—. Siempre estaba muy ocupada para hablarme y papito nunca estaba aquí. Rachel jadeó. —Seguro que te equivocas, quiero decir, tu mamá se preocupaba por ti y tu… tu padre es un hombre muy ocupado. Rosemary no estaba convencida. —De todas formas, la señorita Seton me cuidaba —dijo—. Hasta que papito se deshizo de ella y contrató a Agnetha. —¿La señorita Seton? —Era agradable —la niña se relajó transformó sus facciones. Su parecido con Matthew nunca fue tan marcado y los músculos del estómago de Rachel se tensaron —. Quería que se quedara pero papito dijo que era demasiado vieja, y yo también para tener una nana. —Ya veo. —De todas formas, no necesito que alguien me cuide —aseveró Rosemary de pronto—. Yo puedo cuidarme, mejor de lo que tú puedes, me parece. ¿Por qué no le dijiste a papito que me perseguías?

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—¡Oh! —no era fácil responder y Rachel estaba cansada—. Digamos que es nuestro secreto —murmuró—. ¿Sabe él que compras cigarrillos en la tienda? —No. Pero sí sabe sobre los cigarrillos. Agnetha se lo dijo. —¿Agnetha? —Rosemary asintió. —Los encontró en mi dormitorio y me acusó. Papito estaba furioso, dice que me va a mandar a una escuela porque soy muy desobediente. Apuesto a que él fumaba cuando era chico, ¡y apuesto que abuelito no lo castigó! —No estaría tan segura si fuera tú —dijo Rachel, cuando se abrió la puerta y apareció la pequeña pero imponente figura de Lady Olivia. Rachel gimió ante la intrusión y Rosemary adoptó una pose desafiante, como si no debiera estar ahí, y quizá así era. Matthew no aprobaba que Rachel se relacionara con la niña y tal vez Lady Olivia tampoco. —Así que aquí estás —dijo la mujer mayor—. Pensé que tu padre te había advertido sobre volver a desobedecerlo. Vete de inmediato, Agnetha te espera y no te metas en los establos. El señor Ryan tiene órdenes de no permitir que te acerques a Marigold por lo menos en una semana. —Sí, abuelita. A Rosemary no le quedó alternativa y Rachel, al mirar las sombrías facciones de Lady Olivia, no pudo evitar pensar que ella misma habría actuado igual. Esperaba que la anciana no causara problemas. En ese momento, ella no tenía energía para defenderse. Le ofreció una sonrisa a la niña cuando salía, e hizo un decidido esfuerzo para reunir fuerza. Ella y Lady Olivia tuvieron muchas confrontaciones en el pasado, pero la joven nunca se sintió menos preparada para hacerlo. La anciana adivinaba eso y ya poseía una amplia ventaja. —Bueno, Rachel —decía ahora quo la puerta se había cerrado. Delgada y elegante, la madre de Matthew se sentó sobre la otomana y cruzó sus tobillos de forma aristocrática—. El doctor Newman me dice que te sientes un poco mejor esta mañana. —Sí, así es. Lamento ser una molestia. —No, para nada —la innata cortesía de Lady Olivia no le permitía ser ruda—. Sin embargo, debes admitir que es una situación extraña. —Sí —Rachel inhaló—. Puede estar segura de que tan pronto pueda, me iré. Lady Olivia no respondió; parecía que no encontraba las palabras, hasta que al fin comentó: —Parece que tuviste éxito con Rosemary. —Yo no diría eso —Rachel tragó.

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—Yo sí. No acostumbra hacer amistad con extraños. —No —Rachel se preguntaba qué debía responder a eso—. Supongo que tenemos mucho en común. —¿Lo crees? —Lady Olivia frunció el ceño—. No veo la conexión. No, no la vería, pensó Rachel y controló su urgencia de inmiscuirse en los asuntos de Rosemary. —Mi madre murió cuando yo era muy joven también —murmuró. —Ah, sí —la anciana inclinó la cabeza—. Pero las circunstancias eran diferentes y Bárbara estuvo enferma por algún tiempo. Ahora fue el turno de Rachel de aceptar sin responder. Temía decir algo que lamentara. —¿De qué hablaban tú y Rosemary? —preguntó la mujer mayor cuando se hizo evidente que Rachel no iba a informarle—. Disculpa, pero no pude evitar escucharte decir que no estarías demasiado segura de algo. ¿De qué? ¿Te pedía consejo? Rachel estuvo tentada a decirle que se metiera en sus propios asuntos, mas no lo hizo. Sólo Lady Olivia se atrevería a hacer tal pregunta y Rachel podía sentir cómo aumentaba su propia indignación. Sospechaba que cualquier equívoco de su parte, recaería en mayor castigo sobre Rosemary. —Ella… está preocupada de que su padre decida mandarla lejos a un internado —respondió después de un rato y la anciana frunció el ceño. —¿Y tú no crees que deba hacerlo? —En realidad no sé cuáles sean las intenciones de Matt sobre ella —respondió Rachel con cautela—, aunque creo que debe ser cuidadoso, ya que Rosemary parece una chica desconfiada. —¿Eso piensas? —Lady Olivia se enderezó. El titubeo de Rachel apenas fue perceptible. —Sí. —¿Y qué sabes tú de eso? —inquirió aguda la mujer y Rachel se dio cuenta de que había ido demasiado lejos al expresar su opinión—. No sabes nada sobre niños —añadió indignada—. ¿Sugieres que debo confiar en tu evaluación de las necesidades de Rosemary sobre la de mi hijo? —No, no, por supuesto que no —Rachel suspiró—. Lo que pasa es… bueno, tuve la impresión de que se siente… —se cortó en ese punto, pues iba a decir “descuidada”, pero después de la reacción de lady Olivia a sus palabras anteriores, se saltó la crítica. Se recordó que los problemas de Rosemary no tenían nada que ver con ella. El que sintiera simpatía por la niña no era razón para provocar el antagonismo de la madre de Matthew.

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—No veo cómo el desplegar artificios ante las masas te habilite como sicóloga infantil. ¿Cómo es que las mujeres que consideran el embarazo como una vocación anticuada se sienten capaces de decidir lo que es mejor para los descendientes de los demás? —Nunca dije eso. —¡Pero no dudas de que la crianza de Rosemary es inadecuada! —Sospecho… que ha tenido un trato injusto —Rachel lo admitió. —¿Un trato injusto? —Lady Olivia curvó el labio—. No es ni la mitad del trato injusto que le diste a su padre. ¿Cómo te atreves a impugnar sus intenciones cuándo tu propio comportamiento deja mucho que desear? Rachel gimió. El meterse en ese tipo de confrontación con la madre de Matthew era algo que esperaba evitar, y en su presente estado de inseguridad, en definitiva no estaba preparada para luchar. —Olvide lo que dije —murmuró y deseó que apareciera la enfermera Douglas para rescatarla—. Como dice, el asunto no tiene que ver conmigo. —Exactamente —Lady Olivia no estaba dispuesta a dejar las cosas así y Rachel sospechaba que había caído en las manos de la anciana al dar su opinión, pues los resentimientos largo tiempo enterrados sacaban sus horribles cabezas—. Es irónico que la mujer que se negó a tener un hijo de mi hijo ahora le ofrezca consejo, ¿no crees? —Yo no… —Rachel casi dijo las palabras y se ruborizó. —Tu no ¿qué? ¿No le ofreciste consejo? ¿O no te negaste a darle un hijo? ¡Oh, vamos, Rachel! No esperarás que alguien crea eso. —No me importa lo que crea —Rachel cerró los ojos—. ¿Le pide a la enfermera Douglas que venga, por favor? Me gustaría regresar a la cama.

Sus tíos llegaron a verla por la tarde. Para entonces, Rachel ya había tomado otra siesta y se sentía lista para una segunda ola de críticas. Sucedió que Matthew acompañó a sus suegros y ante el evidente disgusto de la tía Maggie, se quedó. En consecuencia, la charla fue menos vengativa de lo que pudo haber sido, aunque la señora Barnes no pudo resistir expresar su resentimiento porque Rachel aceptara la hospitalidad de Matthew. —Tienes un buen cuarto en la vicaría, Rachel —declaró con irritación—. No hay necesidad de que te impongas a… a los Conroy.

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—¡Ah, sí!, pero yo no soñaría con darles a ustedes ese problema —Matthew expuso antes que Rachel pudiera responder—. Sé lo mucho que tu esposo depende de ti y no sería justo esperar que además cuidaras a una enferma de todo. —Yo… bueno —la tía Maggie se quedó sin palabras—. Podría ser, pero… —Matt tiene razón, querida —Geoffrey Barnes entonó y obtuvo una malévola mirada de su esposa, que afortunadamente sólo Rachel interceptó—. Es muy bondadoso de ti, Matt. Maggie hace demasiado, yo siempre se lo digo. —Geoff… —Espero no tener que imponerme a nadie por mucho tiempo —interpuso Rachel—. Quizás en un par de días más… —Dejaremos que el doctor decida eso —declaró Matthew y sus palabras anularon cualquier sugerencia alterna. Rachel se preguntó por qué la defendía. —Creo que es lo más razonable —el tío aprobó, sin darse cuenta de la indignación de Maggie—. Es un consuelo saber que estás en buenas manos. —¿Y no crees que el hecho de que Bárbara haya fallecido recientemente haga la situación un poco cuestionable? —persistió la tía Maggie—. Quiero decir que todos saben quién es Rachel… ¡era! —Tía Maggie… —No creo que lo que los demás piensen sea de importancia —respondió Matthew, suave—. Y ahora, creo que debemos permitir que Rachel descanse. Eso es lo que el doctor recomienda y sé que estás tan ansiosa como yo de que recupere por completo la salud. Era una táctica inexpugnable y Rachel adivinó que su tía deseaba haber escogido otro método para recalcar el punto. En esas circunstancias, se obligó a conceder la derrota y Rachel suspiró aliviada cuando salieron. Cuánta ira, cuánta amargura, pensó cansada. ¿Nadie sentía compasión por ella? Después de todo, ella no fue la infiel. Insistió en levantarse para recibir a sus visitantes y ahora miraba reacia la cama. Las emociones acabaron con sus fuerzas y ninguno se dio cuenta del hecho. Hasta Rosemary fue una fuente inocente de confusión al decirle que Matthew estaba preocupado por ella. ¿Qué pudo Matt haber dicho para que la niñita pensara que a él le gustaba Rachel? Todo era demasiado oscuro e increíble, después de la forma como él se comportó en el funeral. Y ahora ella estaba muy cansada para buscar el sentido de las cosas.

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Capítulo 10 Al día siguiente Rachel se sintió capaz de vestirse. La asombró lo mejor que se sentía después de una buena noche de sueño y sus ansiedades ahora le parecían menos problemáticas. El doctor Newman hizo su visita cotidiana cuando ella terminaba el desayuno, sentada ante la mesita en el alféizar de la ventana. Después de examinarle la cabeza, el médico se pronunció satisfecho con los resultados. —La herida sana bien —aceptó la taza de café que Rachel le ofreció y se sentó frente a ésta—. Si esto continúa, reconsideraré mi estimación de dos semanas y usted podrá regresar al trabajo en diez días. —¿Diez días? —Rachel recordó que todavía no llamaba a Justin. No deseaba hacerlo y, después de la forma como él reaccionó cuando le pidió esos cuatro días, no se hacía ilusiones: estaría furioso, sobre todo cuando descubriera dónde se alojaba—. ¿Es esa su mejor oferta? —Me temo que sí y sólo es un diagnóstico provisional —la miró curioso—. Está muy ansiosa por salir de aquí, ¿verdad? —Tengo un trabajo que hacer —le recordó Rachel—, y presumo que no tendrá objeción en que regrese a Londres después de un par de días. —Si todo va bien —era evidente su reticencia—… digamos que consideraré la posibilidad a fines de la semana. Hasta entonces, me temo que tendrá que aceptar la hospitalidad de su anfitrión. —¿No cree que haya complicaciones? —aventuró Rachel. —No —el doctor inclinó la cabeza—, aunque eso no significa que no haya alguna, así que no espere demasiado. Sin embargo, puede salir, si se siente mejor, siempre y cuando esté bien cubierta y no haga demasiado ejercicio. —De acuerdo —Rachel lo miró cautelosa. —Bien —terminó su café y se puso de pie—. Y ahora, me temo que debo dejarla. Lamentablemente, los domingos son un día más en mi profesión. —Gracias por venir. —Fue un placer —le sonrió y caminó hacía la puerta—. No todos mis pacientes son tan accesibles, créame. Las lisonjas la compensaron un poco por la desilusión que sintió cuando el doctor no fue tan especifico sobre la partida de ella, y Rachel consideraba lo que él dijo cuando reapareció la enfermera Douglas. Había salido del cuarto mientras el médico tomaba su café, y ahora regresó para retirar los platos del desayuno.

