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Spanish Pages 215 [217] Year 2007
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TIEMPOS DE CIENCIA Y DE POLÍTICA
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TIEMPOS DE CIENCIA Y DE POLÍTICA HOMENAJE A EMILIO MUÑOZ
ISBN: 978-84-00-08531-5
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CSIC
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
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TIEMPOS DE CIENCIA Y DE POLÍTICA HOMENAJE A EMILIO MUÑOZ
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS MADRID, 2007
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Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.
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© CSIC © Los autores NIPO: 653-07-032-9 ISBN: 978-84-00-08531-5 Depósito Legal: M-15.919-2007 Diseño y maquetación: Departamento de Publicaciones del CSIC Impreso en Elecé, Industria Gráfica, c/Río Tiétar, 24, 28110 Algete (Madrid)
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Índice
Prólogo ..................................................................................................
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Introducción...........................................................................................
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Siglas .....................................................................................................
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RAÚL GUERRA GARRIDO Para Emilio, muchos años después.........................................................
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VICENTE LARRAGA Calle de Velázquez esquina a Joaquín Costa. Enfrente del NODO ..........
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JOSÉ ANTONIO MARTÍN PEREDA Algunos recuerdos del primer Plan Nacional de I+D: Emilio Muñoz, como artífice de sus primeros pasos ..................................................
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REGINA REVILLA Y ELENA CASTRO La participación del CDTI en los inicios de las políticas de fomento de la I+D sobre biotecnología en España ..........................................
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ALEJANDRO NIETO Emilio Muñoz, Vicepresidente del CSIC: 1980-1982..............................
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MARÍA LUZ MARTÍNEZ CANO Homenaje a Emilio Muñoz Ruiz con motivo de su jubilación .................
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EMILIO CRIADO Emilio Muñoz. La dificultad de la coherencia ........................................
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ARMANDO ALBERT La introducción en la década de los 80 de una nueva política en ciencia y tecnología.................................................................................
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JAVIER LÓPEZ FACAL La eponimia en el CSIC y otros rasgos identitarios ................................
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TERESA MENDIZÁBAL Caminos entrecruzados: de la política científica a la amistad. Emilio Muñoz: un compañero y un amigo.........................................................
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MICHEL ANDRÉ AND JEAN PIERRE CONTZEN Emilio Muñoz and Europe .....................................................................
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CARMEN HORMIGO La investigación científica en la Unión Europea: los Programas Marco de Investigación y Desarrollo Tecnológico..............................................
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ARTURO GARCÍA ARROYO De Lieja a Bruselas vía Madrid ..............................................................
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JORGE BARRERO Un tren, tres estaciones: 1983, 1999, 2006............................................
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JOSÉ LÓPEZ CARRASCOSA, JUAN ORTÍN Y VÍCTOR RUBIO La creación del Centro Nacional de Biotecnología: un proyecto pionero.
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JESÚS ÁVILA Emilio Muñoz, gran científico y gran persona ........................................
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MANUEL CALVO HERNANDO, IGNACIO FERNÁNDEZ BAYO Y ANTONIO CALVO ROY Emilio Muñoz, una aproximación entre ciencia y sociedad.....................
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JAVIER ECHEVERRÍA Un Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad en el CSIC ...........
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EMILIO MUÑOZ Viaje de ida y vuelta: reflexiones personales...........................................
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Selección de publicaciones de Emilio Muñoz..........................................
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Prólogo
Dentro del área académica de las humanidades y las ciencias sociales, los estudios sobre la ciencia son una parte importante de la producción de conocimiento. Constituyen parte del conocimiento experto necesario para la toma de decisiones políticas. Conscientes de esa necesidad se apoyaron en el CSIC varias actividades. De una parte la creación del Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad en el Instituto de Filosofía. De otra parte se puso en marcha la Red de Estudios Políticos, Económicos y Sociales de la ciencia, la tecnología y la innovación, conocida como Red CTI. En ambas iniciativas, Emilio Muñoz ha tenido un papel principal, como impulsor y como dinamizador de sus actividades. La trayectoria profesional de Emilio Muñoz le ha permitido transitar de la biología experimental al análisis de políticas científicas. Como muchos otros expertos en esta área de los estudios sobre la ciencia, procede de las ciencias experimentales. A lo largo de ese tránsito, Emilio Muñoz ha desempeñado puestos de responsabilidad política, entre otros la Presidencia del CSIC. Comparto con él, además de otras cosas, saberes y prácticas de laboratorio y de política científica. Emilio Muñoz ha sido testigo en gran medida de la historia institucional del CSIC. Ha conocido a casi todos sus presidentes, padecido sus cambios normativos, sufrido sus épocas de vacas flacas, superado sus periódicos sobresaltos y agonías; pero también ha sido testigo de cómo se diluía el aparato ideológico franquista que estaba enquistado en su núcleo, cómo crecía y alcanzaba lozanía aquella modestísima institución,
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Carlos Martínez Alonso
cómo penetraba imparable la modernidad y la profesionalidad y lo ocupaba todo. En realidad, no es justo decir de él que asistió como testigo a estos cambios en el Consejo; mucho más ajustado a la realidad de los hechos es afirmar que él ha sido uno de sus actores y uno de sus autores, es decir, que gracias, en gran parte a él estamos donde estamos. Por eso recibo yo con emoción contenida y con enorme gratitud la antorcha que él me entrega. Con este libro, el CSIC se suma al Departamento CTS y al Instituto de Filosofía con esta compilación de recuerdos de personas que han trabajo con él. Me honra, por lo tanto, participar en este homenaje que el Departamento le rinde al cumplir sus 70 años y producirse una jubilación que será administrativa pero que le mantendrá trabajando en el CSIC por mucho tiempo. CARLOS MARTÍNEZ ALONSO Presidente del CSIC Madrid, enero de 2007
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Introducción
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas tenía pendiente conceder un espacio académico a los estudios de la ciencia, área que, procedente de la filosofía, la historia y la sociología de la ciencia, buscaba su propio sitio entre los programas docentes e investigadores. Tal dedicación estaba plenamente justificada por la tradición acumulada de dichos estudios no sólo fuera de nuestro país sino entre nosotros mismos. La reciente creación del departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad es un logro que pone fin a una obsoleta situación intelectual e institucional. El Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del CSIC quiere, mediante este libro, rendir homenaje a su primer director, Emilio Muñoz. Pero, además, este libro es una de las formas a través de las cuales el departamento CTS pretende contribuir al conocimiento sobre los desarrollos de la investigación y de la política científica en España, en los que Emilio Muñoz ha ocupado un lugar destacado. La jubilación de Emilio Muñoz, en este año 2007, es un buen pretexto para invitar a recordar. El conjunto de testimonios que se recoge a continuación constituye, por esa misma razón, una contribución no solo a la reconstrucción de la biografía profesional de Emilio Muñoz, sino a la de una parte de la política científica en la España reciente. Bioquímico y biólogo celular, primero, y político de la ciencia, después, Emilio Muñoz se mudó, al dejar la acción política, a los estudios sobre política científica. Este cambio le sumergió en los estudios deno-
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Introducción
minados CTS, y con ese bagaje profesional formó parte del grupo promotor del nuevo departamento CTS del Instituto de Filosofía del CSIC. Creado por una iniciativa conjunta de los investigadores que se integraron en él, el impulso de Emilio fue esencial. Después de su periodo formativo como investigador en bioquímica y biología celular, fue nombrado para sucesivos puestos en el CSIC y en la política científica. Algunos de sus primeros y más antiguos colegas y colaboradores científicos en la investigación en el Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC le acompañaron después en su recorrido por la política científica española y europea. Otras personas cercanas, desde las primeras reivindicaciones para una modernización del CSIC hasta la elaboración del I Plan Nacional de Investigación, se sumaron a sus proyectos y trabajaron con él en esos trechos institucionales. Desde entonces, sus trabajos de análisis sobre la política científica española se suman a todos aquellos que, con mucho impacto, ha publicado sobre la expansión y la imagen pública de las biotecnologías. Seguidor de las medidas tomadas en esos dos dominios de la actividad científica y política que tanto han afectado al desarrollo tecnológico reciente, en España y en Europa, sus estudios han recogido y condensado su experiencia como investigador experimental —sus conocimientos sobre la bioquímica y biología celular— y como político de la ciencia. Las contribuciones que siguen recogen los testimonios de un grupo variado de hombres y mujeres que le han rodeado durante los tiempos de ciencia y política en los que se han desarrollado su trabajo y su singular trayectoria profesional, intelectual y política que el departamento CTS cree que merecen recuerdo y difusión. A petición del propio Departamento CTS, Emilio Muñoz ha hecho también un esfuerzo recordatorio, una primera aproximación autobiográfica con la que se cierra este libro. Esta monografía, dedicada a Emilio Muñoz cuando cumple setenta años, es un homenaje impreso que evoca momentos y lugares en los que los autores se encontraron y trabajaron con él. El Departamento CTS ha reunido estas contribuciones y agradece a los autores sus textos, y al Departamento de Publicaciones del CSIC su labor editorial. DEPARTAMENTO DE CIENCIA, TECNOLOGÍA INSTITUTO DE FILOSOFÍA CSIC, MADRID
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SOCIEDAD
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Siglas
ADI: ANEP: API: AUI: AYI: BIGT: BRIDGE: CAICYT: CBM: CDTI: CE: CEE: CENIT: CIB: CICYT: CNB: CCOO: COST: CPI: CSIC: CTS: ECLAIR: EJC:
Ayudante Diplomado de Investigación Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva Asociación de Personal Investigador Auxiliar de Investigación Ayudante de Investigación Bioscience Innovation and Growth Team Basic Research for Innovation, Development and Growth Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica Centro de Biología Molecular Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial Comunidad Europea Comunidad Económica Europea Consorcios Estratégicos Nacionales en Investigación Técnica Centro de Investigaciones Biológicas Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología Centro Nacional de Biotecnología Comisiones Obreras European Cooperation in the field of Scientific and Technical Research Centro Público de Investigación Consejo Superior de Investigaciones Científicas Ciencia, Tecnología y Sociedad European Collaborative Linkage of Agriculture and Industry trough Research Equivalencia a Jornada Completa
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EMEA: EMBO: FACA: FLAIR: IPSFL: IRIS: LRU: MEC: OCDE: ONUDI: OPI: OTRI: PEN: PEIN: PETRI: PIA: PROA: PSOE: PSP: Red CTI:
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Siglas
Agencia Europea de Evaluación de Medicamentos Organización Europea de Biología Molecular Futuro Avión de Caza y Ataque Food Linked Agro-Industrial Research Instituciones Privadas Sin Fines de Lucro Interconexión de Recursos Informáticos Ley Orgánica dde Reforma Universitaria Ministerio de Educación y Ciencia Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial Organismo Público de Investigación Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación Plan Energético Nacional Plan Electrónico e Informático Nacional Programa de Transferencia de Resultados de Investigación Plan de Investigación Agraria Programa de Reforzamiento de Objetivos Aplicados Partido Socialista Obrero Español Partido Socialista Popular Red de Estudios Políticos, Económicos y Sociales de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación RENFE: Red Nacional de Ferrocarriles Españoles SEUI: Secretaría de Estado de Universidades e Investigación TSE: Titulado Superior Especializado TTE: Titulado Técnico Especializado UCAT: Unidad de Coordinación y Asistencia Técnica UCD: Unión de Centro Democrático UE: Unión Europea UNESCO: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura UPM: Universidad Politécnica de Madrid
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Para Emilio, muchos años después
RAÚL GUERRA GARRIDO
Muchos años después, aunque no frente al pelotón de fusilamiento rememoro la segunda mitad de los años cincuenta del siglo pasado, mi tiempo de estudiante en la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, a mis compañeros de curso y entre ellos a Emilio Muñoz, motivo de estas líneas. Como todo el mundo sabe los tres mosqueteros eran cuatro, uno para todos y todos para uno, salvo que nosotros éramos cinco. Creo que los cinco significamos mucho para cada uno de nosotros en ese tiempo frágil e irrepetible de transición del joven al joven adulto, licenciatura de por medio, tránsito en donde en gran medida se juega uno el resto de su biografía. Cuando decides qué quieres ser con independencia de si lo alcanzarás, pero consciente de que no será por falta de ganas, de esfuerzo, de complicidad con tus colegas en el pistoletazo de salida. El ánimo de uno como estímulo para el resto. Una amistad espontánea, generosa, un valor por ingenuo irrepetible y ahora, en el recuerdo, una añoranza nostálgica. Con la nostalgia como extraña felicidad del melancólico, o sea del veterano. Éramos Jose Luís Cánovas Palacio-Valdés, más tarde investigador, formulador de complejas ecuaciones de procesos bioquímicos que nunca llegué a descifrar, por desgracia fallecido; Jorge Fernández López-Sáez, más tarde investigador y catedrático de genética, también por desgracia fallecido; Joaquín del Rio Zambrana, más tarde investigador y catedrático de farmacología; Emilio Muñoz Ruiz, más tarde investigador y todo lo que quien leyere este libro sabrá; y quien escribe, más tarde, más tarde. Resulta difícil decidir
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Raúl Guerra Garrido
la razón por cual se nos anudó la amistad desde el inicio de la carrera, nada más conocernos, una especie de amor a primera vista, cuando nuestros orígenes eran tan diferentes y nuestras familias eran ganadoras, perdedoras y mediopensionistas de la guerra civil. Quizá un sentimiento de extrañeza ante el espectáculo de la realidad en que vivíamos, de sentirse al margen, intrusos dentro de la barrera del si no es obligatorio está prohibido. Como los artistas bajo la carpa del circo, perplejos pero no alienados, ni siquiera alineados. Con unas ganas y alegría de vivir, con una curiosidad insaciable. Preocupados más por formular preguntas que por obtener respuestas. Leíamos los mismos libros, nos los pasábamos de uno a otro, y por alguna perversa razón me vienen a la memoria títulos como Los cazadores de microbios de Paul de Kruif, estimulante ensayo de divulgación científica, y La metamorfosis de Frank Kafka, ingenioso tratado de entomología. Pero de costumbres tan distintas como para obtener estas variantes de las señas de la tienda de Afora, en la Plaza del Rey, a donde deberíamos ir a comprar la necesaria bureta para las prácticas de análisis químico: Joaquín me dio el número exacto, Jose Luís me dijo que al lado de la sala de fiestas Casablanca y Jorge me puntualizó que enfrente del circo Price. Emilio acababa de llegar de Valencia, era el único no madrileño. Nunca sabré por qué teníamos que comprar la bureta y no pagábamos por el alquiler (es decir, mirar a través) del microscopio. Los cuatro eran lúcidos, inteligentes y trabajadores infatigables con la para mí insólita manía de considerar que un sobresaliente sin matrícula de honor era un fracaso. Lo mío era el aprobado sistemático con dos únicos fallos, un suspenso en galénica y un notable en fisiología vegetal. A veces estudiábamos en equipo y llegábamos a conclusiones muy dispares, el travestismo y magia del ciclo de Krebs quizá decidió en ellos más de una vocación por la bioquímica y en mi, fascinado por la transubstanciación de lípidos, prótidos y glúcidos, puede que decidiera la de novelista: la de trasmutar la ficción en realidad. A veces nos pasábamos los apuntes, a mi me gustaban los de Emilio y en ellos ahora la memoria encuentra uno de los rasgos definitorios de su personalidad. Escritos con una pulcra caligrafía no arruinada por el hecho abominable de tener que tomar apuntes de todo, pues apenas existían libros ajustados a ninguna asignatura, se extendían minuciosos y clarificadores en páginas y páginas que agotaban el tema y lo relacionaban con su mundo alrededor, dando siempre una acabada visión de conjunto. Esto de la visión panorámica me parece esencial para comprender cualquier actividad (y actitud) científica, política y personal de Emilio Muñoz Ruiz. En
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Para Emilio, muchos años después
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consecuencia nada me extrañó que uno de sus libros se titulara panorámicamente: Una visión de la biotecnología: principios. políticas y problemas, ni que este último trío estuviera ya implícito en su condición de delegado de curso elegido por cuasi unanimidad. En compensación a los apuntes, le inscribía como jugador de baloncesto en el equipo de la facultad, del que era capitán, para que aprobase sin esfuerzo la educación física; nunca le entusiasmó el deporte y confío en que no se pase ahora al golf jubilar, el golf es el fin. Disparatado y entrañable viaje con Joaquín, en el amortizado «Topolino» de su hermana, a casa de la familia Muñoz en Valencia, a pasar las Fallas. El estruendo mantuvo al topo en levitación durante toda la mascletá en la Plaza del Más Poderoso, eslogan del detergente Ajax cuyo logo era un guerrero a caballo, y ecuestre era la estatua del Generalísimo en la plaza de su mismo nombre. Una vuelta de tuerca más en el conocimiento de Emilio, hijo único de una encantadora familia que nos recibió con los brazos abiertos. La madre, una perfecta ama de casa, nos recibió como a reyes y como magistral cocinera nos brindó las mejores paellas del mundo (sic). El padre, farmacéutico de oficina de farmacia, superado lo más duro de la represalia política, se salvó de una condena a muerte por ser presidente local de Izquierda Republicana, redujo sus inquietudes intelectuales al radical hecho de pensar, o sea leer. Suya era la primera casa particular que viera convertida en auténtica biblioteca. En esta urdimbre familiar, Emilio creció como hijo de las Luces (la mayoría de edad del hombre, según Goethe) y socio de la Ilustración. Ninguno de los cinco teníamos praxis política (carnet, quiero decir), nuestra actitud era más social, testimonial, individual, aunque no exenta de inconvenientes menores, pues no era precisamente nuestra facultad la más revolucionaria dado el elevado número de mujeres y también de hombres, digamos alumnos, hijos del cuerpo y por tanto conservadores herederos del negocio familiar. En consecuencia no participamos en los movimientos contestatarios del 56, perdiéndonos la importante nota curricular de haber pasado por la cárcel durante la dictadura. Con la Constitución del 78 la cosa varió, Emilio salió del armario (político) y de la mano de Tierno Galván ingresó en el PSOE. A mi me había tocado antes la anécdota de ser interrogado en comisaría por presunta pertenencia a un grupo terrorista vasco con motivo de mi primer relato, Con tortura, en el 68. Paradójicamente, antes de estos años, en la carrera, recibimos un poderoso estímulo intelectual (quizá el único) de manos de don José María Albareda, catedrático de Edafología, presidente del CSIC y segundo hombre fuerte del Opus Dei, a
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Raúl Guerra Garrido
través de su club Edafos (no nos olvidemos de su ayudante Geijo). Facilitaba libros y revistas, planteaba ideas generales como la microbiología del suelo y salidas pintorescas como el mal de la piedra en nuestro patrimonio histórico artístico. A quienes consideraba válidos animaba incansable a seguir la carrera de investigador y facilitaba becas en el extranjero para la ampliación de estudios. Considero a don José María uno de mis más lúcidos maestros y nunca le agradeceré bastante la elegancia espiritual de que no intentara atraerme a la Obra. Nuestro afecto procedía del mutuo entusiasmo por la edafología, aún hoy me sigue entusiasmando eso del humus, la roca madre y las excursiones campestres. Por urgentes problemas fiduciarios fui el único de los cinco mosqueteros que no cumplió con el rito del doctorado, pero he presumido y mucho del de mis cuatro colegas, de sus descubrimientos y de sus otros variados éxitos. Sus nombres sonaban ya con los Sols, Losada y Rodríguez Villanueva. Emilio se perdió, le perdí la pista, en la microbiología del suelo, en esa lucha por conseguir la permeabilidad de la membrana celular con el ariete de las enzimas líticas, en el dar con un estreptomices que lleva su nombre, y en su tarea de implantar una racional política científica, entendiendo la ciencia como soporte básico de una sociedad avanzada. Por qué y para quién la ciencia. Determinemos los objetivos y decidamos cuánto de investigación pura y cuánto de tecnología aplicada. Muchos años después, no tantos como hoy, claro, en 1990, coincidí con Emilio en un proyecto que, además de acabar con una prolongada ausencia, nos unía en aficiones y oficios rememorando entusiasmos juveniles. Codirigimos un curso de verano de El Escorial al que titulamos con cierta presuntuosidad: «La creatividad: el común origen de las ciencias y las artes». En tan privilegiado agosto escribimos en la introducción a las jornadas: «El arte empieza justo donde acaban las citas de los críticos, y la ciencia en donde termina la erudición. El interés de este curso es el de averiguar el entrecruzamiento de los dos caminos que ahí comienzan. ¿Puede un descubrimiento de la física nuclear sugerir una metáfora al poeta? ¿Puede una metáfora poética sugerir una nueva asociación de ideas a un científico?». Tratamos de responder que sí, que son compatibles la primera parte del Quijote y el segundo principio de termodinámica, que pueden enriquecerse mutuamente y que es la curiosidad (algo así dijo Einstein) quien decide y entrecruza. Reunimos a un heteróclito grupo de amigos procedentes de los más variados campos creativos, a título de muestra José Saramago aún sin premio Nobel y a John Maddox director de Nature, y curioseamos a fondo. Todo tan curioso como que
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Para Emilio, muchos años después
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Emilio fuese presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y yo presidente de la Asociación Colegial de Escritores de España, dos farmacéuticos compañeros de curso. Si cito este episodio posterior a sus años universitarios, es porque me parece altamente significativo para una de las más profundas querencias de Emilio Muñoz Ruiz, la del discurrir por el filo de las dos culturas, rasgo esencial de su personalidad, complementario y no contradictorio con su constante preocupación por visionar el conjunto. Coincidimos hoy para hablar de este libro, he recuperado una foto en el baúl de los tiempos que quizá sólo existieron en nuestra imaginación y ahí estamos los dos en una excursión de botánica, a la busca de la «loquesea arenaria» por el maravilloso paisaje desértico del Cabo de Gata. Nos vemos en nuestra juventud, sabiéndonos ya otros y extraños para aquellos jóvenes de la foto, pero con la amistad intacta.
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Calle de Velázquez, esquina a Joaquín Costa. Enfrente del NODO
VICENTE LARRAGA
Probablemente, como indica el título de este artículo, así fue como le describieron a Emilio Muñoz la situación del laboratorio de biología en el que se disponía a comenzar la realización de su tesis doctoral. En aquellos años de comienzos de la década de los sesenta del siglo XX en el Centro de Investigaciones Biológicas (CIB). Heredero del que había fundado S. Ramón y Cajal medio siglo antes en la colina del Retiro madrileño. Después de la guerra y del naufragio de gran parte de la ciencia española, el CIB inaugurado en 1958, constituía, bajo el paraguas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el renacer de la bioquímica española en unos laboratorios creados por las autoridades de ese tiempo para reunir en un solo centro la poca biología que se llevaba a cabo en unos cuantos laboratorios dispersos por Madrid y que se encontraban aislados y con gran precariedad de medios. Además, los nuevos laboratorios de la calle de Velázquez, cerca de la estructura organizativa central del CSIC, un lujo para aquel entonces, aunque ahora nos asombre la precariedad de sus medios materiales, acogían de tapadillo a científicos que no eran gratos al régimen reinante y que por tanto no podían acceder a puestos universitarios y permanecían en el ostracismo o a aquellos universitarios que carecían de los mínimos necesarios para llevar cabo un trabajo de investigación en sus facultades. Allí trabajaban figuras de la investigación en histología y fisiología (todavía no se utilizaba el término biomedicina) como el Dr. Rodríguez Lafora o D. Fernando de Castro, último discípulo de Ramón y Cajal, dirigidos por un
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Vicente Larraga
patronato que dirigía el Dr. Marañón. Junto a ellos se encontraba una generación de científicos jóvenes, entonces recién regresados de su estancia de formación en el extranjero, como los profesores Sols, Losada o Rodríguez Villanueva que se aprestaban a iniciar la recuperación de una ciencia, la bioquímica, destrozada por la guerra civil y cuyos fundadores en los años veinte y treinta del siglo XX, como los Drs. Negrín y Pí y Sunyer entre otros, se encontraban mayoritariamente en el exilio. En el laboratorio de Bioquímica y Microbiología del Suelo del entonces joven científico Julio Rodríguez Villanueva comenzó sus trabajos Emilio Muñoz para conseguir su título de doctor en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Entonces, el profesor Villanueva, obtenido su doctorado por la Universidad de Cambridge formaba un grupo de investigación de un nivel científico equiparable al de sus colegas europeos. Los doctores Gascón, Hardisson, Uruburu o Sentandreu entre otros científicos, constituirían una generación de nuevos profesores de bioquímica y microbiología que contribuirían de una manera muy eficaz a la renovación de los años setenta de la universidad española. En ese ambiente, parco en medios, pero entusiasta y con métodos equiparables a los de los departamentos universitarios europeos, se inició Emilio Muñoz en el estudio de la bioquímica que iba a constituir el objetivo fundamental de casi dos tercios de su vida científica. Una vez transcurrido este periodo inicial y tras el intervalo necesario para cumplir el servicio militar en Valencia, presenta su tesis en la facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid (por entonces la única universidad de la capital, con el nombre de Universidad de Madrid) obteniendo el premio extraordinario por la misma. Como continuación lógica, se traslada a la Universidad de Lieja en Bélgica para su periodo de formación posdoctoral en el laboratorio del Prof. Jean Marie Ghuysen realizando un brillante trabajo sobre la estructura de la pared bacteriana y los enzimas implicados en su mantenimiento y renovación que se vio publicado en revistas de gran nivel internacional. Al concluir este periodo, en 1964, la bioquímica se encontraba en una época de gran esplendor en los laboratorios de Estados Unidos y se estaban estableciendo las bases sólidas de la biología molecular que iba a suponer la revolución de la investigación biomédica en los treinta años siguientes. Emilio Muñoz decide trasladarse a la Facultad de Medicina de la New York University al laboratorio del Prof. Salton y decide dedicarse al estudio de una estructura celular, la membrana citoplasmática que constituía entonces uno de los campos de frontera
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de la bioquímica de la célula. Se había descubierto que las membranas celulares no eran solo una frontera de la célula sino que servían de soporte a innumerables funciones celulares como el transporte de nutrientes, mantenimiento del pH celular, el flujo de cargas y la secreción de moléculas al medio exterior. Siendo, por tanto, el soporte de las funciones de relación celular con el medio y las células vecinas. Allí, estuvo estudiando las proteínas de una bacteria, Micrococcus lysodeicticus, y entre ellas, la ATPasa encargada de la hidrólisis del ATP una de las moléculas clave en el transporte o almacenamiento de la energía por la célula. El ambiente científico en esa facultad durante la segunda mitad de los años sesenta era de altísimo nivel con la presencia entre otros del entonces recién premiado con el Nobel de Medicina o Fisiología Severo Ochoa o Michael Heidelberger, el descubridor de la estructura de las inmunoglobulinas, entre otros. En 1968, el profesor David Vázquez, otro excelente científico doctorado en Cambridge que se encontraba en el laboratorio del Dr. Rodríguez Villanueva, le ofrece una sección en el nuevo departamento de Bioquímica del nuevo instituto de Biología Celular del que había sido nombrado director y que se había creado dentro del CIB después de la marcha a cátedras universitarias de los Drs. Rodríguez Villanueva y Losada y de la muy próxima del Dr. Sols. Se incorpora activamente Emilio Muñoz a la segunda generación de jóvenes científicos que producirán una época de gran nivel en el CIB. Junto con David Vázquez, Eladio Viñuela, Margarita Salas y José Luis Cánovas entre otros, pusieron en marcha un centro de investigación que no solo seguía las pautas internacionales de la investigación de la época, sino que supieron crear un espíritu de emulación y colaboración que siempre recordaremos aquellos que en los primeros años setenta llegamos a este centro para realizar nuestras tesis doctorales. En mi caso, fue el Prof. Martín Municio, catedrático de Bioquímica de la Facultad de Ciencias de la Universidad Complutense, quien superando las tradicionales reticencias entre el CSIC y la Universidad, me envió a realizar mi tesina de licenciatura en Ciencias Biológicas junto a Alberto Marquet, un compañero y amigo de la Facultad que compartiría con Emilio Muñoz y conmigo muchos años de ciencia en el Centro de Investigaciones Biológicas. Constituimos, realizando primero nuestras tesinas de licenciatura y posteriormente nuestras tesis doctorales la primera generación de científicos que se formó con Emilio Muñoz. Debo agradecer a Emilio especialmente todo lo que trabajó para que yo pudiera presentar mi te-
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Vicente Larraga
sina a tiempo, ya que me encontraba en esos momentos en La Granja de San Ildefonso cumpliendo mi servicio militar. Si no hubiera sido por él, no creo que hubiera llegado a tiempo para poder pasar el tribunal para obtener mi licenciatura y poder pedir la beca con la que realizaría mi tesis doctoral sobre las proteínas de una bacteria con forma de hongo que despertaba entonces nuestro interés: Streptomyces albus. Pronto se unieron a nosotros más compañeros como los Drs. Andreu, Carreira y Pivel o el inolvidable Omar Azocar y nuestro entonces ayudante y posteriormente responsable del Servicio Técnico del CIB, título de Ingeniero del ICAI mediante, Antonio García. Aquellos, fueron unos años de entusiasmo, en los que cuantos trabajábamos en el CIB éramos conscientes de nuestra suerte por estar allí en un tiempo que sentíamos como irrepetible. La sensación de comunidad de intereses científicos entre los miembros de los diferentes departamentos era muy intensa. La relación con nuestros jefes era distinta de cuanto habíamos visto en la Facultad y el ambiente de trabajo era de entusiasmo. Los préstamos de equipo para realizar experimentos eran habituales, una excepción en otros ambientes. En ello tuvo mucha importancia la buena relación de compañerismo que se creó entre los científicos de la generación de Emilio Muñoz y los becarios, relación que todavía hoy perdura entre los becarios que nos formamos en esa época. Los nombres de Jesús Ávila, Mariano Barbacid, Ángel Pellicer y Manuel Perucho entre otros constituyen una generación formada en el rigor científico y en la diversión por la experimentación y la adquisición de conocimientos. Todos debíamos formarnos también teóricamente y todos asistíamos a los seminarios de todas las especialidades por los que pasaban científicos de primer rango internacional y en cuyos laboratorios sabíamos que tendríamos que terminar nuestra formación. Todos los jefes de laboratorio eran accesibles y a todos preguntábamos nuestras dudas. Igualmente, todos éramos objeto de las preguntas de los científicos de la generación de Emilio Muñoz cuando exponíamos nuestros resultados en los seminarios del centro. El espíritu de exigencia y seriedad científica creó una generación de científicos que supuso la primera gran expansión de los años setenta de la bioquímica española y para ello fueron claves los científicos de la generación anterior, uno de cuyos componentes más notables fue Emilio Muñoz. Este espíritu perduró hasta mediados los años setenta cuando se produjo una diáspora importante, primero con el Prof. Alberto Sols y luego con la marcha al Centro de Biología Molecular de la Universidad Autó-
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noma de Madrid (CBM) de los grupos de Eladio Viñuela, Margarita Salas y Antonio García Bellido. El grupo de Emilio Muñoz permaneció en el CIB al producirse un reajuste, por motivos de política local, de los grupos que inicialmente iban a integrarse en el CBM y entre los que nos encontrábamos. Emilio comenzó entonces a interesarse por la política científica a tenor de lo que estaba sucediendo en el país. Primero lo hizo en el Partido Socialista Popular del profesor Tierno Galván, en aquellas elecciones al Congreso como candidato en Cuenca y posteriormente en el Partido Socialista Obrero Español tras la integración del PSP en este. Primero fue miembro electo de la entonces poderosa Comisión Científica del CSIC aparecida con un nuevo reglamento (llamado yugoslavo por lo participativo) y posteriormente como Vicepresidente de la institución que tuvo que navegar en los procelosos tiempos para la ciencia que fueron los de la transición política de la dictadura a la democracia. Aun así, E. Muñoz siguió estando cerca del laboratorio que iba cerrando líneas de biología en bacterias y abriendo otras en células eucarióticas en procesos relevantes, como las bases celulares y moleculares de la artritis reumatoide en colaboración con los excelentes reumatólogos clínicos del Hospital de la Princesa los Drs. Ossorio, Sabando y López Bote. Recuerdo vívidamente, que estábamos en el laboratorio la tarde del 23 de febrero de 1981 cuando nos llegaron las noticias del golpe de estado que había en marcha, felizmente abortado. También recuerdo que fuimos juntos a la manifestación de apoyo a la democracia de dos días después a la que acudió un gentío incontable que se calculó con visos de verosimilitud y no como ha sucedido posteriormente ante cualquier reivindicación más o menos sectaria, en más de un millón de personas. La victoria de los socialistas en el año 1982 llevó a Emilio Muñoz a la responsabilidad de la Política Científica con su nombramiento como Director General de Política Científica y Tecnológica desde donde puso las bases para la creación del Plan Nacional de I+D y la Ley de la Ciencia en 1987, en lo que ha sido el mayor impulso a la investigación científica de la segunda mitad del siglo XX en España. Ahí nos volvimos a encontrar, yo era entonces el responsable de la Unidad de Biomembranas del CIB y también miembro electo por mis compañeros de la Comisión científica del CSIC y decidí cambiar mi actividad hacia la política científica en una época de nuevo de ilusiones y expectativas de cambio, tanto como lo había sido mi formación en bioquímica en el caserón de la calle de Velázquez.
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Con la creación de la Secretaría General del Plan Nacional de I+D llegué a la calle Rosario Pino para poner en marcha el primer Plan Nacional de I+D, aterrizando en un despacho que había sido hasta ese momento el de Arturo García Arroyo, subdirector que se iba a la Unión Europea. Aun recuerdo su nota de despedida encima de la mesa «Aquí te dejo esta mesa, proa y espolón de la modernidad de las españas…». Otra vez un reto, otra vez mucho trabajo, pero con una gran ilusión de todos los que estábamos allí, otra vez salir a las tantas pero divertidos y satisfechos por lo conseguido. Abrimos una ventana desde la I+D pública al mundo exterior. Las reuniones con los representantes de los otros ministerios implicados, con los responsables de Hacienda que debían financiar el Plan y con Administraciones Públicas que debían avalar las nuevas estructuras constituyeron para mi y para muchos de los que allí estábamos un reto y una fuente de conocimiento de otros puntos de vista que no se aprecian desde un laboratorio de investigación. Los compañeros que estuvieron en esa época la recuerdan también con gran cariño. Armando Albert, José A. Martín Pereda, Elisa Robles, Mari Luz Martínez, Teresa Mendizábal, Rosario Solá, Ignacio Martínez Bueno, Jesús Sánchez Miñana y tantos otros aportamos nuestro esfuerzo con un entusiasmo digno de la causa que era, introducir cambios esenciales en un sistema anquilosado para que sirviera de apoyo y soporte al desarrollo de nuestro país. Además nos sentíamos respaldados por el gobierno y desde luego teníamos el apoyo de nuestro ministro José Mª Maravall. Se puso en marcha un nuevo sistema con nuevas estructuras cuyos miembros se reunían por primera vez y llegaban con expectación, pero salían convencidos de que el esfuerzo valía la pena y apoyando el nuevo sistema. Se pusieron en marcha nuevos programas nacionales como los de robótica, biotecnología, nuevos materiales o acuicultura que constituían una innovación dentro del sistema español. Un ejemplo de la credibilidad que se transmitía a la sociedad fue el incremento espectacular de la investigación que se financiaba por parte de las empresas, que pasó del 47 por 100 del total nacional al 56 por 100 solamente en dos años. El interés del gobierno por mejorar el sistema español de I+D quedó claro para las empresas que empezaron a considerar seriamente la inversión en investigación, desarrollo e innovación. El apoyo gubernamental siempre ha resultado decisivo para el desarrollo de la innovación privada, incluso en los países en los que está entronizada la libre empresa como en Estados Unidos.
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De nuevo, estas situaciones son siempre temporales y un cambio ministerial nos llevó a la presidencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en cuya estructura Emilio Muñoz me ofreció una de las vicepresidencias. La de organización, introduciendo una variación en una estructura que no se modificaba ideológicamente casi desde su fundación y en el que la presidencia era un órgano que reinaba pero no gobernaba. Ese segundo periodo de gestión de la ciencia, aunque resultó duro en algunos momentos, permitió poner en práctica nuevas ideas en una institución que se había mantenido algo alejada de las nuevas tendencias de cambio y flexibilidad que se imponían en el sistema de I+D español. Se realizó un gran trabajo para crear centros con unas nuevas premisas para hacer frente a los nuevos tiempos, como el Centro Nacional de Biotecnología, lo que chocó con intereses creados. Pero se hizo un gran esfuerzo que se vio recompensado pues en esos años se consiguió el mayor crecimiento en personal de toda su historia del CSIC que todavía no ha sido superado, tres lustros después. Estas cifras muestran el apoyo del Ministerio de Hacienda, tradicionalmente cicatero con el CSIC y que estaba basado en la credibilidad de su presidente. Todas las etapas tienen una duración limitada y esta también la tuvo. El cese de Emilio Muñoz y su sustitución por una persona con unos referentes éticos en las antípodas de los que yo había conocido con Emilio precipitó mi salida de los puestos de gestión y mi vuelta al laboratorio, casi dos años después pude lograrlo, gracias a una ayuda del Fondo de Investigación Sanitaria dirigido entonces por un excelente neurólogo, el Dr. Clavería que creyó en un proyecto de vacunas cuando no era más que una idea escrita en unos folios. En 1993 conseguí poner en marcha un laboratorio de investigación. Hoy sigo en la brecha, tanto en la científica experimental como en la de la política científica. Aunque esta lo sea desde el punto de vista teórico en el Laboratorio de Ideas de la Fundación Alternativas. Ahora, tanto en mi laboratorio de Parasitología Molecular del CIB como en mi faceta de director del mismo o de teórico de la gestión de la ciencia me siguen sirviendo los conceptos básicos que aprendí de Emilio Muñoz. Los experimentos bien planteados y realizados dan datos útiles que hay que creer aunque no coincidan con la hipótesis de partida. Los datos no se deben adaptar a lo que nosotros creemos previamente sino al contrario, tienen que servir para ir modificando nuestra conducta y sobre todo la honradez en las ideas no se debe abandonar jamás por gran-
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des que sean las tentaciones. Creo que supimos hacerlo y poner en práctica una máxima de un amigo, Asís de Blas, compañero en el Ministerio de Educación y Ciencia que me dijo cuando estaba recién nombrado «lo primero que tienes que aprender al subir a un coche oficial es a bajarte de él». Creo que tanto Emilio como yo lo hemos conseguido, lo cual nos permite seguir con la conciencia tranquila y gran libertad personal.
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A modo de justificación Las páginas que siguen no pretenden ser una historia de los inicios del Primer Plan Nacional de I+D1, sino tan solo una parte de mis recuerdos de aquellos momentos y cómo Emilio Muñoz constituye la figura protagonista, al menos en el entorno en el que yo me movía, durante esos primeros pasos. Y dado que son meros recuerdos, no pretendo marcar etapas definidas con fechas concretas o acciones significativas. Es muy posible que, en algún momento, pueda alterar el orden de las cosas y que, en otras ocasiones, no aparezcan hechos que pueden haber sido esenciales para el nacimiento del Plan. La memoria, y sobre todo cuando hace ya veinte años de que sucedió, selecciona sin ningún criterio. Deliberadamente no he buscado datos que dieran más veracidad a mis palabras. Solo lo que recuerde es lo que iré escribiendo. De igual manera, y también conscientemente dado el carácter de estas páginas, apenas voy a dar nombres salvo el de Emilio Muñoz. Como, con toda seguridad, se me olvidaría alguno, prefiero omitirlos todos. 1 Aunque el nombre real del Plan era «Plan Nacional de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico», el nombre con el comúnmente se le conoció fue el que aparece en el título. En las siguientes páginas, quedará reducido a Plan Nacional o, simplemente, PN.
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Mis primeros contactos con la CAICYT En otoño de 1985, una llamada a casa me planteó la posibilidad de que me incorporase a la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT) para hacerme cargo de la gestión de los Planes Concertados de Investigación. En aquel momento llevaba ya cerca de cinco años con la Vicerrectoría de Investigación y Relaciones Externas de la Universidad Politécnica de Madrid y, psicológicamente, era un buen momento para hacerme esa llamada porque sentía que el cambio de aires empezaba a ser necesario. Quizás, desde un punto de vista personal, aquel cambio no era en el que hubiera estado pensando. Ni siquiera el que hubiera podido tener en mente. Sabía escasamente en qué consistía y jamás antes había tenido menor contacto con aquello que tenía un nombre tan concreto y un objetivo tan definido. Es bastante posible que, en otras circunstancias, mi respuesta hubiera sido negativa aunque eso sí, dicha de una manera algo ambigua. Pero el caramelo con el que se acompañaba ya era más tentador. Desde hacía bastantes meses se hablaba bastante de la nueva Ley de la Ciencia2 que se estaba preparando y en la que, según me indicó el que me hizo la llamada, los Planes Concertados iban a tener un especial protagonismo. Incluso es posible que aderezara la frase con algo así como que serían uno de los pilares en torno a los que se articularía la futura política tecnológica española. No sé si fue así pero el hecho es que mi «no» previsto se tornó en un «lo pensaré». Al día siguiente, cuando entré al Rectorado de la Universidad Politécnica Madrid (UPM) y vi las mismas caras que llevaba viendo más de cuatro años, mi «lo pensaré» se tradujo en una llamada telefónica y el arreglo para una entrevista con Emilio Muñoz. La CAICYT, conjuntamente con la Dirección General de Política Científica, se encontraba ya en la calle Rosario Pino. Había conocido a Emilio Muñoz cuando todavía la Dirección General estaba en la calle Cartagena y aun recuerdo la impresión que me produjo el cambio, cuando entré en su despacho: de una situación previa casi de realquiler, a una nueva, en el último piso de un edificio de dieciocho plantas, desde cuyas ventanas se veía gran parte de Madrid. La imagen de los grandes ejecutivos de Manhattan, en las películas de Hollywood, era lo primero que
2 Igual que el caso del nombre del Plan, el verdadero nombre de la Ley era «Ley 13/1986, de 14 de abril de 1986, de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica». El nombre con el se la ha seguido conociendo es el de Ley de la Ciencia.
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venía a la mente. Si las cosas cambiaban también así en el terreno de la planificación de la ciencia y la tecnología, y si el futuro Plan Nacional adquiría algo de esa capacidad de ver el horizonte lejano que se tenía desde allí, el camino debería ser prometedor. Creo que el diálogo con Emilio se deslizó más por ese terreno que por el que me había llevado hasta allí. En cualquier caso, acepté encargarme de los Planes Concertados, en su estado actual, y ver qué pasaba con el futuro Plan Nacional. La situación que en aquel momento se vivía en Rosario Pino era bastante ambigua. Por una parte estaba la Dirección General, con unas competencias plenamente establecidas y por otra estaba la CAICYT, que estaba sirviendo, en cierta forma, de crisol de ideas y banco de ensayo para nuevas experiencias. Gracias a eso, el despacho que se me asignó de la planta séptima debía compartirle con el encargado de coordinar los Planes Especiales, que en ocasiones tomaban el nombre de Movilizadores. En aquel momento creo que estaban más o menos operativos los de Acuicultura, Microelectrónica, Física de Altas Energías, Agroenergética y Biotecnología. No solamente teníamos que compartir despacho, sino también mesa. Sin ningún problema acordamos como no solaparnos y creo que jamás llegamos a coincidir ni temporal ni espacialmente. Por otra parte, casi puerta con puerta, se encontraba el despacho del Jefe del Gabinete de Estudios de la CAICYT. Por él pasaban los proyectos que se habían presentado la última convocatoria y eran distribuidos, según temática, a los coordinadores de las distintas áreas. La misión de éstos, como ya es sabido, era la de enviarlos a los distintos evaluadores y elaborar órdenes de prioridad y, ocasionalmente, propuestas de concesión. La planta sexta era donde se encontraban todos ellos. Salvo comentarios incidentales, no recuerdo que hasta finales de ese año, se hablara mucho, por la planta séptima, de la ley que se estaba tramitando en el Congreso. El poner al día los temas pendientes y, en mi caso, conocer algo más de la mecánica de los Planes Concertados, ocupaba el tiempo de los que andaban por allá. Pero con el cambio de año, la situación pasó a ser otra.
La Ley de la Ciencia inicia su marcha Una vez más, y en esta ocasión directamente, Emilio me pidió que subiera a su despacho. Eran los primeros días de enero de 1986. Sin apenas preámbulos me detalló algo de cuál era la situación actual de la Ley.
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Se aprobaría dentro de algunos meses y, a continuación, debería ponerse en marcha el Plan Nacional. Y eso implicaba que las distintas estructuras y mecanismos que se planteaban en la Ley deberían estructurarse a lo largo del presente año para, al año siguiente, hacer la primera convocatoria de proyectos y acciones. Hasta este momento el objetivo había sido la Ley pero a partir de ahora las prioridades pasaban al Plan. Creo que me comentó algo de la división entre Planes Nacionales, Sectoriales y Autonómicos, de lo que sería la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología, su Comisión Permanente, los Consejos Asesor y General, la Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva (ANEP) y la Secretaría General del Plan. Y también cómo la Dirección General de Política Científica, o en la nueva que se crearía para sustituirla, dejaría de existir la conexión que ahora tenía con la CAICYT pasando a ser un organismo dependiente solo del Ministerios de Educación y Ciencia (MEC) y sin vinculación directa con la futura Secretaría General. La capacidad de síntesis de Emilio me permitió, en pocos momentos, ponerme al día de algo que había estado oyendo a salto de mata en las últimas semanas y había intuido como algo realmente enrevesado. Tras aquel preámbulo, llegó el objetivo de su llamada. Hasta que todo aquello se pusiera en marcha era necesario que alguien se encargase de coordinar los movimientos que eran precisos para estructurar el Plan. Parecía oportuno que lo hiciera alguien que hubiera tenido ya un cierto contacto con los mecanismos del sistema de Ciencia y Tecnología y como tampoco era conveniente encargárselo a alguien que estuviera ya muy involucrado con alguna de las acciones en marcha, el que potencialmente era el candidato más directo era yo. Mi formación técnica, por otra parte, podría ser también válida. Me dijo que, provisionalmente, se crearía algo así como una Unidad del Plan Nacional y que si yo quería encargarme de su Secretaría. Como con los Planes Concertados apenas había tenido tiempo de establecer una conexión muy fuerte, no me fue difícil aceptar la propuesta. Y a partir de aquel momento mi relación con Emilio Muñoz se convirtió en algo bastante más constante de lo que había sido hasta entonces.
