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Spanish Pages [80]
Soy Neo-Rural
Soy Neo-Rural Surfeando entre la política New Age y el Anarko-Esoterismo
COLECCIÓN PEQUEÑOS ENROSQUES
Jero Marquez (comp.); Soy Neo-Rural 2da edición – Mallín Ahogado: ermosa enajenada, 2017. 80 p. ; 7 x 10 cm. Foto de tapa: Cecilia Cisneros (cecisneros.com.ar) Contacto con la editorial: [email protected] Cualquier comentario, crítica o nuevo texto a partir de la lectura de éstos será bien recibido en el mail de la ermosa y posiblemente publicado en los tomos siguientes de Soy Neo-Rural. También serán bienvenidas fotos para las tapas. Sos libre de copiar, imprimir, regalar y vender este libro. No hecho ningún depósito ordenado por ninguna ley. ¡Seamos libres!
Libro artesanal // Cosido a mano.
Neo-ruralismo: militancia, goce y fe
Neo-ruralismo: militancia, goce y fe Cansados de la política partidaria y sus vicios, del progreso sistemáticamente sacralizado, de comer basura embolsada que en lugar de sacar el hambre lo aumenta, y cansados de que nadie nos salude en la calle, no pocos urbanos abandonamos la ciudad deviniendo neo-rurales. En medio de un mar inmenso de semillas genéticamente modifcadas, de megaminas a cielo abierto, de atentados hipertelevisados perpetrados por profesionales del tiro al blanco que zonzamente olvidan su documento de identidad y la ban9nueve9
dera de sus pasiones en la escena del crimen, la política New Age surge como posibilidad real de cambiar el mundo, y el anarko-esoterismo como una forma de atravesarlo. “Como es adentro es afuera” reza un pasaje taoísta y Mahatma Gandhi nos aconseja “Sé el cambio que quieres ver el mundo”. Inspirada en estos y otros preceptos, la práctica cotidiana de la política New Age se funda en la convicción de que la transformación de lo micro es condición necesaria para transformar lo macro, con una sabia desconfanza hacia las grandes transformaciones timoneadas “desde arriba”, sean éstas lideradas por gobiernos, dirigentes, profetas o dioses. “El primer año 9diez9
de la revolución nunca duró más que un día”, refexiona algún decepcionado de los cambios bruscos que ya ni me acuerdo donde leí. Junto a la fe en la micropolítica, una profusión de creencias metafísicas dispares habita el éxodo neorural. Es común encontrar en las casas de estos ex-urbanos una estuatilla de buda abajo de un sincronario Maya, un ojo de dios o un mandala colgados por ahí, un sahumerio encendido en un altarcito que no reza a nadie en particular pero sí cree en algo. Esa subordinación a algo superior, siendo que todos tenemos un poco mucho de anarquistas, es lo que propongo llamar anarko-esoterismo. 9once9
Los textos aquí reunidos nos sirven de alertas y guías a quienes estamos en esta. El anhelo de comer de nuestra huerta, el difícil arte de administrar nuestro tiempo, la crianza con apego y el continuo deseo de juntarnos por cualquier cosa, se mezclan con mingas para hacer la casa, con ofcios casi perdidos hechos de a muchos y con un deseo subversivo de buscar el goce en la vida cotidiana; todo eso va formando nuestro día a día y no viene mal, cada tanto, pensarlo y enroscarse un poco. Jerónimo Marquez Artesano/Editor 9doce9
Irse al campo
Irse al campo Preguntas para una migración urbana* Julieta Qirós
—Se está poblando lindo Mollar Viejo… —me decía doña Framinia en el patio de su casa, debajo de la parra deshojada donde nos habíamos sentado a conversar mientras su nieto y mi marido terminaban de bajar las naranjas que habíamos ido a comprarle—. Hacía un par de días nomás * Versión original del manuscrito publicado con el título “La clase media vuelve al campo” por Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, Nro. 178, Abril 2014. 9quince9
que Framinia había ido al velorio de su comadre, en el paraje vecino, y en el trayecto —que hizo en remís porque Domingo se había llevado el sulky—, pudo sorprenderse de ver tanta casa nueva y en construcción. —Lo desconocí al camino… —me dijo Framinia con un tono que olía a optimismo, como si esas construcciones fueran señal de algún progreso, como cuando llega el agua de red (y entonces el aljibe puede quedar “por si las dudas”) o el tendido eléctrico (y las baterías pueden ponerse en venta). Framinia destacó además “lo lindas” que eran las casas que se estaban haciendo: 9dieciséis9
—Todos los que vienen son gente estudiada y platuda —sentenció. Veamos: Los que vienen. Vienen jóvenes, adultos jóvenes, adultos maduros, jubilados; vienen casados, divorciados, en pareja, solos, con hijos, sin hijos, con hijos por venir. No vienen en busca de “mejores condiciones económicas”, no vienen a “buscar trabajo”. Constituyen, en este sentido, una modalidad de migración interna atípica: se desplazan en pos de un modo de vida que consiste en desandar el camino de la modernidad. Dejar la ciudad para irse al campo, lugar de “mejores oportunidades” ya no estrictamente económicas sino esencialmente vi9diecisiete9
tales. Gente que no quiere progreso —se saturó de sus secuelas o de buscarlo sin éxito— sino regreso: regresar a las formas en que, alguna vez, sus padres, abuelos, bisabuelos, supieron vivir. “En Europa”, como suele decirse, el fenómeno es anterior y tiene un nombre: neo-ruralismo. Sus orígenes datan de los años 1960s y 1970s, y su expansión como “movimiento”, de los años 1980s: una forma de resistir al modo de vivir y morir en el corazón del capitalismo moderno. Podemos decir que Argentina tiene sus propias versiones neo-rurales fundacionales: de modo paradigmático la migración hippie a El Bolsón de los 70s y 80s; pero 9dieciocho9