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—El señor Conroy desea verla —anunció—. ¿Le pido que pase? —¿Está afuera? —Rachel retuvo el aliento. —No precisamente —la enfermera Douglas parecía un poco desconcertada—. Él… charlamos abajo cuando el doctor estaba aquí. ¿Le pido que suba? —¿Por qué no? —Rachel se sorprendió de que Matthew pidiera permiso, o quizá fue una excusa para hablar con la enfermera Douglas, reflexionó, preocupada de que le importara; y a juzgar por la actitud de la enfermera hacia él, no requería de una excusa verdadera. Matt entró en el cuarto y llevó con él el aroma de afuera. Con apretados pantalones de ante, metidos entre botas hasta la rodilla y una chaqueta de cuero negra, era evidente que había montado y Rachel le envidió su habilidad de parecer indiferente a sus responsabilidades. Sin embargo, él se sorprendió al ver que estaba vestida y ella se sintió ridículamente complacida de haber escogido unos jeans y un suéter largo hasta la cadera de color crema. Había metido esa ropa casual en su maleta al último minuto, como si tuviera alguna premonición de que la necesitaría. Después de todo, no pensaba pasar más que una noche en Rothside… —Pareces estar mucho mejor —observó Matthew después de una pausa y ella se preguntó si anticipaba su partida tanto como ella—. ¿Cómo te sientes? —Mucho… mejor. El doctor Newman dice que podría irme en dos días. —Entendí que Newman dijo que revisaría tu condición a fines de semana. Debiste interpretarlo mal. —O tal vez tú —Rachel se negó a ser intimidada—. La… enfermera Douglas dijo que querías hablarme. ¿Había alguna razón o era sólo una excusa para amedrentarme? —¿Amedrentarte? —Matthew la miró incrédulo—. ¿Cómo te he amedrentado? Todo lo que hice fue preguntar cómo te sientes. Lo lamento. No creía que eso constituyera una amenaza! Rachel suspiré y se sintió un poco tonta. Después de todo, Matt le proporcionó la mejor atención médica y no era culpa de él sí le tomaba demasiado tiempo recuperarse. —Escucha —le dijo y se forzó a mirarlo, aunque prefería ver cualquier cosa en vez de ese rostro hermoso y tenso—. Sé qué… tan intolerable… es esta situación… —¿Intolerable para quién? —Bueno… para tu madre —dijo, reacia— y la tía Maggie… —¡Ah sí, la tía Maggie! —Matthew tomó la silla que antes ocupó el doctor Newman, le dio la vuelta y la acomodó frente a Rachel, de modo que, al sentarse a

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horcajadas sus rodillas quedaron a centímetros de las de ella, y la miró con cinismo —. ¿Sabes?, esperaba tu agradecimiento por alejar a tu tía, en vez de ser acusado de sabe Dios qué motivos ulteriores. Rachel se movió, incómoda. Ahora los ojos de ambos estaban al mismo nivel y le resultaba más difícil mantener una expresión compuesta. Cuando retiró la mirada del rostro sombrío de Matthew fue consciente del poderoso cuerpo tenso. —De todas formas —decía él ahora—, no vine a discutir el diagnóstico de Newman ni para recibir tu gratitud por nada que yo hiciera. Vine a decirte que hablé con tu editor en Londres y él comprende que no puedas regresar a trabajar por otras dos semanas. —¿Que hiciste qué? —Rachel apenas lo dejó terminar antes de saltar de su asiento y mirarlo incrédula—. ¿Hablaste con Justin? —Si ese es el nombre de Harcourt, supongo que sí —concedió Matthew, seco, y apretó los labios ante la evidente indignación de ella—. Cálmate, ¿quieres? Alguien tenía que avisarle que no regresarías mañana y cómo iba yo a saber que tú estarías lo suficientemente bien para hacerlo… —¿Cómo te atreves? —Rachel estaba irritada—. ¿Cómo te atreves a hablar con Justin a mis espaldas? —No fue a tus espaldas —repuso Matthew, y también se levantó—. Por eso estoy aquí. Para decirte que le hablé. —No pudiste esperar, ¿verdad? —Rachel estaba fuera de sí, aunque no sabía por qué resentía tanto la interferencia de Matthew, excepto porque mantenía su vida en Londres por completo aparte de Rothmere—. ¡Tuviste que inmiscuirte en algo que no tiene que ver contigo! Yo le habría explicado a Justin con exactitud lo que sucedió, le habría dicho dónde me alojo y cuándo regresaré. El rostro de Matthew se tensó; él se levantó e hizo la silla a un lado. —¿Y no crees que yo soy capaz de hacer lo mismo? —inquirió y su tono le recordó a Rachel que él también tenía carácter—. ¿Qué sucede? ¿Acaso este… Justin es el nuevo hombre en tu vida? ¿Temes que pueda echarlo todo a perder si le digo que estás conmigo? —No estoy contigo —replicó Rachel frustrada—. Al menos no por mi gusto y mi relación con Justin es asunto mío, no tuyo. Sólo quédate fuera de mi vida, Matt. Ya no te necesito. —Si alguna vez lo hiciste —musitó Matthew rudo—. Excepto como un medio para entrar a la televisión, por supuesto. No debo olvidar eso, ¿verdad? —Eres despreciable. Rachel se movió bruscamente para alejarse del rostro acusador de Matthew. Ignoró el hecho de que había una silla entre ellos y su rodilla golpeó la madera de

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forma dolorosa. Al caer la silla, la joven perdió el equilibrio, así que sólo el rápido soporte de las manos de Matt la salvó de repetir el accidente que la había mantenido en cama. Los dedos fuertes alrededor de sus muñecas le impidieron caer al suelo, aunque la inercia la hizo chocar contra el pecho masculino. Por un momento quedó demasiado aturdida por lo que pasó. Su cara estaba presionada contra la suavidad de la camisa de Matt y su ruda masculinidad la envolvía con una fuerza más que física. Entonces, mientras los brazos de él se cerraron alrededor de ella, la chica tomó conciencia del poderoso cuerpo que soportaba el suyo. —¡Dios!, pensé que ibas a golpearte el cráneo de nuevo —murmuró Matt e inclinó la cabeza de forma que su aliento movió el cabello de ella—. ¿Estás bien? ¡Demonios! No quería perturbarte —la cálida corriente fue una caricia—. No debías alterarme tanto. ¡Todo lo que hice fue llamar por teléfono! Rachel temblaba, no podía detenerse aunque no era sólo por el golpe. Era Matthew y sólo Matthew, lo sabía. Estar entre sus brazos era el cielo y el infierno, y ella no podía negar su propia respuesta. Como si Matthew interpretara mal la involuntaria sumisión de la joven, extendió los brazos para mantenerla a distancia. Rachel cerró los ojos ante el fuego penetrante de la mirada de él. —Rachel —musitó Matt—. ¡Por Dios! ¿Qué te pasa? ¿Te sientes enferma? ¿Vas a desmayarte? ¿Qué es? —Estoy… bien —pudo decir y se liberó de las manos del hombre. Abrió los ojos y miró todo, excepto el rostro varonil—. Es… la impresión y… me golpeé la rodilla. —¿Sí? ¿Dónde? —se acuclilló frente a ella y Rachel sintió que él le subía el pantalón para exponer su piel amoratada—. ¡Demonios! —exclamó Matthew y sus dedos gentiles le recorrieron los huesos temblorosos—. ¿Por qué persistes en hacerme sentir como un bruto? Pensé que te hacía un favor, ¿puedes creer eso? Y sólo logré que me odies aún más. —Yo… no te odio —lo dijo segura. Deseaba odiarlo y hubiera sido mucho menos doloroso—. De veras —añadió y se inclinó para desenrollar su pantalón y, al hacerlo, su rostro quedó a centímetros del de Matthew. Después, comprendió que él reconoció el peligro en el mismo momento que ella. Ambos se enderezaron a la vez y Rachel pensó que la expresión de él era un reflejo de la angustia que ella sentía. —Es mejor que me vaya —señaló Matthew y su voz parecía desapegada. Levantó la silla que causó el problema y la dejó junto a la mesa—. Desafortunadamente, no puedo hacer nada con lo de Justin, aunque tú puedes llamarle y arreglar las cosas. Haré que la enfermera Douglas te traiga el teléfono inalámbrico.

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—No te molestes —interrumpió Rachel antes que él terminara—. Le… hablaré después, hasta que… sepa cuando puedo irme. —Como desees —Matthew hizo un gesto de indiferencia y caminó hacia la puerta—. Te dejaré ahora y si deseas algo, cualquier cosa, sólo pídela a la enfermera. —Gracias —Rachel lo observó salir y se sintió devastada. En los últimos minutos recorrió toda la gama de emociones y se quedó con la desagradable impresión de que sólo las más fuertes sobrevivían y, en su caso, no era el desdén que creyó que sentiría cuando viera a su ex esposo de nuevo…

Matthew tiró las riendas de su montura, sobre las bajas colinas de Rothdale Pike. Pasó sus manos acariciantes sobre el cuello de Saracen mientras observaba la extensión del lago con los techos de Rothside, en formación de escalones de piedra, bajo él. A pesar de la hora temprana, había ya una o dos velas manchando la superficie del agua, y una pareja se deslizaba en sus tablas, remontándose sobre las suaves olas. —¡No creo que Marigold esté bien, papito! —exclamó Rosemary jadeante mientras incrustaba sus tacones en los costados del pony para acicatearlo y alcanzar a su padre. —Creo que sólo le falta ejercicio —respondió Matthew seco y se acercó para tomar las bridas del pony y acercarlo—. Y recuerda, pudieron pasar varios días más antes que saliera a tomar el aire. Creo que se suponía que tú no saldrías durante una semana. —¡Oh! Fue abuelita quien me dijo que… —Yo también —la corrigió su padre—, lo que me recuerda que no me dijiste dónde obtuviste los cigarrillos. ¿Me lo dices ahora o dejamos que sea un muro de contención entre nosotros? —¡Oh, papito! —Rosemary suspiró contrita. Matthew no quiso ser tan severo y deseaba no haber sacado el tema a colación, no esa mañana. La decisión de invitar a su hija a montar fue intempestiva. No sabía por qué la invitó, excepto que tenía que ver con lo que Rachel le dijo la mañana del accidente. Y él fue la causa del mismo, pensó desconsolado. Lo que ella dijera y cómo tratara Matthew de justificar lo sucedido, no importaba, sino el hecho de que si él no la hubiera empujado, ella no habría caído ni se hubiera lastimado la cabeza. Tenía que reconocer que desde esa mañana él pasó mucho tiempo considerando lo que Rachel dijo. No quería admitirlo, pero era verdad; le daba poco de su tiempo a su hija y, no obstante, cuando Bárbara vivía, él en raras ocasiones sintió culpa por eso.

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Quizá si pudiera sentir que ella era su hija, actuaría de manera diferente, reflexionó. Nunca expresó sus dudas a nadie, ya que el ser acusado de incapacidad para procrear un hijo no era algo que se discutía con cualquiera, excepto la esposa, en especial, si ella era quien hacía la acusación. Movió la cabeza. Qué lío hizo de su vida, pensó amargado. ¡Qué diferentes habrían sido las cosas si hubiera hecho lo que su madre quería y se hubiera casado con Cecily Bishop! Sin embargo, él y Rachel fueron felices al principio, antes que ella demostró que le importaba más su carrera que su esposo. Nadie podía lastimarlos, pues eran inexpugnables. Pero entonces empezaron los pleitos y la soledad de él creció y Bárbara parecía tan compasiva… —¿En qué piensas, papito? La voz ansiosa de Rosemary lo volvió al presente, y Matthew comprendió que se estaba perdiendo en recuerdos sentimentales. ¿Qué importaba ahora el pasado? Bárbara estaba muerta. Rosemary era hija de él y, como Rachel señaló, si nadie más lo necesitaba, la niña sí. —En nada —dijo ahora y forzó una sonrisa—. Vamos, cabalgaremos hasta la villa y conseguiremos un poco de helado.

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Capítulo 11 —¿Así que, cuándo regresarás? La pregunta de Justin era agradable, pero Rachel percibió impaciencia detrás de las palabras. ¿Y por qué no? Cuando ella se fue al norte, él esperaba que estuviera ausente dos días. Esos dos días ahora se estiraban a una semana y aún no podía darle una fecha exacta de cuándo regresaría. —Estoy segura de que se las arreglarán —aventuró en broma, pero Justin no estaba divertido. —¡Oh! Nos las arreglaremos muy bien —respondió y aclaró su garganta—. Quizá deberías preocuparte por eso. Podríamos descubrir que podemos salir adelante sin ti. —No es mi culpa que esté varada aquí —Rachel suspiró. —Tampoco la mía —replicó Justin—. Si recuerdas, yo no quería que fueras, en primer lugar. Sabía que algo sucedería. Sabía que Conroy encontraría la forma de mantenerte ahí. —¡Oh, no seas ridículo! —Rachel se impacientó—. Matt no es responsable de lo que sucedió. Bueno, de cierta forma sí, pero fue un accidente. ¡Cielos!, pude caerme sin que nadie más interviniera. —Aunque Conroy sí intervino, de forma indirecta. Y te diré, no me gusta su actitud. ¿Estabas demasiado asustada para llamarme y decirme lo que sucedió? Él se divirtió al comunicarme las noticias. —¡Oh, Justin! —Rachel apretó el auricular—. Sabes que exageras. Matt sólo llamó porque pensó que yo no lo haría —¿y cuándo llegó ella a esa conclusión?—. Yo pretendía llamarte, simplemente él me ganó. —¿Y te has detenido a preguntarte por qué? —Ya te dije por qué —Rachel odiaba a Justin de ese humor. Podía ser muy desagradable. Lo había visto lograr que los periodistas jóvenes y secretarias lloraran, aunque era una experiencia nueva que él volviera su ira hacia ella—. De todas formas, te llamé, ¿no? ¿Qué más puedo hacer? Sabes que regresaré tan pronto como pueda. —¿Lo sé? Todavía no me dices cuándo sucederá eso. —¡Porque no lo sé! —exclamó exasperada—. Ayer salí al jardín por primera vez y el doctor cree que en otra semana… —Justin explotó. —¡Otra semana! —Entonces estaré bien para conducir…

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—¿No para trabajar? —regresó el sarcasmo y Rachel movió la cabeza. —No de inmediato sino en un par de días… —¿Así que te esperaremos de regreso en la oficina en dos semanas más? —Bueno, hoy es martes —Rachel humedeció sus labios—. Del jueves, una semana más. —¿Qué alternativa tengo? —Justin parecía furioso y con justificación, pensó Rachel, mas no tenía objeto mentir. A menos que ignorara los consejos del doctor Newman e hiciera sus propios arreglos, tendría que quedarse ahí. —Lo siento —murmuró y escuchó la enojada inhalación de Justin. —Yo también —concedió sin un suspiro de compasión y, antes que ella pudiera decir algo más, azotó el auricular. Rachel colocaba el teléfono inalámbrico dentro de su soporte, cuando alguien llamó a la puerta. Se puso de pie cuando la puerta se abrió y entonces volvió a dejarse caer en el asiento al ver la cabeza de Rosemary. —¿Puedo entrar? —¿,Puedo detenerte? —Rachel hizo a un lado la ansiedad que le causó llamar a Justin y le sonrió a la niñita—. ¿Qué quieres? —miró hacia las ventanas—. ¿No es un día demasiado agradable para estar adentro? —No, según abuelita —repuso Rosemary con un gesto de desagrado. —¡Oh! Pensé que… la señora Moffat dijo que tu padre te llevó a montar la otra mañana. —Sí, ayer —asintió la pequeña—, de todas formas hoy se fue a Carlisle y abuelita dice que tengo algo de lectura. —¿Lectura? —repitió Rachel—. Va a la escuela, ¿verdad? —En Rothside —contestó Rosemary de prisa y entonces añadió—. No sé si regresará. Papito está muy enojado y justo cuando era tan agradable. —¿Matt… tu papito se molestó porque fueras a la escuela? —¡No! —Rosemary levantó sus hombritos—. Fue por los cigarrillos. Lo averiguó. La señora Reed se lo dijo. —¿Lo hizo? —Rachel estaba sorprendida. —¡No de propósito! Fue ayer. Papito sugirió que bajáramos a la villa para conseguir helado. —¿Cuando montaban? —preguntó Rachel y la niñita asintió ruidosamente.