Primeras etapas del Plan Nacional Resulta bastante complicado resumir, en unas breves páginas, la casi frenética actividad que comenzó a desplegarse en Rosario Pino a partir de enero de 1986. No era sólo el Plan Nacional lo que se venía encima,
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sino que también, debido a la entrada de España en la CE (aún no era la UE y ya no era, creo recordar, la CEE), la Dirección General de Emilio debía encargarse también de la representación española en todos aquellos comités y grupos que tuvieran alguna relación con la I+D comunitaria. Salvo las ocasiones en que se había participado en grupos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) o en la European Cooperation in the field of Scientific and Technical Research (COST), todo aquello era también nuevo para casi todos. Muchos de los que en aquel momento tenían alguna relación con la CAICYT recibieron el encargo adicional de ser los representantes españoles en algún programa europeo. Aunque en un principio esa duplicidad podría parecer que redundaría en una menor efectividad, los resultados fueron significativos. Y lo fueron por algo que se derivaba del escaso conocimiento que, en general, teníamos todos de lo que podía ser un sistema Ciencia-Tecnología (C-T). El único que tenía una visión global de qué habían hechos países en una situación como ante la que se iba a enfrentar nuestro país, y el único que conocía a fondo qué mecanismos operaban actualmente en los países de la CE para el fomento de la I+D era Emilio Muñoz. Creo que casi todos los demás de aquel entorno no pasábamos del conocimiento superficial que nos había dado una estancia más o menos prolongada en algún país de los denominados desarrollados, así como lo que, a través de conversaciones incidentales, habíamos conocido a través de colegas de otros países. El participar oficialmente en las estructuras de la CE nos abrió los ojos a cómo grandes organismos trataban de fomentar el desarrollo y la investigación. Creo que esa decisión de Emilio aceleró el proceso de introducirnos en la gestión de la Ciencia y la Tecnología. La tarea que debía de estar concluida antes de que acabase el año era la de configurar qué Programas Nacionales compondrían el futuro Plan Nacional y cuál podría ser su contenido. Como he comentado antes, estaban más o menos activos unos cuantos Programas Movilizadores dependientes directamente de la CAICYT y algunos de ellos parecían candidatos directos para pasar a Nacionales formando un primer bloque. Por otra parte, en otros Ministerios existían también acciones con categoría de Planes Nacionales, como el Plan Electrónico e Informático Nacional (PEIN), el Plan Energético Nacional (PEN) o el Plan de Investigación Agraria (PIA), que dado que contemplaban acciones de I+D podría ser indicado analizar su paso a Planes Nacionales; la conversación con los respectivos Ministerios era obligada. Conjuntamente con todo
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ello, y teniendo en cuenta el factor indicado antes de la integración de España a la CE que, en el caso de las acciones de I+D era plena desde enero y no gradual como en otros campos, era oportuno ver cuáles eran las áreas prioritarias en los programas internacionales y cuáles de ellas coincidían total o parcialmente con los intereses españoles. Además de todo ello, había que determinar otros programas que, merced a sus acciones de I+D, pudieran resolver problemas en áreas de interés socio-económico o que pudieran enmendar deficiencias en la comunidad científica-técnica y en los sectores productivos y cuya actividad pudiera tener un cierto carácter estratégico. Finalmente, si una cualquiera de las dos comunidades mencionadas, la académica y la industrial, antes tuviera un nivel competitivo internacionalmente, con el fin de que éste se mantuviese, la existencia de acciones dirigidas a ellas podría estimular aun más su desarrollo. La determinación, en función de criterios como los anteriores, de los Planes Nacionales que constituirían el Plan, era preciso que, a su vez, cumpliera con los condicionantes que iba a señalar la próxima Ley. Quizás los más significativos, y que deberían romper con la situación actual, eran los derivados del propio nombre de la comisión que configuraba la Ley, «Comisión Interministerial...». Si la mayor parte de los Departamentos Ministeriales iban a estar representados en ella era obligado que todos ellos estuvieran de acuerdo en el contenido, estructura y funcionamiento del futuro Plan. Todo ellos, o al menos los más involucrados en cada una de las posibles temáticas, deberían plantear sus líneas preferentes de actuación, su posibles prioridades o sus objeciones. Aunque en el Pleno de la Comisión todos ellos estarían representados, sus voces deberían ser oídas con anterioridad para que el proceso discurriera sin sobresaltos. En el proceso de elaboración de cada posible programa, no sólo deberían participar aquellos que la actual CAICYT o la Dirección General determinaran, sino también deberían hacerlo otras voces de otros entornos. Por otra parte, si el Plan se pretendía fuera un catalizador de acciones de I+D en todos las áreas posibles de la sociedad, representantes de las empresas o de las industrias deberían también tomar parte en la elaboración. La decisión tomada, una vez determinado un posible tema, fue la de estructurar grupos de trabajo para cada uno de ellos, con metodologías de actuación dependientes del entorno considerado. En aquellos casos en los que ya existía previamente algún Plan Nacional, o se trataba de reconducir programas de I+D en vigor, la composición del grupo era mix-
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ta, con científicos y técnicos por un lado y representantes de la Administración con un alto grado de especialización, por otro. En el resto de los casos, y teniendo en cuenta la transitoriedad de la situación hasta la entrada en vigor de la Ley, se convocaron grupos configurados esencialmente por científicos y técnicos de extracción universitaria o de Organismos Públicos de la Administración. En ambos casos, la función de estos grupos sería la de elaborar un primer documento de trabajo, con una visión esencialmente técnica del tema, pero probablemente también parcial. Cada grupo estaría bajo la responsabilidad de un coordinador que iría comunicando los detalles de la marcha del proceso al responsable de la Unidad del Plan. A su vez, éste informaría al Director General. Y aquí aparece una de las facetas que más quiero recalcar de Emilio y que, a lo largo de los años que han transcurrido desde entonces, apenas he visto repetida. He de decir que el Rector de la UPM que previamente había sido mi jefe, también la poseía en un grado equivalente. Por eso, cuando pasé a la CAICYT apenas noté diferencia y, también por eso, lo consideré normal. Después he visto que no era normal en absoluto o, al menos, ya no he vuelto apenas a verla repetida. Esta faceta era la de contestar, casi de manera inmediata a toda nota que le fuera remitida. Unas veces, simplemente dando las gracias y acusando recibo de la misma. Otras, con unos comentarios, breves o extensos según correspondiera. En unos casos, cuando la nota era corta, venía escrita con la caligrafía característica de Emilio sobre una fotocopia de lo que había recibido. Cuando era más larga, ya se la había pasado a alguna de sus secretarias y venía a máquina (eran los años ochenta). Pero jamás una nota quedaba sin contestación. Repito que eso, en aquel momento, me pareció normal. Pero según han ido pasando los años he ido viendo que es algo que apenas se practica. Se envían notas, informes, y lo más que se recibe como contestación es, a veces, una comunicación verbal de que se ha recibido. Y, en muchas ocasiones, ni eso. Quizás ahora, con el correo electrónico se empieza de nuevo a contestar un poco más a lo que se recibe. Conjuntamente con el intercambio constante de notas, otra acción tenía lugar casi todas las semanas. Creo recordar que era los lunes. Era una reunión, de todos los responsables de alguna unidad relacionada con Emilio, a la hora de comer. De uno de los bares de abajo se subía una colección de «pepitos» de ternera para todos los asistentes y un muestrario variado de bebidas. Era la convencional comida de trabajo, pero realizada en el despacho del Director General y con un orden del día sin establecer. Al mismo tiempo que era una puesta al día era una forma de
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hacer que todos tuvieran conocimiento de lo que estaba pasando alrededor. Si en las primeras en las que estuve, el Plan Nacional tenía un carácter equilibrado con otras acciones como la incorporación a Europa, las convocatorias de la CAICYT o las distintas acciones de la Dirección General, poco a poco fue convirtiéndose en el protagonista. De alguna manera, alrededor de los «pepitos» se fue formando un primer núcleo de actividades relacionadas con el Plan. Era evidente para todos que aquello era el inicio de una nueva etapa en el sistema de Ciencia y Tecnología español. Creo que era Emilio el que tenía una idea más clara de lo que aquello podía significar para los próximos años. Las primeras relaciones con otros Ministerios no fueron homogéneas. No en todos existía un concepto cierto de qué era o podría significar el incremento de la I+D. De hecho, así como en algunos programas las reuniones para determinar prioridades y líneas preferentes en los diferentes Programas evolucionaron de una manera fluida, en otros las discrepancias fueron aumentando según se iba profundizando en ellos. Sin entrar a fondo en las causas, una primera interpretación que puede darse es la debida a que era la primera vez que, de una manera coordinada, se plantaba la posibilidad de la aparición de nuevos fondos para acciones de I+D. Algunos departamentos ministeriales tenían ya sus propias acciones pero en otros, en cambio, tal actividad jamás había entrado dentro de sus programaciones. Los que se encontraban en la segunda posición veían en el Plan una primera oportunidad para incorporarse a una corriente que en todos los países se desarrollaba de manera habitual; dada su escasa experiencia previa, el diálogo con la Dirección General pudo avanzar de forma pausada y sin altibajos. En cambio, aquellos ministerios que ya llevaban a cabo algún tipo de actividad científico-tecnológica vieron en el nuevo fondo una ocasión de incrementar el suyo previo. Aunque la Ley planteaba la coordinación como eje básico de la actividad futura, esa misma idea era la que era más difícil de desarrollar. Era fácil llegar a acuerdos sobre la necesidad de llevar a cabo acciones de I+D, sobre los temas que serían los preferentes, o sobre el tipo de mecanismos a instrumentar. Pero la gestión de todo ello pasaba inmediatamente a un nivel distinto. La gestión implicaría el control y con ello el protagonismo. En cualquier caso, en esa primera etapa, dada la situación embrionaria en que se encontraba aun todo, las cosas pudieron discurrir con una cierta facilidad. Entre los programas que ya se encontraban, con un nombre o con otro, activos y los que empezaron a diseñarse, el número de grupos que
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se crearon para su estudio fue de aproximadamente veinte. Con ello, las personas inicialmente involucradas en aquella primera etapa estaban próximas a las doscientas cubriendo ramas de la mayor parte de la actividad tecnológica del país. La Ley de la Ciencia se esperaba que se aprobase pronto, con lo que el Plan debería estar listo lo antes posible para su posterior aprobación y la consecuente convocatoria de proyectos. Y esa aprobación tuvo lugar el 14 de abril de 1986. A partir de ese momento el objetivo primordial era ya el diseño del Plan Nacional, tanto en su contenido como en las acciones que debería englobar.
Diseño del primer Plan Nacional de I+D La actividad que se desarrolló a lo largo del año 86 y primeros meses del 87 tuvo dos objetivos preferentes. El primero era el que ya se ha comentado antes del diseño del Plan. El segundo, quizás menos espectacular pero que de una manera directa representaba la posibilidad de que el Plan funcionase como un mecanismo perfectamente engrasado o no, era la estructuración de la Secretaría General del Plan. La Dirección General que llevaba Emilio ya no sería la responsable, como hasta ahora de la puesta en marcha de las acciones de la CAICYT, de las de la nueva Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología (CICYT), sino que lo sería una Secretaria General, totalmente desvinculada de una Dirección General en el MEC. Y esta Secretaría General debería tener una serie de puestos de trabajo, con un catálogo de niveles. Si ese catálogo era el adecuado, el Plan podría gestionarse con la efectividad requerida. Pero si era reducido podría repercutir en una marcha dificultosa y, consecuentemente, en una imagen frente al exterior que no concordaría con las expectativas planteadas. En este caso, ya no era solo la actual Dirección General de la que dependía el resultado, sino que eran otros ministerios, y más en concreto los que deberían facilitar y aprobar la nueva plantilla, de los que dependía el futuro del Plan. Pero, por otra parte, el Plan no era solo su Secretaria General. Con el fin de asentar una de las ideas básicas que se habían planteado, que era la de separar las tareas de evaluación de las de decisión, también era preciso crear una nueva estructura. Esta era la que se denominó Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva (ANEP). A ella irían gran parte de las funciones que hasta entonces había desempeñado el Gabinete de Estudios pero que, por las razones indicadas anteriormente, no debe-
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ría tener ningún tipo de dependencia directa de la Secretaría General. Su plantilla, que tampoco existía, debería ser creada conjuntamente con la de ésta y dependería directamente de la Comisión Permanente, aunque habría de actuar coordinadamente con la Secretaría General. Y como siempre, de lo que inicialmente se plantea a lo que finalmente se consigue, hay un trecho. Las plantillas planteadas, que se correspondían con una estimación aproximada de las necesidades que en el futuro tendría el Plan Nacional, no alcanzaron la envergadura que se pretendía. En cierta manera, este resultado supuso un pequeño jarro de agua fría pero, íntimamente, no sorprendió a nadie porque suele ser lo que ocurre habitualmente. Emilio, en la reunión de los lunes, comentaba cómo iban evolucionando sus conversaciones con los responsables de la concesión de las plantillas pero, salvo a algunos pocos que realmente tenían el sentimiento de lo que es la Administración, a los demás aquello nos parecía una historia bastante repetida, quizás porque estábamos acostumbrados a solicitar fondos de I+D al MEC. En cualquier caso, la gestación de los diferentes Programas seguía su camino. Temas, entre otros, como quién sería el gestor de cada uno, qué mecanismos de convocatoria se seguirían o qué coordinación podría efectuarse entre ellos una vez programados, quedaron en un segundo plano. Según pasaban los meses, y gracias al gran número de personas involucradas, el volumen de lo que se iba generando fue incrementando significativamente. De las distintas posibilidades que se plantearon para determinar su contenido, se adoptó finalmente aquella que parecía más concorde con el sentimiento global de la comunidad a la que iban a ser dirigidos. Los diferentes segmentos de la I+D, tanto en el sector académico como en el productivo, estaban más acostumbrados a acceder a programas con temáticas de carácter general que a otros determinados por grandes entornos aplicados. Los investigadores conocían inmediatamente en qué entorno se encontraban —agricultura, materiales, comunicaciones,…— pero podrían tener dudas de si su actividad podría encontrase en áreas más concretas, como Desastres Naturales o Recursos Renovables. Como un primer objetivo del Plan era iniciar a la sociedad en las tareas de I+D, pareció más adecuado dar, en una primera fase, las mayores facilidades posibles. Además, este enfoque coincidía más directamente con la filosofía de la CE que el de grandes espacios y con ello, la posibilidad de que los diferentes grupos accediesen, conjuntamente, tanto al Plan Nacional como a la CE sería mayor.
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Y según iban avanzando los contenidos de los Programas, también avanzaba uno de los motivos de desencanto de muchos de los que se encontraban en Rosario Pino. La filosofía de la CAICYT era la forma de trabajo familiar y separarse de ella implicaba un cambio de mentalidad. Y uno de los primeros cambios que se anunciaron era que no todos los Programas Nacionales serían gestionados por la futura Secretaría General. De acuerdo con su temática, algunos de ellos podrían estar gestionados por otros Departamentos Ministeriales. La idea de que el Plan debería ser el instrumento no sólo para que el concepto de la I+D fuera calando en entornos en los que aun era algo extraño, sino que también sirviera para que otros organismos «aprendieran» a gestionar la I+D, se asentó como nuevo postulado de actuación. Con esa filosofía didáctica, se inició el contacto con algunos medios de comunicación intentando que informasen sobre el futuro Plan y lo que podría representar para el Sistema C-T español. Esporádicamente fueron apareciendo breves comentarios y entrevistas a alguno de los involucrados en el proceso. Curiosamente, uno de los aspectos que más impresión causaba era el volumen de papel que se había generado, hasta ese momento, con los contenidos de los programas. El concepto de «lo bueno, si breve, dos veces bueno», no parece ha sido una de las recomendaciones más seguidas de Gracián, al menos en su país. Una componente del Plan que no he mencionado aun era el conjunto de Programas que no eran Nacionales. Eran los que se denominaron Sectoriales y los de las Comunidades Autónomas. Los primeros dispondrían de un fondo que, aparte del que aportaría la CICYT, tendrían otra parte aportada por otro Departamento Ministerial y se centraría en un aspecto tecnológico de interés preferente para el mismo. A ellos se incorporaron algunos de los ya previamente existentes. Los segundos, los de la Comunidades Autónomas, con idéntica filosofía que los anteriores en cuanto al soporte económico, no tenían antecedentes y por ello era preciso realizar un esfuerzo especial para su gestación y su posterior gestión. La incidencia de ambos, en esta primera etapa fue bastante menos significativa que la de los Nacionales. Hacia marzo de 1987, las plantillas de la Secretaría General y de la ANEP estaban ya aprobadas y con ello la posibilidad de iniciar la andadura de una manera más clara. La ANEP, con su Director, coordinadores y personal de apoyo, se instaló provisionalmente en la última planta de la sede de la Secretaría de Estado de Universidades, en la calle Serrano, y la Secretaría General, en la de Rosario Pino. Emilio Muñoz pasó a
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ser Secretario General del Plan Nacional y se crearon tres Departamentos Técnicos entre los que se repartieron los distintos Programas según su temática. Otras tres Vicesecretarías se encargaban de los temas relacionados con la Cooperación Internacional, la gestión de la información y la Coordinación con las Administraciones. Aquello, para mí, al encargarme provisionalmente de uno de los Departamentos Técnicos, significó que ya podía centrarme en aquellos temas que más familiares me eran y también, que el ritmo de trabajo iba a disminuir. Recuerdo de entonces que, dada la premura con la que era preciso tener ensambladas todas las piezas del Plan, Emilio nos pidió que acortáramos las vacaciones del verano lo más posible. Que cuando hubieran acabado las prisas, podríamos recuperar lo perdido en ese terreno. Como es obvio, durante todo el mes de agosto los despachos de Rosario Pino estuvieron ocupados y, como también era obvio, todavía no hemos recuperado lo perdido.
Hacia la primera convocatoria de proyectos A finales de marzo del 87 se repartió un documento en el que se planteaba un mecanismo general de trabajo para todos los programas. Cada uno de ellos tendría una comisión en la que participarían los ministerios involucrados y se establecía ya, de manera directa, el hecho de que algunos programas estuvieran gestionados por la Secretaria General y otros no. En el caso de que no lo fueran se establecía un mecanismo por el que la Secretaría quedaba como «garante» de que las decisiones que fuera tomando el organismo gestor se mantuvieran dentro de la política que se había plasmado en el Programa. Si no muy fácil fue la gestación de los programas, las siguientes etapas que se avecinaban no pronosticaban una tarea sencilla. El control, el seguimiento y la evolución posteriores iban a implicar el que los engranajes que se instalasen estuvieran engrasados perfectamente así como que todos los que participaban en ellos tuvieran las mismas ideas y los mismos objetivos. La circulación de ideas sobre cómo debería hacerse todo ello fue plasmándose en una serie de documentos que circulaban constantemente de una planta a otra de Rosario Pino y de allí a Serrano, donde se encontraba la sede de la Comisión Permanente. En un intento de estructurar lo que se iba generando, se plantearon algunas clasificaciones, casi taxonómicas, para marcar cada documento. La avalancha fue tal que escasamente se siguió ninguna de todas ellas.
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La constitución de la Comisión Permanente de la CICYT implicó la primera evaluación externa de los documentos que se estaban generando. Dado que la mayor parte de ellos habían sido consensuados con los departamentos ministeriales involucrados, las objeciones no fueron significativas. Tan sólo, algunos programas propuestos fueron cayendo por razones de oportunidad y otros fueron subsumidos dentro de los de mayor entidad. En algún caso, se pospuso su lanzamiento a una fase posterior, cuando se estimase que la situación tecnológica del país era más acorde con lo planteado. Todos guardaban una estructura similar con acciones similares diferenciándose únicamente en el énfasis dado a algunas, como la formación o la infraestructura. Quizás el choque más fuerte que recibieron los diferentes gestores, fueran o no de la Secretaría General, fue el de que, a punto de lanzarse ya la convocatoria pública, la Permanente determinó que todos los proyectos concertados, independientemente del programa al que pertenecieran, fueran gestionados por el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI). Ya he comentado al principio que los entonces llamados «Planes concertados» habían sido una de las acciones prioritarias impulsadas por la CAICYT. Su forma de trabajo entonces, que quizás muchos ya no recuerdan o no han llegado a conocer, suponía una forma casi obligada de poner en contacto a la industria con el mundo académico. Una vez concedido un proyecto a una empresa, se constituía una comisión específica para el mismo, compuesta por cinco o seis personas, de las cuales tres solían ser del entorno universitario o de algún Organismo Público de Investigación (OPI), y los otros dos o tres provenían de los Ministerios de Industria y de Economía y Hacienda. Esta comisión visitaba «in situ», unas dos veces al año, a la empresa que estaba ejecutando el proyecto y, además de ver cómo iba desarrollándose, daba las ideas o sugerencias que estimase oportunas para su mejor cumplimiento futuro. De esa forma, el mundo académico conocía de manera directa lo que era el desarrollo de un proyecto industrial y la empresa estaba en contacto con investigadores que, muy a menudo, aportaban conceptos que resultaban útiles. Aquellas actuaciones, que se habían mantenido a lo largo del planteamiento de los distintos programas, ahora desaparecían. En cierta manera, se creyó ver un amago de que la cooperación entre ambos mundos iba a hacerse menos efectiva de lo que se había planteado. De cualquier forma, eso era lo que había y a ello había que atenerse. Con la estructura de la CICYT asentada y con los distintos programas prácticamente fijados, se inició una etapa que, en la Secretaría del
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Plan, se conoció como la de «viaje con nosotros» (en consonancia con una canción bastante en boga esos años). Universidades y Comunidades Autónomas comenzaron a invitar a la Secretaría General para que, en sesiones públicas, se informara de cuál sería la estructura del nuevo Plan Nacional, qué oportunidades representaba y qué podían esperar de él los mundos académico y empresarial. Emilio Muñoz y los miembros de la Secretaría General que se estimara oportuno, conjuntamente con representantes del CDTI y de algún otro organismo gestor de un Programa Nacional, comenzaron una especie de gira por España, dando noticia de lo que iba a ser el Plan. Sería curioso ahora revisar los comentarios que fueron apareciendo en la prensa de los distintos sitios en los que se «actuaba». Recuerdo que, en una ocasión, no sé para qué publicación, subimos todos los miembros de la Secretaría General que habíamos sido responsables de alguna tarea del Plan, a la terraza de Rosario Pino para que los fotógrafos del periódico (o quizás de la revista) nos tomaran un plano general con Madrid al fondo. La impresión que había tenido cuando fui a ver por vez primera a Emilio parece seguía siendo significativa como imagen del Plan. Uno de los aspectos más característicos que recuerdo de aquellas presentaciones era que, dada la fecha, aun el «power point» no había llegado a dominar ese entorno como lo hace hoy. Cada uno de los ponentes llevaba las transparencias que, casi en todos los casos, él mismo había confeccionado o había diseñado. Ni había efectos especiales ni había letras amarillas sobre fondo azul marino. En casi todos los casos eran negro sobre blanco y sólo rompía la monotonía algunas adendas de rotulador rojo, hechas a mano. Emilio, en un intento de uniformar las presentaciones encargó hacer un paquete de transparencias que pudieran servir de manera general a todos, con todas las características del Plan y los Programas. Pero, sin tomarlas ni rechazarlas, los sucesivos ponentes siguieron empleando las que habían hecho ellos personalmente y que se ajustaban más a sus propias características y gustos. Quizás los representantes del CDTI, bastante más profesionales en esas lides que los de la Secretaría del Plan, eran los únicos que se aproximaban a esas presentaciones que ahora son tan usuales. Pero con toda seguridad el acto más significativo fue, a primeros de 1988, la presentación oficial del Plan Nacional, en el Hotel Ritz de Madrid, por el Presidente del Gobierno. Aquello significó «el pistoletazo de salida» y la certidumbre de que lo hecho en los dos años anteriores ha-
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bía tenido sentido. Todos los trabajos dirigidos, desde Rosario Pino, por Emilio Muñoz se veían por fin recompensados y solo faltaba que el Plan empezase a andar.
Últimos pasos Con la convocatoria de los distintos Programas abierta, sólo quedaba ya iniciar la parte más esperada por toda la comunidad académica y empresarial: la de las concesiones. Pero esa etapa ya no la vivió Emilio Muñoz como responsable de la Secretaria General del Plan Nacional. Un reajuste dentro el Ministerio de Educación y Ciencia le llevó a la Presidencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. De ser responsable de la gestión del Plan pasaba a ser responsable de uno de los organismos que debería aprovechar lo que había traído la nueva política de I+D. Pero esa ya es otra historia.
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Antecedentes La identificación de la biotecnología junto a otras tecnologías horizontales, capaces de favorecer la innovación en una gran diversidad de sectores industriales fue una de las aportaciones más importantes del entonces (1979) recién creado Centro de Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI)1 y el origen, desde el punto de vista industrial, de la elaboración de los «Programas Especiales», que más tarde, como es el caso de la Biotecnología, se convertirían en Programas Movilizadores, y, una vez aprobada la Ley de Coordinación general de la Investigación Científica y Técnica en 1986, en Planes Nacionales. No hay que olvidar que ya en el año 1981, cuando la biotecnología disponía de un interesante desarrollo espontáneo de la biología molecular, basado principalmente en la formación de jóvenes científicos en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, pero un muy incipiente desarrollo industrial, el CDTI elaboró, dentro de su serie amarilla de Cuadernos CDTI, el nº 3 dedicado a la Biotecnología, con el fin de «ayudar dentro de sus posibilidades, a aquellos que, desde diversos puestos 1 El CDTI fue creado como organismo autónomo, adscrito al Ministerio de Industria y Energía, por Real Decreto 23-41/77 de 5 de agosto, con la misión de estimular el proceso de innovación en la industria mediante la financiación de proyectos innovadores presentados por las empresas; en sus comienzos, fue dotado de un fondo de 40 millones de dólares procedentes de un préstamo del Banco Mundial.
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de responsabilidad en la sociedad española han de tomar decisiones que inciden sobre el desarrollo tecnológico del país». En 1982 se aprueba y pone en marcha el Programa Especial de Investigación y Desarrollo sobre aprovechamiento energético de la biomasa y agroenergética y se prepara el «Programa Especial de Biotecnología e Ingeniería Genética. Área de Química Fina y Productos Farmacéuticos» que se aprobaría a principios de 1983. Las empresas biotecnológicas son altamente dependientes de la investigación básica, por lo que cualquier esfuerzo realizado por el CDTI en este campo hubiera tenido muy poco impacto si no hubiera existido ya un sistema de Ciencia-Tecnología bien instrumentado en el que desempeñaron un papel indiscutible y decisivo el Director General de Política Tecnológica, el Director General del CDTI y sobre todo, el Director General de Política Científica, Emilio Muñoz, que, por su doble vertiente política y científica en el campo de la biología molecular, supo darle un impulso verdaderamente espectacular. Este esfuerzo coordinador queda muy bien reflejado en la organización, el año 1983, de la cumbre de la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), en la que se reunieron en Madrid altos representantes científicos y diplomáticos de un gran número de países de todo el mundo para decidir la sede del Centro Internacional de Biotecnología. Este encuentro permitió, por una parte, realizar el primer inventario de Centros Públicos de Investigación y empresas relacionadas con la biotecnología y/o susceptibles de aplicar en sus procesos y/o productos, las modernas biotecnologías, pero, sobre todo, crear la base del capital humano que podría tener un impacto importante en su posterior desarrollo. Así mismo, permitió seleccionar los mejores expertos para redactar el Plan Movilizador de Biotecnología (1985-1987) cuya finalidad era «atraer a la comunidad científica y a las empresas hacia las áreas técnicas y la investigación, que constituyen la base de la moderna Biotecnología, creando un clima que permite a nuestro país participar en el desarrollo de tecnologías propias en este sector, aumentar la competitividad de nuestras empresas, mejorar la calidad de nuestra sanidad y proteger el medio ambiente». La escasa implantación industrial de empresas de base tecnológica, la no protección de la patente farmacéutica, el escepticismo de la opinión pública hacia la biotecnología, los escasos ejemplos de empresas con una investigación básica de calidad, la dificultad de interactuar empresaOPI, hicieron que los primeros pasos para desarrollar la biotecnología
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desde una perspectiva industrial en nuestro país fueran muy difíciles. En este marco, el CDTI emprendió, con actitud proactiva, diversas iniciativas dirigidas a dinamizar este sector en España2. En el ámbito nacional, la primera iniciativa consistió en identificar y posteriormente financiar proyectos de I+D en biotecnología en las escasas empresas del sector. Por tanto, los primeros esfuerzos se centraron en aquellos proyectos que pudieran tener un plazo de maduración más corto en el área de diagnóstico, cómo era el caso de los proyectos presentados por las empresas Biokit, Laboratorios Landerlan, Cooper, Zeltia, Laboratorios Knickerbocker. En paralelo, se negoció la implantación en España de la empresa de origen suizo Laboratorios Serono, SA, empresa muy potente en el ámbito de la biotecnología y, en este marco, se logra el establecimiento de la primera planta de producción de hormona de crecimiento por ingeniería genética en nuestro país, que vino a resolver un grave problema de abastecimiento de la citada hormona, que hasta entonces se obtenía de hipófisis de cadáveres, y la eliminación de problemas de contaminación relacionados con el proceso de obtención tradicional. También se estableció la planificación de una línea de investigación y desarrollo en la filial española, cuya consecuencia más inmediata fue un ambicioso proyecto de I+D para obtener el Factor Liberador de la Hormona de Crecimiento (GRF1.29) (1985) y la construcción de la planta piloto multiuso para la producción de compuestos de interés farmacológico por ingeniería genética (1987). Ambos proyectos contaron con financiación del CDTI y con la asesoría y apoyo del Director General de Política Científica. Hoy en día, la empresa Serono, tras su fusión con la alemana Merck, se ha constituido en la mayor empresa biotecnológica europea.
Papel del CDTI en el Programa Movilizador de Biotecnología La participación del CDTI en los grupos de trabajo encargados de la elaboración del programa movilizador de biotecnología fue muy activa. 2 En 1984, coincidiendo con su transformación en Entidad de derecho publico (RD 2/1984 de 4 de enero) dentro de la estructura del CDTI se crea el área de Biotecnología, Medicina y Química como una de las cinco áreas tecnológicas de la dirección de promoción de proyectos, muestra de la importancia que se concede a esta área emergente dentro de la entidad.
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Tanto en la definición de los instrumentos de apoyo previstos como en la identificación de las empresas que, inicialmente, podían ser consideradas del ámbito o podían acometer desarrollos biotecnológicos. Así mismo se definieron como prioritarios aquellas áreas que se consideraron de mayor interés para el país: diagnóstico y/o tratamiento de infecciones, vacunas, nuevos medicamentos de origen marino, tratamiento y mejora de la productividad animal, medicamentos de uso veterinario, reactivos y bienes de equipo para su uso en biotecnología. Otro hito de gran relevancia a destacar en el Programa Movilizador es la creación del Centro Nacional de Biotecnología, con la finalidad de desarrollar y transferir nuevos conocimientos a las empresas las nuevas tecnologías en este campo. La adición al proyecto original de una 4ª planta para fomentar la transferencia OPI-industria de los resultados de investigación constituyó un apoyo inestimable para el incipiente desarrollo industrial en este campo. En 1985 el CDTI es designado organismo gestor del programa EUREKA, iniciativa promovida por el Presidente francés Mitterrand como complemento, más cercano al mercado, del Programa Marco de la entonces Comunidad Europea. Se prepara el documento «Contribución del potencial industrial español al programa EUREKA», donde se establece la biotecnología como una de las áreas prioritarias de España y se indican algunas de las empresas potencialmente participantes, fruto del trabajo desarrollado para el programa movilizador. La natural internacionalización de este sector se pone de manifiesto en que el primer proyecto español aprobado por el programa con categoría 1 fue del ámbito de la biotecnología (desarrollo de un kit de transmisión sexual mediante anticuerpos monoclonales) a desarrollar por la empresa Biokit en colaboración con PA Technology del Reino Unido, siendo la participación española del 70 por 100. No hay que olvidar tampoco, que una de las tres áreas prioritarias que se mostraron en la primera feria nacional de tecnología, TECNOVA 85, fue la Biotecnología, contando con la participación del Premio Nobel Roger Guillemín, ni que, como consecuencia del mismo, se celebrara en España el primer foro EUREKA sobre Sanidad en Europa: Foro Euromed. En paralelo, en el marco de los retornos del FACA, se inician contactos con empresas de tecnología avanzada en Estados Unidos. Una de ellas, Sea Pharm, dará origen, en 1986, a Pharmamar, surgida de una joint venture con la empresa española Zeltia. Pharmamar es, hoy día, una de las empresas de biotecnología más relevantes en España, que
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continúa apostando fuertemente por la investigación y el desarrollo de nuevos productos biotecnológicos, fundamentalmente en el área de la oncología, estando ya en fase de registro en la Agencia Europea de Evaluación de Medicamentos (EMEA) el primero de los productos de investigación desarrollados en España.
El fomento de las relaciones ciencia-industria desde el CDTI Uno de los aspectos destacados profusamente en el documento del programa movilizador de biotecnología es la necesidad de fomentar la colaboración entre las empresas y los grupos de investigación de las universidades y organismos públicos de investigación, dado que es una tecnología basada en la ciencia y que se había identificado un potencial relevante en este ámbito. El origen de la colaboración OPIS-Industria en Biotecnología, hay que situarlo en el programa de planes concertados de la CAICYT (1969-1987), principal instrumento para ayuda a las empresas españolas en ese momento para la realización de actividades de I+D y precedente de los proyectos concertados del Plan Nacional de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológicos. A ellos se sumaron los propios proyectos financiados por el CDTI. En 1986 el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el CDTI ponen en marcha el denominado «Programa de reforzamiento de Objetivos Aplicados (PROA CSIC-CDTI) para fomentar la transferencia de tecnología desde el CSIC a las empresas mediante la financiación de proyectos presentados por los investigadores en los que se apreciara un potencial interés industrial. El CDTI participaba en este programa evaluando las propuestas y favoreciendo, con posterioridad, el contacto con empresas potencialmente interesadas; en este programa se financiaron diversas propuestas de biotecnología. El interés de esta iniciativa fue manifiesto, dando lugar posteriormente, en el marco del Plan Nacional de I+D, al Programa de Transferencia de Resultados de Investigación (PETRI) (Castro, 1990), aún en vigor.
Otros programas internacionales A finales de 1988 la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología (CICYT) asignó al CDTI la gestión compartida de una serie de pro-
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gramas incluidos en el programa marco de I+D de las Comunidades Europeas. Estos programas se caracterizaban por tener un alto contenido industrial, siendo la misión fundamental del CDTI conseguir una amplia respuesta por parte de las empresas españolas. En este sentido y relacionado con la biotecnología, cabe destacar los siguientes programas: — BRIDGE (Basic Research for innovation, development and growth). Desarrollo de la Biotecnología. — ECLAIR (European Collaborative linkage of agriculture and industry through research). Desarrollo de las aplicaciones industriales de la biotecnología a la agricultura. — FLAIR (Food linked agro-industrial research). Desarrollo de las aplicaciones de la Biotecnología al sector de la alimentación. Hasta finales de 1989 consiguieron proyectos en estas tres áreas 60 grupos españoles, siendo el porcentaje de participación española en el programa ECLAIR del 9,2 por 100.
El CDTI en el Plan nacional de I+D Tras la aprobación parlamentaria de la ley de la Ciencia y su publicación el 18 de abril de 1986, se iniciaron los trabajos encaminados a elaborar los programas que debían formar parte del Plan nacional de I+D. El CDTI tuvo un papel muy relevante dentro del Plan nacional porque la propia Ley de la Ciencia, tanto en su redacción inicial como en las sucesivas modificaciones, así lo establece3: en la definición de las prioridades, en la elaboración de los programas temáticos, en el diseño de los instrumentos que en él se recogieron para favorecer las actividades de I+D en las empresas y la colaboración entre grupos de investigación de universidades y organismos públicos de investigación y empresas, en la evaluación de las propuestas y, finalmente, en relación con los programas y organismos internacionales de I+D con participación española. Una de las innovaciones del Plan nacional de I+D fue que, en aplicación de lo previsto en la Ley de la Ciencia (art. 7.3.a), la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología atribuyó al CDTI la gestión de los antiguos planes concertados, renombrados como «proyectos concer3 La Ley 13/1986 se refiere al papel del CDTI en relación con la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología y con el Plan nacional de I+D en los artículos 8.2.c y 10 y en las disposiciones adicionales 6.ª, 9.ª y 12ª.
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tados», lográndose con ello la coordinación de las citadas ayudas del Plan con las propias del CDTI, más orientadas a las etapas ulteriores del proceso de innovación. Desde la Secretaría general del Plan Nacional de I+D se emitía una evaluación de los proyectos concertados que se presentaban para su aprobación al Consejo Rector, valorando especialmente el contrato con los grupos de investigación públicos. Además de la responsabilidad de la gestión de los proyectos concertados, el CDTI participaba activamente en otros aspectos importantes del Plan nacional de I+D. En el ámbito nacional, participaba en las comisiones encargadas de evaluar los proyectos de investigación dirigidos a centros públicos y en la comisión para evaluar el Programa de Estímulo de la Transferencia de Resultados de la Investigación (PETRI), creado en 1989. En el ámbito internacional, tuvo, desde su inicio, un papel destacado en relación con los programas científicos y tecnológicos en los que participa España, defendiendo los intereses nacionales y fomentando la participación española mediante acciones de promoción realizadas en coordinación con otras entidades, así como facilitando apoyo financiero en la fase de preparación de las propuestas. Uno de los programas temáticos del Plan nacional fue el Programa nacional de Biotecnología, heredero del programa movilizador ya descrito, pero también en otros programas nacionales de orientación más sectorial (Salud, I+D agrícola y ganadería, tecnología de alimentos, etc.) se recogían objetivos científico técnicos ligados a las aplicaciones de las biotecnologías. En la Tabla 1 se recogen los principales datos de los proyectos concertados aprobados desde 1988 a 19994 en el programa nacional de biotecnología. Puede apreciarse que durante los dos primeros años hubo un número apreciable de propuestas aprobadas, debido a la acumulación de iniciativas de años anteriores, pero con posterioridad no puede apreciarse tendencia alguna, aunque la importancia de este instrumento en el contexto del programa es significativa, pues el importe concedido representa, todos los años, una cantidad relevante en el conjunto del programa (última columna de la tabla). 4 A partir de 2000, el Plan nacional de I+D definió nuevos instrumentos para el desarrollo de sus objetivos y los proyectos concertados, como tales, desaparecieron. A partir de entonces, el CDTI estableció un nuevo tipo de ayuda financiera —los denominados «proyectos de investigación industrial concertada», cuya filosofía recogía los elementos básicos de los antiguos proyectos concertados, asumiendo algunas de las recomendaciones el plan 1996-99, en concreto, que el importe del contrato con los grupos de investigación de las universidades y OPI fueran parcialmente subvencionado.
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TABLA 1 Provectos concertados aprobados en el PN de Biotecnología del Plan Nacional de I+D Las cifras económicas en millones de euros Año
n.º
% del total
1988 7 9,2 1989 12 9,7 1990 6 4,7 1991 4 3,5 1992 3 2,8 1993 3 3,0 1994* 3 3,5 1995 5 5,6 1996 3 5,7 1997 7 13,2 1998 4 8,2 1999 2 5,9
Aportación % Importe PresuN.º de Plan % del % del % del Importe % del concedido a puesto convenios Nacional total total total convenios total concertados/total total con CPI I+D PN Biotecnología
2,3 2,1 1,6 2,0 0,9 0,9 1,4 1,1 1,3 2,4 1,2 0,8
9,2 6,1 4,1 5,6 3,5 3,9 6,0 4.5 8,1 14,2 6,8 7,0
4,39 7,8 4,39 5,8 3,58 3,9 4,88 5,8 2,34 3,4 2,27 3,9 3,47 6,2 2,50 4.6 3,24 8,7 5,16 13,6 2,39 6,4 1,68 6,9
12 7 7 4 5 5 5 6 11 5 6
18,2 10,1 3,8 2,6 3,4 4,0 4.0 7,0 15,5 7,6 9,0
1,02 0,84 0,51 0,49 0,64 0,27 0,54 1,18 0,95 0,77 0,28
8,2 5,9 4,0 4,1 6,8 2,4 5,4 20,5 15,0 11,6 4,9
29,3 19,4 12,3 27,5 9,2 10,6 12,7 9,1 14,8 25,2 14,5 7,9
FUENTE: CICYT Memorias anuales del Plan nacional de I+D. * A partir de 1994 el CDTI es entidad colaboradora de la CICYT para la gestión de los proyectos concertados mediante convenio suscrito al efecto.
Situación actual: la biotecnología en la industria española ¿Han sido útiles todos los esfuerzos descritos y los demás realizados en el marco de las políticas de I+D y, sobre todo, por las propias empresas? Por más que este capítulo no es lugar para hacer análisis profundos, que, por otra parte, han sido realizados con anterioridad (Díaz et al., 2002) creemos que hay resultados positivos, más en el ámbito científico que en el empresarial, pero también en las empresas ha habido progresos notables en los 20 años que van desde las primeras iniciativas comentadas, si se piensa que a comienzos de los ochenta había menos de 10 empresas en este ámbito. En la tabla 2 se muestra el esfuerzo en actividades de I+D de las empresas en España, pertenecientes, como ya se ha dicho, a diversos sectores industriales. Un número apreciable de em-
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presas, 278, declaran hacer I+D en biotecnología y han llegado a configurar un esfuerzo, tanto en términos de recursos económicos como humanos, que supone alrededor del 3 por 100 del esfuerzo económico en actividades de I+D de todo el sector empresarial en España y el 4 por 100 en el número de investigadores; en particular, es preciso destacar el esfuerzo de inversión en equipos e instrumentos de estas empresas, que representa el 22 por 100 del total nacional durante el año analizado.
TABLA 2 Recursos empresariales dedicados a biotecnología en España en 2004 y porcentaje respecto del esfuerzo global en I+D de las empresas Esfuerzo empresarial en biotecnología
Número de unidades que realizan I+D en Biotecnología Personal total dedicado a I+D en Biotecnología: Total Personal dedicado a I+D: Investigadores Personal dedicado a I+D: Técnicos y auxiliares Personal total dedicado a I+D en Biotecnología (EJC): Total Personal dedicado a I+D (EJC): Investigadores Personal dedicado a I+D (EJC): Técnicos y auxiliares Gastos en I+D interna (miles de euros) Gastos corrientes Retribuciones de los investigadores Retribuciones de los técnicos y auxiliares Otros gastos corrientes Gastos de capital Terrenos y edificios Equipo e instrumentos Adquisición de software específico para I+D
278 2.884 1.632 1.252 2.387 1.340 1.047 152.549 126.391 48.174 29.525 48.692 26.158 3.245 22.143 770
% del sector empresas total
2,9 3,1 4,1 2,4 3,4 4,2 2,7 3,1 3,0 3,4 2,3 3,3 3,8 0,7 23,0 0,8
FUENTE: INE (2006). Estadísticas de I+DT
En la tabla 3 se compara el origen de fondos del gasto en actividades de I+D de las empresas en actividades de biotecnología con el conjunto de las empresas españolas. Las diferencias más relevantes son que las actividades empresariales en biotecnología reciben mayor proporción de
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recursos de las administraciones públicas que el conjunto nacional (más de 4 puntos de diferencia, si se incluyen las universidades) y de instituciones privadas sin fines de lucro, en detrimento de las aportaciones empresariales, sobre todo ajenas; esta circunstancia refleja que este sector continúa siendo de alto riesgo, por lo que precisa del apoyo de las políticas públicas.
TABLA 3 Origen de fondos de las actividades de I+D de las empresas en biotecnología y comparación con el conjunto de las empresas en España
Origen de fondos del gasto en I+D interna (miles euros)
Fondos nacionales Fondos propios Fondos de empresas Fondos de Administraciones Públicas Fondos de universidades Fondos de IPSFL’s Fondos procedentes del extranjero De programas de la Unión Europea Otros fondos procedentes del extranjero
Empresas con actividades en biotecnología
%
145.736 112.682 8.692 21.892 553 1.917 6.813 2.283 4.530
95,5 73,9 5,7 14,4 0,4 1,3 4,5 1,5 3,0
Total empresas
4.614.740 3.643.368 350.426 606.208 3.336 11.402 250.191 141.146 109.044
%
94,9 74,9 7,2 12,5 0,1 0,2 5,1 2,9 2,2
FUENTE: INE (2006). Estadísticas de J+DT
A la vista de estos datos quizás fuera interesante elaborar un proyecto para España similar al que ha realizado la comisión inglesa Bioscience Innovation and Growth Team (BIGT), que va a implementar un plan estratégico con el fin de obtener un potente sector biotecnológico en Ciencias de la Vida en el Reino Unido en el 2015. Un plan de esta naturaleza en España debería recibir el apoyo concertado de las diversas administraciones y en su articulación se debería propiciar la participación activa de todos los agentes potencialmente interesados (empresas, universidades, organismos públicos de investigación, etc.), así como de las estructuras de interfaz que han surgido en los últimos años, que se detallan en el informe COTEC (2006): OTRIS, parques científicos, bioincu-
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badoras, las plataformas biotecnológicas, o los bioclusters, así como GENOMA ESPAÑA o la ya potente y activa asociación empresarial ASEBIO. Sin lugar a dudas, el CDTI puede y debe continuar siendo un agente importante en este proceso y así será, dado su activo papel en la promoción y gestión del programa CENIT, dentro de la iniciativa INGENIO 2010. El avance experimentado hasta ahora, difícilmente previsible hace 20 años, cuando se pusieron en marcha las primeras iniciativas, muestra que, cuando se aúnan esfuerzos y voluntades con una visión común es posible alcanzar logros relevantes. Pero en este proceso es de gran importancia la participación de personas que, como Emilio Muñoz, pongan en ello sus conocimientos y su saber hacer.
Bibliografía Bioscience Innovation and Growth Team (2003). «Bioscience 2015». http://www.bioindustry.org/bigtreport/ CAICYT (1985): «Programa movilizador de biotecnología». Madrid CASTRO, E. (1990): «Programa de Estímulo a la Transferencia de Resultados de Investigación». Política Científica nº 25. Diciembre. Madrid. CDTI (varios años): «Memorias anuales». Madrid. CDTI (1981): Cuaderno CDTI nº 3 «Biotecnología». Madrid. CICYT (varios años): Memoria anual del Plan nacional de I+D. Madrid. COTEC (2006). «Biotecnologías en la Medicina del Futuro». Colección Informes sobre el sistema español de innovación. Madrid. Díaz, V., Muñoz, E., Espinosa de los Monteros, J., Senker, J. (2002): «The socioeconomic landscape of biotechnology in Spain. A comparative study using innovation system concept». Journal of Biotechnology, 98, pp. 25-40. INE (2006): «Estadísticas de las actividades de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico en 2004». Madrid. www.ine.es.
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La carrera profesional de Emilio Muñoz puede resumirse en la conocida expresión de «el hombre adecuado en el lugar idóneo y en el momento oportuno». En 1980 el CSIC necesitaba un experto en Política Científica y tuvo la fortuna de poder contar con nuestro homenajeado, que ya venía con una excelente formación en este ámbito que había adquirido por su cuenta y vocación. A partir de aquí —y una vez demostrada con creces su capacidad— nada más fácil ni natural que ir ocupando sucesivamente los puestos claves de la Política científica nacional. En las siguientes páginas van a describirse los aspectos más significativos de esta fase vital (1980-1982) a conciencia de su parcialidad puesto que, como es obvio, la personalidad de Emilio Muñoz comprende otros aspectos quizás más y sugestivos pero cuya exposición han de hacer mejor otras plumas más competentes.
I Tanto en el mundo político como en el científico el nombre de Emilio Muñoz se relaciona automáticamente con la Política Científica puesto que a él correspondió, en efecto, la tarea —estimulante por la ambición y al tiempo deprimente por los resultados— de implantar en España tal idea. Adoptar una política científica acertada es, sin duda, más difícil que investigar con éxito sobre todo —y paradójicamente— cuando se cuenta
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ya con una estructura orgánica consolidada y con una plantilla de personal funcionario altamente especializado. Imaginar teóricamente una política científica nacional no es, desde luego, tarea sencilla ya que exige, por un lado, una selección de objetivos y un establecimiento de prioridades y, por otro, un inventario de medios disponibles en el que pesa más (por así decirlo) lo que sobra que lo que falta. Porque no es difícil suplir lo que falta aportando los recursos materiales necesarios y formando —aunque ello cueste tiempo, ciertamente— a los investigadores. Pero ¿qué hacer con lo que sobra? ¿Qué hacer con centros suficientemente dotados y prestigiosos dedicados a objetivos que de pronto se consideran no prioritarios? ¿Qué hacer con unos investigadores que no pueden reutilizarse en actividades declaradas de pronto prioritarias? En 1980 el dilema parecía no tener solución. Porque si se atenía a los institutos existentes (algunos de venerable antigüedad y creados todos cuando no se conocía ni el término de Política Científica) y a la plantilla de investigadores disponibles (la mayoría de ellos partidarios fervorosos de la «libertad de investigación» de cuño universitario), el CSIC estaba condenado a vivir indefinidamente en el caos. Y si se imponía bruscamente el nuevo estilo, las infraestructuras se bloquearían sin remedio. A esta situación hizo referencia expresa su Presidente —antes de que apareciera formalmente en escena Emilio Muñoz— al anunciar su Programa de actuación el día de su toma de posesión (Discurso recogido luego, con los de otros autores, en Apuntes para una Política Científica, 1982, que se citará más adelante repetidas veces: «importa, en primer término, desarrollar la investigación a través de programas auténticos, suprimiendo progresivamente el sistema actual de programas meramente formales, que en realidad sólo tienen de programa el nombre, puesto que constituyen una manera vergonzante de subvencionar los servicios y estructuras, mal financiadas por el presupuesto general. Gracias al sistema actual se ha conseguido ciertamente mantener el Consejo, que no es poco, pero todo ello constituye una disfunción desde el punto de vista de la investigación. De hecho nos encontramos en un círculo vicioso, que urge romper: la Comisión Asesora convoca ayudas o programas de investigación con conciencia de que en parte pueden no realizarse pero de que en cualquier caso contribuyen a sostener las infraestructuras; y los investigadores, conociendo la mecánica de antemano, presentan proyectos nominales con la intención de obtener una subvención, independientemente de que vayan a realizarse en su totalidad, o no. Si se quiere
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investigar de veras, hay que acabar con todo esto. Los proyectos deben ser auténticos, bien pensados y con cálculos reales de financiación, debiendo ser subvencionados íntegramente, para que puedan luego ser realizados. Por lo mismo pueden —y deben— ser ambiciosos, sin necesidad de ajustarse a la infraestructura y medios de un solo instituto, debiendo romper con la identificación entre unidad organizativa y programa; lo fundamental es el programa y la organización un medio para realizarlo, no a la inversa». En tales encrucijadas cabe, desde luego, una decisión autoritaria que asuma sus consecuencias traumáticas: se empieza desde cero en las líneas nuevas de investigación, se cierran los centros que han dejado de ser interesantes y se prejubila a los investigadores inútiles. Esto es lo que hoy se hace con absoluta naturalidad en el ámbito económico del capitalismo avanzado incluso dentro de gobiernos socialistas: los costos humanos privados de las empresas se socializan pasando a la seguridad social y el capitalismo puede seguir adelante liberado de la carga muerta. Pero esta actitud era inimaginable en 1980 en un contexto económico de penuria y en un contexto político del incipiente régimen democrático constitucional en el que nadie consideraba legitimado al Gobierno para realizar una operación traumática en aras de unas prioridades científicas y tecnológicas de que confesadamente carecía. El camino tenía que ser, por tanto, diferente. En lugar de actuar autoritariamente de arriba abajo (algo imposible, como se ha dicho, puesto que el Gobierno no sabía exactamente qué es lo que le interesaba en el ámbito de la investigación y, si lo hubiera sabido, no tenía energía para imponerlo) había que operar de abajo a arriba, es decir, había que encomendar a la comunidad científica que elaborase sus propios programas (puesto que era la única que conocía la situación real de sus posibilidades) y que, al tiempo, diseñase las correspondientes estructuras orgánicas. En el fondo se trataba evidentemente de una especie de suplantación dado que el pensamiento y la voluntad de la comunidad científica sustituían a la del Gobierno, que era su titular constitucional; pero, según acaba de verse, no había otra solución y, además, la operación se cubría formalmente elevando el proyecto del Consejo a la Superioridad para que ésta lo aprobara oficialmente. Tal era la abrumadora misión que tuvo que afrontar Emilio Muñoz en el CSIC. Una tarea para la que de poco le servían sus conocimientos teóricos de política científica internacional y comparada, ya que había de atenerse a las condiciones específicas de nuestro país. Mas no hay que ol-
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vidar que, sin perjuicio de su formidable cultura y de su amplia información, nunca ha sido un teórico sino un pragmático que se servía de la teoría no como un objetivo en sí misma sino como un instrumento para mejor lograr sus objetivos políticos. Y tampoco hay que olvidar que en sus años al servicio del CSIC había aprendido a conocer su funcionamiento desde los refinados laboratorios de la biología hasta las cocinas donde se preparaban las enojosas cuestiones, aparentemente menores, de personal y financiación. De hecho, con anterioridad a 1980 Política Científica era un término impreciso de uso reservado a muy pocas personas, socialmente desconocido y que en la comunidad científica suscitaba a veces recelos cuando no un rechazo expreso. Como ha resumido el propio Muñoz en palabras escritas en 1982 (en los Apuntes …, cit.): «España ha carecido de Política Científica y en su lugar tenemos un desarrollo coyuntural y anárquico de científicos en diferentes instituciones que, a su vez, han tenido un mayor o menor desarrollo o fuerza según la personalidad que, en un determinado momento, dirigía la institución; nos encontramos, en suma, con una investigación no estructurada, con competencias distribuidas entre diferentes ministerios y diferentes organismos y con una infraestructura muy pobre lo mismo en recursos humanos que en materiales». En este desolador panorama, nuestro personaje fue uno de los primeros científicos que se preocupó seriamente por estas cuestiones, que se informó de todos sus aspectos en la medida que entonces lo permitía la escasa bibliografía existente así como las reuniones internacionales que empezaban a celebrarse. Sea como fuere en 1980 el CSIC tuvo la fortuna de contar con su colaboración al ser designado Vicepresidente cabalmente del área de Política Científica. Personalmente este nombramiento supuso para él poder disponer de un inmejorable banco de pruebas o experimentación que le permitiría contrastar sus conocimientos teóricos con la dura y compleja realidad y que en otro orden de consideraciones le habilitaría luego para ocupar puestos de mayor altura, responsabilidad y poder de decisión. Así las cosas no creo que nadie me tache de exagerado si afirmo que es a Emilio Muñoz a quien más debe la Política Científica española, al menos en sus inicios y que, desde luego, no se deben a él, antes al contrario, la lentitud y las deficiencias de su despliegue inicial. Como es sabido, desde el punto de vista gubernamental la cuestión se había abordado constituyendo una serie de organismos de nombre pomposo y efectividad dudosa; expresiones burocráticas de una mentali-
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dad en el fondo desinteresada, más preocupada de aparentar que se hacía que de hacer verdaderamente. A tal efecto estaba la Comisión Delegada de Política Científica Nacional, que sólo llegó a reunirse muy esporádicamente, siendo la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT) su órgano de gestión y financiación a través de su Comité Científico y del Comité interministerial de Programación: organismos multitudinarios e invertebrados en los que se desarrollaban luchas despiadadas a la hora de repartirse el botín de la financiación, pero que apenas decidían con criterios racionales y en los que la Política Científica era mera retórica, una preocupación casi marginal, sin perjuicio de que la CAICYT ya hubiera elaborado en 1978 un Plan Nacional en el que se establecían prioridades y sistemas administrativos de financiación. Por aquellos años el CSIC carecía por completo de Política Científica definida, que parecía imposible implantar a la vista de sus recursos, de su fragmentación en centros e institutos descoordinados y, sobre todo, por la mentalidad de los propios investigadores acostumbrados a trabajar de forma independiente en los campos que científicamente dominaban o que simplemente les gustaban. Ya he dicho que Emilio Muñoz conocía perfectamente las técnicas de elaboración de una Política Científica nacional, pero ahora su tarea concreta había de ser la de elaborarla a escala del CSIC: lo que no suponía ciertamente un objetivo autónomo, ya que de haberlo enfocado así hubiera implicado una infracción del primer objetivo de cualquier Política Científica, que se caracteriza precisamente por su naturaleza integradora. Cada política sectorial debe estar necesariamente integrada en la política nacional, como luego ésta debe integrarse en la política europea. Con lo cual surgía la primera dificultad habida cuenta de que no existía esa política nacional directriz en la que inspirarse. En consecuencia, careciendo de ella no quedaba otro remedio que crear la del CSIC, a cuyo efecto era necesario coordinarse con las Universidades y demás centros de investigación: tarea, por lo demás, de imposible realización dado que todos se encontraban en la misma situación, hasta tal punto que la única comunicación efectiva era la que tenía lugar en el momento de repartirse los fondos nacionales, considerados como un botín y que no se distribuían ciertamente con criterios de política científica, según se ha apuntado antes. Con lo dicho basta para comprender las dificultades con que topaba Emilio Muñoz, quien había de construir una mesa a la que faltaban las patas fundamentales: la de una política nacional en que inspirarse y en
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la que integrarse, la de unas políticas sectoriales con las que coordinarse y, en fin, la de una tradición que continuar. Por lo tanto, sólo parecía quedar una opción: la de «inventarse» personalmente la política científica: lo que no resultaría difícil teniendo a la vista las suficientes informaciones europeas y universal. Ahora bien, una solución de este tipo ni se pasó por la cabeza de Emilio Muñoz ni hubiera sido aceptada por el Presidente y los demás Vicepresidentes por una serie de razones contundentes: porque el resultado hubiera sido irreal, de mera imagen y, en segundo lugar, porque hubiera ido en contra del régimen general inspirador del Consejo basado esencialmente en la participación y colaboración de todos (lo que algunos llamaban impropiamente democracia). Este era el espíritu que animaba al CSIC aquellos años y que su Presidencia había asumido, de tal manera que la repetición de actitudes autoritarias hubiera implicado la esterilización de una nueva etapa recién abierta así como la frustración de una ilusión que tanto había costado recuperar y que había que conservar a toda costa. En definitiva, por tanto, la única fuente disponible para la elaboración de una Política Científica del CSIC era su propia comunidad científica, a la que se invitó oficialmente para que hiciera sus sugerencias y propuestas a través de sus respectivos institutos. Algo perfectamente lógico pero que parecía realmente inviable y que ocasionó horas muy amargas durante varios meses. Porque la llamada comunidad científica puede tener una formación académica común y una metodología similar, pero a la hora de determinar objetivos concretos se difumina el colectivo y aparecen los intereses de cada Instituto cuando no la personalidad singular de cada investigador. ¿Cómo homogeneizar —ya que no uniformar— a una masa tan heterogénea? ¿Cómo romper una tradición consolidada de investigadores prácticamente independientes? La tradición científica española se basaba en el principio de la libertad de investigación. Lo que significaba que cada investigador se procuraba su propia financiación, formaba en su caso un equipo y determinaba libremente los objetivos. En el CSIC y en el mejor de los casos los Institutos facilitaban una cierta unificación de objetivos pero siempre sobre la base del consenso, no de la imposición autoritaria. Además, contando con la existencia de unas estructuras orgánicas y funcionales rígidas, las alteraciones sustanciales eran imposibles. Si una Política Científica elimina, por ejemplo, la historia medieval y da prioridad a la edafología, no cabe reconvertir a los paleógrafos en analistas químicos.