claramente es en los últimos quince y sobre todo diez años que la migración citadina al campo se ensancha y diversifca, en forma cualitativa y cuantitativa, al punto de visibilizarse —y poder referirnos a ella— como nueva tendencia o signo de estos tiempos. Dos películas recientes del cine nacional retratan algunas de sus aristas: una dramática, El campo, estrenada en 2011 y protagonizada por dos actores de renombre; otra caricaturesca, Pájaros volando, estrenada en 2010, con Diego Capusoto como fgura estelar. Aún no contamos —al menos hasta donde sé e
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indican algunos especialistas 1— con estudios o estimaciones estadísticas. Pero el punto fundamental es que, durante la última década, “irse a vivir al interior” —proceso distinto pero sin duda emparentado al fenómeno country desplegado en los 90s— ha pasado a formar parte del horizonte de posibles (si no propio, al menos sí cercano y familiar) de las clases medias urbanas y suburbanas argentinas. Sin duda podemos sospechar que la crisis de 2001 operó (también aquí) como punto de infexión: nos hemos habituado 1 Véase Hugo Ratier, “Rural, ruralidad, nueva ruralidad y contraurbanización. Un estado de la cuestión”, Revista de Ciencias Humanas Nº31, p. 9-29, 2002. 9veinte9
a hablar de los que “se fueron afuera”, pero también estuvieron los que “se fueron adentro”. Junto al pionero sur patagónico, nuevos destinos se tornaron polos aglutinadores de esta peculiar migración: pequeñas ciudades y pueblos de Salta, Jujuy, Catamarca, Misiones, provincia de Buenos Aires (la costa y las islas de Tigre sobre todo); y en el centro del país, los pueblos serranos del interior de Córdoba. Entre estos últimos, al pie de una de las cuatro cadenas serranas de la provincia, se encuentra el pueblo donde nació y vive Framinia, de quien yo me convertí en “nueva vecina” hace un par años, cuando con mi marido y mi hijo 9veintiuno
dejamos el departamento que alquilábamos en el barrio porteño de Barracas, para dar inicio a nuestro propio desande neo-rural. Naturalmente, de ahí estas páginas.
Hombre blanco en busca de un color2 El paraguas del neo-ruralismo cordobés —y seguramente también el de otros destinos— abriga un auténtico crisol sociocultural. Están los que vinieron en una suerte de huida conservadora y conservacionista del sí, para quienes el “es otra calidad de vida” del nuevo lugar puede conden2 Verso de “Sustantivo Corazón”, de La Joven Guarrior. 9veintidós9
sarse en vivencias como “dejar el auto con la llave puesta”, “criar a tus hijos sin miedo”, “poder dormir tranquilo”. Es gente que eventualmente puede precisar el episodio de inseguridad que la habría llevado a tomar la decisión de rajar. Están los que vinieron en la apuesta por una vida simple, conectada con prácticas y valores que el complejo citadino-capitalista nos hizo desconocer. De corte progresista y, en algunos casos, militante —en sus versiones liberales, izquierdistas, ecologistas, anarquistas—, esta gente encuentra en las actividades de campo (y de modo general en el desarrollo de todo tipo de home-made) la posibilidad de construir una economía autosufciente, 9veintitrés9
libre de consumo y consumismo. Unos y otros pueden combinar faenas campesinas con ocupaciones de índole profesional (vienen licenciados, técnicos, profesores, doctores); de ofcio (vienen artesanos, carpinteros, tapiceros) o comercial (están los que montan algún emprendimiento productivo, los que construyen una casita para alquilar en temporada, los que nutren las ferias de artesanía locales y regionales). Para el nacido y criado en la región, mientras tanto, las distinciones de ocupación, procedencia o ideología de sus nuevos vecinos son, por así decirlo, secundarias. En la mayor parte de los contextos el nativo aglutina todas las variantes migratorias 9veinticuatro9
en una única identidad colectiva: “los de afuera”, “los llegados”; cuando está entre los suyos les reserva un mote jocoso: los de afuera somos, básicamente, jipis. La provincia de Córdoba es sede del segundo asentamiento hippie del país después de El Bolsón: el municipio de San Marcos Sierras. Esta migración se remonta a los años 1970s con antecedentes en una colonia naturista establecida en los 1940s. Sin embargo, el movimiento migratorio al que la denominación jipi —que prefero escribir así precisamente para distinguirla— hace referencia, concierne a una corriente cultural, social y generacional más heterogénea y reciente, de la cual el 9veinticinco9
hippie propiamente dicho es una de sus versiones y líneas genealógicas. Podríamos decirlo en estos términos: el hippie es un tipo (de antecedente y de intensidad) de jipi. El nacido y criado suele llamar jipis a personas que no se considerarían hippies a sí mismas —siempre hay alguien más hippie que uno—, ni tampoco serían consideradas hippies por quienes sí se reconocen como tales. Además, uno puede ser “medio jipi”, o situacionalmente jipi. El punto sociológicamente crucial es que todos tenemos algo del jipi. Dicho de otro modo, cada uno de nosotros pone su granito de arena en la realización de ese tipo social. En la vida real, los rasgos que 9veintiséis9