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—¿Cómo iba yo a saber que la señora pensaba que él iba a quejarse? —preguntó frustrada—. Quiero decir… papito nunca, va a las tiendas de la villa. La señora Moffat pide todo lo que desea que le entreguen. —Ya veo —Rachel empezaba a comprender— y la señora Reed echó todo a perder, ¿verdad? —Así es —Rosemary gruñó—. Papito le preguntó cómo estaba el señor Reed y ella dijo que tenía un mal resfrío. Papito comentó que esperaba que el señor dejara de fumar porque los cigarrillos hacen que la tos se empeore. —Y la señora Reed pensó que sabía que te daba los cigarrillos. —Eso creo. De todas formas, se puso roja y dijo que le preocupaba darle cigarrillos a los niños, pero que como él era tan buen cliente, ella no podía negarse. —La vieja… —Rachel iba a decir “bruja”, pero se mordió la lengua—. ¿Y qué sucedió? —Bueno… papito fue muy cortés. Le dijo que no me enviaría a comprar cigarrillos de nuevo y que sabía que podía confiar en que la señora Reed no dijera nada, porque podría perder su licencia si lo hacía. —¡Qué astucia! —Rachel no pudo evitar sonreír. Así que al fin Matthew defendió a su hija y frustró los planes de la señora Reed. —Eso fue entonces —añadió sombría Rosemary—, pero cuando llegamos a casa, en realidad estaba enojado. Dijo que había pensado en enviarme a un internado, como te conté antes, pero que si yo estaba dispuesta a robar como desafío, quizá debía pensarlo de nuevo —gimoteó—. Yo en realidad no robaba. La señora Reed sabía lo que yo hacía. —Sí, aunque le pediste que los pusiera en la cuenta de tu padre. Él pagaba por ellos, ¿no es así? No tú. —Bueno, él me compra dulces y refrescos todo el tiempo. —Eso es diferente y lo sabes. —Pensé que eras mi amiga —Rosemary parecía malhumorada. —Soy tu amiga. Al menos eso espero sin embargo, tienes que admitir que gastabas un dinero que no era tuyo. —¡Oh, bueno, eso ya no importa ahora! —musitó Rosemary—. Él no me dará una segunda oportunidad. —Yo no diría eso —Rachel la miró con gentileza— y no digas él, di papito. No llegarás a ningún lado si regresas a la insolencia. —¿Y qué sabes de eso? —Rosemary la miró meditabunda—. Pronto te irás. Abuelita lo dijo. Dice que cuando regreses a Londres te olvidarás de mí.

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—No, no lo haré —Rachel sintió irritación contra la anciana, que de forma deliberada aumentaba el complejo de Rosemary—. Y no esperes lo peor de los otros. Tu padre ha tenido una época difícil con… lo del funeral y todo lo demás. Quizá si trataras de comprender su situación, para él sería más fácil comprender la tuya. —¿Lo crees así? —el rostro de Rosemary reflejaba inseguridad—. Yo le agradaba a él, al menos eso creía yo. Cuando era pequeña, él jugaba mucho conmigo y hasta me enseñó a montar. Desde hace mucho, siempre está demasiado ocupado para que salgamos a montar, y nunca me lleva a ver a tía Helen y tío Gerry, como hacíamos antes. —Helen y Gerald —repitió Rachel suave y recordó a la hermana de Matthew y su esposo con algo de afecto. Helen no fue precisamente amiga íntima de ella cuando estuvo casada con Matthew, pero al menos no se volvió en su contra cuando el matrimonio se rompió. —¿Los conoces? —preguntó Rosemary de inmediato y Rachel lamentó su involuntaria admisión. —Los conocía —concedió sin explicar cómo—. ¿Sabes…? es una mañana tan maravillosa que creo que saldré a dar un paseo. ¿Vienes conmigo? La carita de Rosemary se iluminó y luego volvió a entristecerse. —Supongo que debo quedarme en la casa hoy —admitió—. Papito dijo… —Yo apreciará tu compañía —agregó Rachel tentadora y decidió que sin importar lo que Matthew pensara, mientras ella estuviera en Rothmere haría lo posible por alegrar un poco la vida de Rosemary. No parecía existir diversión en la vida de la niña y, aunque la muerte de Bárbara podía ser parte del problema, no era la causa completa. Algo pasó, algo más que el trauma creado cuando un miembro de la familia desarrolla una enfermedad terminal. Rachel no esperaba descubrir exactamente cuál era el problema, eso no le concernía, pero al ser amiga de la niña, podía ayudarla a ella y a su padre a comprenderse mejor y eso valía el esfuerzo. —Bueno… —Rosemary vacilaba— tal vez tú necesites que alguien vaya contigo… —¡Oh, sí! Lo necesito —Rachel sonrió—. ¿Qué tal si me muestras tu pony? La caminata de ida y vuelta a los establos sería lo adecuado. Era una buena mañana y disfrutaron la salida. Volver a ver a Jim Ryan fue impresionante para Rachel, y si el viejo irlandés pensó que era extraño que ella y la niña que ocasionó el rompimiento de su matrimonio parecieran tan buenas amigas, guardó su opinión. En cambio, expresó su placer de verla y le preguntó cómo se sentía después del accidente.

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—De seguro que no quiere que ensillemos a Jessica, ¿verdad? —añadió—. Aunque no la usan mucho actualmente, el señor Matt no me ha permitido deshacerme de ella. Creo que siente afecto por la bestia. Por supuesto que Rosemary sintió curiosidad por saber cuándo había Rachel montado la vieja yegua castaña, y la joven se las arregló para distraer a la niña pidiéndole ver los otros caballos en el establo, en particular el semental negro que Matthew montaba la tarde que se vieron en Rothdale Pike. Ese orgulloso animal, que Rosemary le dijo se llamaba Saracen, estornudó nervioso cuando se aproximaron a su cuadra y Jim Ryan se quedó cerca para aconsejarles precaución. —¡Ah es una fina criatura! —comentó Ryan y agregó—: aunque creo que tiene aversión a las damas. ¡Ten cuidado, Rosie, sus dientes son afilados! Regresaron a la casa a tiempo para comer y, para alivio de Rachel, y también de Rosemary, no encontraron a nadie en el camino. —Tenemos que hacer esto de nuevo —comentó Rachel cuando se separaron al pie de la escalera, y la niñita lo aceptó ansiosa. —¿Mañana? —sugirió y Rachel asintió. —¿Por qué no? —aceptó y subió hacia su cuarto—. Ven a verme después del desayuno, si tu padre no tiene objeciones. La expresión de Rosemary fue elocuente y Rachel adivinó que ambas pensaban lo mismo. Nadie podía decir cuál sería la reacción de Matthew, y si Lady Olivia se enteraba, seguramente objetaría airada. A la mañana siguiente el doctor Newman dijo a Rachel que daría por terminado el trabajo de la enfermera Douglas ahí. —Con esto no quiero que infiera que la considero recuperada por completo — añadió rápido—, sino que, bajo las circunstancias, no creo necesaria su presencia, sobre todo cuando el personal del señor Conroy es más que capaz de proporcionarle el cuidado necesario. —Ya veo. Pero… ¿entonces no podría regresar a la vicaría? —No lo recomiendo —el doctor estaba preocupado—. Mi querida señora Conroy, mis razones para retirar a la enfermera Douglas se basan en que aquí la cuidan de forma adecuada. No puedo garantizarlo si regresa a la casa de su tío, cuando él mismo admitió que su esposa tiene más que suficiente quehacer. Rachel vaciló y se preguntaba quién le dijo eso. Adivinaba, aunque no comprendía por qué Matthew la obligaba a quedarse. No podía negar que era un alivio no tener que enfrentar las recriminaciones de la tía Maggie hasta que se sintiera más fuerte. Mientras tanto, su amistad con Rosemary floreció y, a pesar de que Matthew y su madre no lo sabían, Rachel no tenía corazón para alejar a la niñita. Además, se

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consolaba, no hacían ningún daño y si su compañía hacía ese período transitorio más fácil para la niña, con seguridad que nadie se quejaría. En consecuencia, se acostumbró a que Rosemary apareciera por su cuarto cada mañana, lista y deseosa de escoltar a su nueva amiga en expediciones por la finca. Ella no sabía qué le decía Rosemary a Agnetha, y para Rachel esos eran viajes de redescubrimiento, como si se materializaran sus recuerdos. Por supuesto que eran agridulces y no era fácil disociarlos de los sentimientos compartidos con Matthew, mas sabía que nunca tendría otra oportunidad de explorar los bosques familiares y los jardines de Rothmere, y se embebía en las vistas y sonidos, como una prisionera que pronto sería separada de ellos para siempre. El clima continuaba cálido y seco como si contribuyera a la recuperación de Rachel, y ella y Rosemary paseaban mucho tiempo por el lago. Rachel deseaba tomar una de las pequeñas balsas que encontraron en la casa de los botes y llevarla al agua, pero ya hacía años desde que navegó con Matthew y no se atrevía a asumir esa responsabilidad. Sin embargo, era de esperarse que, cuando Matthew las encontró, estuvieran por el muelle. Estaban sentadas sobre las tablas, con las piernas colgando hacia el agua, y sostenían una caña que Jim Ryan les dio, con la esperanza de pescar algo, aunque por supuesto no era posible y ya habían acordado que si de milagro lo hacían, tirarían el pez al agua. Era una ocupación tan absorbente que no se dieron cuenta de que alguien se aproximaba hasta que sintieron la vibración de las pisadas sobre las planchas. —Uy… papito! —exclamó Rosemary alarmada y se puso de pie con celeridad —. ¿Qué haces aquí? Abuelita dijo… —se cortó en ese punto al comprender lo incriminatorio de sus palabras, y Rachel suspiró. Hasta ese momento, ésta permaneció donde estaba; no permitió que la aparición de Matthew la asustara, mas ahora se obligó a ponerse de pie. Era su culpa que Rosemary estuviera ahí. —¿Y qué dijo abuelita? —preguntaba Matthew ahora, apoyando su esbelto cuerpo contra la pared de la casa de los botes. No parecía enojado, pensó Rachel dudosa. ¿Podría confiar en la expresión de él después de la forma como se comportó antes? —Yo… dijo que tenías… una cita en… el pueblo —Rosemary tartamudeó la respuesta—. He… leído, de veras, sólo que Rachel necesitaba compañía y… y yo me ofrecí a mostrarle los alrededores. —Ya veo —Matthew cruzó los trazos e inclinó la cabeza como si considerar rara la explicación. Estaba vestido de manera formal, notó Rachel. Su traje azul oscuro de fina lana acentuaba lo ancho de sus hombros, y los pantalones angostos resaltaban su estatura y lo musculoso de sus largas piernas. Parecía preparado para una reunión de negocios en la ciudad, y Rachel se preguntaba qué lo había llevado ahí, tan lejos de su ruta acostumbrada.

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—Debo decir que Rosemary dijo la verdad —intervino Rachel cuando el bochornoso silencio se extendió—. Ella… yo, hemos pasado algún tiempo juntas. Lo siento si no lo apruebas, aunque le agradezco su compañía. —¿Dije que no lo aprobaba? —repuso Matthew y la miró frío y evaluador. —No, pero… —Rachel metió las manos en los bolsillos traseros de sus jeans—. No puedo imaginar ninguna otra razón para que nos buscaras. ¿Te informó el señor Ryan dónde estábamos? Matthew la miró con fijeza por un momento y entonces se enderezó y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta. —No necesito que nadie me diga dónde están —respondió y volvió su atención al agua—. Desde hace días sé que salen juntas y que vienen aquí. —¿Sí? —los interrumpió Rosemary con los ojos abiertos—. ¿Abuelita…? —Por lo que sé, tu abuela cree que pasas las mañanas leyendo con Agnetha — replicó Matthew—, y si crees que ella iba a responsabilizarse por tu ausencia, estás muy equivocada —la mandíbula de Rosemary cayó. —¿Agnetha te lo dijo? —¿Quién más? —La muy… —Es su trabajo —respondió Matthew reprobador—. No culpes a Agnetha. No te detuve, ¿verdad? Todavía estás aquí. —¿Significa eso que no tienes objeciones para que Rosemary y yo pasemos algún tiempo juntas? —preguntó Rachel—. Debes darte cuenta que es una gran sorpresa después… después de… —Después de la forma en me comporté antes… lo sé —la boca de Matthew se tensó—. Pero tuve tiempo suficiente para lamentar mis acciones y, en contra de la creencia popular, no obtengo placer en lastimar a la gente. Sus miradas se encontraron y Rachel desvió la vista. —Bueno… está bien entonces —miró alentadora a la niñita—, porque nos hemos convertido en buenas amigas, ¿verdad? —Sí. Sí, así es, papito —asintió Rosemary, ansiosa, y obviamente aliviada por ese inesperado giro de los acontecimientos—. Así que no le dirás a abuelita, verdad. Quiero decir que a ella no le agrada Rachel y nunca comprendería. —¿Dijo ella eso? —inquirió Matthew—. ¿Dijo que no le agradaba Rachel? —Bueno… —ahora Rosemary estaba inquieta—. Quizá no exactamente, aunque era obvio. ¡Hubieras oído la forma en que le hablaba! Ahora Rachel parecía sorprendida y Matthew frunció el ceño.

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—¿Qué dijiste? —la urgió Matthew—. ¿Qué oíste decir a tu abuela que yo no haya oído? —el rostro de Rosemary estaba rojo. —No mucho —era evidente que la niña lamentaba su exabrupto. —Vamos, sigue —la invitó con tono duro—. Espero para oír esa revelación. —¡Oh, papito! —Rosemary parecía en extremo angustiada y. aunque Rachel lo lamentaba, no había nada que pudiera hacer—. Fue algo que abuelita dijo cuando fue a visitar a Rachel a su dormitorio. Sabes lo… lo fría que abuelita puede ser. —Todavía no entiendo cómo escuchaste la conversación entre Rachel y tu abuela —respondió Matthew—. ¿Estabas ahí? —No —Rosemary alzó los hombros—. No exactamente. —¿Qué significa eso? —¡Oh, papito! —Rosemary… —¡Está bien! —extendió las manos—. Escuché lo que dijo cuando salía. —Quieres decir que espiaste detrás de la puerta —la corrigió su padre—. ¿Es así? ¿No es eso lo que hiciste? —Lady Olivia habló antes que Rosemary saliera del cuarto —interpuso Rachel con rapidez y trató de recordar lo que dijo la madre de Matthew. Sacó el tema de que Rachel no estaba dispuesta a tener un bebé de su Matt, y la joven esperaba que Rosemary no lo hubiera oído, y si lo hizo, que no lo comprendiera. —¿Así que estás de acuerdo con la opinión de Rosemary sobre la actitud de mi madre? —No dije eso —Rachel suspiró. ¡Con qué rapidez saltaba a conclusiones!—. Sabes tan bien como yo que tu madre no me quiere aquí. Si la niña también lo percibió, ¿puedes culparla? Matthew iba a decir algo y cambió de parecer. Se forzó a relajarse y ambas, Rachel y Rosemary, respiraron con más facilidad cuando él volvió a apoyar el hombro contra la casa de botes. —Está bien —miraba el agua—, no le diré a mi madre lo que pasa… —¡Oh, papito! ¡Gracias! Rosemary no lo dejó y cubrió el espacio entre ellos para abrazarlo. Al mirar a Matthew sobre la cabeza de la niña, Rachel pensó que él se sorprendió tanto como ella ante ese despliegue. Era evidente que esos abrazos no eran comunes entre ellos. La respuesta inicial de Matt fue similar, aunque la verbal no fue lo que Rosemary esperaba. De forma automática él cerró los brazos alrededor de su hija y la abrazó con calidez, y al observarlos juntos, Rachel conoció el traicionero sentimiento

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de la envidia. Él podría ser aún su esposo y ella debió ser la hija de ambos, reflexionó con amargura incapaz de apartar la vista. O su hijo, corrigió al sentir la punzada del recuerdo. —Quiero que tú se lo digas —las palabras de Matthew la devolvieron de forma abrupta al presente, y parpadeó un poco confundida cuando Rosemary lanzó un grito de incredulidad. —¡No quieres decir eso! —Sí —Matthew la retuvo cuando ella trató de apartarse—, quiero que le digas a tu abuelita que tú y Rachel son amigas y que yo no tengo objeción a que pases tu tiempo libre con ella. Rosemary, intuitiva, lo rechazó. —¿Quieres decir que le dirás que sabías lo que sucedía? —Quiero decir que no le diré que no lo sabía —corrigió Matthew, seco—. Pero en el futuro, quiero que acudas a mí si tienes algún… problema con abuelita, quiero… que tú y yo seamos una familia de nuevo. —¿De veras? —los labios de Rosemary temblaron. —Acabo de decirlo, ¿verdad? —¿Y… y qué pasará… con el internado? Matthew se volvió hacia Rachel y retuvo su mirada al hablar. —Todavía es temprano —dijo—. Veremos cómo te comportas en los próximos dos meses y podré reconsiderar mi idea y mandarte a una escuela matutina de niñas que conozco en Keswick. Es adonde va tu prima Lucy y parece que a ella le gusta. —¿Y yo también sería alumna externa? —preguntó Rosemary, preocupada. —Si te comportas, no veo por qué no —respondió su padre y la miró—. Sólo si ya no oigo más reportes de Agnetha o de tu abuela por travesuras. —No los oirás —Rosemary estaba casi estupefacta y sollozó—. ¿Puedo ir a contarle a la señora Moffat? —¿Por qué no? —Matthew sonrió y, después de otro rápido abrazo, Rosemary se volvió hacia Rachel. —¿Escuchaste eso? —le preguntó cuando la joven se quitaba una lágrima errante de la mejilla—. Voy a ir a la escuela de Lucy. Papito no va enviarme al internado, después de todo. —Esas son maravillosas noticias —dijo Rachel cálida y se despreció por envidiar a la niña. Si tan sólo sus problemas pudieran solucionarse con tanta facilidad cómo los de Rosemary.