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Aquí no hay sitio para la fungibilidad y ni siquiera para la polifuncionalidad. Las consecuencias de estos condicionamientos estructurales y personales pueden imaginarse. Al evacuarse la primera consulta en los institutos pequeños no hubo problemas puesto que los investigadores propusieron unánimemente la continuación de los trabajos que estaban haciendo. Pero en los institutos medianos, y sobre todo en los grandes, se produjeron tensiones internas graves, ya que cada grupo defendía la prioridad de su línea de trabajo o, peor aún su metodología, puesto que unos se apoyaban en contratos con empresas y financiación parcialmente privada, mientras que otros insistían en la investigación básica. En cualquier caso, la suma de proyectos tan numerosos y heterogéneo no podía considerarse nunca como una política científica del CSIC aunque, eso sí, se tomaron como materia prima para su elaboración posterior. En esta fase fue donde Emilio Muñoz tuvo que emplear hasta el máximo su tenacidad y sus facultades didácticas porque instituto por instituto, casi persona por persona, fue predicando las ventajas de la nueva fórmula o, mejor aún, su necesidad, ya que en el futuro inmediato la investigación nacional había de encuadrarse inexcusablemente en una política científica preestablecida. Así se consiguió superar, mejor o peor, el primer nivel y se llegó al segundo: la Comisión Científica del Consejo, a la que correspondía fundir las propuestas recibidas en un programa unitario y global. Pero ¿cómo tejer un cesto útil con mimbres tan heterogéneos y a veces incompatibles? Las discusiones en la Comisión Científica y en sus grupos de trabajo se arrastraron interminablemente y con frecuencia parecía imposible aunar aquellas voluntades y aquellos pensamientos tan contrapuestos. Porque en este foro no sólo se enfrentaban intereses sino ideologías, habida cuenta de que cada uno veía la política científica a su manera. En esta coyuntura nuevamente tenía que ser Emilio Muñoz, quien con su autoridad oficial y personal el que intentara armonizar lo incompatible. Pero paso a paso, y aunque fuera con más compromisos y concesiones de lo que se quisiera, empezó a cobrar cuerpo una Programación global plausible, que cuando fue formalmente aprobada supuso un hito en la investigación publica no ya sólo del Consejo sino de toda España y así fue declarado repetidas veces en instancias oficiales que hasta entonces había dudado de que el CSIC fuera capaz, en su notorio complejidad, de lograr
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tal hazaña en tiempo tan breve. Porque fue a partir de aquel momento cuando empezó a hacerse en nuestra país una investigación de signo moderno homologable con las europeas. Y eso que —forzoso es reconocerlo— el Programa era deficiente; pero era un programa, la idea se había impuesto al fin y después ya sólo se trataba de irlo perfeccionando. El CSIC, sin alterar sustancialmente su organización y financiación, empezó a girar cada vez con pulso más firmes, sobre los programas. Aunque, claro es, primero hubo que convencer al Ministerio de sus bondades y hacerlo aceptar en las comisiones interministeriales, de las que en gran parte dependía la financiación: una nueva carga sobre los hombros del Vicepresidente del Consejo. Una vez realizada la primera Programación el Consejo, período tras período, ha ido afinando su contenido hasta convertirse en una organización que trabaja fundamentalmente por objetivos y que, por ende (y esto es quizás lo más importante) está hoy en condiciones de participar sin dificultades en cualquier programa posterior, sea nacional o europeo. En definitiva —y tal como ya se ha anunciado al principio— a Emilio Muñoz corresponde buena parte del mérito de haber implantado en España la investigación por objetivos o programas y de haberse realizado —desde unas circunstancias objetivamente adversas— en unas condiciones ideales, es decir, no de forma autoritaria sino con la participación y colaboración de los propios investigadores. Lo que aquello supuso —y lo que aquello costó— sólo podemos saberlo y valorarlo los que lo vimos y vivimos. Porque lo que hoy parece obvio entonces parecía, más que una ilusión, un imposible.
II Sin perjuicio del trajinar cotidiano, de los viajes y visitas incesantes, de las reuniones diarias, de las noches y fines de semana de encierro y análisis, Emilio Muñoz encontraba tiempo —no se sabe cómo— para continuar con el estudio teórico de la Política Científica y de sus desarrollos concretos de los que estaba perfectamente informado. En esta línea conviene anotar también su producción bibliográfica puesto que en aquellos años pronunció conferencias y escribió publicaciones de subido valor académico en las que no faltaban notas de color crítico y de denuncia descarnada en las que se ponía implacablemente de
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manifiesto la deplorable situación de la política científica española y de la investigación a secas. Hoy resulta imprescindible la lectura de estos trabajos para conocer la dura realidad de aquellos años y las penosas condiciones que pesaban sobre nuestros centros de investigación. Valgan de muestra algunos textos tomados de la obra colectiva ya citada (Apuntes…, 1982). Sobre la situación general afirmó sin tapujos que «parece que disponemos de los instrumentos legales y administrativos para elaborar una política científica; pero desgraciadamente tengo que afirmar que la actividad de la Comisión Delegada de Política Científica ha sido escasa a juzgar por el número e intensidad de sus reuniones. Sobra, probablemente, con los dedos de una mano, pero, sin duda, sobra con los dedos de las dos manos para contar el número de veces que se ha reunido desde 1965 hasta el verano de 1981. La CAICYT ha sido más dinámica, aunque con diferentes fluctuaciones e inflexiones en su ritmo de actividad dependiendo, de nuevo, de personas y circunstancias (…) Entre tanto, desconexión y proliferación de organismos con competencias de ejecución y financiación de investigación han venido marcando la estructura de nuestro I+D». O sobre el punto capital de las investigaciones básica y aplicada: «Personalmente creo que esta distinción es artificiosa (pues) son caras de una misma moneda, la investigación, que difieren en la inmediatez de sus objetivos. De acuerdo con ello, es lógico que la investigación aplicada parta de una base de conocimientos mejor establecidos que la investigación básica, que puede ser mucho más exploratoria en este sentido. Por ello la investigación básica debe ser evaluada de modo más directo y continuo que la investigación aplicada que, por su misma razón de ser, va a estar sometida a criterios más rigurosos de rentabilidad (…) Para nosotros la investigación debe ser orientada. Esta orientación puede limitarse a términos vagos o llegar a la concreción de un tema determinado. Es necesario establecer un mecanismo de diálogo fluido y de doble dirección entre los científicos y los sectores productivos para que se pueda mejorar la orientación de la actividad en I+D». Cuando se repasa la bibliografía que Emilio Muñoz ha producido sobre Política Científica, no se sabe que admirar más: si sus aportaciones doctrinales o su condición de gestor, puesto que en ambas ha alcanzado el grado indiscutible de excelencia y todavía cabe seguir esperando nuevas publicaciones.
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III Dejando a un lado la trascendencia general de aquel primer paso que se ha descrito en el epígrafe primero, conviene señalar también lo que significó en el progreso curricular de Emilio Muñoz. Porque si él había ocupado la Vicepresidencia de Política Científica con un bagaje característico de experto teórico de esta materia, al terminar la etapa se había convertido en un gestor de ella, demostrando que estaba en condiciones de dirigirla e implantarla en las circunstancias más adversas. Detrás de las líneas de una memoria, debajo de un renglón estadístico hay cientos de horas de trabajo, montañas de dificultades superadas, problemas resueltos que parecían imposibles, hallazgo de colaboradores imprevistos, decepciones, amargura y buenos momentos en que puede disfrutarse del deber cumplido y del objetivo alcanzado. En 1982 se había coronado, por así decirlo, la formación de Emilio Muñoz en la conjunción de una teoría impecable y de una experiencia riquísima. A partir de este momento y saltando desde la plataforma del CSIC había de convertirse, como se ha subrayado ya, en una de las piezas centrales del diseño y gestión de la Política Científica española. Su influencia no se ha limitado, por tanto, al CSIC ya que se ha extendido conocidamente por todo el ámbito nacional y aun en el internacional. Desde el Consejo, no obstante, nos gusta considerarle como un hombre de él cualquiera que hayan sido sus avatares profesionales posteriores y creo no equivocarme si aseguro que él también así se considera.
IV La compleja personalidad de Emilio Muñoz no podría entenderse del todo si no se tuviera en cuenta su faceta «política», que me apresuro a aclarar a renglón seguido puesto que lo político suele suponer una connotación negativa en la figura de un científico y este no es nuestro caso, antes al contrario, ya que una cosa es ser hombre de Partido (cuya carrera a él se debe exclusivamente, independientemente de sus méritos personales) y otra muy distinta ser hombre de convicciones políticas, es decir, convencido de que existen determinadas ideologías más útiles a la sociedad que otras, sin que ello implique, no obstante, la menor interferencia en sus conocimientos científicos ni en sus comportamientos profesionales.
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Hay un dato, con todo, con el que quiero iniciar mi exposición sobre este punto. Cuando Emilio Muñoz fue propuesto para Vicepresidente del CSIC el Consejo de Ministros conocía perfectamente la ideología del interesado y, sin embargo, ningún reparo puso a su nombramiento a pesar de tratarse de un gobierno de la UCD. ¡Dichosos los tiempos en los que en España se seleccionaba a las personas en razón a sus méritos personales y no al color del carnet de su Partido! ¡Dichosos también los tiempos en que el titular de un cargo público, cuya ideología no coincidía con la del Gobierno, jamás cometía una deslealtad ni beneficiaba a sus amigos políticos! Porque entonces se servía al Estado y no a un Gobierno y mucho menos a un Partido. Por lo que se refiere a Emilio Muñoz debo confesar que lo que en este punto de él me atraía no era tanto su presunta militancia política (que me era indiferente con tal de que actuase de manera neutral, y de ello estaba seguro) como su sensibilidad política real, es decir, su atención a cuestiones de relevancia política y social que sólo un cargo político suicida puede permitirse desconocer. El CSIC puede presumir quizás de unos orígenes liberales y progresistas, pero en su haber tiene un pasado confesional casi fundamentalista, que en 1980 ya había perdido ciertamente su influencia aunque todavía se arrastraba y sólo terminaría desapareciendo por la extinción biológica de sus adeptos. Ahora bien, por aquellas fechas era moneda corriente entre muchos investigadores que la actitud correcta era la neutralidad, entendida como indiferencia e insensibilidad. La política, según esto, debía detenerse en el umbral de los laboratorios como si la física (nuclear o no) o la tecnología de alimentos no tuviera repercusiones sociales y económicas y, por ende, políticas. Tal no era, sin embargo, la opinión de Emilio Muñoz, quien en 1982 escribía en una publicación del Consejo que «existe una convicción cada día más extendida de que la ciencia no es neutra. En los dos siglos y medio transcurridos desde la primera revolución industrial, los países desarrollados han sido beneficiarios de las enormes transformaciones resultantes de la tecnología basada en la ciencia, en el modelo de vida, en la técnica militar, en las estructuras económicas, políticas y de gobierno. La investigación científica y la tecnología han adquirido una influencia cada vez más decisiva en los procesos productivos y en el acceso a nuevos recursos, por lo que constituyen unos componentes esenciales en el condicionamiento de la vida de los pueblos, en su modo actual de vivir y, más especialmente, en su futuro.»
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Lo que yo percibía en el vicepresidente no era, en suma, una militancia partidista sino, como acaba de decirse, una sensibilidad política y social que enriquecía a la investigación del Consejo con una aportación de valores sociales. Los temas y cuestiones que aparecen en la colección de Apuntes repetidamente citada no pueden ser al efecto más significativas y exceden notoriamente de lo que cabría esperar de un mero biólogo: innovación, empleo, ciencia e industria, problema económico y realidad sociocultural, etc. Sé de sobra, por otra parte, que su actitud le trajo algunos problemas ya que levantó suspicacias absolutamente infundadas de un lado y, del otro, defraudó a quienes esperaban un trato de favor que nunca recibieron. Pero nadie podrá afirmar que en alguna ocasión actuó en beneficio o perjuicio de intereses personales o políticos concretos. Sea como sea, el hecho es que el Gobierno socialista que sucedió al de UCD pudo contar con un experto excepcional en materia de Política Científica —que dominaba al tiempo la teoría y la práctica— y tuvo el acierto de promocionar su carrera, dentro y fuera del CSIC, para bien de la Política Científica nacional de tal manera que nuestro homenajeado ha seguido siendo durante muchos años el hombre adecuado en el lugar adecuado.
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Conocí a Emilio Muñoz a finales de octubre de 1980. Acababa de ser nombrado Vicepresidente de Política Científica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas bajo la Presidencia del Profesor Alejandro Nieto y estaba buscando una Secretaria. Yo trabajaba entonces en el Instituto de Estudios Clásicos «Antonio de Nebrija» del CSIC prestando servicios a su Director. Una persona me llamó en su nombre con gran discreción citándome a una entrevista con él. Mis contactos con la Jefatura del Organismo hasta entonces habían sido escasos y por supuesto no a ese nivel y rápidamente comencé a pensar qué razones habrían llevado a que un Vicepresidente me llamara a su presencia. Después de hacer repaso de mis actuaciones laborales, no encontraba causa alguna para ser convocada por un Vicepresidente, pues entendía que solo una razón de mucha trascendencia podía ser objeto de una convocatoria de tal naturaleza. Acudí, con cierta inquietud y expectación, el día y hora fijada a su laboratorio del entonces Instituto de Inmunología y Biología Microbiana, en el que me recibió —pues todavía no se había incorporado al despacho oficial de la sede de Serrano 117—, y me explicó que alguien le había hablado de mí y de mis aptitudes profesionales y me ofrecía trabajar como Secretaría suya en la Vicepresidencia. Una oferta así, pensé, no puede dejarse pasar y no dudé en aceptarla. Personalmente era un reto y asumí su desempeño con cierto temor ante lo desconocido y con una gran responsabilidad y compromiso para
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no defraudar a quienes habían depositado su confianza en mi persona, al haber dado mi nombre, y a quién había tomado la decisión de ofrecerme este puesto. Al no conocerle de antemano, fui descubriendo su gran capacidad de trabajo, sus claras ideas sobre lo que entendía que debía hacerse en el CSIC para potenciar su investigación, su afán por ponerlas en práctica y sobre todo su gran calidad humana y su trato exquisito. Sin darte cuenta, te sentías partícipe de sus proyectos y te involucrabas en ellos de forma natural entrando a formar parte de un equipo que trabajaba con entusiasmo para lograr los objetivos deseados. Fue un período muy importante para el CSIC pues tuvo lugar la primera programación científica del Organismo. En diciembre de 1982, tras las elecciones generales en las que el Partido Socialista Obrero Español obtuvo mayoría de votos y una vez constituido el nuevo Gobierno, fue nombrado Director General de Política Científica del Ministerio de Educación y Ciencia. Al ocupar el cargo me ofreció la posibilidad de seguir trabajando con él como Jefe de su Secretaría y de nuevo no lo dudé. La experiencia de los años previos había sido tan gratificante y enriquecedora para mí que le di rápidamente una respuesta afirmativa. Al poco tiempo estaba ya incorporada en la calle Cartagena donde tenía su sede la Dirección General. En aquel edificio se encontraba también la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT), que era entonces el órgano responsable de asignar los fondos para el desarrollo de la investigación nacional. La Secretaría de dicha Comisión era ejercida por el Director General de Política Científica y su personal estaba compuesto en su gran mayoría por efectivos del CSIC que eran cedidos por éste para el desarrollo de las funciones que la Comisión tenía atribuidas. A pesar de compartir el mismo edificio y tener como objetivo común la investigación, si bien con distintas competencias, la relación entre el personal de la Dirección General y la CAICYT era prácticamente inexistente, es más podría decirse que existía cierta rivalidad entre el personal de uno y otro órgano de la administración. El talante que él transmitía hizo que pasados unos meses se fuera creando un clima de colaboración y de relaciones que no tenía nada que ver con la situación inicial. La Dirección General de Política Científica colaboró con el Gobierno en el desarrollo de la Ley de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica —coloquialmente llamada Ley de la
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Ciencia, aprobada el 14 de abril de 1986—. En ella se contemplaba la creación de la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología como órgano de planificación, seguimiento y coordinación de la investigación científica y técnica y como instrumento el Plan Nacional de Investigación y Desarrollo. Para cumplir sus funciones la Comisión debía contar con una estructura administrativa que siguiendo sus directrices elaborara dicho Plan y una vez aprobado lo pusiera en marcha. Se creó entonces la Secretaría General del Plan Nacional de Investigación y Desarrollo, con rango de Dirección General para cuyo cargo fue nombrado. Fueron años de un intenso trabajo en los que se requería en todo momento la participación incondicional y abnegada del personal de la Dirección General y de la CAICYT, incorporado a la estructura de la Secretaría General del Plan Nacional de I+D cuando ésta se creó. Emilio Muñoz fue capaz de generar una gran ilusión y lograr que con una motivación casi sin límites trabajáramos en equipo participando todos, en función de nuestras competencias pero sin objeción alguna, en cuantas actuaciones fueron necesarias para cumplir los objetivos trazados. A pesar del gran esfuerzo, pues la plantilla era bastante reducida para el proyecto que se tenía entre manos, personalmente puedo decir que fue para mí una experiencia extraordinaria de la que guardo un recuerdo muy especial. En todo momento apreciaba su confianza incondicional, sentimiento que me atrevo a decir también era percibido por la mayoría de las personas que trabajaban allí. Una de las cualidades para mí más importantes de Emilio Muñoz, a las que se hace mención más arriba, seguía siendo entonces —y creo que aún es— su extraordinaria capacidad de trabajo, el saber escuchar las ideas y opiniones de los demás y su actitud dialogante. Siempre tenía una palabra amable para las tareas que realizábamos y agradecía de forma sincera el esfuerzo de cada componente del equipo. Además de estas actitudes era muy estimulante observar su continuo interés por otros campos muy distintos a su especialidad científica, incluidas las ciencias sociales y humanísticas, lo que en esos momentos le otorgaba la condición de ser un generalista, condición a mi juicio muy necesaria para alguien que debía gestionar la ciencia en su globalidad. Impulsó disciplinas como la Biotecnología, la Microelectrónica, las Ciencias Agrarias, que en aquel momento eran objeto de atención en los países europeos más avanzados que formaban ya parte de las Comunidades Europeas. El inminente ingreso de España en esta Organización que ten-
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dría lugar el 12 de junio de 1985 comenzaba entonces a dar sus frutos en la investigación española. Personalmente, tengo que agradecerle la oportunidad que me brindó en esta etapa para desarrollar otros trabajos que al configurar la plantilla de la Secretaría General me fueron reconocidos, asignándome un puesto de mayor responsabilidad. Cuando fue nombrado Presidente del CSIC en octubre de 1998, volvió a ofrecerme colaborar en su equipo y, por supuesto, acepté encantada pues no me cabía duda de que iba a seguir aprendiendo, como así fue, no solo de ciencia sino de organización y de cómo dirigir equipos de trabajo. Sin embargo, mi regreso al CSIC tardaría aún unos meses en producirse. La estructura administrativa de la Presidencia del CSIC era entonces prácticamente inexistente pues todo el apoyo administrativo se concentraba en la Secretaría General, a excepción del entonces llamado Gabinete de Estudios y de la Oficina de Transferencia de Tecnología que dependían del Vicepresidente de Investigación Científica y Técnica. El Vicepresidente de Organización y Relaciones Institucionales no tenía más plantilla que su Secretaría. El Presidente Emilio Muñoz se planteó en aquel momento crear una pequeña estructura administrativa que diera apoyo a dicha Vicepresidencia y que llevara a cabo tareas de coordinación en actividades que pondría en marcha la Presidencia. Para cumplir este fin se constituyó la Unidad de Coordinación y Asistencia Técnica (más conocida por su acrónimo UCAT) bajo la dependencia de una Vocalía Asesora. Se configuró con un Servicio, al que me incorporé en mayo de 1989, una Sección y un Negociado (inicialmente 3 efectivos). Sin duda, la experiencia adquirida en el desempeño de los cargos en el Ministerio de Educación y Ciencia de había abierto en él nuevos horizontes. Las relaciones que había mantenido tanto a nivel nacional como internacional le habían dado una visión de la política científica que, visto a lo largo del tiempo, encajaba con dificultad en las rígidas estructuras de gestión de la ciencia existentes entonces en el país y las normas por las que se regían las Instituciones que debían ejecutarla, pues aunque la Ley de la Ciencia había incorporado fórmulas algo más flexibles en el funcionamiento de los Organismos Públicos de Investigación su implantación requería tiempo. Recuerdo sus reflexiones sobre cómo debía funcionar el Sistema español de I+D y en consecuencia las instituciones que se dedicaban a ejecutar investigación; ya entonces se planteaba la necesidad de evaluar a
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los centros del CSIC y a sus científicos y, al hacer esta retrospectiva, observo que bastantes de sus planteamientos están hoy en plena actualidad. Su aspiración a flexibilizar la gestión buscando un nuevo marco jurídico para el CSIC no encontró eco, seguramente porque el camino no estaba lo suficientemente abonado como para acometer experiencias quizá demasiado avanzadas en aquel momento. Actualmente este Organismo está a punto de cambiar su marco jurídico para resolver las dificultades que él ya planteaba en aquél momento y para ello han tenido que transcurrir 16 años. Como ejemplo de su tenacidad en luchar por aquello en lo que creía, recuerdo también sus ingentes esfuerzos por colocar a la cabeza del Centro Nacional de Biotecnología a un eminente biotecnólogo de origen inglés, al que hubo que renunciar pues las numerosas gestiones y largas negociaciones que llevó a cabo para ello resultaron infructuosas. En aquél entonces el CSIC era un Organismo que se miraba constantemente en la Universidad y sus investigadores aspiraban a ser homologados al personal universitario. Creo recordar que su opinión acerca de esto era que el personal investigador debía de recibir un trato equivalente en todos los niveles al del personal docente pero conservando cada uno su peculiaridad de acuerdo con sus funciones. Quería que el CSIC mantuviera su identidad como institución dedicada a la ejecución de la investigación y que, a la vez, fuera referente no solo entre las otras instituciones españolas del sistema de I+D, sino también fuera de nuestras fronteras. Pero quizá este planteamiento chocaba con la realidad del momento. En el CSIC su llegada fue en general bien acogida, pero la actitud de algún sector comenzó a generar cierta oposición a sus planteamientos poniéndose de manifiesto al poco tiempo de tomar posesión en el cargo, incluso antes de haber podido decidir cuestiones importantes sobre el Organismo. Las circunstancias externas no le fueron tampoco muy propicias en este período. En agosto de 1989, antes de cumplirse un año de su llegada al Organismo, se reconocía al profesorado universitario mediante un Real Decreto, la posibilidad de evaluar su actividad docente e investigadora asignando en los casos en que ésta fuera positiva un complemento retributivo. Fue el origen de los complementos de productividad más conocidos como quinquenios y sexenios. Pronto parte del personal investigador del CSIC comenzó a reivindicar la homologación con el universitario, adoptando contundentes medi-
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das de fuerza, dado que no obtuvieron una respuesta inmediata a sus demandas. Se produjeron manifestaciones, sentadas, encierros. A ello se sumó también personal no investigador que solicitaba que su trabajo fuera evaluado y recibiera, en consecuencia, una contraprestación económica. El papel que la Presidencia tuvo que desempeñar en este conflicto fue realmente duro y complicado. Por un lado, debía negociar con el Ministerio de Educación y Ciencia las peticiones de su personal y por otro debía transmitir a éste las dificultades e imposibilidades que los Ministerios implicados tenían entonces para ampliar al CSIC la medida adoptada con la Universidad. Fueron meses de reuniones continuas con el personal del CSIC, sus representantes sindicales y las autoridades ministeriales, todo ello bajo la sombra permanente de las medidas de presión ejercidas por los que se consideraban agraviados en este asunto. Finalmente, el 28 de diciembre de ese mismo año —1989—, después de tres intensos meses de trabajo y tensiones, el Ministerio de Economía y Hacienda dictaba una norma para que el personal investigador del CSIC pudiera someter a evaluación su actividad investigadora con el consiguiente complemento retributivo. A pesar de ello y hasta que la medida pudo ser aplicada todavía hubo que atravesar momentos difíciles, con el factor añadido de que el personal técnico, al que no se había incluido en esta decisión, seguía reclamando derechos similares. Aunque se habían consumido demasiadas energías en este asunto, su fortaleza de ánimo y su ilusión por los muchos proyectos que se había planteado desarrollar en el CSIC le permitieron seguir trabajando intensamente. Se realizaron evaluaciones en centros para afrontar una organización más eficaz para los objetivos científicos que tenía encomendados el Organismo. Se culminó la puesta en marcha de centros como el Centro Nacional de Biotecnología en Madrid, o el Centro Nacional de Microelectrónica en Barcelona y se empezaba a trabajar en la creación de un centro «sin paredes», como temas más novedosos. Ahora los centros virtuales y las redes científicas son una forma habitual de colaboración, pero entonces eran figuras poco conocidas en nuestro sistema. De nuevo se había anticipado a los tiempos. Además de en estos temas de mayor trascendencia pública también se trabajaba intensamente en otros asuntos de menor repercusión mediática pero igualmente importantes para la vida del Organismo. Su cese el 2 de julio de 1991, impidió que algunos de sus proyectos ya iniciados vieran la luz y que no pudieran comenzarse otras iniciativas
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que tenía preparadas para poner en marcha cuando lo hubieran permitido las circunstancias. Emilio Muñoz, dejó la Presidencia y se volvió a la investigación con la misma naturalidad con la que había llegado a ejercer estos puestos de responsabilidad. Sin perder su humanidad, ni su interés por otras disciplinas científicas distintas a las que habían sido objeto de sus primeras actividades de investigación. Por supuesto, su afán por la política científica ha seguido vivo en todo este tiempo y se ha dedicado de forma intensa a estudiar y publicar aspectos relacionados con ella. Asimismo, su bagaje de gestor y de científico le ha llevado a ser llamado por instituciones internacionales para participar en paneles de expertos y asesorar en determinadas cuestiones relacionadas con la gestión científica y alguna de sus disciplinas. Aún hoy, y después de tantos años sigue manteniendo la misma ilusión y entusiasmo por su trabajo que cuando le conocí. Creo que el Sistema de I+D debe estarle reconocido a su tesón, esfuerzo y a veces renuncias importantes, tanto en su carrera científica como a nivel personal, en pro de la gestión de la ciencia y por trabajar tan intensamente como lo hizo en el proyecto de elaboración del I Plan Nacional de I+D que permitió dar un impulso muy importante a la investigación española. Y yo, personalmente, le agradeceré siempre la oportunidad que me brindó al trabajar con él y por todo lo que aprendí en los años que tuve la gran satisfacción y la enorme suerte de formar parte de sus equipos de trabajo.
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Los compañeros de Emilio Muñoz me piden unas notas sobre su papel en el CSIC, con motivo de la celebración de su 70 aniversario. Por mi trayectoria profesional en el Organismo, investigador en el campo de los materiales cerámicos, no he tenido contactos profesionales con el homenajeado, sin embargo, como persona implicada en los avatares de la Institución, en tanto que representante de un sindicato como CCOO, he podido seguir su presencia y actuaciones como gestor y estudioso de las políticas públicas de investigación En todas esas trayectorias ha habido momentos de coincidencia y situaciones de extrema tensión, pero sin embargo, con la perspectiva del tiempo, tengo que reconocer que mi impresión de Emilio Muñoz sigue siendo la misma que tuve cuando le conocí en el entorno de la lucha por la democracia en el CSIC, en que él, militante entonces del Partido Socialista Popular (PSP), ponía de manifiesto sus virtudes de hombre discreto, observador y reflexivo, lejos siempre del protagonismo y con una acusada sensibilidad hacia los problemas sociales del conjunto de trabajadores del CSIC. De aquella batalla saldría un Reglamento del CSIC, en el que, bajo la influencia de las Comisiones Interestamentales, afloraría una organización basada en el espíritu crítico y la implicación y participación del conjunto del personal en la orientación de la Institución. Después vino una época en la que, como Vicepresidente con Alejandro Nieto, trasladó su experiencia a la puesta en marcha de aquellos criterios sobre planificación y organización de la actividad científica, ema-
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nados de los largos debates del CSIC de la transición. Mas tarde, ya con un gobierno socialista, fue nombrado Director General de Política Científica, puesto desde donde contribuyó a textos legales como la Ley de Ciencia, o al Plan Nacional de Investigación, a cuya puesta en marcha contribuyó decisivamente desde la Secretaría General del mismo. Su vuelta al CSIC, cambia la perspectiva de su actuación y se plantea dentro de una serie de contradicciones y lucha de lealtades que abrieron un período especialmente convulso en la historia de la institución. No tengo todos los elementos de juicio pero, a la espera de que los protagonistas de aquellos tensiones ofrezcan su versión de los hechos, es obvio para cualquier observador que su llegada, tras el súbito relevo de Enrique Trillas, las tensiones que acompañaron aquel cambio, las complejas relaciones con los equipos dirigente de la Administración, incluido el propio Ministerio de Educación y Ciencia (MEC), y la restrictiva política presupuestaria y de personal, condicionaron en gran medida la actuación de Emilio Muñoz como Presidente del CSIC. Era evidente que la imagen protagonista del CSIC y sus hombres en el diseño y desarrollo de la política científica y la actuación eficaz pero un tanto efectista de Enric Trillas, era vista con reticencias desde otros sectores de la propia Administración. En todo caso, y desde la perspectiva del conjunto del personal, es evidente que la gestión de Emilio Muñoz pareció condicionada por su política de personal y por sus propuestas de renovación para el CSIC. Por ello mi valoración estará centrada en estos dos aspectos, pues del resto de su gestión habrá testigos mas cercanos.
Política de personal. El drama del conflicto de 1990 En ausencia de un desarrollo de la Ley de Ciencia, que obligaba a la puesta en marcha de un Reglamento de Régimen Interno y de Personal para los Organismos Públicos de Investigación, la política de personal en el CSIC oscilaba entre la búsqueda de un modelo propio, que incluyese una carrera profesional para el conjunto de las escalas, y el seguidismo corporativista respecto a la Universidad. Por la primera opción se decantaba nuestro sindicato pero la Administración se manifestó carente de voluntad política y de un modelo adecuado, temerosa de la actitud corporativista y miope de capas muy amplias del personal científico, cuyo objetivo puro y duro era el mantenimiento de la equiparación mimética con el personal docente universitario, desvinculándose de la situación del
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resto de colectivos de la investigación. Dichos colectivos se consideraban agraviados por la discriminación en la asignación de los coeficientes y por las sucesivas bufandas discriminatorias que se venían aplicando exclusivamente para el personal científico. En este contexto, la aplicación en la Universidad del sistema de evaluación por sexenios en la primavera de 1989, supuso el desencadenante de un conflicto cuya gestión y resolución, tan negativa por parte de las autoridades del CSIC y del MEC, determinó el rechazo de la gestión de Emilio Muñoz como presidente de una buena parte del personal, y lastró el futuro del personal no científico, de los sindicatos y de la izquierda en el CSIC. Ante la presión corporativa para aplicar inmediatamente al personal científico la equiparación con el personal docente universitario se planteó, por parte de los representantes sindicales surgidos de las primeras elecciones, la necesidad de negociar un tratamiento salarial global para el conjunto de las escalas basado en la evaluación de la actividad profesional. La actitud inicial de Emilio Muñoz de conciliar los intereses del conjunto del personal se vio desbordada por la actitud violenta de parte del personal científico que, mediante el procedimiento de la patada en la puerta del despacho del presidente, abortó las negociaciones entre la presidencia y los representantes del personal. A partir de este momento y desasistido del apoyo del resto de la Administración, Emilio Muñoz vio como sin su consentimiento, pero también sin su oposición pública, el MEC y el Ministerio de Hacienda aprobaban un 28 de diciembre la resolución que aplicaba sólo al personal científico el sistema de evaluación. El propio Emilio reconocería años más tarde que se enteró de esta decisión por una llamada telefónica del ministro Javier Solana y al que transmitió su impresión de que dicha decisión supondría una grave dificultad en la gestión del CSIC. El conflicto que se desencadenó como consecuencia de esta decisión unilateral supuso un antes y un después en la vida del CSIC. A lo largo de todo el primer semestre de 1990, se produjo una movilización masiva del personal, que supuso en muchos momentos la paralización total de la actividad en muchos centros del CSIC. De hecho, este conflicto se convirtió con el tiempo en el de mayor duración en la reciente historia de la Administración Pública española. Las intensas movilizaciones condujeron a la apertura de negociaciones con el MEC y con el Ministerio de Hacienda, que culminaron
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con la firma de un acuerdo el 27 de abril por el que la administración (la presidencia del CSIC y el MEC) y los sindicatos acordaban que: «Las partes en negociación aceptan la filosofía del personal perteneciente a las escalas de TSE, TTE, ADI, AYI y AUI y en consecuencia la aplicación a dicho personal del sistema de evaluación concordante con el aplicado al personal científico del CSIC». La noche de la firma del acuerdo no se sabía si la alegría mayor era la del propio Emilio Muñoz o la que reflejaban los delgados sindicales que habían dirigido la larga huelga. Pero el optimismo duró poco, desautorizando los compromisos adquiridos por el propio Presidente y los directores generales del MEC y de Hacienda, pues las cúpulas de ambos ministerios se desdijeron del acuerdo impidiendo su cumplimiento. El conflicto se reabrió entonces con mayor virulencia, de forma que en dos ocasiones durante los meses de junio y julio, llegó a cerrarse por varios días la sede central del CSIC y la policía irrumpió en el Organismo, hecho que no sucedía desde las luchas de la transición. La actitud de Emilio Muñoz durante esta etapa reflejaba bien sus contradicciones entre la responsabilidad del cargo, la lealtad al gobierno que le había nombrado y su convencimiento pleno de que los trabajadores y los sindicatos tenían razón en sus reivindicaciones. Con la espontaneidad que le caracteriza, Emilio Muñoz declaraba en pleno conflicto al ABC y a El País (7-7-990) que: «En la base estoy de acuerdo con las reivindicaciones del personal, considero que el personal de apoyo a la investigación debe ser incentivado económicamente igual que el personal investigador y eso no significa que tenga el síndrome de Estocolmo». Al final prevaleció la lealtad al gobierno e incluso, se abrieron sanciones a los huelguistas que finalmente fueron desestimadas. Los que manteníamos debates y negociaciones casi diario con Emilio veíamos la fuerte tensión interna a la que estaba sometido, incluso le llegamos a proponer su retirada para lograr que el enfrentamiento entre el personal no fuese contra él personalmente sino contra los altos cargos del Ministerio, verdaderos responsables del conflicto, del incumplimiento de los acuerdos y de su propia desautorización. Una vez más, primó la lealtad institucional y a pesar de los distintos intentos de dimisión estos no llegaron a confirmarse. Para muchos observadores el largo conflicto y su gestión desde el ministerio, no fue sino una forma más de una campaña de desgaste de una institución como el CSIC, cuyo protagonismo no era compartido desde la Secretaría de Estado de Universidades e Investigación.
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Agotado el conflicto, se abrió una nueva etapa en la dinámica de los centros de trabajo. Marginado y desmotivado el personal técnico, administrativo y laboral, se rompe el concepto de equipo de investigación que hasta entonces predominaba en el CSIC. De un concepto de equipo integrado por científicos, técnicos y laborales, se pasó progresivamente a grupos formados por investigadores y personal becario-precario. Excluido de la dinámica y ventajas salariales derivados de la carrera por la publicación, sin renovación y perspectivas de promoción, se perdió gran parte de la potencialidad de ese capital humano al tiempo que se redujo la implicación del dicho personal no científico en la vida de los centros. Tras más de quince años esta dinámica no ha hecho sino agravarse, su marginación en el contexto de la Ley de Agencias y las continuas discriminaciones salariales no dan lugar al optimismo.
Reforma de la Institución La gestión de la reforma del CSIC que Emilio Muñoz intentó poner en marcha, mostró una vez más el desacuerdo latente entre la dirección del CSIC y las autoridades del Ministerio. Tras unos primeros intentos de elaborar un nuevo Reglamento ya en 1989 que no prosperaron, en octubre de 1990 con las huellas del conflicto aún latente, Emilio Muñoz organizó un seminario sobre la reforma del CSIC en base a una ponencia presentada por el relevante sociólogo Manuel Castells. Sus tesis bajo el título: «Las perspectivas de futuro de los organismos públicos de investigación multisectoriales con especial referencia al CSIC», fueron debatidas en las Jornadas celebradas en Miraflores. Las tesis de Castells se basaban en la necesidad de reconvertir el CSIC en una sociedad estatal. El proceso, que se calificaba como reconversión, implicaba la desaparición del funcionariado, gran parte de sus trabajadores podrían ser incentivados o trasladados a otros organismos no investigadores; el CSIC recibiría su financiación a través de un contrato programa CSIC-Estado, similar al que existía en empresas como RENFE y Telefónica. El debate se planteaba en unos momentos en que desde el propio diario El País se editorializaba sobre la oportunidad de distribuir los centros más básicos del CSIC a institutos universitarios y los centros más aplicados a centros tecnológicos. La propuesta implicaba también una mayor autonomía en la asignación de los recursos presupuestarios, y una mayor articulación con los demás OPIs y las Univer-
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sidades, así como una mayor imbricación con las políticas de I+D desarrolladas por las Comunidades Autónomas. Todo ello, en un contexto en el que se dudaba del respaldo de la Administración a esta iniciativa, mientras la prensa se hacía eco incluso de la presencia de representantes cualificados de los ministerios afectados. En ausencia de los altos cargos de la Administración, que acudieron sólo a nivel de directores generales, el debate se desarrolló fundamentalmente en la confrontación entre el documento de Castells y el elaborado por la Comisión de Ciencia y Tecnología de CCOO; este segundo documento apostaba por aprovechar los márgenes de actuación que permitía el carácter de Organismo Autónomo de Carácter Comercial, el mantenimiento de una organización apoyada en la participación del personal, la continuidad en el carácter de servicio público de la investigación en el CSIC y el desarrollo del Estatuto de Personal de Investigación —aún sin elaborar desde la ya lejana Ley de la Ciencia—, basado en el concepto de carrera evaluable para el conjunto de las escalas de personal. Tras el debate, las conclusiones elaboradas por Castells y su equipo constituyeron una gran sorpresa, aceptando gran parte de la argumentación sindical, se eliminaba la propuesta de convertir al CSIC en sociedad estatal. Se recomendaba: «la modernización de la gestión, dentro de una estrategia de cambio gradual», recordando que: «no se cambia la sociedad por decreto, y afirmando la posibilidad de llevar a cabo un proceso de modernización de la capacidad de gestión por medio de la utilización de los mecanismos existentes en el marco normativo vigente». Solamente «si fracasara el esfuerzo de modernización gradual, tal vez sería obligado intentar una auténtica reconversión del sistema, incluyendo la transformación del marco jurídico-administrativo de los Organismos Públicos de Investigación». Pero donde se produjo una de las modificaciones más significativas fue en el tratamiento de los temas de personal. Dentro del capítulo de recomendaciones, se planteaba: «la necesidad de abordar la modernización de la gestión en un clima laboral sereno, de confianza entre las partes implicadas». Para ello, se proponía que: «Los principios que deben regir la solución de los temas de personal pendientes son, sin duda, la evaluación y seguimiento de las actividades científicas y la no discriminación salarial por categorías; siempre en la consideración de que las unidades de investigación son equipos colectivos que se componen de personal investigador y personal técnico de apoyo a la investigación. En la actual es-
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tructura del sistema investigador, el personal técnico es absolutamente decisivo y, por consiguiente, su tratamiento debe ser equiparable al que se dispense a los científicos». El texto era casi copia literal de la reivindicación sindical que había generado el largo y duro conflicto. Las conclusiones de las jornadas ahondarían más las diferencias con el Ministerio, cuyos representantes discreparon públicamente de las conclusiones. En estas circunstancias, la continuidad de Emilio Muñoz en la Presidencia quedaba claramente puesta en cuestión. Pocos meses mas tarde, en junio de 1991, fue relevado por un mucho más dócil y pragmático, Elías Fereres. Este, con la oposición del personal y de los propios directores, inició la contrarreforma del CSIC que culminó su sucesor José Mª Mato en febrero de 1993 con un Reglamento que cercenaría el carácter crítico y participativo del Reglamento democrático surgido de la Transición. No solamente se redujo la participación del personal en la gestión del organismo, «la democracia es incompatible con la eficacia», sino que además, en vez de lograr mayor autonomía, el CSIC pasó a convertirse en una Dirección General más del MEC, fase apócrifa atribuida al entorno del Ministro Javier Solana y al Secretario de Estado de Universidades e Investigación Juan Rojo, pero que reflejaba bien la percepción con que el personal del CSIC acogía la nueva reglamentación. En todo caso este es un capítulo que requerirá otro contexto para su análisis. Lo cierto es que Emilio Muñoz dejó las tareas de gestión de mayor nivel y reinició su fructífera labor investigadora ahora plenamente volcada en los campos de la Sociología e Historia de la Ciencia, en la evaluación de las Políticas Públicas de Investigación, y en su labor con las empresas de Biotecnología. No sin dificultades, pero siempre con tesón, Emilio Muñoz ha creado de nuevo escuelas en estos ámbitos, y ha acompañado con su incansable presencia todo tipo de foros en que se debatiesen problemas sobre el sector público investigación. Años más tarde, en el 2000, Emilio Muñoz fue el editor del número especial de Arbor dedicado a conmemorar el 25 aniversario de la Constitución y lo hizo, fiel a sus creencias, abriendo la colaboración a personas no siempre cómodas, pero que en su opinión abrían el texto a ideas más allá del mero análisis autocomplaciente. Mucho más recientemente, en el 2006, ha dado muestra de su talante y capacidad coordinando junto a Jesús Sebastián el libro Radiografía de la investigación pública en España que constitu-
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ye un excelente ejemplo de análisis crítico de este sector, desde una defensa a ultranza de su importancia estratégica. Emilio Muñoz sigue ahí pues, en la actitud que siempre le ha caracterizado: curiosidad científica, trabajo, análisis, difusión, debate, dentro siempre de esa su bonhomía, teñida de una cierta ingenuidad que le honra. Confío en que podamos seguir contando con sus aportaciones, compartiendo siempre con él esa confianza profunda en el género humano y su capacidad de actuación transformadora sobre el devenir de una sociedad cada vez más compleja y siempre, también, desde una óptica alejada de las visiones tecnocráticas, hoy tan en boga en nuestra institución.
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El uso de prioridades claramente definidas en la Política Científica de nuestro país aparece al comienzo de la década de los años 80. Su implantación de manera definitiva sólo tiene lugar cuando la conocida generalmente como Ley de la Ciencia (Ley 13/1986) establece como mecanismo de actuación para el apoyo a la Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico (I+D) la elaboración y aprobación de un Plan Nacional de I+D con carácter plurianual, con líneas de actuación definidas en cuanto a objetivos y con asignaciones presupuestarias establecidas por el Plan. Aunque actualmente parezca casi increíble, la política científica en nuestro país, durante los años del llamado desarrollo económico y con posterioridad, consistió básicamente en lo que podríamos llamar políticas de actuación no dirigidas, o espontáneas. Estas políticas, en sus mejores momentos, consistieron en incrementar la financiación y la introducción del mecanismo de asignación de fondos públicos a proyectos de investigación concretos, tras su evaluación por pares y dentro de un procedimiento competitivo, ya que la financiación disponible no era suficiente para financiar todos los proyectos con un cierto nivel de calidad. Esta política de evaluación por pares supuso un serio avance, aunque trajo consigo un desarrollo desigual de los distintos campos de la investigación científica en España. No es difícil imaginar que por este mecanismo de propuesta de los temas a investigar desde la propia comunidad científica (bottom up en inglés), se favorece el desarrollo de los campos
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de la ciencia que ya cuentan con los mejores grupos y que por su éxito en las convocatorias, son además más atractivos para los nuevos investigadores, generándose un efecto de «bola de nieve». Esta situación permitió, que a pesar de la precariedad de la I+D en España considerada globalmente, existieran áreas de investigación con un desarrollo considerable como en el caso de la Bioquímica y Biología Molecular entre otras. La necesidad de una Política Científica que estableciera prioridades por parte del gobierno de la nación, en función de las necesidades detectadas, o previsibles de carácter económico o social, además de fomentar la investigación básica no orientada de calidad, era un requisito implícito en cualquier decisión de mejorar de manera importante la inversión del estado en I+D, como pretendían los responsables en las tareas de gobierno en este campo en los ministerios implicados a principios del año 1984. Uno de estos responsables y con el que tuve el privilegio de colaborar es Emilio Muñoz que desde la Dirección de Política Científica del Ministerio de Educación y Ciencia y con el apoyo del ministro José María Maravall, dedicó todo su esfuerzo a cambiar las políticas anteriores de I+D, contribuyendo a elaboración de la Ley de la Ciencia y a su implantación posterior. Tengo que mencionar en este punto, que mi relación con Emilio venia de mucho atrás y estaba relacionada con nuestras actividades como investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en biología molecular y más concretamente en el campo de la estructura y función de proteínas. Se había establecido una relación de amistad y respeto como consecuencia de la participación en reuniones científicas y en más de una discusión o debate, en publico y en privado, sobre nuestros trabajos y que se complementó con el tiempo, con aspectos de otro tipo como, un origen común, los dos somos valencianos, y una clara preocupación compartida por cómo mejorar la I+D en España, entre otras muchas cosas. El interés por las políticas relacionadas con la investigación científica, basado en la convicción de que el conocimiento científico es un activo fundamental para el desarrollo económico y social también en nuestro país, fue el factor determinante de mi colaboración con el grupo entusiasta de políticos y profesionales que, bajo la tutela y dirección del Ministro Maravall y de su Director General, Emilio Muñoz, se habían propuesto conseguir por primera vez que un gobierno español promulgara una Ley que regulara y promoviera la I+D.