componen la fsonomía del jipi pocas veces se presentan reunidos todos juntos en una misma persona: por lo general son encarnados de manera parcial y fragmentaria, en combinaciones e intensidades variables. Pero ahí están, y aquí —a los fnes de los asuntos que nos ocupan y a costa de incurrir en operaciones poco convencionales (tal vez improcedentes) para cualquier antropología académicamente correcta— va un esbozo. El jipi, artesano de un mundo de puro bien. Por defnición, el jipi procura construir lo que, siguiendo a Martín Rodríguez, podemos llamar 9veintisiete9
un “mundo de puro bien”3. Trabaja por realizar los valores supremos de ese mundo, entre los que se destacan la conciencia, la luz y la armonía; esta búsqueda se expresa en una vida cuidadosa: el jipi promueve la conducta paciente y mesurada, la sonrisa, el saludo al prójimo, la expresión de camaradería. Contiene y reprueba el grito, la ira y la mala palabra. Es raro verlo practicar la ironía, el sarcasmo u otras formas fguradas del lenguaje. Distintos paradigmas espirituales, practicados en forma e intensidad variables, acompañan su misión cotidiana: alimentación natural, yoga, budismo, metafí3 Ministerio de Desarrollo Social. Buenos Aires: DR>, Ebook, 2012. 9veintiocho9
sica, medicinas y terapias alternativas, saberes llamados ancestrales. Al migrante le apasionan esos saberes; le gusta saber; es proclive al espíritu catedrático. El jipi promueve la libertad corpórea y sensorial, festeja la danza y el contacto físico con sus semejantes. Su hexis corporal, sin embargo, evita el gesto sexual; en público no demuestra ni deja adivinar amor erótico, es raro oírlo hablar de sexo y el humor sexual, demasiado ligado a la cultura machista que combate, queda excluido de su repertorio. Drogas naturales como la marihuana son fomentadas y/o permitidas; el consumo de alcohol y de drogas sintéticas, mal conceptuado. La misma suerte 9veintinueve9
corre la ingesta de carne, asociada al exceso y al arrebato emocional. El hombre que se hace a sí mismo. La mudanza al campo puede transcurrir con la vehemencia propia de una conversión religiosa: el nuevo yo necesita sacrifcar al viejo yo. Y por eso el jipi no muestra curiosidad por saber de dónde venimos. Sus antepasados (tanos, polacos, judíos) no le convencen —preferiría tener uno comechingón por ejemplo—. Ergo, evita las genealogías. El neo-rural no te pregunta por tu historia personal ni se entusiasma cuando le preguntás por la de él. Se siente a gusto hablando de sí mismo en tiempo presente: las técnicas de 9treinta9
adobe con que levantó cada pared, las propiedades terapéuticas de la hierba de burro que recolectó esa mañana. En sus conversaciones ordinarias estos y otros signos son usados con familiaridad de lengua materna; una manera de decir, Soy esto y hace mucho que estoy acá. Eventualmente —y este es un componente característico de los procesos de conversión—, el afán por constituir el nuevo yo puede tildar a ciertos espíritus —aquellos proclives al perfeccionismo— en una conducta con ribetes obsesivos. El jipi fanático es aquel que, como quien no quiere la cosa, anda con un formulario mental donde va marcando tilde o cruz (a ver con qué ingredientes amasaste tu 9treinta y uno
pan; a ver si usaste trigo común u orgánico; a ver si lo compraste o lo trocaste), y entra en éxtasis cuando puede decir, En casa, cemento cero. En casa, antibiótico cero. En casa, supermercado cero. Además de su pasado, el neo tiende a prescindir de otros trazos que podrían encuadrarlo en una posición sistémica. “Gente estudiada y platuda” —diagnostica Framinia—. “Los jipis se visten así, pero en el fondo están cagados en guita” —nos dijo una vez, a una compañera y a mí, un paisano, que pudo tomarse la licencia de hablar así porque era un atrevido y además estaba borracho. Mi compañera se molestó y miró 9treinta y dos9
para otro lado, y cuando el tipo se fue, me dijo: “Mirá la imagen prejuiciosa que tiene el chabón… ¡No tiene idea de que vivo con la mitad de la guita con la que vive él!” Mi compañera no podía ver (al migrante, por defnición, le cuesta ver) que puede vivir con menos plata que ese paisano pero aun así pertenecer a una clase social que está por encima de la de ese paisano —que es el paisano promedio—. El paisano promedio no va a heredar un dos ambientes en Caballito, ni la casita en Avellaneda, ni el chalecito en Río Cuarto; tampoco tiene esa propiedad en Rosario u Olavarría por la que puede recibir una renta mientras alquila otra a mitad de precio en 9treinta y tres9
la sierra; tampoco padres de la pequeño-burguesía que vayan a regalarle los materiales para arrancar con los cimientos de la casita, o a prestarle, sin plazo de devolución, las dos lucas que cuesta el arreglo del auto. El nativo promedio puede tener y heredar campo; puede, inclusive, andar en una buena camioneta; pero no hizo la carrera de magisterio que lo habilita a integrar el plantel de la escuela con sueldo en blanco, obra social y vacaciones; no tiene los saberes para convertir su queso de cabra o su arrope de algarroba en un producto orgánico a los ojos del turista de verano; no hizo la carrera de diseño que le permitiría confeccionar la etiqueta del frasco, tampoco el curso 9treinta y cuatro9