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Desafortunadamente, no tenía a nadie que luchara a su lado, ¡y mucho menos a Matthew!

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Capítulo 12 Después que Rosemary se fue, el silencio los cubrió y Rachel se volvió para ver los saltos de la niña y evitar así la mirada de Matthew. Suponía que debió acompañarla, aunque Rosemary estaba ansiosa por regresar y Rachel sería un estorbo. De todas formas, le era difícil decir algo ahora y, aunque quería expresar su aprobación ante la decisión de Matt, dudaba de que a él le interesara escucharla. —Entiendo que lo apruebas —dijo Matthew al fin y ella se sintió impelida a enfrentarlo. —Por supuesto —respondió con un gesto expresivo—. Es… lo que Rosemary necesitaba; que creyeras en ella. —Crees que yo no creía antes en ella, ¿verdad? —No lo sé. Sólo sé que, bueno… no parecía que tuvieras tiempo para ella… antes. —¿Antes que qué? —Matthew se acercó más a la joven—. ¿Antes que Bárbara muriera? ¿O antes que tú vinieras aquí? —No me halago al pensar que mi visita tuvo algo que ver —declaró y con esfuerzo lo miró a los ojos—. Quizá la enfermedad de Bárbara… —La enfermedad de Bárbara no causó nada —replicó Matthew, tirante—. Puedo decir que aclaró muchas cosas —no explicó lo que quiso decir y continuó—: Mi… relación con Rosemary era un problema desde antes que Bárbara enfermara. Casi me olvidé de cómo se sentía tener una hija. —Tienes mucha suerte de tenerla —Rachel inhaló—. Es una niña muy fiel. —¿Eso piensas? —Matthew pareció considerarlo. Dio otro paso hacia ella—. Pero no te agradó mucho cuando la conociste, ¿verdad? Rachel suspiró, miró hacia atrás e hizo una mueca hacia la oscura extensión del lago. De todos los lugares para tener una charla, ese debía ser el más inadecuado, pensó frustrada. Con Matthew entre ella y la playa, era virtualmente una prisionera. —Escucha, he reconsiderado mi opinión —dijo y se orilló hacia la casa de botes — en realidad, me agrada que hayas cambiado de idea con respecto al internado. Estoy segura… de que Bárbara lo habría aprobado… —A Bárbara le importaba un comino lo que sucediera con Rosemary —replicó Matthew, rudo, y con un brazo bloqueó el paso a Rachel—. Pensé que comprendías eso. ¿O creíste que yo era el culpable de la irresponsabilidad de la niña? Rachel contuvo el aliento. Estaba tan cerca de Matt que se preguntaba si se daría cuenta de lo consciente que ella era de él. Quizá no o no se comportaría así. No después de la forma en que repelía cualquier emoción entre ellos. ¡Dios querido!, sólo

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porque el calor y el aroma de ese cuerpo esbelto le resultaba estremecedoramente familiar, no había razón para que ella perdiera de vista la realidad… —¿Me dejas pasar? —dijo la joven, olvidando por un momento que él le hizo una pregunta, y Matthew exhaló. —¿Qué sucede? —preguntó—. ¿No quieres creer que no soy el monstruo sin sentimientos que siempre me has considerado? ¿Pondría un grano de duda en tu mente si te recordara que tú fuiste quien me dijo que Bárbara podía ser tanto tortuosa como incitadora? —¡Detente!—Rachel se forzó a mirado a los ojos y se estremeció ante la resignación que vio en ellos—. ¡Bárbara sólo tiene tres semanas de muerta! ¿Cómo puedes hablar así de ella? —Con mucha facilidad —Matthew usó su mano libre para pasar un mechón del cabello rubio detrás de la oreja de Rachel, y luego la apoyó contra la piel y todo lo que la joven pudo hacer fue no inclinar la cabeza contra el roce de los dedos—. Verás, nunca amé a Bárbara y ella con toda seguridad no me amó a mí, sino quizá a lo que yo podía darle, pero nada más… —¡No! —Rachel le apartó la mano y trató de pasar bajo el brazo de él, pero Matt lo bajó y, en vez de escapar, la chica quedó contra la madera de la casa de botes—. ¡Matthew, vas a lamentar esto! —Ya lo lamento —replicó y la miró con ojos apasionados—, pero tengo que ir a Ginebra esta tarde y me temo que ya te habrás ido para cuando regrese —Rachel tragó. —¿Vas a estar fuera muchos días? —Hasta el próximo martes o miércoles, cuando menos —indicó y la tomó de la barbilla—. Y al tratar de convencerme de que podía dejarte ir sin convertirme en un tonto por segunda vez, descubrí que, ahora que hay una fecha fija para tu partida, no puedo hacerlo. —Matthew… —No, escúchame —musitó e inclinó la cabeza para rozarle el cuello con los labios—. Quiero que sepas que no te culpo por lo que sucedió… —¿Culparme a mi? La terrible inercia que la invadió cuando la besó, ahora se desvaneció de súbito. Que él pensara que ella recibiría con agrado sus avances ya era bastante malo, pero sugerir que ella se culpara por lo sucedido en el pasado, era mortificante. —Sí —él la había tomado de la nuca y le causaba indeseados estremecimientos de sensualidad que invadían su espina—. Por años te he culpado. Por años juré que si alguna vez volvía a verte, ¡te mataría! y aunque uno crea que puede controlar su

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mente, nunca puede controlar por completo sus sentidos, y tan pronto te vi de nuevo, supe que había estado engañándome. —¡Suéltame! —con renovado brío, Rachel se separó de él y extendió un brazo entre ellos; lo miró enojada e incrédula—. ¡No me toques! ¿Me oyes? ¡Nunca vuelvas a poner una mano sobre mí! —retuvo un sollozo—. ¡Dices que no me culpas! ¡Dios mío! ¿Se supone que debo estar agradecida por eso? ¿De qué tienes que culparme? ¡Yo no hice nada! ¡Tú lo hiciste! ¿Necesitas que te recuerde lo que hiciste? ¿Quieres que te diga cómo me sentí cuando te encontré con Bárbara? La boca de Matthew estaba apretada, aunque sus emociones todavía lo gobernaban. Se inclinó, tomó a Rachel de la muñeca y la acercó a él para ceñirla con fuerza. —No piensas antes de hablar, ¿verdad? —gruñó—. Jamás escucharás razones. Nunca me escuchaste antes de huir hacia Londres… —No huí —dijo dolida, mas era obvio que no le creyó. —Acostumbraba ir a sentarme afuera del apartamento que alquilaste en Penrith, ¿lo sabías? Esperaba que salieras, pero nunca lo hiciste. Al menos no mientras yo estaba ahí. Estabas demasiado asustada para encontrarte conmigo frente a frente, y aun para levantar el teléfono. —Yo no estaba asustada —protestó y se preguntó si él se daba cuenta de que casi le rompía el brazo. ¡Dios querido! Si no la soltaba pronto, iba a desmayarse y no deseaba darle esa satisfacción. —¿Cómo lo llamarías entonces? —inquirió Matthew y ella tragó. —¿Qué… te parece disgusto? Dime, ¿cuánto tiempo llevaba esa relación antes que me diera cuenta? Bárbara ya tenía tres meses de embarazo cuando yo me fui, lo que significa que habían pasado… La liberación de Rachel fue tan súbita como su captura. El movimiento fue tan inesperado que la joven luchó por afianzarse para no caer del muelle. Sus dedos se enterraron desesperados en el pecho de Matt y rompieron los botones de su camisa. Al hacerlo, ella tocó la cálida piel del torso y retiró la mano de inmediato. —¿Qué dijiste? La violencia del tono de Matthew fue una bienvenida interrupción de los locos pensamientos de Rachel. La sensualidad del cuerpo de Matt le resultaba devastadora. Por un momento desquiciante, ella sintió un impulso casi incontrolable de tocarlo, y todo el dolor y la angustia que existía entre ambos se derritió al calor la tentación. Rachel sabía que sólo fue una aberración física, nacida de sus propias emociones frustradas y de su instintiva respuesta al atractivo de él. —¿Qué dijiste?

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Rachel recuperó por segunda vez el sentido y notó que Matthew la miraba con cruda impaciencia. Era evidente que repitió la pregunta, y ella parpadeó mientras luchaba por recordar qué quería decir. —Yo… no sé… —¡Bárbara! —le recordó, sombrío—. Mencionaste que Bárbara estaba embarazada cuando te fuiste. ¿Quién te dijo eso? —Rachel parpadeó de nuevo. —¿Qué quieres decir? Era un hecho, ¿o no? ¿Qué importa quién…? —¡No era verdad! —la interrumpió Matthew, salvaje. —¡No seas estúpido!… —¡No te atrevas a llamarme estúpido! ¡Por todos los cielos, Rachel! Bárbara no estaba embarazada cuando te fuiste. ¡Rosemary nació casi un año después del divorcio! ¡Quiero saber quién te dijo eso! ¿Fue Bárbara? ¡Dios! Tengo que saber la verdad. Rachel retrocedió a lo largo del muelle, desesperada. —Rosemary… tiene diez años —protestó insegura y Matthew negó. —¡Tiene nueve! Pregúntale su edad y ella te la dirá. —¿Por qué debo creerte? —¡No seas ridícula! ¿Qué objeto tiene mentir? Puedes descubrir con facilidad cuándo nació Rosemary, ya que los registros puede verlos cualquiera. —Tú… dormiste con ella, ¿verdad? —expuso Rachel insegura. —¡Sí! —¡Oh, Dios! —Rachel contuvo el aliento y Matthew torció la boca. —¿No quieres saber cuándo? ¿O por qué? —No. —¡Por Dios que vas a saberlo! —declaró Matthew, rudo, y la siguió— y si en esta ocasión huyes, iré directo a ver a tus tíos y les diré cómo mintió Bárbara para obtener lo que deseaba. Rachel, quien había llegado al sendero que cruzaba entre un bosquecito, ahora florido, se detuvo insegura. Aunque en realidad quería escapar al santuario de su dormitorio, se dio media vuelta. —No… fue Bárbara —admitió adolorida—. Yo… la tía Maggie me dijo que Bárbara estaba embarazada. —¡Buen Dios! —exclamó Matthew con ira y angustia—. ¿Y le creíste? —¿Por qué no debería? —repuso Rachel rápida—. Tú mismo admitiste que tú y Bárbara tenían una relación.

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—¡No una relación! —Matthew se quitó la chaqueta y se la echó al hombro—. Rachel lo creas o no, esa noche que tú… nos encontraste como dices, fue la primera vez que nos… tocamos. —¡Oh, Matthew! Por favor… —¡Maldición! ¡Es la verdad! —juró enojado—. ¡Y sólo tú tienes la culpa, mas no te das cuenta de lo egoísta que eres! —¡Cómo te atreves? —Me atrevo porque es la verdad —remarcó—. Está bien. Tú no querías tener un bebé y yo lo estaba aceptando… —¿Lo hacías? —De acuerdo, también tuve fallas pero nunca te engañé… —¡Oh, Matt! —Nunca fui deshonesto contigo. —No sé qué quieres decir —Rachel movió la cabeza. —Creo que sí. —No, no lo sé. —Está bien —dijo Matt de nuevo—. Cuando… tuvimos ese primer pleito y yo arrojé las pastillas por el excusado, pensé que al menos me dirías si empezabas a tomarlas de nuevo. Rachel lo miró sin comprender. —Sí, lo habría hecho. —Pero no lo hiciste, ¿verdad? —¿No hice qué? —¡Decírmelo, maldición! Me dejaste que esperara que podías embarazarte cuando todo el tiempo tragabas píldoras como si no hubiera un mañana. —¡Eso no es verdad! —Lo es. —¡No! Te lo digo ahora. Y nunca… nunca he tomado anticonceptivos desde… desde que te deshiciste de ellos. Matthew la estudió sombrío. —Espera un momento. Déjame volver atrás un minuto. ¿Me estás diciendo que nunca intentaste prevenir el embarazo desde que yo destruí tu receta? —Eso es correcto —Rachel temblaba. Si tan sólo él supiera, pensó dolida al recordar ese cuerpecito que le arrebataron.