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Hay que señalar que esta ley no fue ni mucho menos fruto de improvisación ni el resultado de una decisión apresurada, ya que le precedieron numerosos estudios de la situación de la investigación científica en nuestro país y de las distintas soluciones que se habían adoptado en otros países más avanzados. Se generaron y debatieron borradores a nivel interno, en nuestro ministerio, y con todos los ministerios implicados o interesados, en sesiones que recuerdo como provechosas aunque no siempre tranquilas por las distintas percepciones o desconfianza que manifestaban los representantes de algunos ministerios, preocupados por conservar sus competencias en esta materia. No puedo olvidar las reuniones de algunas mañanas de sábado convocadas y presididas por el ministro Maravall, a las que asistíamos los que estábamos más directamente dedicados a la producción de informes y borradores y que a veces se prolongaban durante la comida. Uno de los requisitos de cualquier política científica es la necesidad de la continuidad en el tiempo y el compromiso de financiar proyectos durante varios años, esta fue sin duda una de las razones determinantes de que nuestra Ley de la Ciencia incluyera necesariamente un Plan Nacional de actuación, ya que de acuerdo con las normas económicas de nuestro país, solo se puede comprometer una financiación plurianual mediante la aprobación por el Consejo de Ministros, de un Plan Nacional, que como máximo puede abarcar cuatro años. Algunas actuaciones previas a la propia ley, sobre áreas concretas de investigación, supusieron un primer ensayo para el establecimiento de programas específicos y sirvieron de experiencia para lo que posteriormente fue la definición de los Programas Nacionales, y puesta en marcha del primer Plan Nacional de I+D. Por aquellas fechas, la Organización para el Desarrollo Industrial de las Naciones Unidas (UNIDO), consciente de la importancia de la biotecnología para el desarrollo económico de los países, estaba promoviendo la creación de un Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología, para contribuir al acceso a estas tecnologías a los países en vías de desarrollo. Por otro lado algunos países como Francia estaban llevando a cabo actuaciones concretas de fomento de la Biotecnología no solo entre la comunidad científica, sino, implicando a la sociedad en su conjunto mediante lo que llamaron un Plan Movilizador. En aquellos momentos en nuestro país, áreas como la microbiología, la biología molecular y la genética más avanzadas, habían experimenta-
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do un gran desarrollo y contábamos con un buen número de científicos, la mayoría con formación posdoctoral en los mejores laboratorios extranjeros, trabajando en los campos mas avanzados. Esta comunidad científica considerada como condición indispensable, aunque no suficiente, para el desarrollo de la biotecnología, avaló la propuesta de un programa especial Movilizador de la Biotecnología ya que desde un primer momento se consideraba su desarrollo como un área prioritaria, dentro de una actuación política más amplia. Se acordó por la dirección de la política científica en nuestro país, la conveniencia de poner en marcha de manera inmediata un Programa Movilizador en Biotecnología, que concienciara a la comunidad científica y a la sociedad en general del interés de las aplicaciones de los desarrollos científicos mas recientes en ciencias de la vida, para la obtención de bienes y servicios, que en definitiva es lo que define a la biotecnología. Este programa cuya preparación me correspondió liderar, se elaboró con la colaboración de científicos y dirigentes de los principales centros de investigación y universidades; en el se incluyeron estudios sobre: antecedentes, magnitud y distribución de la comunidad científica, actividad empresarial en nuestro país existente en el campo, y la percepción sobre estas tecnologías de algunos sectores de la sociedad. Este trabajo de documentación previa se publicó en forma de un volumen de unas 200 páginas para su distribución gratuita a todos los sectores de la sociedad interesados, tales como autoridades del gobierno central y de las comunidades autónomas, empresarios, científicos y periodistas de los principales medios de comunicación. Se puede señalar el interés por el programa por parte de los medios, ya que a las reuniones que se convocaron para informar sobre los objetivos del mismo tuvieron una respuesta muy satisfactoria -incluyo a periodistas de los mas importantes periódicos y de emisoras de radio y de la televisión-, lo que contribuyó a dar a conocer la biotecnología. No hay que olvidar que el objetivo del programa era movilizar a la sociedad y a la comunidad científica, para que tomaran conciencia de la importancia que el desarrollo posible de la biotecnología podía tener para nuestro país. La financiación asignada al programa permitió el lanzamiento de una convocatoria de proyectos de investigación, que constituyó un éxito y se consideró como una etapa previa a los sucesivos Programas Nacionales de Biotecnología, que se han sucedido de manera ininterrumpi-
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da en los sucesivos Planes Nacionales hasta la actualidad como un tema de interés prioritario. Desde un punto de vista personal, toda esta primera etapa en el Ministerio, tuvo un gran interés por lo que se estaba haciendo y por la calidad intelectual y entusiasmo de los compañeros en el empeño de lograr una ley, no sólo para las universidades y centros dependientes del ministerio de educación, sino que incluyera a la mayor parte de los activos con los que contaba el país en la investigación científica y el desarrollo tecnológico independientemente del ministerio que los tutelara. Sin duda este fue uno de los principales escollos con los que se encontraba la ley tal y como se había concebido y que se superó gracias al entendimiento y cooperación entre dos grandes ministros del gobierno en aquel momento, José María Maravall en el Ministerio de Educación y Carlos Solchaga en el de Industria. La promulgación de la «Ley 13/1986 de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica», publicada el 14 de abril de 1986, supuso la culminación de una serie de esfuerzos del gobierno español para apoyar la I+D en España, que se había iniciado con la LRU, como se conocía a la «Ley Orgánica 11/1983, de Reforma Universitaria, que supuso un cambio trascendental para la universidad española, ya que pasó de tener una función principalmente docente a ser la principal productora de resultados de investigación científica del país y la «Ley 11/1986 de patentes de invención y modelos de utilidad». La puesta en marcha de la Ley de la Ciencia supuso la creación de una Secretaria general del Plan Nacional de I+D, encargada de la elaboración y gestión de los Programas Nacionales cuya aprobación final correspondía a la «Comisión Interministerial para la Ciencia y la Tecnología», contemplada en la propia ley y de una Agencia de Evaluación y Prospectiva, independiente de la Secretaría, que se encargase de la evaluación y seguimiento científico de los proyectos presentados por los grupos de investigación para su financiación por el Plan nacional. Emilio Muñoz fue el encargado tras su nombramiento formal, de crear la estructura de la propia Secretaría, con los funcionarios necesarios para la gestión del Plan Nacional y con la colaboración de los expertos más adecuados como colaboradores, en su mayoría procedentes de las Universidades y Centros Públicos de Investigación. Se trataba de elaborar prácticamente desde cero, lo que habría de ser el primer Plan Nacional de I+D. En estas primeras etapas, sin duda las más creativas e interesantes, Emilio contaba, al principio, además de conmigo, con Ar-
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turo García Arroyo y Juan Rojo, que muy pronto pasó a ser Secretario de Estado de Universidades e Investigación. Juan Rojo sustituyó a Carmina Virgili que había sido desde antes de entrar en el gobierno una de las personas que más había contribuido a diseñar la nueva política de I+D y que contribuyó junto con, en aquel tiempo, su director de gabinete, Alfredo Pérez Rubalcaba, a que la Ley de la Ciencia fuera una realidad, y a su puesta en marcha. La puesta en marcha de un primer Plan nacional de I+D pretendía por un lado aumentar de manera importante (prácticamente duplicar) el gasto público y empresarial en investigación y desarrollo tecnológico, en los cuatro años de vigencia del mismo, incrementando al mismo tiempo el número de investigadores. Para ello se planificaron, en primer lugar un programa horizontal de formación de personal investigador, continuando actuaciones anteriores, dedicado principalmente a la formación de jóvenes investigadores en centros nacionales y extranjeros con el fin de asegurar un crecimiento adecuado del personal investigador previsto, y una serie de Programas Nacionales orientados a financiar prioritariamente, aquellas áreas de la ciencia y la tecnología y de las humanidades y ciencias sociales, que habían alcanzado un cierto nivel de desarrollo en nuestro país y contaban con grupos de calidad contrastada. Otro aspecto no menos importante fue la introducción de algunos programas para desarrollar áreas como la acuicultura, la toxicología o la inmunología, que a pesar del interés para nuestro país, no contaban con una comunidad investigadora importante Por otro lado, se consideraba imprescindible un programa definido como sectorial y de carácter horizontal, dirigido a la promoción de la investigación básica de calidad en cualquier campo. También se propuso como prioritario otro programa horizontal, para cubrir una carencia percibida por la comunidad científica que sirviera para establecer la Interconexión de los Recursos Informáticos de las universidades y centros de investigación, con el nombre de IRIS. Un caso especial fue la creación de un plan específico que con el nombre de «Física de Altas Energías» tenía por objeto continuar el esfuerzo del plan Movilizador del mismo nombre para aprovechar la adhesión de España a la Organización Europea de Física Nuclear y que se encontraba en periodo transitorio. No se descuidó la participación de las Comunidades Autónomas en la elaboración de los programas nacionales, procurando que se tuvieran en cuenta también sus prioridades.
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El Plan Nacional se estructuró en tres grandes áreas, con una gestión separada de las otras: Agroalimentación y Recursos Naturales, de la que se hizo cargo Pedro Castañera, Tecnologías de la Producción y de las Comunicaciones a cargo de José Antonio Martín Pereda y Calidad de Vida, que me correspondió gestionar a mí. Esta última área incluía además de los programas de biotecnología, Investigación y desarrollo farmacéuticos, inmunología y toxicología, otros cuatro programas que constituían la participación en el Plan Nacional de las humanidades y ciencias sociales. Esta participación se concretó en los siguientes programas: «Estudios sociales y culturales sobre América Latina», «Investigaciones sobre el deporte», «Patrimonio Histórico» y «Problemas sociales y bienestar social». La proximidad de los acontecimientos que iban a tener lugar en 1992, la conmemoración del quinto centenario del descubrimiento de América, y los Juegos Olímpicos en Barcelona justificaban sobradamente el que se considerasen como prioritarios los estudios en ambos temas. Por otro lado los otros dos programas eran sin duda muy convenientes para nuestro país. Personalmente recuerdo con claridad la preparación de los contenidos de los programas y el sin número de reuniones con investigadores, expertos y empresarios con los que se discutieron los sucesivos borradores. Es de justicia resaltar la desinteresada colaboración e incluso la confianza, puesta en el empeño que queríamos llevar a cabo, de todos los que se convocaron a reunirse en los austeros locales de Rosario Pino 1416 donde tenía su sede la Secretaria del Plan Nacional. Tal vez por suponer una novedad para mi, y para lo que conté con el apoyo de Emilio, recuerdo como especialmente enriquecedor el contacto con los investigadores en Humanidades y Ciencias Sociales, y que me permitió percibir, entre otras cosas más serias, las hasta cierto punto distintas mentalidades y maneras de concebir el apoyo a su investigación, por parte de una agencia financiadora estatal como el Plan Nacional. En cualquier caso contamos con personas de gran prestigio, no solo en su campo de trabajo, directores de museos nacionales, escritores o reconocidos ensayistas, que colaboraron muy eficazmente a la elaboración de los correspondientes programas y que acudieron con una simple llamada telefónica, incluso desde el extranjero para ayudar a un grupo de desconocidos para ellos, pero que en su opinión representábamos una manera nueva de hacer política científica para cambiar y mejorar el país.
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El apoyo a la I+D en todos sus aspectos desde el Ministerio de Educación y Ciencia y dentro de las actividades de la todavía vigente Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT), incluyó desde 1984 a 1986, además de la creación de programas especiales como el de Microelectrónica y el de Física Altas Energías o el Movilizador de Biotecnología, un aspecto no menos importante, fue incrementar la atención por la Dirección General de Política Científica a la participación de España en foros internacionales de apoyo a la I+D: la OTAN o la OCDE y especialmente en Comités de Programa de los Programas Marco de la Comisión Europea, desde finales de 1985 como observadores y, desde enero de 1986 como miembros de pleno derecho. Precisamente una de las primeras actuaciones a escala internacional en 1984, fue lograr que Madrid fuera la sede de la segunda Reunión Internacional auspiciada por UNIDO para la creación del CIIGB, y en la que propusimos formalmente financiar la construcción del centro internacional si se aprobaba su sede en Madrid, y para lo que se había logrado previamente un acuerdo del Consejo de Ministros que ponía a disposición de la delegación española la nada despreciable cantidad de dinero necesaria. Por razones de política internacional y tras múltiples reuniones y debates en la sede de UNIDO en Viena, no fue posible mantener nuestra candidatura para la sede del citado centro, que acabó repartiéndose entre la India e Italia. Sin embargo, el apoyo prestado por el gobierno de nuestro país para la creación de un centro internacional, pudo canalizarse hacia la creación de un centro español que terminó siendo el Centro Nacional de Biotecnología. Este centro se creó por Orden ministerial en 1985 con unas características especiales, entre las cuales estaban el contar con un Patronato Rector y con un Comité Científico Asesor Internacional, en el que se consiguió que participasen científicos de gran prestigio de varios países europeos y que estuvo presidido por un premio Nobel, sir John C. Kendrew de la Universidad de Cambridge. El proyecto técnico de construcción del edificio, situado en el campus de la Universidad Autónoma de Madrid, fue precedido por una serie de visitas a centros públicos y de grandes empresas en Francia, Alemania y Reino Unido, que realizamos Fausto Montoya, ingeniero muy cualificado como investigador en el CSIC, y yo mismo, y que sirvieron para introducir lo que se consideraron en aquel momento como las mejores y más avanzadas practicas en este tipo de laboratorios.
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Como consideración final sobre mi participación en la creación de este centro y de la que me siento satisfecho, quiero manifestar que siempre conté con el apoyo y dirección de Emilio como mi superior inmediato y responsable último de todo el proyecto y que nunca nos movió ni pretendimos participar personalmente de ningún modo en el mismo, como se ha podido comprobar una vez convertido en realidad lo que desde su inauguración formal en 1992, es el CNB. También quiero resaltar de nuevo, que esta etapa de mi colaboración en la creación y puesta en marcha de las ideas que sobre una Política en Ciencia y Tecnología había introducido el nuevo gobierno del país, fue presidida por la búsqueda de la calidad, con generosidad, entusiasmo y fe en lo que se estaba haciendo. Para mí supuso un cambio muy importante en mi actividad, al abandonar el laboratorio en el Instituto de Química Física del CSIC, aunque siempre procuré estar al servicio de la investigación en todas mis actuaciones, con sinceridad y sin dolerme la crítica, tanto cuando la recibí, como cuando consideré necesario hacerla. No menos importante fue la creación de lazos de amistad y respeto, que pienso que aún perduran, por descontado con Emilio y con muchos otros a los que no he mencionado y con los que tuve el privilegio de trabajar.
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Existían en la Atenas clásica unos magistrados que se elegían por periodos anuales y que se ocupaban, más o menos mancomunadamente, de la gobernación de la polis. Se llamaban «arcontes» y de ellos, uno tenía un carácter más bien religioso y ceremonial (el arconte basileo), otro se ocupaba de los asuntos militares (el arconte polemarco), el tercero, llamado arconte epónimo, daba nombre al año y funcionaba como una especie de primer ministro y los otros seis (arcontes tesmotetes), eran una especie de híbrido entre legisladores y subsecretarios, si se me permite un cierto grado de anacronismo. Los años se registraban y recordaban, así pues, a partir de los nombres de los arcontes epónimos («eponimia»), según la fórmula «siendo arconte Fulano de tal», u otras similares. En Esparta los magistrados comparables se llamaban los «éforos» y en Argos las que daban nombre a los años eran las sacerdotisas electas. Aquello era un rompecabezas poco práctico y, en consecuencia, a Hipias de Élide se le ocurrió la idea de hacer una relación de olimpionicas («los vencedores en los Juegos Olímpicos») que, posteriormente, completaría el propio Aristóteles. A éste lo corrigió Timeo con una enmienda muy ingeniosa, en la que hizo coincidir la lista de olimpionicas, con la de arcontes atenienses, de éforos espartanos y de sacerdotisas de Argos y creó así un sistema «universal» y neutro de datación cronológica, que duraría más de mil años, hasta bien entrada la época bizantina, en que fue ya sustituido por la era cristiana.
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También en culturas como la antigua egipcia, la china o la japonesa se ha contado el tiempo a partir de los nombres de reyes y emperadores y de hecho en el Japón de hoy se sigue utilizando indistintamente el sistema occidental y el del año del emperador en ejercicio, lo que no deja de desconcertar a los extranjeros: cuando uno escucha que algo sucedió en Akihito 15, no sabe si se trata de anteayer o de la Edad Media, porque el visitante extranjero no suele haber adoptado la precaución de aprenderse la lista completa de emperadores, desde el siglo VI antes de Cristo hasta nuestros días. Los pueblos que tienen un hecho fundacional muy significativo han solido adoptar un sistema más objetivo: cuentan los años a partir de ese hecho fundacional que, en el caso de los romanos era la fecha de la fundación de Roma (ab urbe condita) o, también, el de la expulsión de los reyes y la creación de la república (post reges exactos). Los judíos toman como punto de partida el año de la creación del mundo, tal como lo cuenta el libro del Génesis. Como todo el mundo sabe, el mundo fue creado un 7 de octubre de 3761, obviamente antes de Cristo. En realidad, este es el cálculo rabínico que se utiliza oficialmente en el estado de Israel, pero no coincide con los cálculos que hizo el obispo James Ussher en el siglo XVII, que lo situaba en el año 4004. Su seguidor John Lightfoot, vicecanciller de la universidad de Cambridge, precisó el ingente trabajo de Ussher, afinando la fecha de la creación hasta el 23 de octubre de 4004, a las 9 de la mañana. No sé lo que pensará usted al respecto, pero a mi personalmente siempre me ha producido una cierta intranquilidad este cálculo del doctor Lightfoot, porque no precisa si se trataba del Greenwich Meridian Time o de la hora local del Edén, que podríamos situar tentativamente a la altura del huso horario de Bagdad. Lo cierto es que, a efectos de cómputo cronológico, lo que vale son los cálculos rabínicos, de modo que si usted desea saber cuál es el año judío en el que nos encontramos, tiene que sumarle al año en curso la cifra de 3761. Ahora bien, el hecho de que los romanos contasen oficialmente los sucesos a partir de la fundación de la ciudad, no quiere decir que habitualmente no recurrieran a procedimientos más de andar por casa, como el citar los nombres de los cónsules en ejercicio o, incluso, los de otros magistrados de menor relieve: nuestros arcos de triunfo, puentes, acueductos y otras obras romanas, no suelen poner en su correspondiente inscripción que la tal obra se hizo en el año tal a.u.c.(«desde la fundación de Roma») sino, más bien, «siendo cónsules Fulano y Mengano», por no
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hablar de los cristianos, que para situar cronológicamente la pasión de Cristo, no dicen que tuvo lugar en el año 780 desde la fundación de Roma, sino que sucedió «bajo el poder de Poncio Pilato», a pesar de que este funcionario no dejaba de ser una especie de gobernador civil, o delegado del Gobierno, de muy escasa relevancia política entre los magistrados del imperio y, por lo tanto, siempre nos ha resultado bastante difícil hacernos una idea del año en cuestión, a partir de una referencia cronológica tan poco significativa. En cualquier caso, esta falta de normalización de la cronología que se daba en la antigüedad, habría de durar, porque la propuesta de Dionisio el Exiguo, a mediados del siglo VI, tardaría aún bastante en ser adoptada. Recordemos los hechos: al papa Hermisdas no le parecía oportuno contar los años a partir de un emperador tan odioso como Diocleciano, que había perseguido a los cristianos, y le encargó, en consecuencia, a un monje bajito, llamado Dionisio, que calculase la fecha del nacimiento de Cristo para utilizarla como punto de referencia. En realidad no está claro si al buen monje escita (o sea, para entendernos, ucraniano) le llamaban exiguus porque era bajito, o porque era muy humilde y quería ser llamado así, pero lo cierto es que se puso a trabajar como un enano y llegó a la conclusión de que la encarnación había tenido lugar el 25 de marzo del año 754 desde la fundación de Roma. No especificó la hora en la que el Espíritu Santo visitó a la Virgen María y, además, se equivocó unos años al datar el reinado del rey Herodes. A pesar de estos fallos, Dionisio el Exiguo creó así la era cristiana, que enseguida se adoptó en Italia. Otros países tardarían más en adoptarla: en España, por ejemplo, seguían empeñados en contar por la era augústea, en honor de un emperador que, no en vano, había fundado ciudades como Lugo, Zaragoza o Tarragona. Fue el emperador Carlomagno, ya en el siglo IX, el que adoptó el cómputo de Dionisio el Exiguo, antes incluso que el papado y que otros reyes cristianos, y desde Francia se fue extendiendo, poco a poco, primero por toda la cristiandad y después por todo el mundo. Es curioso que recientemente, con esto de la globalización, se ha empezado a considerar políticamente incorrecto lo de «era cristiana» y en ambientes cada vez más amplios, se prefiere interpretar la sigla c.e. como common era o bien, para evitar toda referencia a una religión concreta, se antepone un signo + o – a la cifra del año, lo cual no quiere decir que la era cristiana no se haya extendido ya, prácticamente, a casi todos los
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pueblos y culturas del ancho mundo: la cobertura televisiva de los fuegos artificiales con los que se celebra el comienzo de cada año (cristiano), nos demuestra que el cómputo por los nombres de los emperadores, por la creación del mundo, o por la Hégira no son hoy más que rarezas de carácter étnico. A la hora de la verdad, tanto japoneses, como judíos, como musulmanes, recurren al sistema creado por el diligente monje Dionisio el Exiguo. Pero eso no deja de ser el sistema cronológico oficial y público. En familia, se suele seguir hablando a lo Poncio Pilato y así, es frecuente decir de algo que sucedió el año en que se casó fulanito o en el que menganita sacó las oposiciones. En estos contextos familiares, decir que la chica se fue de Erasmus en 1998, resulta muy frío y casi como de mal gusto. Lo lógico aquí es decir que el niño de fulanita nació el año en que la chica se fue de casa, por ejemplo, utilizando una cronología más doméstica y sólo comprensible para la propia familia. Pues bien, el CSIC es en esto como una familia, o como la ciudad de Atenas en la Antigüedad porque, con mucha frecuencia, sobre todo por parte de los que ya tienen la medalla de los 25 años, se recurre a la eponimia para fijar la cronología de los hechos y se dice, por ejemplo, que la inauguración de la Base Antártica o la botadura del Hespérides sucedieron «siendo presidente Emilio Muñoz», lo que resulta tan comprensible para consumo doméstico, como opaco para los de fuera. Viene a ser como lo de Akihito 15 para quienes no hemos tenido ni la curiosidad ni la perseverancia de aprendernos la lista de emperadores nipones. He puesto dos ejemplos de hechos acaecidos durante la presidencia de Emilio Muñoz, pero si repasamos su propia vida activa, casi podríamos reproducir toda la lista de presidentes epónimos que en el CSIC han sido, a la manera de la lista de Hipias de Élide. Veámoslo a partir de unos pocos hitos seleccionados: — Ayudante científico bajo la presidencia (b.l.p.) de — Colaborador científico b.l.p. de — Investigador científico b.l.p. de — Vocal Comisión Científica b.l.p. de — Director G. de Política C. b.l.p. de — Profesor de investigación b.l.p. de — Presidente del CSIC — Reingreso servicio activo b.l.p. de — Fecha jubilación b.l.p. de
Ibáñez Martín (1.5.66) Manuel Lora Tamayo (11.12.67) Manuel Lora Tamayo (1.4.71) Sánchez del Río (28.7.78) Alejandro Nieto (7.12.82) Enrique Trillas (1.9.84) Emilio Muñoz (10.10.88/1.7.91) Elías Federes (2.7.91) Carlos Martínez
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Como los hitos que he seleccionado son sólo unos pocos, no figuran en la lista todos los presidentes que el CSIC ha tenido a lo largo de su historia, pero sí figuran el primero y el actual, de forma que si seleccionáramos más hechos de la biografía de Emilio Muñoz, se podría ofrecer la lista completa de los diecisiete presidentes. No lo voy a hacer, porque no merece la pena: siendo Trillas presidente se creó una «galería de retratos» en la sala de juntas de la presidencia, en la que figuran todos ellos y siendo presidente Carlos Martínez, se ha incluido en la página web institucional del CSIC una galería de presidentes que incluye a los dos de la Junta para Ampliación de Estudios (Ramón y Cajal e Ignacio Bolívar) y llega hasta la actualidad. Podríamos preguntarnos la razón por la que es tan frecuente en el CSIC este procedimiento eponímico de fechar los hechos institucionales de carácter más memorable. Se me ocurre que este fenómeno puede estar relacionado con el carácter tan marcadamente presidencialista que los colegas de otras instituciones creen percibir en esta institución. Creo que muchos hemos oído decir con frecuencia, especialmente a colegas universitarios, que «el CSIC es muy presidencialista», queriendo decir con ello que la figura del presidente está muy presente en el día a día del organismo, para bien y para mal: el presidente del CSIC suele gozar de una auctoritas fácilmente perceptible, especialmente por los de fuera, pero su figura es también objeto de rumores, chismes y comentarios mucho más frecuentes de los que es objeto, por ejemplo, el rector de una universidad. Cada vez que, por ejemplo, hay crisis en el Ministerio de Educación o en la Secretaría de Estado de Universidades, el presidente del CSIC figura siempre en las quinielas sucesorias, a pesar de que este supuesto ascenso se ha dado en muy contadas ocasiones y, en cambio, los rectores de las universidades no suelen figurar en las quinielas sucesorias. Probablemente la auctoritas del presidente del CSIC se debe a que casi siempre se ha tratado de profesores universitarios que han sido nombrados para el cargo como una especie de deus ex machina: a quien menos se esperaba en la institución, aparece un buen día nombrado por el Consejo de ministros y toma posesión de una institución que no suele conocerlo a él y que él también suele desconocer en muy gran medida. Las escasas excepciones a este modelo son José Elguero, Emilio Muñoz, José María Mato y Carlos Martínez, que son profesores de investigación del CSIC. Todos los demás, es decir, 13 de 17, son catedráticos, aunque en algunos casos (Manuel Lora Tamayo, Eduardo Primo Yúfera,
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Elias Fereres o Emilio Lora-Tamayo) mantenían, y en algunos casos siguen manteniendo, una estrecha relación con el organismo. En cualquier caso, el modelo habitual, es el de ilustre profesor universitario desconocido para la mayoría del personal que goza de la confianza del Gobierno de turno. Muy diferente es el caso de los rectores universitarios, que siempre resultan más o menos conocidos de sus compañeros y, en cualquier caso, previsibles, porque han tenido que hacer una campaña electoral y han tenido que crear un equipo que refleje las distintas «sensibilidades» de la universidad. Los equipos directivos del CSIC, por el contrario, suelen ser ideológicamente homogéneos, con muy pocas excepciones. Merece recordarse aquí, como caso más célebre de «biodiversidad» política, la cuidadosa alquimia con la que se constituyó el equipo de vicepresidentes diseñado por Alejandro Nieto que, muy en consonancia con el espíritu de los tiempos y con los ingenuos deseos de actuar como demócratas ejemplares de la UCD, contaba con un vicepresidente de izquierdas (Emilio Muñoz), uno de derechas (José Antonio Muñoz Delgado) y una de centro (Teresa Mendizábal). Por cierto que se trató de un equipo que dio muestras de una envidiable armonía. Otro rasgo característico de la cultura institucional del CSIC es lo que podríamos llamar «conciencia de alteridad»: en el sistema nacional de I+D el núcleo mayoritario está formado por profesores universitarios, de forma que cuando uno va a un congreso científico, a una reunión académica, a un foro televisivo o a cualquier otro acto social, el o los investigadores del CSIC presentes, no sólo suelen estar en minoría, sino que siempre son «el otro» o «lo otro», lo que los suele convertir en materia de obligada muletilla del tipo «las universidades españolas y el CSIC». No es infrecuente que el legislador o el administrador se olvide de contemplar las especificidades del personal del CSIC en normas y regulaciones que le afectan, como convocatorias de proyectos, de becas, estatutos y otros productos que se hacen públicos a través del Boletín Oficial del Estado lo cual, por una parte, obliga a tediosas negociaciones de la institución con la olvidadiza autoridad convocante, a fin de que enmiende el entuerto o, por lo menos, no lo vuelva a infligir en sucesivas convocatorias. Por otra parte, estos olvidos refuerzan precisamente la conciencia de alteridad del personal del Consejo, mediante un bien conocido mecanismo de victimismo y retroalimentación.
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La conciencia de alteridad crea, además, un sentimiento de pertenencia, lo que en inglés se conoce por sense (o feeling) of belonging, que consiste en sentirse parte de un grupo, de un conjunto, de una familia. Recuerdo al respecto una conversación con un profesor de una universidad de California que me decía que para él lo único que había en común con otros profesores de su propia universidad era el aparcamiento del campus. Muy distinta es, en mi opinión, la percepción que tiene el personal del CSIC sobre su propia institución: el hecho de que su organismo no esté en un único campus, ni siquiera en una única ciudad o Comunidad Autónoma, hace que el sentimiento de pertenencia tenga unos componentes de carácter más emocional y simbólico y, por lo tanto, resulte más vinculante y más exigente. En los institutos del CSIC, quizá especialmente en los más periféricos, tanto desde el punto de vista disciplinar, como del geográfico, parece existir una actitud que podríamos llamar «ética de la franquicia», que consiste en saberse depositario y responsable de una marca ilustre, que uno tiene que merecer y conservar, y que le obliga a un determinado comportamiento: dignitatis memores ad optima intenti sunt, «los que son conscientes de su dignidad tienden hacia lo mejor», que dice la leyenda de la Puerta de Praga. Pues de modo similar, el personal del Consejo de estos institutos lleva encima una especie de sello de calidad o de marca de prestigio que le exigen un cierto comportamiento, según el mecanismo del «nobleza obliga». La conciencia de alteridad y el sentimiento de pertenencia, se han visto reforzados en los últimos años por los procesos de transferencias competenciales a las Comunidades Autónomas: prácticamente todas las universidades públicas dependen ya de las correspondientes consejerías autonómicas y ello ha reforzado, por una parte, la alteridad del CSIC y, por otra, ha creado un nuevo sentimiento de ser «Estado». A veces este sentimiento se vive de manera problemática, como cuando se excluye a los centros del CSIC de recursos públicos «autonómicos» por pertenecer al «territorio comanche», o cuando a los colegas universitarios de al lado se les conceden uno complementos salariales (los «gallifantes autonómicos»), a los que no pueden optar los investigadores dependientes del Ministerio de Educación y Ciencia. Otras veces, en cambio, se vive con orgullo, como cuando un investigador puede presumir ante sus colegas universitarios de que, si quiere, puede trasladarse de ciudad, a trabajar a un instituto de otra Comuni-
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dad Autónoma, o cuando tiene que venir a reunirse en Madrid con colegas de su área que proceden de centros repartidos por toda España. Es obvio que ser Estado, es decir, pertenecer a la Administración General del Estado no es lo mismo que pertenecer al Gobierno de turno, a pesar de que las autoridades gubernativas no siempre tienen clara la distinción entre lo estatal y lo gubernamental y, en consecuencia, no es raro que esperen del CSIC actitudes y comportamientos más propios del ámbito gubernamental que del estatal. En este sentido, las relaciones del Organismo con la Secretaría de Estado de Universidades e Investigación (SEUI), y aun con el Ministerio de Educación y Ciencia, han solido oscilar con frecuencia entre el irredentismo ministerial y el autonomismo del CSIC: la SEUI ha pretendido someter al CSIC a su disciplina administrativa, como si se tratase de una Dirección General como las demás, y el CSIC ha tendido a independizarse de esta tutela, que considera ineficaz y asfixiante. Debe tenerse en cuenta que una vez consumado el proceso de transferencias a las Comunidades Autónomas en materia educativa y universitaria, el CSIC representa aproximadamente la mitad de los efectivos del Ministerio de Educación y Ciencia. En estas circunstancias, pretender que el Consejo por su nivel administrativo de Dirección General, tenga el mismo peso y el mismo comportamiento que otras direcciones generales del MEC, que son menores que muchos de sus institutos, no parece razonable y consigue además el efecto contrario al deseado, porque refuerza los sentimientos institucionales de alteridad y de pertenencia y, por lo tanto, aumenta sus pulsiones autonomistas. En cualquier caso es muy probable que estas trifulcas protocolarias tengan sus días contados, porque el CSIC va a transubstanciarse próximamente en una Agencia Estatal, lo que, sin embargo, no creo que conduzca a la pérdida de su tradición eponímica.
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Caminos entrecruzados: de la política científica a la amistad. Emilio Muñoz: un compañero y un amigo
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A lo largo de las más de tres décadas que conozco a Emilio Muñoz, nuestras vivencias e inquietudes han sido muy parecidas y por ello, aunque nuestras carreras profesionales se han desarrollado en campos científicos diferentes, nuestros caminos se han cruzado en múltiples ocasiones. Nuestro afán común de modernizar el sistema científico español y hacer una investigación al servicio de la sociedad nos ha llevado a adentrarnos y comprometernos en la política científica y tecnológica desde posiciones distintas, pero siempre unidos por una gran amistad. Emilio Muñoz forjó su carrera investigadora en el campo de la bioquímica y la biología molecular y su trabajo científico fue muy pronto reconocido internacionalmente al ser elegido miembro de la European Molecular Biology, EMBO. Del laboratorio pasó a la gestión de la investigación y el desarrollo tecnológico, fue Director General de Política Científica, Secretario del Plan Nacional de I+D y Presidente del CSIC. Tras diez años dedicados a la gestión de la investigación científica y tecnológica, sus intereses actuales se centran en el análisis y evaluación de las políticas públicas en ciencia y tecnología, especialmente en las áreas de las Ciencias de la Vida y la Salud y el Medio Ambiente. En los últimos tiempos centra sus estudios en los procesos de gestión del conocimiento desde la perspectiva de la democratización de la ciencia y la tecnología. Por su parte, esta autora, empezó trabajando en el CSIC en el Instituto de Edafología y Biología Vegetal en el área de la Ecofisiología Vege-
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tal centrando sus investigaciones en el estudio de la estructura y función de ecosistemas silvopastorales mediterráneos y en la evaluación y seguimiento de la degradación del suelo y de la cubierta vegetal en zonas semiáridas. Del laboratorio pasó a la gestión de la investigación científica y tecnológica, fue Vicesecretaria General CSIC, Subdirectora General de Coordinación de Política Científica e Investigación en el Ministerio de Universidades e Investigación y Vicepresidenta del CSIC. Así mismo, desempeñó la Dirección General de Acción Social del Ministerio de Trabajo y de Seguridad Social y actualmente focaliza su interés en la planificación y gestión de la investigación científica y técnica en el área medioambiental. Son dos trayectorias, como señalaba al inicio, que aunque diferentes en cuanto a nuestra formación básica, nos han permitido que durante el desarrollo de nuestra carrera profesional hayamos estado embarcados en múltiples ocasiones en proyectos con los mismos objetivos. En este articulo voy a referirme a aquellas situaciones en las que, durante estos últimos treinta años, hemos tenido una colaboración más estrecha, comenzando en 1974 en la Asociación de Personal Investigador del CSIC, API, hasta el Capítulo Español del Club de Roma en la actualidad.
La Asociación de Personal Investigador, API (1974-1976) Investigar en España en las décadas de los 60 era muy difícil. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas en si mismo era una extensión de las cátedras universitarias. La mayor parte de los puestos directivos recaían en profesores universitarios que solamente dedicaban parte de su jornada y de forma marginal a esta institución. Aunque la situación variaba de un área científica a otra, en general, los equipamientos eran pobres, los laboratorios tenían medios escasos y había pocas posibilidades de salir a formarse en el extranjero. No había ningún plan de carrera científica y las raras oportunidades de promoción que se presentaban para el personal se repartían en el total oscurantismo. Iniciar el trabajo de investigación en esas circunstancias era emprender un camino lleno de obstáculos, pero los jóvenes científicos de esa generación, que éramos ambiciosos y tenaces, a pesar de todo, conseguíamos publicar trabajos de relevancia y hacernos respetar en foros internacionales. Con un ambiente tan desesperanzador fue creciendo un movimiento
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de rechazo contra esta situación que se inició en 1975 con revueltas de los becarios, época en la que conocí a Emilio Muñoz. Las primeras manifestaciones y movimientos asamblearios encontraron en la Asociación de Personal Investigador, API, la plataforma para sus reivindicaciones. La API, fue una gran escuela para la política, integró los deseos de cambio de científicos con ideas políticas diferentes, pero con voluntad decidida de crear un nuevo sistema científico. Las reuniones de la API en los últimos años del franquismo se vivían con una gran intensidad y en ellas se fueron decantando grupos de presión que al recuperar la democracia se identificaron con las distintos partidos políticos. El paso por la API nos preparó a los que quisimos participar en política activamente y sobre todo nos dejó huella a los que tuvimos la gran suerte de vivir aquel periodo, pues aunque manteníamos, en algunas ocasiones, profundas discrepancias en las ideas, teníamos un sentimiento común de amistad, que como en el caso de Emilio y mío, nos ha acompañado a lo largo de todo este tiempo. Es en la API cuando compartimos nuestra amistad con José Gómez Acebo y Duque de Estrada, Emilio Muñoz como compañero del Centro de Investigaciones Biológicas y esta autora como Secretaria de la API. El Doctor, como era conocido José Gómez Acebo, fue un hombre excepcional, que desde la Presidencia de la API y su privilegiada situación personal, supo aunar su vocación científica en el campo de la endocrinología, con un fuerte compromiso con el desarrollo de la ciencia en España. Así mismo, actuando de portavoz de la comunidad científica del CSIC, denunció reiteradamente la situación de la investigación científica en nuestro país en múltiples foros e instancias, transmitiendo a las más altas autoridades responsables de esta materia, el sentir de los científicos y los cambios necesarios propuestos por ellos. En su afán de transformar y mejorar la organización científica, no ahorró esfuerzos por encontrar soluciones a los numerosos problemas del CSIC. Todas estas actuaciones fueron vividas con especial intensidad tanto por Emilio como por mí misma como miembros activos de la API.
La Unificación del CSIC. El primer Reglamento Democrático En el primer Gobierno de la Monarquía siendo Ministro de Educación y Ciencia, Carlos Robles Piquer, se inició el primer gran cambio en el CSIC que culminó Aurelio Menéndez, Ministro de Educación y Cien-
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cia del primer Gobierno del Presidente Adolfo Suárez de la UCD, con la aprobación por el Consejo de Ministros, el 21 de enero de 1977, de un Real Decreto por el que se reestructuraba el Consejo Superior de Investigaciones Científicas al que se incorporaban el personal, centros y servicios del Patronato «Juan de la Cierva» y la División de Ciencias Matemáticas, Médicas y de la Naturaleza que quedaban extinguidos. Al mismo tiempo que se suprimían los Patronatos «Menéndez y Pelayo», «Raimundo Lulio», «Alfonso el Sabio», «Diego Saavedra y Fajardo», «Juan de la Cierva», «José María Cuadrado», «Alonso de Herrera» y «Santiago Ramón y Cajal». Esta decisión histórica desmontaba las estructuras y los núcleos de poder del régimen anterior y abría las puertas a la modernización del CSIC. La maquinaria del cambio estaba en marcha. El Reglamento Orgánico debatido en la Presidencia del CSIC de Eduardo Primo Yúfera, fue aprobado el 30 de diciembre de 1977 en el mandato de su sucesor Justiniano Casas, siendo Ministro Íñigo Cavero. En todo este proceso, tanto en la unificación del CSIC como en la elaboración del conocido como «Reglamento Democrático del 78», jugó un papel fundamental Emilio Muñoz a través de la Asociación de Personal Investigador. Los documentos presentados por esta asociación a las autoridades llevaban la fuerza de los acuerdos alcanzados en múltiples reuniones y asambleas del personal investigador.
El Ministerio de Universidades e Investigación (1979-1980) Pero los científicos seguíamos disconformes con la marcha de la política y presionábamos la creación de un Ministerio de Universidades e Investigación que puso en marcha Luis González Seara, en abril de 1979. El Ministro deseaba dar un nuevo impulso a la investigación y para ello creo un Comité de Política Científica en el que volvimos a encontrarnos Emilio Muñoz y esta autora que por aquel entonces desempeñaba la Subdirección de Coordinación en la Dirección General de Política Científica. En esos años, España necesitaba definir una política científica, pues con anterioridad se tomaban decisiones aisladas sin un horizonte definido y sin una estrategia. Para formarnos en esta disciplina, que la UNESCO tenía reconocida desde los años 60, se invitó a dar un seminario en Madrid al Sr. Yvan de Hemptine, ex-director de la Dirección de Políticas
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Científicas y Tecnológicas de la UNESCO. En aquel seminario aprendimos cómo debería diseñarse un Plan Nacional que respondiera a las necesidades de los distintos Departamentos Ministeriales al tiempo que integrara las experiencias y capacidades de los científicos. Los asistentes al Seminario fuimos un grupo reducido y seleccionado de Profesores y científicos entre los que se encontraban el Asesor del Ministro, Alejandro Nieto, quien fue más tarde Presidente del CSIC, y Emilio Muñoz como miembro de la API.
La primera Programación Científica del CSIC (1980-1982) Aprobado el Reglamento Orgánico del CSIC se necesitaba dar un nuevo impulso a la investigación. El Ministro Luis González Seara nombró presidente del CSIC a Alejandro Nieto. El Profesor Nieto fue uno de los Presidentes que mejor recuerdo dejó entre el personal, su inteligencia, agudeza y tolerancia le permitió acometer el paso clave de definir la primera programación científica del CSIC indispensable para formar parte de un sistema científico moderno. En esta nueva etapa Emilio Muñoz fue nombrado Vicepresidente de Política Científica, José Antonio Muñoz Delgado, Vicepresidente de Relaciones Internacionales y esta autora, Vicepresidenta Adjunta. La tarea que tuvimos que realizar fue compleja pues hasta entonces los científicos del CSIC, al igual que los Profesores universitarios, decidían sus objetivos en base a sus conocimientos y posibilidades de financiación, de manera que la actividad total de la institución era la suma de un gran número de decisiones individuales. Al tiempo teníamos otro problema, según el esquema de UNESCO los distintos Departamentos ministeriales deberían, en primer término, facilitar a la entidad planificadora de la ciencia sus objetivos en materia de política científica. Se prepararon sendas encuestas para los Ministerios, pero la respuesta a ésta fue ambigua o nula, de manera que tuvimos que optar por la segunda opción, la de agrupar los proyectos individuales de los científicos en macroproyectos que a nuestro juicio pudieran dar respuesta a los problemas de los distintos sectores del país. Este proceso conllevó un intenso diálogo entre todos los científicos del CSIC y los Vicepresidentes, en especial el responsable de la política científica, tuvo que emplearse a fondo en este trabajo. Este primer es-
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fuerzo de Programación fue un paso totalmente necesario y situó a la institución en posición de partida ante las convocatorias de financiación de proyectos que se avecinaban, tanto en el Plan Nacional de I+D como en el II Programa Marco para actividades comunitarias en el ámbito de la investigación y desarrollo tecnológico (1987-1991) en el que debería participar plenamente España tras su incorporación a la UE en 1986.
La Secretaria General del Plan Nacional de I+D (1988-1989) Con la aprobación de la Ley de Fomento y Coordinación de la Investigación Científica y Técnica, el 14 de abril de 1986, se dotó a España de un marco para el desarrollo de sus políticas científicas y tecnológicas. Sin duda, la «Ley de la Ciencia» supuso un antes y un después en la organización científica española. La labor de Emilio Muñoz como Secretario General del Plan Nacional fue de gran repercusión pues tuvo que crear la organización y establecer sus reglas de funcionamiento. En febrero de 1988 por indicación del Secretario General me integré en la Vicesecretaría de Relaciones Internacionales como Coordinadora Científica del Área de Calidad de Vida, puesto en el que estuve hasta marzo de 1989. Al Vicesecretario José Antonio Muñoz Delgado, buen amigo y persona de una gran eficacia, le correspondió estructurar y poner en funcionamiento una unidad tan vital para el sistema científico como son las relaciones internacionales. Hay que recordar en este punto que la adhesión de España a las Comunidades Europeas se produjo el 1 de enero de 1986, y que aunque los científicos españoles ya habían iniciado su participación en proyectos de I+D en el I Programa Marco (1984-87) para actividades comunitarias de Investigación, Desarrollo y Demostración, fue en el II Programa Marco (1987-1991) cuando se produjo la plena integración de nuestros investigadores en la actividad común europea de I+D, contribuyendo con su esfuerzo al fortalecimiento de la cohesión económica y social de la Comunidad. Este fue un periodo de gran ilusión, en el que desde la Secretaría General se trataba de facilitar información sobre las convocatorias, dirigiéndolas a los grupos potencialmente interesados y ayudándoles a la identificación de socios en otros países comunitarios. Se trabajó, asimismo, por situar a los científicos españoles en paneles de expertos y como evaluadores de proyectos.
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La Secretaría General actuaba también de centro de apoyo, en el campo científico, a la Representación Permanente de España ante la UE, que previamente a la celebración de los Consejos de Ministros Comunitarios solicitaba los informes de la Administración española sobre distintos proyectos comunitarios. El campo de las relaciones internacionales fue siempre especialmente de interés para Emilio Muñoz, quien potenció, además de nuestras relaciones con la UE, la cooperación con los Estados Unidos, los países de Latinoamérica, los grandes proyectos e instalaciones de I+D, los Organismos multilaterales, las relaciones bilaterales, etc.
Una nueva Organización y Gestión para la Ciencia: cambios en el CSIC (1990-1996) Con el nombramiento de Emilio Muñoz como Presidente del CSIC se produjeron una serie de cambios importantes en esta organización. En primer lugar, distribuyó la actividad en torno a dos Vicepresidencias, la Vicepresidencia de Organización y Relaciones Institucionales y la Vicepresidencia de Investigación Científica y Tecnológica. De la primera dependían los Delegados Institucionales, los representantes de la institución en las Comunidades Autónomas en las que tenía implantación el CSIC, más dos Delegados en Roma y Bruselas, y de la segunda, los Coordinadores de las Áreas Científicas: Humanidades y Ciencias Sociales, Biología y Biomedicina, Recursos Naturales, Ciencias Agrarias, Ciencia y Tecnologías Físicas, Ciencia y Tecnología de Materiales, Ciencia y Tecnología de Alimentos, y Ciencia y Tecnologías Químicas. Esta organización supuso una gran innovación pues agrupaba a los Institutos y Centros por afinidad temática y permitía una gestión más eficiente. En una primera etapa, de marzo de 1989 a enero de 1991, Emilio Muñoz me responsabilizó de la Coordinación Científica y Técnica del Área de las Ciencias Agrarias y posteriormente de la Coordinación Institucional en la Comunidad de Madrid. Fue una época vivida con gran intensidad. Esta organización, aunque en su momento supuso un profundo cambio que, en situaciones puntuales produjo algún problema en su implantación, se ha mantenido vigente hasta la actualidad con total aceptación.
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Los Programas sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad (1994-1996) A través de Emilio Muñoz tuve la gran suerte de colaborar con Ángeles Van den Eynde, Directora General de Administración de la Organización de Estados Americanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que durante los años 1994-1996 lideró un Programa Europeo dirigido a la «Mejora y actualización curricular en las Universidades de América Latina», apoyado en dos Comités uno de Ciencias Sociales, coordinado por Fernando Vallespín y un segundo de Ciencias Básicas, coordinado por esta autora. En Ciencias Básicas señalábamos cuestiones tales como: la aceleración del proceso de generación de conocimientos y su rápida obsolescencia; la necesidad de constituir una ‘masa crítica’ de investigadores interdisciplinarios; la necesidad de gran versatibilidad en la formación para posibilitar la dedicación a distintas áreas del conocimiento, entre otras. En Ciencias Sociales resaltábamos la necesidad de diseñar estrategias de desarrollo adecuadas a los problemas existentes como: la aceptación social del progreso técnico; las nuevas concepciones sistémicas basadas en la interacción Ciencia-Tecnología-Sociedad; la desconexión actual entre los tres sistemas; la promoción de una alfabetización científica de toda la sociedad —cultura científica—; la necesidad de divulgación de la Ciencia; la valoración del impacto de las políticas científicas sobre la sociedad; la necesidad de anticipar los cambios futuros mediante una visión prospectiva. Para ello proponíamos la incorporación a los currículos de contenidos actitudinales como: sentido ético de la vida; sentido de la responsabilidad; tolerancia con aspectos opinables; espíritu crítico en lo que se refiere a la aceptación de interpretaciones o modelos establecidos; conciencia de las propias cualidades y limitaciones; rigor científico e intelectual en el desarrollo del trabajo; objetividad en el análisis de la realidad; estado de alerta de formación permanente; versatibilidad para incorporarse a diferentes puestos de trabajo y disposición para el trabajo en equipo. También, reclamábamos la necesidad de facilitar capacidades para: la observación y análisis del medio natural; el estudio y comprensión de los fenómenos físicos; el establecimiento de órdenes de magnitud y su evaluación; la síntesis de la información procedente de datos de campo, laboratorio y gabinete; la integración en un estudio de los diferentes elementos naturales considerados; la identificación de causas de fenómenos
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o procesos y la definición de las leyes que les rigen; la modelización de cualquier tipo de proceso; el diagnóstico y la propuesta de alternativas de actuación o soluciones en relación a los mismos; la predicción del comportamiento de prototipos con base en el análisis de su modelo matemático; la relación de los conocimientos con la realidad social y económica de su entorno y la transmisión y divulgación de estos conocimientos. Durante el desarrollo de este Programa las opiniones de Emilio Muñoz fueron un referente y los conocimientos y experiencia adquiridos nos adentraron en el campo de «Las relaciones Ciencia, Tecnología y Sociedad».
Curso sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Innovación, UIMP (2000) En noviembre de 2000, el Prof. José Sanmartín Esplugues, Director de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) en su sede de Valencia, me encargó la dirección de un curso sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Innovación en cuya organización conté con la inestimable ayuda de Emilio Muñoz, por entonces Profesor de la Unidad de Políticas Comparadas del CSIC. El Seminario sobre «Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Innovación» trató de favorecer la apertura de la sociedad hacia la innovación, venciendo las reticencias que en algunas ocasiones existían sobre ella. Procuró asimismo concienciar a la juventud de que su vida iba a desenvolverse en un mundo cada vez más complejo y sujeto al cambio, persuadirles de que es posible convivir con la incertidumbre y favorecer en ellos una actitud abierta a los nuevos horizontes. También, propició un diálogo abierto entre todos los agentes implicados en el proceso de innovación: científicos, tecnólogos, empresarios, líderes sindicales, usuarios y comunicadores sociales, presentando, de la forma más transparente posible, las oportunidades y los riesgos de las nuevas tecnologías, dejando patente que hay una interdependencia entre todos los agentes, «todos precisamos de los demás». Entre todas las ponencias recuerdo la de Emilio Muñoz relativa a «La política de la innovación y sus desafíos» en la que presentó los resultados del proyecto CONVERGE de la UE, que había tratado de correlacionar la influencia de la innovación con la convergencia económica de las regiones menos favorecidas de Europa. La evaluación de las políticas
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de innovación en España permitió a Emilio Muñoz afirmar que en nuestro país no habían existido políticas explícitas de innovación y que España no poseía un Sistema Nacional de Innovación tal y como el concepto es definido, entendido y aplicado. Las empresas innovadoras en España, pequeñas y medianas, representan un porcentaje inferior al europeo y realizan su actividad de I+D innovadora con sus propios recursos y esfuerzos, con poca interacción entre ellas y con limitada colaboración con el sector público. Los indicadores españoles de inversión en I+D eran inferiores a la media europea y mostraban una gran heterogeneidad regional. Madrid, Cataluña y el País Vasco superaban en mucho a las restantes Comunidades Autónomas. De esta valoración, que planteaba una situación peculiar de España, no cabía concluir que las políticas de innovación fueran innecesarias, sino al contrario, se percibían como instrumentos fundamentales para competir en un mundo cada vez más exigente. Por todo ello, Emilio Muñoz terminaba su ponencia con la pregunta clave: ¿Se puede sobrevivir por mucho tiempo sin disponer de Sistemas de Innovación?
La Difusión de la Ciencia Española en Latinoamérica (1995-1996) Dentro del Programa de actos que configuraron el Encuentro Cultural España-Centroamérica, celebrado en Guatemala del 13 al 25 de febrero 1996, patrocinado por los Ministerios de Cultura de España y Guatemala, tuvo un lugar destacado la Exposición Libros de España de la que fueron Comisarios Carlos García Gual y Emilio Muñoz. La selección bibliográfica exhibida, compuesta por algo más de cuatro mil libros y un número amplio de revistas de pensamiento y cultura, trató de servir de muestra de la importante producción editorial española. Al mismo tiempo, propició el conocimiento de la actividad literaria, académica y científica publicada en español. La difusión conjunta de la obra de los científicos españoles unida a la de las grandes figuras de la literatura actual fue, desde el comienzo de estas Exposiciones, iniciativa de Emilio Muñoz. Junto a los Libros de España viajábamos un grupo de escritores y científicos que dictamos diversas conferencias y participamos en mesas redondas y debates junto con nuestros homólogos guatemaltecos. Tuve el
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honor de impartir, en este encuentro, una conferencia sobre «La sociedad global ante el desarrollo» y formar parte de una mesa redonda sobre «El desarrollo científico y técnico» en la que también tuvieron una participación activa: Vicente Larraga, Alfredo Cadenas, Eduardo Suger, Francis Aguirre, Jorge Mario Solares y Emilio Muñoz. Fue una experiencia muy interesante por el momento político que vivía Guatemala pues, en febrero de 1996, acababa de ser elegido Presidente Álvaro Arzú Irigoyen, quien propició la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera entre el Gobierno de la República de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca que puso fin a 36 años de guerrillas armadas. En las fechas del encuentro se acababa de instaurar la normalización democrática en Guatemala y había un sano afán de abrirse al mundo y un gran interés por conocer la situación cultural de España y sus avances científicos.