de artes visuales en el Rojas con el que podría darse maña, y fundamentalmente no tiene el amigo diseñador que se la confeccione y se la mande por mail “de onda”. Se comprenderá entonces que no es de capital estrictamente económico que estamos hablando, sino de todo aquello que la sociología bourdiana dio en llamar capital de otras especies, y tal vez una imagen pueda explicarlo mejor que cualquier palabra: la migración neo-rural proviene de una multiplicidad porosa de clases medias —medias chetas, medias plebeyas, medias laburantes, medias metropolitanas, suburbanas, y provincianas—, pero es decisivamente blanca. Cualquier reunión jipi puede 9treinta y cinco9
distinguirse a lo lejos: mucho niño rubio junto. El llegado tiende a desconocer o empequeñecer estas dimensiones relacionales, entre otras cosas porque su épica requiere de la fgura del individuo. De las tantas zonas de contacto entre el sueño americano y el budismo zen leído por generaciones que aprendieron capitalismo de chiquitas, hay una que reza: Tuyos son tus méritos, tuyos son tus fracasos; si hacés las cosas bien, te va bien. El neo-rural tiene “conciencia social” —no es facho, es progre, y de hecho apuesta, con su modo de vida, a una transformación propiamente colectiva—, pero su flosofía práctica (“Es sólo una cuestión de energía” —pro9treinta y seis9
fesa) es también la del self-made man que no le debe nada a nadie: ni a su pasado, ni a sus padres, ni a su clase. Lucha por el regreso. El migrante promedio vive en una operación de rescate de lo que se perdió o está por perderse. Recupera viejos usos y costumbres, lenguajes de otros tiempos. Se enorgullece cuando ve al puestero bajar a caballo desde la sierra. Lo fastidia el rugir impune de las motos de los pibes. Concurre optimista a la peña folklórica; si come carne se permite un choripán; aprovecha la pista para bailarse una chacarera; se retira a dormir cuando la plaza explota porque llegó el grupo melódico de Jesús María. 9treinta y siete9
El neo lamenta que el nativo prefera emplearse en la construcción a continuar con sus actividades de campo; sobre todo lamenta que siga vendiendo sus tierras. El nativo, mientras tanto, no comprende esta peculiar manifestación de lo que el paradigma modernizador alguna vez dio en llamar “resistencia al cambio”; los miedos del llegado le parecen desproporcionados: “Un loteo para un complejo turístico de veinte cabañas, ¿cuál es el problema?”, se pregunta. El punto es que el neo-rural conoce en carne propia el daño irreversible del progreso y vino dispuesto a hacer valer sus derechos para resistirlo: derechos conferidos, como cabe al igualitarismo ciu9treinta y ocho9
dadano, por su condición de nuevo vecino —y, no es dato menor, de propietario—. Me decía una vez un nacido y criado en Mollar Viejo, antaño recolector de yuyos, hoy ayudante de albañil: —La otra vuelta escuché al Ernesto decir que estaba preocupado porque en la sierra estaban vendiendo todo… Pero resulta que cuando él compró no estaba preocupado… Todos quieren comprar y ser los últimos en comprar. Qé vivos…
Sociedad y Estado, las cosas en su lugar La preservación y cuidado de ese lugar elegido para vivir es, por tanto, una cuestión de extremo valor para 9treinta y nueve9
el migrante. Por esa misma razón es también —como cabe a los tiempos de lo que Eduardo Viveiros de Castro dio en llamar “la brusca intrusión de Gaia en los asuntos humanos”4— una de las preocupaciones que, en la vida ordinaria, llevan al neo-rural a hablar con el Estado. “Yo no soy Macri, loco, estoy re podrido de que me traten como si fuera Macri”, se quejaba una vez el intendente del pueblo de Framinia, y traía esa comparación y el tono desdeñoso para pronunciar la c-r-i de “Ma-c-r-i” porque sabía que Ma4 “‘Transformação’ na antropologia, transformação da ‘antropologia’”. Mana. Estudos de Antropologia Social. 18 (1): 151171, 2012. 9cuarenta9
cri era el enemigo político de esa gente, los “nuevos vecinos”. “¿Por qué tienen que andar pensando que quiero hacer negocios? ¿Por qué siempre me tienen que poner del otro lado?”, volvía a protestar el intendente, y sospecho que en esa ocasión, como en tantas otras, ese “otro lado” en el que el tipo se sentía puesto no era solamente la derecha por oposición a la izquierda; era también el lado del Estado por oposición al de la Sociedad. Ocurre que el nuevo vecino viene con esa disposición perfectamente incorporada de imaginar un Estado de contornos precisos. “Lo que le corresponde” al Estado es una frase que está en su cabeza e inclusive po9cuarenta y uno
demos oírle decir. Para él el Estado empieza y termina en un lugar: esa línea que separa mi escoba del barrido público. No es que para el lugareño la distinción no exista; se trata, más bien, de que “lo que corresponde” a cada cual es menos enunciado de antemano y más negociado y disputado en la dinámica de las relaciones personales que cotidianamente hacen al Estado, la comunidad y sus fronteras. El pueblo de Framinia, por ejemplo, está organizado en diversas comisiones vecinales que suelen realizar, periódicamente, bingos, rifas y festivales para recaudar fondos para fnes específcos: la comisión de vecinos del alto hace una peña a benefcio de la escuela del paraje; el club de fútbol organiza 9cuarenta y dos9