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—Y… ¿Maggie te dijo que Bárbara estaba embarazada? —¡Sí! —¡Dios! —Matthew se golpeó la frente con el canto de la mano—. Así que ambos creímos lo que nos dijeron. —No por completo —dijo Rachel insegura—. No olvides que yo tenía la evidencia de mis propios ojos. —Yo también —musitó Matthew y arrastró sus pies por las tablas del muelle—. Esa noche que tú nos encontraste juntos, Bárbara me mostró una tira medio usada de píldoras anticonceptivas. Las sacó del cajón que estaba junto a la cama. —Pero… ¡no eran mías! —Hasta ahora lo sé. —¿Por qué no me preguntaste? —inquirió Rachel, horrorizada. —Iba a hacerlo —declaró con amargura—. Sólo que, si recuerdas, nunca tuve la oportunidad. —Pero cuando te encontré… —¡Estaba por completo fuera de mí! —exclamó Matthew—. No sé cuánto bebí esa vez. No recuerdo mucho de esa noche, después de la revelación de Bárbara — expelió el aliento con fuerza—. Recuerdo que ella decía que era una lástima que tú te preocuparas más por tu carrera que por mí. Mencionó que mientras tú tomaras la píldora no era posible que concibieras, y discutí con ella. —¡Oh, Matt! —De todas formas, sé que un poco más temprano subimos a buscar en el cajón junto a tu cama y la tira de aluminio estaba ahí. —Ella pudo ponerla ahí en cualquier momento —gritó Rachel. —Empiezo a comprender eso ahora, pero entonces… —¿Te emborrachaste? —Supongo que sí. Regresamos a la biblioteca y recuerdo que mi vaso siempre parecía estar lleno y Bárbara me compadecía y me sonreía y me decía que ella nunca haría tal cosa. Rachel se sintió enferma. Aun después de todo ese tiempo, esas palabras tuvieron fuerza para perturbarla. —¿Y cuando yo llegué a casa? —No lo sé. Supongo que ella sugirió que yo debía estar en la cama y me ofreció ayuda para desvestirme.

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—¿Quieres decir…? —Rachel apenas podía pronunciar las palabras—. ¿Quieres decir que no habían dormido juntos antes que yo los encontrara? —Eso creo. —¿Eso crees? —Está bien, entonces no, no lo hicimos —movió la cabeza. —Supongo que eso es un consuelo —Rachel estaba amargada. —¡Maldición! Si no me hubiera considerado justificado —respondió Matthew —. Rachel, yo nunca amé a nadie como a ti y cuando supe… pensé que me engañabas… —Y permitiste que Bárbara te ofreciera consuelo. —¡No hasta que te fuiste! —contrapuso Matthew, rudo, y Rachel se estremeció. —¿Cuándo dejé Rothmere? —Cuando dejaste Penrith —corrigió Matthew—. Por eso sé que Bárbara no pudo estar embarazada cuando te fuiste, mas la noche en que te dirigiste a Londres, decidí que no tenía nada que perder. —¿Pero por qué Bárbara? ¿La… la amabas? —No, amor, no. Le estaba agradecido, supongo, por exponer tu duplicidad o lo que pensé que era tu duplicidad. Y ahí estaba ella y, ¡maldición!, yo quería lastimarte tanto como tú me lastimaste… —¡Oh, Matt! —Así que ahora ya lo sabes —musitó y se acercó más a ella—. ¿Hace eso alguna diferencia? Rachel no podía asimilarlo. No podía creer que todo lo sucedido dependiera de una mentira; dos mentiras, si ella aceptaba que Bárbara engañó a Matt con lo que debían de ser sus propias píldoras anticonceptivas. Miró a Matthew y su corazón sangró. ¿Era verdad? ¿En realidad pensó él que ella lo engañaba? ¿Y por qué no, cuando ella igualmente creyó qué él tenía una relación con Bárbara? —Rachel… Extendió una mano hacia ella, mas la joven evitó el contacto. Sin embargo, quería creerle, tenía poco tiempo para asimilar todo lo que escuchó y lo que significaba. Y antes que nada, deseaba hablar con la tía Maggie. Si Matthew decía la verdad, entonces aquella tenía mucho que responder. —¿Qué está mal? —inquirió él con frustración evidente. —Es sólo… dame un poco de tiempo para acostumbrarme a la idea —el rogó e incapaz de resistir la tentación, le puso una mano sobre la manga. La carne bajo la

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fina seda estaba tensa y pulsante de vida y Rachel sintió urgencia de inclinar la cabeza y rozar con sus labios la cálida piel. —¡Dios… Rachel! —gruñó, tan consciente como ella de la química entre ambos, mas el recuerdo de Bárbara y lo que les hizo los disuadió—. Mira —añadió—, sabes que no tengo mucho tiempo. Me voy en… —lanzó una rápida mirada a su reloj— dentro de media hora. Desearía poder posponer el viaje ahora, pero quizá sea una bendición. Cuando yo regrese, habrás tenido tiempo de decidir lo que deseas hacer. Al menos prométeme que permanecerás aquí hasta que yo vuelva. Necesito la seguridad de que no huirás de mí de nuevo. —Está bien. Matthew suspiró con fuerza. —¿Lo dices en serio? —Sí —Rachel miró su mano sobre el brazo de él y entonces lanzó la precaución al viento y le besó la mejilla—. ¡Que tengas un buen viaje! —le susurró—. ¡Cuídate!

Ya era tarde cuando Rachel llegó a la vicaría. Le fue difícil escapar de Rothmere sin atraer indebida atención y ella hubiera preferido que nadie supiera a dónde iba. Sin embargo, tuvo que depender de la bondad del viejo mayordomo para que le prestara uno de los vehículos de la finca, aunque al menos el Land Rover enlodado que le proporcionó, no despertó la curiosidad que había despertado el Range Rover de Matthew. A pesar de la extrema tensión que sentía, el conducir de nuevo no fue un riesgo. Se sorprendió de su propia resistencia, después del golpe de las revelaciones de Matthew. Sospechaba que el impacto de lo que había sabido aún no le llegaba y que el valor que necesitaba para enfrentar a su tía era sostenido por una cantidad artificial de adrenalina en su sistema, mas tenía que hacerlo. No había forma de descartar lo que Matthew había dicho y mirar sólo al futuro. Si había algún futuro, tenía que deshacerse de los esqueletos del pasado y, a menos que viera a la tía Maggie frente a frente, nunca sabría la verdad. Su tía estaba en la estancia. Demasiado tarde, Rachel recordó que las Esposas Jóvenes tenían su reunión semanal en la vicaría los viernes por la tarde, y el sonido de quizá una docena de voces femeninas sacudió su decisión. No intentó disfrazar su entrada en la casa; se obligó a mostrar el rostro y se fortaleció contra las miradas que la recibieron. —¡Vaya… Rachel! —su tía parecía sorprendida y preocupada—. Debiste avisarnos que venías.

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—Sí —aunque sabía que era lo último que hubiera hecho. Quería sorprenderla, aunque ahora la anciana tendría tiempo suficiente para considerar la razón de la llegada de su sobrina. —¿Por qué no te sientas y te unes a nosotras? —la invitó la tía Maggie, tratando de comportarse como la esposa del vicario—. Chicas, todas conocen a mi sobrina, Rachel Barnes, ¿verdad? Vino al funeral de la querida Bárbara y desafortunadamente tuvo un accidente mientras jugaba con Rosemary. Eso apenas si era veraz y Rachel no quiso entrar en más detalles. Reconoció el murmullo de simpatía… algunas de las chicas fueron a la escuela con ella y Bárbara… y entonces se excusó y ofreció prepararles té. —Eso no será necesario —dijo rápida la tía y señaló las tazas sobre la mesa—. Ya tomamos té. Estoy segura que todas preferirían escuchar sobre el excitante trabajo que tienes en Londres, Rachel es asistente de producción, ¿verdad, querida? Nuestra Rachel tiene mente de profesional; siempre la ha tenido —encontró los ojos de su sobrina— y siempre la tendrá. —Yo no apostaría sobre eso si fuera tú —dijo Rachel con mucha suavidad y vio que la mandíbula de su tía caía por un momento. Mas esa aberración fue breve y Maggie pronto se recuperó. —Bueno, estoy segura de que conoces tus asuntos —remarcó—. Aunque es una lástima que no todos podamos ser tan felices como fueron Bárbara y Matthew. ¡Pobre Bárbara! No sé qué hará Matthew sin ella. Ha estado devastado desde que se murió. Hubo otro murmullo de simpatía y Rachel enterró sus uñas en las palmas. Con unas pocas palabras, Maggie Barnes alteró todo el ambiente de la reunión y no había duda de que el cambio fue deliberado. Sin embargo, no todas las mujeres presentes miraban a Bárbara como la santa que su madre implicaba, y una de ellas, Gillian Wyatt, se puso de pie. —Creo que es hora de irnos —dijo y rompió la reunión—. Es obvio que a Rachel le gustaría hablar a solas con su tía y ya son casi las cuatro, hora de que lleguemos a casa para ser útiles a nuestros maridos. —¡Oh! Estoy segura de que Rachel… —empezó Maggie con urgencia, aunque dos o tres de las jóvenes ya estaban de pie. —Gill tiene razón —dijo Nancy Cullen, quien se abotonaba el suéter—. Sé que eres demasiado educada para pedirnos que nos vayamos y estoy segura de que te gustaría tener una charla tranquila con tu visitante. Después de todo, ya hace mucho que Rachel visitó el valle. Deberíamos verte con más frecuencia, Rachel. Londres no está tan lejos de Rothside. Rachel se sintió conmovida por la forma en que todas al salir le desearon que se recuperara. Pensó que la mirarían como una paria y también en ese aspecto estaba

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equivocada. Nadie parecía culparla por lo sucedido, y si lo hacían, estaban dispuestas a guardar para sí sus pensamientos. Cuando ella y su tía estuvieron solas, se encontró con una reacción por completo diferente. Maggie estaba sombría y agresiva y era obvio que opinaba que el mejor método de defensa era el ataque. —¿Bien? —dijo al regresar a la estancia donde Rachel esperaba—. ¿Qué deseas? Espero que no vayas a pedirme alojamiento. —No —Rachel metió las manos en los bolsillos de sus jeans y se aprestó a tomar las riendas de la conversación—. De hecho, no quiero nada de ti, excepto algunas respuestas, como por ejemplo, ¿por qué me dijiste que Bárbara estaba embarazada cuando no lo estaba? El rostro delgado de Maggie palideció. —¿Cómo dices? —Escuchaste lo que dije, tía Maggie. ¿Por qué me dijiste que Bárbara…? —¿De qué hablas? ¿Por qué te dije que Bárbara estaba embarazada? Por que lo estaba. Ella y Matt… bueno, sabes bien lo que sucedió. —Sé lo que tú me dijiste que sucedió —replicó Rachel, ruda, y Maggie dio un paso atrás. —¿Qué quieres decir? —¡Oh! No finjas que no comprendes, tía Maggie. Comprendes muy bien. Sólo que nunca esperaste que yo oiría la verdad. Sabías lo deprimida que estaba por lo que vi, lo que pensé que había visto, y creí todo. ¡Todo! —No sé cuál es la razón de esto. Venir aquí y gritarme que te mentí. No te mentí. ¿Por qué había de hacerlo? —Porque presumiste que te creería —dijo Rachel trémula—. Adivinaste que si Bárbara iba a mí con esa historia, yo habría sospechado. ¡Pero sabías que yo nunca esperaría que tú mintieras! —Y no lo hice. ¿Cómo te atreves a sugerir tal cosa? Sólo porque Matt es viudo ahora, crees que puedes tener oportunidad de revivir el pasado. Estás poniéndole vieja y empiezas a lamentar lo que perdiste… —¡Oh, sí! Lo lamento ya —dijo Rachel con amargura—. Y Matt también, me lo dijo. —¿Matt te dijo…? —por un momento, Maggie pareció aturdida; había pensado que quizá Rachel se enteraría del engaño, pero no por él. —Sí, Matt —Rachel fue desdeñosa al perseguir su objetivo—. Él me dijo la verdad, toda la verdad. Que no tuvo nada que ver con Bárbara de manera sexual

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hasta que yo dejé el distrito. Que no era posible que Bárbara estuviera embarazada y que Rosemary no tiene diez años. ¡Tiene nueve! Maggie parpadeó y Rachel casi podía sentir compasión por ella. Era difícil justificar las mentiras que le contó, aun cuando fuera para ayudar a Bárbara. Y, aunque a Maggie nunca le agradó Rachel, de seguro no la odiaba tanto para hacer lo que hizo sin coacción. —Eres una tonta, Rachel —le dijo con desprecio y Rachel percibió que la seguridad retornó a la voz de su tía—. Matt te dijo la verdad. Te dijo que Bárbara no esperaba a su hijo cuando te fuiste y tú le creíste porque Rosie tiene nueve años de edad —rió brusca—. No te habló del aborto que tuvo, ¿verdad? ¡No te dijo que Bárbara perdió a su primer bebé unas cuantas semanas antes de su término! —¡Eso no es verdad! —la respuesta de Rachel fue instintiva, nacida del deseo de acallar la voz acusadora de su tía, pero Maggie aún no terminaba. —Es verdad —repuso—, y si no me crees, pregúntale a tu tío. Él no te mentiría. ¡No el tío Geoff! ¡No el hombre que te dio un hogar a costa de su propia familia!

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Capítulo 13 —Tienes un visitante, Rachel —Alan Maxwell se detuvo junto al escritorio de ella y levantó una ceja en su dirección—. ¿Sabe Justin que has estado investigando a la aristocracia para el nuevo reportaje que está creando sobre estilos de vida? —¿Qué? —Rachel levantó la cabeza; no estaba de humor para la provocación de su joven colega. Tenía una montaña de trabajo que terminar antes que saliera al aire el programa de la noche, y con Justin respirando detrás de su cuello cada cinco minutos, no estaba en condiciones de enfrascarse en una lucha verbal con el hombre que quería el puesto de ella. —Dije… ¿sabe Justin que?… —Sí, lo escuché —Rachel no dejaría entrever su tensión. No le daría a Alan otra razón para quejarse con Justin de que ella no hacía su trabajo—. Mencionaste algo sobre… ¿la aristocracia? —Correcto —Alan señaló con la cabeza hacia uno de los estudios vacíos—. Le indiqué que esperara ahí. Es mejor que vayas y la atiendas antes que prenda a todos por las orejas. —¿Atender a quién? —quiso saber Rachel. —Dice llamarse Lady Olivia… Conroy. ¡Que gracioso! No me di cuenta antes. Es el mismo apellido que el tuyo. Rachel sintió como si la sangre se drenara de su cuerpo. ¿Lady Olivia, aquí? Sus manos se curvaron convulsivas sobre el escritorio. ¿Qué hacía Lady Olivia Conroy en Londres? ¿Y por qué fue a verla? —¿Estás bien? Hasta el despreocupado Alan notó la palidez de Rachel, y ésta hizo un decidido esfuerzo para calmar la curiosidad del joven. Si éste iba con Justin ahora y le decía que la madre de Matthew había ido a verla, ¡quién sabe qué catástrofe precipitaría! En la actualidad, Rachel y Justin apenas se hablaban por la reacción de él cuando ella regresó hacía cuatro meses a trabajar. Rachel nunca intentó explicarle lo que sucedió en Rothside, mas no dudaba de que él hubiera adivinado que Matt era en parte culpable de la falta de concentración de ella, y era sólo por su larga asociación que no la remplazaba. A Rachel le era increíblemente difícil aplicarse en algo por el momento y pensaba con toda seriedad dejar su trabajo en televisión y encontrar algo menos exigente. En alguna ocasión estuvo deseosa de trabajar y ahora se mostraba reacia hasta a salir de la cama por las mañanas, y toda su vida parecía vacía y sin ninguna meta.