El Capítulo Español del Club de Roma (1989-2006) En febrero de 1989 Emilio Muñoz fue cooptado como miembro del Capítulo Español del Club de Roma, su carrera científica y sus preocupaciones tanto en el campo de la política científica como en las políticas sociales le hacían ser un candidato muy valioso. La misión del Club de Roma es la de actuar como catalizador global del cambio, sin intereses políticos, ideológicos o empresariales. Contribuir a buscar la solución del conjunto de los problemas políticos, sociales, económicos, tecnológicos, medioambientales, psicológicos y culturales a los que se enfrenta la humanidad. Para ello, asume una perspectiva global, de largo plazo e interdisciplinaria, reconociendo la creciente interdependencia de las naciones y los problemas de la globalización que superan la capacidad individual de los países. Emilio Muñoz compartía estos principios, y desde el primer momento colaboró en diferentes iniciativas. En febrero de 1995, fue miembro destacado de un grupo de trabajo, que elaboró un informe sobre «El escándalo del subdesarrollo: hacia un nuevo modelo de desarrollo humano, ecológico y económico». En septiembre de 1998 pasó a formar parte de la Junta Directiva y su opinión quedó reflejada en la programación de ciclos de conferencias como el desarrollado sobre las «Prioridades de la Nueva Educación» en el que se trataron temas como: La educación y cultura científica; la di-
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vulgación científica: un punto de encuentro entre los científicos y los medios de comunicación; la ética en la investigación científica; la responsabilidad de formar ciudadanos; el aprendizaje continuo en la sociedad del conocimiento; una educación dinámica al servicio de la sociedad global, entre otros. Actualmente, está colaborando en debates sobre cuestiones tales como: la medicina del futuro; las migraciones internacionales; la democracia participativa; el conflicto de las identidades; el impacto de la crisis energética; la pobreza, etc. En todos estos debates se integran las perspectivas científicas con las preocupaciones sociales y en ellos, una vez mas, las aportaciones de Emilio Muñoz son fundamentales. En estos breves comentarios he querido destacar la capacidad creadora y organizativa de Emilio Muñoz. Puede decirse que ha actuado de motor de la política científica española y catalizador de la política social. Su trayectoria profesional ha sido un ejemplo de buen hacer, riguroso, imaginativo y constante, pero sobre todo, de excepcional compañero y amigo. He tenido la suerte de contar con su amistad y me ha dado la oportunidad de compartir proyectos únicos, desde estas páginas le hago público mi agradecimiento y respeto.
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Europe represents an important dimension in the career of Emilio Muñoz, who can be ranked among the scientists, high-level scientific officials and scholars who helped to build a Europe of research. Emilio Muñoz’s work and career are threefold: they cover science, research policy and reflexion on science and science policy. In these three fields, particularly the latter two, Europe and European issues were (and still are) high in the list of his activities, his concerns and his achievements.
European science As a scientist working in biochemistry and molecular biology, Emilio Muñoz both took advantage of, and contributed to the impressive dynamism of European research in life sciences in the 70’s, which stemmed from the creation of EMBO (European Molecular Biology Organisation), some years before. At the beginning of the 80’s, he will be elected member of EMBO, an organisation to which he warmly paid tribute later. In a short piece published at the occasion of the 40th anniversary of EMBO, in 2004 («EMBO: Forty Years as companion to a professional career»), Emilio Muñoz express strongly his personal debt, and the debt of Spanish researchers in general, towards this European organisation: «EMBO has
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helped Spanish experimental biologists in their journey from the scientific periphery to the centre of international recognition. This applies to my personal trajectory».
European research policy Emilio Munoz’s involvement in European affairs increased and became far more significant at the time when his career shifted to research policy, which is the moment he was called to exercise responsibilities in Spanish science policy. As it is well known, from 1981 to 1991, Emilio Muñoz held successively several high-level positions in the Spanish scientific Civil Service. This period of time coincides precisely with the years, firstly during which Spain was preparing its entrance into the European Union, then which followed immediately its adhesion, in 1986. For Spanish scientists and Spanish research, this major historical development represented at the same time a shock, an opportunity and a challenge. Credit must be paid to Emilio Muñoz for the way he achieved to manage successfully this welcome but difficult transition, by ensuring a smooth entrance of Spain in European research, and helping Spanish researchers and research organisations to fully incorporate in their activities the European dimension.
Spanish research in the aftermath of Spain’s adhesion to the EU Let’s develop a bit this important point. There are exactly 20 years that Spain adhered to the European Union. As for other countries which joined in the decades following the signature of the Treaty of Rome in 1957, notably Ireland and Portugal, the adhesion had a strong impact on scientific and technological development and the associated public policies. For the recent entrants in the European Union it is too early to tell, but it is expected that the effect will be the same, in view of the strong incentive and normative framework that Europe creates for national S&T policies. During the period following the adhesion, Spain experienced an evolution in several areas related to its S&T policy: increase in budget and personnel, efforts towards decentralization of R&D, adjustment in
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priorities, better insertion in the international context. All these elements have constituted a springboard for achieving the current strong position of Spain on the international and European scene. Some figures illustrate this evolution1: The Government appropriations for R&D grew from 0.27% of the GDP in 1983 to 0.55% in 1990. In absolute terms, this corresponded to an evolution from 471 Millions ECU2 in 1983 to 2.05 Billions ECU in 1993. These appropriations represented 1.33% of the current and capital expenditure of the Central Government in 1983, going to 2.38% in 1990. The total personnel engaged in R&D grew from 60,000 in 1988 to 72,000 in 1991, the increase being most notable in business enterprises, followed by government and as a distant third Higher Education Traditionally, Madrid and Barcelona have been the two poles for R&D; together, they represented in the early 80s more than 60% of the total Spanish effort. In the period following adhesion, there were efforts for enhancing regional S&T capability. Economic and social cohesion constitutes one of the requirements under the EU Treaty. The major contribution to cohesion in the field of R&D was and has continued until now to come from the Structural Funds and notably the European Regional Development Fund. With regard to regional R&D itself, Spain used this opportunity in a fairly restrained way in comparison to other EU countries, both in regions under objective 1, i.e. regions with development lagging behind, and under objective 2, i.e. regions severely affected by industrial decline. Between 1989 and 1993, for objective 1 regions, the contribution was rather modest; 2% of the money allocated through the structural funds went to R&D related activities (5.5% for Portugal, Italy 4.9%, 4% for Ireland). For objective 2 regions, the proportion was somewhat higher, 9.7%, but again it was lower than in many other countries: 20.9% for Italy, 14.1% for Germany, 13.3% for Belgium, 12.8% for Denmark. Spain used more extensively the STRIDE programme aimed at improving the regional capability to carry out research and at fostering innovation. From 1990 to 1993, Spain used nearly 300 Millions ECU under STRIDE, the largest figure in the EU 12 (33% of the total pro1 The European Report on Science and Technology Indicators 1994, Report EUR 15897 EN. 2 ECU was a EU currency unit used before the introduction of the euro.
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gramme), Italy as distant second used only 200 Millions ECU. The creation of regional innovation agencies and of centres for the transfer of research results (OTRI) testify for the strength of the impulse so given. Globally, the analysis of the figures for the increase in the number of scientists and engineers engaged in R&D at regional level, be it for business enterprises, government or higher education, as well as R&D expenditures within the regions, reveals that Galicia, País Vasco, Comunidad Valenciana and Castilla-León enjoyed the fastest development in this respect. The role of business enterprises in Spanish R&D has often been underestimated: as early as 1988, they represented 57% of the R&D expenditure to be compared to 24% for government and 19% for higher education. In terms of total personnel engaged in R&D, the proportions were, again in 1998, respectively 40%, 23% and 37%. This early involvement of industry paid dividends as the growth of high-tech exports between 1986 and 1992 reached 139%, the highest growth among European countries. Another indicator of the interest in industrial research is given by the evolution of the breakdown of government R&D appropriations by socioeconomic objectives. In 1983, research financed from general universities funds and non-oriented research dominated the breakdown, more than 20% each, followed by production, distribution and rational use of energy with 10%, the remaining 9 sectors shared the remaining 50%. In 1993, the breakdown had changed, research financed from general universities funds increased to 25%, non-oriented research decreased to 10%, industrial production and technology jumped to 10% while defence grew to more than 10%. Protection and improvement of human health as well as agricultural production and technology became significant with 5% each, production, distribution and rational use of energy decreased to a few %. In general, these evolutions led to a breakdown closer to the one experienced by the Europe of the 12, indicating some convergence towards a European S&T policy. How did position Spanish R&D position itself on the international scene? Even before the adhesion to the European Union, links were fairly strong and this explains that at the beginning of the 90s, 12.5% of all national publications were internationally co-authored, well above the EU 12 average of 8.3%.
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The EU programmes aimed at the exchange of scientists contributed to increase this international context notably through the SPES (economic sciences) fellowships and the HCM (Human Capital and Mobility) bursaries. The two-way flow of scientists was somewhat unbalanced as exemplified by the HCM programme where 16% of the fellows came out of Spain while only 5% went to Spain. Through subsequent efforts, the Spanish S&T community became a major player on the European scene and beyond. The analysis of the participation of Spain in the second (1987-1991) and third (1990-1994) EU Research Framework Programmes helps in the understanding of the impact of the adhesion. In terms of links with other European countries, the most frequent partners in shared-cost actions of the second Framework Programme were France (20%), United Kingdom and Germany (10-15%) followed by Italy and Belgium. The third Framework Programme was characterized by an increase in intraSpanish collaboration while the links with the preferred partners remained fairly stable, indicating in some way the additional role of EU Framework Programmes in reinforcing links between actors in the same Member State. Spain did not rely excessively on the EU Framework programmes for ensuring its S&T development. While for Greece and Ireland, the proportion of shared-cost funds obtained in the second and third Framework Programmes related to the total civil R&D appropriations was as high as 10 to 20%, Spain was together with Denmark, Netherlands and the United Kingdom, in the group bracketed between 2.5 and 5%. In the second Framework programme, the greatest beneficiaries were the public and private research laboratories with 33% of the EU funding, followed by higher education establishments (25%), SMEs (22%) and big companies (20%). There was the some shift in this precedence during the third Framework Programme with higher education establishments taking clearly the lead with 35% followed by public and private research laboratories (30%), SMEs (20%) and big companies (15%), indicating the increased role of higher education on the R&D scene. Emilio Muñoz has not only experienced this period of dynamic change, but was an active protagonist of this evolution in his various positions. It should be added that within the 10 years, from 1985 to 1988, which coincide the most narrowly with Spain’s entry into the EU, Emilio Muñoz was member of CREST, the EU committee for scientific and
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technological research which advises both the European Commission and the Council of Ministers in research policy matters. This represented for him an opportunity to make a series of useful and fruitful contacts, both in the EU institutions and among his homologues from other Member states. They helped him to enrich further his knowledge of European research, and to acquire an even more recognised European stature.
European thinking on science and research policy But maybe it’s as a scholar, in the field of reflexion and thinking about science and research policies, through many studies, analyses and reports, that Emilio Muñoz contributed the most to the development of a true European spirit, and a strong European community in science. Emilio Muñoz written output is, as we know, quite impressive: a flow of books, articles, contributions to collective publications, etc. They cover several subjects closely linked, but considered each time from a singular viewpoint: Spanish science, in particular in life sciences and molecular biology; Spanish science system and research policy; Bioethics and «Biopolitics»; Biotechnology, its promises, the possible risks associated with it and its public perception, etc. Often, these subjects and issues are addressed by Emilio Muñoz in their European dimension, in a European perspective and from a European viewpoint. Within this production and the various contributions on European issues written by him sometimes alone, sometimes in collaboration with other scholars, one can distinguish two major clusters. The first one concerns research policy, in its regional, national and European dimensions: «Roles of regional, national and European policies in the development and catching up of Less Favoured Regions» (2001); «New Socio-Political Environments and the dynamics of European Public Research Systems» (2002); or the recent «El espacio común de conocimiento en la Unión Europea: Un enfoque al problema desde España» (2005). The second deals with Biotechnology, Bioethics and, more broadly, the relations between science, society, politics and culture in Europe. One can mention in this respect, for instance: «Problems in the analysis of the public’s perception of Biotechnology: Europe and its contradiction», or the contributions from Emilio Muñoz to conferences (and books) on dif-
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ferent aspects of the relationships between science and culture in Europe: «Science, Law and Ethics in Europe», «Industrial History and technological Development in Europe» (on the history of European pharmaceutical research), etc. These conferences were organised in the framework of an initiative launched at the time by the then European Commissioner for research, Antonio Ruberti. Indeed, from the moment he started linking Spanish research with European research policy and European institutions, Emilio Munõz has been regularly involved in initiatives from the EU; and he was continuously in touch with Commission officials and services, for which he serves as a knowledgeable and reliable interlocutor, in particular as far as Biotechnology research and research policy are concerned. Besides many other contributions, he took part, for instance, in the experts panels in charge of evaluating two EU research programmes in the fields of, respectively, life sciences (the BRIDGE programme) and prospective and analysis (the MONITOR programme). And he is currently involved in «The Biotechnology for Europe Study», a major initiative from the Seville-based Institute for Prospective Technological Studies (IPTS) of the EU Joint Research Center.
An outstanding example of European awareness Whatever aspect of Emilio Muñoz’s activities and realisations we consider, Europe appears having formed both a continuous background for them, and a substantial component of their content. In his triple capacity and role of scientist, high-level responsible for national research policy, and analyst of science in a young democracy and a newcomer country in the European Union, Emilio Muñoz made of Europe a dimension of his work in a way which could serve today as an example for countries currently in a situation comparable to the one in which Spain was twenty years ago.
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Introducción Conocí al Prof. Muñoz hace ya más de 25 años cuando él desempeñaba el cargo de Director General de Política Científica en el entonces Ministerio de Universidades e Investigación. En 1988 me ofreció la posibilidad de trabajar en la recién nacida Secretaría General del Plan Nacional de I+D y en 1991 la de trasladarme al Consejo Superior de Investigaciones Científicas como responsable de la puesta en marcha del Servicio de Comunidades Europeas. A lo largo de estos años los aspectos humanos y materiales de la política científica española han variado sustancialmente, tanto en términos de recursos dedicados a este capítulo de la agenda pública como a la percepción de la ciencia por parte de la sociedad. El quehacer incansable del Prof. Muñoz ha contribuido en gran manera a estos resultados y estoy convencida de que su «primera piedra» —la Ley de la Ciencia— supuso un punto de no retorno que hizo posible el considerable avance producido desde entonces en el ámbito público de la ciencia en nuestro país. También fue siempre un firme defensor de la participación de nuestro personal científico y técnico en los Programas Marco de la Unión Europea, primero como promotor de la intervención española en el diseño de las políticas de I+D europeas cuando fue Secretario General del Plan Nacional y, más tarde, ya Presidente del CSIC, como creador de una unidad específica de apoyo a la participación en esas actividades comunitarias.
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Quiero finalizar esta introducción contando una pequeña anécdota. El Prof. Muñoz y yo solíamos discutir (como se suelen discutir estos temas en España, con gran vehemencia) sobre la edad en la que las neuronas de un científico dejaban de ser fructíferas. Yo sostenía que la creación del conocimiento es atemporal y él me replicaba que la etapa productiva de un investigador era relativamente corta. Bien, creo que ha quedado demostrado quién llevaba razón: las neuronas del Prof. Muñoz gozan de muy buena salud, no solo por su capacidad para producir materialmente, sino por la ilusión y la motivación que ha puesto en todo aquello que ha emprendido y que, estoy segura, emprenderá en esta nueva etapa de su vida.
¿Una política comunitaria de I+D? Veinte años después de nuestro ingreso en la Unión Europea, en un mundo de mercados globalizados y de un flujo casi desmedido de bienes y servicios, la investigación se ha convertido no sólo en impulsora del progreso tecnológico sino en un «bien económico» per se. Comparados con las nuevas economías emergentes, los países occidentales industrializados con alto nivel de salarios respecto a aquellas, saben que sólo mediante el progreso científico y tecnológico podrán imponerse en los mercados mundiales y garantizar a sus ciudadanos el bienestar económico y social de forma duradera. En una palabra: si un país no invirtiera en investigación estaría condenado a la dependencia, no solo económica sino política. Este pensamiento que ahora nos parece tan actual ya estaba entre las preocupaciones de los padres fundadores de la Comunidad Europea, así que la necesidad de un esfuerzo europeo conjunto en ciencia y tecnología ha venido presidiendo, con mayor o menor fortuna dependiendo de las prioridades políticas del momento, el proceso evolutivo de la Unión Europea. Y no podía ser de otra forma. A finales de los años 40 Europa acababa de salir de una guerra devastadora y quedaba a merced de las dos potencias hegemónicas mundiales —Estados Unidos y la URSS— ambas queriendo inclinar la balanza hacia su lado. Por ello, el programa planteado a principios de los años cincuenta por Jean Monnet y el denominado Comité de Acción para la puesta en marcha de los Estados Unidos de Europa ya contemplaba estrategias para la creación de una Comuni-
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dad Tecnológica Europea que permitiera, por un lado, la independencia de ambas potencias en sectores tan básicos para la reconstrucción como el carbón y el acero y, por otro, que impulsara el sector agrícola y energético para garantizar el abastecimiento de la población y de la industria europeas y evitar la dependencia técnica y económica en sectores vitales. En 1951, se logra el primer objetivo con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) que puso bajo una única dirección la producción europea de estos dos bienes básicos. El segundo objetivo llevó algo más de tiempo puesto que se trataba de construir una Comunidad sin fecha de caducidad (el Tratado CECA tenía una duración de 50 años) pero finalmente el 25 de marzo de 1957 se firmaron los Tratados de Roma que constituyeron la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM). En el contexto que nos ocupa, mientras que el Tratado CEE sólo hacía referencia explicita a la investigación en agricultura1, y únicamente para lograr los objetivos definidos para la naciente política agrícola común, el Artículo 2 del Tratado EURATOM establecía como uno de los deberes de la Comunidad «…el desarrollo de la investigación y la difusión de los conocimientos técnicos generados». Estos inicios motivaron que en las décadas de los años 50 y 60 la investigación desarrollada desde las instituciones europeas tuviera una orientación marcadamente sectorial, centrada específicamente en los campos de la energía nuclear, la agricultura, y el carbón y el acero; y siempre sin autonomía propia, como un efecto secundario de políticas comunes, como la de agricultura y pesca, o como consecuencia de la necesidad del fortalecimiento de sectores estratégicos para Europa. El año 1974 constituye un hito en la carrera hacia una política científica comunitaria al adoptar el Consejo de Ministros europeo cuatro resoluciones en el campo de la ciencia y la tecnología que sentarían las bases de lo que más tarde serían los Programas Marco: — Coordinación de las políticas nacionales y definición de proyectos de interés para la Comunidad en áreas de ciencia y tecnología. Con este fin se crea el Comité de Investigación Científica y Técnica (CREST)2, formado por representantes de los Estados miembros y de la Comisión. 1 Art. 41 : « .... una eficaz coordinación de los esfuerzos emprendidos en los sectores de la formación profesional, investigación y divulgación de conocimientos agronómicos, que podrá comprender proyectos o instituciones financiados en común ...» 2 Comité en el que el Prof. Muñoz fue representante fundador.
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— Colaboración de la Comunidad en el establecimiento de una Fundación Europea de la Ciencia (ESF) comprometida con el desarrollo de la investigación básica. — Creación de una política de ciencia y tecnología propia que debería integrar los programas de investigación ya establecidos junto con proyectos específicos acometidos por la Comisión. — Estudiar el desarrollo de Europa en los siguientes 30 años y establecer foros permanentes para la prospectiva y la evaluación tecnológica. Estas resoluciones darían lugar a una serie de programas de investigación independientes concentrados en seis grandes áreas temáticas: energía, recursos, medio ambiente, condiciones de vida y trabajo, servicios e infraestructura, e industria. Las actividades de investigación se ejecutarían mediante acciones directas, llevadas a cabo por el Centro Común de Investigación3 y se financiarían completamente mediante el presupuesto general de las Comunidades como reflejo de una política de I+D propia; acciones indirectas, llevadas a cabo por empresas, universidades y centros de investigación públicos o privados de los estados miembros y en las que la Comunidad correría con el 50 por 100 de los gastos y, finalmente, por medio de acciones concertadas, en las que la Comunidad sólo financiaría la coordinación de la investigación y la difusión de los resultados. Estas dos últimas acciones reflejaban el deseo de que los Estados miembros compartieran los costes con objeto de impulsar la coordinación de las políticas nacionales.
Los programas marco de I+D A pesar de las dificultades para la puesta en práctica de estas iniciativas debe recordarse que a finales de los años 70 y principios de los 80 Europa vivía momentos en que la «unión de los pueblos europeos…» prevista en los Tratados fundacionales parecía perfectamente alcanzable y ello influía en todos los ámbitos. Así en 1983 haciendo uso una vez más
3 El Tratado EURATOM estableció que la Comisión debía crear un Centro Común de Investigación Nuclear y una Oficina de Medidas en el ámbito nuclear y definir sus actividades para asegurar que los programas de investigación, cuya ejecución era competencia de la Comisión, se llevasen a cabo.
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del Art. 2354 del Tratado CEE, pero sin soporte jurídico porque no se había previsto esa posibilidad, se adopta el I Programa Marco de I+D comunitario. El I Programa Marco (1984-1987) se organizó en siete líneas de investigación que deberían distribuirse un presupuesto total de 3.750 MECUs y que aunque reiteraban las líneas de actuación anteriores (promoción de la competitividad agrícola e industrial; mejora de la gestión de los recursos energéticos y de las materias primas, así como de las condiciones de vida y trabajo y de la eficacia del potencial científico y técnico de la comunidad) suponían un paso trascendental, al situar bajo una misma rúbrica los antiguos programas independientes hasta entonces dispersos en diferentes capítulos del presupuesto de la Comunidad. El fundamento jurídico llegó con la adopción en 1986 del Acta Única Europea (AUE) que sentó las bases de lo que en el Tratado de Maastricht se denominaría la unión política europea, la «unión de los pueblos de Europa» perseguida desde los Tratados fundacionales. Y entre esos aspectos cabe destacar la inclusión de un Título dedicado a la política científica y tecnológica comunitaria lo que permitirá la continuación del esfuerzo común y la adopción del II Programa Marco de I+D (1987-1991) con una dotación financiera de 5.396 MECUs y con un cambio en las prioridades: la energía, sobre todo la nuclear, deja paso a las tecnologías de la información y de las comunicaciones que son ya el leiv motiv de los planes estratégicos de las naciones occidentales más desarrolladas5. Así pues, una vez asegurada la independencia europea en materia alimentaria y energética, surgía el fomento de la competitividad de la industria europea, especialmente de las grandes empresas europeas dedicadas a las tecnologías de la información y de las comunicaciones, como justificación de la existencia de los Programas Marco; pero, por otro lado, la comunidad científica europea, más preocupada por la excelencia científica que por la competitividad, deseaba tener un marco comunitario en el que encajasen iniciativas científicas que por razones de diversa índole
4 «Cuando una acción de la Comunidad resulte necesaria para lograr, en el funcionamiento del mercado común, uno de los objetivos de la Comunidad, sin que el presente Tratado haya previsto los poderes de acción necesarios al respecto, el Consejo, por unanimidad, a propuesta de la Comisión y previa consulta al Parlamento Europeo, adoptará las disposiciones pertinentes». 5 Como muestra, el lanzamiento por parte de Francia del Programa Eureka en respuesta a las actividades de investigación llevadas a cabo por Estados Unidos dentro de la Iniciativa de Defensa Estratégica promovida por la Administración Reagan en 1984.
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(no siempre económicas) no tuvieran cabida en el ámbito de la actuación nacional. De esta forma, a finales de los años 80 el principio de subsidiariedad6 se convierte en hipótesis de trabajo de la actuación de la Comunidad Europea en todas aquellas actividades en las que los Estados miembros no le han cedido su soberanía. El debate acerca del sentido de la acción comunitaria en I+D no había hecho más que comenzar. La influencia de la doctrina constitucional alemana permite una extrapolación de signo positivo de las competencias federales: si la Comunidad puede intervenir mejor que los Estados miembros entonces debe hacerlo, aunque los Estados ya hayan tomado, cada uno independientemente, las medidas apropiadas. El desacuerdo provocó las reticencias de diversos Estados miembros sobre la conveniencia de aumentar los fondos dedicados a este fin dentro del presupuesto comunitario. Como consecuencia, el III Programa Marco de I+D (1990-1994) inicia su andadura aumentando apenas su dotación ya que pasa de 5.396 a 5.700 MECUs (lo que supone una disminución real debido a la inflación). Sin embargo, en 1992 tal como el propio Programa Marco prevé, una cláusula de revisión aumenta su dotación hasta 7.300 MECU. Pero hay un factor más importante y es que, frente a orientaciones anteriores, cambia la proporción relativa de las prioridades en términos presupuestarios: desde una visión marcada por la producción de tecnologías se busca transformar mejor y más rápidamente el potencial científico y tecnológico en innovaciones social y económicamente rentables. Es la denominada paradoja europea lo que motiva el cambio en las estrategias comunitarias. No cabe duda de que comparándolos con los de sus principales competidores —Estados Unidos y Japón— los resultados científicos europeos son excelentes, pero sus resultados tecnológicos, industriales y comerciales en los sectores punta, no sólo no avanzan en la misma medida sino que se deterioran. En este contexto, el propio Tratado de la Unión Europea (Tratado de Maastricht, 1992) obligaba a replantear la política de ciencia y tecnolo6 Originariamente el principio de subsidiariedad nace del catolicismo europeo de finales del siglo XIX y principios del XX y su formulación actual como principio se debe al Papa Pío XI en 1931. Aunque la AUE tímidamente lo deja ya entrever su redescubrimiento se produce en 1990 cuando Jacques Delors lo introduce en los textos que habrían de conducir a la Unión Europea. El Tratado de Maastricht en 1992 lo consagra como un principio constitucional de la integración europea.
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gía con el fin de afrontar de mejor modo los desafíos de la competitividad internacional. Entre las novedades, se establece como objetivo de la Comunidad «...fortalecer las bases científicas y tecnológicas de la industria europea y favorecer el desarrollo de su competitividad internacional». Y para cumplir con este objetivo el TUE define una serie de acciones que deberán realizarse mediante la ejecución de un programa marco plurianual y que fijan el ámbito conceptual que a partir de ese momento va a regir los posteriores Programas Marco: — Ejecución de programas de investigación y desarrollo tecnológico y demostración en los que se promueva la cooperación entre las empresas, los centros públicos de investigación y las universidades; — Promoción de la cooperación en I+D con terceros países y organizaciones internacionales; — Difusión y explotación de resultados; — Estímulo a la formación y a la movilidad de los investigadores en la Comunidad. Los efectos de estos cambios se verán ya en el IV Programa Marco (1994-1998) ya que la definición de prioridades tecnológicas constituye una de las principales novedades, concentrándose en tecnologías genéricas que puedan ser útiles —directa o indirectamente— a la mayoría de los actores industriales y al conjunto de la sociedad. Además, al ajustarse los nuevos proyectos a un inédito procedimiento integrador, investigación-innovación-mercado, la consecuencia inmediata es la exigencia de una mejora de las redes público-privadas de explotación y difusión de los resultados. Por primera vez se unen en un sólo programa común todas las acciones de I+D que venía ejecutando la Comisión Europea a través de diversas actuaciones y, finalmente, se realiza un esfuerzo financiero considerable y el presupuesto pasa de 5.700 MECU a 13.215 MECU. Un nuevo debate se inicia con el V Programa Marco (1998-2002) y es el relativo a la importancia de la coordinación de las políticas nacionales de ciencia y tecnología, en el sentido de una mayor consistencia entre las primeras y la política comunitaria tal y como establecía el Tratado de Ámsterdam. Se trata de un Programa Marco de transición con un muy escaso incremento de la dotación presupuestaria que se eleva a 14.960 MECU.
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El espacio europeo de investigación En enero de 2000 la Comisión Europea publicó una comunicación titulada «Espacio europeo de la investigación»: orientaciones para las acciones de la Unión en el ámbito de la investigación (2002-2006). Este documento es consecuencia de las conclusiones del Consejo Europeo de Lisboa como respuesta al hecho constatado de la progresiva disminución en el esfuerzo en investigación dentro de la Unión Europea. En síntesis, el Espacio europeo de la investigación trata de alcanzar los siguientes objetivos: — Disminuir la fragmentación del esfuerzo investigador en la UE mediante una mejor coordinación e incrementar su eficacia y eficiencia aumentando la masa crítica, compartiendo conocimientos e infraestructuras y mejorando la difusión de los resultados. — Promover la inversión existente en I+D añadiendo la inversión privada y nacional ya que la UE no gasta suficiente en I+D (1,97 por 100 del PIB frente al 2,59 por 100 de EEUU) y llegar a alcanzar un gasto público en I+D de la UE del 0.96 por 100 del PIB (cerca del objetivo del 1 por 100). — Ampliar el ámbito de actuación mediante el lanzamiento de nuevas iniciativas y el refuerzo de las que se han llevado a cabo con éxito. — Abordar nuevos desafíos en I+D, como el incremento en los costes de la investigación y la emergencia de nuevos campos de actuación. — Fortalecer la estrategia de Lisboa para lograr el objetivo de convertirse en la economía basada en el conocimiento más dinámica del mundo. De esta forma, la Comisión Europea dio el pistoletazo de salida y avanzó un paso no solo hacia una política comunitaria de investigación y desarrollo tecnológico entendida en términos complementarios, sino en torno a un auténtico espacio común en el que los «Programas Marco deben vincularse de forma más estrecha a las acciones nacionales y a las iniciativas de cooperación europea intergubernamental. Sus medios financieros deberán coordinarse en mayor medida con los de otras fuentes de financiación públicas o privadas». Como consecuencia, en el diseño y aplicación del VI Programa Marco (dotado con 17.883 MEUROs) se tuvieron en cuenta tres dimensiones
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fundamentales: la dimensión de coherencia global de la cooperación científica y tecnológica europea; la dimensión regional, mediante la creación de redes y la consideración de las especificidades territoriales, y la dimensión internacional, estableciendo cooperaciones y movilizando las capacidades científicas y tecnológicas de la Unión al servicio de la comunidad internacional. Además de los instrumentos tradicionales de ejecución, las Redes de Excelencia y los Proyectos Integrados, los consorcios constituyen la mayor novedad y, en aras de la simplificación, disfrutan de una mayor autonomía a la hora de llevar a cabo el programa de trabajo o de distribuir la financiación de la UE.
2007-2013: un nuevo reto En junio de 2004 la Comisión hizo pública una nueva comunicación7 en la que puso de manifiesto que el programa marco es víctima de su propio éxito. Las expectativas despertadas han hecho que se reciban miles de propuestas como respuesta a las distintas convocatorias. Sin embargo, el presupuesto del VI Programa Marco sólo ha permitido seleccionar como media una de cada cinco propuestas (en alguna de las áreas temáticas, una de cada diez) y, algo aún más preocupante, se considera que solo el 50 por 100 de los proyectos considerados de alta excelencia científica van a recibir financiación comunitaria. La Comunicación añade que «…la capacidad de Europa para transformar los conocimientos en productos y servicios, principalmente comerciales, y en éxitos económicos, no es suficiente». De nuevo la paradoja europea: mientras que las empresas europeas obtienen 170 patentes por año y millón de habitantes, las empresas de Estados Unidos consiguen 400 y el déficit comercial de la Unión para los productos de alta tecnología es de alrededor de 23.000 millones de euros anuales8. A la vista de todo ello, la Comisión Europea propuso un sustancial aumento de fondos para el VII Programa Marco (más de 73.000 MEUROs). Además propuso que su duración fuera de 7 años en lugar de 5, en paralelo a la de los Acuerdos Interinstitucionales que regulan el sec-
7 «La ciencia y la tecnología, claves del futuro de Europa —Orientaciones para la política de apoyo a la investigación de la Unión» 8 Comisión Europea, Estadísticas sobre la ciencia y la tecnología en Europa, edición de 2003.
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tor presupuestario de la Unión lo que permitiría negociar mucho mejor su presupuesto en el futuro. Finalmente, su diseño gira en torno a seis objetivos esenciales: — Crear polos de excelencia europeos por medio de la colaboración entre laboratorios. — Lanzar iniciativas tecnológicas europeas. — Estimular la creatividad de la investigación fundamental mediante la competencia entre equipos a nivel europeo. — Hacer Europa más atractiva para los mejores investigadores. — Desarrollar infraestructuras de investigación de interés europeo. — Reforzar la coordinación de los programas nacionales de investigación. Después del largo debate habitual en estos casos, en agosto de 2006 se ha llegado a un acuerdo entre las instituciones comunitarias y aunque el VII Programa Marco no ha sido formalmente adoptado por el Consejo y el Parlamento Europeos, finalmente dispondrá de 50.521 MEUROs y se organizará en torno a cuatro programas específicos: 1. Cooperación: actividades de investigación de colaboración transnacional en diez áreas temáticas: Salud; Alimentación, Agricultura; Pesca y Biotecnología; Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC); Nanociencias, nanotecnologías, materiales y nuevas tecnologías de producción; Energía; Medio Ambiente (incluido el cambio climático); Transportes (incluida la aeronáutica); Ciencias socioeconómicas y Humanidades; Espacio; y Seguridad. 2. Ideas: investigación fundamental dirigida por un Consejo Europeo de Investigación9 cuya misión será la de promover la excelencia como base para el progreso social, cultural y tecnológico en Europa, mediante la financiación de la investigación de alta calidad en todos los campos de la ciencia, incluidas las ciencias sociales y las humanidades. 3. Personas: acciones Marie Curie y otras iniciativas destinadas a promover la formación, la movilidad y el desarrollo de las carreras de los investigadores en Europa. 4. Capacidades: uso y desarrollo de las infraestructuras de investigación; desarrollo y fortalecimiento de las capacidades de innovación de las PYME; desarrollo de agrupaciones de investiga9
European Research Council (ERC) en su denominación inglesa
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ción regional (regiones del conocimiento); mejora del potencial de investigación en las regiones de convergencia de la UE; mejora de la integración de la ciencia en la sociedad; promoción de la cooperación internacional.
A modo de epílogo Los Programas Marco de I+D acaban de cumplir veinticinco años y cabe preguntarse si han cumplido o no el papel para el que fueron creados y, si al séptimo, a punto de empezar, le debería seguir un octavo. Lo cierto es que a lo largo de estos años han desempeñado un papel importante en el desarrollo de la base del conocimiento europeo y han contribuido notablemente a reducir la distancia entre investigación, desarrollo e innovación. También han permitido la generación de conocimientos nuevos y la mejora en la formación y consolidación de las redes entre organizaciones. No obstante, su contribución directa a innovaciones con potencial suficiente para llegar a los mercados mundiales ha sido modesta, aunque en esto comparte la «distinción» con las contribuciones de las políticas nacionales de I+D, con la diferencia de que la producción de innovaciones concretas nunca ha sido el objetivo básico del programa marco, centrado en el fortalecimiento del sistema europeo de investigación en su conjunto. Considerado todo ello y si tenemos en cuenta las limitaciones presupuestarias de los programas marco10, podría razonarse que las luces pesan más que las sombras. Con todos sus defectos es lo que tenemos y hay que aprovecharlo. Hagamos, pues, un esfuerzo, utilicemos la experiencia adquirida y consigamos que nuestra participación en el futuro Programa Marco sea mayor y más eficiente. La masa crítica y la ilusión no nos faltan.
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En promedio menos del 5 por 100 del gasto público total en IDT en la UE.
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Con la mochila al hombro El corazón de Europa está en el Euregio1: región formada por un triángulo con vértices en las históricas ciudades de Maastricht, Aquisgrán y Lieja. Sobre su campiña se desparrama Blegny Trembleur cuyas entrañas están perforadas por las galerías de la última mina de carbón cerrada en Bélgica y donde, el ruido de los martillos neumáticos y de las vagonetas cargadas de antracita de hace un cuarto de siglo, ha sido reemplazado por el griterío de los escolares y las voces de los turistas que las visitan hoy. Allí nace en 1925 Jean Marie Ghuysen, galardonado, entre otros muchos honores belgas e internacionales, por el Premio de las Ciencias Albert Einstein 1997 que otorga el Consejo Cultural Mundial. Su primer contacto con la ciencia tiene lugar en la rebotica de la farmacia de su padre, a quien ayuda a recoger y analizar las muestras de agua de los pozos de la zona. Veintidós años más tarde se licencia en Farmacia y, cuatro años después, se doctora en Química. Su espíritu inconformista y curioso dirige los actos de su vida, hasta su fallecimiento en 2004. Adolescente aún, colabora activamente con la resistencia a la ocupación nazi 1 Región carolingia entre los ríos Mosa y Rihn, creada en el año 1976 en el marco de la cooperación transfronteriza entre las provincias del Limburgo holandés y belga, la comunidad alemana de este país y las provincias de Lieja y Aquisgrán.
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de su país e intenta, sin éxito, enrolarse en la marina; su curiosidad de joven científico le lleva a estudiar las causas de la mortalidad debida al desarrollo de los mecanismos de resistencia de las bacterias por la utilización masiva de antibióticos. Movido por esa preocupación, dirige su actividad investigadora, en el departamento de Bacteriología de la Universidad de Lieja, hacia la determinación de la estructura química de las paredes celulares bacterianas. Sus trabajos despiertan gran interés en la comunidad científica internacional y atraen a su laboratorio a buen número de investigadores de distintos países y disciplinas: biólogos moleculares, bioquímicos, químicos de proteínas, genetistas, enzimólogos y otros. Uno de ellos es el joven doctor en Farmacia Emilio Muñoz (también hijo de farmacéutico), el cual se integra en el equipo de investigación de Ghuysen entre los años 1964 (data de creación de la Organización Europea de Biología Molecular EMBO) y 1967 como contratado postdoctoral. Eso le permite participar en el descubrimiento más importante realizado hasta entonces en este campo: la estructura de la pared celular bacteriana constituida como un polímero desconocido al que se denomina peptidoglicano. Las contribuciones científicas de Emilio Muñoz de esa época están recogidas, entre otras publicaciones, en cuatro artículos de la revista Biochemistry2 de la American Chemical Society de los que es co-autor junto a su maestro y a otros investigadores de diversas instituciones extranjeras. En 1969 regresa al departamento de Bacteriología durante dos meses como profesor visitante, dando continuidad a una presencia activa en el marco europeo de investigación, la cual estará siempre presente en su vida profesional y personal. Unas veces en el proscenio y otras en el foro de la política científica europea.
2 Emilio Muñoz, Jean-Marie Ghuysen et al. «Structural variation in bacterial cell wall peptidoglycans studied with streptomyces F, endo-N-Acetylmuramidase». Biochemistry. ACS. vol. 5, nº 10, October 1966. Emilio Muñoz, Jean-Marie Ghuysen, et al. «Cell walls of streptococus pyogenes, type 14» Biochemistry. ACS. vol. 6, nº 12, December 1967. J. F. Petit, E. Muñoz y J. M. Ghuysen. «Peptide cross-links in bacterial cell wall peptidoglycans studied with specific endopeptidases from Streptomyces albus G».Biochemistry, 5, 1966. E. Muñoz, J. M. Ghuysen, et al. «The peptide subunit N-(L-alanyl-D-isoglutaminyl) —L-Lysyl-D—Alanine in cell wall peptidoglycans of Staphyococcu aureus. Copenhagen, Micrococcus roseus R27 and Streptococcus pyogenes, group A. Type 14», Biochemistry, 5, 1966.
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Pero esta descripción esquemática de la primera jornada de un largo y fructífero viaje por Europa, quedaría incompleta sin mencionar aquí los dos grandes éxitos de Emilio en el terreno familiar, en co-autoría con Angeles van den Eynde: su contribución al crecimiento de la población liégeoise con el nacimiento de su hijo Víctor (actualmente un brillante biólogo molecular de la Universidad de Maryland) y la gestación de su entrañable hija Ana. Durante los dos lustros siguientes, Emilio Muñoz continúa desarrollando su tarea investigadora (y docente) en el campo de la bioquímica de membranas en el Instituto de Biología Celular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y en otros centros españoles y extranjeros. De su valiosa contribución al avance del conocimiento en este campo, se ocupan otras partes de este libro.
Parada y fonda Desde finales de 1975 hasta el término de la primera legislatura del gobierno socialista en 1986, tienen lugar en España una serie de acontecimientos políticos importantes cuyos efectos se dejan sentir sobre la actividad científica y tecnológica: desde la toma de conciencia de los propios investigadores sobre su papel en la nueva sociedad democrática, a su demanda de participación en la elaboración de las decisiones que le afectan, pasando por la conformación de un nuevo marco legislativo, estructural y de funcionamiento de la política científica y tecnológica nacional. En ese contexto, Emilio Muñoz pone a disposición de la administración de la ciencia, su compromiso político, su capacidad intelectual, sus conocimientos teóricos en materia de política científica, así como la experiencia práctica adquirida como vocal electo por el área de Biología y Biomedicina de la Comisión Científica del CSIC durante el periodo 1978-1980, y como miembro de la Comisión Mixta del Ministerio de Universidades e Investigación (MUI) y el CSIC. En esta tarea, entre otros asuntos, participa en la acción desarrollada por dicha comisión para hacer frente a los intentos de algunas Comunidades Autónomas de absorber los institutos del Consejo con sede en sus territorios. Intentos que reaparecerán, más tarde, bajo formas diferentes. De su colaboración en aquellas comisiones con Alejandro Nieto, a la sazón Presidente del CSIC, surge su nombramiento de Vicepresidente del
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Organismo, encargado de los temas de política científica. Desempeña este puesto hasta que se ocupa de la Dirección General de Política Científica y de la Secretaría General de la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT) del primer gobierno socialista, desde finales de 1982 hasta su regreso al CSIC como Presidente del mismo en 1988. Durante esos seis intensos años, Emilio Muñoz ejerce sus funciones siguiendo las directrices de José María Maravall, sin duda alguna, el mejor ministro que ha tenido la investigación española en el último cuarto de siglo pero, cuya salida del gobierno (a pesar de su extraordinaria contribución al ordenamiento educativo, universitario e investigador), nunca fue explicada ni, mucho menos, entendida. Con su marcha se emprende, una vez más, el camino de regreso de la ciencia y la tecnología al lugar marginal de las agendas políticas en el que solían situar estos asuntos los gobiernos españoles. La investigación científica y el desarrollo tecnológico en España nunca ha sido una prioridad política sostenida en el tiempo. Cierto es que en los programas electorales de los partidos políticos, y en los discursos de investidura de los candidatos a la Presidencia del Gobierno, se hacen referencias (más o menos comprometidas, más o menos elaboradas) a la importancia de la investigación científica y de la innovación tecnológica para el progreso económico y social del país, pero su traducción en medidas de gobierno concretas y eficaces suelen ser, generalmente, tardías e insuficientes. Como la realidad de la investigación española muestra tozudamente: los recursos humanos y financieros son escasos, la cohesión entre los órganos de diferente nivel es débil y, la vertebración institucional, organizativa, programática y funcional, es inestable. Como se ha tenido ocasión de comprobar recientemente, una actividad que, como la I+D, requiere sosiego y planificación a medio y largo plazo, se ve sometida a frecuentes cambios que parecen responder más bien a razones coyunturales que estratégicas, o más personales que programáticas3. Tam-
3 Entre 2001 y 2005 ha habido, sucesivamente, tres Ministros de Ciencia y Tecnología, dos de Educación y Ciencia, cuatro Secretarios de Estado de Universidades e Investigación y cinco Secretarios Generales de Política Científica. Al mismo tiempo, aparecen, desaparecen o se modifican sustancialmente las funciones y composición de los órganos de primer nivel, entre ellos, la Comisión Delegada del Gobierno, la Comisión Interministerial (CICYT) que más parece una asamblea de altos cargos que un órgano operativo de planificación y coordinación interdepartamental, son olvidar tampoco, el frecuente cambio de responsabilidades y funciones del Ministerio de Educación y Ciencia en este campo.
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poco parece razonable que se lancen iniciativas de política científica e innovación tecnológica cuyos objetivos, métodos de ejecución, recursos financieros, etc. se realizan, prácticamente, al margen conceptual, metodológico e instrumental de la ley marco4 para el fomento y la coordinación general de la investigación científica y técnica, y del vigente Plan Nacional de I+D+i. Eso es lo que parece haber ocurrido con el reciente proyecto de ley de investigación biomédica, o el Programa Ingenio 2010, cuya finalidad y proceso de elaboración tanto recuerda al seguido, veinte años atrás, por la ley sanitaria y por el programa «Nuevas tecnologías, economía y sociedad en España» de Manuel Castell. Es sabido que la política española (contrariamente a lo que curre con el atletismo nacional) se siente más cómoda con la práctica de los esfuerzos intensos y las distancias cortas, que con los más moderados pero sostenidos en el tiempo. Los planes de desarrollo del último decenio de la dictadura franquista establecieron unos incipientes instrumentos de planificación y financiación de la investigación y desarrollo5. No obstante, el gobierno democrático es el que, por primera vez en nuestro país, atribuye el mayor rango gubernamental al responsable de la política de investigación con la creación del efímero MUI, lo que, desgraciadamente, no le salva de que la política científica nacional se vea afectada también por la inestabilidad política, económica y organizativa de los últimos gobiernos de la Unión de Centro Democrático (UCD). Diecisiete años más tarde se repite la experiencia con la creación del igualmente efímero Ministerio de Ciencia y Tecnología (MCYT), conformado con la mera agregación aritmética de partes de los tradicionales ministerios de Educación y Ciencia, de Industria y Energía y de Fomento. Entre esos dos intentos tienen lugar los casi tres lustros de gobierno del partido socialista, en cuyas dos primeras legislaturas se diseña y materializa el gran cambio normativo, estructural, organizativo y financiero de la política científica y tecnológica del país. Al mismo tiempo, se amplía y consolida la participación de las entidades y grupos más competitivos de los sectores de investigación y empresarial españoles, en los marcos internacionales de cooperación científica y tecnológica. 4 Ley 13/1986 de fomento y coordinación general de la investigación científica y técnica. BOE de 18 de abril de 1986. 5 Comisión Delegada del Gobierno para la Política Científica, Fondo Nacional para el desarrollo de la investigación científica, Comisión Asesora para la Investigación Científica y Técnica (CAICYT), o la creación el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI).
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En la formulación y puesta en marcha de una política científica y tecnológica en España de ese periodo juega un papel fundamental un reducido grupo de personas, entre las que ocupa un lugar destacado Emilio Muñoz, cuyo empeño principal fue (con)vencer a la arraigada «mayoría de (…) responsables económicos y políticos de nuestro país, tanto en lo público como en lo privado (los cuales) son unos descreídos acerca de los beneficios que puede reportar el desarrollo científico y tecnológico»6. El primer ministro de Educación y Ciencia del gobierno socialista, José María Maravall, en su comparecencia ante el Senado en abril de 1983, señala los siguientes puntos débiles de la investigación en España: — «Escasos presupuestos totales dedicados a la investigación (0,45 del PIB, frente al 1,5 por 100 de media de los países de la OCDE), y de la aportación del sector privado (20 por 100 frente al 55 por 100 de los países europeos). — Escasez de recursos humanos: 16000 investigadores censados por la DG de Política Científica (20/100.000 habitantes, frente a 120 de la CEE). — Descoordinación y entrecruzamiento funcional entre los diferentes niveles y entidades con competencia en materia de I+D, lo que disminuye aún más la eficacia de los dos factores anteriores». Inmediatamente después de tomar posesión de sus cargos, los responsables del MEC emprendieron algunas reformas organizativas y funcionales de carácter específico y urgente, en el marco de una estrategia política para la modernización del país. Por ejemplo: se optimiza la integración de la CAICYT en el MEC (bajo la presidencia del Ministro y la secretaría del Director General de Política Científica) que había llevado a cabo el MUI; se duplica el presupuesto del Fondo Nacional para el desarrollo de la investigación científica y técnica entre 1982 y 1986; se potencian los recursos y los procedimientos de evaluación y seguimiento de las actividades financiadas por el Fondo Nacional y de la Dirección General de Política Científica (en particular, del Plan de Formación del Personal Investigador) ponderando los criterios de mérito científico, prioridad y oportunidad; además, España se reincorpora a la organización europea para la investigación nuclear (CERN), se crean los Centros Nacionales de Microelectrónica y Biotecnología; el Centro para el Desa6 Emilio Muñoz. «Investigación científica y desarrollo tecnológico: España y el furgón de cola». Temas para el debate, nº 140. Julio 2006.
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rrollo Tecnológico industrial (CDTI) se convierte en una entidad de derecho público; se incrementa significativamente el número total de investigadores; y se regula la actividad investigadora contractual en las universidades (artículo 11 de la Ley de Reforma Universitaria). Pero el gobierno es consciente de la insuficiencia de esas medidas. Así lo reconoce el Presidente de Gobierno al afirmar que «es preciso encauzar mediante una reforma institucional (la) coordinación (y) un presupuesto único (para la investigación y el desarrollo)», y el ministro Maravall cuando declara que «todas esas acciones se han venido sosteniendo exclusivamente en una voluntad política que precisa de un necesario apoyo legal y de una clara concreción institucional». Al mismo tiempo, se abre un debate sobre el modelo más conveniente a seguir para la planificación y organización de la ciencia y la tecnología en España: espontáneo u orientado. Los objetivos de ambos son difícilmente compatibles, sin embrago, ese dilema es abordado conciliadoramente (actitud que ambos vienen practicando con eficacia a lo largo de los años) por Emilio Muñoz y Alfredo Pérez Rubalcaba7, en un informe conjunto en el que sostienen que: «en la consecución de este difícil equilibrio radica una de las principales dificultades de toda política científica. De ello se deriva que su objetivo principal consista en armonizar los dos movimientos, procurando que el mayor o menor peso de uno u otro pueda fluctuar en el tiempo —y en cada disciplina— a la par que se persigue la ínter-fertilización, con el consiguiente aumento en vitalidad de las dos proposiciones. «Así pues, la política científica se enfrenta a una contradicción: mientras que el movimiento científico es renuente a toda estructuración, la política requiere una organización rigurosa. En eso consiste precisamente la ciencia de la ciencia». Por su parte, Maravall interviene en el debate8 afirmando que «España se orientó en su momento hacia un modelo espontáneo; pero no, como cabría suponer, por criterios de eficacia y competitividad, sino debido a la fuerte incidencia de influencias y actuaciones individualistas y de intereses compartidos que ignoraron los verdaderos problemas sociales y económicos de la nación y las posibilidades de fomentar y desa-
7 Entonces Director del Gabinete de la Secretaria de Estado de Universidades e Investigación, Carmina Virgili 8 José M.ª Maravall «La reforma del sistema Ciencia-Tecnología ante la crisis». Mundo Científico, nº 46, vol 5, 1985.