un locro para llevar a los chicos a Córdoba capital a hacerse la revisación exigida por la Liga Regional; la academia de danzas folklóricas organiza una pollada para la confección de sus trajes. Eventualmente, tanta autogestión puede resultar chocante al forastero. En una oportunidad la maestra del Jardín de Infantes propuso a los padres hacer el segundo bingo del año —ya llevaban realizado uno, más dos rifas y dos mesas dulces en las festas patronales—; ese último bingo estaría destinado a la compra de la bandera de ceremonias y los materiales para el acto de fn de año. En la reunión de padres no faltó la intervención de una (nueva) vecina que cuestionara: “Pero, ¿La Comuna no 9cuarenta y tres9
pone nada? ¿La Comuna no pone ni la plata para la bandera?”. A lo que otra madre (nacida y criada) contestó tajantemente: “Bueno, tampoco se le puede estar pidiendo todo a la Comuna; nos organizamos y lo hacemos nosotros. ¿Cuál es el problema?” El desacuerdo ilustra dos situaciones recurrentes y comúnmente entrelazadas: por un lado, el migrante separando Comuna de Comunidad —las cosas del Estado (la bandera) son cosa del Estado—; por otro, el migrante protestando por el hecho de que la comunidad no exige a la Comuna lo que corresponde. Sucede que todas estas nociones no “aplican”, si se quiere, de modo irrestricto. En lugares como Mollar Viejo, 9cuarenta y cuatro9
por ejemplo, de la Comuna se esperan ciertas cosas que se piden de cierta manera. Se espera y pide, por poner un caso, que participe como donante del premio mayor del bingo; o que preste infraestructura —sonido, mesas, sillas, impresión de cartelería, camioneta para traslados—; se espera también que el Presidente Comunal esté en esos eventos. Se espera además que en festivales organizados o auspiciados por el gobierno municipal, éste ceda a las comisiones vecinales la cantina de comidas y/o bebidas —lo que implica hacerse cargo de su funcionamiento y tener derecho a su recaudación; y es por eso que nunca falta el locutor que anuncia 9cuarenta y cinco9
públicamente: “Hoy la cantina es a benefcio de…”—. Así como la Comuna da, genera sentimientos de obligación y se siente con derecho a pedir. El gobierno comunal decide organizar un festival en temporada turística con la idea de recaudar unos mangos; ese día y los anteriores sus empleados estarán trabajando en la cocina, la parrilla, el bufet, la caja, el armado y desarmado del predio. Nadie cobra un peso. Algunos se quejan y otros no: eso dependerá, entre otras cosas, de los compromisos y deudas de cada quién para con el intendente. Obviamente, a todos les gustaría que la Comuna pagara por esas jornadas de traba9cuarenta y seis9
jo. Eso sería señal de desarrollo: un Estado que superó el estadio de la empanada casera; pero en tanto y en cuanto eso no sucede, están ahí. Mientras tanto, vecinos del pueblo y alrededores aprovechan los días previos al festival para comprar su entrada anticipada: de esa manera pueden pagarla a 20 pesos en lugar de 30. El llegado, por su parte, no compra ni una ni otra: le parece mal que el municipio cobre una entrada. La Feria de Artesanos tampoco concurre al evento. Es probable que los feriantes siquiera imaginen que existe una Comuna esperando algo de ellos: su presencia. Más bien tienden a ver un Estado aprovechando para “cobrar un canon”. 9cuarenta y siete9
En buena medida esto ocurre porque el Estado (que los neo traemos) no puede esperar nada; tampoco se le da nada: dar se da, en todo caso, a la Sociedad; al Estado se le pide, se le demanda, y lógicamente de él siempre se sospecha. “Yo no soy Macri”, decía el intendente, lo que era decir, “Esto no es Buenos Aires” ¿Y qué es Buenos Aires sino el lugar donde podemos hacer cómodamente del Estado un Otro? Allí la divisoria se fabrica y se subraya cada día. Ocurre que en ciertos lugares de campo también el Estado es un lugar más casero: prepara el relleno de sus empanadas y pide prestado los tablones a don Sixto; y es al neo-rural, militante 9cuarenta y ocho9
del home-made, a quien hacerse esta idea-práctica más le cuesta. Vino dispuesto a salir de lo que Maristella Svampa llamó “ciudadanía del consumo”5, pero de la ciudadanía a secas ni pensar… • • • El nieto de Framinia pudo entregar los dos mil pesos para sacar la moto en cuotas. Es media noche y la moto viaja a toda velocidad sin casco; el cuarteto se oye cada vez más cerca y ahora está al palo: es la moto que llegó a la puerta del boli5 Desde Abajo. La transformación de las identidades sociales. Buenos Aires: UNGS/Biblos. 2000. 9cuarenta y nueve9
che, el boliche moderno de pueblo adonde van los pibes de los pueblos. La chica despliega la pierna comprimida en el pantalón y se echa a andar; el haz rojo del cartel luminoso deja adivinarle los contornos; la chica avanza cantando la letra, esa letra que habla de un sexo que no es reproductivo ni tántrico, es sexo puro, puro sexo en el vaso de hielo que se llena, mientras las madres le rezan a alguna virgen, y el llegado, descalzo en su jardín, contempla: contempla el cuarto menguante, contempla su huerta y su casa, y el fruto de chañar que lo espera mañana, a la hora cierta de la recolección. 9cincuenta9
Jorge Rulli: “La propuesta no es simplemente criar gallinas y hacer una huerta”
La propuesta no es simplemente criar gallinas y hacer una huerta Entrevista a Jorge Rulli realizada por Manuel Palacios1
Se involucró en política siendo muy joven, durante los primeros años de la resistencia peronista posteriores al golpe de 1955. Luego vivió las experiencias de la lucha armada y el exilio en los años setenta. Hoy habla de ecología social y dice que al kirchnerismo ya no le quedan cuadros. 1 Publicada el 21/09/2012 en la web de la Revista Underground. 9cincuenta y tres9