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Creía que no podría sentirse peor que como se sintió diez años atrás, cuando llegó a Londres, mas eso era tan falso como todo lo demás. Las heridas que parcialmente habían sanado volvieron a abrirse y, aunque en una ocasión dijo que Matthew no podía lastimarla más, ahora reconocía que eso fue una ficción. Debió quedarse sola sin importar lo convincentes que fueran las palabras de Matthew, y nunca debió intentar verificar el pasado. Pensó que hubiera tenido suficiente con lo que él le dijo, con su parte de la historia. Sin involucrar a su tía, pudieron ser felices. ¿O no? Por semanas, después de su regreso a Londres, se hizo esa pregunta sin llegar a una respuesta satisfactoria. Si no se hubiera acercado a la tía Maggie, ¿ésta los habría dejado ser felices? ¿O hubiera esperado hasta que tuvieran un bebé antes de exponer a Matthew como el mentiroso que era? De cualquier forma, no esperó a saberlo. Una vez que el tío Geoff concedió, aunque un poco perplejo, que Bárbara había perdido un bebé antes que Rosemary naciera, Rachel sólo quiso escapar. Lamentó dejar a Rosemary, en especial, porque no pudo decirle a la niña cuándo o si volverían a verse de nuevo. Fue imperativo que se fuera antes de que Matthew regresara de Ginebra y, aunque se preguntaba sí iría a buscarla, como hizo antes, no supo nada más de él. Y ahora esto. Su estómago tembló al pensar en la madre de Matthew sentada en el estudio vacío, en espera para hablar con ella. ¿Y con qué propósito? ¿Qué razón pudo llevar a Lady Olivia a Londres? Rachel sabía que la anciana tenía amigos en la ciudad, pero no creía que esa fuera una visita social. Ella y Lady Olivia no tenían y nunca tuvieron ese tipo de asociación. —¿Quieres que me deshaga de ella? —de forma extemporánea, Alan mostró una inesperada compasión—. Hasta podría decirle que no estás aquí. ¿Por que no sales a comer temprano? Hace frío afuera, a pesar de que el sol es cálido. —No —Rachel miró los papeles sobre su escritorio y movió la cabeza—. No, está bien, la veré —dijo echó para atrás la silla y se puso de pie. Sus piernas temblaban—. Aunque… gracias por el ofrecimiento. Haré lo mismo por ti en alguna ocasión. Lady Olivia no estaba sentada esperándola. Cuando Rachel entró en el pequeño estudio; que se usaba para grabar las entrevistas para su canal, encontró a la anciana de pie, muy tiesa, mirando a través de la ventana con un aire de tensión. Se volvió cuando escuchó que se abría la puerta y apretó los nudillos de manera perceptible sobre la bolsa que sostenía en la mano. Rachel enderezó los hombros y, de forma inconsciente, adoptó una postura defensiva. Aún no podía pensar en una buena razón para que Lady Olivia estuviera allí y de forma automática anticipó lo peor.

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—Buenos días —sus palabras salieron apretadas y sus facciones estaban impasibles—. Entiendo que desea verme. Lady Olivia la miró en silencio durante varios segundos y entonces como si ya no fuera capaz de mantener su indiferencia, dejó caer los hombros. —¿Puedo sentarme? —Por supuesto —Rachel alejó la sensación de irrealidad y señaló una silla—. Por favor. ¿Puedo ofrecerle café? —Quizá más tarde —dijo la madre de Matthew y sus dedos inquietos desabotonaban su chaqueta de lana. Suspiró—. Así está mejor. Empezaba a pensar que te negabas a verme. Rachel volvió a experimentar la sensación de irrealidad. —¿Perdón? —Dije que empezaba a pensar que te negabas a verme —Lady Olivia dibujó una tenue sonrisa—. Sin embargo, tú siempre fuiste una chica educada, ¿verdad, Rachel? Aun cuando la gente no siempre lo fue contigo. Rachel se preguntaba si había trabajado en exceso y esa escena era producto de su imaginación. Quizá soñaba y pronto despertaría para descubrir que se le hacía tarde para irse a trabajar. —Sé que soy la última persona que esperabas ver —dijo Lady Olivia y Rachel se esforzó en concentrarse en la charla—. Admito que hace seis meses hubiera estado de acuerdo contigo, pero las circunstancias alteran las cosas y la felicidad dé mi hijo es más importante que mi orgullo. —Me temo que… —Sabes de qué hablo, ¿verdad? ¿No? No es de sorprender, ya que yo no te di la bienvenida a Rothmere en el pasado. —Lady Olivia… —Por favor, ¿por qué no te sientas también? Lo que tengo que decir no tomará mucho tiempo y, mirándote de pie, me siento balbuceante… —¿La envió Matthew aquí? —preguntó sin emoción. Era una posible razón para la presencia de la anciana—. Porque si lo hizo… —Matt no sabe que estoy aquí. Tienes mi palabra; de hecho, diría que se pondría furioso si lo supiera, aunque desafortunadamente no es así… —¿Desafortunadamente? —Sí. ¡Oh! —Lady Olivia extendió las manos—, siéntate Rachel. No puedo seguir mirándote hacia arriba. Mi cabeza oscila y necesito control. La joven vaciló un momento y, reacia, acercó otra silla.

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—Está bien, ya estoy sentada. ¿Qué desea decirme? Los dedos de Lady Olivia alisaron su falda, plisaron la lana y, justo cuando Rachel estaba a punto de saltar y ponerse de pie, ella dijo: —Quiero que regreses a Rothmere. —¡¿Qué?! —Rachel sintió la adrenalina recorrer sus venas—. ¿Lo dice en serio? —Lo digo en serio, Matt te necesita. Rosemary también te necesita y yo… te necesito —torció los labios—. ¡No me mires así! No he perdido la razón por completo. Lo que digo es que te necesito porque Matt te necesita y si no regresas, mucho me temo que lo perderé. —¿Perderlo? —repitió la joven—. ¿Qué quiere decir con perderlo? —Bueno… desde el accidente, él ha estado bebiendo… —¿Accidente? —la boca de Rachel se secó—. ¿Qué accidente? —El accidente de Rosemary, ya lo sabes. —No, no lo sé. —¿No sabes que se cayó de Saracen? —¡No! —Rachel estaba horrorizada—. ¿Cómo podía saberlo? —¿No te escribió tu tío para contarte…? —Nadie me escribió —la interrumpió Rachel—. ¿Qué sucedió? ¿Está ella bien? ¡Buen Dios, de Saracen! Es el caballo de su padre, ¿verdad? —recordó al enorme semental negro con horrible aprensión. —Sí, así es —Lady Olivia movió la cabeza—. La pequeña tonta nunca debió montarlo, pero cuando Matthew volvió a casa y encontró que habías regresado a Londres, él se tornó inabordable y supongo que Rosemary trataba de atraer su atención. —¡Oh, Dios! —Rachel se sintió enferma—. ¿Ella… se lastimó mucho? —Afortunadamente, no mucho. Tuvo cortaduras y escoraciones y, como tú, sufrió una concusión, aunque me temo que su ardid para atraer la atención de Matt fue contraproducente. Desde el accidente ha estado más retraído, y cuando Malloy me dijo lo mucho que bebía… Rachel entrelazó sus manos. —¿Qué le hace pensar que yo puedo ayudarlo? —preguntó y luchó contra su urgencia instintiva de ignorar el sentido común e ir a ver a Matthew. —¿Quién más podría? —respondió Lady Olivia con amargura—. Es a ti a quien siempre ha querido. Nunca escucharía a nadie más.

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—¿Cómo puede decir eso? —Rachel no pudo evitar la incontrolable réplica—. Él me mintió… —¿Cuándo? ¿Cuándo te mintió? —Lady Olivia la miró feroz—. Si te dijo que nunca amó a Bárbara, entonces es la verdad. No está mintiendo. Después de los primeros meses, su matrimonio era sólo una farsa. Si no hubiera sido por Rosemary… —su voz se cortó y buscó un pañuelo en su bolsa mientras Rachel respiraba agitada. —No fue eso —dijo la joven al fin y comprendió que al menos le debía a esa mujer ser franca—. No sé si Matt alguna vez amó a Bárbara. Sí se sentía atraído hacia ella… —No hasta que te fuiste —aseveró la anciana—. En realidad no creíste que te fue infiel, ¿verdad? ¡Dios mío! Esa noche que supo que lo engañabas, estaba demasiado borracho para… bueno, sabes lo que quiero decir. Las facciones de Rachel se congelaron. —¿Es eso lo que él le dijo? —Eventualmente —aceptó Lady Olivia—. Después que lo enfrenté. La señora Moffat encontró las botellas la mañana siguiente. No fue sino más tarde que supe que Bárbara estaba involucrada. Rachel se levantó, incapaz de quedarse quieta. —Yo… no lo engañaba —dijo al fin y caminó hasta la ventana—. Bárbara… yo creo que Bárbara inventó eso para crear problemas entre nosotros. De cualquier forma, consiguió su objetivo, ¿verdad? Y recogió los pedazos… —¿Quieres decir que no te oponías a tener un bebé? —No. Sí. ¡Oh! al principio sí pero después… —Rachel movió la cabeza—. Todo lo que digo es que no eran mis píldoras las que Bárbara le mostró a Matt. Debieron de ser de ella. —¿Y cuándo supiste todo esto? —Matt me lo dijo. Un día antes que me fuera de Rothmere. —¿Y eso no significó nada para ti? —inquirió la mujer mayor. —Por supuesto que significó algo para mí, pero no fue suficiente. Lady Olivia levantó sus hombros delgados. —Yo esperaba… esperé… que todavía te importara mi hijo. —Es un poco tarde para eso, ¿verdad? —Empiezo a pensar que sí —la anciana parecía acabada. —De cualquier modo, aunque a mí todavía me importara Matt, no podría vivir con un mentiroso.

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—¿De qué forma te mintió Matt? Ya te dije que él no amaba a Bárbara. —Y yo dije que no me refería a eso. —¿Entonces qué es? —Rachel temblaba ahora y no podía evitarlo. —Él… me dijo que Bárbara no estaba embarazada cuando yo dejé Penrith. —No lo estaba —Lady Olivia frunció el ceño. —Sí, estaba embarazada. —No. Puedo asegurarte… —Si va a decir que Rosemary tiene sólo nueve años, ya lo sé. Bárbara tuvo un aborto, ¿verdad? —Bueno… sí… —Ahí lo tiene —aun ahora, la confirmación la hizo sentir enferma. —Pero eso fue después que se casaron, querida. Y el feto apenas tenía dos meses de tiempo. —¡No! —Rachel no podía creerlo. No lo creería, pues su tío había avalado todo lo que Maggie dijo, y él no le hubiera mentido. —Me temo que sí. —No puede ser —Rachel movió la cabeza. ¿Qué fue exactamente lo que su tía dijo?, se preguntó desesperada. Maggie interrogó al tío Geoff, por cuenta de Rachel, acerca de si era verdad que Bárbara estuvo embarazada antes de su casamiento, y el tío dijo que sí, entonces ella continuó y le preguntó si Bárbara había tenido un aborto y… y… Rachel brincó a la conclusión obvia justo como la tía Maggie sabía que haría. Debió de gemir, porque Lady Olivia se levantó y, ansiosa, le puso una mano sobre el brazo. —¿Te sientes bien, Rachel? —le preguntó preocupada y la chica sintió urgencia de confiar en la anciana. —Yo… cuando tía Maggie me dijo que Bárbara tuvo un aborto, dijo que sucedió justo… semanas antes que llegara a su término. —¡Buen Dios! —Lady Olivia estaba sorprendida—. ¿Por qué le creíste? ¿Te ofreció alguna prueba? —No, no lo hizo, aunque le pidió al tío Geoff que lo confirmara y él lo hizo. —¿Confirmó que al bebé le faltaban pocas semanas para nacer? —Lady Olivia estaba perpleja—. Siempre pensé que Geoffrey Barnes era un hombre tonto, pero nunca creí que traicionaría sus votos. —No, no lo hizo. Verá, Matthew no me contó sobre el aborto… —Porque no era importante.

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—Lo era para mí —Rachel inclinó su cabeza—. De todas formas, cuando tío Geoff aceptó que Bárbara perdió un bebé, yo no presioné. Fue… suficiente, ¿lo entiende? Tal como tía Maggie esperaba… —¡Esa mujer! —había disgusto en la voz de Lady Olivia—. ¡Cómo ha vivido tu tío todos estos años con ella! Rachel movió la cabeza. —Tengo que pensar… —Sí, sí, lo comprendo —Lady Olivia asintió. De pronto, se le ocurrió algo y agregó—: Hay otro punto que creo que debes considerar. —¿Sí? —inquirió Rachel cautelosa. —Bueno… —la anciana tenía el aire de quien acaba de descubrir algo que los demás habían pasado por alto— pregúntate cómo pudo Bárbara embarazarse en ese momento, si ella misma usaba las píldoras de las que hablaste.