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rrollar la investigación científica en un país de las características de España. «Esta opción se ha revelado a todas luces errónea. No solo por los vicios de origen antes señalados, sino por que la aplicación de ese modelo a una estructura de investigación tan extremadamente débil en recursos financieros y humanos, no favorece sino el caos. Es decir, los dos males principales del sistema español: falta de recursos y descoordinación». Esto lleva al gobierno a considerar seriamente la necesidad de crear algún tipo de instrumento que se encargue de elaborar los planes de política científica y tecnológica, en los que se concreten, entre otros aspectos relevantes para la acción plurianual, los siguientes: programación de las acciones horizontales a largo plazo (formación de personal investigador, por ejemplo), creación y estimulación al uso de infraestructuras científicas singulares, realización de proyectos en áreas prioritarias de actuación (integradores de capacidades y recursos científicos, tecnológicos e industriales) y, finalmente, explotación económica y social de los resultados alcanzados por la investigación. Los responsables de la política científica de aquellos años eran conscientes de las dificultades que entrañaba la determinación de líneas prioritarias de investigación y, consecuentemente, de la atribución discriminatoria de los escasos recursos disponibles a algunas áreas del conocimiento. Cuando menos, esa política reabría la vieja polémica sobre la validez de la determinación de prioridades para la consecución de objetivos económicos e industriales, pero que se considera inapropiada para satisfacer los fines científicos, al mismo tiempo que provocaba la controversia entre las escuálidas plantillas investigadoras de los centros especializados en las líneas de trabajo prioritarias y el colectivo investigador mayoritario cuyos trabajos se financiaban, normalmente, con los parcos recursos públicos que, a modo de subvención básica institucional, se distribuían según el principio del café para todos. Los primeros efectos de esa política selectiva se percibirán en la dotación de becas y la financiación de proyectos por áreas de interés. A lo largo de los años 83 y 84, el MEC llevó a cabo una labor de recopilación y tratamiento de la información, de los diferentes indicadores del sistema español de ciencia-tecnología que sirvió para identificar (con precisión cuantitativa y cualitativa) las deficiencias del llamado sistema de I+D. Sobre esa base, se abrió un intenso proceso de negociación, concertación y colaboración entre los diferentes servicios de los ministerios competentes y activos, en este campo.
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La elaboración de la ley de la ciencia fue una tarea harto difícil por las suspicacias y temores de algunos departamentos ministeriales respecto una eventual merma de sus competencias (como suele reaccionar habitualmente cualquier administración ante las propuestas de reforma administrativa). Esta actitud dificultaba la necesidad de conciliar el objetivo programático del partido socialista de poner la investigación al servicio de las demandas socio-económicas nacionales, con el hecho de que la entidad responsable de liderar ese proceso fuese un ministerio que, como el MEC, era considerado por algunos miembros del gobierno de entonces (y de los posteriores): excesivamente académico, endogámico, elitista e ignorante de la realidad socio-económica del país. A pesar de recaer bajo su dirección tres de las seis instancias más importantes (imprescindibles) del sistema investigador español: la Dirección General de Política Científica, la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT) y el CSIC; además de gestionar el 50 por 100 de los fondos públicos dedicados a financiar las actividades de I+D y que, en sus centros de investigación y de enseñanza universitaria, realiza sus trabajos el 75 por 100 de los científicos y tecnólogos del sistema español de investigación científica, desarrollo tecnológico e innovación industrial. Merced al empeño y a los buenos oficios de Maravall, Emilio Muñoz, Pérez Rubalcaba, principalmente, y del apoyo definitivo del propio Vicepresidente el Gobierno, Alfonso Guerra, al cabo de dos años se consiguió alcanzar un acuerdo sobre un texto legislativo de bases para el fomento y la coordinación general de la investigación científica y técnica (según la terminología constitucional). Aunque algunos aspectos importantes para la organización de la ciencia y la tecnología en España se quedaron en el tintero, con la ley de la ciencia se aborda, por primera vez en nuestro país, la ordenación e impulso de todas las actividades (de iniciativa pública) relacionadas con la generación, transmisión y aplicación de los conocimientos científicos y tecnológicos. Además, se definieron diferentes mecanismos de relación política, administrativa, organizativa y financiera entre sus agentes, y se estableció el Plan Nacional de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico como el instrumento en el que se concretan los objetivos a cubrir, las líneas prioritarias de actuación, los modos de intervención, los recursos destinados a su realización, y los órganos responsables de la gestión de los programas de investigación. Una vez alcanzado el objetivo político de la aprobación de la ley de la ciencia había que gestionar adecuadamente sus programas y acciones,
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en todas las fases del proceso: desde la realización de estudios y análisis prospectivos hasta el establecimiento de acciones para la explotación social y económica de los resultados de la investigación. Según algunos, gestionar la investigación es un arte. Según otros, cuando menos es necesario poseer una habilidad especial para hacer posible el funcionamiento correcto de un sistema complejo en el que intervienen elementos de gestión financiera, administrativa, logística o de personal, al servicio de objetivos de políticas (complementarias) tan diversas como la científica, tecnológica, industrial, social o cultural. Comoquiera que la mayoría de los responsables de los servicios públicos encargados de llevar a cabo esa labor carecían entonces de una larga experiencia en la materia, los éxitos alcanzados, como ha reconocido la propia comunidad científica, habría que atribuírselos a la convicción, entrega y, por qué no, habilidad con las que desempeñaron sus misiones. Durante el primer mandato del gobierno socialista, la CAICYT continuó siendo la principal fuente de financiación de la investigación libre, no programada y seleccionada según criterios exclusivos de calidad. La línea de actuación más relevante del Fondo Nacional para el Desarrollo de la Investigación que gestionaba la Comisión Asesora, consistió en las siguientes actuaciones: lanzamiento de un programa para la creación y desarrollo de infraestructuras científicas y tecnológicas, reconducción de algunos programas especiales que habían sido decidido en los últimos meses del gobierno anterior como nuevos programas movilizadores (el cambio de adjetivo no fue inocente), así como la redefinición de criterios y metodologías de la evaluación científica. Entre otras medidas, se realizó el cambio de ponencias, se extendió la aplicación del sistema de evaluación a las diferentes modalidades de financiación, perfeccionamiento de las bases de justificativas de la aprobación/ denegación de la financiación de proyectos, etc. La estrecha colaboración entre el MINER (direcciones generales de Innovación Industrial y Tecnológica, y Electrónica e Informática), el CDTI, el MEC (Dirección General de Política Científica) y CAICYT posibilitó, entre otros resultados: la creación del Centro Nacional de Microelectrónica, lo que propició la concentración de los investigadores de este ámbito en tres sedes principales y el fomento de las líneas de trabajo de interés industrial, la creación del Centro Nacional de Biotecnología cuya estrategia consistía en «desarrollar una misión más coherente del uso de la tierra y la gestión integrada del sistema de recursos renovables», así como la formación de especialistas y la colaboración interinstitucional.
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Además, se toma la decisión de reingresar en la Organización CERN (de la que España formó parte entre los años 1961 y 1968) lo que facilita el acceso a las grandes instalaciones científicas del Centro a los 150 investigadores en Altas Energías (principalmente de las universidades y la Junta de Energía Nuclear, JEN) que estaban desarrollando una labor científica de calidad, pero que carecían del equipamiento necesario para realizar sus trabajos experimentales. Esa decisión también permitió a la industria española participar en las licitaciones del Centro para la fabricación del equipamiento industrial y civil de sus instalaciones. Hay que mencionar, también aquí, la consolidación de las inversiones en investigación astrofísica, antártica y oceánica, la transformación del CDTI en una Entidad de Derecho Público, la convergencia de muchas actividades, hasta entonces independientes, de la Dirección General de Política Científica y de la CAICYT, y las iniciativas emprendidas para la mejora de los recursos humanos de investigación. Uno de los pasos más importantes para la potenciación de la investigación en España en los años 80 era la elaboración y desarrollo de un Plan de Formación de Investigadores9 que, partiendo del conocimiento preciso de las necesidades reales existentes10 condujese al rejuvenecimiento de las plantillas de investigadores mediante el incremento general del número de científicos y tecnólogos, así como para facilitar el personal científico y técnico necesario en los centros de investigación de nueva creación: microelectrónica, biotecnología, materiales avanzados y otros. Pero ya se sabe que los gobiernos suelen reservar algunas decisiones/sorpresas para el periodo final de su mandato, con lo que se condicionan la capacidad de acción del gobierno entrante (al menos en su primera legislatura). Comoquiera que el ámbito de la ciencia y la tecnología no se libra tampoco de esa (mala) práctica, cuando no quedaba tiempo real para su tramitación parlamentaria (ni legislativa ni presupuestaria) el último gobierno de UCD envía a las Cortes un proyecto de ley sobre el fomento de la investigación que, lógicamente, decae un mes más tarde, 9
Arturo García Arroyo. «Formación de Investigadores en España: hechos y omisiones». Mundo Científico, nº 43. Febrero 1985. Arturo García Arroyo y Roberto Fernández de Caleya «La incorporación de investigadores al sistema I+D en España». Informe interno. 1 de septiembre de 1986. 10 Hasta los inicios de esta década no se elaboró un primer registro de este personal investigador con el número de pre y posdoctorales por institución, área científica y línea de investigación. Ese registro continuó actualizándose a lo largo de la década de los ochenta.
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a la par que decide aumentar un 60 por 100 la dotación individual de las becas de formación de personal investigador y ampliar su duración de tres a cuatro años. Esta fue una decisión muy bien acogida por los beneficiarios directos de la misma —muchos de ellos eminentes científicos y docentes hoy día— pero que vino a complicar gravemente la cantidad de nuevas becas que se podían conceder, razonablemente, en las convocatorias previstas para el año 1983, y a dar satisfacción a los compromisos que se habían contraído con los becarios de los años anteriores. Hasta la elaboración del Plan de Formación, la situación respondía, al modelo espontáneo tradicional que, en este caso, se caracterizaba por los siguientes aspectos: número insuficiente de investigadores en formación para las necesidades existentes, escasa dotación económica de las becas en sus diferentes niveles, como consecuencia de la proliferación de convocatorias abiertas por diversas entidades promotoras (tanto en el sector público como en el privado), sin cohesión alguna entre ellas, en cualquier área del conocimiento11, difícil homologación entre ellas en términos de calidad y rigor de sus criterios y procedimientos de selección, así como, por último, el aumento de los costes de gestión y disminución de la capacidad de negociación con las organizaciones cooperadoras extranjeras. Ese conjunto de iniciativas podría resultar beneficioso para la relación que, presumiblemente, debería existir entre los intereses de la entidad que convoca y las perspectivas de empleo que esta ofrecería. Pero, cuando la disponibilidad de recursos económicos del sistema de I+D en general, y el dedicado a la formación de investigadores en particular, es tan escasa como en el caso español, ese modelo abierto resulta especialmente negativo. Un aspecto también importante es la carencia del número de doctores con una experiencia adecuada para integrarse en el sistema de I+D a corto plazo. Hasta hacía pocos años, el principal esfuerzo en esta línea del MEC se concentraba en conseguir que los nuevos doctores adquirieran un nivel óptimo de su capacidad investigadora en centros extranjeros: Programa general de becas post-doctorales en el extranjero, programas colaborativos del MEC con la Comisión Fulbright, el British Council o el Ministerio Francés de Investigación y Tecnología, por ejemplo, jun-
11 Desequilibrios cuantitativos de personal formado por área científica con riesgo de desatención a campos de interés socio-económico prioritarios: 27,3 por 100 en biomedicina, 36,4 en humanidades y sociología, 6,8 por 100 en ciencias de la ingeniería y tecnología en general, y el 4,1 por 100 en las y tecnologías agrarias en particular.
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to a otros programas de similares características de entidades públicas y privadas de ámbito nacional, autonómico y local. La CAICYT lanzó en 1986, en coordinación con las tradicionales becas de reincorporación de la Dirección General de Política Científica, una iniciativa de financiación de estancias temporales en el extranjero para jóvenes doctores, muy similar a la que, quince años más tarde, convoca el MCYT bajo la rúbrica de Programa Ramón y Cajal para la contratación temporal de doctores en universidades y centros públicos de investigación. Del mismo modo que en este programa, en aquella iniciativa se contemplaba la incorporación temporal a grupos españoles de investigación de: — científicos extranjeros de valía reconocida que hayan obtenido el grado de Doctor en los últimos siete años, cuando por la singularidad de sus conocimientos puedan aportar una colaboración cualificada el esfuerzo de investigación y desarrollo tecnológico realizado por los grupos españoles mencionados. — Científicos españoles recientemente doctorados que quieren incorporarse a centros de máxima calificación diferentes de aquellos en los que realizaron sus labores de estudio e investigación de doctorado. En ambas iniciativas existía, también, la posibilidad de recibir una ayuda institucional para gastos de acogida del investigador (medio millón de pesetas anuales de 1986). Por último, otra iniciativa emprendida por la Dirección General de Política Científica que dirigía Emilio Muñoz para la modernización del sistema investigador español tiene relación con la política de documentación e información científica y técnica. Este es un instrumento de apoyo imprescindible para la realización de la investigación que demandaba un desarrollado urgente y decidido. Con el fin de contribuir a la formulación de una política adecuada y necesaria de este sector, a partir de los resultados de una evaluación correcta de la situación real en España, la Subdirección General de Información Científica y Técnica abrió un extenso debate en el que participaron todas las partes implicadas: autores, editores de publicaciones científicas primarias, creadores y distribuidores de bases de datos, bibliotecarios y archivistas, y usuarios de la información. Aplicando un modelo matricial de trabajo, se elaboraron unas Directrices del Plan IDOC 1983-1986, en las que se analizaron en profundidad los siguientes aspectos: formación de especialistas, investigación en bibliometría, y sensibilización al uso de la información en los diferentes soportes.
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La primera consecuencia práctica de esa iniciativa fue la atribución de una ayuda financiera anual a partir del año 1984, a los vicerrectorados de investigación y a los OPIs, con objeto de elaborar el índice de todas las publicaciones científicas que se recibían entonces en esos organismos (bibliotecas centrales, de facultad y de departamento) a fin establecer un sistema integrado de intercambio de información y préstamo, así como la elaboración del elenco de proyectos de investigación que se estaban realizando, independientemente de su fuente de financiación. Esto último podría considerarse el embrión/gen de las actuales oficinas de transferencia de conocimientos de estas entidades.
Hacia el espacio común de investigación A lo largo de las dos décadas de vigencia de la ley de la ciencia se han producido importantes cambios en el marco internacional que han influido directamente en algunos aspectos relevantes de la política española de I+D+i. Por ejemplo: en los métodos de organización y gestión de la investigación y de la innovación; en las metodologías para la identificación de necesidades, selección de prioridades y atribución de fondos, según criterios de mérito y oportunidad; el desarrollo de una cultura de cooperación internacional e interinstitucional entre los organismos y grupos de investigación, así como la integración de grupos españoles en consorcios ejecutores de proyectos mucho más ambiciosos científica, tecnológica y financieramente que los que podrían abordarse en el ámbito nacional12 exclusivamente. Entre los cambios más relevantes que se han producido en el marco internacional durante los veinte años de vigencia de la Ley, está: la incorporación de España a las Comunidades Europeas como miembro de pleno derecho y, contemporáneamente, la modificación de los Tratados por la aprobación del Acta Única en la que se establece (también por primera vez en el ámbito comunitario) el marco legal y normativo de la política científica y tecnológica común; la participación española en las iniciativas de cooperación intergubernamental en ciencia y tecnología de 12 Los retornos económicos de la participación española en los seis programas marco de la UE, alcanzan una cantidad superior al 10 por 100 de las inversiones totales en investigación y desarrollo de los presupuestos generales del Estado, durante el mismo periodo de tiempo. No obstante, con ser esto importante, los retornos científicos y tecnológicos de esta actividad contienen, posiblemente, un mayor valor añadido.
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ámbito mundial (Estación Espacial Internacional (IESS), Large Hadron Collider (LHC), ITER, Cambio Global, o Galileo) y europeo (Agencia Europea del Espacio (ESA), CERN, EMBO, Sincrotrón Europeo de Radiación (ESRF), Instituto Laue-Langevin (ILL), o la Empresa Aeronáutica Europea (EADS); y la reciente incorporación de los países de la Europa central y oriental a la Unión Europea como consecuencia de la desaparición de la Unión Soviética. En todas esas acciones, el impulso institucional y el esfuerzo personal de Emilio Muñoz fueron fundamentales para su materialización. Con ello, no sólo daba satisfacción a su arraigada vocación europeísta, sino que contribuía al cumplimiento del objetivo gubernamental de impulsar la participación de las instituciones científicas, tecnológicas y empresariales españolas en las iniciativas internacionales, y a favorecer el progreso del conocimiento científico en Europa como miembro, elegido por cooptación, de la Organización Europea de Biología Molecular (EMBO) y del International Council of the Scientific Organisations (ICSOPRU), desde principios de los ochenta. En colaboración con la Dirección General de Innovación del MINER trabaja intensamente en conseguir la instalación en España de un centro de referencia asociado al Centro Internacional de Genética y Biotecnología que había creado ONUDI-UNIDO en 1983. Aunque ese propósito no fue coronado por el éxito, los esfuerzos realizados dieron origen a la creación del Centro Nacional de Biotecnología (CNB) que tantas y valiosas aportaciones a esa disciplina lleva realizando desde su origen. Bajo su dirección personal, se realizaron los estudios de oportunidad/viabilidad, y se elaboró la propuesta, de incorporación de España al Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBOLAB) de Heidelberg, Alemania, donde se han formado y realizado investigaciones varios prestigiosos investigadores españoles en este campo. Como miembro del comité de altos funcionarios responsables de investigación en los estados miembros (CREST) entre los años 1985 y 1988, fueron notables sus aportaciones al diseño y puesta en práctica de las acciones de política científica y tecnológica de las Comunidades Europeas, en particular: el II Programa Marco de Investigación y Desarrollo, del artículo 137 dedicado a la investigación del Acta Única con el que, por primera vez la política científica y tecnológica europea se incorpora de facto a los Tratados, y del análisis de las políticas comparadas de I+D de los países comunitarios (COPOL), proyecto que desgraciadamente no tuvo la continuidad que hubiera sido conveniente mantener en el tiempo.
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Los investigadores y empresas tanto de las entidades públicas como privadas comienzan a participar en las convocatorias de los programas específicos del II Programa Marco desde primeros de enero de 1986. Dada la novedad del marco y la modestia de los recursos disponibles, así como de la competitividad internacional de los grupos de investigación españoles, no se esperaban resultados muy halagüeños. Sin embargo, la labor de difusión de la información de las oportunidades abiertas por el Programa Marco y el apoyo prestado por las instituciones españolas, en particular por el MEC y por el CDTI, hizo que la participación fuese más numerosa y con mayor impacto del que cabía esperar. Tal vez sea oportuno hacer aquí una breve reflexión/digresión sobre el papel que la Comisión Interministerial para la Ciencia y la Tecnología (CICYT) viene atribuyendo en los últimos años al CDTI, en el ámbito de los programas internacionales de investigación y desarrollo en los que España participa. La ley de la ciencia atribuye a ese Centro la función de asegurar los retornos científicos, tecnológicos e industriales de esa participación los cuales son, cada vez, más importantes en términos económicos dada la envergadura de los presupuestos asignados a esas acciones y, en consecuencia, a la magnitud de la contribución española a los mismos (Programas Marco de la Unión Europea, y organismos intergubernamentales referidos anteriormente). En ese aspecto, de las cinco fases principales en que se puede dividir el proceso de realización/gestión de estos programas: planificación, evaluación, ejecución, seguimiento y explotación de resultados, el papel que viene desempeñando el CDTI en la última es el más adecuado. Lo mismo podría decirse de su papel durante la fase de planificación: identificación de necesidades, selección de prioridades tecnológicas y estímulo a la participación. Pero, lo que parece menos evidente es la capacidad del CDTI para desempeñar eficazmente esas mismas funciones para el progreso general de la ciencia básica y aplicada en España, la formación de investigadores, o el diseño y uso de las infraestructuras científicas. Esas funciones no se ajustan adecuadamente a sus objetivos estatutarios, a su peritaje científico y técnico, ni, siquiera, a su sensibilidad/capacidad de interlocución institucional. Más bien parece que esa decisión es la consecuencia —actualizada— del permanente conflicto competencial, y de intereses, que existe entre los ministerios y usuarios académicos e industriales. La eficacia de la labor desempeñada por Emilio Muñoz en diferentes actividades de la política científica europea, hizo que fuese nombrado Presidente del Comité de Altos Funcionarios de las acciones COST (Co-
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operación Europea en el Campo de la Investigación Científica y Técnica) durante el periodo 1986-1990. Este es un marco de cooperación intergubernamental de carácter científico y tecnológico de todos los países europeos, al que se incorporaron, precisamente bajo su mandato, los países de la antigua Unión Soviética. Para ello contó con el decidido apoyo del inolvidable Director General de Investigación de la Comisión Europea Paolo Fasella, dado que la iniciativa no fue muy bien recibida por algunos servicios de la Comisión Europea, como el Centro Común de Investigación por ejemplo, ni por todos los estados miembros. Pero muy pronto se pudieron disipar todas las dudas, y todo el mundo se congratuló del resultado final, lo que vino a significar el primer paso concreto dado por la Comisión Europea hacia la incorporación plena de esos estados como miembros de pleno derecho de la Unión Europea. Paralelamente, bajo su presidencia del CSIC, se abre la primera oficina permanente del organismo en Bruselas, a cuyo frente —y único efectivo— se encontraba Ángel López Soler quien, con más empeño y entusiasmo que medios, estableció las primeras relaciones institucionales directas con los gestores de los programas comunitarios de investigación, entre los que se encontraba un pequeño número de españoles, los cuales recibieron con mucho interés las posibilidades de contacto personal que se abría entonces entre los servicios de la Comisión y el CSIC; además de tener la posibilidad de acceder, anticipadamente, a la información que sobre las acciones, procedimientos y criterios a aplicar, se encontraban en fase de elaboración por parte de los correspondientes servicios de la Comisión, así como de los grupos expertos y de trabajo, Entonces se negoció y firmó un convenio entre la Comisión Europea y el CSIC que posibilita la aplicación del 50 por 100 de los costes totales de la investigación, como aportación financiera de la Comisión Europea, a los grupos de investigación del Consejo que participan en los programas de investigación y desarrollo comunitarios. La aplicación de esta modalidad contractual al CSIC fue pionera en Europa, dado que el régimen general que se aplica a las universidades y a los organismos públicos de investigación —normalmente carentes de un sistema adecuado de contabilidad analítica para el cálculo real de costes— es del 100 por 100 de los costes marginales de la investigación. A partir del año 1991, Emilio Muñoz se reincorpora a las tareas investigadoras, enriqueciendo sus conocimientos científicos con la visión y experiencia adquirida en sus puestos de alta responsabilidad en materia de política científica y tecnológica. Desde entonces sigue participando en
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numerosas iniciativas europeas, sólo o en colaboración con expertos internacionales, realizando estudios, análisis, evaluaciones e informes de asesoramiento sobre políticas de investigación e innovación en el campo específico de las ciencias de la vida y de la biotecnología, o de carácter general sobre las políticas de convergencia científica en los países menos favorecidos, situación y tendencia de los recursos humanos, comparación de los sistemas públicos de investigación, o, en fin, haciendo valiosas aportaciones a las teorías de la gobernanza de la ciencia y a la construcción de un espacio común de investigación en Europa. Su notable contribución al diseño, formulación, y ejecución de la política científica europea ha sido reconocida en España y en otros países, con diversas e importantes distinciones y honores, como: Académico Correspondiente de la Real Academia e Farmacia, de la Academia Europea de las Ciencias y las Artes y de la Royal Swedish Academy of Sience, Miembro del Capítulo Español del Club de Roma, Doctor Honoris Causa de la Academia de Ciencias de la URSS, Commendatore de la Orden del Merito de la República Italiana y Chevalier de la Legion d’Honeur de la República Francesa. Además de las presidencias de numerosas sociedades y comisiones científicas nacionales e internacionales.
Coda Sabido es que la historia la hacen unas personas y, años después, la escriben otras. No siempre bien informadas/intencionadas. Con frecuencia, las ideas y los actos individuales (y colectivos) se difuminan en la bruma institucional y en el tiempo político. Por eso es bueno (y justo) que, de vez en cuando, se intente hacer aflorar el valor de las ideas y de los esfuerzos de las personas (con rostro y nombre concretos) que las pusieron al servicio de objetivos compartidos y el interés general. Para ello, no es necesario proceder con la meticulosidad, ni la especialización, con que se restauran las obras de arte. Pero, a veces, puede ser oportuno proceder a eliminar las partículas de polvo (y otras impurezas) que se depositan en las superficies y en las grietas; y a eliminar los trazos, las manchas y los barnices que se superponen en las memorias y en los tratados institucionales. Basta con que esa tarea se realice con honestidad, información y veracidad. En este sentido, la ciencia y la tecnología española (administración, instituciones y comunidad investigadora) se beneficiarían del re/conoci-
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De Lieja a Bruselas vía Madrid
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miento de la contribución valiosa que unas cuantas personas han realizado en favor del progreso de la ciencia y la tecnología en España (de su organización, fomento y gestión) en el primer decenio democrático. Entre ellas ocupa un lugar destacado Emilio Muñoz, con quien el autor tuvo la satisfacción de trabajar muy estrechamente desde principios de 1983 hasta mediados de 1987. Esto le permitió conocer su extraordinaria capacidad de trabajo, la lucidez de sus ideas y la honestidad de su actuación administrativa, política y personal; de lo que sacó enseñanza y provecho. Y de lo que, en este punto, quiere dejar constancia y expresar agradecimiento.
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En 1983 yo tenía 8 años y mi interés por la prensa se limitaba a los suplementos infantiles. Sin embargo, estoy seguro de que el artículo que el Profesor Emilio Muñoz publicó el 7 de septiembre en el diario El País me habría llamado la atención. Llevaba por título «Biotecnología, un tren que no hay que perder». Yo, por supuesto, no tenía la menor idea de lo que significaba la palabra biotecnología, pero me encantaban los trenes y la noticia de uno nuevo, ¡y tan importante!... hubiera despertado mi curiosidad. Lo cierto es que la lectura de aquel texto me habría defraudado tanto entonces, como me entusiasmó hace tan sólo unos meses, cuando tuve oportunidad de hacerme con él tras una búsqueda en los archivos de la Hemeroteca Nacional. La reflexión de Emilio, además de regalarnos la metáfora del tren (tantas veces repetida) fue uno de los primeros alegatos en la prensa a favor de una política científica moderna en España y, desde luego, la primera referencia explícita de un miembro del gobierno (Emilio era entonces Director General de Política Científica) sobre la importancia del sector biotecnológico... «En estos momentos es fundamental que España no vuelva a dejar pasar oportunidad de incorporarse al tren de las ciencias y tecnologías del futuro, y evidentemente, uno de estos dominios científicos es hoy el de la biotecnología.» ...Y la necesidad de apoyar, desde las instituciones, su desarrollo:
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«La compleja y penosa situación en la que se encuentra el sector exigen una reflexión rigurosa» Para valorar en toda su dimensión la visión de futuro y la valentía política que Emilio demostraba con sus palabras, debemos retroceder hasta el año 83 y recordar el contexto socioeconómico que vivía nuestro país. La agenda política de España estaba muy alejada de la actual y eran pocos los que se atrevían a defender la ciencia y el desarrollo tecnológico como un vector necesario (aunque no suficiente) para solucionar los problemas de nuestra economía: la elevada tasa de paro, la pérdida de competitividad y el aislamiento de Europa. A pesar de ello, hubo personas que, como Emilio, trabajaron en aquellos años para construir un Sistema Ciencia-Tecnología-Empresa en España. Lo hicieron con más ilusión que recursos y desde una situación de partida desoladora. La Ley de la Ciencia, que ahora cumple su veinte aniversario, fue el principal resultado de su trabajo y, además, el punto de inflexión a partir del cual nuestro país comenzó a remontar posiciones en el escenario de la excelencia científica tras un periodo oscuro de varias décadas. Todo esto lo sé porque lo he leído o me lo han contado, obviamente, conocí a Emilio muchos años después, en 1999. Justo entonces, yo acababa de renunciar a una beca del Plan Nacional de I+D (precisamente, uno de los instrumentos que se derivan de la Ley de la Ciencia) después de tres años de investigación predoctoral, y me encontraba en plena crisis de «identidad»: además de los trenes, la ciencia me había gustado desde que era niño y ya entonces (quizá antes de 1983), me imaginaba haciendo experimentos en un laboratorio. Por distintas razones en 1999 había decidido que la carrera científica no se adaptaba a mis expectativas y me preguntaba si sería posible seguir trabajando en la Ciencia sin ser investigador. Aquel año tuve la suerte de encontrar el Master de Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad de Salamanca, dirigido por otro de los artífices de la Ley de la Ciencia, buen amigo de Emilio (y actual Secretario de Estado de Universidades e Investigación), el Dr. Miguel Ángel Quintanilla. En ese foro, del que era profesor el Dr. Muñoz, descubrí (en palabras de Emilio) «el carácter poliédrico» de la ciencia en general y de la biotecnología en particular y la necesidad de abordar los retos científicos desde una óptica multidisciplinar. También constaté que era posible trabajar en biotecnología desde fuera del laboratorio y que este reto había resultado atractivo a biólogos
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moleculares de la talla de Emilio Muñoz, hasta el punto de reorientar su actividad hacia las ciencias sociales y la política científica. Poco después, comencé a trabajar en esa «interfase» entre biotecnología y sociedad e, inevitablemente, volví a coincidir con Emilio. Él se ha convertido en un punto de referencia para todos los que tratamos de desarrollar nuestra actividad en esa «frontera» tan apasionante. Desde entonces, he tenido el placer de compartir vagón con Emilio en algunos cortos pero intensos trayectos del «Tren de la Biotecnología» que, finalmente, España sí ha logrado coger. En concreto, su labor como Presidente del Consejo Científico de ASEBIO, ha sido clave para consolidar esta asociación, que ya cuenta entre sus miembros con más de 80 organizaciones implicadas, como siempre lo ha estado Emilio, en el desarrollo del sector biotecnológico español. Durante todos estos años, el Prof. Muñoz nunca ha dejado de prestar su apoyo en cualquier asunto en el que se le ha solicitado participar. Esto no es extraño porque me consta que Emilio ayuda a todo aquel que se lo pide (y nosotros se lo pedimos mucho). Diré algo más, en estos tiempos en los que es tan fácil esconderse en el estrés, en las agendas difíciles, en la carga de trabajo..., son pocos los que, desde una posición privilegiada, tienen siempre un minuto para cualquier estudiante, cualquier persona que se acerque con humildad a solicitar consejo. Yo sólo conozco a uno y es el Prof. Muñoz. Y me vas a perdonar, querido Emilio, que discrepe contigo en esta ocasión: siempre dices que es tu obligación, como servidor público, atender a todo el mundo con la misma amabilidad y respeto... No es cierto, lo harías en cualquier posición en la que la vida te hubiera colocado por que tu generosidad y tu sentido de la justicia no van en el cargo y, ¿por qué no decirlo?, por que eres un Caballero. Por cierto... una última reflexión: en 1983, el mismo año en el que Emilio nos presentaba el «Tren de la Biotecnología» una joven empresa californiana, de un tamaño parecido al que tienen algunas de las actuales «biotechs» españolas, presentaba a trámite una patente para la producción de una hormona mediante biotecnología. Esta compañía —que más da el nombre— emplea en la actualidad a 16.000 personas (8 veces más que todo el sector biotecnológico español) y factura 12.000 millones de dólares (40 veces más que todas nuestras bioempresas). Emilio... tenías razón.
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Cuando el Boletín Oficial del Estado publicó en febrero de 1985 la Orden Ministerial de creación del Centro Nacional de Ingeniería Genética y Biotecnología (CENIGYB) se ponía fin a una etapa de debate y discusión en el seno de las autoridades científicas españolas sobre las oportunidades que se presentaban con el desarrollo de las nuevas herramientas biotecnológicas. Desde la candidatura española para albergar un Centro Internacional de Biotecnología (que finalmente fue instalado en Trieste), hasta la decisión de poner en marcha un centro nacional que sirviera de mascarón de proa para el desarrollo de las actividades biotecnológicas españolas habían pasado muchas reuniones y discusiones de fondo. Por una vez en el ámbito nacional, este debate sobre la conveniencia de apuntarnos a una revolución científico-tecnológica se materializaba en una propuesta concreta que, además, iba acompañada de un crédito del Consejo de Ministros para la creación de un edificio que albergara el CENIGYB. Solo aquellos que han vivido en el ambiente científico español los últimos 20 o 30 años pueden calibrar la magnitud cualitativa que significa poner en marcha una operación de creación de algo (cualquier cosa, independientemente de su tamaño) contando a priori con la financiación requerida. El hecho de que se pusiera en marcha en paralelo otro proyecto (el Centro Nacional de Microelectrónica), también mostraba la nueva actitud de las autoridades para materializar en hechos concretos los debates de oportunidad científica.
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Pero, ¿cuáles eran las claves de ese cambio cualitativo en la concepción de la organización de la investigación científica en España? Es evidente que se vivía una época de desarrollo económico y social impulsada por un consenso básico entre los agentes políticos. Existían áreas estratégicas donde los objetivos nacionales no eran cuestionados de forma sistemática por las distintas opciones políticas, y esto permitió que los gobiernos socialistas de turno establecieran planes con una cierta perspectiva temporal. Fue el tiempo en el que cambió por completo la organización de nuestra actividad científica, con la implantación de los Planes Nacionales con objetivos temáticos, las convocatorias periódicas de financiación de proyectos e infraestructura y la implementación de la Agencia de Evaluación y Prospectiva. De forma trabajosa pero inexorable nuestra ciencia y nuestros científicos se fueron adaptando a los esquemas de financiación y evaluación internacionales, con el consiguiente despegue en muchas áreas de nuestro quehacer investigador. Sin embargo, es preciso recordar que por positiva que fuera la coyuntura económica y social española, o por atractivas que fueran las tendencias internacionales (que ejercían un arrastre innegable), los verdaderos protagonistas de este cambio fueron unas pocas personas que con su talento, su visión y su trabajo fueron los artífices de la nueva organización. No es este el momento de hacer una lista exhaustiva, pero es imprescindible nombrar al menos dos figuras claves: Juan Rojo, entonces Secretario de Estado de Universidades e Investigación y Emilio Muñoz, quien a través de puestos de máxima relevancia como Secretario de la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica, y como Secretario General del Plan Nacional de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico, fueron capaces de impulsar la organización de la ciencia en España desde el subdesarrollo hasta una posición mucho más acorde con nuestras coordenadas sociopolíticas a nivel internacional. La figura de Emilio Muñoz tiene una especial importancia en la génesis y el desarrollo del CENIGYB. El hecho de que la Presidencia del Patronato del recién creado Centro recayera en Emilio no fue algo azaroso, como tampoco lo fue la inclusión del Centro como Centro Propio en el seno del CSIC. Conocedor en profundidad de los grandes problemas que semejantes operaciones acarreaban, la generosidad de Emilio le llevó a involucrarse personalmente (a pesar de sus muchas ocupaciones en la Secretaría del Plan) para asegurar un impulso continuado al desarrollo del proyecto. Tanto él como el Secretario del Patronato (Luis Enjuanes, reputado científico cuya actividad encajaba muy bien con los obje-
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tivos del CENIGYB) protagonizaron numerosas reuniones del Patronato durante 1986, que fueron dando contenido a los objetivos fundacionales del Centro y sentando las bases del nuevo edificio que albergaría los grupos de investigación y desarrollo. La promoción de la investigación científica relacionada con la biotecnología, el desarrollo de nuevos productos y procesos de interés, formar y perfeccionar personal en este ámbito científico y convertirse en un centro de referencia nacional podría organizarse siguiendo distintas aproximaciones, y fue en este año crucial donde se fueron poniendo las bases en las que se organizaría el Centro del futuro. Para ello, el Patronato contaba con representantes de distintas instituciones que podían presentar opiniones autorizadas: Ministerio de Industria y Energía, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Ministerio de Sanidad y Consumo, el CSIC y la UAM (en cuyo Campus se iba a construir el edificio). Además, y de forma relevante, se contaba con un representante de la Industria que canalizara sus ideas y necesidades en el máximo órgano de decisión del Centro. El proyecto del CENIGYB era singular por muchos aspectos, pero todos ellos tenían algo en común: El enfoque moderno y novedoso. Uno de los aspectos llamativos que se implantaron desde el principio fue la creación de un Comité Científico Asesor. Este comité, de naturaleza internacional, tenía figuras de enorme prestigio como Sir J. C. Kendrew, y los profesores M. Amzel, J. Davies, A. Falaschi y J. M. Ghuysen, así como un par de españoles que trabajaban de forma muy exitosa en América: M. Nieto y A. Pellicer. Con semejante respaldo científico estaba clara la intención de Emilio Muñoz: Se iba a buscar la excelencia científica por una parte y se iba a tratar de poner a trabajar esta excelencia para la consecución de los objetivos de desarrollo en el área de la Biotecnología. Pero no era éste el único factor novedoso. Consciente Emilio de que la calidad del personal científico iba a ser el factor determinante del éxito de todo el proyecto, se definió un plan muy preciso para la adscripción del personal: todo el personal científico del Centro se incorporaría siguiendo los métodos y costumbres establecidos en los países más avanzados. Convocatorias abiertas, selección competitiva y adscripción temporal, sujeta a evaluaciones periódicas, eran normas que hoy nos parecen obvias, pero que en el año 1985 estaban muy lejos de los usos y costumbres del país. Era esta apuesta descarada y valiente por la excelencia científica uno de los valores fundacionales del nuevo proyecto. Un valor fundamental y un problema para su implementación, tal y como el tiempo fue mostrando.
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Mientras las reuniones del Patronato iban definiendo trabajosamente el contexto y los objetivos científicos, varias personas del entorno de Emilio Muñoz se habían puesto a trabajar muy activamente en otros aspectos del proyecto. Armando Albert inició una serie de viajes a centros de investigación en diversos países para hacer una puesta al día de la infraestructura necesaria para el edificio. Esta información resultó fundamental para el estudio de los arquitectos Terse y Colmenares que se encargaron de hacer el proyecto del edificio. La dedicación de Armando y de otras personas, como Fausto Montoya, resultaron decisivas en esos momentos críticos del proyecto.
Anuncio para el reclutamiento de Jefes de Departamento aparecido en abril de 1987 en la revista Nature.
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El año 1987 resultó clave, ya que se produjeron una serie de nombramientos que contribuyeron a poner en velocidad de crucero finalmente todo el proceso: El Patronato nombró, tras un proceso de selección abierto internacionalmente, y con el consejo del Comité Científico Asesor, a Michael Parkhouse como Director, y a Víctor Rubio como Vicedirector. También se adoptó un cambio de nombre para el centro, pasando a denominarse Centro Nacional de Biotecnología (CNB), tal y como se le conoce actualmente. Con el nombramiento del equipo directivo todas las gestiones adquirieron un nivel de ejecución mucho más cercano y rápido, con lo que se empezaron a dar los primeros pasos para la selección de personal científico y de aquellos técnicos y administrativos que el proyecto requería. Desde mediados de 1987 hasta bien entrado 1988 se abrieron concursos internacionales para que se presentaran candidatos a Jefes de Departamento y Científicos en las distintas áreas del CNB: Biotecnología Microbiana, Biología Molecular y Celular y Genética Molecular de Plantas, a las que más tarde se añadiría Estructura de Macromoléculas. La etapa de reclutamiento científico del CNB se realiza en un marco institucional que entiende perfectamente la necesidad de actuar de forma flexible y agresiva, dentro del marco administrativo en el que se movía el proyecto: En 1988 Emilio Muñoz era Secretario General del Plan Nacional, Juan Rojo estaba en la Secretaría de Estado de Universidades e Investigación y Enric Trillas era Presidente del CSIC. Dentro del CSIC, dos personas clave eran el Vicepresidente Jesús Sebastián, y el Secretario General Salvador Meca. Emilio tiene en aquellos días una labor incansable para la promoción del CNB: artículos de divulgación, gestiones para facilitar contactos y nombramientos, reuniones de Patronato, etc. Como consecuencia de todo ello, el CNB va tomando forma con la incorporación de Jefes de Departamento: Juan Ortín, Francisco Malpartida, y Pilar Carbonero, que, a su vez, van seleccionando los jefes de laboratorio que irán conformando los distintos Departamentos. Mientras el personal del CNB se iba configurando, las obras del edificio en el Campus de Cantoblanco avanzaban lentamente. La incorporación de Juan Antonio Manzanares supuso un paso definitivo para la ejecución de las obras ya que, con su experiencia en la construcción del Centro de Biología Molecular, inició un seguimiento de obra y una elaboración de planos de detalle de las instalaciones que, poco a poco, fueron haciendo del edificio un auténtico ejemplo que empezaron a visitar responsables de otros proyectos de edificios científicos nacionales e in-
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Inicio de las obras del Centro en el Campus de Cantoblanco, 1988.
ternacionales. La ingeniería del CNB, que representaba casi un 70 por 100 del presupuesto de obra se benefició enormemente del trabajo de Manzanares y su equipo (Gabriel Sánchez). Las oficinas de Dirección, e incluso algunos laboratorios que hospedaron al incipiente personal administrativo y técnico del CNB, se alojaron provisionalmente en el Instituto de Edafología del CSIC, que posteriormente se transformaría en el Centro de Ciencias Medioambientales del CSIC. Gracias a la generosidad de este Centro fue posible empezar a manejar la maquinaria de contratación de personas, equipos y proyectos del Centro. Estos espacios se fueron ocupando con gente como Susana Ayerdi en secretaría, Rosario Sánchez como gerente inicial, Julián Grande como conserje y chofer, y personal técnico que se fue incorporando a los grupos recién formados, como Cristina Patiño, Sofía Morales, Catalina del Moral y otros muchos que se incorporaron paulatinamente a lo largo de 1988 y 1989, que van formando un equipo pequeño pero con enorme voluntad para sacar adelante el día a día del proyecto. A medida que avanzan los distintos aspectos de contratación y ejecución de obras se empezaron a evidenciar serios problemas. Por una parte, la decisión de hacer una planta adicional sobre el proyecto origi-
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nal encareció las obras y retrasó su desarrollo. El tiempo justificó más que sobradamente esta decisión ya que dotó al CNB de grandes posibilidades adicionales, pero no cabe duda que en esos momentos aquella obra supuso un frenazo para el desarrollo normal del proyecto. Por otra parte, la contratación del personal, incluido el Director, planteaba problemas de índole administrativa. El carácter pionero de todo el proyecto choca constantemente con las normas de una Administración que no ha previsto a priori ningún cambio conceptual en sus funciones, a pesar de la comprensión de sus responsables últimos. Es posible que sin la experiencia sufrida por el CNB, y la labor «educativa» que este proyecto tuvo para la Administración, otros proyectos que se desarrollaron mas adelante no hubieran sido posibles, o al menos no se hubieran desarrollado tan fácilmente. En cualquier caso, ni siquiera el nombramiento de Emilio Muñoz como Presidente del CSIC, y por tanto como responsable último del CNB, pudo eliminar los innumerables obstáculos que se presentaban para ofrecer contratos suficientemente homologables a los que se planteaban en centros equivalentes a nivel internacional. Esto llevó a que a mediados de 1989 M. Parkhouse presentara su dimisión como Director y abandonase el proyecto. La acumulación de problemas, tanto en la obra como en la Administración no sólo supuso un retraso en el desarrollo del CNB, sino que empezaron a propiciar la aparición de argumentos de los detractores del proyecto sobre la conveniencia última de hacer «un segundo CBM». Fue en estos meses donde es absolutamente crítica la labor de Emilio por un lado, y por otro la del equipo de Dirección, formado por V. Rubio, con J. Ortín, F. Malpartida y P. Carbonero, que mantienen el espíritu y la actividad de formación de Departamentos, con lo que la situación desemboca a finales de 1989 en el nombramiento de un nuevo Director, José L. Carrascosa, seleccionado previamente como Jefe del Departamento de Estructura de Macromoléculas. Con este nombramiento se pretende cerrar la etapa de indefinición creada por la dimisión de Parkhouse y dar un definitivo impulso a las obras del edificio y finalizar la estructuración de los Departamentos de manera que se pueda abrir el Centro en el menor plazo posible. El nuevo equipo directivo aceptó el desafío impuesto por la Administración y tomó de forma muy colegiada la labor de reactivación a distintos niveles, desde los puramente locales de administración y contratación, hasta los mucho más complejos de interacción con el Ministerio para asegurar las partidas presupuestarias imprescindibles para la terminación
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del Centro. Las circunstancias habían cambiado mucho desde los primeros tiempos del proyecto: Las personas en los distintos cargos clave no serán las mismas en algunos casos y, en general, el entusiasmo inicial se había mitigado un tanto, de manera que los apoyos económicos se condicionaban, se rebajaban y se ponían en el contexto de competir con otros centros ya existentes, con la consiguiente desventaja para el centro non nato. Las visitas de la Dirección del CNB a los distintos departamentos ministeriales, muchas veces con el apoyo personal e institucional del Vicepresidente del CSIC A. Albert, solían ser bastante frustrantes y planteaban condicionamientos que inevitablemente conllevaban al desarrollo del CNB en condiciones subóptimas. Por otra parte, la insuficiencia de personal administrativo y técnico se iban evidenciando de forma dramática y, a pesar de los denodados esfuerzos de Emilio Muñoz por dotar al CNB de una plantilla adecuada, ésta no se materializaba. La actividad de los grupos científicos que se van adscribiendo al CNB empezaban a dotar al Centro de su verdadero carácter, más allá de los problemas de todo tipo que dificultaban su marcha, y en 1991 se realizó la primera reunión científica del CNB en las instalaciones de la UAM de la Cristalera, en la sierra madrileña. En esta reunión, todos los grupos adscritos al CNB pueden por vez primera plantear su trabajo y sus objetivos de forma conjunta. Las posibilidades de un Centro que cuenta con una selección de científicos realizada de forma única en nuestro ámbito, mediante convocatorias abiertas, selección competitiva y consejo del Comité Internacional, son muy obvias. La simple presentación de los grupos en la reunión de la Cristalera sirvió para eliminar cualquier atisbo de duda que pudiera caber sobre la validez del proyecto. Con semejante plantel científico, producto de un cuidadoso proceso de selección curricular y adecuación temática, el CNB solo debía preocuparse por terminar sus instalaciones y dejar que los grupos empezaran a desarrollar su labor plenamente integrados en el nuevo edificio. Es necesario mencionar un detalle que muestra la generosidad y el carácter de Emilio Muñoz. A pesar de ser invitado de honor a la reunión de la Cristalera, prefirió no tomar parte activa en ella. Estuvieron en distintos momentos de la reunión otros representantes, tanto del CSIC como del Ministerio, pero él se mantuvo en la sombra. Una persona que había puesto tanto esfuerzo, ilusión y trabajo en este proyecto se retiraba de los focos justo cuando su proyecto se materializaba y podía recoger, siquiera mínimamente, las muestras de agradecimiento de sus colegas. Todo un ejemplo para todos nosotros.
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Alentados por los resultados científicos de la reunión de la Cristalera, el equipo directivo del CNB fue ultimando todos los temas previos a la terminación del edificio, amueblamiento y equipamiento inicial del CNB. En esta época resultó inestimable la actividad del gerente del CNB, Ángel Moya, sin cuya apasionada dedicación hubiera sido impensable la resolución del enorme número de asuntos de toda índole que se generaron en aquellos meses de actividad desbordante. Elías Fereres fue nombrado nuevo Presidente del CSIC y convoca una serie de reuniones entre el nuevo equipo del CSIC y la Dirección del CNB en las que se pasó revista al proyecto. Tras una serie de pequeños reajustes el nuevo equipo presidencial decidió mantener el apoyo institucional al proyecto y dio luz verde para continuar la marcha. El Ministerio también colaboró con los últimos fondos para completar el edificio, y el Departamento de Obras y Patrimonio del CSIC empieza a hacer la recepción de la obra, en colaboración con el grupo de Juan A. Manzanares. A pesar de la gran actividad de tipo político y administrativo, el CNB no descuidaba los aspectos más importantes para su futuro científico. Durante esa época se llevaron a cabo numerosos contactos con grandes empresas químicas y farmacéuticas que tuvieron como consecuencia el establecimiento de convenios de colaboración con distintos grupos adscritos al CNB. Incluso desde la misma obra del edificio se trabajaba para que la actividad científica del CNB fuera reconocida como adscrita al nuevo Centro: El nodo español de la EMBNet se puso en marcha en una caseta de obra, desde donde J.M. Carazo y su equipo iban dando servicio a los biólogos moleculares españoles que requerían el acceso y procesamiento de las bases de datos de secuencias génicas del EMBL. La inminencia de la terminación de las obras, y el consiguiente traslado del personal científico adscrito, planteó con toda su crudeza la imperiosa necesidad de dotar al Centro de una estructura adecuada de personal administrativo y técnico. Las negociaciones con el CSIC fueron muy duras, pero las circunstancias no permitían la resolución adecuada del problema por parte de las autoridades, y el CNB se vio abocado a iniciar su andadura con una hipoteca fundamental: Parte de sus servicios administrativos y la mayor parte de los servicios técnicos se tenían que realizar mediante subcontratas con otras compañías privadas y/o mediante contratos por obra y servicio, curiosa denominación administrativa para justificar un insoportable subempleo. El CNB nació sin una mínima relación de puestos de trabajo que permitiera incorporar adecuadamente al personal y ofrecerle una carrera profesional digna. El per-
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sonal de apoyo, que había estado durante años haciéndose cargo del proyecto, vio esfumarse momentáneamente las posibilidades de reconocimiento adecuado de su actividad y de su nivel de responsabilidad pero, de forma responsable y generosa, se mantuvieron en sus puestos y, finalmente, el Edificio se finalizó a mediados de 1992. Tan pronto como fue materialmente posible hacerlo, una serie de grupos empezaron la colonización del CNB: F. Malpartida, R. Pérez Mellado, E. Cossio y V. Rubio figuraban entre los pioneros.
El Centro Nacional de Biotecnología en el año 1992.
Finalmente, el 17 de Julio de 1992 se inauguró oficialmente el CNB. Con asistencia del Ministro de Educación y Ciencia, Alfredo Pérez Rubalcaba, el Presidente del CSIC, Elías Fereres y otras autoridades, se daba fin a un proceso, más largo de lo que se hubiera querido, pero finalmente coronado por una materialización ciertamente a nivel de los proyectos equivalentes a nivel internacional. Tanto por el porte del edificio, sus cuidadas instalaciones y por la plantilla científica, el CNB era un ejercicio aprobado con nota muy alta por el sistema de Ciencia y Tecnología español, que abría paso a futuros proyectos en otras áreas. La novedosa gestación de un centro a partir de cero, la selección competitiva de su personal y el concepto de adscripción no definitiva y periódica-
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mente evaluable del personal científico del CNB, son algunos ejemplos del carácter pionero que este proyecto incorporó en el panorama científico español. Para todos los presentes en aquella inauguración oficial de Julio de 1992, (y en la más familiar con la que celebramos su apertura una semana más tarde), era evidente que se cerraba una época, un ejercicio en el que todos habíamos puesto mucho esfuerzo e ilusión. Pero también todos éramos conscientes que lo más importante estaba por venir. La nueva fase del CNB comenzaba entonces, bajo otras coordenadas, otros equipos directivos y otras expectativas. El verdadero experimento comenzaba entonces, una prueba con fuego real para todas las hipótesis e ideas sobre las que se había construido el proyecto, y que serviría para que los científicos del Centro demostraran su valía y carácter competitivo tanto a nivel nacional como internacional. Con el paso de los años, la bondad del diseño y planteamiento del CNB, en el que Emilio fue alma mater, ha quedado contrastada por los logros realizados en el Centro. Así, bajo diferentes equipos directivos, el CNB se ha constituido en uno de los centros punteros en España, con contribuciones científicas relevantes internacionalmente, gran capacidad para obtener fondos competitivos nacionales e internacionales y estrechas conexiones con la industria en diferentes campos de la Biotecnología. Tal y como se dispuso de inicio, el CNB se ha sometido en su corta historia a dos evaluaciones generales a cargo de paneles internacionales de científicos de prestigio, lo que ha permitido contrastar la calidad general del trabajo realizado y recabar sugerencias para la mejora en la evolución futura del Centro.