Jorge Rulli es uno de los referentes del Grupo de Refexión Rural, un colectivo que lleva más de quince años denunciando los agronegocios y el ecocidio que supone la imposición de una agricultura de transgénicos. ¿En qué momento surge el Grupo de Refexión Rural? Empezamos en el 1996 o 97, después de la aprobación de la soja transgénica. Lo que más nos motiva a nosotros son las primeras determinaciones políticas sobre certifcación de alimentos. Las primeras certifcaciones sobre producción orgánica de alimentos. Porque enseguida descubrimos, gracias a nuestra contra-cara que es Héctor Huergo de Clarín Rural, un 9cincuenta y cuatro9
principio estratégico. Lo que muchos veían como positivo –la certifcación de productos orgánicos cárnicos y vegetales– en realidad era un nicho de un modelo de agronegocios que se estaba instalando. Ahí entendemos que todo lo malo tiene un lado positivo, y que todo lo bueno puede servir a un modelo perverso. ¿Por qué esta certifcación de productos orgánicos les hace prender una alarma a ustedes? Porque Héctor Huergo se vanagloria de que en el país de la soja no es cierto que haya sólo soja, sino que también hay producciones orgánicas para servir al mercado alemán. Ahí entendemos la estrategia del 9cincuenta y cinco9
agronegocio, y entendemos la necesidad de que tenga aspectos simpáticos, favorables, orgánicos y ecológicos. Inclusive ahora con el juicio de Ituzaingó vemos un fallo que reivindica las “buenas prácticas agrícolas” de una agricultura química. Lo que estamos abordando es la terrible complejidad de la globalización. Ya no es el mero capitalismo al que estábamos acostumbrados, sino que es otra cosa, un capitalismo global donde un alto ejecutivo de una empresa puede ser marxista. Donde el Partido Comunista Chino –un país donde yo me entrené militarmente, enviado por Juan Domingo Perón en su momento– hoy es la locomotora de los cambios globales. Es decir, esta 9cincuenta y seis9
nueva complejidad es realmente terrible y difícil de comprender para el común. Por eso hemos estado bastante solos. ¿Aislados inclusive de los movimientos sociales que realizan una crítica más radical al capitalismo?
Sí. Nosotros los podemos comprender a ellos. Comprendemos el sacrifcio casi cristiano de Kosteki y Santillán. Cuando nosotros luchábamos contra la sojización del territorio, ellos de una manera realmente meritoria –desde el punto de vista personal– asentaban gente sobre basurales en zonas del Gran Buenos Aires. Son mártires. Ahora… ¿A quién sirvieron con esa acción? Nosotros no los supi9cincuenta y siete9
mos aplaudir en su momento. Los comprendemos ahora y entendemos que se los ame, porque eran muchachos muy puros, pero en realidad no entendían lo que pasaba. Porque el problema no era asentarlos en Buenos Aires, sino mandarlos de nuevo para adentro. El problema era resistir en el campo a Monsanto. No darles un lugar sobre los antiguos basurales del Gran Buenos Aires. Pero esto es muy difícil de comprender, inclusive por los movimientos sociales. Recién hoy algunos se están interesando por estas problemáticas. La izquierda sirvió a las corporaciones, abiertamente. Incluso hemos intentado explicar en algunas asambleas, a veces con un poco de amor uno consigue que el 9cincuenta y ocho9
otro entienda de que está hablando uno. Explicamos por ejemplo que la lucha por los subsidios les abrió los ojos al Imperio y a los gobiernos cómplices para crear el asistencialismo. Hubo dirigentes de izquierda que se pusieron a llorar al tomar conciencia de lo que habían hecho. Qe la lucha por los planes le permitió a (Eduardo) Duhalde armar una obra perversa, la de complementar el monocultivo de soja con planes sociales para los desempleados. El kirchnerismo lo ha llevado a un grado de virtuosismo terrible. Es un poco lo que pasa ahora con las fumigaciones: La línea de mil metros por fuera de las ciudades, más allá de que sea legítima para quienes están ahí, porque si yo estu9cincuenta y nueve9
viera en el lugar haría lo mismo, es una idea brillante pero para Monsanto. Es decir, Monsanto tendría que hacerlo si quisiera emprolijar el modelo. Ahora es nuestra lucha, pero a veces terminamos arriesgando vidas para algo que le va a terminar dando forma a un modelo de agricultura con buenas prácticas, que va a mejorar su maquillaje para presentarse ante el mundo. Hoy podés mostrarle al mundo los chicos nacidos deformes, el día en que no quede nadie en el campo y fumiguen a uno o dos kilómetros de las ciudades va a haber muchas menos víctimas. Es lo que ellos necesitan, lo que pasa es que el trabajo se lo estamos haciendo nosotros. 9sesenta9
¿Cuáles podrían ser las estrategias de resistencia frente a esto? Entender al agronegocio. ¿A vos te parece que a esta altura tengamos que estar pegando stickers explicando que las milanesas de soja son malas? La complicidad ha sido total con el modelo. Por ignorancia, porque lo que pasa en el campo no le importa a nadie. Creen que la ciudad es otro mundo. Ni el gobierno –que vive del campo– entiende qué es lo que pasa en el campo. ¡Lo pusieron a Emilio Pérsico a cargo de los pequeños productores! Les importa un carajo el campo. Creen que “al campo hay que urbanizarlo”, como dijo Cristina (Fernández de Kirchner). Van a terminar con toda historia rural, con todos los 9sesenta y uno