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Capítulo 14 Habla oscurecido cuando llegó a Rothmere y las dudas que abrigó durante el trayecto, florecieron cuando se encontró ante la familiar entrada. Los caminos no estuvieron transitados una vez que pasó el cruce de Birmingham. Ella había salido después de las cuatro y, aun así, dejó su apartamento desordenado. Preparó una maleta y al final descubrió que contenía sólo ropa interior y zapatos, por lo que la vació sobre la cama y empezó de nuevo. En ese momento su cerebro sólo funcionaba para pensar que debía llegar hasta Matthew. Justin reconoció su derrota, aunque aumentó las dudas de Rachel. —¿Qué te hace pensar que Conroy te desea de regreso después que pensaste lo peor de él? —preguntó y puso en voz alta los pensamientos que Rachel prefería no cuestionar—. Después de todo, no es la primera vez que huyes de él. Quizás encuentres que no está preparado para aceptarte. Por supuesto que tenía razón, pero ella estaba convencida de que hacía lo correcto. Ahora ya no lo estaba tanto y sus manos se apretaban convulsivas al volante mientras conducía hacia la casa. Era una noche fría de septiembre y cuando salió del coche, el viento proveniente del lago penetró los pliegues de la capa con que se envolvió. Rachel no se había detenido para cambiarse y aún llevaba el traje de terciopelo verde oscuro que usara en los estudios, aunque ahora se sentía desaliñada y cansada por el viaje. Había pocas luces visibles en la casa y se preguntó qué haría si Matthew no estaba allí. Lady Olivia le aseguró que raras veces salía esos días, mas no era un ermitaño. Pudo haber decidido pasar la noche con algunos amigos después que su madre salió para Londres. Particularmente cuando Lady Olivia dejó a Rosemary con Helen de camino para ver a Rachel, pues, según explicó, Agnetha ya había regresado a Suecia. Watkins contestó al llamado de Rachel y sus viejos ojos se abrieron mucho al verla. —Pero… ¡señora Conroy! —exclamó y la joven le sonrió con calidez—. Es una agradable sorpresa. ¿Sabe el señor Matthew que viene usted? —la sonrisa de Rachel fue trémula. —No, no lo sabe —admitió y miró ansiosa detrás del anciano—. Está él, ¿verdad? No fue inútil mi viaje… —No, por supuesto que no —al retroceder Watkins para permitirle la entrada, su rostro mostró inseguridad—. Lo que pasa es que… bueno, señora Conroy, si él no la espera…

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Rachel pudo adivinar lo que el mayordomo pensaba. Si lo que Lady Olivia le confió era verdad, Matthew raras veces estaba sobrio después de las seis de la tarde, y el pobre Watkins temería acercársele. —Está bien —señaló ella ahora y palmeó al anciano en un brazo—. No tiene que anunciarme. ¿Está en la biblioteca? —ante el asentimiento de Watkins, añadió—: Déjemelo, yo tomo la responsabilidad. —Pero, señorita Rachel… Era evidente que Watkins sintió su deber el advertirle de lo que podría encontrar, pero Rachel movió la cabeza. —No se preocupe —dijo con firmeza—. Si me lanza, puede venir a recoger los pedazos —forzó una sonrisa—. Con franqueza, estaré bien. Lady Olivia sabe que estoy aquí. —¿Lo sabe? La voz áspera y dolorosamente familiar quitó el breve indicio de humor en Rachel. No pensó que ella y Watkins hablaran con voz tan alta que cualquiera pudiera escucharlos, por lo que era evidente que Matthew tenía un oído muy agudo. Cuando ella le daba seguridad al mayordomo, Matt abrió la puerta de la biblioteca y ahora los miraba con cautelosa especulación. Rachel creyó que estaba preparada para todo y había escenificado todo aquello en lo que podía pensar: ira, resentimiento, amargura, hasta un posible rechazo, mas no anticipó el impacto que la apariencia de Matt le causaría. Incluso cuatro meses antes, no se enfrentó con algo parecido. Matthew parecía enfermo. No existía otra palabra para describirlo, y ahora Rachel comprendió por qué Lady Olivia estaba tan desesperada que fue a Londres. La anciana no exageró cuando expresó su temor de perder a su hijo. Al mirarlo, la chica apenas podía creer que ella contribuyó a ese cambio. Estaba muy delgado y la ropa le quedaba bastante holgada. Su rostro estaba demacrado y sombreado por la barba. —Dije, ¿lo sabe? —repitió y apoyó la mano sobre el marco de la puerta—. Me preguntaba a dónde habría ido la chica mayor. ¿Dónde está? Quiero decirle exactamente lo que pienso de ella. —Matt… —Rachel miró hacia Watkins, mas era evidente que Matthew no tenía escrúpulos en lo que se refería al viejo mayordomo. —Puedes mostrarle… a la señorita Barnes la salida, Watkins —recalcó e ignoró el saludo de Rachel—. Y en el futuro, es mejor que me preguntes antes de invitar… indeseados a la casa. —¡Oh! Señor Matt…

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—Está bien, Watkins —Rachel se dio cuenta de que tenía que hacerse cargo de la situación antes que se le saliera de las manos—. Puedo salir sola si es necesario. Usted váyase y continúe con su cena… —¡No le digas a mi personal lo que debe hacer! —gruñó Matthew y se balanceó un poco al retirarse de la puerta. Rachel percibió el aliento alcohólico—. Tú… sal de aquí ahora. ¡De inmediato! Rachel le dio la espalda y habló con el mayordomo. —Váyase, Watkins, y dígale a la señora Moffat que nos gustaría tomar café, por favor. Café negro, para dos. —¡Vaya que tienes desfachatez! —rugió Matthew cuando Watkins miró a su jefe y se apresuró a seguir las órdenes de Rachel—. Venir sin invitación, dando órdenes. ¿Quién demonios crees que eres? —Soy la mujer que te ama —dijo Rachel, firme, y señaló hacia el cuarto iluminado detrás de él—. ¿Vamos a la biblioteca para charlar? ¿O sería mejor charlar aquí afuera, con audiencia? Matthew abrió la boca, pasmado. —¿Qué dijiste? —musitó y entonces, como si estuviera convencido de que interpretó mal lo que ella dijo; movió la cabeza—. No —añadió— no me digas. No quiero saberlo. Sólo quiero que salgas de aquí y no necesito la lastima de nadie, mucho menos la tuya. —No es lástima —aseguró Rachel—. Escucha, ¿no podemos hablar en privado sobre esto? He recorrido un largo camino. —Nadie te pidió que lo hicieras. Por lo menos, yo no te lo pedí. —Lo sé —la joven inhaló profundo—. Por favor… —Por favor qué. —Vamos a la biblioteca para hablar de esto. —No hay nada de que hablar. ¡Dios! Rachel, ¿no has hecho suficiente? ¿Tenías que hacer lo que te pidió la anciana? Dios sabe que nunca lo hiciste antes. Rachel suspiró. —Si hubiera sabido que te encontrabas en este estado… —¿Sí? ¿Sí? —levantó la cabeza, irónico—. ¿Qué hubieras hecho? ¿Venir corriendo a consolarme? —hizo un gesto—. ¿Como hiciste cuando Rosemary casi se rompió el cuello? —Yo no supe del accidente de Rosemary. —¿Y dices que te preocupas por ella? —musitó sin escuchar lo que ella dijo—. Sabes, la engañaste, justo como me engañaste a mí. En realidad, pensé que

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empezábamos algo antes de irme. ¿Y entonces qué sucedió? Regresé y encontré que te habías ido justo como antes —gruñó—. ¡Quería matarte! —Matt yo no sabía —insistió y ahora él sí la escuchó. —¿No sabías? ¿No sabías qué? ¿Qué yo estaba loco por ti? ¿Que siempre estuve loco por ti? Por supuesto que sí —él hablaba en tiempo pasado y Rachel se sintió indefensa. —Del accidente de Rosemary —lo cortó, desesperada—. Matt no sabía que tuvo un accidente. Nadie… nadie me lo dijo. —¿Quieres decir que Barnes no te escribió para informarte? —No. Matthew se enfureció por un momento y entonces levantó sus hombros en un gesto indiferente. —¡Oh, bueno! Quizá fue mejor así. Si hubieras regresado entonces probablemente yo te hubiera estrangulado. —¡Oh, Matt! Sé que he sido estúpida. Sé que tienes toda la razón para estar enojado conmigo, pero yo también tenía mis razones y si tan sólo me escuchas puedo explicarte. Después de todo tu no trataste de comunicarte conmigo ¿verdad? ¿Cómo sabes si no pensé que era porque lamentabas lo que habías dicho? Matthew la miró un largo momento y humedeció sus labios secos. —Necesito un trago —regresó a la biblioteca y Rachel aprovechó la oportunidad y lo siguió. Cerró la puerta detrás de ella y se movió con rapidez para ponerse entre él y la bandeja con botellas sobre el escritorio. —No necesitas un trago —declaró y resistió la mirada agresiva de Matthew. ¿No lo ves? Tenemos que hablar. —¿De qué? —De nosotros. —No hay un “nosotros” —dijo, llano—. Ya no más. —Sí, sí lo hay —Rachel se negó a ser intimidada— a menos que me digas que ya no me quieres. ¿Es eso lo que dices? ¿Es eso? Él se dio media vuelta y pasó sus manos temblorosas entre la negrura alborotada de su cabello. Parecía tan perdido, tan afligido que ella quería rodearlo con sus brazos. Sin embargo, su valor no era tan grande, sin importar lo que dijera Lady Olivia. —No estarías aquí si no fuera por mi madre —musitó Matt después de una pausa—. Te fuiste de aquí por tu propia voluntad. Nada ha cambiado.

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—Sí, sí ha cambiado —Rachel prendió su labio inferior con los dientes—. ¿No te preguntaste por qué pude haberme ido? —Oh, sí… —dijo, rudo—. Sí me lo pregunté, pero no había respuesta, ¿verdad? Te conté mi lado de la historia, mas no fue suficiente para ti. —Sí, sí, lo fue —Rachel inhaló profundo—, aunque eso no era el final. —¿Qué quieres decir? —Quiero… —Rachel sabía que no era fácil de explicarle sus razones para ver a su tía—. ¡Oh, Matt! No sé por qué lo hice, pero fui a ver a la tía Maggie esa tarde que te fuiste a Ginebra. —¿Y? —Matthew estaba imperturbable. —Tenía que verla. Sé que pensarás que es una tontería, pero quería confrontarla con sus propias mentiras. Por tantos años creí todo lo que me dijo… —Rachel se interrumpió y la ironía de esa verdad volvió a apresarla—. Esta vez estaba segura de que tenía la mano ganadora y quería decirle que, a pesar de todo, íbamos a estar juntos de nuevo. —¿Y? —los ojos de Matthew parecían sobrios ahora y Rachel se preguntó cómo pudo ella no creerle. —Bueno, no resultó como yo esperaba. —¿No? —No —Rachel gruñó—. Oh, Matt! Ella dijo… dijo que Bárbara tuvo un aborto… —Lo tuvo. —Ahora lo sé, pero la tía Maggie dijo que fue el bebé del que estaba embarazada cuando me fui de Penrith. —Y yo te dije que no había tocado a Bárbara antes que te fueras a Londres. —Sí, lo sé. Lo sé —Rachel pudo sentir el escozor de lágrimas calientes en sus ojos—. ¿No lo ves? Ella dijo que eras tú el que mentía, no ella y… y… —Le creíste —la voz de Matthew era áspera. Rachel inclinó la cabeza. —Sí. —¿Por qué? —¡Oh, Dios, no lo sé! —Rachel suspiró—. Supongo que no podía creer que ella mintiera todos estos años. —¿Pero creíste que yo sí podía? —No. Sí. ¡Oh! No lo sé, ya te lo dije. No sabía a quién creer. —Aun después que te conté lo de las píldoras.

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—Lo sé —Rachel se sentía terrible—. No tengo excusa para lo que hice y, de hecho, tu madre señaló que si eran las píldoras de Bárbara, entonces ella no podría estar embarazada, aunque… —¿Aunque le hubiera hecho el amor? —terminó Matthew frío—. ¡Dios mío! ¡Vaya opinión que tienes de mí! Incluso ahora… —No. ¡No! —Rachel se cubrió el rostro con las manos—. No entiendes. Sucedió mucho en tan corto tiempo, y yo no podía aceptar… —No podías creerme —ahora Matthew parecía furioso—. ¡Demonios! ¿Crees que al venir ahora aquí puedes ignorar el pasado? —Yo… lo pensé —admitió ella, ronca, y apretó el broche de su capa—, pero quizás… estaba equivocada… —¡Lo estabas! —exclamó él y se aproximó para que Rachel pudiera ver la furia en su rostro—. ¡Maldición! Lo estabas —añadió—. ¿Qué crees que soy? ¿Algún tipo de grifo emocional que puede abrirse y cerrarse a voluntad? Bueno, es demasiado tarde. No te necesito, Rachel. Ya no te necesito. Rachel no podía soportar más. Un sollozo subió a su garganta, se apartó de Matt y casi corrió hacia la puerta. Tenía que escapar, pensó desesperada, antes de humillarse más, de estallar en lágrimas ante él. Esa no fue una de las escenas que vislumbró y, sin importar lo que Lady Olivia esperara de ella, tenía que salir de allí. La mano de él, enredada en el cabello de Rachel la detuvo y ella casi gritó de dolor. —Espera —ordenó Matt, salvaje, y presionó la otra mano contra la puerta para evitar que ella la abriera, si hubiera tenido la fuerza para hacerlo—. ¡Maldición, Rachel! No vuelvas a huir de mí. Cuando la mano en su cabello disminuyó la presión, Rachel se volvió de forma que su espalda quedó contra la puerta, y lo miró con los ojos llenos de lágrimas. —Pensé que era lo que tú deseabas —protestó y él gimió derrotado. —Bueno, pues no —ronco, su tono era una mezcla de hambre y frustración—. Siempre fui un tonto en lo que a ti concernía. ¡Dios, Rachel!, ¿por qué viniste aquí? ¿Fue sólo porque mi madre te lo pidió o en realidad querías verme? —Deseaba verte —le aseguró mientras los dedos de él se desenredaban de los sedosos mechones, que parecían reacios a liberarlo—. Si tan sólo nunca hubiera ido a ver a la tía Maggie, nada de esto habría sucedido. Debí esperar, debí esperar hasta que regresaras y pudiéramos verla juntos. Matthew descansó su frente contra la de ella. —¿Y ahora? Ella, trémula, tomó aliento.

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—Eso depende de ti. —¿Sí? —los dedos de Matthew se deslizaron por el cuello femenino—. ¿Es así, de verdad? —sus pulgares probaron el sensitivo contorno de las orejas—. Y si te creyera, ¿prometerías no volver a huir de mí sin al menos escuchar mi parte de la historia? —Sí, oh, sí —Rachel cubrió con sus manos las de él y movió la cabeza para evitar las cálidas lágrimas que se negaban a irse. —¡Oh, amor!… —la voz de Matt era áspera cuando bajó la boca hacia la de ella, y Rachel tembló incontrolable cuando hicieron gentil contacto. Hacía mucho tiempo desde que él la besó y los recuerdos la inundaron. Con infinita ternura, Matthew le secó con los labios las traicioneras lágrimas que ella derramó y cuando volvió a besarle la boca, lo hizo con urgencia. Mantuvo su boca sobre la de ella; sus manos encontraron las solapas de la capa y la abrieron, de modo que cuando él apoyo su cuerpo sobre el de la joven, ésta pudo sentir el calor que despedía. —¡Dios no puedo creer esto! —musitó Matthew, le acunó el rostro entre las manos y la miró con ojos que eran tanto sombríos como dolidos—. ¿Estás segura de que sabes lo que haces? No te dejaré escapar de nuevo, y si tú… te quedas aquí ahora… ¡será para siempre! Escucharon un persistente llamado a la puerta, y Rachel recordó que ordenó café para ambos. —Es… la señora Moffat —suspiró, reacia, y trató de separar a Matt de ella. Con un esfuerzo supremo, Matthew se apoyó en la puerta, a ambos lados de la cabeza de ella, para equilibrarse. —Como digas —respondió con la pronunciación de alguien que no está en perfecto control de sí, y cuando se retiró, Rachel se volvió para abrir la puerta. La señora Moffat percibió la escena que interrumpió, aunque si estaba sorprendida de ver a Rachel, se guardó el comentario. —Este cuarto huele a destilería —declaró con valor y dejó la bandeja del café sobre la mesa antes de abrir una ventana para permitir que el aire frío de la noche entrara—. Y usted debe de estar cansada, señorita Rachel —añadió y le ofreció una sonrisa—. Sugiero que suba y se refresque, y una cena agradable les esperará cuando ambos bajen. —Eso no será necesario… —empezó a decir Matt, pero Rachel lo interrumpió. —Eso sería encantador, señora Moffat —evitó la mirada impaciente de su ex esposo—. Estoy segura de que Matt también apreciará refrescarse.

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—Estoy de acuerdo —coincidió la señora Moffat y aprovechó la presencia de Rachel para dar voz a pensamientos que de otra forma nunca habría soñado en expresar. Miró a su jefe con cautela—. ¿Es… tá bien, señor Matt? —¿Por qué me pregunta? —inquirió él, suave; se sirvió café negro en una taza y la llevó a sus labios—. Parece que la señora… señorita Barnes, es quien da las órdenes aquí. —Matt… —dijo Rachel. —No, continúa haciéndolo —declaró rudo y puso la taza vacía sobre la bandeja —. Como ambas parecen pensar que necesito inmediata restauración, es mejor que suba y haga algo al respecto. —Matt… —él ya caminaba y salía del cuarto, aunque un poco desbalanceado, y al encontrar los ojos de la señora Moffat, Rachel decidió dejarlo ir. —¿Se queda, señorita Rachel? —Eso espero. —Bueno… gracias a Dios por eso —la señora Moffat estaba aliviada—. Quizás ahora las cosas regresen a la normalidad por aquí. —Gracias —Rachel sonrió. —No me lo agradezca. Sólo no… cambie de opinión de nuevo, ¿quiere? No creo que el señor Matt pudiera resistirlo. Después que la señora Moffat fue a preparar la cena que sugirió, Rachel se forzó a beber una taza de café antes de salir a su coche para rescatar su maleta. Entonces subió por la escalera hacia el primer piso y de forma instintiva entró en el cuarto que ocupó cuatro meses antes. Había salido de ahí sintiéndose muy traicionada, recordó temblorosa. No debía permitir que eso sucediera de nuevo. Era evidente que la señora Moffat había enviado a una de las doncellas para arreglar la cama, y la luz de la lámpara brillaba sobre las fundas de seda de las almohadas y el cubrecama de suave tela de color limón pálido. Era obvio que el ama de llaves no especuló sobre dónde podría Rachel pasar la noche, y el cuarto estaba cálido y acogedor. Rachel dejó su maleta sobre la otomana a los pies de la cama, se quitó la capa y la dejó sobre el brazo de una silla. Afuera, un búho descendió con rapidez sobre la casa y la chica pudo escuchar su espectral llamado cuando se quitaba el traje. La falda se deslizó con facilidad sobre sus caderas. Matthew no era el único que había perdido peso, reflexionó y lanzó un vistazo a su reflejo en el espejo del tocador. Se preguntó si Matt lo habría notado. ¿Y dónde estaba él?, quiso saber, mientras sacaba una bata rojo profundo de su maleta y se la ponía. Ella había pensado que quizás estaría ahí, esperándola, mas era evidente que fue a sus propias habitaciones.

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Ella vaciló sólo un momento antes de abrir de nuevo su puerta y caminar por el corredor hacia el apartamento de Matthew. A pesar de todo lo sucedido antes todavía estaba nerviosa y requirió de gran valor para abrir la puerta del pequeño vestíbulo y entrar. Cerró y se apoyó contra la puerta. Escuchó que el agua corría y era obvio que él tomaba una ducha. Aunque sus instintos la urgían a entrar al dormitorio y al baño, aún había cosas que no podía hacer. Después de todo, habían pasado diez años se recordó. De todas formas, no podía quedarse pegada a la puerta, y con una profunda inhalación, se alejó de su apoyo. Los cuartos de Matthew, los que una vez compartieron también habían cambiado. Cuando vivieron juntos hubo cierta influencia femenina en el diseño en cambio ahora eran rigurosamente masculinos y Rachel se preguntaba por qué Bárbara nunca imprimió su personalidad en ellos. Pensar en Bárbara todavía le resultaba doloroso y continuó a través de la austeridad oro y café del vestíbulo, hacia la puerta del dormitorio. Este último estaba decorado con los mismos tonos salvo ligeros destellos de colores distintos en el diseño de la cubrecama Ahí estaba la cama que escogieron juntos cuando estuvieron casados y pensar que él la había compartido con Bárbara era casi insoportable. Estaba parada ahí mirando la cama, cuando Matthew apareció en el umbral de la puerta del baño. Era evidente que no la escuchó entrar a su apartamento, y sus ojos encontraron los de ella con obvia cautela, antes que tomar conciencia de su falta de ropa y retrocediera. —¡No… no te vayas! —exclamó Rachel con prisa y su mirada bajó del rostro de Matt hacia los oscuros vellos del pecho y hacia los planos lisos del estómago, donde los vellos formaban una línea estrecha. Era la primera vez que veía desnudo a Matthew desde hacía mucho tiempo y, aunque él estaba muy delgado, todavía era el hombre más hermoso que había visto—. ¡Oh, Matt! Te amo, te amo tanto… Rachel cubrió rápidamente el espacio entre ambos y cuando los brazos de él se cerraron alrededor de ella y la aprisionaron contra su duro cuerpo, sintió una maravillosa sensación de bienvenida. Lo abrazó por la cintura y se presionó contra él. —Te deseo —gimió Matthew y su lengua se deslizó entre los labios de ella para recorrer el tembloroso contorno de su boca—. ¡Dios, no sabes cuánto! —Tengo cierta idea —la voz de Rachel era ronca—. ¡Oh Matt, hazme el amor, por favor! Te necesito. Te necesito tanto… Matt la acostó sobre la suave cama y se arrodilló al lado de la joven. La bata de seda roja fue descartada sobre el tapete beige y Matthew obtenía satisfacción mientras despojaba a Rachel de las prendas que le quedaban. Aunque él estaba tan

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ansioso como ella de consumar su amor, al deslizarle las bragas a lo largo de las piernas siguió a sus manos con los labios. —Suave… tan suave —musitó cuando encontró la piel sensitiva del interior de los muslos—, ¡Oh Dios! ¡Eres muy hermosa! ¿Cómo pude vivir sin esto…? Rachel se encogió un poco cuando él la poseyó. ¡Hacía tanto tiempo! Sin embargo, era una sensación maravillosa, saber que su cuerpo se unía al de Matt de nuevo. Ella le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo a la vez que arqueaba las caderas hacia las de él. Terminó demasiado pronto, aunque el éxtasis se prolongó por unos minutos inolvidables. Cuando él intentó retirarse, Rachel lo rodeó con las piernas y lo mantuvo donde estaba. —¿Tienes idea de lo que me haces? —gruñó él y enterró el rostro entre los senos. —Tengo una buena idea —suspiró la joven. Matt se apoyó en sus codos y la miró cuando ella le pasaba la lengua por el pecho. —Dijiste que teníamos que hablar —le recordó Matthew antes de apoderarse de la boca entreabierta de Rachel, quien no quería hablar en ese momento. —Más tarde…

Era evidente que la señora Moffat decidió no recordarles que debían bajar a cenar. Un par de horas después, Rachel abrió los ojos para encontrar a Matthew mirándola apoyado en un codo. —Tú eres la única mujer que conozco que es tan bella despierta como dormida —murmuró él y bajó la cabeza para acariciarle los labios con la lengua. —Supongo que has tenido mucha experiencia —aventuró Rachel y trató de parecer ligera, mas el dolor no fue tan fácil de esconder como suponía. —No mucha, no —respondió Matthew gentil al comprender los sentimientos de ella—, y desde que regresaste a mi vida, no ha habido nadie más. —¿Hubo alguien… antes? —indagó la joven. —¿Cuándo Bárbara vivía? —Matthew torció los labios—. Algunas, creo. Como te dije antes, Bárbara y yo no tuvimos un matrimonio verdadero. —¿Nun… nunca? —¡Oh! —gruñó Matthew, se rodó de espaldas y levantó su brazo para dar sombra a sus ojos contra el brillo cálido de la lámpara sobre la mesita de noche—.

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Bueno, tuvimos relaciones sexuales por un tiempo, mas no funcionó. Esa es la respuesta simple. —¿Y la no simple? —¡Dios! —Matthew pasó sus dedos cansados a través de la revuelta espesura de su cabello—. Teníamos muchos problemas. Una vez que mi deseo inicial de lastimarte fue mitigado, fue fácil ver los huecos en nuestra relación. Para empezar, no teníamos nada en común. A Bárbara le gustaba viajar, gastar dinero en ropa cara y joyas, ir a fiestas. A mí no, y ella odiaba estar embarazada. Estoy seguro de que por eso perdió al primer bebé, sólo que ella sabía que dos abortos parecerían muy sospechosos y supongo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para asegurar su posición. Una vez que volvió a embarazarse, las cosas fueron de mal a peor. Nos peleábamos todo el tiempo y ella me dijo que sólo se había casado conmigo porque… bueno, porque estaba celosa de ti. —Quieres decir que ella me odiaba —Rachel se estremeció—. ¡Oh, Matt! Volvió su rostro hacia el pecho de Matthew y presionó sus labios contra el áspero vello. Él se estremeció bajo los labios acariciantes y continuó: —Después que Rosemary nació, apenas veía a su madre. Bárbara nunca estaba con ella y yo sospechaba que había otros hombres, pero no me importaba. No tenía deseos de iniciar los procedimientos de divorcio y quizás arriesgar que Bárbara obtuviera la custodia de Rosemary, aunque ni siquiera eso fue suficiente. —¿Qué quieres decir? Matthew suspiró. —Ahora no sé por qué lo hizo. Quizá ya sabía que estaba enferma y fue su forma de vengarse. De cualquier forma, era evidente que resentía el amor que yo tenía a nuestra hija, porque cuando Rosemary tenía seis años, Bárbara me dijo que yo no era el padre de la niña. —¡No! —Rachel parpadeó y se sentó—. ¿Por qué haría eso? —Quizás era la verdad. —¡No! —Rachel dijo, inflexible—. Ella mentía. —¿Mentía? —Por supuesto que sí —la joven se movió y los ojos de Matthew se oscurecieron cuando la luz de la lámpara brillo sobre los pequeños senos, hinchados y erectos por su acto de amor—. Rosemary es tu hija. ¿Cómo puedes dudarlo? —Bueno… —Matthew expelió el aliento— últimamente he llegado a la conclusión de que tal vez si es mi hija. Sin embargo, por meses, quizás años no pude tener la seguridad. —¡Oh, Matt!

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—Tienes que admitir que nosotros estuvimos casados durante casi cuatro a y nunca tuvimos ningún hijo… —Sabes por qué —Rachel lo miró indefensa—. Además… —De cualquier forma Bárbara me acusó de ser incapaz de procrear un hijo y tú no sabes lo que eso le hace a un hombre. —¡Oh, Dios! Rachel estaba horrorizada pero ahora comprendía mucho más incluyendo por qué Matthew y su hija habían estado tan enemistados. —Me imagino que fue su forma de lastimarme y yo intenté que no afectara mis sentimientos por Rosemary pero los afectó —musitó él—. Hasta… hasta que tu regresaste… —¿Yo? —Si tú —Matthew cerró sus ojos por un momento—. Creo que al verlas juntas comprendí lo que había perdido. Sé que al principio estaba celoso. Celoso de ti, celoso de Rosemary. Pero cuando tuviste esa caída y pensé que te había matado, me di cuenta de que estaba equivocado. También comprendí que en realidad no importaba si Rosemary era mi hija o no. Ella pensaba que lo era y eso me bastaba. Rachel movió su cabeza y se apoyó sobre él de forma que sus puntiagudos senos rozaron el pecho de Matt. —Ella es tu hija —le dijo ronca— cualquiera puede ver eso —retuvo el aliento —. ¿Por qué crees que ella es tan provocadora? La mano de Matthew, que estaba detrás de la cabeza de ella, la acercó hasta se boca. —Espero que yo te provoque —le dijo inseguro. —¡Oh, lo haces! —aseguró Rachel y pasó sus pulgares por las mejillas de él. Entonces volvió a menear la cabeza—. ¡Pobre Bárbara! Sabes, casi siento pena por ella ahora. —Eres muy bondadosa. —Sí, bueno, es porque tengo mucha suerte —dijo Rachel trémula—. Después de todo, yo los tengo a ambos, ¿verdad? A ti y a Rosemary. —¿Y si no tenemos más niños, no te importará? —¡Pero los tendremos! —Rachel suspiró y luego añadió suave—. No iba a decirte esto, por lo menos todavía no. Yo… tuve un aborto, también. Unos… cuantos días después que llegué a Londres. Matthew la miró con los ojos muy abiertos. —¡Nuestro hijo! —exclamó incrédulo—. ¡Oh Dios! ¡Nuestro hijo!

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—Cierto, era un hombrecito —admitió y el recuerdo de esa horrible ocasión aún tenía el poder de llevar lágrimas a sus ojos. Decidida, parpadeó para evitarlas—. Todavía tendremos otros si… eso es lo que quieres. —¿Si eso es lo que quiero? —gruñó y se rodó para aprisionarla debajo de él—. ¡Dios! Tú sabes lo que quiero, aunque, ¿es lo que tú quieres? Abajo te dije que era todo o nada y pensé que te sentiste aliviada cuando la señora Moffat nos interrumpió. —¿Lo creíste? —ahora Rachel frunció los labios—. ¡Oh, cariño! Si parecí aliviada cuando la señora Moffat nos interrumpió, fue porque estaba en peligro de destrozar tu ropa ahí mismo, y pienso que tu ama de llaves no lo hubiera aprobado. Matthew enterró su rostro en el cuello de ella. —¿Y… Harcourt? —musitó como si temiera la respuesta y no quería ver el rostro de Rachel cuando ésta respondiera. —Ya encontró un reemplazo —susurró ella—. Un joven llamado Alan Maxwell y puedo asegurarte que él es mucho más del gusto de Justin que yo. Matthew levantó su cabeza para mirarla. —¿Lo dices en serio? —¿No parezco seria? —Pareces… hermosa —le dijo ronco—. La más hermosa mujer que yo haya conocido —hizo una pausa—. No te importará vivir aquí de nuevo, ¿verdad? Quiero decir… —se cortó—. Sé que debes tener asociaciones infelices. Rachel movió la cabeza. —No ahora. No ahora que estamos juntos de nuevo. ¿Redecoraste éstos cuartos cuando Bárbara murió? —Bárbara nunca compartió estos cuartos —dijo Matthew rudo—. Ese fue un acto que no pude efectuar. Nosotros… dormíamos en otras habitaciones, mientras dormimos juntos. Me cambié aquí mucho antes que me dijera lo de Rosemary. Rachel no pudo negar el gran alivio que experimentó. Sintió lástima por Bárbara y lamentaba que estuviera muerta, pero estaba contenta de que Matthew hubiera mantenido su amor inviolado. —Sobre Rosemary… —aventuró ahora— ¿crees que… le importará si yo vengo a vivir aquí? —Querrás decir si te casas conmigo —la corrigió Matthew con suavidad—. Que no haya más malentendidos. Te amo y quiero que seas mi esposa. Y sabes que Rosemary estará encantada. Está muy encariñada contigo. —¿De veras?

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—De veras —le aseguró y de ahora en adelante la verdad reinará entre nosotros. ¿De acuerdo? —De acuerdo —concedió algo temblorosa. Y parecía que no había mucho más que decir…

Fin

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