Agradecimientos Los autores quieren expresar su reconocimiento a Susana Ayerdi y Gabriel Sánchez de Lamadrid por su generosa aportación de recuerdos, datos, documentos y material gráfico que han hecho posible la reconstrucción temporal de muchas fases del proyecto de creación del CNB.
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Emilio Muñoz, gran científico y gran persona
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Hace más de 30 años que conozco a Emilio Muñoz, y durante esos 30 años nunca me ha fallado. Es por ello por lo que le sigo apreciando y respetando, y por lo que quiero agradecer a las editoras del libro por permitirme expresar por escrito mi agradecimiento. El primer Emilio Muñoz que conocí dio un magnifico y riguroso Seminario en el antiguo Centro de Investigaciones Biológicas (CIB) de la calle Velázquez (para otros era Joaquín Costa), del que aprendí que era muy difícil purificar proteínas de la membrana celular. Saqué una magnífica impresión del Seminario, pero me puse más contento (pues por entonces no tenía mucho criterio), cuando mis jefes (Eladio Viñuela y Margarita Salas) comentaron que, efectivamente, había sido un excelente Seminario. El CIB ha sido, y es, un centro con excelentes investigadores, y yo consideraba a Emilio Muñoz y a mis jefes entre ellos. En esto de la Ciencia existe la manía de clasificar, por lo que a Emilio ya le había clasificado entre los buenos. Quizás por eso empecé también a tratar con alguno de los becarios que trabajaban con él, pues ya existía entonces el concepto de clase del becario, aunque entre nosotros también había diferencias. Los que trabajábamos con los jefes clasificados como buenos, nos quedábamos hasta muy tarde trabajando, por lo que al final nos hacíamos amigos. Así entablé amistad con dos de sus becarios, Vicente Larraga, (otro que no me ha fallado), y con Alberto Marquet, quien, desgraciadamente, nos dejó cuando aún era muy joven.
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La segunda sorpresa (positiva), que me dio Emilio Muñoz fue cuando se celebró el primer meeting político de la incipiente democracia, abierto a todos los públicos. El meeting tuvo lugar en la Plaza de Toros de Vista Alegre, promovido por Enrique Tierno-Galván, que previamente había dado un Seminario en el CIB, del que no quedó claro quién lo había invitado, pero que supongo quién fue. Pues bien, la sorpresa fue que uno de los acomodadores para el público como yo u otras míseras personas, era Emilio Muñoz, que seguía siendo para mí un excelente y admirado bioquímico, y que, además, parecía ser una excelente y servicial persona, que trabajaba para la llegada de la democracia en nuestro país. A partir de entonces empecé a conocer al Emilio Muñoz solidario, que estaba contra el sistema de la dictadura que sufríamos, y que era trabajador, comprensivo y honesto. Es por ello por lo que cuando el primer gobierno socialista lo nombró Director General de Investigación Científica me llevé una gran alegría. (En otros diferentes nombramientos de gobiernos socialistas me ha pasado justo lo contrario). Emilio trabajó intensamente en su Dirección General, creó el Centro Nacional de Biotecnología (CNB), e hizo otros grandes trabajos antes de ser Presidente del CSIC, labor en donde, a pesar de múltiples zancadillas, realizó un buen trabajo. Durante todo este tiempo, hasta ahora, ha realizado un gran esfuerzo por mejorar el nivel científico de nuestro país, para impulsar la Biotecnología intentando aproximar la labor investigadora con la empresarial, y facilitando todo tipo de foros para dicha interacción. En dichos foros siempre ha actuado como mediador, evitando disputas y facilitando arreglos. Posteriormente, conocí a su hijo, del que de momento ya puedo decir que es un excelente científico. No he conocido a su nieto, pero es de esperar que la saga de los Muñoz continúe. Para finalizar, he estado intentando que el escrito no quedase tan sumamente parcial a favor de Emilio. He intentado recordar alguna faena, o algún desplante que me hubiera hecho Emilio, para intentar equilibrarlo, pero como he sostenido desde el principio del escrito, a mí Emilio nunca me ha fallado, por lo que quizás sea éste ya un escrito realista sobre la personalidad de Emilio. Por lo tanto, seré parcial a favor de Emilio Muñoz, al que sigo admirando y respetando. Feliz 70 cumpleaños.
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Los periodistas científicos, esos corresponsales que los medios de comunicación envían al país de la ciencia, tenemos ya una cierta tradición en España. Igual que en otras áreas del conocimiento, y de la difusión del conocimiento, ocupamos un lugar intermedio entre los países de nuestro entorno económico, aquellos con los que debemos compararnos. Y, posiblemente, al igual que la ciencia española, en los últimos 20 años del siglo XX se ha producido un notable despegue en este campo. A esa tarea han contribuido, naturalmente, periodistas y científicos. Ese despegue ha sido tan notable que no se puede atribuir a una sola persona ni a un solo colectivo. Pero sin duda que al pairo del notable impulso que recibió la ciencia española en la segunda mitad del decenio de los años ochenta del siglo pasado, el periodismo científico también cobró fuerza. De hecho, en cierta medida, luego vendrían unos años que algunos observadores califican de peores para esta especialidad. Tras unos años de suplementos y de páginas de ciencia en muchos medios se pasó a una época de vacas flacas. Pero quedó un rescoldo que ha mantenido la llama viva y que permite afirmar, hoy, que en todos los medios de comunicación españoles de cierto prestigio hay periodistas dedicados si no en exclusiva sí de manera prioritaria a la información sobre ciencia. La ciencia en su conjunto tiene una presencia mayor en los medios y algunos temas se han convertido en estrellas mediáticas. Eso ha obligado a que los periodistas se especialicen, por la vía del convencimiento o la de los hechos, en estas materias. El gran número de portadas dedica-
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das, por ejemplo, al desciframiento del ADN humano en el marco del proyecto genoma son un buen ejemplo. Un ejemplo que también serviría para hacer una análisis profundo de esta relación y de cómo las fuentes y los informadores pueden llegar a embelesarse mutuamente para mal de ambos. Se ha anunciado varias veces en todas las portadas del mundo que hemos (esa primera persona del plural) descifrado este código, pero aún no sabemos siquiera cuantos genes lo componen. Curiosa manera de conocer un todo sin haber identificado sus partes. En todo caso, el espacio que la ciencia ocupa en los medios se ha incrementado notablemente. Y resulta ser uno de los pocos campos en los que no hace falta que las noticias sean malas para publicarse. En el ámbito del periodismo ambiental, por ejemplo, es habitual la queja de que solo se publican malas noticias, cuando en realidad debería ser una señal de tranquilidad. Es una situación que supone que las malas noticias son noticia —son más raras e infrecuentes, se alejan de la normalidad— mientras que las buenas noticias no lo son, porque son la tónica habitual. En ciencia, sin embargo, las buenas noticias, hallazgos y desarrollos, en sentido amplio, son más abundantes. Y, en general, hay personas en los medios capaces de darles la importancia que se merecen, teniendo en cuenta que ese no es un valor absoluto sino que ha de compadecerse con el valor relativo del resto de las noticias de ese día. En fin, en todo caso lo importante es que en los medios de comunicación, en términos generales, la ciencia no es hoy un cuerpo extraño y hay profesionales del periodismo expertos en informar sobre ella. Y eso, en buena medida, es un fruto que se recoge ahora de la cosecha sembrada entonces. Emilio Muñoz, en aquellos años de sembrado en tantos campos, era el presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Entendió que el impulso a la ciencia requería también un impulso a la percepción pública de la ciencia, que no era posible crecer científicamente como país si la sociedad no crecía también en su sensibilidad científica. Si los lectores de periódicos no se implicaban también en este objetivo, si en España no se incrementaba la consideración por la ciencia, el esfuerzo sería estéril. Y, desde su puesto, ayudó tanto a la Asociación Española de Periodismo Científico como a la información sobre ciencia en su conjunto. Supo dotarse de un potente equipo de profesionales en el área de la comunicación del Consejo que se aplicaron a la tarea de contar a los periodistas qué hacían los investigadores del CSIC, pero también a hacer ellos mismo productos de divulgación. Durante aquello años, la AEPC
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pudo organizar dos encuentros de la especialidad, uno nacional y otro europeo; además, durante esos años Arbor publicó dos números monográficos sobre ciencia y comunicación. Entre las actividades que se llevaron a cabo durante aquel periodo, una recoge muy bien el espíritu que animaba todas ellas. En el Gabinete de Comunicación del CSIC, dirigido por Miguel Ángel Almodóvar y Fátima Rojas, se puso en marcha un suplemento mensual, llamado A ciencia cierta, que se ponía a disposición de los medios. Se hacía pensando en los periódicos, así que tanto el formato como los contenidos se adecuaban perfectamente a los de cualquier suplemento de ciencia de un diario. La iniciativa fue un éxito notable al que se apuntaron una buena cantidad de periódicos provinciales que de otra manera jamás hubieran dispuesto, como no han tenido después, de un vehículo semejante para hablar de ciencia. La suma de todas las pequeñas tiradas convirtió a A ciencia cierta en el suplemento de ciencia más leído en su época y posiblemente la marca no haya sido superada desde entonces. Pero la implicación de Emilio Muñoz va aún más allá. Convencido de la importancia de la comunicación en ciencia, y de la comunicación a un público lo más amplio posible, además del impulso referido, además de mostrar a otros los problemas de la difusión de la ciencia, también ha publicado libros de divulgación en los que pretende explicar aspectos concretos de las ciencias en las que ha trabajado. En 1991 apareció Genes para cenar. La biotecnología y las nuevas especies (Temas de Hoy) en cuya introducción puede leerse: «La aproximación entre ciencia y sociedad es, en nuestros días, una necesidad a cuyo impulso deben contribuir con intensidad e imaginación todos aquellos que puedan hacerlo. Facilitar a los ciudadanos la comprensión más amplia posible de la ciencia constituye hoy una de las prioridades con las que se enfrenta la comunicación pública. La tarea es apasionante, pero, sin duda, difícil, y a ella deben sumarse los esfuerzos de medios informativos, divulgadores y científicos, por las vía de una convergencia de objetivos, capacidades e intereses». Y continúa: «Los temores que suscita ante la sociedad el progreso científico son, en mi opinión, fruto de su desinformación. No se puede ignorar que el progreso en la calidad de vida de los ciudadanos, con el aumento de la esperanza de vida, el incremento de la atención social o la mejora en las condiciones de habitabilidad de los alojamientos son, fundamentalmente, consecuencia de los avances científicos y técnicos».
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Emilio Muñoz había comenzado su relación con nosotros, con la AEPC, cuando era director general de Política Científica, en el Ministerio de Educación y Ciencia. Cuando fue nombrado presidente del CSIC, esta relación se estrechó y la AEPC, en la persona de su presidente, Manuel Calvo Hernando, le visitó en varias ocasiones en las que Muñoz mostró reiteradamente su interés por poner en marcha proyectos de divulgación científica. Entre ellos, la primera reunión española sobre la especialidad, el I Congreso Nacional de Periodismo Científico. En el congreso, que se celebró en la sede del CSIC, en abril de 1990, se analizaron la situación y los problemas de la divulgación de la ciencia en los medios informativos y se habló de las grandes cuestiones que esta iniciativa planteaba. El primer congreso nacional estaba obligado a examinar estos problemas, mediante las intervenciones de Emilio Muñoz y de quienes le sucedieron en el uso de la palabra, a lo largo de las sesiones del congreso. Esta reunión, cuyos trabajos quedaron recogidos en un libro con las ponencias y discusiones, acogió a expertos nacionales y extranjeros. Además de Emilio Muñoz, también participaron algunos de quienes, entonces, estaban en la política científica desde diferentes áreas: Luis Oró, Eugenio Triana, Miguel Ángel Quintanilla, José Ángel Azuara y otros. Además, desde el lado de la comunicación y además de muchos periodistas y comunicadores españoles, vinieron al congreso Pierre Fayard, de Francia; Julio Abramcyk, de Brasil; y James Cornell de Estados Unidos. Y contamos también con la presencia de, entre otros, los investigadores Juan Pérez Mercader y Pere Alberch, recién llegado como un soplo de aire fresco al Museo Nacional de Ciencias Naturales y entusiasta de la divulgación. Estos dos investigadores, por cierto, también participaban con frecuencia en una actividad de la AEPC que se puso en marcha en la época: las tertulias entre científicos y periodista que tenían lugar todos los miércoles por la tarde, en la planta baja del Café Lyon y que después se trasladaron a una salita de la recién reabierta Residencia de Estudiantes. Un poco antes, en 1989, el CSIC había convocado el Encuentro de Periodistas Científicos Europeos, con la participación de los dirigentes de los consejos y asociaciones del Reino Unido, Bélgica, Italia, Suiza, Alemania Federal (entonces había dos), Francia, Holanda, y varios de España. El Encuentro, que estuvo presidido por Emilio Muñoz, perseguía dos objetivos: propiciar el conocimiento mutuo entre colegas españoles y europeos que trabajaban en este campo, e indagar sobre las posibilida-
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des de encaminar esfuerzos hacia la definición de un espacio común de colaboración e intercambio. Los participantes registraron interesantes y originales aportaciones, y con este motivo tuvimos ocasión de enriquecer nuestra experiencia colectiva y constatar que nuestros colegas europeos tenían problemas e inquietudes más o menos parecidos a los nuestros. Entre todos dejamos constancia del interés por el tema y por la realización de tareas comunes en el futuro, que se materializó en los años subsiguientes. En efecto, en los años que siguieron al Encuentro se incrementaron notablemente las relaciones entre los periodistas científicos europeos, quienes, junto con los presidentes de asociaciones americanas, celebraron después diversas reuniones en las que se plantearon los problemas comunes en este campo. La divulgación de la ciencia no es asunto fácil, especialmente si pensamos en el año 1990, con menos instrumentos informativos y con más necesidades que hoy, tanto en la ciencia como en la comunicación. Como dijo Pierre Fayard en el encuentro de Madrid, la difusión ha sido considerada como una misión imposible y, en ciertos casos, como una actividad sospechosa y algo bastarda. Y, sin embargo, en la actualidades es frecuente tachar de absurda la posibilidad de que lo científico y los científicos no ejerzan alguna influencia, sobre todo a través de los medios, en una sociedad tecnodependiente y mediática como la de hoy. Para Emilio Muñoz, otro hecho diferencial importante que se da en el proceso de comunicación de los científicos surge cuando eligen la transmisión de los resultados por la vía convencional de los medios. Como es bien conocido los resultados científicos se ha transmitido tradicionalmente por comunicación oral en congresos especializados o por publicación en revistas científicas, sujetas al procedimiento de control de la versión o examen por pares. Este sistema, calificado (como ocurre con la democracia) como el único posible o el menos malo, tiene obvios defectos, que se manifiestan, fundamentalmente, en la subjetividad del juicio por parte de quienes, aunque sujetos a un código de honor, no son sino concurrentes competidores de aquellos a quienes juzgan. En estas agitadas aguas, se hace cada vez más importante y necesario el papel de las instituciones científicas. Fayard, en su libro La Communication scientifique publique, confiere a esas instituciones la etiqueta de autoridades de referencia. De acuerdo con este planteamiento, el insoslayable aspecto comunicativo que caracteriza a la ciencia en estos días reclama esta mayor participación de las instituciones, no sólo por
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ser las que albergan a los científicos que de modo voluntarista tratan de llevar a cabo esta tarea, sino porque están directamente implicadas en ella. La comunicación científica ha aumentado su audiencia y en ella existen interlocutores valiosos para dichas instituciones. Por ello, también, tuvo especial relevancia el apoyo de Emilio Muñoz a la AEPC que, a lo ya aludido, sumó el que prestara a la Asociación un lugar, un pequeño despacho en el CSIC que aún hoy disfrutamos. Y también hizo posible que centenares, quizá miles, de personas de Hispanoamérica, interesadas en el mundo de la divulgación científica, recibieran artículos, folletos, libros, ponencias, discursos y todo tipo de material divulgativo que una asociación sin dinero, como la AEPC, podía enviar gratuitamente gracias al convenio firmado entonces con el CSIC y que permitía el uso de la fotocopiadora y de los servicios de la estafeta de correos del Consejo. No es exagerado decir que en 20 años de envíos constantes, nunca menos de diez o quince a la semana, han sido miles los periodistas hispanoamericanos que se han beneficiado de este flujo. Por otro lado, y volviendo al meollo de la necesidad de la divulgación, la aceleración en los ritmos en que se genera el descubrimiento científico y las mutaciones tecnológicas relacionadas con ello imponen una mejor adecuación entre los centros líderes de la autoridad científica y el conjunto de la sociedad. Esta reclama la necesidad de comunicación científica, como la demanda a cualquier otro acto social. Para responder a este reto, los centros de investigación recurren a operaciones de comunicación científica relacionadas con el gran público y con los profesionales de los medios (jornadas de puertas abiertas, folletos explicativos, memorias atractivas, imagen corporativa, congresos especializados, etc.) al tiempo que aumentan los recursos destinados a este objetivo y que se dotan de estructuras y profesionales capaces de desarrollar campañas y estrategias diversas. Si se considera necesario llevar a cabo la tarea de conexión con los medios de comunicación de una manera plenamente eficaz, deberían tenerse en cuenta, igual que en otras actividades profesionales, la multidisciplinariedad y la interdisciplinariedad. El cumplimiento de estos dos aspectos permitiría tratar con mayor rigor los conflictos intrínsecos a la comunicación científica, ya que tanto el investigador como el periodista especializado conectarían en un mismo nivel, pero manteniéndose cada uno en su propia esfera. Esto redundaría, cada día más, en una mayor riqueza informativa.
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Emilio Muñoz, que puso estas ideas en práctica, forma parte del grupo de científicos, cada vez más numeroso, que no solo son fuente de información para los periodistas sino que ellos mismos bajan a la arena de la divulgación. Se trata de una actitud digna de elogio, puesto que no podemos olvidar que hasta hace no tanto tiempo la divulgación era considerada un campo de arenas movedizas en el que lo más fácil era quedar hundido y enfangado y en el mejor de lo casos se salía sin pena ni gloria. De hecho, aún hoy para algunos investigadores el que uno de ellos triunfe como divulgador, o lo intente, es un demérito, una pérdida de tiempo. Muñoz, desde luego, otorga a la información científica y a la divulgación el papel que le corresponde —ni muy muy, ni tan tan— y desde esa posición ha sido uno de los principales valedores de los periodistas científicos entre los investigadores. No en vano la AEPC le concedió la distinción de socio de honor. Quien ha tenido la oportunidad de conocer la relación entre los periodistas y los científicos en los años del franquismo y la compare con la actual podrá comprobar cómo, también en esto, el cambio ha sido drástico. Unos y otros, habitantes entonces de mundos pequeños y alejados, han crecido. Desde la admiración casi ciega y el uso de términos excesivos en los artículos para todo aquel que hablara de ciencia (y si no se comprendía lo que decía, casi mejor), la relación, gracias a unos pocos que tendieron los puentes de ambos lados de ese río, ha devenido en normal. Y normal significa que los periodistas preguntan, interrogan, cuestionan y luego publican. Y los investigadores hacen ciencia y lo cuentan. Es una relación como la de cualquier otro informador con sus fuentes habituales, de confianza pero no de compadreo, de cercanía pero no excesiva, de comprensión mutua pero no de indulgencia plena. Para llegar a ello ha sido necesario que desde los dos lados de la trinchera de la información se levantaran representantes dispuestos a parlamentar, a conocerse mejor, a sentar de una relación primero personal pero que luego ha trascendido y ha quedado establecida como la relación esperable por ambas partes. Pero no siempre fue así. Una de las cuestiones que con frecuencia aparecen en estas reflexiones sobre investigadores y periodistas es la de quién debe hacer divulgación. El tiempo ha hecho que esta discusión haya perdido fuste y haya puesto a cada uno en su sitio. Finalmente, como es lógico, la divulgación la hace quien quiera hacerla y, sobre todo, quien la haga bien. Cualquiera puede hacer un artículo de divulgación, pero no dos. Quienes per-
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severan en la materia, y en este mundo tan competitivo solo queda quien lo hace bien, son aquellos que hacen divulgación de manera profesional. Eso no quiere decir que vivan exclusivamente de ello, sino que no se enfrentan a la divulgación como a un juego, sino como a un trabajo, con sus reglas, su lenguaje y sus mecanismos propios. Emilio Muñoz cruzó ese río, que no es un Rubicón, puesto que es de ida y vuelta, y lo cruzó con el sentir adecuado, adentrándose en un mundo, el de la divulgación, rico en sí mismo y capaz, como el de la ciencia, de provocar en quien lo transita esa rara sensación de estar haciendo algo que en cierta medida puede ayudar a la normalización del país. Un granito de arena, arena no movediza, para hacer una sociedad mejor. Si el advenimiento de la democracia había supuesto poner en manos de los ciudadanos el timón de su porvenir, la información y divulgación científicas venía a ser la forma de dotar de contenido a esa elección, de dotar a esos ciudadanos de instrumentos de comprensión y de reflexión. La ciencia ha crecido en el siglo XX de forma exponencial, y no hay atisbos de que pierda fuelle en los primeros años de este siglo XXI ni en un futuro próximo. Y aunque la distancia entre la vanguardia de la investigación y el ciudadano medio crezca cada vez más rápido, no hay que dejar de intentar revertir esa tendencia. La información y la divulgación son cada vez más necesarias, y entre los profetas de esa necesidad Emilio Muñoz ha sido un pionero. Si Martí dijo aquello de «ser cultos para ser libres», hoy el reto es estar informados para poder decidir, saber para vivir en democracia. Esta sociedad teconodependiente exige a sus habitantes ciertos conocimientos básicos de ciencia para poder decidir por sí misma, para saber qué le espera y qué le puede esperar; tenemos, quizá por primera vez en la historia, herramientas que nos permiten adivinar hacia donde va la especie humana y hacer que la decisión sea común es una noble tarea.
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Emilio Muñoz ya estaba interesado en los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad mientras fue Presidente del CSIC. José Sanmartín, Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Valencia y uno de los principales introductores de los estudios CTS en España, llegó a proponerle que el CSIC creara un Instituto de Ciencia, Tecnología y Sociedad. Muñoz se sintió tentado por la idea, que le parecía correcta y necesaria para revitalizar la investigación en Humanidades y Ciencias Sociales en el CSIC. En torno a Sanmartín había una serie de pensadores (López Cerezo, Luján, Medina, etc.) que habían asumido la perspectiva CTS y comenzaban a publicar libros, artículos y estudios. También se contaba con apoyos internacionales, particularmente el de Carl Mitcham, una de las principales figuras a nivel internacional de los STS Studies, si no la principal. Todas las condiciones estaban dadas para la creación de un Instituto de Ciencia, Tecnología y Sociedad en el CSIC. Sin embargo, no surgió hasta el año 2003, y ni siquiera como Instituto, sólo como Departamento, dentro del Instituto de Filosofía del CSIC. ¿Por qué? La razón de que así fuera ilustra bien la personalidad de Emilio Muñoz y sus principios éticos. Siendo él Presidente del CSIC, el Instituto CTS no debía crearse precisamente porque él estaba interesado personalmente en que se creara. Dicho en términos actuales, se planteó un conflicto de intereses, cuyo desarrollo y resolución tuvo lugar en la propia conciencia moral de Emilio Muñoz. La política científica ha de estar
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guiada por principios morales y no todo lo que puede hacerse debe hacerse, por mucho que uno considere que es bueno para la institución una iniciativa determinada, en este caso la creación de un Instituto que hubiera sido de vanguardia a nivel internacional. Conocí a Emilio Muñoz en esa época, cuando él era Presidente del CSIC y yo desempeñaba el cargo de Vicerrector de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Dicha Universidad era la única de toda España que no tenía firmado un Acuerdo Marco de colaboración con el CSIC. Javier López Facal y Jesús Sebastián fueron mis interlocutores en la preparación de dicho convenio. No hubo problema alguno, ambas partes teníamos clara voluntad de establecer un marco de cooperación mutua y, finalmente, en 1987 firmaron el acuerdo Emilio Muñoz y Emilio Barberá, Rector de la UPV/EHU. Visto en perspectiva, ese primer paso ha sido muy importante para la investigación científica en la UPV/EHU, particularmente en Física y Biología. Ambas instituciones han creado dos Institutos Mixtos de investigación, promovidos respectivamente por Pedro Miguel Etxenike y Félix Goñi, que constituyen los centros de investigación de mayor prestigio internacional de dicha universidad. Evoco el momento en que conocí a Emilio Muñoz porque nunca hubiera previsto que años después íbamos a promover juntos en el CSIC la creación del Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad que él había proyectado a finales de los 80, y luego archivado. Tras ser relevado en la Presidencia del CSIC, Muñoz quedó adscrito al Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA), en el que promovió con María Jesús Santesmases un grupo de investigación CTS desde 1991. Por mi parte, me incorporé al CSIC en 1996, ocupando una plaza de Profesor de Investigación de «Filosofía, Ciencia, Tecnología y Sociedad». En 1999 el Instituto creó dos Departamentos, uno de Filosofía Teorética y otro de Filosofía Práctica, correspondiéndome a mí la dirección del primero. Gracias a un contrato Ramón y Cajal, Marta González se incorporó al IFS en 2001 y ambos promovimos los estudios CTS en el Instituto de Filosofía, gracias al proyecto coordinado de investigación sobre «Ciencia y Valores», en el que participaron nuestro grupo del CSIC y equipos investigadores de siete universidades españolas (Autónoma de Barcelona, Complutense, La Laguna, País Vasco, Rovira i Virgili, Salamanca y Santiago de Compostela). Los seminarios de trabajo de dicho proyecto coordinado nos permitieron ir estrechando lazos de cooperación con los grupos de Oviedo (López Cerezo), Baleares (Luján), Granada (Rodríguez
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Alcázar) y Valencia (Sanmartín), así como con el grupo que dirigía Muñoz en la Unidad de Políticas Comparadas, denominación que adoptó el IESA de Madrid tras reorganizarse dicho Instituto. La incorporación de Eulalia Pérez Sedeño al IFS en Comisión de Servicios (2003) consolidó nuestro grupo, posibilitando la apertura de una segunda línea de investigación sobre «Ciencia y Género», en la que se integró María Jesús Santesmases. La creación de la FECYT (2001) abrió un ámbito de colaboración directa entre Emilio Muñoz y yo, puesto que ambos fuimos vocales de la Comisión de Humanidades de dicha Fundación. Colaboramos estrechamente en las dos primeras Encuestas de Percepción Social de la Ciencia en España (FECYT, 2002 y 2004), así como en otras muchas actividades de la Fundación: Libro Blanco sobre la Investigación en Humanidades, Proyecto sobre Gobernanza de la Ciencia y la Tecnología, etc. Por otra parte, en octubre de 2002 el CSIC y la Universidad del País Vasco crearon una Unidad Asociada de «Estudios de Ciencia y Tecnología», compuesta entre otras personas por Eulalia Pérez Sedeño, María Jesús Santesmases, Emilio Muñoz y yo mismo. Además, también cooperamos con la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), en el marco del Programa CTS+I (Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación) dirigido por José Antonio López Cerezo. En suma, los vínculos entre los grupos de investigación que coordinábamos Emilio Muñoz y yo mismo se fueron estrechando durante el período 2001-2003, en base a múltiples actividades conjuntas, todo ello en el marco de una red investigadora que fue creciendo en tamaño y presencia a nivel nacional e internacional. Dentro del CSIC, todo ello cristalizó en la solicitud de crear un Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad. Se había producido una convergencia creciente entre las líneas de investigación respectivas y, estando en fase de reestructuración el Área de Humanidades y Ciencias Sociales del CSIC en Madrid, fomentándose la convergencia entre equipos investigadores de dichas áreas, en septiembre de 2002 llegamos al acuerdo de iniciar los trámites para la creación del nuevo Departamento. El Director del Instituto de Filosofía, José María González, se manifestó de acuerdo con la iniciativa, lo mismo que el Coordinador de Humanidades y Ciencias Sociales del CSIC, Felipe Criado. El Claustro del Instituto de Filosofía debatió el 22 de octubre de 2002 la conveniencia de crear un tercer Departamento en el Instituto de Filosofía y la propuesta fue aprobada por unanimidad, sin determinar todavía la denominación del nuevo Departamento. Dos días después, la Junta del Instituto de Filosofía ratificó la propuesta, encargándome la elaboración de una memoria que
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la justificara, tarea que fue realizada conjuntamente por ambos grupos, integrados cada uno por cuatro personas: Emilio Muñoz, Juan Espinosa, María Jesús Santesmases y Oliver Todt por la UPC y Eulalia Pérez Sedeño, Marta González, José Luis González Quirós y yo mismo por el IFS. En dicha Memoria, que fue enviada a la Presidencia del CSIC el 13 de febrero de 2003, se justificaba la creación del nuevo Departamento en base a tres razones principales: a) A nivel internacional, prestigiosas Universidades y Centros de Investigación cuentan desde la década de los 70 con Departamentos con la misma denominación que se propone, o con denominaciones muy similares. Por ejemplo, en los EEUU cabe mencionar el MIT (Program in Science, Technology and Society), Stanford University (Program in Science, Technology and Society), Harvard (Program on Technology and Society), Cornell University (Program on Science, Technology and Society), Pennsylvania State University (Science, Technology and Society Program) Notre Dame University (Reilly Center for Science, Technology and Values), University of Massachussets at Boston (Program in Science, Technology and Values), Rensselaer Polytechnic Institut of New York (Dept. of Science and Technology Studies), etcétera1. En los EEUU existe desde hace más de una década la National Association for Science, Technology and Society, actualmente presidida por Carl Mitcham, quien ha sido invitado más de una vez por el Instituto de Filosofía del CSIC y presumiblemente hará una estancia prolongada en el CSIC durante el año 2004. Asimismo hay revistas especializadas en estos temas (Technology and Society, Technology and Culture, Social Studies of Science, etc.), en las que miembros de los dos equipos del CSIC han publicado frecuentemente. Otro tanto cabe decir de Europa, donde hay departamentos similares al que se propone en numerosas universidades y centros de investigación: Science Studies Unit, Univ. of Edinburgh; Depart. of Science and Technology Dynamics, Univ. de Ámsterdam; Dep. of Science, Technology and Society, Utrecht Univ.; Center for Studies of Science, Technology and Society, Univ. Twente; Section for Science and Technology Studies, Göteburg Univ.; Science and Technology Studies Unit, York Univ. (UK), etc. Lo mismo ocurre en Canadá (Dept. of Science, Technology and Society, York Univ.; Science and Technology Studies Program, Univ. Québec at Montreal) y en otros países del mundo desarrollado.
1 Para más referencias sobre el origen de los estudios CTS en EEUU, ver Ezra D. Heitowith, Janet Epstein and Gerald Steinberg, «Science, Technology and Society: A Guide to the Field» (Ithaca, N.Y.: Cornell University, 1977).
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b) Por lo que respecta a España, todavía no existe ningún Departamento ni Instituto de Investigación con esta denominación, por lo que el CSIC sería pionero en esta iniciativa. Sin embargo, los estudios CTS ya tienen quince años de antigüedad en España, empezando por el INVESCYT que promovieron José Sanmartín y otros profesores de Universidad a finales de los 80, y siguiendo por los diversos equipos de investigación existentes en Universidades como las de Valencia, Oviedo, País Vasco, Salamanca, Baleares, Sevilla, etc., así como otros grupos emergentes en Madrid. Todas estas actividades se reflejan en numerosos libros colectivos, congresos, proyectos de investigación, etc. Cabe destacar que desde hace dos años la Unidad Asociada CSIC-UPV/EHU organiza el primer Programa de Doctorado existente en España sobre «Filosofía, Ciencia, Tecnología y Sociedad» y ha participado en el diseño de otro Programa de doctorado conjunto entre tres Universidades de Madrid sobre «Ciencia y Cultura», que ha sido postulado como Programa de Doctorado de Calidad. Asimismo, los dos equipos del CSIC mantienen relaciones estables de colaboración con la Organización de Estados Iberoamericanos, que mantiene desde hace cuatro años un importante programa de Ciencia, Tecnología y Sociedad en Iberoamérica. Editoriales como la Cambridge University Press o Biblioteca Nueva colaboran en estas iniciativas, contribuyendo a difundir nacional e internacionalmente las contribuciones de los investigadores españoles en el campo CTS. Hace cuatro años la Universidad de Sevilla creó la primera revista especializada en estudios CTS en español, Argumentos de Razón Técnica, en la que colaboran habitualmente miembros de los dos equipos, tanto con contribuciones escritas como en el Comité Científico, a través de la Unidad Asociada CSIC-Universidad de Sevilla de «Ciencia, Tecnología y Sociedad», creada en 1999. Los miembros de los dos equipos participan en diversos proyectos de investigación europeos y españoles sobre temas CTS y han organizado Congresos nacionales e internacionales de amplia repercusión. En conjunto, cabe decir que el CSIC lidera y aglutina en este momento la investigación CTS en España (y en lengua española), por lo que la creación del nuevo Departamento permitirá consolidar e incrementar dicho liderazgo. Es de prever que esta iniciativa pionera será seguida por otras Universidades y Centros de Investigación españoles. De hecho, la Universidad de Salamanca acaba de crear el primer Instituto de investigación especializado en temas CTS (concretamente, sobre comunicación de la ciencia y la tecnología), y sabemos que otras Universidades (como las de Valencia y el País Vasco) tienen proyectos similares. c) Desde un punto de vista científico, la conveniencia de fomentar los estudios CTS está ampliamente admitida por la comunidad científico-tecnológica, así como por las autoridades de política científica. La Unión Europea, por ejemplo, ha creado un programa específico sobre «Ciencia y so-
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ciedad» en su VI Programa Marco, y fomenta asimismo otros programas (Ciencia, tecnología y género, por ejemplo), que caen dentro del ámbito de los estudios CTS. Los dos equipos del CSIC cuentan con expertos/as en estas materias y están presentando propuestas a la UE (ver anexos I y II). La Organización de Estados Iberoamericanos firmó el año pasado un acuerdo marco con el CSIC, uno de cuyos objetivos es impulsar los estudios CTS. Cabe afirmar, por tanto, que las políticas científicas de diversas instituciones de gran prestigio comienzan a ser sensibles a estas líneas de investigación. El nuevo Departamento podría servir como aglutinador de la investigación española en el ámbito CTS.
La creación del Departamento CTS en el Instituto de Filosofía fue aprobada por la Junta de Gobierno del CSIC de 23 de marzo de 2004. A continuación, tuvo lugar una reunión de los dos grupos promotores, en la que Emilio Muñoz fue elegido Director del Departamento CTS por unanimidad (10 de mayo de 2004). A esa reunión no sólo asistieron los ocho investigadores mencionados, también los becarios y becarias de FPI que formaban parte entonces de ambos equipos (Marta Plaza, David Santos, Armando Menéndez, Verónica Sanz, entre otros) y el personal técnico del equipo de la UPC: María Ángeles Toribio y María del Carmen Montalvillo. Aparte de los proyectos de investigación respectivos, la Unidad Asociada CSIC-UPV/EHU y la colaboración con la OEI y la FECYT, la creación del Departamento CTS abrió la vía para generar nuevas sinergias dentro del CSIC. Una de ellas fue la participación en una red europea de excelencia, PRIME. El equipo del CSIC tiene a Luis Sanz (UPC) como investigador Principal y cuatro investigadores del Departamento CTS forman parte de dicho grupo. Un segundo ámbito es la red intramural CTI (Ciencia, Tecnología e Innovación), creada en mayo de 2004 y coordinada ese año por Emilio Muñoz, y luego por Jesús Sebastián (CINDOC). Todas esas actividades han dado lugar a numerosas publicaciones, tanto conjuntas como individuales. El Departamento también ha participado activamente en la coorganización de diversos Simposios y Congresos internacionales, por ejemplo el IV Congreso Iberoamericano sobre «Ciencia y Género» (2004), el Colloquium «Epistemology and the Social» of the Internacional Academy of Philosophy of Science (septiembre 2005), el I Congreso Iberoamericano de Filosofía de la Ciencia y la Tecnología (septiembre de 2005) y el Simposio Internacional sobre Biblliotecas y Objetos Digitales (octubre 2006). Desde el mes de junio de 2006, el Departamento CTS promueve un macroproyecto sobre «Inter-
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Un Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad en el CSIC
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cambio y transferencia de conocimiento» en el que se integran, bajo la coordinación general de Emilio Muñoz, varios Institutos del CSIC (CINDOC, INGENIO; IESA, IFS) y más de quince universidades españolas, agrupando a unos 150 investigadores de diversas disciplinas. Dicha solicitud va a ser presentada a la Convocatoria Consolider Ingenio 2006. Podrían mencionarse otros muchos resultados positivos derivados de la creación del Departamento CTS, pero me parece más importante subrayar la excelente labor realizada por Emilio Muñoz como promotor y director de dicho Departamento. Sus grandes conocimientos científicos, su inmensa experiencia en política científica, su capacidad para gestionar recursos humanos y, en particular, sus extraordinarias cualidades humanas y morales, han sido fundamentales para que la iniciativa haya tenido éxito. El Departamento CTS es pequeño y su integración en el IFS ha tenido que superar algunos problemas importantes, en particular la carencia de locales y equipamientos adecuados. Sin embargo, las dinámicas que ha generado en el CSIC y en el ámbito de los estudios CTS, tanto en ámbitos nacionales como internacionales, han sido notables. Sin su auctoritas, su prudencia y su saber hacer, el proyecto no hubiera cristalizado ni habría ofrecido resultados tangibles en tan poco tiempo. Ahora que Emilio Muñoz se jubila, y aunque seguirá entre nosotros como Profesor de Investigación Ad Honorem, el Departamento en su conjunto tiene la responsabilidad, grata y difícil, de intentar estar a la altura de lo mucho que ha hecho en pro de los estudios CTS, así como del CSIC y de la investigación en España. En la primera época en la que colaboré con él dirigía una gran institución, en la segunda una muy pequeña. En ambos casos ha mostrado que se pueden hacer grandes cosas tanto si se cuenta con grandes como con pequeños recursos. Por todas estas razones, es un honor para mí declararme su discípulo en el ámbito de los estudios CTS y en política científica.
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Nací y me desarrollé en un entorno con elevada conciencia política: guerra civil, familia comprometida con el bando republicano (cinco hermanos implicados en actividades civiles y militares relacionadas con dicho bando). Mi padre superó una condena a muerte y la prisión en Hellín. Parece que el papel de mi madre (una joven inexperta pero movida por algún hábito heroico: esposa, madre) fue decisivo para concitar el apoyo de variadas y significativas personalidades próximas al régimen de los vencedores con lo que mi padre pudo evitar la pena de muerte y salir de la cárcel. Depuradas sus responsabilidades políticas, regresó a la farmacia en la que había desarrollado su vida profesional, aunque decide cambiar su estrategia: dejó de ser laboratorio, para ir adaptándose, con dificultades, a una oficina de farmacia de base comercial. Mi padre se cierra sobre la familia, llega mi hermano Antonio recibido con enorme alegría por todos, para mí especialmente. Desgraciadamente, con apenas veinte meses desaparece a causa de una misteriosa enfermedad. Esta desgracia familiar cierra aún más el círculo. Mi padre y mi madre se vuelcan sobre mí. Soy no sólo hijo, sino amigo, acompañante en la diversión (fútbol, toros) y en el trabajo (la farmacia, su rebotica y sus tertulias se convierten en un elemento familiar de mi vida).
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Educación y formación Curso estudios en el Colegio de los Hermanos Maristas. Era una de las órdenes religiosas más abiertas, orden de origen francés, implicada esencialmente en la enseñanza y con actitudes bastante razonables respecto al adoctrinamiento. Además el colegio se ubica en proximidad geográfica a la farmacia (a la salida de clase por la tarde solía merendar en la rebotica). La relación estrecha con mi padre, fuerte dependencia que la vida de mis padres y su trayectoria tenía respecto a mí, quizá contribuyó a aumentar mi responsabilidad: no debía defraudar. Mantuve un currículo educativo en el bachillerato con muy altas calificaciones. Bastante regularidad, escasos saltos y problemas: sin preferencias, pues me solía aplicar tanto en los ámbitos científicos (física, las matemáticas de 5º), como en los humanistas (el latín y la literatura); aunque no fuera la redacción un terreno en el que brillara especialmente, siempre me desenvolvería a gusto en él. El Preuniversitario supone un importante salto ritual. Podían compatibilizarse las dos, por lo que decido preparar ambos. Me examino primero de letras, en la sede central de la Universidad y luego paso a la Facultad de Ciencias (en el Paseo del Mar) para realizar los ejercicios específicos de ciencias. No salí satisfecho de los ejercicios, pero consigo superar las dos pruebas, lo que refuerza mi moral ante la próxima entrada en la universidad. Cursé el Selectivo en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valencia, común entonces para todas las carreras de ciencias. Gran curso y buena facultad: disponía de un profesorado con elevado nivel, sobre todo si tenemos en cuenta la situación de la universidad española tras la guerra civil. Detecto un importante giro: abandonar el estudiar memorizando para abordar el estudio desde el entendimiento. En esta tarea me acompañan dos compañeros del colegio: Ángel Lázaro y Guillermo (Willy) Gil. Con el resultado de cuatro matrículas y un sobresaliente recibo la invitación a seguir Físicas por parte de Joaquín Catalá, el catedrático de Física que ocuparía un cargo en el Ministerio de Educación (creo que fue Director General de Universidades), invitación a la que renuncio. Me traslado a Madrid para estudiar Farmacia, cuyo programa no me parecía mal. Era más amplio, interdisciplinario, que el de otras carreras, además de la voluntad de respetar los deseos de mi familia para que continuara con la oficina de farmacia. Sin embargo, mi preferencia personal
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por razones políticas era ir a Barcelona. Fue inteligente la redirección por parte de mi padre hacia Madrid, invocando la mejor calidad del profesorado en la facultad madrileña, dato que era cierto. Me alojo en casa de unos parientes lejanos pero muy próximos sentimentalmente, familia del mundo del teatro: el ambiente era agradable aunque algo falto en términos intelectuales. Estudio y cine son las dos actividades que me ocupan fundamentalmente el primer año en Madrid. En la facultad, debo destacar el papel decisivo de la Cátedra de Química Analítica e Inorgánica —Ricardo Montequi era una personalidad—. Entre los alumnos con mejores expedientes se reclutaban alumnos internos para apoyar la preparación de las clases y las prácticas. Es ahí donde se produce la emergencia y convergencia con Jorge Fernández LópezSáez y José Luis Cánovas, «equipo» al que se incorporaron por razones de amistad previa con ellos dos Joaquín del Río y Raúl Fernández Garrido. Este quinteto permanecería muy unido a lo largo de toda la carrera: José Luis, Jorge y yo fuimos configurando una estrategia para la investigación —que más tarde se enmarcó, aunque en áreas temáticas diferentes, en el Instituto de Biología Celular del Centro de Investigaciones Biológicas (CIB) del CSIC—; Joaquín por su parte se orientó hacia la investigación farmacéutica por la vía de la Química Médica, y Raúl tuvo como campo de principal de interés la Geología.
El camino a la investigación Estaba cada vez más clara mi opción por la investigación. En la Facultad de Farmacia las asignaturas que más atrajeron mi atención las empecé a cursar avanzada la carrera, 3º y 4º cursos, y son las que constituirán la base de mi futura actividad investigadora: me refiero a Bioquímica y Microbiología, dos asignaturas que encontré muy interesantes y que ofrecían atractivos, aunque distintos. En el caso de la Bioquímica destacaba la docencia que impartían destacadas figuras de la biología en España como el catedrático Ángel Santos Ruiz y los prometedores profesores adjuntos Federico Mayor Zaragoza, José Antonio Cabezas y Francisco Ferrándiz. En el caso de la Microbiología sobresalían los trabajos prácticos en los que ponían todo su esfuerzo y entusiasmo tanto el profesor encargado de la asignatura, Vicente Martínez Piqueras como el personal de apoyo con los profesores titulares a la cabeza, entre los que sobresalía Feli Escribano, el catedrático Lorenzo Vilas ocupaba un puesto
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de Director General en la administración educativa y estaba en situación de servicios especiales. En el CSIC destacaban tres jóvenes investigadores, seleccionados por José María Albareda que lideraban el despegue de la nueva biología en España y que seguían así el importante esfuerzo de modernización que había acometido Alberto Sols. Gonzalo Giménez Martín encabezaba el desarrollo de la citología trabajando con modelos vegetales, Julio Rodríguez Villanueva trabajaba en bioquímica microbiana con dos proyectos que buscaban el aislamiento de microorganismos del suelo para producir bien enzimas líticos, bien antibióticos. Los dos se encontraban instalados en España. El tercero, Manuel Losada, que había realizado importantes contribuciones a la bioquímica de la fotosíntesis en California en el laboratorio Daniel Arnon, estaba entonces pendiente de reincorporación. Decido incorporarme al laboratorio de Julio Rodríguez Villanueva en el CIB, en el que destacaba la importante presencia de Isabel García Acha, esposa y directa colaboradora de Rodríguez Villanueva. También se incorporó a ese laboratorio José Luis Cánovas, aunque su intención era trabajar con Manuel Losada cuando regresara a España. El laboratorio de Rodríguez Villanueva era un laboratorio de microbiología con buen apoyo de los servicios centrales de cocina (preparación de material y medios de cultivo) del Instituto Jaime Ferrán. Los procesos de «monitorización» (pantalleo) de los microorganismos para seguir las actividades podían realizarse bien (agitadores, microscopios, tubos de cultivo, fotocolorímetro). Pero la escala hacia arriba y la incorporación de técnicas bioquímicas (cromato, electroforesis) se desarrollaron después para lo que hubo que conseguir esos nuevos instrumentos. La incorporación de Monique Novaes Ledieu fue básica para avanzar en esta orientación bioquímica (Monique había trabajado con Pierre Jòlles, que era una de las autoridades mundiales en el estudio del enzima lítico modelo: la lisozima).
El servicio militar. Un salto con paracaídas Después de un corto periodo de trabajo tratando de avanzar en posibles antibióticos (Cánovas había escogido trabajar con los enzimas líticos) dejo el laboratorio para cumplir el servicio militar. Una cierta aversión a la visión excesivamente jerárquica del ejército a lo que se unen
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todos los rescoldos familiares de la guerra civil y sus consecuencias y una cierta incapacidad para superar los ejercicios físicos que se requieren para integrarse en las milicias universitarias, me llevan a renunciar a esta opción. Decidí hacer el servicio ordinario aunque posponiendo la incorporación con las correspondientes prórrogas. El problema era dónde podía corresponderme por sorteo cuando, al terminar los estudios, debía producirse la incorporación. Seguí la estrategia de Joaquín del Río de hacer un curso de aeromodelismo con el que se podía solicitar a Aviación lo que significaba poder realizar el cumplimiento del servicio militar en la región donde estabas inscrito: para Joaquín, Madrid; para mí, Valencia. Por ello, Valencia era mi opción pero la cuestión se complicaba porque al ser una región militar el espacio geográfico se ampliaba. Ello significaba que había lugares menos hospitalarios e interesantes para poder desarrollar las obligaciones militares que podían suponer la pérdida de casi dos años de la actividad investigadora. Entre estos lugares estaba la base aérea de Los Llanos en Albacete. Allí, como castigo a la estrategia diseñada, me enviaron. Esta desafortunada circunstancia no dejó de reportarme satisfacciones personales y hasta cierto punto intelectuales desde el plano de la socialización y la cultura política. Aprecio la existencia de la solidaridad del compañerismo, de las ventajas que reporta el actuar con seriedad, responsabilidad, humildad y respeto, cualidades que me han inculcado y sobre las que he procurado construir mi vida. Hay una serie de anécdotas interesantes que me ocurrieron en los tres meses de vida en Los Llanos (Albacete). Descubrí que los soldados especialistas (hijos «mal» de familias «bien») son fuente de solidaridad. A este descubrimiento se añadió la revelación del señorío ligado a la milicia (como demostró con su comportamiento el Capitán Zabala, responsable de la instrucción). El valor tan esencial en España de la familia y los amigos se hizo evidente con las gestiones que algunos realizaron para trasladarme a Valencia, a la Farmacia Militar del Aire, tras la jura de bandera. Mi padre solicitó ayuda a Joaquín de Zulueta (General del Ejército del Aire fiel al ejército republicano) compañero de promoción del Capitán General de la Región Área de Levante (El Duque de la Victoria) quien consiguió este traslado. El mismo día en que cogía el tren en Albacete para trasladarme a Valencia conceden la Palma de Oro a Viridiana. En Valencia transcurrieron los dieciocho meses restantes entre el Cuartel de Chirivella y la Farmacia Militar.
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Obtuve el Premio Nacional de Licenciatura. El viaje a Madrid a recoger el premio fue una experiencia interesante, no exenta de traumatismo emocional. En la foto en que Franco me entrega el premio, represento a una persona del doble a mi edad. Después Franco visitó Valencia y recuerdo la actitud del Comandante Sedeño, quien me encargó la guardia en la Farmacia Militar y evitarme así que formara entre las fuerzas que le rindieron honores. Sorpresas en el franquismo: había fisuras, ¿puede haber apertura?
El regreso al CIB. El Laboratorio de Microbiología Bioquímica Hubo cambios importantes: la incorporación de Concepción García Mendoza, de Monique Novaes Ledieu, Santiago Gascón, Rafael Sentandreu, María Victoria Elorza, Mari Carmen Romero, María José Rodríguez Aguirre, Juan Antonio Leal, David Vázquez (Cánovas había hecho su traslado para trabajar con Manuel Losada y Manuel Ruiz Amil en la 4ª planta del CIB). Y cambió mi programa de investigación a los enzimas líticos: me dediqué a partir de entonces al aislamiento e identificación de Streptomyces violaceus y a la actividad lítica frente a bacterias. Mi tesis doctoral, sobre bioquímica microbiológica la defendí con Julio Rodríguez Villanueva como director y un muy joven catedrático, Federico Mayor Zaragoza en su primer tribunal de tesis doctoral. Esta tesis supone el modesto intento, quizá por primera vez en España, de purificar y caracterizar actividades enzimáticas: una hexosaminidasa y una proteasa. A pesar de mi insatisfacción con el trabajo, causó bastante impacto en el seno de la Sociedad Española de Microbiología; presenté un resumen de ese trabajo en la reunión de la Sociedad que organizaron Julio R. Villanueva e Isabel García Acha. La estrategia para el postgrado fue una opción muy personal pero se planteó y desarrolló con el indudable apoyo de Rodríguez Villanueva.
Los estudios de postgrado: Lieja y Nueva York El laboratorio de Lieja con Maurice Welsch como Rector y ProRector era un referente en estudios de enzimas líticos. Jean Marie Ghuysen era el investigador líder además de responsable del estudio de los enzimas de Streptomyces albus con los que obtuvo numerosos resultados de prime-
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ra línea. Ghuysen había conseguido una importante subvención del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, a partir del cual me ofreció un contrato muy satisfactorio. Ello me permitió casarme y me proporcionó cuatro años de estabilidad económica y de extraordinarias vivencias científicas. Este laboratorio era también un referente internacional en los trabajos sobre estructura de la pared celular de bacterias, lugar de acción de los antibióticos del tipo de la penicilina. El segundo postgrado lo realicé en Nueva York. Decidí junto con Jean Marie Ghuysen no ir con Jack Strominger, experto en biosíntesis de la pared celular y altamente competitivo. Cambié a las membranas como tema y decidí trasladarme al laboratorio que Milton Salton dirigía en New York University (NYU). Milton era un microbiólogo, biólogo celular y citoquímico, pero no bioquímico. Allí trabajé en el aislamiento y caracterización de estructuras celulares bacterianas y en el estudio de la ATPasa, como enzima predominante en la membrana de Micrococcus lysodeikticus. El laboratorio carecía de tradición en bioquímica y enzimología, por lo que mis experiencias previas fueron bastante apreciadas por el grupo en el que trabajaban John Freer, David Ellar, Teresa Whiteside y Martin Nachbar. Los resultados de mis dos años en NYU se publicaron básicamente en tres artículos en Biochimica et Biophysica Acta, Biochemical and Biophysical Research Communications y en el European Journal of Biochemistry.