patrimonios, es muy jodido esto. Los progresistas son absolutamente genocidas con respecto a los patrimonios culturales profundos, con las historias de la Argentina. Son modernosos. Nosotros vemos que ahora ya no es un problema de izquierdas o derechas, sino un problema de estar con la modernidad o descolgarse de la modernidad. Yo entiendo que no toda la gente de la ciudad se puede ir a vivir al campo. Pero se puede empezar a vivir de otra manera. Descolgarte del consumo, hacer más sencilla tu vida, entender lo que está pasando, comer sano y empezar a valorar otras cosas. Sobre todo, apoyar a los tantísimos neo-rurales que hay por todas partes. Hay jóvenes por to9sesenta y dos9
das partes que, yo me temo, muchos van a fracasar. En España el 90 por ciento de los neo-rurales, que son muchísimos más que aquí, han fracasado porque no entendieron que la propuesta no es simplemente criar gallinas y hacer una huerta. La propuesta es reconstruir la convivencialidad en el campo. Y no es fácil. ¿A qué llama “reconstruir la convivencialidad”? Reconstruir la comunidad, es decir que no es una salida individual. Está lleno que gente que hace un curso de apicultura y uno de huerta y se van al campo. Venden el departamento y compran una chacra. Y van al fracaso. Yo reconozco mis difcul9sesenta y tres9
tades para tener mi convivencialidad en Marcos Paz. La tengo con alguna gente y con otras no. Mi mujer tiene una natural relación con los vecinos. Yo me pelié con los del PJ (Partido Justicialista), ellos me atacaron y yo saqué un cuchillo… todo esto en el Consejo Deliberante (risas). Es difícil… yo contrataba gente para que me cortaran el ligustre y me venían con una camiseta de Menem. Fueron tiempos muy difíciles en esos pueblos donde el menemismo ganaba por el 75 por ciento de los votos. Yo estaba solo como perro puteando contra todo el mundo.
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Habla seguido de lo que considera “una grieta entre el discurso y la realidad”... ¿A qué se refere? Hay una grieta de sentido. Se trata de interpretar desde la racionalidad una realidad que siempre tiene un fondo caótico y que no alcanzamos a aprender. Vemos una parte nada más, tratamos de darle forma. El refexionar en conjunto a veces ayuda a comprender todo esto. Tener en cuenta un pensamiento más estratégico. Comprender que lo malo a veces tiene cosas buenas y viceversa. Qe a veces perdiendo una guerra la ganás. O que ganando perdés. Lo terrible es legitimar al otro cuando vos tenés una propuesta de condena hacia lo que el otro hace. En la Argentina de hoy son pocos los 9sesenta y cinco9
que tienen en cuenta un pensamiento estratégico. El discurso frente a la realidad expresa una parte, que no es todo. La realidad va siempre mucho más allá de lo que nosotros podemos ver. También está el tema del doble discurso, que nunca sabes si lo hacen de picardía o de obnubilados. Como es el caso de Carta Abierta. Ahí hay dobles discursos, pero también habría una grieta. Yo creo que Horacio González –porque lo conozco– tiene un pensamiento urbano excluyente. ¿Cómo se ve la realidad desde la ventana de un departamento? ¿Cómo se ve el mundo desde la Biblioteca Nacional? Ahora él después opina con mucha solvencia sobre la crisis del campo, y se basa en los griegos, en 9sesenta y seis9
Homero… Y hace interpretaciones. Luego, cuando hicimos una gran marcha a San Lorenzo con la campaña “Paren de fumigar” –donde estaba la UAC (Unión de Asambleas Ciudadanas)– Horacio González escribió una nota en Página 12 donde reconoció que había opinado sobre el campo sin saber por ejemplo que toda la soja del país salía por ahí. No obstante, él sigue opinando y no se siente responsable del curso que va tomando la Historia. ¿Cómo interpretan ustedes el concepto de decolonialidad? Entender que en esta etapa hay un colonialismo provocado por las corporaciones transnacionales. Esto co9sesenta y siete9
menzó cuando algunos decían que había una tras-colonidad. Esto que a veces algunos no entienden: la presencia del ejército norteamericano se puede dar donde hay grandes fuentes de energía, y son manotazos de desesperación para apropiarse del petróleo o del gas, pero en el resto del mundo lo que hay es una colonidad que secuestra nuestras vidas. Qe nos indica qué comemos, cómo comemos, cómo nos vestimos, qué leemos, qué pensamos. Porque para cada cosa ellos tienen su Viagra o tienen su comida chatarra. Sus medicamentos. Hemos perdido conciencia de cómo han secuestrado nuestras vidas. Los viejos antes vivían prácticamente sin consumir, 9sesenta y ocho9
mientras que ahora ya no podríamos dejar de depender de cómo han regido nuestras vidas hasta en los menores detalles. Liberarnos implica reaprender a comer. Descolgarse o desconectarse. ¿Parar el mundo? Hay compañeros a quienes no les gusta mucho esa consigna, pero a mi sí (risas). Lo que algunos autores –con quienes compartimos estos pensamientos– empiezan a ver como peligroso son las tendencias a descolgarse que son puramente individualistas. El matrimonio joven que se va al campo pero hace la suya. Aquí todavía no lo veo como un gran peligro, pero parece que en España y en otros lugares 9sesenta y nueve9
el tema es grave ya, porque ha llevado al fracaso a mucha gente. Igual yo creo que el peligro de lo que en otra época era la New Age ya ha pasado. Ese individualismo feroz. En ese sentido soy optimista. Vos me preguntabas cómo salir de esto… yo creo que lamentablemente va a ser a través de una catástrofe que es inevitable. Se termina el petróleo, se termina el gas, las cuentas cada día cierran menos. La capa social que nos gobierna ya no sabe como reciclar viejos dirigentes porque no tiene más cuadros. Y la gente va acumulando bronca, está la experiencia del 2001. Cualquier hecho que ocurra, como yo lo viví en la zona oeste cuando el tifón de hace 2 o 3 meses. 9setenta9
Se cortó la luz y la gente explotó. Ese mismo día la gente salió a robar supermercados. La gendarmería entró a reprimir y mató a 4 o 5 personas. Veo que estamos al borde de una situación como la del 2001 pero peor, porque en ese momento había comida. Ahora en las periferias urbanas no encontrás un gallinero ni un lechón. Los supermercados tienen las provisiones para la semana nada más, los depósitos están en otro lado. La inseguridad alimentaria de los argentinos se ha incrementado. Como verás, más que de agricultura nosotros hablamos de flosofía. Yo no soy ingeniero agrónomo, soy un militante político, vengo de la lucha 9setenta y uno
armada, trato de hacer lo que puedo en el campo del pensamiento. Rodolfo Kusch hablaba de tener un pensamiento abierto, como decía “desde el corazón y desde el estómago”. Ese es el problema que tenemos ahora, que todo tiene que pasar por la cabeza, mientras que cuando yo me formé como militante pasaba por las tripas. Por ejemplo ahora si los chinos van a ocupar Río Negro nos dicen “Ah, pero primero vamos a averiguar, porque los chinos no son lo mismo, tienen al Partido Comunista, etc…” ¡Pará loco! Ubicate en víctima. Eso a nosotros no nos pasó nunca, no hubiéramos tenido a Scalabrini Ortiz, ni a José Luis Torres, ni a ninguno de los que embis9setenta y dos9
tieron contra la Gran Bretaña si no hubieran sido capaces de pensar desde las tripas. Ahora que el Che se ha convertido en una camiseta está lleno de gente que se llena la boca hablando de los fachos y que en realidad no entienden un carajo. Te dicen que desde las carabelas de Colón hasta acá todo ha sido igual, con lo cual negás que la globalización tenga una calidad diferente. No ven la razón por la cual un transgénico pueda ser peligroso. Creen en los derechos humanos pero no en el derecho precautorio por ejemplo. Pero es optimista. Sí, porque se va a pudrir todo y entonces se van a acordar de las cosas 9setenta y tres9
que decíamos. El caos es revolucionario, en cambio la mentalidad organizadora que tiene esta gente que está en el Gobierno… Lo que tienen ahora son negociados, tapar agujeros. Ya no tienen más cuadros. Después no sé lo que vendrá. Lo que notamos es que, mas allá de que muchas veces no se nos comprenda, se nos respeta. ¿Tiene una chacra en su casa? Tengo media hectárea. Cuando volví del exilio pude comprar un cuarto de manzana y después ocupé el otro cuarto. Corrí el alambrado. Por ahora tengo gallinas y huerto. Muchas plantas medicinales. En una época me dedicaba más, tenía conejos, abejas, gansos. Ahí tuvimos nosotros cinco hijos, 9setenta y cuatro9
al ultimo lo parimos ahí en la cocina. Algo que ahora con la nueva ley está prohibido. Fue mi refugio durante el menemismo, para no trastornarme. Hacer del peronismo esa cosa… creo que todavía no medimos lo espantoso que fue el menemismo. Se entregó todo y el kirchnerismo ha respetado eso. Sus criterios principales han sido respetados. La única manera de someter a la Argentina era en base a los propios movimientos populares. No solamente acá, en España se necesito al PSOE porque no lo podría haber hecho otro partido. Y ahora vamos hacia una experiencia como la del PRI mexicano, yo creo que vamos hacia eso. Qe mucha gente, como (Juan 9setenta y cinco9
Manuel) Abal Medina, aprendieron allá como se hace el PRI. Nuestra gran frustración como grupo es no poder hacerle entender el problema de la biotecnología y de lo rural a aquellos a quienes no les parece relevante. Qizá porque faltan posibilidades de diálogo. Le hemos reclamado a mucha gente un debate, pero no hay cultura de eso. Hemos podido sentarnos a debatir con Miguel Mazzeo, del Frente Popular Darío Santillán, que es un tipo excepcional, pero con poca gente más. El resto no muestran interés.
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Usted tiene una historia dentro del peronismo ¿Es actual hablar de Peronismo hoy en día? Yo creo que no. Me vi obligado a hablar porque me han desafado. Me desafían cuando José Pablo Feinmann afrma que este gobierno se referencia en la Tendencia Revolucionaria del peronismo. Dice: “Somos los que nos fuimos de la Plaza de Mayo” y ahí yo me siento desafado. Yo no hablaba más del peronismo, lo daba por enterrado. Porque si Perón dice “el Pueblo será mi heredero”, habría que ver qué es el Pueblo, seguro que no es la clase media pequeño burguesa esclarecida. Pero el último discurso, del año 1972 “A los pueblos del mundo”, 9setenta y siete9
como que le deja la herencia a un ecologismo radicalizado. Es mi opinión. Pero es algo que el peronismo no puede asumir. Ni lo leen, ni lo distribuyen. Es un discurso que tiene 40 años y sigue vigente.
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Este libro se terminó de imprimir un día lluvioso de verano en Mallín Ahogado, Río Negro, Argentina. 2017