Nuevo regreso al CIB. El Instituto de Biología Celular Hubo una reorganización en el CIB. Losada y Rodríguez Villanueva habían ganado las cátedras de Sevilla y Salamanca. David Vázquez asumió la dirección del Instituto de Biología Celular, y se produjo el relevo generacional: José Luis Cánovas y Emilio Muñoz asumieron las jefaturas de sus unidades respectivas (Regulación y Biomembranas). Me enfrentaba así a una situación complicada: dirigir una unidad integrada por compañeros de mi misma edad y que tenían sus propios temas de trabajo. Traté de ejercer la autoridad y superar el problema de la dispersión temática y la limitación de recursos. Se fue produciendo una decantación, algunos pasaron a la Universidad y otros se reagruparon en torno a trabajos con hongos. Poco a poco se fueron diluyendo los problemas, aunque quedaron heridas que sólo parcialmente cicatrizaron.
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Nuestro grupo, nuestra unidad de Bioquímica de membranas, fue adquiriendo una línea de investigación propia que podríamos definir como una síntesis entre las disciplinas por las que se desarrollaba la biología moderna. El objeto de estudio eran las membranas biológicas y las proteínas membranales. Aplicamos técnicas diversas desde las tradicionales técnicas de separación adaptadas a la dificultad que entraña el manejo de proteínas de membrana (fuerte asociación con lípidos, y al mismo tiempo necesidad de interaccionar y ser efectivas en el medio acuoso), hasta técnicas biofísicas e inmunoquímicas para intentar comprender los estados de naturalización y desnaturalizados de las proteínas de las membranas citoplásmicas de M. lysodeikticus y Streptomyces albus.
Entrada en la política por y para la ciencia La condición de investigador prevaleció sobre la capacidad de intervenir en política. La ciencia y la tecnología fueron los elementos básicos para ejercer la política. Afortunadamente, ya estábamos en el periodo en que la política científica había alcanzado carta de naturaleza. En plena deriva del franquismo y su declive, mis condiciones personales (carrera científica con cierto reconocimiento y vocación política) atraían a los partidos de la oposición. En los 70 (1974) decidí militar en el Partido Socialista Popular (PSP), partido algo especial pero particularmente atractivo para los «intelectuales» ya que contaba con un grupo de jóvenes y brillantes profesores universitarios en el ámbito del derecho. Otro factor decisivo fue que un núcleo de amigos, vecinos de la Alameda de Osuna (Eduardo Mezquida, Alfonso Campos, Juan Hernández Vigueras) se afiliaron también al partido. Para las elecciones de 1977 desempeñé un papel en el modesto diseño del programa (propuesta) de política científica y universitaria del PSP. Al presentar mi candidatura por Cuenca, asumí la responsabilidad de desarrollar los temas educativos y de investigación. Se produjo entonces un hecho fundamental para el futuro político: la aparente notable aceptación social en Cuenca, se tradujo en un muy bajo resultado electoral frente a un resultado muy alto del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). A partir de esta constatación, me incliné por la fusión del PSP con el PSOE.
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Tras la fusión, me incorporé al grupo que lideraba en el PSOE Javier Solana (Secretario de Estudios y Programas), y del que formaban parte, entre otros, Carmina Virgili, Alfredo Pérez Rubalcaba, Concha Sáenz Laín y Armando Albert.
Política científica en el CSIC En los últimos años del franquismo y los primeros de la transición el CSIC se encontraba en una situación complicada. Se luchaba por una representación y reglamento democráticos. La API (Asociación de Personal Investigador) y sus presidentes José Gómez Acebo y José Rodrigo, con la colaboración de Teresa Mendizábal tuvieron su papel destacado en todo este proceso. A las elecciones de la Comisión Científica en el área de Biología y Biomedicina se presentaron dos candidaturas. Una de izquierda (progresista avanzada) formada por Jesús Sebastián y yo. Y otra, del signo opuesto, compuesta por un solo candidato José Gómez Acebo (al que no se podía tildar de conservador, lo podríamos identificar más como un liberal al estilo norteamericano, británico o alemán, y que además concitaba los grandes fervores de las posiciones tradicionales del CSIC y que constituía un nexo político y familiar con la entonces recién entronizada monarquía). Salimos elegidos Gómez Acebo y yo —todavía hoy me sorprende el (alto) número de votos obtenidos por mi candidatura—. En general, la Comisión se configuró con un perfil de representantes que podríamos llamar en términos políticos de «centro derecha civilizado», y podría corresponder al perfil de votantes de UCD, con alguna representación más próxima a lo que representaba Alianza Popular. Junto a ese perfil, los representantes en la Comisión Científica se caracterizaban asimismo por su «fidelidad» y profunda integración con el «espíritu» del CSIC. Estas características chocaban profundamente, aunque siempre en un clima de diálogo civilizado —se hace democracia participando— con la personalidad y la estrategia del Presidente Carlos Sánchez del Río. Carlos Sánchez del Río había sido nombrado por Iñigo Cavero. Era un representante de la democracia cristiana que había intervenido en el franquismo —de hecho fue hasta considerado como «el brillante joven científico del régimen»—. Físico, asociado a la Junta de Energía Nuclear
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y catedrático de la Complutense, tenía una limitada, por no decir escasa, simpatía por el CSIC. Hubo rumores sobre el propósito de la UCD de desmantelar el CSIC transfiriendo los institutos según su sector de actividad a distintos ministerios, pero estos datos no han podido ser comprobados documentalmente. Todo este contexto chocó con la conciencia identitaria del CSIC, y unió a los miembros de la Comisión Científica ante la actitud poco colaboradora de la administración de la UCD, incluyendo al Presidente del CSIC en esta calificación. Los enfrentamientos, aunque siempre dentro de unos tonos de debate civilizado, fueron frecuentes y la sensación de crisis en el CSIC era evidente. La creación del Ministerio de Universidades e Investigación (MUI), como separación de responsabilidades en el gobierno de UCD entre la democracia cristiana y el ala socialdemócrata, supuso un punto de inflexión. La titularidad de González Seara, la modificación de la situación de la Dirección General de Política Científica en relación con la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica, y la incorporación a esa Dirección General de Teresa Mendizábal como subdirectora y cuya titularidad ostentaba el ingeniero agrónomo Marcos Rico, fueron elementos básicos para que se produjera uno de los cambios organizativos más importantes de la administración de la ciencia y la tecnología en España. La evidente situación de crisis en el CSIC reclamaba alguna acción especial. Desde el MUI se planteó una estrategia de «guerrilla» exploratoria y analítica. Se constituyó un comité oficioso integrado por seis miembros de la Comisión Científica, escogidos por su significación y por su activismo: Sagrario Martínez Carrera, Manuel Espadas, José Antonio Muñoz-Delgado, José María Gómez Fatou, José Gómez-Acebo y yo mismo, que quedó bajo la coordinación de Teresa Mendizábal y la dirección de Alejandro Nieto, catedrático de Derecho Administrativo y asesor del Ministro González Seara. Este «Comité» oficioso estuvo curiosamente en el origen de algunos cambios importantes en la estrategia y la política científica del futuro del CSIC, cambios que incluso trascendieron a nivel nacional. En los trabajos de ese «Comité» se reflexionó sobre el papel del CSIC en la organización de la ciencia y la tecnología, se reconoció la importancia que podría tener para ese papel el establecimiento de estrategias y una programación adecuadas, y se constató la existencia de la heterogeneidad evidente en los diferentes ámbitos de actividad.
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A lo largo de la actuación del Comité se generó una estrecha relación entre Alejandro Nieto y yo, sobre la base de nuestro interés común por la política científica y por la asunción de su relevancia para estructurar la ciencia y la tecnología en nuestro país. El hecho de que seis miembros de ese Comité fuéramos miembros de la Comisión Científica nos daba la oportunidad de observar la eficacia y viabilidad de las propuestas que se habrían destilado como fruto de la actividad del mismo. Podríamos comprobar que no se avanzaba y que la Presidencia de Sánchez del Río era cada vez más un obstáculo para emprender un programa de reforma y relanzamiento del CSIC. La importancia del problema y la necesidad de actuar con urgencia nos llevó a Pepe Gómez-Acebo y a mí a la conclusión de que era necesario provocar un cambio en la presidencia del CSIC. La apuesta parecía clara por Alejandro Nieto. Sus grandes cualidades para la dirección, su conocimiento por los temas de organización de la ciencia en el ámbito administrativo y constitucional, su interés por la gestión del conocimiento y su estrecha relación de confianza con el ministro González Seara, le hacían un candidato de elección. Gómez-Acebo y yo decidimos tratar con él directamente estas ideas y nos desplazamos a su casa (en la moto de Pepe Gómez-Acebo). A pesar de una cierta resistencia inicial, el carácter de organismo autónomo del CSIC y la firmeza de nuestras propuestas terminaron por convencerle. En breve plazo se produjo su nombramiento. Desde su incorporación a la Presidencia del CSIC, Alejandro Nieto quiso contar con mi colaboración. Empezamos juntos a preparar el futuro —de vez en cuando nos reuníamos en su despacho de Serrano 117— y me propuso inmediatamente que quería contar conmigo como vicepresidente. La incorporación tenía ciertas limitaciones y condiciones políticas. En aquellos momentos, los vicepresidentes del CSIC eran nombrados por Consejo de Ministros. Mi militancia en el PSOE era conocida. Hubo que negociar ese nombramiento, cada uno con sus interlocutores. Nieto quería configurar un equipo con miembros del oficioso «Comité» en el que Teresa Mendizábal era una pieza clave. A Teresa, que ocupaba la Subdirección General en la DGPC, tuvo que convencerla con muchas dotes de persuasión. J. A. Muñoz-Delgado completó el equipo. Nieto quiso cambiar las responsabilidades asignadas a la vicepresidencias: a Teresa le atribuyó las Relaciones Institucionales, a J. A. MuñozDelgado las Relaciones Internacionales y a mí la Política Científica, con lo que sus intereses coincidieron plenamente con los míos. Mi ambición
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era combinar teoría y práctica de la política científica. La Vicepresidencia del CSIC fue una excelente plataforma de apoyo a las iniciativas de la Presidencia. Me daba la oportunidad de contrastar teoría y práctica con la realización de estudios y análisis comparativos (viajé al Reino Unido, con la colaboración del British Council, una colaboración que iba a prolongarse a lo largo de mi carrera en la política científica española) y de trabajos puntuales de bastante trascendencia como fueron los casos del Síndrome Tóxico y de la reestructuración del Instituto Cajal. Y consistió en un trabajo en equipo y en la puesta en marcha de iniciativas cooperativas. Cuando redacto estas notas, se acaban de cumplir veinticinco años del Síndrome del Aceite Tóxico (SAT). En la Revista Noticias Médicas se le ha dado un importante tratamiento conmemorativo con entrevistas a Luis Valenciano, Luis Munuera y a Manuel Posada, actual responsable del Programa, que se mantiene dentro de las actividades del Instituto de Salud Carlos III y de su fondo de financiación de la investigación biomédica (el FIS). El pediatra Tabuenca declinó hacer declaraciones, dolido por el escaso reconocimiento, e incluso por los problemas que le acarreó su papel principal en la identificación del aceite de colza desnaturalizado, vendido en circuitos comerciales extraoficiales, como agente causal de la enfermedad. Existió, como ocurre en casi todo problema científico, confrontación entre algunos científicos y técnicos respecto al origen de la enfermedad. El relato conmemorativo desarrollado por la revista Noticias Médicas sobre la base de experiencias vividas no hace prácticamente mención a la intervención del CSIC, a pesar de que la institución hizo un esfuerzo notable. Bajo el impulso del Presidente Nieto que colocó el tema bajo mi dirección, el CSIC puso de manifiesto, quizá por primera vez en su historia, su capacidad para constituir equipos pluridisciplinares orientados a abordar objetivos de trascendencia social y política. Se agruparon expertos analíticos para contribuir a la caracterización lo más completa y profunda posible de las muestras del aceite desnaturalizado, —investigadores del área de biología y bioquímica con experiencias disciplinares diversas como la bioquímica, la neurobiología, la toxicología y la inmunología— para aproximarse a la interpretación de los datos analíticos clínicos que permitieran desarrollar modelos experimentales. Todo este importante capital de recursos humanos y capital técnico-científico fue puesto bajo la coordinación de Ángel Pestaña, investigador del Instituto de Enzimología (ahora Instituto de Investigaciones Biomédicas A. Sols) quien llevó a cabo una bri-
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llante tarea aunque no exenta de conflictos, en particular en lo que sería la confrontación con el Dr. Muro, director del Hospital de Enfermedades Infecciosas y contrario a la tesis del aceite de colza como origen del SAT. El CSIC pudo con esta iniciativa de política científica poner de relieve ante la sociedad española su capacidad de afrontar cooperativa e integradamente un problema de grave repercusión social1 . No hubo tratamiento ni reconocimiento mediáticos en relación a esta iniciativa del CSIC aunque si un cierto reconocimiento de los responsables del Ministerio de Sanidad más directamente implicados. Esta iniciativa puede considerarse también como movimiento precursor de la respuesta del CSIC a problemas de esta índole como sucedió posteriormente con la rotura de la presa de Aznalcóllar o el hundimiento del Prestige o incluso más recientemente sobre la potencial amenaza de la gripe aviar.
La reestructuración del Instituto Cajal El Instituto Cajal no había tenido un desarrollo acompasado con la evolución de la investigación biomédica en España y permanecía alejado de las corrientes más actuales de la neurobiología a nivel mundial. Esta preocupante situación fue considerada un baldón para la institución de forma que bajo la presidencia de Alejandro Nieto, el CSIC decidió hacer un esfuerzo de recuperación de la memoria de Cajal no sólo como figura señera de la ciencia española, sino como referente de la Junta de Ampliación de Estudios, propuesta a la que contribuí desde la vicepresidencia. De nuevo, el presidente A. Nieto colocó bajo mi responsabilidad esta tarea. Se puso en marcha una iniciativa pionera en la casi embrionaria política científica española: se constituyó una comisión internacional integrada por tres científicos de gran relieve internacional —Maxwell Cowan, Hendrik van der Loos y Constantino Sotelo— que auditara la situación del Instituto e hiciera propuestas para el relanzamiento del mismo. La experiencia, por su novedad, era arriesgada. Como era hasta cierto punto lógico, existieron resistencias iniciales en la dirección y comunidad investigadora del Cajal; pero es justo reconocer que esas resistencias se fueron disipando gracias al menos a tres factores: la buena 1
Se dispone de un informe en inglés con la presentación de las diferentes aproximaciones de la investigación sobre el SAT realizadas en el CSIC.
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disposición del cuerpo de investigadores una vez que conocieron las intenciones que inspiraban a la dirección del CSIC; la extraordinaria actuación de la comisión internacional, totalmente identificada con la figura de Ramón y Cajal y su enorme relevancia en la neurobiología, cuyos representantes supieron combinar rigor con tacto; y el acompañamiento de la evaluación y reestructuración del Instituto Cajal con medidas de fomento de su actividad, incluyendo el proyecto de creación de una nueva sede en los terrenos de la calle del Dr. Arce que eran propiedad del CSIC.
La programación del CSIC y la existencia de un programa de actuación de la dirección Estas dos líneas de actuación estuvieron estrechamente interrelacionadas y sellaron con su impronta la etapa presidida por A. Nieto. El presidente realizó comparecencias para dar cuenta al personal de la institución de su programa. Estas comparecencias tuvieron asistencias masivas en el Salón de Actos del Central y fueron generalmente bien recibidas. La idea de que la actividad del organismo quedara reflejada en una programación fue una idea del Presidente, encaminada, a introducir estrategias de política científica, de la que se encargó Teresa Mendizábal con mi apoyo. Este ejercicio requirió la realización de análisis que pusieran de relieve las fortalezas (y hasta cierto punto las debilidades) de los ámbitos y grandes líneas de la institución, análisis que se acompañó con un primer paso a poner en práctica estudios de prospectiva... Este área fue continuada por José María Gómez Fatou al ocupar la vicepresidencia cuando Teresa Mendizábal la abandonó para asumir la Dirección General de Acción Social del Ministerio de Trabajo durante el último Gobierno de UCD. De todas estas estrategias e iniciativas hay constancia escrita en el libro que bajo el título «Apuntes para una política científica» editó el propio CSIC a través de su Servicio de Publicaciones.
La avenida al cambio político La actitud reformista de la dirección del CSIC y su preocupación e interés por la política científica determinó que la institución fuera una
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plataforma de discusión de los programas electorales en ciencia y tecnología en las Elecciones Generales del otoño de 1982. Recuerdo entre sombras el acto celebrado en el Salón de Actos del Edificio Central en el que intervinieron Javier Solana por el PSOE y Eugenio Triana por el PCE. Tras las elecciones y su sorprendente resultado con el triunfo por mayoría aplastante del PSOE, se abrió un horizonte de expectativas. La primera sorpresa vino con el nombramiento de José María Maravall como ministro de Educación y Ciencia mientras que el candidato in pectore Javier Solana pasaba a desempeñar la cartera de Cultura y Deporte. Yo no había tenido ningún contacto con Maravall, así que desconocía si iba a contar conmigo para desempeñar algún puesto. En cualquier caso yo había ido repitiendo a los compañeros que no quería asumir la Presidencia del CSIC. En primer lugar porque no quería sustituir a Alejandro Nieto quien, en mi opinión, podría seguir asumiendo la Presidencia con el nuevo gobierno y en segundo lugar porque conocía demasiado la institución lo cual, también en mi opinión, era más un pasivo que un activo. Antes del discurso de investidura de Felipe González recibí una llamada de Carmina Virgili, quién me anunció que José Maria Maravall quería entrevistarse conmigo para ofrecerme la Dirección General de Política Científica. Carmina, que iba a desempeñar la Secretaría de Estado de Universidades e Investigación, le había pedido contar conmigo al exponer la configuración de su equipo. Yo estaba muy feliz ya que era el puesto que había soñado, era lo que estimaba el salto lógico desde la vicepresidencia del CSIC para entrar en la arena de la política científica nacional. Además era la única área en la que probablemente habría aceptado entrar en política. La entrevista con Maravall, aunque marcada por un problema familiar ocurrido el día antes —caída de mi padre en la calle con rotura de cadera—, trascurrió de modo muy positivo. José María me expuso el equipo con el que iba a contar, deferencia que yo aprecié en grado sumo. Emprendí viaje a Valencia ya que a mi padre le operaban esa mañana. Mi padre salió bien de la operación y llegó a recuperar la movilidad pero ese accidente fue el principio del fin, pues tres meses después moría, el 3 de enero de 1983. En Valencia seguí el discurso y el debate de investidura de Felipe González. Las tomas de posesión
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fueron por equipos y recuerdo con especial emoción aquel acto en el Salón Goya en la sede de Alcalá 34 del Ministerio de Educación y Ciencia.
La Política Científica y La Ley de la Ciencia El último gobierno de UCD, presidido por Leopoldo Calvo Sotelo había contado con un relevante ministro de Educación y Ciencia, Federico Mayor Zaragoza. Los que conocemos su personalidad, y ya son muchos en el mundo, podíamos prever que en el desempeño de su carera no iba a ser un ministro anodino, consumido en la desesperanza de unas encuestas que apuntaban a la derrota de UCD. Mayor ha hecho siempre gala en sus discursos y en sus acciones de la importancia del futuro como guía para la gestión política. Por eso Mayor Zaragoza aprovechó la reorganización del MEC que había resultado del proceso González Seara y su asunción por parte del «recreado» MEC para apoyarse en la CAICYT y en su personal, a los que conocía bien y con los que había trabajado como Presidente de la Comisión en un periodo anterior para articular la política de ciencia y tecnología sobre sus bases. Se retomó la figura de los Planes Nacionales con especial énfasis en el de Biotecnología y Acuicultura y se estableció un grupo de trabajo liderado por Antonio Roig, en su condición de Secretario General de la CAICYT, más que de Director General de Política Científica, para elaborar una ley sobre la investigación. Fui invitado a formar parte de ese grupo no sé en virtud de qué condición. Creo que no fue por ser Vicepresidente CSIC —no hubo intervención ni invitación institucional—, sino por mi relación personal con Federico Mayor y, quizá, por la idea subyacente de mi potencial papel en estos temas dentro del Partido Socialista Obrero Español. El proyecto fue elaborado muy desde dentro del MEC (sector CAICYT) sin intervención de otros ministerios ni incluso de otras agencias del MEC. Si mis recuerdos no me traicionan —no dispongo de los documentos que se elaboraron— se trataba de un proyecto muy parcial, dirigido a afrontar el tema de la financiación de la investigación con el objetivo de convertir a la CAICYT en un Council o una National Science Foundation. En términos prácticos, la propuesta de ley Mayor-Roig suponía la separación de la CAICYT de la Dirección General de Política Científica
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—volver a la situación anterior del Ministerio de Universidades e Investigación. De hecho, estaba prevista la separación física de ambas organizaciones con el traslado de la CAICYT a Rosario Pino, mientras que la DGPC seguiría, se suponía, en la sede de la calle Cartagena que se ocupaba en aquellos momentos. Cuando asumí la doble responsabilidad decidí detener el proceso. En la fiesta preludio de la Navidad, durante la copa, anuncié al personal el cambio de planes y esbocé las primeras líneas de nuestro programa de actuación. — Mantenimiento de la conexión entre DGPC y CAICYT y aprovechamiento de su sinergia. Consecuentemente, todos irían a Rosario Pino 14-16, a los locales ya alquilados. — Revisión de las políticas e instrumentos de política científica y tecnológica para conseguir con ellos los mejores resultados posibles. — Aprovechar todas las instancias de cooperación interministerial que ofrece la CAICYT para fomentar esta cultura en el gobierno socialista que presidía Felipe González. — Preparar el futuro marco institucional con la elaboración de una ley como objetivo. La revisión de los instrumentos que existían fue muy útil. Así, lanzamos el Programa Movilizador de Biotecnología, las fases previas del Programa de Acuicultura, el Plan de Fomento de la Investigación en la Industria Farmacéutica (promovido por el Ministerio de Industria y Energía) y sentamos las bases de un Programa de Promoción General del Conocimiento, así como de programas de carácter horizontal como la formación de Recursos Humanos y la Conexión de Recursos Informáticos (red IRIS). Todas estas acciones fueron muy importantes puesto que contribuyeron a la consolidación de una visión de la política científica en la que se actuaba por el establecimiento de estrategias, señalamiento de prioridades y en la que era posible trabajar, no sin esfuerzo, con una cierta coordinación entre agencias. Estos fueron los pilares sobre los que se asentó la política científica de 1982-1988, y que se materializó en la Ley de la Ciencia y en la puesta en marcha del Plan Nacional en su primera versión. En octubre de 1988 abandoné la Secretaría General del Plan Nacional para asumir la Presidencia del CSIC, responsabilidad que tuve hasta mediados de 1991. Mi llegada a la Presidencia del CSIC se produjo a instancias del ministro Javier Solana y confieso que no lo hice con entusiasmo. Conocía
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demasiado a esta institución para temer que una presidencia que siguiera fiel a mis trayectorias de aplicación de estrategias de innovación y reforma, generaría conflictos como así fue. He sostenido que el CSIC, a pesar de su indudable importancia en el ámbito científico y técnico español, se ha sentido a lo largo de su historia amenazada por la institución universitaria y atenazada por la búsqueda de su identidad. Aunque mi llegada a la institución coincidió con un momento en que se sentía reforzada en su autoestima tras las presidencias de Alejandro Nieto, José Elguero y Enric Trillas, quedaban cosas por resolver en temas de organización institucional, de relación con la política científica nacional y, respecto a los complicados temas de personal, estaba pendiente el reglamento. Los tres estrechamente relacionados, en mi opinión, con el desarrollo de la Ley de la Ciencia por lo que era consciente de las resistencias que su puesta en ejecución podía generar. En cualquier caso, sobre esos cuatro ejes se articuló mi gestión en el CSIC, que se saldó con mayor o menor fortuna en virtud de las circunstancias políticas que la rodearon y de nuestras limitadas capacidades para ejercitarla. Dos largas décadas después, los trabajos de la Red de Estudios Políticos, Económicos y Sociales de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (Red CTI) del CSIC me obligan a reflexionar sobre lo que se consiguió y lo que no se alcanzó con aquellas iniciativas y sus instrumentos. La conclusión más evidente es que todos estos instrumentos necesitan una revisión profunda. Muchas cosas han cambiado en la España del siglo XXI con respecto a la ciencia y la tecnología, aunque no todas hayan sido positivas, y algunas, bastantes, queden aun pendientes.
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Selección de publicaciones de Emilio Muñoz
1. INVESTIGACIONES EN BIOQUÍMICA Y BIOLOGÍA CELULAR Y MOLECULAR 1.1.
En libros y revistas
M. V. Elorza, E. Muñoz y J. R. Villanueva, «Production of yeast cell wall lytic enzymes on a semidefined medium by a Streptomyces». Nature, 210, pág. 442 (1966). J. F. Petit, E. Muñoz, y J. M. Ghuysen, «Peptide cross-links in bacterial cell wall peptidoglycans studied with specific endopeptidases from Streptomyces albus G». Biochemistry, 5, págs. 2764-2776 (1966). E. Muñoz, J. M. Ghuysen, M. Leyh-Bouille, J. F., Petit y R. Tinelli, «Structural variations in bacterial cell wall peptidoglycans studied with Streptomyces F1endo-N-acetyl muramidase». Biochemistry, 5, págs. 3091-3099 (1966). J. M. Ghuysen, J. F. Petit, E. Muñoz, M. Leyh-Bouille y L. Diericks, «Action des enzymes bacteriolytiques autres que le lysozyme sur le peptidoglycans des parois cellulaires bacteriennes». Expose’s Annuels de Biochimie Medicale. Masson y Cie. Edd. XXVII series, págs.101-111 (1966). E. Muñoz, J. M. Ghuysen, M. Leyh-Bouille, J. F. Petit, H. Heymann, E. Bricas y P. Lefrancier, «The peptide subunit N-(L-alanyl-D-isoglutaminyl)-L-LysylD-Alanine in cell wall peptidoglycans of Staphylococcus aureus. Copenhagen, Micrococcus roseus R27 and of Streptococcus pyogenes, group A. Type 14». Biochemistry, 5, págs. 3748-3767 (1966). E. Muñoz, J. M. Ghuysen y H. Heymann, «Cell walls of Streptococcus pyogenes, type 14. C-polysaccharide-peptidoglycan and G-polysaccharide-peptidoglycan complexes», Biochemistry, 6, págs. 3659-3670 (1967). E. Muñoz, J.H. Freer, D.J. Ellar, M.R.J. Salton, «Membrane-associated ATPase
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activity from Micrococcus lysodeikticus». Biochim. Biophys. Acta 150, págs.531-533 (1968). E. Muñoz, M.S. Nachbar, M.T. Schor y M.R.J. Salton, «Adenosine-triphosphatase of Micrococcus lysodeikticus, selective release and relationship to membrane structure». Biochem. Biophys. Res. Commun. 32, págs. 539-546 (1968). E. Muñoz, M.R.J. Salton, M.H. Ng y M.T. Schor. «Membrane-adenosine triphosphatase of Micrococcus lysodeikticus: Purification, properties of the soluble enzyme and properties of the membrane-bound enzyme» Eur. J. Biochem., 7, págs. 490-501 (1969). D. J. Ellar, E. Muñoz y M. R. J. Salton, «The effect of low concentrations of glutaraldehyde on Micrococcus lysodeikticus membrane change in the release of membrane associated enzymes and membrane structure». Biochim. Biophys. Acta, 225, págs.140-150 (1971). M. Lastras y E. Muñoz, «Dependence on Mg2+ for different states of the membrane-bound adenosine triphosphatase of Micrococcus lysodeikticus». FEBS letters 14, págs.69-72 (1971). E. Muñoz, J.Coyette, A Marquet y V. Larraga, «Isolation, Partial Characterization of the Cytoplasmyc Membrane Fraction of Streptomyces albus G and DD-carboxypeptidase Location». Arch. Microbiol., págs. 273-288 (1972). S. F. Estrugo, V. Larraga, M.A. Corrales, C. Duch y E. Muñoz, «Molecular Organization in Bacterial Cell Membranes. I. Sodium Dodecyl Sulphate Solubilization and Fractionation of the Components of a Depleted Membrane from Micrococcus lysodeikticus». Biochim. Biophys. Acta, 255, págs. 960973 (1972). M. Lastras y E. Muñoz, «Properties of the membrane-adenosine triphosphatase complex of Micrococcus lysodeikticus: Reversibility of the Mg2+ -dependent states of the ATPases». FEBS letters 21, págs.109-112 (1972). J. Carreira, J.A. Leal, M. Rojas y E. Muñoz, «Membrane-adenosine triphosphatases of Escherichia coli k12: Selective solubilization of the enzyme and its stimulation by trypsin in the soluble and membrane-bound states». Biochim. Biophys. Acta 307, págs. 541-556 (1973). S.F. Estrugo, J. Coll, J.A. Leal y E. Muñoz, «Molecular organization in bacterial cell membranes. II. Reevaluation and identification of some chemical componenents of Micrococcus lysodeikticus membranes». Biochim. Biophys. Acta, 311, págs.153-162 (1973). J. M. Andreu, J.A. Albendea y E. Muñoz, «Membrane adenosine triphosphatase of Micrococcus lysodeikticus: Molecular Properties of the Purified Enzyme Unstimulated by Trypsin». Eur. J. Biochem. 37, págs. 505-515 (1973). V. Larraga y E. Muñoz, «Molecular organization in bacterial cell membranes. III. Components of a «soluble» fraction obtained by n-butanol extraction of Streptomyces albus membranes». Biochem. Biophys. Acta, 363, págs. 9-25 (1974). V. Larraga, M. Nieto y E. Muñoz, «Molecular organization in bacterial cell membranes. IV. Isolation by preparative electrophoresis in sodium dodecyl sulphate and properties of the two major polypeptide groups of a «soluble» frac-
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tion from Streptomyces albus membranes». Biochim Biophys. Acta, 363, págs. 26-38 (1974). M. Lastras y E. Muñoz, «Membrane Adenosine Triphosphatase of Micrococcus lysodeictikus: Effect of Millimolar Mg2+ in Modulating the Properties of the Membrane-Bound Enzyme». J. Bacteriol. 119, págs. 593-601 (1974). J. Carreira y E. Muñoz, «Membrane-bound and soluble adenosine triphosphatase of Escherichia coli K12. Kinetic properties of the basal and trypsin-stimulated activities». Molec. Cell. Biochem. 9, págs. 86-95 (1975). J. M. Andreu y E. Muñoz, «Micrococcus lysodeikticus ATPase: Purification by preparative gel electrophoresis and subunit structure studied by urea and sodium dodecylsuphate gel electrophoresis». Biochim. Biophys. Acta, 387, págs. 228-233 (1975). V. Larraga y E. Muñoz, «Molecular organization in bacterial cell membranes. Specific labelling and topological distribution of glycoproteins and proteins in Streptomyces albus membranes». Eur. J. Biochem. 54, págs.207-218 (1975). M. Nieto, E. Muñoz, J. Carreira y J.M. Andreu, «Conformational and molecular responses to pH variation of the purified membrane adenosine triphosphatase of Micrococcus lysodeikticus». Biochim. Biophys. Acta, 413, págs.394415 (1975). J. Carreira, J. M. Andreu, M. Nieto y E. Muñoz, «Membrane adenosine triphosphatase of Micrococcus lysodeikticus. Isolation of two forms of the enzyme complex and correlation between enzymatic stability, latency and activity». Molec. Cell. Biochem. 10, págs.67-76 (1976). J. Carreira, E. Muñoz, J. M. Andreu y M. Nieto, «Micrococcus lysodeikticus» membrane ATPase. Effect of trypsin on stimulation of a purified form of the enzyme and identification of its natural inhibitor». Biochim. biophys. Acta, 436, págs.183-189 (1976). J. M. Andreu, J. Carreira y E. Muñoz, «Isolation and partial characterization of the two major subunits of the BF1 factor (ATPase) from Micrococcus lysodeikticus and evidence for their glycoprotein nature». FEBS letters, 65, págs.198-203 (1976). J. Ayala, M. Nieto, J. Carreira y E. Muñoz, «Activation Parameters of the Adenosine Triphosphatase of Micrococcus lysodeikticus. A Comparison of the Soluble and Membrane-bound Forms of the Enzyme». Eur. J. Biochem., 66, págs.43-47 (1976). O. Azocar y E. Muñoz, «Molecular Organization in Bacterial Cell Membranes. Sulfhydryl Groups and Disulfide Bridges in Streptomyces albus and Escherichia coli K12 Cytoplasmic Membranes». Eur. J. Biochem. 68, págs. 245254 (1976). J. Carreira y E. Muñoz, «Effect of atebrin on bacterial membrane adenosine triphosphatases in relation to the divalent cation used as substrate and/or activator». Antimicrob. Agents. Chem. 11, págs. 38-43 (1977). O. Azocar y E. Muñoz, «Extrinsic and intrinsic factors that influence inactivation and purification of the unstable adenosine triphosphatase solubilized from membranes of an Escherichia coli K12 strain». Biochim. Biophys. Acta 482, págs. 438-452 (1977).
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J. Carreira, J.M. Andreu y E. Muñoz, «Differential sensitivity to trypsin digestion of purified forms of Micrococcus lysodeikticus ATPase (BF1). A study of their structural and conformational diferences and mechanism of conversion». Biochim. Biophys. Acta 492, págs. 387-398 (1977). J. Ayala, J. Carreira, M. Nieto y E. Muñoz, «Activation parameters and molecular changes induced by substrate hydrolysis of the adenosine triphosphatase of Micrococcus lysodeikticus. A comparison of three different soluble forms of the enzyme». Mol. Cell. Biochem. 17, págs. 17-23 (1977). O. Azocar y E. Muñoz, «Inhibition by mercurial reagents and role of SH groups of the adenosine triphosphatase from Escherichia coli K12 membranes». J. Gen. Microbiol. 108, págs. 239-246 (1978). A. Guerrero, E. Muñoz y J.M. Andreu, «Glycoproteins in Bacterial Membranes. In Vivo Labeling of the Sugar Portion of Energy-transducing ATPase and a Low Molecular Weight Fraction from Micrococcus lysodeikticus Membranes». Current Microbiol. 1, págs. 129-134 (1978). E. Muñoz y J.M. Andreu, «Mecanismo molecular de la transducción de energía». Investigación y Ciencia 29, págs. 98-106 (1979). J. M. Andreu y E. Muñoz, «Molecular Properties of Random coil and Refolded Forms of a and b Subunits of an Energy-transducing ATPase from Bacterial Membranes». Biochemistry 18, págs. 1836-1844 (1979). E. Muñoz y S.F. Estrugo, «Sulphydryl groups in intrinsic polypeptides of Micrococcus lysodeikticus membranes: their role in protein transconformation during membrane solubilization». FEMS Microbiology Lett. 6, págs. 235-239 (1979). F. Mollinedo, V. Larraga, F. J. Coll y E. Muñoz, «Role of the subunits of the enegy-transducing adenosine triphosphatase from Micrococcus lysodeikticus membranes studied by proteolytic digestion and inmunological approaches». Biochem. J. 186, págs. 713-723 (1980). V. Larraga, F. Mollinedo y E. Muñoz, «Immunological behavior of two alloforms of ATPase from Micrococcus lysodeikticus». Current Microbiol. 3, págs. 237241 (1980). C. Muñoz y E. Muñoz, «Biosynthetic approach to the structure of F1-ATPase (BF1 factor) from Micrococcus lysodeikticus membranes. In vivo labeling of the polypeptides and study of their relationship». Arch. Biochem. Biophys, 204, págs. 371-378 (1980). J. P. Pivel, E. Muñoz y A. Marquet, «Hydrophobic chromatography of F1-ATPase from Micrococcus lysodeikticus membranes. A means to detect hydrophobic domains and different states of the purified proteins». Biochemistry International, 1, págs. 377-385 (1980). E. Muñoz, P. Palacios, A. Marquet y J.M. Andreu, «Substructure of F1-ATPase (BF1 factor) from Micrococcus lysodeikticus. A crosslinking study with diimido esters». Molec. Cell Biochem. 33, págs. 3-12 (1981). V. Larraga, F. Mollinedo, N. Rubio y E. Muñoz, «Influence of the a and b subunits of the energy transducing adenosine triphosphatase from Micrococcus lysodeikticus in the immunochemical properties of the protein and their reconstitution studied by a radioimmunoassay method». Biochem. J. 193, págs. 729-735 (1981).
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F. Mollinedo, N. Lopéz-Moratalla, J.P. Pivel, V. Larraga, E. Santiago y E. Muñoz, «Identification of a bacterial energy transducing ATPase as metallo (Zn2+)protein. Effect of chelating agents and divalent metal ions on ATPase activity». Eur. J. Biochem. 119, págs. 183-188 (1981). E. Muñoz, «Polymorphism and conformational dynamics of F1-ATPase from bacterial membranes. A model for the regulation of these enzymes on the basis of molecular plasticity». B.B.A. Reviews on Biomembranes, 650. págs. 233-265 (1982). A. Pestaña y E. Muñoz, «Anilides and the spanish toxic oil syndrome». Nature, 298, p. 608 (1982). E. Muñoz, «Biomembranas y biología citosocial. Función normal y patológica». Mundo Científico 21, págs. 38-45. (1983). J. Rodrigo, M. Robles, I. Mayo, A. Pestaña y A. Marquet, V. Larraga y E. Muñoz, «Neurotoxicity of fatty acid anilides in rabbits». The Lancet, February 19, págs. 414-416. (1983). L. Valenciano, E. Muñoz, V. Larraga y A. Pestaña, «Spanish toxic oil syndrome». Nature 302, p. 472. (1983). F. Mollinedo, V. Larraga y E. Muñoz, «Comparative aspects of the attachement of F1-ATPase to Micrococcus lysodeikticus membrane. Role of ions and subunits». J. Gen. Microbiol. 129, págs. 3465-3472. (1983). A. Marquet, V. Larraga, J.L. Diez, C. Amela, J. Rodrigo, E. Muñoz y A. Pestaña, «Immunogenicity of fatty acid anilides and the pathogenesis of the Spanish toxic oil syndrome». Experientia 40, págs. 977-980. (1984). J. P. Pivel, E. Muñoz y A. Marquet, «Hydrophobic interaction chromatography of Micrococcus lysodeikticus F1-ATPase. A method to detect conformational flexibility of the molecule». J. Biochem. Biophys. methods. 10, págs. 211219. (1984). J. Pivel, A. Marquet y E. Muñoz, «Topography in relation to activity of the F1ATPase of Micrococcus lysodeikticus (M. luteus) A study using trypsin digestion and hydrophobic interaction chromatography», J. Appl. Biochem. 7, págs. 25-32. (1985). F. Mollinedo, E. Muñoz y J.M. Andreu, «Interaction of bacterial F1-ATPase with octyl glucoside and deoxycholate». Biochim. Biophys. Acta 848, págs. 230238. (1986).
1.2. Libros E. Muñoz, F. García Ferrándiz y D. Vázquez (Editors), «Molecular mechanisms of antibiotic action on protein biosythesis and membranes». Elsevier Pub. Co. Amsterdam. London, New York (1972).
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SOBRE LOS PROCESOS DE DESARROLLO DEL ANÁLISIS DEL ESPACIO SOCIAL DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA
2.1. Artículos y capítulos de libro E. Muñoz, «Nueva biotecnología y sector agropecuario: el reto de las racionalidades contrapuestas», en A. Durán y J. Riechmann (coords.), Genes en el laboratorio y en la fábrica, págs. 119-140, Editorial Trotta, Fundación 1º de Mayo, Madrid (1998). E. Muñoz, «La complejidad de la biotecnología y la percepción pública: una inevitable relación», QUARK, Ciencia, Medicina, Comunicación y Cultura, julio-setiembre 1998, número 12, págs. 14-18. (1999). E. Muñoz, «Penetración de la biología en el campo industrial», Revista de Occidente, (número sobre «Últimos avances en Biología: Una perspectiva jurídica y moral») nº 214, págs. 13-32. (1999). E. Muñoz, «Percepción social de la biotecnología: un nuevo instrumento para la toma de decisiones», Revista de Derecho y Genoma Humano (Law and the Human Genome Review), n.º 10, enero-junio 1999, págs. 195-208.(1999). E. Muñoz, «Los cultivos transgénicos y su relación con los bienes comunes», en Bioética 2000 (M. Palacios, coord.), págs. 373-385, Sociedad Internacional de Bioética (SIBI), Ediciones Nobel S.A., Oviedo (2000). E. Muñoz, «Modified Soya» (Food Session/Session Alimentation), International Conference of the Council of Europe on Ethical Issues Arising from the Application of Biotechnology / Conférence Internationale du Conseil de l´Europe sur les Questions Ethiques Souleveés par l´Application de la Biotechnologie, proceedings / actes, part 2 Speakers´ contributions, vol. 2, Contribution des Conferenciers, Oviedo, 16-19 May/mai 1999, págs. 61-73. (2000). E. Muñoz, «Implicaciones socio-económicas de la biotecnología: nueva política científica y nuevos contextos cognitivos», en Biotecnología y Sociedad (S. Bergel y A. Díaz, organizadores), págs. 365-412, Ciudad Argentina, Buenos Aires-Madrid (2001). E. Muñoz, «Ética y principios en la agricultura biotecnológica: debate sobre la precaución y la equivalencia sustancial»; «Ethics and imperatives in bioagriculture: discussion on precaution and substantial equivalence», Revista de la Sociedad Internacional de Bioética SIBI, nº 6, págs 35-54, julio-diciembre 2001; Journal of the International Society of Bioethics, issue 6, pages 97-113, July-December 2001. E. Muñoz, «Biopolitique, biopolitics», voz en Nouvelle encyclopédie de bioéthique (G. Hottois et J. N. Missa, directs) págs. 137-139. De Boeck Université, Bruxelles (2001). E. Muñoz, «Debate público: percepción social de la dimensión ética y jurídica de la biomedicina (Capítulo X)» en El convenio de Derechos Humanos y Biomedicina. Su entrada en vigor en el ordenamiento jurídico español (C. M. Romeo Casabona, ed.), págs. 425-447, Cátedra de Derecho y Genoma Humano-Editorial Comares, Bilbao-Granada (2002). E. Muñoz, «Percepción pública y biotecnología. Patrón de conflicto entre información, conocimiento e intereses», en Plantas Transgénicas: de la Ciencia al
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2.2. Libros E. Muñoz, Biotecnología, Industria y Sociedad. El Caso Español. Fundación CEFI, Gabiotec, Madrid (1997). E. Muñoz, Biotecnología y Sociedad. Encuentros y desencuentros. Cambridge University Press, Organización de Estados Iberoamericanos, Madrid (2001). E. Muñoz y H. Rodríguez (eds.), Plantas transgénicas: las caras contrapuestas del progreso, Colección Poliedro, Cátedra Sánchez Mazas, EREIN, Donosita (2004). 3.
SOBRE LA CONSTRUCCIÓN Y EL DESARROLLO DE DISCIPLINAS CIENTÍFICAS EN ESPAÑA Y SU RELACIÓN CON EL CONTEXTO EUROPEO
3.1. Artículos y capítulos de libros M. J. Santesmases et E. Muñoz, «La construction institutionelle de la biochimie espagnole. Rôle des échanges avec l’Europe du Nord et l’Amérique», Rev. Hist. Sci. 52/1, págs. 33-49. (1999). E. Muñoz, «Biotecnología y desarrollo en distintos contextos culturales. Influencias e impactos» en Ciencia, tecnología/naturaleza y cultura (M. Medina y T. Kwiatkowska, coords), págs. 183-204, Editorial Anthropos, Universidad Autónoma Metropolitana, Barcelona y México (2000).
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V. Díaz, E. Muñoz y J. Espinosa de los Monteros, «Un primer mapa del sector biotecnológico en España» Sistema nº 161, págs. 87-101. (2001). E. Muñoz, V. Díaz and J. Espinosa de los Monteros, «Socio-economic landscape of biotechnology in Spain. An analytical view from the two main regions», Biotechnology and Society SOC 1, 10th European Congress on Biotechnology, Abstract Book, page 241, Madrid 8-11 July (2001). V. Díaz, E. Muñoz, J. Espinosa de los Monteros and J. Senker, «The socio-economic landscape of biotechnology in Spain. A comparative study using the innovation system concept», J. Biotech. 48 (1), págs. 25-40. (2002). E. Muñoz, «La investigación biomédica en España y sus circunstancias» en Reflexiones sobre la Ciencia en España (J. A. Gutiérrez Fuentes y J. L. Puerta López-Cozar, coords.) Págs. 203-224, Ars Medica, Fundación Lilly, Medicina stm Editores, Barcelona (2002). E. Muñoz, «Los años 80 y las nuevas políticas científicas: puntos para la reflexión desde la SEB como referencia», en Cuarenta años de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular (1963-2003), (E. Muñoz, dir.; María J. Santesmases, A. Romero y J. Ávila, eds.), págs. 259-278. Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid (2004). E. Muñoz, «EMBO: Forty years as companion to a professional career», EMBO, 40 years of success (EMBO 1964-2004), págs. 128-129, EMBO Molecular Biology Organization, Heidelberg (2004). O. Todt, E. Muñoz, J. Espinosa de los Monteros & Víctor M. Díaz, «Biotechnology Development in Spain: A Change of Paradigm?, Technology Analysis & Strategic Management, Vol. 16, nº 3, págs. 415-429. (2004). 3.2. Libros E. Muñoz, Genes para cenar: biotecnología y las nuevas especies. Temas de Hoy, Madrid (1991). M. J. Santesmases y E. Muñoz, Establecimiento de la bioquímica y de la biología molecular en España, Centro de Estudios Ramón Areces, Fundación Ramón Areces, Madrid (1997). E. Muñoz (dir.), Cuarenta años de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular (1963-2003), María Jesús Santesmases, Ana Romero y Jesús Ávila, (eds.), Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid (2004). 4. SOBRE EL ANÁLISIS Y LA VALORACIÓN DE POLÍTICAS CIENTÍFICAS Y TECNOLÓGICAS 4.1.
Artículos y capítulos de libros
J. Espinosa de los Monteros, O. Mirabal and E. Muñoz, «New approaches in the analysis of scientific policy in Spain: human resources and priorities in the National Programme of New Materials», Science and Public Policy, vol 24, nº 5, págs. 347-354. (1997).
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E. Muñoz, «La investigación en la España de hoy. Mapa de acciones y constricciones y su reflejo en el paisaje de 1997», Asclepio, volumen L, Fascículo 1, págs. 7-29. (1998). M. J. Santesmases, V. Díaz and E. Muñoz, «Confronting scientists’ interests and health objectives: the Spanish Medical Research Fund as a research programme, 1988-1995», Research Evaluation, vol 7, nº 3, págs. 179-185. (1998). J. Espinosa de los Monteros, V. Díaz, M. Angeles Toribio, E. Rodríguez Farré, V. Larraga, J. Conde, L. E. Clavería y E. Muñoz, «La investigación biomédica en España (I). Evaluación del Fondo de Investigación Sanitaria (FIS) a través de los proyectos de investigación financiados en el período 1988-1993 a instituciones sanitarias asistenciales (hospitales), Medicina Clínica, nº 5, vol. 112, págs. 182-197. (1999). J. Espinosa de los Monteros, V. Díaz, M. A. Toribio, E. Rodríguez Farré, V. Larraga, J. Conde, L.E. Clavería, y E. Muñoz, «La investigación biomédica en España (II). Evaluación del Fondo de Investigación Sanitaria (FIS) a través de los proyectos de investigación financiados en el período 1988-1995 a centros de investigación, facultades y escuelas», Medicina Clínica, nº 6, vol. 112, págs. 225-235. (1999). E. Muñoz, «El sistema de investigación en España. Investigación e Innovación». Arbor, 639 (marzo 1999) págs. 391-428. (1999). L. E. Clavería, E. Guallar, J. Camí, J. Conde, R. Pastor, J.R. Ricoy, E. RodríguezFerré, F. Ruiz-Palomo, E. Muñoz, «Does peer review predict the performance of research projects in health sciences?, Scientometrics, vol. 47, nº 1, págs. 11-23. (2000). Ph. Laredo, E. Muñoz and A. Rip, University attraction poles (IAP). Conclusions and recommendations of the expert panel, Federal Office for Scientific, Technical and Cultural Affairs (OSTC), Belgian Government, Brussels, October 2000. E. Muñoz, «The Spanish System of Research» en Research and Innovation Policies in the New Global Economy. An International Comparative Analysis (Ph. Laredo y P. Mustar, eds), págs. 359-397, Edward Elgar Pub., Cheltenham, Reino Unido (2001). E. Muñoz, «Veinticinco años en la evolución del sistema (Twenty-five years in the development of the system)» en Un análisis de la política científica en España, número coordinado por X. Pujol, Quark nos. 22-23, págs. 12-17. (Octubre 2001 - marzo 2002). E. Muñoz, «New socio-political environments and the dynamics of European public research systems», Documento de trabajo CTS 02-20 (2002). E. Gutiérrez de Mesa, E. Muñoz «Innovation System in the Spanish Biopharmaceutical Sector», Project DSTI/STP/TIP (2002) 1-OECD, on «Sectoral Case Studies in Innovation: Pharmaceutical biotechnology, http://www.oed.org/ sti/innovation (2004). E. Muñoz, «Gobernanza, ciencia, tecnología y política: trayectoria y evolución», en Gobernanza de la Ciencia y la Tecnología (Marta I. González y O. Todt, eds.), Arbor, vol. CLXXXI, nº 715 (septiembre-octubre 2005), págs. 287-300.
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4.2. Libros L. B. Joergensen (Chairman), E. Muñoz Ruiz, E. Helander, D. J. Bricknell, E. Gruber, R. Fraisse Evaluation of the Monitor Programme (1989-1993). (Strategic Analysis, Forecasting and Evaluation in Matters of Research and Technology) Research Evaluation-Report nº 61, Report EUR 15782 EN. Office for Official Publication of the European Communities, Luxembourg (1994). P. Christou (Chairman), N. Carey (Rapporteur), H. Brunner, D. Cioli, E. Muñoz, P. Thuriaux, B. Witholt Evaluation of the BRIDGE Programme (1990-1994) Research Evaluation-Report nº 70, Report EUR16650 EN, Office for Official Publications of the European Communities, Luxembourg (1995). E. Muñoz, María J. Santesmases, J. Espinosa de los Monteros, Changing structure, organisation and nature of public research systems. Their dynamics in the cases of Spain and Portugal, Instituto de Estudios Sociales AvanzadosCSIC, Madrid (1999). E. Muñoz (dir.), María J. Santesmases, J. López Facal, L.M. Plaza y O. Todt, El espacio común de conocimiento en la Unión Europea. Un enfoque al problema desde España, Documento de Trabajo, Academia Europea de Ciencias y Artes España, Madrid (2005). J. Sebastián y E. Muñoz (eds.), Radiografía de la investigación pública en España, Biblioteca Nueva, Madrid (2006).
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TIEMPOS DE CIENCIA Y DE POLÍTICA HOMENAJE A EMILIO MUÑOZ
ISBN: 978-84-00-08531-5
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CSIC
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS